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Cámara de televisión apagada

Summary:

Donde por una casualidad, Franco Milazzo se entera de que está siendo engañado y pasa desapercibido por el grupo de estafadores hasta que es demasiado tarde.

Chapter 1: El loco

Chapter Text

Los días eran monótonos, los casos que le llegaban eran todos iguales: aburridos e insulsos. Tipos que querían saber si sus esposas los engañaban, algunos buscando información para extorsionar a deudores, etcétera.

Últimamente, todo en su vida le resultaba indiferente, apagado. Ya ni siquiera estaba enojado con su ex esposa, pero le gustaría poder ver a sus hijos. Aunque sea una última vez, si es que las cosas no mejoraban y decidía ponerle fin a todo el asunto por sus propias manos.

Aquella tarde, lo último que Molero esperaba era que alguien le trajera un caso decente, o cuanto menos interesante. Mucho menos un tipo con cara de loco como Milazzo.

Sin embargo, se encontró escuchando atentamente el relato del hombre que alegaba haber sido estafado, por más irrisorio que empezara a sonar. Incluso si se trataba de un esquizofrénico escapado de alguna institución psiquiátrica que había creado una fantasía demasiado elaborada, era mucho mejor que lo que trataba a diario.

Así que seis meses en el Impenetrable chaco santiagueño, solo con equipo mínimo de supervivencia, hablándole a una cámara apagada todos los días. Si no estaba loco antes de eso, y había sucedido de verdad, era probable que en el camino se le hubieran volado algunos pirpintos. Eso, o la reacción provocada al darse cuenta del engaño, por intentar subir a acomodar la cámara después de unos meses.

Toda la situación era absurda, así que decidió tomar el caso, con más gusto del que esperaba. Total, no tenía nada que perder.

 

No tardó en confirmar que pese a que las personas que lo habían estafado no eran producto de una psicosis o una imaginación demasiado activa, su nuevo cliente era alguien sumamente inestable. Molero inicialmente pensó que el enojo era propio de alguien que acababa de ser humillado y estafado, pero esto iba más allá. Aunque al inicio alegaba que la idea era meterlos presos, empezó a hacerse bastante claro que Franco Milazzo tenía otras intenciones.

Entre los lugares de encuentro peculiares, los arranques de violencia mal contenida y su afición por las armas, seguramente conseguidas de manera ilegal, Molero estaba más que convencido de andar con cuidado al proveerle información. Chincharlo y acabarle la paciencia no le preocupaba tanto, era la mejor diversión que había tenido en mucho tiempo, pero no quería se cómplice de asesinato. Para peor, no uno, sino cuatro.

A sus mentiras las propiciaba asentarse sobre cierta verdad, pues el rastro había sido difícil de seguir desde un primer momento. La información que lograba recabar aparecía a cuentagotas, los tipos eran impresionantes cubriendo sus huellas.

Los nombres provistos por Milazzo, “Dumas”, “Miserisky” y el socio que se había bajado, “Krivitsky” o algo por el estilo, no concordaban con los rostros de los identikits que había armado. Hubiera sido muy fácil creer que era todo un delirio, devolverle la plata, pero le gustaban los desafíos, y hace mucho que no se encontraba con uno tan bueno o que despertara tanto interés en él.

Como sea, después de muchos desaciertos y pistas que no llevaban a ningún lado, por fin halló detalles inconexos que poco a poco se conectaban, el caso iba tomando forma y dirigiendolo a la identidad de los cuatro individuos.

 

Después de cuatro meses su cliente estaba empezando a hartarse, volviéndose cada vez más insistente e impredecible. Tenía sentido, pues Molero seguía fingiendo que pese a los datos sueltos, aún desconocía los nombres reales de los embaucadores.

El plan que tenía era hablar con un amigo de confianza que tenía contactos en la policía, asegurarse de que los estafadores realmente lo eran, con algo de suerte evitar que Milazzo tomara acción contra ellos y quizá, si tenía mucha suerte, evitarles la cárcel. Era fascinante, desde su punto de vista. Aunque un ligeramente ilegal, él no era nadie para juzgarlos. Capaz podía hablar con ellos y ofrecer sus servicios, o poner una empresa similar. Ese caso era la chispa que venía necesitando, aunque fuera más recomendable tratar su depresión con un especialista en salud mental.

Aquel día, un poco cansado y con ganas de enviar a su cliente a uno de los muchos rastros inconexos que poseía, con la esperanza de que se sosegara un poco, le dio a Milazzo una dirección que iba a investigar dentro de los siguientes dos días, advirtiéndole que debían ir los dos juntos.

De haber sabido todo lo que iba a desencadenarse como consecuencia de eso, jamás le hubiera dado la información, pero para cuando pensó en ello ya era demasiado tarde. 

 

 

Chapter 2: Infierno

Summary:

Loyola recibe una llamada, aunque no la que le hubiera gustado.

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La llamada lo tomó por sorpresa, y sonrió levemente al leer el contacto. Justamente iba de camino para casa del susodicho, quizá necesitaba que llevara algo, o en el peor de los casos, algún operativo se había salido de curso y tardaría un poco más en terminar. Él podía esperar, a veces Lamponne le hacía espacio en la traffic y lo ayudaba a juntar las cosas de utilería, siempre y cuando recibiera la ubicación y fuera seguro infiltrarse.

 

Sin embargo, su felicidad se esfumó en un instante. Algo malo sucedía, no necesitaba ser un adivino para saberlo. El tono de voz de la persona desde el otro lado de la línea dejaba poco lugar a duda. 

 

— No puedo llamar a emergencias, se va a escuchar si marco el número otra vez — claramente, Mario trataba de ocultar cualquier emoción y mantener la voz baja. Eso solo hizo que un mal presentimiento lo invadiera. La precaución con la que murmuraba decía mucho, al igual que los sonidos de fondo — mandá una patrulla a mi casa— se calló abruptamente— intentá contactar a los demás, también pueden estar en peligro — 

— Mario… —

— No puedo explicar mucho. Hay un individuo armado en mi casa — otro silencio largo — deciles a los otros que lo de Milazzo estaba mal planeado, ellos van a entender — el nombre le sonaba de algún lado, pero no estaba del todo seguro. Se oyeron ruidos acercándose, y pensó que la llamada se cortaría. Tampoco se atrevió a hablar, pues un error podía delatar a Santos. Luego de unos minutos, volvió a escucharse su voz. 

— Javier… pedí una ambulancia. Es cuestión de tiempo para que… — otro sonido indistinto del otro lado de la línea, seguido de una serie de estruendos. 

—Por favor, no cortes — 

— No pasa nada, Loyola… con suerte me van a encontrar escondido… tranquilo — no consiguió que ninguna palabra brotara de sus labios, el terror lo estaba paralizando — por si acaso, te aprecio bastante, Javier — 

 

Con eso, la llamada se cortó y el alma del oficial de policía se fue al piso. Aterrorizado pero decidido, detuvo el auto unas cuadras más adelante y se apresuró a contactarse con alguno de sus contactos en la policía, que quizá podrían responder más rápido, también a emergencias antes de marcar el número de Lamponne, que usualmente era el más atento en atender. 

Tenía los contactos gracias a una serie de acontecimientos que habían derivado en él convirtiéndose en colaborador activo del grupo. Prestaba su ayuda siempre que lo solicitaran, incluso en cosas simples como mandados, y poco a poco se ganó la confianza del grupo. 

 

— Lamponne, escuchame… — no esperó a que el encargado de técnica y movilidad lo saludara. Repitió lo que tenía que decirle, y el ex combatiente de Malvinas le aseguró que contactaría a los dos restantes en lo que él iba a auxiliar a Mario. 

 

Puede que haya pisado de más el acelerador, o salteado algunos semáforos en rojo, pero necesitaba llegar lo antes posible.

 

Para cuando llegó, no había señales de ninguna ambulancia, pero fue notificado de que las patrullas ya estaban en camino a las direcciones de aquellos miembros del grupo que no habían podido contactar. 

 

Algunas luces de la casa estaban encendidas, pudo apreciarlo a través del portón mal cerrado mientras bajaba del auto, procurando no llamar la atención. Se estremeció levemente, invadido por una sensación desagradable antes de empujar todo el terror que sentía hacia el fondo de su mente. Sacó la pistola reglamentaria que llevaba consigo, respirando profundo antes de entrar a la casa. No iba a entrar disparando como un desquiciado, pero si quien sea que se hubiera metido a la casa estaba armado, era necesario estar listo. Esperar a que la patrulla llegara no era una opción si la vida de su amigo estaba en riesgo. 

 

En el living no había nadie, pero sí algunos muebles rotos, una clara senda de destrucción y saña que no recordaba haber visto salvo en contados crímenes. De haber tenido tiempo, hubiera sentido lástima por los libros antiguos destrozados. Tardó un momento en notar los rastros de sangre, y horrorizado, no tuvo otra opción que seguirlo. A lo lejos, se escuchaba el ruido de las sirenas de la patrulla. 

 

Recordó vagamente que Santos le contó sobre una víctima, un estafador cuyo perfil era bastante violento. Capaz era el mismo sujeto, pero por lo que le habían contado, todavía faltaban un par de meses para ir a buscarlo o encargarse de extender la solución parcial que el operativo proveía. 

 

Inhaló profundo, procurando ser lo más silencioso posible mientras continuaba avanzando por un pasillo, que si no se equivocaba, daba a un pequeño estudio.

 

— ¡Dejá de hacerte el pelotudo! ¡Yo sé muy bien quién sos! — se sobresaltó un poco ante el grito del desconocido— Pensabas que me ibas a estafar, ¿No? — se escuchó un murmullo, esa voz la conocía pese a que era de lo más difícil comprender qué decía. 

 

Con el corazón acelerado y la adrenalina recorriéndole el cuerpo, avanzó hasta asomarse por la entrada de la oficina. El intruso estaba de espaldas a la entrada, y aunque le bloqueaba parcialmente la vista, aquella persona que tenía agarrada del cuello no podía ser otro que Santos. 

 

— Te voy a matar, Dumas. Vos y tus socios me van a pagar por lo que me hicieron — definitivamente, el tipo estaba absolutamente enajenado. 

 

Sin muchos más recursos, puso el cañón de la reglamentaria contra la cabeza del intruso, sin quitarle el seguro. 

 

— Policía bonaerense. Soltalo, y soltá el arma ya mismo — el intruso se quedó paralizado al ser tomado por sorpresa, pero Javier adivinó qué podía estar pasando por su cabeza cuando la mano con la que sostenía el cuchillo ensangrentado se movió un poquito — No te conviene, sé lo que estás pensando — el pulso no le tembló al amenazar al atacante, pero se estaba quedando sin tiempo ¿Dónde mierda estaban los de emergencias? 

 

— Estás confundido, flaco ¡Yo no soy el malo acá! Este hijo de puta — zarandeó al rubio, que luchaba débilmente en un intento de desprender la mano que le apretaba la garganta— me cagó la vida — 

 

— No quiero tener que dispararte. Soltalo — advirtió una vez más. Consideró hacer un tiro al piso, intentar desarmarlo o hacer un disparo no letal como último recurso, en cualquiera de las posibilidades algo podía salir mal. 

