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Language:
Español
Stats:
Published:
2022-06-04
Words:
1,866
Chapters:
1/1
Comments:
3
Kudos:
4
Hits:
41

camelias

Summary:

El panorama exterior enseña los arbustos repletos de camelias.

Notes:

(See the end of the work for notes.)

Work Text:

El piano de cola permanece en el centro del salón de baile. Paredes de un blanco color, pilares en un oscuro terracota, detalles dorados y el más hermoso de los artes pintado a mano en las alturas, le rodean. Terciopelo anaranjado que recubre la madera de roble le recibe al momento de sentarse sobre el taburete frente a él y acercar sus manos a las teclas. Acaricia la primera, respira; es un movimiento realizado con extrema lentitud y delicadeza, con miedo a continuar. Sus dedos inconscientes viajan a otra en cuestión de segundos; de una en una, luego de dos en dos. Bajo sus yemas puede sentir esa suavidad del blanco y el negro, palpar el marfil que las compone y el instante exacto en el que Enji decide marcharse sin mirar atrás.

Son falanges que se tambalean en un hermoso son de un alma que llora, que quiere ser escuchada en medio de un atardecer que comienza a tintar el cielo de rosas pálidos y lilas suaves. La luz se cuela a través de los delgados visillos e ilumina parte de su figura; una amplia habitación con pinturas en óleo que cuelgan de las paredes y el bello y vasto jardín repleto de flores como escenario único de una composición que habla sobre el desamor.

Porque un agudo dolor se instala en el centro de su pecho y su corazón arde, sangra.

Es un impulso guiado por el sentimiento que controla sus acciones; el compás de una armoniosa canción nace gracias a cada una de ellas. El lugar es inundado por la tristeza y una melodía que demuestra cuán solo se siente, cuán desgraciado se cree en ese momento sufriendo por amor. La sinfonía se intensifica con el pasar de los minutos, derrama furia, ira, se mezcla con el dolor palpable y lágrimas que abandonan sus ojos inevitablemente mientras su mirada se deja guiar por la negrura tras párpados caídos. Un ceño fruncido que se reprocha frente a sentimientos incontrolables, por lo estúpido que ha sido.

Pudiese haberle dado todo, obsequiarle cada centímetro de su alma, puesto que todos sus pensamientos no lograban ser más que de la presencia ajena. Cada partícula de su ser dirigidos a quien decidió callar, regalarle una melancólica sonrisa y una mirada cargada de lástima sin poder hacer más.

El metal impacta con sumo cuidado contra la copa, el más fino cristal siendo golpeado por un utensilio de plata del siglo pasado. Años de historia y linaje portados en un objeto de tal tamaño, sin embargo, sin importancia alguna. Su voz es grata, una mezcla de suavidad y dulzura entre la característica rudeza que acaricia con delicadeza el oído, que demuestra peculiar simpatía al abandonar sus labios. El bullicio en la sala no consta ser más que un momento de ajetreo que da paso a un silencio casi sepulcral, miradas atentas en aquella figura de gran elegancia. Es una risa nerviosa que rompe la comisura de sus labios y la voz resuena tranquila al decir la primera palabra de tan esperado discurso.

—Rei y yo hemos decidido comprometernos —expresiones ilegibles, confusión presente en cada rostro. Un susurro viene acompañado de un murmullo y la sala pierde paulatinamente el silencio que le gobierna, se establece un cuchicheo imprudente—. Hablo por ambos cuando digo que esta es la mejor resolución para comenzar una vida juntos.

Aplausos escandalizados le siguen, miradas interrogantes dirigidas hacia su persona. El dolor es punzante en el pecho del rubio, mientras sus aplausos se unen al público de forma automática, intentando ser parte de aquella felicidad dedicada a la recién comprometida pareja. Un semblante sereno como la máscara perfecta para un corazón que se despedaza por completo al ver cómo la mujer de largo vestido rosa es estrechada en un cálido abrazo, cómo sus labios se funden con los contrarios y cómo sus manos buscan las ajenas, entrelazando dedos que jamás le pertenecieron, que jamás serán suyos. Toques suaves, toques amorosos de los que le encantaría ser receptor, mas sin conseguir nada a cambio.

Y es que pudieron haber sido demasiado felices, tan felices si Enji así lo hubiese querido. Si Enji le hubiese querido, querido de verdad.

La orquesta se oye desde el interior del amplio salón. El aire puro se respira con cada inhalar realizado, el olor a lavanda se percibe en él. Son lilas quienes se mecen con la pequeña brisa que acaricia los pétalos de toda flor presente dentro de un jardín de gran variedad; colores que pueblan metros y metros de verde y los cuales le reciben al encaminarse entre sus entrañas, alejándose del sonido de piano y violines, chelos y violas. Voces que celebran, voces que ríen, voces que aclaman y exclaman.

—Así que te casas —intenta convencerse de ello.

—No… sabes que no es así.

—Así lo veo —comenta, el humo del cigarrillo se funde con el cálido aire de la brisa—. Felicitaciones.

—Sabes que siempre has sido importante para mí. Sabes lo que todo esto significa en realidad.

La melodía decae, regresa a un principio. Y es que es inevitable, inevitable no sentirse como lo hace: derrotado en cuestiones de amor, cansado de no obtener nada a cambio, de no ser él. No conseguir nada más que simples palabras que lograban causar total estrago en su interior, acciones que robaban el aliento, sofocaban. Creer que algún día podría tenerle por medio de todo tipo de esfuerzo realizado.

Una cruel mentira que buscaba hacerse paso como verdad absoluta dentro de su cabeza.

