Chapter 1: La llamada del cuervo
Chapter Text
El viento de los campos de arroz era muy diferente al de la montaña en el que Ayaka había pasado su entrenamiento para convertirse en una cazadora de demonios, y tampoco se parecía en nada al de la montaña de la prueba de la Selección Final. Era calmante, en cierta manera, y Ayaka contemplaba mientras caminaba a apaciblemente a los trabajadores de los campos, que estaban recogiendo pacientemente la cosecha.
Se preguntó a sí misma si la cosecha de ese año habría sido buena, si las familias podrían llenar sus estómagos aquel invierno con el dinero que ganarían vendiendo el arroz en el mercado, o tendrían que pasar hambre y frío.
Todo se decidiría según el resultado del esfuerzo que los agricultores habían hecho durante todo el año.
Pensar en ello era nostálgico, y Ayaka casi sentía tristeza al recordar su infancia en un campo de arroz, justo igual que aquel, casi.
No echaría de menos el trabajar al sol durante horas para cuidar de aquellas plantas. Ni tampoco el miedo constante que acechaba su corazón al final de las cosechas. Todos los años temía que estas se estropeasen por culpa del tiempo o de alguna plaga, echando a perder todo el duro trabajo que su familia había puesto en aquella labor tan dura.
Aunque Ayaka Iwamoto fuese una cazadora de demonios, consideraba aquel trabajo demasiado para ella.
No soportaba a los niños de su edad en su pueblo, de todas formas.
Así que no tuvo ningún remordimiento cuando Himejima-san, su actual maestro y Pilar de la Roca, le ofreció entrenarla para convertirse en su discípula y sucesora, y ella aceptó.
Habían pasado años ya desde aquel suceso y Ayaka ahora era una recién proclamada cazadora de demonios. Había superado la prueba y recibido su uniforme y su espada nichirin (que terminó adquiriendo un destacado color gris, símbolo de su habilidad como usuaria de la Respiración de la Roca).
Habiendo pasado tanto tiempo en la montaña, entrenando con Himejima-san, Ayaka había olvidado por completo como eran los campos de arroz en los que nació y se crió. Incluso veía borrosa ya la cara de sus padres.
Pero ya no los necesitaba, era una cazadora de demonios y estaba destinada a convertirse en la próxima Pilar de la Roca. Aunque se prometió a sí misma que los visitaría cuando terminase su primera misión (si salía viva, aunque estaba segura de sus habilidades). Al fin y al cabo, les había prometido que les visitaría cuando terminase su entrenamiento. Solo que con lo pronto que le ordenaron una misión no había podido ser capaz de hacerlo.
Ayaka exhaló un suspiro de frustración cuando su cuervo, por la decimosexta vez aquella tarde, le gritó su misión.
—¡Ayaka Iwamoto!—chilló con voz aguda— ¡Dirígete a la ciudad del noroeste y reúnete allí con Tanjirou Kamado! ¡Deprisa, deprisa!—soltó un graznido cuando su dueña le lanzó una piedra, esquivándola con un aleteo.
—¡Ya lo sé, maldito pajarraco!—chilló Ayaka irritada—¡Cierra el pico de una vez!
No estaba contenta con aquella misión, no solo la habían emparejado con otro cazador de demonios al que tendría que aguantar durante su misión, sino que su cuervo no paraba de chillar. La ponía de los nervios, y ella no tenía mucha paciencia.
Sin quererlo, la pelea con su cuervo había atraído la atención de los agricultores cercanos. Estos levantaron la vista de sus tareas para mirar con curiosidad hacia Ayaka, que seguía gritándole al pájaro.
Ayaka, al darse cuenta de esto, dejó de gritarle al cuervo para fijar su mirada en los agricultores.
—¿¡Y vosotros qué miráis!? —gritó enfurecida.
Los agricultores nerviosamente volvieron a hacer su labor, silencio inundando de nuevo el ambiente.
Ayaka resopló, volviendo a su anterior calma y retomando su camino a la ciudad del noroeste.
Aquello era por lo que no podía soportar de los campos de arroz.
Su misión no era complicada. Según lo que su irritante cuervo le había dicho en la ciudad habían estado sucediendo cosas extrañas.
Una muchacha desaparecía cada noche sin dejar rastro, y nadie en la ciudad había sido capaz de encontrar a ni una sola de las chicas desaparecidas.
Aquello era probablemente obra de algún demonio, Ayaka podía verlo solo con mirar la ciudad.
Allí había un demonio, y era su trabajo eliminarlo.
Y, como olvidarlo, de Tanjirou Kamado.
Ayaka siguió su camino por el puente que llevaba a la ciudad, sin intención alguna de buscar a su supuesto compañero. Podría derrotar a aquel demonio sola, no necesitaba a Tanjirou Kamado. Además, ya había formado un plan para derrotarlo, y su "compañero" no entraba en esos planes.
Recordó las palabras de su maestro, Himejima-san, cuando al fin consiguió pasar la Selección Final y volvió sana y salva de nuevo a la montaña. Él la esperaba, como había prometido, con una tetera de té de jazmín.
Se habían sentado fuera, colocando una mesa de madera y unos cojines cerca de un riachuelo (a Himejima-san le gustaba su sonido, decía que era relajante). No solían tomar té fuera, pero la ocasión lo merecía. Los dos aprendices del Pilar de Roca por fin se habían convertido en oficiales cazadores de demonios. La calidez del té era reconfortante. El silencio reinaba el ambiente mientras ella, Himejima y su otro aprendiz, Genya Shinazugawa, bebían con tranquilidad.
Ayaka nunca se había llevado bien con su compañero. En su opinión, Genya era demasiado temerario e impaciente. En los dos años en los que habían entrenado juntos bajo el ala de Himejima-san, no había demostrado otra cosa a sus ojos que era terco, impaciente y demasiado irascible para convertirse en un cazador de demonios. Pero por desgracia, Genya era fuerte, y a pesar de sus defectos, su corpulento cuerpo y su gran habilidad para pelear habían conseguido que fuese un aprendiz digno de las enseñanzas del mismísimo Pilar de la Roca.
Incluso sin haber sido capaz de dominar ninguna de las técnicas de respiración, Himejima-san lo había aceptado con brazos abiertos un par de meses más tarde que Ayaka, haciendo caso omiso de las negativas de la misma.
De ahí en adelante su relación no había hecho más que ir hacia abajo. Sus personalidades chocaban demasiado como para llegar a otro sitio. Ayaka era una persona que se basaba en la lógica, planeaba todo al milímetro y que siempre sabía qué hacer en todo momento. Sus ropas estaban limpias, ni una mota de polvo en ellas. Su pelo siempre estaba impecablemente recogido, y siempre se aseguraba de que tanto su habitación como sus pertenencias estuviesen pulcras y ordenadas.
Mientras, Genya era una persona que se lanzaba a la pelea sin pensar, usando fuerza bruta y las mínimas estrategias. Aunque Ayaka sabía que no era tonto, incluso se atrevía a decir que tenía una gran inteligencia. El problema era que apenas la utilizaba, conformándose con los mínimos resultados. Ni siquiera se preocupaba por su aspecto o por el estado de sus ropas, y lo peor de todo, según Ayaka, era su mohicano.
Era horroroso.
Estaba claro a los ojos de Ayaka, Genya era un simple bruto temerario que solo resultaba ser fuerte. Al haber pasado la Selección Final, al igual que ella, ahora era un cazador de demonios. Y Ayaka no dudaba en que sería uno efectivo, pero no como a ella le gustaría.
Le sorprendía que pudiese estar tan calmado mientras los tres bebían el té que les había preparado Himejima-san. La única cosa que Ayaka y Genya podrían alguna vez tener en común era el té de jazmín.
Ayaka se llevó la taza a los labios de nuevo, tomando un pequeño sorbo. La calidez del líquido bajó por su garganta y una sonrisa de satisfacción se pintó en su rostro.
Se llevaron en silencio un momento más, mientras el viento soplaba suavemente. Este movía con delicadeza los mechones de pelo que no estaban recogidos en el moño de Ayaka, normalmente enmarcando los lados de su rostro, tapando sus orejas. Entonces, Himejima-san habló:
—¿Podrías ir a por más agua, Genya? —pidió, sin gritar, pero con voz firme. El susodicho se levantó sin decir palabra, dejando sobre la mesa su propia taza y yendo dentro de la casa.
«Ah, va a darme uno de sus sermones», pensó Ayaka.
No era raro que Himejima-san se sentase con ellos a aconsejarles, charlando tranquilamente y dándoles instrucciones en como mejorar en su entrenamiento. Ayaka suponía que aquel sería el último sermón que le daría. Al menos, hasta la próxima vez que lo volviese a ver.
—Escúchame bien, Ayaka —dijo Himejima-san. Ella le afirmó que le estaba escuchando, sin dejar de sonreír.
Los ojos marrón oscuro de Ayaka observaron con cuidado a su maestro. Si había alguien a quién no podía predecir, era a él. Ayaka siempre había tenido una increíble vista, mejor que la normal. Era capaz de ver cualquier cambio, cada pequeña mota de polvo que flotaba en el aire e incluso averiguar cómo era una persona solo con echarle una mirada.
Era algo singular, siendo capaz de ver la esencia de las personas, incluso saber localizar a los demonios por su rastro. Era irónico, ya que Himejima-san era ciego.
Todavía no había conocido a nadie que pudiese ver lo que ella veía, y eso la hacía sentirse especial. Tenía una habilidad única que le proporcionaba ventaja en el campo de batalla, lo cual la satisfacía, sabiendo que incluso podría llegar a ser un Pilar. Algo que esperaba, siendo la sucesora del Pilar de la Roca.
Sin embargo, las palabras que Himejima-san pronunció en aquel momento borraron la sonrisa de su cara.
—Debes aprender a aceptar a otros y a colaborar con ellos —dijo Himejima-san—. Como cazadora de demonios, formarás parte en muchas misiones en las cuales tendrás que trabajar junto con tus hermanos cazadores.
Ante esto, un ceño fruncido se formó en la cara de Ayaka.
—No necesito a nadie para que me ayude, Himejima-san —dijo ella, intentando no gruñir—. Podría derrotar a cualquier demonio yo sola.
Himejima-san, mientras tanto, seguía con una expresión seria, sus cejas enmarcadas en su típica mueca preocupada.
—Esa arrogancia tuya será tu caída —dijo sin pestañear—. Te has negado a cooperar con Shinazugawa estos dos años, y sé que no es solo por su personalidad. Me decepciona esa parte de ti.
La mandíbula de Ayaka se tensó, apretando con más fuerza su taza, sin embargo, no elevó su tono.
—Con todos mis respetos, Himejima-san, pero estoy segura de que estaré bien —dijo Ayaka orgullosa—. Al fin y al cabo, soy muy fuerte, incluso usted mismo lo dijo.
—Sí, lo dije —afirmó—. Pero ni el más fuerte de los cazadores es capaz de derrotar a todos los demonios solo. Ni siquiera yo.
»Debes aprender a mirar no solo la superficie, mira más profundo. Fuiste bendecida con una vista fuera de lo normal, pero no la utilizas lo suficiente.
Ayaka desvió la mirada mientras mordía su labio, aunque Himejima-san no pudiese verla. Él era el más fuerte de los pilares actuales, y pensar que ni él podría derrotar a todos los demonios para Ayaka era descabellado. Era la persona más fuerte que Ayaka conocía, mejor aún, ¡el más fuerte de Japón!
Además, ¿qué demonios significa que no utilizaba su vista lo suficiente?
Antes de que Ayaka pudiese replicar, Genya volvió a la mesa.
—Se me olvidó mencionarlo, Ayaka, ¿podrías coger los pastelitos que hay en la cocina? —pidió Himejima-san.
«Ahora es el turno de Genya para su sermón»pensó Ayaka, mientras se levantaba en silencio.
Ahí fue cuando se acabó su conversación.
Ella le demostraría a Himejima-san que se equivocaba.
No necesitaba la ayuda de nadie.
Frunció el ceño, rememorando aquel recuerdo, y continuó su camino.
Por lo que Ayaka podía ver, la ciudad en la que el demonio había decidido alimentarse era una ciudad pesquera y comercial. Había varios barcos que flotaban serenamente en el canal que rodeaba las murallas de la ciudad, y la actividad fluía sin descanso en el puerto.
Sin embargo, la calma de Ayaka se vio perturbada por el grito de su cuervo, de nuevo.
—¡Reúnete con Tanjirou Kamado !—chilló, esta vez jalando con fuerza de la manga de su haori, que estaba decorado con flores rojas.
Un gruñido salió de la garganta de Ayaka, estaba hambrienta y cansada. No tenía la paciencia como para buscar al tal Tanjirou en aquella gran ciudad.
Todavía quedaban varias horas para que el Sol se pusiese, así que el demonio todavía no podría actuar. Ayaka había planeado comprar un tazón de udon en algún puesto local y descansar hasta la noche en alguna posada. El tiempo era demasiado escaso como para buscar a ningún cazador de demonios.
Así que, ignorando los constantes gritos del cuervo, se dirigió sin remordimientos a un puesto cercano. El cuervo se quedó aleteando en el aire, pero no la persiguió.
Afortunadamente, se calló al poco tiempo. Esto dejó que Ayaka disfrutase de su tazón de udon con tranquilidad, sorbiendo silenciosamente.
Al menos, Ayaka pensó que el cuervo se había callado, pero, al contrario de lo que había asumido, no es que lo hubiese hecho por haberse dado por vencido. Solo que ya no tenía razón alguna para gritar.
Había casi terminado con su tazón cuando alguien carraspeó a su lado, haciendo que Ayaka desviase su mirada hacia el origen del sonido, aunque sin prestar demasiada atención.
—¿Eres Ayaka Iwamoto? —preguntó educadamente el chico, tomando asiento en el taburete más próximo al suyo. Ayaka solo arqueó las cejas al oír su nombre. Posó el tazón con delicadeza en la mesa, dejando de sorber el caldo de su udon.
—Sí, soy yo —confirmó, examinandolo con más cuidado esta vez. Sus ojos se posaron en la espada nichirin que portaba más tiempo del necesario.
Así que aquel era el tan mencionado Tanjirou Kamado.
La sonrisa del susodicho se ensanchó y los ojos de Ayaka se posaron en su hombro, donde su desdichado cuervo descansaba tranquilamente. Así que había decidido traicionarla e ir a buscar a su supuesto compañero él mismo.
—Soy Tanjirou Kamado —se presentó con amabilidad—. ¿Esta es tu primera misión también?
Por lo que Ayaka podía ver, el cazador de demonios delante de ella parecía ser un chico humilde. Su aura transmitía amabilidad y gentileza, y Ayaka se atrevía a decir que también podía ver la pasión en su corazón.
Sin duda, era una buena persona, demasiado amable y preocupado por los demás para el gusto de Ayaka.
Ella solo asintió ante la pregunta de Tanjirou, volviendo a su tazón de udon. Ahora tendría que quitárselo de encima, no es que le importase el dañar sus sentimientos o algo por el estilo, sino que era una molestia tener que hacerlo.
Que fuese su primera misión también parecía tranquilizar a Tanjirou un poco, por lo que Ayaka podía ver.
—Te recuerdo, del final de la Selección —continuó Tanjirou, sin tomar en cuenta que Ayaka no le miraba—. ¡Muchas gracias por ayudarme a parar a aquel chico!
Los ojos de Ayaka rodaron en su cuenca. Se estaba refiriendo a cuando Genya perdió el control y atacó a una de las chicas que supervisaban la prueba. Todo se debía a su impaciencia en conseguir una espada nichirin, incluso cuando Ayaka le advirtió de ello. Y claro, ella tuvo que intervenir.
—No te ayudé a ti —dijo Ayaka cortante—. Genya estaba avergonzando a nuestro maestro, así que tuve que pararlo.
La sonrisa de Tanjirou, sin embargo, no desapareció de su cara.
—¿Con qué kanjis se escribe Ayaka? —preguntó, ignorando su tono. Ayaka nunca había visto a nadie que permaneciese tan alegre pese a la frialdad con la que lo estaba tratando.
—Se escribe como flor colorida —dijo, sin intención de seguir la conversación. O estaba ignorando que ella no mostraba interés alguno en la conversación, o Tanjirou Kamado era un ingenuo. Puede que incluso los dos.
—Bien, Aya-san, he pensado en preguntar a los lugareños si saben algo sobre el demonio —continuó Tanjirou—. Y así podríamos conseguir más información.
El ceño de Ayaka se frunció.
—Tanjirou Kamado —dijo ella, a lo que el susodicho se irguió en su sitio, dando a entender que le estaba dando toda su atención—. No tengo intención alguna de preguntar a ningún lugareño. Lo único que conseguirás con eso es que te acompañe, teniendo otra carga que te molestará en la batalla. Y no pienso tener que ir por ahí protegiendo a algún humano indefenso. —Apuntó con sus palillos en dirección al Sol—. Hasta que sea de noche, el demonio no atacará, así que veo una pérdida de tiempo buscar por él ahora.
Tanjirou parpadeó, pero continuó hablando con una sonrisa como si nada:
—No pasa nada, podemos buscar otro método si quieres, Aya-san.
La lengua de Ayaka chasqueó en molestia, su anterior actitud de mínimo interés convirtiéndose lentamente en una de fastidio. No recibía el mensaje.
—El problema no es el método, Tanjirou Kamado —dijo, mirándole a la cara por primera vez en lo que llevaban de conversación—. El asunto aquí es que no voy a formar equipo contigo. Puedes hacer lo que quieras. Por lo que me concierne, me da igual.
Las cejas de Tanjirou se arrugaron, pero no en una mueca de enfado, sino una de preocupación.
—Pero las órdenes eran que trabajásemos juntos para derrotar al demonio de esta ciudad.
Ayaka sacó del bolsillo de su uniforme varias monedas, dejándolas al lado de su tazón ya vacío y levantándose. Miró una última vez a Tanjirou:
—Lo que importa es que al final el demonio sea exterminado —dijo Ayaka, mirando directamente a los ojos de color rojo oscuro de su "compañero"—. Así que da igual si se enteran de que trabajamos en equipo o no. Paso lo que pase, me aseguraré de cumplir mi misión.
Y con eso se alejó, teniendo solo en mente el encontrar algún sitio donde echarse una siesta.
Se preocuparía del demonio cuando fuese de noche.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Chapter 2: Susurro de un corazón
Chapter Text
Los ojos marrones de Ayaka observaron atentamente al Sol a través de la ventana. Este empezaba a esconderse en el horizonte.
Ahora era el turno de la Luna de salir, y con ella, venían los demonios.
El tiempo de descanso de Ayaka terminaba con su llegada.
Le agradeció con una sonrisa por pura cortesía al vendedor por el takoyaki que le había preparado. Dejó un par de monedas en el mostrador y se levantó del taburete.
Daba gracias a que su cuervo no estuviese allí, pues le había mandado a entregarle una carta a Himejima-san. En parte porque quería informarle de su progreso y también para quitárselo de encima.
Estaba aliviada de no tener que estar escuchando sus gritos, así su mente estaba más clara. Sus pensamientos no eran interrumpidos por los constantes chillidos, y eso la ponía de buen humor.
Tan pronto como el Sol se puso, toda la gente que estaba merodeando por la calle desapareció.
Los puestos cerraron. La gente del puerto se apresuró en dejar los barcos preparados para la mañana siguiente. Las muchachas que charlaban alegremente con sus amigas se despidieron rápidamente y se encerraron en sus casas.
En un momento, lo que era una ciudad llena de energía y alegría se convirtió en una ciudad fantasma.
Incluso se podía notar el ambiente sombrío que se apoderó de las calles en cuestión de segundos.
Eso era lo que hacían los demonios. Implantaban el miedo en los corazones.
Y su trabajo era exterminarlos.
—Debería irse a casa, últimamente han desaparecido muchas jóvenes —advirtió el tendero a Ayaka, mientras empezaba a cerrar su puesto.
Ella solo alzó las cejas, sin esperar aquel comentario.
—¿Tiene miedo de perder su clientela? —preguntó Ayaka con calma, mirándole por encima del hombro.
El tendero la miró, parecía que había herido su orgullo. Aunque Ayaka no podía saberlo con certeza. De todas formas le daba igual si le ofendía o no, probablemente no volvería a verlo.
Si su madre la viese ahora le diría que fuese más amable, pero no estaba allí para reprimirla. Ayaka era libre de decir lo que quisiese. De todas formas no le importaba el dañar los sentimientos de los demás, acabarían siendo dañados de una forma u otra. ¿Para qué molestarse?
—Solo me preocupaba por usted —dijo el tendero con un bufido, cerrando completamente su puesto—. No se atreva a acusarme de motivos tan viles.
Ayaka le lanzó una mirada interrogante, sintiendo curiosidad por aquel singular hombre. Era extraño.
—¿Por qué se preocuparía por una desconocida? —cuestionó Ayaka. Sus cejas se arrugaron en una mueca. El hombre solo sonrió apaciblemente, y Ayaka vio como sus ojos se llenaron de una triste pero calmada melancolía.
—¿Tienes padres? —preguntó en respuesta, evitando su pregunta. Ella afirmó con un asentimiento, su confusión cada vez mayor.
—Y si tú murieses, estarían tristes, ¿no? —dijo el hombre. Ayaka parpadeó, y por un momento aquel hombre la dejó paralizada.
—Pues claro —contestó.
Por supuesto que lo estarían. Ella era su única hija y habían derramado sangre y lágrimas para poder verla crecer.
Kaori y Makoto Iwamoto habían deseado con todas sus fuerzas el tener un hijo.
Solo eran una familia humilde y trabajadora, campesinos de un mero campo de arroz. No podrían proporcionarle a su sucesor la mejor vida, pero de todas formas estaban deseosos de hacerlo.
Y después de tantos años, nació Ayaka.
Para entonces ya tenían unas cuántas arrugas y en sus melenas se empezaba a entrever el gris de la vejez. Pero aun así pusieron todo su empeño en criarla como era debido. La alimentaron, la vistieron y la educaron, incluso si no eran la familia más rica de Japón.
No podían darle los mejores vestidos, ni la mejor casa. Comían carne una vez al año y tenían suerte si podían comer pescado, pero los padres de Ayaka eran felices con lo poco que tenían.
Eran muy diferentes a ella misma, y la gente en el pueblo se sorprendía al descubrir que la niña seria que veían a veces en el mercado era hija de los Iwamoto.
Su padre, Makoto Iwamoto, era un hombre alegre, aunque demasiado sincero para su propio bien. Siempre ayudaba a cualquiera que lo necesitase, incluso sacrificando su propio bienestar para asegurar el de los demás. No era capaz de mentir y creía que la lealtad y el esfuerzo proporcionarían la felicidad. Al fin y al cabo, el trabajo duro le habían llevado hacia donde estaba ahora. No era la mejor vida, pero era mejor que la que tenía de niño.
Para su pequeño y delicado cuerpo, su padre era tozudo como ninguno, y nadie nunca sería capaz de cambiar sus ideales. Cuando creía en algo, clavaba sus pies en ello y nunca se movería.
Era un hombre de opiniones sencillas, no solía darle vueltas a las cosas y se quedaba con la primer idea que se le ocurriese.
Cuando aún era muy pequeña, Ayaka llegó a la conclusión de que por eso nunca mentía.
Su madre, Kaori Iwamoto, era una mujer amable pero con carácter. Tan alegre como su marido, pero de una manera diferente. Mientras que su padre era más bien calmado, ella era una bola de energía.
Siempre estaba animada, lo que contrastaba con su apariencia. Su madre era una mujer robusta, y sus brazos y su cuerpo eran fornidos, pero gracias a su gran sonrisa lo que podía llegar a ser intimidante se convertía en algo agradable.
Aunque no sonreía cuando alguien dañaba sus plantas.
Ayaka recordaba el pequeño espacio detrás de su casa en el que su madre tenía plantadas varias flores. Cuidaba de ellas con el mayor cuidado. Sus grandes manos daban los más delicados toques cuando trabajaba en su pequeño jardín. Siempre tenía una expresión de ternura cuando cuidaba de ellas.
Al principio había sido un sustituto para las ansias de tener un hijo. Con el paso del tiempo se volvió una afición en la que invertía gran parte de su tiempo. La gente del pueblo la elogiaba, pues llegaba a tener verdaderas maravillas en un pequeño rincón que hizo suyo.
Así que, si alguna vez algo le pasaba al jardín en el que tanto tiempo pasaba, Kaori se volvía una furia. Incluso si le había insistido durante toda su vida a Ayaka para que fuese amable, la sonrisa de su cara desaparecía cuando encontraba que algún niño del pueblo había roto una de sus macetas. Aunque su enfado no durase mucho. No podía evitar ablandarse al descubrir que había sido un accidente, o al menos eso era lo que decían los niños del pueblo. Tampoco dudaba en regalar alguna de las flores, que con tanto empeño había cuidado, para hacer las vidas de la gente a su alrededor al menos un poco más brillante. Ayaka no sabía si llamar a su compasión una virtud o un defecto.
Sus padres eran, sin duda, dos personas a las que se quería fácilmente. Pero Ayaka no podía evitar mirarles con condescendencia.
Su amabilidad al final solo les llevaba a más sufrimiento, todo para la felicidad de alguien que no eran ellos.
Eran frescos los recuerdos de su padre llegando a casa más cansado de lo normal. Era frecuente que trabajase el doble. Todo para poder dejar que uno de sus supuestos "amigos" pudiese pasar un día con su familia. De pequeña, Ayaka temía que algún día gastase tanto su débil cuerpo que moriría.
Tampoco se le olvidaba la expresión de su madre, con la mínima pizca de tristeza, al obsequiar una de las plantas que tanto había cuidado a una de sus amigas. La planta moriría a los pocos días por falta de cuidado. Ayaka no sabía si su madre era consciente de ello, pero ella lo hacía cada vez. Siempre con una sonrisa.
Solo se quemaban a sí mismos para poder mantener a otros felices. Y no se daban cuenta de que estaban dando su felicidad en el proceso. O al menos así lo creía ella.
Cuando Ayaka decidió irse con Himejima-san para convertirse en cazadora de demonios, ellos la apoyaron con toda su alegría. Incluso si la hija que tanto habían deseado les iba a abandonar.
No estaban preocupados, pues sabían que Ayaka había crecido para convertirse en una chica dura. Por supuesto, su padre la animó para que trabajase en su meta, y su madre dejó en claro que estaba segura de que lo conseguiría. Todavía podía recordar la fuerza de sus brazos (mayormente los de su madre) cuando la abrazaron en forma de despedida. Casi la aplastaron.
Sí. Si Ayaka muriese, estarían tristes.
—Solo me pongo en su lugar. A mí no me gustaría que mi hija muriera, así que prefiero que no sientan ese dolor —dijo el hombre, sacando a Ayaka de sus recuerdos—. Una vida siempre tendrá valor para sus personas queridas, ¿no crees?
Los ojos marrón oscuro de Ayaka le lanzaron una mirada inquisitiva. Apartó su haori de su cintura para mostrar la espada nichirin que reposaba en su cinturón.
—Sé cuidarme sola, señor —respondió frunciendo el ceño, intentando evadir su pregunta—. Nadie va a morir hoy, al menos no mientras yo esté aquí.
Al final decidió no darle importancia, aunque por mucho que quisiese, el pensamiento siguió rebotando en su cabeza.
Preocuparse por nadie que no sea uno mismo es estúpido. Solo nubla la mente y la aleja de la decisión más lógica.
«No lo entiendo», pensó Ayaka.
De todas formas daba igual, tenía un demonio al que derrotar.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Respiración de roca, Primera Postura: Filo Cortante
Ayaka observó con calma como los brazos que antes estaban a milímetros de desgarrar a Tanjirou Kamado caían a sus pies. El demonio se sumergió en el suelo antes de que Ayaka pudiese cortarle la cabeza.
El bastardo era rápido.
Al parecer el demonio que tenía que exterminar había terminado siendo tres. Aunque ni aquello ni su velocidad resultaban un problema. Solo tendría que ser más rápida que ellos e impedir que se volviesen a sumergir. Así se volverían indefensos, y ahí, Ayaka tendría la oportunidad de pasar su espada nichirin por su cuello.
Himejima-san no la había entrenado para nada.
—Siento llegar tarde —anunció Ayaka sin pestañear—. Me distraje con cosas sin importancia.
—¡Aya-san! —exclamó Tanjirou al verla. Ayaka torció la boca en descontento. Era raro que la llamase con tal honorífico. Si sus ojos no se equivocaban, parecía feliz de verla. Aunque ella no lo estaba tanto.
Los tres demonios les rodeaban, medio sumergidos en la superficie. Si creían que podrían esconderse de Ayaka así, se equivocaban. Por muy profundo en el suelo que estuviesen, ella podía observarlos perfectamente.
Para otros sería imperceptible, pero ella podía verlos con claridad. Aquella misión no sería difícil, como coser y cantar. El entrenamiento de Himejima-san era más difícil que aquello.
Eso si Tanjirou Kamado no la dificultaba más de lo que ya lo había hecho.
—Eres un necio —reprimió Ayaka con el ceño fruncido, intentando no gruñir. Lanzó una mirada al lugareño que estaba a unos metros de ellos, cargando con una chica inconsciente—. ¿¡Por qué no me hiciste caso!? Llevar a civiles contigo solo te dificultará el trabajo, y en consecuencia, a mí también.
Una sonrisa vergonzosa se dibujó en la cara de Tanjirou, pero no intentó excusarse.
Un suspiro salió de la boca de Ayaka.
Por supuesto, la situación solo se complicaría más en los siguientes minutos.
—Asumo que no puedes ver a los demonios bajo la superficie, ¿no? —preguntó Ayaka chasqueando la lengua en fastidio. Tanjirou le lanzó una mirada confusa. No, no podía—. Yo me ocuparé de la misión. Solo aléjate de la pared y mantén a salvo a los civiles que has traído. Ya lo tengo todo controlado.
—¡No puedo dejar que hagas eso, Aya-san! —gritó Tanjirou, dando un paso hacia ella desafiante.
Ayaka solo mantuvo su posición, mirándole por encima del hombro con escepticismo.
¿Qué idiota en su sano juicio no dejaría que hiciesen el trabajo por él?
Al parecer, Tanjirou Kamado.
—Esta misión fue asignada a los dos, ¡así que derrotaremos a los demonios los dos juntos! —continuó, poniéndose en posición de defensa a su lado.
«¿Por qué harías algo así? ¿Pudiendo ganar todo el reconocimiento sin hacer nada?», se preguntó en su mente. «No lo entiendo»
¿Por qué?
El sentimiento cálido que empezaba a embriagarla era desconocido, y eso la asustaba.
No le gustaba Tanjirou Kamado, la hacía cuestionarse las cosas. Sus ideales. Y ella estaba a gusto tal y como estaban. Supuso que sacó eso de su padre.
Sin embargo, Ayaka mantuvo el silencio. Veía por el rabillo del ojo como uno de los demonios se posicionó a la espalda de Tanjirou.
Pero antes de que pudiese siquiera pestañear, otro demonio salió de la caja que su "compañero" llevaba a la espalda. Este le proporcionó una patada al demonio que estaba tan peligrosamente cerca, mandándole a volar varios metros.
El asombro la sobrecogió por un momento. ¿Cómo no lo había visto? Aquel demonio había estado en frente de sus narices y ni siquiera se había dado cuenta hasta aquel momento.
¿Por qué viajaba Tanjirou con un demonio?
Aún más importante, ¿Por qué no había podido ver al demonio que cargaba en su espalda?
Las palabras de Himejima-san resonaron en su mente.
«Fuiste bendecida con una vista fuera de lo normal, pero no la utilizas lo suficiente»
Un gruñido salió de lo más profundo de su garganta. ¿Por qué recordaba eso ahora? Él se equivocaba y ella tenía razón.
Terminaría con aquella situación allí y en aquel momento. Blandió su espada en dirección al demonio. Parecía una chica, no mucho menor que ella. Se mantenía quieta delante de Tanjirou, aunque de sus dedos aparecían garras y las venas en su cara estaban profundamente marcadas.
Se obligó a dejar de pensar en el demonio como un humano.
Respiración de roca, Quinta Postura: Hoja ígnea
Justo cuando su espada nichirin estaba a punto de rozar su cuello, ésta impactó con otra.
Ayaka miró en los ojos rojo oscuro de Tanjirou Kamado. La pasión que había creído ver cuando lo conoció por primera vez estaba ahí, ardiendo ferviertemente.
«Una vida siempre tendrá valor para sus personas queridas, ¿no crees?»
Roca y agua chocaron, y la fuerza entre el impacto de las dos espadas nichirin hizo que Ayaka retrocediese unos cuantos metros. Mientras que Tanjirou se quedó de pie, apenas sin tambalear, al lado del demonio.
Ella era una usuaria de la Respiración de la Roca. Himejima-san la había entrenado para que fuese una cómo una montaña, nada debería poder hacer que tambalease de su posición ¿Cómo había podido ser capaz de hacerla retroceder?
Los ojos de Ayaka observaron como el demonio se dirigía hacia los dos lugareños con paso alegre. Enorme fue su asombro al ver que paraba ante ellos y empezaba a acariciarles la cabeza con tranquilidad.
Le lanzó una mirada confundida a Tanjirou, demasiado atónita como para que las palabras saliesen de su boca. ¿Cómo era aquello posible? Un demonio que no atacaba a humanos.
Parecía ser que Ayaka había juzgado mal a Tanjirou y al demonio que lo acompañaban.
A lo mejor Himejima-san tenía solo un poco de razón, pero era demasiado orgullosa como para admitirlo en voz alta.
Se acercó con cautela hacia Tanjirou y el demonio. Él le sonrió con amabilidad, mientras que Ayaka solo le observaba con incertidumbre.
No sabía qué hacer, no sabía qué decir. Su mente estaba en blanco. Aquello no entraba en su plan, nada de aquello entraba en su plan. Ni Tanjirou, ni aquellos civiles, ni el demonio a un par de metros de ella, que seguía acariciando con tranquilidad a los humanos delante de ella. ¿Debería llamarla ella? Ayaka ya no tenía certeza de nada.
—Se llama Nezuko, es mi hermana pequeña —comentó Tanjirou con una suave sonrisa mirando hacia Ayaka. Las dudas inundaron su mente, pero decidió no preguntar. Podría explicarle todo cuando terminasen aquella misión, aunque Ayaka empezaba a sentir náuseas con cada momento que pasaba.
Todo lo que creía se estaba derrumbando ante sus ojos. Su plan ahora era más que cenizas, demasiados cambios inesperados como para que pudiese seguir por aquel camino.
Quién lo diría, un demonio que no comía humanos.
A Ayaka le entraban ganas de gritar solo de pensar en algo tan descabellado. Pero ahí estaba, justo en frente de sus ojos. Y nunca le habían mentido, así que tenía que ser verdad.
No había una explicación lógica para tal fenómeno, pero aún así, allí estaba. Y se llamaba Nezuko.
La mencionada, al terminar de acariciar a los otros dos humanos, se giró en su dirección, caminando en dirección a Tanjirou y ella.
Ayaka suspiró, intentando calmarse. Después, volviendo a su característica expresión seria, apuntó a Tanjirou con un dedo.
—Debes explicármelo todo cuando terminemos, ¿de acuerdo?—dijo. Sus pensamientos y sus sentimientos estaban todos enredados en un lío, pero mantuvo su seriedad. Incluso si su voz temblaba un poco.
Tanjirou solo sonrió.
—Por supuesto.
Nezuko acarició la cabeza de Ayaka suavemente, pero ella retrocedió rápidamente. Era como si su toque quemase.
En cierta manera, para Ayaka lo hacía.
—Bien, derrotemos a ese demonio. Pero no esperes que vaya de la mano contigo, Tanjirou —dijo con un gruñido—. Cada uno irá por su lado. Yo me ocuparé de uno, y os dejaré a los otros dos a vosotros, ¿de acuerdo?
Los dos asintieron obedientemente, sin ninguna objeción.
Aquella sería una noche muy larga.
Chapter Text
—¿Pero qué haces, Tanjirou? —cuestionó Ayaka, viendo delante de él a uno de los demonios, aún vivo. Estaba sentado contra la pared y sus brazos habían desaparecido.
Ayaka miró por encima del hombro de Tanjirou en dirección al demonio. Parecía estar asustado, pues se revolvía en su sitio intentando alejarse sin éxito de Tanjirou.
El mencionado pegó un pequeño salto, obviamente no esperando que Ayaka apareciese tan repentinamente.
—¡Aya-san! —carraspeó, girando la cabeza levemente para mirarla.
Ella ya había terminado con el demonio que le tocaba. Era un paseo por el campo comparado con el entrenamiento de Himejima-san, así que no tuvo ningún problema.
Lo único que la obligaba a seguir allí era que Tanjirou aún tenía que contarle el por qué de aquella anomalía tan extraña. Un demonio que no come humanos.
Eso, y que todavía quedaba un demonio al que vencer. Como Tanjirou tardaba demasiado, Ayaka decidió ir a ver qué estaba haciendo, solo para encontrarse aquella escena.
—Nuestras órdenes son que matemos a los demonios a la mínima oportunidad, ¿por qué sigue vivo? —preguntó Ayaka, apuntando al demonio con el dedo—. Si no lo matas pronto sus brazos volverán a crecer y te atacará.
Como había predicho, de los dos muñones que el demonio tenía por brazos volvieron a salir rápidamente sus garras. Éste saltó para atacar, pero rápidamente Tanjirou pasó el filo de su espada por su cuello. En un segundo, la cabeza del demonio calló al suelo.
Su cadáver empezó a desintegrarse como arena y desapareció en el viento, sin dejar ni rastro de que alguna vez estuvo allí excepto por un pequeño trozo de tela.
Ayaka lo recogió del suelo y lo abrió, observando los distintos accesorios del pelo que el demonio había guardado allí. Todos habían pertenecido a una chica humana que solo tuvo mala suerte.
Incluso si el viento se llevaba los polvos que una vez formaron el cuerpo del demonio a la otra parte del mundo, nunca sería capaz de llevarse el dolor de todas las muertes que había dejado a su paso.
Las heridas que había hecho el demonio permanecerían allí durante años, nunca sanarían, pero algún día puede que cicatrizasen. Ayaka recordó los ojos del hombre del puesto de la noche anterior, preguntándose si el demonio se había llevado a alguien querido para él. Incluso si no debería importarle.
La mano de Tanjirou apareció en su visión, posándose en el trozo de tela con los accesorios que Ayaka sostenía en sus manos. No necesitaba hablar para que Ayaka le entendiese.
Miró detrás de él, donde el chico que había llevado consigo estaba paralizado en el suelo.
Un suspiro salió de la boca de Ayaka y asintió, dándole a Tanjirou la confirmación de que podía coger aquel destrozado trozo de tela.
Tanjirou le dedicó una última sonrisa y se dirigió hacia aquel pobre chico. Intercambiaron unas cuantas palabras que Ayaka no pudo oír ya que se mantuvo donde estaba. Lo que menos quería era tener que consolar a alguien.
Su cuervo apareció por el horizonte, posándose en su hombro. Por fin había vuelto de la montaña de Himejima-san. Tenía un papel enrollado en la pata y Ayaka lo quitó con cuidado, guardándolo en su bolsillo.
Para aquel entonces Tanjirou había vuelto a su lado, con la caja de madera a sus hombros.
Ayaka apenas le lanzó una mirada, empezando a andar sin previo aviso.
—¿¡Espera Aya-san, a dónde vamos!? —gritó a sus espaldas, intentando alcanzarla. La nariz de Ayaka se arrugó ante el honorífico.
—No me llames así, tengo la misma edad que tú, ¿sabes? —dijo, cuando Tanjirou alcanzó su lado. Él solo sonrió, rascando su cabeza con vergüenza.
—No puedo evitarlo, ¡eres muy fuerte! —exclamó, con más entusiasmo del que Ayaka toleraba—. ¡Cuando cortaste los brazos del demonio en un segundo me quedé impresionado! ¡Fue tan genial que fueses capaz de verlo venir!
Los ojos de Ayaka se posaron en él durante un momento, ignorando sus halagos. No los necesitaba, ya sabía que era fuerte. Sin embargo, algo la molestaba.
—Estás sucio —comentó Ayaka apuntándole con el dedo. Dio un paso hacia un lado para alejarse de él.
En la cara de Tanjirou se pintó una mueca de confusión. Llevó su brazo más cerca de sus ojos.
—No veo suciedad —dijo, mirándola con más confusión aún.
«Por supuesto que no la ve», pensó Ayaka.
Su vista venía con sus desventajas. Podía ver todas y cada una de las motas de polvo en el uniforme de Tanjirou. Aunque no es que el chico estuviese muy limpio tampoco. La nariz de Ayaka se arrugó de nuevo en incomodidad, sin poder evitar ver la inmundicia que era su piel.
—Te metiste bajo el suelo, ¿no es así? En el pantano —dijo, más bien afirmando—. Incluso puedo sentir la mugre emanando de ti, me da escalofríos de solo pensarlo. Tienes suerte, ninguno de nuestros cuervos nos ha mandado a alguna misión y la casa de mis padres está cerca —arrugó la nariz en disgusto de nuevo—. Allí podrás bañarte.
—¿Tan mal huelo? —susurró Tanjirou para sí mismo preocupado, olisqueando su brazo.
Pasaron un momento en silencio (que se sintió como el paraíso) hasta que Tanjirou volvió a hablar.
—¿Entonces puedo llamarte Aya? —preguntó. Ayaka solo se encogió de hombros.
—Haz lo que quieras, mientras no utilices honoríficos me da igual —comentó sin darle mucha importancia.
El Sol empezaba a salir por el horizonte cuando Ayaka y Tanjirou por fin dejaron atrás aquel pueblo.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Era cerca de la hora de comer cuando por fin llegaron al campo de arroz en el que Ayaka se había criado.
Los recuerdos la golpearon con fuerza, volviendo a su mente después de tanto tiempo. Si seguías el camino de tierra por la derecha llegarías al pueblo.
No era muy grande, lo suficiente como para no llamar la atención.
Tenía ciertas tiendas pequeñas, la mayoría en el mercado. Si Ayaka no se había olvidado, juraría que había una pequeña tienda de mochi. En su familia acostumbraban a comprar un poco en año nuevo. El de melón era el favorito de su abuela y de ella.
La mayoría de gente vivía en el pueblo, y trabajaban en el mercado o en trabajos similares como artesanos.
Muchos de los campesinos habían ido a las grandes ciudades a trabajar en las fábricas o la industria. Así que gran parte de los que trabajaban en el campo de arroz se habían mudado a ciudades cercanas en los últimos años.
Por suerte o por desgracia, el padre de Ayaka estaba demasiado débil como para dedicarse a un trabajo tan duro como el de una fábrica. Haciendo que sus padres se quedasen en los conocidos y cómodos confines de los campos de arroz.
Sin embargo sus padres no vivían en el pueblo, sino al fondo de los cultivos. Cerca del río.
Y para llegar allí, Ayaka tenía que cruzar todo el camino. Esto solo provocó que todas las personas que estaban trabajando allí susurrasen a su paso.
Por aquello era por lo que odiaba los campos de arroz.
Intentó ignorarlos, pero no pudo evitar tensarse al oír sus voces. ¿Por qué no podían callarse?
La voz de Tanjirou la distrajo momentáneamente.
Había pasado tiempo desde que había intentado hablar con ella. Cada vez que hacía el mínimo esfuerzo Ayaka le respondía con respuestas cortas, sin dar márgen a continuar la conversación.
Había dos razones. Una porque Ayaka no era una de esas personas que hablaba mucho sobre sí mismas. Y la otra porque no quería hacer creer a Tanjirou que eran amigos.
Que no hubiese matado a su hermana y que lo estuviese llevando en aquel momento a su casa no significaba nada.
—¿Y cómo son tus padres? —preguntó Tanjirou con una sonrisa. Ayaka se rascó la mejilla pensativa, sin saber qué decir.
—Pues... —tutibeó por un momento—. Son un poco raros.
Una bombilla se encendió dentro de su cabeza.
—Ahora que lo dices, se parecen mucho a ti —dijo Ayaka, apuntándole con el dedo inocentemente. Sus cejas dejaron su típica posición inamovibles, pasando a ser dos arcos. Mientras, su expresión seria abandonó su cara, cambiando por una de pura sinceridad.
Parecía que Ayaka había rejuvenecido en un instante, pasando de ser una adulta cazadora de demonios a volver a ser la niña que era.
De la garganta de Tanjirou salio un sonido de confusión, no esperando aquella respuesta.
—¿Cómo exactamente? —preguntó desconcertado, intentando no ser grosero.
Ayaka pensó en su respuesta por un momento, apoyando su barbilla en su mano perdida en sus pensamientos.
Las hojas de las plantas de arroz se mecían con el viento y pequeños pájaros volaban sobre sus cabezas mientras piaban sin preocupación. Pasaron unos momentos en silencio, hasta que Ayaka volvió a hablar de nuevo.
—Son muy amables, tanto que llega a ser odioso —respondió sin pensar, ganando una mirada decepcionada de Tanjirou.
—Creía que sería algo positivo —murmuró Tanjirou derrotado—. Al menos no son como Aya, sino darían miedo.
Tuvo suerte de que Ayaka no llegase a escucharle.
—Mi madre siempre dice que me parezco más a mi abuela, pero no vive con nosotros —comentó Ayaka casualmente, después apuntó a la casa que se lograba divisar al fondo del camino—. ¿Ves aquel edificio? Allí viven mis padres. Solo están ellos, así que podremos estar tranquilos al menos hasta mañana por la mañana.
Oh, como se equivocaba.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
—¡A-chan!
Los brazos de su madre la envolvieron inesperadamente, provocando que por poco cayesen al suelo. Pero por suerte Ayaka consiguió mantenerse firme en sus pies, con los fuertes brazos de su madre apretándola más de lo necesario.
—Hola, mamá —consiguió decir, luchando para poder respirar. Tanjirou se mantuvo a un lado, esperando a que su presencia fuese notada
Ayaka correspondió al abrazo de su madre con timidez, dándole unas palmaditas en la espalda. A ella no parecía importarle. Le dio un último apretón y se separó de ella, agarrando sus mejillas.
—¡Pero cuánto has crecido! —exclamó alegremente, sin soltar sus mejillas. Entonces se giró hacia la puerta—. ¡Makoto! ¡A-chan ha venido de visita!
Su padre no tardó en aparecer, su delgada cara asomándose por el umbral de la puerta. Cuando notó que Ayaka estaba allí, se lanzó hacia ella como había hecho su esposa unos minutos antes. Aunque esa vez el abrazo fue mucho menos asfixiante.
—¡A-chan te hemos echado tanto de menos! —exclamó al borde de las lágrimas. Su madre apoyó su mano en su espalda en un intento de consuelo.
—Vamos, Makoto, no llores —pidió, consiguiendo separarlo de Ayaka—. Al fin y al cabo está de visita, ¡hay que estar felices!
Él asintió con una leve sonrisa, secándose las lágrimas que habían conseguido escaparse de sus ojos.
—No puedo evitarlo, han pasado tres años desde que se fue —comentó melancólico, aunque su sonrisa no desapareció de su cara.
Ayaka parpadeó sorprendida.
¿Tres años? Juraría que fueron solo dos. Ella tenía catorce, ¿no?
—Papá creo que te equivocas —dijo Ayaka nerviosamente, jugando con sus dedos—. Han pasado solo dos años.
Ahora fue el turno de sus padres de parpadear, confundidos.
—Estoy bastante segura de que han pasado tres años, Ayaka —dijo su madre esta vez, una leve preocupación en su voz—. ¿No será que perdiste la noción del tiempo en la montaña de Himejima-san?
Si Ayaka fuese sincera, no iba muy desencaminada.
Las estaciones empezaron a parecerle todas iguales, sin poder diferenciar mucho la temperatura después de pasar tanto tiempo bajo el agua fría de la catarata de Himejima-san.
Entonces comprendió lo que había pasado, y aquello le cayó como un cubo de agua fría.
—He entrenado más de la cuenta.
Himejima-san le recomendó que entrenase dos años para prepararse para la Selección. Era el tiempo que la mayoría de los cazadores de demonios empleaban para prepararse.
Al parecer no la detuvo al ver que entrenaba más de lo necesario.
—Con razón la Selección me pareció tan fácil —murmuró para sus adentros.
Tanjirou a su lado soltó un murmullo de admiración, y los tres se giraron a verlo. Dándose cuenta por primera vez en la conversación de que estaba allí.
—¡Oh! ¿Eres un amigo de Ayaka? —preguntó su madre ilusionada. Ayaka frunció el ceño en molestia.
—En realidad solo es mi compañero —dijo, girando su cabeza para mirar hacia Tanjirou. Él se sonrojó, inmóvil y tenso en su sitio, sin atreverse a decir nada. No hacía falta ser Ayaka para ver que estaba muriendo de la vergüenza.
—¡Encantado de conocerles, soy Tanjirou Kamado! —se presentó, haciendo una reverencia. Casi tocaba el suelo con su frente. ¿Se movería mucho Nezuko en la caja de madera en su espalda?
Aquella era la mayor formalidad con la que los Iwamoto habían sido tratados jamás. Naturalmente, los tres solo le miraron fijamente. Se habían quedado atónitos.
El silencio se mantuvo hasta que otra voz familiar sonó detrás de ellos.
—¿Pero qué hacéis, so zopencos? El almuerzo se va a enfriar y el pobre Kobayashi ha puesto mucho empeño en prepararlo —dijo una figura pequeña en el umbral de la puerta. Entonces sus ojos se posaron en Ayaka—. Ah, por fin mi nieta, la cazadora de demonios, se digna a venir de visita.
Ayaka por poco se atraganta con su propia saliva de la sorpresa.
—¡No es eso, Kaede! Seguro que Ayaka ha estado muy ocupada —comentó su padre con nerviosismo.
Tanjirou levantó su vista del suelo levemente, viendo a una anciana que no mediría más de un metro cuarenta a unos metros de él.
A pesar de su tamaño, sus movimientos eran elegantes y dignos, como si hubiese sido criada en palacio.
—¿Tanto como para no poder responder a ninguna de las cartas? —preguntó, molestia clara en su voz.
No pasó ni un segundo en el que su abuela llegó hasta Ayaka y consiguió golpearla con rapidez en la cabeza con el abanico que llevaba en la mano.
Era toda una hazaña, puesto que Ayaka medía veinte centímetros más que ella.
—¡Mamá! —exclamó la madre de Ayaka horrorizada. Por su parte Ayaka estaba estupefacta, sin esperar aquella reacción de su abuela, y menos que estuviese allí.
Kaede soltó un bufido, cruzándose de brazos.
—Tienes suerte de que no sea tu madre, y de que tus padres no sean estrictos contigo—comentó su abuela—. Si fueses mi hija habría ido a la montaña de Hime-como-se-llame y te habría arrastrado hasta aquí yo misma.
»Claro está, después de haberle dado una paliza a tu maestro por entrenar a una niña de doce años para ir por ahí matando demonios. Una pena que no estuviese aquí cuando te reclutó.
Ayaka se frotó en la zona que había recibido el golpe, sintiendo como se inflamaba. Le saldría un moratón más tarde.
—¿Qué haces aquí? —preguntó confundida—. ¿No vivías en la montaña?
Su abuela soltó otro bufido, como si aquella mera pregunta la indignase.
—Tu abuela se hace mayor y necesita un poco de ayuda. Así que me mude aquí, ya que tú no estabas —explicó solemnemente—. Por cierto, he cogido tu cuarto.
Antes de que Ayaka tuviese tiempo a quejarse, su abuela fijó su vista en Tanjirou.
—Así que has traído a otro cazador de demonios contigo —dijo con calma, observando a Tanjirou minuciosamente—. ¿Cómo te llamas?
—¡Soy Tanjirou Kamado! ¡Un placer conocerla, señora Iwamoto! —volvió a presentarse, inclinándose de nuevo en señal de respeto.
Kaede solo soltó varias risitas, procediendo a golpearle en la nuca con su abanico. Pero, al contrario que con Ayaka, fue un golpecito suave.
—Yo no soy una Iwamoto, cariño. No adopté el apellido de mi marido al casarme —dijo alegremente—. Me llamo Kaede Fujioka. Encantada de conocerte a ti también, Tanjirou.
—Ah, siento la confusión entonces, Kaede-san —se disculpó Tanjirou, ya más relajado. Estaba claro que la familia de Ayaka no se parecía en nada a ella, lo que le traía tranquilidad en cierta manera.
—Ah, es tan amable —murmuraron alegremente los padres de Ayaka a la vez.
—Si vas a traer más amigos espero que sean igual que él —comentó su padre encantado entre susurros a Ayaka.
Las cejas de Ayaka volvieron a juntarse en una expresión fastidiada.
—¡No somos amigos! —exclamó molesta, entonces agarró a Tanjirou por el brazo—. Vamos a bañarnos, Tanjirou.
Su abuela soltó unas cuantas carcajadas ruidosas a sus espaldas.
—Menos mal, ¡porque lo necesitáis!—exclamó riendo—. Hasta yo puedo ver la mugre emanando de vosotros.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Notes:
Una pregunta, querrían que hiciese one-shots sobre Ayaka en Kimetsu Academia Tales? (Para quien no sepa, básicamente un Normal life AU!) Porque veo que tiene mucho potencial y podrían ser un poco de aire fresco para momentos tensos! Espero su opinión.
Este capítulo debería llamarse "mi abuela me hace bullying, no clickbait". AAAAA, me encantó escribir a los Iwamoto (y a Kaede) porque son UN COMPLETO DESASTRE. Ayaka es tan dumbass que se olvidó que estuvo entrenando tres años, no dos. Sentí que este capítulo encajaría perfectamente en el manga porque es todo tan caótico y Tanjirou es tan amable que *sighs* le amo. Obviamente la familia de Ayaka está encantada con él, le han adoptado nada más verlo. Ayaka empieza a enseñar ya signos de mayor personalidad a parte de *gruñido* porque en el fondo solo es una sad dumbass, a lo Giyuu. Dentro de nada viene la backstory. Probablemente vuelva más tarde y cambie algunas cosas pero de todas formas no me preocupa, esto es un borrador técnicamente. Me da penita este cap porque me salió demasiado largo y ya no me cabían las otras escenas que quería meter que tienen más chicha, así que en el siguiente cap hay, como que bastante drama. Está el cliché de compartir cama, luego el de tener un momento íntimo. Cuando termine este arco(? (algo así como ellos dos en casa de Ayaka) vendrá el arco de la Casa de los Tambores y Ayaka conocerá a Inosuke y Zenitsu. Se va, a liar pardísima porque Ayaka se frustra ante la incompetencia, así que *mira a Zenitsu* va a estar enfadadilla. Además no puedo esperar a llegar a los arcos más interesantes!!! Anyways, espero que os haya gustado, porque no he salido de mi casa en dos días,,, Hasta la próxima!
Chapter Text
No pasó mucho tiempo para que Ayaka se diese cuenta de que Tanjirou era cálido.
No en el sentido de personalidad, aunque también lo fuese, sino que el cuerpo de Tanjirou irradiaba tan intensa cálidez que la piel de Ayaka era capaz de sentirla a través del panel de cañas de bambú en el que los dos se apoyaba.
Sus padres no eran ricos, no tenían el dinero suficiente como para permitirse una bañera y la madera suficiente como para calentar agua regularmente. Con eso y con la manía de Ayaka de bañarse más frecuente de lo normal, no habían tenido otro remedio que recurrir al río que fluía detrás de su casa, no muy lejos de ellos.
Así que lo único que pudieron hacer fue apañárselas con el agua del río (que venía desde de la montaña, así que era limpia, Ayaka lo había confirmado) y un panel hecho de unas cuantas cañas de bambú para proteger la privacidad entre hombres y mujeres.
A Ayaka aquello no le importaba, puesto que no era algo raro para ella compartir baño con Genya en la montaña de Himejima-san. Incluso si Ayaka había intentando convencer a Tanjirou de que le daba igual, éste había insistido en utilizar el panel.
Era evidente que sus padres habían intentado criarlo para que fuese alguien respetuoso. Le costaba no utilizar los honoríficos cada vez que se dirigía a ella en cualquier ocasión, ganándose cada vez un gruñido por parte de Ayaka. Por muy respetuoso que fuese, eso no le quitaba lo tozudo.
Y, en opinión de Ayaka, lo molesto.
—Tu familia es muy amable, Aya —comentó Tanjirou. Ayaka no sabía si estaba feliz o si aquel era su tono habitual.
Pero una cosa estaba claro, Tanjirou y su familia se llevaban bien. Tanto que Tanjirou parecía ser hijo de los Iwamoto, y ella no.
—Ya, eso es porque no conoces a mi abuela con mal humor —respondió, su tono afilado como un cuchillo. Ayaka jugó distraídamente con uno de sus mechones, que ahora flotaban libremente en el agua, contrastando con su recogido habitual—. Es porque eres un invitado, sino no se portaría tan bien contigo. Aunque no puedo decir lo mismo de mis padres. Son así con todo el mundo, pero parecen especialmente encantados contigo.
Las palabras que salían de sus labios eran parcialmente mentira, pues Ayaka nunca había visto a su abuela tratar a alguien así.
Kaede era como su nieta, puede que incluso más orgullosa que ella, pues era sabido que no se doblegaba ante nada ni nadie. Ganar su respeto era una tarea difícil, pero aún así Tanjirou había podido hacerlo sin ningún problema en apenas unos minutos de conversación.
Ayaka se hundió más en el agua, hasta tal punto en el que apenas y se entreveían sus ojos.
La frialdad de la misma junto con las brisas que perdían su calor cuanto más tiempo pasaba por poco la hacen temblar, pero consigue no hacerlo. Tanjirou parecía estar acostumbrado al frío, pero aun así Ayaka puede notar ciertos temblores irregulares por el poco contacto que tienen.
Tanjirou Kamado era un misterio, y a Ayaka no le gustaban las cosas a las que no encontraba explicación.
—¿Llevas a todas partes dos pastillas de jabón? —consiguió Ayaka oír a Tanjirou al otro lado del panel. A pesar de estar de espaldas a él, podía imaginarlo perfectamente al hacer esa pregunta, sosteniendo la pastilla de jabón morada en sus manos y observándola con curiosidad.
—Por supuesto que sí, ¿tú no? —contestó Ayaka en tono despectivo—. Aunque no me sorprendería, con lo sucio que estabas, ¿es que no te lavas las manos?
Ayaka solo oyó unas pequeñas risas avergonzadas de su parte, pero la actitud feliz de Tanjirou no cambió en lo más mínimo.
—Creo que es admirable que cuides tanto de tu higiene —dijo Tanjirou, ni una pizca de burla detectable en su voz—. Eso muestra que eres alguien muy responsable, incluso si el jabón parece diferente al normal.
«¿Admirable?», cuestionó Ayaka en su cabeza. «¿Por qué te parece algo como eso admirable?»
Aunque no le preguntó en voz alta.
Pasaron unos momentos más sin decir nada, el silencio que parecía haberse materializado entre ellos, como el panel que los separaba a ambos. Ni el ocasional gorjeo de los pájaros ni el constante flujo del río podía hacer aquella pequeña conversación menos incómoda.
—Me las dio Himejima-san —dijo Ayaka en un susurro, casi tan rápido que a Tanjirou casi no le dio tiempo a oírle. En contraste a la frialdad que parecía estar siempre presente en ella, una pequeña calidez se había encendido en sus mejillas.
—¿Has dicho algo? —preguntó Tanjirou confundido. No está seguro de si Ayaka siquiera y le había hablado a él. Podía notar a simple vista que no estaba costumbrada a dar los pasos en las conversaciones, así que aquel hecho le hace dudar.
—¡He dicho que me las dio Himejima-san! —. Esta vez Ayaka gritó, más avergonzada que nada por perder los nervios de aquella manera. Entonces carraspeó, sus mejillas seguían calientes pero su tono de voz había vuelto a su volumen habitual.
—Están hechas de glicinias, las pastillas de jabón —titubeó, intentando no tropezar con sus palabras—. Ayudan contra los demonios.
Tanjirou solo emitió un murmullo de entendimiento.
—Por eso hueles a flores —murmuró para sí mismo.
Por suerte para él, Ayaka tenía buena vista, no buen oído.
—No he oído bien lo que acabas de decir, ¿era importante? —cuestionó Ayaka.
—¡No, no, no era nada! —respondió Tanjirou, soltando varias risas que eran más bien desganadas, pero Ayaka decidió no preguntar, puesto que lo que Tanjirou dijese o no no estaba en su lista de prioridades.
Al fin y al cabo, había un tema más importante que había estado merodeando en su cabeza el tiempo suficiente como para convertirse en una molestia para ella, y no puede aguantar más la impaciencia que está empezando a quemar en su garganta. Así que suspirando por una última vez, Ayaka solo pregunta:
—Tanjirou, ¿quién es Muzan Kibutsuji?
Había oído aquel nombre revoloteando entre Tanjirou y aquel demonio hablaban, y Ayaka sospechaba que tenía que ver con el estado actual de Nezuko. Solo eran ellos dos allí, así que podría contarle todo sin tener que preocuparse por nada. A parte de que era extremadamente perfeccionista y odiaba la suciedad, esa era la razón por la que les había traído allí.
—Muzan Kibutsuji es un ser despreciable —. Esas palabras fluyen de su lengua con fluidez, como si fuesen miel, pero Ayaka apostaría más a que se asemejan más al veneno. Jamás había oído tanto odio contenido en una sola frase. ¿Estaría Tanjirou enfadado al otro lado del panel? ¿Estaría apretando sus puños con fuerza? ¿Estaría mordiendo su lengua para contener su furia?
Sea como fuese, Ayaka ni siquiera pestañeó. Incluso si lo último que esperaba de Tanjirou fuese verlo enfurecido, no la sorprendió.
Había pocas cosas que la sorprendiesen ya, y la furia no era una de ellas.
Sus ojos habían preseniado a mucha gente así antes, siendo ella misma la que más cuando empezó su entrenamiento. La frustración había sido facilmente acumulada en aquel entonces, y Himejima-san había tenido problemas para lidiar con ella en su día a día. A veces sus lágrimas, calientes como las mismísimas llamas del infierno, habían corrido por sus mejillas. Otras solo había sido poseída por el fuerte sentimiento de querer destrozar algo hasta que sus puños estuviesen sangrantes y se colapsase en el suelo. Pero Himejima-san la había enseñado a lidiar con ello, y que a todo el mundo alguna vez les poseía el fuego de la ira y quemaba su pecho.
“Lo único que se puede hacer es intentar controlarlo” le había dicho Himejima-san una vez, y había seguido su consejo al pie de la letra hasta entonces.
Por muy buen chico que fuese Tanjirou, él no sería una excepción.
—Cálmate, Tanjirou —pidió (más bien ordenó) Ayaka, intentando imitar las palabras, todavía frescas en su mente, de Himejima-san—. No sirve de nada que te enfades, ese hombre no está aquí.
—Lo siento —. Tanjirou parecía estar más relajado, pero aun así se podía percibir su ira.
Ayaka intentó con otro enfoque, viendo como sus palabras anteriores no habían tenido efecto.
—Dime, ¿qué pasaría si por casualidad alguien mencionase su nombre en plena batalla? O peor aún, ¿si te lo encontrases? —preguntó Ayaka, su actitud tan fría que quemaba. Tanjirou solo mantuvo el silencio, probablemente sopesando el peso de lo que acababa de decir—. Lo único que conseguirás será perder el control de tus emociones, nublando tu mente y haciendo que no seas capaz de distinguir el peso de tus acciones.
"Es decir, que provocarás tu muerte. Y tú no quieres morir, ¿no?"
Ayaka no era de esas personas que adornaba sus palabras con flores, ella iba directa al grano. Al fin y al cabo, de nada servía esconder la realidad para proteger a los demás.
—No puedo evitarlo, él- —. Tanjirou pausó por un momento, reuniendo las fuerzas suficientes para decirlo en voz alta—. Él mató a mi familia.
Entonces le contó todo.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Ayaka pronto descubrió que lo común en el Cuerpo de Exterminio de Demonios era estar unido a la tragedia. Tener un pasado desgarrador en el que los demonios destrozan tu vida, solo para esa ira ser un motivo más para luchar contra ellos.
Todos los cazadores que había conocido estaban estrechamente relacionados con los demonios. La familia de Genya había sido asesinada por uno de ellos, según lo que le había contado Himejima-san, y su hermano mayor, Sanemi, el actual Pilar del Viento, lo había salvado.
Himejima-san no era diferente.
Anteriormente había vivido en un pueblo, cuidando de varios huérfanos a los que había criado como si fuesen hijos suyos. Solo que de un día a otro, un demonio los atacó y Himejima se vio obligado a derrotarlo. Para entonces todos los niños estaban muertos salvo una niña, solo para que al final lo acusase a él de ser el asesino.
Sin embargo ella no era así, sus seres queridos estaban vivitos y coleando. El único miembro de su familia que había muerto había sido su abuelo materno, y era muy pequeña en aquel entonces como para recordarlo.
No conocía lo que era el dolor de la muerte de alguien cercano a ella.
Ella no tenía motivo alguno para hacer lo que hacía.
«¿Entonces por qué estás aquí? ¿Por qué empuñas una espada mata-demonios y estás dispuesta a arriesgar tu vida para eliminarlos?»
«¿Por qué?»
—¿De verdad crees que huelo a flores? —preguntó extrañada Ayaka hacia Tanjirou, ya fuera del agua y envueltos en ropa limpia (Ayaka había obligado a Tanjirou a que le diese su uniforme para limpiarlo más tarde, y estaba agradecida a que su madre le había dado dos mudas de ropa limpia).
Habían decidido volver, ya que no tenían nada más que hacer allí y todavía era la hora de almorzar.
Parecía que por fin al haberse dado un baño, Ayaka se había relajado notablemente a como solía ser su actitud normal. Incluso si su cuervo viniese aleteando hacia ella soltando a chillidos que tenía una nueva misión, ni se enfadaría con él.
Si Tanjirou la viese por primera vez así, con la negra melena mojada a un hombro y con el fantasma de una sonrisa en sus labios, jamas habría pensado que ella era la cazadora de demonios que conoció el día anterior.
—Es más bien una mezcla de varias flores, pero sobretodo a glicinias y azucenas —apuntó Tanjirou.
«Sí que tiene un buen sentido del olfato», pensó Ayaka.
Su nariz se arrugó en disgusto.
—Genial, odio las flores —comentó, sin pelos en la lengua—. Son demasiado frágiles, podría pisarlas sin ningún problema y destrozarlas.
—Pero son bonitas —intervino Tanjirou.
De la boca de Ayaka solo salió un bufido fastidiado, aquella no era una buena razón como para que le gustase algo. Sonaba a algo superficial y estúpido.
—¿Y qué? Si es algo bonito lo que quiero entonces cogería las rocas. Hay muchas preciosas y son más fuertes —replicó Ayaka, cruzándose de brazos solemnemente—. No soy una aprendiz del Pilar de la Roca para nada.
A ese comentario, Tanjirou se volvió rígido.
Aquella pregunta había estado persistiendo desde el fondo de su mente desde que Ayaka había mencionado al Pilar de la Roca. El único maestro al que había conocido había sido al suyo, Urokodaki.
Incluso si estaba agradecido por sus enseñanzas, Tanjirou había encontrado su entrenamiento duro. Aunque comprendía que aquello era solo lo mínimo para poder enfrentarse a los demonios.
Así que al ver a Ayaka, no podía evitar preguntarse qué clase de maestro tenía como para que fuese tan dura como el Pilar del Agua.
—Y... ¿tu maestro es igual que tú? —preguntó, voz repentinamente temblorosa.
Las cejas de Ayaka se alzaron ante esa pregunta.
—Claro, te da cien latigazos si no obedeces todo lo que te diga al más mínimo detalle —contestó sin inmutarse.
Aquello era una broma, por supuesto. Pero aun así Tanjirou se desvaneció en el acto. El horror habiendo ocupado todo espacio en sus facciones.
Incluso Ayaka era capaz de bromear de vez en cuando, aunque no las típicas bromas que uno contaría en una fiesta.
Sus ojos marrones solo lo observaron desde donde estaba, mientras Tanjirou murmuraba un silencioso “eso lo explica todo”.
Con manos en las caderas y expresión aburrida, Ayaka solo esperó a que Tanjirou se recompusiese.
—Himejima-san jamás haría eso, bobo —se mofó, aunque no estaba sorprendida. Una sonrisa orgullosa no pudo evitar hacerse hueco en la cara de Ayaka al pensar en su maestro. Ofreció un brazo a Tanjirou, que lo aceptó gustosamente. De un tirón, lo levantó tan bruscamente que el pelirrojo por poco ve a su padre en el cielo.
—Él no es así. Además, es el cazador de demonios más fuerte de todo el Cuerpo de Exterminio, eso no se consigue con latigazos —continuó Ayaka con brillo en los ojos, una vez Tanjirou hubo vuelto en sí—. Es un privilegio ser entrenado por un pilar, así que imagínate la suerte que tuve cuando apareció en mi casa.
—Parece que le tienes mucho aprecio —consiguió decir Tanjirou, aún sin aliento.
Las aparentemente permanente arrugas en la cara de Ayaka se desvanecieron por un momento, y Tanjirou consiguió descubrir que la aparente chica hecha de hielo sí que tenía un lado tierno.
—Lo considero como un padre —respondió, pero su tono era suave. No guardaba ninguna maldad, fastidio o burla. En su voz solo podía encontrarse amor puro e incondicional, algo que solo se podía tener cuando se menciona a alguien muy querido.
Aquello era algo que nunca había sido capaz de decir. Ni siquiera a Himejima-san. Pero allí estaba, admitiéndolo delante de alguien al que hacía dos días antes no conocía.
Fue demasiado tarde cuando se dio cuenta de lo que había dicho como para pararse a sí misma. Estaba hablando más de la cuenta, teniendo en cuenta que Ayaka en rara ocasión decía cosas así.
Cuando era muy pequeña solía hacerlo, pero hacía mucho que no era una niña.
La única explicación lógica que Ayaka encontró a su extraño comportamiento fue la emoción del momento. Tanjirou le había contado todo sobre Nezuko y su familia, así que eso de alguna manera debería haberla afectado, según su retorcido razonamiento.
Muy en el fondo sabía que también tenía que ver con Tanjirou en sí, había algo en él que hacía que poco a poco ella se fuese derritiendo. Y eso no era bueno.
—Es decir, tampoco es para tanto —intentó rectificarse Ayaka—. Es mi maestro, después de todo. Es normal que le tenga aprecio.
No sabía si Tanjirou podía notar su creciente incomodidad o es que Ayaka tuvo suerte, pero cambió de tema como si nada.
—Mi hermano Takeo tenía un lunar en el mismo lugar que tú, me recuerdas a él.
Ayaka parpadeó. De todas las cosas que podía hablar, decidía hablar de aquella.
Por segunda vez en veinticuatro horas, Tanjirou Kamado la había dejado sin palabras.
Llevó una mano a su lunar inconscientemente, en su pómulo derecho.
—¿Lo dices enserio? —preguntó sorprendida.
Tanjirou asintió solemnemente, para dejarle en claro que lo estaba diciendo era, en efecto, verdad.
—Entonces, ¿crees que tengamos algún ancestro en común o algo así? —se cuestionó Ayaka pensativa, apoyando su barbilla en una mano.
La réplica de Tanjirou no llegó a sus oídos, puesto que otra voz externa la interrumpió.
—Ayaka.
Allí delante de ella estaba la única persona que alguna vez había hecho su corazón estremecerse, y que ahora odiaba con todas sus fuerzas.
Yū Kobayashi.
Ella solo dio un paso atrás, aturdida. Chocó con Tanjirou, pero él consiguió agarrarla por los hombros y mantenerla en equilibrio para que no cayesen los dos contra el suelo.
Por primera vez en mucho tiempo, sintió el miedo golpear contra su pecho como una punzada.
—Yū —su boca pronunció su nombre antes de que Ayaka pudiese darse cuenta de que lo había hecho. Fue apenas un murmullo que solo podía haberse deslizado de su boca como alguien que pronunciaba el nombre de un viejo amigo. Pronto se perdió en el viento, pero era lo suficientemente doloroso como para que Ayaka no pudiese dejarlo ir.
Yū, no, Kobayashi (él ahora solo era Kobayashi para ella) dio un paso en su dirección. Sus movimientos eran torpes, casi cautelosos. Era como si creyese que, al moverse demasiado rápido, Ayaka huiría de él.
Ya recordaba el motivo por el que se había ido de allí junto con Himejima-san.
Era algo que esperaba haber enterrado hacía mucho tiempo, tan profundo como para que fuese posible ignorarlo y no se viese obligada a golpearlo con fuerza para alejarlo tanto de ella que las distantes punzadas en su corazón lograsen disiparse. Siempre estuvo ahí, muy ligeramente, pero aun así Ayaka podía notarlo en las noches especialmente oscuras en los que solo eran ella y sus pensamientos, aunque todo parecían ella y sus pensamientos últimamente.
Kobayashi solo carraspeó, frotando su nuca intentando no hacer incómoda la situación.
—¿Cómo.... cómo estás?
Ayaka ignoró su pregunta, todavía sin saber como reaccionar.
No había cambiado nada. Su pelo marrón seguía siendo corto, como la última vez que lo vio, entre sangre y cenizas.
Sin embargo, Ayaka sí que había cambiado.
—¿Qué haces aquí? —siseó Ayaka decidiendo que ya le había dado el placer del silencio por demasiado tiempo. Esperaba que todo su odio se reflejase en aquella pregunta, porque quería que le doliese como le había dolido a ella.
Aquel reencuentro era inevitable, incluso si Ayaka habría deseado con todas sus fuerzas que no lo fuese, era cuestión de tiempo que tuviese que encontrarse con él cara a cara.
—Aya, ¿quién es? —preguntó Tanjirou detrás de ella.
Debía estar confundido. No sabía nada de Ayaka, apenas y la conocía lo suficiente como para llamarla compañera.
—Vivo con los Iwamoto —contestó Kobayashi con rapidez—. ¡Soy Yū Kobayashi!
Entonces se inclinó, con varios trozos de leña bajo su brazo que no dejó caer.
Ayaka notó aquel detalle. La habría estado recogiendo mientras Tanjirou y ella llegaron. Entonces sus caminos se entrecuzaron yendo de vuelta a casa, dando lugar a aquel extraño encuentro.
Que fuese Kobayashi quien lo hubiese estado recogiendo también significaba que su padre estaba demasiado débil como para recogerla por sí mismo, aunque como podría saberlo ella, si ni siquiera se había dignado a leer ninguna de sus cartas.
Ahora que lo pensaba, su abuela había mencionado el nombre de Kobayashi antes. Tanjirou se presentó de la misma manera en la que se había presentado con su familia, como era de esperar. Ayaka solo le observó, la que antes era una mirada asustada había sido reemplazada con la frialdad y dureza apropiadas para una cazadora de demonios.
Y sin saber como, Kobayashi estaba en el suelo, su nariz chorreando sangre a borboteos. Ayaka no recuerda cuando lo ha hecho pero no se arrepiente. Todavía puede sentir la fuerza del golpe en sus nudillos, palpitante y caliente, que contrastaban con sus normalmente frías manos.
Es la primera vez que le ha pegado un puñetazo a alguien, sorprendentemente, quería estrenar sus puños en Kobayashi primero, así que Genya se había librado de varios golpes en el tiempo en que habían estado juntos.
Ver a Kobayashi en el suelo le traía cierta satisfacción, aunque no era suficiente como para cerrar la herida que todavía sigue abierta.
—Vale, merecía eso —murmuró Kobayashi, riendo débilmente para ignorar que de verdad duele. Incluso si sus manos empiezan a llenarse con su propia sangre, que no para de caer.
Su entrenamiento no había sido en vano, por lo que podía ver.
Ayaka podía oír a Tanjirou correr a su lado, pero no despegó sus ojos de Kobayashi. Por supuesto, Tanjirou era demasiado amable como para dejarlo pasar. Todo el mundo era demasiado amable, tanto que la ponía enferma.
«La amabilidad no te lleva a ningún sitio», pensó, mientras Tanjirou le ofrecía a Kobayashi la manga de su kimono para limpiarse.
—¡Aya no deberías haberle pegado! —exclamó Tanjirou, en un intento de reprimirla—. Somos cazadores de demonios, ¡protegemos a los humanos, no les hacemos daño!
Kobayashi solo le murmura que ella tenía razón, que se merecía aquel puñetazo y tres palizas más, pero Tanjirou es demasiado tozudo como para creer que alguien merecía daño alguno.
«No te metas», tuvo Ayaka el impulso de gruñirle, pero no lo hizo. No se atrevía a mirarle, puesto que sabe que si lo hace podría decir cosas de las que luego podría arrepentirse.
—Los idiotas de mis padres son demasiado amables como para dejar a un niño huérfano en la calle, ¿no es así? —. Ayaka lanzó aquel comentario como si nada, ignorando a Tanjirou completamente—. Sino jamás habrían dejado entrar en casa a alguien tan patético como tú.
Sin una palabra más, empezó a andar de nuevo de vuelta a casa y sin dirigir siquiera una mirada en su dirección.
Entonces Yū lo dijo, y los pasos de Ayaka pararon en seco.
—¡Lo siento! ¡De verdad que siento todo lo que te hice!
Pasa un minuto para que Ayaka reaccione, y aun así no hace más que girar la cabeza levemente para mirarle, puede ver que en sus ojos aparecen casi invisibles lágrimas. Pero no lo son para ella.
—A pesar de que tu nombre significa valiente, eres un cobarde, Yū —. Fue lo único que salió de su boca, no elevó su tono de voz ni gritó. La frialdad en su voz era más dañina que cualquier cosa que pudiese decir. Sus lágrimas no la conmueven, llorar no siempre conlleva honestidad—. Has tenido mucho tiempo para soltar disculpas vacías, sin embargo lo haces ahora. ¿Qué es lo que buscas? ¿Una limpieza de conciencia? ¿Una redención? Ni siquiera me escribiste, ¿y pretendes que crea que has cambiado? Das pena.
Con un movimiento casi brusco vuelve a mirar hacia delante y sigue su camino, no sin antes dirigirle unas últimas palabras a Tanjirou, que sigue arrodillado al lado de Kobayashi con aspecto de no saber qué está pasando y Ayaka lo prefiere así:
—Vámonos, Kamado. Estoy segura —paró durante un segundo para tomar una leve bocanada de aire—. Estoy segura de que la abuela te estará esperando para almorzar.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Notes:
Antes que nada quería hacer unas aclaraciones:
Yū (勇) significa valiente, para entender el por qué Ayaka encuentra irónico todo aquello.
Iwamoto (岩本) significa base de la peña o básicamente piedrota, no es muy difícil entender por qué elegí este apellido.
Kaori (香) puede significar perfume o aroma, ya que está siempre en su jardín.
Kaede (楓) significa arce, pensé que Kaede era muy sabia y fuerte, así como un árbol, así que sentí que le venía bien.
Makoto (誠) significa honesto, ya que el padre de Ayaka no es capaz de mentir ni aunque quiera, algo así como Tanjirou.
Kobayashi (小林) significa "pequeño bosque", aunque su significado es irrelevante.
Fujioka (藤岡) viene de los kanjis "glicinias" y "colina", así que vendría a significar algo así como montaña de glicinias.
Varias veces escribiendo este capítulo he tenido que recordarme a mí misma de que los personajes femeninos que son badass o serios no son solo eso y que pueden tener sus momentos tontos o estúpidos. Incluso sabiendo que una de las cualidades más destacables de Ayaka es que no solo es seria, sino que a veces le gusta gastar bromas y tiene sus momentos de idiota como Zenitsu, Inosuke o Tanjirou (como el momento del lunar o cosas por el estilo), yo, incluso sabiendo todo eso, sentía que estaba fuera de personaje por alguna razón cuando literalmente solo está siendo ella misma? Ayaka es seria como cazadora de demonios, pero como persona es totalmente un desastre y aun así sentía que la estaba escribiendo mal. Y eso solo me recuerda cuanta necesidad hay de personajes femeninos con más tridimensionalidad fuera de rayo de sol o badass que solo sabe ser sarcástica, así que espero poder escribirla bien.
Chapter Text
Lo que más había anhelado en aquel entonces había sido ser fuerte.
Las manos rígidas de Ayaka se agarraban desesperadamente al gran pedrusco que la dejaba como a una pequeña muñeca de trapo en comparación a su enorme tamaño. Empujó de nuevo contra él, empapada en sudor y temblando, intentó hacer que el pedrusco se moviese. Era innecesario decir que éste no se movió de su sitio.
Exhalando en pequeñas bocanadas, Ayaka lo intentó de nuevo, esa vez apoyando sus piernas en el suelo en un intento de impulsar la gran piedra, pero solo consiguió que sus rodillas se sacudiesen aún más bajo su peso, resbalando en la tierra blanda de la montaña de Himejima-san y haciendo que cayera.
Incluso si había estado la última semana intentando hacer que se moviese, aunque fuese un poco, su esfuerzo había sido en vano.
Se tomó un momento para respirar profundamente, olvidando toda la mezcla de sentimientos que dominaban su cuerpo y no sabía distinguir, como Himejima-san le había enseñado, e intentó levantarse. Podía sentir como todo su cuerpo daba espasmos mientras se apoyaba en la roca con sus dos callosas manos y lentamente volvía a estar de pie. Poco a poco, primero enderezar las rodillas, luego la cadera y por fin erguirse para volver a sus inútiles intentos.
Su visión a veces se volvía borrosa, desvaneciéndose por momentos en completa oscuridad para unos momentos después recuperarla.
No sabía en qué momento había perdido su lazo del pelo, pero ahora su melena negra enmarcaba su cara, pegándose a su piel como mechones pegajosos y mojados. En circunstancias normales aquello habría hecho que su cuerpo se estremeciese (más de lo que ya lo estaba haciendo, si eso era posible), sin embargo no le importaba.
No cuando tenía que seguir esforzándose, no cuando todavía no había sido capaz de mover el pedrusco, ni siquiera un poco.
Los pulmones de Ayaka habían empezado a doler, más de lo normal a lo que solían hacerlo cuando entrenaba. Por supuesto, llevaba demasiado tiempo utilizando la respiración de la roca, casi varias horas, cuando lo máximo que había hecho había sido una hora seguida, pero había otras cosas de las que preocuparse.
Estaba tan concentrada en su entrenamiento, que ni la voz de Himejima-san podía hacerla dejar su tarea.
—Ya es muy tarde —dijo, como si el hecho de que el Sol ya se había puesto no le hubiese pasado a Ayaka por la cabeza más de un millón de veces.
Ayaka tensó la mandíbula, flexionando cada músculo de su cuerpo para intentarlo, una vez más.
Al ver como su discípulo le ignoraba con éxito, Himejima simplemente decidió seguir hablando.
—Si no haces el patrón de repetición es imposible que muevas esa roca aunque sea un poco, Ayaka —la reprimió, pero su tono era aquel de alguien tranquilo, ni autoritario ni muy suave, solo el de alguien que decía algo como si no le importase en lo absoluto. Solo era el tono de Himejima-san.
—Usted ya sabe —una exhalación pesada salió de Ayaka a mitad de la frase, sin parar de empujar (esta vez todo su cuerpo) contra la roca—. Que yo no soy capaz de utilizar el patrón de repetición.
En el instante en el que Ayaka terminó de hablar, se desplomó de cansancio con un quejido doloroso. Cayó al suelo por segunda vez, sin encontrar las fuerzas suficientes como para mantenerse de rodillas, e incluso entonces, escalofríos seguían recorriendo su cuerpo como electricidad.
Por fin se dignó a dirigir la vista a su maestro, que se había arrodillado junto a ella al oír como caía al suelo.
Incluso arrodillado, la gran roca no podía ni compararse con el tamaño de Himejima-san, e hizo a Ayaka desear poder ser más alta.
Aún solo tenía trece años, pero nunca había sido del tipo paciente.
Ayaka no era pequeña, pues era robusta hasta cierto punto, no tanto como su madre, pero lo suficiente como para que a la gente se le dificultase tirarla al suelo. Pero había heredado la complexión de su padre, por lo que le llegaba a su maestro poco más arriba del ombligo.
—Eso es una tontería, todo el mundo puede utilizar el patrón de repetición —siguió Himejima-san, con aquella neutralidad que le caracterizaba tanto en el tiempo en el que había enseñado a Ayaka.
La máxima expresión que le había visto hacer era llorar, solo moviendo sus cejas para expresar su tristeza u otro tipo de emociones, pero nunca le había visto sollozar cuando lo había hecho, ni tampoco gritar.
Por alguna razón Ayaka le admiraba por ello.
—Pues a lo mejor soy yo la única que no puede —respondió ella, aún desde el suelo. En alguna manera su tono era ácido como el limón, pero no estaba enfadada con Himejima-san. Hizo el amago de ponerse en pie, pero sus brazos le fallaron de nuevo y acabó de cara en el suelo—. No se preocupe, le prometo que conseguiré ser igual de fuerte sin utilizarlo para poder ser una digna sucesora. Casi ninguno de los cazadores de demonios la utilizan, estaré bien.
Soltó una carcajada que parecía más amarga que alegre, Himejima-san no parecía que iba a moverse de su lado, pero tenía que seguir.
Necesitaba mejorar, necesitaba entrenar más.
Su cabeza empezaba a palpitar con fuerza, los latidos de su corazón retumbaban como ecos en su cabeza. La sangre recorría sus venas con rapidez, provocando que en sus mejillas apareciese una abrasadora calidez que hacia a Ayaka marearse.
Pum-pum
Pum-pum
Pum-pum
Su garganta estaba seca y áspera como lija debido a la falta de agua, y su respiración se había vuelto más rápida, no pudiendo evitar tomar grandes bocanadas de aire.
Con eso y con todo, Ayaka consiguió mantenerse en pie.
Se tambaleó durante un momento, consiguiendo apoyarse como lo había hecho anteriormente con sus manos en el gran pedrusco.
—Puede irse, Himejima-san —le dijo Ayaka de la forma más rápida posible, hablar empezaba a volverse doloroso—. Necesito entrenar más, usted y Shinazugawa-san pueden cenar sin mí.
En aquel entonces Genya Shinazugawa todavía hacía poco que se había unido a ellos como discípulo del Pilar de la Roca, así que Ayaka utilizaba honoríficos para nombrarle. Eso cambiaría un tiempo después, viendo que no tenían uso alguno con alguien que ella consideraba tan vulgar como Genya.
Himejima-san se quedó un momento estático, y Ayaka no sabía si asociarlo a que se estaba adaptando a que ella se había levantado y él no podía verlo, o a que estaba pensando en qué decir.
—Ya está bien por hoy, deberías volver dentro.
Todo lo que pudo hacer Ayaka fue negar repetidas veces con la cabeza, empujando con las pocas fuerzas que milagrosamente le quedaban.
De alguna forma tenía esperanzas de que podría conseguirlo si lo intentaba, aunque fuese solo un poco.
—Ayaka, vuelve dentro, por favor.
Sacudió su cabeza de un lado a otro con fuerza, acompañado con un agudo y temeroso "no" que había conseguido escapar de lo más profundo de su garganta.
—Ayaka.
Su cuerpo se paralizó, puede que de la sorpresa o del miedo. Aquella no era la forma en la que Himejima-san le hablaba, calmado y a veces incluso con cierto punto suave. No, esa vez su voz había salido como una reprimenda de verdad, había pronunciado su nombre de manera que supiese que iba enserio.
Eso no la hizo echarse atrás.
—Usted me dijo que los pilares son tan fuertes porque entrenaron hasta que escupieron sangre, casi hasta el punto de morir. ¿Por qué soy yo distinta de ellos? —cuestionó, casi resentimiento presente en su actitud. Himejima-san no contestó a su pregunta, sino que posó su gran mano en la cabeza de Ayaka con delicadeza. Casi como una caricia.
—Yo no soy como Genya —recordó, apretando su agarre en la roca—. Necesito-
No pudo terminar de hablar. Una sustancia viscosa que ascendía por su garganta bloqueó sus palabras y Ayaka se vio forzada a arrodillarse, llenando el blanco y nevado suelo con su almuerzo.
Revolvió su estómago y dejó un regusto amargo y correoso en su boca que permaneció allí, en el fondo de su paladar y en sitios de su boca de los que nunca había tenido conocimiento hasta en ese momento.
—Ya está bien —declaró Himejima-san, cogiendo del suelo a la pequeña bola negra que era su discípula. Con vómito goteando por su barbilla, Ayaka intentó revolverse de su agarre, agarrándose a la fría nieve en un intento desesperado de evitar algo que por mucho que quisiese estaba decidido.
Y entonces:
"¡Achoo!"
Hubo un momento en el que los dos se quedaron estáticos, puede que por la sorpresa o intentando discernir si los dos habían escuchado lo mismo.
—Has pillado una fiebre —sentenció Himejima-san, siendo el primero en romper el incómodo silencio que se había formado.
—¡Qué va! —replicó Ayaka intentando hacerse la tonta, aunque su nariz empezaba a moquear y por su espalda no paraban de correr los escalofríos—. Yo no me pongo enferma.
—He cuidado a muchos niños antes que tú, no puedes engañarme —. Presionando la palma de su mano contra su frente, Himejima-san pudo confirmar que, en efecto, Ayaka tenía una fiebre.
Dándose por vencida, Ayaka se dejó caer contra el gran pecho de Himejima-san. Enterró sus manos entre los huecos del haori de su maestro, buscando revivir sus gélidos dedos. En ese momento, la vergüenza empezó a gotear por su pecho como melaza, espesa y pegajosa, no podía aguantar la idea de que su maestro la viese en aquel estado.
Se sentía patética.
Y lo que era aún peor, Shinazugawa tendría que verla así también.
Vio como se levantaba de golpe al ver a su maestro entrar por la puerta. Si sus ojos no la engañaban, había golpeado su rodilla contra la mesa al levantarse.
No podía saberlo, pues todo empezaba a sentirse borroso. Intentó enterrarse más contra el cuerpo de Himejima-san cuanto más se acercaba Shinazugawa.
Quería que la dejase en paz, apenas habían intercambiado unas pocas palabras y que la impresión más clara que pudiese tener de ella fuese verla enferma y cubierta en sudor y vómito no era una idea muy atractiva.
—¿Qué le ha pasado? —. Sonaba extrañamente torpe, a diferencia de a como sonaba normalmente, testarudo e irracionalmente enfadado, al menos por lo que Ayaka pudo distinguir mientras se deslizaba entre la consciencia y la inconsciencia.
«Y a ti qué más te da», fue el primer pensamiento coherente que le vino a la cabeza. De su lengua apenas pudo rodar un murmullo que sonaba a algo parecido a un "estoy bien". Pero Himejima-san no parecía compartir su opinión.
—Está enferma.
Ayaka intentó negar con la cabeza, aferrándose a la sedosa tela del uniforme de cazador de demonio de su maestro, pero solo consiguió demostrar más su punto.
Hubo un lapsus de tiempo en el que todo lo que fue capaz de sentir fueron murmullos sin sentido que pasaron por encima de su cabeza sordamente, sin posibilidad alguna de atraparlos.
Sintió como un líquido goteaba en su cara y Ayaka levantó la vista. Lágrimas bordeaban la barbilla de Himejima-san, cayendo en su cara como una pesada lluvia de otoño.
¿Por qué lloraba? ¿Era por ella? ¿Estaba decepcionado? ¿No era una sucesora lo suficientemente fuerte?
No podía distinguir nada de lo que decían, todo eran sonidos sordos.
Al final hubo un fragmento de la conversación que pudo oír con extraña claridad, y prefería no haberlo hecho.
—Genya, necesito que cuides de Ayaka esta noche.
Sus ojos se abrieron como platos y empezó a revolverse débilmente. No significó ningún problema para Himejima-san, que parecía poder controlarlo sin ningún tipo de inconveniencia, manteniéndola entre sus brazos sin problema.
—¿Podrás hacerlo?
"No, no, no, no, no" seguía repitiendo Ayaka en sus brazos, su voz habiendo superado los susurros y volviéndose más bien un grito ahogado.
—Um, —. Genya pareció dudar durante un momento, devolviendo la mirada desde Ayaka hasta la cara de su maestro varias veces, como sopesando sus opciones. No eran muchas, pues era Himejima-san quien se lo estaba pidiendo—. De acuerdo.
Sin una palabra más, Himejima-san depositó a Ayaka en el suelo con cuidado, deshaciéndose del agarre que Ayaka había mantenido en él con facilidad. Ella se tambaleó como un cervatillo y, con rodillas temblando, cayó hacia delante.
Genya consiguió agarrarla, apoyando su cabeza contra su hombro debido a la diferencia de altura.
Su ardiente respiración chocaba contra el cuello de Shinazugawa en rápidas exhalaciones. Ayaka intentó zafarse de su agarre y volver con Himejima-san, pero no estaba allí cuando se giró a verle.
Los ojos nublados de Ayaka miraron hacia Genya. Era indescifrable, ¿estaba enfadado? ¿molesto quizás? Tanta calma en él empezaba a ser bizarro y Ayaka sentía que había algo mal en él.
Intentó despegarse de él e ir ella sola hasta el baño, pero no llegó muy lejos, estampándose contra el suelo con un ruidoso golpe.
Con un suspiro entre malhumorado y resignado, Genya la levantó y la mantuvo en equilibrio.
—He tenido hermanas pequeñas antes, no será tan malo como crees —. En alguna manera que Ayaka no podía describir no sonaba molesto o furioso, sino más bien fastidiado, como si ella fuese una hermana pequeña que se portase mal.
A lo mejor lo era. Nunca había tenido hermanos mayores, ¿era así como se suponía que debían ser?
Himejima-san siempre les trataba como si fuesen hijos suyos, ¿eran ellos hermanos entonces?
Desde aquel punto, Ayaka no era la verdadera Ayaka, o al menos ella no lo sentía así.
Era como si observase todo desde fuera. Dejó que Genya la guiase hasta el baño, pero no era ella a la que llevaba. El cuerpo al que le estaba despojando de sus ropas no se sentía como el suyo, su cabeza, pesada y apoyada en su hombro, con la respiración agitada sobre su cuello, no era la suya.
No sintió el agua bajar por su cabeza cuando Genya lanzó un cubo sobre ella, ni tampoco los toques de sus manos, hábiles y rápidas que limpiaban con eficiencia con ayuda del jabón que había encontrado entre su haori rojo oscuro al desnudarla.
Simplemente parecía una muñeca de trapo, lánguida y ausente. Sus ojos se veían carentes de toda luz o vislumbrez, como si ni siquiera fuese capaz de ver lo que tenía a dos palmos de ella.
Si su falta de reacción le preocupó, Genya decidió no tomarlo en cuenta, asociándolo a la fiebre.
Cuando hubo terminado la cubrió con ropajes limpios y la llevó hasta su cama. Con la misma pasividad que había mostrado antes Ayaka dejó que la posase en la cama y la tapase con las mantas, asegurándose de no dejar ningún hueco por el que pasase aire frío.
Cualquier parecido que hubiese podido tener Genya con un hermano mayor solo podía ser falso, solo cuidaba de ella porque Himejima-san se lo había pedido, y Ayaka se obligó a alejar cualquier pensamiento de familia de su mente.
Hacía mucho ya que había decidido abandonar cualquier cosa que tuviese que ver con ella. No tendría sentido buscar otra.
No la necesitaba, ni en aquel momento ni nunca.
Decidió no pensar en ello y solo dormir, pues Himejima-san parecía decidido a no volver a dejarla entrenar hasta que estuviese recuperada, y era algo claro que eso no pasaría aquella noche.
Y de todos los momentos en los que Genya podría haber hablado a lo largo de las escasas semanas que había estado allí, decidió hacerlo justo en ese.
—Tu familia está viva, ¿no?
—¿Qué?—. Aquella sílaba fue lo único que pudo decir Ayaka en respuesta. Ni siquiera parecía avergonzado o nervioso ante aquella pregunta, hablando con soltura sin ninguna clase de atadura.
¿Era una broma? Debía estar bromeando, sino, ¿quién en su sano juicio preguntaría algo como aquello?
Ayaka se apoyó en su costado, entrecerrando los ojos para lograr distinguir si de verdad le había hablado o solo habían sido imaginaciones suyas. Al final concluyó en que aquella pregunta no era causa de la fiebre y que todavía no había empezado a delirar.
Sin embargo asintió con la cabeza, afirmando que sí, su familia seguía viva, aunque no estuviese muy segura de a dónde quería llegar.
El asentimiento hizo que su visión diese vueltas, y se dejó caer en el futon de nuevo, observando el techo con cuidado como si fuese lo más interesante en la habitación.
—Si tu familia sigue viva, ¿entonces por qué quieres ser cazadora de demonios? —cuestionó Genya, sonando genuinamente curioso. Aquello no era lo que Ayaka esperaba oír.
—¿Crees que- —. Ayaka se atragantó con sus propias palabras, provocando que un ataque de tos la interrumpiese a mitad de frase.
La garganta le seguía picando, pero continuó hablando.
—¿Crees que somos amigos como para que te cuente algo así? —. La pregunta era casi estúpida, e hizo a Ayaka querer reírse en su cara. Lo habría hecho si estuviese en sus sentidos, pero no lo estaba.
Sin embargo Shinazugawa parecía totalmente serio.
Después de un rato de silencio, en el que Ayaka aprovechó para girar hacia otro lado y no tener que mirarle a la cara, Shinazugawa volvió a hablar.
—Yo quiero ayudar a mi hermano mayor—. Su voz era baja, casi parecía que le daba vergüenza admitirlo.
¿Lo había visto alguna vez así? No, no creía haberlo hecho.
Era curioso cuanto menos.
Los ojos marrones de Ayaka, calculadores como ella misma, se entrecerraron.
«Así que sí que iba enserio», pensó, casi sin creerlo.
Incluso si no era alguien de su gusto, Ayaka tenía que admitir que Genya Shinazugawa tenía agallas.
Le observó detenidamente mientras él intentaba huir de su mirada inquisitiva, el único sonido que oía en la casa era el de alguna gotera desconocida que seguro a Himejima-san se le había olvidado arreglar.
Ayaka seguía sin sentirse ella misma, y sin quererlo otra Ayaka empezó a hablar. Era una Ayaka mucho más profunda, pero eso no significase que fuese ella misma. Una boca que no era suya pronunciaron unas palabras que salieron sin esfuerzos como deslizándose por la ladera de una montaña.
—Quiero ser fuerte para no depender en nadie —comenzó, unos ojos que no le pertenecían mirando fijamente a Genya—. Hubo alguien que me abandonó, y tras ello solo he podido confiar en mí misma. Por eso decidí que no volvería a depender en nadie.
Solo se quedaron mirando el uno al otro, él no dijo nada, mientras, la falsa Ayaka continuaba hablando.
—Sé que es egoísta, sobretodo comparado con tu motivo, e incluso estúpido. Así que puedes reírte, si tienes mi permiso para hacerlo supongo que no será tan humillante —. Terminó soltando una risa seca que terminó en otro ataque de tos, tomando la falta de reacción de Genya de una mala manera. Intentó llegar hasta un vaso de agua que estaba cerca de Genya, pero no consiguió alcanzarlo.
—¡No es eso! Es que no me lo esperaba —confesó él, pasándole el vaso de agua a Ayaka que parecía haber estado intentando alcanzar desesperadamente.
Parecía extrañamente avergonzado, algo que no venía acorde con su apariencia hasta donde ella había conseguido ver.
—Sí, creo que estoy empezando a delirar —comentó su compañera de vuelta, con una extraña calma, bizarra para alguien que deliraba. Paró un momento para beber un trago de agua—. Quiero que sepas que cuando estoy enferma digo cosas muy estúpidas. Así que mañana por la mañana olvídalas, por favor.
Se tomó un momento antes de continuar, tomando otro sorbo de agua y calmar el escozor de su garganta que persisitía a ser apagado:
—Y puede que te perdone la vida.
Aquella broma, si así se le podía llamar, vino acompañada de un pequeño ronquido que Genya interpretó como una risa.
Su normalmente arisco compañero pareció suavizarse ante aquel sonido.
—Por fin admites que estás enferma.
—¡Yo no he dicho eso!
Si era sincera, Ayaka se sentía ligeramente mejor, pero nunca lo admitiría.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
—¿Ya estás mejor? —. Aquello fue lo primero que Himejima-san le preguntó a Ayaka cuando la vio sentada en la mesa a la mañana siguiente.
Parecía haber vuelto de una misión, pues acababa de entrar por la puerta, el Sol meramente alzándose por el horizonte.
Su discípula apenas soltó un gruñido, jugueteando con el desayuno que Genya había preparado aquella mañana.
Genya no debería haberlo hecho, ese día era el turno de Ayaka de preparar el desayuno, pero había insistido tercamente que había terminado en una pelea que él obviamente ganó, por el sorprendentemente buen preparado desayuno que ahora estaba en la mesa (llevaba semanas allí, pero Ayaka nunca asimilaría que Genya, de hecho, sabía cocinar).
La pequeña y malhumorada reacción de Ayaka pareció alegrar a Himejima-san, que posó su gran mano en su cabeza como lo había hecho la noche anterior:
—Veo que ya estás bien. Ha llegado un paquete con tu nombre.
Soltó una pequeña caja en el regazo de Ayaka y se sentó a la mesa, mientras Genya colocaba los últimos platos de comida en la mesa y se sentaba con ellos.
—Debe de ser de mis padres. Será mi regalo de cumpleaños —dijo Ayaka, mientras rasgaba el envoltorio del paquete con precisión.
Las ojeadas disimuladas que le lanzaba Genya a la caja en sus manos no pasaron desapercibidos para los agudos ojos de Ayaka.
Con un rodamiento de ojos, se lo lanzó con facilidad hasta el otro lado de la mesa, donde Genya lo cogió torpemente entre sus manazas y lo apretó contra su pecho.
Notando de nuevo la extraña forma en la que la miraba, Ayaka decidió actuar.
—Puedes quedártelo, es mochi, yo no lo quiero —. Soltó un bufido de manera desinteresada, casi aburrida, y volvió a su desayuno. Y es que no le importaba, si fuese por ella ni siquiera querría que le mandasen regalos, pero sus padres eran demasiado tozudos.
Genya observó primero la caja y luego a la misma Ayaka, trastabillando en lo que fuese que quería decir.
—¿Gracias?
La lengua de Ayaka chasqueó contra su paladar en fastidio.
—No las des, te estoy dando las sobras, por si no lo has notado. Ahora pásame-
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
—...el té, Tanjirou —pidió Ayaka, intentando esconder la molestia que empezaba a crecer en su pecho.
Nunca antes habían sido las cenas tan animadas en la residencia Iwamoto. Toda su familia había estado revoloteando sobre él de una manera u otra, ya fuese charlando con él con entusiasmo u ofreciéndole insistentemente más raciones.
El sonido de las animadas voces de sus padres y el parloteo llenaban hasta el último rincón de la habitación, inundando los oídos de Ayaka y haciendo que su humor se volviese de malo a peor.
La tetera, posada en la mesa, esperaba pacientemente a que alguien la cogiese, sin embargo fueron dos pares de manos, las de Tanjirou y Kobayashi, las que se lanzaron a por ella.
Kobayashi fue más rápido y consiguió cogerla sin que Tanjirou pudiese siquiera cogerla.
Estirándose sobre la mesa, ya que Ayaka había asegurado sentarse lo más lejos posible de él, solo se la ofreció con una sonrisa torpe.
No era la primera vez que hacía algo así, había estado toda la tarde intentando complacerla, al menos haciendo lo que él creía que la complacería.
El asombro no había faltado en la expresión de Ayaka cuando, al sus padres preguntarle a Kobayashi qué le había pasado, les contestó que solo se había chocado contra un árbol.
Había aparecido por la puerta acompañado de Tanjirou, no mucho después de que Ayaka hubiese hecho lo mismo. Los rastros de sangre habían sido mínimos, y los que quedaban estaban secos, pero aun así podían notarse en sus orificios nasales.
No hacía falta decir que Ayaka se estremeció al ver la manga del kimono de Tanjirou con un desvaneciente color rojo oscuro, pero no le dijo nada.
Si alguien de su familia se había dado cuenta, decidieron ignorarlo.
Las manos de Ayaka arrebataron la tetera con brusquedad del agarre de Kobayashi, no sin antes lanzar una mirada dura en su dirección.
Si creía que así podía arreglar las cosas estaba terriblemente equivocado.
Volvió a dejar la tetera en la mesa con fuerza, queriendo que él notase que estaba molesta y, sin despegar sus ojos de los de Yuu, anunció su petición de nuevo.
—Pásame el té, Tanjirou.
De repente todos en la mesa dejaron de hablar, lo que antes había estado lleno de vitalidad solo se llenó con cierto aire tenso. Sus padres lo único que hicieron fue mirar con confusión, intentando encontrar algo que estaban seguros se habían perdido para no lograr entender la situaión.
Incluso si Tanjirou parecía confundido, hizo lo que le pidió, teniendo que meramente alzar la tetera para alcanzar las manos de Ayaka.
Y entonces hizo lo impensable. Sin despegar los ojos ni un segundo de Kobayashi, una sonrisa notablemente forzada y estirada pintada en sus rasgos, Ayaka le dio las gracias a Tanjirou.
Al final Kobayashi desvió sus ojos de ella, Ayaka proclamándose ganadora de la silenciosa batalla de miradas que había tenido lugar entre ellos.
Aquello le trajo satisfacción que sabía ciertamente bien, había sido más fuerte que él.
No duró mucho.
—Tanjirou-san, ¿querrías quedarte a dormir? —le preguntó la madre de Ayaka a Tanjirou, intentando disipar el tenso ambiente que había caído sobre ellos.
Ayaka y Tanjirou compartieron una mirada, para luego dirigir la vista a sus respectivos cuervos, como esperando a que les asignasen otra misión.
Si lo hacían, Ayaka esperaba que les asignasen misiones distintas, aunque ella todavía no lo supiese, iba a ser todo lo contrario.
Los cuervos hicieron caso omiso a sus dueños, demasiado entretenidos picoteando en el bol que Kaede, la abuela de Ayaka, les había preparado en el marco de la ventana.
El cuervo de Ayaka no había estado nunca tan callado durante tanto tiempo.
—Parece que nuestros cuervos no nos asignarán una misión para esta noche —empezó Ayaka por Tanjirou—. Puedes quedarte si quieres, solo no molestes.
Por alguna razón aquello pareció hacer muy feliz a Tanjirou, cuya sonrisa parecía querer salir de su cara de la emoción.
—Oh, quita esa sonrisa de tu cara, ni que te hubiese pedido matrimonio —se burló Ayaka con una mueca entre molesta y divertida.
Sin embargo él no era el único con ella, Kobayashi, sus padres y la abuela parecían compartir todos el mismo sentimiento.
Especialmente su madre parecía brillar con entusiasmo, pero eso era lo normal en ella. En su padre era normal ver esa sonrisa calmada suya, solo que parecía un poco más grande esa vez.
Lo que más le sorprendía era su abuela, en la que las sonrisas habían sido pocas y pequeñas. Era una vista perturbadora ver la pequeña muestra de felicidad entre su cara rugosa y desgastada por el tiempo.
No miró a Yuu, no quería ver la sonrisa de Yuu.
—Tanjirou-san, esperamos que estés a gusto con nosotros y con A-chan —empezó Makoto, haciendo a un lado el cuenco del que apenas había comido—. Sentimos las molestias, pero me temo que solo hay una cama de sobra. Aunque no todo es malo, es lo suficientemente grande como para que tú y A-chan podías compartirla.
—Que la comparta con Kobayashi, no pienso dormir con nadie —le cortó Ayaka bruscamente, bebiendo un sorbo de su té—. No te importa, ¿no, Kobayashi?
Sabía que no podía negarse, había estado besando el suelo por el que pisaba como si eso fuese a hacer algo. Podía utilizarlo para su provecho.
Como ella esperaba, Kobayashi solo negó con la cabeza como un perro entrenado. La vista hizo que una sonrisa divertida se formase en los labios de Ayaka.
Lo tenía justo donde quería. No fue muy difícil, era un juego de niños comparado con sus planes de estrategia cuando luchaba.
Ayaka podía notar como el cuerpo de Tanjirou se tensaba a su lado, pero era demasiado educado como para oponerse.
La mejor manera que encontró de hacerlo fue susurrando en el oído de Ayaka, su respiración caliente haciéndole cosquillas. Su sonrisa se fue convirtiendo en una mueca cuanto más seguía hablando.
Oh, se había olvidado de eso.
—Pensándolo mejor, compartiré habitación con Tanjirou, cosas de cazadores de demonios y eso, no os preocupéis —. Ayaka agitó su mano como para que no le diesen importancia, lanzando el tema de los cazadores de demonios esperando que su familia no lo cuestionase.
Ni su padre ni su madre parecieron oponerse, aceptándolo sin ninguna queja. Pero había algo en los ojos de su abuela que parecía estar intentando averiguar qué eran esas cosas de cazadores de demonios. Ayaka decidió hacer como si nada y evitarla, pero seguía golpeando con insistencia.
Cuando ya no pudo aguantarlo más, decidió hacer la mejor opción posible.
Huir.
—¡Bien! Ya es muy tarde, deberíamos acostarnos, ¿no, Tanjirou? —anunció Ayaka con una palmada y una inusual actitud alegre, levantándose de un golpe seco de la mesa. Tanjirou repitió su acción, pareciendo incluso más nerviosa y perdido que ella.
—Pensé que podríamos jugar a las Karuta —dijo su madre, con una baraja de cartas desgastada en mano, sonando más como una pregunta que una sugerencia—. Siempre te ha gustado mucho jugar.
Ayaka no tuvo tiempo para escucharla, pues estaba demasiado ocupada recogiendo los platos sucios. Los limpió rápidamente y se llevó a Tanjirou arrastrando hasta la habitación de invitados.
—¡Buenas noches! —gritó Tanjirou antes de que Ayaka cerrase la puerta.
Su familia solo pudo observar con estupefacción, pero no podían preguntar.
Eran cosas de cazadores de demonios, ¿no?
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
—Siento las molestias, Aya —se disculpó Tanjirou una vez estuvieron solos, su sonrisa empapada en culpa.
—Puedes hacer algo más útil que pedirme disculpas y quitarme a tu hermana de encima —se quejó Ayaka, mientras intentaba evitar que Nezuko se le echase encima. Hacía todo lo que podía, pero Nezuko era un demonio, y por muy fuerte que fuese Ayaka, ella tenía fuerza sobrenatural, y nunca podría sobrepasarla.
—Le caes bien —. Fue lo único que le dijo Tanjirou en tono despreocupado. Parecía extrañamente contento con aquello—. Seguro que solo tienes que darle unas cuantas palmadas en la cabeza y te dejará en paz.
Ayaka hizo lo que le dijo, sorprendiéndose ante lo suave que era el pelo de Nezuko como para ser un demonio, pero no surtió efecto.
Parecía que Nezuko estaba empeñada en estar lo más cerca de Ayaka posible, para disgusto de la misma.
—Por favor solo quítamela de encima —pidió Ayaka en un jadeo, mientras los brazos de Nezuko la estrujaban con una aplastante fuerza.
Viendo que a su compañera empezaba a faltarle el aire, Tanjirou por fin se dignó a actuar, apartando a Nezuko de ella con facilidad.
Era, sin duda, algo muy peculiar.
Una vez Nezuko dejó de intentar asfixiar a Ayaka hasta morir, pudo ella poner el gran futon en la habitación. Ocupaba el espacio suficiente como para que ambos, Tanjirou y Ayaka, pudiesen dormir, pero se verían obligados a estar cortos en cuanto a comodidad.
—Que sepas que no lo hago por ti. Si llegase a oídos del Cuerpo de Exterminio que vieron a mi familia dándole cobijo a un demonio nos condenarían a muerte a todos, lo sabes, ¿no? —cuestionó Ayaka de brazos cruzados, su tono casi mostrando cierto reproche.
—¡Siento mucho inconvenirte a ti y a tu familia, Aya-san! ¡Prometo que procuraré que no les pase nada! —casi gritó Tanjirou. Y ahí venía de nuevo, la reverencia hasta el suelo y las disculpas.
—Con suerte no volveremos a vernos —susurró Ayaka con un suspiro cansado, haciendo caso omiso a Tanjirou y ni molestándose en decirle que no la llamase "Aya-san".
—No voy a esperarte —anunció por fin, metiéndose bajo la manta del futon sin tomar en cuenta a Tanjirou—. Aunque te recomiendo que duermas, probablemente los cuervos nos asignen una misión mañana temprano teniendo en cuenta que no lo han hecho ya.
Él solo obedeció sin rechistar, acostándose a su lado en silencio.
Ayaka se dio cuenta, por segunda vez aquel día, de lo cálido que era Tanjirou. Parecía haberse avivado, pues era capaz de notarlo calentando su piel con intensidad incluso si le estaba dando la espalda.
Se mantuvo observando a la pared y procuró alejarse lo más que pudo de él, pues incluso si era reconfortante, revolvía su estómago en incomodidad.
—¿Sabes? —comenzó Tanjirou después de un rato, sin tener idea de si Ayaka seguía despierta o no, o de si lo estaba escuchando en lo absoluto—. Ha sido agradable sentir como si tuviese una familia de nuevo. Aunque mi familia ya no está, y nunca les olvidaré, me ha gustado.
Ayaka sí que había estado escuchando. Aquella declaración, en la oscuridad de la noche y en voz baja, como si solo hubiese sido dirigido hacia él mismo, la hicieron sentir como si estuviese entrometiendo en algo muy personal. Un momento casi tan sagrado como el interrumpir en un rezo.
No encontró ni la voz ni las palabras correctas para responderle, ¿debería hacerlo siquiera?
Y con la calidez de Tanjirou envolviéndola suavemente, horas después de aquello y escuchando las suaves exhalaciones de Tanjirou, lo único en lo que Ayaka pudo pensar fue en lo egoísta que era.
Lo único que esperaba era no volver a tener una misión en equipo, jamás.
Notes:
Eu, hola?
Sé que he tardado un mes en actualizar pero al menos son cinco mil palabras, y con contenido de la Stone Family, no escribo eso todos los días.
Pues, espero que os haya gustado! Yo quedé medio satisfecha(?, tampoco estoy muy segura pero esta fic en general es un borrador así que eso es lo bueno.
Sea como sea, intentaré hacerlo lo mejor posible.
Hice muchos borradores para este cap y con el que más satisfecha quedé fue con este así que hmmmm ahí vamos.
Ya se terminó el anime, están tristes?
En el próximo capítulo conoceremos a Zenitsu! El pobre va a ser atormentado por Ayaka, al menos en los próximos caps(?, así que hay para rato.
Y pues agradezco enormemente a la gente que vota y comenta, de verdad que hacen esta experiencia algo increíble, gracias!
Y con eso me despido, buenas tardes/noches o lo que sea dependiendo de tu zona horaria! Espero que tengáis un buen día.
Chapter Text
Una extraña paz interior que hacía mucho que no sentía la abrigaba como una manta, parecía haber un fuego a su lado, pero este no la quemaba, la protegía con sus brazos y derritía la fría nieve y daba vida a todo aquello que rozaba. Casi como si devolviese los reconfortantes rayos de sol de la primavera después de un despiadado invierno.
Lo primero que pensó Ayaka fue que se sentía muy bien.
Con una sonrisa apareciendo inconscientemente en sus labios, se acurrucó más cerca de la persona que la estaba abrazando.
Era como si nada estuviese mal en el mundo, nada podía perturbarla o hacerla sufrir o llorar. Como si hubiese vuelto a tener once años.
Podía sentir la respiración de alguien en su pelo limpio.
―Yuu―murmuró, soltando un suspiro de esos que alguien solo suelta cuando no tiene una preocupación en el mundo.
Abrió los ojos, tan calmada que no parecía algo real.
En vez de encontrarse con la cara de Yuu Kobayashi, como ella esperaba, solo vio a Tanjirou Kamado.
Estaba cerca, muy cerca.
―¿Has dicho algo? ―cuestionó, habiéndose despertado no mucho más tarde que ella.
Ayaka se tomó un momento para observar a su alrededor, dándose cuenta de que ella no tenía once años y de que aquel era, sin duda alguna, Tanjirou con sus brazos alrededor de ella.Se frotó el ojo con una mano de forma adormilada, pero no hizo ademán de quitar su otro brazo del cuerpo de Ayaka.
―¿Estás enferma? Tienes una cara muy rara ―preguntó Tanjirou, intentando no sonar preocupado, pero pequeñas pizcas a veces tocaban la superficie de su voz.
Ayaka se fijó en que tenía razón, su cara se había retorcido y había hecho aparecer una expresión bizarra, entre decepción, confusión y algo que no sabría diferenciar. Asco, a lo mejor.
Por fin se dio cuenta de la gravedad de la situación.
Pasó los ojos del brazo de Tanjirou alrededor de su cintura hasta él varias veces con una ceja acusatoriamente levantada, esperando que viese por sí mismo lo que estaba mal. Incluso su nariz seguía enterrado entre su cabello.
«Es definitivo, es tonto de remate»
Con brusquedad y mejillas carmesí, empujó contra la frente de Tanjirou, haciendo por fin que alejase sus brazos de ella.
Pareció sacarle de su trance, y como era Tanjirou, procedió a disculparse efusivamente.
―¡Lo siento mucho, es que olías tan bien y parecía estar fría y...! ―. Movía las manos descontroladamente, con gestos rápidos y torpes.
Habría hecho que Ayaka se burlase de él sino fuese porque le molestaba su insistente hábito de pedir perdón por todo y también porque se sentía avergonzada por ello.
―A estas alturas lo único por lo que te falta pedir disculpas es por estar vivo ―dijo con calma, levantándose por fin y urgiendo a Tanjirou a que hiciese lo mismo para poder recoger el futon y volver a guardarlo.
Sus mejillas seguían quemando.
Tanjirou abrió la boca con la intención de decir perdón de nuevo, pero se paró a sí mismo antes de hacerlo y la cerró.
―Por cierto, ¿dónde está Nezuko? ―preguntó Ayaka mientras agitaba el futon para airearlo. Luego miró por la ventana un segundo, a la oscuridad del alba―. El Sol saldrá pronto, así que asegura que esté a salvo.
―Debe haberse escondido ya en su caja, lo hace un poco antes de que amanezca ―respondió Tanjirou apoyando la mejilla en su puño, mientras observaba hipnotizado como Ayaka doblaba el futon demasiado grande para ella y lo guardaba en el armario como si hubiese estado acostumbrada a hacerlo toda su vida.
Una vez estuvo todo recogido, Ayaka indicó a Tanjirou con un gesto vago que lo siguiese fuera de la habitación, sin pararse a ver si la seguía o no.
―Toma ―dijo, lanzándole al pecho su uniforme, limpio y sin una arruga a la vista. Tanjirou reprimió un grito de admiración, pues sabía que la molestaría.
―Está incluso mejor que cuando me lo trajeron ―. No pudo evitar decir, sosteniéndolo entre sus manos con ojos resplandeciendo con el brillo de una galaxia con mil estrellas―. Eres tan genial, Aya-san.
Ella solo se dedicó a ignorarle, moviéndose con rapidez por la cocina y agarrando las sobras de la noche anterior con las que hacer el desayuno.
Sabía como moverse por la aquella habitación como si fuese la palma de su mano, por mucho tiempo que estuviese fuera, los recuerdos entintados en el cuerpo nunca se olvidan, como un artista tiene grabados en su mano los movimientos para dibujar.
Todo seguía siendo igual, aunque ahora tenía una pequeña capa de polvo que solo demostraba su larga ausencia. Si hubiese estado allí no habría polvo, pues solo ella era capaz de verlo, así que solo ella era capaz de limpiarlo.
Debería de hacerlo la próxima vez que volviese a visitar, cuando sea que volviese a hacerlo.
―¿Quieres que te ayude? ―preguntó Tanjirou mientras observaba por encima del hombro de Ayaka al arroz moverse en el agua hirviendo sobre el fuego.
Hizo un amago de agarrar la espátula que colgaba en el borde de la olla, pero Ayaka le apartó dándole un golpe antes de que pudiese hacerlo.
―No necesito tu ayuda, puedo hacerlo sola ―dijo con aspereza, lanzándole a Tanjirou una mirada amenazante que le mandaba a que se quedase sentado sin hacer ruido.
Obedeció sin rechistar, sentándose con los hombros tensos sin atreverse a hacer nada.
Pasaron un rato en silencio, el sonido burbujeante del agua hirviendo siendo lo único que se podía oír, acompañado por el ligero sonido de unos cuantos pájaros fuera revoloteando.
―No logro entender por qué piensas que soy genial ―confesó Ayaka con una mueca, se había acostumbrado al sonido de la voz de Tanjirou al hablar en los últimos dos días, y era raro no tenerla presente, por extraño que pareciese―. A decir verdad ni siquiera me considero una buena persona, aunque tampoco me importe. La única cosa útil que se me da bien es utilizar la espada, y con eso me conformo.
Tanjirou la observó desde su asiento con curiosidad, mientras ella seguía vigilando la comida en el fuego.
―No hay ninguna razón, ¿debe haberla? ―respondió él con confusión.
―Pues claro que debe haberla, sino no tendría sentido ―replicó Ayaka como si fuese algo que todos deberían saber―. Por ejemplo yo admiro a Himejima-san porque es muy fuerte y valiente, y por mucho que haya sufrido sigue estando en pie. ¿Y tú qué?
Parecía que se tomaba un tiempo para pensarlo, era divertido verle con una cara tan concentrada.
―Entonces creo que son las mismas razones por las que tú admiras a Himejima-san ―dijo con sencillez y un encogimiento de hombros.
Ayaka le lanzó una mirada llena de escepticismo con orejas ligeramente rojas, pues haberla comparada con el Pilar de la Roca era el mayor halago que se le podía hacer.
Los ojos de Tanjirou no parecían mentir.
―Tonterías ―declaró Ayaka―. Yo no soy como Himejima-san, ni de lejos. ¿Además como vas a saber eso si ni siquiera le conoces?
Tanjirou se encogió de hombros de nuevo. "Solo lo sé" fue lo único que dijo.
―Si tanto me admiras hazme el favor de traer mi uniforme ―replicó de mala gana Ayaka y un resoplido―. Está en la mesa.
Con la obediencia de un hijo, hizo lo que le pidió. Extrañado, notó que había algo en el bolsillo, y de allí sacó un papel arrugado y destrozado por el agua y el jabón.
―Aya había algo en tu bolsillo ―explicó Tanjirou sosteniendo en sus manos lo que antes era una carta.
Ella se congeló, ojos marrones fijos en la mano de Tanjirou. Se apresuró a dejar la olla y llegar hasta su lado, donde cogió aquel extraño pedazo de papel con manos temblorosas.
―Maldita sea, maldita sea, ¡maldita sea! ―. De su boca salieron una serie de maldiciones que Tanjirou solo había oído pronunciar a los ancianos más viejos de su aldea.
―¿Aya estás bien? ―. La mano de Tanjirou fue a descansar en su hombro pero ella la apartó con brusquedad.
―¡No, Tanjirou, nada de esto está bien! ―. Ayaka estaba empezando a perder los nervios, así que soltó un suspiro tembloroso y se frotó el ojo con la manga. Más calmada, continuó murmurando―. Se me olvidó, se me olvidó, cómo se me pudo haber olvidado.
―¿Qué se te olvidó? ―cuestionó Tanjirou con suavidad, esta vez Ayaka si dejó que pusiese su mano sobre ella.
―La carta de Himejima-san ―respondió ella, extendiéndola en sus manos para intentar ver si todavía quedaba algo que se pudiese leer―. Se me olvidó sacarla de mi bolsillo cuando lavé mi uniforme, y ahora está destrozada.
―No es tan grave, es solo una carta, seguro que a tu maestro no le importará ―intentó animarla Tanjirou, pero solo hacía las cosas peores.
Un gruñido salió de la garganta de Ayaka mientras intentaba controlar su frustración.
―Tú no lo entiendes, él no escribe cartas, y que me haya enviado una a mí, sabiendo cuanto le cuesta hacerlo, lo convertía en algo especial―. Sus puños se apretaron y arrugaron el papel, evitando mirar hacia Tanjirou, cuyos ojos inocentes no se despegaban de ella ni un segundo―. Y yo simplemente la he hecho añicos.
―¿Por eso estás triste? ―. Aquella sola pregunta hizo que se paralizase. Tenía la sensación de que no solo lo decía por la carta.
Ayaka olía a tristeza, no solo en aquel momento sino todo el tiempo, por mucho que quisiese ocultarlo con furia. Se atrevería a decir que tenía un ligero olor a miedo.
Era una pregunta estúpida, ella no estaba triste, ¿lo estaba? No se sentía de esa manera.
Así era como era y como siempre había sido, porque así era como era la gente fuerte, la fuerte de verdad. No se dejarían pisotear y no necesitaban la ayuda de nadie, y ella cumplía esos dos requisitos.
¿Triste? ¿Por qué lo estaría? Era como siempre había querido ser, o al menos estaba en el camino para serlo. Convertirse en Pilar significaba ser fuerte e invulnerable, y esa era su meta.
¿Entonces por qué no era capaz de responder aquella pregunta?
―¿Puedes enseñármela, la carta? ―preguntó Tanjirou, interrumpiendo su tren de pensamiento. Parecía extrañamente curioso ante un papel mojado.
Seguía pensando en lo que le había dicho antes, aun así Ayaka le miró con una ceja alzada y solo dejó que la cogiese de sus manos.
Él no tardó en ir a la mesa y estirarla en su totalidad, Ayaka se quedó inmóvil durante un momento mientras lo observaba para volver al arroz hirviendo, que había descuidado ya demasiado tiempo.
Sus ojos no pudieron evitar sino distraerse en las dudosas acciones de su compañero, robando una que otra ojeada mientras intentaba no perder su atención en la olla.
Él solo movía el papel de un lado a otro, observando desde distintos ángulos y alzándolo ante la ventana para que el Sol lo iluminase y traspasase por él.
«Sí que es un rarito», pensó Ayaka, mirando con cautela esperando que no notase que le estaba observando.
Sí, Tanjirou Kamado era un rarito, no debería escuchar lo que tuviese que decir sobre ella.
―¡Puede arreglarse! ―exclamó sonriente, haciendo que Ayaka se alarmase por su grito y soltase la espátula. Ésta cayó al caldo viéndose libre de su agarre y bajando, bajando, bajando hasta el fondo hasta que no pudo verla más.
―No grites ―siseó Ayaka, lanzando una mirada hacia las habitaciones
Comprobó que ni sus padres ni su abuela se habían despertado y apagó el fuego, habiendo terminado con su labor y arrastrándose hasta un lado de Tanjirou.
―¿Has dicho que puedes arreglarlo? ―preguntó con cautela, intentando no mostrar la esperanza que aquella promesa le había dado.
Su compañero sintió fervientemente, casi alumbrando la habitación con su entusiasmo.
―Es problema mío, no hace falta que lo hagas ―recordó Ayaka con el ceño fruncido, sin saber si sería correcto dejarle que lo hiciese.
―Es lo mínimo que puedo hacer después de todo lo que has hecho por mí, quiero devolverte el favor, aunque sea por una cosa tan pequeña como esta ―respondió Tanjirou con un encogimiento de hombros. Ayaka le observó de forma extraña.
¿Qué había hecho ella por él, a parte de gritarle o darle órdenes?
―Me protegiste de aquel demonio, ¿recuerdas? ―empezó Tanjirou, al notar la rara mirada que le estaba lanzando―. Iba a esquivarle, aunque por poco, pero tú de todas formas cortaste su brazo para que no me hiriese.
Ayaka iba a objetar, pero él siguió hablando, siendo él quien la ignoraba a ella esa vez.
―Tampoco decapitaste a Nezuko o nos reportaste al Cuerpo de Exterminio, e incluso nos has traído a tu casa ―. La boca de Ayaka se abrió de nuevo, pero Tanjirou la paró con un gesto―. Incluso me aconsejaste con Kibutsuji y aceptaste dormir conmigo para que Nezuko pudiese salir de su caja anoche.
Realmente no se le venía nada a la cabeza con la que contestarle. El bastardo de Tanjirou solo la miraba felizmente como si algo bueno viniese de todo eso.
Pronto, ante la ausencia de saber qué decir (que pasaba poco, al menos a Ayaka), sus mejillas adquirieron el tono de su haori. Un rojo oscuro muy intenso se manifestó en ellas y encontró que su voz se tambaleaba.
―Eso... Eso fue todo para mi beneficio, solo me molestaba verte sucio y.... y lo demás solo me habría perjudicado como cazadora de demonios ―replicó, intentando recomponer la compostura.
No parecía que a Tanjirou le importase lo que fuese que ella utilizase como excusa
―Puede que así sea, pero a mí me gusta pensar que en el fondo eres amable, Aya ―. La sonrisa de Tanjirou hacia que sus ojos se entrecerrasen y se notase lo redondas que eran sus mejillas―. Además, no está mal aceptar un poco de ayuda de vez en cuando, para eso están los compañeros, ¿no? No puedes hacerlo todo sola.
Maldita sea, era tan cálido. Llegados a ese punto no le sorprendería saber que Tanjirou era hijo del Sol.
Con una desconocida torpeza que Tanjirou nunca la había visto llevar, Ayaka se levantó y se volvió a dirigir hacia la cocina con un levemente tembloroso "haz lo que quieras" mientras agarraba su lazo rojo y ataba su pelo en una coleta no muy elaborada.
A Ayaka no le gustaba Tanjirou Kamado, no le gustaba nada de nada.
Pero puede que no fuese tan malo, no demasiado.
«Debes aprender a aceptar a otros. No podrás derrotar a todos los demonios tú sola». La voz de Himejima-san irrumpió en su cabeza, actuando como su conciencia en el momento menos apropiado.
¿Era eso a lo que se refería?
Robó una última mirada hacia Tanjirou, que se encontraba esmeradamente intentando secar el papel con un trapo.
No, de ninguna manera.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
―No te olvides de la medicina de papá por las mañanas, procura que la abuela no se esfuerce más de lo suficiente y que mamá no pierda la noción del tiempo en su jardín ―. Ayaka siguió listando una serie de advertencias y reglas a Kobayashi para que siguiese mientras ella no estaba.
Por su parte el muchacho parecía mortificado, intentando recordar todas y cada una de ellas, pero se le hacía imposible, eran demasiadas. Así era Ayaka después de todo, él lo sabía más que nadie.
No muy lejos de ellos estaban sus padres y la abuela, que se despedían de Tanjirou con gran sentimiento y efusividad.
―¡Ven a visitarnos cuando quieras, las puertas del hogar Iwamoto siempre estarán abiertas cuando sea, Tanjirou-san! ―exclamaba su madre con emoción mientras agarraba las manos de Tanjirou con cariño entre las suyas.
―Si necesitas cualquier cosa solo ven y nosotros te ayudaremos, Tanjirou-san ―decía su padre a un lado de su esposa con más calma, esa sonrisa suya que nunca flaqueaba en sus labios.
―Y no te metas en líos, o seré yo quien venga a regañarte ―advirtió la abuela mientras daba pequeños golpecitos a su frente con su abanico, sin ninguna intención de lastimarle.
Tanjirou aceptaba todo ello con gusto, dejando que al final los padres de Ayaka (más bien solo su madre) le ahogasen en un abrazo mortal.
«Si había un abrazo que se comparase al de Nezuko», pensó Ayaka, «sería el suyo».
No más tarde que cuando terminaron el desayuno, ambos cuervos les gritaron sus respectivas misiones, y no cesaron hasta que los dos se hubieron puesto el uniforme y salido de la casa, donde estaban despidiéndose antes de partir de nuevo hacia sus responsabilidades como cazadores de demonios.
Parecía que los dioses habían escuchado las plegarias de Ayaka la noche anterior, porque a Tanjirou le asignaron una misión al Norte y ella al Sur, haciendo así que sus caminos se separasen de nuevo.
Estaba de más decir que ella se sentía aliviada, pues no tendría que volver a verle nunca más.
Al menos eso era lo que ella creía, porque los dioses solo habían escuchado la mitad de sus deseos.
―Venga, Tanjirou, no tenemos tiempo para esto ―urgió Ayaka, cogiéndole de la manga de su uniforme y separándolo del abrazo de sus padres que empezaba a ser demasiado largo.
Tendrían que seguir juntos una parte del camino antes de separarse definitivamente y ella era impaciente.
―Ya voy, Aya, no hace falta tanta prisa ―dijo Tanjirou en un intento de calmarla.
No le soltó hasta que empezaron a caminar y Ayaka no hubiese mirado atrás sino hubiese sido por la voz de su madre.
―Ayaka ―llamó. Parecía nerviosa, algo que nunca había pasado. No, al menos, que ella hubiese visto. La había llamado Ayaka, en vez de su tan familiar "A-chan" y eso era bizarro. Sostenía una caja que se quedaba pequeña entre sus manos, ofreciéndola hacia ella casi con timidez.
Su hija esperó a que su madre siguiese hablando, expectante y con una ceja levantada, pero al final fue su padre quien continuó:
―Para que recuperes fuerzas mientras peleas contra los demonios.
Los ojos marrones de Ayaka inspeccionaron la caja con curiosidad sin decir palabra.
―Son bolas de arroz, acéptalas, por favor ―habló de nuevo su madre, extendiendo de nuevo el regalo hacia su dirección.
―No hace falta, mamá. No deberías dármelas, puedo comprar mi propia comida ―. Tan ingenua y generosa como su madre era, Ayaka no se extrañaba de que algo así pasase.
Sin embargo, por muy buena vista que tuviese, no pudo ver venir lo que hizo su madre entonces.
―¡No! ¡Vas a aceptar estas bolas de arroz quieras o no! ¡Me dan igual tus excusas o que sean cosas de cazadores de demonios, vas a coger estas bolas de arroz, y te las comerás o si quieres puedes compartirlas con algún compañero pero me da igual! ―gritó. Parecía enfadada, más enfadada de lo que la había visto nunca, y por primera vez en su vida, esa ira iba dirigida hacia Ayaka
La susodicha estaba desorientada a más no poder, estaba demasiado sorprendida como para siquiera pensar en alguna respuesta que darle. Así que, mientras Ayaka seguía con los ojos abiertos de la sorpresa y en un trance de confusión, su madre le lanzó la caja al pecho y ella se vio obligada a cogerla en sus manos para que no cayese el suelo.
―¡Así que vas a coger estas bolas de arroz, y matarás a muchos demonios porque yo sé que mi hija puede hacerlo, y volverás a visitarnos! ―continuó, dando con la punta del dedo en el pecho de Ayaka mientras ésta no hacía más que retroceder.
―Tenía pensado... visitaros pronto ―. No pudo más que balbucear Ayaka con la caja en sus manos, desconcertada y todavía con el efecto de la sorpresa sobre ella.
Aprovechando esto, su madre la atrapó en un abrazo agresivo que la levantó del suelo y al terminar dejó la cabeza de Ayaka dando vueltas. Sería una buena cazadora de demonios si quisiese, con esos brazos suyos era casi del tamaño de Himejima-san. Mala suerte que nunca sería capaz de matar ni a una mosca.
Su abuela le golpeó en la frente con su abanico, no como a Tanjirou, sino de forma que le dejaría un chichón (de nuevo) que duraría días.
―Ayaka Iwamoto ni se te ocurra morir ―le advirtió amenazadoramente, no era una broma, pues las palabras que salían de su boca eran totalmente serias.
―Eso, A-chan, no mueras, y procura matar a muchos demonios ―. Esa vez fue su padre, quien con unas cuantas palmadas en la espalda y esa sonrisa suya advirtió―. Te estaremos animando desde aquí.
Estaba bromeando, pero eso no significaba que el peso de sus palabras se alivianase siquiera un poco.
Seguía tan desorientada que apenas y pudo reaccionar a sus despedidas.
Puede que por esto solo aquellos sin familia jurasen acabar con los demonios, porque no tenían una familia a la que volver y que les hiciese prometer que no morirían.
―¡Muévete de una vez! ¿¡O vas a quedarte ahí plantada todo el día!? ―exclamó su abuela golpeando su espalda baja (que era a lo máximo que podía llegar sin saltar) con una palmada animada.
―Sí, sí lo haré ―declaró Ayaka con un parpadeo confuso por fin volviendo en sí. Se giró hacia Tanjirou, que la esperaba sonriente no muy lejos de donde estaba.
Se volvió hacia su familia una última vez y se despidió tímidamente con un gesto de la mano. Kobayashi le devolvió el gesto con una sonrisa.
Puede que les echase de menos, solo un poco. Y eso daba miedo.
Una vez llevaron una o dos horas de camino, Tanjirou sacó el tema:
―Conseguí restaurar tu carta, Aya.
Ella paró en seco, haciendo que Tanjirou le lanzase una mirada extrañada. Había estado intentando ignorarlo, de verdad que lo había hecho, no solo durante el viaje, sino durante todo el tiempo que habían estado juntos. Pero no había surtido efecto, por mucho que Ayaka lo intentase, Tanjirou no era capaz de...
―¿Por qué eres amable conmigo? ―cuestionó mientras jugaba con sus manos, en cierta manera sonaba enfadada, pero no del todo.
Tanjirou ladeó la cabeza, primero un lado y luego al otro como un cachorro perdido. La luz de la mañana hacía que su pelo brillase con tonos rojizos como fuego. De todas las personas con las que podría haberse emparejado, tuvo que tocarle él y solo él, porque así era su suerte y al universo le parecía divertido verla sufrir y agonizar.
Era tan... injusto. ¿Por qué le había tocado a ella, de todas las personas? ¿Por qué tenía ella que verse emparejada con el único cazador de demonios que viajaba con a quien supuestamente debería matar, con un demonio?
Todo era tan complicado, tan tan complicado que a veces deseaba que en el mundo solo tuviese que preocuparse por ella misma. Era incapaz de hacerlo, Tanjirou había tenido razón y le odiaba, le odiaba tanto por ello que solo verle era un recordatorio de sus errores.
Deseaba simplemente eliminar sus emociones, ¿era eso tan difícil?
―¿Por qué no lo sería? ―. Fue la respuesta de Tanjirou, así, tan simple y a la vez tan difícil de entender.
La espada era más fácil que Tanjirou Kamado, que su familia, que Yuu o los niños de su pueblo. Ojalá poder solo apegarse a ella y olvidar todo lo demás.
―Déjame en paz, Tanjirou, te lo pido por favor ―casi suplicó Ayaka con voz agonizante―. Déjame sola, no quiero que te acerques a mí, que me hables o que me sonrías, ni siquiera que me mires.
―Pero la carta- ―empezó él, pero ella le interrumpió de forma brusca.
―¡Y al cuerno la carta, Tanjirou! ―. El nombrado retrocedió un paso, casi como si tuviese miedo de ella, no el miedo que sentía cuando le regañaba, otro tipo de miedo, más profundo, puede. Se arrepintió de haberle gritado, pero no podía retroceder en el tiempo. Ayaka se abrazó a sí misma y siguió hablando con más suavidad―. Si tienes un ápice de comprensión en tu cuerpo, por favor, déjame tranquila, ¿bien?
La miraba con un tipo de mirada que no podía descifrar, puede que no pudiese distinguirla porque era demasiado profunda como para que ella la viese, a lo mejor era aquello a lo que Himejima-san se refería.
Al demonio los consejos de Himejima-san, él no sabía nada.
Ayaka tenía suerte de que ya habían llegado a la intersección en la que sus caminos se separaban, porque sino se vería obligada a mirar a Tanjirou a la cara, que parecía en aquel momento algo más aterrador que enfrentarse a cualquier demonio que se pusiese en su camino.
―Vale, haré lo que me pides ―. Entonces pudo vislumbrar un pequeño brillo de la mirada que le estaba lanzando Tanjirou. Sentía pena por ella.
No necesitó más explicaciones, aquello era por lo que había sido tan amable, porque le tenía lástima.
Eso fue lo único que faltó para que su ira se volviese más y más grande, como si fuese una bola de nieve bajando por una ladera. Ella no era alguien a quien él debía proteger u ofrecer su caridad.
―¡Deja de mirarme así! Yo no necesito tu lástima ni tu compasión, ¿me oyes? ¡No te necesito en lo absoluto! ―. Sin embargo la mirada de Tanjirou no cambió, sus ojos sinceros siguieron conteniendo las mismas emociones.
