Chapter 1: ⁙CAPÍTULO 1⁙
Chapter Text
Miraba al horizonte, el agua frente a él reflejaba los tonos anaranjados del anochecer. Un hombre estaba vestido con un jersey gris y unos pantalones negros, todo esto cubierto con una gabardina negra. Su cabello estaba oculto por una gorra, y sus ojos por unas gafas de sol.
Sacó su móvil y suspiró, sabiendo lo que estaba a punto de pasar.
Marcó el número del comisario Gordon.
La función comenzaría en cuanto terminaran de hablar.
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—Digamos que... la persona que puede dar referencia de mí, va a llegar hoy a la ciudad.
Gustabo García estaba ya en comisaría, pidiendo el puesto del que Gordon tanto y a la vez tan poco le había hablado. Tras unos minutos habían aclarado que el trabajo en cuestión era un nuevo departamento, la Policía Secreta, el cual él mismo estrenaría.
O bueno, quizá lo estrenarían entre dos.
—La persona que me formó como policía, y me enseñó todo lo que yo sé a día de hoy prácticamente, va a venir a la ciudad y le voy a intentar convencer... para que usted no tenga un agente del FBI, ¡usted tenga dos!— Continuó sonriente, viendo como el comisario escribía en una libreta o alternaba a la PDA del cuerpo.
—¿Dos agentes del FBI? ¿Dentro de la policía metropolitana como una división independiente? La madre que me parió.— Escuchó suspirar al hombre, aún firmemente centrado en la PDA.
—¿Qué le parece?
—¡Po's de puta madre! ¿Cómo me va a parecer?— Respondió Gordon, soltando una risita.
—O sea, mejores referencias que mi antiguo ex-jefe creo que no le puede dar nadie— Añadió, ocultando una sonrisa de satisfacción.
Unos minutos después, ya estaría saliendo de comisaría, dispuesto a subirse al coche y dirigirse al aeropuerto. Una llamada interrumpiría sus planes.
—¿Conway?— Preguntó sin realmente necesitarlo, puesto que tenía el contacto en su agenda.
—Llevo aquí una puta hora esperando— Le respondería el de voz grave, notándose molesto.
—Es que he tenido problemas— Mintió, mirando de reojo la comisaría.
—Ven aquí corriendo— Ordenó Conway.
—¿Y me puedes mandar ubicación para que te vaya a buscar?— Preguntó rodando los ojos, su voz sonando exasperada. Iba a ser toda una experiencia compartir tiempo con ese señor.
—Estoy en el aeropuerto de Londres, en esta puta mierda de ciudad, ven aquí cagando hostias— Conway empezaba a perder la paciencia, pensando en lo tocapelotas que solía ser y al parecer seguía siendo su hijo.
—No soy un taxista, ¡no me lo conozco, mándame ubicación, por favor!— Gustabo se pasó una mano por su cabello tranquilizándose, no era bueno perder los nervios.
—Me cago en la... mira. Ya te mando la puta ubicación.— Respondió el mayor, casi gruñendo.
—Ahora nos vemos, tómate un zumo.— Le diría por último, tratando de aligerar el ambiente algo tenso que se había creado.
—Me voy a tomar una caipiriña, en tu puto honor.
Gustabo no pudo evitar reír, fijándose en que en unos instantes, Conway había colgado. Suspirando, se subió al coche. Se miró al espejo, notando la forma en la que su cabello se había deslizado a un lado cuando se lo había tocado. Soltando un suspiro cansado, se dedicó a peinarlo de nuevo hacia atrás, como debía estar.
Una vez estuvo arreglado el asunto de su apariencia, arrancó el vehículo y dejó el móvil en su ranura correspondiente, quedando conectado a éste por bluetooth. Apenas lo hizo, el tono de llamada entrante sonó. "F", podía leerse el contacto en la pantalla.
—¿Qué tal vas?— Preguntó una voz algo más grave, inundando la soledad de su vehículo por el manos libres de su teléfono.
—De momento todo va sobre ruedas... Lo difícil comienza ahora— Murmuró el conductor, dando marcha atrás para salir del parking, y marcó en el GPS la ubicación del aeropuerto.
—Sabes que no me refiero a eso— Silencio de ambas partes. —Confío en el plan, pero no confío en quien-tú-ya-sabes.
Apretó el volante entre sus manos, tragando fuerte.
—Todo va bien— Dijo simplemente, tratando de mantenerse calmado. Si se ponía nervioso es cuando comenzarían a correr peligro, tanto él como el plan.
—... Está bien, pero si te sientes raro que le den por culo a todo y ven a casa cagando ostias. Sabes que el abuelo le conoce.— El conductor no pudo evitar reír un poco con sus palabras.
—¿Acaso estás preocupado por mí, F?— Mencionó sonriente, el mínimo estrés de hacía unos momentos disipándose.
—Argh... Cállate, ni siquiera debí llamarte.— El rubio no lo sabría, pero F habría sonreído al otro lado de la línea. —Recuerda todo lo que te he contado sobre él y de mí, y todo saldrá bien. Hablamos en casa.
La llamada murió, y Gustabo tomaría aire para prepararse. Estaba a media calle de la entrada del aeropuerto.
Pudo divisar al hombre de camisa blanca y corbata allí, caminando de un lado a otro tal y como F le había relatado con gracia. Decidiendo que algo de humor no podría hacer daño, se acercó a una mujer en el otro lado de la calle.
—¿Es usted Conway?— Preguntó bajando la ventanilla.
—¿Eh?
—Que si es usted Conway
—Ah sí, sí
—¿Qué coño va a ser usted Conway? ¡Váyase a la mierda!— Exclamó divertido, fingiendo enfadarse.
Movió el coche hacia la otra acera de la calle, pasando de largo al verdadero Conway. Se bajó del coche y se acercó a un hombre de vistosas ropas.
—¿Conway?— Preguntó fingiendo verdadera curiosidad.
—Hello, ¿qué tal, cómo está?— Preguntó el de extrañas ropas con un marcado acento inglés.
Gustabo tuvo que reprimir su risa lo máximo que pudo, que realmente no fue mucho, pues se le notó al hablar.
—Siento haberte- — Se quedó callado mejor, puesto no podía con su risa.
—¿Me acabas de confundir con éste?— Preguntó Conway a un lado suyo, cruzándose de brazos y alzando una ceja.
—Perdona, es que no sé qué me pasa— Mencionó tras unos segundos de silencio, poniendo una excusa al estar ya más calmado. —Y claro, los gustos cambian, la vida cambia... ¿Qué tal estás?
Preguntó cambiando rápidamente de tema, cosa que funcionó bastante bien. Tras una conversación ciertamente fascinante con el señor británico sobre Yugoslavia, subieron a su coche.
Apenas condujeron por la calle del aeropuerto cuando se estrellaron de frente con otro vehículo.
—¡Ostias! ¡Aparta de aquí, gilipollas!— Se quejó el rubio, viendo como del coche chocado salía lo que parecía ser un piloto de avión por el uniforme, y se acercaba de forma peligrosa a su puerta, abriéndola y sacándole de un tirón, tirándole al suelo.
"Joder, empezamos bien el plan" pensó para sí mismo, entre divertido y algo asustado, pues acababa de esquivar una patada del señor. Se levantó lo más rápido posible y se alejó corriendo y riendo bajo, mirando hacia atrás cuando estuvo a una distancia prudente.
Conway estaba peleándose a puñetazos con el piloto. Bueno, peleándose era mucho decir. El superintendente le estaba propinando tremenda paliza al piloto, que una vez cayó al suelo derrotado, recibió una patada más de parte de Conway.
Se quedó reflexionando, confuso. ¿Le estaba protegiendo? Por lo poco que sabía, ellos no se llevaban muy bien. Sin decir mucho más, ambos caminaron de vuelta al coche, y dio la vuelta al ver que iba en sentido contrario. Sin un rumbo fijo, se dispuso a conducir.
Hablaron del "viaje de mierda" de Conway, que se pasó los siguientes minutos quejándose de su mala experiencia, consiguiendo así que se fueran relajando en presencia del otro. Creyó que era divertido escuchar al "viejo", como le llamaba F.
—Bueno, a veces la vida da giros inesperados, Bambino— Concluyó tras su historia, sonriente y relajado... Quizás demasiado relajado, pensó cuando se dio cuenta de su error. Su sonrisa se esfumó y apretó el volante de nuevo, rezando internamente para que dejara aquello pasar. Se forzó a volver a sonreír, fingiendo normalidad.
—Claro, a mí me lo vas a decir.— Respondió Conway, aparentemente sin darse cuenta del apodo. —¿Y tú por qué coño estás aquí?— Le preguntó de vuelta, curioso por la estancia de su hijo en Reino Unido.
—Yo, la verdad es que necesitaba un cambio de aires— "Y tanto que lo necesitaba, estaba en búsqueda y captura y me sigue la Interpol" se dijo a sí mismo.
—Estaba agobiadísimo, últimamente ni estaba ejerciendo como policía... y, no sé por qué, algo me decía que debía venir a Londres— Dio la explicación pactada con F, cagándose en la madre del coche que se les acababa de cruzar y con el que se acababan de chocar, de nuevo. Sintió rabia y el calor abrasador alrededor de sus ojos. Apretó los dientes, sabiendo que era hora de calmarse, y respiró hondo, hasta que dejó de sentir aquella incomodidad en su cara.
—Bueno... pues eso— Dijo ya más calmado. —Estuve mirando una agencia de viajes, ¿sabes? Un poco a la aventura, tipo: "a ver, ¿adónde voy ahora?"
—Hombre, aventuras sí que va a haber aquí, ¿no?— Le respondió Conway.
—Pues no sé cómo está la cosa, pero es que aún no te he contado nada... ¿Sabes que ya tengo trabajo?
Procedió a contarle todo sobre Gordon y el puesto que le ofreció, a él y a Conway, en el nuevo departamento de la policía Metropolitana, el Servicio Secreto. Serían libres de hacer lo que quisieran, incluso tomar los casos que más les llamaran la atención.
—Yo te propongo algo, un cambio de aires— Le dijo al fin. —Unos meses. Te unes a esta división, trabajamos un poquito por aquí... ¿Que te cansas? Te vas. ¿Que te gusta? Te quedas... Pruébalo.
—Mira, por una vez en la vida, me voy a poner sentimental contigo, Gustabín.
—¿A ver, a ver?— El rubio ocultó lo mejor que pudo la tristeza y la confusión en sus ojos a sus palabras, aclarándose un poco la garganta. Estaba agradecido de llevar las gafas de sol (graduadas) una gran parte del día.
—¿Qué pasa, que normalmente no eres cariñoso?— Se atrevió a preguntar, porque aunque F le había contado mucho sobre él, normalmente se saltaba la historia de la relación entre él y Conway.
—¿Tú me ves cariñoso?— El tono del mayor podría considerarse divertido. Quizá se lo tomó a broma. —¿Tú me ves aquí, con ganas de abrazar a la gente, en vez de darles de hostias?
"Es que no lo conozco" pensó para sí, de forma agridulce. Le causaba gracia el modo en el que el contrario había dicho aquello, pero le dolía por su compañero.
—Eh, y- b-bueno, ya...— Murmuró, nervioso y algo divertido. Por una parte, le gustaba la adrenalina de la situación. Nunca había sido alguien que se la pasara relajado, pero era obvio que si se veían descubiertos, estarían en graves problemas.
—Creo que te has olvidado un poco de cómo funcionaba esto en Los Santos, ¿eh?
—Oh... No sé. Yo... te veo tierno— Dijo lo primero que se le pasó por la cabeza, golpeándose mentalmente. Tendría que haber usado la excusa de las pastillas.
—... ¿Me ves tierno?
—Sí...— Murmuró arrastrando la "s".
—Pues te aseguro que no. Mira-
—¡Bueno! Dime eso bonito que me ibas a decir— Interrumpió, tratando de volver al tema anterior.
—Eso.— Estuvo de acuerdo Conway. —Escucha, el único motivo por el cual he venido aquí, a esta putrefacta ciudad, es...— Pareció parar un momento para pensar en lo que estaba a punto de decir. —... para pasar algo de tiempo contigo.— Toni apretó los puños lo más suave que pudo... Esas palabras no eran para él. —¿Por qué? ¿Me lo vas a contestar tú? ¿O lo contesto yo?
—Porque hemos pasado... poco tiempo juntos, ¿no?— Murmuró entre preocupado de si habría acertado, y triste por la situación.
—En efecto.
—Correcto...— Suspiró, relajándose un poco, aunque su pecho seguía doliendo un poco por Gustabo.
—Las hemos pasado putas, no hemos pasado tiempo juntos... Eh, bueno, tu infancia es algo que ya... ya iremos hablando, ¿vale? Todo esto ya lo iremos comentando.— Simplemente asintió, no sabía qué más añadir ahí. Ni siquiera el verdadero Gustabo, o F, recordaba su infancia. —Pero coño, ya va siendo hora de que padre e hijo estén juntos, ¿no?
—Eh... ¡Exactamente! Exactamente...— Soltó una risita nerviosa, dando golpecitos al volante con sus dedos para distraerse.
—¿Sabes que te digo? Que me apunto. Que le den por culo, venga.— Dijo Conway, dándole una media sonrisa a "su hijo" y cruzándose de brazos. "Quizá una distracción no me vendrá mal" pensó el mayor.
—¡Dale, coño! ¡Dale!— Exclamó Gustoni, contento de que el plan estuviera saliendo bien.
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Tras una charla en la comisaría con Gordon, para terminar de aclarar todo lo relacionado con el nuevo departamento, el trabajo que ellos dos tendrían, y que Conway efectivamente diera la referencia sobre él, el comisario les había estado enseñando los coches que estarían disponibles para ellos. Tras eso habían comenzado a llegar los nuevos cadetes, que al parecer se unirían en aquel día al cuerpo, y tendrían que recibir un discurso de bienvenida de parte del comisario.
Mientras el jefe de policía hablaba, recordó la conversación que había tenido con él hacía unos minutos...
Habían estado discutiendo los términos de su trabajo allí, cuando Gordon y Conway habían tenido un pequeño choque de acusaciones, del cual el comisario se defendió sin dudar. Tras eso, el mayor había hecho lo conocido como "retirada táctica", excusándose.
—Parece que ha ido al baño— Dijo Gordon mientras veía al de camisa desaparecer por los pasillos de comisaría, dejándoles solos.
—Oiga, ahora que no está. Le pido disculpas, ya por adelantado.— Dijo no muy alto, no estaba seguro de que el viejo se hubiera ido hasta el baño. Podría estar escuchando. —Es un tipo muy profesional, pero sí que es verdad que tiene un temperamento y una forma de ser que a veces pues, impacta
—No, no, si a mí no me ha impactado. Si me he topado con muchos como este tipo, la verdad. Pero yo no me dejo pisotear por nadie, señor García.— Le aseguró Gordon, con una sonrisa decidida en su cara.
—Sí, sí. Usted ha hecho muy bien en decirle. A veces le viene bien, que le digan "Oiga, cállese, viejo".— Trató de hacer como si se lo dijera él mismo, aunque no le salió demasiado bien pues de momento el hombre no había hecho nada para cabrearle. Más bien todo lo contrario.
—Es como si yo fuera al alcalde y le dijera "a ver, viejo de mierda, me cago en tu puta madre", ¿sabes? Pues no lo voy a hacer, porque igual el alcalde coge y me dice "¿Sabes quién te va a seguir pagando la pensión, gilipollas? Tu puta madre".— Gustoni rio por las ocurrencias del contrario, sin poder evitarlo.
—Eh...— Se aclaró la garganta para parar de reír. —Va de duro, pero luego le pinchas y sale azúcar.— Dijo recordando lo que habían hablado en el coche.
—Ah, ¿sí?
—¿Sabes el típico que se hace el duro, para hacer como un escudo?— "Como su hijo" pensó para sí mismo.
—Sí, claro
—Pues, eso.
—Vamos, que tiene una coraza, ¿no?— "Gustabo" asintió.
—¡Pero si en el coche hace un momento me ha dicho que me quiere!— Explicó rápido, queriendo dar a entender su punto. Sinceramente, no creía que Conway fuera tan malo como lo poco de lo que le había oído decir a F.
—No sé, no veo yo a este señor diciendo "te quiero", ¿eh? Vamos, no se le pasa ni por la cabeza.— Bueno, ahí tenía un punto. Realmente no lo había dicho tal cual, pero sabía que eso era lo que quería decir, a su manera.
—Pues yo hace mucho que no le veía y lo primero que me ha dicho es que me quiere.— Insistió, sonriendo ante la cara de sorpresa del comisario.
—Pero, ¿tan estrecha es vuestra relación?— Preguntó éste, confuso ante la razón por la que Conway diría aquello.
—Bueno, es mi padre.— Dijo sin más, cruzándose de brazos. Apretó estos, disimuladamente. "Es el padre de Gustabo", estuvo a punto de decir.
—¿Perdón?
—Ah, coño, que este dato no te lo había dado...
Tras eso, Conway volvió poco después, y el ambiente algo tenso había hecho la conversación volver a temas de trabajo.
Toni suspiró, cansado de escuchar el discurso. ¿Por qué debían estar presentes ellos también? No eran cadetes, eran agentes del FBI.
O al menos Conway lo era.
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Unos aburridos minutos después, la charla había terminado y los cadetes comenzaban a entrar en comisaría para equiparse, mientras él y Conway se quedaban fuera para conversar con Gordon sobre los últimos detalles.
Una vez estuvo todo listo, y la comisaría se vació de jóvenes policías, entraron para cambiarse ellos también y entrar en servicio.
—Espérame un momento, tengo que hacer una llamada— Le habría dicho al mayor, que asintió y le dejó ir.
Llamó a José Heredia.
Tenía que ponerse al día con su familia y, sobre todo, dar explicaciones acerca de las cada vez más espaciadas visitas. Se excusó tras la mentira de que tenía cosas que hacer, aunque realmente no era tan mentira, y casi le da un paro cardíaco cuando le dijo que estaba en manos libres. Todos sus planes se podrían haber ido a la mierda con ello. Le reiteró que de momento, solo podría saber él de su paradero, y que les dijera a los demás que había hablado con él y volvería pronto.
Apenas terminó de hablar con él, su móvil sonó de nuevo, esta vez en medio de la calle, y tuvo que usar toda su fuerza de voluntad para no perder el control. Estaba estresado por el susto con José, y su equivocación al recoger a Conway. Llegaba todo el día pensando en ese "Bambino" que se le escapó.
—PERO QUÉ COJONES, ¡TÓCATE LOS HUEVOS!— Gritó, siendo que después respiró hondo para sentir la línea que partía su cara desde su ojo retroceder.
Tomó la llamada.
—¿Hello?— Respondió poniendo otra voz, puesto no sabía quién le llamaba. De paso se divertiría un poco y se relajaría, creyó.
No podía estar más equivocado.
—¿Hermanito?— Se sorprendió un poco por la voz que escuchó, tragando fuerte.
—¿H-hello?— Siguió con la voz extraña, quedándose parado ahí mismo. Sentía que estaba petrificado.
—¿Qué pasó hermanito?— Le escuchó preguntar, y sus ojos se humedecieron un poco.
—¿Qué pasó?— Le contestó en tono divertido. Era tan fácil caer en la familiaridad entre ellos dos...
—¿Qué cojones te pasa a ti?— Preguntó extrañado Carlo, puesto que la voz de su hermano sonaba extraña para él. Como si estuviera a punto de llorar. Muy pocas veces le había escuchado así.
—¿Qué tal estás?— Cambió el tema rápidamente Toni, genuinamente preocupado por su hermano. Al fin y al cabo, la última noticia que había tenido de él fue hacía meses, cuando Hai se puso en contacto con él y le informó que sabían que Carlo estaba siendo torturado por el FBI. No sabían su localización, y eso le llevó a un estado en el que perdió el control de sí mismo por primera vez. Tuvo suerte de que fue en presencia de Gustabo, que rápidamente le administró un calmante.
—Pues...— Se escuchó un suspiro al otro lado de la línea. Eso le hizo salir de sus pensamientos. —Ahora mismo estoy confundidísimo.
—Yo también— Admitió en voz baja, sintiendo algo de alivio al poder decírselo a alguien, incluso si no lo tomaban en serio.
—¡Porque he llegado a una granja de mierda! Durante meses, esperando verte a ti y a José Perra, ¡y llego y no estás! Que por cierto, Jose Perra está en las nubes.— Informó cabreado, y Toni no pudo evitar rodar los ojos.
—Sí, Jose Perra nada más llamarle ha puesto el manos libres como si fuera una fiesta.— Mencionó, cruzándose de brazos (o de brazo, puesto seguía teniendo el teléfono en una mano). —Supongo que mi teléfono te lo ha dado él, ¿no?
—Sí— Afirmó, medio confuso, el otro italiano. Toni podía suponer que no entendía por qué tanto secretismo con ellos, pero es que aún no le habían visto con su nueva apariencia.
—Creo que tenemos que ponernos al día.— Le dijo simplemente, en tono serio.
—¿Qué cojones está pasando? ¡No entiendo nada!— Suspiró al escuchar la confusión y poca paciencia en la voz contraria. Su hermano siempre fue impaciente. Le daban ganas de revolverle el cabello cada vez que le escuchaba así... le parecía tierno.
—Mira, Carlo, no lo entiendo ni yo. Por eso pienso que nos tenemos que ver y tenemos que hablar largo y tendido.— Explicó de forma calmada, tratando de pasarle confianza y sobre todo paciencia a su hermano menor.
—¡Adelante!— Casi podía ver la sonrisa de Carlo salir del teléfono. —Joder, estoy emocionado de volver a verte a ti y a Jose Perra, y encuentro este ambiente de mierda... ¿Qué cojones está pasando?— Preguntó de nuevo, casi más para sí mismo que para Toni. Supuso que ya se habría dado cuenta de que no le diría nada importante por teléfono.
—Bueno, no sé qué ambiente, ¿qué pasa ahí, cómo están?— La preocupación se podía notar en la voz de Toni. —O sea, no entiendo, ¿qué ha pasado?
—¡Pues ven y mira esta mierda!— Sintió una punzada en su pecho. Le encantaría hacerlo. Ir, abrazar a su hermano y pedirle que le contara todo sobre su tiempo con el FBI, a quién debían hacer pagar por ello. Pero se contuvo. Sabía que no era posible por el momento.
—Es que ahora n-
—¡Tengo una granja en medio del bosque!— Y eso le hizo reír un poco, lágrimas acumulándose en sus ojos.
—Es que ahora mismo, créeme, que no puedo ir ahora mismo... Si me das un rato, te llamo e intento ponerte al corriente de todo, ¿vale? Únicamente te pido que aguantes un poco, que intentes calmar el ambiente...— Pidió en voz baja, más para que su voz no sonara tan rota que por miedo a ser escuchados.
—Llámame luego si eso.— Estuvo de acuerdo Carlo, sonando quizá algo más serio. De verdad que estaba notando la voz de Toni muy rara, le daba mala espina.
—Sí, te llamo luego, dame un rato. Oye, me alegro de haber...
—¡Hai!— Gritaría Carlo, y colgaría, interrumpiéndole. Rio un poco, su hermano siempre fue así.
Guardó el teléfono, encaminándose de vuelta a la comisaría y limpiando cualquier rastro de lágrimas. Estaba más feliz de lo que se había sentido desde el día en que Gustabo entró a su vida, desde el día en que creyó haber perdido a su hermano.
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Tras una conversación algo tensa con Conway, sobre una falsa búsqueda de casa, ya que este le había preguntado el por qué de su mal día, y luego sobre recuerdos que obviamente no compartía con el mayor, habían tenido un aviso en el gimnasio. Donde se habían cruzado, ni más ni menos, que con Hai. Al parecer no le reconoció, lo que era bueno. Les comentó que un tipo le había pegado a otro por ser pobre...
Al instante sus alarmas internas saltaron.
—Eh, tú, peluca— Llamó rápido al que en teoría había sido agredido. —¿Qué ha pasado?
—Un rubito con un chaleco extraño estaba aquí. Me llamó pobre.
—¿Te ha llamado pobre?— Preguntó con voz burlona Conway. Pero él no estaba escuchando.
Alguien, llamando pobre a la gente, rubio y con un chaleco extraño.
—Perdón, tengo que irme. Mañana hablamos— Murmuró rápido hacia el de pelo cano, que le miró extrañado.
—¡Oye!— Trató de llamarle, pero "Gustabo" ya se había largado corriendo.
Por suerte no vivían lejos de ahí, pero suponía que si era lo que se temía, no habría ido a casa. Miró los callejones cercanos y...
Bingo.
—¡Jajajaja! ¡Jódete, pobre!— Una voz estridente resonaba en el callejón, y Toni dirigió sus pasos allí rápidamente. Sacó el Taser, dando gracias de haber tomado aquello y no la pistola reglamentaria, y apuntó a la figura que estaba pateando a lo que parecía un vagabundo, inconsciente.
—¡Pogo! ¡Para!— Dijo en un susurro alto hacia este, acercándose, pero manteniendo las distancias.
La siniestra figura se giró hacia él al escucharle, pudiendo divisar ahora que portaba una navaja ensangrentada en su mano. Ahora estaba seguro de que la persona inconsciente no se iba a volver a despertar.
—Suelta eso, ya. Te dispararé.— Advirtió, agarrando con pulso firme el Taser.
—Oh, Toni, Toni~ sabes bien que eres un cobarde. Yo hago por ti lo que tú por ti mismo jamás harías.
Apretó los dientes, molesto. ¿Cómo podía reconocerle tan fácilmente?
—Estoy en ti, ¿recuerdas? Lo sé todo, de ti y de Gustabo— Mencionó, sonriente. La imagen con tan poca luz era grotesca.
Sin poder aguantar más, se dejó llevar por la rabia.
El estrés del día, Conway, Carlo, José Heredia... La brutal mezcla de emociones que había sentido durante el día: tristeza, confusión, felicidad por su hermano. No podía más. Soltando un gruñido de dolor, sintió su cara fracturarse por su ojo, y estaba seguro de que se vería incluso con las gafas negras. Al ver que el demonio frente a él se tambaleaba por ello, aprovechó la oportunidad y disparó, viendo cómo éste caía al suelo entre temblores causados por la corriente eléctrica.
Respirando fuerte, mantuvo su estado. No se relajaría aún, aún estaban en peligro. Tenía que llevarle de vuelta a casa. Se acercó rápido y aprovechó la debilidad de Pogo para esposarle de forma rápida, agarrándole después para alzarle y cargarle en su hombro.
Aprovechando las habilidades que le transfería su semi transformación en Pogo, caminó más deprisa de lo que alguien normal y cargando un cuerpo podría hacerlo, y en apenas quince minutos estaban de vuelta en el hotel. Incluso había tardado más de lo normal, pues se desvió por caminos menos transitados para evitar que alguien les viera. Cargar a alguien exactamente igual a ti, vestido de payaso, no era exactamente algo del día a día. Llamaría demasiado la atención.
Dejó al de traje de rayas sobre la cama, aún esposado; y se quedó de pie, observando. Tras unos segundos sin reacción, pudo respirar algo más tranquilo. Parece que drenó demasiado a Pogo tras dejarse llevar.
Pese a saber que era mala idea, se quitó las gafas de sol, caminó al baño y miró con miedo al espejo. Unos ojos carmesí le devolvían la mirada, alrededor del derecho, una línea morada rompía su cara en dos. Sus labios ahora eran negros, y una palidez extrema se apoderaba de su piel.
Sin poder aguantarlo más, y consumido por la rabia, lanzó un puñetazo que hizo estallar el espejo en mil pedazos, quedando después con el puño en alto y sangrando.
—Toni— Escuchó desde la puerta.
Girándose, se encontró a Gustabo mirándole con... ¿Preocupación, tristeza? Sus ojos volvían a ser azul celeste, aunque la línea morada permanecía difusa sobre su piel.
—Toni, respira— Le guio, acercándose más a él mientras el mencionado retrocedía.
—N-no sé qué tanto control tengo ahora mismo— Murmuró el italiano, alzando sus manos en señal de paz. Sangre caía hacia abajo por su mano herida.
—Antes de nada, respira. Vamos, como me enseñaste— Dijo el original, sonriendo de lado. El italiano no pudo evitar reír un poco, pero obedeció.
Ambos hicieron los ejercicios de respiración, y pudieron ver cómo los cambios físicos iban, lentamente, desapareciendo de la cara del otro. Una vez más calmados y ambos con una muy pequeña marca morada en ojos opuestos, Toni se atrevió a acercarse y retirarle las esposas.
—Bien, crisis evitada. ¡Somos unos grandes!— Dijo entre divertido y sarcástico Gustabo, pidiendo confirmación con la mirada al contrario para acercarse y revisar su mano herida. Toni asintió suavemente.
—¿Qué decimos siempre sobre mirarnos al espejo cuando pasa esto?— Preguntó exasperado el rubio mayor por meses, rodando los ojos.
—Lo siento. Creo que estuve a punto de, ya sabes, perder el conocimiento.— Toni suspiró, mirando avergonzado el espejo hecho añicos. —Diré que lo cambien...
—Lo entiendo, no te preocupes— Se encogió de hombros, restándole importancia. —Un espejo roto no es nada comparado a lo que yo hacía.
Soltó una pequeña risa ante eso, sabiendo que, efectivamente, él aún no había matado a nadie sin saberlo. O al menos eso suponía.
Ambos salieron del baño, tomando asiento cada uno en su cama, mientras Toni se iba deshaciendo poco a poco de la equipación policial. Esposas, Taser, el cinturón con las cartucheras, e incluso la chaqueta policial. "Policía secreta" se podía leer en esta. Gustabo miró la prenda, y luego de vuelta a Toni.
—Así que secreta, ¿huh? Suponía que os haría inspectores o algo, no que creara un nuevo departamento— Dijo, algo interesado, mientras se deshacía del chaleco de rayas. Miró con el ceño fruncido que éste estaba lleno de sangre.
—Sí, al parecer quiere que tengamos cierta libertad, o más bien que unos extranjeros no se metan de lleno en su comisaría, supongo— Al menos era lo que había supuesto cuando Gordon les explicó los detalles del puesto. Se fijó en la manera en la que miraba la sangre, y suspiró. Tendría que haber llegado antes. —No es tu culpa, estabas inconsciente. Sabes como es Pogo. En cuanto escuché en una alerta que alguien estaba pegando a la gente y llamándoles pobres, salí corriendo a buscarte— Explicó los hechos. —Eso, o era un doble de mí, a mí también me dan grima los pobres— Mencionó con una sonrisa traviesa, recibiendo una mirada divertida de Gustabo.
—Bueno, ahora también eres pobre, así que es un poco contradictorio— Mencionó, lanzando el chaleco al suelo. Ya lo quemarían más tarde.
Una pequeña risa del italiano y volvieron a quedar en silencio, asimilando lo que había pasado en la última hora.
—Y... ¿Qué pasó?— Preguntó Toni, en tono serio. Ambos sabían a lo que se referían con esa pregunta tras un incidente. Y también sabían que era mejor ser sinceros.
Gustabo miró al suelo unos segundos, en completo silencio. Pensó en que no quería decirlo, sonaba... real, si lo hacía. Pero debía hacerlo. Si se guardaban secretos sobre sus incidentes, era más fácil que ocurriera otra vez por el mismo motivo.
—Horacio está aquí.— Murmuró, apretando los puños.
Toni se sorprendió, inclinándose hacia delante y apoyando los codos en sus rodillas, mirándole con atención.
—¿Cómo que está aquí? ¿En Londres?
—Sí, está aquí.— Dijo de nuevo, poniendo énfasis en la última palabra. —Le vi por la ventana, Toni. Se está quedando en la 17.— Explicó, levantando la mirada para chocar ambos pares de ojos azules. La habitación 17 estaba apenas a tres puertas de la de ellos.
Toni se quedó en silencio de nuevo, considerando sus opciones. En términos de planificación, era indudable que, como ex-jefe de una mafia tan próspera como lo era en Marbella, Toni era un excelente estratega. Siempre fue el cerebro, mientras su hermano era el puro músculo.
—Está demasiado cerca... ¿Tienes alguna idea de por qué está aquí? ¿Quizá oíste algo por la ventana? Trata de recordar. Cualquier detalle puede servir.— Trató de infundir tranquilidad en sus palabras, puesto sabía que Horacio era, sin dudas, el punto débil de su compañero. Así como Carlo era el suyo.
—No, no escuché nada. Apenas supe que era él me escondí tras la cortina. Y la ventana estaba cerrada... ¡Oh!— Pareció recordar algo, mientras revisaba sus borrosos recuerdos antes de que Pogo tomara el control. —Iba con Volkov.— Dijo con seguridad.
Ambos rubios se miraron con similares muecas de desagrado por el nombre mencionado.
Para Toni, era un traidor, y el motivo por el que el FBI le pudo echar las manos encima a Carlo. Eso si no fue él mismo quien le torturó, cosa que veía probable, dado que al parecer ahora paseaba con el puto alto mando de la organización, al menos que tuviera constancia. Horacio era el director, fueron las últimas noticias que recibió, aunque de eso hacía meses.
En cambio, para Gustabo, Volkov era el cuñado que nunca quiso tener. Jamás entendería por qué Horacio, tras tantos y tantos años, seguía mirando de aquella manera al puto ruso. No lo comprendía, él nunca había sentido eso, y estaba bastante seguro de que no lo sentiría jamás. Estaba feliz por su hermano, por supuesto, al menos parecía que ahora Volkov no le rechazaba tanto como lo hacía en Los Santos, pero ¿de verdad tenía que ser Viktor Volkov de entre todo lo que podría haber elegido? Parecía que a Horacio le gustaba sufrir.
Ambos soltaron un suspiro, sincronizados (algo que, por desgracia, hacían mucho desde que compartían una presencia sobrenatural en sus cuerpos), y se miraron con promesas de violencia si el ruso se entrometía con sus planes o seres queridos.
—Veamos, ideemos un plan...
Toni le propuso a Gustabo que vigilara las salidas de Horacio. Tenían que tratar de crear un horario seguro para que Gustabo pudiera salir sin demasiados problemas. Estar encerrados no les ayudaba con su problema. Al mismo tiempo, Toni intentaría recabar información de por qué Volkov y Horacio estaban en Londres, usando su presencia en la policía.
Eso sí, sabían que tenían un problema... tarde o temprano sabrían que "Gustabo" estaba en Londres. Y Horacio Pérez no era alguien conocido por quedarse quieto.
Chapter 2: ⁘La Iglesia⁘
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20 años antes...
La sensación fue parecida a estar profundamente dormido... y que de repente vertieran un jarro de agua congelada sobre su cabeza.
Lo primero que sintió, fue el frío suelo en su cara. Confuso, miró alrededor con la vista borrosa... y lo siguiente que notó fue el punzante dolor en su cuerpo. Dando una breve mirada a su mano temblorosa, observó la sangre cubrirla. Entendió que estaba sangrando, lo bastante como para estar en el borde entre la vida y la muerte.
-Gustabo, levántate.- Una voz imponente, aunque algo temblorosa, le llamó de una forma extrañamente cálida, pero no le dio importancia puesto seguía tratando de comprender qué hacía ahí, por qué estaba sangrando, por qué su cabeza dolía como si hubiera recibido un disparo en ésta, qué mierda hacía en el suelo. -Levántate, hijo- No comprendía nada, por qué... por qué esa voz que se le hacía familiar, pero ahora no ubicaba, le llamaría hijo. -Ya perdí bastante con tu madre- No, eso no era posible, no tenía padres, solamente tenía a...
-¿Horacio?- Pronunció confuso cuando su visión se aclaró lo suficiente para ver al chico de cresta a un lado suyo.
-¿Gustabo?- Respondería atónito el mencionado, pensando vagamente si debía acercarse al que había sido su hermano de otra madre.
-¿Papu?- Diría ahora el rubio hacia el hombre de ropas militares, aún más confuso si era posible. Miró alrededor y por fin pudo notar los bancos, el altar... estaban en la Iglesia. ¿Qué cojones hacían ahí? -¿Qué está pasando? ¿Papu?- Preguntaba sin cesar el más bajo de los tres, tratando de obtener respuestas, aunque lo único que oía era a esas dos personas preguntando por su nombre de vuelta.
-¿Gustabo?
"Pues claro que soy yo", le habría gustado responder, cada vez más molesto por la continua repetición de su nombre. "¿Quién más puedo ser? ¿Acaso están ciegos?" Se preguntaba internamente, tratando de aguantar el horrible dolor de cabeza.
-Levántate Gustabo.- Escuchó la voz de Conway ordenarle.
-¿Pero qué coño hacemos...? ¡¿Qué está pasando?!- Trató de pedir explicaciones, con un tono frenético.
-Levántate. Levántate Gustabo.- Conway ignoró las preguntas, centrado en que el hombre se levantara.
-¿Por qué estoy sangrando?- Trató de preguntar de vuelta, con voz suplicante y hacia nadie en concreto. Deseaba entender la situación, se sentía vulnerable y cada vez dolían más sus heridas.
-Tranquilo hijo, tranquilo. No pasa nada. Estás bien, tranquilo.- Comenzaba a exasperarle el que le siguiera llamando así, con esa voz rota que, muy en el fondo, le dolía escuchar.
-Pero, ¿qué me habéis hecho?- Su voz sonaba extraña, débil y temblorosa, y podía ver las lágrimas acumularse, dado que volvía a ver borroso. Horacio y Conway estaban armados, así que lo lógico para él, en ese momento de histeria, sería atribuirles la culpa de su pobre estado.
-No te hemos hecho nada, ha sido Pogo. Ha sido él.- Aclaró Conway, frunciendo el ceño. En su cara era notable la duda, aún no estaba seguro de que ese que estaba tirado en el suelo fuera su hijo, no el payaso. No Pogo.
-Pero quién es Pogo...- Volvió a preguntar de forma lastimera, deseando poder quitar la mano de su herida sangrante para poder llevársela a su cabeza. Cada segundo que pasaba dolía más... Era algo desesperante.
-Es una larga historia, ¿vale?- El mayor de los presentes se centraba en pensar de forma fría. Lo principal en ese preciso instante era sacar de allí a Gustabo, quien parecía herido de bala en su zona abdominal. Podría tener algún órgano perforado. -Gustabo...- Intentó de nuevo.
-¿Qué está pasando aquí?- Más llamados a su nombre. -Pero por qué me habéis hecho esto...- Sentía casi como si su cabeza se partiera en dos, sentía dolor, mucho dolor... Pero al mismo tiempo, una indescriptible rabia alojada en su pecho.
-No te hemos hecho nada- Repitió, cada vez más seguro de que si tuvieran tranquilizantes la situación sería mucho más fácil. El rubio no parecía estar en sus cinco sentidos.
-Y por qué voy vestido así, ¿qué está pasando HORACIO?- Alzó su voz para el nombre de su hermano, viendo cómo este permanecía impasible, de pie a algo de distancia de él, mirándole con pena desde arriba.
-Pero si has sido tú mismo...- Murmuró el más joven de todos, cruzándose de brazos para tratar de ocultar el estrés de la situación. De pensar en su hermano, en conway... No quería más personas importantes para él en una cama de hospital. Sus pensamientos se centraron por unos instantes en Volkov, ingresado en la UCI del hospital y luchando entre la vida y la muerte, por su culpa. Por confiar en aquel que quería proteger frente suya.
-¿Cómo que he sido yo mismo?- Preguntó exasperadamente, tratando de unir los hilos en su fragmentada cabeza. Pronto descubrió que el dolor no le dejaría pensar con claridad.
-No lo entiende, no lo entiende- Conway dijo hacia Horacio, intentando refrenarle de enajenarle más, casi como si temieran lo que podría hacer.
-¿No te acuerdas, de Pogo?- Insistió Horacio, ayudando al que consideraba su hermano.
Conway -No lo entiende, tranquilo Horacio, tranquilo- Continuó Conway. No se daba cuenta que su propio estrés estaba dando lugar a presionar a los demás, creando un ambiente cada vez más cargado.
Gustabo se puso en pie con dificultad, por sí solo. Conway dudó entre ayudarle o no, pero temeroso de provocar a Pogo, prefirió mantener las distancias. El chico se mantuvo de forma temblorosa y débil, su mano derecha apretándose contra su costado, donde el dolor constante y el olor metálico de la sangre se amontonaban, camuflándose entre las rayas magenta de su traje.
-No os acerquéis, no os acerquéis- Pidió él, cara contorsionada por el dolor en una mueca extraña debido al maquillaje de payaso sobre su piel.
-No somos los malos nosotros. Nos conoces. Lo hemos dado todo por ti- Intentó racionar Horacio, aguantando las lágrimas que amenazaban con caer.
-¿Durante cuánto tiempo has estado fuera?- Preguntó de forma astuta Conway, quizá demasiado astuta, como si supiera exactamente de lo que estaba hablando.
-No lo sé...- Susurró confuso Gustabo. Estaba empezando a cansarse de las preguntas, dado que cuando él las hacía no recibía respuestas.
-¿Lo sabes o no?- Presionó el de gafas de sol.
-El último recuerdo que tengo es con Horacio...- Murmuró Gustabo en respuesta, tratando con todas sus fuerzas de hacer memoria, cosa que era dolorosa para él, pero eso los otros dos presentes no podían saberlo.
-Las mariposas... Recuérdalo, era ahí. En ese mismo punto en el que estás...
-Vinimos a la Iglesia, a confesarnos- Dijo Gustabo, su mente algo más clara con la ayuda de su hermano.
-Recuerda Gustabo, tú puedes. Era en ese punto, en el que estás ahora mismo- Animó de forma suave el de cresta, dando unos pocos pequeños pasos en dirección al contrario. Se moría por sujetarle, abrazarle, murmurarle que todo estaría bien al igual que el rubio lo hacía con él cuando apenas y podían permitirse comida para el día.
-Y descubrió nuestras identidades, el Padre- Continuó Gustabo, desbloqueando pedazos de la historia... El problema era que a partir de ese punto, no había nada. Recordaba la cara del Padre Jose Cristo, y después despertarse en el piso, con una bala en su abdomen y un taladrante dolor de cabeza.
-Entonces... ¿Es desde entonces?- Preguntó Conway, la preocupación notable en su voz.
-Sí...- Afirmó Horacio, bajando la mirada al suelo. "¿Cómo pude estar tan ciego? ¿Cómo pude darme cuanta tan tarde?" se diría a sí mismo, apretando los puños.
-Eso... eso fue ayer, ¿no?- Gustabo odió lo débil que sonaba su voz en esos momentos, rota y temblorosa.
-Fue hace meses- Murmuró el Superintendente, desviando su mirada.
Un horrible silencio incómodo recorrió el santo lugar, siendo el canto de pájaros o el viento contra la ventana lo único que podría oírse allí durante esos instantes.
-Cómo puede ser... ¿Y qué he hecho? ¡¿Qué he hecho en este tiempo?!- Gritó, desesperado. Había perdido meses de su vida. De repente recordó a Pogo. Recordó el apodo que le habían dado ellos dos de niños a esta pesadilla que a veces se desataba en sus vidas, cuando apenas eran unos adolescentes. -¿Por qué no me acuerdo? ¿Qué he hecho?
-Te infiltraste en una mafia
-¿Qué?- Miró con confusión al mayor, y este desvió la mirada a una pared, sintiendo que no podía ver a esos ojos. No podía mirar a los ojos de Julia, tras todo ese maquillaje blanco.
-Os puse a cargo de esa investigación y luego te sumaste a la mafia. Y quisiste matarme.- El hipersimplificado resumen de la situación era crudo, pero real. No había mentira en ello.
Gustabo tosió sangre, notando como sus órganos comenzaban a fallar por la falta de este líquido carmesí. Cae de rodillas, teniendo que apoyarse con sus manos también para no caer totalmente de cara.
-Horacio llama a una ambulancia- Alzó la voz el mayor de ellos, viendo lo precario de la situación. Si no le sacaban pronto, moriría ahí mismo.
-No, Horacio
Gustabo se quedó en cuclillas, con una mano en el suelo para tener apoyo. Respiraba trabajosamente, manteniendo un ojo cerrado por el punzante dolor de cabeza.
-Gustabo no estás bien, necesitas ayuda. Deja que te ayudemos- Horacio dijo en tono suplicante, tratando de acercarse, pero volviendo a su lugar cuando dio como Gustabo retrocedía tanto como él aprendió.
-Deja que te ayude... Gustabo...- Pidió Conway, rezando para que el nombrado entrara en razón y les dejara ayudarle.
-¿Y por qué me has llamado hijo?- Preguntó este en un hilo de voz.
Conway tomó aire, tratando de estabilizarse antes de hablar:
-Porque eres mi hijo, Gustabo.
-Qué cojones... ¡¿Pero cómo puede ser eso?!- Su voz volvió a romperse de forma irremediable, sintiendo las lágrimas invadir sus ojos.
Gustabo cae completamente al suelo, sintiéndose confuso... y lleno de esa rabia que comenzaba a consumirle. Gritó, adolorido por su terrible dolor de cabeza y sus heridas sangrantes... Además de un extraño quemazón en su cara, que cada vez se hizo más y más fuerte, hasta que fue totalmente insoportable y perdió el conocimiento por unos instantes.
-Vamos, sé fuerte...- Murmuró el chico de cresta, demasiado asustado para acercarse, demasiado cobarde.
En cambio, el ex-militar no dudó en acercarse a su hijo, poniendo dos dedos en su cuello para asegurarse de que seguía teniendo pulso.
-Gustabo, no puedes acabar así, en una Iglesia. No, no puedes. Tienes que levantarte. Tienes que levantarte, tenemos que ir hasta el hospital.- Murmuró Conway, en una manera desesperada. Era lo único que le quedaba, no podía perderle.
-Voy a morir hecho un harapo... mirad, mirad cómo voy- Gustabo se puso en pie mientras hablaba. El tono de su voz se sentía diferente, más agudo... Pogo estaba tomando el control de nuevo, o quizá simplemente se estaba dejando llevar por la influencia del payaso.
-Te sanamos las heridas y se acabó- Trató de razonar Conway, volviendo a mantener distancia con el chico.
-Tienes razón... Quizá debería ir al hospital...- Susurró de forma casi cantarina, Horacio sintió un escalofrío al oírlo. Algo estaba mal.
Al rubio se le notaba decaído, aunque quizá no tan adolorido como hacía unos instantes. El tono de voz que les ponía los pelos de punta hacía unos minutos, había vuelto... Pero Conway y Horacio no estaban seguros.
-Tienes razón. Tienes razón... Déjame que coja una cosa...
Se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia una salita de la Iglesia. Una vez dentro de este lugar, empuñaría un machete escondido. Tras unos segundos de débil lucha interna, saldría de allí con el machete a su espalda.
-Yo me voy al hospital, PERO TU TE VIENES CONMIGO- Gritó Gustabo, dándole con el machete a Conway, cayendo éste al suelo junto a la abundante sangre que brotaba de su pecho.
-¿Qué pensabas, que no te iba a matar? ¿Qué pensabas, que no te iba a dar?- Preguntó el que ahora de forma indudable volvía a ser Pogo, una sonrisa maníaca en sus labios pintados de negro, y sus ojos ahora rojos como la sangre fijándose con gusto en el hombre a sus pies.
Horacio sacó su pistola sin reflexionarlo dos veces, apuntando con esta a Gustabo.
-¡Gustabo, levanta las manos!- Ordenó de modo frío, aunque sus manos temblaban en el gatillo.
-¿Qué vas a hacer, me vas a disparar?- La mirada cargada de locura volvía a ocupar sus ojos zafiro, oscureciendo estos al punto de no brillar. -¿Me vas a disparar?
-Tengo que hacerlo, ¡tengo que hacerlo!- Exclamó la segunda vez con algo más de fuerza.
-Qué me vas a disparar tú...- Su voz sonaba segura, humorística, se podría decir. -Si nunca te has atrevido a nada. ¡Nunca te has atrevido a nada! Porque eres un cobarde, ¡cobarde! Eso es lo que eres.
Un disparo resonó en el lugar.
Horacio le había disparado.
Pogo perdió el equilibrio, cayendo hacia atrás hasta quedar recostado en las escaleras bajo el altar, ahora con ambas manos taponando sus heridas.
-Por qué... Por qué...- Murmuraba Conway tirado en el suelo, una mano sobre su enorme y sangrante herida. -Gustabo...
-Esto no tenía que acabar así...- Susurró con voz rota el menor, bajando el arma al mismo tiempo que las lágrimas se deslizaban libres por sus mejillas, aún sin poderse creer que le había disparado a su mejor amigo... a su hermano de otros padres.
-Esto no ha acabado aún, Horacio. Esto aún no ha acabado, queda una cosa más- Susurró de forma suave. El dolor de la bala parecía haber despejado momentáneamente la rabia descontrolada que le invadía, y el rubio quiso advertir a Horacio, quiso decirle...
-¿Qué pasa? ¿Qué pasa?- Preguntó descolocado por la voz de Gustabo, tratando de aclarar su vista de las lágrimas antes de acercarse a él para poder escucharle mejor.
-Sálvalo...- Fue la petición de Conway, apenas en un hilo de voz. -Sálva-
No podría seguir hablando, puesto que Gustabo, o Pogo, habría apretado el control de las bombas colocadas en toda la Iglesia, haciendo ésta explotar por los aires con ellos tres dentro.
Lo último que vería sería a Horacio bajar el arma. Sus miradas se cruzaron, ojos rojos chocando con miel y verde, y ambos vieron el profundo dolor en sus corazones.
Eran conscientes de que se habían traicionado el uno al otro.
Chapter 3: ⁙CAPÍTULO 2 (parte 1)⁙
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Toni se despertó temprano, mucho más temprano de lo que normalmente lo hacía.
De forma perezosa pero seria, se duchó y se cambió de ropa a una más informal, evitando el uniforme de policía que metió en una bolsa de deporte. Una vez su pelo estuvo medianamente seco, volvió al baño para poner gomina en éste y peinarlo hacia atrás, además de colocarse el piercing en la ceja. Revisando una última vez su aspecto en caso de que algo estuviera fuera de lugar, se dio el visto bueno.
Tomando la bolsa, dio una mirada a Gustabo. Éste dormía sonoramente, todo destapado y un lío de brazos y piernas asomando por los lados del colchón. Sonrió rodando los ojos, ya pudiendo imaginar el dolor de cabeza que le daría cuando se enfermara. Por muy serio que pudiera ser, a veces el hombre se comportaba como un niño pequeño. Era insufrible. Le recordaba un poco a Carlo en ese aspecto.
Tomó una gorra negra y se la colocó antes de salir, sabiendo que ahora debían ser más cuidadosos en la zona del motel. Horacio vivía allí, y si reconocía a alguno de los dos, podría ponerse feo.
Dejó la bolsa de deporte en el maletero del coche y se subió a éste, conduciendo para alejarse un poco de la zona. Cuando consideró que estaba suficientemente lejano, marcó el número de José, viendo el sol salir por el horizonte, sobre el océano.
Una vez le tomó el teléfono, sonrió y pudo relajarse algo más, con la confianza de estar en el coche, aislado de oídos indiscretos.
—¡Joselito, Joselito!— Saludó de buen humor.
Le explicó de forma rápida que quería reunirse con él para contarle de su situación actual, asegurándose de que entendiera que debía ser solo, sin que avisara de nada de aquello a los demás. José accedió extrañado, pero sin demasiado problema, y le dijo que también le pondría al día sobre cómo estaban ellos. Se despidieron entre risas, y le aseguró que en unos momentos le mandaría ubicación.
Colgó, y la sonrisa fácil se deshizo de su cara en un instante, quedando de nuevo con un gesto serio y una mirada vacía.
Había algo curioso sobre Pogo, y era el efecto que tenía sobre sus emociones. Tanto las suyas como las de Gustabo. Habían comprobado que podían sentir si el otro se enfadaba o estaban por hacer una tontería (más por parte de Toni que de Gustabo, puesto el español buscaba creativas formas de quitarse la vida, cosa que obviamente no funcionaría), incluso en alguna ocasión llegando al punto de sentir el daño físico de cada uno en su propia piel.
Por eso fue que, al darse cuenta de la apatía que ahora le consumía, pudo saber sin lugar a dudas que Gustabo estaba sintiendo aquello también. Se preguntó el por qué. Quizá había vuelto a ver a Horacio. Al fin y al cabo le pidió que vigilara sus horarios... los cuales probablemente el otro rubio ya sabía incluso sin vigilancia, con la excepción de que el agente del FBI hubiera cambiado en esos años que no se veían, cosa que era probable.
Dando un suspiro y llevándose una mano al pecho para tratar de aminorar aquellos sentimientos que no le pertenecían, arrancó el coche y marcó en el GPS una zona apartada, en el norte del mapa.
||||||||||||||||||||
De vuelta en aquel motel, Gustabo se despertaba de golpe, respirando fuerte ante la pesadilla que acababa de tener. Pasó sus manos de forma temblorosa por su cara, tratando de regular su respiración ante el familiar dolor en su cabeza y ojos. Ese que sintió de manera consciente por primera vez en aquella puta Iglesia.
No, no era una pesadilla, era un recuerdo. Por mucho que le hubiera gustado que solo hubiera sido un sueño, aquello pasó de verdad.
