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Another Love Song in Telaquire

Summary:

Mientras Gabrielle se encuentra en un camino hacia la resignación, muchas cosas comienzan a cambiar a su alrededor. ¿La Nación Amazona será finalmente su destino? ¿Este es el adiós definitivo de Xena?
Viejas amistades, ecos de otro universo y alguien nuevo pondrá su mundo de cabeza.

Este será un fic con la Nación Amazona como escenario principal.

Notes:

Hola chicas,

Este es mi primer fic en el fandom, así que sean genitiles conmigo. Prometo actualizaciones ya que tengo +40000 palabras escritas ya.

Chapter 1: Hasta que nos volvamos a encontrar

Chapter Text

Hasta que nos volvamos a encontrar

La primera vez que había vuelto a ver a Argo II, una ola de emoción le provocó un nudo en la garganta. En su viaje al país del Sol Naciente, Xena y Gabrielle confiaron su cuidado a Virgil, quien tuvo la gentileza y consideración para no hacer demasiadas preguntas entre el arribo de quien fuera la mejor amiga de su padre.

No necesitó más que ver el rostro de la bardo de Potedia para saber que los rumores que llegaban desde el puerto eran verdad. Xena había muerto en una tierra lejana.

Al final de la breve charla, él insistió en acompañarla a donde quiera que se dirigiese, pero ella deseaba emprender camino a Anfípolis sola. Sin embargo, le pidió un favor.

“Busca a Eve. Dile lo que ha pasado”

Habían transcurrido casi dos años desde que ella y Xena partieron de tierras helénicas.

“Ella está de regreso. He estado buscando noticias de ustedes todo este tiempo, ¿sabes? - dijo con un dejo de tristeza-. Escuché que la Mensajera de Eli se encontraba en Anatolia no hace mucho, camino a Tracia.”

Gabrielle sintió cierto consuelo al escuchar la noticia. No quería que Eve se enterara por los rumores de sus enemigos lo sucedido con su madre.

Pero ya no podía darse el lujo de perder más tiempo, debía llevar a Xena de regreso a casa. No podía fallar eso, no después de lo ocurrido en Egipto.

Se sentía superada por las circunstancias. Desde su partida de Jappa, a bordo de aquel barco junto con el espíritu de Xena aún con ella, la acompañó una duda persistente en lo más recóndito de su alma.

Estaba segura que honraría su promesa. Pero, ¿para toda la vida? Mientras su estadía en la tierra de los faraones se prolongaba, la duda comenzó a crecer cada día más hasta abarcar todas sus emociones y pensamientos.

Semanas atrás

Después de un baño refrescante a las afueras de Menfis, finalmente reveló su secreto.

Xena jugaba con su mano un mechón de cabello de Gabrielle.

“¿Has pensado a dónde irás después?

Ella se encontraba sumergida hasta al cuello, con la cabeza sobre el filo de la pileta. Por su parte, Xena se encontraba recostada detrás de ella, mirando la bóveda del techo.

“No”. Respondió simplemente restándole importancia.

“¿Qué hay del norte? Podríamos volver, pero esta vez más allá de las antiguas tierras amazonas. Será divertido, una aventura nueva, como en los viejos tiempos.”

“No gracias. Quisiera no tener que descubrir que más allá del gélido clima sólo hay clima más gélido.”

Xena sonrió.

“No importa, a donde sea que decidas continuar tu camino estaré ahí contigo. Para siempre.”

Xena se recostó sobre su cuerpo y dejó un beso en la rubia cabellera.

“Te voy a amar para siempre, Xena.”

Dijo mientras el espíritu de la guerrera le respondía con una caricia en el rostro. La rubia miraba al cielo, mientras que su pareja se encontraba de lado ahora pasando la mano por sus cabello todavía mojado.

“Y yo a ti, Gabrielle”.

La reina amazona cerró fuertemente los ojos para intentar en vano frenar una lágrima. No deseaba arruinar el momento, especialmente no ahora que compartían tan pocos.

“Hey, shh. Todo está bien, no llores, Gabrielle”

“Cuánto tiempo pasará hasta que estemos juntas de nuevo? En uno o en diez años. Cuánto más tendré que esperar a sentirte de nuevo. Por qué sí tú piensas que puedo seguir sin ti, te equivocas. “

El rostro del fantasma se tornó visiblemente molesto.

“¿Y qué pasa si, en lugar de llorar por tu ausencia, simplemente bajo la guardia en mi próxima pelea ante un sujeto con una espada? Así al menos estaríamos juntas de nuevo.”

Y entonces supo que había rebasado un límite. La paciencia de la mujer de cabello negro llegó a su fin.

“No hables así Gabrielle. Pensé que lo habías entendido, las cosas no funcionan de esa manera.”

“Lo hice, o al menos creí entenderlo cuando el dolor de no poder tenerte a mi lado no me mantenía despierta por las noches.”

El rostro de Xena reflejaba un dolor profundo. Ver a Gabrielle así, consumida por la agonía que creía superada, era más de lo que podía soportar. Ella jamás había querido esto.

"Te estoy haciendo daño," repitió Xena, su voz cargada de una realización devastadora.

Un silencio pesado se estableció entre ambas. La guerrera observó a Gabrielle, aquella mujer que lo había sido todo para ella. Ahora la veía atrapada entre dos mundos, incapaz de avanzar mientras se aferraba a un fantasma.

"Esto tiene que terminar," murmuró Xena finalmente, su determinación mezclándose con un dolor indescriptible.

Gabrielle levantó la mirada, alarmada. "¿Qué quieres decir?"

"No puedo seguir siendo tu ancla al pasado," respondió Xena. "Cada vez que aparezco... cada conversación... te estoy impidiendo vivir."

"¡No! Tú eres mi vida," protestó Gabrielle, extendiendo una mano que atravesó la imagen etérea.

Xena cerró los ojos, sintiendo un dolor que ni siquiera la muerte había logrado mitigar. Su decisión ya estaba tomada. Había sido egoísta permitirse estas visitas, estos momentos robados entre dos mundos. Cada aparición solo prolongaba un duelo que nunca terminaría mientras siguiera manifestándose.

"Te amo demasiado para destruirte así," dijo Xena con voz quebrada. "Y porque te amo, tengo que dejarte ir."

"Xena, por favor..." La voz de Gabrielle era apenas un susurro desesperado.

Las lágrimas que Gabrielle derramaba eran un dolor indecifrable, aún en el otro mundo.

"Siempre estaré contigo," continuó Xena, su figura comenzando a desvanecerse sutilmente.

Gabrielle intentó alcanzarla, sabiendo lo que estaba a punto de suceder.

Con esas palabras, Xena desapareció completamente. En la soledad de la noche, solo quedó Gabrielle y la certeza de que el sacrificio final de Xena no había sido morir por miles de almas, sino renunciar a ella.

La princesa guerrera se desvaneció frente a sus ojos.

“Xena” la llamó Gabrielle

Ese fue el último día que la vio. Desde entonces los días y las noches de Gabrielle se habían tornado en solo dolor y amargura.

Presente

Argo avanzaba por los caminos polvorientos de Grecia con menos ímpetu que de costumbre. Gabrielle sostenía las riendas con firmeza pero sin verdadera convicción, la mente en otro lugar. Entre sus pertenencias, la urna con las cenizas de Xena estaba cuidadosamente envuelta en una tela bordada con símbolos de aquella tierra de oriente, protegida de los vaivenes del camino.

Cada legua recorrida hacia Anfípolis era un paso más en un viaje que Gabrielle no quería completar. Finalizar este trayecto significaba aceptar definitivamente que Xena no volvería.
"Al fin, chica", murmuró para Argo reconociendo el paisaje. "Estamos cerca."
La última vez que había estado en tierras tracias, cabalgaba junto a Xena, hombro con hombro, compartiendo historias bajo el cielo estrellado de Grecia. Ahora solo quedaba el silencio.

Desde que el espíritu de Xena la había abandonado en Egipto, Gabrielle había caído en un estado de profunda melancolía. Durante días intentó invocarla, llamarla, incluso gritó su nombre hasta quedarse sin voz en el desierto. Todo fue en vano. El vacío era tan palpable que dolía físicamente.

El viaje desde Egipto había sido largo y solitario. En Alejandría había encontrado un mercader griego que navegaba hacia Atenas. El hombre, impresionado por sus habilidades con los sais y reconociéndola como la bardo compañera de la legendaria Princesa Guerrera, accedió a llevarla a cambio de protección contra los piratas.

"¿Sabe, mi señora?", le había dicho el capitán una noche bajo las estrellas del Mediterráneo, "las historias hablan de cómo ustedes dos burlaron a la muerte en más de una ocasión."

Gabrielle apenas había sonreído con amargura. "Esta vez fue diferente", pensó para sí.

Ahora, a solo unas horas de Anfípolis, su determinación flaqueaba. ¿Realmente podría dejar a Xena en la cripta familiar y seguir adelante? La promesa de mantener vivo su legado parecía una carga imposible de sostener.

Un relámpago iluminó el horizonte. Una tormenta se aproximaba desde el norte. Gabrielle buscó refugio en un molino y al llegar hasta un enorme roble junto a él, desmontó. Apoyó su espalda contra el tronco y cerró los ojos, permitiéndose un momento de debilidad.

"Te odio por hacerme prometer", susurró al viento. "Te odio por dejarme. Te odio casi tanto como te amo."

El trueno retumbó a lo lejos como única respuesta. Lentamente y con las lágrimas resbalando junto a las primeras gotas de lluvia sobre su rostro.

Una vez bajo techo, tomó en sus manos el chakram, el único objeto físico que conservaba de Xena además de sus cenizas. Lo contempló, pasando sus dedos por el frío metal. Había practicado su uso durante estos meses, pero no terminaba de sentirse realmente suyo. Como si estuviera simplemente custodiándolo hasta que su verdadera dueña regresara.

"¿Qué se supone que debo hacer ahora, Xena?", preguntó sin esperanza de una respuesta.

La lluvia comenzó a caer con más intensidad. Gabrielle atravesó de nueva cuenta el umbral, mientras Argo tomaba el agua que se colaba en las piedras del molino. Permitió que el agua la empapara, como si pudiera lavar algo de su dolor.

La bardo esperó la mañana como una promesa de un mundo nuevo.

Chapter 2: Los hilos de las Moiras

Summary:

Un regalo para quienes se pasaron a leer el primer capítulo.

Chapter Text

Cada paso que daba sobre el camino hacia Anfípolis pesaba como una eternidad. Gabrielle sentía la urna en sus manos como si fuera el mundo entero, y en cierto modo, lo era. Su mundo. Todo lo que quedaba de él.

El sol comenzaba a descender, pintando el cielo con tonos dorados y anaranjados. "Te hubiera gustado este atardecer, Xena", pensó, mientras sus ojos se nublaban por las lágrimas que se negaba a derramar. Ya había llorado suficiente durante el viaje. Ahora debía ser fuerte.

La brisa mecía suavemente su cabello rubio, más corto de lo que solía llevarlo en sus primeros años junto a Xena. Cuánto había cambiado desde entonces. Cuánto habían cambiado sus vidas.

“Finalmente llegamos —murmuró, hablándole a la urna como si Xena pudiera escucharla—. Anfípolis. Tu hogar”.

Gabrielle se detuvo un momento, observando la pequeña aldea a lo lejos. Las memorias la golpearon con fuerza. La primera vez que visitaron la posada de Cyrene. Los momentos compartidos con su familia y amigos. Las veces que habían buscado refugio allí cuando el camino se volvía demasiado duro.

“Cumplí mi promesa. No me ha sido fácil, pero lo he hecho —continuó, acariciando con su pulgar el borde de la urna—. A veces me pregunto si hice lo correcto. Si hubiera sido más egoísta, quizás estarías aquí conmigo, pero entonces no serías tú. No la Xena que amé”.

Respiró profundamente, tratando de calmar el dolor que amenazaba con ahogarla. Había sido su decisión respetar el sacrificio de Xena, aunque eso significara perderla para siempre.

“Sigo contando nuestras historias, ¿sabes? —una sonrisa triste se dibujó en sus labios—. De Egipto a Grecia, todos quieren escuchar sobre la Princesa Guerrera y su bardo. Quieren saber que exististe, que cambiaste el mundo. Que me cambiaste a mí. Ahora más que nunca, el mundo necesita saber sobre ti”.

Mientras caminaba hacia la cripta familiar, Gabrielle fue presa de una extraña inquietud. Como si alguien la observara. Como si no estuviera completamente sola. Pero había recorrido medio mundo sintiendo a Xena a su lado. Tal vez solo se trataba de eso.

“¡Xena!” — gritó Gabrielle en la intemperie, pero sólo el silencio respondió.

Gabrielle se detuvo frente a la entrada de la cripta, reuniendo fuerzas para lo que vendría a continuación. Este sería el adiós definitivo. No sabía si podía llegar a vivir con eso.

“Podré vivir mil vidas, Xena, pero ninguna será como la que viví contigo” —susurró.

Con paso firme entró en el lugar. El interior estaba fresco y en penumbras, apenas iluminado por las luces doradas del atardecer que se filtraba por pequeñas aberturas en el techo y paredes. La humedad se colaba hasta cada rincón, evidenciando que ella misma había sido una de las últimas personas en visitar el lugar. Gabrielle encendió algunas antorchas, y así fueron iluminados los restos de Cyrene, Lyceus, Toris, a quienes ahora Xena se les uniría.

Preparó un espacio junto a Lyceus, pensando que al menos los hermanos se harían compañía en su descanso eterno. Colocó la urna con delicadeza y se arrodilló frente a ella.

Por primera vez en su vida las palabras no venían fácilmente. ¿Cómo resumir todo lo que habían vivido? ¿Cómo expresar todo lo que Xena había significado para ella?

“Encontraré mi camino, Xena —dijo finalmente—. Te lo prometo. Pero por ahora simplemente no sé cómo seguir sin ti”.

Se secó las lágrimas que resbalaban por su mejillas y dejó un beso en la urna antes de colocarla justo a su hermano.

Su respiración se detuvo por un instante. Era todo. Sentía que una parte de su cuerpo dejaba de vivir también con ese final para ambas.
Y fue entonces cuando la escuchó. Una suave melodía que venía del exterior. Alguien tocaba una lira, y lo hacía con tanto sentimiento que bien podría haber sido un llanto. La música llenó el lugar y todos los sentidos de Gabrielle.

La bardo se levantó, desconcertada. Había algo en esa melodía que le llenaba la mente de recuerdos. Sentía que los ecos de esas cuerdas llegaban al dolor más profundo de su ser. Pero al dolor pronto lo acompañó la curiosidad de conocer el origen de aquella melodía.

Con cautela, salió de la cripta. El sol se había ocultado casi por completo, y el cielo se teñía de púrpura y azul profundo. A pocos pasos de la entrada, sentada sobre una gran piedra, una joven mujer tocaba una pequeña y hermosa lira. Su cabello negro azabache caía a la altura de sus hombros y se mecía con la suave brisa. Mientras que sus diestros dedos sobre las cuerdas contrastaban con la serenidad de su rostro.

Se quedó inmóvil, observándola. Se preguntó si el efecto de la música en su propia piel respondía a la necesidad de su alma de volver a sentir algún tipo de emoción que no fuera anhelo y tristeza.

La joven dejó de tocar y levantó la mirada. Sus ojos se encontraron con los de Gabrielle, y por un breve instante, la bardo contuvo una sensación de familiaridad. Podía ver en su mirada profunda como contenía las mismas lágrimas que ella misma había derramado hace un momento, pero su rostro tranquilo no lo mostraba. Rápidamente, la desconocida se puso de pie y realizó el saludo amazona, golpeando su pecho con el puño derecho.

“Mi reina —dijo con respeto—. Lamento esta interrupción en un momento tan privado”.

Gabrielle escrutó el rostro de la joven. Tenía rasgos claramente griegos, pero suavizados por una belleza tracia. Sus ojos cristalinos, que con la poca luz que quedaba en el horizonte parecían verdes oscuros, la observaban con una mezcla de respeto y otra emoción que no lograba identificar.

“¿Quién eres? —preguntó Gabrielle—. ¿Qué haces aquí?”

La joven sostuvo la lira contra su pecho como si fuera un escudo.

“Me llamo Ephiny, mi reina”.

Gabrielle arqueó una ceja, sorprendida.“¿Ephiny?”.

La joven asintió con media sonrisa.

“Fui nombrada en honor de una de nuestras más grandes reinas. Vengo de la Nación Amazona, tribu Telaquire, su tribu, mi reina. La alta reina Varia me envió para acompañarla y protegerla.

“¿Varia te envió? ¿Por qué?”.

Ephiny bajó la mirada un instante, como si escogiera cuidadosamente sus palabras.

“El consejo de reinas amazonas está preocupado por ti, mi reina —respondió—. Hasta nuestra nación llegó la noticia... Desde que perdiste a Xena, has estado viajando sola. La reina Varia pensó que necesitarías compañía, alguien que vigilara tu espalda”.

Gabrielle no pudo evitar una sonrisa triste. El recordar pasajes de un cuerpo en la lluvia y una promesa rota. ¿Por qué esto le parecía una disculpa de algún tipo por parte de Varia?

“Nadie pretende reemplazar a una gran guerrera como Xena, mi reina —dijo Ephiny con una suavidad que sorprendió a Gabrielle—. Pero las amazonas cuidan de las suyas, y usted sigue siendo nuestra reina”.

Gabrielle observó a la joven con más detenimiento. A juzgar por su aspecto, no tendría mucho más de veinte años. Llevaba un atuendo de amazona inconfundible, pero con detalles únicos que la reina no había visto antes en ninguna tribu, aunque todo sobre ella le parecía extrañamente familiar. El cinturón de cuero, los brazaletes y las bandas en sus brazos hacían pensar a Gabrielle en su propia tribu, pero su vestimenta de telas en carmesí profundo y azul intenso no iban acorde a ella. Además de la lira, recargado sobre la roca detrás de ella, una espada con una empuñadura peculiar llamó la atención de Gabrielle. Algo alejado de ellas, un caballo negro pastaba con calma.

“Es Atheus, mi reina”.

Gabrielle asintió.

“Esa melodía que tocabas... —le dijo —. No la reconozco”.

Ephiny acarició las cuerdas de su lira sin provocar sonido alguno.

“Es una melodía antigua —explicó—. La aprendí de... de una anciana de la tribu de las estepas. Es una canción de cuna que se cantaba a las niñas amazonas cuando tenían pesadillas”.

“Entiendo. Tocas muy bien” —comentó.

“Gracias, mi reina —respondió Ephiny con una sonrisa tímida—. La música siempre me ha servido para contar historias”.

Gabrielle le sonrió, ella misma había encontrado consuelo en las historias, en convertir el dolor en arte.

“¿Has viajado mucho para encontrarme?” —preguntó.

Ephiny asintió, sus ojos brillando con devoción a su reina.

“Más de lo que imagina —respondió—. Pero habría viajado el doble si hubiera sido necesario”.

Hubo un silencio entre ellas. Gabrielle sentía que había algo más en esta joven amazona, algo que no lograba descifrar. Pero estaba demasiado cansada, demasiado hundida por su propio dolor como para indagar más.

“Supongo que ha cumplido con su deber” —sentenció Ephiny con delicadeza, señalando hacia la cripta.

Gabrielle sintió que el nudo en su garganta volvía con fuerza.

“Sí —respondió con voz quebrada—. He cumplido mi promesa”.

Ephiny dio un paso hacia ella, como si quisiera consolarla, pero se detuvo, respetando su espacio.

“¿Y ahora qué hará, mi reina?” —preguntó.

Gabrielle miró hacia el horizonte, donde las primeras estrellas comenzaban a asomarse.

“No lo sé —admitió—. Durante tanto tiempo, mi único objetivo fue traer a Xena de vuelta a casa. Ahora que lo he hecho... no sé cuál es mi camino”.

Ephiny pareció dudar un momento antes de hablar.

“Quizás... quizás su camino y el mío se entrelacen por un tiempo, mi reina —sugirió—. Si me permite acompañarle, al menos hasta que encuentre su próximo destino”.

Gabrielle la miró con curiosidad. Normalmente, habría rechazado la oferta, particularmente si venía precedida de una orden, la de Varia. Prefería haber permanecido sola con su dolor. Pero había algo en esta joven amazona que le comenzaba a despertar mucha curiosidad.

Al menos ahora no tendría que recorrer sola el siguiente tramo de su camino.

Chapter 3: Melodías Incompletas

Summary:

En la posada abandonada de Cyrene, Gabrielle y Ephy encuentran refugio para pasar la noche. Entre música, cena y conversación, los secretos de la joven amazona comienzan a asomar, especialmente cuando el nombre de una vieja amiga despierta reacciones inesperadas.

Notes:

Hola de nuevo.

No tengo programados días de actualziación, pero este es mi día libre de la semana así que seguramente serán frecuentes en martes.

Disfruten.

Y me harían muy feliz si comentan lo que opinan hasta ahora :)

Chapter Text

"Se hace tarde", dijo finalmente, mirando al cielo estrellado. "Deberíamos buscar refugio."

Gabrielle miró a su alrededor. La idea de alejarse de la cripta, de dejar a Xena atrás, le provocaba un dolor físico. Pero sabía que no podía quedarse allí toda la noche.

"La posada no está lejos.", dijo, señalando hacia el camino que descendía hacia el pueblo. "Pero ha estado abandonada desde que… Sólo digamos que sus condiciones no son las mejores."

"Un techo y cuatro paredes serán suficientes", respondió Ephiny, recogiendo su mochila de viaje y atándola a Atheus. "Te sigo, mi reina."

Gabrielle sonrió levemente ante la formalidad. "Gabrielle", corrigió. "Sólo Gabrielle."

No pudo ignorar el gesto de incomodidad —incluso horror— en el rostro de la joven ante tal petición.

Caminaron en silencio a través del sendero que conducía a la aldea, dejando a sus caballos descansar de sus respectivos viajes. Las pocas casas de Anfípolis permanecían en su mayoría oscuras, con apenas algunas ventanas iluminadas por la luz de las velas. La gente del pueblo había decidido reconstruir sus vidas después de la maldición que había atormentado el lugar, pero el proceso era lento. Muchos habían huido, y pocos habían regresado. La posada de Cyrene se alzaba en el exterior del pueblo, una pintoresca casona de dos plantas que alguna vez había sido el corazón de la comunidad. Ahora estaba en ruinas, con partes del techo hundidas y las ventanas rotas. Pero continuaba en pie.

"No parece tan mal como esperaba", comentó Gabrielle mientras se acercaban.

"Al menos la estructura parece sólida." Ephiny estudió el edificio unos segundos. "El ala este parece la más estable", observó. "Debería tener menos goteras." Entraron con cautela. El interior olía a humedad y abandono. Y, aunque no encontraron agua estancada en el interior, el polvo cubría el suelo y los pocos muebles que quedaban. Pero tal como había dicho Ephiny, el ala este, donde se encontraba la cocina y algunas habitaciones pequeñas, parecía haber resistido mejor el paso del tiempo. Y del infierno.

"Iré a buscar madera vieja en las habitaciones de arriba", dijo Ephiny, dejando su morral y lira sobre una mesa desvencijada. "Necesitaremos fuego."

Gabrielle asintió, agradecida y mientras tanto, comenzó a explorar la posada. Cada rincón guardaba recuerdos. Ahí estaba el lugar donde Xena se había sentado tantas veces a compartir una comida con su madre. La mesa donde habían planeado estrategias contra señores de la guerra que amenazaban a su pueblo, y la escalera que conducía a la habitación que Cyrene siempre guardaba para su hija y su compañera.

No se atrevió a subir. No estaba segura de que el piso superior fuera seguro, y tampoco estaba preparada para enfrentar más recuerdos esa noche.

Cuando Ephiny regresó con los brazos cargados de leña, Gabrielle había limpiado un espacio en la cocina y alistando algunas mantas viejas pero lo suficientemente limpias en un viejo armario. El cielo se había oscurecido por completo, y las estrellas brillaban con intensidad sobre Anfípolis. La brisa nocturna traía consigo el aroma de los pinos y la reina amazona le maldecía en silencio por los recuerdos que le evocaban.

Gabrielle se sentó frente a Ephiny, deseando que su música la envolviera nuevamente.

"La canción que tocaste antes, ¿tiene letra?

"La tiene, mi reina. Es sólo que no soy la mejor cantante" confesó tímidamente.

"¿La tocarías de nuevo para mí?", pidió Gabrielle, sorprendiéndose a sí misma." ¿Con su letra?"

Ephiny sonrió y asintió, aunque no convencida del todo.

Se incorporó y comenzó a pulsar las cuerdas de la lira. La dulce música se elevó en el aire nocturno, como un bálsamo para el alma herida de Gabrielle. Pero entonces llegó la letra.

¿Vas hacia las estepas, joven amazona?
con trenza de oro y caballo de fuego
dile que ate su arco con jacinto,
pues canté su nombre cuando callaron los astros.

¿Cruzarás los ríos, anchos y salvajes?
donde graznan los gansos en la niebla del alba
dile que duermo con su sueño en la palma,
y despierto con su aroma, aunque su forma se ha ido.

¿Llevaba piel de loba bajo la luna llena?
¿Y probó la fruta junto al silencio del fuego?
dile que aún trenzo canciones en el viento,
cada una rozando su mejilla ausente.

¿Volverás de las frías estepas grises,
donde florecen lanzas bajo la lluvia de hierro?
dile que la lira se quebró cuando cabalgó al ocaso,
y su nombre atraviesa el silencio de nuevo.

El rostro de Gabrielle cambió. Deseó no haber pedido por aquella letra. Sintió que, sin quererlo, había sellado el inevitable adiós continuaba calando en lo más hondo de su corazón.

Y de pronto, Ephiny cambió la melodía. Sus dedos comenzaron a deslizarse por las cuerdas con un ritmo diferente, más lento y melancólico. Gabrielle reconoció inmediatamente el Epitafio de Sícilo, sólo que interpretado de una manera que nunca había escuchado antes. La joven amazona había transformado la antigua canción griega en una sonata que le hablaba directamente a Gabrielle. "Mientras vivas, brilla..." La letra de la canción flotó en la mente de Gabrielle, aunque Ephiny no las cantaba.

No era necesario. La melodía por sí sola transportaba el mensaje: la vida es breve, el tiempo exige vivirlo. Los dedos de Ephiny acariciaban las cuerdas con una delicadeza casi dolorosa, extrayendo de ellas un sonido que parecía venir de otro mundo, de otro tiempo.

Gabrielle cerró los ojos, dejándose llevar. Y entonces, como si la música hubiera abierto una puerta que bloqueaba el paso de su memoria, vio a Xena. La vio sonriendo bajo el sol de la mañana, con el cabello negro brillando con reflejos azulados. La vio luchando, una danza mortal de espada y chakram. La vio riendo, un sonido tan raro y precioso que siempre hacía que el corazón de Gabrielle se hinchara de alegría. La vio durmiendo a su lado bajo las estrellas, con el rostro relajado y en paz, tan diferente de la faz de guerrera que mostraba al mundo. Y rió. Una lágrima resbaló por su mejilla, y luego otra. No se molestó en limpiarlas. Dejó que cayeran libremente mientras la música de Ephiny la llevaba a través de un viaje por sus recuerdos más preciados.

Cuando la última nota se desvaneció en el aire nocturno, Gabrielle abrió los ojos. Ephiny la miraba con una expresión indescifrable, como si ella hubiera realizado un viaje similar. Gabrielle no encontraba las palabras, pero lo intentó.

"Gracias." Ephiny asintió en silencio.

Se dispuso a alimentar las llamas antes de responder, observando cómo crecían y comenzaban a calentar el espacio.

La cena fue una sopa de setas con queso, ambas provisiones cortesía de las amazonas. Por su parte, Gabrielle había recolectado agua del pozo. Comieron en un silencio contemplativo, el crepitar del fuego llenando los espacios entre bocados. La lluvia comenzó a golpear el tejado tímidamente.

"Imagino que este lugar puede ser habitable otra vez", comentó Ephiny, mirando a su alrededor. "Al menos tendrá un refugio cuando desee regresar, mi reina."

Gabrielle se sintió agradecida. Por ahora con eso bastaba, tener un lugar al que regresar.

"Cuéntame más sobre ti", dijo Gabrielle, estudiando el rostro joven frente a ella. "Para alguien tan joven, tienes muchas habilidades."

Algo cruzó por los ojos de Ephiny, una sombra que desapareció tan rápido que Gabrielle se preguntó si lo había imaginado.

"Tuve buenas maestras", respondió, removiendo su sopa. "Mi tribu valoraba la educación completa. Decían que una amazona debe ser capaz de crear tanto como de destruir. Después de todo, la filosofía y la historia están entre las primeras cosas que se les enseñan a las niñas amazonas, a la par de blandir una espada. Y yo realmente amé aprenderlo, pero la música fue algo que elegí."

"Suena como algo que diría...", Gabrielle se detuvo, la cuchara a medio camino de sus labios. "Algo que diría alguien que conocí."

Terreis, la princesa amazona a quien Gabrielle le debía su derecho de casta habría congeniado con esta Ephiny.

El silencio se extendió entre ellas. Ephiny mantenía la mirada fija en su cuenco, pero Gabrielle podía ver la tensión en sus hombros.
"He querido preguntarte algo", dijo Gabrielle, señalando con la cuchara hacia el sable que descansaba junto a las otras armas de Ephiny. "Ese sable samurai es peculiar para una amazona griega en las montañas de Tracia. ¿Dónde lo conseguiste?".

Ephiny siguió la mirada de Gabrielle hacia el arma y una sonrisa pequeña apareció en su rostro por primera vez en la conversación. "Fue un regalo", respondió, su voz adquiriendo un tono más cálido. "De una viajera, una vieja amiga de mi madre. Recorrió tierras lejanas, más allá de donde terminan los mapas conocidos. Me enseñó a usarlo durante una de sus visitas cuando era más joven." Hizo una pausa, girando ligeramente el cuenco entre sus manos. "Ella no era precisamente una amante de las armas, y pensó que una amazona podría darle buen uso."

No se equivocó." "Puedo ver que es muy importante para ti", observó Gabrielle, notando la forma en que los ojos de Ephiny se habían suavizado al hablar del arma. Ephiny asintió, con su mano moviéndose instintivamente hacia donde reposaba el sable.

"Lo es", confirmó simplemente, pero su tono indicaba que no tenía intención de profundizar en el tema. "Su nombre era Sei."

“Un nombre hermoso” sentenció Gabrielle.

Ephiny volvió a concentrarse en su sopa, tomando otro bocado como si quisiera cerrar esa línea de conversación. El silencio se instaló nuevamente entre ellas, sólo interrumpido por el crepitar del fuego. Gabrielle observó las llamas danzar, sus pensamientos derivando hacia lugares lejanos.

"¿Y qué hay de ti? ¿Has viajado?", preguntó finalmente, buscando terreno más seguro. "Me refiero a más allá de Tracia."

Ephiny levantó la vista, considerando la pregunta. "Tendría que decir que sí", respondió. "He visto el mar desde acantilados altos, mercados en ciudades donde se hablan lenguas que nunca conoceré, templos tallados en roca que parecen tocar las nubes."

Hizo una pausa, como si estuviera decidiendo cuánto revelar. "Los últimos años he sido una amazona mercante. Me dedico a buscar en los puertos del sur a marinos y comerciantes que quieran negociar víveres, armas y otras necesidades para la nación amazona. El negocio es más próspero en esta zona, especialmente en Abdera y Maronea. Los barcos que llegan de tierras lejanas siempre traen cosas que escasean en las montañas. En especial para la alianza, algo que usted sabe mejor que yo, mi reina".

"Vaya, eso es algo nuevo para la nación amazona. Una de nosotras, comerciante”.

"No me describiría como una comerciante, soy más una mensajera de la reina. Pero verdad. Pero debemos adaptarnos a los nuevos tiempos, o estaremos condenadas a desaparecer.”

Aquello lo dijo con un deje de amargura que le reveló a Gabrielle que, cualquiera que fueran los secretos de aquella joven, su lealtad a las amazonas no era uno de ellos.

¿Y usted, mi reina? Imagino que has recorrido mucho más de lo que cuentan las historias." preguntó con genuina curiosidad.

"Más del que jamás pensé que vería cuando era una joven en Poteidaia", admitió Gabrielle con una sonrisa melancólica. "Egipto, la Tierra de Chin, el Norte... y lugares que ni siquiera sabía que existían más allá de eso. De donde proviene tu sable." Su expresión se entristeció y terminó perdiendo el hilo de la conversación. "Lo siento."

"Está bien, mi reina. No tiene que disculparse conmigo. Lo entiendo".

Gabrielle notó el amago de la amazona, intentaba consolarla. Pero no llegó a hacerlo, tal vez temiendo que pudiera incomodarla aún más.

"A veces siento como si estuviera viviendo la vida de otra persona", murmuró Gabrielle finalmente. "Como si todas las experiencias que tuve con Xena fueran solo un sueño hermoso del que desperté demasiado pronto."

"El dolor puede hacer que todo se sienta irreal", respondió Ephiny con suavidad. "Pero sus recuerdos son reales, mi reina. Lo que vivieron juntas... eso no puede quitárselo nadie."

Gabrielle levantó la mirada, sorprendida de encontrar confort en sus palabras. Había algo en la forma en que Ephiny hablaba que, le transmitía sinceridad.

"¿Sabes que llevas el nombre de alguien muy importante para mí también?", preguntó Gabrielle, observando cuidadosamente la reacción de la joven.

Ephiny se tensó, casi imperceptiblemente, pero Gabrielle lo notó.

"No hay amazona que no admire a la gran reina", respondió con voz controlada. "Su valentía es legendaria." Una sonrisa algo triste cruzó el rostro de Ephiny. "Cuando era niña, nadie me llamaba Ephiny", confesó. "Creo que no me consideraban a la altura de ese nombre. Me decían Ephy, muchas de mis hermanas aún lo hacen."

"Ephy", repitió Gabrielle suavemente, y algo en su pecho se relajó al pronunciar el nombre más íntimo. "También es un buen nombre."

"Puede llamarme así si lo desea, mi reina."

"Lo haré" le sonrió Gabrielle. "No creo que muchas amazonas sepan esto, pero muchos me llaman Gabby".

Ambas rieron.

“Y tienes razón, Ephiny fue la mejor amazona que existió. Además de una buena amiga." "Fue más que eso", continuó Gabrielle, mirando a Ephy con nueva ternura. "Fue mi amiga. Mi consejera. Mi hermana en todo excepto en sangre."

El cuenco tembló ligeramente en las manos de la joven amazona.

"Debe... debe extrañarla mucho", murmuró.

"Así es", confirmó Gabrielle. "Murió protegiendo a nuestra tribu, como siempre lo hizo. Como siempre prometió que haría."

El color abandonó el rostro de la joven. El cuenco se le resbaló de las manos, cayendo al suelo con un sonido sordo.

Gabrielle frunció el ceño ante la reacción intensa de la joven.

Ephy parpadeó rápidamente, como si estuviera tratando de enfocar su mirada.

Ahora Gabrielle estaba segura, había algo que ella le estaba ocultando.

"Ephy, yo deseo saber…", preguntó con una nueva nota de autoridad en su voz.

Pero Ephy rápidamente se puso de pie para recoger los fragmentos del cuenco. "Perdón por el desorden. Creo que estoy más cansada de lo que pensaba."

Gabrielle observó cómo las manos de Ephiny temblaban mientras recogía las piezas rotas. Había algo aquí, algo que no encajaba, pero su mente, aún aturdida, no podía procesarlo completamente.
"Si no le molesta, mi reina", continuó Ephiny sin levantar la mirada, "mi viaje ha sido largo y creo que necesito descansar."

"Desde luego", concedió Gabrielle, aunque una parte de ella quería presionar más, hacer más preguntas. Pero la joven había sido nada más que devota y servicial, y Gabrielle no tenía el corazón para acosar a alguien que claramente estaba afectada por algo que ella desconocía.

Mientras Ephy se alejaba hacia las mantas para dormir, Gabrielle se quedó mirando las llamas, con la extraña sensación de que algo importante acababa de suceder, algo que debía haber entendido, pero que se le escapaba como humo entre los dedos.

Chapter 4: Pródigas y juramentos

Summary:

Después de un respiro, Gabrielle y Ephy reciben a un visitante inesperado del pasado, cuya llegada traerá consigo nuevas preguntas, heridas abiertas y una advertencia de cara al futuro.

En medio de confesiones y recuentos de lo perdido, juramentos antiguos y sentimientos nacientes se entrelazan, dejando la certeza de que nada volverá a ser como antes.

Notes:

Además de la actualización semanal, trataré de hacer algunas "sorpresa"... siempre que tenga tiempo.

Como siempre, gracias por leer.

Chapter Text

A la mañana siguiente el ánimo de la joven se encontraba mucho mejor. El olor en el ambiente le hizo ponerse en pie con una sonrisa en el rostro.

Gabrielle tenía listo el almuerzo sobre el fuego. El ritual de cocinar le había devuelto algo de paz interior, una pequeña normalidad en medio del caos emocional que había sido su vida desde Jappa.

Había desmenuzado el pan duro de las provisiones de Ephiny en el líquido que ahora burbujeaba en la olla de barro. Sus manos trabajaban de manera casi automática con los años de práctica en campamentos y caminos junto a Xena, al tiempo que su mente divagaba entre memorias de comidas compartidas, y momentos de risas y felicidad.

En los restos de la cocina de Cyrene había encontrado también aceite de oliva, sal y miel. Las lentejas, que ella misma había cargado desde su regreso a Grecia, se habían cocido junto con el pan, creando una mezcla espesa y nutritiva. Había sazonado el guiso con hierbas silvestres que crecían entre las ruinas. Un pequeño trozo de queso de cabra, también de la nación Amazona, le daba a todo aquello un buen aspecto. Algunas nueces que había guardado de su paso por los bosques cercanos a Anfípolis completaban la comida. No era un banquete, pero cualquier comida caliente con un somero sabor a hogar se sentía como una bendición.

Cuántas veces Xena y yo hemos hecho esto mismo, pensó, sintiendo una punzada familiar de dolor. Transformar provisiones escasas en algo que sabe a refugio. Nuestro refugio.

Ephy apareció en el lugar visiblemente feliz por el contenido de la olla. Lo que sacó a Gabrielle de lo más profundo de sus pensamientos.

"Huele delicioso," comentó la joven amazona, acercándose al fuego. "No esperaba que pudieras hacer algo tan apetitoso sólo con pan duro y lentejas." Su tono era ligero, pero había gratitud genuina en sus ojos — esos ojos que por un momento parecieron reflejar algo más profundo, algo que Gabrielle todavía no terminaba de identificar. "Ha sido muy generosa conmigo, mi reina. No sólo con la comida, sino... con todo." Hizo una pausa, observando cómo Gabrielle removía el potaje con cuidado.

"No merezco sus molestias," murmuró, y luego agregó con voz más suave: "Después de anoche... me temo que no fui la mejor compañía."

Gabrielle la miró con comprensión. Puedo reconocer en su rostro el peso de los secretos y el remordimiento, algo que ella misma había cargado durante años. "Todos tenemos noches difíciles. Y recuerdos que pesan." Su voz era gentil, sin presión. Los años le habían enseñado a Gabrielle que forzar las confidencias sólo alejaba a las personas. Aunque pudo leer en el rostro algo más que secretos guardados.

Sé que hay algo en ella, pensó Gabrielle, algo que no me está diciendo.

"Cuando estés lista para hablar de lo que te preocupa, estaré aquí."

Ephy sintió un nudo en la garganta ante la paciencia de Gabrielle, sabiendo que no merecía tal bondad. La culpa la carcomía.

"Gracias, mi reina." Se limitó a responder.

Gabrielle le sonrió gentilmnte, sintiendo una calidez que no tenía que ver sólo con el fuego. Por primera vez desde Egipto, desde que el espíritu de Xena se había separado de ella, sentía que podía respirar sin que cada inhalación fuera el recordatorio de la herida en su corazón. "Ahora come. Nos espera un largo camino de de ida y vuelta"

"Lo que ordene, mi reina." Aquello lo dijo con una sonrisa que le sorprendió, un breve vistazo a una Ephy mucho más niña y juguetona. A Gabrielle le invadió una cálida felicidad. Había después de todo otro lado de esa joven que aún no llegaba a conocer.

¿Por qué siento que llevas contigo una pena igual de grande que la mía?

Esa mañana no sólo compartieron la comida, algo más comenzaba a nacer entre las dos.

Largos minutos después, casi al final de aquel ameno almuerzo, ambas percibieron el sonido de cascos de caballo aproximándose. Instintivamente, Ephy tomó la funda de su sable y lo desenvainó, un movimiento que dejó atrás cualquier rasgo infantil en su rostro. Pero casi de inmediato, Gabrielle levantó una mano para detenerla.

"Espera," dijo, entrecerrando los ojos para distinguir al jinete por la ventana. "Conozco esa silueta."

La amazona no bajó completamente la guardia, pero confió en el juicio de Gabrielle.

Está evaluando cada movimiento, mío y de una potencial amenaza, notó la reina amazona. No es sólo el entrenamiento amazona. Hay algo más.

Minutos después, una mujer de cabello oscuro y ojos azules intensos se desmontaba de su caballo. Vestía ropas sencillas de viaje y una capa, pero su porte delataba un entrenamiento guerrero. Las dos amazonas ya la esperaban en el umbral de la taberna.

"Eve," pronunció Gabrielle, acercándose para recibir a la recién llegada. Su corazón se aceleró - ver a Eve le traía una mezcla de alegría y dolor, el rostro que llevaba los rasgos de Xena pero con la mirada apaciguada por la paz de Eli.

La mensajera avanzó con pasos rápidos y estrechó a Gabrielle en un fuerte abrazo. "Al fin te encuentro," dijo, su voz cargada de emoción. "He estado buscándote durante semanas."

Semanas, pensó Gabrielle, sintiendo una punzada de culpa. He estado huyendo tanto de mi propio dolor que ni siquiera recordé el de Eve.

Ephy observó con curiosidad. Sabía quién era Eve: la hija de Xena, nacida como Livia, la perra de Roma, transformada luego en mensajera de paz. Pero verla en persona era diferente. Había algo en su presencia que la hacía sentir... expuesta. Como si Eve pudiera ver a través de ella.

Cuando las dos mujeres se separaron, Eve notó la presencia de la segunda amazona y la estudió con una intensidad desconcertante. Sus ojos - tan parecidos a los de su madre en su capacidad de ver más allá de las apariencias - se detuvieron por un momento en el rostro de Ephy. Por un instante, algo parecido a la sensación de haber sido descubierta cruzó su rostro, pero lo disimuló rápidamente.

"¿Y tú eres...?" preguntó con voz gentil, aunque algo en su tono sugería que ya sospechaba más de lo que dejaba entrever.

"Ephiny, protectora de la reina Gabrielle," respondió la joven con una leve inclinación, manteniéndose en su papel pero sintiendo un sudor frío recorrer su espalda.

Eve miró a Gabrielle. "¿Protectora?" Había algo más en su pregunta.

"Asuntos de amazonas. Es una larga historia," respondió Gabrielle con un suspiro, e Eve notó la evasiva. La Gabrielle que conocía no evadía preguntas simples. "Vamos adentro, podemos hablar ahí con un poco de comida."

Eve bajó su capucha. Sus ojos mostraban un dejo de determinación y urgencia, pero también una comprensión profunda en el duelo de Gabrielle.

Comió con la evidente necesidad de un platillo contundente después de mucho tiempo en el camino, mientras Gabrielle la observaba con la atención e intercambiaba comentarios mundanos sobre su viaje y encuentro con Virgil, quien la espeaba con proviciones al norte del río Estrimión.

Entretanto, ni ella ni Ephy cruzaron demasiadas palabras con la recién llegada. Le pareció evidente que, sin importar cuán largo hubiera sido su viaje desde Egipto, el camino de Eve había sido más largo y difícil. Hasta que Eve finalmente habló.

"Lo siento," dijo sin más.

"¿Qué sucede?" preguntó Gabrielle, su instinto protector activándose ante la seriedad en el tono de Eve.

"Te debo… les debo una disculpa. A ti y a madre" dijo sin más. "Por dejarte cargar con todo esto sola. Sé que mi camino de Eli me lleva lejos, pero después de todo lo que perdieron por mis acciones, lo menos que podía hacer era..." Eve pausó. "Debería haber encontrado la manera de volver antes."

Gabrielle extendió su mano y tocó brevemente el brazo de Eve. "Estás aquí ahora. Eso es lo que importa. Tú eres la mensajera de Eli, es tu camino"

Pero notó que algo más pesaba en la expresión de la joven. "¿Qué pasa?"

"Necesitamos hablar," respondió Eve, su mirada desplazándose brevemente hacia Ephy antes de regresar a Gabrielle. "En privado. En la cripta."

-

Las antorchas proyectaban sombras danzantes sobre las paredes de la cripta familiar. La urna de Xena permanecía en el centro, como testigo silencioso de su reunión. Las dos mujeres formaron un círculo alrededor de él.

Ephy se mantuvo respetuosamente fuera de la cripta, observando desde la distancia el íntimo momento entre las dos mujeres unidas por el amor a Xena. Pero se sentía inquieta por su reina. Reina, se repitió mentalmente.

Gabrielle por su parte, luchaba para no derrumbarse frente a Eve, pero encontraba alivio en compartir ese dolor con alguien que también había amado a Xena, aunque de manera diferente.

Un silencio cargado de emociones invadió el lugar. Eve se acercó al sarcófago, colocando sus manos sobre la piedra fría.

"La extraño cada día," susurró Gabrielle, permitiendo finalmente mostrar su vulnerabilidad. Las palabras salieron como una confesión largamente contenida. "Cada amanecer, cada decisión, cada momento de silencio... todo me la recuerda. A veces me despierto y por un instante olvido que no está, y luego el recuerdo vuelve como una lanza al corazón."

"Te entiendo bien" respondió Eve con voz quebrada. Se separó ligeramente y miró hacia el lugar de descanso de su madre. "Pero ella vive en nosotras, Gabrielle. En cada acto de compasión, en cada decisión de proteger al inocente. Su legado no está en estas cenizas, está en nosotras."

La mirada de Eve se iluminó con una chispa de esperanza.

"No sabía si decirte esto," dijo Eve sin preámbulos.

"He recibido una visita. De madre."

Gabrielle se tensó, su corazón saltando entre la esperanza y el temor. "¿Qué?"

"Su espíritu," aclaró Eve, sus ojos brillantes en la penumbra de la cripta. "Vino a mí hace algunas lunas, mientras meditaba. Dijo que necesitaba despedirse." Hizo una pausa, observando cómo Gabrielle procesaba esta información. "Me confesó que había una parte de ella que se resistía a dejar ir este mundo. Como si aún tuviera asuntos pendeintes."

Gabrielle llevó una mano a su pecho, sintiendo una mezcla de alegría y dolor.

Se alegraba de que Eve hubiera tenido ese regalo de su madre, pero también sentía una punzada de algo que podría haber sido envidia. ¿Por qué a Eve y no a mí?, se preguntó, antes de reprocharse por el pensamiento egoísta. Eve asintió lentamente, como si pudiera leer sus pensamientos.

"Gabrielle, ellla... ella recientemente volvió a mí en un sueño. Me dijo que no te ha abandonado, pero que su camino ahora debe ser diferente al tuyo." Su voz se suavizó. "Dijo que tu fuerza debe venir de adentro ahora, no de su presencia en tu vida."

Las lágrimas comenzaron a rodar por las mejillas de Gabrielle. "Me lo dijo a mí también. En Egipto. Pero esperaba... No sé qué esperaba." La confesión salió entrecortada.

"Hay algo más," prosiguió Eve una vez que Ephiny se unió a ellas, "me hizo prometer que te dijera que no estás sola. Que hay más amor a tu alrededor del que puedes ver ahora."

Oh, Xena. Se suponía que debíamos estar juntas por siempre. 

No hubo más palabras.

Salieron de la cripta y se dirigieron al interior de la taberna, donde se sentaron alrededor de la mesa mientras las sombras del atardecer se alargaban. Ephy notó la nueva atmósfera que se había instalado entre ellas durante su conversación privada.

La mirada de Eve se deslizó brevemente hacia Ephy, quien escuchaba en silencio, con una tensión que no pasó desapercibida para la mensajera de Eli.

"¿Quieres que las deje a solas, mi reina?" ofreció la joven amazona, su voz ligeramente forzada.

"No," respondió Eve con una rapidez que sorprendió tanto a Gabrielle como a Ephy. Sus ojos se detuvieron en los de Ephy con una intensidad que hizo que la joven se removiera incómoda. "Creo que deberías escuchar esto también."

Gabrielle frunció el ceño, intrigada por la súbita insistencia de Eve.

"Madre me advirtió sobre lo que aún aguarda para ti," prosiguió la mensajera de Eli, manteniendo su mirada fija en Ephy. "De cómo el pasado y el futuro a veces se entrelazan de formas que no podemos comprender. Me pidió que te recordara tu promesa de seguir viviendo, de encontrar tu camino."

Gabrielle parpadeó, confundida. "¿Te habló de mi futuro?"

"Esas fueron sus palabras. Sólo una advertencia… y una súplica: que recuerdes vivir. Porque aún hay algo en este mundo que espera ser hallado por ti."

Gabrielle asintió, con lágrimas en los ojos, aceptando de momento ese presajio. "Lo intento. Cada día. A veces no sé cómo, pero lo intento."

"Mi madre eligió sacrificarse. Fue su elección, su redención. Y aunque el dolor nunca desaparecerá completamente, debemos encontrar fuerza en su sacrificio."

"A veces me pregunto si hice lo correcto," confesó Gabrielle, mirando hacia el lugar donde sabía descansaban las cenizas de Xena. "Si debí resucitarla cuando tuve la oportunidad... Si mi amor por ella hubiese sido egoísta al final."

"Honraste su deseo," dijo Eve con firmeza. "Y eso requirió más amor y valentía que cualquier otra cosa. "

Gabrielle asintió lentamente, sintiendo como si una herida antigua finalmente comenzara a sanar.

"¿Crees que nos está viendo ahora?"

"Estoy segura," sonrió Eve. "Y estaría orgullosa de ver que seguimos su camino a nuestra manera. Que continuaemos hacia el futuro con su legado. Sin importar lo este traiga consigo."

Esta vez, su mirada se posó deliberadamente en Ephy, quien se removió incómoda en su asiento sin entender por qué sentía que esas palabras tenían algo que ver con ella.

Más tarde, cuando Gabrielle se había retirado a descansar, Ephy salió al patio trasero de la taberna.

La luna iluminaba las ruinas del que había sido un próspero negocio familiar. La joven amazona respiró profundamente el aire nocturno, tratando de ordenar sus pensamientos y calmar el torbellino de emociones que la conversación había desatado.

Gabrielle, pensó, usando la palabra que no se permitía pronunciar en voz alta. Está sufriendo tanto, y yo estoy aquí fingiendo ser alguien que no soy. ¿Cómo puedo protegerla si le miento?

"Es curioso," dijo una voz detrás de ella. Ephy se giró para encontrar a Eve recostada contra el marco de la puerta, observándola con esos ojos que habían heredado la capacidad de Xena para ver más allá de sus secretos.

"¿Qué lo es?" preguntó la amazona, aunque algo en su interior ya sabía que esta conversación cambiaría todo.

Eve avanzó hasta situarse junto a ella, y ambas contemplaron el cielo estrellado en silencio durante unos momentos.

El aire nocturno llevaba el aroma de las flores silvestres que crecían en la vera.

"Cómo los destinos de las personas se entrelazan," respondió finalmente Eve. "No importa que tan lejos estén, ni cuanto tiempo pase."

Ephiny frunció el ceño. "Hablas en enigmas, como los oráculos. Además, no creo en el destino."

Una sonrisa fugaz cruzó el rostro de Eve. "Quizás he pasado demasiado tiempo entre profetas."

Su expresión se tornó seria nuevamente. "Cuando te vi por primera vez, sentí como si te conociera, aunque sé que nunca nos hemos visto antes."

La joven amazona se tensó imperceptiblemente. "Las amazonas y la mensajera de Eli no suelen frecuentar los mismos círculos."

"No es eso," insistió Eve, y en su voz había una certeza que hizo que el corazón de Ephy se acelerara. "Es algo más profundo. Tus ojos..." Hizo una pausa significativa. "Se parecen mucho a los de Gabrielle."

Entonces, el mundo de Ephy se tambaleó. Si Eve lo ha notado, ¿cuánto tiempo pasaría antes de que Gabrielle lo haga también?

"He visto cómo miras a Gabrielle. No es solo lealtad amazónica. Es amor."

Ephy guardó silencio, expectante pero retando cada palabra de Eve con la mirada.

"Sé que no eres de aquí," dijo Eve finalmente, su voz apenas un susurro. "No de este mundo, no completamente. Hay algo en ti que habla de otros lugares, otros tiempos."

El corazón de Ephy dio un vuelco. ¿Cómo podía saberlo? Nadie excepto Afrodita conocía la verdad sobre su origen.

"No sé de qué hablas," intentó mantener la compostura, pero su voz la traicionó con un temblor apenas perceptible.

Eve colocó una mano sobre el hombro de la joven, un gesto sorprendentemente afectuoso. "No te estoy acusando de nada. Sólo te pido una cosa, no le ocultes la verdad demasiado tiempo."

"¿Qué?" La pregunta salió con más desesperación de la que Ephy pretendía.

"Gabrielle ha sufrido demasiadas pérdidas, demasiadas despedidas." La voz de Eve se cargó de una comprensión dolorosa. "Otro secreto guardado demasiado tiempo podría romper su corazón definitivamente, especialmente viniendo de alguien en quien está empezando a confiar. Y..." Eve hizo una pausa cargada de significado, "si ese alguien significa más para ella de lo que cualquiera de las dos comprende aún."

Ephy se apartó ligeramente, confundida y asustada por las implicaciones. "Mi misión es protegerla," murmuró. "Es todo lo que importa ahora."

Eve asintió comprensivamente. "Entiendo. La muerte de mi madre le ha dejado un vacío inmenso. Todos queremos proteger a Gabrielle de más dolor." Hizo una pausa significativa, estudiando el rostro de la joven bajo la luz de la luna. "Pero a veces, la verdad, aunque dolorosa al principio, es el único camino hacia la sanación verdadera."

La amazona contempló el cielo de nuevo, pensando en las palabras de Eve. No entendía por qué la hija de Xena sentía sabía todo eso sobre ella, ni cómo había intuido su origen. Pero la advertencia resonaba en su interior con una certeza. Si Eve tenía razón, y Gabrielle descubría por sí misma la verdad antes de que ella se la revelara, la confianza que estaban construyendo podría desmoronarse irremediablemente. Pero ¿cómo haría aquello? No podía, no aún.

"Lo consideraré," concedió finalmente. "Cuando sea el momento adecuado."

Eve la miró con una expresión enigmática, como si supiera mucho más de lo que decía. "Esta bien. Sé que harás lo mejor para ella."

Eve se encaminaba de regreso al interior de la posada cuando escuchó la voz de Ephy.

"Dime algo, Eve." La joven se giró y asintió, esperando. "Si tú hubieras estado ahí, en Higuchi... ¿habrías tomado la espada para salvar a tu madre?".

El viento de la noche soplaba mucho más fuerte. De alguna manera, la sombra del gran sacrificio de Xena también las alcanzaba a ellas.

"No creo que eso sea algo que ella me hubiera permitido hacer." Respondió con tristeza ante el recuerdo de la muerte de su madre. 

"Lo entiendo, pero no es eso lo que pregunté." Dijo firma la amazona.

Eve suspiró y se acercó más a la amazona. "Desafortunadamente, la vida ya me ha puesto en esa situación. Incluso después de dejar Roma." Incluso después de Livia, pensó Ephy. "Lo cierto es que sí, lo habría hecho. Aunque fuera la última cosa en el mundo que quisiera hacer."

"Precisamente," respondió Ephy.

Eve rió suavemente. "Y yo soy la que habla en enigmas."

Ambas se sonrieron.

"Buenas noches, Ephy."

"Buenas noches, Eve."

Cuando la más grande de las jóvenes se alejó, Ephy sintió como si una cuenta regresiva hubiera comenzado.

Las palabras de la mensajera de Eli resonaban en su mente: el corazón reconoce lo que la mente aún no puede aceptar. ¿Cuánto tiempo le quedaba antes de que Gabrielle comenzara a hacer las preguntas correctas? ¿Y tendría ella el valor de dar las respuestas verdaderas?

La joven amazona pasó la noche con una extraña sensación oprimiéndole el pecho, con la mente repleta de de recuerdos que no deseaba evocar - de la madre que había tenido que abandonarla para protegerla. De un adiós doloroso. Y de un juramento.

Sólo sabía que tenía una misión, y que ahora esta se había complicado con una advertencia que no comprendía del todo, pero que sentía verdadera en lo más profundo de su ser.

"Te protegeré," susurró, como una promesa tanto para Gabrielle como para sí misma. Pero por primera vez desde que había llegado a este mundo, se preguntó si protegerla significaba mantener su secreto a salvo..

*

A la mañana siguiente, Gabrielle encontró una nota junto a ella al despertar. Eve se despedía. No podía permanecer en este camino junto a ellas. No era su momento aún. Firmaba la carta simplemente: Te quiere, Eve.

Ephy notó la melancolía en su rostro cuando terminó de leer el mensaje.

"¿Y ahora qué, mi reina?"

Gabrielle dobló cuidadosamente la carta. "Ahora regresemos a casa."

Chapter 5: El desayuno de los Mihalos

Summary:

Sé que no esperaban la actualización tan pronto, pero...

ATENCIÓN: Edité un poco el capítulo, sobre todo en la líneas finales.

Notes:

IMPORTANTE

Este es un capítulo burbuja.

Cuento con que, aunque no tenga sentido de momento, pueda llegar a tenerlo en el futuro —nunca mejor dicho.

Me inspiré en los episodios 2x10 The Xena Scrolls, 4x22 Deja Vu All Over Again y 6x20 Soul Possession.

Chapter Text

El aroma de café recién hecho se mezclaba con el de pancetta dorada en la sartén, llenando la cocina de los Mihalos con esa familiar calidez italiana que había seguido a la familia desde Brescia hasta Liverpool. Emma removía los huevos revueltos mientras Mica cortaba tomates cherry que habían comprado en el mercado de granjeros local el día anterior.

"Mamma, il pane inglese è stranissimo," murmuró Luca desde su posición estratégica junto a la tostadora, mirando con desconfianza las rebanadas gruesas de pan de molde. "No sabe a nada."

"Es por eso que tenemos la focaccia, tesoro," Emma sonrió, revolviendo el cabello rubio de su hijo menor. "Ma devi provare cosas nuevas. Siamo Mihalos, nos adaptamos."

Mica añadió albahaca fresca a los tomates. "Al menos los embutidos no están mal. Y mira..." levantó una lata de San Marzano, "encontré tomates decentes en el mercado italiano de Bold Street."

La mesa ya estaba puesta con el mantel a cuadros que Emma había traído de Italia, los platos de cerámica azul que Luca había elegido cuando tenía ocho años, y las servilletas de lino que habían pertenecido a la nonna. Emma sirvió el café en las tazas grandes mientras Micallevaba la fuente de scrambled eggs con pancetta, y Luca orgullosamente presentó su torre de tostadas perfectamente doradas.

"A che ora arriva Marc?" preguntó Mica, sentándose y sirviéndose tomates cherry.

"Su tren llega a las once y media," Emma consultó su teléfono. "Abbiamo tempo de desayunar con calma y después lo vamos a buscar."

Los ojos de Luca se iluminaron. "¡Y después vamos a ver Anfield! Marc prometió que me lleva a ver el estadio por fuera."

"Ma hai ignorato tua madre quando ti ha dicho que la acompañaras, ¿verdad?" Emma alzó un dedo con autoridad maternal. "La entrenadora del equipo femenil tiene uno o dos privilegios, ¿sabes? Pero no, querías esperar a Marc."
Luca la ignoró convenientemente y Mica rió.

"Puedo llevar mi bufanda del Brescia?" Luca preguntó con esperanza.

"Assolutamente no," Emma y Mica dijeron al unísono.

Emma tomó un sorbo de café y miró por la ventana hacia el jardín trasero, donde aún había cajas de la mudanza apiladas. ""¿Saben qué me gusta de aquí? Il verde. Tutto è così verde."

Y la lluvia," añadió Mica con ironía, "no te olvides de eso."

"La lluvia hace perfecto el césped para entrenar," Emma sonrió. "Las chicas del programa van a adorar correr bajo la lluvia inglesa."

Luca mordió su tostada con mermelada de fresa y suspiró dramáticamente. "Mamma, esta focaccia sono perfette. ¡Nunca podré amar la comida inglesa, mi sangue è italiano!"

Emma alzó una ceja con diversión. "Recuerda que también somos bastante griegos, caro. La familia de mi madre tiene raíces muy profundas ahí."

"¡Pero nadie en esta famiglia es más griego que Mica!" Luca señaló a su hermana mayor con la tostada, "¡Ella literalmente vino de Gracia!"

Mica lanzó un tomate cherry a su hermano pequeño, riendo. "¡Birbone! Era un bebe, no recuerdo nada."

"Esatto! Sangre griega pura!" Luca esquivó el sigueinte tomate y fingió un acento exagerado. "Quizá deberías cocinar musaka!"

"Dentro de cinque centimetri tu cucinerai durante la semana," Emma interrumpió con una sonrisa peligrosa, "así que ten cuidado con lo que deseas".

La sonrisa del niño se borró.

“Y tienes suerte de que Marc ya no esté aquí - nunca fue buen cocinero cuando fue su turno."

Los tres estallaron en carcajadas.

"Basta, bambini," Emma sonrió, "Luca, tienes todo listo?

“Sì, mamma”

"Y eso incluye tu cuaderno de ejercicios de Inglés, ¿cierto? Debes hacer tus ejercicios si quieres ir bien en la scuola, amore. Primero devi conquistare l'inglese."

"Il mio inglese sta diventando molto buono!" Luca protestó en italiano con orgullo.

Mica rió y se levantó a buscar más café. "Deberíamos hacer un picnic, llevaré un poco de prosciutto y queso para Marc."

"Perfetto. E la frutta," Emma asintió. "Tu hermano arriva sempre con mucha hambre del tren."

Mientras terminaban el desayuno, Luca trazaba rutas en el mapa turístico que había conseguido en la estación. "Prima Lime Street, poi Anfield, poi gelato, poi..."

El sol de la mañana se filtraba por las cortinas nuevas, iluminando los rostros sonrientes de la familia. Por primera vez desde la mudanza, la casa se sentía como un verdadero hogar.

Luca miraba el mapa, satisfecho con sus planes. Emma observó sus manos pequeñas, tan parecidas a las de Marc a esa edad. Por primera vez en semanas, se sintió... establecida. Como si Liverpool pudiera llegar a ser realmente hogar.

