Chapter 1: Prólogo
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"El pájaro rompe el cascarón. El huevo es el mundo. El que quiere nacer tiene que romper un mundo. El pájaro vuela hacia Dios. El Dios es Abraxas."
De "Demian", por Herman Hesse.
Chapter 2: Hace su entrada el emperador
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El Pilar de las Llamas, Kyojuro Rengoku, era un tipo peculiar.
Su extravagante color de pelo ya le había llamado a Ayaka la atención cuando le vio por primera vez en la reunión de pilares. Por sobretodo, la figura de Rengoku gritaba poder. No hacía falta ninguna clase de vista espectacular para ver que era, de lejos, uno de los pilares más fuertes.
Ayaka sabía que Rengoku no solo era llamativo porque era fuerte. Icluso si hubiese sido el más débil de los cazadores de demonios, incluso si no hubiese podido derrotar a un demonio, el pilar de las llamas habría brillado de la misma manera.
Había a su alrededor una luz, la emitía con fuerza y resplandecía como una candela en mitad del invierno, como si quisiese decir “¡estoy aquí! ¡miradme!”. Esto a ella le preocupaba, por alguna razón que no lograba comprender. Nadie brillaba tan fuerte sin necesidad.
Así que cuando Zenitsu cuestiona por encima de los gritos asombrados de Inosuke, el aspecto del pilar, Ayaka apunta con el dedo.
―Es ese ―murmura con cierto brillo en los ojos, fijos en el final del vagón.
Zenitsu la mira con cejas alzadas.
―¡Rico rico! ―. Se oía venir a lo lejos.
―Rengoku es un pilar, no creo que- ―comienza Zenitsu.
―Recuerdo su olor ―dice Tanjirou, que observa hacia donde el dedo de Ayaka aún sigue apuntando―. Creo que tiene razón. El peinado extravagante es difícil de imitar.
―¡Rico, rico! ―llamaba la figura de Rengoku.
―No me lo creo ―murmura Zenitsu sin aliento.
Ayaka le da un codazo en las costillas y eso hace que se calle.
―Oye, ¿y para qué le estamos buscando? ―. Tanjirou da un respingo cuando la mano de una Ayaka sonriente se afianza alrededor de su muñeca―. ¿Tiene algo que ver con tu danza del dios del fuego?
«Quema»
Tanjirou retrocede lejos de ella tan rápido que Ayaka cree ver asco, ambos ella y Zenitsu se le quedan mirando.
―La danza de mi padre ―dice Tanjirou, con algo duro en los ojos―. Shinobu creyó que Rengoku sabría algo acerca de ella.
«Si hubieses estado antes con nosotros lo sabrías» Es lo suficientemente listo como para no decir eso.
Ayaka le observa durante un largo tiempo, pero al final mira a otro lado.
―Puede ser una variación de la Respiración de las Llamas ―sugiere con una mueca difícil de esconder. Luego susurra―. Supongo.
―¡Bien! ¡Vamos a ver a Rengoku, Tanjirou! ―. Zenitsu exclama, palmeando su espalda y guiándole hacia delante, lejos de Aya y su expresión extrañada―. ¡A-chan, ve a por el jabalí, que seguro que está causando problemas!
―¿Qué bicho le ha picado? ―susurra Ayaka para sí antes de darse la vuelta e ir hacia el lado opuesto del vagón.
«¿¡Qué bicho te ha picado a ti!?»
Zenitsu le agarra por el brazo y es solo cuando tira de Tanjirou hacia el otro lado que se da cuenta de que se había girado, apenas unos segundos de gritarle de verdad a Aya.
―Vale, quieto ahí ―empieza Zenitsu entrecerrando los ojos, con ambas manos sobre su pecho como si estuviese pensando en empujarle de nuevo en caso de que Tanjirou hiciese otro intento de ir hacia Aya―. ¿Qué te pasa?
Tanjirou parpadea.
―A mí... no me pasa nada.
Zenitsu alza las cejas.
―Eso díselo a otro, tengo super oídos, ¿recuerdas? ―. Cuando Tanjirou abre la boca para replicar Zenitsu agarra su mano y le enseña su propia palma abierta, donde hay medialunas de sangre, hechas por sus uñas y la fuerza con la que ha apretado los puños―. Tío, estás enfadado.
―Yo no estoy... ―. Tiene que tomar una bocana de aire. Incluso es doloroso decirlo, más de lo que duelen las heridas en sus palmas―. Yo no estoy enfadado.
Porque no lo está. Aya podía hacer lo que quisiese, ¿no? Podía decirle que era importante para luego irse sin decirle, y luego podía volver de imprevisto como si nada hubiese pasado, porque eso a él no le incumbía.
Tanjirou observa como la espalda de Aya desaparece a lo lejos del vagón.
«¿Para qué has venido?» se pregunta, grabadas en su mente las glicinias de su haori. «¿Con qué propósito? ¿Para hacer lo que haces siempre?»
«A lo mejor quiero jugar un poco más contigo» le dice la Aya en su cabeza, que gira entre sus dedos uno de los tirabuzones de Tanjirou. «Es tan, tan fácil, hermanito mayor» Se echa a reír a carcajadas que golpean justo en su oído. «Oh, Tanjirou, te quiero. Eres importante, te prometo que lo eres, ahora deja que me vaya de misión sin decirte nada y que no te mande ninguna carta durante otros diez días»
Y se echa a reír con más fuerza.
«No estoy enfadado» piensa Tanjirou.
―No estoy enfadado ―repite en voz alta.
Zenitsu suspira, rodando los ojos.
―Tanjirou, enserio ―le da una palmada en el pecho, justo encima de su corazón―. Tienes el sonido más hermoso que he escuchado en mi vida, pero se ha vuelto retorcido... y feo, y, ¿sabes? Es un poco insoportable.
―No estoy-
―Sí, sí, vale ―dice Zenitsu ladeando la cabeza―. No estás enfadado, pero solo te diré una cosa.
Se acerca mucho a su cara, con los ojos entornados. ¿Por qué se siente Zenitsu como una montaña?
―Si haces que A-chan llore, no te lo perdonaré ―habla como si Tanjirou le provocase más ira que la existencia de los demonios, sisea como si quisiese matarle allí mismo―. Solo las personas despreciables hacen que otros lloren con sus palabras.
Le da una palmada final en la espalda y vuelve a su expresión de siempre, una que no le hiela a Tanjirou la sangre―. Venga, vamos a ver a Rengoku-san.
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«Esta sensación» piensa Ayaka. «Se siente familiar»
Y eso la aterra.
Nunca antes Tanjirou se había sentido ardiente, Yuu había sido un clavo en llamas cuanto más se aferraba a él, pero Tanjirou es una bola de fuego, porque Tanjirou es el Sol, y no hay nada más poderoso que una quemadura suya. Y ella duda de si podría soportar ser quemada una segunda vez, sobretodo por el Sol, que siempre parecía tan pacífico y reconfortante.
Ayaka intenta no pensar en que la vista de su padre había quemado de la misma manera. Y cuando se consumió y dejó de hacerlo, dolió mucho más.
“¡Akira!” Es solo cuando se gira para encontrarse con el jabalí que consigue alejarlo.
―Inosuke ―suspira ella con una sonrisa aliviada―. Te he estado buscando por todas partes. Los demás nos están esperando, tenemos que ir con Rengoku.
Inosuke la coge por los hombros con fuerza. Ayaka alza las cejas en confusión.
―¡Eso ahora no importa, hay algo más importante que debemos hacer!
Ella parpadea.
―Algo... ¿más importante?
―¡Akira Kawaiji! ¿¡Me ayudarás a acabar con la bestia!? ―le dice Inosuke, casi saltando en su sitio.
―¿Bestia? ―repite Ayaka, luego llevándose las manos a la boca―. ¿¡Es eso lo que es un tren!? ¿¡Una bestia!?
―¡Sí, sí, una bestia, Momotaro! ―le asegura Inosuke pasando un brazo por encima de sus hombros―. ¡Y necesito que me ayudes a derrotarla! ¡Gonpachiro cree que es un espíritu guardián y Chuitsu es tonto! ¡Eres la única en quien puedo confiar!
―Si es tan peligrosa... ¿no crees que deberíamos pedirle ayuda a Rengoku? ¿Que es un pilar? ―murmura Ayaka preocupada.
―¡Iwatan, eres un genio! ―exclama Inosuke tomando su cara con ambas manos―. ¡Vamos a pedirle ayuda a ese tío súper fuerte!
―¡Sí, sí, vamos!
Así que fueron, entre codazos y risitas y planes de ataque que nunca serían llevados a cabo. Llevar a tu compañero sobre tus hombros no parecía una idea muy práctica.
El momento en que Ayaka escucha las palabras “respiración” y “ramas” agarra a Inosuke por el brazo, quien estaba a punto de gritar el nombre de Rengoku.
―No les interrumpas ―murmura Ayaka contra su hombro, además de que realmente no quería ver los ojos de Tanjirou si no eran soles―. Deben estar hablando sobre el baile del dios del fue- EEK!
Los vibrantes y saltones ojos rojos de Rengoku aparecieron de repente por encima del hombro de Inosuke, donde ella se había refugiado.
―¡Ah, tu amiga! ¡Me extrañaba no verla! ―. Una vez la reconoció, Rengoku se sentó de nuevo, sin dejar de brillar. Ah, ahí estaba de nuevo, aquella preocupación por su fuego sin ninguna prueba. ¿Por qué le preocupaba a ella que alguien brillase tanto?
―Hola... señor Ren... señor Rengoku... ―. La cabeza de Ayaka se asoma por el hombro de Inosuke, de repente con ojos brillantes y sonriendo demasiado. “Increíble...” susurra por lo bajo observando al Pilar de las Llamas, “qué persona tan increíble...”
―Le estaba explicando a tus amigos que la respiración de las llamas no es lo mismo que el baile del fuego ―. La sonrisa de Rengoku era radiante como lo era un incendio forestal, fuerte y destructiva y demasiado intensa. ¿Por qué necesitaba brillar tanto?―. ¿Te importaría a ti explicarles cómo funcionan las respiraciones?
―Ah... las... las ramas, ¿no? ―. Ayaka se pone roja―. Creo que usted podría explicarlas mucho mejor que yo, señor Rengoku.
―¡Insisto! ―exclama el Pilar de las Llamas―. ¡Haz los honores, por favor! ¡Seguro que Himejima te nombró tsuguko por algo! ¡Tu determinación en la reunión de pilares fue admirable!
Ayaka se pone aún más roja detrás de Inosuke. Ante la mención de la reunión de pilares, Tanjirou frunce el ceño.
―De acuerdo, um ―titubea Ayaka―. Llamas, agua, trueno, roca, viento, esas son las cinco respiraciones básicas, todas las demás derivan de ellas.
Rengoku asiente con energía.
―¡Cierto, cierto! ¡Además, hay espadachines que han usado ambas la de agua y la de llamas! ―se gira de repente a Tanjirou, que da un respingo asustado―. ¡Dime! ¿¡De qué color es tu katana, joven Mizugochi!?
Tanjirou le respondie que negra y que, de hecho, se llamaba Kamado, no Mizugochi.
Ayaka toma asiento a un lado de Zenitsu junto a Inosuke, mejillas rojas esperando a que Rengoku terminase de hablar con Tanjirou para pedirle que derrotase a la bestia.
Distraída y jugando con sus dedos, Ayaka mira a su alrededor.
El estómago de la bestia era mucho más peculiar de lo que ella se había imaginado, todo hecho de madera y de metal, le extrañaba que las entrañas de un ser vivo no estuviesen calientes y viscosas. Cuando le contó sus preocupaciones a Zenitsu, para saber qué pensaba, él murmuró algo, con cara cansada, sobre “tener que cuidar de tres paletos”.
La bestia era muy rápida, mucho más que cualquier caballo. Cuando empezó a moverse ella e Inosuke se pegaron a la ventana para observar lo rápida que iba. Fue Zenitsu el que tuvo que agarrarles para que no cayesen, y fueron ambos Ayaka y Zenitsu los que tuvieron que convencer a Inosuke de no saltar para comprobar quién de los dos podía correr más rápido. Por supuesto, porque Ayaka sabía que Inosuke no corría más rápido que la bestia. Zenitsu tenía motivos distintos y con más sentido.
Fue entonces, cuando por fin consiguieron meter a Inosuke dentro del vagón, que apareció el emperador.
El emperador, la figura sobre la que giraba toda la vida y el poder. Los samuráis se habían arrodillado ante él en eras remotas y ellos fueron quienes habían sido pisoteados en la Era Meiji, cuando el monarca y señor del Gran Japón no vio conveniente su existencia y no les encontraba ya uso alguno en un mundo que estaba cambiando a velocidades que uno no se podía ni imaginar.
Ayaka había decidido dejar de perseguir fantasmas que desaparecieron hacía cientos de años, eso era cierto, pero el del emperador seguía vivito y colando.
La forma de Yuu se alza en una esquina, dedos aferrándose a la bolsa colgando de su hombro. Mira de un lado a otro y luego al ticket en su mano mientras el sudor empapa su frente. A Ayaka no le sorprendía que estuviese perdido.
―¡Joven Kobayashi! ―. Yuu alza los ojos hacia ellos, y fue solo entonces cuando Ayaka se dio cuenta de que era el señor Rengoku quien había gritado el nombre de su amigo de la infancia.
Al verles, la cara de Yuu se ilumina, abandonando toda angustia. La mirada de Ayaka, asomando levemente por encima del hombro de Inosuke, hizo que volviese.
―¿Va Akiko a comerse la cabeza de alguien o no? ―pregunta Inosuke, apuntando hacia Yuu de forma no muy discreta.
Ayaka parpadea―. ¿Que si voy a... qué?
En el fondo se escucha el ruido que la mano de Zenitsu hace al chocarse contra su propia frente.
―¡Espero que te refieras a la cabeza del demonio! ¡Puede aparecer en cualquier momento! ―exclama Rengoku, al tiempo que se mueve a un lado para dejar que Yuu se siente.
―¿Demonio? ―cuestiona Ayaka curiosa―. ¿Así que en vez de ir hacia él, el demonio ya está aquí?
Zenitsu se aferra al haori de Ayaka con fuerza. Seguía siendo, después de todo, la más fuerte. Ayaka le da unas palmaditas a sus mechones rubios.
―¡No fastidies! ―exclama Zenitsu con los ojos desorbitados.
―¡Sí fastidio! ―dice Rengoku de vuelta.
Yuu empieza a sudar más de lo que ya lo hacía.
―Un... ¿demonio? Tiene que haber un error―. Saca el ticket de su bolsillo para comprobar el tren de forma nerviosa.
―¡No lo hay! ―dijo Rengoku, señalando con el dedo al ticket―. ¡Estás en el tren correcto, está bien claro!
―¡Me quiero bajar! ―continúa Zenitsu quejándose por encima de las glicinias del haori de Ayaka.
―¿Qué estás haciendo siquiera aquí, Kobayashi? ―pregunta ella con los ojos entornados. Inosuke observa la escena con diversión y Zenitsu murmura un pequeño rezo, por ambas su alma y la de Yuu.
―¡Nada, no estoy haciendo nada! ―. Yuu alza las manos al aire―. Shinobu-san me mandó a comprar medicina rara a un montón de sitios, ella misma me compró el ticket para el tren.
―¿¡Estás estudiando bajo la tutela de Shinobu!? ―Rengoku hablaba demasiado alto y su voz grave taladró los tímpanos de Yuu, pero no por eso él frunce el ceño―. ¡Tu madre debe estar orgullosa de que sigas su camino!
―Ah, sí... ―dijo Yuu, tragando saliva―. Mi tutela... bajo Shinobu... mi madre se alegró mucho...
―¡Eso está bien! ¡Los hijos deben honorar a sus madres! ―. Rengoku le da una fuerte palmada a la espalda de Yuu que hizo que por poco dejase caer el ticket entre sus manos―. ¿¡Sigue siendo su medicina igual de buena que siempre!?
Yuu recuerda al niño rubio de ojos saltones que acudía todos los meses a su casa, aún cuando él solo era un bebé, a recoger la medicina para aliviar la enfermedad de su madre.
¿Cómo olvidarlo? Yuu Kobayashi no ha olvidado nada nunca, jamás.
Todos los meses sin falta, el hijo mayor de los Rengoku acudía a la casa de los Kobayashi por pura desesperación. Aunque su padre no le diese el dinero, aunque ya la medicina no pudiese hacer nada. Kyojuro Rengoku acudía allí hasta que, en vez de comprar medicina, tuvo que comprar incienso.
―Sí... sí... es igual de buena que siempre ―dice Yuu sin mirar a los ojos vibrantes del niño desesperado con una madre enferma.
Ayaka frunce el ceño, sin despegar la vista de Yuu mientras le da el ticket al revisor. Si hubiese sabido mirar más de una cosa a la vez, puede que hubiese podido evitar lo que vendría.
El revisor le devuelve a Ayaka el ticket. Ella lo mira, el polvo a su alrededor flotaba de manera antinatural, rebotando de su superficie.
De nuevo, su vista marcaba los límites de algo enervante.
Tanjirou parece arrugar la nariz. Ese detalle no se le escapa.
―Oye ―empieza con el ceño fruncido hacia Tanjirou―. Lo has olido, ¿verdad? Es-
Y así, los sueños empezaron.
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Chapter 3: Bendiciones y maldiciones
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Aquella mañana, Shinobu Kocho parecía estar menos enfadada de lo normal.
Kaede la observa ir de un lado a otro, con una sonrisa tan dulce en la cara que por una vez no es nauseabunda. Demasiado azúcar en sangre siempre había sido algo dañino, ella se pregunta cómo puede el Pilar del Insecto puede aguantarla, sobretodo con un cuerpo tan pequeño.
Es solo cuando mira distraída a Aoi tender la colada, que se da cuenta de que aunque las niñas estén con ella, Yuu no está revoloteando a su alrededor con cara de bobo. Y es lo suficientemente lista como para saber que eso tiene que ver con el azúcar de Shinobu que no es, por una vez, asfixiante.
—¿Qué has hecho con él? —. Le pregunta, irrumpiendo en su oficina de forma repentina. El humo gris la sigue como un perro a su dueño.
Shinobu tiene el descaro de hacerse la tonta.
—¿Hmmm? ¿Con quién? —. Alza levemente los ojos purpúreos del reporte que ha estado redactando toda la mañana.
Shinobu Kochou tiene ojos de araña, nota Kaede. Nadie ve lo suficiente como para poder distinguir el brillo de las telarañas que ha tejido con su seda, así que todos van directos a ella y así se regocija, frotándose las patas y celebrando la astucia que le da de comer.
Pero no era solo que los demás no lo veían, Shinobu intentaba ocultar los ojos de araña que tenía tras los de su hermana. Ah, la mariposa ingenua que deseaba volar alto, con esperanzas por alas, y que por ojos de mariposa no era capaz de ver las telarañas. Esos mismos era tras los que Shinobu se ocultaba, y esos eran los que fingía tener, incluso cuando ambas sabían que Shinobu era una araña y siempre lo sería. Y era por eso por lo que aún seguía viva.
Qué persona tan aterradora.
—Yuu —dice en tono tajante Kaede—. ¿Dónde está?
Shinobu sonríe pero no es ninguna de esas sonrisas artificiales por las que Kaede ve a través. Asomaban los colmillos de la araña, que frotaba sus patas celebrando su astucia.
—Le mandé a por medicina a un par de sitios —dice, llevándose una mano a la mejilla—. Es un muchacho muy servicial, ¿no crees?
—Ese chaval es un cobarde —advierte, furiosa por el posible daño a un niño que no es nieto suyo—. Si le has mandado a algún sitio peligroso-
—Ara, ara, estará bien —le corta Shinobu agitando la mano de un lado a otro—. Te preocupas demasiado, ¿es que le has cogido cariño?
La oficina de Shinobu siempre huele a apestosas glicinias.
—En el cuerpo de matademonios nadie sobrevive —dice Kaede, entornando los ojos—. No te atrevas a decirme que me preocupo demasiado.
Shinobu suspira y por un momento parece más pequeña de lo que ya es. Cuando deja de sonreír su expresión es mucho menos tirante.
—Solo le diré que esto puede salir muy bien o muy mal —. Se levanta de la silla para ponerle una mano en el hombro—. Pero estoy segura de que haré que ese niño estudie medicina bajo mi tutela. Y no hay otra opción que esta.
Claro, no hay más opción que esta si se es una araña.
Pero por mucho que lo lamente, Kaede es una araña también, una que puede controlar tormentas, al menos.
—¿Crees... -empieza Kaede, cuya mirada merodea fuera de nuevo, a la figura blanca de Aoi—. Que Yuu dejará de ser un cobarde después de esto y se dignará a hablar con la chica como una persona normal?
La silla chirria cuando Shinobu vuelve a sentarse en ella.
—Eso espero, da pena verle.
Kaede asiente—. Sí que la da —. Una pausa—. En mis tiempos los indecisos se quedaban solteros hasta los veinte.
—No empiece, Kaede-san.
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Frío.
Eso es lo primero que Ayaka siente.
No hay cálidez en ninguna parte, ni en ella misma ni, nota un segundo después, en los brazos que la rodean desde atrás.
Ayaka se deshace de las manos robustas que agarran su abdomen y se desliza lentamente fuera del futon. Su propia desnudez no la espanta cuando se ve a sí misma en el espejo en la habitación, aunque lo que si la extraña es la forma en la que su cabello está recogido.
—¿No es así como llevan el pelo las mujeres casadas? —se pregunta en un susurro, dándole un toque a la orquilla plateada que mantiene los mechones negros en su sitio, a lo alto de la cabeza.
No hay ni un pelo fuera de lugar, aunque esté recién levantada, todo está ordenado en su aspecto. Ni siquiera ve lagañas en las esquinas de sus ojos.
Le da otra mirada discreta a la cabeza que sobresale de entre el futon y palpa su propio estómago. Está hinchado, incluso un poco duro. Teme haber contraído alguna infección, aunque sabe que eso nunca le ha pasado.
Todo está reluciente, la habitación de un suave verde té parece brillar por sí sola, y Ayaka no encuentra en ella ni una sola mota de polvo.
—Vale, esto es casa —se dice cuando reconoce su propio cuarto. Se echa de nuevo una mirada discreta en el espejo y estruja sus mejillas, que tienen un ligero color rosado. Por un momento le parece extraño que su pelo brille con la luz del Sol, que sus labios no estén pálidos y que ella no esté tan delgada, incluso sus pechos están más grandes y su cara más madura. Se palpa el estómago hinchado una última vez—. Espero que sea algo de pasada —mira de reojo la cabeza de pelo negro en el futon—. Extraño.
Prefiere ignorarla y deslizar las puertas que dan fuera, todo es oro.
Fértiles, hermosos y rebosantes, el arroz llega hasta donde alcanza la vista. Se podría dar de comer a todo Japón si se quisiese solo con una pequeña parte de la cosecha, se mecen con la suave brisa de verano que no arrastra calidez consigo. Supone que el dios del fuego no tiene poder allí. Pero el Buda Amida es más que suficiente.
Es un mar dorado en el que a ella no le importaría ahogarse. Y aquello, piensa, es la felicidad.
«¿Son estos campos de verdad nuestros?» se pregunta, porque está segura de estar en el lugar en el que nació. «¿Son estos campos los de nuestro pueblo?»
«Lo son» se dice, y algo tan natural hace que se le cubran los ojos con una fina capa de agua..
Podrían comer todo lo que quisiese, nadie pasaría hambre, habría abundancia y bondad. Los dioses eran generosos, era toda una bendición.
«De verdad son nuestros» repite, secándose los rastros de lágrimas de las mejillas con el dorso de la mano y sonriendo. «Son nuestros, papá, los dioses nos han bendecido»
Una mano ajena se apoya en su espalda, e, igual que los campos de arroz, está fría.
—¿Por qué has salido de la cama?
Ayaka pega un respingo, y luego, un grito.
Yuu aparta la mano rápidamente y suelta una disculpa por haberla sobresaltado. Eso no es lo que a Ayaka le preocupa. Allí, en toda su gloria, estaba Yuu igual de desnudo que ella.
—¡Ponte algo! ¡Oh, dioses, la cosa, está ahí a la vista! ¡Tápate la cosa, Yuu! —. Ayaka es lo suficientemente rápida como para retroceder hasta el futon y taparse con las mantas, apretándolas contra ambos sus pechos y su intimidad.
—¿¡Qué demonios-!? —continúa y tiene que parar porque se atraganta con su propia saliva, retrocediendo hasta una esquina ante la expresión extrañada de Yuu—. ¿¡Qué demonios hemos hecho para estar desnudos!?
Yuu está demasiado confundido como para burlarse.
—¿Tuvimos... sexo? —responde lentamente. Ayaka esconde la cara roja contra uno de los cojines esparcidos por la habitación e intenta no soltar un grito. Yuu alza una sola ceja—. ¿De qué te sorprendes?
—¿¡Cómo que de qué me sorprendo!? ¿¡Por qué no te sorprende a ti!?—. Los ojos de Ayaka no pueden evitar deslizarse, abajo hasta que pasan el valle de las caderas de Yuu. Instantáneamente sus mejillas se vuelven aún más rojas—. Que los dioses se apiaden de mí —susurra contra las mantas—. Buda Amida, por favor, ayúdame.
—Oh cierto, querías ir al templo a rezar, ¿no? —empieza Yuu, a quien Ayaka escucha a través de las mantas tras las que se ha enterrado—. Hay que darle las gracias a Buda por bendecirnos.
Ayaka asoma la cabeza desde el futon. Por suerte, Yuu se ha vestido ya.
—¿Bendecirnos?
—Claro —dice Yuu, tomando su kimono morado y ofreciéndoselo. Ayaka lo toma dándole una mirada extrañada pero aun así empieza a deslizarse las mangas por los brazos—. Creía que estabas más emocionada, al fin y al cabo, has estado esperando quedarte embarazada desde que nos casamos.
De la cara de Ayaka desaparece todo color y como sus manos se paralizan nunca llega a atarse el cinturón alrededor de la cintura para terminar de vestirse.
—Que yo... ¿qué?
—Hey —. Ayaka no puede evitar tensarse cuando Yuu envuelve sus brazos alrededor de ella, tocando la piel al descubierto. Cuando su respiración choca contra su cuello no destila calidez, y Yuu palpa con ambas manos el estómago de Ayaka, que todavía se mostraba ligeramente hinchado. Debe llevar solo unas pocas semanas—. Ya hablamos de esto, irá bien, estás sana como un roble.
—Yo... —murmura Ayaka frunciendo el ceño—. Sana como un roble.
—Mi madre siempre se queja de que nunca has tenido que visitarla —susurra Yuu contra su mejilla—. Dice que si tuviese que vivir de ti, se moriría de hambre.
—Sí, siempre dice eso —. Aunque no sea cálida la piel de Yuu se sienta agradable contra la suya. Y ella estaba dispuesta a ahogarse en el mar dorado por muy frío que fuese. Morir congelado es mejor que morir quemado—. Perdona por reaccionar así, creo que he tenido un sueño horrible.
«Esto es solo natural» piensa. «Todo esto es simplemente cierto»
—¿Con qué soñaste? Debe haber sido muy malo —. Yuu empieza,
Ayaka desvía la mirada fuera, hacia el dorado del arroz, y se permite a sí misma derretirse en el abrazo de Yuu. Ahora que vea su piel desnuda no la espanta.
—Era un mundo horrible, lleno de sufrimiento —murmura cerrando los ojos y envolviéndole como él la estaba envolviendo a ella—. Me alegra que se haya acabado.
—¿Estáis listos ya?
Ayaka pega un grito y gira la cara para encontrarse en la puerta de la habitación a su padre, asomándose dentro sin preocupación alguna.
Ambos Ayaka y Yuu se le quedan mirando. Es Yuu quien levanta levemente el kimono de Ayaka para cubrir un pecho que se asoma levemente.
—¿Estáis preparados ya? —pregunta Makoto.
Ayaka parpadea y, con las mejillas rojas, le lanza a su padre un cojín justo a la cara que hace que retroceda varios pasos.
—¡Papá, no entres de forma tan casual ahora que estamos casados!
—¡Culpa mía! —. Se oye a su padre decir tras la puerta cuando la cierra apresuradamente.
Ayaka se pregunta, por encima de las risas de Yuu, si los ojos de su padre siempre han brillado con tanta fuerza. No puede quitarse de la cabeza la imagen de velas que se consumen lentamente.
Parpadea cuando de improvisto Yuu besa su mejilla—. ¿Vamos yendo?
—Sí —dice ella sonriendo. Yuu le ofrece una mano para levantarse y ella la acepta. Se siente natural el abrazarle, incluso que el peinado de Ayaka siga impecable cuando se mira en el espejo parece de lo más normal.
—Tenías razón, hemos sido bendecidos —susurra, mirando una vez más al mar dorado que se extiende hasta donde alcanza la vista. Allí no había ojos de débil vela—. Y soy tan feliz por ello.
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La existencia de los demonios no había sido sorpresa alguna.
Y Kazuya está lo suficientemente desesperado como para aceptar un trato con uno de ellos.
Su abuela le había advertido todas las noches sobre ellos, rodeando la casa con incienso de glicinias para protegerlos de los monstruos come-hombres. A él realmente no le habían asustado, le había dado más miedo la guerra contra los rusos y la vida de su padre, que había luchado en ella.
Era exasperante, como su abuela se preocupaba más de monstruos que conocía por boca de la generación anterior, en vez del peligro real de su hijo pereciendo, y eventualmente haciéndolo. Y aun así siguió, rodeando la casa con incienso. Cuando sus piernas estuvieron demasiado débiles para hacerlo, se lo pidió a Kazuya.
Pero él no lo hizo, y así fue como se quedó sin ambos padre y abuela.
Se siente sucio, el trabajar con el mismo tipo de monstruo que mató a su abuela, pero le da igual.
Dentro de los vagones huele a metal, y a lo lejos se distingue el olor a carbón que alimenta el tren. El punzón con el que debe destruir lo que sea que es el "núcleo del alma" no pesa entre sus dedos.
La mano con un ojo les observa desde el suelo, la vista no le perturba.
—Ya están dormidos —les confirma, usando aquella boca en el dorso de la mano tan propia de algo como lo es un demonio. Kazuya estira el cuello para observar por encima de ellos, a las cabezas en los bancos que yacen con los ojos cerrados. Deben estar teniendo sueños plácidos, les envidia por ello—. Debéis atar las cuerdas alrededor de sus muñecas sin tocarles o les despertaréis, el instinto de los cazademonios es así de agudo. Cuanto antes destruyáis el núcleo de sus almas, antes podréis tener dulces sueños.
—Pues empecemos —urge en un susurro el chico a su lado, el enfermo de tuberculosis. La mano le da lo que parece un asentimiento y se desliza fuera del vagón con sus hábiles dedos. Los demás, igual de desgraciados que Kazuya (o al menos lo suficiente como para aceptar tal alternativa), se despliegan silenciosamente, cada uno eligiendo un espadachín.
—Oye —murmura para llamar la atención uno de ellos. Apunta con el dedo a un chico de pelo negro que no lleva uniforme de cazador—. ¿Este también? Aunque no lleve espada ni nada, está con ellos.
—Que alguien se meta en su sueño —dice sin tomarle importancia la chica que ya está atando la cuerda alrededor de la muñeca del espadachín rubio—. Va a morir absorbido por el tren de todas formas, mejor no arriesgarse.
Kazuya observa por el rabillo del ojo como uno de ellos se ata a la muñeca del chico, haciéndolo él mismo después al espadachín que le ha tocado.
Debe admitir que la chica es guapa. Cuando se inclina hacia ella para atarla le golpea un olor agradable, y aunque esté tan pálida que parece un cadáver, el lunar en el pómulo hace que su cara se vea bonita. En otras circunstancias Kazuya le habría pedido una cita, puede que una esposa mejorase la realidad cruda y desagradable en la que vive, aunque la calidez de una mujer nunca hará que la culpa de la muerte de su abuela se disipe.
Así que con un último suspiro, Kazuya se sienta y cuenta ovejas.
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No hay rojo.
No hay huellas ni rastros en la nieve.
Aunque debería haberlos, Tanjirou siente que debe disculparse por ello, así que lo hace, y eso asusta a sus hermanos.
Sigue sin haber ni una mota de rojo.
El blanco es reconfortante, le envuelve completamente solo dejando fuera su rostro, puede que la nariz. Está tan frío que ni siquiera le importa, el fuego quemante se va con las lágrimas que derrama sobre sus hermanos al disculparse, una y otra vez, por algo que no entiende. Pero ahora Tanjirou ya no arde, no hay nada por lo que arder, no, al menos, por nada que sea capaz de consumirle. No hay nada más grande que él por lo que deba dejar hasta la última gota de su sangre, no hay ningún gigante que pueda pisotearle si quisiese dando un solo paso. Por muy pequeña que sea, su familia es más importante que cualquier gigante en el horizonte, y menos uno que no puede ver.
Cuando le menciona a su madre que no puede oler nada, ella le da un gesto con la mano y pregunta qué se supone que debería oler. Como Tanjirou no puede contestar, simplemente continúa ayudándola a preparar la cena.
—Solo tengo la sensación de que he tenido una pesadilla horrible —murmura por encima de la sopa.
—Y bien, ¿la has tenido? —le pregunta Hanako, quien estaba empezando a hartarse del asunto. Siempre había sido decidida, o puede que solo estuviese imitando a su hermana mayor.
—Es que no lo sé —dice Tanjirou de nuevo, e ignora que Shigeru está intentando tomar la carne de su plato.
—¡Pues si no lo sabes es que no la has tenido! —sentencia finalmente Hanako, apretando los dientes. Luego, echa una mirada a Shigeru—. ¡No te comas la comida de Tanjirou, que ya tiene un mal día!
Shigeru deja caer el cerdo de sus palillos de nuevo al bol de Tanjirou, dándole a su hermana una mirada de ojos entornados. Su madre hace que dejen de pelear con una simple advertencia. Y por una vez no es Tanjirou quien tiene hacerlo, por alguna razón eso le alivia.
—Un mal día seguro, como si pudiese haber malos días en este lugar —. Nezuko todavía no había vuelto para la cena, ¿durante el día? Pero cuando mira al sitio predilecto de su hermana, la cara pálida y el pelo de carbón no son los suyos.
Es rojo.
La chica a quien no conoce, sentada donde debería estar su hermana, se ríe tras la mano que ella misma posa sobre su boca. A Tanjirou no se le ocurre qué es lo que encuentra divertido.
Pero entre el marrón de la madera, el blanco de la nieve y los colores ligeramente desteñidos de la ropa de su familia, el rojo destaca tanto que parece ser lo único en lo que Tanjirou puede fijarse.
Es un rojo profundo, de sangre y desgracias, el que pinta las ropas que lleva la chica. Y es el rojo profundo, de sangre y desgracias, el que lleva la flor del infierno tras su oreja, que es el único detalle en su pelo suelto.
—¿Enserio no puedes verlo? —pregunta de nuevo, y parece estar al borde de echarse a reír.
—¿Ver qué? —pregunta, pero la chica no le responde. En cambio se levanta, andando de puntillas al otro lado de la habitación, con los brazos al aire como si danzase, o puede que rezase. Un réquiem, ya fuese por su propia alma o la de Tanjirou. Le da la sensación de que no había nunca rezado por nadie más que por ella misma.
—Eres tan bobo —le dice la chica, girando la cabeza para mirarle por encima del hombro—. Por favor, qué cosa tan patética, disculpándose por sus pecados porque no es capaz de proteger a nadie. Esto no pasaría si no tuvieses a nadie a quien proteger, como yo.
—Tanjirou —. Takeo tira de su manga y eso hace que se desvíe los ojos de la desconocida. ¿Por qué está todo el mundo mirándole de manera tan extraña?—. ¿Con quién estás hablando?
Cuando vuelve a mirar, no hay rojo. Queda en su lugar pura y blanca felicidad.
Pero al mirar por el rabillo del ojo, consigue distinguir un gigante en la lejanía. Y por un momento cree que su mente le está jugando una mala pasada. Al gigante, Tanjirou sí puede olerle. Tanto como pudo oler las glicinias de la chica.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
El templo, el hogar de los dioses, es tranquilo.
Allí, Ayaka reza en silencio, simplemente como se debe hacer. Y por primera vez en su vida, parecen escuchar las plegarias que hacen eco en su morada.
Los dioses bajan a la tierra, solo que en la forma de Yuu.
En el camino al mercado, ya cuando salen, la besa una y otra vez, sosteniéndola entre sus brazos como si Ayaka fuese la cosa más preciada que ellos pudiesen haber creado.
El emperador siempre ha sido un dios en la tierra, la excelencia entre los mortales, no era de extrañar que el que la ame se sienta igual que el que lo hagan los dioses.
Se siente tan llena como podría estar, ama y ama y sigue amando y su pecho nunca rebosa. Ahora que su cuerpo soporta el peso de su propio corazón es capaz de hacerlo sin que duela, ahora puede llenar su corazón y amar sin límites. El océano le parece una mera charca ahora, ¿profundo, oscuro? No para ella y su infinito amor, no con Yuu, quien es un ser infinito, a quien ella puede amar de forma igualmente infinita.
Infinita es la afección que florece una y otra vez en ella e infinito es el dorado arroz que se extiende hasta que alcanza la vista. Ni siquiera ella puede ver dónde terminan y realmente no quiere hacerlo.
Todo parece ser enorme y lleno, no hay límite, puede que así haya diseñado Buda el cielo. La idea no la disgusta.
Yuu no se despega de ella. Es él quien no para de espolvorear su piel, entre risitas, con pequeños besos castos que le hacen cosquillas. "Te quiero", un beso en la mejilla, pequeñas carcajadas, "te quiero", otro en la barbilla, más risas, "te quiero" un último en la esquina de los labios.
Su afecto es suave y puro. No la ha besado en los labios todavía, puede que para no llamar la atención, aunque ya lo hagan con la forma en la que revolotea a su alrededor. Si no fuesen una pareja casada se les podría confundir fácilmente con dos niños en su primer amor.
Ayaka apoya una mano en su pecho para hacer que sus labios no bajen por el sendero de su cuello "espera" y se mete la mano en el bolsillo. Yuu alza las cejas, confusión mezclada entre lo que solo puede ser afección borracha.
Cuando alza un pañuelo y se da cuenta de que no sabe para qué va a usarlo, parpadea.
—¿Hmmm? —. Yuu ladea la cabeza en confusión, primero mirando al pañuelo y luego a Ayaka. Sus manos nunca dejan el alrededor de su cintura.
—Um —. Ayaka enrojece, escondiendo apresuradamente el pañuelo de nuevo en su bolsillo—. ¿Qué teníamos... qué teníamos que hacer? Papá dijo que comprásemos algo.
—Casi se me olvida —. Yuu por fin desvía la atención del cuello de Ayaka y mira hacia adelante—. ¿Crees que se les habrá acabado la leche?
—No, seguro que todavía les queda —le asegura Ayaka—. Puede que debamos pasarnos por el boticario.
—¿El boticario? No hemos tenido problemas de salud en años —. La extrañeza se pinta en la cara de Yuu en forma de una sola ceja alzada—. Si sientes que hay algo mal con el bebé podemos ir a casa de mi madre.
—Oh —murmura Ayaka, sin poder evitar palmear su estómago—. Cierto, el bebé —lanza una mirada hacia el sendero del pueblo—. Enserio deberíamos ir yendo.
Yuu suelta un gimoteo en el hueco entre su cuello y su hombro. Ayaka se ríe.
—No seas infantil —le dice, quitando forzosamente sus brazos de ella.
Yuu extiende las manos hacia ella como si fuese un bebé al que alejan del toque de su madre. Ayaka las aparta de un manotazo.
—Para ya. No podemos estar aquí todo el día —advierte, intentando sonar más firme de lo que se siente. Ante la mirada insistente de Yuu, Ayaka suspira—. Aunque puedes tomar mi mano.
Él lo hace gustoso, y juntos marchan por el sendero a la perdición.
El río de su pueblo siempre había sido caudaloso, era una de las bendiciones de los dioses, nunca habría sequía y nunca les haría falta agua para cultivar. Pero el puente había sido una bendición de humanos, no de dioses.
Por alguna razón, cuando lo cruzan, grande, de madera, más robusto de lo necesario, la mirada de Ayaka merodea por sus tablas, esperando ver el kanji "piedra" grabado allí. Como este es el cielo de Buda, no lo encuentra.
—Oye —empieza Ayaka, cuyos ojos descienden hacia el torrente de agua bajo sus pies—. ¿Quién construyó este puente?
Es Yuu quien tira de su mano para que continúe andando, aunque la mirada de Ayaka siga en el puente y sus aguas infinitas.
—Es un puente viejo —dice, encogiéndose de hombros. En la cara de Ayaka se pinta un ceño fruncido—. Se construyó antes de que ninguno de los dos naciéramos.
—¿Cuándo, exactamente? —cuestiona Ayaka con más fuerza.
—No sé, ¿en la Era Meiji? —. Yuu se rasca una mejilla—. No estoy seguro, tu abuela debe saberlo con exactitud. Estás rara hoy, ¿te pasa algo?
Ayaka niega con la cabeza.
—No es nada —. Sus ojos se despegan al fin del puente que no está hecho de piedra y la próxima vez que mira a Yuu no encuentra el infinito, sino carbón.
Quema, quema, quema y quema, y es el mayor sufrimiento que ha sentido desde que se casó. Ayaka aparta rápidamente la mano de Yuu de forma tan brusca que cae hacia atrás con un chillido de dolor.
No hay rastros de quemadura en su palma ni cerillas en las manos de Yuu como para haberle hecho daño accidentalmente.
Por un momento cree ver una cicatriz y rizos pelirrojos, los soles por ojos son un espejismo. Yuu se arrodilla a su lado.
—¿Qué ha pasado? —. Ayaka observa temerosa como Yuu roza su antebrazo, puede soltar un suspiro de alivio cuando lo hace y su toque no la vuelve a quemar.
—Nada —susurra Ayaka—. No ha pasado... nada.
Simplemente hace tanto frío.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Kazuya suspira y se desliza entre las innumerables caras que no conoce.
La chica con olor a incienso está cerca, sopesando entre si comprar una u otra botella de leche. El chico que la acompaña dice algo "¿qué tienen en común un cuervo y un escritorio?" y ella se echa a reír.
Kazuya se aleja del mercado y cruza el puente, mirando de vez en cuando por encima de su hombro en dirección a la chica, pero no le nota, y llega por fin al bosque.
Palpa con las manos el aire y encuentra algo sólido, cuando lo rasga con el punzón se abre fácilmente, dando paso a... otro bosque.
Solo que esté está nevado, y en el suelo hay marcado un sendero que va hacia arriba. Se moja los pies cuando entra, y se resbala con la nieve a medio derretir que abunda en el camino.
La montaña está inclinada y es más difícil aún subir con toda la nieve que le empapa los pies y el borde de los pantalones. Kazuya tiembla y se aferra todo lo que puede al suelo para no caer hacia atrás. Es difícil y está oscuro, aunque la Luna brille con fuerza.
—Enserio tenía que tocarme un núcleo tan extraño, joder —se queja entre jadeos, empezando a sentir como los dedos se le congelan entre la nieve. Continúa escalando y no encuentra ni un rastro de vida en aquel lugar, por muy montaña que sea.
No hay nada allí. Kazuya habría creído que solo era una simple extensión de la montaña si no fuese por lo vacía que está. No hay pájaros cantando, ni pequeños roedores buscando por brotes verdes, ni siquiera osos, aunque eso le alivia, pero si no hubiese estado tan... inhabitada, a lo mejor podría haber sido una montaña de verdad.
—Menuda mierda —maldice de nuevo cuando el punzón en sus manos por poco se desliza fuera de su agarre.
A lo lejos, muy, muy a lo lejos, ve algo por primera vez que no son extensiones infinitas de nieve medio derretida. Un tejado, joder, un maldito tejado.
—¡Por fin, maldita sea! —exclama, encontrando nuevas fuerzas para ponerse en pie y empezar a correr.
No es el único que ve el tejado, la Cosa ha estado observándole desde que entró en aquel sitio. Y no le gusta lo que ve.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Notes:
El título de este capítulo es una referencia al cuadro "Iván el Terrible y su hijo"! Es en cierto modo muy parecido a la historia de Kazuya y su abuela. Recomiendo buscarlo, es, en mi opinión, bastante interesante.
Chapter Text
La puerta chirria cuando la abre, y desde la oscuridad que lo cubre todo a partir del marco, aparece Ayaka.
Las plumas son difíciles de ignorar, más lo es la forma en la que se arrastra, encogida sobre sí misma.
Takeshi silba, si es que eso puede hacerlo un demonio, y la ojea de arriba a abajo:
—Estás hecha unos zorros, Aya-san.
Ayaka suelta un siseo. Cuando arrastra una silla delante del fuego no se choca con los incontables cachivaches que suelen estar por el suelo, y en el lado de la chimenea hay una cesta de leña recién repuesta. El suspiro dolorido que sale de ella cuando se sienta es difícil de ignorar.
Takeshi sonríe cuando, lentamente, las plumas se deshacen y su Aya-san se encoge a su tamaño normal. Las garras vuelven a ser dedos blancos, pelo aparece de nuevo en su cabeza y da las gracias a que su señora era lo suficientemente lista como para saber transformarse dejando sus ropas intactas. No querría que el niño rayo bajase a por un vaso de agua en mitad de la noche y se encontrase a su maestra desnuda e inconsciente en frente del fuego.
—Si sigues así, vas a matarte —. Aya-san rueda los ojos en su cuenca y mira hacia otro lado, tozuda como solo lo era ella. Su cara era siempre lo único que quedaba cuando se transformaba en monstruo, es lo que le queda de humana, después de todo.
Ambos él y su señora se habían convertido en demonios juntos, ¿qué más esperar sino aquello?
—Seguro que eso te gustaría, ¿eh? —murmura Ayaka, sacando del bolsillo un pañuelo y pasándolo por su rostro. El humo del fuego siempre la dejaba apestando a cenizas—. Ya sabes que aunque me muera, tú no serás libre, solo morirás conmigo.
Takeshi espera, pero no dice nada. No pasa mucho para que Aya-san deslice la mirada de un lado a otro. Las estanterías mucho más vacías que antes, los montones de cosas que ha ido acumulando a lo largo del tiempo desaparecidos y la comida recién comprada en una cesta de la esquina. Diría que es magia sino supiese lo que es de primera mano.
Aya-san mira a la esquina y se encuentra al abuelo Tanjirou roncando suavemente en un colchón. Excepto que no es tan abuelo como dice ser.
—¿Es obra suya? —le pregunta su señora a Takeshi, que no hace nada más sino sonreír. Ayaka alza una sola ceja—. Ha hecho un buen trabajo.
—¿Quieres que te prepare un baño? —ofrece Takeshi, cuyas ascuas brilla suavemente. Aya-san niega con la cabeza y se levanta. Sus huesos crujen cuando lo hace.
—Ya me daré un baño mañana, no querría despertar a nadie —. Se acerca silenciosamente hasta Tanjirou, arrodillándose a su altura. Puede que el fuego de Takeshi no ilumine la habitación por completo, pero Aya-san puede ver su cara perfectamente.
—Cartas hanafuda —murmura, apartando un mechón de pelo rojo de su cara y observando la oscura cicatriz en su frente. Le lanza una mirada a Takeshi por encima del hombro y sonríe con los ojos entornados—. Es guapo, ¿no?
—Ciertamente, no —contesta Takeshi demasiado rápido—. No es guapo para nada, ¿sabes qué? Creo que deberíamos echarle, ¿colarse en tu castillo y decir que es el cocinero? Qué grosería, enserio Tan-san es-
Ayaka sonríe más e intenta no despertar a Tanjirou con sus silenciosas carcajadas—. Oh, dioses, estás celoso.
El fuego de Takeshi se vuelve de un rojo escarlata que es demasiado caliente.
—Eres mi señora, no la suya —murmura, observando a Ayaka con más cuidado—. Además, quiero seguir divirtiéndote contigo si no consigo separarme de ti.
—Suena como si me quisieras —dice Aya-san de forma burlona—. Casi.
—Sabes que te quiero, Aya-san —afirma Takeshi con ojos quemantes de demonio.
Ayaka le dedica una última mirada divertida por encima del hombro al pie de las escaleras.
—Casi.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
El jardín de las hermanas Kochou es espectacular.
Azucenas, petunias, lirios, margaritas, girasoles, glicinias, jazmín, no por nada eran magas que trabajaban con pociones.
Puede que hubiese sorprendido a cualquiera, los colores brillantes, la frondosidad, la abundancia, pero para Ayaka aquello no era nada. El jardín en el que se había criado nunca podría ser superado por ninguno, por muy mágico que fuese.
No es por su jardín por lo que visita a las hermanas Kochou, pero sí que hay una flor allí que ciertamente le ha llamado la atención.
Juega con uno de los mechones de pelo de Kanao Tsuyuri entre sus dedos. El rosa que tiñe sus puntas siempre le ha gustado.
—¿Tanjirou? —cuestiona Ayaka casi a un suspiro de los labios de Kanao—. No, no me suena.
Ella aparta la cara justo cuando va a besarla, apretando los labios y mirando hacia otro lado. Por un momento Ayaka se queda perpleja, y parpadea una, dos veces. El mechón que ha estado girando entre sus dedos se desliza fuera de su agarre cuando Kanao da un paso lejos de ella, tomando asiento en una pequeña silla donde ella y Ayaka se han pasado incontables tardes juntas tomando el té.
—Me preocupa —murmura Kanao, jugando con sus dedos—. Dicen que ha desaparecido y nadie sabe donde está, Nezuko-chan me ha pedido ayuda para encontrarle, pero no sé que hacer.
Ayaka se desliza en la silla a su lado y agarra sus manos entre las suyas. Kanao alza la mirada para verla a los ojos, dioses, siempre le ha encantado el morado en sus pupilas.
—Seguro que está bien —insiste Ayaka dándole un ligero apretón—. Es decir, ¿qué va a hacer? ¿Desaparecer en las montañas sin dejar rastro? Además. —Una de sus manos se ve libre y deslizándose hasta el muslo de Kanao, frotando suavemente la tela de su falda y yendo abajo, abajo, abajo—. Siempre puedo ofrecerte consuelo cuando lo necesites.
—Ayaka-san —empieza Kanao, esta vez más firme—. Tú no sabes nada sobre Tanjirou, ¿verdad?
—¿Te mentiría yo alguna vez? —. Se miran fijamente a los ojos la una a la otra, y Ayaka lo intenta, de verdad que lo hace, pero Kanao es mucho mejor que ella leyendo mentes.
Cuando aparta la mirada también aparta bruscamente la mano de Ayaka sobre su pierna, que deje de entrelazar los dedos con los suyos duele más. Ayaka está al menos aliviada de no tener un corazón en el pecho por este tipo de cosas.
—Vete.
Kanao opta por mirar hacia abajo en vez de a ella y aunque Ayaka llama su nombre suavemente, no se gira.
—Si no vas a decírmelo, vete —dice Kanao una vez más.
—Estás cometiendo un error —. Ayaka agarra la chaqueta de la silla y se levanta, colgándosela por encima de los hombros en su camino hacia fuera, aunque pare en la valla que separa el jardín del exterior.
—Si no vas a ser sincera conmigo, no quiero verte más —. La tensión está pintada en su expresión y en la forma en la que aprieta los labios—. Tú no me quieres, Ayaka.
Entonces hay silencio, ella todavía está apoyando una mano en la valla blanca y Kanao no hace nada más que mirar hacia abajo. Ha parado de jugar con sus dedos.
—No puedes quererme, no tienes corazón.
—Eso es cierto —admite ella en un suspiro—. Pero eso no significa que-
—Te deseo lo mejor —la corta Kanao, alzando la mirada hacia ella. Ah, puede que si hubiese podido, se habría enamorado de ella y de la pizca de brillante determinación que mostraba en ocasiones como aquella.
Puede que simplemente los demonios no pudiesen amar a nadie.
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Notes:
Echaba de menos este AU! Es muy interesante dhjdhd y me gusta mucho la película y el libro.
Para que tengáis contexto, en la película sophie tiene dos hermanas, una de ellas estudia magia y howl intenta seducirla, pero no funciona hjhgdhgdg en este caso kanao es amiga de la infancia de tanjirou y nezuko, así que ya se conocían antes de conocer a aya.
Tengo pensado escribir este au en su totalidad, solo que de cuando de cuando! Pero seguro que lo terminaré, tengo tiempo de sobra hasta terminar esta fic! hjdjhd esto es corto porque tengo la semana de examenes la próxima semana y no quería gastar demasiado tiempo en escribir, siento las molestias y espero disfrutéis!
Chapter 6: Estaño
Chapter Text
Los núcleos del alma, había dicho el demonio, eran representaciones del ser de las personas.
Todo aquello que una persona es se ve plasmado en el paisaje que guarda el alma, como las raíces de un árbol, el ser crece y se extiende desde el alma, es a partir de ella de donde todo toma origen.
Kazuya se pregunta qué clase de persona tiene que ser aquella chica para tener tal núcleo del alma. Definitivamente no una agradable.
—Ni de broma la invito a salir —murmura, llevándose las manos a la boca en un pobre intento de calentarse los fríos dedos con su propio aliento—. Ni de broma.
Su vista sigue fija en el tejado oscuro que se divisa en la distancia, pero la nieve derretida, la cuesta empinada y la poca claridad que ofrece la Luna en lo alto del cielo solo hacen que se tropiece una y otra vez.
Apenas puede sostener el punzón con el que debía quebrar el núcleo del alma entre sus manos, sus dientes castañean y ¿por qué no le dijo nadie que los núcleos del alma podían ser tan condenadamente enrevesados?
El tejado es la única constante allí, todos los árboles parecen iguales y que aquel sitio esté a rebosar de flores del infierno, rojas y altas que se enredan con sus pies, no le ayudan a distinguir el camino.
—¿Te has perdido?
Kazuya alza la mirada para encontrarse, a lo alto de la cuesta, la figura de una niña pequeña. Al instante desliza el punzón en uno de sus bolsillos.
Ella le mira desde arriba aunque tenga los ojos cerrados, hay algo brillante en su frente que no consigue distinguir. Con las manos entrelazadas en el interior de sus mangas, ladea la cabeza y espera una respuesta.
—Nadie suele venir aquí por elección —añade, a lo que Kazuya alza las cejas—. Es un sitio muy feo.
—Sí que lo es —. No puede evitar reírse Kazuya, apoyándose en sus rodillas para recuperar el aliento perdido, siempre con la vista en la niña.
—Oye... —dice entre jadeos. La niña da un respingo y estira el cuello, nerviosamente jugando con las manos—. ¿Sabes dónde hay una bola brillante?
—Buscas... ¿buscas el núcleo del alma? —murmura ella nerviosa—. No creo que eso le guste al samurái.
Se remueve nerviosa, moviendo la cabeza de un lado a otro como si buscase a alguien más entre los árboles y las flores, aunque sus ojos sigan cerrados.
—Pues no se lo digas —propone Kazuya, empezando a andar hacia ella de nuevo—. Puede ser nuestro secreto.
La niña saca al fin una mano de entre las mangas y se la ofrece a Kazuya para subir, mejillas sonrojadas.
—Secreto... ¿como amigos? ¿Seremos amigos que guardan secretos? —susurra ella emocionada. Kazuya extiende la mano para agarrar la suya y al fin la niña le jala de un tirón a la explanada desde donde le ha estado mirando todo este tiempo. Para ser un sitio tan frío, el toque de la niña es cálido y reconfortante. Cuando observa sus dedos ve que están negruzcos, congelados y casi a punto de caerse. Algo tan cálido no puede sobrevivir demasiado tiempo en un sitio como aquel.
Kazuya observa que por fin ha llegado al tejado. Pertenece a una mansión de algún señor feudal que se alza en la distancia. Es grande, de madera, con incontables porches y largos pasillos dignos de cualquier noble que se precie.
«Ahí debe estar el núcleo del alma» piensa Kazuya. «Este debe ser el centro de todo»
La niña sigue mirándole, ahora tiene que doblar el cuello hacia arriba y, con los ojos de Kazuya adaptados a la oscuridad, ve que tiene los ojos cerrados. En cambio, en su frente hay un solo ojo, brillante, de donde lágrimas caen.
Tiene que apartar la mirada asqueado pero la niña continúa agarrándose con fuerza a su mano, como si ni siquiera fuese capaz de ver la expresión en su cara. Toda ella está temblando, el ligero kimono que lleva no parece estar hecho para aquel clima.
—Vives aquí, ¿no? —murmura Kazuya, ojeando la enorme mansión feudal que se alza entre los árboles. La niña asiente con entusiasmo, ojo enervante mirándole fijamente.
—¡Sí! ¡Ya verás que seguro que te encanta! —jala de su mano para llevarlo adentro, dando pequeños saltos entre pasos que hacen ver como si estuviese danzando. Kazuya deja que la niña siga agarrando su mano para calentarse sus propios dedos.
«Como robarle un caramelo a un niño» piensa, dejando que le guíe a lo que sería su perdición.
Ella habla sin parar, sobre gatos, mayoritariamente, y ni siquiera mira hacia atrás, hacia Kazuya.
—¿Qué se le dice a un fantasma de tres cabezas? —. La niña no se molesta en esperar a que le responda—. ¡Hola, hola, hola!
Y se echa a reír ella sola, sin siquiera fijarse en que él no se está riendo. En cambio, Kazuya se fija en la pobre luz que viene desde la mano que no ha sacado de la manga. Saca lentamente el punzón de su bolsillo.
«No, el núcleo del alma no está en la mansión» nota, soltando de un tirón la mano de la niña. Ella se gira con una expresión confusa, chillando cuando Kazuya la empuja y cae contra el suelo.
Desde debajo de su ropa cae brillante una bola de cristal, que rueda contra la nieve enseñando en ella distintas caras desconocidas, todas sonrientes. ¿Por qué tiene una grieta?
La niña se abalanza a agarrarla y la abraza contra su pecho. El punzón en las manos de Kazuya resplandece contra la Luna.
—¿Por qué has hecho eso? —le pregunta dolorida contra la nieve.
Él no le responde. Por muy asquerosa que sean la niña y su ojo, es pequeña y débil, y sabe que aunque intentase resistirse, sería capaz de dominarla con facilidad.
Ella se ve extrañada durante un momento pero se levanta e intenta echar a correr ante la vista del punzón. Se tropieza torpemente y acaba contra el suelo, empezando a sollozar.
Kazuya va a agarrarla por el pelo para arrebatarle el núcleo del alma, que es mucho más grande de lo que el demonio había descrito, cuando una cosa cae del cielo y se interpone entre los dos.
El suelo se rompe allí donde aquella cosa gigante cae. Cree ver cuernos pero solo son los retorcidos adornos del casco de samurái que lleva.
Aquel monstruo, no hay otro nombre para ello, se pone a su altura y puede ver entre la oscuridad y la armadura que en su cara hay dos ojos marrones mirándole, esta vez los que le miran son corrientes, y el de la frente está cerrado.
Aquella cosa chilla tan fuerte que manda a Kazuya volando hacia atrás, parando solo porque choca contra un árbol.
El golpe le desorienta y se ve obligado a dejar caer de entre sus dedos el punzón, el mundo da vueltas y lo único que distingue es a aquella cosa enorme llevando una armadura completa de samurái discutir con la niña. Sus voces es lo único que le llegan mientras aquella Cosa saca de su vaina una espada reluciente.
—¡No le hagas daño! —suplica la niña pequeña horrorizada, aferrándose a su pierna en desesperación y dejando el núcleo del alma abandonado en el suelo—. ¡No le mates!
La Cosa se gira a mirarla con ojos perforantes.
—¿¡Es que estás mal de la cabeza!? ¡Solo te dijo eso para aprovecharse de ti! ¡Estúpida niña ingenua!
La niña niega con la cabeza—. ¡Es mi amigo! ¡No haría eso!
—¡Pues lo ha hecho! —replica el samurái, intentando inútilmente de que la niña deje de aferrarse a su pierna—. ¡Suelta!
Con un último empujón la niña cae al suelo al lado del núcleo del alma y llora allí.
—Echo de menos a Yuu —gime débilmente, agarrando la bola con incontables caras que sonríen dentro—. Echo de menos a mamá y a papá, y a la abuela.
Y repite sus nombres junto a otros desconocidos, una y otra vez.
—¿¡Quieres dejar de lloriquear de una vez!? —le grita la Cosa, a lo que la niña se encoge sobre el núcleo del alma—. ¡Es tu culpa que yo sea así! ¡Soy así porque eres demasiado débil como para defenderte por ti misma!
Se mantienen así durante un largo rato, el samurái le chilla a la niña y ella no hace más que llorar, repitiendo nombres que Kazuya no conoce.
—¡Te odio! —. Consigue oír a la niña gritar.
—¡Y a mí me gustaría que te murieses de una vez! —reclama de vuelta el samurái con un pisotón en su dirección, ácida y resentida—. ¡Pero no lo harás! ¡Ni tú ni yo podemos desaparecer porque a ambas se nos necesita para formar a la persona llamada Ayaka Iwamoto!
Continúan gritándose la una a la otra con cosas que no entiende, sobre su padre, su familia, Yuu, primavera, invierno y Tanjirou.
Entonces, por el rabillo del ojo, con su vista borrosa por el golpe, Kazuya ve algo cálido.
No es muy grande, apenas se ve sino fuese porque brilla con intensidad.
Una pequeña llama acude con urgencia al lado de la niña al oír su llanto. Revolotea a su alrededor en preocupación, finalmente envolviéndola en un abrazo con las diminutas extremidades que le salen del cuerpo. Algo en ella le dice que lleva viviendo cientos de años allí, mucho más que la niña y el samurái.
La pequeña figura de la niña deja de temblar, apegándose a aquella cosa tan cálida todo lo que puede.
La Cosa, en toda su gloriosa monstruosidad, deja de gritar.
La llama extiende una mano y la posa sobre su pie embutido en metal y cuero. Silenciosamente, ella se arrodilla y se queda quieta, disfrutando el toque de algo tan pequeño que parece tenerla dominada por completo.
—Tanjirou —solloza la niña aferrándose con más fuerza a lo único cálido que hay allí.
«Menuda mierda» piensa Kazuya, quien solo quería tener dulces sueños.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Yuu Kobayashi sabe, desde el primer momento, que algo va mal.
Las paredes de la habitación embutidas en títulos universitarios es algo que no ha visto nunca, pero por alguna razón, todos tienen su nombre.
En un primer momento se queda quieto, sentado en la enorme silla delante del escritorio de madera que tiene esparcido por él documentos de nombres extraños.
"Hana Sakurai, infección de uretra"
"Shin Ida, tuberculosis"
"Kenji Rokujo, escarlatina"
A las enfermedades sí las conoce, pero todo a su alrededor es demasiado desconocido, demasiado borroso en su memoria. No recuerda nada de esto, ni la planta que hay en una esquina ni haber leído los libros en las estanterías ni haber ganado los títulos que pintan las paredes. Ni siquiera recuerda haber comprado aquella habitación o siquiera porqué él está en ella.
Su memoria nunca ha fallado, su memoria nunca ha fallado y ¿por qué lo haría ahora?
Para asegurarse de que no hay algo mal con su cabeza, empieza a recitar en voz baja la tabla periódica.
—Hidrógeno, helio, litio, berilio, boro, carbono —murmura, al tiempo que se levanta. Su cabeza duele como no lo ha hecho nunca, ha olvidado algo, lo sabe. Ha olvidado algo irreemplazable y él mismo está chillando para que lo recuerde. ¿Pero qué es, qué es, qué es?
Nunca jamás Yuu Kobayashi ha olvidado algo, ¿por qué iba a empezar ahora?
Cuando sale choca de lleno con alguien más, los papeles salen volando y caen al suelo. Yuu los sigue con la mirada. Más nombres.
"Emi Yamagi, ataque al corazón"
"Nanami Sato, infección en la garganta"
"Yumiko Sato, herpes en los labios"
"Ryu Takahashi, traumatismo craneal"
"Ayaka Iwamoto, niña enferma"
"Takeshi Akada, demonización"
La chica con la que ha tropezado alza la mirada y con el rojo de la vergüenza en las mejillas empieza a recoger del suelo todos los papeles apresuradamente.
—¡Doctor Kobayashi, lo siento muchísimo! ¡Debería haber mirado por donde iba! —empieza, inclinándose en disculpa y apegando el montón de papeleo desordenado a su pecho.
Con un parpadeo, Yuu se da cuenta de que la chica está vestida con un uniforme de enfermera. Los pasillos relucientes ya deberían haber sido suficiente indicación, los títulos tenían en ellos las palabras "medicina", cuando mira hacia abajo, sin embargo, ve sobre sus hombros una bata blanca con una placa que la confirma.
—Nitrógeno, oxígeno, flúor, neón, sodio, magnesio —se murmura Yuu a sí mismo. La enfermera se le queda mirando, extrañada. Yuu la ignora y se levanta, todos en aquel maldito hospital parecen revolotear a su alrededor.
—¡Doctor Kobayashi! —llama uno de los médicos con bata blanca igual a la suya—. Las pruebas serán esta tarde, me preguntaba si podría asistir para supervisar-
—Aluminio, silíceo, fósforo, azufre, cloro —. Es la respuesta que le da Yuu.
—¡Doctor Kobayashi, los análisis de sangre-! —se acerca otra mujer hacia él, parando al oírle murmurar.
—Argón, potasio, calcio, escandio, titanio —. Lentamente, Yuu avanza hacia las escaleras, con los susurros preocupados de todos aquellos en los pasillos.
—Vanadio, cromo, manganeso, hierro, cobalto, níquel, cobre, zinc, galio —le dice a uno de los pacientes que pasa por su lado al subir las escaleras.
Otra enfermera corre a su encuentro cuando lleva dos pisos subidos.
—¡Doctor Kobayashi, Akada ha tenido una recaída!
Yuu se quita bruscamente la bata blanca de médico y se la lanza a la cara, en su camino subiendo.
La enfermera parpadea, con la bata en sus manos.
—¡Doctor Kobayashi! —grita a sus espaldas.
—¡Germanio, demonios! —le grita él de vuelta, dejándola con los ojos muy abiertos y paralizada donde está.
—Que alguien llame a la doctora Kobayashi —murmura, sin que Yuu pueda oírla. Y cuando ha subido otro piso y no puede oírla, grita—. ¡Que alguien llame a la doctora Kobayashi!
—Arsénico, selenio, bromo, kripton —continúa Yuu en su interminable canción. La garganta empieza a cerrársele porque su cabeza duele y palpita como nunca antes lo ha hecho. Dioses, oh dioses, cómo duele. Todo es borroso a su alrededor y tiene que agarrarse a la barandilla pero continúa en su camino hasta arriba hasta que abre las puertas que dan a la azotea.
—Rubidio... estroncio... itrio... zirconio... niobio... molibdeno... —jadea cuando el aire fresco de lo alto choca contra su cara. Acude al borde de la azotea y mira abajo, es un hospital, un hospital de tres pisos en el que él trabaja. No... no....
Ahora temblando, o puede que haya estado temblando desde hace mucho, se afianza al pasamano que marca el final de la azotea y posa un solo pie sobre el borde de cemento. Con más seguridad, posa el otro, y Yuu se queda mirando abajo. Lo único que le separa del vacío ahora es un centímetro, si da un solo paso... él desaparecerá, él junto a su cuerpo desaparecerán y el dolor de cabeza junto a aquella laguna y el mareo que conllevan.
Empapado en chorros de sudor, Yuu sonríe débilmente.
Sí, desaparece, maldito seas.
—Yuu —. Recuerda a esa voz pero no el que siguiese viva.
Su madre se acerca a él, a paso lento. Detrás de ella se encuentran incontables caras, enfermeros, doctores, incluso algunos pacientes a los que se les tiene que ordenar que se vayan a empujones.
—Yuu, bajate de la barandilla —le dice, suave como siempre ha sido. Suave como recuerda a Nozomi Kobayashi.
—Tecnecio... rutenio... rodio... paladio... plata... cadmio... —recita Yuu, sin quitar la vista de la nada. Nozomi avanza otro paso, Yuu grita—. ¡No te acerques!
—Yuu, por favor, bájate y hablaremos esto con calma —le dice, retrocediendo el paso que ha dado. Por la frente de Yuu corren gordos hilos de sudor, todos detrás de su madre susurran sobre las ojeras moradas que le aparecen bajo los ojos.
—Seguro que estás cansado por el trabajo, ¿no? —continúa su madre, sin atreverse a acercarse pero extendiendo una mano hacia él. Yuu la observa con el ceño fruncido.
—Te ves como un loco, Yuu —susurra con lo que podría creerse una pica de preocupación.
—¡Y tú no deberías estar aquí! —exclama Yuu. Todos sueltan un suspiro de asombro y acuden precipitándose a la barandilla para observar hacia abajo, porque al grito final de "¡estaño!" Yuu ha dado finalmente da un paso atrás y cae al vacío.
El dolor de cabeza por fin desaparece.
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Chapter 7: Rojos y melocotones
Summary:
Así que cuando duerme, Nezuko Kamado recuerda.
Y cuando se cansa de recordar, Nezuko Kamado despierta.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Nezuko Kamado recuerda.
Aunque en el interior de su mente haya niebla, aunque el rojo pinte todo, Nezuko recuerda.
Aquel hombre había venido y había derramado sobre Nezuko su rojo, su sangre y su vida, y ella lo había hecho parte de sí misma. Por eso, cuando ve otro rojo, el del pelo y los ojos de su hermano, se da cuenta de que no todo lo es.
Hay partes de ella que no están empapadas en sangre, partes de colores alegres y puros que vienen a ella en sueños y cuando se queda demasiado tiempo mirando a un punto fijo. Puede que Muzan Kibutsuji la hubiese vestido con prendas escarlata, pero ella sabía que ese no era el único rojo que había.
Así que para no seguir a ese, al que emana maldad y hambre y desgracias, Nezuko sigue al rojo rubí del fuego.
Con él vienen las partes que no son escarlatas, las ciruelas moradas en los ojos de su madre, el carbón del pelo de sus hermanos o el blanco de la piel de Takeo.
Especialmente cuando duerme, los colores cubren por completo el rojo que aparece con insistencia en su visión por el rabillo del ojo, y eso le trae tranquilidad. El tiempo que pasa en la caja de madera es el más pacífico que puede tener entre el dolor de lo que palpita en sus venas que siempre consigue mantener bajo control.
Así que cuando duerme, Nezuko Kamado recuerda.
Y cuando se cansa de recordar, Nezuko Kamado despierta.
Es fácil abrir la puerta de la caja desde dentro. Su hermano era demasiado amable como para no conseguir de alguna manera que ella pueda salir de la caja por su cuenta (eso es algo que se repite constantemente en sus recuerdos, su onii-chan siempre ha sido amable, siempre demasiado amable).
En cambio, el sitio donde sea que esté Nezuko no aparece en sus recuerdos.
Mira a su alrededor, desde el suelo que es lo único que le permiten sus pequeñas piernas, y busca por el rojo que siempre persigue.
Aquellos con los que también sueña, el chico con dientes de león por pelo, el jabalí salvaje y la chica de las glicinias están dormidos en una fila de asientos no muy lejos de allí. Todos ellos han sido alguna vez buenos con ella, así que Nezuko les guarda con cariño a ellos también, suficiente para que aparezcan en sus sueños y les recuerde.
No reconoce a las personas que tienen atadas sus muñecas a las suyas. El hombre llameante que recuerda de alguna vez, no sabe cuando, está allí también. Por un momento Nezuko se alarma ante la vista de la humana a la que agarra por el cuello, con la frase "protege a los humanos, los humanos son tu familia" retumbando por encima del rojo oscuro, pero cuando espera se da cuenta de que no hay peligro alguna de que la asfixie hasta morir. Lo cual la deja tranquila.
Hubiese corrido al lado de su hermano y su rojo si no fuese por el grito.
El chico con pequeñas marcas en las mejillas los ojos de Nezuko nunca pierden de vista al mirarle pega un salto en su asiento y grita, cayendo al suelo de rodillas desde su asiento.
Chilla tanto, desquiciado y como un loco, que por un momento a Nezuko le recuerda la masacre de su familia.
Eso la enfada.
Yuu, así había aprendido que se llamaba, termina jadeando y empapado en su propio sudor, alzando ambas manos a la cara desesperado. Sus ojos desorbitados viajan hasta Nezuko, quien le observa sin pestañear desde su sitio. La vista le hace suspirar aliviado.
―Nezuko ―dice en un suspiro, secándose la frente con el dorso de la mano―. Menos mal.
Ambos parecen olvidarse del chico que está atado a él, quien se abalanza contra Yuu alzando un punzón que se ve demasiado similar al rojo oscuro que Nezuko siempre evita.
«Protege a los humanos.»
―¡No eres un cazador, ¿cómo demonios has podido despertar tan rápido?! ¡Ni siquiera pude llegar a tu núcleo del alma! ―. Yuu consigue en una clase de milagro echarse a un lado y esquivarle.
Es Nezuko quien, con el enfado que le han causado los gritos de Yuu al recordar, golpea al humano del punzón directo en el estómago y le deja inconsciente en el suelo. Termina con un fino hilo de saliva cayendo de su barbilla.
Yuu ojea a Nezuko, quien vuelve la mirada tranquila hacia él para ver si está bien.
―Siempre me olvido de que eres un demonio ―susurra para sí, sin quitar la vista de sus ojos rosa pálido.
Con unas cuantas miradas a su alrededor Yuu se levanta, llevando una mano a la bolsa que lleva al hombro y sacando de ella una brillante jeringuilla.
Con una última mirada a su alrededor y un murmullo para sí (la chica de las glicinias, Aya, siempre había dicho que él era muy inteligente y avispado) se arrodilla a la altura del humano al que Nezuko ha dejado inconsciente e inyecta en su cuello lo que sea que contenga aquella inyección.
Nezuko frunce el ceño, porque "protege a los humanos" significa a todos los humanos. Yuu alza las cejas y sonríe:
―Tranquila ―dice, dándole un vago gesto con la mano―. No le hará daño, es solo para cerciorarme de que no va a despertarse en ningún futuro cercano.
Aun así Nezuko continúa con el ceño fruncido, y no es hasta que Yuu le acaricia la cabeza que la mueca no se derrite.
―Esto no me gusta... ―murmura Yuu rrugando las cejas al observar a la chica a la que Rengoku mantiene agarrada por el cuello―. ¿Es normal este tipo de cosas para los cazadores de demonios?
Nezuko le da una mueca al fijarse en la cuerda que les ata por la muca, del mismo rojo que el que aparece por el rabillo de su ojo, igual que el que había tedo la telaraña de aquel demonio y que el rojo del antiguo haori de Aya.
Así que para alejarse de él, busca por el otro rojo.
Su hermano está dormido como todos los demás. Nezuko espera que le acaricie el pelo pero no lo hace, y son los jadeos que vienen de su hermano lo que la llevan a zarandearle de un lado a otro para intentar despertarle.
Yuu le observa desde donde está con una ceja alzada, soltando un grito cuando Nezuko estampa su frente contra la de su hermano y de ahí empieza a sangrar. Yuu grita más fuerte cuando su sangre empieza a arder y Tanjirou junto a ella.
Él acude a las llamas e intenta apaciguarlas con las manos, pero no le queman, incluso si la cuerda que ata a Tanjirou por la muca se deshace en cenizas. Por un momento observa embobado como lo hace, Nezuko se pregunta si está pensando o es que simplemente es tonto.
Las llamas parecen aliviar a Tanjirou, que frunce el ceño pero deja de revolverse inquieto. Yuu vuelve la vista a Nezuko y luego a Aya y su cuerda, arrodillándose delante de ella un momento después.
―Era una ilusión... ―murmura para sí, posando una mano sobre su barbilla―. Pero si enseña ilusiones, entonces Ayaka... ella no hará lo mismo que yo... no si tiene que ver con su familia.
Se incorpora con rapidez, sacando de nuevo otra jeringuilla e inyectándola en el chico atado a Aya, que no parece reaccionar. Al oír la palabra "familia" Nezuko alza la mirada. Ah, entonces Aya es igual que ella.
―Oye ―la llama Yuu, sosteniendo esta vez la cuerda de Aya entre dos manos―. ¿Crees que eres capaz de quemar esto, pero dejando un poco?
Nezuko toma los rastros de sangre de la herida en su frente y pinta una pequeña parte de la cuerda con ella. En un segundo esta empieza a arder, dejando que la muñeca del chico atado a Aya caiga. Ambos esperan un momento, con los ojos muy abiertos, a que se despierte. Pero no lo hace.
―Bien ―suspira Yuu, rascando su mejilla tembloroso―. Bien, bien, bien, bien, bien, guay, guay, guay guay, genial, perfecto, estupendo-
Nezuko tira de su manga y eso hace que deje de murmurar.
―Por favor ―murmura una última vez con la vista fija en ella. Nezuko le mira de manera igual de intensa con sus ojos de demonio mientras Yuu se deshace de los restos de cuerda alrededor de su muñeca y los reemplaza con el final de la cuerda medio quemada de Ayaka―. Intenta despertar a los demás. Como sea, pero sino, probablemente todos los humanos en este tren acaben muriendo.
Y en un último murmullo para sí, con la jeringuilla contra su propio cuello, dice―. Yo tengo que arreglar lo que rompí.
«Protege a los humanos,» recuerda Nezuko una última vez, con Yuu dormido a sus pies. «Persigue el rojo rubí.»
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
La calidez de una mujer siempre le había recordado a Zenitsu al sabor de los melocotones.
Dulces, jugosos y frescos, le había gustado el toque de una mujer tanto como comer melocotones en la parte de atrás de la casa de su abuelo.
Había un huerto allí, líneas hasta donde alcanzaba la vista de frondosos y verdes árboles con melocotones rosados colgando jugosos de sus ramas. Había tantos que parecía un laberinto, por el que Zenitsu había intentado escapar muchas veces durante su entrenamiento. Sospechaba que "jii-chan" había plantado más simplemente para hacerle más difícil la idea de huir entre tantos de ellos, aunque la capacidad que tenía para agarrar a Zenitsu a mitad de escape con su lazo y arrastrarlo de nuevo a otro día de entrenamiento insufrible ya había sido suficiente para asegurar que no escaparía. Y al final no lo había hecho.
Y al final el logro llegó. Era cazador de demonios, era un cazador de demonios digno de ser llamado discípulo de su abuelo.
Por primera vez en su vida, Zenitsu Agatsuma ha hecho algo bien. Por mucho que llorase y por mucho que temblase, por mucho que Ayaka le hubiese mirado disgustada cuando llenó su uniforme de mocos y lágrimas, por mucho asco que hubiese en la mirada de Tanjirou al conocerse y por muy hirientes que fuesen los comentarios que Inosuke hace todo el rato, eso no importa, porque tiene lo que necesita para demostrar que todos se equivocaban. Que su abuelo no había sido un loco al tener fé en él, que Ayaka no había estado equivocada al dejarle a cargo de Shoichi, que todas aquellas chicas que le despreciaron no tenían razón. Que las palabras que salían de la boca de Kaigaku no eran verdad.
Zenitsu Agatsuma, chico de oro que por fin deja ver su valía.
El toque de la mano de Nezuko es tan cálido como siempre había pensado que lo era, eso le hace feliz.
―¿Dónde vamos? ―le pregunta una vez pasan el río, Zenitsu tirando de nuevo de su mano.
―¡A casa del abuelo! ¡Todos nos esperan allí, estarán haciendo coronas de flores y comiendo melocotones! ―responde él, andando más rápido ante el pensamiento. Y la tentación de usar la respiración del rayo para llegar antes allí aparece en su mente, pero prefiere agarrar la mano de Nezuko y continuar corriendo.
Su estómago ruge y él está hambriento, pero sabe qué le espera en casa del abuelo.
El deseo de hacerle a Nezuko una corona de tréboles blancos hace que aparezca un pequeño brinco en sus pasos. Ella empieza a reírse dulcemente al verle tan entusiasmado, pero parece que ya le han robado la idea.
Divisa en la distancia a Tanjirou, que se sienta en el porche esmeradamente trenzando una corona de flores con ramas de cerezo. Ayaka está a su lado con una cesta de melocotones en el regazo, observándole divertida mientras él intenta de la mejor manera que pueda que las ramas se mantengan en un círculo. En la esquina, Inosuke inspecciona vagamente un melocotón que debe haberle robado a Ayaka, pasando sus dedos por él como si fuese algo que no entiende en vez de un simple melocotón.
―¡Zenitsu! ¡Nezuko! ―. Ayaka se levanta y alza una mano al aire para saludarles cuando les ve, cesta a la cintura. Tanjirou levanta la mirada ya con la corona terminada y les saluda de igual manera.
―¡No es justo! ―empieza él, cuando por fin llega con Nezuko aún agarrando su mano, sin aliento―. ¡Habéis empezado a hacer coronas de flores sin mí! ¡Eso es cruel, Tanjirou! ¡Eres tan cruel!
―Perdona, Zenitsu ―dice Tanjirou y parece casi culpable, posando la corona encima del pelo negro de Ayaka. Ella sonríe y Tanjirou posa una mano alrededor de su hombro para apegarla a él, aunque ya hubiesen estado cerca antes―. Aunque recogimos melocotones mientras esperábamos.
―¡Ta-da! ―. Ayaka empuja la cesta de melocotones contra su cara. El hambre es demasiado como para que Zenitsu se mantenga enfadado―. ¡Todos para ti, Zenitsu!
Nezuko es quien extiende una mano y toma uno de ellos, jugoso, reluciente y lleno. Tan lleno que un solo bocado podría alimentarle hasta morir.
―Ah, qué bueno ―suelta un murmullo de placer con la boca llena, limpiando un chorro de zumo que cae por su barbilla―. Deberías tomar uno, Zenitsu.
Extiende uno hacia él, y, entre sus dedos, la fruta se siente tan cálido como el tacto de la mano de Nezuko. Inosuke observa desinteresado desde donde está tumbado, puede que recién levantado de una siesta. Ayaka y Tanjirou nunca dejan de sonreírle.
Sabe bien, definitivamente el melocotón sabe bien, Nezuko tenía razón. Su mirada se desvía a la lejanía detrás de la casa, donde la cantidad de verde parece haber aumentado. ¿Había jii-chan plantado más árboles en su ausencia?
Ayaka, quien tiene el brazo de Tanjirou alrededor de los hombros, gira la cabeza. Zenitsu sigue su mirada para encontrarse en la puerta a las figuras de su maestro y a Kaigaku.
Ellos, también, tienen cestas llenas hasta el borde de melocotones.
La mano de Inosuke aparece de repente y planta el melocotón con el que ha estado jugando contra sus narices―. Tómalo, Monitsu.
Todos le observan expectante, y, lentamente, Zenitsu agarra el melocotón del agarre de Inosuke y lo muerde. No había sonrisas más tiernas ni sonrisas más suaves que las que había pintadas en las caras a su alrededor, ni melocotones más jugosos que los que estaba comiendo entonces.
Puede que sea la sensación de usar la respiración del rayo, puede que no lo sea, pero ver a aniki y a jii-chan sonreír, con los melocotones más jugosos de todos llenando las cestas hasta el borde, hace que en su piel aparezca un hormigueo que no puede quitarse de encima.
―Cómelo de una vez ―dice Kaigaku con los brazos cruzados―. Tienes hambre, ¿no? Y has corrido mucho para llegar hasta aquí.
Jii-chan le sonríe, alzando más la cesta en sus brazos―. Te lo mereces.
Es Ayaka, quien comparte con Kaigaku tanto la dureza como el negro del pelo, apoya una mano sobre la de Zenitsu y le sonríe. Alguien tan poderoso como ella, tan habilidoso con la espada como la mismísima tsuguko del Pilar de la Piedra, le sonríe sinceramente. Ninguno de sus sonidos está mintiendo, todos son tan cálidos como la fruta con la que Zenitsu está teniendo un festín.
El sonido de Tanjirou siempre había sido tan hermoso que Zenitsu era capaz de llorar, el de Ayaka, aunque más silencioso, es igual.
Ah, nunca habría nada mejor que los melocotones de su abuelo.
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Notes:
Hhdjhdjhd estaría bien que buscaseis el significado de las flores de cerezo
Chapter 8: La princesa Kaguya, que vino de la Luna
Summary:
Dañar a alguien es el pecado más grande que un doctor puede cometer, no había entendido aquello hasta haberlo visto con sus propios ojos. “Dañar” le parecía en aquel entonces otra palabra cualquiera, con la inocencia y el desconocimiento de un niño que no ha probado nunca la sangre. Pero cuando probó la de sus padres, cadáveres sangrantes ante él en un charco de su vida rota, derramada por los pecados de Yuu, realmente comprendió a lo que se refería su madre con aquello.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Yuu sabía que la gente en su pueblo había sido, siempre, egoísta y recelosa.
Llenaban las cabezas de los hijos con mentiras y resentimiento a algo que no estaba allí, vecinos con malas intenciones, villanos inexistentes y complots imaginarios, e igual que Ayaka, todos veían lo que querían ver.
Había sido consciente de ello desde el primer momento. Su memoria, tan prodigiosa como la vista de Ayaka, no le había dejado olvidar todas aquellos gestos maliciosos en los que se entreveía su verdadera naturaleza.
Nunca nadie del pueblo había ido a la consulta de su madre, no se fiaban de una mujer médica que venía de la ciudad y se había unido a la familia mediante casamiento. Aunque los Kobayashi llevasen generaciones allí y sus padres, abuelos, bisabuelos hubiesen convivido y trabajado juntos codo con codo en su época.
Consiguieron no morir de hambre porque la gente de alrededor acudía a ella, los Rengoku habían sido clientes habituales hasta que la resignación a la muerte había caído sobre el padre y el hijo no había podido hacer otra cosa que llorar la muerte de la madre y cuidar del hermano. Otras familias de las que aún recuerda el nombre habían sido el sustento de los Kobayashi y habían puesto un plato de comida caliente sobre la mesa, mientras en el pueblo se negaban a gastar siquiera un par de monedas en algo tan engañoso como la ciencia para salvar a los abuelos y los padres que caían muertos uno a uno, porque sería más provechoso dejarles morir ahora que estaban viejos y no podían traer dinero a la casa que gastar dinero en mantenerles vivos y tener un peso muerto más al que alimentar.
Todos vestían con ropas simples y sencillas, telas de colores desgastados, broches en el pelo baratos y kimonos pasados de hermanos mayores a pequeños, pero no porque fuesen humildes o ese tipo de persona que prefería la humildad religioso por encima de lo ostentoso. Se sabía que llamar la atención era como directamente pedir que a uno se le destrozase a bocados y dentelladas, despedazado por las lenguas afiladas de los vecinos.
Su padre no había sido demasiado diferente, solo que él era más discreto. No veía bien que Yuu se pusiese la ropa buena para salir y tampoco le gustaba que hablase demasiado con los dependientes de las tiendas. Su madre siempre había llamado a todo aquello una tontería, pero claro, ella era distinta, su estancia allí seguía los años que crecía Yuu, no toda una vida.
Aunque era cierto que por mucho que se pareciese a los del pueblo, Tamaki nunca había tratado mal a los Iwamoto. Susurraba comentarios sobre ellos por debajo del almuerzo y les lanzaba alguna que otra mirada a la familia amable que él creía pretenciosa, pero a veces compartía una botella de sake con Makoto y Kaori era una agradable compañía que reía sus chistes cuando los contaba.
No, la razón por la que Yuu había empezado a detestar a Ayaka no tenía que ver con sus padres, y tampoco tenía que ver con la gente del pueblo.
Y la razón por la que Yuu había dejado de aspirar a sanar tampoco tenía que ver con el aborrecimiento que había ganado por su primera amiga, más bien había nacido de las consecuencias.
Dañar a alguien es el pecado más grande que un doctor puede cometer, no había entendido aquello hasta haberlo visto con sus propios ojos. “Dañar” le parecía en aquel entonces otra palabra cualquiera, con la inocencia y el desconocimiento de un niño que no ha probado nunca la sangre. Pero cuando probó la de sus padres, cadáveres sangrantes ante él en un charco de su vida rota, derramada por los pecados de Yuu, realmente comprendió a lo que se refería su madre con aquello.
Alguien que provocase la vista de cadáveres en el suelo con expresiones horrorizadas en el rostro no era digno de hacerse llamar sanador.
Takeshi había estado loco, loco de remate y como solo alguien desquiciado podía estarlo. Y había estado obsesionado con Ayaka, también.
Cuando Ayaka no estaba con ellos para disfrutar de la vista de la niña del pueblo siendo despedazada, no paraba de mencionarla, “Aya-san esto, Aya-san aquello”. Comentaba que era baja, que sus brazos eran finos y que tenía muñecas de pajarillo y que podría haber roto de un simple apretón si quisiese. Había tenido a Ayaka en su mente como un amante tiene a la amada, como un artista renacentista tiene a la musa, colocada arriba en algún sitio que no alcanza, encerrada en una jaula para poder observarla cuando quiera sin tener que oírla jamás.
Yuu siempre refunfuñaba, por lo bajo, sobre que él no conocía a Ayaka enrealidad (por supuesto, porque sino no le habría agradado). Y Takeshi le había respondido todas las veces que no le hacía falta.
Sabía que Takeshi tenía agrado por ella y su piel siempre pálida, pero nunca pensó que la tendría hasta aquel punto.
La vista del demonio en la oscuridad, por encima de los cadáveres de sus padres y el rojo que demostraba los pecados de Yuu (aunque él entonces no sabía que eran suyos) le habían hecho vomitar.
Retrocedió apurado en aquel entonces, tirando al suelo alguna lámpara de aceite y incendiando algo lo suficiente como para que la habitación empezase a arder y le mostrase en más detalle los colmillos del niño loco y el color carmesí a su alrededor.
Los doctores no debían dañar a nadie, los doctores debían ser siempre sanadores, curanderos, cuidadores, los más gentiles y amables. La vista de Ayaka, apareciendo fuera de su casa entre las cenizas, le había recordado que él no era nada de eso. Y la vista de Ayaka, prometiéndole en un susurro que le protegería, le había recordado también que ella sí lo era.
Y después Takeshi desapareció como si nada. Nadie nunca encontró su cadáver y Yuu nunca le preguntó a Ayaka si le había matado porque sabía de quien sería la culpa de que lo hubiese hecho.
Así que ella, con la llegada del invierno, desapareció de la tierra también, como la princesa Kaguya que vino de la Luna y desapareció tras una vida, dejando atrás a unos padres que habían rezado años por su llegada. Fue entonces devuelta al mundo blanco y sin color de los dioses, de donde solo podían venir ella y sus ojos más endemoniados que benditos.
Yuu no pudo hacer nada más que vagar por el pueblo durante varios días, siendo que el techo bajo el que había dormido estaba hecho cenizas, viéndose como un desgraciado y perdiendo cada vez más el color en la cara y la carne entre las costillas.
Una vez se colapsó, entre la tierra estéril y vacía de los campos de arroz, no fue Ayaka quien vino a salvarlo, aunque tuviesen ojos similares y perteneciese a la misma luna de la que ella había venido.
Su abuela siempre había sido tozuda, demasiado dura como para ser amable. Al verle allí, muriendo de hambre, no pudo sino pensar en niños de hacía varias décadas que lloraban por melones robados. Así que con la dureza que solo ella tenía, pellizcó su nariz y le obligó a abrir la boca y beber. Luego, cuando ya su garganta no estaba seca le obligó a masticar en un trozo de pan que él intentó con todas sus fuerzas no tragar. Fue lo suficientemente lista para saber que si le daba un puñetazo en la garganta él no tendría otra opción que tragar. Puede que Yuu hubiese muerto si no lo hubiese hecho, en aquel momento, eso era lo que había querido.
—¿¡Es que no vas a ser médico, eh!? —le gritó Kaede, él tosiendo el agua que le había obligado a beber—. ¿¡No vas a hacerle honor a tu madre!? ¡Pues vive, maldito seas!
—¡No! ¡No quiero! —recuerda él haber conseguido decir ahogadamente—. ¡No puedo!
Las entrañas, el interior de un cuerpo, habían sido una imagen lo suficientemente horrenda como para que a Yuu se le hiciese desagradable la idea siquiera de hacerlo.
En cambio, los padres de Ayaka fueron más amables.
A él le dieron la verdad, en vez de la mentira que habían contado a los del pueblo. En cuanto Ayaka se había despertado después del incidente se había ido con un cultivador, Himejima, le llamaron, que haría que Ayaka dedicase su vida a matar a gente como Takeshi. Eso solo hizo que Yuu se encogiese más en su propia pena. El recordatorio de Ayaka entre las cenizas ordenándole que huyese solo le recordaba más a las entrañas y la sangre y en que él había vomitado simplemente viéndolas. Nunca estaría a la altura de su madre.
Aunque hubiese memorizado libros enteros de ciencias y podido recitar en voz alta todos y cada uno de los síntomas de la tuberculosis, siempre habría creído que su memoria podía traer solo beneficio. Cuando memorizó la sangre y la expresión de Ayaka cada vez que la hacía caer contra el suelo, y no solo elementos químicos, cambió de idea.
Tanjirou le había dicho, mientras mordisqueaban galletas de arroz y bebían té entre descansos en su entrenamiento, que a él también le pasaba, en cierta medida, pero no tanto como a él. El rojo de su familia estaba grabado bajo sus párpados como las entrañas estaban memorizadas en la mente de Yuu. Supuso que el cuerpo cazademonios era un sitio lleno de gente como él.
Vidas arruinadas, vidas empapadas en desgracia y hechas mil pedazos sobre el suelo y no eran ningún jarrón que se pudiese arreglar llevándose a un artesano.
Takeshi, junto a todo aquel pueblo, les habían arruinado la vida.
Entonces no entendía por qué Ayaka querría volver a aquel sitio, volver a aquella gente.
Cuando por fin duerme se encuentra a sí mismo en la calle principal.
—Vale —se susurra a sí mismo en un intento no perder los nervios—. Antimonio, telurio, yodo, xenón, cesio, bario.
Es su pueblo, sí, pero no es como él recuerda.
Todo es colorido y ostentoso, con adornos tan extravagantes que está seguro los aldeanos nunca habrían usado por recelo a destacar.
Hay música en sus oídos y, por alguna razón, todo está inundado por colores demasiado brillantes.
Es un desfile, con tambores, cascabeles y trompetas que resuenan melodiosos, entrelazándose los unos con los otros. El confeti es lanzado por los aires como los ricos lanzan las monedas a los pobres para verse misericordiosos, y él no conoce a ninguna de esta gente pero no porque no les reconozca, sino porque se ven tan alegres, en su felicidad plena y abundante, que no es capaz de decir que realmente los conoce.
¿Cuando habían sido los aldeanos lo suficientemente generosos como para organizar algo como aquello? ¿Con tanto ostento, tanto descaro, saliendo a la calle envueltos por lujos y la felicidad de la gente amable?
Aunque no hubiese despertado de antemano y hubiese aparecido en un principio en aquel pueblo, Yuu nunca habría creído aquello una realidad. Como un humano no habría reconocido real el mundo blanco de los dioses al que había sido devuelta la princesa Kaguya.
Su madre le había contado, cuando él había preguntado por qué Ayaka se enfermaba tanto en su ignorancia de niño, que Ayaka era en realidad como la princesa Kaguya que venía de la Luna. Y como ella no era de aquí, a veces los seres celestiales intentaban llevarla de vuelta, y era su misión hacer que se quedase con ellos, o sino, estaría muy triste. Por mucho tiempo él había pensado a Ayaka brotada de una caña de bambú en vez de nacida de carne y sangre, y por eso no le había tomado importancia a cómo era. Cada vez que Ayaka se quedaba mirando a la distancia, o fijaba la vista demasiado en algún pequeño detalle, él se decía que Ayaka venía de la Luna, hasta que supo que era tan humana como él, y que la forma en la que revoloteaba a su alrededor, la manera en la que se apegaba a él, nada de aquello era normal, ni mucho menos.
Los tambores siguen inundando sus oídos junto a la dulce melodía de la flauta, así que sigue, repitiendo “lutecio, hafnio, tantalio, wolframio, renio, osmio” para acallarlos.
Se tropieza con algo entre la multitud de la gente que acude fuera a ver la carroza, con sus incontables cascabeles. Contra sus piernas está Pelusa, que suelta un bufido y le dedica una mirada de ojos amarillos y afilados antes de desaparecer entre la multitud de nuevo. Está mucho más gordo que cuando estaba vivo.
Al levantar la mirada se encuentra entonces a Ayaka. Sabe que es ella porque nunca ha visto el lunar en el pómulo derecho en ninguna otra persona, pero el pelo le brilla a lo alto de la cabeza, la piel adquiere el bronceado de alguien que se pasa las tardes tomando el Sol en calmo sosiego y la forma en que sonríe es la misma que cuando tenía diez años.
No está sola, a pesar de la multitud que se crea alrededor del desfile celebrando cualquiera que fuese aquello digno de tal alegría, está rodeada de caras que conoce muy bien.
Nacieron todos en relativa cercanía, uno o dos años de diferencia como máximo. Los niños a los que Yuu se había aferrado después de Ayaka la rodean, todos hablan con ella alegremente, riendo y dando palmadas en la espalda como si fuesen amigos de toda la vida. Y a ellos tampoco les conoce.
Está allí también el demonio.
El demonio que le arruinó la vida se ve lo más feliz que le ha visto como humano mientras que no hablase sobre “Aya-san”. Las marcas moradas alrededor del cuello que solía tener no están, porque aquel era un mundo demasiado bueno como para dejar que un padre pegando a su hijo fuese algo existente.
Charla con Ayaka como si nada, como si él nunca hubiera estado obsesionado con ella o como si no se hubiese comido a los padres de Yuu.
La cabeza le palpita, lo suficiente como para olvidarse de continuar recitando “indio, platino, oro” y pasar por el desfile brillante hasta llegar al grupo de niños con los que había fraternizado durante cerca de un año.
Puede que así fuese como Ayaka se sentía, porque no sabe como pero Takeshi está en el suelo, sangre brotando a borbotones de su nariz, y por una vez a Yuu le da igual dañar a alguien.
Así que sigue dañando, le destroza la nariz hasta que los nudillos le palpitan y cuando le duelen las manos le da un rodillazo en el estómago y luego una patada en la espinilla.
—¡Muérete, jodido bastardo! —. Esa voz es tan suya como los puños sangrantes, así que debe aceptar que viene de él.
Ayaka grita e intenta hacer que pare, agarrándose a su espalda de forma inútil y preguntando, a gritos, que qué le pasa. Todos a su alrededor se alejan horrorizados porque nadie puede entender como alguien en un mundo tan fantástico puede estar tan lleno de odio.
Es su otro yo, cualquiera que sea la ilusión que tiene Ayaka en su mente de él, quien tiene el valor suficiente como para unirse a Ayaka en intentar pararle y conseguir separarle del bulto ensangrentado en que ha convertido a Takeshi.
Ella da un paso atrás cuando todo se calma, con una mano al pecho y jadeando. Intranquila y con ojos temblando, pasa la mirada del Yuu cubierto en sangre al Yuu impecable y afectivo que había estado con ella todo el día. Yuu supuso que él era la versión que daba miedo.
—¿Qué...? —intenta exhalar Ayaka confusa, al tiempo que Yuu hace el intento de quitarse con la manga el rojo que le ha salpicado la cara.
Cuando tiene la suficiente sangre fuera de los ojos como para ver con claridad Yuu se levanta, no sin antes escupirle a Takeshi (hijo de puta), y agarra con fuerza la muñeca de Ayaka.
Ella le mira con una mueca confusa, y esa confusión continúa cuando Yuu anuncia “nos vamos” y empieza a jalarla consigo.
No tiene demasiada idea de adonde va mientras espera, en el camino, a que sus oídos dejen de retumbarle. Ayaka ni siquiera intenta limpiarle la cara como siempre tan insistentemente había hecho cuando eran niños, en cambio, intenta hacer que le suelte, forcejeando para volver con los demás y lanzándole miradas preocupadas a Takeshi detrás de ellos, alrededor de quien todos están, con su atención en él lo suficiente como para que no se fijen en ella.
—Yuu... Yuu... para... —oye decir a Ayaka de forma ahogada, y tampoco nota como golpea contra su hombro. Por fin sus oídos dejan de palpitar y él se da cuenta de que oh, está gritando—. ¡Yuu, basta! ¡He dicho basta! ¡Suéltame!
—¡Estás en un sueño, Ayaka! —. Esta vez la coge por ambas muñecas—. ¡Y joder, ¿por qué demonios soñarías con todo esto?! ¿¡Eh!? ¿¡Por qué soñarías con el chico que nos arruinó la vida siendo feliz!? ¿¡Con todos estos desgraciados!? ¡Un mundo perfecto donde no son malditos bastardos! ¿¡Es esa tu fantasía ideal!? ¿¡Un desfile!?
Ayaka chilla cuando Yuu la toma entre sus brazos y se la sube al hombro, golpeándole incesantemente en la espalda y gritando que la suelte. Ni siquiera cuando Yuu exclama que Nezuko necesitaba su ayuda ella deja de revolverse incansable.
«¿Cómo me desperté yo?» se pregunta Yuu, jadeando y cubierto en sangre, al tiempo que intenta con todas sus fuerzas que Ayaka no caiga de su hombro.
El puente, grande, brillante y robusto, le da la respuesta.
“Mercurio, talio, plomo,” recita Yuu en su cabeza.
Ayaka grita, a sus espaldas, que la suelte, que pare, que la deje en paz por una vez y le permita ser feliz. Yuu, en cambio, les lanza a ambos al río.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
El rojo del fuego de Nezuko le devuelve por fin el olfato.
Tiñe la nieve igual que lo habían hecho las entrañas de su familia, y eso hace que, de golpe, la blanca nieve que le había enterrado hasta la nariz se derrita y él pueda recordar. Recordar el carmesí de su pecado.
Sabe que el fuego de su hermana viene junto a su sangre de demonio, y que si ella ha derramado sangre, entonces debe haber algo que va muy mal. Así que, de nuevo, arde, porque no tiene otra opción que arder, hasta que se convierta en cenizas.
¿Cómo salir? ¿Cómo salir? ¿Cómo salir?
No recuerda haber entrado, solo venir andando desde la montaña. Así que corre por la ladera,
¿Es que tiene que destruir algo? ¿Es que debe abrirse camino con la espada de alguna manera?
«Ya tienes lo que tienes que cortar»
Sabe que no se ha imaginado a su padre, aunque cuando se de la vuelta para verle (con la idea de abrazarle apareciendo en un segundo en su mente) ya no esté.
—Ya tengo... —repite Tanjirou en un susurro—. Lo que tengo que cortar.
La espada nichirin está firmemente atada a su cintura, y nunca le ha sido difícil sacarla, no al menos hasta ahora.
—Ah, ahí va de nuevo.
Rojo de sangre y desgracias.
La chica apoya la barbilla en su hombro y su respiración choca contra la mejilla de Tanjirou.
—¿Dónde vas? —le pregunta con las cejas alzadas—. Contesta, ¿dónde te crees que vas?
—Me voy de aquí —responde Tanjirou, posando una segunda mano sobre el mango de su espada nichirin—. Voy a despertar.
—Así que por fin lo ves, ¿por qué tardaste tanto? —dice quien ahora Tanjirou reconoce como Aya—. Pero bueno, qué más se puede esperar de ti, hermanito mayor.
El ceño de Tanjirou se frunce más cuanto más se apoya Aya en su espalda, sonriente y con la picardía del diablo cuando ve como él saca la espada de su vaina.
—Así que te vas —dice Aya, jugando con un rizo de Tanjirou entre los dedos—. Hazlo, entonces, abandona a tu familia.
—Eso no es cierto —. No es cierto como Tanjirou no abandonó a su familia cuando fueron masacrados en la nieve. Y no es cierto como Aya no abandonó a su familia tampoco.
—Ya —. La sonrisa de Aya se ensancha, cerrada, al tiempo que sus manos bajan a las manos de Tanjirou y se agarran alrededor de ellas y su espada—. Sé egoísta, hermanito mayor. Eso es lo que te pedí, ¿no? Continúa haciendo todo lo que te diga sin ver nada como has hecho siempre.
Su rojo destaca contra la nieve cuando Tanjirou se la quita de encima de un empujón y ella cae al suelo, riendo entre la blancura del invierno.
—¡Yo no soy con quien estás enfadado, hermanito mayor!
—¡Cállate de una vez! ¡Tú eres la que no puede ver nada!
Y, gritando, Tanjirou por fin se corta el cuello.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
El torrente de agua es fuerte, intenso y, sobretodo, desordenado. No se puede comparar nada al infinito que a ella tanto le gusta.
Cuando Ayaka sale del río y se encuentra en la orilla, su impecable ropa está empapada y el peinado que no se le había deshecho ni durmiendo ahora ya no está, en su lugar la melena empapada se le pega a la cara. Está ciertamente segura de que no volverá a encontrar el adorno plateado.
Yuu aparece no mucho después, tosiendo con fuerza y confuso cuando se da cuenta de que siguen allí, y de que Ayaka está mirándole, y no se ve muy contenta.
Por suerte el río le lava de la sangre de Takeshi, aunque puede que sea suerte o no, porque ahora Ayaka puede lanzarse sobre él y empezar a golpearle.
—¿¡Qué demonios está mal contigo, eh!? —empieza, abofeteándole con tanta fuerza que le deja mirando a otro lado—. ¿¡Por qué no podías dejarme en paz!? ¿¡Por qué siempre vienes y lo arruinas todo!?
Yuu parpadea lentamente, procesando la quemante herida que empieza a florecer allí donde Ayaka le ha golpeado.
—No nos despertamos... —susurra Yuu, atónito. Cuando Ayaka se queda satisfecha vuelve a sentarse de un tirón en la orilla, donde sea que les haya arrastrado el río.
Se tapa la cara con las manos, perdiendo de un tirón la ira que había usado para arremeter contra él, y se queda quieta, arrodillada ante el río como si pudiera llevarla de vuelta al pueblo.
—¿Por qué eres así? —susurra en un gemido dolorido—. ¿Por qué siempre arrebatas mi felicidad?
Yuu jadea, aún paralizado del asombro, y se gira a mirarla.
Se había equivocado, no es que ella se viese reluciente. El color en las mejillas, el pelo brillante, la piel ligeramente morena, no eran para hacer Ayaka más guapa ni más perfecta.
Se veía como una chica normal, que había tenido una infancia normal, que había hecho amigos como cualquier otro y que había disfrutado de la vida como los humanos solían hacerlo. No era ninguna princesa Kaguya que había venido desde lo alto en el cielo, etérea y hermosa. No era ningún ser que estaba por encima de la existencia de los mortales.
Ese había sido el cuento que ella habría querido vivir, porque aunque Ayaka se hubiese pasado su infancia entera deseando vivir las aventuras de samuráis que él y su padre le habían contado, aquellos cuentos de hadas que había tomado por realidad porque no había otra cosa para probar que no lo eran, influenciada por Nobunaga, la princesa Kaguya, el héroe Momotaro o la diosa Amaterasu. Y entre ellos pasó la vida, encerrada en una cama que la mantenía viva, y lo que más habría deseado habría sido no tener que hacerlo.
Había sabido que Ayaka no se daría cuenta de que todo aquello era un sueño perfecto porque su vista siempre había funcionado así, que si nadie le decía ella no se daría cuenta y no despertaría. Siempre se fijaba en lo que tenía delante demasiado y no podía ver todo lo demás. Y viendo un solo lado de las cosas se acaba viendo solo una ilusión de lo primero que se ve.
Yuu se acerca, lentamente, hacia ella, y no sabe si es porque Ayaka no se mueve que ella no aparta su mano cuando la apoya en su hombro.
—Lo siento, yo no quería- —. Las palabras se le atragantan en la boca. Pero Yuu recita en su mente “bismuto, polonio, astato” y consigue continuar—. Creo que eres una persona... muy amable, Ayaka.
Recibe en respuesta el mínimo movimiento, encogiéndose sobre sí misma. Yuu no aparta la mano de ella.
—Que tu mundo ideal sea... un lugar en el que todos son felices, incluso ese tío. Demuestra que eres alguien realmente amable y gentil.
—Siento haberme disculpado en aquel entonces —sigue Yuu—. Tenías razón, solo quería dejar ir la culpa de... haberte hecho todo aquello, y nunca tomé en cuenta como te sentías tú, sobre ignorar todo aquello. En cambio solo te hice más daño, y eso no es algo que debería hacer hecho.
Ayaka se encoge aún más, hombros moviéndose de arriba a abajo lentamente al tiempo que suspira lentamente. Así, viéndose tan inmóvil e indecisa, debe verse como Kanao Tsuyuri. Y Ayaka se pregunta quién es esa, aunque algo le diga que debe ser importante para ella.
—Ya sabía que esto era un sueño—. Ayaka por fin levanta la mirada y gira el cuello para mirar a Yuu, con una mueca que por una vez no es enfadada—. Cuando te vi... allí conmigo, no tenías ni una mota de polvo. De hecho no hay ni una mota de polvo en este sitio.
—Enserio es tu paraíso —bromea Yuu, palmeándola en la espalda. Ella le aparta la mano sin demasiado agrado.
Kanao Tsuyuri es inamovible, se dice Ayaka. Así que ella también lo será.
—¿Cómo nos despertamos? —pregunta, adoptando la usual expresión malhumorada que siempre tiene cuando habla con él.
—Hm —. Yuu se rasca la mejilla—. A decir verdad, no lo sé. Yo salté de una azotea.
—¿Por qué saltaráis de-...? —. Ayaka se pellizca el puente de la nariz y suspira—. Da igual. Entonces tenemos que saltar de un sitio muy alto, ¿no?
Yuu asiente, Ayaka le observa por el rabillo del ojo.
—La única casa que tiene un segundo piso... es la tuya —dice, con la mínima pizca de preocupación—. ¿Estarás bien?
Él asiente—. Sí, sí, sin problema—, aunque Ayaka pueda oírle murmurar “radón, francio, radio”.
—¿Dónde estamos? —pregunta, al fin levántandose. Yuu le sigue, ambos dirigiendo su atención a un lado.
—Oh, —dice Yuu—. Es tu casa.
