Actions

Work Header

Through your eyes and heart

Summary:

Había ingresado a su primer año como universitario por recomendación deportiva y, además, becado gracias a sus destacadas habilidades en el baseball. ¿Acaso no habían motivos de sobra como para celebrar? Lamentablemente su padre abusó de ello y, como pocas veces aunque existentes, terminó en el hospital al sobrepasarse con el sake.

Raichi, al día siguiente y después de recibir una llamada telefónica, acude con velocidad al establecimiento médico, sin antes, en una de las bancas, percatarse de un muchacho apuesto y de cabellos azabaches, buscando algo con prisa y bastante desorientado pese a lo claro del día. El menor se ofrece a ayudarlo al ponerse en los zapatos del joven con gafas, quien estiraba los brazos sin éxito alguno.

"¿Necesita una mano?"

Aquella oración cambiaría su vida de ahora en adelante.

Notes:

Muy buenas, soy Carls, autora de Through your eyes and heart (TYEAH).

Me encantaría avisar aparte que este fanfiction tratará o hará mención de temáticas serias como: autoestima (o baja autoestima), cuidado mental/tratamiento de éste/problemas emocionales, inseguridad, familia disfuncional (en leve medida), etc.

¿Por qué? Porque estas situaciones ocurren y me encantaría plasmarlo con la altura de mira necesaria o con el mayor cuidado que tengo en mis manos. Seamos conscientes y dejemos lo que por años en la sociedad ha sido tabú o erróneamente representado. Lean sabiendo aquello, por favor. (¡!)

Dejo en claro, además, que con mencionar pueden ser PINCELADAS a estos temas y no tan explícito. Mas, como corresponde, dejé la advertencia debida que es más bien un aviso.

Asimismo, están en su derecho de dejar de leer si les llega a incomodar algo. Aunque, aclaro, ese NO es el propósito por NINGÚN MOTIVO de este fanfiction. Trataré de no desequilibrar mensaje como sentimientos (y obvio que el fluff y shipp detrás).

Además, contendrá Ooc (out of character) eventualmente, y aparición de algunos OC creados con fines narrativos. Y, por último, TYEAH será un slow burn, o intento de ello, por ende no todo volará de un capítulo a otro.

De antemano muchísimas gracias, y disfruten de la lectura ♡.

Chapter 1: Prologue

Chapter Text

» Through your eyes and heart.

 

El pronóstico indicaba que amanecería nublado, y Todoroki Raichi se alistó pensando en aquellas palabras pronunciadas minutos atrás por la señorita del tiempo, cubriendo su cuello con una bufanda y abrigando su cuerpo lo suficiente para no llegar tosiendo a lo que sería un improvisado destino. "Después de todo," le decía su amigo, "la vida está llena de sorpresas". No recordaba de dónde su despistado compañero de ahora universidad sacaba ideas tan poéticas y poco propias de él, mas sonrió. Escucharle filosofar le alegraba en demasía.

Con la mitad de una tostada en su boca salió del departamento que compartía con su padre, algo pequeño y no tan lujoso como podría esperarse, pero ahora se encontraban bien. Y muchísimo mejor gracias a que la beca recibida hacía muy poco cubría más de lo pensaban los dos. Sin embargo, no por eso podían darse lujos exorbitantes o 'de doble filo', como decía Raizou. Al cerrar la puerta con llave la voz de su ex entrenador de baseball resonó en sus oídos y un recuerdo se reavivó en su mente como si su padre se hallase frente a él.

No podemos derrochar dinero como muchos regocijados, herederos, afortunados, o personas con distinto destino al nuestro. Lo que sí, Raichi, no por ello no vamos a tener nuestras merecidas recompensas cuando el tiempo lo merite. Vive en grande, sueña en grande, hijo, y por favor no seas un vago como tu padre.

Y, aunque no se consideraba a sí mismo de esa forma (pese a que de Raizou no podía decir lo mismo —a ratos—), muchas veces podía estancarse largos minutos, inclusive horas, en sus pensamientos o inseguridades prácticamente inexistentes ante los ojos de cualquier espectador.

Persona que viese a Todoroki Raichi batear mientras que porta el imponente número "5" en su dorsal, sonriente y vuelto una bestia que atemorizaba a cada pitcher que se le acercaba (o a la mayoría de ellos), no podía siquiera dimensionar cuán meditativo era en ocasiones —en su yo 'normal' y sereno, no aquel que jugaba endemoniadamente dicho deporte que ama y lo llevó directo a la beca—. Este jovencito reflexionaba más de lo que cualquier persona podía imaginar, y, contrario a andar gritando a los cuatro vientos, sumergía sus palabras en más y más de ellas leyendo mangas, revistas, o sencillamente permaneciendo callado en clases y, a final de cuentas, durante gran parte del día. Era retraído y tranquilo, muy diferente a la imagen reflejada de sí mismo jugando al baseball o participando con sus compañeros en dicho deporte. Se trataba de una dualidad que pocos (contando a su gran amigo) han podido conocer.

No se evaluaba a sí mismo como un vago, sino que se esforzaba, pero no le comentaba a nadie. No lucía ni presumía. Destacaba en el baseball gracias a cada gota de sudor derramada y por la esperanza de surgir, tener una vida mejor tanto él como quien lo había estado acompañando durante gran parte de su joven vida; motivado, en un principio, en algo tan elemental (y desgarrador para cualquier externo) por disfrutar un plato de comida que quedaba lejos del alcance de él y de su padre, mas éste lo incentivaba como podía; con ello el aura de su único hijo se intensificaba de sólo imaginarlo. No tenía a nadie a quien podía comentarle de su vida, sus añoranzas o penas; ni siquiera a su padre, el único vínculo cercano desde la partida de su madre.

Hasta que conoció a Eijun.

Nunca se había encontrado tan en sintonía con otra persona de su misma edad. Podía decirse que, desde que se conocieron hacía cuatro años, no pudieron dejar de compartir. Y es irrisorio el por qué inició esa tan inesperada relación. El equipo del carismático y extrovertido pitcher había perdido ante el suyo una vez. Raichi jamás apreció, hasta ese entonces, un lanzamiento como el del chico de ojos color miel: quebrados, impredecibles, y... ¿cobraban velocidad mientras llegaban al guante? Sin duda se trataba de algún talento innato y eso motivaba su ser muchísimo más. "Quiero batear, quiero batear", se decía que era lo único que entrelazaba su apacible vida con la del pitcher. Pero no era así. Oh no, era más complejo que eso.

Aquella, sin embargo, es otra historia.


Sus pasos se sentían diminutos y retardados, no como preveía. Llegaba presuroso a lo que se asimilaba una maratón y apenas podía contemplar los pétalos entre blancos y rosados de los cerezos floridos que adornaban el camino de esa mañana, tenuemente iluminada productos de las nubes que apaciguaban la luz del sol.

La tostada ingerida a la rápida permanecía algo atorada en su garganta y su ser, alarmado —pese a que Raichi juraba haberle enviado mensajes de calma o tranquilidad, sin éxito alguno—. Siempre era lo mismo. Resultaba, como era habitual, imposible acostumbrarse a los descuidos de su padre, y más ahora que tenía conciencia de que el tiempo transcurría. Que tarde o temprano lo dejaría —para siempre—, sin avisar quizá. ¿Sería por no haber sido precavido, por haber bebido de más? Sería imposible vivir su vida si permanecía pegado ante la figura de Raizou, por muy extraña y desentendida que sea con él mismo —su propio hijo, su propia sangre— más que con sus ex compañeros de la secundaria, donde él era el entrenador.

No comprendía los sentimientos de su padre hacia sí, tampoco por qué no frenaba su ansia de celebrar todo con alcohol e ir al extremo hasta reventar, ni mucho menos por qué no se acostumbraba a ello, a esas conductas, a ese 'desplazo', ¿cuál era la razón...? Fácil: porque lo ama. Esa era el por qué, tan sencillo, al alcance de su mano, palpable y reflejado en sus pies ardiendo, en cada ojo cristalizado y al borde de sucumbir a ese calor que no sólo se extendía por su cuerpo, sino que también éste vivía en su corazón acelerado.

Estaría devastado de perderlo.

—Papá idiota...

El camino al fin acababa (¿cuándo resultó ser tan largo, de todas formas?), manteniéndose siempre adornado de claras tonalidades, como queriendo transmitirle algo. Ah, cierto, la primavera comenzaría luego, por ello los brotes de cerezos, y a aquello mismo se debía ese equilibrio tan inusual que predominaba en las calles, esa belleza sublime que no logró apreciar hasta pocos minutos después.

Cuando se sintió aliviado de haber llegado, con las mejillas sonrosadas, jadeante, pero se encontraba allí... Fue en ese preciso instante cuando fue capaz de controlar el desenfrenado latir de su corazón, que su chamarra se meció con lo que percibió era el viento, una ráfaga que lo impulsó y le ayudó a retomar su compostura al momento que sus pies, ahora lentos, se encontraban con la acera que daba al hospital donde solían atenderse.

Se quedó helado, como si aquella brisa casual se hubiese colado por cada extremidad, músculo y articulación de su cuerpo, sin saber la procedencia de este inesperado e inusual actuar suyo, adormeciendo su tibia anatomía. ¿Tan en blanco tenía su mente?

No, no era eso.

Acostumbraba a no ver una exuberante cantidad de pacientes cuando asistía (y podían) ir al doctor, mas sí algunas personas, por lo que su plano mental —que sí, tenía; dejémoslo en claro— consistía en ancianitas caminando acompañadas de sus nietos o hijos, niños; uno que otro adulto, y nada más. ¿Es que le temían a las nubes que, ahora que había llegado él, no había particularmente nadie? Simplemente... era raro.

Aunque, no obstante, ni el terreno, tampoco aquellas bancas, se hallaban del todo solitarias como notó en su primer parpadeo. Había alguien ahí, y fue en aquella persona en la que posó su atención. Plenitud de ella.

Como centro de interés, una silueta (más alta del promedio de los chicos de su edad, cabe mencionar) yacía algo inquieta en uno de los 3 banquillos que se encontraban paralelos a la acera que dejaba a cada paciente ad portas del complejo hospitalario. Raichi no se cuestionó en primera instancia qué podía mantener a ese joven incómodo o nervioso, ni mucho menos se sintió extrañado por el poco común uso de unas gafas de sol cuando, sinceramente, no había ni un rayo de sol en el cielo. Ni siquiera por asomo.

Su forma de pensar era bastante simplona, a veces; pero ya vimos que no ocurre el 100% de los casos. Ahora mismo... no sabía qué hacer. Obviar la existencia del muchacho e ir directo donde su padre era una opción, la otra consistía en... ¿ayudarlo? ¿Ayudarlo a qué? ¿Con qué? ¿No había sólo perdido su teléfono?

Entre las dudas y dudas que alteraban su mente, complicándola, caminó un par de pasos hacia el frente, en dirección al joven. Raichi miraba el suelo, y justo cuando frenaría su andar, se vio interrumpido a siquiera hacerlo. Se exaltó al oír la aventurera voz de aquel muchacho.

—Creo que me estabas viendo, ¿no? —el menor pisó firme y negó con la cabeza instantáneamente y con el rostro ardiendo. El joven suspiró— No te culpo, no hay nadie más aparte de mí —resignado, el desconocido se quitó la gorra que llevaba puesta y se abanicó con ella unos segundos. Raichi, entonces, pudo apreciar su corto cabello negro que contrastaba con su blanca tez—. ¿Necesitas algo?

Eso debería preguntarlo yo... pensaba el menor, quien jugueteaba con sus dedos.

—Noté cuando llegaste —prosiguió aquel chico—, y pues... frenaste en mi dirección —¿por qué sonaba a que había estado analizando tan profundamente a Raichi si había llegado hacía muy poco?

El aludido negaba con la cabeza y el extraño rió sonoramente—. Hey, seguro que piensas algo, ¿no me dirás nada? —al parecer el joven de azabaches hebras tenía un sentido del humor bastante agudo. Raichi creía que sería más callado, si era honesto. Empero, no le molestaba— O... —el extraño pausó unos instantes— ¿tengo algo en mi cara y te espantó?

En absoluto, era... ¡era un joven demasiado guapo (aunque bromista, no cabía duda), y más aún cuando sonreía! Vestía con una chaqueta abultada azul marino, una camiseta color blanco debajo, y pantalones a juego con la chaqueta; y unos tenis cualquiera. No... ¡no podía dejar de observarlo!

El pequeño bateador rascó su nuca, comenzando a acostumbrarse a ese calorcito ya instalado en su rostro. ¡Todo era culpa de Eijun y sus mangas! ¡Ese joven parecía el típico protagonista de uno de esos cómics, probablemente el posible segundo amor de la heroína! (aquel que lucía como 'peligroso' y atrayente al mismo tiempo, con el que, al final, ella no se quedaba). Si no hubiera leído cada uno de los tomos que su amigo le prestó, estas descabelladas ideas —que constantemente se acumulaban— no se hubiesen colado por su cabeza y no dejaría de imaginar e imaginar tonterías que más bien se adecuaban a un shojo manga que a su propia vida.

—No... no es así —habló al fin, acercándose con lentitud sin dudar o trastrabillar en el intento—. La verdad —hizo una pausa, se sentía extrañamente nervioso y ansioso—, es que lo vi preocupado de buscar algún objeto —como estaba acostumbrado, a los mayores siempre los trataba con respeto; el chico de gafas, apostaba, sería uno o dos años mayor que él— y me llamó la atención —finalizó, orgulloso de la cantidad de palabras que pudo soltar tan de golpe. No era común de él, pero lo logró.

—Oh —alargó con interés el contrario—, así que era eso. Vaya, es que sí, en efecto, no estás mal ahí —añadió, dejando a Raichi el triple de confundido. Se sintió con la confianza de acercarse, tranquilamente, al chico.

—¿Qué extravió? —preguntó el joven de la marca en forma de cruz, yendo al grano sin quitar la vista del contrario.

—Oye, oye —rió sonoramente—. Corta las formalidades, no creo que nos separe tanta edad. Tengo 20 nada más —agregó, clarificando las dudas de Raichi, quien era tan sólo dos años menor que él—. Y perdí algo de este tamaño —con sus manos de forma paralela, le quiso mostrar al contrario que lo que había perdido era de más de quince centímetros de largo—. Pero parece ser que se lo llevaron —suspiró, colocándose su gorra una vez más.

—¿Es tan grande su... digo, tu... tu teléfono celular? —extrañísimo le resultaba a Raichi tutear a aquel joven que, apreció, sonrió al ser mencionado con más familiaridad.

—No hablo de mi celular —aclaró—. Se trata de... un simple palo —simplificó. Lo que menos quería era, sin duda, pedir ayuda. Mas, sin ese pequeño objeto, no podía hacer mucho más que permanecer sentado—. Lo dejé precisamente en esta banca y... lo perdí de pronto.

¿Un... un palo? Nuevamente su básico sistema mental le jugó una mala pasada. Al no recibir respuesta —puesto que el menor continuaba imaginando por qué demonios el desconocido requería de un palo, supuso, de madera—, el extraño se afirmó del asiento para posteriormente comenzar a levantarse, muy lentamente y con cuidado.

Fue ahí cuando Raichi no aguantó continuar estando inmóvil y decidió dejar de lado esa indiferencia que dentro de él le motivaba a estar tan cauto, callado y observador.

Lo diferente de la situación en la que se encontraba le ayudó a atar algunos cabos. Cuando el joven logró ponerse de pie, ya podía comenzar a sacar conclusiones más de cerca, hasta que, lo comprobó todo con una simple pregunta; la que temía hacer de un comienzo y que, instintivamente, no reparó en evitar soltar, porque... así le nació.

—¿Quieres afirmarte de mí?

Chapter 2: New perspective, rushed heart

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

I

 

Él... el joven no podía ver, y Raichi, como habituaba, tardó en notarlo. Ello hasta que oyó un sonido afirmativo de parte del azabache, respondiendo a su pregunta —más ligada a una petición que sugerencia, si era honesto—. Esto se afianzó con el tímido, e inesperado, tacto del mayor —que se contrariaba enormemente con sus bromas y actitudes anteriores— que fue lentamente de la espalda de Raichi (quien era, sin duda y ahora el desconocido lo comprobó, más bajo que él), hasta sus firmes hombros. En el proceso, el menor quedó falto de aire y con el rostro de un fuerte tono carmesí, ardiendo por todos lados. 

Cada contacto entre las manos ajenas, su espalda y posteriormente sus anchos hombros, propinaba a Raichi de corrientes eléctricas que no había sentido en su vida, estremeciéndolo. La sensación distaba de tomar su bate y ponchar a un pitcher con una sonrisa de oreja a oreja. Pese a aquello, no quiso apartarlo e, inclusive, con sutil voz, lo instó a asegurar el contacto, sin importar que por dentro su corazón no tuviese descanso alguno.

Aquel 'palo' era, entonces, lo que poco minutos después comprobaría, y comenzaba a odiarse un poquito por no haberse dado cuenta antes. Por ser necio y menos perceptivo. En tanto, el mayor, cuando ya tenía su mano derecha bien puesta en el hombro izquierdo del chico con el que se topó, le indicó que avanzara, pues se juntaría con su familia. Por supuesto, si es que Raichi no tenía prisa.

El de menor estatura y edad supuso, o más bien creía, que su padre se encontraría durmiendo o descansando producto de los analgésicos que, sabía, las enfermeras le darían. Fue por este motivo que, rápidamente, negó con la cabeza ante el dulce "Si no estás ocupado o tienes una urgencia" ajeno y coló atropellados balbuceos en una negación que le causó gracia al joven veinteañero, quien esbozó una sonrisa al hallar ciertamente muy tierno a su improvisado acompañante.

—¿Me dirías tu nombre, salvador? —una vez más, elaboró una broma que hizo estallar al joven en sus adentros (específicamente su corazón y estómago). El aludido tragó forzosamente, y asintió, emitiendo un sonido casi inaudible aseverando que lo haría.

Demoró un poco mientras, con directriz del mayor, guiaba al desconocido por el interior del hospital, conduciéndolo por los pálidos pasillos con calma y lentitud que, de encontrarse solo, ignoraría con suma rapidez para ir a ver a su padre. Sin embargo, no era el caso.  Ayudaría a este chico y lo dejaría con su familia... porque era lo correcto, porque resultaba injusto y muy insensible dejarlo en la banca sin más. Y Raichi no era así. Si bien muchas veces tenía fama de atolondrado e indiferente sin saberlo o percatarse, jamás pensó en aquello como algo intencional; y esta resultó ser la ocasión para demostrarlo. De brazos cruzados no podía quedarse, más ahora que sabía que, de ese minuto en adelante, debía salir de su coraza para convivir con las personas.  Ya refugiarse en el baseball le sería inútil, porque había un mundo además de eso. Un mundo que no había sido capaz de ver ni disfrutar.

Después de todo, el ser más integral era una de sus metas personales.

—Es... Todoroki Raichi... —evitó, por todos los medios posibles, murmurar; con algo de rubor en sus mejillas, notó que le salió fatal y suspiró resignado.

Hubo un pequeño silencio, dejando sólo las pisadas de ambos testificando la primera vez que el menor evidenció su identificación, con una tímida sonrisa de por medio. Casi nunca tenía que presentarse, si era honesto. Recordándolo bien... la última vez que lo hizo fue cuando conoció a los amigos de Eijun —dos jóvenes en principio: uno de cabellos rosas, algo bajito, y otro con más estatura y cabellos azabaches un tanto azulados—, dos años atrás. De ahí en adelante su propio nombre jamás fue pronunciado ni aludido por su persona. Del solo hecho muchas veces o su padre o Eijun se encargaban.

Comenzaban a acercarse a la sala de espera de oftalmología, como solicitó el joven de cabellos azabaches y tez clara; corroborando más y más lo idiota que resultó ser Raichi. Antes de que pudiera seguir llenando de pensamientos su mente, éste se vio interrumpido en un lapsus de tiempo sumamente corto.

—Todoroki-kun, ¿eh? —el corazón del menor dio un respingo al ser aludido con tanta formalidad que se le hacía tan rara en los labios ajenos. La única persona que le llamada así era el amigo pelirosa de Eijun, mas no era lo mismo. El muchacho más alto sintió cierta comodidad al ver que, en efecto, el chico que se ofreció tan amablemente a acompañarle a ver a su familia, y así recuperar su bastón para ya no molestar a nadie, tenía una suave voz que se contradecía con sus anchos y firmes hombros (sin mencionar su tensa espalda, como si hiciera constantemente deporte)—. Es realmente un gusto —respondió, moviendo a modo de vaivén los dedos que tenía sobre el hombro ajeno, saludándolo con ritmo.

—Igualmente... —añadió Raichi, aturdido por ese sutil pero potente movimiento. Para él, el simple tacto lo remeció por completo y casi le hace dudar en su caminar. Tragó en seco. Su timidez lo iba a matar en cualquier momento. Asimismo, le alegró muchísimo esa simple respuesta; y, por primera vez desde que se conocieron fortuitamente, soltó una risita, como solía hacer. No bulliciosa, más tranquila pero sin perder su esencia— Kyahaha.

Tan simple, tan feliz, tan... tan inesperado resultó todo, aún más en sus adentros, donde comenzaba a no irritarse ni asustarse en sobremanera por la situación; hecho que ocurría constantemente producto de su personalidad.

—Qué inusual risa, Todoroki-kun —soltó el mayor, moviendo el cuerpo levemente al reírse casi imperceptiblemente. Continuaban avanzando lentamente y él sabía llegarían pronto; unos metros más y la sala de espera sería alcanzada por ambos—, ya me extrañaba que fueses tan calla-

—¡Shun-nii! ¡Shun-nii! ¿Estás ahí? —ambos jóvenes se tensaron de inmediato. Al parecer ya se habían encapsulado sólo los dos en lo que ni siquiera llegó a ser una conversación decente. Una voz de lo que parecía ser una niña pequeña hizo que tanto Raichi como su acompañante detuvieran su pasar. 

¿Shun-nii? 