—Nos casaremos en Japón a pedido de su familia… Me iré hoy a la medianoche.

Comenta y su voz se escucha distante. La brisa golpea su rostro y despeinar sus cabellos en reiteradas oportunidades.

—Bien…

Sus sonrisas, aquellas pequeñas e incluso escasas, son preciosas, majestuosas. Crean un cúmulo de confusos sentimientos que aletean como aves en su interior, un hormigueo suave que recorre sus miembros y que da paso a un vacío inexplicable, una angustia que tiene como fin lastimar. Provoca ganas de llorar.

Una de las manos se posa sobre la contraria. Busca la otra en el momento en el que Keigo termina su cigarrillo y lo arroja al suelo, apagándolo con la suela del zapato. Es en ese mismo momento en el que sus miradas se encuentran y sus dedos se entrelazan, en un silencioso acto del que solo ellos son parte.

—Regresa, tu prometida te espera dentro.

El estruendoso sonido de las teclas al ser golpeadas rompe el silencio. Un suspiro tembloroso ante una negación suave, casi mínima realizada. Son labios que buscan con desespero el vaso casi vacío sobre la pulida superficie del piano, consuelo a manos de un trago de fuerte alcohol contenido entre paredes de cristalería fina. Un inhalar y luego un exhalar agitado que intenta apaciguar el intranquilo palpitar de su corazón cuando la bebida quema en su garganta.

«Pudimos haber sido tan felices» se repite.

Sus labios dibujan un titubeante gesto, los ojos azules muestran la más grande de las disculpas. Porque también le quiere, pero ambos saben que esto no puede ser posible. Aquellos ojos que soñó posarse sobre los suyos bajo un ocaso de verano, poder saborear sus labios infinidades de veces, susurrarle cuánto le quiere mientras sus brazos rodean su cuerpo y no le dejan ir. No le dejan ir de su lado jamás.

Sus corazones se marchitan como flores indicando que el invierno se aproxima; el aire falta al pronunciar palabras. Los ojos arden, se vuelve vulnerable frente aquella mirada de consuelo y calidez infinita.

Porque su corazón se agita de solo oírle respirar, de simplemente presenciar cómo la gran espalda es lo único que se visibiliza al irse de su lado para siempre.

—Enji Todoroki —es un apretón de manos con predecible cortesía, educación un tanto forzada—. Sería maleducado de mi parte el no presentarme.

La atracción fue inmediata. Keigo creyó haber caído rendido a los pies de quien sería el próximo director de la alianza comercial, entretanto el contrario aprieta su mano.

La orquesta se detiene, el gentío en medio del gran salón se dispersa, se desvanece tan pronto como se ha reunido y la voz de alguno de sus socios resuena desde algún lugar, desde alguna esquina llama su nombre y solicita su presencia.

—Keigo Takami —responde, imitando su gesto—. Creo desconocer los motivos que le traen por aquí, aun así, espero que sea de su agrado la junta de hoy.

—Una banda increíble y un menú de primera —comenta, sincero—. Espero que podamos compartir intereses.

El negro y largo abrigo que recubre el costoso traje se mece producto de la ventisca otoñal al momento de atravesar la puerta y hacer ingreso, la silueta del sombrero de copa es lo único que se visualiza a través de la ventana del carruaje. El galopar de los caballos comienza a oírse lejano. El rechinar de las ruedas y el golpear del metal contra el terroso suelo desaparece paulatinamente entre una nocturna arboleda que se aleja de la mansión entre ramas pobladas, toques de oscuros verdes y amarillento azafrán.

—Habría hecho imposibles para que te quedaras, para que no me dejaras.

El regusto amargo del alcohol acaricia sus papilas y su raciocinio vaga, como lo viene haciendo desde hace una semana. La incógnita es estable día y noche, domina toda reflexión, nubla todo juicio, permanece allí: ¿Y si lo hubiese intentado una vez más?. Pero las cartas alguna vez escritas habían sido borradas y jamás enviadas, terminando en el olvido.

No es más que un sueño el cual debe ser abandonado como un amor que jamás volverá. Un gélido frío que se lleva el calor de un cuerpo que busca compañía en medio de una nevisca de pleno invierno. Porque ese suave sonido del tarareo en compañía del piano resulta efímero a la memoria al igual que las tardes de risas eternas, miradas de corta duración dedicadas a quien sería el que se llevaría consigo su corazón.

En un inestable caminar se guía por la sala; sus piernas pesan como también lo hace el resto de su cuerpo y se siente cansado, demasiado cansado al momento de llegar junto a una de las tantas ventanas. Sus manos tiemblan ligeramente al aferrarse a la cortina y mirar hacia las afueras, presenciar la noche que empieza a apoderarse de cada rincón de un cielo alguna vez diurno, iluminación a manos de farolas que comienzan a ser encendidas.

—Dije que te esperaría, lo hice.

Keigo tanto le daría. Le regalaría cada uno de sus recuerdos, cada minuto de su tiempo a cambio de estar a su lado y oír esa risa amada, a cambio de presenciar sus sonrisas siempre soñadas, cuando Enji dejaba caer cada uno de sus muros y simplemente era él.

—Y aquí me tienes, esperando como un estúpido. Enji, ¿así se siente estar completamente enamorado? Dime, ¿el interminable dolor en mi pecho es parte de todo esto? Porque de ser así, no lo quiero.

Y es que, Keigo desearía suprimir de su pecho aquel sentimiento que le consume. Que desgarra su corazón con cada cruce de miradas y con cada sonrisa dedicada. Porque el recuerdo de Enji lastima.

El panorama exterior enseña los arbustos repletos de camelias.

Notes:

¡gracias por leer!