Chapter Text
—¿Cuándo fue eso? —preguntó Jareth, a uno de sus pequeños subordinados que tenía nerviosamente entre sus manos el casco oxidado y deformado.
—Hace no más de dos horas… Señor, los demás están preocupados, es uno de los muros exteriores, nos deja vulnerables.
—¡¿Y crees que no lo sé?!
Súbitamente el Rey se puso de pie en un brusco movimiento que hizo que todos los presentes retrocedieran al menos tres pasos. Estaba molesto, la expresión rígida de su rostro en una mueca permanente de fastidio era gélida como nunca antes. Sus ojos de distinto color recorrieron de un lado a otro la sala mientras agitaba la fusta de cuero y plata como si quisiera romper el viento con ella.
—El laberinto colapsa y tú estás haciendo una rabieta dentro de tu castillo.
Jareth giró el rostro más molesto que antes, la áspera voz femenina a su espalda lo tomó desprevenido, ni siquiera le había escuchado entrar, pero ahí estaba, con su esbelta figura vestida de negro completamente, el peinado casi suelto dejando el negro natural de su cabello acomodándose entre la corona y los hilos de oro y plata que conformaban su tocado. Estaba sentada en el trono que solo unos instantes atrás, él estaba ocupando.
—¿Necesita algo, Su Majestad Mab? —preguntó despectivo, chasqueando los dedos para que todos los goblins abandonaran la sala, y así lo hicieron.
—Solo quería visitar a mi decadente sobrino.
Jareth levantó los brazos riendo con tanta naturalidad como le fue posible fingir.
—¿Quién aquí está decadente? Estarás confundida.
—No seas absurdo, querido mío, ambos lo estamos, yo fui olvidada por los humanos, a ti te ha destruido una niña, nos caemos a pedazos, perdemos nuestra magia.
El rey resopló encaminándose a la ventana, sentándose en el vano, mirando la ciudad de la que quedaban apenas algunos tejados y nadie en las calles, con la soledad y el vacío adentrándose entre los innumerables pasillos.
La mujer se levantó, caminando liviana hasta quedar detrás de él, pasando sus manos de dedos largos y delgados por su costado, subiendo por su pecho hasta abrazarle, recargando la cabeza en su espalda.
—Una vez fuimos una de las familias más poderosas, y aquí estamos ahora. Jareth, querido, tu orgullo herido lo entiendo, pero no podemos quedarnos a esperar nuestra destrucción como hizo mi querida hermana, no cuando aún tienes esperanzas.
—¿Qué es lo que quieres, Mab?
Ella cerró más el abrazo, conduciendo una de sus manos hasta la cabellera desordenada del rey, haciendo un gesto para que él se inclinara un poco debido a que era considerablemente más alto. Jareth no se doblegaba ante nadie, pero en esos momentos no tenía intención alguna de poner resistencia cuando conocía de sobra la precaria situación de su reino.
—Te escapaste del destino de los príncipes convirtiéndote tú mismo en rey siendo muy joven, tú nunca has vivido como príncipe, pero hay una función que solo un príncipe puede hacer. La Reina Blanca, Mirana de Marmórea, debe casarse antes del próximo solsticio de invierno para no perder su corona abdicando en favor de su estúpido sobrino.
—¿Qué hay de su hermana? Iracebeth de Crims.
La reina Mab levantó los brazos al cielo apartándose de él mientras soltaba un suspiro de fastidio.
—Querido mío, habrías de leer de vez en cuando las noticias que te traen los mensajeros en lugar de dedicarte a perder tiempo y magia mirando a tu destructora en tus cristales mágicos.
Jareth espetó un bufido encaramándose nuevamente en el alféizar de la ventana.
—Una esposa no va a ayudar mucho —dijo en voz baja sin defenderse de las acusaciones que hacía la antigua Reina de las Hadas, lo que suponía un cambio abrupto y casi inconcebible en la personalidad de su sobrino. Turbada, temiendo que fuese demasiado tarde para cualquier medida que pudiese tomar para rescatar la magia del laberinto, enlazó las manos recargándolas en su vientre y volvió a acercarse con la intención de encontrar el objeto de la atención del mago, pero aparte de una ciudad derruida, no distinguió más que los innumerables pasillos que la rodeaban.
—El muro oeste se derrumbó —dijo de pronto—. Y ni siquiera me di cuenta.
—Empiezas a perder la conexión con el laberinto.
—No puedo ver en dónde está el derrumbe.
La reina Mab levantó el rostro, altiva e inexorable, con la determinación de no ceder, no pensaba perder a Jareth como perdió a Merlín, por culpa de una niña tonta e ingenua que destruía la magia solo porque ella misma no era capaz de comprenderla.
—La magia de Underland ya ha sido restaurada, una alianza, un matrimonio, te salvaría a ti y a Underground.
Jareth giró enfrentando sus ojos al azul profundo de la mujer, borrando todo rastro del sutil reflejo de desesperación que lo había embargado al hablar de su conexión rota con el laberinto, regresando a él la frialdad absoluta de quien no va a ser engatusado fácilmente.
—Y yo me convierto en el Rey Blanco. Y ella se volverá la Reina Goblin, unimos los reinos. Los dos ganamos, pero ¿tú? Tú no conoces el significado de la palabra favor. ¿Qué obtienes de este maravilloso plan?
Ella se paseó por la habitación, meditando la respuesta para la que no había una mentira como opción, pues sería descubierta y enfrentarse a la ira del Rey no era algo para lo que estuviera lista, no con su magia titilante.
—No soy cruel, querido —empezó a decir—. Solo quiero sobrevivir. Los hombres me han arrebatado todo: mis templos, mis adoradores, mis hijos… mi magia… ¿Qué te queda en el laberinto? ¿Qué te ata a este lugar sino un recuerdo tortuoso?
Jareth soltó una carcajada que retumbó en los deteriorados muros de piedra.
—¿Quieres el laberinto?
La Reina respingó, apresurándose a él.
—Solo el laberinto, este viejo castillo, el resto del reino seguirá siendo tuyo. Después de todo, si te casas con ella, no van a vivir cada uno en su castillo.
El Rey hizo un ademán para detenerla al verla dirigirse a él.
—¿Tan desesperada estás que aceptarás las ruinas de este lugar?
—Mi hermana, tu padre y yo crecimos aquí… no tengo otro lugar al que ir.
Jareth se acercó a ella mirándola con altivez, cuestionando la veracidad de cada una de sus palabras. Cerró los ojos solo por un instante pensando en las preguntas que le había hecho. Él ya no era más el amo del laberinto, había sido vencido, su poder se debilitaba y continuaría así hasta que, lo que era solo un rumor, se extendiera hasta sus enemigos más allá de los límites de su reino. Si eso sucediera, no podría poner resistencia, perdería el reino y no le quedaría nada.
—No te creo.
La Reina de las Hadas desvió la mirada.
—¿No tengo derecho a la melancolía? —preguntó, chocando las puntas de sus dedos haciendo ruido con las largas uñas negras. Jareth, sin embargo, suspiró recargando la cabeza en el vano de la ventana mirando el alto techo, pensando que quizás se caería en cualquier momento.
—En el supuesto de que consiga deshacerme de todos los bodrios reales, que con total seguridad van a aparecer, y tome a la Reina Blanca como esposa, te quedarás con el laberinto —resolvió.
—Los bodrios reales, como los has llamado, no te serán problema, yo veré eso… aunque me inquieta un poco que realmente consideres que hay alguien que pueda vencerte en un juego tan simple como lo es el cortejo.
El Rey se pasó una mano por el cabello intentando hacerlo para atrás, pero este regresó a su lugar, aún más alborotado de lo que tenía naturalmente.
—Esa niña te ha destruido, querido, pero yo me encargaré de que vuelvas a ser el digno Rey que estás destinado a ser.
Notes:
¡Saludos! De nuevo con un crossover agridulce, aventura, romance e intriga… y ya sonó a comercial de telenovela.
Espero que lo encuentren tan entretenido de leer como yo de escribir, mientras tanto
¡Gracias por leer!
Chapter 2: La Reina blanca
Chapter Text
Considerando que debía llevar puesta la corona todo el tiempo, el tener un sombrerero a su servicio personal parecía un poco ridículo, pero Tarrant era de los pocos amigos que había podido conservar entre los reclamos de la nobleza, que había vuelto a asomar la nariz luego del exilio de su hermana. A ella no le temían, por eso se sentían con derecho a decidir lo que era más conveniente por el bien del reino , y tener a un grupo de “plebeyos”, como habían llamado a todos los que le ayudaron a recuperar su corona, no era lo más adecuado según su punto de vista.
Los enormes ojos del sombrerero no miraban nada en especial, era más como si su atención estuviera dentro de s í mismo, como le sucedía en ocasiones. La reina no podía hacer nada por él, había daños que no podr ían repararse nunca.
—Gracias, no es necesario que te quedes —dijo con su siempre presente sonrisa, la voz dulzona y casi cantada que procuraba para hablar con todos. La doncella que había llevado el carro de servicio con el desayuno ya había preparado la mesa, hizo una reverencia agraciada con su vestido blanco impecable, pero no se marchó, debía de quedarse ahí hasta que terminara y se pudiera llevar todo, que no incluía lugar para el sombrerero, pues ¿cómo alguien como él iba a desayunar con la Reina?
Sintiéndose ignorada por los dos, la doncella y el sombrerero, optó por prestar atención a lo que iba a comer.
Su humor no había sido el mejor desde que fue anunciada la decisión unánime de la corte respecto a lo que, hasta ese momento, consideraba su vida privada. Se sentó a la mesa mirando de soslayo a la joven; dentro del blanco que imperaba en su arreglo, el rubor era evidente, estaba avergonzada, pero no se sintió con valor para desquitar su amargura con ella, porque, después de todo, ella no tenía la culpa de que sus parientes fueran unos cobardes interesados con pensamientos obsoletos.