La verdad resultaba, en principio, sumamente imprevista y algo que Raichi jamás imaginó. Mientras ya había ayudado a su acompañante a tomar asiento en una de las sillas que ahí habían, una jovencita de 10 años de edad —le contó él— y que vestía de tonalidades claras, yacía en ese mismo instante en las piernas de quien resultaba ser... su hermano mayor. Y fue aquella niña la que, avergonzada, llevaba el bastón metálico que su hermano había estado buscando anteriormente con desesperación.

—Lo lamento tanto, Shun-nii —se disculpaba la menor de ojos oscurísimos y profundos, ahora vidriosos; Raichi notaba el arrepentimiento de la jovencita—. No quise llevármelo, de verdad —repetía, ahora abrazando al extraño del cual Raichi aún no sabía su nombre.

—No fue tu culpa, Shizu —respondió el aludido, volviendo a la calma al esbozar una sonrisa luego de haber soltado un suspiro de alivio—. Perdí la noción del tiempo y creí que llegaría tarde con el doctor —explicaba, a lo que su hermana menor asentía, enterrando su rostro en el pecho del mayor mientras éste sobaba su espalda con ternura; de paso, era acariciado por los lacios y oscuros cabellos de la pequeña—, seguro te lo llevaste porque querías ayudarme, ¿no es así?

Su hermanita se enderezó y lo observó. Aún seguía sin acostumbrarse por completo a ver a su querido Shun-nii con gafas oscuras prácticamente cada vez que salían de casa. Mucho menos su mirada clara y perdida en lo que, para él, resultaba ser un abismo sin fin. Su labio inferior tiritó un poco, producto de lo impotente que se sentía pese a ser una niña. Sabía a la perfección cómo, quien comenzó a admirar luego de que perdiera la visión y se mostraba resiliente, aún sufría y odiaba depender de ella, tan chiquita, además de su madre. Poca edad tenía, pero no se encontraba perdida en lo que respectaba el tema.

Así, la autonomía se alejaba del estudiante. Ella volvió a lanzarse a sus brazos, pidiendo disculpas una y otra vez, agitándolo un poco. Cuando fue capaz de hablar, respondió. —S-sí, no quería retrasarte ni nada. Yo quiero... quiero ser tus ojos, Shun-nii.

Era la primera vez que Shizumi soltaba algo como aquello, tan serio y a la vez tan profundo. El mayor quedó mudo y conmocionado, con el corazón encogido y sorprendido. Cerró su boca inmediatamente, puesto que, apenas las palabras de su hermanita se colaron por sus oídos, sus barbilla se abrió casi súbitamente. Por qué, Shizu... Retomó el contacto con la menor, olvidándose de todos, de Todoroki Raichi y su madre, quienes observaban la situación mudos pero envueltos del dolor y la tristeza, junto al amor que la escena emanaba. La estrechó entre sus brazos, incapaz de responder; esperaba que fuese suficiente para corresponderle. No deseo que me digas eso... tan pequeña...

—No solamente ella desea eso, Shunpei —la suave y pausada voz de su madre lo sacó de sus pensamientos, como leyéndole la mente, al tiempo que se acercaba a ellos, haciendo sonar lentamente sus tacones bajos en el cerámico. Una vez junto a sus dos hijos, se puso en cuclillas y los abrazó, manteniéndose los tres unidos—. Las dos estamos aquí, contigo, cielo —susurró cerca de ellos, meciéndolos con ternura y afecto. Pese a que era bellísima en demasía, se le notaba el cansancio en su mirar, en parte de la actitud y, a veces, en su imagen. Por supuesto, para ella, aquello daba igual; su hijo era prioridad. 

Raichi sentía que debía huir de la escena, ya que no tenía nada que hacer allí. Después de todo, cumplió con su labor y reunió al joven de nombre Shunpei con su madre y su pequeña hermana. Ahora, debía irse y volver con su padre a saludar, como debía ser, como siempre fue.  Entonces... ¿por qué tenía ambos pies apernados allí? ¿por qué permanecía inmóvil? ¿por qué le dolía tanto el pecho y le dificultaba respirar, si lo que apreciaba con sus ojos, un tanto humedecidos ya, era tan bello y genuino?

Sencillo: porque no tenía nada de aquello en su vida. El impacto, en él, resultaba colosal.

Pasó las manos por sus ojos, secándolos, dispuesto a irse de una vez, con el cuerpo totalmente pesado. Suspiró y volteó y empezó a alejarse, sin saber que usó demasiada fuerza para ello.

—Todoroki-kun —sintió su cuerpo helarse ante semejante llamado. Claro, lo habían oído. Frenó y giró sobre sí, con la mirada anonadada, creyendo que había hecho suficiente, que cumplió lo que debía de hacer y ya; no tenía razón para yacer con ellos. Sonrió, al notar cómo ahora aquellas tres personas frente a sí lo observaban, con gesto de agradecimiento en sus rostros. Se sintió acogido y agradecido. 

La madre de Shunpei ahora volvía a estar de pie y la menor bajó de las piernas del mayor, para posteriormente tomar asiento al lado de su hermano, quien, para sorpresa de la pequeña, estiró su mano para de esa forma recibir el bastón, sin solicitarlo de forma verbal mas sí mientras sonreía levemente. Shizumi se lo entregó sin dudar ni emitir un ruido, firme y seria pese a tener tan poca edad. Una vez logró armarlo, el hasta entonces extraño estiró su bastón sin ningún tipo de impedimento y comenzó a tantear el terreno con él, emitiendo leves golpecitos en el piso, para luego ir en dirección a Raichi, quien estaba llenándose de pánico. ¡No contaba con eso!

Una vez lo alcanzó, habló otra vez. —Parece ser que ya conociste a mi hermana menor, Shizumi, y a mi madre. Lamento que hayas tenido que... —para su sorpresa, fue interrumpido por el menor.

—No lamentes nada, Shunpei-san —soltó sin más, olvidando el hecho de haberlo llamado por su nombre con plena confianza; lo estaba regañando—. Tienes una familia que te ama y que ahora... ahora te está acompañando —era dulce, el tono de su voz sonaba algo introvertida y cuidada—. Shizu-chan estaba preocupada por ti y tu madre te recalcó que estaría contigo en todo momento. No tienes idea... —murmuró— de la suerte que tienes de que estén, de que permanezcan junto a ti.

Te tengo tanta envidia, Shunpei-san.

¡Definitivamente no estaba pensando bien ese día! ¿Cómo dijo tanto en tan poco tiempo? Realmente se sorprendía a veces lo mucho que se dejaba llevar producto de situaciones como esas.

—Tienes razón —replicó el mayor, asintiendo una única vez—, y se los agradezco. A ti también, Todoroki-kun. Que, por cierto, se te quitó bastante la timidez, ¿eh? —bromeó. Raichi enrojeció de vergüenza—, porque apenas nos conocemos y ya me llamas por mi nombre... —la sonrisa ladina del mayor no se borraba por nada en el mundo. Ese joven, Todoroki Raichi, resultó ser bastante divertido; aunque se ocultaba bajo una coraza que entendía, perfectamente, por qué la tenía consigo en prácticamente cada momento. Razón por la cual comenzaba a gozar pillarlo con la guardia baja. Aquello y oír su voz.

—¡Eso es porque jamás me dijiste cómo te llamabas! —respondió el menor, sonando sumamente infantil. No obstante, ¡era la verdad! Jamás supo cuál era el apellido de quien acompañó durante todo el camino. Jamás dio un dato de sí mismo, y podía imaginarse el por qué.

—Oh —alargó, divertido—, ahí sí. Soy Sanada, Sanada Shunpei. No hay problema si me dices Shunpei o Shun-o...

—Sanada-san, ¿está bien? —le interceptó una vez más, nervioso porque no acostumbraba a semejante confianza ni a quitarle las palabras a la gente, sobretodo a un senpai. Lo oyó jadear al verse sorprendido por la rapidez del menor en establecer distancia con él. Podía apostar a que el de mayor estatura diría Shun-oniichan*, y no permitiría semejante mofa, mucho menos frente a su hermana. Conocía ese tipo de ideas. Estaba viviendo una especie shojo manga mezclado con grandes dosis de comediasin duda; y el joven frente a él era uno de los graciosillos en dichos mangas—. Disculpa el atrevimiento —rascó su nuca—. D-de todas formas, me alegra que te hayas reunido con tu familia —comentó, a modo de disolver el ambiente algo extraño que comenzaba a formarse entre los dos—, en serio.

—Todo fue gracias a ti, Raichi.

Ya se estaba comenzando a soltar con él, y lo disfrutó. Mucho.


Oi, Raichi, te estoy hablando. ¿Que no escuchas? —su padre estiró una mano frente a él, buscando sacarlo de su aturdimiento. Andaba más bobo que de costumbre y eso le irritaba. Sin olvidar el hecho que aún estaba siendo alimentado con suero, lo que triplicaba su poca tolerancia a todo lo que se moviera.

—Ah, viejo... —el menor parpadeó varias veces en dirección a su padre, quien lucía como siempre salvo unas ojeras que se instalaron bajo sus cansados ojos, además de un par de rasguños que no tenía idea de dónde provenían. Tampoco le interesaba preguntar, no parecía grave— ¿De qué me estabas hablando? —le respondió con otra pregunta, sacándole un tremendo bufido a Todoroki Raizou.

Se encontraba sentado a su lado mientras su descuidado padre continuaba recostado, con ropas hospitalarias y algunas gazas en las heridas que tenía. Seguía conectado únicamente al suero y una vía, en caso de. Lucía cansado y con una resaca que aún atacaba su ya no tan joven cuerpo; débil producto de ello. Comenzaba a arrepentirse de celebrar como, precisamente, Raichi le había indicado que no hiciera. Pero casi nunca tenía el dinero para pasarse de copas, no de esa forma...

Ahora, gracias al logro de su único hijo, había recibido una bonificación e, incluso, un aumento de sueldo en Yakushi, donde pulió a la mismísima bestia. Bestia que, minutos antes, se encontraba avergonzada frente a la oportunidad de socializar —y estar— con alguien unos años mayor que él. Y salir ileso. 

¿Cómo no iba a salir a pasarlo bien? ¡Además su retoño, en quien tenía depositado muchísima confianza, había sido aceptado en la universidad!

Miró a Raichi, entrecerrando los ojos y viendo cómo este se paralizaba con esa forma concreta de ser observado. Lo conocía casi a la perfección —aunque el menor tenía unos cuantos secretitos bajo la manga—, y se encontraba pensando en algo, algo en específico, muy; de lo contrario, no luciría tan concentrado en la ventana que, literalmente, sólo dejaba ver el cielo grisáceo claro, junto con parte de un árbol de cerezos. Nada del otro mundo. —¿Conociste a una chica de camino hacia aquí, eh? —lo molestó, con ese típico humor de adulto cincuentón y que, si era sincero, no compartía en nada—. ¿Crees que mirando las nubes te conectas con ella? Así como esos mangas que te presta Sawamura —contextualizó, aumentando la mueca de disgusto de su hijo. Estaba preocupándose por él. Quizá no lo demostraba de la mejor manera, pero lo estaba.

—No, viejo tonto, no estaba pensando en chicas —aclaró, cansado—. Y nada de eso —le cortó el hilo—. Normalmente es mirando hacia la luna, no las nubes —le corrigió, con cierta indignación en su voz.

Nada de eso.

La imagen de Sanada  Shunpei, su familia, su sonrisa, era lo que aparecía en las nubes, en los árboles, hasta en la blanquísima pared. Justo como su esbozo alegre y risueño. Pese a todo, sonreía. Y se sentía afortunado de haber conocido a alguien como él.

—Kyahaha.

Raizou quedó el triple de perdido. Pocas eran las ocasiones donde su hijo reía de forma calmada y no escandalosa.

¿Y a este qué le pasa?

Notes:

(*) En muchos animes o mangas con tintes un poquito más subidos de tono, la palabra 'onii-chan' tiene connotación más coqueta y/o sensual/sexual. Es por esto que Raichi no quería que Sanada-san dijera eso (a saber con qué tono) frente a la pequeña Shizu.

¡Aparecieron dos OC's que tenía guardados: la pequeña Shizumi y su madre! ¿Qué les pareció?

Gracias por leer y espero de corazón les haya gustado ¡!

Chapter 3: Unkown but not weird (at all)

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

II

 

No esperó más de una jornada y Raizou fue dado de alta, con la única indicación de volver con calma a casa, además de reposar adecuadamente hasta que se sintiera recompuesto del todo. Raichi recibió en su nombre algunos medicamentos que lo ayudarían con el dolor de estómago y la jaqueca que su padre aún no dejaba de aguantar.

Una vez acabaron el pequeño papeleo pendiente por firmar, se dispusieron a salir del recinto. La enfermera a cargo del —aún— entrenador de baseball sugirió que se sostuviera de su hijo, cosa que, en la práctica, le resultaba al casi cincuentón muy difícil. Ponía su mano ficticiamente en el hombro del menor, y luego abortaba la misión súbitamente; lucía ridículo. Y lo era. No resultaba ni igual o similiar abrazarlo cuando ganaban con Yakushi, a... tener momentos padre-hijo, o bien, genuinas muestras de afecto sin ningún tipo de interés de por medio.

Y esto, ¿a qué se debía? La relación de ambos no resaltaba mucho si no respectaba al baseball, cosa que, a todas luces, no se encontraba "bien". Sin importar quién fuera el ente que sentenciara aquello con tal facilidad, Raichi sabía que la comunicación no era lo de ellos. Ni antes, ni después de la partida —legal, pues había pedido el divorcio— de su madre fue de ese modo; es más, luego de que su progenitora decidiera dejar a, en ese entonces, su pareja, el silencio entre padre e hijo incrementó de forma inmensa. Este hecho dejó una gruesa pared entre quienes se acompañaban, y a la vez no, día tras día. Año tras año.

No existía forma que no fuese jugando, enseñando, o lo que fuere, para sanar la herida emocional y, lamentablemente, también monetaria— que dejó aquel 'abandono'. A Raizou le constaba, mas no soltaba una palabra y ahondaba aún más en lo impredecible y tratos de lo menos 'afectuosos' con su propio hijo, su sangre, quien ahora saldría adelante como él jamás pudo. Ni soñando lo más alto lo hubiese logrado. Y, ahora, no sentía que era digno de semejante luz que creció bajo su alero egoísta, simplón y patético.

En este contexto, bajo todo 'impedimento' o posible 'atraso' en su evolución como individuo, como persona, Raichi había mejorado muchísimo en lo que respectaba a las relaciones sociales. Conoció, gracias a múltiples partidos que, de una forma u otra, lo llevaron al renombre inter escolar, a su mejor amigo: Sawamura Eijun. En principio, su padre juzgó a su nueva compañía —obviando a su ex compañero de Yakushi y amigo, apodado Misshima—, creyendo que ese 'lunático del baseball' quizá buscaba robarse algún consejo de los insuperables brazos (y abanicos) de su hijo, puesto a que, veía en grabaciones, oyó y sabía, se le daba fatal el bateo a menos que fuese un anunciadísimo toque.

No pasaron las semanas y éste bullicioso e impertinente muchacho le tapó la boca, al, un día, ir a ver y atender a su hijo cuando tenía fiebre, después de sus arduas prácticas mientras él no estaba, como en un tiempo fue habitual—. Sabía que en Seidou el entrenamiento era de los mil demonios, por lo que le debió haber costado salirse y escapar del instituto, cuando iba en segundo año y era parte fundamental de la formación principal.

La imagen se le quedó bien clara. Fue acompañado de un senpai, el famoso cátcher Miyuki Kazuya, al que le hubiese encantado tener en su equipo. En realidad, ¿a quién no? Mas, el joven de cabellos castaños y ancha espalda era quisquilloso y, remarcó en aquella ocasión, que le gustaba hacer batería con las 'bestias' de Seidou a modo de justificación; aunque soltó aquello mientras observaba atentamente —y, sonriendo, juraba bien— al pítcher sacar el termómetro que llevaba consigo. La relación de ambos era, sin duda, increíblemente íntima. Y se notaba claramente en los partidos.

Raichi era conocedor el secreto entre los dos, mas jamás diría nada a menos que Eijun se lo explicitara; al no ser así, el muy cercano —y a veces raro— trato que Miyuki-san y su alegre amigo compartían, pasando los límites de la amistad, quedaría en lo que todos piensan. Ya cumplirían un año y medio de relación, algo un tanto secreto pero que parte del ex equipo de Seidou tenía conocimiento, además de ciertos integrantes de demás equipos, entre determinados grupos selectos —como lo eran los familiares—. Su castaño amigo que solía prestarle sagradamente todas las semanas un manga nuevo —la mayoría, recomendaciones por parte de su senpai de Seidou: Isashiki-san—, no quería que saliera a la luz, asimismo, no perjudicar a su pareja, y Raichi se lo respetaría. Después de todo, eran mejores amigos y guardar ciertos detalles es lo habitual entre ese tipo de conexiones.


—Ahora, viejo —habló el menor, dejando atrás el característico silencio que enredaba cada jornada 'juntos' cuando su padre caminaba a su lado, algo corvo y con cara de pocos amigos. Ya el día había despejado en algo y ello lo podían apreciar bien cuando abandonaron el recinto calmadamente—, agradece que saliste bien de esta —lo regañó, frunciendo el ceño—. Porque, sabes... yo... —la imagen de las palabras que debía pronunciar flotaban en la nebulosa de su mente, atestada de un millón de cosas, estereotipos de shojos mangas, Sanada-san y... aún más Sanada-san. Tomó aire por milésima vez en el mismo día, dispuesto a ya detener de su cerebro cada parafernalia que se colaba por él— estaba... muy... —no logro acabar su oración. Suspiró. ¿Se vería muy ridículo si le decía lo que en años jamás dijo sin más, aunque lo pensó?

Raizou lo observó unos segundos. La silueta de su hijo, que vestía lo mismo de siempre: una mezcla de ropa deportiva barata y corriente, lucía erguida y algo eclipsada con la luz que invadía los costados de su imagen de... un joven más maduro. La decisión de ir a la universidad, recordaba, no había sido puramente por el deporte que le daba —y les dio— de comer durante tanto tiempo. "Tengo otros intereses, viejo" le había comentado cuando él sólo observaba apenas despierto y callado, la tintineante televisión. Su tono de voz fue tan tenue, justo como al principio; como si temiera de algo, o bien de alguien.

No cabía duda que se estaba alejando de él, a paso lento, pero ello dejaba huellas tangibles. Y la idea le generaba unos escalofríos que ni había vivido en aquel partido de 'revancha' contra la Técnica de Ichidai, hacía dos años. Partido que resultó de forma aplastante a nivel moral, pero que sin duda reforzó los vínculos de todos y, de igual forma, el impulso de ir a las nacionales.

—¿Qué, Raichi? —lo instó a seguir, recuperando la naturalidad y afirmando, en lo que podía, su mirar. No había sonado para nada hostil, cosa que extrañó a su hijo.

El aludido, casi mudo, tomó una bocanada de aire, sosteniendo su semblante repleto de una seguridad que tiempo le costó recoger, reforzar, y soltar. Su pasar dudó sutilmente, pero inmediatamente retomó la marcha.

—Finalmente... tuvo que pasar esto para que me diera cuenta, idiota —murmuró para sí mismo, aunque su progenitor logró oírlo, remecido por dentro; veía a su hijo con el ceño fruncido, regañándose a sí mismo—. Estaba muy preocupado, estúpido papá —continúo. Su labio inferior ya había titubeado con anterioridad, sin embargo, ahora aquella tristeza e impotencia se evidenció aún más cuando vislumbró, incrédulo, una fugaz lágrima escaparse de uno de los ojos de Raichi—. ¿Y qué si perdías la consciencia para siempre, ah? —añadió, en un hilo de voz.

Raichi detuvo su andar, a mediados del camino, mientras que su padre continuaba a su lado, pero retrocedió en seco al notarlo, falto de aire sin explicación aparente; la aflicción que lo embargó de sumo superó cualquier barrera. Quería afirmarse el pecho, como si su deteriorado corazón fuese acribillado por dagas, y...

¿Acompañarlo? ¿Llorar con él?

No resultaba ser la primera vez que viese a su hijo emotivo, no obstante... antes se trataba de baseball y las palabras de aliento, comida o bananas podían ayudarle a recuperar energías, que a veces tardaban cierto tiempo en manifestarse. El caso actual distaba enormemente de aquello, y no tenía idea de cómo tratarlo, de qué decir, cómo actuar. Ni, muchísimo menos, cómo sentirse ante este fenómeno desconocido.

Los peatones se movía con lentitud por las calles, mientras los dos continuaban en su mundo, en lo que ambos compartían: sensaciones nunca antes expresadas a la cara, intrusas ideas jamás verbalizadas, y un sinfín de indescifrables mensajes. Pues sí, cuando vio a Raichi horas antes llegar increíblemente rojo, como si hubiese corrido una maratón, además de nervioso y sudoroso, buscaba agradecérselo. Por un trato digno de un hijo que se preocupa por su padre, quien se 'supone' es fundamental en su guía sobre todo cuando se hallan los dos; de enmendar sus errores, y más cuando su sonrisa característica y, desde que salió de secundaria, un tanto oculta, se ampliaba, mostrando lo que quizá fue un alivio inmenso.

—Ah, demonios —bufó tan fuerte como pudo, agudizando la voz luego de haberse quejado— ¿Cómo fue que creciste tanto, mocoso? —contrario a una reflexión, sus palabras sonaron casi como un elogio. Raichi giró la cabeza de forma tal que pudiese advertir que ahora, su padre, lucía con una expresión indescifrable: entre regocijo, dolor e incomodidad súbita. El rostro se le  notaba algo desfigurado, como buscando aguantar algo. Con rapidez, el mayor levantó su brazo izquierdo y pasó el antebrazo por sus ojos. La sensación no se apaciguaba del todo pese a ya haber dicho demasiado. Miró a su hijo, haciendo una mueca que en principio lo espantó.

¿Era eso una sonrisa?

