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Cuando abrió los ojos y vio a un muchachito de cabellos oscuros recostado a su lado, Kazutora contuvo la respiración e hizo memoria, tratando de recordar qué demonios había pasado el día anterior, cómo pasó de vivir en una celda oscura y sucia, a dormir en la cama de Chifuyu Matsuno.
Chifuyu Matsuno.
Chifuyu Matsuno había sido una vaga constante durante la última década de su vida, la que había pasado detrás de las rejas. Había sido una de las pocas personas, junto a Mitsuya y a Draken, que había ido a visitarlo alguna que otra vez al correccional y el único que le había mandado cartas de forma religiosa todos los meses.
Kazutora no recuerda si leyó todas las cartas, cree que no. Sólo respondió unas pocas. Algunas de las primeras, algunas de las últimas y casi siempre las que le deseaban feliz cumpleaños.
Las cartas de Chifuyu siempre estuvieron teñidas de sinceridad. Kazutora podía casi sentir como la honestidad desbordaba las hojas y les manchaba las manos. Le daba miedo. Le aterraba. Por eso, si la misiva llegaba cuando no se estaba sintiendo del todo bien, decidía leerlas en otro momento. Está seguro que más de una vez se olvidó de hacerlo.
Hace un año, cuando el fin de su larga condena parecía empezar a asomarse por el horizonte, las cartas de Chifuyu empezaron a preguntar por planes, a ofrecer ayuda. Kazutora no sentía que tuvieran una relación lo suficientemente sólida para permitirse aceptar nada de él. Ni siquiera estaba seguro si lo suyo podía llamarse relación a secas. No eran amigos y las veces que se habían visto o interactuado podía contarse con los dedos de las manos. Quizás por eso, por primera vez en diez años, Kazutora se apresuró a responder. A escribir que no, no tenía ningún plan, pero ya pensaría en algo.
Finalmente llegó el día en que se convertiría en un hombre libre otra vez y contrariamente a lo que Kazutora había expresado en tinta unos meses atrás, no había pensado en nada. Sabía que no podía contar demasiado con sus amigos. Todavía le costaba llamarlos así. Pah-chin vivía con su novia, Draken, con un tal Inupi y Mitsuya usaba su casa de atelier. Ninguno tenía un espacio en su living para que Kazutora usase de base mientras reorganizaba su vida. Y de su familia, ni hablar. Su madre ya se había mostrado reticente a abrirle la puerta del departamento luego de sus primeros dos años en el reformatorio, no hacía falta tener mucha imaginación para saber que lo único que podía esperar de ella era un portazo en la cara.
Cruzó la puerta hacia la libertad con el vértigo arropando todo su cuerpo, como si del otro lado sólo lo esperase un precipicio, un mundo desconocido al que no tendría más opción que caer sin la ayuda de ningún paracaídas. Pero se encontró con la silueta de Chifuyu apoyando la espalda sobre un pequeño Toyota mientras daba una calada a su cigarrillo. Apenas este lo reconoció, le dedicó una sonrisa que Kazutora estaba seguro no merecía.
—Tanto tiempo, Kazutora.
Chifuyu lo invitó a subir a su auto y Kazutora se acomodó en el asiento. Se sentía tan fuera de lugar que no pudo evitar hacer temblar la pierna con puro nerviosismo.
—Hace mucho que no te subes a un coche, eh —bromeó Chifuyu y Kazutora no estuvo muy seguro si eso ayudó a aliviar la tensión del ambiente o si tan solo la acentuó más.
Durante el trayecto, Chifuyu volvió a preguntarle por sus planes y al ver que Kazutora no tenía respuesta, lo invitó a quedarse unos días con él. Un tiempo, lo que necesites mientras organizas tu vida, había dicho.
Kazutora no tuvo otra opción más que asentir. Más que nada, porque aún sin conocer a Chifuyu, algo le dijo que este no lo dejaría dormir en un parque, como había planeado hacer originalmente.
Chifuyu vivía en un dos ambientes. El departamento contaba con un living-comedor amplio conectado con la cocina, un balcón angosto y una pequeña habitación. Kazutora no había tenido tiempo para reparar demasiado en los detalles. Apenas entraron, Chifuyu le había ofrecido tomarse una ducha y Kazutora cansado de pelear contra la corriente había decidido dejarse llevar por sus propuestas.