Cuando entran por la puerta de atrás y pasan de un tirón, Yuu nota que las flores del jardín son mucha más coloridas de lo que las recuerda. Kaori les ve, doblando la colada, y levanta una mano para saludarles.
Hacía años que no se tomaban de las manos, y Ayaka le jala más fuerte cuando su madre hace un comentario sobre “Ayaka estando muy feliz por adoptar el apellido Kobayashi, y que ella esperaba impaciente ser abuela”. Eso hace a Yuu parpadear, pero Ayaka le da otro tirón y ambos salen de la casa tan rápido como entraron, con Kaori extrañada preguntando a sus espaldas si no querían bolas de arroz para el camino.
Los campos de arroz son lo más espléndido que ha visto Yuu alguna vez, brillando bajo el Sol, y aunque debiesen ser cálidos como algo tan fantástico lo es, están tan fríos como el mundo de los dioses en el que vivía la princesa Kaguya.
Ayaka mira arriba, al Sol, y sabe que hay alguien mucho más cálido que aquel sitio. No sabe como, pero su mente desearía que Tanjirou estuviese allí, aunque no recuerda la cara que acompaña a ese nombre, tampoco.
Es Yuu aquella vez quien jala de ella más fuerte cuando llegan a las puertas de la casa que en la vida real había sido reducida a cenizas. Nozomi siempre había sido amable con los Iwamoto, pero su alegría es mayor que la que recuerda al ver a Ayaka aparecer por la puerta junto a Yuu. La cabeza de Tamaki está detrás de ella, y casi pueden oírle contar uno de sus chistes, pero pasan por su lado apresuradamente, con Ayaka teniendo que recomponerse porque Yuu la jala con demasiada fuerza y la hace tropezar.
El balcón no es muy grande, lo suficiente como para que quepan los dos. Yuu extiende una mano a Ayaka mientras ella se quita las sandalias y la ayuda a subirse. Él termina abrazándola, con ambos observando hacia abajo, al suelo. Dura realidad.
—¿Sabes? —empieza Ayaka—. Me gustaría que esto fuese verdad, que tú no tuvieses que vivir con mis padres por que los tuyos no están y que nada de aquello hubiera pasado, yo-
—A mí también —le corta Yuu—. ¿Pero qué más podemos hacer?
Ella frunce el ceño y deja que Yuu le dé una palmadita en la cabeza como a una niña pequeña.
—No creo que las cosas puedan volver a ser como antes —susurra, aferrándose a la tela de su ropa—. No creo que podamos volver a ser amigos, tampoco. Y eso es algo que lamento.
Yuu hace que entierre la cara en el hueco entre su cuello y su hombro no sin antes afirmar que está de acuerdo.
—No mires —le dice suavemente a Ayaka. Y ella no lo hace.
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Notes:
Siento el retraso! Cambiar a todo tiempo vacaciones ha desordenado un poco mi horario mental dhhdghd entonces todo parecía fin de semana, qué cosas.
Esta vez es ligeramente más largo de lo normal, aunque no creo que vuelva de nuevo a capítulos tan largos como los de Stone Cold! Y mejor así, que puedo mantener una regularidad semanal.
Espero que lo disfrutéis como siempre y muchas gracias por leerme!
Chapter 9: La simplicidad de un paraíso
Summary:
Son dos cazadores de demonios los que se despiertan. Enmu tiene que admitir que eso es una molestia.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
En el funeral del padre de Aya, Tanjirou no había hecho más que pensar en su familia.
Él, Inosuke y Zenitsu habían abrazado uno a uno a la madre de Aya, aunque Inosuke no supiese por qué había que hacerlo o siquiera la razón de la hinchazón en los ojos de los familiares. (Tanjirou había creído oler una ligera agua salada, que no había venido de Zenitsu, sino bajo la máscara, pero nunca sabría si aquello venía de Inosuke o de sus propias lágrimas, nunca derramadas).
Uno de las hijos del patrón había ido al funeral de Makoto también. Kiriya, había dicho, acudió en nombre de su padre para ofrecer sus condolencias a la madre y la abuela de Aya. Se había visto extrañada ante la falta de gente, puede que hubiese creído que el funeral de alguien a quien su padre le mandase habría sido alguien más importante (más querido) pero en aquella habitación, a parte del pequeño altar, el brasero y la urna con las cenizas, sólo habían estado la familia, Tanjirou, Nezuko, Zenitsu, Inosuke y las residentes de la Mansión Mariposa.
El sudor había empapado la frente de Kanao al acercarse a las únicas Iwamoto que quedaban y darles, como Shinobu le había enseñado, el pésame junto a un abrazo. Aoi había sido más resuelta y les había estrechado la mano, ofreciéndoles una cesta de dulces como consuelo. Kaede se había echado a reír a carcajadas ante el gesto.
Por lo demás, Shinobu charlando en susurros con Kaede y Kaori en una esquina, el trío de niñas que estaban extrañamente calladas (aunque no debiesen, ya sabían lo que era la muerte), nadie más atendió al funeral.
Makoto Iwamoto había sido nada sino un tonto, y aquella era la prueba.
Aunque Tanjirou supiese que aquello no debería ser así, no pudo sino preguntarse si él acabaría igual. Si las personas que ayuda con tanto esmero se acordarían de él cuando les llegase la noticia de su funeral, si habría gente esperando que tuviese un buen viaje hacia la otra vida. O a lo mejor no tendría funeral alguno.
A lo mejor todos a su alrededor se volvían agrios y recelosos como la gente alrededor de Makoto, y Tanjirou acabaría siendo despedido por nadie y enterrado más por la molestia que causaba su cadáver en mitad de la carretera que por amor a él y su fuego.
A veces, supuso Tanjirou, los dioses son despiadados. Tal y como habían sido con él toda su vida.
Yuu había estado tenso todo el tiempo que estuvo allí, con el olor de cenizas bajo la nariz. Kaori le había asegurado que podía tomarse un descanso y eso había hecho que casi corriese fuera de la habitación, pero no corrió lo suficiente como para que Tanjirou no oliese el pánico latiente, que había estado dormitando durante mucho, o la manera en la que sus dedos se revolvían nerviosos tras la espalda.
Tener que presenciar la incineración había sido ya demasiado para él.
A diferencia de Yuu, Tanjirou era más discreto.
Nezuko fue la única en notarlo, pero porque estaba agarrando su mano, la que temblaba tanto ante el recordatorio.
Había sido igual, cómo se aferraban el uno al otro una vez él enterró los cadáveres de su familia. Nezuko no recordaba ningún rezo porque era un demonio, y aunque lo hiciese, no habría podido pronunciarlo. Así que la voz de Tanjirou era la única que se oía, en el silencio de la montaña y entre los árboles nevados, rezando por las almas de la familia que él había amado y atesorado.
No había podido darles un funeral digno, por más que hubiese querido, por tanto que lo hubiese lamentado. No había podido darles más que una tumba de tierra igual que antes, cuando estaban vivos, sólo había podido darles unos cuantos puñados de arroz en vez de kimonos bonitos o futones más cómodos. ¿Y en qué clase de hermano mayor le convertía eso? Recuerda haberse preguntado una y otra vez, ya por la noche y bajo las mantas, observando el haori de Aya que estaba, doblado y limpio, en la cama al lado de la suya.
Recuerda, también, haber salido al jardín con el haori de Aya en las manos. Una vez se aseguró de que ni Zenitsu ni Inosuke estaban despiertos, o que Aoi no había estado hasta tarde trabajando en estudiar libros de anatomía. Así que una vez nadie estuvo cerca, Tanjirou recuerda gritar.
Tirar el haori de Aya contra el suelo, maldecir su nombre a los cuatro vientos, pisotearlo hasta que se cansó y finalmente llorar encima de él, abrazándolo contra sí, y preguntarse qué había hecho mal. Pero Aya no podía responderle por mucho que aquel fuese su haori porque no estaba, y Nezuko no podía consolarle porque ella no estaba tampoco.
Por último recuerda quemar, quemarse en furia o puede que envidia, las dos cosas, porque Aya había podido tener un funeral digno y su voz había podido unirse a la de su madre y su abuela en rezo y él nunca, jamás, podría. (Pero lo que Aya hiciese no era de su incumbencia.)
Así que después de permanecer un rato en silencio, con nada más en el pecho que sacar fuera, lavó el haori de los restos de su llanto y lo tendió. Luego se secó las lágrimas, se echó agua en la cara para que no se le notara la hinchazón y se fue a dormir.
Y cuando Aya apareció, tan de repente, lo que más había estado había sido aturdido. Se había alegrado, habría una parte de él que siempre lo haría, pero aún recordaba los colmillos que le habían asomado bajo los labios.
No pudo evitar preguntarse si seguirían allí y él (tan ingenuo que eres, hermanito mayor) había preferido ignorarlos durante todo aquel tiempo.
La cabeza de Aya, apoyada sobre el hombro de Zenitsu, se echa hacia atrás y ella abre los ojos, llevándose una mano a la garganta y empezando a toser.
Yuu, a quién había estado atada por la muñeca, pega un bote a su vez y tira a Aya al suelo consigo al revolverse.
Tanjirou alza ambas cejas.
«Por supuesto tenía que ser ella» piensa para sí. Nadie más, solo ella, porque a los dioses les gusta verle agonizar.
―¿Quemaste sus tickets? ―le pregunta en cambio a Nezuko, que niega con la cabeza extrañada y corre a un lado de Aya.
―Ah, siempre es un placer verte, Nezuko ―dice Aya, al tiempo que su hermana le ayuda a ponerse en pie. Luego se gira con una mueca ácida hacia Yuu, que sigue en el suelo y no hace más que temblar―. No quiero que vuelvas a ayudarme.
Tanjirou frunce el ceño. Yuu se encoge de hombros y se levanta, alzando las manos en señal de rendición. Ella sigue con esa expresión tan extraña en la cara.
―Ha sido lo más humillante que he tenido que hacer en mi vida ―murmura para sí, luego apuntando con un dedo a Yuu, quien no hace más que temblar―. Quédate cerca de Rengoku, él te protegerá y, por todos los dioses, no te alejes de él o de Zenitsu.
Él asiente con la cabeza, murmurando palabras extrañas que Tanjirou no conoce mientras espera con nerviosismo a que Nezuko queme la cuerda que les ata.
Aya vuelve su atención hacia Tanjirou y echa una mirada al suelo, a los cuerpos inconscientes esparcidos por el vagón.
―Oh, ese estuvo en mi sueño ―murmura, cuando ve al chico cerca de donde ella había estado durmiendo no hace mucho. Luego vuelve la vista hacia Tanjirou―. En fin, supongo que el que los demás estén dormidos también tiene que ver con eso, así que no servirá de nada intentar despertarlos, no lo intentes. ¿Tienes idea de qué está pasando?
―Un demonio ―responde Tanjirou simplemente, con algo cercano a la molestia al ver cómo Yuu tiembla al lado de Rengoku.
―Ya veo ―añade Aya, sin siquiera parpadear―. Si nos damos prisa le cortaremos la cabeza sin necesitar al señor Rengoku. Por cierto, buen trabajo noqueando a los humanos.
―Gracias ―dice Tanjirou de nuevo, ¿y por qué siente un ceño fruncido formarse entre sus cejas?
El único humano que no se había lanzado sobre él mira a Aya, casi fascinado cuando da un paso hacia ella con una cara empapada en lágrimas.
―¿Tú también conseguiste cogerlo? ―. El chico la agarra del brazo, suave. Tanjirou no puede oler de él ansias de matar―. Aquel paisaje, no sé cómo lo conseguiste antes que yo, o sin la técnica del demonio, pero era precioso, ¿verdad?
―Um ―. Aya retrocede desorientada, sin siquiera haber notado que estaba allí al tiempo que se fija en sus mejillas mojadas―. ¿Estás bien? ¿Necesitas un pañue-?
―Aquellas criaturas brillantes ―la interrumpe el chico dando otro paso adelante, vista siempre fija en la cara de Aya―. Tú también conseguiste una. Tus ojos...
―Lo siento mucho pero, ―le interrumpe Tanjirou, de repente interponiéndose entre los dos―. Nos espera una batalla y debemos irnos.
Aya consigue deshacerse fácilmente del agarre que el chico tiene en ella y se coloca detrás de él, atreviéndose solo a mirarle por encima del haori a cuadros.
El desconocido parpadea y por fin deja de mirar a Aya, sonriendo suavemente al tiempo que se inclina, siempre lloroso.
―Muchas gracias ―le dice a Tanjirou―. Suerte, y tened cuidado.
A pesar de estar molesto él sonríe.
―¡Lo tendré!
―¿Gracias? ―murmura Aya lentamente, aún a sus espaldas, antes de que ambos empiecen a andar fuera del vagón.
Ayaka se gira una última vez al desconocido porque, a pesar de que eran ojos de vela débil, consumiéndose lentamente, también había una candela que quemaba con fuerza en ellos.
Y qué tonta era ella, también, porque la misma candela quemaba en los suyos.
El aire fuera choca contra sus mejillas cuando abren la puerta del vagón. Tanjirou le ofrece una mano para saltar al otro vagón y ella, aunque se vea ligeramente indecisa, la coge. Tanjirou supone que esa parte de él nunca desaparecerá.
―Hay que cortarse el cuello para despertar ―le explica cuando ella pregunta.
―Por supuesto, Kobayashi siempre tiene que hacerlo todo más complicado ―susurra rodando los ojos. Luego su expresión se torna suave al volver a mirar a Tanjirou, jugueteando con sus dedos. Él tiene que recordarse que ya ha hecho eso más veces―. ¿Con... con qué soñaste?
«Con algo que tú nunca soñarías.»
―Soñé con mi familia ―dice Tanjirou en cambio. Y con más veneno murmura―. Supongo que tú soñaste con ser pilar en vez de con la tuya.
Aya abre la boca pero de ella no vienen palabras y esa es la única confirmación que Tanjirou necesita. Al darse cuenta de que se ve como una idiota Aya la cierra y se limita a parpadear.
―Si tienes algún problema conmigo ―empieza con el ceño fruncido―. Entonces dilo.
Tanjirou solo niega con la cabeza (porque nunca se le ha dado bien mentir) y Aya aprieta la mandíbula, agarrándole el brazo que iba a aferrarse la escalera para subir arriba.
―Has estado comportándote raro desde que vine, ¿puedes por favor dejar de ser un idiota? ―muerde con más fuerza, observando con cautela como Tanjirou se queda en silencio y soltando un bufido ante su silencio―. No puedo creerlo. ¡Ni siquiera eres capaz de respetarte a ti mismo lo suficiente como para enfadarte!
―Eso no tiene nada que ver ―consigue decir Tanjirou por encima del zumbido en sus oídos, porque empiezan a palpitar, caliente, caliente, caliente.
Ella suspira, haciéndose más pequeña y de forma que él le note las ojeras bajo los ojos.
―Escucha ―empieza Aya, soltándole para colocarse un mechón de pelo tras la oreja―. Todo el mundo se enfada alguna vez, y entiendo que tú lo hagas. Debería haberte dado más explicaciones, explicaciones sobre todo, ¡y quería hacerlo! Pero la última vez que nos vimos no fue... ideal ―. Tanjirou recuerda los colmillos y la saliva, las garras que se habían aferrado a su ropa, los gruñidos viniendo de ella. Aya cruza los brazos sobre el pecho―. Lamento que tuvieses que verme así, solo puedo imaginar lo mal que lo pasaste. Y quería hablar contigo, pero luego papá murió y yo no-
Él sabe que su padre murió, lo sabe mejor que ella.
―¡Ni siquiera fuiste a su funeral! ―grita Tanjirou. No puede creer ni una palabra que viene de su boca, no después de haber creído que se disculparía con Zenitsu, no después de haber creído que lo arreglaría todo. Las palabras de Aya han perdido todo su peso para él. Sobre la cara de Aya cae una expresión pesada al dar un paso atrás, en incredulidad. Pero no es capaz de rivalizar con la pesadez en su propio estómago o el fuego en sus venas―. ¡Te creía mejor que eso!
«¿Dónde vas, Tanjirou?»le susurra la Aya roja en su cabeza. «¿Adónde te crees que vas?»
La expresión de la Aya real se rompe en una mueca desolada, embadurnada en estupefacción, para luego fundirse en una expresión acusadora.
―Suéltame ―sisea Aya, a quien Tanjirou no sabe cuando ha agarrado con fuerza por el antebrazo. Con un tirón se deshace de él y da un paso atrás―. Eres igual que mi padre. Ni siquiera eres capaz de enfadarte por ti mismo, tienes que usar a otros como excusa.
«Si te conviertes en alguien como mi padre»le susurra al oído la Aya del pasado. «Te odiaré»
Tanjirou recuerda la habitación vacía, las pocas voces rezando y la gente desconocida alrededor de la urna que contenía las cenizas del muerto. La vista palpita en su cabeza, cambiante hasta que la foto no es la del padre de Aya, sino la suya, siempre sonriente, siempre quemante.
―¿Quieres que me enfade por mí mismo? ¡Vale! ―exclama Tanjirou―. ¡Odio la manera en la que le hablas a Yuu! ¡La odio! ¡Pero sé que aunque te pidiese que fueses bueno con él no lo serías! ¿¡Por qué te cuesta tanto ser buena con los demás!? ¿¡Es eso tan difícil!?
―Tanjirou ―empieza Aya en advertencia, frunciendo los labios.
Y él no le hace caso.
―¿¡Quieres saber qué pienso!? ¡Que si hubiese sido mi funeral tampoco habrías venido! ¡Porque yo no te importo! ¡Nezuko, Zenitsu, Inosuke, ellos tampoco te importan! ¡Y tu madre mucho menos!
―¡Tanjirou! ―grita Aya finalmente, y si Tanjirou no supiese que Aya es egoísta, que Aya es mezquina y que a Aya no le importa nadie puede que hubiese creído en la fina capa de agua que le cubría los ojos―. ¡Puedes consumirte hasta los cimientos si eso es lo que quieres! ¡Yo solo quería que te valorases más a ti mismo pero veo que eso es imposible para un idiota tozudo como tú!
Él aprieta la mandíbula. «Quema, quema, quema» canturrea la Aya roja.
―¡Eso es lo único que sabes hacer! ―continúa Tanjirou y quemará, se quemará él y quemará a los de su alrededor consigo―. ¡A lo mejor deberías consumirte tú un poco más ya que a ti no te importa nada!
―¡Cállate de una vez! ―chilla Aya, jadeando.
Tanjirou puede sentir su propio pecho dar tumbos, a su sangre quemante palpitar y su cabeza dar vueltas.
El hormigueo se extiende por todo su cuerpo y repiquetea bajo la piel. Le deja vibrando con tanta fuerza que tiene que morderse la lengua para no seguir hablando. Tanjirou Kamado ya ha explotado lo suficiente por hoy.
―Matemos al demonio ―consigue oír a Aya murmurar, apoyada contra la barandilla y secándose el sudor de la frente. Hasta ahora Tanjirou no se había fijado en cómo sus rodillas tiemblan―. No debería haber venido, tú no me quieres aquí.
Esa vez le mira, con ojos perforantes y marrones, sin rojo.
Tanjirou no afirma ni niega nada, subiendo al techo del vagón. Esa vez no le ofrece una mano para ayudarla.
Aya le sigue no mucho después, sin mirarle a la cara, y no cree que él pueda hacerlo tampoco.
Pero después de todo, eso no importa porque tienen un demonio al que matar.
La parte que siempre querrá a Aya quiere girarse, preguntarle si la forma en la que tiembla es debido a algo o si el sudor es provocado por alguna fiebre que ha pillado, pero ahora que ha alimentado la parte en llamas, la candela que nunca se atreve a tocar, la pequeña es ahogada por su fuerza. Tanto que incluso ignora cuando Aya se frota los ojos con la manga y se sorbe la nariz.
Ayaka sabe que es verdad, él no la quiere allí.
Y por un momento preferiría haberse quedado como estatua de piedra.
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Son dos cazadores de demonios los que se despiertan. Enmu tiene que admitir que eso es una molestia.
Ambos habían tenido sueños similares, aunque la chica fue más tierna. Enmu había sido especialmente cuidadoso con ella, un mundo extenso y grande para que no viese los límites, y para conseguir todo lo que ella quisiese, tal inmensidad no era fácil de tejer por mucho sueño que fuese, tal idealismo era difícil de conseguir.
Así que le dio todo lo que quiso, una buena salud, abundancia por todas partes, felicidad no solo para ella sino para todos a su alrededor. ¿Qué mejor manera de mostrar eso que una carroza por el pueblo? ¿Con campos de arroz dorados y extensos?
El chico, en cambio, era más sencillo.
No había tenido que hacer mucho, una casa en la montaña con su familia fue suficiente. No necesitó ningún camino abajo del pueblo porque no le había interesado, Enmu agradecía la simplicidad de la tarea.
Y el chico del hospital, qué molesto. Por su culpa la chica se había despertado, sino, se habría quedado en sus confines infinitos y su abundancia. Todo ese trabajo se había ido al traste.
Se lo comería el primero, eso seguro.
―Buenos días ―. Enmu les saluda con la mano, venas palpitándole alrededor de la cara―. Podrías haber dormido un poco más, ¿sabéis?
La chica frunce el ceño y se seca el sudor de la frente, que no para de brotar. El chico, en cambio, arruga la nariz en una mueca y agarra la espada con más fuerza. Enmu sonríe.
―Deberíais agradecerme, ―continúa. Los cazadores de demonios no parecen ser demasiado habladores porque ambos se quedan mirándole. A Enmu no le importa―. Os mostré un sueño muy agradable, y podría haberos enseñado uno mucho peor. Por ejemplo, tú ―. Apunta a la chica con el dedo―. Podría haberte hecho soñar con el chico ese. Pero no tu versión, sino la real, junto a aquel pequeño incidente ¿cómo se llamaba? ¡Ah, sí! Takeshi.
El efecto es instantáneo como él había esperado. La espada gris entre sus manos empieza a temblar como si fuese azotada por el viento y ella retrocede un paso. Su corazón late tan deprisa que Enmu puede oír cómo retumba contra sus costillas y la chica empieza a jadear de nuevo, temblando.
No podrá usar la respiración muy bien tomando bocanadas de aire tan torpemente, ¿no?
―Y tú ―. Esta vez apunta al chico, que mantiene un agarre de acero en su espada negra―. Podría haberte dado una sueño en el que toda tu familia era asesinada, ¿sabes? ―. Suelta unas cuantas risitas ante la idea, ante la expresión que tendría su cara si lo hiciese―. La próxima vez, debería darte un sueño donde tu padre vuelve a la vida.
Ah, pero este no se asusta. En cambio, se enfada.
―¡No juegues con los sueños de los demás! ―exclama―. ¡No te lo perdonaré!
¿Y qué pasa si juega con los humanos?, se pregunta Enmu divertido. Uno de los placeres de ser demonio era poder darles dulces sueños a la gente solo para ver sus caras cambiar cuando les daba pesadillas horribles.
Destrozar un corazón de forma tan arrasadora, cree él, es una delicia.
Sus ojos se deslizan hacia los pendientes en sus orejas, pendientes en las orejas, pendientes en las orejas. Recuerda eso, Muzan-sama quería que acabase con un cazador con pendientes.
¡Y qué suerte la suya, que ni siquiera tiene que buscarle!
La alegría le hace vibrar de la emoción, matarle significaría más sangre, y sangre significaría más poder. ¡Es casi como un sueño!
Luego su mirada va hacia la chica, que intenta no temblar, y debe admitir que verla hacerlo es placentero. Qué persona más ilusa.
Pero hay algo más, el haori en sus hombros, hay algo extraño en el haori en sus hombros.
―Creía que por fin entendía a los demonios ―murmura para sí misma, subiendo la vista del suelo a Enmu. Qué ojos más bonitos, tan expresivos, le gustaría verlos agonizar un poco más―. Pero no entiendo... cómo alguien sería capaz de jugar con vidas humanas de esta manera.
Entonces Enmu se da cuenta.
«¡Ubuyashiki!» El pensamiento le golpea con la fuerza de estamparse contra la realidad al despertarse. «¡Esta chica huele a Ubuyashiki! ¡Muzan-sama, tengo a una Ubuyashiki delante de mí!»
Tiene la misma apariencia a enfermo que todos ellos, todos aquellos Ubuyashikis que se habían escondido durante siglos de los demonios. ¡Y una de ellos se muestra ante él en mitad del campo de batalla, lista para ser ejecutada! ¡Debe estar siendo recompensado por su gran trabajo!
«Respiración del Agua, Décima Postura: Dragón del Cambio» La respiración del chico es ondulante, su espada siempre en movimiento y moviéndose rítmicamente como un río demasiado caudaloso, demasiado intenso, lo hace.
«Respiración de la Roca, Segunda Postura: Rotura de la Superficie Celestial» La chica es intensa pero no hay nada de la flexibilidad del agua en ella. Con rodillas y posturas firmes a pesar de la manera en la que tiembla, y es intensa, tan intensa como su elemento.
―Ah, tengo que encargarme de eso primero ―. Enmu puede sentirse a sí mismo sonreír al alzar una mano en la que hace crecer una boca―. Técnica de sangre demoníaca: Irresistible susurro hipnótico.
«¡Duerme!»ordena, y Enmu observa con placer como ambos se paralizan.
Pero como si ni siquiera se hubiese dormido, el chico vuelve a agarrar la espada con más fuerza y avanza hacia delante de un tirón.
―Oye ―. Enmu apunta hacia atrás, divertido―. Tu amiga se va a caer.
Justo cuando está a punto de tocarle el cuello él se ve forzado a mirar hacia atrás. La otra cazadora de demonios permanece con los ojos cerrados. La fuerza del viento es tal que la empuja hacia atrás, cual muñeca de trapo, y la deja colgando al borde del tren a solo un suspiro de caerse.
El de los pendientes suelta una maldición por lo bajo y retrocede, lo suficientemente rápido como para agarrarla por el cuello del uniforme y arrastrarla de nuevo al vagón.
La chica por fin abre los ojos y empieza a toser, al tiempo que ambos caen al suelo.
Su expresión se vuelve una extrañada al ver que está encima del cazador de demonios. Pero no le quita lo devastado de la cara, la desolación y absoluta desesperanza que han sembrado sus pesadillas.
Enmu sonríe como quien prueba un postre delicioso.
Si consigue hacerla llorar antes de matarla, contará eso como una victoria.
―Lo siento ―susurra la chica al borde de las lágrimas―. No pude... no pude...
«Así que es eso» Enmu alza las cejas. «Ella no quería despertar.»
A pesar de todo se levanta y el chico de los pendientes la sigue. Puede que la determinación de él se le pegue a ella porque la próxima vez que ordena «¡duerme!» ninguno de los dos pasa demasiado tiempo con los ojos cerrados.
Pero aunque ahora ambos se mantengan despiertos, son desordenados y torpes. La chica usa posturas orientadas a hacer que Enmu se tropiece y caiga al suelo, lo suficiente como para ganar ventaja y llegar a su cuello. Mientras, el otro intenta con todas sus fuerzas llegar hasta su cabeza con largas embestidas que se ven interrumpidas una y otra vez por la estrategia de ella, por lo que se molestan el uno al otro, chocándose, interponiéndose en sus respectivos caminos y que la chica se quede más tiempo durmiendo que él resulta en un problema para su compañero, y la molestia causada por ello se refleja en su cara con una mueca de fastidio.
Así que Enmu sigue.
«¡Duerme!» «¡Duerme!» «¡Duerme!»
Ahora que ella se ha quedado rezagada y él está demasiado cerca de su cuello como para mirar atrás, Enmu usa su cuerpo y de ambos extremos del tren extiende sus brazos. Y luego, garras.
Se despierta demasiado tarde, para cuando abre los ojos él ha sido lo suficientemente rápido como para acuchillarle la garganta. Y la chica cae, con los ojos abiertos de par en par y sangre pintando el cielo.
―Oops ―dice Enmu, pero las esquinas de sus labios alzándose dicen otra cosa.
El chico se gira al oler la sangre lo que hace que Enmu pueda, una última vez, saltar hacia atrás y alejarse de la punta de su espada.
―¡Aya!
Su grito tan desesperado y roto no le trae más que felicidad. Esas notas desgarradoras, ese algo que se rompe bajo la pesada presión de las continuas desgracias.
―¡Mata al demonio! ―grita la chica mientras cae al vacío. Por mucho que sangre consigue alzar una mano y apuntar a su compañero, con la cara tan llena de determinación que parece otra―. ¡No te atrevas a preocuparte por mí ahora! ¡Mata al demonio!
Y cae, cae, cae hasta que su silueta se funde con la oscuridad.
Enmu disfruta de las lágrimas que se derraman desde sus ojos, también.
Una Ubuyashiki menos.
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Notes:
Y volvemos de nuevo con otro cap!! Este es un poco más largo de lo normal porque, de nuevo, vacaciones.
Encuentro la dinámica entre Aya y Tanjirou muy interesante, así que espero os guste!
Chapter 10: One-shot: Role revearsal AU! Tanjirou demonio y Nezuko cazadora de demonios
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Nezuko Kamado no toleraba las tonterías de nadie.
Eso es algo que Ayaka aprende rápido.
—¡Aléjate de mi hermano, Aya-san!
La punta negra de su espada es muy puntiaguda también, eso es algo que Ayaka aprende igual de rápido.
—¡Vale, vale! ¡No le mataré! —. Ayaka vuelve a meter su propia espada en la vaina y apunta con un dedo a Nezuko—. ¡Pero deja de llamarme Aya-san!
—¡Ayaka-san, entonces!
—¡No, nada de Ayaka-san!
—¿¡Qué te parece Ayaka-chan!?
Ayaka parpadea, por un momento confusa—. ¿Ayaka-chan?
—¡Sí, suena bien! ¿¡No crees!? —. Nezuko continúa gritando y alza los brazos al aire—. ¡Te queda bien, porque eres una chica muy mona! ¡Seguro que tus padres te criaron para ser una persona agradable!
Ayaka frunce el ceño y suelta un ligero "tch", cruzándose de brazos. A Nezuko, el ligero sonrojo le parece que está de acuerdo.
—Vale, entonces... —. Los ojos de Ayaka se deslizan lentamente hacia el demonio detrás de ellas, quien acaricia al humano lloroso que Nezuko había llevado consigo en la misión—. ¿Qué demonios le ha pasado? —. Le echa una mirada a Nezuko, que se encoge de hombres—. Da igual, ya me lo contarás luego.
La agarra de la mano y empieza a tirar de ella, fuera de aquel pueblo.
—Vaya, Ayaka-chan —. Nezuko empieza, consciente del agarre que tiene sobre ella—. Eres muy fuerte.
Ayaka suelta una risita perruna y se quita un mechón de la cara.
—Por supuesto que lo soy.
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—Tus padres son amables —. La muda de ropa limpia que le da su madre a Nezuko es de un bonito color rosa casi idéntico al lazo que lleva en la cabeza. Luego, en un murmuro burlón—. Ya podrías aprender algo de ellos.
El golpe que recibe en la cabeza es tan fuerte que Nezuko está segura de que se le formará un chichón a la mañana siguiente. Es la primera vez que alguien mayor que ella hace eso.
—Solo duerme —empieza Ayaka, sacándose la melena por el cuello de la ropa—. Dudo que volvamos a vernos, que sepas que solo estás aquí porque quería saber sobre tu hermano.
Le lanza una mirada por encima del hombro a Nezuko, que tiene problemas para ponerse su ropa. La ligera molestia aparece por la vista, así que Ayaka da un paso adelante y se la ajusta, terminando con un silenciosos "listo" y una palmada.
Nezuko sonríe cuando le tiende un cepillo y, empezando a desenredar los nudos en su pelo, habla:
—Ahora que lo pienso, me recuerdas a mi hermano mayor.
Ayaka se gira hacia ella y alza una sola ceja interrogante, en su cara grabada la frase "¿pero qué dices?"
—Que yo sepa, no soy un demonio —bufa Ayaka sacando el futon del armario. Nezuko se ríe.
—No es eso, es... —. Ella hizo un gesto con la mano—. No sé, he tenido muchos hermanos pequeños pero nunca he tenido una hermana mayor así que... creo que si llegase a tenerla, sería igual que tú.
—Una... —. Ayaka murmura para sí, mirando al futon para no mirarla a ella—. Una hermana mayor.
—Aunque claro —continúa Nezuko sin haberla oído—. Ella sería más amable que tú, Ayaka-chan.
El futon se estampa contra su cara y Nezuko se ve tirada hacia y estampándose contra el suelo. Una Ayaka con mejillas rojas la esperan tras las mantas.
Nezuko, por supuesto, rompe a carcajadas.
Ayaka enrojece aún más, ya sea por la vergüenza o la ira.
—¡Creía que nada sería capaz de hacerte enfadar, Ayaka-chan! —continúa Nezuko, riendo más fuerte cuando ve su cara—. ¡Pero resulta que es muy fácil provocarte!
—¡Si no dijeses tantas tonterías a lo mejor no me enfadaría tanto! —Ayaka la apunta acusatoria con el dedo—. ¡Es culpa tuya, me sacas de quicio!
—¡Resulta que mi nee-chan es alguien muy irascible!
—¡Yo no soy tu nee-chan!
Nezuko solo ríe más, al tiempo que sus ojos rosados se alzan para mirar a algo que se cierne por detrás de Ayaka.
—¡Ah, nii-chan! ¡Me preguntaba cuando aparecerías!
—¿Nii-chan? —. Ayaka suelta un pequeño chillido cuando brazos de demonio la envuelven y ella se tropieza con sus propios pies para caer en el futon en el suelo.
—Hmmm —murmura Tanjirou contra la caña de bambú que le cubre la boca.
Nezuko suelta unas cuantas risas—. ¿Ves? Hasta nii-chan está de acuerdo conmigo.
Tanjirou entierra más su nariz en el hueco entre el hombre y el cuello de Ayaka. Al toque de su nariz incansable contra su piel, una sola ceja de Ayaka se crispa
—¿Me está... olisqueando? —. Alza los ojos hacia Nezuko, que se encoge de hombros.
—A lo mejor es por el jabón.
Ayaka le da una mirada de ojos entrecerrados.
—Nezuko, las glicinias se supone que espantan a los demonios, no los atraen.
—Oh —. Nezuko se llevó una mano a la barbilla y se encoge de hombros de nuevo—. Entonces supongo que le caes bien.
Tanjirou aprieta más su agarre alrededor de ella y eso le quita el aliento. La ceja de Ayaka se crispa más cuanto más él pega su nariz a ella, ¿qué demonios quería hacer? ¿Olerle el alma?
—Sí, supongo que será eso —. Ayaka consigue decir estranguladamente.
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El monte Natagumo es oscuro y frío, las telarañas son las suficientes como para hacer que Ayaka tenga escalofríos. Odia las arañas.
Y, Ayaka piensa, mientras Nezuko carga con ambas ella y la caja de Tanjirou, también odia a las mariposas.
En un parpadeo están en el suelo, con la sombra de Kanao Tsuyuri y su espada sobre ellos. Ayaka rueda y no puede hacer nada que no sea observar paralizada el brillo rosado por encima de la cabeza de Tanjirou.
Pero Nezuko es más decidida que ella y consigue patear a su hermano para que, de un tirón, se aleje de ellos.
—¡Ayaka-chan, te prometo que asumiré la culpa pero no dejes que-!
El crujido que hace cuando Kanao la patea en la cabeza le pone los pelos más de punta que las telarañas.
A pesar de los temblores y el sudor frío que le corre por la espalda ella consigue ponerse en pie, con el agarre en el mango de la espada más seguro que nunca.
—Kanao Tsuyuri —empieza Ayaka, jadeante—. No te atrevas a tocarle otro pelo a- ¡TANJIROU!
El demonio crece y crece hasta que es enorme en comparación a ella, con lo que agarra fácilmente a Ayaka y la levanta del suelo, tan rápido que su espada repiquetea en el suelo y la cabeza le da vueltas.
Ella intenta observar a Kanao por encima de su hombro, cubierto por el haori a cuadros y la bufanda azul, pero él no la deja al tiempo que le acuna la cabeza contra el pecho. El sudor y la alta temperatura ya son demasiado preocupantes.
—¡Tanjirou, le prometí a Nezuko que-! —. El demonio niega con la cabeza repetidamente y aprieta más su agarre alrededor de ella.
—¡Hmmm! —. Es el murmullo más testarudo que Ayaka ha oído alguna vez.
—¡Tengo que luchar!
—¡Hmmm! —dice Tanjirou de nuevo, por primera vez mirándola con una ceño fruncido.
—¡No seas testarudo! ¡Esta no es una noche en la casa de las glicinias para que me abraces así! —. Ayaka se revuelve e intenta mirar de nuevo por encima de su hombro, para cuando lo hace Kanao les ha alcanzado y ¿por qué está su hoja manchada de rojo?
Al mirar hacia abajo, en vez de una pierna, Tanjirou no tiene nada.
Puede que se haga un poco más grande cuando la envuelve con sus brazos antes de caer, pero ella no lo sabe, así que ruedan cuesta abajo hasta que la espalda de Tanjirou choca contra un árbol y el mundo a Ayaka le deja de dar vueltas.
No sabe por qué, pero a Ayaka, los brazos de un demonio le parecen un sitio cálido.
Tanjirou relaja levemente su agarre en ella y Ayaka es la primera en incorporarse, observando con horror el charco de sangre roja que empieza a formarse alrededor del muñón limpio.
Nota que Kanao también ha cortado la cuerda de la caña de bambú al tiempo que reprime un gemido y arranca inútilmente tela de lo que antes eran sus pantalones para intentar taparle la herida. Ahora que no tiene nada para acallarle, Tanjirou suelta pequeños gruñidos.
—¿Duele? Lo siento —susurra Ayaka intentando pasar uno de los brazos de Tanjirou por sus hombros, pero la fiebre no la deja incorporarse y en cambio la deja jadeante y arrodillada en el suelo. —Intenta levantarte —. Tanjirou suelta otro gruñido de dolor—. Sé que duele, pero tenemos que correr, tenemos que correr, así que por favor intenta levantarte.
Cuando lo consiguen Tanjirou intenta volver a cogerla en sus brazos, ella hace una mueca y aparta sus garras.
—Yo pararé a Kanao Tsuyuri, tú corre —le urge Ayaka, que sabe que la distancia que han rodado y la oscuridad no les servirán de mucho. Tanjirou niega con la cabeza testarudo y abre la boca, enseñándole a Ayaka los colmillos brillantes.
—A... ya...—dice, intentando de nuevo cogerla por las piernas—. Tanjirou... protege... Aya...
—No —le corta Ayaka tajante—. Aya protege Tanjirou. Tanjirou corre.
Él niega con la cabeza una vez más, con los ojos rojos quemantes (el fuego que usaba para matar demonios) sobre ella.
—Tanjirou... protege... Aya... —jadea contra su cuello, olisqueando de nuevo su pelo—. Debe... proteger... a Aya... Debe proteger... y matar a Muzan...
—¡Esto no es una noche en la casa de las glicinias, Tanjirou! ¡Si mueres aquí no podrás matar a Muzan! —Ayaka exclama finalmente, empujando contra su pecho de manera que la suelte. Tanjirou frunce el ceño.
—Pero... proteger... Aya —estira una garra para tocarla, la hubiese posado en su mejilla si no fuese porque ella dio un respingo, girando y chocando contra su pecho. Él, instantáneamente, la rodea con sus brazos.
—¡Caw, una cazademonios llamada Nezuko y un demonio llamado Tanjirou! —Chilla un cuervo por encima de sus cabezas.
Kanao gira la cabeza a un lado y se les queda mirando atentamente. Después de un largo rato de consideración, pregunta:
—¿Tú eres Tanjirou?
Ayaka pega un chillido "¡Sí!"
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
La Mansión Mariposa es tranquila por la noche.
Tanjirou ya había hecho una costumbre el merodear por los edificios vacíos en la casa de las glicinias (vacíos no, solo que llenos de gente durmiente).
Por eso, descubrió rápido que Ayaka tenía problemas para dormir.
Se sienta en silencio, jugueteando con las tablas de madera del porche y sin molestarse a coger siquiera una manta. Esta vez parece peor.
—Hmmm —murmura Tanjirou al verla. Es extraño ni siquiera alce la mirada al oírle.
Lo intenta otra vez, agarrándola por el hombro. Ella deja que la zarandee y no para de mirar a sus manos, que juegan con la madera del suelo.
Así que él la zarandea con más fuerza, de un lado a otro y con poderes demoníacos es fácil que algo que puede ser ignorado se vuelva molesto.
—¿¡Quieres parar!? —. Ayaka al final exclama. Tanjirou suelta un sonido de diversión y ella no puede enfadarse.
Cuando por fin se deja caer con un bufido, él la mira con ojos escarlata.
Ayaka suspira, observando como Tanjirou alza los brazos y, igual que tantas veces en la casa de las glicinias, deja que la envuelva en un abrazo.
Tanjirou suelta un murmullo de alegría y crece para dejar que se ajuste mejor bajo sus brazos. Ayaka disfruta de la comodidad de la cómoda y gigante estufa gigante que es su cuerpo.
Pasa un largo rato, con Tanjirou acariciando su pelo y dibujando círculos en su espalda, hasta que Ayaka habla.
—Fue... fue mi aniki —susurra, enterrando los dedos entre los rincones de las ropas de Tanjirou—. Le dije que no quería tener nada que ver con él y que... que era un demonio.
La mano de Tanjirou se para de repente y la agarra por los hombros, separándola de su pecho con un ceño fruncido, esperando.
—Ya lo sé —. Ayaka envolvió con ambas manos una de las suyas, enorme y con garras, pero cálida—. Estaba enfadada y... de verdad que yo no pienso que los demonios sean monstruos —. No le gustaría ser privada de aquellos momentos en la noche—. Así que perdóname, ¿vale? Sé que fue algo feo que decir.
Tanjirou pasea sus ojos de fuego burdeos por cada esquina de su cara, ella espera firme.
—Hmmm —. Tanjirou apoya la barbilla encima de su cabeza y la vuelve a apegar hacia sí. Sin saber por qué, Ayaka suspira aliviada.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
—¿Ta-tanjirou...? —empieza Ayaka con los ojos muy abiertos, luz del amanecer iluminando por primera vez ante ella la piel del demonio—. ¿Es... inmune al Sol?
Nezuko, apoyada sobre ella y lentamente perdiendo el conocimiento por la pérdida de sangre, asiente con la cabeza y finalmente se queda lánguida contra el hombro de Ayaka.
Ella deja que los aldeanos se la quiten de encima y echa a correr.
—Buenos... días —le dice Tanjirou al verla, y lo repite cuando Ayaka se choca contra su pecho y empieza a sollozar—. Buenos días, Aya. Buenos días.
—¿¡Podías hacer esto todo el tiempo!? ¿¡Es que es nuevo!? —. Ayaka continúa llorando en el hueco entre su cuello y su hombro, Tanjirou la abraza.
—Buenos días, Aya. Buenos días.
—¡Sí, buenos días, idiota! —exclama Ayaka sin saber sin reír o llorar—. ¡Buenos días, buenos días!
Sus garras son hábiles para apartarle los restos de agua salada de las mejillas pero ella sigue echando más lágrimas de alegría entre carcajadas y sollozos ahogados.
—¡Aya, no llores, Aya! —repetía Tanjirou incansablemente intentando secarle la cara.
—¡Déjame! ¡Déjame! —le decía Ayaka—. ¡Deja que llore tranquila!
—¡Casémonos, Aya! ¡Después de derrotar a Muzan, cásate conmigo!
—¡Deja que llore tranquila! ¿¡Quieres!?
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Los cerezos de Kanao florecen a principios de primavera. Por primera vez, es una primavera sin demonios. Ayaka casi no puede creerlo, pero la certeza de que no será la única es algo que la alegra.
—Por fin te encuentro —. La cabeza de pelo rojizo de Tanjirou destaca entre los colores suaves de los pétalos. Ayaka le sonríe cuando gira la cabeza hacia ella.
—Aya, —empieza él, carraspeando. La manera en la que sus mejillas enrojecen la divierte—. Hola.
—Hola —continúa ella, deslizando un brazo por debajo del suyo para aferrarse a él—. Me alegra ver que todo va bien.
Tanjirou abre y cierra el puño y ninguno de los dos encuentra garras—. Ajá, todo va bien.
—Me alegra, —repite Aya una vez más.
—A mí también —. Tanjirou tira del cuello de su camisa, nervioso. Ayaka alza una ceja—. Escucha, sobre todo aquello que dije cuando era demonio-
—¿Qué dijiste? —. Ella le da una sonrisa de ojos entrecerrados—. ¿Te importa recordármelo?
Las mejillas de Tanjirou se vuelven aún más rojas y tiene que taparse la cara con la mano para que no parezca que todo él está hecho de fuego.
Ayaka observa sus ojos, que ahora en vez de quemante burdeos tienen solo rojo rubí. Hay cosas que no cambian.
—Aquello sobre... —. Las palabras se le quedan pegadas a la garganta—. Casarnos...
—Ajá —. Ayaka asiente con la cabeza, siempre sonriente—. Después de derrotar a Muzan.
—Eran... tonterías —. Tanjirou suelta una carcajada seca que tiembla levemente—. Era un demonio, no sabía qué hacía.
—Eso ya lo sé —. La mano de Ayaka se desliza desde su brazo hasta su mano, mano robusta y callosa llena de cicatrices y heridas—. Eras un demonio, pero aun así —. La sonrisa de Ayaka aumenta—. Me gustaría conocerte no solo como demonio sino también como humano, y como yo ya he aceptado tu propuesta... solo queda que tú aceptes la mía.
Le gusta la sonrisa del Tanjirou humano sin la caña de bambú.
—Me parece un buen trato.
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Notes:
Por si alguien se lo pregunta, no, Tanjirou no le pide matrimonio a Aya en la fic normal dhjdhjdh es pura coincidencia que se me ocurriese la idea y que encajase con Tanjirou demonio así que djsjdjhjdh
Nada de lo que pasa en este one shot tiene relevancia alguna en la trama en sí, es simplemente fanservice para mí!
Chapter 11: Te quiero, ¿me quieres tú?
Summary:
De repente todo el aire en el mundo pareció no ser suficiente y ella creció y creció y creció al tiempo que intentó respirar, respirar y respirar. Con cada bocanada ahogada crecía más, así que se volvió enorme. Creció por encima de los niños, por encima de los tejados, por encima de los árboles y por encima del monte Fuji.
Cuernos, colmillos, garras, todo empezaba a crecer con la sombra que se alargaba más y más sobre aquel cadáver.
Y dolía, dolía, dolía, y ella era un demonio, demonio, demonio, y los demonios debían ser decapitados, decapitados, decapitados.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
«Duerme» le había dicho el demonio. Y eso fue lo que Ayaka hizo.
Garras intentaban meterse en su cabeza, rebuscando y arañando todo en busca de algo a lo que aferrarse.
«¿Cuáles...?» La voz de Enmu suena en su mente. «¿Son tus mayores miedos?»
«Mis mayores miedos» piensa Ayaka. «¿Mis... mis mayores miedos?»
Le sentía jugueteando con las partes de su mente, cada recuerdo que componían las ramas de lo que ella era y la sangre en sus venas.
«Ah, ahí están» Murmura Enmu en satisfacción.
Las pesadillas de Ayaka fueron muchas y variadas.
En la primera, estaba encima de un niño pequeño.
Se sentaba a horcajadas en sus caderas, con el niño, sin cara, rostro o siquiera expresión, mirando hacia arriba y a la nada.
El brillo de la espada le decía que estaba allí, a un lado suya, y que ella podría cogerla si quisiese, pero no podría. Lo sabía.
Mucha gente les rodeaba, otros niños pequeños y chillones que habían formado un círculo a su alrededor. Todos miraban con ojos hambrientos las manos de Ayaka alrededor de la garganta del niño, ella no recordaba haberlas puesto allí en un primer lugar.
Los demás la animaban a que apretara, a que presionase contra la garganta del niño, mucho más pequeño que ella, y le matase.
Se lo merecía, decían, se lo merecía como el desgraciado que era.
Eran viciosos, ansiosos, locos, gritándole para que presionase. Podría hacerlo, ella era más grande y el niño no ofrecería resistencia. Sencillo, solo presionar durante unos segundos y acabaría.
Por alguna razón, Ayaka sabía que le odiaba. Le odiaba, le odiaba, le odiaba.
Cuando empezó a apoyar su peso contra él, el niño, antes siempre quieto, empezó a revolverse débilmente.
Le golpeó con sus puños en los brazos, en el pecho, en la cara. Intentó arañarla pero ella no se movió, aunque le hiciese un tajo en la mejilla o en los brazos o clavase sus uñas en su piel. Ella, por una vez con determinación inquebrantable, siguió.
Pronto observó como, con los oídos ahogados por los gritos de los niños a su alrededor (Nanami, Ryu, Yumiko) la cara de la criatura contra sus rodillas empezó a tornarse roja.
Sus orejas se volvieron escarlatas y después, lentamente, se tornó de un púrpura mal sano. De las esquinas de los labios le empezó a gotear saliva, los ojos se le salieron de las órbitas y las mejillas se le volvieron completamente moradas junto a su cara.
Los niños a su alrededor siguieron vitoreando. Mátale, mátale, mátale. Ella se unió a sus ánimos. Mátale, mátale, mátale.
Al final dejó de luchar, con Ayaka aún encima suya. Sus brazos que habían estado intentando llegar a su cara se volvieron cada vez más lentos, movimientos perezosos y desganados reemplazando la vitalidad de una cosa luchando por vivir. La garganta dejó de producir quejidos y suspiró una última vez, volviéndose lánguido bajo ella. Una mano se deslizó hacia abajo lentamente, pasando por su mejilla (con cariño, con amor) hasta que cayó al suelo y no volvió a moverse. La saliva dejó de caerle por la barbilla.
Ayaka soltó su cuello y se sentó hacia atrás.
Él seguía con la vista hacia arriba, al cielo que empezaba a teñirse de naranja, mientras su cadáver se deshacía lentamente.
¿Qué había hecho? ¿Qué había hecho?
De repente todo el aire en el mundo pareció no ser suficiente y ella creció y creció y creció al tiempo que intentó respirar, respirar y respirar. Con cada bocanada ahogada crecía más, así que se volvió enorme. Creció por encima de los niños, por encima de los tejados, por encima de los árboles y por encima del monte Fuji.
Cuernos, colmillos, garras, todo empezaba a crecer con la sombra que se alargaba más y más sobre aquel cadáver.
Y dolía, dolía, dolía, y ella era un demonio, demonio, demonio, y los demonios debían ser decapitados, decapitados, decapitados.
«¡Espera!» gritó Enmu. «¡Espera no hagas eso!»
Ayaka tomó la espada del suelo y se despertó.
La vista de Tanjirou no le trajo ningún confort como podría haberlo hecho antes.
Debería haberla dejado caer, piensa, pero Tanjirou era demasiado amable como para hacerlo por mucho que la odiase. Le detestaba por ello.
Balbucea disculpas que ni siquiera ella misma puede entender, Tanjirou la urge a matar al demonio con un ceño fruncido y ella no puede hacer otra cosa que asentir.
«¿Por qué me mira así?» se preguntaba Ayaka al notar sus ojos.
Él solo había mirado así a Sanemi Shinazugawa.
Sanemi Shinazugawa, quien había roto el único lazo que le quedaba con sus propias manos. Sanemi Shinazugawa, quien se veía tan miserable como Rui lo había hecho. Sanemi Shinazugawa, estatua de piedra. Sanemi Shinazugawa, quien le había hecho tanto daño a su hermano, al hermano de ambos.
«Duerme» le dijo el demonio una vez más.
Los siguientes fueron más simples.
Aunque los niños y el cadáver hubiesen desaparecido, el naranja permaneció.
―Rui.
El demonio estaba frente a ella, blanca su piel y blanco su pelo. Al hablar, su voz temblaba de la ira:
―Rompiste tus lazos, los lazos con tu familia, los hiciste añicos. Con tus propias manos.
Ayaka se despertó.
Y de nuevo.
«Duerme»
Yuu le dijo que la odiaba, que era un trozo de mierda y que merecía morir por ser alguien tan despreciable.
Ayaka tomó una temblorosa bocanada de aire y se despertó.
«Duerme»
Sus padres la acusaron de ser egoísta. De haberse mantenido viva no por ellos, sino por su propio beneficio.
Ella les replicó que aquello no era así, que no les había querido dejar solos y que por ello había siempre intentado vivir un día más.
Pero le reprocharon que era muy difícil mantenerla con vida, que si tanto había pensado en ellos, si tanto les había querido, se habría dado cuenta por sí sola de que su existencia era una carga más en sus vidas y que debería haberse muerto hacía bastante si les tenía un ápice de cariño.
«La medicina es cara, ¿es que no te das cuenta? Estamos cansados y hambrientos porque tú existes. Nosotros queríamos un hijo, no una cosa rota.»
Tragando saliva, Ayaka despertó.
«Duerme»
Su abuela la llamó "cosa patética" y se preguntó en voz alta cómo es que ella podía haber tenido una nieta así.
Cuando indicó con una risa perruna que Ayaka estaba llorando (y lo penoso que era aquello), ella alzó la espada a su cuello y despertó.
«Duerme»
Inosuke la acusó de mentir. Ella le preguntó sobre qué le había mentido, diciendo que nunca haría eso, pero Inosuke solo insistió que cómo había podido ella mentirle, diciendo que era fuerte.
Al embestirla con la cabeza no consiguió que soltara la espada, así que, con un quejido, Ayaka despertó.
«Duerme»
Tanjirou le sostenía la cara por las mejillas.
―Diles... diles que todo eso que están diciendo no es verdad, Tanjirou ―balbuceó Ayaka.
Los ojos de Sol de Tanjirou se mantuvieron inmóviles, escudriñándola con cuidado. Ella insistió:
―Tú... ¡tú sabes que soy una buena persona!
Solo hubo silencio. Los labios de Ayaka empezaron a temblar.
―¿¡Verdad!? ¡Tú sabes que soy una persona amable, ¿no es así, Tanjirou?! ¡Tú sabes cómo soy de verdad! ¡Diles que se equivocan!
―Aya, ―empieza Tanjirou, pasando a agarrarla por los hombros.
―Yo... yo te quiero ―. Ayaka continúa sonriendo y lo intenta una vez más―. Tú me quieres también, ¿no es cierto, Tanjirou?
Más silencio.
Incluso aquel Tanjirou la miraba como miraba a Sanemi Shinazugawa.
―Eres incluso peor que los demonios, Aya-san ―se rió Takeshi en su oído.
Otra vez, Ayaka despertó.
«Duerme»
De repente todo empezó a arder.
Podía sentir a su padre a sus espaldas y el calor que emanaba (estaba ardiendo, una bola enorme en llamas).
Ella se negó a mirar. Por mucho que la llamase y por mucho que le dijese cuanto la quería no sería capaz de darse la vuelta y abrazarle, porque sabía más bien que nadie que echaría a arder con él.
Cuanto más se negaba a mirarle más podía sentir su cuerpo crecer.
Una vez más, los colmillos, los cuernos, las garras. Crecieron y crecieron y su padre seguía llamando y llamando su nombre.
Ayaka no acudiría. Alzó la espada una vez más.
«¡Duerme! ¡Duerme! ¡Duerme!»
Era ella.
Su propio reflejo la miraba desde arriba, todo nieve y ventiscas en los ojos y hielo en la voz.
―Zenitsu ―. El nombre retumbó en el naranja―. Eres patético.
Ayaka solo pudo mantenerse callada, ¿por qué no había notado antes, tan tonta que era ella, los mechones rubios que le cubrían los ojos, el haori amarillo o el tono de piel más oscuro al mirarse las manos?
La Ayaka que era una montaña siguió, acusándole de ser un cobarde, de que no se podía esperar nada de él.
Pero no había ningún Tanjirou para pararla aquella vez, y siguió, llamándola una desgracia, diciendo que nunca debía haber nacido y acusándola de ser una carga para todos a su alrededor y que debería morirse.
Ayaka gritó.
Para cuando se cortó el cuello, las garras ya estaban demasiado cerca.
«Deseo concedido» dijo Enmu en su cabeza.
Y cayó y cayó y cayó.
«Yo creía que Tanjirou» Ayaka pensó mientras caía «nunca perdería la fe en mí.»
«Que él era capaz de verme como soy, a pesar de todo.»
El saber que había perdido aquello le trajo una inmensa tristeza.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Hubo un estruendo y el tren enteró tembló bajo sus pies.
Yuu mira a Nezuko, quien frunce el ceño y empieza a gruñir, perro guardián sintiendo que algo se acerca.
Los tentáculos de carne les ponen a ambos los pelos de punta.
Él intenta, como Ayaka le había dicho, quedarse cerca de Rengoku, a quien manda miradas nerviosas.
«¿Por qué no se despierta?» maldice Yuu.
Aquellas cosas que crecen del tren se alzan por el aire y descienden lentamente hacia abajo, a los pasajeros durmientes. Nezuko las corta con sus garras cuando se acercan demasiado porque por alguna razón todos van directo a él.
«Oh, dioses» piensa. «Oh, dioses»
Va a morirse seguro.
«Respiración del Rayo, Primera postura: Destello del Relámpago.»
―Te protegeré ―. Zenitsu Agatsuma no había sido nada hasta entonces sino un tonto que lloraba demasiado.
Pero ahora lo primero que piensa Yuu es que es hermoso.
Tan, tan hermoso que podría llorar.
―Te protegeré, Nezuko-chan ―dice Zenitsu una vez más, con un ronquido.
Olvida el podría, Yuu va a llorar.
Nezuko desgarra otro tentáculo de carne que había estado demasiado cerca de un pasajero y alza una ceja en su dirección a la llamada de su nombre. Zenitsu continúa roncando y Yuu quiere cavar un agujero en la tierra para enterrarse en él.
Cuando Rengoku se despierta, le pregunta a Yuu que por qué se está sonrojando. A él solo le falta un segundo para gritar.
Rengoku parpadea y se vuelve una pizca más tenso. Sin una palabra saca el abdomen por la ventana y cuando vuelve dentro carga con una Ayaka sangrante.
Ella cae al suelo, tosiendo y a su vez empapando el suelo de rojo. Rojo, que venía de la sangre, rojo, al que le seguían las entrañas.
La vista hizo que la bilis se le subiese por la garganta.
―¿No vas a ayudarla, joven Kobayashi? Se está desangrando, ¿sabes? ―. Rengoku apunta con un dedo a lo que pronto sería un cadáver (¿no había Ayaka estado siempre cerca de ser un cadáver?).
Yuu se arrodilla frente a Ayaka, quien abrió mucho los ojos al verle acercarse y pataleó, arrastrándose a una esquina y lejos de él. Pero Yuu no tiene el lujo de dudar.
―Necesito que te tranquilices si quieres que te cure la herida ―. Intenta posar una mano en su cabeza, ella la aparta de un manotazo.
―¡No te atrevas! ―siseó Ayaka―. ¡No me toques! ¡No quiero tu ayuda!
Él intenta agarrarla para que se esté quieta pero ella solo se revuelve más, dando manotazos y arañazos.
―¡Ayaka para de moverte!
―¿¡Me quisiste!? ¿¡Me quisiste siquiera alguna vez!?
―¡Por supuesto que lo hice! ―le grita Yuu―. ¡Pero a veces parecías una madre sobreprotectora! ¡Era agotador! ¡Nadie en su sano juicio podría haber aguantado eso!
Ella consiguió darle un golpe en la mejilla que le dejó mirando hacia atrás―. ¿¡Merecía todo eso entonces!? ¿¡Es que me lo merecía!?
―¡Nadie se merece eso!
―¿¡Entonces por qué me lo hiciste a mí!?
―¡Era un niño, ¿vale?! ―exclama Yuu―. ¡No sabía qué hacer! ¡Así que lo diré otra vez, lo siento!
―¡Yo siempre estaba ahí para limpiar tus desastres! ―. Ayaka continúa pataleando contra él―. ¡Siempre estuve ahí, siempre! ¿¡Y tú como me lo pagaste!?
―¡Ayaka, cállate de una vez! ―. Ella se tensó―. ¡Por una vez, vas a escuchar a alguien que no son tus ojos!
Al ver que se mantuvo quieta, Yuu continuó:
―¡Si mueres aquí, no podrás visitar la tumba de tu padre! ¡Puedes odiarme todo lo que quieras! ¡Eso me da igual! ¡Pero abandona tu estúpido orgullo por una vez en la vida!
No pasó mucho para que, sin ira a la que aferrarse, las lágrimas empezasen a caer.
―Eso es,―suspira Yuu, metiendo las manos en la bolsa de Shinobu y empezando a limpiar la herida de Ayaka―. Suéltalo todo, alíviate.
―Menudo desastre ―murmura Rengoku, y Yuu no sabe si se refiere a aquel tren o a la relación entre él y Ayaka.
Bien podrían ser los dos.
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Notes:
He estado viendo jujutsu kaisen últimamente
Chapter 12: El rey de la montaña es quien te guía
Summary:
¿Cuáles eran las últimas palabras que le había dicho?
Recuerda las suyas, “que él no la quiere allí”.
Tanjirou grita su nombre “¡Aya!”
Y lo intenta de nuevo.
—¡Aya!
Y de nuevo.
—¡Aya!
Pero Aya ha desaparecido engullida por la mismísima noche. Y el vacío no le contesta.
Notes:
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Chapter Text
Donde antes no había nada más que blanco, ahora todo es rojo.
Ya sea por el rojo de la sangre de su familia o de sus propios pecados, donde sea que ponga la vista hay rojo.
Los ojos de su familia brillan, rojos, incandescentes, débiles candiles que le traen el recuerdo del carbón al que ha dedicado una vida y la familia Kamado generaciones enteras.
Al nacer le habían dicho que había sido bendecido, que su pelo y sus ojos rojos habían sido un regalo. El hijo prójimo tiene en sus carnes la protección del dios del fuego, pintada en su cuerpo con burdeos y manos cálidas, ¡viva!
Si tan bendecido había sido, si tanta protección le habían dado, ¿entonces por qué murió papá?
―Tanjirou ― Rokuta se agarra a sus rodillas y solloza―. ¿Por qué no nos salvaste?
El corazón se le hunde en el pecho cuanto más escucha sus lamentos.
Y Rokuta se lo pregunta, en desesperación infantil, porque no lo entiende.
―¿Por qué no nos salvaste? ¿Por qué no nos salvaste?
No lo entiende, así que repite y repite y repite la pregunta y él, el hermano mayor que debe protegerle, el hermano mayor que debe enseñarle, no puede contestarle.
Los más mayores pueden sacar sus propias conclusiones.
Takeo, siempre queriendo ser igual que su hermano mayor, se interpone entre Tanjirou y sus hermanos pequeños, protegiéndoles. (¿De quién?)
Con el lunar en el pómulo de Aya pone la misma mueca de repulsión que ella y arrastra a Rokuta lejos de sus piernas. El más pequeño de los hermanos Kamado patalea y llora. “¿Por qué? ¿Por qué Tanjirou? ¿Por qué?”
―¿Qué estabas haciendo mientras nos masacraban a todos, eh? ―. Takeo entrecierra los ojos y apega a Rokuta hacia sí―. Durmiendo en la ladera de la montaña, a salvo.
Hanako y Shigeru habían sido un dúo inseparable en vida, y son un dúo inseparable en la muerte. Ambos le miran en asco, pero es Hanako quien, siempre decidida, siempre como Nezuko, da un paso adelante y le empuja.
―Solo te salvaste a ti mismo ―le acusa arrugando la nariz―. Sabías que aquel hombre iba a venir, ¿verdad? Por eso bajaste tú solo, querías salvarte tú mientras nosotros pensábamos que habías ido a ganar más dinero para comprar comida en Año Nuevo.
Se lo había dicho su bendición, el dios del fuego se lo había dicho, ¿no?
No había sido lo suficientemente especial como para vencer a Muzan pero sí para que el dios del fuego le dijese que vendría. Tuviste un presentimiento, ¿no es así?
La vista de Aya no había sido más acorde con el paisaje hasta entonces.
Apoya la barbilla en el hombro de Tanjirou y le mira con ojos entrecerrados.
«Tú lo sabías, igual que yo sabía que mi padre iba a morirse» Ya se había acostumbrado a que juguetease con sus rizos cada vez que aparecía, peinando el rubí que ya ni se distingue entre su vista teñida.
«Al final los dos estamos bendecidos» continúa Aya de forma perezosa. «¿Pero a qué nos ha llevado eso? Menudas bendiciones, ¿no te parece?»
«En cambio» ella apunta con el dedo al fondo de la casa. «Tu padre sí que tiene una bendición de las buenas, él seguro que habría podido derrotar a Muzan»
Y si Tanjirou no pudo parar a Muzan, entonces:
—¿Qué sentido tiene tu existencia? —. Su padre sorbe una taza de té y, sin dudar, se la lanza contra la frente—. No sirves para nada.
El golpe le deja mirando hacia atrás y empapado en apestosa agua hirviendo.
—Deberías haber muerto —dicta su madre, con Rokuta en brazos que sigue preguntado “¿por qué? ¿por qué? ¿por qué?”—. ¿Cómo puedes vivir tan tranquilo?
Puede que él no esté lo suficientemente bendecido o que nunca consiga matar a Muzan o que por su culpa su familia ha muerto.
Pero sabe mejor que nadie que ellos nunca, jamás, dirían tales cosas.
Y por mucho que Enmu le ordene «¡Duerme!» «¡Duerme!» «¡Duerme!» él no lo hará.
—¡No insultes...! —. El dragón de agua que sigue a su espada grita junto a Tanjirou— ¡...A mi familia!
Pero el demonio no le está mirando a él—. Oops.
Y a pesar de que Tanjirou le corta la cabeza y ésta sale volando de su cuerpo, él sonríe.
—Qué hermosos ojos —. El demonio se ríe contra el suelo.
Tanjirou respira el aire frío de la noche y sabe que no podrá salvarla.
Aya está demasiado lejos porque, aunque consiga rozarle la mano, se le desliza de entre los dedos y ella desaparece, dejando tras de sí un reguero de sangre.
Se queda paralizado, con los pies pegados al suelo y un veneno en el pecho que le pudre por dentro poco a poco. Le tiembla el pecho, le tiemblan los labios, le tiembla el corazón, todo le tiembla pero no se atreve a derramar lágrimas o sollozar, porque él no tiene esa clase de lujos. No alguien bendecido como él.
¿Cuáles eran las últimas palabras que le había dicho?
Recuerda las suyas, “que él no la quiere allí”.
Tanjirou grita su nombre “¡Aya!”
Y lo intenta de nuevo.
—¡Aya!
Y de nuevo.
—¡Aya!
Pero Aya ha desaparecido engullida por la mismísima noche. Y el vacío no le contesta.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Rengoku es, como poco, demasiado brillante para sus ojos.
Ayaka tiene que entrecerrarlos para mirarle directamente a la cara, mientras él se inclina hacia ella para mirarla.
—¿¡Dónde está el joven Kamado!?
Ella suelta un quejido cuando Yuu presiona demasiado fuerte contra la herida—. ¿Tanjirou? Debe haber… ya debe haberle cortado la cabeza al demonio
Carraspea y Yuu tiene que aguantarla para que no se retuerza, mientras continúa limpiándole la sangre de la herida. El escozor la hace sisear.
Rengoku le da un toque en la frente con el dedo y sonríe—. ¿¡Segura!?
Ayaka parpadea y observa la madera, el metal, los huesos y la carne. Las venas, fluyendo con sangre que arrastra algo que se parece a lo que ella supone es Muzan Kibutsuji, es lo que por fin hacen que se den cuenta.
—Es el tren entero —murmura con voz rasposa. Ayaka tose y se incorpora, a mitad de camino para que Yuu termine de venderle la herida—. ¡Aquel no era su cuerpo, es el tren entero!
Yuu la vuelve a tirar del antebrazo para que se siente de un tirón y ella tose más.
—Ese demonio te ha dañado las cuerdas vocales —. Yuu la toma por los hombros y le posa una mano en la frente, comprobando su temperatura—. Si sigues así, olvídate de volver a hablar.
Ayaka frunce el ceño y abre la boca, pero lo que sale es un débil hilillo rasposo—. No es para tanto.
—¡Sabes del uso curativo de las Respiraciones! ¿¡No!? —. Rengoku se inclina sobre ella una vez y ella no puede hacer más que retroceder, aturdida pero asintiendo—. ¡Si aún puedes luchar, adelante entonces! ¡Necesitaremos toda la ayuda que podamos para mantener las bajas a un mínimo!
Y las llamas que tiene por sombra desaparecen rápidamente en un segundo.
«Qué persona más increíble» piensa ella, observando su luz hasta que desaparece.
Yuu aparta por fin la mano de su frente y la mira sorprendido—. Ayaka, no me digas que-
Ella le interrumpe negando con la cabeza y consigue ponerse de pie con la respiración trabajosa. Yuu se incorpora con ella y va a su lado.
—¡No puedes luchar así! ¡Encima tienes la garganta destrozada!
Con la frente empapada de sudor, ella suelta una risita.
—Creo que… estaré bien —. Algo cercano a la diversión se le pinta en la cara—. Siempre lo he estado.
—¡Esta vez no! ¡Deja de ser una inconsciente! —insiste Yuu, y la voz se le suaviza, casi temblante—. Si te mueres… si tú te mueres… dime, ¿qué clase de persona sería yo si te dejase ir, sabiéndolo?
Ayaka se queda mirándole, sin que siquiera le importe el que Yuu la agarre del antebrazo.
—Eres lo único que queda… de aquellos días —murmura él—. Eres lo único que prueba que todo el trabajo de mi madre, el que se quedase en aquel pueblo, sirvió para algo.
Ella quiere susurrar su nombre, decirlo en voz alta y explicarle que lo sabe, y que no se dejará morir, pero todo lo que consigue es un quejido.
Inosuke rompe la puerta del vagón de una patada y apunta una espada hacia Ayaka, que se le queda mirando con los ojos muy abiertos.
—¡Akira! ¿¡Por qué no estás peleando!? —. Cuando ella no dice nada, Inosuke suelta un gruñido confuso—. ¡Contéstame! ¡Contéstale a tu jefe!
Ayaka abre la boca para hablar pero, de nuevo, de su garganta no viene nada. Y a Inosuke le toma un momento para fijarse en Yuu.
—¡Oye! ¿¡Por qué no te lo has comido todavía!?
Ella da un paso adelante y niega con la cabeza, pero eso no hace que Inosuke se pare y evite darle un puñetazo en el estómago.
Yuu, como el debilucho que es, se cae sobre sus rodillas y resopla, intentando reprimir un quejido de dolor.
—¡Ya está! ¡Puedes comértelo aho-! —. El puño de Ayaka se estampa contra su cabeza, y continúa golpeándole mientras Inosuke retrocede—. ¡Oye, oye! ¿¡Pero qué haces!?
En la cara de Ayaka hay un ceño fruncido y ella continúa negando con la cabeza. Para cuando ha considerado que su castigo es suficiente se lleva las manos a ambos lados de las caderas y mira a Inosuke con desaprobación, mueca que bien podría ser de una madre en los labios.
—Tenemos que ir al resto de vagones… —. Ayaka consigue murmurar con voz ronca—. Hay que ayudar al señor Rengoku y a Tanjirou.
Inosuke suelta un bufido pero al final se pone en pie, apuntando un dedo afilado hacia Ayaka.
—¿¡Qué te pasa en la voz!? ¡Suena fea! —. Ayaka no tiene tiempo de rodar los ojos antes de que Inosuke la coja por las caderas y se la suba al hombro—. ¡Te perdono esto solo porque eres mi subordinada! ¡Quédate ahí arriba y deja que tu jefe cargue contigo!
Yuu observa, anonadado, como Ayaka deja que alguien la ayude.
Y aunque sabe que es porque no puede protestar, le sigue pareciendo igual de impresionante.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
—¡Oye! ¡Estás mucho más caliente de lo normal!
Incluso a través del uniforme, el ardor de la piel de su subordinada número dos… ¿cuál era esa palabra que la identificaba? Uh… olía igual que la señora de las mariposas así que no puede diferenciarlas por eso. Por alguna razón para sus subordinados los nombres son importantes, ¿qué clase de jefe sería él si no les tomase en cuenta?
Los ojos de Inosuke se deslizan hasta su cara, a las facciones sudorosas, y luego un poco más.
¡Ah, el suave verde del pelo! ¡Esta es Momotaro!
La pepita de sandía en la mejilla le asegura que es ella, y los ojos de bestia solo le confirman que aquella era su igual.
—¡Tú lo notas también! ¿¡A que sí, Momotaro!? —. Inosuke hace un gesto con el morro al oponente que espera al final del camino. Momotaro aprieta los labios pero al final asiente, entrecerrando los ojos de águila que él ha visto mil veces lanzarse a por su presa.
—¡Inosuke!
La voz de su subordinado número tres viene de dentro de la bestia.
—¡Monjiro! —exclama, llevando las manos a los mangos de sus espadas (espadas, no cosas afiladas, bobo, le recuerda la voz de su subordinado número cuatro)—. ¡Te sacaré de ahí! ¿¡Te ha comido la bestia otra vez!?
—¡Me uniré a ti enseguida! —. Su voz suena apurada, como un cervatillo al que le late el corazón con fuerza—. ¿¡Está Aya contigo!? ¿¡Está bien!?
Momotaro aprieta su agarre contra el hombro de Inosuke y su calor hace que a él le pique la piel.
Se queda así, perforando el suelo con la mirada como un zorro que puede ver al conejo bajo la nieve. Ah, a Inosuke le gustaría poder hacer eso también.
—¡Momotaro dijo que hay que ir a la cabeza! —exclama Inosuke. Le dan escalofríos solo de pensar en aquel bulto enorme que palpita—. ¡El enemigo está ahí, puedo sentirlo!
—¿¡Pero cuando lo dijo!? —. La voz de Monjiro vuelve a retumbar desde el interior de la bestia—. ¡No fueron sus últimas palabras, ¿no?!
—¡Estoy bien! ¡Estoy-...! —. Momotaro se lleva una mano a la garganta de repente y jadea con una mueca de dolor, con un débil hilillo de voz consigue murmurar—. Bien.
Monjiro se queda un momento en silencio e Inosuke siente en la piel la forma en la que su mirada se mueve de un lado a otro en inquietud.
—Me... me alegra —murmura al final—. ¿Entonces tenemos que ir al principio del tren?
Inosuke piensa una vez más en la manera en la que aquella bestia parece respirar, siendo que todo fluye hacia muy adelante, hacia aquel montón de carne que palpita cada vez más y más, como un corazón.
Momotaro se queda mirando hacia abajo con una expresión difícil de descifrar y aprieta los labios de nuevo.
—Inosuke —empieza débilmente—. ¿Tuviste problemas para despertar?
Él se ríe a carcajadas ante la pregunta y se la ajusta más en el hombro. El calor de su piel hace que le pique y ya había sido un alivio quitarse las pulgas con la ayuda de la señora de las mariposas. Puede que se esté haciendo demasiado dócil, antes aquel picor no habría sido nada ya fuese su piel increíble o no.
—¡Me desperté en cuanto Tontaro me llamó! ¡Nunca me fié de esta cosa y solo puedo esperar para restregarselo a Monitsu!
—Y tu madre jabalí... —continúa, mirada yendo por un segundo a su máscara—. ¿Te acuerdas de ella?
«¿La echas de menos?»
—¡No sirve de nada querer que los muertos vuelvan! —exclama Inosuke—. ¡Los cadáveres se descomponen y vuelven a la tierra! ¿¡Para qué recordar a quienes se han ido!? ¡Siempre me sorprende las estupideces en las que pensáis tú, Monitsu o Tontaro! ¡No se puede cambiar lo que ya ha pasado! ¡Así es el orden natural de las cosas!
Ella sigue mirando hacia abajo. “Estupideces, ¿eh?” susurra para sí.
—Entonces creo que... —. Alza la mirada hacia Inosuke por fin, y con toda la seguridad del mundo declara—. Si me vuelvo a dormir no podré despertar.
—¿¡Y por qué no!?
Momotaro le da un ceño fruncido y consigue susurrar—. Pues porque no. El demonio utiliza ojos para dormir a la gente, y si los miro, me dormiré y no despertaré.
—¡Pues entonces no mires!
Con lo atontada que se queda ante algo tan simple, Inosuke se recuerda que aquellos monos domesticados no sobrevivirían demasiado en el bosque. Pero es el jefe, y tiene que mantener vivos a sus subordinados.
—¡Si no les miras no te dormirás! ¡Problema resuelto!
—¡No puedes pedirme que haga eso! —. Momotaro se olvida de nuevo de que tiene la garganta cubierta en vendas y suelta un gemido de dolor, pero consigue, con esfuerzo y un quejido, sisearle furiosa—. ¿¡Cómo esperas que no use los ojos!?
Inosuke ríe una vez más—. ¡Eso es sencillo! ¡El rey de la montaña te guiará en la batalla! ¡Solo cierra los ojos y agárrate a mí!
Momotaro se queda callada y después de un momento parpadea, con los ojos tan abiertos como un búho.
—Inosuke —empieza cautelosa—. ¿Estás pensando por una vez?
—¡Cállate, yo no pienso!
Ayaka no puede quejarse porque le duele demasiado la garganta, así que dándose cuenta de que ya están sobre las fauces de aquella cosa carnosa, solo se agarra más al hombro de Inosuke e intenta no gritar.
El sitio en el que el demonio ha convertido su cuello se siente carnoso y caliente. Ayaka escucha palpitar las paredes, o puede que solo esté escuchando a su propio cuerpo, palpitando también con la misma sangre caliente que él.
Inosuke desgarra, corta y arranca trozos de carne con sus hojas serradas y ella escucha atentamente, sin atreverse a soltarse de su hombro, la manera en la que aquella carne palpita agonizante mientras él la reduce a simples pedacitos.
Como un animal, es simple. Puede que sepa cuáles son sus puntos débiles porque está acostumbrado a observar en mitad de la naturaleza, donde no hay barreras ni reglas, solo fuerza bruta y astucia.
Al principio el pensamiento a ella le asusta. Inosuke lo hace todo como si fuese natural, e improvisa, si no corta por un lado corta por el otro, desgarra sin cesar y no se para a pensar. La experiencia le ha pulido en el más puro instinto y él, aunque no hubiese superado a Ayaka en aquel entonces, le parece más poderoso que ella.
Simplemente sigue adelante, cortándose un camino cuando no hay otra salida. Ella, extrañamente para alguien que siempre había pensado era vulgar y salvaje, le encuentra, de cierta manera, admirable.
Le recuerda también a Genya, o al menos en lo que se podría haber convertido con el tiempo. Su aniki era demasiado torpe para tener tanta soltura, aunque supiese que podría llegar a grandes cosas en, bueno, en unos cuantos años.
La voz de Inosuke le indica “izquierda, derecha, delante, detrás” al que le acompaña el sonido del desgarrar de la carne. Y si ella hubiese abierto los ojos, habría visto que su espada, también, cortaba casi más rápido que la de Inosuke.
Así que Ayaka, a pesar de que fuese un jabalí estúpido, escucha a la voz de Inosuke. Escucha el retumbar del pálpito de la sangre en su cuerpo y la del demonio, escucha al hombre que Enmu manipuló para darles los tickets, a su propia respiración jadeante y escucha el metal de la espada cortando. Después de un tiempo deja de necesitar que Inosuke le diga por dónde le rodea el enemigo.
Ella traza arcos, aplasta carne y corta aquellas extremidades del demonio que se extienden desde donde todo palpita, y lo hace cada vez más rápido.
Al final, lo único que queda es su voz.
“Namu amida butsu.”
«Aquí viene» piensa Ayaka, casi metódicamente.«Los pensamientos que más ira me provoquen.»
En vez de la cara de sus padres, la gente del pueblo o incluso Yuu, ve a la nada.
Espera, con determinación, a que algo le venga a la mente.
Las injusticias cometidas contra ella, los rencores y frustraciones que salen a la luz cuando usa el patrón de repetición, pero no aparecen y por un momento desearía enfadarse aunque fuese por aquella vez que Inosuke se comió su comida. Nada.
Y la nada da paso al todo.
Es capaz de ver las venas, ver los huesos, los músculos. El cuerpo del demonio, como ella había visto, se extiende por todo el tren con vértebras bajo el suelo y costillas en las paredes.
Ayaka lo ve todo.
Ve a Zenitsu, Nezuko y Rengoku en los vagones posteriores. Ve a Yuu en el último vagón, también, las vías del tren bajo sus pies, el carbón que alimenta el fuego de la máquina. Incluso ve fuera, en el bosque; hormigas despedazando a un bicho muerto para tener comida en el invierno, un pájaro comiéndose un gusano, un búho lanzándose en picado hacia abajo para cazar un conejo, una flor creciendo de los restos de un animal muerto, una araña comiéndose a una mariposa, crías siendo devoradas antes de poder convertirse en adultos.
Y aunque sepa que todo aquello era inevitable, no puede evitar sino sentir una gran pena.
¿Qué había dicho Inosuke? “Así es el orden natural de las cosas.”
Ayaka no puede evitar preguntarse si realmente eso es cierto, el si hay otro método. Puede que Inosuke tomase aquello como una estupidez y el pensamiento la divierte.
Recita una vez más. “Namu amida butsu.”
«El cuello» piensa finalmente, fijándose en las enormes vértebras que dan paso a la cabeza, los tendones alrededor, todo ese montón de carne. Ella solo puede pensar una cosa. «Es enorme.»
Y la vista le cae como un cubo de agua fría.
«¡El cuello! ¡Tengo que cortarle el cuello!»
El todo se desvanece y Ayaka abre los ojos, y a pesar de que estaba justo frente a ella, en vez de con el cuello se encuentra a una decena de brazos y, debajo de ellos, el suelo. El cuello ya no está.
—¡Momotaro! ¿¡Qué haces ahí parada!? ¡Muévete!
El tintineo de la espada la hace darse cuenta de que las manos, todo el cuerpo, le están temblando.
«Mierda» maldice Ayaka al ver los ojos que los han rodeado a ella y a Inosuke. «Voy a dormirme.»
Siente las extremidades entumecidas, las rodillas no le responden y por mucho que quiera no puede levantar los brazos. En un segundo su agarre pierde toda la fuerza y la espada se le desliza de entre las manos.
«Mierda» repite de nuevo. «Le prometí a Yuu que iba a volver.»
«Además» Los ojos del demonio salen de la carne como gemas incrustadas en oro, gemas brillantes y viscosas que dirigen su atención hacia ella e Inosuke. «Todavía tengo que disculparme con mucha gente.»
Ayaka oye las primeras sílabas de la orden “duerme” y su cuerpo se le vuelve pesado.
Ella siempre había considerado a Tanjirou como alguien intenso, que ponía hasta la última gota de empeño en todo lo que hacía. Gritaba los gracias y se inclinaba hasta tocar el suelo para pedir disculpas, le había visto pedirle con insistencia a Aoi que le diese otra ración, un día que ella murmuró para sí que no era buena cocinera. Recuerda también la vez que al encontrar un cachorro perdido en la lluvia lo cubrió con su haori y corrió hasta un lugar cubierto, gritando durante todo el camino.
Ah, piensa ella, puede que ame a Tanjirou Kamado.
—¡Respiración del Agua, Sexta postura: Torbellino Sinuoso!
Siendo que Tanjirou es intenso, sus técnicas de espada también lo son. Sus cascadas y ríos que fluyen con fuerza no se parecen a la calma silenciosa del lago de Giyuu Tomioka.
Con esas mismas cascadas corta a través de la carne y los ojos e interrumpe su orden a la mitad. Es un alivio para Ayaka, pero no cree poder hacer mucho más.
Se tambalea hacia atrás y su espalda choca contra una pared, con los oídos entumecidos y el corazón que le palpita demasiado rápido.
—No hables —le dice Tanjirou en cuanto la ve abrir la boca y luego se gira hacia atrás—. ¡Inosuke, mantén los brazos a raya por un momento!
Aunque le diga que no, ella lo intenta, pero no es capaz de murmurar ni una sola palabra. No debería haberle gritado tanto a Yuu.
Tanjirou la agarra por los hombros cuando intenta dar un paso adelante pero se tambalea, teniendo que apoyarse en su antebrazo para no caer.
«El cuello» piensa. «Tengo que decirle lo del cuello»
—Aya... Aya ¿estás bien? —él empieza, pasando una mano a la mejilla de Ayaka.
Sigue aquí, él sigue aquí a pesar de todo.
«El punto débil del demonio está bajo el suelo» continúa pensado ella. «Y se regenera demasiado rápido, tendrás que-»
—Lo siento —susurra en cambio—. Siento no haber ido al funeral de mi padre. Lo siento mucho, Tanjirou.
Él se queda quieto por un momento y frota el pulgar contra su mejilla.
—Quédate aquí, ¿vale? Descansa un poco, volveré enseguida.
Ella sabe que lo hará.
Por primera vez, tiene la certeza de que alguien no la dejará.
«Así que esto era como se sentía» piensa Ayaka. «Lo había olvidado.»
Lo había olvidado hacía mucho tiempo, había intentado buscarlo por todas partes, en sus padres, en Yuu, en su maestro y en Genya.
Aunque fuesen cálidos y ella les amase, había estado buscando por esta calidez. Todo este tiempo, había estado buscando por él.
Esa persona que quemaba con tanta fuerza como el mismo Sol.
«No necesita que se lo diga» asume ella. «Él ya es capaz de darse cuenta de que el cuello está bajo el suelo por sí solo.»
Ayaka sonríe. Tanjirou siempre había sido inteligente.
«Tengo la certeza de que conseguirá derrotar al demonio»
Así que, exhalando, se deja caer sobre la pared con más fuerza y se quita el sudor de la frente. El pensamiento de quedarse allí sin hacer nada le planta un sentimiento ácido en el pecho, siempre ha sido así, al fin y al cabo.
En aquella pequeña esquina de metal y con olor a quemado, Ayaka piensa en el patrón, y por alguna razón, se lo imagina sonriendo.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Notes:
Me gusta mucho "El Lago de los Cisnes", es música muy agradable. "Pedro y el Lobo" también es muy dulce.
Chapter 13: Howl's Moving Castle AU! pt 5
Summary:
―Tan-san ―. Takeshi habla con cautela―. Será mejor que quites la mano de ahí. Mi señora está intentando hibernar.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Por mucha basura que haya en el castillo, Tanjirou no encuentra ni una mota de polvo.
Se deshace de cachivaches de cristal, pergaminos que se le deshacen en las manos y amuletos desgastados que no dan más de sí.
Tira botes de tinta vacíos, plumas con las puntas desgastadas y velas que se amontonan en los rincones de las estanterías y el alféizar de las ventanas. Ve en el marco de la puerta, marcados con tiza blanca, las medidas de alguien. Primero bajas, cerca del suelo y bien marcadas, siguen así desde el suelo al techo en pequeños intervalos, casi pareciendo diarios y rodeados de garabatos de soles y abejas.
Cuanto mayores se vuelven los intervalos y mayor es la altura marcada, los garabatos se vuelven más complicados, con campos de flores, ríos e incluso alguna que otra estrella de cinco puntas hecha con pulso inseguro.
Les recuerdan a Hanako, Takeo, Shigeru, el mismo tipo de amor infantil por las cosas plasmado en las paredes.
Tanjirou se sorprende al deslizar los ojos por la madera, siguiendo los prados florecientes e infantiles, y de repente no ver nada más.
A partir del metro cuarenta la superficie está limpia, y él casi echa de menos las caras sonrientes de las partes que están más abajo.
Ve también, esparcidos revoltosamente entre los huecos en los garabatos, los kanjis para el nombre de Zenitsu.
Tanjirou no toca ese marco de la puerta. Pero sí toca todo lo demás.
Le sorprende que, para ser un sitio tan descuidado, no haya tanto desorden como él había pensado.
Aquello parece no importarle demasiado a Ayaka, que al verle solo alza las cejas, escéptica, y le advierte para que "no se pase". Luego se encierra en el baño, pero eso realmente no es de su incumbencia.
No le da las gracias por limpiar.
Por alguna razón el único sitio del que no tiene que quitar la basura, sino también limpiar, es la chimenea de Takeshi.
El demonio del fuego está casi enterrado en una montaña de cenizas y carbón. Zenitsu le dice que "a A-chan no le gusta estar cerca de él", y Tanjirou cree que, de verdad, a ella no le gusta.
Después de que Zenitsu le asegurase que aquello era basura, él y Tanjirou organizan un rastrillo para deshacerse de los cachivaches de Ayaka. Consiguen vender lo que no es inútil (lo cual es poco, a la gran parte ninguno le encuentra uso) y se aventuran al mercado a comprar patatas para el almuerzo.
El mar es la cosa más hermosa que ha visto en su vida, el pescado es fresco y consiguen patatas baratas para hacer puré.
Habría sido una agradable velada si no hubiese sido por el enemigo.
Enormes naves sobrevolaron el cielo y empezaron a lanzar montones de papeles. Pronto todo se llenó de blanco y la gente huyó en estampidas, como si meras hojas de papel pudiesen hacerles daño.
Los soldados instruían a la gente para que se encerrase en sus casas y recogían a puñados la propaganda del enemigo, arrebatándosela de las manos a niños y ancianos. Tanjirou arrastra de la mano a Zenitsu de nuevo a aquel humilde (es decir, casi cayéndose a trozos) edificio que conecta al castillo y cierra la puerta con un estruendo, girando el pomo de la puerta con manos temblantes para que la vista de la ventana intercambiase el mar por los páramos tan conocidos para él.
Las pocas patatas que no se han caído en la huida no son suficientes para hacer algo decente y para entonces ambos él y Zenitsu están de acuerdo en que no les apetece comer nada, así que se sientan a la lumbre del fuego y dejan que el calor les derrita el miedo helado del corazón.
Pasa un rato para que dejen de oír el agua del alcantarillado, y cuando lo hace Takeshi alza una sola ceja en su cara dibujada por llamas y parpadea, por una vez confundido (o al menos eso cree Tanjirou que ve) en una cara que solo sonríe.
Luego viene un chillido.
Pasos apresurados bajan desde el segundo piso por la escalera. Ayaka aparece empapada y cubierta solo por una toalla y señala a Tanjirou con un dedo acusador.
Cabe destacar que tiene el pelo completamente amarillo.
―¡Tú! ¿¡Qué demonios has hecho!? ―. Y repite otra vez, apretando los dientes―. ¡Tú!
Se lleva las manos a la cabeza y se agarra los mechones de pelo casi con una ansiedad perturbadora.
―Yo he... uh, ¿limpiado el baño? ―titubea Tanjirou, sin poder apartar los ojos de la colorida mata de pelo en la cabeza de Ayaka. A su lado, Zenitsu traga.
Ella se agita el pelo una vez más y se dirige a él con paso firme, enterrando un dedo en su pecho.
―¿¡Eso te parece limpiar!? ¡Has mezclado mis productos del pelo con el tinte de Zenitsu! ¡No me creo que-! ―. Se para de forma abrupta, cerca de atragantarse con su propia saliva al tiempo que sus ojos se deslizan lentamente por la habitación, por los estantes vacíos y las esquinas solitarias. Casi parece terror―. ¿Qué...? ¿Dónde están mis... cosas? ¿Mis... mis reliquias?
―Pues... ―. Zenitsu tiembla, alzando un solo dedo para intervenir―. Las hemos... ¿vendido o tirado?
Ayaka se queda en silencio, mirando a una estantería que antes había estado llena de trastos.
―¿Incluidos los pendientes de sandía? ―murmura débilmente.
―Nos dieron tres monedas de oro por ellos ―dice Tanjirou, dando un paso atrás.
―Así que... los habéis vendido ―continúa Ayaka apretando los puños―. Os habéis deshecho de todo.
―Bueno, técnicamente... ―. Zenitsu intenta alzar la voz. Ella le corta con rapidez;
―¿¡Técnicamente el qué!? ¡Os habéis deshecho de todo! ¡No hay nada! ―. Ayaka se lleva las manos a la cara, al pelo brillante que no la favorece―. Y encima ahora tengo este horrible color de pelo... todo ha desaparecido... todo... os habéis deshecho de todo... y ahora yo soy... horrenda... ya no soy... bella... ¿y si no soy bella entonces qué valor tiene mi existencia?―suelta una risita ácida y da un paso atrás, sentándose en la silla delante de la chimenea―. No... he sido así desde el principio, ¿no? ¿Es por esto por lo que Kanao no me quiere? Kanzaki tampoco... Y Kobayashi... ¿Es porque soy horrenda? ¿Por que estoy sucia?
Tanjirou mastica los nombres lentamente y no reconoce ninguno más de lo que reconocería los de otra gente. Al menos supone que no hay manera de que Ayaka conozca a la Kanao con la que él es familiar.
―Ay no ―maldice Zenitsu, agarrándose instantáneamente al brazo de Tanjirou―. Está pensando en toda la gente que le ha dado calabazas y ahora va a tener un berrinche.
Él toma una bocanada de aire y suspira―. Se me da bien lidiar con berrinches.
La piel de Ayaka es fría cuando Tanjirou posa una mano en su hombro y frota de arriba a abajo.
―Venga, Aya, siento haberme deshecho de tus cosas ―empieza Tanjirou, arrullador―. Hay muchas que no conseguimos vender, podemos ayudarte a recuperarlas si quieres y, a decir verdad, no estás tan mal de pelirroja. Puedes teñirte otra vez y si te sirve de consuelo, al menos ahora ambos tenemos el mismo color de pelo.
―Tan-san ―. Takeshi habla con cautela―. Será mejor que quites la mano de ahí. Mi señora está intentando hibernar.
―¿Que está intentando qué....? ―. La próxima vez que mira a su mano está congelada.
La escarcha empieza a cubrir con un brillo azulado la pálida piel de Ayaka, que no hace más que enterrar la cara entre sus manos y, lentamente, deslizarse hacia adelante y sobre sus rodillas.
―Ay no, ay no, ay no ―murmura Zenitsu, retrocediendo a una esquina de la habitación―. ¡La última vez que pasó esto se llevó un mes convertida en un cubito de hielo!
El hielo le quema allí donde se le ha congelado la piel y Tanjirou no logra entender realmente qué hay de malo en ser pelirrojo, al tiempo que su pelo cambia de color y se vuelve verde, que se desliza lentamente hasta el final de sus puntas.
Ahora las sombras se extiende largas por la habitación, con un murmullo que hace retumbar el suelo y las paredes que parecen cernirse sobre ellos, queriendo comerles.
―¡Aya-san! ―. Takeshi apenas puede hacer nada para derretir la nieve cerca de él, que le moja la leña y le vuelve el candil más débil―. ¡Aya-san, no les necesitas! ¡A ninguno de ellos! ¡Yo te quiero! ¿¡No es eso suficiente para ti!?
"Tú no me quieres" resuena una voz profunda y oscura, doliente, en toda la habitación. "Y yo soy horrenda."
Tanjirou intenta tocarla de nuevo pero lo único que consigue es quemarse la mano. Él sisea y se aparta.
―¿¡Es eso lo que quieres!? ¡Vale, entonces! ¡Pero que sepas que yo nunca en mi vida he sido hermoso! ¿¡Hace eso a mi existencia inútil también!? ¡Ya he tenido suficiente!
Zenitsu le llama a sus espaldas "¡Tanjirou!" pero él sale del castillo y a los Páramos, con sus cielos nublados y su lluvia.
Cuando su arrugado y viejo corazón se desborda, Tanjirou rompe en llanto.
Se acaba empapando bajo la tormenta que desborda Market Chipping y las montañas aquel día, y acaba con el pelo pegado a la cara y helado hasta los huesos.
Un golpe constante de madera contra piedra aparece entre los rayos y el agua chocando contra el suelo, y en el horizonte aparece el espantapájaros que le había guiado allí en primer lugar, de alguna manera con sosteniendo un paraguas en un brazo.
Tanjirou se seca las lágrimas y se sorbe la nariz, dejando de sentir las gotas sobre él.
—Eres un espantapájaros muy bueno, ¿no?
—¡Tanjirou! —. Zenitsu sale corriendo tras él y entierra la cara contra su pecho—. ¡Por favor, no te vayas! ¡Te echaré mucho de menos!
Él le acaricia los mechones rubios y suspira.
—Tranquilo, Zenitsu, no voy a irme —. Mira al espantapájaros, que no se mueve—. Muchas gracias.
Y vuelve dentro.
—A-chan está muy mal —susurra Zenitsu contra su lado—. Si sigue así va a ahogar a ese estúpido demonio y el castillo se desmoronará.
Tanjirou corre más rápido.
—¡Tan-san, Tan-san! —. Takeshi parece rogarle en el charco de agua derretida—. ¡Haz algo, por favor, Tan-san!
—¡Manda agua caliente al baño! —. Aya está muy fría, cuerpo lánguido cuando la coge por las axilas y la levanta, deslizándose una y otra vez hacia abajo—. ¡Necesitamos hacerla entrar en calor!
Él la lleva hacia arriba por las escaleras y ¿oh, dioses, es esa su toalla al final de la escalera? Tanjirou no quiere asegurarse.
—¡Encárgate tú, Zenitsu! —le grita mientras la puerta del baño se cierra de un tirón, vapor saliendo de entre los huecos.
Tanjirou se toma un momento y piensa. No entiende cómo puede tolerarla, pero hará un esfuerzo.
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Notes:
Mi madre hizo fideos chinos, estaban muy sosos
Chapter 14: Cólera
Summary:
—Tenía un gato —dice Aya súbitamente—. Se llamaba Pelusa.
Tanjirou repite su nombre lentamente—. ¿Y qué le pasó?
—Un niño de mi pueblo le envenenó.
Le contaría la verdad. Toda la verdad.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
La soledad es algo que puede corromperte.
Se planta como una semilla en tu corazón y se alimenta de tristeza y miedo como si se alimentase de agua y luz solar. Las raíces se arraigan con fuerza en el pecho, las ramas crecen hacia afuera y se clavan contra los huesos y te rompen por dentro.
El maquinista del tren lo sabe muy bien, por eso no puede soportarlo.
Las muertes de su esposa e hijos le sirven como abono para aquella semilla, siempre ahí pero nunca alimentada. Y sin quererlo las espinas le crecen por dentro y aquella planta venenosa está ya tan arraigada en él que no es capaz de arrancarla sin que le destroce por completo.
El único remedio para su enfermedad es la muerte, dulce y gloriosa muerte que él es demasiado cobarde para obtener por sus propios medios.
Así que recurre a un pacto con el diablo.
Le estrecha la mano a Enmu, hace todo lo que él le diga, repitiendo en su mente que aquellos que se fueron le mirarían con buenos ojos.
No se le puede culpar de nada. A él, a quien el mundo le ha arrebatado todo, no se le puede reprochar que quiera arrebatarle la felicidad a alguien más para obtener la suya.
El maquinista agarra con más fuerza el punzón de hueso y observa con ojos nerviosos.
Los espadachines, se habían despertado hacía mucho e iban a cortarle el cuello al demonio que le había ensuciado las manos. Y él no puede permitirlo.
«Si es aunque sea solo uno, entonces podría hacerlo. Puede que el demonio me recompense por ello» Los ojos van a la niña temblorosa que se apoya contra la pared. Como si pudiese olerlo reconoce la soledad en ella, la misma semilla que había bebido de la tristeza y la desgracia. Ella también se quedó sin familia. «Me perdonarás, ¿no? Entiendes por qué tengo que hacer esto, ¿no? Sí lo harás, tú seguro que puedes entenderme, yo haría lo mismo por ti, entonces tú debes hacer lo mismo por mí»
No tiene tanta importancia, de todas formas ya se ve que la chica está en las últimas.
«Me perdonará» se dice una última vez.
Pasó tan rápido que todo se sentía borroso.
Él recuerda haber gritado, al tiempo que se lanzaba sobre ella con el punzón. Pero el pelirrojo se interpuso, a un suspiro de haberle cortado el cuello al demonio mientras aquella cosa con cabeza de jabalí gritaba su nombre.
Sintió la forma en la que el punzón se clavaba en sus entrañas, como desgarraba su interior y la carne blanda y se le llenaban las manos de su sangre caliente y viscosa.
La chica le observa, inmóvil y con los ojos muy abiertos. Luego la oyó gritar enfurecida, como un animal enloquecido por el dolor y venas marcándose en su cuello que palpitan, bombeando sangre para un corazón desenfrenado que no para de latir.
Ella le dio una patada y le mandó volando al otro lado del vagón, al tiempo que el tren se volcaba hacia un lado y todo daba vueltas. Siente un dolor palpitante en la pierna, y entre los restos de todo aquello y el polvo, mira hacia abajo para ver que está aprisionado bajo el peso del tren. Puede que así se pueda morir de una vez.
Al final le habían cortado el cuello, así que qué más poder desear.
Y la única manera de remediar sus males se desvanece y deja en su lugar el tren. El maquinista observa, en el aire, cómo el demonio se deshace en polvo y desaparece. Tiene ganas de llorar.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
El mundo se mantiene inmóvil, pero un millar de voces retumban en su cabeza. Pero la suya se alza sobre todas ellas como la más clara.
«No puedo morir» se dice Tanjirou, por encima del sordo pitido que le cubre los oídos. «Si me muero, ese hombre se convertirá en un asesino»
Piensa en Aya un segundo después. «Me echará de menos» intenta incorporarse inútilmente, con el dolor en su tripa tirándole hacia abajo. Si no fuese el hermano mayor, se habría tumbado. «Se sentirá muy sola si no estoy»
—¡Tontaro! —. La cabeza de Inosuke aparece en su visión borrosa y por alguna clase de milagro consigue oír lo que dice—. ¿¡Estás bien!? ¡Oye, no te me mueras!
Le da unas cuantas palmaditas en la mejilla y es lo molesto lo que hace que Tanjirou abra los ojos.
—Estoy bien —consigue decir él en un suspiro—. Ve a ayudar a los demás, ¿quieres?
—Bah, —dice Inosuke—. El tío que te acuchilló está atrapado bajo el tren, y la verdad es que me niego a ayudarle. Puede morirse por lo que a mí respecta.
—Inosuke —pide Tanjirou—. Hazme ese favor, ¿quieres?
Él gruñe suavemente, cruzándose de brazos como queriendo negarse, y al final exclama “¡Solo porque eres mi subordinado número tres!” Eso para Tanjirou es suficiente.
Inosuke se para un momento y se rasca el hombro—. Oye... ¿dónde está Yuno?
Y en la distancia, como si hubiese estado esperando aquel momento, ambos oyen a alguien gritar.
La negra cabeza de Aya aparece de entre los escombros, tomando hondas respiraciones y bufando como un toro que se vuelve loco al ver rojo, encima del maquinista que está atrapado bajo el tren y no se puede mover.
Su espada brilla en alguna esquina a la que no le toma importancia, mientras Aya rodea el cuello del hombre con sus manos desnudas y presiona. Presiona, presiona, presiona, intentando romper huesos y tendones y ahogar con la sangre resultante a aquel hombre que se había atrevido a tocar a Tanjirou.
Inosuke se ríe—. ¡Acaba con él, Yuno!
En cambio, a Tanjirou la vista lo único que hace es llenarle de pavor.
—Inosuke, —empieza débilmente, con la desesperación tirándole de las cuerdas vocales—. Inosuke tienes que parar a Aya.
Ella sigue con una mirada desquiciada, presionando hacia abajo mientras el maquinista, debajo, empieza a tornarse rojo. Tanjirou insiste de nuevo.
—Inosuke, por favor para a Aya.
—¡Pero te ha hecho daño en la tripa! —replica él, cruzándose de brazos. Tanjirou niega con la cabeza.
Él al final la cogió por los brazos y consiguió tirar de ella, con esfuerzo haciendo que los dedos se despegasen por fin del cuello, donde deja marcas moradas.
Sin importarle su garganta, Aya grita—. ¡Voy a matarte! ¡Voy a matarte con mis propias manos! ¡Juro que lo haré, y no habrá sitio en el que puedas esconderte de mí! ¡Juro que te mataré sin importarme donde te escondas!
El maquinista suelta un quejido temeroso y empieza a toser, mirando a Aya mientras se revuelve en los brazos de Inosuke, gritando y chillando promesas de muerte y venganza.
—¡Voy a matarte!
—¡Akiko, deja de revolverte! —dice Inosuke, quien intenta en vano mantener a Aya entre sus brazos.
El maquinista se gira hacia ellos con lágrimas en los ojos.
—¡Demonio! —exclama aterrorizado—. ¡Tú eres la demonio aquí! ¡Aléjate de mí, monstruo!
Y así sin más, Aya dejó de moverse.
Deja sin resistirse que Inosuke la siente a un lado de Tanjirou, sin decir una palabra cuando se va a ayudar a los heridos, por petición de Tanjirou, dejándoles solos.
—Tú también deberías ir a ayudar —empieza él—. Seguro que Zenitsu y Yuu agradecerán toda la ayuda que pueda.
Aya, silenciosamente, niega con la cabeza.
—Oye —. Cuando Tanjirou toma ambas manos de Aya entre las suyas, éstas están temblando. Él dice su nombre como un rezo—. No voy a irme, ¿vale? Me voy a quedar aquí, puedes ir con los demás.
—Yuu ya es suficiente ayuda —susurra ella, voz ronca—. Se le da bien, el cuidar de la gente, no me necesitan.
Tanjirou frota sus nudillos con un pulgar, fijándose en sus brazos desnudos—. ¿Dónde está tu haori?
Aya se encoge de hombros. Su olor está por todas partes, dulce y tan tierno como flores tiernas, y él deja que le inunde los sentidos y hasta la última pizca de su ser. Silencio.
—De verdad creo que deberías ayudar a los demás —insiste Tanjirou de nuevo. La vista de Aya está fija en su estómago, donde el carmesí ha convertido al negro de su uniforme en un color incluso más oscuro.
—Voy a quedarme contigo porque yo... yo te... tú... —. Y suelta un bufido por la nariz, negando con la cabeza sin decir otra palabra.
—Aya —intenta él una vez más. Luego, en un susurro—. ¿Es que crees que me voy a morir?
Ella se mantiene en silencio, mordiéndose el labio suavemente. Lo único que hace es apretar más su agarre en las manos de Tanjirou, al tiempo que los hombros empiezan a sacudirse.
—Por favor, no llores —dice Tanjirou, al ver como por las mejillas se le empiezan a deslizar gruesas lágrimas saladas—. Aya, por favor, no llores.
—¿Cómo puedes pedirme tal cosa? —solloza Aya, soltando una sola mano para quitarse las lágrimas de la cara—. Te estás desangrando delante de mis narices, y aun así me pides que no llore. ¿Es que te importa siquiera tu propia vida? Lo único que sabes hacer es pedir disculpas y yo continúo llorando y llorando, parezco una niña pequeña, es como si fuese lo único que sé hacer. Menudo dúo estamos hecho.
Se seca por última vez las lágrimas en un intento inútil y se coloca un mechón tras la oreja, mano volviendo al sitio seguro en el que se han convertido las de Tanjirou.
—Estás enfadado conmigo —. Ante esto, él se mantiene callado. Los ojos de Aya son suplicantes—. Por favor di algo.
—No estoy enfadado —dice casi por instinto. Se acerca las manos de Aya a la cara, intentando calentarlas con su aliento. Podría besarlas, piensa, besarle los nudillos y las palmas y cada centímetro de piel expuesto, pero no lo hace—. Solo estoy... molesto.
Aya le da un suave apretón a sus manos—. No mientas para hacerme sentir mejor —. Observa cuidadosamente la cara de Tanjirou, como bebiendo todas y cada una de sus facciones—. Por favor. No quiero que hagas eso.
Tanjirou toma una bocanada de aire, intentando empujar hacia abajo el dolor de la herida en su estómago.
—Estaba enfadado porque sentía que no te importaba —. Desvía un momento los ojos hacia otro lado pero vuelve a mirarla, más decidido—. Porque siento que no te importo.
Aya tuerce los labios y suelta un murmullo amargo.
—¿Es eso lo que de verdad crees?
Él no puede hacer otra cosa que asentir, barbilla aún por encima de sus manos entrelazadas.
—Es solo que... yo te conté todo —. Tanjirou juega con los dedos de Aya entre los suyos, ásperos y toscos comparados con los finos y suaves—. Y sin embargo, tuve que enterarme de muchas cosas sobre ti por boca de otras personas, ni siquiera me dijiste que te peleaste con Genya.
Tanjirou alza la mirada a sus ojos grandes y expresivos. Enmu había tenido razón.
—Los amigos están para estas cosas y-
—Tenía un gato —dice Aya súbitamente—. Se llamaba Pelusa.
Tanjirou repite su nombre lentamente—. ¿Y qué le pasó?
—Un niño de mi pueblo le envenenó.
Le contaría la verdad. Toda la verdad.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Descender al mar oscuro que eran los recuerdos de esa época era asfixiante tanto como lo sería sumergirse en un mar de verdad.
Así que recuerda, por una vez, con vividez y claridad lo que no había querido aceptar. Con voz ronca, Ayaka narra.
“Por alguna razón, yo le parecía muy interesante a aquel niño de mi pueblo.
A pesar de que yo nunca había hablado con él, y de que era una niña enferma, él me consideraba alguien muy importante. Especial, incluso.
Nunca entendí el por qué, yo siempre había creído que era bastante simple. Bueno, antes de darme cuenta de que no todos veían como yo, pero no le daba nunca demasiada atención porque ni mi madre ni mi padre parecían tomarle importancia y me negaba a escuchar los susurros de la gente del pueblo sobre nosotros.
Creo que no solo yo lo hacía, sino que mis padres también.
En aquel entonces creía que no se daban cuenta, de que no eran conscientes de todo lo malo que decían sobre nosotros y yo era la única en casa que podía verlo. Pero creo que esa era solo yo, creyendo saberlo todo.
No sé por qué pero todos parecían ignorar muchas cosas, como fantasmas que se saludan y no comentan las cadenas que les pesan.
Me da la sensación de que fue de mis padres de quien aprendí a mirar a otro lado, de quien aprendí a ignorar las desgracias a mis espaldas. Así era más fácil.
Aquel chiquillo venía de una familia pequeña. Su madre se había quedado embarazada algunas veces antes y después de tenerle a él, pero de una manera u otra o el bebé nacía muerto o de repente abortaba porque se había caído por unas escaleras o simplemente pasaba.