No fue lo mismo que haber sentido el tacto de Sanada-san por su espalda, pero se asemejó a un palmoteo en aquel lugar, o tal vez un pequeño roce cargado de un cariño jamás imaginado hasta entonces, pero que agradeció sinceramente. De verdad lo apreció. Raichi rió como de costumbre, algo más fuerte que dentro del hospital. Y lo sintió material como casi nunca: la mano de su padre reposó en su cabeza ínfimos segundos, remeció su cabello, y posteriormente la retiró. El menor esbozó una sonrisa suficiente como para que su pequeño colmillo que sobresalía normalmente hiciese aparición, demostrando su inminente felicidad.

Luego de acabada esa pequeña muestra de afecto, inesperada por parte de los dos, Raizou habló, para comenzar a moverse del lugar y evitar montar alguna escena en la calle (o lo creía así): —¿Qué te parece si comemos katsudon de camino a casa y celebramos? Sin alcohol de por medio —adelantó a decir, ante la mirada inquisitiva de Raichi.


¿Dices que a Todoroki Raichi le interesa alguien, Ei? —oía por la línea telefónica, la voz algo incrédula de su novio, quien seguramente lucía divertido.

—O sea... esas cosas pasan, ¿sabes? —respondía Eijun, como si fuese lo más evidente del planeta, al tiempo que mecía su lápiz con ayuda de su zurda. Ya habían transcurrido tres semanas de su ingreso, y el de su de pronto tan interesante amigo. Ahora, como anunciado a principio de semestre, comenzaban con las evaluaciones, donde, deseaba no reprobar ni nada por el estilo. No señor, esta vez establecería otro destino completamente más brillante, pleno, y sin ninguna nota bajo los cuarenta puntos.

Ajá... Es cierto que sabes mucho de esos temas, todo un experto y consejero en cosas del amor, eh —rió—. Aunque me sorprende que no te hubieses dado cuenta de mi interés en ti, en Seidou —le encantaba molestarlo, e imaginarse la cara de frustración del menor, en ningún mal sentido mas únicamente de diversión. Recreaba en su mente el retrato de un sonrojado ace, y ensanchó su sonrisa. Acomodó su cuerpo en el banquillo del camarín, cambió de mano su anticuado celular, y permaneció en línea, esperando algún reproche o algo. Eijun, para su sorpresa, continuó callado, acto que lo extrañó montones— ¿Y? ¿no me dirás quién es, Eijun?

—¿La verdad? No sé los detalles —sonaba serio, muchísimo. El contrario permaneció atento, ahora mirando su uniforme deportivo—. Sólo he visto a Raichi distraído o poniéndole particular atención a las bancas de la universidad. ¿No encuentras esa acción tan peculiar algo rara, Kazu? —el aludido casi ríe escandalosamente al recibir tan detallada, y extraña información de pronto. Típico de Sawamura Eijun.

Uhm, ciertamente, es estúpidamente... especial, por decirlo así —le dio la razón a su pareja, asintiendo con un suspiro. Pronto debía volver al entrenamiento con su equipo y se veía en la triste misión de cortar una de las llamadas que habituaba a recibir, y que disfrutaba, ya que se trataba de la persona a la que esperaba ver cada fin de semana con ansias: su novio, con quien deseaba compartir más y más—. Pero, tal vez, sólo tal vez... ¿tiene alguna relación con aquella persona? Quiero decir, probablemente compartieron algo allí o... Siéndote franco, no tengo idea. Sólo eso se me ocurre.

—¡Qué buena idea, Kazu! —continuaba, enérgico, el menor— ¡Eres un genio, justo como en el baseball! —esbozó una sonrisa. Kazuya lo corroboró entonando un uhm uhm—. Dime, ¿ya tienes que volver, no? —recordó, algo melancólico al respecto.

Como dices, así es, Ei —respondió el mayor, con cierta tristeza en su voz. Frente a Eijun no podía lucir ningún tipo de defensa o máscaras, pues el oji dorado siempre conseguía atisbar hasta el más mínimo detalle, leyéndolo bien—. La práctica continúa. De todas formas, ya pronto nos veremos. Sabes que mi departamento, y yo, te recibiremos siempre que lo desees —dijo sin más. Eijun enrojeció.

—Lo tengo claro, i-idiota. Cortaré, te deseo lo mejor con tu equipo. ¡Recuerda decirme cómo va todo!

Está bien, está bien —soltó, canturreando—. Te amo.

Su voz dejó de sonar en la línea. El menor lanzó el celular a su cama, luego de soltar un grito ahogado, repleto de emociones que, de un segundo a otro, se lo tragaron vivo.

—"Te amo" dice, el muy... —refunfuñó, para posteriormente cubrir su rostro y suspirar, renovado producto de aquellas dos palabras—. Sí, yo también lo amo... —murmuró, dispuesto a seguir estudiando. Pronto hablaría con Raichi. De momento, deseaba aprobar todo y seguir su camino.

Él, al ser de Nagano, no tenía otra opción que, si deseaba estudiar en Tokio, mudarse a un departamento. Para ello, tenía dos opciones: compartir o trabajar; ésto último, si quería estar completamente solo y sobrellevar los gastos que sus padres no podían costear del todo. Increíblemente, su compañero llegó y, antes de siquiera saberlo, deseaba la muerte. Kanemaru, quien iba derecho a estudiar medicina, yacía estudiando también en la otra habitación. No obstante, compartían muy poco en lo que constaba al día a día, pues se la pasaba con Tojo, ex-compañero de baseball de los dos e íntimo amigo de Shinji. Eso y que muchas veces no lograba soportar a Sawamura, como habituaba a hacer desde su primer año en Seidou.

Aparte de Haruichi y Satoru, Raichi se unía al reducido grupo de 'tolerantes' a su persona, con los cuales se veía casi todos los días. No obstante, al que menos comprendía, de todos, ya no era el joven de mayor estatura y perezosos diálogos, sino Raichi, quien últimamente lucía perdido en demasía. Junto a eso, enmudecía un poco y se veía retraído, como cuando lo conoció. Reconoce cambió estos años a pasos agigantados, mas olía que algo ocurría, algo que no vio y que probablemente nunca hiciera sino tomaba cartas en el asunto.

¿Qué te pasa, amigo?

La labor de él, como su compañero de shojo mangas, era ayudarlo. Eso y saber cada detalle posible.

Lo averiguaría.


Finalizadas sus clases de la tarde, se dispuso a regresar a casa. Salió de la facultad, sosteniendo el peso de sus libros y desordenados apuntes dentro de los encuadernados en las correas de su mochila, un tanto destartalada, moviendo sus pies a paso lento.

Observaba los edificios, a las personas reír y sonreír; otras, por el contrario, lucían cansadas cuales zombies, con oscuras ojeras y posturas desganadas, sabía que era por el periodo de evaluaciones que estaban pasando. Pese a no haber destacado nunca por ser un buen alumno, ahora se las arreglaba como podía. Después de todo, no tenía mucho en mente: batear, hablar lo justo y necesario, dormir, practicar y estudiar. Le pidió unos cuantos consejos a Misshima sobre cómo organizarse y, con el silencio común de casa, podía llevar a cabo cada tip brindado por su robusto amigo sin mayor inconveniente.

Llegado un momento, cuando el viento volvía a soplar en forma de delicada brisa, subió la vista nuevamente al cielo, y soltó un bufido. Creía que, como en los mismísimos mangas, hallaría a Sanada-san de pronto, hablarían y se volverían amigos. Tan rápido como sucedía en cada tomo de uno de los mangas prestados por Eijun. Palmoteó su cara con ambas manos, soltando finalmente el agarre de su mochila, y continuó lentamente por el sendero de cerámico, llegando a la salida. Los árboles aportaban cierta frescura al ambiente, cosa que no irritaba al menor. Miraba las bancas con atención, como ocurría esas últimas semanas, casi llegando al mes. Olvidaría todo pasado dicha fecha, y caso cerrado.

Nunca había pensado tanto en algo que no fuese el baseball. Jamás.

Y ese incordio le era molesto, a veces sí, a veces no.

Tomó asiento un rato para sacar una de las bananas que llevaba al interior de su bolso. Movió el cierre, alcanzó la fruta y comenzó a comerla inmediatamente después de sacada la cáscara. Se quedó en silencio, oyendo las pisadas de las personas que iban y venían.

Ello hasta que quedó estático, justo como la primera vez. Escuchó suaves golpeteos en su dirección, entre todo el ruido, y creía estar alucinando. No obstante, por algún motivo desconocido, fue incapaz de girar su cabeza; permaneció observando el frente, masticando con dificultad su fruta. Se conformaba así, no hostigaría a nadie.

—Entonces, Hirahata, ¿te dijo que no? —el acompañante del aludido estalló en risa luego de corroborarle a Raichi todo lo que estuvo pensando desde hacía nada. Su corazón se aceleró de pronto, lleno de nervios— ¡Pero cómo! ¡Si eres un gran partido, hombre! —lo molestaba, meciendo el hombro ajeno, aunque no se sostenía en él.

Sanada-san.

—No fastidies, Sanada —le cortó el joven, retirando la burlesca mano del contrario, irritado—. Me dijo que era aburrido —continuó, lanzando un suspiro de frustración—. Si tan sólo me hubiese visto jugar baseball en la escuela... tendría otra opinión.

—Concuerdo contigo, Ryou-chan —replicó, sonriente—. Conozco esa fiera, pero que fuera del campo se convierte en un callado gatito. Qué pena por ella. 

—¿Y qué hay de mí, idiota? —añadió, enojado con Shunpei—. Te estoy contando yo. Y deja de llamarme así, por favor.

—Lo sé, lo sé. Bien hubieses deseado que fuese ella...

Raichi oyó como Sanada-san, caminando del lado de las bancas donde él descansaba, fue golpeado, probablemente en la nuca. Se sobó dicha zona, riendo bajito. Lucía apuesto vestido con tonos entre cafés y dorados, con buen gusto justo como en el primer encuentro de los dos, andando derecho y evidentemente más confiado, caminando sin prisa con su bastón, tanteando el pavimento sin dudarlo demasiado. De todas formas, compartía horarios con Hirahata Ryou, de su misma edad, por lo que casi siempre no iba solo a la salida del establecimiento. Faltaba tomar el tren y ya daba por finalizada su jornada. Hirahata se ofrecía en acompañarlo hasta allá, y se regresaba a casa a pie, pues no le quedaba lejos. No le costaba nada ser amable con su amigo.

No eran más de dos metros lo que separaban a ambos veinteañeros de Raichi y, desde sus adentros, deseaba —inmediatamente— saludar con cordialidad a Sanada. No se atrevía, sin embargo. Terminó su banana, cerró la mochila con prisa y rápidamente se incorporó, camino a un basurero.

Antes de partir, el menor se estremeció. Pareció ser que demoró más en todo aquello, pues su zapatilla fue alcanzada por el corto toque del bastón de Sanada-san. Raichi abrió los ojos, sin siquiera removerse del sitio, mudo.

—Ah, perdona —reparó en disculparse el mayor, ajustando con su mano libre sus gafas de sol que aún llevaba puestas.

—No se disculpe... —se apresuró a decir Raichi, rompiendo apenas su mutismo y esperando no interrumpir nada— ya me i-

—¿Eh? ¿Eres tú, Raichi? —lo atrapó, con muchas dudas en la cabeza.

Notes:

¡Muy buenas! Al fin actualizo ¡! Disfruté un montón elaborándoles esto y me encantaría que supieran que planeo hacer de esta obra un slow burn, y no únicamente deseo hablar de la relación de Raichi y Sanada (como leyeron) durante su transcurso. Also, a veces hago grandes guiños al manga, por lo que me disculpo de antemano si se han llegado a spoilear (de todas formas he avisado en la descripción de este fanfic).

Como siempre, un millón de gracias por leer y seguir esta obra <3.

Chapter 4: A travel to the past while going to the future

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

III

 

Lo último que recuerda haber visto con completa claridad fue el precioso azul del mar. Junto a ese paisaje sin comparación, un olor un tanto salado inundaba las narices tanto de él como de su familia, no obstante, ninguno emitía quejas. Disfrutaban el hecho de apartarse del abaratado Tokio, aunque fuese un fin de semana únicamente.

Observarlo todo, cansino y sonriente por verse liberado al fin de la escuela y las prácticas que tanto lo agotaban, le quitaba la presión de las espaldas. Similar era el caso de sus padres, hasta entonces juntos. Mientras tanto, Shizumi reposaba en el alargado y unificado asiento de atrás, acomodando su cabeza en la falda de su progenitora, quien jugueteaba con el lacio cabello azabache de su hija y que apenas excedía los hombros por esas fechas.

Retroceder el tiempo ni siquiera se podía considerar una posibilidad viable. Luego de pronunciadas las calculadas palabras del doctor, sobre su cuerpo cayó una sentencia, una condena. Algo con lo que no contaba, pero que una cantidad no menor de individuos en el mundo experimenta, pasa por, o nace con ello.

No lo podía soportar ni de lejos.

Y lo peor de todo, es que detestó haber sido los años previos tan incompetente, perezoso y poco serio con lo que pretendía ser a todas luces un futuro más que brillante pese a que a veces fuese propenso a lesionarse. Ignoraba todo —familia, amigos, el propio entrenamiento de baseball e incluso su salud— por su actitud despreocupada, que lo apesadumbró como jamás creyó posible llegado un punto en su vida.


Cada conexión humana nueva se le hacía sospechosa durante largos ratos —más de los esperados, al menos—. Exteriormente, no evidenciaba las dudas emergentes y las disfrazaba con una amable y juguetona sonrisa, ganándose la confianza de las personas. Empero, existían compañeros de clases que se lo cuestionaban constantemente.

¿Cómo? ¿Qué hace aquí? ¿Cómo... cómo está tan feliz? ¿Cómo logra sonreír si... es ciego? ¿Cómo siquiera puede estudiar así? 

Comentaban o pensaban con aquellas palabras en mente, pese a que intentasen no ser crudos al momento de medir sus palabras, fracasando.

La respuesta recaía en que, sin el apoyo que el oftalmólogo le ordenó solicitar —y que, después de infinitas insistencias en todos los tonos de su madre, no tuvo de otra que aceptar, tras intensos años de terapia psicológica, se alejó de un tratamiento medicado y se limitó a abrirse —como alcanzaba— emocionalmente con una experta. Ella le ayudó a poner los pies en la tierra lo más que se podía, buscando que Sanada Shunpei amortiguase su frágil emotividad; aprendiendo a vivir y querer sus inseguridades y temores, parte de sí mismo, al fin y al cabo. 

Lamentablemente y gracias a la ayuda de la terapeuta a su cargo, descubrieron que él generó un cierto grado de fobia a acercarse al mar, o siquiera oír los ecos costeros. Gatillando imágenes distorsionadas y agresivas para su estabilidad mental. Ello, tristemente, lograba de cierta forma replicarse a otros aspectos de su vida, dañada interiormente por lo que fue una herida física a todas luces irreparable.

Cuando se hallaba solo, lograba percibir las olas fuertemente acompasadas en sus oídos y se desesperaba en demasía; su rimo cardíaco, en adición a ello, se aceleraba. El pánico secundaba aquello si es que no le ponía freno inmediato. Al extraviar su bastón, la sensación de caer y ahogarse en medio de una inacabable y densa oscuridad petrólea le caló dentro, ahuyentándolo y consiguiendo que rompiera todo esquema o defensa que consiguió fortalecer con apoyo de su psicóloga.

Fue entonces cuando Raichi lo ayudó, con voz dulce y cuerpo contrariado a esa actitud tan serena y calma.

Lo ayudó a despertar de su trance constante, a recordarle que vivía, siguiendo allí, cual sobreviviente pese a que fuese sin algunas armas.

Ya que, a final de cuentas, eso era.

Un guerrero.

—¿Eh? ¿Eres tú, Raichi? —cuestionó, en inicio, imaginando que era una broma o mentira por parte de Hirahata. Se quedó mudo un segundo y las dudas lo atacaron de sumo.

No recibió respuesta y le fue extraña su actitud. Sabía, de lo poco que habían interactuado la otra vez, que le dificultaba un poco tomar confianza de inmediato. Sin embargo, apenas lo oyó disculparse supo casi a la perfección que se trataba de aquel chico que por azares del destino conoció y se dispuso a ayudarlo sin un ápice de lástima a la que constantemente se había estado enfrentando. Además, Raichi mantenía la distancia con justificaciones y tratos formales apenas supo que él lo superaba sólo dos años en edad. En ese momento, precisamente cuando lo oía delante de sí, ¿le temía a sí mismo o a que estuviese con Hirahata, que no hablaba, cuando quería escucharle? Actuares como esos propiciaban su común vacilación, que por supuesto no expuso.

Ryou vislumbró cómo el joven frente a ellos, más bajo que los dos y, con una de sus manos reposando en su chaqueta color azul oscuro, se removía en el lugar, queriendo partir. Sin embargo, algo lo hizo no soltar palabra alguna. Rascó la parte baja de la nuca y, creyó, por cortesía le respondería.

—Sanada-san... buenas tardes —fue lo único que salió de sus labios, apretujados luego de dichas esas cuatro palabras.

Hirahata volteó a ver a su compañero, quien se limitaba a hacer una mueca, curvada muy sutilmente hacia arriba. Fue suficiente. Lo notó tomar aire con casualidad y retiró el bastón de aquel tope que era el pie del menor, lo desvió y colocó a su costado. Ryou lo siguió, intrigado sin saber muy bien la causa. Hacían poco, empero era como si tuviesen mucho que expresar. Una comunicación inusual pero efectiva para esos dos.

—Mentiría si digo que no me sorprende encontrarte aquí —añadió Sanada, atrayendo de inmediato la atención del aludido 'Raichi', llamado de forma tan familiar cuando Ryou sabía que Sanada llamaba a las personas por su apellido, a menos que... Quizá, y solo quizá, la relación de los dos era más cercana de lo que Hirahata pensaba. Mas, por lo cohibido que lucía el joven de extraña y sospechosa marca en la mejilla, no se podía restringir de verse interesado cual espectador. No diría nada, se prometió; cumpliría con dejar a Shunpei a la estación y ya. Lo demás que hiciese (o antes de ello, como apreciaba) no le concernía. 

El viento soplaba, haciendo vacilar un poco a Raichi. Si no se movía pronto, podría hasta resfriarse. Muchas veces por aquel sencillo motivo regresaba a casa apenas concluían las clases.

Y bien que tenía los pies petrificados en el piso, expectante subconscientemente.

—Es así, eh... Pues, estudio aquí. Soy de primero —comentó revelando más de sí, con una seguridad desaparecida. Se le notaba nervioso. Sanada sonrió plenamente justo después de pronunciadas aquellas palabras. Algo comentó de él mismo, y no se lo esperaba.

Como acto reflejo, Raichi se relajó un poco más y recordó de sumo el por qué frecuentaba a las bancas, auto respondiéndose a sí y a las insistentes preguntas de Eijun, tildando todo de una situación digna de 'una heroína preocupada por su repentino nuevo amor'. Deseaba —con implícito ímpetu— verlo de nuevo sonreír así, avivando su corazón cual protagonista de shojo manga. Y dejarse llevar sin ninguna etiqueta o preocupación, vivir la juventud cada vez más abierta de mente. No sabía lo que sentía, esa necesidad primeriza, mas no temía tanto porque a él, a Sanada-san, parecía no molestarle. Ni ofenderle, ni herirle. 

La divertida mueca contraria le recordaba infinidad de cosas banales, que de una que otra forma lo calmaban. Al mismo tiempo, la sensación percibida por su cuerpo le era cómoda aunque un tanto invasiva. Y ahora, con plena consciencia, se estaba aferrando a ella. Pronto, sentiría que haría el ridículo. Mas dejó la racionalidad de lado un rato.

Esbozó una sonrisa en respuesta.

—Con Hirahata, el chico que me acompaña, vamos a la estación que está unas tres cuadras más adelante —habló Sanada—. ¿Pasas por allá, Raichi?

Siendo franco, no, no se iba por el lado de la estación pero sabía lograba llegar a su hogar rodeando el lugar. Aunque sería un desvío un tanto mayor.

Y... era una oportunidad única, le diría Eijun. Sumando aquello, no estaba tan atrasado con los estudios, e iban bien encaminados con el equipo de baseball de la universidad por lo que podía aceptar sin problemas. 

Ya había perdido la cuenta de cuántas muecas elaboró en tan poco tiempo. Y Ryo resultó ser el único testigo silencioso, viendo que, en realidad, su amigo de la escuela le importaba a aquel chico que no había visto jamás por el campus.

—Sí, Sanada-san, mi casa queda por ahí —mintió, lo más convincentemente posible. El aludido asintió, con actitud habitual y más relajada luego de haber interactuado con Raichi exitosamente, y, quizá, conocer un poco de él. Así como el menor hizo consigo mismo, sin ningún miramiento, crítica o prejuicio de por medio.

No sería honesto consigo mismo si declaraba esperar aquello. Al contrario, le sorprendió en demasía el tacto emocional tan... humilde y libre de ideas preconcebidas. Percibió cierto nerviosismo y cuidado en sus palabras. Sabía, sin embargo, que él incluso antes del incidente emitía prejuicios sin saberlo, lejos de imaginarlo. Raichi, por otro lado... resguardaba no herirlo, y evidentemente lo notó. Y le agradó, pues constantemente se veía expuesto a ello una y otra vez. 

Comenzó a internalizarla —esa falsedad continua a su alrededor, adrede, ingenua— con el pasar de los años, buscando no ofenderse o replicar con cierta amargura en su voz; parecía manejarlo bien. Aquella atención o suerte de precaución le hizo llegar una calidez desconocida y muy amena.

—Eso es genial —respondió Shunpei, calmo exteriormente—. Acompáñanos, si gustas —le invitó, prediciendo en algo la respuesta. Hirahata miraba a su compañero de soslayo, queriendo consultar el por qué de esa inusual lentitud en él. Aunque... la respuesta comenzaba a destaparse lentamente, floreciendo cuales pétalos primerizos.

—Será... será un placer —Raichi asintió, hizo una pequeña reverencia a modo de saludo, tal cual ocurría cuando bateaba y mostraba su respeto al umpire y cátcher, en dirección a quien creía sería amigo de Sanada. Halló una determinada tranquilidad pasajera que se adentró en su ser, sintiéndose inusualmente feliz y emocionado—. Es un gusto, Hirahata-san —saludó, sin preámbulos.