El teléfono vibró contra la mesa. Un sonido pequeño que rompió el momento perfecto.

Emma tomó su teléfono para revisar los correos mientras Luca continuaba planificando su día perfecto con Marc. La pantalla mostró varios mensajes rutinarios del club, confirmaciones de entrenamientos, fechas clave del inicio de temporada y luego... algo diferente. Un correo con un remitente que llamó su atención.

Su expresión cambió gradualmente mientras leía. Los músculos de su rostro se detuvieron, el café se quedó a medio camino hacia sus labios.

Emma releyó la primera línea una vez más. Dos veces. Las palabras se reorganizaron en su mente, pero siguieron sin tener sentido. Sus dedos apretaron el teléfono.

Su café se enfrió en la taza. Luca siguió hablando de rutas y gelato, pero su voz sonaba lejana, como si viniera de otro cuarto.

"Mamma?" Mica notó el cambio inmediatamente, dejando su taza en la mesa. "¿Che passo?"

Emma parpadeó varias veces, como si regresara de muy lejos. "Es... è strano..." murmuró, mirando la pantalla una vez más para asegurarse de que había leído correctamente.

"¿Qué es extraño?" Luca dejó su mapa y se acercó para ver la pantalla, curioso por el tono de su madre.

"Es sobre... nuestra famiglia," Emma levantó la vista hacia sus hijos, aún con expresión desconcertada. "El Centre for Historical Accuracy of Key Research in Ancient Mythology... C.H.A.K.R.A.M. Se han puesto en contacto conmigo."

"¿Para qué?" Mica frunció el ceño.

"Dicen que tienen información importante sobre nuestra ascendencia. "Los hijos de la renombrada historiadora y arqueóloga Pappas —leyó— han encontrado nuevos pergaminos de..." Emma hizo una pausa, como si las palabras fueran extrañas en su boca, "Gabrielle, la bardo de Poteidaia."

Mica aún lucía confundida. "¿Pergaminos de quién?"

Emma miró a sus hijos - Luca con su mapa de turista, Mica con restos de tomate en los dedos, ambos esperando una explicación simple para algo que no tenía nada de simple.

"De una mujer que vivió hace dos mil años," dijo finalmente. "Y que, aparentemente, tiene algo que ver con nosotros."

El silencio que siguió fue tan espeso como la niebla de Liverpool.

Chapter 6: Sucedió una noche en Abdera

Summary:

Después de dejar Anfípolis atrás, Gabrielle y Ephy, buscan refugio en el templo de Afrodita en Abdera. En la tranquilidad y belleza del lugar, la bardo comienza a redescubrir su pasión por escribir. Mientras tanto, la conexión con su compañera de viaje se hace más grande.

Un vistazo al pasado de la jovén amazona puede ser también un presagio.

Notes:

Este capítulo iba a ser TAN largo, que lo reconfiguré totalmente para partirlo en dos.

Esperen pronto el siguiente, será una BOMBA.

Chapter Text

El templo de Afrodita en Abdera se alzaba majestuoso contra el cielo del atardecer, sus columnas de mármol rosado reflejando los últimos rayos del sol que se desvanecía sobre el mar Egeo. Gabrielle desmontó de Argo y contempló la estructura con una mezcla de alivio y nostalgia. Había pasado noches en templos de Afrodita antes, siempre había encontrado paz en ellos.


"Es hermoso," murmuró Ephy a su lado, desatando sus alforjas.


Un pequeño pero hermoso templo parecía un buen presagio para la noche.


Durante los cuatro días de viaje desde Anfípolis había sido una compañera amigable y atenta, y Gabrielle había comenzado a apreciar su presencia de una manera que no esperaba.


Una sacerdotisa joven se acercó a recibirlas, su túnica blanca ondeando suavemente con la brisa marina. "Bienvenidas al templo de nuestra señora Afrodita. Soy Ione. ¿Buscan refugio para la noche?"


Ephy se adelantó mientras Gabrielle se ocupaba de desatar las riendas de Argo. "Sí, por favor. Soy Ephy y ella es Gabrielle de Potidea."


Gabrielle notó que intercambiaban algunas palabras susurradas, y aunque no alcanzó a escuchar los detalles, vio cómo Ephy le mostraba algo que colgaba de su cuello a la sacerdotisa.


Cuando Gabrielle se acercó con sus alforjas en mano, Ione la recibió con una sonrisa aún más cálida. "Estoy a su servicio. Permítanme mostrarles sus aposentos." Gabrielle saludó gentilmente, preparándose para ofrecer parte del oro que había conseguido en Egipto como ofrenda por el hospedaje.


Los ojos de Ione se iluminaron. "Un momento, ¿Gabrielle, la bardo de Potidea? Es un honor. Por favor, síganme."


Gabrielle frunció ligeramente el ceño, esperaba alguna mención de ofrenda o pago, pero Ione ya se subía las escalinatas hacia el templo "¿No necesita...?" comenzó a preguntar, pero Ephy le tocó el brazo suavemente.


"Está bien, mi reina," murmuró la joven amazona. "Algunas veces la hospitalidad es regalo de la diosa de este templo."


Gabrielle asintió, aquello era verdad, aunque algo en la facilidad del intercambio le resultaba extraño. Había pasado noches en templos de Afrodita antes, pero siempre había habido algún tipo de ofrenda de por medio, o al menos el permiso explícito de la diosa del amor cuando el dinero escaseaba. Se preguntó si aquello también era obra suya y si Afrodita estaría cerca de ahí en ese momento.


Mientras seguían a la sacerdotisa a través de los patios del templo, Gabrielle observó detalladamente el lugar.


El templo de Afrodita en Abdera no era imponente por su tamaño ni lujos, sino por su perfecta armonía con el paisaje que lo rodeaba. Una estructura principal de mármol local, modesta pero elegante, se alzaba rodeada de tres patios interconectados que descendían suavemente hacia el mar. El patio principal, pavimentado con piedras pulidas por el tiempo, se abría generosamente hacia el Egeo, enmarcando el horizonte infinito donde el agua se fundía con el cielo.


Los patios laterales, más íntimos, estaban sombreados por olivos y adornados con pequeños altares donde ardían braseros de mirra. Enredaderas de jazmín trepaban por las columnas, liberando su fragancia dulce alrededor, mientras la lavanda de los jardines perfumaba cada rincón con su esencia embriagadora.


Un tanto más alejado, el edificio que albergaba las habitaciones de las sacerdotisas dejaba escapar el aroma a miel que flotaba hasta ellas, mezclándose con el salino frescor del mar. La belleza natural del lugar la conmovió de tal manera que, sin notarlo, se había quedado de pie contemplando el paisaje. Varios metros por delante, Ione ya había desaparecido entre las columnas.


"¿Te encuentras bien?" preguntó Ephy en voz baja, notando su expresión pensativa.


"Sí," respondió Gabrielle, sorprendida por la verdad en sus palabras. "Creo que sí."

Mientras compartían la abundante cena, Ephy le contaba una anécdota graciosa sobre sus entrenamientos con las amazonas.


"La amazona que me entrenó solía decir que yo tenía la paciencia de una cabra montés con el bastón de combate. Un día, después de que rompí el tercer bastón de práctica en una semana, me hizo entrenar con una rama de sauce... que se dobló tanto que terminé con un nuevo arco de tiro."


Gabrielle rió.


Descubrió que disfrutaba la conversación más de lo esperado. Había algo en la manera en que la joven amazona escuchaba—con atención completa pero, y Gabrielle ya lo había adivinado, con un tanto de devoción hacia ella.


"¿Sabes?" dijo Gabrielle, sirviendo más vino en sus copas, el líquido dorado reflejando la luz de las antorchas. "Esto me recuerda una ocasión cuando Xena me golpeó con el chakram 'accidentalmente'. Discutíamos de nuevo sobre por qué ella sólo quería que cenáramos pescado y nunca aceptaba comer lo que yo quería."


Se detuvo, esperando el dolor familiar al recordarla, pero en su lugar sintió algo cálido y suave. "Después de un día largo, nos sentamos junto al fuego y... Xena decidió que quería disculparse conmigo con sus habilidades culinarias."

Ephy sonrió, inclinándose ligeramente hacia adelante. "¿Xena cocinando? Eso suena... interesante."


"Oh, fue un desastre completo," rió Gabrielle, y se sorprendió de lo natural que sonaba su risa. "Quemó el pescado, le echó sal en lugar de azúcar al postre de las frutillas que recolectamos en el camino, y de alguna manera logró que el pan quedara crudo por dentro y carbonizado por fuera. Pero la parte más graciosa fue cuando trató de arreglar el estofado añadiendo vino..."


"¿Qué pasó?"


"Bueno, añadió tanto que básicamente se volvió sopa de vino con algunos vegetales flotando. Traté de no herir sus sentimientos pero estaba tratando de no reírme de ella. Y Xena, que normalmente era tan segura de sí misma, se puso completamente roja y murmuró algo sobre preferir la batalla a la cocina."


Las dos mujeres rieron, y Gabrielle sintió algo que había olvidado: el simple placer de compartir una historia, de hacer reír a alguien, de revivir un momento feliz sin que el dolor lo opacara todo. Sus dedos se movieron inconscientemente, como si sostuvieran una pluma.


"Debería escribir eso," murmuró, más para sí misma que para Ephy.


"¿Perdón?"


"Esa historia. Nunca la escribí. Parecía demasiado... ordinaria, supongo. Pero tal vez eso es exactamente lo que necesito recordar."


Ephy asintió con comprensión. "A veces son los momentos pequeños los que más importan."


Gabrielle se disculpó para retirarse a un rincón apartado del templo que había descubierto: al final de una pequeña terraza elevada con vista al mar, una roca plana serviría como asiento perfecto. Había sacado sus pergaminos por primera vez en meses, y las palabras parecían fluir de su pluma como si hubieran estado esperando todo este tiempo.

 

Ephy la observó desde la distancia. No estaba completamente segura de qué había causado este cambio en Gabrielle, aunque se alegraba profundamente de verla tan animada. Cuando la conoció, Gabrielle apenas había hablado más allá de lo necesario, sus ojos perdidos en pensamientos que parecían causarle dolor. Pero durante los días en el camino había sido testigo de una transformación gradual que llenaba su corazón de algún tipo de gratitud con la vida. Poco a poco, conforme las millas quedaban atrás, bajo el sonido de los cascos de Argo, algo había comenzado a cambiar. Creía que en el fondo se lo debía todo a Eve y se sentía también en deuda con ella.


Había empezado con pequeños detalles: Gabrielle señalando flores silvestres en el camino, comentando sobre el vuelo de las aves, incluso sonriendo genuinamente cuando Ephy compartió una historia divertida sobre el accidente de una hermana amazona y un potro temerario. Para el tercer día, la bardo había comenzado a hacer preguntas sobre la vida de Ephy, mostrando una curiosidad que la joven no experimentado a su lado. Ella le había contado todas las historias sobre sus amigas, Kharis, Diônê y Rhodē, y de cómo deseaba volver a verlas pronto. Y , en pocas ocasiones, de su madre.

Gabrielle había interpretado esa cautela como un limite a su privacidad y optó por no preguntar demasiado sobre ella, más allá de su personalidad. Ephy había respondido con un brillo en los ojos: es la amazona más valiente, la más leal y la más amorosa con sus hijos, no podría estar más orgullosa de ser su hija.


Lo más hermoso había sido ver destellos de la naturaleza juguetona que, según su propia leyenda, había caracterizado a Gabrielle en sus primeros viajes con Xena. Una tarde, cuando se detuvieron junto a un arroyo para que Argo bebiera, Gabrielle se había inclinado para lavarse las manos y la cara del polvo del camino. El agua estaba fría—el invierno ya había llegado y se hacía sentir en todo el paisaje—pero a ella no pareció importarle. Al ver que Ephy hacía lo mismo, había comentado con una sonrisa genuina: "Se siente bien estar limpia de nuevo. Me encantaría poder sumergirme completamente, pero creo que esta agua me convertiría en hielo." Y por un momento fugaz, Ephy creyó ver que la tristeza había desaparecido completamente de sus ojos.


Esos momentos llenaban a Ephy de una felicidad que no había esperado. Después de todo, si había sido enviada hasta ahí, quizás su misión era precisamente esta: ayudar a Gabrielle a encontrar razones para sonreír de nuevo.


Pero todo aquello estaba condicionado por una mentira que ella misma había tejido.


Como cada vez que se sentía inquieta, decidió tocar su lira. Eligió un himno a Afrodita que conocía bien, pero sus dedos comenzaron a experimentar con el ritmo tradicional, cambiando el tempo de maneras que las sacerdotisas del templo probablemente no reconocerían. La melodía familiar tomó matices nuevos bajo su interpretación, más vibrante de lo que usualmente se escuchaba en los patios sagrados. Gabrielle le dedicó una sonrisa a la distancia, que Ephy no alcanzó a notar, concentrada en las cuerdas de su instrumento.


Aún inquieta por la promesa que había hecho a Eve, decidió explorar el templo. No podía simplemente permanecer sentada el resto de la noche.


Los patios del templo estaban iluminados por antorchas que creaban sombras danzantes entre las columnas. Ephy caminó sin rumbo fijo, respirando el aire salado y tratando de calmar los nervios que había logrado ocultar tan bien durante el viaje.
Fue entonces que vio algo que llamó su atención en una de las columnas que flanqueaban el templo. Al doblar una esquina para ver mejor, y ense momento se detuvo en seco.


Un dolor súbito y agudo atravesó su pecho, como si una flecha invisible hubiera encontrado su diana. Ephy se tambaleó ligeramente, llevando ambas manos al corazón, jadeando con dificultad. La sensación era intensa y violenta en su repentina aparición. Era como una herida que sangraba sin hacerlo.


Permaneció inmóvil durante varios minutos, tratando de recuperar el aliento y comprender qué había sucedido. Cuando finalmente logró moverse, se alejó del patio con pasos vacilantes, todavía presionando una mano contra el pecho donde la extraña herida seguía palpitando.


Cuando regresó al rincón apartado donde había dejado a Gabrielle, Ephy la encontró escribiendo con una concentración que no había visto desde que se conocieron. Gabrielle alzó la vista al escuchar sus pasos, y una sonrisa iluminó su rostro.
"¿Disfrutaste tu paseo?" preguntó, pero la sonrisa se desvaneció al notar que Ephy mantenía su mano derecha presionada contra el pecho y que había palidez en su rostro.


"Sí... mi reina," respondió Ephy, sentándose en la roca junto a ella con movimientos algo rígidos. "Es un lugar... lleno de hermosura."


Gabrielle dejó la pluma a un lado, su instinto le decía que algo no andaba bien. "Algo está mal. Estás pálida y… débil." Se acercó más a Ephy, estudiando su rostro con preocupación. "¿Te duele el pecho? ¿Qué sucedió?"


"Estoy bien, Gabrielle," murmuró Ephy, pero la preocupación genuina en su reina hizo que algo se removiera en su interior. Era la primera vez que veía ese tipo de reacción hacia ella. Y era la primera vez que cumplía su reiterada petición de llamarla por su nombre.


"No, no lo estás.", insistió Gabrielle, con su voz adquiriendo un tono firme que no admitía evasivas.


Ephy sintió una ternura extraña al ver la intensidad con que Gabrielle la observaba, como si realmente le importara lo que le pudiera pasarle. "Nadie me atacó," dijo suavemente. "Fue... no sé cómo explicarlo. Un dolor súbito, aquí," presionó su mano contra el corazón, "pero ya está pasando."


"¿Dolor en el corazón?" La preocupación de Gabrielle se intensificó. "Ephy, eso podría ser serio."


Ephy le restó importancia con un gesto de la mano. "Probablemente no estoy acostumbrada a la costa. El aire de las montañas es lo mío."


Gabrielle la estudió por un momento más, claramente no del todo convencida. "¿Estás segura? Porque si necesitas que busque a alguien del templo, o si..."


"Estoy bien, mi reina," la interrumpió Ephy suavemente, ofreciéndole una pequeña sonrisa. "De verdad."


Gabrielle suspiró, pero luego su expresión se volvió más seria, asumiendo el aire de autoridad que pocas veces usaba con Ephy. "Como tu reina, te ordeno que me digas la verdad si no te sientes bien. Y también te ordeno que me hagas saber inmediatamente si vuelve a suceder."


Ephy sintió el peso de la orden real, y aunque parte de ella quería resistirse, sabía que no podía desobedecer. "Sí, mi reina," respondió, inclinando ligeramente la cabeza. "Te lo prometo."


"Bien," murmuró Gabrielle, su tono suavizándose nuevamente. "Y por favor, deja de llamarme 'mi reina'. Soy Gabrielle, y me preocupo por ti."

El dolor que anteriormente había sentido Ephy en su pecho fue sustituido por un sentimiento totalmente diferente, algo que no alcanzaba a reconocer pero que la hacía muy feliz. Sin embargo, intentó llevar la conversación lejos de ahí.


"Me alegra verte escribir de nuevo... Gabrielle," comentó Ephy suavemente, haciendo una pequeña pausa antes de usar el nombre sin título, como si fuera un pequeño acto de rebeldía o valentía.


"A mí también," admitió Gabrielle. "No creí que fuera posible, pero esta noche... siento como si las palabras hubieran estado esperándome."


Se quedaron en silencio durante un momento, escuchando el sonido de las olas contra las rocas debajo de ellas. La luna había salido completamente, bañando el mar en un resplandor plateado.


"Gabrielle," comenzó Ephy, su voz apenas un susurro. El peso de la promesa hecha a Eve se sentía más pesado que nunca.


Pero no obtuvo respuesta.


Antes de que Ephy pudiera continuar, Gabrielle bostezó. "Perdón, ha sido un día largo. Creo que debería intentar dormir."


Ephy asintió, aliviada y decepcionada por el retraso a la vez. "Por supuesto. Yo... creo que me quedaré aquí un poco más."


"No te quedes despierta toda la noche," dijo Gabrielle con un tono que recordaba vagamente al que usaría su propia madre. Se levantó, recogió sus pergaminos, y puso una mano gentil en el hombro de Ephy. "Buenas noches."


"Buenas noches, Gabrielle."


Mientras observaba a su reina alejarse hacia el templo, Ephy respiró profundamente. Pronto tendría que encontrar las palabras para explicar quién era realmente, de dónde venía, y por qué estaba aquí. Pero por ahora, se permitió quedarse bajo las estrellas, con la mano aún sobre el corazón, pensando, por primera vez, en su presente y no en su pasado.

 

 

-

 

 

Nación Amazona
Montañas Ródipe, Tracia
Universo de La Conquistadora
Algún tiempo atrás

La luna ya se alzaba en lo alto cuando Ephiny y la pequeña Ephy regresaron a la cabaña real. El camino de vuelta desde los territorios centauros había sido silencioso, interrumpido solo por alguna indicación de la reina amazona. Las antorchas del perímetro de la aldea proyectaban sombras danzantes sobre sus rostros cansados mientras cruzaban el umbral de su hogar.


Ephiny dejó caer su bolsa de viaje junto a la puerta y se sentó pesadamente en el borde de su cama. Sus ojos aún mostraban el rastro de las lágrimas contenidas durante la despedida. Xenan, su hijo adolescente, había crecido tanto desde la última vez que se vieron. Como centauro, su lugar estaba con su pueblo, una verdad que Ephiny comprendía pero que no hacía menos dolorosa la separación.


"¿Quieres té de hierbas?" preguntó Ephy con voz suave, intentando imitar los gestos maternales que había observado entre las mujeres de la tribu.


Ephiny negó con la cabeza y esbozó una sonrisa forzada. "No, pequeña. Ya es tarde. Debemos prepararnos para dormir."


Con movimientos mecánicos, ayudó a Ephy a cambiarse para la noche, trenzó su cabello como era tradicional en su tribu y la arropó en la pequeña cama que habían dispuesto para ella en la esquina de la cabaña. La niña observaba atentamente cada gesto de la reina, su mirada atenta no perdía detalle del dolor que Ephiny intentaba disimular.


"¿Lo extrañas mucho?" preguntó Ephy cuando Ephiny se inclinó para besarle la frente.


La reina amazona se sentó al borde de la cama de la niña. "Sí. Cada día. Aunque lo vea un par de veces por luna, nunca deja de doler cuando nos separamos."


Ephy se incorporó sobre sus codos. "Pero él tiene que aprender a ser un centauro fuerte, ¿verdad? Como tú me enseñas a ser una amazona."


Ephiny asintió, sorprendida por la sabiduría en palabras tan inocentes.


"Cuando estés lejos de Xenan..." dijo con voz somnolienta mientras se acomodaba nuevamente entre las mantas, "puedo ser tu hija si quieres."


Ephiny contuvo la respiración, sintiendo que algo se quebraba dentro de su pecho.


"Yo te amaré tanto como Xenan lo hace," continuó la niña con sencillez. "Y así no estarás sola cuando él no esté."


Por primera vez desde que dejaron el territorio centauro, las lágrimas fluyeron libremente por el rostro de Ephiny. Pero estas eran diferentes: no eran sólo de tristeza, sino también de un agradecimiento profundo ante la pureza del corazón de esa niña.
"Oh, Ephy," susurró Ephiny, inclinándose para abrazar a la niña. "Ya me has dado más de lo que imaginas."


Mientras la reina amazona sostenía a la pequeña contra su pecho, sintió que un vacío comenzaba a llenarse con un nuevo tipo de amor. No era un reemplazo, sino una extensión, una nueva rama en el árbol de su corazón.

 

*

 

El sol del mediodía caía implacable sobre la aldea amazona en el corazón de Tracia. Entre las cabañas y los espacios de entrenamiento, una pequeña figura blandía un bastón de combate casi tan alto como ella. Su ceño fruncido en concentración y sus movimientos, aunque aún torpes, mostraban una determinación inusual para sus escasos siete años.


"¡No dejes caer tu guardia, Ephy!" La voz de Ephiny resonó clara y firme mientras observaba a la niña intentar ejecutar la secuencia de movimientos que le había enseñado momentos antes.


Ephy levantó el bastón con ambas manos, pero su pequeño cuerpo perdió el equilibrio al intentar girar en el movimiento defensivo. Cayó sobre la tierra batida, levantando una pequeña nube de polvo. Sus ojos se llenaron de lágrimas de frustración, pero se las tragó, negándose a dejarlas caer.

 

Ephiny se acercó, su rostro severo se suavizó por un instante. Se arrodilló junto a la pequeña, observándola con atención.

 

"Levántate," dijo Ephiny, extendiendo una mano callosa. "Una amazona nunca permanece en el suelo."

 

Ephy tomó la mano ofrecida y se incorporó, sacudiéndose el polvo de su pequeña túnica de algodón carmesí y cuero.

 

"¿Por qué no puedo hacerlo bien?" murmuró la niña, su voz pequeña cargada de frustración genuina.

 

Ephiny estudió el rostro de la pequeña. No era la primera vez que veía esa expresión, que iba más allá del simple deseo de dominar una técnica. La severidad se desvaneció gradualmente de sus facciones mientras observaba cómo los hombros de la niña se hundían bajo un peso invisible.

 

"¿Qué sucede, mi princesa?" preguntó, su voz perdiendo el tono de comando para adoptar la calidez reservada para los momentos más íntimos con su familia.

 

Ephy bajó la mirada, sus pequeños dedos apretando el bastón hasta que los nudillos se volvieron blancos. Por un momento solo se escuchó el viento entre los árboles del perímetro de entrenamiento.
"¿Crees que ella estaría orgullosa de mí?" preguntó finalmente, su voz apenas un susurro.


Ephiny sintió que algo se apretaba en su pecho, pero antes de poder responder, la niña continuó con esa honestidad que sólo tienen los niños.


"No soy muy buena en esto, mamá." Sus ojos verdes se alzaron brevemente para mirar a Ephiny antes de volver a bajar. "No soy tan buena amazona como tú, ni como..." Se detuvo, mordiéndose el labio inferior. "No como ella, mi otra mamá."


Ephiny se arrodilló completamente, abandonando cualquier pretensión de ser la instructora severa. Ahí estaba - la verdadera fuente del dolor de la niña. El miedo no era ser insuficiente para una madre muerta, sino no merecer el amor de ninguna de las dos.


"Ephy," dijo suavemente, tomando el rostro de la niña entre sus manos callosas. "Lo que no entiendes, mi princesa, es que no necesitas ser perfecta para que te ame. Ya lo hago. Desde el momento en que llegaste a mí. Y no porque se lo prometiera a nadie, sino porque mi corazón te escogió."


La niña la miraba con atención absoluta, su rostro evidenciaba una vulnerabilidad que partía el corazón.


"Tienes algo muy especial, Ephy. Tienes el amor de quien te dio la vida, y tienes el amor de quien te está criando. Las dos te amamos completamente, cada una a su manera. Y ninguna de las dos necesita que seas perfecta para amarte."


Las lágrimas fluyeron entonces por el rostro de la pequeña. Ephiny la atrajo hacia sí, sosteniéndola contra su pecho.


"Eres mi hija," murmuró contra el cabello oscuro de la niña. "Y eres exactamente lo que yo escogí amar."


El río descendía cristalino entre las escarpadas laderas de las Montañas Ródope, formando pequeños remansos donde el agua se volvía más calma y menos profunda. Escondido en este remoto rincón, el territorio amazona permanecía protegido del mundo exterior tanto por la geografía accidentada como por la legendaria ferocidad de sus guerreras. Y en él, cuatro jóvenes amazonas chapoteaban y reían bajo el sol del verano.


"¡Te tengo!" exclamó Kharis, emergiendo silenciosamente detrás de Ephy para sumergirla completamente bajo el agua. Su risa contagiosa resonó entre los árboles cuando la princesa amazona reapareció jadeando y con el cabello oscuro pegado al rostro. De las cuatro, Kharis era la primera en proponer aventuras y la última en rendirse ante cualquier desafío.


Ephy se apartó el cabello empapado de los ojos, fingiendo indignación. "¡Eso no es justo! ¡Atacar por sorpresa!" Pero su sonrisa la traicionó mientras se lanzaba en persecución de su mejor amiga.


Rhodē, la más grande de las cuatro, observaba la persecución acuática desde la orilla mientras trenzaba delicadamente juncos. "Cuidado con la corriente," advirtió con ese tono maternal que siempre adoptaba.


"Sabes que de nosotras ellas son las mejores nadadoras, ¿verdad?" comentó Diônê, sacudiendo su cabeza adornada con cuentas de colores. Sus ojos evitaron brevemente los de Ephy antes de concentrarse en buscar piedras lisas en el lecho del río.


Las risas continuaron mientras las adolescentes disfrutaban de su raro momento de libertad, lejos de los entrenamientos y responsabilidades que ya comenzaban a pesar sobre sus jóvenes hombros.


Cuando finalmente el cansancio las alcanzó, las cuatro se tendieron sobre una gran roca plana que se calentaba bajo el sol. Ephy se encontraba en el centro, rodeada por sus hermanas amazonas.


"Cuéntanos otra vez sobre las pirámides," pidió Rhodē, cuyos ojos oscuros brillaban cada vez que Ephy compartía historias de sus viajes. "¿De verdad son tan altas como montañas?"


Ephy sonrió, cerrando los ojos para recordar mejor. "Bueno, al menos son más altas que el templo más grande que hayas visto. Están hechas de piedras tan enormes que ni cientos de guerreras amazonas podrían moverlas juntas."

 

"Mientes”, reclamó Rhodē. Pero Ephy negó con la cabeza, divertida.


"Y los dioses con cabezas de animales," añadió Diônê con fascinación genuina, "¿realmente existen?"


"Bueno, sus estatuas sí," respondió Ephy con una sonrisa. "Bastet tiene cabeza de gato, Anubis de chacal..."


Kharis, que había estado inusualmente callada, se incorporó de repente. Sus ojos azules brillaron con esa determinación que la caracterizaba.

 

"Algún día iremos contigo," declaró con la confianza absoluta de la infancia. "Cuando seamos mayores. Veremos esas pirámides con nuestros propios ojos."

 

Ephy miró el rostro expectante de Kharis y sintió algo cálido expandirse en su pecho. "Sí," respondió sin dudarlo. "Algún día iremos juntas. Las cuatro."


El sol comenzaba a descender cuando emprendieron el camino de regreso. Kharis caminó junto a Ephy, ligeramente rezagadas del grupo.


"¿De verdad crees que Afrodita nos dejará acompañarte?" preguntó Kharis en voz baja.


Ephy consideró la pregunta. "No lo sé. Pero vale la pena intentarlo. Después de todo nunca le pido favores y bien saben las diosas que me debe algunos." Dijo aquello haciendo reír a Kharis.


Ephy tomó una rama caída y la partió distraídamente. "Sabes, he visto cosas increíbles en mis viajes… templos que tocan las nubes, guerreras que pueden convertirse en llamas eternas. Incluso..." Su voz se suavizó.


Kharis asintió comprensivamente. Su mejor amiga conocía bien esa historia, lo que pudo haber sido.


"Pero todo eso... no se compara con esto. Con nosotras. Ahora. Haremos que la gran nación amazona se sienta orgullosa de nosotras".


“¡Las mejores guerreras del mundo!” Escuchó exclamar a Diônê pasos adelante, sin el pudor de claramente estar escuchando su conversación.


Kharis sonrió le tomó la mano. "Las Moiras tejieron nuestros destinos juntos desde que nacimos. Eso no va a cambiar."


"No," acordó Ephy, apretando la mano de su mejor amiga. "Nada va a cambiar eso."


Adelante, Rhodē y Diônê habían comenzado a discutir sobre técnicas de arquería. Su risa flotaba en el aire del atardecer mientras la aldea aparecía entre los árboles.


Por ahora, todo estaba en su lugar. Su mundo, su familia, su futuro. Todo exactamente como lo hubiera deseado.

Chapter 7: ¿Existe una belleza tan hermosa como un sueño? ¿Existe una verdad más dulce que la esperanza?

Summary:

BOOM

Notes:

Sospecho que los próximos capítulos les van a gustar mucho más, because of reasons ( ͡❛ ͜ʖ ͡❛).

Chapter Text

El sueño era hermoso. Gabrielle se encontraba junto a Xena en una colina que conocía y no conocía a la vez—los olivos plateados bajo la brisa matutina le recordaban a Corinto, pero el mar que se extendía más allá era distinto, más azul, más vasto. Un viaje de ensueño creado desde aquel amor compartido y los recuerdos más preciados de ambas.




Xena estaba sentada a su lado, cálida y radiante, su mano entrelazada con la suya mientras observaban el amanecer pintando el cielo de rosa y oro.




"¿No es hermoso?" murmuró Xena, su voz suave como la había escuchado solo en sus momentos más íntimos.




Gabrielle asintió, sintiendo una paz que no había experimentado desde que todo terminó. Pero había algo diferente en este sueño. Una claridad, una realidad que trascendía cualquier fantasía que hubiera experimentado antes.




"¿Dónde estamos?" preguntó, aunque en el fondo ya lo sabía.




"En nuestro lugar," respondió Xena simplemente. "Un refugio entre mundos, donde el tiempo no tiene poder y sólo nuestro amor importa. Hasta aquí llegan los ecos de tu vida, cada pensamiento has llevado contigo, cada lágrima y cada vez que pronuncias mi nombre."




"Oh, Xena ¿Es real?"




Xena sonrió con esa media sonrisa que siempre le derretía el corazón.




"Tan real como tú y yo. Más real que cualquier cosa que hayamos vivido en el mundo mortal."




Gabrielle la miró con alegría, dejando que cada instante en ese lugar llenara su alma de felicidad y amor. Qué importaba si era un sueño más.




"Te he extrañado tanto," susurró.




"Lo sé." Xena apretó su mano, y Gabrielle pudo sentir su calor, su piel contra la de ella, todo lo que había perdido. "Pero no podía pedirte que vinieras aquí, no todavía. No de esta manera."




"¿Qué quieres decir?"




Una sombra de preocupación cruzó el hermoso rostro de Xena.




"Habías estado buscando formas de llegar hasta mí ... incluso consideraste..." No terminó la frase, pero sus ojos lo dijeron todo.




Gabrielle desvió la mirada, incapaz de negarlo.




"Sin ti, cada día se siente como una agonía."




"Escúchame." Xena tomó su rostro entre las manos, obligándola a mirarla. "Te amo, Gabrille, eso nunca va cambiar, ni aquí ni en ningún otro universo. Pero tienes una vida que vivir, historias que contar, personas que necesitan de ti."

 

Gabrielle agachó su mirada y retiró su mano de la de Xen.


"Creo que tenía razón, duele menos cuando no estás en mi cabeza todo el tiempo."



Los ojos de Xena se llenaron de una tristeza infinita.

 

"También tengo miedo. No sé qué haré el día en que ya no me recuerdes. Quizá por eso viene a encontrarte en tus sueños.”



Aquello realmente fue duro para Gabrielle. Colocó sus manos en el rastro de Xena y dijo:

 

"No tienes idea de lo que dices. De todo el amor que siento por ti y que no sé bien qué hacer con él ahora. Yo tampoco quiero que duela más, estoy tratando, pero…”.

 


Llevó su frente contra la de Xena, respirando mutuamente el aroma de la otra.

 

"Esa es la única respuesta, Gabrielle. Tu amor”.

 

No lo pudo soportar más, y llevó sus labios hasta los de Xena. Pero después de unos segundos, ella puso fin al beso.

 

"Me mantendré firme, Gabrielle. No quiero hacerte daño, y ahora tú necesitas ese corazón que tanto adoro para ayudar a alguien más. Porque alguien muy especial está por llegar a tu vida. Alguien que necesitará de tu fuerza, de tu amor, de todo lo maravillosa que eres." Xena acariciaba su mejilla mientras le decía aquello.




Gabrielle sintió que su corazón se contraía. Las palabras de Xena resonaron en su interior con una sospecha que no ya podía negar, pero también con una desesperación que amenazaba con ahogarla.




"No entiendo," susurró, aunque una parte de ella sí lo hacía—una parte que se resistía a aceptar lo que Xena intentaba decirle.




"Pronto lo harás." Xena la envolvió en sus brazos, y por un momento glorioso, Gabrielle se perdió en la sensación de estar completa nuevamente. "Recuerda esto, Gabrielle. Recuerda que nuestro amor, que siempre estaré contigo aunque no puedas verme. Pero también recuerda que tienes una vida que vivir, un propósito que cumplir. Además, —hizo una pausa y la miró fijamente a los ojos— creo que por fin lo has entendido, aunque te niegues a aceptarlo."




"¿Y si no soy lo suficientemente fuerte?" dijo negando con la cabeza.




"Eres la persona más fuerte que conozco, Gabrielle." Xena se apartó lo suficiente para mirar directamente a sus ojos. "Siempre lo has sido."




El aire alrededor de ellas comenzó a cambiar sutilmente. Lo que había sido una brisa cálida y reconfortante ahora llevaba consigo un eco de algo más—un susurro que no pertenecía a este lugar sagrado. Xena lo notó primero, su expresión cambiando con una alarma que intentó ocultar.




"¿Qué pasa?" preguntó Gabrielle, sintiendo como el paraíso que las rodeaba empezaba a volverse frágil, como si fuera de cristal y algo estuviera golpeando desde afuera.

 

"Tienes que irte," dijo Xena con urgencia, pero también con una ternura que partía el alma. "Ahora."

 

"No, no quiero irme. Por favor."

 

"Gabrielle, tienes que irte ahora. Estamos dejando atrás este lugar." La voz de Xena se volvió más débil, el esfuerzo de mantener esta conexión espiritual mientras la psique de Gabrielle se fracturaba estaba agotándola. "No puedo sostenerte aquí más tiempo. Debes regresar."

 

Pero ya era demasiado tarde. Gabrielle sentía como algo se desgarrara dentro de ella—no físicamente, sino en el tejido mismo de su alma herida. El encuentro había abierto no sólo la puerta hacia Xena, sino también hacia algo más.

 

"No," exclamó Gabrielle cuando sintió que su conexión con Xena se desvanecía. "No, por favor."

 

Gabrielle se aferró a ella con desesperación, capturó sus labios en un beso urgente y desesperado—no era dulce ni pasional, era una súplica silenciosa de alguien que se ahogaba y buscaba aire. Xena respondió con igual necesidad, pero pronto, su esencia ya se desvanecía entre sus brazos.

 

Por un momento, Gabrielle quedó suspendida en un vacío silencioso, aferrándose desesperadamente a los últimos ecos de esa voz amada y el calor que aún sentía en sus labios. Pero algo más había despertado en las profundidades de su psique fracturada, algo que había estado esperando por esta oportunidad.

 

"Te amo," fueron las últimas palabras que escuchó de Xena antes de que su presencia comenzara a desvanecerse como humo en el viento.

 

Y entonces comenzó el horror.

 

El vacío que dejó Xena al desvanecerse se llenó inmediatamente con algo familiar y siniestro. La pérdida desgarradora despertó ecos de otra pérdida, otro amor que se había convertido en dolor.

 

El paraíso se desintegró como arena en un huracán. Los olivos plateados se marchitaron y fueron arrancados de raíz. El mar se volvió gris plomo y se alzó en olas gigantescas que arrastraron todo a su paso. El cielo se desgarró, mostrando un vacío negro que parecía succionar la luz misma.

 

Gabrielle quedó sola en el centro de una tormenta que no era de viento y lluvia, sino de recuerdos. Algo más tenía el control de ese lugar, y ahora cada momento de dolor que había vivido se manifestaba a su alrededor como fragmentos de cristal.

 

Flash. Hope, recién nacida en sus brazos, tan perfecta y tan condenada. Su propia voz resonando: "Es mi hija."




Un silencio aterrador.




Flash. Los ojos de Hope, tan parecidos a los suyos pero vacíos de amor: "Nunca podrás matarme, madre. Soy parte de ti."




Otro silencio que se alargaba como una eternidad.




Flash. Las llamas consumiendo el cuerpo de Xena. El vacío que siguió y que nunca se había llenado.

 

Los recuerdos se multiplicaron, se superpusieron, creando un cacofónico coro de voces familiares—cada momento de autodesprecio, cada "debería haber", cada "si tan solo".

 

"¿Ves lo que eres?" La voz salía de todas partes y de ninguna, era la suya propia pero sin serlo. "Una madre que crea monstruos. Una mujer que no puede salvar a quien ama. Una reina que abandona a su pueblo."

 

El paisaje cambió nuevamente. Ya no era una tormenta, sino un foso de lava hirviente, y ahora también Hope estaba con ella. Juntas cayendo sin fin hacia el fondo donde habitaban todos los reproches que se había hecho.

 

"Estás sola," le susurró. "Siempre has estado sola. Incluso con Xena a tu lado, siempre fuiste sólo Gabrielle de Potidea, jugando a ser algo más grande de lo que eres."

 

Gabrielle intentaba resistir con todo su ser. Esto no podía ser real, ella y Xena habían vencido a Hope hacía mucho tiempo.

 

"No eres digna del amor que recibiste," continuó la voz cruel. "Por eso se fue. Por eso estás aquí, hundiéndote en lo que realmente eres: una tonta que se creyó sus propias historias."

 

La oscuridad la envolvió completamente, y por un momento sintió la tentación de dejarse llevar, de hundirse para siempre en este lugar donde el dolor era lo único real y constante.

 

Pero esta vez, supo cuestionar las mentiras de Hope. Ella no estaba sola. Ni antes, ni ahora.

 

Fue entonces cuando despertó.

 

Se despertó con un grito ahogado, el corazón martilleando contra su pecho, empapada en sudor frío. La oscuridad del templo le pareció densa, con los ecos de la pesadilla aún persiguiéndola. Su respiración era errática, y por un momento no pudo distinguir entre el sueño y la vigilia.

 

Todo su cuerpo temblaba. El dolor psicológico se había manifestado físicamente: tenía las manos contraídas como garras, el cuello tenso, y sentía como si realmente hubiera estado luchando contra algo.

 

De pronto, percibió una silueta inclinada sobre ella—una figura femenina. En su estado alterado, con los ecos de Hope aún resonando en su mente, la adrenalina explotó en sus venas.

 

Sin pensarlo, Gabrielle lanzó un puñetazo hacia la aparición. Para su sorpresa, la figura esquivó el golpe con rapidez, atrapando sus muñecas con firmeza pero sin lastimarla.

 

"¡Gabrielle!" La voz sonaba distante. La bardo forcejeaba con furia, impulsada no sólo por el miedo sino por la necesidad de liberar el dolor insoportable que llevaba dentro.

 

"¡Soy Ephy! ¡Es sólo una pesadilla!" 




Pero Gabrielle no podía detenerse. Continuó luchando hasta que la joven ejecutó una maniobra precisa: una inmovilización rápida y precisa que la depositó en el suelo con sorprendente suavidad.




Fue un movimiento impecable. Fluido. Perfecto. Gabrielle se quedó inmóvil por la revelación: sólo había visto ese tipo de técnica una vez antes, en la tierra de Chin. 




" Lo siento," murmuró Ephy, aflojando el agarre.

 

Gabrielle se quedó inmóvil por largos segundos, procesando lo que acababa de suceder. Aún con la respiración agitada, reconoció la precisión de ese movimiento. Pero algo más la inquietaba—una sensación de familiaridad en su rostro más asombroso que su estilo de pelea.

 

Lentamente, retiró sus manos y se incorporó, manteniendo distancia. Su corazón aún latía acelerado, pero ya no sólo por la pesadilla. Había algo en la forma en que Ephy intentaba calmarla, que despertaba ecos de algo que no podía nombrar.

 

Durante varios latidos más la observó en silencio bajo la tenue luz lunar, y fue entonces cuando realmente la vio por primera vez. Sus ojos... se parecen demasiado a los míos.

 

El parecido le resultó incluso inquietante.

 

Esa forma de mirar—esa mezcla de determinación y vulnerabilidad que ella conocía demasiado bien. Le recordaba sus propios ojos reflejados en el agua cuando era más joven, cuando creía que el mundo podía cambiarse sólo con buenas intenciones.

 

El pensamiento llegó sin invitación, trayendo consigo esa punzada familiar de pérdida que la atravesaba como una daga. Cerró los ojos, respirando profundamente. No podía permitirse caer otra vez en ese abismo.

 

"Estoy bien ahora," dijo con voz ronca, más para convencerse a sí misma que para tranquilizar a la joven.

 

Después de un momento que se sintió eterno, Gabrielle rompió el silencio: "¿Dónde aprendiste a luchar así?"

 

"Con las amazonas, mi reina."

 

La respuesta ya no la satisfizo. Después de todos esos días juntas, y de la manera en que aparentaba una lealtad hacia ella, su reina, la respuesta le supo un tanto a traición. Con la claridad que llegaba a su mente después del terror, comenzaron a formarse preguntas que había estado evitando.

 

"Esa técnica..." comenzó Gabrielle, su voz aún ronca pero más controlada. "¿Quién te enseñó a luchar así?"

 

Un destello de sorpresa cruzó su mirada, y Gabrielle lo había visto. Había pasado demasiados años junto a Xena, leyendo las mentiras en los rostros de enemigos y aliados por igual.

 

Xena me habría advertido sobre esto, pensó con amargura. Habría visto lo que yo no pude ver.

 

Gabrielle notó entonces algo que había pasado por alto. Como fruto del forcejeo, ahora un pequeño colgante de una concha marina sobresalía en su pecho, un símbolo de Afrodita, que la joven intentó ocultar rápidamente.

 

El reconocimiento le trajo recuerdos. Afrodita había sido, no exactamente una amiga al principio, pero al final se había convertido en una de las pocas aliadas genuinas que le quedaban. Alguien que entendía el dolor del amor que había perdido, que había visto su conexión con Xena y la había respetado. Alguien que había intentado ayudar cuando Xena...

 

No .

 

"Servir a la diosa del amor es poco común para una amazona guerrera," comentó, intentando estabilizar su propio enojo.

 

La tensión en los hombros de Ephy fue inmediata.

 

"Cada una sirve a quien debe, mi reina."

 

Otra evasiva. La irritación de Gabrielle creció. Estaba cansada de los juegos, cansada de las verdades a medias. Había perdido demasiado como para tolerar más mentiras.

 

Dio un paso hacia ella, y por un momento, no fue la reina amazona sino la mujer que había enfrentado dioses y tiranos.

 

"¿Y tú a quién sirves realmente?"

 

Por primera vez, Ephy la enfrentó directamente. En sus ojos brillaba el orgullo con un atisbo de vulnerabilidad 

 

"A la verdad," respondió. "Y pronto entenderás por qué."

 

La respuesta la desestabilizó. Había algo en el tono, en la forma en que la joven la miraba... Como si hubiera estado esperando este momento.

 

"¿Quién eres realmente?"

 

La pregunta salió más áspera de lo que pretendía. Los vestigios de la pesadilla, del torbellino de recuerdos dolorosos, aún afectaban su mente y su cuerpo.

 

La joven retrocedió instintivamente, su mano moviéndose hacia el colgante.

 

"Soy quien dije ser."

 

Pero incluso mientras pronunciaba las palabras, Ephy sintió como si estuviera traicionando todo lo que conocía. Su mundo, su madre adoptiva, la memoria de su madre biológica.

 

Sus manos temblaron imperceptiblemente. Había pasado meses preparándose para este momento, pero ahora que estaba aquí, frente a una versión de su madre que no la conocía, que no la había criado, que no tenía obligación alguna hacia ella... se sintió como una niña perdida nuevamente.



¿Y si Gabrielle la rechazaba? ¿Y si esta conexión que sentía era solo una fantasía, un deseo desesperado de llenar el vacío que habían dejado las muertes de sus madres? ¿Y si había arriesgado todo por nada?



El peso de la soledad que había cargado durante años se hizo más pesado. Pero ya no había vuelta atrás. Ya había dado el primer paso hacia el abismo.

 

"No más mentiras." La voz de Gabrielle se endureció, cargándose de toda la autoridad que había acumulado durante años de liderazgo. "No después de lo que acabo de ver."

 

Afrodita se materializó completamente, manteniendo su seriedad inicial pero con destellos de su calidez habitual cuando miró a Gabrielle.

 

"Hace unas semanas, justo antes de que regresaras de Egipto, recibí un mensaje muy peculiar," comenzó, caminando grácilmente alrededor de la habitación. "De mi contraparte en el mundo de nuestra pequeña guerrera aquí."

 

Señaló a Ephy con un gesto cariñoso, aunque mantuvo el tono grave.

 

"Los dioses podemos comunicarnos entre realidades, aunque generalmente evitamos hacerlo por las ramificaciones que puede causar. No es que eso le haya impedido nunca a cierto hermano mío hacerlo constantemente, pero..." Se encogió de hombros con una sonrisa que no llegó a sus ojos. "Esta vez era diferente. Esta vez era sobre ti, cariño."

 

Gabrielle la miraba fijamente, esperando.

 

"La otra Afrodita me compartió la historia completa," continuó, su voz suavizándose. "Me mostró los recuerdos de tu otra versión, de cómo amaste a esta pequeña, y no pude evitar adorarla también. Su Afrodita había sido como su hada madrina, ¿sabes? No sólo mantuvo un ojo protector sobre Ephy, sino que la llevó por todo el mundo conocido para que se convirtiera en la mejor amazona que ha visto el mundo."

 

Miró a Ephy con orgullo genuino.

 

"Aunque mi niña aquí siempre prefirió la lira a la espada. ¿No es encantador, Gabby?"

 

"¿Tu niña?" preguntó Gabrielle, notando el posesivo en la voz de la diosa.

 

Afrodita asintió con una sonrisa maternal que raramente mostraba. "Desde que llegó a este mundo, cariño, y lo hace divinamente.

 

"Pero déjame contarte la historia completa," continuó, y su expresión se volvió más seria. "En ese mundo, cuando tu camino se cruzó con el de Xena—La Conquistadora—todo cambió. Tú eras quien siempre has sido: la que vela por los necesitados y paga el precio por hacerlo. Eras la amazona que inspiraba a las personas a levantarse contra el Imperio."

 

Caminó hacia la ventana, mirando la noche.

 

"Pero ya sabes cómo funciona esto, ¿verdad? En todos los universos, las almas gemelas están destinadas a encontrarse y a cambiarlo todo. De alguna forma, después de ese primer encuentro—que fue terrible, por cierto—La Conquistadora dejó de existir. Su imperio comenzó a desmoronarse, las guerras por el poder llegaron, y ustedes... ustedes comenzaron su viaje juntas."

 

Se volvió hacia Gabrielle con una expresión casi tímida.

 

"Vivieron muchas de las aventuras que tuvieron aquí, aunque no todas." Lo dijo con un tono que sugería que algunas diferencias habían sido afortunadas.

 

"Para ese entonces, tú ya tenías a este pedacito de cielo esperándote en tu tribu," continuó, acercándose a Ephy y apretando suavemente su mejilla, lo que provocó una queja de protesta de la joven. "Y creo que en ese tiempo fuiste realmente feliz. Aún puedo sentir el amor de tu corazón sólo con los recuerdos que me dio la otra Afrodita."

 

"Te estás tomando mucho tiempo en contar la historia," murmuró Ephy, claramente impaciente.

 

"Silencio, pequeña. Deja que las mayores hablen," replicó Afrodita con una sonrisa traviesa antes de volver a ponerse seria.

 

"Pero las guerras entre los generales de La Conquistadora generaron caos en toda Grecia. Tu tribu se unió con la alianza de la nación amazona en Tracia, pero ni eso las puso a salvo de arpías como Callisto y todos aquellos que tenían cuentas pendientes con La Destructora de Naciones."

 

La expresión de Afrodita se ensombreció completamente.

 

"Y entonces, Gabby, llegó la tragedia. Xena perdió a Solan en manos de Callisto."

 

El dolor atravesó a Gabrielle como una flecha. Solan. Otra pérdida que resonaba a través de los mundos.

 

"Lo siento, no debí transmitirte esa imagen," se disculpó Afrodita suavemente. "En ese mundo, cierta hija de la Oscuridad nunca existió, así que el dolor fue... diferente, pero igualmente devastador."

 

Gabrielle asintió, entendiendo la referencia sin necesidad de nombres.

 

"Entonces tomaste la decisión más difícil de todas," continuó Afrodita. "Tú y Xena se alejaron de la nación amazona para siempre. Dejaste a tu pequeña atrás, a salvo."

 

"Todo volvió a suceder," murmuró Gabrielle, mirando a Ephy. "De alguna manera, ella vivió mi mismo dolor."

 

"Para ese entonces, mi contraparte ya había notado tu adorable existencia," dijo Afrodita con una sonrisa más genuina, "y si me preguntas, también tenía un enorme crush."

 

Ephy le dirigió una mirada de reproche, pero Afrodita continuó sin inmutarse.

 

"Cuando llegó tu partida, hiciste una oración en el templo. Le pediste que cuidara de ella, y mi otra versión aceptó con gusto."

 

"¿Qué pasó después?" preguntó Gabrielle con voz apenas audible.

 

"Los años pasaron, y mira—no fueron en vano."

 

"¿No estás olvidando un pequeño detalle en tu historia, Afrodita?" intervino Ephy con una sonrisa traviesa.

 

"¡Oh, es verdad!" rio la diosa, dándose una palmada teatral en la frente. "Sería algo injusto sólo mencionar que Afrodita hizo de ti una excelente guerrera, una amazona altamente educada y todo eso. No te preocupes Gabby, tú sigues siendo mi favorita."

 

Ephy negó con desaprobación y vergüenza.

 

"De acuerdo, sería terriblemente injusto," admitió Afrodita con una sonrisa culpable. "La otra Afrodita sólo cumplió su parte. Pero tu verdadera madre fue alguien más."



Gabrielle sintió que el corazón se le aceleraba.

 

"Nuestra Ephy nació y creció siendo una amazona. Y tu otra versión le dio el nombre de la reina amazona que consideraba su mejor amiga."

 

"Ephiny," susurró Gabrielle.

 

"Ephiny," confirmó Afrodita suavemente. "Quien la crió con todo el amor del mundo después de que ustedes partieron."

 

Gabrielle sintió algo que no había experimentado en meses: una punzada de algo que podría haber sido alegría mezclada con dolor. Ephiny. Su Ephiny había cuidado de su hija en otro mundo. Si tenía que ser alguien, no podía haber sido nadie mejor.

 

"¿Era... era como nuestra Ephiny?" preguntó con voz quebrada.

 

Ephy sonrió por primera vez desde que había comenzado la revelación.

 

"Fuerte, sabia, protectora. Me enseñó todo lo que sabía sobre liderazgo, sobre ser amazona, sobre honor." Su voz se suavizó. "Me habló de ti todos los días de mi vida. De ambas versiones tuyas."



"¿Y qué pasó con ellas?" preguntó Gabrielle. "¿Con... nosotras?"

 

"Nadie las volvió a ver después de Jappa," respondió Ephy con tristeza. "Los lugareños las dieron por muertas. Eso fue lo que le dijo el monje a mi madre."

 

Gabrielle asintió lentamente, procesando la familiar geografía del dolor. Jappa. Incluso en otros mundos, ese nombre llevaba peso de pérdida. Pero había algo que aún no entendía.

 

"¿Por qué has venido ahora?" preguntó finalmente. "¿Por qué después de que nuestra Xena...?"

 

"La Conquistadora había cambiado gracias a ti," añadió Afrodita con suavidad. "Tu amor la transformó, le devolviste su alma. Juntas estaban construyendo un mundo mejor, hasta que..."

 

"Hasta que todo se vino abajo," terminó Gabrielle. "Como siempre."

 

El silencio se extendió por la habitación. Gabrielle procesaba la magnitud de lo que acababa de escuchar: otra vida, otra pérdida, otra tragedia que se repetía a través de los mundos.

 

Pero también algo más: la certeza de que incluso en un universo diferente, Ephiny había estado ahí para cuidar de alguien que amaba. Eso la consolaba de una manera que no esperaba.

 

"¿Por qué has venido ahora?" preguntó finalmente. "¿Por qué después de que nuestra Xena...?"

 

"Porque," intervino Afrodita, y por primera vez su voz llevaba el peso completo de su divinidad, "este momento, esta reunión, es un punto neurálgico de amor en el multiverso. No es casualidad, Gabby. Es convergencia."

 

Gabrielle la miró sin comprender.

 

"El amor que creó la conexión entre mundos, el amor que sobrevivió a la muerte, el amor que trajo a esta niña hasta ti—todo está convergiendo aquí, ahora. Y francamente," añadió con una sonrisa más suave, "era hora de que algo bueno llegara a tu vida."

Sus palabras flotaron en el aire como algo tangible.

 

"¿Cómo es posible?"

 

Su propia voz sonó extraña, distante. La realidad se sentía inestable bajo sus pies.

 

"Los dioses tenemos nuestras formas," intervino Afrodita. "Especialmente cuando se trata de destinos entrelazados. Algunos lazos trascienden incluso los límites entre mundos."

 

Gabrielle estudió a la joven con renovada atención, pero también con una creciente sensación de pánico. Otro mundo. Otras versiones de ellas mismas. ¿Había una versión de Xena allí que aún vivía? El pensamiento fue como sal en una herida abierta.

 

Gabrielle se apoyó contra la pared. Una vida que nunca vivió. Un amor que nunca conoció. Una pérdida que ahora descubría.

 

¿Por qué ahora?

 

Ephy se preocupó al verla tan afectada e intentó acercarse a Gabrielle, buscó los ojos de Afrodita, quien asintió levemente con una sonrisa triste.

 

Pero tras un sólo paso, desistió de inmediato al percatarse de que estaba empeorando la situación cuando vio a la reina amazona temblar.

 

Afrodita por su parte puso una mano reconfortante en el hombro de su amiga.

 

"No debía revelarse así, pero nuestra pequeña guerrera no siempre ha sido buena siguiendo instrucciones. En eso se parece a ti."

 

El comentario debería haber sido reconfortante, pero sólo sirvió para recordarle a Gabrielle todas las veces que había desobedecido las órdenes, desde Potedia hasta desafiar a los Olímpicos. Sólo en Jappa había seguido las reglas a pesar de querer romperlas con todo su corazón.

 

Con pasos lentos, vacilantes, se acercó a la joven. Parte de ella quería correr, esconderse, negar esta nueva realidad imposible. Pero otra parte—la parte que había aprendido a enfrentar las verdades difíciles—necesitaba saber. Necesitaba mirar a los ojos a esta imposibilidad y encontrar la verdad en ellos.

 

"¿Entonces es cierto?"

 

Ephy la miró directamente, sin esconderse.

 

"Lo es."

 

"Muéstrale," dijo entonces Afrodita.



"Confía en mí," respondió Ephy, extendiendo su mano.



Gabrielle necesita entender pero temía por lo que vería a continuación. Elevó su brazo y entrelazó sus dedos con los de la joven.

 

El contacto fue como un rayo: cálido, familiar, doloroso. Ambas cerraron los ojos, y entonces llegó a su memoria como un alud, un recuerdo que no era suyo:

 

El nacimiento de Ephy, en medio de un bosque .

Lila y Ephiny flanqueándola mientras daba a luz, el dolor transformándose en gozo cuando escuchó el primer llanto. Ephy, pequeña y frágil entre sus brazos.

Los primeros pasos de la niña junto al Egeo, sus pequeños pies en la arena mientras ella extendía los brazos para recibirla.

Y después el dolor: la despedida. El rostro de aquella Gabrielle contraído por la angustia mientras entregaba a la pequeña en brazos de Ephiny. Sus ojos anegados, su voz quebrada implorando que cuidara de la niña. En un templo desierto, arrodillada ante un altar: "Afrodita, si nuestra amistad significa algo para ti, protege a mi pequeña."

 

El recuerdo se desvaneció, dejándola temblando. Cuando abrió los ojos, encontró la mirada de Ephy llena de lágrimas, y su propio rostro estaba húmedo también.

Una hija. Tuve una hija y la perdí. Como aquí perdí a...

 

"No, por favor, No hagas eso, no vuelvas a ese lugar” dijo Ephy con los ojos espejeantes.

 

Pero todas esas emociones en una noche, ya habían nublado la mente de Gabrielle.

 

El peso de todas las revelaciones se asentó sobre Gabrielle como una losa. Otra vida, otra pérdida, otra versión de sí misma que había amado y perdido. Era demasiado. Se llevó las manos a la cabeza y dijo:

 

"¡No!" La voz de Gabrielle resonó en el templo.

 

Dio media vuelta hacia la puerta, pero se detuvo antes de dar el primer paso. No por dolor físico, sino por algo más simple: la voz de Ephy, quebrada pero determinada.

 

"Mi madre... la otra Gabrielle..." comenzó la joven, "me dejó un mensaje antes de partir."

 

Gabrielle cerró los ojos, aún de espaldas, pero escuchando.

 

"Me dijo que el amor verdadero es ver a alguien completamente. Que no se trata solo de amar los momentos hermosos, sino de amar tambi én los errores, las mentiras, los desprecios, incluso cuando nos lastiman, incluso cuando nos abandonan. Que el amor verdadero es salvar a alguien de la soledad más terrible: la de no ser visto.”



Hizo una pausa, sabía que sus palabras estaban lastimando a Gabrielle, pero continuó.



"Sé que esa fue su manera de pedirme perdón, aunque creo que para ti y Xena significa también algo poderoso. Sólo quiero decirte, sé que no eres ella pero… Oh, por las diosas, quiero que sepas que sí me salvaste, que nunca estuve sola y siempre fui amada."

 

Las palabras llegaron como bálsamo y veneno a la vez.

 

Gabrielle cerró los ojos, sintiendo las lágrimas caer libremente por primera vez en días. Podía sentir la presencia de la joven, paciente, sin presionar.

 

Lentamente, se volvió. Ephy estaba ahí, no exigiendo nada, sólo ofreciendo.

 

En su rostro, Gabrielle vio su propio dolor reflejado, pero también algo más: esperanza. Resistencia. La capacidad de seguir adelante a pesar de todo.

 

Las palabras de Xena del sueño resonaron en su mente: "Alguien muy especial está por llegar a tu vida. Alguien que necesitará de tu fuerza, de tu amor, de todo lo que eres."

 

Gabrielle observó a la joven que la miraba con una mezcla de esperanza y terror, esperando un veredicto que determinaría el resto de su vida. En ese rostro vio reflejado su propio dolor, pero también algo que había olvidado que existía: la posibilidad de sanar juntas las heridas que cada una cargaba.

 

No era sobre reemplazar lo que había perdido. Se trataba de construir algo nuevo.

 

Finalmente, con pasos vacilantes pero decididos, Gabrielle se acercó hasta ella y, sin que Ephy lo esperara, la abrazó.

 

"No sé qué significa todo esto," murmuró contra el cabello oscuro de la joven. "No sé si puedo ser lo que necesitas. Estoy rota, Ephy. No sé si puedo arreglarme."

 

"No necesitas arreglarte," respondió la joven con firmeza. "Sólo necesitas seguir respirando. Un día a la vez."

 

Afrodita las observaba con lágrimas en los ojos, pero mantuvo silencio.

 

Mientras sostenía a esta joven en sus brazos, Gabrielle sintió algo que no había experimentado desde la muerte de Xena: no esperanza exactamente, pero sí la posibilidad de que tal vez, algún día, pudiera encontrar una razón para querer seguir viviendo como antes.

 

Fue como abrazar un eco de sí misma, pero también como sostener todas las posibilidades que nunca había tenido. Ephy se aferró a ella con una desesperación que hablaba de años de anhelo.


En esas palabras, Gabrielle sintió el eco de su propia pérdida reflejada. Ella había perdido a una hija, que nunca lo fue; Ephy había perdido a una madre que había conocido pero que no recordaba.

 

"Tal vez," susurró Gabrielle, "podamos cuidarnos mutuamente."

 

"Afrodita carraspeó suavemente, recordándoles su presencia. "Bueno, chicas, creo que este es mi momento de retirarme. Algunas conversaciones necesitan privacidad."

 

Gabrielle se volvió hacia la diosa, y por primera vez en meses, su voz llevaba algo más que dolor. "Afrodita... gracias. Sé que esto debió ser difícil de orquestar, y sé que lo hiciste por amor. Por ambas."

 

La diosa sonrió con ternura genuina. "Siempre, cariño."

 

Ephy se acercó a Afrodita con una mezcla de gratitud y sonrisa típica de alguien que había crecido con las ocurrencias de la diosa del amor, o al menos con otra versión de ellas. "Gracias por traerme a aquí. Aunque tu timing para las revelaciones sigue siendo terrible."

 

Afrodita rio suavemente y despeinó el cabello de Ephy con cariño. "Eso es lo que hace que sea divertido, pequeña. Cuida de tu mamá por mí, ¿quieres?"

 

Cuando la diosa se desvaneció, Gabrielle y Ephy se quedaron solas, conscientes de que algo fundamental había cambiado entre ellas. Esa palabra de Afrodita— mamá —lo había sellado todo. El aire se sentía diferente, cargado de posibilidades en lugar de sólo dolor y recuerdos.