«Aléjate de mí, aléjate de mí todo lo posible, Tanjirou Kamado. Corre sin atreverte a mirar atrás y mantente tan lejos de mí como puedas», quiso decir Ayaka, pero su garganta se cerró.
Un murmullo que no pudo comprender salió de la boca de Tanjirou antes de, por fin, girar sobre sus talones en la dirección contraria a la suya y proseguir su camino.
Finalmente, se estaba yendo.
Ayaka se abrazó a sí misma con más fuerza y pasó un momento observando la figura de Tanjirou alejarse antes de seguir ella andando en la dirección contraria.
Puede que se sintiese aliviada, pero no se sentía mejor.
Nunca llegó a leer la carta de Himejima-san.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Fue en el camino hacia su tercera misión en el que Ayaka conoció a su segundo tormento personal, que seguiría con ella hasta el resto de su vida, Zenitsu Agatsuma.
Se decía que a la casa a la que se dirigía estaba maldita, pues en aquella zona habían desaparecido muchas personas sin dejar rastro siquiera. Al menos eso era lo que le había gritado su cuervo, que parecía haber vuelto a su actitud chillona después de separarse de Tanjirou.
Era molesto, su cuervo la había atosigado con Tanjirou durante toda la misión, y ella lo único que pudo hacer fue ignorar sus preguntas sobre él. Sino estaba haciendo eso, estaba gritándole que debía ir a su siguiente encargo, lo que llevó a toda aquella situación desastrosa.
La primera vez que vio a Zenitsu, estaba acosando a una chica que parecía que solo había estado pasando por allí, intentando hacer que se casase con él allí mismo por alguna extraña razonamiento que Ayaka no lograba entender.
Entre los gritos de la chica, que solo quería liberarse del agarre del extraño chico, los lloriqueos de él, que quería que la chica aceptase su propuesta, y la incesante voz de su cuervo clamando "dirígete a la casa del sur, ¡deprisa, deprisa!", no era de extrañar que mientras intentaba que aquel cazador de demonios cesase su acoso, a Ayaka se le pasase por alto el detalle de su pequeño gorrión volando lejos de ellos, reuniéndose con una cuarta persona detrás de ellos.
―¡Deja en paz a la chica, estás manchando el nombre de los cazadores de demonios! ―gritaba Ayaka, intentando con todas sus fuerzas que Zenitsu Agatsuma, como se había presentado, abandonase su agarre en la pobre chica y la dejase ir.
―¡Se va a casar conmigo! ¡Se va a casar conmigo antes de que los demonios me maten! ¡No puedo morir sin haberme casado primero! ―chillaba Zenitsu con voz aguda y un agarre de acero en las ropas de la pobre chica―. ¡Quieres impedirlo porque estás celosa de que no me case contigo! ¡Has tenido tus ojos en mí desde la Selección, yo lo sé, yo lo sé! ¡Pero ella llegó primero así que para ya!
―¡Si tanto quieres casarte primero encuentra a alguien que quiera casarse contigo! ―replicó Ayaka, ignorando aquellos últimos comentarios sobre ella.
De repente los gritos de su cuervo cesaron, y Ayaka paró de tirar de los pelos a aquel extraño cazador de demonios durante un momento, una sensación de déjà vu apareciendo sin ser llamada.
Con la ayuda de otro par de manos, por fin pudieron lograr que el tal Zenitsu soltase a la chica.
―¿¡Qué haces en mitad del camino!? ¿¡No ves que la chica no quiere!? ¡Y encima le estás causando problemas a tu gorrión!
«¿Tan... jirou?»
Estaba allí, agarrando a Zenitsu del cuello de su uniforme y regañándolo. No la miraba, demasiado ocupado con su atención en Zenitsu, y Ayaka no sabía si era porque no se había dado cuenta de que estaba allí o porque sería fiel a lo que le pidió.
―¡Tu uniforme! Tú eres el de la Selección, ¿a que sí? ―clamaba Zenitsu, que todavía seguía colgando por el cuello de la mano de Tanjirou.
―¡Yo no conozco a ningún tipo como tú! ¡Definitivamente no! ―gritaba Tanjirou molesto, negándolo todo.
No parecía que Zenitsu fuese a aceptarlo, pues seguía protestando y diciendo que se habían conocido, y como no, tuvo que meterla a ella en el asunto.
―¡Nos hemos conocido, de verdad que nos hemos conocido antes! ―apuntó a Ayaka, que no había podido hacer otra cosa que observar a un lado del conflicto en estado de estupefacción―. ¡Y a ella también, ella te lo puede decir porque me recuerda, por eso quiere casarse conmigo pero no puedo porque la otra chica llegó primero! ¡Y como es natural no puedo casarme con dos mujeres a la vez!
Tanjirou miró en su dirección, y por primera vez, se dio cuenta de que Ayaka estaba allí.
―¿Aya? ―. Estaba casi tan de piedra como ella, puede que incluso más. Los dos se miraron en silencio durante un momento que duró demasiado y la cara de Tanjirou procedió a convertirse en una muy rara―. ¿De verdad quieres casarte con este chico?
Era como si la hubiesen pateado en el estómago.
―¡Pues claro que no! ¡Como si algo así fuese posible! ―gritó de forma indignada, de repente sintiendo sus orejas volverse rojas de la vergüenza.
Increíble, todo aquello era increíble. ¿Por qué tenía que pasarle a ella?
Tanjirou soltó a Zenitsu y dejó que cayese al suelo con un ruido sordo, dirigiéndose a la chica, que se había resguardado tras la espalda de Ayaka en un intento de mantenerse lejos de las manos pegajosas de Zenitsu.
Sus dedos se aferraban con fuerza al uniforme de Ayaka, esperando que ella la protegiese. Casi podía notar la desesperación y nerviosismo que transmitía a través de sus uñas, profundamente clavadas en la carne de Ayaka.
Estaría asustada.
―No pasa nada, ya puedes volver a casa ―anunció Tanjirou, logrando que la chica se tranquilizase y también dejase de apretar a Ayaka como si su vida dependiese de ello.
―¡Pero todavía tiene que casarse conmigo, yo le gusto! ―seguía sin descanso Zenitsu desde el suelo.
La chica por fin parecía haber ganado valor, o no estaba tan asustada como Ayaka había creído en un primer momento, porque le lanzó una cachetada a Zenitsu digna de alguien entrenado por Himejima-san.
Ayaka intentó ahogar con la mano la risa que inevitablemente había producido su garganta.
―¡Debería darte vergüenza! ―empezó a golpearle repetidas veces sin parar, mientras, Ayaka no hizo amago de ir a pararla, observando la escena con expresión divertida. Se lo merecía, después de todo, no era de esperar que la pobre chica dejase aquel incidente sin castigo alguno.
En cambio, era diferente a ella e intentó separarles, agarrando a la chica de la cintura y alejándola de Zenitsu. Incluso cuando no llegaba golpearle, su brazo seguía moviéndose de un lado a otro intentando hacerlo.
Zenitsu había empezado a llorar desconsoladamente, pero ni la chica ni Ayaka sintieron pena. Como era normal, pues las dos compartían la misma sensación de estar asqueadas por él.
―¿¡Cuando dije que me gustabas!? ¡Solo me acerqué a ti porque parecías estar enfermo tirado a un lado del camino! ―gritaba la chica con furia, moviéndose incansablemente entre los brazos de Tanjirou.
El horror se apoderó de las facciones de Zenitsu, quien parecía que había formado una especie de sueño romantizado de toda la situación y empezaba a sentirse mal al darse cuenta de que la realidad no era lo que él pensaba.
―¿¡Eso no significa que te acercaste porque estabas preocupada por mí porque te gusto!? ―. Grandes lágrimas brotaban de sus ojos mientras gritaba, a cada palabra que decía su voz se volvía más y más aguda.
―¡Eso es completamente imposible, ya tengo prometido! ―gritaba la chica hecha una furia―. Ya veo que tienes muchas energías, así que deberías estar bien. ¡No volvamos a vernos nunca!
Y con eso la chica se fue andando de allí con la cabeza en alto y puños apretados, ignorando los gritos de Zenitsu que suplicaban que volviese.
Ayaka le agarró del cuello de su uniforme como había hecho Tanjirou, procurando que no pudiese seguir a la chica. Luchó durante unos momentos hasta que vio que era inútil, así que empezó a culpar a Tanjirou por todos sus males.
―¡Es culpa tuya que no me haya casado, todo culpa tuya! ¡Has arruinado mi matrimonio!
Tanjirou solo le lanzó una mirada llena de asco, una que ni siquiera dedicaba a los demonios.
―¡No me mires así, como si fuese un monstruo! ―lloró Zenitsu de nuevo.
El asco en la mirada de Tanjirou se agravó junto con la suma de la mirada repugnada de Ayaka.
―¡Estoy a punto de morir! ¡No me miréis así! ¡Soy súper débil y no creáis que estoy exagerando! ―chillaba Zenitsu, entonces se lanzó a abrazar el estómago de Ayaka, llenando su uniforme de lágrimas y mocos―. ¡Pero tú te casarás conmigo! ¿¡A que sí!? ¡Tengo mucha suerte, tendré una esposa súper fuerte que me proteja!
Estaba demasiado ocupada fijándose en los mocos contra su uniforme para escucharle, quedándose completamente paralizada en el acto.
No hace falta decir que Zenitsu Agatsuma acabó aquel día con la cabeza incrustada en el suelo.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Notes:
Como prometí Zenitsu ya ha aparecido! Aunque no demasiado, pero lo intenté.
La madre de Ayaka snapped.
Este capítulo tiene casi seis mil palabras y me ha llevado cerca de tres días completos escribirlo, aunque tiene algunos fallos acá y allá pero no me desagrada el resultado final.
La dinámica entre Ayaka y Zenitsu ahora está muy en bruto pero a lo largo del arco de la casa de los tambores se va puliendo, eso lo aseguro, y tengo muchas ganas de hacerla. Mi dinámica favorita es la de Inosuke y Ayaka, por muy raro que parezca se llevan genial, y empieza a verse un poco al final del arco de la casa de los tambores que será en dos capítulos más sino me equivoco? No puedo esperar a escribirlos juntos.
Y pues, eso es todo! Espero estar cumpliendo expectativas y dando lo mejor de mí para que disfrutéis de mi trabajo todo lo posible. Quería aclarar que las actualizaciones ahora serán más lentas porque estoy en curso escolar, pero no deberían durar más de dos o tres semanas.
Con esto me despido, espero disfrutéis de lo que hago!
Chapter 7: El deseo de ser fuerte
Summary:
Antes que nada, me gustaría hacer una pregunta importante. A partir del próximo capítulo empezaría Kimetsu Academy Tales, así que me gustaría confirmar si es algo que merece la pena escribir para vosotros, tengo tantas ideas que no sé por donde empezar, pero necesitaría vuestra luz verde para hacerlo, ya que supondría una pausa de un capítulo en la trama principal. Y sin más que aportar, ¡espero que disfrutéis la lectura!
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Cuando Ayaka y Tanjirou se hubieron alejado lo suficiente para que ya no fuese capaz de verles, tan tan lejos que ni Kaede pudiese distinguirlos, Kaori Iwamoto se desplomó en el hombro de su marido.
—No sé de donde he sacado el valor para decirle eso —decía exhausta. Su marido le dio golpecitos en la espalda de forma reconfortante.
—Pero lo hiciste, ¿no? Eso es lo que cuenta —dijo en un intento de animarla—. No ha sido como esperábamos, pero ha venido a visitarnos y eso es lo que cuenta. Demuestra que no se ha olvidado de nosotros por completo.
Kaori se hundió más en el hombro de su marido.
—Ya lo sé, pero es que- —. Sus grandes y relucientes ojos brillaron aún más con las lágrimas que intentaba no derramar—. Ni siquiera parece la misma, si antes estaba distante ahora es como si se escapase de entre mis dedos.
Todavía podía recordar el momento en el que se fue, después de tanto tiempo.
Había sido una tarde lluviosa, el tal Himejima se había presentado en su casa unos días antes al oír que una niña tan pequeña había conseguido derrotar a un demonio solo con una espada en sus manos y ningún tipo de entrenamiento.
No había olvidado que cuando se fue, los cielos estaban grises y oscuros y el invierno se avecinaba, así que los vientos eran fríos y fuertes y azotaban los cortos cabellos de Ayaka, que se alejaba de su vista y ella no tuvo el valor suficiente como para decirle cuanto la quería y lo orgullosa que estaba de ella. Tampoco olvidó que su hija no miró atrás, ni una sola vez.
Y solo pudo observar como se alejaba al lado de aquel hombre desconocido que era el doble de tamaño que su niña. Había sido tan pequeña, tan tan pequeña en aquel entonces, ¿a dónde había ido todo aquel tiempo? Ahora incluso era más alta que su padre.
Makoto secó las pocas que consiguieron caer con el dorso de su callosa mano, su sonrisa no flaqueó, nunca lo había hecho, ni cuando Ayaka se fue ni entonces.
—No pasa nada, estará bien, estaremos bien. Solo hay que darle su espacio, un poco más de tiempo, no podemos rendirnos —. La sostuvo entre sus brazos a duras penas, y ella aceptó su calor con gusto.
Con un suspiro, Kaori se recompuso, sosteniéndose en sus dos pies con orgullo. Se secó cualquier rastro de lágrimas que pudiese ser visible y sonrió optimista.
Se fijó en que su marido también tenía rastros de lágrimas por sus mejillas y se las secó como él había hecho con ella.
—Estaremos bien —confirmó Kaori con el ánimo recompuesto. La sonrisa de Makoto se agrandó y él asintió.
Yuu Kobayashi jugó incómodo con el algodón en su nariz, que llevaba puesto desde el día anterior por orden de Kaede. No se atrevía a mirar a los padres de Ayaka a la cara.
—Lo siento, señores Iwamoto, si yo no le hubiese hecho lo que le hice, ustedes no- —empezó con la cabeza baja y labios apretados.
—No digas bobadas, Yuu —le cortó Kaori con ceño levemente fruncido, antes de que el chico pudiese continuar—. Ya aclaramos que todo esto no es culpa tuya, sino nuestra.
Kaede soltó un bufido aburrido desde donde estaba con fastidio.
—Y un cuerno, sí que tuviste parte de la culpa, Kobayashi —. Chasqueó la lengua y entonces apuntó a su hija con su abanico en advertencia—. Y no te atrevas a decir que no, a veces hay que tener mano dura, por eso estoy yo aquí.
Yuu se encogió en sí mismo en vergüenza, no atreviéndose a mirar a otro lado que no fuese el suelo.
—¡Mamá! —regañó Kaori, viendo como el muchacho que había estado hospedando en su casa los tres últimos años se empequeñecía más y más.
—Es un hecho que no puedes cambiar tus acciones pasadas, pero ahora solo puedes hacerte responsable de ellas e intentar hacerlo bien —le dijo Kaede apoyando su mano en su espalda baja, que era lo más que podía llegar con su baja estatura. Yuu se dispuso a replicar, pero Kaede fue más rápida—. Y no, dejar que te pegue un puñetazo no cuenta.
La boca de Yuu se quedó abierta en perplejidad, dirigiendo su mirada por primera vez hacia la anciana.
—¿Cómo lo has sabido? —cuestionó, preocupado por si fuese a castigar a Ayaka.
Ella chasqueó la lengua como si fuese obvio.
—Todos lo sabíamos, no nos tomes por estúpidos. ¿Te chocaste con un árbol? ¿Enserio es tu mejor excusa? —se burló con un par de risitas agudas—. Además, es mi nieta, y sin duda golpearte sería algo que yo habría hecho con su edad. Supongo que en parte también es culpa mía, soy a quien más se parece de la familia. Sabía que ser orgullosa luego me perjudicaría de una manera u otra.
Makoto parpadeó en confusión.
—Así que directa o indirectamente, ¿todos sentimos que es culpa nuestra? —preguntó, inseguro de lo que decía—. ¿Deberíamos hacer algo para intentar que vuelva a ser como era antes o...?
—Por los dioses, no, Makoto, no seas tan simplón —regañó divertida Kaede—. La única que puede cambiarse a sí misma es ella, pero sí que podemos ayudarla en el camino. Solo si nos deja, claro.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
«Las bolas de arroz de mamá son lo mejor», pensó Ayaka, mientras saboreaba la textura del arroz cocido que su madre con tanto empeño había preparado. Había hecho muchas, así que todavía le quedaban un par de sobra del día anterior.
Hacía tanto que no las probaba, que casi le daba pena comerlas. No es que la comida de Himejima-san fuese mala ni mucho menos, pero su madre estaba tan acostumbrada al arroz que, Ayaka no sabía como, era capaz de hacer que supiesen mejor que cualquier otra comida, incluso con lo simple que era.
Podía recordar vívidamente cierta tarde en la que estaba lloviendo con fuerza y ella se sentía mal por alguna razón que no lograba recordar, había estado en la lluvia dejando que ésta la mojase tampoco recordaba por qué. Cuando volvió a casa se sentó a un lado de la estufa de carbón con esperanzas de calentarse, mojada y con dedos de hielo.
Su madre se acercó a ella y le preguntó si tenía algún problema, ella solo le dijo que no era nada de lo que preocuparse y que pasaría pronto, por lo que decidió no preguntar más y volvió con un par de bolas de arroz recién hechas.
Estaban calientes e hicieron que volviese a sentir las manos, y su madre consiguió alegrarla mientras le contaba anécdotas de como iban sus flores (a las que les ponía nombres) o de alguna cosa graciosa que le habían contado en el mercado.
Siempre había sido buena cocinera.
Un piar constante hizo que desviase su atención hacia el gorrión de Zenitsu, que revoloteaba alrededor de su mano con insistencia.
Ayaka sonrió.
—¿Quieres un poco, eh? —preguntó, pellizcando la bola de arroz para darle un trozo al gorrión—. Estoy dispuesta a compartirla contigo.
El pequeño pájaro picoteó con ansias de su mano como si estuviese muriendo de hambre. De hecho lo estaba, pues le contó que Zenitsu apenas le daba de comer y prefería ir tras mujeres en vez de hacerse cargo de sus responsabilidades como cazador de demonios.
Una mueca se hizo paso en la expresión de Ayaka, simpatizando con el gorrión. Solo había que mirarle, saltaba a la vista que no estaba hecho para cazar demonios, tan cobarde y llorón que era.
Ni siquiera había sido elección suya, por lo que podía escuchar que le contaba a Tanjirou no muy lejos de ella.
Tenía que ver con una deuda o algo así, pero no estaba segura del todo.
No le prestó demasiada atención a lo que hablaban hasta que hubo algo que por fin llamó su interés.
—¡No me digas que tú eres el sucesor de Jigoro Kuwajima! —interrumpió Ayaka con la boca llena de arroz, interviniendo en mitad de la conversación.
—¿Eh? —. Fue lo único que dijo Zenitsu, retrocediendo un paso hacia atrás.
—Himejima-san me contó que el antiguo Pilar del Trueno tenía un sucesor de mi edad, y por como describes a ese maestro tuyo no hay duda de que es él, ¡pero nunca me imaginé que serías tú! —continuó Ayaka, acercándose más y más a Zenitsu cuando más hablaba—. Jigoro Kuwajima tiene una gran reputación incluso entre los Pilares, así que creía que serías más...—ojeó a Zenitsu de arriba a abajo—, formal. Es un poco decepcionante.
—¡No me juzgues, pensé que moriría en la Selección, pero al final sobreviví y he vuelto a este estilo de vida infernal! ¡Ni siquiera quiero ser cazador de demonios! —chilló Zenitsu en puro estado de histeria.
Ayaka le dio otro mordisco a su bola de arroz sin inmutarse por los gritos de Zenitsu y siguió preguntando:
—Dime, ¿es cierto eso que dicen de que su técnica de espada es tan rápida como el trueno?
Solo tenía tiempo para preguntarle hasta que ella llegase a la casa y ellos tuviesen que ir a cualquiera que fuese su misión, así que estaba interesada en atacar a Zenitsu a preguntas sobre su maestro mientras podía.
Al menos ese era su plan.
Zenitsu estaba demasiado distraído observando la bola de arroz en su mano como para responder a sus preguntas.
¿No se había comido ya la de Tanjirou?
Con eso no le bastó, porque pronto tanto su estómago como el de Tanjirou empezaron a rugir. La mirada de Zenitsu se volvió más insistente, él sabía que a ella todavía le quedaban unas cuántas. En algún bolsillo de su haori, seguras y sabrosas, seguían en la caja que le había dado su madre.
—¡Tanjirou, Zenitsu, Ayaka, daos prisa, daos prisa! ¡Dirigíos a vuestra próxima misión!
Zenitsu gritó sorprendido ante la voz del cuervo, pero Ayaka no se inmutó. Ante lo que había dicho el cuervo, los ojos de Ayaka, como dos profundos pozos negros se agrandaron. No tardó en localizar a su cuervo, que estaba tranquilamente posado en el hombro de Tanjirou como quien está de vacaciones.
—¡Voy a matarte, maldito pajarraco! —gritó, extendiendo sus dos manos en dirección al cuervo con intenciones de cumplir a su palabra.
Tanjirou consiguió agarrarla el tiempo suficiente como para que su cuervo echase a volar lejos de sus manos, mientras ella seguía revolviéndose e intentando alcanzarle.
—¡No me dijiste nada de esto! ¡Vuelve aquí, maldito seas! ¡Voy a convertirte en asado y luego te echaré de comer a los animales del bosque! ¡Tanjirou, suéltame! —seguía maldiciendo Ayaka, mientras Tanjirou hacía sus mejores intentos por lograr que no cocinase a su cuervo.
—¡Aya, cálmate! —pedía de forma apurada, apenas pudiendo sostenerla con sus manos en su cintura—. ¡Controla tu enfado, por favor!
—¿Vosotros dos os conocéis de antes o algo? —cuestionó Zenitsu con curiosidad, al parecer ya repuesto de la sorpresa que había supuesto que el cuervo hablase.
Su pregunta hizo que Ayaka parase de moverse de golpe y Tanjirou por fin pudiese soltar un suspiro de alivio, ambos girando su cabeza para observarle por tal extraña suposición.
Ante sus extrañadas miradas, Zenitsu decidió continuar:
—A mí una chica nunca antes me había dejado agarrarla por la cintura, eso tiene que significar algo, ¿no? Digo yo que seréis amigos, por lo menos.
Recordando como la había abrazado mientras dormían, Ayaka se apartó de Tanjirou con un empujón, de repente olvidando la ira dirigida hacia su cuervo.
—No he visto a este chico en mi vida —respondió con brazos cruzados y actitud estoica, negándose a mirar a las caras de Zenitsu o Tanjirou.
—Pero él sabía tu nombre, y tú el suyo —apuntó Zenitsu de forma evidente. Ayaka se fijó en que un pequeño moco asomaba por su nariz, y tuvo el impulso de limpiárselo.
—Bueno, es decir, um —titubeó Ayaka, rascando su mejilla, aquella situación empezaba a ser embarazosa—. Se presentó antes, ¿no? Sería maleducado olvidar su nombre.
En toda honestidad, a Ayaka le valían poco los modales a menos que fuese con gente superior a ella en rango.
—Pero tú no te presentaste y te llamó Aya, ¿recuerdas?
De su boca salió una maldición por lo bajo, habiendo sido pisada con las manos en la masa.
—Lo siento, Aya —susurró Tanjirou a su lado, que había permanecido en silencio durante la mayor parte de la conversación.
—No hace falta que te disculpes. Además, ¿Y qué si nos hemos visto alguna vez antes? No es como si fuésemos amigos ni nada —respondió de forma fastidiada ella con un puchero fastidiado.
—Actúas como si fuese tu ex-novio y hubieseis terminado la relación en malos términos, y encima, Tanjirou no dice nada —continuó Zenitsu con su interrogatorio interminable.
Ante la mención de su nombre, Tanjirou se removió incómodo en su sitio.
—No es eso, Zenitsu, es solo que Aya es así —contestó con un encogimiento de hombros, como si fuese algo que no se podía cambiar.
—Es comprensible que no logres casarte, no sabes nada de relaciones —dijo Ayaka a regañadientes, empezando a molestarse. Sacó una bola de arroz de su caja para intentar, de alguna manera, evitar sus acusaciones.
De nuevo, la mirada de Zenitsu volvió a caer con todo su peso sobre ella, observando cada movimiento que hacía mientras comía su bola de arroz.
Ayaka alzó una ceja y con un suspiro rendido le lanzó la caja con las demás bolas.
—Procura comer hasta que estés lleno, tú también, Tanjirou. No quiero que os desmayéis en plena batalla y seáis un estorbo para mí —urgió Ayaka rodando los ojos. Tanjirou la miró con cierto brillo en los ojos que ella decidió ignorar, y, junto con Zenitsu, devoró las bolas de arroz mientras proseguían su camino hacia la casa.
¿Qué haría ella ahora con aquellos idiotas? Probablemente asegurar que sobreviviesen aunque fuese solo a esa misión.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Era muy raro, los cazadores de demonios no solían volver a verse cuando eran emparejados en alguna misión. Ya fuese porque morían o porque había tantos que era difícil coincidir con el mismo dos veces.
Y Ayaka no solo había sido asignada con Tanjirou dos veces, sino que nada más que tras una misión en solitario, lo cual tampoco era común.
Empezaba a sospechar que todo era culpa de Himejima-san, ¿habría hecho que la emparejasen con él para que fuese forzada a trabajar en equipo? Era una posibilidad, aunque escasa, porque nunca habría hecho algo así sin habérselo dicho de antemano siquiera. ¿Entonces qué podría ser?
Con esos pensamientos rondando en su mente, los tres llegaron a su destino.
Era una bonita casa antigua, en medio del monte y rodeada de maleza, indicando que llevaba mucho tiempo descuidada.
Una pena que no fuese su casa, le encantaría poseer un hogar así, era grande y parecía tener muchas habitaciones, apostaría a que había espacio suficiente en la parte de atrás para tener un jardín. Se prometió a sí misma que cuando tuviese el dinero suficiente, compraría una bonita casa donde pasaría el resto de sus días cuando se retirase del Cuerpo de Exterminio, entrenando a sucesores hasta su muerte. Estaría segura de poner unas enormes bañeras donde pudiese guardar toda clase de jabones y sales de baño, junto con una gran fogata donde calentar el agua.
Sí, haría eso, sería agradable.
Sin embargo, no querría ningún demonio merodeando por los pasillos de su casa como en aquella.
—Es esta, sin duda —dijo Ayaka apenas mirarla. Había varios demonios rondando por allí, sus ojos los notaron, pero había algo raro. ¿Humanos? Sí, pero era algo más.
—Huele a sangre, Aya —le comentó Tanjirou a su lado con aire preocupado—. Pero este olor... Nunca antes...
«Así que él ha notado algo raro también», pensó Ayaka con una mano en la barbilla, mientras los engranajes en su cabeza empezaban a girar.
¿Sería alguna técnica de sangre?
—Sí, yo también lo veo —confirmó Ayaka con un asentimiento hacia Tanjirou—. Habrá que tener especial cuidado, no sabemos lo que podría pasar.
—No puedo oler nada, pero ¿podéis oír ese sonido que viene de ahí? Es muy molesto —se quejó Zenitsu mientras tapaba sus oídos.
Tanto las cejas de Tanjirou como las de Ayaka se alzaron en curiosidad, mirándose el uno al otro como preguntando si alguno de ellos lo había notado.
—¿Sonido, dices? —preguntó Ayaka extrañada. Era la primera vez que alguien notaba algo que ella no, era una sensación desconocida, casi de inseguridad. ¿Si sus ojos no lo notaban todo entonces de qué le servían?
Sin previo aviso Tanjirou empezó a andar, sin decirle adónde iba o qué iba a hacer.
—Oye, ¿a dónde- —. Ayaka paró a mitad de frase, viendo como iba hacia dos niños que permanecían a un lado del camino.
Zenitsu empezó a temblar y se agarró con desesperación al brazo de Ayaka, puesto que era el que estaba más cerca de su alcance, pero ella no le prestó la más mínima atención.
Echó una mirada hacia los niños y Tanjirou, que se habían calmado un poco gracias a que le estaba enseñando el gorrión de Zenitsu. Luego desvió su mirada a la casa.
Con ceño fruncido, empezó a andar hacia la puerta.
—Voy a entrar, Tanjirou, quédate aquí con los niños y Zenitsu —dijo simplemente, pero Zenitsu no soltaba su brazo.
—¡Oye, oye, oye! ¡Espera un momento! ¡Te van a matar! ¡Piensa en ello, es demasiado peligroso entrar tú sola! —advertía a chillidos, a su temblor se había sumado el sudor incontrolable y le daba tirones intentando pararla.
Apenas hizo nada para ralentizar su camino, mover a Ayaka era como intentar mover a una montaña.
—Zenitsu, te doy tres segundos para que sueltes mi brazo o te verás forzado a entrar conmigo, y me da igual si tengo que arrastrarte —. No se molestó en mirarle, demasiado ocupada en observar hacia delante.
Si jugaba bien sus cartas sería capaz de acabar con todos los demonios que había allí, pero tenía que darse prisa. Cuanto más tiempo pasaba más posibilidades había de que notasen su presencia y viniesen a por ella, y si se juntaban demasiados sería difícil acabar con ellos, aunque no imposible.
Todavía seguía sin lograr encontrar qué era que hacía aquella casa tan indescifrable, nada nunca se le escapaba, así que tenía confianza en que lograría averiguarlo una vez entrase.
—Zenitsu tiene razón, Aya, no puedes entrar tú sola. Mandaron a tres cazadores de demonios por alguna razón, ¿no? —la voz suave de Tanjirou hizo que Ayaka parase mientras ésta soltaba un suspiro cansado. Entonces Tanjirou utilizó esa misma voz suave en dirección a los niños—. No os preocupéis, derrotaremos al monstruo y rescataremos a vuestro hermano.
Habiendo Zenitsu por fin liberado el brazo de Ayaka, prosiguió su camino en dirección a la casa, pero Tanjirou la agarró, de nuevo, por el mismo brazo en el que previamente había estado enganchado Zenitsu.
—Tenemos que formar equipo, deja que aunque sea yo te acompañe. Me has visto pelear y sabes que soy capaz de hacerlo, no tienes ninguna razón para desconfiar de mí.
Sus ojos desprendían determinación, o tozudez, a veces solían ser la misma cosa, y no era extraño, también, que se mezclasen con la estupidez. Pellizcándose el puente de la nariz, Ayaka soltó otro suspiro cansado.
—No es que desconfíe de ti —explicó, entonces prosiguió en un susurro con dientes apretados—. Pero preferiría que te quedases aquí y vigilases a los niños y a Zenitsu, y ya de paso deja a Nezuko contigo.
El agarre en su brazo solo se apretó más.
—Estarán bien aquí fuera mientras sea de día, considerame tu compañero de verdad aunque sea una vez y deja que luche a tu lado.
La mueca en la cara de Ayaka se agravó aun más. Observó a Tanjirou con cuidado y luego a los niños. Zenitsu no parecía que sería de mucha ayuda.
—No —dictó finalmente Ayaka, dando por terminada la discusión—. Ahora suéltame, no me obligues a romperte el brazo como hiciste tú con Genya.
Los niños se acercaron con miedo hacia ellos, en concreto hacia Tanjirou, esperando que él les protegiese y por miedo a estar lejos de él.
Ayaka se fijó en que eran una hermana pequeña y su hermano no mucho más mayor que ella.
Tenían lágrimas en los ojos y observaban hacia todas partes con miedo, como esperando a que algo apareciese de la oscuridad de un arbusto o la sombra en una esquina y les atacase sin piedad.
Eran tan pequeños y vulnerables, tan, tan vulnerables.
—¿Serás tú quien rescate a nuestro hermano, señorita cazadora de demonios? —preguntó la hermana, mirándola con ojos de cervatillo aterrorizado.
Eso tomó a Ayaka por sorpresa.
La niña seguía mirándola expectante, con esperanzas de recibir una respuesta.
No sabía qué hacer, así que Ayaka solo extendió su mano y la posó en su cabeza, imitando a Himejima-san en un intento de desesperación.
Con una pausa que duró demasiado, Ayaka habló:
—Nadie morirá mientras yo esté aquí.
En el exterior parecía imponente, con su expresión dura, su espada a la cintura y su gran tono decisivo. Pero en el fondo, ni siquiera sabía qué estaba haciendo. ¡Los niños pequeños eran demasiado complicados, y mucho más lo era consolarlos! ¿Lo había hecho bien? Parecía que la niña se había calmado un poco, ¿eso era bueno? ¿Y si había sonado demasiado seria e insensible? ¿¡ Qué le gustaba a los niños pequeños en esa época!? ¿¡Por qué se había visto envuelta en aquella situación en primer lugar!?
Para librarse de aquella situación tan embarazosa, hizo lo que mejor sabía hacer, huir.
—Tanjirou, suéltame ya —ordenó esa vez mientras se tensaba, preparándose para romper su brazo si no lo hacía. No sería grave, un brazo roto no tardaba mucho tiempo en curarse, y aseguraría que Tanjirou no pudiese pelear así que no podría seguirla.
—Te lo he dicho, no voy a dejar que vayas sola, por mucho que me lo pidas —insistió sin aflojar su agarre, él tensándose de la misma manera.
Le habría roto el brazo allí mismo si no fuese porque la voz de Zenitsu la interrumpió.
—Tanjirou, Ayaka —llamó con porte preocupado, sin quitar su vista de la casa—. ¿Qué es ese sonido? Es tan molesto, y sigue sonando, ¿es eso un tambor?
Los dos se relajaron al mirar en su dirección con confusión, por fin dejando su brazo libre, Ayaka flexionó los dedos esperando que la sangre volviese a fluir por ellos mientras notaba como una marca empezaba a aparecer donde la mano de Tanjirou se había afianzado.
Había apretado demasiado fuerte, no había duda de que iba enserio, y ella no iba a echarse atrás.
Los dos eran extremada e inevitablemente tercos.
—¿Sonido? —se preguntó Tanjirou con extrañeza, lo mismo que ella hacía en aquel momento—. Yo no oigo ningún-
Y entonces, un humano cubierto en sangre cayó del cielo.
Y todo lo que Ayaka pudo hacer fue observar de forma impotente como caía al suelo y se estrellaba. Su sangre formó una mancha a su alrededor, de un rojo oscuro y potente, manchó plantas, piedras y todo aquello que estaba cerca.
Eso no era lo peor, sus ojos.
Ayaka había hecho contacto visual mientras el humano caía inevitablemente al vacío.
Sus ojos...
Mientras Tanjirou corría en ayuda de aquel extraño, gritándole a los niños que no mirasen mientras los mismos se escondían entre los huecos del haori de Ayaka.
Lo único en lo que podía pensar ella era en sus ojos. Se habían visto esperanzados. Por un breve momento, aquel humano había experimentado alegría antes de conocer su horrible destino y que por último solo conociese el puro terror.
Tanjirou intercambiaba un par de palabras con el extraño mientras éste agonizaba entre sus brazos. No le quedaría mucho de vida. Simplemente iba a morir, no había nada más.
Las vidas humanas eran tan frágiles, casi como la llama de una vela. Los ojos de aquel extraño le habían recordado a los de su padre, con el fuego de la vida tambaleándose débilmente, su luz podría apagarse en cualquier momento, tan tenue y calmada que apenas brillaba.
—Zenitsu —llamó Ayaka. Era como una montaña, una montaña helada que no vacilaría ante el acto de arrebatar una vida, con sus áridos terrenos y sus duros vientos—. Hazte cargo de los niños, voy a entrar.
Y sin más cumplió su palabra y cruzó la puerta de la casa.
Iba a matarlos, iba a matarlos a todos.
Sacó su espada nichirin de su vaina y se adentró más en la casa, observando a su alrededor y buscando algún rastro de demonio cerca.
Pasó la mano por la pared, y de forma instantánea sus dedos se tintaron de un negruzco color. La nariz de Ayaka se arrugó en asco.
Los demonios no solían hacer limpieza, demasiado ocupados comiendo humanos.
Otra razón para decapitarlos, desperdiciar una casa tan preciosa de aquella manera.
No pasó mucho tiempo para que se encontrase con su primer demonio.
Parecía estar vagando por la casa como una alma en pena, era un demonio no muy grande, con espalda encorvada sobre sí mismo y manos anormalmente grandes. Su cabeza estaba completamente limpia, sin rastro alguno de pelo en su cuerpo, ni cejas ni pestañas.
Vagaba por ahí como alma en pena, murmurando cosas sin sentido en voz baja.
—Tengo que encontrarlo... Tengo que encontrarlo... —decía, como si fuese una oración que repetía una y otra vez. Parecía estar distraído, por lo que Ayaka no perdió ni un momento en atacar.
Respiración de la Roca, Primero Postura: Serpentinita Bipolar
En un salto, ella y su espada giraron y giraron, lanzándose hacia la cabeza del demonio, quien bloqueó el ataque de forma aburrida con el brazo sin prestarle demasiada importancia.
Sin embargo ella y su hoja siguieron dando vueltas, y la espada siguió perforando la carne más y más hasta que atravesó su brazo y siguió su camino hasta su cuello.
Un minuto más y habría atravesado su cuello por completo, sin embargo el demonio agitó su brazo y Ayaka se vio obligada a retroceder a menos que no quisiese que su espada acabase hecha añicos.
Aterrizó con fuerza en el suelo en sus dos pies con orgullo, levantando una nube de polvo a su paso.
La sangre hacía que su hoja brillase con un reluciente color carmesí, y Ayaka hizo que ésta desapareciese con un leve movimiento de muñeca, salpicando la pared y dejando a su espada con su original tono grisáceo plateado.
El demonio apenas la miró con cierta curiosidad vaga, pero no hizo movimiento alguno que señalase que iba a hacer un contraataque.
—¿Has visto a un humano por aquí? Lo estoy buscando, pero no recuerdo por qué, ¿tú sabes por qué lo estoy buscando? —le preguntaba el demonio con tono cansado, como si solo pensar en qué estaba haciendo fuese demasiado trabajo para él.
—¡El único humano con el que te vas a encontrar hoy va a ser conmigo! ¡Maldito bastardo, voy a decapitarte! —anunció Ayaka apuntándole con su espada de forma enfurecida. Sin embargo no dejó que su ira la cegase. Sus ojos se movieron rápidamente por el pasillo, analizando su entorno y buscando algo que pudiese utilizar para llegar a su cabeza por sorpresa. No era lo suficientemente rápida como para llegar hasta ella con un ataque directo, ya lo había comprobado, así que tendría que buscar otra manera.
El demonio no parecía demasiado interesado en ella, apenas haciendo caso a sus palabras.
—¿Entonces no lo sabes? —insistía mientras rascaba su barbilla de forma distraída.
Ayaka se lanzó contra él, esperando poder cortar su sus piernas para inmovilizarle, pero éste la esquivó con facilidad.
Era mas rápido de lo que aparentaba en un principio, lo cual sería un problema, porque ella no era rápida. Es más, era más lenta que los demás cazadores de demonios, lo que conllevaba una desventaja porque no podía esquivar ni evitar ataques tan fácilmente.
Pero sea como fuese, ella ganaría, sin importar el coste.
Se puso en posición para atacar de nuevo, sabía lo que debía hacer, estaba preparada. Decapitaría a aquel demonio en un segundo.
Respiración de la Roca, ¿Segunda Postura?
«¿Pero qué?», se preguntó Ayaka, viendo como el demonio desapareció en un parpadeo.
No estaba en ningún sitio, simplemente era como si se hubiese desvanecido en el aire.
No podía ser posible, sus ojos nunca la habían engañado, tenía que estar por allí, estaba justo delante de ella hacía un momento.
Sin más, se había ido. Era como si nunca hubiese estado allí.
—¡Aya!
Se giró para ver a Tanjirou caminando hacia ella, Zenitsu iba a su lado, y parecía tremendamente asustado. Ayaka guardó la espada en su vaina, bajando la guardia durante un momento viendo que solo eran ellos.
—¡A-chan! ¿¡Tú me protegerás a que sí!? —. De nuevo Zenitsu se abalanzó sobre ella y se apegó a su brazo, cubriendo su haori con mocos y lágrimas una segunda vez.
Ignoró eso junto con el hecho de que la estaba llamando "A-chan" y se dispuso a regañar a Tanjirou.
—¡Te dije que te quedases fuera!
—¡Y yo te dije que no te dejaría entrar sola!
Los dos siguieron en su tonta pelea mientras Zenitsu seguía lloriqueando en el brazo de Ayaka murmurando cosas sobre que no quería morir y que ella y Tanjirou debían protegerle hasta que consiguiese casarse un cura para poder casarse con Ayaka, cosa que ella ignoró.
Todo solo se volvió peor cuando los niños también aparecieron por el pasillo.
—¡No podéis entrar aquí! —advirtió Tanjirou a los dos hermanos, mientras estos solo se acercaban más y más, ignorando sus palabras.
—Es que la caja empezó a hacer ruidos —intentó excusarse el hermano mayor con inquietud, casi temblando.
«¿La caja? ¿Se refiere a Nezuko?», pensó Ayaka con una mueca confusa. Se fijo en la espalda de Tanjirou, la cual solía tener la caja de Nezuko. Pero allí no había nada, solo los cuadrados verdes y negros de su haori.
—No deberíais haberla dejado sola, esa caja es algo incluso más importante que mi vida —explicó Tanjirou preocupado.
—Eso ahora da igual, tenéis que salir todos de aquí, ¡ya! —urgió Ayaka, que estaba empezando a impacientarse.
No solo estaban allí Tanjirou y Zenitsu, sino también los niños pequeños. Y con la forma en la que había desaparecido aquel demonio, era demasiado peligroso que estuviesen allí por mucho tiempo.
«Esto es malo, esto es malo, esto es malo»
Un tambor empezó a sonar, y ambos Ayaka y Tanjirou cruzaron miradas confundidas para luego mirar a su alrededor en busca de aquel sonido.
Zenitsu se agarró más al brazo de Ayaka, y, asustado, no pudo evitar darle un empujón a Tanjirou y a la niña hacia el lugar donde se había desvanecido el demonio no hacía mucho.
Y sin más, desaparecieron ante sus ojos al tiempo que el sonido del tambor se desvanecía.
Los gritos de Zenitsu rebotaron en las paredes del pasillo, y tiró de Ayaka para que reaccionase, pero no era capaz.
Era como si se hubiese convertido en un ser de piedra, no podía moverse, ni tampoco escuchaba los chillidos de Zenitsu o la voz del niño llamando a su hermana, Teruko.
¿Dónde habían ido?
¿Dónde estaban?
—¿Tanjirou? —llamó débilmente Ayaka.
¿Y si estaban... muertos?
Su mente no pudo evitar guiarla a una escena en la que el cuerpo de Tanjirou, con ojos ausentes que ya no veían y cubierto en sangre, estaba ante sus pies. Junto a él estaba el cuerpo de la niña, que había intentando proteger hasta su último aliento.
Su brazo en las fauces de un demonio, lánguido y sin vida.
Y sus ojos.
Estaban carentes de cualquier luz, esa luz que tanto quemaba, esa luz...
—¿¡Tanjirou!? —lo intentó de nuevo, esta vez con más pánico en su voz, se dirigió hacia la habitación donde habían desaparecido él y la niña, arrastrando a Zenitsu consigo forzosamente.
Intentó buscar por todas partes, cualquier esquina en la que pudiese estar oculto o algún escondrijo en el que pudiese estar.
No estaban.
No estaban, no estaban.
—¡Tanjirou! ¡Teruko!—. Esa vez gritó, uniéndose también con la voz del niño que llamaba desesperadamente a su hermana.
Habían estado allí con ellos hacía un instante, no podían haberse desvanecido de la nada sin que ella lo notase.
Pero lo habían hecho, así sin más. Era imposible.
—¡Mierda! ¡Por esto le dije que se quedase fuera! —maldijo Ayaka, sin importarle que había un niño allí.
—¿A qué te refieres? —preguntó el niño en voz baja, cesando un momento en la tarea de llamar a su hermana.
Ayaka soltó un gruñido de frustración.
—¡El muy necio tiene los huesos rotos! ¡No podrá pelear bien en ese estado!
—¿¡A-chan, qué vamos a hacer!? ¡Nos hemos separado de Tanjirou! —preguntó Zenitsu con voz chillona, aferrándose con más fuerza a su brazo mientras lágrimas de angustia surcaban sus mejillas.
El hecho de que no estaba allí sola golpeó a Ayaka como un ladrillo a la cabeza. Tenía razón, el niño y Zenitsu estaban allí con ella y tendría que pensar no solo en como derrotar a los demonios sino también una forma de mantenerlos a salvo.
«Esta es... mi responsabilidad. Ellos cuentan conmigo, no puedo sucumbir ante un pequeño inconveniente»
Era una carga en sus hombros que tendría que aguantar, pero estaba bien, ella sería como una montaña.
Todavía tenia un gran camino que recorrer hasta estar aunque fuese un poco cerca del nivel de Himejima-san, era consciente de ello, pero no pararía hasta conseguirlo.
Así que con un sabor amargo en su boca, Ayaka se obligó a parar el temblor en sus manos y con decisión anunció:
—No os preocupéis, yo os protegeré, encontraré a Tanjirou y a tus hermanos, niño, y decapitaré a todos los demonios en esta casa.
—Mi nombre es Shoichi —dijo el niño.
—Pues encontraré a tus hermanos, Shoichi —concluyó Ayaka, y extendió su mano hacia él—. Tómala y no te sueltes de mí, ¿de acuerdo? Tú tampoco, Zenitsu.
No había necesidad de decirlo a Zenitsu, pues no parecía que iba a aflojar su agarre en ella en ningún futuro cercano. En cambio, Shoichi dudó durante un momento. Pero ante la insistencia de la mirada latente que le dirigía Ayaka, éste terminó por sujetarse a su mano con cierta inseguridad.
Tanjirou era a quien se le daba bien lidiar con los civiles asustados, no a ella, pero haría el intento.
—¡Deberíamos salir de aquí! —propuso Zenitsu tirando de Ayaka y Shoichi hacia la salida, aún llorando contra el estómago de Ayaka.
—¡Zenitsu deja de gritar y llorar de una vez! —ordenó Ayaka, también gritando.
Dijo que lo intentaría, pero no que le saldría bien.
—¿Enserio nos vamos a ir? ¿De verdad piensas en huir tú solo? Sigues llorando y llorando sobre morir, ¿no te da vergüenza? Apuesto a que esa espada en tu cintura es falsa —criticó Shoichi a Zenitsu mientras seguía sosteniendo la mano de Ayaka, habiendo ya recuperado su valentía.
«No tiene pelos en la lengua», pensó Ayaka sorprendida, mientras observaba como Shoichi seguía criticando a Zenitsu en todos sus puntos débiles.
Llegó a la conclusión de que aquel niño le caía bien.
—¡Tú no lo entiendes, esta no es una situación que nosotros, niños, podamos manejar sin ayuda! —seguía Zenitsu, intentando arrastrar a Ayaka y a Shoichi a la salida sin éxito, pues Ayaka había plantado con fuerza sus pies en el suelo, y hacía falta mucha fuerza para moverla cuando lo hacía.
—Aunque no excuso su cobardía, tiene razón, Shoichi —dijo Ayaka, siguiendo a Zenitsu hasta la salida y arrastrando a Shoichi consigo—. Lo mejor sería primero hacer que salieseis de aquí, mientras estéis bajo la luz del Sol los demonios no podrán dañaros y yo podré ir a buscar a Tanjirou y a tus hermanos libremente sin tener que estar pendiente de vosotros.
Habría sido un buen plan, a no ser que no se hubiesen encontrado con un gran inconveniente.
Al abrir la puerta por la que habían entrado previamente, no se encontraron frente al bosque que rodeaba la casa, sino con otra habitación distinta.
—¡No hay manera, no hay manera, no hay manera! —gritaba Zenitsu preocupado, llenando el uniforme de Ayaka de sudor de lo nervioso que estaba.
Ella solo se llevó una mano a la barbilla pensativa, estaba segura de que aquella era la puerta por la que había entrado.
—Hmmm, podría ser que...
—¡Recuerdo que esta era la entrada! ¿¡Por dónde se va al exterior!? —seguía Zenitsu, abriendo puerta tras puerta intentando encontrar la que llevaba fuera de la casa.
—¡Para ya, es inútil! ¡No hay forma de encontrar la salida de nuevo! —intentó advertir Ayaka, pero Zenitsu seguía sin hacerle caso.
—¿Será por aquí? —se preguntó Zenitsu, abriendo una puerta aleatoria. Seguidamente, empezó a gritar—. ¡Monstruo! ¡Es un monstruo!
Ayaka se alarmó, sacando la espada de su vaina y corriendo hacia él, preparándose para pelear contra cualquier demonio.
Sin embargo, lo que vio no era un monstruo.
¿Un jabalí?
Parecía ser una especie de persona con cabeza de jabalí, como un híbrido medio hombre medio bestia.
Se giró lentamente hacia ellos, mientras Zenitsu y Ayaka le miraban con miedo y confusión, respectivamente.
El jabalí, como había decidido llamarlo hasta que supiese su nombre, pasó rápidamente por encima de ellos sin lanzarles siquiera una mirada y se alejó soltando carcajadas graves en el camino.
Ayaka parpadeó anonadada, sin saber cómo reaccionar.
—Creo que... deberíamos seguir buscando a Tanjirou y Teruko —propuso, sin ser totalmente consciente de si lo que acababa de presenciar era real o no.
Si las habitaciones eran capaces de cambiar, ¿por qué no sería posible que produjesen ilusiones de jabalíes medio humanos también?
Notes:
¡Muchas gracias por vuestros comentarios! Tuve la suerte de tener días de fiesta y aproveché para escribir este capítulo. Gracias por vuestra paciencia conmigo, sé que soy muy lenta y me disculpo por ello.
¡Ayaka y Zenitsu han formado equipo(por decirlo de una manera)! ¿No es genial? Ayaka empezará a desarrollarse más desde este capítulo, y eso será gracias a Zenitsu y Shoichi, por lo que me alegra que se formen más relaciones con Ayaka a parte de Tanjirou.
Por parte de su familia, pensé que sería importante enseñar un poco de ellos ya que apenas les he tocado, y estoy feliz con el resultado, la relación entre sus padres se sintió natural y sana y es lo que esperaba.
Escribir a Kaede es tan divertido, no tenéis idea, nunca se corta al hablar y es muy segura de sí misma, así que es como si fuese ella quien hablase en vez de yo, lo que me alegra mucho también.
Espero de todo corazón que os guste, de verdad, intentaré no ser tan lenta para el próximo capitulo y daré lo mejor de mí, además, ¡veremos a Inosuke! (Al menos de forma apropiada esta vez)
Chapter Text
Ayaka Iwamoto nació siendo débil.
La primera vez que puso un pie en este mundo, su respiración era pequeña y entrecortada, y no lograba tomar el aire suficiente para seguir viviendo.
La primera mujer que la sostuvo en sus brazos no fue su madre, sino la doctora del pueblo, su nombre era Nozomi Kobayashi.
Un grito perforó el tenso aire en la habitación principal de la residencia de los Iwamoto, no era nada más y nada menos que la hora de parto de la señora Iwamoto.
Se agarraba con desesperación a la mano de su marido, con la cara extremadamente pálida y empapada de sudor, pues llevaba en aquel estado varios horas ya, con el único consuelo de la mano de su marido a la que aferrarse y a su madre a su otro lado, que parecía más nerviosa que ella mientras agarraba con firmeza el hombro de Kaori.
—No desespere, señora Iwamoto, ¡solo un poco más, lo prometo! —le gritaba Nozomi, se movía hábilmente por la habitación, a pesar de tener a su hijo Yuu de no menos de un año a su espalda (que solo se mantenía observando curioso la habitación, extrañamente tranquilo). Mientras, Nozomi iba a todas partes, llevando de un lado a otro toallas limpias mientras su marido, Tamaki Kobayashi, entraba por la puerta con un cubo de agua caliente y lo dejaba cerca de ella.
Makoto no tardó en agarrar un paño y sumergirlo en el cubo, mientras intentaba como podía limpiar el sudor de la frente de su esposa con manos temblorosas, ya fuese por la emoción o el nerviosismo.
Quién podría culparle, pues iba a tener a su hijo entre sus brazos en solo unas horas más, aquel al que tanto había esperado.
—En un momento esto habrá acabado, estoy contigo, Kaori, solo respira hondo —intentó animar casi en un ataque de nervios, mientras el que seguía su consejo era él, tomando rápidas bocanadas de aire.
Kaori intentó reprimir un grito mordiéndose el labio, sus nudillos se volvieron blancos de lo fuerte que apretaba, y no era secreto que aquello hizo que Makoto Iwamoto no pudiese llegar a sentir sus dedos hasta unas horas más tarde.
—¡No ayudas, maldita sea Mako! —maldijo, sacando a relucir aquella costumbre que tenían todos los Fujioka de maldecir en tiempos difíciles, un rasgo que su descendiente heredaría, eso si conseguían salir vivos de aquello, porque para Kaori, parecía que su vida acabaría en aquel momento, tanto ella como la del bebé que tanto había esperado.
—Vale, Kaori, cariño, no pasa nada. La doctora ha dicho que no queda nada, ¿verdad, Nozomi-san? Por fin tendré un nieto al que malcriar con mochi, piensa en eso todo lo que puedas —intentó aconsejar Kaede, dándole a su hija un apretón en el hombro para intentar calmar a la vez sus nervios y los suyos propios.
Como se podía notar, toda la familia Iwamoto estaba casi al borde de un ataque de pánico.
—Señora Iwamoto, ya casi está, ¡solo un empujón más! —pidió Nozomi a los pies de Kaori, con una toalla limpia en sus manos y esperando pacientemente a que el bebé saliese completamente.
Y con otro grito perforando el aire por parte de su madre, Ayaka Iwamoto tomó su primera bocanada de aire.
—¡Es una niña! —proclamó Nozomi, mientras envolvía el bebé en la toalla.
Inmediatamente Kaori se desplomó del cansancio, tumbándose completamente en el suelo con un resoplido cansado.
Sin embargo, el bizarro silencio que cayó sobre la habitación fue algo que la preocupó.
—¿Por qué no llora? Makoto, ¿por qué nuestra hija no llora? —cuestionó con la vista nublada.
Empezaba a perder la conciencia, pero aun así se esforzó en escuchar, pero no era capaz de oír ningún llanto.
Era un conocimiento popular que los bebés que nacían sanos venían al mundo acompañados de lloros, quejidos y gritos, echando todas las emociones en sus pequeños corazones hacia el mundo para que éste les escuchara.
—Algo va mal —murmuró Nozomi para sí misma con cejas unidas en confusión.
En vez de pasarle el bebé a su madre después de un parto, como era lo normal, Nozomi le acurrucó entre sus brazos, mientras le observaba con cuidado.
Su respiración no era normal, era pesada, como si le doliese tomar bocanadas de aire.
Tenía fiebre, y de vez en cuando soltaba pequeñas toses con sus diminutos pulmones.
Le tumbó en la toalla, examinando su cuerpo con sus manos intentando buscar algo fuera de lo normal.
A parte de que su temperatura era extremadamente fría, también sufría convulsiones que hacían que su cuerpecito temblase en sobremanera por momentos, y Nozomi temía que cuando lo hiciese una vez no volviese a respirar más.
—¡Oye, dime qué demonios le pasa a mi nieta! —demandó Kaori, que intentaba con todas sus fuerzas que su hija no se desmayara entre sus brazos.
—Kaede-san, cálmese por favor —suplicaba en desesperación Makoto, quien por primera vez no estaba sonriendo, y en cuya cara empezaban a marcarse ojeras de la preocupación y arrugas se marcaban en su frente. Ante esto, Kaede decidió obedecer a su comando, solo por aquella vez.
—Mi hija, ¿está mi hija bien? —seguía cuestionando Kaori con tono airoso, como si no estuviese completamente allí. Era cierto que debido a la pérdida de sangre, estaba empezando a marearse.
—Lo mejor sería que su hija se quedase bajo mi cuidado intensivo durante unos treinta días —explicó Nozomi, cuyo pelo estaba siendo tirado por Yuu, al cual ella no hacía el más mínimo caso—. No puedo asegurar que sobreviva, pero si pasa de la treintena puede que tenga una posibilidad de vivir, aunque no puedo asegurar que tenga buena salud.
Al decir esto, Kaede se levantó de un salto con exasperación.
—¿¡Me estás diciendo que no eres capaz de asegurar que sobreviva!? ¿¡No se suponía que eras médico!? ¡Deberías ser capaz de hacer aunque sea solo eso! —exclamó exaltada, preparada para arremeter contra Nozomi.
Makoto la agarró por el brazo en un intento de que volviese a sentarse:
—Kaede-san, ella es la doctora, debemos hacerle caso. Todo saldrá bien, ya verás que sí.
Ella apartó su brazo de él con fuerza de forma brusca, con furia en su mirada, como si fuese una bestia a punto de devorar a su presa, a pesar de que ella era mucho más pequeña que Makoto.
—¡Eso es lo que siempre dices! Deja de esconderte, Mako, maldito seas, ¡al final nunca haces nada! —acusó Kaede apuntándole con un dedo de forma incriminatoria.
—Mamá —llamó débilmente Kaori, cogiendo una de las manos de su madre entre las suyas—. Mamá, por favor, estoy muy cansada, solo deja que Nozomi haga su trabajo.
En aquel momento Tamaki Kobayashi apareció de nuevo por la puerta, trayendo consigo con una bandeja que llevaba varias raciones de comida y agua.
Al ver la tensión en el ambiente, paró en seco, pasando sus pupilas de un lado a otro de la habitación.
—¿He interrumpido algo? Si queréis me voy —ofreció, apuntando con su pulgar hacia la salida de la casa.
Nozomi suspiró con agotamiento, mientras acunaba al pequeño, tan tan pequeño, bebé de los Iwamoto en sus brazos.
—No, querido, le estaba informando a los Iwamoto de que su hija se tendrá que quedarse con nosotros unos treinta días, por supuesto, si ellos dan su consentimiento —. Con esta declaración lanzó una mirada hacia Kaede, quien con un resoplido, dio un asentimiento indignado.
Así fue como empezó la vida de Ayaka Iwamoto, aquellos treinta días no fueron los únicos que pasó enferma, después de sobrevivir el primer mes de su vida. Vinieron muchas enfermedades más y, por sobre todo, mucho tiempo en cama, alternando entre las habitaciones de su casa y la de los Kobayashi, dependiendo de si su fiebre subía demasiado o no.
Por suerte su casa no estaba muy lejos, solo al otro lado de los arrozales, lo que hacía fácil que, cuando Ayaka cayese gravemente enferma, fuese trasladada al lado de Nozomi de inmediato, lo que hizo que Ayaka pudiese mantenerse viva durante tanto tiempo, sin quitar el hecho de que caía enferma muy a menudo.
A pesar de todo, seguía viva.
Y era una cazadora de demonios.
Pero hubo un tiempo en el que no lo era, en el que aún se aferraba a las faldas de su madre durante las tormentas, cuando su padre le contaba cuentos en las noches en las que su fiebre subía demasiado, que apenas lograba recordar al día siguiente.
Una vez, había amado a Yuu Kobayashi con todo su corazón.
No era de extrañar que, incapacitada en su cama y sin posibilidad alguna de salir al exterior con los otros niños, el único amigo que tuvo en los primeros diez años de su vida fuese Yuu.
Realmente se habían conocido durante toda su vida, no había momento alguno en el que Ayaka recordase que Yuu no estuviese en él. Simplemente Yuu era alguien que siempre había estado allí, en los confines de su cómoda y conocida amistad, ella siempre se había sentido a gusto.
Si tenía algún secreto, a Yuu era al primero al que se lo contaba.
Si descubría algo, a Yuu era al primero al que iba.
Si hacía cualquier cosa, Yuu era quien estaría allí con ella entrelazando su mano junto a la suya.
Pero algún día eso tendría que cambiar.
Tenía diez años cuando Yuu empezó a desvanecerse de su lado, cuando el tacto caliente de su mano contra la frialdad de la suya desapareció.
Y no fue capaz de verlo.
Era una tarde de verano cuando empezó, Yuu cumplió los once y Ayaka todavía tenía solo nueve. Habían decidido ir a bañarse al río para celebrarlo, a sabiendas de que si ella enfermaba por ello les regañarían y luego les castigarían durante varios días, pero la idea de sumergirse en la gélida agua y hacer competiciones por ver quién aguantaba más el frío era demasiado atractiva para unos meros niños.
Chapoteaban, salpicaban y se sumergían, y las risas no eran escasas entre ellos, mientras se Ayaka se divertía, por una vez, como una niña normal, sin tener que estar en cama todo el rato para hacerlo.
Sabía que al final acabaría varios días enferma por ello, lo sabía más que nadie, pero lo había querido tanto. Ir con Yuu al río, estar con Yuu, divertirse con Yuu.
Con una sonrisa juguetona y un gesto de la mano, Ayaka hizo que una ola de agua fría fuese en su dirección y empapase a su amigo por completo.
Aprovecharía todo el tiempo que tuviese, no le importaba enfermar si podía disfrutar así con él.
—¡Atrápame si puedes! —lanzó el desafío al aire con picardía, huyendo de él hacia la otra parte de la orilla con esperanzas de que no le cogiese.
—¡Sabes que voy a hacerlo! —replicó Yuu sonriendo también mientras empezaba a correr detrás de ella.
Como había prometido, no pasó demasiado tiempo para que la alcanzase, envolviendo sus brazos alrededor de ella y atrapándola, la alzó en el aire.
Ayaka sabía lo que venía después, así que lanzó un grito asustado que fue ahogado al ser sumergida en el agua.
Todo el ruido a su alrededor desapareció, y todo lo que sentía era el frío y las suaves manos de Yuu alrededor de ella.
Se sentía tan bien.
Disfrutó de la calma durante un momento con los ojos cerrados, aferrándose a las manos de Yuu para que no la soltase.
En ese momento, si hubiese podido parar el tiempo y quedarse justo allí, con el afecto y el amor que sentía por Yuu , por su primer y único amigo, calentando en su pecho, felicidad burbujeando en su corazón.
Si alguien le hubiese dado la opción de quedarse allí durante toda la eternidad, habría aceptado.
Pero eso no pasó, y salió del agua con un tirón brusco.
Tomó una bocanada de aire y se dio cuenta de que había estado sumergida más tiempo del que ella pensaba en un principio.
Instantáneamente sus oídos fueron recibidos por las risas de Yuu, y Ayaka se giró hacia él y le envolvió también con sus brazos como él la envolvía a ella, y los dos rieron en sincronía el uno con el otro, como si sus almas también estuviesen en sintonía.
Ayaka había sido tan feliz en aquel entonces, tan tan feliz que sentía que la alegría a veces saldría de golpe de su corazón y haría explotar su pecho.
Amaba tanto a Yuu.
Y amaba tanto a sus padres, y amaba tanto a su abuela, incluso si la intimidaba a veces, y amaba tanto a Nozomi y a Tamaki Kobayashi.
Les amaba mucho, más de lo que su debilitado y delicado cuerpo era capaz de soportar.
Por fin sus risas vinieron a su fin, cuando hacerlo dolía y sus pulmones pedían aire, aunque dejaron de abrazarse, Ayaka no tardó en agarrar la mano de Yuu.
Cansados del agua, se dedicaron a tumbarse en la orilla simplemente disfrutando la presencia del otro, simplemente estando juntos.
—Oye —decidió Yuu empezar la conversación—. ¿Quieres que te cuente un chiste?
Ayaka soltó una risita que vino con un pequeño ronquido, echando la cabeza hacia atrás para mirar al cielo.
—Tus chistes son muy malos —objetó en forma de burla soltando un bufido—. Nunca tienen sentido.
Los ojos de Yuu rodaron en su cuenca para mirarla con cejas alzadas, apoyándose en uno de sus lados para mirarla.
—Eso es porque no tienes sentido del humor —replicó él casi de forma ofendida, hinchando las mejillas de forma infantil—. Además, este te prometo que es bueno, me lo contó mi padre.
—Yo sí que tengo sentido del humor, solo que tú y tus chistes son bobos —. Ayaka dijo esto con una sonrisa divertida, intentando hacer ver que lo que decía no era más que una broma y Yuu la conocía lo suficiente como para saber que así era y que solo lo hacía para fastidiarlo.
—Vale, pues ahí va, si tan bobo crees que es, seguro que no te reirás, ¿no? —cuestionó Yuu, Ayaka asintió aguantando las ganas de reír, esperando a que soltase su chiste.
—Prepárate, porque aquí viene, el mejor chiste que oirás en toda tu vida —advirtió, señalándola con un dedo burlón. Tomó una bocanada de aire y continuó—. ¿Qué se le dice a un fantasma con tres cabezas?
Ayaka le miró expectante, doblando la cabeza ligeramente con confusión. Yuu solo esperó un momento por si Ayaka intentaba responder, pero era inútil porque solo se mantuvo mirándole fijamente. Era Ayaka, después de todo, no se lanzaba sin estar segura de las cosas y hacer cosas a ciegas no era lo suyo.
—Hola, hola, hola —terminó por fin Yuu sonriendo apaciblemente. La mano de Ayaka fue a parar a su boca, intentando por todos los medios ahogar las pequeñas risas que no podían evitar salir de su garganta. Pero todo era inútil, pues era notable como sus hombros se sacudían mientras las pequeñas carcajadas recorrían su cuerpo.
—No me estoy.... no me estoy riendo.... de verdad que..... de verdad que no —intentaba hablar Ayaka, sus frases siendo interrumpidas por sus risas mientras su voz salía levemente ahogada por su mano, aún en su boca.
—¡Sí que lo estás haciendo! —acusó Yuu acercándose a ella, lo que solo hizo que Ayaka riese más.
No tenía remedio, pues, al final Ayaka rompió a carcajadas sin remordimiento alguno. Burbujeantes y cálidas, hacían que su pecho se moviese de forma frenética.
—Es que... es que... ¡es tan absurdo! —decía Ayaka entre pequeños carcajadas, que rebotaban por el aire y llenaban el bosque—. ¿Por qué tiene ser un fantasma? ¡No lo entiendo!
Siguió riendo, y el puente de la nariz de Yuu se volvió rojo de la vergüenza.
—¡Pu... pues tú seguro que tampoco eres capaz de contar un chiste gracioso! —apuntó él levantándose de golpe y con ánimo de avergonzarla, pero Ayaka apenas pudo cesar su ataque de risa con un suspiro, apoyándose en sus codos para poder mirarle.
—¿Oh, quieres que te haga reír? ¿Es eso? —preguntó con un tono que Yuu no sabía distinguir. Se había levantado y progresivamente se iba acercando a él, apoyando una mano en su pecho.
No le gustaba lo que estaba implicando y la sonrisa con la cual lo estaba diciendo, como si Ayaka fuese un gran depredador y él un pequeño animalito que había decidido sería su menú aquel día. Como si su mente de presa pequeña le gritase «¡Huye, huye! ¡Es peligrosa, te va a comer!»
De repente la sonrisa cerrada de Ayaka se convirtió en una de oreja a oreja, y en un instante, como si se abalanzase sobre él con intenciones de devorarle, Yuu se vio esclavo de sus hábiles y rápidas manos, que le hacían cosquillas en sus puntos más débiles. Aquellos que solo ella conocía.
Intentó resistir de alguna manera y aguantar las ganas de reír mordiéndose el labio. Trató de alejarse de sus manos, pero Ayaka estaba muy cerca de él y tenía un agarre de hierro, así que era de esperar que no funcionase.
—Ayaka... —intentó suplicar entre risas—. Por favor... Para... —otro ataque de risas al pasar las manos por sus costillas impidió que Yuu siguiese hablando.
Sus afiladas y peligrosas zarpas no paraban, así que Yuu se vio obligado a pararla él mismo agarrando sus muñecas. Ante la fuerza que usó, se vieron envueltos en una serie de tropiezos que hizo que los dos cayesen al suelo.
Yuu no tuvo tiempo de dejar salir un quejido dolido al chocarse contra el suelo para luego soltar un ahogado "uf" al Ayaka caer encima de su estómago.
—¡Lo siento! ¿Estás bien? —preguntaba Ayaka preocupada con una sonrisa culpable en rostro, sin embargo no se levantó de su lugar contra Yuu.
Estaba demasiado ocupada observando las pequeñas motas oscuras que plagaban sus ojos. Nunca se había fijado, pero ahora que estaba tan cerca de él notaba lo cautivador que llegaba a ser el color negro de sus ojos. Le recordaba a una galaxia, tan inmensa y sin fin que no era capaz de salir de ella.
¿Siempre había tenido esas pequeñas marcas en sus mejillas? Como estrellas espolvoreadas que se habían deslizado de sus ojos, dejando la galaxia vacía de estrellas y yendo a dejar el valle de su cara con las marcas de sus caídas.
¿Siempre habían sido sus labios tan brillantes? ¿Tan rosados? Casi sentía envidia solo con verlos, los suyos solían estar secos y deshidratados, más paliduchos de lo que normalmente eran unos labios.
Sin embargo los suyos eran tan... apetecibles.
Yuu se levantó con un respingo impredecible y Ayaka se dio de bruces contra el suelo. De repente consciente de sus pensamientos, sus mejillas no tardaron en volverse carmesí. Eso, o había pillado una fiebre.
Puede que las dos cosas, no estaba del todo segura. Se sentía mareada, pero de forma distinto a la que estaba normalmente acostumbrada, era como si la atontase y la hiciese feliz al mismo tiempo.
Lo que no podía ignorar era aquel sentimiento tan desconocido en su pecho, como si su corazón estuviese dando saltos en vez de bombeando.
"Pum-pum"
"Pum-pum"
—Deberíamos ir yendo, ya es tarde —sugirió Yuu dirigiendo sus ojos hacia otro lado.
Era raro como evitaba su mirada, sin embargo Ayaka sonrió sin preocupaciones, levantándose del suelo para unirse a su lado, como hacía siempre.
No hablaron en todo el camino, y Ayaka decidió no darle importancia a como el silencio entre ellos no era cómodo, como solía ser.
Tenía fe en Yuu, y no pasaba nada si alguna vez parecía enfadado.
«Ya se le pasará», se decía Ayaka a sí misma mientras ojeaba a Yuu discretamente de vez en cuando por el rabillo del ojo. Sabía que estaba molesto, solo tuvo que mirarle para saberlo, ¿pero por qué?
«Ya se le pasará»
Entonces Ayaka cayó enferma durante una semana, y pasó otra más hasta que no pudo ver a Yuu de nuevo.
Pero no como ella esperaba.
Había estado varias veces rechazando sus propuestas para jugar constantemente durante varios días, parecía desinteresado y Ayaka se atrevería a decir que fastidiado, pero decidió no creer lo que sus ojos le decían y pasarlo por alto.
«Es Yuu», pensaba de forma ingenua «Si hubiese algo que le molestase me lo diría»
Sus padres siempre parecían estar muy cansados, así que no se atrevía a molestarles con estupideces como aquella, prefería resolver sus problemas ella sola y dejar que sus padres se tomasen un respiro. Así que la única alternativa que le quedaba a Ayaka era transmitirle sus dudas a su gato, Pelusa.
Pelusa era un gato gris, viejo y gordo, cubierto de abundante pelaje y que llevaba ya muchos años viviendo con ellos. Ayaka le había tenido desde que era solo una niña, habiéndole cuidado desde que era solo una cría. Sus padres se lo habían regalado para que le hiciese compañía dentro de casa debido a todo el tiempo que pasaba sola, mientras ellos se pasaban el día en los arrozales y ella se veía forzada a estar en cama, lo suficientemente enferma para no poder levantarse pero no lo bastante como para ir a casa de los Kobayashi.
Así, Pelusa se convirtió en su mayor confidente, después de Yuu, por supuesto.
—¿Qué crees que le pasará, Pelusa? —le preguntaba Ayaka mientras acariciaba su barriga.
Las nubes que cubrían el cielo aquel día eran negruzcas, tapando cualquier rayo de sol que pudiese alumbrar el día. Iba a llover, era evidente, y Ayaka se dedicaba a observar por la ventana con Pelusa en su regazo, sin cesar sus caricias.
Su gato ronroneó con gusto, más centrado en como sus dedos recorrían su pelaje que en Ayaka.
Ante esto, su ceño se frunció. Realmente aquello nunca antes le había pasado, era raro no tener a Yuu para transmitirle sus preocupaciones, pero esa vez no podía, porque su preocupación era él mismo.
Sin nada que ella pudiese hacer, Ayaka decidió imaginar lo que diría Pelusa si pudiese hablar.
—"Seguro que no es nada, deberías intentar ir a hablar con él y ya verás como todo vuelve a la normalidad" —imitó Ayaka con voz grave lo que ella creía que diría su gato, moviendo sus patitas como si de verdad esas palabras saliesen de su boca peluda.
—Pero, Pelusa, ¿crees que si hablo con él me dirá lo que le pasa? —preguntó Ayaka con preocupación—. Hoy he quedado con él para jugar cerca del río, pero no sé si sacar el tema, ¿debería hacerlo?
De nuevo, intentó imitar lo que creía que diría su gato.
—"Por supuesto que sí, es tu mejor amigo, deberías tener más confianza en él" —sentenció "Pelusa", y luego se puso a lamerle los dedos con esperanzas de que siguiera acariciando su barriga.
Ayaka utilizó su mano libre, la que no estaba acariciando la barriga de Pelusa, para rascarse la mejilla de forma pensativa. Como si verdaderamente estuviese procesando lo que su gato le había dicho.
—¡Tienes razón, Pelusa! Seguro que todo se arreglará si hablo con él —dijo con entusiasmo, levantándose del suelo de un salto y haciendo que Pelusa huyese despavorido hacia algún rincón de la casa.
—Perdón —dijo en dirección a Pelusa por asustarle, antes salir de su casa y dirigirse al sitio que habían acordado.
No estaba muy lejos de allí, cerca del río en el que se habían bañado hacía ya lo que parecía una eternidad.
El final del verano se acercaba, y el otoño empezaba a intentar hacerse presente con fuertes vientos que congelaban las manos de Ayaka y azotaban su piel de forma afilada.
Su corto pelo se agitaba sin descanso con el aliento de los augurios de lo que prometía sería un duro otoño, y para cuando Ayaka llegó al sitio acordado, apenas podía sentir sus mejillas.
Se sentó en una roca mientras todo su cuerpo temblaba y esperó. Intentó hacer que sus dedos volviesen a la vida, pero no tenía remedio, y a los diez minutos se resignó a esperar con solemnidad hasta que Yuu llegase.
Cuando se reuniesen ya se encargaría de pedirle que fuesen a un sitio más resguardado, lo que le importaba en aquel momento era poder verle, sin interés alguno en si volvía a poder utilizar sus dedos o no.
Esperó, primero quince minutos, repitiéndose una y otra vez que no le había pasado nada malo y que solo era un pequeño retraso. Que él estaría bien.
Sin embargo, cuando el reloj llegó a los treinta minutos, Ayaka empezó a preocuparse.
Nunca antes había tardado tanto, y estaba totalmente convencida de que tenía que haber algo que le había impedido venir a tiempo. Creía en Yuu, nunca la dejaría tirada,
A los cuarenta y cinco minutos, Ayaka escuchó las pisadas de alguien.
Su cara se iluminó, con esperanzas de que por fin Yuu apareciese, de que todas aquellas dudas que habían cruzado su mente (aquellas que no eran accidentes) solo habían sido imaginación suya, y que él nunca le fallaría.
Pero cuando se dio la vuelta, aquel no era Yuu.
—Ah, Takeshi, hola —saludó Ayaka, intentando que la decepción no se mostrase en su cara, pero fallando estrepitosamente.
El chico ante ella no era nada más ni nada menos que Takeshi Akada.
En un pueblo tan pequeño, todos se conocían entre ellos y no le resultó difícil a Ayaka reconocerle.
En concreto, Takeshi Akada era el hijo de un vendedor de sandalias y demás piezas de artesanía en una pequeña tienda en el mercado. A pesar de su edad, su increíble labia engatusaba a cualquier comprador. Por muy duro que pareciese su cliente, Takeshi acabaría vendiéndole no solo un par de sandalias en pleno invierno (lo cual era un disparate), sino que, además, también era capaz de hacer que comprase varias cosas más que eran el triple de ridículas, y eso solo con diez años.
—Aya-san, cuánto tiempo sin verte —saludó con una sonrisa de ojos cerrados, sin parecer demasiado sorprendido al verla en medio del bosque y acercándose a ella de forma amistosa.Ayaka se rascó la mejilla de forma incómoda, realmente no sabía hablar con niños de su edad que no fuesen Yuu. Era como si ella hubiese vivido en una burbuja todo el tiempo, alejado de todo y de todos, y al salir, no sabía qué debía hacer o decir, así que prefería quedarse con Yuu, donde todo era cómodo y familiar para ella.
—Así que dime, ¿qué haces por aquí? —preguntó Takeshi con interés, sin borrar aquella sonrisa suya de ojos cerrados.
Dudó durante un momento, balanceándose en sus talones con aire indeciso, pero Ayaka optó por decirle la verdad.
—Pues estoy esperando a Yuu, quedamos aquí hace ya un rato, está tardando lo suyo —comentó, intentando no parecer afectada por su tardanza.
Ante su respuesta, Takeshi soltó un murmullo de confusión.
—¿Te refieres a Yuu-chan, no? A Yuu Kobayashi —. Alzó las cejas de forma interrogativa, viéndose desconcertado por un momento.
Los ojos de Ayaka no eran capaces de decirle si sus emociones eran reales o no, había algo en Takeshi que simplemente estaba mal, por decirlo de alguna manera. No podía descifrarle, y eso, a parte de su torpeza común, hacía que Ayaka se volviese más inquieta aún de lo que solía estarlo con gente desconocida.
No le gustaban las cosas que no podía descifrar.
De todas maneras asintió ante su pregunta, esperando sus próximas palabras de forma distraída. Pero por más que hubiese intentado prepararse por lo que iba a decir, nunca habría sido suficiente para amortiguar el golpe que le proporcionó lo que dijo.
—Ahora mismo iba a reunirme con él, habíamos quedado junto con Yumiko, Nanami y Ryu para jugar cerca del río —comentó, pareciendo preocupado por un segundo por la expresión estupefacta que se pintó en aquel instante en la cara de Ayaka. Reconocía todos aquellos nombres, más niños de su edad que vivían en el pueblo—. Ha estado quedando con nosotros estas últimas semanas, pero parece que no te avisó, y yo que creía que era porque no quería que enfermases. Una pena, enserio, eres una monada de chica, Aya-san.
Y con eso, Takeshi se fue en otra dirección, dejando a Ayaka allí.
Yuu no acudió aquel día.
También llovió y acabó volviendo a casa empapada hasta los huesos.
Su madre le preparó bolas de arroz para hacerla entrar en calor, pero realmente era como si Ayaka estuviese ausente todo el tiempo.
Se enfermó de nuevo, no lo suficiente como para ir a casa de los Kobayashi, pero sí para que se viese obligada a estar en cama varios días.
Yuu no fue a visitarla, ni a preguntar como estaba, dejándola como única compañía a Pelusa y los breves besos de buenos días y buenas noches en la frente que recibía de sus padres.
Al llegar a casa estaban muy cansados, y con su creciente tiempo libre, Ayaka intentaba ayudarles en lo que podía, ya fuese haciendo la cena o limpiando. Porque se lo debía, porque ellos trabajaban tan duro para mantenerla a ella con vida.
Pasaron otras dos semanas para que Ayaka volviese a encontrarse con Yuu, se dirigía al mercado, con una cesta colgando de su brazo y dando saltitos alegremente mientras caminaba de forma animada.
Pelusa la acompañaba a un lado, frotando contra sus piernas de vez en cuando, lo que hacía que Ayaka a veces se tropezase. Estuvo varias veces a punto de caerse, y fue verdaderamente un milagro que no lo hiciese.
De repente divisó a un grupo de niños a un lado del camino, reían y charlaban de forma ruidosa, sin preocupación alguna. Ayaka los reconoció al instante como a los demás niños de su edad. Takeshi estaba entre ellos, pero a parte de él también están Nanami y Yumiko Sato, las gemelas traviesas hijas de la costurera e incluso está Ryu Takahashi, el callado hijo del leñador.
Por último está Yuu, nunca le había visto tan radiante de energía, riendo con las gemelas como solía reír con ella.
Ayaka decide no hacer caso al latente "pom" en su corazón que le provoca verle sin que ella estuviese a su lado, pero de todas formas sonríe animada, no dejaría que aquellas cosas horribles que le susurraba su mente nublasen su juicio. Confiaría en Yuu, porque él era su mejor amigo, y estaba segura de que tenía sus razones para no haberla avisado, ni para no haberla visitado, ni para no haber hablado con ella, ni para haberle mentido.
De repente, Ayaka chocó contra el suelo y su cesta vuela lejos de sus manos, hasta el otro lado del camino y cae en el arrozal, acabando totalmente empapada en el agua fangosa.
Intentó levantarse de forma desorientada, no sabía como había acabado así, sintió algo chocar contra su pie de forma brusca, ¿pero qué podría haber sido?
Las risas no son algo que intentan esconder, y Ayaka las podía notar en su cabeza, rebotando sin descanso una y otra vez. Eran risas agudas, burlonas, que resuenan en sus oídos para atormentarla, ¿se estaban... mofando de ella?
—Lo siento, ¿estás bien? —. Lo que más la sorprendió fue escuchar la voz de Yuu pronunciar esas palabras, incluso si intentaba mostrar una preocupación genuina, Ayaka sabía que en el fondo no estaba preocupado ni arrepentido. Le había puesto la zancadilla, había hecho que cayese a propósito para burlarse de ella.
«No, Yuu nunca haría eso», fue lo segundo que pensó, sacudiendo la cabeza para alejar esos pensamientos.
Aceptó su mano y Yuu la levantó con más fuerza de la necesaria. Mientras tanto, las risas no pararon. Takeshi se acercó a ellos, sosteniendo entre sus manos la cesta de Ayaka, que estaba irremediablemente empapada, con restos de fango maloliente y restos podridos de bichos que se ahogaron en el agua de los arrozales.
—Aquí tienes tu cesta, Aya-san —anunció mientras se la ofrecía a Ayaka con una sonrisa de ojos cerrados, pronunciando su nombre de cierta forma musical, saboreando cada sílaba como si fuesen sus platos favoritos. Todavía las gemelas seguían riendo en el fondo, y es algo difícil de ignorar. Aun así lo intentó con todas sus fuerzas, y Ayaka aceptó de forma dudosa la cesta de manos de Takeshi con un "gracias", intentando no estremecerse ante el tacto de los bichos muertos en sus manos.
Pelusa volvió a su lado, habiendo huido asustado ante la forma en la que la cesta salió volando. Pero ya calmado, había vuelto y empezado a frotarse contra su pierna, ronroneando.
Eso hizo a Ayaka sonreír un poco, que le rascó entre las orejas de forma que se apegase más a su mano.
Takeshi se agacha y empieza a acariciar a su gato también.
—Pero qué gato más mono tienes, Aya-san —comentaba, mientras Pelusa se acurrucaba contra las puntas de sus dedos. Lo único que Ayaka tenía el valor de hacer era sonreír, aunque no le quitaba la preocupación que de repente inundaba su corazón.
—Um, ¿a dónde ibais tan apurados? —preguntó, intentando no titubear, algo que no consiguió cumplir.
—Íbamos cerca del río, a jugar a los samuráis, ¿verdad, Yuu-chan? —dice Takeshi con cierto tono meloso, que se pegaba a sus labios y a Ayaka le resultaba excesivamente dulce.
Antes de que Yuu pudiese decir nada, Ayaka le interrumpió:
—¿Puedo ir con vosotros?
Había preguntado con cierto tono desesperado, y esperaba que no resultase demasiado evidente cuando le importaba, (todo lo que le importaba Yuu).
Yuu y Takeshi comparten miradas que Ayaka no supo descifrar, y luego hacen lo mismo con Nanami, Yumiko y Rui. Lo único que Ayaka pudo hacer fue observar con impaciencia, mientras se mordía la mejilla por dentro hasta el punto en el que saboreaba el metálico gusto a sangre.
—De acuerdo, será divertido —accedió Takeshi, sin abandonar aquella sonrisa que tan extraña parecía a ojos de Ayaka.
Aquello no salió como ella esperaba, de hecho, en vez de hacer que Yuu se acercase más a ella, solo hace que se desvanezca más y más de entre sus dedos.
Había tenido esperanzas en que si volvía junto a Yuu, las cosas volverían a ser como eran antes, que él volvería a ser el de siempre, pero la brecha entre ellos se hace más grande.
Durante aquella tarde, no se atrevió a mirarla a los ojos, y en cambio se dedicó a hacer bromas a su costa, sobre su pelo, sobre su voz o realmente sobre cualquier cosa que se le ocurriese, y no solo aquella fue la única vez que le puso la zancadilla. Él no era el único, descubre que las gemelas eran extremadamente "torpes" y en el transcurso de aquellas horas se dedican no solo a darle empujones "accidentales", sino también a dejarse caer sobre su débil cuerpo, a apoyarse en ella como si fuese algo inexistente que ni siquiera estaba ahí, y Ayaka no estaba segura, pero parecía que procuraban estar lo más cerca posible de ella mientras susurraban de forma no muy discreta cosas sobre ella.
Y no eran precisamente cosas buenas.
Ryu no decía demasiado, pero tampoco intentaba actuar como si estuviese allí siquiera, y eso solo la hacía sentirse peor.
Y a todo aquello, Takeshi solo se dedicaba a observarlo todo con aquella sonrisa que a Ayaka le daba tan mala espina.
Aun así, Ayaka se aferró a ellos, sobretodo a Yuu, porque realmente no podría llegar a soportar la soledad que conllevaba el no tener a nadie.
Tenía la esperanza de que todo volvería a la normalidad, pero no sabía qué hacer para que eso pasase.
Varios meses después, Ayaka encontró el cadáver de Pelusa en el jardín de atrás, junto a las azucenas de su madre.
Echó un grito asustado que alertó a sus padres, que por suerte estaban allí, y pronto la apartaron de aquella horrorosa vista. Su madre optó por abrazarla contra su pecho para que no tuviese que verlo, y Ayaka se limitó a llorar contra su hombro en silencio mientras dejaba que su madre la alejase de allí.
Pero Ayaka podía recordarlo, la forma en la que Pelusa echaba espuma por la boca y como sus ojos sin vida miraban hacia el cielo de forma ausente.
No hablaba mucho con sus padres desde entonces, pero no la confrontaron sobre ello y nunca más sacaron el tema, como si Pelusa nunca hubiese existido.
Ayaka tenía la ligera sospecha de que sus padres la consideraban demasiado débil como para hablar de ello, que se echaría a llorar si mencionaban el nombre de Pelusa siquiera de pasada.
Era verdad que había estado más apagada en los últimos meses, pero eso no significaba que fuese una flor del jardín de su madre que no soportaría ni una brisa fuerte.
No volvieron a tener mascotas.
Llegó un punto en el que Ayaka no podía más, toda esperanza que tenía en Yuu se había ido desvaneciendo con cada broma, con cada empujón, con cada risa burlona que dirigía hacia ella. Así que intentó hacer lo que ella creía que era lo mejor, preguntarle directamente qué le tenía tan molesto con ella.
Por fin pudo encontrarse a solas con él una vez que Yuu iba hacia su casa por el camino de tierra de los arrozales y pasó lo suficientemente cerca de la casa de Ayaka para que ésta le viese.
—¡Yuu! —llamó intentando alcanzarle. Hacía tanto que no le veía a solas, parecía una eternidad desde la última vez que estaban solos los dos. Yuu solo aceleró su paso, procurando alejarse de ella todo lo que pudiese. Ayaka hizo lo mismo, gritando su nombre al viento de nuevo esperando que no le hubiese oído la primera vez, en vez de tomar en cuenta la idea de que la había ignorado a propósito.
¿Cómo acabó de aquella manera? ¿Qué pasó para que terminase así?
—¿¡Hice algo malo!? —gritó Ayaka, cuyos ojos empezaban a aguarse. Se aguantó las lágrimas, pero no podía controlar la forma en la que su labio temblaba sin parar.
De repente Yuu paró de andar, seguía de espaldas a ella y eso hizo que Ayaka parase también, manteniendo cierta distancia entre ellos.
—¡Si hice algo mal, por favor dímelo! —imploró, secando las varias lágrimas que no había podido detener en el valle de sus mejillas.
Ni se giró ni respondió, Yuu solo se mantuvo firme en sus dos pies.
Llevándose una mano al corazón, se acercó a Yuu lentamente. Intentó posar una mano en su hombro, pero la apartó de un manotazo.
—¿Pero a ti qué te pasa? —preguntó Yuu de forma descarada, por fin girándose a mirarla, Ayaka se encogió sobre sí misma, sintiendo como se volvía más y más pequeña cuanto más tenía su vista fija en ella. Por primera vez, realmente tuvo miedo de Yuu, no era la primera vez, con cada palabra que dirigía hacia ella venía una pequeña punzada de miedo, temiendo que fuese a burlarse de ella de nuevo. Pero en aquel momento, de verdad pensó que Yuu sería capaz de hacerle daño, que Yuu era una persona cruel.
—¿Por qué no puedes ser normal? Vas por ahí todo el rato siguiéndome como un cachorrito perdido dando lástima, sin ser capaz de aguantar una mota de polvo, realmente no tienes a nadie a quien aferrarte más que a mí, y encima no eres capaz de estar ni dos días sin desplomarte por la fiebre, enserio eres tan débil y patética que me repugnas —. Como si le hubiesen dado un puñetazo en la cara, Ayaka apartó la cara de él, sintiendo toda la fuerza de sus palabras y retrocediendo un paso.
Entonces, por mucho que lo intentó, las lágrimas fluyeron de sus ojos y señalaron un camino hasta su barbilla.
—Lo siento —. Fue lo único que pudo decir—. Lo siento mucho, siento haberte molestado.
Viendo como Yuu se alejaba en la distancia, Ayaka deseó que Pelusa siguiese con vida.
No volvió a juntarse más con los niños de su edad, ni hizo intento alguno de decírselo a sus padres.
No la ayudarían, nunca lo hacían. Eran unos cobardes, eso era lo que eran, cobardes y patéticos como ella.
Todos en el pueblo se aprovechaban de su amabilidad, todos se burlaban de ellos a sus espaldas y les tomaban por necios. Ayaka lo veía, todo el tiempo cada vez que iba al mercado, pero tanto ella como sus padres decidieron ignorarlos y ser la ingenua y amable familia Iwamoto.
Unos días después, todo se sumió en el caos.
Ayaka había estado de forma apacible resguardada de la oscuridad de la noche cuando vio fuego.
Fuego en la casa de Yuu.
No solo vio fuego, sino que también vio a un ser inhumano, un ser al que no había visto nunca antes.
Ignorando los gritos de sus padres preguntando a donde iba, porque ninguno de los dos era capaz todavía de ver el fuego, Ayaka agarró aquella espada rosa tan antigua que colgaba en la pared de su salón, aquella con grabados de flores en su hoja que por alguna razón estaba en su casa como un trofeo, y salió corriendo en dirección a la casa de los Kobayashi.
Por mucho que lo intentase, por mucho que tratase una y otra vez de odiar a Yuu, todo aquel tiempo que había estado dedicando a intentar olvidarse de él durante los últimos días desde que le dijo todo aquello. Fue en vano, nada de lo que hiciese cambiará aquello.
Cuanto más se acercaba a la casa más grandes y quemantes se volvían las llamas, Nozomi y Tamaki ya estaban muertos cuando llegó, podía ver sus cadáveres en la planta de arriba, junto con su sangre esparcida entre los muebles y las paredes.
El calor de las llamas y el humo eran asfixiantes, pero Ayaka siguió avanzando con espada en mano a pesar de que empezaba a ahogarse en busca de Yuu.
Nunca antes había blandido una espada, y menos aún sabía utilizarla, pero le daba cierta sensación de seguridad el portar una entre sus delicadas manos.
No encontró a Yuu entre la negrura de las cenizas, sino que Yuu la encontró a ella. Tenía la cara manchada de cenizas menos el camino que se había limpiado con el agua de sus lágrimas. Cayó a los pies de Ayaka con un ruidoso golpe, arrastrándose débilmente sin notar que ella estaba allí e intentando llegar a la salida.
Se arrodilló ante él, y por primera vez Yuu pareció reconocerla.
Con manos temblorosas, se aferró a la tela de su ropa. Su llanto no cesaba.
—Es... es... es... Take... Take...—sollozaba Yuu de forma incontrolable, haciendo que Ayaka no pudiese entender nada de lo que decía.
—Tranquilo, yo te protegeré —le susurró al oído Ayaka intentando tranquilizarle, mientras le daba leves caricias en su pelo marrón oscuro.
Yuu no cedía su agarre en ella, y Ayaka se vio obligada a separarlo de ella forzosamente, teniendo que hacer que alejase sus fuertes dedos de su ropa.
—¡Aya-san, qué bueno verte por aquí! —dijo una voz que conocía a la perfección. Los ojos de Ayaka viajaron hasta la entrada de la casa.
—Takeshi —murmuró para sus adentros Ayaka, retrocediendo instintivamente con una punzada de miedo.
Era él, pero no del todo. Sus ojos eran raros, y tanto como el color de su piel como el de su pelo habían cambiado. Su boca estaba cubierta de sangre, y no tuvo que pensar mucho para saber que era la sangre de los Kobayashi.
Por muy asustada que estuviese, Ayaka blandió su espada en dirección a él, intentando aparentar seguridad y no estremecerse ante la vista de Takeshi que tenía en aquel momento.
Era inhumano, no había otra manera de describirlo.
—¿De verdad he tenido que comerme a los Kobayashi para que finalmente decidieses hacer algo? Pensé que con matar a tu gato bastaría, pero nunca pensé que tu pasividad llegaría a tal extremo. Realmente eres débil, Aya-san —comentó Takeshi apoyando su mejilla en su mano. Aquello hizo que la sangre de Ayaka hirviese de ira, de nuevo tenía esa sonrisa de ojos cerrados que ella tanto había odiado, y ya sabía por qué—. Al menos has reaccionado antes de que asesinase a tus padres y a Yuu-chan, es un logro viniendo de ti, ¿no crees?
Todo aquello, ¿era por ella?
«Voy a matar a este bastardo», fue lo que pensó antes de lanzarse hacia él.
Todo lo demás estaba borroso, de alguna forma Ayaka consiguió decapitar a Takeshi antes de desmayarse por la pérdida de sangre y por la fiebre. Ella y Yuu sobrevivieron de milagro.
Así fue como se convirtió en cazadora de demonios, así fue como decidió solo confiar en sus ojos, y de aquella manera, Ayaka Iwamoto se volvió fuerte, ¿no?
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
—¡Zenitsu deja de manchar mi uniforme de sudor y mocos! —gritó Ayaka de forma exasperada.
Aunque claro, siempre tendría alguna debilidad.
Notes:
Seré breve porque tengo mucho sueño, por favor, la moraleja de esta fic no es que por todo lo malo que le pasó a Ayaka sus acciones sean justificables, puede buscarse una causa para poder entenderla mejor y simpatizar con ella, pero de ninguna manera hace eso que sus acciones sean siquiera excusables, su camino a la redención vendrá más adelante, y no estoy segura de si es la decisión correcta mostrar su backstory tan pronto, pero aun así, fueron 7000 palabras llenas de emociones en las que he puesto mucho trabajo. Estaba impaciente por compartir esta parte de la historia porque es vital para entender a Ayaka como personaje y la forma en la que debe curarse antes de tener relaciones sanas con los demás. Tengo muchas cosas que decir sobre este tema, pero de nuevo, diré que es muy tarde, así que espero poder discutirlas más adelante cuando haya tenido ocho horas de sueño y no sean las cuatro de la mañana.
Sin nada más que añadir, espero que haya sido de vuestro agrado y si estáis sufriendo una situación como esta, por favor no dudéis en contactarme si necesitáis apoyo emocional o simplemente alguien con quien charlar.
Ni siquiera he editado el capítulo, pero no voy a preocuparme por ello, ya lo haré más adelante.
Así que muchas gracias por estar aquí, espero tengáis un buen día.
Chapter 9: Palabras que mueven montañas, acciones que calientan corazones de hielo
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Con la respiración errática de Zenitsu a un lado y el fuerte agarre que Shoichi tenía en su mano por el otro lado, Ayaka estaba empezando a molestarse.
Aunque realmente solo era por el nerviosismo de Zenitsu, su miedo era tan incontrolable e irracional que la sacaba de sus casillas. No le bastaba con aferrarse a ella como si su vida dependiese de ello, sino que además sudaba a chorros y no paraba de temblar, y eso hizo cuestionar a Ayaka cómo fue capaz de sobrevivir a la Selección Final, o de siquiera aprender algún tipo de respiración.
Él mismo lo había dicho, ¿no era así? Que ni siquiera sabía como lo había conseguido.
Ella tampoco.
No era capaz de ver ni un ápice de fuerza, mental o física, en Zenitsu Agatsuma, y hasta llegó a pensar que prefería mil veces haber estado en una situación en la que hubiese tenido que proteger a diez personas antes que a tener que aguantarle.
Al principio no era problema, pues era fácil ignorarle si ponía empeño en ello, pero progresivamente el estado de Zenitsu fue ascendiendo desde miedo a pánico, y de pánico a terror.
Y encima no dejaba de abrazarla, lo cual la ponía incómoda por dos razones. La primera era que restringía en gran medida sus movimientos, y si llegasen a encontrarse con algún demonio eso la perjudicaría. La segunda era que... la estaba abrazando mientras apoyaba su cabeza en su pecho, lo cual era raro y además llenaba su uniforme de mocos, lágrimas y sudor, y tenía que intentar con todas sus fuerzas no tensarse siquiera al pensamiento de su uniforme, aquel que había limpiado apenas dos días antes, estaba completamente cubierto en cosas viscosas.
Puede que no todo su uniforme, pero aun así seguía mandando escalofríos por su espalda.
Shoichi, al contrario, hacía todo lo que podía para ayudarla. La obedecía sin rechistar y se apegaba a su lado sin hacer jaleo, puede que por miedo a los demonios o por respeto hacia ella. Eligió creer que la respetaba por sus grandes habilidades como cazadora de demonios, así que no lo cuestionó para no llevarse una posible decepción.
Estaba igual de exhausto de Zenitsu que ella, y utilizaba a Ayaka como barrera en un intento de no acercarse demasiado a él.
“Creo que está mal de la cabeza”, le había susurrado en el oído a Ayaka una vez que Zenitsu estuvo lo suficientemente alejado de ellos como para no escucharles.
Ayaka solo se dedicó a lanzarle una sonrisa culpable, tampoco es que pudiese ni afirmar ni confirmar sus sospechas, y esperaba que no fuesen acertadas, porque cuanto más se adentraban en la casa, más empezaba Ayaka a considerarlas.
Sería cómico si lo viese desde fuera, pero con Zenitsu respirando pesadamente y sudando a su lado, no es que le hiciese especial gracia.
Más bien ninguna, ciertamente era mucho peor que Shoichi, y apostaba a que Teruko habría sido mejor que él en aquella situación, incluso siendo una niña tan pequeña.
—Disculpa, Zenitsu-san —llamó Shoichi débilmente, que empezaba a lucir cansado.
Al instante, el nombrado pegó un salto y cayó al suelo aterrorizado, pegando gritos agudos y agarrándose a las caderas de Ayaka con desesperación.
La misma solo soltó un suspiro exasperado y, con la mano libre que le quedaba, se pellizcó la nariz con fastidio.
Sería una larga, larga misión.
Iba a hacer de su cuervo un estofado cuando terminase con los demás demonios, y ni siquiera se lo comería, ni eso se merecía, se lo echaría como sobras a los animales del bosque para que sintiese en sus carnes el ser desperdiciado.
—¡Señal! ¡Tienes que darme una señal! —gritaba Zenitsu a Shoichi en pleno ataque de nervios, aún sin soltarse de Ayaka pero estando lo suficientemente cerca de Shoichi como para regañarle mirándole a la cara directamente—. ¡Si quieres decirme algo no lo digas de repente! ¡El corazón casi se me sale por la boca! ¡Si eso pasase serías un asesino! ¿¡Lo entiendes, eh, lo entiendes!?
—Lo siento —murmuró Shoichi en respuesta sin demasiado ánimo, dando un pequeño paso atrás para esconderse tras el brazo de Ayaka—. Pero es que no sé si es solo tu respiración errática o tu sudor... pero se está volviendo peor, así que...
—¡Estoy haciéndolo lo mejor que puedo! —saltó Zenitsu en defensa de sí mismo. La mueca pesada en la cara de Ayaka solo se agravó ante sus palabras, soltando otro suspiro exasperado en menos de dos minutos.
—Es que verte así me hace sentir inseguro —explicó Shoichi tímidamente—. Y no creo que Ayaka-san sea capaz de protegernos a los dos a la vez.
Su último comentario, más bien un murmullo para sí mismo que algo que hubiese querido decir en voz alta, hicieron que la ceja de Ayaka se crispase en irritación.
La estaba subestimando, puede que resultase algo complicado el estar pendientes de dos civiles mientras se luchase con uno o más demonios, ¡pero no era nada! Seguro que Genya era capaz de hacerlo, tanto él como Himejima-san, y ella no era menos, ¡era mejor que Genya! De ningún modo iba a fallar.
—Ya basta de murmullos y dudas —ordenó Ayaka con ceño fruncido—. ¡Zenitsu, recomponte de una vez! ¡Y tú, Shoichi, puedes estar tranquilo! Todos saldremos de esta casa vivos. Yo misma me aseguraré de ello.
Shoichi asintió, pero aún se podía ver una pizca de inseguridad en sus ojos, algo que la fastidiaba. ¿Tan débil creía que era como para no poder cumplir sus promesas? Ella no era de esas personas que solo sabían soltar palabrería y luego no hacían nada, si decía algo era porque lo haría, sabía sus puntos fuertes y sus límites, ¿por qué no podía confiar en ella, entonces?
Por esas cosas era por las que Ayaka detestaba tratar con civiles ¿Tendría Tanjirou aquellos problemas? Todos parecían siempre tan a gusto con él ¿Qué tenía él que ella no? De todas formas no importaba, no necesitaba lidiar con civiles si era lo suficientemente fuerte como para salvarlos, no debería preocuparse por ese tipo de cosas.
—Pero A-chan, tengo miedo, ¡yo no soy tan valiente como tú! —se quejó Zenitsu entre lloriqueos, frotando su cara contra su vientre y esparciendo más los mocos por su uniforme.
La lengua de Ayaka chasqueó en fastidio, agarrando el cuello del uniforme de Zenitsu y colocándole cara a cara con ella.
Las gordas y saladas lágrimas todavía seguían manchando sus mejillas, y no paraba de temblar bajo el toque de su mano. Bruscamente Ayaka le agarró por los hombros.
—Escúchame, Zenitsu —empezó con un tono tan gélido y afilado que quemaba—. ¿De verdad crees que yo nunca tengo miedo?
Él se dedicó a jugar con sus manos, mirando a todos lados de forma avergonzada intentando no cruzarse con los ojos de Ayaka, que le observaban tan atentamente que llegaban a taladrar agujeros en su piel.
—¿No? —contestó de forma dudosa, aun sin atreverse a mirar otra cosa que no fuese el suelo.
De la garganta de Ayaka solo salió una carcajada amarga.
—¡Y una mierda! —replicó ella de forma ácida—. Que sepas, Zenitsu, que estoy asustada —soltó otra carcajada de forma sarcástica a mitad de frase para enfatizarlo— todo el tiempo. ¿Qué clase de cazador de demonios no lo estaría? Si alguien te dice que no, es que está mintiendo.
Por primera vez desde que le conoció, Zenitsu la miró directamente a los ojos.
—Pues no lo parece, nadie del Cuerpo tiene tanto miedo como yo, ¡no es lo mismo! ¡Yo soy un cobarde! —siguió intentando excusarse, antes de que pudiese seguir hablando Ayaka le interrumpió agitando sus hombros de forma brusca.
—¡Escúchame! Puede que seas el más cobarde de todos, ¡pero utilízalo a tu provecho! —empezó, sin parar de agitar a Zenitsu por los hombros—. Himejima-san siempre dice que la valentía viene del miedo, y tiene razón. Sino hubiese miedo nadie nunca sería capaz de alzarse contra él, ¡son dos caras de una misma moneda, maldito imbécil, igual que la vida y la muerte o yo que sé! ¡Ten eso en mente e intenta hacer algo por una vez! ¡No te escaquees, so zopenco! ¡Si sigues escondiéndote tras el miedo no conseguirás nada, seguirás igual de débil que siempre! ¡Y así no eres de utilidad a nadie!
—Ayaka-san —le interrumpió Shoichi con tono miedoso tirando de su manga, Zenitsu también se había petrificado en su agarre y los dos miraban a algún sitio detrás de ella.
—¿¡Qué!? —preguntó ella con fastidio, dándose la vuelta para ver lo que estaba señalando Shoichi con una mano temblorosa.
Al instante todo enfado o ira se desvaneció como hojas llevadas por el viento, y Ayaka, atónita, dejó caer a Zenitsu al suelo con un ruidoso golpe.
—¡Por esto dije que estuviésemos lo más callados posible! ¡Al final ha aparecido un demonio! ¡Ha aparecido, ha aparecido! —gritaba Zenitsu aún desde el suelo de forma angustiada.
La espada nichirin de Ayaka salió rápidamente de su vaina, plateada resplandeciente como si estuviese hecha de luz de Luna, su dueña la apuntó hacia el demonio que había aparecido tan silenciosamente ante ellos.
—Volvemos a vernos, bastardo despreciable —anunció Ayaka con cierto sabor agrio en el fondo de su boca—. ¡Esta vez te decapitaré como prometí!
Allí estaba nada más y nada menos que el primer demonio con el que se había encontrado al entrar y que había desaparecido tan súbitamente. La herida que provocó en su brazo y cuello habían desaparecido, pero los restos de sangre permanecían, volviendo su inmaculada y blanca piel de un tono carmesí calcáreo que resultaba desagradable a la vista.
—Colocaos detrás de mí —urgió Ayaka con una mano en tono autoritario mientras sus agudos ojos no se separaban del deforme demonio que seguía allí. Su ceño se frunció aún más, notando el poco espacio que había entre ellos. El pasillo era estrecho y el demonio, aunque no era grande a comparación de un demonio normal, era demasiado para el tamaño del pasillo. Sería un problema tener que mantener no muy lejos a Zenitsu y Shoichi mientras intentaba que el demonio no se acercase a ellos.
Era más rápido que ella, tendría que pensar en un plan para decapitarle antes de que pudiese hacerle daño a nadie, mantenerlo controlado mientras pudiese asegurar la seguridad de aquellos a los que ella había jurado proteger.
Incluso si eso significase perderse a sí misma, cumpliría con su cometido.
El demonio apenas les miró de forma desinteresada, rascando su mejilla sin demasiada preocupación porque le estuviesen apuntando con una espada.
—¿Te conozco?
La ceja de Ayaka se crispó de nuevo en un tic nervioso, la irritación empezando a hacerse hueco en su expresión. ¿¡Ni siquiera la reconocía!? ¿¡Qué tenía que hacer ella para que se la respetase un poco en aquella casa!? ¡Primero Shoichi y luego aquel demonio!
Estaba seriamente empezando a molestarla.
—Shoichi, Zenitsu, no os mantengáis muy lejos de mí, y por lo que más queráis, no salgáis de este pasillo—les murmuró Ayaka en voz baja mientras acomodaba en sus manos el mango de su espada. Había conseguido averiguar hasta el hecho de que si alguien estaba en otra habitación, desaparecía. Llegaba hasta ahí, el problema era que no sabía a dónde desaparecía o cómo lo hacía. Seguía siendo un misterio que esperaba resolvería con el tiempo, porque el no tener la seguridad de hacerlo la inquietaba.
—Zenitsu —llamó específicamente con un tono más brusco hacia él, haciendo que pegase un salto asustado y se levantase del suelo en balanceos, aun así sus rodillas seguían temblando. Como no podía agarrarse a Ayaka, se limitó a coger la mano de Shoichi.
—¿S-sí? —cuestionó miedoso, sin poder dejar la vista de la espalda de Ayaka.
Lucía tan segura y fuerte, como si nada pudiese hacerla caer o tambalearse, observando con certeza al demonio y agarrando con fuerza su espada.
Parecía una samurái de verdad, de los que ya no se encontraban en la Era Taisho, tan poderosa e intocable que parecía estar lejos de todo y de todos.
A pesar de su aspecto exterior, Zenitsu notó que su sonido era triste y que se asemejaba a aquel de los sollozos de una niña pequeña. No le mintió cuando le dijo que estaba asustada.
—Si yo no estoy ahí para protegeros a ti y a Shoichi, prométeme que tú lo harás en mi lugar —pidió Ayaka con firmeza, aun observando con calma al demonio que todavía no se acercaba a ellos y que no tardaría mucho en hacerlo.
—A-chan, no me des tal responsabilidad, es demasiado para mí —se quejó Zenitsu con su tan característico tono asustado, las lágrimas empezaron a brotar silenciosas de nuevo y con ellas vinieron sus temblores.
—Deja de refugiarte en tus propias debilidades y haz honor al título que se te ha dado, vive acorde con el nombre de cazador de demonios —escupió Ayaka de forma brusca.
Puede que fuese verdad que no había visto ni una pizca de fuerza en Zenitsu, y que solo hubiese llorado y temblado desde el primer momento en que se conocieron, pero había algo que no podía ver con los ojos sino que sentía en sus carnes, que le decía que Zenitsu valía algo.
«No lo entiendo», pensó. No era algo normal que confiase en cosas como “su instinto”, pero por una vez decidió hacerle caso. Le habría gustado decirle que creía en él, pero eso habría sido ponerse demasiado sensible, y ella no era alguien buena con los sentimentalismos.
Tragando saliva, Zenitsu asintió.
Con aquella confirmación, Ayaka se abalanzó sobre el demonio.
Apretaba su espada tan fuerte que sus nudillos se volvieron blancos, yendo directo hacia el demonio. A la velocidad a la que iba y con la determinación brillando quemante en sus ojos, no era de extrañar que por primera vez el demonio decidiese que era digna de su atención e intentase aplastarla con su gran mano, que era el triple del tamaño de Ayaka.
Tenía intenciones de lanzarla contra la pared, puede que fuese un bobo, pero no se quedaría quieto esperando a que una cazadora de demonios le decapitase, y Ayaka tampoco esperaría a que la chocase con su mano, por lo que dio un salto hacia atrás.
La estrechez del pasillo era un problema, como había previsto. Con solo sus manos, el demonio era capaz de cubrirlo casi en su totalidad y acorralarla sin problemas. Si avanzaba demasiado y llegaban al final de la habitación sería capaz de dejarla sin ningún tipo de vía de escape y eso tampoco sería ideal.
—Me aburro —comentó el demonio rascando su mejilla con su afilada garra, observándola como si fuese una mera mosca que revoloteaba a su alrededor haciendo un ruido irritante.
Ayaka apretó la mandíbula.
—¿Has visto a un pelirrojo y a una niña por aquí? —cuestionó con impaciencia, colocándose en posición de nuevo para atacar—. Si cooperas te cortaré la cabeza sin que te duela, te aconsejaría que lo hicieses, hay una técnica de la Respiración de la Roca que hace que tu cabeza explote y manche todo de sangre, y ni tú ni yo queremos eso, ¿a que no?
El demonio no le dio valor a sus palabras, mirando detrás de sí y luego mirándola de nuevo.
—¿Me hablas a mí? —preguntó con incertidumbre, apuntándose con un dedo blanquecino a sí mismo como si ni eso fuese algo posible—. Da igual, acabaré contigo enseguida, tenía que hacer algo, pero no recuerdo qué.
De nuevo, lanzó su mano en dirección a ella con intención de acabar con todo aquello de golpe. En respuesta, Ayaka saltó, pero en dirección a la pared, logrando volar por encima de la altura del demonio y apoyando sus pies en la pared, se dispuso a impulsarse en dirección a la cabeza del demonio, que apenas había procesado que hubiese sido capaz de esquivar su ataque. Alzando su espada al cielo como un cetro, supo que aquel demonio estaba acabado.
—¡Esto te pasa por subestimarme, capullo! —anunció Ayaka, saltando de la pared aprovechando el impulso para ganar velocidad.
Respiración de la Roca, Segunda Postura: ¡Rotura de la Superficie Celestial!
La hoja de su espada cayó con toda su fuerza contra la cabeza del demonio en un aplastante golpe. Ayaka posó sus dos pies en la espalda del demonio, saltando con la velocidad suficiente como para alejarse de la explosión de sangre en la que se convirtió la cabeza del demonio el momento en el que su espada se despegó de su cráneo.
¿Había mencionado ya que cumplía sus promesas?
Aterrizando con elegancia a unos metros más lejos de él, el cuerpo del demonio cayó sin vida detrás de ella.
Ayaka sonrió satisfecha con su ejecución y se dio la vuelta, esperando encontrarse con Shoichi y Zenitsu observando asombrados la forma en la que había acabado con el demonio.
Sin embargo detrás de ella no había nadie.
No estaban.
Al instante, Ayaka no pudo hacer otra cosa que entrar en pánico.
—¡Zenitsu! ¿¡Shoichi!? —llamó preocupada, empezando a andar en la dirección del último sitio en el que los vio. Cuanto más pasaba el tiempo y más aumentaba su preocupación, mayor se volvían la velocidad de sus pasos.
—¡Zenitsu, Shoichi! —intentó de nuevo, esta vez corriendo a través del pasillo que a ella ahora empezaba a parecérsele demasiado largo, pasando por encima del cadáver del demonio sin miramiento alguno.
¿Qué podría haberles pasado? Puede que hubiesen desaparecido como Tanjirou y Teruko, pero les dijo que no saliesen del pasillo, así que si fuese así ella habría permanecido con ellos. Lo único que quedaba era que se hubiesen encontrado con un demonio y, naturalmente, hubiesen salido huyendo de él.
«Mierda, mierda, mierda», maldecía Ayaka en su mente una y otra vez.
Si sus pensamientos eran acertados y el demonio hubiese llegado a acorralarles, entonces estaban perdidos. Era cierto que le había hecho a Zenitsu prometer que protegería a Shoichi, ¡pero solo con esperanzas de que hiciese lo que pudiese hasta que ella se ocupase del problema! ¡Nunca pensó que pasaría algo así!
Era la peor posibilidad, no sabía donde estaban, sus ojos no eran capaces de localizarlos tampoco, ¡y Shoichi estaba solo con Zenitsu!
Con esas cosas en mente, Ayaka aceleró el paso, guardando su espada en su vaina sin detenerse a limpiarla mientras sus ojos escaneaban con inquietud todas aquellas habitaciones por las que hubiesen podido huir.
Estaba alcanzando el final del pasillo cuando el sonido de un trueno cortó el aire e hizo que se tambalease desorientada por un momento, apoyándose en la pared para no caer al suelo.
¿Es que habría una tormenta fuera? El cielo estaba despejado cuando entraron, y si hubiese llegado a ser alguna Respiración, el único que conocía que utilizase la Respiración del Rayo era Jigoro Kuwajima, el maestro de Zenitsu.
«¿Podría ser que...?». La pregunta quedó flotando en la mente de Ayaka, sin estar demasiado segura de si podría siquiera ser posible.
Paró de forma súbita de correr, tomándose un segundo para recomponerse y procesar qué demonios había sido eso.
Provenía de la habitación que se disponía a examinar, y, con incertidumbre, Ayaka asomó la cabeza por la puerta.
Por suerte, allí estaban Zenitsu y Shoichi, y como ella había sospechado, un demonio bastante espeluznante.
Pero estaba muerto, su cabeza yacía en el suelo y empezaba a desintegrarse en polvo y desaparecer con solo la leve brisa del viento cuando ella llegó.
—¡Está muerto! ¡De verdad está muerto! —gritaba Zenitsu con voz aguda, notando por primera vez la cabeza del demonio en el suelo, que estaba contra su pie.
Miró a Ayaka con sospecha, pero antes de que pudiese preguntarle nada, ella le contestó con un rotundo “no, yo no he sido”.
Seguía tremendamente confundida, y le lanzó a Shoichi, que estaba al otro lado de la habitación, una mirada llena de interrogantes, pero sabía que tanto ella como Shoichi estaban igual. Ninguno sabía que acababa de pasar. ¡Ni siquiera el mismo Zenitsu!
Al ver la negativa de Ayaka, Zenitsu dirigió su atención a la única otra persona posible.
—Shoichi-kun, no me digas que tú... —empezó con voz temblorosa, acercándose hacia él con pequeños pasos.
Ayaka parpadeó, en estado de completa confusión.
—¡Muchas gracias! ¡Por fin estamos salvados! ¡No olvidaré este favor que me has hecho! —gritaba Zenitsu, que por fin se había abalanzado sobre Shoichi y le abrazaba como acostumbraba a abrazar a Ayaka—. ¿¡Por qué no me dijiste desde el principio que eras tan fuerte!?
Eso mismo querría preguntarle Ayaka a él, pero no era capaz de hacer salir palabra alguna de su boca.
De nuevo, otro fenómeno más que sus ojos no pudieron ver. Demasiadas cosas eran ya, para empezar no pudo ver a Nezuko cuando se conocieron por primera vez ella y Tanjirou, luego le fue imposible descifrar la forma en la que las cosas desaparecían en aquella casa o siquiera ser capaz de ver lo que había allí (a parte de formas borrosas que apenas podía diferenciar si eran demonios o humanos), ¡y luego aquello! ¡A aquel paso iban a matarla del estrés antes de que pudiese llegar a Pilar!
«¿Sabes qué? Me rindo, al cuerno todo, odio las misiones en grupo», pensó Ayaka, decidiendo darse por vencida y no pensar más. Era eso o tener un dolor de cabeza, y no quería tener un dolor de cabeza.
¿Por qué todo tenía que pasarle a ella? Ni Tanjirou como Zenitsu eran normales. ¿Era ella siquiera normal? Se consideraba especial pero no... en aquel sentido.
Shoichi pareció tomar la misma decisión que ella y abandonar todo pensamiento lógico de la situación, levantándose del suelo llevando a Zenitsu consigo y anunciando que deberían seguir.
La decisión más sabia, en opinión de Ayaka.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
«¿Por que todo se desmorona?», pensaba Ayaka de forma angustiada, observando como aquel jabalí tan extraño se batía en duelo con Tanjirou.
Todo había pasado tan rápido que no era capaz de procesarlo totalmente.
La había protegido.
Cuando ella, Shoichi y Zenitsu fueron expulsados por la ventana del segundo piso por el desmoronamiento de la estructura interna de la casa, Zenitsu les había protegido tanto a Shoichi como a ella con su cuerpo, impidiendo que sufriesen cualquier tipo de daño.
De repente la posibilidad de que Zenitsu fuese fuerte se hizo un poco más real en la mente de Ayaka, puede que solo un poco.
Y de ahí, apareció sin más el jabalí, proclamando a los cuatro vientos que quería asesinar al demonio en la caja de Tanjirou.
Habría intentado parecer sorprendida ante Zenitsu, ya sabía que Nezuko estaba allí, empequeñecida para que pudiese caber en el estrecho hueco de la caja de madera que Tanjirou cargaba a sus espaldas, pero aun seguía confundida por todos los eventos aquel día.
Sobretodo por el medio-jabalí, que resultó no ser una ilusión de la casa.
—¡Parad los dos! —ordenó Ayaka, que intentaba que los nervios no se apoderasen de ella mientras observaba a un lado, impotente, como Tanjirou y el jabalí peleaban sin descanso.
—¡He dicho que paréis! —gritó de nuevo, la angustia hacía a su voz subir casi dos octavas y odiaba como parecía la de una niña pequeña. A pesar de sus órdenes, ya casi plegarias, ninguno de los dos le prestó atención alguna.
¿Qué debería hacer? ¡Era tabú pelear en duelo con otro cazador de demonios! No podía romper las reglas, ¡y no le hacían caso tampoco!
¿Qué debería hacer? ¿Qué debería hacer?
Los tres hermanos por fin se había reunido, y estaban detrás Zenitsu, llorando su reencuentro de forma emotiva y a la vez observando la pelea con miedo.
En cuanto a Zenitsu, aun seguía agarrado a la caja y la sangre estaba esparcida alrededor de su nariz, allí donde Shoichi había limpiado con un pañuelo.
Aquella misión era un fracaso total.
Himejima-san era capaz de calmar una pelea entre Pilares con solo una palmada de sus manos, y ella ni siquiera podía parar una disputa sin sentido entre dos cazadores de demonio de los rangos más bajos.
Ella era un fracaso total.
¿Y así pretendía suceder a Himejima-san como Pilar de la Roca? Era un sueño tan inalcanzable que... Los ojos de Ayaka se abrieron en sorpresa al mismo tiempo que una idea se le venía a la mente de repente, como si le hubiesen lanzado un ladrillo a la cabeza, mientras el jabalí enseñaba orgulloso su gran flexibilidad.
No sabía si estar asqueada o impresionada.
Lo que quería era vencer en un duelo para demostrar su fuerza, ¿no? Pero nunca dijo que tuviese que ser una pelea.
Antes de que pudiese poner su plan en marcha, Tanjirou hizo que su frente chocase contra la del jabalí con un solemne “¡Cálmate!” y la cabeza del jabalí cayó al suelo.
Pero no era su cabeza, sino que Ayaka descubrió que, contrario a lo que había creído en un primer momento, era una máscara. Y de hecho, el jabalí era un humano.
—¿¡Eh!? ¿¡Tiene cara de mujer!? —gritó Zenitsu lo que todos pensaban, no sabía si de forma impresionada o asombrada.
Con una honda respiración de asombro, Ayaka se dio cuenta... ¡de que era más guapo que ella!
Aun con sangre bajando por el puente de su nariz debido al golpe que le había proporcionado Tanjirou no hacía más de dos segundos, el no-jabalí tenía piel blanca como la leche con un preciado rubor en sus mejillas, impresionantes pestañas y unos labios naturalmente rosados. Y su pelo parecía sedoso y brillante, reflejando la luz del Sol de forma agraciada.
Si era sincera, Ayaka se consideraba una chica guapa. No era fea, al menos eso diría ella. Había sido bendecida con pestañas no muy largas pero bonitas y su piel no tenía demasiadas imperfecciones, incluso el lunar en su pómulo derecho complementaba bien a su cara. Tenía los ojos del tamaño preciso y no diría que sus labios fuesen horribles, aunque a veces deshidratados, pero era demasiado pálida y carecía de color en las mejillas o brillo en el pelo, así que el no-jabalí la superaba con creces.
Empezaba a sentirse insegura, le gustaría que su pelo brillase de esa forma o que no fuese tan blanca como el papel.
Paró de golpe esos pensamientos, ¡no debería preocuparse por esas cosas en ese momento! ¡Estaban en mitad de un duelo con el no-jabalí y éste por poco mataba a Zenitsu de una paliza, tenía que centrarse! ¡Aún seguía queriendo matar a Nezuko, tenía que hacer algo!
—¿¡Qué acabas de decir!? ¿¡Algún problema con mi cara!? —cuestionó a gritos el no-jabalí (no tenía otro nombre por el cual llamarle, ahora que Ayaka era consciente de ello).
Casi como si transmitiese los pensamientos de Ayaka, Tanjirou le gritó en respuesta:
—¡No tengo problemas con tu cara! ¡De hecho pienso que es muy bonita, con un ligero tono rojizo contrastando con tu piel blanca!
De ahí en adelante, era como si tanto Ayaka como Zenitsu y los tres niños estuviesen viendo un partido de tenis, intercambiando su mirada de un lado a otro con confusión en función de quien hablase, si Tanjirou o el no-jabalí.
—¡Voy a matarte, bastardo! ¡Atrévete si tienes pelotas!
—¡No puedo, estoy muy cansado!
—¡Prueba tu cabezazo de nuevo!
—¡No lo haré! ¡Ahora siéntate! ¿¡Estás bien!?
—¡Oye, frentudo! Mi nombre es Inosuke Hashibira, ¡recuérdalo!
«Así que tiene un nombre», pensó Ayaka con curiosidad. Al menos podría llamarle de otra forma a parte de “no-jabalí”.
—¿¡Y con qué kanjis se escribe tu nombre!? —cuestionó Tanjirou, haciéndole la misma pregunta a Inosuke que a ella la primera vez que se conocieron.
¿Se lo preguntaba a todos o qué?
—¿Escribir? —preguntó Inosuke con confusión—. ¡Yo no sé escribir! ¡Mi nombre está en mi ropa interior!
La nariz de Ayaka se arrugó con asco. Era un poco.... repugnante.
Y así sin más, los ojos de Inosuke se pusieron en blanco y cayó hacia atrás de forma pesada, chocando con el suelo con fuerte estruendo.
Acercándose a su cuerpo inerte con prudencia, Ayaka le dio un leve golpecito con el pie para confirmar si estaba vivo.
Al ver como su pecho subía y bajaba, pudo saber que al menos seguía respirando, lo cual era un mérito teniendo en cuenta que de su boca empezaba a salir espuma.
—¿¡Está muerto!? ¿¡Está muerto!? —preguntó (más bien chilló) Zenitsu con su acostumbrado tono agudo, escondiéndose temerosamente detrás de Teruko por si Inosuke de forma milagrosa fuese a levantarse y a pegarle de nuevo.
—¡No, solo está inconsciente! —le gritó Ayaka desde donde estaba para que él y los niños pudiesen oírla claramente y tranquilizarles de alguna manera. Dirigiendo de nuevo sus ojos a Inosuke, le dio otro golpecito con el pie por si acaso.
Solo para confirmar, por supuesto.
—Probablemente solo tenga una contusión —comentó Tanjirou apareciendo a un lado de Ayaka de forma inesperada—. Utilicé toda mi fuerza para embestirlo con mi cabeza, es normal.
La ceja de Ayaka se crispó en molestia al ver a Tanjirou, ya con la cabeza despejada, lo primero que pensó fue en lo enfadada que había estado con él todo el día.
Su ceja se había crispado mucho durante todo el día, seguro le salían arrugas en la cara por ello.
—¡Juro que voy a matarte!—empezó irritada, dándole golpecitos en el pecho con su dedo afiladamente—. ¡Maldito Tanjirou! ¿¡Por qué nunca me haces caso!?
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Cuando Ayaka se hubo calmado y Zenitsu hubiese impedido (milagrosamente) que cumpliese su promesa de matar a Tanjirou con sus propias manos, se dedicaron a darles una tumba a todos las personas asesinadas en la casa maldita.
Ayaka insistió en que deberían descansar mientras ella se responsabilizaba de enterrar a los muertos, ya que, siendo la única que no había salido herida, estaba en mejor forma para la tarea.
Tanjirou, con esa tozudez suya que ya había llegado a conocer, no estaba de acuerdo. Esperaba sus protestas cuando anunció que lo haría sola, pero lo que no sabía era que Zenitsu, también, era muy terco.
Habría sido capaz de convencer a Tanjirou para que la dejase a ella ocuparse de todo, pero si a él se unía Zenitsu eran dos contra uno, con lo cual no tenía posibilidad alguna de ganar la disputa.
Al final tuvo que resignarse y dejar que no solo ellos dos la ayudasen, hasta los niños, Teruko, Shoichi y el hermano mayor (Kiyoshi era su nombre) se sumaron a la tarea, trabajando duro para ayudarles en todo lo que pudiesen. Su acción casi hizo el corazón de Ayaka conmoverse.
Eran unos buenos niños.
Como era normal, Tanjirou no permitió que dejasen a Inosuke a la intemperie, inconsciente y con serias heridas, ni siquiera se le pasaría por la cabeza abandonarle así sin más.
Así que le hicieron una pequeña almohada con el haori de Tanjirou y le cubrieron con el de Zenitsu. Ayaka se negó en rotundo a prestar el suyo, pues consideraba a Inosuke alguien no merecedor de simpatía y todavía estaba ligeramente molesta porque fuese más guapo que ella, pero no se atrevería nunca a admitirlo en voz alta ni aunque le diesen un billón de yenes.
Ayaka estaba murmurando un pequeño rezo frente a la tumba de la persona a la que acababa de enterrar cuando Tanjirou se acercó a ella.
Si había algo que Ayaka respetase con toda su alma, eran las vidas de los muertos. Era algo con lo que no era respetuoso jugar, y ella era especialmente sensible a ello, ya fuese por las tendencias religiosas de Himejima-san o por el aprecio que tenía a aquellos a los que sus vidas les habían sido arrebatadas, ya fuese prematuramente o no.
Observándole por el rabillo del ojo y sin dejar de rezar, Ayaka pudo averiguar que Tanjirou venía con intención de hablarle de algo, en lo que ella no tenía el más mínimo interés.
—¿Qué demonios quieres? —cuestionó chasqueando la lengua, dejando a un lado su rezo y girándose a él con una ceja levantada y una mano en la cintura.
—Me encontré con Muzan Kibutsuji en mi última misión —le dijo Tanjirou en voz baja para que ni los niños ni Zenitsu pudiesen oírle, acercándose tanto a ella que podía saborear su aliento caliente contra su cara.
El terror, gélido y goteando por su espalda, se hizo paso hasta el pecho de Ayaka.
Con manos nerviosas, agarró el codo de Tanjirou y le guió hasta una parte más profunda del bosque, donde nadie fuese capaz de escuchar lo que dijesen.
—Dime que es una broma, ¡júrame que lo es! —pidió Ayaka agarrándole con miedo por el cuello de su uniforme y tambaleándole de un lado a otro.
Tanjirou la agarró por las muñecas para hacer que parase, pero no alivió de ninguna forma la sensación inquieta que empezaba a inundar el pecho de Ayaka.
—¡No es una broma! —afirmó Tanjirou, sosteniendo sus muñecas intentando que no temblase, pero por mucho que quisiese los dedos de Ayaka se movían descontroladamente.
Con un brusco tirón, Ayaka se liberó del agarre de Tanjirou y se llevó las manos a la cara, intentando detener las lágrimas que empezaban a aparecer en las comisuras de sus ojos.
—No eres consciente de la importancia que tiene encontrarse con él, ¿no? —preguntó Ayaka, su voz volviéndose ahogada por sus manos, aún cubriendo su cara de forma temerosa—. No es algo normal encontrarse con él, y si la ocasión llega a pasar, nadie, nunca, ha sobrevivido, ¿cómo demonios sigues vivo?
—Pues, tuve ayuda de una demonio, su nombre es Tamayo y- —empezó a contar Tanjirou como si fuese un cuento para dormir, pero Ayaka le interrumpió con brusquedad.
—¡Creo que te estás tomando esto muy a la ligera! —chillaba, casi jalando de sus cabellos de la frustración—. ¡Y ni siquiera me refería a eso!
—¡Te hice caso, así sobreviví! ¡Me calmé como tú me dijiste! —respondió él, chillando también.
Eso más o menos la hizo volver a sus sentidos.
—Oh —. Fue lo único que se atrevió a decir, de repente empezando a sonrojarse sin saber por qué. ¿Por haber entrado en un completo estado de pánico frente a él? Sí, podía ser.
—Me calmé como tú me dijiste, por eso quería decírtelo —dijo Tanjirou esta vez a un volumen de voz aceptable para los oídos, apoyando sus manos en los hombros de Ayaka.
Sospechaba que para comprobar si seguía temblando o no, o puede que para aguantarla si volvía a tener otro ataque de nervios.
—Ah, qué ¿bien? —contestó Ayaka no muy segura, todavía seguía un poco desorientada, los rastros de terror en sus venas aún permanecían, y no se irían tan fácilmente.
—¡Sí! Fue como si hablases en mi cabeza y me juzgases, con esa cara que siempre pones cuando me regañas. Estabas como “Tanjirou, cálmate. Himejima-san te daría cien latigazos si viese lo que estás haciendo, ¿así quieres ser cazador de demonios? No le llegas a Himejima-san ni a la suela de los zapatos, no te disculpes por ello y haz algo más útil y contrólate”. Fue intimidante y dio bastante miedito, pero me ayudó a pensar con claridad —continuó Tanjirou de forma animada con un encogimiento de hombros, de forma que parecía que contaba una anécdota que le pasase a uno todos los días, como encontrarse con alguien en el mercado o algún chisme del que se había enterado por casualidad.
De repente Ayaka empezó a sentir vergüenza y sus mejillas se tiñeron de un brillante color bermellón para demostrarlo.
—¿De verdad hablo así? —preguntó Ayaka, jugando incómodamente con un mechón suelto dándole vueltas entre uno de sus dedos.
Así, Tanjirou empezó a titubear.
—¡No, no, no! Bueno... Puede que un poco sí —dijo, su tono lleno de nervios que se hacían presentes con solo notar como flaqueaba su voz.
—¿Tanto menciono a Himejima-san? —siguió su interrogatorio Ayaka, mirando hacia otro lado, avergonzada.
—Sí, ¡no demasiado! Pero le mencionas mucho —respondió Tanjirou, casi como si fuese por un campo de minas y un movimiento en falso haría que volase por los aires. Era normal, pues aunque tuviese una mente fría en el campo de batalla Ayaka tendía a enfadarse con facilidad en cuanto a Himejima-san se refería, y Tanjirou no era capaz de mentir, tampoco.
—Ahora que lo dices, sí que le nombro varias veces al día, ¡pero es que no puedo evitarlo! —se excusó Ayaka de forma casi entusiasmada—. Si le conocieses sabrías por qué, debería presentártelo algún día para que sepas de lo que hablo. ¡Así también le nombrarías tanto como yo! ¡Y le caerías muy bien! Le conozco, ¡estoy segura de que te adoraría!
—Me encantaría, A- —. Un grito agudo que al momento reconocieron como el de Zenitsu perforó el aire, y los dos se dirigieron con prisa hacia el claro donde habían dejado a los niños, a Zenitsu y a un inconsciente Inosuke.
Que ya no estaba tan inconsciente, sino que se dedicaba a perseguir a Zenitsu (por eso había gritado en un principio) con esperanzas de que se enzarzase en una pelea con él.
Zenitsu se escondió tras la espalda de Shoichi, temblando del miedo.
Sin ninguna razón aparente, Inosuke paró en seco, observando con incertidumbre como los niños terminaban de enterrar varios cadáveres y colocaban rocas encima.
—¿¡Qué estáis haciendo!? —cuestionó de forma enfurecida
—Enterrando a los muertos, por supuesto —respondió Tanjirou de forma casual, ya que era algo obvio—. Deberías ayudar, hay bastante gente que fue asesinada en la casa.
—¡No tiene sentido el enterrar restos de organismos vivos! ¿¡Quién acaso pensaría eso!? ¡No te voy a ayudar! —anunció Inosuke con solemnidad, cruzando los brazos sobre su pecho dando a entender que no iba a cambiar de opinión.
Una sonrisa astuta se hizo paso hacia los labios de Ayaka. ¡Podía utilizar su plan ahora!
—Dime, Inosuke, ¿te interesaría enfrentarte a mí? —le dijo Ayaka acercándose a él con seguridad. Echar sal en la herida abierta, aprovechar su punto débil. Iba a caer seguro, antes siquiera de que él fuese consciente de ello.
Sus palabras parecieron llamar su atención, porque se giró a ella, observándola de forma atenta.
La sonrisa de Ayaka se ensanchó ligeramente.
«Ha picado», pensó con malicia.
—Pero no podemos pelearnos, con o sin espada, así que tengo otro reto para medir nuestra fuerza, ¿quieres participar? —continuó de forma melosa, convirtiendo tanto sus palabras como su voz en algo dulce como la miel, intentando guiarle hacia donde ella quisiese, aunque ya le tuviese entre sus redes.
Había aprendido cosas de Takeshi, seguía acordándose de él, y en vez de dejar que se quedase como un recuerdo que la persiguiese durante toda su vida, sacaría de él todo lo que pudiese.
Porque a cambio de todo lo que le había robado, ella tomaría prestada su fuerza y superaría a su fantasma.
Era lo único... que podía hacer.
—¡Cualquier cosa! ¡Lo que sea! ¡Solo sé que te venceré! —proclamó Inosuke con carcajadas graves que parecían cacareos.
—¡A-chan! No creo que sea buena idea, ¡ese tío está loco! —le advirtió Zenitsu, aun sin dejarse entrever detrás de la espalda de Shoichi.
Ayaka sacudió su preocupación sin demasiada importancia.
—No te preocupes, te aseguro que no perderé —anunció Ayaka de forma optimista, pero Zenitsu seguía pareciendo inquieto a pesar de todo—. Solo haremos una pequeña competición de pulsos, nada más.
—¿¡Y tú no tienes nada que decir sobre esto!? ¡Ese lunático va a matar a A-chan! —dijo Zenitsu en dirección Tanjirou, que observaba la situación con tranquilidad.
—Es una competición amistosa, no sé por qué te preocupa tanto —dijo Tanjirou en respuesta con un encogimiento de hombros, sin alguna preocupación en el mundo—. Además, Aya es muy fuerte, no creo que Inosuke pueda vencerla.
Eso solo pareció enfurecer aún más a Inosuke, que pegó un grito empapado en ira. Si se fijaba, Ayaka podía ver como sus venas se marcaban en su frente en signo de puro enfado.
No era algo demasiado bonito de ver, a decir verdad.
—¡Hagámoslo de una vez, voy a derrotarte! ¡Voy a derrotarte de una forma tan aplastante que no podrás alzarte nunca de las cenizas de tu vergüenza y humillación! —gritaba Inosuke de forma histérica, apuntándola de forma amenazadora con su puño. Un poco más y parecía que iba a darle un golpe con todas sus fuerzas.
—Claro, pero a decir verdad, no me importa nada esta competición —empezó Ayaka de forma inocente. (En realidad sí que le importaba aquella competición, seguía molesta porque fuese más guapo que ella)—. Así que para sacarle algo de provecho, si gano, tendrás que prometer que nos ayudarás a enterrar a todos los cuerpos en la casa. Sin embargo, si tú ganas puedes poner las condiciones que tu quieras y yo las obedeceré sin queja alguna, ¿te parece bien?
Inosuke la ojeó de forma sospechosa, pero al final aceptó sin problema, estrechando la mano que le extendió con un entusiasmo teñido de imprudencia.
—¡Esto va a ser lo más fácil que he hecho en mi vida! ¡Con esos brazos finitos tuyos seguro que ni eres capaz de- —se interrumpió de forma súbita al observar como Ayaka se quitaba su haori y se lo ofrecía a Shoichi, dejando al descubierto sus tonificados brazos.
Había pedido expresamente que modificasen las mangas de su uniforme para dejar al descubierto sus brazos y que el mundo pudiese ver lo musculosos que habían llegado a ser.
A la porra si la gente pensaba que era arrogante, había trabajado mucho para tener la fuerza que tenía ahora y se mimaría a sí misma aunque fuese solo con aquel pequeño detalle.
Inusualmente animada, Ayaka se dirigió a la primera roca que vio, apoyando su codo en él mientras esperaba a que Inosuke siguiese sus pasos.
—¿Es que vas a rendirte? —provocó a posta a Inosuke, que no tardó en dirigirse hacia ella en un estallido de ira—. Ya me parecía raro. Kiyoshi, haznos el favor de contar hasta tres para que sepamos cuando empezar, anda.
El chico asintió, tan servicial como su hermana Shoichi, y se preparó a un lado de ellos para empezar cuando fuese preciso.
—¡Que sepas que voy a ganarte, chica estúpida! —anunció Inosuke mientras entrelazaba la mano contra la suya, apretando con demasiada fuerza.
Ayaka solo le sonrió, mientras Zenitsu seguía insistiéndole a Tanjirou que iba a matarla y que se quedaría sin posibilidad de casarse con ella porque no podía hacer algo así si estaba a cuatro metros bajo tierra.
Kiyoshi empezó entonces su cuenta atrás.
“3”
—Me llamo Ayaka Iwamoto, procura recordarlo, Inosuke Hashibira —se presentó, dándole un apretón igual de fuerte a su mano que el que él le estaba dando.
—¡Sea como sea, Alana Yamamiko! ¡Cuando la cuenta llegue a uno, te derrotaré! —siguió alardeando Inosuke ruidosamente.
«Eso no se acerca en nada a mi nombre», pensó Ayaka con obviedad.