—Bien, ¿vamos?


La tarde caía de forma tal que el delicado anaranjado del cielo se entremezclaba con las nubes dispersas, llegando casi a la altura de los no tan altos edificios. Gran mayoría de las luces se encontraban encendidas, dando a entender que el horario laboral aún no concluía. A paso lento y en medio de una amena charla que tergiversaba temas como el clima, cómo Sanada y el joven de menor edad se conocieron por mera casualidad una mañana, algunos gustos básicos, o de dónde conocía Sanada-san a su amigo Hirahata —sin entrar en muchos detalles—, los tres estudiantes transitaban por las calles. Raichi deseaba que el recorrido de aproximadamente 20 minutos no llegase a su fin.

—¿Te cuento algo, Raichi? A Hirahata se le da fatal ligar con chicas —comentaba el pelinegro, riendo contagiosamente. De manera inmediata recibió un golpe en la espalda y no dudaba de quién era el responsable—. Pero Ryou-cha —se vio interrumpido.

—No entiendo por qué sacas eso a juego, Sanada. Otra vez. Y otra vez con eso del 'chan' —contestó con recelo su amigo, buscando que dejase de tocar tan delicado tema para él. 

—Pues para que Raichi te conozca más, por supuesto —sin ningún ánimo de ofender, Sanada se encogió de hombros, quitándose toda culpa y sacándole a Hirahata un bufido.

El muchacho de la marca en su rostro observaba con cierta entretención la inofensiva pelea de los dos, incapaz de comentar algo más elaborado que un "ya veo"; "es así..."; "oh, comprendo". Miraba mientras los seguía, asintiendo y en un mutismo que le acomodaba de momento.

—Si no quiere hablar de eso, Hirahata-san, está bien —lo defendió Raichi, tratando de calmar las aguas por ya segunda vez. La primera ocasión consistía en que Sanada-san no escuchaba los consejos de su compañero al momento de caminar.

Pues le molestaba muchísimo que se entrometiera en ello.

Algunas ideas sueltas le hicieron sentido. Las actitudes anteriores, molestias del mayor al depender de él esa mañana en el hospital, ahora porque Hirahata-san se preocupara de que él no cayera o chocara con algo... pese a que lo mencionara con un tono de broma frente a su amigo, sentía dolor en sus palabras. De momento, podía afirmar ello.

Para tranquilizar lo que lucía como una rencilla amistosa y 'normal', Raichi se movió más de lo que creyó y palmoteó la espalda del mayor como reflejo, sin decir nada y luego pidió disculpas casi al instante. Había hecho algo estúpido, sin pensar, y el corazón perdió toda compostura.

Sanada había quedado mudo. Hirahata, también. ¿Qué clase de relación tenían esos dos?

Si bien la acción en sí fue en extremo corta, el chico de gafas pudo recrearlo bien y con lentitud. Enfocándose en el tacto ajeno, percibió la dureza de las manos de Raichi, indicándole algo que le provocó mayor interés del ya existente.

Un joven promedio de dieciocho años de edad podía tener las palmas y dedos algo ásperas o 'toscas', mas... ¿al nivel de sentirlas pesadas cual piedras? Bueno, no tan literal. Distinto a dolor o tensión, aquel leve palmoteo se sintió lo suficientemente reconfortante como para calmar sus llamados internos, las denominadas 'desestabilidades' en palabras de su terapeuta—, a las que les plantaba cara a diario, como cualquier otro ser humano.

¿Sería mucha coincidencia que su acompañante, de quien se burló llamándole 'salvador', fuese un bateador quizá en la escuela, o bien, aún en la universidad? Ello explicaría un poco lo de su físico. Lucía irrisorio, asimismo. Despejó su mente de la idea. No obstante, calzaría.

Él, un pitcher retirado por razones que se explicaban solas. Y Raichi, bateador, tal vez base. En un partido pudieron cubrirse las espaldas perfectamente.

Ello, sin embargo, ya era parte del pasado.

—... Hirahata desearía que las chicas lo viesen jugar baseball, como en la secundaria —Shunpei rompió el silencio de pronto, dejando a su compañero con la boca abierta; estaba revelando algo de su vida personal y... de la de sí, si calculaba bien a dónde iba. Raichi, por otro lado, lo observó con interés genuino y ya más tranquilo—. Lo corroboré cuando jugaba con él, es más apasionado de lo que luce frente a ti, Raichi, pero fuera de ese contexto es otra persona —y definitivamente añadió más de él mismo.

—Sanada-san... ¿tú también jugabas baseball? —le oyó decir a Raichi, ahora, helado. Ryo lo vio de soslayo, avanzando con lentitud tratando de no llegar nunca a la estación, cada vez más y más próxima. Jodería todo de ser así.

¿También?

—S-sí —titubeó en respuesta, tanteando el camino con su bastón, yendo a ritmo lento. Se había colocado nervioso, sin meditar bien lo que decía, olvidando a Raichi por un ínfimo segundo—. En la secundaria —agregó, y procuró no seguir hablando.

El tema le resultaba muy sensible. Al menos, sensible el hecho de compartirlo tan pronto. Compartir de sí lo que resguardaba tras una sonrisa confiable. Jamás, desde que había perdido la visión, se refería a ello con otras persona que no fuesen Ryou o su terapeuta. Mas no se extrañó tanto.

Comenzaba a imaginárselo, la razón del por qué invitó a Raichi a acompañarlos, esa emergente tranquilidad al saber, tener aunque sea la noción de que caminaba a su lado... Y nuevamente recordó el muro que los distancia. Eso y que quizá al menor pudiese molestarle, cosa que entendía, después de todo.

—Ya veo... —añadió el menor, luciendo aliviado y feliz—. A mí me gusta mucho el baseball, ¿sabe? Yo diría que es una de las cosas que me hacen más feliz.

Tan simple, honesto, y arrullador para él. Las palabras de Raichi le recordaron lo que apreció cuando resultó ser demasiado tarde. Una versión mejorada, con las metas cumplidas, pleno y aseverando sentirse gozoso, feliz. Con un futuro brillante. Viendo todo a su alrededor.

Hirahata por primera vez en todo ese paseo entró en verdadero pánico. Se acercó a Sanada y meció lentamente su espalda, buscando despertarlo de su trance. Efectivamente hizo aquello al remecer la zona sutilmente. Mas Raichi lo apreció bien. Tocó un nervio. No era su intención.

—Eso es muy bueno, Raichi —¿por qué se oía tan triste y apagado? Al menor le llegaban dolorosamente las palabras ajenas sin saber exactamente la razón. Quería ayudar a Sanada-san mas no sabía cómo ni cuándo. En qué minuto, con qué herramientas. Hirahata se alejó de Shunpei y les indicó que ya estaban a escasos pasos. Uno o dos minutos—. Sigue con ello, ¿bien? Me imagino que eres muy, muy bueno —con dificultad habló, en dirección a Raichi que nunca se separó de su izquierda. O fue capaz de sonreír, intentándolo.

—Sanada-san... —Raichi le asintió, creyendo con todas sus fuerzas que el mayor lo vería. Apreciando su determinación. Se quedó con la imagen, la idea de tan sólo poder tranquilizarlo—. Entré a la universidad prácticamente gracias a ello. Digamos que mis notas no son las mejores —rió, nervioso—. Pero —tomó aire—, me esforzaré, Sanada-san. Lo prometo —le aseguró, ahora con confianza creadas en el mismo instante. Sus ojos, sin pensarlo, se cristalizaron, contrarios a sus palabras. Parpadeó rápidamente para evitar emocionarse. Ryou fue el único en atestiguar aquello.

De todas formas, ¿por qué se sensibilizaba tanto si apenas se conocían?

—Sanada —le llamó Hirahata. Ya el sonido ambiente lo delataba. Los ecos, las múltiples voces y el ruido emitido por los trenes era más que evidente.

Arribaron. Cuando ya no sabía qué más decirle a Raichi. Le sonrió a modo de despedida. Entre las personas que caminaban detrás de él, parsimoniosas, serenas, en su mundo. Raichi, sin embargo lo vio sólo a él, con sus faros levemente brillantes y una expresión que ni Hirahata o él mismo sabrían describir.

¿Qué podía decirle?

A Shunpei su pecho le ardió. Y pese a que el bullicio ajeno a ellos tuviese todas las de distraerlos, sus oídos únicamente le prestaban atención al menor. Con tan sólo escuchar su vocecita suave y siempre en contraste con su físico digno de deportista, retrataba a un chico que recién comenzaba su camino. A quien le gustaría ver, no mentiría. Tragó saliva, meditando sus palabras.

—Sigue adelante, Raichi. Estaré apoyándote, ¿sí? Cuídate y llega bien a casa —Shunpei habló pausadamente, calmando lo que se estaba volviendo un acelerado pulso. Raichi detuvo su caminar y asintió. ¿Eso fue todo?

Si bien las palabras 'estaré apoyándote' entibiaron su ser, la nostalgia con la que cargó sus palabras le pesó, nuevamente.

—Hasta luego, Sanada-san. Aprecio mucho que me hayas contado más de ti. No le diré a nadie si le, digo, te acomoda —se corrigió, sacándole una mueca de sorpresa al mayor. Tan cuidadoso—. Que llegues bien a tu hogar.

Dicho esto, Raichi hizo una reverencia en dirección a Ryou, quien le correspondió de forma más leve y sutil, y, por supuesto, que a Shunpei. Quien no pudo apreciar el vibrante carmesí alojado en las mejillas contrarias. Posterior a ello, Raichi esperó a que los jóvenes se adentraran a la estación —y particularmente que Ryou no lo viese—, para voltear por la calle perpendicular, alejándose prácticamente el doble de lo que habían avanzado, en dirección totalmente opuesta. Comenzando a trotar para no llegar tan tarde a su casa.

No obstante, el amigo de Sanada suspiró, con una sonrisa que no supo medir.

Parece que hay otro idiota como tú, Sanada. Pensó Ryou, desviando la mirada algo oculta de ese presuroso Raichi que avanzaba como si fuese acabo de mundo por las calles.

Encaminó a Sanada a los torniquetes, donde generalmente un asistente de servicio lo ayudaba a llegar a la línea de seguridad y que, después de bajada la gente, pudiese entrar preferentemente al vagón. Se hallaba callado, y ya no le era tan raro, considerando lo ocurrido en el camino.

Shunpei antes de colocar su tarjeta de estudiante en el validador, habló con casi un hilo de voz.

—Hirahata, creo que Raichi me importa más de lo que creí.

 

Notes:

Reitero que esto es SLOW BURN, perdónnnn si técnicamente no avanzó muy 'rápido' :( Ahora bien, ¿disfruto escribir de esta obra? Muchísimo, ¿será a la que más le tengo cariño? Podría ser. Hacía demasiaaaaado tiempo que deseaba tocar estos temas y más mostrárselos a ustedes, queridísimos lectores (fantasmitas o no, se les quiere un montón). Espero les haya gustado ¡!

Apenas pueda, avanzaré en esta historia <3. Habrá más movimiento los próximos caps, tranquis jeje.

Gracias infinitas por leer, saluditos y cuídense mucho <3.

Chapter 5: Blossoming sensations

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

IV


Ventilaba el interior de su camiseta con su mano libre, aireándose una vez llegó a la puerta del departamento que compartía con su padre. Anteriormente había saludado al agradable conserje, quien se encontraba levemente asombrado de ver a Raichi pasarse de su horario habitual. El menor solía ser increíblemente puntual al momento de arribar a casa. Sin embargo, se sentía en la obligación de no preguntar.

Quien custodiaba el portón general del complejo de departamentos —de unos cincuenta años de antigüedad aproximadamente— tenía alrededor de unos setenta años. Y Raichi mentiría si asumiese que no sentía cierto afecto por Yamagawa-san, quien siempre lo saludaba con respeto (cuando veía que el joven andaba de humor o no tan cansado como de costumbre) a través de la pequeña ventana donde solía resguardar llaves, recados, entre otras labores que llevaba realizando desde hacía treinta o cuarenta años.

En cuanto al padre del joven basebolista y estudiante, por el contrario, Yamagawa Hideo persistía en regañarlo cada vez que saliese dejando a su hijo de lado, no importándole a primera vista cómo pudiese sentirse el menor. Si Hideo fuese padre de semejante irresponsable le daría un merecido tirón de orejas, seguido de un fuerte y sonoro coscorrón. Ya Raizou estaba bien mayor como para pasarse de copas creyéndose un adolescente que aguantaría la resaca como si nada a la mañana siguiente. Por mucho que se lo planteara en todos los tonos, parecía no comprender o no querer hacerlo.

Con nostalgia recordaba sus descuidados años de juventud, y era por eso mismo que trataba con sus pocas herramientas de guiar al mayor de los Todoroki por un mejor camino. Raichi-kun no se merecía tan poco respeto, ni tampoco tanta ligereza ajena, más aún cuando su único familiar jugaba así sin más con su frágil condición de salud. Como la gran mayoría de los adultos pasados los cuarenta y tantos años de edad, Raizou padecía la muy común hipertensión, por lo que era más propenso a que su sistema se alterase con facilidad. Y la bebida jugaba un papel no menor en ello.

Raichi-kun, a ojos de Yamagawa, se veía despistado, sudoroso y alegre. Seguramente se encontró con alguien que le agradase, y suficiente tuvo con imaginar a ese chico tan atento y tranquilo conocer a alguien que le ayudara a salirse de la rutina. Y le alegraba, además, porque no conocía a nadie más que Eijun-kun, un absoluto opuesto y que en variadas ocasiones visitó el complejo de apartamentos en solitario, y con su acompañante. Ah, la juventud ha cambiado bastante. Cuando reposaba su cuerpo en el rechinante asiento recordó haberse topado con Kazuya-kun una vez, también y mientras éste esperaba a su compañero de equipo. Hablaron un poco de aquello una tarde que fueron de visita mientras Raichi se preparaba para los exámenes finales de tercer año.

—Dígame algo, Yamagawa-san —habló el muchacho de gafas, recargando su espalda en la cabina de recepción mientras desviaba su mirada hacia el anciano—, y sea sincero, por favor. ¿A usted le molesta que venga con Eijun a visitar a Raichi? —esto no se lo preguntaba sencillamente "porque sí", sino que pudo jurar que antes de ingresar al complejo de departamentos, fueron observados cuando con Eijun se dieron un pequeñito beso en los labios, ínfimo e inocentón. Quería saber si habría problemas futuro o no, sin contar que, no mentiría, tanto a él como a Eijun les agradaba muchísimo Yamagawa-san.

—¿Por qué debería, Kazuya-kun? —respondió, dejándole sorprendido—. Veo que hacen muy feliz a Raichi-kun. Y, entre nos, él es como un nieto para mí. ¿Sabes? añadió luego de una pausa—. Anda muy solo por la vida para ser tan buen chico. Lo he cuidado como he podido y me da gusto que se le estén dando bien los deportes y que, de paso, los haya conocido a Eijun-kun y a ti —observó al contrario y vio que negaba con la cabeza. Creía que no había entendido la naturaleza de su consulta—. Sé muy bien a lo que te refieres con esa pregunta, no me tomes por tonto —añadió, con humor. Miyuki sonrió, aun temiendo lo peor—. Hace unos siete u ocho años que uno de mis sobrinos nos contó a todos que llevaba cuatro años viviendo con su pareja, quien siempre imaginamos sería un amigo más -suspiró y continuó con su relato-. Mi hermana le prohibió venir a su hogar por meses, y ni hablar de su esposo, que inclusive pensaba en desheredarlo. Mi sobrino, su segundo hijo, éste del que te hablo —aclaró—, sufrió muchísimo y nos llamó a mi esposa y a mí una noche desesperado.

»Anteriormente, su pareja, Tetsurou-kun, nos había escrito con muchísimo detalle qué había ocurrido y discutido en el hogar que compartían con mi sobrino. Pero no por ello terminarían su relación, pues, nos escribía, se amaban. No —se corrigió después de breves segundos—, se aman muchísimo. Por un lado la familia de él, de Tetsurou-kun, lo comprendió y hasta le dieron su bendición, pero no así la familia de mi hermana. Mi sobrino estaba llorando casi sin parar y me dolía escucharle, así que decidí dejar de ignorar esta realidad. Nosotros no dudamos en apoyarlo ganándonos la falta de comprensión y desprecio por parte de mi propia hija —Miyuki le observaba incrédulo, pero comprendiendo a la perfección recordando la reacción del abuelo de Eijun al enterarse hacía unos meses de la relación de su nieto con el cátcher—. He de confesar que sigue siendo difícil de entender para nosotros, no te lo puedo negar, pero debe ser la edad. Esto último me lo dijo Raichi-kun —finalizó, sonando bastante orgulloso y no ofendido como Kazuya imaginó.

—¿Le contó de esto a Raichi? —pese a que no lo demostrase, Miyuki se encontraba extrañado.

—Hace un tiempo, y entre líneas —afirmó el mayor—. Se veía muy abierto a ello y me dejé sorprender puesto que Raizou es, sin duda e irónico es que lo diga yo, un hombre bastante anticuado aun siendo veinte años más joven. Sin embargo —tomó aire, algo agotado—, a lo que quiero llegar es que, ninguno de los tres, ni mi sobrino, Eijun-kun, o tú, Kazuya-kun, son malos chicos. Al contrario, se mantienen igual de respetuosos con nosotros y con nuestros tesoros, nuestros seres queridos —aclaró—. No puedo permitir que ustedes sufran por ser como son. No más ya. El egoísmo ha sido mucho, ¿no lo encuentras así? —el menor asintió, más en paz. Era increíble y admirable además de sumamente inusual que un hombre japonés promedio y más cercano que lejano a los ochenta años de edad pensase de ese modo—. Si Raichi gusta de un chico, no puedo hacer nada más que observar y desearle lo mejor.

—Yamagawa-san... —murmuró—, me... me alegra enormemente oírle decir eso.

Ojalá le hubiese enseñado eso a mi viejo, pensó.

—No es nada. Y prefiero que me digas Hideo, no hay problema —añadió el adulto cano, sonriéndole. Dicho eso, bebió de su té, ahora frío.

—Bien, bien —rió—. Muchas gracias, Hideo-san, por compartir lo que le ocurrió —agradecido, Kazuya se despegó de la pared e hizo una pequeña reverencia a Yamagawa-san. Éste le respondió de forma leve, emitiendo sutilmente una pausada carcajada llena de gozo.

—Hablarte me es bastante cómodo, Kazuya-kun. ¿O es que converso con poca gente a estas alturas?


Descalzó sus zapatillas y las dejó en el pequeño mueble del costado donde únicamente se encontraban unos cuatro o cinco pares de zapatos. La mala costumbre de su padre de dejar todo apagado le carcomía los nervios. Enfurruñado, encendió la luz con fuerza; sólo se oían sus fuertes pisadas en el piso de madera. Suspiró al no escuchar ni el televisor o los constantes quejidos de Raizou. Estaba solo, imaginó.

Otra vez. Ya, qué importa.

Ingresó por completo, ya sintiendo el sudor frío bajo de sus ropas, procurando de igual forma no hacer tanto ruido, quizá Raizou dormía y no esperaba menos. Aunque él fuese alborotador al llegar a casa, Raichi no quería molestar jamás. Sabía lo precioso que era tener un merecido descanso. Y —lo pareciera o no— Raizou trabajaba de Lunes a Viernes, no quizás de una forma tan 'común' o 'trabajólica' pero sacaba a los chicos de Yakushi adelante y, de paso, aseguraba su puesto junto con resultados dignos. Sobrevivían así, solo que... faltaba administración. Junto a tantísimo orden.

Los platos sin lavar salvo lo que Raichi se preparó en la mañana, una botella de cerveza abierta y desvanecida, el televisor apagado, ropa en los dos descuidados sofás... Ya parecía más costumbre que indignación. Empero, el joven estudiante se hallaba cansado. La fuerza que tenía para enfrentar escenarios similares ni sabía de dónde la sacaba, hasta que, nuevamente, se le agruparon diversas imágenes en mente: Eijun, sus compañeros del equipo universitario, Haruichi-kun y Furuya, agregando ahora a Hirahata-san y Sanada-san.

Podía avanzar gracias a sus amigos, y empezaba a creer un poco más en sí mismo.

Un cúmulo de tibieza se volvió a alojar en su interior, ayudándole a observar en la habitación de su padre esa figura que aún no se quitaba el uniforme a rayas blancas y negras, descalzo y plenamente extendido por todo el futón.

—Te vas a resfriar así, papá idiota... —olor a sudor y un leve hedor le invadían las narices al tiempo que se acercaba a la figura contraria, aún con su mochila en la espalda, muchísimo más pesada producto de todo lo que corrió. Quería odiar a Raizou y sus infinitas desidias, sin embargo esa vibración contaminada jamás llegó. No arribaba nunca, y esa era la razón por la cual lo cubría con una manta.

Ello y que, después del autodenominado "suceso del hospital", se sentía más y más incapaz de odiarle.

Le vio sonreír de costado, cosa muy rara en él. Mientras prestaba atención a sus desaliñados vellos faciales, que bien pudieron formar parte de una rediseñada o sutil barba, vio a Raizou relamerse los labios, resecos. En la mesa de noche tenía un vaso de agua porque, sabía, mientras conciliaba el sueño sí o sí llegado un punto de la madrugada tendría sed. Raichi tomó aquel recipiente de vidrio y pensaba llevárselo a Raizou para luego servirse un poco de arroz del desayuno con sobras del día anterior que el menor había preparado, cabe destacar, gracias a tutoría de Miyuki-san meses antes de ingresar a la universidad-, además de, como es de esperar, estudiar.

—Oye —murmuraba su padre entre sueños, a regañadientes—, ¿lo... lo estoy haciendo tan mal, querida*? —Raichi no se movió. Primera vez en muchísimo tiempo que le oía a Raizou soltar tan descuidadamente la palabra 'querida' así como así, aunque fuese cuando no estaba consciente.

Claro, la madre de Raichi.