 

Era la primera promesa que le había hecho a Xena. Una promesa no sólo de sobrevivir, sino de intentar vivir nuevamente.

 

"Cuéntame," susurró finalmente. "Cuéntame sobre tu hogar."



Chapter 8: Ecos de otra tierra

Summary:

Una vista al pasado. Una bardo abre su corazón a un nuevo tipo de amor.

Gabrielle y Ephy llegan a la nación amazona tras un encuentro inesperado en el camino. El reencuentro con un hogar que se siente ajeno despierta emociones complejas en ambas. Mientras que las presentaciones se convierten en diplomacia e interrogates, ambas mujeres descubren que algunos caminos de regreso a casa son más inciertos de lo esperado.

Chapter Text

La fogata crepitaba suavemente a unos pasos de ellas, proyectando sombras danzantes sobre las piedras del claro. Bajo el cielo estrellado, las dos mujeres yacían envueltas en pieles, con el calor compartido de sus cuerpos desnudos, piel contra piel, y respiraciones acompasadas como si hubieran vuelto a recordar el ritmo del mundo sólo al encontrarse de nuevo.

Había pasado más de un año desde la última vez que se amaron.

"Es maravilloso volver a sentir esto", murmuró Gabrielle, con la frente apoyada contra el hombro de Xena. Sus dedos trazaban rutas invisibles sobre su piel, como si quisiera asegurarse de que no desaparecería.

La guerrera, que había enfrentado ejércitos, dioses y la muerte sin vacilar, contuvo un leve temblor ante la caricia.

"¿Qué?", preguntó, su voz ronca, apenas un susurro que solo Gabrielle sabría descifrar.

"Tu calor... Tu respiración en mi cuello." Gabrielle cerró los ojos. "Cuando dormí… soñé contigo. Y al despertar, por un instante, pensé que había terminado todo. Que no volvería a tenerte."

Xena se giró hacia ella, despacio. Su mano se deslizó por el brazo desnudo de la bardo, como si aún temiera romper el hechizo del reencuentro.

"Estoy aquí", dijo, simple y cierta, y dejó un beso en la frente de Gabrielle, más suave que un pensamiento.

Se besaron entonces, despacio, sin urgencia.

"¿Alguna vez has pensado en cuánto hemos cambiado?", susurró Gabrielle. "Yo cambié. Tú cambiaste."

Era verdad. Ya no eran la joven de Potidea que creía en historias, ni la guerrera que cargaba con más sombras que certezas. Eran más. Eran dos almas que habían atravesado infiernos, que habían perdido recuerdos, nombres, cuerpos... pero no esto.

"Sí", admitió Xena, enredando sus dedos en los cabellos dorados de Gabrielle. "Pero esto, nosotras… sobrevivió incluso cuando no recordaba tu nombre. Mi corazón te conocía antes que mi mente."

Gabrielle no respondió al instante. Dejó que las palabras se asentaran en su pecho, entretejiendo cada una de las heridas invisibles que el tiempo había dejado.

Cuando por fin habló, su voz era baja:

"¿Recuerdas la primera vez?"

Sus dedos buscaron la mano de Xena. Al encontrarla, la sostuvo con fuerza tranquila.

Los labios de Xena se curvaron apenas, con esa sonrisa ladeada y altanera que sólo Gabrielle sabía arrancarle.

"Cada detalle."

Gabrielle rió suave, un sonido que se le escapó como un respiro entre los labios.

"Estaba aterrada", confesó, escondiendo el rostro en su cuello. "Pensaba que arruinaría todo… nuestra amistad, todo lo que éramos."

"Pero tu miedo no te detuvo", le recordó Xena, dejando que su mano descendiera por la espalda de Gabrielle.

"No podía." Gabrielle levantó el rostro apenas, sus ojos brillaban con el fuego cercano. "Quería tanto que me besaras... otra vez."

"Y lo hice", asintió Xena orgullosa de sí misma. "Toda la noche."

Ambas rieron suavemente.

"Recuerdo cómo temblabas", susurró la guerrera, sus labios rozando la oreja de Gabrielle. "Al principio por nervios. Luego..."

Dejó que el recuerdo hablara por ella.

Gabrielle exhaló, y todo su cuerpo pareció encenderse bajo esa evocación. La memoria del tacto, de los besos apasionados, de la paciencia con que Xena había deshecho cada uno de sus temores.

"Fue una de las noches más hermosas de mi vida", dijo Xena, y su voz no tenía rastro de máscara ni de armadura. "Esa noche dejé de esconderme de ti. Dejé de huir de lo que sentía."

Gabrielle la besó intensamente, agradeciendo al universo por ella.

Después, cuando el aire volvió a llenar sus pulmones, habló.

"Cuando era joven, pensaba que el amor era fuego. Intenso. Que debía consumirlo todo."

Xena aún jadeaba ligeramente. Asintió con una sonrisa cansada, pero honesta.

"¿Y ahora?"

Gabrielle acercó su frente a la de ella.

"Ya no lo pienso así, sino como un cauce… tranquilo, constante. Sin ti, las aguas se desbordan."

Xena apretó los ojos, sintiendo cómo algo dentro de ella se rompía y se reconstruía al mismo tiempo. Por más que deseara lo contrario, todavía llevaba el peso de lo perdido, el año de separación, las decisiones que le costaron a Gabrielle tanto.

Pero en esos ojos... estaba todo. No había reproche. Sólo amor, tenaz e invencible.

Con manos firmes, tomó el rostro de Gabrielle.

"Gabrielle", dijo su nombre de una manera que sonaba a juramento. "Mi corazón ha sido tuyo desde el primer momento. Todo... todo valió la pena por esto. Por ti."

Y se besaron de nuevo. Dos almas que habían aprendido que el amor verdadero no arde, consumiendo todo a su paso, sino que da vida como la corriente de un río interminable.

Cuando se separaron, Gabrielle tenía una sonrisa que contenía muchas cosas: gratitud, alegría, y también esa tristeza serena que sólo conocen los que han sobrevivido a la pérdida.

"Prométeme algo, Xena."

"De acuerdo, dime." dijo mientras colocaba un brazo debajo de su cabeza, acomodando mejor a Gabrielle sobre su cuerpo.

"Que no importa lo que venga… muerte, dioses, destino... siempre encontraremos el camino de regreso. Una a la otra."

Xena asintió, y selló la promesa con un beso rápido en su cabeza.

"Siempre, Gabrielle. En esta vida, y en todas las que sigan."

Se abrazaron sin palabras, escuchando el crujido de la leña, el murmullo del viento en los árboles, y el latido constante que compartían desde hacía años.

El latido de una historia que, aun cuando parecía haber terminado, siempre encontraba la forma de empezar de nuevo.

 


-

 

El sendero hacia las montañas Ródope se extendía ante ellas como una promesa y una interrogante. El problema con las promesas es que una vez que las has hecho, la realidad se encarga de fracturarlas a su manera. Las interrogantes, en cambio, guardan el bálsamo de la verdad: la ignorancia sobre nuestro destino es lo que mantiene viva la posibilidad del mañana. 

 

Habían pasado tres días desde lo sucedido en Abdera, tres días desde que Afrodita había revelado la verdad sobre la identidad de Ephy, y Gabrielle aún sentía como si estuviera navegando en territorio desconocido. Lo cierto era que, su futuro en la nación amazona no era algo en lo que hubiera pensado demasiado. Era esta nueva realidad lo que mantenía ocupados a sus pensamientos: cabalgar junto a alguien que era su hija pero no lo era, conocer a una joven que compartía su sangre pero había vivido una vida completamente diferente, le parecía mucho más apremiante. Y a decir verdad, los silencios entre ellas ya no eran incómodos, pero tampoco eran familiares, no aún. Eran... expectantes. Y cada vez más preciosos.

 

Gabrielle se descubrió observando cada gesto de Ephy con una nueva curiosidad. Era como si estuviera memorizando a esta versión de ella, de ser su hija, atesorando cada detalle de ella. La forma en que Ephy inclinaba la cabeza cuando escuchaba algo, cómo sus manos se movían inconscientemente para verificar la posición de su sable, el modo en que su postura cambiaba cuando detectaba algo fuera de lo ordinario en el camino.

 

Si Ephy se había dado cuenta de que la espiaba, o si esto le incomodaba, lo disimulaba muy bien. Había algo hipnótico en hacerlo mientras cabalgaba, observando a detalle su rostro de perfil. Los ojos eran inequívocamente suyos, aunque de un tono verde profundo, pero con la misma forma almendrada. Mientras más la estudiaba, más notaba otros ecos familiares: las cejas expresivas que se arqueaban de la misma manera cuando algo le sorpendía, la curva de sus labios que asendía en las comisuras, igual que los suyos. Sin embargo, la nariz era completamente diferente, más suave y pequeña, su mandíbula mucho menos pronunciada, y su piel de un tono casi bronceado ajeno al suyo.

 

El aire matutino era fresco y llevaba los aromas de bosque que comenzaban a poblar el paisaje a medida que se acercaban a las montañas. Ephy cabalgaba ligeramente adelante en Atheus, sus ojos escudriñando constantemente el horizonte con una vigilancia que hablaba de entrenamiento profundo.

 

"En mi camino hacia el sur los lugareños me advirtieron de una banda de ladrones que les ha robado la tranquilidad en el último año," le había dicho Ephy poco tiempo después de dejar Abdera.

 

Era evidente que había recibido una educación excelente, tanto con las armas como con el conocimiento del mundo. Ahora entendía mejor esa manera tan obstinada de respetar las formalidades. No obstante, cada movimiento hablaba de disciplina amazona y técnica refinada, una dualidad increíble que no había visto antes. Pero Gabrielle también podía ver lo que su propia experiencia le había enseñado a reconocer: la diferencia entre el entrenamiento y la batalla real. Había una rigidez en la vigilancia de Ephy, en lugar de la fluidez instintiva que sólo se desarrollaba después de años enfrentando peligros reales.

 

A Xena le encantaría, pensó Gabrielle con una sonrisa melancólica. Su potencial y su dedicación. Probablemente tendría planes de cómo pulir esos instintos. Se sintió impulsada a hacer lo propio, pero sintió que aún no era el momento para ello.

 

En un principio, Gabrielle había estimado llegar a la nación amazona en tres días, pero lo cierto es que este viaje en particular se parecía poco a sus andanzas por los caminos de Grecia junto a Xena. La antigua reina amazona se descubrió alargando las pausas para descansar, tomando rutas más escénicas, inventando razones para detenerse. Cada momento con Ephy se había vuelto precioso, cada conversación una oportunidad de conocerla un poco más. Cualquier comentario sobre su vida diaria, su comida favorita, su forma de sostener la lira, sus canciones preferidas—todo era fascinante para ella, y aun así le parecía muy poco.

 

Había una urgencia creciendo en su pecho que no podía ignorar. Tal vez era una corazonada o simplemente una reacción natural a sus experiencias pasadas, pero algo le decía que debía aprovechar cada momento con ella.

 

"Ephy," dijo finalmente, su voz rompiendo el silencio cómodo que había existido entre ellas durante la última hora a caballo.

 

La joven giró en su silla, sus ojos verdes se encontraron con los de Gabrielle en una expresión abierta y atenta.

 

"¿Sí?"

 

Gabrielle vaciló un momento, buscando las palabras correctas. No quería sonar como si estuviera interrogándola, pero tenía una sed voraz de conocer cada detalle de la vida de Ephy. "Me preguntaba... ¿cómo era la Nación Amazona en tu mundo?”

 

Ephy apretó los labios, pensando muy bien su respuesta, lo cual Gabrielle encontró adorable. 

 

"Cuando no estoy de viaje hacia al sur, entreno con mis hermanas al amanecer," respondió Ephy, su voz tomó una dulzura muy particular cuando hablaba de su hogar, una envuelta en orgullo y algo que a Gabrielle le pareció genuina felicidad. "Mi madre, siempre decía que el guerrero que domina la mañana domina el día. Después del desayuno, ayudo con las tareas de la aldea, Kharis, Diônê, Rhodē y yo preferíamos echar una mano en el huerto, siendo unas de las más jóvenes nuestras tardes... solían ser de guardia en el bosque. Algunas noches nos reunimos alrededor del fuego para contar historias de las grandes amazonas de cada una de nuestras tribus, en ocasiones toco la lira cuando las ancianas cuentan nuestras más grandes hazañas del pasado".

 

Gabrielle sintió una punzada de algo que no pudo identificar completamente. ¿Envidia? ¿Gratitud? ¿Dolor por todo lo que se había perdido? Sabía que no tenía derecho, pero no pudo evitarlo.

 

"Deben haber sido grandes historias," murmuró, y luego se atrevió a preguntar lo que realmente quería saber: "¿Alguna vez... alguna vez te contaron sobre mi otra yo?"

 

Ephy detuvo su caballo y por un momento miró hacia el horizonte, pero Gabrielle supo que no estaba viendo el paisaje de Tracia. Estaba viendo otro mundo, otro tiempo.

 

"Sí," dijo finalmente, su voz suave. "La reina suele contarnos que fuiste la reina más joven y más valiente que habían conocido. Que habías sacrificado tu corona por amor, y que ese amor había salvado a muchas personas, también a nuestra nación. Siempre habló de ti con... con respeto y mucho amor. Ella de verdad te amaba."

 

Gabrielle sintió cómo el corazón se le encogía y se expandía al mismo tiempo. "Yo amé también a la Ephiny de este mundo, y también sentí su amor. "

 

"En sus historias siempre sonabas como una leyenda," Ephy la miró directamente. "Nunca imaginé que te conocería. Mucho menos que.. sería aquí." Se calló, como si las palabras fueran demasiado grandes para pronunciarlas.

 

El silencio que siguió fue diferente a todos los anteriores. Estaba cargado de reconocimiento, de una conexión que iba más allá de la sangre compartida. Gabrielle se sintió abrumada por una oleada de instinto de protección tan intenso que le quitó el aliento.

 

Mientras la observaba cabalgar, Gabrielle se encontró apreciando la belleza natural de Ephy, esa gracia juvenil que aún no había sido tocada por las cicatrices de la vida. Se preguntó si su corazón ya conocía el amor, si había alguien especial esperándola en su mundo. Era muy joven aún, y Gabrielle no sentía que su alma tuviera las huellas de la guerra ni de toda la sangre que inevitablemente esperaba en la vida de cualquier guerrera. Un deseo feroz de protegerla de ese dolor se apoderó de ella. Sus facciones de nuevo llamaron su atención, y de pronto cayó en cuenta que ni siquiera se le había ocurrido preguntar si tenía más familia. Hermanos, quizás, o incluso un padre presente en su vida.

 

"Ephy," dijo de nuevo, esta vez con una sonrisa que se sentía completamente maternal. "Me alegra mucho que estés aquí."

"Se que a veces no lo parece, porque extraño mi hogar. Pero yo también soy muy feliz por estar aquí, contigo."

 

Gabrielle sentía una curiosidad creciendo en su pecho. Quería conocer cada detalle de la vida de esta joven, entender qué la había formado.

 

Vaciló un momento, buscando las palabras correctas.

 

"¿Fuiste feliz?" La pregunta salió más vulnerable de lo que había planeado. "Lo lamento, sé que es una pregunta difícil de responder. Pero supongo que me pregunto si el sacrificio de tu Gabrielle valió la pena."

 

Ephy le sonrió, entendía su curiosidad pero también deseaba ser justa con sus respuestas y con la misma Gabrielle.

 

"Fue crecer sintiéndome protegida," respondió Ephy, su voz tomando esa calidez íntima que aparecía cuando hablaba de su madre adoptiva. "No me malentiendas, jamás diría que la reina fue una madre sobreprotectora, pero siempre se aseguró de hacerme saber que estaba ahí para mí. Ha sido una reina amada y respetada, pero de verdad creo que es más feliz cuando sólo es nuestra madre, cuando llega a casa y nos hace reir, cuando visitábamos la aldea de los centauros..."

 

Ephy se detuvo de pronto y Atheus relinchó.

 

"Crecí entre dos mundos: el que Afrodita me mostró y el de las amazonas. Yo no lo supe hasta... hasta ahora, pero ese otro mundo lejos de mi nación era el tuyo, el de Gabrielle, y mi madre siempre me enseñó a honrar ambos. Siempre la vi como una reina con autoridad, pero... ella siempre nos dio todo su amor."

 

Gabrielle notó el plural y sonrió. "¿Creciste con Xenan?"

 

"En realidad él pronto fue a vivir a la aldea de centauros, pero lo visitábamos a menudo." Ephy estaba evitando responder. "Mi madre tuvo otro hijo, su nombre es Ari, Ariston. Mi madre está loca por él, es su viva imagen."

 

Gabrielle pudo ver la alegría genuina en el rostro de Ephy, e imaginar la de Ephiny se sintió como una bendición.

 

"Parece que tú lo quieres mucho."

 

"Sí, lo hago." Su semblante cambió a uno de tristeza. "Los extraño."

 

Gabrielle observó ese cambio en su expresión y sintió el impulso de consolarlo, pero también de entender.

 

Ephy tardó un momento en continuar, como si estuviera pesando sus palabras. Y dijo finalmente, "No siempre fue fácil. Xenan..." Su voz se quebró ligeramente. "Xenan murió hace algunos años."

 

Aquello tomó por sorpresa a Gabrielle. "¿Cómo?"

 

"Lord Belach," escupió Ephy, su voz endureciéndose. "Asesinó a Xenan y a su esposa con quien se había fugado. Belach fue llevado ante la justicia amazona y fue ejecutado por nuestra reina."

 

Gabrielle podía ver el dolor en los ojos de Ephy, pero también algo más que conocía muy bien: la carga de la venganza.

 

"Nunca había visto a mi madre con tanto dolor," continuó Ephy, su voz apenas un susurro. "Por un tiempo pensé que la perdería a causa de él. Creo que Ari fue la razón por la que quiso volver a vivir, por eso amo tanto a mi hermano pequeño. Él le devolvió a mi madre las ganas de seguir adelante."

 

Por alguna razón ajena al entendimiento de Gabrielle sintió la culpa expandirse en su pecho. Ella, su otra yo, no había estado ahí para frenar a Bleach, y Xena no había podido redimirlo.

 

"Aunque no conozco a esa Ephiny, estoy segura de que tú también debiste ser importante para ella en ese momento. Necesitaba a su hija tanto como a su hijo."

 

Ephy la miró con expresión confundida. "¿Cómo puedes saberlo si nunca la conociste?"

 

"Es verdad," admitió Gabrielle, "pero sí sé lo que es ser madre y cómo es amar a una hija con todo tu corazón."

 

Ephy la estudió con curiosidad, sin estar segura si hablaba de ella o de alguien más.

Gabrielle quería decirle más, explicarle de su pasado y de este momento. Pero las palabras se sentían demasiado grandes, demasiado prematuras para ser pronunciadas. 

 

En ese momento, el sonido distante de tambores llegó hasta ellas, interrumpiendo la intensidad del momento.

 

"La aldea," dijo Ephy, enderezándose en su silla y apresurando el paso.

 

Minutos después, que a Ephy le perecieron eternos, la Gran Nación Amazona se extendía ante ellas, un vasto campamento que se fundía con el paisaje montañoso de Tracia.

 

Ephy detuvo a Ahteus en la cresta de una colina que ofrecía una vista panorámica del asentamiento. Sus ojos escudriñaron cada detalle con una mezcla de reconocimiento y desconcierto.

 

"Es extraño," murmuró Ephy, inclinándose sobre el cuello de su montura. "Parece mi hogar, pero no lo es. Las cabañas son distintas. Las defensas son menos elaboradas.”

 

Gabrielle observó el rostro de la joven, notando la sutil tensión en su mandíbula. Era sorprendente cuánto se parecía a la Ephiny que ella conoció, aunque no compartieran un lazo sanguíneo. "¿Qué más es diferente?"

 

"En mi mundo, este lugar es aún más grande. Las tribus supervivientes han sido prósperas." Ephy señaló hacia el centro del campamento donde se alzaba una estructura más imponente que las demás. "Y definitivamente, Varia no es nuestra reina.”

 

El nombre provocó que Gabrielle esbozara una sonrisa cautelosa. "Varia ha recorrido un largo camino. Cuando la conocí era impetuosa, vengativa... e incluso peligrosa.”

"Eso suena exactamente como la Varia que conozco," respondió Ephy con una ceja arqueada. "Es la segunda al mando de mi madre, después de Solari. Competente en batalla, pero demasiado impulsiva para liderar. He tenido... diferencias con ella.”

"Entonces debes saber que esta Varia aprendió sus lecciones de la manera difícil," continuó Gabrielle. "Perdió a su mentora, se dejó manipular por Ares, casi destruye a las amazonas por venganza... Pero el dolor la forjó en algo mejor. Ahora entiende el valor de la paciencia y el liderazgo." 

"Me cuesta imaginarlo," confesó Ephy.

"Yo también dudé de ella" admitió Gabrielle. "Pero ha construido algo extraordinario aquí. Está logrando que las tribus sobrevivan, cuando aún estamos al borde de la extinción.”

Ephy asintió lentamente, procesando la información. "¿Crees que debemos contarle la verdad? ¿Sobre quién soy realmente?”

 

"Será complicado ocultar que eres una amazona, Ephy. Es algo que llevas en la sangre" respondió Gabrielle. "Si vamos a quedarnos aquí por un tiempo, necesitará saber con quién está tratando." Hizo una pausa, dudando. "Aunque no creo que sea necesario explicarle... todo lo relacionado con tu origen.”

Ephy entendió la implicación. Su verdad era complicada: hija de Gabrielle en el universo paralelo de Xena La Conquistadora, criada por la reina Ephiny y protegida por la mismísima Afrodita. Era mucho para asimilar, incluso para alguien como Varia.

"Entiendo," asintió Ephy. "Una joven princesa de una tribu lejana es suficiente para un día." Dijo con un humor que hizo reír a Gabrielle. Aquella complicidad era una primera vez para ambas.

El sonido llegó como un susurro al principio—metal contra metal, gritos ahogados que el viento transportaba desde algún lugar más abajo en la ladera. Gabrielle y Ephy intercambiaron miradas, ambas reconociendo inmediatamente lo que significaba.

"Amazonas," murmuró Ephy, enderezándose en su silla. Sus ojos escanearon el terreno debajo de ellas, buscando el origen del conflicto.

 "Y no están entrenando," agregó Gabrielle, espoleando a Argo hacia el sonido. "Vamos."

Cabalgaron ladera abajo, alejándose de la villa amazona, siguiendo los sonidos de batalla que se intensificaban con cada paso. A través de un claro en el bosque, pudieron ver la escena: una patrulla de seis amazonas había sido emboscada por un grupo de bandidos—al menos una docena de hombres armados con espadas y hachas.

Las amazonas luchaban en formación, con sus lanzas y espadas formando un círculo defensivo, pero estaban claramente superadas en número. Tres guerreras jóvenes luchaban con la desesperación de la inexperiencia, mientras que las veteranas intentaban mantener la línea.

"Están demasiado lejos del perímetro de la aldea," observó Ephy, desenvainando su sable. "Los bandidos las emboscaron en territorio abierto."

Sin más palabras, ambas mujeres espolearon a sus caballos hacia la batalla.

Ephy llegó primero, Atheus cargando directamente hacia el flanco de los bandidos. En el último momento, se dejó caer de la silla en un movimiento fluido, su sable cortando el aire en un arco perfecto que derribó a dos atacantes antes de que pudieran reaccionar.

Gabrielle le siguió unos segundos después, Argo dispersando a varios bandidos mientras ella saltaba al suelo, sus sai brillando en sus manos.

"¡Refuerzos!" gritó una de las amazonas veteranas, renovando su ataque con vigor.

El combate se intensificó. Ephy se movía entre los enemigos con una suavidad que llamó inmediatamente la atención de Gabrielle. Sus movimientos eran inequívocamente amazónicos—las mismas técnicas, las mismas formaciones de defensa—pero iban acompañados de una fluidez en sus golpes y cortes, una precisión en sus pasos que evidenciaban su entrenamiento en Oriente.

Un bandido corpulento cargó hacia Ephy con un hacha levantada. En lugar de retroceder, Ephy se acercó, con su sable cortando hacia arriba en un movimiento que desvió el hacha y abrió la defensa del hombre, un error letal.

"¡Cuidado!" gritó una de las más jóvenes de cabello trigueño, pero ya era demasiado tarde. Una espada había encontrado el muslo de otra joven, abriendo un corte profundo que la hizo caer.

Gabrielle se movió instintivamente hacia la amazona herida, sus sai bloqueando los ataques de dos bandidos que intentaban aprovechar su caída. A espaldas de ellos y con movimientos rápidos, los redujo rápidamente.

El combate duró apenas unos minutos más. Enfrentados ahora con números más parejos con la llegada de refuerzos hábiles, varios bandidos comenzaron a retroceder.

"¡Retirada!" gritó uno de ellos, y media docena de los atacantes supervivientes huyeron hacia el bosque.

El silencio que siguió fue interrumpido solo por la respiración agitada y los gemidos de dolor.

Gabrielle se arrodilló inmediatamente junto a la amazona herida, cuyo rostro no podía ocultar su juventud. La herida en su muslo sangraba profusamente.

 "Tranquila," murmuró Gabrielle, presionando su mano sobre la herida. "¿Cómo te llamas?"

Su rostro pálido por la pérdida de sangre. El sudor frío empezaba a hacer que algunos mechones de su cabello rubio se adhirieran a sus mejillas y frente, creando un contraste inquietante con la palidez de su piel que parecía haber perdido toda su color natural. Sus labios, antes rosados, ahora lucían casi blancos mientras luchaba por mantener la conciencia. "Rhodē," alcanzó a responder la joven con dificultad.

Gabrielle sintió un nudo en el estómago al escuchar el nombre. Recordó vívidamente cómo Ephy había hablado de sus amigas durante el viaje—Kharis, Diônê y Rhodē—con tanto cariño y nostalgia. Alzó la vista hacia Ephy, quien observaba la escena con una expresión que mezclaba estupefacción y dolor.

Los ojos de Ephy se movieron entre las tres jóvenes amazonas, deteniéndose especialmente en Kharis. El cabello de la joven brillaba bajo el sol filtrado, sus ojos azules llenos de la misma determinación que Ephy recordaba, pero con algo distinto en su expresión—una inocencia que la Kharis de su mundo había perdido hace tiempo.

 "Soy Gabrielle," respondió suavemente, ayudándola a sentarse. "Y necesitamos llevarte de vuelta a la aldea."

 

Kharis se acercó con cautela, sus ojos alternando entre Gabrielle y Ephy con curiosidad mezclada con desconfianza.

Una de las amazonas veteranas se acercó, reconociendo el nombre de inmediato. "¿Gabrielle? ¿La reina Gabrielle?"

"La misma," confirmó Gabrielle, sin apartar la atención de la herida. "¿Pueden dos de ustedes ayudarme a llevarla?"

Mientras organizaban el transporte de Rhodē, Gabrielle observó a Ephy limpiar su sable. Los movimientos de la joven durante el combate habían sido impresionantes, para ella y para las demás presentes.

"Mi nombre es Hagne, mi reina" después miró a Ephy con curiosidad, un tanto sorprendido por su buen desempeño en la pelea "¿Quién es su amiga?".

Gabrielle intercambió una mirada con Ephy antes de responder. "Alguien que tiene mucho que ofrecer a la nación.”

 

***

 

 

La procesión hacia la aldea amazona fue lenta pero decidida. Rhodē viajaba en una improvisada camilla entre dos caballos, con Diônê y Kharis flanqueándola mientras Gabrielle monitoreaba constantemente su estado. La herida había dejado de sangrar, pero la palidez de la joven seguía siendo preocupante.

"Manténganse alerta," murmuró Hagne, una de las amazonas veteranas, escaneando el bosque circundante. "Esos bandidos podrían reagruparse."

Ephy cabalgaba en silencio y Gabrielle creía adivinar la razón. El encontrarse de nuevo con sus hermanas, que no lo eran realmente, era un sentimiento bastante familiar para ella.

"Las centinelas nos han estado siguiendo desde que salimos del claro," murmuró Ephy, sin voltear hacia Gabrielle. "Cuatro amazonas, moviéndose en paralelo a nosotras. Es probable que la reina ya sepa de nuestra presencia".

Gabrielle apenas había notado los sutiles movimientos entre los árboles. "¿Te sientes nerviosa por llegar?" preguntó, genuinamente curiosa. Aún no le resultaba fácil leer sus pensamientos o estado de animo, pero en verdad quería llegar a hacerlo algún día.

Ephy se detuvo un momento, tocando inconscientemente el collar de concha de mar que llevaba al cuello —un regalo de su madre, la Reina Ephiny de su mundo. "No nerviosa realmente. Es sólo que..." hizo una pausa, mirando hacia Kharis, quien ayudaba a sostener los pies de la camilla. "En mi mundo, este lugar era mi hogar. Pero aquí... ellas son ajenas a mis recuerdos."

No necesitó terminar. Gabrielle entendía esa sensación.

El sonido de cuernos resonó desde las alturas, seguido por el eco de otros respondiendo desde diferentes direcciones. El llamado de bienvenida de las amazonas—pero también una advertencia para cualquier intruso.

"Reina Gabrielle de Potidea." La voz llegó desde arriba, fuerte y clara. Una figura saltó ágilmente desde una estructura de grandes troncos en lo alto de un árbol, aterrizando con gracia frente a ellas. Era una amazona con la tradicional vestimenta de la tribu de Varia, su arco ya en posición pero no amenazante.

"Mi nombre es Thyra, la Alta Reina Varia envía por usted y pregunta por el estado de la patrulla.”

"Gracias, Thyra. Será un placer que nos escoltes hasta la reina Varia" dijo haciendo el saludo amazona. "Rhodē necesita atención inmediata," respondió Gabrielle con urgencia. "Una herida profunda en el muslo, ha perdido mucha sangre."

La amazona asintió y emitió un silbido agudo. En cuestión de segundos, más amazonas aparecieron desde las alturas, algunas con suministros de las curanderas.

"Muchas gracias por recibirnos," continuó Gabrielle con la formalidad requerida del saludo mientras transferían cuidadosamente a Rhodē. "Y ella es..." vaciló apenas un segundo, mirándola. "Es Ephy. Viene bajo mi protección."

La mención de protección hizo que la centinela arqueara una ceja, pero su atención se centró en Ephy, quien observaba el intercambio con una mezcla de incomodidad e incredulidad. 

Aunque Thyra dudó un momento, hizo una seña para que la siguieran. Cuando estuvo varios pasos por delante de ellas, Ephy llamó la atención de Gabrielle y le dijo:

"En mi mundo, Thyra era la compañera de entrenamiento de Varia," murmuró Ephy en voz baja mientras comenzaron a caminar por el sendero más empinado. Su voz tenía una nota de advertencia que Gabrielle reconoció—"No apostaría a que yo sea de su agrado en este mundo, no lo era en el mío”.

Kharis notó que ambas se detuvieron y las llamó: “Es por aquí”

Aunque se dirigió a Ephy, esta se congeló ante ella, y entonces fue Gabrielle quien respondió.

“Gracias” dijo antes de continuar el paso, tomando a Ephy del brazo y arráncandola del lugar en que se había anclado al suelo.

 

Muchos metros después, casi a las puertas de la aldea, Gabrielle quiso asegurarse de que Ephy se encontraba bien.

"Debe ser difícil," ofreció Gabrielle suavemente, sin presionar. "Sólo dime si puedo hacer algo por ti".

"Es como ser un fantasma," admitió Ephy. "Ver todo lo que amabas, pero ya no puedes tocarlo."

Gabrielle sintió un eco de su propia vida. Había pasado los últimos meses luchando contra la sensación de tener una relación con un fantasma —con los recuerdos de Xena y el dolor de su ausencia.

Llegaron a un valle amplio donde se alzaban los armazones de madera y piedra que representaban el corazón de la alianza. Nueve fogatas ardían en círculo, cada una representando una de las tribus confederadas y cada una con sus símbolos.

En el universo de Xena, las tribus amazonas están representadas por distintos símbolos, cada uno reflejando su identidad y valores culturales:

La tribu Telaquire, con la máscara, representaba el misterio, la dualidad y la importancia de los rituales y la tradición en su cultura; La tribu Siberiana, del norte, se identifica con los sagrados tótems animales, que simbolizan la conexión espiritual con la naturaleza y la fuerza de los animales guardianes; La tribu Tanta, procedente de Anatolia, emplea el fuego perpetuo, emblema de vida eterna, energía y protección constante; La tribu Mesopotámica lleva la estrella de ocho puntas, símbolo de la diosa Ishtar y representación del poder y la guía celestial.

Por su parte, la tribu Romana se distinguía con el busto de una amazona acompañado de una media luna en la frente, evocando la valentía femenina y la relación con la luna como fuente de poder; La tribu Celta utiliza el trisquel, un antiguo símbolo de triple espiral que representa el ciclo de la vida, la naturaleza y la espiritualidad; Las amazonas africanas eligieron la serpiente, asociada con la sabiduría, la transformación y la protección; La tribu de las estepas se identifica con el caballo y el arco , reflejando su destreza ecuestre y habilidad en la guerra. Y finalmente, la tribu griega de Varia llevaba la espada, símbolo de fuerza, justicia y el arte de la guerra.  

La entrada al campamento amazona fue solemne pero calurosa. Los tambores sonaban para recibir a la reina nómada de la nación, pero también por la patrulla que regresaba. Las guerreras reconocieron inmediatamente a Gabrielle, saludándola con el tradicional gesto amazónico mientras susurraban con asombro ante la presencia de Ephy y la habilidad que había demostrado rescatando a sus hermanas.

Kharis se quedó cerca de la tienda médica donde atendían a Rhodē, mientras Diônê se acercó a Ephy con curiosidad apenas disimulada.

"Peleas como una de nosotras, pero no en realidad," observó Diônê, su personalidad carismática inmediatamente evidente. "¿Dónde aprendiste esas técnicas?"

 

Ephy tocó instintivamente la empuñadura de su sable. "Es una larga historia," respondió, intercambiando una mirada con Gabrielle.

"Las reinas la esperan," anunció la centinela, haciendo un gesto hacia el círculo central donde se alzaba majestuoso el círculo sagrado, rodeado por pilares de piedra tallados con símbolos ancestrales.

Gabrielle miró a Ephy, quien observaba el lugar con una mirada indescifrable en su rostro.

"¿Lista?" preguntó, y sintió el impulso de tocar el hombro de la joven en un gesto de apoyo. Pero se detuvo. Todavía le resultaba muy difícil. Sabía que estaba confundida, y lo último que quería era hacerle sentir sus inseguridades.

Ephy pareció notar la vacilación y le dirigió una pequeña sonrisa—no forzada, sino genuinamente agradecida por la consideración. Su rostro, tan diferente al de Gabrielle en todo excepto por esos ojos familiares, reflejaba una comprensión que iba más allá de las apariencias.

"Lista," respondió, y juntas se dirigieron hacia el círculo donde las esperaba el consejo de las tribus amazonas.

 

***

 

Las reinas esperaban de pie alrededor del fuego central, cada una representando siglos de tradición y poder. Varia se destacaba entre ellas—alta, imponente, con la espada que marcaba su rango como Alta Reina. Thyra le hablaba al oído reportando detalladamente lo ocurrido.

"Reina Gabrielle," la voz de Varia resonó con una mezcla de respeto formal y genuino aprecio. "Ha pasado mucho tiempo desde tu última visita a nuestras tierras. Toda la nación está de luto por tu pérdida. Tuvimos una ceremonia de despedida, su recuerdo permanecerá con nosotras por muchas generaciones".

“Muchas gracias, Varia” dijo Gabrielle forzando una sonrisa. “Eso te honra y a todas nuestras hermanas”.

“Y al parecer llegaste justo a tiempo, nos han informado que ayudaste a rescatar a una de nuestras cuadrillas. Deseaba darte las gracias en persona, en nombre de toda la Nación Amazona."

"Varia," Gabrielle realizó el saludo tradicional "Te agradezco que me recibas, especialmente en circunstancias tan... inusuales. —su mente estaba tratando de concentrarse en la presentación de Ephy, no podía permitirse que su mente se alejara hacia Xena— ¿Cómo está Rhodē?"

"Nuestras curanderas dicen que se recuperará, gracias a tu intervención rápida," respondió Varia, antes de que su mirada se posara en Ephy. "Y esta debe ser la guerrera que impresionó tanto a mis amazonas con sus habilidades en combate."

"¿Mis amazonas?" dijo Ephy en un susurro apenas audible para Gabrielle.

 Ella sólo le respondió arqueando las cejas disimuladamente.

El resto de consejo de reinas observaba en silencio: Kanae de la tribu Telaquire, de donde Gabrielle aún era reina honoraria, con sus trenzas y cicatrices de batalla como testimonio de su valentía; Cyane la Joven de la tribu del norte, heredera del nombre de las legendarias reinas siberianas; Oriah de la tribu romana, la gran estratega de la nación; Frawohena cuya presencia irradiaba el temple de las estepas; Kasia, sucesora de Hipólita, de la poderosa tribu Tanta, y Hjaquima, la reina chamana de la tribu Mesopotamia, cuyos ojos parecían ver más allá del mundo visible. 

Ephy dio un paso adelante y ejecutó el saludo amazona tradicional con una familiaridad que no pasó desapercibida para ninguna de las reinas presentes. "Soy Ephy," dijo simplemente, su voz firme pero respetuosa. "Es un honor estar ante el consejo de las nueve tribus."

"Vaya, eres también una hermana amazona" observó Varia. "La capitana del grupo de amazonas que fueron atacadas me ha dicho que tus técnicas de combate son excepcionales."

"Sólo hice mi deber… —dijo educadamente aunque de manera más seca de la que se dirigió a Gabrielle en los días pasados, por lo que recibió un ligero codazo en las costillas de su acompañante— mi reina".

"Ya veo" Varia entrecerró los ojos, estudiando a Ephy con la mirada de una estratega experimentada. "Antes de continuar debemos saber ¿De qué tribu provienes exactamente? Tu vestimenta no se parece a ninguna de las tribus que conozco, al parecer al igual que tu manera de pelear." 

Era cierto. Ephy destacaba entre las amazonas presentes con su túnica roja y azul. El elaborado cinturón y accesorios de cuero oscuro de los cuales colgaban flecos coloridos de cuentas y plumas eran mucho más representativos de la tribu Telaquire que Gabrielle conocía. Su atuendo delataba una tradición diferente, de amazonas que habían desarrollado sus propios estilos y costumbres. 

Gabrielle respiró profundamente, sabiendo que esta pregunta llegaría. "Es hija de una antigua reina desertora de la tribu de Hispania."

Un silencio pesado se extendió por el círculo. Las reinas intercambiaron miradas cargadas de dudas.

"Hispania," murmuró Varia, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. "Una de las tribus que rechazaron unirse a nuestra alianza.." Su voz se volvió más penetrante. "Me hubiera gustado mucho escuchar hablar a la reina Exosspia de esto."

Kanae se inclinó hacia adelante. "Y una princesa desertora, dices. Curioso para ser tu nueva compañía de viaje."

 

Aquello dolió a Gabrielle, Ephy lo notó, pero mantuvo su postura firme.

Mientras observaba a la joven enfrentar el escrutinio de las reinas, no pudo evitar fijar su mirada en su piel bronceada y cabello azabache ondulado que rozaba sus hombros y en cómo contrastaban marcadamente con su propia apariencia, recordándole que esta joven era aún un misterio... y no un doloroso reflejo.

"Pasé media juventud como esclava en Hispania", intervino Oriah, la reina romana "Y aún en mi largo camino de regreso a Roma, nunca vi a ninguna amazona con esa vestimenta no supe de alguna otra que blandir un sable que parece de Oriente." Sus ojos se clavaron en Ephy. "Ni vencer a cinco hombres con apenas moverse, como nos ha contado Thyra."

El silencio se hizo más denso. Gabrielle vio a Ephy poner de nuevo la mano sobre su sable y sintió que el momento de la verdad había llegado—al menos una parte de ella.

"Tienes razón, reina Oriah," admitió Gabrielle, eligiendo sus palabras cuidadosamente. "Ephy ha recibido un regalo divino, el de Afrodita. Como su protegida fue llevada por el mundo para entrenar con las mejores guerreras." Hizo una pausa, permitiendo que la información se asentara. "Sus técnicas vienen de lugares lejanos—Chin, Jappa, las estepas nórdicas. Aprendió todas las antiguas tradiciones de combate, además de la amazona."

"Una educación divina," murmuró Cyane con respeto. "No es común, pero tampoco sin precedentes."

Hjaquima, la chamana-reina, asintió lentamente. "Eso explicaría tu estilo peculiar de combate, pero no las razones detrás de Afrodita."

"Me temo que los motivos de una diosa sólo le pertenecen a ella," respondió Ephy, quitándole la palabra a Gabrielle "pero yo elijo creer que es un regalo, una protección para nuestro pueblo."

"¿La diosa griega del amor nos soborna para reclutarnos en su culto?" cuestionó la reina Frahowena riendo.

"Afrodita Areia" dijo Ephy, casi con severidad "Son muchos los que la veneran con ese nombre en tiempos de guerra. Y Afrodita siempre recompensa a sus seguidores".

Las reinas se miraron entre ellas de nuevo. Era cierto que la nación ya no veneraba a una sola diosa. Cada tribu conservaba el ulto a sus respectivas deidades, y de momento, ambas tribus griegas carecían de una en funciones.

"Y entonces, ¿qué buscas de nosotras?" preguntó entonces Varia , "Que le rindamos culto a tu protectora".

"Reconocimiento," respondió Gabrielle sin vacilar. "Ella es princesa amazona por derecho de nacimiento en su tribu. Merece ese mismo respeto aquí."

 

"Una princesa de una tribu que no es parte de nuestra alianza, adoptada por una reina errante, y protegida de una diosa a la que nuestro pueblo no venera... Es una historia que desafía toda tradición." Kanae intervino de nuevo. 

"Pero no toda lógica," intervino Cyane. "Las amazonas siempre hemos reconocido que el poder puede venir de fuentes inesperadas, la primera amazona que llevó mi nombre fue una prueba de ello. Y si Afrodita la protege… quizá la necesitamos más de lo que pensamos."

"Los dioses no actúan sin razón," concluyó Hjaquima, asintiendo lentamente, y clavó su mirada en Ephy.

Varia permaneció en silencio por un largo momento, sus ojos fijos en el fuego. Finalmente habló.

"Bien, el consejo deliberará sobre este asunto, continuaremos mañana. Si es verdaderamente quien dices, reina Gabrielle, si porta en su corazón el espíritu amazona sin importar de qué tribu venga, entonces apoyaé su reconocimiento." Hizo una pausa deliberada. "Pero será ella quien tenga que probarlo, no tú quien lo atestigüe."

Gabrielle asintió, entendiendo la sabiduría detrás de la decisión. "No esperaba menos de ti, Varia."

Las reinas se levantaron de sus tronos y salieron una a una del lugar. Gabrielle notó cómo la mirada de Ephy iba tras una de las guardias en la entrada que también abandonaba el lugar. La había visto esa mañana en medio de la pelea con los bandidos.

"Su nombre es Diônê. Nunca pensé que hubiera un mundo donde no me recordara, para bien y para mal" Intentó reír, pero no pudo. Aunque Gabrielle no entendía del todo a qué se refería, sí podía ver el dolor en su mirada. Puso su mano en su espalda y la acarició gentilmente.

"Todo ira bien, Ephy. Yo te ayudaré"

Ephy levantó la mirada, lista para agradecerle, cuando oyeron pasos detrás de ellas. Varia se acercó a Gabrielle dejando atrás la formalidad del protocolo real. Su voz se suavizó, cargándose de una sinceridad que raramente mostraba. 

"Gabrielle... sé que las condolencias oficiales suenan huecas cuando el dolor es tan profundo. Pero quiero que sepas que no hay día en que no piense en lo que Xena hizo por mí, por todas nosotras." Sus ojos se oscurecieron ligeramente, recordando momentos del pasado importantes para ella. "Ella me enseñó que el verdadero liderazgo no viene de la venganza. Y tú... tú me mostraste que la compasión puede ser más poderosa que cualquier espada." 

Hizo una pausa, permitiendo que sus palabras fueran claras entre ellas, esta no era la Alta Reina hablándole a una súbdita. "Si hay algo más que pueda hacer para honrar su memoria, o para ayudarte a encontrar paz, sólo tienes que pedírmelo."

"Tus palabras son todo lo que podría pedir, te lo agradezco de verdad, Varia".

"Hay algo más," añadió la Alta Reina, su mirada penetrante se posó en Ephy y luego en Gabrielle. "Esta joven amazona... ¿es la razón por la que has regresado a nosotras después de tu tiempo de luto? Creo que ya lo sabes, pero la nación necesitará de tu sabiduría, siempre. Este es tu hogar."

"Tal vez," admitió en voz baja. "Tal vez ambas necesitábamos encontrar nuestro camino de regreso a casa."

Chapter 9: Rostros Conocidos, Corazones Extraños

Summary:

Ephy reconoce rostros familiares que despiertan recuerdos dolorosos. Sus conocimientos de la vida en ese lugar levantan sospechas, llevando a Gabrielle a contar verdades a medias para protegerla. Mientras tanto, en las sombras de la realidad, una guerrera perdida lucha por encontrar el camino de regreso a casa.

Notes:

Si dejan sus comentarios les muestro la imagen de Ephy :)

Chapter Text

El aroma del pescado asado envuelto en hojas tiernas flotaba por todo el campamento mientras el sol se ocultaba tras las montañas tracias. Gabrielle observó cómo Ephy se tensaba ligeramente al caminar entre los grupos de amazonas que se congregaban alrededor de las fogatas comunales.

 

"Va a salir todo bien, lo prometo" murmuró Gabrielle, tocando suavemente el hombro de la joven.

 

Ephy asintió, y su respiración se volvió un poco más ligera cuando una risa familiar resonó desde una de las fogatas cercanas. Ahí, gesticulando animadamente mientras contaba alguna historia, estaba una mujer joven de cabello castaño oscuro y rostro ovalado que irradiaba el mismo carisma magnético dolorosamente familiar.

 

"Diônê," susurró Ephy, tan bajo que solo Gabrielle pudo escucharla.

 

Pero Diônê sí había podido notar su presencia. Sus ojos brillaron con curiosidad cuando caminaron junto a su grupo.

 

Desde la mesa de las reinas se escuchó una voz imponente.

 

"Amazonas," anunció Varia, "estas son nuestras invitadas. La reina Gabrielle, de la tribu de Telaquire, y Ephy... la protegida de Afrodita."

 

El tono de Varia al pronunciar las últimas palabras llevaba una carga extraña en su tono que sonó casi como a duda. Las amazonas presentes intercambiaron miradas, y no fue hasta que Ephy vio a la mujer que se parecía a la Diônê de su mundo ponerse en pie con una sonrisa genuina que la tensión se rompió.

 

"Un brindis por la reina Gabrielle y Ephy Urania ¡Bienvenidas!"

 

"Oh, Diônê" susurró Ephy avergonzada ante el epíteto.

 

Toda la alianza alzó su copa por su reina.

 

Diônê se acercó a ellas con la misma confianza natural que Ephy recordaba, sus ojos brillando con esa chispa traviesa que la caracterizaba.

 

"¡Vaya día hemos tenido!" exclamó Diônê con una sonrisa amplia, irónicamente, como si hubieran sido amigas de toda la vida. "Definitivamente saben cómo hacer una entrada memorable. Mi nombre es Diônê."

 

Gabrielle sonrió con gracia, inclinando ligeramente la cabeza. "Es un honor compartir mesa con guerreras tan valientes como ustedes, Diônê."

 

"El honor es nuestro, mi reina," respondió, recordando los protocolos reales, aunque su naturaleza rebelde opacó lo ceremonial en el tono.

 

En ese momento, Kharis se acercó al grupo, su postura erguida pero reservada. Tenía esa cualidad luminosa que recordaba a alguien que había crecido bajo el sol, frente a las playas azules del sur de Grecia, aunque su sonrisa era aún cautelosa.

 

"Reina Gabrielle, Ephy" saludó Kharis con un asentimiento respetuoso. "Quiero agradecerles lo que hicieron hoy por nosotras. Rhodē está viva gracias a usted, mi reina. A ustedes."

 

Sus palabras eran sinceras, y su sonrisa lo confirmaba.

 

"Hicimos lo que cualquier hermana amazona habría hecho," respondió Gabrielle con humildad. "Rhodē luchó valientemente."

 

Kharis asintió, su expresión suavizándose apenas. "Aun así, su intervención fue decisiva. No lo olvidaremos."

 

"¿Cómo está ella?" preguntó Ephy, genuinamente preocupada.

 

"Descansando. La herida era profunda, pero sanará," respondió Kharis, y por primera vez una sonrisa más cálida cruzó su rostro.

 

Ephy sintió nervios en su cuerpo. "Sí, desde luego" logró decir, "Y espero que se recupere pronto."

 

"Oh, lo hará. Rhodē es más fuerte de lo que parece," Diônê rio, y el sonido fue exactamente el mismo que Ephy había escuchado mil veces en su mundo. "Aunque está molesta por perderse la celebración."

 

Diônê rió y dio un paso hacia Gabrielle, con esa espontaneidad que la caracterizaba. "Sabe, su majestad, nunca nos sentimos más orgullosas de pertenecer a la tribu Telaquire. Usted es nuestra reina favorita."

 

"¡Diônê!" exclamó Kharis, aunque su sonrisa traicionaba su fingida mortificación. "No puedes decir eso ..."

 

"¿Qué? ¿Es la verdad?" Diônê se encogió de hombros con desenfado. "Todas lo pensamos. Bueno, también admiramos mucho a la reina Ephiny, por supuesto. Las dos reinas legendarias de los tiempos gloriosos de nuestra tribu." dijo colocando un brazo sobre el hombro de Kharis.

 

"La reina Ephiny es legendaria," añadió Kharis con respeto genuino, dirigiéndose a Gabrielle. "Y usted... usted tiene algo especial, una leyenda que va más allá de las fronteras de nuestra nación."

 

Gabrielle se sintió conmovida por la sinceridad de ambas. "Ephiny me enseñó que una reina debe servir a su pueblo, no al revés. Siempre he tratado de seguir su ejemplo."

 

"Exacto," asintió Diônê triunfante. "¡Eso es lo que digo! Humilde y sabia. Definitivamente nuestra favorita."

 

Ephy sonreía con el pecho inflado de orgullo, y como Gabrielle llegó a notar, con lágrimas contenidas en sus ojos.

 

Sin pensarlo demasiado, Gabrielle deslizó su mano para encontrar la de Ephy y la apretó suavemente.

 

"Vengan, siéntense con nosotras," continuó Diônê, gesticulando hacia el círculo donde varias amazonas ya estaban disfrutando de la cena. "Tengo curiosidad por saber cómo una amazona entrenada por las mejores guerreras del mundo termina siendo protegida por una diosa."

 

Se acomodaron en el suelo cubierto de pieles, y pronto tuvieron ante ellas cuencos de cerámica decorados con símbolos amazónicos. El pescado, envuelto en hojas tiernas que le daban un aroma silvestre, se deshacía en deliciosos trozos blancos condimentados con hierbas frescas que Ephy no reconocía completamente - similares a las de su mundo, pero con diferencias sutiles que le recordaban constantemente que estaba lejos de casa.

 

"Este pescado está increíble," comentó Gabrielle, partiendo un trozo de pan de cebada. "¿Es una receta local?"

 

"De mi pueblo natal," respondió una amazona mayor con cicatrices de batalla en los brazos. "A un día a caballo desde aquí. Pescamos en el río cada mañana. Las hierbas las recolectamos en las montañas - tomillo silvestre, orégano de montaña, y algo que llamamos 'hierba de luna' que solo crece aquí."

 

Ephy probó un bocado y cerró los ojos. El sabor era familiar pero diferente, pero con la suficiente familiaridad para comerlo más que gustosa. "En mi... en donde crecí, también cocinábamos pescado así. Hizo una pausa, examinando el pescado más detenidamente. "Está perfecto."

 

"Gracias," asintió la amazona mayor. "Mi nombre es Khotys, ayudo con los alimentos cuando puedo". 

 

"Cómo consiguen todo esto" dijo señalando al resto de los alimentos. Si bien aquello no le parecía una abundancia exagera de comida, la variedad le impresionaba. Algo que no era común en su mundo.

 

"Ya sabes, cuando se necesitan las provisiones algunas patrullas salen hacia los puertos. Al sur hacia las colonias griegas en la costa, al norte en las montañas por sal y metales, y a veces al este para intercambiar con otras aldeas."

 

Ephy se irguió abruptamente, casi atragantándose con su bocado. "¿Patrullas enteras? Son grupos de diez o doce amazonas ¿Con qué frecuencia?"

 

"Cada luna llena, a veces dos veces por luna. ¿Por qué?"

 

Ephy se pasó una mano por el cabello.

 

"Eso son... casi cuarenta amazonas armadas moviéndose por las rutas comerciales de Tracia cada mes," murmuró Ephy, su mente trabajando rápidamente. "¿No les preocupa que eso llame mucho la atención?"

 

Diônê frunció el ceño. "Somos fuertes. Podemos defendernos."

 

"No se trata de fuerza," explicó Ephy, su voz tomando un tono casi gracioso. "Se trata de discreción. Grupos tan grandes de guerreras armadas viajando regularmente por las mismas rutas... los mercaderes hablan, los bandidos se organizan, los gobernantes locales se ponen nerviosos." Se inclinó hacia adelante. "¿No han tenido problemas con patrullas romanas? ¿Con bandidos que conocen sus recorridos?"

 

Un silencio incómodo se extendió por el círculo. Las amazonas intercambiaron miradas que las evidenciaron.

 

Gabrielle por su parte, encontraba el tema un tanto cómico, nunca había visto a Ephy hablar tan apasionadamente de un tema. Estaba molesta, pero más que eso, deseaba hacerles ver a sus hermanas amazonas cómo podían mejorar.

 

"Ha habido... incidentes con bandidos como los de hoy, y señores de la guerra," admitió finalmente Diônê. "Más frecuentes últimamente. Por fortuna los romanos han estado demasiado ocupados matándose entre ellos estos años, así que no se han visto muchas de sus legiones por estas tierras. Pero otros grupos han llenado el vacío."

 

"Sí, mi tribu también ha tenido sus propios encuentros con los romanos," dijo Ephy, lanzando una mirada a Gabrielle, quien entendió el mensaje implícito.

 

"¿Y tú por qué sabes de estas cosas?" preguntó Diônê con una meuca retadora y una chispa en sus ojos que Ephy identificó muy bien.

 

Ephy vaciló por un momento, sintiendo la mirada atenta de Gabrielle. "He tenido... experiencias con negociaciones," respondió cuidadosamente. "He visto cómo estos problemas pueden escalar innecesariamente."

 

Se inclinó hacia adelante, pero mantuvo un tono casual. "Para frenar esos ataques necesitan rutas alternas, contactos que puedan informarles sobre movimientos sospechosos, tal vez intercambios con caravanas para viajar bajo su protección."

 

"Hablas como si hubieras estado en el consejo," observó Kharis con curiosidad.

 

"He tenido la fortuna de aprender de... líderes sabias," respondió Ephy, acariciando inconscientemente el pendiente en su cuello. "A veces, un pequeño acuerdo con un nuevo aliado puede ser más efectivo que una demostración de fuerza con diez ejércitos."

 

Diônê hizo una mueca. "Bueno, cuando lo pones así parece que no hemos estado haciendo un buen trabajo..." Se rascó la cabeza con frustración. "Supongo que organizar las costumbres de todas las tribus de la alianza no está siendo precisamente un paseo por el río para el consejo."

 

"Imagino que debe ser complicado," Ephy asintió con una sonrisa comprensiva. "Pero tal vez por ahora podrían sólo probar enviar grupos más pequeños en horarios diferentes? O encontrar formas de que las rutas varíen un poco. Pequeños ajustes que no perturben demasiado las órdenes del consejo."

 

Kharis, Diônê y el resto encontraron la propuesta bastante razonable. La conversación continuó amigablemente por un tiempo, muchas amazonas se unieron exponiendo sus inconformidades con la forma de defender y vigilar la nación.

 

Pero Gabrielle notó que Varia había permanecido en silencio, observando atentamente desde la distancia cada palabra y gesto de Ephy.

Cuando la mayoría de las amazonas comenzaron a retirarse, Varia se acercó a ellas desde su círculo más íntimo.

"Gabrielle, ¿podrías venir conmigo un momento?" preguntó con voz calmada. "Hay algo que quisiera discutir contigo."

Ephy comenzó a levantarse también, pero Varia levantó una mano gentil. "Si no te importa, preferiría hablar con la reina Gabrielle a solas por unos momentos."

Aquello no le hizo gracia a Ephy, pero Gabrielle la convenció de quedarse. Después de todo, la Nación Amazona era un lugar seguro para las dos.

"Regresaré en un momento" le aseguró.

Se alejaron hacia el borde del campamento, donde el sonido de las fogatas se desvanecía en un murmullo distante.

"Varia, si esto es sobre Ephy..."

"Es sobre tu princesa, sí," confirmó Varia, deteniéndose junto a un árbol grande. Su tono era calmado pero serio. "Gabrielle, puedo ver que tienes responsabilidades hacia ella, pero yo tengo responsabilidades hacia mi pueblo."

"¿Qué quieres decir?"

"Sabe mucho sobre ser diplomacia y estrategia. Demasiado para una desertora."

Gabrielle suspiró profundamente, encontraba toda la situación irreal.

Varia se volvió hacia ella, sus ojos mostraban ya más preocupación que sospecha. "Hay algo en su historia que no termina de encajar. Nuestro pueblo ha sido traicionado antes por quienes parecían amigos, y las señales que recibimos últimamente..."

"¿Qué tipo de señales?"

Varia se apoyó contra el árbol. Gabrielle vio inseguridad en sus ojos. "Hace meses, tiempo después de que tuvimos noticias de la muerte de Xena, la reina Hjaqima tuvo una visión. De un mal que se acerca para acabar con todo."

"¿Qué quieres decir?"

"Todo, Gabrielle. Mortales, dioses, amazonas, las bestias del bosque, los campos y los mares. Todo." Varia la miró directamente. "Y dijo también que el mal comenzará en estas montañas."

Gabrielle sintió que el aire se volvía más pesado. "¿Aquí en Tracia?"

"Los ataques a la nación han aumentado, pero no sólo por bandidos. Las personas de los alrededores parecen actuar... diferentes últimamente. —Varia hizo una pausa mirando a las entrañas de la arboleda. "Nos llegan historias de cosas extrañas sucediendo en los confines de estos bosques. Forasteros que aparecen en las aldeas en busca de algo. De alguien." Varia cruzó los brazos, pero su postura era más defensiva que agresiva. "Es por eso que el consejo y yo tenemos que ser cautelosos con cualquier visitante inesperado a la nación."

"Eso es... inquietante y terrible." Gabrielle frunció el ceño. "¿Tienes idea de qué buscan estos forasteros?"

"No. Pero muchos crees que se trata de alguien que no pertenece a este lugar, de lo contrario ya lo habrían encontrado."


Gabrielle sintió temor por alguien más. "Alguien que no pertenece..."

"Exactamente." Varia la observó. "Y entonces apareces tú con una princesa amazona cuya historia no hace sentido. Que sabe cosas que no debería saber. Que pelea su sable mejor que muchas aquí".

"Varia, no..."

"No la estoy acusando, no aún. Estoy tratando de entender." Varia suspiró. "Cuando el consejo me restituyó como alta reina, también me dieron una segunda oportunidad con mi pueblo. No puedo permitir que nada amenace eso."

Gabrielle hizo una pausa. "Entiendo por qué eres cautelosa, Varia. Pero Ephy no es parte de esto. No la hagas parte de esto. Me lo debes."

"¿Y cómo puedes estar tan segura?" La pregunta no sonaba igualmente acusatoria como curiosa. "¿Realmente la conoces tan bien?"

La pregunta golpeó más cerca de casa de lo que Gabrielle quería admitir. "Confío en ella."

"Los instintos pueden fallar, Gabrielle. Especialmente cuando nuestros corazones están involucrados." Varia se acercó, su voz tomando un tono más suave. "Escucha, mañana en el consejo, necesito que su historia sea clara. Si hay algo que no me has contado, algo que explique estas... inconsistencias..."

"Varia, ella es mi hija," dijo Gabrielle, las palabras saliendo con una mezcla de cansancio y determinación.

"¿Qué?"

"Pensamos que sería mejor contar una verdad a medias. Acepto que fue un error."

Varia parpadeó, claramente desconcertada. "Pero cómo es que... ¿Por qué no se lo contaste al consejo? Ellas protegerían su secreto con su vida."

"Sabes que Xena y yo vivimos cosas que no cualquiera puede explicar." Gabrielle se acercó, su voz tomando un tono más íntimo. "Si te digo que es mi hija y que fue criada por una reina amazona que todas las guerreras de esta nación admiran, ¿tomarías mi palabra? ¿Mi juramento como amazona?"

Varia la observó detenidamente, primero con incredulidad desmedida pero su expresión fue suavizándose gradualmente.

"Lo haría," dijo al fin. "Pero, Gabrielle, si es tu hija, ¿Por qué no simplemente..."

"Porque su hogar no es... quien ella es, es demasiado peligroso para que otros lo sepan. Especialmente después de lo que acabas de contarme."

El silencio se extendió entre ellas. Varia se llevó una mano a la frente, procesando la información.

"Yo podría guardar su secreto, ¿sabes? Sé que te debo mucho y lo pagaría con mi vida si fuera necesario".

"No tienes que hacerlo, acepto que pagues tu deuda ayudándome esta vez. El consejo debe aceptarla mañana". Además, sé bien el precio que pagan nuestros seres queridos cuando nuestros enemigos usan nuestro amor como debilidad. No cometeré ese error dos veces."

 

-

 

En los Dominios del Olvido

 

Xena despertó en la oscuridad más absoluta. No había arriba ni abajo, sólo un vacío que parecía tragarse hasta el eco de su respiración. La oscuridad no era simplemente ausencia de luz, era una entidad viva, hambrienta, que se filtraba por cada poro de su piel como veneno. Intentó moverse, pero la oscuridad se aferró a ella como melaza espesa, arrastrándola hacia el infinito de la nada.

 

"¿Dónde est...?" comenzó a preguntar con voz ronca.

 

Pero no pudo terminar la pregunta. Algo en aquel lugar absorbía las palabras antes de que pudieran formarse completamente, desvaneciéndolas como el humo, y sus pensamientos se fragmentaban en pedazos irreconocibles. Sentía que estaba siendo borrada lentamente, diluyéndose en el vasto mar de inexistencia. Podía sentir cómo sus recuerdos se volvían borrosos y todas sus emociones se entumecían.