Con el arma todavía asegurada, optó por propinarle un culatazo al atacante, lo suficientemente fuerte como para desorientarlo. Efectivamente, el tipo se le fue encima y pronto Loyola se halló en el piso, forcejeando. Vio el cuchillo muy de cerca, y fue en ese momento que los refuerzos llegaron para sacarle al tipo de encima. Hicieron falta dos oficiales para retener y esposar al asaltante. 

 

Atontado, quizá por la situación en general o por la adrenalina, no perdió un segundo en intentar socorrer al estratega, haciéndole saber a los otros oficiales que pertenecía a la fuerza de seguridad cuando intentaron detenerlo. 

— Por favor, déjenme ayudar. Yo los llamé — rogó — debería… la ambulancia ya tiene que estar llegando —

 

Movido por la desesperación, se unió al otro policía que intentaba atender las heridas de su colega. 

 

Mario respiraba con dificultad, tendido sobre el lustroso piso de madera. En algún momento había intentado sentarse, sin éxito ni oportunidad alguna. Loyola lo retuvo con una mano amable sobre su hombro. 

 

— Vas a estar bien, vas a estar bien — murmuró, presionando su campera sobre las heridas en su abdomen, arrancándole un quejido — perdón, perdoname — inhaló profundo, el aire se atoró en su garganta como un sollozo. 

El estratega musitó algo que no llegó a entender, e intentó disimular la mueca de dolor. Loyola hizo un esfuerzo consciente por no centrarse demasiado en los moretones que empezaban a formarse en el cuello del rubio, o en la cantidad de sangre que manchaba la camisa beige y sus manos.

— Vas a estar bien, tenés que estar bien… por favor, quedate conmigo… vas a estar bien… te vamos a cuidar, vas a estar bien — repitió las palabras una y otra vez, con la vana esperanza de hacerle saber que estaba seguro. Como si se tratara de un mantra, o una plegaria a cualquier deidad que deseara escucharlo o apiadarse de ellos, hasta que los paramédicos llegaron. 

Si la espera por los médicos había sido una eternidad, el viaje en la ambulancia fue un infierno. 

 

 

Chapter 3: Purgatorio

Summary:

Esperan y mueven los hilos necesarios, porque es lo único que pueden hacer

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Todo lo que sucedió después de salir de la casa del estratega fue un borrón para Loyola. Alcanzó a convencer a las personas de la ambulancia de que lo dejaran ir con ellos, no sin antes prometer que colaboraría con la policía tanto como le fuera posible. Tenía la cabeza abombada a causa de la adrenalina o por todo lo que estaba sucediendo a su alrededor. 

Fue capaz de contestar algunas de las preguntas que le hicieron, y fue lo suficientemente hábil para recordar algunos detalles y asegurarles a los paramédicos que el nombre de su amigo era León Stoffenmacher, como lo decía el documento profesionalmente falsificado. 

Hizo un esfuerzo consciente por mantenerse al margen y estorbar lo menos posible. El terror no lo abandonó en ningún momento del trayecto, aunque no estaba seguro de qué sucedía exactamente. 

Más tarde, un médico de emergencias lo revisó, aunque lo único que tenía eran golpes y rasguños como consecuencia del forcejeo. Agradeció el poder lavarse la sangre de las manos, y darle los detalles importantes a quienes lo interrogaron. Probablemente le tomarían declaración o volverían a hacerle preguntas al otro día. 

Terminó sentado en la sala de espera con el peso de la angustia atormentándolo y amenazando con quebrarlo. Desconocía cuánto tiempo pasó hasta que alguien le tocó el hombro, produciéndole un leve sobresalto. 

 

Lamponne y Medina portaban la misma expresión de desasosiego. Una parte de él le decía que algo faltaba, y la inquietud se incrementó en conjunto con la sensación desagradable en su estómago. Esperaba que el actor del grupo apareciera con gaseosas para todos y un paquete de pañuelos descartables para Medina, pero con el pasar de los minutos, se dio cuenta de que no sucedería. 

Miró a ambos con inmensa preocupación, pero aguardó a que se sentaran en las sillas el hilera, uno a cada lado suyo. Tardó varios minutos en formular las palabras, por lo que el encargado de técnica y movilidad intervino. 

 

— ¿Qué sabés?—

— Santos — se interrumpió, rogando que nadie a su alrededor estuviera prestando atención— León está en cirugía, se lo llevaron al quirófano apenas llegó… le tienen que hacer estudios después de eso — por lo poco que había entendido — nos van a avisar cuando salga —

— ¿Y el tipo?— el hijo de mil puta que le había hecho eso a su amigo —¿Se escapó?—

— Detenido, no tiene chance de escaparse — y llegaba a hacerlo, no tenía duda de que más de uno lo cazaría como a una bestia — ¿Ustedes? estaba por llamar — Lamponne resopló, entre indignado y decaído. 

— A Máximo Cossetti lo encontraron medio muerto en su casa. Está en terapia intensiva hace hora y media, no hay novedades— el encargado de técnica y movilidad lo enunció de una manera sorprendentemente calma, probablemente poniendo empeño en no desmoronarse mientras Medina rompía en llanto y sus otros dos amigos luchaban por sus vidas en algún otro lugar del edificio.

 

Anonadado, Loyola no supo cómo reaccionar. Era una locura, ¿Ese tipo los había estado siguiendo? Era todo muy premeditado. 

— Creo que a nosotros no nos agarró porque estábamos en un lugar público — haciendo compras y demás, rodeados de mucha gente —- o bueno… puede que a nosotros no nos reconozca tanto del operativo — entonces era probable que les tuviera más bronca a Santos y Ravenna. 

— No hay mucho que podamos hacer sobre eso ahora… Hay que…¿Qué hacemos? — estaba un poco perdido en todo el asunto, por lo que se limitó a palmearle la espalda a Medina.

— Esperamos. Hay que contactarnos con los colaboradores y desactivar los operativos pendientes — 

Asintió despacio, sin dejar de intentar reconfortar a su angustiado compañero, que se limpiaba el rostro con un pañuelo de tela que Pablo le había prestado. 

— Sería lo mejor que ninguno ande solo, por seguridad. Digo, aunque el tipo esté detenido hay que tener cuidado — 

— Sí, no está de más ser precavidos — 

 

Después de un rato de espera, les ofreció acompañarlos a sus casas para que descansaran, o para que buscaran algo. Por supuesto que fue en vano. 

Compró gaseosas para los tres, y pasaron el resto de la noche en la sala de espera, intentando acomodarse en las sillas medianamente acolchonadas y tomando turnos para dormir. Aguardaron, inmersos en una especie de purgatorio, sólo capaces de esperar y rogar que todo saliera bien. 

Muy a la madrugada, Javier todavía intentaba limpiarse la sangre seca de abajo de las uñas y el borde de las cutículas. Si alguna lágrima se le escapó, Lamponne fingió no verlo y Medina ni se enteró porque estaba dormido sobre el hombro del encargado de técnica y movilidad. 

 

Chapter 4: Noticias

Notes:

Me quedé sin ideas para los títulos de los caps, sepan disculpar (?)
+Siento que la narración se va desvirtuando de a poco pero bueno, espero que les guste igual

Chapter Text

Con la mañana, las primeras luces diurnas trajeron consigo noticias, por ponerlo de una manera poética. A decir verdad, ni se había dado cuenta de que había amanecido hasta que vio la hora. Hace años que Loyola no se amanecía de esa manera, más allá de alguna ronda nocturna en el trabajo. Hubiera preferido pasar la noche despierto escuchando a Santos hablar sobre algún asunto interesante, o simplemente pasando el tiempo con él.

Sin embargo, esta no era una ocasión festiva y no tenía idea de si Santos había sobrevivido a la noche, ya que cada vez que preguntaban la información era nula. De Ravenna tampoco se sabía nada, y la falta de respuestas empezaba a inquietarlo de sobremanera. 

Procuró mantenerse en silencio, Lamponne había conseguido incluso menos minutos de sueño que él, y finalmente parecía haberse rendido hace media hora, con Medina aún pegado a él.

Se alejó un poquito para hacer unas llamadas y avisar que había surgido un imprevisto. Definitivamente no estaba en condiciones de ir a trabajar, sin importar cuánto lo insultara Panchino. 

Estaba siendo tentado por la idea de dormitar unos minutos cuando se le ocurrió que podía preguntarle a alguno de los administrativos detrás de los escritorios. Uno o dos parecían medianamente desocupados, por lo que juntó un poco de valor y energía antes de acercarse.

— Disculpe ¿Puedo hacerle una pregunta? — la señora detrás del escritorio asintió, no sin cierta exasperación — estamos esperando información de unos pacientes, no debemos ser los únicos, ¿Habría alguna forma de, no sé, saber cómo está un paciente? —

— ¿Sos familiar de alguno de ellos? — 

— No exactamente — 

— Entonces no te podría dar información aunque la tuviera, querido — 

— Pasa que vinimos por una emergencia, soy amigo suyo. Uno de ellos no tiene familia, y del otro no sabemos cuánto van a tardar en llegar— no era mentira, había sido difícil darle la noticia a la madre de Ravenna; también a Violeta, Mercedes y Carolina, que se habían salvado de todo el fiasco porque estaban de vacaciones. Santos sólo los tenía a ellos —Estuvimos esperando toda la noche, nada más quiero- queremos saber si hubo alguna evolución— necesitaba saber que seguían en este plano de la existencia, que los médicos habían podido hacer algo para ayudarlos. Sería trágico que la última imagen que tenía de Santos fuera aquella escena dantesca con la que se había encontrado en su casa — por favor— 

— A ver, dame los nombres de los pacientes y veo qué puedo hacer — al parecer, su desesperación era más que evidente y la secretaria le tuvo algo de lástima, o al menos empatía. 

— León Stoffenmacher, y Máximo Cossetti — 

— Bueno, ya me fijo qué puedo hacer. —

— Muchas gracias—

Volvió al lado de Lamponne a esperar. Pasaron veinte minutos durante los cuales una llamada entrante despertó a los dos simuladores restantes. 

Escuchó a Pablo darle indicaciones al asistente de dónde sacar unos papeles que necesitaban. Medina parecía perdido, quizá por todo el shock de la situación.

Loyola no logró sacarle mucha charla, pero le ofreció un vaso de agua, y un chocolate que había comprado horas atrás en el bar del sanatorio. Gabriel los aceptó de buena gana, agradeciéndole con una sonrisa desanimada. Era algo, al menos. 

 

Un médico se acercó a ellos, y automáticamente los tres se pusieron alertas. No perdió tiempo en preguntarles si eran familia de los dos pacientes por los que había preguntado. 

—Muy bien, tanto el señor Cossetti como el señor Stoffenmacher llegaron con cuadros complicados de politraumatismos — asintieron — Cossetti tiene una fractura craneal cerrada, posiblemente acompañada por un traumatismo cerebral —

— Él… ¿Él ya está fuera de peligro, doctor? — inquirió el ex periodista, aturdido como para entender demasiados tecnicismos. 

— Logramos estabilizarlo, por el momento. Pero todavía no es posible darles un pronóstico concreto, hay que ver cómo evoluciona — explicó, sin perder el profesionalismo pero con tacto — por lo pronto va a estar con bastante medicación, hay que darle tiempo — hizo una pausa, para permitir que asimilaran la información. 

— ¿Ese tipo de lesión podría dejarle secuelas?—

— Sí, hay una posibilidad. Pero hasta que se despierte no es posible saber qué secuelas o si las tendrá en absoluto —

Hubo una pausa. 