Se abrazó a sí mismo, aún tembloroso, sintiendo el fuerte dolor en su pecho que ya desde hacía muchos años era tan familiar para él, tragando el nudo en su garganta.
"Nos provocaron aquella vez, no hice nada que tú no quisieras hacer" escuchó la familiar voz burlona en su cabeza, la cual ignoró, como siempre. Solo le traería problemas a Toni si escuchaba. En ese momento fue que recordó a su compañero y miró a la otra cama, encontrándola vacía. Se sintió aliviado de que no le viera así, de nuevo.
Pasó unos minutos más mirando a la nada, dejando que el intenso dolor instalado en su pecho fuera deshaciéndose poco a poco. Una vez dejó de temblar, tocó con suavidad su ojo izquierdo, tratando de sentir el pequeño relieve de la marca que ahí se formaba. Efectivamente, ahí estaba, aunque era muy cerca de su ojo. Eso era bueno, puesto que eran muy escasos los días en los que desaparecía por completo. Ese era el problema de portar a Pogo durante tanto tiempo como él, comenzaban a quedar rastros irreversibles.
Suspirando con cansancio, se puso en pie, sabiendo que no podría volver a dormir. Miró la hora, era muy pronto... apenas y estaba amaneciendo. Normalmente, Toni madrugaba pero ¿tanto como hoy? Le resultaba extraño. Pensando en que tendría que ir a trabajar con Conway, supuso que antes se juntaría con su mafia. Al fin y al cabo acababa de ponerse en contacto con ellos tras un tiempo sin saber nada, lo comprendía.
"The Union fue nuestra familia por un tiempo también, ¿verdad?" escuchó, aunque no respondió. Aunque quisiera hacerlo, no recordaba nada de ese periodo. Era Pogo, no él.
Desde que el trato estuvo en pie, ambos aceptaron que cada uno haría lo que viera conveniente respecto a su vida personal, siempre y cuando no amenazara los intereses del otro. Él respetaba que Toni siguiera en contacto con su mafia y que se ayudaran entre ellos como mejor consideraran, y Toni... bueno, dejaba en paz a Gustabo. Se había pasado aislado mucho tiempo, lo que causó que realmente no le quedara nadie cercano. No era nada por lo que tuviera que tenerle lástima, él mismo había buscado ese aislamiento. Era demasiado inestable.
Dejando sus pensamientos depresivos de lado, se centró en darse una ducha y ponerse algo de ropa limpia, para luego desayunar unos cereales y algo de café. Se sentó a comer al lado de la pequeña ventana, atento a cualquier movimiento de parte de la habitación 17. Si Horacio seguía con las mismas rutinas que siempre tenía, se despertaría en unas horas... Pero, no tenía idea de si trabajaba o no, o siquiera qué le había llevado hasta Londres.
"Sería muy fácil ir hasta su puerta y tocar, ¿no crees?" la voz de Pogo sonaba algo más seria. La entidad siempre había tenido un lado más protector con su hermano. Gustabo rio sin gracia al escucharle.
—Como si fuera a dejar que te acercaras a él.— Murmuró en el silencio de su habitación, apoyando el codo en la mesa y su cara en su mano.
"Habrá oportunidades para ello... ¡Como ayer!" mencionó divertido, causando que Gustabo frunciera el ceño.
—No habrá más ocasiones como ayer.— Prometió, fijando la mirada afuera y dando un sorbo a su café.
"No tienes por qué ser tú necesariamente..."
||||||||||||||||||||
Apenas estaba en camino al destino que marcó en el mapa cuando un número desconocido le llamó. Frunció el ceño, pero lo tomó.
—Poni, Poni, Poni...— Sonó una voz asiática en tono divertido por los altavoces de su vehículo. Toni sonrió sin poder evitarlo.
—Hombre, hombre, hombre...— Le respondió en el mismo tono, aliviado de que la fea sensación en su pecho se estuviera desvaneciendo.
—¿Has abandonado la granja de tus hermanos?— Toni frenó el coche, poniéndose más serio... tendría que improvisar.
—Tenía unas cosas que hacer, chino.— Decidió dejarlo ambiguo. —¿Cómo estás?
—Nos estamos muriendo aquí de hambre.— Mencionó, y decidió tomárselo con humor. Tenían dinero, es más, él sabía que lo tenían porque lo había visto con sus propios ojos. Continuó el camino que tenía marcado en el GPS.
—¿Cómo que de hambre? Pues matad un animal y os lo coméis.— Le respondió en broma.
Unos ciclistas se le atravesaron por el camino, y les gritó para que se apartaran. Hai se quedó extrañado por aquello, así que preguntó dónde estaba. Toni simplemente le respondió que estaba dando un paseo.
—Pero escucha, que llevas dos semanas fuera de casa, te vi romper un cristal aquí en la granja.— El italiano apretó con fuerza el volante. ¿Le había visto? —Y diciendo... Y hablando, con no-se-quien...
—Qué dices...
—Sí. Estás un poco loco, Toni.
Aquello fue un grave error, lo admitía abiertamente. Fue, tal cual dijo Hai, hacía dos semanas. Quedaba algo de tiempo antes de que el plan comenzara, así que había decidido dormir en la granja unos días, esperando por algo de información sobre Carlo. No pasó nada. La espera fue tan exasperante, que Pogo sacó lo peor de sí. Hizo lo que nunca debían hacer, mirarse al espejo, y destrozó un espejo de forma similar a como lo había hecho la noche anterior. Miró su mano aun vendada sobre el volante. Cierto, también terminó gritando "¡Sal de mí!" varias veces, ante el angustioso dolor en su cabeza y los gritos de Pogo, repitiéndole cuán cobarde era de no ir él mismo a buscar a su hermano.
—¿Te has tomado alguna pirula? ¿Sobraron pirulas o algo?— Esquivó el tema, nervioso, aunque tratando de que no se notara en su voz.
—No, no hay pirulas. Todas se quedaron en casa, en Marbella.— Un pequeño silencio quedó. —Poni, estás irreconocible, tengo miedo, Poni— Se tensó ante sus palabras, llegando por fin al lugar marcado, por lo que estacionó el vehículo y mandó la ubicación a Jose mientras pensaba en qué decir.
—Soy el de siempre...— Se excusó, recostándose en el asiento del coche y quitándose las gafas por un momento, frotando sus ojos. Apenas había dormido. —¿Tú, teniendo miedo?— Continuó, fingiendo un tono más alegre.
—Qué gracioso, Poni...— Un suspiro se escuchó al otro lado de la línea. —Y tu hermano apuñalando, ¿qué está pasando?— Se le escuchaba molesto.
—¿Cómo?— Preguntó, queriendo saber más detalles. Hablaba con Carlo por primera vez en casi un año, y lo primero que sabía tras eso es que ya estaba apuñalando gente, tan tranquilo.
—Tu hermano, está apuñalando a un tendero.
—Bueno, eso va muy en su ADN, ¿eh?— Y era literalmente así, al fin y al cabo descendían de una familia de mafiosos italianos, estaba en su sangre. El problema es que ahora no tenían tanto margen de error como en Marbella. Estaban arruinados y no tenían conexiones, además de tener órdenes de búsqueda y captura por la Interpol. —¿Te importa que te llame un poquito más tarde, para ponernos al día?
—Sí, llámame, pero intenta ser el Poni de siempre.— El italiano suspiró, viendo en el reflejo del espejo del coche uno de sus ojos brillando en rojo.
—... Sí, sí, me esforzaré en ello.
||||||||||||||||||||
Una vez José llegó al lugar, Toni salió encapuchado de un arbusto, apuntándole con una pistola. Había decidido hacer una pequeña prueba de lealtad, llevándole al límite al pedirle información y amenazarle con la perpetua o la muerte... Y que resultó exitosa, con José sin haber soltado ni un solo dato de utilidad, incluso estando de rodillas y con la pistola presionando su nuca.
Felicitó a José con orgullo llenando su pecho, sabiendo que no se había equivocado con aquel chico que contrató en Marbella como vendedor. Una vez estuvo en pie de nuevo, se quitó la máscara y dejó que le mirara, aunque tardó poco en ponerse las gafas de sol. Primero que nada, estaba algo asustado de que viera algo extraño en él, y segundo, apenas veía nada sin ellas.
José le preguntó qué le había pasado, a qué venía ese cambio de aspecto, pero lo desvió murmurando "cositas" simplemente, en un tono que no dejaba lugar a seguir preguntando. Cambiando el tema, éste le hizo un pequeño resumen de lo mal que le iban las cosas a la familia Gambino, lo que entristeció a Toni, pero era de suponer dado que apenas y salieron con vida de Marbella.
—No quiero ser duro, pero tú en los últimos meses eres mucho de irte por ahí, vienes un mes, te vas una semana... Yo entiendo que será por lo de tu hermano, pero... estamos preocupados también por ti, igual que hemos estado preocupados por él.
Toni frunció ligeramente el ceño, sintiéndose culpable de estar montando todo este lío y preocupación entre su grupo pero, no había nada que hacer. Solo manteniéndose juntos él y Gustabo tendrían la pequeña esperanza de deshacerse de Pogo para siempre. Sintió un pinchazo doloroso en su cabeza tan solo de pensarlo. Maldito payaso demonio de mierda.
—Es que yo... como ves, mis planes han cambiado un poco.— Se señaló a sí mismo, especialmente su cara. —No sabes cómo me jode tener que ir así.
Pasó a explicarle que ahora formaba parte de la policía, o más bien del "servicio secreto", a lo que éste se hizo el dramático y poco menos que se puso a llorar, pero para su sorpresa adivinó bastante bien el motivo al mencionar si había matado a alguien.
Oficialmente, no se sabía bien. En teoría Gustabo estaba simplemente desaparecido, pero el propio hombre le había asegurado que tras tanto tiempo simplemente le darían por muerto. ¿Extraoficialmente? Podían inventarse lo que quisieran, incluso su muerte.
Así fue cómo le explicó a José que "pasaron cositas", dichas cositas siendo que se encontró de frente con un agente del FBI. Pero, en medio de lo que estaba diciendo, le interrumpió.
—¿Tú también?
—Yo también qué.
—Es que tu hermano nos contó que se cruzó también con un agente del FBI.
—Eso ya lo sabía, en realidad. ¿Hai no te dijo?— Preguntó extrañado. Le sorprendía, puesto que en teoría se contaban todo entre todos, sin dejar a nadie sin conocer el resto de la historia.
—¿Eh? No, todos pensábamos que simplemente nos dejó, la verdad.— Toni frunció el ceño. Tendría que hablar con Hai sobre eso más tarde.
—¿Qué os contó Carlo exactamente?
—No demasiado, en realidad hablamos muy poco, le pegué nada más verle y...
—¿Cómo que le pegaste?—
—Yo le vi y le pegué un puñetazo porque me pareció muy mal que desapareciese.— Toni le miró de forma peligrosa, cruzándose de brazos y apretando estos. Pogo sabía que ese era su punto débil, y lo explotaba cada que tenía oportunidad. José pareció notar la tensión en el ambiente. —... Claro, ya después me explicó lo que le pasó, aunque me lo explicó así por encima, y pues bueno, le pedí perdón y ya está.
Toni suspiró antes de seguir hablando, tomándose unos segundos de silencio para estar tranquilo. Se repitió mentalmente que era José, y solo fue un puñetazo sin pensar.
—... Volviendo a lo de antes.— El italiano continuó explicándole su pequeña historia. No estaba tan alejado de la realidad, puesto realmente tuvo que elegir entre la cadena perpetua o estar en la situación en la que se encontraba. Si hubiera disparado a Gustabo tal y como él le había pedido, tarde o temprano le hubieran descubierto y habría acabado igualmente en la cárcel. El detalle en el que la historia se alejaba de la realidad, era justamente en cambiar esa parte. A ojos de quien supiera de su "situación", Gustabo estaría muerto, y Toni habría robado su identidad para mantenerse a salvo.
Reiteró que era el primero al que se lo contaba, incluso por encima de Carlo, y puso la excusa de que al menos sabía lo que había estado haciendo José durante el año que no se veían: pasar hambre en una granja. Mientras tanto, de Carlo no tenía idea lo que le había pasado. Lo averiguaría, eso lo tenía claro, pero de momento no tenía idea.
José le dijo que quizá habían sido demasiado ambiciosos en Marbella. Y no lo negó, internamente sabía que así era. Quizá debían haber huido a la primera señal de peligro. Pero, en cambio, se habían creído los reyes del mundo y, Toni especialmente, se pensaba que nadie les haría daño. Qué ingenuo era.
Siguieron conversando, aclarando su "situación" lo más posible con José admitiendo haberse fumado un porro antes de llegar, y Toni le aseguró que su principal objetivo al infiltrarse en la policía era limpiar sus expedientes para poder irse a otro lugar y empezar de cero, incluyendo por supuesto a todo el grupo. José se veía contento con eso, aunque Toni se sentía culpable por mentirle. Sí, huirían de ahí, pero lo más probable era que él se quedara junto a Gustabo, al menos hasta que descifraran el cómo deshacerse de Pogo. De nuevo, recibió un pinchazo doloroso en su cabeza de tan solo pensar en aquello.
Se despidieron poco después, Toni repitiéndole que si necesitaba algo de ayuda económica él haría todo lo posible por ayudarles mientras estuviera en su mano, y tras un abrazo amistoso, cada uno tomó su coche y salieron de allí.
Poniendo rumbo a comisaría tras recibir un mensaje de Conway, Toni pensó en la verdadera razón de que tuviera que meterse tanto en el fango...
Esa puta llamada anónima.
Chapter 4: ⁘La llamada⁘
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"Hola, Toni Gambino.
Tú no me conoces, pero yo a ti sí. Sé lo que estás haciendo, y francamente está mal, pero quién soy yo para ser un justiciero. Eso sí, si no quieres que esto salga mañana y abra todos los informativos vas a tener que hacer exactamente lo que yo te diga.
No hagas preguntas, no me cuestiones, simplemente obedece. Esto no tiene que ser algo malo, nos podemos beneficiar mutuamente. Yo me mantengo callado sobre Gustabo, para que todo salga perfecto, y tú vas haciendo realidad todos mis deseos. Si crees que va a salir bien sin mi ayuda, mmm... digamos que no basta con ser iguales.
Tengo imágenes. Sería una lástima que alguien viera dos Gustabos. Vas a tener que hacerlo todo a la perfección. Lo bueno de que seas Gustabo, es que no tiene casi familia ni amigos. Tienes suerte de que sea él, te lo ha servido básicamente en bandeja, pero hay ciertas cosas de las que ya sabrás que debes preocuparte.
Gustabo García tiene un gran amigo, Horacio, pero ahora mismo no nos importa, no es el problema, hace mucho que no se ven, con lo cual no es raro que haya desaparecido, y Horacio no tiene por qué enterarse de que Gustabo está en Londres.
El problema es su padre, Jack Conway. Él también es mi problema. Aquí tienes tu primera misión a cambio de mi silencio: localiza a Jack Conway y convéncelo de que venga a la ciudad y trabaje contigo. Necesito vigilarlo de cerca. Cumple este objetivo y de momento no tendrás que preocuparte de mí.
Saludos, Toni."
La grabación acababa ahí.
Toni lo pausó, agradecido de los pequeños trucos del que llevaba unos pocos meses siendo su compañero de casa. Él fue quien le recomendó grabar todas y cada una de sus llamadas, especialmente puesto que era un fugitivo.
Fue éste mismo quien pateó una silla hasta la otra punta del pequeño departamento, respirando agitadamente mientras una línea morada comenzaba a expandirse verticalmente en su ojo izquierdo.
—Gustabo, respira— Dijo el italiano, poniéndose en pie y agarrando con algo de fuerza su brazo. —Esto es exactamente lo que quiere, recuerda, tenemos que mantenernos serenos
—¡Ese hijo de puta sabe de Horacio! N-no puedo dejar que...— Se cortó, poniendo una mano sobre el ojo que poco a poco brillaba en rojo sangre.
—No lo hará, ya lo escuchaste, de momento no le importa Horacio— Trató de tranquilizarle con voz calmada, mirando de reojo el cajón de la mesita.
—Pero le entregaste la nota, debe... debe saberlo, y va a buscarme, le conozco— Murmuró casi más para sí, la línea en su ojo no parecía retroceder... Al revés, cada vez era más grande.
Toni le soltó, frunciendo el ceño con preocupación. No se iba a calmar. Podía verlo.
Aunque compartir a Pogo había quitado algo de presión de Gustabo, convivir con él tantos años le había hecho débil contra él. A la más mínima señal de estrés, éste podía surgir de nuevo.
Por eso, tenían una última opción para las veces en las que la situación se salía de control.
De forma rápida, caminó hacia la mesita y rebuscó en esta.
—Vamos, vamos, vamos...— Murmuró, sintiendo algo del dolor del contrario en su ojo derecho, podía sentir la línea morada formarse. Si se dejaba consumir por unos momentos, era algo más sencillo controlarlo para su contraparte.
Encontró lo que buscaba, la jeringuilla con el líquido translúcido. Dio golpecitos en esta, sintiendo sus manos temblar levemente por el dolor que comenzaba a consumirle, sacando las burbujas de aire que pudiera haber.
—¿Qué se supone que haces~?
Se quedó muy quieto al escuchar la voz aguda detrás de él, pudiendo sentirlo. Pogo estaba presente.
En un movimiento rápido, se giró dispuesto a clavar la aguja en el hombro contrario, pero detuvo su brazo en el aire.
Los ojos rojos de ambos hombres chocaron uno contra el otro, aunque en uno de ellos sus labios eran negros, y una sonrisa exagerada decorada sus gestos. Soltó un gruñido, usando la misma rabia que el payaso le brindaba para soltarse y clavar la aguja en él, atravesando la fina camiseta que García había vestido ese día. Apretó el botón del inyectable para que el líquido entrara en el músculo, y de ahí al torrente sanguíneo.
—Pero qué...— El payaso no pudo decir mucho más, cayó hacia atrás al suelo, y se habría dado de lleno de no ser porque Toni sujetó la caída, respirando de forma agitada.
—Debí advertirle de lo que había en la llamada antes de enseñársela— Se dijo a sí mismo, chasqueando la lengua con molestia. Era su culpa esta vez, sabía que el contrario podía perder el control si le mencionaban a su hermano. Al igual que él lo hizo cuando le pusieron al día de la situación de Carlo, torturado en una isla desconocida.
Suspiró, poniéndose con cuidado de rodillas para dejar con cuidado al otro hombre en el suelo, aunque cambió de opinión y colocó su cabeza en sus rodillas.
Se tomó unos segundos para hacer respiraciones profundas, calmando la rabia en su interior y, ahora sí, notando como la línea retrocedía hacia su ojo y este volvía a su color azul-grisáceo natural.
Se permitió unos pocos minutos más para quedar totalmente relajado, y se puso en pie para agarrar bajo los hombros al otro hombre y subirle a la cama. Se pasó la mano por su cabello como un gesto relajante para él, cayendo este hacia un lado y sobre el ojo que más sufría la transformación en Pogo.
Poniéndose en pie, se dirigió al baño... Le tocaba curar su piel. Eliminar con láser todos los tatuajes que tenía era una tarea ardua y dolorosa, pero algo necesario si querían que todo saliera bien. No podría ir totalmente cubierto hasta el cuello para siempre. Una vez estuviera totalmente curado tendría que copiar los tatuajes de su compañero de piso.
Suspiró viéndose al espejo... Con el cabello hacia un lado parecía un poco su antiguo yo. Ahora había menos pelo, habiendo tenido que raparse el otro lado de su cabeza también para copiar el peinado de Gustabo, incluyendo teñir su cabello naturalmente rubio en castaño y rehacer las mechas rubias, un tono más oscuro que el suyo propio. También era más corto, siendo imposible peinarlo hacia atrás con la longitud que antes tenía.
Luego miró sus ojos, esos que, aunque se salía de su imitación de Gustabo, continuaba maquillándose en negro. Al menos ocultaba un poco la línea morada que a veces no era capaz de ocultar. Sabía que tarde o temprano tendría que parar de maquillarse, quizá usar gafas de sol como alternativa.
Sin pararse a observar más la cara que apenas y reconocía en el espejo, tomó lo necesario para desmaquillarse. Tan pronto como la extraña llamada acabó se dirigió corriendo a casa para mostrárselo a su compañero, por lo que apenas y tuvo tiempo de ponerse cómodo. Era apenas pasado el mediodía, pero no pensaba salir más, así que estaría bien.
Una vez su cara estuvo limpia, sacó las lentillas graduadas de sus ojos y las guardó en su estuche, sintiendo incluso alivio con la familiar sensación de su miopía. Quizá una de las pocas cosas que no se irían de su identidad.
Hecho todo eso, se metió a la ducha, sabiendo que los tranquilizantes inyectados a Gustabo le harían efecto al menos por unas horas más.
Un tiempo después, aseado y habiendo curado sus tatuajes eliminados, ató una toalla a su cintura y salió, observando un momento la figura aún inconsciente del rubio más bajo en la cama. Más tranquilo, caminó al pequeño armario para tomar un cambio de ropa limpia, dando una corta mirada de tristeza a las humildes ropas que ahí se encontraban. Tuvo que quemar el carísimo traje que tenía puesto el día que Gustabo le intentó obligar a matarle, por el bien del pacto y como una pequeña muestra de la confianza que tendrían que tener el uno en el otro en ese tiempo de trabajo conjunto, y desde ese entonces no había podido comprar ropa de su estilo. Al fin y al cabo, la idea era que Toni Gambino estaba muerto.
Poco a poco, los pequeños detalles que le hacían él mismo iban desapareciendo, y se preguntaba si siquiera su personalidad seguía siendo igual que cuando vendían pirulas en el KeRule. Ya llevaban ocho meses huyendo, o más bien Toni huía, mientras Gustabo simplemente disfrutaba al mantenerse alejado de todo y, especialmente, de todos.
Era consciente de que Gustabo no quería dañar a nadie. Pasando tanto tiempo juntos, era inevitable que poco a poco se fueran abriendo el uno al otro, cada vez compartiendo más información sobre sí mismos. Uno de esos datos era que el mayor miedo de Gustabo era repetir lo que vivió en Los Santos. No sabía con todo detalle qué era eso exactamente, pero de lo que estaba seguro es que tenía que ver con Pogo, y probablemente una o ambas de las personas mencionadas en la extraña llamada habían acabado heridos por ello. Ya fuera directa o indirectamente.
Pensando en la llamada... ¿Quién podría ser el remitente? Había dejado en claro que él no le conocía, aunque parecía saber mucho sobre Gustabo. ¿Alguien buscando venganza contra el tal Conway? Era lo más probable, teniendo en cuenta los términos de la "misión" otorgada a él.
Gustabo no le habló nuca sobre ese hombre. Sobre Horacio, a veces se le escapaban comentarios. Estaba seguro de que le recordaba a él.
Antes de aceptar el cambio total de imagen que incluía meterse en la piel de Gustabo, solía pintarse las uñas de negro. Gustabo solía quedarse mirándole cuando lo hacía, y una vez simplemente añadió un: "Te llevarías bien con Horacio". Curioso por la mención, le había preguntado a quién se refería, y el más bajo, aunque lo negara, había disfrutado el poder hablarle a alguien más de lo maravilloso y especial que era su hermano pequeño.
Toni le había escuchado, manteniéndose callado y atento a las descripciones de sus ojos con heterocromía, a los relatos de los múltiples cambios de color que había hecho a su cresta. Le contó sobre las ilegalidades que realizaban al llegar a la ciudad de Los Santos, antes de la policía... y ahí pudo ver cómo sus brillantes ojos azules se opacaban... no preguntó.
Meneando suavemente su cabeza para salir de sus pensamientos, tomó por fin el conjunto de ropa deportiva que haría de pijama durante ese día, y se echó en la otra cama individual de la pequeña habitación, sacando su teléfono (nuevo, ni siquiera tenía su teléfono antiguo cuando huyó junto al otro rubio) para revisar las últimas noticias o ver algún canal de TV. El motel en el que se encontraban carecía de televisión, así que sus teléfonos sustituían al aparato.
Esa fue una larga tarde, en la que Toni trató de aliviar lo mejor que pudo las pesadillas constantes de su compañero de habitación...
El calmante duraría unas horas más, y la noche se extendería hasta que finalmente, Gustabo recuperó la conciencia de madrugada. Para ese entonces, Toni ya lucía ojeras bajo sus ojos por estar en vela cuidando del otro.
Gustabo, aunque confuso por la situación (no recordaba demasiado aparte de la llamada que el italiano le había mostrado) había revuelto los cabellos rebeldes del más alto, que siempre caían hacia el mismo lado.
—Gracias...
Toni sonrió levemente, sintiendo que quizá se estaba encariñando algo del hombre que había causado esa situación en primer lugar.
Chapter 5: ⁙CAPÍTULO 2 (parte 2)⁙
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Dejó su coche personal en Garaje Central, y de ahí caminó a comisaría para encontrarse con Conway, que le había avisado que había algo "que le iba a gustar", textualmente. Toni tenía curiosidad, así que no le hizo esperar demasiado.
—Hemos detenido a dos putos anormales, y ahora aparentemente van a hacer no sé qué de unas putas prácticas y quieren que vayamos— Dio su resumen el de cabellos canosos, cruzándose de brazos y rodando los ojos.
—¡Bueno!— Dijo divertido Gustoni, arrastrando la e. Por lo que le habían contado del superintendente de Los Santos, no parecía que a éste le gustará demasiado dedicarse a la formación de agentes que ni siquiera estaban a su cargo.
Fueron interrumpidos al escuchar voces venir de la sala contigua al pasillo en el que se encontraban, por lo que ambos se giraron hacia allí.
—Oye, ahí se está liando, ¿eh? Están hablado cosas— Dijo con curiosidad el falso español, viendo como Conway caminaba hacia allí sin esperar demasiado.
—Mira, ven, ven, ven— Le llamó el mayor, y le obedeció sin rechistar. Le gustó escuchar este tono chismoso en el contrario, era algo que compartirían, al parecer. O al menos eso esperaba.
—Buen chisme— Murmuró emocionado Gustoni, cruzando las puertas para encontrarse con dos policías y dos sujetos que parecían estar detenidos. Quizá podría ser la primera vez que se divertía en esa ciudad, y no lo iba a desaprovechar.
Conway puso orden de forma rápida, mandándole callarse "la puta boca" entre expresiones de sorpresa de los presentes. Sonrió de lado, suponiendo que aún no le conocían. Aunque él tampoco, pero sabía ciertas... cosas, de parte de Gustabo. Su padre era un hombre de carácter fuerte, si quería algo lo iba a tener, y no se privaría de nada para ello, ya fueran insultos o golpes. En aquella ocasión le preguntó a Gustabo por qué sabía tanto de eso, ya que parecía algo personal, tenía experiencia con eso, pero no le quiso contestar.
—Vamos a ver, vosotros dos os habéis peleado porque sois dos putos anormales de mierda, no tenéis cerebro.— Gustoni salió de sus pensamientos al escuchar al mayor insultar a los detenidos. Se quedó simplemente callado, disfrutando del espectáculo. —Es más, lo único que tiene este es músculo.— Señaló al hombre corpulento y musculoso, que llevaba una camisa de tirantes que apenas y cubría sus pectorales. —Y tú,— ahora señaló al segundo detenido, con una camiseta del PSG, —tú lo que tienes es... algo. No sé qué coño tendrás. Un reloj, o qué mierda sé yo.
Toni sonreía tras el pasamontañas que aún tenía puesto, divertido por la situación y esperando a que los insultados respondieran.
—Sí, pues aquí el que no tiene nada le ha dado la del atún aquí al musculitos, ¿eh? ¡Explícaselo como te he da'o!— Mencionó el del PSG, visiblemente ofendido.
—¡Pues enhorabuena! Eres el mejor del mundo tío, tu madre está muy orgullosa de ti.— Mencionó Conway en tono sarcástico, sonriendo de lado al tipo más delgado. —Ahora los dos vais a reflexionar en la puta celda, ¿vale? Juntitas, nenas, que os quiero ver muy juntitas. Venga pa' dentro.
Gustoni no pudo aguantarse la risa, soltando un pequeño "pff" mientras veía el intercambio de palabras, si es que se podía llamar así, del agente con el hombre delgado. Podía imaginarse lo que quería hacer el mayor, al fin y al cabo recordaba ese mensaje prometiéndole que algo le iba a gustar.
—Oye yo te digo una cosa, como me encierres con el tonto este le voy a dar de hostias otra vez.— Advirtió en tono socarrón el mismo tipo.
—Os vais a dar de la manita, venga.— Conway se dirigió a la puerta de barrotes, abriéndola con y manteniéndola agarrada para que los detenidos pasaran por ella.
—Lo único que vas a hacer es lamerme el culo.— Le respondió el musculitos al del PSG, antes de dirigirse hacia la puerta abierta.
—Pues nada, ¡ensalada de tibias para el fortachón!— Exclamó antes de seguirle el otro tipo esposado.
Caminó tras ellos y los policías que aún seguían ahí en silencio, en las miradas que se daban podía intuir que quizá estaban preguntándose si hacer todo aquello era legal, aunque también pudo ver que se estaban divirtiendo y por eso no decían nada. Además que probablemente no se atrevían, parecían muy nerviosos... seguro que eran alumnos.
—Veo que en Londres suceden casos muy interesantes, la verdad.— Comentó Gustoni, sarcástico y divertido por la situación.
—En Londres solo hay gilipollas.— Le respondió un tono parecido su "padre", haciéndole sonreír más si es que era posible. Parecía que pasar tiempo con Conway no sería todo momentos incómodos como los del día anterior. Podrían divertirse, pensó.
—Pero escúchame, Ángel di Maria, ¿cuál es el problema?— Le preguntó Toni, fingiendo seriedad y pronunciando a propósito aquel nombre italiano tan mal que casi quiso llorar.
—Otro que me llama di Maria. ¡Pero vamos a ver!— Al parecer con lo del nombre se había picado.
—¡Tienes toda la cara de Ángel di Maria!— Toni no podía evitarlo, le gustaba demasiado divertirse, y hacía tanto que no lo hacía...
—¡Y el peinado de Mbappé!— Secundó uno de los alumnos policiales, señalando divertido al "di Maria". Estaba claro que tanto él como Conway eran una mala influencia para los jóvenes.
—Jo'er es que al final me vais a hacer creérmelo hijos de puta, me estáis bajando la moral.— Se quejó el mencionado.
Parando con la broma, Gustoni pasó a preguntarle qué le había hecho el otro tipo, a lo que respondió que le había ido a pegar porque le vio como un "tirillas", y se defendió dándole un "castañazo". Al italiano siempre le iba a parecer fascinante la cantidad de expresiones que tenían los españoles. Incluso habiendo pasado un tiempo en Marbella y hablar español a la perfección, a veces descubría nuevas expresiones que desconocía.
Toni, entre risas, le advirtió que tuviera cuidado con el otro hombre, al fin y al cabo era un puto armario, músculos por todos y era más alto que él mismo, con su 1'80 de altura. A su lado, el Fideo (había decidido apodarle así mentalmente, para seguir con la coña de lo de "di Maria") apenas le llegaba a la barbilla, teniendo que alzar la mirada de forma notoria para mirarle a los ojos.
Fideo se defendió diciendo que ese no tenía ni media hostia, y Toni le dio falsos ánimos al decirle que había escuchado por ahí que "mucho músculo, poco pito". Cargado de ego, el tipo caminó a la puerta de la celda donde se encontraba el otro detenido y pidió que se le quitaran las esposas antes de entrar ahí.
Riendo en voz baja, observó divertido las amenazas del Fideo al Musculitos, y se colocó al lado de Conway que también miraba el espectáculo, cuando el de la camiseta del PSG comenzó a lanzar puñetazos a su contrario.
—Escúchame, 20 pavos apuesto por el tirillas— Anunció en voz alta, poniendo sus brazos en las rejas de la celda. Era inevitable, le gustaba apostar y esa era la oportunidad perfecta. Ludópatas, les habían llamado a él y a su hermano, por ir constantemente al casino.
—100 libras por el di Maria— Aportó el alumno más hablador.
—¡Pues yo apuesto 100, venga!— Se apuntó también Conway.
Observaron la pelea con diversión, los cuatro policías (o tres, pues uno de los alumnos parecía algo cohibido) gritando ánimos al chico del PSG que tan bien les había caído. Rieron al ver que se daban contra la puerta y la abrían, al fin y al cabo no estaban detenidos de verdad, simplemente era un juego que habían creado en ese momento. El alumno más hablador se llevó un golpe, y su compañero sacó el táser y le gritó al otro tipo que entrara de nuevo en la celda. Toni no podía más, lo dolía el abdomen de reír.
Al final, Fideo acabó perdiendo la pelea, y entre risas todos sacaron su billetera y le pagaron al alumno silencioso, que había apostado por el Musculitos. "Era lo más sensato" dijo, sonriente por primera vez desde que le vieron, mientras contaba los billetes entregados.
Gustoni entró a la celda, dispuesto a levantar a "di Maria" y llevarle al hospital... pero, lo que no se esperaban, era que el tipo se levantara como si no le hubieran reventado la ceja y le hubieran pegado la paliza de su vida, volviendo a alzar los puños ante las provocaciones de Musculitos. Volvieron a la pelea, el rubio saliendo rápido del lugar para no llevarse un golpe, y ante la mirada atónita de los cuatro agentes, Fideo acabó tumbando al más grande.
—¡Ostia! ¡Remátalo, remátalo!— Exclamó con sorpresa Toni, una gigante sonrisa dibujada en su rostro, aunque oculta por el pasamontañas, ante la diversión que acababa de tener.
Tras eso comprobaron que, efectivamente, el musculoso hombre había quedado noqueado, y el alumno que ganó la apuesta tuvo que devolverles el dinero por partida doble, al perder su apuesta contra las de ellos. Gustoni estaba feliz, así que no puso queja en cargar al otro hombre y ofrecerse a llevarle al hospital. Éste en realidad se recuperó por sí solo cuando iba a montarle en el coche, y como no tenía que cumplir condena ni nada, le acompañó a la salida.
Apenas soltaron al Fideo también, éste se volvió a meter en una pelea. Anonadado con la facilidad que tenía aquel hombre de meterse en problemas, terminó ayudándole a echar a aquellas dos personas de amarillo a base de puñetazos, mientras sus compañeros policías taseaban a los individuos. Viendo llegar de nuevo al musculitos, no podía creer la suerte que estaba teniendo ese día, así que se decidió a seguir causando problemas. Se acercó individualmente a ambos hombres y les picó diciendo que el otro les había insultado, viendo como en el segundo caso, hablándole al Fideo, apenas y había terminado de hablar cuando éste corrió en dirección al tipo de la camiseta de tirantes y le lanzó un puñetazo que le tiró al suelo de una.
Esta vez más libre, ya que Conway no estaba presente, dio rienda suelta a su risa, incluso teniendo que limpiarse las lágrimas que le salían por las carcajadas.
Pero ese no sería su único entretenimiento del día, pensó, pues quedaba ir a aquella reunión de entrenamiento de los alumnos, junto a precisamente su "padre", que no era el más conocido por tener paciencia con los novatos...
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Los nuevos alumnos de policía tardaron veintiséis minutos en conseguir colocarse uno al lado del otro, en línea.
Era cómico. Conway parecía querer sacar la porra en cualquier momento, y Toni se preguntaba qué había hecho mal en la vida para acabar durante veintiséis putos minutos de pie, observando a una panda de jóvenes adultos discutir si uno estaba más atrás o más adelante. Luego, y por si no fuera poco, tuvieron que asistir a otra charla sobre cómo funcionaban las persecuciones, como si la de bienvenida del día anterior no hubiera sido suficiente.
Iban a empezar con la práctica, y estaban deshaciendo la fila que tanto les había costado formar, cuando Conway les detuvo. Vio de nuevo cómo tardaban unos pocos minutos más en formar la fila. Toni consideró seriamente el llamar a Gustabo y pedirle que le matara. El mayor de los presentes les habló de tener sentido común y de usar un poco el cerebro. Agradeció al menos que fuera rápido, aunque a mitad de eso le dio curiosidad unos vehículos que estaban ahí estacionados, aparentemente de la policía, aunque no podía creerse que semejante mierda fuera del cuerpo.
Eran cacharros de un solo pasajero, con tres ruedas. Estaban pintados con el diseño oficial de la policía Metropolitana, esa fea combinación de cuadrados amarillos y azules fluorescentes. Volvió junto a Conway, girándose a ver de nuevo el extraño coche, e intercambiaron unas cuantas palabras divertidas sobre ello.
Una vez las prácticas comenzaron al fin, se subieron a un interceptor. El ejercicio era que los alumnos tenían que perseguirles como si se tratara de una persecución real, y si les paraban habrían aprobado. Retó a Conway a conducir el coche, preguntándole si seguía conservando buena forma tras los años, aunque en realidad era más porque podría dársele demasiado bien para alguien que era policía. Al fin y al cabo, las persecuciones en Marbella eran de lo más común para él.
Dieron la salida a todos, las sirenas comenzaron a inundar el puerto. El italiano pronto se quedó sin palabras al ver cómo manejaba el mayor. Apenas pasados unos cuantos giros entre los enormes contenedores, Conway ya había perdido a la mayoría de vehículos. Dio un giro brusco y se metió entre varios contenedores, apenas entraba el coche.
—Va a ser que no, mi rey— Dijo divertido Gustoni al ver que era un callejón sin salida, pero Conway estacionó de forma impecable en una pequeña esquina que se creaba allí.
—Hala, ya está. Perdidos de vista.— Mencionó tranquilo el superintendente, cruzándose de brazos. —Venga, encontradme.— Dijo por radio a los demás, sonrisa de lado en sus labios.
Toni rio bajito, sorprendido gratamente ante las cualidades de su "padre". Era consciente, por la información que tenía, de que Conway era alguien muy cualificado para casi todo, pero cada vez que se sacaba alguno de esos trucos de la manga le dejaba cada vez más y más maravillado.
—Hace 20 años que me habéis perdido— Continuó por radio Conway, mientras su compañero ponía atención a sus movimientos y trucos. Ya que estaba en esa situación, se dijo que no podría ser tan malo aprender del mejor. Quizá más tarde le podría servir... y suponía que Gustabo sabía hacer cosas similares a esas, dado que le mencionó alguna vez que fue precisamente Conway quien le formó como agente.
Viendo que estaban teniendo problemas con la radio para escuchar a los demás, Toni manejó el aparato como un viejo amigo, configurándolo correctamente en apenas unos momentos. Recuerdos del asalto al banco llegaron a él. Recuerdos que eran tanto dulces como amargos. Una vez pudieron escuchar a los demás, vio como Conway esquivaba con una facilidad que le dejó sin habla a varios patrulla, tomándose su tiempo y moviendo el automóvil de forma lenta para maniobrar mejor en zigzag. Realmente parecía que el coche era una extensión del propio agente, pensó para sí mismo.
—Va haciendo movimientos rápidos, parece que el tipo está conduciendo nerviosamente— Pronunció una voz con acento mexicano por la radio.
—Nerviosamente...— Murmuró divertido Conway,
—Sí, dice que estás nervioso.— Le siguió Toni, riendo. ¿De dónde habían sacado a esa gente? No podrían observar mejor técnica que la del superintendente, por el amor de Dios.
Conway rio con él, una risa... ciertamente extraña. Le recordó un poco a Pogo. Sintió esa presencia que le daba escalofríos, como si alguien invisible le agarra del cuello por detrás, apretando más y más... Y luego nada. Sorprendido por lo ocurrido, miró de lado a su acompañante, y casi como un déjà vu, le pareció ver un destello amarillo en los normalmente oscuros ojos del contrario. Curioso, una escena parecida ocurrió precisamente con su hijo, de camino a un acantilado. Ignoró esa sensación, fingiendo que nada había pasado. Quizá Pogo estaba jugando con su mente, tanto él como Gus sabían bien lo mucho que el demonio odiaba a Conway.
La misma voz que iba comentando sus movimientos casi como si fuera un partido de fútbol dijo que les habían perdido de nuevo cuando el de pelo canoso se escabulló de nuevo por un callejón sin salida, saliendo poco después para continuar con el juego mientras esquivaban un patrulla más. Si ambos fueran sinceros consigo mismos, admitirían que eso le estaba gustando quizá demasiado. La adrenalina fluía por sus venas a cada giro arriesgado, cada palabra desesperada del comentarista por encontrarles. Gustoni aún llevaba el pasamontañas puesto, sin gafas de sol (ese día se había acordado de llevarse sus lentillas con él, y se las había puesto en la comisaría), por lo que el creciente color sangre en sus ojos estaba totalmente al descubierto.
—¿Nos ponemos serios o qué?— Preguntó el mayor.
—Dale, piérdelos.— Pidió con una sonrisa algo sádica, que quedó oculta por la máscara.
Siguieron la persecución, sin muchos más cambios aparte de que Conway parecía estar cada vez más y más agresivo, chocando el coche contra los demás e insultando lo mal que estaban haciéndolo los demás agentes.
—¡Compañeros! Tuve un accidente mortal...— Se escuchó la voz adolorida del mexicano en la radio.
—Tuve un accidente mortal, dice.— Toni estaba fuera de sí, sonriendo tanto que hasta le dolía la cara. Rio y no registró que esa no era su risa. —¡Oh, no, no! ¡Que está en el suelo!— Exclamó aún divertido al ver al hombre tirado en el suelo, inmóvil.
"Pásale por encima" escuchó en su oído, cosa que ignoró... aunque la idea era divertida a sus ojos. Ojos que brillaban en rojo carmesí, en busca de sangre.
—Vamos a parar, ¿no?— Preguntó al hombre a su lado, que también sonreía, cosa rara en él.
—Ayudadle, ayudadle... Yo estoy huyendo, me acabo de hacer un badulaque.— Dijo su acompañante por radio. Toni se sintió algo enojado de no poder cumplir su deseo de descargar su violencia contra el mexicano en el suelo. Éste se volvió a quejar por radio, a lo que el rubio no pudo evitar reír de forma sádica.
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Las maniobras siguieron unos minutos más, en los que los alumnos no consiguieron siquiera hacerles un código 100, un bloqueo, apuntó mentalmente, de manera decente. La euforia que sentía se fue poco a poco tan pronto salió del coche, y de golpe al verse de reojo en el espejo retrovisor. Al estar anocheciendo, sus ojos brillaban de forma muy notoria. Espantado, quiso buscar rápido sus gafas de sol, por raro que fuera ponérselas de noche... aunque una voz y una mano en su hombro le detuvo.
—Estate tranquilo... no tienes que ocultarlo conmigo, ¿recuerdas?— La grave voz tras de él poseía un tono tranquilo y casi podría decir cariñoso. Muy diferente a lo que había escuchado en aquel coche. Se giró para conectar su mirada con las oscuras gafas de Conway, viendo el reflejo de la luz que brotaba de sus propios ojos en éstas.
—¿A qué te refieres?— Trató de desviar nervioso. Ese que estaba frente a Conway no era Gustabo, era Toni en su máximo esplendor. Un Toni Gambino asustado porque alguien más que no fuera él o su compañero de piso supiera de la existencia de Pogo.
—La Iglesia. Puede que no lo recuerdes.— Toni sintió su corazón en su garganta. No había escuchado nada de una Iglesia, más que sus propios recuerdos de ese lugar en su infancia. —Horacio mencionó que nunca volviste a hablar de eso, y que cuando decía algo sobre eso te quedabas en blanco. Da igual, el caso es que sé lo que te pasa. ¿Has tomado tu medicación últimamente?
—Ah...— Pensó rápido qué decir, algo que no le asegurara una muerte rápida e instantánea. —Sí, sí. Sigo tomándolas. Quizá me salí de control porque me toca tomármela ahora.
—Sí, todas las noches una.— Asintió su "padre", complacido con la respuesta. —¿Las tienes aquí ahora?
—No... pensaba tomármela al llegar a casa.— Mintió de forma experta. Se preguntaba si era consciente de que las pastillas no funcionaban.
—Menos mal que siempre llevo unas cuantas conmigo, entonces.— Conway sacó la plaquita de pastillas del bolsillo de su pantalón. Apretó uno de los botoncitos herméticos y tendió la minúscula pastilla de un color rojo pastel al contrario, esperando que la cogiera. —Ten.
Toni recordó de golpe todo lo que Gustabo le decía sobre estar empastillado, y que le obligaban a ello. Recordó la vez en la que éste trató de tomarse un set entero de ellas, desesperado por dejar de oír las voces (o gritos, según le había contado) de Pogo. Recordó la horrible noche junto a él, teniendo que encargarse él mismo de meter sus dedos en su garganta para obligarle a vomitar los narcóticos que casi le dejan en coma de no ser por su presencia.
Tragando duro, asintió y tomó la pastilla entre sus dedos, observándola como si de tan solo tocarla le fuera a provocar pesadillas.
—Vamos, tómatela y terminemos por hoy, estoy hasta la polla de alumnos incompetentes.— Mencionó el mayor, guardando la tableta en su bolsillo de nuevo, y cruzándose de brazos, expectante. Toni decidió no darle muchas vueltas, no quedaba de otra. Se metió la pastilla a la boca y tragó. Supuso que esa no sería una experiencia tan divertida como la de sus Pirulas.
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De vuelta en el Mercedes de la secreta, patrullaban de forma tranquila. Les quedaba como media hora antes de que el día terminara para ellos. Al menos sus ojos habían vuelto al azul que los caracterizaba.
Gustoni no se sentía demasiado bien. Estaba comenzando a notar los efectos que tanto odiaba Gustabo, y que comenzaba a odiar por sí mismo también. Sensación de vértigo, sudores fríos, mareos, náuseas, somnolencia... Se preguntó si le estaba afectando tanto porque era la primera vez que tomaba esa medicación, o si siempre sería así. De nuevo recordó la desesperación de Gustabo al hablarle sobre las famosas pastillas, y supuso que realmente era siempre así. Minutos atrás había tenido que quitarse el pasamontañas por la sensación de falta de aire que había tenido.
Entre el silencio que reinaba en el coche, la tranquilidad de la noche, el traqueteo suave del motor, se estaba quedando dormido sin remedio. Lo que causó que diera un notable salto cuando la radio sonó, avisando de un Código 3.
—¿En serio? ¿Código 3 a estas horas?— Murmuró Conway, rodando los ojos. —O sea, no roban de día ni hacen nada interesante, ¿y por la noche sí?
—Bueno, quizá piensan que hay menos agentes, yo qué sé— Dijo el rubio en respuesta, tratando de despejarse un poco al menear su cabeza, cosa que solo hizo que todo le empezara a dar vueltas.
Conway le miró de reojo, dudando un poco de si estaría en todas sus facultades si asistían... pero no parecía que nadie más fuera a acudir.
—Resolvámoslo rápido y terminamos por hoy.— Mencionó el superintendente, dando un giro algo brusco para dirigirse a la dirección señalada.
Una vez en el lugar Toni se bajó con cuidado del coche, agarrándose de éste para no perder el equilibrio. Al menos el aire frío de Londres le despejó un poco. Conway caminó directamente a la puerta de la peluquería.
"¿Qué cojones hace una peluquería abierta a estas horas? Parece que les piden que les roben." Escuchó a un lado suyo. Si, confirmado, las pastillas no servían ni para limpiarse el culo con ellas.
Caminando hacia el escaparate de cristal del establecimiento, ignoró todo problema o preocupación que pudiera tener en ese momento cuando divisó al hombre con traje amarillo y máscara de muñeco de nieve dentro del establecimiento. Era el mismo traje que recordaba. Repentinamente, estaba muy atento a todo lo que ocurría. Seguía teniendo ganas de vomitar, pero esta vez no era por la pastilla.
Ese era Carlo. Estaba seguro de ello.
—¿Y bien? ¿Se puede saber por qué estáis robando una peluquería, par de anormales?— Preguntó el de camisa y corbata, cruzándose de brazos frente a la puerta.
Toni miraba fijamente al tipo que amenazaba con un cuchillo al propietario de la peluquería. 'Joder, es él. Qué coño le pasa' pensó, forzándose a mirar al otro. Era el puto Fideo... el de las peleas. La camiseta del PSG y esa inconfundible voz era tan reconocible como si llevara un cartel colgado del cuello, anunciando quién era.
—Le pedimos aquí al señor peluquero un degradado, y en vez de eso nos ha desgraciado la vida.— Explicó el tipo con el pasamontañas (Cejas, había escuchado a Conway llamarle).
—A ver, el del chaleco, ven aquí.— Gritó casi sin fuerzas el rubio, tratando de controlar el temblor en su voz. Sus dedos cosquilleaban con las ganas de abrazarle, de agarrarse a su pierna. Consideró, en su estado deplorable por la pastilla, que quizás así él le reconocería, sabría que estaba sufriendo, le ayudaría. Se apoyó lo más disimuladamente que pudo en el cristal a su lado, sintiendo que perdía el equilibrio.
—¿Se encuentra bien señor agente?— Preguntó extrañado el que no podía ser nadie más que Carlo, y Toni sintió como algo se rompía dentro suya al escuchar la voz preocupada de su hermano, aunque teñida de diversión. No le había reconocido.
—Sí, está perfectamente.— Habló Conway, y el contrario no tuvo ánimos de agregar nada más. —O sea, ¿que habéis apuñalado al peluquero, solo porque os ha cortado mal el pelo?
—Sí, me ha hecho una desgracia— Respondió el chico de acento italiano, olvidándose rápidamente del agente que parecía venir drogado.
Continuaron hablando sobre el botín y no-se-qué de una navaja, pero Toni apenas y podía sostenerse en pie, y tan solo miraba en silencio la negociación. Dolía. Dolía mucho tener que mantenerse neutral delante de su hermano, al que hacía más de un año que no veía, del cual sabía que probablemente había estado siendo torturado en una isla desconocida.
Apenas pudiendo soportar más sus lágrimas, se dio la vuelta dispuesto a irse, pero se topó de lleno con otro agente.
—Compañeros, ¿requieren de 6-ADAM?— Preguntó el altísimo hombre, pues tuvo incluso que alzar la mirada.
Quizá si no hubiera estado básicamente drogado, habría notado el acento ruso en la voz que conocía tan bien. Era Viktor Volkov... pero no le reconoció. Éste llevaba una gorra, gafas, y básicamente el uniforme completo de cualquier oficial de la Metropolitana.
Pronto Conway se acercó y discutieron si debían unirse o no al atraco, aunque básicamente los atracadores tan solo querían una persecución para tener algo de diversión. Al final el de corbata accedió a que se quedaran, y volvieron los cuatro a la puerta de la peluquería, Toni quedándose algo más atrás. Solo podía rezar para que si hacían esa persecución, Carlo y Cejas consiguieran escapar. Porque si no lo hacían, no se hacía cargo de lo que pudiera llegar a hacer para dejar libre a su hermano.
"Lo que podríamos llegar a hacer, ¿eh, Toni?" sintió el fantasma de un brazo sobre sus hombros, el cual ignoró sin antes fruncir el ceño.
Siguieron discutiendo con su hermano y su compañero, dejando que escogieran lo que quisieran. Al parecer solo habían robado 100 libras, siendo algo bastante más agravante que llevaran una navaja encima. Conway y los otros dos agentes volvieron a sus coches. Toni se quedó un momento más, observando al chico de la máscara de muñeco de nieve. Con la poca concentración que le quedaba pasó su mirada por las pocas partes de piel que éste llevaba al descubierto, registrando las cicatrices horizontales sobre sus antebrazos. También había cicatrices de quemaduras... pero esas las conocía bien. Él también las tenía, en mayor medida que él.
Preocupado, y con la imagen de esas cicatrices nuevas, siguió a su compañero al coche. Se sentó en el asiento del copiloto y tomó el pasamontañas de la guantera, poniéndoselo rápido. El mayor le miró extrañado, pero no dijo nada. Toni no quería verse a un espejo ahora mismo. De ahí la máscara. Quería imaginarse su aspecto normal, el que había tenido hasta que tuvo que hacerse pasar por Gustabo. Estaba al borde de un ataque de pánico, y un mal reflejo podría desencadenarlo. Sentía la familiar sensación alrededor de sus ojos, y su piel abriéndose en la marca morada.
La persecución dio comienzo, y pensó en lo diferente que esta se sentía a lo fuera de sí que había estado en la práctica de los alumnos. Supuso que lo único que le mantenía algo más sereno era la puta pastilla, esa misma por la que todo le daba vueltas en cada curva que daban.
Duraron muchísimo tras los contrarios. Se notaba que Carlo iba al volante, y quizá si él fuera al del patrulla en el que estaban, les hubieran pillado. Era capaz de predecir cada giro o estrategia de su hermano, pensaban igual. Siendo Conway... tras un rato (y para su más absoluta buena suerte) el coche se quedó sin gasolina. El mayor maldijo en voz baja, y tras intentar llegar al menos a comisaría sin éxito, se rindieron y fueron a pie. A lo lejos pudo ver a Carlo reír al volante al cruzar por una calle cercana, y sintió sus ojos humedecerse.
—... Mi turno terminó hace rato, así que me iré a casa.— Mencionó Gustoni en voz baja, manteniendo su mirada baja. Se sentía confuso, veía borroso y sentía que estaba por caerse en cualquier momento.