 

"¡Gabrielle!" gritó más fuerte, luchando contra la sensación de desvanecimiento.

 

Silencio. Ni siquiera un eco respondió a su desesperada llamada. Pero lo más aterrador era la creciente sensación de que el nombre que había gritado no significaba nada. Como si fuera una palabra vacía, sin rostro, sin historia, sin amor detrás. Xena se llevó las manos a la cabeza, tratando de aferrarse a algo, cualquier cosa que le recordara por qué ese nombre debería importarle.

 

Sus piernas comenzaron a fallarle. Por un momento aterrador, Xena sintió la tentación de dejarse caer, de permitir que la oscuridad la tragara completamente. Sería tan fácil... tan silencioso... tan final. ¿Para qué luchar si no podía recordar el propósito de su lucha?

 

"Quizás... quizás sea mejor así" murmuró, con sus fuerzas abandonándola.

 

Y entonces llegó el viento. Una poderosa brisa que cortó la oscuridad. Y aunque aún no era luz, era una tenue promesa de ella.

 

Hasta Xena llegó una voz familiar, serena.

 

"El guerrero que grita en la oscuridad sólo alimenta las sombras, Xena."

 

Una luz suave y dorada comenzó a filtrarse a través del vacío, llenando lentamente la nada hasta que se convirtió en un lugar. Xena se volvió hacia ella, y allí estaba Lao Ma, radiante y sonriéndole.

 

"Lao Ma...?" Xena intentó llegar hasta ella, pero no logró salir de las sombras. ¿por qué estoy aquí? ¿qué lugar es este? "

 

"Un lugar que no debería existir" respondió Lao Ma mientras se acercaba. "Un antiguo enemigo tuyo ha desgarrado el velo entre los mundos, y tú... tú caíste en la grieta."

 

Xena trató de aclarar su memoria ¿Quién era tan poderoso para lograr algo tan terrible? ¿Quién la odiaba tanto para hacerle daño aún en la muerte?

"Dahak" escupió en nombre con ira.

 

"Una versión de él a la que nunca te enfrentaste antes, Xena. Una con un poder oscuro tan grande como para destruir universos y realidades enteras. " dijo Lao Ma con angustia visible en el rostro.

 

Xena se llevó la mano al pecho, como si buscara algo que ya no estaba allí. La ausencia era se sentía como si le hubieran arrancado una parte vital de su ser. Una herida cauterizada en el espacio que había dejado Gabrielle dentro de su alma.

 

"No puedo sentirla. A Gabrielle. Es como si..." las palabras se atascaron en su garganta. "Es como si nunca hubiera existido. Como si todo fuera una mentira que me conté a mí misma."

 

"Lo sé" completó Lao Ma con comprensión. "Esta oscuridad se alimenta de conexiones, de amor, de todo lo que te hace... tú. Devora los lazos que nos unen a otros, las memorias que nos definen, las emociones que nos dan propósito."

 

Xena intentó dar un paso, pero sus piernas se sintieron pesadas, como si el suelo mismo estuviera absorbiendo su fuerza vital.

 

"¿Cuánto tiempo he estado aquí?" preguntó desesperada.

 

"El tiempo no existe en este lugar" explicó Lao Ma. "Pero en tu mundo... Gabrielle aún lleva tu luto".

 

"Necesito llegar a ella, necesito advertirle".

 

Lao Ma extendió su mano, y la luz dorada se intensificó, empujando las sombras hacia atrás.

 

"Pero primero, debes recordar quién eres. Esta oscuridad te está consumiendo, Xena. Si no luchas ahora, no quedará nada de ti para salvar."

 

"¿Cómo?" preguntó Xena, luchando contra la pesadez que la invadía. "No puedo... no puedo moverme."

 

"No con fuerza" advirtió Lao Ma. "La oscuridad se alimenta de la guerra que vive en tu alma, de tu ira. Debes encontrar tu centro. Recuerda por qué luchas."

 

Xena cerró los ojos, y por un momento, la imagen de Gabrielle destelló en su mente. Pero se desvaneció rápidamente como humo. Intentó aferrarse al recuerdo: cabello dorado, ojos azules, esa sonrisa que podía desarmar cualquiera de sus defensas... pero las imágenes se fragmentaban, se borraban, se volvían irreconocibles.

 

"Se está desvaneciendo..." murmuró con voz quebrada. "Todo se está volviendo gris. Pronto no recordaré por qué su nombre debería significar algo para mí."

 

"Entonces no pienses en ella" interrumpió Lao Ma con firmeza. "Piensa en quién eres TÚ por ella. No el recuerdo, sino lo que aún vive en ti. No busques su imagen, busca la mujer en la que te convertiste cuando la conociste."

 

Xena abrió los ojos, y por primera vez, logró dar un paso hacia la luz.

 

"La mujer que elegí ser" susurró, comprendiendo.

 

"Exacto" sonrió Lao Ma. "Y esa mujer no permite que el mal triunfe mientras ella pueda luchar."

 

La luz dorada se extendió, y Xena sintió que podía moverse más libremente, como si las cadenas invisibles comenzaran a romperse. Sintió sus fuerzas regresar, su propósito clarificarse como agua cristalina.

 

El viento entonces comenzó a soplar hasta casi lastimar su rostro. Era diferente a cualquier brisa que hubiera sentido antes: no era aire común, sino la esencia misma de la realidad moviéndose, reorganizando la existencia fragmentada. Las ráfagas llevaban consigo partes de mundos desconocidos, ecos de voces perdidas, y el aroma de flores que nunca habían existido.

 

Fue así como la nada comenzó a desaparecer. Las sombras se retorcían y gemían como criaturas heridas, resistiéndose a ser expulsadas de su dominio. Pero la luz dorada de Lao Ma era implacable, y el viento cósmico las arrastraba hacia el vacío primordial del que habían emergido. Xena sintió que su cuerpo se volvía más ligero, más real, como si estuviera siendo reconstruida átomo por átomo.

 

Las llevó lejos de ese lugar, atravesando capas de realidad que se plegaban sobre sí mismas. Xena pudo ver por un instante la inmensidad del daño que Dahak había causado: mundos enteros reducidos a heridas sangrantes en el tejido del universo, lugares donde el tiempo corría hacia atrás, realidades donde la muerte había olvidado su propósito.

 

Cuando volvió a abrir sus ojos, se encontraba en la misma playa en la que había visto a Gabrielle por última vez. Pero algo había cambiado. La arena bajo sus pies no era completamente sólida, como si fuera un eco del lugar en el que había existido su espíritu desde su muerte. El mar se extendía hasta el horizonte, pero las olas no rompían contra la orilla, simplemente se desvanecían en susurros de espuma.

 

"¿Cómo regreso a ella?" preguntó, girándose hacia Lao Ma, quien ahora parecía más etérea que antes, un fantasma que penas se mantenía visible.

 

"No tengo una respuesta para eso, Xena" admitió Lao Ma con pesar. "Sólo fui enviada para liberarte de las sombras. El camino de regreso... ese deben encontrarlo ustedes."

 

"¿Quién te envió?" insistió Xena, percibiendo que había fuerzas más grandes en juego.

 

"Kalos, Noetos, el orden hermoso." respondió Lao Ma con reverencia.

 

Xena frunció el ceño. Los nombres resonaban en su memoria, demasiado lejanos para ser reales.

 

"¿La fuerza del universo más antigua que los dioses?" murmuró, comprendiendo la magnitud de lo que enfrentaba.

 

Lao Ma asintió solemnemente. "El cosmos mismo te ha elegido para esta batalla, Xena. Dahak no es sólo una amenaza para tu mundo, sino para toda la existencia. Tú eres el último recurso del universo."

 

Xena sentía sus piernas flaquear, su mente y su espíritu todavía necesitaban tiempo para sanar.

 

"¿Vienes conmigo?" preguntó Xena, aunque ya conocía la respuesta.

 

Lao Ma negó suavemente con la cabeza, su sonrisa mezclando tristeza y orgullo.

 

"Este es tu camino, Xena. Pero recuerda: no importa cuán separadas estén, tú y Gabrielle siguen siendo almas gemelas. Esa conexión trasciende la muerte, la distancia, incluso la realidad misma."

 

Xena asintió, sintiendo que la determinación se endurecía en su pecho como acero templado. La luz dorada envolvió a Lao Ma completamente, preparándose para llevarla de vuelta a los planos superiores de la existencia.

 

"Adiós, Xena. Sé que pelearás la batalla que se avecina," dijo Lao Ma, su voz desvaneciéndose como música lejana.

 

"Lao Ma, no te vayas todavía," suplicó Xena, extendiendo la mano.

 

"Recuerda que ella espera por ti," fueron las últimas palabras de Lao Ma antes de desaparecer completamente, dejando solo una calidez dorada en el aire.

 

"Gracias," dijo Xena, asintiendo y resignándose a su misión. Podía sentir el peso de la responsabilidad sobre sus hombros, pero también la certeza de que, sin importar los obstáculos, encontraría la manera de regresar a Gabrielle.

 

Se volvió hacia el mar etéreo, donde las olas susurraban secretos de mundos perdidos. En la distancia, podía ver grietas en el cielo, heridas en la realidad por donde se filtraba una luz siniestra.

 

"Entonces vamos a proteger a mi familia," declaró con determinación férrea.

Chapter 10: El equilibrio de los mundos

Summary:

Los vínculos se fortalecen y los destinos se entrelazan en la Nación Amazona. Mientras algunos corazones encuentran hogar, otros enfrentan decisiones que podrían cambiar todo. Las fuerzas cósmicas comienzan a moverse, y el precio de los anhelos más profundos es revelado.

Notes:

Siento haber desaparecido. Resulta que las vacaciones consumen demasiado tiempo. Espero que no vuelva a ocurrir (pero si lo hace garantizo un pronto regreso).

Chapter Text

El amanecer trajo consigo la decisión que cambiaría el rumbo de Gabrielle en la Nación Amazona. Las puertas del consejo se abrieron nuevamente, y las nueve reinas emergieron con expresiones que mezclaban solemnidad y determinación. Varia, como Alta Reina, tomó la palabra mientras el resto del consejo se colocaba en semicírculo.

"Gabrielle y Ephiny de Telaquire," comenzó Varia, su voz clara resonando en el patio central donde madre e hija esperaban. "El Consejo ha tenido toda la noche para deliberar en la cuestión del rango de esta joven amazona."

Ephy tuvo un curioso eco de su mundo, donde Varia sabía que prefería su apócope a su nombre de nacimiento, por lo que a menudo usaba este último para molestarla. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para recordarse a sí misma que esta no era la misma Varia inmadura e impulsiva que ella conocía bien. Gabrielle le había asegurado que esta versión había aprendido de sus errores mucho más rápido y que, al menos por el momento, podía confiar en ella.

La Reina Cyane se levantó de su trono y dijo. "Varia nos ha presentado información adicional sobre tu identidad, Ephy. Información que explica tanto tus habilidades y conocimiento como la... delicadeza de tu situación."

Gabrielle sintió que su respiración se entrecortaba. Esperaba que Varia hubiera sido prudente y justa.

Y continuó: "Ahora comprendemos por qué una joven amazona de tal calibre aparecería de manera tan... imprevista. La hija de la Reina Gabrielle merece nuestra protección absoluta."

Ephy mantuvo su compostura, aunque Gabrielle notó la tensión en sus hombros. Las reinas hablaban con cuidado, como si comprendieran que había secretos que no podían ser completamente revelados. No aún.

La Reina Haquima añadió con voz medida: "Varia nos ha hecho entender que hay aspectos de tu crianza y origen que deben permanecer guardados. Que hay secretos que, por el bien de todas en esta alianza sagrada, deben permanecer con aquellas que los portan".

"Lo que sí sabemos," dijo la Reina Kanae, "es que eres sangre de nuestra sangre, amazona de estirpe, y que las circunstancias extraordinarias que rodearon tu crianza no disminuyen sino que honran tu linaje."

Ephy inclinó la cabeza con respeto genuino. "Honorable Reina Kanae, llevaré el nombre de Telaquire con orgullo como su hija más leal. Serviré siempre a esta alianza, a Telaquire y a las reinas que nos gobiernan con sabiduría," dirigió una mirada llena de cariño hacia Gabrielle, "pero mi corazón abraza también a todas las hermanas de esta alianza."

Varia entonces alzó la mano, comandando silencio. "Por tanto, este consejo reconoce oficialmente a Ephy, hija de Gabrielle, como Princesa Amazona de pleno derecho, con todos los honores y responsabilidades que su linaje le otorga."

Un murmullo de aprobación recorrió el consejo. Frahowena sonrió con comprensión: "Tu madre nos honró durante años con su liderazgo y sabiduría, a menudo en los momentos en los que sus hermanas amazonas más la necesitaban. Es justo que su hija reciba el reconocimiento que merece, aunque las circunstancias requieran de nuestra total discreción."

"Discreción que seguirá siendo crucial, aún más en estos tiempos" subrayó la Reina Kanae, dirigiendo una mirada significativa tanto a Gabrielle como a Ephy. "Hay fuerzas que buscan lastimar a las hijas de esta nación. Tu identidad está a salvo con nosotras, princesa."

Ephy finalmente sonrió, su voz firme pero respetuosa: "Agradezco el honor que me conceden, honorables reinas. Acepto las responsabilidades de mi linaje y prometo servir a la gran Nación Amazona con el mismo honor con que mi madre lo ha hecho."

Y al decir estas palabras Ephy pensaba en la reina Ephiny, tan lejos en su mundo. ¿Le estaba causando dolor con su ausencia? Sabía que al menos estaba honrando su legado, en su mundo y en este.

Gabrielle sintió una gran emoción, se sentía parte importante de este momento para Ephy. Se acercó y tomó las manos de su hija.

"Reinas de la alianza," dijo con voz emocionada, "Al escuchar estas palabras... no puedo evitar recordar por qué le di a mi hija el nombre de mi querida hermana Ephiny, la reina que nos enseñó que el verdadero liderazgo amazona nace del amor genuino por nuestro pueblo. Al guardar los secretos que protegen tanto a nuestra nación como a mi hija, ustedes honran la memoria de Ephiny y el juramento sagrado que todas compartimos como amazonas."

Hizo una pausa, su voz tomando un tono más solemne pero determinado.

"Ephiny nos demostró que una amazona debe estar dispuesta a darlo todo por sus hermanas, a defender esta alianza sagrada con su propia vida si es necesario. Ese es el ejemplo que espero que mi hija siga, y el legado que todas nosotras debemos honrar." Miró a Ephy con orgullo, luego dirigió su mirada al consejo. "Sé que donde quiera que esté, Ephiny sonríe al saber que su espíritu de sacrificio y lealtad continúa más vivo que nunca en las nuevas generaciones de esta alianza."

Ephy ya no ocultaba su llanto. De verdad deseaba hacer justicia a las palabras de Gabrielle, llevar el espíritu de Ephiny en cada uno de sus actos como princesa amazona. Pero ahora, también deseaba honrar a Gabrielle, en ser un poco más como ella cada día.

La Reina Kanae asintió con profundo respeto. "Sabias palabras, reina Gabrielle. Ephiny estaría orgullosa de ver cómo su legado continúa." 

Se dirigió entonces a Ephy. "Princesa, tu primera responsabilidad será diplomática: establecer contacto comercial con los mercaderes de Abdera. Los disturbios recientes han entorpecido nuestras rutas tradicionales, necesitamos alternativas seguras. Será tu oportunidad de demostrar que honras tanto el nombre que llevas como el conocimiento que ha sido depositado en ti."

Varia dio un paso adelante. "Está decidido. Para mayor seguridad, no viajarás sola. Kharis te acompañará como tu segunda y protectora."

Kharis entró a la sal adel consejo, ajena a lo que ahí se acababa de discutir. Sus ojos mostraban una mezcla de honor y determinación.

"Será un honor servir a la Princesa Ephy," declaró Kharis, inclinándose con respeto.

La Reina Cyane añadió: "Kharis ha demostrado ser una guerrera confiable. Comprenderá la importancia de proteger no sólo tu vida, sino también los secretos que deberás mantener."

"Partirán mañana al amanecer," concluyó Varia. "Que las diosas protejan esta misión. "Para fortalecer la Nación Amazona"

"Para fortalecer la Nación Amazona" respondieron las presentes en unísono.

Mientras el consejo se dispersaba lentamente, Gabrielle notó las miradas de comprensión y protección que las reinas dirigían hacia Ephy. Fuera lo que fuera que Varia les había revelado, había conseguido no sólo la aceptación de su hija, sino su compromiso de protegerla, sin necesidad de revelar la verdad completa de su origen.

Una vez que las reinas se retiraron y el patio comenzó a vaciarse, Gabrielle tomó suavemente el brazo de Ephy.

"Ven conmigo," le susurró. "Hay cosas que necesitamos hablar antes de que partas mañana."

Regresaron a su cabaña, donde Gabrielle corrió las pieles sobre la entrada para darles privacidad y se sentó en el borde de uno de los camastros, indicando a Ephy que se acomodara en el otro frente a ella.

"¿Cómo te sientes?" preguntó Gabrielle, estudiando el rostro de Ephy. "Sé que todo esto ha sido... abrumador."

Ephy se sentó en el borde de su camastro, sus manos descansando sobre sus rodillas. "Me siento honrada, pero también nerviosa," admitió con sinceridad. "Se que aquí las cosas no son exactamente como las conozco, pero debo hacer mi mejor esfuerzo para ser la princesa que la Nación necesita ahora".

"Yo también lo creo" La preocupación aún rondaba la mente de Gabrielle, y su instinto protector se activó inmediatamente."Lo que me inquieta ahora," comenzó, "son las advertencias de Varia. Algo extraño sucede ahí afuera, estas sombras, estos disturbios... no parecen ser enemigos que puedas ver y enfrentar. No puedes negociar con algo que susurra desde la oscuridad."

Ephy, cambió su expresión volviéndose más seria. 

"Dime algo ¿Te preocupa que mi nueva posición me haga un objetivo?"

Gabrielle asintió con emoción contenida. “Sí, me preocupa. Pero creo que todas podemos serlo”.

"Bien, entonces te prometo que seré cuidadosa, que confiaré en Kharis y mantendré los ojos abiertos." dijo Ephy, levantándose para acercarse a Gabrielle y colocando una mano sobre su hombro. Hizo una pausa, su voz volviéndose más suave. "Pero también confío en que si hay algo realmente peligroso ahí afuera, tú sabrás de qué se trata antes que yo."

Gabrielle cubrió la mano de Ephy con la suya, sintiendo una mezcla compleja de orgullo y esa determinación protectora que había comenzado a reconocer en sí misma. "Haré todo lo que esté en mi poder para mantenernos a salvo. Para mantenerte a salvo."

Ephy rió.

"Creo que esa es mi tarea”.

Por un momento permanecieron así, madre e hija conectadas por un lazo que trascendía los mundos. Pero cuando Ephy se separó suavemente, Gabrielle sintió que había algo más que debía decirse.

"Estoy a salvo con nuestras hermanas, no debes preocuparte por mí. Además…" comenzó, eligiendo cuidadosamente sus palabras, "durante estos meses después de perder a Xena, en verdad creí que mi corazón había muerto con ella. Que nunca volvería a sentir esa conexión profunda con otro ser viviente. Pasé semanas arrastrando sus cenizas, cargando el peso de una vida que ya no tenía sentido."

Ephy le dirigió su mirada con atención completa.

"Y entonces llegaste tú," continuó Gabrielle, su voz cargándose de emoción. "En muy poco tiempo, has logrado algo que pensé imposible: has despertado en mí un amor que creí enterrado para siempre."

Tocó suavemente el rostro de Ephy, y sus ojos se humedecieron ligeramente.

"La última vez que sentí esta intensidad protectora fue cuando... bueno, cuando el amor se transformó en algo oscuro que me atormentó por mucho tiempo. Pero esto es nuevo para mí."

Ephy le sonrió, se sentía profundamente agradecida con ella y con el universo, por ponerla de nuevo junto a su madre biológica, a esa Gabrielle, y que le respondiera con sólo ella podía hacerlo.

"Creo que esto es lo que el amor de madre debería ser, lo que debería sentir. Sabes, cuando quemé los hilos del destino, creí que había dado libertad al mundo, pero tal vez solo abrí la puerta para que algo más grande actuara. Afrodita dijo que tú eres un punto importante de amor a través de universos. Y en verdad lo creo."

La cara de Ephy era un poema.

"¿Que…quemaste los hilos sagrados del destino? ¿Los hilos de las Moiras?"

"Lo hice, por amor." dijo riendo. "Y no me arrepiento. Supongo que mi relación con los dioses ha sido algo distinta a la tuya, pero hace mucho que mi destino lo empecé a forjar yo mismo… a lado de Xena" .

Ephy se acercó y se sentó junto a Gabrielle en el camastro, sus propios ojos brillando con emoción.

"Gabrielle," el tono de voz le revela a la reina amazona que todavía era extraño para ella llamarla así "desde que estoy aquí sólo he pensado en protegerte, en ayudarte a sobrevivir a tu propio dolor. Pero confieso que otra parte de mi sólo ha pensado en regresar a mi hogar, con mi familia."

Gabrielle supo entonces que, si Ephy algún momento Afrodita regresaba por ella para llevarla de nuevo a su mundo, su corazón se partiría en mil pedazos.

"Pero ahora… no creo que quiera perderte de nuevo"

Y fue ahí que una barrera invisible se quebró entre ambas guerreras.

"Oh, Ephy," suspiró Gabrielle, su voz quebrándose ligeramente por la emoción.

Se pusieron en pie casi al mismo tiempo, y por un momento se quedaron allí, midiendo la distancia entre ellas. Finalmente, Ephy se acercó y abrazó a Gabrielle brevemente, un gesto que había crecido en calidez y confianza.

Para Gabrielle, ese abrazo significó más de lo que las palabras podrían expresar. En él sintió el eco doloroso de brazos pequeños que se habían vuelto contra ella, de una hija cuyo amor se había transformado en algo que la aterrorizaba. También la calidez que había encontrado al cuidar de Eve cuando era pequeña, esos momentos robados de ternura maternal antes de que la realidad las separara. 

Todos esos anhelos truncados, todas las noches que había soñado con una segunda oportunidad de ser madre sin las sombras del pasado ensangrentando cada gesto.

Los brazos de Ephy la rodearon con una confianza que nunca había conocido antes, con una pureza y sinceridad que las circunstancias siempre habían arrebatado demasiado pronto de ella. Era como si el destino, que tantas veces había sido cruel con ella, finalmente le ofreciera la posibilidad de experimentar ese amor sin tragedias, sin profecías oscuras, sin el peso de decisiones imposibles.

Por un momento, Gabrielle se permitió sentir que tal vez, después de tanto dolor, merecía esta dulce segunda oportunidad.

Cuando finalmente se separaron, Ephy mantuvo las manos de Gabrielle entre las suyas por un momento más. Gabrielle sonrió, secándose discretamente los ojos. "Mírame, llorando como una niña."

"No," Ephy negó suavemente. "Es hermoso verte así." Hizo una pausa, su expresión volviéndose más reflexiva.

"Sabes," dijo suavemente, "a veces tengo la sensación más extraña. Desde que llegué aquí, es como si...como si nada de esto fuera una coincidencia. Como si debiera estar aquí y ahora. Sé lo que dijo Afrodita, pero…"

"Se siente como algo más… " completó Gabrielle. "Yo tengo bastante experiencia en haber visto cómo funcionan los designios del destino, y también tengo el presentimiento de que tu llegada hasta aquí fue orquestada por fuerzas que van más allá de lo que Afrodita nos contó."

Ephy la miró con una mezcla de comprensión y preocupación. "¿Crees que hay algo que no sabemos? ¿Un peligro para nosotras?"

"No lo sé aún con seguridad," dijo Gabrielle con suavidad, "pero, sea lo que sea, lo enfrentaremos juntas cuando llegue el momento."

Ephy asintió.

"Prometí encontrarme con Kharis antes del atardecer," dijo Ephy al separarse.

Gabrielle asintió, una sonrisa pequeña apareciendo en su rostro. "Ve." Hizo una pausa, como si recordara algo. "¿Pasarán la noche en el templo? Las sacerdotisas fueron realmente hospitalarias con la protegida de Afrodita," dijo con cierto tono de broma.

Ephy se tensó ligeramente, sus manos apretándose casi imperceptiblemente. "No... no, creo que acamparemos fuera de la ciudad," respondió con demasiada rapidez.

Gabrielle notó el cambio inmediatamente, la forma en que Ephy evitó su mirada. "¿Todo está bien? Pensé que el templo sería lo más seguro..."

Ephy abrió la boca, cerró los ojos por un momento como si buscara las palabras correctas, pero no las encontró. En cambio, levantó la vista hacia Gabrielle con una expresión vulnerable.

"Gabrielle... cuando encontraste a Xena, cuando supiste que la amabas... ¿fue difícil? ¿Te costó elegir entre ese amor y tu deber?"

La pregunta tomó a Gabrielle por sorpresa, pero la dulzura y la urgencia en la voz de Ephy le dijeron todo lo que necesitaba saber. Se sentó de nuevo en el camastro, su expresión volviéndose suave y comprensiva.

"En realidad," admitió Gabrielle con una sonrisa melancólica, "fue lo contrario. Xena no me alejó de mi destino... me salvó de una vida que nunca quise. Me liberó de casarme, de convertirme en una simple esposa de aldea cuando mi corazón anhelaba aventura y propósito." Sus ojos se perdieron por un momento en los recuerdos. "Las complicaciones llegaron después... terribles, trágicas. Hubo momentos en que pensé que habíamos perdido todo, que nuestro amor nos había costado demasiado. Pero cada vez que el mundo parecía conspirar contra nosotras, descubríamos que éramos más fuertes juntas." Su voz se suavizó aún más. "Al final nos dimos cuenta de que éramos almas gemelas... que el amor verdadero no te aleja de tu destino, sino que te ayuda a forjarlo."

Ephy bajó la mirada, y Gabrielle sintió que había algo más profundo detrás de esa pregunta, algo que no podía o no sabía cómo expresar. Los fragmentos comenzaron a conectarse en su mente: la evasión sobre el templo de Abdera, la pregunta sobre el amor y el deber, esa vulnerabilidad tan cruda...

"¿Te gustaría contarme si pasó algo cuando visitamos Abdera?" preguntó Gabrielle suavemente, sin presionar.

Ephy levantó la vista, sus ojos brillando con una mezcla de gratitud y algo que podría ser amor. "Te lo contaré cuando regrese," susurró. "Cuando yo misma sepa cómo contestar esa pregunta."

Gabrielle asintió con comprensión. "Lo entiendo. Gracias por confiar en mí." Hizo una pausa, eligiendo cuidadosamente sus palabras. "Sé que no podré ser tu Ephiny, y no pretendo reemplazar lo que tu madre significa para ti. Pero si lo deseas... me gustaría ser tu familia también. Alguien que esté para ti siempre que lo necesites."

Una sonrisa suave se extendió por el rostro de Ephy, la primera genuina de toda la conversación. "Me gustaría eso también," respondió con cierta timidez. "Y también serlo para ti."

Un nuevo y breve abrazo selló la nueva etapa de su relación.

"Que tengas un buen viaje," murmuró Gabrielle contra su cabello.

"Cuídate mientras no esté," respondió Ephy, separándose con una última sonrisa antes de dirigirse hacia la entrada de la cabaña.

Cuando las pieles cayeron nuevamente sobre la entrada, Gabrielle se quedó sola con sus pensamientos, sintiendo que algo fundamental había cambiado en su corazón. Por primera vez en meses, el futuro no se veía como una carga imposible de llevar, sino como algo que valía la pena proteger.

 

-

 

La armería de la aldea amazona estaba iluminada por la luz dorada del sol que se filtraba a través de las rendijas entre las ramas y la paja que conformaban la choza. Las paredes estaban cubiertas de estantes con espadas, lanzas y unos pocos escudos pulidos que reflejaban la luz moribunda. 

Ephy había logrado componer su semblante para cuando llegó a la armería, pero aún sentía el eco de la conversación con Gabrielle. Revisaba meticulosamente cada artículo de provisiones de su lista mientras Kharis seleccionaba armas adicionales de los arsenales colgados, con su propia espada ya asegurada a su cintura. El silencio entre ellas no era incómodo, pero tampoco era el silencio de la familiaridad, ganado a pulso entre las dos en el mundo de La Conquistadora.

Ephy levantó la mirada hacia su compañera de viaje. Esta Kharis tenía el mismo cabello castaño que brillaba con la luz y la misma constitución atlética que recordaba, pero había algo diferente en sus ojos. Una cautela que la Kharis de su mundo nunca había tenido, una vigilancia sutil que nunca se relajaba completamente.

"¿Necesitamos más flechas?" preguntó Kharis, sosteniendo un rollo de lino entre sus manos.

"Creo que tenemos suficientes," respondió Ephy, marcando algo en su pergamino. "A menos que esperes que me meta en muchos problemas."

Kharis la miró por un momento, como evaluándola. "No conozco muy bien tus... métodos. Pero yo prefiero prevenir que lamentar."

Sus palabras se suspendieron el aire entre ellas. Ephy puso su pluma en la mesa y se volvió completamente hacia Kharis.

"No confías en mí," observó Ephy simplemente, sin acusación en su voz.

Kharis siguió evaluando una daga, probando su equilibrio. "Diônê podría hacerse amiga de las piedras, le abre su corazón a cualquiera." Sus palabras salieron más ásperas de lo pretendido. "Y yo no soy Diônê."

No tienes idea , pensó Ephy recordando a su primer amor, Diônê. Un asunto del corazón que terminó saliendo muy mal para ambas, aunque tiempo después las cuatro amigas recobrarían su amistad.

"Lo siento," murmuró Kharis, apoyándose contra una estantería. "No es personal."

"Sí lo es," dijo Ephy suavemente. "Y está bien. Alguien rompió esa confianza."

Kharis dejó la daga en su lugar, sorprendida por la comprensión en lugar del juicio. "¿Cómo lo sabes?"

Ephy se acercó un paso, pero mantuvo cierta distancia, respetando el espacio de Kharis. 

"Conozco esa expresión," dijo Ephy cuidadosamente. "La he visto antes." Hizo una pausa, eligiendo sus palabras. "Perdí a esa persona también. A ella y a familia, mis amigas más cercanas. Todo lo que conocía."

Kharis la estudió con nueva atención. "¿Cómo?"

"Circunstancias fuera de mi control. Un... cambio que no pude evitar." Ephy tocó inconscientemente el amuleto en su cuello. "Un día estaban ahí, al siguiente... ya no."

"¿Murieron?"

"En cierta forma." La voz de Ephy se suavizó. "Están vivas, pero tan lejos que podríamos estar en mundos diferentes."

Kharis frunció el ceño, claramente intrigada por la extraña formulación, pero no presionó. En cambio, preguntó: "¿No intentaste regresar?"

"Todos los días pienso en ello," admitió Ephy. "Pero a veces las decisiones correctas son las más difíciles. Tengo responsabilidades aquí ahora. Una nueva familia que me importa."

"Gabrielle."

"Gabrielle," confirmó Ephy con una sonrisa. "Nunca pensé que podría... bueno, nunca pensé que tendría otra madre. Pero aquí estamos."

Kharis observó la expresión de Ephy cuando mencionó a Gabrielle - había un sentimiento de amor genuino, y algo más. Una determinación protectora que reconocía en sí misma. A pesar de su cautela natural, no pudo evitar sentir una pizca de admiración por esa lealtad feroz.. Tomó una segunda daga del estante, probando su equilibrio.

"Es difícil," dijo Kharis finalmente, "empezar de nuevo con personas nuevas."

"Lo es. Especialmente cuando las personas nuevas no son... exactamente como esperabas que fueran."

Los ojos de Kharis se encontraron con los de Ephy. "¿Esperabas que fuera diferente?"

Ephy dudó. "Conocí a alguien como tú antes. Alguien que... que se parecía mucho a ti. Pero era más... abierta, supongo. Más dispuesta a confiar."

"Ah." Kharis bajó la mirada hacia las provisiones. "Y yo soy una decepción."

"No," dijo Ephy rápidamente. "No eres una decepción. Eres tú. Y entiendo por qué eres cautelosa. Probablemente eres mucho más increíble que quien yo conocí."

Kharis levantó la mirada, sorprendida por la respuesta.

"Quiero decir," continuó Ephy, "No estoy aquí para tomar algo de ti o engañarte. Sólo... sólo espero que algún día podamos ser hermanas amazonas. Reales."

Algo en el pecho de Kharis se aflojó ligeramente. "¿Por qué es importante para ti? Podrías hacer esta misión sola. El consejo dice que tienes la experiencia."

Ephy recogió una cuerda y comenzó a enrollarla cuidadosamente. "Porque de ahora en adelante voy a necesitar a alguien en quien confiar completamente. Y además, esta misión a Abdera... hay algo en esa ciudad que me hace sentir… nerviosa."

Kharis frunció el ceño. "¿Nerviosa cómo?"

Ephy la miró directamente. "Como para no confiar en mí misma. Y creo que tú podrías salvarnos a ambas."

A Kharis le pareció que, tal vez, la princesa no era tan ingenua como había temido.

Guardó silencio por un largo momento, considerando las palabras. Luego, lentamente, asintió.

"Muy bien," dijo finalmente. "Pero si vas a confiar en mí, necesito que seas honesta conmigo. Completamente honesta. Si hay algo más sobre ti o esta misión de lo que parece, necesito saberlo."

Ephy sintió un pinchazo de culpa, pensando en todos los secretos que no podía compartir. Pero asintió. "Te diré todo en cuanto pueda. Te lo prometo. Necesito consultarlo primero… con Gabrielle"

"Entonces supongo que vamos a hacer que esto funcione." Kharis extendió su mano hacia Ephy. "Por una fuerte Nación Amazona."

Ephy tomó su mano, sintiendo por primera vez desde su llegada a este mundo un eco de la amistad que había dejado atrás. "Por una fuerte Nación Amazona."

Mientras sellaban el acuerdo con un apretón de manos, ambas sintieron que algo había cambiado entre ellas. No era confianza total - eso tendría que ganarse con tiempo - pero era un comienzo.

Y para ambas, un comienzo era exactamente lo que necesitaban.



-



En los confines del universo, más allá del mundo mortal

El aire cambió alrededor de Xena sin aviso. Durante días había permanecido planeando una estrategia, una forma de salir de ese lugar, contemplando las ondas que se extendían hacia el infinito, ¿tal vez un aliado en ese plano? Incluso un enemigo le sería útil en ese momento. Deseaba que Lao Ma regresara, ella podría indicarle el camino a seguir. Justo cuando empezaba a perder la paciencia, de pronto la realidad misma pareció cambiar de forma.

El plano etéreo donde había estado reflexionando se desvaneció, reemplazada por un espacio que no tenía forma definida. No era el vacío devorador del que Lao Ma la había rescatado, sino algo más vasto y primitivo. Aquí, la realidad misma parecía respirar.  

"Xena de Anfípolis."

La voz no llegó desde ninguna dirección específica, sino que emergió del tejido mismo de la existencia. Xena se irguió instintivamente, aunque sabía que aquí las amenazas físicas no tenían significado.

"Supongo que tú fuiste quien envió a Lao Ma," dijo, manteniendo su voz firme.

El espacio se condensó gradualmente, tomando la forma de algo que existía entre dimensiones. Frente a ella, una presencia comenzó a materializarse. No tenía forma fija; sus rasgos cambiaban como reflejos en agua agitada, a veces familiar, a veces completamente ajeno. Lo único constante era la sensación de poder primordial que emanaba.

"Lao Ma fue... una mensajera adecuada para liberarte de las sombras que Dahak creó." La figura se solidificó parcialmente. "Soy lo que algunos llaman Cosmos. El principio que mantiene el equilibrio entre todas las cosas."

"¿Y qué quieres de mí?"

"Es más bien lo que tú necesitas saber." Cosmos se acercó, y con cada paso Xena sintió el peso de eones de existencia. "Tu regreso al mundo de los vivos está bloqueado por el equilibrio cósmico que tu muerte creó."

Las imágenes se formaron en el aire: rostros que Xena reconoció con dolor punzante. Soldados, civiles, niños que habían muerto durante su conquista de Higuchi, ahora en paz.

"Las cuarenta mil almas," murmuró Xena, sintiendo una mezcla de dolor y alivio.

"Su redención fue comprada con tu muerte. Están en paz, pero tu sacrificio las mantiene así." Las imágenes de los muertos mostraron rostros serenos, libres de sufrimiento. "Si regresas al mundo de los vivos, el equilibrio se rompe y tu redención se desvanece."

"Entonces estoy atrapada. No puedo regresar sin condenar a esas de nuevo."

"Exacto. Esa es la naturaleza de los sacrificios verdaderos." Cosmos no mostró compasión, simplemente declaró hechos. "Tu muerte fue el precio de su paz. Mientras ellas permanezcan salvadas, tú debes permanecer muerta."

Xena sintió que algo frío se instalaba en su estómago. "Entiendo, esto es todo. No hay salida para mí."

El silencio se extendió entre ellos como una herida abierta. Xena cerró los ojos, sintiendo el peso de la eternidad presionando sobre sus hombros. En el mejor de los casos, Gabrielle envejecería y moriría mientras ella permanecía aquí, inmóvil, preservando la paz de las almas que había condenado. Era lo justo. Pero en el peor de los casos, Dahak arrasaría con todo lo que amaba en el mundo de los vivos.

"¿Para esto me liberaste de las sombras?" preguntó finalmente, abriendo los ojos para enfrentar a Cosmos. "¿Para confirmar que no hay esperanza?"

"Para ofrecerte una elección que las sombras habrían hecho imposible." Cosmos se detuvo en su caminar circular, estudiándola con esa mirada que atravesaba dimensiones. "Existe una posibilidad. Un intercambio que podría mantener el equilibrio mientras te permite regresar."

"¿Qué tipo de intercambio?"

"El equilibrio requiere un intercambio equivalente," explicó Cosmos. "Tu muerte redimió cuarenta mil almas. Para que regreses sin romper esa redención, alguien debe ofrecer algo de valor equivalente al cosmos."

"¿La vida de otra persona?" Xena sintió alarma inmediata.

"La vida es una posibilidad. El sacrificio verdadero tiene muchos rostros. Y conexiones metafísicas como la tuya con tu bardo, pueden abrir otras vías. Aunque claro, no hay garantías." Cosmos la estudió. "El sacrificio debe ser voluntario, nacido del amor puro, no de la obligación. Y debe ser algo que la persona valore tanto como tú valoraste la redención de esas almas."

"Sigue siendo pedirle a alguien que se destruya por mí."

"O pedirle que elija salvarte porque entiende que tu regreso vale más que lo que sacrifica."

"Sigue siendo un precio demasiado alto, no seré responsable de eso."

"¿Ni siquiera si esa persona lo hiciera por amor? ¿Ni siquiera si comprendiera completamente las consecuencias?" La forma de Cosmos se volvió menos definida. "¿Ni siquiera si fuera la única manera de detener a Dahak antes de que destruya todo? Quizá Gabrielle pueda entender el tipo de sacrificio que requiere esta situación.”

"No." Dijo con el tono amenazante de la Princesa Guerrera. "Deja a Gabrielle fuera de todo esto. Esa es mi condición si quieres mi ayuda".

"Ni yo estoy seguro de tener una solución perfecta a tu dilema, pero existen... posibilidades."

"¿Por qué no puedo encontrar otra manera?"

"Porque el equilibrio cósmico es absoluto, Xena. No se puede engañar, sólo... renegociar." Cosmos comenzó a desvanecerse. "Tu muerte sostiene la redención de cuarenta mil almas. Para cambiar eso, algo de valor equivalente debe tomar su lugar."

"¿Y si no encuentro a nadie dispuesto?"

"Entonces permaneces aquí, observando desde la distancia mientras Dahak corrompe progresivamente el mundo donde Gabrielle ahora está sola." Cosmos comenzó a desvanecerse. "Pero recuerda: el amor verdadero a menudo inspira sacrificios que la lógica no puede justificar."

"¿Por qué me ayudas?"

"Esto no es sobre ti, Princesa Guerrera." Dijo con una furia que pareció cubrir todo el universo. "Dahak amenaza estructuras cósmicas que he tardado milenios en construir. Tu regreso es... conveniente para mis propósitos." Cosmos casi había desaparecido. "Pero la elección de cómo regresar no será tuya, sino de quien esté dispuesto a ayudarte."

El espacio se disolvió completamente, dejando a Xena sola en la playa etérea con una certeza dolorosa: su regreso dependería del sacrificio de alguien más, y esa realidad la atormentaba más que cualquier tortura que hubiera enfrentado.

Chapter 11: El peso de la luna

Summary:

Mientras las sombras se alargan en el bosque, dos historias se entrelazan bajo la misma luna. Gabrielle arranca verdades a medias de una Afrodita evasiva y las huellas del destino son ineludibles.

Las piezas del rompecabezas cósmico comienzan a encajar.

Chapter Text

Esta vez Ephy estaba segura de que se había roto algún hueso. La estrepitosa caída desde el carruaje hasta el fondo de la ladera le estaba cobrando factura a cada una de sus extremidades, pero al levantar la mirada pericbió inesperado: la sacerdotisa del templo parecía estar mucho mejor que ella. Había tenido la suerte de encontrar un suave aterrizaje. Sobre Ephy. "¿Estás bien?" alcanzó a preguntar mientras recuperaba el aliento. Su voz sonaba más profunda de lo que lo habitual, quizá por el impacto, quizá por la adrenalina del combate que aún corría por sus venas, mezclada ahora con una sensación completamente diferente recorriendo su cuerpo. La sacerdotisa asintió con la cabeza, claramente recuperando fuerzas tras la abrupta caída, pero sin hacer movimiento alguno para apartarse. Ephy notó que el velo de la joven se había rasgado por completo, revelando mechones de cabello castaño que enmarcaban un rostro... familiar. Delicado y, estaba segura, aristocrático.
Una punzada inexplicable le atravesó el pecho, y tuvo que hacer un esfuerzo para mantener su expresión neutral. ¿Por todas las diosas, ¿en serio tenía que ser ella? ¿Qué había hecho para que Afrodita decidiera meter sus narices en su vida? ¿Y justo ahora?
Cuando la sacerdotisa se incorporó del todo para quedar frente a ella, Ephy sintió una necesidad inexplicable de apartar la mirada.
“¿Segura que estás bien?” preguntó la sacerdotisa, y algo en el timbre de su voz hizo que una sensación extraña se instalara en el estómago de Ephy..
“Perfectamente” mintió con voz casi cortante, poniéndose en pie de un salto y sacudiéndose el polvo con movimientos demasiado bruscos.” Vamos. Tenemos que salir de aquí antes de que aparezcan más de ellos”.
El ataque había sido extraño desde el principio. Ephy y Kharis habían estado regresando con éxito de su misión en el puerto de Abdera cuando escucharon los gritos más adelante en el sendero. Al acercarse, habían encontrado una carreta volcada al borde del camino, precariamente balanceada sobre una peligrosa pendiente que descendía hacia el bosque. El conductor yacía inmóvil cerca de los caballos asustados. Dos jóvenes sacerdotisas habían logrado salir del vehículo, pero una tercera permanecía dentro, usando la carreta como barricada para proteger a sus compañeras de un grupo de atacantes iracundos. Cuando las amazonas aparecieron, quedaron atrapadas en el centro del conflicto - los atacantes por un lado, la carreta al borde del precipicio por el otro.
No eran bandidos comunes - eso se hizo evidente cuando Kharis gritó el nombre de uno de ellos, un aldeano que conocía de los pueblos cercanos a la nación amazona. "¡Demetrios! ¿Qué haces aquí?" le había gritado, pero la respuesta había sido una mirada salvaje, vacía, como si algo hubiera devorado todo vestigio de humanidad en sus ojos.
Los otros atacantes habían cambiado de objetivo al ver a las amazonas, se dirigieron a ellas con velocidad y verdadera sed de sangre en sus ojos. Demetrios, por su parte, había ignorado por completo a las recién llegadas. Con rapidez intentó tirar de las ropas de la sacerdotisa que permanecía en la carreta, fallando por muy poco y destruyendo un trozo considerable del vehículo, de donde tomó un pedazo de madera para alzarlo amenazando con propinarle un golpe devastador.
Al que Ephy avanzaba hacia él, vio por el rabillo del ojo cómo Kharis enfrentaba a dos de los atacantes con una eficiencia letal - un golpe preciso de su puño derribó al primero, dejándolo inconsciente de inmediato. Pero entonces escucharon algo que heló la sangre: más gritos, más pasos aproximándose por el sendero.
"¡Vienen más!" gritó Kharis, esquivando el ataque del segundo hombre. "¡Tenemos que irnos ya!"
Ephy bajó de Atheus y se lanzó hacia Demetrios, logrando detenerlo y mandándolo al suelo. Pero él se incorporó como si nada, con esa misma mirada aterradora. Una segunda vez lo derribó, y una segunda vez él se levantó sin mostrar dolor alguno. Mientras luchaba, Ephy logró cortar las riendas que mantenían a los caballos del conductor caído atados a los restos de la carreta.
En la tercera ocasión, fue Demetrios quien logró conectar un golpe - el palo se estrelló contra el brazo izquierdo de Ephy cuando ella intentó bloquear un ataque dirigido a la sacerdotisa, y sintió como algo se desgarraba bajo la piel. El dolor le atravesó el brazo como fuego, pero no fue eso lo que la asustó, sino la fuerza sobrehumana con la que Demetrios había golpeado. Si ese golpe hubiera impactado directamente a la sacerdotisa... Ephy no tuvo más alternativa. Esperó hasta que se acercara a ella y con un rápido movimiento desenvainó su sable, atravesando el pecho del hombre en un movimiento definitivo.
"¡Fotios!" le gritó a Kharis, señalando hacia los caballos ahora libres. Ella comprendió inmediatamente, aquella era su palabra clave para indicar que se separarían y reunirían después en un punto de reunión seguro. Montó a las dos sacerdotisas más jóvenes, una en cada caballo, y tomó las riendas de ambos animales. En cuestión de segundos ya galopaba sendero abajo, llevando a los caballos tras ella mientras alejaba a las jóvenes del peligro que se aproximaba.
Ephy se había dirigido entonces a rescatar a la tercera sacerdotisa, que seguía dentro del vehículo volcado - esta mujer que ahora la miraba con ojos curiosos y agradecidos.
Había tenido que usar fuerza letal. El recuerdo de su espada atravesando el pecho de Demetrios - un hombre que probablemente tenía familia, hijos, una vida normal hasta hace poco - le revolvía el estómago. Pero no había tenido alternativa. Algo terrible había estado controlando a esos hombres, y ella había visto suficiente mal en el mundo para reconocer cuando la oscuridad había corrompido almas que antes fueron buenas.
La siguiente avanzada de hombres estaba ahí.
No estaba segura si Kharis lo había notado también, pero esos hombres habían ido directo por las amazonas. Eso era lo que más la inquietaba - no buscaban botín o víctimas al azar. ¿Acaso las buscaban a ellas?
Entonces, todo pasó muy rápido. Ephy trataba de ayudar a la sacerdotisa a bajar de la carreta cuando esta cedió ante el peso, los hombres corrieron hacia ellas, pero era muy tarde. Ya iban cuesta abajo.

-

El crepúsculo ya se insinuaba entre las copas de los árboles cuando abandonaron el camino principal. Atheus las había encontrado algunas horas después en un claro. Ephy ahora lo guiaba manteniendo una distancia calculada de su acompañante, cada músculo de su cuerpo tenso como la cuerda de un arco. Se había puesto su máscara diplomática - la misma que usaba como princesa en su nación- y se aferró a ella como si fuera un escudo.
Escuchó el tropiezo detrás suyo y apretó los dientes. Al volverse, encontró a la joven que la seguía luchando con las raíces y el barro del sendero, su túnica ceremonial—que debió ser de un blanco inmaculado esa mañana—ahora manchada de tierra y enganchándose en cada arbusto.
Apartó la mirada inmediatamente cuando sus miradas se encontraron.
“No deberías desviarte del camino“ le dijo, “Este no es el camino hacia el templo“.
“No lo es“. Respondió Ephy sin volver la mirada. “Pero sí es el camino donde seguiremos vivas hasta mañana, si es que te interesa el detalle“.
Mantuvo los ojos fijos en el horizonte. Cualquier cosa con tal de no mirarla directamente.
“Tengo que llegar antes de que comience la celebración“ insisti, y Ephy tuvo que cerrar los puños. “No entiendes, hablamos de las Afrodisias“.
Por supuesto. Por supuesto que tenía que mencionar a Afrodita. Como si Ephy necesitara otro recordatorio de por qué esta situación era una tortura divina.
“Las ceremonias pueden esperar“ dijo con una frialdad que no sentía. “Tu vida y la mía no“.
Al escuchar eso, la joven apretó los labios, humillada pero sin palabras, sus mejillas adquiriendo un ligero rubor que contrastaba con su piel clara. Era claro que la sacerdotisa no estaba acostumbrada a que se dirigieran a ella de forma tan directa que sonaba casi a una orden.
Finalmente llegaron a un buen lugar para tomar un descanso, un pequeño espacio entre las raíces de un gran árbol y un muro de tierra y rocas. Ephy ató la cuerda de Atheus a una rama y le dio una palmadita suave en el cuello. Luego, murmuró algo en una lengua desconocida para la sacerdotisa, apenas audible, de sonidos jaspeados y graves que parecían vibrar desde lo más profundo de su garganta. El animal giró la cabeza y por un segundo la devota sacerdotisa pensó que comprendía cada palabra.
Frunció el ceño, perpleja, pero también intrigada por la manera natural con que esos sonidos extraños fluían de los labios de la amazona.
“¿Qué fue eso? ¿Qué dijiste?“
Ephy levantó una ceja, divertida por el tono inquisitivo y la manera en que los ojos marrones de la sacerdotisa brillaban con curiosidad genuina.
“Sólo unas palabras. Para que sepa llevarte sin protestar en caso de que necesitemos huir rápidamente“. Hizo una pausa y añadió, con cierta picardía en la voz y una sonrisa que no llegaba completamente a ocultar su admiración por el fuego que veía en esa mirada.“Es una lengua que no conocerías“.
Ella se irguió como si hubiera sido abofeteada, su mentón alzándose en un gesto que Ephy encontró irritante y fascinante.
“¡Soy la Suma Sacerdotisa de Afrodita en Abdera! Conozco los himnos en dórico, eólico, jónico... Recito versos que no han sido oídos fuera de los muros del templo. No me compares con una vulgar mercenaria“.
Ephy alzó ambas manos con una sonrisa socarrona, disfrutando el enfado encendía sus facciones delicadas.
“Paz, sacerdotisa. No era mi intención insultarte. Aunque...“ Sus ojos brillaron con una chispa peligrosa, “admito que fue divertido“.
La joven bufó, pero Ephy notó cómo sus ojos la recorrieron brevemente, evaluándola, antes de señalar el caballo con un leve gesto de barbilla que intentaba ser altivo pero que sólo conseguía resultar gracioso a la princesa amazona.
Ephy entrelazó los dedos y se agachó ligeramente, formando una escalinata con sus manos, consciente de la proximidad que esto requeriría.
Ella no le dirigió mirada alguna, tomó impulso y apoyó su pie en las manos fuertes. Ephy la alzó con facilidad, con sus músculos tensos bajo la túnica amazona le dio acompañamiento a su movimiento, y por un momento, se encontró suspendida en el aire, completamente dependiente de la fuerza de la amazona quien la había exasperado toda la tarde. Las manos de Ephy se demoraron un tanto más a sus costados, ajustando la posición en la silla y acomodando la ropa de su acompañante para que esta no estuviera incómoda. Por su parte, sintió la sorprendente comodidad del cuero tibio debajo de sus muslos, aún con el orgullo demasiado herido para agradecer las atenciones de su salvadora.
“Él te llevará, Aphrodisía” dijo Ephy mientras se acomodaba en la montura. Luego, bajando la voz hasta convertirla casi en un susurro. “Pero no intentes darle órdenes o te tirará en el primer charco de fango con el que nos crucemos”.
“Thaïs” dijo entonces, por primera vez ofreciendo su nombre sin señales de imposición, con su voz más suave de lo que había sido en toda la tarde. “Ese es mi nombre”.
La amazona de piel bronceada la miró desde abajo, sus ojos recorriendo el rostro delicado pero determinado de la sacerdotisa con una atención que hizo que el corazón de Thaïs se acelerara de una manera inexplicable. Ephy luchó contra el impulso de apartar la mirada, cuando un recuerdo doloroso vino a su mente.
“Yo soy Ephiny”. Respondió finalmente, tomando las riendas con firmeza. Su voz vibró suave, cargada de algo indefinible. “Y ahora, Thaïs, déjame llevarte a casa”.
Y sin más, se internaron juntas en el bosque.

-

El fuego crepitaba con timidez bajo las ramas húmedas. Un olor a resina y tierra mojada se filtraba entre las raíces, el frío de la estación estaba lejos de marcharse. Ephy se inclinó para avivar las brasas, los adornos en su vestimenta, colguijes y ataduras hechas por ella y su madre, tintinearon suavemente, mientras al otro lado de las llamas, la sacerdotisa la observaba con una mezcla de reproche y desdén contenidos pero evidentes.
“La procesión ha comenzado. Las mujeres del templo necesitan mi guía” insistió Thaïs por tercera vez.
Su voz era tan firme como el pulso de Ephy al esgrimir la espada, aunque su khiton ceremonial, rasgado y manchado de barro, le restaba algo del aura etérea con la que sin duda caminaba por los atrios del templo.
“Tu vida estuvo a un paso de acabar hace apenas unas horas” replicó la amazona sin levantar la vista del fuego, su tono pragmático cortando el aire nocturno. “Un desvío por nuestra seguridad no parece mucho pedir”.
“No entiendes” dijo Thaïs, dando un paso al frente, con los pies descalzos sobre las hojas húmedas. “Esta no es una celebración cualquiera en honor a Afrodita. Las ofrendas, los cantos... los ritos... no pueden llevarse a cabo sin mí”.
Ephy alzó una ceja, entretenida con la obstinación que brillaba en esos ojos marrones tan expresivos. Luego, con una lentitud casi deliberada, rompió una ramita seca y la arrojó al fuego.
“Bueno, los ritos de Afrodita son... ya sabes... deso, entrega y esas cosas. ¿No crees que podrán hacerlo sin ti?” dijo, dejando flotar la frase en la humedad del aire nocturno.
Thaïs se irguió, con los músculos tensos ante la ofensa, su refinamiento aristocrático chocando contra la insinuación.
"Los ritos de Afrodita no se ejecutan a la ligera. Se viven en cuerpo y espíritu." espetó, y sus mejillas se habían encendido con un rubor que ni la noche ni las sombras podían ocultar. "Cada sacerdotisa tiene un papel específico en las Afrodisias. El mío no puede ser... delegado a otra."
“Claro” respondió Ephy con una sonrisa indescifrable, sus ojos verdes brillando con una chispa de diversión. “Pero perdona que me tome la libertad de pensar que una noche en el bosque no arruinará tu conexión divina”.
La sacerdotisa le lanzó una mirada que habría derretido el bronce de sus ornamentos.
“Tú me salvaste, sí. Pero no sabes nada del deseo. Ni del amor. Sólo de violencia y decisiones torpes”.
Ephy no se inmutó, aunque algo se endureció imperceptiblemente en su expresión. Las palabras de Thaïs habían dado en un blanco que la sacerdotisa no sabía que existía. Permaneció mirando el fuego y se dispuso a dejar caer sus palabras como piedras en un estanque:
“Bueno... tú hablas como si hubieras leído sobre el amor en algún pergamino empolvado".
Un silencio cayó entre ambas como una red invisible. En lo alto, la luna se ocultó detrás de un velo de nubes, como si no quisiera entrometerse en la pugna. Thaïs se sentó entonces, de nuevo, frente a ella, ajustando los pliegues de su túnica rasgada con una dignidad que ni las circunstancias podían quebrantar.
De pronto, Ephy imaginó a Afrodita observándolas desde algún plano divino, sin poder contener una sonrisa ante la escena. Ahí estaba ella, defendiendo inadvertidamente la pureza del culto a la diosa contra una de sus propias sacerdotisas.
Con el paso de la noche el fuego seguía vivo, aunque más bajo. Los últimos maderos al rojo vivo iluminaban apenas los contornos de sus rostros. La amazona había permanecido en silencio un rato largo, mirando las brasas con la intensidad de quien debate algo con sus propios fantasmas.
Thaïs, sentada con las piernas cruzadas bajo los pliegues de su khiton, no insistía. Aprendía a leer las pausas de la otra como quien descifra antiguos himnos: con paciencia y algo de reverencia.
"Si no vamos directo al templo... ¿dónde estamos?"
"Territorio bisalta. Bosques del interior. Avanzamos hacia el sur, hacia tu amado templo"
"¿Bisalta?" Thaïs miró alrededor, nerviosa. "Los lugareños cuentan que Baco una vez reclamó estos bosques como suyos."
Ephy levantó la vista de las llamas, endureciendo su expresión.
"Yo también he oído esas historias, cuento con que eso sea un escudo en caso de que nos estén siguiendo". De cualquier forma…" hizo una pausa, midiendo sus palabras. "creí que Baco había sido destruido mucho antes del Ocaso."
"Pero no sus bacantes, ellas aún rondan ciertos bosques como almas en pena. La sed nunca los abandonó, incluso después de que su amo se desvaneció."
"¿Cómo sabes eso?" preguntó Ephy genuinamente sorprendida.
"Mi templo guarda registros de todos los cultos. Baco convertía seguidores en... criaturas. Sed de sangre, fuerza sobrenatural." se estremeció "Algunos aquí dicen que cuando un dios muere, sus maldiciones perduran más que sus bendiciones."
"¿Y crees que esto es lo que ocurre en este bosque?" Ephy miró a su alrededor, tratando de encontrar algo fuera de lugar, pero no lo hizo.
"Cada bosque tiene memoria. Y este... este recuerda demasiado."
Ephy guardó silencio por un momento, evaluando las palabras de Thaïs. Finalmente asintió.
"De acuerdo, si tú lo crees así, haré algo para estar más seguras".
Se puso en pie y se dirigió hacia donde Atheus pastaba tranquilo. Thaïs la observó desatar algo envuelto en cuero de una de las alforjas del caballo. Cuando regresó al fuego, llevaba consigo un instrumento que hizo que la sacerdotisa contuviera el aliento.
La lira era hermosa y antigua, sus cuerdas brillando como hilos de platino bajo la luz de las llamas. El marco de carey y hueso parecía pulido por siglos de uso, y pequeños adornos de plata decoraban sus bordes.
"Baco solo temía a Orfeo y a su música, ¿cierto? dijo Ephy, acomodándose frente a Thaïs con el instrumento en su regazo. "Probemos esa teoría".
"¿Qué vas a hacer?" preguntó Thaïs, inquieta.
Pero Ephy no respondió. Sus dedos ya habían encontrado las cuerdas, y las primeras notas comenzaron a elevarse en el aire nocturno. La melodía era antigua, cargada de una belleza que dolía. Era la historia de Orfeo y Eurídice: el amor perdido, el descenso a los inframundos, la súplica desesperada a Hades y Perséfone.
"¿Qué estás haciendo?" insistió Thaïs, pero su voz se perdió entre las notas.
A pesar de su reclamo inicial, Thaïs se encontró siendo arrastrada por la melodía. Cada sonido de las cuerdas, parecían tejer una red invisible a su alrededor, y gradualmente se olvidó de sus cuestionamientos, de los peligros del bosque, incluso de dónde estaba. La música contaba una historia que conocía bien, pero nunca había oído narrada con tanta belleza desgarradora. Sus ojos se humedecieron cuando la melodía llegó al momento en que Orfeo suplicaba por el alma de su amada, y sin darse cuenta, lágrimas silenciosas comenzaron a rodar por sus mejillas.
En lo profundo del bosque, algo se agitó. Ramas que se quebraban, pasos que no parecían del todo humanos, susurros que el viento no podía explicar. Thaïs se tensó, mirando hacia las sombras, pero la música continuó.
Ephy siguió tocando, sus ojos cerrados, completamente absorta en la melodía. La historia llegó a su cruel desenlace: la mirada prohibida, la pérdida definitiva, el lamento eterno. Las cuerdas vibraron con las últimas notas, y gradualmente, los ruidos del bosque se desvanecieron hasta convertirse en silencio.
Cuando la música finalmente cesó, solo quedó el crepitar del fuego.
Thaïs la miró con una mezcla de asombro e incredulidad.
"¿Por qué hiciste eso? dijo al fin, su voz apenas un susurro. Ya no era el mismo tipo de reclamo que antes, sino una duda sincera. "Tú no eres Orfeo".
Ephy abrió los ojos y sonrió, con los secretos de su pasado en el gesto.
"No, no lo soy" admitió, acariciando las cuerdas.
"¿Quién eres en realidad?" preguntó Thaïs, su voz temblando ligeramente. "¿Quién eres tú para tocar de esa manera?" Con ese poder, pensó.
"No suelo hablar de mí" dijo al fin Ephy, sin mirarla—. "Menos aún cuando apenas conozco el rostro de alguien".
"Pero eso no te impidió hablar libremente sobre lo que pensabas de mí y mi culto" replicó Thaïs, bajando la intensidad de su reclamo conforme la oración avanzaba. "De acuerdo, no es ideal, pero ya que me ayudaste, lo respeto".
Ephy rió.
"No soy una mercenaria, ¿sabes? Sólo volvía a casa".
"A tu aldea".
"No" hizo una pausa, vacilante. "Vengo de tierra amazona. En realidad... del último asentamiento de la Nación Amazona".
La brisa pareció detenerse un instante.
Thaïs la observó con nuevos ojos, su expresión transformándose completamente. La palabra "amazona" encendió en ella un eco del tiempo de los Olímpicos, un apogeo que siempre había lamentado no haber vivido.
"Creí que las amazonas eran fieles a Artemisa" susurró, con algo que sonaba a reverencia.
Ephy se encogió de hombros, sin darle demasiada importancia.
"Me temo que el favor que Artemisa tenía con mi pueblo se esfumó hace mucho tiempo. Creo que las amazonas ahora cuentan como adoradoras de Afrodita, entendible después de que lo de nuestra alianza con Ares no funcionara".
Thaïs parpadeó, sorprendida por la implicación.
"¿Afrodita... como diosa protectora de amazonas?"
Ephy asintió con lentitud, sus ojos verdes reflejando el fuego.
"La llaman Afrodita Areia".
Thaïs no respondió. Sus dedos, con esas uñas perfectamente cuidadas que hablaban de su vida en el templo, jugaron con el borde de su khiton mientras procesaba la información.
"Supongo que es sólo uno de sus rostros" murmuró al fin. "El amor no es solo caricias y suspiros. A veces es rabia, furia por proteger, valor para hacer lo correcto. Y las amazonas entienden eso mejor que nadie".
La sacerdotisa bajó la mirada, reconsiderando todo lo que creía saber. Su templo era uno de los pocos dedicados a Afrodita en la región. Le habían enseñado que la diosa amaba desde la suavidad, desde el deseo y la alegría. Pero lo que Ephy decía... tenía una lógica que no había considerado.
"¿Esa cara de Afrodita es más fácil de adorar para ti?" preguntó con curiosidad.
Ephy negó suavemente con la cabeza, su cabello azabache moviéndose como seda oscura.
"Yo no la adoro. No le rindo culto... es complicado. Pero… la respeto y la admiro. Sólo que no necesito de incienso ni altares para hacerlo".
Thaïs podía ver la dureza evidente en la joven de cabello azabache, pero aquello no era falta de fe. Era algo más profundo, algo que no habían enseñado en su templo.
"Es curioso" dijo al fin, con una media sonrisa que suavizó sus facciones. "Tú no te consideras devota, pero hablas como si la conocieras mejor que yo.
Ephy bajó la vista hacia las brasas. Ya no sonrió. No bromeó.
"Tal vez la conozco de otra forma".
Los ojos marrones de Thaïs se abrieron desmesuradamente, captando el significado de esas palabras.
Ephy permaneció en silencio un momento más, librando una batalla interna. Finalmente levantó la vista del fuego y la miró directamente.
"Te mentí... no es del todo cierto que apenas conozca tu rostro".
Thaïs parpadeó, confundida.
"¿Qué quieres decir?"
"Te he visto antes" admitió Ephy, sus dedos deteniéndose sobre las cuerdas de la lira. "Una noche, hace algunas semanas. Estuve en tu templo, en Abdera. Salí a caminar debajo de las columnas cuando te vi".
"¿Estuviste en mi templo?"
"Sí" asintió "En ese preciso momento en uno de los jardines. Tú estabas en uno de los patios, observando la luna. Llevabas una túnica blanca y tu cabello…". Hizo una pausa, se dio cuenta que estaba revelando demasiado. "Pero me marché a primera hora la mañana siguiente y nunca te vi de nuevo".
Ephy llevó su mano a su pecho.
"Por eso reconocí tu rostro cuando se rasgó tu velo" continuó Ephy".
"Vaya, siempre sueles deambular sola por ahí, ¿verdad?"
"No, regresaba a casa con… mi madre"
"Eso es… inusual, nunca he visto a una amazona antes, y no a dos en el templo"
"Bueno, pues ahora conoces a una, a una princesa amazona. "Vamos, es hora de dormir" cortó Ephy abruptamente, arrojó las últimas ramas sobre las brasas y se acomodó de espaldas a Thaïs para dormir.
Ambas se recostaron sobre sus capas, espalda contra espalda, para conservar el calor. No había manera de que ninguna de las dos conciliara el sueño esa noche.