“2”
—Dime, Inosuke, ¿serías capaz de mover aquella roca de ahí? —preguntó, ignorando que la había llamado por un nombre claramente incorrecto, mientras señalaba hacia el pedrusco más grande en el claro—. Porque yo sí.
“1”
A Inosuke le faltó tiempo para contestar, pues la mano de Ayaka hizo que tanto su mano como su cuerpo se aplastasen contra la roca con tanta fuerza que la rompió, dejando a un mudo Inosuke en el suelo, entre restos de piedra y polvo.
Su cara era, ciertamente, graciosa de ver. Parecía que ni podía creérselo, mirándola con ojos asombrados y la estupefacción clara en sus rasgos faciales.
—Parece que yo gano —declaró Ayaka sacudiéndose un polvo que no estaba allí de las manos, casi sin poder evitar soltar unas risas burlonas.
El sabor de la victoria era como un postre delicioso en su boca, y la sensación hizo que no tardase en aparecer una sonrisa orgullosa.
«Eso te pasa por ser más guapo que yo», pensó con satisfacción.
—Eso ha sido impresionante, Aya —comentó Tanjirou, que no estaba muy lejos de ellos, habiendo observado todo con cierta calma característica en él—. Aunque creo que te has pasado un poco.
Zenitsu solo podía observar atónito la escena, temeroso por su vida, mientras los niños se quedaban boquiabiertos, anonadados a la par que eufóricos.
Inosuke no tardó en recomponerse, volviendo a la carga con un nivel de voz más alto que nunca.
—¡Me da igual que hayas ganado, Akira Kawaiji! ¡No pienso ayudaros a enterrar a cosas muertas! —continuó chillando, maldiciendo un nombre que no era el suyo—. ¡Puede que des miedito, pero no por eso voy a hacerte caso, mujer del demonio!
Ayaka iba a replicar, pues habia ganado de forma limpia y debería cumplir su promesa, pero Tanjirou la interrumpió.
—Debe ser porque aún te duelen las heridas, por eso no quieres ayudar, ¿cierto? —intentó adivinar con compasión, y Ayaka no sabía si lo estaba haciendo para manipular a Inosuke o de verdad pensaba eso, porque estaba muy lejos de la realidad. Al menos por la expresión contrariada en la cara, que parecía que iba a saltar a atacarle en cualquier momento—. ¡No pasa nada! Todos tenemos diferentes niveles de tolerancia al dolor, y la labor de enterrar gente es agotadora, hay que cavar agujeros después de sacar a la gente de la casa, Ayaka, Zenitsu y estos niños son capaces de hacerlo, así que no te preocupes.
«Eso no era a lo que se refería», pensaron casi en sincronía Shoichi, Kiyoshi y Ayaka, dándose cuenta de lo ingenuo que podía ser Tanjirou a veces.
—Deberías tomarte un merecido descanso, Inosuke —terminó Tanjirou de forma gentil, sonriendo con su usual amabilidad.
«De verdad no se da cuenta», pensó Ayaka, sin saber si sentir asombro o decepción.
Aquello fue la gota que colmó el vaso, porque Inosuke soltó un grito irritado y acabó por perder la chaveta, al menos lo que parecía, porque realmente lucía como alguien enloquecido.
—¡No me subestimes! ¡Soy mejor sepulturero que cualquier otro! ¡Incluida tú, Akami Momotaro! —gritó, señalando a Ayaka para remarcar sus acusaciones—. ¡No importa si son cien o doscientas personas, puedo enterrar a todas!
«Ha confundido mi nombre de nuevo, y eso que le dije que se acordase», pensó Ayaka con cansancio.
Al final, Inosuke acabó ayudándoles a enterrar a los muertos.
Notes:
Se podría decir que Ayaka está,,, mamadísima.
Por fin se han reunido los cinco! Es todo un desastre, eso seguro, y no puedo esperar a desarrollar más sus dinámicas.
Últimamente he estado escuchando la banda sonora del anime, y eso ha hecho que me pregunte, ¿como sería el tema de Ayaka? Pensé que sería con instrumentos de percusión para señalar su grandeza, pero al final tendría toques de violín con las notas más altas para hacerlo sentir nostálgico. Como Zenitsu dijo, un sonido triste pero a pesar de todo suena con fuerza, o puede que parecido al tema de Madoka Magica, "Magia" de Kalafina, ya que tiene esos tonos demoníacos característicos de la música del anime de Kimetsu y violines e instrumentos de cuerda similares que se complementan muy bien.
Y aquí está! últimamente estoy más animada escribiendo en concreto esta fic, creo que porque ya está empezando a tomar la forma que realmente quiero que tenga y no puedo evitar emocionarme, así que un capítulo más pronto de lo que suelo escribir! Espero lo disfrutéis tanto como yo lo hice escribiendo. Este tampoco lo he editado mucho porque es ya muy tarde y aunque quisiese mis ojos están cansados, ¡así que disculpas por mi impaciencia!
He estado leyendo Beastars, realmente tiene un gran desarrollo de personajes elaborados y una trama bien escrita, así que la recomiendo mucho! Ya que menciono Beastars, por si os interesa siempre tengo en mente Tokyo Ghoul cuando escribo o desarrollo personajes, Ishida hace tan fantástico trabajo con todos y cada uno de ellos que no puedo evitar admirarle por ello e intentar seguir su ejemplo en cuanto a escritura de personajes redondos se refiere, están tan bien definidos y desarrollados, mezclándose tan bien con los conflictos a su alrededor y dentro de ellos que realmente me emociono solo de pensarlo! Espero algún día ser tan bueno como él.
Seguiré esforzándome al máximo, gracias por vuestros comentarios, votos o kudos! De verdad me hacen muy feliz, espero tengáis un buen día!
Chapter 10: Las puertas al infierno están en el mar
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
—¿Seguro que podemos estar aquí hasta que nos recuperemos? ¿Sin pagar nada? —cuestionó Ayaka en voz alta, sin quitar la vista del emblema de la puerta a la que les había guiado el cuervo de Tanjirou.
Un emblema morado compuesto por glicinias, era el símbolo que para cualquier cazador de demonios significaba descanso y curación. Había oído alguna vez que la familia portadora de aquel emblema alojaba y prestaba sus servicios a todos aquellos cazadores de demonios que necesitasen ayuda, ya fuese después de una larga pelea o para solamente tener un sitio donde dormir.
Aun así, le sabía mal entrar en la casa de unos desconocidos. Y más todavía la idea del trato especial que le daban, aunque fuese una idea atractiva, solo pensar en que las personas del servicio de aquella casa la viesen casi como si perteneciese a alguna familia rica mandaba escalofríos por su espalda. Estando acostumbrada a la vida humilde, todo aquello a Ayaka se le hacía ciertamente incómodo.
—¡Los heridos descansarán hasta estar completamente curados! ¡Caw! ¡Descansar, descansar! —contestó a su pregunta el cuervo de Tanjirou a graznidos, cuyo dueño lo sostenía en sus manos.
—¿Eh? ¿Podemos descansar? —preguntó Tanjirou, lo que hizo a Ayaka levantar las cejas en sorpresa.
—No me digas que has estado luchando herido todo este tiempo —comentó con tono pesado, cruzándose de brazos mientras dejaba que su propio cuervo se posase en su hombro y se miraban mutuamente, como si los dos compartiesen un mismo pensamiento sobre Tanjirou y su cuervo. “Irresponsables”.
El enfado que había pillado con su cuervo no había durado demasiado, como era normal, le había perseguido y gritado durante varios minutos hasta que habían llegado a un punto común, y aquel era que los dos tenían hambre.
Un cazador de demonios no podía desobedecer las asignaciones de misiones de su cuervo, y si hubiese querido, el suyo podría haberla mandado a una misión cercana como venganza porque quisiese convertirle en sopa, pero había una mejor solución que hacía felices a las dos partes. El cuervo la mandaba a la casa del emblema de las glicinias (a pesar de que no estaba herida), y ella no le convertía en sopa. A parte de que le ofreciese también una parte de sus sobras, porque claro, él tenía tanta hambre como ella.
Y en silencio y con suavidad, apareció una anciana, abriendo por fin la puerta de la casa del emblema de las glicinias que con tanta atención había mirado Ayaka.
Era una anciana que parecía muy mayor, pequeña y menuda con un gran moño en la cabeza tintado por canas de color grisáceo plateado, como hierro nuevo, del tipo que solo era posible ver en las grandes ciudades ya que el hierro en los pueblos estaba siempre cubierto por unas costras de tono marrón semejante al cobre, como una maldición ancestral que llevaba mucho tiempo vigente y solo se podía romper con un beso de amor verdadero.
Nunca antes le había preocupado a Ayaka el amor romántico, pero se preguntó si sería capaz de romper las costras del hierro viejo si les daba siquiera una pizca de amor, si de algo feo y difícil de mirar pasarían a ser tan relucientes y a albergar la Luna como los hierros de la gente rica, que podía permitirse tantos lujos sin necesidad de romper ninguna maldición. Se preguntó si sería siquiera ese tipo de maldición.
La anciana les miró con cierto aire perturbador, como de aquellos que saben cosas que uno no y solo se limitan a observar airosamente como uno termina con un destino final trágico. Fuese la anciana un ser sobrenatural que hubiese vivido miles de años, habría cumplido con la imagen que a Ayaka le transmitía, pero al fin y al cabo ella solo era paranoica y la anciana era una simple anciana que les miraba con amabilidad, lo que no sabía era si se trataba de una amabilidad forzada, propia de criados acostumbrados a servir en casas tan grandes como aquella, o si de verdad buscaba el bienestar de la gente a la que cuidaba.
Aun así, a Ayaka ver a aquella señora tan vieja y tan imperturbable no le transmitía seguridad.
—Entrad —saludó la anciana, apenas asomándose por la puerta. Era muy pequeña.
—Sentimos molestarla tan tarde —le dijo Tanjirou a la anciana, pareciendo particularmente angustiado.
Detrás de Ayaka, aferrándose a sus hombros, Zenitsu empezó a temblar con solo echarle una mirada a la señora. Ahora que no tenía a Shoichi (aun seguía creyendo que era él quien había matado a aquel demonio, en vez de darse cuenta de que era un niño de apenas trece años sin ningún tipo de entrenamiento) se apegaba a Ayaka con toda su voluntad, pues después del incidente con Inosuke había quedado claro, como algo que todos sabían sin necesidad de decirlo en voz alta, que ella era la más fuerte de todos. Así que Zenitsu, naturalmente, no tenía otra cosa que hacer que esconderse detrás de ella.
—Es un monstruo... ¡es un monstruo! —murmuraba en pánico Zenitsu, mientras alternaba entre resguardarse tras Ayaka o mirar a la anciana sobre su hombro.
Un recriminatorio “¡Oye tú!” vino por parte de Tanjirou, no era algo respetuoso ir por ahí llamando monstruos a las ancianas, pero a Ayaka no le podía importar menos.
—¿Monstruo? —se preguntó a sí misma en voz alta ladeando la cabeza, mientras inspeccionaba a la anciana con más atención—. A mí no me parece un monstruo. Solo es una señora rarita.
Otro “¡Oye, tú también no!” en forma de reprimenda vino en su dirección esta vez, a lo que Ayaka rodó los ojos perezosamente. Tenía sueño.
—Son cazadores de demonios, ¿verdad? —preguntó la anciana, luego inclinándose ante ellos en señal de respeto—. Por favor, pasen.
—Parece débil —murmuró Inosuke mientras le daba un golpecito con el dedo en la mejilla al pasar a su lado para probar sus sospechas.
Con ojos pesados y medio cerrados por el sueño, Ayaka pasó también por el lado de la anciana, mandando en su dirección un asentimiento empapado en respeto por mera cortesía. Si había algo que quisiese hacer, era cenar y dormir, ignorar a Tanjirou, Inosuke y Zenitsu y partir temprano a cualquiera que fuese la misión que su cuervo le asignase.
Inosuke, al contrario que Zenitsu (que había ya convertido en hábito permanente el pegarse a ella en todo momento), no causaba demasiados problemas. Se limitaba a lanzarle miradas nerviosas fácilmente ignoradas y a mantenerse a cierta distancia de ella. Sí que le había intimidado para que estuviese de aquella forma, parecía que ahora solo se dedicaba a molestar a Tanjirou, a dar cabezazos a los árboles y a intentar romper rocas con sus manos.
Por lo demás, no se acercaba mucho a ella, así que estaba medianamente contenta con él, seguía siendo extrañamente ruidoso y bizarro, porque parecía no enterarse de nada, pero conseguía lidiar con ello.
Les hubo ya la anciana guiado hasta la cena, vestidos con mudas limpias y aseados, Ayaka parecía un muerto viviente que solo vagaba por ahí con ojos medio cerrados.
Apenas jugando con su comida y sin darle atención a que Inosuke se la estaba robando a puñados, con manos grasientas y bruscas, ignoró la forma en la que su cuervo le picoteaba a la mano, esperando con ansias que le diese aunque fuese un trozo del tempura que la anciana había preparado para cenar aquella noche.
—Aya, ¿estás bien? —preguntó Tanjirou, mientras le pasaba a Inosuke uno de los platos de su ración, que, aún enfadado, se resignó a comer de forma furiosa. Había estado intentando provocar a Tanjirou para que pelease con él de nuevo, ¿no era así? Pero Tanjirou nunca se enfadaba con nadie, Ayaka lo sabía más que nadie. Debía ser por esa frente suya tan dura, que no dejaba que las cosas pasasen a su cabeza.
Ella solo soltó un murmullo, con la mejilla apoyada en uno de sus puños mientras intentaba no caerse de sueño. Todo empezaba a sentirse borroso, era un milagro que lograse escuchar la voz de Tanjirou, y más aún que siguiese en pie.
—Sí —consiguió decir por segunda vez, aunque su voz fuese perezosa y apagada—. Solo tengo... sueño.
Su respuesta no consiguió agitar la preocupación en los ojos de Tanjirou, que permaneció en ellos sin desvanecerse, fijos en ella y su pequeña forma.
—No parece que sea solo eso —continuó Tanjirou, lo cual llamó la atención de Zenitsu e Inosuke, que no tardaron en darse cuenta de su estado, también.
—Tus mejillas están rojizas, ¿es por mí? —intervino Zenitsu cuyas mejillas había de repente adquirido un casi invisible tono rosado, tan equivocado como con la chica del día anterior.
—No, Zenitsu, no es por ti —murmuró Ayaka en tono molesto, tocándose las mejillas con cierto tambaleo en sus movimientos para confirmar que, de verdad, estaban empezando a calentarse, y no solo sus mejillas.
«Si enfermo, eso será un problema, y más aquí, y con estos tres», pensó, casi con cierta pizca de preocupación que picoteaba insistentemente al fondo de su mente.
Hacía ya mucho que no enfermaba, al menos, para ella, pues no había estado enferma desde hacía un mes. Tendía a caer en cama cada vez que se esforzaba demasiado, aunque su resistencia había mejorado en los últimos años, sería algo de lo que no podría librarse.
«Debería dormir e ignorarlo, y por la mañana estaré mejor, no sería bueno que Zenitsu entrase en pánico ni que Tanjirou se mantenga revoloteando alrededor de mí, como el terco mocoso que es», pensaba, siendo ella, también, una terca mocosa.
Levantándose, Ayaka se dirigió hasta la puerta, sin olvidarse de dejar en el suelo una ración para su cuervo e ignorando las ofertas de Tanjirou de llevarla hasta su cuarto, que era uno distinto al suyo, pues ella era una chica y la anciana no dejaría que durmiese con los demás, por alguna razón. Aun así lo prefería de aquella forma, así no tendría que verles más, lo cual era un alivio.
Seguía sin entender por qué Tanjirou seguía intentando mantenerse a su lado. Había dejado en claro que no le quería cerca, y hasta él había dicho que obedecería sus deseos, pero no parecía que lo estuviese haciendo.
Sin previo aviso, la anciana apreció de golpe en la puerta, acompañada por un señor con bata blanca y nariz picuda que portaba un maletín de cuero a su lado.
—Me he dado la libertad de hacer venir a un doctor, para que les trate las heridas —explicó la anciana. Ayaka intentó esquivar a la anciana y al hombre con rapidez, diciendo que se iría a la cama, pero la anciana no la dejó ir, agarrándola por la mano y arrastrándola dentro de nuevo.
—El doctor revisará a todos los cazadores de demonios —anunció, sin soltar la mano de Ayaka mientras ésta se revolvía constantemente con intención de hacer que la soltase, sin éxito.
—Yo estoy bien, tengo sueño así que déjeme dormir, de quien debería preocuparse es de esos tres, ¡suélteme y deje que me vaya! —protestó Ayaka una y otra vez, pero el agarre de la anciana era inquebrantable.
—El doctor revisará a todos los cazadores de demonios —insistió de nuevo con más fuerza esa vez, casi de forma dura, y, con un tirón, hizo que se sentase al lado de Tanjirou, que la ojeaba con una rara expresión de satisfacción.
Ayaka le lanzó una mirada fastidiada, sintiendo como su ceja se crispaba una y otra vez en un tic nervioso, pero eso no hizo que la sonrisa de Tanjirou flaquease.
El bastardo lo estaba disfrutando demasiado.
—Vale, pero que sea rápido, quiero irme a la cama cuanto antes —se resignó al fin Ayaka, cruzándose de brazos, derrotada.
—¡Seguro que puedo irme a la cama antes que tú! —retó Inosuke a gritos desde el otro lado de la habitación.
—¡Ahora no es momento para eso, maldito cerdo! —replicó Ayaka, que aunque empezaba a ver puntos negros en su visión, hizo el amago de levantarse en dirección a Inosuke, alzando un apretado puño en su dirección como amenaza.
Eso pareció hacer a Inosuke retroceder, o puede que fuese el doctor, que agarrándole por los hombros hizo que volviese a sentarse en el suelo con un seco golpe.
Para cuando el doctor hubo llegado a Ayaka, había confirmado que los otros tres tenían como mínimo dos costillas rotas, y que deberían pasar varios días de descanso para curarse.
«Eso les pasa por irresponsables», pensó Ayaka con amargura en su voz y solemnidad pintando su actitud. Todos ellos eran estúpidos, por eso se habían hecho daño, en cambio ella estaba perfectamente. Podría decir eso, si no sintiese la habitación dar vueltas.
El doctor se arrodilló ante ella, y Ayaka le miró con fiereza, intentando intimidarle porque ella no necesitaba que ni la chequease ni que le hiciese nada. Solo necesitaba una buena noche de sueño y estaría bien. Ni que tuviese siete años.
Eso pareció asustarle, porque sus hombros se tensaron, casi imperceptible, pero podía verlo. En su camino a revisar sus latidos, la forma en la que sus dedos temblaban levemente, bajo la fuerza de los vientos helados de su mirada. Sin embargo, hizo todo lo que pudo por ignorarla y comprobó sus latidos.
“Son un poco lentos” anunció en voz alta, como si fuese algo que Ayaka no supiese. Se había llevado más de la mitad de su vida bajo los atentos cuidados de los médicos, ya sabía que su corazón tendía a latir más lento cuando empezaban a mostrarse los primeros rastros de una fiebre, pero prefirió no mencionarle ese detalle.
De alguna forma era familiar, la forma en la que tocaba con cuidado su cuerpo y observaba con cautela sus signos vitales, revisando su temperatura, anotando la forma en la que respiraba pesadamente. Casi hizo que Ayaka sintiese nostalgia, con un fuerte “pang” al corazón, por un momento echó de menos a Nozomi y a Tamaki, los padres de Kobayashi, pero ellos ya no estaban, y ella tendría que ver a otros médicos.
Seguía siendo raro que no fuesen ellos quien la cuidasen, pero debería haberse acostumbrado hasta ese punto.
Separándose finalmente de Ayaka, el doctor guardó sus instrumentos médicos en su maletín. El leve miedo había desaparecido ya de su sistema, y sonreía, más que satisfecho con su trabajo.
—Sí que tienes una mirada asesina, seguro que matas a muchos demonios con ella, ¿no? —intentó bromear el doctor, a lo que solo recibió un sonido parecido a un ladrido fastidiado—. Tienes fiebre, no es grave, pero deberías descansar durante estos días y tomarte esta medicina por las mañanas.
Al decir aquello le pasó a sus manos un bote que olía a algo familiar, y Ayaka lo olisqueó con curiosidad.
«Camomila... y una pizca de miel, seguro que la ha añadido para darle un sabor dulce»
Sin soltar la medicina, Ayaka desvió su atención al médico, que seguía en el mismo sitio, mirándola con una clase de curiosidad que no sabía identificar.
—Yo no me pongo enferma —mintió descaradamente, intentando sonar todo lo veracea que podía sonar soltando tal afirmación—. Así que llevese su medicina y- ¡AH!
Sin escucharla, el doctor agarró su pie izquierdo y lo levantó a la altura de su cara, para poder inspeccionarlo mejor. Provocando que, inevitablemente, ella cayese hacia atrás en un parpadeo y que la cabeza de Ayaka se golpease estrepitosamente contra el suelo.
—Hmmm —murmuró el doctor para sus adentros, inspeccionando su pie y moviéndolo, de un lado a otro, de izquierda a derecha, adelante y atrás.
Eso provocó que una onda de dolor pasase desde su pie a través de toda su pierna, y Ayaka soltó un chillido ahogado, con puños apretados y pequeñas lágrimas amenazando escapar de las comisuras de sus ojos.
—Lo que me temía, te has hecho daño en el tobillo. Tenías una leve cojera cuando intentaste irte, por eso pude notarlo —explicó el doctor, al fin soltando su pie debido a que Ayaka se revolvió de su agarre. Pero no le dio importancia, había terminado su trabajo cuando lo hizo. Aun así continuó indagando—. ¿Aterrizaste de una mala manera o te diste algún golpe?
Ayaka retrocedió de forma defensiva, oyendo como Tanjirou le preguntaba, con esa amabilidad suya entrelazada entre sus palabras, que si le dolía mucho.
Zenitsu se acercó, también. Quería saber qué era lo que le había hecho daño, y Ayaka no sabía si era por pura curiosidad o por si estaba, de verdad, preocupada por su bienestar.
—¿Te hiciste daño en el pie? ¡Deberías habérmelo dicho, hice que me llevases todo el camino hasta aquí en tu espada! ¡Así no podré casarme contigo, y yo no seré un buen marido y no puedo hacer eso! —. El gesto le pareció a Ayaka, a su manera, dulce, pero no pudo evitar expresar el asco en su rostro, por alguna razón, hacía que sus entrañas se revolviesen cuanto más acercaba Zenitsu su cara a la suya.
Era verdad que ella le había llevado en su espalda hasta allí, así era más fácil que no persiguiese a Shoichi hasta su casa y Tanjirou no tendría que cargar con él y Nezuko. Cuando llegaron al punto donde tenían que separarse, por alguna razón Shoichi la abrazó, envolviendo sus brazos con fuerza a su alrededor, como si ella fuese alguien merecedor de su respeto o su cariño, aunque la misión hubiese sido un total fracaso y les hubiese perdido de vista a él y a Zenitsu. También le dijo que le escribiría, sin ninguna razón aparente, y eso solo hizo las cosas más confusas en su mente. (Los dos, ella y Shoichi, intentaron ignorar a Zenitsu, a quien Ayaka con todos sus esfuerzos intentó mantener en su espalda para que no siguiese a Shoichi).
Toda aquella atención hacía seriamente que se confundiese, ni siquiera le había prestado atención al cada vez más latente dolor en su pie, sin saber cuando o dónde se había hecho tal herida.
—No... lo sé, ni siquiera lo notaba —confesó Ayaka al doctor, aunque sin parar de robarle miradas de soslayo a Zenitsu—. ¿Puedo irme a dormir ya? Estoy cansada.
Esa vez dirigió su mirada a la anciana, que solo le lanzó un asentimiento.
Con varios “buenas noches” a sus espaldas, que ella no se dignó a responder, partió hacia su habitación con la idea en mente de dormir. Mucho.
Esa noche tuvo sueños raros.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Estaba sola, en un gran mar de color azul intenso. Se estaba ahogando, a merced de las olas que la lanzaban de un lado a otro sin ningún tipo de misericordia.
No sabía nadar, porque nunca la había enseñado, y solo podía intentar mantenerse a flote de la única manera que se le ocurría, aun así no era suficiente.
Boqueaba cuando podía para intentar mantenerse con vida, se hundía de nuevo, empapada y con desesperación, volvía a asomar la cabeza entre las olas, boqueaba más y se hundía. Sin parar, en un ciclo sin fin, empezaba a formar parte del océano, y el océano parte de ella. Sus pulmones se llenaban de agua de la que desconocía su sabor, porque nunca antes lo había visto, pero seguía siendo aterrador, un lago enorme, con kilómetros y kilómetros de agua hacia todas partes, sin oportunidad alguna de aferrarse a algo para mantenerse a flote o tocar siquiera el fondo, estaba en una zona desconocida todo el tiempo.
Por un momento creyó ver a sus padres, pero volvió a hundirse y los perdió de vista.
La próxima que volvió a asomar la cabeza, se encontró con sus padres cara a cara. Ellos sí sabían nadar, mientras que a ella nunca la enseñaron, e iba a ahogarse por ello. La observaban complacientes, a salvo y con alegría, sonrisas pintadas en el rostro. Ofrecían sus manos hacia ella y la llamaban con sus dulces voces.
“A-chan, A-chan, ven con nosotros, te queremos, ¿por qué no vienes?”
Pero por más que lo intentase Ayaka no era capaz de llegar hasta ellos, y se hundía más y más, y las posibilidades para tomar aire se volvían cada vez más escasas.
La silueta de sus padres fue borrada por las olas, aunque intentase extender sus manos hacia cualquier cosa, no había nada para sostenerse, y al final se rindió, dejando que la oscuridad del mar se la comiese como si fuesen las fauces de una bestia.
Entonces vio a Takeshi
El mar había desaparecido, y ella tenía once años de nuevo y estaba de vuelta en el fuego, en las ruinas de lo que una vez fue la casa de los Kobayashi.
Con una espada que no sabía usar en manos temblorosas apretada contra su pecho y el olor a carne quemada, cenizas y sangre inundando sus fosas nasales, que se sentían abrumadas por tan intensos olores.
—Aya-san, no puedes esconderte de mí —la llamó con tono cantarín, casi fanfarrón. Sabía que tenía la ventaja, y disfrutaba haciéndolo saber, que él era superior a ella, que la tenía bajo su control—. Yo fui quien planeó todo eso, es fácil manipular a los niños para que alejen a uno que es diferente, aunque Yuu lo hizo solo. Además, era divertido verte a ti sufrir, ver hasta cuando podías llegar. Era más interesante que matar ratas o insectos.
Ella estaba temblando, no sabía si del miedo o la ira fluyendo por sus venas como veneno.
Se apretó más contra el tronco del árbol medio quemado tras el cual se estaba escondiendo, sintiéndose paralizada, sintiéndose débil, sintiéndose inútil.
Creyó que podría hacer algo, creyó que podría hacer algo, pero no era capaz de hacer nada, con una espada que no servía en manos inexpertas y un cuerpo que se dañaba con el leve movimiento de la brisa, creía que podría hacer algo, ante aquel mundo tan grande y tan cruel que ella habitaba. Como intentando contradecir el destino, era de chiste.
—Aya-san, vamos, sal de una vez. Sabes que no puedes huir de mí, sé tu secreto —provocó Takeshi, como colocando el cebo delante de una de sus presas.
Estaba loco, loco de remate. Lo estaba disfrutando, como si fuese un psicópata.
Ayaka no se movió, esperaba que su muerte al menos hubiese servido para que Yuu pudiese escapar, que los aldeanos pudiesen huir mientras ella hacía lo que fuese por mantener a Takeshi allí, o al menos lo que una vez fue Takeshi.
No era un humano, estaba segura de ello. ¿En qué clase de criatura se había convertido? Eso no lo sabía.
—Querías ser parte de algo más grande que tú, ¿a que sí? Porque te sientes pequeña y débil ante este mundo, ¡y lo eres! —continuó Takeshi, y Ayaka podía oír como su voz se acercaba peligrosamente a la zona en la que se escondía, dando vueltas a su alrededor—. Ha sido una delicia observar tu sufrimiento estos últimos meses, pero no te preocupes, yo sé como te sientes. ¿Disfrutabas la forma en la que te humillaban? Sí, yo sé que sí, porque te hacía sentir que eras parte de algo, esa sensación de pertenecer, yo la conozco muy bien.
De repente, la cara de Takeshi apareció por el lado izquierdo de Ayaka, y ella pegó un salto asustado hacia atrás y apuntó su espada hacia él. El temblor se volvía más fuerte, y el brillo de la Luna en el filo de la espada no hicieron que la sonrisa de Takeshi se tambalease.
En cambio, con un gesto seguro, agarró las manos de Ayaka con fuerza, que cabían con facilidad entre una de sus manos. Se acercó más a ella hasta que su espada estuvo en el filo de su cuello.
—Para matarme tendrás que cortar mi cuello, monada, es la única forma de hacerlo, de matar a un demonio. Pero no lo harás, no tienes las agallas suficientes —. Apretó su agarre en las manos de Ayaka con un tipo de fuerza aplastante, el tipo de fuerza de algo no humano. Sus ojos la animaban a que lo hiciese, a que de verdad cortase su cabeza, pero Ayaka solo pudo continuar observándole con terror.
—No te preocupes, no tienes por qué estar asustado de mí, no voy a hacerte daño —. Diciendo eso se acercaba más y más, agarrando con su mano libre un mechón de su pelo en el proceso y admirándolo con complacencia—. ¿Sabes? Mi padre solía pegarme, hasta el momento en el que le maté, hará apenas unas horas. Decía que era porque así me mantenía controlado, pero sé que estaba mintiendo, era porque le gustaba verme sufrir. Pero no le guardo rencor, le entiendo, yo soy igual que él —entrelazó más el mechón de pelo de Ayaka entre sus afilados dedos, remarcados en largas y puntiagudas garras que brillaban bajo la noche—. Él me hizo más fuerte, como yo he hecho contigo, ¿no crees? ¡Has hecho algo! Por una vez, has peleado de vuelta, impresionante. Aunque puedes estar tranquila, estando conmigo no tendrás que hacer nada.
Respirando temblorosamente, Ayaka solo tuvo el valor suficiente como para soltar un “lo siento, por lo de tu padre”.
—No importa ahora, de nada sirven las disculpas, lo único que me importa eres tú —. Estaba olisqueando su pelo, casi abrazándola, tan cerca que si hubiese tenido una respiración, habría chocado contra su mandíbula. Aseguradas sus manos en su agarre, procuraba que la espada no dejase su lugar en el lado derecho de su cuello, del que solo salía más sangre—. Nuestros intereses se alinean, yo me he convertido en parte de algo más grande, soy más fuerte ahora. Me he convertido en un demonio, y le ayudaré a Él a cumplir sus metas. Ven conmigo, nos completaremos el uno al otro.
Un chorro de sangre empezaba a caer por el cuello de Takeshi. Era enfermiza y asquerosa, negra como ella se imaginaba que serían las aguas del infierno. La espada seguía presionada contra su cuello, pero Ayaka no tenía la fuerza de voluntad suficiente para atravesarlo.
—No lo entiendo —murmuró Ayaka casi al borde de las lágrimas, sin saber quien era Él o por qué Takeshi la había elegido a ella o cómo se había convertido en un demonio, como él se había llamado a sí mismo. Mientras Takeshi solo hacía que sus cuerpos estuviesen aun más cerca. Se sentía asqueada, solo con tocarla las náuseas aparecían sin control. Era repulsivo, tanto él como su toque áspero.
—No pasa nada, ¡ni siquiera tienes que convertirte en un demonio como yo! —. Con vehemencia, continuó, sin soltar su mechón de pelo y jugando con él como un gato lo hace con una bola de lana. Encontrándola extrañamente atrayente y divertida—. Tu humanidad es lo que me gusta de ti, tu vulnerable delicadeza. Te mantendré con vida como mi mascota humana, porque yo te necesito y tú me necesitas, sé que estás pensando lo mismo que yo, te daré todo el poder que quieras fusionándote conmigo, seremos perfectos. Así podrás asegurar que ni Yuu ni tu familia resulten heridos y todo el mundo gana. ¿No es eso lo que quieres, mantener a tus seres queridos a salvo?
Ayaka solo se atrevió a tragar saliva con miedo, porque no era capaz de pensar. Hacía rato que las lágrimas habían conseguido viajar libres por sus mejillas, haciendo que sus ojos quemasen y que se formase en su garganta un bloqueo doloroso.
—Me costó encontrar la clave, pero por fin encontré lo que te mueve —. A ese punto estaba directamente abrazándola, a un suspiro de distancia de besar su mandíbula con esos demoníacos labios. Con una sorpresa falsa, continuó—. Son tus seres queridos, ¡quien lo diría! Yo me llevé una grata sorpresa, por decir menos.
Enterró más su nariz en su pelo, tomando una gran inhalación.
—No me gusta como huele tu pelo. Azucenas. Son repulsivas, creo que tendré que hacerte cambiar de jabón —comentó, la alegría simple y mundana de la frase era bizarra en la situación, como si creyese que de verdad eran una simple pareja casada.
El terror se hizo paso hasta el pecho de Ayaka, pesado y frío, pensó en qué pasaría si un ser como en el que se había convertido Takeshi rondaba tranquilamente por el mundo.
Los ojos sin luz de su padre, que ya no le dirigirían más su débil calidez hacia ella, los labios fríos de su madre, que ya no esbozarían sonrisas ni tendrían granos de arroz torpemente pegados a ellos. La espuma saliendo de la boca de Pelusa, con la lengua saliendo levemente de entre sus dientes, que tantas veces la había lamido pidiendo caricias. Los cuerpos mutilados de Nozomi y Tamaki, que no volverían a ir de un lado a otro cuando ella tuviese una fiebre especialmente alta.
Las gentiles manos de Yuu, cubiertas en sangre que nunca más volverían a abrazarla, aunque eso ya había pasado.
Unos murmullos ininteligibles vinieron de Ayaka, que por segunda vez habló.
Takeshi se separó de ella levemente, para dejar de ahogar su voz en su hombro.
—¿Decías algo? No pude oírte, amor.
Con un pulso de repente firme, Ayaka apretó su agarre en el mango de la espada. Furia era lo único que reflejaban sus ojos.
—Voy a matarte —sentenció de forma sepulcral.
Cumplió su promesa, por un momento adquiriendo el valor y la fuerzas suficientes como para que la espada atravesase su cuello y se tiñese del negro de su sangre, oscura y espesa.
La cabeza de Takeshi cayó al suelo, y el mar volvió, pero esa vez los dos estaban allí, en los abismos y los confines del más profundo de los océanos.
No solo ella se ahogaba, sino que la cabeza de Takeshi, que seguía en el suelo marino, parecía ahogarse también.
A pesar de todo, de que se ahogaba y de que tanto su cabeza como su cuerpo empezaban a desintegrarse en polvo. Le sonreía de forma sádica.
—No puedes escapar de mí. Te esperaré en el infierno con impaciencia, Aya-san.
Ayaka le miró también, pero no le sonrió.
—Si voy al infierno, al menos te llevaré a ti conmigo.
Y de golpe despertó, aun con la mente nublada y desorientada, por ambas, la fiebre y su pesadilla. Fue acogida por el techo de madera de la casa de las glicinias y eso de alguna forma la tranquilizó.
Había alguien golpeando insistentemente en su puerta, y sin tener que mirar, ya sabía quién era. Solo había una persona en aquella casa que acudiría a su puerta en mitad de la noche.
Tanjirou Kamado.
Notes:
Ajá, tengo sueño, y examen de historia el lunes, aun así conseguí escribir un capítulo de cinco mil palabras.
No sé como sigo viva. (Son las cinco de la mañana, prácticamente las seis, jaja)
En fin, tuve que acortar este capítulo porque empezaba a hacerse muy largo así que intentaré hacer que el siguiente sea la llamada al mt. natagumo + la introducción al arco. Ah, deseadme suerte.
He estado toda la semana ilusionada con escribir a Takeshi, estuve leyendo artículos sobre el sadismo y lo encontré como un aspecto muy interesante para jugar con él en un personaje, así que sí, Takeshi es literalmente el sadismo personificado.
Y por dios, no le perdonéis porque su padre abusaba físicamente de él, es algo complicado pero NO justifica que fuese un capullo (y un psicópata).
Espero que no decepcione a nadie, estoy deprivada de sueño y mis ojos están cansados, así que aunque sea solo espero que mínimamente este capítulo guste.
Con eso y con todo, ¡buenas noches! Espero tengáis un buen día y disfrutéis de mi trabajo.
Chapter 11: La obligación de un hermano
Notes:
AVISO: Habrá ligeros(? spoilers sobre la backstory de Genya en este capítulo, así que lo digo para los anime-onlys
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
«Eso no fue lo que pasó», pensó Ayaka, hubo una vez salido de su estado adormilado y procesado que aquello había sido un sueño.
¿O sí lo fue? Hacía mucho que no pensaba en ello, los detalles se le escapaban ya, como aves huyendo por un pequeño hueco de una ventana entreabierta, dando aleteos y levantando el viento a su paso, arañándola con sus picos y sus garras en el proceso. No había manera alguna de que se quedasen, de cerrar la ventana, pero ella tampoco quería cerrarla, porque puede que así la abandonasen de una vez, pero siempre volverían... Siempre volverían.
Daba igual la exactitud de los detalles, como si algunas veces ella tuviese una espada en la mano izquierda o la derecha, o si Takeshi la agarraba de la barbilla o acariciese su pelo, todo eran detalles sin importancia. El final acababa igual, con su cabeza en el suelo y las palabras que salían de su boca resonando en su mente.
Que los dos juntos se ahogasen traía cierta calma, porque al menos sabía que si Ayaka se ahogaba, no estaría sola para hacerlo. Pero Takeshi había muerto, ella le había matado, y no había ninguna piedra a la que agarrarse para mantenerse a flote en aquel mar tan inmenso y oscuro, así que tendría que resignarse a ahogarse sola.
Hacía mucho que no sentía que se ahogaba, o podría ser que ya se había acostumbrado a la sensación, pero supuso que era culpa de Yuu, por haber removido de aquella manera un pasado que ella no quería recordar. Yuu tenía la culpa de muchas cosas.
«Kobayashi», pensó de repente. «Kobayashi tiene la culpa de muchas cosas»
Puede que Takeshi hubiese estado loco, pero no se merecía morir, porque él era como ella, los dos se habían criado en el mismo pueblo, con los mismos juegos y con las mismas historias, ¿qué diferencia había entre ellos, entonces?
«Él era un demonio», le susurró la parte más profunda de su mente.
«¿Y qué?», pensó de vuelta. La existencia de Nezuko desechaba todo eso, a lo mejor él podría haberse convertido en alguien como ella, pero su cabeza se había separado de su cuello antes de que pudiese haberlo hecho.
«Estar cerca de Tanjirou durante tanto tiempo me está empezando a afectar», supuso en tono ácido, porque sabía que los demonios no merecían compasión, pero se encontraba dejando pasar por su mente aquellos pensamientos estúpidos.
Apoyándose con un suspiro entre exasperado y cansado en el marco de la puerta, Ayaka la abrió para encontrarse con quien ella correctamente había supuesto.
―No luces muy bien, ¿quieres que llame al doctor? ―. Fue lo primero que Tanjirou dijo al ojearla de forma más consciente, deteniéndose en sus dedos temblorosos y como su cabeza parecía retumbar al ritmo de su corazón, desbocado.
Por una vez, Ayaka admitió en su cabeza que debía verse bastante mal, u horrorosamente horrible. Las dos descripciones servían.
Casi podía imaginarse a sí misma, desvaneciéndose en la puerta, con piel dos tonos más pálidos de lo que solía serlo, ojeras grisáceas bajo los ojos y una brillante y fina capa de sudor como guinda del pastel.
Fue sorprendente que Tanjirou no la tomase por un demonio, porque supuso que no debería parecer humana.
Estaba en un estado fantástico para que él irrumpiese en su cuarto a mitad de la noche.
Completamente genial, simplemente perfecto.
―¿Necesitas algo? ―preguntó en vez de responder, decidiendo saltarse aquella parte de la conversación. Intentó parecer casual y tranquila para alejar la realidad de que estaba a un parpadeo de colapsarse. La garganta picaba al hablar, y esperaba mantener esa conversación lo más corta posible.
Se recordó que ella y Kamado no eran ni amigos ni nada por el estilo, tratándole con la profesionalidad de una cazadora de demonios.
"Parece que os conocéis o algo", había dicho Zenitsu la primera vez que los vio. Y esa no era la impresión que quería dar.
―Es que Zenitsu no para de perseguir a Nezuko, ha decidido que ella será su esposa y ha abandonado sus esfuerzos por ¿cortejarte? Dice que eres demasiado dura para él ―explicó Tanjirou, era sorprendente como su voz nunca dejaba esa pizca de buen humor que siempre llevaba, aunque tuviese a un tipo como Zenitsu acosando a su hermana.
La caja de madera de Nezuko bajó con suavidad por su espalda, dejándola a un lado de su futon.
―Si no hubiese sabido que abandonaría la idea de casarse conmigo hasta que encontrase otra chica a la que molestar, no le habría aguantado tanto ―murmuró ella con ojos medio cerrados, reclinándose progresivamente más y más en la puerta.
No hacía falta pensar mucho para averiguar que Zenitsu era un desastre de sudor, mocos y un alto nivel hormonal, haciéndole propenso a que saltase de chica en chica sin ninguna clase de respeto. Algo despreciable, si se pedía la opinión de Ayaka sobre ello.
―Inosuke está siendo igual de problemático, así que... ―continuó con un carraspeo Tanjirou.
No hacía falta que dijese mucho más para que entendiese lo que quería decir.
―Puedo imaginarlo ―le cortó secamente, con los ojos ya cerrados. Al fin y al cabo, Inosuke... era Inosuke.
Nezuko salió de su caja de golpe, sin poder reprimir las ganas de abrazar a Ayaka, y se lanzó contra ella de forma que parecía más bien un placaje. Las dos cayeron, por suerte, con un mullido golpe en el futon de Ayaka.
Con un pequeño quejido, Ayaka se limitó a quedarse inmóvil, la fiebre era demasiado alta como para que se enfocase en otra cosa, y estaba bien con que Nezuko estuviese encima de ella toda la noche.
Mientras la dejase dormir, podría soportarlo, no era tan malo como en un principio creía, Nezuko era pequeña y no resultaba una molestia, pues pesaba poco. Además, sorprendentemente no tenía un tacto frío como el que Ayaka había asociado a los demonios. De forma conjunta, era medianamente soportable.
Además, estaba, definitivamente, demasiado cansada para aquello.
Dejando a un lado todo lo demás, había una duda que seguía carcomiendo su mente, así que Ayaka pensó que Tanjirou podría responderla.
―¿De dónde demonios ha salido Inosuke? ―dijo, sin intento alguno de levantarse de su sitio. No sabía si Tanjirou seguía en la habitación o no, más bien lanzando la pregunta al aire.
No miraría para saber si permanecía allí, prefiriendo mirar hacia el techo de madera, que era, en sí, reconfortante.
―¿No le viste en la Selección? Fue el primero en terminar ―. La voz de Tanjirou se hizo presente, confirmando que sí, seguía en su habitación, por extraño que pareciese el que todavía no se hubiese ido.
«¿Ese cerdo estuvo en la Selección?», se preguntó Ayaka a sí misma con cejas juntas formando una mueca extrañada, intentando hacer memoria para conseguir recordar haberle visto alguna vez.
No había prestado demasiada atención a los demás candidatos, por muy llamativos que fuesen.
Todos parecían aburridos y mediocres a sus ojos, y alguien más débil que ella no encendía ninguna chispa de interés como para recordar su rostro. Apenas se fijó en Genya, solo reuniéndose con él una o dos veces, más por obligación que por algún sentimiento de aprecio que pudiesen tener el uno por el otro.
Sin embargo, sí que hubo una persona en la Selección que llamó su atención.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
―¡Ayaka, date prisa o llegaremos tarde! ¿¡Qué haces para tardar tanto!?
Las manos de Ayaka volaron a su pecho en un gesto apurado, presionando un papel contra su pecho en un intento para esconderlo de los ojos agudos de Genya.
El chico acababa de entrar por la puerta de su habitación (sin llamar, lo que ya sirvió para irritar el humor de Ayaka), y además, pareciendo bastante enfadado, mientras se apoyaba en el marco de su puerta como quien fuese dueño de todo aquello.
Girándose hacia su dirección, con una ceja crispada en un tic nervioso, Ayaka le gritó:
―¡No es asunto tuyo, gorila! ¡Sal de mi cuarto!
―¿¡Cómo que no es asunto mío, pulga!? ¡Vamos a llegar tarde por tu culpa, pues claro que es asunto m-! ―. Genya se interrumpió a sí mismo súbitamente, sus ojos habían viajado hasta lo que sostenía Ayaka en sus manos. La curiosidad, casi entusiasmo, emanando de él―. ¿Eh? ¿Qué tienes ahí? ¿Una carta?
Las mejillas de su compañera adquirieron un tono rosado, pero intentó disolver sus preguntas agitando airosamente la mano. Seguía con las mejillas del color de los melocotones.
―Pues claro que no. Y ya te lo he dicho, no es asunto tuyo ―. Ayaka ya tenía suficiente con lo que Genya sabía sobre ella.
Estaba segura de que, cuando Genya la cuidó aquella vez (no eran pocas las veces que lo hacía), se le fue la lengua demasiado para su gusto y acabó hablando con él sobre algo importante, lo sentía en sus carnes, pero su cabeza no era capaz de recordarlo. No había manera de saberlo, pero no acertaba en si debería sentirse aliviada o no porque Genya no lo mencionase.
Esperaba que hiciese lo mismo con aquella conversación, porque empezaba a sentirse avergonzada.
―¿Es de tu familia? ―inquirió Genya con ilusión haciéndose presente en su voz y acercándose hacia ella.
«Parece un niño que ha pedido un cachorrito como regalo de cumpleaños», pensó, siendo la primera comparación que a Ayaka se le vino a la mente. Porque con ojos como platos y cierta suavidad en su temible cara, esa era la sensación que le transmitía.
La insistencia en su actitud no era nueva. De una forma u otra, Genya siempre se emocionaba cuando llegaban cartas de los Iwamoto. Porque aunque Ayaka nunca las contestase, o a veces ni las leyese, a Genya le gustaba leerlas, por bizarro que fuese que cotillease en su correo.
Además, sus padres también se carteaban con Himejima-san, aunque muy pocas veces, el sólo hecho de pensarlo hacía que Ayaka se sintiese incómoda, imaginando las cosas que sus padres le contarían a su maestro en su breve correspondencia.
Así, sus padres que estaban al corriente de la existencia de Genya, y no tardaron en mandarle cartas a él también.
―No, no es de mi familia, gorila ―contestó Ayaka evitando la mirada que Genya le dirigía. Tenía muchas ganas de pegarle un puñetazo en aquel momento, ¿por qué no podía meterse en sus propios asuntos?
Ayaka sonrió, viendo como la expresión de Genya cambiaba de una de curiosidad hacia una de molestia tan pronto como procesó que le había insultado a la cara.
―¿¡Qué me has llamado!? ―preguntó Genya en un estallido de furia.
Aquello terminaría en disputa, como siempre.
Las peleas entre ellos eran comunes, casi pan de cada día. Pero aquel día estaban particularmente explosivos. Era normal, siendo la mañana del día de la Selección Final.
Si seguían vivos cuando hubiese pasado una semana, los dos discípulos de Himejima Gyoumei se habrían convertido oficialmente en cazadores de demonios. Si no sobrevivían, no volverían a poder pelear así nunca más. Y Ayaka no podía permitirlo, tenía que disfrutar al menos de una última riña con su compañero.
Sabía que Genya no moriría, no, él no sería capaz de morir por un demonio, no por algo así. Estaba segura de ello.
Su maestro apareció por el pasillo, tan apacible como acostumbraba, puede que para ver la razón de tanto escándalo. Pensaría que aquel día estarían tranquilos, pero era todo lo contrario.
Incluso si era un día como aquel, seguían con aquellas tonterías. A veces Himejima se preguntaba qué había hecho mal o si solo sus estudiantes eran unos niños inmaduros.
Tenían quince años, podía entenderlo hasta cierto punto, pero aun así...
―¡Cállate estúpido, apuesto a que de lo estúpido que eres morirás de hambre porque se te olvidó buscar comida! ―ladró Ayaka con diversión.
―Cierra la boca, atontada, si yo me muero de hambre entonces tú sobrevivirás porque los demonios se aburrieron de lo lenta que eres ―dijo Genya, que a pesar de no utilizar su cabeza, había conseguido percibir aquellas debilidades en su compañera tanto como ella lo había hecho con las suyas. Con tanto tiempo entrenando juntos, (dos años, ¿no?) era normal que notasen esas cosas.
Su rivalidad hacía que entrenasen más duro aún, pues se metían constantemente en peleas infantiles que ninguno de los dos quería abandonar.
Ayaka no era alguien propio a enzarzarse en peleas absurdas y prolongadas, pero la única persona con la que lo hacía era con Genya, sacando los dos a relucir su lado más testarudo el uno del otro.
―Retira eso, maldito gorila, ¡no es culpa mía que seas un gorila acostumbrado a ir por los árboles de la selva! ―amenazó Ayaka, sacando un puño con intenciones de pegarle un puñetazo. Genya no retrocedería, remangándose y dando un paso hacia Ayaka.
―¡Pues lo mismo va por ti, pulga!
―¡Bobo!
―¡Imbécil!
―¡Macarra!
―¡Estirada!
―¡Feo!
Cuando sus caras estaban a punto de chocarse, con el olor a conflicto en el aire mezclándose con el olor a glicinias y a pólvora, permanentemente impregnado en Genya, un tirón brusco les separó el uno del otro.
―Vamos a llegar tarde, dejaos de niñerías. Los cazadores de demonios mantienen su actitud en todo momento, ¿qué hacéis, perdiendo los nervios por una cosa así? ―dijo Himejima-san, que mantenía sujetos a sus dos discípulos por la parte trasera del cuello de su ropa.
Ayaka apuntó un dedo acusatorio en dirección a Genya:
―¡Entró en mi cuarto sin permiso! ¡Es un fisgón, Himejima-san!
Genya soltó un gruñido similar a un ladrido con indignación.
―¡Yo no he entrado en su cuarto, solo vine para que se diese prisa y me mantuve en el marco de la puerta, Himejima-san! ¡Y yo no soy un fisgón, nada más le pregunté sobre su carta!
Con un suspiro resignado, Himejima-san procedió a chocar las cabeza de sus estudiantes la una contra la otra con un choque que hizo que ambos se quedasen dando vueltas desorientados, dejándolos caer al suelo con un ruidoso golpe.
―Ya que tenéis las cabezas tan duras, eso no os dolerá, con lo tercos que sois ―. Aquella conocida severidad en su actitud, entrelazada con la suavidad que le caracterizaba, nunca abandonó el carácter de su maestro. Había tenido mucho tiempo para practicar, criando a muchos niños ya, Ayaka y Genya no eran los primeros. Himejima sonrió―. Deberíamos irnos ya, ¿no?
De forma resignada, Genya y Ayaka se lanzaron una mirada y asintieron.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
La falda del monte Fujikasane, el sitio donde se llevaría a cabo la gran esperada Selección Final, estaba rebosando de energía.
Ayaka estaba segura de que allí, reunidos, los cazadores de demonios eran mayor en número de todo lo que su pueblo pudiese ser alguna vez. Nunca antes había visto tanta gente reunida, y no podía hacer otra cosa sino mantenerse al lado derecho de Himejima-san y observar con ojos muy abiertos hacia todos lados. Procuró mantenerse cerca, pero no demasiado cerca como para que fuese raro.
Había mucha, mucha gente, y eso la ponía nerviosa. Por un momento Ayaka había tenido el impulso de pedirle a Himejima-san que agarrase su mano, pero consiguió reprimirlo antes de que se le subiese a la cabeza y pudiese ser vergonzosamente consciente de sus bobos deseos.
No obstante, no pudo evitar que sus orejas se tiñesen de un leve rojo.
Genya se mantenía cerca de Himejima-san también, pero había adoptado su actitud de macarra, ya tan conocida por Ayaka. No conseguía averiguar si naturalmente Genya parecía temible o le gustaba ser temido, no preguntó, ni tenía el pensamiento de hacerlo.
―A partir de aquí estáis solos ―dijo Himejima-san, al haberse parado a las puertas rojas del monte.
Los maestros no podían asistir a la Selección de sus alumnos, y ni siquiera era común que fuesen a despedirles a la entrada como había hecho él con Ayaka y Genya. Pero eran sus hijos, adoptivos o lo que fuesen, a Himejima-san no le hacía falta expresarlo con palabras para hacerlo saber, y Ayaka no necesitaba verlo para comprenderlo, tampoco.
―Manteneos unidos durante la Selección ―empezó Himejima-san, Ayaka cruzó los brazos sobre su pecho mientras Genya pasaba su peso de un pie. Otro de sus sermones―. Yo no podré protegeros y es vuestro deber como compañeros y hermanos vigilaros el uno al otro.
Ayaka y Genya compartieron una mirada y volvieron a romper el contacto visual, observando hacia delante.
Sus dos discípulos estaban hechos de la misma pasta, Himejima lo sabía y ya esperaba aquello, les conocía demasiado bien.
―Vale, lo que usted diga, Himejima-san ―dijo Ayaka con un encogimiento de hombros desinteresado, su voz sonando perezosa, arrastrando las palabras con pesadez..
―De acuerdo, Himejima-san ―respondió Genya de la misma manera.
Himejima arrugó su ceño en pequeña molestia.
Sus discípulos eran imposibles, les amaba de igual forma.
―¿Quiere que llame a Genya "aniki" también? ―preguntó Ayaka casi con intenciones de burlarse, observando hacia Himejima-san con diversión―. Puedo hacerlo si me lo pide y Genya me podría llamar "imoto". Yo soy menor que tú, sería lo correcto, ¿no, "aniki"?
―No vamos a hacer eso ―dijo Genya sin mirarla, no parecía estar de humor para aquella broma.
Sin darle tiempo a Ayaka para responder, Himejima-san, posando sus manos en sus cabezas, les revolvió el pelo a los dos en signo de afecto.
Ayaka se hubiese reído de cómo quedó el mohicano de Genya, con sus puntas amarillas revueltas y cubriendo su cara por todas partes, pero ella estaba igual, con mechones de pelo escapando de su acostumbrado moño desastrosamente.
―Aunque no compartáis la misma sangre, sois hermanos, sabed que siempre os tendréis el uno al otro ―. Dándoles un último empujón para animarles a entrar, Himejima Gyoumei observó a los dos niños de los que había cuidado tanto tiempo pasar de una vez las grandes puertas rojas que daban paso al monte Fujikasane―. Sobrevivid a esta semana y demostrad que los discípulos del Pilar de la Roca son dignos de ser llamados cazadores de demonios.
La Selección Final no era ninguna broma, la gente moría allí antes de poder llamarse cazadores de demonios, por lo que Ayaka había oído por parte de Himejima-san.
Se preguntó si su maestro estaba asustado de que alguno de los dos muriese allí, y pensó en qué ocurriría si sus temores se cumpliesen.
―Ayaka ―llamó por una última vez Himejima-san en su dirección, Ayaka se giró hacia él expectante, pasarían siete días hasta que pudiese volver a verle de nuevo, siete días que tendría que pasar en aquella montaña rebosante de demonios. El pensamiento no la perturbó―. Recuerda buscar un motivo o nunca llegarás a pilar.
Himejima-san le sonrió, y ella frunció los labios con hombros tensos. Inconscientemente, su mano fue a parar al bolsillo de su haori en el que había guardado aquel trozo de papel, apretándolo con fuerza sin saber el por qué.
Y sin más, Himejima-san estaba lejos de su vista.
Para ser alguien tan enorme, era muy rápido.
Genya y Ayaka compartieron una mirada, ahora que estaban en aquel sitio lleno de incertidumbres, lo único conocido que tenían ambos era el uno al otro.
Con un último segundo mirando a Genya, Ayaka tomó una decisión.
Ella no iba a ir por ahí con alguien como Genya ralentizándola, y lo único que le quedaba era echar a andar, así que, sin preocupación por otra cosa más que por ella misma, eso fue lo que hizo.
Podía oír como Genya la llamaba "¡Espera, Himejima-san dijo que nos mantuviésemos juntos!", pero era buena metiéndose entre esquinas y huecos pequeños y no tardó en hacer que la perdiese de vista entre la multitud.
Pronto, la Selección comenzó, y no tuvo tiempo de buscar por ella, demasiado ocupado luchando por su vida.
«Yo no necesito ningún motivo»
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Si Genya Shinazugawa pudiese decir algo en aquel momento, habría sido "joder".
Habían pasado cuatro días desde que la Selección empezó y había acabado durante el transcurso de esos días cubierto en polvo, cortes y, no podía negarlo, rastros de sangre. Caminar empezaba a ser cansado, sin embargo se libraba con facilidad de los demonios, solo era una molestia tener que hacerlo, un trabajo duro que recurría ensuciarse las manos. Si ya de por sí se ensuciaba las manos al asesinar demonios, él tenía que hacerlo el doble.
Estaba acostumbrado a meterse de lleno en las peleas, nunca necesitó pensar demasiado como la enana de su compañera. Con su gran porte y su temible rostro, los niños del barrio no le molestaban, y si lo hacían, no tendría ningún problema con alejarlos a golpes.
Solo se volvió peor con la cicatriz recorriendo su rostro de un lado a otro, como recordatorio impregnado en su piel de lo que pasó aquel día. Para asegurarse de que no lo olvidase, de las palabras que le gritó a su propio hermano, sosteniendo el cadáver poco a poco desintegrándose de su madre entre sus brazos.
"¡Eres un asesino!"
No hacía falta que buscase mucho en su memoria para rememorarlas en su cabeza.
Con un pisotón más fuerte de lo que solía darlos, Genya acabó haciendo explotar la cabeza del último de los demonios que le habían tenido acorralado hacía solo un rato.
La sangre (si se le podía llamar así) salió disparada hacia todas partes en un estallido, manchando la suela de sus zapatos y el borde de sus pantalones.
Debería buscarse unos nuevos una vez que saliese de allí, las manchas de sangre no se iban tan fácilmente y sería demasiada molestia tener que llevarse mucho tiempo limpiando.
Respirando pesadamente, Genya se dejó caer contra un tronco y cerró los ojos. Se tomó un momento para respirar y recomponerse "inhala, exhala", sintiendo como los rastros demoníacos se deshacían de sus venas y volvía a ser humano de nuevo.
―Joder ―dijo esa vez en voz alta, pasando las manos por su frente para deslizar el sudor de su piel grasienta.
Estaba malditamente exhausto, los bastardos aparecían por todas partes, su vida no peligró en ningún momento, pero como dijo antes, era una molestia tener que deshacerse de ellos toda la noche.
―Oye tú, feo ―oyó a una voz llamarle desde algún lugar desconocido.
Genya se levantó con torpeza alarmado, observando hacia todas partes con ojos como platos.
―Estoy aquí, gorila ―. Esa vez localizó la voz encima de su cabeza, y entre las ramas de los árboles se asomaba, sin precedentes, la cabeza de la enana.
¿Había estado allí todo el tiempo? Si lo había hecho, Genya la maldecía por ello. Parecía lo más relajada que había visto a alguien estar, con granos de arroz en la comisura de sus labios y observándole con aquellos ojos tan atemorizantes por encima del hombro.
Sabía que le juzgaba todo el tiempo, Ayaka Iwamoto no era simpatizante con los de su calaña, prefería observar a todos desde la cima del mundo, con talento sin precedentes para la espada, una mente aguda y una familia (viva y que la quería, que era más de a lo que Genya podía alguna vez aspirar).
Así, no tenía tiempo de ponerse en el lugar de gente como él. Pero Genya no podía obligarse a odiarla, como él sabía que ella tampoco le odiaba. Su relación era, como poco, complicada.
Él tampoco era un santo, la molestaba a veces sin razón alguna porque sabía que se fastidiaría, y esa imagen que tenía de ella de una genio estirada y cínica no se borraría de su mente, tanto como la imagen que ella tenía de él, matón, bruto y temible, no se iría fácilmente.
Apoyando la barbilla en la rama del árbol, Ayaka le dio otro mordisco a una bola de arroz en sus manos.
―¿Qué haces ahí? ―le preguntó Genya, ojos entrecerrados y extrañeza en el rostro.
Ayaka se encogió de hombros, mordiendo de nuevo la bola de arroz.
―Tomándome un descanso como tú ―respondió sin rodeos, bajando del árbol en un salto y aterrizando con agilidad justo delante de él―. Si vas a hacerlo, hazlo en un sitio donde los demonios no lleguen a ti. Ahí eres muy vulnerable, sé más prudente.
Genya asintió sin hacer demasiado caso a sus avisos, observando hacia otro lado de la montaña vigilando por si había algún demonio a la vista. Por suerte, no lo había, pero no significaba que no pudiesen aparecer de repente.
Un pañuelo se estampó contra su cara.
Le tomó desprevenido, de todas las cosas con las que esperaba luchar, nunca pensó que un pañuelo sería una de ellas.
Forcejeó contra la tela en su cara, y agarrándolo con fuerza, consiguió quitarlo sin ahogarse. Al otro lado, Ayaka le observaba con ceño fruncido.
―Límpiate, so bobo ―ordenó, una ceja levantada mientras le ojeaba de arriba abajo. Genya sabía que no podía replicarle, porque tenía razón, en parte.
Comparada con él, Ayaka estaba tan limpia como el cristal, así que supuso que tenía, en cierta manera, derecho a recriminarselo. No le quitaba lo irritante de su actitud, pero así obedeció, pasando el blanco pañuelo por su cara, haciendo que pasase a obtener un tono oscuro.
Así era el color de los días que había pasado allí, encajaba con la atmósfera de la situación.
Marrón oscuro, el color de la mierda.
―¿Tienes hambre? Dime que recordaste buscar comida, gorila ―. Con toda sinceridad, Genya no se había molestado en pensar en ello, y a Ayaka no le tomó mucho tiempo darse cuenta de ello.
Le lanzó una mirada con ojos entornados, que le gritaba "¿Enserio?" a la cara. Muy típica en ella.
―No, voy bien con lo que comí ayer, enana ―contestó Genya, pero su estómago no tardó en contradecirle, rugiendo en protesta porque no, no iba bien con lo que comió ayer.
Oyó murmullos venir de Ayaka cercanos a "qué idiota eres" o "deberías usar más la cabeza", pero sacó de uno de sus muchos bolsillos escondidos una bola de arroz y se la dejó en la mano, magullada y llena de ampollas reventadas.
Sin decir una palabras más los dos se sentaron en el interior de un tronco hueco por sugerencia de Ayaka. "Por los demonios", fue lo que dijo, "para estar a salvo", y se dedicaron a comer en silencio.
Si hubiese té de jazmín, por poco parecerían dos amigos disfrutando juntos de un picnic al aire libre.
Tenía que decir que estaba disfrutando de aquel momento, eran pocas las veces en las que estaban en silencio, y Genya lo atribuyó a que estaban solos y sin ayuda de nadie, porque sino nunca se juntarían voluntariamente, y menos de aquella manera, demasiado ocupados en condiciones normales con lanzarse insultos cada cual peor.
Por el rabillo del ojo, vio como Ayaka se asomaba por el hueco del árbol. Por primera vez desde que la conoció, tenía los ojos como platos, tan abiertos que solo verla fue extraño.
―¿Qué demonios estás mirando? ―dijo Genya, acercándose también al hueco y para ver qué era lo que la tenía tan asombrada.
Lo que vio también le sorprendió a él.
Una chica, fina y delicada, se movía con destreza entre una horda de demonios, cortando como si el matar demonios estuviese en sus venas, tan natural como respirar.
"Respiración de Flor Quinta Postura: Peonía de la Fertilidad" oyó a la chica decir, casi de forma imperceptible por lo suave y leve que era su voz.
Ayaka siguió observando como la chica prácticamente volaba entre la sangre y los miembros que ella misma había cortado hábilmente con su espada, con expresión tranquila y una sonrisa imperturbable.
Cuando terminó, ni una mota de polvo había caído sobre ella.
Genya la reconoció; Kanao Tsuyuri, la "tsuguko" del antiguo Pilar de la Flor, Kanae Kochou.
Aquello significaba que aquella chica, algún día, se convertiría en un pilar. La más fuerte de todos los que estaban allí en aquella Selección y la más cercana a ser pilar de todos los miembros en el cuerpo.
Ser un "tsuguko" era lo más grande que había después de ser pilar. Ni siquiera Ayaka había sido capaz de ser reconocida oficialmente como "tsuguko" de Himejima-san.
Genya no sabía los detalles sobre ello, pero puede que tuviese que ver con su actitud. Eso solo lo sabían dos personas, Ayaka y Himejima-san. Ayaka nunca lo confesaría, y Himejima-san jamás le faltaría el respeto a su discípula contándoselo (ya lo sabía, lo había intentado para ser respondido con una rotunda negativa).
Durante todo el tiempo que Kanao pasó en su campo de visión, Ayaka no despegó sus ojos de ella, en ningún momento.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
―¿Dejarás entonces que Nezuko se quede contigo? ―. Tanjirou era insistente de la misma forma que un bicho revoloteando a su alrededor, lo había aprendido ya con el tiempo que había pasado a su lado, pero seguía siendo pesado y molesto, y no estaba acostumbrada.
―¿No es obvio? ―preguntó Ayaka en tono sarcástico, señalando con los ojos a Nezuko, que seguía encima de ella. Instintivamente, la mano de Ayaka fue a parar a su cabeza, acariciando su pelo como quien no quería la cosa. Aunque en su cara siguiese permanentemente una mueca, su mano la contradecía.
―Quiere que le trences el pelo ―sugirió Tanjirou, y Ayaka le miró en interrogación―. Le gusta mucho, a lo mejor así te deja en paz, Nezuko puede ser muy persistente.
―¿Trenzarle el pelo a Nezuko? Ni loca ―se burló Ayaka echándole un vistazo a la chica objeto de conversación, que le devolvió la mirada con enervantes ojos rosa pálido. Su mano no abandonó en ningún momento la parte superior de su cabeza. Tanjirou lo notó, pero no le dijo nada.
Los ojos de Ayaka se fijaron en él más de lo que deberían.
―¿Vas a irte ya o piensas quedarte aquí toda la noche? ―inquirió, porque de verdad que quería que se fuese, no tardaría mucho más en derrumbarse con los escalofríos que llevaban un rato taladrando su espalda y no sería fortuito que él estuviese allí para verlo. Con ellos atacando sin parar, no era capaz de poner una cara seria por mucho más tiempo.
Tanjirou pareció darse cuenta de que tenía razón y de que debería haberse ido hacía un rato, por lo que reprimió las ganas de disculparse, le deseo a Ayaka las buenas noches y salió de su cuarto.
Cerró la puerta con suavidad. Por primera vez Ayaka estaba a solas con Nezuko, y ella no sabía qué hacer.
Casi prefería que se hubiese quedado para hacer aquello menos incómodo, pero no tenía la fuerza de voluntad para negarle nada en aquellas condiciones, débil e indispuesta. Como si fuese un prado a principios de primavera, Ayaka era débil ante él y sus ojos de fuego, que con la calidez del Sol derretían los últimos copos del ya pasado y duro invierno.
Solo se derrumbó por fin en su futon, rezando a todos los dioses que conocía que por la mañana estuviese curada. Como había hecho toda su vida.
Los dioses la escucharon, porque Ayaka sintió algo frío haciendo contacto con su frente. Consiguió abrir los ojos para ver a Nezuko, con ojos gentiles, ojos de humano, posando su mano en su frente.
Se había vuelto de un frío cortante, pero provocó que Ayaka se sintiese un poco menos acalorada, ¿Nezuko podía hacer eso? Nunca antes había sido su piel fría, pero al posar su mano en su frente, era refrescante, semejante a la sensación del agua fresca.
Sin saber qué estaba haciendo, Ayaka agarró la mano de Nezuko, aferrándose a ella y manteniéndola en su frente.
Dejó escapar un suspiro de placer.
Se sentía bien, y con murmullos ininteligibles saliendo de su boca, Ayaka apegó más su frente a la mano de Nezuko. Ella no pareció reacia a las acciones de Ayaka, sino que se apegó más a ella. Juraría que estaba feliz, Ayaka supuso que era algo que se heredaba de la familia Kamado.
Sonrió, sin saber el por qué de aquello tampoco, sintiendo como si volase.
—¿Sabes? —empezó Ayaka en dirección a Nezuko, que la observaba con ojos abiertos y curiosos. La etapa de delirio había comenzado—. Ni siquiera recuerdo a Tanjirou de la Selección, a la única a la que recuerdo es a Kanao Tsuyuri. Ella era la única persona destacable allí, una ''tsuguko''. Me iguala en poder, su pelo era bonito, no hay duda de ello, con las puntas rosas.
Nezuko solo la observó, atenta a cada palabra que decía.
—Es verdad, no puedes decir nada —se dio cuenta Ayaka, soltando unas risitas—. Ni siquiera sé por que te cuento esto. Bueno, sí, porque estoy delirando. No me gusta delirar, "aniki" me ha visto así muchas veces, por eso le odio, y no quiero que tú lo hagas también.
La mano de Nezuko, a la cual Ayaka seguía aferrada, se presionó más contra su frente.
Con entendimiento en sus ojos, Nezuko tumbó de forma propia a Ayaka en su futon. Nezuko pensó en su hermano Takeo, y le dio un toque al lunar en el pómulo de Ayaka antes de ajustar mejor sus mantas sobre su cuerpo.
No necesitaba hablar para que Ayaka entendiese lo que estaba haciendo.
"Duerme"
Con un quejido de dolor, Ayaka consiguió conciliar el sueño por fin, sintiendo las ganas de vomitar reducirse. Pudo estar, por unas horas desde que enfermó, en paz.
Esa noche, por segunda vez, tuvo sueños raros. Pero solo soñó sobre girasoles y prados de primavera.
El pelo de Nezuko apareció en dos trenzas en sus hombros a la hora del desayuno, pero nadie preguntó sobre ello.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
―No tienes sentido del humor, es lo único que estoy diciendo ―dijo Zenitsu, corriendo a un lado de Ayaka mientras los cuatro cazadores de demonios se dirigían a su siguiente destino, el monte Natagumo.
Había sido una convocatoria de emergencia, estaban desayunando en el cuarto día de su estancia en la casa de las glicinias cuando el cuervo de Tanjirou apareció por la ventana y les avisó de que partiesen cuanto antes hacia la misión. Para el martirio de Ayaka, que convenientemente tenía el pie curado para entonces, tendría que estar en otra misión, de nuevo, con Tanjirou.
Y a él se le sumaron Inosuke y Zenitsu como guinda del pastel. Los cuatro formaban un grupo... peculiar a más no poder. Un chico buscando curar a su hermana, otro que ni siquiera quería ser cazador de demonios, un jabalí y... ella. ¿Cómo debería describirse a sí misma? ¿Prodigio malhumorado o bastarda calculadora?
―¿Cómo que no tengo sentido del humor? ―replicó Ayaka indignada, cruzando sus brazos sobre su pecho―. Me gustan las bromas, son divertidas.
Zenitsu le miró con una cara que variaba entre la confusión y la curiosidad, más confusión que curiosidad, con una de sus cejas rubias y espesas arqueada en cuestionamiento.
―No pareces del tipo de persona que bromea, A-chan, y a mí me gustan las chicas divertidas y encantadoras, como Nezuko-chan ―. Zenitsu arrastró el nombre de la mencionada con dulzura, con solo pensar en ella las mejillas de Zenitsu se volvieron del color de los ojos de Nezuko.
―¡Esto no es por eso! Te demostraré que puedo ser divertida ―. No es que Ayaka se hubiese preocupado mucho por ser "encantadora", ni que le importase, pero el comentario de Zenitsu tocó un punto sensible―. ¿Qué se le dice a un fantasma con tres cabezas?
Zenitsu le miró extrañada, pero de todas formas le siguió la broma:
―¿Qué se le dice?
Ayaka esperó un momento para darle tensión a la respuesta.
Reprimiendo burbujas de risa, continuó:
―Hola, hola, hola.
Sin poder aguantarlo más, rompió el silencio a carcajadas, que flotaron entre ellos dando brincos, enérgicas y rebosando de humor infantil. Sin embargo Zenitsu solo continuó lanzándole una mirada extraña.
Al notar que no reía junto a ella, Ayaka cesó, sin la fuerza suficiente para poder evitar que sus mejillas se volviesen rojas y conscientes de lo mala que realmente era la broma. Captando las emociones pintadas en el rostro de su compañero, Ayaka continuó hablando:
―No es tan mala, ¿a que no, Tanjirou? ―llamó, intentando llamar la atención de Tanjirou esa vez, que estaba corriendo a unos metros adelante de ellos.
―No, claro que no, Aya ―contestó, pero su cara era una muy rara, contraída en una mueca que Ayaka no pudo identificar.
Cuando iba a cuestionarle por ello, Inosuke apareció por uno de sus lados, interrumpiendo la voz de Ayaka con la suya propia, vibrante y ruidosa.
―¿¡Qué es eso que llevas, Yosano Mimatoki!? ―. Apuntó con impaciencia hacia la parte baja de las piernas de Ayaka, cubiertas por unas rodilleras atadas mediante gruesas tiras de cuero a sus gemelos.
Ayaka alzó las cejas, extrañada ante su pregunta:
―¿Te refieres a los "suneate"? Solo son para poder dar patadas con mayor fuerza, aunque también me protegen la tibia ―se encogió de hombros sin darle importancia―. Además, me gustan los samuráis.
Inosuke no entendió ni una de las palabras que dijo.
―¿"Suneate"? ¿Samurái? ¿¡De qué estás hablando!? ¡Deja de soltar palabras raras para confundirme, mujer del demonio!
«Es la segunda vez que me llama mujer del demonio, y tampoco consigue acertar con mi nombre», pensó Ayaka, cuyo ojo empezaba a entrecerrarse compulsivamente en un tic nervioso de la rabia.
―Lo que más puede esperarse de un cerdo ―murmuró para sí misma, sin intención de que Inosuke la escuchase.
De forma repentina, Tanjirou paró en seco, y a él le siguieron Zenitsu, Inosuke y Ayaka, en ese orden.
―Hemos llegado, el monte Natagumo ―anunció Tanjirou, pero no les miró, sus ojos estaban ocupados observando absentes hacia adelante, en la negrura entre los árboles.
Los ojos de Ayaka se fijaron en el monte, y una ola de alivio la bañó con suavidad. ¡Por fin algo que podía ver! ¡Allí sí que podía ver a los demonios! Había cinco esparcidos a través de toda la montaña, y por alguna razón, muchas arañas.
Aceptó alegremente la familiaridad de distinguir presencias demoníacas, dándole la bienvenida de vuelta a la emoción de ver como acostumbraba. Se sintió mucha más segura, y eso hacía dos cosas, la ponía de buen humor y la volvía optimista. Después de pasar lo que parecían años yendo a ciegas contra los demonios, que en realidad solo había sido una misión, la llenaba de fuerzas el poder aferrarse a algo conocido.
―¡Vamos allá! ―dijo Ayaka dándole a Inosuke una palmada en la espalda con más fuerza de la que solía tener una palmada.
Sacó la espada de su vaina en un movimiento rápido, y el arma pasó a formar parte de su brazo, como una extensión de su cuerpo que encajaba a la perfección con ella y la imagen que quería dar.
―¡Espera, A-chan! ¿¡Podríais por favor esperar!? ―rogó Zenitsu. que en algún momento se había sentado en el suelo. Su rostro estaba surcado de su habitual combinación de lágrimas y otros fluidos, y eso hizo a Ayaka entornar los ojos―. ¡Da mucho miedo! ¡Siento que se pone más aterrador a medida que nos acercamos a nuestro destino!
Ella podía ver a lo que se refería Zenitsu también, pero no le importaba, así que se dedicó a replicar a sus lamentos de manera energética:
―¿Y qué? ¡Eso lo hace más emocionante! ¡Derrotaré a todos esos demonios!
Inosuke le dio una palmada a Ayaka en la espalda, casi tirándola al suelo, en un intento de imitar su acción anterior. Él también estaba animado, con rapidez contagiándose de la actitud rebosante que emanaba de ella.
―¡Decapitaré a más demonios que tú! ¡Esto no es nada para el gran Inosuke-sama! ―. Soltó varias carcajadas semejantes a cacareos, que Ayaka había aprendido en los últimos días a asociar con el jabalí, y sacó sus dobles espadas serradas para enfatizar sus declaraciones.
Él y Ayaka rieron juntos en complicidad, gritando al unísono "¡Mataremos a los demonios, mataremos a los demonios!" semejante a un cántico antes de la batalla.
―¿¡Podríais tomaros esto más enserio!? ¡Puede que muráis ahí dentro! ¡Tened un poco de cabeza! ―siguió chillando Zenitsu, sirviendo como la voz de la razón entre los cuatro. En un intento de desesperación, se giró hacia el único compañero cuerdo que quedaba―. ¡Tanjirou, diles algo a estos cabeza huecas!
Pero era inútil, estaba ocupado observándoles con una sonrisa complaciente, disfrutando por una vez de tal entusiasmo poco visto.
―¡Cállate de una vez! ¿Por qué te sentaste? Me sacas de quicio ―dijo Inosuke en dirección a Zenitsu.
El mismo no se mantuvo callado mucho tiempo, explotando en más lágrimas y chillidos, no dispuesto a aguantar los insultos de alguien como Inosuke.
―¡Tú eres el único del que no quiero escuchar ninguna queja, maldito cabeza de cerdo! ―acusó, agitando en dirección a los tres un dedo en movimientos aspavados―. ¡Al parecer creo que no me cabreas tanto después de todo! ¡Yo soy normal! ¡Tú eres anormal! ¡Vosotros sois anormales! ―esa vez apuntó a ambos, Inosuke y Ayaka―. ¿¡Quién no estaría asustado de entrar en un sitio así!?
Siguió hablando y hablando con tanta rapidez que Ayaka no pudo distinguir lo que decía, encontraba aquella situación incordiante.
―Zenitsu ―le cortó Ayaka una vez se hubo hartado de su constante parloteo que nadie podía oír, Observándole con ojos vacíos, continuó―. Eres patético.
No podía asimilar que había tenido fe en él, era increíble que por algún momento hubiese podido creer en él. Debía haber sido porque le pasó algo a sus ojos, porque la vista que tenía ahora de Zenitsu Agatsuma no se comparaba en nada con lo que vio en aquel entonces.
Al final tenía razón, no poseía ningún tipo de fuerza, no sabía por qué se había molestado siquiera en animarle.
―Si no quieres venir, no vengas, pero no seas una molestia para los demás o al final, porque cuando te des cuenta, te encontrarás solo ―. Zenitsu la observó, cesando en sus lloriqueos. Ayaka continuó―. Tenías razón, eres un cobarde, pero vive ese tipo de vida por tu cuenta. Es lo máximo que se puede esperar de ti.
Era un caso perdido.
Con el fin de los gritos de Zenitsu, se había asentado un silencio estático. Inosuke observaba la situación a un lado sin decir palabra, sin comprender la gravedad de la situación. La voz de Tanjirou rompió por fin aquel silencio que se había cernido desde que salió la última palabra de la boca de Ayaka.
―Te has pasado, retira eso Ayaka ―dijo Tanjirou agarrándola por el brazo, sus cejas estaban juntas, formando un ceño fruncido.
Estaba enfadado con ella, y eso era mucho decir, porque Tanjirou se enfadaba por una sola cosa, ahora dos. A Ayaka le sorprendía que hubiese tardado tanto.
Su propio nombre le pareció extraño saliendo de su boca. No la había llamado "Aya".
―Alguien tenía que decírselo, sino seguirá así siempre ―. Hizo caso omiso al silencio que se había instalado permanentemente en Zenitsu, lo cual en sí era un signo malo, porque nunca antes había estado así.
Podía sentir los ojos de Tanjirou en ella.
No eran soles esa vez.
―Te equivocas ―le dijo Tanjirou―. Zenitsu no es patético, desde el primer momento lo supe. Él es alguien fuerte y muy amable.
―Yo no me equivoco ―respondió Ayaka con acidez rozando su tono y una mirada amenazante, centrada en él por primera vez en la conversación―. No es culpa mía que no podáis aceptar la verdad.
Zenitsu intervino por primera vez, rompiendo el silencio tan desconocido en él.
―No os peléis por mí, Tanjirou, Ayaka ―pidió en una voz débil, rara comparada con su típico tono, agudo y vibrante―. Ella tiene razón, Tanjirou, de verdad que no tiene importancia.
Tanjirou frunció los labios, Ayaka parpadeó sin emoción alguna.
―¡No la tiene, Zenitsu! ―replicó Tanjirou con efusividad―. ¡Tú no eres patético!
―¡Hey, hay un tipo medio muerto en el camino! ―interrumpió Inosuke, apuntando hacia la sección del camino a unos veinte metros de ellos.
Tanjirou soltó el brazo de Ayaka y los dos se giraron para ver a un chico, con el uniforme de los cazadores de demonios, arrastrándose por el suelo con su espada en la mano como si respirar requiriese un gran esfuerzo.
Consiguió identificarlos, extendiendo su mano hacia ellos con esperanza en un intento de llegar a algún sitio donde pudiese estar a salvo.
―Ayuda... ―pidió entre dolorosas respiraciones―. Salvadme...
Los tres, Inosuke, Ayaka y Tanjirou, echaron a correr hacia él en un parpadeo, con Zenitsu gritando "¡Esperad!" a sus espaldas.
―¿¡Estás bien!? ¿¡Qué ha pasado!? ―preguntó Tanjirou alarmado cuando estuvo lo suficientemente cerca del chico como para que le oyese.
Sin embargo, el chico salió volando antes de que Ayaka pudiese agarrarlo. El aire siendo cortado por un grito agonizante, fue arrastrado de nuevo hacia el monte, engullido entre la oscuridad de la noche y los árboles.
―¡Nos tiene atados! ―gritó, mientras recorría el cielo estrellado, con el rostro surcado de lágrimas temblorosas y extendiendo una débil mano hacia ellos―. ¡Salvadme!
Y sin más, desapareció.
Ayaka se quedó mirando por donde había desaparecido más de lo que debería haberlo hecho.
Detrás de ellos, Zenitsu dejó salir un breve chillido asustado, tapando su boca con sus manos en estado de puro horror.
Los tres que habían ido hacia él se quedaron estáticos, digiriendo lo que había pasado en solo un momento.
―Vamos ―dijo Tanjirou, al cual Ayaka podía ver temblar―. Y salvémoslo.
Una sonrisa no tardó en aparecer en la cara de Ayaka, volviendo a sentir la adrenalina de los momentos previos a la batalla correr por sus venas.
―Esos bastardos de los demonios no tendrán espacio para correr cuando consiga poner mis manos en sus cuellos ―. La seguridad en su actitud era latente, y le ofreció a Tanjirou su sonrisa ladeada para probarlo.
Inosuke no tardó en meterse de cabeza en la conversación.
―¡Yo iré en la vanguardia! ¡Vosotros solo traed vuestros traseros temblorosos y seguidme!
Sus dobles espadas brillaban en la noche con el mismo entusiasmo que su dueño, al aire esperando llenarse de sangre.
―Oye, oye, oye ―le paró Ayaka apoyando una mano en su pecho―. Si hay alguien a quien va a seguirse es a mí, quién sabe qué pasará si llegáis a entrar solos. Te recuerdo que yo gané la competición de pulsos.
Ante la mención de su derrota, Inosuke cruzó los brazos y evitó la cara de Ayaka, tal como un niño pequeño.
«Mal perdedor», pensó ella, al tiempo que se adentraban en el nido de las arañas.
Notes:
Antes que nada, apartado de términos en japonés:
-Suneate es una parte de las armaduras de los samuráis japoneses que sirve para cubrir la parte baja de las piernas, como unas rodilleras, pensé que encajaba con alguien como Ayaka, teniendo en cuenta que piensa de forma práctica. No sabía cuando mencionar que las llevaba, así que lo he metido ahí como conversación casual.
-Imoto es solo el término para referirse a hermana pequeña, eso quedaría claro, supongo)?
-Aniki lo mismo, hermano mayor, se me vino la idea cuando estuve viendo Dororo, y aquí estamos, pensé que encajaría con Ayaka y ya.
Ahora sí, buenas! Este capítulo tiene 7000 palabras, ajá, deal with it.
A este punto, esta fic se ha convertido en una fic del manga, además, sentía que debía mencionar las puntas de color de Genya y Kanao, son bonitas, no me culpen.
Y pues eso, en esta casa amamos a Nezuko, Y ALGUIEN POR FIN REGAÑA A AYAKA POR SER ESTÚPIDA, FUE MUY SATISFACTORIO ESCRIBIR ESO DE VERDAD LO DIGO.
También las interacciones en el grupo son lo mejor que hay, a este punto especialmente entre Inosuke y Ayaka, son tan,,, bobos, su cántico de batalla me hizo pensar "mis niños, queriendo asesinar demonios, so cute".
YYYY EN ESTE CAP TUVIMOS A LOS HERMANOS CABEZOTAS, AYAKA Y GENYA. Ya se enseñan sus verdaderos colores como hermanos, apenas los rocé en el otro flashback de la Stone Family y escribirlos ahora, con su relación más desarrollada, fue genial. Les quiero mucho *sniff*, son insoportables pero les quiero mucho. Adoré mucho MUCHO escribirlos a ellos y a Himejima, si por mí fuese solo escribiría de ellos, pero no puede ser así que habrá que aguantarse con estos flashbacks.
Perdón por actualizar tan tarde, tengo demasiados examenes, pero la semana que viene podré dedicarme a tiempo completo (enrealidad no, pero se entiende) a escribir a estos idiotas con espadas.
Y EMPEZAMOS EL ARCO DEL MONTE NATAGUMO, SE VIENEN GRANDES COSAS, GRANDES COSAS.
Ah, ya llevo once capítulos de esta fic, parece que fue ayer cuando terminé el primer capítulo a finales de julio sin idea de cual sería la backstory de Ayaka, con tantas posibilidades para escribir a su personaje, espero estar dando la talla.
Pues,,, perdón por tratar mal a bebé Zenitsu, solo se sentía natural que "eso" pasase.
Así que me despido, espero disfrutéis en lo que tanto esfuerzo y me esforzaré para seguir mejorando. Muchas gracias!
Chapter 12: Determinación llameante
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
“Quedate aquí”.
Aquello fue lo último que Ayaka le dijo a Zenitsu, y mientras el bosque del monte se volvía cada vez más y más profundo, y ella, Inosuke y Tanjirou se adentraban más y más, un pequeño ceño preocupado no pudo evitar hacerse hueco entre las cejas de Ayaka.
Le habían dejado atrás como si nada. No es que ella esperase que Zenitsu fuese a ir por su propia voluntad con ellos, pero tanto él como Tanjirou e Inosuke estaban al cargo de Ayaka, al menos en su conciencia. No le importaba cargar con esa responsabilidad, ella era la más poderosa y debía preocuparse en mantener a los demás a salvo, porque ella era quien era capaz de hacerlo y en ella caería ese peso. Así que el pensamiento de que Zenitsu entrase, solo e indefenso, en el monte Natagumo, o fuese herido por alguno de los demonios porque ella no estuvo junto a él, empezaba a envenenar su cerebro poco a poco.
«Estará bien», había pensado ella al principio de la caminata, quitándose con fervor las abundantes arañas que caían a sus hombros como hojas anaranjadas en pleno otoño.
«A menos que no entre en el monte no le pasará nada, y no hay manera de que lo haga», pensó después, intentando empujar hacia adentro la ansiedad que se expandía por su pecho. «Los demonios no irán al pie del monte, no le pasará nada».
Inconscientemente apretó los labios, con el todavía presente ceño fruncido, esquivando por poco una rama con la que estaba cerca de chocarse por ir tan distraída.
―¡Espabila, Yana Kamishiro! ¡Así vas a acabar muerta!―le gritó Inosuke harto, cuando por cuarta vez desde que se adentraron en el bosque, Ayaka chocó contra su espalda.
Ella parpadeó, saliendo por una vez de sus pensamientos.
―Ah, perdona, Inosuke, es que he estado pensando en lo que dijo aquel chico ―se excusó Ayaka, haciendo un gesto vago con su mano para quitarle importancia―. Antes de que saliese volando, ya sabes, aquel suceso raro. ¿Es que tú no te has preguntado ni un poco qué quería decir con aquello?
“Nos tiene atados”
¿Qué demonios significaba eso? ¿Que estaban en un aprieto por la fuerza del demonio? ¿Que tenía rehenes?
Desearía que hubiese dicho algo más, pero no es como si pudiese pedírselo, era probable que ya estuviese muerto. Ayaka había rezado por su alma, por si acaso no tenía a nadie que lo hiciese y pudiese ir en paz al más allá.
Fuera como fuese, no dejaría que el esfuerzo que había puesto en intentar salir de aquel monte cayese en vano, no lo permitiría.
―¡Yo no pienso! ―respondió Inosuke socarrón, sacando pecho de una forma que le parecía a Ayaka similar a la de las gallinas.
―Eres imposible ―murmuró Ayaka para sus adentros. Una característica que había notado Ayaka en él era como el orgullo parecía fluir por sus venas. Cada gesto o movimiento que hiciese Inosuke estaba empapado en soberbia. Era como ver a su abuela en persona, pero más... energético y exagerado.
Mientras el ego de su abuela era elegante y frío, que no necesitaba decir que se consideraba mejor para que los demás lo entendiesen, el tipo de Inosuke era uno explosivo y bombeante, que te lanzaba a la cara y hacía que explotase con cada palabra que salía de su boca.
Pero, ¿quién era ella para juzgar? No es que fuese la persona más humilde ni la más calmada, no tenía derecho a reprimirle nada.
―¿Y tú qué? ―preguntó Ayaka girándose en dirección a Tanjirou―. Seguro que has debido notar algo con esa nariz tuya tan aguda. Solo con mirarte sé que hay algo rondando en tu cabeza.
Tanjirou la miró, fue a abrir la boca para transmitirle los pensamientos aprisionados contra esa frente tan dura. Y entonces la cerró súbitamente, de repente adquirió un ceño fruncido y fijó su vista hacia adelante.
«¿Qué demonios?», pensó Ayaka.
Se puso delante de él esa vez y repitió la pregunta. Puede que no la hubiese oído. Tanjirou se giró hacia un lado. Ayaka se puso delante de él de nuevo. Tanjirou se giró hacia el otro lado. Ayaka se puso delante de él otra vez. Tanjirou se giró hacia atrás.
El tic nervioso en la ceja de Ayaka apareció de nuevo, sintiéndose ligeramente molesta.
―No me digas que sigues enfadado ―le reclamó ella, cruzando los brazos sobre su pecho.
Él imitó su acción, con un solemne “hmph” para recalcar su determinación:
―Discúlpate con Zenitsu.
«Tiene que estar bromeando», pensó Ayaka, sintiendo como la pequeña molestia empezaba a crecer en algo más grande.
―¡No voy a hacer eso! ―dijo irritada, puños apretados a los lados de sus caderas.
―Discúlpate con Zenitsu ―insistió Tanjirou obstinado, y Ayaka no era tan tonta como para saber que no cambiaría de decisión.
―¿¡Cómo quieres que lo haga!? ¡Estamos en medio del monte! ―replicó Ayaka, sintiendo más breves por momento las pausas entre tics de su ceja.
―Pues discúlpate con él cuando terminemos la misión ―dijo con simpleza Tanjirou, mirando hacia otro lado para evitar su mirada―. Le dijiste cosas muy feas, eso estuvo mal.
Ayaka chasqueó la lengua fastidiada. Si eso era lo que quería quién era ella para oponerse. Aceleró su paso, alejándose del lado de Tanjirou y poniéndose al nivel de Inosuke, que lideraba el camino.
―Ignórame si quieres, estúpido Tanjirou ―decía ella entre dientes.
«Tonto. Imbécil. Necio. So zopenco. Frentudo»
Si Tanjirou no quería volver a verla ¡pues mejor para ella! No le importaba, ¿por qué debería hacerlo? Era lo que quería en un principio. ¡Al demonio Tanjirou, ni que le necesitase!
Y con él se irían su sonrisa brillante, y su gentil voz y su constante parloteo al que se había acostumbrado, y su insistente pero agradable preocupación por ella.
«¡Al demonio todo eso! ¡Me da igual! ¡Me da igual! ¡Por mí como si muere!»
No tardarían en irse Zenitsu e Inosuke también.
Zenitsu, con su dulzura agobiante, y su voz aguda, y su nobleza irrompible, y su risa contagiosa.
Inosuke, con sus gritos animados, y sus improvisadas competiciones, y su confianza arrebatadora, y su divertida estupidez.
«¡Al demonio! ¡Ni que me importase! ¡Me da igual!»
¿Ayaka Iwamoto, necesitar a alguien? Eso no pasaría, porque ella era mejor que ellos, eso era obvio, ellos deberían necesitarla a ella. No al revés. Iba a ser un pilar, los pilares eran la encarnación del poder, de la fuerza del cuerpo de exterminio, no podía entretenerse con cosas ridículas, todavía tenía que llegar a ser “tsuguko”, puede que por eso sintiese aquel dolor en el pecho cuanto más se alejaba de Tanjirou, o cuando pensaba en la expresión de Zenitsu cuando aquel silencio bizarro cayó sobre él. Puede que todo eso se debiese a que no era lo suficientemente fuerte.
Con ceño fruncido (esa vez no era de preocupación) Ayaka hizo parar a Inosuke con un gesto y sacó su espada de la vaina. En un movimiento de muñeca desgarró las telarañas que cortaban el camino e Inosuke había estado quitando torpemente con sus manos todo el trayecto.
―Utiliza tu espada, las telarañas están por todas partes ―le aconsejó Ayaka secamente―. Así te llenarás las manos, bobo Inosuke.
―¡No me digas lo que tengo que hacer, Yuno Kamemo! ¡Ya pensé en eso! ―. Con desafío irritante imitó su acción, agarrando con ambas manos sus espadas dobles, Inosuke empezó a cortar las telarañas que inundaban en cantidad el bosque, sobre los árboles, entre las ramas, escondidas en los arbustos.
―Tsk, están por todos lados ―se quejó Inosuke en voz alta a un lado de Ayaka, recomponiéndose después de haber puesto tanto empeño en librarse de unas míseras telarañas.
―Hay muchas más arañas, ¿es que no las ves? Hay más de ellas que telarañas―dijo Ayaka de forma evidente, cabeza ladeada a un lado. Sus ojos se paseaban por una rama cercana, siguiendo con atención a una de las tantas arañas que parecían invadir cada hueco de aquel bosque.
Levantó su brazo en dirección a Inosuke, con la empuñadura de su espada asegurada entre sus dedos, y la clavó a un lado de la cabeza del jabalí, enterrándose en el cuerpo de una araña del tamaño de su puño.
Inosuke observó la espada de reojo con cautela, sin atrever a moverse.
―¿Ves? ―apuntó Ayaka con obviedad, sin inmutarse por el líquido transparente que caía a borbotones ahora por su espada.
Con la misma impasibilidad, la sacó del tronco, dejando caer al suelo el cadáver de la araña.
Por un momento, Inosuke había creído que Akiko Kamui iba a apuñalarle de verdad con su espada nichirin, a atravesar con ella la cuenca de su ojo.
No pasó ni un segundo para que ese miedo pasase a emoción. Con habilidad, Inosuke lanzó una de sus espadas serradas hacia un árbol cerca de Tanjirou. Esta atravesó de lleno el abdomen de una araña que podría haber sido fácilmente del tamaño de su cabeza.
―¡Ja! ¡Más grande y a mayor distancia! ¡Yo gano! ―proclamó Inosuke, sacando pecho, de nuevo, como las gallinas.
Ayaka iba a imitarle, porque le había cogido el gusto a las peleas que tanto la entretenían contra Inosuke, pero Tanjirou les interrumpió:
―Hay algo en este sitio que me da mala espina.
Inosuke y Ayaka se lanzaron el uno al otro una mirada, con un solo pensamiento en mente.
―¡Sea lo que sea, lo derrotaré! ―dijeron fanfarrones los dos en sincronía perfecta, a lo que Tanjirou soltó una risa relajada.
―Gracias ―dijo Tanjirou con gentileza en sus ojos. Ayaka podía ver como todo su cuerpo se destensaba, y ella lo hizo también, sin saber por qué―. El que los dos vengáis conmigo me da confianza. Hay un olor retorcido y anormal aquí. Está haciendo que mi cuerpo entre ligeramente en shock, pero me tranquiliza estar con vosotros.
Por alguna razón, aquel dolor punzante en el pecho de Ayaka desapareció, y ambos, ella e Inosuke, se quedaron paralizados por un momento, atrapados entre las palabras de Tanjirou.
―Gracias ―repitió por última vez Tanjirou, sonriendo con suavidad. Pero era diferente a aquellas sonrisas que había dirigido hacia ellos antes, si creía que Tanjirou tenía la calidez del Sol, solo se vio más confirmado entonces.
Todas sus sonrisas anteriores eran meramente fogatas comparadas con aquella, que era un sol de verano.
«Cálido», pensaron a la vez Inosuke y Ayaka.
Se suponía que Ayaka estaba enfadada con Tanjirou, pero el asunto había perdido toda importancia de golpe, reemplazado por el sonrojo en sus mejillas que inundaba entonces cualquier pensamiento lógico que hubiese estado en su cabeza.
Era como si el calor de las sonrisas de Tanjirou hubiesen pasado a almacenarse en sus mejillas y viajase reconfortante por sus venas.
«Cálido», pensó aquel bizarro par de tontos de nuevo.
Estaban, otra vez, en sincronía.
Con la cabeza nublada por aquella agradable sensación, ni Inosuke ni Ayaka se fijaron en que no estaban solos, a diferencia de Tanjirou.
―¡Esperad! ―advirtió con un gesto de la mano. Eso hizo a los dos bobos salir de su ensueño y girarse hacia donde su compañero apuntaba.
Ayaka carraspeó, queriendo librarse de aquel endemoniado sonrojo.
Sus ojos siguieron la dirección del dedo de Tanjirou para encontrarse con la parte de atrás de un uniforme de cazador de demonio. Y no resultó ser otra cosa que un cazador de demonios (vivo, que era menos común).
―Soy Tanjirou Kamado, rango 10 ―se presentó Tanjirou cuando, entre siseados susurros y pasos silenciosos (no lo fueron gracias a Inosuke y Ayaka), llegaron al lado de aquel chico.
Pareció no haberles escuchado al venir, por alguna clase de milagro, porque el chico se giró hacia ellos con un respingo.
Ayaka le miró, ojos entornados fijos en él que hicieron que se encogiese con temor. Sin una palabra, Ayaka comprobó que no era él el chico que salió volando, y se resignó a aceptar que aquel chico había muerto.
―Estamos aquí por el apoyo, él es Inosuke Hashibira y ella Ayaka Iwamoto, rango 10 como yo ―continuó Tanjirou, haciendo un gesto primero hacia Inosuke y luego hacia ella.
Los ojos de Ayaka se entrecerraron, esperando intimidar a aquel chico aún más.
«Suelta todo lo que sepas», pensó, observando como seguía encogiéndose contra el peso de su mirada.
Sabía como verse imponente ante la gente, vivió con Genya dos años, algo se le pegó de él.
―¿Rango 10? ―preguntó extrañado el chico, con susurrada urgencia. Entonces, entró en pánico―. ¿¡Rango 10!? ¿¡Por qué no enviaron a un pilar!? ¡No importa cuantos rango 10 traigan! ¡Es inútil a menos que un pilar no venga!
Con un movimiento hábil, el puño de Inosuke chocó contra la cara del chico cuyo nombre Ayaka no sabía. Agarrando al cazador de demonios por el cabello, mientras Tanjirou le gritaba a Inosuke que parase y Ayaka observaba todo con ojos como platos, Inosuke acercó al cazador de demonios hacia sí.
―¡Qué molesto! ¡Si sigues insistiendo en que estas cosas son inútiles, entonces tu propia existencia es inútil! ¡Date prisa y explica la situación, cobarde! ―le amenazó Inosuke, que seguía agarrando bruscamente a aquel chico, que intentaba librarse de la fuerza de su puño sin éxito..
«Eso ha sido... impredecible», pensó Ayaka, aún con ojos muy abiertos de la sorpresa. Se fijó en la sangre que corría libremente desde la nariz del chico, sintiendo cierto tipo de “de-ya-vi” que hizo que se le revolviesen las entrañas.
Rápidamente apartó esa clase de sentimiento. Su cara volvió a su acostumbrada expresión intimidante, fija en el chico desconocido, observando que tenía los pelos de punta. La sangre no era la única cosa que caía, el sudor manchaba su frente. Estaba nervioso y muerto de miedo, solo había que notar la forma en la que daba respingos al oír cualquier sonido cercano.
―Después... después de recibir órdenes de parte del cuervo... 10 miembros vinimos aquí ―empezó a duras penas el chico, lanzando a Ayaka miradas cautivas mientras narraba e intentando que Inosuke no le arrancase el cuero cabelludo―. Sin embargo, después de adentrarnos en el bosque... los otros cazadores de demonios empezaron a...
El chico paró, sin tener las fuerzas para decirlo. Tragó saliva ante los ojos insistentes de Ayaka y continuó.
―Matarse entre ellos ―terminó por fin, haciendo que Inosuke le soltase de golpe.
«Empezaron a matarse unos a otros», repitió Ayaka en su cabeza, abandonando todo interés en el chico ahora que tenía lo que necesitaba.
Era raro que no solo uno de los cazadores de demonios se volviesen contra sus compañeros hasta el punto de matarlo, sino que además habían sido un grupo entero. Era antinatural, todos sabían que estaba prohibido batirse en duelo con otro miembro del cuerpo (a excepción de Inosuke) y que lo hiciesen sin más era de locos.
Su mente empezó a trabajar a toda velocidad, yendo por todas y cada una de las posibilidades de aquel suceso tan extraño. Si el chico no se equivocaba, había por ahí varios cazadores de demonios que mataban a otros cazadores de demonios que sin duda tendría que derrotar antes de llegar al demonio.
Aunque fuesen temerarios, los métodos de Inosuke surtían efecto. Así que, si conseguía dirigirlo para que bailase al son del ritmo que Ayaka le marcaba, tendría las cosas más fáciles. E incluso si sabía que Tanjirou seguía enfadado, era del tipo que sabía utilizar su ingenio en la batalla. Tendría más problemas con él si le daba órdenes que con Inosuke, porque él no era tan fácil de manipular, pero podría apañárselas.
―¡Ayaka Iwamoto, al final van a matarte! ―le gritó Inosuke para alertarla. Pero ella no había notado como aparecía a sus espaldas otro de los cazadores de demonios, que acechaba con la espada fuera de su vaina, a punto de rebanarle el cuello.
No tuvo tiempo para salir de sus pensamientos (ni de sorprenderse porque por fin la había llamado por su nombre). Inosuke, con gran rapidez, agarró a Ayaka y se la lanzó sobre el hombro. Le dio una patada en el estómago al cazador de demonios que tan peligrosamente cerca había estado de asesinarla y retrocedió con varias piruetas hacia atrás. Todo aquello cargando a Ayaka en su hombro, que con los giros de Inosuke no conseguía diferenciar de izquierda y derecha.
La dejó en el suelo de nuevo y Ayaka se tambaleó mareada, con solo las risas cacareantes de Inosuke en los oídos.
―¡Dale las gracias al gran Inosuke-sama, que te ha salvado de ser rebanada en pedazos! ―fanfarroneó Inosuke con orgullo por haber salvado a la persona más fuerte que había conocido hasta entonces, por lo que en su mente, él ahora era la persona más fuerte.
―¿¡Aya, estás bien!? ―le preguntó Tanjirou a cierta distancia, que estaba defendiéndose a duras penas de otro cazador de demonios que había aparecido, como el otro, de la nada.
Ayaka se tomó un momento para parpadear y volver en sí, esquivando esa vez a otro del grupo de los cazadores de demonios que ahora les atacaban. Le dio una patada a su mano (procurando que chocase con su suneate) para que aflojase su agarre en la espada y la soltase. Como ella predijo, la espada cayó al suelo, y el sonido del metal contra el suelo resonó en sus oídos.
―¡No hay ningún problema! ―le respondió a Tanjirou entre alientos, esquivando de nuevo a otro cazador de demonios.
―¡Estas personas son todos unos idiotas! ¿¡Acaso no saben que está prohibido el que los miembros se maten unos a otros!? ―dijo Inosuke enfurecido, mientras intentaba evitar la espada de uno de ellos que estaba demasiado cerca.
«No, ¡no es eso! ¡Hay arañas!», se dio cuenta Ayaka, que veía el destello de los hilos en la noche atados a las extremidades de aquellos cazadores que les atacaban.
Eran mucho más pequeñas que las que ella e Inosuke habían atravesado antes, casi del tamaño de un grano de arroz (que le preguntasen a ella, que sabía perfectamente como eran). Pero no eran como las arañas que ella había visto nunca antes, marrones y comunes y a veces peludas. Esas eran del color del hueso y tenían adornándolas pequeñas marcas de círculos rojos.
―¡Sus movimientos son muy extraños, creo que están siendo controlados por algo! ―declaró Tanjirou, intentando por todas las maneras no dañar a los cazadores de demonios que se abalanzaban sobre él con espada en mano.
«Él también lo ha notado», pensó Ayaka, sin detenerse a mirar a Tanjirou una segunda vez.
―¡Entonces voy a cortarlos por la mitad! ―proclamó Inosuke en voz alta, alzando su espada en pura soberbia sin preocupación alguna.
―¡Todavía hay gente viva entre ellos! ―advirtió Tanjirou, alzándose como la voz de la razón entre el caos de la batalla―. ¡Además no debes dañar los cadáveres de nuestros compañeros!
Lanzándole una ojeada de soslayo al chico desconocido, Ayaka consiguió ver como un grupo de otros tres cazadores de demonios se acercaban a él.
Sus movimientos eran mecánicos, demasiado controlados y toscos como para ser normales, y con eso confirmó sus sospechas.
De un salto, se lanzó contra la espalda de uno de ellos, mientras que Inosuke y Tanjirou se lanzaron contra los otros dos. Ayaka le aplastó contra sus pies, haciéndole caer de bruces contra el suelo unos centímetros antes de que pudiese tocar al chico.
Con las huellas de la suela de sus zapatos en la espalda, Ayaka le arrebató al cazador de demonios, ya muerto hacía tiempo, la espada de las manos de una patada y comprobó con más atención que la suposición de Tanjirou era cierta.
―¡Inosuke, no les hagas daño! ―ordenó Ayaka entonces, anunciado su apoyo hacia Tanjirou.
Agarró con pulso firme los hilos atados al cazador de demonio y probó a cortarlos con su espada. Se deshacieron fácilmente apenas tocar la hoja, por lo que Ayaka sonrió con satisfacción.
―¡Son hilos, Tanjirou! ¡Están siendo controlados por hilos! ―le gritó Ayaka. Pero no necesitaba decírselo, porque por su cuenta Tanjirou ya lo había notado, asintiendo en señal de acuerdo.
―Noté una esencia dulce detrás de los cazadores de demonios ―explicó Tanjirou, acercándose a Ayaka con cautela al tiempo que observaba a su alrededor, atento a los cazadores de demonios que empezaban a rodearles―. ¡Deben ser los hilos lo que los están controlando!
―¡Yo ya me había dado cuenta de eso! ―afirmó Inosuke cuyo tono estaba lleno de efervescencia, y procedió a cortar con un salto, atravesando el cielo, gran parte de los hilos de los cazadores de demonios controlados.
«¡Qué emocionante!», no pudo Ayaka evitar pensar, mientras imitaba a Inosuke y cortaba también varios de los hilos de los cazadores de demonios de un solo golpe.
Otra emoción muy distinta la recorrió al ver como de forma mecánica, uno de los brazos de Tanjirou se alzaba.
Miedo, agudo y en punzadas, atacó su corazón y lo atravesó hasta su garganta.
«¡Las arañas! ¡Me olvidé de las arañas! ¡No es suficiente con cortar los hilos!», pensó con horror estrujando su corazón. Cortó con torpeza y de manera apurada los hilos atados al brazo de Tanjirou.
Agarró su brazo con más brusquedad de la normal en ella y arrancó de él las arañas, que eran iguales a las que vio antes. Sin ninguna cavilación, las estrujó en su puño con fuerza.
―¡Olvidé decirlo! Los hilos están conectados a las arañas ―le dijo Ayaka a un confundido Tanjirou, sin dejar ir su brazo. Soltó un suspiro de alivio y le dio varias vueltas a Tanjirou, inspeccionando cuidadosamente otras partes de su cuerpo―. ¿No tienes más? ¿Hay algún otro tirón que hayas sentido?
Tanjirou negó con la cabeza, pensando lo mismo que ella. Tanjirou era un chico listo, Ayaka lo sabía, y no tardó en darse cuenta de la presencia de las arañas en los demás cazadores controlados.
Con deshacerse de los hilos no bastaba.
Pronto, los cazadores que habían liberado de sus hilos empezaron a alzarse de nuevo, como cadáveres andantes de muertos.
―¡Oye tú! ¡Aléjate de las arañas y vete de aquí! ¡Solo estás molestando! ―le ordenó Ayaka al chico del que todavía no sabía el nombre y no tenía intenciones de conocer. Puso una expresión fiera para que el chico se asustase e hiciese lo que ella quería, pero el chico solo se limitó a negar ferviertemente con la cabeza, aunque en su cara se entreviesen rastros de miedo.
―¡Inosuke, simplemente cortar los hilos no funcionará! ¡Las arañas todavía siguen colocando hilos sobre ellos! Así que... ―le avisó Tanjirou, pero interrumpió sus palabras llevándose una mano a la nariz.
Ayaka le lanzó una mirada extrañada ante su bizarro gesto. «Debe de haber olido algo»
―Este hedor... ―murmuró Tanjirou, arrugando la nariz con asco. Los ojos de Ayaka notaron los imperceptibles movimientos de las arañas en el suelo, acercándose con habilidad en sus pequeñas y abundantes patitas hacia sus pies para poder colocar hilos sobre ellos.
«Pequeñas bastardas», pensó Ayaka. En un repentino movimiento agarró a Tanjirou por la cintura y saltó del alcance de las pequeñas desgraciadas.
―Están por todas partes ―le explicó Ayaka a Tanjirou ante el interrogante en sus ojos de rubí, porque estaba cerca, tanto que podía distinguir el color de sus ojos. Sin pensar en ello había pegado su cuerpo contra ella. Podía sentir el latir de su corazón desbocado por el miedo rozando su piel.
Señalando a las arañas que habían estado a milímetros de tocarles como excusa, le soltó por fin.
―¿Qué es lo que hueles? ―preguntó en un intento de ignorar lo dolorosa que era la ausencia de la cercanía de un cuerpo tan cálido como el de Tanjirou.
Estaba teniendo más contacto físico en aquellos últimos días que el que había tenido en años. Llevaba demasiado tiempo sin tener aquel tipo de toque sobre su piel, pasar del frío de la cascada de Himejima-san a la piel de Tanjirou era un cambio muy brusco, algo que se había vuelto desconocido para ella.
No era solo el contacto, entonces también tendría el mismo efecto los abrazos de su madre y de su padre o cuando Inosuke la cargó sobre su hombro o las veces que Zenitsu se había pegado a su cintura. Lo diferente era que esa vez, ella era quien había iniciado el contacto, quien había pegado a Tanjirou hacia sí misma. Ni antes de entrar en la Selección se había atrevido a coger la mano de Himejima-san.
Puede que... lo echase de menos, el tomar la iniciativa, mostrar afecto por aquellos a los que ella apreciaba.
―Llevo sintiendo una extraña peste desde hace un momento ―le explicó Tanjirou, llevándose de nuevo una mano a la nariz con asco. Mientras, los dos seguían esquivando con agilidad a los cazadores de demonios convertidos en marionetas―. No sé qué es pero está volviendo mi nariz inservible, así no podré localizar al demonio que está controlando los hilos.
«El demonio que está controlando los hilos, hay que localizarlo. Céntrate, céntrate», se dijo Ayaka a sí misma, fijando los ojos en los hilos relucientes a la luz de la Luna, al mismo tiempo que le arrebataba de una patada la espada a otro miembro del cuerpo manipulado. Si los seguían podrían llegar hasta el demonio, intentó hacerlo con sus ojos, pero estaba muy lejos para Ayaka como para poder llegar hasta el demonio.
Si ni ella ni Tanjirou podían, entonces solo quedaba una persona:
―¡Inosuke, si eres capaz de localizar al demonio con precisión, por favor ayúdanos! ―imploró Tanjirou casi con desesperación en su voz.
―¡Si puedes hacerlo, entonces Tanjirou, ese de ahí y yo nos encargaremos de los demás, y tú podrás derrotar al demonio principal, Inosuke-sama! ―complementó Ayaka a la petición de Tanjirou, que sabía que una oferta así, junto con “Inosuke-sama”, serían suficientes para convencer al jabalí.
―¡Mi nombre es Murata! ―se presentó el chico al que había llamado “ese de ahí”.
El mismo que no había hecho caso a su órden y seguía a duras penas colaborando como podía, cortando hilos y esquivando a los que se lanzaban sobre él.
Aun tenía los pelos de punta, pero seguía allí.
―¡Buena idea, Aya! ―halagó Tanjirou, entonces se dirigió a Inosuke― Murata-san, Aya y yo nos encargaremos de los que están siendo controlados, ¡Inosuke tú debes-... !
Se cortó a mitad de frase de forma repentina. Ayaka se tropezó del asombro, casi atragantándose con su saliva por la inesperada aparición del demonio sobre sus cabezas.
Volvió a recomponerse, esquivando por poco a uno de los cazadores de demonios.
Allí, iluminado por la Luna y en medio del cielo, (no, apoyado en unos hilos a varios metros por encima de ellos), estaba un demonio.
«¿¡Es él quien controla los hilos!?». Era el primer pensamiento que le pasó en un flash por la mente a Ayaka.
El demonio tenía la piel del mismo color que las arañas, blanca como el hueso, y tenía las mismas marcas rojas en la piel también, adornando su cara como patrones de una tela. Su pelo enmarcaba su cara, semejante a su piel y cerniéndose sobre los rasgos en su rostro como amenazando con devorarla en largos mechones puntiagudos.
―No perturbéis la vida pacífica de nuestra familia ―anunció en tono monótono.
Algo dentro de Ayaka se encendió con fiereza al oír esas palabras.
―¿Vida pacífica? ―preguntó con acidez en la voz, propia del veneno―. ¿¡Vida pacífica!? ¡Y una mierda vida pacífica!
Toda aquella muerte, todo aquel sufrimiento, los cadáveres, la sangre, todo aquello, ¿¡Y se dignaba a llamarlo vida pacífica!? ¿¡Tantas vidas que no tenían a alguien que rezase por ellos, arrebatadas prematuramente por aquel demonio!? ¿¡Y decía que era una vida pacífica!?
―¡Cierra la boca, maldito bastardo! ¡Baja de ahí para que pueda decapitarte, ya veremos qué vida pacífica llevas! ―amenazó Ayaka iracunda, apuntándole con su espada.
Parecía que su furia se había materializado e imponía su fuerza como un escudo a su alrededor. Sus movimientos se volvieron más precisos y directos, librándose de las cavilaciones que haría normalmente pensando en la mejor manera posible de hacer las cosas.
―Seréis asesinados por madre por esto ―solo dijo el demonio, sin dudar con sus declaraciones, seguro por completo en que "madre" les asesinaría.
Se dedicó a ignorar la presencia de Ayaka por completo, y con esas últimas palabras, se fue caminando sobre sus hilos. Su porte era tranquilo, no estaba preocupado porque pudiesen decapitarle ni porque pudiesen eliminar a “madre”, la amenaza de la muerte ni siquiera le perturbaba.
―¡Oye! ―rompió el silencio Inosuke con un grito grave. Utilizando la espalda de uno de los cuerpos del miembro se impulsó para saltar hacia el demonio, pero no dio éxito y se quedó a mitad de camino, agitando sus brazos para alcanzarle con su espada.
―¡Maldición! ¿¡Adónde vas!? ¡Ven aquí y pelea! ―pedía Inosuke a gritos en el aire, pero el demonio lo ignoró como lo había hecho con Ayaka y se alejó, caminando por los hilos.
Inosuke terminó cayendo al suelo con un ruidoso golpe que estaba asegurado por el que se habría roto un hueso o dos, pero no le molestó y volvió a ponerse en pie sin ningún rastro de dolor.
―¡Creo que ese demonio no es el que está controlando los hilos! ―anunció Tanjirou para avisar a Inosuke de que no fuese tras él.
Dijese lo que dijese, la furia de Ayaka no se iría tan fácilmente. Las vidas de los demás... no eran algo con lo que jugar, por muy grosera que Ayaka fuese, nunca permitiría tratar las vidas ajenas como meras cosas que se podían arrebatar así sin más.
Por alguna razón, pensó en su familia y en Yuu, y en los padres de Yuu, que de un día para otro habían dejado a un hijo huérfano, en solo un parpadeo, y algo en su corazón se estrujó y sirvió de aliento para la ira quemante en su pecho.
―Cambio de planes, Tanjirou ―dijo Ayaka con tono serio, glaseado con tonos amenazadores por encima―. Yo iré tras ese demonio y tú, Inosuke y Murata os encargaréis del demonio de los hilos. Seréis capaces de hacerlo, pero no hagáis nada más. Cuando terminéis, bajad al pie de la montaña y recoged a Zenitsu para dirigiros a la casa de las glicinias.
No esperó su confirmación, porque salió corriendo tras el demonio al que todavía podía ver caminar por sus estúpidos hilos.
Murata tembló mientras observaba como Ayaka se alejaba en la oscuridad del bosque. Tanjirou intentó llamar por ella, pero fue inútil y tuvo que cesar en sus intentos, ocupado con que ninguna de las marionetas se acercase demasiado a él como para hacerle daño.
―Esa chica da miedo ―murmuró para sí Murata, con una casi imperceptible agitación en su voz.
Tanjirou le escuchó, lanzándole una mirada curiosa.
―¿Quién, Aya? ―preguntó mientras sus cejas se arqueaban en una mueca de escepticismo. Murata asintió y él solo se encogió de hombros―. A mí no me lo parece, Aya no da miedo, debes estar imaginándotelo.
No, no se lo estaba imaginando.
Notes:
Este capítulo es más corto de lo habitual pero es que quería daros algo al menos esta semana, al final este arco será de unos cuatro o cinco capítulos *sigh*, tendremos que esperar para ver a Oyakata-sama.
Ayaka e Inosuke comparten una neurona entre los dos, confirmado, es canon.
Así que qué tal? Ya terminó mi época de examenes, qué alivio, podré actualizar más tranquila. Pues, también descubrí que soy lesbiana este finde, es raro y no me acostumbro a ello todavía pero no pasa nada! No creáis que por eso cambiará algo de esta fic jdhhddf, Ayaka seguirá con Tanjirou, después de 5000 capítulos, odio y a la vez amo a los slowburns.
También estuve pensando en qué seiyuu tendría Ayaka, y llegué a la conclusión de que sería Sumire Morohoshi, sobretodo por su rol de Kyouka en Bungou Stray Dogs, aunque también sea quien le da voz a Emma de The Promised Neverland, porque tiene una voz grave(? pero a la vez es la de una niña de 14 años que es prácticamente lo que es Ayaka. Se me pasó por la cabeza que a Ayaka le pegaba la voz de la chica a la que Zenitsu acosaba, pero nunca encontré el nombre de su seiyuu smh.
Lentamente Ayaka se está derritiendo, hmmmmm adoro, en el siguiente capítulo llegará un momento importante en su arco y se vienen grandes cosas GRANDES COSAS. El conflicto con Zenitsu es algo que jugará un rol importante en la redención de Ayaka, pero no podrá resolverse hasta el final del arco del tren smh.
Y pues con eso me voy ya! Espero tengáis un buen día y disfrutéis este corto capítulo.
Chapter 13: Tu verdadera resolución
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
La oscuridad de la noche no era problema para los ojos de Ayaka, que seguían con avidez la figura del demonio entre las copas de los árboles y la negrura del bosque.
Había algo en el demonio, algo oscuro y abismal que salía de él como niebla mortífera, empapado en antigüedad. Ayaka sabía que el demonio era viejo, aquellos como él, que llevaban décadas o incluso cientos de años viviendo en aquel mundo como criaturas antinaturales, emiten un tipo de aura muy específico, y Ayaka solo podía ver oscuridad negra y burbujeante en el lugar en el que debería estar su corazón.
No había luz en ninguna parte, aquel demonio era la encarnación misma de una parte del infierno, con sus llamas oscuras como el crepúsculo y la maldad que viajaba libre por allí. Todo aquello, al menos una pequeña parte, se concentraban en el cuerpo del demonio, que no parecía apenas un niño de 12 años. Pero ella podía verlo, sus pecados sobrepasaban el peso de su alma. Él no era como Nezuko, no tenía salvación.
―Eres muy insistente, ¿no te parece? ― El demonio la miró desde arriba, apoyado en hilos a la altura de las copas de los árboles. Se había cansado de jugar al gato y al ratón, Ayaka lo notaba por la molestia en su voz, ella también se había cansado. Podrían haber llevado así bastante tiempo, Ayaka no estaba segura, no llevaba la cuenta, pero de lo que sí tenía certeza era de que para entonces Tanjirou, Inosuke y Murata (¿era ese su nombre?) habrían derrotado al demonio de los hilos y estarían en su camino para bajar la ladera del monte.
Así que todo ese tiempo, ella lo había dedicado a perseguir al demonio, era escurridizo y Ayaka podría suponer que su estrategia era la de una sabandija, deslizándose entre las sombras y no mostrándose lo suficiente como para que no le prestasen atención. Había intentado escabullirse de ella varias veces en lo que llevaban de aquel juego estúpido de pilla-pilla, pero no contaba con los ojos de Ayaka, que por mucha distancia que pusiese entre ellos, siempre se quedaban en su área de alcance.
Esa vez no era como con el demonio de los hilos, que había puesto cientos de metros entre ellos. El demonio no contaba con que ella podía ver más y creía que con setenta, ochenta metros lejos de ella le proporcionarían hacer que le perdiese.
Una pena que no funcionase, los dos estaban hartos de jugar y el demonio por fin habían decidido salir de las sombras. Se decidiría allí y entonces, no más juegos de niños, tendrían una batalla que no terminaría hasta que, o uno de los dos muriese, o el Sol se asomase por el horizonte. Y faltaban varias horas para eso, por lo que estaba asegurado que uno de los dos moriría aquella noche, con la Luna llena como testigo. Y Ayaka no tenía pensado morir, no todavía, al menos, no sin tener un motivo para ello.
―Y tú eres muy escurridizo, ¿no te parece? ―le respondió Ayaka en tono burlón, paralelando las mismas palabras del demonio.
Sacó la espada de su vaina, sacando también un pañuelo de tela y limpiando brevemente la hoja de un reluciente gris.
Cuando hubo terminado, tiró el pañuelo por encima de su hombro como si nada.
―Ahora que has decidido aparecer, por fin puedo decapitarte ―dijo Ayaka, ojos fijos en el demonio y una sonrisa sin preocupación pintada en su cara―. Gracias por salir y no hacer que pierda más mi tiempo, estaba empezando a ser una molestia tener que perseguirte.
El demonio le lanzó una mirada matadora, que era lo menos que se podía decir de ella. Refulgía brillante, llena de veneno. Aquel tipo de mirada le recordó a Ayaka aquella a la de una araña mortífera. Con sus colmillos y mandíbulas abiertos, listos para morder e inyectar el tóxico final que acabaría con la vida de su presa.
Pero ella no era ni su presa ni un insecto que había quedado atrapado en una red, ella era la montaña que aplastaría a la araña bajo el peso arrollador del invierno y sus gélidos vientos.
―Hablas demasiado ―sentenció el demonio, lanzando hacia ella desde sus manos diferentes hilos que volaban y pasaban a su alrededor levantando a su paso los mechones de pelo enmarcando la cara de Ayaka.
Ella no tuvo problemas en esquivarlos, no era rápida, pero si hábil en sus reflejos y saltos, y con facilidad pasaba por encima de ellos a brincos, de un lado a otro y apoyándose en los árboles para impulsarse.
El demonio frunció el ceño, y Ayaka le dirigió una sonrisa inocente con cejas alzadas.
―¿Lo hago? No lo había notado ―respondió mordazmente. Se fijó en como todos los hilos salían de las manos del demonio, eso quería decir que era un camino fácil para acercarse hasta él. Podría trabajar con eso. Su voz se volvió mas grave. Agresiva y arremetedora contra el demonio― A lo mejor debería callarme y centrarme en matarte.
La cantidad de hilos crecía a cada momento, volando y rodeando a Ayaka, que se vio obligada a romperlos cada vez que se veían demasiado cercanos a su piel.
No eran como los del demonio de las marionetas, a los que había sido fácil deshacer con solo tocar el filo de su espada. Aquellos hilos eran muy duros y resistentes, y se veía forzada a utilizar la respiración de la roca para librarse de ellos.
“Respiración de la Roca, Tercera Postura: Reflejo Ígneo”
Utilizó su espada en una serie de movimientos amplios, destrozando los hilos a su alrededor y consiguiendo deshacer los ataques cercanos a ella. Paso tras paso, estocada tras estocada, se acercaba más y más al demonio, que retrocedía como si todavía jugasen al gato y al ratón.
―Te mataré aunque sea lo último que haga ―anunció Ayaka con calma heladora, y por un momento, el demonio parecía asustado. Horror, horror era lo que se pintaba en sus facciones, porque Ayaka estaba muy cerca de él, tanto que podría cortar su cuello. Esa vez, era él quien se había convertido en la presa―. Gente despreciable como tú no merece vivir.
“Respiración de la Roca, Cuarta Postura: Riolita- Conquista Rápida”
Recobró su expresión de araña en un segundo, y el demonio arremetió contra ella con más fuerza, lanzando infinitos hilos en su dirección.
―Me encantaría verte intentarlo ―. El demonio sonrió con la más mínima pizca de rabia y no paró de dirigir hilos hacia ella, y sin preocuparse por ellos, terminaron cortando a Ayaka, su cara, brazos y piernas chorreaban con sangre de un rojo vivo.
Había algo diferente en los hilos de entonces, podía notarlo en la forma en la que cortaban su carne. Habían cambiado, no eran como los anteriores, que conseguía deshacer utilizando las primeras posturas de la Respiración de la Roca.
Aquellos hilos no podía cortarlos.
«Incluso si sientes dolor o arrepentimiento, ¡sigue adelante, no te pares! ¡Llega hasta su cuello y corta su cabeza! ¡No puedes parar por nada del mundo!», se decía a sí misma, apretando su agarre en el mango de la espada ignorando las pizcas de escozor que le enviaban los cortes que cubrían cada milímetro de su cuerpo.
―¿¡Te gustan estos hilos!? ¡Estos no puedes cortarlos, chica estúpida! ¡No serás capaz de rebanarme el cuello! ―anunció el demonio, notando como Ayaka empezaba a ralentizarse en su camino hasta él. No había otra cosa brillando en la mirada de su infernal contrincante que ella pudiese ver que no fuese el refulgor rojo de la locura.
Puede que no fuese capaz de romperlos, pero Ayaka podía hacer otra cosa.
Saltando sobre aquellos hilos, destinados a cortarlas por la mitad y posando sus pies en su fina superficie, Ayaka se deslizó con rapidez por ellos, ganando la velocidad que le faltaba para llegar por fin hasta el demonio, que no pudo más que observar a la velocidad vertiginosa con la que se dirigía hacia su cuello, extendiendo un brazo con espada en mano destinado a decapitarle.
La estupefacción en la cara del demonio era satisfactoria de ver, porque Ayaka había utilizado aquello de lo que tan orgulloso estaba para llegar hasta él y terminar con su vida.
“¡Respiración de la Roca, Quinta Postura: Rueda de Piedra Firme!”
El aire se hizo pesado y a su alrededor cayó un velo similar a la niebla, grisáceo y helado. El ambiente había cambiado por completo, solo por un ataque de espada.
La quinta postura de la Respiración de la Roca era la postura más poderosa de todas, arrasaba cualquier cosa a su paso, dejaba en ruinas tanto a la zona en la que estaba el espadachín como a su enemigo. Destrozaba el suelo, arbustos, árboles y rocas en su rango de ataque, y si no era capaz de cortar al demonio con aquella postura, entonces Ayaka podía darse por muerta.
La montaña helada y el poder que venía con ella se cernían juntos sobre la figura del demonio, un mazo por encima de él que no tardaría e bajar y castigarle por todos sus pecados, como la ira de los dioses. Y cuando la espada de Ayaka estaba a punto de tocar el cuello del demonio, un trueno resonó a través del monte.
Inconscientemente, Ayaka dirigió su vista hacia el lugar de origen del estruendo. No era una noche de tormenta, el cielo estaba despejado y no había nubes a la vista. Y eso solo podía significar una cosa.
Allí en el cielo nocturno y estrellado, ante la Luna y las estrellas, se podía distinguir una figura a lo lejos. Ascendía sobre el cielo, elevándose sobre las copas de los árboles como un salvador omnipotente.
Si una persona normal hubiese pasado por allí, entonces le juraría a sus conocidos y amigos que se habían manifestado en el monte dos dioses aquella noche, ambos de los elementos principales, la tierra y el cielo.
«¿Zenitsu?»
Fue suficiente para que Ayaka se distrayese, y en vez de atravesar el cuello demonio, éste aprovechó aquel mínimo momento para alejarse de ella, y la espada de Ayaka tanteó el aire. Sin esperar no chocar contra su objetivo, siguió su trayectoria y se encontró con el suelo.
Una explosión que podría rivalizar el de la erupción de un volcán se produjo y una ola de polvo, provocada por la rotura del suelo en el claro, se levantó con el viento provocado por el impacto. Llenó los ojos de Ayaka de polvo, que retrocedió desorientada dando tambaleos hacia atrás por la fuerza del viento.
Y sin más, sintió como dos hilos hacían dos cortes su espalda, a la altura de los omóplatos. Sin perder tiempo el demonio reforzó sus hilos una última vez, y se volvieron más rojos aún de lo que lo habían sido.
En un raudo y entrenado movimiento de muñeca, hizo que los hilos se enredasen entre los antebrazos y las piernas de Ayaka y la aprisionaran entre sus redes.
Cuando se despejó aquella brutal nube de polvo, Ayaka se encontró colgando a varios metros del suelo, y el demonio la observaba a su altura. Se había vuelto a subir en sus condenados hilos, y la observaba con una sonrisa macabra.
Ella ahora era su presa, y el demonio se había convertido de nuevo en la araña, que clavaría en su pálida carne sus colmillos y se la comería sin planteárselo dos veces.
Si antes no era un insecto atrapado entre las redes de una araña, entonces lo era ahora.
―Debería haber utilizado mis hilos más fuertes desde el primer momento, me habría ahorrado la molestia. Es verdad que te subestimé pero, ¿qué era eso que decías de que ibas a matarme? ―preguntó el demonio, apoyando su mejilla en una mano mientras observaba como Ayaka forcejeaba sin parar contra sus hilos.
―Voy a matarte, ¡juro que voy a matarte! ―gritaba Ayaka, porque lo haría, no moriría tan fácilmente, no dejaría el mundo de los vivos así.
«No siento los brazos ni las manos», pensó con actitud calculadora, pero aun así su espada nichirin seguía segura entre sus dedos. «No puedo entrar en pánico, sigo teniendo fuerzas para usar la Respiración de la Roca una última vez, necesito pensar en una forma de librarme de estos hilos. Piensa, piensa, si es verdad que ese era Zenitsu necesito ir a ayudarlo, y quién sabe donde estarán Inosuke, Tanjirou y Murata. No puedo perder el tiempo aquí»
Con otro movimiento de muñeca el demonio puso a Ayaka boca abajo, de forma que tenía que mirar hacia arriba para encontrársela cara a cara. Los mechones sueltos de Ayaka colgaban inertes, a pocos centímetros de tocar la cara del demonio, que solo sonreía satisfecho.
―No veo la forma en la que lo harás, ¿de verdad creías que estaba utilizando toda mi fuerza contra ti? Mírate ahora, puedo matarte ahora mismo y tú no podrías hacer nada para evitarlo ―. El demonio tenía razón. Ayaka podía sentir como la sangre salía de ella lentamente por la presión que tenían en ella los hilos. Si pasaba demasiado tiempo allí, se desangraría hasta morir.
Para demostrar su poder, el demonio agarró con simpleza el lazo de Ayaka que ataba su pelo en lo alto de su cabeza y lo desató haciendo que su largo pelo se viese libre y se volviese esponjoso, decidiendo ondear por su espalda y rodear su cuello, similar a un abrigo de pieles.
―No me subestimes ―tentó Ayaka, siseante y con voz llena de desafío, su mente seguía trabajando a la par que sus ojos, inspeccionando el lugar esperando que el demonio no se diese cuenta de sus intenciones, hasta que tuviese el tiempo suficiente para que se le viniese a la cabeza una idea con la que escapar. Solo necesitaba distraerle un poco más, así que continuó en su charla―. Ya lo hiciste una vez y por poco corto tu cuello, no cometas el mismo error dos veces.
El demonio frunció su ceño por un momento, molesto por el hecho que Ayaka había pronunciado en voz alta.
Con una flexión de sus dedos, hizo que los hilos atrapando las extremidades de Ayaka se apretasen y ella no pudo evitar soltar un gruñido de dolor. Se mordió el labio, hincando los dientes en la carne, porque no quería darle al demonio la satisfacción de ver que la estaba hiriendo, mientras él solo reía, soltando pequeñas carcajadas agudas.
Una marca apareció en la pupila del ojo del demonio, solo lo que estaba escrito allí mandó escalofríos por todo su cuerpo.
―No tienes el nivel como para vencer a una de las Doce Lunas Demoníacas ―afirmó el demonio arrogante, apartando mechones blanquecinos de su cara para que Ayaka pudiese verlo con claridad.
Grabado en el ojo derecho del demonio estaba el número “5”
«No es posible, ¡eso no es posible!», pensaba Ayaka en pánico, porque no sabía como es que seguía aun respirando. Ella era apenas una “tsuguko”, y tampoco es que llegase a ese nivel. No era una pilar como para tener el poder suficiente para sobrevivir un encuentro con una Luna Demoníaca, los doce demonios más poderosos.
Incluso si no la hubiese matado en la batalla, el demonio la había aprisionado y parecía no tener intenciones de matarla. No todavía, al menos. ¿Por qué la había aprisionado, en vez de partirla en pedazos con sus hilos?
El demonio bajó hasta el suelo, satisfecho con el silencio de Ayaka, y se dirigió curioso a lo que parecía que era un trozo de papel sucio y maltratado, doblado por la mitad. Entre el polvo y la tierra destrozada, Ayaka no se había fijado en que estaba siquiera allí.
Sus ojos se abrieron como platos, mientras el demonio recogía el papel con una sonrisa propia de un maníaco y lo desdoblaba, revelando sus contenidos.
Ayaka no tenía la necesidad de ver lo que era, lo reconocía perfectamente. Aquella carta había estado resguardada en uno de los bolsillos de su haori todo ese tiempo, desde la mañana de la Selección.
El demonio empezó a ojearla, y Ayaka forecejeó entre sus ataduras sin importarle que se clavasen más en sus heridas. Había sido consumida por algo más profundo que la sed de derrotar a sus enemigos, que la ira misma que parecía correr por sus venas.
―¡Suelta eso bastardo! ¡Atrévete a tocar esa carta y no solo te decapitaré sino que te despedazaré, haré que experimentes lo que es el infierno en la tierra! ―protestaba Ayaka a gritos enfurecida. No le servirían de nada en aquel momento los consejos de Himejima-san, no había algo en aquel mundo capaz de parar los vientos gélidos de la furia de Ayaka Iwamoto.
El demonio no le prestó atención, fascinado mientras sus ojos pasaban con avidez por el contenido de la carta mientras Ayaka seguía maldiciéndole a chillidos que habían pasado a ser enrabietados.
Con ojos de ensueño, el demonio terminó su lectura, sopesando las palabras que con tanto cariño se habían grabado en el papel.
En un parpadeo, estaba de nuevo frente a Ayaka, observando con ojos abiertos y curiosos el rostro de la cazadora de demonios.
Con un apretón de sus dedos, el demonio hizo que uno de los hilos alrededor de su cuello se apretasen, asfixiándola hasta el punto en que Ayaka dejó de gritar, boqueando desesperadamente por aire.
―Tú... ―empezó el demonio acusador en un tono ansioso, adquiriendo casi un pequeño temblor en sus cuerdas vocales―. Tú rompiste tus lazos... Sí... Los rompiste con tus propias manos, ¿no es cierto?... Con tus propias manos, tus lazos con tu familia... Unos lazos tan fuertes... Los hiciste añicos...
Dejó que el mortal apretón en el cuello de Ayaka se relajase, y su cuerpo empezó a sacudirse con toses erráticas, secas como si no hubiese bebido en varios días. Recomponiendo su aliento tomó bocanadas de aire, aun sintiendo las quemantes lágrimas que habían aparecido en sus ojos con la aplastante sensación de asfixia.
―¡Contéstame! ―ordenó siseante el demonio. Sin poder aguantar, apretó los hilos en su cuello de nuevo, que se incrustaron de nuevo en su carne pero dejaron a Ayaka poder hablar.
―¿Y qué si lo hice? ―retó Ayaka con las pocas fuerzas que le quedaban en la garganta, suficientes para susurrar. Ni en una situación así perdía Ayaka su orgullo, y para probarlo observó al demonio con asco―. Ahora devuélveme eso, desgraciado.
―No, no creo que vaya a hacerlo ―respondió el demonio en burla, apartando la carta del alcance de Ayaka―. Mejor aún, creo que voy a leerla en voz alta, para torturarte un poco. A los demonios se les puede torturar colgándoles al Sol, pero eso contigo no funciona, así que disfrutaré esto.
Ayaka luchó contra sus ataduras ferviertemente ante aquellas palabras, intentando liberarse sin éxito, porque había perdido cualquier tipo de razonamiento, como ella tanto le advirtió a Tanjirou. En su lugar estaba siendo consumida por la ira, haciendo acciones estúpidas.
En pocas palabras, si no volvía en sí, Ayaka Iwamoto moriría esa noche a causa de su imprudencia.
―¡He dicho que me la devuelvas! ―. Luchó sin cesar y no sentía el dolor agudo en sus cortes y heridas ni el agotamiento que empezaban a hacerse paso poco a poco en su cuerpo. En aquel momento, tenía en su mente a la carta y a la carta solamente. La carta, la carta, la carta y nada más.
En tono monótono, el demonio empezó a narrar:
―”Querida A-chan, esperamos que estés bien atendida y alimentada y que no te falte de nada en el hogar de Himejima-san. Nos ha dicho que tu prueba final para convertirte en cazadora de demonios será pronto, te deseamos mucha suerte y que consigas pasar sin problemas”.
―¡Cállate, cierra la boca! ¡No quiero que cites las palabras de mis padres! ―le interrumpió Ayaka. No quería oírlo, no quería oírlo, sabía de memoria las palabras que venían entonces. Conocía el peso de sus pecados, no quería repasarlos de nuevo, como hacía cada noche, recordándose que iría al infierno.
El demonio sonrió con sádica satisfacción. Los había encontrado, tanto su punto fuerte como su punto débil.
―”Nos habría gustado que nos lo dijeses tú misma, pero comprendemos que debes estar muy ocupada para prestarle atención tus ancianos y cansados padres. Aun así, te invitamos a que nos visites cuando te gradúes y lo celebremos con mochi. Aquí todo en el pueblo está igual, aunque se ha descubierto un escándalo, que Takada-san engañaba a su mujer con una jovencita de tu edad. Por lo demás no ha pasado nada nuevo, seguiremos informándote de todo lo que pasa aquí para que cuando vuelvas no te sorprendan tantos cambios. Mucho ánimo, con cariño, mamá y papá” ―terminó narrando el demonio. Se estaba divirtiendo y Ayaka no podía soportarlo.