—Ya te han dado la lista de candidatos, ¿verdad? —preguntó extendiendo ceremoniosamente la servilleta de tela sobre su regazo.
—Sí, majestad.
La reina le miró, incitándola a continuar, pero la joven se mostraba más nerviosa a cada instante.
—Léela, por favor, querida.
La joven volvió a reverenciar mientras sacaba de su delantal, con las manos temblorosas algunas tarjetas.
—Su Majestad el príncipe Julers de Narnia, Su Majestad el príncipe Michael de Andalasia, Su Majestad el príncipe Aqquin de Atlantica, y Su Majestad el rey Jareth de Underground.
Extendió las tarjetas hacia la Reina con otra reverencia, cada una de ellas tenía escrito el nombre y todos los títulos de cada uno de los mencionados con palabras tan rimbombantes como innecesarias, la chica solo había resumido al presentarlos y se lo agradecía, aunque lo hubiera leído, sería incapaz de retener todo. Mirana las repasó varias veces con una expresión indescifrable, no conocía personalmente a ninguno, pero los nombres sí le eran familiares, después de todo, ella había sido educada apropiadamente y conocer a las familias reales era un asunto indispensable para incluso cualquier noble menor.
—¿Sabes cuándo empezarán a llegar? —preguntó sonriendo.
—A partir de mañana por la noche, Su Majestad.
Le parecía increíble que no tuviera derecho ni siquiera a opinar sobre cuándo o cómo quería recibir a los prospectos de marido, y si en primer lugar los quería recibir.
Sin llegar a la pretensión, le parecía que era perfectamente capaz de regir ella sola, además, de acuerdo a las leyes de los anteriores reyes, era la Reina la figura con mayor movilidad y poder, pero resultaba que al igual que en juego de ajedrez, si no había Rey, no había partida.
¡Pero que absurdo era aquello! ¿Para qué iba ella a querer un marido que no sirviera más que para decir que había un Rey?
Afortunadamente, era lo suficientemente joven como para no tener que sentirse presionada por un heredero, que no fuera su sobrino, de quien sospechaba, tenía la misma cosa maligna de su madre creciendo en la cabeza.
Tuvo un escalofrío ante la idea y empezó a comer los cubos de fruta, escuchando la agenda del día: había varias reuniones, sobre todo con los arquitectos, con quienes estaba intentando la colosal tarea de prácticamente reconstruir el reino: clausurado, demolido, incinerado, todo lo que en nombre de su hermana había sido asolado desde el d ía horribloso , lo que era en sí, todo menos el castillo rojo sobre el cual no estaba segura qué hacer.
Tenía muchos proyectos de construcción, quería que Underland dejara de considerarse como un reino sin orden con el que nadie quería relacionarse y al que terminaban enviando a todos los que cometían faltas en sus respectivos lugares de origen. Lo que la llevaba a un segundo punto, que era la cohesión de tropas.
Los naipes habían dejado de servir a su hermana y le habían jurado lealtad a ella, pero no tardó en darse cuenta de que aquellos soldados no necesariamente habían actuado solamente por temor a ser decapitados, muchos de ellos verdaderamente encontraban entretenidas sus funciones como primera línea opresora.
Los guardias blancos, a quienes ella conocía de toda la vida, representaban mucho menos que una cuarta parte de sus anteriores enemigos y se mostraban reacios a cooperar con los naipes, considerándolos traidores en diferentes grados, decían que debían ser presos, o al menos en eso había insistido el General de la Torre de la Reina, apoyado por el Primer Alfil.
Su primer reinado, antes de que su hermana le quitara la corona, había sido muy breve, de apenas unos días tras la muerte de su madre, así que no había tenido oportunidad de descubrir algunas de las realidades que implicaba la corona más allá del accesorio que no la dejaba usar los sombreros que Tarrant hacía para ella. Y en su destierro, no había la gran cosa que hacer, puesto que solo tenía el castillo y ya.
Al menos ahora sabía que, pese a lo que muchos creyeran, ser Reina no era una tarea fácil, y con tantas cosas por hacer, no le cabía en la cabeza el motivo por el que la corte consideraba más importante que tuviera un marido.
Chapter Text
El carruaje se había detenido hacía largo rato. Si fuesen otras las circunstancias, habría apurado el paso para llegar primero, pero, en su contexto actual prefería esperar un poco.
Desde que había aceptado la propuesta de su tía Mab para casarse con la Reina Blanca, Mirana de Marmórea, esta no había dejado de hablar y hablar sobre lo que se esperaba de un prospecto para matrimonio, como si ella fuese una experta en ello solo por arreglar un par de uniones de antiguos reyes británicos que, por cierto, acabaron muy mal.
Estaban frente a frente en el carruaje, a las orillas de un lago con una esfera de cristal que descansaba sobre un cojín de terciopelo rojo en un pedestal en medio de ambos. El coche era lo suficientemente grande para que el Rey pudiera tener los pies sobre un banquillo, con la postura desgarbada para irritación de la mujer. Tan solo miraba aquella esfera, en cuyos brillos aún era capaz de encontrar los hechos acontecidos muy lejos de ahí, ya que su magia todavía le permitía su poder de videncia, y por eso estaba agradecido.
La antigua reina de las hadas, Mab, había desistido de intentar obligarle a tomar una postura “digna”.
—Te comportas como un chiquillo malcriado, querido. Ninguna mujer con carácter soporta a un hombre así.
—Si la Reina Roja le pudo quitar la corona en menos de una semana, no me parece que tenga mucho carácter —dijo distraídamente.
—Ha llegado el primero —anunció ella, que también era capaz de ver los reflejos del cristal —. Pon atención querido, ese de ahí es Julers de Narnia.
Jareth soltó un suspiro al ver al muchacho de cabello oscuro que era anunciado.
—Ese ni siquiera es hechicero —dijo a su tía—. Narnia perdió su magia desde la desaparición de los cuatro reyes y reinas— luego su sonrisa se volvió más sarcástica —. Su gran linaje es de escoria de piratas que escaparon por coincidencia de un comodoro de la armada real de Jorge VI.
—¿Jorge VI? —preguntó Mab arqueando una ceja.
—De la Casa de Windsor.
—¿Casa de Windsor? —repitió ella.
La perplejidad de la reina Mab era real y muy seria, lo que consiguió atraer la atención de Jareth, que estaba demasiado aburrido.
—Han pasado más de diez familias por el trono que intentaste conquistar con Mordred. De hecho, ya ni siquiera hay sangre británica en la línea real.
La mujer inclinó la cabeza con un dejo de tristeza en sus ojos al recordar al único niño por el que había sentido un real afecto.
—Ese maldito Merlín —susurró —, destruyó todo lo que fuimos. No descansó hasta desterrar cada criatura mágica.
Jareth se encogió de hombros.
—Creo que el destierro fue mejor que la aniquilación —dijo desganadamente, habiendo perdido el interés en el desconocimiento que tenía su tía sobre el destino de la corona de Gran Bretaña. Pensándolo detenidamente, el muchacho muerto llegaba a deprimir en demasía y se arrepentía de traerlo a discusión.
—Mira, ese es el tritón de Atlantica, ¿no?
Cambió el tema a la llegada del segundo pretendiente que tenía una ascendencia más digna al tratarse de un príncipe de uno de los reinos submarinos de más antigüedad. Lo importante, además, estaba en el hecho de que su sangre no se había mezclado todavía y existía la posibilidad de que heredara el tridente del Rey Tritón, porque era segundo en la línea de sucesión.
Era pelirrojo y un poco delgado, mucho más expresivo que Julers, justo lo que podría esperarse de un príncipe adolescente.
—Me agrada, pero no creo que dure —dijo Jareth.
—Solo falta Michael de Andalasia.
La reina Mab parecía satisfecha con la lista confirmada de candidatos. Había tenido que hacer demasiados arreglos para que no se presentara prácticamente un príncipe por cada uno de los reinos que conformaban la franja subsistente, aunque la mayoría no se había mostrado especialmente interesado en mandar a uno de sus descendientes a esa “tierra de locos” para emparentarse con la familia de la Reina de Corazones.
El caso de Narnia y Andalasia era comprensible, siendo los primeros descendientes de piratas, y los segundos el resultado de generaciones de matrimonios con plebeyos, era natural que en algún momento buscasen anexar a su genealogía una antigua familia real, lo que era la familia de la reina blanca.
Respecto a Aqquin de Atlantica, solo se debía a una extraña tendencia del actual gobernante para mantener buenas relaciones con los reinos de tierra. Hacía muchos años que el rey Tritón había casado a varias de sus hijas con príncipes de reinos costeros para formalizar alianzas de protección mutua; los humanos no cazarían sirenas y el rey aseguraría buenos viajes a los navíos mercantes. Por lo que no era de extrañar que siempre que hubiese un príncipe o princesa en edad casamentera, apareciera un tritón o sirena esperando concertar el matrimonio.
Michael de Andalasia llegó casi a la puesta del sol y la expresión de la reina Mab fue de extrañeza al vislumbrar los reflejos del cristal a un joven alto y bien parecido con un traje que no iba demasiado a juego con el resto, pero le daba una silueta estilizada.
—¿Qué es lo que tiene en la mano? —preguntó quedamente la mujer.
—Creo que un iPad.
—¿Un qué?
—Y soy yo el que no se entera de nada.
Su tía endureció la expresión del rostro, pero no dijo nada a él, solo se limitó a indicarle al cochero, un enano verrugoso, que debían partir. Llegarían al castillo blanco de Underland al tiempo en que empezaba el baile, pero si todo iba bien, Jareth se las arreglaría para hacer una entrada espectacular, como acostumbraba.