Las imágenes de ella —de su madre— eran muy vagas, pero no tan llenas de malos recuerdos. No hasta que se marchó, al menos. Ahora que era más mayor tendía a imaginarse y empatizar más con ella, por qué lo hizo, la razón detrás, las peleas o desacuerdos. Inclusive, no mentiría que en algo se sentía culpable, usado, triste, e inútil.

Raizou, en efecto, no lo había hecho bien. Cuando Raichi tenía dos años nada más intentaba buscar trabajo y no resultaba, no sabía hacer los quehaceres del hogar, y mantenía todo de forma descuidada, ida y fantasmagóricamente: sencillamente, era como si no estuviese presente jamás. Y su esposa no podía buscar continuar moviéndose tanto trabajando con un hijo tan pequeño. Resultaba prácticamente imposible, por muchas cosas que dejase preparadas de antemano, encomendárselo todo a un ser ineficaz como su, en ese entonces, marido.

Raichi no sabía exactamente cómo nombrar los sentimientos que desde los trece años empezaban a inundarle entero. Y, no obstante, no lograba desobedecer a su padre, dejar de entrenar o batear. Sentía que... que era parte de lo que debía hacer. Con lo que podía aportar a ese status quo.

Mas, ¿era realmente de ese modo?

—Si te lo propones puedes cambiar, tonto —ah, no podía ser. Había vuelto a emocionarse. El joven de dieciocho años de edad hablaba y decía poco en el día a día, asimismo quien observaba con sus ojos cristalizados, perdiéndole el foco—. Pero hazlo, ¿sí? —susurró, con la voz quebrándosele.

Después de aquello, regresó a su habitación, sucumbiendo ante las emociones. El peso de su cuerpo cayó tras cerrar la puerta, y suspiró con tantísima fuerza que creía Raizou se despertaría de sopetón. Al mismo tiempo, creía que importunaría a Eijun, pero vació su mente justo como cuando no se comprendía a sí mismo o a lo que le rodeaba. Como llevaba haciendo años.

Tomó su teléfono —regalo conjunto de sus amigos pero que ahora mantenía con parte de la beca—, lo abrió con desgano e introdujo un mensaje, que fue respondido quince minutos después seguido de un kaomoji que denotaba preocupación.

« ¿Estás bien, Raichi? (゚ペ) Me preocupo por ti, ¿lo sabes? »

Cuánto le hubiese encantado encontrar a Eijun antes.


Dos semanas después

—¡Senpai, otra vez! —el calor en su cuerpo le gritaba continuar bateando, y así lo expresaba libremente al pitcher de turno: su senpai de quinto año de arquitectura quien acomodaba su jockey, asintiéndole sin necesidad de mover la cabeza o alzar el pulgar. Su acción le indicaba todo.

—Estás bastante entusiasmado hoy, ¿no, Todoroki? —respondió, preparándose para lanzar luego de recogida la pelota de baseball.

Los demás jugadores continuaban en labores aisladas a pedido del entrenador. Los jugadores de "Los Leones de West Tokio", con sus trajes entre rojos, tonos anaranjados y amarillos decoraban el ambiente que brillaba por ser de un sutil y tenue celeste; el pasto de atrás y los lados, algo opaco pero evidentemente próspero si se cuidaba más. Raichi, rebosante de emoción, estaba feliz de pertenecer a lo que vivía. Uno que otro compañero posaba sus ojos en él y le brindaba o palabras de aliento o pequeñas 'amenazas' diciéndole o más bien gritándole- "más vale que nos ayudes a ganar, Raichi. Confiamos en ti, eh", por supuesto que a modo de broma.

—¡Así es, senpai! ¡Estoy listo así que no se contenga! —agitó el bate y aligeró sus hombros. Posterior a ello dio unos pequeños brincos, alegrándose— ¡Kyahaha! —rió, clavando sus zapatos en el suelo. Su superior lo miraba conforme. En un par de ocasiones había visto desanimado a Raichi, cosa que, de alguna u otra forma, se notaba pues la mayoría de las veces, apenas tocaba el campo, juraba que se transformaba en otra persona. La razón era desconocida.

—Bien, ¡allá voy, Todoroki!

Al ser nombrado, se sintió extraño a medida que reafirmaba su postura.

Todoroki...

Todoroki...

Todoroki...

Qué inusual risa, Todoroki-kun

Un foul. Raichi se rió con ganas, justo logró distraerse. Justo —Perdón, perdón —arqueó sus hombros hacia atrás, buscando centrarse. Justo ahora, eh, Sanada-san... No podía ser menos, pues justo se lo ideó como pitcher frente a él y no al senpai que tenía, vistiendo su mismo uniforme, sólo que a diferencia de él portaba una visera y no un casco de metal.

Andaba desconcentrado en demasía. Y sus compañeros lo notaban bastante a decir verdad.

Mas, ¿qué podían hacer? Ni siquiera el menor sabía qué pasaba con él. ¿O sí?


Aquel mismo día, consultorio estatal n°3.

—Bienvenido, Shunpei-kun. ¿Cómo te encuentras el día de hoy?

—No te miento, Kaori-san, pero estoy medio extraño —comenzó—. Verás, me cuesta concentrarme. Usualmente lo llevo bien con las grabaciones y todo eso, también al momento de tener evaluaciones con los profesores pero, uhm... —dudó—. Sabes que soy despreocupado y tal, pero...

—No has podido —completó su idea—. Te veo ansioso —sonrió ella—. ¿Deseas contarme al respecto?

Se lo pensó dos veces. Sí, aceptaba que a Kaori-san no le era difícil abrirse pero por supuesto que no le soltaba toda la información. Sin embargo... resultaba extraño. Logró acomodarse en el sillón, sintiendo en las palmas de sus manos la textura suave y relajante. Carraspeó un poco y suspiró. Kaori lo observaba atenta: sin dudas estaba nervioso. Y era muy extraño dado el tipo de personalidad que Shunpei-kun tenía.

—Ya lo sabes, ¿no? Soy bisexual y no debiese ser tema -ella asentía. Sanada se atrevió a quitarse las gafas, pues sabía que la luz dentro de la consulta no era tan invasiva y que, además, no sería observado en menos o cuestionándole. Sus ojos: algo claros, no denotaban mucho, más lo hacían sus movimientos; cómo movía los pies o los dedos de las manos-. Y ese día, hace un mes creo me topé con Rai... Todoroki-kun -se corrigió. Ella alzó las cejas, innegablemente curiosa, cuando notó que su paciente se había frenado-. Y...

—No dejas de pensar en Todoroki-kun, ¿cierto? —él asintió—. Bueno, es muy normal, Shunpei-kun. Estos sentimientos que tienes, ¿te agobian o...?

—Honestamente no sé qué está pasando conmigo. No quiero confundirlo con lástima o algo similar. Creo que no es por eso que me interesa Raichi. Pero, ¿sabes? Me cuesta... aceptar esto.

—Entiendo. Lo hemos conversado en sesiones anteriores, que resulta común que la gente no desee obrar mal u ofender pero las palabras caen como estacas. Es un hecho —afirmó—. Hemos trabajado en tu autoestima pero es un proceso largo y en el que me has permitido apoyarte. Esto, si me lo preguntas, lo veo como una prueba.

—¿Una prueba, Kaori-san?

—Así es. Para atreverte a aceptar a alguien más y que no sea únicamente a Ryo-kun u otro compañero de la secundaria y que te conoció o antes del accidente, o bien con quien conversabas o te relacionabas de buena manera. O que éste se acerque a ti. Por lo que he oído de este Todoroki-kun, sentiste que no te haría ningún mal. ¿Por qué no pruebas escuchando tu intuición?

Porque esa misma intuición me dijo que me sentara de copiloto ese día.

—Lo intentaré —respondió, no muy confiado—. Pero sabes, es algo poco menos sobrecogedor. Me suele dar igual cómo surjan estas cosas, pero... no sé, lo estoy pensando mucho.

—Tranquilo, es tremendamente normal que estés interesado en alguien. No soy ninguna consejera romántica pero te ofrezco verlo así: es una oportunidad para conocer más de ti mismo, de tus límites o lo que, claro está, Todoroki-kun desee. ¿Crees que le gusta estar contigo?

—¿A-Ah? —Shunpei se sonrojó y enmudeció al instante, con la guardia bajísima. Ella sonrió en grande y sumamente interesada—. Me pillaste, Kaori-san, no me esperaba esa pregunta —confesó, enormemente nervioso—. Pero me gustaría que sí, aunque él es muy nervioso y me cuesta leerlo.

Parece que esto va a buen puerto. La terapeuta esbozó una sonrisa.

—Claro que no te la esperabas, Shunpei-kun. Imaginarte estos escenarios o bien proponerlos como una posible realidad es algo que no solemos hacer. A menos que, claro, desees algo más —ella se divertía.

Observó a su paciente, quien jugueteaba con sus manos y ya lucía más colorado.

—¿Tú no crees, Kaori-san, que a él le desagrade que yo sea bisexual?

—Te confieso algo, Shunpei-kun. Ya lo sabes, pero yo no soy parte del colectivo. Sin embargo, apoyo fielmente la idea de que, si te nace hacerlo y él no se siente incómodo, lo converses como lo que es: tu propia forma de amar y ya. Estoy en una situación de privilegio, recuerdo que también lo conversamos las primeras sesiones. Tantear este terreno desconocido, a final de cuentas, es como la vida en sí. Y quién sabe, quizá se vuelvan a encontrar pronto y, podría ayudarte a conocer más personas.

—Voy a probar qué tal, Kaori-san. Pero sabes, agh, esto es raro y triste a la vez. Él... él juega béisbol. Probablemente está becado, no lo sé. Pero eso honestamente me hizo sentir, me hizo sentir... —apretó su camisa—. Mal, extraño... y triste. Y, pese que ya haya pasado un tiempo, yo... Yo... quiero ver su rostro —confesó.

Ver si es tan dulce como su voz o su risa extraña.

Ara pensó ella.


Mismo lugar, entrega de exámenes.

Salió de sus trámites, enojadísimo porque ahora debería esperar un montón para tomar hora. Rascó su nuca con pereza. ¿Por qué cree Raichi que odia los exámenes de rutina? ¡Porque no atienden! Al menos, no con constancia. Bueno, no esperaba menos de un servicio público.

—Agh, maldición. Ahora, ¿dónde agendo?

Probablemente lo llamen, pensaba, al tiempo que se movía lentamente por los pasillos. No había mucha gente, la verdad.

El hospital le deprimía en demasía. Ver gente enferma, con pañuelos en la cabeza, ojeras, sentadas esperando su turno, familias enteras apoyando a un ser querido, niños, adultos mayores... Y no evitó pensar en Hideo. Últimamente había estado con alzas de presión, pero atendido a tiempo. No lo negaría, le tenía estima. Quizá más de lo que esperaba. Después de todo, le había conocido cuando se mudaron a los departamentos con su mujer, ahora exesposa. ¿Qué será de ella?

—Ah... —soltaba parte del aire de sus contaminados pulmones con desgano.

¿Qué puedo hacer para no acabar igual?

Continuó vagando, y de tanto en tanto posó su vista en un árbol en medio de las sombrías salas y olor del hospital. Eso lo tranquilizó un poco: ver un objeto con vida en un espacio que parecía más inerte que nada. Sonrió de lado, aún sin nada en concreto, hasta que...

Todoroki Raizou-san, favor comunicarse en el mesón. Todoroki Raizou-san, favor comunicarse en el mesón.

—¡Mierda!

Eso quedaba a unos buenos metros donde estaba él.

Más de alguna vez vio pegatinas de 'por favor evite correr en el hospital'. Al carajo con eso, si no se apuraba quizá en cuánto lo atenderían. Y no tenía ganas de esperar, no de nuevo. Despabiló como pudo y comenzó a trotar lo más rápido como para no ser interceptado por algún guardia o enfermeros.

Avanzaba, zigzagueaba, y movía los brazos sin ningún tipo de forma o decoro, apresurándose lo más que le daba el cuerpo. Sudaba, y eso que no estaba lejos, y era tanto el afán de no esperar, de tomarse una merecida... vaso de agua, que ni se percató de que chocó con alguien. Frenó en seco al oír que algo cayó.

Quedó como un imbécil ante los ojos de sí mismo y una madre que caminaba con su hija por el pasillo del frente. Botó el bastón de apoyo de un joven no vidente. La sangre le cayó a la punta de los pies de lo embarazoso. Sabía que era idiota, de sobra. Pero eso ya era bajísimo. Mandó a la mierda todo tipo de decoro. Y mientras el joven iba a agacharse con una calma increíble (bastante alto y agraciado que hasta tenía madera de modelo, por cierto), Raizou se agachó y recogió su bastón.

—Pido disculpas, muchacho. De verdad —estaba avergonzado de su estupidez—. Me llamaban y...

—No, no se preocupe —respondió él, alivianando el ambiente con una mueca despreocupada. Escuchaba cómo el mayor frente a él estaba con la respiración agitada y sintió su mano sudorosa al devolverle su bastón de apoyo. Se acomodó las gafas y le sonrió.

Último llamado a Todoroki Raizou-san, de no presentarse cederemos su turno a otra persona.

¿Todoroki... Raizou? ¿Todoroki...? ¿...Raichi? ¿Ese Raichi?

—Quiero disculparme de otra forma, muchacho —habló Raizou—. ¿Para dónde vas? ¿Tienes prisa? —obvió un segundo su último llamado e inclusive optó por enmendar su error. Si algo no era, dentro de los miles de defectos que tenía, era desconsiderado con gente con capacidades distintas.

Se parecen —pensaba Shunpei. Y rió con ganas.

—¿Qué pasa? —le preguntó el mayor, algo aturdido por la repentina risa. Estaba consciente de que no había hecho ningún tipo de chiste.

—Ah, nada... No se preocupe, Todoroki-san -contestó algo abochornado—. Me recordó a alguien —tomó aire—. Usted, ¿tiene alguna relación con un estudiante de nombre... Todoroki Raichi?

—¿Raichi? Sí, es mi hijo.

¡Lo supuse!

—Ah, comprendo... Muchas gracias —con suerte podía responder, su corazón latía con tal fuerza que sus oídos los sentía abombados y sordos—. Por favor... apresúrese y no se preocupe por mí.

—Oye, muchacho —le llamó la atención, oliéndose algo extraño—. Si conoces a Raichi, ¿quieres que le diga algo? Es... raro, él no tiene muchos amigos. Por eso debes ser importante para él.

Sanada se quedó mudo. Su corazón se le saldría del pecho aunque tenía un don increíble para ocultar sus emociones bajo un manto gigantesco de templanza. Era una oportunidad que, algo le decía, no debía desaprovechar.

—Ahm, mándele mis saludos y dígale... que a Sanada Shunpei le gustaría hablar con él un día. Y tal vez ir a la estación después de clases. Para que, s-si me ve, me lo diga... —sus últimas dos oraciones definitivamente no salieron como planeó. Ni de lejos. Flaqueó muchísimo porque... Dios santo, ni pensó en lo ridículamente cursi de sus palabras. Dicho esto, hizo una pequeña reverencia, posicionó su bastón y volvió a caminar, colorado como un tomate.

¿Qué demonios le pasa? Pensó el mayor, ahora sí después de tan extraño encuentro volviendo de golpe con la secretaria, quien, en efecto, ya estaba atendiendo a otro paciente.

—Ya qué...

Raichi ni solía pasearse por la estación en su recorrido habitual. Creía. ¿O no era así del todo?

Por lo menos no se quedó con la culpa. Pero sí con un hambre y, sobre todo sed, que estaban lejos de ser saciadas.


Apenas logró verlo, sirviéndose un gran vaso de agua con el cabello aún húmedo después de ducharse y con una banana a medio comer en la boca, lo saludó sin mucho ánimo. Estaba cansado y ya eran las cuatro o cinco de la tarde. ¿Y qué había hecho antes de llegar a su humilde morada? No mucho, la verdad. Pasearse por la escuela, tomar locomoción y, en el camino comer algún ramen por ahí, lo más barato que encontró. Cansado de tanto, fue reprendido por Hideo-san en la entrada.

Aquel día Raichi salía temprano de la universidad, pero resulta que ahora estaba acompañado de Eijun. Vaya, inusual pero al ver a su visita, Raichi observó cómo la actitud de su padre cambiaba. Lo mismo de siempre: un trato con él, otro con las visitas. No pensó mucho, ya estaba demasiado cansado de pensar con la universidad. Sobre todo después de recordar lo mal que lo pasó con las evaluaciones. Ahora con Eijun se relajarían hablando de trivialidades y, obviamente, béisbol.

—¿Qué pasa, viejo?

—Me topé con un tal Sanada... ¿Shunzu? ¿Shun? Ay, no recuerdo bien su nombre.

—¿¡Sanada Shunpei!? —exclamó— ¿Sa-sanada Shunpei... san? —tanto Raizou como Eijun lo observaron atónitos. No esperaban ese tipo de reacción, ni de lejos. Raichi lucía emocionadísimo, además de impactado.

—Sí... —comentó extrañado su padre—. Él quería saber de ti. No entiendo de qué podría ser —finalizó. Total, no era como si pudiese jugar béisbol ¿cierto?—. Y que si lo vieras, ah, dijo algo de ir a la estación... No sé bien, pasaron muchas cosas hoy —eso, en rigor, era una vil mentira-. Sólo encontré que fue... tan repentina y rara —enfatizó con cierto asco; al menos, así lo sintió Raichi, al instante— su petición. Ni lo he visto y bueno, él como que no pensó mucho tampoco —añadió, sincerándose.

Raichi lo vio dolido sin saber la razón en concreto. Tragó con dificultad y dejó de comer. Ahora, serio y callado luego de susurrar un tenue "ah, sí, ya veo". Eijun entendía bien: rechazo, eso era lo que tanto hirió a su compañero de mangas. Su padre lo disfrazaba de "no entiendo", pero todo se resumía a un "no quiero aceptarlo, Raichi", o peor aún: "no quiero entenderlo". La emoción que su hijo tenía —y se moría por preguntar, pero no correspondía— se apaciguó casi de golpe. ¿Estaba mal haberse emocionado por escuchar de Sanada-san? ¿Que quisiese saber del él era... malo?

Su amigo palmoteó su espalda y lo animó a que fueran a su habitación, luego de ver con gran reprobación y tristeza a Raizou. Se sentía en confianza para emitir tal gesto. Y si bien no esperaba semejante input por parte de su amigo, no lo atosigaría de preguntas. Tenía algo de educación. Después de haberla jodido varias veces, claro estaba.

—Raichi, ¿quieres conversarlo?

Él sólo veía al piso, sin ánimos de comer en un rato ni mucho menos tomar agua.

Notes:

(*): Sí, quise meter a la madre de Raichi a colación, asíes. Si no saben de quién hablo, no recuerdo bien el capítulo del manga, pero se hace mención de ella muy por encimita. No entraré en spoilers porque puede serlo.

Que no se note que me encantan los OC's. Holaaa <3 ¿Cómo han estado? Ya ni recuerdo cuándo fue la última vez que escribí, de hecho. Anyways, ya el próximo cap creo que se vendría la salsa. Also, ¿creían que vendría todo lo dulce de golpe? No mis cielas, nope. Trato de ser realista con algunos temas, como Raizou de verdad no siendo empático como vi y leí en el manga (fuera del deporte). Quiero explorar con eso y también con las emociones per se. Díganme, ¿qué les parece cómo va esto? ¡Les leo! Ahora bien, ¡Muchos ambientes diferentes y personajes nuevos aparecieron! ¿Qué les ha parecido este nuevo capítulo? Si ven rusheado el final, de verdad tiene su propósito ;)

Chapter 6: Confusion

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

V

 

Continuaba con la vista hacia abajo, sin mirar a su amigo a los ojos; más bien, sin ser capaz de alzar la mirada y enfrentarlo; de oír lo que quería decirle, o bien de soltar él mismo alguna palabra referente a lo que acababa de ocurrir. Raichi yacía con una extraña sensación en el pecho y que le era sumamente difícil describir en aquel instante. No se sentía cómodo, muy por el contrario, estaba agobiado y bastante. Aquello era lo único claro que tenía. Quería ducharse, o tomar un gran vaso de agua con hielo, tirarse una cubeta de agua fría, o gritar fuerte pese a que su padre estuviese cerca, a unos pocos metros de distancia, bajo el mismo techo; a través de paredes delgadas. Además, no se le daba muy bien hablar y lo sabía. Así también lo tenía presente Eijun.

Luego su amigo recordó el pequeño obsequio hecho por Haruichi y otorgado porque llevaban siendo buenos amigos: constaba de una libretita de apuntes que podía usar si deseaba expresarse más y, de ser el caso, mejor. Él mismo había tratado con ello y le ayudó enormemente a organizar sus ideas y pensamientos, para luego expresarlos poco a poco, primero en la mente, luego en voz alta. Eijun se levantó del suelo, mientras veía a su amigo sentado frente a él, con las manos entre las piernas, jugueteando con los dedos y sin ánimos de encararle. Contraído, cerrado, nervioso, incómodo. Era lo lógico, Raizou había sido bastante brusco con él. Como siempre solía ser, en realidad, pero esto era particularmente significativo para su hijo, y los ojos de su amigo no mentían. Por cómo observaba al piso, además de ese brillo que no era precisamente alegre, junto con cómo tenía de apretados los labios, decía muchísimo de la situación: estaba herido.

Como si estuviese en su hogar, abrió el cajón de la mesita de noche y ahí vio esa libreta con un color celeste claro, y la expresión "feel calm" escrita en inglés. Ideal para un momento como este. Se movió un poco, tomó el estuche de su amigo que estaba en el pequeño escritorio pegado a la mesita de noche y tomó un lápiz tinta. Sin decir palabra alguna, le alcanzó ambas cosas a Raichi. Lo vio con el seño levemente fruncido, a fin de expresar su opinión con el gesto por sí solo.

Desahógate, escríbelo, háblame, cuéntame, Raichi. Lo que quieras. Sácalo de ahí.

Luego añadió, rompiendo el silencio: —Si me quieres hablar, aquí estaré. Si quieres que me vaya y te de espacio, lo haré. Pero que sepas que no estás solo en esto.