-

La bruma costera comenzaba a disiparse cuando Atheus trepó la última curva del sendero de piedra. Frente a ellas, la costa de Abdera se desplegaba como una ofrenda al alba. Acantilados suaves cayendo al mar esmeralda, y sobre la cima, entre columnas de mármol bañado por la luz, se alzaba el templo de Afrodita.
Ephy tiró suavemente de las riendas. El caballo bufó, obediente a las órdenes de su jinete. Thaïs, sentada delante de ella, se incorporó con lentitud. Sus cabellos, habitualmente recogidos con cintas, ahora estaban deshechos, y sus tobillos rozaban las vestiduras empapadas por el rocío del bosque.
"Estoy en casa," dijo al ver la silueta de la gran puerta abierta.
El templo resplandecía. En el patio más alejado junto al acantilado, podía verse a un grupo de acólitas barriendo pétalos marchitos, mientras el incienso aún se alzaba en columnas finas hacia el cielo. Las flautas no sonaban más, la Tetrás había transcurrido sin ella. Al percatarse de su presencia, las jóvenes corrieron hacia la Suma del templo.
"Al menos tu ausencia no detuvo la ceremonia," dijo Ephy restándole importancia a la situación. Estaba segura de que había una gran decepción en el corazón de Thaïs.
"No," respondió ella, bajando la vista. "Y estoy de regreso, sana y salva. Eso bastará."
El silencio entre ambas se alargó un instante, roto solo por el golpeteo de las olas contra las rocas.
Ephy detuvo a Atheus frente al primer tramo de escalinatas. Desde ahí, podían verse las estatuas de mármol que flanqueaban el camino: Afrodita Anadiomena, con el cabello cayendo sobre los hombros, y junto a ella, un séquito de animales marinos. Los gritos de las acólitas cobraban fuerza.
Thaïs deslizó una pierna hacia un lado para desmontar. Ephy la sostuvo por la cintura al verla vacilar, y la ayudó a bajar. El contacto envió una corriente eléctrica por su columna vertebral que intentó ignorar.
"Gracias por traerme," dijo Thaïs, sin mirarla del todo. "Y por... todo lo demás."
"Bueno, hubiera sido una verdadera lástima que fueras devorada por alguna bestia del bosque después de que te salvara de esos bandidos," respondió Ephy, bajando también.
Thaïs apretó los labios, entre molesta y divertida. Dio un par de pasos hacia las escaleras, luego se volvió.
Ambas contemplaban lo idílico de aquel lugar. Thaïs agradecida a su diosa por volver a él con vida y Ephy intentando no leer demasiado sobre la ironía de la situación.
"¿Te quedarás?"
"Como dije, se supone que estoy en un viaje de regreso a casa, mi hermana amazona me espera. Además, no creo ser bienvenida aquí. Cultos rivales y todo eso," dijo amagando con volver a montar a Atheus y divertida con su propio humor.
"Tú no eres quien para decidirlo. Yo lo soy."
Un poco sorprendida por la situación, Ephy observó cómo las jóvenes lloraban de alegría al encontrarse con Thaïs. Una se desprendió de su capa y la rodeó con ella. Tras intercambiar unas palabras y una vez se aseguraron de que se encontraba bien, Thaïs hizo un gesto firme con la mano derecha y de inmediato las sacerdotisas guardaron silencio y retrocedieron algunos pasos.
Thaïs avanzó de nuevo hacia Ephy y la observó. Por un segundo, el mar pareció aquietarse entre las dos. La sonrisa de la amazona le dijo que ahora entendía bien quién era ella.
"Debiste decirme, Suma."
Ella negó con la cabeza. Segura de que, por primera vez desde la tarde anterior, ahora ella tenía el control de la situación.
"Podrías al menos... dejar que te prepare algo caliente. Un baño, un cuenco de higos y queso, quizá un poco de epityrum. Como muestra de agradecimiento."
"No puedo quedarme" dijo Ephy finalmente. "Debo reunirme con Kharis. Nos separamos ayer y..."
"¿Te refieres a mí?"
Ambas se volvieron. Kharis caminaba por uno de los patios laterales, con paso decidido pero claramente cohibida por el entorno sagrado.
"Vengo de nuestro refugio. No me dejaron quedarme en otro lado hasta que regresaran" se dirigió respetuosamente hacia Thaïs. "Me han alimentado muy bien, no tengo queja alguna, Suma Sacerdotisa."
Ephy cerró los ojos, resignada. Su última línea de escape acababa de desaparecer.
El viento agitó su cabello azabache y Atheus relinchó levemente detrás.
"Unas amazonas aceptando epityrum de una sacerdotisa," dijo al fin. "Afrodita debe de estar muy complacida."
"Que después de todo es el objetivo de este templo."
"Claramente no la conoces tan bien como yo."
Thaïs volvió la vista, sonriendo pero intrigada con la declaración. Subió un peldaño.
Ephy la miró alejarse hacia el templo de piedra, sabiendo que aún podían girar y marcharse sin decir nada más. Pero rápidamente desechó la idea.
El sol se alzaba ya por completo sobre Abdera.

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Chapter 12: Despertar

Summary:

Sólo Gabrielle jugable en este nivel.

Chapter Text

Esa tarde, Gabrielle había recorrido la aldea, buscando respuestas a la inquietud que crecía en su pecho. Las conversaciones casuales con las amazonas revelaron un patrón: las patrullas regresaban más calladas, más vigilantes. Incluso Meletê, la encargada de la herrería normalmente concentrada sólo en su forja, había mencionado pedidos inusuales de amuletos de protección.


Durante el cambio de guardia, las veteranas confirmaron sus sospechas: esa sensación constante de ser observadas desde las sombras, especialmente cuando caía la noche.


Su teoría se confirmaba: algo estaba cambiando en los bosques circundantes, algo que ponía nerviosas incluso a las amazonas más experimentadas.


Sin embargo, por más que había indagado, los detalles seguían siendo vagos. Sensaciones, intuiciones, una vigilancia sin rostro. Era como tratar de atrapar humo con las manos. Sabía que algo estaba ahí, pero no podía definir qué.


Las sensaciones eran demasiado familiares. Gabrielle había vivido suficientes amenazas sobrenaturales para reconocer cuando algo más grande que bandidos comunes acechaba en las sombras. Y cuando lo sobrenatural se involucraba… Necesitaba respuestas reales, y sabía exactamente a quién recurrir.


Se alejó del bullicio de la aldea, adentrándose en el bosque hasta encontrar un claro apartado donde el sol de la tarde se filtraba entre las hojas. El aire olía a tierra húmeda y flores silvestres.


"Afrodita," llamó, su voz resonando entre los árboles. "Sé que puedes escucharme. Necesito hablar contigo. Ahora."


Un brillo rosado comenzó a materializarse gradualmente, tomando la forma familiar de la diosa del amor. Pero algo era diferente en su postura, había una rigidez inusual en sus hombros, una cautela que Gabrielle no había visto antes.


"Hola, rubia," dijo Afrodita, evitando la mirada directa de Gabrielle mientras ajustaba nerviosamente sus brazaletes dorados. Su sonrisa habitual parecía forzada. "¿Qué tal va la vida en el paraíso amazona?"


Gabrielle estudió el semblante de la diosa, notando las señales de incomodidad que Afrodita raramente mostraba. "Ha sido... reveladora," respondió con extrañeza. "Pero algo me dice que no respondiste a mi llamado para charlar sobre mi nueva vida."


Afrodita suspiró, dejando caer la pretensión de casualidad. "Oh, Gabby."

 

El cambio en la expresión de Afrodita fue sutil pero inconfundible. Sus ojos se desviaron, sus dedos comenzaron a trazar patrones nerviosos en el aire. "Los tiempos están siendo... complicados, Gabrielle."


Ls ojos de la reina amazona se abrieron de par en par.

"Los sabes, ¿verdad?" reclamó "Sabes que pasa algo raro aquí".


"Hay fuerzas que se están despertando, cosas que habían permanecido dormidas durante mucho tiempo y que no debieron regresar."


"Eso no me dice nada concreto." La frustración se filtró en la voz de Gabrielle y dio un pequeño empujón a la diosa del amor. "¿Las amazonas estamos en peligro?, ¿Ephy y yo?Deja de actuar como si supieras algo que no quieres decir. Ambas sabemos que nunca has sido buena con los secretos."


La diosa se volvió hacia un árbol cercano, trazando patrones ausentes en la corteza como si necesitara algo tangible en lo que enfocar su atención. "¿Sabes lo que pasa cuando los dioses interferimos demasiado? ¿Cuando nuestras acciones alteran el equilibrio natural de las cosas?"


"Pues según recuerdo, ustedes suelen interferir bastante sin preocuparse por las consecuencias," señaló Gabrielle, aunque había algo en el tono cuidadoso de Afrodita que la inquietaba.


Afrodita suspiró, con su expresión volviéndose más seria. 

"Sí, bueno... digamos que he aprendido que hay precios que pagar. Mira, no es que no quiera contarte. Es que hay... consecuencias. Incluso para los dioses. El balance cósmico es delicado, y cuando se rompe, se desata el caos."


"¿Qué? ¿De qué balance hablas?" espetó Gabrielle.


"Mi hermano Ares, por ejemplo, desde que tomó el lugar de Hades, ha estado lidiando con... complicaciones."


"Espera," interrumpió Gabrielle. "¿Ares está gobernando el inframundo? Eso explica por qué no hemos tenido noticias suyas desde..." Su voz se apagó al recordar.


"Sí, y hay fuerzas en el inframundo que no aceptan fácilmente el cambio de poder. Los Hijos de la Noche consideran que el trono les pertenece por derecho ancestral, y están dispuestos a pelear por él."


"Por supuesto," murmuró Gabrielle con cierta amargura. "Siempre hay alguien dispuesto a aprovecharse del caos para reclamar poder." Había visto demasiadas luchas de sucesión para sorprenderse.


"Está completamente absorto en esa guerra, lo cual, entre tú y yo, es probablemente lo mejor para todos en este momento. Amo al chico, pero puede ser una piedra en el zapato, ¿sabes? Pero el punto es que cuando el orden natural se altera..." Los ojos de Afrodita se fijaron en Gabrielle con significado claro, "el cosmos busca formas de recobrar su balance. Y no siempre es bonito."


El entendimiento comenzó a filtrarse lentamente en la mente de Gabrielle. "Así que incluso los dioses obedecen a fuerzas más grandes que ellos."


"Exacto. Y cuando las fuerzas cósmicas primordiales se mueven, hasta nosotros tenemos que medir cada paso."

¿Y es por eso que no me puedes decir si estamos a salvo o no?

La pregunta hizo que Afrodita se tensara visiblemente. "Gabrielle..."

"Hay poderes más grandes que los míos involucrados en esto," dijo Afrodita, luchando visiblemente consigo misma. "Fuerzas que van más allá de mi jurisdicción o mi otro yo en su mundo."


El dolor se filtró en la voz de Gabrielle. "No." 


"Es Ephy,¿verdad? Hay algo más, algo sobre ella que no me contaste en Abdera."


" Lo siento, no puedo" 


" Creí que te importábamos, las dos." 


"¡Claro que me importan!" La respuesta de Afrodita fue inmediata y feroz. "¿Crees que estaría aquí arriesgándome si no fuera así? Pero Gabrielle, cuando juegas con el destino mismo, cuando desafías las fuerzas fundamentales del universo..." Se detuvo, mordiendo su labio inferior. "Si me entrometo demasiado, las consecuencias podrían ser peores que cualquier amenaza que enfrentemos ahora."


Gabrielle suavizó su tono, reconociendo la lucha interna genuina de la diosa. "Entonces dame pistas. Ayúdame a entender sin quebrar tu... balance cósmico."


Afrodita permaneció en silencio por un largo momento, claramente debatiéndose internamente. Su expresión era más grave de lo que Gabrielle jamás había visto. Finalmente, suspiró profundamente. "Si quieres respuestas reales sobre quién trajo a Ephy aquí y por qué, sobre lo que realmente está pasando... vas a tener que enfrentar al destino mismo."


La comprensión golpeó a Gabrielle como un rayo. "Las Moiras."


"Son las únicas que pueden darte las respuestas que buscas." Afrodita se acercó y tocó su brazo con genuina preocupación. "Las tejedoras del destino son las únicas con el poder para explicarte las fuerzas que se han puesto en movimiento. Pero Gabrielle..."

Su voz se llenó de una advertencia seria. "Después de lo que hiciste con sus hilos, no esperes que te reciban con los brazos abiertos."


La determinación se endureció en los ojos de Gabrielle. "No me importa. Si es la única forma de proteger a Ephy y a la Nación Amazona, lo haré."


"Ten mucho cuidado, pequeña," advirtió Afrodita, su voz cargada de preocupación genuina. "Cuando desafías al destino, el destino tiene formas muy creativas de devolverte el favor."

-

Gabrielle regresó a su cabaña cuando la luna estaba en su punto más alto. Las palabras de Afrodita resonaban en su mente: "Sólo ellas pueden explicarte lo que está sucediendo." Sabía que las Moiras no acudirían a una simple invocación, pero quizás... quizás si les ofrecía algo que reconocieran.


Encendió tres velas blancas y las colocó en triángulo sobre la mesa de madera. En el centro puso un ovillo de hilo de lana sin teñir - el mismo tipo de hilo que había visto en su telar milenario. De su bolsa de hierbas sacó ramas secas de laurel, mirto y ciprés: pasado, presente y futuro. Las quemó una por una en el brasero pequeño, dejando que el humo dulce y amargo llenara la habitación.


"Clotho, Láchesis, Átropos," susurró mientras desenrollaba tres hebras del ovillo y las dejaba caer al suelo. "La que rompió su telar sagrado pide audiencia. Tengo una ofrenda para ustedes."


Se acostó en su cama, con el aroma de las hierbas sagradas envolviendo sus sentidos, y cerró los ojos. El sueño llegó más rápido de lo esperado, pesado y profundo.


No sintió la sensación familiar del despertar natural. En su lugar, reconoció el naos del templo, uno donde en el pasado había destruido el telar del destino mismo.


El aire se volvió espeso, cargado de una humedad que sabía a siglos. Sus pies descalzos tocaron piedra fría y lisa, y cuando sus ojos se ajustaron, se encontró con una luz que no tenía fuente aparente. Las paredes brillaban con un resplandor nacarado, como si estuvieran hechas de madreperla antigua.


En el centro del naos, tres figuras se alzaban alrededor de algo que pulsaba con vida propia. No era el gran telar que recordaba, sino algo nuevo: hilos de luz que flotaban libremente en el aire, tejiendo y destejiéndose constantemente, formando patrones que cambiaban para cada una de las millones de almas.


"Así que..."


"...ha regresado..."


"...la que rompió las cadenas del destino."


Las voces se entrelazaron como los hilos que flotaban entre ellas. Clotho, Láchesis y Átropos - aunque ahora lucían diferentes. Ya no eran las mujeres severas del destino inmutable. Sus rostros mostraban una serenidad nueva, pero sus ojos brillaban con una sabiduría que había crecido en la libertad.


Gabrielle pensó que se veían más grandes, más sabias. La más joven, Clotho, ya no era una niña sino que parecía tener su edad, y lo mismo había pasado con el resto de ellas. El eco de su último encuentro cuando había destruido su trabajo milenario, aún se asentaba entre ellas.


"Ofrezco mi recuerdo más doloroso: el momento en que le quité la vida a mi hija."


Gabrielle extendió su mano, y en su palma se materializó lentamente un pequeño borrego tallado en madera oscura, pero partido por la mitad. 


Las tres intercambiaron una mirada que contenía algo de alegría triunfal. Una deuda saldada había sido sellada.


"Ofreces el recuerdo del dolor..."


"...pero pagas con futuras memorias..."


"...que aún no se han formado."


Gabrielle frunció el ceño. "No entiendo."


"No es necesario..."


"...que entiendas ahora..."


"...sólo que aceptes el precio."


Átropos extendió su mano, y Gabrielle sintió un tirón extraño en su mente, como si algo se alejara de ella para siempre.


"Está hecho..."


"..la ofrenda es aceptada..."


"...ahora podemos hablar de lo que necesitas saber."

"Vengo a…" comenzó Gabrielle.


"Sabemos por qué estás aquí..."


"hija de Potidaea,. La pregunta es... "


"si estás preparada para escuchar lo que preferirías ignorar."


La mirada de Átropos contenía algo amenazador cuando pronunció eso último.


Láchesis, que siempre había tejido el presente, se adelantó ligeramente. "Tu acción nos enseñó algo que milenios de tejer destinos no pudieron: que la verdadera belleza no está en el patrón perfecto, sino en la capacidad de cada alma para elegir su propio hilo."


Gabrielle observó detenidamente el hilo que Láchesis tenía en sus manos.


"Pero las elecciones…" inició Clotho.


"...tienen consecuencias que se extienden..."


"...más allá de lo que el corazón puede comprender."


Átropos señaló hacia los hilos flotantes. "¿Ves esos patrones? Cada luz representa una decisión, cada conexión una vida tocada por esa elección. Y algunos éxitos y fracasos..."


"...resuenan a través de..."


"...todas las realidades posibles."


Clotho tocó uno de los hilos más brillantes, y Gabrielle vio destellos de imágenes: ella misma de niña en Potidaea, su primer encuentro con Xena, su coronación en la tribu amazona...


"Tus sacrificios, Gabrielle de Potidaea..."


"...nunca fueron simplemente personales..."


"...sino actos que redefinieron el tejido de la existencia misma."


"No entiendo," susurró Gabrielle, aunque una parte de ella temía que sí lo entendiera.


"Permítenos..."


"...mostrarte lo que..."


"...nunca pudiste ver."


Las Moiras alzaron sus manos juntas, y el templo se llenó de visiones que se desvanecían tan rápido como aparecían. Y de pronto una llamó su atención.


Era su cabaña en las afueras de Potidaea, pero no como la recordaba de su juventud. Esta versión era más grande, más cálida, con el tipo de adiciones que una familia haría con el tiempo.

 

El sol de la mañana se filtraba por las ventanas, y el aire olía a pan fresco y a té de hierbas. Gabrielle se encontró de pie en el umbral de la cocina, observando una escena que nunca había vivido pero que reconoció inmediatamente como todo lo que siempre había deseado.

 

Xena estaba de pie junto a la mesa, no con armadura sino con una túnica simple de lino azul, su cabellera recogida y canas que empezaban a adornarla. Mientras cortaba fruta fresca, a su lado, una joven de cabello negro azabache que caía en ondas hasta sus hombros - Ephy, pero quizás cinco años más joven, con los ojos verdes brillantes de alguien que nunca había conocido la pérdida - ayudaba a preparar el desayuno.

 

"¿Puedo poner más miel en los plakous?" preguntaba Ephy con una sonrisa traviesa.

 

"Sólo si prometes no comer la mitad antes de que lleguen a la mesa," respondía Xena con esa sonrisa irónica tan típica de ella. "Tu mamá se esforzó mucho con eso esta mañana".

 

Pero lo que hizo que Gabrielle sintiera como si alguien le hubiera arrancado el corazón fue la figura sentada cerca de la ventana. Eve, ahora una mujer joven, un tanto mayor que Ephy, con cabello castaño oscuro y los ojos de su madre, pero sin las cicatrices de guerra que marcaban a la Eve real. Esta Eve reía mientras trenzaba flores silvestres, completamente en paz.

 

Gabrielle sintió las lágrimas quemando sus ojos. Esta Eve no había sido robada de bebé para convertirse en Livia. Esta Ephy había crecido aquí, junto a ella, rodeada de amor. Esta era la familia que hubiera podido tener si las decisiones hubieran sido diferentes, si el destino hubiera sido más gentil.

 

"Gabrielle, ven acá," la llamó Xena sin mirarla, como si pudiera sentir su presencia. "Las niñas prepararon tu té favorito."

 

Por un momento, Gabrielle casi dio un paso adelante. Casi se permitió creer que podía entrar a esa cocina cálida y convertirse en parte de esa escena perfecta. Casi se permitió sentir lo que sería despertarse cada mañana sabiendo que sus hijas estaban seguras, que Xena estaba a su lado, que no había amenazas cósmicas ni sacrificios imposibles.

 

Pero entonces recordó dónde estaba realmente, y por qué. Las voces de las Moiras lo cubrieron todo y lo desvanecieron.

"Esta felicidad que anhelas..."


"...hubiera tenido un precio..."


"...que el mundo no podría pagar."


Las imágenes cambiaron, mostrando las consecuencias de esa perfección: César en su trono dorado, las Amazonas masacradas, pueblos enteros bajo la bota de Roma sin oposición.


"Cada sacrificio que hiciste..."


"...salvó incontables hilos..."


"...de ser cortados prematuramente."


Láchesis se acercó más. "Hope murió por tu mano, pero su muerte evitó que Dahak consumiera este mundo y mil otros. Eve fue separada de ti, pero su camino como mensajera después cambió el curso de imperios."


"Y ahora..."


"...la hija que el universo te ha dado..."


"...enfrenta la misma encrucijada."


Gabrielle sintió que el suelo se movía bajo sus pies. "¿Ephy? ¿Qué tiene que ver Ephy con esto?"


"Ella lleva tu legado..."


"...no como maldición..."


"...sino como ambos..."


Átropos extendió su mano hacia los hilos, y Gabrielle vio visiones de Ephy: luchando, riendo, llorando en su mundo. Y encontrando fuerza en ella.


"Su mundo le enseñó que el amor..."


"...a veces requiere el sacrificio supremo..."


"...pero ese conocimiento la prepara para decisiones que tú nunca pudiste tomar."


"¿Qué decisiones?" La voz de Gabrielle tembló.


Las tres Moiras intercambiaron miradas que resguardaban secretos sagrados.


"Eso, reina amazona.."


"...ella debe descubrirlo..."


"...por sí misma."


"Pero puedo decirte esto," continuó Clotho, "tu único papel ahora es decidir si confías en la sabiduría que tu ejemplo le dio, o si tratarás de tejer su destino como nosotras una vez tejimos el tuyo."


Los hilos de luz pulsaron más brillante alrededor de ellas.


"El libre albedrío que nos diste..."

 


"...también se lo diste a ella..."


"...¿Tendrás la fuerza para respetarlo?"


La caverna comenzó a desvanecerse en los bordes, pero la pregunta quedó flotando en el aire como los hilos de luz que registraban cada decisión humana.


"La redención, Gabrielle de Potidaea..."


"...no es una maldición que se hereda..."


"...sino una sabiduría que se elige abrazar."


Gabrielle se encontró de pronto de vuelta en su cabaña. El fuego había muerto hasta convertirse en cenizas frías, y el amanecer comenzaba a filtrarse entre los árboles.


Pero las palabras de las Moiras resonaban en su mente: ¿tendría la fuerza para respetar las decisiones de Ephy, sin importar cuáles fueran?"


Se incorporó lentamente en su cama, pasándose una mano por el rostro. La cabaña estaba sumida en la quietud nocturna, sólo interrumpida por los sonidos distantes del bosque. Pero algo había cambiado en el aire.


Un crujido suave la hizo girar la cabeza hacia la ventana. No era el sonido típico de la madera asentándose o del viento entre las ramas. Era más... deliberado.


Gabrielle se levantó cautelosamente, descalza sobre el suelo frío, y se acercó a la ventana. Y cuando volvió la mirada hacia atrás, lo que vio la dejó sin aliento.


La chimenea se encendió de pronto, con llamas que danzaban contra la oscuridad. Y junto a ella, como si hubiera estado esperándola toda la vida, estaba Xena.


"Eso es imposible," susurró Gabrielle, llevándose una mano al pecho. 


Pero ahí estaba, tan real como el aire que respiraba y esos ojos azules inconfundibles fijos en la ventana donde Gabrielle se había detenido.

"Hola, Gabrielle."
 
Esta vez, Gabrielle no corrió hacia ella. Se incorporó lentamente, con el corazón latiéndole dolorosamente en el pecho. La última vez que había sentido esta claridad, despertó con una sensación de pérdida tan devastadora que pasó días sin poder funcionar apropiadamente.
 
"No... no puedo hacer esto otra vez," susurró, envolviendo sus brazos alrededor de sí misma. "Por favor, si esto es sólo mi mente jugándome una broma cruel...”
 
La expresión de Xena se suavizó inmediatamente, y se inclinó hacia adelante, sus manos descansando en sus rodillas. "Gabrielle, mírame. Realmente mírame.”
 
Algo en su voz obligó a Gabrielle a levantar la mirada a través de las llamas. Los ojos de Xena no tenían esa calidad etérea de los sueños ordinarios. Tenían profundidad, urgencia real.
 
"La última vez que viniste a mí... pensé que eras real, pero luego..." La voz de Gabrielle se quebró. "Luego desperté y fue como perderte de nuevo. No puedo... no puedo pasar por eso otra vez.”
 
Xena se puso de pie y rodeó la fogata, pero se detuvo a una distancia prudente al ver cómo su cercanía afectaba a Gabrielle. La expresión de dolor que cruzó por el rostro de la guerrera fue casi imperceptible, pero Gabrielle la conocía demasiado bien como para no notarla.
 
"Fue real, Gabrielle, tú y yo en aquella playa. Y ahora también lo es." Xena extendió sus manos, mostrando las palmas. "Después de nuestro último encuentro, algo me atacó en el mundo espiritual. Me envió a un vacío de olvido absoluto.”
 
 Gabrielle parpadeó, confundida.
 
"Dahak." La palabra salió como un gruñido de la garganta de Xena, y el fuego pareció vacilar por un momento. "Pero no el Dahak que conocíamos. Esta versión ha devorado a todas sus contrapartes de otros universos. Es más terrible de lo que jamás imaginamos.”
 
El miedo que Gabrielle había sentido por la posible pérdida emocional se transformó instantáneamente en un tipo de terror mucho más primitivo y conocido. Gabrielle llevó sus manos a su boca. "Está... está viniendo por nosotras.”
 
Xena asintió.
 
"Su ataque contra mí ya perturbó el equilibrio del mundo espiritual. La barrera entre los mundos peligra." Xena se acercó un poco más, y esta vez Gabrielle no retrocedió. "El equilibrio cósmico mismo está en peligro. Gabrielle, necesito de ti para  regresar y pelear contra él, para ayudarte a derrotarlo.”
 
Por primera vez desde que la había visto, Gabrielle sintió una chispa de esperanza, separó sus dedos de su boca. "Xena, ¿es eso verdad?... Si hay una posibilidad de que regreses yo…”
 
"Gabrielle, no estoy hablando de visitas desde el más allá o de susurros en el viento." Los ojos de Xena brillaron con una intensidad feroz. "Estoy hablando de regresar de verdad. Pero necesito tu ayuda, y necesito la ayuda de alguien más.”
 
El instinto de Gabrielle se activó de inmediato. "¿De quién?”
 
"De Ephy." La sonrisa que se extendió por el rostro de Xena fue genuina y cálida. "He estado sintiendo los cambios en tu corazón, Gabrielle. Vi que una joven llegaría a tu vida, una hija que no nació en nuestro mundo. Y sé que ya la amas como si fuera tuya.”
 
El corazón de Gabrielle se aceleró. "¿Cómo...?”
 
"La conexión entre nosotras nunca se rompió, no completamente, aunque no pudiera manifestarme, te sentía." Xena dio otro paso, acortando la distancia. "Sentí tu resistencia cuando ella llegó, tu miedo de abrir tu corazón después de tanto dolor. Pero también sentí el momento exacto en que te diste cuenta de que ya era demasiado tarde, de que ya la amabas como tu hija."
 
Gabrielle cerró los ojos, recordando esa revelación. "He tenido tanto miedo, Xena. De que mi amor no sea suficiente para …Y ahora me dices que ella está involucrada en algo peligroso...”
 
"Ephy no es Hope." La voz de Xena se volvió suave pero firme. El nombre heló la sangre de Gabrielle. "Ephy llegó a ti a través del amor.”
 
Gabrielle cerró sus ojos. Su cabeza le decía que Xena tenía razón, pero la sobra del pasado aún la atormentaba.
 
 
"Además… ella es la clave para traerme de regreso y para detener a Dahak."
 
Los ojos de Gabrielle se abrieron de par en par. "¿Qué quieres decir?”
 
"Ephy viene de un universo donde la oscuridad es más profunda que la del nuestro, donde la violencia ha alcanzado extremos que este mundo apenas conoce. Mucho de eso gracias a mi otro yo." Xena se acercó otro paso, su voz llenándose de lo que a Gabrielle le sonó como disculpa. "Pero en un mundo así, el amor también se vuelve más poderoso, más puro. Y Ephy... ella fue creada con ese amor intensificado corriendo por sus venas.”
 
La mirada de Xena se volvió distante por un momento, como si estuviera viendo algo que Gabrielle no podía percibir. "Afrodita usó algo muy especial en su creación, algo que le dio capacidades que van más allá de lo que una amazona común podría poseer. Ephy no es completamente mortal, Gabrielle. Hay una chispa divina en ella, diluida pero real.”
 
"¿Divina?" Gabrielle sintió que su corazón se aceleraba. "Sabía que Afrodita estaba involucrada con esto. Quiero decir, la otra Afrodita"
 
Todo era muy confuso en ese momento para ella ¿La intervención de una diosa hacia que ahora todo fuera diferente? No creía que eso bastara para cambiar los sentimientos hacia su hija, pero sí cambiaban los peligros a los que se enfretaban.
 
"Su presencia aquí está creando ondas en la realidad, pequeñas fisuras entre los mundos que Dahak puede explotar, pero que también pueden ser la clave para mi regreso." Xena finalmente extendió su mano hacia Gabrielle. "Ella es más de lo que aparenta, más de lo que ella misma sabe. Y juntas, ustedes dos pueden hacer algo que ningún poder podría lograr.”
 
Súbitamente, un pensamiento golpeó a Gabrielle como un rayo, y en su mirada se formó de una mezcla de comprensión y dolor. Durante todo ese tiempo había cargado con la culpa de no haber podido convencer a Xena de regresar a la vida después de Higuchi, de haber aceptado su decisión de permanecer muerta para redimir a esas almas. Había vivido con la certeza de que el sacrificio de Xena era permanente, inquebrantable… y justo para otros. Pero ahora... "Todo este tiempo," murmuró, "pensé que tu decisión de dejarme era definitiva. Que al menos era lo noble, aún cuando fuera tan injusto para nosotras. Pero si puedes regresar ahora, ¿significa que... "Gabrielle se llevó una mano al pecho" esas almas se perderán?"
 
"No." La voz de Xena fue firme, con esa determinación que Gabrielle recordaba de sus días de batalla. "Tenemos un aliado, una deidad antigua que salvaguarda el equilibrio del universo. Me ha hecho saber que mi destino debe cambiar. Para restaurar el orden, debo regresar al mundo de los vivos.”
 
Xena ya tenía en su manos las de Gabrielle. Las llevó a su boca y dejó un beso en ellas, aún con la culpa de haberle causado tanto dolor. Gabrielle sabía que podría tocar a Xena un par de veces antes de que su contacto desapareciera, como lo había hecho desde Higuchi.
 
"La clave está en Ephy. La sangre que corre por sus venas y su conexión contigo pueden canalizar la energía necesaria para el ritual de resurrección. Pero debe ser su elección, Gabrielle. Y debe ser tuya también.”
 
"¿Qué tipo de ritual?"
 
"Uno que requerirá un gran sacrificio. Será peligroso." Los ojos de Xena se endurecieron. "Dahak intentará corromper el ritual. Usará a Hope sobre ti. Tratará de torcer todo lo que amamos."
 
Gabrielle sintió que el miedo familiar se asentaba en su estómago. "Entonces tal vez sea mejor no intentarlo..."
 
"No." Xena interrumpió con firmeza, apretando la mano de Gabrielle. "Escúchame bien. Si no regreso, si no restauramos el equilibrio, Dahak va a venir por Ephy de todas formas. Ella representa algo que él no puede tolerar: una conexión entre mundos nacida del amor que no puede controlar. Su sola presencia aquí lo desafía."
 
 "¿Entonces no hay manera de mantenerla a salvo?"
 
"Sí la hay. Que luchemos juntas, como familia." Xena se acercó más, hasta que sus rostros estuvieron a centímetros de distancia. "Tú, yo y Ephy, somos más fuertes de lo que Dahak puede imaginar."
 
"¿Juntas?" La voz de Gabrielle se quebró con una mezcla de esperanza y terror.
 
"Juntas." Xena sonrió con esa expresión feroz y tierna que solo Gabrielle conocía. "Como siempre debió ser. Como una familia."
 
Gabrielle se inclinó hacia Xena, permitiéndose sentir la posibilidad de que eso fuera real. "¿Y si algo sale mal? ¿Y si te pierdo otra vez, pero esta vez también pierdo a Ephy?"
 
"Entonces moriremos luchando por proteger lo que amamos, como siempre hicimos." Xena tocó el rostro de Gabrielle con su mano libre. "Pero no vamos a perder, Gabrielle. No esta vez. Tenemos algo que Dahak nunca ha podido entender: tenemos amor verdadero. Y ahora tenemos una segunda oportunidad."
 
Gabrielle abrió los ojos completamente, encontrando los de Xena. "¿Cuándo?"
 
"Pronto. Nuestro aliado me dará las señales sobre el momento correcto, cuando las energías cósmicas estén alineadas." Xena comenzó a desvanecerse lentamente, pero mantuvo el contacto. "Prepara a Ephy, pero con cuidado. Necesita entender la gravedad sin perder la esperanza. Necesita saber que no está sola."
 
"Xena, espera... Ella tan joven, y ha perdido tanto ya..."
 
"Entonces la ayudaremos a recuperar lo que ha perdido."
 
"Quieres decir que traerás a su famila."
 
"Lo intentaré. Confía en tu corazón, Gabrielle. Y confía en el de ella. Los corazones que se eligen mutuamente tienen un poder que trasciende mundos." El fuego comenzó a apagarse lentamente. "Y a las amazonas, quizás no sepamos cuando, pero una gran batalla que viene en camino."
 
La voz de Xena se volvió un susurro: "Te amo, Gabrielle."
 
Sus palabras desataron algo en el pecho de Gabrielle.
 
Gabrielle tocó tímidamente el brazo de Xena, esperando que la ilusón se rompiera de pronto, como tantas veces antes. Pero sintió músculo sólido, piel cálida, el pulso familiar bajo sus dedos. Sus ojos se abrieron con asombro.
 
"Puedo... puedo tocarte de verdad," susurró, deslizando sus manos por los brazos de Xena hacia sus hombros, maravillándose de la solidez. "Eres completamente real.”
 
Xena sonrió. "El velo entre los mundos se está adelgazando. Mi conexión con este plano es un regalo para ti y para mí, de Cosmos. No sólo soy un fantasma al que puedes sentir un instante.”
 
Las manos de Gabrielle temblaron mientras trazaban el contorno del rostro de Xena, memorizando cada detalle como si fuera la primera vez. "Tanto tiempo," murmuró, "soñando con poder hacer esto otra vez."
"Y ahora puedes," respondió Xena, atrapando una de las manos de Gabrielle y presionándola contra su mejilla.
 
"Puedes sentirme, puedes tocarme.”
 
La realización dejó a Gabrielle en shock: después de tanto tiempo de pérdida, de vacío, tenía a Xena de vuelta. Completamente.
 
"Xena..." La voz de Gabrielle se quebró, pero esta vez no de dolor sino de necesidad desesperada.
 
Se lanzó hacia adelante, cerrando la distancia entre ellas de un solo movimiento. Sus labios encontraron los de Xena con una urgencia que bordeaba la desesperación, como si pudiera anclarla al mundo físico a través de pura fuerza de voluntad y deseo. El beso era hambriento, desesperado, anhelo y la certeza aterradora de que esto también era temporal.
 
Xena respondió inmediatamente, sus brazos rodeando a Gabrielle como si también hubiera estado muriendo por este contacto. Sus manos se enredaron en el cabello dorado, atrayéndola más cerca, más profundo. Era como si estuvieran tratando de recuperar todos los besos perdidos, todas las caricias, todos los "te amo" que fueron silenciados.
 
Cuando finalmente se separaron para respirar, Gabrielle tocó el rostro de Xena con dedos temblorosos. "Eres real... puedo sentirte...”
 
"Soy real," murmuró Xena contra sus labios, dejando besos pequeños en las comisuras de su boca. "Y te he extrañado tanto que duele.”
 
El fuego pareció cobrar vida propia, las llamas subiendo más altas, más brillantes, como si respondiera a la intensidad entre ellas. Gabrielle sintió algo despertar en su interior, algo que había estado dormido desde la muerte de Xena. No era solo deseo físico. Era la sensación de estar completa otra vez, de que todas las piezas rotas de su alma finalmente encajaban en su lugar.
 
"Te necesito," susurró contra el cuello de Xena, inhalando ese aroma familiar que había extrañado más de lo que las palabras podían expresar. "Te he necesitado cada día, cada noche...”
 
Las manos de Xena recorrieron su espalda, memorizando cada curva, cada músculo familiar. "Estoy aquí, Gabrielle. Estoy aquí contigo.”
 
Se besaron otra vez, más lento esta vez pero no menos intenso. Redescubriendo territorio familiar del cuerpo de la otra, cada toque una promesa, cada caricia una afirmación de que esto era real, que estaba sucediendo.
 
Gabrielle sintió las manos de Xena deslizarse bajo su túnica, piel contra piel caliente, y un gemido se escapó de su garganta. La respuesta inmediata de Xena fue aprisionarla contra ella, sus cuerpos encajando como siempre lo habían hecho, como si hubieran sido diseñados el uno para el otro.
 
Ambas estaban en casa.
 

Chapter 13: Luz y oscuridad

Summary:

Tras un amanecer que creyeron imposible, Gabrielle y Xena saborean la dulzura de un tiempo prestado. Pero la sombra de la oscuridad se cierne sobre la Nación Amazona, y el precio para enfrentarla podría ser muy alto. La princesa de otro mundo deberá elegir entre aferrarse a su pasado o convertirse en el sacrificio que salve todos los futuros.

Chapter Text

El sol de media mañana se derramaba directo a través de las contraventanas de madera, y el calor matutino comenzaba a calentar la habitación que aún conservaba el frío de la madrugada invernal, pero Gabrielle apenas lo notó. El aire matutino traía consigo el susurro distante de la vida en la Nación Amazona, pero todo eso parecía existir en otro mundo, uno separado del refugio cálido que había encontrado entre los brazos de Xena.

 

Se movió ligeramente, ajustándose contra el cuerpo que había añorado durante demasiadas noches vacías. La piel de Xena aún irradiaba calor contra la suya, real y sólida como ningún sueño había podido ofrecerle jamás. Gabrielle cerró los ojos, permitiendo que los recuerdos de la noche anterior fluyeran a través de ella.

 

Había algo profundamente catártico en la forma en que había cedido completamente el control. Las manos de la guerrera habían trazado senderos familiares sobre su piel con una reverencia que bordeaba la adoración, como si estuviera redescubriendo un territorio después de un largo exilio. Cada caricia había sido una pregunta, y Gabrielle había respondido con la entrega total.

 

Recordó el momento preciso en que Xena murmuró su nombre contra su cuello, con esa voz ronca que hacía que su cuerpo temblara. La danza que siguió había sido una sinfonía de reconocimiento mutuo de gemidos, suspiros y respiraciones entrecortadas. Xena había tomado la iniciativa con su confianza tomando las riendas, pero esta vez había algo diferente: una ternura nueva, propiciada por el valor de cada momento compartido.

 

Gabrielle se mordió el labio al recordar cómo sus respiraciones se habían sincronizado, convirtiéndose en un único compás que latía entre ellas. Las manos de Xena habían encontrado cada lugar donde había vivido la soledad, y con toques que eran oración y absolución a la vez, manejándolos con la  paciencia de quien sabe que tiene toda la eternidad.

 

El momento en que se convirtieron en una sola entidad no fue solo el encuentro de dos cuerpos hambrientos, fue la reunión de dos mitades de una misma alma que habían permanecido desgarradas por culpa de fuerzas más grandes que ellas. Y ahora, el universo les regalaba estás horas juntas, para sanar su pasado.

 

En ese instante de unión total, Gabrielle había sentido que el tiempo se había vuelto espeso como la miel, cada sensación se había magnificado hasta convertirse en algo espiritual. Era como si sus esencias se hubieran fundido, creando algo nuevo y poderoso que trascendía la mera carne. Por un momento eterno, no hubo Gabrielle ni Xena, sólo una fuerza única hecha de amor que pulsaba con a un ritmo más antiguo que los dioses.

 

Las ondas de placer que siguieron le habían hecho sentir a Gabrielle que estaba siendo reescrita desde adentro, con cada una de las células de su cuerpo recordando finalmente para qué había sido creada.

 

Cuando el clímax las había envuelto, vino consigo el primer paso para la resurrección. Xena volvía a sentir lo era estar viva y lo que significa poder sentirlo. Y Gabrielle, renacía completamente de las tinieblas desde Higuchi. Ambas, completas otra vez.

 

Ahora, en la quietud del amanecer, Gabrielle podía sentir aún los ecos de esa unión reverberando en cada fibra de su ser. Su cuerpo conservaba la memoria de cada toque, cada beso, cada momento. Con las huellas de Xena sobre su piel y su alma.

 

Gabrielle abrió los ojos y miró el rostro relajado de Xena, suavizado por el sueño y bañado por la luz. Se permitió creer completamente que esto era real, que no despertaría para encontrar brazos vacíos y el frío mordiente de la soledad.

 

Deslizó sus dedos por el cabello oscuro, maravillándose aún de la calidez que emanaba del cuerpo junto al suyo. 

 

El aire frío de la mañana tocó su piel desnuda, pero Gabrielle apenas sintió frío.

 

Se acurrucó más cerca de Xena, inhalando su aroma familiar, permitiéndose este momento de gracia perfecta antes de que el mundo exterior reclamara su atención. Por ahora, por estos momentos preciosos de la mañana, podía simplemente ser una mujer en los brazos de su alma gemela, completa y en paz de una forma que había temido no volver a experimentar jamás.

 

En la distancia, escuchó los sonidos vibrante de la aldea, pero Gabrielle no tenía prisa por levantarse. Este momento, esta quietud sagrada donde solo existían ella y Xena, era un regalo que había esperado dos años para recibir. No lo desperdiciaría apresurándose hacia un futuro incierto cuando podía saborear plenamente la perfección del presente.


-

 

Gabrielle abrió los ojos y miró el rostro relajado de Xena, suavizado por el sueño y bañado por la luz tenue del amanecer. 

 

Pero la mañana avanzaba, y el frío que se filtraba por las rendijas de la cabaña traía consigo la promesa temprana del invierno. Con reluctancia infinita, Gabrielle se separó del calor del cuerpo de Xena, sintiendo como si estuviera arrancando una parte de sí misma. Una de las dos tenía que ser más fuerte y poner en marcha su día. No obstante, cada centímetro de distancia que ponía entre ellas era una punzada de dolor, pero las necesidades mundanas reclamaban su atención.

 

Se envolvió en una manta y se dirigió hacia el fuego ahora extinguido, regresando a la vida sus flama con la práctica de años de vida en campamentos. Las llamas renacieron lentamente, mientras Gabrielle se vestía y una vez finalizada, colgó la caldera sobre las brasas. El agua pronto comenzó a cantar con ese siseo suave que prometía calor en una mañana que mordía con dientes de hielo.

 

Mientras esperaba que el agua hirviera, desenvolvió con cuidado de un trozo de tela, dónde había pan del día anterior, aún bueno pero que necesitaba el beso del calor para recobrar su buen sabor. Lo envolvió en un paño húmedo y lo acercó al fuego, permitiendo que el vapor lo suavizara mientras preparaba las hierbas para la infusión. El aroma de la melisa y la menta comenzó a llenar el aire, mezclándose con el olor a madera quemada y creando esa atmósfera hogareña que había añorado en tantas mañanas solitarias.

 

Gabrielle se había perdido en la rutina de preparar el desayuno cuando sintió unos brazos fuertes rodeándola por la espalda. El sobresalto inicial se convirtió instantáneamente en un suspiro de pura felicidad cuando reconoció el toque de Xena, su cuerpo fusionándose automáticamente contra el calor que se presionaba detrás de ella.

 

"Buenos días," murmuró Xena contra su oído, su voz aún áspera por el sueño pero cargada de amor. Sus labios encontraron el punto sensible donde el cuello se encontraba con el hombro, depositando un beso que envió escalofríos de placer por toda la columna de Gabrielle.

 

"Pensé que seguías dormida," susurró Gabrielle, inclinándose hacia atrás para disfrutar plenamente del abrazo. "No quería despertarte."

 

"Tu ausencia me despertó," respondió Xena, apretándola más contra sí. "Más de un año sin sentirse así fueron suficientes. No quiero desperdiciar ni un momento de este tiempo prestado."

 

Gabrielle miró a Xena con una sonrisa triste. No sabía cuánto duraría pero ella también deseaba disfrutar cada instante con Xena.

 

Se besaron lentamente, llenando sus cuerpos del calor de la hoguera. Cuando finalmente se separaron, Xena ayudó a Gabrielle a servir la infusión humeante en dos cuencos. Sus manos se rozaban constantemente mientras trabajaban juntas, pequeños toques que eran excusas para mantener la conexión física. Cuando Gabrielle alcanzó el aceite de oliva, Xena se lo quitó suavemente de las manos.

 

"Permíteme," dijo, y con cuidado roció el aceite dorado sobre el pan caliente hasta que brilló como ámbar líquido. Sabía exactamente cuánto le gustaba a Gabrielle, conocía cada una de sus preferencias como si fueran suyas. Era un gesto simple, pero cargado del tipo de complicidad que sólo viene de años de compartir desayunos, comidas y vidas enteras.

 

Se sentaron a la mesa una frente a la otra, pero incluso esa pequeña distancia se sentía como demasiado después de lo vivido esa noche. Sus pies se encontraron bajo la mesa, y Gabrielle envolvió sus dedos alrededor de la taza caliente, tanto para calentarse como para tener algo que hacer con las manos que temblaban ligeramente.

 

"Xena," comenzó, su voz apenas audible por encima del crepitar del fuego. "¿Cuánto tiempo...? ¿Cuánto tiempo te quedarás aquí?"

 

La pregunta flotó entre ellas como una hoja de otoño, frágil y cargada de todo el miedo que Gabrielle había estado tratando de reprimir. Vio como la expresión de Xena se nublaba ligeramente, esa sombra de incertidumbre que conocía demasiado bien.

 

"No lo sé con certeza," admitió Xena, bajando su taza y extendiendo su mano para cubrir la de Gabrielle. "El regalo de Cosmos... creo que puede terminar cuando el sol se ponga. Tal vez antes."

 

El corazón de Gabrielle se contrajo dolorosamente. "¿Horas? ¿Solo tenemos horas?"

 

"No lo sé," repitió Xena, cargada de emoción contenida. "Podría ser más tiempo, podría ser menos. Pero Gabrielle..." Apretó su mano con más fuerza. "Debemos poner en marcha un plan. Necesitamos actuar pronto o todo esto se esfumará, para siempre."

 

Quedaba suspendida en el aire una pregunta entre las dos. 

 

¿Hasta qué punto estaba dispuesta Gabrielle a preparar un plan para traer de regreso a Xena pero que implicaba un sacrificio de Ephy?

 

Gabrielle se puso de pie y Xena supo hacia dónde fueron sus pensamientos. La siguió y la abrazó de nuevo, y le dijo:

 

"Sé que estás preocupada por ella, pero te prometo que no dejaré que nada le suceda"



"Lo prometes"



"Lo prometo" dijo ya con su frente pegada a la de Gabrielle "Cada minuto contigo vale más para mí que ninguna otra cosa en el universo."

 

Xena se inclinó hacia Gabrielle, sus labios encontrándose en un beso suave y prolongado que sabía a promesas silenciosas y tiempo prestado. Sus frentes se tocaron cuando se separaron, y Gabrielle cerró los ojos, memorizando la sensación de los brazos de Xena rodeándola, el calor de su aliento contra su piel.

 

"Quiero que sepas," susurró Xena, " que estos momentos contigo han valido cada segundo de espera."

 

El sonido de pasos en el exterior interrumpió su intimidad. Gabrielle se separó ligeramente de Xena justo cuando la puerta de la cabaña se abría, dejando entrar una ráfaga de aire frío junto con una figura envuelta en una capa de viaje.

 

"Gabrielle, he traído pescado fresco del río y algunos vegetales que..." La voz se detuvo abruptamente.

 

Ephy se quedó inmóvil después de cruzar el umbral, sus ojos moviéndose entre Gabrielle y la desconocida que tenía sus brazos alrededor de su madre. El saco de provisiones resbaló ligeramente de su hombro mientras procesaba la escena: Garielle, junto a una mujer morena de cabello negro que no reconocía como ninguna de las amazonas de la villa.

 

"Ephy," dijo Gabrielle, caminando hacia ella, su voz cargada de una mezcla de sorpresa y algo que su hija no podía identificar del todo. "No esperaba que regresaras tan temprano."

 

La joven amazona dejó las provisiones en el suelo, su postura tensándose instintivamente. Sus ojos, del mismo color que los de Gabrielle, se fijaron en la extraña con desconfianza cautelosa.

 

"¿Quién es ella?" preguntó, sin apartar la mirada de Xena. 

 

Xena avanzó lentamente, con movimientos deliberadamente no amenazantes, reconociendo la actitud protectora de la joven. Estudió el rostro de Ephy con curiosidad, tomando nota de los rasgos que hablaban de su herencia: la piel ligeramente olivácea, el cabello negro azabache que caía en ondas suaves hasta sus hombros y los pómulos que no se parecían en nada a los de Gabrielle.

 

Pero luego sus ojos se encontraron con los de la joven, y Xena sintió una familiaridad inmediata.

 

"Ephy," dijo Gabrielle, extendiendo una mano hacia cada una de ellas, "quiero presentarte a alguien muy especial. Esta es Xena... mi alma gemela."

 

Los ojos de Ephy se abrieron como platos, el nombre golpeándola como un rayo. Lo había escuchado recientemente en los momentos cuando su madre creía que ella dormía pero en realidad la escuchaba llorar. Pero lo cierto era que lo había escuchado en las historias contadas junto al fuego cuando crecía. Las amazonas, unas con respeto otras con resentimiento, de Xena la Conquistadora.

 

Sólo quedaba un pequeño detalle, Xena también estaba muerta en ese mundo. O eso le habían contado.

 

"Pero... tú estás..." Ephy tartamudeó, mirando entre su madre y la mujer que se suponía había muerto hace tiempo. "Quiero decir… Se supone que estás..."

 

"Lo estoy" dijo sonriendo algo incómoda con lo extraño de su propia respuesta" mi presencia aquí es sólo temporal".

 

Ephy sacudió la cabeza, tratando de procesar lo imposible. "¿Temporal? 

 

"Así es."

 

Xena dio un paso adelante, su expresión suavizándose mientras estudiaba el rostro de la joven con nueva comprensión.

 

"Tienes los mismos ojos que tu madre," dijo finalmente, con voz gentil. "Exactamente el mismo color. Y puedo ver también que eres muy parecida a la de Gabrielle, tienes lo que necesita para ser una gran guerrera."

 

Gabrielle sintió una felicidad inexplicable. Después de semanas pensando que Ephy no compartía rasgos físicos en lo absoluto con ella, había sido Xena quien finalmente había visto la conexión.

 

"¿En serio crees que nos parecemos?" preguntó Gabrielle, su voz ligeramente emocionada.

 

"Absolutamente," confirmó Xena, sin dudar. "Tiene esa expresión tuya cuando está confundida y mira, sus manos son iguales a la tuyas. Apuesto que blande la espada igual que tú." dijo confiada en su respuesta.

 

Ephy bajó la mirada e inspeccionó sus manos para saber si Xena decía la verdad.

 

"¿Lo ves? Es tu misma cara cuando no sabes lo que pasa" sentenció.

 

Gabrielle la golpeó ligeramente en el brazo.

 

Ephy, que había estado tensa y desconfiada, sintió algo ablandarse en su interior. Nadie había visto esa conexión antes, nadie había validado el vínculo que ella sentía con su madre. No pudo evitar sonreír. 

 

"Así que tú eres  Xena," dijo finalmente, su voz aún cautelosa pero con menos hostilidad. Mi… madre ha hablado mucho de ti."

 

"Y yo he deseado conocerte desde el momento en que supe que existías," respondió Xena sinceramente.

 

Ambas se estrecharon la mano, felices de conocerse al fin.

 

"¿Cómo es que estás aquí?" preguntó Ephy.

 

"Tengo horas, tal vez menos," explicó Xena, observando cómo la confusión se intensificaba en el rostro de la joven. "Un aliado me ha permitido estar aquí físicamente, pero no durará mucho. Su nombre es Cosmos y es uno de los dioses primigenios."

 

Ephy frunció el ceño. 

 

"Lo conozco, ¿cierto? ¿Es el mismo que me ayudó a llegar aquí?"

 

Gabrielle y Xena intercambiaron una mirada significativa. 

 

"Sí, Cosmos está detrás de todo esto" admitió Gabrielle. "Y creo también que te envió por una razón."

 

"Escucha, hay una razón para que Cosmos interviniera en tu llegada. Él te ayudó a cruzar entre mundos, porque hay algo que debes hacer. Algo que yo no puedo hacer sola.”

 

Ephy tragó saliva. “¿Qué cosa?”

 

“Detener a Dahak.”

 

El nombre cayó como una piedra en el silencio. Gabrielle se tensó, pero no intervino. Xena continuó.

 

Xena se volvió hacia Ephy con una gravedad que no había mostrado hasta entonces. "Hay algo que debes saber. El mundo en el que estás ahora… está en equilibrio. Mi muerte lo permitió. No fue solo redención personal. Fue un acto que estabilizó el tejido mismo de la existencia."

 

Ephy frunció el ceño. "¿Entonces por qué traer de vuelta a alguien que ya hizo lo correcto?"

 

"Porque Dahak no ha desaparecido." 

 

Ephy se quedó en silencio, procesando. “¿Dahak? No sé quién es él.”

 

Gabrielle se acercó, su mirada fija en su hija.

 

"Y no sabes cuánto me alegro de que no lo sepas".

 

Ephy vio dos cosas que la inquietaron en la mirada de Gabrielle: miedo y dolor.

 

"Dahak es la oscuridad misma." Xena bajó la mirada. "Y si regresa, no sólo nos arrebatará todo sino que esta vez destruirá todo el universo. Todos los universos."

 

Gabrielle suspiró de una manera que a Ephy le pareció más rabia que otra cosa. Y  comenzaba a asustarle. 

 

"Mi muerte cerró una puerta. Pero él se aprovechó de eso, mi ausencia. Devoró a todas su versiones en otros universos y se ha vuelto más poderoso que nunca. De alguna manera Dahak sabe que si yo regreso, ese equilibrio se rompe."

 

Gabrielle intervino, con voz baja pero firme. “No es sólo que Xena vuelva. Es que al hacerlo, el universo exige un contrapeso. Un sacrificio que mantenga el balance que su muerte creó.”

 

Xena asintió. “Y ese sacrificio debe venir de alguien que pueda soportarlo. Alguien con una chispa divina en su alma. Alguien como tú.”

 

Las manos de Ephy temblaron ligeramente. "¿Cómo sabes eso?”

 

"Fuiste creada por Afrodita," dijo Xena directamente. "De una manera que te hace... única."

 

"Porque," continuó Xena, "esa conexión divina que corre por tus venas, es exactamente lo que necesitamos para un ritual. Un ritual que podría traerme de vuelta a la vida completamente."

 

Ephy se quedó inmóvil, procesando las palabras. "¿Me están diciendo que vine aquí... para ayudar a resucitarte?"

 

"Creemos que sí," respondió Gabrielle gentilmente. "Y creemos que quien te ayudó a llegar aquí sabía exactamente lo que estaba haciendo."

 

El peso de esa revelación cayó sobre Ephy como una ola fría, y por primera vez desde su llegada, comenzó a entender que su viaje había sido parte de algo mucho más grande de lo que había imaginado.

 

Ephy se quedó en silencio por un momento, sus ojos moviéndose entre ambas mujeres, claramente luchando por entender la situación. "Esto es... mucho que asimilar.”

 

“Claro que lo es." Sentenció Gabrielle. "Xena sé que tienes poco tiempo pero esto demasiado ahora". dijo interponiendose entre Xena y Ephy.

 

" Gabrielle, no tenemos tiempo que perder, Dahak puede dar el primer golpe en cualquier momento. "

 

" Si Dahak es todo lo terrible que me han contado, " dijo interrumpiendo entre las dos " me temo que ya es demasiado tarde."

 

¿Qué dices, Ephy?" preguntó Gabrielle.

 

"Está convirtiendo a aldeanos en una clase de cuerpo sin mente, llenos de ira… o maldad." Infirió  "Son realmente fuertes. Me enfrenté a ellos de regreso a casa, habían derribado un pequeño carruaje de sacerdotisas de Afrodita. Obtuve esto pero pudimos escapar." dijo retirando la capa de sus hombros.

 

Gabrielle se acercó, el aroma del té de lavanda aún en el aire. Observó la herida en el brazo de Ephy con una mueca de preocupación.

 

"Dahak está construyendo un ejército dijo Xena". 

 

Gabrielle la observó un momento, negando con la cabeza, y concentrándose de nuevo en la herida de Ephy. Luego se volvió hacia la pequeña bolsa que la joven había dejado junto a la entrada.

 

 “¿Tienes corteza de salvia?” preguntó con tono suave. 

 

Ephy asintió, rebuscando entre los envoltorios de tela. “Sí, la recogí en el camino. Pensé que podríamos necesitarla.” 

 

Gabrielle sonrió apenas, tomando el recipiente donde había preparado el té. “Perfecto.”

 

La lavanda ya estaba infusionada. Gabrielle la mezcló con la salvia para limpiar la herida. Ayudaría a que sanara  mejor.

 

Mientras Ephy se sentaba, Gabrielle comenzó a triturar la corteza, añadiéndola al líquido tibio. El aroma se volvió más profundo, más terroso. Cuando empapó el paño y lo colocó sobre el brazo de Ephy, lo hizo con una delicadeza que hablaba de algo más que experiencia cuando heridas de la batalla.

 

 Era cuidado. Era amor.

 Xena observaba la escena. Por un lado, se encontraba conmovida ante la dedicación amorosa de madre a hija. Pero por el otro, ya comenzaba a maquilar un plan. Necesitaba actuar pronto.

 

"Gabrielle debes advertir a Varia, las amazonas deben estar preparadas." dijo después de que ella terminó de colocar vendajes limpios en el antebrazo de Ephy.

 

De repente, Ephy se enderezó como si hubiera recordado algo importante. "Gabrielle, olvidé decirte algo. Varia te está buscando."

 

Gabrielle suspiró. "Seguramente se enteró de que ayer estuve haciendo preguntas en la aldea. Le diré lo que sabemos,  la nación debe estar lista para lo peor."

 

Xena frunció el ceño con gravedad en sus palabras. "Gabrielle, con lo que se viene, tienen que ser muy cuidadosas. Especialmente si Hope también está de regreso."

 

"¿Quién es Hope?" preguntó Ephy, notando inmediatamente el cambio en la atmósfera de la habitación que le siguió.

 

Gabrielle le daba la espalda, pero pudo notar cómo se tensó instantáneamente. La reina amazona cerró los ojos como si hubiera sentido un dolor físico.

 

Xena comenzó a hablar: "Hope es..."

 

"No," la interrumpió Gabrielle, su voz apenas un susurro. Se giró lentamente hacia Ephy, su rostro pálido pero decidido. "Yo le contaré."

 

Respiró profundamente antes de continuar. "Todo comenzó hace  muchos años, cuando Xena y yo viajábamos por Britania. Habíamos ido hasta ahí para detener a César, pero lo que encontramos fue... algo mucho más oscuro."

 

Su voz se quebró ligeramente, y Xena se acercó más, ofreciendo su presencia como ancla.

 

"D ahak, " continuó Gabrielle " era un dios oscuro adorado por su culto maligno. Era... es... el mal puro. La antítesis de todo lo que representa la luz, el amor, la vida misma. Ellos tenían un templo en su honor. En ese momento no lo supe, pero me llevaron ahí, con ese lugar de fuego eterno y rituales de sangre.