Notes:
Quiero hacer una “pequeña” nota para los perdidos entre nombres y lugares, advierto que todos estos son OC, con un origen razonable (creo yo) dentro del canon:
Príncipe Julers de Narnia: lo considero descendiente del príncipe Caspian, pero no habrá personajes conocidos, solo un poco de referencias.
Príncipe Michael de Andalasia: de Encantada, sería hijo del príncipe Edward (ya rey a esta altura del tiempo) y Nancy Tremaine, una diseñadora de modas de NY. En realidad, lo importante es justificar que el chico ande por ahí con un iPad en un reino mágico-medieval.
Príncipe Aqquin de Atlantica: lo saco de La sirenita, descendiente de Tritón, pero no de Ariel (recordemos que tiene muchas hermanas).
Y Jareth de Underground, obvio, el rey del laberinto.
Quizás esto esté yendo de raro a más extraño, con tanto personaje original y mezcla de fantasía/medieval a mundo humano normal y actual, pero la verdad tengo mucho entusiasmo con esta historia.
Finalmente, solo para aclarar que solo Alicia llama Wonderland (País de las Maravillas) al sitio aquél, que su nombre formal de la película de Burton es Underland.
¡Gracias por leer!
Chapter 4: Un baile memorable
Chapter Text
Sonaron las fanfarrias apenas el carruaje apareció en el horizonte. Jareth se irguió en su sitio, nunca le habían emocionado, era la forma más horrenda de hacer una entrada porque implicaba que el invitado no podía, por sus medios, darse a notar en cuanto llegaba.
Lo peor vino en cuanto bajaron, un conejo blanco estaba de pie esperándoles, usaba un tipo de sobreveste blanco con las insignias de la reina y tenía un rollo de pergamino en la mano.
—¡El rey Jareth de Underground!
Jareth lo miró un instante, no deseaba mostrarse excesivamente irritado, pero los animales parlantes que no eran mágicos no le agradaban demasiado, si bien era raro encontrarse con alguno. En Underground quedaban apenas unas cuantas especies, la mayoría demasiado ariscas para una convivencia razonable, los lobos que habían abandonado Narnia hacía siglos, encontraron refugio en sus bosques, gustaban de comerse a los goblins que se perdían fuera de la seguridad del laberinto, pero formaban un grupo grande y fuerte que habían prometido atender a su llamado si eran requeridos.
No obstante, el conejo era lo de menos. Frente a él, todo se extendía en un blanco paisaje.
La alfombra, desde la escalinata de acceso hasta el interior del castillo, los muros, las columnas, las armaduras de los soldados, los candelabros y sus velas, todo, absolutamente todo era blanco, y eso le causaba cierta inquietud porque no podía fijar la vista en nada sin sentirse cegado.
El contraste que creaba su tía, con su vestido y pelo tan negro como la más cerrada noche de invierno, era destacado, por decir lo menos. Él había optado por algo igualmente obscuro también, entre azul medianoche y plata porque ir de blanco sería pretencioso, incluso para él.
El conejo se detuvo frente a la gran puerta del salón principal que aún estaba abierta.
—¡Su Real Majestad, el rey Jareth de Underground! ¡Rey de los goblins! —exclamó, siendo secundado por otra fanfarria —¡Su Real Majestad, la reina Mab! ¡Reina de las hadas!
El silencio se hizo en el gran salón y todos los invitados giraron el rostro.
La reina Mab lo disfrutó, hacía tanto tiempo que no era recibida adecuadamente en ningún sitio, que por un instante se olvidó de la decadencia que la había sumido en la tristeza y soledad.
Había escapado por poco del olvido al que la condenó Merlín. Casi muerta, consiguió llegar al lago en que moraba su hermana y ella, con sus últimas fuerzas le ayudó a volver a Underground. Le suplicó que regresaran juntas, que menguaran en su reino natal hasta que pudieran recuperar sus poderes, pero se había negado, prefería morir en la tierra de arriba, en ese lago del que se había enamorado.
La reina Mab se quedó entonces en el castillo que les había regalado su padre cuando decidió nombrar a su hermano como sucesor pese a que ellas eran mayores. Lo había construido en una isla artificial en el gran lago de cristal, al sur del reino. Había una parte sobre tierra y otra bajo el agua, envuelto en enredaderas, destacando como una esmeralda en un collar de diamantes blancos.
Pero eso había sido en sus mejores días. Luego de aventurarse en esa absurda búsqueda para reavivar los viejos cultos que les dieron poder en el pasado, el lugar había decaído, incluso su poder sobre las hadas, que fuese un don excepcional en su momento, se encontraba mermado, encontrándolas tan irritantes que era difícil no darle la razón a su sobrino sobre que se habían convertido en una plaga salvaje.
Con el paso del tiempo, había recuperado algo de su magia, pero no lo suficiente como para dejar de sentirse miserable, olvidada y, sobre todo, sola.
Avanzaron del brazo, pero poco antes de llegar frente al trono y la Reina, ella se soltó. Esperaba que Jareth hiciera algo para llamar su atención, y aunque se encontraba preocupada sobre lo que él iba a ofrecer como regalo, pues según dictaba una antigua tradición real, debía darle un obsequio por aceptar el recibirlo como pretendiente, tenía la seguridad de que no iba a cometer una imprudencia, él necesitaba ese matrimonio.
Tras haber cumplido con el protocolo de saludo, Jareth extendió su mano materializando una de sus esferas.
—Un pequeño presente —dijo tranquilamente, haciéndola flotar hasta que quedó frente a la Reina. Ella extendió la palma de la mano para recibirla, y al hacerlo, la consistencia que tenía hasta el momento, como una burbuja de jabón, cambió para ser un cristal de peso regular.
La miró con cierta sorpresa.
Julers de Narnia le había regalado una campana de plata con una inscripción que en su momento fue un encantamiento para acallar el ruido y había pertenecido a alguna antigua Reina de Narnia, cuando aún la magia era habitual. Se suponía que se había convertido en un objeto ordinario de sumo valor histórico, pero apenas la tocó, ella supo que esa aseveración simplemente se debía a que nadie sabía cómo usarla.
Michael de Andalasia le entregó un libro de hechizos. Se había sentido ligeramente ofendida al darse cuenta de que se trataba de magia negra, pero el muchacho se había apresurado a explicar que era el grimorio de su abuela, una poderosa bruja, pero dado que ni su padre ni él, y menos aún su madre, entendían de magia, habían decidido entregarlo a alguien que sabría qué hacer con él, manteniéndolo así, fuera de manos equivocadas, adulando así su bondad.
Aqquin de Atlantica se había mantenido en el margen de los regalos clásicos; en un cofre de madreperla y abalone, con una colección de collares, broches, brazaletes y pendientes de oro, plata y perlas.
Miró a Jareth, era obvio que se trataba de un cristal mágico, lo podía sentir, pero lo único que se le ocurría que podría ser, era una esfera de adivinación, talento que ella no poseía. Sin embargo, al levantar la mirada y hacer contacto con él, fue totalmente incapaz de hacer la pregunta en voz alta.
Había escuchado tantas cosas de ese hombre, y una de ellas, además de una insoportable vanidad, era su inusual talento para burlarse de absolutamente cualquier persona.
—Bienvenidos a Underland —dijo, bajando las manos con la esfera para dejarlas sobre su regazo —. Espero que su estadía, como mis invitados, sea grata.
La reina Mab miró de reojo a su sobrino, esperaba algo más. Pero este se limitó a reverenciar nuevamente y apartarse para integrarse a la fiesta. La música empezó a sonar y Jareth tomó a su tía para bailar como muchos otros empezaron.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella en un susurro, haciendo que, con su voz ronca, la pregunta sonara más como el siseo de una serpiente —. Invítala a bailar a ella, no a mí, no soy una doncella casamentera, sobreviviré si me quedo sola.
—No es necesario. Hay que dejarla respirar —respondió mirando cómo la Reina se encontraba rodeada por los otros tres pretendientes que deseaban, les concediera una pieza—, además, no voy a estar con un grupo de niños buscando la atención de una mujer.
La reina de las hadas resopló.
—El único niño es el tritón. Los otros dos son más cercanos en edad a ella, y si te descuidas demasiado, va a empezar a tratarte como si fueras su padre.
Jareth resopló.
—Tampoco soy tan mayor.
—El tiempo es más generoso con nosotros porque no somos humanos, pero eso no significa que ella no resienta tus siglos de experiencia.
Jareth le hizo dar varias vueltas al compás de la música, ella se dejaba guiar, aunque empezaba a sentirse molesta por su actitud desinteresada.
—¿Y qué hago al respecto? —preguntó —¿Te apetece esto?
Él giró, y al momento pareció más joven, apenas mayor que Aqquin de Atlántica y menor que Jules de Narnia, que era el mayor de los tres.
—¡No malgastes tu magia! —reclamó intentando soltarse. Casi al momento, en otro giro, Jareth volvió a recuperar su apariencia normal.
—Estoy mejor desde que llegamos, no te preocupes por eso.
La reina Mab dudó por un instante, pero sonrió con malicia.
—Eres un bribón, querido, un verdadero bribón.
Jareth estaba tomando la magia de las personas a su alrededor.
Chapter 5: El partido de croquet
Chapter Text
—Buenos días, querido.
Jareth gruñó por respuesta.
Una de las cosas con las que jamás se había sentido cómodo, era dormir en lugares extraños, por lo que apenas había sido capaz de dormitar en toda la noche.
—Si no duermes, al menos come, te espera un día largo —continuó diciendo la reina Mab con su voz áspera y baja—. Has sido incluido para participar en una partida de croquet con Mirana y los tres príncipes.
Jareth se quedó quieto, de pie junto a la mesa en la que estaba servido el desayuno.
A cada pretendiente le había sido conferido un espacio dentro del castillo que constaba de tres habitaciones, un estudio, una sala de estar con una enorme chimenea y un comedor, además de tener a su disposición a un par de doncellas y algunos chambelanes.