―¡Cierra la boca! ¡Cállate! ¡Cállate, cállate, cállate! ―protestó ella una y otra vez, negando con la cabeza como si eso fuera a hacer que no lo escuchase, gritando cada vez más y más alto con las esperanzas de ahogar la voz del demonio con la suya.
―Parece que solo fuiste tú la causante de que se rompiesen tus lazos, tus padres intentaban acercarse a ti pero tú les alejabas, por tu propia mano creaste una distancia, ¿o me equivoco? Y te has quedado sola ―supuso el demonio, y su voz era salada, esparcida por las heridas de Ayaka para que quemasen, para que le doliesen.
―¡Devuélvela! ¡Voy a matarte! ¡Te mataré! ―amenazó una y otra vez como ya había hecho, pero eran falsas promesas, huecas y sin ningún significado, al contrario que aquellas que ella solía hacer.
Tampoco eran tan raras las promesas huecas en ella, ¿no? Le prometió a sus padres que les visitaría una segunda vez, pero iba a morir, y no podría cumplir aquella promesa. Ni tampoco la de convertirse en una digna sucesora, la que le hizo a Himejima-san, ni ser un pilar en el futuro, ni su sueño de vivir en una gran casa y entrenar sucesores hasta su muerte, disfrutando de grandes bañeras y jabones de todas las clases y colores.
Se habían convertido en palabras vacías, que desaparecerían de aquel mundo junto a ella, para acompañar a su alma hasta el infierno cuando su vida le fuese arrebatada por aquel demonio.
―¿Por qué te enfadas? Solo estoy diciendo la verdad. Rompiste tus lazos por tu cuenta y ahora estás sola y triste, a diferencia de mí, que tengo unos lazos fuertes con mi familia ―dijo el demonio, aparentemente extrañado ante los gritos y quejidos de Ayaka. Lanzó sobre su hombro la carta, convertida en una bola arrugada de papel desechándola sin ninguna consideración―. De todas formas no necesito unos lazos rotos.
―¡Tú no puedes entenderlo, no has amado a nadie en tu miserable vida! ―replicó Ayaka, que había adquirido el aspecto de un perro rabioso―. ¡Ellos están a kilómetros de aquí, a salvo de criaturas como tú! ¡Puedes matarme lentamente si quieres, pero eso es lo único que me importa!
El demonio soltó un murmullo de confusión desde lo más profundo de su garganta.
―Yo también tengo una familia, aun así no logro comprender tus motivos. Pero tú si me puedes comprender a mí ―fijó sus ojos en ella, aquellos ojos que no conectaban a ningún corazón, solo a un agujero negro―. Por la familia se hace todo, y tú has amenazado a la mía, por eso tendré que matarte.
Con esa última frase, apretó los hilos de Ayaka de nuevo. Ella se revolvió, tosiendo y sacudiéndose en un intento de liberarse que era inútil, llevado a cabo por el reflejo innato de los seres humanos a sobrevivir de cualquier manera, sin rendirse e intentándolo hasta el final, aunque no hubiese solución alguna.
Con las últimas fuerzas que conservaba, Ayaka comenzó a rezar en voz ronca. Las palabras fluyeron forzosa y lentamente, para alentarse a sí misma. Porque eso era lo único que le quedaba. A sí misma.
―Namu... Amida Butsu... Namu... Ami... Amida... But... su... Na... mu... A... A...
La sílaba se quedó colgando en el aire. El sonido de su voz se había desvanecido en sus oídos, extinguiéndose al mismo tiempo que la abandonaban la vida y los latidos de su corazón. Cuando no fue capaz de respirar más y por fin exhaló su último aliento, Takeshi apareció frente a ella.
―¡Por fin, Aya-san! Te he estado esperando, ¿preparada para ir al infierno juntos? ―preguntó extendiendo una mano, invitándola a que le acompañase con su dulce tono mantequilla.
Ayaka extendió su brazo hacia él para, no coger su mano, sino que alejarla de un manotazo. Sin embargo, se colocó a su lado sin atreverse a mirarle a la cara.
«No hay calor aquí, todo está frío».
Se había estado preparando mucho tiempo.
¿Fue feliz? ¿Su estadía en el mundo?
¿Era ella feliz, había aprovechado al máximo su vida?
¿Le quedarían arrepentimientos?
―Abuela... Mamá... Pa... pá... Yuu...
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
El agudo pitido en sus oídos se disipó con el sonido de los gritos de una voz desconocida.
―Rui... ¡Rui! ―llamaba. Y esa fue la voz que le dio la bienvenida desde la frontera con la orilla al otro mundo.
Los colores volvieron de nuevo, y Ayaka se recompuso, tosiendo y estremeciéndose en temblores mientras luchaba por volver a respirar en alguna clase de milagro.
Se encontró con su mano extendida hacia el horizonte, que había conseguido mover en sus delirios.
Había fallado en agarrar la mano que le extendía la muerte.
«¿Qué ha... pasado? ¿Quién es “Rui”? ¿Quién es esa chica?», se preguntó Ayaka. El demonio, ¿dónde estaba el demonio? ¿Por qué no la había matado?
―¡Madre fue ejecutada! ¡Y hermano mayor fue asesinado por un cazador de demonios con un haori amarillo! ¡Conseguí verle, y si decide ir a por nosotros nos decapitará también, Rui! ¿Qué haremos? Hay demasiados y están tras nuestra pista ―. La voz apurada provenía de una chica que Ayaka no reconocía, pero que tenía un gran parecido con el demonio al que se había enfrentado, con piel y cabellos pálidos, marcas rojas en la piel. Eso significaba que ella era un demonio también.
¿Hermano mayor? ¿Madre? Debería estar hablando de la tan mencionada familia del demonio.
Ayaka se dio cuenta de que “Rui”, como le había llamado, era el demonio con el que se había enfrentado todo ese tiempo. Y que con la aparición de la chica demonio, él había aflojado de golpe los hilos de Ayaka y había dado paso libre al oxígeno para que viajase hasta sus pulmones.
Lo llamaría un golpe de suerte si no siguiese atada a varios metros sobre el suelo, con la posibilidad de ser asesinada todavía en el aire, como los hilos que la tenían tirantemente aprisionada.
Rui no reaccionó, observando ensimismado a la distancia, mientras la chica demonio le insistía, temerosa de morir tanto como cualquier humano.
―Oye... ¡escucha! ―le pidió desesperada, el sudor corría por su frente y sus ojos estaban llenos de terror.
―¿No deberíamos estar corriendo? ―preguntó atemorizada. Por un instante, por un solo mero momento, su cara cambió completamente de aspecto, perdiendo todo parecido con Rui.
Por alguna razón, eso hizo que Rui se enfadase, mandando en su dirección varios hilos que desgarraron y cortaron el rostro de la demonio, que soltó un chillido tintado en dolor sin importarle que Ayaka siguiese allí colgando.
Aún soltando alaridos, la demonio se dejó caer en sus rodillas y se llevó las manos a la cara, intentando cubrir sus heridas de alguna manera.
¿Era esa su tan amada “familia”? ¿Era así como el demonio les trataba?
Rui pareció fijarse en otra presencia que estaba espiando en la distancia.
―¿Qué estás mirando? Esto no es de tu incumbencia ―le dijo con odio. Ayaka miró en su dirección, su pecho aun se movía pesadamente, y estaba segura de que se había llevado un gran rato inconsciente, porque la sangre de sus heridas estaba seca, formando una inmunda costra a su alrededor.
―¿Quién? ―murmuró extrañada, consiguiendo distinguir el color verde de un haori―. ¿Himejima-san?
La sangre que había pertenecido alguna vez a la chica demonio corría libremente por los hilos de Rui, prueba de lo que había hecho mientras la chica aun se lamentaba de dolor en el suelo.
―¿¡Qué estás haciendo!? ¿¡No es ella tu aliado!? ―cuestionó la figura desconocida enfurecida.
Ayaka se forzó a enfocar su vista una vez más. Cuando divisó la cicatriz en la frente del cazador de demonios y la caja de madera a su espalda, no tuvo dudas, aquel era Tanjirou Kamado.
«Él no puede estar aquí», pensó con pavor. «Van a hacer que lo maten, Tanjirou va a morir. Nezuko. Van a morir los dos».
¿Entonces dónde estaba Inosuke (No es que le preocupase especialmente Murata)? ¿Sería verdad que aquella persona que creía haber visto en el cielo era Zenitsu? Si así era, debía hacer algo, o Rui les mataría a todos. No tenían posibilidad alguna contra una de las Doce Lunas Demoníacas.
―¿Aliado? No lo compares con una cosa tan superficial ―respondió Rui en voz monótona, sin inmutarse. Iba a matar a Tanjirou si seguía hablando, lo veía en la forma en la que movía sus manos con los hilos―. Somos familia. Estamos unidos por fuertes lazos. Además, esto es entre hermana mayor y yo, si te metes en esto de forma innecesaria, te cortaré en cuadritos.
Pero como era Tanjirou, iba a meterse de forma innecesaria, para el disgusto de Ayaka, que no podía hacer otra cosa que observar con ojos atemorizados.
―Tanto los aliados como la familia están unidos por fuertes lazos. Ambas son cosas valiosas ―replicó Tanjirou seguro de sus palabras―. ¡Aunque no se tenga un lazo de sangre, no hay nada superficial en ello! Es más, las personas que están unidas con fuertes lazos tienen el aroma de la verdad. Pero vosotros dos... ―retrocedió asqueado―. Miedo, odio y disgusto es todo lo que huelo. ¡No llamaré a este tipo de cosas un lazo! Es un engaño... ¡Es todo falso!
Rui no decía nada y se limitaba a observarle con aquella mirada matadora que había dedicado a Ayaka.
―¡Tanjirou! ¡Calla y escúchame! ―le gritó Ayaka desde su posición, apretando la mandíbula en puro coraje. El susodicho alzó la cabeza en la dirección de su voz, encontrándose con el cuerpo ensangrentando y cubiertos de heridas de Ayaka, de cara al suelo. Su pelo negro seguía colgando hacia abajo encrispado. Apostaba a que no olía a glicinias en aquel momento.
Tanjirou gritó al verla, horrorizado al verla en tal estado.
―¡Aya! ¡No te preocupes, te sacaré de ahí!
Ella hizo caso omiso, porque no había posibilidad alguna de que lo hiciese.
―¡Agarra a Nezuko y huid de aquí! ―continuó, ignorando sus declaraciones―. ¡Vete, llévate a Inosuke y a los demás contigo!
―¡De ninguna manera te dejaré aquí!
Ayaka ya sabía que aquello iba a pasar, siendo tan tozudo como era.
Le daban igual sus deseos, todavía había una posibilidad de que escapasen con vida de aquel condenado monte.
―¡Olvídate de mí, maldito seas! ¡Tú no lo entiendes, Tanjirou, tienes que huir de aquí lo más rápido que puedas! ¡No podrás derrotarlo, él es una Lu-...!
Sus gritos fueron cortados repentinamente por un apretón de los hilos a su alrededor, que no solo apretaron la garganta de Ayaka, que tosió y tosió, ahogándose con su propia saliva, sino que los demás hilos se apretaron también, haciendo que de sus heridas saliesen chorros de sangre carmesí, de olor metálico y tacto caliente y viscoso.
―Eres muy ruidosa ―dijo Rui, cuyo ceño fruncido había aparecido de nuevo―. Preferiría que te asfixiases y te callases de una vez, ¿o quieres que mate a tu compañero lentamente delante de ti y así cerrarás la boca por fin? Tu familia está a kilómetros de aquí, pero si lo que ese insolente dijo sobre los aliados es cierto para ti, debería tener el mismo efecto torturarle a él.
Luchando por respirar, Ayaka tomó una bocanada de aire.
―No te atrevas... a tocarles... ―advirtió siseante. Seguía teniendo la espada nichirin en sus manos. Todavía podía hacerlo. Un último esfuerzo y si tenía suerte la encontrarían por la mañana al borde de la muerte y la llevarían a un médico.
La chica demonio sollozaba derrotada en el suelo. Tanjirou no se iba, ¿por qué no se iba? ¿No escuchaba lo que le había dicho?
En cambio, Tanjirou adoptó una tensa posición de ataque, apuntando su espada negra en dirección al demonio. Sus pies estaban firmemente plantados en la tierra, y en sus ojos se manifestaba resplandeciente la pasión en su corazón.
Por qué tuvieron que emparejarla con un chico tan carente de sentido común.
―Demonios, justo lo que yo estaba buscando ―anunció una voz detrás de ellos.
De entre las sombras apareció otro cazador de demonios, y Ayaka pudo ver como el egoísmo fluía por él, mezclados con la ambición y la cobardía, se daba lugar a una mezcla explosiva.
―Si van a ser demonios infantiles, incluso yo puedo hacerlo ―dijo el cazador, con demasiada confianza en sí mismo. No notó el cuerpo de Ayaka a varios metros, justo encima de él. Tampoco lo extraño que era que, asumiendo que aquellos demonios eran débiles, todo a su alrededor estuviese destrozado por la quinta postura de la Respiración de la Roca de Ayaka. En cambio, el cazador se dirigió hacia Tanjirou con una sonrisa arrogante―. Retrocede, quiero asegurarme de conseguir un ascenso. Y si lo hago, los superiores me van a dar un montón de dinero. Derrotaré a un par de demonios insignificantes y bajaré la montaña.
Tanjirou intentó detenerle, pero fue inútil.
Himejima-san tenía razón, aquellos que no tenían un motivo firme o intenciones viles no conseguían sobrevivir en el Cuerpo de Exterminio.
Sin moverse, Rui dirigió hacia él una serie de hilos que despedazaron la parte superior del cazador en pedacitos. Había pasado en un segundo pero se había desintegrado sin más y ahora los restos de su cadáver yacían en el suelo. Una gota de su sangre consiguió llegar hasta Ayaka, manchando su mejilla que estaba contraída en una expresión horrorizada, que paralelaba la misma que se pintaba en la cara de Tanjirou.
―¿Qué era lo que habías dicho? ―. El demonio sonaba colérico, a diferencia de como le había visto anteriormente.
Ayaka no había conseguido enfadar al demonio, apenas molestarle ligeramente. Si se hubiese enfadado porque por poco le había cortado la cabeza, su humor se había recompuesto de nuevo cuando la atrapó entre sus redes.
Entonces, víctima de las palabras de Tanjirou, la ira se emitía del pequeño cuerpo de Rui y volvía el aire tenso y amenazador. Era aplastante. El poder de Rui había pasado a otro nivel.
―¿Qué era lo que has dicho hace solo un momento? ―inquirió de nuevo Rui en dirección a Tanjirou. La tensión estrujó el corazón de Ayaka con intimidación.
Si Tanjirou no se dignaba a huir de allí con Nezuko, iban a morir.
Clavando más los talones en la tierra, Tanjirou reforzó su postura y se ajustó el mango de la espada entre las manos.
―Lo diré una y otra vez, vuestros lazos son falsos.
Estaba sellado, iban a morir allí los tres.
Rui soltó un murmullo enfadado, similar al silbido de una araña a punto de atacar, abriendo sus mandíbulas y preparando su veneno.
―No te mataré de una sola vez ―anunció, jugando con varios hilos en sus manos distraídamente―. Voy a hacerte picadillo antes de que termine de destrozarte por completo, para que ella pueda verlo y como castigo por tu insolencia.
―Él no es importante, ¡me da igual si muere! ―declaró Ayaka con mordacidad, haciendo sus mejores intentos por volver su tono arrogante en vez de débil y cansado. Forcejeó contra los hilos para llamar su atención―. ¡No creas que me importaría alguien como él, tan estúpidamente ingenuo! ¡Tú lo sabes, es un idiota si cree que puede vencerte! ¿Por qué debería yo preocuparme por alguien que no puede ver a la muerte ni cuando la tiene delante?
Rui le lanzó una mirada de soslayo llena de seriedad. Tanjirou tragó saliva.
―Entonces no te debería importar tampoco si vive o muere, ¿no? Si se retracta de lo que dijo hace un momento, lo mataré de un solo golpe ―ofreció Rui sin una pizca de interés en su voz.
Pero había algo más en la forma en la que la ojeaba con aparente vagueza. Estaba probando si las palabras que Ayaka había dicho eran ciertas, y de ello dependía su reacción.
A pesar del dolor, a pesar de la desesperanza y la tristeza y la rabia, Ayaka consiguió colocar en su cara una expresión inquebrantable.
Rezó a todos sus dioses, en los que creía y en los que no, para que Tanjirou retirase sus palabras, consiguiese entrar en razón y tuviese la fuerza necesaria en las piernas para huir, reunirse con Inosuke, Murata y Zenitsu y que juntos se alejasen de allí lo más pronto posible.
Los dioses la abandonaron.
―No voy a retractarme, lo que dije no está mal, ¡el único que está equivocado eres tú! ―dijo Tanjirou de forma enfurecida, apretando más su agarre en su espada. Se puso en posición para atacar durante un breve momento y procedió a atacar al demonio.
Rui aceptó la lucha con gusto, lanzando y atacando con hilos igual que lo había hecho con ella.
Si Tanjirou se negaba a asegurar su vida, entonces ella tendría que hacerlo por él. Cuando saliesen de aquello (si lo hacían), Ayaka se aseguraría de matarle con sus propias manos.
Sus ojos examinaron hábiles el entorno. De las manos de Rui salían todos los hilos, y utilizaba los mismos que la aprisionaban para atacar a Tanjirou, pero los extendía y hacía que se volviesen más débiles.
Debido a que no le prestaba atención a Ayaka, firme en su creencia de que no podría escapar, mayor era el movimiento que le daba. Los hilos que la ataban pasaron gradualmente de rojo oscuro a un blanco transparente, cuanto más atacaba a Tanjirou y avanzaba en camino hacia el cuello del demonio, más débiles se volvían las ataduras de Ayaka.
Podría hacerlo, podría cortar aquellos hilos.
“Respiración del Agua, Primera Postura: Tajo de la Superficie”
“Respiración de la Roca, Primera Postura: Hidra de Serpentinita”
Ayaka se libró de su prisión al mismo tiempo que la espada de Tanjirou, tan seguro y decidido en que conseguiría acabar con el demonio, se rompía como tofu contra uno de los hilos de Rui.
Ambos se desestabilizaron y se estamparon de cara contra el suelo, Tanjirou incapaz de esquivar la rapidez y los patrones de movimiento de los hilos y Ayaka por culpa de su posición en el aire.
Ella se levantó, apoyando su peso en sus dos temblorosas piernas, entumecidas por estar tanto tiempo inmovilizadas. La sangre corría de nuevo por ellas, junto con sus brazos y manos, poniendo en movimiento a su organismo.
Utilizó todas sus fuerzas para correr hasta Tanjirou, que estaba a un suspiro de ser desgarrado por los incesantes hilos de Rui.
«Date prisa y llega hasta él, hay que huir de aquí. No puedes dejarles morir». Eran las palabras que se repetían una y otra vez en la mente de Ayaka, mientras observaba como los hilos se acercaban más y más al cuerpo de Tanjirou, hasta que no pudo evitarlos más y desgarraron carne y derramaron sangre.
Pero no eran ni la carne ni la sangre de Tanjirou. Delante de él, cubriéndole con su cuerpo, estaba Nezuko, que se había utilizado a sí misma como escudo para proteger a su hermano de la amenaza de una muerte inminente.
―¡Nezuko! ―gritaron horrorizados Tanjirou y Ayaka, sin poder evitar fijarse en las heridas que habían aparecido en su cuerpo.
Agarrando a los hermanos Kamado entre sus brazos, Ayaka se los echó a cada uno sobre un hombro imitando la acción de Inosuke no hacía apenas unas horas. Se apresuró en tomar un sitio seguro alejado de Rui, detrás de un árbol, porque sus piernas no podían llevarla más lejos, pero sí para que Nezuko pudiese sanarse en paz.
Cuando pararon, Ayaka se desplomó del cansancio a un lado de Nezuko, que se quejaba con pequeños murmullos por el dolor que le causaban aquellos cortes.
―¡Eres un bobo, imbécil, so zopenco, ojalá no vuelvas a tener dulces sueños nunca más por todos los problemas que me estás causando! ―maldecía Ayaka débilmente. Intentó golpear a Tanjirou con sus puños en la espalda, pero no quedaba en su cuerpo un ápice de energía que consumir para utilizar su verdadera fuerza―. ¿Por qué no huiste cuando te lo ordené? Deberías haberme dejado atrás, ahora vamos a morir los tres si es que no han mandado ya a un pilar y llega antes de que seamos ejecutados.
Y con sus quejas por fin terminadas, se dejó apoyar exhausta sobre el haori de cuadros de Tanjirou.
Olía a carbón y a cosas quemadas.
―¿Está Nezuko bien? ―preguntó en un susurro aferrándose a la espalda de Tanjirou.
―Sus heridas se ven mal y su muñeca parece que está rota, pero sanarán rápido ―respondió Tanjirou, que prosiguió con un tono suave y tranquilizador hacia Nezuko que demostraban su experiencia como hermano mayor―. Está bien, protegiste a tu “onii-chan”... Lo siento.
Ayaka conocía bien ese sentimiento, el arrepentimiento por no tener la fuerza para proteger, ya fuese a uno mismo o a seres queridos.
―Deja de disculparte ―ordenó Ayaka con severidad―. De verdad que eres un tonto de remate, revolcarte en tu propio desprecio a ti mismo y tu impotencia no sirve de nada ahora. Haz algo más útil y si tan empeñado estás, piensa en una manera de derrotar a ese bastardo.
«Pase lo que pase, sigue adelante».
Tanjirou asintió con solemnidad. No sabía si de verdad estaba procesando sus palabras o si solo asentía por asentir.
Una vez hubo estado seguro de que las heridas de Nezuko eran estables, se fijó en el deplorable estado de Ayaka.
Su uniforme había quedado totalmente destrozado. El haori era irreconocible en lo que se había convertido en un trapo con alguna que otra flor roja. Los suneates, que previamente llevaba, se habían desprendido en algún momento de la batalla, a los cuales había perdido de vista al igual que sus sandalias zori. Solo quedaba para separar a sus pies del suelo sus calcetines tabi.
Entre los restos desgarrados que se habían vuelto la parte baja de sus pantalones se entreveían las líneas finas que habían dejado los hilos de Rui. Igual estaban sus antebrazos, que chorreaban más aún porque solo había tenido el haori para protegerlos, a diferencia de sus piernas, que habían estado cubiertas por su uniforme.
Las finas líneas que pintaban su piel estaban ensangrentadas y ardían. A Ayaka le daba asco solo de pensar en cuánta sangre pegajosa la cubría.
Por sobretodo, el cambio más grande era su pelo, que se pegaba en mechones grasientos y sudorosos a su cara y cuello.
―¿Estás tú bien? ―preguntó Tanjirou preocupado, sin evitar fijar sus ojos de sus heridas.
―¿Y eso qué importa ahora? ―replicó Ayaka en respuesta, soltando un pequeño silbido al escozor de sus heridas―. Debemos apresurarnos y alejarnos de aquí cuanto antes, de esto solo puede encargarse un pilar, no tenemos posibilidades de ganar.
―¡Pues importa mucho, Aya! ¿Soy el único de los dos que no quiere que mueras? ―exclamó Tanjirou en pura frustración, agarrando sus hombros con demasiada fuerza.
Ayaka apartó sus manos con un movimiento brusco.
―No me toques ―siseó con una mirada de ojos entornados―. Estás haciendo que me duelan las heridas.
Tanjirou frunció el ceño confundido.
―Ah ―. Fue lo único que consiguió decir.
Rui les observaba ensimismado, similar a la expresión que llevaba cuando leyó la carta de Ayaka, con una mano sobre su boca y ojos fascinados.
―¿Hermanos? ―susurró mientras apuntaba con un dedo tembloroso hacia Tanjirou y Nezuko―. Su hermana se convirtió en demonio... y todavía siguen juntos...
En actitud precavida, Ayaka hizo a los hermanos alejarse unos pasos por detrás de ella.
«Esto no me gusta», pensó escéptica, apretando la mandíbula en concentración.
La “hermana”, ya con sus heridas curadas, pareció alarmarse también.
―R-rui ―llamó con el mismo temor que había llevado desde que apareció.
―La hermana protegió al hermano... Ofreció su cuerpo... ―continuó murmurando Rui sin prestar atención a nada más―. ¡Estos lazos genuinos, los quiero!
La hermana mayor se levantó de su sitio de un golpe, aterrorizada.
―¡E-espera un minuto! ¡Por favor, espera! ―rogó desesperada―. ¡Yo soy tu hermana mayor! ¡No abandones a tu hermana mayor!
―¡Silencio! ―ordenó Rui, mandando hacia ella una serie de hilos, esa vez unidos para formar una telaraña, que decapitaron a la hermana sin ningún escrúpulo.
Tanjirou retrocedió en un instinto de miedo y pegó más a sí a Nezuko. Agarró la muñeca de Ayaka, apretando en un signo de terror y como una plegaria para que ella siguiese su ejemplo y se alejase también.
Por una vez, Ayaka le hizo caso, dando pasos hacia atrás lenta y temerosamente hasta que no pudo hacer otra cosa que chocar contra el pecho de Tanjirou. Su corazón daba tumbos horrorizados.
―Vamos a morir, Tanjirou ―le susurró Ayaka en el oído―. Va a partirnos por la mitad.
La cabeza de la hermana, desde el suelo, imploró a Rui a que le diese otra oportunidad, que le dejase arreglar su error.
Con la sentencia de que Rui lo haría si ella terminaba con todos los cazadores de demonios que rodeaban la montaña, el cuerpo decapitado se levantó y agarró su cabeza. Así, se alejó con paso errado de su vista.
Ese asunto terminado, Rui volvió sus anti-naturales ojos a los hermanos en una mirada de araña.
―Chico ―llamó cortante―. Tengamos una charla.
EXTRA:
Yuu Kobayashi tenía cinco años la primera vez que habló de verdad con Ayaka Iwamoto.
Era enervante. Como sus ojos agudos siempre estaban encima de él.
En aquel entonces, Ayaka tendría unos cuatro años. Había cogido una pulmonía muy grave que la forzaron a pasar en cama varias semanas, sufriendo con sudores excesivos, vómitos y delirios, la madre de Yuu no se separaba de ella ni un momento. El agarre de Ayaka en la mano de Nozomi Kobayashi era tan fuerte que en ella clavaba sus uñas, rogándole que no quería morir, una y otra vez entre delirios y lágrimas.
“No quiero dejar... a mis padres solos, ¡por favor… por favor no me deje morir!”, le pedía desesperadamente. Su voz se partía entre sollozos desconsolados, y Yuu, que nunca había visto semejante escena en su escasa vida, no sabía qué hacer.
Ayaka nunca antes había hablado, únicamente le susurraba a Nozomi cuando quería decir algo y se mantenía callada la mayor parte del tiempo. Sus grandes y marrones ojos como la avellana, aun así, lo observaban a todo a su alrededor en una no hablada curiosidad, sobretodo a Yuu, que aunque intentase no hacerle caso y seguir a lo suyo, ella siempre, siempre observaba.
Aunque Yuu quisiese ser un sanador, un médico como su madre, se encontró paralizado en el acto.
¿Qué podía él hacer? ¿Qué podía él aportar, con su escasa experiencia y su nerviosismo descontrolado?
Yuu era un niño delgaducho, con pelos cortos y revueltos que nunca se quedaban en su sitio y con un tizne negro en la nariz , que por mucho que lo intentase, nunca conseguía mantener fuera de su cara. Era descuidado, y puede que un poco desastroso, provocando que al practicar su caligrafía con láminas de grafito siempre terminase tiznado de negro de una manera u otra.
Mientras el cuerpo de Ayaka se revolvía en espasmos incontrolados, la comisura de sus labios manchada por el vómito, Yuu tuvo una idea.
―Hey, tranquila, todo irá bien ―le dijo, apoyando una mano en su cabeza para acariciar su pelo. Ayaka le miró asustada, acompañada de ojos de cervatillo, y con su otra mano se aferró a la muñeca de Yuu.
Nozomi observó con curiosidad a Yuu, que no perdió la calma y siguió acariciando la melena de Ayaka.
―Mira, esto es un “sámurai”, me has visto jugar con él antes, ¿a que sí? ―siguió Yuu alzando en su mano un trapo que se asemejaba a una figura humanoide, aquel con el que jugaba y del que estaba seguro Ayaka había visto alguna vez, porque solía observarle mientras se dedicaba a narrar en voz alta historias sobre guerreros invencibles que se convertían en los héroes aclamados y queridos de todo Japón.
Ayaka asintió con rapidez, fijándose en él y en nadie más. Su respiración empezaba a calmarse poco a poco.
―Mañana por la mañana estarás mejor y yo jugaré a los “samuráis” contigo todo lo que quieras, tú también quieres ser un samurái, ¿verdad? Lo seremos juntos, mañana cuando sigas respirando, y el día después de ese, y el siguiente y todos los que vengan―. Yuu no tenía certeza de sus palabras, no tenía idea de si Ayaka siquiera sobreviviría esa noche, pero el truco estaba en parecer que la tenía.
Ayaka pareció relajarse, aflojando su agarre, las lágrimas dejaron de caer.
―¿Lo dices de verdad? ―preguntó insegura, y Yuu sonrió complaciente.
―Lo digo de verdad, pero para eso necesito que te duermas o las medicinas no harán efecto ―. Le lanzó una mirada a su madre para averiguar si había acertado, y ella asintió con brillo en los ojos.
Su hijo tenía talento.
―Puedes… ¿quedarte conmigo y coger mi mano? ―pidió Ayaka tímidamente, y Yuu aceptó.
Después de un largo rato Ayaka se durmió, aun con Yuu a su lado porque no dejaba de agarrar sus largos y gruesos dedos, ni estando en el mundo de los sueños.
Su madre se apoyaba en la pared cansada. En su cara eran prominentes las ojeras negras del agotamiento que se habían acumulado esos días, aún así sacó las fuerzas suficientes para sonreírle orgullosa a Yuu.
―Se te da bien esto ―. Eran las únicas palabras que pronunció en aquella larga noche.
Yuu sonrió con gusto, observando como el pecho de Ayaka subía y bajaba tranquilamente. Se permitió disfrutar de la satisfacción de sanar a alguien.
Notes:
woohoo, siete mil palabras de nuevo, eso sí que es bastante.
Y aquí está! No sé si me salió bien la escena de acción porque sinceramente no sé escribirlas y nunca lo había hecho, pero espero que sea decente? Escuché la banda sonora de kny no sé si ayudaría. Tendré que releer Percy Jackson como experiencia, con eso de que Percy lucha con espadas y pues, tienen batallas y esas cosas.
En fin, small Ayayuu tiene mi corazoncito.
También cambié los títulos del inglés al español porque no le veía el sentido, siendo una fic en español y eso, además de que no todos saben inglés y eso le quitaba el significado a los títulos así que pues eso.
Felices fiestas a todos! Espero las disfrutéis y paséis un buen rato!
Chapter 14: Bajo la protección del dios del fuego
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
La cabeza de Ayaka latía con fuerza, con algo cercano a una futura jaqueca. Pero no hay tiempo para preocuparse por dolores de cabeza o el frío que se ha deslizado sin aviso por su cuerpo, y toda ella temblaba bajo el brazo de Tanjirou, que la apega a su cuerpo como si quisiese proteger no solo a Nezuko, sino a ella también.
Y por un momento Ayaka se deja caer en su pecho, diciéndose a sí misma que solo sería un minuto, sin darle oportunidad a Tanjirou siquiera de que note que está allí, temblando y por una vez dándose un respiro.
Tiene ganas de llorar, lo haría si le quedase aliento, puede que a Tanjirou no le importe, puede que a él le dé igual que llore, tiemble o sus raras manías, puede que, quiere creer, que le gusta a Tanjirou, incluso si es una mínima pizca, solo una mera posibilidad porque no tiene razón para ello. Debería odiarla, como todos, como esperaba que lo hiciese Zenitsu y como esperaba que lo hiciesen sus padres y Yuu e Inosuke y Himejima-san y Genya.
Pero en vez de eso, Tanjirou la apega más a él porque distingue la imperceptible forma en la que sus huesos tiemblan, y sabe que ella no puede pelear más, al menos no sin colapsar del cansancio. Ahora le toca a él ser quien empuñe la espada y acabe con el demonio, él es el hermano mayor, sabe cuales son sus responsabilidades, siempre las ha sabido.
—Tus lazos me conmovieron. No tengo palabras para describir este sentimiento, tal lazo entre hermanos —empieza el demonio, llevándose una mano al pecho con emoción—. Pero tengo que mataros, os metisteis con mi familia. Sin embargo, hay una manera de evitar esto. Dame a tu hermana pequeña, si la entregas sin problema os perdonaré la vida a ti y, si te importa, a la chica, aunque puedo matarla si te molesta. Es del tipo ruidoso, sería más cómodo deshacerse de ella.
Tanjirou retrocede, y con él lo hacen Nezuko y Aya, que extrañamente no se resiste. La voz del demonio manda al aire amenazas no pronunciadas. Tanjirou puede notarlo por su olor, es uno agrio y agudo. Tiene que ser precavido.
—No entiendo lo que estás diciendo, ¿darte a Nezuko? —pregunta en confusión, instintivamente dándole un apretón al hombro de su hermana.
—Tanjirou, él está mintiendo, quiere engañarte, va a matarte en cuanto le entregues a Nezuko —farfulla Aya bajo su hombro, y suena lo más temerosa que Tanjirou la ha oído alguna vez, en voz baja y débil pero no porque quisiese susurrarle para que nadie más que él escuchase, sino porque de verdad había sido destrozada—. Tenéis que huir, saca a Nezuko de aquí. No podrás con el demonio.
A Tanjirou no le gusta la forma en la que lo dice, no hay mordacidad o ira y eso solo significa que algo va mal, más de lo que suele ir. En sus ojos nada la desesperanza, un charco marrón oscuro que le recuerdan a Tanjirou a los ojos de Tomioka, solo que los suyos eran azules, como una fosa en mitad del mar mientras que los de Aya son un pozo marrón y oscuro, que no tiene fondo.
Le da miedo que Aya quiera morir, que planee hacerlo en cuanto él y Nezuko huyan y a pesar de todo se desgaste y sea partida en trocitos porque no le queda nada más por lo que respirar a menos que no sea matar demonios.
No quiere pensar en como se excluyó de la frase. “Tenéis que huir”
«¿Y qué pasa contigo?», se pregunta Tanjirou, sin despegar la vista del demonio porque siente que si lo hace les matará de una manera u otra, justo como Aya le advirtió.
“No podrás con el demonio”. ¿Piensa que ella sí? ¿Qué podrá derrotarle en ese estado mientras él huía? Justo como pasó con su familia, que mientras él no estaba a su lado fue masacrada y su sangre manchó las paredes y los suelos.
No dejaría que pasase de nuevo, él no podía permitirlo, no dejaría morir a nadie más incluso si eso significaba que moriría intentándolo.
No podría ver a nadie más morir, no podría ver a Aya morir, sabiendo que dejaría aquel mundo sin que él hubiese hecho nada para evitarlo.
«¿Tienes planeado morir?», se pregunta de nuevo observando por un segundo a Aya de nuevo. Parece una niña, una niña perdida y asustada que solo quiere encontrar el camino de vuelta a casa.
Puede que fuese arrogante, mezquina, egoísta y muchas cosas más que no le daría el tiempo a decir aquella noche, Tanjirou lo sabe, lo sabe mejor que nadie, pero no encuentra en su cuerpo odio hacia ella lo suficiente como para abandonarla, no con lo perdida que parece, no con la forma en la que se aferraba a él sin notarlo, porque si fuese consciente de ello ya se habría alejado con un empujón.
Había muchas cosas malas en ella, podría dejarla sola, pero no quiere hacerlo.
—Le cortaré la cabeza, no dejaré que os haga daño a ti o a Nezuko —la tranquiliza Tanjirou solo para que ella pueda oírle, porque tiene el presentimiento de que, que alguien más le escuche intentando hacerla sentir segura, la molestaría.
—A lo que me refiero es... —continúa el demonio sin pestañear, respondiendo a la pregunta de Tanjirou—. Que convertiré a tu hermana pequeña en la mía, desde hoy.
Siente algo latente en su cuerpo, ira, puede, y Tanjirou tiene el instinto de levantarse, y lo habría hecho si no fuese por el agarre de Aya, que le tira hacia abajo para que se mantenga quieto y no haga una locura. Aun así, Tanjirou consigue dar un paso hacia delante.
—¡Las cosas no funcionan así! ¡No creas que eso va a suceder! —grita Tanjirou, lo más alterado que había estado desde que se peleó con Inosuke. Aya agarra su manga, pidiéndole apurada que calle, que solo está haciendo las cosas peores, pero a Tanjirou no le importa y sigue gritando porque la forma en la que el demonio desecha los sentimientos de su “familia” le enfurece, más aún si pretende hacer lo mismo con su propia hermana—. ¡Además, Nezuko no es un objeto! Ella tiene sus propias emociones, ¡no será tu hermana menor!
Para cuando termina el demonio les observa con una mirada severa, cercana a la frialdad. Aya a su lado se encoge, y de un tirón a su manga hace que Tanjirou vuelva a su lado.
—Vas a hacer que nos mate, para. Lo único en lo que debes centrarte es en sobrevivir —le dice. Su tono roza el miedo, lanzándole miradas cautelosas al demonio mientras le habla.
Rui suelta un siseo irritado, y los dos se giran para mirarle.
—Mis lazos de miedo son más fuertes que los tuyos —proclama jugando con unos cuantos hilos en sus manos—. Te enseñaré de lo que son capaces.
Tanjirou lanza a un lado la caja de Nezuko, agarrando firmemente lo que queda de su espada con intenciones de pelear con el demonio.
Está enfadado, mucho, se atrevería a decir que enfurecido, Ayaka puede notarlo por la forma en la que se mueve, no es el Tanjirou con el que ella suele encontrarse, era de nuevo aquella presencia, la que vio cuando mencionó a Muzan Kibutsuji hacía lo que parecía una eternidad.
—¡Envenenar a tu familia con miedo no es un lazo! —le grita. Se dirige hacia el centro del claro, quiere enfrentarse a Rui, de verdad quiere hacerlo—. ¡No te entregaré a Nezuko! ¡Si no corriges esos conceptos básicos no serás capaz de conseguir lo que quieres, las familias no se unen por el miedo!
De repente siente un tirón que lo para de golpe, y Tanjirou se encuentra con la mirada de Aya que se aferra con fuerza a su manga, a pesar de sus piernas temblorosas consigue llegar hasta él antes de que haga alguna locura.
—No seas un ingenuo, todavía puedes huir—. Sus ojos se acercan a lo que parece desesperación, casi le ruega de rodillas—. Yo decapitaré a Rui, aún puedo hacerlo, es algo que debería haber hecho en un principio, pero tienes que irte —. Tanjirou la mira con una mueca, juntando las cejas entre sus ojos en un ceño fruncido, y el agarre de Aya se vuelve un poco más débil—. No vas a huir, ¿verdad? Por mucho que te lo pida.
Lo había demostrado una y otra vez, Tanjirou no iba a irse y ella tendría que hacerse a la idea, le gustase o no.
Soltando una risa seca, con una fina capa de cinismo, Aya se levanta, dándose por vencida.
—Eres un cabezota, es peor que lidiar con Inosuke y Zenitsu —murmura en resignación mientras se pone a su lado, agarrando la empuñadura de su espada—. Solo por esta vez, pero lo haremos a mi manera. No esperes que vaya contigo de la mano.
Tanjirou sonríe, empezando a reconocer los rastros de ella con los que tan familiar se ha vuelto. Suena cansada, exhalando largos y profundos suspiros, pero lo conocido de su tono vuelve la situación en una de confianza, no absoluta, pero sí lo suficiente para proporcionar comodidad.
—No te preocupes, no lo esperaba.
Rui produce un chasquido y eso hace que los dos se fijen en él.
—Qué irritante sois, demasiado ruidosos —se queja, llevándose a la cabeza una mano mientras masajea en molestia para ahogar sus voces—. Llevad vuestros lazos ingenuos y vuestro sentimentalismo a otra parte y entregadme a tu hermana de una vez.
Puede sentir como Aya se apoya en su espalda, preparada para luchar codo a codo con él, Tanjirou sabe que en el fondo por fin le ha aceptado, no completamente, pero sí un poco y eso es suficiente por ahora, al menos Aya así tiene algo en lo que apoyarse. Tanjirou espera que sepa que pueda utilizarle como apoyo, aunque no se lo haya dicho.
—No te daremos a Nezuko —dicta Aya de una forma que le recuerda a Tanjirou a un espectro, fantasmagórico y afilado, amenaza bajo lo que parece una simple declaración, observando con grandes, fantasmales ojos hacia Rui.
—Eres muy insistente, tus esfuerzos han sido en vano, vas por ahí soltando promesas como esas pero sabes como has acabado, ¿qué te hace creer que me matarás ahora? —pregunta Rui aburrido. Tanjirou puede notar como los hombros de Aya se tensan, tiemblan, no de miedo, sino de la poca fuerza que le queda. Tanjirou lo sabe, tendrá que trabajar para cubrir por lo que no podría dar—. No importa lo que digáis, si no os apartáis os mataré y tomaré a la demonio yo mismo.
—Te cortaremos la cabeza primero —dice Tanjirou consciente de la fuerza que sus palabras conllevan.
—¿Tú también tienes el hábito de soltar estupideces? Seguro que eres poderoso para decir algo así con tal seguridad—. Rui se apartó el pelo de la cara de la misma manera que lo había hecho para enseñarle a Ayaka la marca en su ojo, el reluciente número 5 en su ojo derecho se hace latente, riendo como un hombre desquiciado—. Ven por mí si puedes, entonces. No podrás vencer a una de las Lunas Demoníacas.
Tanjirou aprieta la mandíbula, aprieta su agarre en la espada también hasta que sus muñones se vuelven de un blanco amarillento. Sabe que no puede vencer, no al menos sin morir en el intento. No tenía la fuerza para derrotar a una Luna Demoníaca, y de repente comprende como Aya ha terminado así, reducida a un desastre sangriento con cualquier luz en sus ojos extinguida en humo, había terminado sin esperanza, lo que sea que pudiese hacer el demonio, era lo suficientemente poderoso como para hacerle aquello a un “tsuguko”. Y Tanjirou no es un “tsuguko”, desearía serlo pero no lo es, él no es como Aya, implacable y determinado y poderoso, sigue siendo débil, pero eso nunca le ha parado y no lo hará ahora. Si no puede vencer con puro poder, entonces lo hará cabezazo tras cabezazo con su tozudez hasta conseguirlo. Para algo había heredado aquella frente tan dura de su madre. La mano de Aya, agarrando su muñeca, lo devuelve a la realidad.
El cuerpo de Tanjirou vibra, con demasiadas emociones de una vez. Vibra, vibra, vibra como el zumbido de una abeja furiosa.
—Cálmate —le susurra Aya al oído, y el acto le parece tan íntimo que manda gélidos escalofríos por su espalda. Por un momento cree que es la voz de su conciencia, guiándole en plena batalla, pero se da cuenta de que ha estado confundiendo la voz de Aya con su conciencia durante bastante tiempo, así que no hay diferencia alguna—. Sé que parece difícil, pero tengo un plan. Para ello necesito que te acerques a su cuello, ¿podrás hacerlo, Tanjirou Kamado?
Tanjirou asiente con decisión y Aya le susurra lo que quiere hacer.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
—¿Dónde está la otra chica? ¿Es que te ha abandonado? No era tan tonta como yo creía —murmura Rui sin parpadear—. Deberías imitarla si tienes un poco de cerebro.
Tanjirou no puede contestarle porque él tampoco sabe donde está Aya, se desvaneció entre los árboles tan pronto como tuvo la oportunidad, aprovechando que se acercaba el crepúsculo, el punto más oscuro antes de que se alzase el Sol por el horizonte.
Quiere creer que Aya no le ha dejado allí, parecía tan segura al reconfortarle para que confiase en su juicio, sabía lo que quería hacer con aquello, pero hasta él empieza a tener dudas.
Nezuko colgaba inerte de una forma similar a como había encontrado Aya, porque fue descuidado y Rui consiguió poner sus garras en ella. Tanjirou intenta no mirar como la sangre de Nezuko cae por los hilos. Está herida y es por su culpa. Puede que el demonio tenga una parte de la culpa, pero la mayoría cae en los hombros de Tanjirou, que no pudo mantener a Nezuko alejada del peligro como hermano mayor que era, justo como con el resto de su familia.
«No puedes centrarte en eso ahora, revolverte en tu miseria y tu culpa no ayuda a nadie. Haz algo más útil, hazte más fuerte y no lamentes», le susurra su conciencia con la voz de Aya, suave, más suave que lo que alguna vez la ha escuchado, y jura que puede sentirla susurrar en su oído, rozando con sus dedos su barbilla y rodeándole con un brazo el torso.
«Puedes hacerlo, Tanjirou Kamado», le dice de nuevo. Percibe que si fuese una persona, si de verdad fuese Aya, estaría sonriéndole. «Esfuérzate un poco más, busca una manera. Eres inteligente, no dejes que esa inteligencia se vaya al traste»
Le hace caso, incluso si su espada está rota, no puede rendirse.
“Respiración del Agua, Décima Postura: El dragón del cambio”.
Mediante el aumento del número de rotaciones, de un lado a otro, su espada gana fuerza.
Una ondulación, dos ondulaciones, imitando el movimiento de un dragón que se desliza por el aire, el curso de un río lamiendo la falda de la montaña.
Y lo consigue, a la cuarta ondulación, rompe en dos uno de los hilos de Rui, que se deshace bajo la fuerza de su espada con un “click”.
Está a dos pasos de Rui ahora. Si consigue acortar la distancia... si consigue acercarse...
«Podría ganar», piensa Tanjirou. Se permite por un momento sentirse ilusionado, pero no deja que le nuble la vista, todavía no ha vencido.
Por el rabillo del ojo, Tanjirou ve una sombra negra que pasa por su lado, y cree distinguir el marrón profundo de unos ojos y el verde característico de las puntas en la melena de Aya, que solo se ven cuando tiene el pelo suelto, como entonces, libre del lazo rojo que solía llevar.
Desaparece tan pronto como llegó, y Tanjirou se encuentra observando los árboles de nuevo, preguntándose si ha sido una ilusión.
—¿Crees que eso es lo más fuerte que mis hilos pueden ser? —pregunta Rui con algo cercano al cinismo. De sus manos se extiende el color de la sangre, que tiñe su piel blanca y sigue en su camino hasta los hilos.
Han cambiado, Tanjirou puede olerlo. No será capaz de cortar esos hilos, que se ciernen sobre él como una pared que no puede sobrepasar. Justo como aquella diferencia en poder.
“Técnica de sangre demoníaca: Cruel prisión de hilos”
Va a morir.
—Ya es suficiente. Adiós —anuncia Rui, jalando de sus hilos desde sus muñecas.
«Voy a... ¿morir?», se pregunta Tanjirou.
Su vida pasa ante sus ojos.
Por sobre todo, Tanjirou ve a mucha gente.
Primero ve a Nezuko, es la cara más grande y la que mejor recuerda. Después, todos de un tirón, aparecen Zenitsu, Inosuke y Aya. Luego ve a mucha gente más, Urokodaki-san, a Tamayo y Yushiro, Sabito y Makomo. Ve a Tomioka-san también, la familia de Aya pasa en una mancha borrosa, pero no por eso es menos reconfortante. El momento en que Haganezuka-san le dio su espada, toda la gente que ha conseguido salvar, que aun así le sabe a muy poca, los tres hermanos y el chico del pueblo costero.
Por fin llega a su niñez y consigue distinguir las caras familiares que tanto añoraba. Rokuta, Takeo, Shigeru y Hanako, todos le dedican sonrisas resplandecientes y le llaman “onii-chan”, está feliz de haber podido darles lo mejor que podía de sí mismo para que siempre mantuviesen la alegría. El rostro de su madre es el que más le reconforta, que aparece cálido en una nube de humo.
La expresión cansada de su padre es la siguiente en manifestarse ante sus ojos. Está en su último aliento, no lo hace una experiencia peor. Le da igual que su padre aparezca ante él moribundo y con ojeras bajo los ojos, le daría igual también si se presentase como una bola de fuego ardiente y quemase sus ojos como presenciar la verdadera forma de un dios, a él solo le importa que está allí.
«Tanjirou. Respira. Controla tu respiración. Y así te convertirás en el dios del fuego», le dice con una sonrisa calmada.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
El dragón de agua se convierte en uno de fuego por encima de Tanjirou, vivo y que refulge con ansias de devorar. De devorar a Rui, de devorar a todo lo que se interpusiese en su camino.
“Danza del dios del fuego: Vals”
Ayaka presencia como todo alrededor de Tanjirou se convierte en fuego, aquel que Ayaka creyó ver cuando le conoció, estaba por todas partes rodeándole, y de verdad parece que baila junto a Tanjirou, en sincronía con él y su espada.
El fuego de la pasión en su corazón, se manifestaba y salía como goteando de manera similar a la melaza a grandes cantidades perezosas que queman y vibran y destruyen todo a su paso, incluyendo los hilos de Rui.
«Es hermoso». Ayaka no puede evitar que el pensamiento se deslice en su mente sin quererlo. «Tanjirou es hermoso, es como si fuese el dios del fuego»
Si el calor del fuego no secase sus ojos, las lágrimas estarían cayendo por los lados de la cara de Ayaka, quemando como ríos de lava como lo hacía el fuego de Tanjirou.
Tres dioses dejaron caer su poder esa noche en aquel monte.
Habían respondido a sus rezos, por una vez, y mandaron su fuerza a la tierra de los mortales, porque no había manera alguna de que eso pasase, como Tanjirou pudiese ser tan hermoso, como algo en aquel mundo pudiese ser tan hermoso.
Desperdiciar el tiempo no es una opción, había dejado a Tanjirou a la intemperie demasiado.
“—No seré de ayuda en este estado, tú y yo lo sabemos, pero si eres capaz de llegar hasta su cuello, centrará toda su atención en ti y yo podré escabullirme por su espalda sin que me detecte—le explica Ayaka a Tanjirou, que le lanza una mirada dubitativa.
—¿Qué quieres hacer? —cuestiona con labios fruncidos.
Ayaka sonríe con picardía a su pregunta.
—Cortaré sus brazos. Intentaré algo nuevo, si funciona podría ser de gran ayuda—contesta sin una pizca de remordimiento—. Cuando consiga cortar sus brazos, Rui no podrá utilizar sus hilos hasta que consiga regenerarse, y podremos por fin llegar a su cuello sin preocuparnos por esos condenados hilos suyos.
Tanjirou le mira de forma rara, Ayaka le lanza una mirada con aire juguetón ignorando la forma en que sus huesos crujen.
—Vamos allá, compañero —le dice, haciendo énfasis en la última palabra para remarcar su nuevo significado—. ¿Es que no das la talla?
Pero era Tanjirou quien temía que ella no diese la talla, reconocía los ojos con los que la miraba, estaba acostumbrada a esa clase de sentimiento. Todavía tenía un último as en la manga."
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
—¿Qué demonios es esto? —murmura Ayaka por lo bajo a un lado de Genya, que lleva la misma confusión en su cara que ella.
—El infierno —le responde Genya sin dar rodeos.
Bien podría haberlo sido, porque no sabe como van a salir de ahí vivos.
Las llamas lamen los pies de Himejima-san mientras éste recita los rezos (que probablemente sus discípulos ya han memorizado de tanto escucharlos). Tiene a los hombros tres troncos de árboles y a ellos están atados varias rocas que podrían haber pesado dos veces más que Himejima-san cada una. Y eso era mucho decir, porque Himejima-san era enorme.
Sin embargo Himejima-san se mantiene firme bajo aquel enorme peso, recitando “Namu amida butsu, namu amida butsu” sin fijarse siquiera en que con las llamas, empieza a haber un olor a pelo quemado, y es el de sus piernas desnudas.
—¿No son las llamas muy excesivas? —pregunta Genya con algo cercano al miedo.
Había sido una mañana tranquila, Himejima-san había vuelto de sus misiones más temprano de lo normal y les había arrastrado a Genya y a Ayaka fuera de sus futones aun cuando el Sol no se asomaba por el horizonte, mucho antes de la hora a la que acostumbran despertar.
La determinación de Himejima-san había sido tal que, si ellos no le hubiesen insistido, se habría llevado a sus discípulos a lo que él llamaba “empezar el segundo paso de su entrenamiento” sin darles siquiera un vaso de leche.
Al menos les había dejado comer, porque bien podrían haber muerto de inanición aquella mañana.
—No veo por qué, enfrentaros a las insoportables llamas fortalecerá vuestra mente—explica Himejima-san, cuya voz no flaquea mientras sigue aguantando aquel peso y el calor aplastante sin inmutarse—. Tenéis ya la resistencia suficiente para soportar la fuerza de la cascada, podéis seguir con el siguiente paso, entrenar la fuerza de vuestras extremidades. Si limpiáis vuestra mente, no tendréis que preocuparos ni por el calor del fuego.
Era cierto que habían conseguido superar la primera prueba, tanto Ayaka como Genya habían logrado aguantar la tamborileante presión de la cascada contra sus hombros. Aunque la primera vez Genya por poco se ahogó, y desde entonces entraron en un ciclo de reanimarse el uno al otro tras perder el conocimiento. Era duro, porque entre la gélida cascada y la fuerza de sus aguas no era difícil desmayarse y caer al río.
“Tienes que abrir las piernas e imitar la pose de Himejima-san”, le había aconsejado Ayaka a Genya cierta tarde. Habían estado mordisqueando su merienda tras una sesión de entrenamiento en la cascada (en la que Genya había acabado cayendo al río unas siete veces, a diferencia de Ayaka, que solo se desmayó dos). “El truco para mantenerte es apoyar todo tu peso en las piernas, que son más fuertes que los brazos y están acostumbradas a llevar el peso del cuerpo todo el tiempo”.
Genya pareció escucharla, porque rápidamente los espacios entre reanimación y reanimación se volvieron cada vez más grandes con el paso del tiempo, hasta un punto en el que no se desmayaban ninguno de los dos. Aun sí, no esperaban que lo siguiente que harían sería... sostener veinte veces su peso entre el fuego.
Había oído de dos de las tres pruebas del entrenamiento de Himejima-san, el primero ya lo habían pasado y a veces Ayaka practicaba para el tercero, mover un pedrusco de ida y vuelta hasta el pueblo. Pero no se esperaba nada de lo que conllevaba el segundo, aunque iba cerca de la línea de entrenamiento de Himejima-san.
Ayaka todavía podía rememorar la primera vez que fue víctima de tal entrenamiento, al menos de su primer paso.
En aquel entonces Genya no estaba por allí, y como él, ella también se desmayó, siendo arrastrada por el río hasta el pueblo más abajo de la montaña. No había nadie que la sacase del agua, Himejima-san no iba a hacerlo, tampoco. Por lo que la encontraron boca abajo, sin moverse, teniendo la suerte de que al verla uno de los habitantes tuvo la cabeza suficiente como para sacar el agua de sus pulmones y devolverla a la vida de un tirón.
Pensar en ello todavía le daba escalofríos.
Himejima-san terminó de recitar su último rezo y dejó todo el peso que había estado sosteniendo a un lado. Después salió del fuego como si nada en dirección a sus discípulos, con el muy presente hedor de los pelos de sus piernas quemados que era, como poco, muy desagradable.
—Es vuestro turno —sentenció, con aquella voz profunda y suave que solía poner.
Genya y Ayaka se miraron el uno al otro con ojos muy abiertos, boqueando con asombro como peces fuera del agua.
—Eh... ¿está seguro de que podremos coger tanto peso, Himejima-san? —. La primera en conseguir pronunciar palabra fue Ayaka, que solo preguntó dubitativa, lanzando una mirada de soslayo a los enormes troncos y rocas que hacía un momento estaba sosteniendo contra sus hombros.
Si tratase de coger todo ese peso iba a ser aplastada. Sin duda alguna, espachurrada con lo pequeña que era a comparación con Himejima-san.
—Claro que no —respondió su maestro. Ayaka y Genya sonrieron aliviados, hasta que Himejima-san apuntó a dos troncos a unos metros—. Cogeréis cada uno un tronco de allí, y si mejoráis podréis sostener hasta tres troncos. Cuando podáis hacer eso, pasaréis al último paso.
Eso no hacía las cosas mejores, porque cada tronco podrían equivaler al peso de tres Genya, y Genya era fornido y alto, más que ella. Ayaka estaba segura de que no era capaz de sostener a tres Genya, ni mucho menos nueve, si Himejima-san tenía la certeza de que podrían sostener tres troncos cada uno.
Pero si Ayaka quería terminar su entrenamiento y pasar al último paso, tendría que hacerlo, ¿no? Pues lo haría. Himejima-san tendría que haber estado a su nivel en algún momento, así que habría alguna manera en la que él empezó, solo tenía que imitarle.
Himejima-san tenía fe en que Ayaka sería capaz de sostener tres troncos, entonces uno no sería nada.
Cuando Ayaka acabó sintiendo como cada fibra de su cuerpo chillaba, sin poder aguantar las ganas de vomitar y expulsando su breve desayuno, se dio cuenta de que estaba terrible, terriblemente equivocada.
Tenía suerte de que Himejima-san se diese por vencido y apagase el fuego, porque no quería imaginar el dolor que le traerían las quemaduras que sin duda alguna cubrirían sus piernas en aquellos momentos de haber sido como en un principio su maestro planeó.
Desde el suelo, con ojos medio cerrados y sintiendo escalofríos, Ayaka mira a Genya, que aun seguía en pie murmurando por lo bajo algo que Ayaka no consigue distinguir. Aunque con la cara muy roja, Genya estaba en un mejor estado que ella. No tenía a la espalda un tronco, sino dos.
Eso no podía ser, Ayaka llevaba varios meses más entrenando junto a Himejima-san y si ella no podía hacerlo entonces Genya no debería ser capaz tampoco.
Si Genya ya empezaba a adelantarla, ¿entonces cuanto tardaría en superarla? O peor aún, ¿cuánta distancia había realmente entre ellos, entre sus habilidades?
Genya ni siquiera era capaz de utilizar respiraciones, ¿entonces en qué la convertía eso a ella? ¿En una usuaria de la respiración de la roca inútil?
No pasa mucho tiempo para que Genya se desplome también. Termina de murmurar, dejándose caer al lado de Ayaka, que no hace otra cosa que mirar al cielo intentando recuperarse para volver de nuevo a intentarlo, pero por mucho que quiera no es capaz de moverse.
—¡No lo entiendo! ¿¡Qué clase de enseñanza sobre la vida quiere darnos haciendo que carguemos con troncos a la espalda!? ¡Odio esto! —se queja Ayaka en voz alta. En un acto de frustración se jala de los cabellos, sacando mechones de entre el agarre de su lazo rojo.
—¿Enseñanza? Tienes a Himejima-san en un altar demasiado alto si crees que quiere enseñarnos algo sobre la vida—contesta Genya. Su voz sale ronca, por lo que carraspea.
Ayaka saca de su le pasa una de las cantimploras que trajo para situaciones como aquella (tenía suerte de que hubiese traído una de sobra, puede o no que lo hubiese hecho porque sabía que a Genya se le olvidaría la suya, pero él no tenía por qué saber eso). Con la poca fuerza que le queda consigue apoyarse en sus brazos y observa a Genya atentamente.
—¿Qué quieres decir? Si lo hace será por algo, estoy segura de que debe haber alguna enseñanza secreta en sus pasos que tenemos que averiguar nosotros mismos, puede que algún pasaje como “sé tan persistente como una cascada” o algo igual de sabio. Sino, no habría dejado que por poco me ahogase aquella vez —explica Ayaka sus razones. Genya bebe agua evadiendo sus ávidos ojos, Ayaka insiste—. Himejima-san no habría dejado que me ahogase, ¿no, Genya?
Ayaka está segura de que la cantimplora debe estar vacía con el rato que lleva Genya bebiendo, pero a Genya parece no importarle y hace como si todavía hubiese agua, mirando a cualquier sitio que no sea la mueca confusa que Ayaka le lanza.
Una vez Genya despega los labios de la cantimplora, no puede hacer otra cosa sino responder.
—Himejima-san es un terrible maestro —confiesa Genya, alza los brazos cubriendo su cuerpo, sabiendo qué viene entonces. Ayaka se lanza hacia él con puños alzados y empiece a golpearle.
—¡Retira eso! ¡Retíralo! ¡Himejima-san es un maestro genial! —grita una y otra vez. Sus puños, que mueve ciegamente por la rabieta, no dañan apenas a Genya, que con facilidad evita sus golpes usando sus brazos como amortiguadores y los devuelve de igual manera, es decir, con ninguna fuerza—. ¡Él me está enseñando muchas cosas! ¡Todo el tiempo que me ha dedicado no es tiempo perdido! ¡No te atrevas a decir tales cosas de él!
Incluso si Himejima-san no está allí y no hay manera alguna de que escuche lo que Genya dice sobre él, Ayaka siente el fervor de defenderle de cualquier insulto o cosa mala lanzada hacia su nombre. Así que continúa golpeando ciegamente a Genya con golpes que no llegan a pequeñas palmadas.
—¡Retíralo! ¡Himejima-san es el mejor maestro que puede haber! ¡Porque él es mi maestro, y ve potencial en mí! ¡Retira todo lo malo que hayas dicho o pensado sobre él! ¡No se merece que manches su nombre de tal manera! —continúa. No cesa en sus golpes hasta que Genya no tiene de otra que disculparse y prometer que no dirá más cosas que ensucien la persona de Himejima-san.
No es que los golpes de Ayaka en tal estado le hagan daño a Genya, pero, cuando lleva cinco minutos recibiéndolos sin descanso y a él se le hace pesado devolverlos, empiezan a doler un poco.
Sabía que aquello pasaría.
—Vale, Himejima-san no es malo enseñando, pero tampoco lo hace de forma convencional —declara Genya, recibiendo un murmullo indignado de Ayaka en respuesta—. Su método es uno de “mirar e imitar”. Si no eres capaz de observar de cerca lo que hace e intentar imitarlo con éxito, entonces no te sirve de nada. Creía que ya lo sabías.
La ceja de Ayaka se alza en extrañeza.
—¿Cómo iba yo a saber eso? Solo me dedico a superar sus pasos de la mejor forma que pueda. A veces imito algo suyo, pero no es eso todo lo que hago —. Con un encogimiento de hombros Ayaka se deja caer en el suelo, observando los colores pasteles que acompañan el alba surcando el cielo.
Dulce, dulce amanecer.
Genya alza las cejas en sorpresa muda y se gira hacia Ayaka con ojos tan abiertos como un búho en plena noche.
—Espera, ¿entonces estás diciendo que conseguiste pasar la cascada a través de pura fuerza bruta y no utilizaste el patrón de repetición? —pregunta, sin parecer no poder creerlo ni él.
—¿Eh? ¿Patrón de repetición? ¿Qué rayos es eso? —cuestiona Ayaka con un parpadeo extrañado.
Las manos de Genya van a parar a su cara, donde suelta murmullos ahogados sobre lo estúpida que es y como no puede creérselo.
—¡El patrón de repetición, boba! ¡Los movimientos predeterminados que Himejima-san realiza con el objetivo de maximizar su concentración! —le grita, de paso dándole a Ayaka un golpe con los nudillos justo en la cabeza.
—¿Himejima-san hace eso? Creía que te referías a imitar sus posturas, como con la cascada —comenta Ayaka extrañada, y no puede evitar frotar donde Genya la ha golpeado.
—Los rezos —murmura Genya por fin, y Ayaka logra entender a qué se refiere.
—Nunca pensé que hubiese algo raro en ellos, al fin y al cabo yo también me sé mi buena porción de rezos, como debe ser —explica, soberbia en su voz por algo tan simple como su conocimiento sobre cánticos religiosos—. Por eso estabas todo el rato murmurando en la cascada, ¿no? Y antes también.
Genya deja salir un suspiro cansado y permite que sus músculos se relajen. Está cansado.
—Para ser alguien que se enorgullece de sus ojos, no ves nada —dice, con una mano sobre su cara, demasiado exhausto para permitir que los rayos del Sol quemen sus pupilas.
—Oh, cállate, no quiero oírlo viniendo de ti —se queja Ayaka, dándole una breve palmada en el hombro que pretendía ser un manotazo—. Así que, ¿qué era ese patrón de repetición? Ni siquiera me has explicado como va.
Con las fuerzas repuestas, Ayaka se levanta, procurando evitar el charco de su propio vómito, que no está muy lejos de donde ella antes yacía.
Se quita el polvo de la ropa y se gira hacia Genya, que sigue tumbado en el suelo. Mira a Ayaka como si estuviese loca.
—No querrás continuar, ¿no? —le pregunta, meramente alzando el cuello para observar como Ayaka vuelve a poner el tronco encima de sus hombros—. Vas a acabar matándote.
A Ayaka le da igual, encogiéndose de hombros como si nada.
—Maldita impaciente, espera aunque sea a que te explique como funciona el patrón de repetición —le pide Genya, y eso hace que Ayaka alce las cejas.
—No hace falta, eso es algo que has averiguado tú. No tiene mérito si solo lo utilizo sin haberlo descubierto yo misma, sería como hacer trampa así que prefiero hacerlo a mi manera —responde sin rodeos—. Ya hice el primer paso sin él, estaré bien.
Los pies de Genya hacen que se levante y agarra el tronco de la espalda de Ayaka en un intento de pararla.
—Tú me aconsejaste también en lo de la cascada. Eso no es hacer trampa, es aceptar ayuda, maldita enana —replica Genya entre gruñidos estrangulados, que a duras penas puede por sí solo con el tronco.
Los ojos de Ayaka ruedan en su cuenca con pesadez, saliendo de debajo del tronco que Genya sostenía y dejando que por fin lo deje caer al suelo sin la amenaza de aplastarla si se le resbalaba de las manos.
—Vale, enséñame, entonces —se resigna Ayaka de brazos cruzados.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
“Para utilizar el patrón de repetición no solo basta con hacer una serie de movimientos repetitivos. Debes recordar los momentos que más dolor e ira te provoquen. Eso hará que tu respiración suba y los latidos de tu corazón aumenten, consiguiendo mantener la concentración con una subida de tu fuerza y de tu agilidad”.
Eso era lo que le había dicho Genya, pero por mucho que lo intentase no funcionaba.
Día tras días, no era capaz de repetir las primeras indicaciones que Genya le dio, que fueron las únicas que recibió Ayaka. Los consejos de Himejima-san tampoco funcionaban.
Era inútil, su cabeza estaba en blanco.
«Los momentos que más dolor e ira me provoquen», repite Ayaka en su cabeza una y otra vez. Una y otra vez, una y otra vez como una peonza que da vueltas sin parar de bailar.
—De nuevo. Tengo que hacerlo de nuevo —se dice Ayaka en un susurro, cerrando los ojos.
Se aferra a la dura superficie de la roca, que de lo frías que están sus manos no tarda en cortar y desgarrar su palma.
Suelta un siseo de dolor pero no deja ir de su agarre en la roca.
«Piensa, piensa en algo», se alienta. Le viene a la mente Yuu, como un fantasma que aparece ante ella en mitad de la noche para darle una visita.
Bruscamente lo aparta de su cabeza.
Su visita no es bienvenida.
«No, no pienses en eso. No quiero pensar en eso. Piensa en otra cosa », se anima de nuevo, haciendo más fuerza con sus dedos contra la roca, pero no surge efecto y la roca sigue en el mismo sitio.
No sabe por qué se le viene a la mente el rostro de sus padres, borroso a los lados como si empezase a desvanecerse de su memoria.
«Pero ellos no me provocan ira ni dolor », se dice Ayaka, apartándoles bruscamente también a ellos. «Son unos cobardes, me dan igual. Renuncié a ellos, no tiene sentido recordarlos ahora».
La cara de su abuela, igual que sus padres, borrosa a los lados. Sin embargo ella lleva consigo un ceño fruncido, apuntando justo a Ayaka con su abanico y sabe que va a darle un golpe.
A ella, también, la borra de su vista.
«Vieja molesta y egoísta. Si hay algún sentimiento que me provoque es odio », piensa con ceño fruncido. Inconscientemente aprieta la mandíbula.
La roca sigue en el mismo sitio.
Un sinfín de caras pasan por su cabeza.
Los vecinos de su pueblo, todos ellos, desde el leñador hasta el más insignificante de los agricultores. Caras, caras, y más caras pasan, todas son diferentes, a todas las reconoce.
Nanami y Yumiko, que van cogidas de la mano y le susurran entre risas “Aya-san, Aya-san, ¿quién te crees, yendo por ahí como si fueses alguien?”. Ryu no la mira y prefiere evitarla a toda costa, ya estaba acostumbrada.
Yuu aparece de nuevo, no como un fantasma que la visita, sino que la atormenta con su sonrisa cruel.
“¿Has visto a Ayaka? Enserio es tan tonta, no se entera de nada. Nadie se casará con ella con esa cara tan paliducha. Parece una muerta, aunque está cerca de serlo, con lo enfermita que es”.
Todos aquellos que la despreciaron, tanto a ella como a sus padres, pasaron ante sus ojos.
“Kaori Iwamoto, madre mía, es tan gigantesca que parece más un hombre que una mujer, ya podría buscarse un oso como marido, al menos sería de su tamaño en vez de a ese tan escuálido hombrecito suyo”.
“Makoto Iwamoto, sí, ese tipo que es tan bueno que llega a ser tonto, puedes pedirle cualquier cosa y lo hará. De verdad, no tiene un ápice de sentido común, no ve que se aprovechan de él a cada paso que da”.
“En su totalidad, en esa familia son todos unos ingenuos, no me sorprendería que amaneciesen algún día muertos de hambre por haberle dado a alguien más toda la comida que tenían”
«¡No, no pienses en eso! ¡No quiero pensar en eso! ¡Olvídate de ello!»
Todo ese tiempo que pasó postrada en una cama, su propia debilidad, las miradas lastimosas que le habían lanzado desde niña, Yuu.
Yuu, Yuu, Yuu.
Yuu, que la apuñaló por la espalda y la abandonó sin alguna explicación. Yuu, que la dejó como se deja a un lado del camino un juguete usado y roto.
¿Era ella algo roto y usado? ¿Por eso ya no la quería, porque estaba rota? ¿Porque no tenía ningún uso? ¿No servía para nada?
Manos frágiles y blancas como el marfil, protegidas durante tanto tiempo como lirios del valle en un jardín, no tenían ninguna utilidad.
“Tu humanidad es lo que me gusta de ti, tu vulnerable delicadeza”. Eso era lo que le había dicho Takeshi, y sus palabras se repetían ahora, junto con la visión de su cara de nuevo, que cambiaba entre su apariencia humana y su apariencia demoníaca en una mezcla que nunca paraba, y seguía de un lado a otro sin poder establecerse en una sola forma.
«¡Aléjate! ¡Alejaos! ¡No quiero pensar en ninguno de vosotros! ¡Os odio! ¡Os odio a todos! ¡Desapareced de mi vista! »
Le obedecieron, y ya no hubo nada en lo que pensar. Ayaka se encontró frente a frente con un vacío blanco.
—Esto es estúpido, no puedo utilizar un método tan absurdo —sentenció Ayaka la próxima vez que se encontró con Himejima-san.
“Es inútil, puede que no funcione conmigo. No hay otra explicación”.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
«Pero tengo que utilizarlo ahora, es mi último recurso», se dice Ayaka, que está peligrosamente cerca de Rui.
Tanjirou iba justo directo a la cabeza. Si Ayaka conseguía cortar sus brazos... No sería capaz de atravesar los brazos de Rui con su fuerza actual, no con como temblaban sus brazos. Solo con obtener un poco de fuerza más, aunque sea una pizca, podrían conseguirlo, sobrevivirían a una de las Doce Luna Demoníacas.
—Namu amida butsu —recita Ayaka en voz baja. Con eso no basta, ella lo sabe pero no se atreve a pensar en nada.
Abre los ojos durante un segundo. Tanjirou está cara a cara contra Rui, Nezuko cuelga a varios metros en los hilos y su sangre fluye por ellos. No tiene el privilegio de dudar, tiene que hacerlo.
«¡Al cuerno!», piensa agriamente. Por una vez se atreve a pensar en sus padres.
No piensa en nada más por temor a que el resto de sus pensamientos irrumpa en su mente y la inunde por completo.
«Mamá y papá, ellos no son unos cobardes ». Su cuerpo se mueve por sí solo en dirección a Rui desde la esquina en la que se había resguardado hasta el momento en el que Tanjirou pudo acercarse a su cuello. No necesita abrir los ojos para ver, entonces, sabe por donde tiene que guiar su espada.
Su corazón late, justo como había descrito Genya, se siente acalorada.
“Pum-pum-pum-pum-pum-pum-pum-pum-pum-pum-pum-pum”
Es el sonido de su propio corazón, que bombea con fuerza como si tuviese un motor en el pecho.
«Mamá y papá, son más valientes que yo», continúa Ayaka pensando sin buscarlo, sin quererlo o sin desearlo. Está demasiado concentrada para pararse. De todas maneras si lo hiciese, perdería la concentración y no cortaría los brazos de Rui. No puede permitirse el lujo de parar. «Ellos no son débiles, yo lo soy. Les abandoné igual que Yuu me abandonó a mí, pero por mucho que les pisoteen, no dejan de sonreír»
«Eso es admirable, Tanjirou, no algo tan patético como estar limpio». Su mente la interrumpe por última vez, y Ayaka abre los ojos.
Ya no necesita pensar más, en sincronía con Tanjirou, la espada de Ayaka había pasado justo por debajo de la trayectoria de su espada. Formó un arco en forma de “u”, rebanando primero el brazo derecho y luego al brazo izquierdo de Rui. Parece que ambos brazos se mantienen suspendidos en el aire y caen a su vez con ella, que se desploma en el suelo y choca contra la tierra blanda.
«Maldito Himejima-san y maldito Genya, con su patrón de repetición», piensa con un suspiro cansado, pero estaba agradecida, de verdad que lo estaba.
Si hubiese estado más en sí, habría notado las lágrimas correr por sus mejillas.
Mueve la cabeza para mirar a Tanjirou, que está también en el suelo a unos pocos metros de ella.
—Tanjirou —. Con esfuerzo consigue pronunciar su nombre como el sollozo de un animal agonizante.
Cree oírle pronunciar su nombre “Aya”, pero no hay manera de confirmarlo.
No es capaz de parar a sus ojos, que por fin caen pesadamente y hacen que sea envuelta en lo desconocido.
No sabe en qué soñará esa vez, pero puede jurar que en algún punto de su breve sueño apareció una figura decapitada levantándose de entre los muertos.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Notes:
Ayaka y Tanjirou: *tienen un momento bonito en el que por una vez se tratan como iguales*
Rui: Repulsivo, fuera de mi vista
,,,
en fin, hola. No me puedo creer que hice siete mil palabras de nuevo smh y era la mitad de lo que tenía planeado para este cap.
Ayaka tiene las puntas verdes, uh,,, sorpresa? aunque no suele verse pero bueno, entre las paletas de genya y himejima pensé que ese color le vendría bien, y combinado con otros colores con los demás personajes (técnicamente) podría hacer los colores de una flor así que sí, le pega.
Himejima por poco mata a sus discípulos,,, mejor padre del año le llamaban.
Genya mi sol, mi bebé, le quieroooo. Amamos a la stone family en esta casa.
adoré la compenetración entre ayaka y tanjirou este capítulo, pudieron trabajar en equipo(? por así decirlo y lo veo una buena base para su relación, me encanta.
ayaka y giyuu tienen los dos depresión, they're depression buddies
me habría gustado escribir más porque aparecen giyuu, shinobu y KANAO!!! me gusta la interacción de ayaka con giyuu y bueno con kanao es una de mis favs esa relación así que sí, me encanta.
pues eso, espero os guste!
Chapter 15: La tsuguko
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
“Todavía puedes salvar tus lazos, espero que no acabes como yo, chica estúpida”.
Las cejas de Ayaka se arrugaron con incomodidad. Había alguien... ¿tocando su mejilla? Era difícil discernir qué estaba pasando, podía notar el tacto de la tierra húmeda bajo sus palmas y el cortante frío de la humedad del crepúsculo contra su mejilla. El aire fresco que recorría sus pulmones le confirmó que estaba viva, pero no era capaz de pensar en otra cosa. La dulzura del sueño y el descanso eran demasiado atractivas y no tenía la fuerza de voluntad suficiente para levantarse sin motivo, no tenía motivo, ¿o sí?
Un nombre se le vino a la mente. Nezuko. ¿Quién es Nezuko y por qué pensaba en ella, irrumpiendo en su descanso? Aun así siguió.
Nezuko, Nezuko, Nezuko, Nezuko, Nezuko. Nezuko estaba en peligro, ¿no? Pequeñas pizcas de los eventos de aquella madrugada se lanzaban hacia ella y la hacían recordar como perros rabiosos. La mordían con agresividad y con cada mordedura y rabiosa dentellada Ayaka volvía en sí.
Una Luna Superior. Tanjirou envuelto en llamas, la cabeza de Rui cayendo al suelo, y Ayaka con él. Y Nezuko... ella estaba colgando en los hilos de Rui, pero se rompieron con su fuego, ¿con el fuego de Nezuko? ¿Aquel extraño fuego con tono carmesí, que denotaba que no era un fuego normal, de donde había salido?
Nezuko, Nezuko, Nezuko, Nezuko, Nezuko.
Sus sentidos volvieron, y lo que parecía un lejano toque en su mejilla se convirtió en insistentes toquecitos que fueron lo que la devolvió a sí misma.
—Nezuko —dijo en voz baja sin estar segura de por qué decía el nombre de un demonio.
Lo primero que vio al despertar fueron unos ojos de un color azul más intenso que cualquier lago o mar que alguna vez hubiese visitado.
La persona a la que pertenecían, en cambio, no le gustó demasiado.
—Niña —la llamó el hombre arrodillado frente a ella.
Era jóven, tendría no menos de 25 años y pelo negro espinoso que terminaba en un color azul igual a su mirada. Lo primero en lo que los ojos de Ayaka se fijaron fue en la espada nichirin a su cintura, lo segundo, el uniforme de cazador de demonios que llevaba y lo tercero, sus ojos vacíos.
«Tú también has sido abandonado», pensó sin vacilación, entrecerrando sus ojos durante un breve momento para luego soltar un largo suspiro. «Pareces tan solo, ¿es así como yo me veo?»
—Niña —llamó de nuevo el hombre, tomando su silencio y mirada atenta como falta de atención. Sin dejar de darle toquecitos en la mejilla.
—Deje de darme con su dedo, por favor, estoy despierta —le pidió Ayaka con ceño fruncido, que empezaba a molestarse por la insistencia del hombre a enterrar su dedo en su mejilla. Apartó la mano del hombre con un gesto vago y él siguió mirándola sin inmutarse.
«Este tío no se entera de nada», pensó con una mirada extrañada.
—¿Es esto tuyo? —le preguntó alzando en su mano la espada gris de Ayaka.
Estaba refiriéndose a la espada, pero su mirada, apuntada hacia dos cuerpos cercanos, denotaba que no era lo único que creía suyo.
—Tanjirou —. Ayaka exhaló su nombre en un suspiro un momento antes de correr hacia él, pero fue parada en seco por el hombre desconocido, que la agarró por la nuca como se agarra a un gato.
¿Qué clase de persona cogía a alguien así? Sin embargo, consiguió mantener a Ayaka en su sitio, pero no consiguió impedir que sus ojos se mantuviesen fijos en el par de hermanos, que estaban tirados en el suelo como desperdicios.
—No seas imprudente, hacer movimientos bruscos solo volverá más graves tus heridas —le advirtió el hombre, que aun sostenía en su otra mano la espada de Ayaka—. Luchaste contra la Luna Demoníaca, deberías tomarte un respiro, te lo mereces por aguantar hasta que un pilar llegase. El otro chico hizo un buen trabajo también, deberíais estar agradecidos de tener tanta suerte.
Ayaka por fin se relajó contra el agarre del desconocido, girando la cabeza en su dirección para verlo una segunda vez.
—Pilar... —murmuró casi sin creerlo, el reconocimiento brilló en sus ojos—. Usted es... Giyuu Tomioka, el pilar del agua.
—No me refería a mí —pareció decir en tono cansado.
Ayaka protestó aun colgando del puño de Tomioka.
—Pero... pero nosotros derrotamos a la Luna Demoníaca, Tanjirou cortó su cabeza, lo recuerdo bien, ¿qué hace usted aquí? —preguntó confusa.
—Cuando llegué el demonio seguía vivo, y tu amigo allí estaba a punto de morir, así que dudo que lo que dices sea cierto —contestó Tomioka sin cambiar de expresión.
«¿Me está llamando mentirosa?», pensó Ayaka, sintiendo como su ceja se crispaba ligeramente.
El cadáver de Rui estaba allí mismo, su cabeza había caído cerca de donde Ayaka se había desplomado y empezaba a convertirse en ceniza.
Los ojos de Ayaka recorrieron el paisaje buscando el cuerpo del demonio, alarmados, lo localizaron andando sin cabeza con paso errado. Quería llegar a Nezuko y a Tanjirou.
—¿Puedes caminar? —le preguntó Tomioka esa vez en voz alta. Su agarre en Ayaka era fuerte y daba la sensación de que por su pregunta, esperaba que si posase a Ayaka en el suelo se desplomaría.
Ella le ignoró. Haciendo con facilidad que la soltase, luchó contra el dolor en sus piernas para llegar antes que el cadáver andante de Rui a los hermanos.
—Supongo que eso es un sí —oyó a Tomioka decir a sus espaldas.
De forma apurada se colocó delante de Tanjirou y Nezuko. No se podía bajar la guardia ante seres como los demonios hasta que desapareciesen completamente, se agarraban a la vida con fuerza y si no se tenía cuidado podían dañar a los cazadores en sus últimos momentos de vida. Aunque fuese difícil de creer, así era como morían muchos de los cazadores.
Con cada vello de su cuerpo en pie, Ayaka tragó saliva para calmar el temblor de sus labios mientras observaba como el cuerpo de Rui avanzaba lentamente en su dirección. En un movimiento torpe, cayó en su camino y se quedó tumbado apenas a un centímetro de distancia a ellos. Sin fuerzas para caminar o levantarse, en silencio, Rui volvió a fundirse con la nada lentamente, convirtiéndose en polvo ante sus ojos.
―Aya ―. Tanjirou, con una expresión acuada llamó su nombre. Se veía tan cansado, con un brazo abrazando a la inconsciente Nezuko, el otro, que estaba libre, lo extendía hacia el torso de Rui, poco a poco desapareciendo, poco a poco dejando de existir.
Ayaka agarró la herida mano de Tanjirou entre las suyas, previniendo que tocase al demonio.
―Estás a salvo, no tienes que esforzarte más. Por fin murió ―le dijo ella, creyendo que sus intenciones eran seguir luchando contra él.
―Pero él... de su pequeño cuerpo emite un olor a tristeza tan profundo ―. La voz de Tanjirou expresaba cruda lástima, su expresión no era acuosa por el cansancio como ella pensó, sino por la pena y la compasión que sentía por el demonio. De todos los cazadores con los que podría haberse topado, estaba segura de que Tanjirou sería el único que se encontrase consolando a un demonio, y también el único que podría sorprenderla con tanta fuerza y tantas veces. Quizá porque Tanjirou sentía demasiado y por todos a su alrededor. Sino nunca habría estado con ella tanto tiempo, y como ella, el demonio era alguien a quien Tanjirou ayudaría.
Porque a ojos de Tanjirou todos eran iguales. A lo mejor no iba tan desencaminado, porque todos habían nacido del polvo y todos volverían a él con el tiempo, sin importar qué. Como lo hacía Rui entonces y como lo harían ellos una vez les llegase su hora.
―Por favor, déjame que... ―le rogó con suavidad, y su voz murió al tiempo que soltaba un quejido. Ayaka le obedeció y dejó ir su mano, observando como hacía su camino hasta el cuerpo de Rui y la posaba con suavidad allí.
El demonio podría disfrutar del toque del Sol una última vez. Esperaba que eso fuese suficiente, para ella lo sería.
«Te maldijeron con un corazón demasiado grande. Siempre te preocupas por los demás, pero te olvidas de ti», pensaba Ayaka al tiempo que pasaba su mano por el pelo rizado de Tanjirou. «Me gustaría pedirte que me dejases ser quien te proteja, pero soy demasiado cobarde. Terminaré huyendo antes de hacer eso, aunque sea la cosa que más quiero hacer»
Valiente para unas cosas y cobarde para otras, ella al igual que él sentía emociones crudas y desgarradoras, muy grandes para un solo cuerpo, tan débil y frágil como el suyo.
―Deberíamos irnos pronto y revisar tus heridas ―se atrevió Ayaka a decir, pasando su mano del pelo de Tanjirou a rozar con la punta de sus dedos los cortes sangrientos de su cara. Le lanzó una mirada a Nezuko, que yacía bajo Tanjirou con los ojos cerrados. Ella estaba bien, lo que le trajo tranquilidad, aunque fuese un poco―. El Sol saldrá pronto, mejor que metamos a Nezuko de vuelta a su caja.
De la boca de Tanjirou salió el siseo de dolor más pequeño que alguna vez había oído pero lo dejó pasar tras una broma.
―También hay que conseguirte un uniforme y haori nuevos, aunque podemos olvidarnos del lazo, el pelo suelto te queda bien ―replicó de vuelta con un débil tono que pretendía ser burlón. La cara de Ayaka, contraída en un ceño fruncido de preocupación, no mostró ningún signo de diversión.
―Esto no es motivo de broma, Tanjirou ―le respondió con severidad. Tanjirou consiguió soltar unas débiles risas con expresión despreocupada.
―Claro, perdona ―se disculpó sin dejar de sonreír―. Ahora que hemos terminado la misión podrás disculparte con Zenitsu, no tienes excusa.
Era una sonrisa tan débil y patética que era difícil creer que no estaba haciendo aquello por otro motivo que no fuese el no preocuparla.
Era igual que ellos, Tanjirou era igual que sus padres.
―Cuanto te odio ―expresó Ayaka suavemente. Su ceño fruncido se había derretido hasta una mueca desolada y en sus ojos no quedaban rastros de molestia. No despegó las puntas de sus dedos de la mejilla de Tanjirou, deslizándolas hacia abajo hasta llegar a su mandíbula―. Odio que hagas eso, así acabarás desgastándote, no lo hagas.
La mano de Tanjirou permanecía donde antes estaba el cuerpo de Rui. Habiéndose desintegrado, solo dejó a su paso su ropa, un kimono blanco con motivos de telarañas que seguía en el suelo. Sin embargo sus ojos se dirigieron al rostro de Ayaka, por un momento observando con fascinación para luego mirar detrás de ella.
Los pasos de Giyuu Tomioka se oyeron por detrás de Ayaka, que sin ella haberse fijado, había avanzado hasta ellos y se mantenía quieto, con sus pies sobre lo que quedaba de Rui.
―Me gustaría que me devolviese mi espada, señor Tomioka ―pidió Ayaka. Sin darse la vuelta, extendió una mano en su dirección. Sabía que estaba justo detrás de ella, volviendo a poner su acostumbrada expresión neutral, más fría de lo normal, mostrando el rechazo que sentía hacia el Pilar del Agua.
No le caía bien aquel tipo, con solo mirarlo sabía que traería problemas de una forma u otra. Nezuko seguía a plena vista, y si llegase a verla... si llegase a verla...
Tomioka posó su espada en su mano abierta sin preámbulos, Ayaka la agarró, intentando parecer más grande de lo que era para cubrir a una Nezuko durmiente, o al menos, el hecho de que era un demonio.
―Deja de pisarlo, por favor ―imploró Tanjirou, que en lo único en lo que podía pensar era en como Tomioka estaba sobre los restos de Rui.
La voz de Tomioka al responder sonó con una mínima pizca de extrañeza y cierto reproche:
―No hay que sentir compasión alguna por un demonio que come personas. Da igual que tenga la apariencia de un niño, es un monstruo despreciable que ha vivido decenas, cientos de años.
Ayaka sabía que tenía razón, Rui había sido como demonio uno especialmente sangriento que cometió muchos actos despreciables. Pero no podía evitarlo, de alguna manera, ella y Rui eran parecidos. Era como si ella fuese quien sentía el peso de los pies de Tomioka contra su espalda.
―Voy a tener que pedirle, señor Tomioka, que le haga caso a mi compañero ―insistió Ayaka―. Sino tendré que obligarle a la fuerza, no me importa que nos haya salvado a mí y a Tanjirou o que sea usted un pilar. Pisarle así es irrespetuoso, sea un demonio o un humano.
Por fin era capaz de comprenderlo, no importaba si alguien era humano o demonio, fuese quien fuese, aquellos que cometiesen atrocidades deberían ser castigados. Porque los demonios podían ser seres horribles, pero los humanos no eran excepción.
«Porque todos venimos del polvo y todos volvemos a él».
Sabiendo eso, el peso de la sangre en las manos de Ayaka se volvió más ligero.
Había estado tan ciega. Todo aquel tiempo, Ayaka había estado tan ciega, se lo habían dicho tantas veces que nunca supo lo que realmente significaba, pero ahora comprendía. Y así, sus ojos se abrieron un poco.
―No hace falta que me defiendas, Aya―le susurró Tanjirou, con una expresión enfadada, pero no con Ayaka. “No hago esto por ti”, habría querido ella decirle, pero perdió la oportunidad cuando Tanjirou desvió su mirada a la verdadera razón de su molestia y continuó hablando―. Para que los muertos puedan encontrar la paz, para que no haya ningún muerto más seguiré cortando cabezas de demonios sin ninguna piedad. De eso puede estar seguro.
»Pero lo que de ningún modo pienso hacer es pisotear a aquellos que, habiendo sufrido el dolor de un ser demonio, se hayan arrepentido de sus malas acciones. Todos los demonios han sido personas, personas como tú y como yo. Deja de pisarlo, por favor. No es un monstruo despreciable. Los demonios son seres vacíos, criaturas con una triste existencia.
«Te maldijeron con un corazón demasiado grande», pensó Ayaka de nuevo, observando la determinación inquebrantable que Tanjirou le dirigía a Tomioka con aquellos soles quemantes de verano que tenía por ojos. De verdad que los dioses lo hicieron, le dieron a Tanjirou un corazón demasiado grande para su propio bien.
Tomioka se quedó en silencio, no tenía manera de saber qué cara tenía, porque Ayaka no se había dado la vuelta y no tenía pensado hacerlo. Prefiriendo observar al lado opuesto, fue la primera en notar un flash de colores dirigirse a toda velocidad hacia ellos.
―¿Pero qué...? ―preguntó Ayaka con ojos como platos, siendo interrumpida por la brutalidad con la que Tomioka la agarró por el hombro y la forzó a que se agachase.
El chirrido de un choque de espadas retumbó en sus oídos, un sonido metálico y agudo que denotaba que otro espadachín había llegado.
―¿Por qué te interpones, Tomioka? ―cuestionó una voz desconocida.
Zafándose bruscamente de la mano de Tomioka aun en su omóplato, Ayaka se giró con rapidez, adoptando una pose defensiva frente a los hermanos y viendo allí a nada más y nada menos que a la Pilar de Insecto.
―Shinobu Kocho ―. Ayaka pronunció su nombre como una clase de milagro. Si era miedo o admiración, no sabría distinguirlo.
Tomioka se había colocado en una posición de defensa, extendiendo su espada nichirin con intenciones de pelear, pero no de cara a los hermanos Kamado, sino con intenciones de batirse en duelo con la recién llegada.
¿Iba a luchar contra otro pilar? Era la cosa mas extraña que presenciaría alguna vez, si no se contaba el duelo entre Inosuke y Tanjirou, al menos.
Ayaka le lanzó una mirada extrañada al Pilar del Agua, que con expresión serena mantenía su atención fija en Shinobu Kocho, que les dirigía una sonrisa dulce.
―¿No dijiste que no nos podemos llevar bien con los demonios? ―preguntó la Pilar sin abandonar su actitud alegre. Ayaka nunca antes había visto tantos pilares juntos, creía que los vería una vez ella fuese nombrada pilar, así que la vista de dos espadachines tan fuertes la abrumaba. Y más cuando ella y los hermanos Kamado estaban en medio de lo que pronto sería un campo de batalla entre ellos―. ¿A qué ha venido eso? Por cosas como esta nadie te soporta.
Y por lo que parecía, no todos se llevaban bien.
―Vamos, hazte a un lado, Tomioka ―insistió Shinobu apuntando su espada hacia ellos. Mirándola fijamente, Ayaka se dio cuenta de que la Pilar de Insecto parecía un insecto como su título predecía. En específico, una mariposa.
Su haori tenía plasmado en él los patrones de las alas de una mariposa, y mientras ella no parecía un insecto, sus ojos si lo hacían, siendo de un color negro y morado, podría haber jurado que quien les miraba era un bicho gigante.
Además de eso, no solo su haori tenía ese aspecto. Su pelo negro estaba recogido detrás de su cabeza con un pasador en forma de mariposa cuyas alas se entreveían por encima, los mechones que sobraban, que descendían de un negro a un morado oscuro, enmarcaban la cara de Shinobu de una forma que le recordaba a unas alas.
―No es verdad que nadie me soporte ―replicó Tomioka con su característica simpleza.
«Estamos acabados, no me equivocaba, es un tonto, van a decapitarnos a todos», pensó Ayaka llevándose la cara a las manos sin poder creer lo que acababa de oír decir a un Pilar.
―Oh, vaya... Así que no te habías dado cuenta, ¿eh? ―dijo Shinobu como si se compadeciese de Tomioka―. Lo siento, he hablado más de la cuenta.
Los ojos de Ayaka se encontraron con la cara de Tanjirou, parecía tan extrañada como la suya. Dando un paso atrás para posicionarse más cerca de Tanjirou, a Ayaka le alivió saber que ella no era la única que encontraba rara la situación.
―Chicos, eh ―. Por primera vez la Pilar de Insecto fijó su atención en ellos y Ayaka y Tanjirou se miraron sin saber qué hacer.
―¿Sí? ―. Tanjirou optó por responderle, siendo él el más educado de los dos.
―¿Sabéis que estáis al lado de un demonio? Yo que vosotros me quitaría de ahí, es peligroso ―advirtió positiva.
―Estamos bien aquí, gracias por su preocupación, señora Shinobu ―le respondió Ayaka desafiante, alzando un brazo con intenciones de cubrir a los hermanos Kamado de la vista de la Pilar.
Ya que iba a morir decapitada, mejor aprovechar y morir con un poco de dignidad. Sería mejor aceptarlo cuanto antes, no serían capaces de huir del Cuerpo de Exterminio, y si lo lograban, no por mucho tiempo. Si moría huyendo el hecho de que escondió a Nezuko en su casa pasaría por alto y dejarían a su familia tranquila. Rezó porque sus pensamientos se volviesen realidad.
―Oh, vaya, deberías cuidar tus modales, señorita, ¿no te enseñó Himejima a tenerle respeto a tus superiores? ―preguntó Shinobu aun con dulzura.
Tanjirou pasó su mirada confusa de una a otra.
―¿Os conocéis? ―inquirió en un susurro a Ayaka.
―El mundo del Cuerpo de Exterminio es grande, pero si estás relacionado con los pilares es difícil no reconocerlos a ellos o a sus “tsugokus” y discípulos ―respondió, encogiendo los hombros.
―¡Eso es cierto! ―intervino Shinobu―. Apuesto a que también conocerás a mi “tsuguko”, Kanao. Debería estar aquí pronto, no sé qué podría estar tomándole tanto tiempo.
―Sí que la conozco, pero no es que me caiga muy bien ―murmuró Ayaka chasqueando la lengua con fastidio.
―Basta de charla. Por favor, alejaos de ese demonio ―pidió Shinobu de nuevo con simpatía―. Tengo que decapitarlo y podría haceros daño si estáis cerca.
Echando una mirada hacia atrás, Ayaka confirmó que no había nadie más a parte de Shinobu con ellos, ni Kanao Tsuyuri ni nadie. Tomioka estaba demasiado callado, aun así parecía que les ayudaría, pero seguía teniendo sus dudas sobre su franqueza o siquiera de sus motivos. La gente como Tomioka para Ayaka era difícil averiguar sus intenciones o pensamientos. Los ojos de Tomioka eran tan vacíos y tan profundos que no había nada que Ayaka pudiese ver.
―¡No! ¡Te equivocas! ―la interrumpió Tanjirou efusivo―. No es un... bueno sí que lo es, pero... ¡es mi hermana pequeña! Por eso...
Estaba tan liado que ni siquiera era capaz de articular correctamente lo que fuese que quería decir. ¿Qué intentaba probar? ¿Que Nezuko era inofensiva? ¿Que no había que decapitarla? Hiciese lo que hiciese, sería inútil, estaba ante un pilar, parte del Cuerpo de Exterminio de demonios. Pedir que no matase a uno sería una contradicción en sí. ¿Qué estaba pensando? ¡Tanjirou era una contradicción en sí! Era de esperar que hiciese algo como intentar hacer a un pilar entrar en razón, ¡pero no podía lograrlo todo! ¡Y menos algo tan descabellado!
―Cierra la boca, ¿quieres? Ya es suficiente, me estás poniendo de los nervios con tanto tartamudeo ―pidió Ayaka susurrando, que empezaba a frustrarse con la imprudencia de Tanjirou. Era un milagro que no hubiese sido asesinado todavía.
La figura de Shinobu se volvió rígida. Estirando el cuello en curiosidad para echarle un mejor vistazo a Nezuko.
―¿Tu hermana? Ay qué lástima ―expresó su pena con un pequeño gimoteo, pero no tardó en recuperar su actitud alegre, levantando su espada con acero en los ojos―. Pues en este caso la mataré con un veneno que no la haga sufrir.
Ayaka no pudo evitar tragar saliva mientras sus ojos temblaban con nerviosismo. El sudor bajó por su temple, a parte del aura terrorífica que Shinobu emanaba (viendo lo fuerte que era, siendo una pilar), no era el único motivo por el que sudaba. Hacía un rato que se sentía mal, y le estaba pasando factura, porque unas ojeras moradas empezaban a hacerse paso bajo sus ojos.
No era la única que lo sabía, porque Tomioka, mirándola de soslayo, también se había dado cuenta. No eran solo las ojeras, le faltaba el aliento por el pequeño silbido que salía de su nariz, porque estaba intentando ocultarlo y a cada momento que pasaba estaba más pálida.
―¿Puedes moverte? ―interrogó Tomioka a Tanjirou.
«Quiere que Tanjirou huya», Ayaka se dio cuenta con rapidez de sus intenciones. Se llevó una mano a la barbilla pensativa, sin prestarle atención a las palabras de Tomioka:
―Aunque te cueste, tienes que ponerle voluntad. La chica no puede correr, pero tú podrás cargar con ella y con tu hermana, ¿no?. Así que coge a ambas y huye.
«Yo no podría huir demasiado lejos, pero Tanjirou es otra historia», seguía planeando Ayaka calculadora como solo lo era ella, pues no se había molestado en oír a Tomioka. «Aunque haya sido herido por todo el cuerpo, podría correr más que yo, así que si me quedo para parar el avance de la señora Shinobu, Tanjirou al menos podría...»
Sus pensamientos fueron forzados a interrumpirse cuando la mano de Tanjirou se ciñó a su muñeca como si fuese una serpiente alrededor de su víctima. Con aquella fuerza, fácilmente tiró de Ayaka, que intentó no caer al suelo al haber sido tan bruscamente sorprendida.
―¡Muchas gracias, Tomioka! ―le gritó Tanjirou en agradecimiento al hombre que había quedado tan lejos a sus espaldas.
Ayaka miró hacia atrás en dirección a los pilares y luego a la mano de Tanjirou, asegurada contra su antebrazo. Parpadeó y se dio cuenta de que se estaba alejando de la pelea, que era lo opuesto a lo que tenía pensado hacer.
―Espera... Tanjirou... Tanjirou, ¡para! ¡Suéltame! ―le pedía Ayaka forcejeando con el agarre en su muñeca, ocasionalmente mirando hacia atrás para ver a los pilares a lo lejos. De su garganta salió un chillido agudo al tiempo que Tanjirou no solo soltaba su muñeca, sino que se la lanzó a un hombro y siguió corriendo, también cargando con Nezuko y a sus espaldas la caja de madera.
Ayaka no tardó en protestar:
―Así solo voy a ralentizarte, tú lo sabes, ¿quieres por favor dejarme ir? Ya tenemos suficiente con una pilar detrás de ti y-
―¡Sin ánimo de ofender, Aya, pero cierra la boca! ―la interrumpió Tanjirou casi en un ladrido. Los ojos de Ayaka se abrieron como platos del asombro―. Me duele todo el cuerpo. Es insoportable, así que por favor, no te muevas.
«Me ha... mandado a callar», pensó Ayaka con las cejas alzadas en sorpresa. Aun así, intentó mantenerse lo más quieta posible y no volvió a abrir la boca.
Podía sentir bajo su piel como el pecho de Tanjirou daba pequeños saltos, tambaleando y cada vez volviendo su paso más errático. Debería estar esforzándose mucho para no solo cargar con ella, sino con Nezuko.
Puede que si saliesen vivos de allí, Ayaka debería darle las gracias por ello, no solo por aquello, sino por todo. Sabía que con su tozudez ella era difícil de lidiar, debería estar más agradecida por alguien como Tanjirou. Al menos antes de morir y convertirse en polvo, como lo había hecho Rui, podría cuidar más de la gente que la amaba.
Genya se le vino a la mente. Él no tenía a nadie a quien cuidar o a quien agradecer por amarle a parte de ella y Himejima-san, por eso nunca había dejado de agarrarse a ellos. En vez de preguntarse por qué, teniendo una familia, ella era una cazadora de demonios, sería mejor agradecer que tenía una familia en primer lugar.
―¿De qué conoces al señor Tomioka? ―preguntó Ayaka curiosa, aún a hombros de Tanjirou.
Tanjirou carraspeó, buscando fuerza en su garganta para contestar.
―Él fue quien me introdujo al Cuerpo de Exterminio y a Urokodaki-san, sabe que Nezuko es mi hermana y estuvo allí cuando se convirtió en demonio, por eso nos está protegiendo ―explicó sin dar demasiados detalles sobre el tema.
―No me cae bien, creo que es un tonto ―comentó Ayaka intentando disimular una risa―. Pero si va a ayudarnos, tendré que fiarme de él. Como me fié de ti cuando conocí a Nezuko, no sé como lo hice, pero parece que tienes un don para convencer a la gente en confiar en ti con cosas tan extrañas.
Los hombros de Tanjirou temblaron en lo que Ayaka asumió que eran risas sordas. Esperaba que eso no le doliese.
―Sí que es raro, no solo tú y Tomioka, Zenitsu también, ¿no crees que-
Su voz murió en un sonido ahogado al tiempo que algo descendía desde el cielo y chocaba con fuerza en su espalda. Tanjirou cayó y con él cayeron de entre sus brazos Ayaka y Nezuko. Nezuko aterrizó junto a su hermano, pero Ayaka rodó y rodó hasta estar varios metros lejos de ellos. Saboreando el olor a tierra en su boca, alzó la vista del suelo para encontrarse a los ojos y a la espada centelleantes de Kanao Tsuyuri devolviéndole la mirada.
Pero no le devolvían la mirada a Ayaka, sino a una estupefacta Nezuko, que, tirada en el suelo, solo se atrevía a observar con miedo hacia la espada de la chica, alzada sobre su cabeza con la siempre presente amenaza de decapitarla.
Solo fue un instante, pero suficiente para que Tanjirou tirase de la capa blanca que llevaba a los hombros Kanao Tsuyuri. La chica perdió el equilibrio y acabó sentada encima de Tanjirou, siendo jalada por la fuerza de su tirón hacia atrás y en consecuente, su espada no pasó por el cuello de Nezuko como tenía previsto, sino por encima de su cabeza, sin poder evitar cortar unos mechones de su pelo negro. Era mejor a su cabeza.
―¡Huye, Nezuko! ¡Huye! ―. Los ojos de Tanjirou se encontraron con Ayaka, que se había quedado mirando casi en estupor encima de Tanjirou, a Kanao―. ¡Aya, protege a Nezuko! ¡Por favor, protégela! ¡Te prometo que asumiré toda la culpa pero pro-!
Los ojos de Ayaka pasaron de tener una casi admiración divina a una preocupación latente al ver como Kanao, con gran facilidad propia de una “tsuguko”, noqueaba a Tanjirou contra el suelo con el talón de sus botas, aún sentada sobre él.
A ese paso, Nezuko había obedecido la orden de su hermano y corría en dirección contraria a donde estaban. Ayaka apenas volvía a ponerse en pie, entre la estupefacción y sus heridas, sus movimientos se volvían más lentos, por lo que si Kanao llegase a emprender una persecución contra Nezuko, a Ayaka podría perderla de vista facilmente y dejarla atrás.
Aun así, Kanao Tsuyuri se quedó mirándola fijamente, con algo cercano a la confusión infantil mientras Ayaka se plantaba frente a ella, tapando la vista de Nezuko de esos ojos tan ennervantes como los suyos propios.
Le habría gustado que fuese en otras circunstancias, como en una reunión de pilares, por ejemplo, pero había llegado el momento de que conociese oficialmente a su tan querida Kanao Tsuyuri.
―Por favor, apartate ―le dijo Kanao con un tono que le recordó a Ayaka a un monólogo bien ensayado―. Estás obstruyendo la caza de un demonio, y en consecuencia, violando las leyes del Cuerpo de Exterminio de Demonios. Esto es una advertencia de la cazadora de demonios Kanao Tsuyuri. Ahora que estás advertida no me contendré. Si lo estás haciendo deliberadamente, me veré obligada a incapacitarte físicamente, ya que no se me permite matar humanos, solo te inflingiré heridas de leve gravedad.
Ayaka alzó una ceja fingiendo aburrimiento.
―¿Has terminado ya tu discurso? ―preguntó en un suspiro pesado. Tomó una honda inhalación, con el contacto de las fibras del mando de su espada contra sus palmas, plantó firmemente los pies en la tierra. No dejaría que pasase sobre ella, bloquearía su camino hasta el amanecer si hacía falta. Si tenía la fuerza de la montaña con ella, la utilizaría entonces―.. Si tanto quieres matar a ese demonio, primero tendrás que pasar por encima de mí.
Se escuchó el chasquido metálico de una espada al volver a su vaina y el verde de los árboles se convirtió en el color purpúreo más hermoso que Ayaka había visto alguna vez, y que apostaba sería la envidia de todos los comerciantes de telas si pudiesen alguna vez replicarlo en tintes para adornar las telas de mayor calidad, pero sabía que no podrían, no, al menos, con tal intensidad. Parpadeando, Ayaka se dio cuenta de que aquel color no era una ilusión, y de que estaba mirando fijamente a los ojos de Kanao Tsuyuri.
―Si es necesario, entonces lo haré ―respondió ella a meros centímetros de Ayaka. Su boca, adornada con una sonrisa azucarada semejante a la de su mentora Shinobu, no concordaba con sus palabras.
«Es muy rápida», no pudo evitar pensar Ayaka. Porque enrealidad lo era, Kanao había aparecido ante ella en un segundo. A pesar de que estuviese a unos escasos cinco metros de ella, Kanao Tsuyuri había conseguido moverse tan rápido como para plantarse delante de Ayaka sin que a ella le diese tiempo para parpadear. Sin abandonar aquella sonrisa tan dulce que se volvía empalagosa.
Entonces, fue cuando vino el puñetazo.
El brazo derecho de Kanao se enterró en el estómago de Ayaka con tal fuerza que si hubiese sido su espada, la habría atravesado de un lado a otro.
Sin embargo, la confusión se hizo camino momentaneamente en la expresión de Kanao, rompiendo su fachada sonriente. Le echó un vistazo a su puño contra el abdomen de su adversaria y luego a la misma, que no se había movido de su posición frente a ella.
―¿Impresionada, flequillitos? ―acusó Ayaka mordaz luchando por hablar, sin voz por el aliento que le había arrebatado el golpe―. Creías que me mandarías volando, tu fuerza es impresionante, pero necesitarás más que eso para tirarme al suelo.
Kanao bajó sus ojos de nuevo a su puño, que contra el pecho de Ayaka tenía atrapado entre sus manos el puño que debería haberla hecho retroceder varios metros, pero que apenas había conseguido moverla.
Propio de una “tsuguko”, Kanao no tardó en reaccionar, ni parpadeando cuando estampó su rodilla contra la nariz de Ayaka y haciendo que ella dejase libre su puño.
Los pies de Ayaka se enredaron y retrocedió hacia atrás. Kanao Tsuyuri volvió a su sonrisa mansa.
―Eso ha sido sucio, flequillitos ―acusó Ayaka áspera, con la espada arqueada y una postura descuidada, denotando el cansancio que la plagaba por tal desgaste, porque nunca adoptaría tal postura si estuviese en buenas condiciones. Kanao habría llegado no hacía demasiado, pero Ayaka llevaba horas peleando, por lo que estaba en clara desventaja si quería vencerla, o pararla, aunque dudaba de que pudiese superarla siquiera si estuviesen en las mismas condiciones, al menos ofrecería una pelea más entretenida que el cuerpo inconsciente de Tanjirou, que yacía donde se había desmayado.
Ceñuda, Ayaka se llevó una mano a la nariz, de donde salía sangre espesa y carmesí que se pegaba viscosa a su piel.
―Si vas a jugar sucio, no esperes que yo no lo haga tampoco ―dijo, cierta resignación divertida plasmando su mirada.
De Kanao no vino ni una palabra, como ella esperaba, sin más lanzándose sobre Ayaka para intentar repetir su ataque. Esa vez, su puño iba dirigido a su cara. Le habría dejado un brillante ojo morado de no ser porque Ayaka consiguió esquivarla, no porque fuese más rápida, sino porque Ayaka conocía sus patrones de ataque y ofensa.
Lo había observado en la Selección, los ataques efectivos y directos dignos de los mejores cazadores de demonios del Cuerpo que Kanao Tsuyuri utilizaba en plena batalla.
Era como una máquina de matar, no perdía el tiempo y cada ataque, ofensa o retroceso estaba calculado al milímetro, reducido al movimiento más afilado posible para aumentar la mortalidad de cada músculo que moviese.
Si Ayaka no se hubiese parado horas durante la Selección simplemente observándola, sin duda habría sido noqueada hacía mucho tiempo.
«Todavía no soy apta para estar a tu mismo nivel, Kanao Tsuyuri, pero no dejaré que me derrotes esta noche».
No le quedaban fuerza en los brazos, pero no había utilizado su mandíbula en toda la noche, sería un buen momento para hacerlo. Sin pensarlo, clavó sus dientes contra la muñeca que iba directa hacia su cara no hacía mucho.
Kanao dejó salir un grito tan sorprendido como dolorido. Al sonido de su voz, Ayaka solo apretó más la mandíbula. El brazo de Kanao se agitó con vigor en un intento de hacer que la soltase, cuando lo hizo y Ayaka cayó al suelo, las marcas de sus dientes estaban fuertemente marcadas en su piel.
No sabía si sentirse satisfecha o asqueada al ver los hilos de sangre que bajaban por su mano, arrugando la nariz ante el sabor metálico en su paladar.
Se preguntó si así era como se sentía Genya cuando utilizaba su... habilidad.
Creyendo que funcionaría otra vez, Ayaka se levantó con intenciones de hacerlo de nuevo, demasiado ingenua, no pensó en que Kanao prevería su ataque. Agarró a Ayaka con fuerza por su antebrazo, tanto que oyó un ruidoso crack proveniente de él, y la lanzó a unos veinte metros. Justo donde estaba Nezuko.
Todo lo que Nezuko había recorrido en su huida se vio reducido a nada cuando Ayaka, traspasando el cielo y arañándose con las ramas de los árboles, llegó a su lado en un torbellino de polvo y hojas en el pelo.
La carrera de Nezuko se encontró terminada una vez vio a Ayaka aparecer de la nada, agarrándose a su brazo derecho angustiosamente (Ayaka sospechaba que lo mejor que podría pasarle es que estuviese dislocado). Los instintos protectores de Nezuko explotaron al ver a quien confundía con su hermano tan severamente herida. Sin vacilar, la demonio se dirigió a donde estaba su “hermano”. Su ceño fruncido podía transmitirle a Ayaka sin problemas lo que estaba sintiendo en aquel momento, sin tener hermanos, mayores o pequeños, sabía que solo apuntaba a una cosa. El regaño de una hermana mayor.
―No, Nezuko. Nezuko, para. Tienes que huir, hazle caso a Tanjirou. Obedecele a él. A Tanjirou. Nuestro amigo Tanjirou, tu hermano mayor, el que te dijo que huyeses―intentaba zafarse Ayaka mientras Nezuko la envolvía entre sus brazos. Intentó apartarla empujando contra su mejilla, pero Nezuko apenas se inmutó y siguió aplastando a Ayaka con una actitud entre molesta y cariñosa.
Los pelos en su nuca se levantaron en estado de alarma al distinguir una nueva sombra cerniéndose sobre ellas. Una sombra que pertenecía a Kanao Tsuyuri, habiendo desenvainado su espada, se disponía a decapitar a Nezuko.
Por fin accedió a sus peticiones, porque con una patada, Ayaka hizo que Nezuko se alejase de ella y dejase ir de su agarre. Si Nezuko hubiese querido, aquella patética patada no la habría movido, pero se había dejado empujar de forma voluntaria, empezando a correr de nuevo en una persecución que Ayaka no podría retrasar mucho más.
La espada de Kanao se cernió amenazante sobre Nezuko, con los nervios a flor de piel y unos reflejos bizarros en ella, Ayaka plantó su espada contra la de Kanao que tan cerca había estado de Nezuko, mientras ella echaba a correr de nuevo.
Aquel choque provocó un sonido agudo. Espadas chillando mientras se golpeaban la una a la otra, el dolor agudo que recorrió el hueso del brazo de Ayaka fue igual de cortante.
Si antes su brazo no estaba roto, seguro que lo estaba ahora.
Kanao no tuvo problemas para apartar a un lado del camino a Ayaka, empujando con su espada. Fácilmente aprovechando sus piernas temblantes y lo débil que se había vuelto su postura, Ayaka cayó al suelo. No podría levantarse más. Se había forzado demasiado y estaba pagando las consecuencias por ello. Que eran observar de forma impotente como Kanao perseguía a Nezuko.
―¡No dejes que te decapite! ―le pidió a gritos, ojos llenos de miedo observando como la hoja de Kanao se acercaba más y más a Nezuko―. ¡Haz lo que sea necesario, pero no puedes morir, Nezuko!
Justo cuando por fin la alcanzaba, el cuerpo entero de Nezuko se empequeñeció. Consiguiendo evitar una decapitación segura y dejando a Kanao Tsuyuri momentaneamente sorprendida, Nezuko volvió corriendo a su lado con el tamaño de una niña pequeña, plantándose frente a, una también sorprendida, Ayaka en actitud protectora frente a Kanao.
«¿Puede hacer eso?», pensó Ayaka extrañada, aun observando lo pequeña que Nezuko se había vuelto.
Sus pensamientos fueron ahogados por los gritos de un cuervo sobre sus cabezas.
―¡Atención, atención! ¡Traigo un mensaje! ―chilló ruidoso como todos los cuervos lo eran―. ¡Tenéis que apresar a Tanjirou y Nezuko y llevarlos al cuartel general! ¡Apresad a Tanjirou y al demonio Nezuko y llevadlos al cuartel general ¡Tanjirou tiene una cicatriz en la frente y Nezuko muerde una vara de bambú!
Kanao Tsuyuri bajó su espada, sorprendentemente acercándose cautelosa hacia Nezuko y Ayaka y agachándose a la altura que la demonio había adoptado.
―¿Tú eres Nezuko? ―preguntó curiosa.
―¡Sí, ella es Nezuko! ¡Así que no la decapites! ―. Ayaka no tardó en reaccionar, agarrando a Nezuko y colocándola detrás de su espalda, aun sin poder creerlo―. ¡Y el chico al que has noqueado es Tanjirou, no le hagas daño tampoco!
El cuervo, aun así, no había terminado:
―¡Van acompañados de Ayaka! ¡Tiene un lunar en el pómulo derecho! ¡Traedlos a los tres al cuartel general de inmediato!
«Voy a morir», pensó Ayaka resignada.
Kanao no tardó en arrodillarse al nivel de Ayaka para preguntarle a ella también.
―¿Y tú eres Ayaka?
«Ella ni siquiera sabe mi nombre», pensó decepcionada.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
¡Rumores de la Era Taisho!: Cuando estuvieron en la casa de las glicinias Inosuke y Ayaka constantemente hacían competiciones de pulsos, (Ayaka terminó rompiendo varios muebles así que Tanjirou les regañó hasta que pararon porque no quería causarle problemas a los sirvientes de la casa). Inosuke siempre perdía y aunque intentaba ocultarlo Ayaka se le subieron a la cabeza sus victorias por lo que estuvo unos días con mucho ego. Siempre que competían, Zenitsu salía despavorido.
Notes:
Kanao le rompió el brazo a Ayaka como Tanjirou a Genya, viste lo que hice? Paralelismos
Hola de nuevo! Me gustó la idea de los rumores de la era taisho, así que nuevo detalle? lo hace todo muy casual y le da un aire más de amigos así que me viene bien.
Por fin terminamos el arco del mt natagumo, qué alivio, un arco precioso, pero no puedo esperar a seguir con los demás arcos.
AYAKA HA TENIDO DESARROLLO, OH, GRACIAS SEÑOR POR ESTA COMIDA. Este es solo el punto de partida, al fin y al cabo su arco se centraría en dejar que baje sus murallas y acepte a los demás como son y los vea realmente, supongo? Ni yo tengo idea y eso que soy la que lo escribe juasjuas.
No sé por qué Ayaka no se lleva bien con Giyuu, solo lo pensé y dije "le odiaría, probablemente por una razón estúpida". Ella es así.
YYYY quiero aclarar que Ayaka todavía no está enamorada de tanjirou, ahora empieza a CEMENTARSE su relación como compañeros/amigos, y le tiene mucho aprecio porque realmente no está acostumbrada a estar cerca de alguien como él???
Me gustó añadir un poco de su relación con Nezuko, la tengo muy infravalorada en esta fic y ella y ayaka son best friends smh.
aquí se viene la rivalidad entre ayaka y kanao, honestamente? cheff kiss, es mi relación favorita de ayaka porque las dos se impactan mucho mutuamente, a parte de tanjirou obvs. aunque inosuke y ayaka tienen una dinámica increíble ag es difícil elegir.
Estuve viendo/leyendo vinland saga, lo recomiendo mucho, es increíble, de verdad. No hay palabras para describirlo así que no lo haré.
Con eso me voy, nos veremos!
Chapter 16: Howl's Moving Castle AU! pt 1
Summary:
Me gusta "El Castillo Ambulante"
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
La vida de Tanjirou Kamado no tenía nada de especial, no más que él, como debía ser. Hijo de los dueños de una sombrerería y hermano mayor de cinco hermanos cuyo padre había muerto, no le quedaba más opción que volverse cabeza de familia y dedicar su día a día, también, a cuidar de la sombrerería familiar.
No era extraño encontrarle en el taller adornando sombreros hasta muy pasada la hora de cerrar, dando puntadas o terminando de dar toques a sus creaciones para venderlos la siguiente mañana a las más sofisticadas de las señoras, que llevarían sus sombreros a grandes fiestas y celebraciones, brunches al medio día y parlotearían sobre su próximo destino de viaje a lugares remotos en los que Tanjirou no se permitía pensar, porque él era solo el sombrerero y el hermano mayor. Así que no había nada grandioso esperando para él. No hasta que se vio envuelto con la magia y los ojos gélidos de la maga de Market Chipping.
“Ten cuidado con la maga, Ayaka, dicen que sale en busca de jóvenes y jovencitas para robarles el corazón, ¡y luego comérselo!”
“He oído que solo va a por gente hermosa, tiene un gusto muy peculiar”.
Había oído de ella lo que solo eran rumores, y la única prueba que probaba su existencia era el castillo mecánico que rondaba las montañas y verdes pastos de los alrededores, tan grande y construido de una forma tan rara (casi hasta el punto de parecer colapsar a cada momento), que no había otra manera de que funcionase que no fuese por magia.
El uno de mayo era una festividad celebrada por todos en Market Chipping, a pesar de los aviones de guerra y las banderas adornando el pueblo y que solo señalan la inminente guerra en la que se verá enfrascado el país en muy poco. La gente despidiéndose de los soldados en los trenes, el constante flujo de los buques en el puerto no aguaron las fiestas. Incluso del castillo de Ayaka salían fuegos artificiales que complementaban el ambiente colorido del pueblo, como si el mismo castillo lo celebrase también junto a ellos.
Justo el uno de mayo, fue la primera vez que conoció a Ayaka, con una forma distinta a la que lo haría una segunda vez.
Tanjirou esquivaba y se apresuraba entre la gente, que con la alegría de la festividad salían a la calle y dejaban a todos ver su alegría, no sin haberse arreglado antes, como era costumbre en situaciones tan importantes como aquella. Todo el pueblo se reunía, y era importante hacerse una buena apariencia si se dejaba uno ver ante tanta gente. Así que él, que no tenía otra cosa mejor que un chaleco a cuadros verdes y negros, una camisa blanca y unos pantalones de un marrón claro, había agarrado uno de los sombreros que había estado decorando aquella mañana y lo había plantado sobre su cabeza de rizos pelirrojos oscuros.
La gente le empujaba de un lado a otro, ahogando a Tanjirou entre un mar de gente demasiado centrada en su alegría como para tener cuidado con no pisarle, en cambio él soltaba perdones y gracias sin cesar a toda la gente con la que se chocaba. Más centrado en eso que en avanzar a su destino, se vio empujado a uno de los callejones, que por suerte conducirían a la pastelería donde trabajaba su hermana Nezuko, a donde tenía pensado ir para darle una visita.
—Al menos podré llegar a tiempo para su descanso —suspiró aliviado mientras le echaba un vistazo a su reloj de bolsillo.
Miró a un lado y luego al otro de la calle, si no se equivocaba, creía que la panadería donde Nezuko trabajaba estaría cogiendo a la izquierda, cerca del punto más cercano a las praderas en la plaza. Los callejones no era un sitio que le gustase frequentar, eran complicados y sucios y se enrevesaban casi como un laberinto. Tenía que tener cuidado porque no eran caminos asfaltados y era común encontrarse con charcos de agua sucia, los que Tanjirou por poco pisaba. Daría gracias si llegase a ver a Nezuko sin los zapatos mojados, que ya estaban sucios con las marcas de los pisotones de la gente en la calle.
Además, no le gustaban los callejones por la presencia de compañía indeseada.
Y compañía indeseada, eran las tres personas apoyadas en la esquina. En cuanto Tanjirou puso los ojos en ellos, supo que traerían problemas.
Tres solados, una mujer y dos hombres que charlaban en voz alta y grave, riendo y contando bromas ruidosamente que hacían a los dos hombres casi perder el aliento con lágrimas cerca de caer por sus mejillas.
No pasó mucho tiempo para que la mujer, quien era la que relataba los chistes con una mirada traviesa, fijase sus ojos en la única otra persona que estaba allí, Tanjirou.
—¡Eh, guapo! ¿Por qué no vienes con nosotros un rato? —le llamó, un brillo en sus ojos que le decía que lo que menos quería era a Tanjirou contarle una de sus bromas.
Él no pudo más que tragar saliva, intentando esconder su expresión incómoda y forzando una sonrisa. Realmente, no sabía como salir de una situación como aquella, esa era la especialidad de Nezuko, que no tardaba en soltar maldiciones a quien viese con intenciones demasiado cercanas a algo inapropiado. Él, en cambio, no tenía la lengua afilada de su hermana pequeña.
—No, gracias, voy a visitar a mi hermana así que... —empezó Tanjirou inseguro. Por alguna razón, no paraba de sonreír, sintiendo la tirantez en los músculos de su cara por la tan forzada sonrisa.
Intentó avanzar de nuevo pero su su camino fue irredemediablemente cortado por otro de los soldados.
—La jefa ha dicho que venga con nosotros —anunció de forma fantasmal, era un hombre tan grande que podría partirle el cráneo con el agarre de su puño, igual que el otro hombre que le acompañaba, que se posicionó silenciosamente detrás de Tanjirou.
A pesar de su tamaño, parecían seguir el aura de autoridad que emanaba de la mujer, que ahora que se fijaba parecía más mayor que él. Podría estar en mitad de sus veinte, pero había algo sobre ella que le decía que tendría más años, moviéndose con cierto ritmo melodioso que imponía y a la vez asustaba. Su poder era demostrado por como le seguían los dos hombres, mucho más grandes que ella hasta el punto de que los uniforme que llevaban parecían a punto de explotar. Mientras, la mujer, casi más baja que Tanjirou, tenía problemas para caber en el suyo.
Sin embargo, parecía controlarles sin problema y era evidente que solo eran dos matones que seguían a su superior, que le ojeaba como si fuese un trozo de tarta.
—Vamos, ratoncito, relájate un poco, es uno de mayo —insistió la mujer, que había puesto entre sus dientes un cigarillo y ahora colgaba en su boca sin encender, distintivamente buscando un mechero para encenderlo.
—No, gracias, uh, yo... No creo que... —titubeó Tanjirou, el miedo empezándose a colarse entre las grietas en su expresión que había cavado la preocupación.
Dos manos se posaron sobre sus hombros al tiempo que daba un paso hacia atrás. Tanjirou casi da un salto, creyendo que era el soldado detrás de él quien por fin había decidido no permitirle escapar, pero al chocar con una espalda vestida en una camisa blanca, en vez de con un uniforme azul, esa posibilidad fue descartada. Y la nueva que se le vino a la mente podía ser mucho, mucho peor.
—Siento llegar tarde, cariño —ronroneó una voz dulce en su oído. Tanjirou no se giró, consumido por el miedo, dejó que la voz desconocida le guiase hacia delante, aún con sus hombros aprisionados entre aquellas manos frías—. Te he estado buscando. Me entretuve con cosas sin importancia, perdona haberte dejado solo.
La sonrisa de Tanjirou tembló, esperando a que se hubieran alejado suficiente de los soldados para respirar. Extrañamente, los tan antes insistentes soldados les habían dejado el camino libre sin una palabra cuando apareció aquella persona tan extraña, apartándose mecánicamente al son de los gestos en sus dedos.
No había dudas, aquella persona era maga, y si se temía lo peor, acabaría con el corazón devorado por su salvador.
—Sígueme y no digas ni una palabra, por muchas cosas extrañas que veas —le advirtió el desconocido, apretando el agarre en los hombros de Tanjirou en lo que no sabía si era un gesto de confort o amenaza.
Y vaya que si vería cosas extrañas.
—Yo seré tu escolta hoy, me aseguraré de que no te pase nada, ¿adónde vas? —le pregunta melodiosamente a Tanjirou.
Tanjirou se atrevió a mirar hacia atrás. Por fin el aspecto de quien sería su perdición o su salvación se le fue revelado. Quien le empujaba por las calles no era nada más ni nada menos que una chica de su edad. No habría otra manera de describirla que cautivadora. Con una brillante melena de pelo negro, volando libre al viento, caían en chorros los mechones sobre la chaqueta de colores brillantes que llevaba a los hombros y que no se había molestado en ponerse, dejándola simplemente caer sobre sus hombros y cubriendo parcialmente su camisa blanca, entallada por unos pantalones negros que llegaba hasta su ombligo. Entre los mechones de pelo puede ver un brillo en sus orejas y asume que lleva pendientes. De alguna clase de piedra preciosa, por cómo relucen. Su pálido cuello iba acompañado por un colgante, no sabía que clase de metal ni qué símbolo tenían, pero le embelesó de igual manera.
Sus ojos brillantes, acompañados por un lunar que se movió al ella sonreír traviesa, indicaban que encontraba a Tanjirou igual de interesante.
—En realidad iba a buscar a mi hermana —respondió Tanjirou, tomándose un momento para responder. Porque de alguna manera, se había quedado embelesado.
No tiene duda alguna, aquella chica de su edad es la tan misteriosa maga Ayaka. Aquella maga de la que tanto había oído, y que seguro se comería su corazón, pero no sabía cuándo.
—¿Y dónde está tu hermana? —insistió quien ahora conocía era Ayaka, marchando con él hacia delante. Enlazó un brazo con el suyo para aparentar el aspecto de una pareja normal.
—En la cafetería en la plaza, pero no tienes que... —. Fue interrumpido por una serie de sonidos a sus espaldas. Extrañado, gira el cuello hacia atrás para ver algo que no encajaba con lo que debería pasar en su ordinaria vida.
Detrás de ellos marchaban algo que no era normal, unos que Tanjirou no había notado hasta en aquel entonces demasiado enfrascado en su miedo.
Tenían una apariencia líquida y se formaban desde el suelo y las grietas en las paredes, adoptando una forma semi-humana de agua sucia, la misma que la de los charcos que plagaban aquellos mismos callejones. Empezaban a alcanzarlos como si inundasen por completo el callejón que recorrían.
—Vienen a por ti —informó Ayaka con una extraña calma, y Tanjirou no evita pegarse más al brazo con el que estaba enlazado, tensándose con miedo.
Con un tirón brusco en dirección al callejón de la derecha, Tanjirou volvió la vista al frente, dándose cuenta de que a su izquierda, también, inundaban las calles aquellas criaturas que les estaban persiguiendo a ellos, por alguna razón que supuso tenía que ver con Ayaka.
La cantidad de los mismos incrementaba, mientras la chica le guiaba deslizándose escurridiza entre los callejones, pero empezaba a quedarse sin pasadizos por los que huir.
Finalmente, se dieron con un callejón sin salida, con los monstruos detrás de ellos, no podían ni avanzar ni retroceder y se habían agotado los pasadizos.
—¿Tienes miedo a las alturas? —le preguntó Ayaka, que había pasado de entrelazar su brazo a adoptar un fuerte agarre en su cintura.
Tanjirou no tuvo tiempo a responder, porque antes de tomar una bocanada de aire estaba sobrevolando Market Chipping y la misma plaza colorida que había visto desde su ventana.
Pasaron por encima de trapecistas, payasos, carrozas y puestos de comida, todo adornado con colorido confeti o guirnaldas que viajan de una farola a otra y se enrollan entre los postes que sostienen macetas llenas de flores entre ellos.
La gente bailaba y reía acompañado de música alegre típica de una fiesta de pueblo, y agarrado a Ayaka, Tanjirou sobrevuela los cientos y cientos de cabezas de los aldeanos que habían salido de sus casas para despedir a los muchachos que se enlistaban a la guerra o simplemente quienes salían a bailar y comer hasta reventar.
La sensación de estar flotando sobre el aire es tan agradable que antes de darse cuenta, Tanjirou ha sido guiado hasta la tercera planta de la cafetería donde trabajaba Nezuko, y gentilmente, Ayaka le deja en el balcón sin soltar su mano, como si fuese un bien preciado que no quiere romper.
La misma se posa en la barandilla del balcón, aún observando a Tanjirou con una sonrisa suave, disfrutando del calor suavizado por la estupefacción en la mirada que Tanjirou le estaba lanzando, aún observándola embelesado.
—Espera un rato antes de salir, querías visitar a tu hermana, ¿no? Charla con ella un tiempo y sal, te prometo que será seguro para entonces, yo misma haré que se vayan —le aseguró Ayaka, por fin deslizando su mano fuera del toque de Tanjirou y desapareciendo del balcón.
Tanjirou se queda mirando donde momentos antes había estado, con la mano estirada donde Ayaka la había abandonado.
Por algún motivo, no se había comido su corazón. Puede que porque él no era hermoso, dudaba serlo.
Con un parpadeo, Tanjirou miró al reloj y se dio cuenta de que el descanso de Nezuko había terminado.
La próxima vez que vio a Ayaka, Tanjirou tenía otro cuerpo.
Notes:
Hola de nuevo, ya que es el finde me tomé la libertad de escribir este one shot, si habéis visto la peli sabréis que Tanjirou es Sophie y Ayaka es Howl, Nezuko es la hermana de Sophie, ya que es hermana de Tanjirou, tomaré cosas del libro también aunque no harán demasiada diferencia(? Me gustó escribir esto, tiene más libertad que escribir siempre siguiendo los eventos de kny y fue refrescante. Es solo la primera parte así que no os preocupéis! Haré capítulos pequeños de fragmentos de la película con alguna que otra pincelada del libro entre capítulos normales, me gustó la idea de este au y vi muy clara la dinámica entre Sophie!Tanjirou y Howl!Ayaka así que aquí vamos! (Inosuke es el fueguito, Calcifer, le pega mucho)
En la película tienen edades distintas, así que decidí cambiarlas acorde a los personajes, también avisaré que todos los personajes de kny no aparecerán, porque no hay tantos personajes y hay personalidades que no concuerdan so kdhdhjd.
Así que, Tanjirou y Ayaka tiene los dos dieciocho (18), Nezuko tendría quince (15) como tiene en kny y Zenitsu ya que toma el rol de Markl, el niño aprendiz de Howl, tendría quince (!5) también porque hacerle con la misma edad siendo aprendiz sería raro además de que como en el libro haré que tenga romance con la hermana de Sophie (Tanjirou), que resulta ser Lettie (es decir, Nezuko). Inosuke pues no tendría, ya que es un demonio del fuego. Poco más que decir. He empezado con una fic de vinland saga si os interesa en español o inglés.Con esto, espero tengáis un buen día! Nos veremos pronto
Chapter 17: Paga tu deuda
Summary:
Ayaka: no quiero vivir
Oyakata-sama: calla, te acabo de adoptar, eres mi hija ahora, toma mi haori y no vuelvas a pensar en morir, yo te querré nada de cazadores tristes en esta casa.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Golpes por el martillo contra el metal caliente, que se deforma y coge la forma que quiere, las cenizas se meten en los ojos y entre los dedos hasta debajo de las uñas. El calor del fuego es implacable pero no es lo suficientemente caliente para el metal, más, más, más, calienta y golpea, de la forma adecuada como siempre se ha hecho, afina la hoja y conviértela en una lámina tan gruesa como un pelo. El aire es espeso y cuesta respirar, hace demasiado calor y los músculos se cansan, convertidos en gelatina y deshechos como si fuesen caldo, pero hay que seguir golpeando, golpea y machaca el metal, machácalo con ingenio y se convertirá en la forma que tú quieras.
Dale la forma que tú quieras, dale la forma de una espada.
―Señorita Iwamoto―. Una de las chicas agitó a Ayaka, y ella pegó un respingo, abriendo los ojos―. Se quedó dormida en el baño.
Boquea confusa, se lleva una mano a la cara para apartarse el pelo mojado de los ojos y el agua que cubre su cuerpo se agita con ella. Huele a glicinias.
―Yo... ¿estaba haciendo una espada? ―le pregunta a la chica que la había despertado, de ojos y pelos negros que parecen los de las alas de un cuervo. Ella la mira sin pestañear, sonriendo a pesar de aquella pregunta tan extraña.
―No, usted se estaba dando un baño, nos lo pidió antes de su audiencia con el patrón ―responde en voz que no vacila. Está segura de lo que dice y ella no tiene otra opción que creerle. Había algo sobre ella que le impone a Ayaka respeto, no sabe si por lo oscuros y grandes que son sus ojos o porque le transmitía una sensación de total tranquilidad. Casi parece no humana, su pelo corto y recortado acompañado de un flequillo que cubre su frente solo hace a sus ojos parecer más grande, y el kimono morado con estampado de flores solo la hace ver más incorpórea, como si no fuese real.
―¿De verdad? Pero yo soy herrera―pregunta Ayaka de nuevo, aún con la mano apoyada en la frente. Mira el brazo que cuelga lánguido a su lado. Le dolía la cabeza―. ¿Qué le pasa a mi brazo? Así no podré terminar mi espada.
―No diga tonterías, usted no es herrera, es cazadora de demonios ―insiste la chica, que le responde como si respondiese a un niño incrédulo y confuso que pregunta sobre cosas más grandes y más importantes que él―. La señorita Tsuyuri se lo rompió hace unas horas.
―Soy... cazadora de demonios ―afirma Ayaka sin realmente creerlo. La señorita Tsuyuri, ¿quién era la señorita Tsuyuri? Mira a un lado de la habitación, se encuentra con un uniforme negro hecho pedazos y una espada relucientemente gris. Esa era Ayaka Iwamoto, y Ayaka Iwamoto sería condenada a muerte por infringir las leyes del cuerpo. Cierto, ella era Ayaka Iwamoto―. ¿Tengo una audiencia con el patrón?
De la garganta de la chica sale un murmullo de afirmación, yendo con paso lento pero decidido a una esquina diferente. Cuando vuelve, trae en sus manos una muda de ropa limpia. Ropa que Ayaka desconoce.
―Si se ha olvidado, el patrón la llamó para hablar personalmente con usted ―le recuerda la chica, que la ayuda a salir de la bañera de agua caliente que emana un olor a glicinias y le pasa una toalla a Ayaka con el que cubrir su cuerpo desnudo. La suavidad de su tono y cortesía de alguna manera la tranquilizan, y Ayaka se deja guiar por ella, permitiendo que la seque y luego le ponga la ropa, teniendo cuidado con su brazo roto.
―Ha estado interesado en usted desde que empezó a entrenar bajo el ala de Himejima. Pero nunca tuvo un motivo para mandarla a llamar, así que prefiere tener esa audiencia ahora ―continúa la chica, mientras hace a Ayaka extender los brazos para pasar por ellas las mangas de un kimono blanco―. Dice que usted es peculiar y que podría llegar a ser pilar algún día.
Ayaka aún nada en incredulidad y no tiene las fuerzas para dar una respuesta con energía, así que pestañea. La niebla en su mente la hace cogerse de la mano de la chica, que es más pequeña que ella pero que puede con su peso.
―Ya... Himejima... Y "aniki"... ¿Es eso de verdad lo que dijo el patrón?―pregunta Ayaka al aire. La chica la guía por los interminables pasillos de lo que supone es una mansión japonesa, del tipo con el que solo podría soñar tener en sus más remotas fantasías―. Tu casa es bonita.
―Está en el cuartel general del Cuerpo de Exterminio, señorita Iwamoto ―le recuerda la chica pacientemente, a su lado izquierdo en vez de a su derecho, no agarra su mano. Ayaka se da cuenta con un parpadeo de que tenía el pelo blanco, no negro―. Y lo que dijo el patrón es cierto, no es de nuestro gusto mentir.
Un parpadeo, sus ojos se entrecierran vagamente y Ayaka gira la cabeza en confusión.
―Hay dos de vosotras ―anuncia Ayaka a nadie, primero dirigiendo su atención a la primera, y luego a la segunda. Una tenía pelo negro y la otra blanco.
―Siempre fuimos dos, señorita Iwamoto ―le asegura la chica de pelo negro, agarrando más fuerte su mano cuando Ayaka se tambalea en el camino por el interminable pasillo que no lleva a ningún sitio.
Murmura mirando al techo, pero en la mente de Ayaka solo hay un lago blanco. Chapotea en leche caliente sin preocupación que se cierna sobre su cabeza, no hay nada que la amenace ni nadie a sus espaldas, así que bucea entre los arrecifes de la nada y se dedica a practicar varios estilos, estilo mariposa, de pecho, de dorso. Nada y nada sin parar y no se cansa.
―"Aniki" debe haberse olvidado del almuerzo ―consigue borbotear dándole un apretón a la mano que la guía, en la que se apoya para guiarse entre la niebla sobre el lago. Se mantiene así un momento, andando sin saber de verdad que lo está haciendo, y luego se tensa.
Su mano abandona el seguro agarre en el que está confiada y Ayaka agarra su brazo roto, levantándolo a su altura para observar e ignorando el agudo dolor que aparece por ello. Se forma una unión de preocupación entre sus cejas, observando con cuidado las perfectas líneas que marcan su antebrazo. Firmemente enterradas en su carne, empiezan a cicatrizar y a convertirse en trazos rojizos por su piel. Sus finos dedos pasan por la costra que formada con el mayor de los cuidados.
Sin dudar, Ayaka aprieta contra su brazo y consigue lo que quiere, que una ola de dolor la recorra de punta a punta, soltando un gruñido dolido.