Conway tan solo asintió, suponiendo que la medicación le había afectado. No se creyó cuando le dijo que había estado tomándola, al fin y al cabo. Volver a hacerlo quizá le causó más efecto del deseado.
El italiano se despidió casi en un susurro, echando a caminar muy despacio directamente al piso. Ya recogería de comisaría sus cosas al día siguiente.
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Tardó muchísimo, teniendo que pararse cada poco tiempo y agarrarse de alguna pared hasta que pasara la oleada de escalofríos y sudores fríos que le recorrían. Pensó continuamente cómo coño hizo Gustabo para vivir así durante tanto tiempo, especialmente tomando varias de esas monstruosidades.
Apenas y pudo llegar a la puerta del piso compartido, apoyando el hombro en la puerta consiguió alzar su mano y tocar varias veces. Sentía que no podía respirar. Si ya de por sí le costaba muchísimo, la máscara lo complicaba aún más. Se abrió la puerta ante un sorprendido Gustabo, y al perder su punto de apoyo, cayó hacia delante sin remedio. El otro rubio le agarró antes de que llegara a golpearse, y Toni casi rio por lo similar de la situación, solo que invertida.
Frunciendo el ceño al reconocer lo que pasaba, Gus tiró un poco más de él hacia atrás antes de patear la puerta para cerrarla, teniendo los brazos ocupados con el chico casi inconsciente. Le alzó lo suficiente como para dejarle sobre su cama.
—¿Fue Conway?— Preguntó el más bajo, y Toni solo pudo asentir, quitándose el pasamontañas y jadeando en busca del aire que le faltaba. —Maldijo viejo hijo de puta, le voy a matar.— Gruñó, golpeando con rabia la mesita de noche. —¡¿Aún sigue con esta mierda?!
—G-Gus, déjalo. Debí ser más persuasivo, o... escupirla.— Mencionó, hablando entre pausas para recuperar el aliento.
—No debiste tomar esa mierda, y Conway te hizo hacerlo. Eso es lo que ha pasado.— Los ojos del contrario brillaban en un furioso rojo. Pogo estaba doblemente cabreado, al fin y al cabo. Conway era su enemigo, y además había dañado a ambos de sus portadores.
—Cálmate. Esto le interesa a él.— Murmuró, quitándose la chaqueta de forma lenta. Si se movía más rápido se volvería a marear.
—Le mataré, lo juro.
—¡Gustabo!— Exclamó casi gritando, ya molesto el contrario. Se arrepintió al instante, puesto otra oleada de náuseas le llegó. Hizo su mejor esfuerzo para no vomitar ahí mismo. —... Recuerda el pacto. No puedes hacerlo, interfiere entre nosotros. No lo incumplas...
Toni alzó su mano izquierda, mostrando la cicatriz que decoraba su palma. En reflejo, Gustabo alzó su derecha, dejando ver también una cicatriz parecida. Éste último suspiró, sus ojos volviendo despacio al azul acero del rubio.
—Está bien... me detendré por el pacto. Pero como vuelva a hacerte algo no tendré piedad, es una promesa.— Le miró fijamente, el dolor y la confusión eran claros en los ojos del italiano. —Te pasa algo más. Pero mañana hablaremos. De momento, créeme que es mejor que no te levantes de esa cama. Estaré contigo.
El mayor se sentó a su lado, y Toni sonrió por ello. No se quejó aunque quisiera, puesto que sabía que Gustabo necesitaba hacer eso. Pensar en que a él le ocurrió lo mismo por años, estando solo, sin nadie que le cuidara...
—Mañana hablaremos.— Estuvo de acuerdo, apretando ligeramente el brazo de Gustabo en forma de cariño. El español sonrió ligeramente, pero su expresión seguía siendo de completa preocupación.
Toni cerró los ojos, esperando al sueño que le librara de los terribles efectos de los narcóticos, pero...
Cuando el sueño llegó, fue con un recuerdo agridulce.
Notes:
Parte final de este día. Quedaba extremadamente largo para un solo capítulo, así que decidí publicarlo en varias partes ^^
Chapter 7: ⁘El pacto (parte 1)⁘
Chapter Text
Estaba en paz consigo mismo.
Tras el atraco, había decidido quedarse atrás y darle tiempo a los demás para escapar. Era algo que, siendo sincero, tenía planeado desde que pensaron en irse a lo grande de Marbella. Incluso si él no conseguía salir de la ciudad, los demás se irían y empezarían una nueva vida con los ahorros de las pirulas y, ahora, con el extra del banco.
Lo único que le dolía sobre su detención, era su hombro herido, pensó divertido, masajeando el lugar donde la bala había impactado, incapacitándole. Ya estaba curado y vendado por el servicio médico que los policías tanto leían entre sus derechos, y ahora estaba en un patrulla, siendo transportado a la comisaría.
Bufó, rodando los ojos. El viaje sería mucho más corto en uno de sus coches.
Una vez en el sitio, le llevaron a una sala de interrogatorios en su silla de ruedas, donde se reencontró con Salinas y con Agustín García, su abogado y policía corruptos de confianza.
—Me han deja'o cucu ¿eh, salinas? Estoy cucu— Bromeó con lo que le dijo a los policías durante todo el camino, incluso babeando a veces para hacerlo más "real".
—A-ah, muy bien— Se le vería nervioso. —¿Estás... bien?
—Sí, sí, solo quería dar un poquito de drama... Pero creo que el drama no hace falta darlo. Ya me han adelantado que me voy a comer una perpetua— Murmuró como si nada, desviando la mirada al cristal negro en la pared. Suponía que les estarían vigilando desde ahí.
—No, no, no, tenemos un plan. La cosa es, que los juicios en esta ciudad suelen tardar un par de días antes de empezar, así que queremos pagar una fianza antes de que comience— Salinas se veía confiado, dándole una sonrisa mientras le explicaba el supuesto plan.
—A ver, el tema es que me abatieron muy rápido, aunque pienso que gané el tiempo justo para que se pudieran ir— Cambió el tema, deseando saber si había dado resultado o no. —Está jodida la cosa, ¿eh?— Dijo con una media sonrisa, manteniendo su buen humor intacto incluso cuando estaba en esa situación.
—En verdad, tu hermano tuvo la idea, y es muy buena.— Ay, Carlo. Parecía que aún no lo comprendía. —Es decir, pagamos la fianza. Les va a salir cara, pero seamos sinceros, el dinero no es problema, ¿no?
—... Tengo derecho a una llamada, ¿verdad?— Preguntó, cambiando el tema de nuevo.
—Tienes derecho a una llamada— Confirmó Salinas, viéndole con algo de intriga. —¿A quién quieres llamar?
—Pues a Carlo— Dijo como si fuera obvio.
—Deja que se lo digo a los oficiales, ¿okay?
—Pero, adelántale a Carlo una cosa, por favor— Mencionó, deteniendo los pasos del abogado que ya iba a salir. —Que ya saldré, ¡si en España no hay cadena perpetua! ¿Qué son? ¿Veinte, treinta años?
—¿Y estás dispuesto a pagar veinte o treinta años cuando está la posibilidad de irte ahora?— Salinas estaba desconcertado. Sentía que ese no era el Toni que había llegado a conocer. ¿Estaba dispuesto a pudrirse en federal?
—Pero si me voy...— El italiano se permitió que el gesto relajado se esfumara de su cara, dando paso a la verdadera preocupación que le rondaba. —Escúchame, si yo me quedo en la cárcel, va a haber mucha menos vigilancia y os vais a poder ir. Os podréis ir todos, sin problema.— Explicó, abriendo y cerrando sus enguantadas manos para deshacerse de la incomodidad en su pecho. Ese feo sentimiento llamado soledad, que ya comenzaba a sentir incluso antes de realmente separarse de su grupo.
—Mira, es muy noble de tu parte, pero nadie lo va a aceptar.— Era consciente de que Salinas tenía razón, Carlo era un terco, no pararía hasta sacarle. —Les voy a pedir que te den la llamada con Carlo, pero muy probablemente te van a pedir que hables en voz alta, así que cualquier cosa que quieras que hable, yo la puedo hablar con él.— Ofreció de forma amable. Le devolvió la sonrisa, dando un pequeño asentimiento. Ambos sabían lo que tendría que decirle.
—¿Me das un abrazo?— Pidió el rubio, abriendo sus brazos.
—¿Mexicano?— Ofreció Salinas, sonriendo de lado.
—¡No, abrazo español!— Se quejó, dejando caer sus brazos.
—¡Por los viejos tiempos!— Picó Raúl, abriendo sus brazos viéndose divertido.
—No, abrazo español— Repitió Toni, desviando la mirada.
—Qué aburrido...— Bajó los brazos, pero aún sonreía. —Mexicano, a la mierda— Dijo antes de casi tirarse sobre el italiano, quien rio y le siguió el juego a su amigo.
—No, es que no sé por qué siempre tengo que sucumbir en estas mierdas...— Dijo entre molesto y divertido Toni, limpiándose la cara con la manga de su costoso traje.
—No sé, soy irresistible...— Salinas sonrió, cruzándose de brazos. —¿Quieres la llamada con Carlo?
—Sí... Pídemela, por favor— La sonrisa de Toni se hizo más débil. Temía esa llamada, temía lo que escucharía en la voz de su hermano.
Su abogado pide la llamada. Un oficial entra a la sala y explica las normas de la llamada: debía ser en altavoz y con un funcionario presente. El italiano aceptó los términos sin oponer resistencia, y tomó el teléfono que se le ofrecía. Marcó de memoria el número de Carlo, y puso el altavoz.
—¿Toni?— El mencionado sonrió, adolorido. ¿Era él, o ahora ardía más su hombro herido?
—¿Carlo?— Preguntó de vuelta, más para seguir la broma de llamarse ambos por su nombre que por saber si realmente era él, puesto reconocería su voz en cualquier parte.
—¿Estás bien?— Suspiró al escuchar la preocupación en él.
—Sí, sí. Estoy bien. Me habían disparado.— Tuvo que hacer un gran esfuerzo para que no le temblara la voz. —Estás en altavoz, que lo sepas.— Advirtió.
—Perfecto
—Pues nada, me dispararon en el hombro... creo que esos segundos que aguanté eran la única manera de que saliera bien.— Intentó explicar, pero conocía a Carlo. No estaría contento con su decisión. —Estoy bastante seguro de que iba a acabar mal y... bueno, que no voy a salir de aquí. Eso te quiero adelantar.— Terminó admitiendo, aunque también fue una advertencia. "No vengáis a por mí, iros" era el mensaje implícito, que estaba seguro de que él captaría pero dejaría pasar.
—¿Qué... te han pillado haciendo?— Cambió de tema Carlo, no queriendo oír más tonterías de Toni. Si se pensaba que realmente le dejarían ahí, estaba muy equivocado.
—Bueno, por lo visto tienen todo mi historial delictivo, que no es poco, y por lo pronto cadena perpetua en España no hay, pero ya me adelantan que estoy jodido— Dijo lo más neutral que pudo, incluso añadiendo un tono bromista a sus palabras. Quería que al menos le recordara sereno y feliz.
—¿Y no puede el abogado conseguir algún tipo de fianza? ¿Temporal, hasta que vayas a juicio?— Miró a Salinas, que aún le miraba con cierta decepción. ¿En sí mismo? ¿En Toni? No podía saberlo.
—Estoy esperando que venga el fiscal. No sé qué medidas va a tomar, pero no tiene pinta de que hoy vaya a dormir en casa.— De nuevo cambió el tema de la fianza, pasando una mano por su pelo con algo de desesperación. ¿No entendían que necesitaban ese dinero para escapar? ¿Que si pagaban o le soltaban significaría joder todo el plan de huida? —Si quieres mañana lo hablamos con más calma y ya te adelanto toda la pena que me van a poner, pero ahora mismo no sé mucho, solo sé que... Que sigas adelante con el plan, y ya veremos a ver qué pasa— Dio sus instrucciones, titubeando un poco.
—Perfecto— Repitió su hermano, y en su voz escuchaba que realmente no había nada "perfecto". Más bien sonaba como cuando eran pequeños e iban a gastarle una broma a su Nonna, y tenían que hablar en enigmas para evitar que les pillara planeando.
—... Cuida de lo nuestro— Dijo tras unos segundos en silencio, refiriéndose a muchas cosas con una sola frase. De su grupo, de su negocio, de su familia.
—Perfecto— Era la tercera vez que lo repetía. Frunció el ceño, y mentiría si dijera que no estaba preocupado. —¿Qué... qué comían los gatos? Que no me acuerdo. E-es que eran tuyos, para cuidar de lo nuestro, y eso.— Su preocupación no hizo más que aumentar cuando le escuchó así de vulnerable, dándole una mirada de reojo al policía a su lado. Se sentía protector. No le gustaba que nadie aparte de él, o gente muy cercana a ellos, escucharan así a su Fratellino.
—Pienso esterilizado.— Respondió casi en automático, aún viendo de reojo al oficial, que parecía estar fingiendo no existir.
—¿Y a qué hora les doy de comer?
—Por la mañana y por la noche.— Silencio. No recibió respuesta después de eso, así que supuso que todo lo que podrían hablar, estaba agotado.
—Te dejo que creo que ya hay cosas del fiscal por aquí.— Murmuró cuando escuchó la radio del oficial anunciar la llegada de dicha persona. —Te llamo en cuanto pueda, que supongo que tengo una llamada al día.— Escuchó un cuarto "perfecto", pero no dejó que su preocupación se notara en su cara. Tras eso la llamada acabó, terminada por su hermano que no se despidió. Le dolió un poco eso, pero se mantuvo firme y sereno.
Se quedó de pie, escuchando la conversación entre el agente Rodríguez y Salinas, sobre las pocas posibilidades que había de que el abogado pudiera "sacarse de la manga" en palabras textuales del policía, algo para salvarle. El alcalde le defendió, instando que debía haber un juicio antes de que ninguna pena fuera expresada. Greco volvió a repetirle que los cargos eran muy graves, y Toni simplemente sonrió con calma ante la mirada de angustia que Salinas le dirigió. Suspiró y se acercó para susurrarle algo.
—Nada más cogerme, ¿sabes que me dijeron?— Vio a Salinas negar. —"¿Qué pasa, Toni?". Saben quién soy, saben qué hacemos, tienen información de todo tipo... Volkov ha contado de todo, ¿tú crees que me van a soltar?— Desveló la dura realidad, dando un paso atrás para mirarle a los ojos. Que se notara lo serio que estaba siendo cuando le decía todo esto. —Estoy yo aquí, pero es que podríamos estar todos. Esos 10 segundos en los que me he bajado, ellos se han bajado todos también. En ese tiempo, os habéis salvado.
Salinas simplemente estaba en silencio, recargado en la pared con mirada seria. Parecía que comenzaba a entender que esto hacía tiempo que lo tenía preparado. El rubio sonrió, sabiendo que él lo entendería, era muy inteligente.
El oficial de antes volvió a entrar, comunicándoles que el blindado que le transportaría a la federal estaba preparado, y ofreciéndole a Salinas que les acompañara en el vehículo, si así lo deseaba.
Tras una agradable charla en el viaje, en la que Salinas trataba de reconfortarle por el tiempo que pasaría en prisión, mientras Rodríguez hacía lo contrario, llegaron a su destino. Estando en recepción, el oficial le indicó que debía dejar ahí todas sus pertenencias, y obedeció sin oponer resistencia.
—¿Puedo hacer una última llamada?— Preguntó, pensativo. Necesitaba dejar todo bien atado, o todo se hundiría en cuestión de días.
Primero llamó a José Heredia, diciéndole en tono muy serio que tratara de quitar de la cabeza de Carlo cualquier idea que tuviera sobre una fianza. Trató de ser muy claro cuando explicó que no habría tal fianza. Al fin y al cabo, incluso si un juez aceptaba tal cosa, el plan que tenían de huir del país sería un fracaso. Estarían muy vigilados.
Tras José, habló con Anya, repitiéndole lo mismo sobre Carlo, aunque esta vez diciéndole que le quitara de la cabeza cualquier idea de sacarle en general. Sabía que ella era más de armas tomar, mientras que José controlaba más el dinero. Por eso a cada uno de ellos les había encargado una parte.
Su tercera y última llamada fue de Hai, que le advirtió que el domingo irían a sacarle. Agradeció internamente que no le hubieran obligado a poner el teléfono en altavoz, o estarían jodidos. Toni le contestó muy serio, advirtiéndole de lo peligroso que podría llegar a ser eso, no solo para él, pues sinceramente no le importaba demasiado su vida, al fin y al cabo estaba en federal porque quiso estarlo, pero el plan para que todos salieran estaría comprometido.
Tras eso, tuvo que dejar su teléfono también, y le metieron hacia la zona de celdas. Tras una breve despedida no demasiado amistosa de parte de los oficiales, abrieron una de ellas y dejaron que entrara. Suspirando por el que sería su hogar por varios años, entró y se sentó en la cama.
No estuvo solo mucho tiempo.
Apenas una hora ahí metido, escuchó un ruido.
—¿Agentes?— Preguntó, extrañado. Era el único preso a esa hora, suponía que los demás estarían en el patio o algo.
Pero, no fue un agente.
Un hombre vestido con un extravagante y viejo plumas rojo, apareció delante de su celda, abriéndola.
Se levantó de la cama, confuso, y repitió su pregunta.
—No llames a los agentes— Mencionó la persona delante de él, con lo que parecía un modulador de voz. Era extrañamente grave, no podía ser natural.
—¿Cómo que no llame a los agentes?— Preguntó, su confusión creciendo por momentos. ¿Quién era este hombre y por qué estaba en su celda, si no era agente?
—Tengo... una cosita para ti— Se fijó bien en el otro hombre. Su pelo era rubio, pero se notaban las raíces castañas. Tenía una expresión extraña, como si estuviera sufriendo pero al mismo tiempo divirtiéndose con la extraña situación. No le conocía de nada, al fin y al cabo. Sus ojos eran azules, aunque podía notarse algo extraño en estos, algo que por las gafas de sol no supo diferenciar. Eran notables las ojeras bajo sus ojos. Pensó de inmediato que este hombre necesitaba dormir de forma urgente.
—¿Cómo que "tienes una cosita para mí"?— Le miró extrañado, frunciendo el ceño. —Pero, ¡¿tú quién coño eres, que haces aquí?!
—Necesito que cojas esta nota, y la leas en voz alta.
Extrañado, agarró el papel que se le ofrecía. Jamás había estado tan turbado como en ese momento. Especialmente cuando pudo ver que lo que estaba ahí escrito estaba, nada más y nada menos, que en latín.
—Pero... E-es que, no entiendo muy bien...— Trató de explicarse. No entendía lo que ponía ahí. ¿Siquiera era importante que lo entendiera o no?
—¡Lee la puta nota, coño!— Para su mayor sorpresa, unas líneas salieron de los ojos del hombre de rojo cuando alzó la voz, pudiendo verlas sobresalir por arriba y abajo de las gafas de sol que portaba el hombre frente a él.
—Delenire Scutum Fallax Vulgaris Primus Pogo's— Leyó lo mejor que pudo, algo asustado por el cambio frente a él.
Lo siguiente que sintió, fue un fuerte palpitar dentro de su pecho. Algo que le quemaba, le abrasaba por dentro. No podía gritar, el dolor era asfixiante. Sin apenas poder meter aire a sus pulmones, Toni acabó desmayándose ahí mismo...
...Cuando volvió a despertar, ya no dolía nada. Estaba de pie, y era extraño precisamente porque recordaba de forma borrosa la forma en la que se había desmayado.
Su pánico aumentó cuando vio en el reflejo de los barrotes su nueva figura. Su cara estaba extremadamente pálida, una línea en su ojo derecho partiendo su cara, y sus labios fuertemente tintados en negro brillante. La ropa de calle con la que había ingresado a prisión, ya no estaba, y ahora portaba una chaqueta de rayas rojas, azules y blancas.
Pero, lo peor de todo, sus ojos eran completamente rojos.
—... ¿Qué cojones? ¡¿Qué cojones?!— Empezó a respirar de forma rápida, el pánico adueñándose de él. —¡Agentes! ¡AGENTES! ¡¿Qué cojones?!— Llamó de manera desesperada, aunque nadie acudió.
Un dolor atroz en su cabeza le hizo detenerse, teniendo que ponerse de rodillas y agarrar su cabeza entre sus manos.
"Pogo quiere jugar" escuchó a su alrededor.
Todo volvió a ponerse negro.
||||||||||||||||||||
Actuó como si nada de eso hubiese pasado.
¿Siquiera había ocurrido de verdad? Quizá solo había imaginado todo. Tras haberse desmayado, tal vez se golpeó la cabeza y todo fue un sueño, puesto después de esos minutos vestido de payaso y quedarse... ¿dormido? cuando volvió a despertar no quedaba rastro de que nada hubiera ocurrido. Ni la extraña ropa, ni las marcas en su cara, ni la nota de la persona de rojo.
En los siguientes días simplemente se dedicó a dormitar en su camastro, o dar pequeños paseos por el exterior. Todo estaba muy vacío en la zona de celdas, la policía no hacía bien su trabajo, pensó divertido.
En uno de esos días se encontraba especialmente aburrido, tanto como para decidir ir en la búsqueda de alguien más. Para su suerte encontró a un hombre robusto, con el que rápidamente hizo buenas migas. Vicente Ventura, era su nombre, aunque le comentó que prefería "Vicentín" simplemente. Éste le dio una especie de tour de la prisión, enseñándole los lugares más significativos.
Lo que le tomó más de sorpresa fue que éste le aseguró que le iba a ayudar a salir de allí. Le dio un abrazo (algo incómodo para él) como agradecimiento, y empezaron a planear qué hacer... cosa que apenas se dirigieron a la zona deportiva, Toni gritó "qué miras, payaso" y todos los presos fueron tras ellos.
Tras una serie de no muy agradables acontecimientos, la información que buscaban llegó a ellos: un preso tenía un teléfono oculto, y tendrían que "pedirle amablemente" que se lo prestara. Una vez le tuvo inmovilizado por el cuello y con la navaja en su cuello, fue que oyó aquella extraña voz de nuevo.
"Vamos, mátalo... Pogo quiere matar" le susurraba insistentemente la voz, cada vez más y más alto. Ajeno a él, sus ojos empezaban a tintarse de rojo mientras esperaba a que Vicentín encontrara el móvil entre la ropa del preso ruso, ocultos por las gafas de sol... y una vez le dijo que lo tenía, deslizó la navaja con facilidad.
Murmuró "a tomar por culo" de una forma más fría de la que se hubiera esperado de sí mismo, observando la sangre aún caliente manchar sus manos enguantadas.
No le dio demasiada importancia, no era la primera muerte en sus manos. Y aunque ciertas cosas extrañas habían ocurrido, lo achacó a no poder descansar bien por la calidad de mierda de los colchones en la Federal.
Pudo por fin ponerse en contacto con Hai. Éste le comunicó que necesitaba que estuviera en el gimnasio. Vicentín le guio primero a su celda, donde le ofreció un arma antes de salir afuera.
Hai volvió a llamarle para decirle que se iban a retrasar un poco porque Igor había estrellado el helicóptero... Supo que algo no andaba bien con él cuando lo único que sintió fue una fuerte ira y ganas de matar, cuando el Toni normal simplemente habría reído y soltado alguna amenaza.
Sin más retrasos, se dispusieron a salir afuera y esperar en el gimnasio tal y como le habían indicado, viviendo la surrealista situación de escuchar a Vicentín cantar mientras Carlo, Hai y Salinas descendían y, junto a él, comenzaban a disparar.
Al principio era cuestión de defenderse de los disparos que iban dirigidos a ellos, pero Toni no negó la sensación de gusto cada vez que escuchaba a algún guardia aullar de dolor ante el impacto de alguna de sus balas, y no paró ahí. Siguió disparando hasta que cada guardia herido estuviera muerto. Soltó una pequeña risa estridente, sintiéndose lleno ante ese horrible espectáculo.
—¡Vamos Poni!— Le gritó Hai, pero este se encontraba perdido en sus pensamientos. Necesitaba más, estaba eufórico ante aquellas muertes. El chino le sacó de sus pensamientos cuando le cargó y, sin más, se subió al helicóptero pilotado por Fedor, con él en su hombro.
—Grande Toni, ¡estás libre!— Celebró feliz Carlo, y al escucharle, esa fea sensación en su pecho se fue esfumando lentamente. Correspondió la alegría de su hermano con un grito de felicidad.
Saludó con tono divertido al resto de la familia por radio, y su corazón se hinchó de orgullo cuando absolutamente todos los de su grupo le recibieron con gritos de alegría y regocijo.
Apenas aterrizaron y bajaron del helicóptero, su hermano Carlo se abrazó a él con fuerza. Suspiró divertido y correspondió a éste, subiendo una mano para revolverle el pelo con cariño.
Una vez los abrazos y palabras de alegría entre el grupo fueron suficientes, formaron un pequeño círculo para pensar en sus próximos pasos. Toni no estaba completamente seguro de que todo fuera sobre ruedas, es más, tenía la sensación de que algo muy malo estaba por pasar, pero igualmente decidieron que tenían que recoger el dinero del que disponían en sus dos locales. Rápidamente, se decidió que Carlo iría al almacén, y Toni al KeRule.
También se enteró de que Salinas se había vendido al CNI para que su esposa entrara a protección de testigos. Toni trató de convencerle de que huyera con ellos, pero el abogado se negó, diciendo que no quería pasarse la vida huyendo o esquivando la ley cuando igualmente le encontrarían. Carlo bromeó al preguntar si podían pagar para que le metieran en una celda más pequeña y sin luz, a lo que Toni recordó que conocía a un tal Macumba que podría acompañar a Salinas en la cárcel.
—Bueno, pero en la cárcel me pasó algo que ya os contaré.— Mencionó, dando una larga calada al cigarrillo entre sus dedos. Lo había extrañado en esos días.
—¿Qué te pasó?— Preguntó curioso su hermano, y se le unieron los demás con varias preguntas.
—No os lo puedo contar ahora, pero fue una cosa de auténticos locos.— Las imágenes de su encontronazo con el hombre del abrigo rojo llegaron de nuevo a su mente, borrosas. —Se me coló una persona en la celda.
—No me jodas...— Salinas se veía algo preocupado.
—¿Pero para matarte?— Preguntó Hai, alzando una ceja.
—No, no. O sea, entró un tío en la celda, así rubio, vestido como de calle, y me hizo decir unas palabras... Yo no sé si lo he soñado... Es que, no sé ni cómo contar esto, me da vergüenza que me toméis por loco, la verdad—
—No, no, si el loco siempre soy yo, tranquilo. Di lo que quieras— Trató de reconfortarle su hermano a su manera, cosa que le agradeció con una pequeña sonrisa en su dirección.
Todos estuvieron de acuerdo en que no le tomarían por loco, y Toni suspiró antes de seguir relatando lo ocurrido.
—Pues... yo lo que he vivido es que entró un tío en mi celda, así como con el pelo rubio, una chaqueta roja, me dijo que dijera como unas palabras... Es que es surrealista— Tomó aire antes de continuar. —Me desperté vestido de payaso.
El silencio reinó entre ellos. Hai le mandó una mirada de extrañeza a Fedor, que la correspondió y a su vez miró de vuelta a Toni con el ceño fruncido.
—¿Te dieron ayahuasca en prisión?— Preguntó divertido Salinas, cruzándose de brazos. Toni no se reía.
—Que yo sepa no— Se giró levemente hacia el abogado, su cara tapada por una máscara dorada no dejaba ver la forma en la que sus ojos volvían a brillar en rojo. Se sentía juzgado por aquellos a los que consideraba su familia. —No he tomado drogas. Fue el primer día además, ¡a las pocas horas de estar en prisión!
—Escúchame, que nadie te llame loco— Le dijo Carlo acercándose a él y poniendo una mano en su hombro, y sintió sus músculos relajarse, incluso sin saber que estaba así de tenso.
—Supongo que tú me entiendes, hablas con un coyote— Mencionó hacia su hermano, sonriéndole aunque no lo viera por la máscara. Pareció entenderle, puesto le devolvió la sonrisa. —Eran palabras como en latín. Como lo que dicen los curas...
—Sería gracioso si la traducción dijera algo como "puto el que lo lea"— Aportó Salinas con su ya tan típico toque de humor, haciendo reír a todos los presentes con sus ocurrencias.
El tema quedó atrás, puesto que llegaron el resto de integrantes del grupo en el otro helicóptero. Tras otra ronda de abrazos y bienvenidas, se quedaron conversando un rato y les pusieron al tanto de la siguiente fase del plan.
Así fue como apenas unos minutos después ya estaban en otra carretera, cada hermano tomando un coche y dirigiéndose en caminos diferentes...
Lo que no sabrían ellos era que no se volverían a ver en mucho, mucho tiempo.
Toni condujo lo más rápido que pudo hacia el KeRule, saliendo del coche corriendo y entrando al lugar, deslizándose con facilidad por el lugar oculto que contenía la caja fuerte con el dinero...
Pero, algo salió mal.
—¡Arriba las putas manos!— Gritó el hombre del abrigo rojo, ahora sin el filtro de voz de la otra vez.
Chapter 8: ⁘El pacto (parte 2)⁘
Chapter Text
—¡Arriba las putas manos!— Gritó el hombre del abrigo rojo, ahora sin el filtro de voz de la otra vez.
—Pero, ¡¿qué haces tú aquí ahora?!— Gritó de vuelta, sorprendido, asustado y molesto a partes iguales. No tenían tiempo para distracciones, debían irse. Esa molestia se convirtió rápidamente en una asfixiante ira, como la que sintió al tener su navaja contra el cuello del preso. La voz de las dos anteriores veces se repetía en su cabeza: “matar, matar, matar”... Ya no portaba la máscara, aunque sí las gafas de sol, que al menos ocultaban sus ojos rojos, aunque no la nueva línea morada que brotaba de su ojo derecho, ambos detalles ajenos a él.
—Arriba las putas manos— Repitió el hombre desconocido, pausando por cada palabra pronunciada. Éste le apuntaba con una pistola y, aunque le tentaba demasiado tomar la primera arma que tuviera encima y abalanzarse contra él, se refrenó cuanto pudo y alzó las manos.
—Escúchame. Tenemos que huir, no puedo entretenerme ahora, ¿qué quieres? ¡¿Quién eres?!— Preguntó exasperado, apretando los dientes con rabia. Le estaban esperando, eran unos tercos y no se irían sin él, por mucho que lo había intentado. Hasta le liberaron de la Federal. No podía fallarles ahora.
—Vas a venir conmigo, tira pa’lante.— Ordenó el desconocido, sin una pizca de duda en su cara.
—No tengo tiempo, de verdad. ¡Tengo que coger algo muy importante de esa caja!— Dijo mirando la caja fuerte tras el hombre de rojo.
—Tira pa’lante o te vuelo aquí mismo la puta cabeza.— Advirtió el contrario, manteniéndose frío y sin flaquear ni un momento en el agarre en su pistola, la cual mantenía apuntada a la cabeza de Toni.
—Escúchame. Escúchame, de verdad, no tengo tiempo para esto.— Imploró, manteniendo las manos en alto mientras salían del almacén, el italiano siendo seguido de cerca por el desconocido.
—Camina y no hables.— Ordenó, impasible ante la petición del mafioso frente suya.
—Pero dónde vamos… de verdad, ¡que me están esperando, que me tengo que ir!— Alzó la voz, dejándose llevar por un momento por la rabia que le consumía por dentro.
—¡Que cierres la puta boca!— Le contestó en el mismo tono el otro, apegando el frío metal de la pistola a su nuca mientras cruzaban la puerta del establecimiento.
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El camino al coche fue silencioso. El hombre de rojo le obligó a meterse al asiento del copiloto a punta de pistola, y una vez estuvo dentro, él se metió al lugar del conductor.
No tenía idea de a dónde iban pero, resignándose a que no le dejaría ir, quizá podría pedir algunas respuestas.
—Escúchame, necesito muchas respuestas.— Sentía eso que había experimentado con el preso, ese cosquilleo en sus manos, la presión alrededor de sus ojos. —¿Qué es lo que me has hecho? ¿Por qué de repente estaba como disfrazado de payaso?— Sentía rabia pura, consumiéndole por dentro. Debía ir con su hermano y el resto. Debían irse. —¡EXPLÍCAMELO, JODER!— Gritó de forma violenta, golpeando la puerta del coche con su puño.
—Vas a tener todas las respuestas que quieras, pero ¿puedes cerrar la puta boca hasta que lleguemos al punto?— Murmuró el hombre a su lado, fijándose en que estaba muy pálido y agarraba el volante con fuerza. Su tono denotaba algo que hizo que Toni se extrañara, algo nada típico de un secuestrador.
Se le notaba… deprimido.
—Sinceramente, me cuesta cerrar la boca cuando no te conozco, apareces de repente en mi celda, me haces recitar unas palabras en latín… No entiendo nada, necesito que me ayudes, coño.— Dijo, esta vez más calmado. No entendía por qué ahora le costaba tanto controlar sus emociones, cuando siempre había podido mantenerse impasible ante cualquier cosa.
—Y te voy a ayudar, pero solo tienes que cerrar la puta boca… es que no es tan difícil por favor… — La voz del contrario se puso más aguda mientras hablaba, cosa que en el momento en que la oyó pensó que estaba punto de llorar o algo así, pero al girarse a mirarle se quedó sin habla. Sus ojos brillaban en rojo sangre. Su palidez extrema daba lugar a que una línea morada que pasaba por sobre la mejilla y el ojo izquierdo del hombre a su lado fuera muy fácilmente visible. Sus labios parecían recién pintados con un labial negro brillante. ¿Qué cojones? Estaba seguro de que no llevaba absolutamente nada de maquillaje antes de subir al coche.
—Tú eres consciente de que te estás metiendo en algo muy gordo, ¿verdad? Me tengo que ir de esta ciudad, me están esperando mis amigos, me están buscando.— Intentó amenazar, algo asustado por el cambio físico del hombre. Vio como éste meneaba la cabeza como si algo le molestara.
—Escúchame gilipollas, trabajo para el FBI, soy una de las personas que han venido a buscarte, así que cierra la puta boca y espérate a averiguar qué es lo que pasa aquí.— De nuevo sonaba con ese tono de voz que podría considerarse muerto, aunque el extraño maquillaje seguía intacto. —Ahora te lo voy a explicar todo, pero solo tienes que callarte… ¡¿Tan difícil es, italiano de mierda?!— Volvió a gritar. Toni se tensó en su lugar, procesando lo que realmente acaba de oír. Era un agente del FBI. Uno de ellos, había dicho. ¿Había más? Si así era, iban tras ellos.
El silencio se extendió en el coche por unos segundos. El extraño rubio jadeaba como si estuviera batallando con algo, y Toni daba vueltas a la forma de salir de aquel lío.
—No te voy a matar, no te voy a hacer daño, al contrario… me vas a hacer un favor.— Toni sintió su rabia aumentar por momentos. ¿Quién mierda se pensaba que era? Se cruzó de brazos y apretó estos para controlarse. La violencia no era su modo de ser, ¿qué le estaba ocurriendo?
—¡Ah! Me haces todo esto y encima te tengo que ayudar, ¿no?— Dijo indignado, sus uñas clavándose en la carísima tela de su traje.
—Es algo mucho más importante que tú y tu mafia de mierda.— Murmuró su acompañante, haciendo gruñir a Toni.
Se mantuvo en silencio lo que quedaba del viaje, al menos para no liarse a puñetazos con la tapicería del coche.
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—¿Por qué estamos aquí? ¿Quién eres? ¿Cómo te llamas? ¿Qué coño quieres, tío?— Soltó sus preguntas tan pronto como el coche paró y bajaron de éste. Parecían estar en una montaña, un lugar muy apartado de cualquiera que pudiera buscarles.
—Mi nombre es Gustabo García.— El hombre, Gustabo, se cruzó de brazos, desviando la mirada alrededor mientras hablaba. —Trabajo para el FBI y me han enviado aquí para atraparte a ti, y a tu hermano.— A Toni se le heló la sangre tan pronto como dijo eso. De repente recordó de golpe que su hermano también había ido solo al otro almacén. ¿Otro agente del FBI habría ido a por él? Era una posibilidad muy real.
—No me jodas que el FBI está detrás de todo esto— Murmuró, temeroso por su hermano y sus amigos.
—Pues sí amigo, parece ser que la has liado bastante, ¿eh?— El contrario dijo de forma burlona, sonriendo de lado y haciendo su maquillaje verse bastante terrorífico. Al menos sus gafas de sol ocultaban un poco de esos ojos rojos que había conseguido ver de reojo en el coche. —Me recuerdas a mí en mis tiempos mozos, yo de jovenzuelo era bastante travieso— García sonrió, a lo que Toni rodó los ojos. ¿No podía ir al punto? ¿A él qué coño le importaba su vida?
—No, no, ya veo que tú eres travieso, básicamente te cuelas en celdas de personas y les haces recitar cosas en latín—
—Bueno, podría ser peor… Me llegas a pillar hace tres años y te habría pegado un tiro en toda la puta cabeza— Mencionó, su voz parecía tomar un punto peligroso en sus declaraciones, como si diera a entender que ahora simplemente se estaba conteniendo.
—Gustabo, no sé quién eres, no sé qué quieres de mí, no sé qué coño me has hecho, pero solo te pido una cosa… déjame ir— Pidió, casi desesperado. Ya había pasado mucho tiempo desde que fue al KeRule, todos se estarían desesperando. —Hay amigos míos que me están esperando, llevamos planeando esto desde hace mucho tiempo.
—Te voy a dejar ir, no te preocupes.— Toni no podía no preocuparse. —Yo trabajo para el FBI, pero llevo mucho tiempo retirado. No te voy a engañar, me importa tres cojones lo que hayas hecho. Horacio, que es el otro agente que ha venido a deteneros, sí que se involucra mucho en el trabajo y es un verdadero policía, y te aseguro que va a ser un problema para vosotros.— El italiano frunció el ceño ante el tono amable de su acompañante, confuso. ¿Sería ese el que estaría buscando a Carlo? Por cómo habló de él, pareciera que Gustabo y ese tal Horacio se conocían bastante bien. —Pero yo no lo soy, yo estoy aquí por otro motivo.
—... Okay, okay— Murmuró, respirando hondo para calmarse. —¿Y me puedes decir cuál es ese motivo?
—Mira, te lo voy a resumir muy rápido porque ni tú ni yo tenemos tiempo.— Eso era lo primero con lo que estaba de acuerdo con él, pensó. —A ver cómo te explico esto sin que pienses que estoy loco— Se sorprendió ante sus palabras. Eran las mismas que le había dicho a su grupo horas atrás. —Te cuento… Desde hace años, todo el mundo me hizo creer que estaba loco, que tenía algún problema mental, que tenía algún tipo de enfermedad… incluso, durante mucho tiempo, he estado hinchándome a pastillas y, básicamente, ese no era el problema.
Toni se quedó callado, observando y escuchando mientras el contrario le explicaba. Debía considerar esto como una reunión más, un trato más. Anotaba mentalmente la información que se le estaba dando, no porque le interesara, sino porque podría ser útil para él en esos momentos.
—Vale, tienes problemas, lo siento mucho, pero ¿qué tengo que ver yo aquí?— Le presionó para que siguiera hablando, acabaría con esto rápido y volvería con su grupo, lo tenía decidido.
—¡Déjame hablar y te lo explico!— Volvió a alzar la voz. Vio como apretaba los puños antes de continuar. Cuando volvió a hablar, ya estaba más calmado. —Las palabras que te hice recitar ayer son una maldición. Pero no te asustes, es una maldición que te voy a enseñar a controlar.— Toni alzó una ceja, incrédulo, pero se mantuvo en silencio, de brazos cruzados. —Desde hace mucho tiempo, tengo una segunda personalidad llamada… Pogo . Una personalidad bastante… maligna, bastante siniestra. Una personalidad que ha hecho daño a personas que quiero… Y, de verdad, que lo intenté tratar de todas las maneras posibles. Estuve en tratamiento, me estuve hinchando a pastillas… y yo pensaba que estaba controlado.— Sintió algo de pena por él, pensando que efectivamente necesitaba un buen psicólogo. Pareció leerle los pensamientos. —Pero no era un problema de mi mente.
—¿Cómo que no era un problema de tu mente?— Por lo poco que sabía por el momento, realmente parecía eso mismo. ¿Trastorno de identidad disociativo, quizá? Suspiró, llevando dos dedos a su sien para pensar sin darle un puñetazo a Gustabo. —Pero a ver, ¿quién es Pogo? ¿Qué te ocurre?
—Pogo es una maldición. Y ahora, tú también eres portador de esa maldición.— Su tono serio no ayudaba con ese impulso que sentía desde… bueno, desde que Gustabo apareció frente a él en la cárcel.
—Ah, muy bien, ¡perfecto! ¿Algo más?— El italiano apretó los dientes. No le estaba gustando nada de eso. ¿Lo peor de todo? Empezaba a creerlo. Eso explicaría por qué acuchilló a sangre fría al preso, siendo totalmente irrelevante que lo hiciera o no, y los cambios de humor que había tenido. Si esta supuesta maldición había ocasionado que Gustabo se volviera en contra de sus seres queridos, entendería que a él le provocara asesinar sin pensárselo dos veces.
Eso, y la voz que había escuchado en la celda.
—He estado meses investigando sobre esto. He estado apartado, viviendo en una caravana… Día y noche investigando sobre qué era Pogo, qué lo causaba, cómo podía acabar con ello. Y nadie, ni nada, puede acabar con Pogo.
—¿Y ahora qué? ¿Qué pasa? ¿Ahora tengo una maldición de por vida? ¿Qué puedo hacer?— Rio sin poder evitarlo, sintiéndose histérico. Se quitó las gafas para poder tirarse el pelo hacia atrás, como hacía cada vez que algo le sobrepasaba. Normalmente en esos casos el único que podía verle era Carlo. Se encerraba de ser necesario. Esta vez… sentía como si fuera a explotar si se reprimía.
Gustabo se sorprendió al mirarle. Los ojos del italiano… eran rojos. Realmente no debía haberle sorprendido tanto, pero era la prueba física de que las palabras habían funcionado. Ahora Toni Gambino tenía a Pogo dentro de él.
—Lo que hagas con Pogo, es cosa tuya. Pero te diré una cosa: si lo usas de forma inteligente, puede ser muy valioso.— El de traje le miró incrédulo, de nuevo con las gafas en su lugar. No traía lentillas, así que quitárselas realmente no era una opción. —Pero ahora mismo, te tengo que pedir un favor.
—Si hago este favor, ¿me dejarás ir?— Preguntó con el ceño fruncido.
—Así es, te dejaré ir con tus amigos y podrás hacer lo que te salga de los cojones— Gustabo trató de mantener un tono más calmado ahora. Sabía que estaba condenando a este chico, pero era la única salida.
—Pues dime, qué quieres que haga— Volvió a cruzarse de brazos, expectante. Por fin terminaría allí y podría ir a buscar a Carlo.
—Pues verás… quiero morir.— Eso no era lo que Toni esperaba. —No te lo puedo decir más claro. Mi vida desde hace tiempo no tiene ningún tipo de sentido. No quiero estar en este mundo, he perdido todo lo que quería. No me gusta mi trabajo. Estoy todo el día lleno de pastillas porque me obligan a hacerlo, aunque no sirva de nada. Quiero acabar con todo.
El italiano le miró con sorpresa. Realmente no esperaba eso. En el poco rato que había estado hablando con Gustabo, no le había parecido realmente alguien malvado. Al revés, parecía un hombre que simplemente estaba deprimido y cansado.
—No te conozco muy bien y siento escuchar esto, pero… siempre hay salidas. Yo creo que todo se puede solucionar de una manera u otra, no creo que haya que llegar a eso.— Intentó ayudarle. No es que realmente le importara la vida del contrario, pero no se lo perdonaría a sí mismo si no lo hiciera. Era un hombre de fe, al fin y al cabo. Inconscientemente, llevó una mano a la cruz de plata que colgaba de su cuello, pasando su pulgar repetidamente por los relieves.
—He vivido todo lo que tenía que vivir, no me queda nada por hacer. Quiero morir, así de simple. Quiero morir. Quiero morir, en paz— Insistía García, una mirada determinada en sus ojos. No había rastro de temor.
—Siento escuchar eso, pero ¿yo que tengo que ver en esto?— Preguntó confuso. Si tanto deseaba morir, lo lógico sería que ya lo hubiera hecho él mismo, ¿no? —Si quieres morir hay muchas formas de hacerlo, tírate de un puente, ¿yo qué quieres que haga?
—Es que aún queda una parte por saber.— Gustabo desvió levemente la mirada. —Al haber poseído a Pogo, no puedo morir. Créeme, lo he intentado de mil maneras. Me he tirado de montañas, de edificios. He dejado que coches me atropellen. He intentado dispararme.— Enumeró sus intentos de suicidio, la frustración palpable en el ambiente. —No puedo morir.
—Pero ¿cómo no vas a poder morir? ¿Eres inmortal o algo así?— Preguntó con tono bromista, aunque pronto su sonrisa cayó al ver la seriedad del contrario. Parecía estar hablando en serio.
—Se podría decir que sí… Pero hay una manera en la que sí puedo morir.
—¿Y esa cuál es?— Temía lo que estaba a punto de escuchar. Era obvio que, de una u otra manera, le involucraría a él.
—Únicamente Pogo puede acabar conmigo. Ahora mismo, eres Pogo, incluso si aún no se ha manifestado por completo.
Toni se quedó callado, considerando lo que acababa de decirle. ¿Pogo estaba en él?
—No tienes pruebas de que ese tal Pogo esté en mí, mucho menos de que yo sea Pogo.— Habló tratando de mantener la compostura. Gustabo sonrió, curvando sus labios pintados en negro, como sabiendo exactamente qué hacer.
—Quítate las gafas y mírate en el retrovisor.— Dijo simplemente, manteniendo su sonrisa burlona y cruzándose de brazos.
El italiano dudó. ¿Y si era una trampa? Podría darle la espalda por un momento y aprovecharía para dispararle. Pensándolo mejor, no creía que lo hiciera. El contrario parecía pensar que era su última esperanza de morir, así que no consideraba que fuera a poner en riesgo esa posibilidad. Habiéndole ganado la curiosidad, se acercó al coche y retiró sus gafas…
Lo que vio le dejó helado.
No estaba mirando a sus ojos azul cobalto. Eran rojos, y tenían un espeluznante brillo que emanaba de sus irises. Si antes tenía dudas sobre esta supuesta maldición, ya no. Era imposible explicar aquello con lógica. Tragó duro, volviendo a ponerse las gafas y caminando para ponerse frente al otro rubio de nuevo.
—... M-me estás diciendo, que te tengo que matar.— Afirmó más que preguntó, convencido de que todo aquello era real. Sentía ganas de llorar, pero debía mantenerse fuerte. La cruz de plata de su madre volvía a estar entre sus dedos, acariciándola como si así todo se fuera a solucionar.
—Si no me matas tú a mí, te voy a matar yo a ti.— Amenazó el rubio, aunque sonó en cierta forma… extrañamente triste. —Más bien, Pogo lo hará. Así que te aconsejo que aceptes. ¡Es justo! No me conoces de nada, no te va a importar, estás en una organización criminal.
“Sí, lo haré” Toni se tensó ante la voz cantarina, parecía haber sonado justo al lado de su oreja. Gustabo alzó una ceja.
—¿Le has oído?
—Tú… ¿Tú también le escuchas?— Preguntó incrédulo el italiano. Vio asentir al contrario.
—Una de tantas cosas por las que quiero morir, sí.— García chasqueó la lengua, molesto con la espera. —Bueno, decide. Tu vida o la mía. No hay más opciones.
—Pero, ¿estás seguro de que no hay algo más?— Preguntó con algo de desesperación el italiano. —¡Quizá haya algo que no descubriste sobre Pogo! Ahora somos dos contra uno— El Gambino trataba de pensar en algo, cualquier cosa. No quería matarle, no quería cargar con esa muerte durante el resto de su vida. —No es justo, no es un trato justo. Tú consigues tus objetivos, ¿pero yo qué? Habré matado a un agente del FBI, ¡estaré en busca y captura por la Interpol! Arrastraré conmigo al resto de mi grupo.
Toni apretó los puños, sintiéndose incluso mareado por toda la mezcla de cosas que estaba sintiendo. Podía identificar la rabia que no le pertenecía, ahora sabía que eso, era Pogo. Con ello se juntaba el miedo a no poder escapar, la tristeza por fallar a sus propios principios matando a un hombre bueno. Porque eso era García, simplemente un hombre destrozado por una maldición extraña.
—Escúchame. Pogo lleva conmigo demasiado tiempo. ¡Mírame la cara! Los efectos están comenzando a ser permanentes. Y no solo físicos. Cada día que pasa, las ganas de matar, de engañar, de traicionar, todo eso me consume. No puedo vivir así, Toni Gambino.
Gustabo caminó hacia él, pistola en mano. Con su mano libre, sacó otra, la cual le entregó a él. Hecho eso, volvió a alejarse y se dio la vuelta, apuntándole.
—Tu vida, o la mía.— Repitió, tomando las gafas que ocultaban sus ojos rojos y tirándolas al suelo. El sonido de los cristales rompiéndose le puso los pelos de punta. Alzar la mirada y ver aquellos mismos ojos rojos que había visto en sí mismo, lo hacía aún más.
Alzó el arma que se le había entregado. Su pulso no cooperaba, sus manos temblaban mientras recargaba, quitaba el seguro, y ponía el dedo en el gatillo.
—Escúchame.— Esta sería su última oportunidad de hacerle entrar en razón. ‘Piensa Toni, piensa’, se dijo a sí mismo. Una idea brotó en su mente. —Investigaste a Pogo, pero solo si estaba en una sola persona, ¿cierto?
Gustabo le miró con algo de curiosidad, pero no bajó el arma ni un milímetro.
—A qué te refieres.
—¡Podría haber una solución! Para ti, para mí.— La manipulación no era lo suyo, y Gustabo lo sabía. Un experto reconocía a un novato cuando lo tenía enfrente. —Escucha, ¿investigaste siquiera si era posible que dos personas portaran a Pogo?
Ese era un buen punto. La verdad, al hacerle leer las palabras, Gustabo pensó que simplemente Pogo se transportaría al mafioso, y así él quedaría libre. Pero no fue así.
—Podríamos investigarlo. Juntos.— Continuó, pero tampoco bajó el arma. En cualquier momento, uno de los dos podría morir. —Quizá Pogo me posea y te mate antes, igualmente.— Trató de bromear para bajar el ambiente, aunque no funcionó demasiado bien.
—Incluso si aceptara, tendrías más probabilidades de morir que yo. Yo pierdo el control muy a menudo.— Advirtió. Para Gustabo, un pequeño rayo de esperanza se asomaba entre las tinieblas de lo que consideraba su vida.
—Tomaré ese riesgo. Lo prefiero antes que poner en riesgo la vida de la gente que me importa.— Le respondió sin titubear, ni un solo ápice de duda en su voz.
Se apuntaron en silencio por unos segundos más. Toni había dejado de temblar, tenía la confianza suficiente de que Gustabo entendería y sería razonable… Y así fue. García dejó caer el arma al suelo, alzando levemente las manos en señal de rendición. Gambino hizo lo mismo, y se movió rápido para patear ambas armas lejos del alcance de ambos, para más seguridad.
¿Dónde acababa de meterse?
—No era necesario eso, pero bueno— Murmuró el ex-agente mirando las pistolas.
—Bueno, en teoría hay presente una tercera persona.— Toni chasqueó la lengua, molesto. —Formalicemos el trato.
Gambino avanzó hasta el contrario, en toda su estatura, en todo su porte de Capo. No se había fijado hasta ese momento, pero era bastante más alto que su acompañante. Se quitó el guante de la mano izquierda, y sacó una pequeña daga escondida en su americana. Ésta estaba exquisitamente decorada, como si nunca se fuera a usar para algo más que decoración. Pero si se utilizó. El italiano rasgó la palma de su mano con destreza, y extendió su mano sana hacia Gustabo. Éste, comprendiendo lo que quería hacer, extendió la suya también. Le tendió la daga, y sin pensárselo dos veces rajó su palma también. Luego unieron sus manos ensangrentadas, estrechándolas.
—Sabes lo que este trato significa en mi país, ¿verdad?— Dijo serio el italiano, apretando un poco más el agarre entre sus manos ensangrentadas.
—Me hago una ligera idea— Murmuró el agente, algo curioso por la actitud del contrario. Suponía que era la primera vez que veía realmente al Capo de los Gambino tras esa imagen que podría considerarse inocente.
—Esto es un pacto de sangre. Yo prometo ayudarte en lo que pueda, a investigar sobre Pogo y cómo deshacernos de él.— Vio a Gustabo asentir. —A cambio, quiero que se respeten nuestras vidas privadas. Yo podré seguir con mi grupo, siempre y cuando no te ponga en peligro, me comprometo a ello.— Habló de forma solemne, aún sin soltar su mano.
—Yo también me comprometo.— Respondió sin mucha idea el contrario, realmente no tenía mucho que pedir. Había ido hasta ahí para morir, no para negociar. —Eh… Yo prometo intentar controlar a Pogo para no matarte. Pido a cambio que me neutralices si pierdo el control, y de ser imposible, me mates.— Sus términos se sentían algo idiotas, pero dado que no le quedaba nadie, no era como si pudiera decir lo mismo que el italiano. Toni Gambino asintió a los términos.