—¿Croquet?
—Es solo un juego, a ti siempre se te han dado bien los juegos.
—Pero nunca he jugado croquet.
Normalmente no tendría problema en fingir que podía hacerlo, y sobre la marcha ir resolviendo el problema, pero para hacer eso requería de su magia, que últimamente se caracterizaba por su inestabilidad. Además, aunque no fuesen esas sus circunstancias, estaba absolutamente seguro de que se consideraba de mal gusto beneficiarse de cualquier cosa que no implicara habilidad motriz.
—No puedes ausentarte, el partido de croquet es una tradición de Underland desde...
—Desde el reinado de la Reina de Corazones, la loca que casi destruye el reino, pasos que siguió bastante bien su bisnieta Iracebeth ¿por qué se considera tan importante el legado de una mujer obsesionada con las decapitaciones?
Sacudiendo la servilleta de tela, el Rey tomó asiento en la silla frente a su tía, preparándose para tomar el desayuno.
—¿Cómo es que no sabes jugar croquet? —preguntó ella.
—¿Y tú sabes? —preguntó de vuelta.
—Por supuesto. Es un juego más viejo que la Reina de Corazones, ella solo lo volvió popular, e hizo su propia versión.
Jareth volvió a gruñir, debiendo comer rápido ya que se había levantado tarde y la “invitación al juego” estaba por llegar a su hora.
Habiéndose arreglado adecuadamente, fue al jardín en donde se le había citado, esquivando tanto como pudo a la gran colección de animales que hacían de sirvientes para tareas menores, sin ser capaz de explicarse cómo es que un pez fuera del agua podría resultar útil para cualquier cosa.
Para fortuna suya, los sirvientes que le habían asignado no eran de ese tipo, solo eran muchachos vestidos de blanco y con el pelo polveado para aclararlo.
—¡El Rey Jareth de Underground!
Se abstuvo de torcer la boca al escuchar que el conejo blanco lo anunciaba a todo pulmón, haciendo que los tres príncipes giraran la vista hacia él, dándose cuenta de que, claramente, era el único que iba con traje formal, incluso se había puesto la capa de terciopelo, mientras que ellos llevaban apenas los pantalones con camisa y un chaleco.
Se mantuvo sereno, acercándose a paso relajado y recibiendo el mazo de madera que le correspondía, algo que lo hizo inmensamente feliz, pues su tía le había advertido que, si no quería pasar una humillación monumental, controlara el flamingo para que se quedara recto durante el golpe.
—Majestad —saludó inclinándose levemente, tan poco perceptible que, si no fuera por un mechón de su pelo rubio cayendo sobre su hombro, nadie se hubiera dado cuenta—, Altezas—agregó refiriéndose a los muchachos, nada más para que nadie dijera algo sobre sus modales, no porque le importara realmente.
—Buenos días —respondió la reina con la misma casi inexistente inclinación—. Espero sea de su agrado el espacio que he dispuesto para su estadía, Majestad.
—Lo es, mi Señora.
—¡Bien! ¡A jugar entonces! ¿Nos haría los honores, Majestad?
Jareth carraspeó.
—Preferiría ir después de usted.
Mirana de Marmórea sonrió, y con la mano libre levantada a la altura de su rostro en un gesto tan poco natural que llegaba a lo hilarante, se movió haciendo que su vestido produjera un ruidito igual de gracioso. Michael de Andalasia se apartó para que la voluminosa falda pasara sin problemas y los cuatro la miraron acomodarse frente a una de las bolas, que para alivio de Jareth no era un erizo. Puso el mazo en posición, lo balanceó un poco y dio un golpe.
Casi enseguida un estallido de aplausos se escuchó a la derecha de donde estaban, y Jareth se dio cuenta de que no menos de una veintena de cortesanos se encontraban como espectadores, lo que afectó aún más su humor.
Era su turno. Comprendía la idea básica de que la bola tendría que pasar por los arcos, pero era todo lo que conocía sobre el juego.
Decidido a afrontar su destino, se acercó hasta donde momentos antes estaba la reina, solo para darse cuenta de que había dos bolas y no solo una. Las miró tratando de ocultar su desconcierto. ¿Eran dos oportunidades? ¿Una era suya y otra la del siguiente jugador? De ser así, ¿no faltarían dos bolas más?
Levantó el mazo con suma lentitud, con una incertidumbre que no había sentido en mucho tiempo, pero antes de poder dar el golpe, el grito desaforado de una de las mujeres que fungía de espectadora, le hizo levantar la vista.
Con los gritos generalizados de todos los cortesanos que emprendieron la huida entre tropiezos y empujones, Jareth vio con espanto cómo el cielo se oscurecía por el vuelo de cuatro enormes aves rojas.
—¿Qué es eso? —preguntó el príncipe Aqquin de Atlántica con los ojos muy abiertos.
—Son aves JubJub —susurró Jareth, pero todos le escucharon.
El príncipe Julers de Narnia giró, gritándole a uno de los sirvientes que había quedado rezagado, para que le diera su espada, ya que se la había encargado mientras duraba la partida, el muchacho, dudando sobre si obedecer o no, optó por arrojársela, pero con tan poca fuerza que quedó a un par de metros, haciendo que el príncipe debiera correr hacia ella.
—¡Es imposible! —exclamó la reina olvidándose de darle a su voz el tono bajo y cantarín —¡El JubJub de mi hermana era el último de su especie!
—Pues ya vez que no —dijo Jareth tomándola del brazo para moverse de ahí, ya que ella se había quedado pasmada. Sin embargo, no consiguió ir demasiado lejos, una de las aves se había dejado caer en picada, derribándolo con fuerza. Soltó a la reina para no llevársela consigo, y usando sus reservas de magia consiguió evitar que el poderoso pico dentado de la criatura le atravesara el pecho, pero no pudo evitar que, por el impulso, se lo llevara hasta el otro lado.
Escuchó a Mirana de Marmórea gritar tanto o más que sus damas cuando una de las aves la levantó por los aires, y seguido a eso, un rugido, y el enorme Bandersnatch saltando furiosamente para alcanzarla, aunque no lo logró, no obstante, desde de la punta de su nariz saltó un pequeño lirón, ataviado como caballero que agitó hábilmente su diminuta espada.
—¡Mallymkun! ¡Cuidado! —exclamó la reina mientras que la pequeña criatura escapaba por poco del mordisco de una segunda ave que había acudido al auxilio de su compañera.
El lirón cayó y el conejo blanco que hacía de heraldo le atrapó, evitándole un daño mayor.
Así, tan pronto como comenzó, las aves se marcharon con su presa.
—¿Estás bien? —preguntó Aqquin de Atlántica arrodillándose junto a Julers de Narnia, que había sido derribado por el ave contra la que había estado combatiendo.
—Sí —respondió con algo de trabajo, aceptando su ayuda para levantarse.
—¿Dónde demonios están los guardias? —preguntó Michael de Andalasia.
—Eso mismo quisiera saber —se quejó Jareth sacudiéndose la tierra.
—¡Su Majestad! —exclamó el conejo corriendo hacia él, encogido y tembloroso, con el lirón desmayado en las manos —. ¡Hay grandes historias sobre sus poderes! ¡¿Usted puede ver a dónde se la han llevado?!
Jareth profirió un suspiro, se acomodó el pelo, luego frotó las puntas de sus dedos y formó una esfera, sorprendido porque había podido lograrlo a la primera. Sin embargo, con los tres príncipes, el enorme Bandersnatch y el conejo blanco mirando, no se sentía capaz de concentrarse en los reflejos. Menos aun cuando la marcha sincronizada de un grupo de soldados se hizo presente junto con su tía, corriendo con pasos cortos, apenas levantando la falda y llamándolo a gritos.
Volvió a suspirar.
—A las tierras Salvajes —dijo finalmente.
—¡Esa inmensa cabezota! —exclamó el sombrerero que también acababa de llegar —¡Vamos a salvarla!
—Tienes que ir por ella, querido —dijo la Reina Mab tomándolo del brazo—. Es tu deber.
Jareth miró a su tía con el ceño fruncido.
—Sí, supongo que lo es —respondió.
—Pues claro que vamos —repuso el sombrerero, empezando moverse torpemente de un sitio a otro.
Los otros príncipes se anotaron enseguida, pero antes de que la euforia se generalizara, Jareth se soltó del brazo de la reina Mab, tomó por el cuello al sombrerero y lo apartó del grupo haciendo un gesto al conejo blanco para que los siguiera, cosa que hizo, aunque sin dejar de temblar.
—Si realmente te preocupa la reina…
—¡Pero qué cosas! —interrumpió el sombrerero —¡Es la reina! ¡Es el motivo del sonrisor de Underland!
—Si realmente te preocupa —repitió tratando de no sonar molesto por su insolencia, además de no levantar la voz para que nadie más los escuchara—, te vas a quedar aquí y evitarás que mi tía tome el control del reino.
—¿Por qué haría eso? —preguntó el sombrerero tocando los límites de la paciencia del Rey Goblin al hacer esa pregunta casi gritando, haciendo que el conejo le pidiera bajar la voz, ya que él sí había comprendido la delicadeza del asunto.
—Porque está loca, por eso.
—Pero, ¿yo qué podría hacer? No pude evitar que la inmensa cabezota tomara el control en su momento...
Jareth lo hizo callar sacando de entre sus ropajes un cristal opaco, más parecido a una pulida esfera de mármol que a los cristales que normalmente creaba. Los ojos del sombrerero se abrieron exageradamente mientras que el brillo de la pieza se reflejaba en ellos.
—Si se pone difícil, se la arrojas.
El sombrerero profirió una risa que escaló en intensidad hasta ser una carcajada.
—¿Duele más si le pego en la cabeza? —preguntó.
