Actions

Work Header

Vínculo de sangre

Summary:

Aemond está cegado por los celos. Oír cómo Luke anuncia a viva voz su compromiso matrimonial lo saca de quicio. Lo que él no sabe es que cuando Luke declara que no está libre, en realidad se refiere a la promesa que ambos se habían hecho desde niños, cuando aún jugueteaban juntos por la Fortaleza Roja.

Mientras ascienden al cielo plagado de relámpagos, Luke le grita por encima del rugir de la tormenta:

—¡Es contigo con quien me quería casar!

Chapter 1: 1 | Lucerys

Chapter Text

El salón circular de Bastión de Tormentas es grande, oscuro e imponente. Por entre la estrecha abertura de las ventanas se oye el retumbar lejano de los truenos y muy de vez en cuando, un relámpago ilumina la estancia con su fría luz azulada.

A pesar de que el salón se encuentra abarrotado de personas, con la imponente presencia de Lord Borros Baratheon presidiendo la reunión, la figura alta y delgada de su tío Aemond Targaryen absorbe toda la atención de Lucerys.

No se han visto desde el incidente en Marcaderiva, cuando ambos eran todavía unos niños, pero para Luke la presencia de su tío sigue siendo tan atrayente como peligrosa. Resalta en la oscuridad del salón, entre los atuendos grises y sobrios, a pesar de vestir de pies a cabeza de riguroso negro. Su cabello platino tiene la iridiscencia de una tormenta y toda su figura es como un rayo rasgando el cielo. Le resulta eléctrico hasta tal punto que se siente atraído a su campo gravitacional, a pesar de saber que es nocivo y peligroso.

Luke siempre se ha sentido así con él, como aturdido, como una polilla que vuela demasiado cerca del cielo. Había sido su figura de admiración cuando niño, el chico mayor, demasiado serio para su edad, y por lo mismo era a quien recurría cada vez que tenía un problema.

Ahora Luke lo mira y siente que su tío se encuentra tan lejos de aquel muchacho… Algo había ocurrido entre ellos y no era solamente el incidente del ojo. Entre ellos se abre un abismo insalvable, Luke lo nota al percibir cómo su mirada llena de rencor arde sobre su piel, y es un dolor tan intenso que apenas es capaz de hilar sus pensamientos correctamente. Se mira la palma de la mano y ve la marca de una cicatriz que la recorre de un extremo a otro.

—¿Y bien, niño? —oye que gruñe Lord Borros—. ¿Con cuál de mis hijas te casarás?

La pregunta es tan sorpresiva que deja a Luke congelado. Su mirada se desvía por inercia hacia Aemond, quien tiene el ojo derecho fijo en él, a la expectativa, como un animal de caza listo para saltar sobre su presa. 

Titubea, sus pensamientos lo traicionan y lo transportan al pasado, a una escena que ha quedado grabada en su mente, incrustándose como un alambre al rojo vivo. Siente la mano de Aemond sosteniendo la suya, ve la sangre fluir entre sus dedos y la voz de Aemond susurrando una promesa tonta e infantil que de seguro ya ha olvidado.

—No soy libre para casarme —dice mientras vuelve la vista al frente—. Ya estoy comprometido. —Y su mirada traicionera vuelve a perderse en la figura de Aemond, como si tuviera vida propia.

Nota cómo el ojo derecho de su tío se estrecha, como si evaluara la situación, y luego baja la mirada y aguarda en silencio, pero Luke nota su molestia, la percibe en el aire encerrado de la estancia como algo denso y oscuro que emana de su cuerpo, casi como si fuera algo material.

—De modo que has venido a mis estancias con las manos vacías —señala Lord Borros, acaparando de momento la atención de Luke—. Vuelve a casa, cachorro. Y dile a tu madre que el señor de Bastión de Tormentas no es un perro al que puede llamar para enfrentarlo a sus enemigos.