Al menos Ravenna seguía vivo. Y aunque la incertidumbre los angustiaba, al menos sabían algo más. 

— ¿Y León? — Lamponne mantuvo también su fachada estoica. 

— Stoffenmacher también llegó con un pronóstico complicado — lo imaginan, por supuesto. La imagen de Santos tendido en el piso, desangrándose, volvió a Loyola sin que este lo deseara — traumatismos múltiples, y signos de heridas defensivas — se estremeció, pensando que quizá sería distinto si hubiera llegado antes. Santos había intentado defenderse o pelear con el intruso. Y antes de eso, probablemente había tratado de salirse de la situación por medio del diálogo, o más bien del engaño, el cual no había funcionado — la cirugía fue exitosa, se encuentra estable —

— ¿Se va a recuperar? —

— Mire, podría haber complicaciones, como una infección, o también está la posibilidad de daño en sus órganos internos. Hay que ver cómo evoluciona. Estamos haciendo nuestro trabajo lo mejor que podemos— 

— ¿Podemos pasar a verlos?—

— A Stoffenmacher le están haciendo unos estudios, pero en cuanto lo muevan a una habitación, les avisamos. Cossetti va a estar en terapia intensiva por el momento—

Los tres asintieron y le agradecieron. Lamponne se levantó para hablar un poco más con el doctor, probablemente hacerle saber que eran amigos del Dr. Dumas, y quién sabe qué más. 

Loyola se quedó pensando en lo que el médico les había dicho, aliviado al saber que Santos seguía vivo.

________

A juzgar por la manera en que refunfuñó al principio, el policía se había quedado con las ganas de contradecirlo, pero no perdió tiempo discutiendo después de que Lamponne le pidiera acompañar a Medina a su casa. Gabriel no estaba en condiciones de manejar.

— Avisanos si te dicen algo más, por favor — captó la preocupación ajena, absolutamente genuina. El policía era buen tipo.

Al llegar a la casa, Loyola preparó agua caliente y té para los dos, porque ya era cerca del mediodía y ninguno había comido ni tenía apetito suficiente, pero necesitaban funcionar. Hizo algunas llamadas antes de aceptar la oferta de descansar él también. Pretendía usar las vacaciones que venía acumulando hace un tiempo, o los días de licencia si era necesario. No podía dejarlos solos lidiando con semejante situación. 

 

Chapter 5: Máquina averiada

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

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Todo era más confuso de lo que debería, como si se tratara de una máquina averiada intentando volver a andar. Sus pensamientos brotaban como medidos con un gotero, al igual que las inexistentes nociones acerca de qué, cómo, dónde. Nada parecía importar mucho. 

Voces que se oían lejanas, después absolutamente nada. Sonidos irreconocibles.

Era como estar fuera de su cuerpo. Era apenas un pensamiento fugaz, efímero. Disperso en la nada misma. 

Luces que cambiaban detrás de sus párpados, pasos, más ruido. Un poco de dolor. 

¿Así era morir? Siempre pensó que Victoria vendría a buscarlo cuando su tiempo llegase, sin importarle la razón. Ya fuera por la existencia de un más allá, o se tratara de una alucinación propia de las últimas neuronas de su cerebro apagándose, 

no le importaba. Pero el vacío lo aterrorizaba más de lo que jamás admitiría. 

Sus deseos se cumplieron, soñó con ella. Con su sonrisa divina, con sus ojos cálidos y astutos. Ella se veía hermosa, magnífica, como a él le gustaba recordarla. 

Quería preguntarle, y como si pudiera leer su mente, le hizo saber que no venía a buscarlo, aunque jamás recordaría las palabras exactas que le dijo o cómo lo sabía. Pero su voz era la de siempre, la que recordaba hablándole en francés fluído, invitándolo a colarse dentro de las catacumbas de París o leyéndole cuando no podía dormir. 

Se aferró a Victoria mientras ella le besaba la frente, y deseó que ese instante durara para siempre. La había extrañado tanto. Tantas cosas pendientes, tantas cosas por hacer y decir. 

De repente se sintió pesado, y supo que el momento llegaba a su fin. Creyó que la despedida sería amarga, como todas las de sus pesadillas. Victoria le sonrió una vez más y volvió a besarlo, y se sintió invadido por una inmensa paz. Ella no iba a desaparecer, y había tiempo. Algún día ella vendría a buscarlo, sólo que no todavía.

 

Parpadeó muy despacio, desorientado. Lentamente, empezó a tomar cuenta del entorno a su alrededor. Diversos niveles de incomodidad lo invadían, le resultó difícil concentrarse en catalogarlos a todos. La luz tenue le molestaba un poco. Sentía las extremidades pesadas, y la mente adormecida. 

Sin energía para hacer otra cosa, aguardó a que su vista se acostumbrara a la luz. El olor a antiséptico era inconfundible, y aunque su memoria tenía espacios faltantes no había duda de que se hallaba en un centro médico. Habitación privada, luces regulables, si se arriesgaba a adivinar. 

En el segundo que el recuerdo clave de todo lo sucedido regresó a él, la memoria de la mirada desquiciada de Milazzo y las palabras de amenaza resonando en su mente, sirvieron de impulso para que intentara levantarse. Como sea, la necesidad irrefrenable fue incapaz de competir con la debilidad de su cuerpo. 

— Eu, no hagas eso— la voz familiar impidió que continuara removiéndose, lo que probablemente hubiera terminado en arrancarse la vía conectada a su brazo izquierdo — tranquilo, ya te ayudo— Lamponne sonaba tenso, pero más amable de lo que lo había escuchado en mucho tiempo. Movió las almohadas y probablemente algún mecanismo de la cama para que quedara en una posición semisentada.

Quiso preguntar por los demás, preguntarle a Lamponne si estaba bien quién más había salido herido, pero de sus labios brotó un sonido ronco en lugar de palabras bien articuladas, que pronto derivó en tos. La cánula nasal estaba bien ajustada por lo que no se desacomodó, pero el adormecimiento en su garganta se transformó en ardor. El ataque de tos duró poco, por suerte.

Su compañero le acercó un vaso de telgopor a los labios, con amabilidad impropia de su ceño fruncido. 

— Es agua mineral sin sodio — acotó, inclinando un poco el vaso — tomá de a sorbitos—

Quiso protestar, tenía cosas más importantes para hacer, como asegurarse de que sus colegas habían salido ilesos, que su peor temor no se había vuelto realidad. Al final le hizo caso. El agua fue como una bendición para su maltratada garganta. 

Volvió a recostarse contra las almohadas, cansado solo por el hecho de estar despierto, procurando ordenar sus pensamientos

— No tratés de hablar por ahora, eh— estaba a punto de hacer un caprichoso segundo intento cuando el encargado de técnica y movilidad lo atajó. Lo conocía bien después de tantos años de amistad— te lo tenés que tomar con calmaa — 

A falta de palabras, señaló a su compañero, acompañando el gesto con un sonido inquisivo. Por Dios, hasta le costaba coordinar sus manos. 

— Estamos bien, no te preocupés por nada ahora — no entró en detalle, y aquello debió alarmarlo, pero tenía la mente abombada. Por lo pronto, se contentó con saber que al menos estaban vivos. 

 

A Lamponne no le gustaba mentir, aunque fuera una verdad a medias. Él y Medina estaban tan bien como se podía estar en semejante situación, al igual que Loyola. Ravenna… la estaba peleando, y con la mejor atención médica que podían proveerle. Lo último que el médico les dijo fue que la inflamación en su cerebro había bajado bastante, y que aquello era una buena señal. Era incluso mejor que el pronóstico inicial, tan incierto. 

 

Santos hizo un sonido afirmativo, con los ojos ya medio cerrados. Movió sus manos, intentando deshacerse de la sensación extraña, y antes de que pudiera hacer su siguiente pregunta silenciosa, se percató de un detalle. 

Se suponía que algo así no debería afectarlo tanto, pero la angustia se apoderó de él en el instante en que se percató de que la alianza no estaba en su mano. Su respiración se agitó un poco, y buscó con la mirada a su alrededor, sin mucho éxito. 

Tenía que estar en alguna parte. Frenético, intentó levantarse una vez más, detenido por la mano amable pero firme sobre su hombro. 

— Ey, no — quizá en otro momento hubiera hecho caso al tono severo y a la vez preocupado — te vas a lastimar si seguís así— o mejor dicho, empeorar el estado de sus heridas — tenés que calmarte, todo va a estar bien —

Finalmente, logró musitar algo parecido a "dónde", y Pablo pareció darse cuenta. Sin embargo, aunque su amigo intentó calmarlo, y hacerle saber que la joya de tanto valor sentimental no estaba perdida, sino que la había guardado para evitar eso mismo. 

—Santos, por favor escuchame — no importaba si alguien del personal médico lo escuchaba, total, el doctor Dumas dijo que tendrían tanta privacidad como fuera posible, y que estaban en un lugar de confianza — Santos — insistió, mas la búsqueda desesperada no cesaba —¡Francisco! — su desesperación pudo más, y terminó por romper la promesa que había hecho hace varios años. Al menos fue efectivo para lograr que se detuviera y lo mirase con los ojos llenos de lágrimas no derramadas — escuchame, por favor. Yo tengo tu alianza, acá está— la había guardado en un bolsillo interno de la campera. En cuanto la puso en su mano, la angustia pareció disminuir un poco.

Aún así, se disculpó repetidamente, intentando que su amigo dejara de estremecerse. La promesa la había hecho años atrás, cuando su propio nombre parecía atormentar demasiado a Santos. 

El susodicho ya estaba perdiendo su batalla contra el agotamiento cuando Lamponne volvió a hablar, tanto para brindarse tranquilidad a sí mismo como para hacerle otra promesa a su compañero. 

— Vos descansá ahora, que nosotros nos ocupamos— 

Una de las jefas de enfermería había recomendado que quien se quedara a hacer vigilia fuera de confianza, en caso de que su amigo se despertara alterado. Agradecía haber escuchado y tomado a pecho la sugerencia. 

 

Sorprendentemente, y por primera vez desde que había recibido la alarmante llamada de Loyola, Lamponne estaba sintiéndose sorprendentemente optimista. La situación estaba lejos de ser ideal, pero al menos su mente ya no gritaba que tendría que preparar dos velatorios y contenerse de buscar venganza contra el responsable. 

Emilio se encontraba en una situación delicada todavía, y aunque el médico le había dicho que era normal dada la lesión que había sufrido, no podía evitar espantarse de los moretones grotescos que se habían formado debajo de los ojos del actor. Pero estaba mejor de lo que había llegado, el pronóstico era menos incierto. 

Se pasó las manos por la cara, estaba cansado. El alivio también implicaba otro tipo de dificultades. ¿Cómo iba a explicarle lo de Ravenna? Desde un principio sabía que el estratega tendría una mala reacción. No quería apilarle más angustia de la que ya cargaba, pero sabía que la incertidumbre era igual de agobiante para él. Lamponne lo había visto vulnerable en algunas situaciones, en especial después de la muerte de Victoria, pero no estaba seguro de haberlo visto tan débil como en ese momento. Francamente, resultaba aterrador pero lo único que podían hacer era aguantar y tratar de ayudarlo. Cuidarlos bien a Ravenna y él hasta que se recuperaran. 