Todos sabían que era el padre el que le pegaba palizas a la madre y que la única razón por la que el niño había nacido era porque, durante los nueve meses en los que estuvo en el vientre de su madre, el padre se había ido a la guerra y volvió un año después, encontrándose con que tenía otra boca que alimentar. Aquello fue algo que le enfureció aun más.
Yo no conocía personalmente al padre de Takeshi, las pocas veces que había ido a comprarle sandalias él mismo me había atendido mientras su padre estaba tras el mostrador. Una vez mi madre mencionó que era conocido por tener ataques de ira que pagaba con quien se le pusiera delante, lo cual no me parecería extraño creer.
Cuando yo tenía unos siete años y él tendría unos ocho se esparció por todo el pueblo la noticia de que la madre de Takeshi había muerto. Yo no le tomé importancia, creo que por entonces había pillado una pulmonía y me pasé un mes en cama. Nadie dijo nada sobre ello, ni siquiera mis padres, así que aquello pasó sin demasiada importancia entre la gente. Takeshi se quedó solo con su padre.
Es solo ahora cuando pienso en ello detenidamente, que recuerdo ya después de que se hiciese normal el que su madre no estuviese, una vez que fui a su tienda.
No solo vendía sandalias, vendía un montón de cosas más, y él hablaba de forma tan educada y en un tono tan dulce que te hacía querer comprar cualquier cosa que señalase. Por suerte yo, aunque fuese pequeña, tenía solo el dinero justo para comprarle un par de calcetines para mi padre, así que no pudo venderme nada más.
Yo hacía poco que me había recuperado de una fiebre, no recuerdo qué enfermedad fue, he sufrido por tantas que realmente no me acordaría. Así que como hacía poco que había salido de la cama yo tenía ese aspecto de enferma pálida que se suele tener después de unos días terribles.
Él me miró mucho, como si no pudiese quitarme la vista de encima. Yo estaba ligeramente sudorosa y temblaba, como cualquier otro en mis circunstancias lo estaría, y en algún momento recuerdo que me tomó de la muñeca para ponerme en la mano una de las sandalias y que yo me fijase en los adornos de la suela. Me apretaba la muñeca con tanta fuerza que yo tuve que quejarme para que me soltase, pero aun así tardó unos cuantos segundos en dejarme ir. Creo que si no hubiese dicho nada, me la habría roto.
Siempre fui una niña un poco pequeña. Aunque robusta, era débil y no tenía demasiada fuerza, y solía estar muy delgada porque no había demasiada comida en casa y mi cuerpo parecía nunca estar satisfecho por muchas fuerzas que intentase reunir.
No estoy segura, pero creo que eso le gustaba.
Cuanto más crecía más resistente me volvía yo a las enfermedades, hasta que pude empezar a salir de mi casa y relacionarme con los otros niños. Yo no lo habría hecho si no fuese porque Yuu lo había hecho, por lo que le seguí como un perro fiel.
No sé si Yuu te contó eso, ¿sí? Entonces prefiero no rememorarlo. Solo diré que no fueron niños muy amables.
Hubo un momento en el que algo dentro de mí se rompió, y creo que aún a día de hoy sigue roto. El mundo no era un lugar lleno de felicidad y amor como yo había creído hasta aquel entonces, no era como mis padres habían predicado. Dejé de creer que hubiese nadie amable que no fuesen ellos y aun así les resentía porque eran los únicos. Siempre fue algo que ignoraban, ignoraban muchas cosas y yo perdí toda fe alguna de que pudiesen llegar a ayudarme.
No pude soportarlo más y no volví con aquellos niños, al final todo era... doloroso. Sin importar qué hiciese, me había sumido en un pozo profundo del que mi pequeño yo no parecía ver la salida. A veces me gusta pensar en qué pasaría si te hubiese conocido en aquel entonces, en si tu presencia hubiese cambiado las cosas. Pero supongo que no sirve de nada planteárselo.
Durante meses había visto a Takeshi a diario, y él nunca me quitaba los ojos de encima, en ningún momento. Siempre me asustó.
No comí demasiado en aquella época, y ahora que lo pienso, puede que inconscientemente hubiese preferido morirme. La medicina es cara, ¿sabes? Me sentía, de una manera u otra, una carga para mis padres. Había llegado a tenerles un gran recelo y asco por todas nuestras desgracias a la par que les amaba con toda mi alma y les deseaba lo mejor. Nunca quise admitirlo, las buenas hijas no tienen esos pensamientos, pero me gustaría confesártelo a ti.
No sé si Takeshi sabía, como si pudiese leerme la mente, de aquel disgusto que crecía en mí cada vez que pensaba en mis padres. Tampoco sé si es que fue por eso por lo que mató a los padres de Yuu en vez de a los míos. Irónicamente, mi resentimiento hacia ellos les había salvado.
Al ver el fuego en su casa cogí una espada y corrí hasta allí. Los padres de Yuu yacían muertos dentro de la casa y todo estaba en llamas, pero por suerte Yuu seguía vivo. Le prometí que mantendría al demonio a raya.
Pero yo no sabía utilizar la espada, tenía tanta fuerza como se podía esperar de una niña enferma y él era un demonio. Así que fácilmente consiguió inmovilizarme.
Me contó todo lo que le hacía su padre, sin dolor o llanto, como algo que simplemente pasaba y nada más. Me dijo, también, que yo le gustaba. Yo no pude creerle.
Ofreció dejar a la gente del pueblo en paz si yo me iba con él. Le encantaba tocarme y lo hacía mientras hablaba sin parar.
Decía que el mundo tenía un órden natural, que él lo había comprendido al ver, en el salón, al cadáver de su madre allí sin vida.
Aquello era para él lo mismo que un gusano en las fauces de un pájaro, que todo se sentía extraño en su casa y que, ante aquella vista, sintió que todo volvía a la normalidad.
Su madre, una cosa débil y pequeña que se había resistido a morir, por fin yacía inmóvil como debía ser, presa de algo más grande y fuerte que ella.
Él era consciente de que, después de su madre, la siguiente cosa débil y pequeña que quedaba en aquella casa era él.
Así que cuando se le ofreció convertirse en demonio, años después, él aceptó.
Y cuando él me ofreció dejar a la gente del pueblo en paz, yo también acepté.
Solté mi espada y dejé que cayese al suelo, no pude matarle, fui incapaz de hacerlo. Aunque solo hubiese tenido que presionar un poco para cortarle el cuello yo era demasiado débil, demasiado blanda, demasiado amable, y no pude hacer otra cosa que aceptar sus condiciones.
Le abracé y le sostuve entre mis brazos. Él se derritió como un niño pequeño, me besó y me acarició, me susurró dulces mentiras al oído mientras sus ojos miraban debajo de mi piel, a la sangre que le habría parecido lo más apetitoso que podría haber probado. Yo quería llorar.
Entonces el Sol empezó a salir.
Takeshi intentó separarse de mí, presintiendo que aquella luz no era buena para él, pero yo no le solté. Es más, le mantuve donde estaba.
Empezó a revolverse, intentando alejarse de la luz del Sol mientras yo me agarraba con toda la fuerza que podía a su cuerpo, enterrando la nariz en su hombro mientras lloraba. Me preguntaba a mí misma qué habría pasado si alguien hubiese intervenido, si alguien hubiese hecho algo, qué habría pasado con aquel niño.
Lamentaba el que las cosas hubiesen llegado a aquel punto, y mucho después de que él se deshiciese en polvo yo continué llorando allí donde me había mancillado a mí misma con un amor impuro. Sentía que me había traicionado. Y juré no dejar nunca más que algo así me volviese a pasar.
Para cuando Himejima-san apareció, yo ya me había colapsado.”
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Aya termina de narrar y se mantiene en silencio, con una pesadez a su alrededor que habla de luto. Tanjirou no abandona el agarre en sus manos.
—Siento que te pasase todo eso.
Ella parpadea, como dándose cuenta súbitamente de que está allí y volviendo al mundo terrenal.
—Está bien —. Su voz sigue ronca—. Lo tuyo es peor.
—No, no lo es —dice Tanjirou—. No está bien. Lo que te pasó fue horrible, Aya.
Se mantiene un momento en silencio—. ¿Lo fue?
El que dude casi le enfurece.
—Por supuesto que lo fue —insiste—. Fue una monstruosidad.
—Oh —dice Aya—. ¿Puedo llorar, entonces?
Tanjirou le aparta un mechón de la cara—. ¿Quieres hacerlo?
Aya toma una temblorosa bocanada de aire, con ojos relucientes de lágrimas.
—Creo que sí.
Apoya la cabeza en algún punto de su abdomen, por encima de la mancha de sangre que marca la herida, y se aferra a su uniforme.
—Siento llorar tanto —murmura Aya, silenciosamente empapándole la ropa.
—Está bien —le asegura Tanjirou—. Ha sido una noche larga, quizá deberías dormir.
Ella solo se agarra más a su uniforme.
—¿Me prometes que no te morirás si me quedo dormida? —susurra.
—Lo prometo —le susurra Tanjirou de vuelta.
—Todavía tienes que hacer que Nezuko vuelva a ser humana y no te he presentado a Himejima-san... o a aniki —continúa Aya susurrando.
—También tengo que matar a Muzan —añade él. Ella solo asiente lentamente.
—Lo siento de nuevo, Tanjirou —. Y eso es lo último que suspira antes de quedarse dormida.
En cambio él debe quedarse despierto, se lo prometió a Aya y se lo prometió a sí mismo. Intenta pensar en algo que no sea su herida o el dolor que le deja mareado.
¿Cómo era aquel dicho? ¿No hay descanso para los malvados?
—¡Eh, Tanjirou! —. Yuu aparece en el horizonte y le hace un gesto con la mano, corriendo hasta ellos. Se arrodilla a toda prisa frente a Aya, cuya respiración trabajosa choca contra el pecho de Tanjirou.
—Ay, Dios —murmura Yuu para sí, levantándole la cabeza levemente a Aya para posar una mano sobre su frente. Saca del bolsón un termómetro y se lo pone bajo el brazo.
—¿Qué debería darle? No sé si... —. Parece darse cuenta una segunda vez de que Tanjirou está allí—. Ayúdame a incorporar a Ayaka, no quieres saber lo que pasará si vomita boca abajo.
Tanjirou alza una ceja—. ¿Si vomita? Solo tiene la garganta herida.
Yuu alza las manos al aire como harto de todo mientras ambos tumban a Aya en el suelo—. ¡La muy so boba vino sabiendo que estaba enferma!
Con el haori de Tanjirou él le hace una almohada y, al verla temblar, se quita la chaqueta del uniforme y se la posa sobre los hombros a falta del haori del patrón.
—Aya... ¿está enferma?
—Podría apostar a que lo ha estado incluso antes de venir, sí —dice Yuu. En un momento distraído mira a Tanjirou, ahora visible a mancha viscosa en su estómago que pinta de rojo su camisa blanca, y suelta un gruñido de frustración—. ¡Inosuke me dijo que te habían apuñalado pero no creí que fuese tan malo!
Yuu, sonrojado, le dice que se abre unos cuantos botones de la camisa y le hace presión en la herida, vendando con cuidado su torso. Tuvo el impulso de decirle que le dejase y que fuese a atender a Aya, pero le prometió que no moriría, así que no lo hizo.
A su lado, Aya sigue durmiendo.
—Siempre he creído, —empieza Yuu—, que Ayaka es demasiado buena.
Tanjirou gira la cabeza hacia un lado, esperando, mientras Yuu termina de arreglarle el vendaje.
—Su sueño. El sueño de Ayaka —continúa Yuu—. ¿No te lo mencionó siquiera?
Él niega con la cabeza, de repente con la curiosidad carcomiéndole por dentro.
—Creo que era una especie de paraíso en el futuro. Toda su familia estaba allí, y, no lo vi, pero no me sorprendería que hubiese tenido algún hijo —. Yuu se encoge de hombros y ata un nudo al final de las vendas—. Aunque comprendo que no te lo mencionase, tú estabas allí, más mayor, pero estabas. Debe haber sido vergonzoso para ella.
Tanjirou vuelve a tumbarse y, dioses, le duele muchísimo.
—Dejé un par de cosas al otro lado del tren —le dice—. Iré a por ellas, así que no te muevas. —. Yuu suelta un suspiro tembloroso y murmura—. Hidrógeno.
Así que mientras se aleja, Tanjirou intenta no morir.
Pero el saber que no le ha dado su corazón a alguien malicioso y mezquino le trae un inmenso alivio.
Al final su nariz había tenido razón, él no había estado equivocado en guiarse por lo dulce.
El dolor le nubla los sentidos y la mente, como neblina que se materializa en los huecos entre su cráneo y su cerebro y le deja confuso.
Rengoku aparece y le indica lo que debe hacer, la manera en la que debe respirar. El dolor mengua pero aun así los oídos le siguen pitando. Es entonces cuando aparece, a toda velocidad y sin previo aviso.
La Luna Superior Tres.
Lo primero que hace es intentar matarle, y lo habría hecho de no ser por Rengoku.
Le corta el brazo por la mitad y le deja sangrante, y Tanjirou observa como la herida se le sana rápidamente. Diría que es magia si no supiese que la magia no existe.
El demonio se presenta como “Akaza”.
Por un momento parece sorprendido mientras los ojos se deslizan desde Tanjirou a la figura durmiente de Aya.
—A esa no la había visto —murmura para sí, aunque lo suficientemente alto como para que Tanjirou le oiga. Akaza entrecierra los ojos, pensativo, y la sorpresa le cruza un momento por los ojos—. No tiene espíritu de lucha.
Luego se gira hacia Tanjirou:
—Si no cuidas de ella como debe ser le quedarán secuelas —dice divertido—. Si no me equivoco, es algo más que un resfriado.
Rengoku se interpone entre ellos para tapar la vista de Tanjirou y Aya de aquel demonio—. Me temo que voy a tener que pedirte que dejes a mis kouhais en paz.
—No seas así, pilar —le dice Akaza—. Y yo que creía que podríamos entendernos.
—No veo que eso sea posible —. Rengoku agarra con más fuerza su espada.
Y así, lucharon.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Notes:
Creo que Ayaka y Tanjirou son ambos muy trágicos.
En otras noticias, si llegase a hacer un servidor de discord, ¿se uniría alguien? Probablemente me dedicaría a hablar hasta cierto punto de esta fic sin hacer demasiados spoilers, hay mucho simbolismo y ese tipo de cosas no se pueden poner textualmente en papel, así que me gustaría bastante explicarlo, incluso compartir bocetos de todo en general, no miento cuando digo que dibujo mucho a Aya y compañía. Además de que probablemente haya más libertad para diálogo o comentar la fic en sí hdjhdjh. Aunque solo lo haría si hay suficiente gente interesada.
Chapter 15: Vestigios
Summary:
Es un día cualquiera, no sabe si hay algo distinto porque en su existencia no hay principio ni fin y aunque pueda sentir y pensar y soñar, todo es monótono. Como un largo e interminable vuelo.
Solo que la Luna se cierne sobre el cielo y se acerca, como un ojo observándole desde arriba que quiere verle con más cuidado y por eso baja.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
La vasta extensión de montaña ha sido su hogar desde que nació.
La pequeña llama no tiene nombre, no lo necesita en el lugar en el que vive, pero tiene recuerdos y conciencia. Como una pequeña chispa, nace del corazón de alguien más y vive allí donde está su alma. Ella misma se siente pura y cálida y todas las cosas buenas en el mundo, los dioses quisieron aquella alma y la llenaron de amor una vez tuvo que ir a la tierra.
No era el único, sus hermanas habían bailado con ella y danzado en el dominio del elegido. El cielo parece no tener fin y los días son interminables allí, en el lugar donde apareció por primera vez. Todo era infinito.
Luego acabó aquí, como si le mandasen, “Cuida de ella, no la dejes sola.” Y la llama dedicó sus días a bailar entre la hierba y jugar con la Luna en aquel prado donde las flores crecían altas y las enredaderas trepaban por los árboles.
Al principio todo estaba apagado, las flores eran blancas y las mariposas escasas. El contraste de la noche permanente con su amado luz del Sol fue algo extraño al principio. Antes todo siendo tranquilo, sin el Sol, parecía más agitado.
Y bajo las estrellas y escondidos en la oscuridad los animales del bosque se dedicaban a correr y acechar, pero nunca haciéndole daño.
Cuanto más tiempo pasaba más agitado se volvía todo.
Las mariposas empezaron a aparecer volando por el aire en bancos gigantescos que cubrían árboles completos con sus alas de colores, antes solo lirios, ahora había un sin fin de plantas que florecían bajo cada paso que la llama daba; girasoles, crisantemos, rosas, tulipanes, campanillas. Aparecían bajo sus pies y crecían hasta ser más alto que la llama, que siempre acostumbrado a la nada infinita tenía problemas para mantenerse por encima de ellas.
Pero le gustaba.
Las flores olían bien, las abejas hacían paneles de los que goteaba reluciente miel y los pequeños riachuelos fluían cerca de los campos y reflejaban las estrellas en el cielo.
Es vasto y extenso y fértil de una manera que no lo había sido su lugar de nacimiento, con una semilla allí en su pecho creciendo con raíces fuertes y que se entierran en su interior.
Está segura. La llama ama a la mujer en la Luna y ella la ama de vuelta.
Ella la estrecha entre sus brazos, la llena de besos y la acerca a su pecho, manteniéndola ahí durante largo tiempo como si temiese que la llama se fuese a desvanecer de entre sus dedos.
Y el tiempo que pasan juntas está lleno de dicha y de paz, ella piensa que esto es cómo se siente la felicidad.
Luego hubo oscuridad. Total y completa oscuridad.
Un día todo empezó a crecer, a crecer demasiado. Los colores eran lo más vívidos que había visto alguna vez, flores abriéndose y produciendo fruta, las mariposas crecieron grandes, la hierba se tornaba solo más alta y más alta, la Luna se cernía sobre el cielo y parecía querer taparlo todo. Un segundo, es lo que tardó en pudrirse.
La tierra se deshizo en cenizas y todo se torna gris y ceniciento, con olores pestilentes tomando el lugar de dulce, dulce amabilidad.
La llama había querido recoger flores para trenzarlas en una corona y dársela a su canción, quien le esperaba paciente en mitad del prado, como observando como una madre.
Pero ella se deshace en cenizas cuando intenta tocarla y desaparece sonriéndole. Su canción desaparece llevada por la brisa junto a todo aquello que les había traído alegría. La única cosa que queda entre la oscuridad es la bola enorme y brillante, con pelo de fuego y una cara serena plasmada en su interior.
Todo se funde en la nada.
Y ya que no tiene nada que hacer, la pequeña llama duerme.
Pasa mucho tiempo, soñando con el tiempo que le han arrebatado y la paz que ha perdido y no recuperará nunca más. Hasta que vuelve a ser llamada de nuevo.
“Cuida de ella, no la dejes sola.”
Es el mismo sentimiento, y lo vuelve a saborear como caramelos de una infancia pasada hace mucho.
Esta vez, es una montaña.
El afecto que queda de las cenizas de los prados le empujan a que ame a ésta, pero la llama echa de menos su canción.
Solo hay peleas y gritos y reclamaciones ácidas sobre lo que no tienen una o la otra, sobre lo que les falta o necesitan y no tienen valor de conseguir.
La llama reconoce la calidez en la niña y es a ella a quien se apega, pero ella solo llora, igual que la mujer de la Luna al principio lo había hecho. Así que piensa que a lo mejor si se queda un poco más, ella volverá.
Es un día cualquiera, no sabe si hay algo distinto porque en su existencia no hay principio ni fin y aunque pueda sentir y pensar y soñar, todo es monótono. Como un largo e interminable vuelo.
Solo que la Luna se cierne sobre el cielo y se acerca, como un ojo observándole desde arriba que quiere verle con más cuidado y por eso baja.
La Luna baja a la tierra, acompañada de carrozas, tambores, cascabeles y un séquito de acompañamiento que la siguen a los lados como escolta de una diosa.
El disco plateado en el que se ha convertido se posa detrás de ambas la niña y la guerrera.
Las flores del infierno crecen y crecen como lo habían hecho las otras, florecen tanto que se les caen los pétalos y solo quedan los tallos y las hojas. La llama teme que todo vuelva a desaparecer como pasó la última vez así que corre.
El séquito que había acompañado a la Luna en su descenso a la tierra toca más fuerte, la luz que se refleja en el disco brilla incluso con mayor intensidad.
“¿Me prometes que no te morirás si me quedo dormida?”
“Lo prometo.”
La llama encuentra a los restos de la canción con ellos, Luna alzándose como un halo por detrás de sus cabezas.
—Lo siento —. La guerrera se arrodilla frente a la niña. Ella la mira. Ambas tienen todos sus ojos abiertos—. Nunca debería haber puesto un dedo sobre ti.
—No pasa nada —. La niña sonríe—. Te perdono.
La nieve que queda en los caminos termina de derretirse por completo, dejando la hierba brillante con una fina capa de agua.
Los tallos que quedan de las flores del infierno crecen altos y se convierten en troncos. El aire huele a vainilla cuando de ellos y todos los árboles empapados de agua helada florecen y brotan glicinias, que llenan el aire de pétalos teñidos en colores suaves.
La nieve que antes cubría todo ahora es reemplazada por una nieve distinta, con las flores cubriendo todo lo que puedan tocar.
Con una última bomba de luz, la Luna llega a la Tierra.
La llama se queda estática por un momento. Las estrellas la siguen, formando una estela alrededor de sus hombros en forma de haori y pintando su kimono. Es hermosa y enorme y brillante y parece que el mundo gira a su alrededor.
Se alza por encima de los árboles y las montañas y casi parece tocar el cielo, con un halo enorme tras la cabeza plateado y azul oscuro que le dan el toque que necesita al peinado a lo alto de la cabeza.
La mujer de la Luna se arrodilla sonriente, pendientes ovalados tintineando al hacerlo y los mechones que le enmarcan la cara le hacen cosquillas a la llama cuando ésta se arrodilla y la toma entre sus enormes manos.
—Mi niño —. Su voz retumba en todas partes con la intensidad del todo y la nada, tan profunda como aterciopelada.
Las pestañas le enmarcan los ojos que se dirigen hacia abajo para mirar a la llama, diminuta en su palma, al tiempo que se la acerca a la cara para observarla más de cerca.
La expresión le cambia completamente cuando echa al aire una carcajada que hace a una bandada de pájaros a lo lejos salir volando.
—¡Por fin! ¡Echaba tanto de menos la Tierra!
Empieza a saltar ilusionada y el mundo tiembla cada vez que cae, pero a ella parece no importarle mientras da vueltas, apegando a la llama contra su pecho.
—¡Esto es tan bonito! ¡Siempre se me olvida lo hermoso que es todo aquí! ¡Me encanta!
La pequeña llama hubiera sonreído si podría.
Sí, esta es su canción. Y no dejará que le pase nada de nuevo.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
No sabe cómo es posible llegar a un sitio así, o si él debería estar aquí en un primer lugar.
Se siente como si no debiera estar aquí, como si su sola presencia manchara la pureza del cielo infinito y sus azules suaves. Pero no hay nada más que el chico enfermo de tuberculosis pueda hacer.
Decenas de criaturas brillantes y cálidas acuden a su llegada, revoloteando a su alrededor con curiosidad y gentileza. No irradian nada que no sea paz.
Las nubes se extienden enormes por el cielo esponjosas, el paisaje no parece acabar nunca por muy lejos que mire. Se habría perdido por la eternidad allí si no fuese porque las criaturas le toman de la mano, le empujan y le guían a donde quiere ir.
Él no puede parar de pensar. "Es hermoso, todo esto es hermoso." Porque la delicadeza con la que los dioses han pintado aquel paisaje parece de otro mundo.
¿Es posible que una persona sea tan hermosa por dentro? Puede que sí. No cree haber conocido a nadie que se acercase a tal belleza, tal etérea perfección donde sea que mire.
Es la amabilidad el sentimiento cálido que le corre por las venas, que le llena el corazón, que hace que su pecho se vea brotando alegría y felicidad y aleje de allí los demonios oscuros, la desesperanza, la tristeza o la desesperación.
Todos ellos se deshacen en cenizas y no tiene la fuerza de aferrarse a ellos para que le empujen a seguir adelante. Al principio se había agarrado a aquella aplastante miseria que le habían rodeado a él y a su condición.
Estaba enfermo y se iba a morir, no había más verdad que aquella.
Pero esto es diferente.
Todo el miedo, la pena y la frustración desaparecen, siendo reducidos a mero polvo bajo el calor de aquella bola brillante que se mantiene en lo alto del cielo cual Sol que ilumina su alrededor.
Voces de ángeles parecen sonar en sus oídos, y cantan melodiosas, ahogando cualquier otra cosa que haya podido romper aquella armonía tan perfecta que se crea en todo aquello que la luz solar toca.
Las pequeñas criaturas brillantes le agarran de la mano y tiran de él, son suaves y cuidadosas y le tratan con el mayor del cariño, como si él estuviese hecho de cristal y ellas quisieran arreglar con su calor las grietas en su alma, soldarlas para que sane y no sufra dolor nunca más.
Se siente como si le besasen por todo el cuerpo, espolvoreando por su piel pequeños besos que le hacen cosquillas y hacen que la luz de la que están formadas pase dentro de él, que sus huesos y sus venas se llenen de dicha y gloria que no encontrará en ninguna otra parte.
No recuerda haberse sentido así nunca, no cree sentirse así de nuevo, tampoco. Y si no hubiese estado disfrutando de aquel sentimiento puro y maravilloso al que llaman ser amado puede que la amargura de la desaparición del mismo le hubiese hecho volver a caer en un poco cavado por la angustia.
Pero el chico enfermo y moribundo quiere ir a la tumba recordando este sentimiento tanto como pueda, así que aleja los ácidos y agrios y se centra en recordar esta plenitud que le llena por completo.
Entonces es cuando ve, en la distancia, aquella bola que el demonio había descrito y que él estaba destinado a romper.
El punzón de hueso le trae de vuelta todo aquello de lo que se había querido olvidar, la razón del por qué está aquí en un principio. No puede fallar, porque quiere ser envuelto por dulces fantasías y morir en paz sin tener que pensar en sus errores y lamentos. Pero no quiere destruir algo tan hermoso tampoco, no quiere romper lo único que le ha traído paz desde que se enteró de que se moría lentamente y tendría que decirle adiós a la vida.
El núcleo del alma cuelga puro y transparente por encima del suelo, como si no estuviese destinado a mantenerse en el suelo y el camino que los dioses eligieron para él estaba por encima de todo lo que ninguno de ellos pudiese siquiera concebir en su mente.
El Sol está destinado a iluminar a todos a su alrededor y calentar con su calor a la tierra y sus criaturas, no debe quedarse en el suelo para congeniar con seres mortales sino cumplir su deber. Por eso es por lo que los dioses le han dado poder.
Pero con raíces enterradas en el reflejo del cielo que es el suelo, alzándose alto con un tronco grueso, de árbol viejo y milenario, se levanta un árbol de glicinias.
Sus flores moradas y perfumadas crean cortinas alrededor del Sol, previniéndole alzarse más alto con lo cual le mantienen en la tierra y consciente de que es nada sino mortal.
El olor hace que sus músculos se relajen, qué dulce, y sin un segundo de duda, el chico enfermo cae sobre sus rodillas. Las incontables criaturas le rodean y le dan confort, así que él llora.
Notes:
Realmente no tengo demasiadas esperanzas pero si alguien quiere unirse al server de discord, aquí está! https://discord.gg/4CZMCpET
Si no recuerdo mal durará un día, así que si el link ya ha expirado y alguien quiere unirse, que lo diga y le pasaré el link por mensaje, muchas gracias!
Chapter 16: Tsukimi
Summary:
Su mente escucha murmullos:
"Toc toc, conejito de la pequeña montaña.
¿Por qué tus orejas son tan largas?
Cuando mi madre era pequeña, comió las hojas de un gran árbol.
Y por eso mis orejas son tan largas."
No sabe si son sus deseos propios los que afectan a sus delirios, pero se imagina mucho a Tanjirou. Está paseando por la habitación, entrando y saliendo por la puerta, abriendo las ventanas, incluso dejando un jarrón de cristal con flores coloridas en su mesita, donde guarda las bellotas de Inosuke. Cada vez que le ve, Ayaka no es capaz de llamarle para que acuda a ella, así que se contenta con observar a la ilusión de Tanjirou en silencio.
"Toc toc, conejito de la pequeña montaña
¿Por qué tus ojos son tan rojos?
Cuando mi madre era pequeña, comió el fruto de un árbol rojo.
Y por eso mis ojos son rojos."
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Si esta fuese una historia de las que Ayaka ha oído toda su vida, puede que el final hubiese sido distinto.
Si hubiese sido un cuento como los que a ella le contaban (un guerrero nacido de un melocotón, enviado por los dioses, emprende su camino hacia la tierra de los demonios y con la ayuda de un faisán, un perro y un mono) entonces el héroe habría conseguido derrotar a todos los demonios y salvar a los humanos aterrorizados de tales monstruos.
Pero esto, como es la cruda y dura realidad, no pasa.
Para cuando despierta, las noticias de la muerte de Rengoku ya han llegado hasta el último miembro del cuerpo de matademonios. Ella es al parecer la última en enterarse.
—Así que murió —murmura Ayaka sobre la sopa que le sirven aquel día a los pacientes de la Mansión Mariposa. Por muy extraño que parezca, no se le llenan los ojos de lágrimas ni se le estruja el corazón en el pecho. Ayaka no siente por la muerte de Rengoku nada más que noble pena por la muerte de un guerrero de tal calibre.
—Eso es —le afirma Aoi, que es quien suele llevarle la comida. Si le hubiesen dicho aquello apenas un año atrás se habría negado a aceptarlo, habría pataleado y protestado, clamando que los pilares no podían morir con tanta facilidad, pero ahora Ayaka no necesita mucha más verdad para creerlo.
Se pasa en cama más tiempo del que debiera entre sueños febriles y alucinaciones sudorosas. Ve mucho a su padre, que se pasea por la habitación con una sonrisa calmada. Está satisfecho, ella no tanto.
—Puede que no fuese buena idea salir enferma —. Recuerda haber pensando en algún momento—. Fui demasiado impaciente.
Cuando la fiebre se desliza de ella como agua fría y lo peor que queda son toses (piensa también en Tanjirou) Ayaka cambia de opinión. Su juicio, aunque precipitado, había sido acertado. Lo haría varias veces más, sin dudarlo, aunque aquello la matase.
—Debería dejar esa opción de lado —. Piensa en otro momento, mirando a la ventana para ver a Inosuke correr por el jardín. Cuando no está intentando robar comida en la cocina se pasa las horas dando vueltas por el bosque, y cuando vuelve, le trae bellotas a Ayaka. Ella no hace más que ofrecerle una sonrisa extrañada entre el sudor y los temblores y las guarda en el cajón, que empieza a rebosar de las pequeñas bolitas brillantes. A lo mejor acabaría pidiéndole a Shinobu otro cajón, o una caja para guardarlas.
Por encima de todo, Ayaka duerme mucho y habla poco. A veces se despierta y cree que está en la casa de Himejima-san de nuevo, y acaba tirando las sábanas al suelo, empapada de sudor y con el corazón latiéndole a mil, como si de una pesadilla se tratase. La mera posibilidad de que haber hecho lo correcto, de haber ido con Tanjirou y los demás, hubiese sido sino una ilusión es suficiente para ponerle los pelos de punta. Y lo único bueno que saca de ello es saber que al menos no va desencaminada.
No es capaz de mantenerse consciente lo suficiente como para siquiera salir de la habitación, así que los días pasan como hojas en otoño que vuelan con el viento y no vuelven, desapareciendo tan rápido como vinieron.
Su mente escucha murmullos:
"Toc toc, conejito de la pequeña montaña.
¿Por qué tus orejas son tan largas?
Cuando mi madre era pequeña, comió las hojas de un gran árbol.
Y por eso mis orejas son tan largas."
No sabe si son sus deseos propios los que afectan a sus delirios, pero se imagina mucho a Tanjirou. Está paseando por la habitación, entrando y saliendo por la puerta, abriendo las ventanas, incluso dejando un jarrón de cristal con flores coloridas en su mesita, donde guarda las bellotas de Inosuke. Cada vez que le ve, Ayaka no es capaz de llamarle para que acuda a ella, así que se contenta con observar a la ilusión de Tanjirou en silencio.
"Toc toc, conejito de la pequeña montaña
¿Por qué tus ojos son tan rojos?
Cuando mi madre era pequeña, comió el fruto de un árbol rojo.
Y por eso mis ojos son rojos."
Se lo imagina sosteniendo a un niño pequeño entre sus brazos, mientras le canta para que se duerma. Sí, Tanjirou sería sin duda un buen padre.
El Sol del verano empieza a calentar ya la tierra cuando Kanao va a verla.
Se sienta a un lado de la cama y la mira con los ojos muy abiertos, mientras juguetea con el borde de la falda que le llega por las rodillas. Cuando Ayaka mira, con la vista ligeramente nublada por la enfermedad, le alegra no ver nuevas heridas en sus piernas.
—Hola—. Y se queda ahí, sentada y sin parpadear.
Ayaka de todas formas le sonríe, sonrojada debido a la fiebre. Kanao continúa sin decir nada
—Me alegra ver que estás bien —le dice, esperando a que eso la incite a hablar, pero no es el caso— ¿Has venido aquí por algo?
Kanao por una vez parece nerviosa, mirando a un lado y otro de la habitación mientras la frente se le empapa de sudor. Fuera, Ayaka cree escuchar a Inosuke saltar la valla, de vuelta de alguno de sus viajes al bosque.
—Tanjirou es amable —dice Kanao—. Puedo ver porque te gusta.
Ayaka asiente sonriente.
—Tanjirou es muy amable —. Es una parte de él que siempre le ha gustado—. ¿Es que quieres hablarme de Tanjirou?
—No —. Kanao casi salta de su silla, pero parece volver a sentarse y a mirar abajo, con las mejillas a rebosar de color—. El día antes de que partiera... habló conmigo.
—Tanjirou habla con todo el mundo.
—Pero fue importante —. Esta vez Kanao saca la moneda de su bolsillo y empieza a juguetear con ella entre los dedos—. Me recordó a ti.
Ayaka se queda en silencio. Era la primera vez que alguien la comparaba con Tanjirou.
A sus ojos aquel era el mejor cumplido que le podrían hacer.
—Me dijo que siguiese la voz de mi corazón —. Kanao enrojece con mucha más fuerza.
—Oh —. Por un momento estuvo sorprendida, pero Ayaka se recompone rápidamente—. ¿Y cómo te ha ido siguiendo la voz de tu corazón?
—Ayer regañé a Sumi, Kiyo y Naho por quedarse hasta la noche en la biblioteca, no quería que durmiesen poco —. Los ojos de Kanao fueron rápidamente a Ayaka y bajaron a su moneda de nuevo—. Y ahora estoy hablando contigo.
—¿Es eso lo que te dice tu corazón? —. Ayaka se ríe suavemente— ¿Hablar conmigo?
Kanao siguió sin vacilar.
—Ayaka-san —empezó dejando por fin de lado la vista de su moneda y fijándose en su cara—. Creo que eres muy decidida.
Ayaka se rasca la mejilla casi con vergüenza—. Bueno, gracias
—Y por ello —continuó Kanao—, necesito preguntarte cómo lo haces.
Ante esto, Ayaka solo alzó las cejas extrañada.
—¿Hacer el qué?
—Ser tan decidida.
Ayaka le lanzó una mirada extrañada— ¿Quieres aprender a tomar decisiones? Solo soy tozuda, eso es todo.
—No —. Su compañera tsuguko negó con la cabeza—. Trazaste un plan, en aquella misión, cuando tomaste la decisión de proteger al pueblo, y no dudaste ni un segundo. Dejaste que te comiese, eso fue-
Ayaka sonrió y su expresión pareció iluminarse— ¡Ah, eso! ¡Es simple! —. Extendió una mano, y cuando Kanao frunció el ceño, ella solo insistió—. Venga, dame tu moneda.
Kanao la dejó en su palma abierta.
—Creo que dejar esta cosa sería un buen comienzo —le dijo Ayaka, examinando la dorada moneda que sostuvo entre dos dedos—. Yo me la quedaré por un tiempo, ¿te parece bien?
Kanao se remueve nerviosa en su silla y traga:
—Um...
Ayaka levanta una ceja— ¿Te parece bien o no?
Con un parpadeo, Kanao se dio cuenta de que Ayaka brillaba dorada bajo la luz del Sol. ¿Qué se reflejaba en su expresión, una cara o una cruz?
Ah, una cara.
—De acuerdo —dijo al final. Ayaka se queda mirándola un rato, como si pudiese ver que se estaba dejando llevar.
—Bien —concluye al final, guardándola en el bolsillo.
Pasó otro momento en silencio. Ayaka sonríe una vez más y murmura silenciosamente—. Te he echado de menos.
A Kanao la piel le picaba bajo el uniforme, si no recordaba mal, esto era cómo se sentía el querer decir algo.
—Yo- —empieza Kanao de nuevo—. Disfruté mucho cuando peleamos en el entrenamiento.
Ayaka, quien se había dejado caer lánguida en el colchón con los ojos cerrados, abrió uno solo para mirarla.
—¿Ah, sí?
—Sí, es decir...—. La expresión de Kanao no era de crueldad o malicia, sino de pura indiferencia—. Fue muy divertido darte una paliza.
Las risas de Ayaka fueron tan ruidosas que incluso a Inosuke, en alguna parte del jardín al otro lado de la finca, le tomaron desprevenido.
—¿¡Enserio te divierte eso!? ¡No me lo habría esperado de alguien como tú! ¡Al final resulta que vas a ser incluso peor que yo!
Y sigue riéndose hasta que se le acabó el aire.
—Ara ara —. La repentina voz de Shinobu hizo a Ayaka pegar un salto y caer de la cama con un estruendo.
—Ayaka-san —. Shinobu se asomó por el lado de la cama para mirar a Ayaka, que estaba envuelta en un desastre de sábanas en el suelo—. Ya veo que estás lo suficientemente sana como para reírte.
Ella parpadeó. El dolor de cabeza le había desaparecido, y llevaba sin desfallecer más tiempo del que había estado desde que enfermó.
—Señora Shinobu —dijo Ayaka, luego, con más horror—. ¡Señora Shinobu!
Volvió a ponerse en pie y retrocedió asustada, acabando detrás de Kanao.
La Pilar del Insecto la observó con una sonrisa tensa.
—Hace tiempo que no nos vemos —. Pasó a mirar a Kanao—. Una pequeña rivalidad entre mujeres siempre enciende algo en los corazones de la gente, ¿no?
A espaldas de Kanao, Ayaka tembló, lanzándole a Shinobu miradas discretas. En cambio la tsuguko solo asintió.
Ayaka continuaba mirando a Shinobu de manera precavida, como temiendo que de un momento a otro la pilar fuese a apuñalarla con su espada.
—Venía para darte el alta, Ayaka-san —. Ante sus palabras, Ayaka se asomó un poco más. No vio en su rostro mentira alguna.
Ella habló lentamente—. ¿Ya estoy recuperada?
—Lo suficiente como para salir de la cama, al menos.
La expresión en la cara de Ayaka se iluminó y salió de la habitación tan rápido que se chocó con Aoi, quien estaba entrando por la puerta.
Ayaka gritó a sus espaldas "¡perdona, Aoi! ¡y muchas gracias por curarme, señora Shinobu!" y siguió corriendo.
La Pilar del Insecto observó cómo desaparecía por la puerta.
—Parece ser que Ayaka-san ya no es una mocosa —murmuró para sus adentros.
Aoi, con los ojos muy abiertos y fijos por donde Ayaka había salido, silenciosamente le dio la razón.
En la mesita a la vera de su cama, el viento meció las flores en el jarrón de cristal.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Notes:
Algo ligero para esta semana, ya hemos terminado el arco del tren infinito, y en unas semanas estaremos en el distrito rojo, adelante!
He estado leyendo "El ganso salvaje" de Ogai Mori, es un libro muy interesante!
Chapter 17: Familias extrañas y desordenadas
Summary:
Nunca se tomó el tiempo como para explorar la Mansión Mariposa completamente, resulta que es más grande de lo que ella esperaba.
Se encuentra a la cabeza rubia de Zenitsu en uno de los pasillos y por un momento se queda quieta, sin parpadear, tan ensimismada que no se da cuenta de que Zenitsu se ha parado también, y la mira extrañado.
—Horripilante —susurra para sí, refiriéndose a la mirada de Ayaka sobre él.
Chapter Text
Habría mentido si hubiese llegado a afirmar en algún momento, de cualquier manera o forma, que no estaba asustada.
El terror de la incertidumbre, de los miles de caminos por los que aquello podría ir, atacaron el corazón de Ayaka en gigantescas olas de horror que la dejaban paralizada mientras caminaba por los pasillos de la Mansión Mariposa. Se tomaba un momento, sintiendo el sudor frío bajarle por la espalda, y luego continuaba caminando con un suspiro, llevándose ambas manos al pecho, donde el corazón le latía con una tremenda fuerza.
Repitió este proceso varias veces, en los que daba una docena de pasos, se paraba abruptamente y, después de unos segundos de contemplación, continuaba su camino hasta, poco a poco, llegar al jardín.
Y como algo que regresa tras mucho tiempo, como el soldado que se reencuentra con su progenitor tras una guerra o el adulto que una vez más se reencuentra con aquella parte de él que nunca dejó de ser niño, Ayaka vuelve a su hogar.
—¡Madre! —. No cree haberla llamado así nunca, y se sorprende ante la formalidad de la expresión.
Siempre intentando ayudar, siempre intentando ser amable, su madre se estaba ocupando de la colada en el jardín y tendía las sábanas en los tendederos. Al oír su voz, giró la cabeza sorprendida.
Con una fuerza que no sabe de dónde saca y la determinación de una montaña (puede que a esto se refiera Kanao) Ayaka camina hasta ella a paso firme.
Su madre se queda sorprendida, observándola con ojos sorprendidos. Ayaka se arrodilla ante ella, y su frente toca el suelo.
—A... ¿A-chan? —cuestiona dubitativa. Ayaka solo se inclina más, manos contra la hierba, con tanta delicadeza que podría haber sido una doncella de largos cabellos de la Era Sengoku.
—Lo siento, madre. Te ruego que me perdones —empieza, alto y claro. Los ojos se le llenan de lágrimas pero no derramará ni una sola, ella no es la víctima aquí, y tampoco quiere lástima—. He sido una hija horrible y no te he apoyado como debería haberlo hecho. Te ruego, de todo corazón, que me perdones.
—A-chan —intenta su madre de nuevo, pero Ayaka la corta súbitamente.
—No he terminado —dice, pegando la frente contra el suelo un centímetro más—. Kaori Iwamoto, tú, junto a mi padre, sois las personas más fuertes que he conocido. Sin importar qué, siempre habéis sido amables y caritativos —. La voz se le suavizó—. Es un honor ser hija de personas tan increíbles.
Espera por una respuesta, con el Sol golpeándole en la cabeza con fuerza y el sudor bajándole por la mejilla. Ayaka escucha a su madre suspirar.
—No tenías por qué hacer un espectáculo —dice, sonando incluso cansada—. Con haber vuelto me basta.
Ayaka se levantó de un tirón con los puños a ambos lados de las caderas. Puede que antes de todo aquello la hubiese creído, pero la experiencia la ha hecho más sabia y ha vuelto su vista más fina. Su madre miente sobre muchas cosas, ella ve a través de cada una de ellas.
—Madre, déjate de tonterías —. Se para un momento, inspeccionando hasta el último de los rasgos en su cara. No, no es capaz de verlo todo, pero al menos, es mucho más que antes—. Te hice llorar.
—Eso no es... —, su madre divaga, hablando en un susurro—, importante.
—Te dejé sola en un pueblo que te odiaba, a ti y a padre —. El corazón le tiembla solo de pensarlo—. Y tampoco respondí tus cartas o siquiera te agradecí por los regalos. y nunca, nunca —. Los ojos del diablo se ven lo más determinados que se han visto alguna vez cuando Ayaka agarra con fuerza las manos de su madre entre las suyas—. Nunca volveré a descuidarte o a abandonarte. Te daré lo que mereces, te lo prometo.
La voz de Kaori tiembla, al tiempo que se niega a mirarla a la cara—. Siempre haces promesas, no cambiarás nunca.
Ayaka sentencia "¡no!" y la envuelve con sus brazos.
El abrazo de su madre es tan fuerte como el de Nezuko, y ella solo se da cuenta hasta entonces de lo mucho que lo ha necesitado.
Esto no hará que todos sus arrepentimientos y sus cargas se desvanezcan, pero Ayaka figura que es un buen comienzo.
Deja a su madre en el jardín para que termine con la colada y la promesa de compartir mochi en algún momento. Ayaka es quien menciona que sería buena idea jugar a las karuta, Kaori está de acuerdo.
Nunca se tomó el tiempo como para explorar la Mansión Mariposa completamente, resulta que es más grande de lo que ella esperaba.
Se encuentra a la cabeza rubia de Zenitsu en uno de los pasillos y por un momento se queda quieta, sin parpadear, tan ensimismada que no se da cuenta de que Zenitsu se ha parado también, y la mira extrañado.
—Horripilante —susurra para sí, refiriéndose a la mirada de Ayaka sobre él. Ella por fin parpadea y vuelve al mundo, aunque sin decir nada.
—¿Sabes? —empieza Zenitsu—. Suenas igual que aquella noche —. Ayaka le pregunta a qué noche se refiere—. Cuando me diste la carta de Shoichi. Querías disculparte, ¿no? Igual que ahora.
No cree que arrodillarse sea suficiente, besar el suelo que pisa o doblar mil grullas de papel no repararán el daño causado tampoco, pero aun así Ayaka pega las rodillas al suelo y junta la frente con las manos, postrándose ante su amigo e igual.
—Lo siento mucho —. Finalmente se libra de las ataduras que habían aprisionado su garganta y se atreve a hablar. Esta vez levanta los ojos del suelo, quiere mirarle a los ojos al decirlo—. Te traté mal, y eso es algo que no debería haber hecho.. Zenitsu Agatsuma, te insulté y te ridiculicé, pero aún así no dejaste de tratarme como a una amiga y una compañera. Eres muy fuerte, incluso más que yo.
A pesar de que ella siempre había considerado a Zenitsu alguien emocional e histérico, él se mantuvo tranquilo devolviéndole la mirada a Ayaka, que seguía aún de rodillas.
—No fue nada—dice, encogiéndose de hombros—. Aniki decía cosas peores en la casa de jii-chan. Me hizo feliz que creyeras en mí pero —. Zenitsu tomó un trozo de ohagi del plato que llevaba en las manos y le dio un mordisco, Ayaka esperó a que tragase—. No te culpo de que me creyeses un inútil.
—No creo que... —titubea ella, levantándose por fin del suelo y yendo a su lado—. ¿Quién es ese aniki del que hablas?
Zenitsu le acerca el plato y ella toma un trozo de ohagi aunque no tenga apetito.
—Kaigaku y yo entrenamos juntos con jii-chan, nos hizo a ambos sus tsugukos, pero él nunca lo aceptó. Quería hacerse fuerte constantemente, convertirse en pilar, y odiaba que le comparasen conmigo, hablaba mal de mí todo el tiempo —. Sus ojos se movieron nerviosos, pero no se posaron en la cara de Ayaka—. Me recuerda un poco a ti...
Ante esto ella se quedó en silencio durante un rato, meditativa, mientras miraba al techo. Por alguna razón se le vino a la mente la vista, como un cuadro o una foto, de ella, Genya y Himejima en la montaña.
—Así que soy esa clase de persona —. Aquello fue lo único que dijo sobre el tema.
—Perdona —repite Ayaka una vez más, a pesar de que Zenitsu no le toma importancia—. Suena a que ese Kaigaku es alguien horrible.
Ella no mencionó que el nombre le resultaba familiar y él no mencionó que oyó una breve nota de reconocimiento en su melodía de tambores y violines.
—No, creo que Kaigaku es alguien... insatisfecho.
Ayaka asiente—. No puedo imaginarme qué clase de vida habrá tenido pero... no dejes que te diga cosas horribles, o que alguien como yo se aproveche de ti de nuevo.
—Al final da igual —dice Zenitsu en un suspiro—. No he vuelto a verle que me fui a la Selección, y no creo que vaya a verle en mucho tiempo.
Por muchas veces que dijese que no tenía importancia, la preocupación en el pecho de Ayaka seguía allí, entristecida por su amigo, de quien veía salir una profunda soledad y odio hacia sí mismo. Hizo todo lo que pudo para sonreírle dulcemente.
—No puedo prometerte que le daré una paliza pero... si alguna vez tienes problemas con él te defenderé.
—Vaya, tendré a una tsuguko dispuesta a defenderme —dijo Zenitsu sarcásticamente, aunque después su voz fuese genuina—. Gracias, A-chan.
Ella se rió y le dio una palmada en el hombro—. ¡Así es como me llaman mis padres! ¡Simplemente llámame Aya, es raro!
—Zenitsu —llama su nombre para comprobar que está atento, que sigue allí y no ha desaparecido o desaparecerá. Al fin y al cabo, la presencia de alguien más fuerte era reconfortante. Zenitsu lo afirma con un murmullo—. Yo... nací como una niña enferma.
—Aya —pronuncia el apodo lentamente, como probándolo por primera vez—. No tienes que darme explicaciones.
—Pero lo necesito, yo... de alguna manera quiero que lo sepas —. Tomó ambas de sus manos entre las suyas, más morenas y grandes, y su mente viajó a la pesadilla que había creado Enmu. No era coincidencia, de hecho, lo sabía desde hacía mucho—. ¿Estás dispuesto a escucharme? ¿A entenderme?
Él, silenciosamente, le da su aprobación.
La segunda vez que lo hace es más fácil, ambos se sientan en el porche y ella narra. Las penurias y el dolor, las inseguridades, el sufrimiento, siente venir de Zenitsu una sensación de empatía, de entendimiento aunque sus experiencias sean distintas, aunque ellos no puedan ser más diferentes, y a la vez más iguales. Ayaka supuso que así se sentían todos los que habían sido pisoteados alguna vez, y de alguna manera u otra, podían notar a otros que habían pasado lo mismo.
—Me frustraba —. Un ceño fruncido pinta su rostro y ella se muerde el labio—. El verte siendo tan... no lo sé. Supongo que no tiene mucho sentido. Sigue sin ser excusable pero... supongo que era un sentimiento de molestia por algo que yo también haría.
Zenitsu toma una honda aspiración y anuncia:
—No, no tiene nada de sentido. Eres una boba.
Ayaka se queda callada, casi como si le hubiesen dado una patada en el estómago, para luego gritar "¡oye!". Luego se levanta, viéndose lo más decidida que se ha visto alguna vez, y gira la cara para dejar a plena vista su mejilla.
—Para que por fin estemos a la par, quiero que me des una bofetada.
Él por poco deja caer el plato con el ohagi y empieza a chillar—. ¿¡Pero qué dices!? ¿¡Eres tonta o qué!? ¿¡Es que Inosuke te ha pegado la estupidez!?
Ayaka, con un determinado "hmph", solo insistió.
—¡Puede que sea una boba pero no soy tonta! ¡Abofeteame, Zenitsu!
—¡No voy a hacer eso! ¡Estás loca!
—¡Vamos, solo una cachetada! ¡Ni siquiera tiene que ser tan fuerte! —. Ella acercó más su mejilla y Zenitsu solo retrocedió.
—¡Aléjate de mí, lunática! ¡Déjame! —. Y en un aullido desesperado y entre lágrimas como si fuese una cría llamando a su padre, gritó "¡Tanjirou!"
Ayaka al instante, se paralizó. Zenitsu, que no solo tenía un oído muy agudo, sino que sabía como funcionaba la gente por su crianza en la ciudad, entendió lo que había pasado al instante. Así que, aprovechando aquello, dijo:
—¡El ohagi es para Tanjirou, que se ha pasado toda la mañana en su cuarto, solo! ¡Qué cruel sería que de casualidad, dejase caer el plato al suelo y fuese a visitarlo sin ningún tentempié! ¡Seguro que eso le dejaría incluso más deprimido!
Se arrepintió de sus palabras en cuanto vio que Ayaka, en vez de parar, se volvió más insistente de otra manera:
—¿Tanjirou ha estado deprimido? ¿Por qué? —. Observaba con ojos grandes y preocupados a Zenitsu en busca de respuestas, y se llevaba las manos al pecho como una enamorada.
El tiro le había salido, como bien decía el dicho, por la culata.
—Uh... sí... —. Ella seguía mirándole incluso aún más preocupada, él no podía hacer nada más que sudar—. Como Rengoku-san murió pues... todos hemos estado bastante deprimidos.
—Entonces deberíamos intentar animarle, seguro que Inosuke también estará feliz cuando nos juntemos todos —anunció ella, agarrándole del brazo y arrastrándole en el camino—. Si Tanjirou está triste, no podemos simplemente-
Una de las tres niñas, (¿Kiyo? ¿Naho? Ayaka debía seriamente aprenderse sus nombres) abrió la puerta de la enfermería de un tirón, dándole a Zenitsu en la cara. Soltaba alaridos, con lágrimas de angustia en los ojos:
—¡Tanjirou se ha ido! ¡No está en la cama y no le encuentro por ninguna parte! ¡La señorita Shinobu se ha enfadado mucho! ¡Sus heridas ni siquiera se han curado todavía!
Una expresión muy extraña se pintó en la cara de Ayaka, y un segundo después había salido corriendo fuera de la habitación, gritando a sus espaldas:
—¡A este paso voy a matar yo misma a ese imbécil!
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Cuando era solo un niño, a Kagaya Ubuyashiki se le fue revelado el secreto de ser patrón. La función de la figura del líder del cuerpo de cazadores de demonios no es la de establecer estrategias o entrenar a soldados ni montar a caballo para desfilar ante las miradas de los soldados que le veneran y admiran.
La función, ante todo, de un patrón, es de traer esperanza y confort, de intentar por todas las maneras posibles que los soldados se mantengan vivos y tengan una oportunidad. Y para eso se necesita dinero.
Puede ser conocido como instinto, visión futura o cualquier término que se ajuste a la premonición, presentimientos que les hacen tener un olfato agudo y tomar precauciones. Kagaya piensa muchas veces que es algo solo dado para combatir a Muzan, algo que han hecho durante cientos de años y que seguirán haciendo hasta que la raíz del mal de la familia sea arrancada de cuajo de una vez.
Le gustaría decir que es afortunado, los Ubuyashiki son una familia con abundante riqueza y sus hijos y su esposa son personas maravillosas. Atesora cada uno de los momentos que ha pasado con ellos, pero saber que su vida le ha sido arrebatada, acortada por una enfermedad que no tiene cura y que ha sido un castigo por un pecado familiar. No solo es la suya, sino posiblemente la de sus hijos si no hace algo, de sus hermanos y de sus padres, es algo que le llena de furia.
No se considera una persona egoísta, solo humana, y a Kagaya Ubuyashiki le encantaría ver a Muzan Kibutsuji muerto.
Los cientos de soldados que luchan y sangran y sudan día a día con manos duras y espadas desgastadas nunca serán menos que la suya, es algo que se le graba en la mente desde el primer momento. Por ello, como un verdadero patrón, dedica su vida y alma a conseguir comida para los momentos cansados, hierro para las espadas, casas donde sanarse para los huesos rotos, y aunque no es su vida, como la que ofrecen muchos de ellos, es lo único que puede hacer, porque nació débil y enfermo y no puede tomar una espada o luchar sin caer al suelo.
Esto es algo que le transmite a su hijo Kiriya, quien ya a sus ocho años era consciente de las responsabilidades y las cargas.
No permitirá que un ser despreciable siga vagando por la tierra sin consecuencias, pero para eso necesitan ganar, necesitan guerreros fuertes y valientes, ser mejores y más sabios que antes y aprender de aquellos que les precedieron. Este simple y puro deseo es compartido por todos en el cuerpo, junto con la rápida expansión de las noticias de la muerte de Rengoku.
—Fue un hijo excelente —murmura para sí, no derrama lágrimas porque su exterior no es nada más que paz.
—Padre —. La voz de Kiriya suena en alguna parte, pero él sabe por instinto, por naturaleza practicada y adquirida, que ahora anda hacia él, tendiéndole la carta. Él la coge entre sus manos—. Esta mañana vino un cuervo. Es de Ayaka Iwamoto.
—Ya veo —siente con los dedos la superficie del papel y la abre—. Así que ha llegado al estado de anatta.
Los dioses tienen grandes planes para ella. Kagaya, con su instinto, puede predecirlo.
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Chapter 18: A Senjuro no le gusta el mochi
Summary:
"El aire olía a sangre mientras su felicidad se hacía añicos.
Nunca había comprendido por qué los demonios olían a ella pero ahora ya lo sabe. Los demonios derraman su sangre por encima de las vidas de los humanos y los empapan, vistiéndoles con ropas de color carmesí y dejando a gente como él la tarea de tomar los restos y volver a ponerlos de vuelta. Tanjirou no sabe cuántas veces podrá hacerlo. Dos ya le parece demasiado.
Rengoku se sienta frente a él, sin parar de sonreír. La imagen se le marca a fuego bajo los ojos.
―Quiero que le digas a mi hermano Senjuro que siga el camino que él crea justo, tal y como le dicte el corazón. Y a mi padre, que cuide de su salud.
Las lágrimas tan calientes como las entrañas que quieren salir de dentro de él se derraman y recorren sus mejillas. Hace mucho que las relaciona con gente cruel a la que no le importa nada.
Debe cumplir esto, solo esto, debe hacerlo. O no podrá vivir consigo mismo."
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Se siente como ambos un sueño y un fantasma. Puede que esto signifique que esté muerto, o a lo mejor que algo dentro de él se ha podrido, pero Tanjirou observa cómo la Luna Superior Tres mata a Rengoku-san y él, el espectador, el superviviente que consigue evitar la tragedia solo por casualidad, no puede hacer nada.
Como el fantasma que no es capaz de tocar nada o el dormido que no se entera de nada mientras sueña, Tanjirou es incapaz de cambiar las cosas.
Levantarse de la cama, ponerse su uniforme de cazador y deslizarse en los hombros la caja de madera que carga con Nezuko son acciones automáticas, justo como lo había sido el dar las gracias por las condolencias en el funeral de su padre, con todos sus hermanos acicalados y con las manos entrelazadas dispuestos en una fila como figuritas de bronce o plata. "Muchas gracias por venir, muchas gracias por venir, muchas gracias por venir." Habían sido tantas las veces que había dicho eso que él mismo pareció sentir deshacerse en el aire, volverse sino una voz profunda y muy a lo lejos "muchas gracias por venir" tan vacía como se había sentido su pecho en el momento.
La tristeza no es algo nuevo, guardar luto no es algo nuevo, y esta sensación, la de volverse intangible y seguir, paso tras paso, las cosas que debía hacer y decir, tampoco lo es.
El Sol de verano le empapa la frente de sudor al tiempo que Nezuko rasca con sus uñas la pared de madera conectada a su espalda, puede que esa sea su manera de querer reconfortarle, no lo sabe. Le gusta pensarlo, pero no cree que Nezuko sea consciente de la muerte de Rengoku, y aunque lo fuese tampoco sería consciente de lo que de verdad significa (una carga y una decepción y una cicatriz con la que cargará por el resto de su vida). Ese pensamiento hace que algo le arda en el pecho, él lo ignora.
La voz de la Luna Superior Tres claman en su mente "patético, eres patético", a Tanjirou le gustaría poder contradecirle, pero como no puede, simplemente seguirá viviendo para algún día poder hacerlo.
Él entonces no lo sabía, pero este mismo sentimiento sería el que le condenaría al infierno.
Aunque claro, todavía falta mucho para eso.
La sombra negra del cuervo de Rengoku en la distancia se queda en su visión como un lucero que le guía en el amanecer. De naranja el cielo teñido, punto brillante a lo lejos, él no hace nada sino seguirle.
Se podría decir que Tanjirou pensó mucho y sobre muchas cosas, así que cuando olió una cierta ligera esencia a glicinias, fue demasiado tarde.
En un segundo Tanjirou, junto a la caja de madera, fueron asaltados desde atrás y tirados al suelo.
―¿¡Pero tú eres tonto!?
Nunca había visto a Aya tan agitada ni tan desarreglada, sentada encima de él y viéndose molesta, le agarró del cuello del uniforme y le agitó de un lado a otro mientras murmuraba sin parar, con las mejillas rojas y gesticulando con las manos.
Tantas palabras fueron las que salieron de su boca que por alguna razón sus oídos las bloquearon, y en el silencio de alguien que ignora todo a su alrededor, Tanjirou se fijó en ella.
Dudaba de que aquel desastre fuese algo que Aya pudiera tolerar; de su trenza se salían los mechones, apoyada en un hombro, como a medio hacer, o a lo mejor hecha con manos temblorosas, quién podría saberlo. Tenía también unos cuantos botones del uniforme mal abrochados, y se entreveía entre los huecos de aquellos que no había podido colocar la camisa blanca que parecía querer salir y no quedarse quieta. Incluso los suneate estaban mal atados y ni siquiera llevaba los guantes kote. Por último, estaba completamente sudorosa, y para alguien que él sabía calculaba sus movimientos para no gastar ni la más mínima pizca de energía, le daba la sensación de que había dejado todo eso de lado para llegar hasta allí, por la manera en la que su pecho daba tumbos.
―¡Y ni se te vuelva a ocurrir irte así! ¿¡Es que te crees que puedes hacer este tipo de cosas sin avisarme!? ¡Eres un completo bobo!
La voz de Aya resuena de nuevo en sus oídos y Tanjirou parpadea.
―Creía que no te habían dado el alto ―. Ante su respuesta, Aya chasquea la lengua.
―A ti tampoco te lo han dado ―. Arruga la nariz y le lanza una mirada extraña, que él no sabe interpretar. Después, se daría cuenta de que era una de preocupación―. No puedes irte sin más. No sin decirme. Es una distancia larga y estabas haciéndola tú solo.
Tanjirou intenta incorporarse y Aya no tarda en quitarse de encima de él, ofreciéndole una mano para ayudarle a levantarse.
―No puedes ser tan imprudente ―termina Aya susurrando por lo bajo, y aunque le hubiese gritado tanto antes ahora se ve indecisa, casi tímida, mientras juega con sus dedos.
―Solo estaba yendo a la casa de Rengoku ―contesta él, aunque los huesos le duelan y la sangre le queme.
"El aire olía a sangre mientras su felicidad se hacía añicos.
Nunca había comprendido por qué los demonios olían a ella pero ahora ya lo sabe. Los demonios derraman su sangre por encima de las vidas de los humanos y los empapan, vistiéndoles con ropas de color carmesí y dejando a gente como él la tarea de tomar los restos y volver a ponerlos de vuelta. Tanjirou no sabe cuántas veces podrá hacerlo. Dos ya le parece demasiado.
Rengoku se sienta frente a él, sin parar de sonreír. La imagen se le marca a fuego bajo los ojos.
―Quiero que le digas a mi hermano Senjuro que siga el camino que él crea justo, tal y como le dicte el corazón. Y a mi padre, que cuide de su salud.
Las lágrimas tan calientes como las entrañas que quieren salir de dentro de él se derraman y recorren sus mejillas. Hace mucho que las relaciona con gente cruel a la que no le importa nada.
Debe cumplir esto, solo esto, debe hacerlo. O no podrá vivir consigo mismo."
―Me da igual ―dijo Aya, abandonando toda timidez una vez que frunce el ceño―. Te apuñalaron, no puedes hacer un camino tan largo tú solo, sobre todo cargando con Nezuko ―. Extiende una mano hacia él, palma blanca invitando a algo. Como Tanjirou se toma un momento y solo la mira, ella insiste―. Vamos, dame la caja de Nezukoy súbete a mi espalda, cargaré contigo lo que queda de camino.
El cuervo de Rengoku espera, encaramado en una rama, con una mirada curiosa mientras les ojea a ambos.
Hay una parte de él, tirante y tensa, que le dice que no puede permitir que deje que Aya cargue con él. La otra está cansada.
Además, piensa mientras se desliza la caja de madera de los hombros y Aya enrolla sus brazos alrededor de sus piernas y él de su cuello, Aya huele demasiado a montaña y Tanjirou sabe que aunque lo intentase, ella no aceptaría nada más.
El camino es tranquilo y Aya tararea alguna canción de niños por lo bajo, casi se siente como aquellas veces que su madre cargaba con él en su espalda, aun cuando él solo era un niño y no un hermano mayor. El corazón se le derrite al oírla, no se permite pensar mucho en ello, pero sí deja caer la cabeza en su hombro "solo un poco".
El cuervo desciende poco a poco desde el cielo y aterriza en las puertas de alguna casa en la distancia. Es entonces cuando el aire empieza a oler a sangre.
Tanjirou llama su nombre pero Aya no contesta, él puede oler claramente el olor a metal cerca y hay una fina cuerda tensa en su interior que grita en pánico.
La segunda vez que la llama Aya le da un asentimiento, como entendiendo a lo que se refiere aunque siga caminando. No deja a Tanjirou en el suelo hasta que no llegan a la puerta de la residencia Rengoku, el olor a sangre siempre ha destrozado su felicidad.
De la nariz de Aya sale sangre a borbotones que ella no ha podido molestarse en limpiar, demasiado ocupada cargando con él y su hermana, por lo que la sangre acaba empapando no solo sus labios sino incluso más abajo, hasta que goteó por su barbilla y le llenó el cuello del uniforme. Tal imagen a él no le gusta, no le gusta nada.
Cuando él revolotea a su alrededor ella se excusa diciendo que a él le apuñalaron y que su garganta no había sido nada en comparación, en algún juego sobre quién tenía el lujo de sacrificar más. Tanjirou la llamaría idiota si no estuviese demasiado ocupado limpiándole la herida.
Sus cuadros verde y negro están limpiando los labios de Aya, en los que para un momento, en contemplación (sería fácil inclinarse hacia adelante), cuando ella estira el cuello y mira por encima de su hombro.
―¿No es ese Kobayashi? ―murmura extrañada. Tanjirou se gira y confirma que lo es.
Yuu está en las puertas donde se posa el cuervo, intercambiando palabras con un chico que debería ser no muy menor que ellos y que se parece mucho a Rengoku. Tanjirou afina el oído para escucharles. Aya, reclinándose por encima de su hombro, parece hacer lo mismo.
―Gracias por ayudarme con el funeral... y eso ―. La voz de quien ambos suponen es el hermano menor, Senjuro, no es ruidosa ni tan potente como lo había sido la de Rengoku. Por un momento se le llenan los ojos de lágrimas pero consigue retenerlas y ofrecerle una sonrisa a Kobayashi. Yuu le da la sonrisa de alguien cansado.
―No es la primera vez que hago esto, enserio no hay problema ―. Su mirada envejece unos cuantos años en cuestión de segundos, y lanza miradas discretas por encima de su hombro antes de volver su vista a Senjuro, susurrando―. Aunque no me gusta dejarte aquí solo con... ―lanza una nueva mirada hacia atrás con algo ácido en la cara―, ese tío.
Los dedos de Senjuro se mueven nerviosas en el palo de la escoba, su estado natural parece ser estar al borde de las lágrimas―. Ya estoy acostumbrado...
―Aún así es... ―. La voz de Yuu se desvanece y no consigue terminar la frase―. Es un viejo desgraciado, eso es lo que es.
Senjuro tiembla, como si aquellas palabras le diesen la bienvenida a que algo terrible pasase, y se torna completamente tenso.
―No hables tan alto ―murmura, y es entonces cuando sus ojos viajan por encima del hombro de Yuu que, más alto que él, tapaba a Aya y Tanjirou de su vista―. Oye ―empieza―. ¿Conoces a más cazadores de demonios a parte de a mi hermano?
Tanjirou sigue con la manga de su haori en la nariz de Aya y ambos pegaron un respingo cuando Yuu se giró a mirarles. Su expresión se convirtió en una muy rara.
―¿Qué demonios?
―Antes de que te enfades con nosotros ―dice Aya entre bocanadas de aire, reconociendo la expresión de Yuu al instante y caminando la poca distancia que les separaba, arrastrando a Tanjirou consigo―. Venimos porque Rengoku-san le encargó a Tanjirou darle un mensaje a Senjuro. ¿No es cierto, Tanjirou?
Le da un codazo suave en las costillas y él asiente, aún con las gotas de sudor cayéndole por la frente.
―Senjuro, ¿no? ―. Él respira con menos dificultad que Aya―. Tu hermano me dejó un mensaje para ti y tu padre... ―mira por un momento a Yuu, que da un paso para posicionarse a un lado de Senjuro, aún con el ceño fruncido―. Supongo que ya estás al corriente de todo...
El Rengoku menor asiente con algo pesado en los ojos.
―Sí pero... ―. Sus ojos se deslizan por la pálida cara de Tanjirou y la nariz sangrante de Aya―. ¿Estáis bien?
Estaba seguro que Aya iba a exclamar que estaban perfectamente (al menos si se refería a ella), pero una voz profunda la interrumpió antes de poder hacerlo.
―¡Dad la vuelta y marchaos! ¡Lo que sea que queráis decir no tiene importancia! ―. A las puertas de la casa se encontraba un hombre que, igual que Senjuro, tenía una apariencia casi idéntica a la de Rengoku. Solo que aquel hombre, en vez de oler a noble hierro y apasionadas llamas, olía a alcohol―. ¡Kyojuro se convirtió en espadachín a pesar de ser un inútil sin talento, por eso ha muerto!
Un gruñido viene de alguna parte a su lado y Tanjirou se sorprende al darse cuenta de que viene de Yuu, no de Aya, quien con expresión dura le lanza al hombre una mirada llena de veneno. Cree oírle murmurar algo cercano a "viejo estúpido", a lo cual Tanjirou le da la razón.
Esta vez las lágrimas de Senjuro se volvieron más gordas al borde de sus ojos. Aya, a quien tantas veces había visto convertirse en algo lleno de rabia y cosas amargas, ahora solo emana un olor de tristeza y pena al tiempo que pone una mano en el hombro del menor de los Rengoku.
Su cara es la de una máscara blanca de madera, permanentemente pintada en una expresión inamovible mientras observa a aquel hombre sin mover ni un solo músculo. Esta inexpresividad solo hace resaltar más sus grandes ojos.
―La valía de las personas se decide en el mismo momento de su nacimiento ―empieza, moviendo la botella de aguardiente de cebada de un lado a otro―. Solo una ínfima parte de ellas tiene el don, la otra es chusma, ¡simple basura! ―. Tanjirou piensa en sus manos desgastadas y en lo quieto que se había quedado mientras Rengoku luchaba con la Luna Superior―. ¡Kyojuro era así! ¡Estaba claro que acabaría muerto! ―. O a lo mejor estaba claro que él era un fantasma que no podía cambiar nada―. ¡Senjuro, el funeral ya ha terminado! ¡Deja de lloriquear!
Y mientras sus palabras resuenan en un día de verano soleado, lo único que puede pensar Tanjirou en aquellos momentos es en lo vil que le parece aquel hombre.
Es solo cuando sus palabras resuenan en sus oídos que Tanjirou se da cuenta de que está gritando―. ¡Todo eso que está diciendo es muy cruel! ¡Deje de hablar así, por favor!
El padre de Rengoku le reta con la mirada a que se acerque siquiera un paso en su dirección. Por alguna razón al fijarse en su cara se queda muy quieto, como si le hubieran dado una patada en el estómago.
―Shinjuro ―empieza Yuu sin molestarse en usar honoríficos, algo extraño en quien Tanjirou sabe es muy educado. Incluso si no pudiese oler su molestia, podría verla claramente en su cara―. Nosotros ya nos íbamos. Puede volver adentro.
Aya a su lado ojea inquieta la situación con expresión serena, siempre apoyando una mano en la espalda de Senjuro.
―¿Volver adentro? ―cuestiona Shinjuro perplejo, dando paso a la ira―. ¿¡Volver adentro!? ¿¡Este niño ha venido a burlarse de mí a mi propia casa, y tú quieres que vuelva adentro!? ―. Se gira a Tanjirou bruscamente de nuevo―. ¡Tú eres un usuario de la Respiración del Sol! ¿¡A que sí!?
Aya estira el cuello y silenciosamente le pregunta a Tanjirou por qué no se lo había contado. Él solo le da una mueca extrañada y le asegura que, de haber sido así, lo habría hecho.
La ira siempre es errática y vuelve impredecibles a las personas, por lo que Shinjuro fácilmente escapa la vista de Ayaka y aparece en el suelo un segundo después, con Tanjirou debajo de él.
Senjuro grita, pidiendo, suplicando, para que su padre se aparte de Tanjirou. Las plegarias no son suficientes porque se oye el eco de una cachetada.
―¡Senjuro! ―. La voz de Yuu se oye por encima del peso de Shinjuro, que sigue encima de Tanjirou y forcejeando para hacer quién sabía qué.
La máscara de madera se rompe una vez que Aya gruñe y aparta bruscamente a Shinjuro con una patada a la cara.
―No se atreva a tocar a Tanjirou ―. Hay un filo amenazador en su voz, pero lo que más dice de ella son sus ojos, que se ven tan profundamente marrones que casi rozan el escarlata. Extiende una mano a Tanjirou y le ayuda a levantarse, pero no deja de mirar a Shinjuro, aunque esta vez, de vuelta a su máscara de madera―. Me cuesta creer que usted sea pariente de Rengoku-san. Senjuro se ve como una persona amable, pero usted, en cambio, solo se muestra como alguien cruel. Deje de pelear con niños y compórtese ―. Esquiva sin dificultad la botella que Shinjuro le lanza y Aya entrecierra los ojos. De nuevo aparece ese olor a tristeza―. Es una pena.
―No te creas que puedes venir aquí a darme lecciones de moral, niñata ―. Tanjirou arde de la ira pero Aya se mantiene serena, con nada en la cara que no sea impasividad.
―Tanjirou ―llama Aya, de repente dándose cuenta de que le está agarrando fuertemente por el hombro. La mandíbula se le tensa solo de pensar en aquel hombre y en sus palabras que resuenan, como recordatorios, en su cabeza―. Este hombre fue un pilar, sabes que no podrás derrotarle en una pelea.
―¿Y qué? ―sisea él―. Se está burlando de Rengoku-san.
―¡Aquí quien se está burlando de nosotros eres tú! ¡Conozco esos pendientes que llevas, eres un usuario de la Respiración del Sol! ¡Estaba escrito! ―. Continúa clamando a los cuatro vientos maravillas de la supuesta respiración original, a Tanjirou le recuerda a la bendición del dios del fuego―. ¡No te creas que por eso puedes venirte arriba como si fueras alguien especial!
Cree que el baile del dios del fuego es la respiración del Sol, cree que por eso Tanjirou es alguien fuerte que mira por encima del hombro a los demás.
¿No sabe que la culpa le quema a Tanjirou el pecho por las noches? ¿No sabe lo débil e impotente que se siente él, como fantasma, por no poder cambiar nada?
Los sollozos del rojo Rokuta inundan cualquier otro sonido, incluso el de sus propios gritos enfurecidos cuando echa a correr hacia Shinjuro.
"¿Por qué no nos salvaste, Tanjirou? ¿Por qué no nos salvaste?" Él no lo sabe.
Escucha venir de Aya un resoplido fastidiado.
La frente de Tanjirou se estampa con fuerza contra la cabeza de Shinjuro y ambos caen al suelo.
Oh, le ha dejado inconsciente.
Pero no solo él. A Tanjirou, el mundo le da vueltas.
Una siesta no le vendría mal.
Ayaka observa con cejas levemente alzadas al chico del que está enamorada en el suelo, inconsciente, junto al padre de Rengoku.
―Siento mucho las molestias, Senjuro ―empieza Yuu, quien inspecciona con dedos expertos la magulladura en su mejilla.
―Te compraré mochi en compensación ―interviene Ayaka de repente―. ¿Qué sabor te gusta?
Senjuro sisea de dolor cuando Yuu le toca en una zona que empieza a abultarse―. Es que... a mí no me gusta el mochi.
Aquellas palabras le caen a Ayaka como un cubo de agua fría.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Notes:
Leí la historia corta "Rashomon", qué cosa más extraña!
Chapter 19: El canto de las cigarras
Summary:
El héroe épico ha muerto y con él lo ha hecho lo entrañable de esta historia. Pero lo único que necesita una tragedia para cambiar es un héroe salvador.
Notes:
El término imagen budista (bodhisattva) se refiere a alguien que ha conseguido llegar a la iluminación, pero que decide no entrar en Nirvana para ayudar a iluminar a otros en el mundo.
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Chapter Text
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El héroe no debería haber muerto.
Es un cuento al que Senjuro ya hace tiempo que se ha acostumbrado.
Al fin y al cabo, él piensa, todas las familias tienen sus propias historias, ¿no? Cada miembro es asignado un papel en el escenario y los distintos roles son esenciales para que la historia continúe rodando. La función debe continuar, habría dicho Kyojuro, sin importar qué, así que ruedan y ruedan sin parar, porque no hay vida sin actuación.
El cuento épico que es su familia está formada por tres personajes básicos.
A él le es dado el papel del aldeano débil e impotente, que está indefenso ante los vendavales que azotan su vida. Como cualquier civil debe ser despedazado, sometido a injusticias o aterrorizado durante años. Él es la víctima, la prueba presentada en el camino, esperando a ser salvada -quien no pudo ser fuerte y se ve forzado a tomar un rol secundario-.
Luego viene el héroe, por supuesto.
Kyojuro es quien se alza poderoso con una espada a la cintura y una actitud resplandeciente, él ha embarcado un viaje y debe coronarse como héroe al resolver una decena de pruebas cada cual peor -sobrevive a la Selección Final, consigue ascender de rango, conviértete en Pilar-. Una de ellas es simplemente derrotar al monstruo que vive en la cueva.
Ese es su padre, que duerme durante largos periodos de tiempo y puede despertar en cualquier momento para salir de su cueva. Es impredecible a la par que iracundo. Sin importarle nada, representa la maldad en el mundo, toda ella, mientras se convierte para el aldeano en signo de mal augurio. (Cuando se despierta está enfadado, y cuando está enfadado se pone violento ¿por qué no aterrorizar a la aldea cercana para desquitarse?)
Él se queda muy quieto en el pasillo, agudizando el oído para conseguir oír la respiración de su padre en la habitación. Las tablas de madera chirrían cuando da un paso descuidado, resonando en la habitación como el grito de una sirena. La respiración se le queda pegada en la garganta pero no puede hacer nada más que esperar, con el sudor frío bajándole por la espalda.
Una puerta se desliza, con un pequeño trancazo a mitad de camino porque se rompió hace mucho y nadie nunca la arregló.
Esta es una escena que ha representado muchas veces. Él aligeraría el paso e intentaría esconderse, con la respiración agitada y apegado a la pared. Intenta escuchar y es capaz de identificar cómo sale de la habitación. Oye el sonido que hace mientras rebusca entre la despensa y las botellas tintinean al chocar unas contra otras. Empieza a beber, luego llama su nombre. Y las cigarras cantan.
En todo cuento épico el héroe es quien salva al aldeano de su trágico destino. Se presenta entonces como un salvador, que le ayuda a apaciguar al monstruo y vuelve, una vez más, dentro de su cueva.
Pero se supone que los héroes no mueren, que los aldeanos no son dejados a merced de los monstruos y que los monstruos no continúan viviendo pasada la batalla.
Así que la historia en la que ha puesto su fe durante años se le desvanece entre los dedos. Y no es capaz de agarrarse a los trozos que quedan.
Ayaka Iwamoto carga con el cuerpo inconsciente de su padre y lo deja en el futon revuelto posado en el suelo de su habitación.
Por supuesto, Senjuro podría haberlo hecho por sí solo. (Había estado entrenando muchos años, aunque inútilmente. Cargar con cosas pesadas no era nada) Pero prefiere no hacerlo.
Le da a Yuu una porción de castella, quien clama que aquello ayudaría a Tanjirou a recuperar la conciencia, y ambos se quedan solos.
—Gracias —consigue Senjuro murmurar débilmente. Para estar seguros añade rápidamente—. Iwamoto-san.
Ella se apoya más contra la encimera con el silbido del agua hirviendo en la tetera y le sonríe.
—Solo llámame Aya.
Él se frota los antebrazos, ocultos bajo tela blanca, sin dar ninguna respuesta. Los ojos de Ayaka se fijan por un momento en ellos mientras él busca una manera de romper el silencio. Es ella quien habla de nuevo:
—Así que eres el hermano de Rengoku, ¿no?
Senjuro asiente, sin saber qué decir a eso. Ayaka continúa.
—Los dos os parecéis mucho —. Él se ríe secamente y no puede hacer otra cosa que asentir.
—¿Qué té te gusta más? —pregunta, rebuscando entre la decena de bolsitas guardadas entre las tazas.
A petición suya introduce una de jazmín, llenando una taza que Ayaka recibe agradecida entre sus manos. Ambos ignoran que Senjuro está temblando.
—Nunca me dijiste qué dulces te gustaban —. No logra entender por qué insiste en entablar conversación, pero no le importa demasiado porque la compañía en su hogar es escasa y monótona. Puede que lleve demasiado sin salir.
—El dango... siempre me deja un buen sabor de boca —susurra contra el borde de su propia taza mientras él, también, se deja caer sobre la encimera, pero no es capaz de beber.
El golpe en su mejilla, palpitante de dolor, aún persiste. Las cigarras cantan.
Ayaka finalmente le mira directamente a la cara, a la magulladura púrpura, y arremete contra él con fuerza—. No es la primera vez que este tipo de cosas pasan, ¿no?
Él se frota un solo antebrazo.
—No puedo negarlo, ¿no? —. Por un momento parece que Ayaka va a negar con la cabeza, pero se mantiene expectante sobre la encimera—. Kyojuro tenía fe en que nuestro padre volvería a ser el de antes alguna vez —. Que, mediante ofrendas y banquetes dejados a su puerta, el monstruo vería que había convivido en el pasado con el aldeano y el héroe y arreglaría aquello que se había roto—. Pero se equivocaba.
Y ahora Senjuro no tiene nada más a lo que aferrarse porque sin héroe aquello no es un cuento épico, sino una tragedia. O quizás su vida haya sido una tragedia desde el principio.
Ayaka le dedica una mirada larga y pensativa pero mantiene una distancia considerable entre ellos, más por la comodidad de Senjuro que por la suya.
—Así que tu padre no siempre ha sido así —. Retira de su taza una hoja entera y la deja sobre el alfeizar de la ventana—. No mentiré, se ve como alguien muy violento.
—Es un monstruo —. Es algo que dice para sí pero que ella le escucha sisear—. No sé por qué no he huido todavía.
Pero sí que lo sabe. Es de lo único de lo que su padre habla.
La hora de la cena llegaría y Shinjuro saldría, llamado por el hambre, fuera de su habitación.
"¿Dónde estás, Senjuro? Sirve para algo por una vez y tráeme la botella que dejé ayer la mesita." Senjuro acudiría a la llamada de su voz e iría a por su botella. Y Shinjuro continuaría hablando. "Eres un inútil, lo sabes, ¿no? Eso es, tú y yo somos gente del montón, Senjuro. No sirve para nada que intentemos hacer nada, igual que tu hermano. Se piensa que es mejor que nosotros, Senjuro. Nos mira por encima del hombro, solo porque ahora es un Pilar. Él no nos entiende, nosotros conocemos nuestros límites." Aquí pararía para darle un trago a la botella de aguardiente de cebada o de sake o de lo que sea que estuviese bebiendo aquel día. "Eso es, que te quede bien claro, si no eres excepcional no eres nada. Todo es inútil. Ni siquiera hay que intentarlo cuando se sabe qué va a pasar, solo los imbéciles lo intentan. Tú eres listo y sabes de lo que te hablo. Por eso tú no has salido pitando de aquí y te has quedado, tú eres muy listo, Senjuro, eres muy listo. Pero demasiado sensible, a veces hay que hacer las cosas sin pensar en ellas. Por esto ni siquiera puedes usar las Respiraciones." Y para entonces los ojos de Shinjuro estarían aguados, pero se mantendría quieto y mirando al suelo. Su padre continuaría. "Al final no hay nada que podamos hacer, ahora ve y haz la cena."
Y Senjuro caminaría, temblando, hasta llegar a la cocina y le haría la cena. Él después de comer se quedaría dormido de nuevo, apaciguado por los placeres mundanos, mientras que Senjuro podría respirar una vez más. Aunque las palabras le perseguirían mucho, mucho después.
—¿Y por qué no lo haces? —. La mueca en la cara de Ayaka muestra una extraña serenidad.
Senjuro tiene muy claro por qué no, y su boca sangra palabras como una herida al quitársele un cuchillo.
—No tendría adonde ir —responde—, tendría que dormir en los callejones o en esquinas y trabajar de lo que sea que pueda. Y la verdad, —se ríe amargamente No sabe por qué le está contando esto a una completa desconocida. ¿Tiene él siquiera algún amigo al que contárselo siquiera?—. Lo único que he hecho toda mi vida ha sido entrenar la espada, no sé hacer otra cosa... Y tampoco es que en eso sea muy bueno.
Por supuesto, el aldeano no se supone que debe marcharse. El aldeano debe esperar, como un ciclo, a que el héroe vuelva a salvarle. Si él se fuese, la historia no tendría sentido. Pero el héroe se ha retirado primero y es difícil buscarle sentido a nada.
—Entonces ven conmigo —ella anuncia contra el Sol, la luz viniendo por la ventana pinta un halo dorado a su alrededor, desdibujando sus acciones y haciéndola ver como un espíritu. Por un momento la cree una fuerza de la naturaleza—. Como soy una tsuguko, mi salario es mayor que el de un mizunoto normal —continúa Ayaka, voz firme como una docena de vendavales frescos—. Alquilaré una casa lejos de aquí. No tienes que preocuparte por la comida ni por la ropa, tampoco.
¿Puede el aldeano hacer eso? ¿Puede hacerlo? ¿Está permitido? Kyojuro...
Kyojuro ha muerto, Senjuro. Deja de llorar de una vez.
—¿Por qué me ayudarías? Ni siquiera te conozco —. Es una pregunta más para sí mismo que para ella, porque parece demasiado bueno para ser verdad—. ¿Qué ganarías con ello?
Ayaka se acerca solo un centímetro a él, de forma que toda ella brilla, iluminada por la luz del Sol que entra por la ventana—. No hago esto para ganar algo —. Sus ojos grandes le miran directamente a la cara, él cree distinguir en ellos el infinito—. Solo estoy cansada de no ver nada.
El héroe épico ha muerto y con él lo ha hecho lo entrañable de esta historia. Pero lo único que necesita una tragedia para cambiar es un héroe salvador.
Ayaka Iwamoto, con la piel blanca y tan delicada como una imagen budista*, se presenta como un nuevo rol en el escenario. Y fuera, las cigarras cantan.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Recuerda comer sandía sentados en el porche, con la espalda empapada en sudor, y disfrutar de la brisa fresca para batallar el calor.
—No es justo —. Ayaka, pelo mucho más corto que ahora, le sonríe con los bordes de la boca teñidos de un tono rojizo. Todavía va por la primera tajada—. Eres demasiado grande.
—O a lo mejor tú eres demasiado pequeña —. Genya le da un mordisco a la suya y le responde sacándole la lengua.
Ella le saca la lengua de vuelta para acabar riendo mientras, entre la hierba y los helechos, las cigarras cantan.
En la entrada, Himejima-san le urge a pasar con una urgencia extraña para su maestro. Las sandías en una esquina del jardín de la casa todavía no están maduras pero ya han empezado a adquirir un tamaño considerable.
Hacía unos días que había recibido una carta suya pidiéndole ayuda desesperadamente y él había matado al demonio asignado lo más rápido posible para acudir.
—Aquí —. Himejima le hace arrodillarse frente a la mesita que guarda los bonsáis de Genya, donde hay un par de sábanas hechas un montón. Con un solo dedo cuidadoso, las levanta levemente para enseñarle una serie de parches peludos de varios colores—. Necesito tu ayuda, Genya.
Él se inclina sobre sus rodillas—. Son esos... ¿gatos?
—Gatitos —le corrige Himejima, quien ya ha empezado a llorar—. Nacieron hace unos días.
Genya agarra a uno con un patrón atigrado en el pelaje y lo sostiene entre sus manos—. Solo son gatos, ¿qué problema hay?
Himejima solo llora más—. Es que tengo miedo de aplastarles si intento cogerles.
—Ah, —dice Genya, que sabe perfectamente que su maestro tiene un alma demasiado blanda—. Así que era eso.
Coge a otro y sostiene a cada uno en una mano—. Son las crías de los gatos de Ayaka, ¿no?
Himejima se queda quieto un momento, como si no hubiese esperado que él soltase aquel nombre de repente, y asiente.
—¿Qué hacemos con ellos? Su madre ha muerto —pregunta suavemente. Y luego susurra—. Namu namu.
—Supongo que habrá que alimentarles a mano —dice Genya, dejándolos de nuevo en aquel montón de sábanas. Los gatitos, con pequeños maullidos, se acurrucan contra los cuerpos de sus hermanos.
Recuerda haber hecho esto mil veces. Su madre había tenido problemas para dar leche y sus hermanos, tan pequeños como muñecos, necesitaban de alimento. Nemi tenía las manos demasiado largas y conseguía robar leche de algún puesto, que calentaría en el fuego y le daría al hermano que fuese a cucharadas. Al día siguiente aparecería por la puerta cubierto en moratones y su madre lloraría ya fuese por los extremos a los que llegaba su hijo o por su impotencia para prevenir que algo así pase, pero esa es la parte desagradable.
Para ser alguien que apenas cabe en su propia casa, Himejima siempre le ha parecido alguien extremadamente pequeño para las cosas más mundanas. Como un niño tímido que tiene la capacidad de romper todo lo que toca al que se le ha dicho que tenga cuidado con los extraños.
—Has crecido mucho —dice Himejima en algún punto, mientras se encargan de alimentar a los gatitos uno a uno. Suena nervioso, pero es porque no quiere aplastarle el cráneo al gatito que sostiene en su palma, que porta orgulloso un pelaje negro y brillante.
Antes de la Selección Final Genya era lo suficientemente alto como para llegarle a las costillas a Himejima-san. Ahora, con un cuerpo rápidamente cambiante, le llega a los hombros.
—Supongo que es cierto.
—Ayaka... —. Genya sabe que ha estado queriendo preguntarle desde que llegó.
—Me mandó una carta —afirma—. Y yo la leí.
—¿Le escribiste?
—No creo que deba meterse en nuestros problemas, Himejima-san —. Genya le rasca la oreja al gatito que sostiene, completamente blanco—. Ayaka es lo suficientemente lista para arreglar esto por su cuenta.
—Me preocupo demasiado.
—Es por eso —. Genya deja al gatito en la caja donde han decidido dejarles hasta que puedan comer solos—. Por lo que no debería meterse. Usted ya tiene sus problemas.
Himejima se queda en silencio mientras coge a otro gatito para apoyarlo en su rodilla, esta vez con largo pelo de un gris oscuro, revuelto y sucio—. Te pareces mucho a tu hermano, ¿lo he dicho alguna vez?
Ante esto Genya alza la cabeza con curiosidad como un perro al sonido de un silbato, no podía hablar de su físico—. ¿A qué se refiere?
Himejima suelta una risa que parece más una honda respiración—. No solo tú, sino Ayaka también. No queréis causarle problemas a nadie con vuestros problemas —. Se queda pensativo durante un momento—. Aunque supongo que yo también soy así. Podríamos pasar por una familia, ¿no crees?
Genya suelta un murmullo ahogado y se queda mirando la caja donde los gatitos están acurrucados unos contra otros. Le gustaría que fuese verdad.
Para cuando el Sol se pone ya han terminado de alimentarles y Genya le deja escrito a Himejima lo que tiene que hacer para prepararles la leche. Confía lo suficiente en él para que pueda hacerlo solo, pero sabe que lo más probable es que le llame pronto.
Observa las sandías en la esquina, que madurarán en las próximas semanas junto a las cigarras, que saldrán de sus escondites para cantar una vez más, y se pregunta si quiere que de verdad lo hagan. En su bolsillo, la carta de Ayaka quema como el fuego.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Notes:
He estado en época de exámenes, perdón por el retraso! Como este año tengo los exámenes para la universidad, cambiaré el horario a una actualización cada dos semanas hasta que termine el curso (más o menos mediados de junio) Así que mis disculpas por eso también! Espero que no sea problema!
Chapter 20: Confianza
Summary:
—¿Qué será? —. La dependienta de la panadería llama a Ayaka desde el mostrador y ella levanta la mirada.
—Taiyaki —. Yuu interviene antes de que Ayaka se queda titubeando más de la cuenta—. Y dango—. Le da un codazo en las costillas haciendo que ella parpadee.
Notes:
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Chapter Text
La mente de Ayaka ha estado llena de muchas cosas desde la muerte de su padre. Y aunque sea difícil no hacerlo, se encuentra a sí misma casi enterrada en un ensueño. Pero esta vez sus preocupaciones toman una forma concreta:
Senjuro mira hacia el suelo y ella, involuntariamente, frunce el ceño.
— No creo que pueda... —niega con la cabeza y su coleta se mueve de un lado a otro—. No todavía, al menos.
Ayaka sorbe de su taza de té y ni siquiera se da cuenta cuando se quema la lengua.
— Está bien —dice—. Solo prométeme mandarme un cuervo si cambias de idea.
Senjuro asiente con la cabeza de nuevo y ambos salen de la habitación.
“ No está bien”, piensa, “no está nada bien”. Puede ver algo roto y moribundo en la forma en la que Senjuro Rengoku camina, se mueve, la forma en la que respira, y ella no lo soporta.
—¿Qué será? —. La dependienta de la panadería llama a Ayaka desde el mostrador y ella levanta la mirada.
—Taiyaki —. Yuu interviene antes de que Ayaka se queda titubeando más de la cuenta—. Y dango—. Le da un codazo en las costillas haciendo que ella parpadee.
La dependienta le pasa por encima del mostrador un paquete en el que están envueltos lo que sea que Yuu haya pedido y Ayaka saca de su bolsillo un par de monedas. Con una última sonrisa ambos salen de la panadería y emprenden su camino de vuelta a la residencia Rengoku.
Ayaka le lanza una mirada discreta a Yuu por el rabillo del ojo y se apega el paquete al pecho.
—¿De qué conoces a Senjuro?
Yuu la ojea de la misma manera, como si fuese un espécimen al que no quiere acercarse demasiado, y se encoge de hombros. Al menos, piensa Ayaka casi con sarcasmo, no se están matando el uno al otro.
—He estado ayudando con el funeral desde el mes pasado —. Ninguno de los dos habla por un momento—. Tenía que devolverle el favor, supongo.
—¿Es que de repente te preocupa tu karma? —. Ayaka alza una ceja y sonríe.
—Nah —dice Yuu, rascándose la parte trasera de la cabeza antes de volver a mirarla a la cara—. Yo no soy creyente. Solo quería honrar la memoria de Rengoku-san.
Ayaka asiente con la cabeza, en entendimiento.
—Oí que fue muy violenta —y luego añade rápidamente—, su muerte.
—Lo fue —dice Yuu, con la vista fija en la distancia. Ahora que ella se fija, se le ve mucho más curtido. ¿Son esas arrugas?—. Al final le dije la verdad.
A Ayaka se le pasa por la cabeza la idea de darle un dulce del paquete pero al final desiste—. ¿Lo de tu madre?
—Y lo de la tutela de Shinobu —. Puede que la diferencia entre los adultos y los niños es que los adultos no se espantan ante las mentiras, o ante admitirlas llegado el momento—. No se enfadó.
—Eso es bueno, ¿no?
Yuu ahoga una risa que se tapa con la mano, con expresión entre divertida y triste.
—La decepción —dice—es mucho peor que el enfado.
Después de eso, ambos continuaron andando sin decir palabra.
Se reúnen con Senjuro y Tanjirou en la residencia Rengoku, para entonces, Tanjirou ya estaba consciente y había una tetera nueva descansando sobre la mesa.
Ayaka arruga un poco la nariz cuando huele té verde y no jazmín, pero es lo suficientemente discreta como para que Senjuro no se dé cuenta y ser grosera.
—¿Así que están completamente destrozados? —pregunta, por encima de la taza de té que no se va a beber. Nezuko, quien había salido para entonces de su caja y se sentaba ahora sobre sus rodillas, soltó un gruñido indignado.
—Debe haber sido mi padre —. Senjuro se veía inusualmente nervioso, más al menos de lo que ya lo hacía normalmente. Yuu a su lado siseó una maldición—. Perdona otra vez, Tanjirou.
—No es culpa tuya, Senjuro —. A pesar de sus palabras, Tanjirou se veía ligeramente decepcionado. Luego se giró a mirar a Ayaka—. ¿Cómo está tu nariz?
Ella levantó la vista de Nezuko en sus rodillas, quien jugaba con sus dedos.
—Hace un rato que dejó de sangrar —. Sin apartar a Nezuko de acercó a él, mirada fija en su frente—. ¿Qué tal tu cabeza? —y más silenciosa, casi como le intimidase, continuó—. Y la herida en tu estómago...
—No tienes que preocuparte por eso—. Aunque lo dijese, Ayaka seguía teniendo una mueca en la cara.
—Deberíamos irnos —. Yuu miró por un momento a través de la ventana. El cielo empezaba a teñirse de naranja. Luego compartió una larga mirada con Senjuro.
Ayaka se da cuenta de que, de habérselo pedido él, Senjuro se habría ido.
“No confía en mí,” piensa. Y, sin quererlo, frunce el ceño.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
El Sol vuelve su piel sudorosa y en su caja, las uñas de Nezuko rascan contra la madera en los hombros de Aya. Senjuro les da los dulces que quedan para el camino y les desea un buen viaje con una sonrisa en la cara, dejando la guarnición de la espada de Rengoku-san en sus manos. No acepta un “no” por respuesta, Tanjirou supone que otra carga no es para tanto.
Más adelante Aya camina al lado de Yuu, trenza aún medio hecha y uniforme mal puesto, y aunque hubiese dicho que no, puede oler la sangre aún viniendo de su nariz. Cada cierto tiempo alza la manga para limpiarse cuando se vuelve demasiado, esperando que Tanjirou no lo note, pero su nariz es demasiado sensible. Le reprocha su egoísmo con su esencia a metal y le provoca una y otra vez, como algo que le insulta a la cara sin palabras.
Le molesta más que no le importa.
A pesar de que Aya sangre o esté sudorosa o su trenza esté mal hecha, es más importante el que esté con él.
Pero admitir un deseo tan simple se siente, de alguna manera, liberador. Y él lo disfruta.
Quiere disfrutarlo un poco más.
—¿Qué pasa? —. Tanjirou parpadea y se encuentra con que su mano está afianzada contra la muñeca de Aya, que le mira con una ceja alzada y, algo que disfruta, también, sin ninguna mueca.
Puede oír a Yuu silbando cada vez más lejos. Lo sabe, ¿no? Tanjirou nunca ha sabido disimular, o a lo mejor son sus mejillas, que siente calientes.
Es la primera vez que siente decir algo con tanta naturalidad.
—Me pediste que fuese más egoísta —. Ante sus palabras, Aya se queda mirándole—. Me dijiste que sino, no lo aguantarías.
—Sí que dije eso —. Aya se rasca la mejilla con la mano que Tanjirou no tiene agarrada por la muñeca, casi viéndose avergonzada—. “Te odiaré si te conviertes en alguien como mi padre”, ¿no? Me sorprende que te acuerdes. Creo que fui un poco dura.
—Pero sigue siendo verdad —. La dureza en los ojos de Tanjirou hace que Aya deje atrás cualquier tipo de vergüenza y adopte una expresión más seria.
—Sí, sigue siendo verdad.
—Entonces —. Tanjirou se para bruscamente, como si él, también, necesitase tiempo para procesar lo que va a decir, y esta vez toma ambas manos de Aya entre las suyas—. Quiero ser egoísta pidiendo que te quedes conmigo.
Por un momento, ella se queda completamente quieta. Tanjirou aprovecha la oportunidad para atacar de nuevo.
—Quiero que me sigas guiando —. Piensa en el monte Natagumo y en cómo la voz de Aya le había susurrado al oído en el campo de batalla.
Pasa solo un segundo para que toda la cara de Aya se vuelva roja.
—¿Eh? —. Suelta algo que parece el chillido ahogado de un animal pequeño—. ¿¡Eh!?
—Ya me has oído —. Tanjirou mentiría si no dijese que está disfrutando esto—. Quiero ser egoísta. Aunque duela o aunque no lo soportes, quiero que permanezcas a mi lado —la mira directamente a los ojos al decirlo— y que me veas arder.
Es una de las pocas veces que algo así hace tambalear a la montaña de Ayaka Iwamoto.
Habían sido pocas las veces que había podido imaginarse a Aya como una niña pequeña que temblaba mucho y sonreía de manera nerviosa. Pero esta vez la ve claramente, sin problemas, tan pequeña como cualquiera de sus hermanos y tan vulnerable o incluso más a las palabras mezquinas de otros niños.
Mientras la observa, Aya murmura para sí:
—¿Pero qué dices? ¿Qué significa eso siquiera? ¿Qué...? No entiendo, ¿no...?
Mediante alguna clase de milagro Aya consigue deshacer el agarre que Tanjirou tiene sobre sus manos y entierra su cara en ellas, cada vez más consciente de la calidez rojiza de sus mejillas.
—Aya —llama Tanjirou, sonriente, al tiempo que la toma por los hombros para prevenir que tambalease hacia atrás.
—Yo no... no puedo... —las palabras se le atragantan en la garganta pero Tanjirou ha vivido con cinco hermanos menores durante el tiempo suficiente como para saber lo que es esperar—. En realidad yo ya... no necesitabas... no era necesario... que me lo pidieses... —. Ella por una vez deja de mirar al suelo para mirarle a la cara aunque, claro, entre sus dedos—. Ya tenía pensado hacerlo... No hacía falta que me lo pidieses... Pero no estaré contigo para ver como te quemas —. Tanjirou piensa que la determinación le sienta muy bien—. Sino para prevenir que lo hagas.
Y de repente le está abrazando, con los brazos alrededor de su cuerpo y la cabeza enterrada en su hombro (para que no vea sus mejillas sonrojadas, Aya siempre sería orgullosa).
¿Cuando fue la última vez que alguien le abrazó? Se pregunta, mientras se aferra a Aya, como puede, con la caja a su espalda que él debería estar cargando.
Aya huele bien.
—Miau.
Tan, tan bien.
—Miau.
Que podría comérsela.
—¿Es eso un gato? —. Aya se despega de él y mira a su alrededor.
Si fuese un gato normal estaría irritado (ya lo está). Al mirar al suelo, Tanjirou se encuentra con ojos amarillos.
Ambos observan curiosos al gato que les mira, pero no con curiosidad, sino con sobriedad.
Hace tiempo que Tanjirou dejó de oír el silbido de Yuu en la distancia.
—¿Chachamaru?
Notes:
haha, esto fue divertido, espero poder seguir experimentando!
Chapter 21: Verdad
Summary:
Soy simple ―siente que debe decirlo―. Ayaka me llama así muchas veces.
Por alguna razón, su madre sonrió―. Eso es bueno.
A lo mejor había algo que él no entendía.
"Ser simple, mamá," piensa Yuu, ahora más alto y con los hombros de un tamaño considerable, "es bueno para no entrar en pánico al ver a un demonio."
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Si Yuu hubiese sido alguien como Ayaka o como Tanjirou, le habría dado muchas vueltas al tema.
Puedo imaginarlo, como se habría martirizado por haber dejado a Rengoku-san morir. Habría llorado o maldecido el nombre de Akaza, se habría hundido en la pena o habría salido de ella más duro o grosero de lo que una vez fue, pero Yuu es simple, tan simple como la muerte misma. Y eso, piensa, es lo que le hace un buen doctor.
No es algo evitable, tampoco es algo que pueda cambiar ahora por mucho que quiera. No había nada que hacer y esa es la verdad. Por mucho que lo piense, no podrá hacer nada, así que él seguirá adelante y no pensará sobre la muerte de Rengoku, o lo que podría haber hecho para salvarle. Si alguien muere se acabó, y no tiene el lujo de pensar en ello porque hay gente que aún necesita su ayuda.
Eso no ayudará a nadie, se dice, así que prefiere centrarse en lo que tiene delante de él (piensa en Senjuro, quien debe estar escondido en algún rincón de su casa, lamentándose en solitario por la muerte de la única persona que tenía) y hacer lo que puede ahora.
Yuu observa como la aguja de metal perfora la carne y se mantiene muy quieto mientras su madre cose, lentamente, hasta que en la piel no queda nada sino el limpio rastro de las puntadas.
Él no se mueve, no tiembla ni se estremece. La aguja entra y sale de la carne y él solo observa.
Tumbado en el suelo, el hombre suelta aire por la nariz en un bufido. A su lado, está tirada una botella vacía. No había querido usar la anestesia.
―Yuu ―llama su madre―, quiero que mires atentamente ―. Él lo hace―. ¿Sabes quién es este hombre?
Yuu niega con la cabeza, esperando recordar su rostro, pero no lo hace.
―Es el sacerdote del pueblo de al lado, es un hombre misericordioso, que ha ayudado a mucha gente ―. De repente el tono de su madre cambia, y él, en instinto, agudiza el oído―. ¿Pero qué pasaría si fuese un ladrón? ¿Y si el momento en el que se curase, asaltase alguna casa o matase alguna familia? ¿Le habrías curado?
El hombre, aún embriagado, mira hacia el techo con ojos borrosos.
―La gente mala no merece ser curada ―viene su respuesta en un susurro―, yo no lo haría ―. Su mirada deja al hombre para fijarse en su madre―. ¿Es un ladrón?
―No, pero quería saber tu opinión ―dice ella, limpiando la aguja sanguinolenta en un trapo―. ¿Crees que las personas malas no deben ser curadas?
―No, ¿deberían?
―Eso nadie lo sabe ―. La cabeza del sacerdote se mueve de un lado a otro buscando algo en borracha ceguera―. Pero sea cual sea tu opinión, debes tenerlo muy claro. Muchos médicos se negaron a curar a cristianos hace muchos años, y tampoco hicieron nada cuando les condenaron a la hoguera o les encarcelaron por paganos. No hablaré mal de ellos, porque se mantuvieron fieles a su juicio. Pensar demasiado las cosas en nuestro oficio no ayuda a nadie.
―¿Somos nosotros paganos? ―. No ha visto a su madre rezar nunca ante ningún altar, ni tampoco besar estatuas de budas. No es como si él lo haya hecho, tampoco.
―No, solo somos menos creyentes que otras personas ―. Su madre se encoge de hombros pero él sabe que está mintiendo―. Los médicos no pueden apoyarse en milagros, ¿sabes?
―Yo no necesito milagros.
Nozomi le mira durante largo rato―. No, supongo que no ―. Y luego se seca las manos en el kimono―. Si eliges curar a gente mala, o si eliges no hacerlo, deberás vivir con las consecuencias. Quiero que lo sepas.
―No curaré a gente mala ―sentencia Yuu.
―¿No cambiarás de opinión?
―No ―hace una pausa―. Soy simple ―siente que debe decirlo―. Ayaka me llama así muchas veces.
Por alguna razón, su madre sonrió―. Eso es bueno.
A lo mejor había algo que él no entendía.
"Ser simple, mamá," piensa Yuu, ahora más alto y con los hombros de un tamaño considerable, "es bueno para no entrar en pánico al ver a un demonio."
―Tú no eres Tanjirou ―. Yuu le ve colmillos bajo los labios.
―Tú tampoco eres Mary Pickford* ―. El chico frunce el ceño como un perro rabioso, y le suelta del cuello de la camisa por el que le ha arrastrado con cara de pocos amigos. Yuu alza una ceja y reprime el impulso de reírse―. ¿Qué? Creía que estábamos diciendo cosas obvias.
Lo primero que hace, como un instinto, es preguntarse si lo ha visto alguna vez. Recorre los interminables archivos que son su memoria, su etapa de infante, niño y finalmente adolescente, todo en una décima de segundo. Al no encontrar nada, se convence de que no ha visto a este chico y que, como no lo ha visto, tampoco lo conoce.
―¡Yuu! ―. Ayaka aparece por la pared que él acaba de atravesar con un gato moteado en brazos seguida de Tanjirou―. ¡Ah, estás bien! Menos mal ―. Mira detrás de sí, como si acabase de procesar que ha traspado una pared―. No sabía que pudiese hacer eso.
―Es que no puedes ―gruñe el demonio para después dirigir su atención hacia Tanjirou, apuntando primero a Yuu y luego a Ayaka con el pulgar―. ¿Quiénes son estos?
―Debería ser yo quien preguntase eso ―murmura Yuu aunque lo suficientemente alto como para que el demonio le escuche, quien en respuesta le lanza una mirada malhumorada.
Tanjirou avanza hacia ellos y es Ayaka quien le sigue. El gato de ojos amarillos que mira a Yuu con demasiada atención para ser un gato normal ronronea entre sus brazos.
―Creía que os mandaría la sangre de las Lunas Demoníacas mediante Chachamaru ―empieza Tanjirou. Detrás de él, Ayaka se centra en rascarle al gato detrás de la oreja.
―No fue idea mía ―dice el demonio―. Yo me opuse, pero la señora Tamayo insistió ―de repente Yuu, en instinto, agudiza el oído―. Quiere ver personalmente a Nezuko ahora que ha desarrollado una técnica de sangre demoníaca.
―¿Ta... mayo? ―. Yuu prueba aquel nombre en su boca lentamente.
―Señora Tamayo para ti ―gruñe el demonio.
―¡Oh, aquella demonio que te ayudó en Asakusa! ―. Ayaka se gira hacia Tanjirou y él le da un asentimiento―. Me pareció una persona amable.
Yuu oye a sus espaldas la voz de Yushiro diciendo que "Tamayo no es amable, es la más amable," cuando una voz femenina llama desde la puerta con severidad.
―Yushiro ―. La mujer de ojos amatista se alza alta con la barbilla alta―. No les molestes.
Yuu se la queda mirando con cara de bobo mientras la mujer baja las escaleras y se reúne con ellos en el porche de la casa.