Jareth hizo amago de toda su voluntad para no golpearlo, solo respiró profundamente.
—Es mágica —repuso, apretando los dientes y poniéndosela en las manos.
Luego se giró hacia la comitiva que ya estaba reunida en el jardín, los miró a todos, estaban en silencio esperando que dijera algo más.
Buscaba una segunda opción que no fuera el demente pelirrojo, pero bastaba con mirarlos superficialmente para saber que absolutamente nadie ahí tenía la misma devoción a la reina que el tipo a su espalda.
—Preferiría ir solo, pero dadas las circunstancias, los príncipes y yo emprenderemos el camino a las Tierras Salvajes para salvar a la Reina —anunció—. Las tropas leales deberán quedarse e impedir a toda costa que alguien más se haga del control del reino, así que, emprendamos la marcha.
Julers de Narnia ya había pedido su caballo, su capa de viaje, se había cambiado los zapatos por unas botas de cuero desgastadas y estaba atando la espada a su cintura. Era una espada larga tradicional, de hoja recta y larga, la empuñadura dorada y la vaina azul medianoche.
Michael de Andalasia parecía más resignado que dispuesto, también había pedido su espada, la suya era un estoque, con la vaina negra y la empuñadura plateada con una guarda barroca y ornamental dorada, acompañada de una daga a juego.
Aqquin de Atlántica, quizás solo por no quedarse rezagado, también se estaba preparando, aunque su arma se trataba de un sencillo espadín que apenas pasaba de un metro.
Jareth no podía quejarse, al menos no tendría que cuidarlos. Agitó su capa transformándose en una lechuza blanca que emprendió el vuelo hacia el oeste, seguido desde abajo por el enorme Bandersnatch, que nadie había podido convencer de que se quedara.
Chapter 6: En los límites del reino
Chapter Text
Jareth descendió al darse cuenta de que el camino se dificultaba para los caballos. El terreno empezaba a adquirir una geografía irregular ya que no había camino hacia el lugar al que se dirigían, aunque en general los caminos de Underland dejaban bastante que desear.
Culpar exclusivamente de eso a Iracebeth sería condescendiente con la anterior reina. Ella no estaba loca, era un hecho, y se le conocía por su profuso amor al arte y las cosas bellas, lo que había desembocado en una serie de exorbitantes gastos que no redituaban nada en aspectos fundamentales para el reino. El comercio no se movía gracias a esculturas de mármol en cada plaza de la ciudad capital, necesitaban caminos. Los campesinos no se sobreponían a una mala cosecha con pinturas de ninfas danzando a las orillas de un lago, y definitivamente los hospitales no operaban con conciertos en plazas públicas.
Intentó posarse sobre la cabeza del Bandersnatch, pero este no se lo permitió y temiendo que le mordiera, fue hacia una rama baja de un árbol cercano.
El viaje estaba resultando demasiado largo, sobre todo yendo por tierra. No obstante, tampoco estaba seguro que, de ir volando solo, pudiese alcanzar a esas aves de pesadilla.
Ya estaba anocheciendo, los caballos necesitaban descansar, y él también, aun cuando cambiar de forma era la habilidad que menos energía le consumía.
—Majestad —llamó el príncipe Julers de Narnia refiriéndose a él. Su modo era rudo pese a que sus palabras resultaban todo lo respetuosas que se esperaría de alguien bien educado —. ¿Será posible que, en su posición, haya distinguido alguna fuente de agua para los caballos?
Jareth, sin transformarse, voló de la rama, siendo seguido por la comitiva hasta un pequeño arroyo que había visto por casualidad, aunque con el cause suficiente como para que los animales bebieran.
Necesitaba decirles que el camino iba a peor, de hecho, desaparecería dentro de poco y que quizás irían más rápido a pie.
No tenía claro cómo era que las reinas de Underland trataban la educación de sus herederas. Sin duda, lo más sorprendente de su magia era que, pese a los conocidos malos gobiernos en diferentes niveles, únicamente había existido un levantamiento con la intención de deponer a una reina. Y ni siquiera lo encabezó alguien del reino, habían necesitado a una niña de las Tierras Superiores.
Merlín había expulsado toda magia de esos territorios, ¿qué tendrían de especial esas chicas?
Negó con la cabeza para alejar esos pensamientos, reflejándose en su forma de lechuza, como una sacudida general de las plumas. No necesitaba pensar en Sarah en esos momentos.
“Ni en ningún otro” , susurró la voz de su conciencia, sonando casi como su tía.
Luego de un rato, Jareth pronto descubrió que tenía una posición privilegiada para escudriñar a los príncipes, y sin esforzarse demasiado, concluyó que el más habilidoso de los tres era Julers de Narnia, que ya había encendido un fuego para poder pasar la noche, además de inspeccionar la zona.
Sin duda era un guerrero experimentado pese a su edad, o al menos había salido de la seguridad de los muros de su castillo más a menudo que lo que se notaba en los otros dos.
El único al que le podía aceptar una excusa era Aqquin de Atlántica. Aunque él hubiera salido mucho de su castillo, eso no implicaba que estuviera demasiado acostumbrado a lo que había en la superficie.
Pensó en sí mismo a su edad. Ya había sido coronado rey, luego de que su padre fuese asesinado en las Guerras de Invierno y sus tías se marcharan a saber por qué, a las Tierras Superiores, en donde una de ellas encontró la muerte y la otra cayó en desgracia.
Pudo proteger sus fronteras durante el siguiente siglo que duró la guerra. Reyes y reinas presuntuosos lo atribuían más a la indiferencia que provocaba un reino relativamente pequeño en comparación a otros, y no a su habilidad. Sin embargo, eso nunca le molestó. Con el paso del tiempo, su posición se reafirmó, siendo reconocido como uno de los más grandes herederos del reino de los Goblins, pronto no hubo quien no asociara su nombre, indiscutiblemente, con una magnánima presencia.
Entonces se encaprichó con Sarah, poniendo todo lo que había logrado durante años, en juego.
Y perdió.
El laberinto ya no lo reconocía como su maestro, el vínculo estaba roto, y no estaba seguro de que pudiera recuperarse.
Dejarlo en manos de su tía era absurdo hasta cierto punto, ella debería saberlo mejor que nadie. Tampoco la reconocería ni formaría un vínculo. Si había una señora indiscutible del laberinto, era sin duda Sarah, pero prefería dejarlo colapsar antes que volver a traerla y entregarle la corona, era claro que no le importaba nada de eso.
Era mejor la forma en la que estaban las cosas, ella preparándose para la Universidad, siguiendo con su ordinaria vida como si nada hubiese ocurrido, y el laberinto hundiéndose en el olvido.
Michael de Andalasia fue el primero en romper el silencio que se había formado, tan solo con los resoplidos del Bandersnatch, tumbado junto al riachuelo.
—Iracebeth de Crims fue exiliada a las Tierras Salvajes —dijo, con lo que los otros pr íncipes le dirigieron la mirada .
—Sin duda se trata de un nuevo intento por reclamar el trono —repuso Julers de Narnia, que permanecía sentado en un tronco, apoyando un brazo en una de sus rodillas y la otra mano en la espada, como si estuviera presidiendo un consejo de guerra.
—O una simple venganza —continuó Michael —. Para este momento, ya debe ser enteramente consciente de que tomar el trono no es una opción. Sin el apoyo del Jabberwocky, jamás reunirá tropas suficientes para un nuevo golpe de estado.
Jareth abrió las alas dejándose caer a la vez que cambiaba de forma, quedando de pie frente a los tres jóvenes.
—Iracebeth de Crims, como muchas reinas, posee cierta aptitud mágica. Ella la enfocó a algo llamado Dominio de las cosas vivas. Puede parecer algo simplista, pero se trata de una habilidad aterradora cuando es debidamente usada. Y ella se ha perfeccionado en ello, ¿cómo si no, una criatura tan poderosa y antigua como el Jabberwocky la serviría?
—En ese caso —dijo Julers de Narnia mirándolo con intensidad, algo a lo que el Rey de los Goblins no estaba acostumbrado —. Usted es la única persona que puede hacerle frente, a menos que yo tenga una oportunidad para acercarme lo suficiente y cortarle la cabeza con mi espada.
Aguzó el oído. Le había parecido que el joven príncipe Aqquin había tragado saliva.
Jareth entrecerró los ojos. Si el segundo hijo del Rey de Narnia tenía esa fiereza de carácter, ¿cómo sería el mayor? Tendría que, en cualquiera de los posibles desenlaces de esa aventura a la que su tía lo había arrastrado, buscar la manera de establecer una buena relación con Narnia, pues ese muchacho no era alguien a quien quisiera de enemigo.
—Tendremos que prepararnos para el peor de los escenarios —dijo Jareth, adelantándose al príncipe. No iba a permitirle dirigir el grupo bajo ninguna circunstancia —. Es claro que Iracebeth ha ejercido su poder. En las tierras salvajes hay muchas criaturas de las que podría echar mano para suplir a un ejército ordinario. Las aves JubJub son aterradoras, no demasiado inteligentes por sí mismas, pero son capaces de seguir indicaciones y colaborar con otras criaturas. Nosotros solo somos cuatro.
—Mi padre podría enviar ayuda —dijo Michael de Andalasia —. Pero tardaría semanas en llegar.
—Quizás ya la ha enviado —repuso Jareth —. Ten por seguro que mi tía ha escrito sobre el hecho, al menos a sus familias.
Julers de Narnia endureció la expresión de su rostro, lo que le facilitó a Jareth adivinar sus pensamientos. En esos momentos, su motivación para lograr un rescate exitoso se había multiplicado exponencialmente. Se abstuvo de sonreír. Siempre era mejor saber cuál era el punto débil de las personas, y por lo visto, demostrar a su padre y hermano que era digno, era el de ese muchacho.