Raichi estaba abrumado por la calidez de su amigo, pero sentía que no era merecedor de tanto. Alzó la mirada para encontrar los objetos y vio cómo Eijun le sonreía de lado, emanando la confianza de siempre. Tomó, algo inseguro las cosas y se sentó en la cama. Luego se acomodó al fin de recostarse de estómago y... le era difícil escribir, no por cómo estaba dispuesto él, sino por el contenido que vertería en la libreta. Pero sabía que las palabras no eran lo suyo; sí los gestos. Mas en este momento... quería explicarle a Eijun aunque le avergonzara. Quería salir de esa incertidumbre, inseguridad y vergüenza que lo estaban comiendo ante eso tan extraño y primerizo que vivía.

Comenzó a anotar frases sueltas, mientras le picaban los ojos, se estaba desbordando no sólo por dentro, sino también exteriormente. Anotó sus ideas sin sobrepensar como solía hacer:

« Estoy extraño, estoy enojado, raro... Me enoja que el viejo haya hablado de esa forma » « Sentí que le doy asco, ¿le doy asco a mi padre? ¿Por qué me importa tanto si él es una mierda generalmente? ¿Si ni le suelo importar? » « Estoy, creo que... estoy contento por saber que Sanada-san está interesado en encontrarme. Que no me olvidó, que... me buscó » « Me siento como una heroína de shoujo. ¿Está bien serlo, o... no debería? ¿Qué puedo hacer, Eijun? » « Creo que temo que me rechacen. No solo el viejo, sino también Sanada-san. No sé ni que siento, pero no quiero que me tengan asco por esto que ni sé nombrar » « Quiero ver a Sanada-san, hablar con él, conocerlo más » « Quiero que seamos amigos, acompañarlo a la estación aunque me desvié de casa. La vez que lo conocí, fue extraño, raro, pero me fui contento de haber conocido a alguien más » « Me gustó... que confiara en mí »

—Tengo miedo... —murmuró, tomando el lápiz con suma fuerza. Posteriormente, enterró la cabeza en la almohada, dejándose llevar por las emociones. Eijun tomó el papel cargado de kanjis y emociones, mientras Raichi, al estar desplomado en el colchón, se la entregaba sin siquiera enfrentarlo, mientras tenía el papel arrugadísimo. Su castaño amigo lo recibió, mudo y revisó el contenido rápidamente. Ojeó a su amigo, estaba sumamente contraído y abrió los ojos al ver cómo se movía en forma de pequeños espasmos: estaba temblando. Raichi estaba tiritando mientras tensaba sus músculos contra la almohada. No mentiría, a Eijun le dolía verlo así, más aún entendiendo cómo podía sentirse su amigo. Como pudo, sobó su espalda unos segundos a modo de consuelo y demostrarle entendimiento de la situación.

—Yo no te voy a juzgar, Raichi. No sé quién será ese Sanada, pero te noté muy contento cuando tu viejo lo mencionó —Raichi descubrió su rostro, mientras giraba su cuerpo hacia su amigo. Efectivamente, tenía los ojos brillantes y algo rojos. Había llorado, sin emitir un sonido, pero llorado al fin y al cabo—. Debe significar algo para ti si te mueve así —el chico de la cicatriz lo observaba, algo inseguro—. Pero quiero que sepas  que si me quieres contar algo más, te voy a oír y en lo posible aconsejarte. Aunque soy bien torpe con el tema. Estoy en una relación hace casi dos años pero ni sé cómo llegué ahí —rió, sonoramente, aportando algo de alivio cómico al momento. Raichi sonrió—. Pero no me fue fácil. Si bien nos encontramos bien, yo también dudé de lo que sentía, y no sabía si era admiración o algo más. Yo creo que la diferencia está en cómo lo vives tú y ese tal Sanada. Ah... no sé qué estoy diciendo —volvió a reír, sacudiendo la cabeza—. También me siento como una heroína de shoujo. Pero, ¿sabes qué? Cuando he hablado con Kazu, una vez le saqué la información y el muy maldito me dijo que habían momentos en donde se sentía como yo. ¿Puedes creerlo? —hablaba entusiasmado y asombrado a la vez.

—¿Miyuki-san también se sintió así? —preguntó algo incrédulo. Le costaba imaginarse al chico de lentes sintiéndose cohibido, nervioso, o como solía ver en los mangas que leía.

—Sí, yo tampoco lo creía posible —rió—. Pero ocurrió, y quizá eso es parte de... —sintió que su rostro subía de temperatura— ya sabes, eso...

Ah, claro, eso

Querer a alguien. Que alguien te quiera... de vuelta. ¿Deseaba ello para Sanada-san y él? No sabía, era demasiado, pero demasiado pronto para decirlo o siquiera acercarse a una respuesta más aterrizada. Pero sí tenía algo claro: no quería perder el contacto con él. Fue inesperado cómo se encontraron, parecía sacado de un shoujo cualquiera, mas aquellas casualidades le agradaban (dentro de todo); aunque al comienzo se sentía nervioso. Esa última vez que se vieron en la estación, de alguna u otra forma, al final, halló paz y algo más de soltura. Y ese sentimiento le agradó. Ya el hecho de acercarse ínfimamente a Sanda Shunpei le alegraba. Prefería creer en ello, aunque no tenía certeza de cuánto duraría todo esto; o si acabaría, así como no acabó ganando el Torneo Nacional en la escuela junto a su equipo.

—Gracias, Eijun —como pudo, amainando un poco más sus emociones, le esbozó una sonrisa a su amigo. Posteriormente cerró los ojos, para luego voltearse a fin de tener el cuerpo frente al techo. Suspiró y estiró sus extremidades, manteniendo su vista cubierta.

—No hay de qué, Raichi ¿Te parece si salimos un poco de aquí? —estaba totalmente consciente que las cosas habían quedado tensas entre Raizou y él, y, por experiencia propia, a aveces era mejor alejarse de ahí, esperar a que se enfriara el ambiente y luego volver a enfrentar lo que tocara afrontar.

Su amigo asintió y procedió a incorporarse luego de unos tranquilos minutos, ya más calmado y relajado. Tal vez lo mejor era apartarse, respirar un poco de aire fresco y salir de ahí.


Algunos días después

La relación entre Raichi y su padre se podría decir que permaneció similar a lo de costumbre: con suerte se dirijían la palabra mutuamente (y esto con gran dificultad), más que para detalles claves. Salvo aquel día más tarde, el tema de Sanada Shunpei no volvió a sonar otra vez.

Raichi, increíblemente, se sentía más tranquilo luego de hablarlo con Eijun y haber seguido con su vida, sus deberes, la universidad, el baseball, salir a correr cuando tenía el tiempo y ver si coincidía con Sanada-san para, efectivamente, hacer válido lo que el mayor mencionó por medio de otra persona: volver a verse. Por algo, creía Raichi, no iba a ser de un día para otro. Eso ocurre en las películas, en las novelas, en los shoujos. No en la vida real. 

Hasta que frenó su búsqueda, aunque por dentro deseaba ver al joven sobre el que surjió un creciente interés; pues le parecía cubierto de un carisma y misterio que se complementaban casi a la perfección. Asimismo, era ligero al hablar: aprecía no tomarse las cosas personalmente, y debía ser difícil sostener esa liviandad para vivir. De cierta forma, presentía que podía aprender de él si lo iba conociendo. Continuaba siendo sorprendente, para él, que Sanada-san estuviese encarando la universidad. Lo veía... admirable y muy valiente de su parte.

Sin embargo, no era el motivo principal por el cual deseaba verlo; ese era... otro asunto. Si debía confesar su aspecto favorito de Sanada-san, diría que era la sonrisa. Era tan amplia, y algo le decía que era honesto con él... genuinamente. No sabía la razón detrás de aquello, pero se ponía un poquito nervioso, pero en el buen sentido. Era algo que no había vivido antes, y no le disgustaba. Es más, quería encontrarlo y ver más de sus sonrisas, de sus expresiones, de sus chistes. No inmediatamente, porque se hallaba coloradísimo cual tomate de tanto pensarlo. Necesitaba reponerse.

—Raichi, ¡atento con el pitcher! —despertó, nuevamente, de sus ensoñaciones gracias al grito de uno de sus senpais del club de béisbol. El aludido asintió, un poco más concentrado— ¿Qué pasa? —gritaba del otro lado del campo— Estás bien distraído últimamente. Recuerda que viene un torneo pronto —Raichi, algo cohibido, volvió a asentir y bajó la mirada. Ya el pitcher del equipo contrario aprovechó aquella oportunidad en que el famosísimo número 5 estaba destraído y lanzó su mejor bola. Fue el primer strike en la cuenta del umpire.

—¡Perdón, perdón, senpai! —se disculpó y volvió a concentrarse en la práctica.

Había venido el equipo de otra universidad a un partido totalmente amistoso y útil para el futuro como LWT (abreviación del equipo al que pertenecía Raichi), al menos si querían clasificar al Torneo Universitario de Verano. Cosa que compartía la mayoría del equipo, y parecía que Raichi también. Últimamente estaba inseguro de muchísimas cosas, menos de que quería reencontrarse con Sanada-san.

Sintió calor en su rostro, y no precisamente gracias a los nervios o la emoción del partido. Tendría que confesarlo, el actual pitcher no lo exaltaba tanto tal como hacía Eijun, Furuya o Narumiya-san, cuando pertenecían al Seidou y al Inashiro respectivamente. O Amahisa-san, del Ichidai. No, no era lo mismo. Pero no por ello se permitiría perder. Inhaló aire y volvió a concentrarse, de no hacerlo, perdería el momento de frenar la ofensiva contraria.

Esfumó de sus pensamientos a Sanada-san y volvió a su actitud habitual. Su senpai lo miraba de tanto en tanto. Él era parte del campo, así que podía visualizar cómo dudaba, cosa que era enormemente rara e inusual en él. Le entró curiosidad, no mentiría. ¿Acaso Raichi, quien normalmente no solía hablar con nadie y sólo comunicarse mediante los partidos con home runs, gritos o bateos impecables tenía algo (o quizás alguien) que lo distrajera del juego? Interesante.

(...)

Luego de agradecer al equipo contrario con una reverencia, los jugadores de ambos equipos se disponían a descansar un breve tiempo para, quienes tenían clases en la tarde, lo hicieran y quienes no regresaran a sus hogares. En el caso de Raichi, al haber sido un partido de las 3 a las 5 pm, tenía sólo una clase a las 6 pm y de ahí regresaría a casa. Ese era su plan.

—Oye, Raichi —le llamó su senpai, caminando hacia él mientras todos sus compañeros comenzaban a ir a las bancas a hidratarse—. Buen partido.

—Buen partido, senpai —respondió, sonriente. Habían ganado 4-2, era motivo de alegrarse y acumular un paso hacia el torneo de verano.

—En general estuvimos bien —comentaba, luego de sacar una pequeña toalla y sacarse el sudor de la frente y el cuello. Tomó un vasito de agua y se lo acercó a Raichi, quien agradeció asintiendo—. Sólo que te vi distraído un par de veces. Es un poco raro —rió— siempre sueles estar enfocadísimo en cada partido, por muy amistoso que sea. ¿Pasa algo?

—¿Eh? N-no, no pasa nada nuevo —mentía, y le salía fatal. El contrario lo notó en segundos y sonrió, divertido.

—Ah, no me digas —respondió con sarcasmo mientras veía como su kouhai estaba bebiendo su agua lentamente, con la mirada hacia otro lado, lentamente—. ¿Te gusta alguien? —agregó, con tono curioso y algo burlón. Raichi se atragantó con su agua y observó a su compañero de equipo a los ojos. 

—¿Eh? ¡No, no, no, no! ¡Para nada! ¡Claro que no! Kyahahahaha —rió ansioso, sintendo rostro y orejas arder—, qué cosas dice —buscaba calmarse a toda costa. Omitiendo la cara divertida de su senpai, observó a su alrededor en 180 grados, lentamente: la cancha de baseball, algo desgatadaa en cuanto a color, las pequeñas gradas, los edificios de los departamentos que estaban más a la lejanís, los árboles, la sombra que proyectaban, cómo el cielo estaba colocándose de una naranjo algo pastel... Y como una persona que no formaba parte del equipo se acercaba a ellos. Raichi, contrario a apaciguar sus latidos, se quedó donde mismo al ver como Hirahata-san, el amigo de Sanada-san, se aproximaba a ellos parsimoniosamente.

¿Me vino a ver a mí? Pensó Raichi.

—No me lo tomo como un no —sonreía el contrario—. Ni me viste en todo este rato —le encaró, con algo de humor—. Pero está bien, no preguntaré más porque dudo que me sueltes algo —añadió, honesto—. Solo te pido que no te distraiga tanto de esto, eres parte importante del equipo, Raichi. Te queremos aquí, por último solo en los partidos, ¿está bien? —necesitaba asegurar que elemento tan vital como él permanecería aportándole al equipo. Raichi era un bateador de excelencia, rara vez encontrabas a alguien que leyera las bolas de los pitchers como él, y reaccionara con la brusquedad característica del menor. Por ningún motivo, como equipo, se permitirían perder a semejante jugador. 

—Sí, senpai —respondió, asintiendo y viéndose levemente regañado.

—Bien, me retiro, parece que te buscan —comentó, al ver cómo Hirahata se unía a ellos. El senpai saluda al otro chico con un gesto de cabeza y se comenzó a alejar con los demás jugadores cada vez más dispersos—. Yo ya me iba. Hasta luego, Raichi —el contrario se despidió con la mano y su senpai ya estaba más lejos de ellos.

Raichi lucía rojísimo, post partido, con el calor emandándole del cuerpo, aún un poco agitado pese a que tomó agua. Y esto incrementó más al asociar el porqué de la visita de Hirahata-san, ¿acaso tendrá noticias de él? Era rarísimo verlo por ahí. Por esos lares. Hasta donde él sabía, nunca se había aparecido antes, y más aún acercándose tan casual.

—Hola, Raichi-kun —le saludó, colocándose frente a él. Raichi lo veía con su peinado habitual, y vestido en tonos grises. Tenía unas zapatillas cómodas blancas y postura relajada. Al verlo tranquilo, le inspiró un sentimiento similar casi al instante.

—Buenas tardes, Hirahata-san —saludó de vuelta con tono formal. Dudó en preguntar "¿Qué necesita?" pero no lo hizo para no hostigarlo o parecer a la defensiva. Se dejó más a la deriva de lo que ocurría, aunque estaba muy nervioso porque no esperaba nada.

—Recordé que dijiste esa vez que fuimos con Sanada a la estación que jugabas béisbol. No es de sorprender que fuese aquí. Tu físico igual lo dice, de cierto modo —Raichi lo veía confundido— ah, es que... —sí, se dio cuenta: sonaba muy abrupto y prejuicioso. Además que nadie le preguntó sobre la apariencia de Raichi. Decidió autocorregirse al instante— Lo noto, también jugué béisbol en la secundaria. Conozco que se trabaja el cuerpo, lo quieras o no —explicó. Cierto, había jugado junto con Sanada-san—. Oí que eras un buen bateador. Conozco a alguien del equipo, está en mi carrera.

—¿De verdad? —preguntó, sorprendido de cómo conocía a más gente.

—Así es. Pero no vine por eso —aclaró, desviando levemente la mirada hacia un lado y luego viendo al menor en tan llamativo uniforme de tonos cálidos—. ¿Tienes libre después de esto?

Okay, eso no se lo esperaba.

—¿Eh? —volvió a inquietarse, quedando perplejo— Tengo una clase a las 6... —respondió. E inmediatamente se odió a sí mismo por semejante honestidad. Su yo fanático de los shoujos le gritó que mintiera, por alguna razón que no descubría bien (aunque era obvio a más no poder).

Ryou asintió. —Oh, no hay problema. ¿Te desocupas antes de las 8? —Raichi asintió, lentamente—. Sanada me dijo que te pasara... —sacó algo del bolsillo derecho de su pantalón—  esto —le alcanzó un papel no muy grande, doblado a la mitad. Raichi lo tomó, nervioso y efectivamente era lo que creía: un número de teléfono. No había nombre ni nada, sólo un número de teléfono. El corazón comenzó a acelerársele. Estaba en shock, por decir lo menos—. Aún no son las seis así que supongo que pueden coordinar si gustan irse a la estación o lo que sea. Normalmente lo acompaño yo, pero... —sonrió al ver a Raichi observando el papel—. Mejor que te cuente él los detalles. Está en el departamento de Humanidades, creo que tenía una reunión con un profesor en media hora o algo así. Pero —agregó— Sanada no suele correr para hacer sus trámites, o en general.

Es como si volviera a ser el que era antes del accidente, pensó fugazmente.

—¿Por qué... por qué me da esto? —preguntó el menor, en un tono de voz suave y genuino interés.

—Es mejor que le preguntes a Sanada, él me pidió que anotase su número en ese papel y te lo pasara. Y dijo: "él verá si me marca o no". No te obliga a marcarle, tampoco se enfadará si no lo llamas. Para que no te sientas preisonado, Raichi-kun —aclaró.

—Gracias por esto, Hirahata-san —hizo una reverencia. Pese a que lucía muy tosco a primera vista, Todoroki Raichi era un muchacho educado y muy respetuoso—. Me sorprendió —confesó, haciendo una tímida mueca hacia arriba.

—No es nada, Raichi —el aludido lo vio al ser nombrado sin honoríficos y mantuvo presente aquella mueca. ¿Era un paso de que quizás se harían conocidos? Prefería dejarlo al futuro—. Ya hice lo que me pidieron, ahora no te quito más tiempo para que llegues bien a tu clase —comenzaba a despedirse—. Ah casi lo olvido —recordó—, y si necesitas cualquier ayuda o guía, nos puedes consultar tanto a Sanada y a mí. Si nos ves también, puedes saludarnos —añadió, despidiéndose con la mano, tranquilo.

—Muchas gracias por su amabilidad —concluyó, agradecido. Una vez Hirahata se regresó por donde venía, Raichi se retiró del lugar, aún sin creer lo que acababa de pasar.

Ryou, por su parte, se sentía contento por su amigo. Semanas atrás Sanada le había dicho que tal vez Raichi le estaba importando más de lo que esperaba. Lo que podría suponer... que quizá lo que sentía Sanada iría más allá de una amistad. Sabía que él no tenía problemas en salir con otros chicos. Y era obvio, en lo que había pasado de tiempo, Shunpei a veces paraba en su caminar, se notaba levemente distraído o pensativo. Pero sutilmente, sólo quienes le conocían más en profundidad notaban aquellas dudas. Y Ryou era una de esas pocas personas.

Con mayor razón, y sobretodo después del accidente, deseaba que su amigo fuese feliz más que nunca. Y daría los empujoncitos necesarios (a su manera) para que Sanada disfrutara de esto que sentía que fácilmente podía ir más allá de la amistad, pero que buscaría partiera por ahí, o se quedara allí. Aunque dudaba este sería el caso. Se notaba que Raichi estaba entusiasmado con reunirse con Sanada. Se notó, aquella vez que fueron juntos a la estación, que había algo de complicidad, o química. Sin hablar mucho, podía sentir que buscaban, tal vez, una cercanía mutua. Un acompañamiento, alguien con quien recorrer las calles, aunque fuese sin decir palabra alguna.

Y tenía fe en que ocurriría algo, quizá de a pequeños pasos, y estaría ahí para verlo. Probablemente.


Apenas acabó de ducharse, tomó asiento en una banca cercana a los camerinos. Jugueteó con sus pies, moviéndolos rápidamentente, inquieto, ansioso, nervioso; todo a la vez. Para su sorpresa ya había creado el contacto, ahora faltaba marcar. El momento más difícil, dicen por ahí. Mas debía apresurarse pues luego Sanada-san estaría ocupado. Le era tan difícil tocar la pantalla... ¿O en realidad le parecía complejo por algún motivo en concreto? Veía un paisaje no tan distinto al de hace un rato, ahora vestido como siempre: una camiseta blanca y un pantalón holgado, las mismas zapatillas que de costumbre (no las de bésibol) y con el cabello húmedo peinado como era habitual. Ahora un poco más largo de los costados. No era la gran variación salvo que se echó perfume. E inmediatamente se sonrojó en pensar que lo había hecho con un propósito.

Quería ver a Sanada-san y estar presentable. Si no lo marcaba ahora, quizá cuándo lo haría.

Recreó a Eijun a su lado, animándole como seguramente estaría, y a la vez revivió lo ocurrido días atrás en su casa y lo que le dijo a Raizou:

"Puede importarte o no lo que haga, pero si voy a tener amigos o lo que sea, lo decidiré yo. Y a mis amistades o lo que sea no les hablas con asco. Porque es gente que estimo".

Obviamente lo había practicado con Eijun (y ayuda remota de Haruichi-kun además de la libreta que le regaló). Con ello en mente, estaba más tranquilo. Tomó una bocanada de aire, estiró todo su cuerpo de un gran golpe, y bloqueando sus pensamientos, marcó. La sangre se le fue a los pies, helada una vez vio el mensaje "marcando" debajo del contacto. Tenía el corazón en la garganta por decir lo menos.

...

...

...

...

¿Diga? —Raichi contuvo el aliento al escuchar la voz contraria. Con suma dificultad, por cierto, porque oía sus propios latidos en los oídos—. ¿Quién habla? —la voz de Sanada Shunpei hizo que el menor balbuceara un poco, hasta que se animó a responder.

—Hola, Sanada-san —se atrevió a saludarle, sintiéndose una vez más como una heroína de shoujo manga.

¿Eh, Raichi? —su voz sonaba más animada y levemente esperanzada— ¿Ryou al final te pasó mi número?

—Así es —asintió, creyendo que estaba junto a él. Su voz comenzaba a calmarlo—. Pero dudé en llamar —confesó, y nuevamente odió su honestidad propia de un niño.

¿Oh? —preguntó, juguetón— ¿Qué te detuvo?

Enrojeció por enésima vez. Toda la situación le parecía embarazosa, y no quería admitirlo, pero así era.