Tardó su buen tiempo en ducharse. Por un lado, hace diez años que no se tomaba un baño así: con agua caliente, con un champú perfumado, sin los gritos de los guardias que lo apuraban, sin los otros presos que le dedicaban miradas obscenas y malintencionadas. Y por el otro lado, salir del baño significaba tener que interactuar con Chifuyu y su sonrisa otra vez.
La sonrisa de Chifuyu lo descolocaba. No podía percibir en ella nada de odio, nada de rencor. Era cálida, liviana. Casi contagiosa. Muy diferente a su primera carta.
Aún al día de hoy, Kazutora se arrepiente de haber leído esa carta apenas la recibió unos meses después de la muerte de Baji. La carta estaba escrita con los sentimientos a flor de piel, con el rencor y la tristeza aún escondidos en la pluma. No lo culpaba, al menos no abiertamente, pero entre las líneas se colaba una pregunta filosa: ¿Por qué Baji-san decidió morir por ti, pero no pudo vivir por mí?
Después de llorar toda la noche, ahogándose en la culpa, Kazutora había respondido esa carta con un simple perdón. Lo mismo hizo con las siguientes. No sabía qué contestar, pero sentía que tenía obligación de hacerlo. Al menos hasta que Chifuyu le pidió expresamente que no se disculpe más, que pedir perdón de esa forma no servía de nada.
Las palabras de Chifuyu lo habían herido. Pero aun así, le resultaba mucho más sencillo lidiar con la hostilidad, con el rechazo de aquella época, que con la calidez que decoraba su rostro ahora.
Después de lo que se sintió una eternidad, Kazutora no tuvo más remedio que salir de la ducha. Se vistió con la ropa limpia que Chifuyu le había preparado y siguiendo el olor de la comida se dirigió hacia la cocina.
Chifuyu tenía puesto un delantal. A juzgar por lo nuevo que se veía, no debía haber sido usado muchas veces. Estaba parado frente a una sartén que miraba con el ceño fruncido. Seguramente por el humo negro que desprendía. Cuando notó la presencia de Kazutora en la cocina, se giró hacia él. Todo rastro de preocupación desapareció de su rostro.
—Se me quemó un poco. Pero creo que todavía está comestible.
—Peor que la comida de la cárcel no puede ser —Kazutora puso en palabras su opinión por primera vez en la tarde y una carcajada escapó de los labios de Chifuyu.
Su forma de reír ya estaba empezando a encandilarlo.
En efecto, peor que la comida de la cárcel no era. O sea sí, el arroz estaba un poco quemado, pero era sabroso. Era muy sabroso y hace una década que Kazutora no probaba un plato no supiera como arena.
No estaba muy seguro de qué expresión había puesto, pero Chifuyu pareció notar enseguida que le estaba gustando su salteado de arroz con verduras.
—Me alegro que no tuvieras los estándares muy altos.
Chifuyu volvió a reír.
El resto de la cena pasó en relativo silencio. Chifuyu había hecho algún que otro comentario al que Kazutora no le había prestado mucha atención y había insistido por enésima vez que estaba más que dispuesto a darle trabajo en su tienda de mascotas.
A Kazutora empezaba a enervarlo la excesiva buena predisposición de Chifuyu. No entendía a qué venía. Literalmente lo único que sabía de él era que había tenido una buena relación con Baji. Habían sido lo suficiente cercanos para que Kazutora sintiese envidia. No que eso fuese muy difícil. Pero Chifuyu fue la primera persona que se le ocurrió a Kazutora cuando tuvo que decidir quién iba a recibir una paliza de parte de Baji durante la ceremonia de iniciación en Valhalla. Y sólo recordar la satisfacción que sintió cuando vio su cara desfigurándose bajo el puño de su mejor amigo le provocaba náuseas. El sentimiento de superioridad que lo invadió en ese momento, ahora le sabía muy parecido a la pregunta que no estaba escrita en la carta de Chifuyu. ¿Por qué Baji eligió morir por mí, en vez de vivir por él?