―No debería tocar sus heridas, señorita Iwamoto ―le advierte la chica de pelo negro, que con su mano separa el agarre de Ayaka de su propia herida, . De alguna manera el dolor despeja la niebla en su mente, lo suficiente para saber lo que había hecho la noche anterior.
―El señor Tomioka... Rui... La señora Shinobu quería decapitar a Nezuko ―se dice a sí misma, se siente menos desorientada porque el dolor la hace chocarse de frente contra una pared que le devuelve parte de sus sentidos. No estaba nadando. Ignora las punzadas en los huesos y los leves escozores en sus cortes, los más grandes, en su espalda cerca de los omóplatos, son los que más duelen. Vagos recuerdos vienen a ella de la noche anterior y hay uno que parece atragantarse contra su garganta. Lo dice en voz alta para que no se le vuelva a escapar, pero no evita sonar mortificada mientras lo hace―. Mordí a Kanao Tsuyuri.
La chica del pelo blanco, que vuelve a vendar su brazo roto, asiente.
―Usted mordió a la señorita Tsuyuri, pero no se preocupe, no le guardará rencor por ello ―le asegura, con aquella actitud que denota seguridad, tanta que Ayaka la cree.
―Todo se ve tan... borroso ―confiesa Ayaka con ceño fruncido, mirando al techo mientras las chicas terminan de poner su brazo en su sitio.
El camino de esteras verde té llega a su fin, y Ayaka se encuentra de bruces con unas puertas que se levantan imponentes ante ella.
El patrón, debía verla.
Una muralla se levanta entre ella y la puerta. Tiene el impulso de dar un paso atrás, porque la muralla le quita la respiración de golpe del pecho y pone una presión en sus pulmones que nunca creería que volvería a sentir.
Sobre sus hombros se deja caer una bola de hierro, se ve incapaz de moverse y Ayaka no quiere cruzar, pero la puerta ya está abierta y las chicas dejan por fin su mano para dejar que Ayaka se tambalee ella sola sin poder soportar su propio peso.
Intenta sentirse enfadada, que florezca cualquier emoción fuerte de su pecho, pero no es capaz de hacerlo, su pequeño corazón, siempre tan lleno y a rebosar, se siente vacío mientras aprieta el único puño sano que le queda, pero ni fuerza para eso tiene, y se queda colgando inerte.
Ni el pánico la atraviesa, y se cierne como una manta que no está totalmente ahí, que no llega realmente a ella, que no puede sentir de verdad. Por primera vez, apenas puede sentir nada. Y se da cuenta de que es horrible.
―Aquí está Ayaka Iwamoto como pidió, padre ―explica una de las chicas que Ayaka no puede diferenciar, porque sin avisar la habitación parece dar vueltas y sus ojos no funcionan así que no puede distinguir el color de su pelo―. La medicina que le dio al llegar Shinobu Kocho es un poco fuerte, así que la tiene desorientada.
―Es mejor así, no será capaz de mentir.
Las puertas se cierran tras Ayaka. Sabe que debería sentirse encerrada, mira hacia todas partes y entre las paredes y el suelo no ve el papel blanco ni las esteras, solo distingue los garrotes de una celda que la aprisionan. Debería sentirse aterrada, atrapada entre cuatro paredes junto el león con quien la han encerrado para comérsela, pero simplemente no puede, y sin otra cosa que poder hacer, tararea de forma melodiosa.
―Buenos días, Ayaka, qué bueno es por fin conocerte ―la saluda sonriendo, sentado apaciblemente.
Casi se desploma, pero solo cae sobre sus rodillas y finge que se ha sentado con demasiada brusquedad. Sus rodillas se encuentran contra el suelo de forma apurada y la cabeza se junta contra el tatami que cubre el suelo. Estaba ligeramente drogada, pero no era estúpida. Se postra ante el patrón en señal de respeto.
―Me trae infinita alegría ver que le está yendo bien, mi amado patrón ―saluda Ayaka sin despegar la cara del suelo.
Oye un murmullo de confusión por parte del patrón, más cerca de lo que creía. No tarda en oír su voz de nuevo:
―No tienes por qué saludarme con tales formalidades ―le informa sin ningún otra cosa en su voz que paz―. Levántate.
Ayaka no tiene las fuerzas para no obedecerle, sigue tatareando, así que se levanta como él le ordena. Al hacerlo sus ojos huyen de los suyos, pero Ayaka no evita la curiosidad que le trae el mirar el aspecto del hombre con vistazos discretos.
―Gracias por su consideración, amado patrón ―consigue decir en un suspiro ligero, con el mayor control que ha tenido sobre su lengua desde que despertó.
Le echa una primera ojeada solo por puro morbo, porque nunca había antes visto al líder del Cuerpo y solo podía imaginarse la posibilidad de que fuese un gran general de guerra, provisto de una armadura enorme de las que no se veían entonces, de los guerreros de antaño que probaban su valía con duelos a muerto y pelo largo recogido en una coleta acompañado de la cara fiera de un guerrero. En cambio, Ayaka se encuentra a un hombre enfermo.
De todo lo que había imaginado, no se esperaba que fuese un débil y endeble hombre, con ojos lechosos que no ven pero aun así la miran y de postura y voz suaves. Ayaka casi dudaba de que fuese de verdad el patrón, porque no le venía a la cabeza la posibilidad de que un hombre tan frágil y suave liderase a tantos fieros guerreros. Le parece una locura.
No puede hacer otra cosa que mirarle en puro estupor porque su cabeza está en las nubes y no sabe si decir algo, o porque tiene demasiadas cosas que decir y no sabe si soltarlas.
Así que Ayaka solo espera en silencio a que continúe, pero del patrón no viene ningún sonido, solo un débil y constante murmullo ahogado mientras repiquetea los dedos contra su rodilla. Ayaka espera, tararea distraída con una calma bizarra para ella, y el patrón prolonga su silencio, profundamente en sus pensamientos.
―¿Por qué protegiste a los hermanos Kamado, Ayaka? ―le pregunta al fin, después de pasarse largos segundos que parecen horas observando hasta que el silencio se hubiese convertido en un sonido estático que ahoga los oídos de Ayaka, y ella tiene que parpadear para destaparse los oídos y escuchar sus palabras―. ¿Por qué no les reportaste?
El tatareo se vuelve más débil, Ayaka mira al patrón y sin quererlo sonríe, con la suavidad de las sedas y las nubes, acolchado y cómodo, calmado, Ayaka sonríe.
―Sabía que algún día se descubriría que Tanjirou lleva consigo a un demonio, era solo cuestión de tiempo ―. Las palabras fluyen por los labios de Ayaka como agua por un río, se lleva su mano buena a la frente y se apoya en ella. El dolor palpitante y agudo de su cabeza parece que le está aplastando el cráneo.
Las cejas del patrón levemente se fruncen, tan poco que Ayaka apenas lo nota, pero las cicatrices que abarcan desde su frente hasta sus pómulos se arrugan. Y puede verlo.
―Aun así no hiciste nada, te quedaste con Tanjirou y Nezuko Kamado sabiendo que acabarías siendo castigada por ello, podrías haber pedido que cambiasen tus misiones, no eres una tonta que no lo sabe. Pero aquí estás y me gustaría saber por qué ―insiste el patrón, la gentileza con la que habla basta para que Ayaka se sienta mejor, como si jalase de su pecho con un hilo. Era entonces más clara la razón por la que era el líder del Cuerpo, el patrón luchaba sin necesidad de espada.
El tarareo en la garganta de Ayaka es dulce y no hace tambalear su sonrisa, estaba de nuevo nadando en leche, diciendo palabras que solo podían ser sacadas de lo más profundo de sus pensamientos que no estaba lo suficientemente en sí como para preocuparse en no decir.
―Yo no quería quedarme con ellos, sabía que traerían problemas, ¿un demonio que no come humanos? Era de chiste ―contestó, intenta enfadarse de nuevo, pero es inútil, en su cara solo danza una sonrisa y cierta neblina en sus ojos―. No debía acabar así, no debía quedarme con ellos, pero no pude evitarlo... Simplemente no pude, una parte de mí quería estar con ellos. Esos dos hermanos... ellos son especiales. Usted también puede notarlo.
El patrón no lo niega.
―¿Tanto como para sacrificar tu vida? ―pregunta en cambio, mira hacia a Ayaka, entrecierra los ojos por un momento, inspeccionándola―. Puede que tuvieses fe en ellos, pero no darías tu vida por una posibilidad para derrotar a Muzan Kibutsuji tan remota. No eres ese tipo de persona.
La preocupación volaba ligeramente por su voz, sin realmente demostrarlo, pero que se notaba en el aire, mezclado con el tarareo de Ayaka que nunca cesa, en vez de responder.
―¿Deseas morir? ¿Es eso? ¿Tan poco valor le ves a tu vida? ―cuestiona el patrón, y se acerca a Ayaka, rozando con su mano su mejilla, pasando por el lunar bajo su ojo. Ella se deja caer sobre la piel rugosa que cubre su mano y suspira. El patrón tenía razón, no podía mentir, no con la medicina de Shinobu por sus venas, no cuando estaba en un sitio muy, muy lejos.
―Sobre mi vida no recae importancia, es una vida frágil que debería haberse desvanecido hace mucho ―. Sus ojos acristalados se mantenían fijos en el patrón, sonreía mientras lo decía, extrañamente parecía en paz. Si hubiese estado en su sano juicio, Ayaka ni siquiera le miraría, y menos admitiendo aquello con tal ligereza.
El patrón la envuelve entre sus brazos, apoyando la cabeza de Ayaka sobre su hombro. Ella no reacciona, dejando que lo haga sin oponerse, no tiene fuerzas para hacerlo.
―No digas eso de ti misma, por favor no quiero que veas tu vida así ―le ruega el patrón. Sonaba tan dolorido al ver su sufrimiento.
Pasa su palma por la mejilla de Ayaka hasta su ojo, de donde empiezan a florecer las lágrimas. Mojan su haori, pero él no la aparta. Aun así Ayaka no para de tararear, aunque las lágrimas caigan y corran ellas por su piel. No necesita que diga nada más, era el patrón, aquel que velaba por todos los cazadores de demonios, él lo sabía, aun así Ayaka no puede parar el flujo de palabras que van por su lengua como un río desatado.
―Yo me odio ―dice, apretando la tela del haori del patrón―. No tiene caso que alguien así esté en este mundo. La única razón por la que sigo respirando es porque debo ser pilar, cargaré con el peso de todos sobre mis hombros, dejaré de ser inútil. Y porque aún debo pagarles la deuda de mi vida a mis padres, quienes me mantuvieron viva todo este tiempo, no podré devolverla nunca, así que no puedo morir. A lo único a lo que puedo aspirar es a darles una casa bonita y que no les falte de nada, yo me dedicaré a vivir mis días sola como debería.
El patrón acaricia el largo y sedoso pelo de Ayaka, ella no dice nada y se mantiene donde está.
No era que no pudiese aceptar a los demás, es que no podía aceptarse a sí misma.
―Eres tan fuerte, has cargado con este peso en silencio todo este tiempo ―dice, sin cesar de acariciar su melena―. Muchos cazadores sacrifican sus vidas por mí, es algo preciado porque son sus vidas, ellos sienten y lloran, saben lo que significa estar vivos y aun así se sacrifican. Es por eso que sé lo que vale una vida, la vida no se gasta sacrificándose por tus seres queridos, sino sacrificándose para vivirla con ellos. Y eso no es lo que tú estás haciendo.
«¿Por eso estás triste?»
Ayaka se deja caer sobre el hombro del patrón, si fuese capaz de sentir entonces, no sabría si sentir miedo o paz, porque la piel del patrón es el lugar más calmado contra el que ha estado alguna vez. O a lo mejor porque hacía mucho que no estaba realmente contra la piel de nadie.
―No soy nadie para decirte esto, y sé por Himejima que eres tozuda, pero de ahora en adelante, tenlo en cuenta, por favor ―le pide el patrón una vez más, su voz dulce como nadie. Era igual que Takeshi, pero de una forma buena.
Se quita su propio haori, Ayaka ve el morado suave y las flores de glicinias grabadas que adornan el blanco de la tela, y se lo posa sobre los hombros.
―No estarás sola nunca más, yo estaré contigo siempre ―dice, agarrando ambos lados de la cara de Ayaka e intentando secar sus lágrimas con sus pulgares. Hace tiempo que dejó de sonreír, y solo observa al patrón hipnotizada.
Fue en ese momento, en el que Ayaka decidió que dedicaría su vida a servir a aquel hombre. Aquel que había marcado el que camino que debía seguir.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Si Ayaka estuviese en sí, se encogería del miedo, pero no lo está así que solo tararea distraída.
Las miradas que le lanzan los pilares son perforantes, arrodillados frente al patrón en respeto. Si no hubiese experimentado en sus propias carnes lo que el patrón podía hacer, Ayaka nunca habría creído que los mejores espadachines del cuerpo se arrodillarían ante él, que es un mero hombre enfermo. Pero sabe, así que no cuestiona. No les presta atención a ellos, centrándose en la mano que el patrón posa sobre su hombro. Está a su lado, siendo prácticamente guiada por él, no tiene otra cosa que hacer que dejar que lo haga. El detalle del haori morado del patrón descansando sobre los hombres de Ayaka no pasa desapercibido, los pilares la miran asombrados, pero ninguno tiene valor para decir algo al respecto, sobretodo si es a su amado patrón.
―Puedes ir con tu compañero, Ayaka ―le dice el patrón, dándole un pequeño empujón en la espalda baja. Ella se tambalea desorientada, con la mirada perdida, pero fija sus ojos en Tanjirou por la primera vez en lo que parecen años.
Está contra el suelo, cubierto en sangre y mugre con el hermano de Genya encima. Conoce a Genya, y no le sorprende, ambos tenían el mismo aspecto de bestias salvajes, no le asombra la gran cantidad de cicatrices que van por su cuerpo.
Himejima-san está allí también, Ayaka le ve tensarse al oír su nombre. No sabría decir qué hacer frente a él. Llevaba semanas sin hablar con Himejima-san, no intercambiaban cartas a menudo, pero verle en persona es completamente diferente a leer sus palabras por escrito, y más cuando la están juzgando por romper las reglas del Cuerpo.
Esperaba no decepcionarle, pero es su decisión hacerlo.
―Aya ―la llamó Tanjirou en un ahogado susurro al verla. Ella se dirige a su lado, le lanza una mirada amenazante al hermano de Genya, que sigue sobre Tanjirou, pero mantiene el silencio y se arrodilla frente al patrón.
―Tanjirou, ¿estás bien? ―le pregunta Ayaka silenciosamente, para que solo él pueda oírle.
Él asiente, tenso con el agarre de Sanemi Shinazugawa sobre él y la presencia de los pilares. Eso a ella le basta.
―Si no es inconveniente, antes de que dé comienzo la reunión, me gustaría que habláramos del aquí presente soldado Tanjirou Kamado y del demonio que lo acompaña, ¿nos permitís, señor? ―Lo que sí la sorprende, sin embargo, es lo civilizado que el pilar de viento suena al hablar.
―Himejima, tu discípula me ha informado de todo, me he tomado la libertad de interrogarla por mi cuenta ―anuncia el patrón calmado, casi como si se disculpase con Himejima-san por hacerlo.
―Cierto, Ayaka también rompió las reglas del Cuerpo ―añade Shinobu, sin sonrisas de azúcar ni la alegría con la que Ayaka la vio la noche anterior. Extrañamente, parece enfadada.
―Como tal deberíamos castigarla a ella también, de forma extravagante, si es posible ―comenta el segundo pilar más grande, justo detrás de Himejima-san y a quien Ayaka identifica como el pilar del sonido, Tengen Uzui. Deberían gustarle tanto las cosas llamativas que incluso él se convirtió en una. Además de su pelo plateado brillante, lleva un uniforme sin mangas igual que el suyo, con brazaletes de oro en el brazo y maquillaje adornando su cara, en círculos que se pintan alrededor de su ojo de un rojo intenso que podría haber puesto a cualquier tomate celoso.
―A mí ahora mismo me molesta que no esté atada ―dice en un tono bajo un chico bajito, pelo negro cortado de forma irregular, con un haori a rayas y vendas cubriendo su boca. Ayaka se fija en que sus ojos son de distinto color, y pegada a su hombro hay una serpiente blanca, así que llega a la conclusión de que es el pilar de la serpiente, Iguro Obanai.
―Himejima, ¿no tienes nada que decir? Es tu discípula, ¿no? ―cuestiona Sanemi casi con agresividad, apretando demasiado su agarre en Tanjirou.
El ojo de Ayaka se crispa, pero mantiene las manos a los lados de sus caderas.
―Me gustaría escuchar lo que el patrón tiene que decir primero sobre esto, pero antes, Ayaka, ¿fue tu decisión proteger a este demonio? ¿No fuiste convencida ni manipulada por este chico? ―pregunta Himejima-san con severidad. Su cara está surcada de lágrimas, y la vista tan familiar casi le da una punzada en el pecho a Ayaka.
Levanta la mirada levemente, girándose para observar a Himejima-san distraída, aún tarareando.
―¡Ella no tiene nada que ver en esto! ¡Yo tengo toda la culpa, no la castiguen! ¡Aya no-...! ―. Tanjirou se revuelve contra la fuerza de Sanemi Shinazugawa, que hace que calle repentinamente.
―¿Quién te ha dado permiso para hablar, bastardo? ―cuestiona, aún encima de él, amenazas no habladas manifestándose en su voz―. La chica tiene voz, déjala que hable, no es nadie indefenso a quien tengas que proteger. Es más fuerte que tú, más bien ella debería protegerte a ti. Los chicos como tú enserio hacen que me arda la sangre.
Ayaka apenas desvía la mirada de Himejima-san para observar a Sanemi. Todos los pilares tienen su atención fija en ella, o al menos casi todos, a excepción de quien cree que es el pilar de la niebla (¿Tokitou Muichirou era su nombre?), que observa ensimismado el cielo con su larga melena meciéndose al tiempo que el uniforme que es demasiado grande para él pero que aún así lleva. Pero que observase las nubes en vez de prestar atención era de esperar.
La chica de pelo rosado y verde, trenzado en gruesas trenzas y portadora del uniforme más incómodo que Ayaka había visto nunca solo puede ser el pilar del amor, Mitsuri Kanroji, quién deja salir de su boca un suspiro soñador, llevándose una mano al pecho en un gesto apasionado.
―Pero qué adorable, una pareja delincuente en la que él se sacrifica por su amada para protegerla. ¡Mi corazón aletea solo de pensarlo! ¡Qué romántico, amor juvenil!
No le toma importancia a su comentario excitado.
―Los hermanos Kamado... son algo que merece la pena proteger ―dice, evitando conscientemente la vista del dolor en la cara de Tanjirou―. No me arrepiento de haber roto las reglas esta noche por defenderlos. Aceptaré cualquier castigo que se me imponga.
El hombre rubio y con ojos saltones a quien Ayaka solo puede describir como ardiente (por algo era el pilar de fuego, Kyoujurou Rengoku) rompe a reír profundas y graves carcajadas.
―¡La chica tiene honor, Himejima! ¡Me cae bien! ―declara abiertamente sin borrar la sonrisa orgullosa de su cara, pareciendo refulgir con la energía de una fogata en plena noche de verano―. ¡Aun así rompió las reglas, debe ser castigada!
La pilar del amor se lleva una mano a la cara nerviosa.
―Um, ¿pero no es esta la segunda vez que rompe las reglas? ―pregunta, jugueteando con uno de los coloridos mechones de su flequillo.
El tarareo de Ayaka cesa de repente, era como si la hubiesen sacado del lago de un tirón y la hubiesen lanzado a un río de lava ardiente, porque el cuerpo de Ayaka se paraliza, en un parpadeo consciente de todo lo que la rodea, desde la más mínima brisa hasta la última de las respiraciones de los pilares a su alrededor.
―También dejó que se hospedaran en la casa de familia la demonio y el chico sabiendo que la demonio estaba ahí. No les reportó y les dio cobijo, pero no podemos confirmar que su familia estuviese involucrada ―informa Shinobu meditativa―. Mi "tsugoku" dijo que luchó con ella cuando intentó decapitar a Nezuko, pero que no se resistió cuando la detuvieron.
Ayaka intenta que no se note su ceño fruncido al preguntar:
―Yo soy el único lazo que une a mi familia con Tanjirou y Nezuko, si llegase a morir por algún motivo, ¿todavía podrían probar que tuvieron una conexión en algún momento?
La misma Shinobu murmura pensativa, con una mano en la barbilla.
―Más bien sería inútil porque no tendría sentido castigarles si estás muerta, ya que fuiste tú quien metió a Tanjirou y Nezuko en tu casa en primer lugar ―le explica pacientemente.
Eso es lo único que Ayaka necesita.
―Muchas gracias, señora Shinobu ―dice sin inmutarse. Entonces se gira hacia Himejima-san―. Dígale por favor a "aniki" que le aprecio, y que siento haberme portado tan mal con él.
Extiende la mano hacia atrás y le arrebata su espada al pilar que está más cerca de ella, el pilar de la serpiente, y se la lleva contra el cuello, a la altura de su vena aorta.
Los pilares todos sueltan suspiros de asombro. Ayaka se habría rebanado el cuello y desangrado hasta morir si no fuese porque un brazo la para antes de cortar la piel.
―Te aconsejo que sueltes esa espada, niña ―le advierte la profunda voz de Tomioka, cuyos ojos vacíos se encuentran con los de Ayaka, tan carentes de algo como los suyos.
Su mano sigue en el mismo sitio, la espada casi tocando el cuello. Ayaka intenta tirar para que Tomioka la suelte y que por fin pueda morir, pero su pulso no vacila.
―Suélteme, pilar del agua ―le reta Ayaka bajo falsa cortesía, por debajo de su voz se extiende una capa de agresividad y sus labios se aprietan con rabia bajo su ceño arrugado. Los efectos de la medicina de Shinobu empezaba a desvanecerse, dejando meros rastros de la calmada actitud que Ayaka había portado antes.
―¿Qué ha pasado? ―pregunta el patrón a las niñas a sus lados quienes le guían, porque sus ojos lechosos no le dejan ver por sí mismo.
―Ayaka le ha robado la espada al pilar de la serpiente y ha intentado cortarse el cuello ―responde la chica de cabello blanco sin cambiar de expresión.
Las cejas del patrón se alzan levemente.
―Veo que no harás caso a mi consejo, ¿no, Ayaka? ―comenta apaciblemente. Casi suena decepcionado.
Los ojos de Ayaka pasan de la cara de Tomioka a fijarse en el patrón.
―Usted tenía razón, patrón ―. Ayaka casi se mofa en un ladrido ácido―. Sacrificaré mi vida por ellos, pero no para vivirla a su lado.
―¡Qué extravagante manera de morir! ―exclama el pilar del sonido emocionado, sin mostrar signos de moverse de su sitio para arrebatarle la espada de las manos a Ayaka, o siquiera ayudar a Tomioka a hacerlo.
―Un amor tan pasional y dramático, es tan genial, qué mona está ―comenta por lo bajo la pilar del amor, pareciendo estar encantada.
Una sombra se cierne sobre ambos Tomioka y Ayaka y fácilmente les despoja de la pesada carga que es la espada entre sus manos que no despegó del espacio contra el cuello de Ayaka hasta entonces. La mano que agarra la espada por la hoja es una que ella conoce muy bien, y la sangre brota de la palma a borbotones cuando, por haberla agarrado por la hoja de forma tan brusca, desgarra su piel.
Himejima-san le devuelve ensangrentada la espada al pilar de la serpiente, quien parece sisear amenazante al dedicar a Ayaka una mirada matadora, antes de dirigirse a su discípula.
―Ya está bien, Ayaka ―le susurra, posando la palma de su mano no herida sobre su cabeza―. Has encontrado tu motivación de nuevo, ¿no es así?
Ella no responde, observando con ojos perdidos y cejas fruncidas en preocupación hacia su maestro.
―Puedes descansar, déjame arreglarlo a mí ―continúa en su oído. Luego, anuncia en voz alta―. Asumiré toda responsabilidad de las acciones de mi discípula, sea cual sea el castigo que se le imponga. Confío plenamente en ella, y muestro mi apoyo hacia su juicio como tal. Aquí y ahora, la nombro mi "tsuguko".
Toda emoción en la cara de Ayaka es reemplazada por el asombro, la estupefacción, y si hubiese estado en un sitio más adecuado, la euforia. Por un momento sus oídos pitan, como si ellos también dudasen de las palabras que han oído.
No puede creerlo, de verdad que no puede.
Los soles en los ojos de Tanjirou la habían estado perforando todo el tiempo. Ayaka los ignora.
«¿Soy el único de los dos que no quiere que mueras?». Había dicho, habiendo acertado, entonces sin quererlo. Y sabe que si muere, Tanjirou se culpará a sí mismo por ello, pero no puede evitar ser egoísta, porque aunque lo lamente, su familia es más importante que él. Incluso si lo último que quiere es hacerle daño a Tanjirou Kamado, debía hacerlo.
«Te dije que te alejases de mí», piensa, pero no hace que la bola de culpa que se forma al mirar de reojo su expresión se vaya.
―No, no, Himejima ―le interrumpe el patrón, que se ha sentado en el porche ayudado por las dos niñas―. Lamento haberlos alertado a todos con este malentendido, ni tú ni tu "tsuguko" seréis castigados.
Oírlo de nuevo solo lo hace más real, Ayaka se habría desplomado de no ser porque no tiene la opción de hacerlo. Nadie tiene tiempo de cuestionar qué malentendido es ese, demasiado estupefactos por las palabras del patrón, cuando éste continúa.
―Tanjirou y Nezuko cuentan con mi consentimiento y me gustaría que pudieran disfrutar de vuestra aprobación ―informa el patrón sin parecer darle importancia―. Sin embargo, para asegurar la tranquilidad de los pilares y que este crimen no se vea impune, Shinobu ha ofrecido su mansión para que allí sean custodiados tanto los hermanos Kamado como la familia Iwamoto, que están siendo llevados en este momento hacia allí.
No sabe si han dicho algo más, o si los pilares protestan, si Tanjirou le habla, porque en los oídos de Ayaka cae un vibrar ensordecedor que reduce a nada su habilidad para oír.
"Están siendo llevados en este momento hacia allí."
"Están siendo llevados en este momento hacia allí."
"Están siendo llevados en este momento hacia allí."
"Están siendo llevados en este momento hacia allí."
"Están siendo llevados en este momento hacia allí."
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Por primera vez, Tanjirou se mantiene completamente callado en su camino al lado de Ayaka.
Están siendo llevados por los kakushi, que cargan con ellos a sus espaldas. Todo después de que Nezuko rechazase la tentación de abalanzarse sobre Sanemi a pesar del fuerte olor que emitía su sangre y ser perdonados por el Cuerpo. Por mucho milagro que parezca, pasa.
Así que son llevados bajo la custodia de Shinobu, y el camino se le hace a Ayaka extremadamente largo, con el rocío de la mañana congelando sus dedos y tomando frescas bocanadas de aire, no falta mucho para que el frío típico del amanecer se vaya y aparezca el característico calor de los días de primavera, pero todavía queda tiempo para eso.
Se había preocupado tanto por como haría para que no les ejecutasen si llegasen a descubrir que llevaban consigo a Nezuko que no se había imaginado qué hacer cuando no lo hacen. Pero todo viene con un precio, y ese es el de matar a las Doce Lunas Demoníacas, la misión que le encomienda el patrón a Tanjirou.
Siente por una vez, que las expectativas sobre sus hombros, colgando como una capa, a Ayaka se le hacen demasiado grandes.
Ya es "tsuguko", por irreal que parezca y por extraño que se sienta que después de todo el tiempo en el que anhelaba que pasaría, se cumple. Así que solo le queda un paso, convertirse en pilar, pero para Ayaka se siente como el paso de un gigante, que abarca kilómetros y kilómetros que ella no puede recorrer. Solo le queda dar mil pasos pequeños, le consuela que ese día haya dado uno, al menos.
―¿Siguen doliéndote las heridas? ―le pregunta a Tanjirou suavemente, en un intento de hacer que brote una chispa que encienda por fin la conversación.
Tanjirou la mira, tuerce los labios y vuelve su vista hacia adelante.
―Shinobu me dio medicina, así que me duelen menos ―contesta cortante, de alguna manera es como si le enterrase a Ayaka en el pecho una lanza, que la atraviesa y deja un hueco en su ser.
No puede hacer otra cosa que asentir.
―Me alegra ―dice, esa vez con un nivel de voz más bajo―. A mí también me dio medicina.
No es buena en esto.
Nota como Tanjirou se revuelve incómodo en la espalda del kakushi que carga con él, y verle tan lejano a ella tiene un efecto que no sabe distinguir, pero se siente molesta, todo lo que puede sentirse con los restos de la medicina de Shinobu aún por su cuerpo.
Es insoportable, no puede aguantar esa extraña tensión entre ellos. El enfado que tenía Tanjirou cuando pasó todo aquello de Zenitsu había sido una cosa, pero aquello era algo totalmente diferente. Realmente es demasiado impaciente para poder lidiar con ello más tiempo.
―Siento haber intentado... ya sabes ―dice Ayaka con un gesto de la mano, sin despegar su vista de Tanjirou, que se gira a verla con algo en los ojos que no sabe descifrar, por muy profundo que mire, o porque no sabe mirar más adentro que en la superficie―. Mentiría si dijese que no tuve tus sentimientos en mente, porque sí que lo hice, pero no podía dejar que eso me parase de salvar a mis padres de una asegurada condena a muerte.
Los labios de Tanjirou se vuelven una fina línea, apretados contra los dientes. Parece que se muerde la mejilla también. Ayaka consigue ver lo que cree que es arrepentimiento, pero no sabe por qué Tanjirou estaría arrepentido. Ambos estaban cansados de aquella noche tan extraña.
―Sé lo que querías hacer, y no te culpo por ello, si me diesen la opción de sacrificarme para salvar a mi familia lo haría sin pensar en nada más ―empieza Tanjirou, y Ayaka no puede evitar que sus cejas se alcen en una mueca preocupada.
Entonces aprieta los labios de nuevo, tomando una bocanada de aire. Ayaka espera a que continúe, más paciencia de la que normalmente tendría.
―Pero por alguna razón me molesta ―confiesa Tanjirou llevándose una mano al pelo con gestos airados. Lo estaba haciendo de nuevo, esa manía suya de hacer movimientos con sus manos torpes y rápidos cuando se ponía nervioso―. Y sé que no debería, es tu vida y puedes hacer lo que quieras con ella, pero que te sacrifiques por algo en lo que yo te he metido sin más es...
Suelta un gruñido frustado y se desordena el pelo de nuevo. Los ojos de Ayaka se abren como platos, observando a Tanjirou estupefacta.
―¿No estás enfadado conmigo? ―cuestiona Ayaka, ladeando la cabeza en confusión, su nariz se arruga―. Creía que te molestaría que no tomase tus sentimientos en cuenta.
El kakushi que carga con Ayaka se la ajusta mejor a la espalda, y ella deja que la agarre mejor porque sabe que es pesada y que llevarla a cuestas durante todo el trayecto debe ser agotador.
―¿Quieres que lo esté? ―le pregunta Tanjirou, más agresivo y frustrado con ella, puede que con sí mismo, de lo que alguna vez lo había visto. Y Ayaka no sabe qué responder a eso, así que solo observa como Tanjirou suelta una exhalación que parece hacer que se desinfle―. Es solo que no quiero que nadie más muera por mi culpa, por favor, prométeme que no te sacrificarás por mí.
―Me estás diciendo que lo que quieres es ¿ que me quede contigo? ¿Que viva mi vida a tu lado? ―murmura Ayaka confusa, rascando su mejilla―. Eso fue lo que me dijo el patrón, que debería dejar de... sacrificarme y vivir mi vida con aquellos por los que me sacrifico ―observa a Tanjirou, inspeccionándole con ojos entornados, su voz volviéndose blanda―. Y creo que tú también deberías dejar de sacrificarte tanto.
Tanjirou parpadea, porque su comentario le pilla con la guardia baja y no puede hacer otra cosa que titubear mientras mira a Ayaka.
―¿Qué quieres decir? ―duda él, asegurándose de que está agarrado al kakushi y que no se cae al girarse tan bruscamente.
Los kakushis se quejan, interrumpiendo a Ayaka al llegar al final del camino, donde por fin aparece a sus pies la Mansión Mariposa.
Habría estado maravillada de no ser porque sabe quién la espera allí.
―Ya hemos llegado, ¿podéis hablar de esto más tarde? Enserio no queremos enterarnos de vuestros problemas ―pide ácidamente la kakushi que está debajo de Ayaka, que parece entrecerrar los ojos para lanzarles una mirada irritada.
Ayaka le lanza una breve mirada a Tanjirou antes de carraspear.
―Si no te importa, me gustaría que me soltases ya, hay alguien esperándome en la puerta ―implora, dándole a la kakushi un apretón en el hombro. Ya ha notado la pequeña figura que la espera de brazos cruzados a las puertas de la mansión, no le gustaría que Tanjirou estuviese ahí para ver el caos que se desataría entonces.
La kakushi le hace caso y deja a Ayaka en el suelo antes de llevarse a Tanjirou dentro, por la puerta de atrás. Nota la mirada suplicante que le dedica, pero se preocupará de eso más tarde.
Su abuela la espera, y no parece contenta.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
¡Rumores de la Era Taisho!: El cuervo de Ayaka es muy chismoso y fue él quien le contó a los pilares el asunto de Nezuko, no porque quisiese, sino porque le intimidó tanto la presencia de Himejima-san que no pudo evitar contárselo. Suele reunirse con el cuervo de Tanjirou para compartir rumores y el ruiseñor de Zenitsu, Chuntaro, les riñe por ello. El cuervo de Inosuke desapareció y no suele estar muy cerca de su amo por temor a que le coma.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Notes:
Ayaka y Tanjirou: * hablan entre ellos lanzándose miradas suaves y con tono tierno*
todos a la vez: ¿No os cansáis de flirtear? ¿NO OS CANSÁIS?
mitsuri en el fondo: pero qué adorable amor juvenil
Mitsuri es la capitana del ship Tanyaka en el universo de kny, tengo pruebas y cero dudas. Shinobu está a la cabeza del barco Kanyaka, pero ya llegaremos a esa parte kdjhdjhfh.
Buen día a todos, por fin actualizo. De ahora en adelante actualizaré una semana sí y una semana no, ya que también tengo que escribir sobre mi fic de vinland saga, pero obviamente no abandonaré a Ayaka! Está en el punto en el que se hace un cambio verdadero en su personaje y. Adoro eso. No sabéis el trabajo y la satisfacción que me ha llevado su desarrollo, y verlo por fin dar fruto es *sniff*
Tuve que parar un momento al escribir el diálogo de Himejima-san, me quedé mirando la palabra "tsugoku" casi al borde de las lágrimas. Me sobrecogió, fue fantástica sentir que el esfuerzo me hiciese sentir algo tan fuerte.
Este capítulo fue complicado debido a la gran cantidad de personajes en una misma escena, aun así amé escribir a los pilares e involucrar a Oyakata-sama/el patrón como alguien que impacta a Ayaka como hace con todos/casi todos los pilares se sintió tan natural, se nota que llegará a pilar algún día, mi niña.Tuve que cortar una parte de la reunión de pilares porque realmente,,, ¿no la vi necesaria en lo absoluto? a parte de que este capítulo quedó ya largo de por sí el suceso con Nezuko y Sanemi queda bien como está en canon y realmente ayaka no iba a hacer nada más a parte de mirar y,,, supongo que nada? Estaba frente a los pilares, dudo que se opusiese a nada de lo que dijesen. Ya hizo su gran escena, dudo que pudiese hacer nada más con lo mal que se ve.
KAEDE VA A TORTEAR A AYAKA, POR FIN LLEGÓ EL DÍA, MIS CABALLEROS, SALIMOS AL AMANECER.
Me lo pasaré genial escribiendo el próximo capítulo, oh, todo se viene abajoooo.
Tanjirou mi bebé, amo profundizar en su personaje, al fin y al cabo en un sentido él tiene lo que a Ayaka le falta y viceversa. Tanjirou vive por sus seres queridos mientras Ayaka vive para darle vida a sus seres queridos y aprenden el uno del otro y es todo muy bonito y me emociono.
En ese sentido creo que hice un buen trabajo, Ayaka le enseña a Tanjirou a ser egoísta y Tanjirou a... ya sabes, no ser tsundere. JKDHJDFHD ahora enserio, le muestra que disfrutar con quienes amas está bien y hhh disfrutar de la vida,,, se entiende lo que digo? h bueno pues da igual. Al final Ayaka terminó igual que sus padres, sacrificando su felicidad alejándose por alguien que no es ella. Como se nota que es su hija.
El patrón era el personaje perfecto para decirle a Ayaka lo que le dijo, siendo él la cabeza del cuerpo, sabe el precio de una vida porque ha presenciado a cientos, quizá incluso miles de ellos morir luchando contra los demonios y se muestra bien en el manga, por eso es el mejor para cumplir esa función además de que me parece un espléndido personaje y líder.
no puedo esperar a seguir desarrollando esta trama y a estos personajes, Y NO HE ESCRITO TODAVÍA A LA FAMILIA IWAMOTO NI A YUU, OH DIOS YUU MI NIÑO, LO SIENTO TANTO.
En fin, espero disfrutéis, muchas gracias por leerme, todavía queda el extra de este capítulo! El cual escribiré pronto. Pero no hoy.
Chapter 18: Howl's Moving Castle AU! pt 2
Summary:
El abuelo Tanjirou hace un trato con un demonio del fuego
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Resultó que el descanso de Nezuko había terminado cuando Tanjirou llegó.
Aun así, Nezuko se toma unos minutos más al oír que su hermano mayor había llegado volando por la ventana del segundo piso, y como no, Tanjirou le cuenta todo.
“Esa no puede haber sido Ayaka, puede que fuese una maga, ¡pero sino te habría robado el corazón para comérselo!”, le había dicho Nezuko en el momento, mientras le regañaba por no haber tenido más cuidado, porque sino, de verdad que podría haber sido Ayaka, y que se coman tu corazón no es agradable.
“Pero fue buena conmigo”, había dicho Tanjirou, casi como si estuviese soñando despierto. Además, aunque se encontrase con ella, estaba seguro de que Ayaka no comería su corazón, porque solo le gustaban aquellos de las personas hermosas. Y Tanjirou tiene la certeza de que él no es hermoso.
“Razón de más para saber que no fue ella”, replicó Nezuko refunfuñando, arrugando su pequeña nariz como solía hacerlo cuando se enfadaba.
Tanjirou no le había prestado atención a lo que le decía su hermana, había cosas que llamaban más su atención, y tenían que ver con alguien de ojos profundos y pelo sedoso.
Incluso si no lo hubiese estado haciendo, era difícil mantener conversaciones con su hermana, porque todos parecían revolotear alrededor de ella, pidiendo pasteles y llamando su nombre para llamar su atención por encima de los fuegos artificiales que salen del castillo.
“¡Nezuko, Nezuko!”. Un chico rubio y tan chillón que parece que rompe sus tímpanos al hablar se alza sobre los demás, más jóven que Tanjirou, probablemente de unos quince años, la edad de su hermana. Le pregunta si hay pasteles de chocolate, y que si a ella le gustan. Nezuko no tiene tiempo a responder cuando otro, de pelo marrón pegado a su cráneo y más delgaducho, le aparta de un empujón y comenta lo ricas que están sus pastas. Es un desastre que no para, cerniéndose sobre el mostrador donde Nezuko se mueve incesante y consigue como si fuese su elemento el responder a todos y al mismo tiempo atender a sus pedidos.
Es sorprendente la habilidad que tiene para tener a tantos chicos bajo su control, así que Tanjirou se ve obligado a despedirse de Nezuko en la puerta y volver a casa, a hacer el mismo trabajo de siempre, en la misma habitación de siempre y las mismas agujas e hilos de siempre.
“Piensa en ti por una vez en la vida, ¿quieres?”. Eso era lo que le había gritado Nezuko al alejarse.
Como ella dice, por una vez en la vida, Tanjirou lo hace. Así es como se encuentra en las montañas, buscando a un mago que pueda romper el hechizo que ha hecho a Tanjirou cambiar de forma.
No conseguía acostumbrarse a su nuevo y decrépito cuerpo. Sus callosas manos habían sido reemplazadas por manos llenas de arrugas. Antes impoluta, su piel estaba dibujada en pliegues signo de la vejez, y su espalda crujía a cada paso que daba.
La próxima vez que viese a aquel mago con cabeza de jabalí que le había convertido en un viejo, Tanjirou le daría un cabezazo.
No esperaba terminar aquel día frente al metálico y chirriante castillo que vagaba por las montañas.
—¡Este es el castillo de Ayaka, no me refería a esto cuando te pedí un sitio donde dormir! —exclama Tanjirou en dirección al espantapájaros, aquel al que él había ayudado levantarse y le llevaba siguiendo durante largo rato.
Había ido a las montañas con la intención de buscar a Kanao, su amiga aprendiz de bruja que vivía en una casa alejada del pueblo, dedicándose a la práctica de hechizos y pociones, porque tenía un don para ello, según había oído, y se había dejado adoptar y enseñar bajo el ala de un par de magas de la zona. Si no estaba equivocado, las hermanas Kochou eran magas expertas en pociones sanadoras y uso de plantas y brebajes curativos. Tanjirou había tenido la esperanza de que pudiesen ayudarle, pero sus rodillas cansadas chillaban y estaba lejos de llegar a la cabaña donde residían, y no estaba dispuesto a dormir a la intemperie.
El enorme castillo de Ayaka avanza con patas metálicas, echando vapor quemante y negro al aire, y empieza a alejarse de Tanjirou, que no puede hacer otra cosa que perseguirle con sus viejas y desgastadas piernas. Ve en la parte de abajo una puerta de madera, maltratada y que parece a punto de salirse de sus bisagras, tambaleándose a la par que el trote de lo que en aquel momento le parecía una montaña de metal.
—¿Y a esto le llaman castillo? —se queja entre alientos, intentando con todas sus fuerzas llegar hasta la puerta e ignorando lo descuidado que todo se ve, lo sucia que está la barandilla cuando la agarra y lo herrumbroso que se ve el metal, el mal estado de todo aquello que formaba el enorme monstruo que es la residencia de una maga de tal reputación parece imposible de creer, pero está ante sus ojos cuando por fin salta a las pequeñas escaleras que van a la puerta y se afianza a la barandilla.
Sus pulmones queman cuando por fin puede descansar, Tanjirou se deja un minuto de descuido para recomponerse que hace que uno de los pendientes en sus orejas salgan volando.
—¡El pendiente de mi padre! —exclama apenado, observando como el único recuerdo de su padre después de muerto sale volando en los fríos vientos del atardecer, cuando pronto sería de noche.
El espantapájaros que se ha mantenido dando botes a su lado todo aquel tiempo desaparece, alejándose al tiempo que se aleja el castillo de él y Tanjirou con él. Teme no volver a verle, así que le grita con la voz de grave de abuelo que ha adquirido:
—¡Gracias de corazón por todo!
No sabe si los espantapájaros pueden oír, espera que al menos ese sí lo haga. Le parece ver como asiente con la cabeza, viendo el manchón similar a sangre bajando de una nariz en su cara moverse entre la oscuridad. Qué espantapájaros tan peculiar.
Tanjirou, ahora con un solo pendiente, abre la machacada puerta que da al castillo de la tan temida y tan gran maga Ayaka. Si algo le da seguridad, era el saber que no se comería su corazón.
—Al menos una ventaja de ser viejo es que ya no tienes miedo de nada —murmura en un suspiro.
La habitación estaba débilmente iluminada por los restos de una candela, lo que antes quemaba con fuerza ahora eran apenas restos de un rojo brillante que no chisporrotean, pero son lo suficientemente fuertes para que Tanjirou pueda distinguir la gran habitación a la que da la puerta. Sube las escaleras y se fija en los detalles, aquel sitio, aunque desordenado, no lo estaba del todo. Por extraño que parezca no hay a la vista ni una mota de polvo, pero aun así hay cientos y cientos de artilugios y cachivaches a los que no podría identificar ni aunque quisiera. Tanjirou no era mago, era sombrerero.
El silencio solo le indica que parece que no haber nadie, las estancias parecen estar desiertas y los párpados pesados de Tanjirou quieren cerrarse con tantas ganas y dejarse caer en cualquier sitio que, incluso si hubiese alguien, no le importaría, y se dirige en frente del casi extinguido fuego, agarrando una silla en su camino y poniéndola en frente. Un poco de calor no le vendría mal, el clima frío de las montañas no era bueno para los huesos de un abuelo como él, así que coge los troncos a un lado del fuego y los echa encima.
Desplomándose de nuevo en la silla, Tanjirou observa el fuego y espera a que coja más fuerza.
Las pequeñas lumbres del fuego empiezan a reavivarse, débiles amarillos y ácidos naranjas se tornan rojizos, apareciendo en ellas dos pequeñas motas que parecen observar a Tanjirou tan ávidamente como él observa el fuego, con verde para las cejas y una fina línea de un rojo escarlata para la boca, que se mueve al hablarle alegremente:
—A ti sí que te han echado una maldición de las buenas, abuelo, no te va a resultar fácil quitártela de encima.
Los ojos antes entornados de Tanjirou se abren, saliendo de su estado de ensueño para observar casi aterrado la cara que ahora distingue entre las cenizas.
—El fuego habla —murmura casi aterrado. Como si le hubiese golpeado en el estómago, todo aire en sus pulmones desaparece, envuelto en asombro.
—Encantado, soy Takeshi, demonio del fuego, ex-humano, ya sabes como van estas cosas —le dice sin tomarle verdadera importancia, moviendo la línea que tiene por boca en una apacible sonrisa. Luego su expresión se convierte en una apenada, casi empática—. ¿Encima no puedes contarle a nadie de tu maldición? Eso es una pena, ¿quién fue el que te la echó, el Rey de la Montaña? Ese jabalí ha estado tras mi señora desde que se conocieron, debería buscarse alguien más con el cual obsesionarse —suelta un bufido molesto—. Aya-san es mi señora, no la suya.
El aliento que antes estaba preso en la garganta de Tanjirou vuelve en un suspiro prolongado. Se acerca al fuego con cautela para observar mejor su cara hecha de llamas y chispas.
—¿Está Ayaka aquí ahora? —pregunta, y no sabe si la calidez en sus mejillas es por el fuego o algo que surge de ellas, porque sigue embelesado por el efecto que solo pensar en aquellos ojos profundos le provoca. No sabía si aquella maga que le salvó era Ayaka, pero si estaba en aquel castillo, no le importaría que lo fuese, aunque también podría devolverle a la normalidad—. ¿Crees que podría romper mi maleficio?
El fuego suelta carcajadas de caramelo quemado, tan dulces que son vomitivas, volviendo a la alegría con la que parece estar acostumbrado.
—Mi señora se ha ido a quién sabe donde y nos ha dejado a mí ese niño relámpago solos. No creo que esté dispuesta a romper tu maleficio, está gastando demasiado de su poder mágico estos días —dice Takeshi, mirando a Tanjirou con sus ojos de chispa infernal—. Pero yo podría hacerlo por ella, si así lo deseas, con condiciones.
Tanjirou se deja caer más tranquilo en la silla, dejándose disfrutar del calor que Takeshi emana.
—¿Qué condiciones? Soy muy viejo para que me engañes —le dice, dejando en su regazo sus palmas desgastadas.
La sonrisa empalagosa del demonio del fuego se mantiene sobre las chispas.
—Tú no eres viejo.
—Lo soy ahora.
De la garganta incandescente del demonio sale un tarareo, inspeccionando a Tanjirou con más detenimiento.
—Sí que lo eres, pero si quieres dejar de serlo tendrás que hacerme un pequeñísimo favor —. Al fin dice, su voz parece como si una vela perfumada se desprendiese de su lengua, dejando a Tanjirou adormilado en la silla, o porque Tanjirou era viejo y carcaroso y estaba cansado—. Tienes que encontrar la maldición que me une a mi señora y me mantiene bajo su poder, si me rompo de estas ataduras podría hacerlo.
No le gusta la forma en que dice “podría”.
—¿Y si eres un demonio tan malvado como puedo confiar en ti? —pregunta con ojos medio cerrados. La calidez del fuego de Takeshi le susurra para que caiga por fin rendido y se duerma, pero aun así puede seguir escuchando, así que puede seguir hablando.
—Yo no hago promesas, Tan-san, ¿por qué clase de demonio me tomas? —ronronea juguetón.
Tanjirou se acomoda en la silla, respondiendo como si no le importase.
—Entonces no lo haré.
Un gemido lastimero suena desde el fuego, como si fuese a llorar pero enfermamente agudo, fingiendo.
—¡Vamos, Tan-san! ¡Compadecete de mí! ¡Soy el único que trabaja en esta casa, tengo que mover el castillo, mantener cálidas las habitaciones y tener siempre agua lista para los baños de mi señora! ¡Me tienen esclavo en este casa!
Meramente, Tanjirou se acomoda para responder, con el confort finalmente apareciendo tras llevarse un rato en la silla, puede sentir el sueño apareciendo.
—Debe de ser horrible —murmura Tanjirou en el borde entre el mundo de lo físico y el mundo de los sueños, una fina línea que no tarda en cruzar, al final respondiendo—. Trato hecho.
Takeshi observa como la figura del anciano se relaja ante su calor, adoptando una postura relajada que indica que por fin se ha dormido, acomodado entre la silla de madera y la tranquilidad del fuego.
—¡Oye, abuelo, abuelo! —le llama con un gemido caprichoso. Pero él no se mueve, soltando pequeños ronquidos al tiempo que respira. No puede evitar suspirar ante la vista—. Pues sí que me vas a ser de ayuda.
Notes:
Buenos días! Woohoo, por fin sigo con este au, siento que si no escribo más de él me olvidaré completamente y es una pena porque tiene mucho potencial y es muy interesante ver personajes que nunca se conocerán interactuar de esta forma!
Jeje, convertí a Inosuke en el sustituto para la Bruja del Páramo, ESCUCHAD, si cambio su rol ligeramente, le pega muchísimo, pero ya expandiré. Takeshi, me encanta su personaje y es genial poder explorarle en su lugar como Calcifer, me encantó como quedó su lugar como personaje porque les pega tanto a la dinámica entre él y Ayaka que hhhhhh.
hmmm, fue una escena cortita, ni Ayaka salió, pero ya tendremos más contenido en el siguiente capítulo. Y EL ESPANTAPÁJAROS JDHFJFHD QUIÉN SERÁ? YO LO SÉ.
kanao mi reina, toma el rol de la otra hermana de sophie en el libro, sentí que pegaba, ya lo exploraré más pronto.
tanjirou mi bebé, le amo, ten cuidado que takeshi es muy perro porfi. HDDHDHDHD ZENITSU HIZO UN PEQUEÑO CAMEO EN LA ESCENA DE LA PASTELERÍA, AUNQUE NO SE NOTE A SIMPLE VISTA.
tengo tantas ganas de seguir, hmmm adoro este au, espero lo disfrutéis tanto como yo, aunque esta vez la narrativa no fuese tan elaborada como acostumbra. En fin, muchas gracias como siempre!
Chapter 19: Por quién
Summary:
ayaka: h-
zenitsu: *abrazo*
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
El golpe fue seco.
Con precisión, la mano de su abuela voló a su mejilla con tanta rapidez que no lo vio venir, ni aunque hubiese querido podría haberlo esquivado, incluso si no estuviese desorientada o ligeramente confusa, si el mundo no le diese vueltas o si no supiese donde posaba sus pies.
De lo único que tenía certeza era de que de la fuerza del golpe su cabeza se gira y se queda mirando al suelo.
Sus ojos, tan fríos y tan inquisitivos como siempre lo han sido, escrutinan a Ayaka, cavando sus grietas, buscando y encontrando los sitios más hondos a los que puede llegar. Va tan lejos que llega a su alma, Ayaka al menos lo siente así, como si pudiese ver cualquier pequeño rincón en su mente, cualquier esquina en la que se esconde, su abuela llega hasta ella y la encuentra. Nunca podría esconderle nada, no a ella, no con el sentimiento asfixiante que aparece en su pecho cada vez que Kaede Fujioka deja caer su mirada sobre ella.
Ella sí podía ver, capaz de recorrer hasta el más pequeño recoveco, el más pequeños de los huecos, los escondites remetidos entre los pliegues de lo que se ve a simple vista y lo que no.No serviría levantar una muralla de hielos y tormentas de nieve frente a ella. Justo como el patrón, ve sin necesidad de mirar, cualquier cosa que se interponga no importará, porque no observan por ese camino.
Aun así, Ayaka no tiene el valor de mirar a su abuela a los ojos, enfrentar a esos ennervantes ojos suyos de los que no puede huir. Puede que si no la mira, desaparezca, pero es inútil cuando su abuela la agarra por el cuello de su haori con dureza y hace que baje la cabeza a su nivel, obligándola a cruzar sus ojos con los suyos.
Son duros, almendrados y de un gris oscuro que roza el negro, como nubes de tormenta que se ciernen sobre el cielo, que cargan con las lluvias y los rayos destinados a castigarla. Preferiría eso a tener que enfrentarse a su abuela.
—¿Sabes lo preocupados que nos has tenido? ¡Unas personas en uniforme aparecieron frente a la puerta esta mañana y no nos dijeron nada, solo decían que tenía que ver contigo! ¡Y por supuesto, como siempre, mi nieta no responde a nuestras cartas! ¡Creíamos que habías muerto! —la acusa, agitando a su vez a Ayaka. Agarrándola por su haori, ella se tambalea sin esforzarse por mantenerse en pie a los zarandeos bruscos de su abuela.
Ayaka parpadea, pupilas fijas en las motas de polvo que vuelan por el aire.
—Iba a visitaros pronto, a contároslo todo —musita débilmente, sonando exhausta, la fuerza en su voz se desvanece. Un fantasma merodeador es lo que parece, todo pasa a través de ella sin aparentar que le afecte o la toque—. Pero antes debía asegurarme de que podía protegeros, pero lo prometo, quería veros, es solo que-
—¿¡Y cuando es pronto!? —inquiere Kaede, ojos volviéndose agudos. Ayaka no se atreve a responder a esa pregunta, y su abuela lo sabe, así que la agarra con más fuerza por los hombres, tanto que sus uñas se clavan en la piel, haciendo que el coraje que siente se inyecte en su sangre—. No me mientas, no tenías pensado volver.
No responde. Su abuela produce un un siseo enfurecido y la suelta. Ayaka cae al suelo, manteniendo su vista hacia abajo, en el lodo y la mugre, donde ella debía estar.
—¿¡Eres estúpida o qué!? ¿De verdad piensas esconderte como una cobarde toda tu vida?—pregunta su abuela. Está muy segura de la respuesta.
—Solo hago lo que debo —responde en voz baja, sin elevar su voz, apenas oída. Las emociones vuelven, la golpean el doble de lo normal, hacen grietas en su fachada calmada, aquella de montaña helada, con hielo que cruje bajo el Sol—. Y tampoco soy una cobarde —añade por lo bajo, pero sabe perfectamente que lo es.
Por mucho que el hielo se derrita los vientos no se paran, que chocan contra los chubascos en los ojos de su abuela, que no tienen piedad, y nunca la tendrán. La lluvia inunda la montaña y arrastra con ella la nieve derretida en los caminos. La ira es algo que marca a los Fujioka. Puede que salga a la luz de forma explosiva con desconocidos, gente exterior a ellos. Pero cuando es una disputa entre los mismos miembros de la familia, que llevan el mismo tipo de ira en los ojos, ésta se manifiesta silenciosa, que no se nota a menos que se mire, y hay mucho que mirar en los ojos de las mujeres Fujioka.
Se mantienen en silencio durante largo rato, simplemente mirándose a los ojos.
Su abuela no despeja la vista de ella, y Ayaka no tiene pensado hacerlo tampoco, así que lucha de vuelta con toda la fuerza que le queda. Intenta derrotarla, bloquear el efecto que su abuela tiene en ella, el hechizo solo puede provocar su mirada inquisitiva sobre ella, que aprisiona sus brazos y bloquea sus piernas. Su labio tiembla.
Al final se rinde y aparta la mirada, y al hacerlo consigue hacer que sus piernas reaccionen y se levanta, volviendo por una vez a sentir. Pasa por el lado de su abuela sin fijar su vista en ella, no cree poder hacerlo, y va en dirección a la puerta de la Mansión Mariposa. Su abuela encarna al dios juzgador que por una vez va a castigarla, lo sabe, pero como todo el mundo, no quiere ser castigada, no quiere afrontarse a sus errores.
Aquel miedo, el que la juzgue, estaba escondido en una pequeña parte de su ser, y al sentir como la mano de su abuela, de Kaede Fujioka, se afianza en su muñeca, sabe que se ha convertido en realidad. No esperaba que sucediese de otra manera, siempre había sido tenaz.
Ya no hay ningún sitio donde esconderse. Ni en la montaña de Himejima-san, ni en la casa de las glicinias cerca de Nezuko, ni bajo comentarios burlones hacia Genya. Ni siquiera en los brazos cálidos de Tanjirou.
—No te atrevas a huir de esto. No te atrevas a huir de la gente que te quiere de nuevo —la reprime con mordacidad. Parece que echa humo, su antes abrasadora furia se calma y se convierte en brasas que iluminan tenue y silenciosamente, pero no hace que la quemen menos.
Para ignorar la candela, prefiere notar los colores vivos en el cielo, en vez de los grises en los cabellos y las tormentas en los ojos en los que debería fijarse. También para evitar sentir la culpa hirviendo en su garganta.
—Rompí el haori que me diste, el de flores rojas —dice Ayaka, contemplando el paisaje—. Está hecho pedazos.
Por el rabillo del ojo ve como su abuela parece dar un pequeño brinco, para a continuación apretar más su brazo.
—¿Es enserio eso lo que te importa? Tu padre está postrado en una cama —sisea amargamente, siente el coraje radiando escarlata que hace que se apriete su mandíbula. —. ¡Deja de actuar como una niñata inmadura por una vez en tu vida! He aguantado todo este tiempo porque quería dejarles a tus padres la oportunidad de que te metiesen un poco de sentido en esa cabeza hueca, pero estoy harta de dejar que hagas lo que quieras como si tuvieses derecho por alguna razón. ¿Crees que porque actúes como un sacrificio humano para tu familia o porque Yuu te abandonó puedes tratar mal a todo el mundo? Tu madre ha roto en llanto, la última vez que la vi le dejé una botella de sake para que se calmase. No esperes que esté sobria cuando la veas.
A Ayaka le da la sensación de que quiere darle otra cachetada, y eso es lo que hace, dejando a su abuela jadeando en fuertes exhalaciones de la frustración, y ella se mantiene observando al último sitio donde ha hecho que se quede su vista, algún sitio a su derecho donde los árboles rodean la Mansión Mariposa. Se mantienen en silencio, los pozos oscuros que tiene Ayaka en las cuencas parecen más vacíos que nunca:
—¿A qué te refieres con que papá está en cama?
Los labios de su abuela se estiran en una tensa y fina línea, Ayaka cree que es porque no quiere gruñirle. Conoce bien la sensación.
—¿Cómo lo sabrías? Ni siquiera lees las cartas —. Sabe que el reproche es algo a lo que su abuela era propensa, son demasiadas cosas para que no se las eche en cara y le explotan entonces, porque cuanto más tiempo huye y más cosas malas hace, mayor es la cantidad de consecuencias a las que está preparada—. Su salud ha estado empeorando, tienes suerte de que Yuu estuvo cerca, porque nos ayudó mucho durante todo este tiempo. Pero cuando aparecieron esos miembros del cuerpo en la puerta, su corazón no pudo soportarlo y le dio un ataque. Fue todo un caos, tu madre lloraba, Yuu no sabía que hacer, así que nos han traído aquí y le han tratado. Está estable, pero todos creímos que por fin había llegado su hora.
A Ayaka le gustaría sacarse la daga que se ha clavado en su estómago. Trae consigo náuseas y el aprisionador sentimiento de culpa en su pecho que se adhiere pegajoso pero del que no puede deshacerse, forma un hueco donde su corazón debería estar y lo llena con aire ácido que choca contra sus costillas.
—Pero yo solo quería proteger —consigue exhalar con el último aliento que le queda.
Su abuela no tarda en replicar con dureza:
—¿Qué intentabas proteger? Porque no le estás haciendo bien a nadie así, Ayaka, no de esta forma —. La desesperación no era algo que alguna vez pensase distinguir en su voz. Kaede no rogaba, ni se arrastraba, al menos no que Ayaka la haya visto. Sería indigno hacerlo, y ella tenía demasiado orgullo para ello.
«¿Qué intentabas proteger?» Esa frase retumba en su cabeza, una y otra vez, aúlla como un lobo en la noche.
—Solo hice lo que me dijiste —contesta, un pequeño temblor se hace paso en su voz—. Lo recuerdas, ¿verdad?
Al silencio atónito de su abuela, Ayaka continúa:
—El señor Pelusa había muerto, pero aun así ese Año Nuevo fuimos a comprar mochi como siempre hacíamos, pero nos encontramos con... con Yuu y los demás. Yo me escondí en un callejón porque no quería verles, pero tú fuiste a buscarme y me dijiste "Eres mejor que ellos, sigues siendo una Fujioka aunque te apellides Iwamoto, y los Fujioka no nos dejamos tirar por nadie-"
—"Recuerda que si alguien te tira una piedra, tú le lanzas dos. Saldremos ahí y les demostraremos que somos mucho mejores, que estamos por encima de su nivel" —completa Kaede, en su lengua abunda el sabor al arrepentimiento, y posa sus ojos, viejos y cansados, sobre el haori blanco en los hombros de Ayaka—. Así que hablaste con el patrón.
Ayaka apenas asiente distraída. Su muñeca por fin se ve libre, así que envuelve sus brazos alrededor de su cuerpo.
Kaede suelta un suspiro pesado, llevándose una mano a la cabeza y frotando en las raíces de su pelo plateado. Ahora se ve más pequeña, como si la rabia en su cuerpo escapase por su nariz en forma de aire, y la desinflase hasta volver a su verdadero tamaño. Así no se ve temible.
—Pensé que te pusiste el haori nada más en la visita, para complacerme, porque si no respondías a las cartas, ¿qué posibilidad había de que te pusieses el haori que tu odiada abuela te mandó? —dice secamente, cerrando los ojos con molestia mientras las marcas en su frente, en consecuencia, se arrugan—. Aunque es algo tonto, cuando era joven nunca habría hecho algo así, no sé por qué esperaba que tú lo hicieses.
La cabeza de Ayaka se agita en negación, y se frota con los brazos como si de repente tuviese frío. Siempre había estado formada una grieta entre ella y su abuela, desde muy pequeña la había visto como una encarnación de la estoicidad, de la fuerza, la calma de un guerrero. Pero verla tan preocupada y afectada, tan malditamente humana, la hace verla como realmente es, su abuela. No sabe como pero lo hace.
—Llevaba el haori y me dejé crecer el pelo, hasta me lo recogía en un moño, porque quería parecerme a ti —confiesa con ojos entornados, todavía no es capaz de mirar a su abuela a la cara, pero ella la escucha atentamente, tomando con cuidado cada palabra—. Me acordaba de esas palabras todos los días, de tus palabras, y me ayudaban a ir hacia delante. Sabía que siempre me quedarían la espada y el sentimiento de que era mejor que los demás. Estaba convencida de que si tenía eso no les necesitaría, que no me importaría si me abandonasen.
Puede que sea la primera vez que era tan sincera, esconder sus verdaderos pensamientos es algo que se le da bien, está acostumbrada a hacerlo, sino puede que sus padres habrían enloquecido, al menos eso es lo que ella piensa. Pero ahora el dique que mantenía todos esos sentimientos a raya se había desbordado, chorrean y desbordan, arrastran consigo todo a su paso, y aquello que destruyen dentro de ella la alivia. Ya no carga con todo sobre sus hombros, ya no más.
Ayaka consigue reunir los restos de su expresión para formar una rota sonrisa, que tiembla quebrada mientras dirige sus ojos aguados por primera vez hacia su abuela
—Pero no creo que eso funcione más. No desde ahora, al menos. No servirá el dedicarme a matar demonios para distraerme.
Su abuela es pequeña pero el cuerpo de Ayaka encaja entre sus brazos perfectamente, enterrando su nariz entre su cuello, nota que su perfume es de glicinias, y la fragancia la reconforta tanto como lo harían el carbón o la madera quemada.
Así que Ayaka deja que su abuela la envuelva entre flores. Y llora.
No era nada comparado con el lloro silencio en el hombro del patrón. Esa vez, lo suficientemente libre de la medicina de Shinobu, sus emociones desbordan y Ayaka deja salir fuertes sollozos, mientras un caudal de lágrimas caen. Son ruidosos, son escandalosos y rompen el silencio como si fuesen balas volando por el aire. No puede importarle menos que la oigan, así que se lamenta y gimotea, grita sin cesar hasta que su garganta está dolorida y seca.
Los dedos hábiles de su abuela viajan por el pelo de seda de Ayaka, que es brillante y negro.
—Oh, por los dioses, esto es culpa mía —murmura con algo cercano al dolor en sus ojos, pero Ayaka no la escucha, concentrada en inhalar el olor natural que emana su abuela y en soltar aullidos lastimeros.
Kaede la acerca más a su pecho, cree imaginar que la sujeta con ternura, pero no delira, así que sabe que es verdad.
—Abuela, ya lo sé —. Ayaka intenta ahogar un sollozo a mitad de frase—. Ya sé que lo que hago está mal, pero tengo miedo. Si no daño, me hacen daño a mí, y yo no quiero hacer eso, pero si me alejo duele tanto. Tenía que hacerme más fuerte si quería que no me dañasen, pero ahora sigo siendo débil, y soy yo quien daño. No soporto vivir así. Le he hecho daño a tanta gente, y aun así me han nombrado "tsuguko", pero no me lo merezco, no merezco que me premien mientras camino por encima de tantas vidas. Lo siento tanto —intenta detener otro sollozo dolorido, que choca contra el hombro de su abuela—. Lo siento tanto, abuela, por favor perdóname.
«¿Qué intentaba proteger? A mí, estaba intentando protegerme a mí. No a nadie más, solo a mí.»
—Me alegra que la charla con el patrón te ablandase —confiesa Kaede, sin despegar su toque de Ayaka en ningún momento, acariciando sin cesar—. Esto era lo que necesitabas, no convertirte en una máquina de matar.
Pues claro, lo esencial es invisible a los ojos.
Qué tonta había sido.
—Por cierto, hay un chico que no ha parado de murmurar tu nombre desde que llegó. Entró por la puerta cubierto en vendas y diciendo que por fin te había probado que no era un cobarde, al menos solo un poco, ¿qué le dijiste? —pregunta su abuela con ojos juzgadores.
—Oh, no —dice Ayaka en un suspiro.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Sorpresa horrorizada no es suficiente para describir lo que invade a Ayaka de punta a punta de su cuerpo.
Observa los brazos de Zenitsu, que son pequeños y a los que las mangas de su bata cubren por completo. No le gusta esta sensación.
—¿Qué te ha... qué te ha pasado? —pregunta en voz baja, cejas tensándose ligeramente, lo más que pueden.
Se siente relajada, como si acabase de darse un baño. Tiene la sensación de que es cansancio, pero fuerza a que sus ojos pasen inquietos de un lado a otro del cuerpo de Zenitsu. Primero a la pierna y al brazo derechos, que están encogidos a un tamaño que no debería ser natural, su brazo izquierdo da espamos irregulares bajo la manta, pero su pierna izquierda está bien.
Tanto Tanjirou como Zenitsu parecen estremecerse ante su voz, y se giran a verla como si se hubiese presentado a su lado cual aparición fantasmagórica.
Zenitsu es el primero en reaccionar, soltando un chillido agudo que llega a notas inesperadamente altas.
—¿¡Cuándo has llegado!? ¡Avisa primero, ¿quieres?! ¡Vas a matarme del susto! —chilla temblando, mientras salta a agarrarse a su cintura—. ¡Fue horrible, A-chan, fue mega horrible! ¡Me picaron unas arañas y todo me dolía por el veneno! ¡Y ahora una chica muy mala no para de regañarme!
Los mocos viscosos se pegan a la ropa de Ayaka, pero hay otras cosas que la preocupan. No pregunta sobre la "chica muy mala".
—Deja de agarrarte a mí —. Hace una pausa dubitativa, moviéndose para poder pasar su único brazo sano por encima de Zenitsu y devolver su abrazo—. No deberías.
Ahora que está en frente de él, Ayaka no puede evitar sentirse irremediablemente avergonzada. Si tuviese la opción de cavar un hoyo y enterrarse viva, lo haría, pero en vez de eso evita mirar a Zenitsu, aunque no le aparta de su cuerpo.
Kaede, cuya cabeza resurge a la altura del pecho de Ayaka, también aparece de la nada. Por segunda vez, Tanjirou y Zenitsu dan un salto asustados.
—¿Que te picaron unas arañas? Pero si terminaste con un demonio tú solo mientras luchabas contra el veneno. Ten un poco de orgullo y date crédito por tus logros —gruñe con una mano en su cintura, dedicándole a Zenitsu una mirada malhumorada.
—Ah, buenos días, Kaede-san, no la había visto —saluda Tanjirou alegre, que sigue en los brazos de un kakushi, y no parece que vaya a bajarse pronto. Ella le devuelve el saludo de igual forma.
Las cejas de su nieta se alzan, cambiando su atención a Kaede. Zenitsu produce un sonido confundido.
—¿Qué estás diciendo? No mientas, yo no soy tan fuerte —murmura seriamente, enterrándose más en el estómago de Ayaka.
—Así que entraste en el monte, aunque te dije que no lo hicieses —comenta Ayaka ladeando la cabeza, haciendo que su pelo roce la cara de Zenitsu—. Recuerdo haberte visto volando por el cielo, pero podría haber sido un sueño.
Que hubiese hecho eso era imposible, no podía ser real. Se niega a creerlo.
Zenitsu no tarda en explotar de forma histérica, pero en ningún momento despega sus brazos de ella:
—¡Entonces era un sueño! ¡Por poco pude sobrevivir el veneno, un cobarde como yo jamás podría haber hecho todo eso! ¿¡Enserio queréis hacerme creer una mentira!?
La expresión en Kaede es difícil de describir, como si creyese que Zenitsu la estuviese tomando por tonta. Hay algo extremedamente ofensivo en ello.
—Aya —la llama Tanjirou incrédulo, girándose a verla. Ambos ignoran las protestas ruidosas de Zenitsu—. Estás... muy calmada.
Ayaka apenas responde con un tarareo, está ocupada con otros pensamientos.
—Debe ser porque está enferma, la medicina de Shinobu debe de haber dejado de surtir efecto. Ahora mismo sabe lo que hace pero no es capaz de enfadarse —contesta por ella Kaede, que pone una mano en su espalda baja para evitar que su nieta se tambalee hacia atrás—. O se pone de mal humor o se pone extremadamente calmada, no tiene punto medio.
Al oír los lloriqueos de Zenitsu a lo lejos, que no han parado todavía, una chica aparece por la puerta de la enfermería, apresurándose hacia ellos con andar decidido. Parecía no muy contenta con aquello.
—¡Haz el favor de callarte! ¡Si sigues portándote así voy a tener que atarte a la cama! —le grita a Zenitsu, con dos manos a sus caderas.
«Esta chica se ve confiable», piensa Ayaka al verla. Zenitsu se esconde tras su espalda en un intento de protegerse de las regañinas de la chica, quien portaba un uniforme de cazador de demonio cubierto por una delantal médico, con pelo negro azulado recogido en dos coletas a cada lado de su cabeza.
—Oh, perdónale, es normal en él —intenta Ayaka excusarse tímidamente, dándole un apretón a Zenitsu con su brazo. Luego, extiende una mano hacia la chica, que la ojeó curiosa—. Encantada, me llamo Ayaka, tú debes ser la chica muy mala.
La chica la toma con seguridad, estrechándola de manera que la hizo recordar sus varias heridas, no sin antes lanzarle dagas con los ojos a Zenitsu.
—Soy Aoi, trabajo en el ala de enfermería —. Al hacerlo asiente en solemnidad, dando a entender de alguna manera que ella y Ayaka se entendían. Puede que por Zenitsu.
Llega a la conclusión de que le gusta aquella chica.
Aoi se da la vuelta bruscamente y sale de la habitación echando humo, mientras murmura por lo bajo que no creía que algo así le pasase a ella.
Sí, definitivamente se entendían.
—¿Y qué hay de Inosuke y Murata? ¿Los habéis visto? —pregunta preocupado Tanjirou. Zenitsu despega su cabeza ligeramente de Ayaka, dejando como un camino que les une un hilo de mocos asquerosos que cuelgan de su nariz.
—De ese tal Murata no sé nada, pero Inosuke está aquí al lado —contesta simplemente, sin darle mucha importancia.
Los tres se giran a la cama siguiente, donde se ve la cabeza de jabalí de Inosuke asomarse entre las sábanas.
—¿Es eso un cerdo? —cuestiona Kaede en un susurro hacia Ayaka, que no puede hacer otra cosa que asentir—. ¿Qué clase de amigos te has buscado?
Ayaka parpadea lentamente.
—Amigos... —dice en voz baja, saboreando cada sílaba—. Unos buenos.
Tanjirou es el primero en dirigirse hacia Inosuke, apresuradamente deshaciéndose del agarre del kakushi y cayendo en la cama de Zenitsu:
—¡Anda, es verdad! ¡Estaba aquí mismo! ¡Y yo sin darme cuenta! —exclama al borde de las lágrimas—. ¡Inosuke, menos mal que estás a salvo! ¡Siento no haber ido a ayudarte!
La figura del jabalí no se mueve de la cama, no es explosivo como suelo serlo. En vez de eso, se mantiene quieto, postrado en su descanso, derrotado sin remedio.
—Da igual. No pasa nada —. Como si Zenitsu la hubiese atacado con su Respiración del Rayo, siente un electrizante golpe llenar sus oídos de la pura sorpresa al escuchar a Inosuke, voz débil y extraña para él. Su cabeza de jabalí se mueve levemente en dirección a la figura de Ayaka, que sigue apegando a Zenitsu hacia ella de manera distraída con ojos abiertos como platos—. ¿Mataste algún demonio?
A parte del extraño sentimiento de no ver a Inosuke gritar y cacarear con su voz grave y poderosa, también aparece una decepcionante sensación, al darse cuenta de que había sido completamente inútil aquella noche. No puede evitar pensar que sus promesas están perdiendo su fuerza.
Tarda un momento en reaccionar:
—No —responde ella de vuelta, intentando no pensar en ello—. ¿Y tú?
—Tampoco.
Sobre ambos cae un velo de silencio, una pensativa y lúgubre meditación donde agachan la cabeza y aceptan que han sido derrotados, que toda la energía que antes portaban se ha desvanecido por completo. Para gente como ellos, que llevan la soberbia y el orgullo en los ojos, es mucho más extraño verle callados, porque eso dice que hay algo muy, muy mal.
—Creo que tiene la garganta aplastada o algo así —le dice Zenitsu a Tanjirou por lo bajo, refiriéndose a la bizarra voz de Inosuke. Los dos se quedan mirando al normalmente-explosivo dúo con extrañeza—. No conozco los detalles, pero parece ser que le crujieron el cuello. Lo peor, sin embargo, fue el grito que soltó él al final. Eso le acabó de machacar la garganta.
—¿Se dio el golpe de gracia a sí mismo? —pregunta Tanjirou con cejas alzadas. En sus ojos soleados burbujea la preocupación, y como no hacerlo.
—Estos niños obsesionados con los demonios, siempre queriendo que les maten —murmura Kaede por lo bajo malhumorada, rodando sus ojos en su cuenca con pesadez. Luego se dirige a su nieta—. Deberías descansar, te ves horrible.
Agarra el brazo bueno de Ayaka, separándola de Zenitsu y guiándola a una de las camas libres con facilidad, el hilo de mocos sigue su estómago hasta que se rompe cuando está tan lejos que no tiene otro remedio que hacerlo.
—¿Dónde está papá? —pregunta Ayaka ladeando la cabeza—. Necesito ir a verle, y seguro que mamá-
El sonido de algo rompiéndose en mil pedazos a lo lejos la interrumpe.
Kaede se congela en el acto, así Ayaka puede escapar de su mano con facilidad.
—Es ella, ¿no es así? —. No necesita que su abuela diga nada más, así que ante sus tormentas paralizadas, echa a andar hacia la puerta.
Se encuentra a su madre en una habitación al final del pasillo, con la cabeza apoyada en un escritorio y en la mano una botella que parece vacía. Su cara está inundada de lágrimas, acompañada por el escarlata de la ira en sus mejillas.
Yuu está con ella, la agarra por los hombros y le habla en susurros suaves. La vista se le hace a Ayaka familiar.
Al sonido de la puerta abrirse, se gira sorprendido, por poco dejando de agarrar a Kaori que se tambalea con expresión enfadada. La botella entre sus dedos gruesos solo parece aprisionarse más.
—Kobayashi —. Su apellido parece desconocido al rodar por su lengua, porque él nunca ha sido Kobayashi, siempre ha sido Yuu, pero no puede dejar que sepa eso.
Los restos de algo roto yacen el suelo, partes de un jarrón o adorno que su madre ha tirado al suelo en su torpeza. Tendría que pagarle a la señora Shinobu después.
—Ayaka, uh, Kaori-san... —titubea con nerviosismo, pasando su vista de madre a hija incansablemente.
—Puedes irte, yo me ocuparé de mamá —anuncia Ayaka, yendo a paso lento al lado de su madre, que se encoge cuando ella se acerca.
Ayaka intenta agarrar a su madre por los hombros, pero ella se aparta bruscamente, haciendo que Yuu también la suelte y termine apoyándose en una pared.
Está completamente hecha un desastre, respirando como si le faltase el aire y con las ropas desordenadas. Es difícil creer que es su madre, porque era normal verla bien arreglada, con una sonrisa brillante en la cara y felicidad saliendo en explosiones, pero no emana felicidad, y mira a Ayaka con resentimiento.
—¿Ahora quieres acercarte a mí? —sisea ácidamente, agarrando con más fuerza la botella en su mano—. No me toques.
El rostro de Ayaka se arruga en una mueca, sus ojos se entrecierran y tanto sus labios como sus cejas se vuelven una línea tensa. Yuu a su lado casi se siente como si estuviese fuera de lugar.
—Mamá, estás borracha —le dice ella, intentando agarrarla otra vez, pero Kaori se desliza de entre sus dedos antes de que pueda atraparla.
—No —sentencia obstinada, mientras niega con la cabeza sin cesar—. No soy tan mala hija como para que necesitéis que cuidéis de mí. Yo debería ser quien cuide de vosotros.
Yuu da un paso adelante, y por alguna razón hace que su madre le permita que la agarre por unos hombros que tiemblan incansablemente.
—Hemos tenido una mañana dura, Kaori-san, creo que deberíamos dormir —le dice calmante, como solo él sabe hacerlo.
Ayaka hace el intento de poner una mano en el brazo de su madre, pero ella huye como si fuese un candil en llamas demasiado caliente.
—Estoy... estoy... —empieza su madre, atragantándose con sus propias palabras, pero explota al fin—. ¡Enfadada contigo!
Su cara se vuelve de un rojo escarlata muy potente, tanto como las flores del infierno que tiene en su jardín.
—¿Tanto te costaba respondernos? ¿Tanto problema eramos? —acusa con aspereza, y sus dientes se aprietan al hacerlo—. Intenté apoyarte, hacer todo lo que pude por ayudarte. Pero ni siquiera podías responderme a una mísera carta, ¿es eso pedir demasiado?
Hay algo amargo que se hace paso en la garganta de Ayaka al oír sus palabras que no puede quitarse de encima, siente la bilis subir hasta su boca y dejar su sabor ácido y quemante.
—Mamá —llama con un tono lastimero a su voz. Sabe que si intenta acercarse de nuevo su madre solo se alejará.
—¿Tan mala madre soy, Ayaka? —susurra, escondiendo su cabeza entre los hombros de Yuu, que la agarra para que no se caiga—. ¿Tan mala madre soy?
Yuu tiene una expresión tan perdida como se esperaría de él, y con ella mira suplicante hacia Ayaka, que desvía sus ojos.
Nunca había sido propensa a la vergüenza, su orgullo siempre había sido demasiado para sentir ese tipo de sentimiento, pero viene en olas enormes como tsunamis, y Ayaka está en el mar azul e inmenso de nuevo, y se está ahogando con la cabeza de Takeshi a su lado.
Así que sale de la habitación, aprieta su puño sano un segundo antes de dejar que cuelgue inerte a su lado, como lo hace su brazo roto, a pesar de la expresión suplicante de Yuu y el propio peso en su pecho.
Su abuela está apoyada fuera en la puerta, le da la sensación de que ha estado ahí un largo rato.
—La tristeza se convierte en ira con facilidad, tú más que nadie deberías saberlo —le dice al verla salir, la sabiduría tras sus ojos brillando con una luz gris.
La quietud lúgubre que se instala alrededor de su nieta es inusual. No le dice nada mientras vuelve silenciosamente a una cama cualquiera de la enfermería, no se fija en cual es, y se desploma en ella, cabeza abajo, porque el corte profundo que Rui había hecho en su espalda todavía duele de forma hirviente.
—¿A-chan? —pregunta Zenitsu preocupado, a tres camas de la suya.
Ayaka se cubre con la manta de la cama por completo.
—Dame un minuto, ¿puedes?
Y en ese minuto, se queda dormida.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
¡Rumores de la Era Taisho! : Se dice que cuando era joven, Kaede era rubia, y que el pelo negro que heredaron su hija y su nieta vienen de su marido. Además de que conoció a Makoto cuando era niño, al parecer se coló en la casa de los Iwamoto, pero no se sabe para qué, y Kaede le acogió. El resto ya se conoce.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Notes:
ADORAMOS, Y ZENITSU MI BEBÉ, DESPUÉS DE CINCO CAPÍTULOS Y DOS ONE SHOTS, MY BOY VUELVE A APARECER.
jkdjdj ay mi duo dinamita está deprimido, les quiero tanto como vosotros perdonadme.
Yuu, aaah hacía tanto que no escribía a la familia Iwamoto, pero de ahora en adelante se volverán una parte crucial de la historia, tengo tantas ganas de explorarles a todos, PERO PRIMERO ES EL TURNO DE MAKOTO, EL PADRE. hhhhh, por poco se muere del susto, sinceramente? ver a gente en uniforme aparecer diciendo que están juzgando a tu hija en estos momentos mientras te has llevado puede que semanas sin verla debe de ser. bastante estresante.
KAEDE, REINA, EXPUSO A AYAKA FUERTEMENTE, THE INTELLIGENCE THAT THAT HAS, THE POWER THAT THAT HAS. OJALÁ PODER ESCRIBIRLA SOLO A ELLA.
si soy sincera, yuu es uno de mis personajes favoritos. he's my baby boy, puede que ahora sea extraño porque no le he tocado apenas pero. ya sabréis en el arco del tren.
Ya que hablamos de personajes, siempre he comparado a Ayaka con Asuka de Evangelion, las dos reaccionan al trauma de forma explosiva (o al menos al principio eso parecía), pero ahora que ese aspecto de Ayaka en el que huye de sus problemas diría que tiende más hacia Shinji.
Supongo que este momento es muy importante, para que Ayaka realmente quiera cambiar y que se dé cuenta de lo que ha hecho debe primero ver el daño que ha hecho y creo que haer que todo le caiga encima de un tirón era la mejor manera de que lo entienda.
Kaori nunca ha sido de esas personas que se enfadan, por mucho que les hagan daño, así que no podría haberle dicho a Ayaka eso si no hubiese alcohol de por medio. Aunque lo esté, nunca lo diría? en eso madre e hija se parecen.
así que en fin! en un rato subiré un extra con Himejima-san, espero no tardar mucho!
Chapter 20: Atraso hasta el 3-4 de abril
Chapter Text
Nunca he sido una autora que escribe notas, pero lo veo necesario para avisar a la gente que está esperando con ganas el siguiente capítulo.
Estamos a finales de trimestre aquí en España, y es la última semana así que tengo varios trabajos y tareas que debo hacer, así que habrá un parón en el horario no solo aquí sino en todas mis obras publicadas, la semana que viene volverá al horario habitual, como es natural.
Pido comprensión, estoy muy ocupada en estos momentos y el tiempo del fin de semana que suelo utilizar va a estar lleno de trabajos y tareas, amo escribir pero no puedo desatender mis historias en un momento tan crucial.
Gracias por vuestra tiempo y apoyo, nos veremos de nuevo normalmente el 3-4 de abril. Muchas gracias de nuevo.
Chapter 21: Lo que se debe hacer para vivir con uno mismo
Summary:
4 de abril, como prometí
Espero disfrutéis de la copia barata de Asuka y Rei.
Nomino Yuu Kobayashi para nuevo protagonista de "A Silent Voice"
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Por alguna razón, a Kanao Tsuyuri no le desagrada totalmente la actitud de Ayaka Iwamoto.
No es que le guste Ayaka, es más, la encuentra ruidosa y mezquina, pero no la espanta.
Si hubiese algo con lo que pudiese compararla, sería con un perro callejero, constantemente mordiendo a todo aquel que se atreva a acercar su mano mucho antes de que puedan morderla a ella. Kanao no sabe por qué, pero su presencia se siente como una brisa de aire fresco en su pequeño corazón hueco, donde ella creía que no cabría nunca nada que no fuese el deseo de matar demonios.
Los ojos de Kanao le permiten ver más que los demás, detalles, movimientos pequeños que de otra manera nadie más podía hacer, pero que se mantienen impasivos ante todo, ya sea un demonio o la muerte de su hermana. Puede ver, pero no le sirve con un corazón que no late.
Algo que puede ver, también, es que los ojos de Ayaka no son como los suyos.
Ayaka no ve como ella, pero no es eso lo que los diferencia. En ellos permanecen las ascuas de un antiguo sol que antes había brillado y alimentado prados, que ahora dejaba a su paso valles congelados y montañas congeladas, pero en los de Kanao ni siquiera quedan cenizas, porque su sol fue extinguido antes de que pudiese echar a arder y casi cree sentir celos, pero eso es imposible porque para ella todo es entumecido. Aun así no consigue evitar oír los susurros en su pecho que cada vez se alzan más ante la barrera de su propio silencio, que no paran de pensar en la envidia dirigida hacia ella, y Kanao por una vez, siente algo con fuerza, y es confusión.
Había oído sus sollozos el día que llegó, y eso es algo de lo que a ella le han privado, el derecho que le dieron los dioses a llorar. Todo aquello que la hacía humana, se lo han robado sin más, y Kanao no tiene ni la capacidad para cuestionarse si de verdad fue humana una vez, o si siempre fue una muñeca.
Lo intenta, con toda la fuerza que su corazón puede reunir y una moneda de oro, y con el tiempo puede decidir si le gusta más la carne o el pescado, si quiere unirse al cuerpo matademonios o no, el apellido por el que quiere ser llamada, pero no es suficiente.
Si hubiese tenido otros ojos, a lo mejor no le habría importado tanto, pero tiene la maldición de poder ver, y las sonrisas, los ceños fruncidos, las muecas malhumoradas, se muestran ante ella con todo detalle, y solo remarcan que ella nunca podrá sonreír de forma genuina, no podrá molestarse ni por los pequeños detalles, y no podrá torcer el labio si algo la disgusta.
Porque Kanao Tsuyuri es una muñeca sin un alma que la había abandonado hacía mucho, y no sentir nada es una tortura.
Si Kanao no siente, Ayaka siente demasiado. Hace comentarios agudos, se pelea ferviertemente y ríe con sus amigos y su lengua parece tener vida propia porque nunca se guarda los miles de pensamientos que le pasan por la cabeza, por muy desagradables que sean, y Kanao se encuentra mirándola demasiado, esperando que se le pegue algo de ella para que pueda, también, expresarse con tanta libertad.
Tal es su suerte que puede observarla todo el día, porque a Kanao la asignan como su cuidadora hasta que el brazo que ella rompió se cure, como si tuviese que reparar el daño que ha hecho de alguna forma.
Con un brazo menos, Ayaka era inservible. Sin él no podía ni sostener una cuchara, y ni mucho menos empuñar una espada.
Los hilos de Rui no solo habían dejado marcas permanentes en los antebrazos y bajo las rodillas de Ayaka, sino que el corte que lamía su espalda se había tornado de un color morado y pronto empezó a extenderse. Según lo que Shinobu había dicho, Rui había utilizado parte de su sangre, introduciéndola en la herida. Al ser sangre demoníaca, su cuerpo reaccionó a como lo haría con un veneno y había intentado expulsarla, llevándola más lejos de la herida original hasta las piernas, que quedaron paralizadas junto con la parte inferior de su cuerpo. Se curaba, pero muy lentamente, y poco a poco es la única que queda en la cama de su grupo.
Mientras que Kanao era una muñeca que se movía, Ayaka era una que no lo hacía, pero no podían ser dos tipos de muñecas más diferentes.
Protestó cuando Shinobu ordenó a sus amigos que empezasen el entrenamiento de recuperación, mientras que ella se veía atada a la cama por unas piernas que no se movían como ella quería, se quejaba amargamente cada vez que Kanao le daba de comer, y se enterraba entre las mantas cuando los demás desaparecían en el entrenamiento, Kanao siguiéndoles solo un momento después, lo suficiente para fijar sus ojos en Ayaka antes de irse por la puerta.
Era extraña, porque nunca antes había visto a alguien así. Diría que antes de que Kanae muriese, lo más parecido a Ayaka que había visto había sido a Shinobu.
Pero sus niveles de extrañeza se disparan cuando la ve aparecer por la puerta de la sala de entrenamiento, con una expresión de dolor tan clara que le gustaría poder imitar y clavando sus uñas a la pared para poder arrastrarse por los pasillos con sus temblorosas piernas.
Kanao apenas separa su mirada de los vasos de medicina en la mesa, mientras que Tanjirou se para un momento para dirigir sus ojos a Ayaka, ella no lo hace y le lanza a la cara la medicina, dejándole con las gotas apestosas goteando de su pelo.
A él no le importa, deja en la mesa el vaso que no podría haberle lanzado a Kanao encima ni aunque quisiese y se levanta del suelo para ir hasta Ayaka, por cuya frente caen gordos chorros de sudor.
—No puedes estar aquí, ya sabes que Shinobu te dijo que debías descansar —la regaña, pero no pierde como sus manos se entrelazan con el antebrazo de Ayaka, ni tampoco como ella pasa a apoyarse en él.
—Pero quiero entrenar, la respiración me ayuda a moverme —replica ella, como si quisiese convencerle, en vez de protestar como acostumbra y hacerlo a su antojo de todas formas—. He estado usándola todo el tiempo que he estado en cama, no es diferente de ahora, ¿ves?—. Para remarcar su punto, señala con los ojos a sus piernas, que tiemblan aunque Tanjirou la sostiene.
Por mucho que quiera, no es suficiente para que lo acepte.
—Si te esfuerzas demasiado vas a tener que pasar más tiempo en cama, es una mala idea —cuestiona Tanjirou, pero es rápidamente separado de Ayaka por Inosuke, que salta hacia los dos, levantando a Ayaka con facilidad del suelo y sentándola en su hombro.
—¡Alana por fin ha venido! ¿¡Por qué tardaste tanto!? ¡Si te quedas muy atrás luego no será divertido pelear contigo! —exclama con carcajadas a cacareos, mientras Ayaka parece un momento ofendida porque no use su nombre, pero suelta un suspiro acompañado de una sonrisa entre cansada y divertida y da una palmadita al brazo musculoso de Inosuke con la mano de su brazo sano.
—Sí, yo también estaba empezando a impacientarme —dice, con mordacidad escondida bajo su tono hacia Tanjirou, a quien enfatiza las palabras con una mirada aguda.
Zenitsu es el último en reaccionar, pero sin embargo su cara parece explotar de la emoción y se dirige a sus compañeros con incluso más energía que Inosuke.
—¡A-chan, por fin has venido! ¡Podremos entrenar juntos, y jugar al pilla-pilla, y rozar manos cuando practiquemos los reflejos con las tazas y...! —continúa en un borboteo de palabras sobre todas las maneras posibles en las que podía tocar su piel mientras entrenaban, que parecía ser lo único que le motivaba.
La mirada asqueada de Tanjirou le hace parar, por suerte.
—Zenitsu, Ayaka no está en condiciones de entrenar, sigue con el brazo roto —recuerda Tanjirou, cogiendo de nuevo los antebrazos de Ayaka para ayudarla a bajar del hombro de Inosuke.
Ella tambalea, pero su agarre es fuerte y a pesar de sus trabajosas respiraciones consigue por fin soltarse de él y posarse en el suelo sin ayuda.
—Puedo entrenar, enserio —dice, esta vez mirando a Aoi, que tiene su atención en Ayaka con una ceja alzada.
Kanao no se levanta de su sitio detrás de la mesa, y no cree haber hecho nada para que Aoi la mire luego con tal intensidad. Si hubiese sido cualquier otra persona habría reaccionado con un pequeño salto asustado de angustia o encogiéndose de miedo, pero es Kanao, y no puede.
—Tú eres su cuidadora, ¿no? Decide tú qué debe hacer —le dice, con puños pegados duramente a sus caderas, como si fuese tan simple.
Kanao se siente paralizar.
«Maestra no me dijo qué hacer si esto pasaba»
Ella podía tomar decisiones, era capaz de decidir si le gusta más la carne o el pescado, si quiere unirse al cuerpo matademonios o no, el apellido por el que quiere ser llamada, pero no puede decidir algo a lo que no está preparada.
Ayaka protesta disgustada, como ella ha crecido a acostumbrarse:
—No me digas que flequillitos va a tener que decidir si me quedo o no.
El sudor se encuentra bajando por la frente de Kanao, aunque ni es verano ni es el funeral de su hermana. Por puro instinto sus dedos corren a su bolsillo, coge la moneda que siempre está ahí, que al lanzarla vuela en el aire y cae en su palma. La mano de Kanao la sostiene ahí, y al volver a levantarla, ve una cruz mirándola de vuelta.
—¿Y bien? —cuestiona Aoi impaciente.
Es raro para ella dudar, pero igual que cuando le dijeron que no fuese a la Selección y aun así lo hizo, siente que su corazón se vuelve solo un poco más grande.
—De acuerdo —anuncia con una sonrisa que cuelga pesada en su cara.
Las ascuas en los ojos de Ayaka irradian felicidad, y sonríe triunfadora ante las mejillas infladas en fastidio de Tanjirou.
—¡Entonces empecemos! ¡Levántate del suelo, flequillitos, porque llevo tiempo queriendo batirme en duelo contigo! —. Se ve lo más animada que la ha visto en semanas, por extraño que parezca, aunque su voz sea demandante y agresiva. Puede que quiera devolvérsela por verse avergonzada cada vez que Kanao le daba de comer o por romper su brazo, o simplemente porque Ayaka está tan celosa de Kanao como Kanao de ella, por motivos completamente distintos.
Por el momento, Kanao se guardará que "cruz" significa "no".
Ayaka y Kanao son tipos de muñecas diferentes, pero no son tan diferentes del todo.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Es aparente que Kanao es mejor que Ayaka, pero aun así, sabe oponer resistencia.
Salta, rueda y se desliza por todos los rincones de la habitación, y aun así no es capaz de tocar a Kanao, por mucho que lo intente. No obstante, su enfrentamiento es un espectáculo digno de ver, porque pronto, Aoi, Tanjirou, Zenitsu e Inosuke se quedan a un lado. Sus cabezas se mueven rápidamente e intentan seguir como pueden a los vientos en las que se han convertido las dos "tsugukos", y solo es cuando a Ayaka empieza a faltarle al aire que se mueven a un nivel en el que pueden verlas.
—No pongáis esas caras, los "tsugukos" están en otro nivel completamente distinto —dice Aoi cuando ve las distintas emociones en los chicos—. Ellas están muy por delante de vosotros, tendrán que ser las próximas pilares y eso es una responsabilidad muy grande.
Lo único que se oyó entre los torrentes de aire de los rápidos movimientos de Ayaka y Kanao, fue el sonido de sus gargantas al tragar saliva.
Los pies de Ayaka se fijan en la pared y se impulsa en un salto hacia Kanao, que gira de forma elegante y consigue esquivarla como si bailase, mientras que Ayaka continúa en su salto hacia adelante y rueda torpemente, pero tiene el control suficiente para deslizarse por el suelo y girarse abruptamente, a cada momento con su mirada fija en Kanao.
Se lanza a ella de nuevo, que la evita con un salto hacia atrás y hace que se vea cara a cara con una pared. Utiliza una pierna para chocar contra ella y se impulsa a Kanao una vez más. Con la habilidad que Ayaka esperaba que tendría, Kanao dobla sus rodillas y hace que Ayaka pase por encima de su cabeza.
Ella se ve obligada a usar su mano buena para agarrarse al suelo y frenarse en seco, pero esa vez salta hacia arriba junto a su pierna, que se alza por encima de su cadera y Ayaka la baja con el talón en dirección a Kanao, que no tarda en reaccionar y hace que el pie de Ayaka se incruste en el suelo en vez de en su cabeza.
Tanjirou la reconoce, es la misma patada que le dio una mandíbula rota.
Un bufido frustrado sale de Ayaka y con una mano consigue apoyarse para sacar al pie del agujero, e intenta darle a Kanao un golpe con el codo, pero como todos sus ataques anteriores, se mueve antes de que pueda hacerlo.
Para entonces, está tomando grandes bocanadas de aire, y Ayaka gruñe. Ahí es cuando Kanao reconoce en su cuerpo que no podrá aguantar más, aunque le sorprende todo el tiempo que ha conseguido resistir, y no es coincidencia, porque sabe que debe haber hecho algo parecido muchas veces para acostumbrarse a durar tanto en tal estado.
Pero lo que se entrena en el pilla-pilla es la velocidad, no la resistencia, y eso a Kanao se le da bien, que tiene una figura delgada y fina que mueve con facilidad. Por irónico que parezca, siempre había tenido un total control de su cuerpo, a pesar de no poder manipular las expresiones de su cara como desearía. Para ella no es complicado apoyarse en la punta de sus pies y girar, moverse de un lado a otro con apenas pequeños saltos, toques que apenas suenan contra los dedos de sus pies, piruetas que una bailarina aspiraría a imitar.
Kanao es delicada como una flor, y eso a Ayaka la enfurece, porque la supera, la supera con una maldita sonrisa impasible en la cara y sin ningún esfuerzo, a pesar de que Ayaka era buena en lo que hacía. Había sido fácil aprender la respiración de la roca y había sido fácil aprender a usar la espada y aun así Kanao Tsuyuri la supera, pero no es por eso por lo que da un mal paso, tambalea y se colapsa al fin.
Se siente igual que perder ante Genya, después de conseguir vencerle tras años de intentos frustrados, y solo esa similitud le deja un sabor amargo, en vez de notar el dolor latente que se extiende por sus piernas.
—Creo que ya es suficiente —afirma Aoi a nadie en particular, para luego fijarse en Kanao, que se ha parado abruptamente y solo mira la escena—. Ayúdame a llevarla a su cama. Enserio no sé como dejaste que se quedase. Su sistema inmunitario ya es como es, no quiero imaginar el sermón que nos va a dar Shinobu-sama cuando la vea.
Tanjirou da un paso adelante antes de que Kanao pueda seguir órdenes. "¡Yo puedo llevarla!" pero es parado de forma brusca cuando la mano de Aoi se planta ante él, haciéndole parar en seco.
—Ni se te ocurra, tus huesos ya duelen bastante como para cargar con mucho peso —le recuerda en reproche.
El pecho de Zenitsu se infla con orgullo, y la expresión engreída en su cara le dice a Aoi todo lo que debe saber. Era la misma que cuando fingía ser un caballero y no le echaba a las chicas los vasos de medicina encima.
—Me ofreceré a llevarla y quitaré ese peso de tus hombros —cacarea orgulloso con una mano al pecho.
—Tú no —sentencia Aoi sin vacilación.
Con el tiempo que Zenitsu lleva allí, su reputación iba acorde a su nombre.
—¡Entonces lo haré yo, ya que vosotros debiluchos no podéis hacerlo! —exclama Inosuke con voz vibrante.
La expresión que se pinta en la cara de Aoi es suficiente para que se sepa que si Zenitsu no era una buena opción, Inosuke tampoco es mejor.
—Me llevaré... yo misma a mi cama... —habla Ayaka por primera vez entre exhalaciones pesadas, pero aun así sus rodillas permanecen pegadas al suelo y sus hombros se agitan con temblores.
Había llegado a su límite, hasta ella lo reconocía.
Antes de que Aoi pueda protestar, las tres niñas que también se encargaban del ala de enfermería irrumpieron en la habitación explotando por la puerta, llevando bajo sus brazos varios futones y almohadas abundantes para los masajes de recuperación. Iban acompañadas de expresiones de felicidad en sus caras, charlando animadamente entre ellas.
—¿Entonces qué crees que es, nii-chan? —insisten sonrientes a alguien detrás de ellas.
«¿Nii-chan?», piensa Ayaka venenosamente.
Alzándose sobre sus cabezas se encuentra Yuu, quien está tan feliz como ellas mientras hablan sobre cosas con nombres complicados que Ayaka no entiende, y hay ternura en su voz, una que no hacía escuchado en mucho tiempo.
—Podría ser osteoartrosis si es dolor en los huesos, pero si no es una persona mayor sería más difícil de-... —se corta abruptamente, y el color rojo vuela en un instante a sus mejillas y orejas, dejándole con los ojos muy abiertos y la boca tensa como la cuerda de un tendedero.
Este era un aspecto que nunca había conocido de Yuu, los niños pequeños solían disgustarle, hasta donde ella sabía. En realidad era que nunca le había visto siendo afectuoso con ellos, y Yuu con niños no es algo que quepa en la imagen que tiene de él.
Había conocido al Yuu malicioso, y es al que más recuerda, pero también conocía al Yuu tierno y al Yuu que suelta chistes malos, pero no al Yuu al que le gustan los niños. Jamás habría estado Yuu-nariz-de-carbón tan entretenido en una conversación con niñas pequeñas, no el recuerdo que ella conoce y atesora.
Aoi suelta un suspiro aliviado cuando le ve, en cambio Ayaka tiembla, no sabe si es por un viejo hábito o porque está demasiado cansada.
—Kobayashi-kun, has venido en el momento oportuno, ¿terminaste de podar los arbustos de fuera? —le pregunta, aún arrodillada al costado de Ayaka.
Casi titubea al responder, pero por mucho que consiga corregir la vacilación en su lengua, no es capaz de esconder el rubor que se inyecta bajo sus mejillas. Se pregunta de qué podría estar él avergonzado.
—Sí, los dejé tal como me dijiste —murmura por lo bajo como si le faltara el aire, sus dedos se agarran al futon en sus brazos con más fuerza de la necesaria.
—Perfecto, entonces puedes llevar a Ayaka a su cama mientras Kanao y yo seguimos entrenando con los demás —anuncia Aoi mientras deja que las niñas posen los futones en el suelo ante las miradas nerviosas de Inosuke y Tanjirou. A Zenitsu, en cambio, le encantan los masajes, y expresa en una sonrisa que es evidente esconde otras intenciones, intenciones malignas.
Yuu se pone entre él y las niñas con movimientos rígidos antes de volver a poner su atención en Aoi y Ayaka.
—No creo que sea buena idea —musita indeciso, y su rubor solo se agranda.
—No, que lo haga —le interrumpe Ayaka con la acidez del veneno saliendo a borbotones abundantes y descontrolados por su lengua y por sus ojos—. A mí no me importa.
Aoi se encoge de hombros sin ninguna objeción y deja que Yuu pase un brazo por debajo de las piernas de Ayaka y que rodee su espalda con el otro, dejando su cabeza contra su delgado pecho.
Si alguien le hubiese dicho que Yuu alguna vez llegaría a ser tan alto y delgado, no le habría sorprendido, porque Yuu siempre había sido más hueso y pierna que musculo, pero sentirlo de repente cuando la alza en el aire es una cosa completamente distinta.
Yuu solo reza para que Ayaka no le mate en el camino a la enfermería.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
—¿Recuerdas cuando te dije que tú y A-chan parecíais ex novios? —comenta Zenitsu, cuando él, Tanjirou e Inosuke empiezan a estirar, una vez que el entrenamiento ha terminado.
Tanjirou se dobla hasta que sus manos llegan al suelo y le mira curioso.
—Sí, ¿por qué? —pregunta, al tiempo que Inosuke asoma la cabeza entre sus piernas, más presumiendo de su flexibilidad que estirando.
—¿¡Gonpachiro y Yosano fueron novios!? —irrumpe en la conversación con su acostumbrado nivel de voz—. ¡Por eso parece odiarte tanto y a la vez tenerte cariño! ¡No llegó a comerse tu cabeza porque rompiste con ella antes y ahora está enfadada!
Zenitsu le dedica la mirada que ha aprendido de Tanjirou.
—A-chan no es una mantis religiosa, estúpido —le recrimina seriamente, y vuelve su atención a Tanjirou de nuevo—. Pues lo retiro.
La cabeza de pelo rojo de Tanjirou se alza interrogante.
—¿Así tan de repente? Tampoco es que me importe pero... —se encoge de hombros—, solo me parece extraño que lo digas ahora.
Los mechones rubios de Zenitsu brincan cuando asiente con la cabeza.
—A-chan y ese Kobayashi-kun sí que parecen ex novios de verdad, en comparación, vosotros solo erais conocidos intentando no saludaros por la calle. Ellos tienen historia —dice, como si que tuviesen historia lo cambiase todo. Tanjirou no entiende a lo que se refiere, por mucho que Yuu le hubiese contado.
La cabeza de jabalí de Inosuke aparece justo frente a la nariz de Zenitsu, que salta desprevenido, suelta un chillido asustado y al fin tropieza, perdiendo el equilibrio y cayendo con un quejido doloroso al suelo.
—¡Es cierto! ¡De verdad que Akami quería su cabeza servida en un plato! —ríe a carcajadas Inosuke emocionado—. ¡Me encantaría ver como se la come!
—¡Por última vez, A-chan no es un bicho! —exclama Zenitsu desde el suelo.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
En cuanto salen por la puerta, Yuu siente la intensidad de los ojos Ayaka sobre él, igual que cuando eran niños, no para de mirarle, e igual que cuando eran niños, él no se atreve a mirarla de vuelta. Los ojos de Ayaka no son normales y nunca lo fueron, y sentir su fuerza trepando por su espalda como si fueran enredaderas es una sensación fría.
Porque Ayaka Iwamoto es un recordatorio de sus errores, todos ellos, y Yuu no quiere pensar en el pasado, solo enterrarlo.
Tose ligeramente en un intento de que Ayaka deje de mirarlo, pero no lo hace, y se mantiene mirando a su cara fijamente sin parpadear. Las enredaderas se hacen más altas y cubren más su espalda, parece que le aprietan el pecho, pero no sabe si es por eso o porque ha estado pensando demasiado en su madre últimamente.
—¿Así que has... hecho amigos? —pregunta Yuu dejando que las palabras se desenrollen por su lengua lentamente, con temor a que Ayaka salte de entre sus brazos sin previo aviso y le golpee en la cara.
Aunque sabe que se lo merece, y no la pararía si intenta hacerlo, no dejaría de ser doloroso.
Si Ayaka hubiese hecho amigos, entonces eso podría apagar el sentimiento que se sienta burbujeante al final de su estómago. Entonces se diría a sí mismo "oye, la jodiste lo suficiente como para que se aleje de su familia, pero la chica tiene amigos. Buen trabajo, gilipollas, no la cagaste tanto como creías que lo habías hecho", y eso sería un remedio para aguar la acidez de la bola pesada que es la culpa, lo suficiente para que pueda vivir consigo mismo sabiendo que su padre y su madre están muertos y que todo lo que toca termina en ruinas.
—No me dijiste que supieses tanto de medicina, Kobayashi —. Ayaka evita su pregunta completamente y va directo al grano, a donde sea que quiera ir hablando de lo que sepa o no Yuu—. Creía que solo era algo de pasada, nunca quisiste ser médico como tu madre.
Su boca se tensa inconscientemente en furia.
—Yo no quiero ser médico —. Ese ladrido agresivo sería algo más propio de Ayaka que de él, pero sale de su garganta, así que Yuu tiene que aceptar que es suyo.
Las enredaderas en su espalda retroceden al tiempo que la mirada de Ayaka se suaviza, que tiene un sentimiento en ella muy cerca de la pena, no habría manera de decir si es arrepentimiento o nostalgia.
—Esos cazadores que has visto —dice al fin, sonando más suave y menos acusadora. A Yuu no se le pasa por la cabeza qué puede ser aquello que la ha hecho suavizarse—. En realidad no sé como llamarles, son tan amables que a veces no sé qué hacer.
Yuu tiene que reprimir la risa que parece querer saltar de su lengua. La sensación es tan desconocida que se encuentra disfrutándola más de lo que debería.
—¿Tú, sin saber qué hacer? No bromees, tienes instrucciones y planes para todo, hasta para limpiar —se burla echando la cabeza a un lado, y se atreve a mirar a Ayaka, cuya expresión se ha tornado en una sorprendida.
Luego sus cejas se arrugan ligeramente, mordiendo su labio al tiempo que desvía su atención de la cara de Yuu.
Puede leerla como un libro entreabierto, no es posible leerla completamente porque tiene unas paredes demasiado grandes para dejarse ver sin nada que la separe de los demás, pero con ella fue con quien aprendió a leer entre líneas.
—Aunque es cierto que los niños de nuestra edad nunca fueron muy amables —. Yuu no sabe cómo, pero su tono se torna incómodo, y su mirada salta de la cara de Ayaka al pasillo de nuevo. Sabe lo que está pensando al ver como sus hombros se tensan y sus dientes chirrian, "tú eras uno de esos niños"—. Ni los niños ni los adultos fueron buenos con otros. Ese pueblo era una mierda, los que no se fueron a las ciudades y se quedaron eran gente que solo hablaba a las espaldas unos de otros y desviaba la mirada, aunque todos sabían que el padre de Takeshi mató a su madre o que estaba cerca de matarlo a él —. Las pupilas de Ayaka revolotean con la forma en la que la molestia empieza a hacerse paso en ella, él por primera vez la mira directamente a los ojos—. Y yo no quiero seguir formando parte de ese pueblo, Ayaka.
Las manos de Ayaka empujan contra su pecho, él tiene el tiempo suficiente como para afianzar sus dedos delgados sobre sus hombros, pero ella se revuelve sin descanso intentando alejarse de él.
—¡Deja de hablar de ese maldito pueblo! ¡No quiero ni que digas su nombre!
Le conoce tan bien que sabe que es torpe en todo que no sea remendar heridas con trapos, y con la insistencia suficiente consigue que la suelte y Ayaka cae al suelo. Sus rodillas se chocan con fuerza y producen un fuerte chasquido que Yuu sabe que no es bueno.
Su pecho se mueve en tumbos atacados, de un momento a otro su respiración es mucho más rápida que cuando terminó el entrenamiento.
—¿Entonces qué quieres que haga? —pide Yuu, con algo tirando de su voz dolida—. No quieres que me disculpe, pero tampoco quieres que actúe como si nada. Dime entonces qué quieres, porque no tengo unos padres que me digan qué debería hacer.
La cara de Ayaka es cubierta por sus pálidos dedos que forman un bosque de álamos, con su pelo como las hojas negras, entonces sabe que ella no tiene solución tanto como él no puede adivinarla.
Yuu mira al techo y suelta un largo y cansado suspiro, deja que todo coraje salga en ese suspiro, y se recuerda que es algo que debe hacer si quiere vivir consigo mismo.
—Te llevaré a tu cama, ¿de acuerdo? —anuncia suavemente, arrodillándose a su lado. Ella deja que apoye su mano sobre su hombro y vuelva a pasar su brazo bajo sus temblorosas piernas y la levante.
—Por favor, solo no hables de ese pueblo —murmura, su voz ahogada por su pecho. Yuu no quiere hablar de él, tampoco.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Un millón de cosas le pasan por la cabeza en aquel momento, ¿que qué quiere Ayaka? Quiere que Yuu sufra como ella, el mismo dolor que sintió cuando enterró su mano en su pecho por la espalda y le arrancó el corazón de un tirón, como si clavase su espada a través de su estómago y rompiese sus huesos uno a uno. Ayaka quiere que Yuu la quiera pero aun así también quiere que-
Su atención es devuelta al mundo de los vivos cuando Yuu habla:
—Bonito haori —dice, viéndose tímido, con su vista fija en la esquina de la cama de Ayaka, donde había dejado el regalo del patrón. Imagina que no sabe qué más decir, ella tampoco tiene idea, así que deja que Yuu la deje en su cama sin decir una palabra.
No, eso no es lo que quiere.
Eso no es lo que le ha prometido a su abuela ni lo que espera el patrón de ella, pero sin un odio y una ira que la guíen Ayaka se siente perdida, porque lleva tanto tiempo usándolos como mapa que ahora se encuentra en un bote en medio del mar sin tener idea de donde se encuentra.
Pero sabe a dónde quiere ir, y es a un sitio mejor. Le gustaría saber cómo llegar.
—¿Por qué no visitas a tu padre? Hace tiempo que ya está bien, no le vendría mal verte —dice Yuu ante el silencio de Ayaka, quien no hace otra cosa que mirar el haori plasmado de flores moradas—. Tu madre también está preocupada, cree que la odias.
«¿Que ella cree que la odio?», se cuestiona en su cabeza. Su expresión debe haber sido clara, porque Yuu la nota y continúa:
—Saliste de allí como si fueses un fantasma, es normal que piense así. Al menos aquí hay habitaciones suficientes para que no tengáis que veros si no queréis —. Se apoya más en la pared y deja que su cabeza choque contra una ventana. Por alguna razón se ve derrotado y cansado, un veterano de guerra que ha vuelto a casa y ya no tiene guerra en la que estar y su antiguo sitio en la casa le queda pequeño.
—Ella no quiere verme, tú la oíste.
—Sí que quiere, puede que diga una cosa, pero no es eso lo que piensa.
La descripción le resulta extrañamente familiar.
Entonces se da cuenta de que mientras ella se había hecho un espacio en el mundo de los cazadores de demonios, Yuu no pertenece a ningún sitio. Ha sido privado de su hogar y de todo lo que amaba, Ayaka había sido capaz de crear un lugar en el que se siente cómoda, matando demonios, porque sabía que sus raíces seguían en su casa y simplemente tiene suerte, pero las raíces de Yuu han sido arrancadas de cuajo. Puede que ella sea una víctima, pero él también estuvo allí.
—"Aniki" —susurra Ayaka sin aliento, y todas las sirenas en su cabeza empiezan a sonar con fuerza.
Su respiración se queda en su garganta dejando un desastre pegajoso, Ayaka se ahoga, porque su garganta está bloqueada y el aire no se siente el suficiente para calmar la presión en su pecho y Ayaka se ahoga. No es capaz de distinguir los colores y el sudor es repulsivo y todo se siente borroso cuando ve como unos kakushi llevan una cabeza con un mohicano que odia y el cuerpo cubierto de un uniforme que ella conoce muy bien.
—¡"Aniki"! —grita esta vez. Se siente dar tumbos al ver lo destrozada que está su ropa, con agujeros en puntos vitales que abundan y que sangran, dejándolo todo empapado y justo como ella lo odia. Creería que lo hace a propósito si no es porque los ojos de Genya están cerrados.
—¿Dónde va? ¿A dónde lo estáis llevando? —pregunta ciegamente. No se da cuenta de que está moviéndose hacia él hasta que siente la madera del suelo chocar contra su cuerpo.
No pierde tiempo, y se aferra a los hombros de Yuu, quien se arrodilla a su lado alarmado.
—Llévame con él —le ruega, apretando solo un poco más de lo que debería.
—Creía que- —empieza Yuu indeciso, pero es cortado por lo fuerte que se aferran los dedos de Ayaka a él.
—¡Por lo que más quieres, llévame con él, Yuu! —. No pierde tiempo y vuelve a cogerla entre sus brazos.
Pasan tan rápido por el pasillo que Ayaka no se da cuenta de que Tanjirou está en la puerta de la sala de entrenamiento.
Ve cómo su cara se anima en una sonrisa y levanta su mano para saludarles, pero ninguno le toma importancia y siguen tras el camino por el que Genya ha desaparecido.
Oye el grito asustado de Zenitsu ante casi haber sido atropellado cuando pasaban, pero tiene cosas más importantes de las que preocuparse.
Ayaka tiene demasiadas preguntas a las que no sabe dar respuesta, pero decide centrarse en que el cuerpo de su hermano está agujereado, y no quiere la respuesta de qué pasará cuando su capacidad regenerativa se agote y ella no esté allí. Al menos solo quiere regañarle una última vez por ser imprudente, pero preferiría que sobreviviese.
Notes:
Ya con la broma hecha, sí que considero que Ayaka tiene mucha influencia de Asuka, aunque más bien diría que es una Asuka por fuera y una Shinji en su centro.
me gustó añadir el detalle de inosuke comparando a ayaka con una mantis religiosa, siendo que fue criado en la montaña, es algo que creo que haría, dadas las circunstancias de su personaje. (Las mantis religiosa hembra decapitan a sus parejas macho y se comen su cabeza, wow, siempre se aprende algo nuevo)
Si soy sincera, las relaciones que consisten en dos puntos extremos de un concepto son mis favoritas, por eso Kanao se convertirá en una parte principal de esta fic porque me encanta jugar con polos opuestos y veo esa relación muy rica de la que las dos pueden aprender mucho.
Me encantó desarrollar a Kanao, porque no tiene demasiada atención en el manga y eso me entristece porque tiene mucho potencial.
Y yuu!! mi bebé, diría que es un personaje delicado, temo desarrollar mal su concepto y eso me da miedito pero diría que su arco culmina en el infinity train arc(? No sabría qué decir
Kaede desapareció, no me preguntéis donde está porque ni yo sé, charlando en los jardines con shinobu, probablemente, o viviendo la vida loca, nunca se sabe con esa vieja
ENTRA EN ACCIÓN GENYA, JAJA, VAMOS ALLÁ
himejima todavia tiene que aparecer, toy' triste, pero estaría orgulloso de que ayaka decida tener otras motivaciones que no sean el odio y la ira para ser cazadora y elija a sus seres queridos, lo cual es nice.
TANJIROU TE ROBAN A LA NOVIA WACHO DESPIERTA
ya veo las pizquitas de enamorados, *sniffs*, les amo tanto
Chapter 22: Howl's Moving Castle AU! pt 3
Chapter Text
Cuando Ayaka vuelve a entrar por la puerta de su casa, algo que no esperaba era a un anciano controlando a su demonio del fuego para freír huevos y lonchas de tocino.
Qué manera más agradable de empezar el día.
Al verla en la puerta, Zenitsu pega un grito que ya no puede romperle más los tímpanos a Ayaka de lo que lo ha hecho en todo el tiempo que lleva aquí.
—¡A-chan, yo no le he dejado entrar, te lo prometo! —se excusa asustado, señalando al anciano de manos duras que por primera vez deja su atención del fuego y la mira a ella—. ¡Fue el maldito demonio! ¡Échale la culpa a él!
Su nariz está manchada de amarillo, el color de la yema, así que aunque lo intente, no puede esconder el plato de huevos que había estado inhalando unos momentos antes.
—Creía que eramos amigos, niño rayo, enserio me entristeces —se queja Takeshi en tono lastimero, cara aplastada contra la sartén—. ¡Pero oye, te he encontrado un cocinero, Aya-san!
Ayaka se toma un momento para suspirar y pellizcarse el puente de la nariz.
«No te enfades, no te enfades», se repite, intentando que su ojo no se crispe demasiado. «Es el cumpleaños del crío»
—¿Te gustaron los fuegos artificiales, Zenitsu? —pregunta cuando a duras penas pinta una sonrisa calmada y sube las escaleras para dirigirse a la sartén—. ¿Conseguiste verlos con aquella chica?
Al instante toda otra emoción que no sea pura devoción es olvidada por su pupilo, que se vuelve rosa como las puntas del pelo de la chica a la que Ayaka ha estado intentando seducir sin resultado.
—Nezuko-chan estaba muy ocupada —dice jugando con sus dedos—. Pero me prometió que en su próximo día libre haríamos algo juntos.
Ayaka sonríe despreocupada y pasa una mano por sus muy amarillos mechones.
—Eso está bien, dime cuando y te daré el día libre.
Luego se da la vuelta bruscamente hacia el anciano, a quien se le están quemando los huevos y va a hacer que su salón tenga un muy pesado olor a comida calcinada. Odiaría que todo oliese tan... tremendamente sucio.
—¿Y se puede saber quién eres tú? ¿Y por qué mi demonio te ha dejado entrar? —pregunta, deslizando su cara como una serpiente por el hueco en su cuello y dándole un toquecito a su pendiente, en el que es difícil no fijarse.
«Ah», piensa. «Así que es una carta hanafuda»
Mientras el abuelo no hace otra cosa que mirarla desliza también sus dedos al mango de la sartén y se la arrebata. Sus manos, nota, son duras y desgastadas, tan demacradas que su piel se ha pulido con callos y se ha vuelto extrañamente suave. Este abuelo debe haber trabajado mucho durante toda su vida.
—Mi señora te ha hecho una pregunta —le dice Takeshi, no de tan buen humor como suele decir las cosas y lanzándole al anciano un trozo de carbón, que es el equivalente a Takeshi de darle un codazo en el estómago.
—Tu mano está muy fría, ¿estás bien? —pregunta en cambio el anciano. Ayaka habría esperado que apartase su mano cuando ella tomase la sartén, pero se mantiene bajo la suya y ella la encuentra extremadamente caliente para que alguien sin corazón la soporte.
Entonces ella se acerca para ver más bien sus ojos rubí, son ojos de fuego, y él parece dar un pequeño paso atrás, pero se queda en simplemente la punta de su pie derecho contra el suelo, como si se arrepintiese a mitad de camino.
Vuelve a los huevos con brusquedad y por fin le arrebata definitivamente la sartén.
—Tráeme dos huevos más, abuelo Tanjirou —ordena simplemente. Inspecciona los huevos y el tocino y se los da a Takeshi, porque no hay forma de que puedan ser comestibles para humanos cuando han adquirido el color negro de su pelo, mientras Tanjirou, por un momento sorprendido pero rápido en reaccionar, coge más huevos de una cesta. Takeshi engulle los restos sin protestar, supone que es el estado en el que la comida suele llegar a su estómago, así que no debe haber diferencia.
—Mi señora acaba de leerte la mente, abuelo —dice el demonio del fuego divertido a Tanjirou, que rebusca entre su interminable estantería—. Al menos todo lo que se puede leer.
—¡Y cinco lonchas de tocino! —añade Ayaka para callarle.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
—Cierto, había olvidado que contraté a un cocinero, pero has venido demasiado pronto, ¿no, abuelo Tanjirou? —dice Ayaka sobre un trozo de pan empapado en yema de huevo frito.
El recuerdo de la voz de Nezuko viene a Tanjirou de repente "¡Si hubiese sido Ayaka, se habría comido tu corazón!". Es capaz de creérselo, porque ahora, sentados en la mesa desayunando, parece que de verdad quiere arrancarle el corazón del pecho y usarlo para mojar en los restos que se queden en el plato al terminar como si fuese pan en salsa.
—Estaba impaciente por venir —. Su respuesta es calmada, porque no tiene nada que perder, si llegase a aparecer ante sus hermanos con ese cuerpo nunca le reconocerían, y no puede decirles que ha sido hechizado, ¿así que qué más daría que Ayaka llegase a usar su corazón como condimento para el desayuno?
—¡A mí no me dijiste que ibas a contratar a alguien para cocinar! —. Zenitsu hace chocar sus manos contra la mesa, y los platos saltan de la mesa con la comida en ellos. Solo toma un movimiento de muñeca de Ayaka para que cuando vuelven a bajar se posen en la mesa con delicadeza—. ¡Podrías habérmelo mencionado, A-chan!
Desde la chimenea Takeshi alza las líneas verdes que Tanjirou toma por sus cejas, llamas habiéndose reducido a una simple candela silenciosa y calmada que no llega a calentar el sitio en el que están desayunando.
—Eso es porque eres un crío de quince años, no esperes demasiada confianza de mi señora —dice, y es suficiente para que él y Zenitsu empiecen una pelea de reclamaciones ácidas, a lo que Tanjirou no está acostumbrado, porque sus hermanos se llevan bien y nunca habría imaginado que sería algo que podía pasar bajo un mismo techo.
La punta del pie de Ayaka sube y baja rítmicamente sin hacer caso al nuevo gemido lastimero de Takeshi "¡yo soy el único que trabaja en esta casa!", a los que parece estar acostumbrada porque no levanta la mirada de su taza de té.
—¿Alguna noticia mientras yo no estaba, Zenitsu?
Zenitsu pega un salto desprevenido en su silla, lo suficiente para parar a su lengua antes de soltar otro insulto, y en cambio, titubee.
—El rey ha hecho llamar a la bruja Fujioka y a la hechicera Iwamoto para que... cumplan su deber como magos reales y vayan a luchar a... la guerra... por el país —explica, jugando nervioso con sus dedos.
Ayaka bufa y se lleva una mano a la temple, donde estruja con fuerza como si estuviese físicamente intentando reprimir un dolor de cabeza.
Tanjirou se fija en el pomo de la puerta, reconociendo los nombres que había usado Zenitsu cada vez que abría la puerta y por la ventana se veía un paisaje diferente. Había sido la primera vez que veía el mar, azul e inmenso, le gustaría verlo de nuevo.
—Malditos imbéciles —se queja Ayaka en voz baja—. Y maldita guerra —. En vez de continuar con sus quejidos se queda mirando fijamente a Tanjirou, como si hubiese algo realmente interesante escondido entre las arrugas de su cara o el gris brillante de sus rizos, pero no siente miedo.
«Bueno, es lo que tiene haber vivido tanto», piensa. «Ya nada puede sorprenderme»
Obviamente olvida el hecho de que lleva siendo un anciano meramente dos días, pero parece que lleva siendo así mucho tiempo, más del que ha estado maldito.
—No irás a la guerra, ¿no, Aya-san? —cuestiona Takeshi preocupado. Tanjirou no sabría si creer que de verdad le preocupa o solo finge, no hay demasiados signos a los que mirar en una cara que está hecha de fuego—. Siempre podemos mover el castillo a otro sitio.
—Por supuesto que no —responde ella, y se levanta de la silla alzándose en toda su estatura con el abrigo que la hace ver más grande de lo que es sobre sus hombros. Tanjirou se da cuenta con sorpresa de que es unos centímetros más baja que él, lo suficiente para que sea algo digno de burla. Tiene la ligera sospecha de que se comería su corazón si lo hiciese, por muy etérea y hermosa que se viese en aquellos momentos—. Pero me gustaría saber qué es lo que tienes en el bolsillo, abuelo Tanjirou.
No hay algo interesante escondido entre las arrugas de la cara de Tanjirou, pero sí entre las arrugas del bolsillo de su pantalón. No nota que hay un papel doblado allí hasta que mete la mano y lo nota con sus propios dedos.
Al desdoblarlo está en él plasmado un círculo con símbolos y rayas que a él se le hacen extrañas, pero no para Ayaka, que deja pasar sus ojos por ella como si estuviese leyendo lo que pone, incluso Zenitsu, que asoma su cabeza de mechones rubios y anaranjados para ver el papel mejor.
—Dámelo —dice, con Zenitsu mirando sobre su hombro. Su nariz sigue estando manchada y Ayaka coge un pañuelo de algún bolsillo en su abrigo y se la limpia sin quitar su vista de la mano de Tanjirou.
El papel se quema cuando toca las puntas de los dedos blancos como la leche de Ayaka, y quema su mano también, por lo que lo suelta y deja que caiga a la mesa. Sigue quemando y se desintegra poco a poco hasta que la única prueba de que ha estado ahí es el dibujo en el papel, que se queda plasmado en la mesa como si hubiese sido tallado ahí con fuego.
—¿Es un hechizo? —pregunta Zenitsu, que sigue inspeccionando por encima del hombro de Ayaka, temeroso y escondido, usando a su maestra de escudo por si estar delante de la marca en la mesa fuese peligroso.
—Pues claro que lo es —dice Takeshi alegre—. Lo trajo Tanjirou-san, que vino de los Páramos, ¿cómo no podría ser un hechizo?
—No soy un mago, y mucho menos me aliaría con ese jabalí de las montañas —replica Tanjirou ceñudo, apoyando una mano en la mesa para acercar más su cara al dibujo.
—Pues ha quemado la mesa —dice Zenitsu en voz baja.
Ayaka rueda los ojos con pesadez, como si fuese una ocurrencia diaria.
—No es un hechizo de Tanjirou, su magia es diferente, además, es un hechizo demasiado antiguo —dice, haciendo que Tanjirou ladee la cabeza como un cachorro confuso. Nunca se ha creído mágico, la magia venía a los hermanos menores, no a los mayores.
—¿Puedes leerlo, A-chan? —habla de nuevo Zenitsu, enterrando sus dedos en el hombro de Ayaka.
—"Tú, que te tragaste una estrella fugaz, mujer sin corazón, pronto tu corazón me pertenecerá junto con tu fuerza" —recita en voz alta, con una sonrisa maliciosa. Luego suelta algo que se parece a un ladrido—. Al jabalí no le gusta perder, por lo que veo.
Detrás de ella Takeshi suelta un quejido pesado, de nuevo.
—Ese jabalí no tiene sentido común, debería buscarse a otra persona a la que molestar.
Zenitsu se deja caer en una silla, pero no se deja tocar la madera de la mesa mientras le lanza al dibujo miradas preocupadas.
—¿Está tras de ti, entonces? ¿Qué vas a hacer?
—No te preocupes, soy mucho más fuerte que él —responde ella sin vacilar, aunque haya un ceño fruncido colgando por encima de sus ojos. Agarra su taza de la mesa y se termina el té de un sorbo, dejando salir de lo más hondo de su pecho un suspiro de satisfacción—. Lo que me molesta es que uno de mis compañeros tuvo un duelo con él hace poco, y si quiere venir a por mí eso significa que le ha derrotado a él, y es peor que ya te hayan derrotado a que puedan derrotarte en el futuro, porque no ha pasado aún, y es algo que puede evitarse.
Ayaka se aleja de la mesa y va a uno de los estantes decidida, buscando entre los pergaminos y agarrando de entre ellos un trozo pequeño y perfectamente cortado, en el que con una pluma que Tanjirou no ve de donde coge, empieza a escribir un breve mensaje. Cuando termina, vuelve a Takeshi y cuelga el papel delante de su boca.
—Llévalo hasta "aniki" —susurra, y una llama se levanta imponente de los restos de fuego que es Takeshi, levantando los vientos y haciendo que el pelo de Ayaka pase de su hombro a derramarse por su espalda. Tanjirou observa como la llama lame la punta del papel y antes de que pueda quemarse, vuela arriba y arriba por el agujero de la chimenea hasta que no puede verse más.
En silencio, Tanjirou se pregunta a sí mismo si ha oído alguna vez la existencia de algún hermano relacionado con Ayaka, pero encuentra esa parte de los rumores sobre ella completamente vacía.
La marca en la mesa brilla con fuego azul cuando Ayaka pasa la mano sobre ella, y cuando la despega, Tanjirou se encuentra mirando a una perfecta superficie de madera, sin ningún extraño tallado de fuego o signo alguno de que estuvo allí.
—Odio las imperfecciones —gruñe Ayaka por lo bajo, para luego girarse con una pequeña reverencia a Zenitsu y Tanjirou, que han estado sentados en la mesa todo el tiempo—. Podéis seguir comiendo sin mí, abuelo Tanjirou, Zenitsu.
Y desaparece por la puerta como había entrado, calmada, elegante y sin decir una palabra.
Esa impresión sería rápidamente rota la próxima vez que Ayaka apareciese por el castillo, y con ella lo haría también su pelo.
Chapter 23: Pasos hacia atrás en el camino de Buda
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
La Mansión Mariposa olía como siempre, un fuerte olor a medicina mezclado con las flores frescas y el verde césped del jardín, es por eso que cuando Tanjirou huele un fuerte olor a tristeza, sabe que hay algo más.
Algo ha cambiado, y no le gusta como eso estruja un hueco en lo más profundo de su pecho. Ayaka siempre había tenido un ligero olor a tristeza, como algo que solía llevar en forma de perfume en el cuello o las muñecas, pero ahora lo emana de tal forma que parece que son cascadas en vez de simples gotas que salen de su piel e inundan los pasillos, y su cuerpo, como si estuviese vacía de un alma, vaga por los jardines y arrastra los pies como si no tuviese adonde ir, y canta incesante en susurros una canción de niños, “Gira, rueda de agua, gira, y llama al señor Sol”.
Parece que intentase esconder de él ese olor a tristeza entre el intoxicante de las flores coloridas, porque pasa los dias allí, mirando las flores hasta el punto en que se olvida de comer. Nunca habría encontrado más irónico su nombre, Ayaka, flor colorida, puede que quisiese convertirse en una y enterrarse entre las raíces en la tierra, porque no vuelve a entrenar, ni cuando sus piernas se recuperan, ni cuando Zenitsu e Inosuke dejan de hacerlo y Tanjirou empieza a practicar el uso de la Respiración toda la noche, y eso es tan extraño como que ya no grite junto a Inosuke ni agresivamente motive a Zenitsu.
Tanjirou está en aguas extranjeras ahora, algún punto en la montaña del que no tiene mapa, intentando andar entre la nieve derretida y el agua congelada. Le asusta que los ojos de Ayaka ahora solo parezcan más como los de Tomioka de lo que lo han parecido nunca.
Algo que le da miedo, también, es que de Ayaka no viene ni una pizca de ira, y eso es lo más desconocido de todo. Ahora solo viene un fuerte olor a odio, pero no es odio ácido ni quemante, es amargo, desagradable cuando lo huele y apestoso a más no poder, no es odio que se tiene hacia otras personas.
Tanjirou lo detesta, detesta que se entierre hasta el fondo de su nariz y que llegue tan lejos que incluso puede saborearlo en su paladar, es tanto lo que lo odia que antes de darse cuenta Tanjirou se encuentra habiendo caminado hasta ella y preguntado una simple pregunta.
—¿Empezarás a entrenar pronto?
Ella apenas le dedica un murmullo, sus dedos juguetean con la hoja de una planta de forma distraída.
—Puede.
Ni siquiera le mira cuando responde. Una oleada de amargura azota su nariz y tiene que obligarse a no retorcer su cara del asco que le provoca.
No lo soporta, es asqueroso, un olor inmundo que ni las centenares de flores en el jardín ni el jabón de Aya pueden hacer que Tanjirou ignore el hecho de que se ha arraigado en algún lugar profundo de su nariz. Así que, sin saber qué hace, Tanjirou recurre a lo impensable.
—Oye, Aya —. Ella le da un nuevo tarareo perezoso.
—¿Qué se le dice a un fantasma con tres cabezas?
El alivio que se disipa por sus venas como miel en té hace que Tanjirou pueda relajarse cuando Aya por fin levanta la mirada, el olor se ha dispersado, vuelto más ligero y dejado las cataratas de brotar de su piel.
Las esquinas de sus labios se tensan en lo que parece ser un intento de sonrisa, pero que termina irremediablemente en una mueca que hasta a Tanjirou le causa dolor ver.
—¿Qué se le dice?
El olor había sido una cosa, pero su voz era una completamente distinta, Tanjirou se pregunta si Zenitsu no puede soportar la voz de Aya como él no puede soportar su olor.
Tomando una bocanada de aire, Tanjirou dolorosamente termina el chiste, “hola, hola, hola”. Tiene que tomar toda la fuerza que tiene para que los músculos de su cara no se contraigan porque parece que está mintiendo al contar un chiste que le parece malo, pero tiene que fingir que es divertido, al menos.
Es una sacudida, pequeña, diminuta y casi imperceptible, que hace que los hombros de Ayaka salten en lo que parece una risita estrangulada, pero a Tanjirou le sirve para calmar el ardor que ha estado asentado en su estómago como fango estancado en un pantano desde que Aya se convirtió en un cadáver andante.
Tanjirou recuerda lo que le había dicho Yuu, entre mordiscos de arroz del almuerzo e intentando a la vez atender a las tres niñas que bailan a su alrededor como si él fuese el emperador y ellas sus fieles cortesanas y sirvientas.
—Ella y ese tal “aniki” se gritaron mucho, no sé por qué, parecía muy preocupada cuando le vio entrar herido —, había dicho él, boca media lleno y las niñas observando atentas a cada uno de sus movimientos.
Luego había tragado y había sonreído a cada una de ellas, permitiendo con un asentimiento de la cabeza que se dejasen caer sobre todo él, regazo, piernas y espalda se habían convertido en el sitio más cómodo para unas simples niñas. Tanjirou se había preguntado si es que habían tenido algún hermano mayor asesinado por los demonios, un padre, un primo, todos en el cuerpo habían perdido a alguien, y se preguntó también, si estaban intentando reemplazar a quienes habían perdido con alguien nuevo.
Tanjirou se había preguntado, también, si él había intentado reemplazar a su familia, y con quién.
—No entendí nada de lo que decían, algo sobre sus nombres y lo que significaban, flor colorida y río de inmortalidad, también gritaron sobre cartas. Deberías preguntarle tú, sé que Ayaka me cortaría la cabeza si sintiese siquiera mis intenciones de preguntarle.
Y luego habían terminado de almorzar y dedicado su energía a recoger la colada, cantando con sonrisas mientras agarraban sábanas y ropas de hospital.
Pájaros, insectos, bestias
Hierba, árboles, flores
Trae primavera y verano, otoño e invierno
Trae primavera y verano, otoño e invierno
Gira, gira, gira Rueda de agua, gira
Gira y llama al señor Sol
Gira y llama al señor Sol
Sí que tenía razón sobre eso, aunque de Ayaka nunca había venido ningún olor de odio hacia Kobayashi, venía un olor distinto, no era odio, solo unas tremendas ganas de golpearle, algo que ya hizo, pero que sigue queriendo porque ese olor no se ha ido.
—Estoy segura de que fuiste un gran hijo y que amaste todo lo que pudiste a tu familia —murmura Ayaka, volviendo a mirar las flores, coloridas y gentiles que no les molesta cuando toca sus pétalos o sus hojas. Las cascadas de olor amargo vuelven, y Ayaka sin quererlo arranca un pétalo, rosa y suave. Se queda mirando, ahora en su mano, al pétalo que no podrá volver a restaurar, y estará rota para siempre, no volverá a ser la misma ni volverá a ser hermosa, todo por un pequeño accidente, ¿fue siquiera un pequeño accidente?—. Pero yo no soy tu familia, así que quiero que te centres en entrenar para devolver a Nezuko a su forma humana y dejes de consolarme.
La bola ardiente que hace que el pecho de Tanjirou palpite con fuerza contra su pecho al pensar en Aya se vuelve amarga.
—Pero soy tu amigo, tú misma lo dijiste, y los amigos se ayudan.
En los ojos de Aya brilla una pequeña ascua de determinación, tanto que no es hasta entonces que Tanjirou la nota.
—No tienes que preocuparte por mí, haré que todo vuelva a ser como antes, lo prometo... solo... solo dame un poco de tiempo —hace una pausa, como si estuviese digiriendo las palabras antes de dejarlas ir—. También debo darte las gracias... por todo. Significa mucho que sigas aquí.
—No importa, no es nada —, intenta excusarse él, porque realmente no lo es. Por alguna razón es más fácil ayudar y preocuparse por Aya que por otras personas, sobretodo con la bola en su pecho que le había empujado a hacerlo una y otra vez, sin descanso, sin rendirse aunque parezca demasiado, y que le había traído placer al verla sonreír.
—Pero sí que lo es, Tanjirou —protesta ella, y su respiración choca contra su cara—. Sí que importa… eres importante para todos aquí.
Y entonces toma una mano de Tanjirou entre las suyas, su tacto resalta al chocar con la calidez de su propia piel, y jura ese día que siente en cada poro de su cuerpo la frialdad de la piel de Aya, pero también una intensidad caliente que contrasta.