 

" Fue mi responsabilidad " dijo Xena. " Yo la abandoné con ellos. Quería mi venganza y te abandoné. "

 

" No, ya hemos pasado por esto, Xena. No fue tu culpa, ni la mía. "

 

Xena asintió peor a los ojos de Ephy no sé veía del todo convencida.

 

Gabrielle se cubrió el rostro con una mano al recordar. 

 

" Me engañaron para derramar sangre en su altar. Creí estar protegiendo a un inocente pero no podía estar más lejos de la verdad. " respiró profundamente " Crucé el fuego sagrado de Dahak. Y en el momento en que lo hice, él... me poseyó. Se apoderó de mí, y yo... yo quedé embarazada sin saberlo. "

 

Ephy sintió que el aire se le escapaba de los pulmones.

 

" Poco tiempo después Hope nació a partir de ese hecho, ella era mi hija. Tenía mi sangre, mi apariencia. Dahak la había creado usando mi esencia, pero también había puesto su propia oscuridad en ella. "

 

Gabrielle se secó una lágrima y continuó con voz más firme.

 

" Cuando nació, era hermosa. Perfecta. Parecía una bebé normal, y yo... yo la amé desde el primer momento. Era mi hija, sin importar cómo hubiera sido concebida. Pero muy pronto supimos la verdad, o al menos Xena lo hizo. "

 

El relato se volvía cada vez más difícil para Gabrielle y Ephy lo notaba.

 

" No tienes que continuar " dijo casi en un susurro y dividida entre la ira y la tristeza de ver a Gabrielle sufrir .

 

"No" dijo con firmeza "Quiero contarte todo."

 

Ephy asintió resignada.

 

" Hope tenía el poder de Dahak corriendo por sus venas. Podía matar con sólo su pensamiento. Le mentí a Xena y le dije que le había quitado la vida. Pero era una bebé y yo era su madre. No puede hacerlo. Y de eso me arrepentiré toda mi vida. "

 

El dolor de Gabrielle encontró eco en el rostro de Ephy. Ella quería decirle que parara y sólo quería abrazarla, pero le dejó continuar.

 

" Pensé que el amor podría redimirla, aunque fuera lejos de mí " susurró Gabrielle " . Pensé que si crecía rodeada de bondad, de cariño, de todo lo contrario a lo que representaba Dahak, podría elegir ser diferente.

 

" ¿Pero no funcionó? " dijo Xena con la mirada oscura de tristeza y tal vez odio.

 

" No " la voz de Gabrielle se quebró de nuevo. " Hope creció, y la oscuridad de Dahak ya era más fuerte en ella. Aún era una niña. Pero ya no era inocente. Se alió con Callisto. Fingió ser otra. Me manipuló. Me hizo llevarla hasta Solan.”

 

Xena cerró los ojos. Ephy sintió que algo se quebraba en el aire. 

 

“Solan era el hijo de Xena,” dijo Gabrielle. “Y Hope lo asesinó.” 

 

El silencio que siguió fue absoluto. Ni el fuego se atrevía a crepitar. 

 

“Cuando entendí que Hope no podía cambiar, que el amor no bastaba, hice lo impensable,” dijo Gabrielle, con la voz quebrada. “Le di veneno con mis propias manos. Era mi hija, y aún así… lo hice. Y después, cuando la vi morir, cuando el dolor me atravesó como nunca antes, tomé el veneno y estuve a punto de beberlo también. Pero no pude. Algo dentro de mí me detuvo. Derramé el veneno en la tierra, y desde entonces he vivido con esa decisión tatuada en el alma.”

 

“Después de eso… no hubo vuelta atrás. Xena y yo nos separamos. El dolor era demasiado. La traición, insoportable. .Pasamos demasiado despué s de eso para volver a juntar nuestros caminos.”

 

“Pero lo hicimos. Y nada nos ha separado desde entonces.” Dijo Xena con una sonrisa triste.

 

Ephy se acercó lentamente, sin decir palabra. Se sentó junto a Gabrielle y tomó su mano.”

 

“Creo que ahora entiendo, más de lo que imaginas… mamá”.

 

Gabrielle le sonrió y la abrazó. Era la primera vez que Ephy la llamaba así.

 

“Pero yo no soy ella, y nunca te haría daño”.

 

“Oh, Ephy, lo sé.” dijo Gabrielle, con voz temblorosa. “Tú no eres Hope. Pero debes saber lo que Dahak puede hacer. Lo que puede convertir en arma. Incluso el amor. Y de eso sí tengo miedo, no podría soportar si algo te pasa por mi culpa.”

 

Xena se acercó por detrás, colocando una mano sobre el hombro de ambas.

 

“Ahora tú debes elegir con claridad. Porque si Dahak vuelve, lo hará con todo lo que alguna vez nos rompió. Y tú… tú eres lo que él no puede controlar en este mundo.”

 

Ephy no respondió de inmediato. Sólo apretó la mano de Gabrielle con fuerza.

 

El silencio no era de duda, sino de peso. El peso de una verdad demasiado grande para una sola persona. Ephy miró la mano de Gabrielle entre las suyas, luego alzó la vista, primero hacia Xena y después de nuevo hacia su madre. En sus ojos no había rastro del miedo personal que Gabrielle esperaba ver, sino una feroz y clara determinación que heló la sangre en sus venas.

 

"Entonces él ya está aquí," dijo Ephy, y su voz no temblaba. Era la voz serena y firme de una princesa que evalúa una amenaza a su pueblo. "No atacará a ciegas. Golpeará donde más nos duela. Donde seamos más vulnerables." Su mirada se volvió hacia la puerta, como si pudiera ver a través de la madera, hacia la aldea amazona y más allá, hacia el templo de Afrodita en Abdera. "Él irá por los vulnerables. Por los que no pueden pelear. Por los que amamos."

 

Se puso de pie, soltando la mano de Gabrielle con una lentitud que hablaba de una decisión ya tomada. Su postura era erguida, la de una guerrera que acepta las órdenes de una batalla inevitable.

 

"En un principio, me pregunté por qué llegué aquí, pero luego todo cambió cuando supe que Gabrielle necesitaba de mi ayuda. Pero ahora sé que mi viaje nunca fue una casualidad. Fue una estrategia. La de Cosmos." Hizo una pausa, absorbiendo el impacto de sus propias palabras. "No vine aquí sólo para traer de vuelta a una guerrera. Vine para detener algo que puede destruir nuestros mundos. Xena, acepto ser ese sacrificio."

 

Gabrielle se puso de pie de un salto. "¡No! Ephy, no digas eso. No vamos a usarte como carnada.”

 

"¡No se trata de usarme!" La voz de Ephy retumbó con una autoridad que no habían escuchado antes. "Se trata de elegir el campo de batalla. Si Dahak viene por mí, lo alejamos de aquí. De la Nación. De… "

 

El nombre de la suma sacerdotisa de Arbdera surgió en sus pensamientos, revelando la profundidad de su temor. "Y mientras él se concentra en mí, nosotras podemos  llevar a cabo el ritual. Es un costo que estoy dispuesta a pagar."

 

Miró directamente a Xena. "Sé que tu tiempo aquí es fugaz, pero ¿ayudarías a preparar a las amazonas para la batalla?

 

"Estaría muy feliz de hacerlo" dijo Xena decidida y feliz de poder saborear el campo de batalla.

 

"Y mamá," se volvió hacia Gabrielle, su expresión suavizándose por un instante, "me enseñarás todo lo que pueda absorber sobre Hope. Sobre Dahak. Porque si voy a ser el señuelo que atrae a la oscuridad, necesito conocer a lo que la Nación Amazona se está enfrentando."

 

Xena asintió lentamente, un destello de orgullo y un inmenso dolor cruzando su rostro. Reconocía el valor de un soldado que elige el frente más peligroso para salvar a los demás.

 

"¿Estás segura?" preguntó Xena, dijo en una pregunta casi retadora y con media sonrisa.

 

Ephy esbozó sonrisa imbatible. "Soy una princesa amazona, es mi deber y mi elección. Además, también soy la hija de Gabrielle, ¿no? ¿Cuándo hemos elegido nosotras el camino fácil?"

 

El sonido de unos nudillos golpeando con urgencia la puerta de la cabaña hizo que las tres se sobre saltaran.

 

"¿Reina Gabrielle? ¿Princesa Ephy?" La voz que llegó desde el exterior era joven, clara y teñida de una preocupación que no lograba ocultar su tono inherentemente amable.

Gabrielle se separó de Ephy, componiendo su expresión. "Adelante."

La puerta se abrió para revelar a una joven amazona. Era Kharis, sus ojos azules, barrieron la habitación, deteniéndose por un instante en la inesperada presencia de Xena antes de volver a Gabrielle. 

"Varia ha partido," anunció, sin preámbulos. "Llevó a una cuadrilla de nuestras mejores guerreras al otro lado de las montañas. Un mensajero llegó jadeante hace unos minutos... la aldea de Tiroa, una aldea aliada del norte, está siendo atacada."

Ephy intercambió una mirada con Gabrielle y Xena. No hacía falta decirlo en voz alta. Dahak.

"Kharis, ensilla nuestros caballos. Tres," ordenó Gabrielle, su voz recuperando la autoridad de la reina que era. La joven asintió y partió velozmente.

En minutos, las tres mujeres salían de la cabaña. Kharis las esperaba junto a los corrales, no con tres, sino con cinco corceles impacientes. A su lado, otras dos jóvenes ya montadas las esperaban.

Diônê, con una mezcla de emoción y ferocidad contenida, saludó con una inclinación de cabeza. Su complexión atlética se tensaba sobre la montura, lista para la acción. "No pensaban irse sin nosotras, ¿verdad?" dijo, con una sonrisa que no lograba ocultar la seriedad de la situación.

A su lado, Rhodē permanecía serena sobre su caballo. Su rubio brillaba bajo el sol invernal. Asintió hacia Ephy, una muestra de apoyo inquebrantable. "Estamos aquí para servirle, mi reina".

Por su parte, Ephy miró a Gabrielle, feliz de al menos haber recuperado algo hermoso frente a la oscuridad que se avencinaba. Las cinco amazonas de la tribu Telaquire partieron junto a Xena. 

 

El trayecto hasta la puerta de la aldea fue una estela de murmullos y miradas de incredulidad. Susurros de "Xena" y "¿Es realmente ella?" se elevaron entre las amazonas que se detenían a observar el improbable grupo: su reina barda, su princesa misteriosa, la legendaria guerrera resucitada y las tres hermanas de confianza cabalgando juntas hacia una batalla incierta.

 

La guerra, tal y como Ephy había predicho, ya había comenzado.



Chapter 14: Guerra y paz

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El humo negro se alzaba como dedos acusadores contra el cielo gris, y Xena pudo oler la muerte antes de ver el campo de batalla. Su propio cuerpo, si es que podía llamarlo así, se movía con la fluidez familiar de antaño, pero había algo diferente en la forma en que el aire se curvaba a su alrededor, como si la realidad misma reconociera que no pertenecía al mundo de los vivos. “No aún”, pensó.

 

“¡Oh no, Xena!” murmuró Gabrielle a su lado, y Xena siguió su mirada hacia el valle.

 

La batalla había comenzado sin ellas. Y se había convertido en una masacre.

 

Cuerpos de amazonas se extendían por el campo como flores marchitas, la sangre de sus cuerpos brillaba débilmente bajo la luz del sol. El sonido de metal contra metal llegaba en ráfagas, interrumpido por gritos que helaban la sangre. En el centro del caos, Xena pudo ver a Varia luchando con una desesperación que sólo venía cuando se sabía que la muerte era inevitable.

 

“¿Llegamos tarde?” preguntó Ephy, con una voz que intentaba mantenerse firme pero que traicionaba la angustia de ver caer a sus hermanas.

 

“No.” Xena desenvainó su espada, sintiendo el familiar peso del metal en su mano. Por un momento, se preguntó si el arma sería tan efectiva en su estado actual, el fantasmagórico, pero cuando la luz se reflejó en el filo y sintió el balance entre sus manos, supo que Cosmos había hecho bien su trabajo. "Llegamos justo a tiempo".

 

“¡Kharis, Diônê y Ephy, por el flanco izquierdo!” —gritó Xena mientras cabalgaba colina abajo”. ¡Gabrielle, Rhodē, conmigo al centro!

 

Xena vio cómo las tres hermanas se movían como una unidad perfecta, hacia la dirección que les había señalado. A pesar de que Kharis y Diônê no lo sabían, Ephy tenía mucha experiencia peleando a su lado, con sus otras versiones, por lo que se desenvolvía a la perfección junto a ellas en el campo de batalla.

 

La pelea era un torbellino de acero y sangre, pero cuando Xena se acercó lo suficiente para ver a los enemigos, se detuvo en seco. Algo llamó la atención de todas las amazonas. En el otro extremo de la colina Ephy, Kharis y Diônê también habían frenado. Ante ellas se encontraban media docena de criaturas monstruosas, partiendo las líneas defensivas amazonas lideradas por Varia con facilidad.

 

"¿Qué diablos...?" murmuró Xena, y esa vacilación casi le costó la cabeza, cuando la criatura más pequeña se abalanzó sobre ella de un sólo salto.

 

Pero su ánimo no aminoró. Su grito de guerra resonó por el valle como el rugido de un animal. Las criaturas de Dahak que se alimentaban de los caídos levantaron sus cabezas deformes, confundidas por el sonido que recordaban de pesadillas ancestrales.

 

Esas cosas habían comenzado siendo guerreros—eso era evidente por los restos de armadura que aún colgaban de sus torsos. Pero sus brazos se habían... estirado. No había otra palabra para describirlos. Se extendían como serpientes viscosas, cada extremidad del grosor de su muslo y tan larga como una lanza, terminando en garras que goteaban un líquido negro que quemaba la tierra donde caía. Cuando Xena le cortó uno de esos apéndices, la criatura no gritó—simplemente miró el muñón por un momento, como si el dolor fuera un concepto ajeno a su existencia.

 

"¡Gabrielle!" gritó por encima del estruendo. "¡Estas cosas no son normales!”

 

Como para confirmar sus palabras, una bestia parecida a un caballo se arrastraba hacia un grupo de amazonas jóvenes. Xena necesitó varios segundos para procesar lo que veía: la criatura se movía sobre seis patas, pero no eran patas de animal—eran piernas humanas, completamente formadas, con rodillas que se doblaban en la dirección correcta pero que pertenecían a diferentes cuerpos. Y donde debería estar su cabeza había un rostro humano incrustado en el torso, invertido, con la boca abierta en un aullido silencioso que mostraba hileras de dientes como dagas. Era alguna especie de híbrido entre centauro y humano, pero de una manera horrenda y salvaje.

 

En medio del caos de pelea, mientras esquivaban los ataques de las criaturas que aún las perseguían, Gabrielle se detuvo abruptamente. Con manos temblorosas pero decididas, desató el chakram que había llevado consigo durante más de un año—el peso familiar que había sido tanto consuelo como tortura en su cinturón.

 

"Xena," jadeó, extendiendo el arma circular hacia su compañera que luchaba por mantener estable su defensa. "Tómalo. Es tuyo.”

 

Xena la miró por un momento, comprendiendo el significado de ese gesto que iba mucho más allá de devolver un arma. Gabrielle había cargado con ese chakram como un recordatorio constante de lo que había perdido, y ahora se lo devolvía porque Xena estaba viva, estaba aquí, incluso si no era del todo real.

 

"Gabrielle—" comenzó Xena.

 

"Tómalo," repitió Gabrielle con más firmeza, presionando el metal frío contra la mano libre de Xena. "Ahora."

 

Xena cerró los dedos alrededor del chakram, sintiendo cómo el arma se acomodaba en su palma como si nunca se hubiera ido. Por primera vez desde su regreso, se sintió realmente  completa en ese cuerpo.

 

Sin pensarlo dos veces, hizo volar el chakram por instinto más que por estrategia, y apenas pudo saborear el dulce momento de sentirlo de nuevo en sus dedos, pues no podía perder ni un segundo. El arma decapitó limpiamente a algo que se alzaba cinco metros por encima de dos amazonas caídas—una masa de músculos retorcidos que podría haber sido una serpiente gigante si no fuera por los múltiples ojos que parpadeaban de forma desincronizada a lo largo de todo su cuerpo. La sangre que brotó no era roja, sino plateada.

 

"¡Esto es imposible!" gritó Diônê. "¡Los cuerpos no funcionan así!”

 

Pero terroríficamente, lo hacían. Las sombras mismas parecían curvarse y retorcerse, dando forma a horrores que desafiaban toda anatomía conocida: criaturas que parecían hechas de huesos humanos soldados incorrectamente, brazos que servían como patas y extremidades que se doblaban en tres direcciones diferentes. 

 

Pero los humanos en medio del enfrentamiento eran, de alguna manera, aún más perturbadores en su espeluznante normalidad. Xena reconocía las túnicas de las aldeas cercanas—el delantal ensangrentado de un panadero, el vestido desgarrado de lo que había sido una madre joven, las ropas pequeñas de niños que no podían tener mucho más de diez años. A simple vista parecían completamente normales, hasta que los mirabas a los ojos.

 

Completamente negros. Como pozos sin fondo. Y de sus bocas goteaba la misma sustancia plateada que las criaturas deformes.

 

Lo verdaderamente inquietante llegó cuando comenzaron a moverse. El anciano panadero levantó a una amazona adulta con una sola mano y la arrojó contra un árbol con la fuerza suficiente para astillar la madera. Una joven que no debía pesar mucho más que una pluma saltó de árbol en árbol con una agilidad animal, descendiendo sobre las amazonas con uñas que ahora eran garras negras capaces de atravesar su piel.

 

"¡No los mates!" gritó Gabrielle mientras esquivaba el hacha de lo que una vez había sido un joven, cuyo rostro mantenía una expresión dulce pero no inocente mientras trataba de partir a Gabrielle por la mitad. "¡Son víctimas también , Xena!”

 

Pero desarmar a alguien que no sentía dolor era como intentar detener una avalancha con las manos desnudas. Xena vio a Kleio—una amazona con veinte años de experiencia—caer cuando subestimó a un niño poseído. El pequeño se había movido como una araña, corriendo en cuatro patas antes de saltar y hundir dientes que ahora eran demasiado largos y afilados en el cuello de la guerrera.

 

El aire mismo parecía espesarse con cada minuto que pasaba, como si la presencia de tantas abominaciones estuviera corrompiendo la realidad circundante. Xena podía sentir cómo su forma física se volvía menos sólida—los bordes de su visión se difuminaban ocasionalmente, recordándole que Cosmos le había prestado este cuerpo y el préstamo tenía un límite de tiempo que se acortaba, al igual que la esperanza de las pocas amazonas que sobrevivían aún en aquel lugar.

 

A su derecha, Ephy pelaba con movimientos que eran mitad amazona, mitad algo completamente diferente. Había algo en la forma en que danzaba entre los enemigos que hacía que las criaturas de sombra vacilaran—sólo por una fracción de segundo, pero suficiente para que pudiera esquivar ataques que deberían haber sido imposibles de eludir. Como si reconocieran en ella una luz que las lastimaba, o quizás las confundía.

 

"¡Ephy, cuidado!" gritó Gabrielle.

 

Una de las criaturas-hueso había flanqueado a la joven, sus cinco brazos moviéndose independientemente para atacar desde todos los ángulos. Pero Ephy no retrocedió. En cambio, algo extraordinario sucedió: por un momento, su sable emitió un resplandor plateado muy tenue, y la criatura se detuvo completamente. Sus múltiples extremidades temblaron, como si luchara contra algo interno, antes de que Ephy lo atravesara. Este cayó al suelo y ya no se levantó.

 

Xena y Gabrielle intercambiaron sus miradas.

 

Pero incluso con esta ventaja inesperada, la batalla se estaba volviendo desesperada. Por cada enemigo que caía, las sombras parecían ganar fuerza. Las amazonas luchaban valientemente, pero Xena podía ver el agotamiento en sus movimientos, la desesperación creciente en sus gritos de batalla.

 

Desde su trinchera, Ephy corría hacia donde había visto caer a Kharis y Diônê bajo el ataque de varios hombres. Su corazón se contraía—no importaba que estas no fueran exactamente las hermanas de su mundo, el instinto de protegerlas era más fuerte que nada más.

 

Las encontró luchando espalda contra espalda, rodeadas por cinco aldeanos que se movían con esa terrible fuerza sobrenatural. Kharis sangraba de un corte en la frente que le nublaba la visión, mientras Diônê cojeaba visiblemente de la pierna izquierda.

 

"¡Kharis! ¡Diônê!" gritó Ephy mientras se abría paso a través de la masa de enemigos.

 

El que había sido un joven pastor se interpuso en su camino, sus ojos completamente negros fijos en ella con un hambre que no tenía nada de humano. Ephy desenvaínó su sable y, en el momento en que el metal tocó la luz, sucedió de nuevo.

 

El filo comenzó a brillar con una luz plateada pura, tan intensa que por un momento cegó tanto a aliados como enemigos. El joven poseído se detuvo abruptamente, llevándose las manos a los ojos con un gemido que sonaba casi humano nuevamente.

 

Ephy aprovechó la confusión para llegar hasta sus hermanas amazonas, su sable brillante cortando un camino limpio a través de los atacantes que ahora retrocedían instintivamente ante la luz.

 

"¿Están bien?" preguntó mientras se colocaba junto a ellas, formando un triángulo defensivo.

 

"Mejor ahora," jadeó Kharis, limpiándose la sangre de los ojos. "¿Qué es esa luz?"

 

"No lo sé," confesó Ephy. El sable nunca antes había brillado en su mundo. "¡Pero funciona!"

 

Confirmando sus palabras, tres criaturas-hueso se acercaban desde diferentes direcciones, sus formas imposibles moviéndose con una coordinación perturbadora. Una de ellas—construida principalmente con costillas humanas que funcionaban como patas aracniformes—chasqueó sus mandíbulas desencajadas en dirección a Diônê.

 

"¡Formación!" gritó Ephy, y sin saber cómo, las tres se movieron como una sólida unidad.

 

Casi por intuición, Kharis flanqueó por la izquierda cuando la criatura-hueso se lanzó hacia ella con un sonido como troncos rompiéndose. De las hermanas de Ephy, Kharis era la más fuerte, por lo que tenía probabilidades de ganar ese cara a cara.

 

Diônê, fiel a su naturaleza agresiva, atacó de frente a la segunda criatura, su daga buscando lo que esperaba fuera un punto vital entre la maraña de huesos mal ensamblados.

 

Ephy levantó su sable hacia la tercera, y la luz se intensificó. La criatura no sólo se detuvo—comenzó a retroceder, sus múltiples extremidades temblando violentamente como si la luz fuera físicamente dolorosa.

 

Pero fue entonces cuando los hombres las rodearon.

 

El primero era uno de mediana edad que debía haber sido herrero—sus brazos, ahora poseídos por una fuerza sobrenatural, blandían un martillo con la fuerza suficiente para aplastar piedras. Kharis lo esquivó por centímetros, sintiendo el viento del golpe que habría destrozado su cráneo.

 

"¡Son demasiado fuertes!" gritó Diônê, luchando por mantener a raya a lo que había sido una mujer joven cuyas manos desnudas ahora dejaban marcas profundas en el metal de su escudo.

 

Entonces Ephy levantó su sable por encima de su cabeza, y la luz se expandió en un pulso que alcanzó a todos los enemigos en un radio de diez metros. Esta vez, no sólo las criaturas de sombra retrocedieron—los hombres poseídos también vacilaron, como si algo dentro de ellos luchara por un momento contra el control de Dahak.

 

En esos segundos, las tres amazonas aprovecharon para reagruparse y comenzar a ayudar a sus hermanas heridas de los alrededores a salir del enfrentamiento.

 

Mientras tanto, en el centro de la batalla, Gabrielle y Rhodê eran lideradas por Xena en el ataque más directo y brutal. Rhodê, se horrorizó al ver a una criatura con forma de serpiente devorar el brazo de una amazona caída.

 

"¡Rhodê, mantente cerca de Gabrielle!" ordenó Xena mientras su chakram describía arcos mortales, cortando a través de una masa viscosa que había intentado estrangularla segundos atrás, con tentáculos que terminaban en manos humanas.

 

Gabrielle luchaba con una furia que Xena reconocía—la misma furia que aparecía cuando alguien amenazaba a las personas que amaba. Sus sais iban de arriba a abajo, rompiendo huesos y atravezando pieles con una eficiencia que impresionaba a la joven amazona.

 

"¡No puedo detenerlos!" gritó Rhodê, su espada atravesando el torso de lo que había sido un guerrero. Incluso herido de muerte, el hombre siguió avanzando, obligándola a retroceder hasta que Gabrielle lo derribó con un golpe en la base del cuello.

 

Fue cuando empujaron más profundamente hacia el centro que Xena pudo ver claramente lo que estaba sucediendo en el corazón de la batalla. Y lo que vio hizo que su sangre se helara.

 

Varia estaba completamente rodeada.

 

La Reina Amazona luchaba como una leona acorralada, su espada—ahora visiblemente mellada—describiendo arcos desesperados para mantener a raya a un círculo cada vez más cerrado de enemigos. Tenía cortes en los brazos y una herida en el costado que empapaba su ropa de sangre, pero seguía en pie, seguía luchando.

 

Fue entonces cuando la vio.

 

En la cima de la colina opuesta, observando la masacre con una sonrisa que helaba la sangre hasta en las venas, estaba Hope. Pero incluso Xena, que creía haber visto todas las formas posibles del mal, necesitó un momento para procesar lo que tenía ante sus ojos.

 

Esta no era la Hope que habían conocido—esta era algo que había tomado todo el odio puro de Dahak y lo había forjado en una forma completamente nueva. Su rostro mantenía los rasgos de Gabrielle, pero afilados con crueldad: pómulos más marcados, ojos hundidos y una sonrisa que nunca había conocido la compasión. Tres marcas de sangre cruzaban su frente y mejillas, como si tuvieran vida bajo su piel. 

 

Vestía una armadura de cuero negro entretejido con placas de un metal rojo oscuro. Pero lo más perturbador era que la armadura no tenía hebillas ni correas visibles—se adhería a su piel como si fuera parte de ella, y donde terminaba el metal y comenzaba la carne era imposible determinarlo. En algunos lugares, las placas parecían fundirse directamente con su piel.

 

Sus ojos—todavía del mismo color de Gabrielle—ahora ardían con un fuego verde enfermizo que se reflejaba no solo en el filo de la espada que sostenía, sino en cada superficie metálica a su alrededor. Cuando parpadeaba, que hacía con una lentitud deliberada y perturbadora, la luz verde se intensificaba por un momento antes de volver a su resplandor constante.

 

Hope alzó su espada, la hoja larga y curvada estaba hecha de un metal negro. Cuando la movió, el arma emitió un sonido muy suave, como el susurro de viento y un tenue silbido , y el aire alrededor del filo se distorsionó como ondas de expansión. Donde la espada había cortado el aire, por un momento parecía dejar heridas en la realidad misma—líneas oscuras que tardaron segundos en cerrarse.

 

Su comportamiento era lo que más había cambiado. La Hope que habían conocido había sido impulsiva, emocional en su maldad, desesperada por cumplir los planes de su padre. Esta Hope se movía con una paciencia depredadora que hablaba de una fría planificación. No había urgencia en sus gestos, no había rabia ciega. Solo una fría satisfacción y una confianza absoluta en su propio poder.

 

Hope levantó una mano con movimiento casual, casi aburrido. El gesto fue tan sutil que podría haber estado ahuyentando una mosca, pero inmediatamente tres de las criaturas más grandes—incluyendo la bestia de seis patas humanas—se apartaron de sus objetivos actuales. 

Como soldados obedientes respondiendo a una orden silenciosa, comenzaron a avanzar en formación directamente hacia donde Varia luchaba, completamente rodeada, sin esperanza de escape. Las criaturas simplemente... sabían. Como si compartieran una mente colmena con su reina en el centro, Hope.

 

"No," murmuró Xena, comprendiendo la intención. "¡No!"

 

Pero estaba demasiado lejos, y aún había demasiados enemigos entre ella y la Alta Reina Amazona. A su lado, Gabrielle había llegado a la misma terrible conclusión.

 

Hope no estaba tratando de ganar la batalla.

 

Estaba cazando a Varia.

 

"¡Rhodê!" gritó Xena. "¡Abre camino hacia Varia!”

 

La amazona asintió y se lanzó hacia adelante con una determinación que habría hecho sentir orgulloso a cualquiera de sus hermanas, pero por cada enemigo que derribaban, dos más ocupaban su lugar. Era como luchar contra la marea, cada paso hacia adelante les costaba un esfuerzo sobrehumano, y el tiempo se les agotaba. Y pese a ello, Rhodê no desistía.

 

Finalmente gritó cuando una garra le atravesó el hombro, pero siguió avanzando, su espada en modo de defensa desesperada. Gabrielle estaba a su lado, usando sus sais, pero incluso su habilidad tenía límites contra enemigos que no sentían dolor ni fatiga.

 

En la distancia, Varia seguía luchando. Su técnica seguía siendo impecable a pesar del agotamiento, cada movimiento simple y letal, pero las heridas se acumulaban. La sangre goteaba a causa de diversos cortes profundos en su cuerpo, y ya respiraba con demasiada dificultad.

 

Fue entonces cuando las tres criaturas grandes llegaron hasta ella.

 

La primera—la bestia de seis patas humanas—la atacó por la espalda mientras Varia estaba ocupada esquivando los golpes de un soldado poseído. Sus múltiples extremidades se movieron, obligando a la Reina Amazona a dar un salto desesperado que la dejó expuesta.

 

La segunda criatura, una masa de tentáculos con garras, aprovechó esa vulnerabilidad. Sus apéndices se extendieron como látigos, y uno de ellos logró enredarse alrededor del tobillo de Varia, derribándola.

 

Varia rodó instintivamente, evitando por centímetros las mandíbulas de la tercera criatura—la serpiente gigante con ojos múltiples—pero su espada astillada se quebró completamente al golpear contra las escamas blindadas del monstruo.

 

Desarmada, herida, rodeada.

 

En la colina, Hope sonrió más ampliamente y dio un paso hacia adelante, como si quisiera tener una mejor vista del momento final.

 

"¡Varia!" Gritó Xena, seguida de su grito de guerra.

 

Pero Varia, incluso en ese momento desesperado, no se rindió. Se las arregló para ponerse en pie, recogió los fragmentos más largos de su espada rota, y se preparó para vender cara su vida. Su mirada encontró la de Xena a través del caos, y en sus ojos había algo que no era miedo.

 

Era despedida.

 

Pero al fin Xena la tuvo a su alcance y pudo defenderla de los ataques de los monstruos de Hope. Sabía que no podría vencerlos a todos, pero podía demorarlos. Lo había visto minutos atrás, una ánfora rota del cuello pero con el fondo aún intacto. Los restos de otras pithoi a su alrededor revelaban que esta contenía vino. Y ahora, los ojos de Xena se encontraban enfocados en un pequeño fuego sobre unas maderas. Moviendo el cuerpo casi inerte de Varia, se acercó a donde quería. Tomó el vino y una madera aún con fuego en ella. 

 

De inmediato, una gran columna de fuego llegó a cada uno de los monstruos. Estaba hecho, esa era su ventana de escape.

 

Y en ese preciso momento, los ojos de Gabrielle encontraron a Hope en la colina, el mundo se detuvo.

 

No era solo el reconocimiento lo que la paralizó—era el peso aplastante de todos los errores, todas las decisiones imposibles, toda la culpa que había llevado como una piedra en el pecho durante años. Ahí estaba su hija. Su primera hija. La que había amado con una desesperación maternal que la había cegado a todas las señales de peligro. La que había tenido que matar con sus propias manos.

 

Y ahora Hope estaba ahí, transformada en una guerrera de la oscuridad.

 

"Gabrielle," murmuró Xena, notando cómo su compañera se había quedado completamente inmóvil. "Gabrielle, tenemos que…”

 

"Es ella," susurró Gabrielle, y las dos palabras contenían décadas de dolor. Sus sais temblaron en sus manos. 

 

"Es Hope.”

 

En la colina, como si hubiera sentido la mirada de su madre, Hope giró la cabeza directamente hacia ellas. 

 

Incluso a esa distancia, Gabrielle pudo ver el momento exacto en que la reconoció. La sonrisa de Hope se ensanchó, en una satisfacción cruel y depredadora.

 

Hope comenzó a descender la colina y las criaturas a su paso se apartaban automáticamente, como si fueran meras extensiones de su voluntad.

 

"Viene hacia acá, mi reina," dijo Rhodê, con la voz tensa, notando que debía ser un peligro aún más grande para que las criaturas la obedecieran. "¿Qué hacemos?”

 

Pero Gabrielle ya no la escuchaba. Su mente había saltado inmediatamente a Ephy. Ephy, que estaba en algún lugar del campo de batalla, luchando valientemente sin saber que Hope se acercaba para destruir todo lo que tocara.

 

El pánico la invadió, no por ella misma, sino por esa joven que había traído luz de regreso a su vida. Hope ya había matado sólo por hacerle daño a Gabrielle ¿Qué haría cuando viera a Ephy? ¿Cuándo supiera quién era ella?

 

"No," murmuró, y luego más fuerte: "¡No!”

 

Se giró desesperadamente hacia donde había visto por última vez a Ephy, Kharis y Diônê. La luz del sable de Ephy todavía pulsaba intermitentemente entre la masa de enemigos, como un faro en la tormenta.

 

Gabrielle puso sus dedos en la boca y emitió el silbido agudo y distintivo que las amazonas de su tribu usaban para la retirada de emergencia. Luego lo repitió, más fuerte, más urgente.

 

"¿Retirada?" Rhodê la miró confundida. "¿Ahora?”

 

"¡Sí, ahora!" gritó Gabrielle, sin apartar los ojos de Hope, que seguía acercándose con esa calma terrible.

 

"¡Reagrupa a todas las que puedas! ¡Nos vamos!”

 

"Pero Varia…”

 

"Xena y yo nos encargaremos de Varia. ¡Ahora vete!”

 

Era una mentira a medias. Sí, la batalla estaba perdida, eso era obvio. Pero la verdadera razón por la que Gabrielle daba órdenes de retirada mientras su corazón se desgarraba era mucho más simple y egoísta: No podía soportar ver a Hope lastimar a Ephy.

 

No podía perder a otra hija.

 

En la distancia, vio la luz del sable de Ephy moverse en respuesta a la señal, las tres hermanas comenzando a retroceder hacia el punto de reagrupación. Gabrielle sintió un alivio momentáneo.

 

Pero cuando miró hacia Hope seguía acercándose con esa sonrisa depredadora, supo que había tomado la única decisión que podía vivir consigo misma.

 

"¡Xena!" gritó Gabrielle mientras comenzaba a moverse hacia ella. "¡Nos vamos! ¡Ahora!”

 

Corrieron juntas, Xena cargando el cuerpo casi inerte de Varia, Gabrielle cubriendo su retirada con miradas constantes por encima del hombro. Detrás de ellas, pudo escuchar la risa de Hope, y un grito.

 

"Por supuesto que huyes, madre. Pero no puedes huir para siempre."



La retirada fue un desastre controlado. Xena cubría la retaguardia mientras las otras ahora cargaban con Varia y las amazonas heridas que podían salvarse. Hope no las siguió, simplemente se quedó de pie entre los cuerpos de las caídas, riéndose con una alegría terrible.

 

Cada paso las llevaba más cerca de la aldea amazona, más cerca de una seguridad relativa, pero Gabrielle sabía que esto era sólo un aplazamiento. Hope había venido por ella, y tarde o temprano, tendría que enfrentar a su hija.



Sólo esperaba que para entonces, hubiera encontrado una manera de proteger a todos los demás.

 

El viaje de regreso a la aldea amazona fue una procesión fúnebre. Varia había perdido la consciencia, y solo los esfuerzos desesperados de las sanadoras mantenían su corazón latiendo. Las hermanas hablaban en susurros, sus voces quebradas por la pérdida.

 

“Perdimos a Parin —murmuró Diônê—. Y a Brya. Y a Thessa. Y a Emlyn...”

 

“Emlyn era apenas una niña —añadió Rhodē, con una rabia fría en su voz”.

“Todas eran nuestras hermanas —dijo Kharis, sin levantar la vista del cuerpo herido de Varia—. Todas”.

Ephy caminaba en silencio, pero Xena podía ver las lágrimas silenciosas que corrían por sus mejillas. Para ella, estas mujeres representaban también todo lo que había dejado atrás en su propio mundo. Verlas caer debía ser como morir un poco por dentro.

 

Las noticias de la derrota los habían precedido a su llegada. Las amazonas supervivientes se reunieron en silencio, sus rostros grabados con una pena que Xena conocía demasiado bien.



Llevaron a Varia al centro de la aldea, donde la depositaron suavemente sobre una camilla. La reina abrió los ojos, luchando por enfocar la mirada. Había perdido demasiada sangre durante la retirada, y todos lo sabían—incluso ella. Su respiración se había vuelto irregular, laboriosa, y cada vez que tosía, la sangre manchaba más su túnica.

 

Gabrielle estaba junto a la camilla, una mano sosteniendo la de Varia, sintiendo cómo el pulso se debilitaba con cada latido. No había palabras de aliento que ofrecer, no había promesas vacías de recuperación. Ambas habían visto suficientes heridas de batalla para reconocer cuando la muerte ya había puesto su marca en alguien.

 

Cuando llegaron a la tienda principal, Gabrielle ayudó a trasladar el cuerpo de Varia a su propia cama. Las otras amazonas se retiraron en silencio, dejándolas solas en esos momentos finales que pertenecían solo a ellas.

 

Varia abrió los ojos con esfuerzo, buscando el rostro de Gabrielle en la penumbra de la tienda. Su mano se movió débilmente, y Gabrielle la tomó entre las suyas.

 

"Estoy aquí," murmuró Gabrielle, acercándose para que Varia no tuviera que forzar la voz.

 

Los labios de Varia se movieron, formando palabras que tardaron en convertirse en sonido:

 

"Quería decirte... Gabrielle..."

 

Pero un espasmo la interrumpió, y cuando abrió la boca para continuar, solo salió sangre. Oscura, demasiada sangre. Varia cerró los ojos por un momento, frustrada por no poder formar las palabras que había guardado durante tanto tiempo.

 

"Está bien," susurró Gabrielle, apretando suavemente su mano. "No tienes que—"

 

Varia negó con la cabeza, débil pero determinada. Con un esfuerzo que le costó lo que le quedaba de fuerza, levantó su mano libre hacia su cuello. Sus dedos temblaron mientras luchaba con el cierre del collar que había llevado durante años—el símbolo de su autoridad como Alta Reina de la Alianza Amazona.

 

Gabrielle comprendió de inmediato y ayudó a desabrocharlo. El collar era una pieza hermosa: cuentas de colores entretejidas con cuero, con pequeñas plumas de y cuentas de ámbar que representaban cada tribu bajo su liderazgo. Pesaba más de lo que parecía, no solo por el metal circular que lo coronaba, sino por el peso de la responsabilidad que representaba.

 

Con dedos que ya no le obedecían completamente, Varia tomó el collar y lo colocó en la palma abierta de Gabrielle. Sus dedos ensangrentados se cerraron sobre los de Gabrielle por un momento, ejerciendo una presión que decía todo lo que las palabras no podían expresar.



Gabrielle sintió el peso del momento, el peso del collar, el peso de lo que Varia le estaba entregando. No era solo un símbolo de autoridad—era el futuro de todas las tribus amazonas, puesto en sus manos por una mujer que había dedicado su vida a protegerlas.

 

"Varia..." comenzó, pero cuando miró hacia abajo, los ojos de la Reina Amazona ya se habían cerrado por última vez.

 

El collar quedó en su palma, tibio aún por el calor del cuerpo de Varia, y Gabrielle pudo ver las huellas de sangre que habían quedado impresas en el metal —marcas oscuras que contrastaban con el brillo de la plata como un recordatorio silencioso del precio que se había pagado por cada decisión, cada batalla, cada vida que Varia había tratado de salvar.

El funeral comenzó al anochecer. Una por una, las amazonas encendieron antorchas, hasta que toda la aldea brilló con luz dorada. Los cuerpos de las caídas fueron colocados sobre piras funerarias, sus armas a su lado, sus rostros en paz por primera vez en días.

 

Cuando las llamas del fuego funerario se alzaron hacia el cielo nocturno, el collar seguía en las manos de Gabrielle.

 

Kharis, que estaba de pie junto a ella, notó cómo Gabrielle seguía pasando los dedos sobre esas manchas.



Mientras el fuego consumía el cuerpo de Varia y llevaba su espíritu hacia la tierra sagrada de las amazonas, Gabrielle sostuvo el collar contra su pecho. Eran un juramento silencioso, un recordatorio de que el liderazgo siempre se pagaba con sangre, ya fuera la propia o la de aquellos que confiaban en ti.

 

Cuando las llamas finalmente se apagaron y solo quedaron las cenizas. Gabrielle sabía lo que tenía que hacer. Se colocó el collar alrededor del cuello por primera vez. El metal frío se asentó contra su piel, pesado con responsabilidad y memoria.

 

Las amazonas necesitaban ahora a una reina, una en quien confiar y a quien seguir. Y ella ocuparía ese lugar… hasta que alguien más digna se ganara ese lugar.

 

Xena se mantuvo apartada, observando. Sabía que su tiempo se agotaba. Pero podía ver a Gabrielle en el centro de todo, aceptando las condolencias, ofreciendo consuelo, siendo la líder que siempre había sido destinada a ser.

 

"Nunca las olvidaremos —dijo Ephy, hablando por primera vez desde la batalla. Estaba de pie con sus hermanas, todas ellas con lágrimas en los ojos pero con la barbilla en alto—. Chryseis , Atossa , Thessa, Dikaia, Brya, Varia... —repitiendo cada uno de los nombres de las caídas en batalla—, todas las hermanas que perdimos hoy. Su valentía será recordada mientras quede una amazona con vida en el mundo.



"Sus nombres serán recordados" —repitieron las otras al unísono.



Las llamas se alzaron hacia las estrellas, llevando consigo las almas de las guerreras caídas. Y en el resplandor del fuego, Xena pudo ver el futuro que se extendía ante ellas: más batallas, más pérdidas, pero también esperanza.



Gabrielle todavía llevaba la sangre de la reina amazona manchando sus manos. Las últimas palabras de Varia aún resonaban en el aire cargado de humo y cenizas. ¿Qué había querido decirle? El peso de una nación que ahora descansaba sobre sus hombros.

 

Las demás amazonas se habían retirado a una distancia respetuosa, algunas llorando en silencio, otras simplemente aún en shock de la terrible batalla perdida contra Dahak y Hope. El aire olía a muerte y a futuro incierto.

 

Ephy había estado observando junto a Kharis, Diônê y Rhodē, con los ojos fijos en el cuerpo de Varia y en su madre que se negaba a retirarse. Sin decir palabra, se alejó unos pasos y se sentó en un tronco cercano con su lira en las manos. Las primeras notas surgieron suaves y melancólicas, una melodía triste que parecía capturar todo el dolor del momento—un réquiem que flotaba en el aire nocturno como una lamentación.

 

La música envolvía la escena del funeral con una tristeza tan pura que incluso las amazonas más curtidas sintieron cómo las lágrimas amenazaban con brotar. Las notas se alzaban y descendían como suspiros, cada acorde cargado de una pena que trascendía las palabras.

 

Pero a mitad de la canción, como si algo se hubiera roto dentro de ella, Ephy se detuvo abruptamente. Sus dedos temblaron sobre las cuerdas por un momento antes de que dejara caer la lyra y se diera la vuelta, alejándose de ahí lo más rápido que pudo, ignorando a Kharis cuando la llamó por su nombre.

 

 

Gabrielle la vio alejarse, pero no pudo seguirla de inmediato. Primero tuvo que realizar una reverencia que merecían sus hermanas caídas y susurrar unas palabras de honor que bien sabía no alcanzaría a traer de vuelta a ninguna de ellas.

 

Minutos después, encontró a Ephy en el interior de su cabaña, con lágrimas silenciosas en su rostro. Eran lágrimas de impotencia, de tristeza pura.

 

"Ephy..." Gabrielle se arrodilló junto a ella, extendiendo una mano vacilante hacia su hombro. Sus propias manos aún temblaban.

 

"Lo siento", logró decir Ephy entre el dolor y la rabia. "Lo siento, mamá. Lo siento." Sus palabras se dirigían tanto a Gabrielle como al vacío, como si estuviera disculpándose con ella y alguien más. La Ephiny de su mundo. "Siento haberle fallado a la nación. Es mi deber protegerlas siempre, y yo... yo no pude salvarlas. No lo sabía.”

 

"¿Qué no sabías?"

 

"Lo que mi sable puede hacer.”

 

Gabrielle arregló su cabello detrás de su oreja.

 

"Dime".

 

"Este sable es un regalo. Me lo entregaron, partido en dos. Para repararlo se necesitaba una ofrenda, mi propia sangre."

 

El rostro de Gabrielle cambió. Recordó la petición de Cosmos, el sacrificio de Ephy. Su sangre derramada para traer a Xena y detener a Dahak.

 

"También lo siento", la interrumpió Gabrielle suavemente, su propia voz quebrándose. "Porque no cambiaría todo el mundo por mantenerte a ti y a Xena a salvo. No soy la reina que Varia creyó que sería." Se detuvo, la verdad saliendo como una confesión. "Ordené la retirada porque no podía perderte. Y por eso muchas murieron."

 

Ambas se miraron entonces, sorprendidas por la honestidad brutal de la otra, por la complejidad de emociones que compartían. En los ojos de Ephy, Gabrielle vio el reflejo de su propia lucha entre el deber hacia la nación y el amor hacia su familia.

 

El sonido de pasos familiares se acercó a la entrada de la cabaña. Xena apareció en el umbral, sus ojos moviéndose rápidamente entre Gabrielle y Ephy, evaluando la situación íntima de la escena, y si ella pertenecía ahí.

 

"¿Están bien?" preguntó en voz baja, aunque era obvio que ninguna de las dos estaba bien.

 

Gabrielle le asintió, con una sonrisa triste, tomó las manos temblorosas de Ephy entre las suyas antes de responder.

 

"Prométeme algo", le dijo a Ephy con voz firme, aunque sus ojos brillaban con lágrimas contenidas. "Sin importar lo que pase, sin importar las decisiones que cualquiera de nosotras tome... promete que siempre protegerás tu familia. Siempre."

 

Ephy asintió, secándose las lágrimas con el dorso de la mano mientras Xena se acercaba y se sentaba junto a ellas.

 

"Lo prometo."

 

Xena extendió un brazo, abrazando a ambas. Se quedaron en silencio por un momento, respirando juntas en la penumbra de la cabaña mientras el sonido distante de los cantos funerarios llegaba hasta ellas.

 

Finalmente, Ephy habló de nuevo, su voz más calmada pero urgente.

 

"Necesito ir a Abdera", dijo. "Tengo que advertir al templo. Y tengo que advertir a Thais."

 

Gabrielle sintió algo moverse en su pecho al escuchar ese nombre. No conocía a Thais, pero por la forma en que Ephy lo había dicho, sospechaba que era alguien importante para la joven amazona.

 

Xena la miró con curiosidad, pero fue Gabrielle quien preguntó gentilmente:

 

"¿Thais?"

 

Ephy las miró a ambas, y por primera vez desde que había huido del lugar de la batalla, una pequeña sonrisa tocó sus labios - frágil, pero real.

 

"Es... es importante para mí. Y está en Abdera. Si Dahak avanza hacia el sur...”

 

"No, es peligroso, Ephy. Si Hope…"

 

"No irá sóla, mi reina" dijo alguien en la puerta. Era Kharis.

 

"Nosotras la acompañaremos" dijo Diônê apareciendo tras ella

 

"Volveremos por la mañana" aseguró Rhodē.



"¿Por qué hacen esto?" preguntó Ephy sorprendida.

 

"¿Eres nuestra hermana, cierto?" dijo Kharis con una sonrisa algo triste que le hizo recordar a la Kharis de su mundo.

 

"Y en caso de que no lo notaras, no salvaste el trasero un par de veces ya. Básicamente te lo debemos" concluyó Diônê. 

 

Ephy miró a Gabrielle y Xena, quienes no parecían convencidas de la idea.

 

"Iré" sentenció Ephy. "Con el ejército de Dahak al norte, el camino a la costa es seguro esta noche".

 

 

"Usaremos dos caballos, descansaremos a los nuestros a medio camino y así llegaremos más rápido" señaló Rhodē.

 

Xena le dio un pequeño empujón a Gabrielle.



"Sólo una noche" dijo al fin "no estaré tranquila hasta tenerte de regreso. No después de todo lo que pasó hoy.”

 

Ephy asintió y Gabrielle caminó hasta ella.

 

"Cuídate mucho, por favor.”

 

"Lo haré, lo prometo".

 

"Te amo, thugatēr”

 

Le dejó un beso en la frente con las manos en sus mejillas que temblaban ligeramente ante la idea de separarse de ella esa noche.

 

Le hizo un gesto a Xena con la mano, despidiéndose. Sus hermanas fueron por los caballos y ella las seguiría. Pero recordó que también debía despedirse de Xena.

 

Ephy se detuvo a unos pasos de Xena, la incertidumbre visible en sus ojos. No sabía qué decir ni cómo actuar. Había luchado junto a esta mujer, había visto su fuerza, su determinación, pero también algo que las historias nunca mencionaron: su humanidad.

 

"Xena, yo..." comenzó, pero las palabras se le atoraron en la garganta.

 

La guerrera se acercó lentamente, estudiando el rostro de la joven. Había algo familiar en esos ojos.

 

"Regresa sana y salva," dijo Xena con voz firme pero no desprovista de calidez. "Gabrielle te necesita a su lado."

 

Ephy asintió, pero no se movió. Sabía que cuando el sol saliera, Xena habría regresado al mundo espiritual. Esta era su despedida.

 

"En mi mundo," dijo finalmente, "las leyendas hablan de la Conquistadora. De su poder, de su valentía en guerra." Hizo una pausa, buscando las palabras correctas. "Pero nunca mencionan lo que vi estos días. Tu amor por ella."

 

Xena permaneció en silencio, pero algo en su expresión se suavizó.

 

"Las leyendas raramente cuentan toda la verdad," respondió. 

 

Un silencio cargado se extendió entre ellas. A lo lejos, se escuchaba el sonido de los cascos de los caballos aproximándose.

"Cuídala cuando yo no esté," dijo Xena, y por primera vez desde que Ephy la conocía, su voz se quebró ligeramente. "Ella... ella es todo para mí."

 

"Lo haré," prometió Ephy, y esta vez su voz sonó segura. "Y Xena... gracias. Por todo."

 

La guerrera extendió su mano, y Ephy la tomó en un apretón firme.

 

"Es hora de irte," murmuró Xena, soltando su mano.

 

Ephy asintió y se dirigió hacia donde la esperaban sus hermanas con los caballos. Antes de montar, se volvió una última vez.

 

Xena seguía ahí, inmóvil como una estatua, observándola partir. La luz de las antorchas creaba sombras largas en su rostro, y Ephy se dio cuenta de que estaba viendo a un fantasma que pronto desaparecería con el amanecer.

 

Cuando Ephy finalmente salió de la cabaña, Xena apretó fuerte la mano de Gabrielle.

 

"Va a estar bien", dijo, aunque su propia voz traicionaba la incertidumbre.

 

Gabrielle se acurrucó contra el hombro de Xena, respirando el familiar aroma a cuero y acero que siempre la tranquilizaba.

 

"Eso espero", murmuró.

 

Xena sonrió en la oscuridad.

 

"Ahora me toca a mí decir adiós.”

 

"Lo sé", susurró Gabrielle, aferrándose más fuerte, pero sus manos comenzaron a pasar a través del cuero y la carne que se desvanecían. "Quisiera que pudieras quedarte esta noche."

"Lo sé" dijo con una leve sonrisa. "De verdad quería ver a Argo, gracias por no llevarlo a batalla".

 

"Aún no me obedece como a ti" dijo también ella intentando reír, pero no lo lograba realmente.

 

Se abrazaron.

 

"Tengo que irme, Gabrielle." La voz de Xena era gentil pero firme. "Pero esta vez será diferente.”

 

"¿Diferente cómo?" Las palabras dejaban su garganta, pero se sentía como un sueño mientras veía a la mujer que amaba convertirse lentamente en luz y recuerdos.

 

Xena levantó una mano translúcida y acarició la mejilla de Gabrielle una última vez.

 

"Porque esta vez no es para siempre. Dahak todavía camina entre los vivos, y mientras lo haga, el equilibrio está roto." Sus ojos se intensificaron con una determinación que Gabrielle reconoció inmediatamente. "Voy a volver, Gabrielle. Para terminar lo que empezamos hoy.”

 

"¿Me lo prometes?" La voz de Gabrielle se quebró.

 

"Te lo prometo." Xena comenzó a retroceder hacia la entrada de la cabaña, su forma ya casi transparente. "Cuida a Ephy. Y cuídate a ti misma.”

 

"Xena, yo...”

 

"Lo sé." La sonrisa de Xena era radiante, llena de todo el amor que habían compartido a través de los años. "Yo también te amo. Siempre.”

 

Y con esas palabras, se desvaneció completamente, dejando solo el eco de su voz y la promesa que flotaba en el aire como una oración.

 

Gabrielle se quedó sola en la penumbra de la cabaña.

 

Xena regresaría. Tenía que regresar.

 

Y cuando lo hiciera, estarían listas.

 


-



El mundo de Xena La Conquistadora

Cerca de Corinto

Más de veinte años atrás

 

El sol caía sobre la costa de Stimfalia, bañando de un resplandor dorado todo el horizonte del gran lago. Gabrielle se encontraba sentada sobre una piedra junto a la ladera de la colina frente al mar, con el cabello largo y rojizo, un tanto alborotado por el viento. En su regazo reposaba un pergamino lleno de versos a medias, el estilete entre sus dedos temblando ligeramente. Llevaba horas allí, en silencio, como si el sonido del calmo oleaje pudiera acallar el rugido de los ejércitos que avanzaban por el mundo conocido.

 

Acamparía ahí esa noche, como en muchas otras ocasiones. Pero aquella sería la primera vez que lo haría cargando el peso de una decisión que podría cambiar todo.

 

Desde la llegada de las noticias del norte, todo se sentía irreal. Las ciudades caían una tras otra bajo las garras de la Conquistadora, y sin embargo, Gabrielle seguía escribiendo odas al amor mientras el mundo se desangraba. Xena estaba en cada rumor de batalla, en cada refugiado que llegaba con historias de horror, en el eco aterrador de su nombre que susurraban los vientos. Una sombra que crecía y devoraba todo a su paso.

 

Entonces el viento cambió. Una fragancia inesperada —jazmín y miel en pleno atardecer— pareció brotar de la nada. Un leve resplandor rosado chispeó a su lado, y con un destello suave, Afrodita apareció entre la luz, descalza sobre las piedras, contemplando a Gabrielle.

 

"Bueno, eso parece terriblemente pesado para una princesa amazona", dijo con su tono habitual, señalando su pergamino. "¿Otra oda melancólica sobre el estado del mundo, pequeña? Llevas demasiados días así, no me gusta verte triste. Me deprime."

 

Gabrielle no la miró de inmediato. Sus ojos seguían fijos en el horizonte, donde el sol comenzaba a sumergirse en el mar. Su mente la llevaba hasta los mapas que había estudiado, marcando cada territorio conquistado de Grecia y sus alrededores. La reina Melosa les había contado los planes de ella y otras reinas de emigrar pronto, quizá a Tracia, lejos de las batallas en la frontera de Macedonia. Refugiarse en conjunto, como una gran nación amazona, parecía la última salida antes de que el ejército de Xena llegara hasta su territorio.

 

"Sabes", dijo al fin, con voz suave, desprovista de su usual calidez, "los corazones en conflicto me llaman. Incluso los que no saben si deben refugiarse o luchar."

 

Gabrielle bajó la mirada hacia sus propias manos. Las tenía manchadas de tinta, pero también tenía rastros de tierra. Por la mañana había estado entrenando con sus hermanas amazonas hasta que la incertidumbre la venció.

 

"Es difícil saber si quedarse es sabiduría... o cobardía esperando a que la tormenta llegue hasta nosotras."

 

Afrodita suspiró. Se sentó sobre una roca cercana, no demasiado lejos, pero sin invadir su turbulencia interior.

 

"Yo no vine a decirte qué camino tomar. Ni a prometerte que cualquier decisión será fácil. Sólo... sentí que estabas empezando a olvidar que hay más cosas en este mundo que fantasear con futuro incierto."

 

Gabrielle alzó la vista lentamente. No había desesperación en sus ojos, pero sí una determinación que luchaba contra el miedo. Afrodita le sostuvo la mirada. Su belleza resplandecía, como siempre, pero había en ella una ternura protectora, más allá de su encanto divino. Y entonces sonrió con un sentimiento que sólo le dedicaba a la barda. Se acercó más a ella y le dijo casi en un susurro:

 

"No puedo detener lo que viene. Pero puedo darte algo más valioso que la guerra o la paz. Algo que... te recuerde por qué vale la pena que exista la belleza en este mundo."

 

Afrodita inclinó apenas la cabeza. Los labios de la diosa del amor se acercaron a los suyos. Gabrielle titubeó. Su boca se entreabrió. Sólo asintió, leve, como quien acepta un destino inevitable.

 

Entonces sus labios por fin se besaron y el mundo, por un instante eterno, desapareció.

 

No fue un beso de deseo carnal. Fue algo... divino, la encarnación del anhelo más puro. El deseo de proteger, de crear, de sembrar esperanza aunque el mundo pareciera perdido. Gabrielle sintió cómo una llama suave se encendía en su pecho, que fortalecía su alma ante la incertidumbre que la aguardaba. El aire a su alrededor vibró, sus sentidos se expandieron. Todo pareció intensificarse. El tacto de la brisa, el sonido del mar, el latido profundo de la tierra bajo sus pies. Incluso una certeza sobre su propio destino que no había sentido antes.

 

Era deseo, sí, de proteger todo lo hermoso que aún quedaba, de escribir historias que sobrevivieran a cualquier imperio, de respirar con la certeza de que el amor podía resistir incluso la más oscura de las conquistas. De que, sin importar lo que viniera, habría algo suyo en el futuro.

 

Mientras el beso profundizaba, la bardo sintió cómo la mano de Afrodita bajaba lentamente desde su cuello, pasando por sus pechos, hasta llegar a su vientre. Una vez ahí sintió una fuerte presión contra su cuerpo. La incertidumbre de inmediato se convirtió en un deseo mucho más primigenio.

 

Gabrielle jadeó apenas al separarse, aturdida y con los ojos muy abiertos, confundida pero fortalecida por igual. Corta de aliento y con una extraña sensación de plenitud, preguntó:

 

"¿Qué... qué hiciste?"

 

Afrodita le guiñó un ojo con su habitual coquetería.

 

"Planté una semilla, nada más. Una canción de esperanza. No necesitas cuidarla hoy. Sólo... dale todo tu amor cuando empiece a crecer. Agregué un poco de la esencia de Calíope y Apolo, con eso bastará."

 

Gabrielle tardó en responder. No entendía del todo a qué se refería con eso, pero sabía que algo había cambiado. Había algo invisible, pero presente. Una responsabilidad nueva y preciosa.

 

"Gracias", dijo al fin, con voz ronca.

 

Afrodita se encogió de hombros.

 

"No lo hagas costumbre. O sí. Después de todo, soy tu diosa madrina del amor... ¿o lo habías olvidado?"

 

Y con un destello suave, desapareció.

 

Gabrielle se quedó sola de nuevo. Pero ya no perdida. Se llevó dos dedos a los labios, como si intentara retener el calor del momento. Luego, y sólo entonces, sonrió con una determinación nueva. Su mano se posó instintivamente sobre su vientre. En su regazo, el pergamino comenzó a llenarse de palabras. No odas melancólicas esta vez, sino un canto de vida disfrazado de canción de cuna.

Chapter 15: Una canción de estrellas desoladas

Summary:

Xena viaja a otro mundo, a otro tiempo, en su búsqueda por reunir las piezas necesarias para enfrentar la oscuridad que amenaza su realidad.

~

Gabrielle comparte un momento íntimo con Ephiny mientras esperan el nacimiento de su hija.

Chapter Text

Todo cambió a su alrededor, espeso y cargado de una energía que trasciendió su corporalidad. Las estrellas y los planetas pasaron por sus ojos a gran velocidad hasta que llegó al templo de Cosmos. Xena sintió la familiar sensación de estar en presencia de algo infinitamente más grande que ella, pero esta vez no venía acompañada del temor de lo desconocido.

 

La voz del dios resonó en sus oídos, sino directamente en su conciencia, como si las palabras fueran tejidas en la misma fibra de su ser.

 

"¿Has comprendido ya las implicaciones de lo que enfrentas, Xena de Anfípolis? "

 

"Sé bien lo que arriesgo al regresar. Pongo en peligro a Ephy, a Gabrielle... y la redención de las almas de Higuchi. Pero esto... esto no es sólo Dahak. Es toda la maldad que se arrastra detrás de él. Una oscuridad que no debería existir en el mundo, no sin alguien que le ponga fin."

 

"Y Hope. No olvides a Hope."

 

Un escalofrío recorrió su columna. "Sí. Hope."

 

"Todo está conectado. El mal que sembró, las semillas de caos que plantó en múltiples realidades... Han encontrado la forma de converger. "

 

Xena entrecerró los ojos, procesando la información. Ya había tomado una decisión.

 

"El sable de Ephy... ¿tiene algo que ver con esto? ¿Con tu poder?"

 

Un silencio que se sintió como una eternidad antes de la respuesta.

 

"No. "

 

La simplicidad de la negativa la desconcertó.

 

"¿No?"

 

"Aunque no negaré que lo he usado a mi favor. Ephy es un punto fijo en el universo donde converge el amor en muchas formas. Pero el poder de ese sable no está relacionado conmigo, Xena. Está relacionado contigo. Con tu pasado, con tu redención."

 

"¿Conmigo?" La confusión se hizo evidente en su voz. "¿Qué tiene que ver mi redención con el sable de una chica de otro mundo?"

 

"Pronto lo sabrás, lo verás con tus ojos. Esta también es tu misión. Tu responsabilidad."

 

Xena procesó las palabras, sintiendo el peso de lo que estaba por descubrir. Luego habló de nuevo, con determinación renovada.

 

"Sé lo que necesitas de mí. Y sé lo que Ephy necesita para hacer su parte en esto." Hizo una pausa. "También creo que tú ya lo sabes. Su familia... Si hay alguna forma de traerlos de vuelta..."

 

"Sí." No había duda en su voz, solo determinación.