________

 

Loyola le trajo el almuerzo y aprovecharon el rato para hablar un poco. Su rostro, que reflejaba el mismo cansancio que él mismo sentía, se iluminó al escuchar los avances. También traía noticias propias. 

Los de la policía científica ya habían terminado de buscar evidencia en las casas de sus dos amigos, oficialmente habían tomado todos los datos necesarios de las escenas del crimen.

Aquello no les había preocupado tanto, puesto que los cuatro eran extremadamente cuidadosos con cualquier cosa que pudiera dejar en evidencia su actividad ligeramente ilegal. Los documentos falsos estaban muy bien guardados, ya fuera en compartimientos aparte dentro de sus casas o en el cuartel. 

 

—Pensaba que… mirá, suelen dejar todo hecho un desastre — empezó a hablar el oficial, un poco nervioso— Si querés podría ir a limpiar un poco, tratar de acomodar para cuando le den el alta a Santos. Caro dice que no tiene problema con que ayude también en su casa — viniendo de cualquier otra persona, la propuesta se le hubiera hecho extraña. Pero Loyola en general era extraño cuando interactuaba con Santos, no en el mal sentido. Le tenía menos terror que el resto de los colaboradores, e irónicamente parecía intimidado por otros clientes antiguos, como Bonelli.

— ¿Seguro? Mirá que es un laburo más o menos — Loyola no iba a hurgar en la casa de su amigo, no tenía dobles intenciones — ¿No tenés trabajo en Campana vos?—

— Eh… — la pregunta pareció tomarlo desprevenido. Bajó la mirada al piso y apretó los labios antes de contestarle— la verdad es que justo ahora no, estoy suspendido — la frustración era más que evidente, aunque no tanto como hubiera esperado. 

— ¿Qué pasó? — aunque no eran demasiado cercanos, Loyola le caía bien. Más con la buena predisposición en toda la situación de mierda, de la cual no tenía obligación ni responsabilidad. 

— Contradije al comisario más veces de las necesarias, entre otras cosas — el estrés había salido a relucir, llegó al punto que que aguantar los insultos y la falta de tacto de su superior se le hizo imposible — así que… uh, insubordinación. Diez días, o hasta que Panchino decida si me transfiere a otra comisaría— o si lo despedía, pero Lamponne no necesitaba saber eso — 

— Suspendido, ¿Estás sin sueldo?—

— Cincuenta por ciento — o un poco menos. Era su culpa por pasar por encima del reglamento interno, pero no podía importarle menos — pero me puedo dar vuelta, ya voy a encontrar algo— habló con más seguridad de la que en realidad tenía. Ya encontraría la forma de darse vuelta con trescientos pesos al mes, o quizá menos.

— No podés pagar las cuentas con buena voluntad, Loyola. Te podemos pasar lo que cobras como colaborador — no era mucho, y Javier nunca les había exigido la paga por su aporte en los simulacros. El encargado de logística, por otro lado… 

— No les pienso cobrar por ayudar a un amigo, Lamponne—  

— Estás suspendido, no es como que tengas mucha opción. Aparte si se entera de que te dejé rechazar el pago, nos al que le va a gritar es a mí— o atacarlo con palabras sofisticadas, era lo mismo. 

—Nada más un par de días, ¿Sí? Y sin las horas extras — listo, ya estaba empezando a ceder. Era relativamente fácil convencerlo si las órdenes venían de Santos. Iba a agregar algo, pero mejor se lo guardó. Era mejor mantener en secreto que era el único al que le pagaban horas extras — ¿Por qué no vas a verlo a Medina un rato? O a tomar un café, dormir una siesta — propuso el policía. 

— Sonás igual que Medina — protestó — no necesito descansar —

— Hace dos días que no te movés de acá. De verdad te digo, andá a… no sé, darte una ducha, tomar un café que no esté quemado, buscar un cambio de ropa— la verdad era que le estaba preocupando un poco el que estuviera tratando de ponerse al hombro toda la situación. Probablemente si pudiera, se dividiría en tres para poder estar al pendiente de sus amigos en esa situación difícil. 

— Dos horas nada más, tres como mucho. No te ilusiones con que te vas a quedar mucho— lo miró con severidad— y cualquier cosa que pase me llamás. Cuidalo bien, Loyola —

— Andá tranquilo—

Lamponne se despidió, y cambiaron de lugar. 

 

Notes:

Disclaimer:No tengo idea de cómo funcionan las cosas en la policía pero no me sorprendería que haya corrupción interna por parte de Panchino, qué decirles(??)

Bonus(?) en esta cronología Loyola lleva como un año y medio de colaborador con los simus. Lamponne no lo tragaba mucho pero al final le ganó por costumbre/cansancio.

Muchas gracias por leer!

Chapter 6: Afecto

Notes:

Desde ya les comento que este fic lentamente se convirtió en un Santos/Loyola sin querer queriendo. No pienso dejar de lado las interacciones de los simus como besties/found family pero bueno, si no les cabe, ya saben

Chapter Text

 

En cuanto el otro estuvo fuera del lugar, dejó la mochila en el suelo y se sentó, acercando la silla un poco más a la cama. Suspiró, también sentía la fatiga apilarse, pero por otras razones. O quizá algunas en común, pero un distinto cúmulo de cosas. 

Decidió dejarlo de lado por el momento, y mejor se concentró en la figura quieta de Santos. Su pecho subía y bajaba despacio, con un ritmo controlado. La cánula nasal servía para proveerle oxígeno adicional, dado el daño que su garganta había sufrido daño durante el enfrentamiento. Nada demasiado grave por suerte, pero el tratamiento de apoyo los dejaba más tranquilos. Las marcas de las manos de su atacante seguían ahí, crueles y parcialmente cubiertas por pequeños parches de gasa.

La camiseta de algodón gris era un talle más grande de lo que necesitaba, suelta para que no molestara sobre las heridas en su abdomen. Medina y él habían sabido a comprar de emergencia el conjunto de pijama porque el estratega sólo tenía un repertorio amplio de camisas y quizá alguna bata de seda. 

Siendo sincero consigo mismo, Loyola no veía la hora de que su amigo despertara para quejarse del mal gusto que habían tenido al elegir las prendas. Incluso si habían conseguido la mejor tela de algodón que pudieron, era muy propio de él protestar ante el mínimo detalle que insultara su sentido estético. A Javier le parecía fascinante, un tanto exasperante pero adorable de alguna manera. 

Con una mano en la cama, cerca de de la de Mario, dejó que los minutos transcurrieran, mientras sus pensamientos iban y venían. En algún momento de la tarde, se levantó para buscar un café, y por poco se quemó las manos por volver apurado. La idea dejar a su compañero solo lo inquietaba.

 

Apenas había probado la bebida amarga y retomado su lugar cuando captó el leve movimiento de párpados, las pestañas rubias temblando antes de que el murmullo se hiciera presente. 

Pese a que sabía que sucedería, dado el antecedente de toda la situación, nada lo habría preparado para el terror que vio en los ojos claros apenas se abrieron. El estratega respiró agitado, invadido por un miedo sin nombre por unos segundos. 

 

— Mario, tranquilo. Estás seguro— le acarició la mano suavemente, intentando traerlo de vuelta al mundo real, hacerle saber que estaba ahí. 

Tardó unos instantes en reconocerlo, la mueca de confusión se transformó en algo más neutral, parecido al alivio pero sin llegar a serlo del todo —¿Mario? — lo llamó suavemente, aguardando su reacción. 

— Ja… vier— algo desagradable, parecido a la culpa, tiró de sus entrañas. Aún así, mantuvo la sonrisa en su rostro, intentando brindarle calma. 

— Sí, tranqui. Soy yo — las palabras le salieron con más emoción de la que pretendía — ¿Cómo te sentís, Mario?—

Un segundo después se arrepintió. ¿Cómo se le ocurría preguntar eso? Era una pregunta estúpida, Santos no necesitaba eso justo ahora. No podía ser más boludo. Hubiera seguido castigándose mentalmente, quizá continuaría más tarde. 

Sin embargo, el rubio arqueó una ceja y esbozó una sonrisa pequeña, de la clase que le dedicaba cuando Loyola empezaba a balbucear disculpas que él consideraba innecesarias.

— eh, cierto, mejor no trates de hablar — inhaló de forma entrecortada, acercándose más a la cama. Pretendía mantener la calma para evitar preocupar a su amigo, aunque le estaba resultando mucho más difícil de lo que creyó. 

No se había percatado de que estaba llorando, apenas de las palabras entrecortadas que brotaban de sus labios, como si toda la angustia que venía acumulándose en su pecho se hubiera destrabado. 

Debería haber llegado antes, debería haber hecho algo más, quizá incluso dispararle a Milazzo cuando tuvo la oportunidad, haberse dado cuenta de que algo malo sucedía, cualquier cosa. 

El tacto suave lo sacó de la espiral de pensamientos. Descoordinado pero decidido, Santos le limpió las lágrimas y le palmeó la mejilla afectuosamente, al tiempo que le dirigía una mirada severa, que fue suficiente para que se callara. Era la misma clase de expresión que le hacía saber el disgusto por su autodesprecio. 

Asintió, entendiendo el mensaje y tomó su mano, apretándola suavemente. 

— Ya sé, perdón— se mordió los labios — no sabés cómo me alegra que estés bien, Mario — con gentileza le besó los nudillos y el dorso de la mano. Loyola no estaba al tanto de todos los detalles de qué exactamente había empezado a pasar entre ellos desde hace unos meses, pero no iba a detenerse a preguntar justo ahora.

Aparentemente complacido por el gesto, el de ojos claros observó sus manos entrelazadas por un instante, antes de tirar de él un poco.

 

—¿Mario?— 

—Vení — insistió, casi sin voz, pero más alerta de lo que pensó que estaría. 

— Sabés que si alguien entra, en especial del personal de enfermería —o Lamponne — nos van a cagar a pedos, ¿No?— dijo con cierta duda, desbordado de cariño. 

Pese a su advertencia, el rubio se encogió de hombros, e insistió nuevamente hasta que el policía cedió.

—Guarda con el suero — 

 

Con sumo cuidado, ocupó el espacio en el borde de la cama, notablemente preocupado de hacerle daño de alguna manera. La posición era precaria, pero se acomodó sobre las almohadas. 

Podía ser a causa de la cantidad de fármacos que tenía recorriendo su sistema, pero Santos se permitió a sí mismo disfrutar de la cercanía ajena, recargándose un poco en Javier.

Hace mucho que no se sentía seguro, incluso meses antes de todo el fiasco de Milazzo. Su mente jamás paraba, si no era un recuerdo entonces la posibilidad de que algo saliera mal en un operativo, de que le pasara algo malo a sus escasos seres queridos. 

La tragedia lo perseguía. De ser una solución viable, habría elegido abrazar la soledad. Pero aquello implicaba renunciar a su cordura eventualmente. Había pocas cosas tan terribles como quedarse solo con su mente por largos periodos de tiempo.

Además, los seres humanos son criaturas gregarias, en algún punto no pudo evitar que la costumbre y el medido profesionalismo dieran paso a la afinidad tan particular que todos en el grupo se rehusaban a admitir en voz alta.

Javier era un caso distinto de sus compañeros, pensó mientras se regocijaba con el contacto físico, cosa que era absolutamente extraña en él. Una vez más, culpaba a los químicos que alteraban su consciencia. 