—Le llevaré su respuesta a la reina, mi señor.

Luke, advierte el peligro. La llama está a punto de encenderse, y mientras salta la mirada desde Lord Borros a Aemond, no puede evitar pensar que la molestia de su tío se debe a la vergüenza que siente por él, a la deshonra que significa alguien como él en la familia Targaryen.

Luke ha pasado demasiado tiempo aborreciendo sus indomables rizos oscuros y sus penetrantes ojos verdes, sabiendo que su sola existencia significa una mancha negra en su familia.

Aemond no dice nada, pero Luke es capaz de adivinar sus pensamientos.

No eres suficiente.

Y Luke se empequeñece con cada respiración, absorbido por la monumentalidad de la estancia, por los ojos extraños que lo juzgan, por el familiar ojo violáceo que lo desprecia.

Jace siempre le dice que es demasiado sensible, que no debería dejarse influenciar por la opinión de los demás, que sin importar el tono oscuro de sus cabellos ellos son de la sangre del dragón. Pero Luke no puede evitar sentir demasiado. No cree ser cómo Jace, no cree ser como los demás señores del reino. Él tiene el corazón demasiado expuesto.

Por eso la voz de Aemond le resulta insoportable, la ponzoña que se filtra por su lengua, la violencia que destilan sus palabras.

—Alto ahí, mi señor Strong —le dice Aemond con voz suave y calma.

—He venido como un mensajero, tío. Si lo que buscas es una pelea, no la encontrarás conmigo.

—Una pelea sería un reto inútil —murmura Aemond en tono despectivo. Y a Luke le duele cada una de sus palabras, siente como el dolor se dilata en su interior, tanto, que resulta insoportable—. Quiero uno de tus ojos —exige, lanzándole su puñal—, en retribución por el mío.

A Luke se le acelera la respiración y siente cómo se viene abajo. Aquello había sido un error, un error de la niñez, un error del pasado. Aun así, sabe que Aemond jamás lo perdonará y le duele saber todo lo que ha perdido junto a él.

Ve cómo Aemond avanza, retrocede e instintivamente saca la espada que cuelga de su cinto, a pesar de saber que sería inútil en una pelea abierta contra uno de los hombres más peligrosos del reino.

—¡Aquí no! —grita Lord Borros poniéndose de pie—. No se derramará sangre bajo mi techo. —Aemond se detiene, pero Luke nota el brillo febril y furioso que se refleja en el violeta de su ojo derecho—. Escolten al príncipe Lucerys hasta su dragón.

El tiempo transcurre demasiado rápido. En un abrir y cerrar de ojos ya se encuentra cruzando las puertas del castillo, ya atraviesa el patio en busca de su dragón y siente la lluvia mojándole el pelo y recorriendo sus mejillas como si fueran lágrimas. Luke desearía que lo fueran, para así poder liberar ese puño de hierro que le cierra la garganta.

Su corazón tiene una grieta y la tormenta se filtra a través de él y lo hace estremecer.

Arrax le da la tranquilidad que necesita. Su dragón percibe su dolor y alarga el cuello hacia él, sabiendo que el contacto de su piel escamosa lo reconforta. Es demasiado tarde cuando se percata de los pasos fuertes y decididos que se acercan a él, cuando escucha el grujir de la gravilla bajo un par de botas. De pronto es tomado del antebrazo y es obligado a girarse, y se encuentra frente a frente con la mirada dura de Aemond. 

—Te veo demasiado complacido con ese compromiso, sobrino —le escupe. Luke no puede evitar pensar que se refiere a su bastardía, a que es indigno que alguien como él aspire a mezclar su sangre con alguien de pura ascendencia valyria como Rhaena—. Dime, ¿piensas que tu matrimonio con la hija de Daemon será un éxito? —Aemond ejerce presión sobre su brazo, aprieta los dedos con tanta fuerza que Luke ve cómo sus nudillos se ponen blancos.