—No quiero que vivas tu vida pensando que no importas.
A pesar de ser fría, Tanjirou encuentra en ella amabilidad gentil, la que había olido al fondo, y ese es el momento en que aquella bola en su pecho, la que palpita y bombea pensando en Aya, baja a un sitio en el fondo de su estómago y se convierte en un caldero hirviente que necesita saciar, pero no sabe con qué. Tanjirou se encuentra mirando los labios de Aya sin quererlo y pensando en si se sentirían igual que su piel si llegase a plantar sus propios labios allí.
Cuando vuelve a parpadear sus labios están a medio camino de colapsar con los de Aya, ella luce confusa cuanto más se acerca. Sus manos siguen entrelazadas en su regazo y eso solo lo hace peor, el caldero que produce llamas ácidas que lamen toda parte al fondo de su estómago le anima a que siga adelante y que no pare, que siga hasta el final, hasta el fondo del pozo que son los ojos de Aya.
“¿Qué estoy haciendo?”, se dice, cuando está a un suspiro de chocar sus labios. Ignora la acidez en su estómago y gira la cabeza, lo suficiente como para que se estrelle con la mejilla de Aya torpemente, y su nariz termine en su pelo en vez de contra su frente.
Tanjirou inhala su olor, no el suyo, solo el de glicinias en su pelo.
No sabe en qué momento ha envuelto Aya sus brazos alrededor de su espalda, no le importa.
Por alguna razón tiene las irremediables ganas de pedir perdón, así que susurra una disculpa en su pelo.
—¿Por qué te disculpas? —dice en un suspiro contra los rizos de Tanjirou—. Si quieres disculparte por algo, hazlo por no poder matar a Kibutsuji todavía.
Por ahora, Tanjirou se centrará en eso en vez de lo que sea el sentimiento que se sienta en el abismo de su estómago.
Justo como siempre ha hecho.
Solo le alegra que Aya huela un poco menos a tristeza.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Aún no había amanecido cuando Kaede arrastró a Ayaka fuera de la cama hasta los jardines. Su abuela está sorprendentemente determinada para una señora rozando los setenta y que mide dos cabezas menos que Ayaka, puede que no sea capaz de arrastrar a su nieta ella misma, pero solo una mirada hace que ella por sí sola salga de la cama y la siga.
La lluvia chocaba incesante contra los tejados y las puertas de papel que componían la Mansión Mariposa, no habría sido importante si no fuese porque Kaede no se dirige al dojo de entrenamiento, sino que abre la puerta, haciendo que ambas se encuentren cara a cara con las espesas gotas de agua que caen desde el cielo y cubren el jardín, antes verde y luminoso, ahora apenas visible bajo una capa gris de nubes y vientos.
—¿Qué demonios, abuela? —. Eso es lo primero que sale de la boca de Ayaka cuando la frialdad de la tormenta choca contra su cara y hace que se dé cuenta de repente de dónde está.
—Bueno, perdona por no poder aguantar el ver a mi nieta convertida en un cadáver deprimido, primero, quiero se sepas que estás actuando de forma estúpida revolviéndote en tu propia pena por ti misma —. Su voz es rápida y severa como un látigo, en sus manos hay un arco de madera que Ayaka no ha visto hasta entonces, que es raro, porque es tan grande como su abuela—. Segundo, odio que los niños sean cazadores de demonios, pero eres demasiado tozuda para abandonar tu puesto así que al menos te enseñaré a ver para que no te maten.
Termina de ajustar la cuerda del arco, que vibra al tensarse y produce un ruido tirante.
—Yo ya puedo ver, además no necesito recuperación como esos bobos —se queja Ayaka al instante con voz muerta, reprimiendo un bostezo—. ¿Pena por mí misma, es enserio? No quiero hacer esto.
Kaede suelta una risa ácida y golpea a Ayaka en la frente con la punta del arco.
—Te has limitado a complementar tu talento, no pulirlo —dice en diversión—. Has entrenado tu cuerpo pero nunca tu vista, ¿o me equivoco?
La boca de Ayaka se cierra con fuerza, y luego murmura silenciosa un “nunca tuve que hacerlo”.
—Suele pasar con los genios soberbios como tú. A lo que tú llamas “vista”, yo lo llamo “instinto”, por eso no puedes ver, te empeñas en usar tus ojos cuando tu habilidad nunca ha estado ahí —. Kaede cruza sus brazos sobre su pecho con determinación.
Los ojos de Ayaka se entrecierran perezosos, reprimiendo de nuevo un bostezo con la mano.
—¿Acabas de llamarme una genia soberbia? —pregunta Ayaka casi tímidamente, sin emoción alguna, sabiendo perfectamente que lo es—. Fui entrenada por Himejima-san, además tengo a Tanjirou, estaré bien —. “Tengo a aniki” piensa, pero eso ha dejado de ser verdad.
Lo poco que ha podido levantar la pesada capa sobre sus hombros se vuelve a caer, jalándola hacia el suelo. Ayaka se encoge, sus ojos un poco más muertos que antes.
—Solo cierra la boca y sal ahí fuera —gruñe su abuela, dándole un empujón que ella no tiene fuerzas para aguantar, así que es lanzada a la gélida y despiadada tormenta en el jardín.
—No veo nada —protesta ella entrecerrando los ojos, sintiéndose empequeñecer cuanto más tiempo pasa.
—Ese es el punto.
Es cierto que no se ve nada, la lluvia es demasiado espesa y con sus ojos Ayaka se encuentra totalmente perdida. Entonces, sin decir nada, algo duro se choca contra su pierna, que hace que por su hueso viaje un escalofrío agudo que la lleva a estremecerse y derrumbarse. Al bajar la vista se encuentra con una pequeña bola de hierro atada a una flecha.
—¿¡Pero qué demonios!? —. Esa vez otra flecha pasa cerca de su mejilla, y Ayaka tiene que pegar un brinco atrás para que no la golpee. En el proceso suelta un grito asustado, dioses, solo espera que le den fuerzas para conseguir que no la mate.
La voz de su abuela suena en algún sitio desconocido entre la lluvia.
—¿¡Es que no podías ver!? ¡Esquiva las bolas, so zopenca!
Así que Ayaka lo intenta, la lluvia no la deja ver nada así que las bolas de hierro la golpean sin descanso, en la espalda, los brazos, las costillas, cualquier punto en el que pueda ver una debilidad, su abuela es capaz de llegar a él. Cuando terminan, Ayaka está cubierta en heridas y segura de que ha ganado varias cicatrices, y también certera de que su abuela ha acertado a darle cada una de la veces.
—Odio esto —murmura Ayaka, antes de volver a desplomarse en la cama. Su abuela suelta un bufido tras ella.
—Por supuesto que vas a odiarlo, y más aún lo odiarás cuanto más sigamos —dice ella, dejando el arco apoyado en la pared de la habitación de la enfermería—. Eres peor de lo que creía, enserio no puedes ver nada, echo de menos que tengas once años.
Su única respuesta es un gruñido ahogado por la almohada.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Tanjirou está demasiado ocupado con los golpes de las niñas cuando se distrae y no usa la Respiración que se olvida completamente de Ayaka. Ella está ocupada también, intentando esquivar las flechas de su abuela, así que no es difícil hacerlo, por lo que pasan los días y no hablan mucho. No es hasta que el hombre enorme que había visto en su juicio aparece por las puertas de la Mansión Mariposa que no vuelve a pensar en Ayaka.
No ha oído más que alabanzas de la boca de Ayaka sobre Himejima, así que ahora que se lo encuentra de cara, mientras intenta entrar por una puerta que es demasiado pequeña para él y su cabeza se choca contra el marco,Tanjirou se paraliza.
Se siente más nervioso de lo que debería, porque nota como todo su cuerpo se tensa involuntariamente y el hormigueo que le bloquea la garganta no es nada agradable.
―¿Está mi “tsuguko” aún aquí? ―. Sin que siquiera le mire a los ojos, Himejima aun así sabe que Tanjirou está ahí, incluso si sus pupilas son tan lechosas que parece que sus ojos son completamente blancos y Tanjirou podría compararse con Himejima-san como una hormiga frente a un elefante.
La palabra “tsuguko” hace que Tanjirou se confunda, pero luego recuerda que sí, se refiere a Ayaka, por más que se hubiese quejado en su estancia en la casa de las glicinias de que su maestro no la había nombrado tsuguko aún, eso había cambiado hacía apenas unos días, cuando ella había intentado... solo pensar en ello le daba náuseas, que hubiese podido acabar muerta, convertida en una montaña sangrienta y cubierta por su propia sangre como lo habían estado...
Tanjirou niega con la cabeza para apartar la imagen de su cabeza, como ha estado haciendo lo que parece una eternidad pero solo han sido apenas dos años.
―Sí ―. Tanjirou se queda mirando a Himejima por un momento antes de continuar―. Ayaka está en el jardín. Entrenando, creo.
Himejima apenas le da un asentimiento en respeto antes de deslizarse silenciosamente por su lado, a pesar de que es tan grande que podría hacer a las columnas tambalear solo con un par de pasos. Pero Himejima es suave, sutil y de toque amable, con manos grandes, tan callosas como cálidas, puede que por eso hubiese podido lidiar con dos discípulos tan problemáticos
Sin ninguna razón, Tanjirou le sigue como un perro a su amo y ambos se encuentran con Ayaka sentada en las afueras del pasillo con las puertas de papel abiertas y de cara al jardín, mordisqueando sin ganas su almuerzo con restos de serrín a su lado y unos “suneate” a medio hacer encima de una caja de herramientas y varias tiras de cuero.
Al verle, Ayaka abre mucho los ojos y rompe en un ataque de tos que tiene que parar ella misma dándose golpes en el pecho. Es suficiente con una palmada en la espalda por parte de Himejima para que pare, por suerte, y Ayaka consigue volver a respirar.
No pasa ni un segundo para que se levante y exclame con emoción “¡Himejima-san!”, y no pasa otro para que las puntas de sus orejas se vuelvan rojas de la vergüenza por ello, Tanjirou no tiene que oler para saberlo, es la mayor emoción que ha mostrado desde su pelea con Genya. Le dirige un saludo a Tanjirou también en forma de gesto con la mano, y él se lo devuelve más tímido de lo que suele ser.
La cabeza de Kaede se asoma desde el jardín, saluda alegre a Tanjirou antes de fijar sus matadores ojos en Himejima, que no le hace caso a su mirada y solo se fija en su discípula.
―Vaya, hola Gyoumei, siempre es un placer ver al imbécil que reclutó a una niña de doce años para cazar demonios ―dice cortante, desprendiendo un olor a rencor.
Las orejas de Ayaka se vuelven más rojas si son posibles. “¡Abuela!”, le susurra alarmada a Kaede en reprimenda, ojeando de forma inquieta a Himejima y su abuela, pero Himejima asiente sin parecer tocado por cómo le ataca la lengua de Kaede.
―Un placer verte a ti también, Fujioka, ¿supongo que dejaste de entrenar a sucesores hace tiempo?
―Solo hice una excepción ―sentencia Kaede en un gruñido, sin parecer demasiado contenta―. ¿Para qué has venido, otro niño inocente al que mandar a su muerte?
De nuevo, Himejima se mantiene sin expresión, ataque tras ataque de la conocida afilada lengua de los Fujioka, en cambio murmurando paciente unos “namu namu” que suenan más a suspiros exasperados que a rezos. Ambos Tanjirou y Ayaka se quedan mirando a Kaede de forma extraña, Tanjirou ve como Ayaka abre la boca para preguntar, lo habría hecho si hubiese sido otra persona la que la interrumpiera, dedicando una mirada irritada a quien fuera, pero es Himejima, así que Ayaka al momento gira su cabeza hacia él y cierra la boca al oírle.
Tanjirou no puede dejar de pensar en las palabras de Himejima, “¿dejaste de entrenar sucesores hace tiempo?”, y su mente vuela al monte en el que pasó entrenando dos años junto a Urokodaki, y el olor que había él emanado. Huele de manera similar a Kaede, pero sabe que no sería educado preguntar, supone que, como con Urokodaki, Kaede no estaría dispuesta a dejar que le preguntasen.
―Siento haber tardado, tuve misiones. Es una suerte que tú y Genya estéis aquí, pero quería felicitar también personalmente a mi “tsuguko” por haber mejorado tanto y... ¿encontrado su motivo? ―. La cara de Himejima se acerca peligrosamente a Ayaka, tanto que ella da un salto atrás asustada. La calmada expresión de Himejima se ha convertido en un ceño fruncido en preocupación―. Lo has perdido, por segunda vez.
Ayaka agita su mano negando su acusación. Kaede rueda los ojos y con un murmullo pesado se aleja de la habitación, llama a Tanjirou para que vaya con ella y espera por él en el borde del pasillo, así que así lo hace y se va, añadiendo un “fue un placer, Himejima-san”, por supuesto.
―Yo no he perdido nada ―. Escucha a Tanjirou decir a Ayaka a sus espaldas. ―. Himejima-san… ¿tiene usted algo que ver con que me hayan emparejado tanto con Tanjirou?
Tanjirou se siente a sí mismo tensarse en su camino, todos los músculos en su cuerpos se contraen con fuerza que incluso la boca de su estómago se cierra.
«¿Qué has hecho, Tanjirou?», le pregunta la Aya en su cabeza, venenosa y acusadora. No le abraza como había hecho en la pelea con Rui, sino que clava sus uñas en sus hombros con fuerza y aprieta, tanto que parece que quiere decapitarle y comerse su cabeza como Inosuke había dicho que había fallado en hacer. «¿Qué has hecho, monstruo egoísta?»
Tiene suerte de que la boca de su estómago está cerrada, porque unas náuseas que ni la Respiración Total pueden evitar le consumen de pies a cabeza.
Cuando llega al lado de Kaede, ella alza una ceja preocupada.
―¿A qué viene esa cara? ¿Quieres que le pida medicina a Shinobu?
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
―¿Sabe usted algo de mis insistentes misiones en grupo? ―pregunta Ayaka sin cambiar su tono de brazos cruzados, melena a un hombro―. He tenido cuatro misiones hasta ahora, tres de ellas han sido en equipo, y las tres han sido con Tanjirou, ¿tiene usted algo que ver?
Himejima apenas ladea la cabeza en confusión.
―¿Así que ese tal Tanjirou es el pupilo de Urokodaki? Namu, namu.
Las cejas de Ayaka caen en una línea pesada sobre sus ojos, convirtiendo a sus ojos en dos bolas entornadas.
―Eso no es lo que he dicho. ¿Qué tiene que ver que Tanjirou sea pupilo de Urokodaki con todo esto?
Himejima se sienta en el borde de las puertas de papel, es tan grande que sus pies llegan al suelo. Ayaka le imita y es decepcionada por el hecho de que sus piernas cuelgan libres fuera de los bordes.
―Pues es cierto que Tomioka, el Pilar del Agua, fue discípulo de Urokodaki ―. Ayaka asiente pobremente con la cabeza, soltando un suspiro con barbilla apoyada en una mano y vista atenta en su maestro―. El patrón ha estado preocupado por el estado de Tomioka, así que yo quería encontrar un tema de conversación para animarle de alguna forma, ya mencionó que habría un nuevo candidato a Pilar del Agua que podría tomar su puesto, por eso le elegí a él para que formase equipo contigo y poder tener algo con lo que formar lazos con él.
Ayaka levanta la cabeza de su mano y le da una mirada perezosa.
―¿Y ni siquiera me lo dijo? ―pregunta calmada.
De los labios de Himejima-san solo vienen unos susurrados “namu namu amida butsu”.
―Te mandé una carta para decírtelo ―. Los ojos de Ayaka están muy abiertos cuando Himejima-san termina la frase―. Como no respondiste pensé que estabas de acuerdo.
Toda su cara la que se vuelve roja, pero no del color de las manzanas, iracundo y potente, sino de la vergüenza de las fresas rosadas.
―Oh ―murmura Ayaka, escondida su cara tras sus manos. Ha sido tan, tan estúpida. Himejima-san solo le da un sonido de confusión.
―¿Dónde está Genya, por cierto? También quería visitarle a él.
En un parpadeo la piel de Ayaka pierde todo rojo que ha poseído, y su cara abandona el poco color que suene tener, volviéndose tan blanca como la corteza de un álamo.
―En la enfermería―. El susurro viene estrangulado y agudo en contraste con lo profunda que suele ser su voz. Entonces carraspea―. Um, nos peleamos.
―Ya hacéis eso todo el tiempo ―cuestiona Himejima sin mover un músculo.
Ayaka se ríe con risitas estridentes que no son para nada las que suelta cuando se ríe de sus propios chistes.
―Esta vez fue… peor. Pero ya sabes como es, siempre tan testarudo, no es capaz de entenderme ―. Y entonces niega con la cabeza lentamente con ojos entornados, como si fuese una hermana mayor disgustada por la tontería de un niño que no entiende lo que hace.
―En eso te equivocas, tú has sido la que nunca le ha entendido a él ―. El dedo enorme de su maestro le da un toque a su frente―. Te has desviado de las enseñanzas de Buda, namu, y eso que pensaba que por fin las habías entendido. Aunque seamos usuarios de la Respiración de la Roca no estamos hechos de piedra, Ayaka. Ni tú ni Genya, ni siquiera yo, por muy difícil de creer que sea para ti.
De sus ojos han empezado a correr un río de lágrimas finas que llegan hasta la piel de Ayaka. Se fija entonces en el pecho de su maestro, moviéndose lentamente arriba y abajo, Ayaka se lleva una mano a su propio pecho, donde siente las mismas pulsaciones.
La cara pálida de Rui se le viene a la mente, como se había deshecho en polvo ante ella y su voz matadora. “Todavía puedes salvar tus lazos, espero que no acabes como yo, chica estúpida.”
―¡Eh, Yuno Kamemo, ¿qué estás haciendo?!
La cara de jabalí de Inosuke aparece por el pasillo y Ayaka gira su cabeza hacia él con ojos ensombrecidos.
―Namu, namu, un jabalí ―murmura Himejima cuando le ve acercarse.
Inosuke apunta con un dedo a los restos de madera y cuero en la esquina.
―¡Son esas cosas, esas cosas que llevabas atadas a las rodillas antes! ―grita apuntando lo obvio―. ¡Como tu jefe, te ordeno que me hagas un par a mí también!
Ella apenas aprieta sus labios―. Se llaman “suneate”, si quieres unos te haré un par.
Al ver que Ayaka no se une a los gritos emocionados de Inosuke como suele hacerlo, éste gira la cabeza hacia Himejima-san.
―¿Es que estás disgustada porque no has podido vencer a este tío en un duelo? ―pregunta, llevando sus manos a los mangos de sus espadas serradas, recién traídas por los herreros―. ¡Eso significa que si le venzo, seré el más fuerte!
―Namu namu ―dice Himejima en voz baja con su atención fija en Inosuke, las lágrimas están bajando por sus mejillas de nuevo―. Pobres niños que no saben lo que hacen, amida butsu.
Ayaka intenta detener a Inosuke pero es demasiado tarde.
No hace falta decir que Inosuke Hashibira acabó aquel día con la cabeza incrustada en el suelo.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
―Yuu ―dice Ayaka cuando despierta después de un largo tiempo. Hay un paño mojado en su frente y todo se siente doloroso.
Las mantas la cubren y todo parece ir demasiado rápido cuando ella va demasiado lento, es entonces cuando le ve en la sala de estar, un gigante que apenas cabe en su casa y cuya cabeza choca contra el techo. Y ella que creía que su madre era enorme, pero aquel gigante podría pelear incluso contra un oso y salir ileso. Está segura de que a él no le traicionaría su corazón como había dejado ella que lo hiciese.
―Mamá, creo que estoy delirando porque hay un señor sacerdote enorme en nuestra casa bebiendo té ―dice con voz áspera, y rompe en un ataque de tos.
Su madre, que ha estado sirviendo té incansablemente y ofreciéndole dulces al gigante se gira hacia ella sorprendida.
―¡A-chan, oh por los dioses estás bien! ―. Y corre hasta donde ella está, quitándole la toalla de la frente y comprobando su temperatura con el dorso de la mano―. Aún sigues muy fría.
Ayaka no puede dejar de mirar al gigante, que la mira a ella con la misma intensidad. Ambos saben en qué está pensando cada uno.
―A-chan ―llama su padre, y Ayaka tiene que bajar la cabeza para verle porque su padre es la persona más pequeña en la habitación―. Este es Himejima-san, se hace llamar un cazador de demonios.
Ella se apoya con el codo y se sienta en la cama, hay una cierta determinación en sus ojos, ojos que no pertenecen a una niña de doce años.
―Así que usted mata a esas horribles criaturas ―dice, sin tomar en cuenta como sus brazos duelen al moverlos. Está segura de hay alguna quemadura en ellos.
La mano de Himejima-san cae en su cabeza, acariciando el pelo que le llega a la barbilla.
―Inicialmente vine aquí porque hubo avistamientos de demonios, pero me quedé por algo más ―dice, sin alejar su mano de la cabeza de Ayaka―. Namu, derrotaste a un demonio tú sola, no cualquiera tiene la determinación para hacer eso, con el entrenamiento adecuado podrías hacer grandes cosas.
Solo hay una cosa que Ayaka le pregunta:
―Así que si me voy con usted, ¿me haré más fuerte? ¿Es eso lo que está diciendo?
Himejima asiente, y las cuencas que componen el collar alrededor de su cuerpo chocan unas con otras al hacerlo. El olor a té que se extiende por su casa es tremedamente asfixiante, mezclado con las flores de su madre, su casa huele a una tienda de té, le gusta que huela a jazmín.
―Debes tener una resolución muy grande, tu determinación es extrañamente fuerte para una niña tan débil.
Su madre abre mucho los ojos y agita las manos alarmada, interponiéndose entre la figura de Himejima-san y Ayaka.
―¡Espere! ¿¡No es eso un poco precipitado!? ¡Ayaka está enferma, si llegase a desfallecer en mitad de una pelea-...!
Es la mano de su padre en su hombro quien la para, serena y tranquila como siempre ha sido, no hay ninguna expresión latente en su cara y a Ayaka le hubiese gustado que la hubiera. A lo mejor es porque no tiene una llama lo suficientemente grande para eso.
―Creo que irá bien ―, y luego le sonríe a Ayaka con ojos de vela a punto de apagarse―. Siempre has sido muy dura, ¿no, A-chan?
«¿Lo he sido?», se pregunta ella. «¿De verdad he sido dura?» Lo duda mucho.
Su padre no para en ningún momento de sonreír.― Solo recuerda que si alguna vez nos necesitas, estaremos aquí, ¿de acuerdo?
―De acuerdo ―asiente Ayaka, dejando en un suspiro su último aliento.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
¡Rumores de la Era Taisho!: Las niñas de la Mansión Mariposa y tanto Aoi como Shinobu adoran a Yuu, es un chico muy trabajador y siempre está ayudando en todo lo que puede. Una vez intentó hablar con Kanao pero nunca llegó a responderle y solo le decía "sí" a todo lo que decía por lo que acabó rindiéndose.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
EXTRA: Sin nombre ni apellido
Kanao sigue órdenes, las sigue sin cuestionarlas y las sigue sin expresión en la cara, y es por eso por lo que se encuentra arrodillada frente a la cara de Ayaka, cerca del crepúsculo y con un demonio muerto al que sumar a su lista.
Su nombre había sido llamado en un susurro desde el suelo, donde Kanao se encontró a una Ayaka pequeña, hecha una bola con ojos cerrados en la esquina de la puerta de la habitación de algún paciente que ella no conoce, cuando debería haber estado en su cama hacía horas.
La placa en la puerta reza "Shinazugawa, Genya. Rango 10. Tratamiento: No necesario". Nunca había oído de alguien que ingresase en la Mansión Mariposa sin heridas graves, ¿pero quién es Kanao para cuestionarlo?
—No lo hago —susurra contra sus labios, las palabras se pegan a su lengua como si no debiesen ser capaces de salir, y eso es lo último que escucha antes de que dé un bote y se choque con su frente.
Ella se echa hacia atrás del golpe pero no se lleva una mano a la cara ni suelta una fuerte maldición, Ayaka sí lo hace, y tiene certeza de que si ella hiciera algo así, Shinobu se lo reprocharía. Puede que Shinobu reprima a Ayaka por soltar malas palabras, lo que sí sabe es que se lo reprocha a su abuela, y eso por alguna razón hace que lo haga con menos frecuencia.
Soltando un jadeo levanta la cabeza y se fija por fin en Kanao, y ella puede ver el brillo que Ayaka parece desprender por sí sola, pero también uno en sus mejillas, uno distinto al que suele ver.
Ayaka es guapa, guapa como lo eran chicas en el pueblo en las que Kanao posa demasiado los ojos y guapa como Aoi la describe a ella, pero no es atractiva como lo era Mitsuri Kanroji o lo había sido en ocasiones Kanae, cuando se arreglaba y cambiaba su uniforme por un kimono común para ir a los festivales locales. Aquel tipo de belleza era maduro, impresionante y lleno, para adultos, pero la de Ayaka es simple e inocente, como una manzana verde que ha brotado de la flor temprana del árbol y se puede presenciar apaciblemente sin tener que morder, porque sino sería demasiado ácido y no está preparada aún, aunque tenga dulzura en sus jugos.
—Kanao —dice Ayaka en un suspiro que sale de lo más profundo de su pecho, pasando la palma de la mano por su frente, que está sorprendentemente sudorosa—. Flequillitos —se corrige un momento después. Nunca la ha llamado por su nombre, como nunca llama a su maestro por algo que no vaya acompañado de honoríficos o como nunca dice Yuu en vez de Kobayashi incluso si todos le llaman así.
—Estás llorando —dice Kanao, sin que signifique realmente nada, una mera observación, algo que puede notar que está en sus mejillas y que ella debía saber también, aun así se toca los bordes de los ojos extrañada, que se mojan con el agua salada, y luego la aparta bruscamente frotando con la manga de su brazo izquierdo.
—¿No tienes otra cosa mejor que hacer? —responde de vuelta, entremetiéndose más en la esquina de la puerta.
—Pero tú me llamaste, solo pretendía escuchar tus órdenes más claramente.
Ayaka entrecierra los ojos como si estuviera mirando de cara al sol, arrugando la cara y haciendo una mueca que no le sienta bien a su bonita piel blanca, mientras observa como Kanao saca la moneda de su bolsillo y la gira, esta vez le hace caso a lo que sale.
—¿Por qué haces eso? —murmura con lentitud, como está acostumbrada a hacer las cosas, después de pensarlas mucho y con cautela, aunque cueste solo pensarlas. No había querido enfadar a aquellos que le proporcionaron carne y sangre y que podrían arrebatarsela si quisieran.
—Así que no tienes nada que hacer —. Ayaka alza las cejas y habla con tono vago—. Genial, me encanta oír lo que tienen que decir los "tsugukos", ¿qué es eso que hago tanto? Vamos, flequillitos, suéltalo, insúltame a la cara.
Se mofa como si quisiese ser castigada, Kanao habría creído que nadie querría nunca ser humillado, pero ella lo espera como si viviese con ello, con ganas. Mirando por un momento a Ayaka, parpadea y lanza la moneda de nuevo, y como ella dicta, se mantiene en silencio.Ayaka suelta un suspiro pesado, desviando la mirada a un lado.
—Lo sabía, quería creer que no, pero solo haces lo que esa moneda tuya te dice —anuncia, con una mejilla apoyada en la mano—. ¿Cómo es que todavía no se han aprovechado de ti?
Kanao se lleva las dos manos al pecho, donde debería estar lo que la moviese, pero solo siente un peso muerto, un peso inútil.
—La gente aquí es buena. Nee-san y Aoi, Naho, Sumi y Kiyo, ellas son buenas y tienen paciencia conmigo.
Los ojos de Ayaka son escépticos cuando la miran, y juega distraídamente con un mechón huérfano que se ha separado de su melena.
—Aun así sigues siendo una marioneta, ¿cuántos años llevas aquí? ¿Crees que no se cansarán de ti cuando los demonios desaparezcan y no sirvas para nada más? —. Sus palabras muerden fuertemente en un sitio que Kanao no creía que existía—. Tú y Tanjirou pareceis dos gotas de agua, tan fácil de pisotear e inocentes como niños a los que se les roba un caramelo.
Inconscientemente las manos de Kanao, que cuelgan a los lados de sus muslos, aprietan la tela de su falda. El principio de algo se cuece en su pecho, nota como el calor que desprende sube a su garganta y la cavidad vacía de su pecho.
«Antes de que sea demasiado tarde», se dice, «para, para o no te irá bien, sufrirás, sufrirás y desaparecerás, para, para, para, para.»
—¿Qué eres, Kanao Tsuyuri? ¿Eres una pequeña flor a la que puedo pisotear e insultar cuando quiera?
Las uñas de Kanao se clavan en la carne de sus piernas con fuerza a través de la tela, y sabe que tendrá una nueva cicatriz que añadir a sus piernas, arañazos, pellizcos, las medialunas que hacen sus uñas, todas ellas recorren las piernas blancas de Kanao con un tono más oscuro que es difícil de perder. Por eso usa falda larga y por eso usa botas. No hay un rincón que esté libre de ellas, todos eran recordatorios, alguna vez que había levantado la voz demasiado, que no había conseguido ahogar sus sollozos antes de tiempo para que se notasen, incluso después cuando no tiene que hacerlo, notando como su corazón intenta dar tumbos y pellizcándose para pararlo por puro hábito, un hábito que se ha quedado con ella hasta ese día y del que duda que podrá deshacerse.
«Para o te agarrarán, y te tornarás fría como tus hermanos, para, para, para, te agarrarán y acabarás muerta, muerta muerta muerta como ellos.»
«Muerta muerta muerta muerta, Kanao Tsuyuri acabará muerta, la chica sin nombre ni apellido acabará muerta como un cadáver al que nadie dará sepultura.»
Aprieta más fuerte cuando las palabras de Ayaka solo añaden a la niebla que empieza a cubrir su mente. Y entonces, en un momento de claridad:
—Haces eso mucho —dice Ayaka, que se ha deslizado por el suelo incapaz de levantarse y ha agarrado entre sus manos frías las de Kanao, frías, frías como las de un cadáver, como los cadáveres de sus hermanos y el suyo si no se mantiene callada—. Te paras antes de sentir algo, lo entierras en un terreno árido antes de que pueda florecer, y Kanao Tsuyuri se queda como solo una cara bonita con un pecho vacío.
La burbuja caliente por fin explota y todo ese fuego sale despedido por la boca de Kanao.
—Y tú las entierras en un terreno tan fértil que crecen demasiado y no eres capaz de soportar su peso, y Ayaka Iwamoto es... eres una muy mala persona —. Su voz es débil y dulce, eso es algo que nunca cambia, y después de decir eso, un cubo de agua fría cae sobre ella.
Espera por la reacción de Ayaka, congelada y con algo hirviente a ambos lados de su cuello que la sofocan. Kanao espera a que la mate, la mate la mate la mate y por fin se reúna con sus hermanos de sangre y su hermana por elección, pero hace algo completamente distinto.
—Así que no eres tanta muñeca como yo pensaba —. El aliento de Ayaka roza contra sus piernas mientras observa aquel trozo de carne donde Kanao ha enterrado sus uñas. Posee una pequeña sonrisa victoriosa—. Estás sangrando, al menos eres lo suficiente humana para hacer eso.
Hasta el corazón que solo le sirve para palpitar se paraliza.
—Ya me había fijado en esa manía tuya de hacerte daño, quería creer que las cicatrices eran simplemente por demonios, pero eres demasiado buena para eso. Nunca se me habría pasado por la cabeza que alguien como tú haría algo así, casi no lo puedo creer —. Los dedos de Ayaka se sienten fuertes, firmes y demasiado grandes cuando examinan las medialunas sangrantes de Kanao, y ella no suelta ningún siseo de dolor por mucho que escueza.
Ayaka saca de algún sitio desconocido un rollo de vendas e intenta arreglar como puede los chorros de sangre en sus piernas, y Kanao la mira y la mira, y no para de mirarla por nada del mundo, porque es agradable de mirar y le gusta hacerlo. Esa es la segunda cosa que descubre que le gusta. La primera había sido el pasar tiempo con los residentes de la Mansión Mariposa, ya fuese sentarse a un lado silenciosamente o tener conversaciones en las que solo hablaba una persona, como esa que está teniendo ahora con Ayaka, que sigue mencionando sin parar datos que hacen a sus amigos extraños, y Kanao no puede encontrar un ápice de interés en lo que dice. Pero sí encuentra que la segunda cosa que le gusta hacer, es mirar a Ayaka.
Así que por una vez ignora los susurros que vienen de su corazón "para, para, para" y hace algo por ella misma, como le había ordenado. Se siente que no es suficiente, que no está completa con un acto tan pequeño como es mirarla, y no cree que vaya a irse pronto, pero hay algo más.
Había creído que mentía cuando oyó insistir a Tanjirou que "Aya es amable, solo parece que no quiere la gente se dé cuenta", pero al experimentar lo que es de primera mano, su amabilidad tosca acompañada de sus comentarios quemantes, que entonces le cree, y le cree de verdad y esa verdad se entierra en su corazón, donde llenará un poco el hueco junto al recuerdo de Kanae y el amor que siente por su familia que es lo que único que parece ser capaz de sentir, y lo atesorará como algo solo para ella, que pocos saben y que ella ha podido descubrir.
—Deberíamos ir a la enfermería, no tengo otra cosa con la que arreglar esto —dice Ayaka, una vez que se le han acabado las vendas y deja a su paso nudos que apenas se aguantan contra su piel y una muy pobre cobertura. Kanao sabe con certeza de que si Aoi viese el desastre lo que ha hecho, no dudaría en darle un golpe en la parte trasera de la cabeza. Ella también había sufrido de ello cuando su propio vendaje era casi tan malo como el suyo.
Alza los ojos cuando un cuervo que Kanao no nota pasa por el lado de su cabeza y se posa en la pierna de Ayaka, con una carta atada a la pata.
Es una carta limpia, con caligrafía que parece la de un niño con pulso inseguro pero bien hecho, en donde su parte superior reza un nombre que Kanao nunca ha oído, "Shoichi".
Se la guarda en un bolsillo para leerla más tarde, puede que cuando ella no esté presente y se echa a andar. Kanao se queda quieta hasta que Ayaka gira la cabeza y no la llama.
—¡Vamos, flequillitos! ¡Esas heridas no van a arreglarse solas!
Notes:
La canción que cantan tanto Ayaka como Yuu es una canción infantil japonesa real, llamada "warabe uta", sino me equivoco, aunque sea mayormente conocida por estar en la película de la princesa Kaguya ironicamente no la saqué de ahí, pero sí saqué las letras de ella. Si alguien quiere escucharla este es el link https://youtu.be/n7C3QykHxNM
Hmmm, no hay tantas descripciones como suele haber pero estoy contenta con como se van hilarando las cosas y las relaciones entre personajes, me alegra sobretodo poder desarrollar a Tanjirou y su relación con Ayaka porque siempre se sintió muy solo de un lado ya que hemos tenido solo dos povs de tanjirou, uno siendo éste, por lo que me gustó el resultado.
Ah, no me matéis, estuvieron a punto de besarse pero Tanjirou dijo NOP, lmao mi niño, de ahí se puede sacar mucho en mi opinión, siempre he querido profundizar más en él.
HIMEJIMA!!!! LE QUIERO!!! Ah, f por genya, no vamos a verlo en bastante tiempo, la verdad.
Ayaka es,,, dios, estúpida de los cojones, mira suerte SUERTE que tenemos a kanao que le riñe por las mierdas que hace más adelante porque sino yo me tiro, kaede es, agh en el fondo es una blanda odio esto.
Genya lo siento tanto cariño, de verdad lo digo.
Featuring besto girls Kanao y Ayaka, quiero aclarar que esta escena pasa antes de la pelea con Genya, así que Ayaka es más ¿ella? Que en el capítulo que está más calmadita. Sí que me he tomado ciertas libertades con Kanao como personaje, no voy a mentir pero mira me la rechupa el canon ahora mismo.
Sí, me encantan Kanao y Ayaka como dúo, sí, las voy a hacer que tengan una relación importante, sí, voy a meter a Kanao en más partes de esta historia AND WHAT ABOUT IT
Me encantó el hecho de que Shoichi le escribe a Ayaka, cuties.
Anyways, espero hayáis disfrutado, no me peguéis en los comentarios ni de aquí ni del extra, gracias.
Mi mensaje final al mundo, adiós.
Chapter 24: Conversaciones dejadas a la mitad
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
—Estaba en lo cierto cuando pensé que te encontraría aquí —. La nube de humo blanco que sale de su boca al hablar es suficiente para recordarle a Ayaka que la noche puede ser fría incluso para ella.
La espada nichirin de Zenitsu repiquetea en su vaina azotada por los temblores de quien la sujeta. “1,” dice, al tiempo que posa su mano en el mango. “2,” continúa, cuando su pulgar se extiende para empujar la hoja hacia afuera. “3, Respiración del Rayo, Primera Postura” antes de terminar de decir el nombre de la postura la figura de Zenitsu, en la vestimenta típica de los pacientes del Estado Mariposa, aparece unos metros más adelante.
«Tan rápido como el rayo, » piensa Ayaka sin sorprenderse. Lo había hecho las primeras dos, tres veces, incluso cuatro, (y las siguientes cinco, ha estado teniendo problemas para dormir), pero ha visto a Zenitsu practicar demasiadas noches desde que están en el Estado Mariposa, y ésta, ella espera, no será la última. Y ni siquiera usa la respiración, solo practica la postura.
Aun así las noches siguen siendo condenadamente frías y el fino pijama de los pacientes que ambos usan no les mantienen cálidos lo suficiente como para que sea soportable.
La rubia cabeza de Zenitsu se gira a ella y Ayaka tiene que reprimir el impulso de cavar un agujero en la tierra y enterrarse allí. Lo único que la mantiene en la vista de Zenitsu es el peso que supone no compartir la carta de Shoichi. Se ha llevado en su bolsillo los últimos tres días y no le queda tanto tiempo en la Mansión Mariposa como para darse el lujo de dudar, es lo único que la mantiene con los pies en la tierra. Si alguien la llamase valiente alguna vez apuntaría a esta escena y le diría que reconsiderara su opinión.
—Creía que seguías sin poder andar —, le cuestiona Zenitsu sin aliento, cuando Ayaka avanza hacia él con paso indeciso y ambos se sientan a los bordes de madera que dan al jardín. —¿Está tu brazo bien?
Ella le da un encogimiento de hombros como respuesta y se frota el brazo con la mano, ojos perdidos en la valla que marca los límites del Estado de Shinobu.
—Duele todavía, pero es mejor mentir que tener a la señorita perfecta siguiéndome por todas partes —explica ella con algo que parece un bufido, después se gira hacia él—. Terminó de hacer efecto el veneno del demonio, ¿no?
Le echa miradas furtivas a los brazos de Zenitsu, que parecen haber recuperado su tamaño normal después de haber estado tanto tiempo con la forma de rábanos pequeños.
—Puedo entrenar —se limita a decir él sin dar más detalles—. ¿Oí de Tanjirou que estabas entrenando con tu abuela?
—Algo así —. No se molesta en decirle que ha abandonado el entrenamiento porque simplemente no funciona. Hacía mucho que había olvidado lo que era sentirse en el principio de un sendero cuando la cuesta era empinada y rocosa y tenía que clavar sus uñas al suelo para seguir adelante y no caerse. Debe de haber algo más con sus ojos porque no ven como ella necesita cuando ella lo necesita, lo que la deja ciega en lo que su abuela le instruya que haga en vez de la familiar claridad de los entrenamientos físicos de Himejima-san. Pero lo que más le afecta es el vacío en el pecho que se siente tan desconocido como no ver nada.
Ayaka sopesa sus opciones de nuevo, y encuentra que prefiere decírselo ella misma a Zenitsu en vez de que se entere por alguien más.
—Enrealidad lo he dejado —dice sin más. Zenitsu se mantiene callado esperando a que diga más, pero no tiene nada más que decir así que sobre ellos se posa un silencio que grita esperando ser despedazado.
O puede que solo sea la carta de Shoichi esperando a que por fin se la enseñe a Zenitsu, así que eso es lo que hace y la saca por fin de su bolsillo.
—Shoichi me escribió, pensé que querrías leer lo que dice —. La carta en su mano está arrugada, con una esquina rota por los picotazos de su cuervo al que le había molestado llevarla en la pata, Shoichi no estaría acostumbrado a usar cuervos como mensajeros, ella no le culpaba. (Lo que sí hizo fue darle una ración extra a su cuervo por las molestias, Ayaka no era un monstruo.)
Zenitsu le dedica una expresión pesada—. ¿Dice cosas desagradables de mí de nuevo?
Ella niega con la cabeza.
—Nos da las gracias por haberle salvado de aquel demonio, y nos desea suerte en las próximas misiones —continúa, mientras el propio Zenitsu pasa con avidez sus ojos por las palabras del niño. Ayaka se apega a él y apoya la barbilla en su hombro para apuntar a una línea específica al final de la carta a la que todavía no ha llegado y deja soltar una risa burlona que se pierde en un pequeño ronquido—. También espera que aprendas a tratar bien a las chicas para poder casarte pronto. Te conoce demasiado bien.
—¡Ya sé como tratar a las mujeres! —protesta Zenitsu y parece que el humo le sale de las orejas. Ayaka no hace otra cosa que reírse.
Terminan recostados contra la pared del Estado Mariposa, demasiado tarde para seguir entrenando pero demasiado pronto como para poder colapsar en las camas del cansancio. Ayaka descubre que Zenitsu es un chico de ciudad y que donde él vivía no se veían bien las estrellas por las innumerables luces que plagaban el lugar donde vivía. Ayaka declara que odiaría vivir en la ciudad y después de pelear por decidir si era mejor ser “paleto de campo” o “pijo de la ciudad” procede a señalar constelaciones y estrellas y sus nombres mientras Zenitsu escucha atentamente.
El frío era soportable si tenía a Zenitsu a su lado, que temblaba tanto como ella.
La Osa Mayor no consiguió salir de su boca cuando Zenitsu volvió a interrumpirla de nuevo.
—¿Te nombraron “tsuguko”? —pregunta, con su dedo frutando sin descanso contra la tela que cubre su rodilla.
Ella asiente sin preámbulos.
—¿Sabes lo que conviene ser “tsuguko”? —insiste de nuevo.
Desgraciadamente lo sabe, era por lo que Himejima-san había venido allí.
—No se lo digas a Tanjirou —, es lo único que Ayaka le pide—. Acepté sabiéndolo.
Zenitsu le dedica una mirada entre triste y preocupada, puede soportar esta, pero no la soportaría si viniese de Tanjirou. Había recibido demasiadas miradas así de él y es algo que la carcome por dentro.
—Te echaré de menos, A-chan.
La noche parece ponerla blanda porque Ayaka deja su orgullo a un lado por una vez y admite en voz alta que también le echará de menos. No dice nada más.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Nubes de humo gris y cenizo inundan la oficina de Shinobu Kochou.
Kaede Fujioka toma incesantes bocanadas de la pipa que lleva con ella demasiados años como para contarlos.
—¿¡Puedes creerlo!? ¡Simplemente gritó “esto es estúpido” y se fue sin más! ¡A veces no sé cómo demonios es mi nieta! —. Hace gestos abiertos y con aspaviento, moviendo la pipa de un lado a otro como si no pudiese estar quieta y sus emociones fuesen las que moviesen su pequeño cuerpo como una marioneta tirada por unos hilos.
Shinobu no despega sus ojos del reporte al que le había estado dedicando su tarde antes de que Fujioka entrase por la puerta y empezase a dar vueltas frenéticas y quejarse a los cuatro vientos.
—Si va a fumar póngase al lado de la ventana, Fujioka-san, recuerde respirar hondo —dice, al tiempo que su pincel se desliza por la última línea que compone el kanji para “monte”.
Quién hubiese podido predecir que aquel demonio tuviese tal costumbre de esconderse en sitios alejados de los pueblos y se dedicase a comer los humanos que viajasen por los caminos.
La mandíbula de Kaede se destensa cuando se apoya en el marco de la ventana y deja salir un largo suspiro, el humo ceniciento y sucio haciéndose paso desde su garganta.
—Perdona, Shinobu, ya sabes como soy de mal humor —. Sus ojos se pierden en alguna parte del jardín de la Mansión Mariposa, pero vuelven a salir a flote cuando se fijan en la figura de Aoi, tendiendo la colada—. ¿Cómo va el veneno?
La mano de Shinobu sigue escribiendo, esta vez es el kanji para “pilar”.
—Su desarrollo va como planeaba —. Kaede en la ventana toma otra bocanada de la pipa y el humo sale en grandes nubes por la ventana. Aoi termina de tender la colada y vuelve dentro de la Mansión Mariposa a tratar a cualquiera que haya sido el cazador que haya entrado por la puerta con un brazo menos—. Ya que hablamos de medicina, me gustaría decir que ese chico tuyo, Yuu, es muy bueno. Pero parece como si estuviese asustado de tocar siquiera un ungüento para quemaduras.
Separa la mano de la hoja de papel para mojar el pincel en el bote de tinta y lo sumerge en ella con demasiada fuerza.
—Si solo hubiese una manera de convencerle de que trabaje aquí, estoy segura de que sería capaz de salvar muchas vidas.
Kaede se ríe con amargura, casi tensamente, desde la ventana. No le hace ni pizca de gracia:
—No me digas que algo tan infantil te está enfadando tanto —. Verifica que la pipa está más que apagada y vacía las cenizas por la ventana—. Ese chico ya juró no volver a sanar ni aunque su vida dependiera de ello.
—Le convenceré —declara Shinobu con nada más que no sea la alegría y el optimismo que había sido tan palpable en su hermana. Kaede puede sentir su ira bajo a superficie, quien no pudiese notarla estaba ciego porque es como la lava que lleva reposando en un volcán inactivo durante cientos de años.
—Buena suerte entonces. Puede que Yuu parezca débil al principio, y a lo mejor lo es, indeciso y siempre titubeando, pero créeme, en esta sola decisión, ese niño tiene voluntad de hierro —. Deja la pipa a un lado y se guarda la bolsa de tabaco entre su escote bajo el kimono—. Al fin y al cabo, lo juró al borde de la muerte.
Shinobu Kochou era conocida por no dejar que sus emociones la delatasen, pero hay cosas que son demasiado incluso para ella. Consigue recomponerse, pero la raya negra que atraviesa el papel causada por el fallo de su pulso es prueba de ello.
—Ah, y Shinobu, una última cosa —llama Kaede una vez más, en el borde de la puerta y con la mitad del cuerpo fuera de la habitación—. Kaori y yo sentimos no haber ido al funeral de Kanae.
Shinobu observa en meditación el último kanji que ha escrito mientras oye los pasos de Kaede, hasta que se van muy lejos del pasillo y no los siente más.
Es el kanji para “demonio”.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
¡Rumores de la Era Taisho!: Kaede es incluso más pequeña que Shinobu, pero fuma como si quisiese compensar su altura. Shinobu siempre la regaña por ello.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Notes:
Antes que nada, stone Cold cumple un año el 16 de julio! No sabría si hacer algo para celebrarlo pero he estado pensando en hacer un preguntas y respuestas a los personajes, así que si estáis de acuerdo con ello dejad vuestros preguntas y el nombre de los personajes a los que van dirigidas en los comentarios, muchas gracias.
Con eso cubierto, hola de nuevo! Esto es algo pequeño, apenas dos mil palabras, porque hace bastante que no aparezco por aquí pero quería actualizar kdhdjd, siento eso. Además soy mala escribiendo cosas que pasen no canon en kny sin muchas cosas canon entre medio, es como una guía, de alguna manera.
Estoy emocionada por continuar escribiendo esta historia. Me gustó esto, creo que es lo único que diré sobre ello. Ya tengo mejor preparada la linea de tiempo de los próximos capítulos con esto y estoy satisfecha con como iran las cosas.
Así que muchas gracias por vuestro apoyo durante todo este tiempo, espero poder actualizar pronto y volver a mi ritmo normal, muchas gracias de nuevo
Chapter 25: Forma de espiral (y de vuelta al principio)
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Esa madrugada el silencio a Ayaka se le hizo extraño.
El crepúsculo estaba cerca y el Sol no tardaría en aparecer, sin embargo, su cuervo no la había despertado a chillidos.
Abrió un ojo desde su cama para mirar si había decidido fastidiarla escondiéndose en algún sitio y saliendo cuando menos se lo esperase. Era poco probable, ella lo sabía, su cuervo se tomaba enserio su trabajo y no haría eso el día de una misión.
Echó a un lado la duda y bostezó. Frotó su ojo distraídamente mientras se deshacía de la ropa que la marcaba como paciente de la Mansión Mariposa y la cambiaba por un nuevo uniforme de cazador que le habían traído hacía poco.
Arrugó la nariz con asco al ver las mangas largas, y sin darle importancia las arrancó de un tirón para dejar la parte de arriba como había sido su antiguo uniforme.
Las cicatrices de los hilos de Rui seguían marcando sus antebrazos, líneas finas y de un rosado claro que no la favorecían, pero tenía algo que podría cubrirlas. A pesar de que la era de los samuráis había acabado hacía mucho, Ayaka había sido capaz de encontrar viejas partes de armadura vendidas por algún pobre hombre con deudas hasta el cuello en la ciudad cercana donde Shinobu compraba la medicina, por lo que se había hecho con unos guantes kote para complementar sus suneate y esconder las cicatrices de Rui.
Las piezas de hierro no eran pesadas para ella, solo esperaba que Inosuke no le pidiera también unos, no tenía idea de herrería y no era ni de lejos lo mismo que hacer unos suneate.
El haori del patrón estaba sobre su cama, había estado allí desde que se lo quitó, y pensar en ponérselo le provocaba más estrés que alivio.
El patrón estaría con ella, eso era cierto, pero no estaba segura de si el patrón la miraría con buenos ojos si llegase a decepcionarle llevando su haori. No tenía razones para estar orgullosa de lo que hacía, ¿aprobaría el patrón que abandonase a Tanjirou? Si lo hiciese no importaria, Ayaka no lo aprobaba de igual manera pero aun así seguía eligiendo aquel camino.
Con cierta resignación, Ayaka se puso el haori blanco adornado de flores moradas.
¿Qué elección tenía? ¿Decirle que no podría estar con él si quería ser pilar? Rechazar la oferta de Himejima-san tampoco era una opción, no después de haber estado esperándola tanto.
Se preguntó entonces si Himejima-san la acusaría de tener una determinación flaqueante, y eso era lo único con lo que se podría describirla entonces.
Su determinación flaqueaba, temblando en un acantilado y acercándose cada vez más al punto de derrumbe. ¿Qué se aplastaría con las rocas que caerían?
Primero habían sido los padres de Yuu y luego había sido los suyos propios. No podía dejar que ninguna roca más cayese, incluso si tuviese que cargar Ayaka con ella.
«Porque es mi responsabilidad»
En alguna parte de Japón, el patrón se entristeció.
La Mansión Mariposa seguía igual de gélidamente silenciosa que desde el momento en que despertó.
No había Tanjirous ni Zenitsus ni Inosukes para llenar el vacío que dejaba la noche con sus cosas de críos, ni tampoco había Yuus o niñas que cantasen canciones ni Aois que regañasen por lo que sea que hayan hecho mal esa vez. Tendría sentido que lo único que quedase fuera Kanao, y con ella fue con quien se encontró al borde de la puerta, puede que de vuelta de una misión, o yendo a una nueva.
Estaba vestida con su uniforme completo, incluso capa blanca, ni rastro de polvo como Ayaka había llegado a esperar de ella, espada a la cintura y sonrisa vacía en la cara.
Era sin duda la misma Kanao de siempre, pensar en que llevase esa condenada moneda en el bolsillo encendía una chispa de un sentimiento ardiente en ella. Kanao no debería necesitarla, no cuando era infinitamente superior a ella, Ayaka sabía que Kanao era mejor que eso. Sería como cargar con la compra de Himejima-san cuando era capaz de romper pedruscos con sus manos, no tenía sentido y era simplemente ridículo.
Pasó por su lado aparentando no notarla, buscó entre los rincones de la habitación y volvió a los dormitorios sin palabra. Solo los dioses sabían donde se había escondido su condenado cuervo.
No pudo evitar ver la cabeza de pelo rojo de Tanjirou por el rabillo del ojo al pasar por la hilera de camas. Sus pies pararon en su frenético paso por la Mansión Mariposa y se mantuvieron pegados a las tablas de madera del suelo de la enfermería.
Sin quererlo se fijaba en lo cansado que se veía. Había estado ocupado, intentando dominar la respiración durante todo el día y toda la noche, y eso había hecho que no se viesen tanto como habrían podido. A duras penas había Ayaka sacado un rato libre para hacer los suneate de Inosuke, había costado poder volver a andar sin sentir que cientos de agujas se clavaban en sus huesos y su brazo seguía doliendo, aunque hubiese curado. Suponía que seguiría doliendo durante mucho tiempo.
No había nada que hacer con el corte morado en su espalda, Rui había estado furioso.
Si Kanao le hubiese llegado a romper la nariz en vez de un simple sangrado, tendría una lista demasiado larga de heridas para una sola misión.
Ayaka podía ver que los cortes en la cara de Tanjirou habían sanado sin complicaciones, lo cual la aliviaba, pero pensar en cuantos cortes se había hecho también la preocupaba. Todo era alivio y preocupación con Tanjirou.
No podría decir que tenía fe en que Tanjirou no moriría porque era demasiado temerario, lo sabía más que nadie porque era igual que ella, aunque sus motivos fuesen distintos.
Un tirón a la manga de su haori hizo que separara su mirada del cuerpo durmiente de Tanjirou, y Ayaka se las vio con nada más y nada menos que con un demonio.
—Nezuko —dijo Ayaka tratando de no sorprenderse. Miró preocupada hacia el cielo y vio que el Sol saldría pronto—. Deberías volver a tu caja.
La versión pequeña de Nezuko que ella solo había visto una vez la agarró de la mano y tiró hacia abajo.
—Tengo que irme pronto, por favor, Nezuko, vete a tu caja —. Nezuko negaba con la cabeza al tiempo que continuaba insistiendo, consiguiendo que Ayaka se arrodillase. Dándose por vencida solo bufó—. ¿Qué es lo que quieres?
Cuando estuvo a su altura Nezuko la rodeó y se puso detrás de ella. Ayaka no tardó en sentir como le daba tirones a su melena, libre y cubriendo su espalda, verde puntas brillantes a la vista.
Ayaka consiguió agarrar las manos de Nezuko antes de que consiguiese continuar.
—Ya no tengo ningún lazo con el que atar mi pelo —le recordó. Luego se encogió de hombros sin darle importancia—. Compraré uno en el camino de vuelta o qué sé yo, a lo mejor me cortaré el pelo como lo tenía antes.
Nezuko pareció sorprendida ante aquello. Ayaka sonrió y asintió.
—Solía tenerlo corto, más o menos por aquí —. Puso un dedo en su barbilla para enfatizar—. Mi madre no tenía tiempo para peinarme así que era más fácil cortarlo.
La actitud terca volvió cuando Nezuko empezó a negar con la cabeza de nuevo y agarró de su pelo uno de los incontables lazos rosas que lo adornaban. Ordenó a Ayaka con gestos a que se diese la vuelta.
Ella miró al cielo de nuevo, el Sol estaba peligrosamente cerca de salir.
—De acuerdo, haz lo que quieras con mi pelo pero prométeme que volverás a tu caja cuando me vaya —. Nezuko asintió con brillo en los ojos, Ayaka suspiró y giró la cabeza en dirección contraria—. Que sea rápido.
Nezuko fue considerada y había dejado los mechones sueltos que Ayaka solía dejar fuera.
«Qué detalle, incluso se acuerda de eso», pensó ella mientras enroscaba un dedo en uno de ellos.
Parecía una eternidad desde la última vez que se había recogido el pelo, y la repentina claridad de no tener el pelo delante de sus ojos fue cálidamente bienvenida.
Al terminar, Nezuko parecía verdaderamente satisfecha con su trabajo. Ayaka había reconocido lo que hacía no mucho después de que empezara.
—Querías devolverme el favor de la útima vez, ¿no? De verdad que eres un pequeño ángel, Nezuko —dijo Ayaka con el final de su nueva trenza entre sus dedos.
Hacía mucho que no dejaba que el verde de su pelo se viese cuando estaba recogido. Suponía que Inosuke no tenía los mismos problemas con su azul, la cabeza de jabalí era suficiente.
No había manera de saberlo pero esperaba que la expresión en la cara de Nezuko fuese de felicidad tras la caña de bambú.
—Antes de que vuelvas a tu caja, Nezuko —llamó Ayaka—. ¿Sabes dónde está mi cuervo?Nezuko la miró con sus grandes ojos rosados.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
—¿Mi cama?
La mano de Nezuko seguía teniendo un agarre fuerte en la de Ayaka por haberla guiado hasta allí.
En las sábanas blancas no había ni rastro del cuerpo negro de su cuervo, las dudas en Ayaka se reflejaron en la mirada que le dedicaba a Nezuko.
Ella negó con la cabeza, frustrada, y alargó una mano con uñas afiladas como garras hacia el otro lado de la cama, donde levantó las mantas y dio a conocer el paradero de su cuervo.
—Anda, si estaba ahí —dice Ayaka confusa, aun con la mano de Nezuko alrededor de la suya.
Los ojos negros de su cuervo estaban cerrados, y también lo estaba su pico. Si no fuese porque su pecho se movía arriba y abajo lentamente, habría jurado que estaba muerto.
Su cuervo no era del tipo que dormía, era energético y revoloteaba constantemente por todas partes. Era extraño verle tan quieto.
Ayaka agarró su cuerpo con sus dos manos y le agitó débilmente
—Oye, ¡hoy es día de misión deberías haberme despertado!
Las perlas negras que tenía por ojos apenas se abrieron, lo máximo que Ayaka consiguió de él fue un débil graznido, tan distinto de sus gritos que por un momento creó que no era su cuervo y Nezuko simplemente se había equivocado.
Miró debajo de sus alas y, al ver las dos manchas blancas que solo poseía un cuervo en el mundo, se forzó a creer que era el suyo.
Apenas le dio un graznido como si él mismo quisiese confirmar que era él. Ayaka le acunó en sus dos brazos como si fuese su propio hijo. Su cuervo era ciertamente uno viejo, los cazadores de demonio morían fácilmente y los cuervos eran pasados de mano en mano como monedas en un mercado hasta que aún pudiesen batir sus alas.
—Vuelve a tu caja, Nezuko —le ordenó Ayaka sin quitar la vista de su cuervo entre sus brazos—. La misión tendrá que esperar un momento.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Ayaka encontró a su abuela al amanecer en el jardín cercando la salida de la Mansión Mariposa, pipa tan activa como siempre y ojos de tormenta fijos en el Sol que salía lentamente por el horizonte.
—Abuela.
Al mirarla, pareció estremecerse por un momento. Ayaka jugaba nerviosamente con su trenza.
—¿Sabes qué le pasa a mi cuervo?
Apartó su brazo de su pecho para dar paso a la débil forma de su cuervo, acunado en su haori.
Las cejas de su abuela se alzaron en curiosidad, y se inclinó aún con pipa en mano para observar mejor.
—No deberías fumar —le reprocha Ayaka cuando el olor a ceniza llega a su nariz—. Fumar es... sucio. Yo no lo soportaría.
—Ya lo sé —, es lo único que dice su abuela—. No necesito que me regañes por ello todo el tiempo, ya tengo a Shinobu para eso.
Ayaka se tensa con curiosidad.
—¿Conoces a la señora Shinobu?
—Todo lo que se puede conocer a alguien si se ha vivido en su casa menos de un mes.
Con un ligero graznido del cuervo, las dos vuelven su atención hacia él.
Su abuela suelta el humo del tabaco en un largo suspiro.
—Va a morirse.
Aquello la coge tan desprevenida que no puede hacer otra cosa que repetir la pregunta.
—¿Cómo que va a morirse? Ayer estaba bien, me dio un picotazo por olvidar su almuerzo.
Kaede le dedica una larga, exhasperada mirada que no falla en ponerle los pelos de punta. Siente que la está considerando una idiota.
«Así que de ahí es de donde he sacado la mirada», nota Ayaka con un asentimiento pensativo a sí misma.
—¿Dónde le encontraste? —continúa su abuelo, desviando su atención de ella para echar las cenizas al suelo. Ayaka siente que no responde porque no quiere lidiar más con idiotas.
Es la primera vez que está en la posición de idiota.
—En mi cama.
Los ojos de su abuela pasan perezosos por el cuerpo del cuervo, Ayaka no tiene otra opción que insistir.
—¿Podrías quedarte con él? Me han asignado una misión y no es seguro que venga.
El silencio de su abuela la empuja a continuar hablando.
—Le gusta Tanjirou, creo que le agradaría pasar tiempo con él.
Su abuela ignora completamente lo que dice con una mirada escéptica, no es algo a lo que Ayaka no esté acostumbrada.
—Dime de nuevo dónde le encontraste —dice, dedicándose a limpiar los restos de ceniza de su pipa con un pañuelo que saca de su bolsillo. No espera a que le conteste—. Fue allí porque sintió en sus huesos que no duraría mucho y quería pasar ese tiempo contigo.Ayaka mira a su abuela anonadada.
—Los cuervos suelen hacer eso —añade ella sin pestañear—. Son bastante leales, se quedan al lado del cadáver de sus dueños cuando mueren en misiones hasta que llegan los kakushi, realmente enternecedor.
—Tienes que estar bromeando —dice Ayaka por fin, casi queriendo reírse. Si no lo hiciese puede que de verdad la creería—. Escucha, solo-... solo déjale con Tanjirou, seguro que preferiría estar con él.
Empuja el cuervo contra el regazo de su abuela, ella no se resiste a que lo deje pero aun así la forma en la que sus ojos taladran agujeros en la piel de Ayaka nunca será agradable.
—No digas que no te lo advertí —. Son las últimas palabras que su abuela le dedica.
—Yo nunca haría eso —dice ella. Nunca lo haría, después de todo, es su responsabilidad.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Poner un pie fuera de la Mansión Mariposa después de tanto tiempo es refrescante, sin duda, o puede que solo sea el aire fresco de la mañana el que le da esa sensación. Sea como sea, echaba de menos el paisaje rocoso de la montaña fuera de las vallas que cercaban el recinto, y es algo reconfortante posar los ojos en un bosque después de pasar tanto tiempo en un sitio tan florido.
A Shinobu parecen encantarle las flores porque era lo único que había en su jardín.
—Ayaka-san, es tarde.
Ayaka se gira asustada para encontrarse a su tan amada Kanao Tsuyuri recostada contra la valla, manos entrelazadas sobre la falda de su uniforme y ojos purpúreos sin pestañear sobre ella.
—Creía que me ignoraste en la entrada.
A veces le sorprende lo suave e impasible que suena la voz de Kanao, como si nada pudiese hacerla temblar.
—No necesito ignorarte —suelta Ayaka, casi en reproche—. No tengo nada que ver contigo, ¿sabes? Después de mi estancia aquí no tienes que estar pegada a mí por más tiempo.
—Nos han asignado una misión —dice Kanao, con su actitud tan despegada de todo, como si no sintiese lo que dice o simplemente no le importase.
Sería lo mismo para ella decir que el cielo es azul a anunciar que un cazador de demonios se estaba desangrando a la entrada en la Mansión Mariposa. Ayaka lo sabía, lo había visto pasar, Kanao ni siquiera había pestañeado al hacerlo.
«La primera cosa que hacen después de nombrarme "tsuguko" es hacerme compañera de ella, genial, no tienen mucha imaginación, ¿no?»
—¿A nosotras? —cuestiona Ayaka—. ¿Juntas?
Kanao asiente y empieza a correr por el camino de tierra en una dirección que nadie excepto ella conoce. Ayaka la sigue al darse cuenta amargamente de que no sabe lo que tiene que hacer, y sería extraño que Kanao mintiese sin tener ningún motivo.
—¿Podrías al menos decirme a donde vamos, la cantidad de demonios que hay o cuánto tiempo lleva allí? —continúa Ayaka efusiva apresurándose para llegar al lado de Kanao.
Kanao no mete la mano en su bolsillo para sacar su moneda pero por alguna razón decide mantenerse en silencio.
—Esta va a ser una misión demasiado entretenida —murmura Ayaka por lo bajo.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Ayaka grita una maldición que supera incluso las más fuertes maldiciones que ha escuchado alguna vez de los ancianos del pueblo cercano a la montaña de Himejima-san.
—Tiene que ser una maldita broma —se murmura a sí misma. Aprieta los puños con fuerza como si eso fuese a cambiar algo, como si al hacerlo logrará que se queme, que se queme y se reduzca a cenizas y ella no tenga que volver a verlo más porque ella misma está muy cerca de estallar en llamas y-
—Ayaka-san —llama Kanao, voz impasible, voz sin emoción alguna—. Estás temblando.
Kanao se fija en su cara, la fina capa de sudor que cubre su frente y la tensión en su mandíbula y luego le echa una mirada al pueblo.
El camino había sido demasiado familiar y ni ella misma había querido creerlo cuando había estado enfrente de sus narices todo el tiempo. Cuanto más ascendía el Sol por el cielo, ahora marcando las horas tempranas de la tarde, más quería Ayaka convencerse de que no podían estar yendo hacia allí.
—Este es el pueblo de la misión, el demonio está aquí.
—Debe de haber un error —dice Ayaka con seguridad. Porque no puede ser, quiere alejarse de allí (alejarse del agarre de este condenado pueblo), aun así sus pies se mantienen pegados al suelo, en cambio, la fuerza con que aprieta sus puños aumenta.
—Conoces este pueblo —. Kanao no pregunta, Kanao no exclama, lo único que siempre hace Kanao es decir la verdad, que es lo único para lo que no necesita pedir permiso, porque no es algo suyo, no hay posibilidad de sentir diciendo lo que se ve. Que las han emparejado en una misión, que Ayaka está temblando, que Ayaka conoce este pueblo, ¿qué es lo siguiente que va a decir? ¿Que Ayaka está asustada de la gente del lugar donde nació?
Ella traga saliva y reprime la corrosiva voz que aparece en su mente.
«¡Pues claro que conozco este condenado pueblo, maldita sea, nací aquí!»
—Es mi pueblo natal... —consigue ella decir con voz sin fuerza, como si costase siquiera soltar las letras.
Pueblo natal, odia esas dos palabras.
Kanao no parece perturbada por su respuesta, pero tampoco parece extrañada por la reacción de Ayaka, simplemente dice la verdad.
—Yo misma he cazado un demonio en el pueblo donde nací, no debe ser un problema.
Ayaka arruga la nariz en molestia.
—Seguro que no temblaste, ¿no?
Kanao parpadea, como si no fuese de ella de quien espera la respuesta.
Puede que haya un momento en el que se da cuenta de que tiene que contestar, por lo que lo hace.
—No.
Se arrepiente de haber preguntado.
Ayaka se obliga a dejar de temblar (se obliga a intentar dejar de temblar) y empieza a andar. Kanao la sigue sin decir palabra.
—Este pueblo no es muy grande —empieza Ayaka, con un ceño fruncido que no se ha visto en su cara en mucho tiempo. Su cara se ha endurecido como se endurece el agua de un río al congelarse—. Todos se conocen, deben de estar preguntándose quién está tras las muertes, así que no es probable que el demonio esté entre los humanos porque ya lo habrían notado, los extranjeros destacan demasiado entre familias que llevan aquí generaciones. Podria estar haciéndose pasar por alguno y así poder ir a sus anchas.
Kanao se mantiene callada, así que Ayaka se da por vencida en decirle nada más.
Las calles estaban desiertas a aquella hora, y las puertas de las casas cerradas, como solían estarlo en horas de trabajo. Las familias que no tenían tiendas se pasaban la vida en los campos de arroz, y las tiendas solían adaptarse al horario que nunca parecía terminar, o muy pronto por la mañana, o muy tarde por la noche.
Lo que ellos llamaban pueblo eran simplemente varias pequeñas hileras de edificios que albergaban viviendas o comercios locales que se pasaban de padre a hijo. Los Iwamoto y los Kobayashi habían sido los únicos que no habían vivido en las viviendas edificadas en el pueblo y estaban alejadas, ambas a cada extremo de los campos de arroz dorados que parecían no tener fin.
En el bosque solo estaban los Takahashi, quienes tenían una pequeña casa de madera propia de su oficio de leñador unida al pueblo por un pequeño sendero de piedra.
—Todavía queda tiempo para el atardecer, ¿qué te parece si comemos? —. Ayaka habla de nuevo, que Kanao ni siquiera la mire es exasperante—. No eres nada de lo que me esperaba, ¿lo sabías?
Ni siquiera eso hace que Kanao agarre su condenada moneda del bolsillo y decida responder. A Ayaka casi le parece una mala broma, pero sabe que no lo es.
Tenía suerte, las pocas tiendas que solían abrir entonces eran los restaurantes.
Arrastra a Kanao a una de ellas mientras ella se queda mirando a quién sabe dónde, Kanao es sorprendentemente fácil de arrastrar por la muñeca, no se resiste a que la lleve consigo y no se queja. Hay veces que eso a Ayaka le da nauseas, porque sabe que si hubiese estado rodeada de otra gente, gente que no era tan buena como la que vivía en la Mansión Mariposa, habría podido acabar mucho peor.
El primer restaurante abierto es uno que no debería estar abierto cuando ella vivia allí porque no lo reconoce. El calor del agua hirviendo tras la barra es asfixiante y Ayaka tiene que dar un paso atrás al entrar porque la ola de vapor la sobresalta.
Es un lugar pequeño, como los restaurantes de ramen comunes con una barra, sillas esparcidas por el espacio que queda del local y cierto aura acogedor que parece arroparte como el abrazo de un padre cuando se está enfermo.
Con la mano que no está aferrada a la muñeca de Kanao intenta apartar el aire caliente de su cara. Si aquel sitio estuviese llevado por profesionales sabrían que siempre se debía tener mucho espacio cuando con ollas de agua se trataba.
Quien aparece para servirle cuando se sientan en los taburetes de la barra es el hijo del leñador, aquel que había actuado como si ella no existiera durante tanto tiempo.
Ryu Takahashi.
Excepto que no lo era.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
¡Rumores de la Era Taisho!: Zenitsu y Ayaka robaban a escondidas dulces en la Mansión Mariposa, y les gusta comerlos después de entrenar. Shinobu siempre les regaña pero Zenitsu siempre dice que merece la pena, mientras que Ayaka termina sintiéndose culpable por ello.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Notes:
Hola de nuevo! No es mucho pero espero que sea suficiente por ahora, no quiero estresarme con escribir capitulos muy largos y llevarme la paliza y no volver a escribir en bastante, así que para cuidar de mi salud y la calidad de esta fic el formato de los caps va a ser más corto, siento las molestias.
Como solo hubo dos personas que preguntaron a parte de eso he decidido simplemente hacer un one shot conmemorativo para celebrar el aniversario, si tenéis ideas podéis comentarlas como sugerencias aunque no aseguro que vaya a cumplirlas.
NEZUKO Y AYAKA!!! NEZUKO Y AYAKA!!!! LAS QUIERO
Entramos en el mini arco que todos hemos estado esperando, el dúo de Ayanao! Kanao te adoro reina. Soy capitana de este ship y nadie me podrá tirar. Realmente pienso que Ayaka tiene que lidiar con todo ese trauma no resuelto, pensé que era demasiado para tratarlo solo en el arco del infinity train así que también hice esto. Además de que me encanta la pareja de Kanao y Ayaka Y ADEMAS puedo meter angst con esto.
Tanjirou bb siento lo que voy a hacerte <3 prometo que te daré novia pronto
Ah, queda nada para que todo se derrumbe completamente, tipo fin del mundo, aunque eso es ya de por sí 2020,,,
Diria que Ayaka realmenre tiene problemas con la responsabilidad porque siente que tiene que hacerlo todo ella y sea lo que sea que pasa se echa la culpa a si misma y luego se odia por ello, chica de verdad necesitas cuidar de ti misma y confiar en los demás. Diria que viene de ambos su complejo de inferioridad y de superioridad,,, es más, lo refuerza, su superioridad le hace creer que ella es la Única que puede solucionarlo todo pero luego cuando pasan cosas malas se odia por ello y es realmente un no parar.
Por suerte este es ya el último tramo para el gran cambio en personalidad que tiene, después del infinity train la chica es feliz, ni yo me lo creo, aunque tenga sus problemas pero es algo que todos tenemos.
F por el cuervo, realmente inesperado todo ni siquiera lo tenía apuntado la idea me vino a la mente sin más, pero es un buen principio para tratar el tema de la pérdida.
Vamos a meternos en las profundidades de todo este lío, espero que os guste y siento las molestias por todo, me emociona la idea de crear mi propio arco con un demonio al que derrotar. Muchas gracias por leerme!<3
Chapter 26: Nada puede salir mal en un festival de verano
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
La obligación de los cazadores de demonios siempre había sido fuerte, se debe tener determinación de hierro para no abandonar el duro entrenamiento que supone aprender las respiraciones, por no decir que había demasiados demonios acechando como para tomarse un suspiro, pero aquella ocasión era diferente, después de todo:
—¡Todavía seguimos en periodo de recuperación! ¡No cuenta como escaquearse si no estamos de servicio!
Al menos, esa era la excusa que daba Zenitsu.
No había pasado demasiado tiempo en la casa de las glicinias como para que la anciana a su cargo les informase una noche durante la cena que habría un festival en la ciudad cercana.
Lo que más emocionaba a Zenitsu de todo eran los fuegos artificiales y las chicas en yukata, como era de esperar. A la mención de los puestos de comida, Inosuke parecía no poder estar quieto, y era innegable que Ayaka había levantado la cabeza con demasiada rapidez ante la opción de regalarle a Himejima-san los premios que ganase en los juegos que el festival tuviese que ofrecer (y vencer a Inosuke en todos ellos).
—No deberíamos ir —. Fue aun así la estricta opinión de Ayaka sobre el tema, por muy tenso que estuviese su agarre en su plato de comida—. No estamos en misiones porque nos estamos recuperando, sería irrespetuoso tomarnos el día libre mientras nuestros compañeros están dando sus vidas por acabar con los demonios.
Zenitsu había apretado los dientes en frustación, por supuesto, alguien de ciudad acostumbrado a las luces y el bullicio de la gente sabría apreciar más lo que era un festival a comparación de los pueblerinos con los que se había rodeado.
—¡Pero será algo bueno para nuestra recuperación, A-chan! ¡La comida rica y los fuegos artificiales sanan cualquier herida, eso lo sabe todo el mundo! —insistía, dejando de lado por completo la comida y pasando por encima de un exhausto y tumbado Inosuke sin darle atención.
Los platos que deberían haber consistido en una gran parte del almuerzo de Tanjirou estaban a su alrededor, vacíos, prueba de quién enrealidad los había comido y por qué había caído dormido tan pronto.
Ayaka entrecerró los ojos, con un gesto tan parecido al que haría una madre al advertir a su hijo en mitad de un berrinche que hasta Zenitsu, que nunca había tenido madre, pudo reconocerlo.
Aún con escalofríos corriéndole por la espalda, Zenitsu se giró a su último recurso.
—¡Tanjirou, dile lo que me dijiste a mí antes! ¡Díselo! —clamaba a gritos mientras apuntaba con un dedo a una Ayaka de brazos cruzados.
El susodicho levantó una ceja confusa, poniendo la conversación por encima de su almuerzo por primera vez.
—¿Que me diga qué? —cuestionó ella, posando sus ojos en Tanjirou y haciendo por alguna razón que la tensión en su agarre y en sus huesos se derritiese.
Tanjirou la miró igual de confuso y se encogió de hombros. Nezuko debería haber salido ya y eso es lo que más le preocupaba entonces. La anciana había entrado de repente cuando quiso hacerlo y no le gustaría que su hermana no saliese esa noche por ello.
—¡Lo del cumpleaños, Tanjirou! ¡El cumpleaños! —exclama Zenitsu insistente. Las cejas de Ayaka solo se arrugaron más en una expresión confusa.
—¿Fue mi cumpleaños... hace poco? —responde Tanjirou cauto, sin estar seguro de si eso es lo que Zenitsu quiere oír.
Antes de que Zenitsu pudiese sugerir ir al festival para celebrar el cumpleaños de Tanjirou, Ayaka ya había declarado con autoridad:
—Vamos a ir.
Las cejas de Tanjirou se arquearon en confusión—. Pero Aya tú has dicho que-
—He dicho que vamos a ir.
Se dice que el grito de felicidad de Zenitsu se escuchó por toda la casa de las glicinias, pero que extrañamente no consiguió despertar a Inosuke.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
La tela que componía los yukatas era mucho más suave que la de los uniformes del cuerpo, tersa y compacta, no se la podía comparar con el ligero algodón usado para que el calor del verano fuese más soportable, y se habían encargado de darle las gracias a la anciana encargada de la casa de las glicinias por haberles preparado unos yukatas de antemano. A Tanjirou lo que más le llamaba era el olor, como era de esperar, un campo de miles de pequeñas bolas blancas y esponjosas, pero también había ,un poco más lejos, algo dulce de colores claros.
—Inosuke no te atrevas a ponerte la cabeza de jabalí —advierte la voz de Ayaka por encima de su hombro.
Inosuke es pillado en el acto de intentar ponerse su cabeza de jabalí, algo que había servido para alimentar peleas entre él y Ayaka toda la tarde. "¿Pretendes ir a un festival llevando esa cosa?" había sido la frase más utilizada aquel día.
Tanjirou no la ha visto en un yukata hasta ahora, y su elección había sido deshacerse de su usual moño y optar por un peinado tradicional y complicado que, aunque sigue siendo un recogido en lo alto de la cabeza, la favorece mucho más. Y justo encima de todo ese pelo, se encuentra un pequeño ramo de glicinias acompañado de un broche de oro que es lo que sostiene en alto.
«Así que eso es lo florido», piensa Tanjirou. Pero no es solo eso, todo ella parece florido, cubierta en tela blanca y de color lavanda de los pies hasta el cuello.
«Aya se ve bien», y es algo que aparece en su mente de forma tan natural que Tanjirou ni siquiera se da cuenta de que lo ha pensado.
Son estos pensamientos los que le previenen de prestarle atención al momento en que empiezan a forcejear por su cabeza de jabalí con uñas y dientes. Es simple superioridad la que hacen que ella gane la batalla. La anciana de la casa de las glicinias les espera en la puerta con una sonrisa contenta y es a ella a quien Ayaka le da la cabeza de jabalí para guardarla aquella noche, y la cara de Inosuke queda expuesta a todo el mundo para que la vea.
No habían tenido que preocuparse del yukata, podría haber sido suerte o simplemente solo Tanjirou, pero había sido capaz de convencer a Inosuke de abandonar sus pieles y embutirse en ropa tan desconocida como lo era aquella.
—Podríamos haber estado allí desde hace mucho si no nos hubiésemos tenido que arreglar —se queja Zenitsu a regañadientes cuando empiezan el camino y ya se han despedido de la anciana hace mucho.
—Es la tradición, Zenitsu, no vamos a ir a un festival de verano en nuestros uniformes —dicta Ayaka como si fuese lo más lógico del mundo. Abre el abanico blanco en su mano con un hábil movimiento y se tapa la cara, dejando a la vista solo sus ojos, que se achican. Debe estar sonriendo—. No te quejes tanto, así nunca vas a casarte. Hazle caso a una chica sobre esto.
Los dientes de Zenitsu se aprietan en signo de su mal humor, la calor del verano hace que la irritación se vuelva más efectiva y el camino hasta allí es empinado.
Es complicado tomar el sendero por el bosque con sandalias, la tierra se mete entre los pies y el zapato y las plataformas de madera hacen que sea fácil perder el equilibrio. Tanjirou tiene suerte de haber vivido en una montaña, sino, puede que se hubiese caído hace bastante. Zenitsu se tropieza sin cesar y tiene que agarrarse a su hombro constantemente y Ayaka solo les mira por encima del hombro con malicia, pero sus rodillas temblando lo indican todo.
No pasa mucho tiempo para que su sonrisa socarrona sea borrada completamente cuando se tropieza y cae al suelo.
Zenitsu es el primero en soltar una carcajada ácida y apuntar con el dedo, a él se le une Inosuke, cuyas carcajadas resuenan por todo el bosque. Tanjirou no sería capaz de negar que tuvo que taparse la boca para que Aya no tuviese que escuchar la risa que se escapó sin que pudiese evitarlo.
Ayaka infla las mejillas desde el suelo en fastidio, y es Tanjirou quien le tiende una mano para que pueda levantarse mientras Zenitsu e Inosuke se ríen. Tanjirou se muerde el labio para no hacerlo.
Ayaka se levanta con mejillas rojas, se quita el polvo de encima y le da unas silenciosas gracias.
—Por si no lo sabíais, ya hemos llegado —anuncia forzosamente, apretando los puños a cada lado de sus caderas. No es florida, ahora solo es ácida.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Si le preguntases a Tanjirou a qué olía un festival, no sabría qué respuestas darte.
El olor más fuerte es el de la pólvora de los fuegos artificiales que deben guardar en algún lugar esperando a medianoche para encenderlos.
Pero aún hay más, olores fuertes y sobrecogedores que no puede evitar sino amar.
Están los dulces tradicionales y calientes de los puestos, quemantes y energéticos por los que siempre optaban sus hermanos más pequeños. Los peces frescos que chapotean en pequeñas piscinas esperando a ser capturados y llevados a casa, el pulpo fresco que los pescadores deben haber cogido aquella misma mañana esperando ganar una buena cantidad de dinero vendiéndolos en los puestos de takoyaki, y sobretodo, el licor.
—¡Mira, Tanjirou! ¡He cogido otro! —. Ayaka aparece por su lado dejándose caer con demasiada fuerza en uno de los taburetes de la barra del puesto que Tanjirou ha elegido y le enseña frenéticamente el vigésimo pez que ha conseguido en los juegos contra Inosuke—. ¡Le he ganado otra vez!
Inosuke enseña su cara enrojecida por el hombro de Ayaka, parece furioso, pero eso es solo una ración diaria de Inosuke.
—¿¡Qué te apuestas a que puedo beber más que tú!?
—¿¡Quieres hacer eso de nuevo!? ¡Vale! ¡Otra ronda!
Ayaka se ríe como si eso fuese lo más gracioso que ha oído. Porque eso es todo lo que ha hecho desde que están aquí, reírse como si no hubiese un mañana, como si la Ayaka que Tanjirou conoce se hubiese derretido y hubiese sido reemplazada por una Ayaka más animada. Lo había visto antes con los adultos, un poco de licor ponía de buen humor a su madre a veces cuando había cosas que celebrar, y a su padre si su salud se lo permitía, pero nunca esperaría verlo así.
Zenitsu sorbe de su propio vaso con cuidado, en el lado de Tanjirou donde Ayaka e Inosuke no pueden romperle los tímpanos.
—Sabía que esa competición de beber de los cabezas de chorlitos no era buena idea —se queja en voz baja.
Ambos vasos chocan con fuerza contra la barra, Inosuke es proclamado el ganador en aquella ocasión. Tanjirou no tiene más ideas de donde dejar los peces de Aya y cada vez que vuelve trae más. Es una gran noche.
—¿No estás emocionado, Tanjirou? —le pregunta Ayaka. Le ofrece licor al notar que su vaso está vacío—. Estamos celebrando tu cumpleaños. Aunque con un poco de retraso.
Al sonreír con todos los dientes sus ojos se cierran y su nariz se frunce levemente, como la de un conejo. Tanjirou encuentra el gesto adorable, parece una persona completamente distinta, y no le resulta desagradable.
Hay una tensión entre sus cejas que no ha notado hasta ahora, puede que no esté disfrutando de esto tanto como podría.
Aya le mira preocupada, posando su mano suavemente en su antebrazo. Tanjirou le sonríe y le indica con un gesto de la mano que puede irse, así que Aya vuelve a un puesto de un juego en el que ya ha participado varias veces, aún con cierta duda.
—No deberían haber bebido tanto, les advertí, y no me hicieron caso —se queja Zenitsu para sí mismo de manera enfada.
El taburete chirria cuando Tanjirou se gira para mirarle.
—Zenitsu.... —empieza con cierta lentitud—. ¿Crees que soy... muy serio?
Su compañero se ajusta en su asiento ante la pregunta.
—¿Quieres que sea honesto? —. Tanjirou asiente—. Para decirlo con delicadeza, creo que deberías beber un poco si quieres que alguna chica te preste atención esta noche.
«¿Quiero que alguna chica me preste atención?», se pregunta, y el poco licor que ha bebido hace que sus pensamientos se deslicen, se tambaleen contra todas las esquinas de su mente, y de alguna manera lleguen a Aya y en lo cálido que está su pecho cuando la ve feliz.
Tanjirou sería feliz si pudiese hacerla sonreír como lo había hecho el licor aquella noche.
A lo mejor es egoísta, su mente piensa después, sí, de verdad que lo es, porque querer hacer a alguien feliz para ser feliz tú mismo no es una buena razón.
Pero Tanjirou se ha bebido sin pensarlo el vaso que tenía en la mano, y se consiente un poco más el pensar en ese deseo egoísta.
Antes de que pueda parpadear una segunda vez y que su cabeza dé otra vuelta, Tanjirou se levanta y se dirige a quién sabe dónde.
—Idiota, no se da cuenta de lo que tiene en frente a menos que le golpees en la cara con ello —murmura Zenitsu a sus espaldas—. ¿Por qué tuve que rodearme de pueblerinos?
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Caramelos, Nezuko olía a caramelos de fresa y azúcar y todas las cosas buenas y dulces en el mundo.
Pero los caramelos se habían desvanecido y solo había quedado el olor a ceniza, como recordatorio de que Nezuko es un demonio, y de que podría desvanecerse quemada por el Sol como se había ido su olor a caramelos con su condición de humana.
La pólvora de los fuegos artificiales cercanos se lo recordaban, más pura que las cenizas de Nezuko, aunque sus cenizas ya fuesen las más limpias que se pudiesen encontrar en un demonio.
Los demonios olían a aceite, sucio, agrio y negro, dejado delante del Sol varios días para que cultivase una peste horrible que había hecho a Tanjirou aguantar las nauseas la primera vez que dejó que inundase su nariz.
Pero aunque sean las cenizas más limpias que se puedan encontrar, siguen sin ser comparables al dulce suave de los caramelos, y no puede dejar de añorarles por mucho que lo intente, sabiendo que algún día, Tanjirou encontrará la manera de volver a oler los caramelos.
En aquel momento, sin embargo, lo único que podía hacer era darle unas monedas al encargado del puesto de manzanas de caramelo y resignarse a algo que nunca será como la dulzura que él desea.
No es demasiado, pero Tanjirou registra entonces esencia a vainilla.
La blanca cara de Ayaka aparece por su lado, enmarcado en la esquina con el lunar que bien podria haber sido el de Takeo (a veces pensaba demasiado en ello).
Aya olía a glicinias, y esa es una verdad, pero las glicinias también son dulces, edulcoradas con intensidad y evocadoras a la vainilla y a la crema.
Plantó entonces delante de la cara de Tanjirou lo que podría ser el trigésimo pez que ganaba.
—Enserio eres buena en este juego —. Fue lo primero que se le vino a la cabeza a Tanjirou. Todo se sentía ligeramente borroso, tan borroso que parecía estar en llamas por dentro y aun así mantenía los pies en la tierra, aferrándose a la manzana de caramelo en sus manos.
—Creo que me han prohibido volver a jugar —respondió ella, sonriéndole a través de la bolsa llena de agua que separaba sus caras—. Algo sobre arruinarle el negocio.
Tanjirou apoyó un codo en la mesa—. ¿Tiene Himejima-san tanto espacio como para mantener todos los peces que has ganado?
Aya se rió, y después procedió a hacer gestos vagos con las manos como si pretendiese echar a un lado sus preocupaciones físicamente.
—He cogido muchos para regalarlos a todo el mundo —. Señaló vagamente a la cantidad de peces que había tenido que dejar con Zenitsu en el puesto enfrente de ellos y empezó a contar con los dedos—. Hay uno para mamá, otro para papá, Genya, Yuu, la abuela, Zenitsu, Inosuke, Nezuko, la señora de la casa de las glicinias —alzó la bolsa de su más reciente premio y lo dejó en su regazo—. Y este es para ti.
Se veía tan feliz que era extraño imaginarla así todo el tiempo, como se ven las flores resplandecer en primavera y no se las puede imaginar uno en invierno.
Tanjirou se encontró, al igual que queriendo que las flores resplandeciesen incluso entre la nieve como queriendo que Aya fuese feliz incluso en la más horrible desgracia.
Pero aun así... no se sentía bien, Tanjirou no se sentía bien. porque esa no era Aya, no la que él había llegado a conocer.
Aya debió haber notado su extraña expresión porque cuando Tanjirou volvió en sí su mano estaba posada sobre su brazo apretando con tierna preocupación.
—Tanjirou, ¿tú querías siquiera- —. Fue interrumpida por fuertes gritos a sus espaldas. Ambos se vieron obligados a darse la vuelta, encontrándose entonces con la imagen de Inosuke y sus brillantes espadas serradas retando a un duelo a un desconocido que se parecía demasiado a Giyuu Tomioka.
—¡Pelea conmigo, mitad y mitad! ¡Peleemos y demostraré que soy más fuerte que tú! —gritaba Inosuke apuntando con su espada al desafortunado que solo resultaba parecerse al Pilar del Agua mientras Zenitsu le agarraba por la cintura e intentaba que Inosuke no le rebanase el cuello al civil.
—¿¡Es que eres tonto!? ¡Eres tonto! ¿¡Cómo se te ocurre traer las espadas!? ¡Vamos a acabar todos en el calabozo por tu culpa! —continuaba chillando cerca de las lágrimas.
La gente se amontanaba para presenciar que causaba tal alboroto, dando codazos y empujones para intentar ver lo que ellos creían era una extraña mujer borracha y en yukata pelear con el hombre del puesto de takoyaki.
—¡Inosuke, ese no es el pesado de Tomioka! —llamaba Aya efusivamente al tiempo que ella y Tanjirou intentaban pasar hasta sus amigos entre el gran círculo de gente que se había formado en tan poco tiempo.
—¡Aya ese no es el problema ahora! —exclamó Tanjirou con las manos a la cabeza.
—¡Tanjirou, A-chan, por favor ayudadme! ¡Estoy harto de lidiar con este jabalí! —gimoteaba agudamente Zenitsu, aun agarrándose a la cintura de un Inosuke que tambaleaba con lo que solo podía ser la niebla del licor.
Fue también, entre la gente y el alboroto de lo que solo podía ser algo tan llamativo como un festival de verano, que aparecieron dos hombres enfundados en trajes de policía, empujando a aquellos que no podrían haber visto tales espadas en aquel tipo de escena gracias a su suerte.
Fue suficiente para que tanto Aya como Tanjirou se parasen en seco, mudos del terror.
—Mierda, ¡van a arrestarnos! ¡Al final tenía razón, enserio vamos a pasar la noche en el calabozo! —rompió el silencio los chillidos de Zenitsu, entonces, no al borde, sino con las lágrimas cayendo por sus mejillas—. ¡Echad a correr!
Y eso fue lo único que bastó para que en un momento confuso, aunque hubiesen huido en la misma dirección que los demás, Aya y Tanjirou terminasen en algún punto del bosque que definitivamente no formaba parte del camino que habían cogido al principio.
Aya tambaleaba, ojos neblinosos y medio cerrados y manos delicadas agarrándose al yukata de Tanjirou.
—¿Estamos perdidos? —preguntó Tanjirou en voz alta con una mínima pizca de confusión.
Ella le dio un suspiro cansado en respuesta, corazón aún bombeando desesperado como si siguiese corriendo y en su lugar el viento de la noche le contestó, moviendo las hojas de los pinos y trayendo consigo su olor.
A lo lejos, un búho ululaba puede que buscando por un pequeño conejo al que llevarse a la boca aquella noche tranquila, interrumpida solo por dos extraños que habían perdido de vista el camino.
—Hace tiempo que perdí a Zenitsu de vista —confesó Aya, cerrando los ojos y posando su frente contra el hombro de Tanjirou, incluso cansada y perdida se veía contenta.
—¿Cómo vamos a volver? Si tardamos demasiado Nezuko va a preocuparse —. Tanjirou se imagina a su hermana, sola y confusa en la casa de las glicinias. No le gustaría eso.
—El camino que cogimos está por allí —apuntó Aya a algún lugar lejos entre los árboles. Tanjirou le dedicó una expresión, Aya se encogió de hombros—. Mis ojos siguen funcionando, pero no puedo ver a Zenitsu. De verdad que corre rápido.
Ambos concuerdan silenciosamente en que aquella rapidez era un rasgo adquirido en la larga vida de cobarde de Zenitsu, y continúan andando.
El camino que había proclamado Aya estaba más lejos de lo que esperaba pero debía recordarse que era Aya, y que sus ojos eran comparables a los de Kanao. Lo que para él era el horizonte para ella en cambio significaba solo una breve línea por la que pasar fácilmente y llegar más y más lejos, igual que el aroma del caramelo caliente de la manzana que perdió en la confusión de la huida nunca se vería tan exquisita ni tan llena para ella como se veía para él.
Pero había algo persistente que no le dejaba en paz, el que Aya no quitase los ojos de encima de Tanjirou. Habría que ser realmente tonto para no saber que Aya te estuviese mirando desde el primer momento en que posase sus grandes pozos marrones sobre ti,
Y era por esa simple razón por la que Tanjirou parecía tan inquieto, se removía, miraba hacia todos lados y realmente no era capaz de encontrar el motivo por el que Aya querría mirarle en mitad de la noche estando embriagada.
No era la única, los interiores de Tanjirou estaban rebosantes, llenos hasta cierto punto de algo que revuelve sus pensamientos de un lado a otro y permanecía dando vueltas sin para, aunque sus pies estuviesen firmemente pegados al suelo. Y podría haber sido aquel hecho lo que le llevó a hablar.
—¿Por qué me estás mirando así?
Aya estira el cuello despejándolo ligeramente de su hombro como si hubiese estado sumergida en incontables litros de miel, movimientos lentos y vista coloreada de oro, cubierta entera por el fruto de la miel y despierta solo cuando Tanjirou la llama. Hacía tiempo que se había agarrado al brazo de Tanjirou, dejando que él la llevase depositando en él su plena confianza de que les llevaría de vuelta.
—Simplemente eres guapo, ¿nadie te lo había dicho nunca?
Tanjirou no se dio tiempo a preocuparse por el sonrojo que asciende a su cara de forma violenta cuando Aya posa su mano sobre su mejilla y lo que es un leve rosado pasa a ser un fuerte rojo.
—Pareces preocupado —empezó, arrugando las cejas en una mueca.
—No sé si debería contártelo —. Tanjirou carraspeó, sin embargo se sentó en el suelo como si estuviese dispuesto a tener una larga charla. Aya le siguió aún pegada a su brazo—. Hay una chica.
—¿Es guapa? —le cortó Aya impacientemente.
Tanjirou se fijó en la cara de Aya antes de confirmar—. Sí, es guapa. El problema es que ella... es siempre muy grosera.
Los grandes ojos de Aya le esperaban desde su sitio en su hombro, aguardando con inocencia a que continuase como si fuese un cuento evocador de la tierna infancia.
—Lo tiene todo para vivir una vida feliz y aun así es tan mala con todo el mundo, siempre está enfadada y grita mucho.
—Suena a que es fastidiosa —comentó ingenua Aya, bebiendo de sus palabras con atención—. ¿Es por eso que te molesta?
Puede que él también esté sumergido en algo, pero él no se sumerge en miel, sino en resina que con la menor chispa se enciende y le consume completamente en llamas.
—¡No! ¡No es eso! ¡No me molesta que no tenga motivo para ser cazadora o que no disfrute de su familia porque eso no es de mi incumbencia! ¡Sé que puede ser feliz y amable porque la he visto serlo, parecía completamente diferente y la prefiero así!
El silencio con el que Aya le recibe hace a Tanjirou pensar que por un momento había salido de la miel y quitado de sus ojos la niebla del licor y reconocía en sus palabras a ella misma. Y si lo había hecho, no pareció enfadada por ello, arrodillada y cubriendo sus piernas con sus brazos como abrazándose a sí misma.
—Solo estás frustrado —dijo ella sin más, pegando su cabeza a sus propias rodillas y mirándole desde allí. Ni siquiera lo pensó dos veces, como si fuese tan simple como respirar.
Pero no lo es, y eso Tanjirou lo demuestra exhalando un extrañado "¿qué?".
—Quieres que sea mejor persona, no hay nada de malo en ello —. Se colocó un mechó detrás de la oreja que había estado suelto desde que se salió a mitad de carrera al bosque—. Ves que puede ser una buena persona, y te frustra que no elija serlo. Todos podemos elegir ser buenas personas, pero cuesta mucho trabajo mantenerte firme contra un mundo así. Al fin y al cabo, existen los demonios, ¿no?
—Tienes razón —exhaló Tanjirou casi como si no pudiera creerlo.
La esencia de un zorro astuto y travieso se pintó en ella al sonreír.
—Por supuesto que la tengo, yo siempre tengo la razón. Además, yo también estoy preocupada por otra persona —murmuró algo que no debía tener sentido—. Alguien a quien aprecio parece estar desanimado. Pensé que venir aquí le pondría de mejor humor, pero ni siquiera vimos los fuegos artificiales.
Tanjirou se sentó recto en su sitio en el suelo, volviéndose muy atento en lo que Aya tuviese que decir.
—Es amable y bueno, y le ha pasado algo muy malo y no quiero que esté triste por ello. Siempre se preocupa por los demás y cuida de todos... me da miedo decepcionarle pero por una vez quería devolverle la amabilidad —paró Aya en seco con mejillas rojizas—. Por favor no le digas que dije eso.
—No lo haré —aseguró agarrando sus manos, pero Tanjirou empezaba a dudar de si estaban hablando de ellos mismos sabiéndolo o que Aya simplemente había bebido tanto que no lo sabía. No le gustaría ver lo que haría la mañana siguiente si recordase.
—No querías venir, ¿a que no? Debería haberte preguntado —se quejó Aya avergonzada, escondiendo su cara en el hueco de su cuello, convirtiendo simple agarre de manos en un abrazo—. Lo siento, continúo pensando lo que quiere todo el mundo, lo siento tanto.
Fue invadido por el fuerte sentimiento de querer irse a casa. Tanjirou no sabía si quería venir o no, lo único que sabía entonces es que deseaba irse a casa y deshacerse de su espada allí mismo, poder volver y vivir una vida tranquila, y eso es lo que le haría más feliz en el mundo. Y sobre eso no tiene dudas.
Y puede que su cuerpo supiese más que él, porque Aya nota la creciente humedad que empapa la tela del hombro de su yukata.
Se separó levemente de Tanjirou, tomando su cara entre sus manos como si fuese la cosa más preciada en su vida. Y puede que en aquel momento se sintiese así.
—¿Por qué lloras?
Y eso Tanjirou no lo supo tampoco.
—Perdí... mi manzana de caramelo cuando huíamos —dijo en cambio entre pequeños sollozos. Aya solo enterró una mano entre su pelo y apretó su agarre sobre su torso con más fuerza.
Primero fue la explosión de luz que coloreó sus rostros y luego los árboles y cada pequeño detalle del bosque que no se podría apreciar de noche, luego, fue el retumbo del sonido que produjo.
Ambos desviaron la vista al cielo, donde empezaban a aparecer miles y miles de estrellas de colores que iluminaban hasta el más recóndito espacio de tinieblas.
—Por favor, cuida de tu felicidad —le susurró Aya suavemente, mientras eran iluminados por la luz blanca de uno de los cohetes—. Quiero que seas feliz.
Y mientras que continuaba mojando su hombro con lágrimas que caían lentas y ambos admiraban el espectáculo de luces explosivas, puede que hubiese sido feliz. Tanjirou no lo supo y nunca lo sabrá.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Notes:
Antes que nada, preguntas!
«Para Aya-chan:
Según lo que te a contado Himejima-sama ¿Cuál Pilar te da más curiosidad y te gustaría conocer?»
Ayaka: El pilar del sonido parece muy fuerte, es realmente musculoso y grande y me encantaría conocerle. El pilar de la serpiente se ve muy arisco y no parecía gustarle Tanjirou así que por muy bonita que sea su serpiente nunca me caerá bien.
Tanjirou: ¿Aya no querrías ver otra vez a Tomioka? Puedo pedirle que venga algún día.
Ayaka: No, gracias. Preferiría al pilar del sonido.
Zenitsu: Enserio odias a Tomioka sin ninguna razón
«Pregunta para Inosuke-chan:
¿Qué planeadas hacer para que Aya deje de ganarte en fuerzas?»
Inosuke: Yo no pienso.
Zenitsu: generalmente solo le da puñetazos a las rocas del camino, el cerebro de jabalí no le da para pensar más
«Para todos:
¿Que es lo más extremo que han echo en sus vidas?»
Ayaka: Una vez estuve cerca de ahogarme en el río de Himejima-san, pero supongo que probar la comida de Zenitsu también cuenta
Zenitsu: ¿¡Qué hay de malo con mi comida!? ¿¡Qué clase de ejemplo es ese!?
Ayaka: Solo estoy intentando volver esto divertido, ¿tú qué tienes?
Zenitsu: ,,, espiar chicas en el baño de la Mansión Mariposa
Ayaka: QUE HAS HECHO QUÉ
Zenitsu: FUE SIN QUERER LA PUERTA ESTABA MEDIO CERRADA
Ayaka: QUÉ CLASE DE EXCUSA ES ESA
Zenitsu: ¿TANJIROU TÚ QUÉ HAS HECHO?
Tanjirou: Hmmmm, ¿no cuenta la vez que peleamos contra Rui?
Zenitsu: Eso no vale, ya cuenta como pelear contra demonios
Tanjirou: Pues, entonces diría aquella vez que me corté el pelo
Ayaka: Espera, ¿como era tu pelo antes?
Tanjirou: Largo, por debajo del hombro
Ayaka: Por qué lo cortaste...
Zenitsu: A-chan estás ardiendo, te has puesto muy roja
Ayaka, tapándose la cara con las manos: Inosuke, responde a la pregunta
Inosuke: ¡TODA MI VIDA ES EXTREMA!
Tanjirou: No has tenido que pensarlo tanto como nosotros, ¿eh?
...
Zenitsu actuando como celestina siempre será mi headcannon favorito.
Ayaka es bastante tradicional, si se me permite decirlo.
Solo que no quería dejaros con nada siendo hoy el primer aniversario de esta fic, el tiempo vuela muy rápido. Y ya que tenía la oportunidad, celebrar también el cumpleaños de Tanjirou! Ese detalle me vino bastante bien.
No penséis demasiado en cuando pasó esto porque no sabría decir, pensé en la estancia de la casa de las glicinias, pero es algo un poco extraño así que no le toméis demasiada importancia.
gracias por quienes hicieron preguntas y respuestas en wattpad!
Me encantó escribir esto, quiero tanto a mis bebés.
Y con eso concluye la celebración del aniversario! Espero hayáis disfrutado tanto como yo al hacerlo, muchas gracias por vuestro apoyo durante todo este tiempo y prometo dar todo de mí durante mucho tiempo más.
Chapter 27: Demonios que son falsos
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
«Este no es Ryu», era la única cosa que se le pasaba a Ayaka por la cabeza entonces.
Ryu Takahashi habia sido taciturno, de cara impasible y estoico como no lo había sido nunca nadie, como debía ser un leñador que vivía en una cabaña del bosque, pero este Ryu no es así.
Porque aquel no era Ryu en lo absoluto.
—Así que así ha logrado esconderse en el pueblo tanto tiempo —susurró para sí misma con ojos desconfiados.
El hijo del leñador del pueblo le recibe con cabeza ladeada y una sonrisa confusa. La miró durante durante unos momentos, lo justo como para reconocerla tras el uniforme de cazadora y la trenza que había tomado el lugar del pelo corto que solía llevar de niña.
—Anda, ¡cuánto tiempo Aya-san! —exclamó Ryu tras el mostrador, como si fuesen tiernos amigos de la infancia que se reencuentran sin más, como si Ayaka no tuviese que reprimir físicamente las ganas de temblar y él no la hubiese tratado como basura en aquel entonces—. ¿Cómo estás? Tus padres dijeron que te fuiste del pueblo con miembros lejanos de la familia de tu madre, fue repentino, ¿no?
Las nauseas hacen que deje de escucharle, lo que fuese que dijese aquel demonio hubiese recobrado de las memorias del verdadero Ryu para suplantarle y hacer creer a todos que era él mientras comía humanos sin ningún remordiminto. Era, de verdad, una pésima actuación.
—Así que has fundado este pequeño puesto y has dejado el oficio familiar de leñador... por cualquiera que sea la razón —empezó Ayaka con ojos entornados, deslizando una mano lentamente por la brillante madera de la barra. Ryu asintió casi con entusiasmo—. ¿No está tu padre decepcionado?
Sus ojos marrones se posaron con atención sobre él, leones escondidos entre la hierba a que la cebra se acerque lo suficiente. Kanao continuó sin inmutarse mirando a algún punto detrás de ellas, estaría distraída, pensó Ayaka, habría algo que le llamaría la atención o simplemente Kanao era tal decepción que actuaba así normalmente.
La cebra, entonces se acercó demasiado.
Todo tipo de dureza en la cara de Ayaka se derritió cuando vio brillar en los ojos de Ryu una fina capa de agua salada.
«¿¡Está llorando!? ¿¡Cómo puede llorar un demonio!?», pensó Ayaka alarmada. Las lágrimas empezaron a caer por las mejillas de Ryu, cuya expresión se había llenado de aflicción. «Oh mierda, ¡oh, mierda! ¡oh, mierda! ¡Tanjirou es el que lidia con esto! ¿¡Qué hago!? ¡La última vez le grité a Zenitsu!»
La moneda de Kanao brilló al lanzarla al aire y repiqueteó cuando cayó en el mostrador, mostrando el lado de cobre donde estaba marcada la "cruz". Sin decir una palabra, Kanao sacó de su bolsillo un pañuelo y se lo tendió a Ryu, aún con los ojos en algún lugar que Ayaka no podía ver.
—No importa —. Aquellos fueron las primeras palabras que Kanao pronunció en aquella mañana desde que partieron de la Mansión Mariposa.
Ambos, Ayaka y Ryu, miraron atónitos al blanco pañuelo con bordeados rosados, uno más atónito que el otro.
—Ah, muchas gracias- ¿señorita...? —empezó Ryu, secando sus breves lágrimas.
—Kanao —contestó tensa Ayaka por ella, aún con la vista fija en sus recientemente mojadas mejillas—. Kanao Tsuyuri.
—Tsuyuri Kanao —asintió Ryu agradecido—. Gracias entonces, Tsuyu-san.
«¿Dónde demonios está mirando?», cuestionó Ayaka cuando Kanao ni siquiera se giró para dar una respuesta, sus ojos purpúreos posados en algún lugar desconocido.
—Es muy callada, perdónala —intentó excusarla Ayaka de alguna forma, mientras Kanao continuaba sin reconocer que Ryu estaba allí excepto cuando le devolvió el pañuelo.
«¿¡Por qué soy yo la que se está disculpando!? ¡Debería ser él quien besase el suelo!», pensó ácidamente. «¡Este ni siquiera es el verdadero! ¡Es una copia barata! ¡Barata y muy mala!»
Ryu agitó la mano intentando quitarle importancia.
—Yo debería pedir disculpas —. Rascó su mejilla de alguna manera con nerviosismo y casi tímidamente. Sí, definitivamente no era Ryu—. Mi padre murió hace poco. Fue un poco extraño, aunque no es de importancia, como dijo Tsuyu-san.
Ayaka se apoyó aún más en la barra, acercándose más de lo que sería apropiado a Ryu. Él se echó hacia atrás ligeramente, pequeñas gotas de sudor cayendo por su frente.
—Si no es problema, ¿podrias decirnos qué pasó? Verás, hemos venido aquí por eso —empezó Ayaka, su mano deslizándose cada vez más por el mostrador hasta el interior del puesto. Ryu nunca había sido del tipo que lloraría, aquel no era él, se obligó a pensar, porque aquel no era al niño estoico que recordaba y aquellas lágrimas eran las que soltaba un cocodrilo para parecer arrepentido de sus crímenes.
La loca idea de que Yuu también había sido reemplazado por un demonio demasiado cortés le vino a la mente a la vez que agarraba el cuello de kimono de Ryu con fuerza—. ¿Creías que podrías engañarme de esta manera? Ha sido estúpido dejarte ver cuando el Sol aún está fuera, y en un sitio tan pequeño donde resguardarte hasta la noche como lo es un puesto de fideos.
La confusión estaba tan humanamente pintada en su expresión que alguien que no conociese a Ryu como ella lo hacía habría creído que de verdad era él y no un lobo en piel de cordero.
—¿Es eso un chiste o algo? —. Los ojos de Ayaka siguieron perforando contra su frágil barrera, Ryu solo sudó más—. ¿Qué pasa con el Sol?
Antes de que Ayaka pudiera revelarle con voz de hielo lo que era en realidad, Kanao echó a correr.
—¡Chica mariposa! ¡Oye! —llamó Ayaka sin resultado alguno en pararla. Soltó con resignación a Ryu que perdió el equilibrio al dejarle libre y provocó un estruendo al chocar con la estantería. Los platos donde servía los fideos cayeron al suelo y repiquetearon a sus espaldas al romperse en pedazos.
Ayaka vio como la espalda blanca de Kanao cubierta por su capa se alzó en el aire para caer entonces sus rodillas contra la espalda de un hombre que pareció haber aparecido de la nada.
Con sus muslos le inmovilizó, y dejó a aquel desconocido contra el suelo revolviéndose bajo ella. Kanao apretó más fuerte hasta que dejó de hacerlo y fue entonces cuando Ayaka pudo distinguir su figura.
Si aparentaba los años que tenía, debía de tener una edad cercana a la de sus padres. Las canas grises hacía tiempo que habían empezado a aparecer en su cabello, y las arrugas estaban empezando a marcarse anunciando que se profundizarían mucho más.
No había nada destacable de él a parte de sus ojos inyectados en sangre, negras sus pupilas como era lo que más comúnmente se veía, pero no como lo eran los ojos de Yuu. Un cierto refulgor a rojo resplandeció por un momento en ellos.
—¿¡Pero qué demonios te pasa echando a correr de esa manera!? ¿¡Estás loca!? —exclamó Ayaka echando las manos al aire cuando llegó al lado de Kanao, que seguía presionando sus rodillas contra la espalda de aquel hombre. Con cara aplastada contra el suelo, Ayaka no podía reconocerle.
—Ha estado siguiéndonos desde que vinimos aquí, sabe que somos cazadoras —anunció Kanao en su acostumbrado tono suave—. Además, se ve como un demonio.
—¡Si fuese un demonio ya se habría convertido el polvo a la luz del Sol! ¿¡Y tú enserio eres una "tsuguko"!? —continuó Ayaka agitando los brazos. Ignoró que no había visto que las estaban siguiendo en ningún momento.
—¿Cazado... —. Ayaka se congeló al oír a Ryu tomando varias bocanadas de aire, apoyándose en sus rodillas para recuperar el aliento de haber corrido tan apresuradamente hasta allí. Los cazadores de demonios solían ser más rápidos que las personas normales, incluso Ayaka, conocida por ser lenta, estaba por encima de la media—. ¿Cazadoras? ¿Cazadoras de qué?
«Se suponía que él era el demonio escondido en el pueblo, ¿qué hace a plena luz del Sol?». Ayaka arrugó su cara en confusión al girarse y encontrarle con los rayos del Sol reflejándose en el sudor que cubría su cara.
Ryu era una oveja y no un lobo, pero las ovejas también podían fingir ser más indefensas de lo que eran.
—No es asunto tuyo —. La espada gris resplandeció en su cinturón cuando Ayaka apartó el haori morado del patrón para dejarla a la vista—. Dedícate a tu puesto de fideos.
Ryu pegó un casi imperceptible salto de conmoción.
—¿Es eso una espada de verdad? —. Señaló también la espada rosada y blanca de Kanao que se entreveía entre los huecos de su capa.
—Te lo he dicho, esto no es-
—La labor de los cazadores de demonios es acabar con cualquier demonio que ponga en peligro la vida de los humanos —la cortó Kanao súbitamente, girándose ligeramente para observar a Ryu aún reteniendo al hombre contra sus piernas—. Nos han mandado aquí porque parece ser que un demonio se ha infiltrado en este pueblo y está comiendo humanos.
Los ojos negros de Ryu se quedaron fijos en ella durante largo tiempo, y cuando pareció que no iba a pronunciar palabra, habló:
—¿Demonios? Eso parece peligroso —. Se quedó en silencio durante otro momento, con los dos pares de ojos más poderosos de Japón examinándole con cuidado—. ¿Puedo ayudaros en algo?
Ayaka respondió enseguida:
—No. Así que si eres tan amable, vuélvete a tu puestecito de fideos y deja que me encargue de esto.
Kanao le lanzó a Ayaka una mirada larga y dura, Ryu hizo como si no la escuchara.
—¿Ese no es Takada-san? —. Apuntó con el dedo a hombre bajo Kanao, que había dejado de revolverse y se había resignado a su suerte.
Ayaka levantó las cejas en confusión—. ¿Quién demonios era Takada-san?
—¡El padre de las gemelas, por supuesto! —exclamó Ryu feliz de poder ayudar—. Hace unos meses tuvo una aventura con una chica joven. Desde entonces todos le juzgan por ello, siendo padre de familia —se llevó una mano al mentón—. Bueno, más de lo que suele ser habitual.
—Recuerdo que mi madre lo mencionó en sus cartas —murmuró Ayaka pensativa.—Ayaka-san —llamó suave Kanao sin darle tiempo a pensar más en ello—. Hay una marca en su cuello.
Entonces Takada-san empezó a revolverse de nuevo a la fuerza y hubo algo brillante que refulgió bajo el Sol.
—¡Tiene un cuchillo! —exclamó horrorizado Ryu.
—¡Kanao! —. Ayaka llamó su nombre cuando lanzó sobre ella para apartarla del camino brillante de la hoja que iba directo a su estómago, y rodaron entonces por el suelo en un enredo de brazos y piernas entrelazadas, cabezas chocando contra sí provocando jaquecas y proximidad más cercana a la que ninguna estaba acostumbrada.
El tan mencionado Takada-san, al verse libre del peso de Kanao y con un nerviosismo sudoroso se levantó con esfuerzo y tomó pie para dirigirse al sendero del bosque.
Ambas trastabillando se deshilaron de sí mismas y se apartaron con urgencia la una de la otra. Mientras, Takada-san continuaba su huida hacia el resguardo de los escondites del bosque.
—¡Kanao, coge una cuerda! —ordenó Ayaka aún con mejillas sonrojadas y sin mirarla a la cara. Se dirigió entonces a Ryu, que observaba todo con cierta torpeza—. ¡Tú quédate ahí y no te atrevas a moverte!
Takada-san no era demasiado rápido, se podría decir que no estaba en buena forma dada su edad, es por eso que cuando Ayaka le alcanzó sin poder haber aprovechado para esconderse, dirigió su cuchillo hacia su abdomen.
Logró al esquivarle que no rasgase el haori del patrón. La hoja del cuchillo se deslizó limpiamente por el uniforme de cazador sin llegar a perforar la tela y la confusión que provocó que no pudiese apuñalarla como tenía planeada fue suficiente para que Ayaka alzase su pierna y golpease con la espinilla cubierta de armadura la mano donde tenía el cuchillo, que voló y se perdió entre la hierba alta que delimitaban el bosque de la montaña.
Kanao apareció por su lado más rápido de lo que ella esperaba, y le entregó la cuerda que le había pedido.
—¡Esto son unos faroles! ¿¡En serio consideras a esto una cuerda!? —. Los faroles que colgaban, rojos y brillantes en la escotilla del puesto de fideos de Ryu y anunciando a todo aquel que pasase que podría encontrar caliente sopa de fideos allí, habían sido arrancados sin esfuerzo. Ayaka agitó la cabeza en frustración—. ¡No importa ahora, servirán de todas maneras! ¡Ahora noquéale!
Kanao ni siquiera pestañeó cuando se abalanzó como lo había hecho antes sobre Takada-san, que cayó por segunda vez al suelo. Ayaka se deslizó hábil por el suelo a su vez y rodeando sus muñecas con los destestablemente extravagantes farolillos en el camino, ató sus manos a su espalda.
—Los pagaré —le aseguró Ayaka entredientes a Ryu, quien miraba sin palabras la escena—. Yo... compraré veinte raciones de fideos... si hace falta.
«He pasado demasiado tiempo con Tanjirou», dejó escapar un suspiro derrotado. «Si no lo hago, me hará sentir mal»
Tanjirou estaría muy feliz en la Mansión Mariposa si lo supiese.
No puede evitar pensar en el hecho de que irremediablemente, sus caminos son diferentes. Ayaka lo sabía, lo había sabido desde que presenció su fuego, que la convicción de Tanjirou era más grande que la suya. Eso haría que explotase en llamas y ella no podría quedarse para presenciarlo.
Kanao llevó una mano a la boca de Takada-san, revelando en su agarre unos brillantes colmillos.
Ayaka frunció el ceño echándole un vistazo al Sol por un momento. No tenía sentido alguno.
—Deberíamos preguntarle a las gemelas qué hacía su padre con un cuchillo —murmuró Ryu pensativo y ella solo frunció los labios en respuesta.
Podía decir con seguridad que odiaba aquella misión.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Los patrones en la madera del techo empiezan a dar vueltas cuando Tanjirou pasa sus ojos por ellos de nuevo. Puede que haya estado así durante horas, el Sol aún no ha salido así que no puede ser tanto tiempo. O al menos eso es de lo que intenta convencerse.
El cierto picor que se asentó sobre sus ojos le indicaba que debía parpadear pronto, pero no podría hacer eso, el marrón cálido de las tablas de la enfermería eran más reconfortantes que el rojo. Cada vez que cerraba los ojos, Tanjirou solo veía rojo, rojo por todas partes.
Lo había superado, el ver el rojo de la sangre de su familia cada vez que parpadeaba, como si pintase el negro en el interior de sus párpados. Pero aquella noche había soñado, y pasarán otro par de noches más para que pueda despedirse de la pared de color palpipante que aparece cada vez que cierra los ojos.
Su casa, en la nieve el carmesí que se vertía de las entrañas de sus hermanos, despedazados sus interiores sin un segundo de duda, la madera de lo que había sido su querido hogar empapado con sus restos.
Suspiró al tiempo que se llevaba una mano a la cara, necesitaba alejarse de aquellos pensamientos pero aquella noche en especial no le dejaban tranquilo. Se colaban en su mente por pequeñas grietas que se forman con el tiempo y parecen escoger aquel momento para abrirse de lleno y dejar que el rojo se derrame e inunde su cabeza.
Lo único que se oye entonces en la enfermería son los pequeños ronquidos de Inosuke, pero hacía tiempo que Tanjirou había dejado de escucharlos. Nezuko debería estar en el jardín a aquella hora, era un hábito que había adoptado desde que despertó de su sueño de dos años. Tanjirou se preguntó si su hermana echaría de menos el Sol.
Él echaba de menos a su hermana.
Había sido un alivio cuando Urokodaki le había dicho que no atacaría a ningún humano, pero mentiría si dijese que le habría gustado que mantuviese su conciencia, porque era Nezuko, pero a veces es difícil de creer cuando ni siquiera es capaz de hablar.
Nezuko no podía hablar, y la limitada conciencia que tiene no le permitían que fuese realmente la Nezuko que Tanjirou conoce. No podía dedicarle palabras de aliento ni reconfortarle con algo que ella diría, y sus ojos desenfocados y pálidos se le parecían desconocidos. Por mucho que lo negase, eran los ojos de un demonio que no conocía, por muy Nezuko que fuese.
Ella le llamaría imbécil por la culpa que a veces se cuece en su pecho, aunque supiese que su familia nunca le culparía, pero él siempre había sido su mayor juez, no hay nadie que le castigue más por sus errores que él mismo.
Por el rabillo del ojo Tanjirou vio movimiento de las mantas de una cama, y al girar la cabeza se encontró con la cabeza de pelo negro de Aya sobresaliendo de entre las mismas.
—¿Tan- —. Un bostezo la interrumpe a mitad de palabra—. -jirou?
Él sonríe por alguna razón.
—¿Estás teniendo problemas para dormir? —preguntó, observando como Aya se frotaba el ojo somnolienta.
—Hace frío —contestó ella, temblando después como si quisiese mostrar su punto.
No hacía frío, Tanjirou piensa, es más, sentía que estaba ardiendo, pero eso no importaba.
—Hay mantas en el armario, iré a por ellas —le anunció a Aya con claridad, al tiempo que se levantaba de su cama con intención de coger las mantas por Aya y que ella no tenga que hacerlo.
Aya entrecerró los ojos con cierto aura de desorientación, yendo en la misma dirección que él y agarrándole por la muñeca.
—Puedo ir yo —dijo, como si tuviese que recordarle a Tanjirou, o a todo el mundo, que puede hacer cosas por sí misma. Tanjirou sospechaba que era algo que tenía que haber repetido mucho habiendo crecido como una niña enferma. Puede que debiese decirle que Yu le había contado todo, que habían hablado de ella cuando no estuvo presente. Podría ser que se sintiese ligeramente culpable por ello. Pero le alegraba poder entenderla mejor, aunque no fuese Aya quien se lo hubiese dicho.
La compasión no sería buena, y menos lo sería la pena. Así que sabiendo lo que sabía, Tanirou sonrió.
—¿Y si vamos los dos? —sugirió. Aya parpadeó con la lentitud propia de alguien que acaba de despertar, ojos muy abiertos y boca ligeramente abierta.
Se mantuvo en silencio por un momento y Tanjirou no perdió la forma en la que su mano apretó la sábana y la dejó ir antes de contestar—. Eso... me parece un buen trato.
—Sabría que dirías eso —exclamó jovial empezando su camino al armario. Si Tanjirou no se conociese a sí mismo, diría que incluso con una pizca de burla.
Aya sonrió agarrándose a su muñeca porque ella le conocía igual de bien para saber que él no se burlaría.
Cuando Tanjirou le cuestionó el por qué de su cercanía ella solo dijo que él "era cálido".
—Eres demasiado bueno conmigo a veces —declaró Aya apoyándose en la pared contra el armario. Entonces parecía más despierta, carente de la pesadez de estar recién despierto. Las manos de Tanjirou rebuscaban entre las mantas, buscando una que fuese lo suficientemente cálida.
—Me gusta ser bueno contigo —. Tanjirou consideraba aquello algo normal, porque era cierto, le gustaba ser bueno con Aya, puede que más que con Zenitsu o Inosuke, ¿pero qué diferencia había?
—Eres increíble —murmuró para sí misma, pareciendo derretirse. Tanjirou no sabia si eso era algo bueno o malo, puede que para Aya fuesen las dos cosas—. Nunca pararás, ¿no?
Tanjirou la miró alzando una ceja, Aya solo observaba a un sitio muy lejos de allí.
—¿Qué quieres decir?
—Nunca pararás de ser bueno, nunca pararás de ser amable, de serlo demasiado aunque nadie te pida que te excedas —se apoyó más recta contra la pared, mirada acusadora—. Has tenido una pesadilla, ¿no es cierto?
Por muy somnolienta que estuviese, la pequeña arruga entre sus cejas seguía apareciendo.
«Está preocupada», pensó Tanjirou.
No tenía la fuerza para negarlo, y sintió en sus huesos que Aya lo había sabido desde el primer momento en que posó sus ojos en él. Pero no del todo.
Aya le había dicho muchas veces que su madre la había comparado siempre con su abuela; la dureza, el orgullo, la frialdad. Era algo que se esperaba, pero en aquel momento, con sus ojos grandes y claros, despejados de cualquier nube de confusión que pudiese haber visto antes, Tanjirou sintió la gran presión de los ojos de una Fujioka, de los que no podrá escapar.
«Estos no son los ojos de Aya». El pensamiento saltó a él casi en instinto. Al menos, no eran los que habían sido la primera vez que los vio, como el corazón de Tanjirou no había sido el mismo la primera vez que Aya vio su fuego.
—Eres demasiado desinteresado. Aunque te corten una pierna, aunque quedes paralizado de cintura para abajo, aunque te vuelvas arrugado y canoso, no pararás hasta derrotar a Muzan y devolver a Nezuko a su forma humana. Hasta que mueras —. Aya no le preguntó, no necesitaba su confirmación para saberlo—. Yo me jubilaré y tú seguirás peleando. Puedo aceptar eso, sería egoísta por mi parte mantenerte lejos de tus metas y alejarte de lo que realmente quieres hacer.
—No es nada de lo que tengas que preocuparte, no tiene importancia que lo haga mientras tú y los demás estéis bien. Da igual lo que me pase, así funcionan los hermanos mayores —negó Tanjirou, porque no quería decirlo, después de saber que su familia no le culpaba, y después de que Nezuko fuese quien hubiese soportado el horror, cómo puede uno admitir tal cosa.
La cara de Aya se acercó peligrosamente a la de Tanjirou, y de repente ambos estaban en el armario. Sus labios se fruncen hacia atrás, como si ella quisiera mostrarle sus colmillos cual animal rabioso.
—Eso ahora me da igual, hermanos mayores o menores, la gente amable, sois todos iguales. Dilo, di que has tenido una pesadilla —insistió Aya. Desprendía furia, chisporroteante como un fuego que está vivo y que lamía las ventanas que eran sus ojos. Era la primera vez que la ventisca era reemplazada por el Sol quemante. Aya aprieta la mandíbula ante la vacilación que debería verse plasmada en la cara de Tanjirou—. No te atrevas, Tanjirou.
La pregunta "atreverme a qué" no es capaz de salir de su boca. Aya desprende furia, chisporrotea como un fuego que está vivo y lame a las ventanas que son sus ojos.
—Si te conviertes en alguien como mi padre, te odiaré, así que no te atrevas. Sois todos iguales y me saca de quicio.
Tanjirou dio un paso atrás en pura intimidación, entremetiéndose más en el armario por accidente. Los ojos de Aya seguían atacando y ella seguía avanzando, no estaba dispuesta a dejarle ir.
—¿Qué hay de malo en ser desinteresado? —preguntó Tanjirou entonces al aire—. ¿Qué hay de malo en ser bueno?
Aya negó con la cabeza y se acercó más. El corazón de Tanjirou latía profundamente en sus oídos.
Extrañamente para la situación, ella estaba sonriendo, como si disfrutase de todo aquello—. Yo no lo sabría, porque soy absoluta e innegablemente egoísta, y me da igual, no podría importarme menos ser buena o mala. Y es por eso por lo que soy egoísta que no dejaré ver como te consumes.
Tanjirou tragó saliva débilmente, temiendo que al hacer el menor movimiento Aya lo note.
—El problema no eres tú, el problema es a quienes dejas atrás y quienes deben verte en llamas—. Sus narices se estaban tocando entonces y las glicinias inundaban cada poro de su cuerpo, y le susurran "Aya Aya Aya Aya" al oído.
Viajó sin quererlo a todos aquellos momentos en los que hacía más, en los que sacrificaba la hora de la cena para poder tener una ración extra que darle a los más pequeños. Nunca antes se había fijado en que ellos se veían tristes cuando se iba, a lo mejor habrían preferido que se quedase un poco más por encima de un kilo extra de arroz.
—¿Tú querrías hacerme daño alguna vez, Tanjirou? —cuestionó Ayaka duramente. Él inmediatamente respondió "¡por supuesto que no!"—. Sabría que dirías eso, por lo que quiero que sepas que dolería que siguieses siendo desinteresado, ¿quieres que no me duela? Sé más egoísta, porque no podría aguantarlo.
Y así, tomó las mantas de las manos de Tanjirou (sus manos eran de hielo, siempre tan frías al tocarle) y salió del armario.
—Despiértamente la próxima vez que se repita, y no te atrevas a no hacerlo —advirtió mirándole por encima del hombro. Le dedicó otra sonrisa traviesa más y con un giro rápido volvió a la habitación.
Tanjirou se mantuvo en el armario un rato más, calientes sus mejillas y cierto temblor, como si fuese emoción. Un furor lo que sus huesos sentían cuando Aya estaba demasiado cerca, que parecía que nunca iba a parar.
Fue en la oscuridad, apoyado en un estante y con el olor a glicinias aún ligeramente en el aire, que Tanjirou se dio cuenta de que querer besar a tu compañera de la forma en que él quería no era algo especialmente normal.
Oh.
Y al día siguiente no quedaban glicinias que oler, solo el jabón del día de la colada.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Notes:
Edité varias cosas del preview que ya tenía y ha salido mucho mejor y más natural que lo que tenía originalmente. Me ha gustado porque he podido hacer a Aya y Tanjirou más naturales, me gustó.
De hecho, hoy estaba escribiendo y me estaba saliendo re bien las siguientes escenas pero se me crasheó el programa y se me borraron los parrafos que tenía y me puse de mal humor :)) y no continué. Pero ya que hemos esperado tanto os traigo esto.
Creo que no tengo nada más que decir, solo que perdón por tan poco gracias por tanto.
Chapter 28: De depredadores y presas
Summary:
Entre el jabón y el olor a limpio, mucho, mucho después de que Tanjirou empiece a echar de menos el olor de Aya, distingue de repente un fuerte olor a glicinias.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Los días de colada en la Mansión Mariposa se caracterizaban por dos cosas; la primera consistía en no intentar chocar con ninguna de las residentas de la Mansión Mariposa que llevaban de un lado a otro cestas de mimbre llenas hasta los bordes de sábanas limpias. La segunda era que Tanjirou no podía oler entonces nada, el olor a jabón era demasiado fuerte con las cientos de telas y la gran colada necesaria para dar cobijo a todos aquellos cazadores de demonios que venían allí en busca de recuperación, y a los que Shinobu era lo suficientemente generosa como para dejar en su casa.
Es por eso que ante la ausencia del olor a glicinias y no ver a Aya en su cama, Tanjirou no se preocupa.
En el desayuno tampoco toma en cuenta que aún no la ha visto hasta entonces porque es común para ella pasar aquel tiempo con Kanao en la sala de entrenamiento. Él había intentado que no lo hiciese muchas veces, pero ella simplemente replicaba que él hacía lo mismo también (lo cual era cierto), así que no tenía otra que aguantar a regañadientes.
Es Inosuke el primero en gritar su ausencia.
—Oye, ¿dónde está Yosano? —pregunta entre brutos bocados de arroz.
Tanjirou le da entonces la respuesta que él creía que era cierta:
—Aya debe estar entrenando con Kanao.
Inosuke le lanza una mirada incrédula y Zenitsu parece fijar la vista en otro lado. Consigue distinguir el olor de sus nerviosismo levemente.
—Qué va, ni Akira ni Kanoka están en la Mansión Mariposa —dice, parando por primera vez de mordisquear la comida—. No puedo sentirlas en ninguna parte cerca, ni siquiera en el bosque fuera.
Tanjirou ladea la cabeza al escucharle:
—Si hubiese tenido alguna misión nos lo habría dicho, ¿no?
El leve olor a nerviosismo de Zenitsu entonces azota su nariz con fuerza, y Tanjirou tiene que llevarse una mano a la nariz para recomponerse de tan fuerte esencia.
Le mira al otro lado de la mesa, y Zenitsu no consigue devolverle la mirada, decidiendo que sus huevos cocidos son más importantes que los soles que Tanjirou posee por ojos.
—A-chan fue asignada una mi-misión de repente —suelta en un graznido que es más agudo de lo que suele ser la voz de Zenitsu.
El jabón de la colada sigue inundando sus sentidos, pero parece que el nerviosismo de Zenitsu lucha contra él por dominancia de su gusto olfativo.
—Yosano tampoco consiguió alcanzar a Kokori, ¿no? ¿Por qué va ya en misiones? —pregunta Inosuke en voz alta y ambos Zenitsu y Tanjirou se preguntan si el esfuerzo de inventar nombres nuevos cada vez que menciona a la gente sería mayor que simplemente recordarlos.
—Aya es “tsuguko”, supongo que su aporte al cuerpo es casi tan esencial como el de un pilar —sugiere Tanjirou de forma inútil, y los tres se encogen de hombros sin la fuerza para seguir preguntándoselo.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Entre el jabón y el olor a limpio, mucho, mucho después de que Tanjirou empiece a echar de menos el olor de Aya, distingue de repente un fuerte olor a glicinias.
Como es normal, empieza a correr por el pasillo hacia el origen del olor.
—¡Aya, has vuelto tan rápido de- —. Se detiene al cruzar la esquina y enontrarse con alguien que no es Aya, ni de lejos.
Al otro lado del pasillo se alza en toda su gigantesca altura un chico con cara temible recorrida por una cicatriz y un mohicano.
—Ah, lo siento, te había confundido con otra persona —empieza Tanjirou con cierto tono culpable. El chico continúa andando con su mirada fija en algún punto por encima de la cabeza de Tanjirou, ni siquiera molestándose en mirarle. Él hace lo mismo y anda hacia el otro lado del pasillo, y aunque se aparte, el chico temible choca su hombro contra él.
Sí que estaba decidido a chocarse con él.
Entonces, tras el pelo más largo y el cuerpo y las facciones más duras de las que recordaba, el reconocimiento cae sobre él como un cubo de agua fría.
—¡Ah, tú eres el chico de la Selección Final! ¡Genya! ¡Me alegra ver que te va bien! —. Tanjirou se gira para apuntarle con el dedo, pero él continúa su camino y Tanjirou no tiene más remedio que seguirle.
—¡Aya me ha hablado mucho de ti! ¡Eres aprendiz de Himejima-san, y también dice que te gusta el té de jazmín!
Genya continúa su camino sin darle respuesta, y Tanjirou jura oír un gruñido salir de su boca. Era, sin duda, su “aniki”.
—¡Ha sido asignada una misión hace poco, así que no está aquí! ¡Oí que peleasteis así que pensé que cuando vuelva podríais beber té para reconciliaros!
Los ojos pequeños y temibles de Genya Shinazugawa se fijan en él por primera vez. Tanjirou no tiembla aunque sabe que cualquier persona normal lo haría, pero está acostumbrado a los ojos de Aya así que es, en cierta manera, inmune a los ojos de los aprendices del Pilar de la Piedra.
—¿Eres tonto?
Tanjirou ladea la cabeza en confusión:
—¿Eh? ¿Dije algo extraño?
Genya reprime los gruñidos que se producen en lo más profundo de su garganta. Tanjirou se fija en como aprieta los puños.
—Deja de hablarme.
Más interrogativas aparecen en la mente de Tanjirou. Genya retoma su camino y Tanjirou se ve obligado a echarlas a un lado para seguir su paso, porque Genya es enorme y él no ha crecido tanto como él desde la última vez que se vieron.
—Si he dicho algo que te haya molestado pido disculpas, estoy seguro de que cuando Aya vuelva podemos ser todos amigos.
Genya aprieta los dientes y Tanjirou no sabe qué ha dicho para que se moleste.
—Cuando Aya termine su misión puedo invitarte a una caja de dulces junto con el té, ¡invito yo, lo prometo! Nunca viene mal relajarse después de las misiones, seguro que Aya estará muy feliz de-
Los puños de Genya se aferran rápidamente al cuello de la ropa de Tanjirou al tiempo que se gira bruscamente hacia él. Su olor a glicinias es lo que más nota cuando lo levanta del suelo.
—¡Ella no va a volver, jodido idiota! ¡Te ha abandonado como abandona a todo el mundo! ¡No va a volver, ni ahora ni nunca!
Entonces le lanza al suelo y al impactar contra él Tanjirou siente las heridas que creía sanadas estremecerse del dolor.
Toma una bocanada de aire para restaurar el aliento que ha perdido de la conmoción, y se lleva una mano al techo mientras Genya se queda observándole desde arriba.
—Ella no… Ella no haría eso —dice entre inhalaciones que duele tomar.
«Ella no me haría eso,» intenta convencerse. ¿Pero no había Aya abandonado a sus padres? ¿Y no había Aya abandonado a Yuu y a su pueblo? Pero ella había prometido quedarse con él, aunque pedirle que lo haga sería egoísta.
—¡Pues hazte a la idea porque es lo que siempre hace! ¡No eres especial! —grita Genya de nuevo. Hay glicinias, y también hay jabón, y aun así Tanjirou se siente tonto por no haber notado el gran olor a furia y desesperación que emana de Genya Shinazugawa.
«No te dije que me iba en una misión,» le recuerda la Aya en su cabeza riendo burlonamente. «Himejima-san me dijo lo que hiciste para mantenerme a tu lado por culpa de tu egoísmo y no quiero volver a verte más.»
Y con el olor de glicinias permaneciendo en el aire que había acostumbrado a asociar a Aya, deja Genya a Tanjirou en el suelo entre una incógnita que no le dejará dormir esa noche.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
—Qué conveniente —murmura Ayaka sobre la primera de sus veinte sopas de fideos.
Sopla sobre el caldo caliente y se lleva los fideos a la boca, sorbiendo rápida y ansiosamente.
Kanao observa con cierta curiosidad como continúa sorbiendo fideo tras fideo sin dejarse tomar aliento. Suelta los palillos cuando no hay más fideos que sorber y luego se lleva el cuenco a la boca, procediendo a beber el caldo caliente.
—¡Gracias por la comida! —grita a nadie en particular cuando apoya el bol de nuevo contra la mesa.
Si tuviese mejor oído habría oído la pequeña risa viniendo de Kanao.
Ryu la mira con algo cercano a la intimidación, yendo a la mesa cargando en sus manos con los varios boles de fideos de todos los sabores posibles.
—No imaginé que también alquilarías las habitaciones del piso de arriba a los huéspedes —continúa Ayaka, aceptando el siguiente plato—. Aquel hombre no tiene la fuerza de un demonio así que le dejaremos en la habitación alquilada por el momento, si llegamos a extremos, tendremos que dormir aquí hasta que acabemos con el demonio.
Se termina los fideos, esa vez con marisco y pescado con la misma rapidez que hizo con el primero. “¡Gracias por la comida!”
—Vas a gastar más dinero en mi negocio en un día que lo que suelo ganar en un mes —bromea Ryu, volviendo a la cocina para servir tantos boles de fideos como le permita cargar la bandeja.
—¿Qué prefieres Kanao, carne o pescado? —pregunta Ayaka, haciendo un gesto a los innumerables platos esparcidos por la mesa.
Kanao se toma un momento, mano en su bolsillo con el pulgar rozando los bordes de su moneda dorada.
—Carne —responde al final, y Ayaka le ofrece el bol más cercano complimentado con carne que puede encontrar—. ¿Es necesario comer? ¿No es una distracción? No nos ordenaron esto.
Ayaka termina de sorber su tercer bol. “¡Gracias por la comida!” Esa vez Kanao advierte unas náuseas tempranas apareciendo en su cara.
—Siempre hay que comer antes de una misión —contesta ella, llevándose una mano al pecho y golpeando para que los fideos no suban por su garganta de nuevo—. No tienen que ordenarte todo lo que hay que hacer una misión.
La vaga memoria de haber intentando completar su primera misión sin Tanjirou le viene a la cabeza. Puede que aquel no fuese el mejor uso de palabras.
—Era veneno —recuerda Kanao—. Aquel hombre estaba envenenado. La marca roja-
Es interrumpida por un gesto indiferente de la mano por parte de Ayaka y ambas recuerdan al hombre que se había desplomado inconsciente y al que habían atado en aquella habitación.
—Que le diese ciertas características a un demonio no significa que se haya convertido en uno, solo Muzan Kibutsuji y Lunas Superiores pueden hacer eso —empieza Ayaka, parando por primera vez en su labor de comer fideos—. Además tú lo dijiste, no se veía como un demonio y tampoco se deshizo en polvo ante el Sol. Solo come, ¿también hay que ordenarte eso, chica mariposa?
Y entonces continuó sorbiendo fideos apresuradamente. “¡Gracias por la comida!”
Kanao sorbe de los suyos con cierta duda y Ayaka termina cinco más cuando ella termina con su primera ración.
Para entonces ha adquiridio un tono verde en la cara y se tapa la boca con malestar pintado en sus rasgos.