No es que uno u otro fuera más importante, sino que el tipo de cariño que tenía hacia él era distinto. 

De igual manera, integraba el pequeño y selecto círculo de personas a las que apreciaba como a nadie más, y en las que confiaba plenamente. Había logrado atravesar sus defensas sin que se diera cuenta, o llegado algún punto, quisiera detenerlo. 

Cerró los ojos unos segundos, dejándose llevar por la calidez envolvente, permitiéndose disfrutar la seguridad que le proveía. Las preocupaciones seguían ahí, en el fondo de su mente, acalladas sólo momentáneamente. Las caricias suaves en el cabello lo adormecieron. El momento de enfrentar las preocupaciones llegaría después. 

_________

Loyola estaba por ir a buscar agua caliente, como acababa de ofrecerle, para prepararle un té después de lo que parecieron horas. Había traído algunos saquitos de su variedad favorita, lo que le pareció un detalle adorable. 

El médico entró antes de que saliera del dormitorio, y Santos de inmediato se puso alerta. Hubiera preferido que fuera el doctor Dumas, a quien conocían gracias a los múltiples operativos en los que había tenido que participar. Pese a que el hombre debía ser serio con su trabajo, preferiría no tener que lidiar con ningún desconocido en el estado en que se hallaba. 

Javier debió notar la tensión, porque permaneció cerca y le acarició el antebrazo con intención de proveerle alguna clase de confort o distracción. 

 

El profesional se dirigió a él como León Stoffenmacher, el documento perfectamente falsificado descansaba sobre la mesita de luz.

Prestó atención a sus palabras, aunque ligeramente fastidiado por el sutil tono condescendiente que lo inquietaba. Estaba un poco mareado. 

El profesional de la salud en cuestión, le hizo preguntas para que contestara "sí" o "no" con gestos, y de alguna manera se sintió insultado. Hasta podría haberse rehusado a contestar. 

Le habían hecho dos cirugías, una para reparar el daño que habían producido las heridas de arma blanca y otra para sellar los vasos sanguíneos rotos en su hígado a causa de la brutal golpiza. El hematoma hepático tardaría al menos un par de semanas en sanar completamente, y era una de las razones por las que lo retendrían en el sanatorio por algunos días más, sin especificar cuántos. 

Apostaría unos cinco días más, pero estaba adivinando. 

Una vez que terminó de darle toda la información que creyó relevante, el doctor se retiró.

— En un rato van a pasar a dejarle algo de cenar, cualquier cosa que necesiten me avisan —

Aquello no impidió que, por supuesto, Javier le pidiera un poco de agua caliente al personal de enfermería y regresara con la taza humeante, intentando no volcar el contenido. Colocó la taza sobre la mesa de luz para revolver la infusión y ayudarlo a sentarse. 

— Sé que las tazas que no son de porcelana te angustian, pero no creo que hubiera sobrevivido el viaje— 

— Hm — Santos lo miró, entretenido. Aunque Loyola siempre se esforzaba por ser cuidadoso, estaba en su naturaleza que cometiera pequeños desastres. No dudaba que algo frágil como su taza de porcelana favorita hubiera terminado hecha añicos en la mochila gastada. Incluso si Javier hacía su mayor esfuerzo por evitarlo. 

— ¿Vas a poder aguantar? — inquirió, medio en broma, medio en serio. 

—Puedo — carraspeó un poco, y Loyola esperó unos minutos antes de acercarle la taza a los labios. 

 

 

Chapter 7: Ocuparse

Summary:

En cuestiones de resumen del capítulo, no tenemos resumen.

Chapter Text

Parecía una pesadilla. En un inicio, ansiaba creer que se trataba de un sueño espantoso y demasiado vívido, que pronto despertaría para seguir con su rutina de todos los días. 
Sin embargo, era inútil mentirse a sí mismo. Después de dos días en los que la angustia le resultó agobiante, anulándolo, Gabriel decidió que no podía seguir así. No podía dejar a Pablo solo con todo.
Lo que había pasado, había pasado, ahora era el momento de hacerse cargo y contener a los suyos. Aunque Lamponne insistía en que Betún tenía comida para varios días y que salía solo a pasear cuando lo deseaba, insistió en que el perro al que su amigo trataba como a un hijo se quedara en su casa mientras él estaba en el sanatorio. Quería creer que eso al menos lo dejaba tranquilo. 
El día anterior, finalmente habían logrado convencer al encargado de técnica y movilidad que volviera a su casa a descansar un poco, él y Loyola lo suplirían.

Saludó a Viole y le entregó la bolsita con regalos que había traído para ella. No era mucho, pero algunos cambios de ropa, una vianda con comida y un frasquito con café instantáneo del bueno, sin demasiados agregados. 
Gracias a la evolución favorable de sus lesiones, lo suficiente como para sacarlo de terapia intensiva, a Ravenna lo habían movido a una habitación privada.

Al principio, no se animó a sentarse o a mirar a su amigo directamente, en cambio se paseó por los elementos desperdigados por la sala. Una mesa de luz con algunas pertenencias, algunos papelitos apilados y un vaso con flores. 
El piso estaba limpio, absolutamente pulcro. Las paredes no llegaban a ser blancas del todo, sino más bien un gris neutro.

El ruido de los monitores era inquietante y en cierta forma reconfortante también. Al menos su compañero ya estaba respirando sin ayuda del ventilador, lo que era bastante, y su ritmo cardíaco era estable y pausado. 

Finalmente ocupó la silla con almohadones y respiró profundo, intentando relajarse. Para sus adentros, rogó que todo saliera bien. La recuperación, hubiera secuelas o no, sería larga y tediosa conociendo lo hiperactivo que era Emilio. Esperaba que no las hubiera, pero la posibilidad estaba ahí y no podrían saber nada más hasta que despertara. Si continuaba mejorando, pronto podrían sacarle la sedación. 

Se quedó por algunas horas, dialogando por lo bajo con la esperanza de que sirviera de algo. Mercedes le hizo saber de su presencia al tocar la puerta, sobresaltándalo un poquito
Ya era de noche, quizá cerca de las doce, por lo que se despidió y se encaminó a la otra habitación, que no estaba muy lejos. Por mensaje, le avisó a Javier que lo relevaría, dado que tenía que volver a Campana a buscar algunas cosas. 

Desde afuera, escuchó voces y dudó un instante en entrar. Al empujar la puerta, alcanzó a ver a Loyola despidiéndose de su compañero con un beso en la frente y sintió como si estuviera irrumpiendo en un momento muy íntimo. A juzgar por el lenguaje corporal relajado de Mario, estaba en lo cierto. 

Al notar su presencia, el policía se mostró un poco avergonzado, mientras que su contraparte apenas se inmutó. Aunque le hubiera gustado saber más, decidió que al menos por el momento no era su asunto para meterse. Saludó al colaborador, pero lo libró del interrogatorio.

Era la primera vez que veía a Santos despierto desde el inicio del fiasco, casi una semana antes, y la emoción amenazaba por desbordarlo. Porque de la misma manera que sus compañeros, lo terrible de la situación y la incertidumbre lo habían agobiado bastante. 
Al final, le fue imposible reprimir el impulso de abrazarlo con cuidado. A diferencia de sus escasos intentos previos, el rubio no se tensó o sobresaltó. 

— Nos tenías preocupados — las palmadas suaves en su espalda y un murmullo afirmativo fueron su respuesta. Todavía temblando un poco, quizá influenciado por las escasas horas de sueño, se separó. 

— ¿Querés que baje un poco las luces? Así descansas tranquilo — ofreció al notar que cerraba los ojos por algunos minutos y volvía a abrirlos, como peleando contra el sueño. 
Santos asintió, y siguió sus movimientos con la vista cuando se levantó para regular las luces. Eso era bueno, que estuviera alerta. Iba a preguntarle si necesitaba algo más cuando le señaló la botella de agua mineral que estaba sobre la mesita al lado de la cama. 
Entendió el mensaje al instante, y sirvió agua en la taza de plástico antes de acercársela para que bebiera. 
— ¿Ya comiste algo? — otra afirmación. Acomodó las sábanas mejor, inquieto. La preocupación aun no lo abandonaba, porque era extraño que el estratega del grupo pareciera tan frágil. Hacía que todas las alarmas saltaran en su cabeza, al igual que ver a Ravenna tan quieto.
Simplemente no estaba bien. Ravenna, inquieto e hiperactivo por naturaleza, tendido en una cama esperando despertar. Santos, que simulaba a diario la apariencia de alguien inquebrantable y fuerte, lo miraba cansado desde su sitio en la cama. Las sábanas de hospital, blancas y limpias, parecían tragarlo.

Su actitud debió ser fácil de leer, porque un instante más tarde Santos le tocó el brazo. El gesto, un tanto torpe al tratarse de su mano no hábil, le resultó más significativo de lo que debería. Quizá una forma de asegurarle que iba a estar bien. La sensibilidad de la que tanto protestaba Pablo se hizo presente sin que pudiera evitarlo. 
Mario le sonrió muy sutilmente, medio dormido. Quizá aquella era su propia manera de brindarle calma.

Pensó, como nota o detalle, que debería pedirle a alguien de enfermería que cambiara el suero de lugar, para que su amigo tuviera más libertad.
Decidió que no importaba cuánto tiempo tardara Ravenna en despertar, ni las posibles secuelas de la lesión en la cabeza, o cuán frágil y quieto estaba Santos, porque iba a cuidar bien de ellos. Eran su familia, después de todo. 

____________________


Se levantó temprano aquella mañana, el bolso con ropa y algunas pertenencias lo había dejado preparado la noche anterior. Medina le había ofrecido un espacio para quedarse en su casa por lo que quedaba de la semana para ahorrarle el viaje, dado que debido a la situación extraordinaria y su momentánea desocupación, pasaba más tiempo en la capital últimamente. 

Lamponne fue el que se encargó de buscarlo y acercarlo hasta ahí, también quien le entregó las llaves. Algo intimidado y sorprendido por la confianza que le demostraban, se prometió que sería responsable y le haría justicia.
Apenas pasó del portón, se sintió un intruso, y eso que no iría a casa del ex periodista hasta la noche.
Las memorias de lo sucedido apenas días atrás resurgieron, favorecidas por el silencio sepulcral que acompañó su entrada. Últimamente, antes de todo el fiasco, sus visitas a la residencia del planificador se habían vuelto más usuales. Siempre que tocaba el timbre, cuando Santos lo invitaba a pasar, se podía escuchar de fondo la música clásica que éste tanto adoraba.

Por dentro, la casa estaba hecha un desastre. Con cada paso que dio para avanzar hasta que recordó dónde estaba la luz, algo crujía bajo sus zapatos. Se reprendió internamente, apenas había entrado y ya estaba hiperalerta, al borde de un colapso emocional leve. Inhaló profundo, antes de encender las luces y abrir las ventanas con la esperanza de que el ambiente se tornara menos sofocante. 

Por un instante, el caos le recordó al momento en que debió seguir el rastro de destrucción y sangre, que todavía estaba ahí. Se pasó una mano por el cabello, y decidió armar un plan muy escueto en su cabeza, para ordenar el lío que se tragaba todo el espacio. Primero retirar los muebles rotos y pertenencias tiradas en el piso, barrer los vidrios pues la mayor parte estaba insalvable. Le dio un poco de lástima el ver los adornos hechos añicos, y algunos libros antiguos destartalados. Esperaba al menos poder salvar los últimos, quizá contactarse con algún erudito en la materia que pudiera restaurarlo. 