Se niega a mostrar cualquier signo de debilidad, tira el brazo y deshace el agarre de Aemond. A su espalda, Arrax se alza en toda su altura, emitiendo un gruñido de advertencia, pero Aemond solo suelta una risita ahogada.

—¿Piensas que tu pequeño dragón me va a intimidar? —A lo lejos, fuera de la muralla de Bastión de Tormentas, Vhagar lanza un rugido—. Tienes una deuda conmigo, niño.

—No hay deudas entre nosotros. Así como tampoco lazos.

Luke retrocede y se sube a su dragón. Se mira la palma de la mano, donde resalta el bulto blanquecino de la antigua cicatriz y vuelve a ver la sangre fluyendo entre sus dedos, manchando los dedos largos y delgados de Aemond, perfumando el aire con su notas metálicas.

Ahora esa marca parece burlarse de él.

Promesas.

Mentiras.

Tiene que pasarse las manos por la cara para evitar ponerse a llorar, porque en ese momento siente que hay demasiadas grietas en su corazón y que corre el peligro de desmoronarse. Se agarra a su montura y grita «¡Vuela!» en alto valyrio. El dragón toma impulso y a los segundos lo transporta por el aire húmedo y cargado de electricidad de la tormenta.

Por un instante se siente perdido. La tormenta es cerrada y oscura, como su corazón. Las nubes ensombrecen el mundo al igual que su dolor, y a Luke no le importa ir dando tumbos por el aire. ¿Qué más da si se pierde? Ya lleva tanto tiempo perdido…

Aemond ha olvidado lo que le había prometido años atrás. Ahora la resolución febril que brilla en su mirada es la certeza de la muerte y no el sentimiento que los unió antaño. Luke sabe que solo el amor puede doler así, que solo el amor es capaz de esconder tanto veneno en una sonrisa, como una serpiente escondida en la hierba.

De pronto siente el batir de unas alas enormes tras él, la reverberación de la garganta de una bestia, acechándolo. Gira la cabeza para divisar a Vhagar ascendiendo al cielo en su caza y Aemond, pálido y serio, montado en su lomo. Ahora su pelo está mojado por la lluvia, se ondula y enmaraña con el viento, pero sigue siendo lo más magnético que ha visto y sus ojos se reúsan a alejarse de él.

—¡No huyas de mí, niño! Aún no hemos terminado tú y yo —le grita Aemond, alzándose en su montura para hacerse escuchar—. ¿O es que vuelves a esconderte detrás de las faldas de tu prometida? —Suelta en medio de una carcajada—. ¿Es con ella con quien te quieres casar?

—¡Es contigo con quien me quería casar! —grita Luke, pero sabe que los truenos han apagado sus palabras, porque siempre es así.

Luke siempre es eclipsado por algo más. Luke nunca es suficiente. No encaja. Su aspecto no es el adecuado. Su carácter no es el que se espera de un príncipe. Es demasiado dulce, débil, sensible… A diferencia de Aemond que posee una presencia capaz de silenciar un salón entero, capaz de quitar el aliento.

Chapter 2: 2 | Aemond

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Un relámpago rasga el cielo oscurecido por la tormenta. Arrax toma una corriente de aire ascendente y en un parpadeo se pierde entre las nubes, llevándose con él a Lucerys. Perderlo de vista es como perder el sol, y solo en ese momento Aemond es consciente del agua que le cae en el pelo, le salpica la cara y le empapa la ropa.

Por un segundo evalúa dar la vuelta y regresar a la comodidad de Bastión de Tormentas, a las lisonjearías de Lord Borros, a la vanidad de sus hijas y las conversaciones superficiales de sus banderizos, pero el corazón le late frenéticamente y la sola idea de alejarse nuevamente de Lucerys Velaryon se le hace insoportable.