—¿Puedes ponerme los que me quedan para llevar, Ryu? —pide débilmente, apoyada de forma derrotada sobre la mesa como no podría hacerla ver ningún demonio—. Llévalos mañana para las chicas de la Mansión Mariposa.
Kanao asiente distraídamente. Su mano continúa en su bolsillo, dedos revoloteando sobre la moneda.
Con un último empujón a su corazón Kanao la agarra y la lanza al aire. Ayaka levanta la cabeza curiosa para verla y cuando cae se ve claramente “cruz”.
—¿Quieres... que nos vayamos ya?
Los dedos de Kanao repiquetean contra la mesa con timidez, posando un dedo en la moneda y volviendo a guardarla en su bolsillo. Entonces asiente levemente.
Ayaka se paralizó entonces por un momento, con el pánico de caer por un agujero negro y desconocido del que no podría escapar.
—Vamos entonces.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Al principio no había importado. Al principio, no había importado para nada.
Ayaka Iwamoto había sido un nombre rara vez pronunciado y menos veces oído, casi como si fuese un fantasma, lo poco que se sabía de ella era que siempre estaba enferma y que vivía al final de los campos de arroz, escondida allí como un espíritu que protege el lugar donde descansaba el cuerpo mortal que alguna vez le había pertenecido.
Verla era la misma experiencia que avistar un fenómeno sobrenatural, y para cuando Yumiko tuvo ocho años, aquella niña de piel de álamo y pelo de carbón tan frágil como la nieve al Sol se había hecho un nombre entre los niños del pueblo como si fuese un kappa bajo un puente.
Lo más remarcado de los Iwamoto siempre fue su estúpida ingenuidad y la facilidad con la que uno se podía aprovechar de ellos, eso era algo fundamental que se te venía a la mente si se miraba pasados los campos de arroz y se divisaba la pequeña casa donde vivía la familia de piedra hasta hacía poco tiempo.
Entonces la casa yacía vacía, y nadie se había molestado en buscarles. Se habían desvanecido en el aire como si nunca hubiesen existido igual que los Kobayashi hacía tres años, solo que aquella vez no se le podía echar la culpa al fuego. La existencia de los Akada había sido arrastrada debajo de una alfombra también, porque todos daban por hecho que el padre de Takeshi le había matado por fin y había huido escondiendo el cadáver en alguna parte, como hizo una vez con su madre y como hacía con su hijo de nuevo.
Pero todos esos años atrás, cuando la hija de la piedra se mostró por primera vez ante ella, a Yumiko no le había importado, y es que no importaba.
Salía tan poco de su casa que los más pequeños de verdad creían que era un fantasma, ¿por qué hacerlo? Era un largo camino para cruzar los campos de arroz y no parecía que ella tuviese fuerzas de sobra para hacerlo todos los días, ni gente a la que visitar allí de cualquier manera.
Pero una vez sí lo hubo, era por eso por lo que aquel pueblo tenía un puente por el que cruzar al otro lado del río en primer lugar.
El proyecto había estado sobre el aire durante años, con el crecimiento de las ciudades y la influencia de Occidente, Japón estaba creciendo rápidamente y no parecía parar, como un estirón que llega con la pubertad y ya no se sabe si el tamaño de las ropas que se compran un día sería suficiente para la siguiente vez que mirase cuanto se había crecido.
Todos habían coincidido, algo que era raro en aquel pueblo, en que el comercio y la gente empezaría a moverse de un lado a otro. Se rumoreaba de bestias de metal pegadas a barras en el suelo que eran más rápidas que las mulas y los caballos, velocidades a las que un humano corriente no podría llegar por su cuenta y alimentadas por carbón. Aquello significaba más viaje, más turistas y en consecuencia, más dinero.
Aquel pueblo no destacaba por sí solo, todos lo sabían sin decirlo, pero sí que atraía a los viajeros que necesitaban hacer paradas entre ciudades importantes y ellos estaban situados de manera afortunada en la geografía del Gran Japón. Lo único que les paraba de alcanzar dicha gloria era el río.
La montaña que les rodeaba no era ni de lejos un impedimento, porque era una montaña pequeña y no difícil de cruzar, lo más peligroso siendo los lobos, jabalíes y demás bestias salvajes. El río que venía de la montaña, sin embargo, dificultaba el camino de un lado a otro de cada orilla, caudaloso como solo podría serlo un río bendecido por los dioses, se convertía en una maldición.
Sería demasiado trabajo, demasiados recursos gastados sin saber si el esfuerzo de sus vecinos sería recíproco o simplemente una manera de ser engañado en hacer todo el trabajo para el beneficio de todo un pueblo de almas maliciosas.
Las acusaciones empezaron a volar por el aire como propulsadas por pólvora.
Que si no querían ofrecer su propia madera, que si aquellos con hijos no tendrían tiempo para el puente después de trabajar en los campos de arroz, que si era demasiado esfuerzo para gente ya cansada, sin ninguna garantía de que los demás vecinos pusiesen el mismo trabajo que uno mismo llegado a comprometerse.
La tensión entre los propios vecinos desconfiados y con corazones ácidos siempre había estado ahí, aquel pueblo lleno de recelo y excesivamente defensivo de sí mismo llegó a un punto en el que la norma no escrita por encima de sus cabezas era confiar en aquellos viviendo bajo tu mismo techo y nada más.
Los señores feudales habían desaparecido hacía décadas, después, todos eran fieles a la gran figura del emperador, pero en vez de ser unidos bajo un mismo líder y una misma nación se culpaban unos a otros de sus propias desgracias o carencias, protegiendo lo que creen suyo con uñas y dientes como si se protegiesen a ellos mismos.
No exactamente todos, pero aquellos que no eran tomados como estúpidos.
Makoto Iwamoto entonces agarró un día un saco de arroz, lo vendió en el mercado y compró tablas de madera con las que se podría construir una casa entera. Después, empezó a construir.
Los susurros desconfiados corrieron libres como perros rabioso en una cacería, nadie se fiaba de nadie y las intenciones eran siempre desconocidas con alguien que aparentaba ser amable. Un gesto así se había convertido en algo casi tan extranjero como ver a la fantasmal cabeza azabache de su hija.
Construyó aquel puente que había traído tantos beneficios casi por su propia cuenta, eso es, sin contar al leñador.
Callado como pocos y estoico como lo había sido su padre y su abuelo antes que él, el leñador era una figura respetada conocida por no mezclarse con la gente que allí vivía. Así que verle abandonando por propia voluntad su hacha para ayudar al padre de Ayaka a construir el puente había alimentado susurros y rumores durante semanas.
Si Makoto Iwamoto no hubiese pasado tanto tiempo en el pueblo puede que ni Yumiko ni Nanami la hubiesen visto hasta entonces tan de cerca.
Yumiko lo recordaba, al pasar por casualidad por allí, y no había importado en absoluto en un principio porque ver una cabeza de pelo corto negro entregándole a su padre el almuerzo no era nada digno de importancia. Puede que su madre la hubiese mandado, puede que lo hubiese hecho por su cuenta o simplemente lo hacía siempre y Yumiko no estaba lo suficientemente consciente de los hábitos de la familia de piedra blanda que nunca se había fijado.
Pero Ayaka sí se había fijado en ella, un mero contacto de ojos lo suficiente como para que a Yumiko le recorriese un escalofrío por la espalda.
Le había sonreído sin conocerla, una sonrisa pequeña y cerrada aparentemente amistosa, y eso parecía en aquel entonces la cosa más peligrosa de todas. Aún seguía pareciéndolo, porque ella no era de su familia y a menos que se casase con su gemela no lo sería. Se había grabado a fuego en ella, como en todo el mundo en aquel pueblo, las palabras no confíes en extraños. Y para ella, todo aquel que viviese fuera de las paredes de su casa era uno.
Pasó tiempo antes de que volviese a verla después, y esa vez no fue solo un intercambio tan pobre como una sonrisa.
De hecho, no estaba sonriendo para nada.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Ayaka soltó un suspiro tembloroso.
La puerta deslizante que daba al interior del hogar Sato parecía entonces más que nunca la entrada directa a un sitio del que no sería capaz de salir.
El miedo negro y oscuro, abismal e infinito, se materializó en largas tiras que se arrastraron desde dentro de aquella casa por debajo de la puerta. Reptaban cuales serpiente hacia ella, venenosamente mortales cuyos colmillos reluciendo la advertían de qué pasaría si la atrapaba.
Había olvidado que los humanos podían ser igual de monstruosos que los demonios si así lo deseaban, y ella había sido testigo de los peores monstruos humanos que podía haber. Niños crueles que no eran lo suficientemente mayores como para distinguir la moral de sus acciones.
Ambas serpientes se quedaron vigilándola fijamente, y su mera presencia hacía a Ayaka querer vomitar. Seguía siendo pequeña, seguía siendo tan pequeña ante ellas que los demonios no le parecieron sino meros insectos en comparación.
La primera serpiente entonces en una voz siseante, mientras la segunda observaba con ojos abismales.
¿Qué estás haciendo? ¿Es que quieres que te maten? ¿Cómo eres tan estúpida como para andar justo en la boca del lobo, Aya-san?
—Ayaka-san —. La voz de Kanao Tsuyuri se alzó como una enviada del cielo entre los espíritus malvados plagando sus pensamientos—. Pareces enferma.
Ayaka inhaló lentamente, temerosa de que si lo hacía demasiado rápido expulsaría el ramen que se sentaba dando vueltas en su estómago.
—¿Lo parezco?
—Sí —proclamó Kanao sin dudar—. Estás muy pálida.
—Querrás decir más de lo normal —Ayaka dijo con una expresión que dolorosamente conseguía reemplazar su angustia por diversión.
Kanao había pasado años de su vida observando, analizando las emociones de la gente porque eso era lo único que podía hacer, lanzando su moneda al aire como si eso fuese a obligarla a dejarse a sí misma sentir algo.
Recuerda la expresión en la cara de Shinobu justo la noche que Kanae murió, esperando a que volviese y que solo se hubiese retrasado una... dos... luego tres, cuatro, cinco horas, que se convirtió en una noche completa. El mismo dolor mudo florece en su pecho ahora cuando mira a la cara de Ayaka, nunca antes ha visto a alguien con tantas emociones y la idea de lanzar su moneda al aire vuela a su cabeza.
¿Lanzar la moneda al aire para qué? ¿Qué quieres hacer? ¿Entre qué dos opciones quieres elegir? ¿Hacer algo o no? ¿Pero si cae en cara y se te permite hacer algo, qué vas a hacer? No lo sabe, pero sí tiene la certeza de que quiere hacer algo.
Sin quererlo sus uñas se clavan en sus muslos con fuerza.
Ayaka está demasiado mareada por el pánico como para darse cuenta, pero traga saliva y finalmente desvía la mirada de las serpientes siseantes, que esperan ante la puerta invitándole a entrar si se atreve.
—Deberíamos entrar —empezó con sorprendente firmeza—. Si el demonio está en este pueblo, podríamos comprobar si es alguien haciéndose pasar por miembros de su familia. Sería la manera más fácil de inyectarle el veneno.
Sin embargo sus pies del sitio donde se han clavado firmemente. No siempre era bueno ser una montaña.
Ambas muñecas se quedaron inmóviles frente a la puerta de un débil verde de la familia Sato. Una intentando no ser sobrecogida por sus sentimientos y la otra esforzándose por producir siquiera una pizca de ellos.
Se abrió por sí sola, puede que porque quienes vivían dentro sintiesen en sus carnes que ninguna de ellas la abriría por sí sola, y al otro lado apareció aquella señora a quien su madre le había dado tantas plantas, la señora Sato, la madre de las gemelas.
—Vaya —dijo al verlas, con cierto titubeo provocado por la sorpresa—. Si queréis vender algo, no estamos interesados.
Ayaka recuerda al instante su voz, y le llueven encima todas las expresiones con segundas intenciones cada vez que su madre dejaba una nueva maceta en sus manos.
Se burlaba, siempre se burlaba, porque su madre era una tonta y nunca veía lo que estaba a dos palmos en frente de ella. Porque Kaori Iwamoto era tan estúpida que no se daba cuenta de que aquella mujer había estado riéndose de su ingenuidad a sus espaldas durante años. Puede que su madre no lo viese, pero Ayaka sí lo veía, cada una de las veces. Por eso había sido tan fácil distinguir de quién eran hijas las gemelas, y por eso habían sido tan familiares y aterradoras sus burlas.
Sus dedos temblaban en la empuñadura de su espada.
—No vendemos cosas —puntualizó Kanao. La señora Sato continuó mirándolas, pero Kanao no continuó hablando.
Ayaka posó su otra mano sobre su muñeca temblorosa, puede que así dejase de temblar, que así dejase de querer decapitar a esa mujer en vez de al demonio con el que le habían ordenado terminar.
Desde la pelea con Rui no rememoraba las palabras de Himejima-san, así que las repitió como cualquier rezo en su mente, las veces que hicieran falta.
—Su marido... su marido tenía un cuchillo —. No pudo evitar tartamudear—. Nos gustaría saber por qué razón y si es posible todo lo que sepa de él, qué ha estado haciendo los últimos días, dónde y con quién.
—Mi marido está muerto —contestó la señora Sato, sin ningún cambio de expresión.
Ayaka y Kanao intercambiaron miradas.
—Lo sentimos —dijo Kanao automáticamente, tan rápido que fue mecánico. Ayaka se preguntó si tenía aquella respuesta grabada en su mente ante aquel tipo de noticias—. Pero hemos venido porque un hombre relacionado a su familia intentó atacarnos.
La señora Sato entrecerró los ojos.
—No quedan hombres en mi familia a menos que mis hijas decidan casarse pronto —ofreció en amargura. La incertidumbre empezaba a crecer en el pecho de Ayaka, recorrió sus recuerdos en busca de la cara del hombre apellidado Sato, le había visto, puede que hacía mucho, sabía que pertenecía a aquel condenado pueblo, incluso Ryu lo había confirmado, pero entonces, ¿quién mentía?
Una pequeña cabeza de pelo negro se manifestó en el hueco entre ella y la puerta, tan pequeña que no podía ser de nadie más que de un niño, ambos pares de poderosos ojos volaron a ella.
Los ojos purpúreos se quedaron fijos en ella incluso cuando los marrones no lo hicieron.
—¿Quién está a la puerta? —. Una voz pequeña preguntó, pequeña y dulce que no se veía como una Sato.
—Solo unas raritas, vuelve dentro, Tomoko—. La señora Sato empujó bruscamente con su mano la frente de lo que era claramente una niña pequeña detrás de ellas. Kanao apretó los labios aún en su sonrisa calmada. Luego, la señora Sato se fijó un momento en la cara de Ayaka, mirada volviéndose más clara—. ¡Vaya, pero si tú eres la niña de Kaori! Se rumoreó que apareciste hace poco por aquí, nunca me lo creí.
Ayaka le ofreció una forzosa sonrisa, dolía hacerlo.
—Esa soy yo —. Se obligó a agrandar su sonrisa, y eso fue más doloroso que la palpitante cicatriz que le había dejado la sangre de Rui en la espalda—. ¿Podría dar un paso fuera del umbral de la puerta?
La pequeña cabeza volvió a asomarse, ojos grandes, azulados y brillantes aparecieron aquella vez en vez de solo pelo desordenado.
—¿¡Son esas espadas de verdad!? ¿¡Puedo verlas!? ¿¡Sois samuráis!? ¡Papá dice que los samuráis- —. Una mano se estrelló de lleno contra la mejilla de la niña, que retrocedió con fuerza y rodó contra el suelo aún con el ruido del golpe en sus oídos.
—¡Te dije que volvieses dentro, Tomoko! ¡Haz lo que te diga la próxima vez si no quieres llevarte otro golpe! —gritó la señora Sato aún desde el umbral de la puerta.
La pequeña criatura empezó a gimotear desde el suelo, con un cuerpo tan pequeño que sus sollozos hacían que temblase hasta la punta de los pies. Sus frágiles quejidos le daban a la habitación una música de fondo perfecta a aquel sitio.
—Qué cosa más molesta, no hace más que fastidiar con sus chillidos y sus tonterías —se quejó en murmullos la señora Sato. Ayaka pensó entonces que no había sido buena idea ir allí, por muchas cosas que hubiese podido averiguar del demonio—. Un poco de disciplina siempre viene bien, desde que su padre la abandonó y nos vimos forzadas a darle cobijo he tenido que aguantarla, todavía no sabe cómo van las cosas aquí.
Ayaka le ofreció otra forzada sonrisa al tiempo que miraba de reojo a Kanao, cuya mirada silenciosa y, reconoció Ayaka entonces en un momento de claridad, estupefacta, seguían en la niña sollozante.
Miró entonces Ayaka una vez más a los ojos de Kanao, y si no estaba ciega, si podía haber aprendido a ver algo en el entrenamiento de su abuela y en todo aquel tiempo como cazadora de demonios, creyó ver ira roja en el púrpura de sus pupilas.
Todos los corazones quemaban aunque fuese un poco ante la injusticia.
La señora Sato hizo caso omiso a la niña y dio un paso fuera de la puerta, ante los brillantes rayos del Sol.
—¿Para qué querías que diese un paso adelante?
Ayaka volvió a golpear una sonrisa en su cara para que se mantuviese ahí lo suficiente mientras Kanao adoptó un ceño fruncido, ojos fuera de la señora Sato.
—No se preocupe por eso, si no le importa, me gustaría comprobar algo dentro.
La señora Sato las miró incrédula, al tiempo que se ajustaba un saco viejo al brazo.
—Iba ahora al mercado, pero mis hijas estarán en casa si eso es lo que quieres.
No le sorprendería que las gemelas se hubiesen convertido en demonios, no había demasiada diferencia entre ellas y los monstruos.
—Eso me viene de maravilla, gracias —Ayaka dijo uniendo las manos en una palmada alegre.
Las serpientes de miedo la miraron desde el suelo, y se clavaron de lleno en su corazón en punzadas de terror. Y allí hicieron su nido.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Yumiko y Nanami eran dos gemelas conocidas por ser inseparables, donde estaba una estaba la otra, lo que pensaba la una lo pensaba la otra y era tan desconocido verlas solas sin su acostumbrada compañía que debía ser un espejismo si eso llegaba a pasar alguna vez.
Susurros al oído, risas compartidas y no destinadas a nadie más eran su característica más llamativa. Las gemelas Sato no confiaban en nadie más que no fuese la persona que había estado con ellas desde el nacimiento, puede que se pudiese ignorar solo a una de ellas si llegase a molestarte por tu cuenta, pero había sido una costumbre suya susurrarse cosas entre ellas en voz demasiado alta para poder ignorar.
Sería posible verlas desde un primer momento y pensar que eran simples y dulces niñas inocentes, con la misma expresión en la cara que su madre al pedirle a Kaori flores que tirar a la basura una semana después, pero en cuanto te dieses la vuelta, el veneno no tardaría en llegar a tus oídos y lo que antes fueron ángeles se convertían rápidamente en demonios con cuernos relucientes y piel brillantemente roja.
Es por eso que Ayaka se mantiene observando la taza de té en la mesa que le han servido dulcemente como si fuese una invitada bienvenida. El sudor empieza a empapar su frente cuanto más tiene que empujar a la serpiente que se han enredado alrededor de su garganta.
—Aya-san —empezó Yumiko, terminando de servir su té en último lugar—. No creí que fuera a verte de nuevo.
—Yo tampoco a ti, Yumiko —susurró Ayaka a la taza de té en sus manos. La otra serpiente se revolvió incómodamente en su pecho—. Tengo… ciertas preguntas que hacerte.
Kanao se mantuvo sentada a su lado, con las manos pegadas a su regazo sin atreverse a tocar el té recién servido delante de ella.
La segunda de las hermanas, Nanami, reprimió una carcajada silenciada por el dorso de su mano sobre su boca. Kanao fija su vista en ella por un momento esperando saber qué es tan divertido.
—Sigue siendo igual que siempre —. Nanami ni siquiera intenta ocultar lo que dice al susurrarle en el oído a su hermana. Yumiko le dedica un ceño fruncido y extrañamente no susurra de vuelta.
—¿Qué es lo que necesitáis saber? —pregunta Yumiko de forma tirante. Nanami suelta un bufido y apoya la barbilla en una mano, dedicándole toda su atención a la pared.
La niña pequeña, Tomoko, mira a ambas Ayaka y Kanao disimuladamente entre una cortina de pelo descuidado, y suelta un pequeño chillido cuando Kanao le devuelve la mirada levemente, volviendo la vista con mejillas escarlata a su propia taza de té.
Los rastros de lágrimas siguen ahí porque nadie se ha molestado en limpiarlos, y sorbe de vez en cuando por la nariz como si aún tuviera mocos de haber roto en llanto.
Ayaka aprieta su agarre sobre la taza de té. Sus hombros tiemblan levemente. Kanao lanza la moneda al aire, que cae en “cara”.
—Ryu nos dijo que el hombre que nos atacó era vuestro padre —empezó entonces. Mantiene su postura de forma impecable, como si hubiese pasado incontables horas sin moverse—. Pero vuestra madre dice que vuestro padre murió.
Las gemelas intercambian miradas. Tomoko deja entrever de nuevo sus ojos azulados entre su pelo sucio.
—Debe haberse referido a nuestro tío —contesta Nanami a regañadientes—. Me sorprende que le hayáis escuchado, ni él ni su padre se relacionaban con nadie del pueblo, menudos imbéciles, olvidarse de algo tan importante.
Ayaka da un pequeño salto en su sitio que llama la atención de todos en la mesa.
—… Entiendo —dice cuando nota todas aquellas miradas sobre ella—. ¿Fue él quien tuvo aquella aventura?
Las gemelas asienten sin mencionar ningún detalle sobre el tema. Los dedos de Tomoko golpean suavemente la mesa, llenando el silencio entre ellas.
—Papá no tuvo ninguna aventura, él no estaba saliendo con nadie —vino la suave voz de la niña.
Esto llamó la atención de ambas cazadoras de demonios.
—¿Qué quieres decir con eso? —cuestiona Ayaka a falta de iniciativa de Kanao.
La niña se revuelve nerviosa ante las duras miradas de las gemelas, y comienza entonces a jugar con sus dedos.
—Tomoko, ya sabes que no puedes hablar sin permiso —advirtió amenazante Nanami, y Ayaka sintió en ella el impulso de coger una vara de madera, exhalando temblorosamente..
La niña de ojos azulados aprieta los labios con fuerza, mientras las cuatro personas de la habitación esperan a que hable o no.
—Solo son tonterías, clamando ver monstruos para negar la verdad de que su padre la abandonó —sisea ácidamente Nanami, luego mirando a Ayaka—. Aunque tú seguro que te lo creerías, Aya-san.
Los pequeños puños de Tomoko chocan contra la mesa, y el té de Kanao se derrama sobre su regazo, ardiente, pero Kanao no se mueve.
—¡No son tonterías! ¡Yo lo vi, era un monstruo! ¡Esa mujer era un monstruo! —chilló Tomoko.
Las serpientes forman un nudo tirante en la garganta de Ayaka pero aun así ella se levanta bruscamente al mismo tiempo que Nanami cuando alza la mano en alto y la baja en un segundo hacia la mejilla de Tomoko.
Gordos chorros de sudor caen por su cara cuando Ayaka agarra bruscamente la muñeca de Nanami antes de que pueda golpearla. Su respiración trabajosa se hace por fin presente cuando la serpiente se aprieta aún más en su garganta.
—¿¡Quién demonios te crees que eres!? —. Nanami es la primera en gritar. Tomoko la observa desde el sitio en suelo donde ha caído al retroceder con ojos muy abiertos. Ayaka deja salir un suspiro firme.
—Nos vamos. Kanao, abre las cortinas —. Sigue temblando, con tanta fuerza que parece que la montaña helada sufría de un terremoto.
Kanao se levanta sin prestarle atención al líquido hirviendo en su falda y sus piernas y hace lo que le pide.
Cuando la luz del Sol choca contra las gemelas, ninguna de ellas se convierte en polvo, y Ayaka piensa que solo debe darles un segundo más para que lo hagan.
Nanami se libra con brusquedad del agarre de Ayaka ante la atenta y preocupada mirada de su hermana Yumiko. Puede que estuviesen tan unidas que sintiesen el dolor de cada una.
—¿Qué te pasa? ¿Es que sigues teniendonos rencor por cómo te tratamos hace años? ¡Porque entonces sigues siendo igual de patética! —mordió Nanami en un sitio en su corazón que no sabía que existía—. ¡Eramos niñas, por todos los dioses!
Los ojos de Ayaka con toda su fuerza y sus vientos gélidos se fijan en ella de repente. Ha dejado de sudar.
—Cierra la boca.
Nanami suelta un chillido y retrocede cual ratón. Las serpientes en el pecho de Ayaka ya no parecen venenosas, parecen ratones pequeños y asustadizos justo como ella.
—Nos vamos —dictó Ayaka de nuevo, ojos gélidos que hacen que el ratón se vuelva a esconder en su madriguera con la llegada del invierno. Aparta el haori del patrón para dar paso a su reluciente espada—. No te molestes en poner un frente falso de amabilidad conmigo de nuevo, el uso de honoríficos no es capaz de esconder tu actitud de mierda con los demás. Si vosotras o vuestra madre se acercan a mis padres no dudaré en pasar esta espada por vuestros cuellos.
Kanao pone una mano en su hombro, y eso hace que Ayaka desvíe su mirada hacia ella. La tormenta vuelve a pararse, y aparecen de nuevo los suaves y fríos vientos del invierno pacífico que Ayaka Iwamoto ha adoptado en sus ojos últimamente.
—El Sol se pondrá pronto, Ayaka-san.
Tomoko observa impasible como ambas chicas salen de aquella casa habitada por demonios, y no tiene tiempo a pedir que la lleven con ellas.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Notes:
Finalmente!! Me emociona mucho este arco , sobretodo por las interacciones entre personajes y las subtramas que conlleva!
He estado viendo Hunter x Hunter últimamente, algún día espero estar aunque sea cerca del nivel de la escritura de Togashi jaja!
Olvidé que Genya aparecía de nuevo antes de la reconciliación, si en canon Tanjirou hubiese conocido a Aya, su encuentro comparado al original habría sido muy diferente en mi opinión
Nunca está de más un poco de Zenitsu, no? Me aseguraré de que Tanjirou aparezca por su parte en todos los capítulos de este mini arco! Su lado tiene mucho que aportar
Amo mucho a Kanao así que espero que estéis disfrutando de ella aquí tanto como yo! Su dinámica es una muy especifica y creo que es muy buena, si se me permite decirlo
Espero que os guste algo tan poco atractivo como un pequeño arco original, e esforzaré para hacerlo tan entretenido como pueda, lo siento, pero es necesario!
Muchas gracias por vuestro apoyo como siempre, espero poder repetir estas palabras hasta que termine de escribir esta fic!
Chapter 29: Humanos que son falsos
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Por primera vez desde que Kanao la conoce, Ayaka no habla en todo el camino hasta las habitaciones.
Ryu en el mostrador levanta la mano como saludo pero Ayaka no le saluda de vuelta y pasa por su lado en completo silencio arriba hacia las escaleras. Ojos en algún lugar lejano que no está allí.
Kanao la sigue en su paso arriba hacia las escaleras donde Ryu les alquiló las habitaciones, una para ellas y otra para quien saben ahora que es el padre de aquella niña, Tomoko.
—Siéntate —le dice Ayaka a Kanao sin dignarse a mirarla siquiera, al tiempo que va al baño.
Ella le obedece porque ¿qué otra cosa sino puede hacer? Su corazón se mantiene en silencio a la par que Ayaka mantiene su boca cerrada al aparecer con un botiquín en las manos, arrodillándose ante ella y subiendo levemente la falda de Kanao.
Cierto, se había olvidado de eso. El té hirviendo había caído sobre sus piernas y había dejado marcada en ellas el rojo de las quemaduras, como un tentempié para las finas líneas de sangre que caen desde donde Kanao ha clavado sus uñas.
Su corazón había latido fuertemente, dando patadas contra su pecho como si quisiese escapar de allí a base de romper sus costillas mientras veía como aquella chica pegaba a la niña.
Era demasiado familiar, tan familiar que hay algo que hacía su cuerpo retumbar. Si Tomoko hubiese tenido los ojos morados en vez de azules, si hubiesen sido mezclados con una pizca de rosa, ligeramente más grandes, pelo un poco más oscuro, habría sido como mirarse al espejo. Puede que Kanao hubiese sido capaz de sentir el golpe en sus huesos, que ahora son más grandes, ella es más alta y está más limpia, ¿pero había ella cambiado algo en comparación con la niña que veía entonces?
Que Tomoko había llorado, y que Tomoko había gritado y aun así a pesar de las amenazas y los golpes se había opuesto a aquellos que tenían su misma sangre corriendo por las venas.
Esa gente no había sido su familia como la gente con la sangre de Kanao no era su familia tampoco.
—Deberías... deberías tener más cuidado —le dice Ayaka luchando por respirar al ponerle hielo sobre las quemaduras.
Hay un ceño fuertemente marcado en su cara, arrugas esculpidas en su frente como si estuviese intentando hacer algo con todas sus fuerzas.
Cuando ha cubierto las heridas con hielo y la inflamación baja agarra crema del botiquín y la aplica por sus piernas. Kanao no se ha fijado en cuanto duele hasta que siente alivio contra el escozor de las heridas.
Coge de algún rincón en su haori un pañulo y limpia los restos de sangre en sus piernas con él. Más cicatrices para acompañar a las que ya tiene, Kanao desearía poder parar, pero ese deseo es ahogado ante su silencio así que ya no queda nada.
—Ayaka-san —empieza, cuando nota como sus hombros se encogen fuertemente y aprieta los labios casi con ansias. El pecho de Ayaka pega un bote desenfrenado cuando de ella sale un pequeño sollozo ahogado.
Frunce el ceño todo lo que puede y Kanao piensa que se asemeja a la expresión de un cazador de demonios que ha perdido un miembro en batalla, un brazo, las piernas, una mano, y es lo suficientemente lista como para relacionarlo con ser aplastado por un dolor extremo.
—No podía soportarlo —Ayaka murmura y su voz no tarda mucho en ser ahogada por otro sollozo esta vez que sale con más ansias. Kanao observa impasible como quien mira un dique a punto de venirse abajo. En su cuerpo se disuelve toda la tensión cuando traga una última ves y rompe en llanto.
—¡No podía soportarlo más! ¡La forma en la que me miraban, la forma en la que se reían y se burlaban y saltaban sobre mí en cuanto podían! —Ayaka esconde su cara entre las piernas de Kanao con su voz cortada entre sollozos lastimeros, arrodillada ante ella como si buscase consuelo de un dios, pero Kanao no es una diosa, ni siquiera es humana, y la única pizca de humanidad que le queda se encuentra preguntándose qué debería hacer. ¿Entre qué dos opciones vas a elegir cuando lances esa moneda? No hay ninguna, así que tendrás que pensar en dos opciones tú sola, pero eso es mucho trabajo, ¿no? Demasiado para tu pobre corazón.
Ayaka gruñe separando levemente la cara de la falda de Kanao y se lleva las manos a la cabeza donde tira de su pelo trenzado con lágrimas quemantes cayendo por sus mejillas. El ceño fruncido permanece y aprieta su mandíbula en rabia.
—¡Quiero que se quemen! ¡Que se quemen, que se quemen, quiero que este pueblo entero se queme para que no tenga que volver a verles más y que mueran! ¡Que vayan al infierno y se queden allí! ¡Que sufran, que sufran hasta el último de ellos! —. Jala más fuerte de su cabello al tiempo que deja salir de lo más profundo de ella un grito largo y quemante que hace temblar hasta el último de los huesos de Kanao.
—¡Les odio! ¡Les odio tanto! ¡Por todo lo que hicieron! ¡Todos ellos son demonios, deberían ser decapitados! ¡Decapitados como si lo fuesen! —. Hay veneno saliendo por su voz, veneno quemante y gélido propio de ella y todo lo que representa. Kanao piensa que se ve como Shinobu, tanto odio en alguien tan jóven.
Ayaka tira tanto de su pelo que el lazo rosa que lo mantenía trenzado termina volando a algún lado, pelo ahora libre y desordenado, esparcido rebelde desde de su cabeza como un río negro, el río negro del infierno.
Toma una honda respiración, lágrimas corriendo aún por sus mejillas y su cara se torna de ira en una de pura desesperación, no hay esperanza alguna en sus ojos cuando solloza pobremente de nuevo, como si le faltara el aire.
Y entonces se desploma de nuevo en el regazo de Kanao, agarrándose a su falda aún en llanto.
—Les odio... —solloza débilmente—. Les odio a todos.
Se aferra alrededor de las piernas de Kanao porque Kanao es como la calma en el ojo de la tormenta, un sitio tranquilo que te mantiene con los pies en la tierra cuando todo a tu alrededor está siendo destrozado por completo, un ancla que mantiene firme al barco en mitad de la tormenta.
La moneda dorada repiquetea en el suelo a su lado y Ayaka da un respingo para mirarla, separándose aun con mejillas mojadas y ojos rojos, desesperanza aún vívidamente pintada en su rostro.
"Cara significa sí."
Kanao se levanta en silencio y suavemente librándose de las manos de Ayaka sobre ella, deja su lado para ir al pequeño baño en la habitación, y ella se seca vergonzosa las lágrimas mirando al suelo con una creciente sensación de humillación haciéndose paso en su cuello.
Cuando vuelve trae consigo un peine y recoge en su camino el lazo rosa de Nezuko. Ayaka no puede hacer otra cosa que mirarla curiosa al tiempo que se arrodilla detrás de ella y empieza a cepillar su pelo.
—¿Chica mariposa? —cuestiona suavemente Ayaka, respiración pesada. Kanao continúa impasible cepillando su pelo, y no pasa demasiado tiempo para que Ayaka sienta como empieza a trenzar su pelo de nuevo.
Se mantienen en silencio mientras Kanao recoge su pelo. Ayaka observa al suelo porque no soportaría mirar a Kanao a la cara tampoco, y se muerde el labio para soportar los restos de sollozos suaves que aún atacan su pecho incluso cuando las lágrimas no brotan.
—¿Qué has hecho? —cuestiona Ayaka cuando Kanao por fin se levanta y deja a su paso la trenza. Ella asiente en respuesta, y los ojos de Ayaka vuelan a sus manos, que se mantienen firmemente agarradas a sus muslos ahora que no tiene nada que hacer ellas.
Ayaka abre la boca ligeramente en incertidumbre, dejando salir un largo suspiro finalmente y cerrando los ojos para tomarse un momento.
Su expresión inquebrantable vuelve al tomar las manos de Kanao entre las suyas, dando paso a la vista de sus uñas irremediablemente clavadas en su carne. Sigue sin haber desesperanza y Kanao piensa de nuevo que se parece mucho a su hermana mayor.
—Querías hacer algo, ¿no? —pregunta Ayaka en un susurro, y Kanao ve emanar de ella amabilidad pura y hermosa, ella es pura y hermosa cuando se ve así, al sonreírle suavemente. Se lleva las manos de Kanao a la frente, y allí es donde se apoya como un creyente frente a un dios—. Gracias, Kanao. Siento que te veas emparejada con alguien tan débil como yo.
Los ojos de Kanao vuelan un momento a la moneda en el suelo y no responde porque no puede decidir si hacerlo o no, así que deja que Ayaka continúe apoyando su frente sobre sus manos y hay un vago sentimiento que le dice que aquella tampoco habría sido una mala elección.
Es Ayaka la que levanta a las dos del suelo, pero es Kanao la que habla, como volviendo a un sitio sin peligro, un sitio en el que no hay posibilidad alguna de ser forzada a elegir algo.
—Debemos buscar al demonio.
Ayaka desvía la mirada a otra parte.
—Debemos, eso es cierto —. Entonces duda, ojos volando de una esquina a otra de la habitación—. Quedate aquí y vigila al hombre Sato. Necesito ir a un sitio un momento.
El Sol está cerca de ponerse por el horizonte, y ninguna de las dos ha conseguido ver al demonio.
Aun así, Kanao no puede hacer otra cosa que obedecer.
«Yo no sería de utilidad de todas formas. No así, no aquí.»
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
La muñeca de Nanami cruje cuando Yumiko, agarrándola suavemente entre sus manos, se atreve a apretar ligeramente.
—No deberíamos haberla dejado entrar —empieza Nanami. Sisea de dolor, agarrando su antebrazo con fuerza y aprieta los dientes que chirrian—. Esa maldita niñata me saca de quicio, ella y el condenado vendedor de fideos. ¿De dónde ha sacado tanta fuerza como para romperme la muñeca? Hace nada era una debilucha.
Yumiko frunce el ceño al tiempo que envuelve la muñeca de su hermana en suaves vendas.
—Tenía una espada, sea lo que sea, seguro que es algo peligroso —susurra contra las vendas—. Sería mejor mantenernos alejada de ella todo lo que podamos.
Nanami le da la razón porque es algo que siempre hacen, pero Yumiko, armándose de valor, no ha terminado de hablar:
—No deberías haber dicho eso.
La mirada que le lanza es una que suele lanzarle a desconocidos, a desconocidos con los que no está de acuerdo. Yumiko se tiene que recordar que son gemelas, pero hacía tiempo que había decidido que eso no las hacía iguales.
—El padre de Ryu salvó a Tomoko, ya lo sabes, tampoco deberías hablar mal de él o su familia.
Cuando le hace un pequeño nudo a las vendas y Yumiko levanta la mirada, se encuentra a su propio reflejo mirándola con algo extraño en los ojos, incredulidad, una pizca de algo que se acerca al enfado, incluso asombro.
—¡No me vengas con esas! —Nanami exclama echando los brazos arriba olvidándose de su muñeca, lo que hace que suelte otro siseo de dolor y se la lleve al pecho. Nunca antes Yumiko había visto tanta furia en una cara tan parecida a la suya dirigida hacia ella, y no sabe por qué da un paso atrás—. ¡Seguro que ese leñador loco solo quería una recompensa! ¡Suerte que el oso le destripó y no vino a buscarla! ¿¡Además desde cuando te ha importado a ti Aya-san!? ¡Eramos niños! ¿¡Qué pretende reclamarnos viniendo aquí después de tanto tiempo!?
Yumiko agacha la cabeza con ceño fruncido. Aprieta sus labios cuando se siente más y más pequeña. Yumiko no solía pensar en Ayaka Iwamoto, pero cuando lo hacía, lo hacía en silencio y sin decirle a nadie. Porque al fin y al cabo, tampoco puede confiar en las personas dentro de las paredes de su casa.
Y mucho, mucho después de que se hubiese desvanecido llevándose consigo a los Akada y los Kobayashi, fue cuando los rastros de culpa empezaron a aparecer.
«Ayaka no ha venido aquí a reclamarte nada, tú eres la única que ha sacado esa conclusión» a Yumiko le gustaría decir, mirando a su hermana de reojo que se ajusta las vendas en la muñeca que Ayaka le rompió. Pero sabe que eso la enfurecería más.
Nanami hace un esfuerzo para relajar su ceño fruncido y suelta un largo suspiro, luego agarra la mano de su gemela entre la única sana que le queda.
Yumiko no puede evitar sino fijar su mirada en sus manos entrelazadas.
—Dejemos este tema, ¿de acuerdo? —. Nanami le da un apretón—. No podemos dejar que gente fuera de nuestra familia nos ponga la una contra la otra.
La mano de Yumiko le devuelve el apretón, la leve brisa de fuera moviendo los mechones sueltos de sus recogidos.
—Sí, supongo que tienes razón.
Entonces ambas levantan la mirada, porque no recuerdan haber dejado ningún hueco abierto para que entre el viento, pero no encuentran allí ninguna melena negra tapando ojos azules. La puerta principal está abierta de par en par.
—¿Tomoko?
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Llegados a este punto, a Aoi no le sorprende para nada que Tanjirou revoletee a su alrededor, lleva haciéndolo todo el día.
No sabe si es porque Kanao no está allí que no puede gastar su tiempo entrenando con ella, o porque Tanjirou tiene de alguna manera grabada en sus venas la necesidad de ayudar mientras los demás trabajan y él no lo hace.
Se mantiene corriendo de un lado a otro, de una esquina a otra de la Mansión Mariposa mientras sus amigos hacen el vago. Por un día no hay entrenamiento, Aoi no es lo suficientemente fuerte como para ser una adversaria digna de ellos, que aprendían rápidamente a usar la respiración todo el rato y espera que la dominen en unos días más.
Así que Shinobu había propuesto darse el gusto de descansar a falta de Kanao, y a falta de Ayaka también, que podría haber entrenado con ellos como reemplazo de Kanao, pero las dos se habían ido aquella mañana y no dudaba en que era por el hecho de que son tsugukos. A Aoi le alivia el hecho de que ella no es tsuguko, ella no es digna de ser tsuguko, de todas maneras, ni siquiera es digna del título que se le ha dado.
Cazadora de demonios, ninguna palabra que componía aquel nombre se ajustaba a ella.
Podría haber sido enfermera, sanadora, puede que curandera o incluso cuidadora, pero no cazadora de demonios.
La vista de los demonios en la Selección ya había sido demasiado para hacer que las agallas saliesen de ella en temblores, no le gustaría que le metiesen la palabra tsuguko, eso era algo mucho más pesado.
Tanjirou la mira con sus ojos rubí al entreverse entre las sábanas, ha vuelto de cortar leña y espera paciente otra tarea. Aoi frunce el ceño.
—Descansa —le dice tajante, recogiendo las primeras sábanas limpias en el tendedero a las que sus manos llegan—. No te atrevas a perder todo el progreso que has hecho en tu curación solo porque fuiste tozudo y entrenaste más de la cuenta. No seas como Ayaka.
Tanjirou parece volverse más atento al escuchar su nombre, estirando el cuello en su dirección y entreviéndose más su piel morena entre la colada que vuela con el viento.
—Esa boba solo volvió peor el corte en su espalda al entrenar con Kanao, así que no lo hagas tú tampoco, por mucho que la regañases entonces eres igual que ella —. Aoi se muerde el labio en fastidio, aquella chica era una imprudente, poniendo en peligro todo el trabajo que los residentes de aquella mansión habían puesto en su recuperación y por mucho peor que Aoi sea en comparación con ella, sigue enfureciéndola—. Así que ve a descansar y deja de pedirme recados.
Algo que parece culpabilidad cae en la cara de Tanjirou, ceño hacia arriba y sonrisa tensa, y eso es lo que le diferencia de Ayaka.
—¿Solo una más, por favor? —pide, voz casi suplicante mientras sus pendientes se mueven con el viento.
Aoi piensa que Tanjirou debe tener o un serio problema con no poder estarse quieto o simplemente quiere mantener algo alejado de su mente.
Se rinde cuando posa sobre sus brazos la recientemente doblada decena de sábanas limpias y Tanjirou sonríe alegremente por ello.
—Lleva estas sábanas al armario.
Tanjirou asiente energético, pero hay una pizca de incertidumbre que pasa por su rostro cuando acerca su nariz a ellas. Huele a glicinias.
—¿Las sábanas de Aya?
Aoi se lleva las manos a las caderas, cabeza ladeándose.
—¿Hay algún problema?
—Has dicho de forma incorrecta donde quieres que lleve las sábanas de Aya, deberían ir a su cama, no al armario —. Tanjirou casi titubea, ingenuidad pura y sincera viniendo de él como olas, y Aoi piensa que se siente tal como un usuario de la respiración del agua, cascadas de emociones cristalinas explotando fuertemente cada vez que dice o hace algo.
—Necesitábamos cambiar las sábanas de su cama ya que no va a usarla más —dice Aoi con una ceja levantada, girándose de nuevo hacia las sábanas que todavía quedan tendidas.
Por primera vez Tanjirou se queda completamente quieto, ojos de fuego paralizados en ella.
—¿Es que va... a algún sitio?
Tanto desconocimiento sobre algo tan simple hace a Aoi alzar las cejas, y por un momento cree que Tanjirou le debe estar tomando el pelo, pero se mantiene sin pestañear, esperando una respuesta sincera.
—Los tsugukos se quedan con sus maestros.
Tanjirou no parece reaccionar ante aquello. Aoi se lleva una mano a la nariz y aprieta.
—Eso significa que Ayaka se irá con el Pilar de la Roca para seguir entrenando bajo su tutela y que la prepare para heredar su título cuando él se retire o muera.
Un tembloroso suspiro viene de él cuando pregunta:
—Entonces, ¿no va a volver?
—No lo creo —. Aoi ríe con ironía ante el pensamiento—. A menos que entre por esa puerta gravemente herida.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Las últimas sombras de la tarde se ciernen sobre la casa de los Iwamoto mientras Ayaka se mantiene en el umbral de la puerta.
Hay polvo, polvo por todas partes, mucho más que con el que se encontró en su visita, y tiene que reprimir el impulso de limpiar cada esquina de la casa que la vio nacer, pero no lo hace porque eso no es a lo que ha venido.
Su mano abandona el toque de la madera cuando da un paso dentro.
«No hay calidez en ningún sitio» piensa. Las sombras son largas y se extienden oscuras por la casa, y así, frío y vacío, no es como Ayaka recuerda su hogar.
Sus ojos viajan a los restos de lo que podría haber sido alguna vez la cena, futones revueltos en las habitaciones y pedazos destrozados de un jarrón que Ayaka estaba segura debia haberse caído en mitad del caos. Todo rastros de lo que sería simple y plenamente pánico, desconcierto cuando los kakushi nombraron su nombre y más aún cuando su padre se desplomó en el suelo, boqueando con una mano al pecho con un corazón que le fallaba cuando más lo necesitaba.
Ayaka frunce el ceño.
En la pared hay una mancha, aquel sitio donde la máscara de gyotokko que había estado colgada, mirándola ttodas aquellas veces que se mantenía en cama y ella le devolvía la mirada, ojos saltones, cejas gruesas y boca contraída en una mueca extraña, siempre la había asustado.
Su madre debía haberla cogido cuando se fueron, igual que la espada que permanecía antes allí con ella, por muy extraño que fuesen como memento. O puede que ya estuviesen demasiado viejas para mantenerlas como recuerdo y las hubiesen tirado a la basura. No, sus padres no harían eso, estaban demasiado apegados a todo incluso si era basura.
Ayaka rió en diversión ácida, sí, realmente estaban demasiado apegados a la basura, al fin y al cabo, ¿qué más basura había que ella, que no respondía cartas ni escribía de vuelta?
Pero no ha venido para lamentarse, al menos, no por ellos.
Va a la cocina donde tantas veces había hecho y rebusca entre las cosas, a pesar de que el Sol está a punto de ponerse no es por eso por lo que saca una vela pobremente derretida pero que aún sirve y un par de cerillas húmedas.
No hay incienso con el que estar de luto, así que a falta de ello no tiene otra cosa que una pobre vela, Ayaka lamenta ese hecho.
—Ya puedes salir, no hace falta que te escondas —lanza Ayaka al aire. No hay necesita de darse la vuelta para notarlo. Una pequeña cabeza de pelo abundante y descuidado aparece por la puerta, ojos grandes y azules bajo todo aquel cabello que ojean a Ayaka con cierto entusiasmo, labios temblando de emoción y mejillas sonrojadas.
Con paso rápidos se une a su lado y hay en ella una clase de nerviosismo que es extraño, agarrándose a la tela de su ropa para secar el sudor de sus manos y brillo en los ojos como si en Ayaka viese a una diosa salvadora.
Tomoko no despega sus ojos de la espada en su cintura en su camino hasta ella. Ayaka no se molesta en mirarla, puede notar que está ahí sin hacerlo, aquella niña es como un pequeño pájaro al que se le hubiese dado de comer una vez y te persiguiese esperando por más.
El jardín de su madre sigue siendo la cosa más hermosa que verá alguna vez en su vida, Ayaka no reacciona cuando se encuentran con tantos colores pero Tomoko parece mirar a todos lados con ojos muy abiertos.
Lirios, azucenas, flores del infierno, jazmín es lo que más ahí y no faltan los girasoles. Ayaka reconoce allí una planta morada suave y no le extraña saber que su madre ha plantado glicinias también, puede que desde que ella empezase su entrenamiento. Pero no habría manera de saberlo.
La hierba se siente fresca bajo sus manos cuando Ayaka se arrodilla frente a un pedestal de madera, Tomoko continúa mirando de un lado a otro pero eso no le impide que saque aquella vela tan pobre y la encienda como pueda con las cerillas húmedas.
Una, dos, tres son las que tiene que utilizar para que haya una chispa, cuatro, cinco, seis para que se prenda lo suficiente como para encender la vela y seis, siete y ocho las enciende solo por aburrimiento y las tira sin remordimientos.
Junta las dos manos en el suelo y baja la cabeza entre el carmesí de las flores del infierno que han crecido en el sitio donde su padre enterró a Pelusa, no le sorprende, aquellas flores crecían alrededor de los cementerios de todas maneras, puede que por eso el haori que su abuela le dio estaba plasmado de ellas, a lo mejor estaba advirtiéndole de que acabaría rodeada de ellas si seguía el camino del cazador de demonios.
Ayaka empieza a murmurar contra el suelo, rezando en voz baja por el alma de su gato. Tomoko la mira a su lado con ojos desconcertados y da un respingo cuando Ayaka abre un ojo y se queda mirándola.
—Has estado siguiéndome todo el camino desde tu casa y aun así te mantienes en silencio —dice aún con la frente contra las manos. Tomoko no le responde, y Ayaka cree ver cierto miedo en la manera en que su pie derecho vuela hacia atrás, como si estuviese pensando en huir por si ella llegase a llevarla de nuevo a su casa—. ¿Nadie te ha enseñado a tenerle respeto a los muertos?
Tomoko niega con la cabeza con labios tensos. Ayaka suspira y alza el cuello, agarrándola las manos pequeñas de la niña entre las suyas.
—Cierra los ojos y repite conmigo —ordena, entrelazando sus dedos. Tomoko la obedece aunque sus cejas se arruguen.
—Que todos los seres vivos estén sanos y salvos, que todos sean felices —. Ayaka espera, y pronto se une a ella la voz de Tomoko.
—Que todos los... que todos los seres vivos estén sanos y salvos... y que todos sean felices.
Ojos azules revolotean y se abren, pero cuando ven que los ojos de Ayaka siguen cerrados se cierran también.
—Que todos los seres que existen, ya sean débiles o fuertes, sin omitir a ninguno, grandes, poderosos, medianos, cortos o pequeños, visibles o invisibles, aquellos que viven cerca y los que viven lejos, aquellos nacidos y por nacer, que todos los seres sin excepción sean felices.
—Que todos los seres que, eh —. Tomoko titubea, cejas alzándose en confusión y ojos abriéndose—. ¿La gente que dice esto lo dice de verdad?
Ayaka ladea la cabeza y abre sus ojos también.
—¿Qué quieres decir con eso?
El labio de Tomoko tiembla entre sus dientes, desviando la mirada a las flores por encima de su cabeza en vez de a Ayaka.
—Es que tú... —traga saliva, dignándose a mirarla a la cara aunque en Ayaka haya un ceño fruncido—. Bajo tu piel, estás vibrando, por todo tu cuerpo, unas frías vibraciones de rabia, y yo solo... no creo que ese sea el toque de alguien que le desea la felicidad a todos.
Por supuesto, Ayaka no tenía pensado cazar a ningún demonio esa noche, por mucho que él comiese.
«Quiero que se quemen. Que se quemen, que se quemen, quiero que este pueblo entero se queme para que no tenga que volver a verles más y que mueran. Que vayan al infierno y se queden allí. Que sufran, que sufran todos, hasta el último de ellos. Que se quemen, quiere que se queme hasta el último de ellos y que sufran.»
Se levanta bruscamente abandonando sus pequeñas manos y Tomoko por un momento se tambalea.
—¿Para qué me has seguido?
Tomoko da un pequeño grito asustado y retrocede, chocando con uno de los incontables estantes de madera. Ese tiene en él pequeños bonsáis, Ayaka se pregunta si han estado allí desde que su madre empezó a intercambiar cartas con Genya. Ese hobbie suyo era tambien algo que siempre la sorprendía, Genya parecía demasiado temible para ello.
—Yo solo... —. Tomoko traga saliva, sudor cayendo por su cuello. Luego se arrodilla frente a ella, una bola tan pequeña en el suelo que parece una mera mancha en el suelo entre tanto verde—. ¡Por favor, protégeme! ¡Aquel monstruo que ha tomado posesión de mi padre, por favor protégeme de él y mátalo!
Ayaka la observa impasible.
—Yo no puedo ayudarte —. La cabeza de Tomoko se alza bruscamente del suelo al oírla, y vuelve torpemente a ponerse en pie, manos extendidas hacia Ayaka y agarrando de sus pantalones con desesperación infantil. La mirada de Ayaka no cambia.
—¡Pero tú tienes una espada! ¡Eres una samurái! ¿¡No es cierto!? ¡Tú puedes! —suplica a gritos, esa vez jalando de sus ropas como si quisiese hacer que Ayaka se mueva a la fuerza—. ¡Los samuráis protegen a la gente! ¡No me mientas!
—No sé si lo entiendes —empieza Ayaka ladeando la cabeza, ojos entrecerrándose ligeramente—. Pero yo no soy una samurái, no puedo proteger a nadie.
Los pequeños puños de Tomoko golpean contra su estómago en protesta, pero ella no se mueve, ni siquiera encogiéndose ante el dolor.
—¿¡Entonces para qué tienes esa espada!? ¡Falsa, falsa! ¡Tú amenazaste a aquella harpía, no me mientas! ¡Dirías que la matarías si se acercaba a tu familia! —. Hay un momento en el que su voz se rompe y sus puños paran de golpearla, aferrándose al estómago de Ayaka donde empieza a sentir como se moja la tela de su uniforme—. Yo creí que... que tú serías capaz de...
La mano de Ayaka pasa a posarse suavemente contra su pelo, acariciando y acercándola a sí para que entierre su cara en su estómago. Tomoko solloza.
—Proteger no es siempre dañar a aquellos que amenazan a tus seres queridos —dice ella, tiernamente acariciando su pelo desordenado con la vista fija en algún rincón lejano del jardín, puede que en el cadáver huesudo de Pelusa—. Puedes hacer eso y aun así no proteger a nadie, a veces dañas a los demás haciéndolo.
—Pero yo... —dice lastimosamente Tomoko—. Yo soy débil... no puedo hacer nada.
Ayaka cierra los ojos oscuros y cansados.
—Yo también lo soy.
El Sol empieza a ponerse, y ella no se mueve cuando las sombras se ciernen más largas por encima de ellas. Los últimos rastros de luz que había en el jardín desaparecen lentamente y solo permanecen las sombras, sombras que dan paso a la noche, y son ellas quienes le dan la bienvenida a las criaturas de la noche.
—Oh, con que tú eres Ayaka Iwamoto —dice alguien detrás de ellas.
Ayaka se gira para encontrarse apareciendo de entre las plantas a una chica jóven, podría tener su edad, con reluciente pelo negro y un flequillo impecablemente recortado que cubre por encima de sus cejas.
—Una humana —murmura para sí.
Le sonríe con alegría y Ayaka solo puede alzar las cejas en duda. Siente como Tomoko se apega más a ella y empieza a temblar.
—Ah, he oído hablar tanto de la hija de los Iwamoto últimamente —continúa la chica alegremente, llevándose una mano a la mejilla—. Tus padres siempre hablaban de ti cuando estaban aquí, ¿tienes algo que ver con que se hayan ido?
Se arrodilla a la altura de Tomoko para pellizcar su mejilla, jalando tirantemente de ella bajo la mirada confusa de Ayaka.
—¿Es tu hermana pequeña? No recuerdo haberla visto antes.
Tomoko se libra ácidamente de su agarre y se esconde bajo el haori de glicinias de Ayaka.
—Ayaka-san, por favor —susurra bajo su brazo, de repente fría al tacto.
Sus ojos siguen fijos en la chica así que no llega a escucharla.
—¿Te conozco? —pregunta ella, su mano volando de nuevo encima de la cabeza de Tomoko, que parece temblar ante la vista de la chica.
La desconocida de pelo negro gimotea débilmente, casi con pena.
—Creía que tus padres te habrían hablado de mí —se lleva una mano al pecho, sonrisa ladina por la que se asoman colmillos relucientes—. Me llamo Sakura.
Ayaka intenta recordar la mención de aquel nombre en alguno de sus recuerdos, Sakura, pero nada aparece en su mente.
—Me mudé aquí hace poco desde la ciudad, puede que no hayas oído de mí —. Sakura sonríe con los ojos cerrados, por alguna razón por muy similar que sea a la sonrisa de Takeshi no hay ningún escalofrío que corra por su espalda—. Cuido a veces del jardín de tu madre.
La única respuesta que recibe de Ayaka es un parpadeo y un ladeo de cabeza.
—Oh, no seas así —le da ella una amistosa palmada a Ayaka en el pecho, ella solo retrocede aturdida ante el gesto amistoso—. Te admiro mucho, ¿sabes? He estado buscándote por todas partes.
Su pelo negro se vuelve blanco cuando por detrás de ella se alza una cola de escorpión, venenosa negra y brillante. Ayaka no tiene tiempo a dar un paso atrás cuando un brazo repentinamente negro se extiende desde debajo de la manga de su ropa y la estampa contra la pared, aplastando su garganta contra ella.
Ayaka se revuelve al tiempo que sus pies se alzan del suelo, y deja de forcejear cuando ya no puede hacerlo más.
Aquel brazo negro se aprieta más alrededor de su garganta allí donde todavía quedan las marcas de los hilos de Rui, y Ayaka lucha por no ahogarse con su propia saliva, ceño fuertemente fruncido y mandíbula tensa.
Tomoko chilla, pero aun así se queda paralizada en su sitio, ojos muy abiertos y sudor bajando por su espalda.
Sakura sonríe ante la vista mientras observa hacia arriba a su oponente colgando contra la pared. Hay una brillante marca roja en el lado de su cuello.
—Y ya que te admiro tanto, tengamos una charla, Ayaka Iwamoto.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Notes:
Jajaja! Por fin llegamos al cúlmine de este mini arco!!! Tanjirou está preocupado por Aya ajshhdd y solo ha pasado un día, pobre
a parte, debo decir que aya está realmente ciega! es realmente irónico que creyese que todos los humanos eran demonios y que el demonio era un humano, pero quién puede culparla?
Kanao!!! Amo como salió su narrativa, y el demonio por fin ha aparecido! Qué haremos ahora? Aya no parecía querer matar a aquel demonio en un principio jdhdhd y está acorralada contra el demonio sin kanao ahora.
Espero que os guste! He tenido muchas ideas para este mini arco y me encanta como está quedando, pero me gusta mucho más lo que viene en el siguiente!
Ah este es el punto final para que aya abandone su egoísmo y se vuelva como tanjirou(? podemos decirlo así
sin nada más que decir, nos vemos pronto!!
Chapter 30: Lo que se esconde bajo tu piel
Chapter Text
La cola de escorpión del demonio se mece por encima de sus cabezas, lentamente yendo de un lado a otro como si tuviera vida propia. Está hambriento y Ayaka parece en aquel momento un plato recién servido en una bandeja de oro.
—¿Supongo que ya conoces mis poderes?
—Conviertes a la gente en seres similares a los demonios mediante veneno, los controlas —consigue Ayaka decir a pesar del agarre del demonio en su cuello. Observa el agijón negro y brillante que acecha lentamente—. Y supongo que para eso sirve esa cosa.
La demonio se echa a reír.
—¡Nunca pensé que fueses tan lista! —dice entre carcajadas—. ¿¡Cómo no has conseguido verme!? ¡Debo admitir que verte por ahí acusando a otros humanos ha sido muy divertido!
La mano de Ayaka tiembla. Su espada nichirin sigue en su vaina atada a su cintura. Acaba de hacerse de noche pero no es la primera vez que mata a un demonio antes del amanecer. Eso no es lo que le preocupa.
Tomoko se paraliza en su sitio, boca abierta y ojos empapados en terror. Sus dos trenzas continúan sobre sus hombros pero los mechones sueltos se pegan a su cara, pánico creciente.
Empieza a respirar entrecortadamente cuanto sus ojos más se fijan en el demonio y en cómo tiene atrapada a Ayaka, retrocediendo torpemente hasta que cae el suelo y no puede hacer otra cosa que arrastrarse.
El demonio alza las cejas y se fija en la pequeña niña que aún sigue allí. Ayaka frunce más el ceño, apretando la mandíbula. Sudor empapa su nuca..
—Hace tiempo que no nos vemos, niña del diablo —dice sin pestañear, ningún signo de prestarle más atención de la que ya le ha dado.
Tomoko se encoge más sobre sí misma y empieza a sollozar. Ayaka suelta un silencioso bufido.
—No te atrevas a tocar esa espada —viene la amenazante voz del demonio. Ayaka cierra el puño que ha estado peligrosamente cerca del mango de la espada nichirin—. Veo que no eres tan tonta después de todo. ¿Es esa compañera tuya experta en veneno?¿Cómo se llamaba, Kanao? Es increíble que supiese reconocerlo, y con tanta rapidez.
Acidez gotea de Ayaka cuando le escupe a la cara al demonio.
—No pongas el nombre de Kanao en tu boca.
—¿Eres consciente de la situación en la que estás? Podría arrancarte la cabeza del cuello ahora mismo si quisiese —. La demonio quita la saliva con la manga del kimono apretando los dientes.
Ayaka ríe ligeramente en diversión.
—Adelante. Kanao te cortará la cabeza por mí de todas maneras —ladra en burla. Por primera vez, el demonio frunce el ceño en algo que no es satisfacción. La sonrisa de Ayaka se ensancha—. Además, no lo harás, si hubieses querido hacerlo yo ya no estaría aquí.
El agarre contra su cuello se vuelve más fuerte cuando el demonio aprieta los dientes, haciendo que Ayaka tosa bruscamente.
—No estás muerta porque tengo una forma de resolver esto de forma pacífica, cállate y escucha—sisea entre dientes. Ayaka entrecierra los ojos, presión en la garganta siempre presente.
—Te da miedo que te mate.
Un chirrido se apodera de la habitación cuando el demonio empieza a rechinar los dientes. Ayaka no sabía que los demonios podían sudar, pero gordas gotas empiezan a aparecer por su frente. A pesar de todo, no dice nada.
—Por eso mandaste al padre de Tomoko y por eso has esperado a que estuviera sola —acusa Ayaka, cuya cara está empezando a adquirir un insano tono purpúreo—. Sabes que si lo intento, si consigo huir y llegar hasta Kanao, te decapitaremos.
Un cierto fulgor brilla en los ojos oscuros del demonio. Recupera la sonrisa como si nunca la hubiera perdido.
—Pero no lo estabas intentando —. Los ojos de Ayaka se abrieron como platos. Un pitido ensordecedor aparece en sus oídos—. Querías dejar que me comiese a todas estas personas, tanto tú como yo sabemos que esa Kanao tuya no hace nada que no se le sea ordenado, así que si te hacías la tonta y pasabas aquí la noche dejando que yo enloqueciera y me comiese a todos esos humanos solo para matarme después, nadie te habría culpado de nada.
La pequeña forma que es Tomoko en el suelo levanta la vista hacia ella.
—¿Ayaka-san?
El demonio alza a Ayaka más en la pared y los ojos de Tomoko, temerosos y azul cielo, la siguen.
—¡Mírala, criatura débil e indefensa! ¡Ella es tan demonio como la gente con tu misma sangre por las venas!
Tomoko aprieta los puños contra su pecho, labios temblando mientras intenta volver a ponerse en pie.
—¡Eso es mentira! ¡Ayaka-san no es como ellas! ¡Ayaka-san no es como la gente de este pueblo, ella me protegió!—. Y se dedica a girar la cabeza de un lado a otro en tozudez, como si eso fuese a borrar el hecho de que Ayaka tenía pensado dejar morir a toda aquella gente esa noche. Como si eso fuese a borrar el hecho de que hay una blanca y quemante ira bajo su piel contra todos ellos. Nada de eso sale de su cabeza porque Tomoko la había notado al tocarla, la misma furia y resentimiento que en todos los demás.
—¿¡Como no lo era tu padre!? ¡Ese hombre se lanzó a mis brazos en cuanto le enseñé un poco el tobillo! —grita la demonio. Hay furia arremetedora en ella y Ayaka cree ver por un momento sufrimiento. Se pregunta si aquel es el mismo tipo de demonio que Rui—. ¡Si ese condenado leñador no me hubiese herido tan gravemente habría acabado contigo también! ¡Si no hubiese sido por él mi Señor no me habría despojado de mi puesto como Luna Inferior! ¡Tuve que alimentarme de su cadáver durante meses mientras me sanaba lentamente!
Ayaka recuerda entonces las lágrimas de Ryu, tan sinceras que incluso su vista insuficiente había podido notar, y echando una pierna hacia atrás, da una patada hacia arriba.
La demonio la observa anonadada, porque ha pateado a la nada, pero cuando el tronco de Ayaka sigue su trayectoria hacia arriba y gira, acabando su cadera encima de su brazo, suelta un grito de terror. La espada es lo suficientemente rápida como para salir de su vaina cuando Ayaka se lo ordena y corta su mano aún girando. Lo que queda del brazo negro y retorcido se retrae a su sitio y la demonio cae al suelo, sangre saliendo a borbotones del corte.
Ayaka aprovecha ese momento de confusión para volver a sus pies y saltar hacia Tomoko. Hay un picotazo, un repentino dolor en su cuello que ignora al agarrar a la niña entre sus brazos y retroceder en pequeños saltos hasta que llega a la puerta, apoyando sus brazos en sus rodillas y tomando grandes bocanadas de aire, aliviada por librarse de aquella sensación de ahogo.
Observa como la cola de escorpión se retrae tras la espalda de su dueña. Dedos empiezan a aparecer marcados allí donde el demonio ha apretado y el blanco cuello de Ayakapalpita morado con el presagio de la hinchazón. Ella esconde su boca tras su brazo para que el demonio no la oiga toser.
—¡Estúpida! —grita la demonio, al tiempo que su pelo empieza a agitarse. Forma un abanico blanco que se extiende largo e imponente hacia arriba junto con la cola de escorpión, y ambos se mueven de un lado a otro produciendo un castañeo frenético—. ¡Ni siquiera has escuchado lo que tengo que decir! ¡Pero ya es demasiado tarde, el veneno está en ti y no podrás sacarlo!
Hay una zona que empieza a palpitar, y Ayaka se lleva la mano al cuello, cuando la vuelve a mirar, hay sangre.
—Ayaka-san —. Tomoko no necesita decirlo para que Ayaka lo sepa, pero aun así lo hace—. Es la misma marca que tenía mi padre.
El pelo blanco del demonio continúa agitándose hacia arriba junto con su cola cuando suelta una risa ácida.
—¡Cuando el Sol salga y el veneno haga efecto por completo, Ayaka Iwamoto, te convertirás en mi marioneta demonio! —. Extiende los brazos en triunfo, como si le diese la bienvenida a sus redes de forma victoriosa—. ¡Dile al Cuerpo Matademonios que me has decapitado! ¡Si lo haces, yo me esconderé durante unos cuantos años para no levantar sospechas, mataré a toda esta gente y te daré el antídoto! ¡Así no tendremos que vernos nunca más, las dos nos beneficiaremos de esto!
A Ayaka le cuesta respirar cuanto más tiempo pasa. Tomoko en sus brazos suelta un pequeño chillido cuando nota lo pálida que se ve. Pequeñas brechas de rojo sangre se hacen paso en el pozo oscuro que son sus ojos.
—Ayaka-san, —susurra al principio Tomoko, agarrándose al haori del patrón. Ayaka continúa mirando a la demonio con la boca ligeramente abierta, algo bajo su labio superior brilla puntiagudo y no es el fino hilo de saliva. De repente tiene hambre. La demonio espera por una respuesta—. ¡Ayaka-san!
Ella agita la cabeza hacia los lados y suelta por fin un gruñido.
—Tienes razón, Tomoko, yo —susurra, cejas uniéndose en una mueca desolada—. Tienes que correr a avisar a Kanao y que evacúen el pueblo.
—¡Pero no me harán caso! ¡Si les digo que hay un demonio no me creerán, tienes que venir conmigo! —Tomoko agarra su haori y tira de él insistentemente. Los ojos de Ayaka están fijos en la vela que utilizó para rezar por el alma de Pelusa.
Gira entonces bruscamente la cara hacia Tomoko.
—¿Evacuarán si es un fuego?
Tomoko parpadea desorientada—. ¿Qué?
La mirada de Ayaka se vuelve más dura.
—Que si evacuarán si les alertas de un fuego.
Sus pequeñas trenzas se agitan de un lado a otro cuando asiente.
—Está bien, perdóname por esto —anuncia Ayaka, siempre susurrando cuando vuelve su vista al demonio. Entonces lanza a Tomoko al aire—. ¡Ve a por Kanao!
La patea con tanta fuerza por el agujero de la puerta que sale despedida lo suficientemente rápido como para que cuando uno de los brazos negros y retorcidos del demonio van de nuevo hacia ella Ayaka pueda esquivarlo.
Salta hacia un lado y tiene que agacharse para esquivar el otro. La demonio extiende esta vez sus dos brazos desde donde está, como si fuesen ramas de árbol que crecen de ahí.
Agarra la olla colgando sobre el fuego y la levanta la próxima vez que lanza sus brazos hacia ella, y estos rebotan hacia atrás lo que en el momento distrae a la demonio lo suficiente como para que Ayaka coja el aceite que solía estar junto a la leña que solía usar para calentarse en invierno.
Lo usa para protegerse una vez más de los brazos de la demonio cuando se dirige al jardín trasero, soltándolo antes de que puede llegar hasta ella mientras el aceite explota hacia todas partes.
La gran parte de las flores de su madre se cubren de aceite, además del brillante y grasiento camino que ha marcado desde la cocina hasta allí en su huida.
La demonio se queda con los ojos muy abiertos, parando por un momento en su frenético ataque. Observa en puro horror como Ayaka recoge la vela con la que había rezado por Pelusa no mucho antes y, sonriendo, anuncia:
—Arde.
La vela es lanzada al suelo y Ayaka salta hacia atrás, arañándose en su camino entre las plantas para salir lo más rápido que pueda del jardín. Hay un pitido cuando choca contra el suelo, pero rueda y se vuelve a poner en pie, por mucho que escuezan los cortes.
El jardín de su madre empieza a arder, fuego naranja y quemante que hace que todas aquellas plantas que su madre había cuidado se empequeñeciesen bajo el poder de algo más fuerte que ellas.
Ayaka observa como el fuego posee su casa al tiempo que empieza a correr en dirección a los campos de arroz. Se para entonces un momento cuando llega al camino de tierra, no sabe por qué, al ver como el techo colapsa sobre sí mismo, como todo aquel edificio se viene abajo, tiene ganas de llorar.
El viento frío de la noche choca contra sus mejillas y Ayaka observa sin pestañear. Las estrellas aparecen como puntos lejanos y la luna se alza lentamente por el horizonte,iluminando su camino en su estado más lleno.
Puede ver como cada una de las plantas de su madre, todas a las que había nombrado y les había dado un cariño especial, se deshace en cenizas al tiempo que el fuego las devora.
La cocina en la que tantas veces había cocinado se tiñe de negro, las habitaciones cómodas y cálidas donde ella y sus padres habían pasado las noches de invierno acurrucados, observando como llovía esperando que la cosecha de aquel año creciera con el agua de esa temporada, también se ven reducidas a nada.
La baraja de cartas karuta que habían usado tanto entre ratos libres, Ayaka ganando cada una de las veces, los futones donde tanto sudor y sangre ella había derramado en sus noches más enfermas y sobre donde sus padres habían llorado lo mismo que ella había sufrido, todo, absolutamente todo se consume ante sus ojos. El olor a glicinias calcinadas, vainilla quemada y apestosa, llega a su nariz, y Ayaka piensa que para Tanjirou un olor tan desagradable le atontaría.
Entonces algo en llamas, algo enorme se alza sobre las ruinas de su casa, algo más grande, mucho más grande que crece y sigue creciendo, del color negro y retorcido de un árbol.
El demonio dentro grita, y su voz perfora el aire.
Grave y distorsionado y doliente, el demonio grita.
Ayaka quiere llorar por eso también.
Lo último que queda de su casa es destrozado cuando el demonio continúa creciente, negro por el fuego y su poder de extensión. Luego, fija sus ojos en Ayaka y es entonces cuando se da cuenta de que debería seguir corriendo.
Así que, haciendo eso, Ayaka se pregunta.
«¿Qué clase de suerte tengo últimamente con los demonios arácnidos?»
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
La moneda repiquetea contra la mesa cuando Kanao la lanza al aire.
“Cara significa sí.”
Vuelve a lanzarla, y sus ojos observan impasibles como gira y gira sin parar, dorado brillo dando vueltas junta a ella.
“Cruz significa no.”
El hombre Sato permanece a su lado, atado a la cama con los farolillos y Kanao no se molesta en mirarle mientras continúa lanzando la moneda.
Ayaka-san se fue hace rato y el Sol se ha puesto ya, las órdenes de Kanao son que mate al demonio, lo sabe más que nadie, pero Ayaka-san no ha vuelto y no puede hacer nada sin ella. Porque le ordenaron emparejarse con ella para acabar con el demonio, y no piensa violar unas órdenes porque si no las sigue no tiene otra posibilidad, ninguna opción segura a la que recurrir que no sea algo que ella misma piense, y lo que Kanao piensa es peligroso, peligroso y arriesgado y nunca jamás se atreverá a hacerle caso a sus propios pensamientos porque no quiere morir.
Hay una preocupación que taladra por debajo de su piel, tan pequeña y mínima que Kanao ni siquiera le toma importancia, abandonando la tarea de lanzar la moneda para llevarse las manos a las piernas una vez más.
“Kanao.” Las voz de Kanae le viene a la mente por alguna razón. “Algún día la voz en tu corazón será lo suficientemente grande como para que puedas decidir por ti misma, pero hasta entonces, usa esta moneda.”
Vuelve los ojos a la moneda y la lanza una vez más, esperando que le diga lo que tiene que hacer pero no puede porque es una moneda y las únicas respuestas que recibirán son sí o no, y esta vez no son solo dos caminos.
Todo su cuerpo pica chillándole, chillándole que haga algo porque la Luna cada vez se alza más.
¿Kanao Tsuyuri, qué quieres hacer? ¿Entre que dos opciones que tú no has pensado vas a elegir? ¿Kanao Tsuyuri se quedará como una muñeca? ¿Chica sin nombre apellido, es eso lo que serás?
Después de girar y girar y girar y girar por lo que se sienten años, la moneda le da la respuesta que necesita, porque “cara significa sí.”
«Sí», repite Kanao para convencerse a sí misma. «Al menos seré una muñeca viva, que es mejor que ser una humana muerta.»
“Encontrarás a una persona especial, y entonces, no tendrás que usar la moneda nunca más.”
—¡Ayaka-san! ¡Kanao-san! ¡Ayaka-san, ella está-!—. La puerta de la habitación se abre de repente con un estruendo. Kanao tiene que bajar la vista para encontrarse a su propio reflejo de niña. Parpadea para darse cuenta de que solo es Tomoko.
Parece que le han dado una patada que la ha arrastrado por todo el campo de arroz, rastros de tierra y polvo cubriéndola por completo que complementan bien con su melena mal cuidada y su pequeño y delgado cuerpo.
El kimono se ha desatado levemente y se ve las costillas marcadas en el pecho, y también, más abajo y en sitios más escondidos para que no se puedan ver; cicatrices, magulladuras, golpes que seguro le han dado en sitios que se puedan esconder fácilmente bajo la ropa.
¿Cuántas veces te han golpeado? ¿Cuántas veces has llorado y sufrido bajo las manos de gente con tu misma sangre? Para esa pregunta, la moneda no tiene respuesta.
Por primera vez desde lo que se siente mucho tiempo, Kanao tiembla en vez de sudar.
Tomoko se agarra al uniforme de cazador de demonios de Kanao, rozando con sus puños infantiles las heridas que recorren la tierna pierna blanca.
—¡Tenemos que evacuar el pueblo! ¡La demonio, el monstruo, Ayaka-san está luchando ahora! ¡Me dijo que-!
Kanao se levanta bruscamente en cuanto oye una nueva órden, y casi suelta un suspiro de alivio al tener por fin una órden que seguir, algo que hacer que puede decidir usando una moneda.
—Vale —dice, sin dudar un segundo cuando se levanta del sitio donde ha estado sentada las últimas horas. Pero Tomoko no la mira ni la lleva adonde sea que necesiten ir, en cambio, se mantiene aferrada a la falda de Kanao con la vista fija detrás de ella.
—Papá... —. El labio de Tomoko tiembla, de ella viene un sollozo ahogado cuando abandona la seguridad del lado de Kanao y corre hasta el hombre Sato.
Cae de rodillas junto a él y abraza su cuerpo inconsciente, llorando solo como un niño puede llorar, entera y abiertamente.
—¡Papá! ¿¡Papá dónde has estado!? ¡He estado esperando a que vinieses por mí todo este tiempo! ¡La tía y las primas han sido tan malas conmigo, papá! ¡Hablaban mal de ti todo el tiempo!
La habitación se tiñe de naranja cuanto más llora Tomoko, y mientras ella continúa echando lágrimas, Kanao mira por la ventana para ver fuego, fuego intenso y quemante y destructivo, y una cosa enorme y negra sobresaliendo de entre las llamas.
El grito que viene de aquella cosa tan enorme llega hasta los huesos de Kanao, que tintinean temblando como campanillas ante el viento, y tiene que agarrarse al marco de la ventana para no caer. Los sollozos lastimeros continúan sin embargo, pero hay algo diferente entonces.
El cuerpo del hombre Sato, con ojos en blanco y un pequeño hilo de saliva en su barbilla, empieza a temblar también, y no es un temblor tan leve como el de unas campanillas.
Se alza lentamente, sin aparente reacción a la niña con su sangre encima de él. Fuertes venas están marcadas en su frente, y Kanao sabe que algo ha cambiado, porque antes este humano no se veía como un demonio, incluso con colmillos e incluso con ojos rojos, pero ahora, con saliva chorreando de sus fauces y uñas negras largas como cuchillos, Kanao empieza a considerar la idea.
Tomoko se choca ruidosamente contra el suelo cuando el hombre Sato salta hacia Kanao, y los farolillos rojos no son suficiente como para detenerle, rompiéndose las cuerdas como si estuviesen hechas de papel en el camino hasta su cuello.
Las afiladas garras son dirigidas a su cara. Pero Kanao es lo suficientemente rápida como para agacharse y golpearle en el estómago con el puño en el momento preciso. El hombre sale despedido hacia arriba, aliento habiendo sido arrebatada de él a la fuerza con el golpe al estómago, Kanao se lo roba más tiempo al darle una patada al estómago que le lanza al otro lado de la habitación.
No puede cortarle la cabeza porque no es un demonio, pero tampoco es humano, así que sigue las órdenes que le son dadas, daño para incapacitar a aquellos no demonios que se interpongan en tu camino.
Así que la próxima vez que el humano salta sobre ella, fauces abiertas, brillantes los colmillos en ellas y listas para devorar, Kanao saca su espada.
Es suficiente con clavarla en su pierna derecha y luego en su pierna izquierda, dos movimientos rápidos de muñeca hacen bien el trabajo y el suelo se mancha de sangre, pero al menos, no es su cabeza.
Debería darle las gracias a Kanao por eso, que todavía seguía cuestionando si aquella cosa era realmente un demonio o no. No se veía como un demonio, eso lo tiene claro, pero los colmillos y la sed de sangre están cerca de hacerla dudar.
Ayaka había estado en lo cierto cuando había sospechado de toda aquella gente, todos parecían demonios sin colmillos, y Kanao ve entonces que la línea entre humanos y demonios es muy fina en aquel pueblo. O puede que simplemente no haya una sola manera de ser un demonio.
La sangre que corre de las piernas de su padre avanza lentamente por el suelo hasta que llega a las piernas de Tomoko, quien se queda quieta ante la mirada expectante de Kanao.
Ella extiende la mano hacia la niña quien, con manchas carmesí en el kimono, la agarra. Con toda la fuerza que le queda, intenta evitar como pueda la vista de la sangre en el suelo.
—Se pondrá bien, no importa —. Kanao no necesita que la moneda decida para decir aquello. Tomoko alza la mirada hacia ella, cejas alzadas y labios tirantes. Las piernas del hombre Sato se mantienen sangrantes en el suelo, por mucha sed de sangre que tenga y por muy ciego que esté, no tiene las propiedades curativas de un demonio. A Kanao le alivia saber que no tendrá que matar a más demonios de los necesarios si puede evitarlo.
Tomoko asiente aunque los labios tiemblen y los ojos se conviertan cristalinos. Y de la mano, salen de la habitación y luego del puesto de fideos.
La luz del fuego a lo lejos crece más y más cuanto más se acerca por el horizonte aquella cosa negra en llamas, y a la cabeza de la persecución, como una sombra negra con ojos que brillan cada vez más en rojo demoníaco, Kanao ve a Ayaka.
La calle está a rebosar de vecinos saliendo de sus casas, el pueblo entero teñido con el calor del fuego y por una vez, hay una amenaza más grande que las intenciones del vecino de al lado.
Todos están revoltosos, pánico extendiéndose entre ellos como líneas de pólvora encendidas por la pequeña chispa de la incertidumbre y la desconfianza.
—¡Fuego! ¡Hay un incendio, tenemos que evacuar el pueblo! ¡Ir al otro lado del río! —les grita Tomoko.
Cabezas curiosas y escépticas se giran en su dirección, todas alzando una ceja como esperando a que Tomoko revele unas segundas intenciones.
—¡Si os quedáis aquí todos moriréis! —. Lo intenta una segunda vez, pero todos parecen estar revoloteando como gallinas, un murmullo confuso y constante ahogando las plegarias de Tomoko.
Es Ryu quien, al oírles, se une a ellas a la entrada del puesto de fideos.
Kanao le dirige una mirada vaga al tiempo que deja los sacos de arroz con los que ha estado cargando en el mostrador, frente empapada en sudor.
—¿Qué ha pasado? ¿Y Aya-san? —. Se limpia apuradamente la cara, buscando por todas partes a Ayaka, pero ella no está allí.
—¡Es el demonio! ¡Ayaka-san está luchando contra él! ¡Quiere que evacuemos el pueblo! —. Tomoko es quien responde, efusivamente y con la preocupación por su padre permanentemente echada atrás a algún rincón de su mente.
Ryu se fija en el brillo naranja que cubre todo donde alcanza la vista, cada vez el aire más asfixiante. Las llamas del infierno han subido desde allí para darles la bienvenida.
—¿Puedo hacer algo?
Que los civiles no deben inmiscuirse en asuntos de cazadores de demonios había sido una de las primeras reglas que le habían sido dicha a Kanaos, porque aquellos que no habían sufrido un intenso entrenamiento no tenían posibilidades de ganar contra los demonios
La moneda repiquetea al caer contra la palma abierta de Kanao.
“Cara significa sí.”
—Ayúdanos a evacuar —dice Kanao, no se hinca las uñas en las piernas pero sí que juega con el borde de su falda—. Ayaka-san dijo que la figura del leñador es respetada por todos, tú eres hijo del leñador, te harán caso.
Horror parece plantarse en la cara de Ryu ante la idea, y Kanao no averigua qué es lo que puede darle tanto miedo. Kanao no suele sentir miedo, solo le tiene miedo a una cosa, por supuesto, puede que dos, así que no podría averiguar la raíz del miedo en los demás.
—No creo que... sea una buena idea —. Ryu se rasca la mejilla, frotando nerviosamente contra su piel como si fuese a darle alguna solución. Por alguna razón su cara adquiere un color verde nauseabundo.
—Ayúdanos a evacuar —repite Kanao de nuevo, voz tan ausente como siempre.
El padre de Ryu le había dicho muchas veces que mantuviese la cabeza baja. Cuando se vive en pueblo como aquel, a rebosar de demonios mientras uno es simplemente humano, no es bueno destacar, no es bueno alzarte sobre los demás con amabilidad o con actos de buena fe porque eso te pondria en el punto de mira, y la gente entonces empezaría a susurrar.
¿Qué es lo que pretende haciéndose ver como un tipo amable? Seguro que quiere quedar bien ante los demás porque se cree mejor que todos, porque tiene intenciones malignas tras ese falso velo de amabilidad, porque quiere creerse alguien siendo amable.
Así que es mejor quedarse callado con la cabeza gacha y los ojos mirando al suelo fingiendo que se es un demonio, apartado de ellos cada día escondiendo la poca humanidad que te queda y que día tras día te es arrebatada.
Eso fue lo que Ryu hizo con Ayaka, ¿no? Se quedó con la cabeza agachada sin decir una palabra mientras los demonios la pisoteaban delante de sus narices. Pero prefiere que sea ella a que sea él, porque cuando se vive entre demonios toda una vida, no hay nada más aterrador a que huelan tu miedo, huelan tu humanidad, y se lancen sobre ti.
Y es que en aquel pueblo solo hay dos tipos de seres, los demonios y los humanos, los depredadores y las presas, y cuando se nace en un bando o en otro, es difícil cambiar.
Ryu piensa en Ayaka, y piensa en su mirada y en sus vientos gélidos que antes habían sido cálidos y en la montaña helada, aquella montaña helada que había tenido sobre ella un jardín de flores y fruta fresca, donde ahora solo hay valles helados que no tienen nada. Y Ryu se cuestiona como Ayaka Iwamoto ha conseguido volverse un depredador, como Ayaka Iwamoto ha conseguido volverse un demonio.
Solía alzar los ojos hacia él con la esperanza de que Ryu, siendo humano como ella, le ayudase, que la defendiese contra todos aquellos niños demonios que se lanzaban contra ella cuando estaban hambrientos.
Pero Ryu había enterrado esa humanidad fuertemente bajo la superficie, y se dedicaba a observar como la desgarraban a bocados como si fuesen perros locos hasta que de ella no quedaron ni los huesos, hasta que se alzó de su propia tumba con el esqueleto cubierto de una nueva piel, con carne de demonio. Y Ryu al menos pudo conservar su humanidad, porque por mucho miedo que sintiese todos los días y por mucho que quería irse de allí y no volver, le consuela seguir siendo el único humano ahora que los Iwamoto y los Kobayashi ya no están.
Al menos, él y su padre seguían siendo humanos antes de que muriese y le dejase solo.
Ryu baja la mirada hacia Tomoko, en cuyos ojos hay esperanza, y recuerda que su padre había salvado a aquella niña. Y que, por mucho miedo que hubiese tenido, tanto miedo como Ryu, Teru Takahashi había muerto humano en un acto de bondad, exponiéndose a todas aquellas miradas demoníacas que sin duda se habrían echado encima de él si no hubiese muerto.
Ryu no quiere terminar convirtiéndose en demonio, quiere morir humano. Así que tomando una gran bocanada de aire, grita:
—¡Se ha incendiado una casa, debemos evacuar el pueblo de inmediato para mantenernos a salvo! —. Se sube encima del mostrador del puesto de fideos al tiempo que todos giran sus cabezas para mirarle, a él y solo a él, humano contra un pueblo entero de demonios. Puede sentirlo, el instinto asesino, la sed de sangre que viene de cada uno de ellos. No le importa—. ¡Debemos ir al otro lado del río, todos nosotros, para evitar que el fuego nos alcance! ¡Estaremos a salvo allí cerca del agua, antes de que el humo nos mate uno a uno!
Extrañamente empiezan a extenderse entre la multitud murmullos de aprobación, asentimientos compartidos por una vez entre todos ellos mientras empiezan a dirigirse con apuro a las afueras del pueblo, al puente de madera que los padres de Ayaka y Ryu construyeron por sí solos.
Kanao le confía en sus brazos a Tomoko. Ryu parpadea extrañado entre el remolino de gente.
—Hay que mantener a los civiles a salvo —. Es la única explicación que le ofrece—. Los niños y los ancianos son la prioridad. Yo me quedaré aquí para encontrarme con Ayaka-san y derrotar al demonio.
El último intercambio que Ryu tuvo con Kanao aún sin una pierna rota fue una mirada tranquila.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
—Te ves horrible.
La figura de Kanao aparece al final de los campos de arroz, y Ayaka, aunque cubierta en asqueroso sudor y definitivamente no de buen humor, agradece reencontrarse al fin con ella.
No aprecia el comentario, pero sabe que debe tener un aspecto cercano al que adquiere cuando tiene fiebre. Una palidez grisácea acompañada de ojos hundidos en ojeras moradas y respiración trabajosa, y si es una fiebre lo suficientemente mala, piel tan traslúcida que se marcan las venas azules en su cuello.
—Tú te ves perfecta —dice Ayaka, sin parar de correr al tiempo que Kanao se une a ella en su carrera. Juntas, recorren la calle principal del pueblo, vacía como si allí no viviera nadie. A Ayaka le gusta esa perspectiva, aunque sabe que no debería.
—¿Nivel de poder del demonio? —empieza Kanao.
—Ex-Luna Demoníaca.
—¿Alguna técnica demoníaca de sangre?
Ayaka le lanza una mirada a Kanao, arrugando un poco los labios para que note los crecientes colmillos en su boca, pero Kanao solo le da un parpadeo. Ayaka suspira.
—Manipulación por inyección de veneno, se activa completamente al amanecer y da a la víctima rasgos demoníacos.
—¿Daños materiales o alguna víctima hasta ahora?
—Mi casa está en llamas, Kanao.
—¿Y qué pasa con las víctimas?
—Si no has dejado morir a alguien mientras yo no estaba, entonces no, no hay víctimas hasta ahora. Y procuremos que siga así.
Las dos paran en seco y se dan la vuelta. Kanao luce segura, decisa por primera vez sin su moneda desde que luchó con Ayaka en el monte Natagumo. Mano en el mango de su espada y pies firmemente plantados contra el suelo. Ayaka piensa que le gustaría ser así de imperturbable.
La luz de la demonio en llamas aparece a la entrada del pueblo, enorme, mucho más alta que cualquier demonio con el que ninguna de las dos se ha encontrado, y eso significa que su cabeza estaba muy a lo alto también.
—Kanao —llama Ayaka. Se tambalea levemente, y tiene que tomar una bocanada de aire pero eso no impide que al final termine apoyándose en el hombre de Kanao. Chorros de saliva se entreven bajando desde sus recientes colmillos y los pozos negros que tiene por ojos se parecen cada vez más a una entrada al rojo infierno. Aun así se mantienen firmes cuando se fijan en los purpúreos de su compañera, y aunque se vea sudorosa y de ella emane una fuerte sed de sangre, debajo de todo eso, Kanao piensa que Ayaka es guapa cuando está tan decidida en proteger a alguien—. Tengo un plan.
Ambas sienten el calor del fuego de la demonio cuanto más se acerca a ellas asfixiante en sus caras, iluminando todo de un intenso naranja, cenizo y aplastante naranja.
—Bueno, —dice Ayaka una última vez—. Si morimos, me alegra morir contigo, Kanao.
Y en su silencio, a Kanao le gustaría decir lo mismo.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Chapter 31: No se nace humano y no se nace demonio
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
«Aya confía en ti.» Esa es la mentira que Tanjirou ha estado intentando grabarse en la mente durante horas. Puede que si la repita otra decena de veces junto con el centenar que ya ha hecho, por fin pueda creerla. «Simplemente no te dijo que volvería bajo la tutela de Himejima-san, y tú no deberías sentirte mal por ello porque Aya puede hacer lo que quiera.»
Esa era la única verdad en sus pensamientos. Aya podía hacer lo que quisiese sin tener que pensar en él. Incluso cuando le había dicho por mucho que el propio Tanjirou insistiese que no lo era, ella le había dicho que él era importante.
Y por primera vez en años su vida no pertenecía a una gran meta que tiene que conseguir mediante sudor y sangre, silenciosamente ardiendo en cálida luz solar hasta que de Tanjirou no queda más que odio por Muzan Kibutsuji.
Ella había sido quien anunció no querer verle arder y ella había sido quién había dicho que quería que fuese más egoísta.
«Entonces puede que te mintiese,» dice la Aya en su cabeza, pícara y burlona y mil cosas malas más como si disfrutase de su sufrimiento. Puede que la Aya de verdad también hubiese estado burlándose de él todo este tiempo, puede que le estuviese mintiendo todo el rato y Tanjirou no le importaba, no le importaba en absoluto. Porque Aya era egoísta y arrogante y demasiado orgullosa para su propio bien y eso no es algo que él pueda cambiar ni que vaya a desaparecer pronto, y él se había guiado demasiado por el olor a glicinias dulce y amable de Aya que era escaso en vez de tomarle importancia a los otros más abundantes y más horrendos.
Y puede que eso es lo que debiese haber hecho, sino, no tendría en sus manos una antorcha encendida con el nombre de Aya grabado en el mango en letras doradas.
A lo mejor Aya no le había mentido, pero eso era una verdad que no podrá obviar.
Ella había sido quien había insistido y ella había sido quien le había dicho que confiara en él, y lo había hecho, desde el primer momento fue Tanjirou quien le dijo qué le había hecho Muzan Kibutsuji a su familia y quien había confiado en ella en todo momento, aunque no debiese haberlo hecho, aunque el olor a orgullo y egoísmo y recelo era más grande que el de su amabilidad pura y fresca, pero lo había hecho.
«¿Por qué no puedes tú hacer lo mismo?» pregunta Tanjirou a la Aya que es su conciencia. «No me habría importado que te fueses con Himejima-san. ¿Por qué no puedes confiar en mí como yo confío en ti? ¿Me ves como tal inútil?»
«¿Por qué no me dijiste que querías morir?»
Ella le da una mirada vaga y desinteresada. Simplemente no le importa. Y hay algo sobre ello que le molesta fervientemente.
—Debería comprobar si Nezuko ha salido ya de su caja —murmura Tanjirou al final, y eso es lo que se dispone a hacer al fin.
Recorre de un lado a otro la Mansión Mariposa y la Luna le observa desde el cielo en su pequeña y desesperada búsqueda hasta su hermana. No hay nadie por los pasillos a mitad de la noche y no es algo que le extrañe, es Aoi la primera con la que se encuentra, ya en pijama y con el pelo suelto para dirigirse a su dormitorio.
—Tu hermana está en el jardín de atrás —le informa con un gesto. Tiene una expresión extraña cuando Tanjirou se inclina suavemente para darle las gracias. Tanjirou ha estado demasiado suave aquella tarde—. ¡Dile a las niñas que se vayan a la cama pronto!
Y se va murmurando algo sobre Kobayashi.
Es solo natural que huela a flores cuando el jardín de Shinobu se trata, es por eso que la familia Iwamoto se camufla tan bien allí.
—¡Pelea conmigo de nuevo! ¡Otra vez, otra vez!
«Ah, creía haber oído la voz de Inosuke,» piensa Tanjirou, cuanto más se acerca al jardín de atrás. Cuando abre la puerta fuera, como es completamente normal, el cuerpo de Inosuke con su cabeza de jabalí incluida es lanzado contra él.
Al otro lado está Makoto Iwamoto sonriéndoles suavemente, puños en las caderas como quien observa el esfuerzo de un año entero vertido en los campos de arroz florecer en la forma de granos dorados.
El pequeño séquito de niñas entusiasmadas gritan con Yuu a un lado del jardín, Naho, Sumi y Kiyo parecen siempre revolotear alrededor de él. Esta es una de esas ocasiones, están cantando y jugando entretenidas en su propio mundo donde los términos médicos y complicados son lanzados de un lado a otro de forma casual.
—¡No seas tan duros con ellos, Mako! —. La voz de la madre de Aya se oye desde no muy lejos, y si no se equivoca y su visión es lo suficientemente clara, Tanjirou cree ver que Zenitsu está con ella.
—Ese lanzamiento ya fue débil, ¡estoy oxidado, cariño! —grita Makoto de vuelta.
Trenzas negras y anaranjadas aparecen por encima de ambas cabezas, humana y de jabalí, y Tanjirou se encuentra con los ojos rosados de su hermana. Después, vino el humo.
Humo ceniciento y asqueroso viene en bocadanas de Kaede, y humo igual de ceniciente y asqueroso sale de la pipa de madera en su mano al tiempo que les observa desde arriba con ojos impasibles, y se parecían demasiado a los ojos de la Aya en su cabeza.
—Ah, Tanjirou-san, me preguntaba cuando aparecerías —dice como saludo, y su olor está impregnado en las trenzas de Nezuko. ¿Desde cuando lleva trenzas Nezuko?
—Buenas noches, Kaede-san —dice Tanjirou en un gemido estrangulado. Inosuke se apoya en su estómago para levantarse y de él viene otro gemido estrangulado más.
—¡Gonpachiro, este tío es de quien Akiko ha heredado la fuerza!
—Ese es el padre de Aya, Inosuke —murmura él sin aliento—. Son familia, por eso tienen el mismo olor.
Al final Inosuke rueda fuera del estómago de Tanjirou, dirigiéndose una vez más a arremeter contra el padre de Aya. Él lo esquiva, fácilmente agarrando su hombro y su frente y guiándole adonde quiera por muy débil que parezca e Inosuke, de nuevo, termina volando por los aires hasta que se estrella contra la valla que cerca el jardín.
Es la abuela de Aya la que le extiende una mano a Tanjirou para ayudar a levantarse, y él la agarra para ser levantado de un tirón. Las burlonas risitas de Zenitsu vienen desde su lugar sobre el regazo de Kaori, quien juega distraídamente con su pelo rubio.
—Zenitsu-san, de verdad que eres un buen chico muy trabajador, —empieza Kaori y Zenitsu se tapa la boca con la mano para que la madre de Aya no le vea. En cambio, se gira a ella con una sonrisa inocente y ojos llenos de estrellas, como si los elogios que vienen de ella fuesen la mejor cosa que él pudiese conseguir—. Pero por favor, no te rías de Inosuke-san cuando se hace daño.
—¡Pero ese jabalí es siempre tan malo conmigo, Kaori-san! —se lamenta en sus piernas, voz aguda como suele acostumbrarse—. ¡Creo que, por lo menos, tengo derecho a reírme de él si se hace daño por imbécil!
—Esa no es excusa. No está bien ser malo con los demás —. Casi parece culpable al reprocharle. Y entonces ve a Tanjirou ir hasta ellos desde el otro lado del porche y empieza a agitar la mano energéticamente—. ¡Ah, Tanjirou-san! ¡Hola!
Nezuko pasa corriendo por debajo de entre las piernas de Tanjirou y se posa bajo la mano de Kaori como si fuese una señal para que vaya hacia ella y Nezuko fuese un perro entrenado. Su hermana está lo más contenta que ha estado en años cuando Kaori comienza a acariciar su cabeza.
—Nezuko, no he levantado la mano para que vengas —dice Kaori, culpable por un malentendido que no es culpa suya aunque continúe frotando sus brillantes mechones. Zenitsu tira insistente de la manga de Kaori para recibir la misma atención y ambas manos terminan ocupadas, a ella no parece importarle—, Nunca pensé que un demonio pudiese ser tan adorable. Creo que son las trenzas.
Kaede bufa.
—Podrían ser mejores. Hace años que no le trenzo el pelo a nadie, mis hermanas ni siquiera habrían aceptado tal desorden en su pelo —dice, tan humosa como cuando saludó a Tanjirou. Él no puede hacer otra cosa que arrugar la nariz. Las perfectas trenzas de Nezuko brillan bajo la luz de la Luna, no se le ocurre qué clase de desorden hay allí—. Por muy adorable que sea, es la razón por la que estamos aquí. La recordaba más pequeña en esa caja tuya, Tanjirou.
Los ojos de un ennervante rosa de Nezuko parecen volverse más ennervantes aún.
—¿Sabíais que llevaba un demonio? —. Tanjirou inclina la cabeza a un lado en confusión, Nezuko le imita justo después.
—Todos lo sabíamos —. Kaede toma una bocanada de humo asqueroso para luego apuntar con el pulgar a su hija—. Kaori fue la primera en darse cuenta.
Ella le hace un gesto a los hermanos Kamado acompañado de una sonrisa culpable.
—Siento haberos causado problemas —. Es lo primero en salir de la boca de Tanjirou—. De verdad que no era mi intención meteros en esto.
La abuela de Aya hace un gesto con la mano mientras continúa fumando de su pipa—. Créeme, vivir por un tiempo en la Mansión Mariposa es el menor de nuestros problemas, al menos seguimos teniendo una casa a la que-
—¡Repítelo de nuevo, vieja! ¡Repite eso que dijiste antes de que soy una bestia! —. Esa vez es la cabeza de jabalí de Inosuke la que aparece entre las plantas donde se ha llevado desde que el padre de Aya le lanzó por los aires.
—Nunca creí que fuese como yo —murmura entredientes Kaede, pellizcando el puente de su nariz—. Debería haberme mantenido callada.
—¡Dile a Kamaboko lo que dijiste antes sobre mí! —exclama Inosuke una vez más, ramas verdes y brillantes partidas por la mitad saliendo de su cabeza de jabalí. Shinobu le regañaría cuando viese los arañazos que han rasgado su ropa.
—Jabalí, —empieza Kaede tomando una fuerte bocanada de humo—. Ya te he dicho que porque seas una bestia tan fuerte como descontrolada no significa que llegues al nivel de un Pilar.
Zenitsu desde las piernas de Kaori suelta una ruidosa carcajada. Ella le mira en reproche y eso hace que se calle.
—Inosuke-san —. Kaori ojea curiosa las caderas de jabalí, un brillo de acero azulado allí—. ¿Te trajo Kanamori las espadas? ¡Déjame verlas!
La madre de Aya toma las espadas con brillo en los ojos, entusiasmo propio de una niña, pasando un dedo hábil por ellas.
—Las hojas son demasiado gruesas, debería haber estado más tiempo puliéndolas , oh, ¿por qué hay tantas cenizas? Las metió en el agua al rojo vivo demasiado rápido, ahora están ligeramente ladeadas —. Su dedo se desliza por ellas hasta que llega al final de ellas y toca la parte serrada. Su expresión se rompe por completo, y le lanza a Inosuke una mirada con algo latiente debajo—. A pesar de sus fallas... estas son unas excelentes espadas... ¿Por qué les has hecho esto?
Tanjirou huele entonces el olor quemante y amargo que lleva oliendo en ella desde que la conoció.
—Oh, no, está enfadada —murmura Kaede por lo bajo.
—¡No estoy enfadada! Es solo que... — La madre de Aya replica. Una sola ceja se crispa con fuerza por encima de su tensa sonrisa. Zenitsu retrocede en pánico de su regazo como si hubiese visto un demonio. Nezuko le sigue lentamente—. No entiendo por qué le harías algo así a unas espadas tan buenas, es... es...
La mano del padre de Aya se posa sobre el hombro de Tanjirou, y por un lado aparece su cara siempre sonriente.
—¿Quieres practicar tú también, Tanjirou-san?
Kaori continúa oliendo a apestosa ira, Kaede observa divertida e Inosuke parece sentir cómo viene de ella su espíritu de lucha, oculto bajo su sonrisa.
Por mucho que sepa que va a tener que separarles si hay una pelea, Tanjirou está demasiado cansado como para que le importe, practicar la respiración todo el tiempo le ha quitado todas las fuerzas que tenía, si es que las tuvo en algún momento.
—Eso me gustaría —responde, y Makoto le da palmadas en el hombro, ojeando lo exhausto en la figura de Tanjirou y la floreciente pelea en la esquina.
—Vamos a un sitio más alejado.
—¡Ese tío es súper fuerte, va a romperte los huesos, Tanjirou! —le grita Zenitsu desde su escondite contra Kaori, recibiendo un gesto vago de su parte como respuesta.
—¡No seas muy duro con él, Mako! —advierte Kaede a falta de Kaori.
—¡Prometo que no le mataré! —dice el padre de Aya en respuesta.
Tanjirou les grita a las niñas al pasar por su lado “¡Aoi ha dicho que os vayáis a la cama pronto!” y es Kobayashi quien da un suspiro resignado, le agradece con un asentimiento y arrastra dentro a las niñas.
—¿Sabes? Nadie quería practicar conmigo en el pueblo —empieza Makoto, una vez no se pueden oír los voces de Zenitsu ni de Kaori ni de Inosuke, girándose al fin hacia Tanjirou y adoptando una pose defensiva—. Rumores sobre que quería presumir, así que nunca he enseñado a nadie.
Él alza los puños en respuesta con cierta torpeza, porque Tanjirou sabe de espadas, no de combate cuerpo a cuerpo.
—Estaré bien con lo que sea que me enseñe —responde, y luego alza una única ceja confusa. Makoto no quita los ojos de él—. ¿Cómo hizo para lanzar- ¡AH!
El mundo da vueltas, pero se da cuenta de que es él quien da vueltas, no el mundo, cuando aparece en el suelo, mejilla contra la hierba y el padre de Aya aprisionando el brazo de Tanjirou tras su propia espalda.
—Eso fue rápido —gime dolorosamente, y luego susurra por lo bajo—. Usted se habría llevado estupendamente con Sabito.
Makoto se levanta, dejando a Tanjirou libre para que se frote allí donde ha dejado marcados sus dedos.—Supongo que en el pueblo tenían algo de razón, sí que quería presumir un poco. ¿Quieres intentarlo otra vez?
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Y cuando Makoto le dio un puñetazo por vigésima vez en el estómago y Tanjirou se encontró sudando y doblado sobre su propio estómago con un dolor aplastante allí, el hecho de que era horrible, muy horrible, en combate cuerpo a cuerpo se hizo claro en su mente.
—¿Necesitas un descanso? —. El padre de Aya apoya una mano cálida sobre su hombro, y solo eso hace a Tanjirou asentir, porque no solo lo necesitaba, llevaba deseándolo desde el décimo puñetazo.
Por supuesto que no puede sugerirlo por sí mismo o mencionar que lleva sintiendo los huesos rotos que se curaron hacía días desde el quinto puñetazo, eso es solo algo natural y que se da por sentado. Si hubiese sido otra persona, puede que lo hubiese hecho, pero Tanjirou es un hermano mayor, Y eso, por alguna razón que nunca parece encontrar, algo que él todavía no puede entender, le da sentido a todo.
Ambos se sientan en el porche de aquella parte del jardín, el padre de Aya viéndose mejor que él, pero aunque no esté sudoroso ni esté exhausto, hay un olor a extremadamente cansado y desgastado emanando de él, como a muebles viejos y otoño. Y solo empeora cuanto más tiempo pasa.
—Tus amigos son buenas personas —empieza Makoto, como si no soportase el silencio entre ellos aunque Tanjirou tenga la boca tan seca que no puede hablar.
Aun así traga, dándole vueltas a las palabras que salen de su boca que necesita un momento para entender.
—Ah, ¿Inosuke y Zenitsu? Sí, aunque a veces sean fastidiosos, ambos huelen a amabilidad —. Entonces se muerde el labio—. Aunque Inosuke huele menos a amabilidad que Zenitsu, tiende más a oler a soberbia.
El padre de Aya ríe y le da una reconfortante palmada en el hombro. Tanjirou sonríe.
—Son muy graciosos, ¿no?
—Lo son.
La calidez de Makoto se siente igual que la de su padre, pero Tanjirou no se permite pensar mucho en ello.
—Les encanta escaquearse del entrenamiento, pero supongo que eso ya lo sabes —. Suspira pesadamente como a quien le aparecen canas por culpa de hijos traviesos—. Al final siempre terminamos consintiéndoles, Kaori sobretodo. Es fácil quererles.
Los soles de Tanjirou no brillan tanto como suelen hacerlo, pero para reemplazarlos tiene los candiles de amabildiad que emanan de Makoto Iwamoto.
«No entiendo por qué Aya no querría quedarse con vosotros.» El pensamiento malicioso se desliza co facilidad entre las grietas en su mente que ha creado la ausencia de Aya. «Sois tan buenas personas.»
Tanjirou siente unas abrumadoras ganas de llorar.
La mano de padre se vuelve a apoyar en su hombro, girándose a mirarle con palabras no dichas bajo sus ojos.
—Además de entrenar, no es esa la única razón por la que quería que nos alejasemos de los demás —. Débiles velas brillan en su mirada—. Me gustaría que escribieses una carta por mí.
Tanjirou estira el cuello—. Ah, ¿usted no sabe escribir?
Makoto lastimosamente niega con la cabeza.
—Nunca tuve la oportunidad de aprender, pero me alegra que mi hija sí pudiera, aunque no haya sido yo quien le enseñase —. Entonces suelta un ronquido que Tanjirou supone es una risa—. Siempre tenía que darse dos baños cada vez que practicaba porque se llenaba entera de tinta.
Tanjirou se imagina a una pequeña Aya, de cinco o seis años tan pálida y malhumorada como la Aya de quince, cubierta hasta la nariz en tinta negra, mejillas hinchadas en berrinche y murmurando por lo bajo como odia estar tan sucia. El pensamiento le hace reír.
Es fácil encontrar hojas de papel, tinta y pluma en la oficina de Shinobu, más lo es el sentarse bajo la Luna con el señor Iwamoto a su lado. Tanjirou cree ver por un momento un haori a cuadros sobre sus hombros, cuando vuelve a parpadear, solo es el viejo y cómodo haori marrón que suele llevar.
—¿A quién quieres escribirle? —. Alza una ceja en genuina confusión— . ¿Supongo que no a Aya?
Makoto niega con la cabeza.
—Quería escribirle una carta a mi madre.
—¡Ah, así que su madre sigue viva! —. Tanjirou exclama, porque con lo viejos que son los padres de Aya, era sorprendente que Kaede aún no estuviese en la tumba—. ¿Cómo se llama?
—No recuerdo cómo se escribe su nombre, puedes dirigirlo simplemente a “madre”.
Tanjirou le quita importancia con un gesto de la mano—¿Qué quiere que le diga?
Un tarareo viene de lo más hondo de su garganta, el padre de Aya profundo en sus pensamientos mientras da golpecitos con el dedo a su barbilla.
—Quiero decirle que fui alguien bueno hasta el final. No se me dan especialmente bien las palabras, ¿puedes intentarlo por mí?
Tanjirou asiente, bajando su mirada al papel donde empieza a pasar la pluma—. No se preocupe, estoy seguro de que sin importar qué palabras use, el que usted lo haga le traerá gran alegría.
La suave sonrisa de Makoto se ensancha—. Supongo que tienes razón. Dile además que todos están bien y que pienso en ella todos los días. También que procuré ser amable con todos como ella me dijo, y que mantuve mi palabra hasta mi último aliento... ¿Es eso suficiente?
—Sí, haré lo que pueda —. Tanjirou afirma. El único sonido que se hace presente después en aquella esquina del jardín de la Mansión Mariposa es el sonido de la pluma arañando contra el papel.
Makoto le observa sonriendo, y aunque ojee de vez en cuando como la mano de Tanjirou traza distintos kanjis, es como si observase una pared, ojos moviéndose de un lado a otro como si le importasen más la forma en la que el negro de la tinta impregna el blanco que las palabras en sí.
Por último, Tanjirou sopla suavemente sobre ella y ambos esperan pacientes a que los sitios donde gordas gotas se sequen. Una vez lo hacen, Makoto dobla la carta en sus manos y saca de su bolsillo un poco de pedernal y una piedra, de esas que se usan para lanzar chispas.
Entonces, Makoto prende fuego a la carta.
—¡Señor Iwamoto! —. Tanjirou se agita nervioso, haciendo incansables gestos con las manos al tiempo que observa en pánico como la carta se consume lentamente—. ¿¡Por qué ha hecho eso!? ¡Ahora tendré que escribirla de nuevo! ¡No puede mandarle una carta hecha cenizas a su madre!
Makoto la alza al cielo, observando con ojos de vela que se apagan como la propia carta se consume a su vez.
—En eso te equivocas, Tanjirou —. Entonces le mira y sonríe suavemente—. Esta es la única manera de que las palabras grabadas en las cartas lleguen a la tierra de los muertos.
Makoto Iwamoto se sentía igual que su padre, y no eran solo la calidez y las reconfortantes palmadas en la espalda. Tenían el mismo olor a prados verdes de verano, lentamente convirtiéndose en hojas muertas de otoño.
—Me gustaría que escribieses algo más por mí, Tanjirou —pide de nuevo. Tanjirou no es capaz de negarse, porque siente, por segunda vez, unas abrumadoras ganas de llorar.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
«Mako, sé alguien amable, sin importar lo que pase, por favor, esa es... la única cosa que te pediré.»
Esas eran las palabras que su madre había exhalado en su último aliento y esas eran las palabras por las que Makoto se había regido desde que cumplió doce tiernos años de vida.
¿Qué hizo antes de cumplir esos dulces doce años? Por supuesto, enzarzarse en peleas callejeras.
—¡Eres tan feo que deberías agradecerme cuando te rompa la cara! ¡Al menos así no será tan difícil mirarte sin vomitar!
La enorme figura del chico mucho mayor que él se gira en su dirección y Makoto consigue lo que quiere, que deje de prestar atención al ramo de cerezas relucientes que ha estado comiendo con tanto gusto.
A su mirada, también, se unen las de los los chicos que le acompañan. Pero eso no resulta ningún problema.
—¿Qué demonios acabas de decir?
Makoto le enseña la lengua—. ¡Que eres feo! ¿¡Tengo que repetirtelo dos veces!? ¡Me sorprende que no lo sepas ya!
La ira ciega rápidamente a las personas, eso es algo que se aprende rápidamente cuando se vive en las calles y algo que Makoto ha usado para su beneficio tantas veces que es algo que no recuerda no tener grabado en la mente.
Así que sonríe, porque la gente estúpida es tan, tan predecible.
Es así como esquiva el golpe destinado a romperle un par de costillas y es así como se desliza entre manos que intentan agarrarle.
Romper huesos, provocar moratones y repartir ojos morados es pan de cada día para ese entonces, es por eso que es tan sencillo partirle varios dedos en dos cuando está tan centrado en Makoto como para prestarle atención de verdad, y con dedos retorcidos en ángulos que definitivamente no son naturales cae el reluciente, delicioso y tan deseado racimo de cerezas.
Rojas y de temporada, Makoto está seguro de que deben estar recién cogidas del árbol después de un año de duro trabajo, ¿pero por qué esforzarse un año cuando se puede ser más listo y tomarlas sin esfuerzo?
Makoto no tiene casa ni tiene tierras en las que cosechar interminables hileras de cerezos, así que aunque quisiese, aunque vertiese cada gota de energía en hacer las cosas bien, no tiene nada a su nombre, y sin nombre, uno no es nadie.
Porque su madre había muerto y él era demasiado pequeño para recordar su nombre o siquiera su rostro, y no hay nadie más que le ofrezca un lugar donde caerse muerto, así que si no conseguía uno por su propia mano, no lo conseguiría nunca.
El mundo es cruel e injusto y por eso hay que ser igual de cruel e injusto o se es arrasado sin remedio. Y las últimas palabras de su madre, su apariencia borrosa, de la que él solo distingue el lunar en su pómulo derecho y sus sonrisas cálidas no son lo suficiente como para convencerle de lo contrario.
La paz era para los chicos con familia que podían permitirse tener un plato caliente en la mesa todos los días, es fácil clamar alto al fuego cuando no se vive entre balas y se han disparado tantas de vuelta que ya es el único sitio donde te sientes seguro. Y por mucho que quiera salir, su hogar ha sido arrasado por las balas y es por eso que se ha visto envuelto allí en primer lugar.
Las cerezas saben metálicas cuando se las mete en la boca a puñados, sangre que no puede centrarse en limpiar inunda su boca brotando desde su nariz, pero Makoto prefiere comer cerezas sangrientas a simplemente no comer nada.
Hay algo que cruje en su abdomen, y le han roto las costillas las veces suficientes como para saber que eso es lo que ha pasado pero la adrenalina es fuerte y el hambre y el deseo por vivir un día más siempre había sido el mayor incentivo de la humanidad.
—Quién pensaría que fuesen tan insistentes —murmura para sí cuando lanza una mirada por encima de su hombro para ver al mismo grupo de chicos aún corriendo tras él. Chasquea la lengua en molestia—. Supongo que tendré que quitármelos de encima.
Palmea el cuchillo que se esconde bajo su ropa, nunca ha tenido que usarlo, lo había agarrado fácilmente de un puesto y se había mantenido allí, como si fuese un último as en la manga que nunca va a utilizar. Se pregunta si tendrá que usarlo con ellos, porque no cree poder correr mucho tiempo más.
Así, corriendo desbocados y echando humo por las orejas, no parecen más que toros desenfrenados que enloquecen al ver rojo, y rojas son las cerezas que Makoto tiene en la mano y roja es la sangre en la que se cubren en su boca cuando las come. Cuando termina alza el ramo vacío al tiempo que les saca la lengua. Nunca supo que un color pudiese causar tan fuertes emociones.
No van a alcanzarle por mucho que corran, sus sandalias son demasiado nuevas y preciadas como para correr tanto y descalzo siempre había sido como Makoto corría mejor. Y es que no le alcanzan, pero ellos se paran de repente con ojos como platos, apresuradamente agarrándose los unos a los otros para frenar su carrera, y Makoto podría haberles gritado “¡imbéciles!” una última vez antes de perderles de vista, de no ser porque la próxima vez que dio un paso, se encontró solo con aire.
El suelo bajo sus pies desaparece y se encuentra con el fondo de un acantilado que parece no acabar.
—Mierda—. Eso es lo que consigue decir justo antes de rodar todo el camino cuesta abajo.
La ira es tan cegante como la excesiva confianza, esa es una lección que le faltaba aprender.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
La muerte le envuelve reconfortante y cálida, niebla espesa solidificándose a su alrededor y convirtiéndose en telaraña pegajosa. Por desgracia, se disipa y vuelve a convertirse en niebla que no le toca, siendo recibido de nuevo a la consciencia con pequeños sollozos.
—¿Quién demonios llora en el cielo? —se pregunta Makoto con garganta rasposa de lo que supone es no beber desde hace días. No esperaba que el cielo oliese débilmente a repugnantes huevos podridos.
Se apoya en sus dos codos y entonces nota las costillas rotas junto con lo que se sienten un centenar de heridas más. Al escupir a un lado, la poca saliva que le queda se pinta pinta las hojas naranjas en el suelo de color carmesí.
Al menos está agradecido por haberse comido aquellas cerezas, apostaría a que se habrían podrido si no lo hubiese hecho.
El ahogado pitido en sus oídos desaparece lo suficiente como para poder distinguir de donde vienen los sollozos, y apoyada en el tronco de un árbol con la cara enterrada entre las manos Makoto se encuentra a una niña.
«Es enorme,» es lo primero que se le pasa por la cabeza. Porque ni el suave rosa ni las delicadas facciones que parecen haber sido esculpidas en un palacio pueden esconder el hecho de que aquella chica era mucho más grande de lo que solían ser los niños de esa edad, al menos, si Makoto está en lo correcto al pensar que tiene su edad y que no es simplemente una adulta lloriqueando con cara demasiado infantil.
—Oye tú, ¿qué demonios te pasa? —. Consigue ponerse en pie y arrastrar los pies hasta ella. Su llanto está taladrando un dolor de cabeza que es demasiado doloroso para dejarlo pasar.
La niña se vuelve muda y abre los ojos como platos al verle, consiguiendo que se calle y que Makoto no tenga que añadir a su larga lista de cosas que duelen una jaqueca.
—Parece que acabas de resucitar de entre los muertos—. Y aquellas fueron las palabras que Kaori Iwamoto le dijo a su esposo cuando le conoció.
Makoto simplemente alza una ceja y mete el meñique en su oído.
—Probablemente lo haya hecho.
La niña pasa ávidamente la mirada por la sangre que mancha su frente y la forma en la que tiembla le dice a Makoto todo lo que necesita saber sobre ella. Pero no puede hacer otra cosa que continuar rascándose el interior del oido mientras ojea a su alrededor, acantilado rodeando la zona por todas partes.
—¿Tienes idea de cómo se sale de aquí? —pregunta, volviendo su atención a la niña una vez más. Ella se mantiene quieta como si esperase una reacción de su parte, y cuando no se la da, alivio gotea de ella.
—¿Entonces no sabes quién soy? ¿Ni siquiera dónde estás?
Recibe en respuesta una mirada de ojos entornados.
—¿Debería? Por favor, no me digas que eres una de esas niñas de papá que se creen mejor que nadie solo porque sus padres tienen dinero —. Makoto arruga la nariz al fijarse en su pelo extrañamente limpio y la forma en la que se mueve, espalda recta incluso cuando se inclinaba sobre sí misma para llorar y peinados que se ven demasiado complicados recogiendo sus cabellos como para que un campesino sepa hacerlos—. Oh, enserio eres una de esas niñas pijas, hm—. Su voz se desvanece cuando su cabeza empieza a dar vueltas—. Sí, creo que me convertiré en un cadáver pronto en vez de permanecer resucitado.
Y se desploma sin más contra el suelo, la niña pija a su vez gritando horrorizada.
La muerte parece lo único capaz de hacer que ignore el dolor de sus heridas a este punto, pero las manos de la niña no se sienten como las de una niña que ha pasado toda su vida aprendiendo a cómo hacer la ceremonia del té y arrastrarse elegantemente por el suelo con las rodillas. De hecho, se sienten mucho más ásperas de lo que se sienten las manos de ancianos que llevan trabajando toda una vida.
—¿Qué demonios... haces? —pregunta Makoto consiguiendo por pura terquedad a morir abrir un ojo para ver como la niña de acero en los ojos rompe a tiras su kimono reluciente.
—¡Pues te vendo las heridas! ¿¡Qué más pretendes que haga!? ¡No tienes miedo de mí, podrías ser el único amigo que tenga en esta maldito aldea!
Makoto suelta una risa seca—. ¿Por qué estaría asustado de ti? He derrotado a tipos más grandes que tú, ¿sabes? Las niñas pijas enserio sois lo peor.
—¡Tú no me conoces! —exclama ella, y él tiene la certeza de que está apretando sus vendajes con demasiada fuerza para devolvérsela—. ¿¡Qué te hace pensar que soy una niña pija!? ¡Esta es una aldea humilde, ¿sabes?! ¡Nos ganamos el pan de cada día de la mejor manera que podemos!
—Porque eres guapa —. El murmullo viene de un sitio de inconsciencia, dejado salir en un momento en que la negrura inunda su mente y la niebla de la muerte se vuelve más espesa.
—¡Tú también lo eres! —ladra de vuelta en entusiasmo—. ¡Tienes unos bonitos ojos marrones! ¡Muy cálidos!
—Los heredé de mi madre —. Las palabras chorrean por su lengua como agua derramándose por el borde de un dique. No nota que son las lágrimas que brotan de sus ojos en vez de sus propios pensamientos—. Me llamo Makoto.
—¡Vale, yo soy Kaori y no pienso dejarte morir hoy!
—Me alegra oír eso, Kaori.
Y Makoto piensa en su madre al mirar la bonita y sudorosa cara de la niña pija al intentar por todas sus fuerzas que un desconocido no muera.
Kaori para por un momento en sus frenéticos movimientos para detenerse en su rostro.
—De verdad te ves... muy triste. Enserio pareces miserable.
«Tu madre debe estar... realmente contenta de tenerte como hija, ¿no, Kaori?»
Huele a flores, seguro que la niña pija debe vivir en un palacio lleno de flores coloridas por todas partes.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Resulta que hay un pequeño sendero, un camino débilmente trazado entre las piedras y los acantilados que rodean el pueblo natal de Kaori. Aquel es el que Makoto toma todos los días, después de una larga búsqueda de comida en puestos que todavía no le reconocen porque no ha robado allí lo suficiente y usualmente extranjeros de Occidente. Disfruta de los últimos especialmente, puede insultarles todo lo que quiera porque no le entienden y la gente que traen con ellos como traductores no tienen el valor suficiente como para decirles realmente lo que significan sus palabras.
Desde que los samuráis se volvieron inservibles demasiadas gentes desconocidas rondaban por Japón, llevando ropas extrañas y que Makoto estaba seguro serían realmente incómodas. El emperador había destrozado bajo su puño de hierro a los señores feudales que se opusieron a las nuevas corrientes de Occidente, y aunque pasaría mucho tiempo hasta que todos viesen aquello con buenos ojos, ya se empezaban a ver pequeñas pizcas de la nueva y moderna apertura de Japón al mundo exterior.
Makoto a veces se olvidaba de que había mucho más fuera de aquellas islas donde se situaba el Gran Japón. A él no podría importarle menos lo que pasase con el Gran Japón, mientras tuviese bolsillos en los que meter la mano, como si los europeos cambiaban el Sol Naciente de su bandera por bandas de colores como las suyas.
Se encuentra a sí mismo cada vez más sonriendo tranquilamente cuanto más tiempo pasa con Kaori, y aunque sus huesos duelan y sus músculos se sientan despedazados a tiras bajo su piel, la alegría contagiosa que emana de la niña pija como una bola de luz lo hace solo ligeramente más soportable. Y la vela en él se enciende a su vez, con la chispa de los rayos de su Sol. Y fue una cierta tarde cuando Makoto conoció sobre la existencia de los demonios.
—¿Así que no tienes ni padre ni madre? —. Kaori se mece de un lado a otro en su lugar contra el podrido tronco de madera. Makoto la mira desde su rincón no muy lejos de ella, espalda apoyada en una roca y rodillas pegadas al pecho—. No es de extrañar que estés tan triste, si yo fuese huérfana, también estaría igual.
—Al final te acostumbras —. Ambos observan al cielo, a los pequeños pájaros que vuelan por encima de sus cabezas—. Nunca he tenido padres, así que no es que pueda extrañarlos.
El pelo perfectamente recogido de su amiga se gira a un lado, la horquilla que lo sujeta tintinea brillante allí.
—Pero dijiste que heredaste tus ojos de tu madre.
—¿Lo hice?
—Ajá, cuando estabas a punto de morirte —. Se lleva dos dedos a cada mejilla y sonríe orgullosa—. Y alguien te salvó de ser un cadáver.
—Bien podría haber acabado muerto —. Makoto alza una mano a su pecho, dramático—. Creo que los dioses tuvieron piedad en mi pobre alma pecadora.
Kaori le lanza una mirada irritada.
—No digas eso —. Y Makoto no tiene idea de por qué no debería decir la verdad si no tiene que mentir para salirse con cualquier lío en el que se ha metido, por una vez, ese no es el caso—. Tú no eres una pobre, alma pecadora. Eres mi amigo. Por mucho que hayas robado.
Él alza un dedo para decir algo aunque no pueda decir nada en su estupefacción, aunque Kaori le interrumpa inevitablemente y él esté tan ensimismado en sus palabras que aunque quisiese no lo negaría porque de verdad quería creerla.
—Robar para comer no es pecado, si lo fuese, los dioses no te habrían puesto en esa situación —. Tampoco puede preguntarle cómo sabe eso antes de que ella misma le responda—. Tenías restos de las cerezas de los Minamoto entre los dientes, y nadie excepto los Minamoto comen de su cosecha. ¿Qué más quieres que piense cuando te vi por primera vez cubierto en sangre?
Makoto entrecierra los ojos un momento, labios apretándose en una fina y tensa línea.
—¿Revisaste mi boca cuando me curaste? —pregunta.
Kaori asiente.
—Eres una rarita —dice él.
Ella hincha las mejillas en berrinche—. ¡No lo soy!
—¡Sí lo eres!
—¡Te he dicho que no!
—¡Sí que lo eres! —empieza Makoto a canturrear—. ¡Rarita, Kaori Iwamoto, eres una rarita!
Kaori terminó golpeándole en el hombro tan fuerte que le mandó volando y Makoto no pudo obligarse a que le molestase.
Hay algo largo envuelto en tela que había traído consigo y que permanecía a su lado que aún no se ha atrevido a mostrarle, y no es hasta que él lo menciona desde el suelo que Kaori no le da una sonrisa culpable y lo coge para apoyarlo en sus rodillas.
Makoto se desliza hasta ella y lo que no se espera cuando desenrolla lo que sea que haya allí es encontrarse con una espada reluciente y un arco brillante de madera.
—¿Son esas reliquias?
Kaori se encoge de hombros.
—Algo así —deja sobre sus manos en primer lugar la espada, que encaja perfectamente contra sus dedos abultados con ampollas—. ¿Has oído hablar alguna vez de los demonios?
—¿Demonios? —. Makoto repite la palabra con lentitud—. Nunca te tomé por el tipo supersticioso.
Ella rueda los ojos con fastidio.
—No seas bobo, ¿cómo estás tan seguro de que no son reales?
—¿Puede que porque nunca he visto ninguno? —. Makoto piensa en burlarse, pero la mirada dura con la que es recibido le dice lo contrario.
—Eso es algo ciertamente estúpido, ¿no crees? Solo porque no hayas visto algo no significa que no exista —replica ella levantando una ceja.
—Tengo otras cosas de las que preocuparme que no son seres imaginarios —dice Makoto sacando la lengua, y piensa en la forma en la que su estómado ruge silenciosamente, y en cómo los temblores por la noche se vuelven más fuertes cuanto más frío se vuelve el invierno.
—Hay una organización —empieza Kaori, aguantando el aliento—. Se dedican a matar demonios por la noche, es decir, no es oficial porque el gobierno no reconoce la existencia de los demonios, es por eso por lo que gente común como tú no sabe lo que son.
—¿Acabas de llamarme plebeyo porque no vivo en un palacio florido como tú? —murmura él, sonriendo levemente.
—¡Ya te he dicho que no vivo en un palacio! —exclama ella llevándose las manos a las caderas. Makoto solo mira lo compuesta que se ve simplemente sentada sobre un tronco.
—Ajá, lo que tú digas.
Ella agita la mano en fastidio y vuelve la mirada a la espada en su mano.
—El Cuerpo de Matademonios, así es como se llama —. Le arrebata de las manos la espada y la alza en las suyas, luz brillando suavemente sobre ella—. Los cazadores de demonios sufren un duro entrenamiento para poder hacer frente a los demonios, aquellos más poderosos son llamados “pilares”. Solo gente muy fuerte se une, pensé que tú podrías hacerlo.
—¿Y eso debería importarme porque...? —empieza Makoto, mejilla perezosamente apoyada en su mano. Kaori le lanza una larga mirada.
—Si te unes, te pagan por cada demonio que mates.
La palabra “pagar” hace que dé un salto y se incorpore, con tanta rapidez que Kaori aprieta la espada contra su pecho.
—¡Haber dicho eso primero! ¿¡Qué hay que hacer!? ¿¡Tengo que presentarme en palacio ante el emperador o algo!?
Kaori le sonríe tímidamente cuando la toma con entusiasmo por los hombros—. Primero tienes que entrenar para pasar una prueba, algo de una semana en un monte. Podría decirte lo que haces bien y lo que haces mal como entrenamiento, he visto a mi madre con el arco y a cazadores practicar con sus espadas a veces, pero no sé cómo se hace. ¿Espero que eso te sirva?
—¡Estoy seguro de que eso es más que suficiente!
Y lo fue, a través del invierno que milagrosamente consigue sobrevivir, a través de la primavera y terminando en un nuevo verano. Se pasan normalmente dos años entrenando, la Selección Final tomaba lugar en primavera, para la del año próximo, Makoto estaría preparado.
La lucha ya había venido a él naturalmente y aunque no tenga la fuerza pura de Kaori, Makoto sabe cómo moverse, qué hacer para desarmar a alguien fácilmente, los puntos débiles del cuerpo y cómo usarlos contra su enemigo para que caiga traicionado por sí misma. Y él lo único que tenía que hacer era guiarle cómo quisiese, usar el peso de tu oponente en su contra por muy grande que fuese o por muy pequeño que uno sea comparado a él.
La espada, aunque parezca más sencilla, no lo es tanto, y Kaori le lanza miradas ácidas cada vez que la usa mal.
Son críticas realmente duras, quisquillosas, incluso. Que si ha girado la muñeca demasiado hacia el lado, que si usaba demasiada fuerza rompería la hoja, que si que si es su expresión favorita a este punto.
La esconden en el tronco de un árbol porque el arco era, definitivamente, inservible en sus manos. Y la espada solo se saca cuando Makoto aparece unas cuantas horas antes del atardecer y desaparece cuando el Sol se pone, y ambos están cómodos con ello.
No es hasta que la espada realmente comenzó a sentirse parte de su brazo que Makoto conoció a Kaede Fujioka.
Hay que decir, también, que se estaba muriendo de hambre.
Por alguna razón últimamente se había sentido amargo cada vez que coge algo que no es suyo o se llevaba a la boca el fruto del trabajo de alguien más. Y no se puede sobrevivir siendo suave en un mundo tan duro como el suyo.
Las costillas empezaban a marcarse fuertemente cada vez más y más, entre los entrenamientos y que la comida ahora le sabe a ceniza contra su lengua, la poca carne que había conseguido acumular con el paso del tiempo no dura mucho tiempo.
Por alguna razón acude a Kaori, a mitad de la noche, cuando es consciente por fin que no podrá aguantar no comer un solo día más por mucho tiempo que lo hubiese negado a sí mismo.
«Tú no eres una pobre alma pecadora, eres mi amigo.» Si las palabras pudiesen haberle alimentado, estaría seguro de que las de Kaori lo habrían hecho, y esa es la voz que retumba en su cabeza cuando baja por la empinada y rocosa cuesta, cuando pasa por el tronco podrido y la piedra y cuando cae varias veces y que le vuelven a poner en pie. Pero Makoto está, inevitablemente, muriéndose de hambre, y las palabras y los ideales no le alimentan.
Tambaleando pasa por fin por la zona que nunca ha cruzado, árboles haciéndose cada vez más escasos y dando paso a pequeñas antorchas de fuego naranja.
Se fija inconscientemente en la casa más grande.
«Seguro que vive en un palacio, un palacio de hierro y que huele a flores.»
—Kaori... —. Con el poco aliento que le queda llama su nombre, como si pudiese llegar a escucharle desde su cama, profundamente dormida y a mitad de la noche. Aun así, lo repite otra vez—. Kaori...
La próxima vez que vuelve en sí, está en sus manos el cuchillo que tan seguro había estado bajo sus ropas.
Se cierne entonces por encima de unos melones, plantados en el jardín de alguien. Makoto no sabe cómo pero tiene la certeza de que es el jardín de Kaori, las flores brillantes a su alrededor huelen justo igual que ella. Él, en cambio, olía a restos de basura, pis y a asquerosa mierda.
«Vas a traicionarla, vas a traicionarla como has estado traicionando a mamá todo este tiempo, por eso no puedes recordar su cara y por eso no te tomas la molestia de hacer un esfuerzo por hacerlo.»
Se está muriendo, Makoto, solamente Makoto, no hay apellido que le siga, se está muriendo.
El jugo de los melones salpica su cara tal como le salpicaría la sangre de unas entrañas cuando clava su cuchillo allí, y por muy dulce que sepa que los melones son, solo saben amargos.
Pero al menos está vivo, eso no le importa tanto como solía hacerlo. Al fin y al cabo, ¿de qué le sirve seguir vivo si sabe que cuando Kaori vea lo que ha hecho no querrá volver a verle más?
Así que ahora con su propia vida como lo único que le queda, Makoto come y come y come y come hasta que tiene que doblarse sobre sí mismo para vomitar y los jugos salen de él solo para seguir comiendo como si eso fuese a llenar algo dentro de él junto con su estómago.
Por primera vez Makoto tiembla por algo que no es el frío.
—Lo siento, lo siento tanto, por favor perdóname, lo siento, yo no quería pero no tuve opción —. Sus lágrimas añaden un sabor salado y cálido que contrasta con el fresco melón, y come y come porque ese era su castigo. No sabe exactamente con quién se está disculpando, porque no hay nadie allí para escucharla.
Es una cabeza rubia trenzada la que le encuentra, pipa de madera en mano.
Makoto tose con fuerza cuando el humo llega a sus pulmones y se mezclan con sus sollozos lastimeros que no puede parar incluso si ha dejado de comer desde hace mucho y se haya llevado las manos a la cara para enterrarla allí.
—Así que tú eres el niño que ha estado practicando la espada, no creo que mi hija me haya mencionado, yo soy Kaede —. Ojos tranquilos se fijan en su temblante forma. No hay nada que la haga tambalear, después de todo, es una tormenta, y un simple mortal como Makoto no puede luchar contra un dios, no sabe por qué pensó que podría hacerlo contra un demonio—. Al menos podrías presentarte, pero supongo que no importa.
La luz que les ilumina débilmente viene de la lámpara de aceite en su mano. Pasa su pipa a aquella mano allí también para, con su mano libre, abofetearle con tanta fuerza que Makoto aparta las manos de su cara y deja de sollozar.
—Nunca, jamás, te atrevas a volver a coger una espada para luchar contra un demonio —. Se arrodilla ante él y aprieta tanto su hombro que clava sus uñas allí—. Nunca. Sobretodo con motivos tan viles. No querrás saber lo que viene después.
La familiar cabeza de Kaori aparece por la puerta del jardín y ya entonces era más alta que su madre.
Kaede la abofetea también, y su hija se queda mirándola desde el suelo con algo cercano a las lágrimas en su cara somnolienta.
—Niños como vosotros no deberían ser cazadores de demonios, ni siquiera deberíais saber de estas cosas. Pero irremediablemente lo haréis.
Entonces se gira a mirar a Makoto, tormentas juzgadoras centellantes en sus ojos.
—¿Qué diría tu madre si supiese que entrenas para hacer algo tan egoísta?
Makoto se aferra fuertemente a sus propias ropas, y aprieta el labio, de verdad que lo hace, que intenta aguantarse, pero no sirve para nada.
—¡Cállate! ¡Eso es fácil de decir para ti! ¿¡Vas a juzgarme por querer comer!? ¿¡Porque un niño como yo quiere algo que llevarse a la boca sin trabajar con el peligro de perecer en las minas o ser aplastado en los muelles!? ¡No parece complicado cuando se está en la cima del mundo, pero nosotros la escoria no podemos hacer otra cosa! ¡Si pudiese no lo haría! ¡De verdad que no! ¿¡Pero qué hay de malo en querer vivir sin importar qué!? ¡Cuando te hayas visto en mi situación, cuando te veas forzada a manchar tu alma con actos impuros para seguir viviendo, entonces tus palabras tendrán algo de valor para mí! ¡Pero ahora solo son palabras vacías, así que me da igual qué digas! ¡No harás que me haga sentir un sucio pecador por algo en lo que no tuve elección!
Y entonces rompe en llanto de nuevo.
—¡Lo siento, madre! ¡Siento no poder seguir tus palabras como debería!
Kaori corrió hacia él para abrazarlo. Él dejó que lo hiciese, y piensa que podría sobrevivir un invierno entero entre sus brazos.
Kaede se arrodilla ante él y posa una mano en su cabeza. Makoto no puede ver la expresión que porta porque está con la cara enterrada en el cuello de su única amiga.
—Yo te daré... la oportundidad de seguirlas —susurra contra su cabeza—. He sido muy dura de nuevo, ¿no? Lo siento.
Entonces, es cuando Makoto distingue por fin la cara de su madre, sin estar borrosa y sin estar difusa a los lados y pudiendo disfrutar de su sonrisa entera y completamente.
Se ve igual que su hija.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Kaori apartó a un lado un momento las ganas de querer decapitar a Inosuke por haberle hecho aquello a sus tan preciadas espadas y miró a algún punto en la distancia.
—¿Pasa algo? —. Kaede alzó una ceja en cuestionamiento.
—No. Solo creo que acabamos de quedarnos sin casa —. Se lleva las manos a la boca—. Oh, no, mis flores.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Notes:
Tantos,,, diálogos y detalles y escenas,,, hhhhh son las siete de la mañana realmente no creo tener nada más que decir que no sea espero os guste el personaje del padre de Aya y que tengás curiosidad por los demás miembros jaja estaremos aquí para largo.
Chapter 32: Ciclo de dolor
Notes:
¡Debo avisar que el rezo que Ayaka y Tomoko citan en el capítulo 24 no es correcto! Por eso no lo volví a citar y editaré esa escena levemente. Es un rezo de una rama distinta del budismo, entonces no habría manera de que Ayaka lo hubiese sabido, hfdjhh, ¡siento las molestias!
Chapter Text
La noche se convierte en día, y el demonio se convierte en Sol.
Bola ardiente que se consume e ilumina, fuego quemante que destruye todo a su paso, los campos de arroz se vuelven tan dorados como en época de cosecha, a pesar de que aún los granos no han brotado y los tallos son de un verde vibrante y joven. Ayaka se pregunta qué comerá la gente del pueblo ahora que su preciado sustento está siendo destruido hasta las cenizas.