Se puso en campaña,  teniendo en cuenta que el pasillo y el estudio también debían ser limpiados, sino probablemente la casa en su totalidad. Iba a ser un día extenso, mas no sé arrepentía de haberse ofrecido para aquella labor. Si se quedaba en casa, probablemente enloquecería de aburrimiento y tal vez impotencia de no poder hacer más por Mario. 

Separó lo salvable de lo inservible antes de empezar a barrer. Era bueno para su psiquis y su espíritu tener algo en qué ocuparse, incluso si implicaba enfrentarse a los fantasmas del evento de hace una semana. 
Tarareó una canción que había escuchado en la radio el día anterior y se arremangó la camisa antes de seguir por el pasillo y el estudio. 

Mientras se detenía a separar algunas cosas de entre los restos desperdigados sobre el parquet, notó el portarretratos en el suelo. En casa de Santos sólo había uno, al menos fuera del dormitorio.
Las emociones turbulentas volvieron a influir en él, llenándole el pecho de aprehensión y borrando el positivismo que había logrado escarbar dentro de sí mismo. 
El estudio era donde más sangre derramada había, y probablemente el sitio en que Milazzo finalmente había logrado acorralar al estratega. Ojalá hubiera podido llegar antes. 

Se agachó para tomar el portarretratos roto, el vidrio estaba partido y el marco golpeado. Torció los labios en un gesto de angustia. Por suerte la foto estaba intacta, aunque pensó que debería conseguir un retrato nuevo que le hiciera justicia. 
Sabía que era sumamente importante para Mario, un recuerdo que atesoraba y cuidaba con amor. Como si se tratare de algo sagrado, sacó con delicadeza el papel fotográfico y lo colocó sobre el escritorio ya limpio. 

Victoria. Una mujer hermosa e inteligente, por lo que enunciaban los pocos testimonios que circulaban dentro del grupo de justicia paralela. Pese a que no había llegado a conocerla, sentía cierta afinidad para con ella, le hubiera gustado poder hacerlo. Seguro tenía buenas historias para contar, y de acuerdo a las pocas veces que era mencionada en alguna conversación, era fantástica relatando y actuando, entre muchas otras virtudes. Lamponne le había contado un poco, siempre en ausencia de Santos, porque la pérdida aún le dolía al estratega.
La había amado como a nadie, eso lo sabía sin necesidad de mucha evidencia y en ocasiones Loyola se sentía indigno de ser amado por alguien como Mario Santos. Porque podía parecer calculador y distante, pero en el amor entregaba todo de sí, se permitía ser vulnerable con muy pocas personas, y bajaba la barrera que protegía sus emociones del resto del mundo para entregar su corazón. 
Era muchísimo, y no tenía duda de que el duelo extenso tras la muerte de su esposa había sido un intento de subir esa barrera, sellar la fortaleza alrededor de sí.

El rubio la había mencionado, pero sólo en cortas ocasiones y esforzándose por prevenir que su voz se quebrara. Aquello había sido de las mayores formas de confianza que le había demostrado. Javier intentaba reciprocar dicha confianza, aunque a veces pensaba que sus actos de amor podían quedarse cortos respecto a los de Mario, o quizá ponerlo incómodo. 

— Vos y yo no llegamos a conocernos, pero me hubiera gustado mucho— miró la foto, pensando en que aunque Santos estuviera enamorado de otra persona, hubiera sido interesante conocerla. Conocer a Santos en aquel entonces. ¿Sería más feliz de lo que era ahora? Quizá, con la cantidad de golpes que la vida le había pegado, su pobre estratega empezaba a apagarse — por favor, donde sea que estés, cuidalo ¿Si? Yo voy a tratar desde acá, te prometo que voy a hacer lo mismo —

_______

Ya había anochecido cuando Medina tocó el timbre de la casa, habiéndose despedido de Santos no mucho tiempo atrás. 

Loyola le abrió la puerta, y una vez más el ex periodista no pudo evitar que sus instintos de amigo cuida se activaran. 

— Ya junto mis cosas, perdoná. Pensé que iba a tener todo listo para ahora— Javier tenía la ropa un poco sucia, gasas y curitas en las manos, y el pelo duro por el polvo removido.

— Vos tranquilo, no hay apuro— lo siguió hasta la cocina, de donde sacó dos vasos y una botella de agua mineral de la heladera —¿Necesitás que ayude con algo?—

—No, no. Creo que nomás queda pulir el piso, ya está encerado. Me costó un poquito limpiar, pero me parece que está bastante decente — parecía un poco nervioso por el hecho de no haber completado su objetivo de ese día. Aunque para Gabriel era mucho más de lo que una sola persona podía hacer en una jornada después del desastre que había dejado el atacante a su paso. 

— Te puedo ayudar mañana, no creo que le den el alta a Santos hoy mismo — 
—¿Le pasó algo?— algo más, por supuesto— quedé en llamarlo hoy pero creo que perdí un poco la noción del tiempo — 
— No, nada. Estuvo un poco adolorido hoy, le hicieron más estudios de control— aquello los había preocupado un poco. Pero según los profesionales, era normal — todavía no le pueden dar el alta, pero tampoco está peor— 

Lo mismo que les habían dicho antes. Era importante que continuara bajo supervisión médica hasta estar seguros de que no habría mayores complicaciones. 

Loyola asintió, tomando un poco de agua y mirando por la ventana de la cocina, taciturno. Si Medina tenía que adivinar, el policía había pasado la mayor parte del día abstraído en la labor autoimpuesta, limpiar la casa, para no pensar en otra cosa. 

—¿Comiste algo? — inquirió, para sacarse la duda. 
— Eh… — sí, al menos Javier creía que sí. En algún momento de la tarde se sintió mareado y recurrió a una barrita de proteína que tenía en el bolso, y vació una de las botellas de agua mineral sin sodio que Mario siempre tenía en la heladera. Eso contaba como comer — sí, algo — volvió a quedarse callado por unos minutos. 

— Tengo que ir a verlo — se incorporó repentinamente —¿ Me podés llevar?—
— No creo que sea lo mejor ahora. Son las once, ya no nos van a dejar pasar— si bien a veces podían convencer al guardia, o quedarse pasado el horario de visitas, era más difícil que les permitieran la entrada — además, no te ves muy bien — estaba medio pálido. 
— Puedo tirar un rato más — parecía convencido de ello. Gabriel estaba pensando en calcular cuántos minutos tardaba en desmayarse si seguía insistiendo, o dormirse en el auto si es que lo convencía.
— Hagamos esto — era igual de obstinado que Pablo, leal hasta la muerte y un poquito cabeza dura — vamos a casa, comés algo, te das una ducha y tratas de descansar. Mañana temprano vamos a ver a Mario así te quedas más tranquilo —

Para fortuna de ambos, fue convincente o le agotamiento por fin le estaba pasando factura a Loyola, que con cierta resignación aceptó. 

Chapter 8: Mil demonios

Notes:

No saben lo que me costó sacar este cap, espero que no esté muy desastroso ªªª
Gracias por leer <3

Chapter Text

Mario Santos estaba con un humor de mil demonios. Tranquilamente podría tratarse de un chiste mal elaborado esperando su remate. 

Lamponne podía dar crédito de ello, aquel día en particular el susodicho era más difícil de tratar de lo usual. 

Al principio lo asoció con los posibles síntomas de abstinencia de nicotina que su amigo debía estar experimentando, dado que habían pasado varios días desde que había fumado por última vez, y a que estaba un poco más despierto como para poder experimentarlos. 

También, la noche anterior habían venido a interrogarlo por detalles sobre el ataque, que poco hizo por darle calma. Había notado los mal disimulados gestos de nerviosismo quebrando poco a poco la máscara de indiferencia. Santos apenas había dormido, quizá incluso menos que él. A mitad de la noche, Lamponne se despertó como estaba haciéndose costumbre, notó que el rubio miraba el techo, abstraído. Cuando volvió del baño, el otro fingía dormir, demasiado tenso como para evitar que se notara. 

Últimamente dormía poco y renegaba mucho. 

 

Diría que empezaba a preocuparle, pero la verdad era que la preocupación no lo abandonaba desde que recibió la llamada de Loyola avisando que algo malo sucedía. Sólo fluctuaba conforme a las situaciones que se presentaban. En aquel preciso momento, implicaba un componente de exasperación. 

 

— ¿Seguro de que no querés nada? — el estratega tampoco estaba comiendo bien, del almuerzo quedaba más de la mitad. Santos bebió un poco de agua antes de contestarle, con la voz gastada. 

— Mis cigarros — 

— Ya hablamos de eso, está fuera de discusión— a veces, no podía evitar pensar que las actitudes de su compañero se asemejaban a las de un nene caprichoso — lo máximo que puedo hacer, y eso si me dejan los médicos, es conseguirte parches de nicotina o comprimidos—

Mario refunfuñó por lo bajo, torciendo los labios con asco y cierta desilusión.

 

— Ayudame a levantarme — después de un rato de silencio extenso, habló nuevamente. Todos sabían, sobre todo Pablo, que era cuestión de tiempo para que su compañero empezara a sufrir por estar atrapado tantos días en un solo espacio. Particularmente en los periodos que le bajaban la medicación para ver cómo lidiaba con el dolor y cuidar de no sobreexigir su hígado. Hasta ahora iba bien, algo así. 

 

Prevenido, Lamponne ya había consultado con una enfermera y con el personal médico. Siempre que tuviera cuidado era bueno que se levantara a dar algunos pasos por la habitación espaciosa, para prevenir que sufriera mucha pérdida de masa muscular o alguna afección circulatoria por estar acostado por mucho tiempo. 

 

De igual forma, era necesario que se lo tomara con calma tanto por los puntos de sutura en su cuerpo como el daño interno que tardaría algunas semanas en sanar del todo. Eso último era una de sus mayores preocupaciones, y la razón por la que todavía no le daban en alta. 

Si el hematoma en su hígado se rompía y provocaba sangrado interno, era mejor que estuviera en el sanatorio. Podía suceder como no.

De momento, el suero suponía otra complicación para moverse, porque Santos no admitiría que el área donde su piel tiraba cada vez que respiraba le dolía, y quizá la inactividad reciente.

 

Lo acompañó hasta el baño porque el rubio se cansó de protestar sobre lo incómodo que era depender de una sonda. Después, el susodicho prefirió detenerse a mirar por la ventana que daba a la calle aunque mucho que admirar no había. Permaneció cerca, y con una silla a su alcance. 

 

Los largos silencios empezaban a inquietarlo de sobremanera, le preocupaban tanto como las quejas interminables porque eran indicio de que algo pasaba, algo perturbaba al estratega. Al mismo tiempo, era imposible saber qué clase de pensamientos, qué exactamente pasaba por la mente de su compañero.

 

Después de un rato, se atrevió a preguntar. 

 

—¿Qué pasa?— preguntó, cansado de tanta incertidumbre y aparente ley del hielo— estás… algo te sucede, Santos. Necesito que me digas qué, porque adivino no soy y el que hace las investigaciones es Medina. Dale, quiero ayudar pero no puedo si no hablás— 

 

— Es un poco hipócrita que me pidas eso cuando sos vos el que está reteniendo información, Lamponne— las palabras le salieron con más veneno del que pretendía.