—Bien. Si alguno de éstos términos se rompen, giuro sul più sacro que no habrá lugar en el mundo donde podamos escondernos de la furia de mia Madonna — Murmuró más para sí mismo que para el contrario, ni siquiera sabía si le entendería al fin y al cabo.
Con la mano que no tenía ocupada por estar estrechando la de Gustabo, se santificó de forma rápida, tomando su Cruz de plata para acercarla a sus labios y dejar un pequeño beso en esta antes de dejarla caer de nuevo sobre su pecho.
Solo entonces, el italiano finalmente soltó la mano contraria, y Gustabo se quedó viendo como el italiano sacaba un pañuelo de seda del bolsillo frontal de su americana, y extendía la mano hacia él para pedirle la hoja que le había prestado. Se la devolvió sin mostrar resistencia.
—¿Y ahora qué?— Preguntó el más bajo, cruzándose de brazos con una ceja alzada. Toni se tomó su tiempo para limpiar bien la sangre de los intrincados diseños en la navaja, cerrándola con mimo antes de volver a guardarla en el bolsillo de donde la había sacado.
—Ahora tengo que volver con mi grupo— Dijo como si fuera obvio, doblando el pañuelo como si no estuviera repleto de sangre para volverlo a guardar en su bolsillo delantero. La parte que asomaba de ahí estaba fascinantemente manchada con la sangre de ambos, resaltando en el material de color beige. —Una vez lo tenga todo bajo control, te buscaré. Ten mi número.— Extrañamente, se sentía calmado, mucho más de lo que estaba tras el secuestro o mientras el contrario le pedía que le matara. Sacó el nuevo móvil que le habían dado tras escapar de la cárcel, e intercambió números con Gustabo.
—Si tardas demasiado, te buscaré yo. Y sabes que te encontraré.— Advirtió el del FBI, frunciendo el ceño. No se fiaba demasiado del italiano, por mucho ‘pacto de sangre’ que hicieran. Estaba acostumbrado al abandono, y a que le dejaran atrás.
—En cuanto vea a mi hermano y mi grupo subir al avión, iré por ti. Lo juré por la Madonna— Susurró lo último como si fuera lo más sagrado del mundo, sus ojos brillando con convicción tras sus gafas oscuras. No lo sabía, pero estos habían recobrado su color normal hacía ya un rato.
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Le llevó en coche hasta la ciudad, y ahí se despidieron por el momento, con el extraño hombre del abrigo rojo deseándole suerte para encontrar a su hermano. Parecía muy sincero, incluso dándole una pequeña sonrisa triste. Luego se dio la vuelta y desapareció al doblar la esquina.
Sin tiempo para preguntarse algo más sobre aquel tipo, Toni se desvió poniendo rumbo a la mansión que compartía con los demás. Rezaba internamente para que Carlo estuviera bien. Tenía que estarlo.
Tratando de mantenerse calmado como su corta etapa de Capo le había enseñado, se comunicó por radio con los demás en la mansión, preguntando por novedades y avisando de que quedaba un agente del FBI dándoles caza.
Aparcó en la entrada de forma veloz y prácticamente saltó del coche. Su andar se convirtió en correr mientras entraba y llegaba al salón, donde todos estaban reunidos.
—Ya… si llegó el FBI a España es que…— Salinas se sentó en uno de los sillones, viéndose al borde de la risa histérica y siendo acompañado por los demás, que también estaban nerviosos.
—¿Dónde está Carlo? Esperad, voy a llamarle.— Dijo, tan pronto como llegó al círculo que estaban formando todos los presentes. —Por lo visto, había dos agentes del FBI destinados a Marbella para atrapar a los Gambino.
—Ostia, pues ya tiene que ser grave para que llegue aquí el FBI.— Murmuró Anya, cruzándose de brazos.
—Uno de ellos ha muerto porque lo he matado yo, porque me lo ha pedido.— Mintió a medias, manteniéndose sereno. Estaba algo más relajado al estar junto al resto de la familia . —... Es una historia muy larga. El otro es el que me preocupa.
Sacó su móvil, pues Gustabo se lo había devuelto al separarse, y buscó el contacto de Carlo. Llamó una, dos, tres… hasta cinco veces. Pero el único sonido que salía era esa odiosa voz: “Lo sentimos, el teléfono al que llama está apagado o fuera de cobertura”.
—Tiene el móvil apagado Carlo…— Murmuró no muy seguro de sus propias palabras. —Tiene el móvil apagado, what?
Ignoró a Anya decirle que había ido a hacer unas cosas. Eso ya lo sabía, al fin y al cabo se habían despedido y luego tomado direcciones distintas cada uno con su coche.
—¿Carlo, Carlo? ¡¿Carlo?!— Esta vez lo intentó por radio. No, no podía ser, ¿verdad? ¿Ese agente se lo había llevado? Sentía su corazón latir en su garganta, éste estaba a punto de resquebrajarse. No podía perder a Carlo, no ahora. No estando tan cerca de huir. No habiéndole salvado de la perpetua hacía apenas unas horas.
Caminó de vuelta al círculo, tratando de ponerse en contacto con Hai con la esperanza de que éste supiera dónde coño estaba su hermano menor, pero Salinas se le adelantó avisándole.
—¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Pato?— Preguntó éste poco después por radio, y Toni volvió a darse la vuelta para alejarse un poco y responder.
—E-eh, yo estoy aquí, en casa. Acabo de matar a un agente del FBI.— Le dijo tratando de sonar de convincente a la par de evitar hablar él mismo sobre Carlo.
—Voy para allá.
—¡Pero ven con Carlo!— Le pidió desesperado, sin parar de dar vueltas por el lugar como un león enjaulado.
—¡No sé donde está Pato! Él se ha ido contigo.
—Pero hemos ido a sitios diferentes.
—Ya, pero yo no tengo ni puta idea, yo me he ido a descargar caja.
—¡Es que no coge el teléfono! Lo tiene apagado.
—Vale, déjame que llegue y lo hablamos en persona.
Toni soltó la radio, dejando que ésta colgara de su chaqueta. Se quedó quieto por unos segundos, su mirada perdida y cada vez más borrosa. ¿Eran lágrimas? Negó violentamente, aguantando todo aquello. No podía rendirse aún, tenían que encontrarle.
Se concentró en responder a Fedor, contándole de nuevo toda la historia del agente del FBI muerto, e incluyendo que le preocupaba que el segundo agente hubiera capturado a Carlo. Sacó el móvil y volvió a intentar llamarle otras dos veces más, sin éxito, y luego por la radio. Volvió a intentar a llamarle al móvil, pero siguió saliendo la vocecita que le informaba de que no había forma de contactar su número.
—No nos podemos ir sin Carlo ni de coña.— Advirtió el italiano a los demás, siendo apoyado por los demás. Cada pocos segundos volvía a intentar llamarle, sin éxito en todas ellas. La sensación de ahogo no se iba, pero lo disimuló lo mejor que pudo.
—Él iba al almacén a coger unas cosas.— Les explicó aún moviéndose de un lado a otro.
—Será mejor que llegue Hai primero, que nos reunamos todos.— Anya trató de apaciguar los ánimos, todos estaban cada vez más nerviosos por la posibilidad de que hubieran pillado a uno de los suyos.
—Sí, sí. Ahora hablamos. Quizá deberíamos ir con el helicóptero a peinar la zona del almacén…— Dijo, cada vez con menos ganas, Toni.
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Se sentía de nuevo como si volviera a estar en l’Italia , atado de pies y manos a una silla y observando sin poder hacer nada cómo su madre recibía un disparo en la cabeza. Si cerraba los ojos, aún podía escuchar los gritos desgarradores de su hermano llamando por sua dolce mamma , que de tanta fuerza que usó, terminó tirando la silla al suelo.
Él no gritó. Se quedó mirando fijamente el cadáver de su madre, aún caliente sobre el suelo. Observando cómo la sangre brotaba del agujero en su sien, formando un charco alrededor de ella y ensuciando su bello cabello rubio platino. Pudo mirarla a los ojos, ya totalmente vacíos y sin vida. Fue entonces que, llevado por una fría y silenciosa cólera, dislocó una de sus manos para soltarse y agarrar el cuchillo que le entregó su mamma .
‘Es la reliquia de mi familia, pasa de padres a hijos desde hace generaciones… Y ahora te toca a ti, mio piccolo Toni.’ Podía recordar aquellas palabras de su madre, Carmen, como si un hierro incandescente las hubiera grabado en su memoria.
De un movimiento rápido cortó las cuerdas de su pies y se lanzó contra el hombre que agarraba la pistola que le robó a su mamma , cortando su cuello y echándose hacia atrás para admirar cómo el figlio di puttana se ahogaba en su propia sangre. Esa había sido la primera vez que arrebató una vida.
Tras eso soltó a su hermano, apartándose y sintiéndose lo más inútil del universo mientras veía cómo Carlo descargaba su ira y tristeza contra el cadáver del asesino de su mamma , golpeándole y disparándole con su propia pistola hasta que acabó cayendo de rodillas.
—Carlo…— Le llamó en un susurro, acercándose a él e ignorando el dolor en su mano, o la forma en la que estaba lleno de sangre del hombre muerto, la cual había salido sin control de su yugular. —Carlo…
Pero éste no respondía, simplemente gritando y llorando a partes iguales mientras se arrastraba contra su madre y alzaba su cuerpo para abrazarse a ella.
Toni siguió observando, silencioso. No se sentó, no se acercó. No hizo el más mínimo movimiento, excepto apretar el cuchillo en su mano hasta que no supo distinguir si la sangre en ésta era del hombre muerto o suya propia.
Pasaron unos minutos y, por el sonido del disparo, su padre acabó llegando allí. Ambos hermanos seguían igual, Toni de pie y observando la escena como si fuera un mero espectador, y Carlo gritando por su madre hasta perder la voz.
Lo primero que registró fue la bofetada de su padre, que le hizo perder el equilibrio y caer al suelo.
—Te pregunté qué ha pasado, Toni.— Escuchó la voz severa de aquel a quien llamaba padre, Tore, haciéndole reaccionar y ponerse en pie. Debía adoptar la postura correcta.
—Lo mandaron nuestros enemigos. Querían venganza por signora Tiara. Nos ataron a unas sillas y trajeron a mam- a Madre, aquí. Solo mencionó a Tiara, no habló para nada más… Le disparó delante de nosotros.— Describió en la forma pulcra que se le había inculcado con tantos años de severa educación, manteniendo los ojos fijos en su hermano que ahora lloraba de forma silenciosa.
Su padre no parecía nada contento, pero tampoco triste.
—¿Y cómo ha muerto?— Pateó el cuerpo del hombre hasta darle la vuelta para verle a la cara, aunque Carlo le había disparado tantas veces que estaba casi irreconocible.
—... Le corté el cuello.
La fría mirada de su padre cayó sobre él. Toni, de tan solo quince años de edad, esperaba algo de orgullo en esa mirada. Por fin había matado a alguien, como tanto deseaba su padre. Había actuado como lo haría un verdadero Capo. Como lo haría Carlo. Pero, en cambio, recibió una mirada llena de odio, mientras volvía a acercarse a él.
—Le mataste muy tarde. Debiste soltarte y atacar mucho antes.— Dijo acercándose de forma amenazadora a su cara. Y ahí escucharía las palabras que le marcarían por siempre. —Su muerte es tu culpa, y ahora deberás cargar con ello por el resto de tu vida.
Tras eso, se acercó donde Carlo y le propinó una bofetada igual a la suya.
—Deja de llorar.— Ordenó a su hermano pequeño, notando cómo este ni siquiera reaccionaba. —Sabes que los Gambino no lloran. Eso déjaselo a las viudas.
Toni apretó con aún más fuerza la hoja del cuchillo, sintiendo que el punzante dolor en sus dedos y la sangre que empezaba a caer gota a gota al suelo le refrenaban de lanzarse contra su padre también.
Aquella noche, y ya habiendo limpiado la sangre de sus cuerpos, los hermanos estaban de vuelta en su habitación. No habían sido atendidos médicamente como castigo por su fracaso, lo que ocasionaba que Toni apenas y pudiera mover la mano dislocada y tuviera que mantener la contraria cerrada para evitar que volviera a sangrar, mientras que Carlo tenía los nudillos destrozados por los golpes propiciados al asesino de su madre.
—Carlo…
El mayor volvió a intentar, siendo lo primero que decía desde que su padre les dejó ir. Carlo tan solo se giró hacia él desde la cama que se encontraba a unos metros de distancia, clavando sus ahora opacos ojos verdes, en los azules de su hermano. Ambos gozaban de una enorme cama de matrimonio, en una habitación gigante que les hacía sentir diminutos.
Interpretó el silencio de su hermano como que realmente había destrozado su voz, por lo que en silencio se destapó y se coló en la cama del contrario. Sin decir nada más, le rodeó con sus brazos y escondió la cara de Carlo en su hombro. Ese era un código no escrito que entre ellos dos tenían, significaba que podían llorar sin que nadie les escuchara o les viera. Era un secreto entre los dos, un secreto que no podían ni querían romper.
Pronto escuchó los suaves hipidos de su hermano pequeño, que poco a poco fueron aumentando de intensidad hasta estar casi gritando, opacando estos sonidos en el pijama de seda del chico de cabellos platinos.
—No grites, te vas a hacer más daño.— Susurró de forma amable el mayor de los dos, dando pequeñas caricias en la espalda y cabello de Carlo. Sin apenas notarlo, él también había comenzado a llorar de manera silenciosa. Sus labios temblaron y sus ojos dolieron, pero ni un sonido salió de él mientras gruesas lágrimas recorrían las mejillas del apenas adolescente.
Pasaron unos minutos abrazados y deshaciéndose en lágrimas, y cuando finalmente Carlo cayó rendido al sueño por el llanto, Toni se separó un poco y le limpió la cara con sus mangas. También le acomodó un poco el cabello para que Tore no supiera nada al día siguiente.
— Riposa, Carlo… — Susurró antes de dejar un pequeño beso en su frente, acomodándole de nuevo y colocando bien las mantas sobre él. Volviendo a subirse a la cama, se quedó sobre las sábanas, cerca de él. Era un día de frío invierno y su pijama de seda apenas abrigaba, lo que causaba que temblara violentamente por el frío… pero le daba igual.
Aquella noche no durmió, vigilando la ventana y la puerta con la navaja de su madre escondida en su pantalón. Su mano dislocada rodeaba la cruz de plata que llevaba al cuello, susurrando oraciones para el alma de su mamma .
— Santa Maria, Donna del Paradiso, accogli fra le tue braccia i nostri fratelli e le nostre sorelle defunti… — Sus ojos escocían por las lágrimas que corrían libres. — ... Riposino in pace. Amen.
Aún susurrando todas las letanías que recordaba, se juró a sí mismo que protegería a Carlo con su vida si era necesario, pues era la única verdadera familia que le quedaba.
||||||||||||||||||||
Salió de su doloroso recuerdo una vez que Hai llegó, y volvió a explicar de nuevo toda la situación con los agentes del FBI.
—Si a mí me estaban esperando ahí, junto a la caja con las armas, el dinero y las pirulas, a él también le habrán pillado de la misma manera.— Finalizó su explicación, cruzándose de brazos para evitar que se notara el temblor en sus manos.
—Claro, si han ido a por Poni, también han podido ir a por Carlo— Murmuró el chino, como si lo estuviera pensando para sí mismo.
—¡Pues claro, joder! Si yo he entrado en el KeRule, y me estaba esperando un puto agente federal, ¡en el mismísimo almacén del KeRule!— Estaba empezando a perder la paciencia, estaban perdiendo un tiempo precioso en darle vueltas a los mismos detalles una y otra vez. —Con lo cual, si Carlo ha ido al otro almacén, también se habrá encontrado con lo mismo.
—Venga, venga, si ya estamos todos, vamos a sobrevolar el almacén— Dijo Igor en alto con su extraño acento, dándose la vuelta todo dispuesto, mientras que Toni y los demás les seguían.
—Esperad, ¡esperad! No, no.— Les detuvo Hai. Toni sintió su sangre arder. ¿Qué coño quería el chino ahora? Mientras más tardaran menos posibilidades había de encontrar a su hermano.
“Agh, Pogo está harto de ese chino, matémosle” escuchó a un lado suyo, haciéndole voltear con sorpresa, pero allí no había nada. Negó para centrarse en lo que estaba pasando actualmente.
—¡¿Cómo que no?!— Gritó el italiano, sacando el arma larga que reposaba en su espalda. Si tenía que amenazar con matar a alguno de ellos, lo haría sin dudarlo. Por Carlo.
—Vamos a ver, vamos a ver. No, no podemos sobrevolar nada, porque si salimos de aquí lo que va a pasar es que nos van a matar, así que vamos a pensar primero en un plan para escapar y luego veremos si pode- — Toni le lanzó una mirada iracunda. ¿Cómo se atrevía a siquiera tener en mente abandonar allí a Carlo? —... Si vamos a por él o no. Vamos a hablar tranquilamente.
Toni no soltó el arma, al contrario, la apretó más y tuvo el impulso de colocar el dedo en el gatillo, pero se resistió. Podía mentir esa rabia quemarle por dentro de nuevo, estaba seguro de que Pogo estaba influyendo en él.
Tanto Igor como Toni se negaron a las palabras de Hai.
—Vamos a hablar y tomamos una decisión.
—La decisión es sobrevolar ese almacén y ver si está ahí mi hermano.— Dijo Toni, encargándose de verse cada centímetro como uno de los grandes jefes de ese grupo que estaba ahí reunido. —Y si no quieres venir, voy con Igor.
Sin nadie más oponiéndose, e incluso con Anya ofreciéndose también a ir en ese helicóptero, se dirigieron al helipuerto. Se montaron con prisa e Igor puso en marcha el aparato.
—Carlo no se queda.— El androide ruso estaba empeñado en eso, y se lo agradecía.
Sobrevolaron la zona del almacén por unos minutos, pero no había rastro de nada. Ni siquiera había un simple coche por la zona, parecía que se había volatilizado todo rastro que tuviera que ver con su hermano. Incluso aterrizaron el helicóptero y bajó para buscar por el almacén, pero no hubo éxito. No había nada ni nadie alli.
En un silencio sepulcral, volvieron de vuelta a la mansión de La Familia . Solo que a mitad de camino, las preguntas de parte de Hai (que al final les había acompañado de mala gana) no se hicieron esperar sobre el FBI. Sacando cada uno la poca información que tenían, entre ello que sabía que el segundo agente se llamaba Horacio, o que Hai había contratado a un tal Gustabo con B para el bloqueo que al final tuvo que realizar Toni, cosa que sumada al brutal enojo que ya cargaba por la situación de su hermano, solo empeoró las cosas.
Una vez en casa, hiló la información en su mente.
—Claro, el hijo de puta de Gustabo quería que uno de nosotros acabara en la cárcel, por eso quería que Hai le contratara…— Murmuró casi para sí mismo. Sus ojos volvían a ser rojo sangre, y una línea morada comenzaba a formarse desde su ojo derecho, verticalmente.
Había dos personas nuevas entre ellos, no los conocía. En silencio vio como Hai les presentaba como un amigo, y el piloto que les sacaría del país. Sin apenas registrar con claridad lo que hacía, tomó en su mano una pistola y se acercó lentamente al supuesto piloto, como acechándole. Una vez estuvo cerca de él, se aferró a su cuello con un brazo mientras que le apuntaba con la pistola en la cabeza.
—Escuchadme. Escuchadme una cosa.— Llamó la atención de los demás, sintiendo ese ardor frío dentro de sí, tan parecido a lo que sintió cuando vio a su madre morir frente sus ojos. —O me traéis aquí a mi hermano, o mato al piloto y de aquí no se va ni Dios.
Amenazó con toda la intención de hacer lo dicho, pasando su mirada calculadora de uno a otro. Tan solo dos personas le apuntaban, la otra persona que no conocía, e Igor.
—Es el único que sabe pilotar ese avión, ¿verdad?— Sonrió de oreja a oreja, su mirada maniática oculta tras los cristales oscuros. —Si mato al piloto, no hay avión. Nadie sale de aquí.
La polémica y las voces variadas saltaron por toda la sala. Algunos defendiéndole como Igor, que rápidamente cambió a su bando y se ofreció a matar al piloto él mismo, y otros en su contra que le pedían seriedad, ya que era la única vía de escape.
Luego todas las voces cesaron de golpe. El silencio reinó por unos segundos, en los que se miraban entre todos tratando de debatir con sus miradas qué hacer. A Pogo eso no le gustó lo más mínimo.
—Pues a tomar por culo.— Murmuró, apretando el cañón de la pistola contra la sien del piloto y jalando el gatillo sin esfuerzo alguno. Apenas estuvo hecho dejó caer el cuerpo al suelo, y el otro tipo le disparó, aunque alguien se metió por medio recibiendo ese disparo.
No le importó quien fuera. Tan solo suspiró y se acercó a la enorme encimera que había tras él, apoyándose en ésta y meneando suavemente la cabeza para despejar aquellas carcajadas constantes que escuchaba a su alrededor. Ahora sabía que era Pogo, y debía controlarlo de alguna manera.
Ignoró todo lo que ocurría a su alrededor, ignoró a Hai casi inconsciente en el suelo, a Fedor dando un discurso sobre buscar a Carlo cuando se establecieran en otra ciudad… Todo eso no tenía sentido para él. Su familia era Carlo. Y sabía de una persona que tenía las pistas para llegar a encontrarle, además de que le había prometido ir con él.
Tomando una decisión, se giró hacia los demás justo cuando Igor afirmaba poder pilotar aquel avión.
—Bien. Nuestros caminos se separan aquí.— Comenzó Toni, comprobando que todas las armas seguían en su sitio, por si acaso. —Suerte con ese avión, yo no me voy sin Carlo. Espero que nos volvamos a ver en algún momento.— Murmuró sin apenas ganas, recibiendo sonidos de protesta de los demás.
—¿Nos vas a abandonar ahora?
—Vosotros abandonasteis a Carlo primero. Yo soy su hermano, vosotros no sois mi familia. Mi verdadera familia.— Sentenció el italiano, dirigiéndose a la salida. Allí le esperaba su coche deportivo. —Os deseo lo mejor.
Sin más se montó en el vehículo y salió corriendo de allí. Poco después de entrar en la autopista escuchó disparos, pero no le importó. Pogo estaba demasiado presente en él como para que le importara algo en esos momentos.
«Mándame ubicación» envió en un mensaje a Gustabo, habiendo parado durante unos instantes para ello. Unos segundos después, la respuesta llegó y marcó el lugar en el GPS.
“Pogo está contento, tienes potencial” miró al asiento del copiloto, puesto la voz había llegado de ahí, pero éste estaba vacío.
—No sé qué quieres de mí, pero no es el mejor momento— Murmuró hacia la nada, sintiéndose estúpido o loco, cualquiera de las dos opciones estaría muy acertada. Por suerte, Pogo no volvió a hablar. O al menos, no le escuchó más.
Tardó bastante en el trayecto, asegurándose de aparcar cada que escuchaba o veía a lo lejos un patrulla. Se acababa de escapar de la cárcel, no creía que si le veían le dieran los buenos días y le dejaran continuar. También cambió de coche por el camino, ya que si veían su matrícula sabrían que el coche era de su propiedad.
Estando ya a unas pocas calles de distancia de la ubicación enviada por Gustabo, pasó frente a una tienda de ropa. Pasó frente a esta, estacionando de forma correcta para no tener problemas. Observó alrededor para cerciorarse de que no había nadie más aparte de la dependienta, y buscó ropa casual. Acabó vistiendo una sudadera negra y unos vaqueros grises, asegurándose de esconder su largo cabello platino en la capucha de ésta. Cambió sus lentes oscuras por unas transparentes y abandonó su carísimo traje en el vestidor. Tras eso, extendió a la dueña un fajo de billetes que aseguraría su silencio, además de pagar con creces la ropa. Observó algo divertido cómo esta parecía en shock por la cantidad extendida, simplemente dándose la vuelta y saliendo del lugar.
Unos pocos minutos después, paró en un callejón que indicaba el GPS, observando cómo el hombre del vistoso abrigo rojo estaba sentado en un muro, con las manos en sus bolsillos de manera casual.
—Tardaste bastante.— Fue lo primero que dijo, bajando del muro de un salto y abriendo el coche para sentarse en el asiento del copiloto. Llevaba una furgoneta que parecería que se caería en cualquier momento.
—¿Sabes si ese tal Horacio se llevó a mi hermano?— Murmuró Toni apretando el volante, sus ojos rojos se podían ver sin impedimentos ahora. Gustabo le miró y se fijó en aquello, por lo que desvió la mirada, pensativo.
—Seguramente sí. Es un gran agente… mucho mejor de lo que yo fui o soy.— Explicó en voz calmada, casi cansina. Como si le costara hablar de aquello.
—¿”Seguramente”? Se ha llevado a Carlo. Tienes que saber algo más.— El italiano le miró de reojo, la amenaza era clara en su voz.
—... Lo siento, pero no sé nada. Apenas y conseguí que me dejaran salir de Estados Unidos para venir aquí. Hace años que no hablo con Horacio. Tampoco deseo hacerlo.— Le devolvió la mirada.
Ahora que no traía gafas de sol, era mucho más evidente el cansancio en sus ojos. Las ojeras eran muy notables, como si apenas hubiera dormido en días, y el brillo en sus ojos era inexistente. Si no le estuviera viendo respirar frente suya, pensaría que estaba mirando al rostro de un muerto.
Toni suspiró de forma temblorosa, buscando controlarse. Los susurros de Pogo aumentaban por momentos, pidiendo sangre y muerte. Pensó en el trato, no podían perjudicarse, y buscar o hablar directamente con “Horacio” estaría rompiendo los términos de su nuevo compañero.
—Está bien.— Susurró, soltando el volante y echándose hacia atrás en el asiento, que crujió por el movimiento. —Está bien… buscaremos otro modo.
—Lo primero ahora mismo es desaparecer. Si te ven por la calle tendremos problemas.
Estaba de acuerdo. Por el momento debían ser invisibles, y planear la manera de huir del país. El avión con los demás no era una opción, al fin y al cabo les había dejado a su suerte tras matar al mismísimo piloto. Y lo peor era, que no se arrepentía en absoluto. Esa presencia dentro de él se revolvía con gusto si pensaba de nuevo en la forma en la que el cuerpo perdió su aguante propio y cayó al suelo como un peso muerto.
—Mataste a alguien antes de venir aquí, ¿verdad?— Gustabo le miraba desde su lado, codo apoyado en la ventanilla y su cara en su mano. —Pogo suena muy feliz… demasiado para mi gusto.— Explicó al ver su mirada de confusión.
—Sí. Perdí el control cuando los demás dijeron que se irían sin Carlo.— Murmuró desviando la mirada. Se sentía avergonzado de aquello, avergonzado de que le hubiera gustado asesinar a alguien a sangre fría. Había matado otras veces, pero jamás era algo que hiciera por gusto. Había pasado noches enteras rezando por perdón divino.
—Es normal. Apenas vas conociendo a Pogo. Es un tocapelotas.— Observó la mueca en el italiano. —Eh, no te vengas abajo. Él influye en nuestros sentimientos, ahora mismo estás sintiendo lo que él siente. Pogo te empujó a matar, no fuiste solo tú.
Gustabo puso una mano en su hombro, sabiendo bien lo que se sentía aquello. Era extraño, sensaciones que jamás pensaste tener, y que asustaba. Él lo había experimentado desde niño, al fin y al cabo. Jamás olvidaría la expresión de horror de Horacio, tan pequeño aún, observándole sacar un cuchillo del cuerpo de un hombre.
—Vamos, busquemos un motel, pasaremos unos días mientras pensamos en algo. No hagas que me arrepienta de no haberte dejado matarme.— Trató de bromear el español, sonriendo levemente de lado. La sonrisa no llegó a sus ojos, pero algo es algo, se dijo.
Toni tan solo asintió, volviendo a tomar el volante para seguir el destino que Gustabo le marcó en el GPS.
||||||||||||||||||||
Unos días más tarde, tal y como predijo Gustabo, estaban saliendo de Marbella.
Toni tuvo que tintar su cabello de negro, y Gustabo compró un nuevo coche a su nombre con parte del dinero que le quedaba al italiano. Era mejor si estaba a nombre de un agente de un FBI que de un Capo de la droga.
Los bloqueos no duraron mucho, puesto que Hai, Igor y José escaparon en el avión. La policía no pensó que quedara nadie más atrás, aunque Toni y Carlo seguían en búsqueda y captura. Las noticias en la televisión anunciaron que Fedor y Anya habían sido abatidos en la huida, al parecer habían ganado tiempo a los demás. El italiano se quedó algo en shock al saberlo, pero Gustabo le recordó que no habría podido hacer nada incluso si hubiera estado allí. Al fin y al cabo ellos decidieron su destino al quedarse atrás.
Una vez estuvieron fuera de la ciudad, fue relativamente fácil el resto del camino. La ventaja de que estuvieran en Europa y que pertenecieran al acuerdo Schengen era que no había fronteras reales entre países, así que simplemente tuvieron que conducir. Pararon múltiples veces para dormir o comer, siempre pagando con el dinero en efectivo del que disponía Toni. Así, tras varios días de atravesar toda España y Francia, cruzaron el Eurotúnel entre Francia e Inglaterra, y por fin llegaron a Londres.
Finalmente, serían muchos meses de cambio físico para que Toni fuera lo más parecido posible a Gustabo. El italiano lo pasó tremendamente mal, especialmente cuando descubrió que el FBI tenía a su hermano en una isla de ubicación desconocida.
El plan era que ambos fueran Gustabo y, por tanto, únicamente uno pudiera salir al mismo tiempo, pero al menos no estarían buscados ni en peligro. Al menos hasta la llamada anónima, pero para ese entonces ambos rubios eran mucho más cercanos que al principio, y podían apoyarse el uno al otro.
Ahora solo eran ellos dos, y Pogo, para bien o para mal.
Chapter 9: ⁙CAPÍTULO 3 (parte 1)⁙
Chapter Text
La luz le estaba pegando directamente en la cara. ¿Qué tan mala suerte había que tener para que el sol entrara por la única ventana de ese lugar en un ángulo perfecto para joderle?
—Venga, arriba Bella Durmiente, sé que hace un rato que te haces el dormido.— Escuchó a un lado suya, aunque solo bufó y se giró al lado contrario.
Su cabeza palpitaba de una manera terrible, además de que no quería ni arriesgarse a abrir los ojos porque le dolían incluso cerrados. Sentía la boca muy seca y algunos escalofríos le recorrieron cuando notó que su ropa estaba toda sudada. Ésta era básicamente el uniforme de la secreta, pues la noche anterior apenas y había llegado a quitarse la chaqueta. Tiró algo más de las sábanas, dando un suspiro de molestia cuando eso no ayudó en absoluto al frío que sentía. Siseó al sentir una mano fría en su frente.
—Joder, estás ardiendo...
Gustabo se puso en pie quitando la silla de en medio, si es que se le podía llamar así a la pequeña banqueta de tres patas y de plástico. Rodeó la cama para ponerse frente al italiano y observarle algo mejor. Parecía tener fiebre. Y bastante alta dado su palidez, el frío que parecía tener y, obviamente, su alta temperatura. Frunció el ceño con algo de preocupación. Fue solo una pastilla lo que tomó, ¿verdad? Era extraño que le sentara tan mal.
Luego, un detalle llegó a su mente como un flash.
—Mierda, eras adicto.— Susurró más para sí, ya que el otro chico parecía que, o no le escuchaba, o le estaba ignorando. —Debes estar en plena abstinencia ahora... Claro, eso lo explica. La dosis fue muy baja para ti, tanto que tu cuerpo pidió más al instante.
Si su razonamiento era correcto, Toni estaría K.O. al menos por otro día completo, si recordaba bien de antiguas amistades poco recomendables, o incluso de su propia experiencia con el mismísimo Gambino que ahora estaba frente suya. ¿Cómo pudo olvidar la forma en la que tuvo que quedarse en cama casi una semana por la abstinencia tras huir?
—Qué puta mierda...— Revolvió sus cabellos rubios, pensando qué hacer. —No puedo darte nada que te alivie, porque solo lo va a hacer peor... Ostia, Conway.
Se le olvidaba ese pequeño, diminuto, minúsculo detalle. Era ya casi mediodía, puesto que no había querido despertar a Toni hasta que él mismo lo hiciera. Rápidamente, alcanzó el móvil del italiano y lo encendió. Lo había apagado unas horas antes ante las insistentes llamadas del superintendente, y la rabia que sentía hacia éste por el estado en el que había entrado su acompañante por obligarle a tomar esa medicación.
Suspiró, frotándose los ojos ante el cansancio que sentía. No había dormido para vigilar el estado del italiano, queriendo dar el apoyo silencioso que a él nunca se le había concedido en la misma situación. Luego fijó la mirada en la pantalla al ver varias notificaciones con insultos y alguna broma de Conway, pero sobre todo varias peticiones de que le recogiera o que le pasaría a recoger, y que mandara su ubicación.
Desbloqueó el aparato y revisó más detenidamente cada mensaje. ¿Qué hacer? Conocía bien al viejo, si no iba a trabajar haría preguntas. Y no a él, que sabría qué decirle. Se las haría a Toni y pondría en peligro todo el plan.
Con un suspiro de resignación, tecleó varias veces en el móvil y lo dejó en la mesita antes de dirigirse a la ducha. En la pantalla se podría leer: «Se me pegaron las sábanas. Me doy una ducha y salgo. Nos vemos en Mission Row.»
Fiel a su palabra, se dio una ducha de forma rápida... tratando de no pensar en lo que estaba a punto de hacer. Al salir se peinó hacia atrás y engominó su pelo tal y como le enseñó a Toni a hacer, además de arreglar de manera rápida su barba. Daba gracias a que no se le había ocurrido teñirse de blanco aún.
Viendo que el surtido de uniformes de recambio que se le había entregado a "Gustabo" no eran de su talla, se decidió por una simple camiseta de color amarillo y unos pantalones tácticos. Era el Servicio Secreto, por el amor de dios. Un puesto inventado exclusivamente para "él". No creía que fuera necesario el uniforme. Colgó la identificación de su cuello, sintiéndose extraño al pensar que realmente volvería al trabajo tras tantos años inactivo... y no, no consideraba la persecución a los Gambino en Marbella como trabajo. Aquello había sido personal, al fin y al cabo. Únicamente usó su puesto en el FBI para poder llegar hasta allí.
Saliendo de sus pensamientos, se acercó a tomar prestado el móvil de Toni por unas horas, viendo la respuesta de Conway: «Vamos. Que ya vas muy tarde, capullo.»
Rodando los ojos con molestia, guardó el aparato en el bolsillo trasero de su pantalón, e iba a agarrar la gorra y pañuelo que cubrirían su cara mientras salía del motel cuando escuchó un quejido. Se giró de inmediato hacia el italiano, que parecía temblar y jadear.
Se encargó de buscar una manta extra para extenderla con cuidado sobre el chico, al que también acomodó boca arriba. Tras eso tomó un paño y lo remojó, apartando los rebeldes cabellos de Toni hacia atrás para poder ponerlo en su frente. Sonrió divertido cuando vio que los mechones volvían a caer hacia un lado hasta colocarse de nuevo donde estaban.
Una vez escuchó un suspiro de alivio salir de los labios del italiano, se quedó más tranquilo y, ahora sí, se colocó los objetos que preservaban su identidad.
—No sé si me escuchas, pero volveré pronto.— Murmuró en dirección a la cama ocupada, aunque no recibió respuesta. —Encontraré alguna excusa para irme antes de tiempo, te lo aseguro. Ya sabes, si tienes ganas de vomitar intenta llegar al baño.— Con aquellas últimas palabras, abrió la puerta y salió rápido, cerrando ésta con llave.
"Pogo piensa que te ablandaste." Ignoró la voz a su lado.
Maldijo al recordar que Toni llegó andando el día anterior, le tocaría tomar una alternativa. Decidido a salir de ese motel tan concurrido lo antes posible, echó a caminar calle abajo hasta encontrarse lo suficientemente lejos como para no llamar la atención, y puenteó el primer coche que vio.
"Pogo aburrido... ¿Vas a ignorar siempre a Pogo? Pogo decepcionado." La voz sonaba sobre su hombro mientras conducía, como si la presencia se encontrara en los asientos traseros y estuviera inclinándose hacia delante.
—Sabes bien por qué te ignoro. Solo me das problemas. Y más te vale dejarme en paz hoy, no estoy de humor.— El rubio casi gruñó la respuesta, pensando en el martirio que iba a ser el volver a ver a Conway tras tanto tiempo. Su padre. Aunque él no le consideraba como tal.
"¡Pogo podría matar a Conway! Así Pogo no estaría tan aburrido..."
—Por mucho que me encantaría hacerte caso en eso, no sabemos cómo reaccionaría el tipo de la llamada a eso. Y ya sabes lo que conlleva hacer enfadar a ese tío.
Esta vez, el silencio duró unos segundos en el vehículo. Ambos lo entendían, y más ahora.
"Pogo no cree que Horacio sea tan débil. Es el director del FBI, sabe defenderse. Aunque nosotros podríamos protegerle mejor, si me dejaras."
—Por milésima vez, Pogo. No vamos a acercarnos a Horacio. Bastante ha sufrido ya por nuestra culpa. Por tu culpa.— Gustabo frunció el ceño, sintiendo el dolor de cabeza que la presencia a su espalda le estaba causando. —Te recuerdo que volaste una Iglesia con él dentro.
"¡Pogo lo hizo para deshacernos de Conway! Sabía que no moriríamos. Somos inmortales. Protegí a Horacio con mi cuerpo antes de que el techo se derrumbara, y los explosivos estaban lejos de él. ¡Pogo lo tenía todo pensado!" Se defendió con voz dolida el demonio. Si alguien más aparte de Gustabo le oyera, pensaría que estaban hablando con un infante.
—También le torturaste durante días. Le rapaste, Pogo. Sabes lo que su peinado significa para él. Le dañaste física y mentalmente.— Gustabo apretó el volante, reduciendo la velocidad al ver que estaba acelerando sin darse cuenta.
"¡Tenía que ser creíble! Los demás le hubieran matado. Pogo hizo todo lo posible para que sobreviviera." Esa última frase fue como un susurro, como si el ser invisible desviara su mirada a la ventanilla.
El resto del trayecto fue silencioso. Era curioso, la forma en la que llegaban a ignorarse entre ellos cuando se conocían incluso antes de que llegara a cruzarse con ese niño harapiento que luego sabría que se llamaba Horacio. En alguna cierta y retorcida forma, se habían criado los tres juntos.
Gustabo, Horacio... y Pogo.
Chapter 10: 《CAPÍTULO 3 (parte 2)》
Notes:
A ser posible, tomen sus auriculares y escuchen esta música mientras leen.
https://youtu.be/MwpMEbgC7DA
Chapter Text
Un bulto bastante grande se apreciaba sobre la única, diminuta cama de aquella apestosa habitación. Éste se movía rítmicamente de adelante hacia atrás. La pantalla de un teléfono móvil sería lo único que iluminaría algo el lugar... Indicándose en ésta que una canción estaba sonando por los auriculares conectados. Y con ésa apenas brillante fuente de luz, unas pocas hebras de cabello rojizo se verían asomar de la gruesa manta donde acababan aquellos auriculares.
"I wanna take you somewhere, so you know I care.
But it's so cold, and I don't know where."
Una respiración temblorosa se haría eco en el pequeño lugar, aunque el chico bajo la manta lo sentía enorme, vacío. El dolor en su pecho empeoraba por momentos, y ya no se veía capaz de distinguir si era físico o emocional.
"I brought you daffodils in a pretty string...
But they won't flower like they did last spring."
Un tembloroso jadeo salió de sus labios.
Recordaba todo. Recordaba tanto que odiaba hacerlo. Desearía haber perdido la memoria al igual que V. Desearía olvidar su pérdida, su dolor.
-¡Horacio! ¿Estás bien?- Una voz infantil le preguntó delante suya. Encontró la mirada cobalto, preocupada, cuando alzó la mirada...
Pero únicamente era un recuerdo más.
La imagen se borró en unos instantes frente a él, como un fantasma de algo que fue y no volverá.
"And I wanna kiss you, make you feel alright,
I'm just so tired to share my nights."
Se preguntó si realmente había hecho bien en viajar a Londres, persiguiendo a un fantasma, le gritaba su parte racional. Pero él nunca fue conocido por ser racional.
Pensó en V, en las palabras que le dijo en el puerto. No estaba solo. Era consciente, pero su dolor era algo absurdo, incoherente.
Quería volver a la mansión de Los Santos. Sentarse solo en la cocina por las mañanas, pero encontrándose un plato de tortitas y un mensaje.
"I wanna cry and I wanna love
But all my tears have been used up"
Llevó sus manos a su rostro, soltando sus rodillas.
No podía irse, no aún. No estando tan cerca de conseguir respuestas. La llamada a emergencias era algo que no podía ignorar. ¿Qué probabilidad había de que alguien más se llamara "Gustabo" en Londres? La voz de aquella mujer era temblorosa, pero ¿una placa del FBI con ese nombre inacabado saliendo de sus labios?
"On another love, another love
All my tears have been used up."
Maia le entregó aquella carta, la letra de Gustabo era fácilmente reconocible para él. Muy cursiva, con la tinta algo borrosa... producto de que escribiera con su zurda.
"On another love, another love
All my tears have been used up."
Una carta de disculpa, una carta de despedida.
Horacio miraba aquel papel frente a él, sobre la cama. Estaba algo arrugado, producto de la insana cantidad de veces que lo había releído.
"On another love, another love
All my tears have been used up, oh..."
Cerró los ojos con fuerza, al mismo tiempo que la melodía paraba unos instantes.
¿Qué hacía compadeciéndose?
Con el aumento del ritmo, tiró del cable y subió al máximo el volumen, tirando hacia atrás la manta y levantándose de la cama. Tomó el móvil con rabia, dirigiéndose al pequeño baño.
Dejando el aparato a un lado del lavabo, se miró al espejo, frunciendo el ceño ante lo que vió.
-And if somebody hurts you, I wanna fight.- Su voz sonó potente, decidida. Al ver las ojeras en sus ojos, su cresta algo desteñida ya... -But my hands been broken one too many times.- Suspiró, abriendo el mueble con el espejo. Tomó el bote de decolorante que había comprado antes de llegar a Londres. -So I'll use my voice, I'll be so fucking rude, words they always win, but I know I'll lose.
Su voz resonaba por el lugar, mientras se ponía guantes y preparaba la mezcla. Era consciente que, habiendo perdido su trabajo como director del FBI, no iba a ser tan fácil investigar como a Volkov, que ya se había metido de lleno en la Metropolitana.
Pero que le den. Horacio Pérez no necesitaba una placa para conseguir lo que quería, y tenía excesivamente claro su objetivo.
-And I'd sing a song, that'd be just ours, but I sang 'em all to another heart- Cantó mientras extendía de forma experta aquella crema por su cabellera. -And I wanna cry, I wanna learn to love, but all my tears have been used up.
Una vez gastó todo el producto, se deshizo de los guantes. Los lanzó sin cuidado al lavabo, recargándose en este.
Gustabo podría estar vivo, o podría estar muerto. No sabía qué opción era peor. ¿Le abandonó y no le contactó más? ¿O le abandonó... para siempre?
Sentía un nudo en su garganta, y pudo observar gruesas lágrimas caer al lavabo, creando pequeños caminos húmedos hasta los guantes que allí descansaban.
-Estoy bien, me salvaste de nuevo Gus- Pudo recordar su propia voz, mucho más aguda, respondiendo a aquel niño de cabellos claros. Si su memoria no le fallaba, y no solía hacerlo, le había sonreído aún con un ojo morado y las lágrimas recorriendo su rostro, de forma similar a como le ocurría en el presente.
-¡Eh! ¡Pogo salvó a Horacios!- Recordaba la mirada carmesí, ofendida, en uno de los ojos del chico de enfrente.
-¡Oh! Perdón, Pogo. Gracias por salvarme.- Le respondería con una pequeña risa, abriendo sus brazos y siendo solo unos instantes lo que tardó en sentir al chico lanzándose a su regazo.
"On another love, another love
All my tears have been used up"
"On another love, another love
All my tears have been used up"
"On another love, another love
All my tears have been used up"
Se dirigió a la ducha y abrió la regadera, no importándole si el agua estaba helada antes de quitar la sustancia cremosa de su cabello. No había sido apenas nada de tiempo, pero era exactamente lo que quería. Un aspecto imperfecto. Como él.
Tras unos minutos asegurándose de que no quedaran químicos sobre su piel, cerró el agua y secó sus cabellos con una pequeña toalla de viaje que había traído desde Estados Unidos.
Se puso en pie y se dirigió de vuelta al espejo, observando ahora con una pequeña sonrisa, que no alcanzó sus ojos, su pelo blanco, aunque con toques rosas. Imperfecto, extraño, como si faltara algo.
"Oh..."
-Estoy bien, Gustabo.- Susurró en la soledad que le rodeaba y le oprimía el pecho, sabiendo bien que nadie estaba ahí para escucharle. La canción murió, dejándole en completo silencio de nuevo.
-Confío en que tú estés bien. Que ambos lo estéis.
Chapter 11: ⁙CAPÍTULO 3 (parte 3)⁙
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Aparcó el coche robado en un callejón, lo más escondido que pudo, y salió rápidamente para dirigirse a la entrada de la comisaría. Paró frente a las puertas, pensando en si realmente fue buena idea el estar allí.
Finalmente, terminó por recargarse en uno de los muros exteriores mientras esperaba a Conway. Fumaba un cigarro, habiéndose quitado solamente el pañuelo que cubría la parte inferior de su cara. Con las gafas y la gorra sería más difícil que alguien notara la molestia e incomodidad que irradiaba de él.
El día que se fue sin previo aviso se prometió a sí mismo que no volvería a estar del lado de la ley. Quería molestarse con Toni, culparle de que ahora estuvieran en ese problema. Porque era un problema enorme. No tenía idea de cómo habría fingido ser él en esos dos días anteriores, y si ahora actuaba como realmente él lo haría, acabaría de lleno en una pelea con el viejo. Y eso sin contar que el maldito T-800 no notara la enorme diferencia de personalidad entre ellos. O que Pogo se mantuviera tranquilo frente a aquel hombre que odiaba por algún motivo.
—Hm... Es cierto, nunca me dijiste el por qué de eso.— Susurró tan bajo que apenas se escuchó a sí mismo.
"Tampoco es el mejor momento para que Pogo te lo cuente... Si matamos al viejo, todo se saldrá de control." Pudo escuchar a su lado, en un tono bastante más serio de lo que estaba acostumbrado con el payaso. Gustabo se extrañó, pero justo cuando iba a preguntar el por qué de aquello, un claxon sonó frente a él.
—Vamos, ¡mueve el culo Supernena!
El rubio contó mentalmente hasta diez para controlarse. Sentía nervios. Hacía años que no le veía, y la última vez fue precisamente cuando logró localizar su caravana y le obligó a volver a los narcóticos, "por su propio bien". Gruñó con molestia y apagó el cigarro con rabia en el muro, metiendo sus manos en sus bolsillos antes de echar a caminar hacia el Mercedes gris de la secreta.
—Cómeme los huevos, viejo.— Le mostró el dedo frente a su cara, antes de rodear el vehículo y meterse al asiento del copiloto.
—Alguien despertó bravo, ¿eh?— Conway le miraba con una sonrisa, aunque era capaz de reconocer que se había molestado por aquello. —No deberías llegar tan subidito cuando has faltado a la mitad de tu turno de hoy, Gustabín.
—Tu mágica pastillita tuvo la culpa, super-mierda-ardiente. ¿Te recuerdo los efectos secundarios?— Miró con verdadero enojo al contrario. Era una mentira a medias, al fin y al cabo. No le había afectado a él, pero sí a Toni.
—Si la tomaras todos los días no tendrías problemas. Sabía que mentías cuando dijiste que no lo habías dejado.— Conway dio marcha atrás para salir de la plaza de aparcamiento, comenzando el patrullaje mientras hablaba. El rubio frunció el ceño un poco más ante aquello... Era un detalle que no tenía, ya había comenzado a cagarla y no llevaba si un minuto junto al de pelo cano.
—Cállate. No tienes ni idea de lo que esa mierda ocasiona, no hables como si lo hubieras experimentado.— Murmuró Gustabo a modo de defensa, cruzándose de brazos y desviando su mirada a la ventanilla. Conway no tenía cómo protestar... Al fin y al cabo, se había perdido muchos años de la vida de su hijo.
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El silencio se extendió por unos minutos. El ambiente era tenso. El mayor murmuró un "Al menos mira si hay algún aviso en la tablet" y Gustabo obedeció de mala gana. Eran todos avisos de mierda. ¿Un tipo sin camiseta bailando sobre un coche? ¿Dos tipos vestidos de frutas robando una tienda de fruta? Bufó, borrando ambos mensajes. Le recordaba a las denuncias de mierda que se tenía que tragar en Los Santos.
Tras otros tantos minutos dando vueltas por la ciudad, se les avisó por radio de que volvieran a Mission Row, pues había algo así como una instrucción a los nuevos alumnos del cuerpo. Ambos ocupantes del vehículo se quejaron ante aquello, uno porque estaba harto de asistir a esos eventos cuando ni siquiera era de la Metropolitana como tal, y el otro porque ¿en serio? ¿formar alumnos de policía? Su día iba de mal en peor.
Ya de pie frente a dos filas de uniformes recién estrenados, sentía que se iba a morir de aburrimiento. Sin pensarlo dos veces sacó el móvil de Toni y entró en Twitter... encontrando algo interesante. AvispaCulona... Parece que él no era el único que disfrutaba del caos.
Apartó su mirada del aparato mientras Conway pasó cerca de él, y al ver que se quedaba mirando el discurso del tal Gordon, una idea maestra se le vino a la cabeza. Rápidamente, alzó el móvil lo más natural que pudo hasta que enfocó al viejo, y le sacó una foto. Volviendo a Twitter, adjuntó la imagen y sonrió al ver su obra maestra. Lo envió sin esperar ni un minuto más.
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—Il mio ragazzino, ¿por qué lloras?— Unos cálidos brazos le rodeaban, y sintió el fantasma de una caricia en su cabello.
—Mamma...
—Shh... Lo sé mio caro, lo sé...
Abrió los ojos, sintiendo como si miles de agujas se clavaran en sus párpados solo por el movimiento. Mantenerlos abiertos por unos segundos le hizo parpadear dolorosamente, así que se decidió por cerrarlos un rato más. No funcionó, por desgracia. Al estar ya despierto, los dolores de cabeza y temblores no se hicieron esperar.
Le costó un poco el descubrir dónde estaba ("en casa" susurraron a su lado). Pensar en qué le ocurría no fue tan difícil, al fin y al cabo se había sentido así otras veces.
Simplemente... Necesitaba droga.
Se levantó costosamente, volviendo a abrir sus ojos para ver de forma borrosa su entorno. Un paño ya seco cayó en su regazo al movimiento, pero apenas y lo notó en su estado.
Trató de ponerse en pie, pero cayó estrepitosamente al suelo. Aunque no importaba mucho, puesto que su objetivo estaba delante de él... o eso creía. Estiró una mano para abrir despacio el cajón de la mesita de noche, notando el dolor en su cabeza por cada mínimo ruido que hacía. Gruñó molesto al ver que ahí dentro no había nada, y buscó en el siguiente cajón... encontrando nuevamente, nada de valor para él.
Desesperado, se puso en pie de manera temblorosa y buscó en el último cajón, el que estaba más arriba. Encontró una tableta a medio gastar.
—Merda...— Contó con detenimiento cuántas pastillas quedaban. Cinco. "Bueno," pensó, "serán suficientes para aliviarme por un rato."
Sin pensárselo dos veces, sacó las pastillas una a una, metiéndoselas a la boca y tragándolas de forma dolorosa. Hasta su garganta ardía. Se preguntó cuánto tiempo haría desde la última vez que bebió agua, pero pronto se olvidó de aquello.
Una vez hubo tragado los analgésicos, dejó caer descuidadamente la tableta vacía al suelo, volviendo a sentarse sobre la cama. Se dejó simplemente caer hacia atrás, quedando tumbado pero con sus piernas colgando por aquel costado de su cama.
Y ahí, algo más espabilado por el movimiento y el tiempo que llevaba consciente, fue que notó exactamente dónde estaba. En un motel, en Londres, no en Marbella. Esa no era su enorme cama en su mansión. Esa mesita no era donde guardaba sus pirulas. Es más, lo que había tomado era imposible que fueran pirulas.
Tras unos minutos de efecto, los dolores comenzaron a menguar, y sintió el cansancio apoderarse de él.
—Cazzo, no debí hacer eso...— Susurró en la soledad de la habitación, sus párpados pesando más y más hasta el punto en que no logró volver a abrir los ojos, y simplemente se dejó llevar por el sueño ahora que el sufrimiento había parado... momentáneamente.