Se desconoce a sí mismo, no sabe qué le pasa. Intenta volver a ese estado donde no siente nada, donde la vida es una sucesión de obligaciones, donde no existe el deseo, pero no puede. Está descontrolado, fuera de foco.

Vhagar debe percibir su estado anímico, porque su vuelo se vuelve errático. Y a medida que la lluvia se transforma en un aguacero, Aemond es más consciente del frío que lo envuelve, tiembla y no puede evitar pensar que se debe a la ausencia de Luke.

De hecho, ha llegado a pensar que quizá, todos esos aburridísimos años de estudio y preparación en la capital se habían vuelto así de grises luego de que Luke se marchara, porque tiene la sensación de que cuando él estaba a su lado, el mundo era más cálido.

No está seguro de cuando Vhagar percibe la presencia del otro dragón, quizá le llega su olor, pero la observa virar hacia la derecha y volar con mayor ahínco, siempre ascendiendo, hasta que traspasan las nubes y alcanzan al dragón más joven en la cima de la tormenta.

Arriba la luz del atardecer es anaranjada y débil, y Aemond puede ver cómo saca destellos cobrizos del cabello oscuro de su sobrino. La capa de Lucerys flota a su espalda y cuando se gira para mirarlo, sus rizos negros ondean alrededor de su cara, salvajes, libres.

Aemond da unos golpecitos en el lomo de Vhagar y esta vuela hacia ellos. Se alinea con Arrax, acoplándose a su velocidad, y ambos se dedican a deslizarse suavemente sobre las nubes. Abajo, la tormenta se ha desatado, pero ellos encuentran un lugar de calma, a pesar de que solo es un espejismo.

El silencio es incómodo, pesado, y Aemond no sabe qué hacer ni qué decir para evitar que el hechizo se rompa. Solo sabe que no quiere volver a perderlo.

—Luke —empieza—. Sobre lo que dijiste en la tormenta…

—¡Olvídalo! —dice Luke con la vista al frente, negándose a mirarlo—. No era importante.

—Lo oí. Apesar de los truenos, la lluvia y el viento, te oí Luke.

Ahora su sobrino ladea el cuello en la otra dirección y Aemond solo puede ver el suave movimiento de sus rizos. Vuelve estar en la Fortaleza Roja, seis años atrás, cuando ambos no eran más que unos críos que sufrían debido al peso de las espadas y los golpes recibidos en cada entrenamiento.

Ese día Ser Criston Cole los había hecho entrenar con los puñales; los reales, los que tenían filo. Aemond había perdido la concentración, había errado un movimiento y la respuesta de Luke había sido demasiado tardía. Su puñal terminó haciéndole un corte en la palma de la mano que él había levantado con la intención de parar el golpe.

Luego de eso había huido del patio a la carrera y nadie lo había podido encontrar; nadie excepto Aemond.

Jacaerys no conocía los escondites de la Fortaleza Roja, porque nunca había tenido la necesidad de esconderse, y Aegon no tenía ningún interés por encontrar a Luke. Sólo Aemond era capaz de entender lo que sentía su sobrino, y por eso sabía perfectamente donde buscarlo.

Cuando lo encontró en uno de los pasadizos oscuros de las despensas del castillo, estaba medio culto detrás de un barril de cerveza, con las rodillas pegadas al pecho, aferrándose con fuerza la mano herida. Aemond se había acercado despacio, para no asustarlo, y había tosido para hacerse notar.

—Madre quiere comprometer a Jacaerys con Helaena —había dicho Luke de pronto.

Aemond no podía verlo de frente, sólo alcanzaba a ver sus rizos oscuros moviéndose debido a los espasmos de su cuerpo, probablemente producto del dolor.

—Sí, lo sé. Oí a mi madre comentarlo. No estaba muy convencida al respecto.

—Si ha propuesto eso, quizá ya tiene en mente a alguien para mí —había soltado Luke.