Esto era lo que ella había provocado, esto era lo que su ira había arrasado y esto sería lo sacrificado con las rocas que caen del acantilado por culpa de su determinación flaqueante.
Hacía años que Ayaka no dependía de los campos de arroz para comer, la vista de los mismos quemándose hace que los ojos se le llenen de lágrimas de igual manera.
—Aniki —murmura, sintiendo los rastros demoníacos en su sangre. Sus huesos duelen, vibrando y palpitando, en su intento de soportar una carne que deja de ser humana cuanto más tiempo pasa. ¿Era esto lo que Genya sentía? ¿Dolía cada vez que utilizaba sus poderes? Este temblor doliente en los huesos y en la sangre, ¿lo sentiría Nezuko también todo el tiempo?
Kanao la mira y en su cara no hay preocupación pintada, Ayaka a veces se pregunta también si, cuando los dioses hicieron a la muñeca que era Kanao Tsuyuri, se olvidaron de pintar sus expresiones. O a lo mejor simplemente pintaron las que eran de Kanao en Ayaka y por eso dolía tanto la vista de su pueblo ardiendo, aunque eso era lo que ella había deseado, con tanta fuerza que estuvo a punto de volver su lista de pecados más larga.
Habría sido fácil, habría sido sencillo dejar que el demonio, ahora que sabía que iban tras ella, enloqueciese aquella noche por miedo a que la decapitasen y se hubiese comido a todo aquel pueblo.
Luego, cuando hubiese terminado, cortarle la cabeza y decir que Ayaka simplemente había llegado demasiado tarde, explicarle al patrón por cuervo que fue noqueada toda la noche y que no había podido acabar con el demonio antes de que se comiese a toda aquella gente, no era algo poco común y no era algo extraño que decenas de personas pereciesen, y el pueblo de Ayaka solo habría sido una desgracia más, de la que ella habría podido disfrutar tras las sombras sin ninguna culpa lanzada hacia ella.
Pero los ojos purpúreos de Kanao estaban allí, impasibles y poderosos y que no flaqueaban, y Ayaka recordó la razón por la que se había pasado toda la Selección mirándola. Kanao Tsuyuri era una verdadera cazadora de demonios. Ayaka, dejando tambalear su determinación por su propia ira, no lo era.
Eso era lo que conllevaba cumplir con tu obligación, y aquellos con motivos viles no sobrevivían demasiado en el cuerpo, Himejima-san lo había dicho incontables veces.
Es por eso por lo que el demonio había podido atacarla a ella sola y por lo que Ayaka ahora estaba sucumbiendo al veneno, ya fuese el de la ira o el del propio demonio, y para probarlo tenía brillantes colmillos bajo los labios y sangre en los ojos.
—Aniki —repite Ayaka una vez más, porque si moría allí no podría disculparse con su hermano.
A lo mejor Kanao sabría lo que hacer, a lo mejor la inquebrantable tsuguko tendría la respuesta a por qué dolía tanto ser demonio y cómo parar de sentirlo, pero incluso si Ayaka la mira suplicante mientras se aferra a su hombro, porque duele tanto que cuesta mantenerse en pie, Kanao la mira de vuelta y no parece haber nada en sus ojos.
Todo aquel tiempo que Ayaka había creído a Kanao portadora de la respuesta, Kanao no había sido portadora de nada, y aquello es tan extraño que Ayaka incluso se pregunta si Himejima-san no es portador de la respuesta tampoco.
El demonio al otro lado del pueblo continúa arrastrándose hacia ellas, y a su paso, como el Sol en el que se había convertido a mitad de la noche, echa a arder todo.
Las primeras casas empiezan a echar chispa, crujen en los primeros momentos en los que los pilares de madera se queman, augurio de que colapsarán lo quieran o no.
—No... —murmura dolorosamente Ayaka. El demonio continúa en su paso de muerte y con ella se lleva todo lo demás—. Ahora no tendrán adónde ir, la gente del pueblo, sino le cortamos la cabeza...
Pero por mucho que suplique, el demonio, en su masa negra y deforme con patas que salen de toda ella, continúa andando hasta ellas y las casas continúan chirriando. Aquel fuego era distinto al fuego de Tanjirou, ¿cómo pudo Ayaka desear un fuego distinto al de Tanjirou?
—¡Voy a mataros, voy a matarte! ¡Voy a matarte por haberme hecho esto! —. El demonio grita, consumiéndose como solo podría quemarse un Sol. Su carne se deshace en ceniza y deja a la vista los ojos con los párpados quemados, su pelo blanco ha desaparecido también, y lo que antes había sido piel saludable y bonita era ahora solo negra del color del carbón.
—No podremos cortar su cuello si está ardiendo —apunta Kanao, que fue ordenada priorizar su vida por encima de matar demonios. Shinobu no había querido perder a una hermana otra vez—. Tenemos que idear una manera de hacerlo sin quemarnos, o apagando el fuego.
—Creo que sé lo que tenemos que hacer —murmura Ayaka contra su hombro—. Los del pueblo están al otro lado del puente, ¿no? Eso será suficiente.
Por segunda vez, Ayaka observa las llamas y piensa en Tanjirou, y en cómo aquel olor a quemado no era en nada parecido al suyo.
Una niña está agarrada a su mano, mirándola, ojos con un pequeño fuego y pelo corto. Parece un cadáver.
«Quiero volver con Tanjirou» le dice. «Le echo de menos, aquí solo hace frío y él era tan cálido.»
«No podemos volver a casa» Ayaka le recuerda, y aunque ella lo sepa, de los ojos de la niña no paran de salir lágrimas. «Por mucho que queramos, no podemos regresar a él. Sabes que dolerá si le vemos arder hasta los cimientos en su empeño de matar a Muzan Kibutsuji»
La niña mira al suelo, casi arrepentida.
«Esto duele igual, siempre pones la excusa de que los demás no te quieren cerca pero eso solo lo piensas tú, porque te da miedo que si Tanjirou muere tú te romperás completamente, y eso es simplemente egoísta»
«Ya sabes lo que pasó con Yuu, no podemos dejar que pase otra vez, incluso si eso me hace egoísta» Ayaka la mira durante un segundo que es demasiado. «Estás muy brava hoy, eso es nuevo, sueles susurrar unas cuantas cosas y desapareces después, ¿cuánto tiempo piensas quedarte?»
«¡Estoy cansada de vivir entre nieve! » La niña replica, y aprieta su mano como si quisiese hacerle daño a Ayaka, pero es tan débil que ni eso consigue. «¡Quiero vivir en primavera, dijiste que si te convertías en tsuguko la nieve se derretiría y la primavera volvería, pero eso es mentira! ¡Quiero volver a sentir el Sol! ¡Y convertirte en pilar no traerá eso tampoco! ¡Quiero salir otra vez y volver a ver a aniki!»
«No podemos» Ayaka no dejaba de agarrar la mano de la niña aunque ella clavase sus uñas allí, las clavaba tanto que medialunas sangrantes se pintaron allí. «Aniki realmente no quiere vernos, así que vete de una vez»
«¡Solo estás enfadada con papá,Tanjirou no es papá! ¡La samurái siempre grita que es culpa suya y yo estoy de acuerdo!» Entonces sollozó, un sonido lastimero y doliente. «¿¡Por qué tuvo papá que abandonarnos!? ¿¡No somos más importantes para él que otra gente!?»
Y esa fue la última cosa que oyó de la niña antes de que la voz de Kanao la hiciese parpadear y ella desapareciese.
—Ayaka-san, —le dice Kanao, y tiene que ajustar el agarre que tiene sobre sus hombros para que Ayaka no se caiga—. No te ves muy bien.
—Me veo enferma —añade ella sin pestañear—. ¿Pero cuando no luzco enferma?
Kanao pasa la mirada una segunda vez por sus ojos rojos que empiezan a hundirse en sus cuencas. No, Ayaka-san luce como un demonio.
—¿Eres tan grosera todo el tiempo? —pregunta Kanao, un pequeño ceño fruncido entre sus cejas.
—Sí, pero también soy extremadamente brillante —. Ayaka le dedica una sonrisita que no arranca de Kanao ninguna expresión. Mira luego hacia atrás, pequeñas antorchas y lámparas de aceite que es lo único que han podido coger la gente del pueblo, allí donde estaban muy atrás, en el bosque. Ayaka mira también el puente que pasa por encima del río, el kanji para piedra, “iwa”, está marcado allí en la primera tabla. Es el “iwa” de Iwamoto. Nunca supo por qué el padre de Ryu no puso el suyo—. Prefiero destruir un puente a dejar que el pueblo se queme entero.
Ambas observan como el demonio se desliza hacia ellas, cada vez más y más cerca.
—¡Te maldigo! ¡Por esto que me has hecho, por haberme herido! ¿¡Cómo te atreves!? —chilla el demonio enfurecida.
—Se acerca demasiado —dice Ayaka en voz alta—. Necesito que distraigas al demonio por mí, Kanao. Tiene brazos extensibles, pensé que deberías saberlo. Los árboles que dan al puente serán un buen sitio. Te esperaré allí. El demonio te seguirá, así que no tendrás problemas.
Kanao asiente—. ¿Debería mantenerme alejada de las casas?
—Todo lo que puedas.
Ayaka desaparece en la noche, y es Kanao la que se dirige de frente al demonio y la guía lejos del pueblo, hacia el bosque y el río.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
La tsuguko es rápida y ligera cuanto más tiempo lleva saltando entre los árboles, a lo lejos en su camino hasta el puente.
La demonio sigue extendiendo sus manos hacia ella como si fuesen proyectiles en llamas. La respiración de la Flor es tan ágil como Kanao, que la esquiva con facilidad.
—¡Ayaka-san, date prisa! —. Kanao salta y termina apoyada contra un árbol, el brazo de la demonio sale disparado hacia ella y se choca allí, pero ella es más ágil y salta a otro, y los restos que quedan se incendian. No quedarían muchos árboles a los que saltar a este paso, y menos tardaría Kanao en llegar hasta ella.
El camino estaba perfectamente trazado, entre los árboles, una vía justa que llegaba hasta el puente. Ayaka siente debajo de sus pies y las tablas de madera el agua, la fuerza con la que choca contra las piedras y el enorme caudal.
Su padre había construido aquel puente, incluso cuando no tenía que haberlo hecho, incluso cuando nadie le daría las gracias e incluso cuando todos le miraban por encima del hombro por dejar que se aprovechasen de su amabilidad.
«¿Por qué hiciste eso?» Ayaka le pregunta. «¿Por qué fuiste amable con ellos? Aunque te despreciaban, ¿es que no te importa? ¿No te importa que la gente te desprecie? ¿No te importa que la gente te pisotee una y otra vez? ¿No duele eso tanto como pisotear a otras personas?»
El verde del jardín de la Mansión Mariposa era vívido y precioso, Makoto observa como Tanjirou vuelve dentro con un “buenas noches” a sus espaldas.
Murmura para sus adentros, las mariposas están fuera y revolotean alrededor de las flores, coloridas y pequeñas, delicadas en sus movimientos como en los que Kanao estaba haciendo entonces esquivando los brazos del demonio.
—Simplemente me suavicé y no fui capaz de volver a hacerle daño a nadie, y estoy bien con eso, porque fue lo que mi madre pidió de mí, y ser capaz de cumplir con eso es mucho más satisfactorio que poder vivir. Por eso sacrifiqué mi vida para ello, igual que tú has sacrificado nuestra casa para cumplir con lo que crees correcto —. Makoto observa al horizonte, por encima de la valla del jardín de la Mansión Mariposa—. ¿Es esa la respuesta que querías, Ayaka?
El agua sigue resonando bajo sus pies, tan fuerte que no otra cosa en los oídos de Ayaka, y no podía oír nada igual que no podía ver nada, no con la sangre palpitando en sus venas de demonio, no con la ira allí que la había convertido en algo inhumano.
—Namu amida butsu —murmura Ayaka, mango de la espada entre sus dos manos—. Namu amida butsu.
«Piensa en los momentos que más ira te provoquen»
—La gente del pueblo —susurra ella. Sus dientes chirrían cuando aprieta la mandíbula, brillantes colmillos viéndose allí. Los hilos de saliva se tornan más abundantes, un pequeño gruñido apareciendo de su garganta—. La gente del pueblo me provoca ira.
Y continúa en sus rezos “namu amida butsu” una y otra vez. Su corazón palpita con fuerza en sus oídos.
«Ellos se aprovecharon de mí y de mis padres» piensa, y las venas se marcan en su frente de la ira. El gruñido se vuelve más alto. «Ellos nos pisotearon, ellos fueron malos con nosotros y hablaban mal a nuestras espaldas, les odio»
—Respiración de la Roca, Quinta Postura: Rueda de Piedra Firme —exhala contra la fría noche, y la noche se vuelve pesada con la poderosa niebla de la quinta postura, asegurada a arrasar con aquello con lo que se encontrase, sin importar qué.
«Podría acabar ahora mismo con todos aquellos que fueron malos con nosotros» El pensamiento florece en su mente sin quererlo, pero eso era de esperar cuando se trataba del Patrón de Repetición. «Si me giro, podría acabar con ellos. Ahora mismo, en este instante, y no tendría que volver a pensar más en ellos, porque estarían muertos y no podrían hacernos daño, nunca jamás»
Pero Tomoko estaba allí también, y Ryu, y Ayaka tienen que recordarle a su nublada y endemoniada conciencia que debe honorar el título que se le ha dado, el de cazador de demonios. Los ojos morados de Kanao, en la distancia, la ayudan a hacerlo, y la vista de su amada tsuguko pone de nuevo sus pies en la tierra.
Ayaka observa el puente bajo sus pies una vez más, y cuando más se acercan el demonio y Kanao más se da cuenta de que no puede hacerlo.
Da dos pasos más de la cuenta, pasando de tablas de madera a suelo de tierra. Su espada, cargando con toda su fuerza, termina explotando la quinta forma contra la orilla del río.
Otro camino se hace paso para el agua, uno que Ayaka ha marcado, uno que se dirige hacia el demonio. El agua explota entonces, como un dique desbordando, y arrastra a Ayaka consigo con toda su fuerza.
Una ola se alza alta sobre los árboles, Kanao se gira, estática por un momento. pero es lo suficientemente rápida como para apoyarse en sus tobillos. Un segundo, eso es todo lo que toma para que la ola no arrase con ella.
—¡Ayaka-san, esto no es lo que me dijiste que haríamos! —chilla Kanao, pero no es capaz de ver a Ayaka entre el agua y no sabría que dos opciones tendría si llegase a lanzar la moneda. Hay un dolor agudo que atraviesa su pierna, está segura de que debe haber sido por esquivar el agua tan repentinamente.
El demonio es arrastrado hacia atrás con el agua, y la cabeza de Ayaka, empapada y negra, aparece allí también.
El grito doliente que sale de la masa en la que el demonio se ha convertido deja en los huesos de Kanao un temblor, como lo había dejado la primera vez que lo oyó y el padre de Tomoko se había alzado. Hay un siseo cuando el fuego a su alrededor es apagado.
El agua deja de venir a chorros y Ayaka aparece al fin, tosiendo frenética y temblante en el suelo. La demonio lanza sus brazos hacia ella, y Kanao ve que va directo a su cuello. Es clara entonces la razón de los dedos morados que habían estado marcados en Ayaka.
Por suerte Kanao entrena su velocidad constantemente con el pilla pilla, y es ella quien salta, tomando a Ayaka entre sus brazos y yendo arriba de nuevo. El suelo se rompe allí donde los brazos se estrellan, Kanao se pregunta qué pasaría si alguno de ellos llegase a estrellarse contra alguna de las dos.
Ayaka apoya su cabeza contra su pecho, y allí es donde murmura débilmente:
—No pude hacerlo, no pude esperar a que llegase para romper el puente, así que pensé que esto también funcionaría, aunque yo fuese arrastrada por el agua también —. Pausa un momento, mirando los ojos de Kanao—. No soy como tú, no puedo ignorar mis emociones.
—Ya sé eso —dice Kanao, ajustando su agarre en ella mientras continúa saltando entre los árboles. No puede evitar la ligera cojera, además, Ayaka respira pesadamente, casi con ansias y eso enciende algo en su pecho. ¿Eran sus ojos tan rojos antes? ¿Tenía los colmillos tan afilados y las uñas tan largas? Había sido leve, ahora se veía como el padre de Tomoko, e incluso Kanao duda de si sigue siendo humana—. Mis órdenes son matar al demonio y mantener a mis compañeros a salvo. Te esconderé en algún sitio, no te ves bien.
«¿Oh, así que vas al bosque? Espérame ahí»
Es repentino, pero Ayaka grita de dolor y se lleva las manos a la cabeza. Kanao se para en alguna rama, ceño fruncido.
«Ahora que la veo de cerca esa compañera tuya es muy guapa»
—¡Cállate! —chilla Ayaka. Sus ojos duelen como no han dolido nunca, cabeza palpitando con cada palabra que resuena en sus oídos. Fuerte y agudo, la voz continúa taladrando contra su cráneo, y su cuerpo tiembla fuertemente
—Ayaka-san —empieza Kanao dudosa—. No he dicho nada.
«Así que tu cuerpo se está destrozando lentamente, eres tan débil que mi veneno va a matarte en vez de mantenerte como marioneta. Te morirás cuando salga el Sol si no me has matado primero»
Ayaka grita de nuevo, negando con la cabeza de un lado a otro. Duele, duele duele.
Un brazo negro sale disparado hacia ellas. No es la suerte la que hace que puedan esquivarlas, sino Kanao.
El demonio se echa a reír a carcajadas.
—¡Puedo ver a través de tus ojos ahora que han pasado un par de horas, estúpida! ¿¡Crees que lo de la marioneta demonio era un farol!?
Ayaka se lleva las manos a la cara, como si eso fuese a hacer que el demonio no viese a través del regalo que le habían dado los dioses, aquello de lo que más orgullosa estaba.
—¿¡A cuántos has convertido en tus marionetas!? ¿¡Por cuántos ojos has estado observándonos!? —acusa ella ácidamente, porque no había manera de que sus ojos no funcionasen, en el fondo, siempre creería eso—. ¡Por eso confundí a Ryu con un demonio y por eso creí que las gemelas y su madre lo eran también! ¿¡Cuánto tiempo has estado convirtiendo a estos humanos en demonios!?
—¡Eso es gracioso, porque solo he convertido en marionetas a dos personas a este pueblo! —. Otro brazo sale disparado y Kanao es quien hace que lo esquiven, aún con Ayaka en brazos—. ¡Y tú eres una de ellas!
—¡Mientes! —grita Ayaka—. ¡No hay manera de que solo hayas tenido dos marionetas! ¡Había demasiados candidatos a demonios! ¡Podría haber sido el pueblo entero!
Dos, tres, cuatro brazos vuelan sin descanso, prediciendo dónde irá a parar (viendo dónde van), cinco, seis, siete, el último consigue rozar el pie de Kanao. Ella nota que son muchos más que antes que cuando Ayaka no estaba con ella.
—¡Todos en este pueblo son demasiado desconfiados, recelosos que no se fían ni de su propia sombra! ¡Solo pude convertir en marioneta a ese desgraciado! —continúa el demonio. Esa vez Kanao tiene que usar la espada para cortar el brazo que dirige hacia ellas, y todos los que vienen después. Los ojos de Ayaka solo se tornan más demoníacos—. ¡Pero prefieres creer eso a creer que tus ojos podrían equivocarse! ¡Eso es simplemente pura arrogancia!
—Ayaka-san, cierra los ojos —. Solo porque Kanao es quien lo pide, Ayaka lo hace, aunque gruña en disgusto. Lentamente, la cantidad de brazos que van hacia ellas disminuye ahora que el demonio no tiene otro par de ojos—. No podremos cortarle la cabeza si es capaz de ver lo que hacemos. Mantenlos cerrados.
Ayaka los abre y protesta:
—¡No puedo hacer eso! ¿¡Cómo pretendes que luche!?
Al instante un puño pasa justo por su lado, esta vez roza la mejilla de Kanao. Ayaka se queda mirando atentamente la sangre que baja del corte.
«Ya está cargando contigo en sus brazos porque dejaste que esa demonio pusiese sus manos encima de ti, estúpida, y ya has notado la cojera, ¿vas a dejar que hieran a Kanao por tu culpa? Himejima-san no debería haberte nombrado tsuguko»
La sangre en su mejilla brilla más bajo la Luna.
—Kanao —susurra Ayaka juntando sus frentes. Seca la sangre de la mejilla con su pulgar suavemente, las violetas en los ojos de Kanao entierran sus raíces en la tierra cálida de los de Ayaka. Y por primera vez, todos aquellos sentimientos que no habían tenido sitio donde plantarse y florecer, que pasaban como hojas muertas por terreno árido, encuentran otro sitio donde echar raíces. Kanao sabe lo que Ayaka espera que haga, y lo sabe más aún cuando Ayaka le sonríe con la gentileza de un campo de flores.
«A lo mejor puedo dejar que vuelva la primavera» se dice Ayaka, mirando a la niña que agarra su mano. «Si es con Kanao, que ve tanto como yo, a lo mejor...»
—Rompe el puente por mí —pide contra sus labios. Y no se aleja hasta que Kanao no asiente—. Confío en ti para que lo hagas.
Agarra a Kanao por los hombros, poniéndose entre ella el demonio, y es así como uno de los brazos se choca contra la espalda de Ayaka, se afianza al haori del patrón y la arrastra hacia su boca.
Ayaka se suelta de Kanao. Ella parece triste, ¿triste? Nunca supo que Kanao pudiese expresar emociones, ¿por qué estaría triste? ¿Por su vida?
Los últimos pensamientos por su cabeza al ser devorada de un tirón, consumida en la oscuridad, fue en lo mucho que admiraba a Kanao Tsuyuri y su determinación inquebrantable. Después de todo, su propia determinación flaqueante era la que la había llevado a ser devorada.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
El interior del demonio no era lo que ella esperaba, se siente cálido, está oscuro pero no es viscoso ni húmedo.
Cuando abre los ojos, no se encuentra con la oscuridad ni en el fondo de un estómago como ella había esperado. Por sobretodo, Ayaka ve a mucha gente.
Todos se muestran ante ella, hileras e hileras de caras que cubren el fondo del mar hasta donde alcanza la vista. Todos están junto a ella en el mar, pero no todos ellos se ahogan.
Cabezas rubias, cabezas con pelo negro, Ayaka ve a unos con lunares en el pómulo y a otros con ojos claros, también está el marrón de ella y de su padre.
Hay caras cubiertas por cenizas, hierro en sus miradas, esos se pueden mantener a flote. Ayaka nota que todos aquellos que son rubios parecen tensarse en el agua intentando no ahogarse como lo hacía ella, también tienen los ojos de colores suaves, lilas, rosados, azul, todos delicados y pequeños.
Aquellos con pelo negro son robustos y grandes y aguantan la presión del mar, y los de ojos marrones y lunares no parecen inmutarse siquiera de que están en el mar, como si fuese natural para ellos estar allí.
A la cabeza, liderándolos a todos ellos, se encontraba una mujer pequeña, con un lila suave en los ojos. Ella era la que más se ahogaba de todos ellos.
Lo que todos tienen en común, no importase su aspecto, es que están llorando por alguna razón.
—Ayaka —la llama, lágrimas fácilmente perdidas en el agua. Poseía gran belleza, rasgos cuidados y afilados y piel blanca, impecable por donde quiera que se la mirase. Ayaka notó que sus ojos eran tan grandes como los suyos—. Por favor, para. No sigas por este camino.
—¿Qué camino? —cuestiona ella, y su voz produce un eco que retumba en sus oídos.
La mujer frunció más el ceño, desolada, todos a su alrededor sollozaban.
—¿Ha muerto alguien? —pregunta, y solo sollozaron más fuerte.
—El camino de la ira y el resentimiento, si lo sigues, tu destino será peor que la muerte —habla de nuevo la mujer, cuyos cabellos claros se mecen con las olas. Sus ojos morados tenían en ellos jardines de glicinias—. Por favor, ya lo has sentido, ¿no es cierto? El principio un nuevo ciclo de dolor, has sido miserable lo suficiente como para saber de qué hablo.
“Bajo tu piel, estás vibrando, por todo tu cuerpo, unas frías vibraciones de rabia, y yo solo... no creo que ese sea el toque de alguien que le desea la felicidad a todos.”
Ayaka deja que su pelo se meza con las olas también.
—¿Ciclo de dolor?
La mujer asiente.
—Aquellos que aman con todo su corazón también odian con todo su corazón, y si dejas que un corazón tan fuerte como el tuyo sea consumido por el odio, nunca podrás volver a amar.
—¿Cómo sabes eso? —cuestionó Ayaka alzando una ceja—. ¿Cómo sabes que seré consumida por el odio?
“Quiero que se quemen. Que se quemen, que se quemen, quiero que este pueblo entero se queme para que no tenga que volver a verles más y que mueran. Que vayan al infierno y se queden allí. Que sufran, que sufran todos, hasta el último de ellos.”
—Ahora tú no puedes amar a nadie —. Las burbujas pasaron por encima de la cara de la mujer, sus ropajes extravagantes flotan en al agua, vestimentas ostentosas, hilos de oro, adornos extraños. Ayaka se recordó que ella venía de una familia de cultivadores de arroz, no de la realeza—. Con tanto odio, no puedes amar a nadie, te para de poder tener solo en mente a tus seres queridos. Lo has visto, no puedes estar con tu amante, pero realmente no hay nada que te lo impida, y aun así no te permites estar con aquellos a quienes amas.
—Eso es solo mi propio orgullo —contesta Ayaka, frunciendo el ceño—. No puedo dejar que-
—Porque piensas que serás herida —la corta la mujer. Sus labios pintados se tensan en una fina línea—. Porque odias a aquellos que te hicieron daño y no puedes olvidarte de ellos lo suficiente como para seguir adelante. Yo lo entiendo. Esto es lo que ha pasado generación tras generación a aquellos portadores de los ojos, los Fujioka nos hemos visto consumidos por la ira una y otra vez, y estamos condenados a ver como nuestros descendientes repiten nuestros errores, y un nuevo eslabón es añadido a la cadena.
El agua es cálida y no sabe a nada en su boca. Ayaka piensa que esto se siente igual que el lago de leche que había experimentado con el patrón, no hay nada que pueda dañarla aquí. Ese saber hace que deje de ahogarse y se relaje. El agua entra en sus pulmones y sale de ella igual que aire, no es asfixiante ahora, se siente tan natural como respirar.
—Debo ser sincera —continúa la mujer—. Yo fui quien empezó esta cadena, y he sido condenada a esperar en las puertas del infierno a ver como mi prole es consumida por las ramas de una semilla que yo planté, y por eso, lo siento mucho.
Entonces se arrodilla frente a Ayaka, pegando la frente al suelo tan delicadamente que no hace ruido.
—Me disculpo ante ti, por poner esta maldición sobre tus hombros solo por cargar con mi sangre. Te pido que por favor, no hagas que tengamos que presenciar más el sufrimiento de nuestros familiares. No dejes que el ciclo empiece de nuevo cuando ya fue roto una vez. No te conviertas en mí.
Aquella mujer no parecía consumida por la ira ni parecía consumida por el odio. Era pequeña y menuda, incapaz de hacerle daño siquiera a una mosca con sus gestos delicados. Las glicinias que parecían ir con ella a donde quiera que fuese son suaves y dulces
—¿Ya fue roto? —pregunta Ayaka, irremediablemente disfrutando de las flores de la mujer—. Yo... estoy confusa, ¿quién eres?
Ella levanta los ojos del suelo, su mirada es mucho más fuerte que la de su abuela.
—Yo soy Ai Fujioka, la matriarca de la familia Fujioka, y me arrodillo ante ti, Ayaka Iwamoto, para tomar responsabilidad por mis acciones y para pedirte que rompas el ciclo que yo empecé hace cientos de años.
Los ojos de Ayaka se deslizaron detrás de ella, a todas aquellas cabezas rubias, todos lloraban, sollozando, ya fuese silenciosamente o lamentándose en su frustración. ¿Era eso a lo que se refería?
—Dijiste que alguien rompió el ciclo una vez —exhaló contra el agua—. ¿Quién, y cómo lo rompió?
—Eso es simple —. Ai le sonrió—. Tu madre decidió ser amable y romper el ciclo de dolor arraigado en nuestra familia, generación tras generación, tu madre decidió no ser consumida por el odio. Nuestro regalo ha sido también nuestra perdición, tienes que controlar a tus ojos antes de dejar que ellos te controlen, porque se es fácilmente cegado por estos sentimientos nuestros, tan abrumadores. Si haces esto, todos nosotros te ayudaremos, te doy mi palabra.
Las corrientes a su alrededor se vuelven más fuertes, levantando las arenas del tiempo en el fondo. Ayaka intenta llegar hasta la mujer, pero es rápidamente azotada por una corriente de agua.
—¿¡Cómo me ayudaréis!? ¡No entiendo nada, por favor, espera!
Lentamente todas las figuras desaparecen, primero aquellos que parecen respirar, luego los que no se ahogan y finalmente, uno a uno, todos los Fujioka de ojos claros y grandes.
Ai es la última que queda en pie.
—¡Debo advertirte de algo, muchos han caído por esto! ¡Si llegas a ser herida serás-
El agua es fuerte en sus oídos y Ayaka abre mucho los ojos. Ai y su cara de rasgos de la realeza desaparecen en la arena, y se alza más y más hasta que Ayaka es consumida y desaparece también.
Sabe lo que debe hacer.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
«Ayaka-san te pidió que acabases con el demonio, esa es una órden cualquiera, pero, ¿por qué pareces más ansiosa por cumplir esta órden?»
La espada tiembla en sus manos, Kanao vibra, vibra, vibra y vibra ahora que sus emociones han podido plantarse y florecer en algún sitio.
Son nuevas, son desconocidas y son abrumadoras. Kanao solo piensa en cómo aquel demonio había devorado a Ayaka, cómo se la había tragado de un tirón, sin siquiera masticar.
Por primera vez, entre las órdenes y las monedas que ocupan su mente, hay espacio para algo más.
Ayaka, con quien había entrenado tantas veces, quien la llamaba “chica mariposa” y curaba sus heridas cuando Kanao no podía obligarse a sí misma a que le doliese, quien le había preguntado si quería carne o pescado, y había al final confiado en ella para que pudiese elegir el hacer lo que le había pedido sin necesidad de una moneda.
Aquellas ascuas en sus ojos que tanto le había gustado mirar, todos aquellas emotivas reacciones que siempre venían de ella, mentiría si no dijese que no le hubiese gustado poder llorar con ella.
Y ese demonio se había comido a Ayaka. Aquel cometa que parecia imparable, mientras Kanao era una luna quieta en el cielo.
No puede clavarse las uñas en los muslos porque tiene la espada en las manos, así que Kanao aprieta la mandíbula todo lo que puede y continúa cortando.
—¡No podrás llegar a mi cabeza, no podrás! —chilla el demonio testarudo—. ¿¡Crees que eso es lo máximo que puedo hacer!?
La sangre vuela por el aire, miembros cortados siendo lanzados de un lado a otro ahora que Kanao tiene algo que la mueva y el demonio no tiene a Ayaka como marioneta para ver por sus ojos.
Lentamente hace al demonio retroceder, más y más por el camino que había antes marcado el agua, aunque los brazos aumenten, Kanao es imparable, porque cuando un objeto inamovible como es Kanao se mueve, lo hace con una tremenda fuerza.
El demonio continúa gritando, chillando en plegarias y maldiciones que Kanao no se molesta en escuchar.
Todavía es de noche, varias horas aún lejos del amanecer, a Kanao no podría importarle menos.
Las luces en las que se han convertido la gente del pueblo de Ayaka aparecen en el horizonte, a lo lejos, habiendo cruzado el puente.
Kanao corta y corta y corta brazo tras brazo, trozos enteros de la masa alta como los árboles y negra como carbón. Era inusual para un demonio regenerarse tan lentamente, ya entonces, aquella debería ser simplemente su verdadera forma.
La madera del puente aparece en su visión, Kanao solo se vuelve más rápida, pero por mucho que corte, el demonio es demasiado alto y los brazos son abundantes.
“Respiración de la Flor, Quinta Postura: Peonías de la Futilidad.”
Rojo de la sangre, eso no parece cambiar ni para demonios ni para humanos, pinta toda su visión. El demonio extiende hacia ella una tras otra extremidades como proyectiles incontables, Kanao salta entre ellos para llegar a su cabeza al tiempo que corta, pero está demasiado cerca del cuerpo principal.
Se apoya en uno, corta los dos que se lanzan hacia ella y luego corta aquel donde estaba apoyada. Cae en otro y vuelve a repetir, esta vez corta tres, acuchilla otro para mantenerse apoyada allí y no caerse, posando los pies sobre el cuerpo para saltar de nuevo hacia arriba.
Esta vez consigue alzarse muy por encima y todos los brazos se alzan con ella, como bocas de perros que quieren devorarla.
Kanao les observa desde arriba y sonríe.
“Respiración de la Roca, Primera Postura: Hidra de Serpentinita.”
Las tablas de madera chirrían bajo el peso del demonio y el brillo gris de la espada de Ayaka aparece.
El crujido que bien podría haber sido de rocas partiéndose resuena en todo el bosque. Ayaka siente por sus venas correr la fuerza de cientos de generaciones al tiempo que la plata de su espada pinta un camino por el estómago del demonio al que le sigue sangre, girando y partiendo al demonio por la mitad desde dentro.
—¡Namu amida butsu, zorra!
Es tal la fuerza de la postura que el puente se colapsa bajo sus pies, como habían querido hacer en un principio. La parte baja del demonio se separa de la que tiene su cabeza, brazos ahora demasiado lejos de Kanao, arriba en el cielo, como para que sean un impedimento.
“Respiración de la Flor, Sexta Postura: Melocotón giratorio”
Kanao gira y gira, el demonio la observa horrorizada, como habría hecho ella si tuviese a la muerte delante.
El rosa y el blanco de su espada se clavan bajo el cuello del demonio y continúa girando, ahora sin brazos ni marionetas, está completamente indefenso.
—¡No me mates, por favor, haré lo que sea pero no-...! —. Su voz se ve ahogada cuando Kanao llega a la garganta, un segundo después, la cabeza sale despedida y cae a las orillas del río con Kanao.
El cuerpo del demonio es arrastrado por el río, tiene suerte de que Kanao está allí porque es ella quien agarra a Ayaka antes de que pueda ser arrastrada también y la saca del agua.
Ella tiembla, empapada y aferrándose a Kanao y su capa blanca como si pudiesen darle calor.
—Lo has... hecho bien —dice Ayaka contra su pecho, girándose hacia el lugar donde yace la cabeza del demonio—. Lo has... Kanao... Necesito...
—El demonio ya murió —le asegura Kanao, viendo como Ayaka intenta arrastrarse hacia él.
—No... —. Se encoge de dolor sobre sí misma, hombros temblando incansables pero nunca para de arrastrarse. Kanao no la para porque no tiene ninguna órden que le diga eso—. El... demonio... demonio... duele...
Ella empieza a chillar enloquecida al ver que Ayaka se acerca.
—¡No te acerques! ¡Ya me has hecho suficiente daño! ¿¡Qué más quieres de mí!? ¡Déjame morir en paz!
Ayaka, con su mirada demoníaca y con sus colmillos, extiende sus garras hacia ella y la coge, sorprendentemente suave, la acerca a su pecho y la abraza allí.
—Duele... ¿no es cierto? Duele ser un demonio... miserable... Yo no quiero... hacerte daño... por favor... ten otra oportunidad en tu próxima vida... de ser... feliz... sin que duela.
Ayaka sabía que ella no tenía el toque del Sol que tenía Tanjirou, pero esperaba que al menos la luz de la Luna fuese suficiente.
Al fin y al cabo, lo que hacía la Luna era reflejar la luz del Sol.
La cabeza deja de chillar contra ella, paralizada y deshaciéndose en polvo.
«¿Qué es esto? ¿Qué quieres de mí? ¿Cómo me llamaba yo?»
Recuerda un callejón oscuro, peligro en la noche, un hombre mayor siguiéndola y manchando su honor, manos asquerosas tocándola y dejándola tirada en el suelo como a basura cuando terminan.
Un alma sucia, un alma mancillada, entonces, lo único que quería era vengarse.
Mató a aquel hombre que le hizo daño, siendo un demonio no era difícil, pero otros pueden hacer lo mismo, no dejes que lo hagan, contrólales antes como quieren controlarte a ti.
Está oscuro, el callejón da miedo y es peligroso. La Luna entonces aparece, iluminando allí donde reinaba lo desconocido. Ella decide dar la vuelta y no ir por ese camino.
—¡Daruma! —. Su hermana la llama a lo lejos—. ¡Vamos a llegar tarde a cenar!
Daruma mira una última vez al callejón, tenía el presentimiento de que algo malo pasaría si iba por allí. Tiene suerte de que no lo hará.
Ayaka llora silenciosamente y sus lágrimas caen por las cenizas del demonio hasta que se deshace completamente, no puede hacer nada más por ella que esperar que tenga otra oportunidad al renacer.
—¡Ayaka-san, Kanao-san! —. Tomoko corre hacia ellas, Ryu siguiéndola de cerca—. ¡Acabasteis con el demonio, acabasteis con él!
Se para en seco en cuanto ve a Ayaka, soltando un pequeño chillido al ver las pupilas negras atravesando sus ojos afiladas como las de un gato.
—Ayaka-san... no me digas que tú también... —. Ella niega en respuesta, porque Ayaka no es un demonio, aunque entonces pareciese uno.
—La gente del pueblo está muy enfadada, Aya-san, ellos-
Quejidos a lo lejos empiezan a florecer, todos aquellos que Ayaka y Kanao habían salvado aparecen con la débil luz de lamparas y antorchas. Están temblando, hambrientos y furiosos, y Ayaka es la culpable más clara que hay allí.
—¿¡Cómo has podido quemar nuestros campos!? ¿¡Cómo vamos a comer ahora, niñata estúpida!? —. Un hombre levanta a Ayaka del suelo agarrando el cuello de su uniforme, ella no tiene la fuerza suficiente como para resistirse—. ¡Mis hijos ahora pasarán hambre, solo porque tuviste que meter tus narices en todo esto!
Otra mujer se abalanza hacia ella, clavando sus uñas en sus hombros.
—¡Mi casa se ha colapsado! ¿¡Cómo vas a pagar esto, eh!? ¡Seguro que querías que eso pasase desde el principio! ¡Eres igual que tu padre, presentándose como alguien amable para acuchillarnos por la espalda!
Ayaka retrocede asustada—. No, yo no...
Todos se empujan unos a otros para poner sus manos en ella, arañazos, jalones de pelo, apretones que se tornarán en moratones luego. Gritan sobre muchas cosas, por sobretodo, lo que Ayaka les ha hecho perder, el puente, sus cultivos, varias casas e incontables árboles, además de haber alterado el curso del río. Sus gritos son tan altos que ella no escucha otra cosa más, siente como sus colmillos de demonios se afilan, gruñendo suavemente. Por instinto extiende los dedos, allí donde están sus afiladas garras. Si las alzase, si simplemente hiciese un gesto podría desgarrar la cabeza de alguno de ellos.
Ryu se hace paso entre todos ellos, es él quien consigue ponerse entre Ayaka y los aldeanos.
—¿¡Estáis locos!? ¡Ha acabado con el demonio! ¿¡Qué estáis haciendo!? —. Todos luchan contra él porque todos quieren un trozo del pastel que es ella, tanto como lo habían querido del pastel que era su padre.
Ayaka apoya la cabeza contra el hombro de Ryu, latente y doliente, continúa temblando y se agarra al brazo de Ryu, sin atreverse a mirarles.
—¡El demonio simplemente habría comido unas cuantas personas! ¡Esta chica ha quemado nuestra comida hasta los cimientos! ¿¡Por qué debería importarme eso si podríamos haber sacrificado a unos cuantos y tener comida para el invierno!?
El gruñido de Ayaka se vuelve más fuerte, perro rabioso y sediento de sangre en que se había convertido.
A ellos no les importaban ni los dioses ni los demonios, solo les importaban ellos mismos. Ni la amenaza de los monstruos ni el castigo de los dioses por sus pecados les hace parpadear. Ayaka tiembla más y más, vibrando de furia, aquella furia que Tomoko había sentido bajo su piel al tocarla.
—¡Cerrad la boca! —. Ayaka les enseña los colmillos y eso hace que se paralicen—. ¡Sois patéticos, patéticas criaturas asustadas que recurren a la malicia para proteger a sus débiles corazones y no confían en nadie! ¡Qué triste vida debéis llevar!
Todos la observan en silencio, porque todos la habían conocido como la hija de los humano Iwamoto, no la cazadora de demonios.
—¿¡De qué os sirve ahora echarme la culpa!? ¡Los campos de arroz, las casas, todo está destruido! ¡Así no conseguiréis nada! ¡A menos que colaboréis y os ayudéis los unos a los otros no llegaréis a ningún sitio! ¡Y yo me rehúso a que me hagáis sentir de esta manera más tiempo, no dejaré que me hagáis más daño! ¡Ahora que os veo sois todos patéticos, indefensos y débiles, desesperados por aferrarse a la vida! ¿¡Pero sabéis qué!? ¡Yo no soy como vosotros!—. Entonces sollozó, un sonido lastimero y doliente—. ¿¡Cómo podéis vivir con este odio!? ¿¡Es que no es doloroso!? ¿¡No os duele pisotear a los demás!?
La mano de Kanao se posa en su hombro, y eso hace que los ojos rojos de Ayaka se vuelvan menos sanguinarios.
—Ayaka-san —empieza, y ella se paraliza bajo su toque—. No importa.
Le ofrece un pañuelo, el que le había dado a Ryu, y Ayaka lo toma, secando con él sus lágrimas. La gente del pueblo murmura entre ellos, su nombre es lo que más se escucha junto al de sus padres. Ayaka se apiada de ellos, porque realmente debe ser una existencia dolorosa, el ser una persona despreciable. Ella más que nadie lo sabría.
—Tomoko —exhala su nombre en un suspiro cansado. La niña se acerca a ella lentamente y Ayaka toma sus manos entre las suyas—. Reza conmigo.
Una calma poco característica emana de ella, porque cuando un objeto imparable se para, lo hace con mucha más fuerza que un objeto inamovible. Así que ambas rezan juntas, Tomoko nota que aquella ira, la que gritaba bajo la piel de Ayaka, ya no está.
Ayaka reza por el demonio y Ayaka reza porque la gente de su pueblo encuentre salvación como ella lo había hecho.
Después se gira a Ryu, y coge de su bolsillo un pequeño saco que tintinea cuando lo deja en su palma abierta.
—Realmente no eres como ellos —le dice apenada, haciendo que envuelva sus manos alrededor del saco—. Coge este dinero y vete de aquí, donde quieras, pero no dejes que te hagan más daño —. Miró a Tomoko, que la observaba con ojos grandes y esperanzados—. Llévatela a ella también, pero huid de aquí y no volváis.
—¡Aya-san! ¡Tú, desgraciada! ¿¡Qué pretendes!? —. Las figuras de Nanami y Yumiko se hacen paso entre empujones hasta ella, Ayaka les mira con calma—. ¡Nosotras somos la familia de esa niña! ¿¡Cómo que llevársela!?
Tomoko se esconde entre el haori mojado de Ayaka al tiempo que Nanami, seguida por una indecisa Yumiko, se dirigen hasta ellas. Le sorprende que siga siendo tan valiente después de que le hubiese roto una muñeca, las vendas no son algo que pueda esconder.
—Aya-san, Tomoko está a nuestro cargo... esto es —. Yumiko empieza más suave, solo para retroceder por la vista de la espada rosada en sus narices.
—Hay que proteger a los civiles de los demonios, Ayaka-san —murmura Kanao, que cojea débilmente—. Yo aquí solo veo demonios, alejaos si no queréis que os corte el cuello. Reglas del cuerpo.
Yumiko es quien aguanta a Nanami para que no se abalance sobre ella, y ella es quien la arrastra lejos de allí, murmurando:
—Déjalas, mamá está harta de ella de todas formas.
La mano de Kanao se posa en la cabeza de Tomoko una vez que desaparecen. La inquebrantable Kanao Tsuyuri tiembla.
—La sangre de humanos no es la misma que la de los demonios —empieza, suave como solo lo era ella—. Puedes diferenciarte de ella con facilidad, así que no creas que solo por compartir sangre seréis todos iguales.
Tomoko aprieta los labios.
—¿Entonces era verdad? ¿Mi padre tuvo esa aventura?
Kanao asiente—. Como ya he dicho, la gente con tu sangre no tiene por qué ser tu familia.
No aprieta sus muslos porque esos no son sus sentimientos, eso es simplemente una verdad.
El Sol saldría pronto, ¿qué era aquello que el demonio había dicho? ¿Que el veneno tendría su efecto completo al amanecer?
—Tomoko, necesito que rebusques en mi bolsillo, un cuchillo —pide Ayaka una última vez. Ryu la mira atenta al tiempo que Tomoko, dudosa, obedece. Ayaka lo toma entre sus manos, remangando los pantalones del uniforme y, una vez ve la carne blanca del muslo, entierra el cuchillo allí.
Ryu grita—. ¡Ah! ¡Aya-san! ¿¡Por qué has hecho eso!?
El dolor la devuelve a sus sentidos, chocarse contra una pared para orientarse en lo que sea que le esté haciendo el veneno a su mente. Necesita mantenerse consciente unas horas más.
Ayaka les sonríe cálida a él y a Tomoko.
—Todavía tengo que volver a casa.
Ayaka hace que Kanao se suba a su espalda, porque no hay manera de que llegue andando hasta la Mansión Mariposa así y parten su camino de vuelta.
—Os deseo lo mejor.
Ryu piensa que Ayaka Iwamoto ha dejado de ser un depredador, pero no es una presa tampoco.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
—Debería tener más cuidado —murmura Gyoumei Himejima, a las orillas del río. El agua arrastra consigo los restos del demonio, que se deshacen en polvo—. Al menos ha cortado su cabeza, ahora solo tendré que procurar que no muera.
Rebusca entre la arena y las piedras, los restos negros brillantes no le provocan ninguna emoción, aunque continúe llorando.
—Namu amida butsu —murmura en voz baja—. ¿Dónde estará?
La cola de escorpión que había tenido el demonio por fin aparece, reluciente e intacta, flotando río abajo. Himejima se moja los tobillos al meterse en el río y extender una mano para cogerla.
—Namu namu, Ayaka, no te creía tan descuidada, pero al menos ya sigues las enseñanzas de Buda —. Las cuencas del collar repiquetean unas contra otras cuando da una palmada y mantiene allí el reluciente aguijón—. Le tendré que dar esto a Shinobu.
Chapter 33: Aquellos que dejas atrás y aquellos que deben verte arder
Chapter Text
—Tanjirou —susurra alguien contra su mejilla, tan cerca que su aliento chocó allí, aliento caliente y reconfortante que él había añorado.
El suave toque de algo frío jugando con su pelo hizo que Tanjirou se despertase aunque fuese un poco.
—Tanjirou, despierta —. La mano fría se desliza desde su pelo hasta su barbilla, con tanta suavidad que sabía que solo podía venir de una persona.
Aya le mira sonriendo, arrodillada ante su cama con una mano acariciando su mejilla igual que había hecho después de que Rui hubiese muerto en aquel entonces, en el monte Natagumo.
El marrón oscuro que habían sido alguna vez pozos como lo era el azul de los océanos interminables de Tomioka ya no estaba, en cambio, las pequeñas ascuas de determinación volvían con fuerza y la montaña volvía a florecer con toda su fuerza. La primavera, Tanjirou piensa, es hermosa, y más lo es Aya que la lleva con ella.
—Ya he vuelto a casa.
Un fuerte estruendo sonó por toda el ala de enfermería cuando Tanjirou se lanzó a abrazarla y los dos cayeron hacia atrás, chocando con el suelo.
Glicinias, eso es lo que huele cuando entierra su nariz en el hueco entre su cuello y su hombro. Ni resentimiento ni miedo ni ira, no hay ni una pizca de odio, ni por ella misma ni por nadie. Y él está tan feliz de que sea así.
—¿Por qué no me dijiste que te ibas? —murmura Tanjirou contra su uniforme. Los brazos de Aya se envuelven a su alrededor, abrazándolo—. Desapareciste tan de repente que yo no-
Aya le abraza solo una pizca más fuerte, una mano jugando suavemente con sus rizos.
—Lo siento —dice, sin ofrecer ninguna excusa o echarle la culpa a alguien más—. Fue una misión de imprevisto, era temprano y estabas durmiendo, no quería despertarte.
—Me habría dado igual que me hubieses despertado, —murmura Tanjirou, el rojo oscuro del haori de Aya siendo lo único que ve, se siente bien estar allí, tan cerca de Aya y de su frío que disipa el calor que a veces se vuelve asfixiante, no cree que quiera separarse pronto de ella—. Solo quería que me dijeses que te ibas, no habría importado que-
—Tanjirou —. Aya le corta de repente. Apoya sus codos en el suelo para echarse hacia atrás y mirarle, aún con él encima de su regazo—. No voy a irme.
Tiene que parpadear para que las palabras realmente se graben en su cabeza como verdaderas.
—Ah, ¿no?
Aya niega con la cabeza sonriente, el lazo rojo en su pelo girando con ella.
—No voy a irme con Himejima-san, no tengo por qué entrenar con él aunque sea su tsuguko. Le mandé un cuervo antes de despertarte rechazando su oferta.
—Así que... no te vas —. Tanjirou lo repite en voz baja, reclinándose hacia atrás en su propio abrumo.
Ella suspira con una alegría pocas veces vista en ella. No para de sonreír y Tanjirou solo puede oler la vainilla característica de las glicinias que florecen con su amabilidad.
Aya avanza hasta él lentamente y agarra su mano, Tanjirou retrocede para que no vea su sonrojo.
—¿Quieres que te cuente una cosa?
Se acerca a él aún más, susurrando con entusiasmo infantil como si fuese un secreto que una niña le cuenta a su amigo convencida de que es lo más preciado del mundo, y confiando en él lo suficiente como para contarlo.
—Voy a quedarme aquí, contigo y con los demás, le mandaré una carta a aniki, me disculparé con Zenitsu en cuanto despierte y hablaré con mis padres, porque les quiero. Quiero a mi familia, quiero a aniki, quiero a Himejima-san, les quiero más que a nada, más que ser pilar —. Tanjirou no es capaz de recordar en qué momento Aya se ha acercado tanto a él como para que sus narices se choquen, tampoco cuándo ha posado una mano sobre su mejilla o siquiera cuándo él la ha envuelto de nuevo con sus brazos—. Y también te quiero a ti,Tanjirou.
Es fácil desatar el lazo rojo del pelo de Aya mientras que ella finalmente cierra la distancia entre sus labios y le besa. Tanjirou entierra su mano entre el carbón de su pelo y Aya lleva ambas manos a la parte trasera de su cuello, suave en todo que no sea matar demonios.
Tanjirou debe estar ardiendo, siendo consumido lentamente por la antorcha en su corazón que se vuelve más brillante y se sale de su control.
Aya se separa lentamente de él, aunque no demasiado, lo suficiente como para que pueda tomar una bocanada de aire.
—Te quiero —. Tanjirou confiesa en un suspiro que sale de él como algo que ha dicho mil veces, dándole un beso dulce justo después que no dura más de un momento—. Aya... —Otro beso breve—. Te quiero.
Su pelo es suave cuanto más juega con él y las manos blancas de Aya se deslizan abajo hasta su pecho, ligeramente apretando sus hombros. Tanjirou alza su otra mano hasta su mejilla, acariciando el lunar allí.
Aya se apoya en ella, disfrutando del toque áspero al tiempo que le mira con ojos marrones que no tienen otra cosa que amor en ellos.
Él se toma un momento para admirarla bajo la luz del amanecer y la besa de nuevo y Aya es dulce y suave y sus besos saben justo como huele su amabilidad.
Un fuerte golpe hace que Tanjirou abra los ojos y se encuentre, de nuevo, mirando los patrones del techo.
El Sol todavía no ha salido y los fuertes latidos de su corazón silencian cualquier otra cosa que pudiese haber oído.
Tanjirou mira a un lado de la cama donde encuentra las sábanas revueltas, debe haberlas tirado mientras dormía. La sensación de arder no se va aunque despierte, un hormigueo tortura incesantemente su piel, tanto que ni siquiera percibe el tacto suave del pijama contra su piel.
Otro estruendo viene a lo lejos acompañado de un pequeño chirrido prolongado, como si alguien estuviese arañando la madera del suelo.
Se pregunta si es Nezuko, en su caja ahora que el amanecer está por caer, distrayéndose lo suficiente como para cansarse y poder dormir. Pero la caja de Nezuko estaba al lado de su cama.
El chirrido viene de las puertas de la Mansión Mariposa, agudo e incesante que se vuelve más grotesco cuanto más tiempo pasa.
Las marcas de garras es lo primero que ve, plasmadas en la pared de la entrada de forma errática, no en un corte limpio. No huele a demonio, Tanjirou está seguro de ello, pero reconoce el olor de Kanao.
Su olfato nunca le ha mentido y eso es lo que encuentra. Kanao suda considerablemente con ojos temblorosos, su mano paralizada por encima de su bolsillo como si quisiese tomar algo que tiene guardado allí.
Lo que no huele es a Aya, cuya mano apoyada marca el final del camino del arañazo grabado en la pared.
Se tambalea, deslizándose más hacia abajo y termina cayendo de rodillas, Kanao aún sobre su espalda.
Respirando trabajosamente la posa en el suelo, sentada a su lado. Clava después las uñas en las tablas de madera y aprieta con toda la fuerza que le queda.
Kanao solo está herida en una pierna que cuelga inservible pero suda tanto como Aya quien, con mandíbula apretada y garras enterradas en el suelo, parece reprimir quejidos de dolor al tiempo que tiembla sin descanso.
«Ir a la Mansión Mariposa en caso de daño considerable» Esa es una verdad, y ahora que eso es lo que han hecho, Kanao no tiene nada más que hacer. Aun así hay algo que grita, pero en esa órden no había nada que le indicase el preguntarle a Ayaka-san si estaba bien. Y su propio impulso es tan pequeño que es incapaz de sacar la moneda.
—Aya —murmura Tanjirou en confusión, dando un paso hacia ella. De la boca de Aya caen brillantes chorros de saliva y cuando mira a Tanjirou en sus ojos no ve ni marrón ni amor, sino el rojo de los de Muzan Kibutsuji, el rojo del antiguo haori de Aya con sus flores del infierno y el rojo de la sangre de su familia con sus entrañas en la nieve.
Aya salta hacia él, chocándose torpemente contra su pecho y haciendo que ambos caigan al suelo, enredándose sus piernas y brazos.
Por muy cerca que estén no es capaz de oler nada de glicinias, nada de rica vainilla y nada de dulce primavera.
«Está perdiendo su olor» piensa Tanjirou. El terror le ataca con sus heladas garras directo al corazón. «Aya está perdiendo su olor a glicinias igual que Nezuko perdió su olor a caramelo.»
La cabeza de Aya se frota más contra su pecho, subiendo lentamente hasta su cuello y quedándose allí, respirando con ansias.
Sus garras no cortan a Tanjirou ni tampoco se alzan contra él, simplemente manteniéndose en su espalda, brazos a su alrededor.
Por muy demonio que pareciese, Aya seguía teniendo la misma fuerza de siempre que estruja a Tanjirou en un abrazo, y eso le asegura que Aya no se ha convertido en demonio.
Alivio disipa el terror y Tanjirou devuelve el abrazo, intentando no mirar ni a sus ojos desenfocados ni a los colmillos.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
“Rueda de agua, gira. Gira y llama al señor Sol. Llama al Señor Sol. Señor Sol.”
Ayaka piensa en recuerdos de la infancia, en tardes con Yuu, cantando y jugando. Desearía que no hubiese tenido que estar atada a una cama para hacerlo, que Yuu no hubiese tenido que sentarse a su lado para jugar, que no hubiese tenido que quedarse a su lado en vez de haber podido correr y saltar. Ella había sido feliz, en alegre ignorancia disfrutando del arroz cocido y del amor de sus padres. Había comido mochi en Año Nuevo con su abuela y había celebrado los días de cosecha tanto como cualquier otro.
—Casa —susurra Ayaka, haciendo todo lo que puede por no retorcerse de dolor—. Estoy en casa... casa... casa...
Y cantaban y cantaban hasta que sus gargantas dolían y reírse era algo que habían hecho durante horas.
“Ruega de agua, gira. Gira y llama al señor Sol. Pájaros, insectos, bestias. Hierba, árboles, flores. Trae primavera y verano, otoño e invierno.”
«Haré que todo vuelva a ser como antes» Su propia promesa resuena como relámpagos en la noche. «Volveremos a cantar y a ser felices. Al final, no sé cómo, pero prometo que volveré a hacer que todo sea como antes.»
Algo pequeño y cálido se mueve de arriba a abajo sobre su espalda, es áspero y le trae de nuevo una ola de confort.
Tanjirou traza círculos con su mano en la espalda de Ayaka. Ella se deja caer lánguida sobre él, toda tensión derritiéndose de su cuerpo y deslizándose fuera de ella lentamente.
—Señor Sol... Señor... Sol... Sol... Sol... Sol... —repite una y otra vez, enterrando más su nariz en un lugar que desconoce para oler mejor el carbón. Carbón significaba protección, estaría segura mientras estuviese con el carbón, eso es algo que le susurra su parte humana.
«Te he echado de menos» Ese pensamiento aparece de repente en su mente, haciendo que se agarre desesperadamente a la tela suave que cubre algo cálido en el proceso. «Te he echado tanto de menos.»
Estar aquí, entre los brazos del señor Sol, se siente como volver a cantar con Yuu, como comer mochi con su abuela y como jugar a las karuta con sus padres.
—Señor Sol —pide Ayaka con voz tirante—. Abraza... abraza.... me... abrázame... señor Sol.
Y el señor Sol lo hace, con tanta fuerza que le quita el aliento, pero así, siendo amada, Ayaka encuentra una pizca de la felicidad infantil y borracha de su niñez.
Así que se queda con el carbón y la seguridad que viene con él, el carbón nunca le haría daño, el carbón nunca querría verla herida, el carbón la ama y a ella le gustaría poder amarle de la misma manera.
Habría podido quedarse allí, incluso si el veneno hacía que su carne se pudriese y solo dejaba sus huesos, e incluso si quemaba sus venas y evaporaba su sangre, no le habría importado siempre y cuando pudiese oler el carbón.
Pero la mente de Ayaka viaja en la distancia y con ella lo hace su olfato demoníaco, hay un olor que huele más a casa que este. Fuera en el jardín, sobre las tablas de madera del porche.
Los pecados tenían un olor muy específico, al principio olían a oscuridad, a ceniza y llamas del infierno acompañados de manzanas envenenadas en tentación y bañadas en el metal de la sangre. Si se era demonio las manzanas se pudrían y se convertían en aceite asqueroso. No importaba si era la sangre de los humanos o el aceite de los demonios, porque de allí nacían las flores del infierno, último símbolo de perdición.
En el caso de Nezuko, cuyo único pecado había sido ser demonio, solo eran cenizas limpias. Luego, cuando los pecados se volvían más ligeros y uno hacía lo que era correcto, se volvían blancos y limpios, jazmín, lirios, incluso glicinias si se había sido alguien especialmente misericordioso y bueno.
Pero los pecados redimidos no eran ni una ni otra, no olían a manzanas ni olían a flores, en cambio, olían a ambas.
Ayaka empezó a gruñir suavemente, y cuanto más percibe aquel olor menos se centra en el carbón.
“Casa, casa, casa, casa.”
El señor Sol sintió bajo sus brazos como se soltaba de él, forcejeando en su agarre cuanto más alto se volvían sus gruñidos.
Por segunda vez Tanjirou confunde a Aya con Nezuko porque, en aquel momento, gruñia como lo hacía su hermana. Lo más similar, sin embargo, es que Aya olía igual que Nezuko. Igual que Nezuko cuando había intentado matarle.
Aya se revuelve más, empujando contra su pecho para que la suelte y pueda matar a quien la tiene tan enfadada. Una chispa en forma de olor, eso era todo lo que había necesitado para ser consumida por la ira.
Tanjirou la agarra por las muñecas y ella lucha contra él incansable, pateando e intentando arañarle con todas sus fuerzas.
—¡Aya, para! ¿¡Pero qué te pasa!?
Finalmente ella consigue apoyarse en la planta de sus pies, aunque agachada mientras Tanjirou la tiene cogida por las muñecas. Se resiste, tirando hacia atrás todo lo que puede. Cuando ve que no sirve le da al estómago una patada con su tsuneate que hace que Tanjirou suelte sus muñecas. Ella intenta pasar por encima de él, usando su pecho como plataforma, pero la determinación de Tanjirou es fuerte y consigue agarrar su haori. Aya es empujada hacia atrás y se choca con Tanjirou, ambos rodando por el suelo ante una sudorosa Kanao.
Aya se incorpora mientras Tanjirou jala de las glicinias plasmadas en la tela blanca, desesperadamente intentando agarrar algo que no sólido, un brazo, una pierna, incluso un dedo, pero no es lo suficientemente rápido porque Aya tira una última vez y el haori se desliza de sus hombros. Tanjirou cae hacia atrás y, ahora que se ve libre, Aya corre, adonde sea que quiera ir.
“Casa, casa, casa, casa”
El haori del patrón se mantiene en sus manos cuando Tanjirou va tras ella, gritando su nombre esperando que lo reconociese, pero ella ni siquiera se gira. Huele a ira, ahora que el olor a glicinias se ha ido, solo hay ira.
Pero era distinta, Aya siempre había estado furiosa con alguien, pero de esa furia quemante ya no queda nada. Esta no era así. No es ácida, sólo salada, como si naciese de sus propias lágrimas, y parece que siempre ha estado ahí, solo oscurecida por el olor más violento de la otra.
Aya corre por la Mansión Mariposa y llega por fin a las puertas del jardín. Por alguna razón, cuando sale, Tanjirou oye a sus gruñidos desaparecer.
La encuentra paralizada, luchando por respirar y con ambos puños a los lados de sus caderas, sangre brotando de allí. Como si hubiese apretado tanto las garras contra su palma que hubiese hecho que ella misma sangrase.
Makoto les sonríe a ambos, suave como siempre. Había algo tras esa sonrisa que parecía indicar que ya había sabido que esto iba a pasar. No se horroriza ante los colmillos de Aya ni se horroriza ante todo lo demás.
—Lo tengo todo bajo control —murmura, desviando su vista a Tanjirou, quien aprieta más su agarre en el haori del patrón en sus manos—. Puedes dejármelo a mí.
Tanjirou toma una última bocanada de aire y mira a Aya, que mantiene su vista fija en su padre. La sangre continúa brotando de sus palmas.
Retrocede un paso y finalmente se va, aún con el haori. Era lo único que quedaba que oliese a glicinias.
Makoto le mira hasta que se va, finalmente girándose a su hija.
—¿Quieres ver el amanecer conmigo, Ayaka? —ofrece su padre, dándole una palmada a su regazo. Ella continúa mirándole con intensidad, pero no se atreve a gruñir o a enseñarle los colmillos,
—Va... va... le —consigue murmurar con ojos desenfocados, arrodillándose lentamente ante su padre y apoyando la cabeza en sus piernas.
Ayaka tosió, una tos débil y pequeña, tan patética que daba pena verla.
El sonrojo en sus mejillas permanecía aunque Yuu no estaba cerca y no había nada de lo que estar avergonzada. Con la cabeza apoyada en las rodillas de su padre, fuera, en el porche de su casa, ambos observaban las grandes tormentas que dejaban caer su bondad sobre los campos de arroz.
Llueve, lo que significa que el arroz crecerá sano y podrán comer todo lo que quieran ese invierno, sin preocuparse sobre tener que tomar raciones más pequeñas para pagar la medicina de Ayaka o deber renunciar a comprar ropa bonita. Eso a ella le trae felicidad.
—Y al ver a su clan en peligro, Nobunaga decidió enfrentarse con valentía al ejército de cuarenta mil hombres con solo tres mil soldados —narraba Makoto, acariciando el pelo de Ayaka, quien le miraba con ojos muy abiertos.
—¿Ganó? ¿Consiguió ganar Nobunaga? —. Ella se llevó ambas manos a la boca en emoción—. Ha estado luchando con gente de su familia para tomar control de su clan, ¡no puede morir ahora, debe liderarlo ahora que su padre ha muerto! ¡Seguro que hizo una súper estrategia y consiguió matar a Imagawa!
Makoto jugó con uno de sus mechones sin dejar de sonreír.
—Si lo cuentas tú, no puedo decirte qué pasó.
Ayaka hinchó sus mejillas, cruzándose de brazos y mirando a otro lado. Pasa un momento para que vuelva a murmurar.
—¿Entonces hizo una súper estrategia o no?
—Si, hizo una súper estrategia —afirmó su padre en un suspiro derrotado.
Ella soltó un grito de alegría.
—¡Seguro que Nobunaga habría podido derrotar hasta al emperador si hubiera querido! —. Imitó el gesto de una espada desgarrando las entrañas de alguien—. ¡Nobunaga Oda derrota a sus oponentes una vez más! ¡Invencible Nobunaga, invencible Nobunaga! ¡Unificará a Japón y terminará con las guerras!
Makoto rió débilmente—. Nobunaga no unificó por sí solo a Japón, no te precipites.
Ayaka le miró como si hubiese dicho la cosa más absurda del mundo.
—Pero Nobunaga es el más fuerte, seguro que pudo derrotar a todos —dijo ella con un ligero puchero. Luego exclamó más animada—. ¡Algún día quiero ser como Nobunaga! ¡Haré que tú y mamá viváis en un palacio y no tengáis que preocuparos por comer! ¡Mis campos de arroz serán siempre dorados y como seré una samurái fuerte no tendréis que comprar medicina para mí! ¡Vestiréis de seda todos los días y haré que Yuu viva conmigo! ¡Todos seremos felices y-!
Su voz fue interrumpida bruscamente cuando Ayaka se vio obligada a encogerse sobre sí misma, siendo sobrecogida por un ataque de tos.
—La época de los samuráis ya ha terminado —anunció Makoto, dándole reconfortantes palmadas en la espalda a una Ayaka con ojos llorosos—. No podrías ser como Nobunaga, no al menos como el Nobunaga que tú crees que fue.
Ayaka se relajó sobre sus piernas, la lluvia repiqueteando sin parar y trayendo consigo viento frío que la hacía temblar.
Jugó distraídamente con la tela de la ropa de su padre, una mueca pintada en su cara.
—Ya... eso ya lo sé, pero sería agradable, ¿no? —. Giró su cabeza para mirar a la cara de su padre—. Pero por encima de ser samurái, creo que preferiría que solo hubiese campos de arroz dorados, para que tú y mamá nunca paséis hambre.
La sonrisa de Makoto se volvió más grande.
—Hmmm, ¿es eso lo que quieres? —. Ayaka asintió tímidamente, girándose de forma que su nariz frotaba contra su estómago—. Eres una persona muy amable y buena, A-chan.
Ella le miró interrogante.
—¿Y eso por qué? Solo os quiero a ti y a mamá, también quiero a Yuu y a la señora Kobayashi, a Pelusa, ¿crees que le gustará vivir en palacio? Llenará todo de pelo y- —. Ayaka paró de hablar cuando una gota cayó en su mejilla, preguntándose si la lluvia habría conseguido llegar hasta el porche. Cuando una segunda cayó, alzó la vista para darse cuenta de que el agua venía de los ojos de su padre. Ella se incorporó alarmada, abandonando el regazo en el que tan cómoda había estado—. ¡Papá! ¿¡Qué te pasa!? ¿¡Dije algo malo!?
Él la apretó contra su pecho de forma que Ayaka solo podía sentir cómo se mojaba su kimono, enterrada su nariz contra sus ropas.
—Eres una persona tan amable y eso me hace... feliz —murmuró contra la cabeza de su hija—. El que no hayas salido a mí me hace tan feliz. Yo también espero que puedas conseguir esos campos de arroz dorados que tanto quieres.
—Papá —llamó Ayaka preocupada, cuanto más se mojaba su ropa.
—Pa... pá.
El regazo de su padre se sentía ahora más pequeño, pero aunque fuese incómodo apoyar la cabeza allí y el cuello doliese, no le importaba.
Parpadea y se fija en que sus manos se han movido solas, enterrando las garras en las rodillas de su padre y manchándose más de sangre.
Cuando mira hacia arriba él está sonriéndole lastimosamente.
—Estás enfadada conmigo, ¿no? —empieza él, sin producir ningún quejido de dolor—. Lo siento.
Los ojos rojos de Ayaka se mantienen fijos en él y en su rostro, las arrugas que marcaban años de trabajo, el marrón en sus ojos, la sonrisa que nunca quitaba de su boca. Aprieta su agarre en sus rodillas, haciendo que sangre salga más de sus heridas. De él no viene ninguna reacción a parte de un pequeño movimiento en las cejas que desaparece tan pronto como viene.
—¿A qué... qué... qué te refie... fieres?
Esa era la primera vez que Ayaka veía a su padre abandonar su sonrisa y entrecerrar los ojos ligeramente. ¿Se había él visto alguna vez serio?
—Estás enfadada porque escogí a la amabilidad por encima de ti y de tu madre.
Ayaka niega con la cabeza, decidiendo mirar hacia el verde del jardín. Las garras aprietan aún más.
—No... no... eso no... no... odio a los... pueblo... pueblo... por lo que... nos... nos hicie... nos hicieron...
Su padre la agarra por las mejillas para forzarla a que le mire, lo más brusco que Makoto ha sido nunca.
—Estás enfadada porque dejé que se aprovechasen de nosotros, y preferí que hicieran eso a abandonar mi amabilidad.
Ella se revuelve, pero las uñas ya están totalmente clavadas en la carne de su padre.
—No… eso no es… cierto…
—¿Entonces por qué estás enfadada? —cuestiona su padre, haciendo que Ayaka le mire a los ojos al tiempo que mantiene su cara quieta.
Ayaka suelta un pequeño gruñido e intenta alejarse de su toque.
—Porque... porque tú... enfadada porque tú... no me odias... —. Bufó mientras continuaba revolviéndose, aunque nunca dejando su regazo—. Por dejar... te...no me odias por dejarte... me... enfada... que no me odies... grítame... pega... pégame... lo que sea... pero no sigas... sigas siendo así... después de que... de que... después de que te... tratase... mal... después de todo... ¿por qué?... ¿por qué sigues siendo?... ¿siendo... así?... Quiero... que hagas algo... algo... lo que sea... pero deja de... deja de... de permitir que todos... te pisote... teen... pisoteen...
Makoto parecía compadecerse de ella, tenerle lástima, aunque fuese él a quien pisotearan. Los primeros rayos del Sol empezaban a entreverse, iluminando poco a poco la teja más alta de la Mansión Mariposa.
—No puedo hacer eso, por mucho que te quiera, no puedo cumplir esa petición —murmura él débilmente, esta vez sin atreverse a posar sus manos en ella—. He querido vivir de la manera que mi madre dejó para mí en su último aliento, incluso si tenía que sacrificarte a ti y a tu madre en el proceso.
Ayaka respiraba ahogadamente—. Pero tú... tú sufrías... ¿también?
Su padre desvía la vista al horizonte, frunciendo ligeramente el ceño—. No, no creo que lo hiciese.
—¿No? —se cuestiona Ayaka, como si aquello derribase todo lo que conocía.
Sus padres sufrían, sus padres se quemaban y sus padres eran desgraciados porque sacrificaban su felicidad por otra gente. Eso siempre había sido así, desde que Ayaka tenía ojos, ¿cómo que no?
—Pasé mucho tiempo pisoteando a los demás —. Un profundo suspiro vino desde lo más hondo del pecho de Makoto—. Y creo que hacerle daño a otra gente es... más doloroso que sacrificar otras cosas... Y prefería que nos mirasen por encima del hombro a ser un mal hijo. Siempre he sabido que aquella gente nos odiaba y nunca me importó, aunque sea difícil de creer, no eres la única que puede ver ese tipo de cosas. Pero no sabía que las consecuencias te afectarían tanto, ni a ti ni a tu madre. Debería haber pensado en ello, pero soy tan egoísta como tú, solo fui amable para hacerle honor al alma de mi madre. No soy amable de la forma en la que lo es tu madre, Ayaka, simplemente quería satisfacer a mi propio ego.
Ella por fin frunció el ceño y arrugó sus labios, atreviéndose a enseñarle los colmillos que relucían puntiagudos.
—Te... odio... —. La voz de Ayaka se vio ahogada contra su padre—. Te... odio... te odio... te odio... odio... odio... todo este tiempo... todo... este tiempo... te he odiado... por ser... débil... patético... hombre débil y patético... débil y patético... patético... dejaste que... te pisotearan... piso... tearan... que nos... pisotearan... te odio... odio... odio... te odio...
—Siento que me odies —. La única cosa que su padre hace es acariciar su pelo, incluso cuando los colmillos brillan en la oscuridad—. De verdad que no era mi intención hacerte sentir así, supongo que eso no fue muy amable por mi parte.
Ayaka niega con la cabeza de nuevo y se acerca más a su torso, escondiendo su cara entre sus ropas y envolviéndole en un abrazo
—No... no es eso... Papá es... una persona... buena... y amable... —. Toma una bocanada de aire, parándose un momento—. No... mientas... papá es amable... porque él siempre... siempre fue amable... sin importar qué... nada nunca... le ha hecho odiar... a nadie... así que no mien... mientas... papá es... una persona... realmente amable...
Makoto sonrió, toda tristeza disipándose de su expresión al tiempo que sus cejas se relajaban y abandonaban el ceño ligeramente fruncido
—¿Es eso lo que crees? —. La nariz de Ayaka se frotó contra su ropa al mover la cabeza de arriba y abajo. Makoto se atrevió a acercar una mano a su mejilla, Ayaka no se encogió ante ella —. Me alegra que pienses eso... Pero no es nada en especial.
—¿Espe... cial? —. Repitió ella extrañada.
La luz del amanecer descendía lentamente, bañando más y más las tejas de la Mansión Mariposa y ahuyentando la oscuridad en la que habitaban los demonios.
—Ajá —asiente él. Ayaka ahora tomaba su mano, la piel de su hija estaba mucho más fría de lo normal—. Incluso si no todos a tu alrededor serán amables y no todos serán buenos, tienes que mantenerte firme en lo que crees que es correcto, apegarse a tus ideales sin importar lo que los demás digan. Eso es lo que verdaderamente significa ser una montaña.
La cara de Ayaka sale ligeramente de entre sus ropas, el lugar que había elegido para esconderse, y le mira con ojos muy abiertos.
—No odiaste... ¿no odiaste al pueblo?
Su padre ladeó la cabeza.
—¿Lo hiciste tú?
—Sí —. Ayaka no duda en responder—. Les... odié... pero si... si sigo odiándoles... nunca podré vivir de manera tranquila... No alimentaré... más... el odio... ni la furia... hacerle... daño a otras personas... esa manera de vivir... debe doler... pero me rehúso... a... a odiarles más…
Makoto se llevó una mano a la barbilla, fingiendo estar pensativo.
—¿Entonces qué harás? ¿Les amarás?
Ella se mantuvo en silencio. Su padre suspiró, dejando que la tensión se deslizase de sus hombros.
Las mariposas revoloteaban entre las flores a lo lejos, como peces nadando entre los arrecifes del fondo del mar.
Un mar oscuro en el que Ayaka nunca aprendió a nadar. Las mariposas aletearon alrededor de la cabeza de Takeshi en el suelo, que le enseñó unos colmillos idénticos a los suyos.
—No... no les amaré...—murmuró Ayaka finalmente—. No se... merecen... mi amor... pero sí... sí mi... compasión...
El mar era asfixiante cuanto más tiempo Ayaka pasaba en él sin saber nadar, pero ahora consigue mantenerse por encima de las olas. De alguna manera, hay algo que flota a lo que puede agarrarse para poder respirar.
—Esa es una declaración atrevida, ¿no? Incluso pareces una montaña —dice Makoto, sonriéndole a su hija. Ahí está la compasión de nuevo—. Yo sí que les amé... es una pena que no pudieran amarme a mí.
Ayaka mira a su padre, a los cálidos ojos marrones que ella había heredado.
—Creo... que me muero —susurra, cuando el Sol se alza completamente e ilumina por fin la figura de Makoto—. ¿Dolerá? Papá... ¿dolerá?
Él se inclina para besar su frente.
—No dolerá, te lo prometo —le asegura, la llama de las velas tambaleándose débilmente en sus últimos momentos.
Por alguna razón, Ayaka tenía la sensación de que aquella sería la última vez que vería a su padre.
El veneno finalmente hace efecto y ella cierra los ojos. No pasa demasiado para que se relaje y se vuelva lánguida en su regazo, haciendo que el agarre que había tenido en la mano de su padre se derrite, lentamente deslizándose hacia abajo.
—Ara, ara, tan temeraria como su “aniki”.
La figura de Shinobu Kochou aparece por la esquina, una mano a la cadera y en la otra una jeringuilla lista para ser usada.
—Por favor, Himejima-san, no me pida estas cosas tan de repente, ¿hmmm? —advierte sonriente al Pilar de la Roca detrás de ella—. Tienes una tsuguko ciertamente maleducada.
Shinobu es tapada cuando Himejima da un paso adelante, cuencas rojas alrededor de sus brazos tonificados que repiquetean cuando da una palmada.
—Namu amida butsu —murmura. El río de lágrimas tan característico en él brilla bajo la luz del amanecer—. Siento que esto haya sido tan de imprevisto, Shinobu. Ayaka suele ser muy cuidadosa, no sé qué habrá podido pasarle esta vez. Debo agradecerte por esto.
Shinobu le ofrece un vago gesto de la mano para quitarle importancia y se arrodilla ante Ayaka, dándole un toque con el dedo a la jeringuilla antes de inyectarla en su cuello.
Instantáneamente, la piel de Ayaka adquiere un color mucho más vivo, en contraste al lastimoso blanco grisáceo.
—No hay problema. Solo procura que tu tsuguko no haga que Kanao se rompa más huesos —. Shinobu le dedica a Himejima una sonrisa tensa de ojos cerrados—. Ese demonio podría haber sido decapitado con facilidad, Ayaka debe haber hecho algo realmente estúpido como para acabar así.
Se levanta y quita el polvo de sus rodillas con dos movimientos rápidos de muñeca. Tan rápido como vino, Shinobu desaparece en un aleteo, siendo lo último que se vio de ella el haori con estampado de mariposa.
Lentamente Ayaka deja de temblar, las garras se vuelven más pequeñas, los colmillos dejan de parecer puntiagudos y la sangre se disipa de la tierra en sus ojos tras los párpados cerrados.
Himejima posa una mano en la cabeza de su tsuguko, encima de la de Makoto.
—Cuida de mi hija por mí —le pide él al Pilar de la Roca. Puede que Himejima sea ciego, pero no hay que ver para identificar lo doliente de la voz del padre de Ayaka.
—Siempre lo he hecho y siempre lo haré —afirma, tan estoico como una estatua de buda sino fuese por las lágrimas.
Makoto le da las gracias con su último aliento, la visión de su madre en el horizonte alzándose con el Sol. Se parecía tanto a su hija.
Silenciosamente, Himejima coge a Ayaka entre sus brazos. Pasa por las flores y pasa por la enfermería. Kanao no le mira, sentada desde una de las camas allí, con Shinobu soltando maldiciones por lo bajo al tiempo que revisa su pierna.
—Aya... —. Himejima se para de repente, girándose para oír más claramente a quien sea que haya llamado el nombre de su discípula.
Tanjirou se aferra al haori del patrón en sus manos que es lo único que queda de ella. Aya había decidido irse con Himejima, había preferido abandonarle a quedarse y verle arder. ¿No había dicho ella que sería doloroso? ¿Y que si se convertía en alguien como su padre ella le odiaría?
«Ah, pero eso a ti te da igual» sisea la Aya furiosa en su cabeza. «¡Preferirías que me quedase, preferirías que me doliese a que te abandone! ¡Y eres malditamente egoísta por ello! ¿¡Cómo puedes desear tal cosa!?»
—El niño demonio —. Himejima reconoce su voz—. ¿Necesitas algo?
Tanjirou observa el rostro de Aya, apoyado sobre el pecho de su maestro. Está durmiendo de forma tranquila, de esta manera no se quemará con el fuego de su egoísmo, y eso era lo que ella había querido.
—No, —dice Tanjirou, llevándose el haori a su pecho—. No necesito nada.
Himejima se gira de nuevo, dirigiéndose en toda su enorme gloria hacia la puerta, pero Tanjirou le para de nuevo.
—Himejima-san —. Se mantiene en silencio ante los ojos lechosos del Pilar de la Roca. Era, realmente, inmune a todas las miradas tanto de los discípulos como del maestro—. Buen viaje.
Él asiente antes de salir por la puerta, tiene que agacharse para no chocarse. Tanjirou no despega los ojos de él hasta que desaparece.
Cuando se gira, Zenitsu suelta un chillido agudo.
—Tanjirou, eh... ella... —empieza tembloroso, siguiendo a Tanjirou quien se dirige a quien sabe dónde, sin poder ver la expresión en su rostro—. A-chan me pidió que no te dijera nada y...
Él niega con la cabeza, doblando el haori de Aya y dejándolo sobre su cama. Zenitsu se mantiene quieto, esperando. Lo que recibe en respuesta es la misma sonrisa del Tanjirou de siempre.
—Vamos a entrenar, Zenitsu —dice, quitándole el último rastro de polvo al haori de Aya y empezando su camino al dojo de entrenamiento—. Así no conseguirás usar la respiración todo el tiempo.
—Pero A-chan —intenta Zenitsu otra vez.
—Aya ha decidido irse con su maestro —. Tanjirou se encoge de hombros, cálido como solo lo eran sus soles de verano—. No veo el problema ni por qué me lo ocultaste. Al fin y al cabo es lo que ella quería, entrenar para ser pilar. Y quién soy yo para oponerme.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Chapter 34: Un demonio, dos demonios
Chapter Text
Entre las mullidas sensaciones y los sentimientos blancos, Ayaka soñó con un demonio.
La Mansión Mariposa estaba lo más vacía que podía estar, teniendo en cuenta que el Sol todavía no había salido.
Las heridas de Kanao no eran demasiado, al menos, Ayaka supuso, no para alguien como ella.
Kanao Tsuyuri, tsuguko y aquella que veía tanto como Ayaka. Ser tsuguko tenía que ver con la fuerza, y aunque Kanao no parpadease, no suspirase o siquiera murmurase palabra mientras que no se le fuese dicho, seguía siendo mejor que Ayaka. Más rápida, más ágil, más inteligente, más hábil, y aquello no tenía nada que ver con la pasividad de Kanao ni con sus similitudes a una frágil flor. Y por mucho que Ayaka sea una montaña y Ayaka sea una estatua de piedra que podría haber tenido en ella plasmada la cara del Buda Amida, seguía siendo inferior a una simple y débil flor.
Pero las montañas siempre habían mostrado compasión hacia las débiles flores, ¿no? Dejan que entierren sus raíces en sitios recónditos muy a lo alto, como un punto de color en un sitio donde debería haber solo piedra, pero allí estaba, y Kanao era el tipo de flor que podía sobrevivir al invierno, al fin y al cabo, había cerrado sus pétalos por un invierno mucho peor.
Es por eso que Ayaka se encuentra enrollando las piernas de Kanao con vendas, haciéndolo lo mejor que puedo con un pequeño ceño fruncido y lengua ligeramente entresaliendo en concentración. Quién podría haber pensado que alguien que hubiese pasado tanto tiempo entre algodones y vendas no supiese limpiar siquiera unos pequeños cortes.
—Ayaka-san —llama Kanao débil, y eso hace que ella levante la vista—. Hay alguien en la puerta.
—¿Quién demonios estaría despierto a-? —. Su voz se irrumpe bruscamente cuando ve a Yuu, ojos negros que cargan con bolsas pesadas y negras.
—Ah, tú... —murmura Ayaka, volviendo su vista a las heridas de Kanao, esparcidas por sus deliciosas piernas blancas. Aunque esté de espaldas ella mira a Yuu de reojo, la pesadez en su figura, el sudor que hace que su pelo brille desagradable. No le gusta—. ¿Qué haces fuera de la cama tan temprano?
Yuu arruga la nariz de una forma que no es normal, demasiado furioso como para que sea él.
—Bueno, perdona el hecho de que no haya podido dormir, no todos tenemos dulces sueños —ladra ácidamente, pasando distraídamente una mano por su frente. Algo bajo la piel de Ayaka late con fuerza ante la vista, y aquello derrite toda tensión que hubiese podido tener.
—Tú... no... eso no era a lo que yo... —susurra ella, orejas rápidamente tornándose rojas, por fortuna ocultadas por su pelo.
Yuu la ignora y apoya una mano en la camilla donde Kanao está sentada, pasando los ojos perezosos por el desastre sangrante en el que Ayaka ha convertido las vendas. Son ojos de lince, negros y vacíos que dejaron sus estrellas caer en sus mejillas, y en ellos, con un simple vistazo, Ayaka encontró a un Yuu diferente al que conocía. No era el que la atormentaba por las noches por mucho que sus ojos taladren agujeros sobre ella.
Cuando su mirada se torna tan juzgadora que ella no puede ignorarla, Ayaka alza las manos al aire irritada y se gira hacia él.
—¿Qué?
Él simplemente apunta con el dedo.
—Lo estás haciendo mal.
Las mejillas de ella queman rojas cuando habla:
—Eso ya lo sé —. Ayaka continúa jugueteando con la tela que por mucho que intente no se queda alrededor de donde quiere que se quede—. Si vas a seguir soltando cosas así-
—Oh, cállate —le dice Yuu, apartándola con un empujón del hombro y tomando la labor que Ayaka ha dejado a medias en sus manos—. Déjamelo a mí, ¿quieres? Kanao no se merece ser víctima de tu orgullo.
Ayaka hincha las mejillas y frunce el ceño, los patrones del suelo parecen mucho más interesantes que los ojos de cielo nocturno de Yuu.
Él desenrolla y se deshace de las vendas que Ayaka ha vuelto inservibles, desechándolas con la facilidad que Ayaka había mostrado al cortar cabezas de demonio en el monte Natagumo.
—¿Qué bicho te ha picado? —dice ella para sí, retrocediendo ligeramente. Yuu ladea la cabeza entrecerrando los ojos.
—Pesadilla.
Eso parece explicarlo todo.
Antes de que Ayaka pueda parpadear Yuu se levanta, dejando a su paso un impecable vendaje. Kanao parpadea, sin mostrar ni agradecimiento ni ingratitud. Cuando Yuu se queda un rato mirándola, esperando a que diga algo, es Ayaka la que habla:
—Ella es así —. Entorna a los ojos hacia él, a lo que él suelta un murmullo—. No le tomes importancia.
Extiende entonces una mano hacia Kanao, ella lanza la moneda y termina aceptándola, dando un ligero salto cuando baja de la camilla.
—Todo listo, chica mariposa —. Ayaka da un paso mínimo hasta ella, suficiente para susurrarle al oído. Kanao no tiembla cuando lo hace, ni cuando Ayaka entrelaza sus dedos entre los suyos—. Aunque seas una muñeca sigues sangrando, dudo que a la señora Shinobu le guste que lo hagas, así que al menos toma la moneda y decide con ella dejar de hacerlo.
Los ojos púrpura de Kanao vuelan a la cara de Yuu, quien se mete desinteresadamente un dedo en la oreja. Parece no haberla escuchado, y el pensamiento de que ocurra lo contrario solo hace que tenga las ganas de pellizcarse las piernas.
Cuando lanza la moneda, en cambio, se encuentra la cara de Ayaka, dorada, sonriente y resplandeciente. Desaparece en cuanto la ve, siendo bienvenida por la cara "sí", y Kanao no puede hacer otra cosa que sudar.
Sus manos tiemblan por encima de su falda donde tiene las ganas de clavar sus uñas, pero Ayaka la mira curiosa con los puños a las caderas. Entonces por alguna razón Kanao decide "no", que eso es lo que está pintado en la cara de su compañera, así que lentamente asiente con la cabeza y se va, ambos pares de ojos que se han conocido toda una vida siguiéndola hasta que desaparece por la puerta.
—Kanao es rara —remarca Yuu frunciendo el ceño ligeramente cuando ninguno de los dos consigue verla.
—No más que yo —apunta Ayaka mirándole de reojo, cejas alzadas.
—¿Crees que tiene la misma vista que tú? —continúa él, girándose a verla.
—No lo creo, lo sé —. Ella se encoge de hombros, reclinándose para apoyarse en la camilla porque sus piernas duelen demasiado y llegar hasta la enfermería y mantenerse arrodillada ante Kanao empezaba a pasar factura.
El resoplido que Yuu exhala de lo más hondo de su pecho debería pertenecer a alguien con décadas vividas a su paso, no a un chico de apenas dieciséis años.
—¿Conseguiste ver a tu aniki?
Puede que la edad se acumule a través de las vidas pasadas que uno lleva detrás, porque Ayaka suena exactamente igual que él cuando suspira de la misma manera.
—La señora Shinobu no me dejó entrar, acabé durmiendo recostada sobre la puerta esperando a que saliera.
Yuu reprime una risa desganada que se torna en un ronquido.
—Al menos tú has conseguido dormir.
Los ojos de Ayaka se pasean de un lado a otro de la habitación en el silencio. Se rasca la mejilla, tan nerviosa que piensa que parece Kanao cuando alguien le habla.
—¿Tu madre?
El "ajá" de Yuu es silencioso y simple, como cortar algo de raíz.
—No sabía que te ponías de mal humor cuando no dormías lo suficiente —comenta Ayaka por lo bajo.
Cansancio es lo que la larga mirada de Yuu le transmite. El cielo nocturno debe echar de menos sus estrellas.
—Todos se ponen de mal humor cuando no duermen —. Hace un gesto con las manos, alzando la cejas malhumorado—. Yo no soy la excepción, ¿sabes?
Siempre había habido cosas que se escapaban a sus ojos.
—Ah, ¿no? —. Ella se veía genuinamente confusa—. No sueles enfadarte, igual que no sueles llevarte bien con niños o sueles ser un cobarde y-
Yuu apoya su cansado rostro en contra la palma de su mano y suspira, lo que hace que Ayaka pare de hablar. La mandíbula de Yuu se tensa juntos con sus puños.
—¿Por qué sigues asumiendo cosas sobre los demás?
Ella parpadea, confusa.
—¿Asu... mir?
Yuu tensa la mandíbula aún más, mordiéndose el labio. Ayaka le mira con curiosad infantil.
—¿De qué hablas? —cuestiona ella, ladeando la cabeza—. A ti nunca te han gustado los niños, ¿no? Y siempre has sido un cobarde, no entiendo qué-
—¡Yo no soy el niño que era cuando tenía once años, Ayaka! —. La forma en que su voz arremete contra ella hace que Ayaka tenga el impulso de dar un paso atrás, de retroceder y esconderse del Yuu de sus pesadillas—. ¡No soy el niño de aquel entonces y no soy cualquier fantasía que hayas creado en tu mente de mí, así que deja a un lado la creencia de que lo puedes ver todo con esos endemoniados ojos tuyos y acepta lo que está justo en frente de tus narices!
Al terminar respira pesadamente, y Ayaka no puede hacer otra cosa que revolverse, nerviosamente retrocediendo en la cama.
Poco a poco el ceño fruncido de Yuu se derrite ante la vista y Ayaka es por fin capaz de dejar de temblar cuando Yuu vuelve a ser como ella espera que sea.
—Perdona —empieza Yuu pobremente
Ella no se atreve a mirarle a la cara.
—Das miedo cuando gritas —susurra al suelo, aferrándose impotente a las sábanas como si eso fuera a hacer algo.
—Ya... —. Yuu frota la parte trasera de su cuello—. Te doy miedo, ¿no?
El silencio de Ayaka es suficiente respuesta.
—Siento eso —. Es lo único que Yuu ofrece como explicación.
Una risita amarga y desganada resuena en la enfermería.
—Creo que mis piernas siguen sin funcionar —. Ayaka alza finalmente la mirada a los cielos de Yuu—. Llévame a la puerta de la habitación de aniki, ¿hmmm?
Y sin rechistar, eso es lo que Yuu hace.
Ayaka habría esperado lo que ya había conocido, la puerta cerrada por dentro de forma que ella no pueda abrirla y horas incansables apoyada contra ella hasta que Genya saliese o Shinobu le diese permiso para entrar. Lo que encuentra, en cambio, es un mohicano.
Los agujeros en su cuerpo no están en ninguna parte. Había olvidado que eso pasaba.
Aun así Ayaka no puede parar de mirar a su pecho, donde había estado el más grande y había sido capaz de ver a través. Pero su pecho está lleno, completo y limpio, como si no hubiese pasado nada y el agujero del tamaño de su cabeza hubiese sido una fantasía.
Si no lo hubiese visto con sus propios ojos, diría que había estado bien hacía apenas unas horas cuando le trajeron.
Tal es la intensidad de su mirada, que cuando Genya devuelve su mirada, Ayaka no se da cuenta.
—¿Me vas a mirar todo el día?
Eso la hace dar un respingo, apoyada en Yuu, y dirigir sus ojos a su cara, en la que Genya tiene un ceño fruncido acompañado de una mueca. Si no le conociese diría que está enfadado, pero sabe de sobra que su cara se contrae en esa expresión por naturaleza y simplemente tiene que aceptar eso como algo suyo.
Ayaka parpadea, vuelve a poner sus ojos en su pecho y le mira a la cara de nuevo, alternando varias veces hasta que se marea. Cuando no tiene otra opción que mirarle a los ojos, pequeños, agudos, negros, como si hubiesen pertenecido a una bestia, Ayaka habla:
—¿Cómo... cómo has estado?
Había un millón de cosas que le gustaría decirle, personas de las que les gustaría contarle y lugares que le gustaría describirle, "cómo has estado" no es ninguna de esas cosas.
—¿Es que ahora te preocupo? —. Genya suena acusador, lo suficientemente acusador como para que duela—. Nunca me importaron los cuervos, pero sirven para algo, ¿sabes? Mandar cartas, por ejemplo.
—"Ani-" —. Ayaka carraspea avergonzada, tosiendo forzosamente para pararse abruptamente mientras dejaba que Yuu se la ajustase mejor entre sus brazos. A Yuu, aniki no le mira—. Genya.
Él arruga los labios como si quisiese gruñirle, dando imponentes pasos hasta ella. Ayaka hubiese retrocedido si Yuu no la hubiese estado sosteniendo.
—Que te quede claro, yo no soy tu familia para que me pisotees —. El aliento caliente de Genya choca contra su rostro cuanto más se acerca—. Yo no voy a quedarme sonriendo, ¿me entiendes?
Tal es la cercanía que el pecho de Ayaka da tumbos, tal es la temible apariencia de aniki que la voz de Ayaka flaquea.
—¿Qué-?
«Esto es lo que tanto habías visto venir y aun así no estás preparada, patético»
—¿Cuánto tiempo ha pasado desde la Selección? —. Genya exhala por la nariz un bufido y ella puede ver salir de él olas de ira polvorosa, polvorosa como solo era su esencia y el arma que su aniki usaba para matar demonios. La misma con la que parecía enterrar en aquellos momentos balas venenosas en el pecho de Ayaka con cada palabra que decía.
Ella se ve obligada a posar los pies en el suelo, agarre siempre presente en el antebrazo de Yuu porque sabe que sino no podrá mantenerse en pie.
—¿La... Selección? —. Sí, la Selección Final, aquella en la que Ayaka había visto por primera vez a Kanao Tsuyuri y aquella en la que Tanjirou le había roto el brazo a su aniki.
«Mucho» Ayaka admite en su cabeza, consciente de la pesada carga que conlleva reconocer la culpa de uno mismo. «Ha pasado mucho tiempo»
Es por eso que sabe qué pesada es que no lo hace.
—¿Y qué demonios quieres? —. Alza una mano al aire en un gesto airado, mandíbula lo más tensa que podría estar—. No tengo por qué mandarte ninguna carta sino quiero.
Recuerdos de su estancia en la casa de las glicinias le vienen a la mente, además de dormir en campos de girasoles y trenzar mechones anaranjados, un cuervo entrando por la ventana con una carta en el pico. Una carta en el pico firmada con "aniki".
Genya se acerca hasta ella con pisotones que retumban por toda la Mansión Mariposa, agarrándola por el cuello de su ropa de forma tan brusca que Ayaka tiene que mantenerse de puntillas para que no la levante sobre el suelo.
—¡Estoy harto de ti, niñata malcriada! —. Sus narices se rozan ahora y Ayaka no puede más que fruncir el ceño con fuerza—. ¿¡Sabes lo que significa tu nombre, eh!? ¿¡Lo sabes!?
—¡Claro que lo sé! —grita ella, al tiempo que Genya la zarandea de un lado a otro. Esa no es la respuesta que parece estar esperando.
—¡Ayaka es un nombre precioso, es un nombre en el que pusieron cariño para dártelo! ¿¡Sabes lo que significa Genya!? ¡Porque te aseguro que no es nada tan bonito como "flor colorida", jodida desagradecida!
—¡Suéltame! —. Los puños de Ayaka empiezan a golpear contra el pecho de su aniki—. ¡Nunca sabrías lo que es estar en mi lugar! ¡Tú no lo entiendes!
Genya la suelta por fin, dejando que caiga al suelo con un estruendo. Yuu mira todo desde donde ha estado en todo momento, labios tensamente cerrados.
—¡Y una mierda! —exclama Genya, que se alza alto por encima de ella—. ¡Solo eres una cobarde que no puede ver nada!
Desde el suelo parece mucho más temible. Desde el suelo, Genya no parece el matón que Ayaka había llegado a esperar ver en él.
Y simplemente pasando, Genya acaba en el suelo también. Los nudillos de Ayaka palpitan y él se lleva una mano al estómago, donde ella le ha golpeado.
No hay nada más, solo silencio. Ayaka observa a su aniki y es pronto cuando el arrepentimiento florece en una montaña nevada donde no debería vivir nada. Pero su invierno siempre había sido demasiado piadoso para ser el invierno que ella quería que fuese.
La mirada de Ayaka, por una vez, no es inquebrantable al mirar la forma en la que Genya se encoge de dolor.
—No he hecho que acabes en una urna como cenizas porque tus padres y Himejima-san llorarían en tu funeral —murmura Genya, ojos pequeños y muy abiertos sobre ella—. Pero para mí, estás muerta.
«No, esto no es lo que yo quería. Esto no-»
Y todo sigue cayéndose por la ladera del precipicio, culpa de su determinación flaqueante.
—¡Pues muy bien! ¡No quiero relacionarme con ningún demonio como tú! —. Ayaka le grita, cerrando los ojos con fuerza. Se para un momento para tragar y morderse el labio que tiembla por mucho que clave sus dientes allí, para que el sollozo que estaba a punto de salir no lo haga y rompa su voz furiosa en una doliente.
Genya se mantiene donde está, tan paralizado que parece una estatua de piedra del Buda Amida. Eso era un rasgo que compartían con él tanto ella como Himejima-san, y es más doloroso cuanto más tiempo se queda mirándola.
Pero ella sabía que aniki no era de verdad su aniki, ¿no? Que todas aquellas veces que la había cuidado habían sido simplemente porque Himejima-san lo pidió, porque se veía obligado a hacerlo. Y por mucho que ella hubiese disfrutado las peleas y por mucho que le hubiese querido en aquel entonces, Genya no la quería como a una imoto porque nunca la había llamado como tal y simplemente no habían tenido otra opción que convivir juntos.
No se fijó ni en las cartas que su aniki le mandó ni en cómo, si hubiese querido, su aniki podría haber sido mucho más duro con ella cuando aún vivían juntos. Porque solo sabía mirar a una cosa al mismo tiempo, y, esa vez, eligió mirar a la mala. Tal y como llevaba haciéndolo desde que descubrió que Yuu podía ser tan bueno como malo y cómo en la gente de su pueblo no había nada bueno a lo que mirar.
—Vete a la mierda —le dijo Genya sin parpadear, finalmente levantándose del suelo y desapareciendo en los interminables pasillos de la Mansión Mariposa.
Yuu finalmente soltó un suspiro y se puso a la altura de Ayaka, quien permanecía de rodillas con la vista en algún lugar muy lejos.
—¿Ese era tu aniki? —cuestionó Yuu agarrándola por los hombros para volver a posarla sobre sus pies.
Ayaka no responde.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Cuando despierta, el único demonio que queda es ella.
Para ella había sido siempre algo normal estar en cama mucho tiempo, así que la sensación de desorientación, el crepúsculo en su etapa más temprana y encontrarse en el Estado de Himejima-san no la abruman.
Habían sido incontables las veces que se había colapsado de niña, una y otra vez, sin embargo, el que en la habitación no haya nadie es algo nuevo.
La ausencia de lágrimas había sido, al principio, algo que a Ayaka le había gustado. La ausencia de sus padres trajo consigo la ausencia de sus lágrimas, y ella había estado aliviada, porque siempre, de alguna manera u otra, alguien lloraba cuando ella estaba enferma, porque se moría lentamente y no se podía hacer nada para evitarlo. Aun así lloraban, mojando las mantas que la cubrían como se llora sobre un cadáver y ella siempre debía verlos, porque veía demasiado y no lo suficiente al mismo tiempo.
Aunque sus dulces padres no tuviesen la culpa de que ella naciese siendo débil. Y después de que no estuviesen habían venido Genya y Himejima-san, ambos hombres robustos, ¿no? Pero como si la sombra de sus padres la persiguiese Himejima-san lloraba sobre ella todo el tiempo, rezaba por su alma y su bienestar, tal como lo había hecho su padre ante un pequeño altar y tal como le había imitado su madre, y Himejima-san tampoco tenía la culpa de que ella no fuese fuerte. Genya había derramado lágrimas también, por encima del cuerpo pálido y sudoroso de su "imoto" de la que parecía el alma se le escapaba de entre los dedos. ¿Por qué lloraban todos? Por alguien débil y frágil que ni siquiera podía controlar sus emociones, que se había convertido en demonio por ello y cargaría con aquel pecado el resto de su vida.
Todos lloraban por ella y era odioso, porque no deberían, ninguno uno de ellos.
Ella había odiado que lo hiciesen y aun así, ahora que no quedaba nadie que lo hiciese, Ayaka tuvo las ganas de querer llorar por sí misma en su lugar.
La vista de la casa de Himejima-san era, sin lugar a dudas, una escena familliar. Eso era cierto, igual que despertarse después de estar al borde de la muerte, lo que no es familiar, en cambio, es lo vacía y fría que se siente la residencia del Pilar de la Roca.
A Ayaka solo le toma un momento para darse cuenta de que es porque no hay nadie más. Ah, pero esto ya lo había experimentado antes. Ella había caído enferma, cuando aún tenía once años, y Yuu no había ido a visitarla. Lo recuerda bien, al principio de la etapa en la que se había empezado a comportar de forma extraña y ella no podía predecir lo que haría con sus ojos. Esta vez la culpa de estar sola cae enteramente sobre sus hombros, no en los de alguien más.
La ropa que lleva no es su uniforme, en contraste, es simple tela de un morado claro, y Ayaka supone que debe agradecerle a Himejima-san por ello.
«Cobarde» le susurra la niña en el kimono morado. Ayaka se desliza de debajo de las mantas y sale de la cama, pasando por su lado sin mirarla hasta que se desaparece en una nube de humo.
—A lo mejor si dejase de repetir cosas que ya sé mi conciencia sería de mayor ayuda —murmura Ayaka en un murmullo, arrodillándose ante la pequeña mesa en la habitación y agarrando a su vez papel y tinta.
El blanco se presenta ante ella como un futuro incierto, el pincel tiembla por encima de él, se pregunta por qué se mueve tanto y Ayaka tiene que parpadear para darse cuenta de que es su mano la que está temblando.
—¿Por qué es esto tan difícil? —dice, llevándose una mano a la mejilla.
Los kanjis para el nombre de Tanjirou, "carbón" "sanar" e "hijo", flotan en su cabeza, y eso es lo que Ayaka escribe, lentamente y como si fuese la cosa más aterradora que ha hecho alguna vez, como si estuviese escribiendo "muerte" en vez de "carbón".
Pero algo le dice que Tanjirou, junto con Zenitsu, Inosuke y Nezuko, además de su madre y su abuela, se merecen algo mejor que una disculpa por carta.
Tomando otra hoja de papel, Ayaka escribe, esta vez, con pulso firme, "Querido aniki".
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
El graznido de un cuervo es lo que hace a Ayaka levantar la mirada, ya entonces con una carta escrita a su paso, las negras alas de un cuervo que no ha visto nunca antes en la ventana tapan los rayos del Sol que salió hace poco por el horizonte.
El cuervo la mira, Ayaka le mira de vuelta, ambos con ojos oscuros que nunca se despegan el uno del otro.
Entonces suelta otro graznido, no muy bajo ni muy alto, como si cantase en vez de chillar. Ayaka nota el lazo que hay en su cuello, complementando perfectamente con sus plumas. No hay ni una sola imperfección, ni manchas blancas bajo el ala ni una sola ni voz que rompe sus tímpanos, en aquel cuervo.
—¡Caw! ¡Soy la nuevo cuervo de Ayaka Iwamoto! ¡Caw! ¡Encantada de servir a mi ama! ¡Traigo una carta!
Y por muy impecable que venga el mensajero de la muerte, nunca hará sus noticias menos desgarradoras.
—Nuevo... ¿cuervo? —ella se pregunta, fijando su vista por primera vez en el papel atado a su pata.
Ayaka pega un respingo. Himejima-san sigue sin caber por las puertas de su propia casa, y eso no la sorprende. Lo que sí lo hace es la forma tan silenciosa en la que su maestro entra en la habitación.
—Hime... Himejima-san —dice en un suspiro confuso, echando la cabeza hacia atrás cuando el cuervo aletea hasta ella y se posa sobre su rodilla. Ayaka frunce el ceño, desatando fácilmente el papel en su pata con su nombre "flor colorida" escrito en la letra de su madre.
La mano de su maestro aparece en su campo de visión, impidiendo que Ayaka abra la carta con un leve apretón. Ella alza la vista hacia su cara.
—Himejima-san... —se pregunta—. ¿Por qué llora?
—El funeral de tu padre —empieza Himejima-san, bajo la atenta mirada de su discípula—. Ha sido pospuesto varios días hasta que despertases para saber si asistirías.
Deja ir finalmente de la mano de Ayaka, que cae sin fuerza en su regazo, carta con ella.
—Eso es lo que tu madre te pregunta. No hace falta que la leas sino quieres.
«Duele» piensa Ayaka. «¿Por qué duele?»
Ni los ojos más poderosos del mundo ni el cazador de demonios más fuerte del cuerpo podrían haber evitado aquello, ¿entonces de qué le sirven esos condenados ojos suyos? Porque por mucho que intentes evitarlo, el dolor siempre te alcanza.
El bote de tinta produce un estruendo al caer y romperse en mil pedazos, la mesa se cae y Ayaka con ella, alzando las manos a la cara al tiempo que Himejima-san acude a la fuente del ruido y la abraza.
Así que como Ayaka no podía llorar por ella misma, lloró por alguien más.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Chapter 35: Primavera
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Incluso hacía cuatrocientos años, cuando el Gran Japón había estado en constantes guerras lideradas por señores feudales que envenenaban el país lentamente, había hijos que no deseaban ir al funeral de sus padres.
Es irónico, Ayaka piensa, que después de tanto tiempo, por muchas luces que brillan más que las estrellas inundando las ciudades y por muchas bestias que funcionan con carbón, la gente siempre es igual.
Oda Nobunaga había sido en la época de los samuráis la figura más respetada y temida en Japón. Porque Oda Nobunaga se había hecho lentamente con gran parte de las islas, ganando, conquistando, matando, todo aquel que alguna vez había alzado la espada contra él había sido en un final derrotado.
Había tomado una emboscada por parte de su aliado, Akechi Matsuhide, qué persona tan vil, para acabar con su vida.
El templo Honnou había sido el lugar donde el gran general Oda había decidido descansar, después de aguantar durante tanto tiempo sobre sus hombros incontables victorias que le habían convertido en alguien digno de la mismísima corte imperial.
En un principio solo era un descanso, un lugar en el que dejar que sus huesos dejasen por una vez de estar tensos, como si estuviesen siempre listos para luchar, y no había estado equivocado en tener tal instinto.
Akechi Matsuhide junto a varios de sus hombres atacaron a Nobunaga y él, junto a otros de sus fieles vasallos, se enfrentaron al traidor con la cabeza alta.
Pero por muy dignos guerreros que fuesen, la mayor parte de sus generales estaban repartidos por distintos puntos de Japón, y Nobunaga no tenía posibilidades.
Murió, como todo buen guerrero japonés, cortándose el vientre, (al menos, eso es lo que dicen). El templo que había sido una simple parada se redujo a cenizas, el cuerpo de Nobunaga con él, y hasta entonces Ayaka soñaba con Nobunaga, cuyos restos nunca habían sido encontrados, apareciendo en prendas de oro de su lugar de descanso después de tal feroz batalla. Él castigaría a aquellos que le traicionaron y reclamaría su legítimo puesto como gobernante de Japón, con su armadura y espada en mano, arco a las espaldas y lanza en la cintura, él acabaría con todos aquellos que le hicieron mal alguna vez.
Pero Nobunaga llevaba muerto más de trescientos años, los samuráis habían sido erradicados y ahora la guerra se hacía con aviones, bombas y pólvora. Y parece que después de tanto tiempo con las fronteras cerradas, al abrirlas, los japoneses se habían dado cuenta de que no tenían por qué hacer la guerra entre ellos, sino que podían luchar contra extranjeros.
Y después de todo, de cuánto la vida había cambiado, seguía habiendo el mismo tipo de escoria.
Oda Nobunaga antes de haber sido general era conocido como "Don Tonto". Aquellos maestros encargados de su educación en el arte de ambas la guerra y la escritura decían que era arrogante e irrespetuoso. Vestía como un loco, pieles de tigre y ropas con mangas cortas y de colores extraños.
Pero lo más importante, sobretodo, era que al funeral de su padre el oh gran unificador de Japón había acudido vestido de forma informal. Observando con diversión al lugar de descanso de su progenitor, le había lanzado sin una pizca de duda un brasero al altar con el nombre del muerto escrito allí. Y las cenizas de aquel con su sangre habían tenido que soportar la forma en la que su propio hijo le humillaba simplemente porque estaba loco, ante las miradas sorprendidas de todos aquellos allí presentes.
Ayaka se pregunta en la residencia de Himejima-san, después de haber dicho no a asistir al funeral de su propio padre, si ella habría hecho lo mismo. Hubiese llegado ella a ir, si el brasero habría sido lanzado hacia el lugar donde descansaba su foto con aquella sonrisa que tanta ira le provocaba como Nobunaga había lanzado el brasero al nombre de su padre.
Pero no habrá manera de saberlo porque Ayaka no asistirá.
Piensa en Tanjirou la mayor parte del tiempo, a esas alturas ya debía saber utilizar la respiración todo el tiempo, Zenitsu e Inosuke también, está segura de ello porque sus amigos son fuertes y listos, y no habrá nada que les pare alguna vez, menudos bobos.
La montaña de Himejima-san es mucho menos brillante que el jardín de la Mansión Mariposa, no hay hierba brillante ni flores, apenas pequeños pétalos blancos de jazmín que deben haber florecido por accidente. El sitio más vivo es el rincón de Genya, allí donde había cultivado aquellos tres años incontables bonsáis que la habían dejado anonadada una y otra vez, porque Genya era torpe y bruto, pero la delicadeza con la que podaba aquellos árboles tan pequeños había sido sorprendente. Ayaka ya no se fía de nada de lo que ven sus ojos. Así que para evitar pensar demasiado en cosas que no comprende, lo desconocido siempre había significado peligro (algo que sus ojos no ven siempre había significado peligro), lo que hace es entrenar.
A veces Himejima-san debe pararse un minuto para distinguir si la niña en su casa tiene doce o quince años, porque se sentía demasiado familiar a cuando la había traído al principio. Una cosa pequeña y ácida que exclamaba las cosas en alto como si la gente no la hubiese oído nunca y negaba frenéticamente su ayuda, dedicando su alma a volverse más fuerte con una desesperación casi anti natural.
Su antigua ropa había sido desechada sin consideración ya que ella se negaba a ponérsela, el kimono de niña siendo reemplazado por unos pantalones hakama y el haori rojo que usaba antes de ser despedazado en algún momento anterior a la reunión de pilares.
La pregunta de si fue buena idea nombrarla tsuguko y ofrecerle volver a entrenar con él repiquetea contra la mente de Gyoumei muchas noches.
Él siempre ha sabido que todos los niños son criaturas egoístas, mezquinas y que solo piensan en ellos mismos. Los ojos de los niños son pequeños y no tienen espacio en sus diminutos corazones para otras personas, menos para saber distinguir entre el bien y el mal, es por eso que la presencia de Ayaka había sido tan reconfortante, porque había resultado ser todo lo que él esperaba.
Ayaka era chillona, mandona, orgullosa y parecía estar tercamente centrada en volverse más fuerte por encima de derrotar demonios. Todo por motivos egoístas, por supuesto. Igual que Genya había querido ser cazador no porque quisiese matar demonios, sino porque quería recuperar a la única familia que le quedaba, por mucho que eso fuese en contra de los deseos de esa familia.
—¿En qué coño estabas pensando, Himejima?
—Namu, namu —suspira él.
La cara de Sanemi Shinazugawa se acerca peligrosamente a la suya, el aspecto del Pilar del Viento ha sido descrito muchas veces en suspiros anhelantes por Mitsuri Kanroji, cicatrices por todo el cuerpo, ojos inyectados en sangre y pelo alborotado de un gris cálido, lo que sea que significase gris.
Pero Gyoumei no ha conseguido nunca ser intimidado por el aspecto de alguien, ciertamente no puede si no es capaz de verle, y para él Sanemi no es más que alguien con voz grave que le llega a duras penas a la altura de los hombros. Sabe por la gente del pueblo al pie de la montaña que Genya era supuestamente igual de intimidante que su hermano, y los ojos de su tsuguko podían hacer a incluso el más viejo de los ancianos morir de un ataque al corazón creyendo que aquella niña portaba los ojos del diablo.
Pero para él nunca nada de eso será suficiente, para él, Ayaka es una niña tan baja que solo le llega al pecho y adora a los gatos que siempre rondan por el bosque, Genya alguien que tiene la altura suficiente como para llegar a sus hombros y que disfruta podando bonsáis en la parte de atrás de la casa, a los que Himejima se ha visto obligado a cuidar ahora que él se ha ido.
Creía que habría conseguido librarse de ofrecerles platos con las sobras a los gatos ahora que Ayaka había vuelto, pero extrañamente no vuelve a esa costumbre, y es él quien debe alimentar a la decena de gatos que su discípula ha visto crecer durante su entrenamiento. Namu, namu.
Así que aquellos tan temibles discípulos del Pilar de la Roca eran para él nada más que eso, discípulos, y el Pilar del Viento era en consecuencia nada más que eso, otro pilar.
—Genya quería unirse al cuerpo, y esa es la oportunidad que yo le ofrecí —. Sus dedos, que habían agarrado con fuerza las cadenas de su arma tantas veces, se afianzan ahora a la flauta que había estado tocando sin cesar aquella tarde.
—¿¡Y por qué coño lo hiciste!? —grita Sanemi una vez más—. ¡Ahora ese desgraciado va por ahí intentando matar demonios como un pollo sin cabeza ¿y para qué?! ¿¡Para ser pilar!? ¡Menuda gilipollez!
—Tú dijiste que Genya no es tu hermano, ¿no? —murmura Himejima, de cuyos ojos empiezan a caer lágrimas—. Entonces no debería importarte.
Sanemi echa las manos al aire y suelta de nuevo una serie de maldiciones.
—Déjate de mierdas, Himejima, no conmigo.
Himejima le da un murmullo confuso.
—¿Qué son esas "mierdas" a las que te refieres?
—¡Estás intentando hacerme pensar o algo! ¡Y yo que sé! —exclama Sanemi apretando los dientes—. ¡Deja de hablar en código con tus estúpidas tonterías de sacerdote místico con un tercer ojo!
Himejima no estaba, ciertamente, hablando en código. Y él no era, ciertamente, ningún sacerdote místico con un tercer ojo. Él era simplemente un sacerdote que intentaba tocar la flauta.
—Sino tienes nada más que decir —empieza Himejima una última vez—. Me gustaría que te fueses.
—¡No voy a irme hasta que hagas que Genya se retire del cuerpo! —insiste Sanemi dando otro paso adelante—. ¡Retírale su estatus de díscipulo, échale! ¡Yo que sé! ¡Pero haz que abandone el cuerpo!
—¿Himejima-san? —. La débil voz de Ayaka se asoma por la puerta. Últimamente su discípula suena mucho más miserable, mucho más dolida. Se queda muy quieta cuando ve a Sanemi, y él, extrañamente, también lo hace, como si el horror le abrumase por la posibilidad de que alguien tan insignificante como Ayaka le haya escuchado. Ella pasa los ojos de un pilar a otro en confusión—. ¿Qué pasa?
—Nada, vete de aquí, niña loca —le ordena Sanemi cortante acompañado de un gesto desdeñoso de la mano.
—Usted no tiene derecho a decirme nada, Pilar del Viento —sisea Ayaka ácidamente, avanzando al lugar en el porche donde Himejima solía tocar la flauta. Abandona con tanta facilidad el dolor en su voz que Himejima no puede sino creer que todos los niños engañan a aquellos a su alrededor con la misma facilidad—. Solo responderé ante mi maestro, no ante usted.
Apoya una mano en el hombro de Himejima, ojos agudos dirigiéndose hacia Sanemi como dagas envenenadas listas para ser lanzadas.
—Puedo echarle si eso es lo que desea, Himejima-san —sugiere amenazante. Himejima no hace ningún esfuerzo por quitar su mano de su hombro.
Sanemi alza una ceja y suelta una risa desganada.
—¿Y tú qué eres, un perro guardián? ¿No te valió con proteger a Kamado en la reunión de pilares? —ladra burlón. Ella aprieta la mandíbula antes de lanzarse hacia él.
—¡Cierra la boca! —. Es Himejima quien tiene que agarrarla bruscamente por la muñeca y tirar de ella para que no se abalance sobre Sanemi en una batalla que seguramente no ganará.
Los ojos pequeños idénticos a los de su "aniki" se quedan en ella un momento hasta que sonríe.
—Oh, ahora que me acuerdo, ¿qué haces aquí, con Himejima, en vez de estar con el niño demonio por el que ibas a sacrificar la vida?
Ayaka gruñe como si fuese de verdad un perro guardián, ojos fijos en Sanemi como está acostumbrada a hacer. Pero él está hecho de los mismos vientos helados de los que ella formó la nieve en su invierno, así que no tienen ningún efecto sobre él.
—Eso no es de su incumbencia —murmura al fin, cuando se da por vencida en que Sanemi se postre ante ella y su montaña—. Pilar del Viento, no me haga decir cosas de las que se arrepentirá.
Los ojos grises de Sanemi la escrutinan, con duda.
—¿Qué podrías tú decir que me afectase a mí? Yo no tengo un novio que rompió las reglas del cuerpo. ¿Qué, es que no vais a ir los dos juntitos a proteger demonios que os comerán en cuanto les deis la espalda?
Ayaka hace un nuevo intento de abalanzarse sobre él, y es Himejima quien, de nuevo, la para.
—¡Cállate! —grita furiosa, revolviéndose incansable en el agarre de Himejima—. ¡Da igual que seas un pilar! ¡Da igual que seas el hermano de aniki! ¡Eres un miserable!
Si hubiese tenido lágrimas en los ojos, si hubiese estado sollozando con el cadáver de su madre deshaciéndose entre sus brazos, habría sido lo mismo.
«¡Eres un asesino!»
«Jo-der» piensa Sanemi entrecerrando los ojos.
—¡Eres realmente cruel! —ella continúa revolviéndose—. ¡Aniki se hizo cazador solo para ayudarte! ¡Él quiere estar contigo, eres la razón por la que está en el cuerpo! ¡Al menos deberías darle las gracias!
Sanemi Shinazugawa tenía el pelo y los ojos grises, y no había ni una pizca de color en él que Ayaka pudiese ver. Es quieto, totalmente paralizado por una vez ante las palabras de alguien, que se ve como una estatua de piedra.
—¡La única manera de que aniki abandone el cuerpo es que tú mueras! —grita ella una última vez—. ¿¡Es que no te das cuenta, maldito imbécil ciego!?
Su pecho da tumbos para cuando termina, tomando grandes y ansiosas bocanadas de aire. Lentamente, la mano de Himejima-san se desliza de su antebrazo, y lo único que se escucha es el sonido de su flauta al tocarla.
—¿Quién te crees que eres? —murmura Sanemi, con ojos muy abiertos sobre ella.
—Nadie —. Ayaka exhala cansada—. No me creo nadie... Solo digo lo que veo.
Lo que realmente ve pasado lo bueno y lo malo y pasadas la ira o la admiración.
—Espero que no tenga que volver aquí una segunda vez —le dice esta vez Sanemi a Himejima, que continúa incansable tocando alguna melodía que Ayaka se sabe de memoria.
Es cuando la figura de estatua de piedra de Sanemi desaparece a lo lejos, cuando Ayaka no puede ver más su gris vacío de algún otro color, que ella se desploma a un lado de Himejima-san.
¿Eran todas las estatuas de piedra así? Se veían tan... miserables.
Ella se había creído estatua de piedra, había creído a Kanao estatua también. Por sobretodo, había creído a Himejima-san una estatua de piedra.
Pero no había nadie más estatua de piedra que Sanemi Shinazugawa, y esa era la forma más miserable en la que podía vivir.
Las palabras "ciclo de dolor" resuenan en su cabeza.
Ayaka piensa en Tanjirou y en el patrón. Pero aquella noche soñó con sus ancestros, quienes lloraban por ella tanto como sus padres, su maestro y su aniki lo habían hecho.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Hay días en los que el dolor es soportable.
Esos días Ayaka se sienta con Himejima-san a tomar el té y ambos comentan su recuperación. Su maestro la deja entrenando cuando se va a alguna misión y ella pasa la mañana practicando el patrón de repetición y la tarde en el jardín de Genya, con algún que otro gato de montaña como compañía.
Hay días en los que no lo es.
En esos días Himejima-san no intenta sacarla de la cama, le deja comida en la puerta y está agradecido cuando vuelve y los platos están vacíos. Único indicio de que el cadáver de su discípula no se está pudriendo entre aquellas cuatro paredes.
La luz del amanecer pintan la casa cuando Himejima-san vuelve un día de una misión y se encuentra a Ayaka en el porche.
Aunque estuviese en la cúspide de su recuperación el cuervo todavía no le asigna ninguna misión. Puede que el patrón esté esperando a que ella haga algo.
Ayaka se aferra con fuerza al marco de la puerta, aunque pies fuera, no se atreve a salir.
Cuando Himejima posa una mano sobre su mejilla está fría. Le pregunta si ha pasado la noche fuera, uniforme puesto sin haori que la cubra y lazo rosado manteniendo la trenza en su sitio.
En vez de una respuesta, lo que recibe es una pregunta.
—Himejima-san... —empieza temblorosa—. ¿Crees que puedo... redimir mis pecados?
Los naranjas del amanecer inundan todo, naranjas que bien podrían haber sido del amanecer o de un fuego que lo quema todo a su paso. ¿Cuál es, Ayaka? ¿Cuál decides tú que será?
—Todos podemos redimir nuestros pecados y volver al sendero de las enseñanzas de Buda —. Aquella respuesta podría ser una que cualquier sacerdote o monje le diese. Es solo ahora cuando Ayaka se da cuenta de ello.
—¿Cree usted que hay pecados que no se pueden redimir? —pregunta ella—. ¿Cree usted que hay pecados tan grandes que su peso, sin importar las buenas obras que se hagan, arrastrará a uno al infierno?
—Tú no vas a ir al infierno, Ayaka —le dice Himejima-san con un ceño fruncido.
—¿Y eso usted cómo lo sabe? —susurra ella ácidamente—. ¿Conoce usted mis pecados? ¿Sabe lo que he hecho? ¿Es usted capaz de ver tanto como Buda? ¿Es usted capaz de ver lo suficiente como para juzgarme?
Todos esos consejos, todas esas palabras que solo podían haber venido de su sabio maestro y de nadie más, como portador de la clave al camino de la fuerza que era. Los ojos purpúreos y de muñeca de Kanao Tsuyuri le susurran que eso no es así, los fuertes y marrones de Zenitsu le gritan que aprenda a ver, y los rosados de Nezuko le dicen que su juicio se ha visto erróneo muchas veces.
—Vivo mi vida acorde a las enseñanzas de Buda, eso es lo que importa —dice Himejima-san—. Es la única manera de llevar una vida virtuosa. Redime tus pecados y podrás llevar una vida virtuosa tú también.
El naranja inunda la vista de Ayaka. Ella gruñe.
—Yo no merezco vivir una vida pacífica —dice apretando los dientes—. Yo no merezco unirme al Buda Amida en el cielo.
—¿Por qué no? —pregunta Himejima-san sin pestañear. Las manos de Ayaka se aferran más a la puerta.
—¡Le deseé la muerte a un pueblo entero, Himejima-san! —. Su maestro abre mucho los ojos lechosos que no ven. La nieve derretida arrastra con ella todo a su paso, ya no puede parar—. ¿¡Sigue creyendo que podré redimirme!? ¿¡Que podré unirme a mi padre en el cielo una vez muera!?
—Sí.
Ayaka aprieta los labios y toma su mano, guiándole hasta su cuarto. Con los dedos busca una pequeña grieta en la pared, cuando le da un golpe, la pared se abre y de ella salen a borbotones incontables cartas.
Se gira hacia Himejima-san con el pecho dando tumbos, él se mantiene quieto.
—¡Todo esto! ¡Todos esos papeles que acaba de oír chocar contra el suelo! ¡Son las cartas de mis padres, las he leído todas y las he guardado ahí para que nadie las viese! ¡Sabía que me echaban de menos y aun así no les escribí! ¿¡Sigue creyendo que puedo redimirme!?
—Sí.
Ayaka agarra de su bolsillo el jabón de glicinias y se lo lanza a su maestro, temblando y con los labios apretados. Himejima-san lo esquiva fácilmente.
—¡No puedo amar a nadie! ¡Estoy demasiado consumida por el odio como para hacerlo! ¡Himejima-san, estoy podrida por dentro! ¡El olor a glicinias del jabón solo esconde el olor a ácido! ¿¡Buda me aceptará así!? ¿¡Oliendo a sangre de pecador!?
Himejima-san finalmente posa ambas manos sobre sus hombros y Ayaka se queda quieta, temblando contra el pecho de su maestro.
—Los dioses —dice Himejima-san—. Son misericordiosos.
Las lágrimas brotan en los ojos de Ayaka. Ella se lleva una mano para comprobarlo.
—¿Por qué? ¿Por qué estoy llorando?
La respuesta de Himejima-san es clara y concisa.
—Estás aliviada por poder redimir tus pecados.
Ayaka aprieta más su agarre en las ropas de Himejima-san.
—¿Tú crees?
—Eso es lo que parece.
El gemido más pequeño y patético que una criatura ha producido jamás viene de su garganta solo para ser seguido por sollozos lastimeros.
—Últimamente lo único que haces es llorar —apunta Himejima-san, apegando a Ayaka hacia sí.
—No tengo a nadie que lo haga por mí —responde ella contra su cuerpo—. Tanjirou ni siquiera me ha mandado ninguna carta. ¡Y Tanjirou manda muchas cartas, deberías ver su lista de correspondencia!
Y rompe en llanto con sollozos más ruidosos.
Himejima-san seca sus lágrimas con la palma de su mano y vuelve a poner en su mano el jabón de glicinias.
—Puedes redimirte, Ayaka —le dice—. Cualquiera que sea tu pecado, puedes volver al buen camino.
Ella suspira.
—Eres un maestro horrible, Himejima-san —murmura en su pecho—. Pare de dejar a sus discípulos a la intemperie y guíeles de una manera más correcta, ese entrenamiento de tres pasos es basura.
Himejima-san alza las cejas.
—¿Lo es?
—Es una basura total —dice Ayaka.
Su nuevo cuervo, lazo alrededor del cuello y aleteos silenciosos, se posa en la ventana. Ayaka ve claramente que la carta en su pata está firmada por su aniki.
Sí, podría redimirse.
Ayaka despega la mejilla una última vez del lado de Himejima-san.
—¿Dónde demonios está el haori del patrón?
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Es la primera vez que Ayaka va a una “estación de trenes”.
Una amable pareja es quien la guía entre la gente y le señalan la ventanilla, donde compra un ticket para el “tren” que sale a las nueve desde la plataforma número 7.
Pero cuando la pareja se despide de ella y Ayaka acaba perdida entre la gente, no puede hacer otra cosa que maldecir.
—¿Qué demonios es un tren? —susurra en voz baja, siempre con el ticket fuertemente custodiado entre sus dedos.
Le pregunta a la gente a su alrededor si han visto a un trío con pintas extrañas, describiendo a cada uno de sus amigos con pelos y señales.
—¡Sí, el pelo rojo y un haori a cuadros! Tiene una cierta luz a su alrededor, un aura angelical. ¿Eh, que si hablo del Buda Amida?
—¡No, no, rubio y con ojos marrones! ¿Puede que le haya visto llorando? No estoy segura de si lloraría aquí o no.
—¡Cabeza de jabalí! ¡No lleva camisa y se ríe con carcajadas graves! ¿Retó a alguien a un duelo?
Ayaka no sabía si Nezuko estaría en la caja de madera o no, así que se tomó la molestia de describirla también.
—Pelo largo y un lazo igual que el que llevo yo, con una caña de bambú en la boca. Podría medir un poco menos que yo o tener el tamaño de una niña, no estoy segura. ¡Por supuesto que no le tomo el pelo!
El sonido de pitidos y gritos de “¡Espadas! ¡Tienen espadas, que venga la policía!” hace a Ayaka girarse con un respingo.
A lo lejos, Zenitsu carga con Inosuke y Tanjirou y corre por la plataforma del tren lejos de los guardas, chillando como se podía esperar de él. Ayaka se lleva una mano a la cara donde se pellizca el puente de la nariz, sabiendo que ha encontrado a sus idiotas. «Oh, Buda»
Le da rápidamente las gracias a la madre y la hija a las que les estaba describiendo los ojos cálidos de Tanjirou y echa a correr.
Aquella cosa que todos habían llamado “tren” cuando Ayaka había preguntado suelta un fuerte pitido y, lentamente, se pone en marcha.
Inosuke es el primero en saltar y llegar al tren, riéndose a carcajadas sobre haber llegado el primero. Tanjirou le sigue decidido con la familiar caja de madera a sus espaldas, girándose en cuanto puede porque no soportaría dejar a alguien atrás. Es Zenitsu el rezagado al que le tienen que extender la mano para que suba, entre suspiros de alivio y palmadas en la espalda.
Ayaka nunca ha sido la más rápida ni la más ágil, puede que Kanao les hubiese alcanzado con sus delicados pasos, pero Ayaka no es Kanao y no sirve de nada pensar en qué pasaría si fuese como ella igual que no sirve de nada pensar en qué pasaría si Ayaka fuese como Nobunaga, se ha cansado de perseguir fantasmas que perecieron hace mucho.
Con sus ojos soleados que están más vivos de lo que podrían estar alguna vez los samuráis de la era Sengoku, Tanjirou es el primero en verla.
—¡Cógeme! —le grita Ayaka cuando está al borde del andén.
Zenitsu grita cuando Tanjirou se desliza de los hombros la caja de madera que contiene a Nezuko.
Sus brazos la envuelven, protegiéndola cuando ambos ruedan por el suelo y se chocan sin remedio contra la puerta que guía dentro del vagón.
Ayaka exhala, permitiéndose disfrutar de la candela igual a la de su padre.
—Hey —susurra ante los ojos atónitos de Tanjirou. La sorpresa en su rostro se derrite suavemente en una sonrisa.
—Hey.
—Siento llegar tarde —dice Ayaka igual de sonriente. Juguetea con uno de los botones en el uniforme de Tanjirou pero nunca deja de mirarle—. Me distraje con cosas sin importancia.
Si sus ojos no se equivocaban Tanjirou parecía feliz de verla. Ella lo estaba también.
Y como olvidarlos, los bobos.
—¡Akami Momotaro, has llegado la última! ¡Te he ganado de nuevo!
Los poderosos brazos de Inosuke la levantan del suelo y sobre su cabeza, como si la propia Ayaka fuese un trofeo.
—¿¡Qué!? ¡Si esto era una carrera haberlo dicho primero! ¡Me niego, yo tenía desventaja!
El peso de Zenitsu al lanzarle sobre ambos hace que acaben en el suelo.
—¡A-chan! ¡Has venido, A-chan!
—¡Quítate de encima, Monitsu! —se queja Inosuke, que tiene que soportar a ambos Ayaka y Zenitsu encima de él.
Ella rompe a carcajadas.
—¡Sois estúpidos!
—¿¡Qué me has llamado!?
—¡A-chan, no seas tan mala!
Cuando las carcajadas la dejan sin aliento y Ayaka se seca una lágrima que ha brotado inesperada de su ojo, es Tanjirou quien le ofrece una mano para levantarse.
—Gracias —dice Ayaka sonriendo, sin soltarle incluso cuando ya está de pie—. Gracias por todo.
Tanjirou no puede obligarse a decir nada porque el olor de Aya es dulce, mucho más de lo que lo ha sido siempre. ¿Ha sonreído ella tantas veces alguna vez?
«¿Es esto un sueño?» piensa, cuando se fija demasiado en la forma en la que Aya sonríe. «Debe serlo, pero no parece que lo sea»
Nezuko se asoma desde la caja de madera que Zenitsu había dejado en la esquina, haori blanco y morado en mano.
—¡Oh, Nezuko! —. Aya exclama arrodillándose a la altura de su hermana. Se gira levemente hacia Tanjirou—. ¿Guardaste mi haori por mí?
—Pensaba dártelo, enserio —. Él se rasca la mejilla nerviosamente. Aya niega con la cabeza.
—Ya lo sé, no hace falta que te excuses —. Toma el haori de las garras de Nezuko al tiempo que Tanjirou murmura un “lo siento” y Aya se lo coloca en los hombros—. Gracias por cuidar de él mientras no estaba, y deja de disculparte. Gracias a ti por guardarlo también, Nezuko.
Ella le da un asentimiento satisfecho y se vuelve a meter dentro de la caja.
Inosuke se asoma a la barandilla como un niño, anunciando a gritos su asombro por la rapidez del tren. Zenitsu ojea como Nezuko desaparece con una arruga preocupada entre sus cejas.
—¿La llevarás contigo en vez de dejarla en el cuartel general? ¿No es eso muy peligroso?
Tanjirou niega con la cabeza.
—Con quien más segura está Nezuko es conmigo, no dejaré que nos vuelvan a separar, jamás.
Aya observa a Tanjirou desde su sitio en la barandilla, sin tomarle importancia al paisaje que se mueve rápidamente bajo sus pies.
—Supongo que lo entiendo —dice suavemente contra el aire frío de las noches de primavera—. Las familias deben mantenerse unidas, ¿no? Ese es el mayor regalo que nos ha dado el Buda Amida. Gente que nos quiere.
Tanjirou le devuelve la misma mirada.
—Supongo que sí.
—Oh, ya empiezan otra vez —murmura Zenitsu para sí, retrocediendo lentamente hasta la esquina donde está Inosuke y llevándose ambas manos a las orejas—. El ruidito de enamorados que hacen cuando se ponen así es insoportable. ¿Soy yo, o es ahora más alto?
Inosuke gira la cabeza hacia él, interrogante.
—¿Eh? ¿Entonces cuando va Yuno a comerse la cabeza de Tontaro?
—¡A-chan no es un bicho, estúpido jabalí!
Ayaka observa con gusto una última vez más la sonrisa de Tanjirou.
Sí, podría redimirse.
Notes:
ah, por fin!
celebramos el fin de esta fic! la segunda parte ya está publicada en mi perfil así que empezaré a publicar allí
Sin más preámbulos, con treinta capítulos se pone fin a "Stone Cold"! Ha sido un gran año y medio, muchas gracias por todo!

Miko (Guest) on Chapter 1 Mon 22 Jul 2019 01:48AM UTC
Comment Actions
leguink on Chapter 1 Sat 16 Nov 2019 11:53PM UTC
Comment Actions
folkadot on Chapter 1 Sun 27 Oct 2019 02:47PM UTC
Comment Actions
leguink on Chapter 1 Sun 27 Oct 2019 02:49PM UTC
Comment Actions
folkadot on Chapter 1 Sun 27 Oct 2019 02:50PM UTC
Comment Actions
Lovinurbuks on Chapter 1 Tue 14 Apr 2020 09:13AM UTC
Comment Actions
leguink on Chapter 1 Thu 16 Apr 2020 11:56PM UTC
Comment Actions
rkive_taza on Chapter 1 Tue 21 Oct 2025 01:57PM UTC
Comment Actions
Kat_Is_A_Kitty on Chapter 8 Mon 11 Nov 2019 08:16PM UTC
Comment Actions
leguink on Chapter 8 Sat 16 Nov 2019 11:37PM UTC
Comment Actions
belcher on Chapter 8 Tue 12 Nov 2019 04:02AM UTC
Comment Actions
leguink on Chapter 8 Sat 16 Nov 2019 11:51PM UTC
Comment Actions
belcher on Chapter 10 Tue 03 Dec 2019 12:58AM UTC
Comment Actions
leguink on Chapter 10 Fri 06 Dec 2019 11:34PM UTC
Comment Actions
Caigdimo on Chapter 10 Fri 06 Dec 2019 03:03PM UTC
Comment Actions
leguink on Chapter 10 Fri 06 Dec 2019 11:41PM UTC
Comment Actions
Caigdimo on Chapter 11 Sat 07 Dec 2019 09:56PM UTC
Comment Actions
leguink on Chapter 11 Sun 15 Dec 2019 06:31PM UTC
Comment Actions
belcher on Chapter 13 Tue 31 Dec 2019 01:39AM UTC
Comment Actions
leguink on Chapter 13 Mon 13 Jan 2020 09:21PM UTC
Comment Actions
Account Deleted on Chapter 16 Tue 28 Jan 2020 10:08PM UTC
Comment Actions
leguink on Chapter 16 Sat 01 Feb 2020 11:15AM UTC
Comment Actions
Account Deleted on Chapter 16 Sat 01 Feb 2020 02:55PM UTC
Last Edited Sat 01 Feb 2020 03:22PM UTC
Comment Actions
leguink on Chapter 16 Thu 06 Feb 2020 09:06PM UTC
Comment Actions
Tayna (Guest) on Chapter 16 Fri 31 Jan 2020 01:22AM UTC
Comment Actions
leguink on Chapter 16 Sat 01 Feb 2020 11:19AM UTC
Comment Actions
Tayna (Guest) on Chapter 16 Sat 01 Feb 2020 02:08PM UTC
Comment Actions
leguink on Chapter 16 Thu 06 Feb 2020 09:03PM UTC
Comment Actions
Tayna (Guest) on Chapter 17 Tue 18 Feb 2020 02:04AM UTC
Comment Actions
leguink on Chapter 17 Fri 06 Mar 2020 05:03PM UTC
Comment Actions
Account Deleted on Chapter 19 Mon 16 Mar 2020 02:07PM UTC
Comment Actions
leguink on Chapter 19 Sun 29 Mar 2020 01:19PM UTC
Comment Actions
Account Deleted on Chapter 19 Tue 31 Mar 2020 02:19PM UTC
Comment Actions
leguink on Chapter 19 Fri 03 Apr 2020 12:29AM UTC
Comment Actions
Account Deleted on Chapter 21 Mon 06 Apr 2020 03:16AM UTC
Comment Actions
leguink on Chapter 21 Thu 16 Apr 2020 11:47PM UTC
Comment Actions
Account Deleted on Chapter 30 Sun 11 Oct 2020 05:42PM UTC
Comment Actions