Santos estaba demasiado cansado como para fingir que nada le afectaba. Su cuerpo estaba sintiendo los efectos de no haber fumado en casi una semana, lo que se traducía en cierto nerviosismo involuntario. Que a su vez se acumulaba con estrés que venía acumulando incluso desde antes del incidente y el malestar general que lo atravesaba. 

 

Su mente inquieta, ya un poco más alerta pero frenética no dejaba de encontrar detalles y cosas que no estaban bien a cada segundo.

Hace tres días que la sensación extraña se había apoderado de él y no lo soltaba, nada tenía que ver con la falta de nicotina en su sistema. Capaz que un cigarrillo lo calmaría un poco, nada más. 

 

En los primeros días de internación, de los que recordaba muy poco ya sabía, sentía que algo estaba fuera de lugar, y no la sangre que había perdido o lo torpe de sus propios pensamientos. Se trataba de algo más importante, como si en el universo, en el gran orden de las cosas algo hubiera sido movido y sólo él se diera cuenta. O peor, que los demás lo supieran pero no se atrevían a tratar el tema con él.

 

Ya menos disperso, pudo identificar a qué se debía el mal presentimiento, cuál era la única constante que faltaba. 

En el tiempo que llevaba hospitalizado había uno de sus compañeros a quien no había visto ni una sola vez. La ausencia repentina lo angustió tanto como el hecho de que nadie lo mencionara. Algo pasaba, tenía que haber una razón por la que Emilio no estaba allí. 

 

Por supuesto, su cabeza incansable no hizo otra cosa que buscar patrones de posibilidades para encontrar una respuesta.

 

—¿Qué?— la pregunta lo había tomado por sorpresa, o quizá el tono en que lo dijo. 

 

— ¿Qué pasó con Ravenna? No soy estúpido, sé que hay algo que no quieren decirme. Llevo cuatro días consciente y ni siquiera lo nombran— estaba molesto y un poco dolido por la actitud de sus colegas. En una situación convencional no lo afectaría, aunque no quería admitirlo Santos estaba mucho más vulnerable de lo que le gustaría — tengo que saber. O como mínimo dejen de hacer como si no hubiera existido o voy a terminar de perder la cordura — le espetó, ya un poco desesperado.

 

— Santos, no te dijimos porque… mirá, es una situación complicada—

 

— ¿Qué?— tenía dos grandes grupos de posibilidades. Uno, que Ravenna se hubiera enojado a causa de los desastres desencadenados por su irresponsabilidad a la hora de crear el plan, y el que su integridad se hubiera justo amenazada, y decidido abrirse del grupo sin siquiera unas palabras de despedida. Sin Ravenna, o sin cualquiera de ellos no había grupo ni simulacros. 

La otra opción, igual de terrible, que Emilio estuviera muerto y nadie se atreviera a decírselo. 

Estaba asustado, ya había pasado por una pérdida repentina y por el dolor de no poder decir adiós como era debido. Más de una pérdida, pero mejor no pensar en todas o colapsaría sobre sí mismo. 

En aquel entonces, había sido terrible y jamás dejaría de serlo. Todo escapaba de su control, igual que ahora. Durante el accidente había fallado en proteger a Victoria del impacto, o en ayudarla a salir del desastre. Los dos habían quedado atrapados por el vagón colapsado, o al menos eso decían los recuerdos residuales que prefería evitar a toda costa, y las cicatrices que seguían en su piel. 

Sus propias heridas no habían sido tan extensivas como las de su esposa, pero suficientemente graves como para que perdiera la consciencia después de minutos forcejeando para liberarse e intentar encontrar voz para asegurarle a ella que todo estaría bien, que con un plan los sacaría de ahí. 

Nunca se recuperó del todo de las heridas emocionales, el que no soportara la mención de su propio nombre de nacimiento era un claro indicador. Francisco de Aguirre, o al menos una gran parte de él, murió el mismo día que Victoria Lindt. 

 

Pero en momentos así se sentía más como el pobre y dolido Francisco que como el audaz Mario Santos. 

 

Le aterrorizaba no poder ver de nuevo a su compañero, más que en fotos. Si Ravenna ya no estaba, si Milazzo había cumplido su cometido… 

Lo peor era que definitivamente era su culpa. Él debería haber estado un paso adelante de todos, haber creado un plan de contingencia o una manera de saber si Milazzo había descubierto su treta o no. 

 

— ¿Santos? Escuchame, dale — la voz de su amigo de años lo sacó de la espiral descendente en que se estaban convirtiendo sus pensamientos — Ravenna está vivo, ¿Si? Va a estar bien, ya se está recuperando — 

 

—¿El diagnóstico? — tenía miles de preguntas formulándose al mismo tiempo. ¿Cuándo lo había atacado Milazzo? ¿Cómo se habían enterado? ¿Cuánto tiempo tardaron en llegar los equipos de emergencia?— ¿Diagnóstico?—

 

— Llegó medio complicado, con una fractura en la cabeza. No te queríamos decir porque ya tenés suficiente con todo esto— le tocó el hombro suavemente, a modo de consuelo, o quizá buscando apaciguarlo. Lo ignoró, no quería lástima, quería respuestas.

 

—¿Tiempo de recuperación?—

 

— No sabemos. Hay que esperar, lo sacaron del coma inducido pero todavía no reacciona— le habían hecho una cirugía para reparar el daño de la fractura, pero no había sido necesaria una segunda para liberar presión intracraneal, que fue una de sus mayores angustias en un momento. 

 

Santos asintió, pensativo. Ante cualquiera de las dos posibilidades que lo habían estado atormentando, sabía que la culpa amenazaba con devorarlo. Al menos había esperanza, pero una vez más todo escapaba de su control. Era lo mismo, sus acciones habían desencadenado estos sucesos. 

Debería haber sido más audaz con el plan, evitar exponer tanto al actor. Todos sus compañeros eran importantes, indispensables no sólo para su organización, sino a nivel personal. Les tenía afecto como amigos, quizá hasta como su familia dado que de sus consanguíneos no quedaba nadie. 

 

— Pensé que podía estar enojado conmigo— fue lo único que atinó a decir. 

 

— Nah, es medio dramático pero no te haría eso. Los médicos dicen que tiene buen pronóstico, se va poner bien — intentó aligerar el ambiente, palmeándole el hombro con más delicadeza de lo usual — los dos van a estar bien, confiá—

 

Las noticias no lo dejaron más tranquilo en lo absoluto, pese a que era una interrogante menos con la que perder sueño. Su mayor inconveniente era que no tenía el poder de solucionar nada, sólo quedaba mantener la esperanza y Santos no sabía si tenía la templanza suficiente para hacerlo. 

Aquella jornada prometía ser monótona, la molestia e hinchazón en su abdomen empezaban a causarle molestias. Después de varias horas, con Lamponne preocupado dando vueltas cerca de él y tratando de que se abriera un poco, terminó pidiendo más analgésicos. El dolor no era insoportable, pero sí peor de lo que debería ser. Aquello generó suficiente alarma como para que le pidieran controles de rutina necesarios. 

 

Ojalá le dieran el alta pronto, iba a volverse loco. Incluso si el encargado de técnica y movilidad se esforzaba por entretenerlo y contenerlo emocionalmente. 

Chapter 9: Santo remedio

Notes:

Esto iba a ser todo parte del capítulo ocho pero se extendió bastante ª
Espero les guste 🙂

Chapter Text

Era cerca de media mañana si no se equivocaba, cuando la monotonía que lo rodeaba fue quebrada por un par de golpecitos en el marco de la puerta y un rostro conocido asomándose. Lamponne, que estaba medio dormido porque ninguno de los dos había podido pegar un ojo en toda la noche, se levantó un poco sobresaltado. Por suerte para su espalda contracturada, la tensión se disipó un poco al reconocer a los recién llegados. 

Medina los saludó a ambos con entusiasmo, mientras que Javier se mostró un tanto más tímido. Después del corto recibimiento el investigador le propuso a su otro compañero ir por un café. Aquello pudo o no hacérsele un tanto sospechoso, pero Lamponne merecía un rato de distensión con todo el estrés que tenía encima. Él también, por supuesto. 

Con cierto interés, notó que el recién llegado traía consigo la misma mochila que en las anteriores visitas, un poco más cargada. Quizá se trataba de una muda de ropa adicional, pero eso estaba en las bolsas que Gabriel había dejado al lado de la silla antes de retirarse. 

 

— Te traje algo— anunció Javier mientras una sonrisa iluminaba sus facciones. 

Inevitablemente se vio invadido por la curiosidad, se sentó un poco más erguido para prestarle atención. 

— Fui a tu casa a… a buscar unas cosas. Pensé eh, que capaz estabas aburrido — conociendo a Mario, ansiaba salir de allí y volver al trabajo, o a sus actividades habituales. También debía estar estresado, por supuesto. 

Le entregó los libros con una sonrisa nerviosa, y a Santos lo recorrió una corriente de euforia que opacó todas las inquietudes que guardaba en su interior. 

Era un gesto simple, pero de sintió invaluable. Reconoció los dos títulos de inmediato, y en cuanto los tuvo en sus manos, repasó los detalles de las tapas con devoción mal disimulada.

 

— Puedo traerte otros después, si no… —

— Vení— preocupado, Javier se acercó a él. En cuanto lo tuvo a su alcance se estiró para tomarle el rostro y unir sus labios en un arranque de emoción poco común, tomando por sorpresa al policía. Quizá después culparía a los fármacos que tenía en sangre, probablemente algún derivado de la morfina, por su efusividad— son perfectos, gracias Javier— murmuró todavía contra sus labios, con los dedos enredados en el cabello suave. Aquello pareció animar al oficial a besarlo otra vez. 

Dudaba que el otro fuera realmente consciente del peso que tenían aquellos objetos para él, o del apego emocional, pero el que hubiera elegido aquellos títulos decía bastante. Aún sin saber todo de él, Javier lo conocía mejor de lo que cualquiera podría esperar.

 

— ¿Cómo te sentís?— Mario se movió un poco para hacerle espacio en el colchón, invitándolo a sentarse — Medina dice que no estuviste muy bien ayer — gracias a Lamponne, que lo hacía las veces de informante y necesitaba quejarse de su colega — con… bueno, todo — pensaba que el guardarse la información sobre Ravenna fue una decisión poco inteligente tomada en grupo. 

— Mucho mejor ahora que te tengo acá— por dios, ¿Tan reblandecido lo ponía la sola presencia de Javier? Quizá en efecto era la medicación para el dolor, pero el amor que le tenía tampoco era fingido en lo absoluto. Y a Santos el amor lo ponía estúpido.

— Medina dice que Lamponne es buen compañero igual, al menos en estas situaciones—

— Pero no es vos, y está bastante estresado. Aunque entre él, Ravenna y Medina es el que mejor aguanta mis… uh, mis caprichos en este tipo de situaciones—

— ¿Este tipo de situaciones? No me digas que ya pasó antes algo así— Javier lo miró con los ojos muy abiertos —¡Mario!—

— Así, no. Pero una vez intentaron extorsionarnos para sacar a alguien de la cárcel — la mirada intensa lo obligó a seguir — y me secuestraron para convencer al resto del grupo—

— Santos—

— Es una buena anécdota, te juro. No me pasó nada, pero mejor te la cuento otro día— Javier se veía agobiado, lo notó apenas el oficial puso un pie en el dormitorio. Las ojeras eran un poco más pronunciadas de lo que deberían — ¿Cómo estás?— retrucó la pregunta, con las manos sobre las de su novio.