Mientras tragaba con dificultad los últimos bocados del delicioso arroz quemado, empezaba a desear que Chifuyu sea un gran actor y que debajo de esa sonrisa risueña estuviese planeando una cruel venganza. Eso sí se lo tendría bien merecido. No podría quejarse si la comida estaba envenenada o si durante la mitad de la noche, Chifuyu le clavaba un puñal mientras dormía.
Quizás Chifuyu notó el nudo en su garganta y una vez terminó de comer, levantó los platos, los dejó en la pileta de la cocina comentando que los lavaría al día siguiente por la mañana, le mostró brevemente a Kazutora el sillón donde dormirá esa noche, señaló las sábanas sobre la mesita y en menos de cinco minutos desapareció detrás de la puerta de su habitación deseándole las buenas noches.
Por fin solo.
Por fin, Kazutora podría dejarse envolver en la oscuridad y la soledad que le eran tan familiares, lejos de la calidez del dueño de la casa que parecía quemar como el sol de verano.
No fue hasta que Kazutora se acomodó en el sillón, su nueva cama, que notó la foto de Baji que había en el aparador del living.
La miró y casi sintió como la fotografía le devolvía la mirada.
Kazutora no se sorprendió cuando luego de lo que se sintió como una eternidad no pudo conciliar el sueño. Le era imposible dormir bajo el escrutinio de la fotografía de Baji. Pero finalmente el cansancio le ganó.
Esa noche, Kazutora tuvo una vez más aquella pesadilla recurrente que nunca lo dejaba en paz.
Dos sombras negras le susurraban una en cada oído: Tú nos mataste. Tú nos mataste.
Y cuando pudo discernir la sonrisa que vio en la foto del aparador en una de las sombras, despertó dando un grito y chochando contra el piso.
Los ruidos debieron haber despertado a Chifuyu, quien volvió a aparecer detrás de la puerta, con la preocupación torciendo sus facciones vistiendo un buzo negro varios talles más grandes que él.
La reacción de Chifuyu fue casi maternal. Lo que el sentido común llamaría maternal. No que la madre de Kazutora haya sido así nunca.
Se acercó a él para corroborar que estuviese bien, le preparó una leche caliente con miel y lo invitó a su habitación.
Kazutora estaba demasiado agotado para rechazar el gesto y se dejó guiar. De repente se sintió como un niño otra vez, como el niño que nunca fue. El que puede invadir la pieza de sus padres después de haber tenido una pesadilla.
Y si bien todavía estaba reticente a aceptar la amabilidad de Chifuyu, no pudo evitar admitir para sí que la calidez de otro cuerpo junto al suyo lo relajaba. Esta vez concilió el sueño en cuestión de segundos. Antes de quedarse dormido, el recuerdo de Baji cruzó su mente. De estar vivo, seguro Baji hubiera tenido un gesto similar. O no. Baji solía ser mucho más caótico. Seguro se hubiera quedado despierto toda la noche charlando para espantar los fantasmas que no lo dejaban dormir, aun si tuviera que despertarse temprano al día siguiente. Cómo lo extrañaba. Cómo lo extraña.
Cuando volvió a abrir los ojos y se encontró con el rostro inmaculado de Chifuyu durmiendo, con las facciones casi infantiles que aún guardaban sus pómulos brillando bajo los rayos del sol otoñal que se colaba por la ventana. La escena le resultó irreal. Había pensado en muchos escenarios posibles para su vuelta al mundo real. Había considerado que tendría que dormir en un parque hasta que Draken se apiadara de él y convenciera a su compañero de departamento en cederle un rincón. O que tendría que recurrir a algún bar en busca de alguna clase de compañía pasajera que lo mantuviese caliente durante el invierno. También había barajado la posibilidad de dejarse pudrir en algún basurero. Seguro se lo merecía. Seguro. Pero tenía que vivir. Por Baji.
Despertar en la cama de Chifuyu estaba demasiado por fuera de sus cálculos. No sabía qué hacer aparte de observarlo. Tenía la leve esperanza de que si lo miraba suficiente, se iba a desvanecer como un espejismo. Tenía miedo que esa escena fuese real. Pero también tenía miedo que la calma del rostro de Chifuyu se derritiera como la nieve al tacto al verlo acostado a su lado.