―¿Son dignos de confianza? ―. Se fija más en Ayaka, quien lleva puesto el uniforme, al preguntarle a Tanjirou. Él asiente―. Bien, entonces entremos. No tardaré mucho.
Yuu no despega su mirada de ella en todo momento y, en una décima de segundo, está seguro de que conoce a esta mujer.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Llega a la conclusión de que "Tamayo" es una doctora.
Ha visto a gente clamar saber medicina, sacerdotes y pícaros que anuncian en las calles poder hacer milagros recetando una infusión con hierba que se sacan de los bolsillos y rezar al cielo tres veces al día para ganarse la gracia de los dioses.
Pero al observar a Tamayo, puede saber que es una doctora de verdad.
Le toma la temperatura a Nezuko, mide sus colmillos y garras y le extrae sangre con una aguja muy fina mientras Yushiro les sirva a ellos unos bollos. ("Los tenemos para los invitados humanos", había dicho Tamayo, oliendo el desconcierto en la cara de Yuu. Él tomó uno entre sus manos y se metió más de la mitad en la boca, sin dejar de mirarle a los ojos. Después de un rato, fue ella quien apartó la vista para examinar la sangre de Nezuko bajo las lentes del telescopio.)
―No te duele mucho, ¿no? ―. Ayaka mantiene a Nezuko sentada en sus rodillas, donde ella mueve de un lado a otro el brazo, protestando un poco.
―Eres muy fuerte, Nezuko. Eso debió doler ―. Tanjirou palmea la cabeza de su hermana y, aunque siga con un ceño fruncido, deja de revolverse y solo se frota donde está el algodón en su antebrazo, allí donde Tamayo le ha clavado la aguja.
―Los niños se te dan muy bien ―. Ayaka sonríe y deja que Nezuko juegue con sus dedos para distraerse―. Eres genial, Tanjirou.
Tanjirou en respuesta solo se frota la parte trasera de la cabeza y se ríe.
Yuu repiquetea los dedos contra la mesa en impaciencia y continúa observando a Tamayo. Yushiro le mira mal por ello, pero no es que a él le importe. Los bollos le saben a ceniza.
―Así que, ¿para que usáis la sangre de Nezuko?
Su voz es como el hielo que corta la piel en medio de la tormenta. Tamayo tensa los hombros y se queda muy quieta. Cuando responde, no se da la vuelta.
―La sangre de Nezuko es especial ―se limita a decir―. Su aporte puede ser de gran ayuda.
―¿Es que la tuya no serviría? ―insiste Yuu con acidez―. ¿O es que no quieres usarla por alguna razón?
Oye a Ayaka susurrar su nombre con urgencia, pero Yuu arruga la nariz.
―¿No vas a decirme tampoco para qué la usas? ―. De repente está de pie, y es mucho más alto que Tamayo, quien continúa sin mirarle―. ¿Es que tienes algo que ocultar?
―Oye, tú ―. Yushiro suena como si se estuviese mordiendo la lengua cuando le toma por el hombro―. Le hablarás de manera correcta a la señora Tamayo.
Yuu frunce más el ceño.
―¡Calmémonos todos! ―. Ayaka alza ambas manos al aire e intenta sonreír al separar a Yuu de Yushiro―. ¡Seguro que nos podemos llevar bien, no hay necesidad de pelearnos! ¿¡No es verdad, Tanjirou!?
Mira a Tanjirou con pánico en los ojos, lo que hace que él se levante y se interponga entre Yuu y Yushiro.
―Seguro que Yuu no quería hablarle así a Tamayo ―. Su acostumbrada amabilidad hace que al instante Yushiro deje de enseñarle los colmillos―. Nezuko no necesita comer humanos, por eso Tamayo dice que su sangre es especial. No hay otro demonio como ella ―. Se dirige a Yuu, a quien no ha podido calmar, con intención de satisfacerle. Pero eso no es lo que quiere.
―Había otro demonio en la casa ―dice Yuu, mordiéndose la lengua para hablar, en vez de ladrar―. Cuando mataron a mis padres había otro demonio en mi casa.
Por supuesto, no sería capaz de olvidar la vista de los colmillos y las garras pertenecientes a la figura alta en la oscuridad, observando contra la pared mientras sus padres eran devorados.
Ayaka suelta un jadeo de sorpresa, viéndose preocupada, y susurra―. Yo no vi a nadie más, solo a... aquel niño.
―Tú no le viste ―dice Yuu, cerca de sonar resentido―. Pero había otro demonio, lo recuerdo. Y también recuerdo haber visto a Tamayo en mi casa, cuando era un niño. Es demasiada coincidencia.
―¡La señora Tamayo jamás le haría daño a un ser humano! ―exclama Yushiro, a quien Tanjirou tiene que aguantar para que no se abalance sobre él.
―Aunque... sí que es cierto que Tamayo podría haber convertido a aquel niño ―murmura Tanjirou para sí. Luego se gira hacia ella con solemnidad. Ayaka aún está agarrándose a Yuu, nerviosa―. Usted no haría eso, ¿no, Tamayo? Sugiero que aclare esto lo antes posible, o Yuu seguirá agitado.
―Lo siento ―susurra Tamayo, y Yuu no sabe qué significa su mirada cuando alza la vista y le mira a la cara―. Tienes la convicción de tu madre, ¿no te lo había dicho nadie nunca?
Esto le toma tan desprevenido que por un momento deja de respirar. Habría esperado que lo negase un poco más, que se excusase o que directamente mintiese. Pero una confirmación tan directa, como un ladrillo a la cara, le deja sin aliento.
―Sígueme ―le urge Tamayo. Abre la puerta a una habitación contigua a donde están y le hace un gesto con la cabeza―. Asumo que prefieres tener una conversación privada.
Yushiro intenta que su disgusto no se manifieste en su cara pero lo hace. Ayaka le lanza una mirada que dice "¿seguro?" a lo que Yuu asiente. Tanjirou toma a Nezuko en sus brazos y mira una última vez en dirección a él y Tamayo.
Tamayo podría matarle, piensa Yuu, pero no tiene mucho que perder, tampoco.
―¡Espere, señora Tamayo! ―. Ayaka da un paso adelante, con Chachamaru frotando la cabeza contra su pierna. Por alguna razón, sus mejillas están muy rojas―. Me gustaría... hablar con usted luego.
Tamayo la mira durante un largo rato, solo para asentir―. Charlaré contigo después, Ayaka Iwamoto.
Ayaka abre la boca para preguntar cómo sabe su nombre, pero Tamayo le cierra la puerta en sus narices antes de que pueda hacerlo.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
La habitación a la que lleva aquella puerta es un pequeño cubículo de madera con la pared derecha amueblada por estanterías llenas de libros que puede reconocer. A la izquierda se ven unas pesadas cortinas de terciopelo que cubren las ventanas (para que no entre la luz del sol, supone) que se ciernen por encima de un escritorio de caoba. Éste está embadurnado con hojas de papel y distintos botes de cristal esparcidos por todas partes. Acompañando a la mesa hay un sillón carmesí que parece muy caro, donde Tamayo se sienta.
Luego apunta en un movimiento elegante hacia otra silla que está al lado de la suya, aunque ésta parezca menos decorada, con una tela tersa, pintada con patrones de colores, en vez del ostentoso tejido brillante que cubre la silla de Tamayo.
Yuu se sienta en ella y espera a que Tamayo hable. No está acostumbrado a ese tipo de muebles, así que continúa revolviéndose sin cesar.
―Cuando dejó de mandarme cartas, la busqué ―empieza Tamayo apenada―. Pero una vez me enteré ya era demasiado tarde. Nunca supe si estabas vivo, asumí que moriste en el incendio también... me habría gustado criarte en su lugar.
Esta vez es Yuu quien suelta un jadeo confuso cuando Tamayo toma su cara entre sus manos y se acerca mucho, demasiado―. Has crecido tanto
―Tu madre era una doctora estupenda y una mujer maravillosa ―continúa Tamayo―. Le apasionaba lo que hacía, tanto que ni siquiera le importaba que yo fuera un demonio con tal de poder aprender de mí ―suelta una carcajada que la hace ver diez años más joven―. Siempre llamándome su "senpai".
Yuu se queda quieto entre sus manos y, en voz muy baja, susurra―. ¿Mi madre te llamaba senpai?
Tamayo asiente y por fin le suelta la cara―. Debe haber sido difícil para ti, ¿no? Tener que guardar luto tú solo... Y encima siendo tan joven.
Se le vienen a la mente horas caminando sin rumbo, simplemente existiendo, y huesos doliendo junto a lenguas secas y estómagos rugiendo.
―No ―dice, y esta vez su voz suena mucho más suave―. Tuve a gente que me acogió... Makoto-san me crió estos tres últimos años como si fuese su propio hijo.
Tamayo sonríe a pesar de las circunstancias―. Me alegro de que tengas gente en quien poder confiar. Siento no haberte encontrado hasta ahora.
―Pero... ¿qué haría mi madre con usted?―. Yuu titubea, aún en confusión―. No le importaba que fueses un demonio, ¿pero por qué?
―Cuando tu madre era niña, su hermano se convirtió en demonio ―. Tamayo observa con pena su mirada horrorizada―. No sabes mucho de tu madre, ¿no?
―Solo... solo sabía que no era de nuestro pueblo, que venía de otra parte... ―. La lengua se le choca contra los dientes, trastabillando―. Pero nunca habría imaginado que...
―Es comprensible ―. Tamayo le toma por los hombros―. Su hermano intentó comérsela, pero fue salvada por un cazador de demonios. Y eso es algo que siempre lamentó... el no haber podido convertirle en humano... o al menos devolverle la conciencia.
―¿Entonces quería una cura? ―susurra, pesadamente.
―No ―. Tamayo niega con la cabeza―. A tu madre le daba igual que su hermano fuese un demonio, lo que quería era buscar una manera de poder controlar las mentes de los demonios... Por eso empezó a estudiar los núcleos del alma.
Yuu suelta un gruñido e ignora la familiaridad del término―. Eso me da igual, yo quiero saber quién es el demonio que convirtió a Takeshi y mató a mis padres.
Tamayo se le queda mirando con algo tierno en los ojos―. Por supuesto, ¿recuerdas su aspecto?
Él suelta un pequeño jadeo―. Tenía los ojos de muchos colores... es lo que más destacaba.
―Yuu... ―. Tamayo susurra su nombre con algo cercano al pánico―. Solo hay un demonio con esos ojos.
―Debes prometérmelo ―dice, abalanzándose sobre su brazo con desesperación―. Prométeme que no irás tras él ni que intentarás matarle.
Tamayo le aprieta una pizca demasiado fuerte, él se queja―. Vale, ¡vale! ¡No iré tras él!
Aunque lo haga, Tamayo no se ve menos nerviosa―. El demonio de ojos de colores... ese demonio es la Luna Superior Dos... Douma.
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Notes:
Mary Pickford*: Fue una de las máximas figuras del cine mudo durante el período 1915-1925 como intérprete de un tipo popular de ingenua romántica y así llegó a ser la actriz más poderosa y mejor pagada en esa época, la primera gran estrella de Hollywood.
He estado leyendo historias cortas de Akutagawa últimamente, por lo que con todo lo que estoy aprendiendo de esta época, me dan muchas ganas de hacer referencias culturales.
Creo que Aya es todo lo contrario a una "modan gāru", jaja! Ella no sabría quien es Mary Pickford. En cambio, Yuu leería novelas como "Naomi" de Tanizaki.
Chapter 22: Conferencia con el demonio
Notes:
Aya ha estado trenzando el pelo de Nezuko durante treinta minutos.
Bueno, Tanjirou no lo llamaría “trenzar”, porque cada vez que Aya deja el pelo de su hermana en una ordenada trenza, la deshace sin parpadear y vuelve a empezar. Y, francamente, está empezando a preocuparle.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Aya ha estado trenzando el pelo de Nezuko durante treinta minutos.
Bueno, Tanjirou no lo llamaría “trenzar”, porque cada vez que Aya deja el pelo de su hermana en una ordenada trenza, la deshace sin parpadear y vuelve a empezar. Y, francamente, está empezando a preocuparle. La cuarta vez que la llama, Aya finalmente le oye y deja ir a Nezuko, que admira su trenza medio hecha con una mueca.
—Oye, ¿estás bien? —pregunta. Aya está sentada muy cerca de él, con las rodillas rozándose, y Tanjirou considera la idea de agarrar su mano, pero finalmente la abandona.
—Ajá —. Aya traga nerviosamente e intenta reírse, pero cuando la mirada cuidadosa de Tanjirou no cambia ella suspira y se deja caer de nuevo contra la pared—. Solo estoy preocupada.
—¿Preocupada sobre qué? —inquiere él, y ella se encoge de hombros.
—Yuu, supongo. Es decir… sus padres fueron asesinados… no está bien—. De repente se incorpora con energía y Tanjirou pega un saltito—. Lo perdió todo y ahora cree que la señora Tamayo mató a sus padres, ¿cómo se supone que deba…?—. Hace un extraño gesto con las manos y suelta un quejido—. Solo me preocupa cómo está. A pesar de todo, sigue siendo Yuu.
Todavía me importa, Tanjirou escucha en su lugar. Y él sonríe.
—Creo que estará bien, —dice—. Después de todo, es Tamayo —su voz suena un poco ahogada—. No puede haberlo hecho.
Aya silenciosamente ojea el pelo de Nezuko y mueve nerviosamente la mano, como si estuviera pensando en proseguir con su interminable trenzado de nuevo—. No es Tamayo lo que me preocupa. Solo están hablando, es tan aburrido.
Tanjirou mira a la pared que les separa de la habitación donde Tamayo y Yuu entraron hacía un rato y luego la mira a ella.
—¿Enserio puedes ver eso? —. Intenta no hacerlo pero termina reprimiendo una risa. Aya intenta no reírse tampoco pero la risa de Tanjirou es contagiosa.
—Es decir, es un poco raro —. Se coloca un mechón de pelo tras la oreja y sonríe un poco. Tanjirou también lo hace.
—Sí que es un poco raro —dice él—. Pero sería capaz de olerte a una milla de distancia, supongo que lo entiendo—. Está mintiendo, como es Aya podría olerla a mucha más distancia, pero no dice eso.
—Nunca he preguntado —Aya de repente se gira hacia él y le da un toque a su mejilla—. pero, ¿cómo funciona? Tu nariz.
—Oh—. Tanjirou intenta buscar una respuesta adecuada mientras Aya le mira con ojos curiosos—. Huelo las cosas de forma mucho más intensa que otras personas, por ejemplo—, apunta a lo que seguramente es la cocina—. Puedo oler el té que Yushiro está preparando—, luego apunta a la ventana, donde Aya se acerca para ver un brillante jardín—, y las flores fuera.
—¿Cuales son? —pregunta ella.
—Un poco de camomila, —sopesa sus opciones, centrándose un poco más antes de contestar—. También hay lavanda.
—¡Eso es genial! —. Aya se ríe como una niña pequeña—. ¿A qué huelen los demonios?
—Um, —Tanjirou trastabilla—. Cenizas.
—Cada vez que miro a los demonios veo un extraño… vacio negro—dice Aya—. Supongo que no sería extraño si oliesen a ceniza —y luego repite—, enserio tu olfato es genial.
—Eh, a veces me da problemas. Los olores pueden ser abrumadores—. Piensa en el olor a sangre y en cómo está permanentemente pegada a su paladar sin importar las veces que se lave los dientes o beba agua, pero prefiere ir por algo más suave—. Zenitsu compra una colonia cara que se pone todo el rato porque dice que las chicas se enamoraran de él si lo hace pero para mí solo huele tan mal porque usa tanta que es imposible ignorarla.
Aya se ríe y se acerca solo un poco, parando un segundo para comprobar si la expresión de Tanjirou se amarga antes de poner una mano en su rodilla—. ¿Y yo qué? ¿Cómo es mi olor? Dijiste una vez que olía a flores.
—¿Tu olor? —pregunta. Sí, su olor, Aya huele a flores, a miel y a todas las cosas dulces en el mundo. Pero en vez de decir eso solo dice—, hueles bien.
La sonrisa de Aya se torna ligeramente más grande—. ¿No te abruma? —. Aprieta el lugar donde está su mano, en la rodilla de Tanjirou, mientras coloca otra mano en Tanjirou, esta vez en su hombro. De repente toda la piel de Tanjirou está muy caliente.
—No, no creo que lo vaya a hacer nunca—dice en la más pequeña de las voces. Él se da cuenta de que Nezuko está justo ahí. ¿Notaría ella si se besasen solo un poco? Espera que esto no sea inapropiado. A lo mejor Nezuko lo ve como solo un juego.
—Me alegra —. La sonrisa de Aya es suave cuando se inclina suavemente y para, mechones haciéndole cosquillas en las mejillas a Tanjirou, mientras espera a que se reúna con ella a mitad de camino.
Tanjirou recuerda entonces que no ha besado a nadie nunca, al menos no a nadie que le gustase. Su primer beso fue robado por una chica del pueblo al pie de la montaña, hija de los propietarios de un puesto de fideos, que le dio un pico en los labios detrás del pequeño puesto de sus padres (con el olor del agua hirviente en la nariz, no pudo dejar de olerlo durante semanas).
Pero esto es diferente, piensa Tanjirou, acercándose también. No está intimando con alguien a quien apenas conoce, esta es Aya y eso, de alguna manera, lo cambia todo.
—¿Qué demonios estáis haciendo?
Yushiro se alza en la habitación con una pequeña bandeja que contiene una tetera recién preparada que Tanjirou debería haber olido venir hacía un rato.
Aya pega un salto hacia atrás como un gato al que se le ha echado agua, cara muy roja, e intenta reírse.
—¡Nada! —. Sin quererlo suelta un gritito, por lo que tose y luego dice, esta vez más bajo—, no hacíamos nada. Tanjirou solo estaba… oliéndome.
Él se gira rápidamente hacia ella, igual de rojo, y le lanza una mirada que dice “¿enserio?” Ahora Yushiro le está mirando de forma rara.
—Vaaaale —les dedica una última mirada extrañada colocando la pequeña bandeja en la mesa—. Lo que hagáis en vuestro tiempo libre no es de mi incumbencia.
Aya se ríe de forma nerviosa una vez más pero no dice otra palabra. Tanjirou jamás se ha sentido más avergonzada que en este momento.
Nezuko reclama su sitio en las rodillas de Aya y él se alegra al ver que, esta vez, Aya trenza su cabello y lo deja como está a la primera.
Su tarde continúa sin complicaciones y es solo cuestión de tiempo para que Yuu y Tamayo salgan de la habitación.
Yuu se ve un poco tembloroso, probablemente como Tanjirou después de una pesadilla. De hecho, ambos él y Tamayo lo hacen, ligeramente oliendo a nostalgia y lo que él reconoce como tristeza.
—Ayaka, —llama Tamayo.
Sin otra palabra Aya asiente y la sigue cargando con Nezuko en su cintura, y Tanjirou observa como ambas desaparecen cuando la puerta se cierra.
—Oye, —dice Yuu al sentarse a su lado, manos temblando bajo la mesa—. Estás muy rojo, ¿necesitas que Yushiro o yo tomemos tu temperatura?
Tanjirou solo se vuelve de un rojo más brillante y Yushiro ahoga una risa—. Créeme, no lo necesita.
Yuu suelta un pequeño ruido confuso, pero no insiste más.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
A primera vista, Ayaka Iwamoto no es nada especial.
Su pelo negro y sus ojos marrones no la hacen ver diferente de ninguna otra chica japonesa normal, aunque un poco pálida.
—Así que, —empieza Tamayo, tomando asiento en el sillón carmesí que encargó unos meses antes—. Querías hablar.
—Sí —dice Ayaka. No se sienta cuando Tamayo le da permiso y prefiere mantenerse de pie. Nezuko en sus brazos juega con los mechones de pelo que enmarcan su cara—. Eres un demonio.
Debe darle puntos por ir directa al grano, piensa Tamayo.
Examina a la chica frente a ella con una mirada cuidadosa y habla después de un rato—. Soy un demonio.
—Oh, bien —. Ayaka asiente—. ¿Siempre tuviste una conciencia?
—Al principio no, pero supongo que eso no importa —. Tamayo alza una ceja—. Sé que no estás realmente interesada en mí.
—Ya, perdona —dice ella, y de alguna manera parece sincera.
—No me importa —murmura Tamayo. Mira la forma en la que Nezuko se agarra a Ayaka, ambas piernas colgando a cada lado de su cadera, como Tamayo solía sostener a sus hijos cuando era humana—. Quieres una cura, ¿no, Ayaka?
—Sólo llámeme Aya, por favor —interviene ella.
—De acuerdo —dice Tamayo lentamente—. Así que, Aya, quieres una cura. ¿Algún miembro de la familia? ¿Un amigo al que no pudiste salvar?
—Yo nunca… dije que quisiese una cura—. Aya alza una ceja y sonríe—. No… tengo ningún familiar o amigo demonio—, mira a Nezuko—, perdón, no te ofendas.
—No creo que pueda ofenderse —señala Tamayo. Aya solo se encoge de hombros y Nezuko mira a ambas, como localizando su nombre en el aire. Eventualmente se olvida de ello y vuelve a jugar con el final de la trenza que no tenía hacía treinta minutos.
—Dejando a Nezuko a un lado —empieza Aya de nuevo—. Eres uno de los pocos demonios que he conocido hasta ahora excepto Nezuko y a los que he...—. Su voz desaparece y Tamayo alza una sola ceja de nuevo.
—¿Matado? —sugiere.
—Sí, eso —. Aya traga nerviosamente—. Puede que creas que es una tontería.
—No, para nada —dice Tamayo, y no sabe si está siendo sarcástica o no.
—Es solo que… —. Sus ojos han estado vagando por la habitación desde que llegó, lo que francamente no mejoraba la impresión que Tamayo estaba construyendo de ella—. A lo mejor es grosero o embarazoso.
—Si no has expulsado ningún fluido corporal por accidente, estaré bien —. Aya se queda mirándola por un minuto y Tamayo se encoge de hombros—. Soy doctora, he visto muchas cosas embarazosas.
—Oh —. Aya se ríe un poco y la mira a los ojos por primera vez—. Simplemente te ves… como alguien muy miserable, señora Tamayo.
Tiene que parar por un minuto para recuperar su voz de nuevo—. Que yo… ¿qué?
—Y no es sólo usted —. Si no estuviese sosteniendo a Nezuko, Tamayo sabe que Aya estaría removiéndose nerviosa mientras su mirada vuelve a revolotear por la habitación—. Todos los demonios con los que me he encontrado, todos los demonios a los que he matado, todos ellos se veían miserables.
—Así que crees que puedes ayudarles —. El momento en que las palabras salen de su boca Aya se queda muy quieta.
—Um, —asiente con la cabeza—. Creo que sólo necesitan… alguien dispuesto a ayudarles. Tengo la certeza de que son capaces de redimir sus pecados y volver al camino correcto.
Tamayo se vuelve muy rígida al escucharla. Ella es un demonio milenario. Ha presenciado como dinastías se construyen y terminan volviendo al polvo a través de los siglos, como el culto se volvió fuerte a partir de la era Heian y dejó de serlo en las guerras de la era Sengoku, la apertura de lo que juraron sería un encierro eterno en la era Meiji, el cambio de la capital de Kioto a Edo que luego se llamó Tokyo, las vidas crecen y se marchitan en cuestión de años. Pero nunca antes había presenciado esto.
Los ojos de Aya brillan en la oscuridad de la habitación sin necesidad de luz solar cuando sonríe, apegando tiernamente a Nezuko contra su pecho—. Hay mucho dolor y sufrimiento en este mundo, contundente, inevitable y feo, arrastrándose por el suelo como gusanos o arañas—. Algo golpea a Tamayo en el pecho cuando Aya alza los ojos para mirarla a la cara—. No podemos evitar el ser dañados ni el dañar a otros, es definitivamente ineludible. Pero debemos aprender y entender, dejar que el dolor y la ira pase por nosotros como aire que entra y sale de nuestros pulmones. O sino, siempre estaremos sufriendo.
—Yo estaba sufriendo —continúa, presionando los labios en la frente de Nezuko y hablando contra su cabeza—. Pero conocí a alguien que nunca me abandonó, sin importar qué, y eso me enseñó que es posible vivir sin que duela. Y creo que eso es lo que necesitan los demonios, alguien que les ayude. Por eso quiero su permiso para mencionar la posibilidad de la cura a otros demonios, para hacerles saber que hay otra opción—. Sus ojos contienen genuina desesperación—. Y yo quiero ser ese alguien para ellos, señora Tamayo.
Estaba equivocada, piensa Tamayo, puede que se vea como alguien ordinaria o como alguien que no destacaría entre la multitud. Pero sus ojos, nota, no son de este mundo.
Y así es como sabe, Tamayo sabe que Ayaka Iwamoto los salvará a todos.
Notes:
Todo irá cuesta abajo desde aquí!
Chapter 23: Profeta de esta y la era pasada
Summary:
“Querido patrón”, Ayaka escribe, febril y temblante.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Tamayo y Yushiro se despiden de ellos en la puerta con una sonrisa (por parte de Tamayo) y una mueca (de Yushiro) mientras el Sol empieza a ponerse sobre el horizonte.
No pasa mucho tiempo para que Nezuko salga de su caja, en la espalda de Aya, y se una a su paseo, instantáneamente agarrándose a su mano. Tanjirou observa con placer cómo ambas se van alejando poco a poco de él y Yuu, reconociendo el cariño que Nezuko empieza a tener por Aya y viceversa. Si alguien le hubiese dicho que Aya intentó matarla solo unos meses atrás, no se lo habría creído.
Tampoco se habría creído que la Aya enfrente de él es la misma Aya que le mandó al cuerno la primera vez que se conocieron, pero él más que nadie está familiarizado con los cambios, e igual que Tanjirou ya no es aquel niño débil que se arrodilló e imploró perdonarle la vida a su hermana contra la nieve, Aya tampoco es quien solía ser. Los cambios no son tan desagradables como él en un principio pensaba, aunque siempre duela ir adelante.
Mira a Yuu, quien se mantiene en silencio a su lado, y se da cuenta de que ambos están solos y de que de repente Tanjirou odia mucho el silencio, especialmente cuando Yuu se ha visto preocupado desde que habló con Tamayo.
—Um, cuando era niño Nezuko y yo solíamos ir a coger caquis con nuestra madre, —empieza alegremente, esperando poder sacar algo de él.
La mueca de Yuu se vuelve más ligera al tiempo que sonríe—. Ah, yo solía recolectar hierbas con mi madre también—dice, y Tanjirou reconoce que ambos intenta esconder sus respectivos rojos bajo recuerdos felices—. Había un libro enorme, “El uso de las Plantas Medicinales y otros Nutrientes Naturales”. Lo leí en unos tres días.
—Eso es impresionante —halaga Tanjirou—. Eres muy inteligente, ¿no, Kobayashi?
Rojo vuela a la punta de sus orejas mientras sus mejillas se llenan de calidez—. No es para tanto, enserio.
—Pero aun así creo que eres muy guay —insiste Tanjirou con una sonrisa—. Conseguiste averiguar cómo funcionaban los sueños en aquel entonces, ¿no? ¡Y muy rápido!
—Oh, —Yuu se ríe de nuevo—. Es decir, sabía que era un sueño desde el principio, no fue muy complicado.
Tanjirou susurra de nuevo lo guay que es y las mejillas de Yuu solo se tornan más rojas.
—¿Así que ya aceptarás la tutela de Shinobu?
—Ajá —. Su voz es sorprendentemente ligera comparada con la última vez que hablaron sobre esto—. Se lo dije cuando vosotros aun estabais en la enfermería, antes de venir aquí. Shinobu parecía bastante feliz, incluso me ofreció acogerme en el Estado Mariposa —se ríe con un encogimiento de hombros—. Fue agradable verla sonreír de verdad por una vez.
—¿Cómo es que cambiaste de opinión? —Tanjirou continúa preguntando.
—Solo quiero salvar vidas, hacer que mi madre esté orgullosa, donde sea que esté —. Yuu se acerca mucho a él—- No creo que esté en el cielo. Y creo que tampoco lo estaré.
Ante esto, las cejas de Tanjirou se fruncen de la forma más ligera posible—. ¿Por qué crees eso?
Yuu finalmente da un paso atrás y vuelve a su usual actitud relajada—. Una corazonada.
—Bueno —dice Tanjirou, inquieto—, ¿qué hay de tu padre?
—Oh, era el tipo de persona que es mediocre en todo —. La diversión le cruza por la cara a Yuu cuando habla—. No era bueno ni malo en nada, no se peleaba con nadie, tampoco creía en algo superior como Makoto-san lo hacía. Solo bromeaba, enserio, Ayaka siempre se reía mucho con él.
—Entonces sus bromas deben haber sido malísimas —. El comentario se escapa en un murmullo pero Yuu le mira en sorpresa. Entonces, ambos rompen a carcajadas.
—¡De verdad que lo eran! —dice Yuu entre jadeas—. ¡Eran lo peor!
Y continúan riendo un rato más, apoyándose el uno en el otro y quedándose sin aliento, después mirándose a la cara y rompiendo a carcajadas una vez más.
Una vez se calmaron y le dio a Yuu un poco de agua, Tanjirou mira atrás y ve que Aya sigue jugando con Nezuko. Ahora hace que su hermana vaya tras una pequeña rama que Nezuko intenta coger como si fuese un gato. Satisfecho, se gira hacia Yuu—. Así que, Aya.
Yuu se frota la boca para secarse los labios y le mira con interrogación—. ¿Qué pasa con ella?
—Tú, uh… no creo que deba estar diciendo esto—. Su voz se desvanece a mitad de frase. Yuu hace un gesto para que continúe y de alguna manera la voz de Tanjirou vuelve—. Le gustabas, cuando erais niños.
—Ah, —es lo único que dice—. Supongo que tienes razón.
Hay silencio durante un rato.
—¿Es eso de verdad todo lo que vas a decir…? —murmura Tanjirou.
Él se encoge de hombros en respuesta—. Ya no importa, ella lo ha superado y yo también —. De repente su mirada se vuelve burlona—. Además, ahora tienes una oportunidad.
Le da la botella de agua de vuelta y deja a Tanjirou sonrojándose furiosamente. Ante esto, Yuu se ríe.
—¡No te rías! —intenta Tanjirou, pero Yuu solo se ríe más.
—¿Por qué te… —. Yuu se seca una lágrima huérfana que sale de un solo ojo—. ¿Por qué te gusta ?
—Que por qué… ¿me gusta?
Yuu asiente, ahora con una mirada paciente tomando el lugar de la diversión—. Es decir, debe haber una razón, ¿no? No puedes estar enamorado de alguien solo porque sí.
—¿No es así como funciona? —pregunta él ingenuamente.
—Nah, —dice Yuu—. Solo chicas enamoradizas piensan así. Eso no es amor, sería pasion juvenil.
Tanjirou se cubre las mejillas con ambas manos—. A lo mejor soy una chica enamoradiza…
—Debe haber algo —presiona Yuu, y Tanjirou se muerde el labio.
¿Por qué le gusta? Mira atrás para ver que ahora Aya le está haciendo muecas a Nezuko. Parece que se están divirtiendo y la escena le hace sonreír.
—Aya se siente familiar… no sé cómo explicarlo. Es como si estuviese en casa—. Aya alza la mirada y ve que ambos la están mirando, así que toma a Nezuko y les saluda con la mano desde la distancia, pero Nezuko le pellizca la nariz y retoman sus juegos tontos una vez más—. Sabía que no era una mala persona porque no mató a Nezuko y por su olor… es dulce, a veces retorcido, pero desde el primer momento he pensado en ella como alguien en quien confiar.
Yuu inspecciona las facciones de Tanjirou por un segundo—. Ayaka siempre ha sido así, leal y trabajadora. Estoy segura de que te aprecia tanto como tú la aprecias a ella—se rasca la mejilla meditabundo—. Debe haber sido duro para ella, el matar a Takeshi. Eran amigos, después de todo.
Eso toma a Tanjirou por sorpresa—. Aya nunca me dijo eso.
Un riachuelo en la lejanía resuena mientras Yuu le mira en silencio, claramente confundido—. Pero recuerdo que solían estar juntos todo el tiempo, después de que dejásemos de ser amigos. De hecho, en aquel entonces él era la única persona con la que Ayaka hablaba.
Tanjirou frunce el ceño—. No creo que-
—¡Mamá! ¡Eh, mamá! ¡Ya hemos vuelto! —grita Aya por detrás de ellos, saludándola con una mano y ruidosamente llamando a su madre, quien aparece en la distancia. Tanjirou puede ver claramente de quien lo heredó cuando Kaori empieza a llamar a su hija de la misma manera, mencionando algo sobre mochi.
—Oye —. Yuu le da un toque a Tanjirou en la espalda, señalando al final de la carretera con la barbilla—. ¿No es ese tu herrero?
Tapado por la sombra enorme de Kaori, Haganezuka le espera con algo brillante en la mano.
Oh dioses, son cuchillos, piensa Tanjrou, lleva unos cuchillos.
—Rompí la espada —recuerda súbitamente. De repente el hecho de que él está débil y desarmado y de que Haganezuka está furioso y tiene cuchillos cae sobre él como un cubo de agua—. Será mejor que empiece a correr —. Le da la caja vacía de Nezuko a Yuu—. Aguantala mientras huyo, por favor.
Haganezuka grita su nombre en la distancia, volviéndose más grande cuanto más se acerca. Van a estar así hasta la mañana, ¿no?
—¡Lo siento, Haganezuka-san! ¡Por favor perdóneme!
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Carta a el Patrón #1.
“Querido patrón”, Ayaka escribe, febril y temblante.
“Finalmente entiendo las palabras que me dedicaste hace meses.” Y quiere decir cada cosa que dice. “Mi vida es preciada porque es mía, amo y río, y soy feliz con la gente que comparte estos sentimientos conmigo.
Pero mi vida no es la única en este mundo. Reconozco que hay muchos más como yo que creen que su vida no tiene valor y quiero que entiendan que eso no es verdad. Quiero que dejen de sufrir igual que yo lo hice, y por eso trabajaré duro, incluso si intentan dañarme o alejarme, estaré para ellos igual que tú lo estuviste para mí, patrón, y me aseguraré de que dejen de sufrir.”
Había gotas de tinta en el papel, como si el pincel hubiese estado por encima de él durante un rato antes de continuar de nuevo.
“También descubrí algo perturbador,” su caligrafía estaba temblorosa en estas líneas. “No sé cómo llamarlo, pero fue la primera vez que lo vi todo.
No se equivoque, mi antiguo yo estaba orgullosa de poder ver, incluso cuando era niña. Pero esta vez fue completamente diferente.
Incluso si debería haber estado emocionada o incluso aterrorizada, mi mente estaba tan llena de pensamientos que no sentí nada, y por alguna razón, era mucho más poderosa de lo que lo he sido alguna vez. No estoy segura de si soy capaz de replicar esto o no, o siquiera de si mi mente no lo creó debido a la fiebre que me atacaba en aquel entonces e incluso ahora. Así que esperaba que la sabiduría de mi amado patrón sería capaz de iluminar mis dudas.
También tengo otro objetivo en mente; ya no deseo convertirme en pilar, porque ese fin solo me ha traído dolor y sufrimiento, además de daño a la gente que me importa, y no confío en mí misma para perseguirla sin caer de nuevo en una mentalidad egoísta.
En lugar de eso, ahora aspiro a ayudar a los hermanos Kamado en su búsqueda para convertir a Nezuko en humana de nuevo, junto con ayudar a encontrar una cura para asegurar esta meta.
La única cosa que quiero para mí misma es convertirme en alguien que no es dañada y que no daña a nadie.
Esperaré impaciente por su respuesta y rezaré por su salud y bienestar todos los días, mi querido patrón.
Deseo de todo corazón que esté bien cuando la presente carta le llegue.”
Al final de la carta estaba su nombre garabateado en una desordenada combinación de kanjis, ligeramente borroso de manera que no es legible. La única cosa que quedaron fueron sus palabras.
El Patrón suelta un murmullo contra su taza de té. Kiriya a su lado alza la vista de una serie de documentos que ha estado revisando toda la mañana.
—¿Estás pensando en Ayaka Iwamoto otra vez? —pregunta, refiriéndose a la carta que su padre había recibido hacía semanas. Cuando asiente, Kiriya solo suspira—. No lo entiendo, no es tan fuerte, ¿no? Seguro que no más que Himejima-san.
—Y no lo es —dice el patrón—. Pero estoy entusiasmado.
Kiriya solo alza una ceja y, dándose cuenta de que su padre ya no puede verla, habla:
—¿Alguna razón en particular?
—El poder no viene solo de la fuerza bruta —. El patrón daba palmaditas contra la mesa como un niño pequeño ilusionado—. Además, creo que es una profeta.
Kiriya parpadea lentamente—. No se referirá a…
Una sonrisa se pinta en el rostro del patrón—. Sí, me refiero a eso.
—Ni de broma —dice su hijo—. Dicen que el primer usuario de la respiración del Sol era invencible, y a Ayaka la destrozó la Luna Inferior Cinco.
Oyakata-sama se encoge de hombros divertido—. A lo mejor…
—No, —sentencia Kiriya súbitamente—. No hay manera.
El líder del cuerpo de cazademonios se río silenciosamente—. Lo veremos entonces, a lo mejor te hará cambiar de opinión.
Arrugando la nariz, Kiriya frunce el ceño—. No lo hará.
Notes:
Jaja, esto fue divertido, considero que el viaje de Aya y Tanjirou es muy interesante! Gracias por leerme como siempre, nos vemos el 28 de mayo con "Verano"!
Chapter 24: Verano
Summary:
Si alguien llegase a preguntarle, Tanjirou diría que aquel verano fue el mejor verano que había tenido en un largo tiempo.
Notes:
El "go" es un juego de estrategia en que dos jugadores (adversarios) luchan con el objetivo de lograr controlar un mayor territorio que el oponente. Mientras el juego progresa, cada jugador coloca piedras en el tablero, tratando de formar territorios. Las áreas se disputan en una lucha entre las piedras opuestas (blancas y negras), en general muy compleja, cuyo resultado puede ser la expansión, reducción o pérdida del área en cuestión.
Es relativamente importante para este capítulo, lo prometo.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Si alguien llegase a preguntarle, Tanjirou diría que aquel verano fue el mejor verano que había tenido en un largo tiempo.
Se había acostumbrado a pasar tardes silenciosas con Urokodaki y su maestro consideraba que hacía demasiado calor para entrenar, librando a Tanjirou de las horas más calurosas, el medio día y la tarde.
En aquellos días, se sentaban lado a lado, pies en el agua fría del río, y disfrutaban la presencia del otro sin una sola palabra. Por supuesto, no era nada como los veranos con su familia, recogiendo naranjas y comiéndolas con un poco de hielo. Él y sus hermanos se pasarían los días chapoteando en el agua y trenzando coronas de flores que darle a su padre, demasiado enfermo para ir, y a su madre, que se saltaba comidas para comprar medicina.
Pero este verano, este verano era diferente de todos los que había experimentado alguna vez.
Los días que siguieron a la muerte de Rengoku fueron marcados por un intenso entrenamiento y provocación juguetona. Sus palabras no había sido solo grabadas en la mente de Tanjirou, sino que también en las de Zenitsu e Inosuke. Como un fuego que se había encendido en sus corazones, ni siquiera Zenitsu se quejaba sobre las condiciones de su rehabilitación. En su lugar las aceptaba sin nada más que una mueca, una expresión amarga y unas cuantas lágrimas, lo cual no era nada comparado a su lloriqueo usual (sí que se quejó cuando Tanjirou le despertaba antes del amanecer, pero tenía que darle a Zenitsu el crédito de seguirle en su carrera matutina cada mañana sin falta).
El mismo fuego no parece que se encendió en Aya, quien, aunque hubiese continuado el entrenamiento de sus ojos con su abuela, se había olvidado completamente de volverse más fuerte. De hecho, Aya tomó la posición de líder e intentó enseñarles “el patrón de repetición” y lo que ella había llamado “ver todo”, pero fue inútil ya que nadie podía ver como ella lo hacía, así que en vez de eso intentó hacerles aprender usos más avanzados de la Concentración Total y de la curación que Rengoku le había enseñado brevemente a Tanjirou. A cambio, Aya le pidió a Zenitsu que le enseñase a ser más rápida. Fue la primera vez que Tanjirou vio a Zenitsu entrenar con una chica de una manera decente, y a Aya pedir ayuda sin dudarlo.
Los tres estaban rápidamente poniéndose a su nivel, y cada vez que Inosuke lo señalaba, ella solo se encogía de hombros y les daba la enhorabuena con una sonrisa. Esto hizo a Tanjirou feliz, por alguna razón, pero Inosuke estaba insatisfecho por haber perdido una manera de pelearse con Aya, lo cual dijo que “no era divertido”.
Su segunda estadía en el Estado Mariposa fue más entretenida porque no solo había Aya empezado a unirse a sus actividades diarias y sus descansos para comer, sino que Yuu, quien al principio parecía temeroso de siquiera entablar una conversación con ellos, se les unía a veces.
Pasaba mucho tiempo con Aoi y Shinobu ahora que se había unido oficialmente al ala de enfermería. Cada vez que Yuu se acercaba a Aoi, sus mejillas se pondrían muy rojas y tiraría todo lo que tuviese en las manos al suelo, murmurando y tartamudeando.
La llamaba “Aoi-senpai” con un sonrojo en las mejillas, siguiéndola por toda la Mansión Mariposa como un cachorrito, pero Aoi le prestaba tanta atención como a cualquier otro residente allí, viendo a Yuu más como un junio que a un igual. Entonces Yuu iría a Tanjirou y se quejaría de la completa indiferencia que Aoi le mostraba en cuanto a lo romántico se trataba. Tanjirou solo le daba palmaditas en la espalda e intentaba animarle con galletas de arroz o cualquiera que fuera el tentempié que las niñas les daban aquel día. Yuu solo se quejaba por encima de los dulces, lo cual le recordaba a Zenitsu, y que él y Yuu parecían pasar mucho tiempo juntos, unidos por su fracaso en el amor. En cuanto a Inosuke… se podría decir que a Yuu no le caía bien y que a Inosuke tampoco parecía gustarle mucho. “Fue malo con Yuno,” decía Inosuke, y aunque Aya le asegurase que ya no importaba, Inosuke eran tan testarudo como una mula. “Te hizo llorar,” al decir esto, Aya solo se quedó muy quieta y le dio las gracias silenciosamente, aunque le hizo prometer que no le pegaría más puñetazos a Yuu.
Aunque era más que la suma de Yuu a sus vidas diarias. La pesada atmósfera entre él y Aya se desvaneció casi como si nunca hubiese estado ahí. Donde antes había miradas duras y comentarios ácidos ahora solo había total y completa indiferencia, solo interrumpida por las veces en las que se reconocían el uno al otro en la misma habitación de una manera amistosa, habitando pacíficamente. Esto le trajo a Tanjirou inmensa alegría.
Kaori y Kaede se convirtieron en una presencia familiar con la que encontrarse al verlas en la cocina o ayudando en las tareas de la casa. Fue una agradable sorpresa saber que Shinobu les había ofrecido una estadía permanente. A cambio de ayudar en el hogar y en otra clase de trabajos como residentes oficiales, Shinobu les dio a cada una su propia habitación con un armario y algunos muebles para guardar sus pertenencias, las cuales no eran mucha, pero Kaori expresó su gratitud por tener un poco de privacidad y por la oferta de Shinobu. Kaede solo comentó, de forma sarcástica, que era agradable tener un lugar donde poder guardar el tabaco.
Por alguna razón incomprensible, Aya protestó contra esta opción, entrando de repente en la oficina de Shinobu y exigiendo saber el verdadero propósito de aquella oferta. Con una sonrisa tensa, el Pilar del Insecto le había recordado que no era capaz de cubrir los gastos de una casa para tres personas con su salario actual, y que su familia solo se había visto forzada a estar allí porque ella había quemado su casa.
Esto no sirvió de nada, ya que Aya insistió obstinadamente que se mudarían. Pero cuando Shinobu mencionó que ambas su madre y su abuela habían decidido quedarse por su propia voluntad, y de que no eran niños, sino adultos de los que ella no tenía por qué cuidar, Aya le dio una mueca confusa y finalmente abandonó el tema.
La confirmación de su estadía fue seguida por incontables y rigurosas sesiones de entrenamiento donde Aya y Kanao se enfrentaron, esa vez en términos iguales. Tanjirou es capaz de ver que eran mucho más habilidosas que todos los cazadores de rango bajo que iban a la Mansión, lo cual le llevó a pensar que ser entrenado por un pilar era crucial en las posibilidades de supervivencia en el cuerpo y que en algunos años serían tan fuertes y rápidas como Akaza y Rengoku lo habían sido en su duelo a muerte.
Estas prácticas de lucha eran algo en lo que solo ellas participaban, pero estos pensamientos empujaron a Tanjirou a unirseles, solo para intentar volverse más fuerte. No pasó mucho tiempo para que Aya, Tanjirou y Kanao diesen saltos por todo el dojo en casi irreconocibles brisas, siendo seguidos por Inosuke y Zenitsu, que no querían ser excluidos.
El pilla pilla se convirtió, mayoritariamente, en su actividad y entretenimiento diario.
Algo que confundía a Tanjirou era que, cuando no estaba correteando con Inosuke en alguna parte o jugando a las cartas karuta con su familia o Zenitsu, Aya se pasaba largas horas de la tarde por su cuenta en la biblioteca.
Le echó una mirada a la pequeña montaña de libros a su lado, con títulos como “Biología Celular y Molecular del Dolor”, “Investigación del Dolor: Métodos y Protocolos” y “Avances en la Investigación y Terapia del Sufrimiento”, y le preguntó qué era lo que estaba leyendo exactamente.
En respuesta, Aya se encogió de hombros con una pequeña sonrisa y pasó la página—. Solo me da curiosidad.
—¿Por qué te daría curiosidad, —Tanjirou tomó un libro aleatorio de la pila—, “La Biología Clínica de las Aflicciones y el Dolor”?
—Nada serio —. Ella se incorporó y apuntó con un dedo a un kanji en la página, haciendo el más mínimo contacto con la espalda de Tanjirou. Aya leía lentamente y con dificultad, y él solo recordó en aquel momento que no podría haber leído muchos libros en la casa de Himejima—. Discapaci… discapaci… ¿sabes leer esa palabra?
Tanjirou miró al kanji y pensó mucho, pero sus intentos fueron inútiles—. ¿A lo mejor puedes preguntarle a Yuu? —. Aya hizo una mueca con lo cual él añadió rápidamente—. O a lo mejor Aoi es capaz de ayudarte también.
Ella alzó la cabeza en un gesto de interés pero no dijo nada. Tanjirou no volvió a preguntar.
El día siguiente se encontró a Aya en la biblioteca, Aoi sentada a su lado con un libro de su pertenencia.
De vez en cuando Aya alzaría la mirada del libro y piaría “¡Aoi-senpai!” (siguiendo el ejemplo de Yuu) apuntando a algo en la página. Aoi le diría el significado del kanji o a veces leería la frase entera y se la explicaría y cada vez, la expresión de Aya se iluminaba.
—¡Eres tan lista, Aoi-senpai!
—No lo soy, todo esto es solo lo básico.
Aya solo sonreía de forma más brillante e ignoraba su comentario—. ¡Entonces se te debe dar muy bien!
Sin importar lo que dijese, Aya encontraba una manera de elogiar a Aoi. Eventualmente Aoi se rindió, sin hacer nada que no fuese fruncir el ceño cuando Aya comentaba lo genial que era. Tanjirou se dio cuenta un día de que el olor de Aoi empezaba a volverse más dulce.
Kanao a veces caminaba por allí, sentándose con ellas en silencio y las tres se pasaban horas en una esquina con la ocasional interrupción de Aya preguntándole algo a Aoi o Kanao diciendo que la cena estaría lista pronto, pero ninguna de ellas hacía ademán de moverse de sus sitios hasta que era Yuu quien las llamaba para comer.
En las ocasiones en las que Nezuko salía de su caja y no pasaba su tiempo con Tanjirou buscaba a Aya y se sentaba en su regazo. Aquellas veces Aya dejaba los complicados libros de biología a un lado a favor de recopilaciones de cuentos tradicionales que leerle a Nezuko en voz alta, y las cuatro chicas se inclinaban sobre el enorme libro ilustrado y escuchaban la voz de Aya narrar historias sobre viajes a la tierra de los demonios o zorros cambiaformas y otros espíritus.
Cuando Aya se cansaba de leer, dedicaba su tiempo a garabatear incontables letras dirigidas a extraños. Su cuervo tomó la valiente tarea de mandarlas todas en tiempo récord, lo cual solo hizo que escribiese más.
Llegó un punto en el que Aya se pasaba tanto tiempo allí que su olor permanecía incluso cuando se iba, Tanjirou se pasó semanas sin poder acercarse a la biblioteca durante semanas y cada vez que lo hacía, su cara adquiría un furioso color rojo incluso más intenso que el de su pelo.
Algo de lo que rápidamente se dio cuenta es de que no había llegado a conocer a los residentes de la Mansión Mariposa en su primera estadía, siendo que había estado más ocupada (y había sido más grosera, también) así que las primeras impresiones entre ellos eran, si se pudiese describir en una palabra, horribles.
Hubo una vez en la que él y Aya estaban caminando hacia la cocina para el almuerzo con Inosuke y Zenitsu mientras hablaban sobre algo trivial como su comida favorita (Tanjirou mencionó que le gustaban las verduras de montaña y ella le prometió cocinarlas juntos algún día) cuando de repente las tres niñas se chocaron con Aya al girar la esquina.
El tablero de “go” que llevaban cayó al suelo y las piezas se derramaron por todo el suelo, llenando las tablas de madera con redondas canicas pintadas en blanco y negro. Se arrodillaron tan rápido para recogerlas que no notaron que era Aya con quien se habían chocado. Mientras ella se arrodillaba también para ayudarles a recoger el pequeño tablero le vieron la cara y soltaron un reprimido chillido de terror.
—¡Señorita tsuguko de la Piedra, no la habíamos visto! ¡Por favor perdónenos! —. Kiyo fue quien suplicó porque ambas Sumi y Naho estaban escondidas tras su espalda. Aya solo les dio una mirada interrogante mientras Tanjirou recogía las piezas restantes del suelo.
—¿Por qué pedirías disculpas? —preguntó, ladeando la cabeza en una manera que le pareció adorable a Tanjirou.
Sumi dio un pequeño grito y Naho habló en su lugar. Las tres estaban temblando—. ¿¡Crees que no es suficiente, no es así!? ¡Lameremos las suelas de tus zapatos si eso es lo que quieres! ¿¡O a lo mejor limpiaremos tu habitación!? ¡Cualquiera que sea el castigo que-!
Naho continuó listando castigos desde quitarle el polvo a su ropa hasta hervir agónicamente en una laguna de excremento en el infierno. Aya había dejado de escuchar hacía rato y estaba, en cambio, mirando al tablero de “go” en sus manos.
—¿Vais a jugar? —preguntó, haciendo que las tres diesen un respingo.
Después de varios segundos de silencio, Sumi finalmente contestó con un brusco y temeroso “¡sí!”.
Les tomó a todos por sorpresa (incluso a Tanjirou) cuando Aya preguntó si podía jugar con ellas.
—¿Te gusta jugar? —inquirió Tanjirou, siguiendo a Aya y las niñas a algún lugar del jardín donde la luz del sol es abundante y el olor a flores fuerte.
—Es uno de mis juegos favoritos —. Aya sonrió con gusto—. Como estaba en cama la mayor parte del tiempo Yuu y yo jugábamos mucho, se podría decir que tengo bastante experiencia.
—Hace tiempo que no juego —dijo Tanjirou—. Mi padre solía enseñarme trucos y ver si podía ganarle, pero murió antes de que pudiera hacerlo siquiera una vez.
Aya le dio un codazo en el estómago con una expresión desafiante—. Entonces intenta derrotarme, pequeño bastardo.
Tanjirou apuntó a las tres niñas que ya estaban sentadas a un lado del tablero—. Derrotalas a ellas primero —dudó demasiado como para sonar coqueto—, sabelotodo.
Aya se rió y prometió hacer justo eso.
—¡Llamadme Aya! —exclamó al sentarse al otro lado del tablero. Las niñas dieron un respingo y finalmente Aya procedió a derrotarlas de una forma ridículamente rápida.
Jugaron una, dos, tantas veces como Naho, Kiyo y Sumi estaban dispuestas a defender su honor.
Aya solo las miró desde el otro lado del tablero, unos meros quince centímetros, intentando esconder una sonrisita. Las niñas susurraban entre ellas, intercambiando miradas y de vez en cuando ojeando a Aya por el rabillo del ojo, intentando predecir lo que haría en su próxima jugada. Pero cualquiera que fuese su estrategia, Aya era capaz de vencer sus tácticas y regir sobre la mayoría del tablero con un puñado de movimientos.
Tanjirou se sentó a su lado y observó mientras jugaban, estaba casi seguro de que Aya no jugaba enserio.
Para cuando habían jugado unas cuantas veces apareció Zenitsu, buscando a sus amigos para el almuerzo. Cuando descubrió que Aya y las niñas estaban jugando al “go” demandó jugar también.
—No puedo derrotarte en el campo de batalla, ¡pero te derrotaré en el juego! —afirmó, antes de perder súbitamente contra Aya.
Comprobar quien podía jugar más tiempo sin perder contra ella se convirtió en el desafío real de la competición. Estaba claro como el agua que no serían capaces de ganarle a Aya y sus habilidades tácticas.
Kanao fue la siguiente en caminar cerca del pequeño grupo que ahora tomaba todo el pasillo. Aya levantó la cabeza ante su inesperada aparición y sugirió animadamente que Kanao jugase también. La tsuguko fue vencida en cuestión de segundos y Kanao se vio relegada al final de la línea de los perdedores, que se aglomeraban alrededor del tablero observando cada partida con intensidad.
—¡Aoi! —gritó Sumi en un repentino momento de claridad—. ¡Ella será capaz de ganar, estoy segura! —. Las niñas giraron la esquina y desaparecieron en una ráfaga de aire, mientras Aya observaba como sus pequeñas las veía desaparecer con una pequeña sonrisa. Unos minutos más tarde, con el séptimo fracaso de Zenitsu, se escuchaban protestas en la distancia.
Aoi apareció de repente, niñas tirando de su delantal y urgiendo a la persona que consideraban la más inteligente después de Shinobu para que les ayudase a derrotar al villano.
Y aunque se mantuvo firme más de lo que todos ellos, Aoi también encontró su caída a manos de la cuidadosa mirada de Aya y su sonrisa relajada.
—Ha sido divertido —. Fue lo único que dijo, ordenando las piezas una vez más ante la expresión conmocionada de Aoi. Entonces, Aya se giró hacia Tanjirou—. Tu turno.
Tomó asiento en el lado opuesto al suyo y todos ellos: Zenitsu, Aoi y Kanao, formaron un círculo a su alrededor, como dándole ánimos en una batalla contra un oso u otro monstruo de carácter similar.
—Ten cuidado, Tanjirou —siseó Zenitsu en su oído—. Te engañará si no tienes cuidado, esa víbora. Y yo que pensaba que éramos amigos.
—Seguimos siendo amigos, Zenitsu —dijo Aya con una pequeña carcajada.
—¡Solo veo a una víbora! ¡Una traicionera serpiente te digo! —gritó por encima del hombro de Tanjirou.
—Está loco pero tiene razón, Tanjirou —intervino Aoi, lanzándole una mirada a Aya, dándole un apretón en los hombros (sentada a su lado en vez de encima de él)—. Aya jugará contigo y te hará hacer lo que quiere que hagas. Es como ser un ratón en un laberinto, y ella te está guiando al queso, pero no es queso, es un movimiento equivocado que hará que pierdas.
—Aya es lista —añadió Kanao. Y hacer que Kanao hablase ya era un logro.
—Sabéis que puedo oíros, ¿no? —dijo Aya, colocando un mechón tras su oreja.
—A callar, serpiente —siseó amenazante Zenitsu a espaldas de Tanjirou.
—No pasa nada —le aseguró a los tres—. Le ganaré a Aya, seguro.
Las niñas cambiaron al bando de los vencedores y ahora se sentaban en las rodillas de Aya, susurrando en su oreja. Aya hablaba con ellas en susurros también y Tanjirou solo pudo suponer que estaba discutiendo jugadas con ellas y enseñándolas a jugar.
Ante las palabras de Tanjirou, se rieron y le murmuraron algo a Aya que hizo que toda su cara se volviese carmesí, lo cual solo hizo que las niñas se rieran más.
—Solo juguemos —dijo Aya, y el sonrojo hizo temblar lo burlón en su sonrisa—. Quiero ver de qué eres capaz, hermano mayor.
—Fuiste una digna oponente —empezó Tanjirou, mucho más seguro en su coquetería esta vez—, eso es lo que diré cuando te gane.
Ella solo movió una ficha, dando comienzo al juego.
Tanjirou era rápido pero Aya le seguía a la misma velocidad. Terminaron colocando ficha tras ficha en una combinación interminable de chasquidos contra el tablero, como un baile que no terminaría hasta que lo hiciese la canción.
—Está… ganando —susurró Aoi, sin ser capaz de creerlo. Al parecer Tanjirou había o jugado tanto al “go” como Aya o era lo suficientemente inteligente como para ponerse a su nivel sin el mismo nivel de prática, porque pronto, sus fichas negras empezaron a acorralar a las blancas de Aya.
—¿Es broma? —siseó Zenitsu—. Ya sé que dije que tenías que vencerla pero amigo, no creía que tendrías ninguna oportunidad.
El ritmo de las fichas siendo colocadas por todo el tablero de madera continuó, pero ahora Aya se estaba mordiendo el labio.
—No esperaba menos de ti —dijo, rápidamente moviendo una ficha en lo que Tanjirou sabía era un intento de distraerle.
—Prometí que te ganaría, ¿no? —añadió Tanjirou, con casi la mitad del tablero pintado por su negro.
Aya solo soltó un murmullo, sudor en la frente, e intentó volver a tomar el dominio del tablero en juego que no ganó nadie.
—¡Oye, he estado esperando años a la comida, gilipollas!
—¡Inosuke! —gritó Aya. Las niñas en su regazo chillaron cuando el cuerpo de su amigo jabalí chocó estrepitosamente contra el tablero y destrozó la partida por completo.
—¿¡Qué demonios, jabalí!? —maldijo Zenitsu. Desde su lugar en el tablero, Inosuke empezó a tomar las canicas a puñados.
—¡Estas cosas son brillantes, ¿me las puedo quedar?! —sonrió Inosuke con otro cacareo.
—Eres increíble —murmuró Aoi en un suspiro.
—No está prohibido lanzarse al tablero, ¿no? —apuntó Kanao—. ¿Significa eso que Inosuke ha ganado al juego del “go”?
El destructor de su pequeño juego cacareó desde el suelo, rodando sobre lo poco que quedaba de él—. ¡Gané, gané! ¡Soy tan listo! Arrodillaos ante Inosuke, el señor del “go”!
Tanjirou sonrió y le dio una palmada en el hombro—. Ganaste, Inosuke. Ahora ayuda a ordenar.
Inosuke se rió de nuevo y exclamó—. ¡Solo porque sois mis subordinados, lo haré!
Después, mientras tomaba las fichas negras una por una y metiéndolas en un pequeño saco, Aya habló—. De verdad que quería jugar contigo, me gustaría que no nos hubiesen interrumpido.
Tanjirou tomó las blancas y sus manos se rozaron cuando las dejó deslizarse de entre sus dedos y en la bolsa—. Yo también quería jugar contigo.
Aya le sonrió y tiró de la cuerda para cerrar la bolsa.
—Oh, ¿es que estáis jugando al “go”? —. La sonrisa de Shinobu apareció por el marco de la puerta, observando el desastre que quedaba de la pequeña trastada de Inosuke.
—Así es, ¿ha jugado usted alguna vez, señora Shinobu? —preguntó Aya.
—No diría que he jugado, pero me sé las reglas —le ofreció una sonrisa dulce a Aya—. ¿Quieres jugar?
En vez de Tanjirou, alguien a quien nunca, jamás, Aya pudo vencer en el juego fue a Shinobu.
Julio fue seguido por su cumpleaños, el cual celebraron con tarta. Inosuke recolectó varias bellotas que darle, Zenitsu recogió un pequeño ramo de flores silvestres y unos cuantos dulces (que había definitivamente robado de la cocina), Aoi le horneó unas cuantas galletas y finalmente, Nezuko se tomó el esfuerzo de ayudar a Kanao a hacer una grulla de papel, la cual Tanjirou dejó en el marco de su ventana por encima de su cama asignada en la enfermería.
Estaría mintiendo si dijese que su regalo favorito no fue el de Aya, quien apareció en el almuerzo con una olla llena de verduras de montaña y una brillante sonrisa en la cara, deseándole un feliz cumpleaños. Luego contó un chiste horrible, algo que ya había aprendido a asociar con ella a este punto, pero lo dejaría pasar aquel día.
Yuu luego le diría que fue idea de Aya celebrar su cumpleaños en primer lugar, dándole una cámara junto a un álbum de fotos vacío—. Para que no olvides que no estás solo.
La primera foto que Tanjirou tomó con ella abarcaba la primera página por completo, para que cada vez que lo abriese pudiese ver las caras sonrientes de sus amigos.
Así que sí, si alguien llegase a preguntarle, Tanjirou diría que aquel había sido el mejor verano que había tenido en un largo tiempo.
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Notes:
Cambio de planes! Por fin volvemos a las actualizaciones semanales, espero que disfrutéis de mi interpretación del Arco del Distrito Rojo.
Como aviso general, habrá una parte que cambiará respecto a la historia canónica en el arco además de Kanao y Aoi, también se harán los mismos cambios con Senjuro. Esto es simplemente por mi propia diversión, así que si no es algo que se disfrute, siento las molestias, pero quería escribir la historia de esta manera así que eso haré. Gracias por su comprensión.
Chapter 25: El Pilar del Sonido
Chapter Text
Duele respirar.
Sus pulmones están llenos de polvo pero no tiene la fuerza ni para toser ni para escapar. Algo pesado está presionando contra su espalda y aplastándola contra el suelo. Todo aquello que conoce es dolor, lo respira y lo exhala, lo come y lo bebe, corre por sus venas como si fuese la única cosa que ha experimentado en toda su vida, como si no pudiese dejarla sola, como si fuese a vivir con ella el resto de su vida.
Mechones rubios le cubren la vista y ella odia el desastre que conlleva, pero no puede moverse, no puede pelear por mucho que quiera. No tiene la fuerza suficiente para hacer nada, nunca la ha tenido, ha sido débil desde que nació.
Cuando mira a su pierna no encuentra más que una mancha sangrienta donde debería estar, desde la herida abierta, el rojo fluye libremente, pero ni siquiera intenta usar la Respiración para pasar el sangrado.
'Masao,' y Ayaka no sabe de quién es ese nombre, pero aparece en su mente de todas formas como si fuese la única persona en la que puede pensar ahora mismo. 'Masao, masao.'
Su garganta emite un gemido aunque intente no llorar. No puede llorar, no tiene ese lujo, pero las lágrimas vienen a pesar de sus deseos.
Entonces le ve, reconoce el anillo en la mano ensangrentada que entresale de una pila de escombros y sabe al instante que es su querido hermanito.
Solloza como un animal patético, algo muy pequeño e indefenso que no puede lugar y es condenado a sufrir por culpa de su propia debilidad.
Su hermano iba a casarse en un mes. Se suponía que debía compartir sake con la chica a la que amaba y vivir una larga, larga vida criando a sus hijos y sintiendo felicidad cada día de su vida hasta su muerte. Estaba destinado a vivir una vida normal, nunca debería haber tomado una espada, nunca debería haber padecido una muerte horrible a manos de los demonios.
Y ella llora, porque era ella quien debería haber muerto. Su querido hermanito era bueno, no como ella, era la más amable y cálida alma que había salido de aquel destrozado hogar suyo, a pesar de aquel destrozado hogar suyo.
Se merecía mucho más, mucho más que todo lo que este mundo podía ofrecerle. Pero ahora estaba muerto porque ella había sido testaruda, porque pensó que podrían derrotar a una Luna Superior.
—Lo siento —llora—. Lo siento, lo siento tanto, tu estúpida hermana mayor no pudo salvarte por culpa de su estúpido orgullo.
Pero la montaña de cadáveres tras de sí no es solo Masao, todos sus hermanos están fríos e inmóviles en el suelo, y su sangre pinta las calles. El grotesco cuadro de rojos y carmesíes permanecerá con ella, para siempre.
—¡Malditos seais! —grita, y Ayaka puede sentir el dolor en su garganta—. ¡Maldita seas, Daki! ¡Maldito seas, Gyutaro! ¡Juro que un día os mataré! ¡Lo juro por mis hermanos! —. Su voz se rompe y lo único que acaba sintiendo al final es dolor.
Pero el Sol ya ha salido y ella no es más que una cosa pequeña y patética que se agarró a su orgullo y perdió lo único en su vida por lo que merecía la pena vivir.
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Ayaka se despierta con una sensación hormigueante en las extremidades y un cuervo picoteando su mejilla. Con un parpadeo, reconoce que es el suyo.
—¡Caw! —grazna—. Ama Iwamoto, hay un desconocido en el jardín.
—Ya te he dicho que ama Iwamoto es demasiado formal —dice Ayaka pastosamente—. Solo Aya está bien.
Su cuervo suelta un ruido indignado y agita la cabeza. Desde que a Ayaka le asignaron a O-gi, todos los intentos en hacer que se relajase o que dejase ir los títulos y honoríficos que valoraba tanto ahínco habían sido infructuosos.
Aya no había sido siquiera capaz de escribir el nombre de su cuervo en la tumba que su abuela habia cavado en una esquina del jardín y eso era algo de lo que se arrepentía. Afortunadamente, el Patrón recordaba su nombre (como muchos otros). Solo cuando él se lo dijo Ayaka descubrió que su cuervo se llamaba “Shuri”, pero no sabía si eso la hacía sentir mejor o peor.
Así que esta vez se aseguró de conocer y llamar a su cuervo por el nombre que se le había dado, incluso hablar con ella y regalarla galletas de arroz o agua azucarada de vez en cuando. Pero O-gi había rechazado cualquier tipo de cosa que hiciese que su relación se convirtiese en algo más que compañeras.
No, eran incluso menos que eso, parecía como si O-gi viese a Aya como una ama a la que le debiera, lo cual era algo que Aya no disfrutaba. Pero era leal e intrépida, acompañando a Aya en todas las misiones a las que había ido en los meses que siguieron la muerte de Rengoku, y por ello estaba profundamente agradecida.
Cuando no estaba intentando matar a los demonios sin piedad, Aya descubrió que no eran that complicados como había pensado en un principio De hecho, cada vez que Aya mencionaba la cura a otros demonios solo había dos reacciones completamente diferentes: el primer tipo era uno de ira y mofa, se burlaban de su intento en hacerles elegir volver a ser humanos, ¿por qué lo harían? Disfrutaban ser demonios y comer humanos, la compasión o la amabilidad no significaban nada para ellos si podían vivir como quisieran. También estaba el segundo tipo, que la acusaba de mentir para solo para hacerles bajasen la guardia y decapitarlos en cuanto accediesen a aquella ridícula idea. Aya se preguntaba, tristemente, si la posibilidad de que alguien les mostrase amabilidad era realmente tan remota para ellos. ¿De verdad creían que no había nadie dispuestos a ayudarles en este mundo? Así que hasta entonces, Aya no había sido capaz de encontrar a ningún demonio dispuesto a convertirse de nuevo en humano.
—Debes ser precavida —le había dicho Tamayo, tomando una de las manos de Aya entre las suyas—. No será fácil y me temo que no muchos demonios accederán. Puede que nunca encuentres a ningún demonio que acepte tu oferta.
Aya sonrió a pesar de sus palabras—. Aun así quiero intentarlo.
—Muy bien —pero en la mirada de Tamayo había preocupación—. Tendrás que sacrificar muchas cosas por el camino, ¿estás segura de esto?
—No me importa —y estaba siendo honesta—. Si puedo ayudar a alguien, sin importar qué, haré todo lo que esté en mi mano. Es lo que mi padre habría querido.
—Gracias —dijo Tamayo de forma sincera. Aya temió que empezaría a llorar allí mismo—. Gracias por vernos, Aya.
Solo meses más tarde era cuando entendía Aya el peso real de la advertencia de Tamayo.
—Dame fuerzas, padre —suspira Aya, comprobando que su pierna seguía ahí.
—¿No ha vuelto Tanjirou todavía? —le pregunta a su cuervo, encaramado en uno de los postes de la cama. Cuando niega con la cabeza Aya pregunta de nuevo—. ¿Qué hay de Inosuke y Zenitsu? —. O-gi le dio una nueva negativa y Aya intenta no verse decepcionada. Ahora que terminaba todas sus misiones en menor tiempo tenía que esperar a sus amigos cuando estaban en misiones en solitario. Demasiado por ser la más fuerte.
—Bueno, intentemos ver “todo” de nuevo, —dice, empezando a andar hacia el jardín. Desde aquella vez en el tren Aya no había tenido éxito en usar el mayor potencial de sus ojos. El mayor tiempo que había conseguido ver habían sido apenas unos segundos, incluso si el entrenamiento con su abuela había ayudado—. Ven, O-gi. Te daré galletas luego.
O-gi grazna de nuevo, revoloteando por encima de su cabeza—. ¡Hay un desconocido en la casa!
Aya suelta un murmullo y estira sus extremidades para deshacerse de aquella extraña sensación. Últimamente el clima estaba volviéndose cada vez más frío, con las flores del jardín de la Mansión Mariposa empezando a perder su color y siendo reemplazadas por tonos más sobrios.
Por el rabillo del ojo Aya vio una enorme sombra colorida—. Tiene gracia, pensaba que habías dicho que hay un desconocido en la casa —. Aya parpadeó—. Oh, dioses, hay un desconocido en la casa.
Casi de forma inmediata Aya oyó a alguien llamar su nombre en la distancia, instantáneamente reconociendo la voz de Kanao.
Se reúne con ella en la puerta trasera de la Mansión Mariposa, donde el inquieto grupo de chicas se habían reunido en un pequeña multitud.
Al momento en que Kanao la vio, se agarró a su brazo y apuntó con el dedo al hombre enorme sobre el que O-gi había advertido. Aya agarró la mano de Kanao y se tomó un momento para apreciar la apariencia del hombre; sus brazos musculosos le hacían parecerse a un toro con joyería dorada y extravagante sombra de ojos de color rojo.
—¿Qué… pasa? —pregunta Aya, al ver a Aoi y Sumi atrapadas bajo los brazos del hombre. Ellas se quejaban de forma ruidosa, demandando que las liberase, pero el hombre no le prestó atención a sus protestas y solo alza una ceja ante la aparición de Aya.
—¡Es un secuestrador! ¡Está intentando llevárselas! —llora Sumi, también agarrándose al brazo de Aya y llorando en su manga. Esto solo confunde más a Aya.
—¡Dígame, señor! ¿¡Por qué necesita llevarse a Naho y Aoi!? —grita Aya, mientras O-gi tomaba su usual lugar de descanso, es decir, en el hombre de su dueña.
—¡Eso, déjalas en paz! —continúa Kiyo, con Sumi rápidamente uniéndose a ella—. ¡Malo, eres muy malo!
—¡Callaos, niñatas! ¡Me voy de misión así que no os metáis en mis asuntos! —. Mira a Aya una segunda vez con más detenimiento—. ¡Tú! ¡Tú eres la tsuguko suicida! ¡La de la reunión de pilares!
—¡Mi nombre es Ayaka Iwamoto, no tsuguko suicida! —dijo ella, silenciosamente preguntándose si todos los pilares la conocerían por ese apodo también. Kanao todavía se agarraba a ella—. ¡Pero llámeme Aya, por favor!
—¡Y una mierda Aya! —. El hombre chasquea la lengua—. Deja de molestar, ¿quieres? Soy un Pilar, puedo hacer lo que quiera.
—¡Te equivocas! Ser un pilar no te hace mejor que nadie, ¡y tampoco te da el derecho a tratar a la gente así! —. Aya apunta con el pulgar a su propio pecho—. Si tanto necesitas que una chica vaya conmigo, ¡llévame a mí en lugar de a Naho y Aoi, Pilar del Sonido!
—¡No! —. La voz de Aoi suena desde su lugar en el hombro del hombre, mientras le mandaba una mirada ácida a Aya—. ¡No quiero tu ayuda!
Dolor azota ambas la expresión y el pecho de Aya—. ¿Qué…? P-pero Aoi, dice que va a llevarte en una misión y a ti-
—¡Ya he dicho que no necesito tu ayuda! —. La interrumpió Aoi—. ¡Márchate de una vez!
Mientras tanto, el hombre solo murmura para sí—. Sí que es cierto que una tsuguko me vendría mejor.
Suelta a Naho a favor de tomar a Aya, quien repentinamente se encontró del revés en el hombro del desconocido.
Aoi suspira con el cansancio de alguien muy mayor, todavía atrapada, mientras las tres niñas lloraban de alivio y se abrazaban entre ellas. Kanao solo mantiene su mirada fija en Aya.
—Eres muy grosero —le dice Aya al hombre—. Pero dije que iría en el lugar de Naho y Aoi, así que debes soltar a Aoi-senpai también.
Él solo rueda los ojos y ajusta su agarre sobre Aya y Aoi—. Necesito al menos dos miembros para esta misión así que cállate ya.
—Oye, lo digo enserio, ¡deja ir a Aoi-senpai! —insiste ella, cruzando los brazos sobre el pecho. Aoi simplemente sudó más.
—Déjalo ya, Aya, es un pilar —habla entre dientes, pero Aya era demasiado testaruda.
—Incluso si es un pilar, ¡no puede hacer lo que quiera! ¡Debe soltarte, Aoi! —continúa Aya protestando, preocupada por su amiga.
—¡Solo cállate! ¡Solté a la otra niña, ¿no?! —exclama el hombre.
—¡He dicho que dejes a Aoi-senpai! ¡Eres un pilar, aprende modales!
—¡Y yo he dicho que lo dejes ya, Aya!
Mientras tanto, un millar de pensamientos explotaban en la mente de Kanao. “¿Sería castigada por aquello? ¿Debería usar su moneda?” Pero su moneda la tenía Aya, quien siempre la guardaba en su bolsillo.
“Claro,” piensa Kanao, “mi moneda.”
Así sin más, una temblante Kanao se agarró al uniforme de Ayaka. El Pilar del Sonido chasquea la lengua.
—¿¡Y tú te vas a mover ahora!?
—Aya ha dicho… que no quiere ir… —susurra Kanao, frunciendo el ceño con fuerza.
Su acto de valentía es rápidamente seguido por las tres niñas que se lanzaron sobre él, llamándole cosas como ‘pervertido’ y otros nombres asquerosos para describir a alguien despreciable. Aoi se mantuvo inmóvil, con el corazón palpitándole con fuerza en el pecho.
—¿¡Qué le estás haciendo a las chicas!? ¡Déjalas en paz! —. Aya ve la cabeza pelirroja de Tanjirou y su expresión se ilumina a pesar de las circunstancias.
—¡Tanjirou, ayúdanos! —solloza Sumi—. ¡Este hombre es un secuestrador!
—Es decir, técnicamente él no- —empieza Aya a murmurar, pero Tanjirou corre tan rápido a darle un cabezazo al hombre que fue interrumpida de repente. De un momento a otro estaba mucho más arriba que antes y las cabezas de sus amigos eran pequeños puntos en la distancia—-es un secuestrador.
Ahora como una pequeña cabeza en el suelo Tanjirou intentó que Uzui soltase a Aya igual que Aya había intentado con Aoi—. ¡No puedes llevarte a gente porque quieres! —exclama Tanjirou, con esa obstinación suya que tanto le gustaba a Aya.
El hombre le dirige a Tanjirou una mirada de ojos entrecerrados—. Soy un Pilar, lo que sea que quieras no es mi problema. Puedo tomar a estas dos chicas si eso es lo que quiero.
—¡Entonces no te reconozco como pilar! —. Tanjirou solo sigue insistiendo—. ¡Suelta a Aya y a Aoi, no vas a llevarte a nadie hoy!
—¿¡Quién demonios te crees que eres para hablarme así!?
—La única cosa que tienes que hacer es dejar a Aoi, ¿¡por qué te cuesta tanto dejar de ser un idiota!? —. Aya finalmente exclama, frunciendo el ceño.
—¡Eso, idiota! —. Una de las niñas empezó, mientras que las otras se le unieron, incluída Kanao, que gritaba con voz ahogada—. ¡Idiota, idiota, idiota, idiota!
—¡Escuchad, soy Tengen Uzui, el antiguo shinobi! ¡Ya he dicho que no necesito permiso para llevarme a cualquiera chica que quiera mientras que no sea la tsuguko de Shinobu! —. Hizo un gesto hacia las chicas con las que estaba cargando—. ¡Y ninguna de estas es la tsuguko de Shinobu, así que me las voy a llevar al Distrito Rojo!
—¿Que vas a hacer qué, exactamente? —. La amarga frialdad en su voz hizo que un escalofrío recorriese la espalda de todos los presentes. Las niñas aún estaban asustadas de ella.
Reconociendo el humo saliendo de su pipa, Aya sonrió—. ¡Abuela!
Dándose la vuelta, Tanjirou vio a la pequeña mujer engullida por nubes cenizas—. Kaede-san, tenga cuidado, ese hombre es peligroso.
—Aguántame esto, —dijo, dándole la pipa a Tanjirou—. No vas a llevar a mi nieta al Distrito Rojo.
Uzui no se quejó ni se burló de ella. En cambio, el pilar del Sonido se mantiene muy quieto, mirando a la abuela de Aya con cautela.
Fue como una repentina ráfaga de viento. En un parpadeo, Aya estaba de nuevo en el suelo, con su abuela a su lado, mientras que Uzui se llevaba la única mano libre que le quedaba a la nariz, que estaba rápidamente empezando a volverse morada.
—¡Me ha dado una patada! —exclama alarmado—. ¿¡Cuál es tu problema, abuelita!?
Aya mira en silencio a Aoi, a quien su abuela no había salvado, con una mirada de preocupación—. No voy a decirlo tres veces, suelta a Aoi-senpai.
Kaede toma su pipa de la mano de Tanjirou y falla al intentar esconder su expresión arrogante mientras ignoraba a Uzui a propósito. Aya tuvo la sospecha de que ni siquiera lo intentó—. No vuelvas a tocar a mi nieta nunca más.
—Aya —. Kanao se agarró de nuevo a su brazo, viéndose preocupada—. ¿Estás… bien? —. E incluso cuando ella asintió, Kanao no la soltó.
—Puede que probablemente me hayas roto la nariz, ¡pero aún tengo permiso para llevármelas a la misión! — exclama Uzui, mirándoles desde la valla.
—¡Entonces iremos en su lugar! —sugirió Tanjirou de manera feroz.
Como si hubiesen sido llamados por él, Inosuke y Zenitsu aparecieron a ambos lados del pilar aunque con actitudes claramente diferentes.
—¡S-s-s-s-suelta a Aoi! —tiembla Zenitsu, cara de un ligero color verde—. ¡E incluso si eres alguna clase de m-m-m-m-monstruo musculoso, no dejaré que des n-n-n-n-ni un solo paso!
—¡Exacto! Todavía nos quedan fuerzas de nuestra última misión, ¡así que podemos ir contigo! —dice Inosuke sin dudar.
Aya mira al pilar con los ojos entrecerrados—. Sigo pensando que es muy grosero, aprenda modales —. Una mueca aparece en su cara—. Pero iré por el bien de Aoi, así que por favor déjela ir.
Hubo un largo minuto en el que Uzui se mantuvo en silencio, con una mirada amenazadora en sus ojos.
—Esta se ve bastante débil de todas maneras —comenta. Sin ningún tipo de escrúpulo, el pilar tiró a Aoi hacia el suelo. Aya fue lo suficientemente rápida como para cogerla a mitad de vuelo, y Aoi This one seems pretty weak anyway.” He simply said. In the blink of an eye he dropped Aoi without any consideration, Aya was fast enough to catch her midair though and Aoi was left flabbergasted on her arms. “I guess then you guys will come with me,” the Pillar continued.
—No trate así a Aoi —dice Aya, posando a su amiga en el suelo, que se agarraba a ella, ligeramente mareada.
Uzui simplemente se encoge de hombros—. La he soltado, ¿no? Así que ahora tienes que venir. Si no, entonces solo me llevaré a la otra debilucha.
—No lo hagas, Ayaka —empieza Kaede—. No me gusta la idea, es demasiado arriesgado.
—Está bien, lo haré por el bien de Aoi —dice, girándose al Pilar—. Solo deje de menospreciarla así.
—Bueno, —Kaede notó la mirada en los ojos de Aya—. Supongo que no puedo pararte.
—No te preocupes—. Aya se gira hacia ella y Kanao con una sonrisa en vez del ceño fruncido que antes llevaba—. Volveré sana y salva, no como en aquella misión.
Después de dudar durante un rato, Kaede tiró de Kanao y la llevó dentro de nuevo. La tsuguko continúa lanzando miradas por encima de su hombro hacia Aya hasta que volvieron a entrar. Aya deseaba que Kanao no se preocupase por ella, pero al fin y al cabo, Kanao también había presenciado aquella vez en la que por poco se convirtió en demonio. Aya se despidió de Aoi con la mano cuando volvió dentro sin una sola palabra, intentando no pensar demasiado en el estado de ánimo de su amiga.
—Venga —urge Uzui, bajando al suelo por fin y haciendo un gesto por una mano para que le siguieran—. No tengo todo el día.
Zenitsu suelta un pequeño chillido mientras Inosuke cacarea—. ¡Por supuesto!
En cambio, Aya se tensó, como recordando algo—. ¡Espera! ¡Tengo que decirle a mi madre que voy en una misión!
Uzui alzó ambas cejas y le dedicó una expresión extrañada—. Tienes que decírselo… a tu madre.
Ella asiente de forma entusiasmada—. ¡Ajá! ¡Nos hará comida para el camino! ¿Qué quieres? ¡Seguro que mi madre lo cocinará sin problema!
Aya corre dentro y vuelve después de un rato, arrastrando a su madre por el kimono.
—Te escribiré un montón de cartas, así que no hay nada de lo que debas preocuparte —. Se escuchaba a Aya murmurar.
Una vez estuvo frente a él, Kaori ojea la enorme figura de Uzui de arriba a abajo, inspeccionando la apariencia de alguien que por una vez era más alta que ella. —Es muy guapo —susurra en la oreja de su hija, a lo que Aya solo respondió con una expresión asqueada.
Uzui, aún asombrado, deja que Kaori toma sus manos entre las suyas—. Por favor cuide de mi hija, estoy seguro de que es un gran espadachín, pilar-sama.
—Estaba preparando fugu-sashi —continúa—. Lo haré para todos, ¿queréis, Tanjirou, Inosuke, Zenitsu?
Los tres soltaron un grito de alegría mientras Uzui se mantuvo en silencio y miró abajo, a la madre de Aya. Su estómago rugió ligeramente, haciéndole sonrojar.
—¿Quieres que lo prepare para llevar? —ofrece Kaori con una sonrisa.
—... Sí, por favor.
Era solo pura coincidencia que el “fugu-sashi” fuese la comida favorita de Uzui.
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Chapter 26: Que empiece la competición
Summary:
Había sido hacía unos cuantos años, Himejima era ligeramente menos musculoso que entonces y su pelo era más corto, su cuello más delgado. Uzui había tenido el pelo más desordenado y se había movido de forma más inquieta, había tenido en sus carnes mayor juventud, mayor inexperiencia, un recién nombrado pilar.
Por supuesto, Himejima se había negado porque él le rezaba a Buda, no al dios de la festividad. Y por mucho que lo pidiese (de hecho ha llegado a pedírselo una vez por cada reunión de pilares que han tenido, y el número es sorprendentemente grande para gente en su oficio) Himejima nunca jamás accedió. Pero espera que su tsuguko sí lo haga.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
A Uzui se le viene a la mente, inesperada y rápidamente, aquella vez que le pidió a Himejima que le rezase unos cuantos versos a su divinidad.
Había sido unos años antes, Himejima era ligeramente menos musculoso que entonces y su pelo era más corto, su cuello más delgado. Uzui había tenido el pelo más desordenado y se había movido de forma más inquieta, había tenido en sus carnes mayor juventud, mayor inexperiencia, habiendo sido recién nombrado pilar.
Por supuesto, Himejima se había negado porque él le rezaba a Buda, no al dios de la festividad. Y por mucho que lo pidiese (de hecho ha llegado a pedírselo una vez por cada reunión de pilares que han tenido, y el número es sorprendentemente grande para gente en su oficio) Himejima nunca cedió. Pero espera que su tsuguko si lo haga.
Es algo infantil, lo sabe, y cuando anuncia su divinidad a los cuatro mortales que tiene en frente ella lo único que hace es ladear la cabeza y entrecerrar los ojos, diciendo que “ella ya tenía sus dioses y él no era uno de ellos”. Es una pena, piensa, le gustaría que aunque sea un solo usuario de la Respiración de la Roca le rezase, todos eran religiosos a su pulcra manera, ¿no? Todos con una vena de lo correcto y lo justo, no era raro (aunque los mismos usuarios de esta respiración fuesen escasos) que entre ellos abundasen los religiosos y los monjes que no han perdido la fe por alguna razón en un mundo lleno de maldad como lo son los demonios.
Pero Uzui no necesita de otro dios, él mismo es su propio dios, él mismo se santifica y se adora a sí mismo. Él no necesita de dioses que sabe que no le ayudarán, se tiene a sí mismo y a su instinto por vivir, y confía más en ello que en cualquier otra cosa a la que se le rece.
Los mortales que ha elegido son bajos, jóvenes e inexpertos; sus espadas apenas están desgastadas y sus cuerpos aún están casi completamente limpios de cicatrices o heridas. Si tuviese que apostar, Uzui diría que apenas han derrotado a más de veinte demonios, y de repente no sabe si ha hecho la decisión correcta o no.
Les mira, están charlando alegremente, tomando el almuerzo como colegiales en un descanso sin mostrar siquiera un signo de que van camino de una misión.
Uzui no puede pedirles a Shinobu y Mitsuri que vengan con él por una simple corazanada, sería estúpido tomar el tiempo de un pilar por algo así, incluso él sabe eso, pero últimamente los rangos superiores eran cada vez más escasos y el cuerpo estaba compuesto principalmente de principiantes que no han estado demasiado tiempo en la batalla como para que les maten. Y cuanto más tiempo pasa, la diferencia entre los pilares y los demás miembros del cuerpo se vuelve mayor. Rengoku murió, y Uzui no quiere pensar en qué pasará cuando uno tras otro, sus compañeros caigan, y el cuerpo se quede a la deriva.
Mastica el fugu sashi y sorbe la bebida sin demasiado interés. Es un hombre considerado y por encima de todo un hombro que ama a sus esposas y a la vida, la preocupación hace que todo le sepa a ceniza.
—Oye tú, —llama en voz alta. Todos se sientan tensos a su alrededor, excepto por el chico jabalí quien devora la comida descuidadamente, por lo cual se sobresaltan a sus repentinas palabras—. No vosotros, la chica de Himejima.
De entre los cuatro ella es la única que alza la mirada lentamente, con una tranquilidad que él solo ha visto llevar al patrón. Una mirada a sus hombros y reconoce los dibujos en la tela del haori, debe confesar que siente celos por la atención especial y por un momento vuelve a tener siete años, como buscando la atención de un padre, robada por un hermano. Él nunca cambiará.
—¿Está tu madre soltera?
En el largo minuto de silencio en la habitación que sigue a aquella pregunta el chico jabalí se ha movido a su lado y ha empezado a robar puñados del plato de la chica, que solo se mantiene mirándole con los ojos muy abiertos.
—¿Dis... culpa? —. Cuando finalmente se decide a hablar suena confusa, con las cejas alzadas en mera sorpresa.
—Que si tu madre está soltera —repite Uzui, tomando más fugu sashi entre sus palillos—. No me importaría seducirla si mi última comida es hecha por ella.
—Es viuda —dice casi inmediatamente la tsuguko de Himejima.
Uzui alza las cejas. Las viudas nunca están faltas de compañía.
—¿Entonces estás diciendo que está libre?
La única respuesta que recibe es un mero parpadeo—. No está interesada.
—¿Seguro? Creí oírla decir que era muy guapo.
Ella solo le dio una dura mirada—. Aléjese de mi madre, por favor. ¿No está usted casado?
El chico rubio soltó un chillido por detrás de ella, como si la estuviese usando cual escudo—. ¿¡Tú estás casado!?
—¡Por supuesto que estoy casado! —exclama Uzui. Le lanza a la cara del rubio un montón de cartas con un bufido, y observa impasible como se cae hacia atrás y termina bajo un montón de papeles—. Vamos a buscar a mi esposa, para eso vamos al barrio rojo.
—Sigo sin saber qué es el distrito rojo —murmura el pelirrojo por lo bajo, a lo cual la chica glicinias asiente.
—Seguro que es una cueva —comenta el jabalí, parando un momento en su incansable comilona solo para continuar una vez más. Ambos el chico hanafuda y la tsuguko asienten en convencimiento, contentos con la explicación. En silencio, el rubio solo se sonroja con fuerza.
—Todavía no me creo que tengas una esposa —sisea a regañadientes, siendo desenterrado del montón de papeles por el pelirrojo y la tsuguko aún con mejillas ardientes.
—Son un montón de cartas —señala el pelirrojo—. ¿Tanto tiempo ha estado tu esposa en el distrito rojo?
—Tengo tres esposas —dice él como si nada.
—¿¡Cómo que tres esposas!? —salta de repente el rubio—. ¿¡Cómo es que alguien como tú ha conseguido tres esposas!? ¿¡Estás de coña!?
Un rápido puñetazo lo mando volando al otro lado de la habitación ante la mirada espantada del chico demonio, la apenas sorprendida expresión de la chica y el desinterés del jabalí, que pasa del fugu sashi al postre sin preámbulos.
—¿Alguna otra queja? —añade Uzui con cierta acidez. Sus palabras son seguidas por el silencio.
—Eres muy grosero —susurra la chica por lo bajo—. Enserio, deberías mejorar tu actitud.
Otro puñetazo la deja inclinada sobre su propio estómago. Al menos ella tiene más resistencia que el otro.
—Solo estás dándome la razón —dice sin aliento y un pequeño gruñido. Esta vez el jabalí chasquea la lengua y alza la vista hacia ella, y el pelirrojo tiene la decencia de verse nervioso cuando la ayuda a reincorporarse, a lo cual recibe un gracias trabajoso de su parte. El rubio continúa tirado en el suelo.
—Así que- —empieza el pelirrojo mientras juega nerviosamente con un pendiente—. Le dices varias veces a tus esposas que hagan todo lo posible por pasar desapercibidas, ¿cómo vamos a hacer eso nosotros?
—Levántate —diciendo esto Uzui toma a la chica por los antebrazos y la pone de pie de un tirón. Deshaciéndose del haori la toma de la mano y le da varias vueltas—. Buenos pechos, caderas grandes —le da un pellizco a su muslo a lo cual ella suelta un quejido, con las mejillas de un fuerte rojo avergonzado—, deberías comer menos, además tus hombros son demasiado anchos.
—¡Oiga! —. El pelirrojo se interpone entre ella y Uzui—. ¿¡Por qué está tocando a Aya así!? ¿¡No ve que la está incomodando!?
Uzui frunce el ceño por un segundo mientras el pelirrojo toma su haori del suelo y se lo tiende a ella para volver a ponérselo “aquí tienes, Aya”.
—Aya... —murmura Uzui—. Ah, ¿la chica? —. Cuando la mira ella no devuelve su mirada pero él solo se encoge de hombros—. Es para la misión.
—Aunque sea para la misión —continúa el pelirrojo—. No está bien tocar a alguien así sin su consentimiento.
Por segunda vez el jabalí mira en su dirección, y como si estuviese declarando un gran descubrimiento, exclama—. ¡Eh, ese hombre te está poniendo incómoda, Akiko!
Uzui frunce el ceño de nuevo en confusión y la tsuguko habla por primera vez:
—No pasa nada, Inosuke —. Juega con un mechón de pelo y una mueca en la cara—. Gracias por defenderme, Tanjirou.
—Despreciable —susurra el rubio mientras todos se sientan de nuevo.
Uzui decide ignorar su comentario en favor de continuar explicando, aunque su humor se le pinte en la cara con la tensión en su mandíbula—. Lo importante es que debemos infiltrarnos en el distrito rojo pero no como clientes, sino de forma más profunda.
—¿De forma más profunda? —cuestiona el pelirrojo.
—Mis esposas son kunoichis, la crème de la crème de las ninjas —. Para entonces ha perdido el apetito y empuja a un lado el fugu sashi—. Sospechábamos que el distrito rojo sería ideal para que los demonios andasen a sus anchas, y finalmente conseguimos reducir las casas sospechosas a tres.
—La casa “Tokito”, “Ogimoto” y “Kyougoku”, ¿no es así?
Ante la familiaridad de la voz, profunda como solo lo era la vejez y sabia como el arce, los cuatro niños (porque eso es lo que eran, niños, ingenuos y todavía inexpertos, que creían que sobrevivirían todos y vivirían una vida juntos) se giraron de repente.
La tsuguko fue la primera en exclamar:
—¡Abuela!
La chica no solo tenía madre, sino que también abuela, ¿qué más le quedaba, hermanos, primos? Uzui podía asegurar que era el miembro del cuerpo más extraño que había visto en su vida, aunque claro, la familia de Mitsuri le había invitado alguna que otra vez a su pequeña casa a tomar las pastas y el té. Esto no debería sorprenderle tanto, aunque siempre será llamativo ver a un miembro del cuerpo con familia (o al menos que se lleve bien con ella).
—Sigue sin gustarme la idea de que vayas al Distrito Rojo —empieza la anciana, solo para ser aplastada entre los brazos de la tsuguko, que no para de soltar risitas en su hombro.
Uzui observa, con inquietud, como aquello duro en la cara de la anciana se derrite y es reducida a una mera mujer siendo abrazada por su nieta.
—Nosotras también estamos aquí —dice la chica azul, quien está flanqueada por la chica rosa. Al instante la tsuguko morada sonríe y va a su encuentro.
—Kanao quería venir —murmura la chica azul, quien se ve extrañamente incómoda en la habitación.
La tsuguko de Shinobu se queda sin decir nada durante un rato—. Estaba preocupada.
El chillón se levantó de un tirón y corrió a recibirlas en la entrada—. ¿¡Por mí!? ¿¡Estabas preocupada por mí!?
—No, idiota, estaba preocupada por Aya —susurra la chica de las dos coletas, e instantáneamente él rompe en llanto.
—¿¡Acaso no somos amigos!? ¿¡Eh!? ¿¡Es que todos los momentos que pasamos juntos no significaron nada!? ¿¡Como aquella vez que me lanzaste ese vaso de medicina a la cara!? ¿¡Soy el único al que le importa nuestra amistad!?
Y continúa lloriqueando, esta vez dejándose caer en el hombro de la chica glicinias, que solo suspira y le da palmaditas en la espalda mientras se enzarza en conversación con las otras chicas.
—Hola, hola, chicos —. La Pilar del Insecto aparece con paso ligero y una sonrisa mientras la chica morada los guía a los tres a otro lado de la habitación (el rubio continúa en su hombro) quienes la siguen como niños obedientes a su madre—. Qué bueno verte, Uzui-san.
—Oh, Shinobu —simplemente dice él, aún viendo la facilidad con la que la chica de Himejima controla a las demás chicas—. Hola.
—¡Shinobu! —. El jabalí corre a su encuentro, mirando hacia abajo para verle la cara a la Pilar. Ella le sonríe, también teniendo que mirar hacia arriba.
—Buenas tardes, Inosuke —dice dulcemente—. Oí que hubo un lío, pero ya está todo solucionado, ¿no?
—¡Ajá! ¡Gonpachiro, Monitsu, Akiko y yo salvamos a Aoi y a Naho del secuestrador! ¡Así que todo solucionado! —. El jabalí sonríe orgulloso y Shinobu le elogia, lo cual solo hizo que sonriese más. Uzui no aprecia que le llamen secuestrador, pero ha dado suficientes puñetazos por hoy.
—Si ya habéis terminado con las visitas, podéis iros —dice Uzui con un gesto de la mano. La chica glicinias para súbitamente de hablar con las otras dos, pero su anciana abuela camina hasta él y le mira directamente a los ojos (su mirada afilada, llena de fuerza y acero, le hiela la sangre).
—Eres un idiota —. En el fondo se escucha la protesta de su nieta por el insulto—. No confío en ti para que mantengas viva a Ayaka, así que voy con vosotros —. Todos se mantienen en atónito silencio durante el largo segundo que tarda la anciana en seguir hablando—. Y el demonio está en la casa Kyougoku, hasta un niño podría verlo.
—Kaede-san, no creo que una misión sea el sitio adecuado para- —. El pelirrojo intenta persuadirla, pero ella solo se cruza de brazos con solemnidad en la cara.
—Si lo que dices es cierto y ya has perdido a tus tres esposas, no puedo permitirme dejar a Ayaka bajo tu mando, ¿qué clase de pilar eres?
—Oye —. Uzui deja a un lado sus espadas porque no cree poder sostenerlas sin hacerle daño a nadie—. ¿Quién te crees que eres?
La anciana solo suelta una risa ácida—. ¿Que quién me creo que soy? Alguien capaz de mantener viva a mis subordinados.
—Kaede-san, pare, por favor —. El pelirrojo se acerca de nuevo ante la creciente oscura expresión que debe haberse pintado en la cara de Uzui.
—¿Es que crees que puedes hacerlo mejor? ¿Es eso, anciana estúpida? —. Esta mujer es tan pequeña, tan pequeña que podría pisarla si quisiese, pero sus palabras son mucho más grandes, ¿cómo puede algo tan pequeño provocar emociones tan grandes?
—Abuela —llama la tsuguko de Himejima—. Basta ya.
—Bueno, si estamos en esas, ¿por qué no competís? —. La dulce cara de Shinobu se pone entre los dos, alzando un dedo sugiriente con una sonrisa que se usaría para hablarle a niños que se pelean por un juguete.
—Por mí perfecto —dice Uzui con demasiada rapidez.
—No suena mal—. La anciana se gira al trío de chicas con una mirada severa—. Ayaka, Kanao, Aoi, vosotras estáis en mi equipo.
—Niño hanafuda, jabalí, chillón —llama él instantáneamente después—, venís conmigo.
—¿¡Qué!? —exclama la chica azul—. ¿¡Desde cuando soy yo parte de esto!? —. Se gira hacia la tsuguko de Shinobu, en quien no hay ninguna reacción intensa—. ¡Kanao, di algo!
Ella solo titubea y se encoge de hombros, girándose para mirar a Aya—. Hace tiempo que no estamos en una misión juntas.
La tsuguko de Himejima le dio un leve codazo en las costillas—. ¡Ese es el espíritu, chica mariposa!
La chica azul se queda muy callada y se muerde el labio, bajo la atenta mirada de la anciana, que la inspecciona con cuidado, y acaba accediendo cansadamente sin demasiada convicción.
Ni el jabalí ni el rubio presentaron objeción alguna, el primero por desinterés, al segundo, en cambio, se le ven las fantasías en los ojos.
—¿No es eso un poco innecesario? —interviene el pelirrojo, quien parece ser el único que se opone (o que tiene el valor para expresarlo).
—No lo es —dicen al unísono la anciana y Uzui.
—Vaya, se puede cortar la tensión con un cuchillo —dice Shinobu entre risitas—. Entonces dejaré a mis chicas bajo tu cuidado, Kaede-san. Y Uzui-san —de repente se gira hacia él con una sonrisa demasiado tensa—, no vuelva a intentar llevarse a ninguna de mis hermanas a la fuerza.
La chica glicinias se ríe por lo bajo y murmura “oh, la señora Shinobu está enfadada.”
—Trajimos los objetos que pediste, señor Pilar —. Las caras de los sirvientes de la casa de glicinias se asoman por el marco de la puerta con una caja en el suelo.
El jabalí soltó una profunda carcajada—. ¡Que empiecen los juegos!
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Notes:
(((Que empiece la matanza)))
Por fin me gradué este miércoles! Oficialmente ya tengo el título de bachillerato. Un consejo, niños, no mezclen tipos de alcohol cuando beban.
Chapter 27: Aoi, la médica
Chapter Text
No sabe por qué lo intenta.
Cada día para Aoi es dolorosamente rutinario, lavar la ropa, cambiar las sábanas, mezclar este y aquel ingrediente de memoria para obtener este o aquel antídoto. Glicinias, glicinias y más glicinias, todos los demonios usan su sangre y los restos se quedan tallados en la piel de todos los cazadores que pasan alguna vez por la Mansión Mariposa, pero las glicinias son el opuesto a ella, a esa sangre viscosa y oscura, no humana, que tatúa los cuerpos de los guerreros heridos.
En su tiempo libre se pregunta cómo sería estar en su lugar, cómo sería volver a tener una espada entre las manos, tardes perezosas donde milagrosamente no hay ni coladas ni gente de la que cuidar. Piensa sobre ello lenta y detenidamente, con mucho cuidado, como ella hace las cosas.
¿Cómo será el pelear a pesar del miedo? ¿Cómo se sentirá tras decapitar a un demonio? O aún peor, ¿antes de hacerlo? Estas son preguntas que la carcomen pero a las que no dará respuestas, porque sin importar qué. Aoi siempre llega a la misma conclusión, a ella, seguro, no le gustaría.
Pero claro, eso la deja en una situación comprometida. Porque pase lo que pase, es miembro del cuerpo de matademonios, no es ninguna mentira que quiero acabar con ellos, que en su corazón arde el mismo sentimiento que en el de todos sus compañeros, y ese es el de querer evitar la tragedia, querer salvar a otros de sufrir el mismo destino que ella y muchos más.
“Hay otra manera,” le dijo Shinobu, cuando se lanzó a sus brazos, llorando y temblando, al volver de la Selección Final.
Porque es cierto que ella y todos sus compañeros tienen el deseo de proteger y de salvar, pero lo que hace a Aoi diferente es que en el suyo también está el miedo.
Así que ahora en vez de empuñar una espada plancha ropa, en vez de cortar cabezas corta patatas y en vez de ser demonios con quien se enfrenta es con el dependiente del boticario (está segura de que aumenta los precios cada vez que las ve a ella y a Kanao entrar por la puerta).
“Puedes ayudar de otra manera,” continuaban las palabras de Shinobu en su cabeza, y Aoi sabe que es verdad, es algo que se repite a menudo, pero aun así no es capaz de-
—¡Tú no sabes lo que se siente! ¡No me toques, déjame en paz!
El cazador de demonios debe haber tenido uno o dos compañeros con los que forjó lazos con el paso del tiempo, igual que seguramente habría tenido uno o dos hermanos arrebatados por los demonios antes de eso.
No era raro que los heridos cayesen en la histeria tras batallas duras y pérdidas indescriptibles, los peores eran los que perdían una mano, un brazo o incluso las piernas. El peso de la derrota era suficiente como para destrozar sus espíritus, ¿pero el peso de aquello que perdieron? Eso era mucho mayor y sería mucho más duradero que el dolor de unos huesos rotos.
No le suelen dar las gracias, solo casos excepcionales como Tanjirou le agradecen la rehabilitación, pero la mayoría ni siquiera la mira dos veces y sigue su camino sin preámbulos. Las impresiones más claras que tiene de otros cazadores de demonios son los enfadadas explosiones tras oír noticias, normalmente suelen ser malas.
Pero no les culpa a veces por pagar su rabia contra ella, no puede hacerlo, no tiene la fuerza suficiente.
¿Qué podría decirle Aoi a eso? ¿Que entendía su dolor? ¿Que les comprendía y que todo iría bien? No, nada de eso es verdad, porque bajo toda su rudeza, bajo toda su disciplina y su voz cortante, Aoi es una total y completa cobarde.
Y no sirve para nada.
Ella es Aoi, la médica, y nunca será capaz de saber qué se siente al ser Aoi, la cazadora de demonios.
—Um, Aoi —. La cara de Ayaka se asoma por la puerta entreabierta de su cuarto, horas después cuando Aoi se dedica a mezclar glicinias con miel en un mortero (puede que esté machacando con más fuerza de lo normal).
Aoi alza la vista y la observa inmóvil en el marco de la puerta. Ayaka apega más contra sí un libro que seguro debe ser de Shinobu entre sus manos, siempre sonriente.
—¿Necesitas una pócima para dormir otra vez? —empieza Aoi. Todavía recuerda la primera vez que Ayaka se quedó allí, acudió a ella sudorosa y temblante en mitad de la noche, intentando disimular de forma no muy buena lo desesperada que estaba por un remedio para tener una noche sin sueños. Ella es otra más a quien Aoi no comprende, al menos no completamente.
—No… —. La expresión de Ayaka se torna amarga, pero su sonrisa vuelve rápidamente. Le recuerda mucho a la de su padre—. Necesito tu ayuda con algunas cosas que no entiendo.
Aoi alza las cejas y deja el mortero a un lado—. ¿Qué cosas ?
Ayaka alza el libro y en él ella ve el título de un tomo de la sección de biología de la biblioteca—. Hay muchas palabras que no sé leer.
—¿No puede ser alguien más? ¿Kobayashi, por ejemplo? O incluso Shinobu—insiste ella, pero Ayaka niega con la cabeza alegremente
—¡Nop! Debe ser Aoi-senpai —. Y le da la misma sonrisa que Tanjirou le dio al despedirse de ella la primera vez.
No está segura de lo que debe decir ante aquella o de cómo debe siquiera reaccionar, pero esto no es miedo, es una sensación diferente. Se siente… cálido.
—Está bien —dice finalmente Aoi. Ayaka suelta un gritito de alegría y se lanza a abrazarla, y su corazón da un vuelco. No sabe si es un vuelco bueno o uno malo, preferiría que fuese malo.
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A veces, Aoi piensa que es rara, solo que en más de una manera.
Kaede les preparó un baño en cuanto se declaró empezada aquella competición absurda. El agua caliente y los aromas fuertes hacen de ello una experiencia agradable, y debería ser relajante, exquisito, incluso, el poder pasar un rato remojándose en aguas perfumadas con las mejores sales de baño. Pero en cambio, Aoi solo está tensa.
Puede sentir cada vez que el agua se mueve al son de la respiración de Ayaka, cuya cabeza apoyada en el borde de la bañera se deja caer ligeramente contra el brazo de Aoi, que se sienta a su lado, en silencio, temiendo incluso respirar.
Cada movimiento que haga provoca un pequeño temblor en su corazón, cada respiración que toma solo la hace más consciente de la piel de Ayaka contra la suya y de los dulces murmullos que salen de su garganta.
—Shaekoku… yodaibikushuu… —la oye susurrar con los ojos cerrados, una expresión en su cara tan calmada como una sacerdotisa en un templo, incluso si Aoi no cree en los dioses—, shushochisiki… chourousharihotsu… makamokukenren…
No debería estar tan nerviosa, ¿no? Pero no puede evitar fijarse en sus labios, que recitan sin cesar rezos sagrados, ni en su pelo largo que forma un charco oscuro al llegar al agua y hundirse bajo ella, previniendo que Aoi vea más piel ligeramente tostada de la que debería ver, o que sus ojos quieran hacerlo, por pura curiosidad.
—¿Qué está haciendo? —le pregunta a Kanao, quien se mantiene en silencio a su otro lado (Aoi está entre las dos), también con el pelo mojado pegándose a su cuello y su piel.
Kanao duda durante un minuto antes de contestar—. El Sol ya se ha puesto así que está rezando, para que los dioses mantengan a los cazadores a salvo y vuelvan al amanecer. Lo hace todas las noches.
Aoi le lanza otra mirada discreta a Ayaka por el rabillo del ojo—. ¿Todas?
Kanao asiente y ella no puede sino creerle, porque Kanao no es capaz de mentir.
—¿Creéis que esta misión será muy complicada? —. Ayaka termina de rezar “makakasennen” y abre los ojos para girarse hacia Aoi.
—No, no lo creo —dice, alzando una sola ceja—. ¿Es que te preocupa?
Aoi juega con sus manos de manera inquieta—. Hace mucho que no voy a una misión…
—Si estás asustada, ¿por qué accediste a venir? —cuestiona Ayaka, ladeando la cabeza de manera infantil.
“Aoi, te quiero.”
—¡Ah, p-por nada en particular! —dice ella demasiado rápido—. Pensé que me… ¡que me vendría bien salir! ¿No? ¡Aire puro y esas cosas!
Ayaka y Kanao comparten una mirada discreta con la complicidad de dos personas que se conocen y ella no es capaz de leer sus pensamientos como la una lo hace con la otra.
Aoi se aparta el flequillo mojado de la cara—. ¿Qué pensáis del Pilar del Sonido?
Ante su pregunta tanto Ayaka como Kanao se tensan, aunque de maneras distintas. Kanao solo abre los ojos levemente, no podría notarse sino porque Aoi lleva años intentando leer a Kanao y ya sabe que ella reacciona en pequeñas cantidades, casi imperceptibles. Ayaka, en cambio, frunce el ceño de manera preocupada e intenta sumergirse bajo el agua, dejando solo los ojos fuera cual kappa en un río.
—No me gusta —dice Kanao tímidamente. Aoi espera a que continúe pero como no lo hace, se cruza de brazos y apoya más la espalda contra la pared de la bañera.
—Me alegra que Kaede-san esté aquí, si tuviese que ir en una misión con ese tío, seguro que mataría a alguien —. Se gira a Ayaka, que sigue intentando fundirse con el agua—. ¿Qué piensas tú, Aya?
La cabeza de Ayaka por fin sale levemente del agua, solo visible el cuello. Aoi se fija en que hay un lunar allí, y se pregunta si tendrá más repartidos por el cuerpo. Con un chasquido de la lengua aleja esos pensamientos y vuelve la vista a su cara en vez de a algún sitio pasados los hombros.
—Um, pues parece un Pilar muy fuerte… —. Juega con su pelo de forma inquieta, entrelazando mechones entre sus dedos sin cesar y mirando hacia abajo. Aoi frunce el ceño.