—¿Te sientes con la confianza para seguir? —preguntó mirando a Aqquin de Atlántica de soslayo.
El chico frunció el ceño.
—¿Por qué solo me pregunta a mí?
—Porque desde donde estoy, además de los jadeos del Bandersnatch, tu corazón es lo único que escucho.
Lo vio sonrojarse, pero no desvió la mirada ni trató de evitarlo, por el contrario, levantó el pecho con orgullo. Eso le agradó, aunque no estaba seguro de que su enternecedor gesto le salvara la vida si tenían que entrar en combate.
—Puedo seguir, y haré lo que esté en mis manos para ayudar.
Finalmente, se dirigió a Michael de Andalasia. Su rostro le resultó indescifrable. Permanecía sentado en una roca apenas lo suficientemente alta como para que sirviera a tal propósito. Con su espada descansando al costado, las manos enlazadas sobre sus rodillas, había permanecido en silencio luego de ser él quien iniciara esa conversación.
—Lamento no ser de mayor utilidad —dijo —. No soy muy hábil con la espada, aunque puedo cuidar de mí mismo. Tampoco poseo habilidades mágicas, la reina Narissa era madrastra de mi padre, así que no tengo herencia suya de ninguna forma. No obstante, tampoco pienso retractarme. Llegaré a las últimas consecuencias.
Jareth le sonrió. Justo en ese preciso momento, empezaba a dudar eso que decía, sobre que no tenía vínculo con Narissa. Tan solo bastaba ver el resplandor de sus ojos, ese muchacho era un mago nato. La pregunta era, ¿qué iba a hacer con él?
No era consciente de su magia, no la extrañaría. Bien podría quitársela para estabilizar la suya.
Chapter 7: Explorando territorio enemigo
Chapter Text
De todas las transformaciones animales posibles, Jareth había elegido la lechuza desde muy joven.
Recordaba a su padre con el gesto adusto de su elección. El cambio de forma era una de las habilidades más elementales de todo mago, y aunque era de esperar que se diversificara debido a su ascendencia de alta cuna, era necesario que eligiera aquella que convertiría en su insignia.
Él había elegido un dragón blanco, y quizás esperaba que, por ser su hijo, elegiría algo parecido, algo que se identificara con el poder.
Sin embargo, Jareth lo tenía claro; quería una lechuza. Había algo en su enigmática mirada y el sigilo en su vuelo, sobrio y contundente, que lo había convencido de que era así como quería que se recordara su reinado.
Además, volar, junto con la música, se habían convertido en las únicas maneras de calmar su humor volátil.
Su padre podría no estar muy de acuerdo en su elección de escudo de armas, pero ni siquiera él podría discutir lo conveniente que era una lechuza para hacer tareas de exploración sumamente cuidadosas, incluso en terrenos yermos donde cualquiera podría ser fácilmente descubierto.
Solo tenía que cuidarse de las aves JubJub, aunque no necesitaba estar demasiado alerta, hacían tanto ruido que tendría tiempo de sobra para reaccionar y detenerlas o esquivarlas.
Llevaba casi dos horas sondeando el lugar, esperaba encontrar algún tipo de precario ejército improvisado, pero las tierras salvajes estaban tan inhóspitas como siempre, o tal vez eso debería ser lo extraño.
Decidió volver al campamento, encontrando a los muchachos más inquietos que como los dejó.
—No hay nada —les dijo, recobrando su apariencia —. No puedo encontrarla, es como si se hubiera desvanecido.
—¿Será que fueron a las Tierras Superiores? —preguntó Aqquin de Atlántica, consiguiendo que lo miraran —. Bueno —agregó, cohibido por la súbita atención que le prestaban —, mi abuelo me dijo que las Tierras Salvajes no han sido reclamadas por nadie porque nadie ha podido mantener estable la magia que fluctúa ahí y provoca cosas raras, y que también se puede usar para cruzar entre mundos.
—¿Eso es verdad? —preguntó el príncipe Julers.
—La teoría dice que es por algún tipo de mineral, que en realidad hay en muchos lugares, solo que aquí es más abundante —explicó Michael de Andalasia—. Hay un pozo en el castillo de mis padres con material suficiente para llegar a las Tierras Superiores.
Jareth se cruzó de brazos. La inocente pregunta del joven príncipe tritón le había dado una perspectiva que no había considerado.
—Depende de su polaridad también —dijo con seriedad —. Pueden subir, a las Tierras Superiores, o bajar a las Tierras Umbrías.
—¿Qué son las Tierras Umbrías? —preguntó de nuevo el príncipe Julers, empezando a molestarse por su poco dominio del tema.
—Se dice que es el lugar a donde van los muertos —respondió Michael de Andalasia—. Pero a diferencia de las Tierras Superiores, una vez que se entra, ya no hay manera de salir.
—¿Entonces cómo saben que existen? —insistió Julers de Narnia.
—Porque sí hay una manera de salir.
Jareth había captado de nuevo la atención de todos.
—Pero es magia oscura.
Se giró hacia Julers de Narnia, tenía que decirle que era el único que no podría seguir el camino, al ser enteramente humano, no estaba seguro si moriría, o se convertiría en un espectro o algo así, nada más entrar. Aqquin, por ser un tritón estaría bien, y la magia latente de Michael lo protegería, aunque la falta de entrenamiento de ambos podría ser más problemática que de útil.
—No sé si Iracebeth de Crims haya sido capaz de dominar una magia así. Mi don de videncia me permite explorar las Tierras Superiores, pero no las Tierras Umbrías, y en vista que de que no tengo un rastro, solo existe la posibilidad de que haya bajado.
—Entonces. ¿Cuál sería el plan? —preguntó Aqquin de Atlántica.
—Tienen que volver al castillo, buscar el grimorio de Narissa y traer a mi tía. Si sus familias enviaron algún tipo de ayuda, deberían rodear el páramo, por si algo llegara a salir.
—¿Y usted qué va a hacer? —preguntó el príncipe Julers con ligera hostilidad al verse desplazado como líder de la expedición.
—Soy el único que puede bajar. No soy humano.
Nadie pudo contrariar ese argumento.
—¿Y qué hago con el grimorio? —preguntó Michael de Andalasia —. Yo no sé usarlo.
—Pero la reina Mab sí, ella sabrá qué hacer.
El único inconforme con la repartición de tareas era el príncipe Julers, sin embargo, no encontraba manera de organizar un mejor plan que ya no se resumía a rescatar a la Reina Blanca de su desquiciada hermana, lo que parecía fácil si se trataba de tajar con la espada a cuanta bestia se interpusiera. Sintió que gruñó, y antes de subir a su caballo, desató el cinturón en el que llevaba la espada, tendiéndosela al rey.
—Esta es una de las únicas tres espadas mágicas que quedan en Narnia —le dijo —. Resiste cualquier encantamiento que pretenda debilitarla, y sin importar nada, jamás perderá el filo.
Jareth, dubitativo, la aceptó. No era su primera opción en cuanto a defensas, pero no pretendía ofender la pobre sensibilidad de un muchacho al que había mandado de vuelta a su casa, denotándole su debilidad. De cualquier forma, nunca estaba demás tener un recurso de fuerza bruta.
Los tres príncipes montaron sus caballos y llamaron al Bandersnatch para que fuera con ellos, pero la criatura se negó en rotundo.
—Cuando puedan convencer a un Bandersnatch de hacer algo que no quiere, seguro que conquistan el mundo —les dijo, dándoles la espalda y volviendo a convertirse en lechuza, con el inmenso animal corriendo detrás de él, llevando la espada del príncipe Julers.
Chapter Text
Encontrar el punto más alto, con la polaridad adecuada para bajar a las Tierras Umbrías supuso un problema más complejo de lo que había planteado a los muchachos, que seguramente estaban convencidos de que sabía en dónde había una puerta o algo.
Encontró rastros de algunos rituales; círculos mágicos viejos, estructuras de piedra que quizás fueron adoratorios improvisados, restos de campamentos que seguramente pertenecieron a contrabandistas.
Esas tierras pertenecían legalmente a Underland, pero en la teoría nadie lo vigilaba ni controlaba, así que, pese al peligro, no era raro que caravanas de contrabandistas, grupos de mercenarios e incluso ladrones se sintieran cómodos ocupando espacios hasta que alguna bestia salvaje aparecía.
En todo caso, incluso las criaturas eran lo de menos, lo que hacía a esas tierras increíblemente complicadas de desarrollar, era justo lo que había discutido con los chicos: la apertura aleatoria de portales a las tierras superiores.
Nadie querría vivir en un lugar en el que un día mientras te estás tomando un baño, de pronto acabas en la sala de estar de una maestra de secundaria en Exeter.
Le divertían esas novelas que se vendían como ficción romántica; siempre que el visitante tuviera un poco de decencia, un poco de encanto y fuera un buen mentiroso, siempre se podía vender la historia de un héroe o príncipe perdido y conseguir un final feliz.
Era increíble como ese fenómeno mágico había creado un género o literario tan popular que se creía exclusivo de mujeres por la simple razón de que contrabandistas, mercenarios y bandidos eran casi siempre hombres.
Estaba completamente seguro de que muchos otros simplemente se habían vuelto criminales, pero en lo personal, encontraba cierto encanto en los que preferían reinventarse.
Volvió a cambiar de forma, había una tenue señal ahí y enarcó una ceja al examinar la disposición de las rocas; aunque derruido, aun se encontraba bastante diferenciado el crómlech. Sacudió un poco la única que aun estaba de pie; los grabados eran apenas distinguibles; el sol, el viento y la lluvia lo habían desgastado y ni siquiera era distinguible que ahí hubo una escritura, pero como no se trataba de ningún hechizo de ocultamiento bastó un poco de su videncia para distinguir uno de los símbolos.
Dejó escapar un suspiro.