Quien finalmente interrumpió la escena fue un gatito negro. Kazutora estuvo a punto de morir del susto cuando el minino se subió a la cama de un salto y maullando se fregó contra su dueño. Este alzó sus soñolientos párpados y sonrió con dulzura. Al gato, supuso Kazutora luego de un segundo de haberse sentido muy confundido por la ternura en los ojos de Chifuyu.
—Buenos días —dijo entre bostezos mientras acariciaba al felino y Kazutora siguió dudando si le habla a él o al gato hasta que agregó—: ¿Dormiste bien?
Asintió con la cabeza.
Le llevó unos segundos procesar lo que ocurrió luego.
Chifuyu se incorporó en la cama y comenzó a acercarse a él. ¿Qué iba a hacer? ¿Lo iba a golpear? ¿Lo iba a acariciar? Kazutora cerró con fuerza los ojos, asustado por la inminente cercanía del otro hombre. Los volvió a abrir cuando sintió el peso de Chifuyu desaparecer del colchón y aterrizar en el piso a sus espaldas. Tan sólo había estado intentando bajarse de la cama.
—¿Té o café?
—Té —respondió luego de meditar por un instante.
No estaba seguro de haber probado el café. En el comedor de la cárcel tenía una bebida bajo ese nombre, pero Kazutora estaba seguro que servían alquitrán en vez. El té era una opción más segura.
Durante el desayuno, Chifuyu había vuelto a preguntar por planes. Había sido sutil, pero en su tono había más urgencia que el día anterior. Kazutora había respondido que primero pensaba dedicarse a buscar empleo y había tenido que volver a rechazar la propuesta de trabajar en la tienda de Chifuyu. No estaba seguro que tenía que decir para mostrarle al otro que no pretendía aceptar nada más de él.
Chifuyu no volvió a insistir. Le señaló una laptop que podía usar para buscar trabajo, a qué número lo tenía que llamar en caso de emergencia, dónde podía encontrar una llave de repuesto y un poco de dinero si tenía que salir a comprar algo y se predispuso a irse.
El gatito negro se frotó contra las piernas de su dueño saludándolo.
—Adiós, Peke J —devolvió el saludo.
—¿Peke J? —Kazutora habló antes de poder procesar lo que estaba diciendo—. Qué nombre más raro.
—Lo sé. ¿Crees que Excalibur hubiese sido una mejor opción?
Tras una risita breve, la expresión en el rostro de Chifuyu se volvió indescifrable. Kazutora sintió que había tocado un tema que no debía y optó por responder, otra vez, lo que le pareció la opción segura.
—No, mejor Peke J.
¿Quién era él para criticar el nombre del gato de alguien que apenas conocía?
Chifuyu chasqueó la lengua con un tono juguetón y giró hacia la puerta, dándole la espalda a Kazutora.
—Yo quería ponerle Excalibur, pero mi madre decía que era difícil de pronunciar. Luego…
Chifuyu suspiró alargando la pausa. Tomó el picaporte y abrió la puerta. Cuando Kazutora empezaba a creer que no terminaría la frase agregó, aun sin mirarlo:
—Luego Baji-san le puso Peke J. ¿Y cómo iba yo a contradecirlo? Vuelvo tipo seis. Chau.
Antes de que Kazutora pueda soltar el aire que se había atascado en sus pulmones, la puerta ya estaba cerrada y el departamento, en el silencio.
Definitivamente no estaba listo para hablar de Baji. La imagen de su mejor amigo no había abandonado su mente en ningún momento durante la última década, pero escuchar su nombre dicho en voz alta le daba otra dimensión a su recuerdo. Mucho más de boca de Chifuyu Matsuno, el chico que se había aferrado a su cuerpo en sus últimos momentos.
Cuando pudo volver a respirar, agradeció no haber podido ver la expresión en el rostro de su interlocutor. ¿Qué emoción había teñido sus ojos? ¿Tristeza? ¿Rencor? Kazutora estaba seguro que no hubiera podido soportar ninguna de las opciones. Al menos, no tan pronto. Sabía que tarde o temprano, iba a tener que hablar de Baji con sus amigos. Amigos a quienes todavía le costaba llamar así. Pero esperaba que faltase mucho, mucho para tener que tocar el tema con un extraño como lo era Chifuyu.