—Pues yo le odio —declara sin escrúpulos—. En cuanto te vio a ti me soltó como si no fuese más que un bicho, ¡ni siquiera dudó en hacerlo! ¡Es tan exasperante! ¡Incluso me tocó el culo! ¿¡Qué clase de asqueroso es!?
Ayaka vuelve a hundir la mitad de su cara bajo el agua y Aoi distingue el sonrojo que pretende esconder.
—Aya —empieza Aoi, alzando una sola ceja—, ¿es que hay algo que quieras decir?
Su amiga solo saca la boca del agua, sin mirarla a la cara—. Es desagradable.
—¿El qué es desagradable?
—Él, um, Uzui-san… hizo unos comentarios sobre mí. No fueron cosas precisamente bonitas.
Aoi se inclina más hacia ella, con el calor sofocante de la molestia burbujeando contra su piel—. ¿Qué dijo?
La voz de Ayaka se acerca al susurro—. Que tenía buenos pechos y unas caderas grandes… —. El calor sofocante se vuelve más fuerte y Aoi frunce el ceño, Ayaka se apresura a continuar—. ¡Y-y ya sé que debería estar halagada! ¡Se supone que es un cumplido! Pero aún así yo no…
—Te hizo sentir mal —. Kanao dice por primera vez. Ayaka vuelve a sumergirse hasta la barbilla bajo el agua y asiente tímidamente
—¿De verdad necesito comer menos? —pregunta jugando con sus manos.
Aoi observa la expresión triste de Ayaka y suelta un bufido enfadado—. ¡Es un cerdo! ¿¡Quién se cree que es!? ¡Alguien debería darle su merecido!
El agua chorrea cuando Kanao sale de la bañera, con la larga melena pegándose a su piel.
—Entonces solo tenemos que ganar esta competición —dice, mirándolas a ambas por encima del hombro con algo que la hace ver solemne. Solo ahora Aoi nota que Kanao ha cambiado—. Ganemos. Así le podremos dar una lección.
Ayaka mira a Aoi y Aoi la mira de vuelta para mirar después a Kanao.
—Sí —dice Aoi triunfante—. Ganemos.
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Chapter 28: La Colgada Número 4
Chapter Text
Para empezar, Ayaka no sabía qué era el Distrito Rojo.
—Seréis vendidas como maikos —dijo Kaori, ante las miradas de las tres chicas embutidas en kimonos de colores brillantes. El de Ayaka llevaba estampadas pequeñas flores de cerezo blancas sobre un fondo morado, Kanao había elegido también un estampado clásico floral peonías de un rosa claro lineado en blanco bordados encima de la tela de color rosado que complementaba con sus ojos y Aoi se había decantado por un grupo de grúas sobrevolando el mar que era la tela azul oscuro de su kimono. A Kaede le agradó que siguieran con su usual paleta de colores, decía que le daba menos dolores de cabeza.
Primero, después de salir del baño, su abuela les había forzado a frotarse la piel más de una docena de veces con un cepillo, argumentando que seguían sucias y que nadie las compraría de aquella manera. Para cuando terminó, dolía incluso ponerse la tela del kimono por encima del cuerpo, y Aya y Aoi reprimían quejidos insoportables. La única que no se quejó fue Kanao, que apenas frunció el ceño para expresar su dolor.
Después, Kaede cepilló los cabellos de las tres con la misma fuerza que había frotado su piel con jabón, y cuando las peinó en un estilo “wareshinobu”, el peinado que llevaban las maikos primerizas, solo continuó tirando sin compasión.
Incluso intentó pintarles los dientes de negro, pero aquello fue lo único a lo que Aoi se opuso, ya que esa moda estaba pasada y nadie hacía eso ya. Kaede parecía no entenderlo, pero se rindió y accedió a dejar tranquilas sus dentaduras.
Se dice que los alaridos de dolor fueron tan altos mientras Kaede preparaba, peinaba y maquillaba a las chicas que Zenitsu creyó que aquello era alguna clase de tortura.
Pero Ayaka se mantenía optimista, y aunque su sombra de ojos tomase demasiada parte de sus párpados o ella, Kanao y Aoi pareciesen fantasmas de lo pálidas que las había pintado su abuela, aún creía que harían un gran trabajo y se preocupaba por animar a sus compañeras. La quinta vez que Aoi tuvo que oír el chiste del fantasma de tres cabezas, Ayaka acabó al otro lado de la habitación de un puñetazo.
Tanjirou, Inosuke y Zenitsu no iban demasiado bien tampoco. Uzui tenía tanto talento para el maquillaje como Kaede e incluso Ayaka se vio horrorizada al ver la cara de Tanjirou, entonces cubierta por un extravagante y exagerado pintalabios y un horripilante rubor en las mejillas.
Todos se miraron en solidaridad y se lamentaron por el hecho de que sus respectivos jefes eran horribles para aquel tipo de cosas.
“Querido aniki,” escribió Ayaka la hora antes de partir. Le contó a Genya lo incómodo que se sentía el maquillaje en su piel, lo desagradables que eran los comentarios de Uzui y lo mucho que le alegraba poder estar en una misión con sus amigos.
“¿Qué será el Distrito Rojo?” le preguntaba Ayaka a su aniki, sin esperar respuesta. “La abuela no quiere decírmelo, y cada vez que le pregunto a Aoi o a Zenitsu, se ponen muy rojos y se quedan callados. Inosuke dice que es una cueva, pero me parece extraño que vayamos a una cueva vestidos así.”
Relató, además, su relación con O-gi, que se negaba a hacerse su amiga, y sus preocupaciones por Senjuro, sobre quien aún no tenía noticia excepto por cartas sueltas que llegaban mediante el cuervo de Rengoku de vez en cuando.
Eran cartas muy cortas y débiles, tristes, la mayor parte de ellas solo respuestas a aquellas que Ayaka o Tanjirou le mandaban. Aunque a veces Ayaka veía al cuervo ir a la ventana del cuarto de Yuu, con un montón mucho más grande que el que ella nunca antes había recibido, así que supuso que Yuu y Senjuro debieron hacerse amigos mientras Yuu le ayudaba con el funeral.
Por supuesto, Ayaka no le mencionó nada sobre Tanjirou a su hermano. Aún no se habían conocido y Genya solo sabía de él que le había roto el brazo hacía ya meses, pero no quería mencionarlo, por alguna razón, ni tampoco molestar a su aniki con sentimientos románticos innecesarios que no le incumbían.
Selló la carta una vez terminó de escribirla, le dio a O-gi un suministro de agua y galletas y la mandó a volar hacia donde sea que estuviese su aniki. Rezó unas cuantas oraciones por su seguridad y finalmente corrió a reunirse con su abuela, Kanao y Aoi, que la esperaban en la puerta principal de la casa de las glicinias.
—Señora Shinobu, ¿aún no se ha ido? —. Ayaka paró en seco al ver a la Pilar del Insecto en la entrada.
Shinobu la miró por encima del hombro, ligeramente distraída, y sonrió dulcemente. Ayaka ladeó la cabeza, pero decidió no comentar que parecía falsa.
—Quería hablar contigo, Ayaka-san —. Su senior se giró para verla completamente y Ayaka solo se mantuvo en silencio, con cierta confusión—. Necesito pedirte un favor.
—No se me viene a la cabeza el por qué necesitaría usted pedirme un favor —dijo Ayaka, entrelazando las manos—. Pero haré lo que pueda por ayudarla.
—Verás... —empezó Shinobu, cogiéndola del hombro para guiarla lejos de la puerta, donde se podía escuchar a Aoi pelearse con Zenitsu, los gritos de Inosuke animándola y a Tanjirou intentando calmarles—. Es que es la primera vez que Aoi va a una misión desde la Selección Final.
—Oh, —dijo Ayaka—. No se preocupe entonces, animaré a Aoi para que-
Shinobu negó con la cabeza sin abandonar su sonrisa piadosa—. No es eso lo que me preocupa. Si fuese un demonio débil, ¿crees que un Pilar se involucraría?
Ayaka lo pensó durante unos instantes y, con la expresión de una paleta de pueblo, exclamó:
—¡Entiendo lo que quiere decir! ¿Está preocupada por si el demonio es demasiado fuerte para nosotros?
—Se podría decir que sí... —murmuró Shinobu, tomándola por los hombros—. He oído que has estado intentando empatizar con los demonios últimamente, ¿no es cierto?
Ayaka asintió con la cabeza, con una pequeña arruga de preocupación apareciendo entre las cejas—. Solo creo que un poco de amabilidad podría serles de gran ayuda.
—Por supuesto, por supuesto —dijo Shinobu, cuya sonrisa se volvió ligeramente más tensa—. Nunca te lo he dicho, pero me recuerdas mucho a mi hermana mayor, Kanae. Eres igual que Tanjirou, los dos tenéis la misma actitud hacia los demonios.
Ayaka se sonrojó un poco al ser comparada con Tanjirou y se frotó la parte trasera del cuello—. Él fue quien me hizo cambiar de opinión, después de todo.
—Te estoy pidiendo esto porque sé que lo harás, cueste lo que cueste —. El agarre de Shinobu sobre sus hombros se volvió más fuerte—. Te dejo a ti la responsabilidad de mantener a Kanao y Aoi a salvo.
—Señora Shinobu, no creo que- —. Ayaka intentó dar un paso atrás pero ella solo la agarró más fuerte.
—Ya he perdido a una hermana —continuó Shinobu, mirándola directamente a los ojos—. No quiero perder a ninguna más, Ayaka-san. Ellas te aprecian como a nadie, se dejarán liderar por ti. Así que por favor —, sus manos se deslizaron hasta las de Ayaka, apretando con fuerza—, Kanae lo habría hecho.
La tsuguko solo se mordió el labio y apretó de vuelta las manos de Shinobu intentando tranquilizarla.
—No debe preocuparse, —dijo Ayaka, con la fuerza de una montaña en los ojos—. Haré que Kanao y Aoi vuelvan a salvo, aunque me cueste la vida.
Shinobu sonrió y por fin la soltó, soltando una risita airosa—. ¿Sabes? Creo que cuando estás dispuesta a morir, eres mucha más poderosa.
Ayaka se colocó un mechón suelto de su complicado peinado de “maiko”—. ¿De verdad lo cree usted?
Antes de salir por la puerta, Shinobu le sonrió y su imagen le recordó a Ayaka a la de una calavera.
—¡Aya! Date prisa, ¡los chicos ya se han ido! —la llamó Aoi, asomando la cabeza por la puerta.
—Ya te dije que no debíamos haberla dejado escribirle a Genya, siempre tarda mucho —comentó Kaede malhumorada, golpeando el suelo con el pie de forma impaciente.
Ayaka borró el ceño fruncido de su cara y sonrió. Kanao dio un paso adelante para reunirse con ella a mitad de camino y finalmente marcharon hacia aquel lugar llamado “Distrito Rojo”.
Se arrepentía de no poder contarle aquello a su aniki ahora que O-gi ya partía con la carta.
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Chapter 29: Patatas, ramos de lirio y baladas de shamisen
Summary:
“¡No-no-no-no-noviembre! ¡Veinte y ocho, veintiocho de noviembre!” Se le escuchaba a Inosuke canturrear mientras le maquillaban y le peinaban.
Chapter Text
Desde el principio, las cosas ya empezaron a torcerse.
La estrategia que su abuela había establecido era simple. Había tres casas en las que Uzui sospechaba que se escondía el demonio, y cada una de los chicos sería vendido individualmente para poder investigarlas todas.
Su abuela, en cambio, insistía que el demonio habitaba en la casa Kyogouku y que sería mucho más rápido venderlas a todas allí. Ayaka la presionó para no ser descuidados, por lo que al final se adhirió a la misma estrategia que Uzui (a su pesar) y decidió enviar a cada chica, también, a una casa distinta.
Pero cuando la gerente de la casa Kyogouku le echó una mirada a Kanao y a Ayaka y le ofreció comprarlas a ambas, su abuela aceptó la oferta de forma tan rápida que era difícil de creer que tenía pensado seguir otra cosa que no fuese su propio plan desde el principio.
Aoi, en cambio, se vio forzada a ser vendida a otra casa con una cara familiar.
—¡Ya te dije que tengo olfato para estas cosas! —exclamaba la gerente, quitándole el maquillaje a Inosuke, que se mantenía lo más quieto y callado de lo que lo había hecho alguna vez en toda su vida.
A pesar de que a ambos les habían comprado el mismo día, todos revoloteaban alrededor de Inosuke y elogiaban su belleza, mientras Aoi tomaba asiento en las sombras.
“¡No-no-no-no-noviembre! ¡Veinte y ocho, veintiocho de noviembre!” Se le escuchaba a Inosuke canturrear mientras le maquillaban y le peinaban.
—Anda, si es Aoi —dijo al verla en la cocina unas dos horas más tarde, donde la habían mandado a pelar patatas. Ya le habían quitado todo el maquillaje y le habían puesto uno nuevo, ¡incluso le habían lavado el pelo! Aoi se había limpiado la cara por sí sola y había vuelto a sus coletas de siempre, pero su aspecto normal no era tan sensacional como el de Inosuke y había sido relegada a la cocina.
—Creen que vas a convertirte en una oiran —. Aoi cortó una patata con especial fuerza al decir aquello. Afortunadamente estaban solos—. Pero nosotros nos vamos cuando terminemos la misión, así que no les des esperanzas —. Lanzándole una patata a la cara que él agarró al vuelo con los dientes, Aoi se llevó las manos a las caderas—. Y no hables, que van a descubrirte.
—Mierda, es verdad, ese tío me dijo que no hablase —maldijo Inosuke con la boca abierta de manera que ella podía ver la asquerosa patata hecha trizas.
«Y creen que este tío podría llegar a convertirse en oiran...» pensó Aoi con cierta molestia.
—Oye, oye, a lo mejor esta misión es tan larga que llego a derrotarla —. Inosuke tomó otra porción de patatas por su mano esta vez.
—Pues si la misión es tan larga como dices, yo no estaré aquí para verlo, me habré ido para entonces —añadió ella, soltando el cuchillo y rindiéndose ante su amigo, que se abalanzó sobre lo poco que quedaba de lo que había estado cocinando.
—¿Por qué? —. Inosuke alzó la cara con el maquillaje corrido y restos de zanahoria, con los ojos tan abiertos como un ciervo al que se le toma desprevenido—. Ahora que lo pienso, tú nunca vas en misiones.
—Bueno, ¿y qué hay de malo en ello? —mordió Aoi especialmente ácida—. Si quiero ir a una misión de repente, es mi decisión.
—Pero cuando ese tío te cogió, no parecía que quisieses ir con él —continuó Inosuke, de repente acercando la cara mucho a la suya de forma que Aoi retrocedió—. Pasó algo entre entonces y después, ¿no?
Ella se frotó los brazos y frunció el ceño, pero Inosuke entrecerró los ojos y se encogió de hombros.
—O a lo mejor solo soy estúpido —dijo, metiéndose un huevo cocido entero en la boca a lo cual Aoi se estremeció en asco.
—Ya... —susurró Aoi, sin intentar apartarle de la encimera—. Estúpido...
—Mi mejor amiga sí que es súper lista —susurró Inosuke para sí, dándose golpecitos en la barbilla—. No-no-no-noviembre, veinte y ocho, ¡veintiocho!
Aoi alzó una ceja—. Creía que no tenías amigos, que tenías “subordinados”. ¿Y qué es eso que estás canturreando?
Inosuke no detectó el sarcasmo en su voz y exclamó alegremente—. ¡Aya no es mi subordinada! ¡Es mi súper mejor amiga del alma y es súper lista! ¡Me ayudó a luchar con la bestia y Tontaro dice que el rango superior a subordinado es súper mejor amigo! ¡Así que la he ascendido! Veinte y ocho, no-no-noviembre.
Ella ladeó la cabeza en incredulidad y frustración a la vez—. La has ascendido de rango... Así no va la cosa… ¿Enserio, qué es eso que estás cantando?
—No-no-no-noviembre. Shinobu me dijo que para recordar cosas es bueno hacer una canción con ellas —y continuó canturreando “veinte y ocho, ¡veintiocho!”—. Oye, ¿qué era un cumpleaños?
Finalmente, Aoi le dio un empujón, soltó un largo suspiro y le dijo que no le volviese a hablar, ya que seguían estando en una competición y Kaede les había prohibido cualquier tipo de contacto con miembros del “equipo contrario”.
A pesar de esta regla, secretamente, Aya había tenido la esperanza de acabar en la misma casa que Tanjirou, pero al encontrarse con la rubia cabeza de Zenitsu esa esperanza se evaporó en el aire. No lo lamentaba del todo, al fin y al cabo Zenitsu era su amigo y ya encontraría la manera de ver a Tanjirou como fuese. Incluso a escondidas, si fuese necesario.
Zenitsu, igual que Aya, no se tomó aquella regla de “no contacto con el enemigo” demasiado bien.
—¡Dejad de ignorarme! —les gritó/susurró Zenitsu en una esquina desierta, sonando histérico.
—¡No podemos actuar como si fuésemos amigos! —gritó/susurró Aya de vuelta—. ¿¡No crees que eso seria raro!? ¡Y si descubren a uno, nos descubren a todos!
Zenitsu apuntó con los ojos a las manos de Aya y Kanao, entrelazadas, y alzó una ceja escéptica.
En la cara de Kanao se pintó una pequeña sonrisa al tiempo que Aya se sonrojó, dando un paso hacia Kanao para esconder sus manos tras la espada.
—¡Kanao y yo no contamos porque fuimos vendidas juntas! ¡Deja de ser tan infantil! —bufó ella, tirando de Kanao hacia otra parte de la casa dejando a Zenitsu echando humo, literalmente, por las orejas.
Zenitsu no se dio por vencido, de hecho, solo fue incluso más insistente.
Cuando no estaba furiosamente tocando el shamisen, algo en lo que era muy bueno (no fue para nadie una sorpresa), Zenitsu acudía a Aya y Kanao quejándose sobre Uzui, con ideas sanguinarias sobre cómo le arruinaría la vida, sobre la gerente, que le hacía tocar hasta que sus dedos estuviesen rojos, o sobre cualquier cosa que mínimamente le molestase.
Por supuesto, Aya intentaba hacer que tuviesen el menor contacto posible y le decía que se fuese cada vez que venía a ellas con deseos de despotricar, pero las veces que Kanao estaba sola la tsuguko no tenía la fuerza suficiente como para decirle que se fuese sin su moneda, por lo cual acabó acostumbrándose a su cháchara constante con el transcurso de los días.
Tanjirou acabó siendo el único que permaneció en la casa Tokito, siendo solo él y Nezuko, por quién estaba preocupado últimamente, ya que de vez en cuando arañaba su caja y soltaba quejidos de dolor. Fue muy doloroso también para Tanjirou el mentir cuando la gente preguntaba por aquellos ruidos tan extraños.
Pero a pesar de esto, no tuvo problemas para ser aceptado por su gran esfuerzo y dedicación a todas las tareas que le asignaba la gerente. La cicatriz en su frente no había sido bien recibida, por supuesto, pero su entusiasmo era contagioso y le hacía sentir a la gerente de su casa que aquella compra había valido la pena. Tanta era la satisfacción que le daba el trabajo duro de Tanjirou que incluso le dio unas cuantas monedas para que se comprase lo que quisiera en el mercado.
De hecho, en cierta ocasión en la que la gerente le encargó ayudarla con la compra ya que Tanjirou mostraba una fuerza sobrenatural (que habría sido normal en el cuerpo), un vendedor de algún puesto de flores en la calle principal se le acercó de forma insistente.
—¿¡No le interesa a la señorita un precioso ramo de flores!? ¡Se dice que es ideal para cualquier chica que se precie! —. Mientras gritaba le acercaba los lirios a la cara cada vez más y él retrocedía, sin querer verse abrumado por el olor.
Tanjirou, sin querer ser grosero, sacó de su bolsillo las monedas que le había dado la gerente por su trabajo extra y el vendedor se las arrebató sin mirar siquiera su valor, dejándole en las manos a Tanjirou el ramo de flores y volviendo a su puesto.
—¡Gracias por su compra, no hay devoluciones!
Y desapareció tan rápido como había venido.
Sin atreverse a pensar mal del vendedor, siendo que en el campo, era extraño que no fuesen honestos, Tanjirou ni siquiera se preguntó si el precio del ramo de flores era el correspondiente a las monedas que le había arrancado de la mano.
Observó las flores en su mano y no pudo evitar soltar un suspiro.
—¿Y ahora qué hago yo con esto? —se preguntó, volviendo al lado de la gerente con una compra más.
Le preguntó qué le había tomado tanto tiempo y Tanjirou tuvo que decirle que le habían vendido un ramo de lirios que no quería. (Si hubiese mentido de nuevo habría explotado).
—Bueno, ¿por qué no se lo regalas a alguien? —sugirió ella. Y de repente aquella compra dejó de ser un despilfarro.
Chapter 30: El hilo de la araña
Summary:
«Oh, Tanjirou,» pensó Ayaka anhelante, «de verdad que odio el negro de los demonios.»
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
"Cada vez que miro a los demonios," le había dicho Ayaka a Tanjirou meses atrás, "solo veo un vacío negro."
Esas eran las palabras que resonaban en su cabeza al andar por la calle principal del Barrio de las Flores.
No le había dicho que era el negro del infierno ni el de los pecadores, la ambición y el hambre por algo que querían alcanzar pisoteando a otros.
Era un negro muy feo. Ella, al menos, lo odiaba.
Aquel sitio estaba lleno de ese negro; los hombres que rondaban por las calles con dinero en las carteras que gastarían en distracciones pasajeras, las mujeres que, furiosas (ya fuese consigo mismas o con el mundo), compensaban lo que les faltaba con arrogancia. Los niños robaban, los bebés lloraban, ella intentaba no fijarse en los cadáveres que se apilaban en las esquinas, pero era difícil no hacerlo.
El barrio del distrito rojo era perfecto para que los demonios prosperasen, como Uzui suponía, pero no por lo que él creía.
¿Cuántos de ellos habrían aceptado convertirse en demonios solo para escapar de aquel sufrimiento? Ayaka sabía que muchos, y no le gustaba la idea.
De repente sintió la mirada de alguien sobre ella y Ayaka paró en seco. Al mirar hacia la esquina de un callejón, se encontró con las sucias caras de dos niños vestidos en harapos; un niño más mayor y una niña pequeña, agarrados de la mano.
La oiran de su casa, Warabihime, era tan caprichosa e impaciente como hermosa. Hasta entonces las tareas que le encargaban a Ayaka, a quien contrastando con Zenitsu, se le daba fatal tocar el shamisen, consistían en recorrer de un lado a otro todo el distrito rojo buscando la larga lista de regalos y otros objetos de lujo que la oiran pedía cada día.
Mirando a los niños detenidamente, Ayaka apegó contra su pecho la bolsa de tela brillante que acababa de comprar y caminó hacia ellos.
—Um... ¿donde están vuestros padres? ¿No es muy tarde para que estéis aquí? —preguntó, arrodillándose ante el niño que solo la miraba en silencio. En cambio la niña se escondió tras la espalda de su hermano. Ayaka alzó la mano, en un intento de apartarle el pelo de la cara, pero sus grandes ojos aguados se llenaron de miedo y retrocedió varios pasos atrás, por lo que Ayaka optó por no tocarles.
En el silencio del niño se escuchó un pequeño y débil rugido. Un momento después, las mejillas del niño se tiñeron de un leve rojo, mientras la niña se sorbía la nariz, estaba segura de que había reprimido un sollozo. Ayaka pensó en los dulces que descansaban en su bolsillo, destinados a la oiran.
Aunque volviese a la tienda para comprar más, estaría cerrada y la acusarían de robar al ver el dinero que faltaba.
«A lo mejor a la oiran no le importará.» Le dio una sonrisa a los niños y desenvolvió el paquete para mostrarles las brillantes bolitas azucaradas.
La niña fue la única que reaccionó, poniéndose de puntillas, agarrada al brazo de su hermano, para ver mejor los dulces, que Ayaka estaba dejando en el suelo frente a ellos.
Al ver la sonrisa que empezaba a aparecer en el rostro de la niña, de repente a Ayaka dejó de importarle las consecuencias. Estaba estirando su pequeña mano, lista para tocar la polvorosa cobertura del dulce, pero el niño tiró de su mano, mirando a Ayaka con ojos sospechosos, y ella se vio obligada a volver detrás de él.
—Podéis coméroslo si queréis —dijo Ayaka, pensando en la sonrisa del patrón y en cómo imitarla—. No hay peligro alguno.
Y aunque se alejase, caminando lejos de los niños, estos no hicieron movimiento alguno para tomar los dulces del suelo.
Ayaka frunció el ceño, volviendo a caminar cerca de los niños que esta vez no se alejaron. Ella se arrodilló frente a ellos y sacó de su bolsillo unas cuantas monedas que les ofreció en su palma abierta.
—¿Cómo os llamáis?—cuestionó, acercándoles las monedas. La niña seguía con la vista fija en los dulces y el niño, en cambio, estaba ocupado mirando el pelo de Ayaka.
—Shi-shizuka —susurró la niña tímidamente. La sonrisa de Ayaka se volvió más grande.
—Ese es un nombre muy bonito, Shizuka, seguro que tus padres te quisieron mucho para darte ese nombre —dijo, pero por alguna razón los ojos de Shizuka se aguaron y escondió la cara en la espalda de su hermano.
—A Shizuka no le dieron el nombre nuestros padres —. El chico habló por primera vez—. Se lo di yo, ellos murieron.
—Oh —. Ayaka intentó no verse demasiado impactada—. Siento mucho la pérdida, yo no sabía que-
—Déjanos en paz —siseó el niño con un gruñido—. Podemos valernos por nosotros mismos.
—Jin nii-san —balbuceó Shizuka con la voz levemente quebrada.
—Estoy segura de que podéis cuidaros vosotros solos —replicó Ayaka de forma serena—. Pero a veces un poco de ayuda no viene mal, ¿no?
La expresión hostil de Jin se relajó ligeramente. Ayaka les sonrió de nuevo:
—Me llamo Ayaka, pero por favor, llamadme Aya. Hay un puesto de fideos cerca, ¿qué os parece si vamos allí y os compro a los dos la cena? Así veréis que la comida es segura.
Shizuka empezaba a inclinarse por encima de su hermano con los ojos muy abiertos pero Jin seguía mirándole duramente.
—¿Qué pretendes? —preguntó, mirándola con ojos entrecerrados—. Si quieres vender a mi hermana a alguna casa date por vencida porque no dejaré que-
—No quiero nada a cambio, no te pediré que trabajes para mí ni que hagas nada —. Ayaka alzó una mano al aire, con la otra agarrando sus compras—. Si te hace sentir mejor, solo compraré la comida y me iré. No volverás a verme a menos que quieras, claro.
Jin entrecerró los ojos con actitud sospechosa, Shizuka tiraba de su ropa sucia una y otra vez en entusiasmo.
—Eres muy rara —dijo, finalmente acercándose. Ayaka sonrió.
—Me lo dicen mucho.
Con un poco de tiempo, o a lo mejor todavía no era tan desconfiada como para ser una niña callejera, Shizuka empezó a hablar sin parar, agarrada a la mano de su hermano, que se dedicaba a mirar a Ayaka con una expresión malhumorada. Ella bromeó sobre que no sonreía y Jin le gruñó, pero Shizuka se rió y sus mejillas se tiñeron de rojo una vez más.
Había un puestecito de fideos no muy lejos de allí. Shizuka y Jin se sentaron en los taburetes uno al lado del otro, ganándose miradas asqueadas de los clientes de alrededor, pero el vendedor no dijo nada cuando Ayaka sacó el dinero.
—Así que eres una maiko —. Como no le habían dicho que se fuera, Ayaka se sentaba ahora al lado de los dos hermanos mientras comían vorazmente.
—Fui vendida hace poco, así que no sé todavía muy bien como funciona todo aquí —dijo ella, jugando con el vaso de agua que le habían servido—. Mi hermana y yo estamos trabajando en la casa Kyougoku y tengo un amigo en la casa Tokito que seguro que os caería bien —. Ayaka tocó el lirio tras su oreja con un suspiro.
Jin alzó una ceja y silenciosamente continuó sorbiendo sus fideos. "Amigo".
—Um, quería preguntar, vosotros lleváis viviendo mucho aquí, ¿no? —continuó Ayaka sonriente.
Shizuka asintió con la cabeza, casi atragantándose con los fideos por su hambre e impaciencia.
—Pues... es que no sé... qué es lo que hacen las geishas... —. Al instante Jin empezó a toser y Shizuka corrió a darle palmaditas en la espalda. Ayaka le pasó su vaso de agua y él se bebió casi la mitad.
—Tú no... ¿no tienes ni idea? —. Jin la miró extrañado y Ayaka solo titubeó respuestas negativas—. Eres una maiko y aun así no sabes lo que hacen las geishas, ¿qué clase de persona te ha vendido?
—Abuela, ¿qué es una geisha? —se preguntaba Ayaka, mientras pasaba la mirada de un kimono con estampado de flores de loto y otro de renacuajos—. Uzui dice que nos vamos a hacer pasar por maikos, y que después van las geishas, pero no sé qué son ninguna de las dos cosas, ni siquiera el distrito rojo.
—Pues una geisha es una mujer que- —empezó Aoi, quien subitamente se interrumpió al Kaede lanzarle una mirada con ojos muy abiertos.
—No necesitas saberlo —dijo Kaede, dándole palmaditas en la cabeza.
—Ya veo —dijo simplemente Ayaka, sonriendo—. ¡Vale!
«Puede que debiese haber presionado más...» pensó Ayaka con torpeza, mientras, Jin se echó a reír.
—¿¡No lo sabes!? ¿¡Enserio no lo sabes!? —repetía Jin, golpeando la mesa con los puños. Shizuka actuó rápido y tomó tanto sus fideos como los suyos propios, mientras Jin, el niño a quien solo había visto malhumorado, se reía sin parar.
Aunque fuese a su costa, dedujo, a Ayaka le gustaba que mostrase un poco de alegría.
—Una geisha... —. Jin dejó de reírse y retomó el aliento—. Es una chica a la que se le paga para tener sexo con ella.
Ayaka intentó no verse ridícula delante de dos niños, pero su expresión impactada mostraba más de lo que debería. Jin empezó a reírse de nuevo.
—Oh, —dijo ella, de repente pensando en Tanjirou y tapándose la cara con una mano para ocultar su sonrojo—. Por eso nadie quería decírmelo...
—Enserio, eres muy rara —repitió Jin una segunda vez, volviendo a sus fideos tras secarse una sola lágrima que había florecido en su ojo—. Es muy gracioso.
—Estoy tan avergonzada —murmuraba Ayaka contra sus manos, escondiendo su cara—. Dos niños sabían algo así y yo no.
—Seguro que eres de pueblo, —comentó Shizuka sin malicia, y Ayaka solo se sonrojó más.
—La ciudad es tan confusa —decía ella, mordiéndose el labio—. Hay tanta gente y tantas luces, todo es tan ruidoso que a veces me desoriento un poco. ¿Cómo soportáis vivir aquí?
Jin sonrió orgulloso, llevándose ambos puños a las caderas—. ¡Shizuka y yo nos vamos a ir de este antro! ¡Una vez que ahorremos el dinero suficiente, iremos a la capital! ¡Y allí nuestras vidas empezarán de verdad! ¿¡A que sí, Shizuka!?
Su hermana asintió, sonriendo de oreja a oreja:
—¡Quiero tener muñecas de trapo de verdad! ¡Y comer arroz blanco todos los días!
—¡Y lo haremos! ¡Te lo prometo! —siguió Jin, tomando a su hermana por los hombros—. ¡Iremos a ver también el Palacio Imperial! ¡Dicen que está rodeado por un lago y que sus jardines no tienen fin, tengo tantas ganas de ir! —. Jin de repente paró en seco y miró a Ayaka, que solo observaba a los hermanos con una sonrisa suave.
—Estoy segura de que podréis —dijo ella, y esa vez cuando intentó apartarle el pelo de la cara a Jin, él no retrocedió—. Cuando estéis allí, mandadme una carta, ¿vale? Iré a visitaros.
Jin carraspeó, apartando la mano de Aya—. Oye, ¿no tienes que irte ya?
Ella parpadeó.
—¡Cierto! —exclamó Aya, bajándose del taburete—. Ya me he hecho cargo de todo así que no os preocupéis por el dinero. Le diré a la gerente de mi casa que ponga a mi cuenta el dinero que he gastado y probablemente solo me dé de comer una vez al día para pagar... Espero que me dé de comer.
La piel de Ayaka sintió la sonrisa de Shizuka a través de la tela cuando la niña se abrazó a ello con fuerza—. Muchas gracias, Ayaka-san.
Inmóviles, se dedicaron a permanecer abrazadas la una a la otra en silencio, aunque le tomase a Ayaka unos momentos para reaccionar y devolver su afecto, envolviendo a la niña en sus brazos. Shizuka enterró la cara contra su cuello, mientras sus pequeñas manitas se agarraban fuertemente a su kimono, lo cual solo hizo más doloroso el soltarla una vez que esos momentos pasaron a ser minutos.
—De verdad que no ha sido nada, lo prometo —susurró contra el pelo de la niña—. No dudes en venir a mí si necesitas ayuda de nuevo.
Jin ignoró su mirada al peinarle con una mano, aunque el hecho de que la dejase ya le traía alegría.
Para cuando se despidió de los niños, la imagen de la pura sonrisa de Shizuka se había grabado a fuego en su mente. Si así era como se sentía cada vez, pensó Ayaka, sonriendo para sí, entonces entendía el por qué su padre se había pasado una vida entera ayudando a los demás.
Ambos hermanos la observaron alejarse hasta que las flores de cerezo en su kimono morado desaparecieron de su vista.
—A lo mejor no deberíamos haberlo hecho —empezó Shizuka dudosa, jugando con el cuenco vacío—. Fue muy buena con nosotros.
Jin se encogió de hombros, tomando la mano de su hermana y guiándola de nuevo al callejón—. Es lo que hay, Shizuka, no podemos dejarnos llevar porque nos dé comida una vez.
—Supongo que cuando se dé cuenta de lo que hemos hecho, nos odiará —balbucéo la niña y Jin alzó las cejas cuando vio que los ojos se le aguaban.
—¿Qué más da? Nos tenemos el uno al otro y eso es lo que importa —dijo él, aunque su mirada se fuese, involuntariamente, a la esquina por donde había desaparecido Aya.
Casi se sentía mal.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
La oiran Warabihime se alzaba, esbelta y hermosa, a las puertas de su habitación. Ayaka se mantuvo de pie frente a ella, sosteniendo sus compras.
Era la primera vez que veía a la tan famosa oiran que le había dado reputación a aquella casa y con un solo vistazo Ayaka era capaz de reconocer que aquella mujer era realmente hermosa, sin dudarlo.
—¿ Tú eres la nueva chica de los recados?
Ayaka se sonrojó instantáneamente al oír su voz aterciopelada, sin siquiera pensar en qué le habría pasado a la antigua chica de los recados—. ¡Ah, s-sí! Me llamo-
—Escuchad atentamente —recordaba a su abuela diciendo en el baño, aún sosteniendo el cepillo con el que casi les había arrancado la piel—. No podéis usar vuestros verdaderos nombres bajo ninguna circunstancia.
Aoi chasqueó la lengua—. ¿Entonces cuáles vamos a usar?
Su abuela se encogió de hombros—. Escoged el que queráis.
—Shinazugawa —. La oiran le dio una mirada extraña—. Me llamo... Kaede Shinazugawa.
—Deberías olvidarte del apellido, aquí no te sirve de nada —. Se arrodilló y Ayaka se fijó en que era incluso más bella cara a cara. Las puntiagudas uñas de la oiran le rozaron el labio—. Eres muy guapa, Kaede. A lo mejor tomarás mi puesto cuando yo deje de ser hermosa.
Ayaka solo se sonrojó con más fuerza por su inesperada amabilidad—. Muchas gracias, señora oiran.
—Pero la belleza hay que utilizarla, ¿y tú? Tú eres muy estúpida —. Ayaka frunció el ceño pero antes de que pudiese responder, Warabihime apuntó con dedos crueles—. Un pajarito me ha dicho que estuviste con unos niños en la calle. Mete la mano en los bolsillos.
—Eres una chica muy tonta —anunció la oiran, tras lanzarle una sola mirada. Ayaka frunció el ceño pero antes de que pudiese siquiera replicar, Warabihime la apuntó con dedos crueles—. Comprueba tus bolsillos.
Ella así lo hizo y al meter la mano no encontró las monedas que le restaban de la compra. Sin previo aviso, la oiran la abofeteó con tanta fuerza que la dejó mirando hacia otro lado.
—Esas ratas callejeras te han robado, estúpida —soltó ácidamente, como si sus propias palabras fuesen veneno. Una de sus manos afiladas se afianzó, con agarre de acero, al hombro de Ayaka, apretando con fuerza—. Aprovecharon mientras les comprabas la comida y eres tan tonta que no notaste cuando metieron sus manos en tus bolsillos, ¿no es así?
¿Es que aquella gratitud había sido fingida? se preguntaba Ayaka, sin poder olvidar la fuerza con la que Shizuka se había abrazado a ella. La oiran continuó con una sonrisa cruel.
—Todavía eres una maiko, ¿no? —. Ayaka silenciosamente asintió con la cabeza—. Pues aquí tienes un consejo de tu senpai. Que te quede claro que aquí los actos de bondad son para los bobos —. Warabihime se agachó a su altura y la miró directamente a los ojos, susurrándole al oído—. O para los muertos.
Seguía apretándole el hombro a cada segundo con más fuerza, con tanta fuerza que temía que le rompería un hueso.
—No me importa —declaró Ayaka con fuerza. La oiran frunció sus afiladas cejas—. No diré que el que me hayan robado está bien, pero yo lo único que he hecho ha sido darle de comer a unos niños hambrientos, ¡y no me hará arrepentirme de hacer lo correcto!
—¿En qué clase de sitio te crees que estás? —siseó Warabihime, acercándose tanto a la cara de Aya que solo faltaría un suspiro para que sus labios le rozasen la carne jugosa—. Ellos no son los únicos niños sin padres, ni serán los últimos, ¿esperas que así sus vidas sean mejores? ¿Que con una comida caliente saldrán de su vida llena de miseria?
Entonces procedió a abofetearla una segunda vez, y Ayaka acabó tirada en el suelo.
La oiran solo observó su cuerpo inmóvil y soltó una pequeña risita.
—¿Has oído la historia del hilo de la araña? —balbuceó Ayaka débilmente desde el suelo, incorporándose. La magulladura en su mejilla empezaba a florecer en la forma de un hinchado bulto rojo.
Warabihime se quedó en silencio, preguntándose si era o muy lista o muy estúpida.
—Se dice que un día, Buda estaba caminando por uno de los jardines del paraíso y, al mirar hacia abajo, vio a un ladrón en el infierno, en el lago de sangre, para ser exactos —. Ayaka narra como si la sangre no le saliese de la herida en la cabeza a borbotones y todo empezase a dar vueltas—. Buda recordó que Kandata, así es como se llamaba aquel ladrón, había decidido no pisar una araña y perdonarle la vida, fue solo una vez, pero ese acto demostraba que Kandata era capaz de ser una buena persona y de que no era el criminal sin corazón que se pensaba que era.
Recuperó el aliento que había perdido, intentando no temblar.
—Por lo que Buda tomó un hilo de esa araña y lo bajó como una cuerda hasta donde estaba Kandata. Al verlo, Kandata empezó a escalar por él, con intención de llegar al Paraíso, pero había un problema —continuó, enjugándose la sangre que le había llegado a la frente—. Al mirar hacia abajo, vio que todos los pecadores que estaban con él en el lago de sangre estaban escalando también por el hilo. Por lo cual, temeroso de que el hilo se rompiese y el propio Kandata no se salvase, decidió cortar el hilo para salvarse él solo. Pero debido al egoísmo de Kandata el hilo se rompió y perdió su oportunidad de salir del infierno.
Ayaka le dedicó a la oiran y su negro una larga mirada.
—Creo que Buda le dará una segunda oportunidad y que Kandata puede aprender de sus errores y salir del infierno.
—Así que sigues consciente —. Y eso fue lo único que dijo la oiran Warabihime al respecto.
«Oh, Tanjirou,» pensó Ayaka anhelante, «de verdad que odio el negro de los demonios.»
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Notes:
Hola de nuevo! Ya empezamos a meternos de cabeza, lo cual es emocionante! No sé porque siempre meto cosas originales cuando luego no lo aguanto TvT pero espero que a todos les guste y que yo quede satisfecha al final.
este arco es importante porque es un paralelismo de lo que pasará en el arco final (al menos eso quiero hacer ahora) así que todo el mundo atento y a coger notas, jajaja.
Ya quiero meterme de lleno con todo lo que va a pasar en el futuro, tantas cosas, tantas cosas, ojalá poder escribir más rápido TvT
El "Hilo de la Araña" es un relato real de Akutagawa publicado en 1915, que es cuando he imaginado que pasa Kimetsu no Yaiba (al menos en esta fic) ((https://en.wikipedia.org/wiki/The_Spider's_Thread)) habla sobre como los humanos son egoístas y malvados, jaja!
¡Rumores de la Era Taisho!: Se dice que a Shinobu le gustan mucho las obras de teatro inglesas, sobre todo Shakespeare, con Romeo y Julieta. Le prestó el libro a Aya y al menos tienen una cosa en común. (También se dice que la autora ha empezado a jugar a Genshin Impact y que está obsesionada con Zhongli, aunque esto es más probable)
Chapter 31: Amor como defecto fatídico
Summary:
En el séptimo día del séptimo mes, los amantes Orihime y Hikoboshi se reúnen cruzando los cielos para disfrutar de tiempo juntos, aunque breve, que les tiene que satisfacer para todo un año hasta la próxima vez que puedan volver a verse.
Al principio, no había sido así. Su padre, con buena intención, le había buscado a Orihime un marido para poder estar con ella mientras no tejía las telas que tanto a él le gustaban.
Pero su amor fue tan profundo que tanto Orihime como Hikoboshi abandonaron sus deberes de seres celestiales, lo cual provocó gran ira en el padre de Orihime, que les condenó a estar separados como castigo por su desobediencia.
La historia tiene un final feliz, de lo contrario sería demasiado triste como para que a él le gustase. Con la benevolencia de los cielos, Orihime y Hikoboshi fueron permitidos verse una vez al año, mientras el resto del tiempo se dedicasen a sus tareas. Sigue siendo un castigo de todas maneras.
Tanjirou cree que es algo similar a las chicas que aligeran los pies en aquel distrito.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Jugando con los caramelos que le dio la oiran Koinatsu, Tanjirou no puede parar de pensar en la leyenda de Tanabata.
En el séptimo día del séptimo mes, los amantes Orihime y Hikoboshi se reúnen cruzando los cielos para disfrutar de tiempo juntos, aunque breve, que les tiene que satisfacer para todo un año hasta la próxima vez que puedan volver a verse.
Al principio, no había sido así. Su padre, con buena intención, le había buscado a Orihime un marido para poder estar con ella mientras no tejía las telas que tanto a él le gustaban.
Pero su amor fue tan profundo que tanto Orihime como Hikoboshi abandonaron sus deberes de seres celestiales, lo cual provocó gran ira en el padre de Orihime, que les condenó a estar separados como castigo por su desobediencia.
La historia tiene un final feliz, de lo contrario sería demasiado triste como para que a él le gustase. Con la benevolencia de los cielos, Orihime y Hikoboshi fueron permitidos verse una vez al año, mientras el resto del tiempo se dedicasen a sus tareas. Sigue siendo un castigo de todas maneras.
Tanjirou cree que es algo similar a las chicas que aligeran los pies en aquel distrito.
—Al parecer, la madama de la casa Kyogoku se cayó por una ventana y se murió —. El nombre susurrado de la casa le llamó la atención, reconociendo por boca de Aya la casa en la que ella misma, Kanao y Zenitsu habían sido vendidos—. Qué horror, ¿no? Será mejor tener cuidado.
—He oído que muchas chicas han estado aligerando los pies últimamente —le susurra de vuelta la niña a la otra en la habitación de la oiran—. Menudo horror.
—Um, disculpad —. Tanjirou se inclinó por encima de los hombros de ambas maikos—. ¿Pero qué es 'aligerar los pies'?
—¿No lo sabes? 'Aligerar los pies' significa huir de una casa sin haber pagado tu deuda —explicó la chica más bajita—. Muchas lo hacen con amantes, no es común, pero sí hay casos en los que pasa.
—Pero si te pillan, las consecuencias son terribles —. "Como el castigo celestial que le impusieron a Orihime y Hikoboshi", pensó Tanjirou—. Y últimamente un montón de chicas han estado aligerando los pies.
—Dicen que la oiran Suma-
"¿No era esa una de las esposas de Uzui?"
La puerta se desliza y la oiran Koinatsu, a quien Tanjirou había venido a buscar originalmente, aparece esbelta y ataviada con ropas que él no podría nunca aspirar a comprar.
—Propagar rumores no está bien —. Y aunque sus palabras sean reprimendas, la cara de la oiran sigue tan dulce como siempre—. No deberías hablar sobre esas chicas... nadie sabe lo que pasó con certeza y ya sois lo suficientemente mayores como para cuchichear así —. Entonces posó la mirada en Tanjirou y en todos los paquetes que le había traído a la habitación—. Tú eres Sumi, ¿no? He oído que llegaste hace poco.
Tanjirou consiguió murmurar un "sí" sin atragantarse, sobrecogido por la belleza de la oiran. Ella le sonrió dulcemente y sacó varios caramelos de un bolsillo, posándolos en su mano.
—Muchas gracias. Toma, por tu gran trabajo —. Lo cual solo llevó a Tanjirou a sentirse más impactado por ambos el aspecto y la actitud de la oiran.
"Debería preguntarle sobre la esposa de Uzui," pensó Tanjirou.
—Es... ¿Es cierto que la oiran Suma ha aligerado los pies?
Koinatsu le miró con un arruga de preocupación entre sus perfectas cejas:
—¿Por qué me preguntas eso?
—E-es solo que- —. "Vamos, piensa algo rápido, ¡cabeza hueca!"—. ¡Suma es mi... mi hermana mayor!
—Oh... —. Koinatsu y las niñas intentan no horrorizarse demasiado ante su cara, horriblemente distorsionada por la mentira que tanto le duele contar, pero por fin se relaja al empezar a contar.
Como muchas otras antes y después que ella, se rumoreaba que Suma había aligerado los pies junto a un amante. Lo que mayoritariamente les llevaba a llegar a aquella conclusión era un diario, probablemente falso, en el que estaba expresado su deseo de huir para poder amar libremente con su enamorado, sospechosamente dejado abierto en un escritorio de su habitación vacía la noche que desapareció.
Todo el mundo simplemente cree que era cuestión de tiempo no saber nada de ella, ni de si la pillaron, ni de si consiguió escapar con éxito. Porque todos saben que, como Hikoboshi y Orihime, no cumplir con las obligaciones impuestas por tu nacimiento y circunstancias solo acarreará un castigo divino.
"Aligerar los pies" es, en cierta manera, lo que él y Aya están haciendo también.
A pesar de que les han prohibido estrictamente tener contacto unos con los otros, cuando Tanjirou ya ha terminado sus tareas y todos están tan ocupados que no se fijan en la maiko nueva que no para de darle trabajo a la madama, Tanjirou se desliza la caja de Nezuko sobre los hombros, sale fuera de la casa a través de la ventana y, con cuidado, sin que nadie le vea, se sube a los tejados.
Desde ahí, sigue las tejas rojas con cuidado, escondiéndose en las esquinas y las sombras. Con la habilidad de un cazador de demonios acostumbrado a convivir con la noche, repara rápidamente en el sitio habitual donde se reúnen él y Aya, y se sienta a esperar.
¿Qué como empezó todo aquello? A decir verdad, ni él mismo lo sabe.
Un día Aya apareció en la ventana, afirmando que pasaba por allí de casualidad (la manera en la que alguien podía estar en una ventana de un segundo piso por casualidad se le escapaba), y apareció por casualidad al día siguiente, y al siguiente, y todos los que vinieron después hasta que dejó de decir que era casualidad y ambos empezaron a verse intencionadamente.
Los caramelos que la oiran Koinatsu le dio son de fresa, el sabor favorito de Nezuko. Así que Tanjirou le extiende uno a su hermana, que se sienta a su lado con su forma preferida, la de una niña, y alza la mirada para observar los brillantes dulces sin decir palabra... como siempre.
Una mano blanca aparece de repente y toma el caramelo de su mano para quitarle el envoltorio.
—Espero no haberte hecho esperar —le sonríe Aya, devolviéndole el dulce desenvuelto a Nezuko.
—Para nada, apenas llevamos aquí unos minutos —se recompone Tanjirou rápidamente, preguntándose como habrá podido ser tan silenciosa para que incluso ni él la escuchase al llegar.
—Me alegra, entonces —. Nezuko toma su respectivo lugar en el regazo de Aya y ella empieza a trenzarle el pelo como si fuese ya un instinto. Le habría gustado decir que estas pequeñas escapadas eran para satisfacer las quejas de Nezuko en cuanto a su soledad ahora que todos se habían visto separados, en concreto, él se había quedado apartado de todos, pero puede que esa también, parte de la razón para Tanjirou—. La piel de Nezuko está muy caliente, ¿es que ha pasado algo?
Aya toma las manos de su hermana con preocupación, soltándolas poco después con un pequeño siseo—. Parece una estufa.
—Ah, ¿enserio? Pues no lo había notado —. De improvisto Aya junta su frente contra la suya, y su olor de glicinia no tarde en inundar, como acostumbra, cada rincón de su nariz.
—Por supuesto que no lo habías notado, ¡tú estás igual o peor de caliente! Tienes que cuidarte o te enfermarás.
Tanjirou asiente con la cabeza, de una manera un poco tonta. Su voz le llega distorsionada, al no poder, de ninguna manera, fijarse en otra cosa que no sea la cara que tiene enfrente.
—Aoi-senpai tiene un remedio para bajar la fiebre muy bueno, puedo pedirle la receta si la necesitas, debes tomarlo por la mañana y por la tarde —. Aya le aparta un mechón de la cara y le frota suavemente la cicatriz en la frente. No le duele, pero sí le hace cosquillas y... cosas extrañas en el estómago.
—No me creo que a la madama no le guste tu cicatriz, yo creo que tiene su encanto —continúa Aya. Y él le ha da un "ajá" para indicar que está escuchando a pesar de que ella no se fija demasiado en lo sonrojado que está.
Estando tan cerca, Tanjirou es capaz de ver cada una de las pestañas que le enmarcan los ojos color tierra, el ligero bronceado que ha adquirido tras extensas horas de entrenamiento bajo el Sol veraniego, incluso la manera en la que aprieta los labios al estar concentrada es visible para él. Un escalofrío le recorre de pies a cabeza cuando Aya se lame los labios, aparentemente sin siquiera notarlo.
Padre, dame fuerzas, ruega Tanjirou, tragando saliva.
—... Y prométeme que se lo dirás a Shinobu, de verdad que me preocupa —. Es lo suficientemente suertudo como para volver a sí cuando Aya termina de hablar por fin, a lo que él le da un asentimiento, carraspeando mientras le roza una última vez la cicatriz y vuelve a mantener las distancias, manos yendo al pelo de Nezuko de nuevo.
—¿Cómo te va en tu casa? —le pregunta Aya, trenzando con facilidad sin siquiera mirar—. Yo no he encontrado nada.
Tanjirou frunce el ceño levemente. El olor a mentira le llega con fuerza, y se pregunta si la razón es porque Aya quiere ganar, aunque sabe que Aya dejó atrás su lado competitivo hace mucho, así que prefiere confiar en ella y pensar que la razón que tiene es lo suficientemente buena como para ocultarle algo, incluso si es a él.
—He conseguido saber de la esposa de Uzui —empieza él, explicándole todo aquello que había descubierto sobre "aligerar los pies".
No menciona nada sobre la conexión que había hecho entre ello y el mito de Tanabata, pero Aya de todas maneras suelta un murmullo y dice:
—Me recuerda mucho a Tanabata.
Tanjirou se queda muy quieto por un momento mientras Aya se aparta un mechón de la cara y termina la trenza de Nezuko coronándola con uno de sus lazos.
—Es decir, se supone que está mal que abandonen sus responsabilidades, ¿pero no crees que eso solo significa que se querían mucho? Cada vez que mi padre me contaba la historia yo lloraba, creo que es el único mito que me ha hecho llorar tanto, ¿es que nadie puede pensar en cómo se sentían Hikoboshi y Orihime?
Aya se sorbe la nariz, con un inesperado brillo en los ojos. Tanjirou intenta librarse de la tristeza que se le ha pegado en la garganta y habla. A él, también, se le llenan los ojos de lágrimas:
—Pero se olvidaron de sus responsabilidades y por eso el Rey del Cielo les castigó.
—Pues entonces el Rey del Cielo puede irse a la porra —termina Aya ceñuda, tomando a Nezuko entre sus brazos—. Yo no veneraré a dioses tan crueles, mi Buda Amida habría sido benevolente.
—Es una pena, porque todos en mi familia adoramos a esos dioses —. A pesar de su tono juguetón, Aya enrojece, escondiendo la cara contra el pelo de Nezuko, que ha pasado a jugatear con su kimono.
—No estoy diciendo que no sean buenos dioses a los que adorar... —. Tanjirou la mira con las cejas alzadas, sonriente—. La abuela, mamá y yo veneramos a Buda, obviamente, pero mi padre seguía a tus dioses con gran devoción. Sobre todo el dios del mar, a quien agradecía por la lluvia y las buenas cosechas a pesar de que fuese un traidor, porque aunque fuese egoísta, nos bendecía con lluvia y mucho arroz en la cosecha.
—Siempre se sentaba conmigo a ver la lluvia y le rezaba. A veces, incluso le dedicaba ofrendas al dios de la noche —. Sus dedos dejan de acariciar la cabeza de Nezuko de repente—. Agradeciéndole que... le hubiese escondido de niño de la policía o granjeros y vendedores furiosos.
Tanjirou suelta un murmullo—. ¿Qué significa eso?
Ella se encoge de hombros y le ofrece una sonrisa de ojos cerrados—. No lo sé, nunca le pregunté —. Entonces se gira hacia Tanjirou, repiqueteando los dedos contra su rodilla—. ¿Qué hay de ti y tu danza Kagura?
Él apunta a sus propios ojos y cabello—. Nosotros hemos adorado al dios del fuego durante generaciones, ¿no es así, Nezuko? —. Su hermana asiente de forma distraída—. Cuando nací se dijo que me dio su protección y que traería buena suerte.
"¡Por el rojo!" exclama Aya, y él asiente—. Todos los años realizamos la danza Kagura para venerarle y que nos traiga fortuna en el oficio del carbón.
—¿Todos los años?
Tanjirou le da un nuevo asentimiento—. Todos. Primero me enseñó mi padre, y después fui yo quien le enseñó a mis hermanos pequeños.
Aya frunce el ceño ligeramente—. ¿No era muy difícil sin él?
—Un poco —dice él, moviéndose para poder tocar la mejilla de Nezuko con la mano—. Pero para entonces ya tenía doce.
La expresión en la cara de Aya se ablanda—. ¿No es doce años muy jóven como para tener tanta responsabilidad?
—Si no entonces, ¿cuando? —. Tanjirou no cree que haya una edad correcta para ello.
—Pero eras un niño... —murmura ella de nuevo.
—¿Es dieciséis muy distinto de doce?
Aya tuerce los labios y no responde.
El sonido de Nezuko murmurando lo que él supone es una canción mientras hace trenzas de mechones sueltos en el pelo de Aya es lo único que se escucha durante unos cuantos minutos. Junto al bullicio de los pocos burdeles que quedan abiertos tan tarde y los pocos hombres que siguen rondando las calles, borrachos, seguramente, solo les recuerdan por qué están allí y qué han venido a hacer.
—Les encantaba.
—¿Hm? —. Aya levanta la cabeza, creyendo su murmullo parte de su imaginación por un segundo. La garganta de Tanjirou hace un sonido ahogado al intentar, y lograr, que no se le rompa la voz.
—A mis hermanos, les encantaba verme bailar la danza Kagura. Creo que te habría gustado conocerles.
En la cara de Aya está depositada toda la aflicción que a él le falta.
—No... —dice, posando una mano en su rodilla—. Creo que me habría encantado.
Tanjirou cree que esta es la primera vez desde hace mucho que alguien llora por él, y se siente tan extraño como reconfortante que alguien le abrace con tanta fuerza.
—Me habría encantado... —repite Aya, hipando contra su cuello—. De verdad que sí.
«Esta no es tu tragedia», piensa Tanjirou, tomando a Aya por los hombros para secarle las mejillas con el dorso de la mano, manteniéndola lo suficientemente lejos como para mirarla a la cara pero lo suficientemente cerca como para que siga sentada en sus rodillas. «¿Por qué derramas lágrimas?» Curiosamente, él no puede derramar ni una.
—No pasa nada, Aya —dice, y le ofrece una sonrisa para probarlo, pero ella toma la mano que sigue húmeda en su mejilla, dándole un apretón.
—Pero este mundo ha sido tan cruel contigo —. Ahora empieza a frotar lentos y suaves círculos en el dorsal de su mano—. Has hecho tanto por mí, y me gustaría poder hacer lo mismo por ti.
—Que seas mi amiga y estés conmigo es suficiente —. Al ver la manera preocupada en que le mira Tanjirou continúa—. Te lo prometo.
Aya presiona los labios, aún dudosa.
Empeñada en no soltar su mano, Tanjirou las lleva ambas hasta su pecho. Sus mejillas se ruborizan al notar el ritmo rápido bajo sus costillas.
—De verdad que me haces muy feliz.
Los ojos de Aya vuelven a brillar con lágrimas de nuevo y Tanjirou la presiona contra sí lo suficientemente rápido como para que el sollozo se ahogue contra su kimono a cuadros.
—Cuando derrote a Muzan Kibutsuji y Nezuko vuelva a ser humana —empieza él, posando suavemente los labios contra su frente. Bajo sus brazos, Aya tiembla—. Te llevaré a la casa donde crecí y bailaré el baile del dios del fuego para que me veas.
Un pequeño sorbido se oye venir de Aya—. No hay nada en el mundo que me gustaría más.
Y en ese pequeño, insignificante momento, Tanjirou es feliz.
No quiere pensar en Tanabata, no quiere pensar en los dioses, que nunca le dejan tener lo que desea ni le permiten saborear la felicidad por demasiado tiempo, rota una y otra vez por el olor a sangre, y tampoco quiere pensar en los demonios, que manchan este mundo tan bella con su crueldad.
Así que se pregunta, ingenuamente, si puede de alguna manera cambiar el final de la historia de Hikoboshi y Orihime.
Ahora está a mitad de la historia, cuando ambos pueden disfrutar del uno y del otro y se olvidan de quienes son y que deben hacer.
Le tiene miedo al castigo celestial que viene después.
«¡No!» se dice, aumentando la fuerza de su agarre sobre Aya. «Cambiaré el final, impediré que pase otra vez, ¡no permitiré que me arrebaten mi felicidad!»
Es entonces cuando Nezuko, rebuscando entre los bolsillos del hermano mayor de su kimono mientras ambos se mantienen abrazados, se topa con la cámara de fotos que le regaló Yuu por su cumpleaños.
Aya se separa de él levemente y mira hacia abajo con el borde de los ojos hinchados.
—¿Enserio has traído esa cosa? —cuestiona, sorbiéndose la nariz de nuevo.
Nezuko alza la cámara en el aire y mira por el objetivo, soltando un sonido de decepción cuando sigue viendo la realidad frente a ella. Tanjirou se la quita de las manos y la atesora con cuidado entre las suyas.
—También me he traído el álbum... Simplemente no pude resistirme.
Eran los dos únicos objetos que Tanjirou había traído consigo al Distrito Rojo.
Pasando las hojas del álbum por la noche, con Nezuko durmiendo en su caja a su lado, se dio cuenta de que no tiene ninguna foto en el que solo salgan él y Aya.
—Oye —dice Tanjirou de repente—. Echémonos una foto.
Aya alza una ceja—. ¿Hm? Pero si ya tienes muchas.
—Ya, pero quiero echar una ahora, Nezuko puede echarla.
Su hermana alza la cabeza y pasa la mirada de uno a otro rápidamente, detectando su nombre instintivamente.
—¿Crees que podrá? —le pregunta Aya, al tiempo que Tanjirou deja la cámara en manos de Nezuko.
Él le responde rodéandole los hombros con el brazo y apretándola contra sí. Aya no muestra signo alguno de que le moleste. En su lugar, apoya la barbilla en el hombro de Tanjirou y pasa el brazo por su cintura.
La foto que se toman ese día no será algo para recordar lo que perdió, sino una promesa que se hace a sí mismo, y a los demás, de que no solo lucha por su presente, sino también por su futuro.
Porque Tanjirou Kamado cambiará su historia y no permitirá que no sea nada más que feliz.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Notes:
Sin exagerar, me he llevado la mitad del capítulo al borde de las lágrimas.
He reescrito esto muchas, muchas veces y al menos esto es decente (o eso espero), así que ojalá lo disfrutéis a costa de mis lloreras.
El sábado 17 será el segundo aniversario de esta fic, no sé si haré algo para celebrarlo como el año pasado, así que estaos atentos y muchas gracias por apoyarme tanto tiempo<3
Chapter 32: Las Plagas
Summary:
¿Lo que pasó realmente? Oh, eso solo lo saben concretamente nueve miembros del cuerpo de cazadores de demonios.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Los fenómenos sobrenaturales que azotaron el distrito rojo durante un particular noviembre de 1915 es algo de lo que todavía se habla en el presente.
Estos eventos han suscitado innumerables teorías, rumores e incluso ha llegado a convertirse en una historia popular a lo largo de los años. Muchos han descartado todo aquello que pasó como meros delirios, bromas pesadas o incluso alucinaciones causadas por una gripe colectiva que atacó a los habitantes del distrito simultáneamente. El gobierno nunca reconoció los múltiples incidentes y no hubo registro de los mismos a pesar de la magnitud de éstos, así que de las catástrofes solo pueden afirmar realmente de su existencia aquellos que las vivieron... y aquellas que las provocaron.
Este mito real empezó con unas simples arañas.
La oiran soltó un murmullo al ver un pequeño insecto recorriendo su espejo con sus patitas.
Sin prestarle demasiada atención, la apartó de un manotazo y continuó pintándose los labios para una noche que le traería una vez más grandes riquezas. Pestañas largas, piel inmaculada, largos cabellos y ojos profundos, esta gran fortaleza le proporcionaban a la oiran Warabihime todo lo que necesitaba y deseaba, y nunca se desvanecería de entre sus manos como de todas aquellas prostitutas viejas, enfermas y feas que se pudrían en los barrios pobres.
¿Ella, enfermar o envejecer? ¿Ella, como todas aquellas moribundas criaturas que se revolcaban en su propia miseria y excrementos?
Las demás podían sufrir todo lo que quisieran, que Warabihime no sería arrastradas por ellas.
Un repentino grito y un temblor por su parte y de repente se encontró con que su dedo se había movido demasiado, pintando una línea roja sobre su mejilla en vez de sobre sus labios.
Enfurecida, acudió a las puertas de la casa para castigar a quien fuese responsable de tal desastre. En el suelo yacía una de las muchas chicas que servían en aquella casa, mirando con ojos despavoridos hacia la calle y temblando sin parar. A su alrededor se habían reunido un pequeño corro de muchas otras chicas que también observaban con horror las calles del distrito.
—¡Son arañas! —exclamó alguien de entre la multitud y su grito sirvió para dejarle la vía libre a muchos más.
Todas y cada unas de las chicas que se habían reunido para ver el fenómeno que se había manifestado en el exterior empezaron a gritar como locas y corrieron lejos de la puerta en estampida, mientras la oiran intentaba que no la tiraran al suelo y la pisotearan en tal desfile de demencia.
Al asomarse fuera a la calle no vio nada en un principio, solo la noche oscura que se vería pronto iluminada al encenderse las luces poco después de ponerse el Sol.
Pero poco después, fijando la vista, Warabihime vio un reflejo blanco en mitad del aire, y una pequeña araña suspendida en mitad de la calle.
No, un nuevo reflejo se distinguía cerca de donde estaba la primera, aparentemente sin haberse agarrado a nada, las arañas habían tejido sus redes en el aire.
Pero luego sus ojos viajaron a otro punto y vio una nueva tela, y también otra, y otra. Arañas negras y gordas se repartían por el aire, decenas, centenares, incluso miles de ellas, pequeños insectos descansando en sus redes que habían cubierto las calles por completo, y no parecían querer irse.
La oiran, también, corrió despavorida para esconderse en su cuarto y salir no mucho tiempo después, cubierta por arañas que la recorrían de pies y cabeza.
Intentó quitárselas de encima a manotazos, revolviéndose y brincando como un mono enloquecido. Una niña rubia (¿Zenko, se llamaba?) estaba gritando tan fuerte que la oiran no era capaz de pensar con claridad, y, junto a los demás gritos de no solo su casa, sino todas las demás, como si hubiesen sido atacadas al mismo tiempo, el pavor pronto empezó a comérsela viva.
Se dice, por testigo de hijos cuyos padres lo vivieron, que de un día para otro las arañas lo habían invadido todo por completo, concentrándose mayoritariamente en tres casas en específico donde recientemente se habían vendido a varias chicas, pero sus nombres no hace falta mencionarlos.
En total, fueron las llamadas Tres Plagas las que azotaron el distrito rojo durante un mes entero.
Se tardó una semana completa en limpiar, retirar y matar a las millones de arañas que invadieron con sus hilos cada esquina, rincón y hueco en la totalidad del distrito.
La Segunda Plaga no fue tan dramática, pero sí más problemática.
Cualquier japonés que no vive bajo una roca piensa en el verano cuando escucha a una cigarra cantar.
Las cigarras son, por definición, una clase de insectos que se llevan bajo tierra entre dos y diecisiete años. Tras este periodo de tiempo, las cigarras salen de sus túneles convertidos en adultos para cantar bajo la luz del Sol.
¿Qué significaría, entonces, que naciesen en invierno?
Porque lo primero que pensaron todos, tras el incidente de las arañas, es que por fin la depravación y la arrogancia en aquel distrito estaban siendo castigados por los dioses.
—¡Están por todas partes!
—¡Cierra las ventanas! ¡Ciérralas!
—¡Vamos a morir! ¡Nos van a comer a todas!
—¡Deja de llorar, ¿quieres?!
Estos eran muchos de los distintos gritos que se escuchaban viniendo de todas partes de todas las geishas, maikos y oiran, mientras un enjambre se abalanzaba sobre las inocentes víctimas, que fueron tomadas desprevenidas al ponerse el Sol.
Esta vez la oiran Warabihime no fue tomada de imprevisto. Con las ventanas y las puertas cerradas, pasó las dos semanas que le tomó a las cigarras morir del frío en su cuarto y tampoco dejó entrar a nadie a menos que fuese la chica que le traía la comida a la puerta. Ni siquiera a sus clientes, que aunque pocos por aquella catástrofe de tal magnitud, accedió a ver hasta que le hubiesen confirmado que las cigarras habían desaparecido.
Durante este periodo de tiempo, las cigarras se dedicaron a comer, roer y mordisquear no solo la madera de los edificios, sino que también se colaron en las despensas, los armarios y destrozaron muebles y suelos día y noche, por lo que no hubo manera de librarse de ellas hasta que finalmente se aparearon, pusieron sus huevos bajo tierra y murieron poco después.
La última de todas ellas, la Tercera Plaga, fue la que afectó más a la oiran.
A diferencia de las otras, esta empezó de manera silenciosa. Probablemente llevaba en ejecución varios días antes de que nadie se diese cuenta, pero para cuando notaron que demasiadas chicas se rascaban con demasiada ímpetu, no había nadie que se hubiese salvado.
Las dos primeras plagas habían sido imparciales, habiendo atacado a todos los miembros de las casas por igual, a pesar de que se concentrasen un poco más en tres casas específicas. Pero esta vez, por alguna razón, las pulgas se reunían especialmente en la casa Kyogoku, sobretodo, las chicas que dormían en el ala norte, donde estaba la habitación personal de la oiran, fueron las que se vieron más afectadas de entre todas las chicas no solo del distrito, sino que también de la propia casa.
Picores insoportables atacaban los cuerpos de los residentes día y noche. Se rumorea que la oiran, quien había sido atacada por la mayor cantidad de garrapatas, se rascaba con tanto ahínco que creyó ver una silueta familiar que la miraba desde los tejados con ojos duros como rocas.
Si alguien creyó realmente las acusaciones contra un culpable misterioso por parte de Warabihime, esa es otra historia.
Todos estos incidentes, al parar, fueron asociados con malos presagios que anunciaban una masacre. Muchos clientes dejaron de acudir al distrito, se interceptaron muchos más intentos de huida por parte de las geishas y maikos que de costumbre, e incluso se oyó historias de suicidios, aunque eso no se sabe con certeza.
Ya fuesen advertencias o no, tenían razón en creer estos rumores, porque la masacre pasaría no mucho después. Siendo que la oiran, furibunda, no dejaría que se burlasen de ella delante de sus narices de tal manera.
¿Lo que pasó realmente? Oh, eso solo lo saben concretamente nueve miembros del cuerpo de cazadores de demonios.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Notes:
simplemente pensé en las plagas egipcias y salió esto, espero que al menos haya sido bueno de leer
perdón por la tardanza, jaja, el fin de semana publicaré también un capítulo para no perder el ritmo :)
por si a alguien le interesa, para controlar las edades y cumpleaños de los personajes he establecido mi propia línea temporal en kimetsu por lo que están en noviembre de 1915 en el arco del distrito rojo, habiendo pasado ya primavera y verano de ese mismo año.
El tiempo seguirá pasando a través de los arcos porque me gusta la idea del paso de estaciones, jaja
en fin, ojalá haya sido por lo menos interesante, nos vemos el fin de semana :D
Chapter 33: Cuento del maestro
Summary:
—Sé... ya sé que no le gustan los niños... es solo que... —. A su silencio expectante, Ayaka continúa—, ¿puedo dormir con usted?
—No —. Su respuesta es llana y definitiva. Puede oír como los labios de la niña tiemblan al empezar a sollozar con más fuerza, por lo que él empieza a sudar.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
—¡Las chicas están locas! —. Es lo que grita Zenitsu al llegar a la primera reunión en el tejado del equipo de Tanjirou—. ¡Bichos, bichos por todas partes! ¡Y cuando creía que desaparecían solo venían más y más! ¡No había manera de librarse de ellos! ¡Podía escuchar el canto de las cigarras durante la noche! ¡Incluso sus huevos cantan, sus malditos huevos bajo tierra, ¿qué clase de huevos de cigarras son esos?! ¡No he conseguido pegar ojo en semanas! ¡Se-ma-nas!
Se rasca incesante mientras habla, como si las secuelas de la última ola de insectos, las pulgas, todavía siguiese con él. Ciertamente todavía sigue con Nezuko, quien había atraído la mayor cantidad de pulgas y estaba cubierta de sus picaduras, y con Tanjirou también, que había estado a su lado.
—Lo peor es su olor —interviene Tanjirou entonces, arrugando la nariz—. Las arañas ya huelen de por sí a vinagre, pero esta vez fueron tantas que no podía soportarlas.
Tiembla solo de pensarlo al tiempo que Inosuke da un paso adelante y exclama con un vozarrón:
—¡Nada se compara a lo que me pican las pulgas! ¿¡Sabéis como se siente que me piquen a mí, en mi maravillosa piel!? ¡A pesar de ser pequeños los endemoniados bichos no me dejaban en paz!
Instantáneamente, una ronda de carcajadas se escucha venir desde arriba.
Aya, Kanao, Aoi y Kaede están todas encaramadas en la parte superior del tejado y sus sonrisas juguetonas lo dicen todo.
—¿¡Y qué, cómo va en la búsqueda del demonio!? —empieza Aoi, apartándose las coletas de la cara con un gesto demasiado despectivo para una sola mano.
—¡Nosotras ya hemos reducido las candidatas a solo un par de chicas! ¡Seguro que vosotros vais a la par, ¿eh, Pilar!? —continúa Kaede, y su mirada puntiaguda se fija en la enorme figura que acaba de aparecer a sus espaldas.
—¡Uzui-san, ¿no era usted un dios?! ¡Dígales algo! —exclama Zenitsu, que nunca había reconocido aquel título autoimpuesto hasta cuando lo ha necesitado.
El Pilar se queda muy callado, ni siquiera la larga mirada que comparte con Kaede, cuyos ojos solo muestran victoria, hace que abra la boca.
—Esto es intolerable, ¡pues lo haré yo! —continúa Zenitsu, a falta del Pilar, mientras apunta con un dedo acusador a las chicas—. ¡Ni siquiera sois tan guapas, mujeres endemoniadas!
En respuesta, ellas solo rompen a reír a carcajadas una vez más.
—Venga, Kanao, como practicamos —urge Aya, codeando a Kanao en el estómago.
Ella se vuelve completamente roja y juega con su kimono, sudando cuando grita con voz ahogada—. Comeos.... ¡comeos esa!
—¡Repíteme eso a la cara, mariposucha de mierda! —. El humo sale de las orejas de Inosuke cuando Tanjirou tiene que detenerlo a la fuerza para que no salte hasta donde está Kanao y empiece una pelea contra alguien contra quien, él tiene la certeza, de que no ganará.
No quiere ni imaginarlo, Kanao le noquearía de una patada tan rápido que Inosuke ni siquiera podría mover su mandíbula para que no se la rompiese.
—¡No os preocupéis, en una semana habremos acabado con el demonio y podremos irnos todos a casa! ¡Podéis descansar hasta entonces! —. Es considerablemente difícil no sonrojarse cuando Aya guiña un ojo, pero Tanjirou lo intenta (y quiere pensar que lo consigue) hasta que Aya se gira expresamente hacia él y exclama—. ¡Nos vemos luego!
Para cualquiera sería solo una provocación (ciertamente lo es para Zenitsu, que empieza a chillar como loco y es esta vez Inosuke quien tiene que aguantarle a él para que no se abalance hacia ellas) pero tiene el efecto contrario en Tanjiro, que se vuelve completamente rojo porque él, de verdad, vería a Aya más tarde.
En el momento en el que las chicas desaparecen de su vista dejando atrás solo sus risas burlonas, la expresión de Uzui cambia completamente:
—¿¡Y vosotros qué habéis descubierto, eh!? ¡Inútiles, nos han hecho morder el polvo con esos malditos bichos y ni siquiera hemos podido defendernos! ¿¡Qué clase de equipo he formado con vosotros!? —. Tanjirou le cuenta sobre Suma y las chicas que “aligeran los pies”, pero Uzui les da a cada uno un golpe en la cabeza y sigue chillando—. ¡Eso no es suficiente! ¡Quiero que vayáis a vuestras casas y averigüéis quién es el demonio, maldita sea, nos van a ganar!
—¡No es culpa mía que todavía no haya oído nada sobre tus esposas por culpa de esos malditos huevos de cigarra! —chilla Zenitsu, con moco goteándole de la nariz mientras se frota donde le ha golpeado. Uzui solo le golpea de nuevo.
—¡A callar y más buscar! ¡Venga, todos fuera! ¡Vuestra incompetencia me pone de los nervios!
Oh, si solo Tanjirou pudiese oler la guarida del demonio en vez del aroma avinagrado de las arañas.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Desde que el patrón, a los catorce años, le pidió a Himejima que se uniese al cuerpo, ha pasado ya mucho tiempo.
Él no lleva la cuenta y prefiere no hacerlo. A veces le dirían, “hey, ya llevas tres años en el cuerpo, ¡eso es mucho tiempo!” y Himejima se vería sorprendido no solo por el hecho de haber sobrevivido, sino porque, realmente, no se da cuenta de que el tiempo pase a pesar de tener consciencia, como monje, de que todo se desvanece con él.
Gyomei alza sus cadenas, destroza con ellas a los demonios y hace lo mismo al día siguiente hasta que llega al puesto más alto de los rangos del cuerpo. Protege a personas, cuida de ellas, pero ninguna es capaz de tocarle, no quiere que lo hagan, no cree poder dejar que lo hagan.
Pero entonces al llegar a casa, ¿qué le queda, qué le queda, qué le queda?
Y la pregunta resuena en su casa vacía, junto a su arma chocando contra el suelo.
Himejima se enjuga una sangre de la mejilla que no es suya, al tiempo que el estómago le ruge por comida. Debería haber cenado antes de la misión.
—Um, uh, señor, yo, uh...
El Pilar de la Roca ha estado tanto tiempo solo que se olvida a menudo de que ya no lo está.
Hay un pequeño bulto en la habitación que ha estado viviendo con él ya varias semanas, no es ningún mueble o cualquier decoración, se mueve y respira, es difícil recordar eso.
—Deberías estar durmiendo —. No tiene certeza de la hora que es, pero sabe que es tarde y que aún no ha amanecido porque el demonio al que mató no se preocupó por el Sol.
Hizo a Ayaka Iwamoto su discípula meramente como una decisión estratégica. Una niña que mató a un demonio ella sola tenía potencial, bruto y abundante, para sucederle a él cuando ya no esté.
Es solo eso, nada más.
—Es que no... no puedo... —. Se oye un pequeño sorbido y es solo entonces cuando detecta, mediante sollozos, que está llorando—. Pesadilla y no... no puedo... dormir...
Qué irónico que acuda a un gigante cubierto en sangre.
—Sé... ya sé que no le gustan los niños... es solo que... —. A su silencio expectante, Ayaka continúa—, ¿puedo dormir con usted?
—No —. Su respuesta es llana y definitiva. Puede oír como los labios de la niña tiemblan al empezar a sollozar con más fuerza, por lo que él empieza a sudar.
¿Iba a estar así toda la noche? Entonces no podría dormir y si la gente llegase a enterarse de que, con su historial, una niña se pasó la noche entera llorando en su casa, los rumores que se calmaron hace años empezarían a burbujear de nuevo.
«Sé que luchaste para proteger a esas personas,» le recuerda la voz del patrón. «No eres un asesino.»
«No lo soy» se repite él. «Pero si dejo que esta niña empiece a susurrar cosas maliciosas sobre mí por esto, la gente lo pensará»
—Prepararé la cama.
Ayaka continúa sorbiéndose la nariz:
—P-pero usted ha dicho que-
—Olvida lo que he dicho y ven.
Se da con un trapo sucio en los sitios donde aún siente la pegajosidad de la sangre, a Ayaka no parece importarle esperar cuando se desnuda para deshacerse del uniforme a favor de un yukata sencillo, aunque siga llorando cuando Himejima por fin pone el futon en el suelo y se acuesta sin decir palabra.
La diferencia de tamaño es mucho más grande de lo que él pensaba, nota, cuando Ayaka se acurruca a su lado y solo toma una décima parte del espacio que ocupa el gigante Himejima. Es tan pequeña que Himejima teme aplastarla al moverse mientras duerme y convertirse, en accidente, en un verdadero asesino, por lo que se mantiene quieto, casi sin respirar, con cada uno de sus músculos en tensión mientras presta demasiada atención a tal insignificante bulto.
Pasan varios minutos y Ayaka todavía no le ha apuñalado, así que no puede evitar preguntarse qué quiere de verdad. ¿A lo mejor esperaría a que se durmiese para hacerlo?
No sabe qué habría de reconfortante en esto para ella, pero no va a cuestionarlo.
—¿Te has dormido ya?
—No... —susurra Ayaka, rozando la ropa de Gyomei con la punta de los dedos.
—Entonces duérmete.
Pero la lenta relajación de la respiración que le habría indicado que Ayaka por fin dormía no viene. Él lo sabría, ha cuidado de niños traicioneros y egoístas durante mucho tiempo.
—¿Sobre qué iba la pesadilla?
—¿Hm? —. Ayaka se acerca la más mínima pizca a él, puede oír el corazón latiéndole a mil.
—Estás demasiado asustada como para dormir, ¿no? Dime de qué iba la pesadilla y a lo mejor así puedes dormirte.
—Ah —. Titubea ligeramente pero él se considera alguien paciente, esperando hasta que su pequeña voz consigue reunir las palabras—. No lo recuerdo muy bien, está demasiado borroso, es-...
Esta vez sus dedos pasan de rozar a agarrar, tomando con fuerza la manga de Himejima, que nota como tiembla.
—No sé lo que pasa en mis pesadillas, solo sé que estoy muy asustada y confundida... y que duele —. Lo primero que asume es que le está mintiendo, pero ¿por qué ocultar una cosa así? Intenta pensarlo pero no lo consigue—. Siempre está... siempre está detrás de mí. En el océano.
—¿Detrás de ti en el océano? —pregunta él—. ¿Qué es lo que hay detrás de ti en el océano?
Ayaka ahoga un gañido escondiendo la cara contra el lado de Himejima y no se mueve.
Le da la sensación de que esto, en vez de ayudarla a dormir, solo lo ha empeorado.
«Piensa» se dice. «Vamos, ¿qué haría el antiguo Gyomei?»
Pero el antiguo Gyomei ya fue traicionado y apuñalado por la espalda una vez, ¿de verdad va a dejar que sean dos?
La niña a su cargo está temblando, muerta de miedo y aferrándose a él como si su vida dependiese de ello.
«Pues que sean dos» sentencia.
—Gira, rueda de agua, gira y llama al señor Sol —. La voz grave de un hombre adulto como él no se compara en nada a las veces que la ha escuchado a ella cantarla, pero no lo considera importante entonces—. Pájaros, bichos, bestias, hierba, árboles, flores.
Ayaka se le une con voz débil—. Traed a la primavera y al verano y al otoño y al invierno —. Himejima sonríe y asiente en su dirección—. Traed a la primavera al verano al otoño y al invierno.
No pasa mucho tiempo para que ambos empiecen a reír.
—Flor, da tu fruto y muere. Nace crece y muere. Aún sopla el viento, aún cae la lluvia. El molino de agua sigue girando y las vidas vienen y se van a su vez.
Ayaka se acurruca contra su lado de nuevo pero esta vez Himejima nota una sonrisa contra su piel, no lágrimas.
Es solo su discípula, nada más. Aunque puede que haya juzgado mal cuanto puede significar una palabra.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
—Así que este es el pueblo que tanto te hizo sufrir, mi querida discípula.
Le gustaría que el distante olor a cenizas no le llegase, pero lo hace. Es difícil decidir si le alegra o no.
—Himejima-san, debería dejar de murmurar y centrarse más en que no le maten —. Los cartuchos resonando al recargar la pistola le indican que Genya está a su lado, tan fiel como un buen hijo. A veces lo duda, pero siempre decide lo contrario.
El aire frío se mezcla con las llamas a la distancia y hace difícil que sea respirar. En esta ocasión, al menos, le alegra que Genya no use las respiraciones.
Himejima le empuja para esquivar un abanico dorado que viene directamente hacia él y consigue que no le golpee a sí mismo por muy poco—. Supongo que tienes razón.
—Ups —se ríe el demonio que hace de su fe un circo—. ¡Ten cuidado, viejo, o de verdad acabarás perdiendo un brazo!
La respiración de Genya empieza a ser jadeante, él intenta no preocuparse pero las ligeras arrugas entre sus cejas le informan al demonio de lo contrario.
—Esta pelea ya está decidida. El cazador de demonios más fuerte y el demonio humano, ¡menuda broma! ¡Ni siquiera podéis derrotar a la Luna Superior Dos! ¿¡Qué vais a hacer si os enfrentáis a la Uno!? —. Himejima no le da el placer de provocarle aunque la fuerza con la que arremete las cadenas de su arma contra él aumenta. La Luna Superior la esquiva como si estuviese bailando y se dirige al pequeño demonio que va con él—. ¿Querido niño, te viene algo a la cabeza?
Hay un pequeño bulto, similar al que recuerda pero considerablemente más grande. Otra diferencia más notable entre ellos es que este está cubierto de sangre y los restos de carne humana todavía deben estar entre sus dientes.
Se alza del suelo, sangre goteándole del brazo que le falta.
—Sí, creo que estoy empezando a recordar —dice lentamente—. Mi nombre... es Takeshi. Y yo nací aquí.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Notes:
Caos!!!!
(Perdón por el retraso TvT, sí que actualizaré este finde también!! no me gusta ir con retraso, espero que esto sea entretenido! Personalmente, es muy divertido)
Chapter 34: Invierno
Chapter Text
A pesar del hecho de que las calles están llenas de gente, el distrito rojo nunca le ha parecido a Uzui más silencioso.
Ni siquiera las cigarras, a las que oía tanto como Zenitsu podía hacerlo, producen sonido alguno para él.
Se centra en localizar al demonio, pero tras un rato, sale con las manos vacías.
Debe estar escondido, piensa Tengen, porque no siente absolutamente nada.
—Qué sorpresa verte aquí.
La cabeza blanca de Kaede Fujioka aparece detrás de él. Tengen entrecierra los ojos.
—¿No eres un poco vieja para estar aquí? Vas a pillar un resfriado, anciana.
Recibe en respuesta un golpe en la cabeza con su arco de madera. Tengen sisea.
—Este sitio es horroroso, tanto negro... —continúa ella, mirando hacia donde él había estado haciéndolo hacía solo unos momentos.
—No sé a qué te refieres con lo del negro, pero en eso, podemos estar de acuerdo —. Tengen se levanta. De esta forma, es mucha más alta que ella—. ¿Qué haces aquí? —. Alza una sola ceja—. ¿Sin rehuir mi compañía?
—No serás capaz de sentirlos —. Kaede le ignora—. Ni siquiera yo puedo verlos.
—Eso es bastante arrogante, ¿no crees?
—Es solo la verdad.
Tengen bufa ligeramente, pero no deja de hablar—. Con sentirlos te refieres a los demonios, ¿no? ¿Es que son más de uno?
Kaede sonríe con una mirada entrecerrada—. No voy a decirte nada.
—Qué vieja más testaruda...
—A lo que iba —ignora completa y llanamente a Tengen una vez más. Está empezando a molestarle—. Sería capaz de verles si estuviese delante de ellos, pero no puedo infiltrarme en ninguna casa con esta edad, así que tendré que confiar en Aya.
—Los demonios... ¿así que están en las casas? ¿Es que son maikos? ¿Alguna oiran?
—De verdad que estás perdido —. Kaede se gira para irse y Tengen tensa la mandíbula—. Buena suerte sobreviviendo la masacre.
—Yo no soy quien tiene una pierna falsa, ¿sabes? —sisea él, haciendola parar de forma brusca para volver sus ojos hacia atrás—. Me diste una patada en la cara, ¿cómo esperabas que no me diese cuenta?
Ella lo escrutina con una mirada—. Ya, supongo que eso ha sido un error mío.
—Un arco es un arma muy extraña para un cazador.
Escucha una risa venir de ella—. Simplemente quería hacer enfadar a mis padres.
—He intentado investigar sobre ti —. Su mirada continúa inamovible, Tengen se pregunta qué es lo que tomaría para hacerle temblar—. Los Fujioka eran una familia de cazadores hace cincuenta años, pero de repente, no solo murieron todos los hijos en misiones—, cree ver su respiración parar de repente y sabe que ha ganado esta ronda—, pero los padres, que ya se habían retirado, murieron no mucho después en un incendio que destrozó la mansión familiar en la que habían vivido por generaciones. Y solo quedaste tú.
Esperan en silencio, no hay ni una sola palabra. Así que esto es lo que toma.
—¿Es que estoy equivocado? —. Kaede no responde a eso, tampoco—. Ya no eres tan charlatana, ¿eh?
—Eres un cabrón —recoge de nuevo su voz, arremetiendo contra él con mucha más fuerza de la que lo habría hecho en cualquier otra ocasión—. No creas que yo tampoco te conozco, no creas que no puedo adivinar qué clase de hijo malcriado eres. ¿Es que vas a actuar como si los Uzui no estuviesen tan podridos como los Fujioka?
—No me hables sobre mi familia —. Tengen lleva las manos a sus espaldas al mismo tiempo que Kaede lleva las suyas a su arco.
De repente, oyen risas.
—Oye, —él parpadea—. ¿No suena eso a los chicos?
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Las débiles llamas en las velas iluminan pobremente la cocina de Sanemi.
Había intentando pedir que le asignaran alguna misión en esta fecha en particular, pero sin haber resultado. El patrón le da tiempo libre de que él lo aborrece completamente.
Así que Sanemi lo intenta, se compra una tarta, carne cara para cenar e incluso un poco de cerveza para acompañar. Pero la verdad es que está irremediable y completamente solo, y hoy no va a cambiar eso.
Silba y no mucho después, un pequeño set de patitas acuden corriendo hacia donde está. El diminuto perro que es 'Ohagi' le mira con adorable ignorancia.
—¿Quieres un poco? —dice él, haciendo un gesto hacia la tarta, y es lo suficientemente listo como para no esperar una respuesta, vertiendo las sobras en el bol de su perro, que descansa en una esquina.
Ohagi se come los restos de su cena de cumpleaños mientras Sanemi le rasca tras la oreja. En el calendario en la pared, con un campo de flores de loto blancas en un fondo rojo, se puede leer Noviembre, 30.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Sus cumpleaños nunca han sido especiales.
—Papá, ¿adónde vas? —preguntaría ella con seis, siete, ocho años. Y su padre miraba atrás desde la puerta, con un pie ya fuera, y le sonreía,
—Lo siento, pero papá tiene que trabajar —. Y su madre se veía cansada mientras preparaba la cena, sudor en la frente y tierra entre las uñas.
—Mamá —Aya decía cada vez, sin necesitar nada más—. Te quiero.
—Yo también te quiero, A-chan. Sé buena y ayuda con estos rábanos, ¿vale?
—Vale —. Y no mencionaba qué día era.
Solo una vez que se fue, empezaron sus padres a acordarse.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Inosuke no se molesta en recordar muchas cosas, pero esta vez, esta sola y única vez, sí que lo hace.
Unos días antes del gran día, compra una tarta que intenta con mucho, mucho esfuerzo no comerse por sí solo. Después, va a por Zenitsu y Tanjirou, e incluso avisa a Aoi, que permanece ocupada con las tareas en su casa.
Al principio se mantuvo cautelosa, probablemente preguntándose si quería vengarse de ella, por toda la rivalidad que habían tenido durante los últimos días.
Pero las burlas de las chicas hacía varios días no llaman demasiado su atención ahora, y parece que en de ellas tampoco, al menos, no la de Kanao, que se muerde el labio pero acepta la propuesta con la pregunta de "¿haría esto que Aya estuviese contenta?".
Inosuke exclama que lo haría, certeramente. Él se encargaría de ello.
El lugar que sugiere Tanjirou es una pequeña esquina, escondida entre los tejados donde cualquiera podría esconderse fácilmente de las miradas de abajo, pero aun así ver todo desde arriba. Era, realmente, el sitio perfecto para encontrarse de manera clandestina.
Es desafortunado que tengan que hacerlo aquí, de todos los lugares donde podrían estar, pero Inosuke es demasiado testarudo como para hacerlo otro día que no sea el 30. Se había asegurado de recordarlo, así que debe de ser en el 30.
Tanjirou se ofrece para decirle a Aya donde y cuando estar, asegurando que acudiría incluso si Zenitsu siseó que Aya era "demasiado estricta con las reglas para hacer una cosa así."
Pero cuando lo hace, tarde por la noche y cerca del amanecer, ellos le dan la bienvenida sonriendo.
Sucesivamente, Aya rompe a llorar.
—¡Has hecho que esté triste! —le grita Inosuke a Zenitsu, porque no había manera de que hubiese sido Tanjirou, Kanao o Aoi. Y no iba a ser él, tampoco.
Pero Aya envuelve sus brazos alrededor de Inosuke, y él la envuelve de vuelta casi de forma tan natural como cuando come, bebe o pelea.
—Perdón —dijo después de un rato, retrocediento—. Perdona, perdona, es que no estoy... no estoy acostumbrada a esto.
Los ojos le brillan cuando vuelve a mirar la tarta en las manos de Zenitsu, pero sonríe a pesar de todo y se agarra al brazo de Inosuke, dirigiéndose a todos en aquella pequeña escena—. Gracias.
A la vez, todos dicen—. Feliz cumpleaños, Aya.
Y Aya intenta con todas sus fuerzas no empezar a sollozar otra vez.
Cortan la tarta con un cuchillo que lleva en su bolsillo en todo momento, y comparten bebidas e historias, sentados en un pequeño círculo.
Nadie le presta atención al jaleo de la gente y las geisha abajo en las calles, ni siquiera Zenitsu se queja de los sonidos que hacen los huevos de las cigarras.
Incluso si Aya les había asegurado que no necesitaba ningún regalo, siendo que pasar el día juntos era suficiente, todos sacaron algo de los bolsillos.
Primero vino Aoi quien, predeciblemente, le dejó un libro en las manos.
El caramelo de Zenitsu era, muy probablemente, de la cocina de la casa Kyogoku. Aya nerviosamente se lo metió en el bolsillo con la intención de volver a ponerlo donde estaba más tarde. La intención es lo que cuenta, se dijo.
Justo igual que en el cumpleaños de Tanjirou, Nezuko y Kanao doblan juntas una flor de papel y Aya reemplaza el ligeramente marchito lirio en su oreja por la artificial de colores. La expresión de carrocho de Tanjirou parecía decirlo todo.
Inosuke estaba prácticamente saltando cuando Aya se acercó a él.
—¿Qué tienes ahí? —dijo ella, intentando sonar desinteresada en las manos de Inosuke, escondidas tras su espalda.
Triunfante, Inosuke le enseñó una piedra.
—Ya tienes mis mejores bellotas, ¡así que pensé en darte esto!
La colocó contra la luz roja y, lentamente, Aya se dio cuenta con una sonrisa de que la roca que Inosuke sostenía entre las manos brillaba en mil colores—. Es mi roca así preciada, ¡tienes que cuidarla!
—¿He mencionado alguna vez lo encantador que eres?
—¡No soy encantandor, soy fuerte! —replica Inosuke, y Aya solo se rió.
—Tendré que darte un regalo incluso mejor que este el año que viene para compensarlo.
—¡Me encantaría verte intentarlo! —. Más risas.
Espera a que Tanjirou acuda a ella en una esquina mientras los otros terminan la tarta. Tal como supuso, no pasa mucho tiempo para que un par de brazos le rodeen los hombros por detrás
—¿Es que no vas a darme un regalo? —empieza ella juguetona. Tanjirou parece estar muy cómodo con la barbilla en su hombro.
—Más tarde —. Y su respiración choca contra su mejilla. Aya tiene la esperanza de que no se dé cuenta de que eso la hace tiritar—. Cuando los demás se vayan.
Ella alza una sola ceja—. Intentando hacerte el misterioso, ¿eh? Ya veo.
—Sí, pero soy un poco codicioso, así que... —, Tanjirou gira la cabeza en su dirección—, no esperes que no tome nada de ti mientras tanto.
Presiona un beso contra su mejilla y se va tan rápido como viene, dejando a Aya incluso más fría que antes sin su presencia.
Está segura de que Tanjirou va a matarla uno de estos días.
Por supuesto, solo de la misma manera que ella iba a matarle a él.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
La fiesta no es ningún gran banquete. Pero a Aya no le importa para nada.
«¿Era esto como se sentía la felicidad?» She pregunta, sonriendo cuando Inosuke le pasa una mano por el pelo a Zenitsu. «Porque entonces, podría acostumbrarme.»
Están a mitad de invierno y aun así ahí está ella, sintiéndose cálida y burbujeante como si fuese un día soleado con sus amigos. Nunca pensó que fuese posible, no antes de derretirse y convertirse en algo suave en vez del duro frío que llevó durante tanto tiempo, y eso le da tanta esperanza. Para ella y para todos los demás. Para todas las personas a las que ahora puede ver y todas sobre quien no apartará la mirada.
Eso incluye a mucha gente que conoce, pero supone que debería empezar con aquellos más cercanos a ella.
—¿Qué demonios estáis haciendo, mocosos?
—Ah, mierda—, escucha Aya susurrar a Zenitsu.
—Veréis —, Tanjirou se acerca a Kaede y Uzui, que han aparecido en una esquina—. Como es el cumpleaños de Aya... pensamos que...
—Oh, me había olvidado —dice Kaede, de repente perdiendo toda dureza en el rostro—. Feliz cumpleaños, Aya.
Ella sonríe nerviosa—. Ya, gracias, abuela...
Aya se rasca la mejilla y observa a Uzui por el rabillo del ojo. Su mueca no desaparece—. Quiero que esta fiestucha se termine, ¡ahora!
—¿Es tan malo que nos reunamos aquí arriba? —. Kanao se rasca la rodilla con un dedo. Inosuke la sigue no mucho después—. ¡Eso! ¡No seáis agua fiestas!
—No es como si hubiésemos dejado de competir —continúa Aoi, mirándoles con ojos llenos de juicio—. Mañana volverémos a la normalidad, es solo que a vosotros os encanta dramatizar porque os odiáis.
Kaede y Uzui se miran de soslayo y sueltan un gruñido.
—Estáis siendo ridículos a este punto —susurra Zenitsu con ese tono que usa a veces cuando Inosuke, Aya o Tanjirou actúan como niños.
—Cállate, Monitsu —sisea Uzui.
—¡Ni siquiera Inosuke me llama así ya! ¡Ahora solo estás siendo infantil!
—Hmmm, —Aya murmura lentamente, insegura al levantarse de donde está y caminar hasta el enorme pilar sin saber si realmente le agrada o no—. Puede quedarse si quiere... Hay tarta todavía y sería una lástima que se echara a perder, aunque no sé si le gustaría eso, tampoco... es de chocolate.
El pilar la ojea en silencio. Ella se revuelve incómoda bajo su cuidadosa mirada y ve a Tanjirou en algún lugar a sus espaldas empezando a dar un paso adelante.
—¡Por supuesto! Nos quedamos —. Su abuela finalmente accede por ambos—. Es tu cumpleaños, después de todo.
El objetivo de la mirada de Uzui cambia a favor de ella, y Aya puede al fin soltar el aire que estaba aguantando. El brazo de Tanjirou alrededor de sus hombros es reconfortante.
—Gracias, —susurra ella, apretándole la mano.
—No es problema —dice él, apretando de vuelta—. Aunque me confunde un poco, ¿por qué te asusta Uzui-san? Pensé que admirabas su fuerza.
—Y lo hacía —. Aya no cree poder decir nada más, así que no lo hace—. Perdona, uh, no es que no me guste esto, es solo que... ¿puedes soltarme? —. Tanjirou la mira en confusión, pero obedece sin rechistar—. Quiero pedirle a mi abuela que me dé mi regalo de cumpleaños.
—¿Pero acaba de decir que se ha olvidado? —cuestiona Tanjirou, y ella está encantada de notar que su ausencia le afecta tanto a él como la suya le afecta a ella.
—Será un regalo de último minuto, entonces —. Aunque será más para su abuela que para ella.
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Chapter 35: Lo que no te mata, se quedará contigo por el resto de tus días
Summary:
Supongo que debería empezar por el principio, ¿no?
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
—Hace mucho desde la última vez que comí chocolate —empieza su abuela al verla llegar—. ¿Seguro que no quieres otro trozo? Es una excelente tarta.
—No, gracias —. Aya se sienta a su lado en el borde del tejado—. De hecho, vengo para hablar contigo.
Juega con un mechón suelto entre los dedos. Kaede reconoce su determinación como la misma que ve al mirarse en el espejo. Probablemente viene de familia.
—Perdona por no haberte comprado nada —dice ella, jugueteando con la tarta del plato.
—Eras una cazadora de demonios, ¿no? —. La mirada de su nieta no flaquea. Es difícil pensar en ella como la pequeña de once años que se escondía detrás de ella, o la joven de quince que gritaba solo una pizca de más.
—Cumplir dieciséis ha hecho que madures, ¿eh? —nota Kaede, dejando la tarta a un lado, porque cree que con todo el valor que está mostrando, Aya se merece toda su atención.
—Solo creo que esta familia tiene demasiados secretos y me he hartado, así que, como regalo de cumpleaños —se echa hacia atrás para tomar el distrito entero con los ojos, mientras ambas comparten la mismas vistas negras—, dime Kaede, ¿qué es por lo que has pasado?
—Prepárate, entonces —. Es incluso más difícil aceptar que ese tembloroso suspiro viene de ella, quien se creía había abandonado tales insignificantes sentimientos, pero no puede evitarlo—. Tu abuela no es, ni fue, una muy buena persona.
Espera durante un minuto, espera a que huya o se dé la vuelta y se arrepienta antes de que sea demasiado tarde. Pero los ojos de Aya no vacilan, así que finalmente, Kaede narra:
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Supongo que debería empezar por el principio, ¿no?
Yo no había nacido entonces, pero era algo grabado en nuestra casa y nuestras tradiciones que todos habíamos aprendido sin la necesidad de que nos lo hubieran contado.
Eramos diez hermanos criados para ser soldados, en un intento de preservar la dignidad de nuestra familia, aplastada por el emperador una vez que consideró que los samuráis ya no eran necesarios.
Así que como el hijo pródigo que volvía a la casa del padre después de perder todo lo que tenía, nuestra familia fue bienvenida una vez más en el cuerpo de cazademonios después de perder todo nuestro poder en la Era Meiji.
Yo era la segunda más joven de todos. Mi hermano, Masao, vino detrás de mí. Le quería más que a nada.
Los ojos de su nieta brillan con reconocimiento al llevarse una mano a la boca. Pero no llora ni lamenta, a lo mejor porque cree que Kaede ya ha soltado sus propias lágrimas y no quiere que lo haga una vez más. A Kaede nunca le ha gustado que la miren con lástima, pero la acepta solo por esta vez.
Mis padres... bueno, no se lo tomaron muy bien. No les gustaba arrodillarse frente a nadie, y la pérdida de su honor les afectó gravemente. No es como si no les odiase menos por ello.
En la casa, mantuvimos los modales, las tradiciones, e intentamos agarrarnos a la única cosa que probaba que éramos de la realeza en vez de simples campesinos después de cientos de años.
A cambio, todo se sentía extremadamente frío.
Hay unas cuantas características que siguen a alguien con nuestra sangre. Todos nosotros éramos pequeños, nuestro pelo estaba pintado en oro o plata, piel tan blanca como la porcelana, y los ojos.
Atesorábamos nuestra sangre porque con ella estaban los ojos. Los tuyos, los míos, los de tu madre, son un milagro solo visto en nuestra familia. Sin embargo, suelen ser coloridos, lila, rosa, verde, azul, no los verdes y marrones con los que nosotras hemos acabado. Pero supongo que eso ya no importa.
Como miembro de nuestra familia, yo era inusualmente débil. Usé mi infancia para entrenar y volverme más fuerte, pero nada realmente funcionaba. Así que, mi fuerza es algo que he cultivado yo sola.
El jardín está vacío excepto por ellos dos. Masao ha dejado de entrenar y su espada de madera ahora descansa en el suelo. Kaede agarra su propia espada y le imita. Hay una araña en los arbustos, un insecto más grande que ella ha quedado atrapado en sus redes, a lo mejor es una avispa, a lo mejor es un escarabajo.
—El segador es mucho más pequeño que su presa —empieza Masao sonriente, mientras ambos observan. Se revuelve e intenta escapar, pero las largas patas de la araña le dan a su pequeño cuerpo el poder que no posee—. No tiene veneno como la mayoría de las arañas, pero eso no importa.
Pegamento sale de ella y ahora la presa está impotente, inútil contra ella. La segadora muerde y Kaede sabe, con sus ojos, que ha ganado esta batalla.
Conseguí dominar la Respiración de la Flor gracias a mi vista, y aunque era pequeña y flexible, no era capaz de usarla a su máximo potencial. Así que conseguí un poco de ayuda en cosas a mi alrededor.
—Los bichos —exclama Aya de repente con un pequeño jadeo—. ¿Usabas a los bichos en todas tus batallas para que te asistiesen?
—No son bichos normales —. Una sonrisa tira de las esquinas de sus labios, porque incluso después de todo este tiempo, está orgullosa de sus habilidades—. Pero no solo bichos. Ciertamente, no creerás que tu abuela es tan corta de vista, ¿no?
Aya hace un puchero, pero la urge a continuar.
Me convertí en Pilar mucho más rápido que cualquiera de mis hermanos a la edad de diecisiete años, habiendo matado a cincuenta demonios, al mismo tiempo que otros dos cazadores de demonios que rondaban mi edad.
Como éramos los más jóvenes en comparación con los pilares más adultos, rápidamente nos hicimos amigos al luchar juntos en el campo de batalla.
Bebíamos después de pelear, bromeábamos entre reuniones de pilares, íbamos juntos a restaurantes y pasábamos nuestro tiempo libre disfrutando de la compañía del otro. Pero los buenos tiempos no son la única cosa que compartimos; dolor, lágrimas, sudor, luto, mientras uno a uno mis hermanos eran asesinados en batallas contra demonios y otros camaradas que habían escalado junto a nosotros en los rangos caían en desgracia a nuestros pies.
—Siempre estaremos juntos —susurra ella durante la noche, cuando comparten arrepentimientos y lágrimas, almas desnudas ante los ojos de la Luna.
—Siempre —suena como un eco en la habitación de paredes blancas. Y se abrazan los unos a los otros en una maraña que se parece al segador que ella vió en su jardín hacía tanto tiempo. De esta manera, se siente segura.
He intentado olvidar, pero me encuentro a mí misma incapaz de hacerlo completamente. Supongo que Sakonji y Jigoro significan significan demasiado para mí.
—¿¡No me digas que conocías a los maestros de Tanjirou y Zenitsu!?
Kaede suspira, sobándose las sienes al tiempo que Aya se desliza hacia ella en sus rodillas—. Ya, conozco a Sakonji demasiado bien. Y ese pequeño demonio, Jigoro, Zenitsu es igual de rápido y el doble de molesto.
Le da a su abuela una sonrisa que intenta ser reconfortante—. Nunca imaginé que los conocieses, ¿no es eso algo bueno?
Kaede no responde.
Después de convertirme en pilar, el próximo paso era buscarme un tsuguko. Éramos pocos, incluso entonces, y el patrón del momento no esperaba vernos vivir durante mucho tiempo. Tienes suerte de tener un señor tan bueno, a nosotros nos trataban como carne de cañón cuando yo todavía formaba parte del cuerpo. Probablemente es por eso por lo que esta generación de cazadores es tan débil.
No quería hacer a nadie mi tsuguko, así que nunca tuve ningún discípulo. Pero Jigoro era completamente opuesto a mí. Él entrenaba a quien quiera que se presentase a su puerta, a mí nunca me gustó. Entrenar niños solo para que pudieran sostener espadas una vez muriese, para que peleasen mis batallas igual que mis padres hicieron con sus hijos. La idea en sí era nauseabunda.
No sé si Sakonji estaba de acuerdo conmigo, pero él tampoco tuvo ningún discípulo al principio.
—Mírales —dice Kaede amargamente, pelo rubio en vez de blanco, mejillas llenas en vez de huecas. El té perdió su cálidez hace mucho y queda un regusto ácido en su garganta—. El niño no sabe en qué se está metiendo.
—Tampoco dominará la Respiración del Rayo, de todas formas —. Sakonji se mueve para agarra la taza fría de sus manos y cambiarla por una nueva. Ella la abrazó y llamó su nombre, aunque sea solo para poder mirarle. Ambos sabían que aquel no era el problema.
—Prométeme que no tendrás ningún discípulo —pide ella, y su corazón duele—. No cuando pueden salir como nosotros, no cuando pueden terminar como los demás.
Sakonji envuelve sus cálidas, oh cálidas manos alrededor de su taza y sonríe. La expresión que siempre llevaba al mirarla era tan amable—. Será solo nosotros, entonces.
—Sí —dice ella, mejilla apoyada contra su corazón, que late a mil por hora—. Incluso si Jigoro no está aquí, eso será suficiente.
Pero me mintió.
Unas semanas más tarde, le hice una visita solo para encontrarme con un niño, espada en mano. Era como si el horror me hubiese golpeado de lleno.
Sakonji intentó darme excusas baratas, que el chiquillo no tenía a nadie ni a donde ir, que quería vengarse de los demonios, y que si no le entrenaba, entonces moriría incluso antes. Fui inútil para calmarme.
Me sentí tan traicionada, tan dolida. Había creído equivocadamente que él veía las cosas como yo, que creía que tomar discípulos era mandarlos al matadero, pero en cambio había hecho eso mismo a mis espaldas. Y dolía tanto.
Quedaba dos de mis hermanos a mi lado cuando me mandaron en una expedición al distrito rojo. Masao era uno de ellos.
Había conocido a una chica fuera del cuerpo, ya sabes. Esperaba poder casarse y vivir feliz al retirarse, por eso vino conmigo en aquella misión, quería derrotar a una Luna Superior y volver a casa.
Masao era amable, tan amable como Sakonji. La espada no le cabía en las manos, el uniforme no complementaba su cara, y aun así había sido forzado a convertirse en cazador solo porque mis padres seguían queriendo jugar a la guerra.
Él no era como yo y aun así me admiraba, confiaba en que saldríamos victoriosos y volveríamos a casa bajo mi mando.
—Me gustaría que pudieses retirarte antes —. Kaede se rodea las manos con vendas y prueba el arco con ellas. Se siente bien.
—Sabes que madre y padre nunca lo permitirían. No se lo permitieron a los otros, de todas maneras, así que...
—Supongo que nunca cambiarán —. Ella agarra un puñado de flechas y mira a su pequeño hermanito una última vez—. Después de esto, nuestra deuda con ellos estará pagada.
Y Masao sonrió a la idea—. ¡Vamos!
Debería haberse quedado en casa, nunca debería haber cogido una espada, y aun así le mandé a la batalla con una sonrisa.
La batalla tomó muchos giros inesperados. Éramos solo tres, los que todavía seguíamos en pie. Consideré mandar una carta pidiendo refuerzos en algún momento, pero sabía que Sakonji y Jigoro acudirían si lo haría, también, que mis padres nos castigarían por hacerles ver débiles, así que a pesar de la preocupación de mis hermanos, me rehusé.
Por eso murieron.
El amanecer estaba cerca y las Lunas Superiores entraron en pánico al destruir el edificio donde tomaba lugar la batalla. Ambos de mis hermanos fueron aplastados bajo los escombros pero yo, que era pequeña, que era la más débil pude sobrevivir apiñándome entre los restos del edificio.
