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El regalo de Jyushimatsu
Choromatsu se despertó la mañana de su cumpleaños con el intenso olor a quemado emanando del piso inferior. Con todas sus alarmas sonando desesperadamente dentro de su cabeza, baja las escaleras con paso nervioso y apurado. Ha vivido el tiempo suficiente para saber que esa risa excéntrica que escucha desde el pasillo no significaba otra cosa más que caos.
— ¡Jyushimatsu! ¡¿Qué rayos estás--?!
— ¡Choromatsu-Nii-san, noo!
— ¿¿Q-qué??
— ¡No entres, aún no está listo!
¿No está listo? ¿Qué no está listo? Choromatsu frena al inicio de las escaleras, pocos pasos le separan de la cocina y el aparente desastre que puede estar causando su hermano menor ahí dentro. Que le pida que no entre solo le pone más nervioso y pocos segundos después escucha el ruido de utensilios chocando los unos con los otros, junto con la vocecita de Jyushimatsu tarareando una canción.
Suena a que se está divirtiendo, pero el olor a comida carbonizada le trae al tercer hijo imágenes horribles de suciedad, humo y desastre por doquier. Algo habitual en su vida conviviendo con Jyushimatsu y a lo que jamás terminaría de acostumbrarse sin importar cuando años pasen.
— Basta, voy a entrar, lo que sea que estés haciendo, páralo ya, Jyushimatsu. — Choromatsu tiene su regaño preparado en la punta de la lengua cuando entra a la cocina y para en seco.
Hay mermelada en las paredes y harina en el piso, leche derramada sobre la meseta y escurriendo hacia el suelo, mezclándose con más comida y creando una mezcolanza horrible que seguro dará asco limpiar, pero no es eso lo que ha dejado a Choromatsu sin habla.
Frente a él, Jyushimatsu sostiene entre sus manos una masa negra, quizás un pastel quemado, con algo verde con motitas amarillas escurriéndole encima, una vela de cumpleaños torcida y despidiendo humo y un olor simplemente…asqueroso.
Jyushimatsu le mira con la más radiante de sus sonrisas, como si lo que tenía entre manos fuera el regalo más genial de la vida.
Aparte de eso, Choromatsu nota al mirar hacia abajo, Jyushimatsu está desnudo, sin otra cosa más que un delantal verde y una pañoleta en la cabeza.
— ¡Feliz cumpleaños, Choromatsu-Nii-san!
Choromatsu siente un hilo de sangre bajarle por la nariz.
Jyushimatsu cree que su hermano se apagó por la sorpresa así que se da por bien servido.