Quizás… Quizás Chifuyu no sería un extraño, si él se hubiera tomado el tiempo de leer y responder todas sus cartas. Pero quizás eso hubiera sido más fácil, si las primeras misivas no hubieran estado formadas de oraciones tan tajantes… No, él se merecía cada una de esas palabras. Lo sabía, pero igual tuvo que hacer un esfuerzo para no culpar a Chifuyu. Se tuvo que recordar lo feliz que le hacía recibir las cartas. Le recordaban a cuando Baji estaba vivo. A veces le gustaba jugar con la idea de que eran de Baji y quizás por eso tardaba en abrirlas y las leía con desgano. Porque no lo eran.
Decidió que necesitaba despejar su cabeza antes de empezar a pensar cómo funcionaba la increíblemente moderna laptop de Chifuyu.
Buscó una escoba y se puso a barrer. Limpiar se le daba bien. Había aprendido a hacerlo en la cárcel.
Tan pronto pisó la cocina, noto que a pesar de decir que lo haría, Chifuyu no había lavado los platos. También se había marchado sin hacer la cama, dejando todas las sábanas y el buzo que usaba de pijama por el piso. Tal vez Chifuyu no era tan organizado y perfecto como le había hecho creer en sus cartas. Ese pensamiento lo relajaba un poco.
Kazutora trazó un gráfico de favores en su mente: dejar el departamento impecable cancelaba el favor que le debía a Chifuyu por darle un techo. Bien. Ya estaban a mano. Ya era momento de luchar contra la tecnología y, con un poco de suerte, en una semana ya se habría deshecho de Chifuyu.
O eso pensó en un primer momento. Sabía que no estaba del todo actualizado en cuando se trataba de computadoras. Ya el grosor de la laptop de Chifuyu estaba a años luz de los monitores anticuados que había en la biblioteca del reformatorio, la única PC que Kazutora había tocado en los últimos diez años… Pero no esperaba estar una hora sin poder encontrar el ícono de Internet Explorer.
Bueno, tendría que pedirle ayuda a Chifuyu. No le emocionaba mucho la idea, pero parecía la única opción viable. Ya tenía un plan: lo esperaría con la cena lista, así aunque tuviera que pedirle otro favor, no le debería nada. Kazutora nunca había cocinado en su vida. ¿Pero qué tan difícil podía ser? Chifuyu tampoco parecía ser un gran experto y su arroz salteado había quedado exquisito.
Abrió la heladera para fijarse que había, a ver si lo ayudaba a pensar que podía preparar y de paso ver si picoteaba algo. Ya era pasado el mediodía y su estómago reclamaba alimento. No encontró nada muy interesante: un par de botellas de agua, varias latas de cerveza, algunos paquetes de fideos sellados al vacío, un paquete de pastillas de curry, una zanahoria, dos cebollas… Y las sobras del día anterior un tupper. Eso último sería su almuerzo. Y para la cena… Fideos salteados parecía ser la única opción. Sí, sonaba una buena idea.
O no tanto.
Su batalla contra la tecnología no había acabado con la laptop. La cocina de Chifuyu tenía unas hornallas eléctricas, un poco muy modernas para Kazutora. En primera instancia parecía fácil deducir que botoncitos había que apretar, pero comenzó a inquietarse cuando no veía fuego. Sí, habían prendido unas lucecitas, pero no iba a cocinar fideos con eso.
Entonces cometió el trágico error de subestimar a la tecnología. El primer error de la tarde. Tratando de averiguar cómo funcionaba el aparato, apoyó la mano sobre la hornalla.
Al parecer el mundo moderno no necesitaba fuego para cocinar. Puso la sartén con fideos y una cantidad abundante de salsa de soja sobre algún lado sin mirar muy bien adónde y corrió a la pileta de la cocina a ponerse agua fría en la mano antes de necesitar ir a un hospital por quemaduras de primer grado.
El gato negro —Peke J— maulló y cuando Kazutora le dedico una fugaz mirada le pareció encontrar preocupación en los ojos del minino.
Necesitaba un cigarrillo.
En la prácticamente vacía bolsa que contenía el total de sus pertenencias había un atado de cigarrillos. Kazutora estaba intentando guardárselos. Sabía que hasta no conseguir trabajo no tendría forma de conseguir más. Pero la situación comenzaba a estresarlo y necesitaba algo que lo ayudase a distraerse del dolor de la mano.