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Aguantó la risa lo máximo que pudo, escuchando la risa descontrolada de Pogo a su lado.
—Joder, cómo está Twitter macho.— Dijo en voz alta con voz divertida, sabiendo que eso atraería la atención del viejo.
—¿Qué pasa?— Preguntó su víctima, y escondió una sonrisita aprovechando que estaba a su espalda.
—No, nada... Estaba aquí, leyendo un poquito.— Dijo aún manteniendo el teléfono en sus manos, desbloqueándolo para ver en primer plano su obra maestra. Sonrió aún más al verle de reojo, sacando su teléfono de su bolsillo.
—¿Cómo coño me meto en Twitter?— Le escuchó susurrar, y rodando los ojos se dio la vuelta para señalarle el icono de la tienda.
—Te tienes que bajar la app.— Dijo en respuesta, creando un pequeño "pop" cuando dijo aquella palabra. Esperó unos segundos, viendo con tortuosa paciencia lo lento que era el mayor para descargar una simple aplicación de la tienda, tanto que le dieron ganas de quitarle el móvil y hacerlo él mismo, pero se contuvo. Una vez lo consiguió, la abrió y creó su cuenta, empezó la diversión.
—¿Qué cojones?— Conway leyó el contenido del tweet de "AvispaCulona". Se tragó su risa, aún escuchando las carcajadas de Pogo. —¿Tú eres gilipollas?
—Qué dices, pero si yo no he puesto nada, no tengo cuenta aún. Me la estoy haciendo ahora mismo, ¿qué ha pasado?— Se hizo el loco, fingiendo teclear en el aparato. Gordon se les acercó y sacó también su teléfono, solo que a éste le costó más aguantar la risa.
—¿Eres AvispaCulona, García?— Preguntó el comisario con voz risueña,
—No, no, no, de verdad, que no tengo cuenta de Twitter.
—Si esta foto se la acaban de sacar ahora mismo a Conway.— Gordon parecía estar teniendo serios problemas para no echarse a reír ahí mismo.
—Ha debido ser uno de esos hijos de puta.— Dijo volteando de nuevo hacia los alumnos, señalándoles. Cuando se giró, su sangre se congeló en sus venas. Conway tenía la porra en mano.
No le malinterpreten, no es que le tenga miedo o algo así. Únicamente le traía malos recuerdos... y le cabreaba muchísimo.
—Mírame, anormal.— Hizo caso, alzando su mirada de forma peligrosa hasta chocarla con la del contrario. —¿Quieres volver a verme en acción, eso quieres? ¿Quieres ver al "abuelo" en acción?
Le siguió con la mirada mientras el contrario comenzaba a dar vueltas alrededor de él. No le dio la espalda en ningún momento, comenzó a andar en círculos más pequeños para tenerle bien localizado en todo momento.
—Como he dicho, no tengo cuenta. Además, acabo de reportar el tweet. Repórtalo tú también, y usted, Gordon. Le hacemos borrarlo al autor y ya está.— Su voz ya no tenía una pizca de diversión en ella.
—Tu madre tenía que haber abortado, anormal.— Gustabo se sorprendió por aquello, aunque apenas duró un instante. Volvió su enojo, con más fuerza que antes. —Te voy a dar con la puta porra.
—Conway, por favor, no le diga eso a su hijo.— Gordon volvió a inmiscuirse, aunque no parecía muy preocupado. Supuso que nunca habría visto al psicópata que tenían delante, así que no sabía de lo que era capaz. Pero él sí lo sabía.
Mantuvo su mirada fija en la contraria, sus ojos cobalto semi ocultos tras los lentes coloridos aunque no opacos. Le retó sin palabras, instándole a siquiera alzar su mano contra él. Conway pareció pillar la indirecta en lo tenso del ambiente.
—Tienes tres segundos para borrar el twist. Uno...— Gustabo no se movió. Le repitió que no era esa tal "AvispaCulona". —Dos...— El más bajo se preparó. —¡Tres!
Conway alzó la porra, dispuesto a golpearle... pero el golpe nunca llegó. El rubio, en un movimiento rápido, antepuso su mano enguantada, que recibió todo el impacto, lo que le causó un pequeño gesto de dolor. Ignorando aquello, apretó el objeto hasta detenerlo con fuerza, la ya casi imborrable línea morada en su ojo izquierdo resquebrajando un poco más su cara.
—No dejaré que vuelvas a pegarme en tu puta vida... ¿Oíste?— Murmuró aprovechando la corta distancia que les unía, un brillo rojo pasando de forma rápida por sus irises.
Chapter 12: ⁙CAPÍTULO 3 (parte 4)⁙
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Gustabo se mantuvo firme, agarrando la porra con dureza de modo que el mayor ni siquiera podía retirarla. Conway relajó su gesto visiblemente, lo que le dejó algo confuso.
Se esperaba más pelea de su parte, que se cabreara por su rebeldía. Al fin y al cabo, ese era el trato al que estaba acostumbrado en Los Santos de su parte. ¿Hacía algo mal? Golpes. ¿Hacía algo bien? Igualmente golpes. Ni una sola palabra de ánimo, de felicitación. Aún recordaba lo emocionado que estaba Horacio cuando escuchó al viejo decirles un simple "buen trabajo", las primeras palabras amables en los meses que llevaban trabajando para él.
Entonces... ¿Por qué ahora le miraba con orgullo, con cariño? Todas las alertas en su mente saltaron, puesto era algo que sentía sumamente nuevo en el contrario. Algo espantado, soltó su agarre de acero en la porra y retrocedió unos pasos, en los que se quedaron mirando fijamente el uno al otro. El barullo alrededor de ellos parecía invisible para los dos hombres, padre e hijo.
—¡Eh, señor mayor! ¡Bonitas cartucheras!— Gritó un hombre pelirrojo, de un marcado acento asiático, sacándoles de su ensoñación. Jack de inmediato miró en su dirección.
—Me cago en tu puta madre, hijo de la gran puta.— Le respondió a aquel, dirigiéndose de forma amenazante en su dirección.
Sinceramente, no prestó más atención a aquello. ¿Qué coño acababa de ocurrir? ¿Qué había sido eso? Pogo estaba excesivamente silencioso en esos momentos, lo que no le ayudaba en absoluto. Era extraño en él, normalmente cuando Conway estaba cerca, su mente era un amasijo de gritos pidiéndole que le matara de mil maneras. Que ahora no oyera nada era... inquietante.
Así, tras unos minutos más de cháchara les dejaron reanudar su patrullaje, para desgracia de Gustabo que hubiera preferido no tener que estar en un coche a solas con el viejo tras el incidente.
—... Siento lo de antes.— Murmuró el mayor tras unos minutos de dar vueltas por la ciudad sin un rumbo fijo. —A veces no puedo controlarme. Soy consciente de ello, y no pido que me perdones, ni por esta vez ni ninguna de las anteriores. Tan solo... dame una oportunidad. Estoy intentando cambiar. Lo prometo.
Gustabo miró de reojo al mayor mientras decía aquello. Hacía muchos años que no escuchaba ese tono. Sonaba serio, imponente como siempre. Pero sobre todo, sincero. Juraría que la primera y última vez fue aquella promesa que hicieron entre Horacio, Conway y él.
—No más golpes.— Pronunció, volviéndose a girar hacia la ventanilla de su lado. Su voz sonaba seria, pero también cansada. —No más desprecio, no más gritos.— Continuó, teniendo muy presente que quien estaría en su lugar los siguientes días no sería él, sino Toni. —Si cumples con todo eso, te estaré dando tu ansiada oportunidad.— Vio de reojo cómo parecía querer decir algo, por lo que le interrumpió. —Pero, eso no significa que te considere un padre, Conway. Tenlo muy en cuenta.
El silencio volvió a cernirse en el vehículo. Desde su posición, los azabaches ojos del mayor quedaban al descubierto, desprotegidos sin los opacos lentes que Conway parecía llevar implantados en su cráneo. Su mirada, aunque no quisiera admitirlo, era en realidad un reflejo de la suya propia... ni un reflejo, con párpados decaídos y ojeras que denotaban la falta de sueño. Estaba sufriendo. Era posible que llevara sufriendo mucho más tiempo que él mismo, pensó.
"Hmph, Pogo está confuso... Pogo ya no quiere matar a Conway tanto como antes." Escuchó tras él, y por su tono supuso que estaba apoyando la mejilla en su asiento.
No le respondió al demonio, aunque éste pudo leer lo que sentía el rubio como un libro abierto: estaba de acuerdo con él.
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Ambos parecieron tomarse en serio la pequeña tregua que acababan de firmar. Gustabo se tomó en serio el trabajo y acudieron a varias alertas, siempre y cuando tuvieran sentido y no fueran alguna gilipollez de algún borracho.
Tras un rato, tuvieron un aviso de un robo en una casa, y entre pequeñas celebraciones por al fin tener algo de diversión, marcaron la dirección del atraco por medio de la tablet policial. De camino se vieron envueltos en una persecución, la cual siguieron pensando que quizá el ladrón estaría huyendo, pero resultó ser solo unas prácticas de los nuevos alumnos.
—Estoy hasta los cojones de Londres, vaya ciudad de mierda— Murmuró Conway, irritado por perder severos minutos en una persecución falsa cuando por fin había un robo.
Por fin, tras acelerar el coche lo más que podía mientras rezaban para no haber perdido el único aviso que se veía entretenido en todo el día, alcanzaron el domicilio robado. Gustabo bajó del coche sintiendo sus piernas casi dormidas de todo el rato que llevaban dando vueltas sin hacer nada.
—Buenas noches, compañeros— Saludó un agente que ya estaba allí, agachado tras un muro. El rubio metió sus manos en su chaqueta mientras le observaba alzando una ceja.
—Buenas noches. ¿Están robando el domicilio, compañero?— Le respondió de la misma manera con la que le había hablado él. Miró hacia la casa y luego de nuevo al chico que seguía escondido tras el pequeño muro, que apenas y le llegaba a la cadera.
—Sí, al parecer ha habido un robo. Estoy solo, he perdido a mi compañero.— Expresó el chico, con un marcado acento británico. García tuvo que contenerse para no echarse a reír. Se notaba a leguas que era un novato también.
—No te preocupes amiguito, ya no estás solo— Le respondió con una sonrisa de lado, dando una palmadita en su hombro.
La situación no parecía peligrosa. No había ruido llegando de la casa, no se veía ningún movimiento por las ventanas. Prefirió simplemente quedarse de pie, aunque se le escapó un pequeño detalle: no tenía armas. No lo recordó hasta que varios disparos destruyeron el vidrio de la ventana, por lo que finalmente se tuvo que agachar tras el muro de ladrillo.
—Joder, que sí que están ahí...— El rubio buscó su pistola por instinto, aunque lo único que encontró fue su mechero.
"Pogo ni siquiera va a comentar nada sobre eso. ¿Cómo olvidas tu arma?" la voz a su lado sonaba apresurada, como si también se hubiera asustado. "Y encima te han dado."
—¿Qué dices?— Susurró literalmente para él. —No me han...— Se interrumpió cuando, efectivamente, notó un punzante dolor en su hombro.
"Te lo dije." Escuchó, su voz sonando divertida aunque también algo preocupada. "Bueno, sigue dentro. Pogo cree que podemos sacarla en casa."
Gustabo no respondió, estaban en medio de un tiroteo, junto a un agente que parecía haber empezado a trabajar hace tres días y posiblemente así era, y Conway a pocos pasos. Que le obligara a tragar pastillas si le veía hablar solo era algo que prefería evitar.
—Es lo que le iba a decir, llevo como dos minutos aquí y se habían escuchado pasos.— Escuchó al chico decir. —Como era solo yo, no me atrevía a moverme más...
—¡Parece que tenemos premio, Gustabín! Robo a vivienda y tiroteo.— El rubio le miró extrañado, ignorando el dolor en su hombro. Su voz sonaba algo diferente. —Vamos a pasarlo bien...
—¿Hay algún arma en el patrulla?— Prefirió preguntarle al joven a su lado, tampoco quería arriesgarse a tratar de explicarse de por qué no llevaba la reglamentaria encima. Era un detalle estúpido. Se le había olvidado cogerla del uniforme que Toni usaba, al descartarlo por lo grande que le vendría.
—Uh... Creo que mi compañero dejó su pistola en la guantera cuando nos separamos.
Gustabo asintió, quedándose agachado mientras caminaba al patrulla cercano, abriendo la puerta del copiloto para revisar si estaba ahí y... bingo. Agarró el arma y comprobó que estuviera cargada, cosa que así era. Aprovechó la relativa privacidad que le daba la puerta abierta para verificar la herida de bala en su hombro, cada vez más molesta.
—Sí, sigue dentro, estaría sangrando mucho más si hubiera salido.— Susurró para su eterno acompañante.
"Pogo sabe todo lo que ocurre contigo" recordó con voz irónica. "Después de tanto tiempo, sigues sin fiarte de la palabra de Pogo..."
—No me has dado muchas alternativas con los años.— Le dijo de vuelta, aún en voz baja, rodando los ojos. —Que ahora seas menos molesto no significa que confíe en ti.
Dio por acabada la conversación, cerrando la puerta y volviendo aún agachado a colocarse donde estaba, aunque Conway y el agente ya se habían movido a ambos lados de la puerta, y parecían negociar con el ladrón. Se puso en pie y corrió para colocarse de forma rápida a un lado del agente novato, del lado derecho de la puerta. Conway estaba en el derecho, él solo.
—Vamos a ver, somos tres contra uno. ¿Eres gilipollas? ¿Tienes ansias de morir?— Preguntó el mayor de los tres con esa extraña voz, sonriendo tanto que incluso mostraba sus dientes. ¿Conway siempre tuvo los colmillos así de afilados? Frunció el ceño, algo había ahí que no estaba comprendiendo. Su comportamiento le recordaba bastante al que tuvo cuando torturó a Pablito. —Porque si tanto quieres morir te lo puedo conceder... con gusto.
—Que te den tío. Ya he dicho que quiero un tiroteo.— Se escuchó desde detrás de la puerta, aunque era notable que le temblaba la voz. Conway solía tener ese efecto.
—Bien. Esto no es como un atraco a una joyería o un badulaque, así que supongo que sabrás que podemos tirar la puerta y entrar pegando tiros. Prepárate.— El mayor miró a sus dos acompañantes. —Yo iré primero, vosotros me cubrís. A la cuenta de tres entramos. Uno, dos...
El rubio se le adelantó al otro chico, entrando segundo con la pistola en alto, cosa que hacía que su hombro ardiera como el mismo infierno, pero debía disimular. En cuanto terminaran allí se iría a casa y, con algo de suerte, no tendría que ver más al viejo. Vieron pasar como una exhalación al ladrón escaleras arriba, y Conway soltó una risa que hacía muchos, muchos años que no escuchaba, mientras le perseguía a paso lento.
—Joder.— Se quejó en voz baja, bajando el arma y siguiendo al otro de forma rápida. Si su suposición era correcta, debía ser rápido o tendrían problemas.
—¿Unas últimas palabras?
Apenas terminó de subir las escaleras, vio lo que se temía. Conway mantenía al ladrón bajo su bota, pisando su pecho mientras pegaba la punta de su pistola a la frente del delincuente. Aquellas palabras fueron dichas con esa voz escalofriante y sádica que tanto odiaba.
Sabiendo bien lo que hacer, agarró por el cañón su pistola y se acercó corriendo para pegar un culatazo en la parte trasera de su cabeza, en el lado derecho. Inmediatamente, vio como caía al suelo semi inconsciente. Vio al ladrón, que parecía en shock por todo aquello.
—Huye de aquí lo más rápido que puedas, es más...— tomó bien la pistola y disparó en una de sus piernas. El ladrón gritó y lloró casi de inmediato. —Si te atrapan, di que te peleaste con él y te disparó, pero fuiste rápido y conseguiste golpearle. Ahora, ¡corre!
Vio como le obedecía y se levantaba cojeando, dirigiéndose a una ventana. Comprendió que quería irse por ahí, así que disimuladamente cerró aquella puerta. Tras eso se agachó a un lado de Conway, observando que parecía haberse desmayado del todo mientras aquello pasaba.
Apenas unos segundos después llegó el agente, excusándose con que había estado asegurando el piso de abajo. Gustabo simplemente asintió, no le importaba demasiado aquello. Además, era la oportunidad perfecta. Con el viejo inconsciente y un ladrón huido, era el momento de irse. Al ver la cara de horror y confusión al ver a un agente veterano caído, Gustabo se puso en pie y se acercó a él con prisa.
—Le disparó al ladrón, pero consiguió pegarle con el arma en la cabeza. Está inconsciente. Llame a una ambulancia y que lleguen lo más rápido posible.— El chico asentía con cada orden que él le daba. —El tipo se ha ido por una ventana, voy a perseguirle. Quédate con Conway mientras llega la ayuda.
Sin decir más, se fue para bajar las escaleras de forma rápida, escuchando cómo el novato pedía por radio refuerzos y una ambulancia. Salió de la casa y se dirigió al patrulla, abriendo la puerta para dejar el arma reglamentaria donde estaba antes de irse del lugar. Apenas se alejó por unas cuantas calles, se colocó de nuevo la máscara que cubría su rostro y la gorra. Era el momento de volver a casa, y por el dolor punzante en su hombro y el frío cada vez más intenso, debía ser rápido.
||||||||||||||||||||
Cada calle que recorría era más difícil mantenerse en pie. No conocía demasiado esa parte de la ciudad, pero se ayudó del móvil para encontrar el camino más corto. Daba miradas rápidas a su hombro de vez en cuando, notando cómo por el movimiento parecía que la bala se había movido o algo, pues cada vez su camiseta amarilla estaba más y más manchada de sangre, que escurría en una larga mancha roja hacia abajo.
Quedando aún bastante para llegar, Pogo ignoró las quejas de su portador y tomó el mando, sus ojos adquiriendo aquella tonalidad carmesí brillante mientras caminaban más rápido.
Tardaron algo más al esquivar cada patrulla que veían o escuchaban, desviándose por caminos algo más largos que el que marcaba la pantalla del teléfono del italiano. Casi deja caer el aparato cuando éste comenzó a vibrar y a sonar de golpe, con Bohemian Rhapsody a todo volumen.
—¡Me cago en la puta!— Se quejó con manos temblorosas por el susto, habiendo agarrado el aparato en el aire cuando lo lanzó sin querer. Apenas y notó la "F" del contacto, tomando la llamada antes de que siguiera sonando y llamara aún más la atención.
—¿Gus- quiero decir, F? ¿Dónde estás?— Escuchó al acercarse el móvil al oído.
—Joder T, casi me muero del susto gilipollas.— Se quejó en voz baja, continuando con su camino. Hasta Pogo estaba quejándose por el escándalo.
—No te quejes, mi tono es genial.— Se defendió el italiano. —¿Dónde estás? Ya es de noche.
—Oh no jodas, no me había dado cuenta.— Respondió obvio el mayor, al borde de su paciencia por estar Pogo influenciándole para que siquiera pudiera seguir en pie. —Mira, estoy de camino, no estoy muy calmado ahora mismo, así que hablamos cuando llegue.
—¿Te voy a buscar o algo?— Preguntó algo preocupado el del otro lado de la línea. —Pude sentir que algo te pasaba, por eso llamé.
Gustabo chasqueó la lengua con molestia, aunque se quedó callado y respiró hondo. No debía perder los nervios.
—Hablamos cuando llegue. Créeme, no es el mejor momento.— Silencio de su compañero. Suponía que estaba escuchándole, esperando que explicara. —Solo que... fue un día extraño.
—... Está bien.— Escuchó un suspiro. —Aquí te espero.
Toni colgó primero, por lo que Gus solo se preocupó de abrir de nuevo Maps y seguir la ruta.
||||||||||||||||||||
—Merda— Toni mordió su labio con nerviosismo.
Apenas se había despertado hacía unas dos horas. Había comido algo al recordar que probablemente hacía más de 24 horas que nada de valor entró a su estómago, excepto una casi sobredosis de Paracetamol.
"Joder, ¿Paracetamol? Qué bajo has caído, italiano." Escuchó detrás de él.
—Ni siquiera estaba del todo cuerdo cuando lo hice, cállate.— Murmuró en respuesta, frunciendo el ceño.
"Tres pastillas más y no la cuentas... Bueno, quizá sí. Con toda la mierda que te has metido en los últimos años..." Pogo parecía ir a golpear donde duele.
—Te digo que te calles. Seguro que tú has tenido algo que ver.— Se giró hacia la presencia invisible, la línea en su ojo creciendo al mismo tiempo que su enfado. —Quieres enfrentarme con él y con todo el que me importe.
"Pero por supuesto, querido Toni. Eres tan solo una cárcel en la que me han metido. Tú también tratarías de escapar." La voz giró a su alrededor. Supuso que estaba caminando a su alrededor. "O quizás esperarías a que te saquen... no sería la primera vez, después de todo."
Toni apretó los puños, quedándose en silencio. No había nada que pudiera decir contra eso, era cierto al fin y al cabo. Pero él no pidió que le sacaran de aquella cárcel.
"Sigue tratando de convencerte de que eso fue lo que pasó. Tú y yo sabemos que no querías pasar quince o veinte años ahí metido."
Iba a contestarle cuando el sonido de las llaves en la cerradura le distrajeron. Su ansiedad aumentó. Debía ocultar lo ocurrido esa tarde o posiblemente pelearían. Caminó a la puerta para abrirla antes de que el contrario pudiera terminar de hacerlo, sorprendiéndose al verle con la camiseta ensangrentada.
—Pero qué...
—Déjame pasar y te explico.
Toni simplemente asintió, apartándose para que entrara y cerrando tras ellos. Cerró con llave y se dio la vuelta para observar al contrario. Sus ojos seguían brillando en rojo y la línea morada muy pronunciada sobre su cara. Estaba pálido, aunque lo asociaba más a la pérdida de sangre que al efecto de Pogo sobre él.
—Te han disparado.— Afirmó volviendo a mirar su hombro.
—Cómo supiste.— Le respondió irónico, con una sonrisa de lado, adolorido. —La bala sigue dentro, me harías un gran favor si me la quitaras antes de que se infecte y se me caiga el brazo.
—Iré por algo para curarte, espera aquí.
Toni caminó rápidamente al baño, tomando el botiquín que siempre permanecía lleno de material médico de todo tipo. Eran un desastre andante al fin y al cabo. Parecían atraer las desgracias. Volvió a la sala principal para encontrarse con su compañero ya sin camisa.
—Ahora te moviste y va a sangrar más.— Informó rodando los ojos, abriendo el botiquín y sacando unos guantes de látex. Tras ponérselos sacó una aguja y un botecito de analgésico local, además de unas pinzas esterilizadas.
—Que te den, ya me he movido al recorrerme medio Londres para volver.— El italiano aguantó sus ganas de golpearle. Era un incordio cuando estaba bajo la influencia de Pogo.
—Bien, esto te va a doler. Intentaré que así sea porque te estás comportando como un cazzo.— Tomó las pinzas directamente, ignoraría la anestesia como castigo. —Trata de no gritar, sabes quién está a dos puertas.— Recordó antes de agarrar con firmeza su hombro. Gustabo solo se quedó callado, murmurando insultos dirigidos a su acompañante.
Pero, había un problema. Al acercar las pinzas a su herida fue que notó el excesivo temblor en su mano. Frunció el ceño y trató de mantener su pulso firme, adentrando el instrumento en la herida. Vio de reojo como el contrario mordía su otra mano, aún enguantada, para ahogar cualquier sonido de dolor.
—¡Joder Toni, basta!— Pidió al ver que no era capaz de agarrar la bala. El italiano obedeció y retrajo el instrumento, mordiéndose el labio. —Mierda, sigues con la abstinencia.— Gustabo le miró y dio un suspiro, cerrando los ojos. Cuando volvió a abrirlos, sus ojos volvían a ser azules. —Hagamos una cosa. Trae un espejo, ¿sí?
El más bajo le sonrió de forma amable, y Toni se sintió la peor mierda del mundo. ¿Cómo decirle que temblaba por haberse tomado tanto paracetamol que probablemente a alguien normal le hubiera matado, y no por la abstinencia? Manteniéndose en silencio, asintió a su petición, quitándose los guantes y yendo en dirección al baño. Ahí guardaba un espejo medianamente grande, lo usaba Gustabo para cubrir con maquillaje la línea ya permanente en su ojo.
Ya de vuelta, el de ojos cobalto le pidió que alzara el espejo y le colocó bien, teniendo visual de la herida y la bala. En ese rato ya se había colocado unos guantes de látex y tenía la aguja con analgésico en la mano. Se inyectó una pequeña cantidad en la zona del hombro, siendo algo difícil por el reflejo invertido del espejo. Tras eso agarró las pinzas, habiendo colocado uno de los guantes de cuero entre sus dientes para poder morderlo mientras adentraba el instrumento en su propia piel y músculo. Ahogó un grito mientras trataba de sentir el tacto de la bala, fallando en agarrarla varias veces. Finalmente, al quinto intento consiguió tirar con suavidad del objeto extraño hasta extraerlo por completo, dejando tanto las pinzas como lo que se agarraba en ellas sobre una gasa.
Toni dejó el espejo sobre la cama y de forma rápida agarró otra gasa para apretarla contra la herida que ahora sangraba más al no estar taponada por la bala.
—Joder, no recordaba que esto doliera tanto.— Se quejó Gustabo, mordiéndose el labio a la presión ejercida por el contrario.
—Aún no hemos terminado, hay que coserla.— Le recordó, sintiéndose inútil ante sus temblorosas manos.
—Lo sé. Lo sé, solo... dame unos segundos.— Pidió el mayor, peinándose de nuevo hacia atrás. Estaba sudando por el esfuerzo, ahora sin la influencia de Pogo era más difícil mantenerse como si no le hubieran pegado un puto tiro en el hombro. —Qué asco de día... Dame aguja e hilo.
—Está bien...— El italiano suspiró, cambiando posiciones con Gustabo, que ahora agarraba la gasa contra su hombro mientras él buscaba la aguja e hilo quirúrgico. Se lo pasó mientras volvía a agarrar el espejo con una mano, con la otra quitó con cuidado la gasa. La sangre volvió a escurrir hacia abajo por su pecho.
Se mantuvieron en silencio mientras Gustabo se concentraba en coser su propia herida, Toni enfocando el espejo para que pudiera verse bien. Ya no necesitaba morder nada, estaba acostumbrado a coserse heridas, y a coserlas también en otras personas. Con unos pocos puntos consiguió que el sangrado parara considerablemente. Una vez listo, dejó la aguja ensangrentada junto a las pinzas y la bala.
—Puedo hacerte el vendaje.— Dijo de forma rápida Toni. No debía moverse mucho o los puntos podrían saltar.
Dejó de nuevo el espejo sobre la cama antes de rebuscar en el botiquín hasta encontrar una venda lo bastante grande para rodear la zona herida, además de una crema desinfectante. Una vez en sus manos, colocó una cantidad considerable de crema sobre la herida y una gasa limpia encima, agarrándola en su lugar con una de sus temblorosas manos mientras que con la otra comenzaba a rodear con la venda su hombro. Cruzó la venda extendiéndose desde su bíceps hasta casi su cuello, manteniendo la zona lo más cubierta que se podía.
—Bien, ya está listo.— Dijo con una pequeña sonrisa, alejándose para admirar su trabajo. Carlo no había recibido demasiados disparos, era demasiado bueno en ese aspecto, pero cuando le pasaba él siempre había estado ahí para curarle si Padre les negaba la atención médica.
—Gracias.— Murmuró Gustabo, moviendo un poco su brazo para probar los movimientos que podría hacer sin estropear el vendaje o abrir la herida.
El italiano se encargó de deshacerse del material médico usado, y guardó las cosas que seguían pudiéndose usar de nuevo en el botiquín, que realmente eran únicamente el resto de gasas y la crema.
Una vez todo estuvo recogido y ya más tranquilos, el italiano se atrevió a preguntar de nuevo qué había pasado para que llegara así.
—Conway pasó.— Toni le miró alzando una ceja. ¿Conway? Pero si le conocía de dos días y había sido de lo más amigable con él. Es decir, con "Gustabo". —Bueno, el disparo no. El disparo fue culpa mía, estaba demasiado confiado.
—Explícate desde el principio.— Pidió, sentándose en la otra cama para hablar más cómodamente. Gustabo se lo pensó unos momentos, pero supuso que de todas formas tendría que contarle para que no hubiera contratiempos.
Comenzando desde la mañana, le dijo lo mal que se veía y que apenas respondía cuando le llamaba, sumado a los mensajes y llamadas de Conway que no paraban, hasta que se cansó y los revisó. Pensó que si "Gustabo" faltaba al trabajo sería sospechoso para el viejo, así que decidió tomar su lugar. Le relató cómo se le había olvidado tomar el arma antes de salir, y lo tenso de su encuentro con Conway. El cómo le recriminó lo de las pastillas, y que esperaba que ya no le ofreciera más. También el cómo había tratado de golpearle con la porra y especificando que le había detenido antes de que pudiera hacerlo ante la mirada preocupada del contrario. Le enseñó su mano algo rojiza por el choque de la porra, pero nada más grave, gracias a los guantes. Omitió la parte de su pequeño acuerdo con Conway, eso mejor que quedara entre ellos. Lo importante era que Toni estaría bien mientras tuviera que patrullar con él. Pasó directamente a decirle sobre el atraco.
—... ¿Has notado alguna actitud extraña en Conway? ¿Risas fuera de lugar, que se comporte más agresivo que de costumbre?— Le preguntó con curiosidad al italiano. Éste asintió aún en silencio, tratando de absorber toda la información que le estaba dando el contrario. —Pues eso mismo le ocurrió en aquella casa. Cuando le alcancé tenía al ladrón amenazado de muerte. Tuve que intervenir. Le golpeé con la culata y aproveché el momento para irme de ahí... Le dije al ladrón que se fuera corriendo.— Obviamente no le contaría que le disparó en la pierna. Se puso algo más serio al recordar aquello, frunciendo el ceño y mirando a los ojos al italiano. —Ahora, escúchame bien. Si alguna vez le vuelve a pasar algo parecido, tienes que golpearle con mucha fuerza en la parte derecha de la cabeza, atrás. Yo solo le vi así dos veces, tres contando esta. Pero parece que está más inestable que cuando estábamos en Los Santos, así que debes saberlo.
—Espera, ¿por qué tan especifico?— Preguntó el contrario, apuntando mentalmente ese dato. —¿Tiene que ser justo en esa parte?
—Sí, justo ahí. Si ves que no funciona, prueba de nuevo. Normalmente, se queda inconsciente un rato, pero cuando despierta vuelve a ser él mismo. Te diría el por qué, pero no tengo idea. Solamente sé que él mismo me lo pidió una vez, y sonaba bastante desesperado.
Toni frunció el ceño, ideas formándose en su cabeza. Eran básicamente teorías, pero apenas tenían fundamento. Suspiró, simplemente asintiendo a todo aquello.
—Vale, le golpearé... pero solo de ser absolutamente necesario.— Gustabo se encogió de hombros, fingiendo desinterés.
—Yo ya te informé, lo que tú hagas con esa información no es cosa mía. Tú vas a estar junto a ese psicópata, tú decides.— Bostezó, el cansancio tanto físico como mental le estaba alcanzando por fin. Se recostó en la cama algo adolorido.
Toni volvió a quedarse en silencio, asintiendo a sus palabras. Supuso que querría descansar, y ya bastantes problemas le había dado por un día.
—... Siento que hayas tenido que tomar mi lugar, odias a ese hombre.— Murmuró tumbándose también.
—No es tanto odiar, simplemente no me gusta su manera de hacer las cosas. Pogo sí que le odia.— Murmuró en respuesta, ya con los ojos cerrados. —Y no fue tu culpa, esa pastilla te ha hecho retroceder meses en tu adicción a las drogas.
—Si, bueno... como dije ayer, debí haberla escupido.— Observó el techo como si fuera lo más interesante del mundo. Al no recibir respuesta, se giró hacia la otra cama de nuevo. Gustabo ya estaba dormido. Se fijó en que parecía agotado, incluso dormido permanecía con el ceño fruncido.
Se giró hacia el otro lado, sintiéndose culpable por todo lo que había tenido que pasar su compañero por culpa suya. Estaba seguro de que esa noche no iba a poder dormir, y Pogo lo sabía bien, así que estaba aprovecharía para atormentarle.
Cerró los ojos, escuchando a aquella presencia invisible comenzar a reír.
Chapter 13: ⁙Capítulo 4 (parte 1)⁙
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Un solitario vehículo negro conducía a gran velocidad por las autopistas de Londres. Siendo casi las dos de la mañana, nadie esperaría que alguien se dirigiera a las afueras un martes laboral.
Yendo a tal velocidad, no le costó más que unos pocos minutos llegar a una descuidada zona rural, donde aminoró para adentrarse por el camino de tierra que le guiaba hasta una vieja granja.
Se bajó del coche sin apenas poder tenerse en pie, entre pequeñas risas sin motivo alguno. Tuvo que agacharse a recoger sus llaves del suelo cuando se escurrieron entre sus dedos, y solo entonces recordó que esas eran las llaves de la granja, no las del coche. Rio de nuevo y abrió el vehículo otra vez para, ahora sí, sacar la llave del contacto y poder cerrar.
Una vez conseguido aquello, caminó tambaleante hasta la puerta del lugar, tomando su copia de la llave para abrir y entrar.
Se frenó en seco al ver la figura de traje negro esperándole con los brazos cruzados, por su mente intoxicada pasando la imagen de Padre... aunque se relajó al ver que solo era Igor.
—Fua, Igor... La DisKOIteca es genial, qué gran fiesta de apertura.— Le dijo arrastrando las palabras, tratando de dejar su chaqueta en el perchero y fallando en el intento. El cyborg se acercó y recogió la prenda, dejándola correctamente en su lugar.
—¿Otra vez borracho, Carlo?— Su fuerte acento ruso marcaba cada una de sus palabras. —Le recuerdo que seguimos buscados por la Interpol...
—Sí, sí, ya te oí las primeras cincuenta veces.— Le interrumpió, dando un pequeño empujón para que se apartara.
Caminó sujetándose de los muebles hasta el pequeño sillón de la sala central, que hacía las veces de cama para él también. No se quejaba, era mucho más cómodo que la jaula colgante en la que había vivido en aquella isla.
Igor se colocó delante de él, y si pudiera ver sin que todo estuviera borroso, juraría que le miraba con enojo.
—Carlo, tiene que parar un poco. Primero robar tiendas a cara descubierta, luego badulaques vestido de fruta... Tenemos suerte de no tener a la Interpol llamando a la puerta ahora mismo.— El de cabellos cenizos rodó los ojos, bostezando y acomodándose más en aquel sillón. —¿Oh? ¿Le aburre? ¿O está demasiado borracho y drogado?
—Jaja... Ojalá pudiera estar drogado.— Respondió casi de inmediato, de nuevo su mente viajando de vuelta a aquella isla y las múltiples torturas que se le hicieron.
Al ver que aguantaba bien las durísimas drogas que se le administraban, el FBI optó por métodos más... físicos. No tenía problema en mostrar su espalda repleta de latigazos. Para él representaban con orgullo que había sobrevivido.
—Desde que conociste a ese tal Fideo, estás más inestable que nunca. En Marbella podíamos hacer lo que quisiéramos, podías hacer cualquier cosa con tu hermano y no había problema porque teníamos poder y dinero, pero entiende que aquí no nos queda nada de eso.— Igor sonaba derrotado y enojado a partes iguales. A Carlo no le gustaba ese tono.
—Exacto, Igor. No queda nada.— Murmuró molesto, bufanda y desviando su mirada a la ventana. —Vine aquí esperando ver a Toni, a José. ¿Qué me encuentro? Que vivimos en una granja abandonada, con Hai. Toni me dijo que hablaríamos, pero de eso hace días. De José hace días que no sabemos nada también, pero Toni le habla a él, ¡a él!— El chico soltó una risa que sonaba más adolorida que divertida.
Lo único que le había mantenido cuerdo en aquella isla había sido la idea de reencontrarse con su hermano. Buscar confort. Necesitaba la cercanía de su hermano, saber que estaba bien, que en su ausencia le había extrañado y estaba a salvo. Y se había encontrado con que ni siquiera se dignaba a registrar su número, teniendo de él simplemente una llamada rápida y un mensaje prometiendo que hablarían.
Una promesa vacía.
El silencio se extendió en la sala. El buen humor que le habían otorgado las grandes cantidades de alcohol que había consumido, estaba esfumándose a velocidad vertiginosa. No iba a llorar, eso solo se lo permitiría frente a su hermano. Apretó los puños para frenarse, dejando que sus uñas perforaran su piel ante la fuerza utilizada.
—... Creo que tomó mucho. Seguiremos hablando por la mañana, cuando esté sobrio. Descanse.— Se despidió el ruso, notando por el alargado silencio que no habría mucho más que el rubio cenizo se dignara a decirle. Sin una respuesta, el cyborg solamente salió de la sala, camino a una de las pocas habitaciones.
Carlo miró fijamente la ventana, sintiendo el familiar picor en sus ojos, pero aguantando las ganas de dejar que todo el dolor que cargaba dentro, tan profundo de sí, saliera al exterior. Rebuscó bajo su camisa de vestir blanca hasta encontrar una cadena de plata, de la cual tiró hasta tener lo que colgaba de ésta en sus manos: una cruz plateada. Se la había entregado José el día que le volvió a ver, diciendo que Toni le había encargado que se la diera en cuanto le viera.
—Toni, fratellino mio... ¿Por qué me estás haciendo esto?— Susurró a la soledad del lugar mientras pasaba con cuidado la yema de su pulgar por aquel objeto, sintiendo cómo cada día su corazón de piedra se resquebrajaba un poco más.
||||||||||||||||||||
"Gustabo" ya estaba dirigiéndose a comisaría. Tras una noche francamente horrible, sus ojeras eran tremendamente marcadas, aunque las disimuló con algo de maquillaje, al igual que la pequeña marca morada que atravesaba verticalmente su ojo derecho.
Su idea fue despertar mucho más pronto de lo normal para pasarse por una farmacia antes de que su compañero de habitación despertara, aprovechar y comprar el recambio de las pastillas que consumió el día anterior y comprar analgésicos para el dolor por su disparo... aunque a la vuelta únicamente quedaban los analgésicos.
Su temblor se había vuelto a hacer muy fuerte y comenzaba a sentir los peores síntomas, así que apenas se lo pensó dos veces antes de tomarse varias pastillas de golpe. El resto se las guardó para él, sabiendo que aquello era algo que no pararía hasta que él lo hiciera, aunque el pánico a sentir de nuevo aquellos horribles dolores ganaba a su lado más lógico. Pogo reía y reía sin parar al ver aquello, diciéndole lo débil y patético que era. Toni trataba de ignorarlo lo mejor que podía.
Dejó en la mesita los analgésicos junto a una nota con su perfecta caligrafía, indicando cada cuánto tiempo debía tomar cada dosis y salió de nuevo, encontrándose actualmente caminando hacia Mission Row.
"Eres consciente de lo hipócrita que es esa nota de tu parte, teniendo en cuenta que estás tomando medicamentos como si fueran caramelos." Escuchó a su lado la voz que estaba llegando a odiar. "¿Qué crees que pasaría si él se entera? Oh, sería digno de ver..."
—No se va a enterar.— Susurró apretando sus puños con rabia.
"En algún momento cometerás un error, Toni Gambino. Y si no es Gustabo quien te mate, será Jack Conway." Aquello fue casi susurrado en su oído. Sin saber bien cómo reaccionar, se llevó una mano a la cara con fuerza, azotando su frente como si así pudiera alejar aquella presencia de él por unos momentos.
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Unas horas después de que el italiano saliera del motel, su compañero de habitación comenzaba a despertar. Intentó girarse hacia la mesita para revisar la hora, pero una punzada en su hombro le detuvo.
—Joder cómo duele me cago en la puta...— Se quejó en voz baja, aguantando una mueca de dolor.
"Eres un llorón... Pogo ha estado en peores condiciones que tú y no se quejaba tanto." Comentó el espectro, escuchándole frente a la cama.
—Vete a la mierda Pogo, tú eres un demonio, yo soy humano.— Le respondió rodando los ojos, decidiendo por apoyarse con su brazo sano para levantarse con cuidado. —Debería buscar un pañuelo o algo para no mover el brazo.— Murmuró para sí mismo, una costumbre que se le había quedado tras los varios meses que había pasado viviendo aislado de todo contacto humano.
Agarrando con su mano el brazo que debería estar inmóvil, caminó hasta el armario con la idea de tomar "prestado" uno de esos caros pañuelos de seda que a Toni le gustaba usar cuando acababan de llegar a Londres. Se decidió por uno negro, que no llamara demasiado la atención en caso de tener que salir para cualquier cosa, y utilizando su mano buena y sus dientes hizo un nudo que le rodeara el cuello. Tras eso, colocó su brazo con cuidado de no hacer demasiada presión en los puntos, suspirando más tranquilo cuando comprobó que podía moverse con más libertad.
"Si tanto te duele, Toni te dejó unos medicamentos mientras dormías." Informó Pogo. "Están en la mesita."
Gustabo miró en dirección al pequeño mueble, aunque un reflejo plateado por aquellos molestos rayos de sol que entraban por la ventana, le distrajo. Curioso, se acercó y se agachó con cuidado, tomando la abandonada tableta vacía de Paracetamol.
—Ah... Debió estar buscando, supongo que se acabó y fue a comprar más.— Murmuró algo dudoso, pues si su memoria no le fallaba, quedaban aún al menos unas cuantas pastillas más la última vez que revisó.
"Algo no encaja, Pogo también recuerda que hubiera más. Lo revisamos hace unos días, antes de comenzar el plan con Conway." La presencia invisible sonaba muy cercana a él, como si se hubiera agachado a su lado. "Además, últimamente Pogo está notando cosas... extrañas, en él."
—¿Extrañas? ¿En qué sentido?— Preguntó, poniéndose en pie de nuevo y llevando la tableta vacía a la basura.
"Um... Pogo no sabe cómo explicarlo." A Gustabo le causaba gracia escucharle así, a veces parecía un niño pequeño. "Eh, ¿sabes cómo Pogo puede sentir lo que sientes, y leer tus pensamientos?" La presencia vio asentir al rubio, que volvía hacia la mesita para encontrarse aquel mensaje escrito a mano. "Bueno, Pogo antes podía hacerlo con Toni también, después de todo, lo único que hiciste fue separar a Pogo en dos mitades..."
—Vamos, Pogo, ve al punto. Deja de contar cosas que ya sé.— Regañó mientras tomaba la caja de pastillas de debajo de la nota, observando que eran analgésicos.
"¡El caso es que Pogo ya no puede sentirlo tan bien como antes!" Le gritó exasperado y algo enojado porque se atreviera a regañarle como a un niño pequeño. "Cuando estamos los tres en un solo sitio, si Pogo habla ambos podéis escucharle. Últimamente Pogo le hablaba y no le respondía, pero supuse que simplemente le ignoraba... Pero ahora Pogo cree que hay algo más."
—¿Algo más?— Gustabo frunció el ceño, algo preocupado. Al fin y al cabo no sabían lo que esa separación del demonio en dos partes podría ocasionar.
"Sí, es como si algo, alguien más, se pusiera por medio. Es extraño, si fuera otro demonio, Pogo podría verle. Somos invisibles para los humanos, pero no entre nosotros." Explicó, dando un bufido de molestia. No le gustaba no saber. Le ponía nervioso.
Gustabo se quedó en silencio, digiriendo toda la información que acababa de recibir. Puede que algo saliera aún peor de lo que salió cuando hizo que el italiano leyera aquellas palabras. Al fin y al cabo, la intención original era que Toni se quedara con Pogo en su totalidad, no era su intención que ambos lo tuvieran.
—Entonces, lo que tratas de decir es que es posible que... tu otra mitad, el otro Pogo, ¿esté tomando consciencia propia?— Preguntó, mientras trataba de centrarse también en tomarse la pastilla que indicó la nota. Podría pensar mejor si no estaba pendiente todo el rato del dolor en su hombro.
"Hmph, es lo más probable. Al principio... era como si Pogo viajara de un cuerpo a otro de forma constante. Era bastante doloroso para Pogo." Admitió, viendo la cara de 'te crees que acaso me importa' de su portador. "¡Hey! Por mucho daño y estragos que Pogo haya hecho en tu vida, siempre ha buscado protegerte. Pogo ofendido." El demonio payaso sonaba triste, a lo que Gustabo sólo rodó sus ojos.
—Pogo dramático, más bien... El problema aquí es, que si tu otro yo está tomando consciencia propia, podría comenzar a ser un peligro.— Caminó hacia la parte de la habitación que hacían llamar cocina, dotada de un pequeño horno de gas, una nevera de un reducido tamaño y un mueble que llenaban de comida en lata, y tomó leche y cereales para comer algo. En la nota ponía que no podía tomar la medicación sin comer, al fin y al cabo. —Yo te conozco, sé de lo que eres capaz. Al punto de que me aislé de todo y todos para tratar de detenerte. Toni aún no sabe la extensión de lo que puedes llegar a hacer.
"Tampoco sabemos como es el otro Pogo." Añadió el ser invisible, sin negar todo lo que se decía de él. "Si está bloqueando a Pogo de alguna forma, puede que no quiera que sepamos qué intenta hacer."
Gustabo masticó despacio su desayuno. Tenían muchos problemas últimamente.
Chapter 14: ⁙Capítulo 4 (parte 2)⁙
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Los días fueron pasando con bastante naturalidad. En un abrir y cerrar de ojos, el resto de la semana había pasado. Conway estaba perfectamente al día siguiente del golpe, y le reiteró a "Gustabo" que no quería hablar de ese tema. Toni lo respetó, y no indagó más.
Gustabo no quiso sacar el tema sobre Pogo hasta que estuvieran seguros de que algo estaba pasando y no eran solo imaginaciones del demonio, o algo así. Era cierto que a Toni se le notaba algo más apagado que de costumbre, pero lo había asociado a que tuviera que aguantar a Conway durante tantas horas al día.
Nada más alejado de la realidad. El italiano había descubierto que los turnos con el ex-superintendente eran los únicos momentos de calma en su mente. Con Conway, a sus ojos, todo era buen ambiente, risas y momentos tan paternales que le daban ganas de llorar, de gritar el por qué no podía ser el Gustabo real, y ese hombre su padre, y no Tore. Jamás Tore.
Saliendo de turno, se aseguraba de perder de vista a Conway antes de ponerse en contacto con Igor, Hai o José, que le aseguraban que todo seguía bien, aunque era fácil para él notar que algo ocultaban. Sospechaba que tenía que ver con Carlo.
Y sobre el propio Carlo... Ya no sabía ni qué excusas ponerse a sí mismo para no verle, para no contactarle, no mandarle un simple mensaje. Cada día abría su chat y veía aquel emoji del corazón roto, y algo dentro de él se desmoronaba.
Seguía consumiendo medicamentos, engañándose a sí mismo cuando se decía que lo tenía bajo control. Cada día tomaba más y más seguido aquellas pastillas que aparentemente se veían inofensivas. ¿Paracetamol? Si lo mandan hasta para un resfriado. El problema era que, al más mínimo signo de algún síntoma de su Abstinencia, se escapaba de las miradas ajenas y tomaba una más, y otra, y otra... Hasta que finalmente paraban.
Llegar a casa era todo un problema. Cada día su conciencia pesaba más. Vivir aquellos momentos padre-hijo con la piel de su compañero, que parecía guardarle tanto rencor, era algo que le destrozaba por dentro. Comer aquel durum junto al mayor, poltergeist incluido, los pequeños choques amistosos que había entre ellos... Desearía poder pasarle esos recuerdos, mostrarle que era cierto que estaba tratando de cambiar, mostrarle que Conway no era tan malo o peligroso como él se pensaba.
Recordar el día del cumpleaños de su compañero era como recibir una constante lluvia de puñetazos a su estómago...
||||||||||||||||||||
—Oye, y al final no me dijiste nada de tu puto cumpleaños.
Iban en el coche, apenas terminando el turno de aquel día. Toni se vio sorprendido por aquellas palabras, por lo que se tomó unos segundos de silencio para pensar lo que diría.
¿Por qué Gustabo no le había mencionado aquel detalle tan importante?
—... ¿Es hoy?— Preguntó fingiendo sorpresa, aunque realmente lo que sentía era duda y pánico por verse descubierto.
—¿Es hoy?— Le imitó con burla Conway. —¿Como que "es hoy"?
—Nunca le he dado mucha importancia a los cumpleaños, la verdad.— Rezó internamente para que eso tuviera sentido con lo que fuera que recordara el mayor sobre su hijo. —Es algo que no... no sé.
Toni pensaba en por qué Gustabo no le habría dicho sobre aquello. No solo la fecha en sí, en realidad tampoco le había contado sobre nada que tuviera que ver con ese tema.
—Nunca le has dado importancia...— Conway parecía dudar aquello.
—No, no... Nunca los he celebrado de una manera espectacular.— Viéndole de lado, pudo ver cómo parecía relajarse al escuchar aquello. Supuso que le habría visto celebrarlo, solo que realmente no era tan enfocado a la fecha, quizá. En ese punto sólo podía sacar conclusiones precipitadas, así que se ciñó a seguir con su propia idea.
—Yo tampoco, para ser justos.— Le respondió el mayor, acomodándose en el asiento de conductor como si le incomodara muchísimo hablar de sí mismo. El falso español sabía bien que así era. Al parecer aquel hombre sólo consideraba abrirse con una persona: su hijo.
—Es que, ¿qué día es hoy?— Murmuró, queriendo aligerar el ambiente tenso que se había formado. Sacó su teléfono y miró la fecha. —Coño, 25 de abril... Para que veas la importancia que le doy, me cago en la puta. Vaya tela.
—¿Nunca te han hecho un puto regalo?— Conway frunció el ceño ante la idea. Toni le observó de reojo, pensando en cuan mal tendrían que haber estado aquellos dos para que no supiera ni eso, teniendo en cuenta que habían pasado... ¿Cuánto? ¿Unos meses juntos? ¿Llegaría a un año? ¿Quizá más? No lo sabía con seguridad, Gus no le había dado tantos detalles.
—Sí.— Respondería simple, aunque con duda. Lo bueno es que siempre tenía la excusa de su "enfermedad" si por alguna casualidad olvidaba ciertas partes de su vida en Los Santos, pensó con ironía. —Sí, alguna vez. Pero ya te digo, hay mucha gente que no sabe ni cuándo es mi cumpleaños porque como es algo a lo que no le doy tanta importancia, pues claro... No me suele felicitar nadie, porque es que no lo saben directamente.
—¿Y qué te crees? ¿Que yo no lo sé?
—Hombre, yo imagino que tú sí.— Era su padre al fin y al cabo, tuvo que estar presente el día del parto de su difunta mujer.
Sí, Gustabo sí le había dicho lo de su madre muerta, pero consideró que su puto cumpleaños no era importante, al parecer.
—Si no lo supiera menudo padre de mierda, ¿no?— Toni se giró a mirarle de nuevo. Conway había sonado bromista, pero notó lo que iba implícito en sus palabras. Podía ver que estaba tratando de disimular su mueca de tristeza.
—Eh, bueno, sí. Sería complicado, la verdad.— Murmuró, sin saber muy bien que decir. No quería ofenderle o hacerle sentir peor.
—Bueno, todo sea dicho... soy un padre de mierda.
Toni se quedó en silencio. Desearía poder decirle que aquello no era cierto, que se había portado mejor con él que su propio padre. Pero obviamente, no podía decir aquello.
—Mira, te voy a enseñar en qué puto hotel estoy yo.— El mayor rompió aquel momento tenso, cambiando de sentido con un movimiento brusco que hizo que Toni tuviera que agarrarse para no volcar hacia un lado.
Se sumieron en un agradable silencio mientras duraba el trayecto. Toni quería mantenerse calmado mientras tanto, pero le estaba resultando muy difícil. ¿Hablar de su supuesto cumpleaños, mencionar si alguna vez le habían regalado algo y luego dirigirse al hogar de su compañero? No había que ser muy listo para darse cuenta de que le iba a entregar algo.
Algo que no merecía.
Una vez en el motel, ubicación del cual se autoenvió Toni por si fuera necesaria, se bajaron del coche y siguió a Conway hasta la puerta que le pertenecía.
—Mira que asco que sitio.— Dijo el mayor al haber abierto la puerta, pasando dentro y dejando que el rubio pasara antes de cerrar de nuevo. —Es una puta mierda.
—Mi habitación no es mucho mejor eh, no realidad se le parece bastante.— Mencionó algo divertido al echar un vistazo rápido por el lugar. No había mucho que ver tampoco.
Era, tal cual dijo, un lugar bastante parecido al cual vivían Gustabo y él, exceptuando que solo había una cama, mientras que en la suya había dos. Le llamó la atención un bote de pastillas sobre la mesita de noche, pero no preguntaría. Trató de ver qué clase de pastillas eran, pero la indicación del nombre estaba justo del lado en que no podía verla.
—Bueno, a lo que íbamos. Mira.— Gustoni devolvió su mirada al mayor al escucharle. Le observó sacar una caja de cartón de debajo de la cama, colocándola después sobre la cama. —No mires la puta caja, ¿eh?