Supuso que aquel era el término correcto, dado que llevaban algunos meses saliendo y el compromiso de ambos para con el otro empezaba a afianzarse.

 

 — ¿Qué te pasó?— inquirió, refiriéndose a los variados vendajes repartidos en sus manos. 

— Me lastimé con unos vidrios, no te preocupes. Es una cosita de nada — ya había sido bastante preocupación cuando el rubio notó los raspones y moretones resultantes del forcejeo con Milazzo — fui a limpiar un poco a tu casa, espero que no te moleste — después de todo, no le había pedido permiso. 

No esperaba la micro expresión de sorpresa, parte de los gestos que estaba aprendiendo a leer. 

— Quería acomodar un poco, también te traje unas camisas — y camisetas de dormir, porque aunque se quejara, también le resultaban cómodas.

— No deberías haberte molestado— musitó Santos con una sonrisa — pero gracias—

 

Volvió su vista hacia los libros que tenía en sus manos e instintivamente buscó una página en específico del libro de hojas amarillentas. Le tenía un apego extraño a la única obra literaria que su padre había logrado publicar. El libro era como una reliquia, pese al desgaste y la baja calidad de impresión. A veces se preguntaba qué hubiera pasado si hubiera tenido un poco más de éxito, o conseguido saldar las deudas a tiempo. Ojalá Marcos de Aguirre hubiera encontrado otra solución, otra salida. 

Conocía el texto prácticamente de memoria, pero las letras se veían desdibujadas y borrosas, el tamaño pequeño de la impresión ayudaba poco a su pobre visión. Entrecerró los ojos, intentando concentrarse lo suficiente para leer. 

 

— ¿Querés que te traiga los anteojos? — 

— Se rompieron — iba a extrañar sus anteojos ovalados, durante el enfrentamiento o más bien ataque hacia su persona habían pasado a la historia. Lamponne había olvidado pedir otros con la misma graduación a un ex cliente que tenía una óptica. Se lo recordaría más tarde, para que aunque sea enviara a Gaona. Gracias a la miopía y el posible astigmatismo, se estaba volviendo un poco más dependiente de los anteojos de lo que le gustaría. 

— Ah — 

— No te preocupes — 

— Podría, digo si querés, puedo leerte. Vas a tener que tenerme paciencia, nunca había leído este —

— Me encantaría, tengo ganas de escucharte hoy — sonrió, y un instante después Javier se acomodó mejor junto a él sin necesidad de insistirle. Se recargó un poco en él mientras el oficial le pasaba una mano por la espalda.

Loyola empezó a leer, esforzándose por no tartamudear y mantener su voz clara, firme. Aunque no era perfecto, Santos no podía estar más encantado de escuchar la narración suave. 

______

 

— Así que… ya sabés lo de Ravenna… — mencionó el colaborador después de la segunda pausa en su lectura — perdoname por no decirte — 

— Al menos Lamponne por fin me lo dijo, la incertidumbre iba a volverme loco — 

— ¿Cómo estás con eso? — Santos no se había relajado totalmente, pero pareció evitar la pregunta por unos minutos, concentrado en la mano de su acompañante que mantenía entre las suyas. Quien sopesó agregar que no era necesario darle toda la explicación. 

— No sé… — otro silencio largo, incómodo — no estoy bien, todo lo que pasó es mi culpa. Ravenna y vos quedaron en el medio de todo esto, Lamponne y Medina podrían haber sido heridos de no haber estado en un lugar público— antes de que pudiera abrir la boca para intentar consolarlo, Mario lo interrumpió — y no te atrevás a decir que no fue mi culpa — estaba enojado consigo mismo. También lo estaría con Javier si éste empezaba a intentar justificarlo para hacerlo sentir mejor. 

— Pero — 

— Ahora no, por lo menos — 

— Bueno — murmuró el otro, un poco frustrado, apoyando la cabeza contra su hombro.

 

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Después de una muy necesitada charla de café y noticias por parte del ex periodista, que cuidaba bien de Betún y de Loyola en su ausencia, regresó al cuarto a juntar sus cosas y despedirse antes de regresar a casa de Gabriel. Necesitaba descansar, tener un poco de paz y ver a Betún para recuperarse un poco del desgaste emocional y mental. Su compañero más sensible insistía en que Loyola cuidaría bien de Santos, y aunque tenía sus dudas, decidió darle la razón para no discutir demasiado. 

Sin embargo, cuando se disponía a entrar, notó que ninguno de los dos ocupantes se percató de su presencia, enfrascados en una conversación en murmullos. El policía con sus brazos alrededor del planificador, ocasionalmente besándole el rostro con amabilidad inmensa. Santos, lejos de protestar o alejarse como lo esperaría después de la animosidad que venía arrastrando, respondía positivamente a los mimos, despojado de la tensión e inclinándose en el tacto gentil. Dócil como jamás lo había visto, como si la presencia del oficial fuera una cura para su mal humor. Santo remedio.

Sintiendo o peor, sabiendo que irrumpía en un momento tremendamente íntimo, se retiró sin levantar sus cosas, cerrando la puerta suavemente. 

Se fue con una interrogante medianamente resuelta y mil nuevas para las que no tenía explicación. De camino a casa le preguntaría a Medina, siendo el encargado de investigación algo tenía que saber. Gabriel siempre sabía cosas que los otros no, al mismo tiempo era asombroso guardando secretos.

Pronto, en un futuro no muy lejano, tendría una conversación privada con Loyola para dejarle en claro algunas cosas, cuando la crisis hubiera pasado. Si el desgraciado le rompía el corazón a su amigo, lo mínimo que haría Lamponne sería romperle las piernas. 

 

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Hacía la vigilia en plena tarde noche, poco después de que el personal del sanatorio entró a cambiarle los vendajes a Mario y regular su medicación.

Él le había permitido quedarse no sin cierta reticencia, porque era bien sabido que no le agradaba en lo más mínimo verse en situaciones de vulnerabilidad. Javier hizo su mayor esfuerzo de brindarle apoyo silencioso durante el proceso rápido pero incómodo. También le habían llevado al frugal cena, de la cual el paciente había refunfuñado por lo bajo. Odiaba la comida insulsa de hospital, donde cada caloría estaba contada y no podía agregarle sal a nada. 

Ahora el estratega dormía, exhausto por el insomnio de la noche anterior y lo extenuante de intentar mantener la fachada imperturbable mientras lo curaban. Había tardado más de media hora en conciliar el sueño, quizá un poco más incluso. 

Sabía muy bien lo desordenado que podía llegar a ser el rubio en ese aspecto, si no era atormentado por la falta de sueño entonces eran los terrores nocturnos los que lo aquejaban. 

Terminó el café más quemado que cargado, y medio paquete de galletas dulces que había comprado afuera. Después de limpiarse las manos y pensarlo por varios minutos, agarró el más pequeño de los dos libros que había llevado, y tratándolo con la misma delicadeza que a un objeto sacro, empezó a leer “El Mentiroso de la Montaña” desde donde lo había dejado. 

A medida que la lectura avanzaba, supo que había verdades y cosas en aquel libro que Mario tal vez algún día terminaría de contarle, o eso esperaba. Poco a poco había logrado picar la barrera con la que el planificador mantenía al resto del mundo alejado, no era un suceso instantáneo. No era descabellado que Mario tuviera sus secretos, y el día que decidiera compartirlos sería su propia elección y términos. Loyola podía esperarlo el tiempo que fuera necesario.

Ya iba por la mitad del libro cuando notó que el estratega murmuraba en sueños. Sus manos y sus párpados temblaban ocasionalmente. Tomó todo aquello como señal de alarma, gracias a alguna que otra experiencia anterior. 

Santos no se movía demasiado, no se retorcía ni gritaba cuando tenía pesadillas, era aterrador. 

Se levantó de la silla y dejó el libro en la mesa de luz para acercarse a la cama. El rostro que cualquiera descartaría como inexpresivo le parecía compungido, los murmullos inteligibles tampoco parecían una buena señal.

 

— Mario — lo llamó suavemente, sin sacudirlo para evitar sobresaltarlo. Le acarició el cabello y el rostro, hablándole hasta que abrió los dos ojos. Lo asistió para sentarse despacio, pese a que el otro evitaba mirarlo a la cara. Las lágrimas silenciosas brotaban de sus ojos — tranquilo, acá estoy— el rubio le agarró las manos, con la vista fija en los vendajes y cortes desparramados en su piel, delineándolos suavemente para luego extenderse hacia su antebrazo dotado de raspones desvanecidos y pequeñas costras. 

—Es mi culpa— enunció con voz quebrada— todo es culpa mía—

Su corazón se rompió y poquito, le dolía verlo tan afectado. 

— No. A ver, mirame — le levantó el rostro gentilmente, sentándose en el borde de la cama — nada de eso. Escuchame bien, Mario Santos. Vos no podías anticiparte a lo que pasó, ni saber que Milazzo haría lo que hizo — le limpió las lágrimas, su mano izquierda todavía enlazada con las de él— dejá de castigarte, por favor. No sos omnipresente ni sobrehumano — 

— Debería… — inhaló temblorosamente— Ravenna, vos… lo que les hizo… —

— Vos también sos una víctima. No importa lo que creas, pero aquí el único culpable es Milazzo— sentenció, sellando sus palabras con un beso en la frente del agobiado Santos — ¿Querés contarme sobre lo que soñaste?— Mario negó, pero pareció arrepentirse poco después.

— Con lo de siempre… mi familia, vos… — no llegó a terminar la oración porque el llanto se le subió por la garganta, regresando con más fuerza. Por familia entendió muy bien que se refería tanto a su familia biológica de la que jamás hablaba como a Victoria y a la familia que había formado con sus amigos. 

—Ay, Mario — continuó acariciándole la cara, intentando encontrar las palabras correctas— es eso nada más, un mal sueño— no siempre era así, pero mejor dibujarla y convencer a Santos — estamos todos seguros, y no nos vamos a ir a ninguna parte—

—¿ Y Ravenna?—

— Ravenna es fuerte, se va a poner bien. Mañana si querés te acompaño a que lo veas— ofreció.

— No sé qué tan propicio vaya a ser… —

—Bueno, mañana vemos. Lo que vos decidas va a estar bien ¿Si? Pero quiero que intentes perdonarte un poco — 

Pensó que Mario se había quedado dormido con la cabeza sobre su hombro cuando el hombre volvió a hablar. 

— Gracias por quedarte conmigo—

 

Terminó acurrucado una vez más en la cama de hospital, agradecido de que fuera suficientemente amplia para amontonarse sin aplastar o mover demasiado a Santos. Pese a que tardó algunas horas más en volverse a dormir, el susodicho disfrutó de la cercanía, el no estar completamente solo ayudaba un poco para distraerlo. Javier, que también había estado tenso, se quedó dormido a la media hora, suspirando en su oído y haciendo equilibrio en el espacio que ocupaba del colchón. 

No sería una sorpresa que amaneciera con el policía rodando y cayéndose al piso, o quizá tan sólo unas horas más tarde, sobresaltado cuando alguien entrarara a ajustarle la medicación. Por el momento, saboreó la efímera paz.