Seguramente Chifuyu tenía algún cenicero en alguna parte. Kazutora recordaba haberlo visto fumar el día anterior. Pero esa “alguna parte” parecía ser ninguna parte. Ni en el living, ni en el balconcito había nada parecido. Y Kazutora no tenía el valor para buscar en la habitación.
¿Por qué todo tenía que ser tan difícil?
Harto, agarró un platito de la cocina y se encerró un rato en el balcón. Necesitaba un descanso de estar en la casa de Chifuyu.
Peke J había intentado seguirlo, pero Kazutora no lo había dejado salir. Lo último que necesitaba era que le pase algo al gato y quedarse de patitas en la calle.
El minino no parecía dispuesto a darle un respiro. No se movió de al lado de la puerta. Rasguñando el vidrio y maullando de tanto en tanto. Parecía querer recordarle a Kazutora donde estaba.
Tardó un rato en darse cuenta lo que Peke J había estado queriendo decirle. Cuando volvió a entrar, un humo negro invadía el departamento.
En serio tenía un don para arruinar todo. ¿Cómo podía ser que justo había apoyado la sartén sobre la hornalla prendida? ¿Por qué no se le había ocurrido apagarla?
Con la impotencia atascada en la garganta, Kazutora dio un manotazo hacía el costado sin mirar y atinó a golpear la fotografía de Baji. Poseído por la desesperación, estiró la otra mano intentando salvar a Baji de la caída. Las leyes de la física parecieron estar de su lado por una vez en su vida y logró atrapar la foto. Pero en eso había gastado toda su suerte y acto seguido se estrelló la espalda contra la mesita ratona del living.
Estaba a punto de dar un grito en mezcla de dolor y enojo, cuando escuchó el ruido de la puerta.
Bien. Esa noche tendría que dormir en el parque. Chifuyu iba a matarlo.
La puerta se abrió y el rostro de Chifuyu se tiñó de desconcierto y preocupación. Miró a Kazutora y luego a la cocina sin saber a cuál atender primero. Finalmente la cocina debió parecerle más urgente. Lo primero que hizo luego de sacarse los zapatos fue apagar la hornalla y tirarle un poco de agua al intento fallido de fideos. Apoyó un paquete que había traído en la mesada, buscó algo del freezer y caminó hacia Kazutora quien estaba inmóvil en el piso con los ojos imposiblemente más abiertos del susto.
—La intención es lo que cuenta —rio mostrando los dientes—. Por suerte te leí la mente y compré pizza.
Cualquier rastro de sonrisa desapareció cuando notó lo que tenía Kazutora en las manos.
—No, yo… —balbuceó apenas notó el cambio de expresión en el otro chico—. Casi se cae.
Los labios de Chifuyu volvieron a curvarse hacia arriba, pero ya no se veía tan sincero.
—Ten. —Le ofreció un hielo—. Escuché un ruido fuerte antes de entrar. Supongo que te caíste, ¿cierto?
Kazutora asintió. Con una mano, la que se había quemado, casi temblando, aceptó el hielo. La otra la estiró en un gesto para devolverle la foto a Chifuyu. Para devolverle a Baji.
—Gracias por proteger a Baji-san. —La expresión en su rostro era indescifrable—. ¡Traje pizza! ¿Hace cuánto que no comes pizza?
Colocó la fotografía en su lugar y volvió hacía la cocina mientras hacía comentarios triviales sobre la comida.
En efecto, Kazutora no había probado ni un bocado de queso en la última década. Pero la promesa de un manjar no era suficiente para distraerlo de los desastres que había causado esa tarde en el departamento.
Chifuyu seguía hablando de cosas sin importancia siempre con una sonrisa dibujada en los labios, mientras ponía la mesa y servía la comida.
—¿No vas a echarme? —Kazutora juntó coraje para hablar.
—¿Quieres que te eche?
Nada se reflejaba en la expresión de Chifuyu. Era imposible saber lo que estaba pensando.
Kazutora se quedó callado, con la mirada fija en su pedazo de pizza.
—Tropezarte en el living y quemar un par de paquetes de fideos no es razón suficiente para echarte. Si tuviera tan poca paciencia, ni te hubiera ofrecido quedarte en mi casa.