—Perdí una pierna en aquella batalla —. Kaede se arremanga el kimono para enseñarle la falsa pierna de madera que reemplaza lo que debería haber sido carne. Aya lo mira con algo que se parece demasiado al horror—. Conseguí una prótesis, pero nunca será lo mismo.
Porque no solo ella, sino que Aya sabe, también, que no están hablando de la pierna.
Por fin había pasado. Era la última que quedaba.
Por supuesto, mis padres me regañaron.
Una taza de té se rompe en pedazos al chocar contra el suelo. Las manos le están temblando, no es capaz de aguantar la habitación vacía en la que solo están ella y sus padres, con otros nueve sitios vacíos.
—Recomponte, nos estás avergonzando —sisea su madre, expresión cubierta tras la manga como la realeza lo haría. No intenta de ningún modo ayudarla a volver a ponerse en pie.
El té derramado le mancha la ropa, debería quemarla pero Kaede no puede sentirlo.
—No me creo que fueses tú —. Su padre la mira con ojos crueles—. La prole más débil, que juega a ser un dios y se esconde tras meros bichos y ridículos trucos. Debe ser una maldición.
—Al menos —esta vez es su madre, cuyas palabras golpean un sitio que ha estado cerca de romperse durante mucho tiempo—, no es Masao. Ese sí que es un caso perdido.
—Siempre correteando por ahí como un crío, abandonando sus responsabilidades, no me creo que tuviésemos un hijo así.
«Tiene razón» piensa Kaede, recomponiéndose. «Masao no se parecía en nada a nosotros, él no era como esta cruel y despiadada familia»
Si hubiese sido capaz de haber dado su vida por él, lo habría hecho.
Las cabezas de sus padres caen contra el suelo y es ahora su sangre la que le mancha la ropa junto al té caliente. No hay ni un parpadeo, ni siquiera una palabra. Por primera vez en toda su vida, Kaede Fujioka empuña una espada justo como ellos deseaban.
Porque ella no se merecía vivir para nada.
Hay un grito, alboroto, las criadas y los sirvientes corrieron todos al salón principal para saber que había pasado y se encontraron a una joven lord con los pies sobre los cadáveres de sus padres.
—Fuera —susurra al principio, espada repiqueteando contra el suelo una vez que se desliza de entre sus manos—. ¡Fuera! ¡Estáis todos despedidos! ¡Y si oigo una palabra de lo que ha pasado aquí, ateneos a las consecuencias!
Solo presencié mientras la mansión donde había crecido, donde generación tras generación antes que yo había vivido durante toda su vida, se quemaba hasta los cimientos por mi propia mano.
Todavía recuerdo lo pegajosa que era la sangre en mi cara y mi ropa. No creo que pueda olvidarlo, de todas maneras.
—¿Entonces adonde fuiste? —. Kaede no encuentra diferencia en la forma en la que su nieta la mira ahora, comparada a como lo hacía solo hacía unos minutos. No cree que sea algo bueno.
—Al único sitio donde quedaba alguien que me quisiese.
Cuando me presenté en la pequeña casa de Sakonji en las montañas, estaba lloviendo.
Me acogió, secándome el pelo y dándome una nueva muda de ropa. Aun así, la única cosa que sabía era que había renunciado a mi posición como pilar y que le había dado la espalda al cuerpo por completo. Si hubiese creído que podría haber conseguido alguna respuesta por mi parte, me habría preguntado, pero no lo hizo.
—Deberías cortarte un poco —nota él, después de volver al amanecer con el niño que todavía seguía entrenando a una casa llena de humo—. Los pulmones son importantes para los cazadores, puedes fumar si quieres pero no tanto. Solo lo digo por tu bien.
—Jigoro no se pone tan pesado cuando me quedo en su casa —se ríe Kaede, a pesar de que echa las cenizas por la ventana sin decir otra palabra.
Sakonji hace un pequeño murmullo desaprobatorio, pero se sientan en la mesa para tomar el desayuno juntos mientras el fuego repiquetea en una esquina.
—Esto me recuerda a mis padres —dice el niño cuyo nombre ella se rehúsa a recordar—. Nos sentábamos juntos en las comidas y ellos se miraban el uno al otro sin decir palabra. Creo que así era como se decían "te quiero", ¿hacéis vosotros lo mismo, Urokodaki-san?
Kaede se congela al instante.
—Apuesto a que tus padres no se querían — sisea ella— . Apuesto a que se odiaban, apuesto a que odiaban vivir juntos, apuesto a que odiaban tener que mirarte a la cara todos los días, ¡probablemente dejaron que aquel demonio les matase para no tener que estar juntos más tiempo!
—¡Kaede!—. Sakonji aporrea la mesa con los puños y ella se encoge sobre sí misma. Un segundo después sale por la puerta, apoyándose contra algún árbol en esta montaña que no puede ser su hogar por mucho que quiera.
—¿Tanto me odias? —. Cuando sale para ir a por ella, su voz es un pequeño gemido, como si le hubiese golpeado el corazón cienta y una veces solo para volver a colocarlo en su pecho y esperar que siga latiendo solo.
—No, —Kaede agita la cabeza, arrepentimiento acumulándose en sus ojos— . No, por supuesto que no te odio, nunca sería capaz de tal cosa.
—¿Entonces qué es? ¿Odias la idea de que estemos juntos? ¿Es eso? —. Ella le examina con cuidado, no dice una palabra mientras se frota la parte trasera del cuello— . Ya sé que solo soy un tonto criado en las montañas, ya sé que te mereces mucho más de lo que puedo ofrecerte.
—No, no, no sigas, por favor —súplica ella, pero Sakonji da un paso adelante y le acaricia la mejilla, porque necesita decirlo.
—Pero quiero intentarlo —. Y eso sella lo que ha estado temiendo durante un tiempo—. ¿No sería agradable si lo que dijo fuese cierto? ¿No te gustaría vivir conmigo? Los tres, Jigoro, tú y yo. Y podríamos ser felices juntos, incluso podríamos tener hijos juntos, una familia nuestra. que no sufrirá por lo que nosotros pasamos, ¿es eso una idea tan horrible?
«Sí, sí lo es» piensa ella. «¿Cómo puedo amarte, si estoy podrida por dentro? Mientras tanto, tú me mirarías con una expresión tan amable en los ojos. No creo poder abrazarte por la noche con estas manos mías, empapadas en sangre.»
—¿Qué me dices?
—¿Por qué le dijiste que no? —pregunta Aya—. Os queríais, ¿qué más necesitábais?
—Solo un niño pensaría que el amor es suficiente para sostener algo así.
—El mío lo sería —dice Aya, agarrándose a la ropa por encima de su pecho—. Mi amor sería suficiente—. Y se sonroja un poco.
—¿Durante cuanto tiempo vas a seguir con esto? —empieza su abuela—. ¿Cuánto, hasta que Tanjirou se dé cuenta de que has estado jugando con él todo el rato?
—Eso no es... —la voz de Aya se desvanece—. Eso no es lo que he estado haciendo—. Y más fuerte, declara—, yo le quiero —. Pero la mirada de su abuela solo se endurece.
—Ya, ¿así que le has dicho que no puedes tener hijos? ¿Que nunca podrás darle descendencia?
Ella traga, secándose las palmas sudorosas contra el kimono—. Solo tenemos dieciséis.
—Ya tenéis dieciséis —remarca Kaede—. Sabes lo importante que es la familia para él, seguramente querrá hacer eso algún día. ¿Cuándo se lo vas a contar? ¿En un año? ¿En dos? ¿Cuando estéis en el dormitorio en la noche de bodas?
—Basta ya —pero Aya sabe que lo que está diciendo tiene una pizca (solo una piza) de verdad, porque la verdad siempre le ha hecho daño—. Solo estás diciendo eso porque quieres hacerme daño, pero no va a funcionar. Puedo ver a través de ti, abuela, sé que esto te dolió tanto como me dolería a mí.
No hay mechones sueltos tras los cuales su abuela puede esconder la cara, así que solo desvía la mirada torpemente.
—¿Quieres que siga?
—Sí —Aya resopla, agarrándose a sus propias mangas—. Sí, continúa.
La única cosa en la que pensaba cuando le pedí a mi marido que nos casásemos era en lo pequeña que toda mi familia había sido.
Su pelo negro, su enorme tamaño y sus ojos oscuros. Tu abuelo había sido bien educado y tenía una casa grande donde podría vivir cómodamente sin levantar un dedo por el resto de mi vida. Supongo que eso era la única cosa no tan diferente de mi situación anterior.
Grandes y fuertes manos comprueba su prótesis cuidadosamente. Kaede ve ojos amables en todas partes, pero no en este.
—Oye, —llama ella, y él levanta la cabeza para mirarle a los ojos—. Casémonos.
En respuesta, su futuro marido solo se había encogido de hombros alegremente—. Me vale.
Conocí a tu maestro muchos años después, una vez dejé atrás el cuerpo por completo.
Aunque pasaron varios años pasaron hasta que dejé de recibir cartas de Sakonji y Jigoro, pero no tiene uso pensar ya en ello.
Himejima se presentó en mi casa con una pequeña mariposa que caería en una telaraña mucho, mucho después. Y se veía igual que mi hermano.
Ningún otro cultivador había sido capaz de enseñarla. Así que pensó que yo podría, a pesar de que nunca había aceptado ningún discípulo o 'tsuguko'. Era la niña más lista y amable que he conocido alguna vez.
—Kanae Kochou, —. Kaede dice el nombre de esta porque, como prometió, no lo había olvidado.
—Entonces sí que conoces a Shinobu —. Aya tuerce la boca.
—No, no la conozco —dice Kaede—. Aunque sí vino una vez para visitar a Kanae.
La pequeña niña con púrpura en el pelo y en los ojos observa asombrada los cientos, millones de insectos que Kaede aún conserva en el mariposario de su jardín.
—A pesar de que eres pequeña y débil, ¿estos tipos te han ayudado a luchar contra los demonios?
—¡Ajá! —exclamó alegremente Kanae, elevándose alta sobre su hermana pequeña—. ¡La señora Kaede es súper fuerte!
Shinobu solo suelta un murmullo, observando atentamente una viuda negra que camina demasiado cerca de su cara contra el panel de cristal. Y Kaede puede ver los engranajes en su cabeza empezando a moverse.
La única razón por la que entrené a Kanae fue porque sabía que no abandonaría el cuerpo y lo único que podía hacer por ella era asegurarme de que sería lo suficientemente fuerte como para no morir.
—Justo igual que tú —. Le da un golpe a la frente de ella con el dedo, pero no es malicioso—. Podrías haberlo hecho antes, pero ahora tus ojos están en otra parte, y no te rendirás hasta conseguirlo.
Aya frunce ligeramente las cejas mientras Kaede vuelve a colocar sus manos encima de su regazo—. Tanjirou y los demás han echado raíces demasiado profundas, sería inútil.
Espera que, por lo menos, no esté mandando a esta mariposa a su muerte también, después de esperar tanto a que saliese del capullo.
Era un día tormentoso cuando las noticias me llegaron.
Solo miré por la ventana, mientras llovía a cántaros, a la lluvia y el viento.
No era el único sitio donde llovía.
—Me alegra que me lo contases —. La barbilla de Aya se apoya suavemente contra la cabeza de Kaede. Su respiración gentil contrasta con lo errática que es la suya—. Me alegra, de verdad que me alegra mucho. Así no tienes por qué cargar con este peso tú sola.
Así que guardan el luto, y lo guardan, y lo guardan, y lo guardan, hasta que no hay más aflicción que derramar de sus corazones.
De alguna manera, eso lo mejora a pesar de que ella pensó que nunca pasaría.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Notes:
ajaja, qué llorera!!!
Chapter 36: Algo no cuadra
Summary:
—Si te refieres a ti —, Uzui le golpea el pecho—, y a la tsuguko suicida —luego apunta con el pulgar a Aya en la distancia, hablando con Aoi sobre libros o historias o lo que sea que la haga sonreír tanto—, solo dilo.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
La noche sigue siendo oscura y la fiesta acaba de empezar. A lo mejor, piensa Tanjirou, al Pilar le gustaría un poco de compañía.
—Quiero preguntarle algo —. Tanjirou se acerca a Uzui con cuidado—. Es sobre relaciones... en el cuerpo...
—Adelante.
—Um, —y Tanjirou tiene que forzar a las palabras para salir de su boca a pesar de todo el flirteo que ha estado soltando últimamente—, ¿es realmente posible?
Es una pregunta que ha estado plagando sus pensamientos últimamente, si de verdad puede funcionar o no (si de verdad se merece que funcione o no.)
Por la noche mira a Nezuko, que ha empezado a asomarse desde la caja con más frecuencia en los últimos días, a lo mejor llamada por los tarareos de Tanjirou, algo que él también ha empezado a hacer con frecuencia.
Sus inquietantes ojos demoníacos se quedan fijos en él. Y no se mueven—. ¿Cómo te atreves a ponerte empalagoso con una chica mientras yo derramo mi sangre por ti? ¡Devuélvemela, devuélvemela monstruo miserable!
Nezuko parpadea y Tanjirou deja de escuchar a Zenitsu.
—Si te refieres a ti —, Uzui le golpea el pecho—, y a la tsuguko suicida —luego apunta con el pulgar a Aya en la distancia, hablando con Aoi sobre libros o historias o lo que sea que la haga sonreír tanto—, solo dilo.
Tanjirou tose para esconder una risa temblorosa—. Sí —. Tose un poco otra vez, solo para espantar el quemante rojo en sus mejillas—. Como estás casado, pensé que sabrías sobre... —. Hay un gesto vago por su parte que ni siquiera él mismo entiende—. Esto.
No es como si pudiese preguntarle a otro, no es como hubiese ningún otro a quien preguntar. Una vez intentó hacerlo con Urokodaki y su maestro se mantuvo extrañamente callado sobre el tema, con el olor a corazón roto emanando de la tinta de su carta. Tanjirou no volvió a preguntar por miedo a que su maestro se rompiese si lo hiciese.
—Las maravillas de las relaciones adolescentes —. Uzui se despereza perezosamente—. Menudo fastidio—. Tanjirou intenta no fruncir el ceño ante ese último comentario pero termina haciéndolo—. El amor en el cuerpo es como todo lo demás, tienes que ser fuerte para mantenerlo.
Él ladea la cabeza—, ¿fuerte?
—Por supuesto, tú eres un simple debilucho de un rango inferior, así que te lo explicaré amablemente—. El dedo de Uzui golpea su pecho con rudeza—. Para estar en una relación, tienes que asegurar que ambos sobreviváis.
La confusión debe ser clara en la cara de Tanjirou porque Uzui continúa rápidamente—, seguir tus ideales, lograr tus metas e incluso tener una relación en el cuerpo, debes ser lo suficientemente fuerte como para asegurar que puedes proteger todo eso sin morir en el intento.
—Salvar a humanos de los demonios, matar a una Luna Superior, evitar que maten a tu amante, todas esas cosas tienen algo en común —, parece que Uzui le considera tonto porque alza un solo dedo para que Tanjirou lo vea—. Fuerza. Es tuya y solo tuya la responsabilidad de detener a los demonios antes de que te quiten las pocas cosas que has podido recuperar de tu antigua vida.
Recuperar su antigua vida, piensa Tanjirou. Esa ha sido siempre la luz al final del tunel; al principio, devolver Nezuko a su forma humana y vivir juntos en las montañas otra vez, luego, tener órden entre Inosuke y Zenitsu como lo habría tenido con sus hermanos y ahora, abrazar a Aya como lo haría con alguien especial como nunca antes lo ha sido nadie.
—Si crees que puedes hacer eso, si puedes ser fuerte —, Tanjirou vuelve a oír la voz de Uzui en algún momento—, entonces adelante, ve a por ello.
Su voz se torna helada cuando dice—, pero todo el mundo sabe que eso es imposible.
—¿Qué-? —. Parece que Tanjirou va a atragantarse al hablar—. ¿A qué te refieres?
—Me has oído alto y claro, ¿no? —. Ante la quemante mirada de Tanjirou, Uzui continúa—. Escucha, chaval, nadie en el cuerpo ha conseguido casarse y vivir en un sueño delirante. Todos creen que es despreciable, encontrar confort en alguien más sin la promesa de un futuro. ¿Serás capaz de mirar a la pobre chica a la cara cuando vuelvas a casa cubierto en cicatrices de pies a cabeza, convertido en una bola de carne desfigurada? ¿O crees que quizá sea ella, quien no pueda soportar la idea de que a lo mejor no la querrás sin un brazo o una pierna? —. Al final, Uzui se encoge de hombros—. La genta normal también lo hace, si supieses de cuantas chicas mancilladas hay ahí fuera te sorprenderías.
—Usted está casado —a Tanjirou se le olvida esconder su acidez—. ¿Es que eso significa tan poco para él?
—Yo ya estaba casado para cuando nos unimos al cuerpo, los cuatro lo sabíamos —. Las pestañas de Uzui proyectan una sombra sobre sus ojos—. Y no soy un mentiroso pedazo de mierda, ¿lo eres tú?
No. (Sí.)
—¿Puede funcionar o no? —. Hay un lado cortante en su voz, pero aun así sigue queriendo saberlo—. ¿Cuando ambos somos cazadores de demonios?
Uzui le mira durante un largo rato y finalmente desvía los ojos—. Puede—. Luego, en un susurro—. Aunque no te puedo asegurar que vaya a terminar bien.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
"Querido Senjuro," se ha acostumbrado Yuu a escribir. "Ya sé que me dijiste que debería apoyarme más en ti, y aunque me asegures que quieres ayudarme tanto como yo quiero ayudarte a ti, me sigue sabiendo mal la idea de hacerlo cuando tú estás pasando por tantas cosas y lo mío son solo eventos del pasado que vuelven de la tierra para perseguirme. Pero considero que esto se merece ser compartido y, por honrar tu amabilidad, aceptaré tu oferta de escuchar mis problemas tanto como yo escucho los tuyos."
Antes de llegar al sitio, ya se oían gritos.
Genya agarra la manga de su maestro y tira para hacerle parar. No le gusta esto.
"Creo que lo que pasó aquella noche no está tan claro como yo pensaba en un principio."
—Es raro —dice sus pensamientos en voz alta—, un demonio no haría semejante lío si no fuese un idiota suicida.
«Al menos no si fuese lo suficientemente poderoso como para salir ileso de una pelea» esas palabras se quedan colgando por encima de ellos, pero él no tiene el coraje de pronunciarlas. Ninguna había mencionado todavía que aquel sitio era el pueblo de Aya.
"Probablemente tenga parte de la culpa, por haberme ido corriendo y dejar a Ayaka allí sola. No insistiré porque me has dicho muchas veces que echarme la culpa por cosas que no puedo cambiar no es bueno para mí, así que seguiré tu consejo, porque sé que solo quieres lo mejor para mí, y no lo haré.
La cosa es que conozco a Ayaka y tiene la tendencia de ver solo lo que quiere ver. Y me da miedo que esta sea una de esas ocasiones.
Recuerdo claramente que había dos demonios y que el fuego lo empecé yo al tirar una lámpara al suelo. También que mis padres ya estaban muertos para entonces."
Himejima-san suelta un murmullo, habiendo escuchado el distante griterío hacía mucho, o al menos antes que él.
Había un nuevo demonio alimentándose de carne humana en el distrito de Himejima, así que había sido mandado en una misión para eliminarlo. Solo estaba el pequeño detalle de que Genya había estado allí en el momento en que lo hicieron.
Esperaba que fuese como cualquier otra misión; silenciosamente explorar las habilidades del demonio, encontrar su escondite y finalmente darle caza o cortándole la cabeza o viéndole convertirse en polvo al amanecer. Pero resulta que este no es el caso.
"Pero la única persona que sabe lo que pasó después de que yo me fuese es Ayaka, y que le diga a Tanjirou que apenas conocía a Takeshi no se ajusta a mis recuerdos de verles juntos la mayor parte del tiempo.
Me gustaría profundamente que no fuese así y poder confiar en ella, pero para Ayaka, que lloraba de pequeña cuando aplastaba arañas con la mano, la tarea de matar a alguien que quería a lo mejor fue demasiado pesada para ella."
Hay una pequeña figura en medio del fuego que no retrocede ante él, silenciosamente observando en mitad de todo como si el mundo fuese suyo y solo suyo y el único lugar donde puede estar es en el centro del escenario.
"Ahora que miro atrás, no puedo evitar dudar de su versión. Si no vio al otro demonio, ¿qué más no vio?"
Ambos se acercan con cuidado, dando pequeños, calculados pasos por temor a asustarle.
"Solo pensar en ello me hace querer vomitar. Aunque no entiendo por qué no nos buscaría si ese fuese el caso."
—Oye, ¿estás bien? ¿Qué ha pasado? —empieza Genya, quitando la mano de la pistola en su cinturón.
"Pero si hay una posibilidad, una pequeña, minúscula posibilidad-"
Pero el chico que no debe ser mucho más mayor que Genya gira la cabeza hacia ellos, alza los brazos al aire hacia lo poco que queda de los edificios de madera, les dirige una blanca, colmillosa sonrisa-
"-de que Takeshi esté vivo, entonces eso significa que todavía sigue ahí fuera."
Y luego empieza a disparar fuego por las manos.
—¡Mierda! ¡Una técnica de sangre demoníaca! —maldice Genya, apresurándose para que el fuego no le alcance. Pero crece de forma enorme, alimentado por la madera de los edificios, tan grande que estar muy cerca empieza a doler.
La bola con pinchos de Himejima-san vuela por encima de su cabeza con tanta fuerza que Genya tiene problemas para mantenerse de pie, mientras un vendaval amenaza con mandarle a él, también, volando.
Lo que ambos ahora saben que es un demonio salta, consiguiendo evadirlo. Himejima entonces lanza su hacha, mientras la bola vuelve a por más.
Genya no se da cuenta de que el demonio se está riendo hasta que para súbitamente, torpemente observando la bola de metal que está viniendo hacia él con una tremenda velocidad.
Pero entonces una estatua helada se alza en frente del pequeño demonio, que usa esa oportunidad para alejarse del rango de ataque del arma de Himejima-san, volviendo al lado de un demonio más alto y poderoso.
—¿Asumo que esa es la ténica de sangre de otro demonio? —. Himejima alza una ceja en dirección a Genya, y su falta de experiencia se ve clara cuando traga nerviosamente.
—Ajá... —. Y a pesar de todo es difícil sacar las palabras.
—Respira, Genya, solo respira —. Él obedece, finalmente tomando la pistola de su cinturón mientras el pequeño click le indica que está cargada y lista—. Bien, recuerda tener tu arma contigo en todo momento.
Esta vez, la voz de Genya porta confianza—. Sí, Himejima-san.
—Qué malos —empieza el demonio más alto tras un abanico dorado que brilla naranja bajo las llamas—. Atacando a un niño pequeño así, qué injusto.
—No es un niño —replica Himejima.
—Vosotros los cazadores de demonios sois tan malos —continúa, desordenándole el pelo al demonio a su lado—. Asegúrate de mantener tu atención en sus armas, son muy traicioneras y duelen mucho.
—Sí, Douma-san."
—Bien, bien. Muy bien.
El pequeño acurruca la cabeza contra su estómago, ojos fijos en el pecho de Genya—. Siguen quedando humanos.
—Me temo que tendremos que dejar este trabajo a medio hacer —'Douma' dice con un ligero puchero justo antes de levantar su abanico y lanzar vientos helados hacia ellos.
Las cadenas de Himejima-san disipan la mayoría de las nubes frías. Genya saca su pistola y dispara.
La bala rechina contra el abanico dorado y se pierde en la oscuridad. Genya dispara una vez más pero tiene el mismo resultado. No puede parar de mirar el ojo del demonio más grande con la escritura "Superior Dos" grabada en la pupila.
«¡Pero esta es mi oportunidad para ser pilar!» Las palabras aparecen claras entre todo el desastre mareado que son sus pensamientos. Así que Genya, sin haber comido carne de demonio, o sin tener muchas balas, ya que estamos, avanza. Sus dientes se hunden en el brazo del pequeño y muerde incluso más al sentir la sangre explotar contra su lengua. El demonio grita.
—¡Suéltame, suéltame, suéltame! —repite histéricamente, pequeño bajo el enorme hombro de Genya—. ¿¡Qué demonios te pasa en la cabeza!?
Pero Genya siempre ha sido conocido por no muy buenas razones; meterse en peleas con los vecinos, patear las rodillas de chicos más mayores que él o por grabar su nombre y el de sus hermanos en los caminos de piedra. Así que solo muerde con más fuerza y luego tira hacia atrás.
Sangre sale a borbotones de la extremidad que acaba de arrancar, dejando un camino carmesí mientras se tambalea hacia atrás y se choca contra el pecho de Himejma-san. La carne de demonio siempre estará asquerosa.
No espera, como esta misión, como tener estos poderes, o como encontrarse con la Luna Superior Dos tan pronto, a que el demonio salte hacia él, su herida aún goteando sangre.
Hay un pequeño chasquido y todo se rodea de fuego, pero lo que antes había sido un calor infernal ahora es apenas un pequeño cosquilleo.
—¿¡Por qué no te quemas!? —exclama el demonio, habiéndoles rodeado a los dos en llamas. Himejima-san claramente retrocede al sentir un calor que Genya no siente y ambos llegan a la misma conclusión, que su técnica demoníaca no quema a los demonios, pero sí a los humanos.
—Da igual, ¡dámela! ¡La tienes! —chilla, quitándole los botones a la chaqueta de Genya y metiéndole la mano en el bolsillo de dentro.
Lo que saca entonces, es una carta.
El pequeño demonio le da una patada en el pecho y salta hacia atrás, una vez más esquivando el hacha de Himejima-san viniendo hacia él a toda velocidad.
—Conozco este olor, ¡lo conozco! —exclama, acercándose la carta a la nariz y olisqueándola. Luego se gira hacia Genya y Himejima—. ¡Pero a vosotros no os conozco! ¡No aparecéis en mis recuerdos! ¿¡Qué hacíais con esto!?
Genya suelta un ladrido—, ¡esa es una carta que me ha mandado mi hermana, rarito!
—Eso no es verdad, ¡la chica que olía así no tenía ningún-!—. Para de repente, mirando a la carta en sus manos con una expresión de horror.
Entonces el arma de Himejima-san le golpea justo en la mejilla, pero cuando salió volando hacia atrás y la nube de polvo volvió a asentarse, la mitad de su cabeza seguía ahí.
—Ah, debería haber apuntado mejor —murmura Himejima-san decepcionado, a pesar de que Genya sabe que su maestro no habría fallado.
La Luna Superior Dos lanza una nueva ola de hielo hacia ellos y la pelea continúa. Entonces Genya escucha un nombre y, tanto como su maestro, lo reconoce como aquel que plaga las pesadillas del tercer miembro de aquella familia.
—Mi nombre es Takeshi —, hay una pausa reemplazada por el sonido de una extremidad regenerándose—. Y yo nací aquí.
Ambos lo oyen, compartiendo el mismo pensamiento. «Eso no puede ser.»
—Ups, el amanecer se acerca—. Douma mira hacia el cielo que lentamente se torna de un azul oscuro a un verde más claro—. Deberíamos irnos.
—Pero Douma-san, estaba empezando a- —. Takeshi se atraganta con sus palabras cuando el demonio más alto le agarra por el cuello de la ropa y le arrastra contra su lado, esquivando una bala por poco.
—Nos vamos —dice, de forma fría en comparación con su tono alegre de antes—, ahora.
—No te dejaremos —gruñe Genya, balas repiqueteando en su pistola. Pero el demonio solo se ríe con diversión.
Un cuchillo aparece volando de alguna parte que no es ni la Luna Superior ni el pequeño, hundiéndose en el pectoral izquierdo de Gyomei.
—¡Himejima-san! —. Sin siquiera darse cuenta Genya suelta la pistola y corre al lado de su maestro, que se tambalea hacia atrás y termina arrodillado en el suelo.
Desde la oscuridad aparece una chica bajita con pelo desordenado y un par de cuchillos en la mano idénticos al que está clavado en el pecho de Himejima-san.
Ahora con sentidos demoníacos puede olerla. Como un perro o una bestia, su olor le llega a las fosas nasales. Es humana.
—¡Ko! —. Douma su nombre de forma demasiado natural y demasiado alegre.
—¡Os dije que deberíamos habernos ido antes! —exclama ella por encima del tamborileo que inunda los oídos de Genya, mientras líquido caliente lentamente mancha el uniforme de Himejima-san.
—¡Perdón, perdón! ¡Venga, vámonos ya! —. Douma los toma a ambos bajo sus brazos y echa a correr.
—¡Mierda! —maldice Genya, sus ojos yendo desde la Luna Superior hacia su maestro detrás de él. Podría ir tras ellos, su ambición susurra, ¿por qué no hacerlo ahora? Quiere ser pilar, el amanecer está peligrosamente cerca y a lo mejor puede ganar.
Genya finalmente niega con la cabeza y gruñe, arrodillándose delante de su maestro una vez más, sin estar demasiado seguro de si se arrepiente mientras la Luna Superior Dos desaparece en el bosque.
Su maestro está mirando hacia arriba, ojos blancos sin parpadear. Ahora que lo piensa, Himejima-san no parece estar muy preocupado por la herida.
—Himejima-san —intenta él temblorosamente—, deberíamos ir rápido con Shinobu.
—Ah, —dice Gyomei—, de hecho estoy bien.
—¿Qué-? —. Antes de que pueda decir nada más, Himejima-san mete la mano dentro de la chaqueta de su uniforme y saca un montoncito de cartas que podrían sumar perfectamente cincuenta páginas. El cuchillo se ha enterrado limpiamente en ellas, siendo la sangre de su maestro poca y leve.
—Aya, —su nombre es pronunciado con cuidado, como si no quisiese asustar a Genya con él—, me manda cartas a mí también.
Genya se lleva las manos a la cara y suspira—, por supuesto que lo hace.
Hay un momento de silencio entre ellos, siendo que ninguno pronuncia una sola palabra.
—¿Cree usted... que nos mintió? Él sigue-—. Himejima-san le corta bruscamente:
—No —. Sus manos tiemblan por encima del papel manchado de carmesí, turbadas por miedos y arrepentimientos pasados—. Si dijo que lo mató, entonces eso es lo que hizo.
—Pero-
—Tenemos que creerla —insiste él, agarrándose a unas palabras que no puede leer por su cuenta—. Me niego a pensar que haría tal cosa.
Genya intenta no sonar como si le tuviese demasiada pena a su maestro cuando dice—, vale.
Lo saben. Que así no sería una decepción.
Sería solo una mentira.
Pero no es como si llevasen viviendo en sus respectivas mentiras poco tiempo.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Notes:
Antes que nada, debo decir que Ko no es mi personaje, pertenece a https://regrettably.tumblr.com/ Entre charla y charla pensamos que sería buena idea añadirla y sorprendentemente, Ko encaja perfectamente. Echadle un vistazo a su perfil si queréis ver a Ko!!
Últimamente he estado leyendo Tower of God, es muy bueno!
Chapter 37: Aoi, el personaje secundario
Summary:
Hay una historia rondando por ahí que dice que un fantasma ha echado raíz en la casa Ogimoto.
Aoi es un pelín demasiado escéptica para creérsela.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Hay una historia rondando por ahí que dice que un fantasma ha echado raíz en la casa Ogimoto.
Aoi es un pelín demasiado escéptica para creérsela.
Lleva viviendo ya en la casa bastante tiempo, ocupándose de la colada o la comida o lo que sea que la madama le dice que haga. Nunca ha sido quisquillosa o desobediente y nunca lo será, así que trabaja tan duro como si lo hubiese hecho en la Mansión Mariposa y se aleja de problemas. De esta forma, espera poder enterarse de donde está la esposa de Uzui, y no porque estén trabajando juntos, sino porque la pobre mujer probablemente está en problemas.
En cambio, se entera del Mokumokuren.
No es un "yokai" demasiado popular, y la mayoría de las historias con el Mokumokuren en ellas son pobres y ridículos intentos de asustar a los niños, probablemente, para que no entren en casas abandonadas donde la posibilidad de morir aplastado por una viga o una puerta "shoji" rota son bastante altas.
El Mokumokuren era una de los muchos yokais en el folclore japonés al que, específicamente, le gustaba vivir en "tatami" rotos o puertas "shoji" destrozadas. Si alguien dormía en una casa habitada por un Mokumokuren, por la mañana sus ojos habrían desaparecido, arrancados por el fantasma. Era un destino desafortunado, a pesar del pobre intento de historia de terror que era.
Al menos esa es la historia que todo el mundo conoce, pero en la casa Ogimoto va más allá.
Muchos clientes dejaron de acudir a la casa al jurar oír al Mokumokuren en las paredes. Los rumores se esparcieron rápidamente alrededor del distrito, y a pesar de que era una de las tres casas más populares, el nombre Ogimoto pronto empezó a traer consigo sudores fríos y temblorosos esfuerzos de esquivar la mirada del otro. Se podía decir que la casa había estado en una mala racha desde entonces.
«Por supuesto», pensó Aoi al principio, «este debe ser un intento rival de arruinar su reputación».
«Podría haber sido histeria colectiva», también razonó, hasta que oyó a las chicas de la casa jurar haber oído al Mokumokuren también.
—Estaba sola en la habitación de la colada cuando unos ruidos muy agudos viniendo de las paredes —. Ambas habían estado encargándose de los platos en silencio hasta que la chica empezó a hablar—. ¡Me dio tanto miedo! Corrí de la habitación tan rápido como pide, ¡pero estuve tan cerca de que me arrancasen los ojos!
Le cuenta esto a Aoi en total confianza a pesar de que ni siquiera sabían como se llamaba cada. Así que fue natural para Aoi mantenerse cautelosa al principio.
—¿Lo viste? ¿Cuál era su aspecto? —. No dijo que los ojos del Mokumokuren aparecían en las paredes si empezaba a vivir allí, o que solo tomaba los ojos de la gente que dormía donde habitaba.
—No pude mirar, ¡no creo que mi corazón lo hubiese soportado!
Y eso fue hasta donde llegó la cosa.
Un par de chicas juraban lo mismo también, normalmente con la misma estructura que la primera. Estaban solas en alguna habitación, tarde por la noche, cuando escuchaban los ruidos de alguna criatura desconocida en las paredes o en los suelos. Aunque ninguna podía decir que lo había visto con certeza.
—¡Estaba demasiado oscuro!
—¿¡Cómo esperas que me dé la vuelta para mirar a esa cosa tan fea mientras corro por mi vida!?
—¡Simplemente no quería encararlo! ¡Qué miedo!
Con esta información, era difícil confiar en tal rumor esperando que fuese un demonio, o que fuese algo siquiera y no una historia inventada, especialmente porque había un ferviente grupo de chicas que negaban la existencia de la criatura a toda costa.
—¡Esa es una mentira que se inventó la oiran Warabihime para hacernos perder clientes! ¡No vayas por ahí contándoselo a las novatas también!
—He estado trabajando aquí durante mucho tiempo y nunca he oído nada en las paredes.
—Ya estamos en números rojos, por favor no esparzáis más historias. La madama ha estado trabajando muy duro para disipar los rumores y solo se lo ponéis peor.
Como en todas las historias, es difícil distinguir vislumbrar algo de verdad con tantas mentiras entrelazadas en ella.
—¿El Mokumokuren? —. Cuando Aoi lo mencionó, Kaede parecía sospechosamente interesada en la leyenda urbana—. ¿Y dices que lo han oído en las paredes y los techos? Eso suena familiar...
—Ajá, todo el mundo ha estado nervioso incluso antes de que llegásemos aquí. La primera testigo fue una chica que desapareció no mucho después, pero todos sabían que planeaba escapar pronto, así que... —. La voz de Aoi se desvanece poco a poco, finalmente encogiéndose de hombros—. Es por eso por lo que todo el mundo está como loco, probablemente sea una coincidencia.
—Podría ser —Kaede se frota la barbilla pensativa, mucho antes de que su plan estuviese en marcha y el distrito entero fuese atacado por enjambres enormes—. Pero podría no ser, también... ¿sabes? Los demonios fueron humanos una vez. A lo mejor siempre vuelven al mismo sitio.
—¿Qué significa eso? —. Aya la mira con curiosidad—. ¿Es que crees que el Mokumokuren puede ser en realidad un demonio?
—Pero el Mokumokuren no existe, no puede hacerle daño a nadie —la sigue Kanao—, Aoi me dijo eso hace mucho.
Ella se ve forzada a replicar cuando las tres cabezas se giran hacia ella—. ¡S-sí! ¡Porque otro cazador le contó la historia y no pudo dormir durante semanas-!
—Si recuerdo bien —continúa Kanao de forma plana—, tú eras la que estaba asustada de él.
Escucha a Aya reprimir una risa y Aoi se sonroja—. ¡A mí... A mí nunca me dieron miedo esas cosas! ¿¡Es que quieres avergonzarme!?
—Venga, ¡no es para tanto! Eras una niña —dice Aya haciendo un gesto con la mano—. Aunque a mí nunca me dieron miedo los fantasmas cuando era pequeña.
—Los yokais no existen de todas maneras, ¿podemos por favor olvidarnos de esta estúpida historia? —lo intenta Aoi de nuevo—. Es solo un rumor que se esparció después de desaparecer esa chica, sus amigas seguramente querrían encubrirla y se lo inventaron.
Kaede se mantiene demasiado pensativa en su silencio para que Aoi piense que eso es algo bueno—. Porque es solo una estúpida historia, Fujioka-san.
La anciana mujer vuelve a la realidad de algún recuerdo hacía ya un par de décadas—. Incluso si lo fuese, ya no te dan miedo los fantasmas, ¿no?
Sus ojos son terroríficamente grandes y grises cuando dice—, porque creo que estás a punto de ver unos cuantos.
—Ya, —Aoi susurra para sí misma en los pasillos vacíos de la casa Ogimoto, casi un mes entero después de limpiar incontables telarañas y huevos de cigarra—. Bueno, maldita vieja, al final no los he visto, así que la próxima a lo mejor deberías —empuja con brusquedad las sábanas sucias en un baño de madera— callarte.
Cuenta las mudas con los ojos y se da cuenta de que falta una. Makio estaba enferma, ¿no? A lo mejor podría cuidar de los enfermos aquí también.
Aoi no está segura de lo que pasó después y no cree que vaya a estarlo nunca.
Ella es del tipo escéptico, la clase de chica que escucha a alguien hablar sobre un incidente sobrenatural y se ríe y se ríe porque no hay forma de que pasase. Debe haber sido un efecto óptico, la habitación siendo demasiado oscura o el viento aullando de manera demasiado humana. Solo paranoia tomando el control del cadáver de un humano que ha sido vaciado desde dentro por el miedo. Pero no solo lo escuchó, sino que también lo vio.
—Dime, ¿fuiste tú y tus compañeros los que hicieron ese pequeño truco con los bichos?
Una voz se oye de dentro de la habitación de Makio cuando Aoi camina hasta ella. Duros y siseados susurros que no pertenecen a ninguna de las chicas que Aoi ha conocido en la casa.
Ella se congela, con la mano en la puerta y a solo un segundo de abrirla.
"Ábrela."
—Venga, dime, o te aplastaré las entrañas —. Hay una respuesta negativa al otro lado de la puerta. La distante memoria de Uzui mencionando el nombre de su esposa, Makio, le viene de repente a la mente y le escupe a Aoi en la cara.
"Abre la puerta."
Tiene que ser su esposa la que está ahí dentro y esa cosa, el Mokumokuren o el demonio o como se que se llame, está con ella.
"Abre la puerta."
¿Entonces por qué no abre Aoi la puerta?
—Espera —, hay un sobresalto repentino, ruido y luego—, hay alguien fuera.
Y ese alguien es ella.
Intenta dar un paso atrás pero termina tropezándose con sus propios pies porque es ella, es ella, es ella; de quien el monstruo está hablando. Y todo el mundo sabe lo que pasa cuando mete las narices en cosas con las que no se deberían haber involucrado en primer lugar.
—¡Oye, tú! —. Inosuke empuja a Aoi fuera del camino y abre la puerta sin pensar en ello. Sus ojos viajan alrededor de la habitación, cubierto en marcas de cuchilladas y futones rotos. Algo se rompe contra el techo y solo cuando la sopa y los fideos caen al suelo se da cuenta Aoi de que Inosuke ha lanzado el almuerzo de Makio a donde debe haber sentido que estaba el demonio—. ¡Sé que estás ahí, mamón! ¡Sal!
Mientras tanto, las rodillas de Aoi tiemblan contra el suelo, sentada sobre ellas, mientras Inosuke persigue al demonio a través de los pasillos. Algo como "¡no te escaparás!" suena en la distancia, pero ella está demasiado ocupada intentando no vomitar.
Lo vio.
De verdad que lo vio.
El Mokumokuren no era un montón de ojos tomando el lugar de una puerta o una ventana, preparado para atacar a quien se atreviese a dormir cerca de él como todo el mundo pesaba. En cambio, era una larga, larga tira de tela cuya mirada le atravesó el pecho y cuya cara era tan horrible que le daría pesadillas durante días.
¿Qué estaba siquiera ella pensando al venir aquí? ¿Qué estaba esperando de sí misma, de entre todas las personas? ¿Alguien que se asustaba de los fantasmas y mentía para lidiar con el miedo?
Aoi no era el tipo de persona que abría la puerta como Inosuke lo había hecho, ella no era como Shinobu o Kanao o incluso Aya. Ni siquiera Kanae.
Ella era el personaje secundario, que debía ser asesinada como una casualidad, mientras los personajes principales se apoderaban del escenario y sacaban sus espadas con la valentía para derrotar al monstruo.
Dejaría la puerta cerrada e intentaría vivir consigo misma mientras tanto, sin saber que hubiese pasado si lo hubiese hecho.
Ciertamente, no va a quedarse parada esperando a que la maten.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
La voz de Uzui todavía resuena en sus oídos, exclamando que una fiesta de cumpleaños no es nada sin bebidas y que la cumpleañera ya tenía dieciséis. Como si hubiese estado esperando para la ocasión, o como si siempre estuviese dispuesto a pasar un buen rato, Uzui sacó un par de botellas de los-dioses-sabrán-qué y les invitó a tomar un trago.
Estaba bastante claro que los adultos a su alrededor no estaban hechos para este trabajo, porque en vez de pararle, Kaede ahora estaba roncando con un vaso vacío en la mano, apoyada contra una pared, y Uzui bebía incluso con más fiera anciana a la que había ganado en un juego de beber.
Claro, Zenitsu se lo tomó de forma más ligera, sabiendo que todos estarían melosos y necesitando ayuda, pero Tanjirou ya les ayuda demasiado. Así que le da una palmada en el hombro a su amigo y le dice que beba, si no es para divertirse aunque sea para derretir el ceño fruncido que ha estado en su frente desde que habló con Uzui.
Sabe que no debería, pero no puede evitar dejar a sus pensamientos merodear. A lo mejor tomó un sorbo más largo de lo que pensaba, porque se siente un poco mareado.
Si fuese más tonto, Zenitsu habría creído que Kanao tenía una caja de música por corazón.
Su sonido es uno suave, casi invisible si no fuese por las pequeñas cuerdas, diminutas, enanas notas de un piano que construyen una melodía repetitiva que sigue y sigue, sin parada alguna, ni saltos en su ritmo. Es bonita si quiere mirarle el lado bueno y da mal rollo si quiere mirarle el lado malo.
La muñeca en la caja de música danza su canción interminable, para siempre, porque dar un paso en falso puede hacerla caer.
Es tan difícil adivinar qué está pensando, qué está pensando sobre él. La mayor parte del tiempo eso es lo que suele preocuparle.
—Solo pregúntale, —le dijo Tanjirou en cierto punto, al verle sudoroso y de los nervios porque Kanao había dejado de hablarle de repente y este tipo de cosas solía ser su culpa—. Kanao no es una mala persona, no haría algo así sin razón.
—Es decir, —Zenitsu se había rascado la mejilla torpemente—, Aya le dijo que lo hiciera pero... ¿a lo mejor eso era lo único que necesitaba? Me da la sensación de que solo ha estado consintiéndome porque, enserio, su sonido es tan plano, y no puedo distinguirlo así que-
—Zenitsu, —Tanjirou corta sus divagaciones nerviosas con una palmada en la espalda—, estoy seguro de que no es nada, ¿vale?
—Ya —murmura él, decidiendo creer en la dulce melodía de Tanjirou.
Últimamente es mucho más dulce de lo habitual, notas llegando a sitios altos a los que no habían llegado antes. Zenitsu decide no preguntar porque sabe cómo suena alguien que está enamorado.
¿Ser correspondido? Eso no tanto.
—Ka-kanao... —. Ella le mira a él y luego al trozo de tarta en las manos. Una ofrenda de paz, o a lo mejor un soborno, el último suena más acorde con él—. Hace tiempo que no nos vemos.
(No es verdad, la ve todos los días, se cruzan en los pasillos y ella no dice ni una palabra o siquiera reacciona, es algo más como "hace tiempo que no hablamos".)
Kanao solo le da un murmullo de reconocimiento y él ve el rosa en sus mejillas y el vaso en su mano. Zenitsu suda.
Dioses, ¿por qué es tan embarazoso? Esto seguramente iría mejor si fuese más como Tanjirou, no dice Inosuke porque no es muy probable para él llevarse bien con alguien que no sean jabalíes o Aya, pero probablemente no hay mucha diferencia.
—Um, quería preguntar... —. Su voz le abandona en el peor de los momentos mientras Kanao se mantiene esperando. Probablemente la está molestando con sus tonterías. Puede oír a Inosue hacer algo desastroso y seguro que asqueroso en la lejanía, Tanjirou se encargaría, como era de esperar.
—¿Qué pasa? —empieza ella suavemente, ningún salto en su melodía. La de Zenitsu, todo lo contrario, está dando tumbos en todos los lugares incorrectos de la partitura.
—Yo solo... tú —. Vamos, solo hazlo, se dice a sí mismo. ¿Qué es tan difícil? ¿Por qué te cuesta tanto? Debería ser capaz de hacer al menos esta simple tarea y aun así...
«Zenitsu,» la reconfortante cara de Tanjirou aparece claramente en su mente. «Respira, solo respira.»
—¿¡ES QUE ME ODIAS O ALGO!? —, lanza los brazos al aire, sintiendo la calidez de los sentimientos desordenados en sus mejillas. Definitivamente ese sorbo fue demasiado largo—. Ya sé que soy ruidoso y que hablo demasiado y a lo mejor encuentras eso molesto, una pizca, pequeñita, un pelín, sin olvidarnos de que me quejo en exceso también y-
Continúa recitando sus peores rasgos, los cuales no son pocos, y continúa y continúa como un disco rayado hasta que para y ve que Kanao le mira con los ojos muy abiertos.
«Eso es lo contrario a respirar,» piensa lastimosamente, una vez se da cuenta de que es lo peor.
Todo el peso de su vergüenza le colorea la cara cuando Zenitsu murmura—uh, sí... Probablemente es por esto por lo que me odias.
—Yo...—. Kanao duda, lo cual hace la espera a que le insulte incluso más agonizante—. Yo... no te ¿...odio?
Vale, eso es inesperado.
—Es decir, —Kanao juega con un mechón suelto y mira a otra parte—, me caes bien.
¿Le cae bien? Él, Zenitsu, de entre todas las personas, de entre los cientos y miles de personas en este condenado mundo, le cae bien a alguien.
Y ese alguien es una chica guapa.
Debería estar más emocionado, seguramente, ¿por qué no está más emocionado? Pero esto simplemente... no se siente romántico para nada...
—No te estoy ignorando, yo solo... órdenes... —. Los ojos de Kanao van hacia Aya y por un pequeño, diminuto segundo, hay una cabriola en la interminable danza de la muñeca en la caja de música.
Ah.
Ah...
A lo mejor no había pensado lo suficiente en ello, no había mirado lo suficientemente cerca. La manera en que las dos estaban siempre juntas, cómo Kanao siempre parecía revolotear dondequiera que Aya estuviese, o incluso las veces en las que sus mejillas se ruborizaban como si las dos supiesen algo que los demás no. Ese secretismo compartido, la confianza íntima que guardaban la una en la otra... esas son cosas que a él nunca ha tenido.
—Kanao, —empieza él cuidadosamente, valiente solo por el calor en sus venas—, ¿es que a ti te gusta Aya?
De nuevo otra cabriola. Zenitsu alza una sola ceja.
—Sí... sí que me gusta —dice ella, arrastrando las sílabas—, a todo el mundo le gusta... a... a Aoi también... ¿es que es eso... tan raro?
Ah, había intentado ignorarlo pero claro, sus oídos notaron rápidamente la forma en la que los fieros tambores de Aoi se suavizaban cada vez que su amiga estaba cerca. ¿Qué demonios les daba de comer?
—A pesar de tus habilidades con la espada —la voz de Zenitsu falla en la tarea de no sonar sarcástica—, eres un desastre de persona.
Bueno, piensa él aliviado, al menos no le odia, simplemente está demasiado pillada como para desobedecer a la chica que le gusta.
—Aunque claro, no te culpo, el amor es un desastre —. Ante sus palabras, Kanao se pone tensa. Las cabriolas se olvidan cuando la melodía empieza a subir el ritmo y va rápido rápido rápido, violines y cuerdas yendo más alto más ruido más veloz, es el mayor volumen y desastre que ha oído viniendo de la caja de música desde la primera vez que la escuchó. Él recoge su voz con prisa—. Ah, ¡es decir, no tiene por qué ser amor necesariamente! Aya es una chica muy guapa, yo lo sabría, ¡le pedí que se casara conmigo la primera vez que nos conocimos-!
«Para» le sisea su mente «¡solo lo vas a empeorar!»
Al final solo se deja caer a su lado, soltando un profundo y largo suspiro.
—A lo que me refiero es... —. La muñeca sigue bailando frenéticamente, con sus saltos y barridas de suelo que parecen ocupar todo el espacio en su corazón que los sentimientos no ocupan en su cara—, a que no tienes por qué estar asustada.
—Entiendo que lo desconocido es aterrador —continúa él, relajándose cuando la muñeca lo hace, también, volviendo a pasos de baile más ligeros con el aflojo de su melodía—, pero he estado enamorado, muchas veces, y es siempre tan hermoso como destructivo. Aunque a mí solo me rechazan, así que...
Enserio, si fuese otra persona, esto sería completamente distinto. ¿Reconfortar a una chica en problemas? Lo habría clasificado como algo bastante romántico, pero no lo es, y a lo mejor, piensa Zenitsu, mirando los ojos nerviosos de Kanao, eso no es tan malo—. No puedo asegurarte que serás correspondida pero lo que sí que puedo decirte es que callártelo no te hará bien. No deberías ignorar tus sentimientos solo porque crees que acabarás herida.
Ella traga, mirando hacia abajo de manera que sus flequillos le cubren la cara. Dioses, habló demasiado otra vez, probablemente la molestó cuando debería haber mantenido la boca cerrada para no fastidiarla y-
—Gracias —y sus palabras paran a los pensamientos de dar vueltas sin control—. Simplemente estoy... confusa... Nunca he sentido... esto no es algo que... suela experimentar... ¿cómo-...? ¿Cómo estoy segura?
Zenitsu sonríe, porque de entre todas las personas, de entre los cientos y miles de personas en este condenado mundo, se considera alguien muy experimentado en lo que al amor se refiere.
—Vale, lo primero que deberías hacer es tomarlo con calma —dice él, un poco presumido, y toma un sorbo como recompensa—, siendo tu guía del amor, creo que deberíamos empezar por algo sencillo —. Kanao parpadea—. Hay gente a la que le gustan los chicos, a otros les gustan las chicas, también pueden gustarte ambos o ninguno, ¿qué tipo crees que eres?
Probablemente esto le tomará a Kanao bastante, pero, mientras tanto, Zenitsu debería preguntarle a Aya qué demonios hace para que tanta gente se enamore de ella.
Al parecer todo el mundo estaba enamorado estos días. Si no conseguía encontrar a alguien más, Zenitsu probablemente acabaría con Inosuke por el resto de sus vidas solo para apaciguar la soledad.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Un set de papeles se sienta en el suelo frente a ellas, diferentes cosas escritos en ellos. Aoi observa cuidadosamente,"Kochou", "Kanzaki", "Tsuyuri", "Kuze" y "Moyomiya" son las opciones de entre las que Kanao puede elegir apellido.
Su hermana mira a todos y cada uno de forma vacía, lentamente sacando su moneda y entonces:
"Cruz."
Kanao gira la cabeza lejos del papel con el nombre "Kochou" y se fija en el siguiente, "Kanzaki". Sin quererlo, Aoi traga.
La moneda vuela y vuelve a caer en el suelo, girando hasta que Aoi se siente mareada de aguantar la respiración y finalmente cae.
"Cruz."
De "Kanzaki", también, Kanao desvía la mirada.
Lanza la moneda una vez más. Debe ser el destino porque esta vez, la moneda presenta una perfecta "cara" cayendo justo en el de "Tsuyuri".
La acidez quema la garganta de Aoi—. ¡Ha hecho trampas! ¡Eso es hacer trampas, está usando su moneda, Kanao no está decidiendo por sí misma de verdad!
Kanae y Shinobu giran sus cabezas hacia Aoi, cuyas mejillas queman con enfado.
—Kanao, —empieza Shinobu, manos en la cintura—. ¿Es ese el apellido que quieres?
La niña aprieta el papel de "Tsuyuri" entre sus manos, echándole un vistazo a la moneda y asintiendo lentamente. Kanae suspira, puede que en decepción—. Bueno, no hay nada que podamos hacer. A Kanao le gusta ese.
—¡Pero eso es trampa! —apunta Aoi una vez más—. ¡Kanao solo eligió ese por la moneda!—. Toma el papel de "Kanzaki" y se lo enseña a Kanao—. ¿¡Es que no te gusta este!? ¿¡Tan malo es!? —. Cuando Kanao solo parpadea, Aoi coge el de "Kochou"—. ¿¡Qué hay de este!? Kanae y Shinobu tienen este apellido, ¿¡no quieres tener el mismo que ellas!?
Como es de esperar, los grandes ojos de Kanao se mantienen bien abiertos, observando con su profundo, profundo rosa. Aquel que siempre le ha puesto los pelos de punta.
—¡De acuerdo! —. El papel cae al suelo cuando Aoi lo suelta, pisando los dos apellidos que su hermana no había querido—. ¡Haz lo que quieras, me da igual!
Se escucha un portazo cuando sale corriendo de la habitación, con el preocupado grito de Kanae a sus espaldas.
Su hermana mayor la encuentra no mucho después escondida en la cocina, rodillas contra el pecho y cara enterrada entre las piernas.
—Venga, Aoi —llama ella suavemente, llevando una mano a su flequillo—. Tienes que darle a Kanao un poco de tiempo. De verdad que lo está intentando.
—¿¡Es que no ha estado intentándolo suficiente tiempo ya!? ¿¡Es que no la hemos ayudado!? —. Aoi escupe las palabras como veneno. Al principio ella había sido quien hacía el esfuerzo, tomando el valor suficiente como para hablarle a la única chica de su edad en la mansión desconocida y esperando poder hacer una nueva hermana. Pero los ojos de Kanao solo miraban, sin parpadear en la distancia, y no reaccionaba cuando Aoi le sugería jugar a las cartas hanafuda ni cuando ofrecía las karuta—. ¡No creo que lo esté intentando! ¡No creo que lo esté intentando para nada! ¡Siempre usa su moneda y me mira como si fuese una rarita cuando la rarita es ella!
La amable expresión de Kanae se retuerce en algo más—. No creo que quisieses decir esas cosas tan malas, ¿no?
Aoi reprime un gruñido y entierra más la nariz contra sus rodillas.
—Es una muñeca —susurra para que Kanae no la escuche—, eso es lo que es.
Cuando mira hacia arriba, el ensordecedor, aterrorizante rosa que ha sido su caída durante meses está en la puertas de la cocina, con los papeles arrugados de "Kochou" y "Kanzaki" en las manos.
La única cosa que Aoi alguna vez vio a Kanao hacer por su cuenta fue alejarse de la cocina aquel día.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Notes:
aaaaaa finalmente estamos cerca de la batalla, más o menos, eso espero.... de verdad que quiero escribir todo desmoronándose
Chapter 38: Danse Macabre
Summary:
—Te crees muy graciosa, ¿eh?—dice Aoi, por algún motivo enterrando la nariz en su hombro e inhalando con fuerza—, ¿y qué es eso de princesa?
—Solo un apodo que me acabo de inventar.
—¿Hoy mismo?
Aya se encoge de hombros con una sonrisa satisfecha—. Hará unos tres minutos.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
La idea es simple y probablemente infantil, pero son niños, así que no debería sorprender a Aoi.
Uzui, que como auto proclamado dios de las fiestas probablemente sabe todo lo que hay que saber sobre tradiciones de festividades, lo llama "bailar con la cumpleañera". Bastante obvio, enserio, no hay nada de misterio en ello lo cual es una pena.
Era tarde por la noche cuando alguien debajo de ellos encendió la radio, y estaban lo suficientemente cerca como para oír la música perfectamente.
Alguna canción americana ensordecía el interminable murmullo del distrito, ruidoso y alegre con coloridos instrumentos que se oponían a todo lo que una canción japonesa sería en tal ocasión. Inosuke, quien no tenía aprecio por las cosas apropiadas en lo absoluto, la encontró sorprendentemente agradable y empezó a balancearse al ritmo de la música como un animal salvaje.
—Oye, —, Zenitsu, como chico de ciudad que era, pareció reconocer la canción al instante—, así no es como se hace.
Pero Inosuke soltó una queja, se escabulló de sus frías manos y corrió a agarrar a Aya, balanceándola junto a él para escapar el orden de Zenitsu (y probablemente para fastidiarle también).
—¡Inosuke, bájame! —. Pero la risa de Aya decía otra cosa, desesperadamente intentando seguir el rápido ritmo de Inosuke. Zenitsu parecía positivamente asqueado ante el desorden de todo aquello y corrió tras ellos, pero Inosuke solo iba más rápido para escuchar sus quejas.
La música pronto echó raíces en sus huesos y les hizo agitar las caderas y los pies hasta que Aya empezó a verse un poquitín verde y no por las puntas de su pelo.
—Me estás mareando, ¡voy a vomitar! —advirtió al tiempo que escapaban de Zenitsu con un giro.
—Oh, no, ¡me niego! —. Inosuke le soltó las manos y la lanzó de un empujón hacia Tanjirou con un "¡tú te la quedas!". Él la cogió con rapidez y se unió al baile, como se podía esperar viendo el vaso vacío a su lado.
—¡Ahora tú conmigo, Monitsu!—. Y Aoi sabía que se estaba burlando porque Inosuke se había aprendido sus nombres hacía bastante. Su deducción solo se vio correcta al oír las quejas de Zenitsu, mientras Inosuke le agarraba ambas manos con fuerza y balanceaba a su mano como si fuese una muñeca de trapo en vez de en la manera más suave que había usado con Aya.
—¡Te odio tantísimoI —exclamó Zenitsu en algún momento, pero sus mejillas no estaban rojas por la ira. Y tampoco es que hubiese bebido mucho, tampoco.
«Ugh,» el sabor agrio de la cerveza no se podía comparar con el de su pecho cuando vio los estúpidamente torpes pasos de Tanjirou y Aya intentando bailar sin tropezarse, «amor adolescente.»
Él la manejaba con cuidado, preocupándose de donde pisaba a pesar de que sus movimientos eran patosos y toque prolongándose por un momento demasiado largo en puntos claves como las muñecas o los hombros de Aya. Decir que estaba enamorado sería quedarse corto.
Y oh, Aya, Aoi intentó imitar la pegajosa voz de un narrador de novela romántica, ella sonreía tanto, agarrándose a él con fuerza y la confianza de que no se caería si lo haría.
Ella tomó un sorbo, uno amargo y pequeño que le quemaba la garganta de manera distinta a como lo harían las lágrimas. Enserio, piensa ella, son la pareja perfecta.
¿Cuándo se confesaría él? Se preguntó Aoi, porque seguramente tendría que ser pronto. A lo mejor en alguna misión asignada a los dos, donde nadie más pudiese oírles. Aya no sería capaz de escapar incluso si quisiese porque serían solo ellos dos, juntos y atrapados.
Aquel día había sido un completo desastre y ella lo sabía.
—Por supuesto que ese rarito no me querría coger a mí —maldice Aoi en voz alta, entreteniéndose con las glicinias y el mortero. La pócima de dormir de Aya se estaba acabando—. ¿Por qué querría llevarse a una cobarde de bajo rango consigo? Las "tsugukos" son mejores, más fuertes seguro, ¡aunque una no sepa hacer nada por su cuenta y la otra pierda la cabeza cada vez que vea un gato!
Un crujido suena en la habitación y ella mira hacia abajo. Mierda, mierda, mierda, el bol se ha roto y ahora todo está manchado de estúpidas y dulces glicinias.
—¡Esto es definitivamente lo que necesitaba! —le dice a nadie, aunque haya una voz que contesta.
—¿Qué pasa para que tengas que soltar tantas palabrotas? —. La cara de Kobayashi aparece por la puerta, elevándose muy por encima de Aoi, que es un pedazo más bajita que él—. Ah, mierda—. Ella toma eso como que ha visto el desastre que ha hecho.
—Deja que te ayude, —empieza él, tomando algún trapo para limpiar el claro lila de la mesa y retirarle los trozos puntiagudos de entre las manos—. De verdad que has hecho un desastre —, se ríe, ligero y cálido como si nunca pudiese enfadarse. Al menos no con ella.
—¿Por qué eres tan bueno conmigo? —. La respuesta les deja a ambos paralizados, a él por oírla y a ella por hacerla en primer lugar.
—Solo soy... servicial —dice Kobayashi al principio, ofreciéndole una sonrisa mientras recoge los trozos arruinados manchados en sustancias pegajosas—. Es decir, es lo mínimo que puedo hacer. Comparado contigo no es nada.
No, está siendo humilde. A pesar de su falta de práctica ha visto a este chico tragarse una docena de libros en un periquete mientras a otro cualquiera le habría tomado semanas y soltar los contenidos como una maldita grabadora. Mentira, le habría tomado semanas incluso a ella. Es un prodigio, ¿y ni siquiera quiere reconocerlo?
—Déjalo —sisea ella—. No soy importante aquí, o nada en absoluto, y aun así corres tras de mí como si fueses un cachorro y yo tu juguete, solo dime, ¿qué demonios quieres?
Kobayashi parpadea, confuso, y aparta el trapo—. No me gusta mucho cuando hablas de ti de esa manera.
—Ja, —Aoi escupe una risa ácida—, como si te importase, pequitas.
—No, enserio, yo- —vacila durante un momento, lengua quedándose atascada entre los dientes—, creo que tienes muchas agallas.
Tiene que estar bromeando, pero se ve completamente serio.
—Te admiro mucho... a ti y a tus habilidades. Ya sé que piensas que no es nada porque no estás en el campo de batalla pero... —Aoi se da cuenta entonces de lo pequeña que es la habitación y de cuánto espacio ocupa Kobayashi cuando sus caderas se chocan contra la mesa. El espacio entre ellos no es suficiente y no ayuda que él apoye las manos a ambos lados de su cintura—. A mí me gusta mucho esa parte de ti.
Ella se congela instantáneamente porque él (y sus labios) están peligrosamente cerca—. ¿Qué...?
—¿Recuerdas cuando ese chico al que le cortaron el brazo vino a la Mansión? —. Aoi asiente porque no sabe qué otra cosa hacer—. Yo me desmayé al ver la sangre pero tú, en cambio, actuaste sin inmutarte—. Por supuesto que lo hizo, es su trabajo—. ¿Qué diferencia hay entre eso y luchar contra los demonios?
¡Muchas! ¡Demasiadas! grita una pequeña voz en su cabeza. Y Aoi está de acuerdo con ella.
—La verdad es que- —y oh, siente que no le va a gustar esto por la manera en la que se está inclinando hacia delante—, Aoi, te quiero.
Dioses, ha cerrado los ojos y sigue acercándose. ¿Es que quiere besarla? ¿Sellar su declaración con un beso? Cuanto más intenta Aoi alejarse más difícil es finjir que puede si quiera aguantarlo.
—Kobayashi, —intenta, empujando contra su pecho, y no es el tipo de murmullo que vendría de una chica enamorada.
Algo se rompe en mil pedazos y el sonido erige una pared entre sus labios. Kobayashi pega un brinco y da un paso hacia atrás, finalmente dejándole espacio a Aoi para poder respirar.
Kanao permanece de pie en la puerta como una niña a la que le han pillado haciendo algo malo.
—Uh, Aoi... —ella se sonroja, ojos yendo de Kobayashi hasta ella unas cuantas veces—, ¿he interrumpido-?
—No, —Aoi la corta rápidamente. Kobayashi se rasca detrás de la oreja y mira a otra parte.
—Ah, —. Kanao continúa mirando de un lado a otro hasta que las palabras vuelven a ella una vez más, lo más probable es que ni siquiera sepa qué está pasando—. Yo y la maestra queremos ir a ver a los otros que se fueron con el pilar del Sonido, algo sobre pobres modales de su parte uh... ¿quieres...?
—Sí —. Aoi ya está saliendo por la puerta para cuando Kanao anuncia su propuesta—, sí quiero, vámonos.
Dioses, maldice, a pesar de que ni siquiera los adora. El mero recuerdo le daba arcadas.
Solo espera que lo mismo no le pasa a Aya.
Hablando de Aya, Aoi se da cuenta de ello rápidamente, está viniendo justo hacia ella.
Con la rapidez de una cazadora bien entrenada se la lleva consigo, agarrando las manos de Aoi para levantarla y apegándola contra su pecho mientras murmura al son de la melodía de la canción que sonaba entonces.
Las manos de ambas son duras, desgastadas hasta que la suavidad las reclamó tras trabajo duro. Aunque un trabajo es más valioso que el otro. A la atención que le presta al detalle, Aoi se sonroja.
—¿Cómo es que no llevas el peinado de la abuela, princesa? —Aya arrastra las palabras, acercando a Aoi hacia sí en lo que parece más un abrazo que un baile—. Aunque supongo que te ves bien en cualquier cosa.
Aoi intenta con todas sus fuerzas que la voz no le tiemble y las hace a ambas parar de repente, quitándole los broches del pelo para dejar que el pelo le caiga libre porque la ropa de maiko nunca fue con ella—. Me quité ese horrible peinado en el primer momento en que me separé de tu abuela, y tú deberías haberlo hecho también.
Aya solo suelta un pequeño murmullo, enterrando la cara en el hombro de Aoi. Puede sentir su sonrisa incluso a través de la tela.
Debe estar contenta por Tanjirou, piensa ella, a lo mejor se ha pasado todo el rato que han estado bailando susurrándole cosas en el oído. A lo mejor ya se ha confesado, a lo mejor ya están juntos, a lo mejor Aya ni siquiera quiere contárselo a Aoi porque sabe que se comportaría raro y eso no es normal.
—¿Qué le dice un cero a un ocho?
—¿Eh? —. Cuando Aoi se aleja de Aya para mirarla a la cara ella la espera sonriente—. ¿Qué dices?
—Me gusta tu... cinturón —, ella se sonroja y desvía la mirada—. Perdón, es que estabas muy seria de repente y me dijiste que me buscaste otro chiste, entonces-
—No estoy seria —replica Aoi, dejando que Aya la coja de la mano para darle una vuelta y volver de nuevo contra ella.
—Más bien has estado cascarrabias toda la noche —ladea la cabeza como un perrito bien entrenado y le ofrece a Aoi un puchero—, y es mi cumpleaños, no te gustaría que estuviese triste en mi cumpleaños, ¿no, princesa?
—¡Por supuesto que no! —responde ella automáticamente. Aya solo se ríe.
—¿Sabes? Eres una bailarina espantosa —. Es gracioso viniendo de alguien que la habrá pisado ya unas cinco veces en los cuatro minutos que llevan de baile—. Las princesas deberían saber bailar. A lo mejor te doy clases y todo.
—Te crees muy graciosa, ¿eh?—dice Aoi, por algún motivo enterrando la nariz en su hombro e inhalando con fuerza—, ¿y qué es eso de princesa?
—Solo un apodo que me acabo de inventar.
—¿Hoy mismo?
Aya se encoge de hombros con una sonrisa satisfecha—. Hará unos tres minutos.
—Eres tan- —, Aoi la gira sobre sí misma y le agarra antes de caer al suelo—, insoportable.
—A lo mejor —. Esta vez Aya toma el control de sus manos y mantiene a Aoi contra su pecho—. Cuéntame qué mas soy, princesa.
—Eres una manipuladora —por alguna razón la palabra le viene con rapidez y fuerza—, me vienes con esa sonrisita y esos apodos bobos, llamándome, "Aoi-senpai, ¿qué significa esto? Aoi-senpai, ¿qué significa esto otro?", diciéndome que soy muy lista o que tengo el pelo muy bonito o que no podrías vivir sin mí, y al final me tienes comiendo de la palma de tu mano. Justo igual que Kanao —. Aoi suelta un bufido—. Aunque eso con ella es más fácil.
La saca de quicio lo confusa, lo ignorante que suena Aya al cuestionar—, ¿es que crees que te miento al decir esas cosas?
Eso la deja momentáneamente paralizada—. ¿Sí? ¿Por qué lo... dirías, sino?
—Porque las creo —susurra ella, ojos ligeramente nublados con lo que podría igualar un suero de la verdad—. Las he creído desde el primer momento en que te conocí, ¿recuerdas? Aquella vez en la enfermería cuando vinimos por primera vez.
—Zenitsu no paraba de gritar y tuve que ir —completa Aoi por ella—, nos estrechamos las manos. Pensé que las tuyas eran suaves.
—Sí, —Aya suelta una risita—, y una noche fui a tu habitación a pedirte medicina para dormir y... supongo que te convertiste en mi confidente en la Mansión Mariposa.
—¿Más que Kanao? —. No le gusta lo desesperada, lo expectante que suena, pero sigue estándolo.
Aya frunce el ceño, intentando distinguir los rasgos en la cara de Aoi, cegada por el alcohol.
Las palabras escapan de la boca de Aoi antes de que pueda pararlas—, huyamos.
Eso hace que Aya abra los ojos de par un par igual que lo habría hecho un vaso de agua fría a la cara—, ¿qué?
—Hay- —Aoi traga a mitad de frase—, hay un demonio en mi casa, lo he visto, es-
—Aoi, —la para Aya, con ambas manos en su pecho—, no podemos irnos y... abandonar aquí a Kanao y a la abuela.
Se desliza lentamente lejos del agarre de Aoi—. Estoy cansada de huir y no... no estaría bien, Aoi. Ya he intentado hacer esto antes, mi... mi yo de antes —desvía la mirada durante un segundo, avergonzada—, ya le hizo mucho daño a mi familia y eso es lo único que harás ahora tú también, no es-
—¿¡Por qué debería importarme!? —. Aoi se agarra a ella para que no se le deslice de entre los dedos—. ¿¡Sabes cuanto le importo a Kanao!? ¡Porque puedo decírtelo!
—Aoi- —. Y su expresión coincide con la de Kanae hacía ya tantos años.
—¡No! Estoy muy, muy cansada de tener que llevar a Kanao constantemente de la mano —continúa ella—. ¡Siempre tengo que actúar por ella porque no puede hacer nada por sí misma! ¡Soy yo la paciente en todo! ¿¡Sabes lo que hizo cuando el maldito Uzui intentó llevarnos a mí y a Naho!? —. Aya no intenta responder a eso—, ¡te llamó a ti! En vez de intentar ayudar a la familia que la ha criado durante años, ¡Kanao te llamó a ti! ¡Porque no le importamos nada! ¿¡Por qué debería yo preocuparme por ella!?
Aya se ve demasiado horrorizada ante la revelación, llevándose una mano al bolsillo y tocando algo con los dedos—. Pero lo está intentando, ¿n-no? Lo está-
—¡Kanao está tan apegada a ti como lo estaba con esa maldita moneda suya!
Aya se vuelve extremadamente pálida ante la palabra "moneda".
—Es culpa mía —susurra por alguna razón—, es-
—¡Oye, cumpleañera! —. Es un misterio como no notan antes la enorme sombra de Uzui acercándose hacia ellas. Presiona a Aya rápidamente contra su lado izquierdo, envolviéndola fuertemente con un brazo musculoso—, no te he visto desde que la fiesta empezó, ¿te estás divirtiendo? —, de repente silba, mirándola de arriba a abajo—, solo te había visto en uniforme pero hay que admitir que el kimono te sienta bien, a lo mejor deberías enseñar más de vez en cuando.
Está claramente borracho, no hay necesidad de tener el olfato de Tanjirou para detectar el olor derrochando de él. Aya suelta un pequeño quejido debajo de él y se aprieta el kimono.
—Uzui-san, me está aplastando.
El Pilar no se da cuenta de lo apurada y ansiosa que suena—, ¡por supuesto, por supuesto! A veces me olvido de que vosotros los bajos rangos debéis ser tratados con más cuidado, ¡puede que os rompa un hueso o dos si no mantengo mi fuerza a raya!—. Y se ríe y se ríe, carcajadas resonantes que podrían romper ventanas aun con Aya contra sus costillas. Completamente opuesto a él, ella está positivamente aterrorizada.
—P-por favor, Uzui-san —suelta un chillido sin aliento—, ¿podría soltarme? No me siento... no me siento bien. Todo está empezando a-
Hay otro chillido mientras Uzui continúa riendo. Aoi frunce el ceño y tira de Aya para sacarla de debajo del enorme pilar. No pasa ni un segundo para que salga tambaleando, sudando de forma excesiva y apoye la frente contra el hombro de Aoi. Se mantiene muy, muy callada. Y no le gusta que parezca que acaba de acudir a ella tras una pesadilla.
—¡Casi la aplastas! —acusa Aoi, intentando que Aya no se caiga de rodillas por la manera en la que le tiemblan las piernas. La normalmente despreocupada expresión de Uzui se amarga ligeramente—. ¿Es que te cuesta tanto que te importen otras personas?
Por una vez el enorme Pilar se ve torpe, rascándose la barbilla mientras Aoi ayuda a Aya a contar hasta diez para que pueda volver a respirar—. A mí sí que me importa la gente.
—Bueno, ¡pues claramente nosotros no somos esa gente! —escupe ella indignada, frotándole la espalda a su amiga que apenas puede mantenerse en pie—. ¡Te has llevado desde que nos conocimos insultando a los chicos, maldita sea, ni siquiera te sabes sus nombres! ¿¡Cómo quieres que hagan un buen trabajo si eres un cerdo con ellos!?
—¡Sí que me sé sus nombres! —muerde Uzui de vuelta como si fuese un niño, pero Aoi le reta a decirlos y él se queda callada. La mirada asqueada que le da vale mucho más que cualquier cosa que pudiese decir.
—Para tu información, ¡vine aquí para disculparme! —intenta él una vez más, como si aquello fuese una discusión que ganar en vez de una situación real—. Ajá, ese novio suyo —apunta a Aya, que empieza a recuperar el color lentamente—, insistió porque dice que "olió" su miedo cuando me acerqué a ella antes, ¿qué clase de tontería es esa?
Ya, así que vino a probar que no hizo nada mal en vez de a disculparse de verdad. Aoi chasquea la lengua irritada.
—No se preocupe, Uzui-san, no es... no es nada, —murmura Aya, aunque gordos chorros de sudor le bajan por la frente y se aleja cuando Uzui intenta tocarla—. No me estaba... aplastando, cuando Aoi se lo dijo dejó de apretar, es solo que... —traga saliva, sin poder mantener contacto visual—, no me toque de forma tan casual, por favor... es solo eso...
Aoi siente la satisfacción radiar de él, y a pesar de que como Pilar, debería ser mejor que esto, dioses, va a-
—No le caes bien a Aya porque hiciste, y sigues, haciendo comentarios raros sobre su cuerpo —escupe, porque sabe que Aya no lo hará—. Discúlpate, ahora.
—¡A-aoi! —, llama Aya de forma apresurada—. Lo... lo siento tanto, Uzui-san, no quería decir eso, yo-
—¡Por supuesto que sí quería!
—¡Aoi!
—Dioses, —Uzui se pellizca el puente de la nariz y ambas chicas miran hacia arriba para verle a la cara—, estoy demasiado borracho para esto.
Y entonces se desploma de repente, ahí mismo en el techo.
—Uh...—. Aya parpadea, lentamente, y da un paso para alejarse de él—. A lo mejor deberíamos irnos ya, es tarde, ¿no?
Al ritmo de los tambores y el saxofón, había bailado antes con Zenitsu. Y cuando la canción había sido invadida por las trompetas y el piano, había sido Kanao. Por supuesto, se dio cuenta al pensarlo con más detenimiento mucho después, Aoi no debería haberse creído especial, no para ella, ni para nada ni nadie en lo absoluto.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Las trompetas y el piano inunda la habitación de la oiran Warabihime.
—Bueno, —dice ella en voz alta, más para la chica aterrorizada a sus pies que por ella—, ahora voy a comerte.
—No intentarás gritar y tampoco intentarás huir, porque en el momento en que lo hagas, te absorberé con mi obi y caerás inconsciente —. La criatura que ha adoptado el nombre de Mokumokuren en las calles mira a la chica, leal al lado de Warabihime—. Además, —añade ella—, nadie te oirá.
Si alguien, por coincidencia, escuchó alguna vez gritos venir de la habitación de la oiran, probablemente los confundieron con el delicioso jazz americano que sonaba en su habitación a altas horas de la noche.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Notes:
aaaaaa qué sueño, no sé si estaba claro que warabihime era daki/un demonio, ¿se entiende? me preocupa un poco
en fin, próximo cap tanaya 100%, nos vemos la semana que viene
(por si no ha quedado claro, a aoi le gusta aya, vale, gracias, buenas noches)
Chapter 39: El olor a amor está en el aire
Summary:
—Me alegra que hayas sido honesto conmigo, así que no voy a seguir interrogándote—. Tanjirou alza una ceja y se ríe un poco de su tono solemne—. Pero que sepas que esta conversación no ha terminado.
—Oh, ¿enserio? —. Tanjirou se acerca a ella—. Yo creo que sí.
Y se acerca.
—Porque llevo queriendo besarte todo el día.
Hasta que ya no puede acercarse más.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Está yendo a los tejados, igual que ayer y el día anterior.
La noche es exquisitamente clara, ni una sola nube a la vista. Como tal, el cielo azul oscuro se mantiene perfecto con sus pequeños puntos brillando a lo lejos.
Incluso si no es el séptimo día del séptimo mes, las estrellas de Orihime y Hikoboshi están unidas por un puente brillante, más cerca que nunca. Tanjirou se distrae un poco mirándolas y se da cuenta de que está haciendo a Aya esperar, así que se apresura a seguir caminando y volver a verla una vez más.
Pero allí ya hay alguien.
Es casi instinto guiarse por el olor en vez de por las características del hombre en el techo. Hombros anchos y el pelo más negro que ha visto alguna vez, Tanjirou se congela a solo unos metros de la vista de Muzan Kibutsuji.
Él nota la presencia de Tanjirou, por supuesto que lo hace, son los únicos allí. Pero antes de que pueda gritar, Muzan se pone un dedo por encima de la boca y sonríe.
—No querrías despertarla, ¿o sí? —. Sus ojos sangre apuntan hacia el suelo donde está Aya, sin moverse, en un charco de su propia sangre. Tanjirou no está seguro de si está respirando o no, y la posibilidad de que no lo esté le azota con tanta fuerza que tiene que apretar los puños para no temblar.
—¿Qué quieres? —. Tanjirou sisea sin embargo, intentando ver si el pecho de Aya se mueve o no—. ¿Por qué estás aquí?
—Qué jovencito más grosero —se ríe Kibutsuji, arrodillándose al lado de Aya—. Y yo que venía a tener una agradable charla contigo.
—No tenemos nada de lo que hablar —su voz suena ahogada, y luego enfurecida cuando Kibutsuji coloca un mechón de pelo detrás de la oreja de Aya con la punta de su afilada garra.
—Pero por supuesto que lo hacemos —insiste él, mirando a Tanjirou con esos ojos rojos suyos—, y me temo que tendrás que escucharme quieras o no—. Muzan sonríe—. No llevas tu espada contigo.
Una vez que apunta ese hecho Tanjirou mira hacia abajo y siente su tren inferior demasiado expuesto porque es verdad, no trajo su espada con él, lo que ahora le parece un craso error.
Kibutsuji suelta una carcajada profunda una vez más—, aunque tampoco es que tuvieras nada que hace contra mí si así fuera—. Vuelve a levantarse y le manda a Tanjirou una mirada particular—. Dime, ¿dónde está tu hermana?
—No está aquí —. Tanjirou está agradecido porque no haya venido esta vez—. Y no le pondrás la mano encima.
—Estás siendo verdaderamente testarudo —. Kibutsuji ladea la cabeza como una serpiente que le enseña los colmillos—. ¿A lo mejor tu pequeña camarada será de mejor ayuda?
«No» quiere decir él, «no te atrevas a tocarle un solo pelo de la cabeza» Pero continúa inmóvil con algo frío pesándole en el pecho.
—Esta estaba esperándote —apunta Kibutsuji—, la hiciste esperar demasiado, me parece.
El charco de sangre sigue aumentando bajo Aya cuanto más habla, brillando bajo la luz de la luna en un tono rubí.
—Pero todos tus amigos están por aquí, ¿o me equivoco? —continúa él con un dedo en la barbilla—, esparcidos por todas partes como ratas, algo adecuado para el cuerpo de cazadores.
Tanjirou no sabe como Muzan averiguaría tal cosa, o como podría averiguar siquiera donde está él en primer lugar. ¿Sabía que estaba aquí todo el tiempo? Donde sea que fuese, ¿lo sabría él? Tanjirou quiere gritar.
—Como ves, soy un hombre razonable —Kibutsuji continúa hablando, satisfecho con la forma en la que Tanjirou está fijo en su sitio—, y creo que podríamos llegar a un acuerdo.
—No creo que eso sea posible —. Tanjirou repite las palabras de Rengoku-san—. Te odio.
Sea como sea, Kibutsuji sonríe.
Y Tanjirou quiere hacer algo, solo para poder hacer que Kibutsuji deje de sentir que tiene a Tanjirou en la palma de su mano, pero el momento en que lo hace sus ojos rojos se vuelven más profundos y sus uñas se vuelven más largas y puntiagudas alrededor del cuello de Aya.
«Déjanos en paz» piensa él «déjanos en paz y no vuelvas, sal de mi vida, déjame vivir en paz tanto como pueda en esta pequeña dicha que me he construido, ¿qué ganas con mi sufrimiento?»
—Joven Kamado, —Kibutsuji dice su nombre con rintintín—, mátate y ahórrame los dolores de cabeza, ¿quieres?
Tanjirou traga porque Aya sigue cerca de su agarra. Algo dentro de él está palpitando.
—Es solo lo natural, ¿no? —. Kibutsuji ríe un poco—. Tu y tu monstruito de hermana sois los únicos que quedan de tu familia, y más pronto que tarde seréis aplastado por uno de mis subordinados. Si lo hicieses tú mismo, me ahorraría mucho tiempo y esfuerzo.
Están solos bajo el cielo de la noche que protegió al padre de Aya durante tanto tiempo en su juventud. Se pregunta si ella adoraría este dios ahora.
—Estás loco, —consigue Tanjirou decir al final—, estás loco. Lo sabes, ¿no?
—¿Te estás negando? —Kibutsuji se ríe un poco—, porque no puedes, ya no. No cuando eres el último que queda.
Cuando Tanjirou pregunta a qué se refiere, Kibutsuji se ríe de nuevo—. Ya te dije que sabía dónde estaban tus amigos. ¿No has olido la sangre?
Justo como había dicho ahí están, detrás de Kibutsuji. Una montaña de cadáveres que se parecen a toda la gente en su álbum de fotos.
Y de repente Tanjirou tiene trece años de nuevo y Kibutsuji es más alto que él por un gran margen, tan grande que sus ojos rojos son lo único que puede ver, oír y oler.
Aya estaba muerta igual que todos los demás.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Tanjirou se despierta antes del amanecer.
Con la forma en la que corre al baño no se fija en el grupo de chicas reunidas alrededor de las puertas y las ventanas, mirando algo fuera en lo que él no está particularmente interesado mientras se apresura a cruzar el pasillo.
Cierra la puerta con demasiada fuerza pero no le importa, está demasiado ocupado intentado empujar lo que debería estar en su estómago dentro de su cuerpo. Pero por mucho que lo haga todo explota y las arcadas invaden la silenciosa habitación.
Tanjirou vomita. Y lo hace una y otra y otra vez.
Para cuando termina le tiemblan las rodillas y la garganta le quema amargamente. Solo entonces, apoyado contra el lavabo, se da cuenta de que lleva sudando de forma exagerada a saber cuanto tiempo, así que los rizos se le quedan pegados en asquerosos mechones que le hacen sentir incluso peor de lo que ya lo hacía.
Las chicas en la casa continúan susurrando y murmurando fuera, pero en la única cosa en la que Tanjirou puede pensar es en lo mareado que está.
—La nieve ha venido pronto este año.
Es lo poco que consigue oír con la cara enterrada en el retrete.
Tiene la sospecha de que es por culpa del alcohol que bebió anoche, porque esto no es normal, ni siquiera para él. Y no le gusta la manera en la que está temblando.
«No está aquí» se tiene que recordar Tanjirou a sí mismo contra el frío suelo «no está.»
A través de la ventana del baño el mundo se muestra ante él para decirle que lo que ha oído de las chicas es verdad, una gruesa manta de nieve cubre las calles como si fuese un lienzo esperando a ser pintado.
Y él sigue ahí fuera, con pintura roja en mano. Incluso si no allí, Muzan sigue ahí fuera, y un ser eterno nunca deja de estar hambriento.
E incluso si estuviese allí, piensa él, abrazándose las piernas contra el pecho, Tanjirou haría más que llorar y gimotear contra la nieve.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
A la noche siguiente, cuando Aya aparece en los tejados, Tanjirou está frenético.
Se lo encuentra dando vueltas y murmurando para sus adentros; Aya tiene que darle un golpecito en el hombro para que por fin se dé cuenta de que está allí, y de que puede oírle hablar de ella (o al menos puede oírle mencionarla una o dos veces) en su irrefrenable charla consigo mismo.
—Aya —llama Tanjirou, a pesar de que ha estado allí ya durante varios minutos, y se coloca muy cerca. Espera un minuto, como si dándole la oportunidad a Aya para que se aleje de él o se libre de su agarre. Mientras tanto, ella escanea el tejado con los ojos y no encuentra a Nezuko.
—¿Dónde está tu hermana? —pregunta extrañada, a lo cual Tanjirou aparta la mirada, mordiéndose el interior de la mejilla. Aya mira sus manos, donde hay dos mudas de ropa, y se pregunta para quién sería.
—Nezuko hoy no ha venido —empieza Tanjirou carraspeando la garganta. Cuando Aya alza una ceja y se queda mirándole en silencio a la espera de una explicación, él empieza a enrojecer—. Esta noche estamos solo... los dos.
—Ya, —dice ella, y le da la sensación de que Tanjirou le roza la piel a propósito al dejarle la ropa en las manos—, ¿está enferma?
—No...
Ella da un paso atrás cuando Tanjirou da un paso hacia adelante—. ¿Es que no quería venir?
—Le dije que se quedase en la caja.
—¿Y por qué hiciste eso?
A este punto Tanjirou está agachándose para poder estar a su altura y ella no tiene otra opción sino apoyar las manos en su pecho.
—A veces eres tan boba.
Ella solo parpadea como una idiota—. ¿Eh?
—Porque aún tengo que darte tu regalo de cumpleaños —. Y sin más le lanza el kimono a la cara y se aleja con una sonrisa satisfecha.
Aya se lo aparta de forma brusca y bufa, porque por mucho que le guste este juego que tienen siempre es frustrante quedarse con las ganas.
—¿Y cuál es mi regalo? —. Aya alza la ropa con una mano—. ¿Esto?
Tanjirou se lleva una mano a la barbilla y pretende pensar durante un rato—. Hmmm, ¿sería cliché si te dijese que yo soy el regalo?
Aya le golpea el pecho y suelta una risita—. Déjate de bromas, enserio, ¿qué tenías pensado regalarme?
Cuando Tanjirou solo continúa mirándola divertido, ella deja de reír—. Espera, ¿de verdad?
—De verdad de la buena —asiente Tanjirou, y ella le golpea en el pecho otra vez.
—¡Sí que es cliché! —. Pero a pesar de todo, le invade una risa tonta y acaba teniendo que taparse la boca con una mano.
—Por una noche —empieza Tanjirou alzando un solo dedo—, vamos a bajar al distrito como clientes, sin estar de incógnito, y estaremos los dos solos—. Oh, entonces la ropa era para eso—. Sin Nezuko, ni Inosuke, ni Zenitsu ni nadie.
—¿Así que... —Aya intenta no hacerlo pero no puede parar de sonreír—, como una cita?
—Es decir, si quieres-
—Sí —responde sin pensarlo—, sí que quiero. Es una cita.
Tanjirou sonreía tanto como ella hasta que algo pareció pasarle por los ojos.
—A lo mejor podríamos posponerlo a después de la misión —. La cara de desilusión de Aya le hizo a él sonar más urgente—. Es solo que...
—Las chicas desaparecidas han estado en aumento desde lo de las Plagas —completa ella por él, y Tanjirou chasquea la lengua.
—Además de que el demonio atacó a Inosuke y a Aoi el otro día.
Otro chasquido.
—Y también sería irresponsable andar juntos en ropa de civil por el distrito.
Esta vez ambos se miraron durante un largo rato sin decir nada, con las ropas en la mano e ignorando de forma consciente los ruidos de una pelea que había empezado abajo en las calles y que parecía muy violenta.
Al final se cambiaron de ropa entre risitas emocionadas y bajaron a las calles de todas formas.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Por ahora no hay ninguna cabeza de pelo negro u ojos carmesí entre la multitud, a Tanjirou le da miedo que los haya.
Pensó mucho en traer la espada consigo, e incluso de camino se arrepintió de lo haberlo hecho. Esperaba captar algún olor a sangre o ver a alguien con una piel demasiado pálida, y consideró volver a por la espada, escondida en algún lugar de la casa, pero continuó caminando a pesar de los advertencias en su cabeza porque llevar una espada a una cita no es algo que los adolescentes normales suelan hacer.
Tanjirou no tenía mucho dinero, ni en aquel entonces ni nunca, pero había conseguido ahorrar un poco saltándose los almuerzos en días impares y ahora tenía una cantidad considerable para poder invitar a Aya en la primera cita.
No hicieron gran cosa, si una cita al menos necesita demasiadas cosas que hacer para ser especial Pero Aya, al contrario que Tanjirou, que visitó Asakusa a principios de año, nunca había estado en la ciudad. Y el distrito rojo era lo más parecido a una que había visto en su vida.
Acorde a esto, no paraba de mirar de un lado a otro y de soltar grititos cada vez que veía algo que le llamaba la atención (esa categoría englobaba muchas cosas) e incluso deambulaba lejos de Tanjirou si se distraía demasiado. Se sintió tan natural que acabasen cogidos de la mano que ninguno de ellos siquiera se dio cuenta.
Debido a las luces brillantes que le daban a Aya dolor de cabeza, de vez en cuando se retiraban a algún sitio apartado y charlaban de cualquier cosa, tan cerca el uno del otro que las nubes de vaho blancas de cada uno se mezclaban. La conversación era abundante y fluía tranquila como un rio, abarcando temas desde comidas favoritas hasta preferencias en el papel de regalo, e incluso hubo un monólogo por parte de Tanjirou que no paró de hablar de tipos de carbón en un rato de aproximadamente treinta minutos, que fue seguido por otro monólogo incluso más largo sobre guerreros en las historias que había leído con las chicas mariposa y Nezuko por parte de Aya.
Sin embargo, dieron vueltas alrededor de los puestos de comida la mayor parte del tiempo y quien quiera que les hubiese visto comer se habría dado cuenta desde el principio que eran gente de pueblo, habría que culpar la forma en la que engullían todo de un bocado y disfrutaban de ello incluso el triple más que alguien que hubiese podido comer aquella comida regularmente.
También se podría apuntar que su sencilla honestidad era algo raro en las grandes ciudades; en una ocasión una de las raciones vino con trozos impares, así que cuando vieron la porción restante, intercambiaron miradas e insistieron en que el otro la tomase una y otra vez. Se llevaron así varios minutos, con argumentos como que Tanjirou no dejaba pagar a Aya así que debía cogerlo él o que era la primera vez que Aya comía aquello así que debía cogerlo ella. Al final del argumento la porción estaba fría y ni siquiera valía la pena comerla, por lo que acordaron que no sería para ninguno y que se lo darían a Inosuke cuando le vieran.
Aunque estuviese fría y dura, ambos pensaron, seguramente a él no le importaría.
El distrito rojo parecía estar especialmente diseñado para que los hombres le pudiesen comprar todas y cada una de las cosas que las geishas u oirans pidieran, así que las calles estaban plagadas de tiendas interminables que ofrecían incontables artículos y cachivaches de cuya existencia mayoritariamente ninguno conocía.
Cuando Tanjirou se ofreció a comprarle a Aya una cosa con forma alargada y brillante que ni él mismo sabía qué era, ella simplemente ladeó la cabeza como un cachorro confundido y optaron por volver a dejarlo en la tienda.
Una vez se cansaron de andar tomaron asiento en una cafetería con una terracita que había sido cubierta de nieve la noche anterior. El personal debió haberla despejado con palas porque aun así había gente sentada allí fuera con calentadores bajo las mesas mientras se calentaban las gargantas con té u otras bebidas, pero los restos de la nieve retirada seguían en el suelo y los bordes de las sillas.
Un extraño olor venía de una mesa en la esquina, donde una oiran en la compañía de un hombre hablaban rodeados del vaho que venía de una bebida roja en las manos de la mujer. Ella no parecía demasiado interesada en la conversación, apenas escuchando al hombre que ahora hablaba sobre como la guerra iba en Occidente y el consecuente bombazo que había conllevado para su compañía de pólvora, probablemente intentando impresionarla. No estaba funcionando.
A parte de ellos, otros hombres de negocios iban acompañados por geishas y oirans esparcidos por la cafetería, siendo que aquella debía ser su principal clientela. Tanjirou se sonroja ante la idea que podrían hacerse sobre ellos al verle yendo con Aya a tal sitio, y se sorprende a sí mismo al no importarle demasiado.
Afortunadamente, no había ojos carmesí entre la multitud pero él lo comprueba dos veces y no encuentra nada. Aunque sigue estando intranquilo durante el resto de la noche.
—Te queda bien el pelo así —dice Tanjirou, una vez se sentaron en uno de los sitios donde había nevado menos. Aya suelta una risita y se coloca un mechón detrás de la oreja, intentando no pensar demasiado en sus manos entrelazadas sobre la mesa.
—Gracias —. Aya exhala una nube de vaho blanco como si su cuerpo quisiese probar que el tiempo no estaba en su favor aquel día—. Aoi me dijo que podíamos llevar el pelo como quisiésemos y la verdad es que —ella se acerca un poco. De esta manera, el rojo que se ha pintado en sus mejillas por culpa del frío es incluso más visible—, estaba empezando a odiar tenerlo tan apretado todo el rato.
Tanjirou se acuerda de como Muzan le había tocado el pelo en su pesadilla y un escalofrío por poco hace que se le venga la bilis a la garganta.
—Nezuko echa de menos hacer eso —dice en cambio para alejar el pensamiento. Ante la ceja alzada de Aya, él continúa—, trenzarte el pelo, me refiero. Pero creo que te echa de menos en general.
La sonrisa de Aya se derrite en algo más tierno mientras le frota los nudillos con el pulgar—. Me he encariñado mucho con ella.
—Lo sé, y debería darte las gracias. De verdad que significa mucho para mí—. Y entonces para, toma una gran bocanada de aire y luego coloca ambas manos sobre las suyas—. Por eso he estado pensando en... algo.
Aya desvía la mirada de sus nudillos, una repentina llamada a la realidad en mitad de la fantasía en la que ambos han estado viviendo, y le dice que continúe.
—Hablé con Uzui —la expresión de Aya se amarga y Tanjirou tiene que apretar para que su mano no se aleje—, y me hace pensar que no sabías en lo que te estabas metiendo cuando escogiste ir con Himejima.
Esta vez Aya sí que aleja la mano de su agarre—. No me gusta el giro de esta conversación.
—Escucha, —empieza Tanjirou de nuevo, y su mirada suplicante consiguen que de alguna manera ella lo haga—, tienes una familia.
Aya se mantiene callada, estudiándole cuidadosamente con esos ojos tan, tan profundos que no le han mirado de esta manera en mucho tiempo.
—Si algo llegase a pasar- —intenta él pero Aya ya se ha levantado y se encuentra en las calles, alejándose.
—No puedo creerlo, —le escucha Tanjirou maldecir mientras él corre para alcanzarla entre la multitud—, ¡no puedo creerte!
—No es lo que estás pensando—pero Aya se para de repente y se gira para encararle con toda su pequeña y disciplinada furia.
—¡Quieres que abandone el cuerpo!
—Vale —Tanjirou se para ante eso—, es exactamente lo que estás pensando—. Aya empieza a alejarse una vez más y él se apresura a continuar—. Por favor no te enfades.
—¡Tengo mis razones! —intenta Tanjirou una vez más tras ella, pero Aya simplemente da pisotones más fuertes en su interminable viaje por las calles.
—¿¡Y qué razones son esas!? —exclama ella sin mirar atrás—. ¡Dime, oh, gran soldado Kamado!
Finalmente llegan a un claro en un pequeño callejón, alejado de orejas curiosas que probablemente no entenderían de lo que hablan. A pesar de todo Aya sigue caminando.
—¿¡Puedes por favor parar un momento!?
—¡No! —replica Aya con una amargo siseo—. ¡Me acabas de pedir que abandone el cuerpo! ¡Me acabas de pedir que abandone a mis amigos y a mi familia! ¡Me acabas de pedir que abandone tres años de entrenamiento y lo que es más importante, me acabas de pedir que te abandone a ti!
Esa última parte le pega tan fuerte que se para de repente. Al notar que ha dejado de perseguirla, Aya se para también.
—Esto no tiene nada que ver conmigo —empieza Tanjirou lentamente—. Solo pienso en tu madre, que no tiene a nadie más, y en tu abuela, que te echaría mucho de menos—. Espera por una reacción, lo que sea que le diga lo que Aya está sintiendo—. ¿Es eso tan malo?
El profundo suspiro que suelta vuelve a Aya más pequeña, como si se encogiese de tamaño al abandonarla la ira.
Cuando se gira, en contraste, solo hay pena.
—Esto tiene todo que ver contigo —. Su voz está tan llena de lástima que duele—. Nunca cambiarás, ¿no?
Ante la obvia confusión de Tanjirou, ella continúa—. ¿Por qué no puedes decir que estás preocupado, en vez de buscar excusas en el bienestar de alguien más?
—Yo-... —. Se queda quieto, sin pestañear porque no hay palabra que salga de su boca. La nieve a su alrededor sigue siendo impolutamente blanca.
—¿Es que te crees que no me doy cuenta cuando te ocupas de las misiones de otros? —Aya está extrañamente calmada, como si resignada a todo ello—, ¿o cuando le das tu comida a alguien?
En cambio, Tanjirou no dice nada.
—Ya te lo dije una vez—. Hay una pausa en la que Aya no hace nada más que mirarle, parece decepcionada—. Duele cada vez que haces esas cosas. Duele pensar que ni siquiera eres capaz de decirme tus verdaderos sentimientos sin escudarlos tras alguien más. ¿Tanto te odias? —. Y entonces se ríe, una risa cansada que se asemeja a un suspiro—. Es casi como una tendencia suicida.
El viento frío le agita el pelo, Tanjirou siente a sus pies firmemente pegados a la nieve. Aya espera—, ¿es que no vas a decir nada?
Él se siente expuesto, como si le hubiese estampado con cada una de sus mentiras, y luego se da cuenta de que Aya verdaderamente ha aprendido a usar esos ojos suyos.
—Siempre ves a través de mí, ¿eh? —. Tanjirou se rasca la mejilla avergonzado.
—Me temo que para mí siempre has sido claro como el agua.
—Perdona por sugerir que abandonases el cuerpo—dice Tanjirou entonces—, es solo que...
—¿Estás asustado?—intenta Aya por él.
—Soy cauteloso —dice él en cambio—. Simplemente tuve una pesadilla.
Aya se siente ahora lo suficientemente cómoda para acercarse a él, de puntillas para poder tomarle la cara entre sus manos—, ¿y por qué no me lo dijiste?
—Pensé que no sería un buen tema de conversación que mencionarle a la chica a la que estoy intentando... cortejar —. Aunque desvíe la mirada sigue viendo la manera en la que Aya frunce el ceño desaprobatoriamente.
—Creo que es un buen tema de conversación que mencionarle a la chica que quiere que seas feliz, incluso si la cortejas o no —. Hay una pausa que Aya utiliza para presionar la cara contra su hombro—, Himejima-san dice que hablar de ello es bueno, ¿sobre qué iba esa pesadillas?
Tanjirou titubea por un minuto, sus manos se mueven nerviosamente antes de abrazarla por completo—. La mayoría iba... sobre ti.
—Asumo que salía herida —le da la oportunidad a Tanjirou de negarlo o no, así que él asiente.
—La mayor parte del tiempo estamos de vuelta en mi casa, —su voz es apena un susurro—, hay un bebé.
A Aya le cuesta pronunciar sus próximas palabras. Suena angustiada—, un... ¿un bebé?
—¿Es muy pronto para decir eso? Perdona, yo-... —. Va a dar un paso hacia atrás pero Aya le aguanta para que se quede donde está.
—No, no, no pasa nada. Continúa.
—Vale... —. Tanjirou suelta un largo suspiro. Esto es más difícil de lo que pensaba, aunque no es que haya pensado en hacer esto en un primer lugar—. Es una vida sencilla, una vida feliz, y tú siempre estás radiante. Pero entonces...
El silencio le sigue y Aya espera de forma paciente, jugando con los rizos en su nuca.
—Pasa algo —. Describirlo en detalle es demasiado difícil pero afortunadamente Aya no está esperando una respuesta elaborada—. Siempre pasa algo.
Ella le abraza más fuerte, tan fuerte que hasta empieza a ser asfixiante pero es reconfortante porque así era como solían darse los abrazos en su casa. Tanjirou se pregunta si Aya lo sabía, parecía saber muchas cosas a pesar de que él no se las contara.
Es por eso por lo que finalmente Aya se separa de él lo suficiente como para mirarle a la cara y entonces entrecierra los ojos.
—Espera —Aya inspecciona su expresión y encuentra lo que sea que estuviese buscando—, has dicho "la mayor parte del tiempo", ¿significa eso que ha pasado más de una vez?
«Constantemente» dice su mente «y ahora no puedo estarme quieto, no cuando él sigue ahí fuera, causando estragos y destruyendo la vida de otras personas igual que yo, y me vuelve loco no saber cuando volverá a aparecer para arruinarme como hizo la última vez.»
—Uh.... —encuentra a su propia voz diciendo—, una o dos veces—. Ante la insistente mirada de Aya, él lo intenta otra vez—, ¿tres?
—Me alegra que hayas sido honesto conmigo, así que no voy a seguir interrogándote—. Tanjirou alza una ceja y se ríe un poco de su tono solemne—. Pero que sepas que esta conversación no ha terminado.
—Oh, ¿enserio? —. Tanjirou se acerca a ella—. Yo creo que sí.
Y se acerca.
—Porque llevo queriendo besarte todo el día.
Hasta que ya no puede acercarse más.
Esta vez no es un sueño ni una fantasía. Puede sentir la cálida respiración de Aya contra su cara, lo fríos que están sus dedos al ir más y más arriba entre su pelo o la manera en la que le abraza con fuerza.
Es un beso largo, aquel que comparten. Casi inmóvil si no fuese por la manera en la que Tanjirou frota tiernamente las mejillas de Aya con sus pulgares.
Cuando se separan, Aya bufa—. ¿Estás besándome para que no pueda enfadarme contigo?
—¿Funciona? —. Tanjirou le da un pico en los labios. Y luego otro y otro.
En el último Aya le agarra y hace que se quede quieto, yendo por un beso largo una vez más.
Hay una repentina oleada de dolor y el sabor familiar del metal en su boca tiene un significado distinto al de siempre.
Aya da un paso atrás, susurrando—. Ni siquiera puedo estar enfadada contigo más de dos minutos—entonces sonríe, y la sangre de Tanjirou le pinta los labios—, sabes demasiado bien.
De alguna manera las manos de Tanjirou encuentran el camino hasta los muslos de Aya—yo tampoco puedo, —y entonces estruja —, tú también sabes demasiado bien.
Así que como si fuese a devorarla, Tanjirou se abalanza sobre ella.
Aya ahora le tira del pelo, tomando puñados y puñados de mechones carmesí entre sus dedos mientras intenta seguirle el ritmo. Pero Tanjirou la quiere de forma tan fuerte, de forma tan profunda, que la besa con prisa y hambre donde sea que pueda. Primero son los labios, que empiezan a hincharse después de un rato, así que se traslada naturalmente hacia su mandíbula y esparce suaves besos a lo largo de su piel.
Puede que sea atrevido pero sus manos están lentamente escalando las piernas de Aya, tomándolo todo. Y a ella no parece importarle.
De hecho, le jala del pelo con más fuerza cuando Tanjirou presiona los labios en una esquina sensible, solo para soltar un suspiro gustoso que viene desde algún lugar muy hondo de su pecho. Sin siquiera inmutarse él la agarra de los muslos y la levanta, no necesita decir nada porque por sí sola Aya le rodea la cintura con las piernas y deja que la cargue entre sus brazos.
Continúa en su valiente misión de amar cada trozo de piel en el que puede poner los labios, naturalmente siguiendo el camino de su barbilla y terminando en su cuello mientras ella suelta un profundo murmullo y pide sin aliento más, más, más .
Así que con gusto, Tanjirou obedece su petición.
Se le abre más camino a la boca de Tanjirou y solamente a la suya una vez que Aya apresuradamente tira del cuello de su propio kimono para enseñarle que hay otro lunar en su cuello a parte del que hay en su mejilla. Tanjirou besa ese también, y todos los que encuentra en su camino hacia la clavícula.
Justo como siempre había soñado, Aya sabía de la misma manera que olía, y eso solo emocionaba más.
El pecho le retumba a Aya al reír "¡me haces cosquillas!", alentándole a que lo haga otra vez.
—Siempre eres tan bueno —Aya exhala suavemente—, tan, tan bueno, mi dulce Tanjirou.
—Tu Tanjirou —repite él en un susurro, alejándose durante un segundo para saborear esas palabras tanto como está saboreando a Aya—, tu Tanjirou.
Inhala con fuerza, toma una gran, gran bocanada de aire porque quiere embriagarse en la esencia de Aya—. Por favor, no me dejes.
Aya promete que no lo hará, pero no es suficiente.
—Me da miedo, —susurra Tanjirou—, todos los días llego pronto a los tejados y espero que vengas como siempre, yo solo... —. Todo se siente mucho más cálido cuando está embriagado de este sentimiento—. No sabría qué hacer si no aparecieses.
—Pero lo haré —dice Aya—. Apareceré. Siempre—. Tanjirou niega con la cabeza porque hay algo cerca de su cuello hay otra cosa. Delgadas líneas rojas le rodean la tráquea a Aya. Y huelen a sangre de demonio.
A veces Aya es tan ingenua, tan ajena a la tragedia, que su inocencia es casi preciada.
Sabe que es sangre de demonio no solo por su distinto olor, sino porque es la única cosa en la que puede fijarse.
Un pensamiento repentino le golpea, «Rui.»
No solo han invadido los demonios cada trozo de su mente, alma y cuerpo, sino que incluso han marcado a aquellos que atesora y aprecia. Es un recordatorio, grabado en sus huesos y su sangre cada vez que ha perdido algo, de que no podrá ser feliz porque siempre hay gente que le hará daño sin razón.
Así que besa esas marcas también, porque se niega a darles lo que quieren.
«Esta es mi felicidad» quiere decir con esto «y no es algo que no me arrebatarán»
«Y si lo hacen» piensa, «que se atenten a las consecuencias.»
Es una vez más un pensamiento repentino el que le hace parar, y es el de que Aya lleva sin moverse un rato.
Tanjirou mira hacia arriba porque es difícil mirarla con la nariz enterrada en su cuello.
—¿Aya? —llama lentamente. Pero Aya está tiesa entre sus manos—. ¿Es que no te gusta esto?
Con razón, Tanjirou la vuelve a dejar en el suelo preocupado, aguantándola por los antebrazos para que no caiga al suelo. Ella tarda un poco en reaccionar.
—¿Eh? —. Aya parpadea, lentamente volviendo a respirar a un ritmo normal—. Lo siento... mucho, perdona, qué... ¿qué has dicho?
Él estaba tan concentrado en el olor del demonio que no había notado el miedo agudo que emana como si fuese perfume. El pensamiento de que la ha asustado tanto como, o incluso más que Uzui, no es demasiado agradable.
—He preguntado si no... te gusta lo que estábamos haciendo.
—¿Qué? —. Aya parece ligeramente confundida, casi mareada—. Perdona, no puedo... lo siento, perdona, es que no puedo-
«¿Por qué se disculpa?» se pregunta, porque todas las palabras que salen de la boca de Aya son o tartamudeados "lo siento" o variaciones de disculpas murmuradas.
—Aya, —llama Tanjirou, agarrándola por los hombros. Sus próximas palabras mueren silenciadas por risas desconocidas.
Al final del callejón se encuentra un grupo de chicas adornadas con kimonos coloridos y maquillaje. Sus risas son burbujeantes y alegres, pero hay algo en ellas que pone a Tanjirou nervioso, así que abraza a Aya contra su pecho y ella apoya la mejilla ahí.
No quería que viesen nada que no tuviesen que ver, tampoco. Y Tanjirou no va a dejar expuestas las marcas que acaba de hacer.