—No, no, no. No miro.— Se giró ligeramente y apartó la vista de aquel objeto, esperando pacientemente que le diera la señal de poder mirar de nuevo.
Conway sacó la cruz de hierro. Tras eso, volvió a guardar la caja rápidamente bajo la cama. Se acercó al rubio y tocó ligeramente su hombro para que le mirara, tomando su brazo y dejando sobre su palma aquel objeto.
Toni miraba aquello con asombro. No sabía lo que significaba, pero reconocía una condecoración militar cuando la veía.
—Toma.— Conway le miró con una pequeña sonrisa, aunque pronto desvió ésta, carraspeando un poco. —¿Sabes qué es eso?
—Una... cruz. Metálica.— Trató de hacerse el tonto, aunque su voz temblaba un poco.
—Es la Cruz de Hierro. ¿Sabes a quién se la dan?
—No.— Murmuró simple, sin confiar en que su voz no temblara. Estaba confuso y con un lío de sentimientos encontrados. Quería saber más de aquel objeto.
—Cuando tengas la respuesta, sabrás lo significativo que es.— El mayor le sonrió de lado, dio media vuelta y salió de la habitación, mientras Toni miraba fijamente el objeto en sus manos.
No lo merecía. Era algo familiar. Era de Gustabo, no suyo. No le pertenecía.
Y aún así... se lo había dado a él. Quería ser egoísta por una vez en su vida. Conway había compartido muchas horas de patrulla con él, no con Gustabo. Gustabo ni siquiera le apreciaba, pensó. Quizá si le daba la Cruz la tiraría o querría destruirla.
Apretó el puño sobre el filoso objeto, casi dañándose la mano por la fuerza con que lo hizo. Protegería aquello, se mintió a sí mismo. Como si lo que quisiera no era quedarse con aquello para sí.
Poco después, Toni seguía a Conway afuera. Volvieron al coche y se encaminaron a comisaría, ya que su turno había acabado. Aprovechando que Conway conducía, sacó su teléfono y abrió google, escribiendo "cruz de hierro condecoración" tan mal que tuvo que reescribirlo de forma lenta por el temblor en sus manos.
—Es una condecoración militar, del reino de Prusia y posteriormente Alemania. Concedida por actos de gran valentía, o por méritos en el mando de las tropas.— Leyó en voz alta, asegurándose de que Conway le escuchaba.
—Exacto.
—Ostia pero supongo que para ti esto es muy importante, ¿no?— Le miró desde su lugar, frunciendo el ceño con preocupación y tristeza. Incluso si Pogo no estaba ahí en ese momento concreto, podía escuchar voces en su cabeza diciéndole que aquello estaba mal, eso no estaba nada bien.
—¡Y te lo entrego a ti, Gustabín!— Toni volvió a desviar la mirada a la ventana cuando le llamó así. —Eres el único legado que me queda, y no sé cuanto tiempo me pueda quedar.
—Es que... no sé si debería aceptar algo así, la verdad.— Se le notaría triste, por michas razones. Una de ellas, sentirse culpable por estar viviendo aquello en vez de ser Gustabo quien estuviera ahí. —Es algo muy personal, me sabe mal.— Posiblemente aquello era lo más sincero que había dicho desde que empezaron a hablar del tema del cumpleaños.
—Algún día te contaré toda la historia que hay detrás de esa cruz.— Comentó Conway, viéndose algo reacio.
Toni seguía hundido en su miseria, sería algo más que le contaría a él y no a su verdadero hijo. Odiaba tener que jugar así con los sentimientos del mayor. Tenía la certeza de que cuando le descubriera, porque era cuestión de tiempo que lo hiciera, se ganaría una bala en la frente.
—Está bien...— El rubio suspiró, tratando de volver al papel de Gustabo. No podía ser tan emocional. —Yo me la guardo, pero cuando me cuentes la historia, igual te la devuelvo. ¿Trato?— Le dijo viéndole de reojo, su lado más mafioso salió ahí, buscando lo que a su parecer parecía más "justo".
—Vale, hay trato.
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Tras todo eso, había llegado a casa aún apretando con fuerza la cruz de hierro en su bolsillo, dándole vueltas y vueltas a las palabras que había leído con una búsqueda en Google. ¿"Concedida por actos de gran valentía o por méritos en el mando de las tropas"? Definitivamente, debía ser algo que solo Gustabo comprendería. No había nada de valiente en él. Había dejado morir a su madre, huido de casa junto a su hermano para formar su propia Familia. Ni siquiera había tenido los cojones de apretar el gatillo cuando Gustabo le suplicó que le matara, que acabara con su sufrimiento.
Egoístamente, pensó que aquel regalo era suyo. Guardó aquella cruz de hierro para sí, un secreto más que ocultarle a aquel hombre con quien compartía casa y maldición. Se sumaba a la lista: su nueva adicción, su contacto con La Familia, el no decirle que su hermano estaba de vuelta.
Cada día traía una excusa peor que la anterior para llegar a horas insanas, ponía la excusa de estar muy cansado por el trabajo y dormía unas pocas horas antes de levantarse más pronto de lo que debía para esquivar a su compañero de habitación, asearse y cambiarse, e ir de nuevo a trabajar.
Por supuesto, toda esta ansiedad que el italiano sentía, Pogo la utilizaba a su favor. Había momentos en los que el propio Toni no notaba que ya no era realmente él el que estaba en control.
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Aquel día había comenzado relativamente bien. Había cumplido su rutina de levantarse, ducharse, vestirse e irse, asegurándose de tomar sus pastillas una vez estuvo en su coche, ajeno a miradas curiosas, aunque no sin los continuos comentarios de desprecio de Pogo hacia su persona. Luego había llegado a comisaría, tomado el apreciado Mercedes de Conway y le había recogido como ya era costumbre entre ellos. Habían cambiado posiciones, dejándole conducir, y habían entrado a patrullar, Toni sintiendo ese alivio que le daba el que la odiosa voz del payaso parara durante unas horas.
La rutina se rompió cuando les llegó un aviso de un robo a un badulaque.
Todo parecía normal al principio. El aviso hablaba de dos tipos vestidos de fruta, uno haciéndose llamar Capitán Uva y el otro Comandante Piña. Al rubio le parecía hasta gracioso, e iba comentando aquel hecho al hombre a su lado, que aunque no reía tan abiertamente como él, sí estaba sonriendo por "las ocurrencias de los londinenses". Sabiendo por historias de Gustabo que el contrario solía ser muy serio, al punto de solo reír para infundir miedo a sus víctimas (palabras textuales del español), se consideraba un privilegiado por conseguir que Conway sonriera genuinamente por algunos minutos. Cosa que cada vez sucedía más a menudo, al fin y al cabo, por tantas horas compartidas juntos, se estaba encariñando de aquel hombre y acostumbrándose a su presencia.
Bajaron del coche al llegar al lugar que el GPS les indicaba, y sonrió divertido al ver a aquellos tipos con esos ridículos trajes peleándose con los policías del otro patrulla que había acudido al aviso, ya que no querían salir afuera y la puerta del establecimiento no les permitía hablar. Siguiendo la pequeña costumbre que ya había entre ellos, Conway fue directamente a poner algo de orden, mientras Gustoni se quedaba algo más atrás, cruzándose de brazos en silencio.
—¿Qué coño hacéis?— Preguntó Conway hacia los agentes.
—Ampliando la acústica.— Le respondió sagaz una de ellos, sonriendo con diversión al ver como sus compañeros se tragaban la puerta en más de una ocasión y caían al suelo por el dolor. Desde su posición, el italiano casi podía ver cómo una vena se hinchaba y palpitaba en la sien del más veterano. Queriendo evitar problemas, dio un paso al frente e invitó a salir a uno de los criminales, el que iba vestido de uva.
—Mira, hagámoslo aquí en la puerta, no se preocupe.— Le dijo con su tono negociador, manteniendo la calma. Se quedó bastante cerca del tipo.
—Respeto, respeto.— Pidió el "Capitán", sus gestos escondidos al completo por la máscara, aunque su tono se mantenía tranquilo, incluso juguetón. El italiano notó algo en esa voz que le hizo ponerse alerta.
—Sí... Sí, respeto. Hagámoslo en la puerta.— Continuó, conservando la compostura.
—Perfecto, ¿qué queréis?— Preguntó aquel sujeto, mientras los agentes veían incrédulos a través de las cristaleras cómo su amiguito el Comandante Piña vaciaba la caja registradora.
—Eh, ¿qué quieres tú? Eres el que ha entrado a robar.— Al parecer la chica del comentario sobre la acústica le robaría el protagonismo a Conway en esta ocasión.
—Sí, pero sois vosotros quienes habéis llegado después. ¿Qué queréis?— Insistió la uva, con un aire despreocupado y un tono divertido.
Toni observaba el intercambio desde cerca, notando cómo los demás se colocaban a ambos lados, quedando él casi en frente del delincuente. La chica continuó discutiendo por tonterías contra el Capitán, mientras Toni fruncía el ceño cada vez más. A cada palabra que salía de la boca del sospechoso, estaba más y más convencido de que sabía bien quién era. Su voz no había cambiado nada desde que le escuchó en la llamada telefónica, aunque esperaba con todas sus ganas equivocarse y que aquello no fuera real, tan solo otra fantasía creada por su mente atormentada.
Sin poder aguantar más tiempo quieto, comenzó a dar pequeños paseos alrededor del pequeño tumulto de gente que se había formado frente a las puertas del badulaque, inconscientemente adoptando aquella forma de actuar tan típica de Conway, antes de alejarse de allí unos cuantos pasos, mirando de lejos.
—Qué estás haciendo Carlo...— Se lamentó en un susurro imperceptible, guardando sus manos en sus bolsillos cuando vio que éstas temblaban.
Estaba claro que no había cambiado nada desde Marbella, pero debería haberlo hecho. Reconocía su comportamiento, era normal en él tomar esos riesgos por pura diversión, pero estaban en una situación muy delicada, buscados por la Interpol y muy vigilados gracias a su propia presencia ahí. ¿Qué cojones estaba haciendo, atracando badulaques de mierda? ¿Vestido de fruta? No podía ser por ganar dinero, no iban a sacar ni mil libras de esa tienda, y él les seguía pasando un gran porcentaje de su sueldo como agente de la secreta, queriendo ser ese líder que su Familia tanto necesitaba en esos momentos.
—¿Qué cojones piensas tanto?— Salió de sus pensamientos ansiosos cuando Conway se colocó a su lado y le habló, por lo que dejó de ver fijamente hacia aquel tipo y se volteó a mirarle.
—Ah, nada... Estoy pensativo, la verdad.— Murmuró sin poder evitar que la tristeza acumulada de esos días queriendo, pero no pudiendo llamar a su hermano, tintara su voz.
—¿En qué? ¿Qué piensas?— Preguntó el contrario algo brusco, pero reconoció que era básicamente porque Carlo les estaba tocando mucho los huevos con la negociación de la persecución.
—Nada, estaba esperando que acabara la negociación.— Dijo ya algo más concentrado en su papel, obligándose a girarse e ir al coche al ver que el grupo se dispersaba.
Se metió al asiento del conductor, trataría de que aquella persecución fuera exitosa para el par de hijos de fruta. Especialmente dado que La Familia, Carlo, y él mismo estaban en peligro tan solo con que al stolto de su hermano se le viera en público. Desde allí vio, con molestia y un profundo dolor, cómo él jugaba como niño pequeño con el tipo vestido de piña, no sabiendo si desearía ser aquella piña, o si simplemente quería que aquello terminara y poder volver a su deprimente rutina.
La persecución comenzó sin percances. Apenas empezaron a acelerar, los dos coches patrulla casi le adelantan. Se sintió aliviado de haber elegido el Lexus aquel día, y no el Mercedes que tanto le gustaba a su compañero de trabajo. Pronto fue evidente que el vehículo tuneado del que sabía era Carlo les sacaba una gran ventaja respecto a aceleración, por lo que al menos "Gustabo" pudo estar tranquilo de no tener que obligarse a ir despacio, podía sacar todo el partido del coche, sabiendo que aun así sería muy difícil alcanzarles.
Era casi cómico. Aunque les sacaban mucha distancia, Toni sabía bien las estrategias que su hermano tendría para despistarles, así que le seguía por sus atajos. No le quedó más remedio que darle la razón a Conway cuando le dijo que deberían realizar un código 100. Aún más divertido, pues apenas unos metros después, alguien en un coche trató de cerrarle el paso, aunque pisó con más fuerza el acelerador. Si sus ojos brillaban suavemente en rojo tras apartar de un golpe al otro vehículo y continuar persiguiendo al par de frutas, Conway no dijo nada al respecto.
Para su gran alivio, Carlo estaba siendo muy listo y les estaba despistando por los garajes, aprovechando la gran distancia que les sacaba. Pronto les habían perdido de vista (o al menos eso repetía Conway), aunque él sí sabía por dónde podían estar.
—Joder, los hemos perdido.— Se quejaba Conway, preguntando por radio a los demás si tenían visual.
—Seguro que han hecho la típica, dejar el coche escondido, bajarse, quitarse la ropa...— Enumeró, sin saber que realmente era lo que aquellos dos jóvenes mafiosos estaban haciendo en ese mismo instante.
—La clásica, seguro.— Afirmó el mayor, asintiendo en derrota. —No había mucho que hacer con este coche de mierda igualmente... Mira que le dije a Gordon que había que tunear los coches policiales.
Toni rio ya más tranquilo, dirigiéndose afuera del garaje e indicando que harían perímetro. Evitó a propósito entrar al garaje donde creyó ver una cabellera rubia ceniza asomarse tras un muro.
—Sí, Gordon debería hacerte caso, tienes más experiencia en esto...— Continuó la conversación con una sonrisa, la cual no llegó a sus ojos.
Últimamente, era difícil que sonriera de forma sincera.
Chapter 15: ⁙Capítulo 4 (parte 3)⁙
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De nuevo, apenas durmió. Aquellos días las pocas horas que lograba eran basadas en su excesivo agotamiento mental, cayendo dormido apenas dándose cuenta, y despertando como si hubiera sido un simple parpadeo, de no ser por el sonido de la alarma.
Continuó su rutina: ducharse, vestirse y aplicarse maquillaje en la cada vez más visible marca en su ojo, tomar todo lo que necesitara para el día (y eso incluía las pastillas de las que Pogo tanto se reía) y salir de allí cerrando con llave. En el punto de subir a su coche camino a la comisaría fue que la costumbre del día se rompió de nuevo, al recibir una llamada de Gordon. Contestó con el manos libres.
—Gordon.— Saludó sin apenas ganas, pero manteniendo su profesionalismo.
—Buenas, Gustabo.— Se permitió la mueca de incomodidad ante aquel nombre, refugiado en la relativa privacidad de su coche personal. —Te llamé hace un par de días, pero igual estabas ocupado porque no lo cogiste.
Toni trató de hacer memoria, pensando en qué exactamente podría haber pasado hacía dos días. ¿Fue el día que se topó con Carlo en el badulaque? Quizá sí, pero no estaba seguro.
—Sí, he estado un par de días algo liado, la verdad.— No era enteramente mentira, Pogo y su nueva adicción ocupaban gran parte del día, y el resto lo pasaba con Conway o evadiendo a Gustabo.
—Bueno, no te preocupes por eso.— El tono cálido del comisario le hizo sonreír un poco, sabiendo que aquel hombre era realmente bueno, en todo el sentido de la palabra. Era prácticamente el perfecto opuesto a García, su colega y policía corrupto de confianza en Marbella. El comisario pareció recordar el motivo de su llamada de repente. —Eh, necesitaría hablar contigo de unos temas, y comentarte.
—Está bien, estoy de camino a la nueva comisaría, la grande. La que parece la guarida de Batman.— Explicó divertido, pues era uno de los muchos apodos que le tenían a esa comisaría en concreto. Aquel apodo y "el banco" eran sus favoritos, nunca fallaban en sacarle al menos media sonrisa a Conway.
—Perfecto, justo estoy en mi despacho ahí mismo. Te espero aquí.
Poco después la llamada terminó, y Toni deshizo su sonrisa tan pronto como el silencio del coche fue llenado de nuevo por la voz de Pogo.
"Me encantaría saber qué vio tu amigo el comisario en ti para tenerte tanto aprecio, nunca voy a comprender qué ven de bueno en ti. Eres todo fachada... estás podrido por dentro, tanto como yo." Parecía que el ser invisible iba sentado a su lado, en el asiento del copiloto. "¿Recuerdas el asco que te daba tocar a los pobres? Realmente somos tal para cual ¿eh, italiano?"
El mencionado prefirió ignorarle, como siempre. Estaba harto de escuchar ese tipo de comentarios de Pogo, teniendo cada vez menos efecto cada vez en él, pero no podía negar que, inevitablemente, muy en el fondo lo tenía.
El resto del camino fue lleno de comentarios del mismo tipo por parte del ente. Le gustaría saber qué buscaba con eso. ¿Querría que se pusiera de su lado? ¿Que le dejara el control? Le resultaba extraño, puesto que si fuera eso lo que quería, estaría tratando de congeniar con él, no atormentándole y causando que cada día le odiara más y más.
Al pensar sobre eso, repentinamente la voz de Pogo se silenció, como si le hubiera escuchado... cosa que era muy probable.
"Oh, Toni... Ya lo descubrirás. No seas impaciente." Le escuchó susurrar muy cerca, por lo que algunos escalofríos recorrieron su columna, repentinamente aterrado por el tono peligroso que había usado el payaso.
Llegando por fin a su destino, estacionó en un parking cercano, y de nuevo trató de ignorar las risas casi constantes que le atormentaban la mayor parte del día mientras caminaba los escasos 300 metros hasta la puerta de comisaría.
Una vez allí, miró alrededor tratando de recordar el camino hasta el despacho, cosa fácil, pues estaba ahí mismo, a la derecha de aquella entrada. Gordon le esperaba fuera, frente la puerta, y haciéndole una seña amable con su mano le invitó a entrar. Le hizo caso, pasando y sentándose cada uno a un lado del escritorio de madera oscura.
—Lo primero, ¿qué tal? ¿Cómo estás?— Gordon le sonrió amable, y Toni casi tuvo la sensación de que era el comienzo de una sesión de terapia o algo. Era normal sentirse así con el comisario, así que no le dio demasiada importancia.
—Pues muy bien, la verdad.— Casi se sorprendió a sí mismo con la facilidad con la que mintió.
—¿Te vas adaptando bien?
—Sí, poquito a poco. Hemos tenido unos días bastante tranquilos en la ciudad, aunque veo que poquito a poco se va animando más.— La verdad, le había venido muy bien aquello.
Al fin y al cabo, no había ejercido jamás de policía, y las pocas lecciones que Gustabo le había dado sobre aquello se resumían a: "Si se te resisten les pegas con la porra, y si siguen les taseas. Si aun así siguen rebeldes, un tiro y pa'l hospital." En ese sentido, Conway era mejor profesor que su hijo, incluso cuando no le daba lecciones como tal. Podía notar que día a día se le pegaban más las costumbres de aquel hombre.
—Sí, ya te digo yo que sí se está animando.— No le gustó el tono de aquello, refugiándose en sus inseparables gafas de sol para poder mirar a Gordon con el ceño fruncido. —¿Quieres un cigarro?
—No, gracias. Me acabo de fumar uno.
"Joder con el comisario de los cojones. Ve al grano, me estoy poniendo nervioso." Por una vez estaba de acuerdo con Pogo.
—Eh, bueno... Cómo te digo esto.— "Gustabo" se cruzó de brazos, esperando silencioso a que se decidiera a hablar. No le gustaba que se anden con rodeos.
—Pues empieza por el principio.— Instó a que comenzara, dando golpecitos con sus dedos en sus bíceps con impaciencia.
—Sí, por el principio.— Vio cómo el contrario parecía pensarse bien qué decir. —Vale. A ver, te lo quiero comentar a ti por el tema en el que tú has estado trabajando, ¿de acuerdo?— Le costó un poco pensar en que se refería a Gustabo y no a él, Toni Gambino. —La cuestión es, hemos tenido... Voy, voy a decirte una serie de nombres y me tienes que decir simplemente si te suenan o no, ¿vale?
El tono nervioso del comisario Gordon y la forma en la que trastabillaba y cambiaba de temas le estaban confundiendo y preocupando a partes iguales. Mientras rebuscaba entre sus papeles, suponía que en busca de alguno que tuviera aquella lista de nombres, se decidió a tratar de imaginarse de qué podría ir aquello. La única investigación conocida de Gustabo como agente del FBI y que podría seguir activa era... La persecución a los Gambino. ¿Tendría que ver con Carlo? Se removió un poco en la silla, oyendo las risas oscuras de Pogo a su lado.
"Al final les has condenado a todos, ¿eh, italiano?" No deseaba nada más en ese momento que decirle que se callara, pero estaba frente a Gordon, así que lo más inteligente era ignorar que aquel ser estaba ahí.
—Toni Gambino.— Frenó el impulso de reaccionar ante su propio nombre, pronunciado tan de repente, y puso atención al resto de nombres. —Igor Cheryshev, Hai Cheng, José Heredia. Ah, y el señor Carlo Gambino.— Tragó saliva, les tenían a todos fichados. Aunque no negaría que el nombre de su hermano fue el que más le preocupó allí. Se aclaró la garganta ante el repentino nudo que allí se había creado.
—Eh, sí que me suenan, la verdad.
—Vale, pues parece ser que estos sujetos están en búsqueda y captura, por la Interpol. Pero ellos sinceramente no me importan demasiado, me importa la Interpol en sí, que me toca mucho los cojones.— Observó en silencio a Gordon dando grandes caladas a su cigarro mientras hablaba. —Hemos pillado a dos de ellos. Ahora mismo están sin pasaporte y sin...
—¿Cómo que habéis pillado a dos de ellos?— Interrumpió el rubio, sorprendido. No porque los hubieran pillado y ya, más bien porque hubieran sido tan jodidamente gilipollas de hacer algo para que les pillaran, sabiendo la delicada situación en la que se encontraban. Dio un suspiro para calmarse, se recordó que tenía que cumplir su papel. —¿A quién?
—A Igor Cheryshev, y a Carlo Gambino.— El falso español sintió su pulso acelerarse por el temor tan pronto como mencionó su propio apellido. Era consciente de que Igor podía cuidarse solo, no era el mercenario de la organización por nada, al fin y al cabo. ¿Pero Carlo? Al parecer iba buscando una larga estancia en la federal por su estúpido comportamiento últimamente. —También te digo, en el momento en el que interrogamos al señor Gambino, nos dijo que tenía una especie de rollo raro con el FBI, así que preferiría no meterme en esos rollos.
Eso confundió más a Toni. Carlo no le había dicho nada sobre eso. Aunque bueno, tampoco habían hablado demasiado, pero supondrías que un trato con el FBI sería algo importante que decirle al resto del grupo. ¿Quizá Gustabo sabría algo de eso...? No, suponía que no. El FBI había apresado a Carlo en Marbella, mientras él y Gustabo se escondían y huían a Reino Unido, así que era poco probable que tuviera esa información.
—En resumen: el sujeto Carlo Gambino parece ser que tiene algún contacto dentro del FBI, por lo que me ha dicho.
—A ver...— Toni no sabía ni por dónde empezar a hablar sobre eso, al fin y al cabo se suponía que como agente del FBI debería tener esos datos, y carecía de ellos. —Es que me ha dejado usted sorprendido, la verdad... Perdone que me muestre un poquito perplejo, pero es que no me esperaba tener con usted esta charla tan... tan pronto, la verdad.
Ahora era el momento de pensar en alguna historia plausible, y tendría que ser lo que realmente ya sabía y había ocurrido... cambiando algunas cosas.
—Imagínate como me he quedado yo, cuando hemos ido a procesar al tipo este y me han llamado por radio, diciéndome que había un tío en búsqueda por la Interpol, detenido en comisaría.— Pues más o menos como se había quedado él, al ver a dicho tipo en un badulaque vestido de Capitán Uva, le hubiera gustado decir.
—Vamos a ver.— Decidió comenzar, desviando un poco la atención de su hermano. —Toni Gambino, Carlo Gambino, Igor y José Heredia, son del clan de los Gambino.— Nada de "Familia", habían dejado de ser eso desde hacía mucho tiempo. —Yo, estando en el FBI, en Los Santos, me encargaron investigar a esta banda que estaba causando muchos problemas en Marbella. ¿Y ahora usted me está diciendo que están aquí?
Fingió enfado, quizá Gustabo estaría rabioso si se viera interrumpido en unas "vacaciones" por problemas del pasado. Podía imaginárselo sin problemas, la verdad. Especialmente teniendo en cuenta los extremos a los que había llegado con tal de mantener su pasado lo más alejado posible de él mismo.
—Exacto. Bueno, Carlo Gambino se queda apartado de esto porque al parecer entra en la jurisdicción del FBI, cosa de lo que el resto de ellos no cuenta.— Toni se relajó visiblemente al escuchar que apartaban del caso a Carlo, aunque se apuntó mentalmente aquel dato, era algo que quería averiguar lo antes posible. —Los importantes en este caso: Igor Cheryshev, que tiene el pasaporte retirado...
—Perdone que le interrumpa. Vamos a ver. Usted apresó a Carlo Gambino. ¿Por qué delito? ¿Qué estaba haciendo?— Preguntó fingiendo simple curiosidad, aunque internamente se sentía como si tuvieran 15 años de nuevo y estuviera buscándole una excusa a su hermano frente al director tras entrar en alguna pelea en la escuela.
—Yo no le apresé, mis compañeros me avisaron cuando comprobaron su identidad en la tablet. Fue un robo a tienda.
—Robo a tienda.— Repitió, indignado. Lo que suponía. Iba a darle la charla de su vida a Carlo cuando se lo topara de nuevo. Si era necesario fingiría ser Gustabo y le daría una paliza para cumplir con el papel.
—Sí, parece ser que era una de las frutas que andan subiendo fotos a Twitter.— Gordon rodó los ojos al mencionar aquello.
—No jodas.— Respondió queriendo darle un tono de molestia, aunque sonó más como si ya lo supiera. Vio como Gordon le miraba algo extrañado por aquello, pero no mostró expresiones que le delataran. —Creo que yo asistí a un robo en una peluquería o un badulaque, y creo que iban vestidos de fruta.— Añadió para evitar más sospechas.
—Pues, por el modus operandi parece ser que era el señor Gambino.
—Y, siguiente pregunta, ¿Carlo Gambino le dijo que tenía "acuerdos" con el FBI?— Preguntó curioso, cualquier información que pudiera sacar era valiosa, y dado que traía una placa muy bonita con esas mismas siglas iba a aprovecharla al máximo.
—No exactamente.— Se puso cómodo en su asiento, tenía un mal presentimiento sobre lo siguiente que diría el comisario. —Me dijo que me pusiera en contacto con una persona del FBI. Un tal... Pérez, o no sé qué cojones.
Todas las alertas sonaron de golpe en su cabeza. Incluso Pogo se quedó en silencio. No pudo disfrutar demasiado de aquel periodo de paz, puesto que por su mente pasaban mil escenarios y cada uno más sangriento. Acababa de descubrir que efectivamente, Horacio se llevó a su hermano. Incluso se conocían tan bien que aparentemente a aquel hombre, al cual aún no ponía cara, podía pedírsele que diera explicaciones en lugar de Carlo. Todo el asunto olía muy mal. Olía a mierda. Tantos meses sin tener ni una sola noticia de Carlo, y ahora llegaban tanto Horacio como él a Londres, prácticamente el mismo día. Estaba seguro de que algo había pasado en Los Santos, y lo iba a descubrir fuera como fuera.
—¿Horacio Pérez?— Preguntó para confirmar sus sospechas, un peligroso brillo rojo cobrando fuerza en sus ojos, ocultos tras las lentes oscuras.
—Exacto, Horacio Pérez.— Hizo su mejor esfuerzo para controlar la oleada de malestar que le provocó aquello. Estaba en una encrucijada, entre Gustabo y su persona más preciada, y Carlo, sangre de su sangre, y el agente que les separó por más tiempo que jamás en sus vidas. —¿Le conoces?
—Oh, sí. Era su compañero.— Mintió de forma fácil, eso sería probablemente en lo que más seguro estaba sobre Gustabo, al fin y al cabo. —Trabajamos juntos, en el FBI.— No hacía falta entrar en todos los detalles personales de la relación entre Gustabo y Horacio, no era su lugar desvelar aquello.
A decir verdad, tampoco sabía demasiado sobre su pasado más remoto, era de aquellos pocos temas que de verdad le importaban a su compañero de piso, por lo cual era difícil que se abriera sobre aquello. ¿Sobre su vida profesional junto al tal Horacio? Sabía que trabajaron como policías, luego algo pasó relacionado con Pogo, de ahí les obligaron a entrar al FBI. Si recibía algún detalle más, era del tipo que no le serviría en un momento como ese, recuerdos junto a él, o menciones si es que le contaba algo sobre Carlo y le recordaba a aquel hermano perdido.
—Bueno, cuando me puse en contacto con él, salieron como ciertas... alarmas. Alertas de que no me dejaba acceder a esa información, ¿sabes?— Aquello el comisario lo dijo de forma cautelosa, como si fuera información delicada. Toni se inclinó hacia delante, volcando toda su atención en sus palabras.
—Claro, claro.— Murmuró, puesto que tenía sentido que un simple policía londinense no pudiera acceder a los archivos del FBI. De cualquier forma, ¿por qué ocultarían los archivos de Carlo? Seguía oliéndole muy mal toda la situación. Podía detectarse un olor podrido en todo aquello. Era un simple mafioso que habían detenido, no tenía sentido ocultar esos archivos a menos que algo más hubiera pasado.
"¿Qué harías si descubrieras que le hicieron algo a tu querido hermano, italiano? ¿Estarías dispuesto a soltarme?" Obviamente no hubo réplica de parte de Toni, pero ambos sabían la respuesta a esa pregunta.
—A ver, si Carlo Gambino tiene sus propias... cosas, con el FBI, creo que ahí es mejor no meternos, y que se apañen ellos por su cuenta.— Trató de pensar como un agente de la ley, y no como el hermano del implicado. —Y si lo que quiere actualmente es... realizar robos a tiendas, pues bueno. Cada uno con sus aficiones, ¿no?
Sonrió irónico hacia el comisario, que le devolvió una sonrisa cansada. Seguía jodidamente enfadado con el hecho de que se arriesgara tanto por sentir algo de adrenalina, pero debía actuar como alguien a quien no le importaba en lo más mínimo la situación de Carlo Gambino.
—Correcto, sí. La verdad es que sí, no tiene más.
—Volviendo a los temas importantes. Igor, José y Hai. ¿Hay una orden de la Interpol?— Desvió el tema de nuevo hacia el resto de los integrantes de su antigua Familia.
—Correcto.
—Y Toni Gambino.— Quería probar algo.
—Sí, y Toni Gambino.— Repitió el comisario, suponiendo que estaban repasando aquella lista de nombres. —Él especialmente por el caso de la huida de prisión en Marbella.
—Eh... Creo que le debo contar una historia, comisario.— Usó todo el cansancio mental y tristeza acumulado de aquellos días para lo que estaba a punto de hacer. —Tenía pensado contárselo, pero es que llevamos pocos días en el cuerpo y aún no había encontrado el momento.— Rio un poco, con toda la desgana que tenía que fingir no sentir durante las largas horas de sus turnos. —Pero bueno, mejor que este momento exacto, no hay ninguno.
—Pues, cuénteme.— Gordon se veía confuso al ver a ese Gustabo más vulnerable. Normalmente, se mostraba orgulloso o incluso violento.
—Como le dije antes, yo estando en Los Santos fui destinado a Marbella para investigar el clan de los Gambino, ¿de acuerdo?— Vio asentir suavemente a David, mostrando que ponía atención en lo que estaba diciendo. —Junto con mi compañero, Horacio Pérez.
Aquello no fue así, no según lo que Gustabo le contó. Él había pedido que le destinaran a aquella misión, enterándose mientras cazaba a Toni de que Horacio estaba allí también, lo que, en realidad, le había entorpecido más al no querer que se vieran o que tuvieran una interacción de cualquier tipo.
—Encontré a uno de ellos, concretamente a Toni Gambino.— Continuó su historia. —Y ya le puedo asegurar que Toni Gambino, no es un problema, porque está muerto.
Observó la sorpresa en el rostro del contrario, cambiando rápidamente a una mueca de seriedad extrema. Descruzó sus brazos para apoyarse en el escritorio, sin terminar de creerse aquello.
—Le aceché en la salida de unos almacenes, donde guardaban su droga y dinero, y... bueno, sacó un arma, me apuntó, y no tuve ningún tipo de alternativa... Lo tuve que abatir.— Era consciente de los múltiples agujeros que tenía esa historia, pero podía remediarlo al planear los detalles con algo más de premeditación. Pensar en cambiar la perspectiva de la propia mentira que le había contado a los de la mafia, con Gustabo muerto en vez de Toni, había sido una idea arriesgada, pero podría salir bien.
—¿Te cargaste al puto Toni Gambino?— La expresión de Gordon variaba entre sorpresa y confusión.
—Correcto.
—Pero de esto tiene que haber informes, tiene que haber algo, ¿no, Gustabo?
—Sí, todo este tema está en el FBI, cuando quiera le puedo enseñar todos los informes.— Mencionó manteniéndose tranquilo, sabiendo que esos informes no existían. —Pero como ahora la cosa se ha trasladado a Londres...
—Es que hay mucho jaleo ahora, de jurisdicciones y tal, por lo del puto Brexit.— Asintió sin saber muy bien a qué se refería, pero para la situación actual le venía muy bien. —Está todo bastante ambiguo. Y tampoco me apetece que vengan aquí a mi casa a revolverme todo el asunto, ¿sabes? Si realmente el señor Gambino está muerto, vendrán a preguntar por él.
Toni evitó morderse el labio por su nerviosismo. Debía buscar alguna excusa que tranquilizara al comisario, si no todos estaban jodidos, especialmente él mismo si se descubría esta mentira que estaba recién inventándose. Tras unos instantes de duda, una idea llegó a su cabeza.
—Gambino, junto con su hermano Carlo, eran los capos de esa organización.— Vio asentir con duda a Gordon. —Teniendo a uno muerto, que es Toni, y al otro robando badulaques, con todo respeto, ¿usted cree que son un peligro?
—A ver, visto así la verdad es que... Que no.— El otro hombre pareció relajarse con sus palabras, soltando el escritorio y recostándose en su sillón de cuero. —Pero aún nos quedan los nombres de Igor, Hai y José.
—Y yo le pregunto: Si llevamos a cabo la orden de búsqueda y captura, ¿usted sabe lo que va a pasar?— Su filosa lengua era un arma a temer por grupos contrarios al clan Gambino, y estaba demostrando en esos momentos el por qué de ello.
—Que van a venir aquí, lo van a poner todo patas arriba y nos van a dejar como unos putos inútiles.— Respondió su acompañante mientras asentía, dando un suspiro por la molestia que sería que eso se cumpliera.
—Exacto. Va a venir la puta Interpol, se van a instalar en esta comisaría, le van a quitar a usted el control, nos van a investigar a todos y van a estar aquí tocando los cojones durante meses.— Dijo despacio, enumerando una a una cada una de las fases. Sabiendo que aquella era la última situación que David querría en su comisaría. —Qué le parece, y dígamelo si me equivoco. Ahora mismo son unos mierdas. Está claro que han huido, y si uno está robando tiendas, es que no tienen dónde caerse muertos.— De nuevo observó como asentía, dando a etender que estaba prestándole toda su atención. —¿Por qué no dejamos que se instalen, que empiecen a montar su imperio, y cuando lo tengan vamos a por esos hijos de puta?
—La verdad que me parece una idea cojonuda, Gustabo. La cuestión es...— Se le notaría nervioso, removiéndose en su asiento con incomodidad, como si dudara de lo que estaba punto de hacer. O más bien, de decir. —Te voy a hacer una pregunta y quiero que seas completamente sincero. ¿Te ves capaz de agenciarte para el servicio secreto de la policía metropolitana, este caso? Necesito saberlo, y pronto.
"Gustabo" alzó una ceja, aún completamente tranquilo en su propia silla. Estaba suplantando a un agente de FBI, tenía clara su respuesta.
—Por supuesto. Para mí será un placer continuar el trabajo que hice en Los Santos y Marbella. Pero yo insisto, si ahora mismo llevamos a cabo esa orden de la Interpol, ya le digo: van a venir aquí, lo van a poner todo patas arriba y le van a tocar a usted los huevos como no se lo imagina... esto va a ser un infierno.— Reiteró para meterle un poco aquella idea en la cabeza. Era consciente de lo obsesivas que podían ser algunas personas si algo se les repetía lo suficiente. —Esperemos. Ahora mismo son unos mierdas, insisto, uno está robando tiendas. Es que con eso ya...— Rodó los ojos con verdadera molestia, aunque por diferentes razones. Seguía enojado por la aparente falta de autoconservación de Carlo. —¿Vale la pena realmente meternos en este problema, por unas personas que actualmente no tienen nada? Vamos a esperar, y cuando lo tengan todo, se lo quitamos. Y nos colgamos la medallita de que hemos atrapado de nuevo a unos hijos de puta peligrosos.— Sonrió con sorna, con un gran ego que estaba seguro de que no le faltaba a Gustabo, al menos en su época como agente. —¿Ahora mismo? Nos darán la medalla por atrapar a unos mierdas.
Gordon pareció considerar aquello, quedándose unos segundos en silencio antes de sacar su teléfono. Le informó de que iba a llamar a un contacto suyo, mencionándole que su nombre era Wesker.
—Usted, como comisario, puede de momento, de alguna manera, congelar esa orden de la Interpol, y si detenemos a alguno de ellos... No pasa nada. Les metemos la multa y los volvemos a soltar, hasta que hagan algo más gordo.— Insistió el rubio mientras veía como el contrario trataba de comunicarse con esa persona, sin éxito. Gordon parecía reacio a la idea de soltar criminales con la idea de esperar a que se hicieran poderosos, pero cada vez podía verle más convencido con su idea.
—Vamos a hacer algo más que congelar esa investigación, Gustabo.— Toni pudo soltar el aire que no había notado que estaba reteniendo. —Voy a hablar con un compañero del cuerpo que trabajó o trabaja en el MI6, y que tiene contactos en la Interpol. Así que de alguna manera voy a intentar que nos podamos agenciar este caso al 100%.
Ya mucho más relajado al haberse salido con la suya, Gustoni sonrió de lado. Por el momento había salvado la situación, y el grupo tendría mucha menor presión policial sobre ellos.
—Bien, pues yo ya le digo, será un honor seguir lo que empecé en Marbella.— Añadió con intención de que fueran sus últimas palabras en aquel lugar, poniéndose en pie. Estaba dirigiéndose ya a la puerta del despacho cuando Gordon le detuvo al llamarle.
—¡Gustabo! Espera, te iba a decir que hoy voy a hacer una barbacoa en mi casa con unos amigos... Conway y tú estáis invitados, sería a las ocho de la tarde, por si os apetece pasaros.— Dicho aquello, el hombre sacó de vuelta su teléfono y le envió la ubicación de su casa.
—Oh, está bien. Se lo diré a Conway, pero ya sabe cómo es. Con lo que sea que me diga, le aviso.— Le sonrió de forma gentil, ahora sintiéndose algo mal por la flagrante manipulación que había ejercido segundos atrás en aquel hombre.
—Claro, sin problema.— Gordon le correspondió la sonrisa, al mismo tiempo que se disculpaba por una llamada entrante. Gustoni asintió como despedida.
Toni Gambino salió de aquel despacho como un muerto en vida.
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Unos minutos después de salir de comisaría, Toni ya había ido a una tienda a cambiarse de ropa. Su elección fue un sencillo traje negro, con guantes de cuero del mismo color y sin olvidar una máscara que cubriera su identidad.
Una vez listo, se dirigió a una calle cercana, pero desierta, donde robó con facilidad un coche al azar. Escuchó las sirenas pasar a toda velocidad en búsqueda de aquel aviso de coche robado, mientras mensajeaba con tranquilidad recostado en aquel coche, que estaba aparcado correctamente en un parking. Igualmente, ese día sabía que Conway tenía únicamente medio turno, así que no había tanta prisa ni preocupaciones.
Envió un mensaje a José Heredia preguntando por el número de Hai, recibiendo casi al instante, 66666. Rio suave al leer a José: "Me lo sé de memoria, parece que fuera el mismo diablo". Negando con algo de melancolía por la época en Marbella, agendó el número de Hai y le escribió preguntando por alguna ubicación en la que hablar. Tenía que ponerles al día de todo el tema con su infiltración en la policía y su muerte oficial, hacía muchas semanas desde que no hablaban.
Era curioso, desde la charla con Gordon se sentía más relajado, tanto que había olvidado tomar sus pastillas. Aun así, sus manos apenas temblaban y Pogo estaba extrañamente silencioso, soltando solamente algunos comentarios como "a qué esperamos" o "venga, me estoy aburriendo", cosa que ciertamente le parecía extraña, pero tampoco iba a quejarse y arruinar el momento de tranquilidad.
Unos momentos después, recibió la ubicación de parte de Hai, y puso en marcha el coche.
—Joder, no nos van a ver, no... Me cago en la puta, un poco más y quedamos en una lancha en mitad del océano.— Se quejó al ver que el lugar señalado en el GPS estaba tan lejos que lo marcaba en la esquina más alejada del mapa digital.
Rodando los ojos, y sintiéndose Toni Gambino tras mucho tiempo, emprendió el viaje para juntarse con los restos de lo que alguna vez llamó su Familia.
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E
scasos minutos después, en la misma tienda de la que Toni salió, cierto chico moreno y de cresta se cambiaba emocionado por algo de ropa deportiva.
Aún no se podía creer que V le hubiera preparado el día entero como regalo de cumpleaños, y aunque no estaba saliendo tan bien como el ruso hubiera querido, a él le estaba pareciendo de lo más entretenido y divertido.
Al menos fue mejor que el día anterior, cuando le llevó con Gordon sin apenas avisarle. Viajaba a Londres por motivos personales y acababa casi en un interrogatorio por culpa del mismísimo Carlo Gambino. Su vida seguía siendo una comedia, pensó para sí. Tuvo que retenerse lo mejor que pudo para no preguntarle por Gustabo al que sabía que era el jefe de la ciudad, más que nada porque allí no tenía jurisdicción alguna, y pedirle a punta de pistola que sacara la tablet y buscara el nombre de su hermano desaparecido no era tampoco una opción a considerar.
Bufó saliendo de sus pensamientos. No era el día de pensar en todo el lío en el que estaban metidos. Por fin parecía que V iba dando pasos en la dirección correcta, no quería estropear lo que sea que le tuviera preparado.
Habiéndose puesto unos shorts deportivos y una chaqueta que prefirió dejar abierta, salió del probador y pagó por aquello, esperando luego delante de la puerta del ruso, que seguía cambiándose.
—¿Te estás poniendo guapo para mí?— Preguntó divertido, apoyándose en una pared mientras esperaba, cruzándose de brazos y piernas. —Mira que como tardes tanto nos van a cerrar el plan C también...
—Pero qué dices H, que no nos cierran. Los primeros dos fueron mala suerte.— Escuchó desde afuera, notando cómo no contestó a lo primero. Bueno, tras tantos años de rechazos ya no dolía tanto. Prefería fijarse en lo bueno. Ignorar los episodios más oscuros de su vida era su especialidad, al fin y al cabo.
—Sí, sí, pero llevas media hora ahí metido ya, a este paso se nos hace de noche.— Siguió picando, sonriendo con picardía al ver cómo cuando salió su compañero, le revisó de arriba a abajo y se quedó callado unos instantes. —¿Disfrutando las vistas?
—Bu-bueno, creo que es hora de irnos, tú eras el de las prisas.— Mencionó nervioso el de cabellos grisáceos, pasando rápido a su lado para ir a pagar por su ropa.
Horacio simplemente sonrió, siguiendo al contrario a la caja y luego al coche. Estaba deseando ver qué más harían por su cumpleaños.
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En la otra punta de la ciudad, cierto español daba vueltas por la pequeña habitación de motel como un león enjaulado.
—Llevamos varios días vigilándole lo poco que se deja ver y no hemos sacado nada en claro.— Se quejó hacia nadie en particular.
"No culpes a Pogo, Pogo trata de percibir algo más cuando está aquí, pero sigue igual, no ve nada... Cada día Pogo logra sentirle menos." Le reprochó el payaso, a lo que Gustabo rodó los ojos con molestia.
—No lo decía por ti. Simplemente, no estamos avanzando nada y por experiencia sé que cuanto más tiempo pasa, peor.— Paró su andar frenético para sentarse en el borde de su cama, mirando a la del contrario. Sonrió un poco al ver la diferencia entre éstas, la del italiano perfectamente hecha, mientras que la suya era un desastre de sábanas acumuladas casi como una bola sobre el colchón.
"Conway está ciego si no ve la diferencia entre vosotros." Murmuró Pogo con sorna, al notar lo que estaba viendo el rubio.
—Es un viejo, lo raro sería que no estuviera ciego.— Mencionó, levantándose al sacarle el contrario de sus pensamientos.
Suspiró, molesto por la situación. Era la primera vez que parecían estar ocultándose cosas entre ellos. Toni le había puesto al día en todo lo relacionado con su hermano Carlo, además de asegurarle que había dejado atrás a su "familia", solo para apenas unos semanas después perder el control de Pogo al recibir una llamada de Hai informándole de que no había novedades sobre su hermano. Aquello Toni no lo recordaba... o al menos eso creía él, pues Gustabo tuvo que ponerle un sedante y básicamente esquivar su cuchillo, solo para que cuando recobrara el conocimiento negara de nuevo estar en contacto con aquellos mafiosos.
En realidad, estaba bastante seguro de que esa fue la última vez que le dijo algo sobre La Familia o Carlo. Solo había pensado en ello ahora, ya que estaban ocupados con todo el problema de Conway y el compartir identidad. Chasqueó la lengua, de nuevo pensando en que de no ser por la jodida llamada anónima nada de eso estaría pasando.
Dio varias vueltas más alrededor de las camas, pensando en qué podría hacer. El italiano no parecía estar por la labor de hablarle, ya que incluso había intentado quedarse despierto esperando a que llegara, solo para recibir unas cuantas excusas y que el chico se excusara diciendo que estaba muy cansado, echándose en su cama y negándose a contestarle más. Llevaban días con esa situación de mierda, y estaba comenzando a cansarse.
En eso su mirada se centró en la mesita de Toni. Una idea, quizá buena quizá malísima, brotó en su mente.
"Pogo no cree que eso sea buena idea." Mencionó el ser invisible, sabiendo bien lo que quería hacer. Toni valoraba mucho su privacidad.
Gustabo le ignoró, y se encaminó hacia el mueble. Había secuestrado, asaltado, matado, dañado a sus seres queridos. ¿Qué tan malo podía ser el rebuscar entre las pocas pertenencias de su compañero?
Abrió el cajón superior, encontrando poco o nada. Un bolígrafo, un bloc de notas, una botella de agua vacía y algunas vendas. Nada de importancia. Lo cerró y abrió el siguiente cajón, que volvió a cerrar casi de inmediato al ver que solo eran calcetines, ordenados por color y perfectamente ordenados. Rodó los ojos ante la pulcritud de Toni.
Pero al abrir el tercer y último cajón... Encontró dinero. Dinero en efectivo.
Demasiado dinero para un policía. Incluso si era agente secreto.
Chapter 16: ⁙Capítulo 5 (parte 1)⁙
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Tras una larga, larguísima travesía, y de insultar en su idioma natal a aquel cacharro robado que apenas alcanzaba los 100 Km/h, llegó al fin a la ubicación que Hai le proporcionó.
Se bajó del coche, no sin antes ponerse la máscara, y caminó despacio hasta el lugar donde las tres figuras se divisaban, en la parte más alta de una colina. Apenas se acercó, uno de ellos le apuntó con una pistola.
—¡Manos arriba!— Le gritaron en ese acento tan particular, y que tan bien recordaba. Era Igor. Alzó las manos con un gesto desganado, muy lentamente.
—Sí, sí, sí.— El italiano sonrió tras su máscara, manteniendo la calma y las manos alzadas a la altura de su pecho.
—¿Quién eres?
—Pues con la persona que habéis quedado.— Mencionó de forma algo misteriosa, aprovechando que ellos aún no le habían visto con su nueva apariencia.
—¿Y eso cómo saber yo? Estar buscado por todo puto mundo.— Dijo aquella voz con un profundo acento ruso, sin bajar aún su arma. Toni rodó los ojos, pensando que algunos eran excesivamente confiados con su situación, como su hermano, y otros todo lo contrario.
—Claro, es lo que tiene, Igor.
—¿Cómo? Saber mi nombre.— La voz del androide sonaba sorprendida, pero sus manos no temblaban y se mantenían agarrando firmemente la pistola.
—Claro, es que vas secuestrando por ahí policías Igor y pues es lo que tiene...— Murmuró tratando de que sus palabras sonaran peligrosas, al menos hasta que vio a su hombre de confianza y mano derecha. —¡Hombre, José! ¡Perra!
—Igor, que sí, que es él, no te preocupes.— El gitano obligó al contrario a bajar su arma. Igor seguía viéndose poco convencido, pero si José que era el que más le conocía de los presentes, decía que era él, podía quedarse algo más tranquilo.
Con el ambiente ya más calmado, se acercó a ellos. Formaron un pequeño círculo mientras Hai le saludaba, y Toni advirtió sobre su actual apariencia a los demás. Al fin y al cabo, si le habían apuntado con un arma sin apenas presentarse, estaba casi seguro de que se iba a llevar un tiro si se quitaba la máscara tal cual.
—Eres más feo de lo que recordar.— Soltó el androide ruso sin ninguna clase de tapujo.
—¡Estás tú pa' hablar Igor, que no tienes ni pito!— Le respondió divertido el rubio.
Las risas de Hai y José no se hicieron esperar. Sabía que entre ellos ya no estaba su sitio, pero no podía evitar sentir cierta nostalgia al estar bromeando con ellos, riendo como en los viejos tiempos.
Tras ese breve periodo de diversión, tocaba ponerse serio. Les informó de que había cosas de las que tenía que ponerles al día, siendo interrumpido por el asiático preguntándole el por qué de que se hubiera marchado de la Granja. Toni se señaló a sí mismo y le explicó que, como podía ver, tenía cosas por resolver. También les recordó que José ya estaba al día de toda la situación, pero esta vez les tocaba a ellos dos.
Evitó nombrar a su hermano por el momento, prefería quitarse de encima la historia más larga antes de pasar a preguntar por Carlo. Y así fue, les recordó ciertos detalles que ya les había dado en España, como la historia sobre cómo Gustabo le pidió que le matara y así lo hizo, sin tener más opción, a lo que Hai le respondió que sí que lo recordaba, especialmente porque fue él quien les jodió la huida en el atraco al banco, obligando a Toni a sacrificarse por los demás.
El italiano, ahora con aquello muy atrás y pensando de forma fría, tenía que reconocer que Gus lo tenía todo muy bien hilado en aquella ocasión. Le había separado de los demás, puesto en un entorno que podía controlar con facilidad como era la prisión. Luego había dejado que escapara para, finalmente, tenderle una emboscada y llevarle a aquel monte. Claro, que ninguno de los dos disparó su arma en la realidad, ni Gustabo, tal y como le había dicho a Gordon; ni Toni, la versión que los mafiosos conocían.
Evitó también los detalles sobre la maldición, pues al menos Hai le había visto hacer cosas extrañas en su presencia y sería probable que juntara hilos, diciendo en su lugar que padecía una enfermedad mental. Prefería que aquello quedara solo entre Gustabo y él... y Conway, supuso. No sabía si el mayor si se habría dado cuenta de que aquello no era una enfermedad, pero al menos conocía a Pogo. Ya que su compañero de piso no quiso darle detalles del por qué, supuso que tenía que ver con esa época oscura que tanto deseaba olvidar.
Tan concentrado estaba en contar todo aquello de forma que las omisiones tuvieran sentido en la historia completa, que apenas y notó que llevaba un buen rato lloviendo. Su ropa comenzaba a mojarse y su pelo caía levemente a un lado al humedecerse el gel, dándole una apariencia bastante más parecida a su antiguo yo.
—Vayamos a otra parte, apenas se escucha nada con el agua cayendo.— Ofreció Hai, de manera algo forzosa, pues apenas acababa de hablar y estaba ya andando al coche, seguido de Igor que le estaba tapando con un paraguas negro.
Subieron al coche de los mafiosos y se mantuvieron en un silencio algo incómodo en el camino hasta un almacén que parecía abandonado, aparcando dentro de éste y saliendo del coche para colocarse en un círculo similar al que antes estaban.
Una vez más tranquilos, el italiano continuó con la historia, dándoles el detalle de que se habría llevado la identificación del FBI de Gustabo García tras matarle, tirando después el cuerpo sin vida del federal al mar. Así al menos no habría preguntas sobre el cuerpo... No de parte de la mafia, al menos.