—¡¿Por qué siquiera se te ocurrió dejar entrar a un criminal en tu casa?! Ni que fuéramos amigos.
Kazutora se arrepintió apenas las palabras salieron de su boca. Por más horas que llevase con esa pregunta atascada en la garganta, no había necesidad de gritar, de enojarse con alguien por haberle ofrecido una mano.
Contrario a las expectativas de Kazutora, el rostro de Chifuyu se relajó.
—Pues a mí me gustaría ser tu amigo —dijo, mordió su pedazo de pizza, masticó bien y tragó antes de seguir—. Sabes… —Apuntó en dirección a Kazutora con la porción de pizza. Parecía estar buscando las palabras correctas—. Hasta que no entienda porque... Baji-san te guardaba tanto aprecio, hay una parte de mí que no podrá superar el pasado. Quiero saber qué veía él en ti y para eso, necesito conocerte mejor. Creo que no es una mala propuesta. Tú me ayudas a salir de mi laberinto de preguntas sin respuestas y yo te doy un empujón para que logres a reinsertarte en la sociedad. Los dos salimos ganando.
Chifuyu le dedicó una sonrisa y Kazutora volvió a clavar la mirada en la mesa.
—¿Y si descubres que… él estaba equivocado? ¿Que no hay nada en mí por lo que valga la pena dar la vida?
Kazutora levantó la vista esperando ver alguna clase de desprecio, decepción reflejado en los ojos de su interlocutor.
—Confío ciegamente en Baji-san. —infló el pecho con orgullo —. Deberías empezar con la pizza. No es muy rica fría.
Kazutora hizo caso y se llevó la porción a la boca. Ese chico era todo lo contrario a él. Baji le había desfigurado la cara a golpes, lo había hecho a un lado, pero Chifuyu no había desconfiado de él en ningún momento. En cambio Kazutora… Baji le había dicho que estaría junto a él hasta el final, hasta el infierno si era necesario, pero Kazutora había perdido la fe en su amigo ante el más sutil susurro del diablo. Kazutora también quería saber que había visto Baji en él.
—Además… —agregó Chifuyu con la boca llena y espero a tragar antes de seguir—. Además juego con ventaja. Estoy haciendo un poco de trampa.
Dejó escapar una risita traviesa.
—¿Trampa?
—Sip. Sé de una línea temporal paralela en donde tú y yo confiábamos en el otro con nuestras vidas mientras intentábamos desarticular una banda criminal desde adentro. Si pudimos con eso, armar una amistad en este futuro pacífico debería ser sencillo, ¿no crees?
¿Qué? Chifuyu sonrió mostrando todos sus dientes. Este chico estaba loco.
—Creo que se te fue la mano con las películas de ciencia-ficción —respondió con un tono sarcástico y no lo notó, pero por primera vez en años, sonrió.
Un ambiente agradable acompañó el resto de la cena. Chifuyu se explayó sobre su día, sobre los gatitos nuevos que había recibido, sobre algunos clientes que le habían puesto los pelos de punta. Peke J maullaba cada vez que su amo mencionaba otro animal, como si lo entendiese, queriendo hacer saber que estaba celoso. Kazutora, por su parte, se había logrado relajar un poco. Estaba seguro que no iba a poder ayudar a Chifuyu en su búsqueda de respuestas, pero lo tranquilizaba saber que su anfitrión no lo ayudaba por obligación, ni caridad y mucho menos por venganza.
Su plan seguía siendo el mismo. Conseguir trabajo cuanto antes y salir de allí en una semana más tardar. Pero quizás, podía incluir a Chifuyu en su lista de gente con la que iba a intentar reconectar (o conectar desde cero). Al menos estaba seguro que hiciese lo que hiciese, no podía arruinar la imagen que tenía de él. Chifuyu sólo conocía su peor momento. Aunque pensándolo un poco, ningún momento de su vida había sido demasiado bueno…
Cuando la conversación cayó en Kazutora y este contó el breve desencuentro que había tenido con la laptop, Chifuyu estalló en una carcajada y no paró de reír por unos varios minutos. Kazutora primero se molestó con el gesto, pensando que Chifuyu se estaría burlando de él, pero no había malicia en su rostro, se reía como un niño.
