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Atención señoras y señores, damas y caballeros, queridisima tripulación. Les habla Topa, el capitán del Junior Express para informarles que estamos a punto de partir a la estación amor. ¡Que disfruten del viaje!
El comunicador chasqueó al ser colocado en su puesto. Topa dio un rápido rodeo por los ojos de Lila antes de regresarlos al camino.
—Lila, encender motores.— declaró con una pequeña sonrisa y gesto decidido.
Ella hizo otro tanto al precionar los botones correspondientes —Motores encendidos.
—Fijar rumbo.
—Rumbo fijado.
—A la estación sonrisas... ¡Allá vamos!
Normalmente en ese momento el capitán sonreía y expresaba su alegría por comenzar un nuevo viaje, por el destino o por cualquier cosa en general. Luego diría algo para justificar su pronta huida hacia cualquier otro sitio del monorrail evitando completamente a la conductora del mismo.
Sin embargo, esta vez el silencio se extendió entre ambos llenando los hasta los más recónditos lugares de esa cabina. Sus ojos achocolatados, inconscientemente vagaron hacia ella y se fijaron en su perfil perfecto.
—Topa, me harías un gran favor si... Fueras a ver a los rulos.
La voz de la joven mujer lo sorprendió. Lila estaba llorando silenciosamente y él no se había percatado de esto, esa frase expresada en un solemne hilo de sonido se lo confirmó.
Topa respiró hondo, esto había sido suficiente. Ya no quería negar los sentimientos que se arremolinaban entorno a ambos, porque no se irían si simplemente los ignoraba. Porque por más que buscara excusas y otras personas para llenar dicho vacío, Lila seguiría ahí, en lo más profundo de su pecho y de la forma más dulce y callada posible.
Por lo mismo, y envalentonado por sus nuevas reflexiones, se arremangó las mangas y con paso más bien bailado se dirigió al panel de control. Sus dedos pulsaron en piloto automático y silencio. Algo era seguro, y era que no se permitiría el ser escuchado por cualquier pasajero del Junior Express, menos si lo que pensaba hacer daba resultado.
Lila se cruzó de brazos y fijó su mirada en el suelo. —Topa, ¿a que estás jugando?— le inquirió con renovadas lágrimas silenciosas surcando sus níveas mejillas.
El capitán se acercó a ella, la cual tembló con su cercanía muy a pesar de seguir molesta con él, para empujar la silla en la que se sentaba hacia atrás. Solo unos centímetros atrás, los suficientes para que él pudiese estar de pie frente a ella y mirarla a los ojos. Ella no opuso mayor resistencia, más que la renuencia a devolverle la mirada.
—Lila— comenzó diciendo Topa e inmediatamente ella suspiró, sus manos estaban ahora en sus mejillas y, con delicados movimientos, enjugaban sus recientes lágrimas. Aún así evitó sus ojos, no quería caer tan fácilmente.
El toque de esas manos, por sutil que fuese siempre, creaba una revolución en su estomago. Una sensación tibia y muy agradable se extendía por la piel que él acariciaba, que solo había sido las de sus manos. En esas contadas veces en que la había tomado de la mano en un arrebato de camaradería y amistad pura.
Por ello, este momento era diferente, nunca sus manos la habían hecho anhelar besarlas.
Topa continuó hablando y Lila se obligó a arrancar su atención del toque de sus manos al de sus palabras.
—Sabes que me encanta tu cabello al natural— Lila le iba a espetar que las leyes de los monorrieles decían estrictamente el como debía vestirse la tripulación. Que su peluca roja y formal era el equivalente al carrito de Melody, de la misma forma que la cinta metrica de Doris. Si Lila usaba esa desagradable peluca, era simplemente porque venía con el uniforme.
Pero para su mayor sorpresa, los dedos de Topa ya estaban quitándole dicho accesorio de la cabeza. Suspiró involuntariamente, aunque sentía extraño que Topa se tomase tanto empeño, ella sola habría podido deshacerse de la horrorosa peluca si hacía falta. Pero no se quejó, ni dijo absolutamente nada en el instante en el que su capitán tomaba las horquillas, que mantenían su cabello natural escondido bajo el artificial, y las extraía cuidadosamente.
Mechones castaños cayeron sobre sus hombros creando ondas en las cuales Topa se recreó unos instantes.
—Eres tan hermosa, Lila— le murmuró. Sus esfuerzos por alejar la mirada se desvanecieron instantáneamente. Sus ojos se anclaron en los de su capitán. Su mirada debía ser todo un poema, porque él le sonrió y así siguió mientras hablaba —y te amo. Ya no lo puedo ocultar más, amo cada parte de ti y... no me iré. Los rulos son maravillosos, pero tú eres perfecta.
Nuevas y más pesadas lágrimas reclamaron el momento, pero esta vez de alegría y no de tristeza. Amaba y era correspondida ¡Amaba a Topa y él a ella! sin pensarlo mucho más gritó y se lanzó sobre él. Sus intensiones estaban lejos de derribarlo y caerle encima pero Topa no hizo más que reír y abrazarla más a él.
—¡Oh Dios! Topa, ¿estás bien?
Él miró hacia arriba, donde estaba ella con su cabello cayendo a ambos lados de su cara. Creaban dos murallas de cabello castaño que los separaban del mundo. Estaba seguro de que rió embelesado por la real preocupación de Lila al decir un sutil —Perfectamente.
Lila sonrió también y nada le impidió bajar sus labios hasta alcanzar los de su capitán y fundirse en un beso especial. El primer beso que se habían dado voluntariamente y, para su suerte, el primero de muchos otros.