Pensó de nuevo en los afortunados protagonistas de esas novelas; una oficinista ocupada, una maestra divorciada, una chica dulce que hornea pasteles por encargo. Todo eso parecía tan hermoso.
Con menor frecuencia esos bastardos acabarían en una situación diametralmente opuesta, muriendo nada más respirar el miasma de las Tierras Umbrías antes de siquiera encontrarse de frente a un espectro, y menos aún con alguna otra clase de no muerto, pero ahí estaba él, que acababa de encontrar una puerta al territorio del Gran Señor Draugr del Oeste.
Sin embargo, estaba demasiado cansado, había pasado todo el día inspeccionando el territorio. Volvió a convertirse en lechuza y se acomodó en un recoveco para no llamar la atención de ningún grupo, dormiría mientras el bandersnatch lo encontraba.
El sueño llegó pronto a él, pero lo hizo de una forma inquietante.
En primera instancia, estaba consciente de que se trataba de un sueño. Pese a no ser humano, sus ciclos de vigía y sueño eran normales. A veces eran recuerdos de su infancia y juventud, aunque a causa de su don de videncia con más frecuencia se trataba de sueños simbólicos y por su responsabilidad como rey, también tenía sueños en los que se le ocurrían una gran cantidad de soluciones a problemas.
Pero este sueño era distinto, sucedía que ese sueño no era suyo.
Caminó entre las ruinas de una ciudad que le era familiar de alguna manera, en su versión más decadente. Oscura, húmeda, sin ninguna señal de vida hasta donde alcanzaba la vista.
Caminó por las calles, manteniéndose alerta pero en la necesidad de averiguar lo que fuera que debía de aprender de quien le estaba compartiendo esa visión.
Le sorprendió percibir un aroma, esa clase de lucidez requería un poder no solo destacable, sino increíblemente preciso. Era algo dulce, horneado.
—¿Tartas? —preguntó en voz alta, escuchando un eco poco propio de una ciudad como en la que estaba.
En respuesta, el viento sopló intensificando ese aroma, como si le indicara el camino.
Jareth se apresuró, esto debía de estarle costando mucha energía a su creador y no sabía cuánto podría aguantar. Le molestaba andar con prisa, pero seria peor no recibir el mensaje, no estaba en condiciones de rechazar cualquier ayuda.
El ruido de sus botas en las baldosas de piedra y los charcos era lo único que se escuchaba. Pronto llegó a lo que le pareció el único local en pie en lo que podría haber sido una plaza, y le pareció absurdo que, con todo lo demás destruido y medio enmohecido, no solo estuviera en pie, sino que los cristales estaban completos, limpios y el exhibidor bien iluminado.
Era una pastelería, y pese a todo el espacio disponible en el escaparate, únicamente había un biombo de cristal en el que descansaba una única tarta decorada con una hoja de menta y letras de glaseado blanco que contrastaban con la capa de mermelada: cómeme.
Entro al local haciendo sonar una campana, de las que anunciaban a los clientes. Le sorprendió que, pese a todo, el resto del local no estaba en condiciones distintas al exterior; los otros anaqueles estaban destruidos, y si hubo alimentos ahí, ya se habían degradado por completo.
Volvió su atención a la única tartaleta quitándole el biombo y sintió un impacto impresionante, en primera instancia como cuando se abría un horno caliente, con el inconfundible olor de las cosas dulces horneadas, pero también había magia ahí. Mucha magia.
Volvió a leer el glaseado.
Cómeme.
Si tuviera unos ocho años, probablemente lo hubiera hecho sin cuestionar. Pero era un hombre adulto bastante versado en magia, él mismo había regalado comida encantada más de una vez, así que no había manera de que no encontrara sospechoso todo eso.
Sintió un temblor, y al mirar por la ventana, se dio cuenta de que el sueño estaba colapsando. Sus pensamientos volaron, intentando determinar qué era la magia que estaba concentrada en ese postre.
¿Un veneno? ¿Una poción para dormir por siempre? ¿Lo convertirían en humano? ¿En un monstruo?
Todo afuera empezaba a volverse polvo para enseguida sumirse en la oscuridad, la nada avanzaba lenta pero absolutamente; el creador del sueño estaba en su límite.
¿Por qué se tomaría tantas molestias?
El cristal del exhibidor se rompió, los fragmentos de cristales flotaron un instante antes empezar desvanecerse, y la única luz que había se apagó.
Jareth sintió algo helado en la boca de su estómago, sus piernas entumecidas y solo esa tarta en sus manos: cómeme.
Y así lo hizo.
Primero, la corteza de mantequilla crujiente con azúcar caramelizada. Luego, la mermelada de fresa tibia y pegajosa, y finalmente, un subidón de energía mágica.
La sensación de estarse congelando desapareció, y en la absoluta oscuridad que lo envolvía, él brillaba.
Anonadado por lo que ese mordisco había logrado, mucho más contundente que todas las estrategias que había intentado desde que se dio cuenta de que estaba perdiendo su magia.
Cualquier mago ocupaba su magia en mayor o menor medida cada día, pero se podía recuperar con comida y descanso. Pero su caso era distinto, su cuerpo había sido como un barril mal sellado en el que su poder se filtraba constantemente aunque no hiciera nada, y aunque podía tomar de otros un poco para seguir haciendo trucos que disimularan su condición, la pérdida era inminente. Sin embargo, esa tarta había logrado lo imposible, sentía no solo la energía por sí misma, sino cómo se estaba restaurando.
Solo había dado un mordisco, tenia poco más de la mitad todavía en la mano, y en contra de su buen juicio, decidió comerse el resto, incluso la hoja de menta.
Pensó que de menos tendría que haberlo hecho despacio porque le provocó una sensación de reflujo de magia que le obligó a encogerse un poco, cerrando los ojos.
—Gracias.
Jareth abrió los ojos al escuchar una voz en donde no debería haber nadie.
Frente a él había una mujer vestida elegantemente en blanco y oro. Su pelo rubio estaba recogido, pero destacaba más su corona, lo que inevitablemente le hizo enderezar la postura, aunque sentía que el nuevo poder tiraba de sus entrañas.
—¿Por qué? —preguntó.
—Por confiar.
Jareth no podía decirle que fue por pánico, sabía que ese sueño no era normal y pocas cosas podrían ser peores que quedar convertido en una lechuza inconsistente por el resto de su vida. Prestó un poco más de atención, estaba seguro de que la conocía, pero el nombre no acudía a su mente. Como si la mujer adivinara su problema, inclinó muy levemente la cabeza.
—Elsemere de Underland —dijo ella.
Entonces Jareth lo recordó, era la madre de Mirana.
—Jareth de Underground —respondió.
—Lamento no tener tiempo para formalidades, pero esto es todo lo que me queda de magia. Espero pueda ser de utilidad.
Jareth sintió un velo de vergüenza, no era de hacer pruebas excesivas de afecto o gratitud, pero esa mujer acababa de salvarlo de una manera que parecía estar subestimando.
—Le prometo que llevaré a Su Majestad de vuelta al castillo sana y salva.
La reina, que empezaba a volverse traslúcida, le sonrió con calidez.
—Gracias, pero quisiera pedirte ayuda para mi otra hija.
—¿Iracebeth? ¿Está aquí también?
—Esa tonta hija mía, por favor, no la abandones…
Jareth no hizo el intento de alcanzarla. La reina Elsemere llevaba años muerta. Se trataba solo de un recuerdo, una memoria mágica hecha tiempo atrás para reaccionar a alguna situación. Estaba seguro de que esa tarta debía ser para alguna de sus hijas, pero las circunstancias lo habían puesto a él en el camino.
Despertó en su forma humana, y lo primero que vio fue al bandersnatch agazapado frente a él, con sus ojos atentos, como si entendiera lo que acababa de suceder o al menos solo lo intuyera.
Agradeció que no empezara a lamerlo para que volviera en sí y se incorporó para valorar la situación de su cuerpo y magia, descubriendo que tenía en la mano un collar que, estaba seguro, era de Mirana.
Definitivamente la tarta debía ser suya.
¿Lo habría dejado a propósito? ¿O se le había caído por accidente?
En todo caso, ahora estaba seguro de que era el camino correcto, y era momento de bajar.
Notes:
Solo un pequeño recordatorio de que no estoy considerando la segunda película de Burton en su trama, aunque como ven, rescato a la madre de las reinas.
¡Gracias por leer!
Chapter 9: El Gran Señor Draugr del Oeste
Chapter Text
El aire era denso, como si cada inhalación tuviera que tragarla. A su lado, el Bandersnatch avanzaba pesado, su pelaje erizado, oliendo lo que él ya había percibido en sus visiones: las Tierras Umbrías no eran un lugar para los vivos.
Los ecos de rugidos, lamentos y chillidos de bestias deformadas resonaban en la lejanía, pero no se acercaban, al menos aún no.
Sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, aunque no de forma natural, debió usar magia para poder penetrar el denso velo de las Tierras Umbrías. Aunque había leído bastante del tema en su juventud, nunca había bajado, así que no estaba completamente seguro de qué podía esperar, más allá de lo que estaba de manual; criaturas del vaso astral, espectros, monstruos…
Escuchó los chillidos de las aves JubJub y el pensamiento de que quizás siempre pertenecieron a ese lugar pasó por su mente, solo así se explicaría por qué se consideraban extintas y de pronto aparecían para secuestrar a la reina Mirana.
De pronto, el Bandersnatch se detuvo. El pesado golpe de su cola golpeando el suelo, como hacia para tomar impulso lo puso sobre alerta. Jareth pronto entendió el motivo: había una barrera mágica a solo un par de pasos; y detrás de esa barrera lo que en un principio le parecieron ruidos a la distancia en realidad eran criaturas enloquecidas chillando y bramando, solo que el ruido se sofocaba por la barrera.