Una vez terminaron de cenar y luego de darse un baño cada uno, Chifuyu lo sentó en frente de la laptop a enseñarle “los secretos del mundo moderno'' o en otras palabras como el nuevo Internet Explorer se llamaba Google Chrome. También le recomendó algunos sitios que conocía para buscar trabajo y lo ayudó a armarse un perfil.
—Internet es la nueva biblioteca de Alejandría. Si te fijas aquí —dijo señalando la barra de herramientas del Google Chrome — tengo algunas páginas de cocina que te pueden ayudar a no quemarme la cocina la próxima.
—Ni que tú fueras un experto cocinero. —Kazutora chasqueó la lengua—. Aprovecha mientras puedas, ya aprenderé a cocinar mejor que tú y tendrás que rendirme homenaje.
El departamento volvió a llenarse del sonido melódico de la risa de Chifuyu.
—¡Ah! Antes de que me vuelva a olvidar… —exclamó Chifuyu, desapareció un breve instante detrás de la puerta de su habitación y cuando volvió a aparecer tenía algo en la mano que Kazutora no llegaba darse cuenta que era—. Un teléfono celular —explicó agitando el aparato como si pudiera leerle la mente a Kazutora—. En estos tiempos modernos, no tener un celular equivale a andar desnudo por la calle. Imagino que no quieres volver a la cárcel por exhibicionista. Ten —le ofreció el dispositivo —. Es uno mío viejo que ya no uso más. Es un poco anticuado, pero funciona.
Tuvieron otra pequeña sesión de “aprendiendo sobre tecnología con el señor Matsuno” especializada en el correcto uso de LINE, una app de mensajería en la cual Chifuyu ya había tenido la osadía de agregarle los contactos de todos sus supuestos amigos.
—Eso me recuerda, hoy hablé con Draken… Dijo que cuanto te sientas cómodo quiere ir a tomar algo contigo.
—Me sentiré cómodo cuando pueda pagar mis bebidas. —Kazutora seguía con los ojos clavados en la pantallita, todavía estaba investigando las funciones del misterioso aparato. Le resultaba tan novedoso…
—No seas tonto. Quiere festejar que estás afuera. Puedas o no pagar, no te dejará hacerlo.
Chifuyu tenía razón. Draken estaba en la categoría dificultad baja en la lista de amigos con los que Kazutora tenía intención de volver a relacionarse. Había sido quien más lo había ido a visitar durante la última década y quien se había ocupado de mantenerlo más o menos al tanto de que estaba pasando en el mundo exterior. Le había avisado cuando Toman se había disuelto, cuando Mikey había desaparecido del mapa… Mikey también estaba en la lista, pero en la categoría de dificultad alta, altísima. Era el boss final. Quizás de la misma forma que Chifuyu había dicho que necesitaba conocer a Kazutora para poder dejar el pasado atrás, Kazutora necesitaba volver a ver a Mikey, hablar con él. Pero todavía no era el momento. Nop. Mikey era el boss final y su personaje todavía estaba en nivel 1 de reinserción a la sociedad. Tomar algo con Draken no parecía una mala idea para “levelear” un poco. Siendo sincero, Kazutora había esperado que fuese Draken, no Chifuyu, el que le insistiese en quedarse en un rincón de su living. De todas formas, prefería terminar de armar su personaje, de decidirle trabajo y clase, antes de empezar con la “quest” de recuperar sus amistades.
—Como sea. Me voy a dormir —anunció Chifuyu y agregó en tono socarrón:— ¿Qué harás tú? ¿Puedes dormir solo?
Kazutora contestó con una mirada asesina y entre risitas y un “hasta mañana” la figura de Chifuyu se perdió detrás de la puerta.
No fue hasta que se quedó solo y se acomodó en el sillón que recordó porque le había costado tanto conciliar el sueño el día anterior, como se sentía juzgado por la sonrisa de Baji. Se puso de pie y acomodó la foto boca abajo haciéndose una nota mental de volverla a poner en su lugar antes de que Chifuyu despierte al día siguiente.
Cuando volvió a recostarse en el sillón, Peke J le saltó encima y maulló. ¿Lo estaba retando por haber tocado la foto? ¿Lo estaba estaba consolando? No tenía forma de saber. Kazutora abrazó al minino, hundió el rostro en su pelo y dejó que el sueño se apodere de él.
*new friend acquired*