—¿Y eso te molesta? Algún día tendrás que cumplir con tu deber.

—¡No me quiero casar! —había respondido con un grito fiero. Cuando se había dado la vuelta para mirarlo, sus ojos verdes brillaban de determinación—. Quiero seguir aquí, con mi madre, mi hermano, contigo. —Había hecho un gracioso mohín con los labios y Aemond no había podido evitar pensar que era una chiquillada.

Sin embargo, a pesar de que había mantenido el ceño fruncido en todo momento, el berrinche de Lucerys había conseguido que relajara su expresión y soltara un suspiro. Su sobrino a veces podía ser un verdadero incordio, un niñato que nunca terminaba de entender las reglas y al que se le permitía todo tipo de licencias. Aemond no sabía si Luke todavía no entendía la responsabilidad de su posición o no quería entenderla.

Se había acercado a él y se había sentado a su lado, con la espalda apoyada en el mismo barril en el que se apoyaba Luke.

—Déjame ver —había pedido, extendiendo la mano. Poco a poco, con la cautela de un animal herido, Luke había alargado la suya y le había permitido ver la herida—. Necesitas un maestre, a pesar de que fue un corte superficial.

—¿Qué tal si mi madre ya me ha comprometido y ahora planea enviarme lejos de casa?

Lucerys no parecía preocupado en lo más mínimo por el corte de su mano, su mente divagaba en otros problemas, y Aemond entendió por qué se había mostrado tan errático durante el entrenamiento.

—Yo le pediré tu mano —había dicho en un arrebato de locura, sin saber muy bien qué decir ni qué pensar en esos momentos. Solo quería hacer feliz a Luke—. Así no tendrás que irte a ninguna parte y podrás quedarte aquí, conmigo.

Luke había soltado una carcajada y sus ojos se habían iluminado de emoción, como a un niño al que se le da un dulce.

—Pero ya me hiciste el corte en la mano, como en una boda valyria. Ahora madre no podrá comprometerme ni mandarme lejos, ¿verdad? Aunque ahora es tu turno de sangrar.

Su turno de sangrar le había llegado un par de meses después, cuando volvieron a encontrarse en Marcaderiva, luego de que su media hermana hubiera decidido llevarse a toda su familia a Rocadragón, aunque no había sido exactamente la palma de su mano lo que decidió cortar Luke.

Al final ambos habían sangrado, pero eso no era suficiente como para simular unos votos de matrimonio…

Y ahora Luke está junto a él, seis años después. Luke que recuerda todo. Luke que ensombrece el mundo con su partida.

—Yo también lo recuerdo —admite, a pesar de que ni él mismo reconoce el grado de desesperación que hay en su tono de voz—. Lo que te dije esa vez, lo recuerdo.

Lucerys gira el rostro hacia él y ahora sus ojos brillan con fiereza. Aemond siente su mirada esmeralda deslizándose sobre él y el miedo crece en su pecho. Teme haber dado un paso en falso. Camina sobre hielo demasiado delgado y este se resquebraja bajo su peso, ahora está a punto de caer al agua congelada y el vértigo lo marea.

—Y aún así estabas en el salón de Lord Baratheon eligiendo entre sus hijas a tu próxima esposa —dice Luke. Su mirada lo juzga y Aemond cree ver dolor en ella.

—Tú también estás comprometido, ¿no lo recuerdas?

—Pero es con Rhaena. —Lucerys pone los ojos en blanco, toda su expresión corporal parece transmitirle que lo que acaba de decir es una estupidez—. Ella es mi mejor amiga.

—Aun así…

—Aun así.

Y la distancia crece entre ambos. Demasiadas heridas. Demasiadas cicatrices.

Ya no es como antes, ya no son unos niños. Aemond es un hombre, ya no está en edad de permitirse esa clase de jugarretas. Ahora hay demasiadas cosas en juego. Su familia, su madre, el trono… Sabe que debería volver con los Baratheon y asegurar su apoyo a cualquier costo en la guerra que se avecina, pero en lugar de dar la vuelta, hace que Vhagar gire levemente su cuerpo y se acerca todo lo posible al dragón de su sobrino.