—¡Shinazugawa, todavía no puedes hacer eso! —. Una de las chicas, con ojos grises y una sonrisa juguetona, exclama ante la escena. A Tanjirou le toma un segundo para darse cuenta de que cuando dicen "Shinazugawa", se refieren a Aya.
—Qué monos —exclama otra con una mano en la mejilla. Predeciblemente, las otras rompen a reír.
—Apartaos —. Una figura alta se cierne sobre ellos, llevando un kimono que debe valer más que la casa de Tanjirou. La manera en la que las otras instantáneamente se callan y le abren camino le recuerda a la manera en la que las presas huyen de los depredadores grandes.
Hay una pequeña risa cruel al tiempo que se acerca para inspeccionar la escena con sus brillantes ojos verdes—, quiero verlo por mí misma.
—Warabihime... —susurra Aya, tan horrorizada como mareada.
—Ciertamente, —dice la mujer con diversión—, a todos les va a encantar esto.
Abandona la escena sin otra palabra, que las otras chicas no necesitan para seguirla—. Ya nos veremos en la casa.
Hay una sola mancha de rojo sobre la blanca nieve. Y es la sangre que cayó del labio de Tanjirou.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Después no hay mucha conversación, por mucho que él lo intente. Aya parece distante, con los ojos en algún sitio incluso más alejado de lo normal. Cuando intenta tocarla ella retrocede igual que cuando se conocieron por primera vez. Le preocupa que también parezca un poco asustada, así que no lo vuelve a hacer.
Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que estuvieron en silencio que solo ahora se da Tanjirou cuenta de lo raro que es que Aya no hable, especialmente que no hable con él. Principalmente está incomoda, frotando el sitio donde Tanjirou dejó aquellas marcas. Puede que debiese haber preguntado antes, pero tampoco sabe como mencionarlo o incluso disculparse por ello.
A lo mejor ella no le quiere tanto como él la quiere a ella, o que Tanjirou ha cruzado líneas que no debería haber cruzado . Puede que Aya lo haya pensado mejor y no le encuentra tan buen partido como otro podría serlo. Eso le asusta un poco, pero lo preferiría por encima de que Aya arrepintiese elegirle a él más tarde.
Al final se despiden ignorando lo incómodo de la situación y se van en direcciones distintas.
Pero antes de eso, Tanjirou se gira bruscamente.
—¡Aya! —. Ella pega un respingo ante tan repentina llamada, ya alejada a unos metros de él. Si Aya quiere que sea egoísta, esto es lo que Tanjirou le dará—. ¡Nos veremos mañana donde siempre, ¿no?!
Aya sonríe cansada pero tierna a la vez, cara borrosa contra la luz de la luna de manera que solo puede ver sus dulces ojos y no su labio temblando.
—Pase lo que pase, confía en mí, ¿vale?
Debería haberle preguntado a qué se refería, debería haberle dicho que lo sentía, Tanjirou debería haber hecho muchas cosas pero no las hizo.
Porque al día siguiente, solo quedan él y la nieve.
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Notes:
jaja hola otra vez!! he estado ocupada porque me he mudado para la uni y pues eso
por fin estamos en el climax de la primera mitad del arco así que la semana que viene empieza la batalla !!!!
solo hay un problema, dónde está Aya?
Chapter 40: Desapareces (y solo quedo yo)
Chapter Text
Incluso durante el día, Tanjirou huele a sangre.
Bueno, siempre ha olido a sangre. Es un olor que no puede quitarse de encima, sin importar lo mucho que se bañe o lave la ropa, e incluso le preocupa que pueda olerle así a los demás.
Pero cuando le preguntó a Zenitsu, su amigo le dijo que olía a limpio, y ni Urokodaki con su olfato pudo detectar aquel olor del que hablaba. Parecía que el único que podía olerlo era Tanjirou.
Se podría decir que llegó a obsesionarse un poco con ello; frota con fuerza las manchas en la ropa cuando hace la colada, durante los baños procura llevarse en remojo diez minutos más de lo necesario e incluso usa el jabón de glicinias de Aya, pero siempre huele a sangre y solo puede esperar a que desaparezca por su cuenta, pero como si se burlase de él, no lo hace.
Y ahora, como si quisiese provocarle, solo aumenta.
—Inosuke —. Él y Tanjirou han estado en los tejados durante veinte minutos y nadie ha aparecido, así que Tanjirou habla—. ¿Te parece que huelo mal?
Su amigo levanta la mirada bizqueando. Se ha estado rascando desde que llegó, con el kimono a la altura de la cintura. Intentó quitárselo entero porque no lo soportaba, pero dejárselo puesto como cinturón ha sido lo máximo que Tanjirou ha conseguido de él.
Inosuke olisquea el aire y se encoge de hombros, sin dejar de rascarse.
—Hueles a jabón —. Hace una pausa para tirarse un eructo y continúa—. Qué asco.
—Inténtalo otra vez —urge Tanjirou—. ¿No te huele a nada raro?
—Qué va —dice Inosuke—. Es como si acabases de salir de la lavandería del Estado Mariposa. Lo cual es raro porque hace mucho que no estamos allí.
—¿Seguro? —, Tanjirou se rasca la rodilla—, ¿no te huele nada como...? No sé, ¿sangriento?
Inosuke frunce el ceño meditabundo y luego pone una cara asqueada—. Ugh, hueles a Aya. No sé como no lo he notado, apestas a ella y a esas estúpidas glicinias y ni siquiera es época de apareamiento.
Se le debe notar en la cara porque la expresión de Inosuke se amarga de repente.
—¿He dicho algo malo?
La verdad es que Tanjirou no ha vuelto a ver a Aya desde entonces, ni en sus reuniones nocturnas ni en la casa Kyogoku.
Después de tres noches sin saber nada de ella Tanjirou se atrevió a dirigirse a la casa y preguntar, pero lo único que le dijeron era que "Shinazugawa" no se encontraba bien y que volviese en otro momento.
Un par de días después nadie parecía recordar su nombre. Incluso la chica con la que habló desvió la mirada y juró no saber nada.
Pero en las calles es distinto y los rumores vuelan; la mayoría clama que la nueva había aligerado los pies, abandonando a la hermana con la que había entrado a la casa(todos parecían echarle un vistazo a Tanjirou aunque nadie decía nada), otros dicen que murió de un resfriado, que la habían visto extremadamente pálida y débil durante varios días hasta que no volvieron a verla, pero los más curiosos y amantes de las conspiraciones dicen que la oiran la mató igual que había matado a la oiran con la que compartía casa, Hinatsuru. Pero cuando sigue indagando nadie sabe realmente dónde está Aya, solo especulaciones e historias demasiado grandes como para ser verdad. Muchos mencionan también a Yuka Shinohara.
Parecía algo que se escucharía en una historia o una leyenda, no algo que pasaba en la vida real.
El incidente era ya famoso por todo el distrito rojo y probablemente habría llegado a oídos de gente fuera del mismo. Y es que Shinohara le había plantado cara a la madama de su casa.
Por lo que Tanjirou había oído, las oiran que decidían retirarse habiendo pagado su deuda a la casa que las acogió lo hacían silenciosamente, durante la noche, y se casaban con algún hombre rico o un pretendiente igual de bueno para poder vivir cómodamente el resto de sus vidas.
Pero, ¿y Shinohara? Ella ya había pagado su deuda, se suponía que debía haberse casado hacía medio año y aun así seguía en el distrito, ¿qué habría pasado?
La madama, eso había pasado.
No quería dejar ir a Shinohara, es decir, que no le había dicho que ya era libre de su obligación para la casa, es decir, que se había llevado meses de retraso mientras su pretendiente esperaba. ¿Qué creía que iba a pasar sino?
Por supuesto, el pretendiente se cansó y se buscó a otra esposa, abandonó a Shinohara y a su familia que dependía de aquel acuerdo para pagar unas deudas que les dejaron en la calle.
En resumen, la madama le había arruinado la vida a Shinohara.
Por eso al enterarse, Shinohara entró en cólera.
Insultó y maldijo a la madama en mitad de la calle, para que todo el mundo la viera. Montó tal espectáculo que incluso la policía, que no solía involucrarse en el distrito, ni siquiera poner pie en él, tuvo que intervenir para disolver el escándalo que se montó.
El conflicto partió el distrito en dos.
Por una parte, Shinohara seguía siendo propiedad de la madama. No podía estar contra ella porque perdió ese derecho en el momento en que fui vendida a la casa, incluso si ya había pagado su deuda o no.
Otra sección, sobre todo chicas como Shinohara que también habían sido vendidas, decían que aquello era una injusticia.
Habiendo cubierto su precio original, Shinohara ya no tenía deber alguno con su ama. Los detalles de cuando una chica dejaba de ser propiedad de la casa se volvieron muy difusos, e incluso se habló de demandas, abogados e incluso un juicio.
Nunca en sus cientos de años de historia se había llevado al tribunal un caso en defensa de las chicas en el distrito rojo, y si llegase a haberlo hecho, Shinohara se habría convertido en la primera de la historia en presentarse no solo a ella, sino también a todas las demás, como individuos merecedores de respeto a pesar de sus relaciones con el distrito rojo. Incluso se oía la palabra "revolución" en el viento.
Pero eso no pasó, porque Shinohara desapareció y todos dejaron de hablar de ella igual que lo habían hecho con Aya.
No era coincidencia que se repitiese tanto su nombre junto al suyo pues, igual que Shinohara, se decía que ambas habían tenido conflictos con la oiran Warabihime de la casa Kyogoku.
Así que no es que Inosuke haya dicho algo malo, menciona a Aya como mencionaría a otro cualquiera. Pero que lo haga le da a Tanjirou ciertas nauseas.
—No es culpa tuya, Inosuke... —. Tanjirou se sigue rascando la rodilla por encima del kimono—, hace tiempo que no veo a Aya. Eso es todo.
Inosuke suelta un murmullo y hace un puchero, meditabundo—. Ahora que lo dices, tampoco he visto a Aoi.
Tanjirou pega un pequeño respingo—. Ni a Kaede-san.
Inosuke se acerca un poco—. Ni a Kanao.
—Significa eso que...
—¿Se habrán retirado? —completa Inosuke por él.
La posibilidad se queda en el aire, flotando por encima de sus cabezas. El silencio, como todas las cosas en calma, es roto por Inosuke.
—¡Hemos ganado! —exclama de repente—. Oye Tanjirou, ¡hemos ganado!
Ambos explotan a reír y se abrazan, coreando "¡hemos ganado! ¡hemos ganado!" sin pensar en la gente de abajo, que podría oírles.
Para cuando terminan a Tanjirou le duele el estómago y él e Inosuke se apoyan en el otro para mantenerse en pie. No les queda aliento.
—Espera, —interviene Tanjirou de repente—. Me has llamado por mi nombre.
Inosuke sigue jadeando a su lado, pero no parece extrañado—. ¿Eh? ¿Cuando?
—Antes —le da un codazo sonriente—. Me llamaste por mi nombre, Tanjirou.
—Es tu nombre, ¿no? —dice Inosuke—. Tanjirou Kamado —. Él se ríe y le da otro codazo, Inosuke entonces le empuja sin mucha fuerza—. Zenitsu se quejaba todo el rato y no dejó de molestarme hasta que me aprendí los nombres de todos.
—Entonces cuando nos llamas por el nombre incorrecto...
—Solo lo hago por fastidiarle —Inosuke le da una sonrisa de oreja a oreja—. Pero no se lo digas a Zenitsu o sino no tendrá gracia.
Tanjirou se aguanta la risa exitosamente—. Supongo que está bien si le molestamos, pero solo un poco.
Nadie le ha revuelto el pelo desde que tenía cerca de cinco años, pero Inosuke lo hace con tanta facilidad que el gesto lleva Tanjirou de golpe a esa edad.
—¡Admite que te gusta molestarle! —oye a Inosuke decir a través de su propio pelo.
—¡Vale, puede que un poco! —. Tanjirou consigue apartar las manos de Inosuke y volver a colocarse el pelo de forma medio decente—. Pero solo porque a veces él también nos molesta.
—Ya —. Inosuke chasquea la lengua—. Solo por eso.
—Zenitsu debería estar por aquí y te va a oír —empieza Tanjirou para cambiar el tema—, ahora que lo pienso, ¿no está tardando mucho Uzui?
Ambos se miran durante un segundo como esperando a que pase algo, pero eso que debería pasar no pasa.
—Jaja, ¿es que crees que se ha retirado también? —. Debería ser una broma por la manera en la que Inosuke lo dice, pero a Tanjirou no le hace mucha gracia.
—No me gusta esto, puede que al final las chicas no- —se para repentinamente y se queda quieto, observando a la lejanía—. ¿No es esa Kanao?
Inosuke se gira en la dirección hacia donde señala Tanjirou y, justo como ha dicho, se puede distinguir la silueta de la chica en la distancia.
—¿Crees que lleva ahí mucho tiempo? —empieza Inosuke.
—No lo sé —responde Tanjirou, dando un paso adelante para llegar hasta ella—. Pero deberíamos averiguarlo.
—Chica mariposa, oye —. Cuando la alcanzan Inosuke la agarra del antebrazo y le da unos cuantos tambaleos, Kanao se mueve a su son con tanta pasividad como si estuviese hecha de trapo—. ¿Dónde están las demás? ¿Qué ha pasado?
—Kanao —dice Tanjirou esta vez de forma más suave—. ¿Por qué estás aquí fuera tú sola?
Pero Kanao no dice ni una sola palabra y continúa temblando, sudorosa cuando la toca y fría de haber estado contra el viento helado.
—Así que tú eres la única que queda —. Una voz desconocida irrumpe en mitad de escena. A sus espaldas está Uzui, que les mira con la mayor seriedad con la que se ha dirigido a ellos nunca—. Me temo que ya estoy al corriente.
No hay signo alguno de sentimiento en su voz cuando dice—, no me han llegado cartas de Zenitsu desde hace días. Supongo que es lo mismo para la otra.
Por primera vez Kanao parece asentir levemente. No se atreve a devolverle la mirada a ninguno.
—No entiendo —empieza Inosuke tentativo, pero Tanjirou empieza a hacerse una idea.
—¿Qué hay que entender? —dice Uzui de manera cortante—. Estamos investigando un demonio y de repente no solo uno, sino dos reclutas desaparecen sin dejar rastro. Yo creo que no hay nada que entender.
—Eres un hijo de pe- —. Tanjirou agarra a Inosuke antes de que pueda abalanzarse sobre el pilar—. ¿¡Cómo puedes decir que nuestros amigos han desaparecido y quedarte tan tranquilo!? ¿¡Cuál es tu puto problema!?
—¿Y qué quieres que haga? —. Uzui continúa tan sereno como siempre—. No tenemos tiempo de guardar el luto, ni siquiera podemos secarnos las lágrimas. Ese demonio sigue ahí fuera y alguien tiene que hacer el trabajo, así que daré por muertos al rubito, la chica de Himejima y a mis esposas y seguiré con la misión por mi cuenta —. Entonces se gira a Kanao, que ha ido empalideciendo progresivamente a medida que Uzui pronunciaba más y más palabras—. Vete a casa con Shinobu y guardale el disgusto como lo ha hecho la azulita. Y va también por vosotros —esta vez mira a Tanjirou e Inosuke—, sino queréis perder a nadie más.
—¿Y qué pasa con Kaede-san? —interviene Tanjirou—. Ella no se habría ido así.
—Oh, pues lo ha hecho. Vino a mí anoche tras enterarse de que su nieta había desaparecido —. Y lo siguiente que sabe es que nada de lo que dice Uzui le llega de verdad. Su voz parece que viene de lejos, pero le escucha y a Tanjirou le gustaría que no fuese así—. Ofreció su retirada oficial, incluso me dio toda la información que tenía, por eso sé con certeza que esto es demasiado para vosotros —. Uzui suspira como si llevase el peso del mundo sobre los hombros—. Supongo que tenía razón, se me da fatal proteger a la gente.
—No... diga eso —. Todos se giran hacia Kanao. A parte de lo pálida que está, no porta expresión alguna—. No se martirice, señor... Es... es culpa mía... Debería haber hecho algo, si lo hubiese hecho, Aya y Zenitsu no estarian...
—No hace falta que lo digas —. Es la mayor suavidad que le han visto usar nunca, es la mayor suavidad que le han visto usar nunca a nadie. Cuando los dedos de Uzui acarician la cabeza de Kanao, parece otra persona distinta—. No es culpa tuya, Kanao. Así que por favor, vete a casa.
Eso es lo que dice, y parece que lo dice de verdad. Sin embargo, Tanjirou no le escucha.
Como en la casa familiar de Tanjirou o en el lugar donde descansa Orihime en el cielo, cuando algo se te es arrebatado solo quedan él y el olor a sangre.
Pero por suerte, él sabe qué hacer ahora. Y no es quedarse parado con los pies pegados en la nieve.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Chapter 41: Un niño en mitad de un paisaje de arrozales
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
El Sol se pone sobre el horizonte, dando paso a una nueva noche de invierno.
Tanjirou ya se ha quitado el maquillaje y ha vuelto a coger la espada para cuando Koinatsu entra en la habitación.
«Ah,» piensa él, mientras ambos comparten una larga, larga mirada, «mierda.»
Es, sorprendentemente, la primera vez que ha dicho una palabrota.
—Sumi... —empieza Koinatsu echándole una mirada de arriba a abajo—, ¿qué llevas puesto?
Se refiere a su uniforme, al que todavía le falta la chaqueta y el cinturón. Es raro que no comente nada de la espada.
—Señorita Koinatsu, verá... —intenta él torpemente. Se abrocha los botones de la camisa apresuradamente y continúa—, lo cierto es que no me llamo Sumi.
—Oh —es lo único que dice la oiran—. Me lo imaginaba.
«Mierda,» esa es, necesita reiterar, la segunda vez que Tanjirou maldice en su vida.
—Disculpe las molestias —empieza Tanjirou de nuevo una vez se ha puesto el haori y el cinturón—. Pero me marcharé de esta casa hoy mismo —le acerca un sobre a Koinatsu, que contiene el precio por el que originalmente fue comprado como Sumi—. Le agradezco a usted y a todas las demás por haber cuidado de mí, pero me temo que debo marcharme pronto.
—Entiendo —dice Koinatsu dando un pequeño asentimiento cabizbajo—. Gracias a ti también por tu gran trabajo, Su... ¿Sumi?
—Me llamo Tanjirou —contesta él, estrechándole la mano al dejarle el sobre—. En un principio vine aquí porque tenía una misión y me sabe mal haber tenido que mentirle.
—No es nada —. Koinatsu deja el sobre sobre un mueble y vuelve a girarse hacia él—. ¿Es algo malo?
—Podría decirse que sí. Venimos unos cuantos para exterminar a un demonio, tres chicos y tres chicas, y ha llegado la hora de cumplir con eso —. Suena más como el cazador de demonios que el chico que Koinatsu conoce cuando dice las siguientes palabras—. Le prometo que salvaré a todos los desaparecidos. No solo a Suma, sino a todos.
Es una promesa, es una verdad. Tanjirou tiene la certeza de que deben estar ahí, en alguna parte. Recuerda la cara de Aya, su pelo revuelto por el viento, el aliento congelado alrededor de sus mejillas sonrojadas.
—Pase lo que pase, confía en mí, ¿vale?
Quiere hacerlo, no hay nada que no quiera hacer más que eso. Y ella no lo habría dicho sin motivo, no ella, no Aya. Por eso, Tanjirou piensa:
—Es lógico —les había dicho la noche anterior a Inosuke y Kanao—. Uzui estaba vigilando por las noches fuera de las casas, ¿verdad? Pero las desapariciones no han disminuido, es decir, que el demonio tiene una manera de actuar sin que le vean de casa en casa.
Inosuke y Kanao ladearon la cabeza en sincronía, e incluso le miraron de la misma (confundida) manera.
—A lo que me refiero —suspira Tanjirou—es a que debe haber pasadizos secretos por donde el demonio se transporta de una casa a otra.
Kanao tensó el labio y asintió después de un segundo de contemplación—. En el reporte de Kaede-san decía que la mayoría de las víctimas solían estar relacionadas con un número limitado de casas. Fueron nuestro principal blanco en el ataque de los bichos.
Hubo una pequeña pausa silenciosa en la que Tanjirou e Inosuke se miraron por el rabillo del ojo.
—Es que vosotros... ¿no teníais reportes? —. El silencio se prolonga y Kanao solo suena más confusa—. ¿Entonces qué teníais?
—Uh... —Inosuke se rasca la barbilla—, ¿nuestro instinto?
Kanao parpadea—. ¿Vuestro... qué?
—Volviendo al tema —la corta Tanjirou antes de que salga a la luz lo desordenado de los métodos de Uzui. Dioses, de verdad que debería haberse unido al equipo de Kaede—, El demonio debe tener un método no violento para tomar a sus víctimas no quiera llamar la atención. Y una masacre no le vendría bien.
—A lo mejor tiene una madriguera —sugiere Inosuke de repente—. Ya sabéis, para el invierno. Necesitará mucha comida para hibernar.
Tanjirou piensa en la manera de decirle que eso es absurdo sin ser demasiado brusco cuando Kanao se frota los nudillos—. Puede que suene ridículo pero... creo que tiene razón.
"¡Por supuesto que la tengo!" exclama Inosuke mientras ella se gira hacia Tanjirou.
—La abuela de Aya dice haber luchado ya con este demonio —dice Kanao, lo cual ciertamente no le sorprende, la mujer había estado apestando a amargo durante días—. También dice que la buscó durante mucho tiempo, pero que nunca volvió a verla.
—Eso suena mucho a hibernar —remarca Inosuke entre dientes—. De hecho es hibernar, ese demonio hiberna. Hacedme caso, tengo una corazonada.
—Tu última corazonada fueron gases —le recuerda Tanjirou.
—¡Pues ese señor acabó siendo un estafador, así que sigo teniendo razón! —insiste él lanzándole una mirada enfurruñada.
Kanao se lleva una mano a la boca y parece querer preguntar.
—No quieras saberlo —le corta Tanjirou antes de que pueda hacerlo—. La historia incluye una sombrilla, el pis de aquella señora y unas langostas. El incidente del retrete nunca se volverá a contar así que por favor, no preguntes.
Se puede escuchar una nueva maldición venir de Inosuke mientras Kanao solo asiente con la cabeza, continuando con la conversación—. Sí que es cierto que Kaede-san creía en la existencia de túneles que conectaban las casas, pero quería asegurarse primero.
—¿Es que venía en el reporte? —se burla sarcásticamente Inosuke.
—Pues sí, sí que venía —contesta Kanao sin parpadear. En situaciones como esta, profesionales y donde todo se rige por protocolo, habla mucho más de lo habitual—. También viene un gráfico del aumento en las desapariciones de chicas en el distrito que empieza a principios de año, lo cual apoya tu teoría sobre el hibernamiento. Probablemente para que no la reconozcan, hiberna durante un par de décadas antes de salir y empezar a cazar de nuevo.
—Sí que encajaría con la idea de que trabaja entre humanos, lo cual nos vuelve a llevar a lo que estaba diciendo antes —le sigue Tanjirou—. Que todas las chicas desaparecidas, las esposas de Uzui, Zenitsu y Aya siguen con vida en alguna parte.
—Y no os voy a pedir que vengáis conmigo —continúa, desviando la vista a las calles cubiertas de nieve, que se parecen a llamas del infierno bajo la luz roja de los farolillos—, tampoco os voy a pedir que me creáis, o que hagáis lo que yo, pero de verdad que creo que Aya, Zenitsu y las demás chicas están vivas —. Ahora se levanta, mientras el aire invernal hace que se balanceen sus pendientes—. Así que actuaré tomando esto como una verdad.
—Pero... —intenta Kanao—, pero Aya sí que está- —entonces se para de repente y mira a la derecha del tejado, pero no hay más que nieve acumulada.
—Olvídalo —susurra, volviendo a fijar su vista en Tanjirou. Él no pregunta e Inosuke tampoco.
—Si queréis venir conmigo —dice Tanjirou una vez más— nos reuniremos todos en la casa de Inosuke al anochecer. Sino, actuaré por mi cuenta y saldré a cazar a esa misma hora.
En el cuento de Orihime y Hikoboshi la pareja no había tenido a nadie más que el uno al otro. Solo el padre que les había castigado, ningún abuelo benevolente, compañero de copas amistoso o siquiera un amigo confiable al que acudir para pedir ayuda.
—Yo también lucharé contra el demonio —afirma Kanao con certeza—. Quiero... quiero hacerlo. Sin moneda.
—¡Y yo! ¡Sin moneda también! —. Inosuke le da una palmada en la espalda con tanta fuerza que hace a Kanao tambalear—. Ese feo de Chuuitsu se cree que puede librarse de mí, ¡más quisiera!
—¡E-eso! —exclama Kanao apretando los puños, incluso si su tímida voz hace que sus gritos sean más apagados y chillones—. El feo de... de... ¡de Chuuitsu!
—¡El feo de Chuuitsu!
—¡El feo de Chuuitsu!
—¡No, no, más alto! ¡El feo de Chuuitsu!
—¡El feo de Chuuitsu! ¡El feo de Chuuitsu! ¡El feo de Chuuitsu!
Le alegra que su versión de la historia, más cercana a la realidad, tenga esa diferencia.
—Vaya —dice Koinatsu—, pues eso me alivia mucho, Tanjirou. Sé que harás un gran trabajo —ladea la cabeza y todos los adornos tintinean—, aunque sea mi última noche aquí, al menos puedo sentirme segura de nuevo aunque sea un día más.
Tanjirou alza las cejas sorprendido—. ¿Es que está pensando en "aligerar los pies"?
Pero Koinatsu simplemente se ríe—. No, ¡para nada! Es solo que por fin he pagado mi deuda y alguien está dispuesto a casarse conmigo —. Su expresión se torna ligeramente más seria—. Desde lo de Shinohara, las madamas han estado intentando seguir a rajatabla con el cumplimiento de las deudas para que no haya otro alzamiento, así que yo soy algo así como una distracción para todos aquellos que tienen los ojos en la situación.
—No me gusta ser una marioneta pero... —continúa Koinatsu, esta vez con un ligero fruncimiento de cejas—, llevo mucho tiempo queriendo irme a pesar de que me preocupen las demás. No las tratan bien, sobre todo a las que tienen la mala suerte de enfermar.
—Usted no tiene la culpa —la tranquiliza Tanjirou—, tiene derecho a ser feliz en otro sitio, es normal que quiera irse.
—Ah, querida Sumi —dice Koinatsu con cierta diversión—, de verdad que eres muy considerado —. Y luego sonrió, de una manera un poco más suave que otras veces—. De verdad espero que tengas éxito.
—Lo tendré, —le asegura Tanjirou, agarrándose al borde de la ventana y con un pie fuera—. Yo mismo me aseguraré de ello.
Y casi como un fantasma, desaparece en la oscuridad de la noche sin dejar rastro.
...
...
...
Lo habría hecho, de no ser porque apenas a unos metros de la ventana, le viene un olor putrefacto a cenizas.
Y si no le falla la nariz (nunca lo ha hecho) ese olor viene de la habitación de Koinatsu.
La mayoría de demonios con los que Tanjirou se ha encontrado son caricaturescos, con formas y cuerpos retorcidos, cráneos hinchados o partes que salen de sitios de donde no deberían salir. Como tal, ha aprendido a asociar a los demonios con apariencias extravagantes y monstruosas que esconden lo poco humano que podría haberles quedado debajo. Sin embargo, la demonio que está de pie en la habitación no es nada de eso.
Sigue pareciendo inhumana, no escapa a eso, pero paradójicamente y de forma tan diferente a otros con quienes se han encontrado, es bastante mundana. Incluso se atrevería a decir que parece una mujer cerca de los 20 ataviada en adornos y maquillaje aunque su nariz le indique que no lo es.
—¿Eh? —. Desvía la mirada de la cabeza de Koinatsu, que permanece en el aire atrapada por la faja del demonio, y le dedica a Tanjirou una mirada cruel—. ¿Otro cazador de demonios?
Hay muchos pensamientos pasando por su cabeza, empiezan por cómo no huele a sangre en la habitación y terminan en que todo por debajo del cuello de Koinatsu ha desaparecido. En cambio, el olor a ceniza se concentraba en la faja que rodeaba a la oiran.
—¡Suéltala! —demanda Tanjirou blandiendo su espada—. ¡Suéltala ahora mismo!
—Oh, así que sí que han venido —dice el demonio sin demasiada impresión—. ¿Cuántos más hay cómo tú? Estaba la chica rubia y la otra morena, pero no estaba segura de la flequillitos, ¿es que vinísteis siete? De todas formas tú eres un debilucho, ¿o me equivoco? —. Solo sonríe, sin tener en cuenta o remarcar la mirada horrorizada de Tanjirou—. Quiero que venga el pilar. Yo no como bichos inmundos ni adefesios.
Hay un golpe y el mundo empieza a dar vueltas, un hormigueo que le recorre todo el cuerpo y una nube de polvo que se levanta a su alrededor.
De repente está fuera de la ventana, estampado contra un tejado, y no se puede mover.
"¡Es una Luna Superior!"
"¡Demasiado rápido!"
"¿¡Por qué no me responden las extremidades!?"
"¡No la vi al atacarme!"
"¿¡Qué hago ahora!?"
El demonio le mira encaramada en la ventana—. Me gustan tus ojos —. Se lame los labios al decirlo. Mientras, él sigue sin poder respirar—. Bonitos ojos rojos, sí señor. Creo que los arrancaré y me los comeré.
—Me gustan tus ojos —se ríe Aya. Está de espaldas a una ventana y la luz de luna que viene de fuera hace que sus rasgos se desvanezcan, pero da igual porque Tanjirou la reconoce por el olor—. Siempre me han gustado. Son como pequeños soles.
¿Qué habría hecho ella en esta situación? ¿Inosuke, Zenitsu? ¿Rengoku-san? ¿Qué camino habrían ellos tomado? ¿Qué opciones habrían escogido? Tanjirou no es Aya, ni sus amigos, ni nadie más y es difícil serlo, pero con certeza sabe que no sólo ellos, sino que cualquier guerrero que se precie, debe pensar con racionalidad. Su mente se calma.
"Tiemblo porque tengo miedo, no la he visto porque me ha tomado desprevenido, ahora solo tengo que coger mi espada," al tiempo que se levanta lo hace. La empuñadura de Rengoku brilla roja y amarilla como una llama bajo la luz de la Luna. "La caja no se ha roto," piensa en Nezuko, que sufrió la mayor parte del impacto. Probablemente seguía vivo por eso. "Pero se romperá pronto."
—Lo siento, Nezuko —dice Tanjirou al dejar la caja de madera en el suelo. Puede oír a su hermana rascando el interior, preguntándose qué pasa—. No puedo luchar cargando con la caja, así que no salgas, ¿vale? —. De nuevo, más uñas contra madera. No le gusta dejarla sola, pero esto siempre ha sido asunto de uno, no de dos—. A menos que corras peligro, por favor, no salgas.
Luego se gira hacia el demonio, que sigue mirándole con ojos y una sonrisa igual de hambrientos—. Las novatas de tu casa —empieza con ira reprimida—, ¿dónde están?
Ella solo alza las cejas, momentáneamente sorprendida, solo para reírse un minuto después—. ¡Eres tú! ¡El chico que estaba con esa niñata morena! ¿¡Cómo no me he dado cuenta antes!?
—¿¡Dónde están!? —repite Tanjirou con más fuerza—. ¡No habrían permitido que te los comisieses! ¿¡Dónde están!?
—¡Pero qué cuco, está preocupado por su novia! —continúa riéndose el demonio enseñándole los colmillos—. ¿¡Crees que me la he guardado para el postre!? ¡Me la comí en cuanto pude! ¡Esa niñata llevaba sacándome de mis casillas desde que la vi por primera vez!
—¡Mientes!
La demonio se echa a reír una vez más y se lanza hacia él—. ¡Cómo si tuviese que hacerlo!
Tanjirou la esquiva usando la cuarta forma de la Respiración del Agua, y la batalla comienza.
Las largas y finas fajas que salen de ambos lados del demonio son como extremidades que se mueven como si tuviesen vida propia. Es su mayor preocupación al moverse pero la combinación no solo de su suerte, como habría sido el caso hace unos meses, sino también de sus habilidades y el tejido del uniforme procuran que el afilado filo de la tela no le corte como si fuese mantequilla.
Pero Tanjirou no solo esquiva y sobrevive; como agua, sus movimientos se deslizan y lentamente hacen mella. Antes de que el demonio se dé cuenta, y justo como él mismo predijo, la imagen de Koinatsu en la faja está completa, sana y salva en la parte que corta mientras da sus giros y estocadas.
Finalmente aterriza, en un momento en que ambos posan los pies sobre el suelo, y se quedan mirando el uno al otro. No es por suerte que el trozo de faja donde está Koinatsu caiga en el lado de Tanjirou.
—Ugh, qué fastidio —se queja el demonio, apartándose el pelo de la cara con un movimiento de muñeca—. ¿Cuántos más hay? ¿Tres? ¿Cuatro? Aunque preferiría que me hablases del pilar —. Tanjirou, en cambio, se mantiene en silencio, lo cual parece irritarla por la manera en la que entrecierra los ojos—. No seas estúpido, si me lo dices, te dejaré vivir.
—¡No voy a contarte nada! —responde Tanjirou con firmeza. El demonio simplemente rueda los ojos.
—Serías un estúpido si- —se interrumpe al dar un paso y pisar algo. En el suelo, habiéndose caído de su bolsillo, está el album de fotos de Tanjirou.
—Oh —dice el demonio, de repente interesada—. ¿Pero qué es esto?
Mira a Tanjirou, esperando una respuesta, pero él no se atreve a moverse a menos que ella lo haga porque un paso mal calculado podría ser fatal. Incluso si es por su álbum.
—Es tuyo, se te ha caído mientras luchábamos —intenta el demonio otra vez agitando el libro en el aire, pero no consigue sacar nada de él. Viendo sus pocos resultados, el demonio decide abrirlo y ojear por él.
Uno de sus muchos, muchos errores guiados por la irracionalidad es haber tenido una foto con todos los miembros del cuerpo que habían acudido al distrito en la primera página.
—¡Aquí están! —exclama el demonio de manera animada—. ¡Esa chica morena y la rubita! Tenía mis sospechas sobre la rubita porque parecía bastante tonta, ¿pero quién lo diría? Me pregunto quién más habrá venido de excursión —chasquea la lengua y apunta con el dedo a alguna parte de la página—, y la chica del flequillo también, debería haberlo supuesto, siempre estaba pegada a la morena. No me creo que se me escapase —. Luego suelta una pequeña exclamación y apunta a otro lado—. ¡Los dos de la casa "Ogimoto" también están aquí! ¡Esto son grandes noticias!
El demonio desvía la mirada hacia él con diversión y le enseña una sonrisa sardónica—. Cariño, estás temblando.
Tanjirou se agarra la muñeca con una mano porque su espada no para de repiquetear. El demonio no había dicho ninguna mentira.
—Esta foto es tan enternecedora —continúa ella llevándose una mano a la cintura—. Sería una pena que... no sé... alguien la arruinase —se lleva una mano a la larga uña a la boca sin dejar de mirar a Tanjirou, sabiendo perfectamente que él tampoco puede quitarle el ojo de encima. Cuando saca el dedo, está teñido de un carmesí profundo—. Oh, no.
El sonido de su uña mientras la desliza por encima de la foto es estridente y hace algo en sus huesos temblar. El proceso es lento y definitivamente lo hace a propósito por la manera en que mira a Tanjirou de reojo de vez en cuando solo para soltar una risita. Tanjirou sabe que no sería lógico abalanzarse sobre ella antes de que el propio demonio haga algún movimiento, pero la idea le pasa por la cabeza muchas veces. Al pensarlo, al menos sabe también que eso es lo que quiere, pero no hace que sea menos doloroso.
Cuando termina, el demonio suelta un murmullo alegre y gira el álbum hacia Tanjirou para enseñarle su obra maestra.
—¿Qué te parece? —. Una enorme cruz roja está pintada en todas y cada una de las caras de la foto, todas menos la suya—. Aunque creo que le falta algo, para ser más fiel a la realidad —. Lenta y cuidadosamente, la uña del demonio pinta una raya que va de izquierda a derecha sobre su cara, y otra del otro lado una vez más para completar una cruz—. Precioso, ¿no crees?
—Eres... tú... —. La ira hace que se le atraganten las palabras y el demonio apunta una vez más que Tanjirou está temblando. Aunque esta vez, no acierta al decir que lo hace por miedo.
—Venga, no seas tonto —insiste el demonio una vez más. Con un gesto rápido tira el álbum a sus espaldas, que cae abierto a solo unos metros levantando una nube de polvo—. Apenas hemos empezado y tu espada ya está mellada. Tu herrero debe ser una mierda.
—¡No insultes a Haganezuka! —ladra Tanjirou rabioso—. ¡Es un herrero de primera categoría, no te atrevas a hablar mal de él!
Pero ella solo suelta un pequeño bufido—. ¿Es que eres idiota? Se te ha mellado, imbécil. Eso me dice todo lo que necesito saber sobre ese estúpido herrero que tienes.
—¿¡Cómo te atreves a romper mi espada!? —recuerda Tanjirou haber oído en uno de los muchos arrebatos de ira de Haganezuka—. ¡Las espadas no se rompen por la falta de habilidad del herrero, sino por el mal uso de los cazadores! ¡Eres un flacucho!
Como todo lo malo que le pasa en esta vida, su espada no se ha mellado por culpa de Haganezuka, Tanjirou no es torpe porque Urokodaki no le entrenase bien y Rengoku-san no murió porque Akaza fuese malvado. Simplemente Tanjirou es demasiado débil como para no caer en errores tontos.
Ha estado usando la Respiración del Agua a pesar de que sabe que la flexibilidad de la técnica no se ajusta a su cuerpo, pero tampoco puede usar la Danza del Dios del Fuego porque su cuerpo tampoco consigue aguantar su potencia a pesar de que está mejor ajustada a su fisiología.
Pero Tanjirou está cansado de ser débil. Así que aunque se destroce intentándolo, aunque cada fibra que compone su cuerpo se parta, usará la Danza del Dios del Fuego para proteger a todo el mundo.
"Que arda tu corazón."
"Que arda tu corazón."
"¡Que arda tu corazón!"
Y su corazón ardió.
"Danza del Dios del Fuego, Sol Abrasador."
—Es hermoso —le había dicho Aya una vez que le tomó desprevenido mientras practicaba. Él estaba sudoroso jadeando, pero ella seguía sonriendo igualmente—. De verdad que es hermoso.
«Bailaré para ti, Aya» piensa Tanjirou, con las llamaradas inundando todo a su alrededor. «Donde quiera que estés, mírame, porque bailaré para ti»
Así que baila como no lo ha hecho nunca, pintando arcos y dando estocadas. Sus llamas lo iluminan todo pero no son solo de decoración.
Tanjirou corta y corta y corta. No está exactamente a la altura, a una basura como él le falta mucho estar a la altura, pero esa no es excusa. Y solo puede disculparse.
«¡Lo siento, Rengoku-san!»
«¡Lo siento, Aya! ¡Lo siento, Zenitsu!»
«¡Lo siento, Nezuko!»
«¡Lo siento tanto! ¡Perdón por todo! ¡Perdón! ¡Perdón!»
«¡Perdóname, papá, por no haber podido proteger a nuestra familia como debería haberlo hecho!»
Por eso arde. Para no pedir disculpas.
Tanjirou debe arder más. Y más. ¡Y más!
Debe arder para proteger, ¡debe arder para salvar! ¡Incluso si se consume hasta las cenizas, no dejará que nadie más pase por lo que el cuerpo ha pasado!
¡No dejará que la tragedia se repita en otras vidas! ¡No dejará que la irracionalidad vuelva a arruinarle la vida a él!
—Mira —le susurra Aya al oído—. Es una abertura.
Apunta con el dedo y ahí está. Justo en frente de sus narices. Un camino claro entre las fajas que siguen agitándose como serpientes vivas alrededor del demonio. Tanjirou aprieta más su espada y salta:
"Danza del Dios del Fuego."
Está tan cerca, su espada está tan cerca. Solo un centímetro, un milímetro, ¡un segundo!
"¡Carruaje de Fuego!"
—Eres patético.
Y de repente la abertura ya no está.
Las fajas se mueven una vez más para darle un latigazo que le manda al otro lado de la calle dando tumbos. Hay un estruendo en alguna parte. Un profundo retumbar que hace al distrito temblar casi tanto como Shinohara. El demonio pierde momentáneamente el interés en él y se dedica a mirar a la distancia, también, con extrañeza.
Pero puede luchar, Tanjirou puede luchar. Puede usar la Danza del Dios del Fuego, puede soportar su esfuerzo en el cuerpo. No es solo una promesa vacía, no es solo algo que se dice a sí mismo por las noches. De verdad que puede hacer algo, incluso si le duele mucho hacerlo. Pero eso demuestra que él ya no es el mismo, que esta nieve no va a ser mancillada por su culpa.
Sin embargo todo fuego tiene un precio, y mientras ese precio es pagado por el entumecimiento de sus extremidades, el temblor en sus huesos y el agudo dolor en sus nervios, las fajas del demonio vuelven a meterse en su cuerpo, ¿o se había separado de ella y ahora volvía a su sitio?
—Un pilar —. Ahora porta una melena blanca cuyas puntas se parecen al verde de Aya, y le presta atención a otra cosa que puede ver desde los tejados a los que se ha subido en un solo segundo—. Ah, qué bien, ¡de verdad que hay un pilar! ¡Qué contento se pondrá mi señor!
«Uzui» piensa Tanjirou rápidamente, «debe haber empezado la batalla mientras yo estaba aquí. ¿Significará eso que Kanao e Inosuke se han reunido con él al ver que yo no estaba?»
—¡Oye, vosotros! —. El hombre que sale de uno de los edificios debe ser un administrador o a lo mejor algún gerente de los burdeles. Como toda persona ignorante de la tragedia de este mundo y del peligro ahí fuera, no piensa demasiado en la espada que tiene Tanjirou ni en los rasgos sobrenaturales del demonio. En lo que se fija es en que están armando un alboroto—. ¡No quiero peleas delante de mi negocio! ¡Me vais a ahuyentar a la clientela!
—No, escuche —intenta Tanjirou, pero el hombre continúa protestando—. ¡Escúcheme, vuelva dentro, que nadie salga! ¡Se lo ruego, por favor márchese!
Escucha un pequeño chasquido venir del demonio por encima de sus cabeza, y eso es todo lo que necesita.
Tanjirou se mueve para apartar al hombre del camino lo más rápido que puede, pero aun así los cortes del demonio no solo le recorren el hombro a él, sino que la mano detrás de él cae al suelo y tiñe la nieve.
Entonces empezaron los gritos.
Estridentes, angustiados, suplicantes, desesperados. Por todo su alrededor hay gente sollozando o chillando, nombres y alaridos todos por igual. La mujer a dos pisos por encima de él grita algún nombre masculino mientras desesperadamente pide ayuda, dos chicas una casa más adelante permanecen sin moverse cubiertas de rojo, la mitad de un cuerpo despedazado cae justo en frente de él cuando en un segundo las paredes y techos que el demonio cortó también se desploman contra el suelo.
Pero al demonio, nada de esto parece importarle.
Tanjirou le indica al hombre que se haga un torniquete, teniendo cuidado en recitar las instrucciones de forma clara y lenta de manera que, al ver que Tanjirou mantiene la calma, él pueda hacerlo también. Una vez hace eso, se apresura hacia el demonio aún con la sangre chorreándole del hombro.
—Espera, esto... —apenas puede murmurar, la voz se le ahoga pero tiene fuerzas para hablar más alto la próxima vez que habla—, me lo vas a pagar. ¿Cómo osas hacer algo así?
Pero el demonio solo se aleja con una mirada divertida andando por el techo.
—Bah, ¿todavía no te has hartado de berrear como un llorica? —dice con desprecio—. ¿Y a mí qué más me da? Las vidas de los humanos me pueden valer menos. Pudríos tú y todos los demás en el infierno sin mí si queréis, que yo seguiré hermosa y jóven durante toda la eternidad. Dile hola a tu novia de mi parte cuando la veas.
Hay un chasquido.
Algo que se rompe y que ha estado a punto de romperse durante mucho tiempo.
La mayor parte de la gente cree que Tanjirou no puede enfadarse, o que Tanjirou no puede estar furioso porque siempre está contento. No mucho gente le ha visto gritar o rabiar ni tampoco han visto su ira dirigidas hacia ella; Aya es una de esas pocas personas, junto a Shinazugawa, Inosuke y Zenitsu, pero eso no significa que Tanjirou no pueda hacerlo, o que no quiera hacerlo muchas veces.
Solamente tiene un límite que abarca más que la mayoría. ¿Pero cuando se llega a ese límite?
Oh, eso es, sin duda, algo digno de ver.
Y esta mujer está a punto de hacerlo.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
"Querido Tanjirou," rezaba la caligrafía de Senjuro en la última carta que le envió, "mi padre ha vuelto a emborracharse."
"Esto no es una pedida de auxilio para que vengas a por mí, ni tampoco para que te preocupes, de hecho, es algo bastante común (Yuu dice que no debería serlo, aunque yo disienta, pero no te escribo por eso).
Verás, no es que quiera torturarte con esto, ni tampoco que quiera meterte ideas en la cabeza. Pero por primera vez mientras estaba bebido, se puso a hablar sin parar.
Y tú te preguntarás, ¿qué podría interesarme a mí las tonterías de un viejo despreciable borracho?
(Yuu le llama así muchas veces, creo que si padre leyese esto no se lo tomaría bien, pero me gusta pensar que es un pequeño acto de rebeldía.)
La verdad es que no te estaría escribiendo sobre esto si no fuese porque mi padre no paraba de mencionar tu nombre. En realidad no te llamaba exactamente por tu nombre, usaba calificativos más desagradables que preferiría no repetir, pero la cosa es que hablaba de ti, y supongo que deberías saberlo.
¿Recuerdas lo que dijo aquel día, sobre tu marca de nacimiento? Mi padre entró en cólera por ella y espero que el golpe en la cabeza no te lo haya hecho olvidar, sino puedes preguntarle a Yuu, que nunca olvida nada, y él te contará los detalles.
Me desvío del tema, perdóname. La cosa es que empezó a mencionarte una y otra vez, hablaba de tu marca de nacimiento, la roja que tienes en la frente, y de tus ojos y tu pelo, que son rojos también. Nunca he sido alguien muy supersticioso, e incluso Yuu se rió de mí cuando lo mencioné, pero según mi padre, los elegidos por la Respiración del Sol tienen esos rasgos, por eso le molestó tanto verte en nuestra casa aquella vez. O al menos, eso es lo que dice.
No sé hasta qué punto será verdad, suena a mentira, ¿no crees? La gente no es bendecida por sus rasgos genéticos, sino, yo habría sido bendecido por parecerme a mi hermano y a todos nuestros predecesores. Pero soy completamente corriente, así que es algo difícil de creer.
Solo quería decírtelo, por si te servía de algo o no.
Por cierto, ¿cómo está Aya?
Atentamente, Senjuro."
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Hay una cosa en la que Senjuro tiene razón. Tanjirou no ha sido bendecido.
Los gritos le devuelven a la realidad, una y otra vez. El peso de su espada, también, es un recordatorio permanente de lo que tiene que hacer, a quien tiene que honorar y la herramienta con la que tiene que proteger. Tiene los dedos congelados alrededor de la empuñadura, tan rojizos que parece que se ha quemado. Aprieta más para olvidarse del dolor.
Su marca en la frente no es una con la que nació, fue solo una quemadura con una estufa que iba a impactar contra uno de sus hermanos pequeños si Tanjirou no se hubiese lanzado para protegerlo.
Hasta donde sabe, las bendiciones de su pelo y sus ojos no le han sido nunca útiles ni le han probado nada, tampoco. Como mucho, se podría decir que son un signo de mal augurio por toda la mala fortuna que nunca puede evitar, siguiéndole como el hedor a un hombre muerto.
Sangre empieza a gotearle sin advertencia por los ojos. Es un llanto sin lágrimas que no puede permitirse derramar.
Pero sin importar qué, sin importar cómo, Tanjirou seguirá adelante porque es lo que tiene hacer.
Porque hay gente en este mundo que no le importa pisotear a los demás, porque hay gente que disfruta arrebatándole la felicidad, porque este mundo está manchado por los demonios.
Porque está cansado de ser zarandeado por olas de tragedia que no puede evitar y va a detener esta nueva que se alza sobre él.
Y la va a coger justo por los cuernos.
El demonio no le nota, a pesar de haberse llevado horas luchando con él, ni siquiera muestra indicios de pensar en él como una amenaza, lo cual solo hace más fácil que Tanjirou la alcance por detrás y le agarre el pie con fuerza.
Sin pensarlo ni un segundo, su espada va a por el cuello.
Aunque la toma por sorpresa, el demonio consigue esquivar la hoja justo a tiempo y se libra del agarre de Tanjirou en su pie con un movimiento brusco de la pierna. Pero no importa, Tanjirou tiene más intentos. Tiene todos los intentos que quiera.
—Las vidas que han sido arrebatadas no volverán jamás. Los seres de carne y hueso no son como los demonios, ¿por qué los pisoteas?—. Quiere entender, quiere procesar, pero no cree que la crueldad tenga respuesta incluso si le pregunta a la encarnación de la misma—. Dime, demonio —continúa Tanjirou—, ¿por qué te llevas tantas vidas sin piedad?
—Bien, —dice Tanjirou finalmente, porque el demonio no responde—. Se acabó.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Hay una cosa muy curiosa que ha confundido a científicos de todas épocas, ideologías y partes del mundo. Y esa es la memoria de la mariposa.
Durante la metamorfosis, las orugas en el interior de su capullo se reducen casi de manera total a una sustancia líquida para poder así reformarse y salir como mariposas totalmente formadas solo un par de días después.
A pesar de todo, las mariposas recuerdan las rutas que cogieron sus antecesores para viajar a zonas más cálidas en los meses de invierno. Esto quiere decir que, incluso si sus cuerpos y cerebros han sido modificados de manera radical, hay una parte en las células de estos insectos que saben de manera intrínseca sobre los recuerdos que tuvieron aquellos que vinieron antes que ellas, y los pasarán a la siguiente generación a través de los genes una y otra vez como se ha hecho por milenios.
En circunstancias normales, lo siguiente que pasó no debería haber pasado. Pero la Luna Superior Seis era algo así como una oruga.
—¿Qué hay de divertido en ello? ¿Qué hay que disfrutar? ¿Qué es lo que crees tú que es una vida? —. Esas palabras venían del bajito cazador de demonios que ha estado molestándola como un bicho pegado a ella toda la noche, sin embargo, su imagen y la de un hombre del pasado más grande, musculoso y fuerte, se superponen.
«¿Quién es ese?» Se pregunta cuando el pulso se le acelera sin siquiera notarlo, «¿le he conocido yo alguna vez?»
—¿Cómo que no me conoces? —dice de forma honda la silueta del chico.
—¿Es que acaso me has olvidado? —le sigue la forma del hombre.
Como una oruga, los recuerdos del padre de todos los demonios le venían a Daki con fuerza incluso si no había conocido a ese hombre o siquiera supiese su nombre.
De todas formas, las visiones la atormentan.
—Fuiste humana alguna vez —continúa el portador de pelo y ojos rojos—. Derramaste lágrimas de dolor y amargura alguna vez, ¿por qué haces esto? ¿No sientes remordimiento?
—¿Remordimiento? —. Daki suelta una carcajada perruna—. ¿Remordimiento por qué? ¿Crees que recuerdo algo de cuando fui humana? Me da igual quien fuese o lo que hice, ahora soy un demonio, los demonios no envejecemos, no necesitamos dinero para comer ni tampoco morimos, ¡no perdemos nada, a diferencia de vosotros, que se os puede arrebatar todo tan fácilmente!
—Basta ya —retumba la voz del otro—. Me tienes harto.
Así que la pelea continúa una vez más.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Este fenómeno de la oruga no está limitado solamente a los demonios. Si lo estuviese, sería simplemente un mito afirmar que los demonios fueron una vez humanos, porque todo aquello que compone a un demonio viene de ellos.
Como tal, Tanjirou tampoco era inmune a este concepto.
Oye cosas y ve cosas que nunca ha visto, paisajes que nunca ha visitado y olores que nunca ha olido.
Un niño (que no es Tanjirou, pero que se parece mucho a él y suena mucho a él) le observa desde el reflejo en el agua de los arrozales a la ladera de la montaña donde vivía antes. Permanece callado, sin parpadear, (tiene los mismos pendientes y los mismos ojos rojos que él, ambos anhelan una vida tranquila) y solo observa a Tanjirou con un aire ensimismado.
—Solo tengo que recordar —le dice el niño—. ¿Por qué no recuerdo? Ya he hecho esto una vez.
—Mi padre era el que sabía usar la danza del dios del fuego. Él era el que tenía la marca de nacimiento, no yo.
—Eso da igual, sigo siendo el mismo sea quien sea.
—Solo necesito buscar más profundo.
—Pero no puedo.
—Sí puedo.
—Solo debo buscar más al fondo.
—Hasta que quite las capas que cubren lo demás.
—Hasta que encuentre lo que vino antes de mí.
—Hasta que halle aquello que yace en el centro.
—Aquello cálido que hay en el interior.
—Aquello cálido que permanece donde siempre.
Ambos lo tocan bajo el agua y notan el calor ardiente en sus manos.
—Lo estás haciendo —le sonríe el niño a Tanjirou—. Te dije que podías.
"Danza Sagrada del Dios del Fuego, Piromancia Estival."
Es un gran arco que abarca distancias a las que nunca había conseguido llegar antes. Y quema algo que chasquea cuando lo corta a su alrededor, reduciéndose a cenizas y pintando la nieve de gris.
¿Cuándo le había rodeado por completo la faja del demonio?
Parece que quería eliminarle de una vez por todas, por la expresión fastidiada que hace cuando Tanjirou quema las distintas telas. ¿De verdad había hecho un máximo esfuerzo?
Ahora que lo piensa... parece ligeramente aterrada.
—Cariño, —recuerda Tanjirou de repente esas palabras—, estás temblando.
El demonio suelta un gruñido que acaba convirtiéndose en un ladrido—. ¿¡Es que acaso no eres humano!? ¿¡No tienes límites!?
—Mi ira —dice Tanjirou de forma vacía—, no tiene límites.
Sellándolo con esas palabras, su espada finalmente alcanza el cuello del demonio.
Y avanza y avanza y avanza.
Pero el cuello no se corta.
Igual que sus fajas, se convierte en un material de tela elástica que no cede ante la presión del filo de su hoja.
Ese momento de pausa es suficiente para que las fajas que cortó antes vuelvan a crecer y se abalancen una vez más sobre él.
Tanjirou retrocede y se prepara para atacar una vez más, pero todo va extremadamente lento.
Las fajas vuelven una vez más para atacarle, sin embargo, han disminuido tanto su velocidad que no le presentan a Tanjirou una amenaza más grande que tiras de papel. Hay más que antes, de veras tiene que estar asustada de él.
«Si las esquivo, solo le darán a los edificios y herirán más gente» piensa Tanjirou metódicamente mientras avanzan lenta, muy lentamente hacia él. «¿Cuál sería la opción más racional?»
—Es sencillo —le dice Aya posando sus manos por encima de las suyas en la empuñadura— solo tienes que cortar las fajas y luego blandir la espada más rápido de lo que tarda su cuello en combarse.
«Es verdad» reconoce Tanjirou «¿cómo no se me había ocurrido?»
Primero desvía las trece fajas hacia un lado con la empuñadura cuando vienen hacia él. Eso pilla al demonio desprevenido, que tambalea pero parece seguir manteniendo una actitud arrogante sobre él. Lo prefiere así, es más fácil vencer a alguien cuando es muy confiado. Y es por ello por lo que no se espera que Tanjirou alce la espada por encima de su cabeza y ensarte las trece fajas con ella en el suelo.
Al instante estas se tensan, pero sabe que no puede ser sencillo por la expresión complacida del demonio que pasa momentáneamente por su cara. Como solo tiene que ser más rápido, Tanjirou salta una vez más y las fajas, lentas, muy lentas, se consumen bajo su fuego ardiente en un abrir y cerrar de ojos.
El demonio ya no tiene sonrisas divertidas ni expresiones crueles. Por primera vez no solo se ve ligeramente asustada o nerviosa durante un momento, sino que ahora su expresión de puro pavor se refleja en la hoja negra de Tanjirou que se acerca a su cuello a una velocidad exponencial.
«Esta vez sí» se dice a sí mismo «esta vez le cortaré la cabeza.»
—Tanjirou —le llaman desde la lejanía en el límite entre la vida y la muerte.
—¡Tanjirou! —repiten una vez más. ¿Su hermana Hanako? Hace tanto que no escucha su voz—. ¡Tienes que parar!
—¡Tanjirou, para por favor! ¡Necesitas respirar!
«¿Eh?» La espada da un brusco parón en su trayectoria «¿respirar?»
«¿Por qué ha vuelto todo...» las fajas le rodean una vez más, no siente las piernas «... a ir rápido otra vez?»
—¡Tanjirou! —le grita Aya, pero ha dejado de llevar kimono y ahora lleva uniforme—. ¡Cuidado!
"Respiración de la Roca, Tercera postura: Reflejo Ígneo."
Es un repentino golpe de fuerza. Las fajas son no solo cortadas, sino que son pulverizadas en cuanto entran en contacto con la hoja de la espada de Aya. Él todavía no sabe qué está pasando.
—Tanjirou —. Su nombre forma una nube de vaho blanco contra el frío viento de la noche—. ¿Estás bien?
Tiene que mirar hacia abajo para cruzar miradas con él, que sigue patéticamente tirado en el suelo tosiendo. Con mucho esfuerzo es capaz de ver lo que está frente a sus narices, y reza porque sus sentidos no le engañen.
Confirmando que al menos sigue respirando, Aya se gira hacia el demonio que permanece inmóvil en la otra punta del tejado.
Su voz es completamente congelada cuando dice—, así que tu elección es no aprender de los errores de Kandata y hundirte en el infierno —. Aya gira la espada en su mano e inclina la cabeza, pero su voz no cambia—. Es una pena, Warabihime, oiran de la casa Kyogoku.
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Notes:
Espero que esto no haya confundido demasiado (o al menos si lo ha hecho, que haya sido bueno de leer, LOL, todo se explicará a su debido tiempo).
Yay, Tanjirou!!! Me encanta escribirle, siempre es un placer!!!! Ojalá hayáis disfrutado. La semana que viene, Aya y Nezuko vs Daki!
Chapter 42: La perfecta guerrera
Summary:
Aya intenta olvidarlo, o al menos no pensar en ello, pero la imagen, la sensación, el horror, todo ello sigue tan vivo en su mente.
«Iba a morirse,» es justamente el pensamiento que quiere evitar, «Tanjirou iba a morirse, se estaba consumiendo enfrente de mis narices.»
Al tocarle estaba ardiendo, tanto que incluso era doloroso. Nunca antes había sido doloroso tocar a Tanjirou.
Pero Aya ya no es una espectadora que se queda sentada mientras su padre arde al otro lado de la habitación.
Por eso, no es solo que ahora están lejos de Tanjirou, es también donde Aya quiere justamente que estén.
Chapter Text
Como el juego del gato y el ratón, Warabihime se dedica a perseguir a Aya cual depredador haría con una presa indefensa.
Pero Warabihime no es un depredador, es un demonio incluso si tiene garras y colmillos, y Aya no es una presa, sino que es un soldado que carga una espada. Es por eso por lo que es tan fácil que, como presa ante los ojos de Warabihime, Aya pueda llevarla donde quiere ir sin esforzarse demasiado.
Cree que está persiguiéndola, incluso cazándola, hasta que consiga acorralarla en algún callejón sin salida donde las sombras la escondan. Pero no podría estar más equivocada.
El lugar donde Aya lleva a Warabihime está mayoritariamente vacío, los edificios son antiguos y en desuso cubiertos por nieve vírgen que refleja una luz blanca sobre ambas. Aunque lo más importante es que están lejos de Tanjirou.
Aya intenta olvidarlo, o al menos no pensar en ello, pero la imagen, la sensación, el horror, todo ello sigue tan vivo en su mente.
«Iba a morirse,» es justamente el pensamiento que quiere evitar, «Tanjirou iba a morirse, se estaba consumiendo enfrente de mis narices.»
Al tocarle estaba ardiendo, tanto que incluso era doloroso. Nunca antes había sido doloroso tocar a Tanjirou.
Pero Aya ya no es una espectadora que se queda sentada mientras su padre arde al otro lado de la habitación.
Por eso, no es solo que ahora están lejos de Tanjirou, es también donde Aya quiere justamente que estén.
—Me he cansado de correr —. Aya finge estar cansada al inclinarse sobre sus rodillas—. Pensaba tenerte dando vueltas hasta el amanecer, pero me has pillado. No puedo mantener esta caminata por mucho más tiempo.
Warabihime sonríe y su figura resalta en mitad de la calle iluminada por la luz de la Luna.
—Eres una boba por volver —suena tan rabiosa como ansiosa, ha estado teniéndole ganas desde que se conocieron por primera vez y eso debe impacientarla—. Sobre todo tras casi haberte matado la última vez.
—¿Qué puedo decir? —. Aya desenvaina su espada que brilla tan blanca como los edificios abandonados a su alrededor—. Soy una estúpida cuya sangre manchará las calles esta noche. Pero antes de que me atravieses con esos fajas tuyas —baja la espada para que la hoja mire al suelo, escondida tras la rabia insistente de Warabihime hay miedo y Aya no quiere alimentarse de él—. Mi verdadero nombre es Ayaka Iwamoto, aunque puedes llamarme Aya, ¿es Warabihime tu nombre también?
—¿Qué…? —. Se ve tan perpleja que toda la amenaza se le va de la cara—. ¿Mi nombre?
—Eso es lo que he preguntado, tu nombre —repite Aya una vez más—. Aunque me da la sensación de que es Daki. Significa “albaricoque”, ¿no es así?
Quien ahora confirma que es Daki recupera la expresión rabiosa de antes—. ¿Cómo sabes mi nombre?
Aya se encoge de hombros—. ¿Has tenido pesadillas alguna vez? Son de lo más fructíferas —. Entonces da un paso, comprobando, como si Daki fuese un gato callejero, si es capaz de acercarse. Su ceño fruncido le indica que no, así que descarta la idea de acortar las distancias con rapidez—. Ahora que las dos sabemos el nombre de cada una somos iguales, no más mentiras ni fachadas, admito que soy cazadora y tú admites que eres demonio. Podemos hablar con total libertad.
—Eres muy rara —. Daki flexiona las garras y frunce la nariz. Aunque debería sentirse amenazada, Aya no puede evitar pensar en un gato—. ¿Por qué crees que querría hablar contigo?
—Porque estás sufriendo —. Eso hace que Daki deje de apretar los puños.
—Yo no estoy sufriendo —replica con un gruñido, pero Aya vuelve a meter la espada en su vaina y lo que es gruñido se torna en murmullo confuso.
—Puede que no quieras admitirlo pero, ¿sabes? Siempre me han dicho que tengo una vista muy aguda —. Si no fuese por las nubes blancas que forman sus palabras contra la nieve, se podría decir de ella que parecía una estatua de piedra—. No tenemos porqué pelear, yo no quiero matarte. Si quisiese, habría desenvainado la espada la primera vez que te vi.
—Por supuesto que quieres, da igual cuando o donde—. Daki apunta en su dirección con un largo dedo—. Llevas ese uniforme.
—Pero creo que ya te has dado cuenta de que yo no soy como ningún otro cazador del cuerpo—. Con la expresión tan inmóvil como la de una máscara de madera, Aya se llevó un dedo a la mejilla y fingió murmurar—. Y seguro que tu hermano también lo ha notado.
Mientras Daki solo la miraba con los ojos abiertos de par en par, Aya se mantuvo serena—. ¿Por qué no le dices a Gyuutaro que salga? Quiero hablar también con él.
Una vez mencionó su nombre, la expresión de Daki se endureció—. ¿Cómo sabes el nombre de mi hermano?
Las fajas se extendían ahora como miembros desde ambos lados de su cuerpo, defensivas, al cubrir su alrededor. Aya no hizo el intento de moverse.
—Tengo una oferta —sus dedos se deslizaron por el mango de la espada con delicadeza, pero Aya tampoco hizo ningún intento de sacar la espada—. Una cura, para que volváis a ser humanos y podáis dejar de vivir como demonios.
—¿Dejar de vivir como demonios? —. Daki se rió al pensarlo—. ¿¡Sabes el tiempo y esfuerzo que he invertido para tener el distrito bajo mi control!? ¡Lo he dado todo para poder ser la oiran más popular! ¡Tuve que arruinar la reputación de las otras casas, quitar de en medio a ese estúpida de Shinohara, labrarme mi reputación mientras me aseguraba un área de caza! ¿¡Por qué crees que dejaría de ser demonio!?
—Tú no puedes verlo, pero yo sí —. La espada seguió sin salir de la vaina. En su lugar, una ligera expresión triste apareció en la cara de Aya—. Dentro de ti solo hay negro. Negro de dolor y sufrimiento. Es muy triste, ¿por qué no vuelves el camino de Buda?
—¿Ahora vas a soltarme un sermón budista? —. Las fajas seguían cubriendo su alrededor como si fuesen brazos enormes intentando protegerse de ella. La tristeza en los ojos de Aya, mientras tanto, solo pareció aumentar.
—De verdad que es triste —continuó llevándose una mano al pecho—, no conoces la experiencia de compartir tu dolor con alguien a quien quieres, ¿no es así? —. Esta vez una de las fajas intentó golpearla, pero casi como un fantasma, Aya solo apareció a unos metros más adelante sin un rasguño—. La ternura de ser abrazado por un ser querido, la alegría de compartir una comida con tus amigos —de nuevo, un par de fajas volaron para golpearla con más desesperación. Aya desenvainó su espada tan rápido que Daki ni siquiera tuvo tiempo de estirarlas para que no pudiese cortarlas. Aya continuó hablando con voz triste—. Ni siquiera la sensación de gratitud cuando tus amigos preparan una fiesta para ti, ¿no es eso devastador? Estás demasiado ocupada pensando solo en ti misma.
—¡Cállate! —gritó Daki enseñándole los colmillos—. ¿¡Quién demonios eres!? ¿¡Quién demonios te crees , para asumir todo eso sobre mí!?
—Ya te lo he dicho —. Aya volvió momentáneamente a su expresión carente de algo—. Puedes llamarme Aya y las pesadillas a veces pueden ser muy fructíferas.
—¿Fructíferas? —. Daki soltó una carcajada estridente—. ¿¡Fructíferas!? ¡Voy a arrancarte la lengua después de esto.
Aya esquivó una de las fajas y apareció en un instante en uno de los tejados. Con rodillas que empezaban a temblar, Daki solo podía observar como Aya esquivaba cada uno de sus ataques.
—No lo entiendo, ¿es que piensas que estás demasiado lejos de la salvación? —continuó Aya, esta vez saltando por encima—. ¿Es que crees que tus pecados son demasiados? ¿Que estás demasiado podrida?
—¡Cállate de una vez!
Una parada súbita, un desliz y luego un salto hacia la dirección opuesta. Los restos de edificios abandonados caían como lluvia abundante sobre la cabeza de Aya pero milagrosamente, Aya consiguió evitarlos mucho antes de que pudieran siquiera rozarla.
—Te contaré otra historia diferente a la de Kandata, entonces —. Un giro sobre la punta de los pies, retroceso y finalmente un aterrizaje sobre uno de los pilares de madera que habían sostenido el edificio a dos casas más adelante. Aya permanecía tan impoluta como cuando empezó la pelea—. Había una vez una chica.
—¡No quiero oír tu estúpida historia! —chilló Daki mandando de nuevo las fajas hacia ella.
—Esta chica había sufrido mucho —continuó Aya de todas maneras—. El mundo le había quitado tanto, había sufrido tanto, que no podía aspirar a tener una vida sin dolor. Creía que lo único que el mundo podía darle era sufrimiento. No había otra manera de vivir para ella que no fuese haciéndole daño a la gente.
—¡Cállate! ¡Cállate! ¡Cállate! —gritaba Daki una y otra vez mientras Aya evitaba todos y cada uno de sus ataques. Sabe que no Daki quiere oírla, pero también sabe que debe hacerlo.
—Pero entonces apareció un chico —la voz se le suaviza un poco y estuvo cerca de ser rebanada por la mitad sino fuese porque recuperó la postura un segundo antes—, y ese chico se preocupaba tanto por ella, permaneció a su lado durante tanto tiempo, que le demostró a la chica que no se tiene por qué vivir siempre sufriendo.
Poco a poco, y durante su relato, Aya se había acercado mucho a Daki. Permanecía a poca distancia, sin intentar atacar a Daki sino fuese para defenderse, siempre a la vista mientras susurraba rezos una y otra vez, y eso a Daki la volvía loca.
Como discípula del Pilar de la Roca, el punto fuerte de Aya era y siempre sería la fuerza , así que cada vez que Aya cortaba una de sus fajas, lo hacía con tan tremenda fuerza bruta que parecía que a Daki le arrancaban las extremidades una a una.
La eternidad no es siempre beneficiosa. Las fajas de Daki se regeneraban rápidamente, sí, pero cada vez que lo hacían Aya se veía obligada a cortarlas o sino se vería en riesgo de salir gravemente herida. Así que Daki se vio en un ciclo sin final, de sanación y dolor, traído por aquello que más apreciaba, su inmortalidad.
No solo era doloroso para Daki, lo era para Aya, también, que tenía que escuchar sus gritos de dolor.
¿Por qué no se había fijado en que esto pasaba antes? ¿No habían gritado de la misma manera el demonio del pántano? ¿Rui? ¿Los demonios en el monte Fujikasane? ¿Es que no había podido verlo?
Pero más importante, ¿cómo lo soportaba Himejima-san?
A lo mejor, pensó Aya, por eso llora en la batalla.
Le entiende, porque ella quiere llorar también.
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Esta no es como el ratoncito.
No es solo su forma de pelear, el otro parecía haber estado improvisando por momentos, perdido durante la mayor parte de la pelea hasta que Daki empezó a ver cosas, pero ¿la chica? Eso no se puede decir de ella.
Sus movimientos tienen mucho más control, sabe perfectamente lo que está haciendo cuando esquiva o da un paso atrás, cuando da una estocada o cuando salta. Daki se ha comido a uno o dos Pilares de la Roca, su Respiración es una de las más dolorosas y potentes, pero esta es peor que muchos de ellos. De hecho, incluso podría compararla con un Pilar pero sus botones no son dorados.
La misma tierra tiembla con ella a cada paso que da, todo se mueve a su son. Corta, corta, corta, la chica no para de cortar, cada tajo hace que Daki se tambalee porque es fuerte, fuerte, fuerte y rápida, rápida, rápida. Potente, imparable, imposible de esquivar, los vientos aúllan como fantasmas, la sombra de la chica se hace cada vez más grande, todo parece extenderse a su alrededor para agarrar a Daki, saben lo que ha hecho. Es un castigo celestial.
Daki intenta quitársela de encima, la amenaza con matar a los demás, le dice que se comerá sus ojos, que la destripará y hará de ella salchichas, pero la chica permanece inamovible, como si no escuchase lo que dice, con los ojos muy abiertos y fijos en un solo sitio. Su cuello.
No hay que equivocarse, Daki aún así consigue hacerle daño. Hay varios cortes que le recorren la carne expuesta del brazo bajo el haori, algunos en la mejilla que apenas nota, e incluso consigue desgarrar cerca del abdomen y rozarle el estómago. Los botones plateados de su uniforme se desatan y quedan enterrados entre la nieve, está segura de que ha cortado algún mechón de pelo, pero ante nada de esto se inmuta y sigue avanzando sin piedad, siempre hacia adelante, hacia el cuello de Daki.
—Menuda molestia —la escucha susurrar, parándose súbitamente. Se refiere a las fajas, que han servido de escudo hasta ahora y son la única razón por la que todavía no ha llegado a su cuello.
«Ah,» nota de repente con una sonrisa. Daki no es tan tonta como todos creen. «Va a hacer lo mismo que el otro, va a intentar cortar las fajas de un tirón ensartándolas con su espada.»
Se prepara, sabiendo que podrá alargarlas antes de que dé el tajo y tomarla desprevenida para por fin librarse de ella.
Lo que hace, en cambio, es mucho más drástico.
Hay un tirón repentino que duele, todo duele en esta pelea. La chica agarra con la mano las fajas, que se retuercen entre sus dedos, pero ella no las deja ir. La sangre le chorrea hacia desde la palma y los dedos incluso si lleva armadura, ella aprieta más y más hasta que Daki suelta un chillido de dolor.
—No lo entiendo —. La chica ladeó la cabeza con los ojos muy abiertos, su propia sangre es el único rastro de color en la nieve—. ¿Por qué te empeñas en oponerte al camino de Buda?
«Haber agarrado mis fajas debería haberle cortado la mano» piensa Daki en pánico, «¿por qué no se retuerce de dolor? ¿Por qué no grita?»
No se distrae, no se cansa, sus habilidades son excepcionales, predice sus movimientos y nunca deja de atacar. ¿Quién demonios era aquella chica, y por qué no la había matado antes?
Incluso ahora no van tan enserio, se mantiene cerca, pero no tan cerca. Solo lo suficiente como para que Daki no pueda tomarla desprevenida con un ataque a gran escala y para tener tiempo de apartarse si toma una decisión demasiado ofensiva.
La chica vuelve a tirar cuando Daki hace más largas sus fajas, una y otra vez, agarra con sus endemoniados dedos ardientes la tela y duele cada maldita vez que lo hace.
El pecho le da un salto, como una sacudida, al fijarse más en su cara.
Largas líneas negras le salen de los ojos, recorriéndole las mejillas como grietas en una estatua de piedra.
No… aunque no esté llorando, de lejos parecen lágrimas.
¿Por qué ahora su piel quema tanto, cuando cada vez que la ha tocado, estaba tan fría como el hielo?
Tiene que deshacerse de ella. Tiene que deshacerse de ella y pronto. No quiere que Gyuutaro salga.
Sabe que siempre limpia sus desastres, pero ¿este? Este, por una vez, quiere limpiarlo ella sola.
No necesita matarla, no necesita reducirla a mil pedazos, al menos no ahora, puede hacerlo más tarde. Lo único que necesita es incapacitarla. Hacer que pare de una vez por todas, porque todos sus ataques son una tortura.
Primero manda fajas por ambos flancos para confundirla pero corta esos, intenta que se regeneren rápido, pero esos los corta también. El dolor la nubla y hace que no pueda, que sus fajas no quieran, salir. La chica se abre paso con un camino de dolor, entumeciéndola con cada golpe que da, que resuena como una campana de oro. Si fuese la Respiración del Agua esto apenas dolería.
No importa lo que haga ni el tiempo que pase, ni siquiera las combinaciones de Respiración que la chica utilice, las encadena sucesivamente y no se ve siquiera un atisbo de cansancio ni un jadeo de esfuerzo.
Para ella, esto es tan fácil como respirar.
¿Qué puede hacer? ¿Qué podría ella hacer? Su potencia de ataque no es suficiente, apenas puede tocarla a menos que sea para hacer cortes inofensivos, no podrá matarla sin importar lo que haga. ¿Qué podría-?
«Claro,» piensa Daki, « es una espadachín. »
Así que hace un esfuerzo, un último esfuerzo, y consigue escabullir una faja que la chica no nota hasta que es demasiado tarde.
Hay una explosión, la nieve se derrite y enseña el suelo de tierra que hay por debajo. De entre la humareda se dispara una espada, que se clava en la nieve unos metros más atrás.
La chica se para de repente y convulsiona durante un momento, paralizándose sin siquiera mover los pies de su sitio.
Por fin se para, Daki jadea sin quererlo. dando un tentativo paso atrás. Por fin se ha parado, la chica por fin ha dejado de atacar.
Y es que agarrada a la espada está su mano, y a su alrededor el charco de sangre enorme que viene del corte que le ha hecho a mitad de brazo.
Sin una palabra, la chica se colapsa.
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Lo que le pasaba a Aya era algo similar a lo que le había pasado a Tanjirou poco antes.
Puede que, por fuera, pareciese estar peleando. Pero por dentro era muy distinto.
Al mirarse las palmas de las manos están destrozadas, ¿por qué está tan morena? Ella no ha trabajado ni un solo día en los campos de arroz y aun así parece que lleva haciéndolo toda una vida.
Lo más importante de todo, ¿por qué le corre sangre de entre las piernas?
La ve y la siente, bajando viscosa por su piel, pero no duele, tal como dijeron mamá y papá.
Cuando se olvida de él, cuando se olvida del dolor, nada le duele, por nada sufre. Sagrado dolor, al que no le teme, no puede hacerle daño.
Como un loto se mantiene a flote, por encima del agua, con toda la suciedad por debajo. Pero como no se resiste, como no le afecta, se alza impune de entre la mugre y deja que las olas la mezan a su antojo.
Da igual a donde va o a donde quiere ir, solo debe mantenerse a flote y podrá soportarlo todo.
Mira su reflejo en el agua negra, y los ojos que le devuelven la mirada son ojos negros como la obsidiana.
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—Por fin se ha parado —. Daki jadea una vez más, con el corazón temblándole, y vuelve a meter las fajas dentro de su cuerpo. La chica sigue inmóvil, tirada en la nieve. Ella suelta una pequeña risita—. ¡Por fin se ha parado! ¡No podías seguir sin parar, eres humana, tenías que parar en algún momento!
Lo que empezó siendo una pequeña risa nerviosa, casi aliviada, se convierte en carcajadas eufóricas que resuenan por todo el lugar cubierto por trozos de madera y astillas.
—¡Ya no eres tan lista, ¿eh?! —. Daki se arrodilla ante ella, ignorando cómo le tiemblan los dedos, y la agarra por el pelo—. ¿¡Qué dices ahora, eh!? ¡Lo único que querías era castigarme, no te creas que no me he dado cuenta! ¡He tenido que sacarte al campo de batalla para que te muestres tal y como eres, una despiadada asesina sin corazón!
La zarandea por la cabeza de un lado a otro haciendo que la sangre que sale a borbotones de su brazo cortado lo manche todo. Aún siendo jalada del pelo, lo único que hace es soltar un pequeño quejido, tanteando el aire con la única mano que le queda para agarrar la muñeca de Daki. Ella la zarandea más, como a una muñeca de trapo.
—En la casa no parabas de sonreír y de parlotear tan alegremente, pero aquí tu cara ni siquiera cambia de expresión —. La voz de Daki suena venenosa—. Te ha gustado, ¿a que sí, jodido monstruo? Te ha gustado verme sufrir, te ha gustado torturarme, por eso no me mataste. ¿Tan retorcida eres? —. Entrecierra los ojos y le escupe, para que sepa lo tan patética que es—. Maldito gusano asqueroso, esto es lo que te pasa por meterte conmigo.
Daki la levanta, alto, alto, muy alto, y luego la estampa contra el suelo.
La vuelve a levantar y la estampa una vez más. Y luego otra, y otra, y otra, y otra, hasta que sus manos están empapadas con su sangre y no puede distinguir entre sangre y nieve.
Cuando termina, la chica solo murmura un quejido. Esta vez no intenta agarrar la muñeca de Daki.
Y como un desperdicio, o algo que la asquee especialmente, Daki la suelta para que se muera de frío, sola y muy, muy lentamente.
Pero entonces se congela—. ¿Crees que eso ha sido cruel?
Escucha su voz pero no la ve moverse. No, no se ha movido, sigue tirada en la nieve.
Ha cambiado de opinión, mejor rematarla ahora y deshacerse del problema cuanto antes.
Así que se acerca con pasos tentativos, volviendo a sacar las fajas a su alrededor. ¿Debería acercarse? Está igual que como la dejó, con la trenza revuelta y el blanco del haori convertido en un marrón sucio.
¿De todas formas qué iba a hacer? Sin su espada, bien podría un gusano ser más peligroso que ella.
—Eres patética —. Daki se arrodilla y le da un golpecito en la cabeza. La sangre sigue siendo caliente, se chupa el dedo y nota un sabor amargo, ¿una marechi? No, sino, se habría entumecido. Lo que sí sabe es que su sangre no es normal. Una pena que no necesite averiguar el qué.
—Bien, “Ayaka”, —Daki dice su nombre con diversión—, di adiós.
Sus fajas están a un segundo de atravesarle el pecho cuando el mismo tacto ardiente que agarró sus fajas la agarra entonces del cuello.
La chica mira arriba, sus ojos grandes son lo único que se distingue entre toda la sangre, que remarca las líneas en sus mejillas. Daki intenta hablar, pero su garganta es aplastada bajo su puño.
—¿Crees que eres la persona más cruel con la que me he encontrado? —. Su voz está tan vacía como su expresión, una estatua de Buda sería más expresiva que ella—. ¿De verdad crees que puedes hacerle daño a alguien que ya no puede sentir dolor?
Daki intenta hablar una vez más pero solo se escuchan los quejidos que suelta mientras su garganta es estrangulada. La chica sigue con los ojos muy abiertos.
—Por favor —dice con una mínima pizca despectiva—, esto no es nada.
Entonces se alza y de repente están frente a frente.
Aya agarra más fuerte uno de los extremos de su cuello y entonces muerde el otro.
No hay tiempo suficiente para que Daki empiece a gritar porque un segundo después, Aya ya le ha arrancado la cabeza de un mordisco.
Esta vez es ella la que está en el suelo y Aya la que se mantiene de pie.
Lo hizo. Consiguió cortarle su cuello flexible, que muy pocos habían conseguido dañar, sin siquiera usar su espada.
¿Quién demonios es esta chica?
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—Bien —. Aya se lleva la única mano que le queda al muñón sangrante y aprieta, usando su haori para intentar parar la hemorragia. El marrón se torna pronto en carmesí una vez más, debe darse prisa—. ¡Ya puedes salir!
De uno de los pocos edificios que quedan en pie se asoma dos cabezas con el mismo tono de marrón, el mayor tiene el brazo alrededor de la pequeña. Por supuesto, esta era una de las razones por las que había estado desaparecida durante tanto tiempo.
O al menos, una de las razones para haber sobrevivido durante aquellos días.
—Tu brazo… —empieza la niña temblorosa—. ¿Y qué es esa marca?
Aya le echa un vistazo discreto e intenta esconderlo de ella entre el haori, de la sangre no cree poder hacer nada.
—¿Marca? —cuestiona Aya extrañada. «Ya lo miraré luego,» se dice, haciendo un gesto con la cabeza hacia su bolsillo a falta de brazo, que sigue intentando parar la hemorragia del otro—. Da igual, necesito que cojas un papel de mi bolsillo.
—¿Qué es esto? —se pregunta Shizuka al extenderlo. Aya no tarda demasiado en explicarlo.
—Es una carta a nombre mío —. Agarró una cuerda de uno de los bolsillos en su haori y mordió un extremo para luego atarse el muñón y seguir hablando con la cuerda en la boca—. Hay un sitio cerca, pasando la ciudad a las faldas del monte. Si les enseñas eso podrán ayudarte, pregunta por Shinobu.
La expresión de la niña se horrorizó en un instante—. ¿¡A la falda del monte!? ¡Eso es demasiado lejos y Jin está cada vez peor! ¡Necesita ayuda ya!
Como si quisiese probar su punto, su hermano apoyado contra el hombro de la niña tosió de manera terrible.
—No puedo hacer nada más, yo no soy… yo no soy médica —intentó explicar Aya, terminando de hacerse el torniquete. Observó a su alrededor como esperando a algo, pero ese algo nunca llegó. Intentó no sonar demasiado decepcionada al pronunciar sus siguientes palabras—. Es todo lo que puedo hacer.
—Debe haber algo —presionó Shizuka—, ¿de verdad que no-?
Se interrumpió de repente, mirando a algún sitio por detrás de Ayaka.
Ella no tuvo tiempo de preguntar qué era lo que la había hecho parar de tal manera cuando Daki volvió a estamparla contra el suelo.
Ah, se había olvidado del otro.
—Aw, pero qué mona, ¿está tu hermano enfermo? —. Daki se ajustaba la cabeza cortada contra su cuello con una mano mientras aplastaba a Aya con la otra, acercándose a los hermanos con interés—. Una pena que los humanos os muráis.
—T-te equivocas, —balbuceaba Shizuka—, Jin no se va a morir.
—¿No? —. Daki apretó más contra la cabeza de Aya cuando ésta intentó resistirse sin éxito—. ¿Entonces por qué parece que va a perder el conocimiento?
La niña se quedó completamente callada, lo que solo ganó una risita de Daki.
—Deja… a mi hermana —gruñe el niño, pero Daki solo se rió de nuevo.
—No va a durar ni hasta el amanecer —se dirigió solo a la niña, que se volvía tan pálida como su hermano enfermo. Fingió pensar ante las horrorizadas caras de los niños con un dedo en la barbilla. Aya seguía intentando resistirse bajo su agarre—. Tengo una idea.
—Eres la hermana pequeña, tu hermano siempre te está protegiendo —empezó Daki mirando directamente a Shizuka—, pero esta vez quieres protegerle tú, ¿no? Quieres… salvarle, pero se va a morir y no le puedes devolver el favor. Y como sois ratas callejeras, nadie está dispuesto a ayudaros por muy desgraciados que seáis.
Shizuka desvió la mirada ligeramente hacia Aya, pero Daki lo notó y se rió.
—¿Esta? —apretó la cabeza de Aya como si quisiera burlarse—. ¿Pero tú la has visto? Ni siquiera puede ayudarse a sí misma. Y lo poco que puede ofrecerte no es suficiente, ¿seguro que puedes fiarte de ella?
Shizuka solo tragó saliva.
—Oye, —Daki sonreía al decir las siguientes palabras—, ¿por qué no os convertís en demonios?
Y entonces su cabeza salió volando una segunda vez.
Era el turno de Nezuko.
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Chapter 43: La alegría en el vino y la ignorancia
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Existiesen los dioses o no, Daisuke estaba seguro de que no le amaban.
O al menos no demasiado. Solo lo suficiente como para dejarlo vivir.
El hambre era un sentimiento al que Daisuke se había acostumbrado, siempre parecía haber un agujero en su cuerpo que nunca podía llenar.
A veces era más pequeño, cuando conseguía echarle el guante a algunas bayas brillantes creciendo de un arbusto, un pedazo caliente de pan en el mercado. Por sobre todo, las uvas eran sus favoritas.
Había escuchado en alguna parte que de aquellas bolas pequeñas venía el vino, habría intentado comprobar si era verdad o no si no fuese porque Daisuke no tenía demasiadas uvas, más bien ninguna.
Emborracharse sonaba como una divertida, alegre experiencia por la manera en la que todos hablaban de ello (más bien por la manera en que su padre hablaba de ello).
"Bebe y te olvidarás de todos tus problemas, serás feliz, viviendo en completa ignorancia. Es felicidad, Daisuke, pura felicidad."
Para su padre, a lo mejor el vino había sido un regalo de los dioses para que los humanos se acercasen a ellos, asumía Daisuke. Todos siempre se reían y bailan cuando estaban borrachos, puede que por el amor de los dioses. Durante la noche, una vez terminada su caza diaria de comida, sostenía las cosas redondas entre dos dedos y se preguntaba cómo una cosa tan pequeña podía acercar a alguien a los dioses.
Pero a parte de las uvas, cuando se olvidaba de los dioses y del cadáver de su padre a tres metros bajo el suelo, a Daisuke también le gustaban los melones.
Su cara ya era conocida entre los aldeanos así que no tenía otra cosa que hacer que retirarse a las montañas durante la noche, ya había sido golpeado con una escoba, sobre todo por víctimas del hambre de Daisuke, pero en las montañas el único peligro eran los jabalíes. Podía lidiar con ellos si eso conllevaba no tener que enfrentarse a un hombre listo para romperle las costillas porque había robado unas patéticas manzanas mustias. El terremoto de Kanto había sacudido a Tokyo, e incluso a Japón, de manera más profunda que solo destruyendo edificios y enterrando a gente bajo los escombros.
En algún lugar entre los árboles se alza una gran casa, altos sus techos y robustas sus paredes. A Daisuke no le habría importado de no ser porque había una hilera de dulces, dulces melones en la parte trasera.
Pero también había una mujer.
Se sentaba en el porche, disfrutandod del Sol de verano con una sonrisa apacible.
Las cicatrices alrededor de sus ojos parecían grietas en una estatua de piedra. Daisuke desvió la mirada para no tener que verlas.
La mujer se pasó la tarde entera allí, en el pequeño jardín.
Hubo una vez en la que un hombre salió de dentro de la casa.
Se hablaron suavemente el uno al otro, probablemente discutiendo algo tan mundano como qué tendrían para cenar, pero el hombre volvió dentro rápidamente y la mujer se quedó sola en el porche una vez más, con la mirada perdida en la distancia.
Así que Daisuke esperó, expectante. Solo los más listos conseguían comer.
La mujer se levantó para ocuparse de la colada, coserle los agujeros a varias prendas, e incluso se tomó el tiempo de escribir varias letras que ató a la pata de un cuervo (¿existía siquiera tal cosa como el correo por cuervo?). Pero nunca dejó el jardín, solo cuando se puso el Sol volvió adentro la mujer, llamada una vez más por el mismo hombre que apareció antes.
Un cuchillo fue lo suficiente como para cortarle el tallo a uno y abrirlo de un tajo.
Pero desgraciadamente, debería haberse escondido mejor.
—Vaya, ¿es que tienes hambre? —. Había escuchado hablar antes a la mujer, pero aun así un escalofrío le recorrió la espalda.
Daisuke soltó el melón, que chocó contra el suelo y se rompió en un millón de trozos. Dioses, era doloroso ver algo tan rico completamente arruinado. Desde sus adentros, el hambre de Daisuke soltó un grito.
Las cicatrices de la mujer eran mucho más espantosas desde cerca, ¿es que habían sido grabadas a fuego?
—¿Cómo te-...? —. Pero Daisuke corrió.
No estaba de humor para que le pegasen otra paliza.
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Siendo honestos, Daisuke se sentía un poco traicionado. Había esperado tanto tiempo para nada, un día entero gastado y no había nada con lo que alimentar su hambre. Qué molesto.
Pasaron varios días antes de que se atreviese a volver cerca de la casa en las montañas, por pura desesperación, probablemente. La comida era cada vez más escasa últimamente.
Allí, en el pequeño porche, Daisuke encontró a la mujer de las cicatrices una vez más.
Sus manos entrelazadas se sentaban sobre su regazo, siempre mirando al bosque mientras sonreía. Había un pequeño plato con trozos de melón cortados a la perfección, pero ella nunca hizo intento de tocarlo. ¿Es que no estaba hambrienta?
El tiempo pasó igual que la última vez, solo que esta, Daisuke se aseguró de esperar diez minutos completos antes de salir del bosque y pisar el jardín, siempre comprobando para ver si la mujer estaba cerca.
Afortunadamente no lo estaba y dioses, él se estaba muriendo de hambre.
El plato seguía en el porche, esperándole de manera tentadora.
Daisuke se deslizó silenciosamente hacia él, brillante y seductor. Su hambre era demasiada como para dejarla esperar, y encima sabía tan bien.
Lo dejó vacío en un segundo, y solo necesitó otro más para correr una vez más. Pero esta vez, antes de desaparecer, Daisuke vio cómo la mujer se apresuraba a la puerta con una expresión de urgencia en su ceño fruncido.
Pasó por el porche e ignoró el plato vacío, mientras su mirada volaba de un lado a otro como si buscase algo ciegamente. Daisuke aguantó la respiración.
No podía verle, se dijo a sí mismo, no había manera de que pudiese verle.
El ya conocido hombre salió con una manta en las manos y le cubrió los hombros con ella, susurrándole algo al oído. Después la guió dentro con suavidad y solo eso la hizo volver, incluso si la mujer siguiese buscando algo ciegamente entre los árboles. No había manera de que pudiese verle, se dijo una vez más.
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A lo mejor sí que podía.
A lo mejor la mujer sí que podía verle.
Continuó sentándose en el porche, pero eso no era el problema. Siempre había un plato de trozos de melón a su lado, pero nunca la veía echarle siquiera un vistazo.
En cambio, sus ojos siempre estaban fijos en algún lugar del bosque.
Cuando el hombre, como siempre, salió para guiarla dentro, la mujer se negó. Las moscas y polillas se reunieron alrededor de la pequeña lámpara que trajo consigo para iluminar el porche cuando la noche por fin se hizo paso por el día. El hombre simplemente le dio un beso de buenas noches y volvió dentro, murmurando algo sobre "Aya siendo demasiado testaruda". Y vaya que si "Aya" lo era.
Intentó mantenerse despierta, de verdad que lo hizo, pero terminó por quedarse dormida con la cabeza apoyada en el marco de la puerta.
Lo hizo una, dos, incluso tres veces, siempre con un plato a su lado, nunca siquiera echándole un vistazo.
Había sido un día duro y su hambre estaba siendo inusualmente molesta.
La mujer estaba durmiendo en el porche, como siempre. A lo mejor podía hacerlo, solo por esta vez.
Solo cuando Daisuke estuvo seguro de que de verdad estaba dormido se deslizó él de su escondite y cogió los melones.
Él ya había alcanzado el bosque cuando ella se despertó de repente, buscando algo de manera desorientada, cualquier cosa. Pero la noche era oscura y Daisuke conocía bien el arte de esconderse.
E incluso si el melón ya no estaba, la mujer sonrió.
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Fue fácil entender cómo se comportaba. Tras un tiempo, la mujer se ajustó a una rutina.
Todos los días dejaba un plato de fruta en el porche. Luego se sentaría a su lado durante toda la tarde, cosiendo y pelando verduras. A veces incluso quien Daisuke suponía era su marido se sentaba a su lado y juntos disfrutaban de la luz del Sol, pero normalmente era la mujer quien se quedaba en el porche sola y con un ligero ceño fruncido. Siempre parecía estar preocupada.
Cuando la cena se acercaba, sin embargo, la mujer se marchaba. A lo mejor bajaba a la ladera de la montaña para hacer la compra, o puede que para dar un paseo, no es que Daisuke lo supiese ni tampoco le importase. En cuanto su espalda desaparecía en la distancia él entraba en el jardín y se sentaba donde ella se había sentado antes, y lo único que se escuchaba en el patio era el sonido que hacía al masticar y al chupar la comida que siempre dejaba allí en medio.
No siempre era melón, en días lluviosos sería una comida caliente, y en días especialmente cálidos a la mujer le gustaba tomar onigiri. A Daisuke también le gustaba, sobre todo intentar predecir de qué estarían llenos aquella vez.
Por alguna razón, cada vez que veía el plato la vacío la mujer sonreía.
Y por una vez, Daisuke creyó que era amado por los dioses, y no solo un poco.
Llegó más temprano aquel día, Daisuke no sabía por qué, pero lo hizo, acompañada de un hombre que no había visto antes y que cargaba con las bolsas de la comprar por ella. Daisuke oyó sus risas y sus bromas antes de verlos a ellos. Habría corrido, de no ser porque su hambre quiso lo contrario.
—Ah, Inosuke, espera un segundo—. La mujer le hizo un gesto al hombre para que se quedase atrás y fijó la mirada en él, que solo la miró también, con la boca llena de arroz y los ojos como platos.
—Hola, —dijo, caminando lentamente hacia Daisuke. Paró a solamente a una pequeña distancia de donde estaba él, arrodillándose—. ¿Estás disfrutando la comida?
Daisuke tragó, quitándose restos de arroz de la comisura de la boca con la palma de la mano—. Ajá.
La sonrisa de la mujer se volvió ligeramente más brillante.
—¿Cómo te llamas?
Él la miró de arriba a abajo antes de responder. Sus cicatrices le ponían más nervioso que nunca—. Daisuke.
—¡Qué buen nombre! —exclamó, al dar una palmada alegre—. ¡Gran defensor! ¡Estoy segura de que se ajusta a ti!
Daisuke le dio otro mordisco al arroz—. Supongo.
—¿Quieres un poco de té para acompañar eso? —. La mujer echó una mirada hacia atrás, al hombre sin camisa que les ojeaba curiosamente a los dos desde dentro de la habitación—. Por favor que no te asuste, es un poco salvaje, pero nunca querría hacerte daño.
—... De acuerdo.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Todos en el pueblo la llamaban Kamado-san.
Pero los huérfanos viviendo en el bosque la llamaban Aya-san.
Aya-san bajaba la montaña todos los días antes de la cena para ir al mercado. Se quedaba sin aliento fácilmente y solo podía dar paseos cortos. Le gustaba remendar los agujeros en la ropa de Daisuke y un ejército de gatos la seguía a todas partes.
Aya-san cultivaba verduras en la parte trasera del jardín, en una esquina que Daisuke no había visto antes, y para ser inválidos, ella y su marido tenían mucho dinero. La comida nunca escaseaba en el hogar de los Kamado.
Los rumores de que alguien en las montañas que les daba de comer a las ratas callejeras sin pedir nada a cambio se esparcieron como la pólvora entre los huérfanos. En un abrir y cerrar de ojos no solo Daisuke acudía a Aya-san, si no eran todos, la mayoría de los niños que había conocido alguna vez durmiendo en las calles o escapando juntos de la policía acudían a Aya-san para recibir una comida diaria.
Daisuke se sentaba al lado de Aya-san cuando aparecía para pedir lo de siempre, apoyando la cabeza en su regazo. A ella no parecía importarle, e incluso si no era el único que se quedaba después de recibir la comida, todos los días Daisuke era el último en marcharse.
Muchos solo acudían a por su comida y disaparecían, aunque no sin antes inclinarse en agradecimiento a Aya-san. Algunos disfrutaban cuando Aya-san les contaba chistes tontos que solo ella encontraba divertidos, además, los gatos que rondaban por los alrededores eran gran compañía para los más pequeños, y a otros les gustaba que Aya-san les acariciase el pelo (de hecho, pedir un abrazo no era nada raro cuando se acudía a por la comida, los pequeños echaban de menos a sus madres).
El marido de Aya-san, Tanjirou-san, hacía a los niños sonreír.
Era una sorpresa que, incluso si habían estado mucho tiempo viviendo bajo el mismo techo, todavía no tenían hijos.
La verdad era que Aya-san no podía tener hijos.
Las ancianas susurraban constantemente sobre qué triste era que Tanjirou-san nunca podría ser padre. Su amabilidad era siempre la cosa en la que la gente más se fijaba, su alegre y suave personalidad que brillaba como los rayos del Sol entre las nubes. Cualquiera que intercambiase aunque fuese solo unas palabras con Tanjirou-san siempre se ponía de mejor humor. Su presencia era cálida, como si estuviese vigilando a todos desde muy alto en el cielo. Corría por todo el patio y jugaba al pilla pilla con aquellos que querían. Daisuke no podía negar que era una persona muy amable.
Al contrario que él, Aya-san era una presencia oculta. Con la sonrisa de un Buda, Aya-san era amable y cuidadosa, su voz era suave, al contrario que la energética amabilidad de su marido, y todas sus acciones estaban cuidadosamente calculadas, como si nada pudiese sorprenderla. Por ello, era fácil perder de vista a Aya-san con la deslumbrante alegría de Tanjirou-san, así que no mucha gente era capaz de reconocer su lado amable.
A veces el hombre al que llamaban Inosuke se les uniría, y muchos niños preferían jugar con él y Tanjirou-san en vez de sentarse en silencio con Aya-san. Pero Daisuke no era uno de ellos.
Había estado menos hambriento en los últimos días, aunque le daba la sensación de que no tenía nada que ver con la comida.
Su padre había tenido razón al final, la felicidad podía venir de algo tan pequeño como una uva. Para él, la felicidad venía de algo tan simple como las caricias de Aya-san. "Pura felicidad, papá, pura felicidad."
Entonces vino el otoño.
Aunque sus mejillas tenían cicatrices que se parecían a las de Aya-san, este "Zenitsu" no era nada como Aya-san.
Daisuke observó un día, por la mañana temprano, la manera en la que lloraba y se agarraba a Aya-san en la parte delantera de la casa mientras le rogaba que no hiciese algo. Aya-san era compasiva, pero también estaba llena de determinación, así que cuando otro hombre cubierto en cicatrices apareció para decirle que tenían que marcharse, Aya-san lo hizo a pesar de las lágrimas de Zenitsu. Dándole una palmadita en la cabeza, se despidió no solo de él, sino que de Inosuke y Tanjirou-san también.
Por mucho que a Daisuke le gustase Tanjirou-san, no se lo tomó bien. No se tomó aquello bien para nada.
Aquel día, como Aya-san no fue la que repartió la comida, Daisuke no acudió.
Un día se convirtió en una semana, y la semana se convirtió en dos. Aya-san desapareció de la faz de la tierra con las flores y los melones, igual que con la calidez del verano y todas las cosas dulces.
Fue Tanjirou-san el que le encontró, con la cabeza entre las rodillas, en un rincón del jardín de Aya-san.
—Sí que tenía razón, —empezó Tanjirou-san con un tono amable—, Aya predijo que harías algo así.
Daisuke no se movió.
—Te pidió que te cuidases, y también me hizo prometer que cuidaría de ti, también, así que no puedo dejarte aquí—. La mano de Tanjirou-san se sentía suave mientras le acariciaba la cabeza—. Me ha dicho que te diga que lo siento, pero que hay otros que también la necesitan como tú la necesitas a ella.
Daisuke apenas consiguió reprimir el sollozo que había estado aguantando toda la mañana.
—Pues yo la necesito más —consiguió murmurar—. No es justo, ¡yo la necesito más! ¿¡Por qué deberían importarme los otros!? ¡Por mí pueden irse a la porra, yo quiero estar con Aya-san!
—Oh, por el amor de todas las cosas—. Esta vez era una voz de mujer, pasando por al lado de Tanjirou-san para arrodillarse a los pies de Daisuke. Al entrecerrar los ojos para observar a Daisuke en la oscuridad, una pizca de rosa brilló en ellos—. Aya estará de vuelta de casa de Sanemi en primavera, es inútil llorar por ello. Si quieres maldecir su nombre entonces hazlo, pero eso no hará que vuelva antes.
Daisuke solo la miró sin pestañear.
—¿Qué? ¿Es que te ha comido la lengua el gato? —se rió la mujer. Sus ojos rosas era parecidos al único que le quedaba a Tanjirou-san—. Apuesto a que tienes hambre. Vamos dentro, debes estar congelado.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Nezuko-san era una mujer audaz.
Se ocupaba de las tareas de Aya-san en su ausencia y ayudaba a Tanjirou-san a cortar leña y con otras tareas pesadas de las que él mismo no podía hacerse cargo junto a Inosuke y Zenitsu-san.
El otoño y el invierno fueron pacíficos, Tanjirou-san repartió mantas a todos los niños que las pidieran, así que no hubo frío. Cuando empezó a nevar, dejó que todos se quedasen en una pequeña cabaña en la parte trasera donde Aya-san guardaba sus herramientas de jardinería.
A Daisuke le gustaba mirar la espada gris que colgaba por encima de su cabeza y la de otros siete durante la noche. La máscara de hyottoko, también, le devolvía la mirada desde una esquina.
La nieve empezó a derretirse al tiempo que Zenitsu-san parecía volverse cada vez más y más inquieto.
Y entonces llegó marzo.
Las flores aparecieron a los lados del camino al tiempo que las temperaturas subían. Los niños durmiendo en la cabaña de Aya-san empezaron a irse uno a uno, devolviendo las mantas a Tanjirou-san e inclinándose en gratitud. Para finales de mes, Daisuke era el único que quedaba.
Finalmente, Aya-san apareció una vez más.
El hombre de las cicatrices que había visto aquella mañana donde empezó la ausencia de Aya-san estaba con ella. Aya-san charlaba alegremente, entrelazando el brazo con el suyo y sonriendo sin parar. Daisuke nunca la había visto tan contenta.
Todos acudieron fuera a darle la bienvenida, aunque dos mujeres con pasadores de mariposas idénticos fueron las que se lanzaron a abrazarla y por poco hacerla caer, Aya-san comentó algo sobre "Aoi enfadándose con ella cada año".
A la hora del almuerzo Daisuke hizo lo mismo de siempre, pero esta vez, estaba jugando nerviosamente con sus dedos.
Esperó a que todos los niños se fuesen, sentado al lado de Aya-san como no había hecho en lo que parecía una eternidad. No había hambre.
Cuando el último de ellos desapareció de su vista, Daisuke se giró hacia Aya-san y la rodeó con sus brazos. A pesar de estar fría, se sentía cálida.
—¿Me has echado de menos? —. Aya-san jugó con su pelo, dejando a un lado el trapo que había estado remendado.
Daisuke levantó la cabeza para mirarla a la cara. Sus cicatrices siempre hacían escalofríos recorrer por su espalda.
—¿Puedo quedarme contigo? —susurró, sin apartar la vista—. Quiero quedarme contigo.
—Por supuesto que puedes —sonrió Aya-san—. ¿Es que no has estado haciendo eso ya?
—No —. Daisuke negó con la cabeza—. Quiero vivir contigo, quiero dormir al lado de tu futon y el de Tanjirou-san, quiero comer en tu mesa, quiero que me cuides siempre.
La sonrisa de Aya-san se volvió ligeramente más brillante.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Todos los demás la llamaban Aya-san.
En cambio, Daisuke la llamaba mamá.
Pronto descubrió que su madre siempre estaba cansada. Todo le requería mucho esfuerzo, incluso la tarea más pequeña parecía una montaña que escalar cada día. Pero su madre siempre insistía en que solo era más lenta que los demás, y eso que todos (especialmente Zenitsu) se echasen a reír a carcajadas. Puede que cuando fuese mayor, Daisuke entendería la broma.
A pesar de que había dicho una y otra vez que no necesitaba ayuda (había sido una niña enferma toda su vida, al fin y al cabo) Daisuke siempre estaba pegado a su costado izquierdo.
La ayudaba con las tareas, a levantarse de la cama, todas esas cosas que hacían que las cicatrices en su cara se grabasen un poco más profundo.
Pronto se ganó la reputación de ser el perro guardián de Aya (o al menos, Inosuke empezó a molestarle con ser el perro guardián de Aya). Sea como fuese, él solo le sacaba la lengua y seguía ayudando a su madre con sus tareas.
Daisuke tampoco tardó en averiguar que su madre tenía muchas más cicatrices que las de alrededor de los ojos.
Sus antebrazos tenían limpias líneas rosas a su alrededor, pequeños cortes (y a veces no tan pequeños) estaban por todas partes de su piel, pero la de la espalda era, por mucho, la peor de todas. Aunque Aoi solo comprobaba regularmente las de los ojos, porque esa amenaza siempre estaba en el aire.
A veces un viejo amigo, Yuu, les visitaría para comprobar las de todos en caso de que alguna se abriese, pero las de Aya y Tanjirou eran las que se ganaban más tiempo y dedicación.
Los padres de Daisuke siempre intentaban pasar esto por alto, aunque Daisuke se preocupase. Siempre que había un chequeo, los próximos días no era raro encontrarle por la noche agarrándose a sus mangas, o dándoles abrazos de manera más frecuente y ofreciendo "te quieros" a cada oportunidad que tuviese. Tanjirou bromeaba, a él no le hacía tanta gracia.
La mujer llamada Kanao y su madre parecían amarse profundamente. Se pasaban largas horas durante la noche estrechándose la una a la otra entre sus brazos, disfrutando del tacto de cada una silenciosamente. Aunque no todo iba siempre bien.
Una noche, su padre le despertó en mitad de la tormenta.
Las puertas estaban abiertas y se oían los aullidos del viento desde fuera. A lo lejos, los truenos retumbaban.
—Ven, —llamó su padre, así que él se levantó y acudió a su llamada—. Tu madre ha visto algo.
—¿Por qué está mamá despierta? —. Mirando a la distancia, por la puerta abierta, estaba la silueta fantasmal de su madre que brillaba bajo la luz de la Luna. Su padre apartó sus preocupaciones a un lado.
—Ha tenido una pesadilla —dijo, tomándole de la mano mientras agarraba el hacha de la esquina—. No pasa nada —le aseguró al ver su inquietud, pero Daisuke no estaba muy seguro de que no pasase nada.
A pesar de todo, su padre le guió entre los árboles, cruzando las lluvias torrenciales y los vientos aulladores, para llegar a un claro.
Y en el claro, había un lobo.
—No te muevas —le indicó su padre con una mano y el hacha en la otra. Tomó una gran bocanada, y luego asió el hacha con ambas manos—. Siento mucho que estés hambriento —le dijo Tanjirou al lobo—, pero si te acercas a mi familia, no tendré más remedio que matarte.
El lobo le examinó con ojos grandes y feroces, pero su padre, quien siempre había creído alguien gentil, le encaró con la misma mirada.
Daisuke estaba presenciando en aquel momento una batalla de bestias.
Su padre, el enfermo, amable y gentil hombre que había conocido hasta ahora, empuñó el arma con una mano y cortó de un tajo el cuello del lobo, que se desplomó en mitad de la lluvia y cuya sangre tiñó de marrón oscuro los charcos. Nunca antes lo había visto moverse tan rápido.
—Daisuke —llamó Tanjirou sin girarse. Él se apresuró a contestar.
—¿Sí?
—Si alguna vez te ves en esta situación, asegúrate de que tu sangre no sea la que manche el suelo —lo dijo con toda la severidad del mundo, a él le dio miedo.
—¿Có-cómo lo has hecho? —titubeó él, aún mirando el hacha en sus manos.
Tanjirou volvió al vista atrás hacia el cadáver del lobo y exhaló muy, muy lentamente—. Tú no tendrás que aprender.
Y sin una palabra más, le guió de vuelta a la casa.
Su madre seguía en la puerta con una mirada fantasmal. En cuanto volvieron, su padre la estrechó entre sus brazos.
—No era él.
—¿Estás seguro?
—Lo he comprobado. Era un lobo, Aya, tranquila.
—Es solo que... es que, yo... Tanjirou, yo-...
Su padre solo la abrazó más fuerte y le dijo a Daisuke que volviese a la cama.
E incluso cuando el sueño acudió para llevarse a Daisuke hasta la mañana, la última escena que recuerda seguía siendo la silueta de sus padres abrazados, mientras su madre sollozaba silenciosamente entre los brazos de su padre.