Pensó en todas las posibilidades por las que estuviera ahí esa barrera, y de todas, la peor se acercaba a paso lento y pesado:
El Gran Señor Draugr del Oeste.
En toda su vida, había visto a varios no muertos, pero incluso él no tenía esa especialidad en la magia, podía devolverlos a su tumba con un toque en la frente.
Pero este estaba en otro nivel. La peste de la putrefacción se incrementaba a la vez que sus pasos hacían temblar la tierra.
Era majestuoso, pero de una forma perturbadora. Su cuerpo no era del todo sólido: parecía un espectro enfundado en una armadura corroída, con jirones de un manto regio ondeando sin viento. La calavera asomaba parcialmente bajo un yelmo abierto, y de sus cuencas vacías emergía una luz verde mortecina. Aun así, se erguía con la firmeza de un soberano, el peso de siglos resonando en cada palabra.
—Rey de los Goblins —dijo, su voz como un eco que salía de una tumba—. Al fin alguien cruza mi frontera.
El Bandersnatch gruñó, no en amenaza, sino como quien reconoce a un viejo amo. Jareth lo entendió; esa bestia no era un intruso, era originaria de estas tierras, lo que significaba que quizás habría más. Criaturas que llevaba en su sangre el don de envenenar y purificar, herencia de un ecosistema donde la muerte y la vida cohabitan de forma radical.
La curiosidad por la forma en la que Iracebeth se había hecho con criaturas de las Tierras Umbrías se volvía más fuerte, a la vez que explicaba su abrupto incremento de poder que le permitió destronar a su hermana.
El Bandersnatch acabó por echarse, y Jareth apoyó la espada de Julers contra el suelo, el filo clavado en la tierra, como quien ofrece respeto sin inclinarse.
—Gran Señor Draugr. No vengo a invadir su dominio. Vengo en una misión para encontrar a la reina de Underland, Mirana de Marmoea, víctima de una desavenencia, me temo, con su propia hermana.
El espectro rio, un sonido que parecía arrastrar polvo y sonidos de huesos chocando.
—No necesito que me digas qué ha traído la locura a mis tierras, rey extranjero. Su nombre es Iracebeth de Crims. El veneno que emana de su alma no duerme.
Alzó un brazo, señalando al horizonte. Más allá de las bestias que rugían por salir, un bosque sumido en niebla púrpura.
—Ese veneno lo llamamos aquí Fuego de odio encadenado—continuó—. Nace cuando el tormento sobrepasa la carne. No tiene forma propia: se alimenta del resentimiento, se filtra en cada bestia, en cada cadáver, en cada sombra.
Jareth luchó por no mostrar nada en la expansión de su rostro. El concepto le resultaba perturbador y, a la vez, familiar. Su tía había tratado de enseñarle magia oscura, aunque él no se resistió por moralidad, sino porque en general ya estaba aburrido de recibir lecciones en escritorio y quería salir a experimentar por sí mismo.
—¿Y tú la has contenido solo? —preguntó, sin disfrazar su interés.
—Con cada día me debilito más —dijo Draugr—. No soy un dios, sino un guardián. No puedo abandonar estas tierras, ni los vivos cruzan estas fronteras con la frecuencia suficiente como para que la noticia vuele.
Jareth respiró hondo, sus dedos tensándose sobre la empuñadura de la espada narniana.
—¿Entonces puedo seguir mi camino, Señor Draugr?
El espectro bajó la voz, y por un instante sonó menos como el señor del territorio y más como un eco fatigado.
—Camina conmigo, rey de los Goblins.
Jareth entendió que lo iba a guiar, usando los eufemismos de protocolo para no socavar su propia autoridad en sus dominios, rebajándose a guía.
Y con el Bandersnatch detrás de ambos, penetraron la barrera.
Las criaturas no se arrojaron sobre ellos como pensó que harían, pero no aminoraron su furia.
—La furia no es contra ti —le dijo.
El aire denso se volvía más pesado al lado del cuerpo putrefacto del Gran Señor Draurg, cuya notable altura hacia parecer a Jareth pequeño. Pero avanzaban sin contratiempos, lo que significaba un alivio para el rey de los Goblins que se había hecho a la idea de abrirse paso con la espada de Julers.
—¿Cómo es que la princesa Iracebeth llegó a sus dominios, Gran Señor Draurg? —preguntó.
—Yo mismo la traje.
Jareth levantó las cejas. No entendía la lógica detrás de esa decisión que lo había puesto en tan precaria situación. El no muerto entendió sus dudas, era comprensible y sensato.
—La locura de esa mujer ha nublado su potencial por mucho tiempo. Rey de los Goblins, Iracebeth de Crims es posiblemente la más grande hechicera que ha tenido Underland en el último siglo. Las puertas empezaron a reaccionar y criaturas de mis tierras empezaron a salir… era como si las llamará. Así que era mejor traerla aquí, y funcionó por un tiempo. Pero su rencor crece, quiere que todos paguen por su dolor.
La colina que debieron subir solo empeoró la dificultad para respirar con normalidad, por eso no pudo preguntar nada más.
Sin embargo, se le olvidó lo que quería saber cuándo un anillo de fuego verdoso iluminó el lugar, incluso debió volver a ajustar su visión, dándose cuenta de que en el centro de ese anillo estaba Iracebeth, dormida como la princesa de un cuento, con las manos enlazadas en su vientre.
—¿El sueño ayuda a controlarla? —preguntó.
—Yo no la he puesto a dormir— respondió el Gran Señor Draurg —. Ella misma impuso el sueño sobre si. Yo puse el fuego para disminuir su influencia. No puedo hacer más, no puedo acercarme.
—¿Majestad, Jareth?
Los dos reaccionaron a la voz que llamaba y en una enredadera de espinas la pálida figura de la reina Mirana los miraba.
Jareth corrió hacia ella, desenfundando la espada para cortar los gruesos tallos.
La reina gimoteo cuando el movimiento clavó aún más las espinas en su cuerpo. Aunque la voluminosa falda había protegido sus piernas, las mangas del vestido estaban deshechas y llenas de sangre.
—Cruzaste los límites de tu cuerpo—susurró el Gran Señor Draurg acariciando la cabeza de un ave JubJub justo por encima de donde estaba la reina, pero la criatura soltaba espuma por la boca, completamente inconsciente.
—De repente se desmayó —dijo la reina a modo de explicación—, y nos caímos.
Finalmente pudo salir de la enredadera, aunque debió recargarse en Jareth porque sus piernas estaban entumecidas. Él la sostuvo, profundamente agradecido de no tener que pelear contra un dragón liche o algo parecido.
Seguro los príncipes levantarían una ceja si se enteraran de que los mandó de regreso con preparativos para lo peor y para lo único que había usado una espada mágica era cortar un arbusto espinoso.
Sin embargo, Jareth recordó las palabras de la reina Elsemere, la súplica de no abandonar a su hija “tonta”. Su instinto lo empujaba a dejar a Iracebeth hundirse en su propio delirio, pero el deber pesaba más.
—Puedo entrar —dijo de pronto—. Es mi especialidad. Pero no prometo traerla de vuelta si ella se niega.
—¿Entrar a dónde? —preguntó Mirana.
—A la fantasía de Iracebeth.
—Si no puedes detenerla, solo dame una abertura para acabar con su vida.
Mirana se tensó, sujetando con fuerza el brazo de Jareth.
Ella misma no tuvo valor para matar a su propia hermana.
—Pe-pero… ella…
Jareth dejó escapar un suspiro.
—Majestad, Iracebeth está provocando un problema mayúsculo. Dejarla ser no es una opción.
El rey Goblin hizo ademan de soltarse para dirigirse al anillo de fuego, un embargo, ella no lo soltó, por el contrario, lo sujetó con más fuerza.
—Yo también voy.
Quizás fue reflejo del fuego, la niebla violeta o la sangre seca, pero en ese momento le dio la impresión de ser una mujer completamente diferente, una que incluso se había olvidado de hablar bajo y agudo.
Y una que no estaba pidiendo permiso, le estaba informando.

Lumeriel on Chapter 1 Fri 06 Oct 2023 11:48PM UTC
Comment Actions
Kusubana_Yoru on Chapter 1 Sun 08 Oct 2023 08:41PM UTC
Comment Actions
Lumeriel on Chapter 2 Fri 06 Oct 2023 11:58PM UTC
Comment Actions
Kusubana_Yoru on Chapter 2 Sun 08 Oct 2023 08:39PM UTC
Comment Actions
Lumeriel on Chapter 3 Sun 08 Oct 2023 10:36PM UTC
Comment Actions
Kusubana_Yoru on Chapter 3 Thu 12 Oct 2023 12:41AM UTC
Comment Actions
Lumeriel on Chapter 4 Sun 08 Oct 2023 11:07PM UTC
Comment Actions
Kusubana_Yoru on Chapter 4 Thu 12 Oct 2023 12:42AM UTC
Comment Actions
Lumeriel on Chapter 5 Mon 09 Oct 2023 05:28PM UTC
Comment Actions
Kusubana_Yoru on Chapter 5 Thu 12 Oct 2023 12:45AM UTC
Comment Actions
Lumeriel on Chapter 6 Mon 09 Oct 2023 06:12PM UTC
Comment Actions
Kusubana_Yoru on Chapter 6 Thu 12 Oct 2023 12:47AM UTC
Comment Actions
Lumeriel on Chapter 7 Tue 10 Oct 2023 12:32AM UTC
Comment Actions
Kusubana_Yoru on Chapter 7 Thu 12 Oct 2023 12:48AM UTC
Comment Actions
Lumeriel on Chapter 7 Tue 10 Oct 2023 12:23PM UTC
Comment Actions
Kusubana_Yoru on Chapter 7 Thu 12 Oct 2023 12:51AM UTC
Comment Actions