Tras eso llegaba el momento de la explicación del por qué se haría pasar por Gustabo, y eso era algo que realmente tenía pensado desde hacía bastante. Simplemente, era una forma de protegerse a sí mismo, además de ayudarles a limpiar sus expedientes. Al fin y al cabo, se había escapado de una cárcel, supuestamente matando a un agente federal en el intento, y luego quedaban todos los cargos que se le podrían atribuir como jefe de la mayor mafia de Marbella. En resumen: estaba muy jodido. Si le atrapaban podría asegurarse una vida no muy cómoda en alguna cárcel, y eso si Conway se sintiera benevolente y no le matara inmediatamente por suplantar a su hijo.
Terminando por fin con todo lo relacionado con Gustabo, decidió cambiar el objeto de la conversación a uno que le importaba infinitamente más que toda aquella farsa que había construido.
—Me han informado de que Igor el otro día fue capturado.
—Ah sí... Poder ser.— El androide llevó una mano a la parte trasera de su cabeza, desviando la mirada. —Sí... Poder ser que secuestrar a una policía y...
—El caso es que hoy me ha llamado el comisario, y me ha informado de algunas cositas, entre ellas que los Gambino y compañía— evitó decir La Familia, y se reflejó en el gesto de desagrado de Igor, —tenéis una orden de detención inmediata, emitida por la Interpol.
—Correcto, me suena.— El asiático se cruzó de brazos. A Toni no le sorprendía que él supiera cosas, al fin y al cabo le había dado información sobre Carlo cuando aún estaban huyendo de un lado a otro.
—Vale. Pero es que mi sorpresa viene cuando me informa el comisario de que todo esto se ha averiguado porque un Gambino— y no necesitaba decir cuál, lo notaba en sus expresiones, —anda robando tiendas. ¿Me podéis explicar un poco esto, por favor?
Un suspiro conjunto de los tres mafiosos se hizo oír en el lugar, especialmente del ruso, que se llevó una mano a la cara para frotársela, como si todo aquello fuera un dolor de cabeza constante.
—Mira, yo te lo explico. Tu hermano se piensa que es John Travolta.— Toni reiría si la situación no fuera, literalmente, de vida o muerte. —Lo único que quiere es atracar tiendas, ligar con chicas... en fin, vivir la vida loca. Y no se da cuenta de que le está siguiendo todo el mundo. Y yo se lo he dicho mil veces.
La verdad, hasta ese punto sonaba bastante a Carlo. No le importaría tanto la situación si no fuera porque estaban realmente jodidos, y esta vez no tenían ni influencias, ni dinero, ni contactos para librarse, Londres lamentablemente no era Marbella. Y encima parecían tener pegado al menos a Volkov, y el otro agente federal estaba allí también. No era para nada una situación favorable para estar "viviendo la vida loca".
—Y el cuento de que ha estado con un agente del FBI en una isla y que lo han soltado, me suena a chiste.
Ahí sí que saltaron todas sus alarmas. ¿Una isla? Era consciente de que el FBI le había tenido bajo custodia al menos un tiempo, pero no sabía nada de una isla. ¿Podría simplemente haber una cárcel allí, como una especie de Alcatraz o algo parecido? Esperaba que fuera eso con todas sus fuerzas.
—Sí, es cierto... Al menos la parte del FBI. ¿Sabéis por qué no está aquí Carlo? Porque el propio comisario me acaba de informar de que tiene tratos con los federales.
—¡¿Cómo?!— El androide comenzó a gesticular de forma errática, como si aquello fuera contra toda programación que tuviera. —No poder ser.
—Por eso el otro día le atraparon, pero le soltaron.— Continuó Toni, ignorando la interrupción del ruso.
—No, no poder ser. Pero... cuando a Carlo le cogieron por hacer de frutitia, él decir: "Tranquilo, yo estar libre". Y yo decir: "¿Dónde estar?". Y él decir: "No poder decir".— De nuevo, sintió la tentación de reír. El acento del androide era demasiado para él. —Me sonó raro, entonces yo ir a comisaría, y en el parking que estaba cerca, yo ver cómo entraba en coche de policía, con dos agentes y se lo llevaban rumbo norte.
—¿Ves? ¿Tú crees que eso es normal? Y luego lo soltaron sin más. ¡Por la puta cara, lo soltaron!
Toni se quedó pensativo al escuchar aquello. Una idea rondó su mente, quizá encontrándose algo paranoico, pero... ¿Quizás...?
—¿Uno de esos agentes tenía pelo plateado o era muy alto?— No pudo evitar preguntar, ya que al parecer Volkov era muy amigo de Horacio... Probablemente sabía algo también.
—Ahora que tú decir... Sí, uno de ellos era muy alto. Más que Carlo. El otro agente ser una mujer, castaña, de apariencia latina.— Describió Igor, tomando una exagerada pose de pensar. —Aunque el tipo alto llevaba uno de esos ridículos cascos de la policía, no vi el color de su cabello.
Esa era toda la información que necesitaba. Volkov se había reunido con Carlo, y le había dejado marchar. Frunció el ceño con molestia... juraba que le pegaría un tiro a ese cazzo. Le haría pagar todo lo que ocasionó al traicionarles en Marbella.
—... El caso es que lo soltaron porque, en pocas palabras, le dijo al comisario que tenía unos acuerdos con el FBI, o un trato. Algo así. Con un tal Horacio Pérez.— Se disculpó mentalmente con Gustabo por haber desvelado la identidad de la persona más importante para él con unos mafiosos.
—Horacio...— Hai pareció pensarlo, como si le sonara de algo aquel nombre.
—Sí, Horacio Pérez, que a su vez era amigo íntimo de Gustabo. Es decir, supuestamente mío.— Continuó, frunciendo levemente el ceño. Para los otros tres parecería un gesto de molestia, pero realmente era disconformidad. El sentimiento de estar traicionando a, probablemente, la única persona que le quedaba. —Sí, eran dos agentes del FBI... Pero la gran pregunta es, ¿qué tipo de acuerdos tiene con Carlo?— Desvió la atención de esa persona en concreto, recordando repentinamente aquellas palabras de Gustabo en el monte: "Si alguna vez te encuentras con él, por favor trátale bien. Parece duro, pero es muy sensible por dentro.". Sentía que debía proteger a esa persona. Estaba seguro de que Gus haría lo mismo con Carlo. Al menos eso quería pensar. —¿Por qué le detienen con una orden de la Interpol, y lo sueltan?
—Yo no me fío nada de él, nada.— Hai negó varias veces con la cabeza.
—Me encantaría que estuviera aquí, pero entendedme. ¿Cómo le voy a contar todo lo que he hecho, cuando sé que tiene contacto con la persona más cercana al hombre que maté? Sería suicidio.— Y aunque sabía que aquello no era verdad, que Carlo no le traicionaría tn fácilmente, algo dentro de él le impulsó a decirlo. A sacar ese veneno que guardaba dentro, ese rencor con su hermano por dejarle solo en los meses más duros de su vida.
Racionalmente, sabía que eso estaba mal, que probablemente él había pasado por algo parecido o incluso peor, pero esa parte oscura de él, y que si se paraba a pensarlo, probablemente Pogo estaba influenciando, quería culpar a Carlo, a su único apoyo en Italia, de todo lo que ocurrió desde que separaron caminos en Marbella.
—Yo quiero aportar otro dato, que creo que es importante. "Vuelco" el otro día vio a José y le dejó irse. Le dijo que nos tenían vigilados o algo así, y se fue.— Añadió Hai, que parecía estar dando vueltas a todo lo acontecido en esos días.
—Ah, pero eso tiene fácil explicación... Es que tú, por algún motivo, querido José, te libraste de la orden de la Interpol. A ver...— Sacó la tablet policial, buscando rápidamente el nombre del gitano. —Aquí está, José Heredia... Oh, pues parece que te la acaban de poner. No he dicho nada, probablemente Gordon la añadió al terminar su charla conmigo.— Rio un poco, algo divertido de lo eficaz que podía llegar a ser ese hombre. En realidad le tenía una gran estima.
—Volviendo a Carlo... Algo no encajar.— El ruso parecía pensativo. —Igor estar hablando con él muy a menudo, y él parecer muy dolido. Siempre preguntar dónde estabas, por qué tú no llamar. Ahora no saber si es porque estaba preocupado o porque...
—Exacto, porque me quiere entregar.— Toni frunció el ceño, un pequeño brillo carmesí pasando por sus irises sin notarlo. —Es que no lo sabemos. Para empezar, yo lo que sé es que ha estado un año desaparecido, haciendo Dios sabe qué. Y ahora, el siguiente dato que tengo, es que tiene tratos con el FBI.
—A ver, yo estar en Los Santos con él, y ser detenidos por el FBI. Yo saber que haber al menos una mujer que le obligaba a trabajar con ella, pero no sé nada más.— Igor parecía cabizbajo, se le notaba apegado a su hermano.
Toni, si no fuera por aquel feo sentimiento que le comía por dentro, le habría dado unos segundos de pensamiento a todo aquello. Pero Pogo comenzaba a jugar con su mente, deformando la realidad a su antojo y dejando que Toni viera y entendiera solo lo que el demonio quería.
—El caso es, Poni, que es tu hermano.— El ambiente estaba muy cargado, diferentes sentimientos rondaban entre los cuatro presentes, sobre todo duda e incertidumbre.
—Créeme que lo sé, Hai...— Toni retiró sus gafas un momento para frotarse los ojos, buscando despejarse un poco. Parece que lo consiguió, en cierto punto. —Pero sí que estaría bien esclarecer de alguna forma todo esto.— Igor interrumpió al decir que podría llamarle y que fuera a dar explicaciones, pero el rubio negó. —Me gustaría hacer unas comprobaciones por mi cuenta. Quiero averiguar qué tipo de trato es ese. Si simplemente llegó a un acuerdo de cumplir cierta condena y después lo soltaron, o si ha vendido algún tipo de información de Los Gambino... Quiero saber eso. Una vez sepa esos detalles, ya no habrá ningún motivo para desconfiar de él, o eso quiero suponer.
El silencio inundó el lugar, pero suspiró y lo rompió para dar la última información de la que disponía: que eran libres de poder salir de esa granja y hacer vida normal, hasta cierto punto. Les dijo que si les detienen les procesarán como a cualquier otra persona, explicando que consiguió que congelaran la orden de la Interpol al adjudicar el caso al servicio secreto, es decir, a él mismo.
La charla fue repentinamente interrumpida por una llamada. Conway. En el momento justo además, pues la reunión acababa de finalizar.
Recordó que tenían una barbacoa a la que asistir, así que sonrió y le contó de sus planes de esa tarde. Su sonrisa se ensanchó al escuchar su aprobación. Cualquier rato junto a su compañero era una buena noticia.
Se despidió silenciosamente de los otros tres y se dirigió a buscar un vehículo que robar. Necesitaba cambiarse de ropa.
Chapter 17: ⁙Capítulo 5 (parte 2)⁙
Chapter Text
La llamada con Conway no fue tan relajante como pensó.
Le notificó sobre la barbacoa, pero el mayor tan solo se enojó porque no había estado de servicio durante la última hora, echándole en cara que al parecer tenían un nuevo caso. Toni lo confundió con el que acababan de asignarles hacía apenas hora y media, el de los Gambino, pero resultó ser otro distinto del cual su "padre" no quiso darle más detalles hasta que se vieran en persona, metiéndole prisa.
Al italiano se le estaba quedando un mal sabor de boca con aquel comportamiento, preguntándose si acaso no se merecía poder estar fuera de servicio en sus horas habituales por una sola vez, cuando había trabajado incluso más horas de las que le correspondían en la última semana y media.
Para bien o para mal, tuvo que interrumpir la incómoda llamada cuando dos policías se bajaron de un patrulla a escasos metros de él, y sintió tiros rozarle cuando Hai les abatió.
Le siguió el caos y los gritos de confusión mientras corrían al coche y salían huyendo de ahí, el androide ruso conduciendo como un auténtico demente para despistar a las posibles patrullas que pudieran seguirles.
Tras unas tres vueltas al pequeño pueblo, Toni les pidió que le dejaran en la Comisaría del Norte, pensando que así sería menos sospechoso que se encontrara allí... Pero grande fue su sorpresa, cuando descubrió que aquella comisaría estaba completamente abandonada. No había patrullas, ni personal, ni nada. Simplemente, estaba abierta y llena de polvo, como si hiciera meses que nadie pasaba por allí.
—Fanculo, cómo se está torciendo el día.— Murmuró casi en un gruñido mientras sacaba su teléfono y mandaba un mensaje a la red de taxistas, quedándose fumando apoyado en un muro de la comisaría fantasma.
Poco después, un taxista le llamó para confirmar que le recogería allí mismo, y que por favor no se moviera. Le aseguró que le esperaría ahí, y una vez colgó, Toni se permitió revisar su teléfono, el cual había dejado en modo avión para evitar que les localizaran. Nunca se era demasiado cauteloso en su situación, tan solo había que ver la huida que acababan de tener, y no pudo evitar pensar en Carlo.
Tenía sentido que quisiera divertirse en Londres, teniendo en cuenta lo que al parecer le había ocurrido tras Marbella. ¿Dejarle atrapado en una isla? Lo peor de todo, es que no sabían la situación completa. Le habían dejado bien claro que su hermano no quería contarle aquello a nadie excepto a Toni, en persona. Pero... no podía hacer aquello. Ni siquiera se había atrevido a contactarle con un simple mensaje, por miedo a que Conway pudiera ver un número extraño o un mensaje que no le cuadrara.
O al menos esa era su excusa. Realmente, se sentía culpable de la situación que tuvo que pasar su hermano él solo, y algo temeroso de que le culpara por no haberle buscado, por no haberlo intentado más.
Tan solo había una cosa que tenía muy clara sobre el gran problema al que se enfrentaban él y Gustabo: quería mantener a Carlo lo más alejado posible de ese embrollo con Pogo y Conway. Saber algo de lo que le había pasado sobre ese año separados, tan solo había afianzado esa idea. No podía dejar que sufriera más. Ya le protegió en su infancia y adolescencia de Padre, no iba a dejar que nada malo le ocurriera ahora, que probablemente estaba vulnerable y frágil mentalmente tras lo que fuera que le hicieron los federales. Conocía demasiado bien a su hermano.
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Ya de vuelta en Garaje Central, el italiano se lamentaba por su día de mierda de nuevo. Hai le había llamado mientras esperaba al taxi y le había dicho que fuera pensando en inventarse algo por lo de los agentes abatidos, que probablemente recordaban al menos su peinado, al verle de espaldas. El asiático le recomendó decir que le habían secuestrado o algo, pero sabía bien que no podría decirle eso a Conway cuando le había puesto la excusa de que estaba en la peluquería.
Para seguir añadiendo cosas a ese fabuloso día, del que apenas era mediodía, el taxista le había cobrado nada menos que 700 libras por el viaje, diciendo que el mínimo en ciudad eran de 200. Le había pagado por no añadir más problemas a sus espaldas, pero gustosamente habría hecho caso a Pogo que le susurraba tentadoramente que le apuñalara y le dejara ahí con su taxi de mierda.
Se quitó aquellas ideas de la cabeza en cuanto Gordon le llamó preguntando dónde estaba, al parecer llevaban un rato esperándole en la casa de Gordon para aquella barbacoa. Maldijo internamente viendo la hora en su móvil, llegaba muy tarde. Puto taxi que apenas alcanzaba los 90 Km/h.
Le aseguró a Gordon que ya estaba de camino mientras se dirigía a su vehículo personal. Le colgó apenas subió al coche, y marcó en el GPS la ubicación que el comisario le había enviado.
Si se saltó unas cuantas reglas de tráfico para llegar más rápido, nadie lo sabría.
—No quiero regaños, no sabes el día que llevo hoy.— Dijo Toni apenas llegó, interrumpiendo a Conway que probablemente iba a hacer alguno de sus típicos comentarios hirientes. Parecía que no se había levantado con los huevos muy católicos ese día.
—Ajá. ¿El traje te lo han hecho a mano?— Y ahí estaba, el regaño... —Siempre llegando tarde, no sé de quién heredaste eso, porque de mí está claro que no.— ... Y el comentario hiriente. No podía faltar. "Gustabo" rodó los ojos, su paciencia tenía un límite muy bajo tras el día de hoy.
—Perdona viejo, pero yo había entrado a servicio. He terminado tomándome unas horas libres porque no llegabas. Te he esperado media hora y ahí en comisaría solo estábamos Gordon y yo, así que no eres precisamente el más puntual.— Saltó sin poder aguantar más gilipolleces. Esperaba ir a aquella barbacoa y pasar un rato tranquilo, no más peleas y discusiones. Sintió cómo la marca en su ojo quemaba un poco, y decidió respirar profundo, desviando la mirada ante Conway, que le miraba con el ceño fruncido.
Antes de que la discusión pudiera continuar, Gordon les ofreció hamburguesas y bebidas para calmar los ánimos. Recordaba la pelea entre el (verdadero) rubio y su padre en la presentación de los nuevos agentes, no deseaba que pasara algo parecido allí.
—Eh, caballeros... creo que no me he presentado aún ante el recién llegado.— El quinto hombre, al que realmente acababa de notar en ese instante, y el único al que no conocía, habló para rebajar la tensión. —Soy Jaime Santoyo, mucho gusto.
—Gustabo García.— Se presentó de vuelta, evitando con todas sus fuerzas mostrar la ironía en "su" nombre. Realmente aquel día le estaba drenando demasiado.
Hubo un pequeño silencio incómodo. Conway aún parecía tener problemas para controlar su ira y estaba firmemente cruzado de brazos. Toni imaginaba que sería para evitar soltarle un puñetazo, o algo así. Rodríguez rompió aquel momento tenso cuando comenzó a meterse con la ropa del tal Jaime. Ahora que se fijaba mejor, el outfit realmente era jodidamente horrendo. Un polo color amarillo con detalles negros, unas bermudas y, lo peor de todo, calcetines altos.
"Parece un auténtico pringa'o." Añadió Pogo. El Gambino sonrió de lado, de nuevo estando de acuerdo con el payaso.
Los ánimos parecieron calmarse por aquella divertida conversación, en la que Toni prefirió quedarse mayormente callado, juzgando con la mirada al que había bautizado como Jimmy y disfrutando de la hamburguesa. Conway y Rodríguez continuaron metiéndose con sus calcetines, preguntando si los cambiaba a diario, a lo que el mexicano respondió en un tono divertido que no, ya que tenía un fetiche con ponerse los mismos calcetines dos días seguidos. En serio, ¿quién se ponía calcetines altos con bermudas? En Marbella había una palabra para los ingleses que vestían así: guiris. Gordon por su parte se mantuvo algo más alejado del grupo, pendiente de la barbacoa y las brasas que continuaban ardiendo.
—Ah, Jimmy. ¿Cómo es que conoces a Gordon? Él prácticamente vive en comisaría, y tú eres un contable.— Preguntó Rodríguez, a lo que Gustoni estaba eternamente agradecido. Mientras que alguien más diera conversación, él solo tendría que quedarse ahí parado fingiendo poner interés.
—Soy el marido de Nikki Santoyo, una nueva agente. Ella me presentó al comisario y bueno, ahora somos buenos amigos.— El hombre parecía feliz por aquella amistad, y Toni se permitió sentir algo de envidia por ello. Echaba de menos sus días de libertad en Marbella.
De nuevo la conversación continuó entre Jimmy y Lorenzo, manteniendo el ambiente suficientemente animado para que los otros dos malhumorados hombres en ese grupo no se liaran a golpes. Aunque pronto el italiano querría prestar mayor atención a Jimmy.
—Bueno, ¿qué tal el día de ustedes? Yo ya les conté que fui secuestrado.
—¿Cómo?— El rubio parpadeó sorprendido por aquello, especialmente de lo divertido que parecía el mexicano con la situación. De alguien con su apariencia, normalmente esperaría que estuviera aterrado.
—Oh, sí... Eran dos, ¿no?— Miró de reojo a Conway. No se fiaba de ese tono burlesco e irónico que estaba usando. En general no le gustaba que supieran más que él sobre algo, y tenía la sensación de que ese algo iba a estar relacionado con él.
No se equivocaba.
—Me secuestró un rubio saliendo de un badulaque, y aparentemente van vestidos de fruta, robando tiendas...
—Joder con las frutitas, coño.— Toni exclamó con un exagerado rodar de ojos. ¿Otra vez? ¿En serio? ¿Es que todo tenía que pasar hoy? —Joder con las frutitas.
—Sí, y ha dicho que era un tal Gambino.— Conway parecía brillar al decir aquello. Parecía que su mal humor se levantó al instante, reemplazado ahora con una cínica sonrisa de lado.
—De hecho es el caso que tienen ustedes asignado.— Añadió Lorenzo, y jamás tuvo tantas ganas de estrangular a alguien.
—Santa madre de Cristo.— Murmuró casi sin pensarlo. Ahí iba su oportunidad de disfrutar de una tranquila barbacoa. Cuando notó que lo había dicho en voz alta, al menos agradeció que no se le hubiera escapado en italiano.
—Día duro, ¿eh?
—Día duro, Jimmy.— El rubio asintió levemente, dando un pequeño suspiro.
—Qué día, madre de Dios, pobrecito. Vamos a llorar en un rincón.— Arremetió de nuevo el mayor de los presentes. Toni ni se dignó a mirarle, estaba harto de esa actitud de mierda que no se merecía. Se había decidido a ignorarle lo que restaba de día.
—Coge una cerveza Gustabo.— Ofreció Gordon, señalándole una nevera que estaba algo alejada de ellos. El mencionado se dirigió allí sin pensar, agachándose frente al recipiente mientras escuchaba la conversación a sus espaldas.
—Joder, cuánto amor fraternal estoy viendo aquí, la verdad.— Ese era Lorenzo, con un tono divertido. Seguramente se pensaba que era una broma, pero el rubio sabía a lo que era capaz de llegar Conway. Había sido advertido por Gustabo.
—¿Y cómo es trabajar padre-hijo?— Escuchó preguntar al mexicano. Aquello captó su atención. Se esperaba algo neutral, un "como cualquier otro compañero" o quizá un seco "normal". No se esperaba recibir tal golpe directo a su corazón.
—Pues una mierda.— Conway dijo sin pensárselo ni un instante, y Toni tuvo que apretar uno de aquellos botellines en sus manos, quedándose quieto.
¿Qué?
—Pero...— Risas de todos los presentes. Toni se tomaría unos segundos más fingiendo buscar un botellín en la pequeña nevera rellena de hielos, asimilando lo que estaba oyendo. ¿Siquiera había pensado en lo que decía?
—¿Trabajar padre-hijo? Pues una puta mierda.— Repitió de nuevo, asestando otro devastador golpe en el italiano. Podía sentir el nudo en su pecho formarse, subiendo hacia su garganta. Haciendo uso de todos sus años aguantando las lágrimas, tragó dicho nudo y apretó un puño, clavando sus uñas en su mano. Se centró en ese dolor, no en el que sentía emocionalmente. Ya más calmado, se puso en pie con la cerveza en la mano, volviendo con el grupo.
—Pues un coñazo, porque no me deja en paz.— Era el turno del rubio para opinar. Esta vez se colocó entre Jimmy y Lorenzo, evitando acercarse a Conway.
—No, perdona que te diga, pero haces lo que te sale de la polla.
—Todo el día detrás de mí. Saco el móvil y me mira a ver qué hago. Voy a mear y me sigue.— Continuó "Gustabo", ignorando por su propia paz mental el comentario del contrario, y enfocándose en mirar hacia Gordon y Jimmy.
—Normal, porque sé que AvispaCulona eres tú.— Conway dio un giro inesperado en su argumento, usando un tono más relajado. A Toni eso solo le enfadó más. ¿Ahora iba de bromas? No, el daño estaba hecho. Era consciente que su experiencia como agente era nula, más aún comparado con Gustabo, pero de ahí a decir que pasar tiempo con él era una mierda... Había que admitir que le había dolido.
—Uf, duras declaraciones, ¿eh?— Gordon rio, pensando que aquello era solo un roce amistoso entre familiares. Pues ni era amistoso, ni eran familiares.
—¿Me vas a decir que no eres AvispaCulona? ¿Todo el día dando por culo en Twitter?— Conway continuaba con aquel tema.
Toni se quedó en silencio. No se sentía de ánimos para contestar a esas gilipolleces. Además, si casi le pillaban utilizando esa cuenta, era culpa mayormente de Gustabo.
—Yo sigo a AvispaCulona. Me gustan sus tweets llenos de sátira.— Añadió Jimmy en medio de aquel tenso momento silencioso, causando las risas del grupo.
Él tan solo bebió más rápido de su botellín, esperando acabarlo y poder decir que ya había comido y bebido lo suficiente para que consideren que podía irse y no ofrecerle algo más. Quería irse de allí, y rápido. Se sentía herido por la única persona con la que más cercano se había sentido en los últimos días, no comprendía ese repentino cambio de actitud con él.
Dio unos largos tragos a la cerveza, acabándola en tiempo récord e intercalándolo con el pequeño trozo de hamburguesa que aún tenía en su mano, ante el comentario de "¡Cuida'o a ver si te vas a atragantar, hombre!" de Rodríguez. Tras eso se dio la vuelta para dejarla vacía a un lado de la pequeña nevera y volvió con los demás.
—Bueno, un gusto conocerte Jimmy. Gracias Gordon por invitarme, pero yo me tengo que ir ya. Tengo un asunto ahora.— Se disculpó de forma amable con el anfitrión y el hombre que acababa de conocer, incluso dándole la mano amistosamente a Lorenzo. Mientras tanto, a Conway le ignoró por completo... Indirecta que el contrario pareció no captar en absoluto.
—¿Dónde vas con tanta prisa tú?— Preguntó con ese tono que estaba comenzando a odiar. Lo estaba empezando a catalogar como que parecía estar dudando de él. De nuevo se preguntó si quizás había hecho algo para merecerse la desconfianza del mayor en las largas horas de servicio que pasaban juntos.
—A una cita médica.— Casi le escupió aquella baza que sabía que era un golpe bajo, cargando las dos últimas palabras con todo el enojo que llevaba acumulando desde que habló con él por teléfono. Vio la sorpresa en su gesto, y hubiera sonreído triunfante de no ser por lo mal que se sentía.
—Está bien.— Accedió a regañadientes el contrario. —Pero tenemos una conversación pendiente tú y yo. Que no se te olvide.
Ni siquiera había terminado de hablar cuando Toni ya estaba dirigiéndose a la valla de aquel precioso jardín. No quería escuchar nada más que viniera de Conway.
—Lo que usted ordene.— Mencionó de forma fría, girándose por última vez hacia él antes de cruzar y cerrar la pequeña puerta detrás de él.
Se sentía agotado mentalmente, y que Pogo estuviera pletórico, dando casi gritos de alegría, tan solo empeoraba las cosas.
Necesitaba ir a casa y descansar un rato. Quizá mencionarle todo aquello a Gustabo podría ayudarle a calmar el dolor en su pecho. De nuevo alguien a quien consideraba familia, le fallaba estrepitosamente.
Chapter 18: 《Capítulo 5 (parte 3)》
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Un coche deportivo, color uva y con el interior de un bello verde lima, recorría las autopistas alrededor de la ciudad sin un destino fijo. ¿El por qué de aquello? Hacer tiempo mientras los ocupantes conversaban por el altavoz del vehículo, con cierto androide ruso.
—¿Qué tal Carlo? ¿Cómo ir en casino?— Se escuchó por los altavoces decorados con neones. La tonalidad rebosaba de sarcasmo y falsa alegría.
—¡Cien mil pavos hemos ganado!— El mencionado sonaba genuinamente orgulloso de aquella proeza, manejando con una mano y apoyando el brazo en la ventanilla abierta, un cigarro más “cargado” de lo normal entre sus dedos.
—¿En serio?— Igor sonaba sorprendido.
—¡Sí, me lo he jugado todo!— Exclamo feliz, soltando una risita que le secundó su acompañante, en el asiento del copiloto.
—¿Cuánto ha ganado?
—Cien kilos, 100k— Reiteró frunciendo un poco el ceño. ¿También le iba a echar en cara aquello?
—Cien mil libras…— Hubo un momento de silencio al otro lado de la línea. —... Escúchame, Carlo. Cuidado con hacer grandes ingresos en banco, no vaya a ser que Hacienda quiera darte puro.
El italiano rodó los ojos con cansancio. Su alegría iba disminuyendo por momentos. Quizá no debió llamar a Igor.
—¿Y tú cómo vas?— Cambió el tema, pues antes había estado tratando de llamarle varias veces, sin resultado. Le olía raro. El androide siempre estaba disponible.
—Bien, bien. Tengo que ir a gimnasio. He hablado con José.— Uno un pequeño silencio. —Por eso no podía coger teléfono.
—Pero… ¿no estabas soluconando un problema con… cómo era… Christian Ross?— Preguntó fingiendo inocencia con esa pregunta, aunque aprovechando que podía verle, su ceño estaba más que fruncido. Todo aquello le olía a chamusquina, ya varios planes del ruso no cuadraban con lo que él sabía.
—Sí, pero después he hablado con José, porque… porque soy multitarea… me diseñaron así.— Añadió la voz. Carlo juraría que lo notaba algo nervioso, hasta se estaba trabando al hablar. De nuevo, unos segundos tensos de silencio.
—¿Podemos hablar un segundo? Te mando ubicación.— Dijo manteniendo un tono alegre, aunque la sonrisa en sus labios no llegaba a sus ojos ni a su ceño fruncido, mucho menos a su mano, que apretaba el volante como si fuera el cuello de alguien . —Es que… ¿Fideo? ¡Fideo!— Le llamó alzando la voz, como fingiendo estar persiguiéndole o algo parecido. Simplemente, quería colgar cuanto antes. El mencionado sonrió mirándole desde su lado, visiblemente divertido por la situación. Iba más fumado que él incluso.
—Eh… Sí, sí. Acompaña a gimnasio ahora, manda ubicación.
—No, no voy al gimnasio, estamos por la… bueno, ahora te mando ubicación.— El italiano rodó los ojos, manteniendo su mano libre sobre el botón de colgar.
—Perfecto.— Y apenas terminó con esa única palabra, Carlo presionó el botón, lanzando el reto del cigarro por la ventana y dejando su sonrisa relajarse hasta acabar en una mueca de desagrado.
Fideo pareció captar el enojo que irradiaba de su colega y jefe, así que simplemente permaneció callado mientras el de cabellos rubios cenizos marcaba un lugar en el GPS del coche y lo mandaba al mismo tiempo a contacto del ruso, poniéndose en camino.
||||||||||||||||||||
—¡Igor!— Dijo en voz alta desde su coche, estacionando a un lado del todoterreno negro del androide y bajando la ventanilla. Pronto la de aquel coche le imitó, dejando ver las horrendas facciones del ruso.
—¡Ojo! ¡Qué bonito el coche!— El sarcasmo brotaba de sus palabras como un mal veneno.
—Baja y sube al coche.— Ordenó aún manteniendo la apariencia de calma, un truco que había aprendido (forzosamente) en su estancia en La Isla.
—¿Has visto? Nuevo toque frutal.— Mencionó el Fideo en broma, apoyando el codo en la ventanilla abierta.
—... ¿Y por qué no ir con este coche?— Preguntó, en cambio, Igor… ignorando totalmente a Cejas.
Era extraño el pequeño juego que parecía existir entre ellos. Simulaban divertirse, bromear, cuando ambos sabían las sospechas e inseguridades que había entre ellos. ¿Dónde había quedado su amistad? ¿Su camaradería?
—Porque este coche es más rápido y mola más.— Fue su única respuesta, aún escondiéndose tras una sonrisa y sus gafas de sol.
—Pero, ¿a dónde quieres ir?
—Sube.
—Es que no quiero dejar aquí mi coche.
—¡Sube!
—Vamos a un parking, que lo deje en un parking y listo.— Añadió rodando los ojos el gitano. También él estaba harto de ese diálogo estúpido.
—Pero qué hay, ¿una carrera o algo?— ¿Era en serio? Carlo miró fijamente al ruso, cada vez le costaba más mantener las apariencias.
—Hay un parking al lado.— Ofreció el impaciente rubio cenizo, golpeteando con sus dedos el volante. Tras unos segundos de silencio, finalmente se cansó de aquella ridícula situación. —¿Subes? Es una orden.
—Cómo que una orden.— Frunció el ceño ante su reacción, sabiendo bien que eso no era lo que debía hacer ante sus palabras. —Es que tengo cositas aquí, entender…
Pero no le dejó acabar de hablar, subió la ventanilla de nuevo y dio la vuelta de forma rápida, saliendo de aquel pequeño aparcamiento en dirección a la autopista, de nuevo.
—Lo entiendes, ¿no?— Pronunció sin quitar su mirada de la carretera, recibiendo una afirmación algo dudosa de Cejas, por lo que suspiró, aclarando: —Hai nos está vigilando.
El silencio inundó el vehículo de nuevo. Claramente, Fideo apenas y estaría registrando dónde se encontraba sabiendo lo drogado que iba, así que tampoco esperaba que le respondiera.
No pasó mucho tiempo cuando el tono de su teléfono comenzó a sonar.
—¿Sí?— Contestó desganado el italiano, aunque ya sabía bien quién era. Quizá por eso la desgana, nótese el sarcasmo.
—Eh… ¿Por qué huir de mí?
—No, no estoy huyendo… Simplemente me estoy yendo. Si no quieres hablar, pues…
—Pero sí que quiero hablar…
Carlo dio un frenazo que casi hizo que Cejas se golpeara con el salpicadero por lo repentino de ello.
—¡Escúchame Igor, deja ya de tocarme los huevos!— Gritó, casi desgarrándose la voz en el intento. Su paciencia estaba ya agotada hasta su límite.
—Vamos a ver.— y en ese momento, Igor bajó la voz, como si temiera que les escucharan. —Que tengo material en coche, no podía dejarlo en el parking…
—Que me da igual el material. Sé que me has mentido antes. Dijiste que ibas con Christian Ross, que habías quedado con él, ¡y es mentira!— De nuevo alzó su voz hasta que pasó a escucharse ronca. —¡Estuvimos hablando con él!
—¡Qué dices!
—De verdad Igor, déjate de este juego. Además…— Carlo suspiró y reanudó la marcha del coche.
—A ver, qué quiere.
—Hablar contigo a solas. A solas. Sin nadie.— Reiteró.
—Si estamos sin nadie, eres tú el que lleva al tal fideo de un lado a otro.
—Eh, te relajas chaval.— Saltó rápidamente el Cejas, como siempre.
—Vamos a quedar en el…
—No.— Su mirada se oscureció parcialmente, y su voz comenzó a relajarse hasta salir calmada, tanto que extrañamente, intimidaba. —Te subes al coche, y vamos donde yo quiera ir. ¡No donde tú me digas! Porque me has mentido con Christian y con mil historias, ya está. ¿Me dejas poner a mí las condiciones? ¿O las vas a seguir poniendo tú?
Necesitaba hacerse oír, hacer saber que él era el jefe , no Igor. ¿Desde cuándo el androide se creía con el derecho de rechistar a su superior? ¿A su jefe? ¿Al que alguna vez llamó amo? Ya quitando la amistad que suponía que había entre ellos, pero al parecer no era así.
—Pero lo que no entiendo es que tú querer que suba a ese coche y no poder tú subir al mío. Porque ese coche no es tuyo.
—Porque no me fío de ti.— Y lo dijo de modo sarcástico, como si fuera obvio. En realidad, para él lo era. Eran demasiadas mentiras, y ya deberían saber que Carlo Gambino no era alguien que confiara con facilidad en alguien, mucho menos ante un mentiroso. Era la clase de personas que más odiaba.
Le recordaban a Padre.
—Ah, y este coche es mío.— Aclaró el italiano, cada vez más molesto con esa conversación. ¿Ahora también le iba a reclamar?
—¿Y yo me tengo que fiar de ti?
—Yo no soy el que está mintiendo. El que está diciendo que he quedado con un tal Christian Ross y luego Christian Ross no tiene ni puta idea de que iba a quedar contigo.
—¿Cómo? ¿Repite?— Juraba que iba a matar al puto androide ruso. De verdad que lo haría. —Repite lo de Christian.
Tomando aire y contando hasta cinco, trató de mantenerse lo más calmado que pudo.
—Bueno, que ibas a quedar con él, a solucionar un problema con él. Y hemos hablado con Christian Ross y él nos dijo que tú no ibas a quedar con él. Que era la primera noticia que tenía, así que deja de hacerte la víctima y…
—¿Ves, ves? ¿Cómo no me dejas explicarme?— Interrumpió Igor mientras él hablaba. —Ha habido un problema mayor.
De nuevo, tuvo que frenar el coche.
—¡Sí, siempre hay un problema mayor! ¡Pero Carlo Gambino no importan una mierda sus problemas! ¡Importa después, cuando lo demás se resuelve!— No pudo evitar que sus ojos se cristalizaran mientras gritaba, pero de nuevo aguantó las lágrimas, como siempre. No podía evitar pensar en La Isla, en cómo le abandonaron allí “hasta que lograron establecerse en otro lugar”. Siempre los demás iban antes que él. Él jamás sería la prioridad, y debía dejar de engañarse con que alguna vez lo sería.
Tan solo Toni le había tratado así, y ahora era parta del pasado, al igual que tantas cosas que ni se atrevía a contar en voz alta.
—Vale, vale. Escúchame Carlo. Me ha llamado José, diciendo que han detenido a uno de nuestros distribuidores de anabolizantes. Al parecer ha cantado sobre el gimnasio y he tenido que quitar todos los puñeteros anabolizantes de allí. ¿Qué pasa, que te tengo que pasar todo el reporte siempre de lo que hace Igor?— Sí, la respuesta era sí. Era su jodido jefe, por supuesto que sí debía informarle si algo así pasaba. —Iba a quedar con Christian, por el problema de Richi y luego…
—¿Le vas a dar la vuelta otra vez a todo?— No pudo evitar una pequeña risa. Era ya hasta cómica la manera en la que encontraba una excusa para absolutamente todo.
—¡No le dar vuelta! Lo único que pasa es que tú siempre buscar tres pies al gato.— Silencio. —¿Entiende querer decir?— Más silencio. —Cuando no es así.— Carlo comenzaba a cansarse de aquella conversación estúpida. —Bueno, acepto tu condición, estoy en garaje, haz lo que quieras.
Le colgó. Sin darle más respuesta, simplemente le colgó. No podía más con aquello, y comenzaba a plantearse si quizás había salido del infierno que era Los Santos, para meterse en uno nuevo, llamado Londres. Al fin y al cabo, había llegado allí con la esperanza de reencontrarse con aquellos a los que llamaban su familia, especialmente quería ver a su hermano, reconfortarse un poco en su presencia y aliviar un poco su alma herida y magullada por las torturas. Pero, ¿qué encontró? Desconfianza, burlas hacia su persona. No siquiera creían en lo poco que les había contado de su año lejos de ellos. Aún no veía a Toni, y tampoco tenía la esperanza de hacerlo. Quizá tampoco confiaba en él.
Tratando de no hundirse en su miseria personal, volvió a poner en marcha el coche, ante el silencio incómodo que reinaba en el vehículo. Lo comprendía. En realidad no le gustaba que Cejas tuviera que estar presente en sus peleas con Igor. Realmente quería alejarle de su mierda, era un buen chaval.
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Condujo apenas sin notarlo hacia el casino. Quizá veía algo familiar en ello, en el sonido de la ruleta, los vítores de los ganadores, las maldiciones de los perdedores. Era melancólico estar ahí, le recordaba mejores tiempos, con muchas menos preocupaciones. Sin tener a H y V en la ciudad y tras él, riendo con Toni tras gastarle otra broma a Raúl Salinas, sin el peso mental del nuevo trauma que había vivido.
Le había dejado el coche a Cejas, asegurándole que estaría bien y que se verían al día siguiente. Ya le había mandado la ubicación a Igor, solo quedaba que llegara y hablarían. Esta vez solos, sin interrupciones.
Se dignó a salir del local cuando sintió ganas de apostar esos cien mil dólares que acababa de ganar, decidiendo que sería mejor simplemente salir afuera a fumar un cigarro mientras esperaba. Temía que su futuro era muy negro, y no debía gastar tan alegremente como lo hacía en Marbella. Sonrió para nadie en específico al pensar eso, ya apoyado en una pared en la parte trasera del casino. Quién le diría que en apenas un año maduraría como siempre le pidió su hermano en broma.
— Saresti sorpreso, Tony… — Murmuró en la soledad que le rodeaba, exhalando el humo en pequeñas nubes, que le servían de entretenimiento mientras esperaba.
Unos minutos después, el ruso se dignó a aparecer. Iba con Richi, pero rápidamente le dijo que esperara en el coche al ver la mirada de pocos amigos del rubio cenizo.
—Decir.— Comenzó Igor, cuando ya estuvieron a una buena distancia del otro tipo, que ya se marchaba igualmente. El silencio duró unos cuantos segundos, en los que Carlo se debatía en lo que debería decir o preguntar.
—¿Vas… a contarme la verdad?— Pidió con voz cansada. Estaba verdaderamente harto de aquella situación. —¿Por favor?
—¿Qué verdad quieres? ¿La que tú quieres oír, o la que es verdad?
—La que es verdad.
—La que es verdad es que… estoy con usted.— El italiano rodó los ojos.
—Sí, pero no me refiero a eso de con quién estás y con quién no estás.— Se sentía estúpido de tan solo tener que decir eso. Suspiró, estaba cansado de pelear. —Es que… siento que me estás mintiendo, porque… tú mismo me dijiste que ibas a solucionar un problema con el tal Christian Ross, Christian Ross no sabía nada de eso, luego de repente lo del distribuidor, luego tal… Siempre hay algo.— Explicó lo más calmado que pudo. ¿De verdad le estaban tomando por loco? ¿Acaso no sonaba rarísimo todo aquello?
—Sí… Yo creer que usted estar demasiado paranoico.— Carlo no sabía ni cómo reaccionar ante aquello. —Tú estar todo el rato con Cejas, parece tu sombra, y yo no preguntar todo el rato lo que tú hacer con Cejas, y debería.— El ruso se veía molesto, pero no era nuevo. Parecía que le molestaba que pasara tiempo con Cejas en vez de con él, casi desde que le conoció.
—¿Por qué me da la sensación de que me estoy quedando fuera de todo esto?— Preguntó cambiando el tema, porque si se estancaban en Fideo estaba seguro de que Igor podría seguir quejándose por horas enteras. Además, podría jurar que le estaba desviando del tema.
—¿Fuera de qué?— El tono casi dulce que usó sarcásticamente hizo hervir su sangre.
—De todo.— Murmuró, aguantando las ganas de dejarle aún más fea esa nariz de mierda.
—Yo también te podría decir que tú me dejas fuera de todo.
—¿Fuera de qué? ¿De robar un badulaque de mierda?— Rio sin poder evitarlo. ¿Le estaba comparando todo el negocio de los anabolizantes, todo lo poco que aún manejaba su grupo, con robar badulaques junto a Cejas para distraerse de toda la mierda que ocurría en su cabeza? —¿De eso es de lo que te dejo fuera?
—No. Yo me acuerdo cuando estábamos en Marbella, que hacíamos otras cosas…
—No, por favor. No.— Pidió, interrumpiendo esa frase. No quería pensar en Marbella ahora. —Deja de darle vueltas a la misma mierda.
—No, el que le da vueltas eres tú, que si voy con uno que si voy con otro.
—Vale. ¿Vas a seguir con lo mismo?
—¿Con qué?— De nuevo ese puto tono dulce y sarcástico.
—Con la misma mierda, otra vez, de darle la vuelta, hacerte la víctima, y decir que no me estás mintiendo. Te estoy diciendo que me has mentido con lo de Christian Ross, y eso es inamovible porque yo he hablado con él, y tú me sales con que no, estabas en otra cosa.
—No te he mentido. Él, Christian, tenía un problema. ¡Si quieres lo traemos! Lo que pasa es que luego ha surgido ese problema mayor. He tenido que ir urgentemente a quitar toda la mercancía del gimnasio por el distribuidor detenido…
—Ah, esa es otra… ¿Cómo, exactamente, os habéis enterado tan rápido de que registrarían el gimnasio?— Se cruzó de brazos, mirándole con el ceño fruncido. Era esa parte de su historia la que le daba mala espina. —Me encantaría oírlo… porque dudo que lo hayan soltado así como así, especialmente tras soltarles lo del gimnasio. Sé como trabajan, y sabes el por qué. No creo que le dejaran libre para que en seguida corriera a chivarse a sus superiores y limpiar todo.
—Bueno, tenemos métodos y…
—Oh sí, otra cosa… ¿Cómo quitaste la mercancía, si la quité yo? No había nada en el gimnasio cuando tú supuestamente fuiste.— Interrumpió de nuevo, y esta vez sí pudo ver un pequeño gesto de sorpresa en el contrario. Bingo. Reprimió una sonrisa victoriosa, puesto que ya sabía que había ganado.
Era cierto, él se había pasado por allí unas horas antes de todo ese embrollo, temiéndose que quizá tener allí, en una apestosa taquilla, toda la mercancía era algo peligroso. Así que había movido la mitad al coche, y la otra mitad la repartió entre Cejas y su propia habitación de hotel. Porque sí, hacía unos pocos días que se había ido de la granja ante la constante molestia de tener a Igor quejándose sobre su supuesto mal comportamiento.
—Es-espérate, espérate. Eso es lo que iba a preguntar yo ahora…
—Ah, eso ibas a preguntar. Que no Igor, ya está. ¿No te das cuenta de que siempre le das la vuelta a todo, una y otra vez?
—Que sí, iba a decir que le dije a amo Hai que faltaba mercancía, pero…
—Mira, ya está Igor.
—¡Que no! ¡Buscas la mínima para querer pensar que yo te miento! ¡Buscas la mínima para desconfiar de mí!— Carlo rio de nuevo, esta vez durando unos segundos.
—¿Mínima? ¡¿Mínima?! Igor, ¿consideras algo mínimo el que falte la mercancía y me digas que fuiste a recogerla? ¿Consideras algo mínimo que te pregunte por Toni y siempre me respondas que está ocupado? Dime, Igor. ¡¿Consideras mínimo todo eso?!— Su tono fue subiendo mientras hablaba, llegando incluso a gritar cuando llegó al final. Ahora tenía los puños apretados a sus lados, aguantando las ganas de golpear al hombre frente a él. —No me contáis nada. Sé que os juntáis a escondidas con él. Lo sé. Y aun así no me queréis decir nada de qué ha pasado en este año, qué está haciendo para estar tan ocupado.— Igor esquivó sus intentos por conectar su mirada. —Mira, no quiero saber nada más de ti, o de Hai, o de José. Ya está, se acabó.
—No, Carlo, de verdad…— Por fin algo salía de la boca del androide. —Te juro que…
Y eso terminó por romper toda la compostura que pudiera quedarle.
—¿Quieres jurar? Bien.— No podía más con todo eso. Que jugaran con su mente, con lo que sabía que era verdad o mentira, eso le destrozaba. —¡Júrame que no me has mentido! ¡Júrame que has estado toda la tarde con José o con Richi o con quien coño quieras! ¡Júrame que no has estado con Toni, diciendo Dios sabe qué junto a Hai! ¡Júrame que no tienes nada que ocultarme! ¡Júramelo! ¡Por tu sistema, por tu mierda, lo que sea! ¡Júramelo!
No recibió respuesta a sus gritos desesperados, el androide parecía haberse “apagado”, aunque movía sus ojos de lado a lado, esquivando su furiosa mirada.
—Eso pensaba.— Fueron sus últimas palabras a Igor, que seguía ahí parado sin moverse.
Carlo dio media vuelta, alejándose de él sin mirar atrás. Sabiendo bien que ya no era parte de aquel grupo. Formaría su propia familia, su propio grupo. Sin ataduras del pasado, sin tener que contar lo que pasó en ese anterior año. Sin esperar eternamente a que su hermano se dignara a contactar con él. Gente nueva, desconocida, que jamás sabrían nada de valor sobre él.
Sin Igor, sin Hai, sin José.
Sin Toni Gambino…
Chapter 19: ⁙Capítulo 5 (parte 4)⁙
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Caminaba rumbo al garaje más cercano, donde había aparcado el coche.
Cada dos segundos tenía que recolocarse el cabello, pues al parecer la gomina se había debilitado por la anterior lluvia. Apenas llevando unos pocos minutos de camino, suprimió un grito y tiró con fuerza de los cabellos rubios, cansado ya de tener que quitarse el pelo de la cara o que le cayera hacia el lado que no debía, lo que era sumamente molesto para él.
Soltando el doloroso agarre, se giró un poco y golpeó con rabia la pared de ladrillo a su derecha, ya harto del día de mierda que estaba teniendo. Tan solo quería que se acabara ya y desear que todo hubiera sido un mal sueño. Que al día siguiente se despertaría y acudiría a trabajar junto al Conway gruñón, pero a la vez un tanto dulce, que solía ser. Sin preocuparse por Carlo, o por cualquiera de los otros.
Apenas había despegado su ahora adolorido puño de la pared de ladrillo cuando su móvil vibró, por lo que algo desganado lo sacó, esperando la siguiente mala noticia del día.
«Hemos tenido problemas con el gimnasio» podía leerse en el primer mensaje. Era de Hai.
«Al parecer "tu padre" ha estado ocupado hoy, detuvo a uno de nuestros distribuidores, y se fue de la lengua» eso podría explicar su comportamiento, pero... era imposible que hubiera descubierto que estaba con ellos. Seguramente estaba cabreado porque él no estuvo en ese interrogatorio.
«Y seguimos teniendo problemas ahora mismo, pero es mejor que te mantengas alejado. Más tarde te llamaré» ese era el último mensaje, y apenas le llegó, Hai dejó de estar en línea.
Suspiró, sospechando que estaban demasiado liados como para hablar con ellos ahora y que le dieran explicaciones, así que solamente le respondió con un corto "Okay, luego hablamos", y siguió su camino al garaje.
No aguantaba el silencio de las calles. La gente estaría comiendo en sus casas o trabajando aún, por lo que apenas y se veía alguien por ahí, especialmente ahora que los días comenzaban a ser más cálidos con la llegada de la primavera. No soportaba pensar en lo felices que estarían, compartiendo un cálido y feliz momento con sus familiares, amigos o compañeros.
Tan solo le hacía sentirse aún más solo.
Así que recurrió a una técnica que comenzó a perfeccionar tras la muerte de su Mamma. Sacó los audífonos de su bolsillo y se los colocó, buscando esa lista de reproducción que le había acompañado durante tantos años, y que podría recomponer incluso si la perdía de tantas veces como la había escuchado.
Eran las canciones favoritas de Carmen. Muchas de ellas eran de los 70' o los 80', incluso algo anteriores. Incluía canciones de muchos grupos y artistas, entre ellos Queen o ABBA, incluso Earth, Wind & Fire. A ella siempre le gustó ese tipo de música, tan alejado de lo que en su época era tendencia en Italia. Y es gusto fue transmitido a él, primero en forma de cassettes, y a partir de ahí en otros diversos formatos, siempre recordando aquellas canciones concretas y añadiendo más que iba descubriendo con los años, y que en el fondo de su corazón sabía, que a su madre le hubieran encantado.
Así, fue tarareando aquellas canciones mientras alcanzaba su coche y subía en este, marcando la ubicación del motel.
Quizá estaba demasiado distraído en la música, pues no notó aquel feo sentimiento que comenzaba a invadir su pecho. Aquello que significaba, que Gustabo estaba sintiendo algo muy fuerte.
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Al alcanzar su destino no se molestó en remover sus auriculares. Aparcó frente al apartamento y no se molestó en ocultar su cara como era costumbre para ambos al tener la amenaza de Horacio demasiado cerca de ellos, simplemente saliendo del vehículo, cerrándolo y abriendo la puerta sin prisas. En una voz tan baja que apenas podría ser escuchada por alguien más, continuaba murmurando la letra de una de esas canciones.
Ya dentro y cerrando tras de sí, dio una mirada rápida alrededor, notando la ausencia del otro rubio. Frunció ligeramente el ceño con algo de molestia... Por un día que trataba de buscar a Gustabo y no evitarle, no estaba. Algo más que añadir a la lista de desgracias en ese día de mierda, pensó.
En ese momento, la canción que andaba escuchando cambió. Pudo reconocer la siguiente con apenas dos segundos del principio de ésta.
//Pongan la canción del principio aquí <3//
Suspiró y fue simplemente a su cama para recostarse... aunque sintió algo extraño. Le pareció ver algo de reojo. Girándose, se sorprendió al ver aquel cajón donde guardaba el efectivo abierto, y no solo eso... estaba completamente vacío. Su pulso se aceleró, y se tiró rápido de rodillas para rebuscar en los otros dos cajones en busca de aquel dinero que tanto necesitaban. No lo comprendía. ¿Pogo habría hecho algo? ¿Alguien había entrado a la habitación mientras Gustabo no estaba presente?
"Ahora sí que estás jodido, italiano." Aportó aquella presencia, que pareció susurrar de forma divertida justo en su oído.
Pasó sus manos de forma temblorosa por su pelo, que caía en varios mechones hacia un lado por la misma razón por la que lo volaba el viento hacía unos minutos. Uno de sus auriculares se deslizó de su oído al quedar el cable atrapado entre sus dedos.