—Nada en concreto —mintió, tratando de desviar su atención; mas consiguió el efecto contrario luego de oírlo decir "qué aburridoooo". Raichi sonrió, Sanada-san seguía siendo gracioso y ligero como recordaba, después de casi tres semanas—. Me alegra oír que estás bien —soltó, sin pensarlo mucho. Posteriormente tapó su boca, no contaba con decir aquello. Sólo... lo sintió óptimo en el momento.

Shunpei no respondió inmediatamente, para su sorpresa. ¿Le habrá molestado? Antes de decir cualquier cosa, oyó del otro lado de la línea un "heh" suave, como si estuviese divertido (nuevamente). Sanada se hallaba de pie, esperando, pero con aquellas palabras quedó desprevenido, y movió un poco su bastón por inercia. No imaginaba que Raichi le diría algo así. Efectivamente comenzaban a presentarse avances que él iba disfrutando.

A mí me alegra haberte entregado mi número —soltó, con un tono casual. Raichi no podía verlo, pero Sanada estaba sonriendo. Y, de cierta forma, acercándose a lo que tal vez, y solo tal vez, podría llamarse coqueteo.

Cada minuto que pasaba le confirmaba que estaba viviendo el sueño del shoujo manga, se sentía... muy extraño, pero no le y se disgustaba. Estaba cómodo, y más aún al saber que Sanada-san quería hablar con él, estar en contacto. Sin embargo, no vio el peso de las palabras contrarias, el verdadero significado que éstas acarreaban. Y tampoco que Shunpei colocaba una de sus manos en su rostro, tocando el calor que se acumulaba en sus mejillas poco a poco, con un rubor que no solía tener a menudo; y sonriendo sin saber (o sí) el porqué. Con su corazón latiendo, no desbocado, pero presente. Deseaba, una vez más, visualizar el rostro de Raichi, pues se imaginaba a una persona muy dulce y genuinamente amable, y eso... hacía que quisiese acercarse más a él. Más y más, sin presionarlo ni obligarlo a nada. Pero a la vez quería descubrir lo que estaba sintiendo. Ese hormigueo, esa tranquilidad que le daba hablar con él, oírlo algo nervioso, pero luego agarrando confianza. Una dualidad que hallaba interesante, intrigante y curiosa.

—Kyahahahaha —rió, suavemente. Como aquella vez en el hospital, cuando se conocieron—. Pero qué dices, Sanada-san... Aunque no me esperaba que mandaras  a Hirahata-san —comentó, honesto y más relajado.

¿Querías que fuese yo? —preguntó, curioso e imaginando la reacción del menor, exaltándose, negándolo de inmediato. Ah, cómo deseeaba verlo.

—¿Eh? N-no, no es eso... Me alegró que quisieras verme —complementó, sin pensarlo dos veces—. También... mi padre me dejó tu recado —soltó, con algo de desagrado en la voz. Sanada lo notó al instante, no había sonado como el Raichi de siempre.

Y pasaron... cosas, omitió.

Shunpei dudó si preguntarle sobre ello, al recordar que el recado que dejó podía dar para interpretación. Cosa que... en rigor, era cierta. Pero era un paso que no midió, más aún al conocer de forma muy extraña al padre de su ¿amigo? Optó por no tocar esa fibra y continuó, luego de tomar una silenciosa bocanada de aire: —Me gustaría que fuésemos juntos a la estación, o quizá ir... a otro lugar, si quieres —rascó su oreja izquierda, removiéndose un tanto del lugar—. Con acabar en la estación estoy bien —añadió, a fin de no incomodar al contrario.

Hubo un pequeño silencio. Sanada, mientras esperaba que su profesor lo llamara, movió sus pies un par de veces, esperando una respuesta, o un sonido por pequeño que fuese. Tocó su audífono bluetooh, pasando sus dedos por el botón con el que aceptaba o cancelaba llamadas, teniendo efímeras ideas que lo tentaban cada cierto tiempo. Como cortar de pronto y huir. Dios, ¿sonaba desesperado? Posiblemente.

—Me... me encantaría acompañarte, Sanada-san —soltó Raichi, sonriendo ampliamente y sintiendo tibieza en su rostro y manos. Shunpei se encontraba en similar estado, de cierta forma aliviado y alejando ya su mano del auricular—. Y junto con ello me aseguraría que... —llegaras bien y no te pasara algo. Ay no, se le fueron las palabras sin pensar. Pasó a llevar la autonomía del contrario, sin meditarlo antes. Y se entendía a leguas la oración inicial—. D-disculpa, de verdad no quise decir... —fue interrumpido.

Tranquilo, no pasa nada. Es normal preocuparse —sí, lo había notado; pero no le importó. Al principio, un par de años atrás, se hallaba a la defensiva, pero gracias a la terapia y el acompañamiento que recibió, además de familia y amigos, pudo calmar un tanto aquel recelo con los demás. Asimismo... era Raichi, quien le inspiraba confianza. Con él, volvería a tocar su espalda sin dudarlo dos veces. Sabía que meditaba lo que decía, y no le haría daño. Y esa parte hacía que no dejara de pensar en él como un ser humano genuinamente tierno y bondadoso.

—Nuevamente disculpa lo que dije —efectivamente se disculpaba; tal como imaginó—. Sí, me gustaría ir a la estación contigo, la última vez lo pasé bien —añadió, rememorando, alegre—. Aunque ya de eso fueron semanas. Aún lo recuerdo... —sonaba melancólico.

¿Qué recuerdas, en concreto? Han pasado varios días —estaba curioso.

—Sí, es cierto —asentía, del otro lado de la línea—. Pero me gustó salir de la rutina y no regresar solo camino a casa. A veces me encuentro con amigos, pero es difícil que coincidamos. No me molesta. Y... con ustedes me sentí a gusto —confesó—. Se notaba que Hirahata-san y tú son muy amigos y... me alegra —sonreía—. Me da gusto por ti.

Es cierto, yo... le debo mucho a él —contó, con tono melancólico—. Es un buen amigo.

—Me alegro por los dos, de verdad.

¡Ay, es que era tan dulce! Era un chico que con su voz ya movilizaba el interior de Sanada, partiendo por su corazón, la preocupación sonaba y presentía era genuina.

Eres muy amable, Raichi, ¿te lo han dicho? 

—S-sí, pocas veces pero sí —rió, Sanada sonrió al oírle reír tan característicamente.

Sanada rió. Raichi había titubeado. —¿Sueles reírte así a menudo? Cuando nos conocimos recuerdo que reíste de esa manera.

—¿Te parece raro? 

Para nada, me parece... —hizo una breve pausa— único y especial —agregó, sin meditarlo.

Como tú, pensó, en un atisbo de segundo.

Raichi no respondió. Sanada-san le quitó el habla como en un suspiro fugaz, tomando su aliento y cualquier forma de reaccionar ante algo tan inesperado y que hizo que tomara su teléfono con fuerza. Sería la primera vez que alguien le dirían eso sobre cómo reía. Por lo general, las personas que se encontraban con él lo veían extraños, comentaban algo, rodaban los ojos o sencillamente lo catalogaban como "un bicho raro". Y sí, puede que su risa fuese extraña, pero solía emitirla cuando estaba entusiasmado o emocionado con algo, habitualmente. Hasta su propio padre (que no es parámetro, en verdad) lo criticaba por decir que espantaría  sus compañeros de Yakushi (los años anteriores). Mas no fue así. Fue precisamente lo contrario, pues Raichi era un joven de acciones, y aceptaron que era parte de él.

Sanada Shunpei pareció aceptarlo demasiado pronto, y concebir su risa como algo que le hacía único. Raichi observó el pavimento, embargado de tibieza que se expandía por su cuerpo. Eso fue... lindo.

—No sé qué decir... —balbuceó, levemente incómodo pero no en el mal sentido. Por enésima vez, Sanada-san lo llevó a la estratósfera de situaciones nuevas, descolocándolo instantáneamente y poniéndolo en un escenario que veía sólo en magas y animes románticos.

No digas nada, sé que sonó raro —admitió—. Lo sien-

—No te disculpes, no me desagradó —le cortó, seguro de lo que decía. Con su mano libre cubió su boca. Nuevamente sus labios se movieron más rápido de lo esperado—. Digo, no me suelen decir eso a menudo, pero si... —enmudeció.

Pero si eres tú... no me importa.

¿Mnh? —le instaba a seguir, con algo de nervios, debía admitir. ¿Podía imaginarse aquello con una luz verde a continuar soltando cosas como aquellas de tanto en tanto? ¿O debería parar, por mucho que le pesara? 

Raichi, por su parte, medía sus palabras con una regla. Eso resultaría incómodo, para ambos. Tal vez. Omitió aquello y meditó en lo que diría. Observaba personas pasar, solas, en pareja, en grupos de amigos. Y de pronto... nadie.

—¿Raichi? ¿Estás bien?

El aludido iba a decir algo, pero de pronto Sanada recibió otro sonido por su oído libre. Pertenecía a la voz de su profesor de literatura moderna. Sanada dio un respingo.

—¿Sanada-kun? Perdona la demora, puedes venir a mi oficina para que conversemos de los exámenes —como siempre, sonaba tan tranquilo y relajado. Era de sus maestros favoritos, sobretodo por la comprensión tan genuina que mostró con él al adapatar las evaluaciones y grabarle sus propias clases en audios que podía reproducir fácilmente con un reproductor de sonido, junto con recomendaciones de otros profesores a los que acudir, o más sobre clases, o libros, novelas o historias narradas. Precisamente para personas no videntes. 

Raichi pudo oír la voz ajena y cómo Sanada-san emitía un "mnh" breve.

—Enseguida, profesor —se apresuró a responder—. Oye, Raichi, debo irme. Me toca reunirme con mi profesor. Si no te queda lejos o te sales de tus planes, reunámonos a las 7 pm en la facultad de Ciencias, queda más cerca de la salida.

—Sí, no hay problema. Qué te vaya bien. Hasta pronto —se despidió, con las palabras en la boca.

Hasta luego —sonrió. 

*beep*

Cortó el llamado con el botón y se sacó el auricular que guardó en el bolsillo de su pantalón para oír claramente a su profesor. Caminó hacia donde sabía estaba la puerta, tanteando con su bastón, con plena confianza. Su maestro lo vio erguido como de costumbre, pero con una sonrisa que adornaba su rostro, de aquellas que aparecían poco. Se veía amplia y muy transparente.

—Sé que puede sonar entrometido, Sanada-kun, pero, ¿hablabas con alguien especial? —normalmente veía a su estudiante más desinteresado o relajado, los breves segundos que lo vio, su actitud si bien permanecía similar, no se quitaba la sonrisa del rostro, y cierta... suavidad en su forma de hablar. Le recordaba a cuando él estaba enamorado, años atrás, de una chica que conoció estudiando para la maestría.

Tras breves instantes, Shunpei respondió: —Sí, es alguien... muy especial.

Y no mentía, con cada pequeño acercamiento y sin siquiera conocer su rostro, Sanada estaba viviendo algo que, claro, probablemente ya experimentó con alguna chica, pero no estaba tomando la profundidad de ahora, paulatino, pero en movimiento. Algo que sentía cultivarían entre los dos... aparentemente. Aparentemente, de igual forma, Raichi no lo detenía, y profundamente, Shunpei lo agradecía con el corazón y alma. Agradecía creer que tenía una oportunidad de abrirse más. Ya conoció a Raichi en un punto que podría considerarse vulnerable: sin su bastón, afirmándose de un extraño, que conociera a su familia, ahora en la universidad producto de un encuentro fortuito (¿o destinado?), y vez que se topaba, revivía el tacto en su espalda, su risa, cómo su piel se crispaba, el olor de su perfume, lo suave de su voz... Una radiante aura que lo atrapaba en un magnetismo desconocido y dulce, que levantaba sus fantasías de acercarse más, pero a la vez le solicitaba frenar un tanto en sus movimientos. Esperaría lo que tuviese que esperar, porque sentía que valdría la pena. Que cada minuto con él merecía la pena.

Notes:

Me animé en seguir con esto, y a mostrarles un pequeño avance entre Raichi y Sanada, que afírmense, porque ya comienza el build-up jijiji. ¿Qué opinan de lo que va de la historia? ¡Saludos y espero leerles pronto!

Chapter 7: First approaches, feelings and jealousy

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

VI

 

Cada vez que imaginaba encontrárselo se ponía levemente nervioso, expectante y muy alerta de su alrededor. Curioseaba en su mente, ansiosamente, imaginando cómo podría lucir Sanada-san en este nuevo encuentro que tendrían, ¿elegante, casual, con estilo? ¿con o sin gafas? ¿con esa postura segura de siempre, acompañado de Hirahata-san; solo y más atento; o más cool? ¿Ninguna de las opciones anteriores? Iba a llegar más tarde a casa, seguro, pero no podía detener la emocionada sonrisa de su rostro, esto de salirse de lo programado hacía que riera levemente al tiempo que sus manos comenzaban a humedecerse de lo nervioso que se encontraba. Frotaba sus palmas, buscando calmarse. E inició probando algunas técnicas de respiración, para así buscar calmar su creciente ansiedad. Después de breves segundos volvió en sí, pero aún podía oír sus latidos en el oído; solo que menos bruscos y frenéticos.

Ya eran cercano a las 19:30 horas y Sanada-san aún no aparecía. Pensó en ir en su búsqueda, pero si era sincero no conocía la facultad de Humanidades, mucho menos qué estudiaba Sanada-san, e imaginaba que era de segundo o tercer año, por la edad. ¿O era de cuarto o quinto año? Pensándolo bien, sabía poquísimo de él. Que, en términos objetivos, era lo lógico. Sin embargo, muy dentro de él aquello le entristecía, y bastante. Aunque lo negara en sus adentros, deseaba saber más de él; o, aunque fuese un poquito más de lo que conocía ahora.

Movía los pies de arriba a abajo. Comenzaba a cuestionarse su decisión. Si, efectivamente, fue buena idea mentir aquel día. Sabía que su padre (más temprano que tarde) notaría que se desviaba del camino a casa, y seguramente lo hizo al recibir el inesperado mensaje de Sanada-san en el hospital, aquel día. A medida que Raichi pensaba y re carcomía su mente como, honestamente, desde que conoció al joven de cabellos oscuros, no dejaba de sentir que pertenecía a alguna novela romántica cliché.

Y si es así, ¿qué? Le comentaba su amigo castaño.

Sinceramente, ¿a qué le tenía tanto miedo? ¿A lo que sentía? ¿O que no sabía ponerle nombre a aquello? ¿A la incertidumbre de lo que ocurriría con Sanada-san y él? ¿Y... ocurriría algo? ¿Por qué debería? La verdad... ¿debería pasar algo? Y, ¿qué opinaría su viejo de esto?

Este último pensamiento, algo intrusivo, le hizo ponerse más nervioso aún. Y es que lo que pocos sabían es que, por muy simplista que luciera, últimamente convivir con los amigos de Eijun, de los cuales 2 estudiaban humanidades, le abría el mundo enormemente. Pensaba más, pero aún conservaba esa timidez, esos silencios que mantenía y continuaban caracterizándole. Mas escuchaba atentamente, cada vez que le hablaban, oía cómo otros se sentían, y eso activaba su propia percepción de sí mismo. Suena complicado, pero esto suele ocurrir cuando se convive con otras personas.

Jamás había visto a tantas personas a diario. A veces en los entrenamientos venía un gran número de estudiantes e incluso familiares o estudiantes egresados a ver, soliendo ser, habitualmente, conocidos del capitán; o quienes alentaban al resto del equipo. Ni hablar cuando había partidos oficiales tanto en el campus como en otras casas de estudios. Pensándolo bien... sólo Eijun iba a animarle, o a veces Haruichi-kun y Furuya-kun, quienes en particular se quedaban mirando y después retroalimentaban positivamente al bateador con unas escasas palabras.

Querría que no fuesen solo ellos...

Seguramente era el calor del momento, ¿no? Literalmente volvía a tener el rostro demasiado tibio. Y le costaba distinguir bien los sonidos. Acercándose al punto de encuentro, viendo los nombres de los edificios y las pequeñas indicaciones esparcidas al interior del campus para llegar a las distintas facultades, perdía más y más la noción de lo que veía, y lo que oía. Estaba en extremo ansioso, todo era tan incierto, y a la vez, ¿significativo? para él.

Una vez llegó al lugar, tomó aire y se sentó en alguna banca cercana. Cerró los ojos y comenzó a tomar unas inhalaciones profundas, a fin de calmarse, y, probablemente producto del cansancio del arduo entrenamiento comenzó a relajarse, a soltar su cuerpo y olvidarse un poco de tanto escenario que se creaba. La noche empezaba a hacerse presente, y a diferencia del otro encuentro que tuvo con Sanada-san, partirían con el cielo teñido de un tenue azul oscuro, y con tantísimas luces que adornaban el sector. Al rato, Raichi cayó rendido, en aquella banca, mientras se cruzaba de brazos y su cuerpo se iba hacia adelante levemente, como un vaivén.


Se había atrasado con su profesor. Habían acordado, minutos atrás, las modalidades de evaluación para seguir adelante con el curso. Pero una vez volvió a prender su audífono bluetooth y escuchó la hora que éste le indicaba... dejó aquella calma a un lado. Apresuró el paso, ya no tanteando con su bastón, sino deslizándolo en busca de topes o superficies con las que podría chocar. Era el responsable de haber convocado a Raichi, la verdad. No se avergonzaba... tanto. Pero ahora sí que la había cagado. Siempre fue impuntual en la escuela, pero se prometió romper con ese hábito ahora en la universidad. Sin embargo, producto de una amena charla con su maestro, no sabría cómo ubicar a Raichi.

A menos que...

Le devolviera el llamado. Un movimiento altamente osado, una clara señal de interés, evidentemente de las más clásicas. Pero, cuánto le hubiese gustado ver a Raichi, ¿qué estaría haciendo? ¿Leyendo, durmiendo, mirando la nada, viendo el celular, escuchando música, estudiando? No había forma de saberlo, debía imaginárselo. Como todo, desde hace dos años. Se mordió el labio de la frustración, sintiendo cómo, después de tanto, sus emociones se veían alteradas. Caminó con fuerzas, hasta que activó el micrófono del audífono con su mano libre.

—Llama al número más reciente.

Y comenzó a marcar...

Marcando...
Marcando...

Marcando...

—Por favor...

No contestaba. ¿Se habrá ido? Bajó el ascensor de la facultad, y se aproximaba lo más rápido que pudo a... ¿dónde? Dijo la entrada de la Facultad pero habían numerosos lugares donde sentarse, donde estar, y... no pasaba más que desesperarse.

Aun marcando, como acto desesperado, murmuraba:

—Por favor, Raichi, responde... —imploraba, en un hilo de voz.

¿Estás ahí? ¿No te habrás ido?

Hasta que cortó, en un afán orgulloso de decir: "ya, no volverá". Aun así, no podía pasarle el mensaje a su cuerpo, el cual continuaba, presuroso, buscando y buscando. No sabía que, minutos antes, el contrario despertó, producto de la vibración de su celular que se hallaba en el bolsillo de su pantalón. Al revisar el teléfono, exaltado, se levantó.

Tres llamadas perdidas del número al que había marcado. Tres.

Se levantó, y lo visualizó, apuesto como era habitual, pero avanzando rapidísimo moviendo la cabeza a ambos lados, veía que sus labios se movían lentamente. Se sorprendió cuando logró oír lo que salían de ellos:

—Raichi, por favor...

Con un cúmulo de emociones tibias en su interior, partió en su búsqueda y dudó si tocarle el brazo, cubierto por su chaqueta negra, o saludarle casualmente con más distancia, a fin de hacerse presente. Y que no siguiera caminando, solo...

—¿Sanada-san...? —fue lo que logró emitir.

El aludido volteó inmediatamente en dirección del sonido, aquella voz, y sin importarle nada, con el corazón latiéndole a mil, con el cuerpo hirviendo, se acercó, sin dudar, a quien había estado buscando con afán. Una vez sintió su bastón llegar a los pies contarios, lo tiró al suelo ligeramente, y, con sus manos, trató de tocar los hombros ajenos, buscando transmitirle un mudo: "aquí estás, Raichi, me alegro". Mas no quería únicamente tocar una parte superficial del contrario. Es más, dentro de sí, quería abrazarlo, acortar la distancia entre los dos, pues tenía la urgencia de sentir físicamente que Raichi estaba ahí, con él y con nadie más que él, efectivamente. Que Raichi no le había dejado, que no se había aburrido de él, como podía suceder. Y de todas las personas, tenía casi la certeza de que el menor no era de esas personas, que lo desecharían, que lo apartarían. Que le tendrían lástima o resentimiento por vivir de forma diferente y en condiciones poco habituales.

Sintió el calor de la piel contraria en contraste con sus manos frías mas no eran sus hombros, sino la zona superior de los brazos. Olvidaba que el contrario era más bajo que él, por lo que con sus brazos alcanzó los bíceps, sin duda trabajados, de Raichi. Con la piel erizada, sentía su rostro en llamas, y tragó saliva, con los dedos estáticos en la piel ajena. No supo bien cómo proceder. En un intento nervioso que buscó a todas luces ocultar, quería sacar las manos de ahí, pero contrario a ello terminó recorriendo los brazos del menor, sintiendo el calor ajeno en sus manos. Y dejando a un joven bateador mudo y atragantado con lo que aún no podía procesar, colorado como un tomate, embargándose de sensaciones que jamás creyó sentir, de un segundo a otro. Fueron breves, sin embargo, y logró enfriarse, para que Shunpei apartara sus manos de ahí casi con espanto, deseando con toda su alma que la tierra lo tragara. Primero llamarle tres veces y ahora este papelón. Recreando la sensación reciente, volvió a tener calor en todo el cuerpo.

El rostro de Raichi lucía enormemente confundido. Con su mano izquierda tocó la zona, notando cómo el calor se esparcía por ahí. Los dedos de Sanada-san eran alargados, fríos y acorde a su esbelto cuerpo. No sabía qué decir, no esperaba aquello. Pero no le desgradó. Le hizo sentir... cosas que no supo nombrar.