 

"El balance lo requiere, Xena. Su regreso, tu resurrección, la destrucción de Dahak... todas son piezas del mismo rompecabezas. Traer de vuelta a quienes ella perdió no es sólo una necesidad cósmica. Las fuerzas que se alinean para restaurar el equilibrio exigen ciertos... movimientos."

 

Hubo algo en el tono, una cualidad evasiva que Xena reconoció de inmediato. Años de negociar con dioses le habían enseñado a leer entre líneas.

 

"Hay algo más, ¿verdad?" Su voz se endureció. "Algo que no me estás diciendo."

 

"Siempre hay algo más, Princesa Guerrera. El universo es vasto y sus patrones son complejos. Lo que haces por la familia de Ephy es parte de un diseño mayor. Todo encajará en su lugar... a su debido tiempo. "

 

La respuesta no la satisfizo, pero Xena sabía cuando había llegado al límite de lo que un dios revelaría.

 

"Y ahora…"

 

Xena sintió el familiar tirón del desplazamiento dimensional, pero esta vez fue diferente. No hubo dolor, no hubo desorientación. Fue como si el universo mismo la estuviera llevando gentilmente a donde necesitaba estar.

 



-



El mundo que se materializó a su alrededor era familiar y extraño a la vez. Los olores, los sonidos, incluso la calidad de la luz... todo le recordaba a Tracia, pero había algo diferente. Algo más duro, más áspero.

 

Se encontraba en lo que una vez había sido una próspera aldea amazona. Ahora quedaban sólo escombros y cenizas. Las construcciones habían sido reducidas a trozos de madera carbonizada, y el suelo estaba manchado con sangre que ya había comenzado a oscurecerse bajo el sol.

 

A lo lejos, el sonido metálico del combate resonaba entre los árboles. Una batalla se libraba cerca, lo suficientemente cerca como para escuchar los gritos de guerra y el choque de las espadas.

 

"¿Legiones romanas?" murmuró para sí misma, identificando el sonido de la formación militar. Pero había algo más, otro ejército que no lograba reconocer.

 

Un movimiento entre los árboles llamó su atención. Una figura se acercaba con cautela, moviéndose con la gracia de alguien acostumbrado a la caza y al combate.

 

Cuando la mujer emergió de entre las sombras, Xena sintió que el aire se le atoraba en los pulmones.

 

Ephiny.

 

Pero no la Ephiny que había conocido en su mundo. Esta mujer tenía las mismas facciones nobles, la misma mirada aguda e inteligente, pero había algo más duro en ella, algo forjado por años de guerra y supervivencia. Era mayor que ella, pero conservaba el rostro que Xena había considerado el de una amiga en el pasado.

 

"¿Xena?" La voz era inconfundiblemente la de Ephiny, pero cargada de una desconfianza que nunca había escuchado antes. "¿Estás aquí como aliada o como Conquistadora?"

 

El nombre cayó como una losa entre ellas. La Conquistadora. En este mundo, lo recordaba de las terribles visiones de Alti. Aquí ese título llevaba consigo el peso de incontables atrocidades, de imperios destruidos y vidas arruinadas. Xena pudo ver en los ojos de Ephiny el reflejo de esa historia, una historia que no era la suya pero que compartía su rostro.

 

La reina amazona dio un paso atrás, adoptando una postura defensiva sin llegar a desenvainar su arma. Era una mujer que había aprendido a medir sus amenazas, a no actuar impulsivamente incluso cuando cada instinto le gritaba peligro.

 

"El mensajero de Jappa… dijo que habías muerto," dijo Ephiny, su voz controlada pero tensa. "Hace años. Junto con..." Se detuvo, como si el nombre le quemara en la lengua.

 

Xena comprendió de inmediato. Gabrielle y ella, ambas habían caído, dejando atrás a una niña que ahora luchaba en un mundo que no era el suyo.

 

"No," respondió Xena, levantando las manos en un gesto de paz. Sabía que cualquier movimiento brusco podría interpretarse como una amenaza. "Vengo de otro mundo, Ephiny. Sé que suena imposible, pero..."

 

"¿Otro mundo?" La interrupción fue cortante, escéptica. "¿Crees que soy tan estúpida como para creer eso? Si no eres La Conquistadora, ¿eres una descendiente que también pelea por su trono? Tal vez una espía romana, como Livia."

 

"¿Livia?" Existía ahí también una versión de su hija. 

 

"Escucha bien, Ephiny. No espero que me creas de inmediato," Xena mantuvo su voz calmada, firme. "Pero necesito que lo intentes. Por tu hija. Por Ephy."

 

El cambio en Ephiny fue instantáneo y devastador. Los ojos de la reina amazona se entrecerraron peligrosamente, toda la cautela de una guerrera veterana evaporándose en un instante, y su cuerpo entero se tensó como un arco listo para disparar.

 

"¿Mi hija?" La voz salió como un gruñido, baja y amenazante. "¿Qué sabes de Ephy?"

 

Cada sílaba del nombre estaba cargada de una ferocidad maternal que Xena reconoció al instante. Era la misma que ella había sentido por Eve, la misma que la había llevado a desafiar dioses y ejércitos. La diferencia era que Ephiny no sabía si Xena venía como aliada o como amenaza.

 

"Está en mi mundo," Xena habló rápido, sabiendo que tenía segundos antes de que la amazona decidiera atacar primero y preguntar después. "Está viva, está a salvo, pero necesita..."

 

"¿Cómo sabes su nombre?" La pregunta fue disparada como una flecha. Ephiny dio un paso adelante, olvidando cualquier pretensión de distancia segura. ¡Responde!"

 

El rostro de la reina era una máscara de emociones contradictorias: esperanza y terror, desesperación y furia contenida. Sus nudillos estaban blancos sobre la empuñadura de su arma, pero aún no la había desenvainado completamente. Estaba al borde, evaluando si esta mujer con el rostro de su peor enemiga era una salvación o una maldición. 

 

"Responde," ordenó Ephiny, y había acero puro en su voz. "Ahora."

 

El tiempo pareció detenerse. Xena sabía que la siguiente palabra que dijera determinaría el éxito o fracaso de su misión, si tendría la oportunidad de cumplir su misión o si todo terminaría aquí, en este mundo devastado, a manos de una madre desesperada.

 

"Afrodita," gritó como último recurso, el nombre escapando de sus labios con una urgencia que sorprendió incluso a ella misma. "Ella me lo dijo."

 

La reacción fue inmediata pero no la que Xena esperaba. La mano de Ephiny se tensó aún más sobre la empuñadura, y su rostro se endureció con algo que parecía traición renovada.

 

"Mentirosa," escupió la palabra con veneno. "Ya invoqué a Afrodita. Le supliqué, le rogué que me dijera dónde estaba mi hija. Me juró que no lo sabía, que Ephy había desaparecido más allá de su alcance."

 

"Es complicado," admitió Xena. "No hablo de tu Afrodita. Este asunto se ha convertido en un problema que trasciende los límites entre realidades... para todos" Deliberadamente omitió el nombre de Cosmos, insegura de cuánto debía o podía revelar. "Pero ahora Ephy está en mi mundo," dijo Xena, manteniendo su tono calmado pero firme. "Está con Gabrielle. Está... está a salvo."

 

Por un momento, la máscara de dureza de Ephiny se resquebrajó, y Xena pudo ver el dolor de madre que había estado escondiendo.

 

El nombre actuó como un conjuro. Ephiny se quedó inmóvil, su respiración entrecortada como si acabara de recibir un golpe físico.

 

"¿Gabrielle?" susurró, y había tanto dolor en esa única palabra que Xena sintió una punzada en el pecho. "¿Está... está con Gabrielle?"

 

"Con una versión de ella, la de mi mundo" Xena aclaró con cuidado. "Ahí Gabrielle nunca fue, yo nunca... nunca fuimos lo que fuimos aquí."

 

"Así que sí eres Xena."

 

"Eso sí lo soy." Supuso que explicarle que en realidad era un fantasma viajando por entre universos era demasiado. "Aunque no la que conociste".

 

Ephiny cerró los ojos por un momento, y cuando los abrió de nuevo, había lágrimas contenidas en ellos. Su mano finalmente se apartó de la espada, aunque su postura permaneció tensa.

 

"Descríbemela," ordenó, pero ahora su voz temblaba ligeramente. "Dime algo que sólo alguien que realmente la conoce podría saber."

 

Xena asintió. Pensó en la joven que había llegado a su mundo, en los detalles que había observado durante su breve tiempo juntas.

 

Respiró hondo antes de hablar, eligiendo cada palabra con precisión. No había pasado demasiado tiempo con Ephy, y la mayoría de eso sucedió en medio de la batalla.

 

"Luce más como las mujeres del Levante, más que a las del norte de Grecia." Xena pensó que Afrodita era una ególatra sin remedio, pues le había dado la apariencia de sus seguidores en Kýpros, su lugar de culto más importante. "Su piel tiene el color oliva de alguien conoce las horas largas en el sol, incluso para alguien que creció en un bosque de las entrañas de Tracia. Su cabello es oscuro, corto, y tiene cierto porte que le va bien como princesa amazona. Lleva una falda capas, con cuentas y flecos, y una blusa rojo y azul, ajustada al torso y..."

 

Xena se detuvo. Su mirada se endureció un instante, cayendo en cuenta de algo.

 

"La ropa que lleva... se parece a la que Gabrielle llevaba el primer año que pasamos juntas. Cuando casi la pierdo en medio de la guerra entre mitoanos y tesalios" —dijo eso último casi como susurro.

 

Ephiny asintió lentamente, su respiración estabilizándose.

 

"Yo le hice esa ropa," dijo con voz suave, pero firme. "Gabrielle llevaba algo parecido cuando la conocí. No era guerrera aún, pero ya tenía esa luz que hacía que todas la escucharan. Ver a Ephy con ese atuendo... siempre me hace feliz. Me recuerda lo que Gabrielle significó para mí."

 

Ephiny bajó la mirada un instante, como si acariciara un recuerdo con los ojos.

 

"Ella fue mucho más que mi hermana amazona. La única que podía hacerme reír en medio de una guerra, o detenerme con una sola palabra cuando la ira me volvía ciega. Amar a Ephy fue fácil. Criarla con el recuerdo de Gabrielle en el corazón... fue mi forma de honrarla."

 

No sabía muy bien porqué le contaba aquello Xena. Una lágrima finalmente escapó por la mejilla de Ephiny. Se la limpió con brusquedad, como si la emoción fuera una debilidad que no podía permitirse en ese momento.

 

"¿Por qué has venido tú a mi mundo y no Ephy?" preguntó finalmente, su voz ronca. "Júrame que ella está bien."

 

"Lo juro, ella está bien. Pero al igual que todo mi mundo, ella también peligra. Y en cuanto a la razón de eso, me temo que esa es una historia mucho más larga e increíble." Reconoció Xena.

 

"Ven conmigo entonces," dijo finalmente Ephiny, señalando hacia una elevación rocosa cercana. "Hay una cueva cerca. Podremos hablar ahí sin correr el peligro de quedar atrapadas en medio de esta guerra."

 

Mientras caminaban entre los restos de la aldea, Xena no pudo evitar preguntar: "¿Qué pasó aquí?"

 

"Guerra civil," respondió Ephiny sin voltear. "Los generales de la Conquistadora han estado peleando entre ellos durante más de una década. Ahora que Roma tiene un emperador en Augusto, han decidido que es hora de reclamar estas tierras. Las amazonas huyeron de Tracia hace días, se dirigen más allá de los territorios de las tribus del norte, poco tiempo después de la desaparición de Ephy. No pude seguirlas, no podía dejar atrás a mis hijos."

 

Así que en esto se había convertido el Imperio sin La Conquistadora, un sinfín de guerras y conflictos políticos. ¿Eve estaba con Roma ahora? No quería ni podía pensar en eso ahora.

 

Llegaron a la cueva, que resultó ser más amplia de lo que parecía desde afuera. En el fondo, acurrucado junto a una pequeña fogata, había un niño de no más de diez años. Se sobresaltó un poco al escuchar los pasos, pero había determinación en sus ojos. Y, por otra parte, no podía negar que era la viva imagen de su madre.

 

"Ari," dijo Ephiny suavemente, "tenemos visita."

 

El joven se incorporó, y Xena pudo verlo con más detenimiento. Xena había esperado encontrarse con un adulto centauro, no con un niño pequeño.

 

"Mucho gusto, Ari. Mi nombre es Xena".

 

El niño abrió los ojos y miró a su madre, quien le respondió con un gesto de aprobación. Al parecer, hasta él conocía aquel nombre décadas después de que su imperio cayera.

 

"Hola… Xena".

 

Se sentaron alrededor del fuego, y por un momento ninguna habló. Finalmente, Ephiny rompió el silencio.

 

"Ari, tenemos que escuchar con atención lo que Xena nos dirá ahora."

 

"Lo haré, madre" dijo el niño con obediencia.

 

"Cuéntame sobre mi hija."

 

Xena les sonrió.

 

"Llegó a nuestro mundo hace algunas semanas. Al principio, le ocultó a Gabrielle quién era en realidad, pero..." Hizo una pausa, tratando de ser respetuosa con una historia de la que ella sólo había sido una testigo dejado, conectada sólo por los recuerdos de Gabrielle que ahora eran suyos también. "Es extraordinaria, Ephiny. Valiente, inteligente, compasiva. Gabrielle... Gabrielle la ama como a una hija."

 

"¿Cómo a una hija?" Xena detectó un atisbo de sorpresa en la voz de Ephiny. 

 

"No es lo que parece. En mi mundo, las cosas fueron diferentes," explicó Xena. "Gabrielle tiene… heridas con la maternidad. Creo que Ephy le está ayudando a sanar, ambas se ayudan. Y sí, creo que realmente se aman."

 

Ephiny la estudió con ojos penetrantes. "¿No hay una Ephy en tu mundo?"

 

"No" Xea admitió "Es por eso que ella es tan importante ahora, nadie puede hacer lo que ella debe en mi mundo".

 

"¿Qué debe hacer exactamente?" preguntó Ephiny.

 

Xena respiró profundamente. No deseaba mentirle a la reina amazona, pero la realidad era demasiado dura en ese momento.

 

"Como lo dije, mi mundo se encuentra bajo una gran amenaza en mi mundo, una más grande que ejércitos y señores de la guerra, y que también pone en peligro este mundo. Quizá ya lo ha hecho, y todas estas guerras se deben a eso. Nosotras necesitamos a Ephy para detener ese mal. Pero ella..." Su voz se suavizó. "Ella necesitará todas las armas que podamos darle, y su familia es la más importante de ellas."

 

"Ayudaremos a Ephy, ¿no es cierto madre?" preguntó Ari, convencido de sus palabras.

 

"Gracias, Ari. Puedo ver que eres un guerrero valiente, como todos los hijos de Ephiny".

 

La amazona la miró entre agradecida y segura de lo que su hijo acababa de pronunciar.

 

"Ephy es una princesa amazona de sangre pura. No ha tenido demasiados problemas adaptándose a la vida en la aldea de la nación amazona de mi mundo, menos aún con Gabrielle como guía. Pero la tarea que tiene por delante no será fácil. pero ese no era su mundo y claramente algo falta en ella, en su corazón, para que pueda llegar a ser la guerrera que las amazonas necesitan para ganar esta batalla." Xena clavó la mirada en ambos. "Tú y Ari, su familia, deben estar a su lado."

 

La mirada de Ephiny se detuvo en Ari, Xena sabía que aquella no era una decisión fácil para una madre. 

 

"Existe una forma de llevarlos a mi mundo, tenemos un aliado con ese tipo de poder, pero necesito saber si están dispuestos a dejarlo todo atrás."

 

Ephiny miró entonces a la entrada de la cueva, hacia donde se escuchaba aún el sonido lejano de la batalla.

 

"¿Qué nos queda aquí?" murmuró. "La nación amazona estará a salvo en las tierras del norte, al menos por ahora." Su voz se quebró ligeramente. "El consejo tendrá que elegir pronto a una nueva reina y deberán seguir peleando como siempre lo hemos hecho."

 

Era evidente que la decisión había sido tan terrible como sencilla, quedarse atrás por Ephy, pero sacrificar mucho más. Aunque… Xena miró al pequeño.

 

"Ari vivía al otro lado del río, en la aldea de los centauros que también fue destruida por el ejercito de Darphus." dijo Ephiny, su voz cargada de años de dolor contenido. "Las leyes amazonas... no permiten que los hombres vivan en nuestra tierra." Apretó la mano de su hijo. "He tenido que elegir entre mi corona y mi hijo durante demasiado tiempo. No lo haré más."

 

Xena sintió el impulso de preguntar por Xenan, pero algo la detuvo. Presentía que le haría daño a Ephiny.

 

"¿Y qué hay de ti, Ari? ¿Quieres venir a mi mundo?" preguntó Xena.

 

El niño miró a Ephiny con devoción.

 

"Donde va mi madre, voy yo. Y si mi hermana nos necesita..."

 

Ephiny el cabello de su hijo y luego miró directamente a Xena.

 

"¿Puedes realmente llevarnos con ella?"

 

"Sí," respondió Xena sin dudar. "Pero deben entender que será un viaje sin regreso. Y que el mundo al que van está a punto de enfrentar su propia guerra."

 

"¿Una guerra por la que vale la pena luchar?" preguntó Ephiny.

 

Xena pensó en Gabrielle, en Ephy, en todo lo que estaba en juego.

 

"Sí. Una guerra por la que vale la pena luchar."

 

 

~

 

 

La noche había caído por completo cuando Ari finalmente se rindió al sueño, acurrucado cerca del fuego con una manta que Ephiny había acomodado sobre él con ternura. El silencio entre las dos mujeres era cómodo ahora, cargado de comprensión mutua más que de desconfianza.

 

Xena observaba las llamas danzar, su mente todavía procesando todo lo que había aprendido sobre este mundo devastado y la familia que estaba a punto de llevarse de él. Finalmente, rompió el silencio.


"Ephiny, ese sable que lleva Ephy," dijo, manteniendo su voz calmada. ¿Sabes algo de su origen?"


Ephiny levantó la mirada del fuego, sus ojos reflejando la luz vacilante.


"Sí," respondió después de un momento. "Sé bien de dónde viene."

 

Ephiny se levantó lentamente, con el peso de los recuerdos haciendo a su cuerpo más pesado para moverse a través de la cueva. Se acercó a un rincón de la cueva donde yacía una bolsa de cuero desgastada, protegida por una manta. La abrió con cuidado, y de ella extrajo un pergamino enrollado, todavía intacto.

 

"Cuando Ephy tenía diecisiete años," comenzó Ephiny, volviendo al círculo de luz de la fogata, "Afrodita vino por ella como tantas otras veces. Dijo que había una maestra al otro lado del mundo que podía enseñarle cosas que ninguna amazona conocía. Un arte de guerra diferente a lo que había conocido hasta entonces."

 

Se sentó frente a Xena y sostuvo el pergamino entre ambas manos.

 

"Estuvo lejos de casa más de un año. Cuando regresó, traía el sable y este pergamino con un poema escrito en él. Nunca más quiso hablar de Jappa, pero..." Ephiny bajó la mirada. "Yo era su madre. Podía ver en sus ojos que algo importante para ella se había quedado en esa tierra."

 

Extendió el pergamino hacia Xena.

 

"Me lo dio para que lo guardara. Dijo que era demasiado doloroso llevarlo consigo, pero que no podía destruirlo. Que algún día, tal vez, me diría por qué. Después de eso, Ephy nunca volvió a viajar fuera de Tracia."

 

Xena tomó el pergamino con manos que de pronto temblaban sin razón aparente. Al contacto de sus dedos con el papel, sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral.

 

"No puedo leerlo, pero Ephy me dijo su significado. Creo que empezaba…" susurró Ephiny. 

 

Xena desenrolló el pergamino con cuidado. La caligrafía era exquisita, cada trazo ejecutado con precisión casi ritual. Y debajo, una escritura demasiado familiar:

Ayer, la luna se alojó en mi manga. Hoy, tengo esperanza incluso en las estrellas desoladas.

 

Las palabras parecieron vibrar ante sus ojos. El mundo alrededor de Xena comenzó a desdibujarse, los bordes de la realidad volviéndose borrosos como tinta derramada en agua. Escuchó vagamente la voz de Ephiny, pero sonaba distante, como si viniera desde el fondo de un pozo profundo.

 

Y entonces la luz la cegó.

 

-

 

El aire cambió. Ya no olía a humo de fogata y tierra húmeda, sino a incienso y flores de cerezo. Xena parpadeó y se encontró de pie en un patio de entrenamiento, rodeada de paredes de madera oscura y un cielo de un azul imposible.

 

Jappa.

 

Pero no el poblado que ella había conocido. No era Higuchi. Este era diferente, un lugar en el que ella nunca había estado antes. 

 

Frente a ella, una joven practicaba con un sable.

 

Ephy.

 

Esta Ephy era más joven. Su cabello era más largo, atado en una cola alta al estilo de las mujeres japonesas. Vestía un kosode simple de entrenamiento, y su concentración era absoluta mientras ejecutaba una serie de cortes que hacían silbar el aire.

 

El sable. Xena lo reconoció de inmediato. Era el mismo que Akemi le había enviado. El que había usado para...

 

"Tu forma ha mejorado."

 

La voz hizo que Xena girara. Una mujer había aparecido en el borde del patio, moviéndose con la gracia silenciosa. Era mayor que Ephy, tal vez de un lustro más, con el rostro marcado con dulzura y respeto hacia la extranjera.

 

Xena lo supo sin necesidad de confirmación. Había algo en ella que le recordaba a Akemi: la misma determinación, la misma tristeza enterrada bajo capas de honor y deber.

 

Ephy se detuvo en seco, el sable aún en alto. Sin un atisbo de sonrisa, su rostro se iluminó de una manera que Xena reconoció demasiado bien.

 

"Sensei," dijo Ephy, e hizo una reverencia formal. Pero cuando se enderezó, sus ojos permanecieron en Sei un momento más de lo necesario.

 

La tarde caía suavemente sobre el jardín. Sei había hecho un gesto con la mano para indicarle a Ephy que la acompañara a sentarse  en el engawa, el corredor de madera que bordeaba el edificio principal, con una tetera de cerámica entre ambas. El vapor subía en espirales perezosas mientras contemplaban el atardecer.

 

"El musgo ha crecido bien, tiene belleza la forma en la que abraza las rocas. " observó Ephy, su voz medida y formal. Sostenía su taza de té con ambas manos, en la postura correcta que Sei le había enseñado meses atrás.

 

"Sí," respondió Sei, sin apartar la mirada del jardín. "La humedad del verano ha sido favorable. Aunque temo que el frío del otoño sea su fin."

 

"Eso sería lamentable." Ephy tomó un sorbo pequeño, deliberado. "Su patrón es particularmente hermoso. Es casi  una lástima que pueda ser contemplarlo tan sólo por dos pares de ojos."

 

"No, no lo es" sentenció Sei, mirando a Ephy con una sonrisa cómplice.

 

Un silencio cómodo se extendió entre ellas, interrumpido por el ocasional canto de un pájaro en los árboles cercanos. Xena, observando desde su posición invisible, podía sentir la tensión bajo la calma aparente.

 

"Sensei," comenzó Ephy después de un largo momento, "he estado considerando la técnica del tercer kata. La transición entre el corte ascendente y el giro..."

 

"Tu ejecución es correcta," interrumpió Sei suavemente, todavía sin mirarla. "Ya no hay defectos en tu forma. No que yo pueda corregir."

 

"Aún así, creo que podría ser más fluida en mi kata. Tal vez si ajustara el ángulo de mi pie izquierdo."

 

"Tu técnica es impecable, Ephy-san." Esta vez Sei sí la miró, y había algo firme en sus ojos. "Ya no hay nada que pueda enseñarte sobre ese kata."

 

El uso del sufijo honorífico -san en lugar del familiar -chan que Sei había usado durante meses cayó entre ellas como una piedra en un estanque tranquilo.

 

Ephy bajó la mirada a su té.

 

"Comprendo," dijo, su voz perfectamente controlada. "Entonces tal vez debería enfocarme en perfeccionar los fundamentos del cuarto kata."

 

"El cuarto kata requiere años de práctica," respondió Sei, su tono igual de medido. "No es algo que pueda dominarse en..."

 

Se detuvo. Ambas sabían cómo terminaba esa frase: en el tiempo que te queda aquí.

 

Ephy sirvió más té en ambas tazas. El líquido caliente llenó el silencio que ninguna quería romper con las palabras que en realidad necesitaban decirse.

 

"Las hojas de arce comenzarán a cambiar de color pronto," dijo Ephy finalmente, su voz manteniéndose firme a través de pura fuerza de voluntad. "Siempre he admirado cómo este jardín mantiene su belleza en todas las épocas del año."

 

"Es mi estación favorita." Sei tomó su taza pero no bebió. "Cuando era niña, mi padre y yo solíamos recolectar las hojas más rojas y prensarlas entre las páginas de los pergaminos de poesía de su hermana mayor. Su nombre era Akemi. Cuando aprendí a leer memoricé cada uno de ellos."

 

Akemi. Xena no podía creerlo, la maestra de Ephy no era otra que la sobrina de Akemi.

 

"Akemi-sama debió haber sido una poeta maravillosa."

 

"Lo fue." La voz de Sei se suavizó apenas perceptiblemente. "Me hubiera gustado conocerla. Tenía casi mi edad cuando ella..." Se detuvo, recomponiendo su expresión. "Ella también apreciaba la belleza de las cosas efímeras."

 

"Hakanai mono no kanashī utsukushi-sa," murmuró Ephy. La triste belleza de lo efímero.

 

"Sí." Sei finalmente bebió de su té. "Exactamente eso."

 

Otro silencio. Este más pesado, más cargado.

 

"Sensei," comenzó Ephy, su formalidad perfecta comenzando a resquebrajarse apenas. "Yo…"

 

"No" interrumpió Sei rápidamente. "No debes, no debemos."

 

Ephy cerró los ojos por un momento, recomponiendo su máscara de cortesía.

 

"Sensei… no go kibō-dōridesu." dijo con voz plana. Cómo lo desee.

 

Sei se puso de pie con gracia fluida, y levantó su taza de la bandeja. Se quedó de pie, observando el jardín, su espalda perfectamente recta.

 

"Ephy-san."

 

Se pudo también de pie y quedó cerca de Ephy. Observó detenidamente su rostro, y sin palabras le dijo lo que ya le había dicho muchas veces atrás: El hilo de nuestros destinos no tendrá el mismo fin.

 

"¿Sí, Sensei?"

 

"El té de esta tarde fue..." Sei hizo una pausa, como si buscara la palabra correcta entre miles que no podía pronunciar. "Fue agradable."

 

"Para mí también, Sensei."

 

Sei asintió una vez, formal y distante, y se alejó con pasos medidos hacia el interior del dojo. Sólo cuando desapareció por completo de la vista, Ephy dejó escapar un suspiro tembloroso y apretó la taza de té entre sus manos hasta que sus nudillos se pusieron blancos.

 

Xena, observando la escena, sintió un dolor agudo en el pecho. Reconocía ese baile de formalidades, esa conversación sobre todo excepto lo único que importaba. Lo había vivido con Akemi, ese día en la nieve antes de su muerte, hablando de palabras de guerra y amor, cuando lo único que quería era...

 

La visión comenzó a cambiar, a moverse hacia adelante en el tiempo.

 

El amanecer pintaba el cielo de rosa y dorado cuando la escena se materializó de nuevo ante los ojos de Xena. El aire era fresco, cargado con el rocío de la mañana y el canto distante de los pájaros que saludaban el nuevo día.

 

Ephy estaba de pie en el patio principal, vestida con su ropa de amazona. Su equipaje ya estaba preparado a un lado, una bolsa de cuero que contenía todo lo que había traído y lo poco que se llevaba. Su postura era impecable, su rostro una máscara de compostura perfecta, pero Xena podía ver la tensión en sus hombros, el brillo apenas contenido en sus ojos.

 

Sei apareció desde el interior, llevando algo envuelto en seda gris oscura. Se detuvo frente a Ephy y ambas se inclinaron en una reverencia profunda, formal, como maestra y alumna despidiéndose al final de un largo aprendizaje.

 

"Ephy-san," comenzó Sei, su voz controlada pero no fría. "Tu tiempo aquí ha llegado a su fin."

 

"Hai, Sensei." La voz de Ephy era apenas un susurro.

 

Sei extendió el paquete envuelto entre ambas manos.

 

"Quiero que lleves esto contigo."

 

Ephy tomó el paquete con reverencia y cuidado, deshaciendo el envoltorio de seda lentamente. Cuando la tela cayó por los costados, reveló el sable. Pero la empuñadura había sido reemplazada: donde antes había rojo, ahora había un verde oscuro profundo. Del color del musgo en las piedras antiguas, del color de los bosques de Tracia, pensó Ephy.

 

"Sensei..." La voz de Ephy se quebró apenas.

 

"Este sable sagrado, con el que aprendiste todas mis enseñanzas, fue forjado en el templo Hakiman. No hay otro como él. Su dueña anterior fue a una guerrera de tu misma tierra," dijo Sei, cada palabra medida con precisión. "Vino aquí hace años para saldar una deuda con mi familia. Pero pagó el precio más alto que existe." Hizo una pausa. "Los kami me han hablado en sueños. Me han mostrado que en tus manos, este sable tendrá una segunda oportunidad de brindar honor y justicia a esa princesa guerrera."

 

Ephy sostuvo el sable con manos temblorosas, sus dedos acariciando la nueva empuñadura verde. Nunca hbía escuchado hablar de una princesa guerrera en su tierra.

 

"No sé si soy digna de este honor."

 

"Lo eres." Sei dio un paso más cerca, rompiendo apenas el protocolo de la distancia formal. "Y cuando llegue el momento debido, lo sabrás."

 

Sus ojos se encontraron, y por un instante fugaz, la formalidad se desvaneció. Ephy abrió la boca como si fuera a decir algo, las palabras que había guardado durante meses amenazando con derramarse.

 

Sei levantó una mano apenas, un gesto sutil que era mitad advertencia, mitad súplica.

 

"Cuida bien de él." dijo simplemente "Y de ti misma."

 

Ephy asintió, apretando el sable contra su pecho y sintiendo algo más pequeño enrollado dentro de la seda. Hizo una reverencia profunda, más profunda de lo necesario, manteniéndola más tiempo del protocolo.

 

Cuando se enderezó, había lágrimas silenciosas rodando por sus mejillas, pero su voz permaneció firme.

 

"Arigatō gozaimasu, Sei-sensei."

 

"Sayōnara, Ephy-san."

 

Ephy asintió con una sonrisa llena de tristeza. 

 

Se dio la vuelta con lentitud deliberada, tomó su equipaje, y comenzó a caminar hacia el camino que la llevaría lejos de aquel lugar, alejado de la aldea y escondido de la vista de enemigos que no aprobaban el uso del sable por mujeres. No miró atrás, aunque cada fibra de su ser claramente quería hacerlo. Ahí, aunque por un breve momento de su vi, había conocido la verdadera felicidad.

 

Sei permaneció inmóvil en el patio, observándola partir. Sólo cuando Ephy desapareció completamente de la vista, sus hombros se hundieron apenas, y llevó una mano a su rostro.

 

Xena no pudo ver si lloraba. Algunas cosas, incluso en las visiones, permanecían privadas.

 

-

 

Xena volvió en sí con un jadeo, el pergamino aún en sus manos. Ephiny la sujetaba por los hombros, con Ari mirando preocupado desde atrás.

 

"¿Xena? ¿Estás bien? Te fuiste por un momento, tus ojos..."

 

Pero Xena no podía hablar todavía. Miraba el pergamino, las palabras que ahora entendía en toda su profundidad:

Las estrellas desoladas.

 

El sable que había liberado cuarenta mil almas en Higuchi. El sable que Akemi le había enviado. El sable que ahora portaba Ephy para enfrentar a Dahak.

 

El mismo sable.

 

La misma historia de sacrificio, amor y redención, repitiéndose a través de generaciones y mundos.

 

"Cosmos tenía razón," murmuró Xena finalmente, su voz ronca. "Lo vi con mis propios ojos."

 

Miró a Ephiny, y en sus ojos había una comprensión nueva, más profunda.

 

"Tu hija," dijo lentamente, "lleva consigo toda la esperanza del universo."

 

Ephiny no pudo comprender del todo si aquello lo decía de forma literal o figurada. 

 

Xena enrolló el pergamino con cuidado y se lo devolvió a Ephiny.

 

"Guárdalo bien. Cuando te reencuentres con Ephy..." Hizo una pausa. "Tal vez necesite volver a leerlo. Recordar por qué porta ese sable. Recordar que no está sola."

 

Miró hacia la entrada de la cueva, donde el cielo se encontraba en su hora más oscura.

 

"Partiran al amanecer," dijo, poniéndose de pie con renovada determinación. "Ephy los necesita. Y yo necesito asegurarme de que ese sable esté en las manos correctas cuando llegue el momento de usarlo."

 

Porque ahora Xena entendía. El sable no era sólo un arma. Era un legado. Una promesa que atravesaba vidas y mundos, diciendo una y otra vez: El sacrificio tiene significado. El amor no muere. La luz siempre renace.

 

Ephiny guardó el pergamino y miró a Xena con gratitud, pero también con algo de confusión.

 

"¿No vendrás con nosotros?" repitió, frunciendo el ceño. 

 

Xena sostuvo su mirada por un largo momento antes de responder.

 

"No puedo, Ephiny." Su voz era suave pero firme. "Yo... no soy completamente real. No de la manera en que tú lo eres."

 

La reina amazona dio un paso atrás, observándola con nuevos ojos.

 

"¿Qué quieres decir con que no eres real?" cuestionó la reina amazona.

 

"Yo sufrí el mismo destino que la Xena de este mundo. Morí en Jappa, Ephiny. Pero Gabrielle no lo hizo, ella está tratando de ayudarme a regresar y Ephy es una parte importante para eso"

 

"Eres un espíritu," dijo, no como pregunta sino como comprensión repentina.

 

"Sí." Xena asintió. "Cosmos me ha dado permiso para estar aquí, para caminar entre mundos por un tiempo. Pero no puedo cruzar el portal como tú y Ari lo harán. Mi camino de regreso... es diferente."

 

"¿Entonces todo esto...?" Ephiny gesticuló vagamente, buscando las palabras.

 

"Es real," la interrumpió Xena. "Mi presencia aquí es real. Todo lo que te he dicho sobre Ephy  Gabrielle es real. Mi cuerpo..." Miró sus propias manos como si las viera por primera vez. "Está en otro lugar. Esperando."

 

Ephiny procesó esto en silencio.

 

"Tu Gabrielle confía en ti, ¿cierto?"

 

"Lo hace, es mi alma gemela." respondió Xena con una sonrisa un tanto triste. Pensaba en todo lo que había pasado ella y que era su responsabilidad.

 

Ephiny asintió.

 

"Entonces yo confío en ti"




~




Ese mismo mundo, 21 años atrás.



La cabaña de Gabrielle estaba envuelta en la quietud de la tarde. Desde la ventana abierta entraba la brisa cálida que traía consigo el aroma de las flores silvestres que crecían en las laderas cercanas a la aldea amazona. Sobre una mesa de madera descansaban pergaminos enrollados, algunos con versos a medio terminar, otros con mapas y rutas que las había estado estudiando.

 

Pero en ese momento, nada de eso importaba.

 

Gabrielle estaba sentada en el borde de su cama, una mano apoyada suavemente sobre su vientre abultado. Frente a ella, en una silla de madera, estaba Ephiny. La guerrera amazona sostenía una taza de té de hierbas entre sus manos, observando a su amiga con una mezcla de preocupación y ternura. Las ropas que vestía se ajustaban con dificultad a su nueva figura, y había dejado de intentar ocultarla hacía semanas. Sus hermanas lo sabían. La reina Melosa lo sabía. Y aunque al principio hubo preguntas —muchas preguntas—, eventualmente la tribu aceptó lo inexplicable con la misma naturalidad con la que aceptaban los designios de Artemisa.

 

"Deberías estar descansando", dijo Ephiny con suavidad, aunque sin el tono de orden que usaría con cualquier otra amazona. "Melosa dice que has estado dando demasiadas excursiones fuera de nuestro territorio. No es exactamente el entrenamiento de la mañana, pero debes cambiar algunos hábitos, Gabrielle."

 

Gabrielle sonrió, sin apartar la mano de su vientre.

 

"Lo sé. Pero tampoco puedo quedarme quieta todo el día. Además, me hace sentir... feliz. Viva. Creo que a mi bebé le gustará mucho el bosque y visitar las aldeas cercanas. Incluso aquí quiero que tenga una vida normal."

 

Ephiny arqueó una ceja, pero había afecto en su expresión.

 

"No estoy segura que puedas lograr eso. Eres muchas cosas, Gabrielle, pero 'normal' nunca ha estado en la lista."

 

Antes de que Gabrielle pudiera responder al insulto, una patada fuerte la interrumpió. Gabrielle soltó una risa suave, casi incrédula, y movió la mano hacia donde había sentido el movimiento.

 

"Ahí estás", susurró, antes de mirar a Ephiny con ojos brillantes. "Es cada vez más fuerte."

 

Ephiny dejó la taza sobre la mesa cercana y se inclinó hacia adelante, con curiosidad genuina.

 

"¿Puedo...?"

 

Gabrielle asintió de inmediato, tomando la mano de su amiga y guiándola hacia su vientre. Por un momento ambas esperaron en silencio, y entonces otra patada, más insistente esta vez.

 

Ephiny soltó una carcajada de asombro.

 

"Por las diosas. Es fuerte." Su expresión se suavizó, vulnerable de una manera que rara vez mostraba. "Es real. Sé que lo he visto crecer pero... tocarlo así. Es diferente."

 

Gabrielle cubrió la mano de Ephiny con la suya propia, manteniéndola ahí.

 

"Lo sé. A veces yo misma no puedo creerlo." Se quedaron así por un momento, conectadas por ese pequeño milagro que crecía debajo de sus manos. Ephiny fue la primera en hablar, con un tono inusual en su voz.

 

"¿Ya has pensado en nombres?"

 

Gabrielle sonrió, y había algo travieso en su expresión.

 

"Algunos. Pero..." hizo una pausa, mirando directamente a los ojos de su amiga, "si es niña, quiero nombrarla como tú."

 

Ephiny parpadeó, claramente tomada por sorpresa. Su mano todavía descansaba sobre el vientre de Gabrielle, pero ahora estaba inmóvil.

 

"¿Qué? Gabrielle, no tienes que..."

 

"No es por obligación", interrumpió Gabrielle con suavidad. "Es porque quiero. Has estado aquí desde el principio, Ephiny. Incluso si no te caía bien entonces -Ephiny rió. Me has cuidado, me has escuchado, me has hecho sentir que no estoy sola. Eres mi familia.

 

Hubo una pausa, Gabrielle apretó con fuerza la mano de Ephiny y esta respondió entrelazando sus dedos con los de la princesa amazona.

 Y si esta pequeña guerrera es tan fuerte y leal como tú..." su voz se quebró ligeramente, "sería un honor que llevara tu nombre."

 

Ephiny tragó saliva, apartando la mirada por un momento para componerse. Cuando volvió a mirar a Gabrielle, sus ojos estaban brillantes.

 

"Entonces más vale que sea niña", dijo con una sonrisa temblorosa, "porque si es niño y le nombras Ephiny, el pobre va a tener problemas."

 

Ambas rieron, y la tensión emocional se disolvió en calidez compartida. Ephiny finalmente retiró su mano, pero no antes de darle un apretón suave al vientre de Gabrielle.

 

"Ephy" dijo Gabrielle de pronto mirando a su vientre.

 

"Me gusta más como suena eso."

 

"Gracias", susurró. "De verdad."

 

Ephiny asintió.

 

Entonces la expresión de Gabrielle se volvió más pensativa, más distante. Acarició su vientre de nuevo en círculos lentos.

 

"Sabes... durante mucho tiempo no supe si esto sería posible para mí." Ephiny se reclinó en su silla, escuchando con atención. Conocía esa mirada en Gabrielle. Era la que tenía cuando necesitaba hablar, cuando necesitaba procesar algo en voz alta.

 

"Cuando era niña, en Potidea, solía imaginarme con hijos. Muchos, en realidad. Una casa llena de caos. Pero no porque no deseara, sino porque pensaba que ese sería mi destino."

 

Gabrielle hizo una pausa, dejando que los recuerdos fluyeran. Su vida había cambiado tanto desde que dejó su aldea. Desde que, tiempo después, se unió a las amazonas. Desde que el mundo empezó a desmoronarse bajo el avance de Xena la Conquistadora.

 

"Luego pensé que tal vez no era mi destino. Que mi camino era diferente. Las palabras, las historias y una espada... pensé que eso sería suficiente. Y lo era, en cierto modo. Pero siempre hubo algo más. Un anhelo que no sabía cómo nombrar."

 

"Y ahora lo tienes", dijo Ephiny con suavidad.

 

"Sí", Gabrielle sonrió, pero había complejidad en su expresión. "Aunque no de la manera que esperaba. Nunca de la manera que esperaba."

 

Otra patada. Gabrielle rió de nuevo, esta vez con un dejo de asombro.

 

"Eres testaruda, ¿verdad? Supongo que eso lo heredaste de mí. O tal vez de... bueno, eso no es importante." —Su sonrisa se volvió más suave, más melancólica. "Afrodita dijo que agregó algo de Calíope y Apolo. Así que tal vez tengas un poco de música en ti. De poesía. De luz."

 

Ephiny asintió. Había escuchado la historia, o al menos la versión que Gabrielle estaba dispuesta a compartir. Intervención divina. Un beso que se convirtió en algo más. La diosa del amor actuando desde su naturaleza impulsiva. No era la primera vez que los dioses tocaban las vidas de los mortales de maneras inesperadas, y probablemente no sería la última.



"Tendrá suerte de tener alguien que la ame tanto, no todo el mundo la tiene" sentenció Ephiny.

 

"Tuve un sueño, Ephiny. Hace mucho tiempo. Soñé que tenía una hija. Era hermosa, perfecta. Pero algo salía terriblemente mal. Había oscuridad en ella, o a su alrededor, no lo sé. Y yo la perdía. La perdía de maneras horribles, y todo se desmoronaba. Me desperté llorando esa noche, y durante días no pude sacudirme esa sensación de pérdida."

 

 

Gabrielle se quedó en silencio por un momento, sintiendo el peso de las palabras. Luego continuó, con la voz más baja, casi como si confesara un secreto.

 

 

Ephiny se inclinó hacia adelante, su expresión seria pero comprensiva.

 

"¿Le dijiste esto a Afrodita?"

 

"Sí", Gabrielle reconoció. "Pero creo que ya lo sabía de todas formas. Los dioses tienen maneras de ver dentro de nosotros, ¿no? Creo que por eso hizo lo que hizo."

 

"¿Y tienes miedo?", preguntó Ephiny con cuidado. "¿De que el sueño se haga realidad?"

 

Gabrielle miró hacia la ventana, donde el sol comenzaba a descender, bañando todo en tonos dorados.

 

"A veces. Pero luego ella se mueve, y siento que... que esta vez es diferente. Que no es esa pesadilla. Es la hija que siempre quise. La que anhelaba incluso cuando no me atrevía a desearlo en voz alta."

 

Ephiny extendió su mano y tomó la de Gabrielle, apretándola con firmeza.

 

"No estás sola en esto. Lo sabes, ¿verdad? Toda la tribu estará aquí. Melosa, yo, todas tus hermanas. Y esta pequeña..." miró hacia el vientre de Gabrielle, "tendrá un ejército de amazonas protegiéndola. Nada malo le pasará. Te lo prometo."

 

Gabrielle sintió que las lágrimas comenzaban a acumularse en sus ojos, pero no eran lágrimas de tristeza. Era algo más complejo. Alivio, gratitud, amor... y algo de incertidumbre también.

 

"Gracias, Ephiny", susurró, apretando su mano de vuelta. "No sé qué haría sin ti."

 

"Probablemente estarías bien", bromeó Ephiny, "pero no tendrías a nadie que escuchara todas tus historias una y otra vez."

 

Ambas rieron. 

 

Ephiny se puso de pie, ajustándose el cinturón de cuero de su hombro.

 

"Debo ir a supervisar la guardia de la puerta este," dijo con voz profesional, volviendo a su rol de reina. "Con todo el alboroto en Corinto por el aniversario de la Conquistadora, no podemos bajar la guardia. Te veré esta noche.”

 

Gabrielle le sonrió levemente, entendiendo.

 

Se dirigió hacia la puerta de la cabaña con paso firme, cuando escuchó la voz de Gabrielle.

 

"Ephiny, espera," llamó Gabrielle. "¿Puedo hacerte una pregunta difícil?" No espero tu respuesta si no lo deseas."

Ephiny asintió con extrañeza.

 

"¿Qué hay de Xenan? ¿Cómo haces para... para estar separada de él sabiendo cuánto lo amas?”

 

La amazona se giró y se detuvo en seco, su mano aún en el marco de la puerta, mirando de frente a Gabrielle. Por un largo momento no se movió, como si las palabras la hubieran atravesado.

 

"Xenan pronto será un hombre, Gabrielle. Un guerrero." Su voz temblaba pero se mantenía firme. "Tendrá su propia vida, su propio camino en la aldea de los centauros.”

 

"¿Y eso lo hace más fácil?”

 

Ephiny negó con una sonrisa triste.

 

"Lo hace más difícil, lo amo, Gabrielle. Más que nada en este mundo" continuó, y ahora la lágrima rodó libre por su mejilla. "Pero no podía seguir viajando con él de lugar en lugar, no con los generales de Xena asediando en cada polis. En ese lugar al menos está a salvo, puedo visitarlo y protegerlo de alguna manera."

 

Gabrielle sintió el peso de esas palabras, de todas las madres que habían tenido que elegir, de todos los hijos que se quedaban atrás.

 

"Xenan entenderá," susurró Ephiny, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano. "Él siempre entendió que las decisiones de una madre a veces pueden ser imposibles.”

"Estoy segura que lo hará, Ephiny” dijo conmovida Gabrielle, "Sabrá entender que hiciste lo que hiciste porque lo amas”

 

Y entonces Ephiny sólo pudo asentir, secando sus lágrimas, y sin más salió de la cabaña.

 





Chapter 16: Entre el sol y la luna

Summary:

Ephy comparte con sus hermanas un secreto que podría cambiar todo entre ellas. Mientras tanto, encuentros en el templo despierta emociones complejas a enfrentar en tiempos de guerra.

Notes:

Es posible que en las próximas semanas mi ritmo de publicación disminuya considerablemente debido a mi trabajo. Sólo quiero recordarles que comencé a publicar este fanfic con más de la mitad de la historia en borrador porque no pienso dejarlo inacabado. Ya estamos en la recta final, y no se quedará así, aunque me lleve un poco más de tiempo terminarlo.

 

It's possible that in the coming weeks my publishing pace will slow down considerably due to my work. I just want to remind you that I started publishing this fanfic with more than half the story in draft form because I don't plan on leaving it unfinished. We're already in the final stretch, and it won't stay that way, even if it takes me a little longer to finish.

Chapter Text

El arroyo murmuraba entre las piedras con una serenidad que contrastaba brutalmente con el silencio tenso que se había apoderado del claro. Los caballos bebían con tranquilidad, ajenos a la tormenta que acababa de desatarse en el corazón de las cuatro jóvenes amazonas que los acompañaban.

 

Diônê fue la primera en romper el silencio. Se había quedado de pie, con una mano en la cadera y la otra pasándola por su cabello oscuro, y ahora miraba a Ephy como si acabara de verla por primera vez.

 

"Déjame ver si entendí bien" dijo, y su voz tenía ese tono deliberadamente ligero que usaba cuando las cosas se ponían demasiado pesadas. "Vienes de otro mundo. Un mundo donde Xena es una conquistadora malvada que se convirtió en buena gracias a la reina Gabrielle, quien en ese mundo es... también tu madre, pero no esta Gabrielle, sino otra Gabrielle que es exactamente igual a la nuestra…pero diferente." Hizo una pausa, entornando los ojos."Y en ese mundo, nosotras tres también existimos, pero no somos nosotras, sino versiones de nosotras que te conocen desde que eras una niña. Y tu verdadera madre, o sea, la otra Gabrielle, tuvo que abandonarte para protegerte de los enemigos de Xena, así que te crió la Reina Ephiny." Respiró hondo. ¿Me faltó algo?

 

Rhodē, que se había sentado en una roca junto al arroyo, dejó escapar una risa nerviosa.

 

"Creo que te faltó la parte donde Afrodita es básicamente su diosa madrina."

 

"Ah, sí, eso" Diônê chasqueó los dedos. "La diosa del amor la paseó por el mundo entrenándola con las mejores maestras. Porque, claro, eso es completamente normal para una amazona."

 

Ephy permanecía de pie junto a Atheus, acariciando el cuello del animal más para calmarse a sí misma que para tranquilizar a la bestia. Había temido este momento desde que decidió contarles la verdad. Durante todo el viaje desde la Nación Amazona, había ensayado mentalmente cómo decirlo, qué palabras usar, cómo hacer que sonara menos... imposible.

 

Pero no había forma de suavizar algo así.

 

"Lo siento" murmuró, sin levantar la vista. "Sé que suena..."

 

"¿Demencial?" ofreció Diônê, pero su tono había perdido algo de su ligereza. Ahora había una nota de algo más profundo, casi vulnerable. "¿Completamente imposible de creer si no fuera porque acabamos de ver a tu hermana malvada liderar un ejército de monstruos? ¿O por qué la reina Gabrielle acaba de convertirse en Alta Reina porque…?"


El dolor del recuerdo de pronto las golpeó a todas.

 

Kharis, que había estado callada desde que Ephy terminó su relato, se levantó de donde estaba arrodillada junto al arroyo. El agua le goteaba de las manos mientras caminaba lentamente hacia Ephy. Sus ojos azules, siempre tan penetrantes, estudiaban el rostro de la princesa con una intensidad que hacía que Ephy quisiera mirar hacia otro lado. Pensó que, a su manera, Ephy ya le había contado sobre su pasado.

 

Pero no lo hizo. Le debía eso, al menos. Mirarlas a los ojos mientras procesaban que su amistad, de apenas semanas, estaba construida sobre secretos y silencios.

 

"En ese otro mundo" dijo Kharis finalmente, y su voz era suave pero firme, "esas versiones de nosotras... ¿somos realmente tus amigas?"

 

 

La pregunta caló en lo más hondo del corazón de Ephy.

 

"Sí" susurró, y la palabra salió cargada de años de recuerdos que estas tres jóvenes amazonas no compartían con ella. "Desde que tengo memoria. Kharis, ella..." se corrigió, aunque dolía hacer la distinción. "Ella siempre supo cuándo algo me preocupaba incluso antes de que yo lo supiera. Ella era mi mejor amiga."

 

Los ojos de Kharis la examinaron, y Ephy vio cómo su mano se movía involuntariamente hacia su propio pecho, como si pudiera sentir el eco de esa conexión a través de los mundos.

 

"Ok, ella es tu mejor amiga entonces. ¿Qué hay de mí?"

 

"Diônê" continuó Ephy, girándose hacia la joven de cabello oscuro, "tú siempre has sido la que me recuerda reír cuando todo se pone demasiado oscuro. La que nos quita la carga del deber y responsabilidad cuando lo necesitamos. La que..." se detuvo, tragando saliva y casi susurrando. "La que me besó por primera vez cuando teníamos catorce años, bajo las estrellas durante el festival de Artemisa".

 

Diônê parpadeó, y por primera vez desde que Ephy la conocía, pareció completamente sin palabras. Su boca se abrió, se cerró, y luego se abrió de nuevo.

 

"Yo... es decir, ella... y tú?" dijo Diônê con nerviosismo.

 

"Fue algo lindo, dulce" dijo Ephy, y una sonrisa curvó sus labios. "No fue a mucho más, ustedes son mis hermanas. Pero ella nunca dejó de ser una de las personas más importantes en mi vida. Y sobre el pasado, nos reímos cuando lo recordamos"

"Oh, por las diosas, qué alivio. Quiero decir, pareces bastante agradable y todo eso pero no eres mi tipo", dijo Diônê quitándose un peso de encima. "

"Y para ser sincera, creo que tampoco lo soy en mi mundo", Diônê rió ante esas palabras de Ephy.

 

Rhodē se había puesto de pie también, acercándose lentamente.

 

"Así que si nuestras contrapartes son tus mejores amigas, que ahora estemos aquí contigo debe ser importante para ti, ¿cierto?", dijo más en una afirmación que una pregunta.

 

Ephy asintió con una sonrisa.

 

"Sabes, tú eres la razón por la que Kharis y Diônê no se matan entre ellas cuando discuten", respondió Ephy, y una risa genuina escapó de sus labios. "Eres la que siempre encuentra la manera de hacer que todas nos sintamos escuchadas, y la que me enseñó que la fuerza no siempre tiene que venir de nuestras espadas."

Ephy recibió un sincero abrazo aunque aún tímido de Rhodē.

 

El silencio que siguió fue diferente del anterior. El de cuatro mujeres jóvenes tratando de procesar algo que desafiaba toda lógica, toda comprensión del mundo tal como lo conocían.

 

Fue Kharis quien se movió primero. Dio un paso adelante y se plantó frente a Ephy.

 

"No soy ella" dijo suavemente. "No tengo sus recuerdos, no compartí tu infancia, no estuve ahí cuando... cuando sea que me necesitaste".

 

"Lo sé" susurró Ephy a modo de disculpa.

 

"Pero" continuó Kharis, apretando su mano, "desde el momento en que te conocí, vi algo en ti. Algo que, aunque no podía explicar. Sé que no empezamos con el pie derecho, pero yo también aprendí mucho sobre ti en este tiempo. Lo hablamos, ¿sabes? Nos dio gusto saber que la reina Gabrielle estaba de regreso, y que eras nuestra princesa y ahora mucho más que eso."

 

Ephy no supo qué responder. Sólo permaneció ahí, sintiendo algo realmente bello en su interior.

 

Diônê soltó una risa que sonaba peligrosamente cerca de un sollozo.

 

"Mierda, Kharis, no es justo que seas tan buena con las palabras cuando estoy intentando no ponerme emotiva."

 

"Demasiado tarde para eso" murmuró Rhodē, y cuando Ephy la miró, vio que tenía lágrimas corriendo por las mejillas. "Creo que todas estamos un poco emotivas ahora mismo."

 

"Escucha", dijo Diônê, limpiándose los ojos con el dorso de la mano en un gesto brusco. "No sé qué significa todo esto, pero estamos contigo."

 

"Lo estamos", aseguró Kharis, "No sé si para lo que debes hacer aquí me necesitas a mí o a la copia de tu mundo o si hay alguna diferencia o si importa siquiera. Pero sé esto: desde que apareciste en la Nación Amazona, has sido... importante. Para todas nosotras. Y no porque estés destinada a serlo o porque en otro mundo lo fuiste, sino porque eres tú. Ephy. La princesa amazona de la tribu Telaquiere que está aquí, ahora, con nosotras."

 

"Tiene razón", añadió Rhodē. "Lo que esas otras versiones de nosotras significaron para ti en ese otro mundo... eso es hermoso. Pero no define lo que podemos ser aquí."

 

Ephy sintió cómo las lágrimas finalmente escapaban, rodando por sus mejillas mientras miraba a estas tres mujeres que eran y no eran las hermanas que había conocido toda su vida.

 

"Tenía tanto miedo de decíroslo— confesó—. Miedo de que me mirarais diferente. De que sintieran que les he mentido, que he estado usando sus rostros sólo porque extraño mi hogar y a mis amigas."

 

"¿Y lo has hecho? " preguntó Kharis directamente, porque esa era su naturaleza. Sin rodeos, sin juegos. En ese momento pensó que nunca encontraría la personalidad radiante y bonachona de la Kharis de su mundo.

 

Ephy lo consideró honestamente antes de responder.

 

"Al principio... cuando llegué aquí, tal vez un poco. Fue como ver fantasmas. Como si el universo se estuviera riendo de mí, mostrándome versiones de las personas que amo pero que no son ellas. Pero luego", miró a cada una a los ojos, "luego empecé a conocerlas. Realmente a ustedes. Y descubrí que son diferentes de maneras que nunca esperé. Rhodē, tú tienes un filo que la otra no tiene, una fuerza que se esconde detrás de tu amabilidad. Kharis, tú eres más reservada, pero de alguna forma más intensa. Diônê, tú... tú te pareces mucho a la Kharis de mi mundo debo ser honesta." confesó con todo el tacto que le fue posible.

 

Kharis y Rhodē se miraron antes de explotar descaradamente riéndose de su amiga, que miraba a Ephy con un rostro de confusión y una pizca de enfado.

"Parece que en ningún universo tienes remedio, Diônê" dijo Rhodē sin contener su risa al final.

 

"Así que para ellas tienes halagos y para mí una moraleja", bromeó Diônê, pero había calidez en su voz.

 

Y entonces Ephy fue testigo de algo que llenó su corazón de una alegría inmensa. Kharis reía sin ningún tapujo, a costa de Diônê, claro estaba. La princesa amazona intentó sin demasiado éxito no recordara los días que, después de sus turnos de guardia, iban al río o los manantiales. Mientras tanto, Kharis ponía su brazo sobre el hombro de Diônê recuperando la compostura tras la risa.

 

Rhodē fue la siguiente en moverse, colocando una mano sobre la espalda de Ephy y cerrando el círculo con su oro brazo sobre Diônê y Kharis.

 

"Entonces empecemos de nuevo", dijo Kharis.

 

Las cuatro jóvenes entrelazaron sus brazos, como la tradición amazona lo dictaba.

 

"Pero si en algún momento empiezas a compararnos con tus otras amigas y encontramos que salimos perdiendo, vas a tener problemas" añadió la sonrisa de Diônê.

 

Ephy rió, y el sonido fue liberador, como si algo que había estado conteniendo durante semanas finalmente pudiera respirar.

 

"De acuerdo, amazonas", dijo Kharis en voz de comando "es hora de seguir nuestro camino".



-



La lluvia había comenzado como una advertencia suave, apenas unas gotas dispersas que salpicaban los caminos polvorientos de la costa de la colonia griega. Para cuando el sol comenzó su ascenso hacia el horizonte marino, el cielo se había transformado en una masa gris y amenazante que descargaba su furia sobre las cuatro amazonas que cabalgaban con urgencia hacia Abdera.

 

Ephy tiró de las riendas de Atheus, y señaló hacia una estructura apenas visible entre los olivos que flanqueaban el camino costero.

 

"¡Ahí! ¡Ese granero!"

 

Kharis, montada en su yegua gris, entrecerró los ojos contra la lluvia que ya caía con más intensidad. El edificio que Ephy señalaba era poco más que una estructura en ruinas, con paredes de piedra medio derrumbadas y un techo de paja que parecía haber conocido mejores días. Pero era un refugio, y en ese momento, eso era todo lo que importaba.

 

"¿Estás segura de que estamos a salvo aquí?", gritó Diônê, con su cabello castaño pegado a su rostro por la lluvia, las gotas resbalando por sus mejillas.

 

"En mi mundo, he dormido aquí antes. Es un buen lugar lejos de marineros borrachos y mercaderes tramposos", respondió Ephy, espoleando a Atheus hacia adelante.

 

Rhodē, no esperó más confirmación. Su caballo marrón ya estaba siguiendo a Atheus, sus cascos salpicando barro en todas direcciones mientras galopaban hacia el refugio prometido.

 

El interior del granero olía a heno húmedo y madera vieja, y aunque resultaba evidente que había trascurrido mucho tiempo dese que se le había dado uso, aún conservan ecos de su propósito original. La luz que se filtraba por las grietas de la pared era escasa y grisácea, pero suficiente para revelar que el espacio era más amplio de lo que parecía desde fuera.

 

Ephy desmontó con un sólo movimiento, sus pies aterrizando con un chapoteo en el suelo de tierra convertido en lodo cerca de la entrada. Inmediatamente comenzó a guiar a Atheus hacia el interior, apartando con el pie algunos escombros del camino.

 

Los caballos podrán descansar bien aquí", explicó, señalando hacia las sombras en el fondo del granero. "Los establos no están en perfectas condiciones, pero los estarán secos y protegidos del viento."

 

Las otras tres amazonas la siguieron, llevando a sus corceles con cuidado. Kharis, evaluó el lugar.

 

"Este lugar ha resistido más tormentas de las que parece.", observó, levantando la vista hacia el techo.

 

"Mientras no caiga sobre nuestras cabezas mientras descansamos" dijo Diônê.

 

"No te preocupes, no lo hará, Diônê", sentenció Kharis "Entonces, avisarás al templo del peligro que enfrentamos y regresamos a casa, ¿cierto?"

 

Ephy asintió, no muy segura de su siguiente paso.

 

Diônê le lanzó una mirada curiosa que Ephy fingió no ver.

 

Mientras Rhodē y Kharis se ocupaban de los caballos, quitándoles las monturas empapadas y frotando sus flancos con puñados de heno seco que Ephy había encontrado, Diônê se acercó a la amazona de cabello azabache.

 

"¿Y crees que tu sacerdotisa será... receptiva a la noticia?" la pregunta era práctica, sin juicio, pero Ephy sintió el peso de todas las implicaciones.

 

"No es mi sacerdotisa", replicó Ephy quizás con demasiada rapidez, sus mejillas tomando un tono más oscuro que no podía ser atribuido sólo al calor del fuego." Y Thaïs es... inteligente. Si le explicamos la amenaza, entenderá las consecuencias."

 

"Si su respuesta es favorable," observó Rhodē. " El templo podría ser un refugio mientras la amenaza continúa en el norte",

 

"Afrodita no rechazaría a nadie que busque protección", interrumpió Ephy, su voz firme con una certeza que sorprendió incluso a ella misma". Y la suma sacerdotisa compartirá ese sentimiento".

 

Diônê arqueó una ceja, una sonrisa apenas perceptible curvando sus labios mientras se acomodaba sobre su propia manta.

 

"Hablas como si la conocieras muy bien."

 

Ephy desvió la mirada hacia las llamas, viendo en sus movimientos hipnóticos ecos de recuerdos que no se atrevía a pronunciar en voz alta. El rostro de Thaïs iluminado por las lámparas de aceite del templo. Sus ojos marrones observándola con una mezcla de curiosidad y algo más profundo cuando se despideron. La manera en que sus dedos habían rozado los de Ephy al aceptar aquella carta.

 

"La conozco lo suficiente" dijo finalmente, su voz apenas más alta que el crepitar del fuego.

 

Sus hermanas amazonas no presionaron más, permitiendo que Ephy se refugiara en sus pensamientos mientras la tormenta continuaba su asalto contra las paredes del granero.

 

Fue Kharis quien dijo poco después con tono gentil pero directo.