-Merda...- Susurró, sintiendo las lágrimas acumularse en sus ojos sin remedio. No dejó que cayeran bajo ningún motivo. -¡Merda!
-Ah, así que ya has vuelto.
La voz a su espalda sonaba fría. Notó aquel tono. Era el mismo que usaba cuando le regañaba por tomar drogas de nuevo.
Se giró hacia él, con los ojos brillantes por las lágrimas no derramadas y el ceño fruncido.
-¿Has sido tú?- Murmuró, sus ojos tintándose de ese rojo sangre que no debían tener. -¡¿Has sido tú?! ¿Dónde has puesto el dinero? ¡Dímelo!- Fue alzando la voz mientras se levantaba, acercándose de forma peligrosa al contrario, que se mantenía cruzado de brazos con una expresión parecida a la suya propia. Ambos estaban sumamente enojados, y a Toni no le quedaba paciencia para manejar sus emociones como lo haría normalmente.
-¿Y qué si he sido yo? ¿Por qué tienes tanto dinero guardado?- Preguntó el rubio más bajo, manteniéndose clavado en su lugar mientras veía venir a su compañero hacia él, ocasionando que tuviera que alzar la mirada para poder mirarle a los ojos. No se retiró ni un centímetro, aunque aquellos ojos carmesí parecieran querer traspasarlo.
Toni agarró al contrario por la camiseta, alzándole un poco hacia él de paso.
-Donde. Has. Dejado. Mi dinero.- Murmuró palabra por palabra, ignorando sus preguntas. Estaba harto de que todo le saliera mal.
Gustabo no se quedó atrás, frunciendo el ceño y dando un manotazo al firme agarre en su ropa, consiguiendo que le soltara y dando un empujón al otro rubio.
-¡¿No se suponía que nos íbamos a contar todo?!- Le gritó sin importarle nada en ese justo momento, señalándole con un dedo, y tocándole con fuerza varias veces. -¿Qué cojones haces con tanto dinero? ¿Sigues con los de tu antigua mafia, no? ¡Tanto quieres que nos descubran! ¿No era más fácil decírselo directamente a Conway?- El más bajo se despeinó con ambas manos, soltando un gruñido por la molestia que sentía ante la situación. -¡Gilipollas! ¡Me conoce! ¡Estuve en una mafia! Si crees que no te va a investigar, estás muy equivocado.
-¿Y qué si sigo con ellos?- Escupió Toni, con una sonrisa de lado en su gesto. La marca morada comenzaba a expandirse en su ojo derecho. -No te importa. No le importo a nadie. ¿Qué más da si lo hago?
-Me importa porque si sigo vivo es porque tendríamos que investigar la manera de deshacernos de Pogo, no jugar a ganar dinero con el grupo de mafiosos más buscado de Europa.- Murmuró cruzándose de brazos de nuevo. No lo admitiría, pero las palabras de Toni le causaban ciertos sentimientos desagradables. -Se suponía que nos íbamos a contar todo.- Repitió más lentamente, tratando de calmarse.
-¿Tú me hablas de sinceridad?- El italiano no pudo evitar una risita, que pronto se convirtió en carcajada. Se llevó las manos a la cara, ocultando ésta. -¡Pero si apenas me has contado sobre tu vida! Necesitaba información de Conway para no cagarla. ¡Ni siquiera me dijiste qué día era tu puto cumpleaños!
Gustabo frunció el ceño, pero no contestó. Sabía que tenía razón.
-Y ahora Conway también me odia por alguna razón que no comprendo. Quizás tiene que ver contigo y vuestro pasado, ¡pero no lo sé, porque no me cuentas nada!- Apartó sus manos de su cara de forma temblorosa, sus lágrimas ahora corrían libremente por sus mejillas, por primera vez en muchos, muchísimos años. -¿Y tú me echas en cara no contarte sobre esto...? Eres un puto hipócrita, Gustabo.
Se limpió con las mangas de su chaqueta de forma rápida, pasando junto al contrario y golpeándole con su hombro al pasar, camino a la puerta.
-Cuando vuelva, quiero ver el dinero de vuelta.- Fue lo último que dijo, ya con la puerta abierta. Los últimos segundos de la canción sonaban por el auricular que seguía en su oído:
Total eclipse of the heart...
Y así, se colocó su pasamontañas y salió, subiendo rápido al coche y dirigiéndose a cualquier parte que estuviera muy alejada de allí.
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Gustabo se apresuró a cerrar la puerta que aún seguía abierta. Se quedó unos segundos con el pomo en la mano, y luego simplemente se dejó consumir por aquello que hacía bastante que no sentía: la asfixiante sensación de que dañaba a todo aquel que se acercaba a él.
Se deslizó hasta el suelo, donde se quedó sentado y abrazó sus rodillas.
¿Qué había hecho mal esta vez? ¿Quizá debió contarle todo desde el principio? No debió esconder así el dinero. Debió haberle echado aquello en cara sin tocarlo. Por su reacción, pareciera que era algo de vida o muerte.
Sus ojos azul cielo volvieron a oscurecerse, perdiendo todo brillo, quedando muertos. ¿De nuevo había perdido a alguien cercano a él por su propia estupidez?
Incluso Pogo se mantenía silencioso, como si le diera la razón en eso, o al menos eso era lo que imaginaba. La realidad era que aquel espíritu estaba igual de afectado que él, preguntándose el por qué ambos rubios no le habían escuchado gritarles que se detuvieran. Les estaba avisando del daño que se harían si seguían, pero ninguno le escuchaba. Ni siquiera ahora, con tan solo Gustabo presente, parecía capaz de comunicarse con él.
-Soy un idiota...- Murmuró en la soledad de aquel lugar, agarrando con fuerza sus cabellos y tirando de ellos con una mano, mientras que con la otra apretaba su puño hasta causarse sangre por la fuerza empleada. -Joder... Toni, lo siento...- Murmuró con voz rota, dejando que sus lágrimas recorrieran sus mejillas.
Aquella sería una tarde complicada para Gustabo, que lamentaría su incapacidad para morir por su propia mano.
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En otra esquina de la ciudad, uno de los causantes de aquella pelea estaba recorriendo un monte a toda velocidad en su moto. Habían tenido un chivatazo sobre el caso de los payasos, y estaban peinando el lugar en busca de cualquier pista que pudiera llevarles a ellos.
Pero algo salió mal.
En uno de los descensos, no vio a tiempo una roca que sobresalía y que hizo que su moto volcara hacia delante, golpeando su cabeza con fuerza.
Conway quedó tendido sobre aquel pequeño riachuelo que no había visto a tiempo, su mejilla siendo humedecida por aquella agua del deshielo primaveral.
Su radio permanecía silenciosa, evitando cualquier posibilidad de que alguien llegara a rescatarle. ¿Quién querría ponerse en contacto con Jack Conway? Ya lo habían hecho con anterioridad, y habían recibido un regaño al grito de "¿os pensáis que llevo un mes en este trabajo o qué, subnormales?". Así que en la malla simplemente permanecían a la espera de que el veterano agente quisiera ponerse en contacto o pedirles algo.
Conway seguía inconsciente. Los segundos se convirtieron en minutos, llegando a pasar casi media hora cuando por fin se removió, dando alguna señal de vida.
Cuando abrió los ojos, no reconoció el lugar en el que se encontraba, ni cómo cojones había llegado hasta ahí.
Tan solo sabía que debía volver a casa con su mujer, le estaría esperando.
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Toni pasó varias horas en el coche.
Tras su pequeña huida del motel, se había alejado lo suficiente para parar en un aparcamiento y continuar escuchando aquella lista de reproducción a todo volumen, llegando a ser incluso doloroso de lo alto que estaba. Los altavoces del vehículo hacían retumbar todo a su alrededor de una manera que era casi relajante, como un sillón de masaje. Recordaba de forma vaga tener uno de esos en la mansión de Marbella.
La música era lo único que le distraía de la voz de Pogo, constantemente riéndose por lo ocurrido con Gustabo, y de sus propios pensamientos.
Había llorado frente a él. Jamás se permitió hacer eso con la excepción de Carlo. Se sentía abochornado a la par de traicionado por todo lo que le echó en cara. ¿Que se lo contarían todo el uno al otro? Una mierda. Necesitaba información crítica de su pasado en Los Santos con Conway y no le dijo nada. Incluso parecía que se le escapó un detalle, al que no podía parar de darle vueltas... ¿Había estado en una mafia?
Era la primera noticia que tenía de aquello, pero era de las cosas que menos le desagradaban de lo ocurrido. Pensó que, si eso era cierto, quizás se lo pensaría y entendería el por qué de ayudar a su grupo.
Y sobre el dinero... La verdad es que simplemente era el resto de lo que había podido sacar de Marbella, mezclado con su salario (que había sacado del banco poco a poco) y alguna apuesta con suerte del casino. ¿Se esperaba que lo hubiera robado, o que lo hubiera estado ganando por la venta de "drogas"? Él ni siquiera consideraría drogas a los anabolizantes de mierda. ¿Cuánto estarían sacando con eso los demás? Lo suficiente para subsistir, pensó. Y Carlo robando badulaques... Era una mezcla perfecta para que su preocupación subiera como la espuma, especialmente por su hermano. Los demás le daban bastante igual, pero la vuelta de su hermano... Ese era el motivo por el que estaba ahorrando. Para poder dárselo y permitirle huir, en caso de que algo se torciera.
Tenía claro que había muchas, demasiadas opciones, que no le dejarían esa opción a él. Y sobre todo... tenía muy claro que si descubrían quién era en realidad, Conway querría matarle. Tanto por las pocas historias que Gustabo le contaba sobre él, como por la actitud que tuvo hacía unas horas.
Un tono de llamada excesivamente alto paró en seco sus pensamientos, notando apenas ahí que ya estaba anocheciendo. Bohemian Rhapsody sonó a todo volumen, y dejó que unos segundos pasaran sin descolgar únicamente para disfrutar un poco más de aquella canción.
—¿Sí?— Respondió a aquel número oculto, con tono desganado. El silencio ahora era atronador, ya que la música venía de su móvil.
—Poni, tenemos que quedar en algún sitio y hablar en persona, es urgente.— Era Hai, su voz y acento eran inconfundibles. Más aún con el antiguo apodo que le puso.
El italiano reprimió un suspiro. ¿Qué desgracia tocaba ahora? Estaba harto de ese día de mierda. Miró alrededor, el parking donde se encontraba estaba vacío, y apenas vio movimiento en él durante las largas horas que había estado ahí parado. Aunque tampoco se fiaba mucho de sí mismo, apenas y había notado cómo el sol descendía.
—Os mando ubicación.
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Así, los minutos pasaron de forma lenta. Toni volvió a retomar la música a todo volumen mientras esperaba que el resto de mafiosos llegaran a su ubicación, de nuevo hundiéndose en sus pensamientos.
No se preguntaría el por qué había bajado tanto la guardia con Gustabo al punto de llorar frente a él, la segunda persona que le veía de aquella manera en toda su vida, exceptuando a Padre. Si apenas llevaba unas semanas compartiendo algunas horas al día con Conway, la persona más amargada del planeta, y había conseguido encariñarse de él al punto de sentirse mal por su actitud en ese día, no dudaba que algo mucho más profundo habría ocurrido con Gustabo, con quien llevaba casi un año encerrado en una pequeña habitación de motel, siendo la única persona con la que tenía contacto cercano y a quien le había contado gran parte de su vida (al menos las partes bonitas, su estancia en España sobre todo).
Al escuchar un motor acercándose, se miró de forma vaga en el espejo del parasol, viendo reflejado el color rojo que sus ojos mantenían desde que había dejado atrás a su compañero de piso. La marca morada no estaba mucho mejor, seguía siendo tan ancha que asemejaba dos triángulos morados en vez de dos líneas, como era costumbre. Había un dolor constante en su pecho, que no sabría identificar como propio o el de Gustabo. Quizá era de ambos.
Suspiró y agarró el pasamontañas que solía llevar en el coche por si acaso, colocándoselo de forma que tapara lo más posible de aquella cicatriz extraña. Lo bueno es que ya era completamente de noche, así que la oscuridad cubría vagamente sus ojos rojos, que ahora no brillaban tanto como era costumbre. Pequeñas victorias, pensó sarcásticamente.
Salió del coche cuando vio el 4x4 negro y de carrocería clásica parar a unos metros de él, y de éste bajaron tres personas.
—Vale, escúchame Tabo. Bueno, Poni. Eh...— Una risita nerviosa salió del hombre asiático. Siempre que estaba nervioso es que había algo que le iba a costar decirle. Joder, el día sí que podía ponerse peor por momentos, al parecer. Y él que pensaba que ya había tocado fondo.
—Vaya día. O sea, si te explico mi día no te lo crees.— Dijo fingiendo una pequeña risa.
—Bueno, estamos a par... Si te cuento el mío...— Murmuró el androide, que parecía extrañamente alicaído. ¿No se suponía que era un androide y no tenía sentimientos?
—Sí, cuéntaselo Igor. Vas a flipar.— Instó Hai, con una mueca que no sabría cómo describir en su rostro. Tampoco es que se viera demasiado bien por la oscuridad, y encima no traía sus gafas de ver.
—A ver, adelante... Empezad vosotros.— Toni tomó la pose que normalmente ponía en un interrogatorio, en guardia. Le gustaba escuchar, aprender de cómo Conway hacía las cosas.
—Para empezar, creo que mi parte humana se está empezando a apoderar un poquito de mi parte máquina.— Toni rodó los ojos ante eso. Era algo que había notado sin necesidad de decírselo. —Eh, amo Hai— le señaló brevemente, —me ha liberado de ser su siervo, pero yo he renunciado a eso. Voy a seguir siempre al lado de él.— Eso sí le sorprendió un poco más, aunque muy poco. Era sabido por todos que el ruso era extremadamente leal, al punto de querer morir por proteger a aquellos que llamaba "amo". —Llevo muchos años haciendo eso y nunca me voy a separar. Al igual que José, y al igual que tú. Pues Toni, al igual que tú estar en una situación comprometida y estar haciendo todo lo posible por defender a nosotros.— Sinceramente dudaba que estuviera en una situación como la suya, pero no le interrumpió. —Y bueno... Aquí viene el punto delicado. No tenemos absolutamente nada, excepto lo que llevamos en los bolsillos.
—O sea, que estáis jodidos en cuanto negocios y demás, ¿no?— Frunció el ceño, recordando que su dinero estaba escondido en quién-sabe-dónde porque a Gustabo le salió de los cojones. Confiaba en que no se hubiera deshecho de ello, no le tenía por tan imbécil como para hacer tal gilipollez suprema.
—Se podría decir que sí.— Igor suspiró, desviando un poco la mirada al suelo.
—Pero vamos a decirle el por qué.— Intervino Hai, haciendo gestos al ruso para que continuara dando explicaciones. Él sabía que todo ese embrollo era en parte culpa suya.
—Bien... Como te dije, amo Hai tomó la decisión de liberarme y, mientras tanto, tomé la decisión de hacer algo que ha sido doloroso, pero creo que es lo mejor. Aunque parezca ahora que es malo, creo que es lo mejor para todas las partes.— No le estaba gustando nada el tono cuidadoso que Igor estaba empleando, y menos aún el que estuviera dándole tantas vueltas al asunto. —He hablado con una persona que tú y yo sabemos, y le he dado todo. Para que haga y deshaga él como quiera. Últimamente, solamente había discusiones, y más discusiones, y más discusiones. Y eso es inestable para familia.
Toni se quedó en blanco. Literalmente, su mente desconectó por unos segundos. Seguramente también había palidecido bajo el pasamontañas.
—O sea, le habéis dado a esa persona, que todos sabemos quien es, el negocio entero.— Murmuró con una cuidadosa calma, que nada tenía que ver con lo que en verdad estaba sientiendo.
—Y la casa, donde todos vivimos.— Añadió José, con tono de reproche. Se notaba a leguas que no le gustaba nada las decisiones que sus superiores hacían.
A él tampoco le gustaba. Bueno, por una parte, eso solucionaba el tema del dinero. Probablemente, y si no era muy tonto y se dejaba atrapar, tendría dinero propio en caso de que quisieran ir a por él, y podría escapar.
—Básicamente, porque no queremos que él se piense que nosotros le queremos echar del negocio. Así que nosotros le dijimos: "Mira, te lo damos todo, pero déjanos a nosotros a lo nuestro."— Eso no tenía ningún puto sentido. ¿Para que no se piense que le quieren echar, le echan y de paso le regalan todo lo poco que les quedaba?
—¿Tan mala era la situación últimamente?— Preguntó, en cambio, queriendo mantenerse neutral. No quería alertar a los demás. Por ahora, Igor y Hai estaban comenzando a enojarle tanto que Pogo le susurraba cosas que en ese momento le comenzaban a parecer tentadoras. Se preguntó si quizá Igor daría pelea en caso de querer cortarle el cuello.
Meneó un poco la cabeza, recordándose que José seguía ahí, metido en la mierda, porque él le metió en todo eso. Nada le gustaría más que darle dinero y que huyera con su hija lo más lejos que pudiera. Esa era la razón por la que se controlaba con esos dos, se recordó. Tenía que aguantar un poco más.
—A ver, es que, de mí no se fía nunca. Siempre eran malos tratos.— Su sangre hirvió ante eso, y nunca deseó tanto saber la historia completa, o al menos la versión de Carlo. —O sea, yo no puedo hacer más por él. Soy una persona, que no es compatible con él.— EN eso estaban de acuerdo, no eran compatibles. "Menos lo será cuando le mate" pensó de forma oscura, sin notar que era el mismísimo Pogo hablando por él.
—Sinceramente, creo que no ha sido por ninguna de las partes. Pensamos que podría haber una buena comunicación, pero no la hubo ni, por una parte, ni por otra. Tiene una filosofía de trabajo diferente, y era mejor separarnos.
Era una excusa de mierda. Estaba seguro de que había algo más que no le estaban contando sobre todo aquello. Jugaría sus cartas. Fingiría que estaba de acuerdo con aquella no-unánime decisión.
—Sí es cierto que, sobre todo José, me había contado que últimamente había mucha desconfianza, muchas acusaciones...
—Eso es. Y últimamente, también pasaba con Igor.— Murmuró el androide. —Desconfiaba todo el rato cuando estaba contigo hoy, fue a sacar cosas del gimnasio solo para pillar a Igor... Pero bueno, no se lo reprocho.— Y entonces lo comprendió un poco mejor. Había dicho que fue él quien tomó la decisión final, ¿no? Es decir... ¿Habían echado a su hermano del grupo, una de las pocas razones por las que seguía jugándose la vida, solo porque Igor se había molestado con Carlo? Era cómico.
—Bueno.— Interrumpió el monólogo del ruso, del que apenas y estaba prestando atención ya. —La verdad es que es un detalle que le hayáis dado el negocio a él, para que se busque la vida a su aire.— Enfatizó aquellas palabras con veneno cargado en su lengua. —Al menos eso era lo que él quería.
Dicho todo aquello, se giró dándoles la espalda, llevándose una mano a la cabeza. Se sentía extraño. Como... vacío.
—¿Estás... bien?— Escuchó a un lado suya a José, que puso una mano en su hombro.
—... Sí, sí. Estoy bien.— Mintió de forma descarada, aunque la repentina falta de cualquier sentimiento le hacía más fácil el trabajo. —Si eso era todo, debo irme.
Y con aquellas palabras como única despedida, apartó lo más delicadamente que pudo la mano de Heredia y se dirigió a su coche.
Tan pronto como se sentó, notó su respiración acelerada. Extraño... pensó de forma vaga. No sentía nada. Pronto le siguieron los sonidos. Lo poco que se podía llegar a escuchar aún dentro del coche, desapareció. El silencio absoluto le desconcertó, pero no reaccionó. Se sentía completamente vacío.
Apenas unos segundos después, parpadeó y...
Oscuridad.
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Cierto rubio estaba limpiando el desastre que había ocasionado.
Ya había vuelto a colocar el dinero en el cajón de la mesita de noche, mucho más descolocado de lo que lo encontró, pero al menos estaba todo.
Aún se sentía horrible, similar a aquellos primeros días en los que le sedaban día y noche en el psiquiátrico tras lo ocurrido en la Iglesia. Recordaba muy poco de aquellos días. Quería creer que se debía a la medicación y no a que Pogo seguía firmemente aferrado a su psique, aunque a día de hoy sabía que eso último era exactamente la razón de sus lagunas.
Estaba esparciendo una pomada antiséptica sobre los recientes cortes en sus brazos y muñecas, cuando lo sintió.
El vacío.
La pomada cayó al suelo por la impresión, y se llevó una mano al pecho.
—Toni.
Murmuró Gustabo en la soledad del baño ensangrentado, dejando todo lo que estaba haciendo y tomando una sudadera roja antes de salir corriendo de la casa.
No dejaría que volviera a pasar por aquello él solo. No de nuevo.
Chapter 20: ⁙Capítulo 6 (parte 1)⁙
Chapter Text
‘Interrumpimos la programación habitual para ofrecerles una noticia de última hora.’
Carlo gruñó frustrado a la televisión plana de aquel hotel. Estaba viendo su reality favorito cuando la musiquita de las noticias había interrumpido el momento romántico entre Charlie y Peter.
Hacía unas horas que había llegado a ese lugar. Tenía 4 estrellas, así que realmente no estaba nada mal mientras buscaba otro lugar para establecerse. Mejor que la granja de los cojones sí era, y por supuesto no tenía ni punto de comparación con aquella jaula donde pasaba día y noche en Los Santos. Jamás imaginó que algo tan simple como una cama de gama media le haría ilusión al punto de casi llorar, sobre todo teniendo en cuenta la clase de riquezas de las que disponía en sus primeros años de vida, en Italia.
‘Nos llegan informaciones de que en estos momentos, un grupo de psicópatas vestidos de payaso están atacando a los ciudadanos en la zona del puerto. Se ruega a toda la población que no salgan de sus casas por precaución.’
El italiano alzó una ceja ante esa información, soltando seguidamente una sonora carcajada.
—¡No me jodas! ¿Un grupo de payasos asesinos? ¡Esta ciudad es más divertida que Los Santos o Marbella!— Exclamó aún entre risas.
‘Nuestras fuentes nos informan de que, por el momento, el número de víctimas mortales sería desconocido. Un recuento inicial de las personas que han podido ser rescatados por los cuerpos de emergencias señalaría que habría al menos veinte personas heridas por arma blanca, aunque se desconoce si podría haber más entre las casi cien que los perpetradores tienen retenidas.’
—Joder, están loquísimos.— Se puso algo más recto en la cama, agarrando una almohada y colocándola tras su espalda. Hey, era algo importante, y él siempre estaba abierto a saber los chismes. Necesitaba entretenimiento para olvidar las hirientes palabras de Igor hacía unas horas.
La imagen aérea que el helicóptero periodístico estaba captando hizo zoom en el gran grupo de personas agolpadas. Había al menos una docena de payasos, todos fácilmente distinguibles por sus trajes de vivos colores. Varios de ellos parecían estar formando un pequeño corral humano, apuntando con armas largas a los civiles que se agolpaban para permanecer lo más lejos posible de esas máquinas de matar.
Y entonces, le pareció ver algo.
Concretamente, una cabellera rubia pálida, peinada hacia un lado.
Un escalofrío le recorrió por la familiaridad, reconociendo de inmediato el estilo de peinado característico de su hermano, el cual había llevado al menos desde que abandonaron Italia, lejos de la influencia de Padre.
Antes de eso, Tore siempre les había obligado a estar impecables, al punto de exigir que llevaran el mismo estilo de peinado. Carlo siempre sospechó que, en realidad, lo hacía para simular que tenían la misma edad, siendo característico que los mellizos vistieran y se peinaran de igual manera. Por razones que nunca consiguió averiguar, ese hombre siempre odió a Toni. Suponía que él, al ser más alto que su hermano mayor, parecía tener esos tres años más que les diferenciaba.
Prefirió no seguir por ese camino, recordar a Padre siempre era doloroso, porque siempre iba implícito el recuerdo de su Mamma. Prefirió centrarse en enderezarse sobre la cama y tratar de distinguir algo más de esa persona que había captado su atención, aunque era muy probable que simplemente fuera alguien que tenía ese peinado. Una simple coincidencia.
La persona sospechosa vestía un traje que, a lo lejos, parecía rojo y azul a rayas. O al menos eso era lo poco que se podía ver desde el incómodo plano aéreo. En realidad únicamente se podía distinguir la chaqueta y aquel peinado que hizo saltar sus alarmas. Desde el ángulo del helicóptero quedaba de espaldas, así que era imposible distinguir su cara,
Pero, no podía ser él, ¿no? Siempre había sido un pacifista, dispuesto a mancharse las manos solamente en los casos más extremos, y tras agotar el resto de opciones.
Olvidándose rápidamente del romance entre Charlie y Peter, permaneció largos minutos tratando de distinguir algo más de aquella persona, preguntándose internamente si no habría perdido completamente la cabeza o si las drogas que le inyectaban en aquella isla por fin estarían haciendo estragos en su cerebro.
‘Repetimos para nuestros espectadores: Se ruega a toda la población que no salgan de sus casas por precaución.’
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Un encapuchado hacía caso omiso a las precauciones que escuchaba por los altavoces de la televisión de aquel Pub donde se había detenido, dirigiendo sus pasos rápidos precisamente hacia la zona del puerto. Era conocido por saltarse las reglas, así que… ¿Qué importaba una vez más?
Gustabo apenas había tenido tiempo de arreglar el estropicio que se había causado antes de salir corriendo del motel, por lo que algunos extremos de las vendas mal puestas colgaban de sus brazos, que estaban cubiertos por aquella sudadera negra y roja. La oscura capucha ocultaba sus muy visibles cabellos oro, además del tatuaje en su frente, el único que Toni se había negado rotundamente a recrear. Simplemente le dejó ser, pues nadie que él conociera de forma cercana había llegado a ver ese tatuaje, en realidad. Se lo había hecho para distraerse de las voces en sus meses de encierro en la caravana, y le quedó mejor de lo que esperaba, teniendo en cuenta que se lo hizo mirándose en un espejo.
Hacía unos minutos que se había detenido fuera de aquel establecimiento, viendo la noticia que no paraba de repetirse una y otra vez en aquel canal. Por supuesto, en cuanto escuchó la palabra payaso se puso alerta, buscando con la mirada algún rasgo que pudiera identificar sobre Toni. La pálida cabellera rubia era fácil de identificar, así que no tardó demasiado… Aunque sí le extrañó verlo.
¿Por qué tenía su antiguo estilo? ¿Pogo se había dado una vuelta por la peluquería? Y estaba claro de que era el espectro, el traje de rayas era algo con lo que parecía estar obsesionado.
Volviendo al presente, el hombre trataba de mantener un perfil bajo mientras se dirigía con prisas hacia aquella zona donde estaba claro que se encontraba su compañero. Podía sentirlo. Era casi como si estuviera siguiendo un hilo de lana que les unía. Debía concentrarse un poco, pero era bastante fácil de seguir.
Algo más por lo que podía intuir que Pogo gozaba del control del cuerpo de Toni, era porque sentía en su pecho un cóctel de emociones que hacía varios años que no sentía.
Adrenalina.
Éxtasis.
Sed de sangre.
Era algo que jamás sintió viniendo de Toni, y que recordaba bien notar en los pocos días que duró manteniendo consciencia propia, tras el incidente en los túneles. Si cerraba los ojos, aún podía sentir como una fuerza invisible le obligaba a apuntar con el arma a la cabeza de su hermano. También sintió aquello en las semanas que duró su “recuperación” en el psiquiatra, hasta que estuvo tan lleno de pastillas que apenas y recordaba los pocos momentos de lucidez de meses anteriores.
Salió de sus pensamientos cuando sintió aquel hilo cortarse de repente. Un sentimiento de pánico le inundó, y corrió hasta el local más cercano donde tuvieran una televisión, observando cómo el pánico se desataba en las masas, con los payasos desapareciendo entre la multitud aterrorizada y que corría de un lado a otro sin ningún tipo de dirección.
‘¡Al parecer uno de los payasos ha abierto fuego contra la policía!’
Sus ojos se movían de forma frenética mientras miraba aquella pantalla que mostraba la vista aérea, buscando aquel peinado o la chaqueta de rayas entre las personas que estaban causando la marabunta, pero no lograba hallarlo.
—Joder…— Murmuró tras unos segundos de buscar sin resultados, alejándose del lugar a paso rápido y perdiéndose por un callejón cercano. Aprovechó para sacar de su bolsillo la radio que almacenaban para emergencias, y trató de buscar la frecuencia de la policía.
Era algo que hacía bastante en sus tiempos de vivir en la calle, sintonizar la radio de la policía para asegurarse de que estuvieran bien ocupados si necesitaban robar. Al fin y al cabo, si no acudían policías, simplemente tomaban lo que fuera y salían corriendo. Más fácil que huir de la policía y esconderse por días, incluyendo a veces hasta el tener que cambiar de ciudad si les habían visto la cara.
“¡Velar, conteste! ¡Situación!”
Ahí estaba. No conocía en persona a Gordon, pero había escuchado su voz alguna vez, cuando llamaba a Toni para un caso.
“¡Comisario, Rodríguez ha sido abatido! Necesito una ambulancia en mi ubicación lo más rápido posible.”
“Joder… Está en camino, pero los servicios sanitarios están colapsando. Si está muy grave acércate a alguna ambulancia y les dices que le den preferencia. ¿Situación sobre los payasos?”
“La gran mayoría ha huido por las alcantarillas. El que disparó a Rodríguez ha sido abatido, le están atendiendo ahora.”
“Bien, que no dejen que muera, Ese hijo de puta va a cantar sobre toda esta mierda.”
Gustabo apagó la radio, volviendo a guardarla en su bolsillo. Ya había escuchado suficiente, sabía dónde podía estar.
Irónico, pensó con una sonrisa sarcástica, que fuera a encontrarle en un lugar parecido en el que su pesadilla personal comenzó. Eso, o Pogo se sentía melancólico. Aunque quizá le gustaban los túneles, pero no podía saberlo. Estaba seguro de que si le preguntaba al pequeño hijo de puta, no le contestaría.
Algo que le había extrañado fue no escuchar al viejo en radio. Estaba seguro de que Gordon habría tratado de contactar con la Secreta. Toni no habría respondido por obvias razones, ¿pero Conway? Ese anciano no tenía horarios en cuanto al trabajo se trataba. Fuera la hora que fuera se cruzaban con él cuando llegaron a Los Santos. Incluso atendió a un robo de Badulaque que Horacio y él habían hecho de madrugada.
¿Quizás… le habría pasado algo?
Bufó molesto consigo mismo. ¿Qué más daba eso? Debía estar agradecido de no tener el enorme problema que era Jack Conway tras ellos ahora mismo. Si algo le había pasado, ya se encargaría alguien de llevarle a la residencia o algo. Por el momento había algo más importante que hacer.
Salió de aquel callejón y echó a correr en dirección contraria. Llevaba suficiente tiempo en la ciudad como para haber aprendido posibles rutas de huida, y una de tantas eran esas mismas alcantarillas. Sabía que había varias salidas a lo largo de la ciudad.
Tan solo tenía que llegar hasta Toni antes que la policía.
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Para su suerte, una vez ingresó en el apestoso lugar, pudo sentir de nuevo aquella conexión. Era muy débil, aunque suponía que había vuelto a poder sentirla al estar cerca de donde se encontraba.
Si seguir aquel hilo invisible normalmente requería cierta concentración, ahora que estaba debilitado era el triple de difícil. Cada vez que llegaba a una encrucijada debía cerrar los ojos y concentrarse en sentir la posición aproximada por la que tenía que ir, cosa que era extremadamente complicada en un laberinto como eran aquellos pasadizos, ya que la conexión seguía una línea recta, ignorando aquellos muros físicos que eran las paredes de cemento. Por culpa de eso, varias veces tomó un camino que no tenía salida, teniendo que retroceder e ir por el lado contrario hasta encontrar otra encrucijada.
Costó, pero eventualmente consiguió ver, al fondo de otro camino sin salida, el cuerpo inconsciente que reconoció como Toni por ese vistoso traje de rayas que tanto odiaban.
Apenas llegó a su lado, primero tomó su pulso para asegurarse de que estuviera bien, seguido de retirar aquella chaqueta y camisa ensangrentadas, sin sorprenderse en lo más mínimo de que su pecho estuviera totalmente intacto, sin señal alguna de heridas sangrantes.
La sangre que le cubría en gran parte, no era suya, era algo obvio.
Arrojó la ropa manchada al agua sucia y maloliente de las alcantarillas, intentando en gran medida que la unidad canina no pudiera rastrearles. Tras encargarse de aquello, revisó por alguna herida más, pero solo pudo encontrar varios golpes feos, los cuales estaba seguro de que tomarían un nada bonito color oscuro en los próximos días. Suponía que había sido arrollado por la multitud que trataba de escapar tras aquel disparo que comunicaban en las noticias.
—¿Toni? ¿Puedes oírme?— Preguntó en voz baja cerca de su cara, sin recibir respuesta. Estaba totalmente inconsciente, o al menos eso parecía. Nunca se podía estar demasiado seguro en cuanto a Pogo se trataba. Trató a pellizcarle con algo de fuerza, pero ni aun así obtuvo resultados. Bien, estaba realmente noqueado. Eso haría más fácil todo.
Sin perder más tiempo, acomodó uno de sus musculosos brazos bajo las piernas del italiano, y el otro en su espalda, colándose bajo uno de sus brazos para más estabilidad. Se puso en pie alzando el peso del chico además del suyo propio, y se sorprendió un poco de que fuera tan ligero. Dando otra mirada a su torso desnudo, podía notar varias costillas a través de la nívea piel. ¿No había estado comiendo bien? No estaba seguro, apenas y se cruzaban por la noche en los últimos días.
Se nuevo aquel feo sentimiento de tristeza e inutilidad se instaló en su pecho, comprimiéndolo de forma dolorosa.
Debió vigilarle más, pero parecía estar bien. ¿Qué tan ciego había sido? Viendo la pálida cara y la marca morada que abría su ceja en dos hasta casi hacerla desaparecer, concluyó en que debía llevar bastante tiempo bajo la influencia de Pogo.
Intentando no distraerse con pensamientos intrusivos, comenzó a seguir el camino contrario al que había recorrido al llegar hasta ese pasillo concreto. Debían salir de allí sin ser vistos por la policía, o sería el fin para ambos.
Especialmente para Toni.
Chapter 21: Capítulo 7 (parte 1)
Notes:
Se me olvidó subirlo aquí, jaja salu2 (perdonenme)
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Pasaron unos cuantos días hasta que Toni se pudo recuperar lo suficiente para seguir con el plan. Eso incluía el teñirse de nuevo el pelo y acomodarlo para ser idéntico al de Gustabo.
Por supuesto, Conway se empezó a preguntar el porqué de esa desaparición tan repentina, por lo que tuvo que pedir unos días en el trabajo, argumentando una Gastroenteritis. Apenas Toni estuvo en condiciones de sostenerse en pie y andar, salieron de aquella habitación maloliente y volvieron al motel, en el que por fin habían colocado el nuevo espejo. Una vez allí todo se hizo más fácil, puesto que en un sitio al que consideraba hogar era más fácil relajarse y dejar que su cuerpo, y Pogo, hicieran su magia y siguieran curándole.
Toni podía sentir que la relación entre él y Gus se había estrechado más desde que se había abierto a él y le había contado algunos detalles sobre su pasado. No presionaría para que siguiera contándole, pero al menos ahora sabía algunas cosas... por ejemplo, que Gustavo nunca supo exactamente qué día era su cumpleaños. Lo único por lo que escogió el 25 de abril, era por estar cercano al 30 de abril de Horacio, y poder celebrarlo juntos. De ahí que no le dijera sobre aquella fecha, al fin y al cabo era como una herida abierta. Más aún cuando aquel mismo hombre estaba a apenas tres puertas de donde ellos vivían.
Por parte del italiano, le había contado sobre su hermano, sobre su infancia. Cómo Carlo siempre estuvo destinado a ser el Capo de la familia incluso cuando era el menor de ambos, la eterna decepción que él significaba para Padre. Estaba dispuesto a contarle incluso sobre la muerte de su madre, pero cuando iba a hablar... no pudo. Simplemente su voz se fue.
Eso sí, algo que tenían ya bastante asimilado era no poder dejar el contacto físico cuando estaban contándose cosas tan personales. Siempre debían estar tomados de las manos, o incluso haciendo caricias en los brazos del otro. No habían hecho comentarios respecto a esa nueva costumbre, simplemente lo habían dejado pasar de forma natural.
Al quinto día desde el incidente, ya se encontraba lo bastante bien como para volver a patrullar. El día anterior fue Gustabo el que se encargó de ir en su lugar, aprovechando que Conway había dejado un aviso global de que tenía asuntos pendientes y se tomaría un día libre. El falso agente se preparó con todo, su uniforme y armas incluídas. Tomó aire antes de salir, dando un último apretón y una pequeña sonrisa nerviosa a la mano de su compañero, que le despidió con un pequeño gesto de mano cuando la puerta se cerraba.
Tan solo esperaba que Conway estuviera tranquilo ese día.
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Antes de ir a comisaría, prefirió pasar por el hospital para tratar de conseguir un permiso médico por aquellos días, quejándose de un dolor en su pierna que llevaba días sin irse a los médicos del lugar. Mientras le atendían sentado en la camilla, Conway le llamó. Tomó aire antes de responder.
—Hola.
—Hola, buenas tardes... ¿Cómo estás?— Fingió un tono jocoso. Aún tenía cierto resentimiento por la manera en la que le trató en la barbacoa.
—Aquí estamos. ¿Y tú qué tal?
—Yo estoy en el hospital, que me ha dado un último tironcillo en la pierna, pero ya me están poniendo una pomada milagrosa.— Mintió, dándole una cegadora sonrisa a una de las enfermeras, que retiró la mirada con un pequeño sonrojo.
—¡Joder, qué casualidad que justo estoy al lado!
—Pues espérame en la puerta, si quieres.— Rodó los ojos por su tono. ¿Siempre tenía que ser así de capullo? —He sacado un coche ya.
—Yo tengo el Mercedes aquí.
—Bueno, pues digo yo que habrá que dejar uno de los dos.— Murmuró con el mismo tono que el mayor, cosa que pareció no tomar bien por su siguiente comentario.
—... Vale, te espero en la puerta.
—Venga, hasta ahora.
Tras unos minutos, los médicos terminaron de atenderle y le indicaron que caminara un poco por la sala. Dándole el visto bueno, le hicieron el papel pertinente para justificar los días de faltas al trabajo y le dejaron ir. Estaba ya apresurándose a salir a la entrada del hospital cuando escuchó el llamado de Conway a sus espaldas, girándose para darse casi de bruces con este.
—Ah, ya estoy, te escuché— Dijo algo temeroso de que le fuera a decir algo, pero el mayor tan solo le miró de forma neutral.
—Nah, yo también necesito asistencia sanitaria— Murmuró el hombre, cruzando a la sala de la que acababa de salir seguido por aquellos tres médicos que le atendieron.
No pasaron mucho tiempo ahí, pero fue suficiente para que el italiano sacara su móvil discretamente y sacara una foto de Conway en aquella camilla, siendo regañado por este. Se sentía algo más tranquilo al ver que era el Conway que había llegado a apreciar en aquellas semanas, y no el Conway hiriente que comenzó a descubrir en recientes ocasiones.
Los médicos le recetaron unas pastillas para el dolor crónico de su rodilla, y ya pudieron ponerse tranquilamente a patrullar. Las alertas eran bastantes, como siempre, pero una de ellas llamó su atención sobre las demás.
"Estoy viendo un sujeto aquí en la playa acercándose a varios jóvenes en grupo, les está ofreciendo algo, podría ser lechuga del diablo, qué pena de juventud la verdad"
Le costó bastante no reírse con aquello de "lechuga del diablo". Lo leyó en voz alta para que Conway lo escuchara, ya que estaba conduciendo.
—Te lo he marcado, ¿te sale en el GPS?
—Sí, venga, voy— Murmuró desganado el anciano.
—Vamos, vamos.
|||||||||||||||||||
Aquella alerta era increíble. Sobre todo porque era verdad. Había un tipo en medio de la playa, de noche y semidesnudo huyendo de ellos.
Bajaron del coche, Conway listo para disparar o tasear al hombre, corriendo tras de él como alma que lleva el diablo, y con "Gustabo" tratando de seguirle el ritmo. Sacó también su taser, llamando al delincuente a grito de '¡Caballero!' varias veces, pero este no se detenía.
La persecución a pie duró varios minutos, hasta que Conway tomó una dirección y él otra distinta para cortarle el paso. El tipo parecía listo, puesto que al ver que le estaba apuntando con el taser, se detuvo por fin y alzó las manos.
—Madre mía caballero como corre,— Elogió Gustabo. —¿Qué eres, atleta o qué?
—... Si.— Susurró el detenido.
Le dio mala espina aquel tono. Le resultaba familiar.
—¿Cómo?— Preguntó curioso, aunque con un mal presagio.
—Que sí soy atleta...— Dijo ahora más alto, y Toni sintió un sudor frío recorriéndole.
'No me jodas.'
—Suelta la navaja, despacio— Instruyó Conway, apuntando hacia Jose con su pistola reglamentaria.
'No me jodas... ¡No me jodas!'
El gaditano obedeció, agachándose para tirar su navajita al suelo, momento que Gustoni aprovechó para esposarle y agarrarle para escoltarle al coche, mientras le hacían algunas preguntas sobre su presencia en aquel lugar. Jose obviamente no soltó prenda, llenando el pecho de Toni de orgullo por su subordinado y mejor amigo.
No pasó mucho rato hasta que los disparos empezaron a silbar a su alrededor.
—¡Disparos, disparos!— Exclamó el mayor de los presentes, tomando refugio tras una tabla de surf clavada en la arena. Por su parte, Toni esprintar hacia el patrulla junto a José.
Ahí se iba su oportunidad de un día tranquilo.
Chapter 22: ⁙Capítulo 7 (parte 2)⁙
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Joder, no sabía si sería mejor que les dispararan y Jose huyera, o llevárselo a comisaría e inventarse algo para que le soltaran.
—¿Son tus compañeros? ¿Quiénes son esos? ¿Por qué nos disparaban? ¿Es cosa tuya?— Preguntó hacia su ex-compañero de mafia, usando la oportunidad de que conway se había alejado para pedir refuerzos e intentar ver a sus asaltantes, y poder hablar con José.
—Yo solamente llevo navaja— Intentó excusarse, manteniéndose profesional y haciéndose el loco.
—Qué coño hacías aquí José— Preguntó en un susurro el italiano, desesperado.
—Pues qué voy a hacer— Respondió en el mismo tono.
—¡¿Qué haces aquí en medio de la noche hijo de puta?!
—¡¿Pues qué voy a hacer?! Vender fruta...
—Pero qué coño estás vendiendo— Al fin y al cabo no tenían material en aquella ciudad, o al menos no tenía constancia de ello.
—Pues fruta, fruta joder...
—Ay la madre que te parió. ¿Y quién dispara? ¿A quién has llamado?
—Yo no he llamado a nadie, ¡imagínate quién puede ser!— José se veía igual de sorprendido que él por el tiroteo, así que sí, se lo imaginaba.
—¿Igor?
—Probablemente, Igor...
—Me cago en la puta que te parió— Gritó en un susurro. Pogo le susurraba dulces palabras sobre cómo podría rodear su cuello con las manos...
No.
—Pero quien te ha dicho que vengas a vender aquí en la playa, con la de gente que hay— Continuó hablando para distraerse.
—Por eso mismo, no voy a ir a un cementerio a vender...
—¿Y qué llevas?
—Pues... Una pipa...
—¡¿Llevas una pipa?!
—¡Pues claro! Pa' protegerme...
Toni se frotó la cara con ambas manos, y se dispuso a meter a José al coche. Si Conway pillaba a José con una pipa, estaba muy jodido. La federal sería un chiste si la Interpol se enteraba de aquel incidente.
En cuanto estuvieron dentro del patrulla, el silencio inundó el coche, pues debían esperar a que Conway volviera con refuerzos o, en el peor de los casos, con un patrulla más acorde, ya que aquel solo tenía dos plazas.
Por suerte, el viejo policía les dio el visto bueno para seguir adelante por su cuenta, parecía que la fortuna les sonreía.
—Bueno, podemos ir hablando mientras— Toni suspiró, aferrándose al volante, cuando más tiros sonaron tras de ellos.
—¡Nos siguen!— Exclamó Conway por radio.
—La madre que te parió— Siseó el ex-mafioso, esquivando como pudo los disparos para que no pincharan sus ruedas.
—Conway, yo no voy a parar, nos vemos en comisaría— Informó de vuelta por radio, recibiendo una afirmativa de su compañero.
Apenas segundos después, ya más alejados del lugar, por fin pudo hablar con tranquilidad con José.
—Escúchame, va a cantar como una almeja que yo te suelte ahora. Estás esposado, y por el GPS están viendo mi ubicación en todo momento. Si me paro y te suelto, lo sabrán... Tenemos que ir a comisaría.
En su mente ya hacía planes de cómo sacaría de esa a su amigo.
—Te quitaré la pipa, pero debo dejarte lo ilegal, o será muy sospechoso.
—La navajita, la navajita que era de mi abuelo...
—Vale, y la navajita— Rodó los ojos con una pequeña sonrisa. —Me encargaré de devolverte después.
Una vez llegaron a comisaría y estacionó el patrulla, hizo el procedimiento habitual con José, poniéndole cara a la pared y cacheándole para quitar los objetos que más peligrosos podrían ser a la hora de inventar una coartada. Se quedó con la pistola y la navaja, aunque dejó la droga -anabolizantes, apuntó mentalmente- y el vaper por petición de José.
—Escúchame, a ver...
—Estoy nervioso, la verdad.
—Sí hijo, yo también. Llevas anabolizantes, ¿eso es lo que vendéis ahora? Necesito datos— Su mente caía en viejos hábitos, ser capo era para lo que había nacido, al fin y al cabo. —Llevas cincuenta y pico, ¿cuánto sacarías si vendes todo?
—Unos 20 mil.
—Vale, shh... Ahí viene.
Se dio la vuelta al escuchar el ya familiar sonido del motor del Mercedes, observando a su compañero estacionar. Le comentó que llevaba encima una navaja y los anabolizantes, viendo con cierto nerviosismo como comenzaba a dar vueltas alrededor de él.
—Te voy a cachear— Ah. Eso no le gustaba nada. ¿No se fiaba de lo que decía?
—¿Y el dinero no lo cuentas, Gustabín?— Preguntó, haciendo a Toni sudar frío.
—Se me ha pasado, cierto— Admitió, sacando su móvil de forma casual. Envió un par de mensajes rápidos a Igor.
"Tenemos a José"
"Haré todo lo que pueda"
Mientras tanto, escuchaba el comienzo del interrogatorio de Conway.
—Sabes que me he follado a tus amiguitos de los disparos, ¿verdad?
Era mentira, estaba hablando con Igor ahora mismo.
Ah, justo le había respondido.
"Jodierr ha sido culpa mía"
"Le envié a vender allí"
"Hice lo que pude para salviarlo"
"No te preocupes, a ver que puedo hacer"
Y guardó veloz el móvil al ver que Conway comenzó a moverse en círculos de nuevo, temeroso de que pudiera ver su pantalla.
—Gustabín, suelta el puto teléfono.
(...)
—Sabes que este es de los Gambino, ¿verdad?
Comentó a Conway una vez que Jose estuvo ya metido en una sala de interrogatorios.
—Pues claro que lo sé, lo tengo apuntado en las notas.
—Era por si no se acordaba, em... Pues eso, ahí tiene el dato.
Conway tan solo le miró tras las gafas, y podía sentirse helado solo por aquello.
—Es tu turno Gustabín, ayer estuviste muy blandengue en el interrogatorio, quiero verte de verdad. Espabila.
Y dicho aquello, Conway entró a la sala de interrogatorios.
'Sí, "espabila", Toni...'
Cállate. Pensó con un fuerte dolor de cabeza, recolocándose sus gafas de sol antes de entrar en la sala.
(...)
Intentar interrogar a José Heredia era como tratar de sacarle información a un muro de hormigón: imposible.
Había llegado casi a desesperarse, queriendo por lo menos que José soltara cualquier dato simple para acabar con aquello, aunque su pecho se inflaba de orgullo al ver que habían tenido tan buen ojo. Era su mejor trabajador, al fin y al cabo, y lo demostraba una y otra vez. Había llegado hasta a negar por completo lo ocurrido en Marbella, y eso que había todo un informe completo firmado por el mismísimo Gustavo (el real al menos) y comprobado también por Viktor Volkov, el hombre que había logrado desmantelar todo su negocio.
También había habido momentos tensos entre él y Conway, Pogo causando con su influencia que le alzara la voz al mayor y le hablara de una manera que habría sido inaceptable. Era consciente de que, si hubiera pasado sin nadie más presente, probablemente tendría un moratón o dos con forma de porra en su espalda.
Ya fuera, quedó con Conway para el día siguiente ir al gimnasio a investigar el tema de los anabolizantes, y una vez salió de servicio, se cambió de ropa y llamó a Igor para ponerse al día de lo ocurrido.
Tenían que vaciar el gimnasio lo antes posible.
(...)
Tras un día tan agotador, apenas llegó a casa, se dejó caer de cara en la cama, sacándose la máscara negra y tirándola al suelo allá donde cayera. No le importaba en absoluto.
—¿Día complicado?— Preguntó su compañero de piso, observándole desde la otra cama.
Un gruñido cansado fue su única respuesta.
Pasaron unos momentos, y al no escuchar nada más, alzó la mirada hacia Gustabo. Éste ocultó sus brazos, tirando inconscientemente de sus mangas.
—¿De nuevo?— Preguntó sin moverse de su lugar, sintiéndose demasiado cansado como para decirle algo.
—... Fue un impulso— Suspiró, masajeando sus manos entre sí de forma nerviosa. No sabía cuándo había comenzado a tener la necesidad de justificarse con el Spaghetti, pero ahora no podía evitarlo.
—Da igual— Suspiró, volviendo a pegar su cara al colchón.
—... Perdóname, estás en este lío por mi culpa— Apretó los labios, bajando la mirada. —Yo debí hacer frente a mi pasado, simplemente decir que sigo vivo. Ya es, muy tarde... Haga lo que haga, te pones más en peligro.
El italiano se sentó abruptamente, sentándose en la cama con las piernas cruzadas.
—Eso no es cierto, los dos aceptamos hacer esto. Es cierto que antes de empezar pensaba que sería más fácil, pero está claro que Conway es alguien a quien tener en cuenta. No tiene nada que ver con los policías de Marbella.
Se frotó los ojos tras quitarse las gafas de sol, ahora tenían un brillo rojizo que solo se podría ver a contraluz, pero era demasiado obvio. Desde su pequeño episodio, estos no habían vuelto a la normalidad.
—Te lo dije, Toni. Es un hijo de puta, siempre se sale con la suya.
—Sinceramente, no sé ni cómo compartís sangre. Aunque puedo ver ciertos parecidos— Sonrió un poco, bajando la mirada a sus brazos ocultos. Conway mostraba tendencias suicidas también. Suponía que tanto padre como hijo habían tenido vidas complicadas.
—El único parecido es que ambos somos unos asesinos y unos psicópatas. Yo, al menos, traté de ponerle fin a eso. Él es demasiado cobarde— Mencionó, levantándose de su lugar y acercándose peligrosamente a Toni, viendo fijamente a sus ojos.
Éste no pudo evitar sonrojarse un poco, era la primera vez que le sentía tan cerca desde que curó sus heridas.
—Siguen igual— Susurró con preocupación. Desde tan cerca, el italiano podía comprobar que los orbes contrarios estaban completamente cristalinos, ni rastro de rojos ni de la marca morada.
—Sí, también... le escucho. Más frecuentemente, me refiero— Murmuró señalando su cabeza. —Me susurra. Intenta que haga daño a la gente. Intentó que asfixiara a José.
Gustabo frunció más el ceño al escuchar aquello. Era exactamente por lo que huyó a una caravana. Las noches en vela con la voz del payaso en su mente, susurrándole lo fácil que sería tomar una almohada y ponerla en la cara de Horacio. Presionar hasta que no...
Tomó aire.
—Si empeora, debes dejar de ir con Conway. Está claro que distanciarnos solo empeora las cosas. ¿Ahora le escuchas? ¿Puedes sentirle?
Toni se lo pensó un momento, cerrando los ojos. No, no sentía nada. No estaba esa presión a su lado, ni en su espalda, ni en su hombro. Tampoco murmullos.
—Es cierto, estando juntos no se manifiesta— Mencionó con algo de sorpresa.
Gustabo se acercó de nuevo, y tomó la mano de Toni.
—Prométeme que si empeora, volverás conmigo.
El corazón del italiano se aceleró, mirando fijamente a su amigo.
—Gus, si estoy en mitad de servicio no puedo irme así como-
Se vio interrumpido cuando el otro rubio tomó con ambas manos sus mejillas, forzándole a mirarle de nuevo, pues había desviado la mirada.
—Prométemelo.
Tragó duro.
A quién engañaba, no podía negarle nada a aquel hombre.
—Lo prometo.

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