—No quería... Q-que te fueras —soltó el contrario, más tímido que de costumbre. Era primera vez que Raichi le veía cohibido, y la idea de que era ciertamente adorable cruzó por su mente—. Perdona por haberte tocado sin tu permiso —añadió. A él de muy pequeño le enseñaron que a las personas hay que tocarlas con su consentimiento, y lo mismo le está enseñando su madre a su hermana menor—. P-pero... —segunda vez que titubeaba, todo un récord. Colocó sus manos detrás de la espalda, incómodo y siendo atentamente observado, por el contrario— Pero... —se recompuso, algo. Quería abrazarte, sentí esa necesidad, De no dejarte ir—. He sido muy... muy... agh, cómo lo digo... —estaba en extremo nervioso, Raichi le observabam expectante de conocer otra nueva faceta de él— de verdad tengo ganas de ir contigo a la estación, Raichi. Incluso te marqué varias veces, qué insisten-

—No me disgustó eso, Sanada-san —le cortó el contrario, sonriendo tímidamente y mirando hacia abajo unos instantes. Shunpei quedó descolocado y sorprendido al notar que Raichi estaba saliendo de su zona cómoda y lo interrumpió—. B-bueno, la verdad... Tampoco me disgustó lo que acabaste de hacer —confesó. Luego lo vio, con algo de dificultad debido a que ya estaba oscuro y los focos no los iluminaban bien del todo, y el mayor apretaba sus labios, sin saber bien qué decir, actuar o cómo tomarse aquello—. Con esto me refiero a... ya sabes, eso, porque... también quería verte. Entiendo por eso que... de verdad querías encontrarme conmigo y esto es... ay, qué vergüenza —murmuró, buscando por todos los medios no ser oído.

—¿De... de verdad no te molestó?

Raichi negó con la cabeza. —Me sorprendió un poco, nada más —porque sueles mantener tu distancia y está bien, pero ahora... Pero... no me disgustó —su rostro hirvió al pensar que ahora él también quería tocarlo a él, por más tiempo. Sacudió su cabeza y recogió el bastón del mayor, en silencio—. Sanada-san, de verdad eres un tipo muy curioso —sonrió, entregándole su bastón. Para ello, tocó la mano contraria, sintiendo su heladez versus sus manos tibias y más ásperas y pequeñas, murmurando—: Te entrego tu bastón, Sanada-san —el contrario lo recibió, algo aturdido por la iniciativa de Raichi, sintiendo como las manos contrarias ayudaban a que Shunpei cogiera el bastón con la palma de su mano.

—Tú también eres muy curioso, Raichi —finalmente, después de tanto sentimiento nuevo y floreciente, sonrió a la luz de los focos de iluminación—. Será mejor que ya nos vayamos.

—Cierto, cierto —asintió—. No sé qué me has hecho, Sanada-san, pero es muy agradable estar contigo —de la felicidad que sentía en aquel momento, rió, suavemente—. Kyahahaha.


Sanada-san iba a la izquierda, él, a la derecha, al lado de los transeúntes. No deseaba, por ningún motivo, que nadie chocara con su acompañante, quien lo escuchaba atentamente las pocas veces que hablaba, regresando a su timidez habitual. Pero no era tan así, a medida que caminaban, Raichi medía con pinzas sus respuestas, tratando de no lucir como alguien desesperado o en extremo necesitado de aquel momento. Pero así era, la verdad. Él no quería que aquellos momentos de alegría y tibieza en esa tarde-noche fresca se esfumaran al dejarle a la estación. No quería que acabara, nunca.

—Oye, Raichi, ¿ves en la vereda del frente un local pequeño de tonos cafés?

—¿Eh? —veía a su alrededor, entre los locales, un poco más adelante, uno con los colores que buscaba el contrario— Sí, parece que es un local de comida.

—No precisamente —aclaraba el mayor, al tiempo que avanzaban. Otra vez se iba a precipitar, pero ya qué, ya llevaba tiempo sin reencontrarse. Todo comenzó con su movimiento osado de hablar con el padre del menor, esa vez que se toparon en el consultorio, él saliendo de su sesión de terapia y aquel caballero para nada similar a Raichi parecía que se había hecho unos exámenes de rutina que debía retirar. Tragó saliva, sintiendo cómo su reputación se desmoronaría— ¿Quieres cruzar conmigo? —le invitó.

¿Eh?

—¿Qué hay allí? —curioseaba. Pero pronto lo notó: se trataba de una cafetería de colores cálidos, cuyo interior era de tonos ocres, cafés y burdeos. No podía ser, ¿le estaba invitando?— Ah, ya veo... —esto era un sueño, la verdad, cada vez más cercano a una fantasía que a su cotidiana vida.

—Lo notaste, ¿verdad? Considerando que ya es muy tarde podemos pasar por algo y nos lo llevamos. A mí me apetece algo caliente, ¿qué hay de ti?

Andaba con dinero, sí. Pero no era mucho de tomar café. En realidad, le gustaba más el chocolate caliente, o incluso el té verde. ¿Tendrían de eso? Pero... ¿y si llegaba tarde a casa? Probablemente se encontraría con el viejo, quizá bebiendo algo o con cara de desagrado, como la última vez.

¿Y qué importa él? Le diría Eijun. Vive tu vida, sé feliz, Raichi. Deja de pensar en qué te dirá. Si es tu padre, realmente, él lo entenderá.

—A mí... Me gustaría entrar y conocer el lugar —y conocerte mejor, pensó, sonriendo con algo menos de timidez que en el comienzo.

Justo lo que deseaba escuchar, pensó el contario.

—Perfecto —sonrió ampliamente—. Ah, y Raichi, detente un poco por favor —le pidió, al contrario, al tiempo que él también paraba de caminar. Nuevamente, deseaba mostrar su gratitud, y a la vez, por qué no, volver a moverse, en el sentido de conocer lo que estaba sintiendo.

Shunpei se acercó un poco al contrario con ayuda de su bastón, y una vez calculó aproximadamente dónde estaba su hombro, recordando aquella mañana en el hospital, agachó levemente su cuerpo y trató de acercarse al oído contrario, en un movimiento o que lo espantaba o no espantaba. Se sentía valiente, pero la oportunidad le gritaba comprobar sus sentimientos, y por qué no, que el pequeño bateador hiciera lo mismo. Porque claramente podía sentirlo. Existía una química entre los dos, algo que comenzaba a emerger y que flotaba entre ambos, y que ahora, sentía, iría quizá a algún lado. Ya Raichi reafirmó que no le desagradó, no una, sino dos veces, que pasara sus manos por la piel contraria. ¿Qué le hubiese dicho si lo hubiese estrechado contra su piel, oyendo sus latidos, o su respiración? No, aquello hubiese sido demasiado, sin duda alguna. Y tenía que considerar a Raichi también, no ser egoísta.

Aunque le ardía el interior por serlo, por no dejarle ir. Pese a que probablemente se encontraran al día siguiente, más aún ahora que tenían sus números de teléfono.

Una vez cerca de su oído, tratando de no espantarlo por todos los medios le dijo, suavemente: 

—Gracias, Raichi-kun —enfatizó el honorífico, con un tono algo juguetón (o seductor, si se quiere), e inmediatamente se apartó, dejando a un joven estudiante pegado al piso, en shock y habiendo vivido el momento más shojo manga habido y por haber. Con las mejillas rojas, abrazó su cuerpo, sintiendo cómo el estremecimiento que emergió de las palabras de Sanada-san se esparcía por él como ondas de tibieza que erizaban su piel. Efectivamente, le estaba coqueteando. A él. Alguien tan guapo como Sanada-san le estaba invitando a él. Y a nadie más que él. Y ahora encima le había susurrado al oído, casi dejándolo muerto.

¡No puede ser! Oficialmente fue la heroína de su propia versión, algo cutre, de shojo manga.

—¡Bien! —cambió de tema el contrario. La audacia— Crucemos, ¿sí?

—S-sí, claro.

Al siguiente paso peatonal presente, Raichi le indicó a Sanada-san que cruzaran. Temió, levemente que el mayor no alcanzara a cruzar, porque la luz verde comenzó a parpadear. Sin embargo, no se había percatado que el semáforo tenía un sonido que indicaba el parpadeo del semáforo, precisamente para señalarses a las personas con visión reducida que se apresuraran. Sintiéndose levemente ridículo, Raichi vio como Sanada-san, sin inmutarse, avanzaba más rápido y giró camino hacia el local, como ya conociendo el lugar, o el sector por el que se movía. El menor avisó cuando se estaban acercando, mientras que él se cercioraba que nadie pasara a llevar a Sanada-san. Ya al frente del local, Sanada-san buscaba abrirle la puerta al menor. Sin embargo, éste se adelantó, hablándole despacio: —Yo me encargo, Sanada-san.

—Qué cortés, Raichi —le adulaba, buscando molestarlo, como era habitual y con su tono juguetón de costumbre. Y así fue.

Poniendo su mano en el fierro, Raichi tiró como indicado y dejó que el contrario pasara primero. Ahí veía su espalda, alta, toda su figura, bien vestido como de costumbre, casual y contrastando su ropa de tonos fríos con el local de tonos más cálidos, destacando, pues, en medio de la gente. Al menos, para él, siempre era un foco de atención. Desde que cruzó miradas con él. En cambio Raichi... Tenía rostro tosco, una cicatriz en el rostro, cabello que a veces lucía reseco, se vestía siempre igual y... ¿estaría bien acompañar a alguien que claramente es totalmente diferente a él? Y que pareciera, también, provenir de realidades distintas. Por supuesto, no era así del todo. Pero las inseguridades de Raichi le invadieron en aquel momento en donde Sanada-san se acercaba al mostrador y cruzaba palabras con una de las tres baristas. No prestó gran atención a lo que veía, obviando las mesas o la ambientación de la cafetería. Mas...

—¡Ah! ¡Shunpei-san! ¡Bienvenido!

¿Eh?

¿Shunpei..san?  ¿No le llamó por su apellido sino por el nombre?

¿Por qué tanta cercanía, de la nada?

En silencio, observó a la barista, sin procesar esa incomodidad que se alojó en su pecho. Apretó los labios y vio cómo una chica de quizá unos años más que él, de coleta café  posicionada a un lado de su hombro y una boina rojo burdeo, un flequillo cayéndole casi por sobre las cejas, cabello liso. Una chica linda, típica protagonista de shojo manga, con la sonrisa amable. Y esos límites tan difusos que hacían que toda la imagen cobrara repentina nitidez. Sanada-san, frente a ella, le sonreía, y le correspondió el saludo, llamándola, por el nombre...

—Sakura-san, buenas tardes.

No era la gran cosa, por supuesto, pero sin motivo aparente, quería salir de ahí. Así como cuando conoció, repentinamente a la familia del contrario cuando tenían un momento emotivo. Deseaba, ahora mismo, borrarse de ahí. Sentía que sobraba, que no aportaba a la trama. Y sus inseguridades se hicieron más latentes aún, olvidando totalmente todos los instantes más íntimos (dentro de lo ya vivido aquellos meses) que sólo compartían Sanada-san y él: la ida al hospital, haber conocido a su madre y hermana menor, que él conociera a su padre en el hospital, haber ido con él y Hirahata-san a la estación, que lo haya llamado, la desesperación con la que el mayor se reencontró con él, tocándole los brazos con necedad, o el susurro de su nombre en su oído. Todo aquello se esfumó, todo el progreso (que vaya que era progreso), se redujo a una comparación sin sentido objetivo, mas sí emocional. Quería extender su mano y...

¿Y qué? ¿Hacer qué? ¿Intervenir?

No podía. Él no era así. Aunque le doliera admitirlo, lo sabía, muy incrustrado en su interior. Él era más espectador que protagonista.

—Me alegra verte de nuevo, Shunpei-san —le saludaba la barista—. ¿Deseas lo mismo de siempre? —aquel joven no vidente, a sus ojos muy apuesto y siempre presentándose de distintas formas, pero sin perder el estilo hacía tiempo que concurría ahí y pedía un vanilla latte, con poca azúcar. Y a veces, de forma ambiciosa y algo pecaminosa pues sabía que el contrario no podría percatarse, le diseñaba un corazón con la espuma, con un mensaje oculto que solo sus compañeros y compañeras de trabajo veían.

Sanada solía sentarse en una de las mesas del costado, cerca de la mampara de vidrio y ordenar ahí, otras veces se acercaba a la caja, ordenaba y ella se encargaba de atenderlo con mucho tacto y cuidado, deseando siempre que volviera. Le gustaba el tono de voz del contrario, calmado, ligero, no grave ni tampoco agudo. Asimismo, cómo lucía, y que siempre le hablaba con una tranquilidad sorprendente, pero con un misterio que no ha podido desvelar. 

Ahora, a diferencia de otras ocasiones, parecía que se encontraba solo. Sin embargo, detrás de él y no muy lejos, vio rápidamente a un chico un poco más bajo que ella, un chico común y corriente con una extraña marca en la mejilla y una mochila que se veía algo desgastada. Con las manos en los bolsillos, mirándola de vuelta sin decir nada más que asentirle a modo de saludo, con el rostro serio y sin emoción.

—Sí, pero, sabes, Sakura-san —añadía el alto estudiante—, esta vez vengo con alguien y me gustaría que le recomendaras algo —ah, así que sí le acompañaba—. Es importante que lo guíes bien, ¿sí? Creo que nunca ha venido acá.

Ahí a ella le quedó claro: ese chico no era intrascendental para Shunpei-san. Por algo le enfatizaba que era "importante"

—Ah, ¿es así? —comentó, sin mucho entusiasmo. Raichi lo notó—. Claro... Con mucho gusto —le sonrió, de forma levemente distinta a cómo se había dirigido a Sanada-san. Esa chica estaba sacada de un manga shojo, y sus reacciones también. Raichi rió ante la idea, llamando la atención de la barista y haciendo que Sanada-san arquease una ceja—. Eh, ¿qué deseas?

No sabía bien qué responder. Vio las variedades en el menú detrás de ella, en una alargada especie de pizarra con tonos muy similares a los del local, en donde se disponían los diversos tipos de cafés, tés y otras preparaciones frías o calientes. Si bebía chocolate caliente como quería, seguramente tendría el estómago pesado como para aquel trote que realizaba camino a casa. Total, como esperaba, se desviaría y buscaría, de todas formas, llegar lo antes posible. Guardaba en silencio mientras pensaba, mas no cayó en cuenta de que tardaba mucho tiempo.

—¿Raichi? —le llamó Sanada-san. Estaba mucho tiempo callado, más de lo habitual— ¿Pasa algo?

La barista observó un poco impaciente a los dos. No solo a ella la llamaba por el nombre, y sin ningún honorífico, parecía ser. ¿Estos dos chicos serían amigos, o quizás...?

—¡No es nada! —espabiló el contrario—. Me decidí: quiero un jugo de fresa, por favor —solicitó, recuperando su actitud de siempre—. Pero Sanada-san —le llamó— yo pago mi... —fue interrumpido.

—Ni lo sueñes. Yo te invito, Raichi —se adelantó el contrario, regresando su cuerpo al menor y regalándole una segura sonrisa, de aquellas que le calmaban—. Tómalo como un obsequio por tardarme, ¿sí? —dicho aquello, se volteó 

—Pero... —¡no podía permitírselo! Aquello significaría que...

¿Estaban en una cita? No, claro que no, pero el escenario era similar.

—Déjate sorprender, ¿sí? —bromeaba. Pero la verdad era que no pensó en lo que decía, frente al staff que trabajaba y a la chica que les estaba tomando el pedido. Segundos después se dio vergüenza ajena, pero ya estaba dicho. Raichi asintió, algo cohibido de estar en un lugar público. Pero la verdad, nadie se fijaba. Nadie salvo la barista, a quien le había quedado el panorama, tristemente, más que claro.

—Está bien —suspiró, rendido. Pero, por dentro, estaba aagradecido de la amabilidad—, muchas gracias.

Quedaba como pendiente para Sanada en particular que un día los dos pudiesen probar algo diferente, quizá en la mesa en la que solía sentarse solo. Sonrió mentalmente imaginando aquello mientras con guía de la barista cancelaba el momento total. Esta parecía ser una mera compra más, pero el hecho de no haber estado solo, como era habitual, escuchando sus audiolibros o las grabaciones de las clases, le hacía salir de su lugar cómodo. En particular, ese día y esa tarde, estuvo muy extraño. Y eso que el día aún no concluía. Y deseaba que no lo hiciera. 


Comenzaban a acercarse más a la estación, a paso lento y tranquilo, disfrutando de sus bebidas, y en un principio Raichi permaneció callado, hasta que volvió a agradecer su jugo de frutilla. Sanada, para romper el hielo, sacó la conversación contándole un poco sobre la reunión con su profesor, muy a grandes rasgos y sin detalles relevantes de por medio; y Raichi le respondía que estaba en práctica de baseball, cosa que Shunpei sabía. De ahí se movieron por otros temas más banales, en una comodidad que comenzaba a establecerse, hasta que el joven de la cicatriz sacó a colación que "no sabía" por qué la barista lo llamó por el nombre. 

—Es una tradición de la cafetería que cuando pidas algo te soliciten el nombre, parece que es una tradición importada. Aparte, ¿te imaginas nos llaman por el apellido? Habría mucha confusión —reía.

Sin embargo, no fue difícil descifrar lo que acarreaban las palabras de Raichi que le llevaron a responderle. En Japón, es significativo que las personas se llamen por el nombre, y no por su apellido, más aún sin honoríficos como era el caso. Como era habitual, Sanada ni lo meditaba, pero ahora que lo pensaba con algo más de detención... Sí que era poco común. Se removió en el lugar, al tiempo que tomaba un sorbo de su latte, y continuaba caminando, ahora levemente incómodo.

Desde el primer momento lo llamó por el nombre, sin pensarlo, sin honoríficos, como le nació llamarle. Y Raichi jamás protestó.

Si era en extremo honesto, le tranquiliazaba que no fuese por algo más que por la tradición de la cafetería. Porque...

¿Por qué?

El tiempo pasaba más lento con Sanada-san, y su bebida, creía, estaba en extremo dulce. O así lo sentía él. De soslayo veía el nombre en el cupsleeve de su acompañante aquella tarde: "Shunpei :)♡". Y apretó el vaso plástico sin pensarlo. Era segunda vez que se sentía así, en tan poco tiempo. Pero volvió en sí al escuchar los golpeteos costantes del bastón del contrario. Despertado de su trance, Raichi veía el perfil de Sanada-san, era un perfil bonito, y lo estaba acompañando a él, le invitó un jugo para disculparse, y vez que no sabía qué decir, le zafaba de incomodidades mayores. Empero bromeaba con él, casi lo mataba de los nervios, pareciera que conscientemente y... No le molestaba. A veces sus inseguridades se aplacaban con la ligereza de las palabras ajenas, con su tono de voz relajado y que le transmitía un: "te escucharé, Raichi".

Hasta que visualizó a la estación, y notó lo mucho que quería seguir hablando con él, y disfrutar lo que iban tomando en el camino como correspondía, no así tan de prisa. No se armó de valor para decirlo, sin embargo. Ya ahí, todo comenzaba a ir más rápido, y no quería, en sus adentros, que pasara tanto tiempo como la última vez.

Se acercaban, pareciendo que iban a un ritmo distinto al de la gente que transitaba, acelerada, con prisa por llegar a sus hogares y descansar. Sanada-san se detuvo antes de adentrarse más a la estación, como queriendo decirle algo. Pero Raichi, al ver que no estaba Hirahata-san, que solía ir con él según imaginaba, quiso hablar primero:

—Sa-sanada-san —le llamó. El contrario, quieto, le escuchaba—. Déjame, te acompaño hasta más adentro —después de todo se veía todo muy amplio y tal vez podía perderse. Se imaginaba, en la total inexperiencia que tenía. El aludido rió sonoramente, dejando confundido a Raichi—. ¿De qué te ríes, Sanada-san? —le espetaba, como un niño pequeño reclamando.

—No esperaba que querías ser mi chaperón, Raichi. De verdad que hoy ha sido un día... —suspiró, ciertamente alegre— un buen día.

¿Él también lo creía así?

—No digas tonterías —comentaba, avergonzado—. Pero... —al tiempo que se adentraban más, sumiéndose en las brillantes luces de la estación casi de golpe, Raichi se vio llamado a agregar algo más, ya quedándose detrás de Sanada-san. En tono bajo y antes de separarse de él, añadió, de corazón y con el calor alojándose por enésima vez en sus mejillas—. Sanada-san, ¿podríamos continuar en contacto? Yo... 

Quiero seguir viéndote. yo... quiero seguir hablando contigo y...  Conocer más de ti, conocerte a ti. Pero solo yo.

Y tal vez llamarte por tu nombre, si me lo permites.

Pero nada salía de su boca. Colocó su mano libre en su mejilla y tomó aire, necesitaba calmarse. —Quiero... —las palabras no le salían de la boca—. De verdad quiero seguir conversando contigo, y... no solamente acompañarte a la estación. S-Shunpei-san.

El aludido volteó hacia él, y no supo cómo reaccionar. De pronto dejaba de oírle y sus latidos se descarrilaron, perse a que buscaba amainarlos a toda costa. Esto...

¿Acaso estaba verdaderamente avanzando? ¿Acaso había oportunidad de poder descubrir por qué se descuadró tanto cuando lo llamó, con esa voz tan tranquila, por su nombre y sin avisar? ¿O por qué actuó sin razonar durante todo el día?

¿Significaba quizás, y solo quizás que... Raichi, Todoroki Raichi, le gustaba en el sentido romántico de la palabra?

Notes:

¡Hola! Como siempre, vuelvo a TYEAH y dejo botado todo lo demás slkfjafl, pero francamente, es la historia que más deseo actualizar y se nota. Como aprecian, les traje otro capítulo lentito que terminó estando cargado de cosas cursis en donde nuestros protagonistas siguen descubriendo qué pasa con ellos. ¡Pero hay avances, gente! ¿Qué les pareció este capítulo?

Nos vemos, esperemos que pronto! Recuerden que tengo un fanfic MiyuSawa también y próximamente un one shot FuruHaru!