Ninguno mencionó nada por la mañana, pero aquel recuerdo colgaba por encima de sus cabezas igual que la espada en la cabaña lo había hecho por encima de Daisuke durante el invierno.
Supuso que era así no solo para ellos dos, sino para todos los demás cubiertos en cicatrices también.
No todos los huérfanos se quedaban con su madre como Daisuke lo hacía. Muchos, a pesar de acudir durante meses, desaparecían sin dejar rastros tras conseguir lo que querían, sin ofrecer siquiera una despedida.
Daisuke descansaba la cabeza sobre el regazo de su madre y se preguntaba:
—¿Por qué no viven con nosotros? La vida aquí es buena.
Aya tarareaba un dulce tono que le cantaba cada noche antes de dormir—. Señor Sol, Señor Sol.
—No puedo forzarles a que se queden conmigo —murmuró ella, sin que sus ojos abandonasen el trabajo de remendar el haori de Tanjirou—. Aunque sé que sus vidas no son especialmente buenas, solo puedo hacer tanto por ellos como ellos mismos me permitan. Y no hay nada de malo en ello. Siempre seré amable con aquel que lo necesite, incluso si no me lo agradecen después.
Daisuke frunció el ceño—. Deberían agradecerte, sino, solo están abusando de tus buenas intenciones.
—No lo creo —dijo su madre—. Puede que así sea cómo lo ves tú, pero si pensase así, tú no estarías aquí conmigo ahora. Quién sabía donde estarías; en prisión, en alguna calle sucia y asquerosa, o a lo mejor estarías muerto —. Hubo una pequeña pausa en la que ambos se quedaron callados, pensando—. Prefiero que los demás piensen que están aprovechándose de mí por encima de dejar pasar la oportunidad de ayudar a alguien más.
Entonces le dio un beso en la mejilla y solo eso hizo a Daisuke parpadear—. Creo que ese pensamiento da un poco de miedo, ¿no crees?
Él no hizo nada más que asentir.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
—¿Es que ahora tienes un crío?
Aya ojeó a Daisuke, agarrado a su lado izquierdo, y se encogió de hombros con una eterna sonrisa—. Supongo.
El hombre de las cicatrices, Sanemi Shinazugawa, daba miedo.
Pero tenía un perro, lo cual era una grata sorpresa.
Su madre le llamaba "aniki", así que Daisuke asumió que Sanemi era algo así como familia.
Su casa era grande, mucho más que la suya en las montañas. A Daisuke no le gustaba la soledad que le transmitía. Sanemi estaba hambriento justo como él lo había estado una vez, asumió Daisuke una vez más.
Pero por suerte, su madre había estado alimentando a gente hambrienta durante años.
La estadía en casa de Sanemi durante los meses de otoño e invierno fue de todo menos aburrida.
Aya le hablaba a Sanemi durante horas mientras Daisuke jugaba con el perro, "Ohagi", el primer día que llegaron.
Como vivía en la ciudad, había muchas cosas que podían hacer. E incluso si no podían hacer muchas cosas en un mismo día, la vida era lenta con Aya, se divirtieron como nunca.
Todo rebosaba de energía, tanta gente se aseguraba de ello.
Comida, ropa, incluso películas (lo que sea que fuese eso), todo se podía encontrar allí. Más grande y mejor, para cuando tuvieron que volver, Daisuke lloró, queriendo probar el flan de caramelo de la cafetería al final de la calle una última vez.
Sanemi era un hombre callado, escuchaba a Aya hablar durante horas sin parar cuando daban paseos matutinos mientras Daisuke jugaba con Ohagi no muy lejos de ellos.
El hombre no solía hablar con Daisuke de manera voluntaria, para alivio del mismo, incluso si su madre siempre insistía en que "su aniki era una persona muy amable", lo cual era difícil de creer. Su voz grave y sus temibles cicatrices daban la impresión de un oso, en vez de cualquier cachorrito que su madre viese en su lugar.
Él y Daisuke no se llevarían bien hasta cierta tarde.
Los coches eran pocos (casi inexistentes) en las montañas.
La tradición de su madre de omer mochi en Año Nuevo debía ser cumplida a toda costa. Daisuke no sabía si realmente había estado demasiado cansada, que podría haber sido verdad, o si quería que su aniki y su hijo hiciesen migas, pero Aya se quedó en la casa y dejó que fuesen por su cuenta a la tienda con la compañía de Ohagi para no estar totalmente sola mientras estuviesen fuera.
Sanemi le estaba diciendo a la señora de la tienda de dulces qué tipo querían (sakura mochi) cuando Daisuke deambuló lejos de su vista y llegó a la carretera entretenido por los fuegos artificiales.
—¡Muévete, maldita sea!
El sakura mochi se derramó por todo el suelo cuando Sanemi, inhumanamente rápido, tomó a Daisuke entre sus brazos y los empujó a ambos fuera del camino de un coche.
Se quedaron jadenado donde se habían lanzado, ojos como platos mientras se miraban el uno al otro.
Sanemi fue el primero en murmurar.
—Ni una palabra a tu madre.
Esa fue la primera y única vez que Daisuke vio miedo en la cara de Sanemi.
—Ya, —dijo él en un susurro—. Definitivamente no le voy a mencionar esto a mamá.
Cuando llegaron, Aya levantó la mirada del libro que había estado leyendo durante su ausencia.
—Aniki, —murmuró ella con un ligero ceño fruncido una vez le echó un vistazo a las manos vacías de Sanemi—, ¿dónde está el mochi?
Sanemi apretó los puños y soltó una maldición—. ¡Mierda!
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Existiesen los dioses o no, Daisuke estaba segura de que le amaban.
O al menos solo un poco. Lo suficiente como para dejarle ser feliz.
A su padre le gustaba abrazarle con demasiada fuerza, su madre le besaba la mejilla al darle las buenas noches y se aseguraba de colocar las mantas de manera que no tuviese frío por las noches.
—Gracias a los dioses que no tendrá que pasar por lo que pasamos nosotros —susurraban sus padres en silencioso rezo. Él nunca sabría a qué se referían, y cada día, ellos solo rezaban porque su ignorancia continuase intacta.
Daisuke Kamado ya no estaba angriento. Tenía todas las uvas que podía desear, y no tenía por qué hacer vino con ellas para saber si algo tan pequeño brindaba la felicidad o no. "Pura felicidad, gilipollas, pura felicidad."
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Notes:
Aaaaa!!!
Escribí este one shot en inglés con el título de "bliss in wine and ignorance" cuando se publicó el final extendido del manga de kimetsu allá por diciembre de 2020, así que lo he traducido como celebración del segundo aniversario que debería haberse publicado en julio!!
Esta versión, al menos, tiene una escena extra (la del lobo).
No he podido publicarlo hasta ahora porque tenía spoilers (la existencia del perro de Sanemi, Ohagi, y la marca de demonio de Aya, las cicatrices alrededor de sus ojos, e incluso la infertilidad de Aya, que lleva siendo parte de su personaje desde hace bastante ya), por eso he esperado hasta la batalla entre Aya y Daki para "revelarlo" en cierto sentido, jaja.
Como la idea de la relación entre Aoi y Aya fue más posterior, no está incluida en la escena con Kanao, pero que sepáis que si llegase a escribirlo ahora, Aoi estaría ahí 100%!!!
Suelo escribir muchos one shots no canónicos, pero de este, alrededor del 75% o 90% es canon, salvo por detalles que probablemente se me puedan escapar una vez escriba el final de la historia principal.
Por más años juntos!! Intentaré escribir algo a tiempo la próxima vez :p jaja
Chapter 44: Donde se esconde el yokai
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
—¿Crees que se ha sido solo? —pregunta Inosuke tratando de sacarle conversación. Por suerte, o puede que no, no ha podido hacer a Kanao hablar mucho, pero lo que ha mencionado de forma más y más frecuente en sus intentos para hacerlo ha sido a Tanjirou.
Si Kanao tuviese ganas de hablar, ella le mencionaría también.
Acordaron reunirse al atardecer, cuando el Sol se pusiese y la noche diese paso a la masacre, pero hasta ahora, la única que ha aparecido de los ha sido Kanao. Y parece que Inosuke no está demasiado contento con ello.
Con ella no puede divertirse porque Kanao no le sigue las provocaciones, no le entretiene con cumplidos y tampoco se une a sus juegos infantiles por muchos golpecitos con el dedo que le dé. Es la primera persona que no le hace caso en ningún aspecto y eso, como a un niño malcriado, debe molestarle.
Así que intenta, por todos los medios, que Kanao hable todas las palabras que pueda. Tras un tiempo, sus temas de conversación se centran alrededor de la misión.
—No creo que lo haya hecho —responde Kanao, a pesar de que sabe, perfectamente, que no deberían estar hablando porque podrían echar a Inosuke de la Casa Ogimoto al notar su voz grave. Pero eso a Inosuke no parece importarle, Kanao tiene la sospecha de que no le importan muchas cosas—. Tanjirou no nos mentiría de esa manera.
Inosuke se dedica a morderse el labio mientras piensa—. No sé, Gonpachiro ha estado raro últimamente.
Eso, Kanao, no lo esperaba para nada—. ¿Raro cómo?
—No sé, ¿distraído? —. Él se encoge de hombros, aunque se ve complacido al poder sacar de ella más de dos respuestas seguidas—. A veces se queda mirando a un punto fijo y las cejas se le fruncen, pero luego vuelve a sonreír como si nada.
Kanao no pronuncia palabra, pero su silencio esta vez, al contrario que en otras ocasiones, debe significar algo para Inosuke.
—Creo que es la primera vez que sugiere ir solo en una misión —. Ahora parece inquieto, tamborileando con las puntas de los dedos sobre sus rodillas—. Últimamente parecía que lo dejaba caer, ya sabes, sugerir que los demás protegiesen a los civiles mientras él se ocupaba del demonio en misiones de grupo, pero nunca lo había dicho de manera tan directa.
Eso, Kanao, no lo esperaba para nada tampoco.
Inosuke echa las manos al aire y suelta un bufido de frustración—. ¿¡Dónde demonios está ese maldito Tontaro Itadaki!? ¡Está haciendo esperar al rey de la montaña!
—¿Rey de la…? —Kanao murmura desorientada, pero la puerta se abre de un tirón, enseñando a una mujer al otro lado de la puerta que parece sorprendida al verles.
—¿Es que hay un hombre aquí? He oído la- —. Inosuke se levanta, impaciente y le grita a la mujer:
—¡Sí lo hay, soy yo! ¡Ya podéis echarme, me largo! —. Todo esto lo hacía agarrando a Kanao por la muñeca y levantándola a ella, también—. ¡No puedo estar un minuto más aquí! ¡Ratones!
Algo por lo que Kanao debía darle puntos a Uzui, y que admitía era bastante útil, era los ratones que bajaron del techo cargando no solo con las espadas y la ropa de Inosuke, sino que con las suyas también.
En los pasillos, un par de chicas les ven, pegan un chillido, y salen corriendo agarrándose a sus cestas de la colada y los recados de la dependienta.
—¡Vamos a por Gonpachiro! —proclama Inosuke agarrando sus cosas bruscamente. Kanao le imita, aunque antes, debe preguntar una cosa para asegurarse de que nada puede tomarla desprevenida.
—¿Y a dónde vamos a ir por él?
Eso hace que Inosuke se congele en el proceso de ponerse la cabeza de jabalí, y otra chica que acude a ver qué pasa pega un nuevo chillido solo para salir corriendo al verle. Si tienen suerte les dirá a las demás que no vengan a ese pasillo en específico.
Sin embargo Kanao tenía razón en algo, ¿dónde iban a ir, si no sabían donde estaba?
Él no tenía idea. Pero ella, por lo menos, tiene algo por lo que guiarse.
…
No es muy extraño, sobre todo para alguien que se había llevado más de cincuenta años planeando su venganza como Kaede-san, que la mujer hubiese pensado hasta el más mínimo detalle de su contraataque.
Kanao recuerda haber oído alguna leyenda lejana sobre mariposas blancas nacidas del resentimiento del fantasma de una dama asesinada, pero como Kaede-san es más drástica su elección de insecto vengativo es mucho más variada:
—Los insectos —empieza ella a explicarle a Inosuke—. ¿Recuerdas aquellas plagas que asolaron el distrito durante varios días? Pues vamos a usar eso.
Inosuke boquea, a punto de preguntar, pero ella le corta antes—. Sus nidos se limpiaron de las casas y los muebles, pero ¿sabes de dónde no se limpiaron? —. Kanao apunta hacia abajo, donde Aoi había dicho que estaba el Mokumokuren, la criatura fantasmagórica que vivía para maldecir a aquellos que invadían su morada. Que les maldiga, a ella y a Inosuke, porque van a hacer justo eso—. Usa tu percepción espacial.
Que Kanao tome la iniciativa parece animarle, porque Inosuke se frota las manos con interés y suelta uno de esos cacareos suyos—. Me gusta por dónde vas, ¿qué tengo que sentir exactamente?
¿Qué debería decirle? ¿Que tiene que sentir las miles de arañas bajo el suelo? ¿Los millones de insectos que dejaron a sus anchas y que Kaede-san aseguró que no harían daño a nadie?
Finalmente, Kanao elige: —Un nido enorme de arañas, Inosuke, un nido enorme de arañas.
…
El camino es rocoso y difícil, pero por suerte, Kaede-san de verdad que había pensado en todo.
“Si no se hubiese agrandado, solo habría cabido yo,” dice Inosuke refiriéndose al túnel, y es que las habilidades de Kaede-san podrían compararse a las de un dios.
El túnel está cubierto en telarañas y los propios insectos, brillando de un morado brillante en la oscuridad, se esparcen por todo el lugar como lo que son; una plaga, diseñada específicamente para que lo invadan todo de manera precipitada y discreta. Es por su seda por lo que el túnel que debería ser pequeño es ahora grande, el veneno que segrega el tejido corroe la tierra tras llevarse en contacto con ella tanto tiempo. Gracias a ello, Kanao es capaz de deslizarse por el hueco con pequeñas dificultades. Inosuke, que puede deformar cada parte de su cuerpo para meterse por el hueco, no tiene tanto problema.
Cuando llegan y salen del túnel, la madriguera parece pequeña a primera vista, blanca como si hubiese nevado y oscura como si hubiesen entrado en la misma boca del lobo (aunque en cierta manera eso es lo que hayan hecho).
Inosuke pregunta por qué está todo tan blanco y Kanao le responde con la verdad:
—Eso no es nieve —apunta Kanao, y cuando se acercan, fijándose con más atención, ambos saben a lo que se refiere—. Son telarañas.
Como se había cubierto el distrito durante la primera Plaga, se había cubierto la madriguera del Mokumokuren. No hay esquina, rincón o escondite que no esté plagado por pequeñas arañas moradas que escalan de arriba a abajo el lugar que han hecho su hogar.
Entre ellas se distinguen colores brillantes, fajas, decenas de ella colgando desde las paredes y el techo. Para eso Kanao ya no tiene explicación, aunque sí curiosidad. Afortunadamente no ha venido sola.
—Son personas vivas —y cuando Inosuke apunta con el dedo ahí están, tan claras que le cuesta creer que no se había fijado antes. Un par de decenas de personas se dibujan en los patrones de la tela, retratadas como si fuesen damas en tapices lujosos—. Así que usa las fajas para atrapar a sus víctimas, como si fuese una despensa.
Hablando de despensa, nota Kanao al dar un indeciso paso atrás y chocar contra una calavera amarillenta, todos los huesos, los restos de las víctimas del demonio, que se esparcen por los rincones de aquella cueva enorme parecen estar demasiado pútridos.
—Inosuke —empieza ella agarrando su espada con fuerza—, ¿no crees que todos estos huesos parecen muy viejos?
Ella cuenta las chicas que ven entre las fajas que concuerda con el número aproximado de chicas que desaparecieron en los últimos meses, y no necesita la confirmación de Inosuke porque ya lo sabe, pero es reconfortante que esté de acuerdo con ella:
—De quien sea que fuesen, se los comieron hace mucho —apunta él cogiendo una tibia con dos dedos para confirmar—. Debe estar a dieta.
Kanao asiente con la cabeza. Ahora sabe lo que tiene que hacer, y la verdad, es que es en lo que más ha estado pensando los últimos días. Así que desenvaina su espada, aprieta su agarre y luego respira :
«Respiración de la Flor, Segunda postura: Sombra honorable de la ciruela.»
—Es hora de salvar a Zenitsu.
Puede que Kanao sea una muñeca, puede que no pueda decidir cosas por sí misma o puede que solo sirva para la espada.
Pero al menos va a arriesgarse a salir herida si es por alguien que ha sido bueno con ella.
…
Para ser una muñeca, Kanao piensa demasiado últimamente.
No es que quiera relacionarse con las demás, ni que tenga siquiera el interés en hacerlo para la misión, pero de una manera u otra las chicas de la casa le hablan sin que ella les diga nada. Normalmente con simpatía, otras con pena, son chicas con una pizca de desesperación por compañía, algo a lo que agarrarse en el barco que se hunde lentamente que es la Casa Kyogoku y el distrito rojo, y es que para muchas de ellas, aquel sitio sería su hogar durante el resto de sus días.
Aquí y allá escucha detalles y otros relatos, las chicas no hablan con extraños pero sí que hablan entre ellas, y sea como sea, al parecer Kanao es una de las suyas.
La primera vez que escucha que a una de ellas se la vendió allí por una deuda de sus padres, eso le sorprende un poco. Pero no es la primera, y tampoco es la última, la procedencia más común del mercado de chicas para las casas del distrito rojo son los prestamistas de las ciudades esperando como buitres a que los pobres recurran a la solución final, vender algún miembro de la familia. ¿Y es que no había Kanao, hacía mucho, sido vendida por una deuda de sus padres también?
Había más niñas donde ella había vivido entonces, cuando todos los días eran iguales y ella, también, se convirtió en una sombra monótona a la que no se le podía distinguir de una marioneta. La única diferencia entre aquella chica y Kanao era que el día que su dueño la había sacado para pasearla por el puerto, quienes la habían comprado habían sido las hermanas Kochou, no algún gerente del distrito o madamas en busca de carne fresca.
Aquellas chicas, en cambio, habían tenido la mala suerte de no tener a Shinobu y Kanae.
Shinobu y Kanae… Kanao piensa mucho en ellas últimamente, ¿sabe por qué, exactamente? Siempre es difícil saber por qué está pensando en algo, pero como Tanjirou le dijo hacía tanto tiempo, todos tienen una voz en su interior, aunque la suya hable y Kanao no sepa por qué.
Es en una de estas divagaciones en las que su voz habla y ella no sabe por qué, pero últimamente le hace más caso que de costumbre.
Una de las muchas cosas que no sabe Kanao, tampoco, es por qué su voz grita tanto al ver a la oiran Warabihime maltratando a una de las chicas más pequeñas.
Sea como sea, puede que porque la chica se parece a Naho, Kiyo y Sumi, o porque su flequillo le recuerda a la imagen que Kanao ve en el espejo, pero al ver como la oiran la golpea una y otra vez, Kanao se pone en medio.
Al impacto la oiran abre los ojos sorprendida, mientras Kanao aprovecha para agarrar a la chica y escudarla tras de sí.
A nadie le importa si a estas chicas se les pega o maltrata; si se ponen enfermas las mandan a los burdeles de las zonas pobres para que mueran en silencio, si son desgraciadas les ponen más maquillaje para que no se les note las arrugas que les crecen al no sonreír y si deben pasarse la vida siendo propiedad de alguien más, se le ponen más luces y más decoraciones al distrito para que aquellos que contraten los servicios no piensen en ello. Nadie en aquel maldito país hará nunca nada por ellas, y eso puede que, al contrario que a todos, a su voz sí que le importe.
La oiran, como es natural, enfurece. Ve lo que ha hecho Kanao como un acto de rebeldía, ¿lo es? Para alguien que nunca hace nada, sí que lo parece. Pero en tales sitios ni la rebeldía ni nada mínimamente bueno es recompensado, así que la oiran en vez de pegar a la chica pega a Kanao, que sabe que no puede apartarse.
Los gritos no vienen de ella, que es a la que están pegando. Pero la chica que se parece a Naho, y que se parece a Kiyo y a Naho y que se parece a Kanao, sí que empieza a llorar desconsolada.
Y por una vez, hay otra persona a parte de a su voz a la que le importa.
—¡Kanao! —. La voz en falsete de Zenitsu es simplemente ridícula, pero al menos es lo suficientemente listo para usarla en frente de otros. La oiran al oír a otra persona, suelta la melena de Kanao, que cae al suelo, y se gira a Zenitsu.
El chico se ve enfurecido, gritando cosas sobre cómo la oiran no puede tratar así a la gente, y como no está bien pegarle a las niñas pequeñas. Pero la respuesta de Warabihime, que irradia tanta maldad como el distrito en sí, solo dice la verdad:
—Estas chicas son de mi propiedad —dice Warabihime con una sonrisa tirante—. No son nada, no tienen valor, las han vendido y ya no son humanas —entonces se acercó a Zenitsu, demostrando que Warabihime era mucho, mucho más alta que ella—. Puedo hacer con ellas lo que quiera. Y contigo también.
Debió haber sido la ira reprimida, o quizás que Warabihime sospechaba antes de Zenitsu, pero el golpe que le dio fue mucho más fuerte que los que le dió a la chica y a Kanao. Mucho más fuerte que cualquier otro.
Al estamparse Zenitsu contra la pared, Kanao no hizo nada. Al ver que Zenitsu estaba inconsciente, Kanao no hizo nada, y al ver que se llevaban a Zenitsu a la enfermería, donde estaría sin vigilancia durante toda la noche, Kanao no hizo nada.
‘No te relaciones con Zenitsu,’ le había dicho Aya, ‘puede destrozarnos la coartada, ¿entiendes?’
Sí, Kanao entiende.
Pero no significa que, al anunciarse que “Zenko” no estaba en su habitación al día siguiente, su voz no susurre que cometió un error.
…
Por alguna razón, no mucho después, se susurra mucho el nombre en clave de Aya por los pasillos.
Es un grupo de chicas, que vuelven tras haber sido contratadas como compañía para algún empresario importante en la guerra, las que susurran entre risitas cosas sobre “Kaede” y cómo le había cogido el tranquillo al negocio tan pronto. Kanao está confusa.
La persona que más esparce los rumores (se cuentan como noticia, pero eso Kanao tendrá que comprobarlo por su cuenta) es la oiran Warabihime, que ya ha tenido encontronazos con Aya antes y a quien no parece caerle demasiado bien.
Kanao la busca por todas partes, pero Aya no está ni en la lavandería ni en la cocina ni en los lavabos. Y es por pura casualidad, que la ve entrando por una ventana que no se ve a menos que te fijes mucho.
Al principio, Aya se queda paralizada aún con una pierna fuera, pero al ver que es Kanao simplemente suelta una maldición y un suspiro aliviado.
—Kanao —exhala solo en la manera en la que Aya dice su nombre, con una pizca de alegría en el sitio correcto y dulzura en las esquinas. Parece confusa cuando Kanao no la saluda alegremente de vuelta.
—¿Dónde estabas? —. Aya no dice nada, desapareciendo todo el alivio que le había pintado la cara apenas un momento antes.
—¿Que… que donde estaba? —repite Aya colocándose un mechón tras la oreja para que Kanao no note cómo se echa hacia arriba el cuello del kimono—. En ningún sitio, ¿dónde estabas tú?
—Zenitsu ha desaparecido —. Kanao juega con sus manos—. Se peleó con la oiran para defenderme y le mandaron a la enfermería, y desde entonces no sé dónde está.
Aya se mantiene en silencio, la ligera arruga entre sus cejas no le transmite a Kanao demasiadas emociones.
—Aya, ¿dónde estabas mientras la oiran dejaba inconsciente a Zenitsu? —insiste Kanao una vez más—. Y no solo ahora, sino todas las veces que te escabullías, ¿adónde ibas?
Aya vuelve a subirse el cuello del kimono y toma una bocanada de aire—. Kanao, lo siento muchísimo, yo no-
—Me dijiste que no me relacionase con Zenitsu —la corta Kanao súbitamente—. Me dijiste que arruinaría nuestra coartada, que era peligroso —. Kanao le manda a Aya una mirada acusadora—. ¿No es peligroso que te vean con un chico pelirrojo que se parece mucho a Sumi de la casa Tokito?
Los ojos de Aya la examinan con cuidado, como buscando algo (y encontrándolo) que nunca había visto antes—. Estás enfadada conmigo.
—Yo- —. Kanao pausa, ¿lo está? Y si lo está, ¿cómo puede saberlo?
Las mejillas de Aya todavía están rojas del frío—. Kanao, ¿qué clase de sentimientos tienes por mí?
—¿Sentimientos? —. La palabra por poco se le atraganta. Aya saca de su bolsillo la moneda dorada de Kanae y la extiende en su palma.
—¿Es esto? ¿Es esto por lo que solo haces lo que yo te digo? —. El arrepentimiento desborda la voz de Aya cuando le deja la moneda en la mano—. Yo no quería esto, no quería nada de esto. Pensé que sería bueno para ti, no era mi intención, lo prometo. Si no te hubiese quitado tu moneda, podrías haber decidido actuar cuando Zenitsu estaba en peligro, pero como te la quité-
—No lo hice —susurra Kanao, a quien ahora la moneda le parece una carga muy pesada. Era cierto, ¿a qué había estado esperando?
¿A quién había estado esperando?
—Kanao, —empieza Aya una vez más. Esta vez no le deja una moneda en la mano, sino un trozo de papel doblado—. No quiero darte más órdenes, pero de verdad que necesito que le dés esto a la abuela.
Pega un respingo cuando una de las chicas de la casa la llama por su nombre, anunciando que la oiran Warabihime quiere verla.
Antes de irse, Aya vuelve a mirar atrás. Y lo que sea que quiso decirle a Kanao nunca llega.
…
—¡Todo esto es culpa tuya! —. Aoi se hubiese lanzado contra ella sino fuese porque Kaede-san la jala de un tirón para mantenerla quieta. Sin embargo, la intensidad en la mirada acusadora de su hermana no disminuye—. ¿¡Y la dejaste ir sin más!? ¿¡Tras haberse ido a la porra su coartada!? ¡Eres una inútil!
—Yo solo… —intenta Kanao inútilmente—, Aya me dijo que-
—¡Y por supuesto tú le hiciste caso! ¿¡Es que eres tonta!? —. Aoi suelta un bufido enrabietado, que resplandece blanco contra el frío cuando se lleva las manos a las coletas y se las jala con frustración—. No puedo más, ¡me estoy volviendo loca! ¡Si sigo aquí más tiempo voy a perder la cabeza!
Kanao tiembla, porque solo puede fijarse en una cosa:
—No soy tonta… —murmura silenciosamente, pero la mirada severa de Aoi, dura como el hielo, le hace sentir lo contrario.
No es que haya querido hacerle daño a nadie, Kanao tampoco quería que Aya desapareciera, ni que Zenitsu siguiese su mismo camino. Si ella no hace nada, no se le puede culpar, ¿no?
—¡No soy tonta! —le repite Kanao a Aoi una vez más. Que grite parece sorprenderla—. ¡Ya sé que crees que estoy rota, pero no lo estoy! ¡Ya sé que crees que soy una muñeca, pero no lo soy!
Se toma el tiempo para apretar los puños y los labios. La imagen de Zenitsu, ofreciéndole dulces, le viene repentinamente—. ¡Y estoy tan disgustada como tú por esto!
—¡Ya basta! —. Kaede lanza a un lado a Aoi y se gira a Kanao, observándolas a ambas con una mirada severa—. Os estáis comportando como niñas pequeñas —. Luego saca su pipa y la enciende, con una expresión estresada que se vuelve más ligera al tomar una calada y exhalar humo gris gris gris.
—Kanao —llama una vez más haciéndole un gesto con la mano—. Dame eso que llevas en el bolsillo.
La abuela de Aya recibe satisfecha aquel papel que le dio Aya a Kanao días antes de desaparecer. Su próxima exhalación de humo es más larga que las demás.
—Esta niña va a matarme —susurra para sí antes de girarse a ambas chicas, que solo la miran de manera inquieta a falta de no poder mirarse a la cara entre ellas. Y solo dice un par de palabras—. Si te quieres ir, Aoi, entonces volveremos juntas.
Tan misteriosa como su nieta, Kaede Fujioka se retira sin dar explicaciones ni discursos.
Cuando le pregunta a Kanao si quiere irse, ella no puede hacerlo. Porque los hilos que antes controlaban las extremidades de la muñeca, haciéndola bailar sin parar, ahora están unidos a otras personas.
Y en cierta manera, Kanao está irremediablemente unida a aquel distrito también.
…
Las fajas son cortadas con facilidad, las chicas atrapadas caen una a una en una lluvia de kimonos coloridos y melenas negras. En cierta ocasión, Kanao ve pelo rubio por el rabillo del ojo y es capaz de moverse con la suficiente rapidez como para agarrarle para que esta persona, por lo menos, no caiga al suelo.
Zenitsu duerme como un bebé contra su hombro. Inosuke, al verle mientras corta, suelta una carcajada.
—¡El muy tonto se dejó atrapar! ¡Y yo que estaba preocupado!
Kanao se permite una pequeña sonrisa mientras ambos siguen cortando. En algún momento, ante todo el escándalo, el Mokumokuren hace su aparición.
Como Aoi le había descrito, es una tela larga, larga, larga, con labios rechonchos y ojos saltones que clava en los responsables de este alboroto, Inosuke y Kanao.
—¿¡Cómo os atrevéis!? ¡No deberíais ser capaz de cortar! —. Al intentar llegar hacia ellos, las telarañas le bloquean el camino y tiene que escapar, una y otra vez, de las telarañas en las que cae—. ¡Dejad de cortar, dejad de cortar!
Pero Inosuke y Kanao hacen oídos sordos, de hecho, Inosuke incluso se ríe.
—¡Estas arañas sí que son útiles! —. Corta limpiamente otra de las pocas fajas que quedan colgando en la cueva que se deshace fácilmente, podrida—. ¿¡Para que servían los otros!?
—¡Hay más! —le dice Kanao haciendo un gesto con la cabeza hacia el Mokumokuren, que cada vez parece más y más mareado—. ¡Sus picaduras!
Y es que Kaede-san tiene poderes divinos porque esas arañas no se encuentran en los libros de fauna y flora de los alrededores de Kanto, ni de las islas del sur, ni de Hokkaido en el norte. Sus colores son extravagantemente coloridos, sus picaduras no afectan a humanos y sus mandíbulas no están hechas para comer insectos más pequeños que caigan en sus fauces.
“Las glicinias son el opuesto a la sangre de demonio,” recuerda Kanao haberle escuchado a Shinobu, en aquella clase de introducción a los antídotos que intentó darle a Kanao y Aoi, y de la que solo Aoi sacó provecho. “Sin importar qué demonio sea o su Técnica de Sangre Demoníaca, siempre podrás debilitarlo utilizando extracto de glicinias.”
Aquellas arañas no se pueden encontrar en la naturaleza porque Kaede-san las ha criado específicamente para aquello, y su trabajo, cerca de diez años de investigación, culmina en arañas cuyo veneno contiene glicinias, cuya sangre contiene glicinias y cuyos colmillos secretan extracto de glicinias.
Y eso para el Mokumokuren, cuya madriguera está infestado de ellas, es un problema.
—¡Las arañas eran para invadir la madriguera! —le explica Kanao en el aire a Inosuke mientras ambos son testigo de como el Mokumokuren se queda atrapado en la telaraña una vez más—. ¡Sus picaduras le hacen más débil, por eso podemos cortarle!
Por eso es tan fácil cortar sus fajas, cubiertas de úlceras y granos que palpitan de morado brillante. Inosuke suelta otra nueva carcajada.
—¡Impresionante! ¿¡Y qué hay de las cigarra!?
—¡Eso es para el señor Uzui! —contesta Kanao a gritos—. ¡Estoy segura de que-! ¡Zenitsu! —. A Kanao se le desliza el chico de entre las manos en un descuido. Pero contrario a lo que se esperaba, Zenitsu no se choca contra el suelo.
«Respiración del Rayo, Primera postura: Destello del Relámpago, Ocho Veces»
Es un estruendo que hace temblar todo. Zenitsu, aún con los ojos cerrados y sosteniendo la espada que le habían traído los ratones, vuela alto muy alto y se deshace por fin de todas las fajas restantes que explotan de un tirón con un siseo que suena a quemado.
Un último resto de faja, levantándose de entre los escombros, empieza a regenerarse con la promesa de hacer volver al Mokumokuren. Pero refulgiendo entre la oscuridad aparece un kunai, que se clava en el suelo, a través de la faja, y previene que lo haga.
—¿¡Estás hablando de nuestro marido!? —. Las dos chicas que se apartan el pelo de la cara y que tienen kunais en las manos salen de entre las fajas—. ¡Tengen, ¿sabéis dónde está?!
Y de repente… boom . Hay luz una vez más.
—Los huevos de cigarra… —murmura Kanao. Tanto ella como Inosuke, Zenitsu, dormido contra su hombro, y las esposas de Uzui observan el enorme agujero que se ha abierto (que han abierto) en el techo de la cueva)—. Cantan incluso si no han nacido… y su frecuencia bajo tierra en los túneles indica dónde está la madriguera del demonio.
Y es que no solo Kaede-san es una diosa. Hay un segundo dios con ellos y ese, quien pudo escuchar con su oído tan fino como el de Zenitsu los cantos de los huevos en los túneles subterráneos del Mokumokuren, se llama Tengen Uzui.
Es el mismo que les enseña una sonrisa brillante, agarrando sus dos espadas enormes, y anuncia:
—Esto se está poniendo extravagante.
…
Notes:
yay kanao time
Chapter 45: Héroe Trágico
Chapter Text
Corriendo sin rumbo por las calles sangrantes, Tanjirou siente que algo muy, muy malo va a pasar.
Tiene una cierta sensación de peligro inminente, de que va a llegar demasiado tarde, descansando sobre sus hombros.
«¿A qué llegaré tarde?» le pregunta al niño en mitad de los arrozales, pero Tanjirou no obtiene respuesta porque el niño se desvanece, poco a poco, y el dolor le alcanza en su lugar.
A donde sea que vaya escucha gritos de dolor, chicas sin rumbo huyendo del miedo u hombres de negocios que se agarran a sus bastones y se dirigen apresuradamente a sus coches de lujo.
Tanjirou no tiene demasiada certeza de adónde está yendo. Intenta encontrar el olor de Aya, una cosa tenue que detecta en algún lugar del distrito. Pero la sangre siempre tiene la prioridad en su olfato y en este momento, hay sangre por todas partes.
Hay un grito, una chica con aspecto grisáceo que se tropieza con los escombros y se cae justo delante de un hombre de cara alargada con un bigote.
Debe ser uno de las decenas de hombres que se reúnen con sus compañeros después del trabajo para desahogarse con las chicas del distrito. A juzgar por su cara delgada y las arrugas que tiene en puntos estratégicos, Tanjirou diría que tendría alrededor de cincuenta años, pero por supuesto, el dinero puede comprar el tiempo así que podría haber sido incluso más mayor.
Al intentar levantarse, la chica le toca sin querer los zapatos al empresario. Naturalmente, él la patea sin dudarlo.
—Qué asco —murmura, antes de girar la cabeza como si nada hubiese pasado y continuar buscando las llaves de su coche en el bolsillo.
Nadie le presta atención a lo que acaba de pasar, al menos nadie excepto Tanjirou. Para entonces aquel sitio es un completo desastre, con decenas de personas, ricos y pobres a igual medida, intentando escapar de una amenaza que no conocen completamente.
—¡Oye, cabrón! —. Le grita alguien al hombre mayor antes de que Tanjirou pueda hacerlo. Sigue mareado, la sangre chorrea libremente y se queda en sus ojos, pero no es nada que un hermano mayor no pueda soportar—. ¡Que te jodan, gilipollas!
Tanjirou dice su nombre antes de que pueda verla—. Aoi.
La susodicha está ayudando a la chica a levantarse del suelo, mientras le suelta insulto tras insulto al hombre que solo la mira con asco. Naturalmente, Aoi está usando sus mejores insultos para ello.
En cambio, cuando ve a Tanjirou la expresión se le cambia (él ya la puede ver a ella, también), suavizándose de manera considerable.
—Estás hecho unos zorros.
—Entonces tengo suerte de que no haya un espejo cerca para poder verme —. La broma relaja a Aoi, pero sus próximas palabras vuelven a hacerla verse preocupada—. Creía que habías abandonado el distrito por completo.
Aoi chasquea la lengua, se asegura de que la chica por fin recupera el equilibrio, y espera a que desaparezca de su vista—. Me lo pidió alguien —suspira a mitad de frase, entre el cariño y lo irritante—, y me temo que no puedo rechazarla.
—¿Quién te lo pidió?
Eso parece personal, porque Aoi cambia el tema—. ¿Dónde está Nezuko?
Aoi apunta al espacio vacío en la espalda de Tanjirou.
—La dejé cerca, —mira hacia atrás, le ha estado carcomiendo desde que lo hizo—, debería ir a por ella.
—Vayamos los dos juntos.
Y eso es lo que hicieron.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Cuando llegaron al lugar en el que Tanjirou había dejado a Nezuko, se podía escuchar como su hermana arañaba la caja desde dentro.
La banda sonora que les acompaña esta noche está compuesta de gritos y chillidos.
—Nezuko, estoy aquí, estoy aquí —. Tanjirou intenta calmarla, pero incluso cuando lo hace su hermana continúa inquieta, dándole patadas a la caja para que se abra. Y lo hace, no mucho después, pero la mirada en la cara de Nezuko no le gusta mucho.
—Aléjate —le dice Aoi a Tanjirou una vez que le echa n vistazo a sus heridas y a la manera que solo aumenta en que Nezuko se retuerce nerviosamente. A Tanjirou no le gusta mucho la idea que tiene en la cabeza.
—Nezuko nunca me haría daño —dice Tanjirou, agarrando la mano de su hermana. Aoi se ve escéptica durante un segundo, pero acepta de todas formas.
Aunque hay un problema. Incluso cuando intentan que Nezuko vuelva a su caja, se niega a hacerlo y continúa soltando pequeños quejidos de dolor. Como tienen prisa, Tanjirou solo la coge de la muñeca y continúan andando.
Al contrario que Tanjirou, Aoi parece saber a dónde va.
—Está todo planeado —le explica una vez que se da cuenta de su mirada confusa—. Bueno, yo no tenía pensado volver —suena un poco avergonzada por ello, algo que tendrá que ver con su olor que destila a odio por sí misma seguramente—. Pero antes de eso, trazamos un plan para que no hubiese bajas. El lugar, la hora, incluso los ataques y las armas. Y creo que ese es el plan que Aya ha decidido poner en marcha —. Aoi suelta un bufido entredientes—. Aunque que desapareciese no entraba en el plan de ninguna manera. Algo imprevisto debe haberla hecho actuar de manera tan esporádica.
Sobre eso ninguno dice una palabra, y su silencio le hace a Tanjirou preguntarse si Aoi sabe lo que hicieron.
Porque él sabe qué es aquello imprevisto que hizo salirse del rail el plan de las chicas, lo sabe mejor que nadie, él mismo organizó el regalo de cumpleaños.
Es un lento, condenado picor que empieza en las palmas de sus manos y se extiende por todas partes.
Siente algo pegajoso en su mano, tan profundamente empapado en sus carnes y sus huesos que le da nauseas. Tanjirou suelta la mano de Nezuko y se frota la suya intentando quitárselo, ¿qué es, aquello que quiere quitarse? Tanjirou no está seguro, no tiene ni idea de qué es, pero puede sentirlo.
Y no es agradable.
Un olor pútrido acompaña esta vez a la sangre. ¿De dónde sale toda ella, manchando sus manos y sus ropas? Ve y escucha moscas y otras alimañanas que vienn a comerse el cadáver, ¿el cadáver de quién? ¿El suyo?
No, el de Aya.
Como todo final trágico de leyenda, el desastre solo se les puede atribuir a los errores de los personajes, atados por sus propias fallas y sus deseos, su parte humana que solo quería pasar tiempo con la chica a la que quiere.
¿Pero no sabía él lo que iba a pasar? ¿No les había, sin querer, atado a un destino trágico?
Ellos son Orihime y Hikoboshi, son Orihime y Hikoboshi, atados al destino de las peores maneras posibles.
Podrían abandonarlo todo, Aya podría retirarse del cuerpo y evitar el peligro. Tanjirou podría seguir su camino si quisiera, volver a aquella casa en la colina y llenarla una vez más, habitar entre sus paredes, dormir bajo sus techos, mientras Tamayo hace una cura en algún lugar del que ni siquiera tendría que pensar.
Podrían, hay mil maneras en las que podrían, pero no van a hacerlo porque sino, no habría historia.
Finalmente, en el claro de nieve carmesí, encuentran el resultado de la pelea.
Esto ya ha pasado una vez, siempre iba a pasar de esta manera y él ya ha vivido esta parte de la historia. Y lo hará una vez más.
Orihime y Hikoboshi son dioses, y los dioses no mueren.
Pero Aya y Tanjirou son nada más que mortales, ¿y Aya?
Aya ha estado muerta, ha estado destinada a estar muerta, desde el principio.
Porque no hay ninguna otra versión de esta historia.
No hay ninguna otra historia en la que él no llega tarde.
—¡Tanjirou! —exclama Aoi, agarrándole del antebrazo y eso le saca del trance—. ¡Nezuko ha salido corriendo! ¡Mierda!
Aunque, ¿estaba Nezuko en aquella historia?
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Shizuka aún puede recordar la pequeña casa de madera a las afueras de la ciudad donde vivían ella y sus hermanos.
Recuerda que un día, tras haber conseguido un par de monedas limpiando las suelas de los zapatos a los hombres ricos que rondaban el distrito, pudo comprar un par de melocotones.
Su hermana Yuka se sienta en la mesa, con la cara entre las manos. Jin a su lado no dice ni una palabra.
"¿Qué vamos a hacer con la enfermedad de Jin? ¿Cómo nos quedaremos con la casa?"
—Lo siento —. Yuka lo repite una y otra vez. A pesar de que Shizuka ha conseguido traer melocotones y no tienen que preocuparse por comer aunque sea ese día—. Lo siento, lo siento, lo siento.
Era muy pequeña, apenas lo recuerda. Solo sabe que de repente la presencia de su hermana se intercambia por el dinero que entraba por la puerta, y que Jin y ella no pasaron hambre.
Pero cuando intenta ver la cara de su hermana, empapada en lágrimas al retirarse las manos, solo ve una mancha borrosa.
La pequeña casita desaparece y el dinero que traía Yuka también. Se habla de una oferta de matrimonio cancelada y una madama egoísta, ella y Jin son forzados a vivir en la calle y su hermano nunca le dice que pasó con Yuka, solo que cada vez que una madama se les acerca, él no deja que miren más de dos veces a Shizuka.
Saben que son Shinohara, y que su hermana tuvo mucho éxito antes de volverse loca.
Día tras día, las opciones se les acaban.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
—Conviértete en demonio, convertíos los dos —. Ojos verdes y brillantes, piel inmaculada e impoluta, dientes y garras afilados—. Nosotros no enfermamos, ni envejecemos ni dejamos que nos pisoteen. ¿No es una oferta lo suficientemente buena para ti?
Sí, sí lo es, es la mejor oferta que alguien jamás podría hacerle.
—Vamos —le urge el demonio, aún con la mano extendida. Y lo único que Shizuka tiene que hacer es tomarla.
¿Y por qué no debería?
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
¿Qué era aquello que había dicho, sobre convertir a alguien en demonio?
Nezuko no puede olvidarlo.
El rojo que siempre intenta evitar en su rabillo del ojo está ahora por todas partes; donde sea que mire, donde sea que ponga la mirada, allí hay rojo, rojo, rojo, que se derrama de los débile cuerpos humanos, humanos, humanos.
Nezuko se aferra al rojo rubí, el que le recuerda aquello que es importante. Pero él también está cubierto de un profundo rojo y sus ojos brillan de manera distinta a cómo lo suelen hacer.
Así que Nezuko intenta fijarse en otra cosa, el verde de su haori, la calidez de su mano, agarrando la suya, pero todo duele últimamente. Y eso la fuerza a recordar.
Su pasado, también, está cubierto de rojo.
Lo que pasó aquella noche de invierno siempre está repitiéndose en su cabeza. De una manera u otra, a Nezuko le horroriza la idea de comer carne humana al recordar cómo sus hermanos, su madre, fueron aplastados bajo el pulgar de aquel hombre con ojos de un rojo sangre que siempre susurra tras su oreja.
Pero esta noche, su voz es inusualmente alta, el rojo que ve por el rabillo del rojo es demasiado profundo y la nieve se ve justo igual que aquel día.
Así que sus dolorosos recuerdos se repiten con más claridad y vividez que otras veces, y Nezuko está irritada.
Tanjirou suelta su mano durante un momento, solo un momento, y ella actúa por su cuenta.
¿Qué había dicho? ¿Qué era lo que el demonio había dicho? ¿Algo sobre convertir a otros niños en demonios? ¿Justo como el hombre había hecho con ella? ¿Justo como había hecho con muchos otros?
Eso no la horroriza, la enfurece.
Y Nezuko nunca ha sido de las que se aguantan, ni una pizca, de hecho.
Así que con toda la fuerza del mundo, a aquel demonio que la enfurece tanto, aquel demonio tan despreciable, boom. Su cabeza sale volando tras una sola patada.
Todos a su alrededor son tan pequeños, tan, tan pequeños.
El cuerpo del demonio está tendido a sus pies. Su cabeza debe estar en alguna parte (no quiere verla).
—Nezuko... —susurra Aya, saliendo de debajo del demonio. Se le entrecierran los ojos y tambalea al ponerse de pie, pero se tropieza y vuelve a caer. Los niños a su alrededor se esconden debajo de su haori y la miran a ella (a Nezuko) con miedo. No hacen mal, no son tan ignorantes como ella lo fue cuando le abrió al desconocido que llamó a la puerta tan tarde por la noche—. ¿Dónde está Tanjirou? ¿Has visto a... a Aoi?
Aya se queda en silencio durante un momento, mirándola desde el suelo—. Nezuko... ¿y tu bozal?
¿Su bozal? Ya, su bozal.
No lo va a necesitar. Al demonio le vuelve a crecer la cabeza una vez más, ¿y qué mejor arma que los colmillos?
Los niños corren al verla, corren al ver el rojo. Y no le importa si les da miedo, lo que a Nezuko le importa es que no va a dejar que se conviertan en lo que ella es. Prefiere sangrar.
Así que eso es lo que hace.
Su sangre derrite la nieve tanto como derrite la carne del demonio que intentó interpretar el rol del hombre rojo. Ella y Nezuko luchan, como nunca antes lo han hecho, porque son inmortales y un choque de bestias, que solo pasa una vez en mil años, se lleva todo a su alrededor consigo.
Nezuko hará arder al mundo, porque tal es su ira y tal es su furia.
Porque el hombre no tenía derecho a matarles.
No tenía ningún derecho a matarles mientras dejaba a Nezuko con el cuerpo que tenía ahora.
¿Cómo se atreve?
¿¡Cómo se atreve!?
La sangre de Nezuko quema al demonio, e incluso cuando corta el cuerpo de Nezuko en trocitos, su fuego la vuelve a recomponer.
Nada va a pararla porque ella ya no tiene fin.
Así que Nezuko quema al demonio, y quema al demonio y quema al demonio y quema al demonio.
Luchar se volvió placentero en algún momento.
La otra es más debil que ella; no puede regenerarse como Nezuko, no puede quemar como Nezuko.
Por supuesto, ella no tiene la ira de Nezuko. No tiene el rojo de Nezuko.
La Luna, carmesí en el cielo, tiñe los edificios pálidos y la nieve blanca del color del que se tiñó su casa al venir aquel hombre. En aquel entonces no pudo hacer nada, solo temer por su vida y llorar, un momento después no era la misma y se le había arrebatado todo.
Le encantaría coger a aquel hombre y patearle, pero no está aquí. Así que debe conformarse con patear al demonio.
Dioses, ¿por qué no había dejado nunca a la bestia salir? Es fuerte, seguro que a ella no la habría podido tocar Muzan. ¿Por qué la había estado suprimiendo Nezuko durante todo este tiempo? Debería haberla dejado tomar el control hace mucho tiempo.
El rojo a Nezuko le sienta bien.
Es en uno de sus últimos movimientos, cuando la otra ya está a sus pies e indefensa, que Nezuko le da el último golpe y finalmente pisa con fuerza la cabeza del demonio.
Pero la bestia no está satisfecha, y después de tal ardua pelea, tiene tanta, tanta hambre.
¿Por qué no había comido nunca antes? Hay una chica medio muerta al otra lado de la calle que parece muy apetitosa, justo ahí, solo para ella.
La bestia no está segura; se ve un poco malsana, comparada con los niños a los que les dice que corran tras echar un segundo vistazo en su dirección. Pero la bestia prefiere no tener que perseguirles a ellos, pudiendo disfrutar de la comida en bandeja de oro que la espera solo a ella.
Las gotas de saliva que caen en la nieve, la risa que resuena en el vacío, todo ello pertenece a la bestia, pero no hay diferencia entre la bestia y Nezuko ya. No reconoce a la humana a la que agarra por la pierna, no la cara y ni siquiera el nombre.
¿Cuál era siquiera su propio nombre?
¿A quién le importa? Qué rico.
La chica medio muerta intenta patearla, sin éxito, mientras la bestia la guía lentamente hasta ella por la pierna. ¡Oh, oh! ¿Qué es ese olor? La bestia se horroriza, ¡esta comida es horrible! ¿¡Por qué huele tan mal!?
La bestia la suelta horrorizada y ella cae al suelo, deslizándose hacia atrás para alejarse lo máximo que puede. ¡Ella también, la bestia, quiere alejarse! ¡Alejarse de ese olor nauseabundo, oh, por favor, no lo soporta!
—¡Ahora!
¿Eh? Agua cae del cielo como un diluvio. La bestia solo tiene un segundo para mirar hacia arriba y ver un vestigio de luz entre la oscura noche. Entre sus pensamientos nubosos y los tangibles, lo reconoce de repente.
«Un cable pelado.»
Y ¡zap!
La bestia odia, odia ser electrocutada.
—¿¡Es esa Nezuko Kamado, avanzando con una espectacular vistosidad en su estado de demonio!?
Y la bestia odia, odia a los Pilares.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
«Mierda, mierda, mierda, mierda»
Aoi se apresura, tan rápido como puede, a soltar el cubo de agua y bajar a las calles desde el tejado.
En un segundo coge a Aya, que se deja ser agarrada con facilidad, y la aleja de la Nezuko aún paralizada que tan cerca había estado de hacer lo impensable.
Una vez que Nezuko agarra el cable y se lo aparta, librándose exitosamente de , es el turno de Tanjirou.
Aoi solo puede observar cómo, saltando a espaldas de su hermana, le coloca la espada entre los dientes y tira hacia atrás.
Con todas las veces que Nezuko le ha destrozado la cabeza a Daki, Aoi diría que todavía tienen tiempo hasta que vuelva a levantarse otra vez.
Aunque es sorprendente, la facilidad con la que se podía paralizar a un demonio. Un cubo de agua y un cable roto, la sugerencia había venido de Kaede-san, que las animó a pensar a lo grande, y a Aoi solo se le ocurrió.
Es una trampa menos que usar en la Luna Superior, de eso sí que se arrepiente. Pero la zona estaba abandonada, un proyecto de barrio con arquitectura occidental que se puso en marcha para que la población autóctona se adaptase mejor a las costumbres extranjeras. Pero se quedó truncado por su cercanía con el distrito allá en la Era Meiji, así que la estructura eléctrica seguía en pie, y por lo menos, les sirvió de algo a ellos.
Sigue sin entender por qué ha vuelto.
¿Por qué había vuelto, si puede saberse?
Por supuesto, era todo culpa de Kaede-san.
La casa de glicinias en la que planeaban quedarse era un pequeño y viejo edificio que parecía una mezcla entre una casa tradicional japonesa y un excéntrico intento de imitar a los occidentales. Kaede-san, siendo cómo era, se quejó en consecuencia.
Se quejó de las ventanas, que en vez de ser del tipo que encajaría con tal casa fueron reemplazadas por lo que ella llamó "horrorosos agujeros deprimentes!, se quejó del patio, que en vez de almacenar leña para el invierno, había sido modificado para acomodar esos horribles carruajes que se veían tanto en la ciudad allá en la Era Meiji, y también se quejó del interior, donde el espacio tradicional para el calentador entonces no tenía nada, devolviéndole vacíamente la mirada a la mujer que, incluso después de rechazar todo aquello que representaba su familia, aún se aferraba a sus tradiciones y formas de vida.
Así que sí, se quejó de todo.
—Odia las casas occidentales —gruñó Kaede—. Es tan innecesario, ¿no crees? La casa estaba bien cómo estaba antes, pero aun así todos quieren imitar a esos bárbaros al otro lado del océano.
—Entiendo entonces que no querrás tortitas para el desayuno cuando volvamos, ¿no?
Kaede le manda la mirada más ofendida que alguna señora mayor le ha mandado alguna vez y Aoi se abstiene de volver a hacer más bromas.
—Recuérdame por qué no luchas en el campo de batalla una vez más —. Esta vez Aoi es la que le manda una mirada ofendida.
—Pues lo típico, ¿no? —. Ella se encoge de hombros—. Sé perfectamente que si lo hiciese, me matarían seguro.
—¿Y eso por qué? —. Kaede enciende una cerilla con un rápido movimiento de muñeca y saca su pipa con la otra. No pasa mucho tiempo para que empiece a fumar—. Los demonios tienen la tendencia de subestimar a los humanos. Mírame, soy pequeña y apenas tengo fuerza, ¿qué crees que pensaban los demonio al ver a una cosita como yo apuntándoles con el arco?
Aoi se mueve para evitar el humo negro del tabaco que le llega al exalar la otra—. Pues que eras presa fácil.
—Exacto —. Kaede exhala esta vez en dirección a la ventana—. Si eres débil, tienden a subestimarte. Había una frase, un dicho o algo así de uno de esos sabios, "parecer débil cuando eres fuerte y parecer fuerte cuando eres débil."
—Eso es de Sun Tzu, Kaede-san. Sun Tzu.
—Ya ya, lo que tú digas —. Kaede se apoya contra el marco de la ventana y mira a la distancia—. Sabes, no voy a mirar si de repente quieres salir por la puerta y volver.
—No voy a volver —remarca Aoi—. ¿Por qué cree que querría hacerlo?
—No sé. Algo sobre el poder de los débiles, quizá —la mujer se encoge de hombros—. ¿Quieres que te dé una charla para que dejes de temerle a los demonios? ¿Que te diga que son menos terroríficos de lo que piensas? Cuando Kaori al ser una niña se asustaba de los monstruos en el bosque la dejaba sola hasta que se le pasase, y si no se le pasaba pues ya lo haría en el futuro. No subestimo a la gente lo suficiente como para pensar que necesitan mi ayuda.
—Sé que está intentando convencerme para que vuelva —la corta Aoi finalmente—. Y me gustaría que supiera que no va a funcionar, así que ya puede parar, no voy a volverme.
Kaede vuelve a inhalar de su pipa y solo le responde una vez ha echado todo el humo—. ¿Yo, intentando convencerte? Para nada —se lleva la mano al bolsillo y saca el papel que le dio Kanao, extendiéndoselo a Aoi—. Pero mi nieta quiere que lo hagas.
A la mención del nombre de Aya, Aoi se apresura a tomar el papel y abrirlo por la mitad tan rápido que por poco tira al suelo una silla que estaba a mitad de camino.
Kaede suelta una nueva risa perruna al ver la cara de Aoi—. Va a esperarte.
—No lo hará.
—Por supuesto que va a esperarte —insiste ella—. Confía demasiado en ti, esperará que estés.
—No puede ser —repite Aoi arrugando el papel en una bola—. No puede poner tal carga en mí, ¡estoy aterrada de ese distrito y de ese maldito demonio! ¿¡Es que no piensa las cosas antes de hacerlas!?
—Demasiado bien —. La pipa se le apaga y Kaede lanza las cenizas por la ventana—. Desafortunadamente, Aya piensa las cosas demasiado bien.
—Por eso hemos venido a esta casa de las glicinias que tanto odia, —susurra Aoi—. porque es la que está más cerca del distrito, ¿a que sí?
Kaede-san sonrió con toda la satisfacción del mundo—. Como te he dicho, yo nunca hago nada.
"Y si no se le pasa, ya se le pasará sin mi ayuda."
Cuando Aoi estaba en la entrada, como había prometido, Kaede no la miró. Pero sí que le dijo una sola cosa.
—Nos vemos allí.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Chapter 46: Loto, la flor que persiste en la adversidad
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Los últimos siete días de Aya han sido horribles, malévolos y para nada buenos.
Pero al menos, esto es lo que su padre habría querido. Y ella es buena para evitar el peligro a su manera, incluso si tiene que tomar riesgos para ello.
No le habría gustado que Warabihime fuese tras Kanao a falta de ella, así que en vez de no volver tras la cita Aya prefiere hacer lo que se le da mejor. Trazar una estrategia.
La oiran Warabihime tendría ya una razón para hacerla desaparecer de la faz de la tierra sin sospecha, no tendria que dejar ningún diario falso para probar que Aya habría planeado escapar, como muchas otras, con un amante clandestino.
Antes de volver a entrar a la casa Kyogoku, sabiendo lo que le espera, Aya se queda parada en la ventana y piensa.
No se espera que, cuando llega el momento de que Warabihime la llame para estar a solas, lo que el demonio hace es decirle que se siente frente a la mesa repleta de comida.
—Shinazugawa, cena conmigo.
Esto no lo veía venir.
Warabihime está tan impecable como siempre, el pintalabios rojo ni siquiera se le quita cuando alza una taza de té con un color sospechosamente rojo y luego bebe.
—Estás tensa.
Aya mira por la ventana, a los tejados nevados por detrás de Warabihime, y solo le da un tímido asentimiento.
—No creerás que te voy a castigar por ese... pequeño incidente, ¿no? —. Warabihime esta vez empieza a remover la olla principal en la mesa, un caldo tan rojo que parece negro con trozos de carne que sobresalen por la superficie.
—No espero que sea benévola —. Aya alza una ceja y solo coge los palillos cuando Warabihime le sirve. No tiene apetito, por mucha comida que haya.
—Oh, por favor, todas tenemos nuestras aventuras de vez en cuando —. Warabihime agarra la tetera y no tiene problemas para llenarla a Aya la taza. Ella no reconoce qué té es, y ante el olor agrio, casi pútrido que destila, arruga la nariz y se aparta un poco. La sopa no huele mucho mejor.
—¿Oh, no te gusta? —. Warabihime hace un puchero—. Pero si lo he hecho yo misma.
Por el bien de su muy, muy frágil coartada, Aya sonríe y toma la taza de té. Le da miedo cualquier tipo de comida que pueda preparar un demonio.
No puede compararse con el té que toma con Himejima-san y Genya; de lo que sea que haya hecho el té, está demasiado condensado y ferroso, casi como si fuese un concentrado. Su color oscuro le devuelve a Aya la mirada con intensidad.
—Ahora la sopa —. Warabihime entrelaza los dedos y apoya la barbilla sobre sus manos. No le gusta cómo sonríe.
Lentamente y con una sonrisa flaqueante, Aya toma la cucharilla en su lado de la mesa y lo llena con la sopa. Ni siquiera en pequeñas cantidades deja de verse menos oscura.
—No tengo planeado escapar con ese chico —. Aya hace una mueca. La sopa sabe mal, incluso peor que el té—. Soy leal a esta casa, eso lo sabe todo el mundo.
Eso es un punto a su favor. A pesar de los rumores que Warabihime pueda esparcir para cubrir su desaparición, las demás chicas notan con rapidez la devoción de Aya al trabajo bien hecho y al deber. (Por suerte, eso no tuvo que fingirlo).
—Sí, supongo que sería extraño que desaparecieras sin más —. Warabihime le vuelve a sonreír desde el otro lado de la mesa—. Que dos chicas con las que me he peleado desaparecieran tan cerca la una de la otra sería sospechoso.
Como Aya no sabía que decir a eso, solo sonrió.
Está empezando a parecerse mucho a su padre.
—No estoy muy segura de por qué estoy aquí —dice Aya. Warabihime la taladra con la mirada, así que ella se lleva un trozo de carne a la boca. Está pegajosa, puede que cerdo, o incluso ternera-
—He matado a Yuka Shinohara y la he metido en mi sopa.
Aya se queda paralizada, con el trozo de carne a medio comer en la boca. Tras un segundo de silencio, Warabihime se echa a reír.
—No te preocupes —. Al verla tan tensa, Warabihime se mete un trozo de carne de su propio plato en la boca—. En la tuya solo hay veneno.
Aya recita algún rezo, el primero que se le viene a la mente, y consigue tragar.
No, no son trozos de carne lo que hay en el plato de Warabihime.
Son los restos de Yuka Shinohara.
—Vamos —ahora es la propia Warabihime la que toma parte de la sopa con la cucharilla y se lo acerca a la boca. El estómado de Aya da un vuelco—. No me hagas sentir mal. Solo bromeaba.
—Por supuesto, solo una broma —contesta Aya despreocupada. Mientras recita, "shaekoku, gijugikkdokuon, yodaibikushuu", no puede parar de fijarse en la carne flotando en su sopa. Y no quiere saber por qué la suya es tan negruzca.
Aya tiene una ligera idea de lo que el té y el caldo están hechos.
—He oído por ahí que te enfermas con facilidad —empieza Warabihime, asegurándose de que Aya sorbe tanto caldo como pueda. Ella no puede hacer otra cosa que afirmarlo.
—Ahora me va mucho mejor, pero de pequeña era mucho más frágil —. No quiere darle detalles, así que Aya se limita a terminarse el plato tan rápido como pueda.
—Bueno —. Warabihime golpea la mesa con su uña anormalmente larga y le dedica una sonrisa que no se puede describir de otra forma que no sea cruel—. Esperemos que no acabes en Kirimise como Hinatsuru.
Sonriendo, Aya le dice que espera lo mismo también.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
No pasó nada realmente importante en la cena con Warabihime. Sorprendentemente, el demonio no intentó matarla de un golpe, como Aya había llegado a pensar, y ninguna de las dos pronunció palabra sobre el cuerpo o los demonios.
Es por eso que, cuando Aya finalmente pudo salir de aquella habitación, corrió tan rápido como pudo al cuarto de baño.
Se hizo vomitar varias veces allí, intentando vaciarse el estómago de la ración de sopa demoníaca de Warabihime.
Con el sudor bajándole por la frente, Aya solo podía pensar en una cosa.
«Quiere matarme lentamente»
Por supuesto que no se lanzó hacia ella en cuanto pudo, sería demasiado sospechoso, tal y como había dicho. Aya se sentía incluso infantil por haber llegado a esa conclusión.
En cambio, Warabihime le había detallado su plan de acción en frente de las narices y Aya solo había podido sonreír y seguir comiendo, sabiendo perfectamente que aquello no había sido una broma. Si Aya hubiese atacado a Warabihime (algo que no habría hecho de todas maneras), ella podría haber clamado que contratacó en defensa personal. Si se hubiese negado a comer por cualquiera que fuese la razón al reaccionar a aquello, Warabihime tendría la prueba de que Aya era parte del cuerpo y sabía de los demonios, y quien sabe si hubiese podido torturarla para sacarle información.
Y, si por casualidad, Aya no tenía nada que ver con los cazadores y solo era una chica a la que no le caía bien Warabihime, entonces se habría comido la sopa de todas formas sin sospechar nada de aquella broma (porque una geisha caníbal no es algo fácil de creer) y habría caído muerta como en todas las otras opciones.
En resumen, Aya estaba acorralada.
Agarrando el bote que contenía su pócima del sueño, Aya piensa en Kanao y en Aoi.
—Está bien, señora Shinobu. Estaré dispuesta a morir.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Aya preferiría morir antes que poner a Kanao en peligro, así que hace solo lo que Warabihime espera de ella.
Para cuando pasa un día, tiene fiebre y le cuesta mover los dedos, al siguiente, tiene que esforzarse para recuperar el aliento incluso usando la Respiración.
Al tercer día se desploma.
Sería demasiado caro pagarle a un médico, comprar a otra chica para hacer el trabajo de Aya le saldría incluso más barato, así que el gerente, como Warabihime había querido, la manda a Kirimise.
Kirimise es, por ponerlo de cierta manera, la zona pobre del distrito rojo.
También es donde mandan a las chicas que tienen la desgracia de ponerse enfermas.
¿A quién quiere engañar? Kirimise es el lugar más deprimente que ha visto alguna vez. Ni siquiera su pueblo era tan desgraciado.
La mitad de las personas con las que ha tenido la desgracia de hablar le responden de mala manera, las demás chicas enfermas se retraen en sí mismas y no soportan que las toquen. La única persona que no suelta un gruñido o insulta a Aya es la anciana al frente de la casa a la que la mandan a pudrirse.
La mujer, sentada en una silla del porche decrépito, murmura algo con dificultad que no puede entender. Cuando le pide que se repita, la anciana no parece escucharla, así que Aya opta por otro método:
—¿Puede repetir? —. Al ver el torpe, aunque familiar uso de lenguaje de signos, a la anciana se le ilumina la cara y empieza a hacer gestos frenéticamente también. A todos los miembros del cuerpo de cazademonios se les requiere aprender lenguaje de signos, aunque el de Aya está un poco oxidado desde que Himejima-san le enseñó.
—¿Vienes de la casa Kyogoku? —le pregunta la anciana. Aya asiente con la cabeza y le cuenta brevemente la historia que ha mantenido como su coartada durante su estancia en el distrito rojo.
Hay trozos de verdad aquí y allá, "para que sea más creíble" había dicho su abuela. Así que Aya le cuenta lo básico, que la vendieron con alguien más, que habría necesitado el dinero para darle un techo a su madre y su abuela. Cuando la anciana pregunta por su padre, Aya vacila durante un momento antes de decirle que ya no está con ellos.
Aunque lo único que saca de su lugar de origen es que era un sitio horrible.
E incluso si la anciana le aprieta la mano durante un momento, a Aya le sorprende que no siente pena por algo que la habría dejado sollozando apenas unos meses antes.
No está muy segura de por qué le afectaba tanto algo tan trivial como la gente maliciosa de su pueblo. Aya solo le dice a la anciana que lo ve como algo lejano ya y la conversación sigue su curso.
—No te preocupes —le gesticula la anciana dándole una palmadita en la mano—. La oiran Warabihime nació aquí y ahora es la geisha más popular del distrito. Cuando te recuperes, tú seguro que podrás salir de aquí también.
Aya le echa un vistazo al pútrido paisaje de Kirimise y se vuelve a girar hacia la anciana—. ¿La oiran Warabihime nació aquí?
La mujer vuelve a hacer un nuevo grupo de gestos frenéticos, como si no pudiese contener la emoción—. Ella y su hermano son el orgullo de Kirimise, ¿quién diría que alguien de aquí llegaría tan lejos?
De repente, la mujer que le forzó a tomar veneno apenas unos días antes ya no le parecía a Aya tan terrible. Al mencionar a un "hermano", la forma retorcida y negra que Aya había visto en el interior de Warabihime (a parte de su propio negro) tiene una explicación.
Esa pesadilla que tuvo está empezando a darle miedo.
Aya vuelve a echarle un vistazo al patético paisaje frente a ella. De fondo, varias voces graves se insultan mutuamente—. ¿En Kirimise, está segura?
—Cariño —. Los ojos de la anciana cargaban con un enorme cansancio—. Los de Kirimise sabemos reconocernos los unos a los otros.
Aya solo tomó su pócima del sueño y bebió un trago.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Siete días.
Le había dicho a su abuela que le diese siete días para recuperarse de lo que sea que Warabihime fuese a hacerle. Entonces, su abuela volvería y, si Kanao y Aoi se habían marchado, lucharían las dos contra el demonio y su hermano.
Si no tuviese otra cosa que hacer, le habría dicho dos.
—Sé que estás ahí —. La voz se ahoga contra el patético futon sucio que le han dado en la casa. Aya no tiene que mirar para saber que una cabecita pequeña ha aparecido por la ventana, y que no se ha atrevido a entrar todavía por miedo a que la pille—. Vienes por algo.
Quizá, le gusta a Aya pensar, podría haber reconocido los rasgos en la hermana mayor que ve ahora en su hermana pequeña si no hubiese sido descuartizada en trocitos para meterla en una sopa. Shizuka Shinohara, los rumores vuelan por sitios decrépitos como Kirimise, por fin vuelve a hacer su aparición.
—No sabía a quien más acudir —. Es muy probable que no tenga a nadie más a quien acudir—. Te han transferido a Kirimise, ¿es que vas a morirte?
Echándole un vistazo a la botella de pócima del sueño vacía de su bolsillo, a Aya se le ocurre una idea—. Si me haces un favor, entonces no lo haré.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Para tratarla del veneno de Rui en la Mansión Mariposa, Aya recuerda que Shinobu le había inyectado dosis de extracto de glicinias cada tres días.
Al sentirle las náuseas venir tras darle un mordisco a su jabón de glicinias, Aya reza con todas sus fuerzas para que al menos eso tenga un efecto parecido.
Habría preferido no hacerlo, pero su otra fuente de glicinias (la pócima del sueño cuya receta Aoi se sabía como la palma de la mano) se le había acabado ya. Y ella estaba bastante segura de que no se le había purgado todo el veneno que Warabihime le había dado de comer.
Así que Aya manda a Shizuka, que es pequeña y está acostumbrada a escabullirse, a coger su jabón de glicinias del escondite donde Aya había dejado sus cosas en la casa Kyogoku.
Aunque no la manda allí solo por el jabón. No necesita demasiada explicación, pero de todas formas se la dan.
¿Para qué había necesitado Shinohara tanto dinero, hasta el punto de venderse como propiedad a otra persona? Tales medidas desesperadas no se toman a no ser que se esté en tales situaciones desesperadas. No sabían de la enfermedad que sufría Jin, solo sabían que cada vez iba a peor y que si seguía así, poco más podrían hacer.
Al ver al hermano mayor, que había sido antes tan fiero, recostado contra una pared sucia y un montón de cajas de madera, a Aya se le estruja el corazón.
Así que de los bolsillos más pequeños de su haori, Aya saca antibióticos.
Son dosis pequeñas, solo en caso de que ella fuese a enfermar lejos de la Mansión Mariposa y hubiese querido evitar el colapso. Pero lo que para ella no es nada a Jin le devuelve el color y a Shizuka la esperanza.
Como no quiere que Warabihime les haga daño, y tampoco quiere levantar sospechas, los hermanos Shinohara están de acuerdo en esperar a que la batalla termine para ir adonde sea que Aya quiere llevarles.
Y no es por una gran fe en ella, ni tampoco porque la encuentren especialmente digna de confianza. Es simplemente porque no hay nada más que puedan hacer.
Pero al menos tiene razón al sospechar. No muy poco tiempo después se pasa por allí el Mokumokuren, alias el demonio "faja", como sería más acorde llamarle. Pero para entonces Aya ya ha podido volver a ponerse en pie y escapa con los niños a un lugar seguro.
En vez de encontrarse a una debilitada Aya, que es lo que Warabihime habría esperado, se encuentra una habitación vacía y ni rastro de Kanao en la casa Kyogoku. Las pocas pistas que habría podido seguir se deshacen con el viento y de esta batalla, es Aya es quien sale triunfante.
Como una flor de loto que sale a flote de entre las aguas oscuras o el ladrón Kandata que hubiese escapado del infierno trepando por el hilo, Aya sale viva de Kirimise igual que salió viva de su pueblo.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Si lo que Aya dice es cierto y ha conseguido purgar la mayoría del veneno de sus venas, entonces Aoi no entiende por qué parece que va a desplomarse entre sus brazos.
«Está ardiendo» Y no hace falta saber demasiado sobre medicina para notar eso.
No es la pelea, y tampoco es la pérdida de sangre.
Al terminar de luchar contra el demonio, Aya se levantó sin dificultad, se hizo un torniquete y siguió con sus planes sin pensar dos veces en ello.
Y aun así, apenas diez minutos después Aya ni siquiera puede andar sin apoyarse en Aoi.
—¿Qué llevaba ese jabón tuyo? —pide Aoi mientras ambas se alejan del desastre a sus espaldas. Aya gira la cabeza hacia atrás, pidiéndole volver a por los niños Shinohara que siguen entre los edificios abandonados, pero Aoi la urge a responder.
—Glicinias y... grasa... —. Aya sigue mirando hacia los edificios abandonados, donde Nezuko y Tanjirou siguen forcejeando y el cuerpo sin cabeza de Daki se levanta—. Himejima-san lo hace en el patio detrás de casa... Y ya sabes qué lleva la pócima...
—Pero las amapolas no son venenosas —murmura Aoi para sí, sin poder evitar fijarse más y más en lo grisáceo de su cara—. Y a parte de las glicinias no creo que- —Aoi se para de repente—. Aya, ¿qué son esas marcas en tus mejillas?
—¿Eh? —. Las líneas negras que le salen de los ojos y recorren sus mejillas como grietas parecen echar humo contra el aire frío—. ¿Tú también con eso? Shizuka-
Un estruendo la interrumpe a mitad de palabra.
En la distancia, ambas alzan la mirada para ver la enorme figura del Pilar del Sonido.
Y más pequeña, moviéndose entre los tejados-
Aya exclama:
—¡Abuela!
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
Notes:
yayyy kaede entra en escena
se me olvida que aya es tan lista
Chapter 47: No habrá actualizaciones hasta febrero
Chapter Text
Quería hacer una nota de autor rápida para notificar
Como se habrá notado, no he actualizado desde finales de noviembre. Por razones personales, no volveré a centrarme en escribir hasta principios de febrero.
Con esto quiero decir que NO he abandonado esta fic y seguiré con ella hasta que pueda terminarla, mayoritariamente porque todos los eventos del futuro ya están planificados y hay cosas que me emociona mucho hacer
Gracias por la comprensión y disfrutad del anime los que lo estéis viendo, al fin y al cabo es lo que ha estado pasando en la fic los últimos veinti tantos capítulos
Chapter 48: Respetar la vida
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Tac tac tac.
La habitación está iluminada por una tenue, suave luz anaranjada que le da a los muebles y las paredes un toque cálido. El sonido de las cuentas del ábaco, incesante y repetitivo, es lo único que se escucha en el espacio vacío a excepción del gerente de la casa, que tiene la tarea de calcular cuanto le costará no solo cubrir los destrozos de las rabietas de Warabihime, sino también las maikos que lleva al suicidio y las otras que desaparecen.
Tac tac tac.
Todavía no ha podido recuperarse de abandonar a Hinatsuru como oiran, y a eso se le suma las dos novatas que desaparecieron, y la otra que salió por patas no mucho después.
Tac tac tac.
Y ni hablar de los gastos del funeral de Omitsu.
Tac tac ta- SHING
No está muy seguro de que pueda cubrir los gastos de su propio funeral a estas alturas.
—La oiran —. La hoja brillante presiona contra su garganta, el gerente traga—. Hinatsuru, ¿qué pasó con ella?
—No sé de quién me ha- —. El hombre aprieta más fuerte, con una mano alrededor de su cuello y la otra en el cuchillo.
—No te hagas el tonto, hablo de la oiran Hinatsuru, estaba aquí hace poco —. Juzgando por el tamaño de la mano, le da que quien sea que esté detrás de él, a pesar de lo silencioso de sus pasos, es mucho más grande que el gerente—. ¿Dónde está ahora?
—En… ¡en Kirimise! —exclama él como puede—. ¡Hinatsuru se fue a Kirimise! ¡Enfermó y la mandé allí!
El desconocido afloja la presión del cuchillo sobre su garganta. El gerente suspira temblorosamente—. ¿Y qué hay de la niña? La del lunar, la que te vendió una anciana, ¿sigue viva?
—¡No lo sé! ¡Las dos se fueron a Kirimise igualmente! ¡Tenía pinta de que moriría en poco así que preferí deshacerme de ella!
—¿¡Eso hiciste también con la rubia!? —. Bruscamente, el cuchillo vuelve a presionar contra su garganta. El gerente suelta un sonido ahogado—. ¿¡Es esa tu solución a los problemas, mirar hacia otro lado y deshacerte de las chicas que no te convienen!?
—¡De la rubia no sé nada! —. Un pequeño sollozo le sale de la garganta y el gerente se lleva las manos a la cara—. ¡Desapareció sin más! ¡De un día para otro!
El desconocido le suelta cuando el gerente empieza a llorar desconsoladamente—. Lo siento, ¡lo siento! ¡Omitsu, perdóname! ¡Siento todo lo que ha pasado!
Y con nueva furia se gira bruscamente hacia el hombre a sus espaldas. Sin dejar de derramar lágrimas, el gerente sisea—. Es Warabihime, ella es quien nos ha traído tantas desgracias. Su habitación está en el ala norte, ¡donde nunca da el Sol!
Sin más el enorme gigante desaparece tan rápido como llegó, con solo un susurro a sus espaldas. Y así el gerente se queda solo, sin el sonido del ábaco en el aire, pero con su dolor y pesar, en la habitación iluminada por las velas.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
—No está.
Al llegar al cuarto, lo único que se encuentra son las luces apagadas, un tocador que refleja la luz de la luna al otro lado de la habitación y-
Huele a tabaco.
—Tampoco estaba cuando llegué aquí, no te ilusiones —. La pequeña figura de la anciana, sentada en una esquina lo suficientemente oscura como para que Tengen solo la distinga ahora, sostiene la pipa delicadamente entre los dedos. Uzui entrecierra los ojos.
—Estaba esperándote —continúa la última persona en llevar el apellido Fujioka—. No eres tan tonto como para no llegar hasta aquí —. Luego se saca de las mangas un reloj, de esos que cuelgan de una cadena. Al ver que Uzui lo mira tan atentamente, Kaede comenta que fue un regalo y deja el tema ahí—. No estoy con ella solo porque quería avisarte.
Uzui tensa la mandíbula—. No tengo tiempo para nuestras peleas, señora.
(Hinatsuru está viva y le necesita, puede que sea a la única que recupere de las tres.)
(Eso no lo soportaría, pero tampoco quiere que ella lo sepa.)
—Deberías escucharme —dice Kaede solo cuando Uzui está a punto de salir por la ventana—. Ya no están aquí, Aya debe haberla guiado a la zona abandonada de las afueras, quiero que lo sepas.
Uzui se gira levemente para mirarla, hay algo reprochador en lo próximo que dice—. No puedes luchar —. No con esos pulmones desgarrados por el tabaco—. No sé por qué debería escuchar lo que dices. Esto es una competición, después de todo.
—A la porra la competición—. La voz de Kaede solo le para cuando escucha el nombre de su familia salir de sus labios—. He investigado. Al menos más a fondo. Todos tienen una cierta idea de quienes son los Tengen, pero es más complicado saber realmente qué es lo que compone a una familia, especialmente una como la tuya.
—Te juro que si solo estás mencionando esto como parte de alguna estratagema-
— A tu hermano y a tu padre, no les mataste —. El humo sale en delicados hilos desde su boca, rodeándola toda. De esta manera se pinta una grisácea, pesada apariencia sobre ella—. Aunque podrías haberte cobrado la venganza en nombre de tus hermanos.
Las palabras que no dice cuelgan pesadas en el aire tanto como lo hace el humo. “Justo igual que yo”.
—Lo pensé muchas veces —. A ella le parece una excusa, así que replica.
—Pero no lo hiciste —. Hay una pizca de picardía en la anciana, que parece estar siempre con ella. Es una vieja con mente rápida—. Tu padre os entrenó a todos los hermanos para dar vuestras vidas en la batalla, incluso matándoos entre vosotros, pero tú en cambio, nunca te atreviste a hacerle lo mismo a él. Ni a él, ni al hermano cuyos hijos estarán pasando por lo mismo que tú y los hijos del tuyo.
—¿Y qué querías que hiciera? —. Uzui sisea con ardor, amargo y doloroso—. ¿Que los matase a ellos también? ¿Que todo acabase en matanza? No.
—Yo pensé que no tenía otra opción —. Puede que esta sea la primera, la única vez que Kaede Fujioka sea sincera con él—. Que todo tenía que acabar, que aunque intentase vivir tranquila, siempre me carcomiría por dentro. Era algo que debía hacer.
—Así que sí los mataste —. Al suspirar, los hombros de Uzui se le hunden—. Por difícil que parezca de creer, yo no pude.
Esta es probablemente la única, la excepcional persona que podría entenderle de una manera que no sea solo en la superficie. Y solo de quien podría alguna vez, verdaderamente, recibir simpatía.
—Tenían esposas, ¿sabes? —. Uzui chasquea la lengua—. Por difícil que parezca, esos monstruos tenian… a gente que les quería, amigos, compañeros, ¿no sería yo, el mismo, si les arrebatase la vida también?
—Y ya voy a ir al infierno, eso está asegurado, así que no me preocupa que mi karma empeore por hacerlo —. El Pilar se gira una vez más hacia la ventana, de espaldas a la anciana—. Pero de alguna manera solo habría seguido sus enseñanzas de haberlo hecho. Y no soy el hijo rebelde para nada.
—Tengen —. Kaede le para solo un instante antes de que se vaya—. Eres un hombre admirable.
Él no le hace mucho caso, porque últimamente, parece haber olvidado su código moral.
Si sobreviven, tiene que hablar con Kamado después de esto.
—No eres peor que yo, Fujioka —. En sus ojos se ve la compasión que caracterizaba al jóven Pilar del Sonido—. Sé que no te retirarás, así que nos vemos allí.
—Las cigarras —le dice ella—. Escúchalas y encontrarás a tus esposas si el ruido de la pelea no lo hace ya.
Y con esa última frase aun en sus oídos, Uzui deja a la anciana a sus espaldas sola, en la habitación oscura. E incluso cuando distingue las explosiones blancas de la pelea en la lejanía, todavía puede escuchar los sollozos aliviados de la anciana.
Así que Uzui escucha a las cigarras, sino por la pelea, para darle a ella un poco de privacidad.
ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ✿ᵒᵒ
En el momento en que Uzui rompió el techo de la cueva, finalmente se hizo la luz.
El agujero en la madriguera daba paso a una zona a las afueras del distrito, no muy lejos de allí, que estaba a medio camino entre los burdeles y aquella zona residencial fallida desde donde se oían tantos estruendos y gritos.
—¡Makio y Suma, ocupaos de los civiles! ¡Niños, seguidme los talones!—. En cuanto Uzui consiguió localizar la pelea mediante el oído, desapareció dejando tras de sí solo la nieve en polvo levantada a su paso.
Muy a lo lejos, Kanao consiguió verle saltar entre los árboles que cercaban la zona residencial.
Comparado a su velocidad de Pilar, Kanao, Inosuke y Zenitsu se vieron atrasados en su prisa. Inosuke, que se empeñaba en agarrar de la mano a Zenitsu para arrastrarle y asegurarse de que no se perdiese, el que más.
Es por eso que, al alejarse Aya y Aoi de la batalla, la primera en encontrarse con ellas fue Kanao.
En cuanto la vio, Aya se deslizó fuera del agarre de Aoi y corrió al encuentro de Kanao con expresión preocupada.
Antes de que pudiera caerse, Kanao consiguió agarrarla por el antebrazo, y por poco se cayó ella también al tomarle desprevenida que no hubiese dos brazos por los que sujetarla.
—Tu... tu brazo —. Poco a poco los ojos de Kanao se ajustaron a la claridez de la luz de la luna, consiguiendo ver la mancha oscura en la manga de Aya.
Ella solo negó con la cabeza para alejar cualquier pregunta—. Eso no importa ahora —. Y entonces se agarró más fuerte a Kanao, con el dolor cruzándole la cara durante un momento—. Kanao, no me digas que has venido aquí porque yo-
—No —. Kanao rápidamente la cortó, dejándole en la mano, débilmente entrelazada con la suya, su fría moneda de oro—. Ha sido por mi cuenta —. Al ver la expresión preocupada de Aya, la voz de Kanao solo adquirió más seguridad—. Te lo prometo.
Al separarse ambas del abrazo, con Aya aún apoyándose contra Kanao, la más alta de las dos desvió la mirada para cruzarse cara a cara con su hermana.
Aoi se mantuvo quieta y sin decir nada, todavía con los pies pegados en el lugar donde Aya se había separado de ella.
Y ninguna se atrevió a decirle ni una palabra a la otra.
Sintiendo la tensión en el aire, Aya intercambió miradas con las dos, y su angustia solo creció.
—¿Ha pasado algo mientras no estaba? A-aoi —. Su amiga ni siquiera se dignaba a mirarla a la cara—. ¿Ha sido por mi culpa?
Kanao abandonó la dureza en su rostro y su expresión se volvió mucho más relajada.
—No, no ha sido culpa tuya —. Aunque Aya no la escuchó murmurar lo siguiente—. Esto ya venía camino de explotar desde hace mucho.
—¡Aya! —. Inosuke soltó la mano de Zenitsu para arrebatarle a Kanao a su súper mejor amiga. En cuanto consiguió asegurarla, Inosuke se la abrazó al pecho y empezó a dar vueltas.
Las carcajadas de los dos, durante un breve momento, reverberaron en el espacio vacío entre los pinos y las nieves, muy, muy lejos de la batalla.
—¡Zenitsu, al final estás bien! —. Aya localizó a su amigo no muy lejos de ellos, pero se paró súbitamente al ver sus ojos cerrados. Lo que fuese que iba a decir se vio interrumpido por un estruendo a lo lejos, y los cinco niños se giraron para observar boquiabiertos la explosión de luz que se distinguía entre los edificios al horizonte.
Rápidamente, todos fijaron sus miradas en ella.
—¿Cuál es el plan? —. Dejando a Aya en el suelo, Inosuke agarró una vez más la mano de Zenitsu con un puño y sus dos espadas con el otro.
Aya parpadeó.
—El plan —insistió Kanao—. Seguro que tienes uno en mente.
Aya pareció un poco sorprendida, pero continuó—. Sí que lo tengo, pero no os va a gustar —. Hizo una pausa. Luego, miró a Aoi—. A ti la que menos.
—Acabo de sacarte de ahí, ¡no vamos a volver, estás desangrándote! —exclamó Aoi.
—¡Pero tengo que hacerlo! —. Ninguno de los presentes se atrevió a intervenir—. ¡Son dos, Aoi! ¡Los has visto! ¡Uzui y la abuela no podrán solos con ellos!
—¡Eso no significa que tengas que sacrificar tu vida por ellos!
—¡Y no es que vaya a hacerlo! —. Aya dio un paso atrevido en su dirección y Aoi retrocedió—. Porque vamos todos a ocuparnos de Daki.
El grito emocionado de Inosuke se escuchó al unísono de los pasos de los cinco por la nieve blanca:
—¡Voy a derrotar a la oiran!
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Notes:
yayyy ya volví
terminemos la recta final
Chapter 49: Testigo de demonio
Summary:
¿Por qué hay un chico rojo rubí poniéndole una espada en la boca?
Chapter Text
¿Por qué hay un chico rojo rubí poniéndole una espada en la boca?
Sea como sea, es lo suficientemente tozudo como para agarrarse a la espalda de la Bestia y conseguir que no la suelte. ¿Qué tiene que hacer una chica para conseguir una comida por aquí?
Ella intenta quitárselo de encima, sacudiéndose y retorciéndose, pero el chico rojo rubí es insistente y pegajoso como una cucaracha, así que no consigue deshacerse de él.
—¡Nezuko! —. Una llamada distante, que viene de muy lejos, la saca del red infinito en el que se ha sumergido—. ¡Por favor no cedas ante tus instintos, lo siento tanto!
Él se disculpa, una y otra vez mientras Nezuko (aquel es su nombre, ¿es ese su nombre? es su nombre) forcejea contra él. Pero ella quiere comer, quiere comer, quiere comer, ¿por qué no la deja?
—¡Siento tener que pelear contigo de esta manera! ¡Lamento todo el dolor que has pasado, te juro que nadie te hará daño nunca más!
¿Que nadie... le hará daño nunca más?
Eso debe ser mentira. Nezuko está sufriendo, sufre todo el tiempo, en cada momento de vigilia, mientras recuerda y recuerda...
El mentiroso aprieta un poco más su agarre alrededor de ella—. Por favor, Nezuko, ¡sé que eres más fuerte que esto! ¡No te rindas!
Todo lo que sale de su boca son disculpas, porque ella está sufriendo, porque están en un bote que no va a ninguna parte y solo se tienen el uno al otro. Y aunque Tanjirou nunca ha sido el capitán de ese barco, todavía se disculpa cuando se inunda.
Duele.
—¡Parece que tu hermana avanza ostentosamente en su camino a convertirse en un demonio completamente formado! —le dice el Pilar a Tanjirou, quien intenta desesperadamente hacer que Nezuko deje de resistirse. El metal de la espada en su boca comienza a volverse desagradable—. ¡Recupera el control de tu hermana! ¡Encima después de ese espectáculo que hiciste frente a Oyakata-sama!
—¡No sé cómo hacerlo!
—¡Cántale una canción de cuna o lo que sea!
El demonio ajeno a ellos, que aparta momentáneamente su mirada de algún lugar en la oscuridad, se ilumina al ver al hombre enorme.
—¡Un pilar! —exclama con felicidad—. ¡Finalmente alguien que vale la pena!
Así que mientras tanto, ella y el Pilar pelean.
Pero, ¿qué hace Tanjirou? Tanjirou le canta a su hermana.
"Toc-toc, pequeño conejito de la montaña, ¿por qué tienes las orejas tan largas?"
Nezuko tiene la sensación de que el conejo es rojo, ¿porque es rojo, verdad? Pero ¿cómo lo sabe si nunca ha escuchado esta canción antes?
"Cuando era pequeño, mi madre comía las hojas de un árbol alto, y por eso mis orejas son tan largas."
"Toc-toc, pequeño conejito de la montaña, ¿por qué tienes los ojos tan rojos? Cuando era pequeña, mi madre comía el fruto de un árbol rojo, y por eso mis ojos son tan rojos."
Tanjirou lenta, lentamente, retira su espada de la boca de Nezuko.
Por fin la ha sacado de ese asqueroso charco de rojo sangre.
Y vuelve a recordar otros colores una vez más.
«Mamá» Las lágrimas acuden a los ojos de Nezuko. «Mamá.»
Su fantasma es tan cálido y familiar, sus manos tan reconfortantes.
«Lo siento tanto, mamá» Nezuko llora y deja que su hermano la envuelva entre sus brazos. «Lo siento tantísimo. Por haber estado a punto de hacerle a otro lo que te pasó a ti y los pequeños.»
Quiere que su madre la arrulle en sus brazos una vez más, como cuando era una niña y nada dolía tanto. Quiere volver a ver el Sol otra vez y sentir la calidez de la tierra caliente en los pies.
Quiere dejar de ver imágenes grotescas en sus sueños, pero como un veneno que actúa como remedio, son ellas las que previenen que Nezuko haga lo que estaba a punto de hacer. Un recordatorio, aunque fuese tan doloroso.
Nezuko llora, derramando un millón de lágrimas que recorren su blanca cara y su blanca barbilla.
Está tan, tan cansada.
—Buenas noches, Nezuko —escucha decir a Tanjirou antes de que la vuelva a dejar en la caja, con la puerta cerrada—. No te fallaré la próxima vez.
«Tonto...» piensa Nezuko. «Has hecho de todo menos eso.»
Su hermano puede estar tan ciego a veces.
...
Chapter 50: ¡Vuelta a la tortilla con estilo!
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Con Tanjirou fuera del campo de batalla y ocupándose de Nezuko, Uzui se encuentra solo luchando contra no solo la oiran Warabihime, que le molesta insistentemente con sus fajas como si fuera una mosca relevoteando a su alrededor, sino también con aquel que es el demonio más poderoso de los dos y quien ostenta el título real de Luna Superior Seis.
—Oye, oye—empieza él, apuntando a Uzui en un momento en el que los dos se paran para examinarse el uno al otro. Es un demonio encorvado, con marcas por toda la piel y los huesos entresaliéndose allí donde se chocan con la piel, las costillas, las muñecas o las caderas. En cuanto a aspecto se refiere, este demonio es totalmente opuesto a su hermana—. ¿No deberías estar muriéndote ya? Eres un poco raro.
Daki ha vuelto a unirse a su hermano, encaramándosele a los hombros, desde donde inspecciona a Uzui con cuidado. Todavía le tiene rencor por haberla decapitado tan rápido.
Por supuesto, Uzui lo niega todo y continúan peleando, pero tanto él como el demonio saben que Uzui no se mueve tan rápido ni de manera tan certera a como lo hacía hace poco. Sin embargo, llega varias veces a estar cerca de decapitarlo, lo cual es suficiente. Decapita un par de veces, también, a la hermana, que no se lo toma bien y empieza a lloriquear y quejarse, lo cual no sería un problema, si no fuera porque ello hace al hermano enfurecerse más.
Este par de demonios son como un enorme grano en el culo.
—¡No toques a mi hermana-!—. El demonio se para a gritarle una vez que Uzui patea a su hermana, en un intento de alejarla. Pero las palabras se le mueren en la boca, interrumpidas por un silbido que rompe el aire.
Los tres se quedan quietos, inspeccionando, pero lo que sea que haya pasado volando entre ellos lo ha hecho tan rápido que ya no está. En su lugar, empieza a sonar un pitido; comienza despacio, "pip, pip", y procede a hacerse más rápido, "pipipipip", hasta que los tres fijan la mirada en una cosa pequeña y parpadeante, atada a una flecha que se ha clavado en el suelo no muy lejos de donde están apalancados. Uzui se da cuenta antes que ellos; es una bomba.
Mientras retrocede reconoce, a la distancia, las carcajadas de Kaede Fujioka que resuenan por encima del sonido de la explosión.
—¡Me podrías haber dado!—le recrimina él cuando la detecta a lo lejos, una figura pequeña pero imponente cuya arma la sobrepone. A pesar de que los refuerzos que conlleva una pilar retirada, sobre todo en una batalla tan reñida, sean beneficiosos para él, ¿puede Uzui decir realmente que se alegra de verla?
—Me alegra verte todavía en pie—le dice ella en cambio con una sonrisa, sin quitarle la mirada a los demonios no muy lejos, que gritan de dolor y se quejan de unas quemaduras que no se les curan. La bomba les había dado de lleno y aunque no un arma de mucha potencia, los extremos de la faja de la hermana se ennegrecen y no vuelven a extenderse, mientras que al hermano le quedan marcas en ambos brazos, que tardan en regenerarse. Uzui odia admitirlo, pero es buena.
—¿Alguna razón por la que no debería estarlo? —elige decir él en cambio, evaluando el estado de los demonios. Ambos se han olvidado momentáneamente de Uzui, con los ojos fijos en Kaede a lo alto de los edificios.
—Me han copiado—le dice ella con tono incisivo—. Los gusanos han crecido y se han convertido en mariposas.
—Tú-...—empieza la hermana señalando a Kaede con un dedo tembloroso—. Es ella, hermano, ¡es la pilar que por poco nos mata aquella vez!
—¿Qué pasa, que no tenéis cerebro suficiente para idear otras técnicas que no sean las mías, Gyuutaro?—continúa Kaede arrugando la frente al dirigirse al hermano, que agarra sus guadañas con más fuerza—. Suerte que este Pilar es un shinobi e inmune al veneno.
Eso les pilla a ambos desprevenidos, que fijan la mirada en Uzui una vez más.
—Nanai—niega el demonio contundente—. A lo mejor todavía no le ha hecho efecto, pero es solo cuestión de tiempo que lo haga—dicho esto hace un gesto en dirección a Uzui y suelta una carcajada perruna—. Fíjate, ya está empezando a calar. ¿Y qué vais a hacer cuando por fin haga efecto y seáis solo un pilar medio muerto y una vieja bruja y sus mejunjes?
—¡No te olvides de nosotros!—. El chico jabalí hace su entrada rompiendo con la cabeza una de las puertas al fondo de las ruinas, haciendo que Daki pegue un chillido y se aleje, asustada. Con él están el chico rubio, que todavía lleva el kimono sucio con el que Uzui lo vendió al burdel, y la tsuguko de Kochou, que ejecuta una de las Formas de la Respiración de la Flor y corta las fajas alrededor de Daki en un instante, sobrevolando a los dos demonios y aterrizando a un lado de Uzui.
A la par aparece la tsuguko de Himejima, que se ha atado la espada al muñón y proyecta una sombra enorme al revelarse sobre los tejados. Va acompañada de la enfermera, que la sostiene por un costado y parece aterrorizada, aunque intenta ocultarlo manteniendo la espada firmemente entre sus manos.
Y finalmente llega el chico de las cartas hanafuda, que vuelve una vez más al campo de batalla con su hermana y la caja a cuestas y se posiciona frente a Uzui.
Él sin embargo empieza a reír, con algo cerca al júbilo rebosándole del pecho. De esta manera, el par de hermanos demonio está rodeado por todos los flancos.
—¡Mis sucesores están aquí! ¡Y parece que le hemos dado la vuelta a la tortilla y con estilo!
...
En poco tiempo, los cazadores consiguen alejar a los hermanos el uno del otro; mientras Daki, en un ataque de ira, se separa de su hermano para darle caza a Aya por los tejados, Gyuutaro se mantiene a ras de suelo y continúa enzarzado en la batalla contra Uzui, a quien se le unen Tanjirou desde un flanco con su espada y Kaede en la distancia con su arco. Los otros cazadores de menor rango, en cambio, se movilizan rápidamente para rodear a Daki y se retiran a los tejados.
En este lado del campo de batalla, son tres contra uno.
Las fajas de Daki se hacen más largas y destrozan partes del techo, que caen hacia donde se encuentran Uzui, Tanjirou y Kaede peleando. Los escombros les dificultan prever los movimientos de Gyuutaro, cuyas armas son rápidas y punzantes como las zarpas de una mantis; sin embargo, esta confusión es recíproca por parte de Gyuutaro, ya que tanto las explosiones de las bombas que lanza Kaede como las que se saca Uzui del bolsillo se asimilan y trabajan en sincronía para desorientar al demonio.
—¿Tus sucesores? —cuestiona Gyuutaro—. Pero si son más malos que un dolor.
Gyuutaro no se equivoca, Tanjirou lucha para hacer su parte en la pelea, pero ambos pilares llevan gran ventaja y experiencia a comparación suya, y tienen que cubrirle un par de veces del Arte de Sangre Demoníaca de Gyuutaro.
A pesar de todo, Tanjirou consigue seguir el ritmo, habiéndose atado la espada a la mano y persistiendo incluso con las heridas de su enfrentamiento anterior con Daki.
Mayormente se encarga de las fajas de Daki que consiguen alcanzarles desde los tejados, insertándolas con su espada en los momentos apropiados o desviando los ataques de Gyuutaro con la Respiración del Agua. A Tanjirou le gustaría hacer más, sobre todo ahora que sabe que puede hacerlo, pero todavía no tiene la suficiente maestría sobre la Danza del Dios del Fuego.
Por encima de todo, está dispuesto a no ser una carga.
El equilibrio en la batalla es sumamente frágil y es solo natural que, con el tiempo, la potencia de ataque de los humanos se vaya desgastando no solo debido al cansancio, sino también a las heridas, que no pueden regenerar tan rápido como los demonios, y el veneno, en el caso de Uzui. Cualquier artimaña podría tornar la batalla en favor de un lado u otro, así que los cazadores debían actuar rápido, para que aquel desgaste no se prolongase, o el esfuerzo que habían hecho hasta entonces sería en vano.
Uzui y Kaede habían agotado todos sus recursos, incluido el veneno de Kaede, que había alcanzado su máxima utilidad; aunque su objetivo, el que tanto las fajas de Daki como la carne de los cuellos de ella y de su hermano se volvieran más fáciles de cortar con la espada, se había cumplido en un principio, al pasar el tiempo, ambos demonios habían desarrollado una tolerancia a sus efectos que se hacía cada vez más fuerte. Los refuerzos tardarían en llegar desde tan lejos y los demás miembros del grupo estaban ocupados manteniendo a raya a Daki. Incluso las dos esposas que Kanao e Inosuke habían salvado de las fajas habían abandonado el lugar, ayudando con la evacuación en las zonas cercanas.
Al ver una sombra por el rabillo del ojo, Tanjirou recordó repentinamente que Uzui tenía tres esposas.
Allí estaba ella; una mujer joven, de pelo oscuro y tez pálida, a punto de desplomarse en cualquier momento, alzando al aire un conjunto de cuchillos kunai.
Ni Gyuutaro ni Uzui se molestaron en apartarse, así que los cuchillos se les clavaron en la cara, los brazos y el torso, quedándose incrustados. Kaede examinaba todo desde su posición a largo alcance, y lo notó antes que Tanjirou, al que avisó con urgencia:
—¡Es tu oportunidad! —le dijo, al tiempo que Uzui conseguía cortarle de una estocada las piernas a Gyuutaro, y éste no se regeneraba inmediatamente como de costumbre. ¿Serían los cuchillos...?
Cualquiera que fuera la lógica, este era el truco que estaban esperando para cambiar las tornas.
—Anda, pero si ha funcionado y todo —se ríe Gyuutaro.
Tanjirou y Uzui atacaron a la vez y con decisión, pero el efecto de los cuchillos dura poco, y con un estruendo, Gyuutaro se regenera una vez más y consigue atacar, a un suspiro de que las espadas le lleguen al cuello.
—¡Técnica de Sangre Demoníaca, Hoces Volantes de Sangre: Círculos Cortantes! —. Unos fuertes ataques circulares, como cuchillas cortantes, se materializan alrededor de los brazos del demonio. Uzui reacciona rápidamente;
—¡Respiración del Sonido: Eco Incesante!
Al tiempo que consigue desviar la Técnica del demonio con su propia Respiración, Uzui agarra a Tanjirou, quien no se había podido apartar, lanzándolo hacia atrás y lejos de los ataques.
Tanjirou cae al suelo en la distancia y aterriza en los escombros, con el aliento escapándosele de la boca, e intenta reincorporarse. Al mismo tiempo, una nueva flecha pasa silbando cerca de su oído izquierdo y aterriza donde están Uzui y el demonio, levantando una densa humareda de polvo.
Tanto él como Uzui y Kaede se mantienen en vilo, esperando a que la nube de polvo se disipe. Sin embargo, cuando el viento se levanta el demonio no está en ninguna parte.
—¡Hinatsuru! —grita desesperadamente Uzui y su aullido de dolor le recorre a Tanjirou los huesos, reverberando en el aire de la noche. Uzui sabe que no podrá salvarla.
Porque en el momento que la nube de polvo tardó en disiparse, Gyuutaro se había escabullido y llegado al tejado donde estaba Hinatsuru. Y así, por detrás, había conseguido agarrarla fuertemente de la cabeza y había empezado a apretar.
Si no hacían nada, Hinatsuru no tardaría en reventar ante sus ojos.
Y es que aunque Uzui hubiera dicho que no tendría remordimientos si aquello pasara, Tanjirou sabe lo que significaría, no solo para él mismo, sino también para el Pilar, perder a quien más amas en el campo de batalla.
La culpa le pesa a Tanjirou fuertemente en el pecho.
Tanto Uzui como Kaede se habían puesto en marcha y comenzado sus contrataques, pero Uzui no podía avanzar hacia Gyuutaro con las fajas en su camino, y los ataques de Kaede, a tanta distancia, eran fácilmente bloqueados por su Técnica de Sangre Demoníaca.
A Tanjirou, como el más débil, era a quien Gyuutaro no prestaba atención.
El agua y el fuego, dos antítesis que se repelen naturalmente el uno al otro, consiguieron darle a Tanjirou el empujón que necesitaba; Usando una miscelánea de la Respiración del Agua y la Danza del Dios del Fuego, Tanjirou consiguió moverse rápidamente desde el suelo hasta el techo, allí donde estaban Gyuutaro y Hinatsuru, y arrebatarle de las manos a esta última.
Instantáneamente, Tanjirou empezó a toser. Le había cortado los dos puños a Gyuutaro y Hinatsuru se aferraba a su espalda, recomponiéndose. Sin embargo Tanjirou no bajó en ningún momento su espada.
No estaba en el mejor de los estados para una pelea, y la Danza del Dios del Fuego, en su ira y frustración, habían hecho que Tanjirou se excediera demasiado.
Y aun entonces hacía lo imposible para ser la clase de persona que hubiera podido prevenir la tragedia de su familia.
Gyuutaro se abalanzó sobre Tanjirou, al tiempo que hacía un tajo con sus armas punzantes, que se quedaron clavadas en el techo cuando Tanjirou se movió para esquivarle y contraatacar.
Una sombra se cernió, asimismo, sobre la figura de Gyuutaro. Era Uzui, quien había conseguido alcanzarles, aprovechando los segundos que le había conseguido Tanjirou.
—¡Te debo una, Tanjirou Kamado!
El pilar se lanzó en picado a atacar el cuello del demonio con sus enormes hojas y Tanjirou reaccionó a la par, yendo a por el otro lado de su cuello. Pero Gyuutaro fue rápido y agarró con ambas manos las espadas de los cazadores. La fuerza del demonio hizo que ni Tanjirou ni Uzui pudieran cortarle, y sus espadas se quedaron inmóviles entre los puños de Gyuutaro.
—No hay manera posible en este mundo —decía el demonio, con voz tan punzante como sardónica era su sonrisa—, de que consigáis cortarme la cabeza.
Tanjirou intentó deshacerse de su agarre, pero pronto, la carne demoníaca de Gyuutaro empezó a crecer por encima de la hoja, inmovilizándole incluso más. A sí mismo, la voz de Kaede les advirtió;
—¡Apartaos! —A su grito lo siguió el silbido de una de sus flechas cortando el aire y Tanjirou se cubrió la cara con el brazo que no agarraba la espada, mientras que al mismo tiempo intentaba proteger a Hinatsuru a sus espaldas.
La cabeza de Gyuutaro explotó con un fuerte estallido y Tanjirou aprovechó la oportunidad para apartarse, llevándose la espada consigo, que se vio entonces libre del agarre de Gyuutaro. Uzui hizo lo mismo, pero aprovechó el momento para mirar a la distancia, alrededor de donde estarían los demás peleando con Daki. No serviría de nada si ellos no le cortaban la cabeza a ella también.
—¡Kamado! —le sobresaltó Uzui. El cuerpo de Gyuutaro se mantenía en pie, y aunque sin cabeza, sus brazos ya habían empezado a chisporrotear; usaría su Técnica de Sangre Demoníaca una vez más—. ¡Nosotros nos las apañaremos aquí mientras tanto!
Tanjirou hizo el amago de empezar a protestar—. Pero-...
—Nosotros ya le hemos decapitado una vez —siguió Uzui, clavando entonces su espada en la protuberancia del cuello de Gyuutaro—, podremos hacerlo una segunda, ¡ve y ayuda a tu novia!
Y con ello cargó con el cuerpo del demonio, abalanzándose sobre el vacío, mientras la técnica del demonio brillaba roja en la noche como la sangre.
...
Notes:
wiii cómo ha estado? ha sido fácil de seguir la pelea?
y qué es lo que más os ha gustado? también me gustaría saber vuestra opinión sobre el diálogo, espero que no haya sido muy empalagoso !
mi momento favorito ha sido cuando tanjirou ha salvado a hinatsuru, porque de verdad creo que entiende el dolor que le causaría a uzui perder a hinatsuru (porque bueno... razones !) y a pesar de no haber pintado a uzui de manera muy positiva durante este arco, creo que es importante darle ciertos momentos para que tanto la audiencia como los personajes simpaticen con él. al fin y al cabo, es un personaje relativamente complejo (y no olvidar estiloso !) así que estoy satisfecha con ello
creía que iba a tardar menos porque solo me quedaba añadir el final a la escena, pero mi tda ha estado últimamente dándome una paliza a pesar de tener todo el tiempo del mundo, lo siento mucho !!!
me alegra estar de vuelta y poder decir con seguridad que estoy muy bien. he estado teniendo ayuda especializada para lidiar con ciertos problemas derivados de mi autismo (como la organización del tiempo, la concentración, etc) así que estoy mucho más contenta y siendo mucho más eficiente (he aprobado la mayoría de mis asignaturas en la universidad este año !!!) por lo que espero poder volver a establecer una rutina medio decente
también me gustaría agradecer de todo corazón a BewitchedBeing en wattpad, que se releyó la fic de principio a fin y comentó en todos los capítulos, además de dibujar fanart que me compartió en instagram. muchísimas gracias !!! esto no sería posible sin ti, y no creo poder nunca expresar mi gratitud en su totalidad por su apoyo y entusiasmo hacia mi trabajo. Una vez más, muchísimas gracias!!! espero que nos sigamos viendo hasta el final y que, si no, que hayas disfrutado y que esto sea algo que atesores en un futuro. esto también va a todos los que votais o (no) comentáis, muchísimas gracias !!! espero poder devolvéroslo terminando esta fic
este es el capítulo 45 y mi esperanza es poder terminar este arco en el capítulo 50, así que solo nos quedan cinco más !!! qué emoción, hemos llegado tan lejos...
esta actualización sigue los capítulos 87, 88, 89 y 90 del manga. tuve que sentarme a organizar la trama después de tanto tiempo, repasé todos los eventos y apunté lo que haría en cada uno y como se repartirían en los siguientes caps de la fic. en el próximo, veremos el lado de aya, kanao, aoi, zenitsu, inosuke y tanjirou (que se une ligeramente más tarde), y espero también enseñar lo que está pasando en la mansión mariposa, donde están yuu y kaori (y algún invitado especial)! (o al menos eso espero hacer, jajaja)

aliceherenot on Chapter 8 Sat 02 Jan 2021 08:45PM UTC
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leguink on Chapter 8 Sun 03 Jan 2021 11:58PM UTC
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Yamada (Guest) on Chapter 48 Thu 29 Dec 2022 10:15PM UTC
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Jeelby on Chapter 49 Fri 28 Jul 2023 08:22PM UTC
Last Edited Fri 28 Jul 2023 10:21PM UTC
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Jeelby on Chapter 50 Thu 01 Aug 2024 05:18AM UTC
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leguink on Chapter 50 Fri 02 Aug 2024 02:34PM UTC
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