 

"Sabes que cuando todo esto termine, si…" intentó decir, perro corrigió sus palabras "cuando Xena regrese y Dahak sea derrotado... las cosas no serán simples para ti."

 

Ephy cerró los ojos, apoyando su cabeza contra la madera detrás de ella. Lo sabía. Claro que lo sabía. Había estado evitando pensar en ello, empujando ese conocimiento hacia los rincones más oscuros de su mente donde podía fingir que no existía.

 

"Nada ha sido simple desde que llegué a este mundo", respondió finalmente." ¿Por qué debería esperar que cambie ahora?

 

Fue entonces cuando lo escucharon.

 

Un ruido sutil desde el fondo del granero. Madera crujiendo. Algo moviéndose entre las sombras de los establos abandonados.

 

Las cuatro amazonas se pusieron de pie en un instante, manos en las armas, formación defensiva instintiva. Kharis levantó una mano, señalando silencio, mientras sus ojos se entrenaban en la oscuridad del fondo.

 

Otro crujido. Definitivamente algo vivo. Demasiado pesado para ser una rata, demasiado cauteloso para ser un animal salvaje.

 

"Muéstrate," ordenó Kharis, su voz resonando con autoridad en el espacio cerrado. "Sabemos que estás ahí."

 

Por un momento, nada. Sólo el tamborileo de la lluvia en el techo y el sonido de su propia respiración.

 

Entonces, desde las sombras, emergió una figura pequeña.

 

El mundo se detuvo.

 

"¿Emlyn?"

 

El nombre salió de los labios de Rhodē como un grito ahogado, como si todas las pesadillas de los últimos dos días se disolvieran y renacieran simultáneamente en esa única palabra.

 

La niña dio un paso vacilante hacia la luz del fuego, y en ese momento todas pudieron verla claramente. Cabello platino enmarañado, rostro sucio de barro, ropas desgarradas y manchadas de barro. Sus pies estaban envueltos en vendajes improvisados que alguna vez fueron blancos, ahora teñidos de marrón y rojo.

 

Pero estaba viva. Estaba de pie. Estaba ahí.

 

"Yo... yo no quería asustarlas," susurró Emlyn, su voz tan pequeña que apenas se escuchaba sobre la lluvia. "Eve dijo que esperara aquí mientras iba al pueblo, pero escuché voces y pensé que tal vez..."

 

No terminó la frase porque Rhodē ya estaba corriendo.

 

El impacto del abrazo casi derribó a la niña. Rhodē la sostuvo con fuerza. Sollozos sacudían su cuerpo, entrecortados y descontrolados.

 

"Estás viva. Por las diosas, estás viva."

 

Diônê llegó un segundo después, sus brazos rodeando a ambas, su rostro enterrado en el cabello de Emlyn. Las lágrimas corrían libremente por sus mejillas.

 

"Pensamos que el fuego... ", su voz se quebrabao" las criaturas... encontramos tu manta con sangre y..."

 

Kharis permanecía donde estaba, paralizada. Ephy la vio cerrar los puños a sus costados, mandíbula apretada, luchando contra algo enorme que amenazaba con desbordarla. Cuando finalmente habló, su voz temblaba de una forma que Ephy nunca había escuchado.

 

"¿Sabes lo que hemos pasado? ¿Tienes idea de lo que..." Se detuvo, respirando profundo. "No pensamos que volveríamos a verte."

 

Emlyn sollozaba ahora, su pequeño cuerpo sacudido por el llanto.

 

"Lo siento, lo siento mucho. Yo no quería... tenía tanto miedo. El fuego estaba por todas partes y Myrrine cayó frente a mí y luego no encontraba a nadie y solo corrí y corrí y—"

 

"Shh, pequeña guerrera," Rhodē la mecía suavemente, besando su cabeza. "Ya pasó. Estás a salvo ahora."

 

Kharis finalmente se movió, acercándose con pasos medidos pero urgentes. Se arrodilló frente a Emlyn, y cuando habló, su voz era más suave que Ephy jamás la había escuchado.

 

"Nunca," dijo, colocando una mano gentil en la mejilla sucia de la niña, "nunca vuelvas a asustarnos así."

 

Y entonces Kharis hizo algo que sorprendió incluso a Diônê: se inclinó y presionó su frente contra la de Emlyn en el gesto amazona de profundo afecto y alivio.

 

"Pensé que te habíamos perdido," susurró, tan bajo que casi no se escuchó. "Tu tribu te hizo una ceremonia funeraria, junto a Varia y el resto de nuestras hermanas. "

 

Ephy observaba todo desde donde estaba, conmovida por la escena. No conocía a esta niña, pero el alivio devastador en el rostro de sus hermanas, la forma en que Emlyn se aferraba a Rhodē como si fuera su única ancla al mundo, sabía que era importante para ellas. Pero algo más tenía su atención en ese memento.

 

"Disculpa ¿Dijiste Eve?" La pregunta de Ephy cortó a través del momento emotivo.

 

Emlyn asintió contra el hombro de Rhodē, su voz amortiguada.

 

"Me encontró hace dos días. Yo... yo estaba cerca de un arroyo, no podía caminar más. Mis pies..." miró hacia abajo con vergüenza. "Caminé pero las piedras y... dolía tanto."

 

"¿Dónde está Eve ahora?" preguntó Kharis, poniéndose de pie y mirando hacia la entrada del granero como si esperara que apareciera.

 

"Fue al pueblo," respondió Emlyn, limpiándose las lágrimas con el dorso de su mano. "Dijo que conseguiría algo para comer. Que no tardaría."

 

"La lluvia debió retrasarla" observó Diônê, mirando hacia la tormenta que continuaba descargando afuera.

 

"Me dio su manta antes de irse," Emlyn tocó la capa que llevaba envuelta, demasiado grande para ella, claramente perteneciente a un adulto. "Y me dijo que me quedara aquí.. Que esperara."

 

Ephy se acercó finalmente, arrodillándose para quedar a la altura de Emlyn. La niña la miró con esos ojos grises enormes, aún brillantes de lágrimas.

 

"Tú debes ser la princesa," susurró Emlyn con algo de asombro en su voz. "Eve me contó sobre ti. Dijo que eras valiente y que nos ayudarás."

 

"Sólo Ephy está bien," dijo suavemente, ofreciendo una sonrisa.

 

Emlyn asintió con entusiasmo.

 

"¿Qué más hizo Diônê?" preguntó Rhodē gentilmente, apartando mechones de cabello platino del rostro de Emlyn.

 

"Vendó mis pies," Emlyn miró hacia abajo. "Me dio agua de su bota aunque sé que no tenía mucha. Me dejó montar en su caballo. Y en las noches," su voz se hizo más pequeña, "cuando tenía pesadillas sobre el fuego y los gritos, se quedaba despierta conmigo y me cantaba. No conocía las canciones amazonas, pero las suyas eran bonitas también."

 

Kharis intercambió una mirada con Diônê, algo complejo pasando entre ellas.

 

"Ha cuidado bien de ti," dijo Kharis finalmente, y había reconocimiento genuino en su voz.

 

El sonido de cascos contra el barro alertó a todas. Una figura apareció en la entrada del granero, empapada por la lluvia, con lo que parecía ser un paquete envuelto en tela bajo su capa.

 

Eve se detuvo en el umbral cuando vio a las cuatro amazonas, sus ojos recorriendo cada rostro antes de posarse en Emlyn, quien ahora estaba rodeada de protectoras.

 

"¡Eve!" Emlyn intentó levantarse, pero Rhodē la mantuvo gentilmente sentada. "Son ellas. Mis hermanas. Kharis y Diônê y Rhodē y la princesa Ephy."

 

Eve inclinó la cabeza en un saludo respetuoso, el agua de la lluvia goteando de su cabello.

 

Fue entonces cuando Ephy realmente la miró, notando el barro del camino en sus ropas, la fatiga en sus ojos, y algo más: la marca de alguien que había estado cuidando a otro durante días.

 

"¡Eve!" dijo Ephy casi corriendo hacia ella y con alegría en su voz.

 

Al encontrarse, ambas se abrazaron.

 

"Ephy, me alegro mucho de verte otra vez, es bueno que nuestros caminos se crucen ahora," dijo simplemente con una calma alegría en su mirada. Se acercó con cuidado, consciente de cómo la observaban, y, después ed desenvolver la tela, dejó el una vacija junto al fuego. "Pan de la taberna del pueblo. Y un poco de queso de cabra. No es mucho, pero con esta tormenta fue lo que el tabernero tenía disponible."

 

Se quitó la capa empapada, revelando que su propia ropa también estaba húmeda. Había caminado bajo la lluvia para conseguir comida para una niña que ni siquiera era su responsabilidad.

 

Ephy fue la primera en moverse, inclinándose ante el fuego con una sonrisa que era mitad alivio, mitad felicidad.

 

Rhodē, aún sosteniendo a Emlyn, dio un paso hacia Eve. Cuando habló, su voz temblaba ligeramente.

 

"Le vendaste los pies. Le diste agua, comida, refugio. La protegiste durante estos días."

 

"¿Qué otra cosa podía hacer?" respondió Eve, y no había expectativa de gratitud en su voz. Sólo simple verdad. "Es una niña. Estaba herida y asustada."

 

Eve sabía lo que pasaba por las mentes de Kharis, Diônê y Rhodē en ese momento. Esta segura de que, aunque aún fueran jóvenes, el recuerdo de su jucio a manos de Varia y el consejo aún permanecía fresco en su memoria. Sin importar que su madre hubiera podido librarla de una sentencia de muerte, lo cierto era que la mayoría de las amazonas aún pensaban que los crímenes de Livia habían quedado impunes.

 

"Me recordó a alguien que fui una vez," dijo finalmente. "Perdida, asustada, segura de que nadie querría encontrarme. Alguien me encontró de todas formas. Me pareció... apropiado devolver ese favor."

 

Kharis se puso de pie lentamente y con cierta formalidad dijo.

 

"Hija de Xena," dijo, y su voz resonaba con autoridad. "Nosotras y la tribu celta está en deuda contigo por el cuidado y protección de una de las nuestras."

 

Eve asintió, pero había sorpresa genuina en sus ojos.

 

"No se debe ninguna deuda," respondió. "Hice lo correcto."

 

"Sí, eso fue lo que hiciste", respondió Ephy.

 

Un poco después, en medio de la tranquilidad después de la lluvia, y con el resto de amazonas durmiendo, las hijas de Xena y Gabrielle intercambiaron unas cuantas palabras. 

 

"¿Vienes conmigo a casa, Eve?"

 

"No soy espcialmente quierida en tu hogar, Ephy."

 

"Lo arreglaremos. Pero necesito tu ayuda ahora. Gabrielle te necesita."

 

Algo en la mirada de Eve le dijo a Ephy que la mensajera de paz ya sabía a lo que se refería. No podía traer de regreso a Xena sin ella. 

 

"De acuerdo, iré. Te ayudaré y haré mi parte."

 

 

-

 

 

El sol de la mañana bañaba los patios del templo de Afrodita cuando las cuatro amazonas cruzaron el umbral principal. Ephy caminaba al frente, flanqueada por Kharis a su derecha y Diônê y Rhodē detrás. Vestían sus capas de viaje —no la vestimenta de guerra— en señal de respeto, aunque sus armas descansaban visibles en sus costados. Una embajada amazona no se presentaba desarmada, ni siquiera en un templo sagrado.

 

La escalera principal era empinada y rodeaba el primer patio antes de llegar a la explanada del templo. Desde lejos, las sacerdotisas comenzaron a notar la llegada de la pequeña comitiva. Mientras algunas se apresuraban hacia el interior, otras continuaban con sus labores cotidianas sin quitar la vista de ellas.

 

"Vaya, este lugar es realmente hermoso", dijo Rhodē haciendo una pausa y contemplando la majestuosa estampa del mar a los pies del recinto.

 

Mientras Kharis y Rhodē mantenien un semblante estoico, Diônê incluso llegó a saludar a un par de jóvenes de forma juguetona, tomándolas totalmente desprevenidas. Una vez en la explanada, pudieron escuchar los pasos firmes y apresurados acercarse desde el interior del templo.

 

Segundos después, Thaïs ya las esperaba en las grandes puertas de madera, rodeada por dos de sus acólitas más veteranas. La Suma Sacerdotisa llevaba su khiton ceremonial de un blanco inmaculado, bordado con hilos dorados que captaban la luz como pequeñas llamas. Su cabello castaño estaba recogido con cintas de seda,.

 

Cuando sus miradas se encontraron —los ojos marrones de Thaïs y los verdes de Ephy—, hubo un destello de reconocimiento que ninguna de las dos permitió que se extendiera más allá de un parpadeo.

 

"Princesa Ephiny, tu presencia honra este templo. Afrodita acoge a todas sus hijas, y más aún a quienes a servido con honor a sus sacerdotisas." Su voz era formal, controlada, pero sus ojos la traicionaban al mirar a Ephy.

 

"Suma Sacerdotisa," comenzó Ephy con voz firme y clara, inclinando la cabeza en señal de respeto. "Estoy aquí con la bendición de la reina Gabrielle. Vengo en nombre de mi pueblo para advertir de un peligro que amenaza no solo nuestras tierras, sino también las tuyas."

 

El rostro de Thaïs, en un principio regio y calmado, se desencajó del todo con una preocupación genuina. "Habla libremente. Este es un lugar sagrado y tus palabras serán escuchadas con la debida seriedad."

 

Ephy dio un paso adelante. Detrás de ella, Kharis, Diônê y Rhodē permanecieron inmóviles.

 

"En el norte, se extiende una terribles oscuridad. Aldeas enteras han sido atacadas por criaturas deformes y hombres poseídos. Iguales a los hombres que nos atacaron en el camino. No actúan por voluntad propia y son casi imparables. Sólo la muerte definitiva los detiene. Pero ya no son un puñado de hombres, ahora hay un ejercito de ellos."

 

Una de las acólitas dejó escapar un suspiro ahogado. Thaïs levantó una mano para silenciarla sin apartar la vista de Ephy.

 

"¿Sabes qué causa esta... posesión?"

 

"Dahak," respondió Ephy, y el nombre cayó como una piedra en el agua. "Un dios antiguo de maldad. Creíamos que había sido derrotado hace años, pero ha regresado. Y esta vez más fuerte. Más hambriento de muerte y poder."

 

Thaïs cerró los ojos por un instante, pero cuando los abrió, había determinación en ellos.

 

"Los rumores han llegado hasta aquí," admitió. "viajeros del norte que llegan con historias de pueblos abandonados, de altares profanados. No quise creerlo." Hizo una pausa. "Pero si las amazonas vienen a advertirme en persona, entonces la amenaza es real."

 

"Lo es," confirmó Kharis, hablando por primera vez. Su voz era grave, sin adornos. "He visto con mis propios ojos cómo un hombre que conocía desde niño intentó matarme sin reconocerme. No había humanidad en su mirada. Sólo... vacío."

 

Rhodē añadió con suavidad:

 

"Los desplazados del norte comienzan a moverse hacia las costas. Familias enteras huyendo de algo que no comprenden. Pronto llegarán aquí, a Abdera."

 

Diône se adelantó un paso y sonrió, aunque había acero en su tono:

 

"Por eso venimos también con una propuesta, Suma Sacerdotisa. El templo de Afrodita es grande, tiene jardines, patios, establos. Podría convertirse en refugio para esos desplazados. Un lugar donde el amor de la diosa los proteja mientras la oscuridad pasa."

 

Thaïs miró a las cuatro amazonas, una por una, evaluándolas. Sus rostros les transmitían verdad, y también, debajo de su armadura guerrera, miedo. Finalmente, su mirada regresó a Ephy y se quedó ahí un momento más de lo estrictamente necesario.

 

"Es una propuesta noble," dijo al fin. "Pero también arriesgada. Si Dahak busca seguir incrementando su ejército, un templo lleno de refugiados podría convertirse en objetivo."

 

"O podría convertirse en fortaleza," replicó Kharis. "Con la bendición de Afrodita y la protección de las amazonas, este templo podría ser el faro que muchos necesitan."

 

Ephy asintió.

 

"Además, la Nación Amazona tiene una cuenta pendiente con Dahak y su ejército. Una gran batalla nos espera y pelearemos con toda nuestra fuerza para detenerlo."

 

Thaïs consideró las palabras. El silencio se extendió, sólo interrumpido por el murmullo del mar.

 

"Necesito consultar con el consejo del templo," dijo finalmente. "Pero mi corazón ya conoce la respuesta. Afrodita no cierra sus puertas a quienes sufren. Si llegan hasta aquí, los recibiremos."

 

Ephy inclinó la cabeza de nuevo, esta vez con gratitud genuina.

 

"Gracias, Suma Sacerdotisa. Tu juicio y valor será recordado por nuestro pueblo."

 

"No es valor," corrigió Thaïs con una sonrisa pequeña pero sincera. "Es amor. Y esa es la única fuerza que puede resistir a la oscuridad."

 

Sus miradas se encontraron una vez más, y en ese instante, rodeadas de formalidad y protocolo, ambas supieron que algo más profundo las conectaba. Algo que no tenía cabida en ese momento, pero que palpitaba bajo la superficie como un río subterráneo.

 

Kharis carraspeó suavemente, rompiendo el momento.

 

"Partiremos al atardecer," anunció. "Daremos la noticia en el puerto y en las tabernas."

 

"Por supuesto," respondió Thaïs, recuperando su compostura formal. "Las personas necesitan saber de esto."

 

Las amazonas se retiraron con reverencias medidas. Pero antes de bajar la escalinata, Ephy se volvió una última vez.

 

"Siempre me han gustado los atardeceres en este templo, quizá debería ver este antes de partir. Tal vez pase demasiado tiempo hasta que vea el siguiente".

 

 

-

 

 

El atardecer se derramaba sobre los patios del templo, bañando las columnas que se fundían con el horizonte. Las sombras se alargaban, creando rincones entre los pilares que sostenían el techo abierto al cielo.

 

Thaïs encontró a Ephy en el patio más alejado, ese que daba al mar y donde pocas personas se habían aventurado esa tarde. La princesa amazona estaba de pie cerca del borde, contemplando cómo el sol moría lentamente sobre las aguas. Ya no llevaba la capa de la mañana. Su cabello azabache caía libre sobre sus hombros desnudos, agitándose con la brisa cálida del mar.

 

Thaïs pensó entonces que aquella era una visión realmente hermosa, el verla así, libre y completamente ella misma.

 

Sus pies descalzos no hicieron ruido sobre las losas tibias y el pasto, pero Ephy se volvió de todos modos, sintiendo su presencia en el aire.

 

Sus miradas finalmente se encontraron,. En los ojos de Ephy había una tormenta de emociones contenida.

 

"Pensé que estarías preparando las ceremonias de la noche," dijo Ephy un tanto a broma.

 

Los recuerdos de su noche en el bosque llegaron hasta ambas.

 

"Las acólitas pueden encargarse," respondió Thaïs divertida, acercándose lentamente. "Quería despedirme. Apropiadamente."

 

"Mis hermanas me esperan para partir."

 

Thaïs asintió, comprendiendo. Este encuentro no sería largo.

 

En silencio, ambas se observaron en un gesto que asomaba tímidas sonrisas y comodidad, pero también un dejo de tristeza. El viento marino traía el olor a sal mezclado con el incienso que aún flotaba desde las cámaras ceremoniales. La luz dorada del atardecer hacía que la piel oliva de Ephy brillara de un modo que tentaba a Thaïs a tocarla.

 

Intentó apartar la mirada, pero sus ojos encontraron los brazos desnudos de la amazona, los músculos definidos bajo las mangas de su vestimenta, y las cicatrices pequeñas que hablaban de una batalla reciente.

 

Apartó ese pensamiento rápidamente, sintiendo calor subir a sus mejillas.

 

"El norte es muy peligroso ahora," dijo finalmente, rompiendo el silencio. "Lo que describiste esta mañana... esas criaturas..."

 

Ephy se volvió completamente hacia ella, y la intensidad de su mirada hizo que Thaïs olvidara por un momento cómo respirar.

 

"Lo es. Pero tenemos que enfrentar a Dahak, si no lo hacemos el mundo entero perderá la batalla. Además, la Nación Amazona no permitirá que ningún enemigo ponga un pie en nuestra tierra sin pagar un gran precio. No uno que ya tomó las vidas de nuestras hermanas."

 

"Debes enviar un mensaje si están en peligro o me preocuparé." preguntó Thaïs, dando otro paso hacia ella. La distancia entre ambas se reducía centímetro a centímetro.

 

Los labios de Ephy se curvaron en una sonrisa.

 

"¿Te preocupas por mí, Suma Sacerdotisa?"

 

"Sí," admitió Thaïs sin rodeos, y vio cómo la sonrisa de Ephy vacilaba. "Apenas te conozco, pero..." se detuvo, buscando las palabras correctas, "Sí. Me preocupo."

 

Ephy notó como aquello lo decía a manera de reto. Pero de ponto notó que esas palabras también venían con algo vulnerable en ellos.

 

"Entonces ten cuidado con eso," dijo Ephy suavemente, su voz apenas un susurro. "Preocuparse por una amazona es peligroso. Vivimos al borde del filo de una espada."

 

"Lo he notado," Thaïs le sonrió. Ahora estaban lo suficientemente cerca para que pudiera sentir el calor que emanaba del cuerpo de Ephy. "Pero no creo que pueda evitarlo."

 

Ephy tragó saliva visiblemente, su mirada bajando por un instante a los labios de Thaïs antes de volver a sus ojos. El movimiento fue tan breve que podría haber sido imaginado, pero Thaïs lo sintió.

 

" Thaïs yo..." murmuró Ephy.

 

"Quiero pedirte algo," interrumpió Thaïs, su voz temblando apenas.

 

"Lo que sea."

 

"Cuídate." Las palabras salieron más cargadas de emoción de lo que pretendía mostrar. "Por favor, Ephiny, cuídate. No te pongas en peligro."

 

Ephy la miró con una intensidad que hizo que las rodillas de Thaïs temblaran.

 

"¿Y si tengo que hacerlo?" preguntó suavemente. "¿Y si es necesario?"

 

"Entonces piensa..." Thaïs se detuvo, las palabras atascándose en su garganta. ¿Qué podía decir? ¿Que pensara en ella? ¿Que alguien la esperaba? No tenía derecho a pedirle eso, no cuando apenas se conocían.

 

"¿Pensar en qué?" presionó Ephy. Sus cuerpos casi se tocaban ahora, separados solo por centímetros que parecían arder con electricidad.

 

"En..." Thaïs buscó su mirada, perdiéndose en esos ojos verdes, "en que alguien reza por tu regreso."

 

Todas, las noches, pensó, rezó a Afrodita por ti.

 

La expresión Ephy cambió de expectante a triste.

 

"Sólo... vuelve. Sana y salva." imploró Thaïs.

 

"Lo intentaré," susurró Ephy, con una ternura que contrastaba con todo lo que representaba como guerrera. "Te prometo que lo intentaré."

 

Thaïs cerró los ojos, inclinándose involuntariamente hacia ella. Cuando los abrió de nuevo, encontró a Ephy mirándola con una intensidad que la dejó sin aliento.

 

"¿Por mí?" preguntó, apenas capaz de formar las palabras.

 

Ephy no respondió, pero su mirada lo dijo todo. Bajó a los labios de Thaïs, subió a sus ojos, recorrió su rostro detalle a detalle. Su otra mano se levantó, y entonces, Thaïs pensó que la besaría. Todo su cuerpo se tensó en anticipación, su corazón latiendo tan fuerte que estaba segura de que Ephy podía escucharlo.

 

Ephy tomó con una mano la cintura de Thaïs y dejó un tímido beso en la piel de la sacerdotisa, demasiado cerca de la comisura de sus labios. Cuando la sacerdotisa pudo reaccionar e intentó girar su cabeza para llegar hasta los labios de la amazona, era demasiado tarde. El aire frío llenó el espacio donde había estado su calor, y Thaïs tuvo que resistir el impulso de cerrar esa distancia.

 

"Debo irme," dijo Ephy, y un dejo de dolor en su voz.

 

No terminó la frase, pero no necesitaba hacerlo. Thaïs entendió perfectamente lo que no decía.

 

"Espera," Thaïs extendió su mano, deteniéndose justo antes de tocar el brazo de Ephy. "Toma esto."

 

Se quitó una de las cintas de seda que había usado durante las ceremonias del día. Era de un azul profundo de un tono muy particular, bordada con hilos plateados que capturaban la luz menguante del atardecer.

 

"Para que..." su voz vaciló, "para que tengas algo que te recuerde que hay un lugar donde te esperan. Siempre."

 

Ephy tomó la cinta y dejó que Thaïs la atara a su muñeca.

 

"Yo también quiero darte algo," dijo finalmente, y sus dedos trabajaron rápidamente hasta el collar que colgaba de su cuello. Rápidamente se quitó la pequeña pieza de plata con forma de concha de mar, atada con cuero oscuro trenzado. "Me ha acompañado siempre."

 

Lo colocó en la palma de Thaïs, y cuando sus dedos se rozaron, ambas sintieron la descarga contacto.

 

"No puedo aceptar esto," protestó la suma sacerdotisa débilmente, aunque cerró sus dedos alrededor de la pieza. "Si es tan importante para ti..."

 

"Lo es," interrumpió Ephy, envolviendo las manos de Thaïs con las suyas, manteniendo el ámbar atrapado entre ambas. "Por eso quiero que lo tengas. Para que sepas que..." se detuvo, luchando con palabras que no podía pronunciar. "Para que sepas que volveré".

 

Se quedaron así, con las manos entrelazadas, el colgante presionado entre sus palmas. La luz del atardecer las envolvía, haciendo que este momento se sintiera suspendido fuera del tiempo.

 

Lentamente, con una renuencia que a Ephy le resultó casi dolorosa sus manos se separaron. La concha marina quedó en la palma de Thaïs, todavía tibio del calor de ambas. Ephy dio un paso atrás, y se obligó a dar el siguiente.

 

Notó los cascos de los caballos de sus hermanas detrás de ellas. Había llegado la hora.

 

A su séquito ya las acompañaban Eve y Emlyn.

 

Al notar la parecencia de la mujer, Thaïs exlamó.

 

"¡La mensajera de Eli! ¿Viajas con ella? ¿A la Nación Amazona?"

 

Ephy le sonrió. La respuesta no era sencilla.

 

"Así es, en realidad nosotras somos… " por un momento no encontró la manera de describir su vínculo con Eve.



"Somos familia" dijo Eve.



Las amazonas sonrieron.

 

"La hija de la princesa guerrera y la hija de la reina amazona de Potidea no podrían ser otra cosa" finalizó Diônê.

 

Ephy subió a su caballo y antes de girar pudo ver el rostro de sorpresa de Thaïs.

 

Chapter 17: Una vez que eliminas lo imposible…

Chapter Text

El salón del consejo se encontraba colmado de tensión.

 

Las representantes de las tribus estaban dispuestas en semicírculo, sus rostros marcados por la derrota en la batalla reciente y el duelo por Varia. En el centro, sobre una mesa de madera oscura tallada con los nueve símbolos de las tribus, descansaba el collar de la Alta Reina. La luz de las antorchas hacía las piedras y cuentas incrustadas en él.

 

Gabrielle estaba de pie frente a la mesa, con el peso de todas las miradas sobre ella.

 

Finalmente, Cyane de la tribu del Norte se puso de pie. 

 

"Reina Gabrielle, Varia te eligió en su lecho de muerte —dijo con voz firme—. Eso no es algo que tomemos a la ligera. Nuestra alianza necesita de ti, ahora más que nunca".

 

Gabrielle sostuvo su mirada sin parpadear.

 

"Espero estar a la altura. Honraré el deseo de Varia, pero…"

 

"¿Qué sucede, Gabrielle?" Cyane preguntó.

 

"Sólo seré reina regente. No tomaré la corona, sólo la custodiaré"

 

Un murmullo recorrió el salón. Algunas amazonas intercambiaron miradas. Otras permanecieron inmóviles, esperando una explicación.

 

Frawohena dio un paso adelante.

 

"Dahak viene. Todas lo sabemos. Necesitamos tu liderazgo. Necesitamos una Alta Reina que pueda unir a las tribus y enfrentar lo que se avecina. ¿Rechazas el collar que Varia te dio con su último aliento?"

 

"No lo rechazo —dijo Gabrielle con calma—. Lo acepto. Pero sólo hasta que derrotemos a Dahak. Después, elegiremos a quien deba guiarnos de verdad."

 

"¿Y por qué no tú? —preguntó Cyane—. Eres una reina legendaria, has luchado junto a nosotras, conoces nuestra fuerza y virtud. Varia te eligió por una razón."

 

Gabrielle respiró hondo.

 

"Porque mi lugar no está…—dudó, pensando en una promesa futura que no sabía si pudiera llegar a ver—. Los guiaré mientras Dahak amenace nuestras tierras. Pero cuando esa batalla termine, este consejo debe elegir a quien verdaderamente pertenezca el collar."

 

Silencio.

 

Cyane la observó largamente y luego asintió despacio.

 

"Hablas con honor, reina Gabrielle. Y con sabiduría. —Se volvió hacia las demás y pronunció—. Varia eligió bien. Tenemos quien nos guíe en esta guerra."

 

Gabrielle se volvió hacia todas las representantes.

 

"Por el momento, debemos continuar con nuestro plan de defensa. Cyane, necesito un inventario exacto qué los recursos tenemos. Cuántas guerreras, cuántas arqueras, cuánto armamento, cuánto material para trampas, fogatas, barricadas y fosas trampa. Y quiero saber el estado de nuestras defensas actuales. Nos enfrentamos a enemigos tan terribles como poderosos."

 

Cyane asintió.

 

"En seguida, mi reina"

 

"¿Qué hay de las defensas que ya tenemos, Reina Kanae?"

 

"Nuestras empalizadas están en buen estado en el perímetro principal, pero los flancos este y sur necesitan mejoras. No hemos reforzado esas secciones desde la primavera. Además tenemos reservas de brea, gracias a la tribu Tanta."

 

Gabrielle asintió, su mente ya trabajando.

 

"Entonces esto es lo que haremos. Inmediatamente."

 

Caminó alrededor de la mesa, señalando sobre un mapa desplegado.

 

"Primero: reforzaremos todas las empalizadas, especialmente los flancos este y sur. Quiero equipos de construcción trabajando desde el amanecer hasta que caiga la noche. Dobles o triples cuadrillas para cambiar turnos. Necesitamos ser rápidas, pero queremos a todas nuestras hermanas fuertes y alerta para la batalla que viene."

 

Mawu-ka se inclinó sobre el mapa, sus ojos oscuros evaluando las posiciones.

 

"Eso normalmente nos tomaría días, incluso semanas."

 

Gabrielle sostuvo la mirada de Mawu-ka sin pestañear, aunque por dentro sentía el peso de cada segundo que pasaba dentro del consejo. No tenemos semanas. Quizás ni siquiera días. Apretó discretamente los dedos contra el borde de la mesa. ¿Qué haría Xena? La pregunta llegó instintivamente. Recordó cada ocasión en que Xena y ella se enfrentaron a un enemigo mucho más grande y poderoso. Y fue entonces cuando lo supo: Xena no sólo fortificaría. Xena obligaría al enemigo a pelear en su terreno, a tropezar antes de llegar siquiera a las empalizadas. No esperaría el ataque—lo empezaría.

 

"Las ancianas y las niñas deben ayudar con la comida y las tareas diarias, cada guerrera cavará y construirá a partir de este momento —respondió Gabrielle—. Añadiremos fosas. Excavaremos trincheras a treinta pasos de la empalizada principal. No profundas, pero sí lo suficiente para hacer tropezar o con suerte atrapar a las bestias de Dahak. Necesitaremos cubrirlas bien con ramas, hojas y rocas, las más pequeñas también pueden ayudar con eso."

 

"Trampas —murmuró Mawu-ka con aprobación, sus brazos tatuados cruzados sobre el pecho.

 

"Exacto y muchas. Además de puestos de tiro para arqueras, necesitamos puntos de repliegue. Si las defensas caen, debemos tener posiciones preparadas donde reagruparnos sin perder terreno innecesariamente."

 

Cyane trazó líneas en el mapa con su dedo.

 

"La plaza central, el pasaje del este y la vereda junto al río. Tres puntos fortificados."

 

"Sí. Y conectados por potenciales rutas de escape."

 

Gabrielle se volvió hacia Hjaquima, cuya tribu era conocida por sus habilidades de rastreo.

 

"Hjaquima, tu tribu tiene las mejores rastreadoras. Quiero patrullas constantes en un radio de medio día de marcha. Turnos de cuatro horas, nunca menos de tres guerreras por patrulla. Si ven algo, cualquier cosa, regresan inmediatamente."

 

Hjaquima apretó el puño de su espada.

 

"Será hecho, mi reina."

 

La joven amazona bajó la mirada, pero asintió.

 

"¿Algo más?" preguntó Cyane.

 

Gabrielle miró a cada una de las representantes.

 

"Sí. Esto va a ser difícil, probablemente peor de lo que vivimos en la playa de Helicon. Pero hemos sobrevivido a guerras, a traiciones, a dioses. Sobreviviremos a esto también. Dahak quiere destruirnos. Nosotras no se lo permitiremos. Esa vez mucho más que la alianza está en juego, y nuestra nación estará a la altura."

 

Un puño golpeó la mesa. Luego otro. Y otro.

 

Pronto toda la sala resonó con el sonido de puños contra madera, el saludo amazona de aprobación y compromiso.

 

Gabrielle levantó su mano y el ruido cesó.

 

"Por una nación amazona fuerte." Dijo Gabrielle.

 

"Por una nación amazona fuerte." Respondieron las reinas al unísono.

 

Justo cuando el sonido de los vítores comenzaba a desvanecerse, las puertas de la sala se abrieron bruscamente.

 

Una joven amazona entró con paso rápido, el rostro alterado y sin aliento.

 

"Mi reina —dijo, dirigiéndose a Gabrielle con urgencia—, hay una extraña en la aldea. Viene acompañada de un niño"

 

El lugar se tensó inmediatamente. Varias manos fueron a las armas.

 

"¿Una amenaza, Makira?" —preguntó Cyane, poniéndose de pie.

 

"No lo creo, mi reina —respondió la amazona—. Pide audiencia con la Reina Gabrielle. Y... —vaciló, como si las palabras no tuvieran sentido— lleva la vestimenta de su nación, Alta Reina."

 

Un murmullo de confusión recorrió el salón.

 

Gabrielle se sorprendió ante aquello. Una intuición. Un presentimiento vino a su corazón.

 

"¿Dio su nombre?"

 

"Sí, mi reina. Dice llamarse Ephiny. Reina Ephiny de la tribu Telaquire."

 

El ritmo del corazón de Gabrielle pareció detenerse.

 

Algunas amazonas presentes se pusieron de pie de golpe. Otras intercambiaron miradas de confusión.

 

Cyane miró a Gabrielle con expresión indescifrable.

 

"Ephiny murió hace años, ¿no es cierto, reina Gabrielle? —dijo la reina de la tribu del norte—. Las ancianas cuentan su historia."

 

"Es verdad —respondió Gabrielle, y su voz sonó distante, como si viniera de muy lejos—. Yo estaba ahí. Y sin embargo…"

 

Algo en su interior creó un sentimiento que la hizo tener ganas de llorar.

 

"Tráela aquí —ordenó Gabrielle—. Y que nadie la dañe."

 

Y no les sería fácil aún si trataran, pensó.

 

La amazona asintió y desapareció por las puertas.

 

El salón quedó en un silencio tenso. Nadie se sentó. Todas esperaban.

 

Gabrielle podía sentir su corazón latiendo contra sus costillas. Sus manos temblaban ligeramente, y tuvo que cerrarlas en puños para ocultarlo.

 

Cyane se acercó a ella.

 

"¿Sabes algo de esto? —preguntó en voz baja."

 

"No —respondió Gabrielle—. Pero si... No,no lo sé."

 

Cyane frunció el ceño, pero no presionó más.

 

Los minutos se arrastraron como horas.

 

Finalmente, las puertas se abrieron de nuevo.

 

Y entonces Gabrielle la vio.

 

La mujer que entró al salón tenía el rostro de alguien que Gabrielle había visto en su hoguera funeraria. Cabello rizado y rubio, ojos intensos, porte de guerrera y reina a la vez. Las marcas de algunas décadas al frente de la nación amazona grabadas en su piel como testimonio de un linaje que Gabrielle conocía demasiado bien.

 

Era Ephiny. Y no lo era.

 

La mujer se detuvo en el umbral, escoltada por dos amazonas. Detrás de ella, un niño de no más de diez años la observaba todo con ojos enormes y asustados, aferrándose a su mano.

 

Los ojos de la mujer recorrieron el salón hasta encontrar a Gabrielle.

 

Y entonces se quedó inmóvil.

 

"Gabrielle" —dijo, y el nombre salió como una plegaria y una herida a la vez.

 

Gabrielle dio un paso adelante, luego se detuvo.

 

"Ephiny —susurró."

 

Las dos se miraron a través del salón, separadas por metros de distancia y mundos de imposibilidad.

 

El consejo había estallado en murmullos. Varias amazonas curiosas o alarmadas se aglomeraron cerca de la entrada. Cyane levantó una mano para mantener el orden, pero no apartó la mirada de la recién llegada.

 

Gabrielle tragó saliva, forzándose a recuperar la compostura. Era la Alta Reina ahora. Tenía que actuar como tal.

 

"Por favor, hermana, identifícate ante el consejo" —dijo, y su voz sonó más firme de lo que en realidad sentía en su interior.

 

La mujer respiró hondo y dio un paso adelante. Su postura cambió, volviéndose formal, real.

 

"Soy Ephiny, hija de la tribu Telaquire, Reina de mi tribu y Alta Reina de la Nación Amazona en mi mundo. —Hizo una pausa, y su voz se volvió más suave—. Y hermana de Gabrielle de Potidea."

 

Gabrielle asintió, pero el silencio del resto de las reinas y las otras amazonas presentes fue absoluto.

 

"Tu mundo —repitió Cyane lentamente—. ¿Hablas de uno distinto al nuestro?"

 

"Sí —respondió Ephiny—. He cruzado un portal hasta aquí. Yo y mi hijo, Ari. Fuimos enviadas aquí por... —vaciló, mirando a Gabrielle— por Xena."

 

Gabrielle cerró los ojos un momento. Cuando los abrió, había alivio de saber que Xena estaba bien, pero algo más se asomaba dentro de su corazón con respecto a Ephy.

 

"Es cierto —dijo Gabrielle, dirigiéndose al consejo—. Ephy viene de otro mundo. El mundo de esta Ephiny. Y ella... —su voz se quebró ligeramente— es la mujer que crió a Ephy cuando la Gabrielle de ese mundo no pudo."

 

El salón estalló de nuevo en murmullos.

 

Kanae levantó la mano de nuevo, exigiendo silencio.

 

"Esto es... extraordinario —dijo—. ¿Y cómo sabemos que es quien dice ser?"

 

Ephiny no esperó a que Gabrielle respondiera por ella. Se adelantó, con el niño aún a su lado.

 

"Sé que suena imposible. Yo misma apenas puedo creerlo. Pero vengo en paz, y vengo porque mi hija está aquí. Porque Gabrielle... —miró directamente a ella— por lealtad a mi hermana."

 

Gabrielle se conmovió con sus palabras.

 

"La Ephiny de este mundo —dijo con una voz ya no tan firme como antes— fue mi hermana también. Mi mejor amiga. Murió defendiendo a su pueblo. Y tú... —miró a la mujer frente a ella— tú llevas su rostro. Su fuerza. Su honor como reina amazona."

 

Ephiny asintió despacio en agradecimiento.

 

"Y la Gabrielle de mi mundo fue mi hermana también. Murió hace años en una tierra lejana. Y tú... llevas su rostro. Su corazón. Su luz."

 

Las dos se miraron. Gabrielle sintió el impulso de abrazarla, pero la idea rápidamente dejó su mente.

 

Cyane carraspeó suavemente, rompiendo el momento.

 

"Si eres quien dices ser —dijo dirigiéndose a Ephiny—, entonces eres bienvenida aquí. Una reina amazona, sin importar de qué mundo venga, merece nuestro respeto."

 

Entonces, la reina Branwen se puso de pie lentamente. Era una mujer de complexión robusta, con el cabello trenzado y sus tatuajes celtas marcados profundamente en sus brazos. Su rostro, normalmente orgulloso, mostraba el peso de una pérdida reciente.

 

"En este momento —dijo firme—, la Nación Amazona necesita toda la ayuda posible. No importa de dónde venga."

 

Hizo una pausa, sus ojos recorriendo el salón antes de continuar.

 

"Mi tribu, las celtas, fuimos las más leales a Varia. Cuando llamó a la batalla, más de la mitad de las guerreras que marcharon bajo su estandarte eran mías. Mis hermanas..." Su voz se quebró apenas un instante. "Casi todas cayeron a mano del ejército de Dahak. Mi tribu se ha reducido a cenizas. Quedan pocas de nosotras."

 

El silencio en el salón se volvió pesado.

 

Branwen miró directamente a Ephiny.

 

"Si eres una guerrera, si eres una reina, y si vienes con la voluntad de luchar... entonces no me importa de qué mundo vengas. Te necesitamos. Yo, reina Branwen de la tribu celta, te recibo como bendición de Nemain"

 

Ephiny dio un paso adelante, confundida pero con agradecimiento.

 

"Reina Branwen, lamento profundamente tu pérdida. Pero debo confesar que no entiendo completamente qué sucede aquí"

 

Gabrielle cerró los ojos un momento, luego los abrió y miró a Ephiny.

 

"Yo te lo explicaré, Ephiny... —dirigió su mirada al consejo, midiendo la temperatura de la noticia sobre la existencia de otro mundo. Pero la premura de la oscuridad que se avecinaba parecía haber aminorado el impacto de tal revelación.

 

Entonces Cyane prnunció.

 

"Si la reina Branwen la recibe, entonces yo también lo hago." Miró directamente a Ephiny. "Cyane de la tribu del Norte te da la bienvenida, Ephiny, como reina amazona."

 

Una a una, las demás reinas comenzaron a ponerse de pie.

 

"Mayam de la tribu romana te recibe."

 

"Hjaquima, de la tribu de Ishtar, de Harrán, te da la bienvenida."

 

"Mawu-ka de las hijas de Isis de Meroe te reconoce como hermana."

 

Kanae fue la última en levantarse, sus ojos brillando con algo parecido a la curiosidad.

 

"Kanae de la tribu Telaquire te recibe, reina de otro mundo. Que tu presencia aquí traiga la fortuna que necesitamos."

 

El salón resonó con el golpe de puños contra el pecho, y el saludo tradicional amazona le dio la bienvenida a Ephiny, quien claramente conmovida, llevó su propio puño a su pecho en respuesta, inclinando la cabeza con respeto.

 

"Gracias, reinas de la Nación Amazona. Es un honor que me reciban en su hogar."

 

"Es el tuyo  también", dijo Gabrielle suavemente. "En este mundo y cualquier otro."

 

 

"Hay un asunto final que debe abordarse", dijo con cautela Hjaquima. "El niño que llegó con la reina Ephiny. ¿Qué lugar tendrá aquí?"

 

Las amazonas giraron su cabeza hacia el niño. El rostro de Ephiny se endureció.

 

"La ley es clara", dijo . "Los hombres no tienen lugar en nuestro territorio."

 

"Respeto profundamente nuestras leyes, reina Hjaquima" respondió Gabrielle con calma, pero su voz tenía un filo de autoridad que silenciaba cualquier objeción inmediata. "Pero Ari no es un hombre. Es un niño. Y estará aquí como mi invitado personal."

 

Cyane cruzó los brazos, su expresión inescrutable. Branwen frunció el ceño pero no habló. Hjaquima miró al resto de las reinas.

 

"Entiendo que esto no es... tradicional," continuó. "Pero debemos considerar que algo mucho más grande que nuestra nación está en juego ahora."

 

Caminó lentamente alrededor de la mesa, asegurándose de encontrar la mirada de cada representante.

 

"Dahak destruirá las aldeas a su paso, la gente huirá. Y algunos vendrán aquí, buscando refugio. Es posible que debamos abrir nuestras puertas a quienes escapen de él."

 

El murmullo creció, algunas voces en desacuerdo, otras en reflexión.

 

"Por ahora la nación amazona deberá ser el bastión de la humanidad, y les prometo que pelearé con todo mi ser para cumplirlo."

 

-

 

El mundo de La Conquistadora

 

 

-

 

Xena permaneció inmóvil, observando el portal por el que Ephiny y Ari acababan de desaparecer. La luz parpadeó una vez, dos veces, y luego se desvaneció por completo.

 

Sabía lo que debía hacer ahora. Lo que Cosmos esperaba que hiciera.

 

Y fue así como un nuevo portal se abrió frente a ella con un resplandor dorado que bañó las rocas a su alrededor. A través de él, Xena podía ver la playa: arena blanca, olas suaves, ese cielo perpetuamente azul donde la esperaba el descanso eterno. 

 

El viento del acantilado azotaba su cabello oscuro, trayendo consigo el aroma salado del mar lejano.

 

El lugar donde debía haber estado esperando a Gabrielle desde su despedida en Egipto.

 

Debía.

 

Pero Xena tenía otro plan.



Sus ojos azules se entrecerraron. Inclinó ligeramente la cabeza hacia un lado y una media sonrisa comenzó a curvarse en sus labios. 

 

Y dio un paso atrás.

 

Lejos del portal.

 

"No", dijo simplemente, su voz firme.

 

El portal parpadeó, como si la misma esencia de Cosmos dudara por un instante. La luz dorada se intensificó brevemente, invitándola, llamándola. Xena lo sintió, así que dio dos pasos atrás concretando su negativa.

 

Decidió entonces darle la espalda y se alejó del lugar, saliendo de la cueva. Sabía que pronto Cosmos caería en cuenta de su desobediencia. Aunque no sabía qué forma tomarían sus represalias, conocía bien las reacciones temperamentales de los dioses cuando su ego resultaba herido por un mortal.

 

"Afrodita" llamó, su voz elevándose hacia el cielo vacío, hacia las nubes que se movían perezosamente sobre ella. "Necesito hablar contigo. Ahora."

 

El viento fue la única respuesta por un momento. Xena esperó, paciente pero alerta, consciente de que el portal seguía brillando a sus espaldas como una mirada inquisitiva silenciosa.

 

Destellos rosados y dorados, como pétalos de flores cayendo en una cascada de luz, la diosa del amor se materializó frente a ella. Afrodita apareció con su usual gracia, su cabello dorado flotando en una brisa que sólo ella parecía sentir, sus ojos brillantes pero cautelosos. Su expresión no era del todo la de la diosa juguetona que Xena recordaba.

 

Había preocupación en su rostro. Y cansancio.

 

"Xena"dijo, y había sorpresa genuina en su voz. "Se supone que deberías estar..." su mirada se desvió vagamente hacia el portal que aún brillaba a espaldas de la guerrera. Espera un momento. Tú no eres ella."

 

La diosa del amor la rodeó, examinándola detalladamente. El parecido es asombroso, y no hablo del físico, princesa guerrera. Tú también llevas dentro su fuerza y eres capaz de toda esa… oscuridad.

 

"Es mi pasado lo que ves, no en quien me convertí en mis últimos años de vida", interrumpió Xena.

 

Afrodita parpadeó. Una vez, dos veces. Luego frunció el ceño y sus manos fueron a sus caderas en ese gesto característico de confusión divina.

 

"Tienes razón. Tu camino también se cruzó con ella"

 

"Con Gabrielle"

 

Afrodita asintió.

 

"¿Por qué estás aquí?"

 

"No voy a entrar a ese portal, y necesito tu ayuda para eso", dijo Xena, señalando brevemente hacia el resplandor dorado a sus espaldas sin apartar su mirada de la diosa. "Cosmos espera que cruce y aguarde sus siguientes instrucciones." Su mandíbula se tensó. "Pero sus planes incluyen el sacrificio de Ephy para restaurar el equilibrio, y no voy a ser parte de eso."

 

El rostro de la diosa del amor revelaba verdadera sorpresa e incluso temor. 

 

"Me ha usado como peón, moviéndome exactamente donde necesita que esté." Su voz se endureció. "Necesito tu ayuda, Afrodita. Necesito que me lleves de regreso a mi mundo, fuera de la vista de Cosmos, antes de que se dé cuenta de que no estoy jugando su juego."

 

Algo en la expresión de Afrodita cambió. La preocupación en su rostro se mezcló con algo que podría haber sido admiración, o quizás temor reverente ante la pura terquedad de esta mortal que se atrevía a desafiar al arquitecto del universo.

 

"No puedo creerlo", murmuró Afrodita, sonando genuinamente impresionada. "Realmente vas a hacerlo. Vas a mirar a Cosmos a la cara y decirle que se vaya al Tártaro."

 

"Entre otras cosas", dijo Xena con una sonrisa.

 

Afrodita rió con cierta incredulidad.

 

"Está bien", dijo lentamente, levantando las manos en un gesto de rendición. "Vaya, en realidad sí te pareces a La Conquistadora" dejó caer las manos. "¿Y qué planeas hacer exactamente, Xena? ¿Cuál es tu gran plan para desafiar la voluntad de Cosmos y salvar a Ephy, todo sin recursos, sin ejército y técnicamente aún muerta? No estoy segura de que entiendas cómo funciona esto. No es como rechazar una invitación a cenar. Esto es... —buscó las palabras—. Esto es grande."

 

" Oh, no te preocupes, lo entiendo perfectamente —Xena dio un paso hacia ella, cerrando la distancia —. Entiendo que Cosmos quiere que Ephy sea sacrificada para restaurar el equilibrio. Entiendo que me está usando para mover las piezas donde él quiere. Entiendo que me ha guiado, manipulado, empujado exactamente a donde necesita que esté. —pronunció cada palabra afilada como una daga—. Pero eso se termina ahora. Verás, ahora yo tengo mis propios planes."

 

Y una promesa que le hice a Gabrielle, pensó. 

 

"Creo que siempre los tuviste, ¿no es cierto, Xena?" dijo la diosa.

 

Xena se inclinó de hombros.

 

Afrodita la estudió por un largo momento: no sólo su postura desafiante. Los ojos de la diosa recorrieron el rostro de Xena, buscando dudas, buscando grietas en esa fachada de determinación.

 

No encontró ninguna.

 

"Está bien, Xena. Te ayudaré. Por Ephy y por…"

 

Xena sabía exactamente qué nombre callaba. Ella y Gabrielle ya no existían en este mundo. No la culpaba, perder a su amiga debió de haber sido devastador. No concebía cómo alguien podía vivir sin Gabrielle, sin importar de qué mundo se tratara.

 

"Te lo agradezco, Afrodita. Ahora, necesito reunirme con Ares."

 

"¿Ares? —Afrodita la miró como si le hubieran crecido dos cabezas—. ¿Mi hermano es tu plan de respaldo? ¿El mismo Ares que hizo de La Conquistadora su favorita? ¿Quien junto a ella sometió a todo el mundo conocido? ¿Ese Ares?"

 

"Afortunadamente para mí, ese no es el Ares de mi mundo. Además, es el único con los recursos y el conocimiento que necesito —Xena no se inmutó ante el tono—. Controla el Tártaro ahora. Tiene acceso a información sobre los mundos, sobre el flujo de almas, sobre las grietas entre realidades. —Hizo una pausa—. Y es el único en quien puedo confiar para hacer lo que sea necesario, sin importar cuán oscuro se ponga."

 

"¿Confiar? —repitió Afrodita—. Confiar es una palabra muy, muy generosa tratándose de él … en cualquier universo. Pero escucha, no te voy a juzgar, cada quien tiene sus filias"

 

"Escúchame, Ares es mi única salvación ahora. Nuestra única salvación ¿Me enviarás con él o no?"

 

La diosa suspiró, un sonido largo y cansado. Se llevó una mano a la frente en un gesto que a Xena le pareció demasiado humano, demasiado vulnerable para una divinidad.

 

"Sólo una cosa más, Xena."

 

Le sostuvo la mirada.

 

"Cosmos... —negó con la cabeza—. Si descubre que lo traicionaste, que rechazaste su plan, no habrá segunda oportunidad. No habrá playa paradisíaca esperándote. No habrá Elíseos, no habrá reencarnación, no habrá nada. Serás borrada, Xena. Borrada de la existencia como si nunca hubieras sido."

 

"Lo sé."

 

"¿Y aun así vas a hacerlo?"

 

"Sí."

 

La respuesta fue inmediata, sin vacilación, sin duda. Sólo certeza absoluta.

 

La diosa dejó caer los hombros y con ese gesto pareció aceptar lo inevitable.

 

"Siempre fuiste terca, Xena —dijo—. Incluso muerta."

 

"Especialmente muerta" —corrigió Xena con una sonrisa fanfarrona.

 

Afrodita rió a pesar de todo.}

 

"De acuerdo, ¿Lista?"

 

La diosa extendió su mano, y el aire comenzó a temblar. Un nuevo portal apareció frente a ellas, era diferente al de Cosmos.

 

"Este te llevará directamente al Tártaro en tu mundo —explicó Afrodita—. Pero este es un camino oculto, uno que aprendí de Hermes hace eones. Cosmos no lo verá porque no es parte de su diseño original. Es... un atajo, un pasaje que existe en los mundos, similares a los que ha creado Dahak, pero este se cerrará. —la miró directamente—. Tendrás el elemento sorpresa, al menos por un tiempo."

 

"Gracias, Afrodita —dijo Xena, y había sinceridad genuina en su voz—. Sé bien lo que te estoy pidiendo. Sé el riesgo que estás tomando."

 

"Oh, cariño —la diosa le sonrió con tristeza—. Si Cosmos descubre que ayudé a su pieza rebelde a escapar del tablero, estar en riesgo será lo menos de mis problemas. —Hizo un gesto elegante, como

restándole importancia a su posible aniquilación—. Pero algunas cosas valen la pena. Ephy lo vale."

 

El nombre quedó suspendido entre ellas.

 

"Entonces hazme una promesa, ¿quieres? —dijo, de nuevo—. Cuida de Ephy."

 

"Lo haré"

 

Xena dio un paso en dirección al portal, pero de pronto algo vino a su mente y se dirigió de nuevo hacia la diosa.

 

"Y tú hazme un favor, ¿quieres?" —dijo un tanto pensativa— "Cuida bien de las amazonas… o Ephy no te lo perdonará."

 

"Es un trato", respondió Afrodita antes de que Xena se despidiera de ella con un gesto de su mano.

 

Luego, sin más palabras, Xena cruzó el umbral.

 

 

El Tártaro

 

 

Xena emergió en un pasillo de piedra negra, la oscuridad fue absoluta. El aire era pesado, cargado de humedad y un sentido de muerte eterna habitando todo lo que la rodeaba, el peso de incontables almas atrapadas bajo la tierra. Antorchas con llamas azul pálido iluminaban el camino, proyectando sombras danzantes en las paredes de roca.

 

Xena comenzó a caminar.

 

El pasillo ascendía por el interior del peñasco, serpenteando hacia arriba en una espiral interminable. No había guardias, no había almas vagando. Sólo silencio y el eco de sus propias botas contra la piedra.

 

Finalmente, el pasillo se ensanchó.

 

Ante ella se extendía una caverna masiva, su techo perdiéndose en las sombras. En el centro, elevado sobre un montículo de piedra oscura, estaba el trono. No era el trono elaborado de Hades: este era más simple, más brutal. Hecho de obsidiana negra y hierro, con cadenas enrolladas en sus brazos como serpientes dormidas.

 

Y ante el trono, bloqueando el paso, estaban las tres figuras.

 

Las Moiras.

 

Xena se detuvo. Las reconoció al instante, aunque esta vez no estaban en el aspecto que las conocía. Cloto, Láquesis y Átropos, transformadas en guardianas del inframundo.

 

"Xena de Anfípolis —habló la del centro, su voz resonando en múltiples tonos—. La que cortó su propio hilo."

 

"La que no debería caminar en este mundo" —continuó la segunda.

 

"Y sin embargo lo camina" —concluyó la tercera.

 

Xena avanzó hacia ellas sin vacilar, deteniéndose a sólo unos pasos.

 

"No he venido a perturbar su hermoso ecosistema, hilanderas. Sólo solicito audiencia con Ares, rey del Tártaro."

 

Las tres la observaron en silencio. Como si estuvieran midiendo algo que sólo ellas podían ver.

 

 Luego, como una sola entidad, las tres Moiras se apartaron, abriéndole el camino.

 

"El señor del Tártaro te recibirá" —dijeron al unísono.

 

Una de ellas se adelantó, caminando hacia el trono. Su voz se elevó, formal y resonante:

 

"Mi señor, Xena de Anfípolis solicita audiencia."

 

Luego, desde las sombras del trono, una voz familiar respondió. Ares giró lentamente su cabeza hacia ella, con una actitud escéptica, casi aburrida, y dijo:

 

"Muy gracioso. ¿Quién es realmente?"

 

Las Moiras no se inmutaron.

 

"Xena de Anfípolis."

 

 Luego, sin pensarlo demasiado, Ares se levantó del trono, bajando los escalones de piedra con pasos medidos. Cuando emergió a la luz de las antorchas, Xena le vio inmediatamente.

 

Ares seguía siendo el mismo dios de la guerra: cuero negro, barba cuidada, esa presencia fanfarrona y demasiado segura de sí misma. Sus ojos oscuros la encontraron a través de la distancia, y su expresión se rompió.

 

El dios se detuvo en seco.

 

Su boca se abrió como para decir algo, pero no salió sonido. Su mano se levantó ligeramente, como si fuera a alcanzarla, antes de caer de nuevo a su costado.

 

"Xena" —dijo finalmente, y su voz falló en la primera sílaba antes de recuperar el control.

 

Ella no dijo nada. Sólo lo observó, dejándolo procesar.

 

Ares se detuvo a pocos pasos de ella. La miró y de inmediato lo supo. Se trataba de un espíritu, un fantasma.

 

"Estás muerta" —afirmó a modo de acusación—. Sigues muerta. Yo... —se detuvo, recomponiéndose—. "¿Qué diablos estás haciendo aquí? Tú no perteneces al Tartaro. Nunca lo has hecho."

 

Xena arqueó una ceja.

 

"Hola, Ares. Lindo lugar que tienes aquí. Es bueno verte también."

 

De inmediato, el dios de la guerra rió. Una risa corta, incrédula, con un toque de histeria apenas contenida.

 

"Por supuesto"—dijo, pasándose una mano por el rostro—. Estás buscando la manera de volver de los muertos. Otra vez." —La miró alegre—. ¿Vas a explicarme cómo planeas hacerlo, o sólo viniste a alegrar mi día?"

 

Xena dio un paso adelante, su expresión volviéndose seria.

 

"Necesito tu ayuda, Ares."

 

Él parpadeó.

 

"¿Mi ayuda?" —repitió, y luego su expresión cambió hacia una fingida incredulidad—. "La ayuda del actual rey de Tátaro. Nah, no lo creo."

 

"No tengo tiempo para esto, Ares ¿Acaso sabes lo que sucede con Dahak allá arriba?"

 

Ares se pasó una mano por la barba, y por un momento, algo incómodo dijo.

 

"He escuchado rumores" admitió finalmente. "Los otros dioses hablan sobre sombras que se extienden, sobre Dahak moviéndose de nuevo. Más fuerte que antes.  Especialmente mi hermana." Hizo una pausa, y su mandíbula se tensó. "Pero he estado... ocupado. Las revueltas de los hijos de Nyx no se arreglan solas, Xena. El Tártaro ha sido un caos desde que tomé el trono."

 

"¿Ocupado?" repitió Xena, con ese tono que significaba que no le creía del todo.

 

Ares la miró directamente, y había algo oscuro en sus ojos. Algo parecido a la vergüenza, aunque él nunca lo admitiría.

 

"Esperaba que el problema se solucionara por sí solo" dijo, y su voz se volvió más baja, más seria. "La última vez que me involucré demasiado con Dahak, las cosas salieron mal para todos. ¿O ya olvidaste lo que pasó?"

 

El nombre cayó entre ellos como una piedra.

 

"No, lo recuerdo bien, Ares." dijo Xena, sin inflexión. Exactamente" dijo Xena, y había un filo en su voz. "Cometiste un error monumental por tu arrogancia… y cobardía" Se cruzó de brazos. "Ahora tienes la oportunidad de demostrar que aprendiste algo. El mundo entero peligra esta vez. Todos los mundos, incluido el Tártaro. Ahora puedes estar del lado correcto desde el principio."

 

Ares no respondió de inmediato. Las palabras de Xena parecían haberlo herido, aunque su orgullo se resistiera a mostrarlo. Por un instante, en el silencio entre ambos se posó toda su historia juntos, a la parde todas las heridas que este había dejado, aún abiertas. Pero como si necesitara desviar el curso de la conversación antes de que lo arrastrara demasiado, Ares alzó la mirada con una chispa distinta en los ojos, más cercana a su habitual arrogancia.Y le dijo:



"Muy bien, muy bien. Pero primero... —señaló vagamente hacia las Moiras que aún vigilaban la entrada—. ¿Notaste a mis nuevas guardianas?"

 

Xena las miró de reojo.

 

"Las Moiras en el lugar de las Furias. Interesante elección."

 

"Si bueno, las Furias trataron de volverme loco, ¿recuerdas? —dijo Ares con sarcasmo—. Después de limpiar el desastre que dejaste cuando mataste a medio Olimpo, necesitaba guardianas más... confiables. Las Moiras no tienen lealtades sentimentales. —hizo una pausa, y sus ojos se entrecerraron—. Además, entienden el valor de mantener las cosas... en su lugar. A diferencia de cierta guerrera que decidió volver a engañar a la muerte."

 

"Aunque en realidad, no me obedecen del todo —dijo pensativo— sólo en el turno de la noche. Una segunda fución que por algún motivo aceptaron"

  

Xena encontró aquello sospechoso. Pero a pesar de todo, Xena casi sonrió.

 

Porque este era el Ares que necesitaba: el que entendía la guerra, el caos y el precio de desafiar a los dioses.

 

"Voy a necesitar tu ejército, Ares."

 

Él no pareció sorprendido en absoluto.

 

"Por supuesto que sí." Se recostó contra el respaldo del trono, estudiándola. "¿Y supongo que quieres que lo envíe a la Nación Amazona para ayudar a detener a Dahak?"

 

"Para empezar."

 

Ares soltó una risa corta.

 

"Para empezar. Naturalmente." La miró con esa mezcla de exasperación y fascinación que sólo ella le provocaba. "¿Algo más? ¿Quieres que también reorganice el inframundo mientras estoy en eso?"

"En realidad, sí" contestó Xena.

 

Juntos caminaron hacia las profundidades del Tártaro, dejando a las Moiras vigilando la entrada en silencio.

 

El destino había sido quemado tantas veces que ahora miraba curioso el libre albedrío de los mortales.