—¿Qué es lo que quieres? —pregunta Aemond, y esta vez sí es consciente de la desesperación en su voz. Se siente al borde del abismo y piensa que en este punto, sería tan fácil dejarse caer—. ¿De verdad quieres que nos casemos?

—Ah, olvídalo. Todo ha sido una tontería. —Luke lo mira una vez más, tiene el ceño fruncido, pero Aemond sabe que no está enojado porque el dolor es transparente en su mirada—. Me voy a Rocadragón a transmitirle a mi madre la respuesta de Lord Borros —anuncia con voz decidida—. Probablemente la próxima vez que nos veamos será como enemigos, pero quiero que sepas que no es mi deseo hacerte daño ni pelear contigo. No lo era en el pasado ni lo es ahora.

—¡Luke, espera! La propuesta de matrimonio con Borros Baratheon no está cerrada —admite Aemond chasqueando los labios, mirándolo de reojo— Y además, sólo lo hice por Aegon, no siento nada por ella.

—Entonces por mí… —Luke lo mira, hay una emoción diferente que brilla en su mirada, pero su voz es un susurro débil y sus palabras terminan muriendo en sus labios.

Y Aemond no lo puede soportar más. Siente la necesidad de tocarlo, de estar con él y estrecharlo entre sus brazos. Quiere descubrir si Luke sigue teniendo el mismo olor frondoso a bosque en pleno verano, si todavía abrazarlo se siente como sumergirse en el océano y oír cómo el mundo deja de existir.

—Ven —ordena estirando la mano hacia él—. Sube a mi dragón.

—¿Qué?

—Si Arrax pudiera soportar el peso de ambos, créeme que ya me habría lanzado a su lomo. —Su brazo sigue extendido, su invitación sigue en pie—. Pero es demasiado pequeño para soportarnos, así que ven.

Luke titubea, pero finalmente tira de las riendas y su dragón gira hacia la izquierda, sube, y se posiciona sobre Vhagar. Todavía hay dudas ensombreciendo su rostro cuando desmonta y se deja caer. Aemond lo atrapa antes de que se desestabilice y lo guía hacia la montura, a pesar de que no hay espacio para dos jinetes y Luke termina sentándose a horcajadas sobre sus piernas.

Su cuerpo es ligero, pero sigue teniendo la familiaridad de antaño. Luke se ve nervioso, sus mejillas están enrojecidas y evita abiertamente mirarlo a la cara, pero Aemond no puede evitar sentir que el contacto con él es eléctrico y cálido, a pesar de la ropa empapada y del aire gélido. Estar con Luke tiene la misma la intensidad que ver un cometa atravesando la atmosfera.

—Lucerys —dice, y observa como su cuerpo da un respingo—. Yo no quiero casarme con la hija de Borros Baratheon.

—Yo no quiero casarme con Rhaena —responde Luke. Levanta la mirada y sus ojos se clavan en él, y son tan letales y certeros como una flecha—. Además… —calla de pronto, Aemond ve que tiene miedo, pero a pesar de ello se yergue y vuelve a tomar la palabra, más seguro de si mismo—. Además, yo ya estoy casado.

Notes:

¿Qué tal el capítulo? Al final resulta que voy a hacer un tercero.

Muchas gracias por el apoyo y los comentarios.

Chapter 3: 3 | Aemond

Chapter Text

Bajo sus pies la tormenta arrecia contra los acantilados de la Bahía de los Naufragios, y Aemond cree percibir el sonido casi apagado del mar embravecido, a pesar de que a su alrededor domina un silencio que es casi aterrador. El cielo del atardecer lentamente da paso a la noche. Las nubes, que antes se habían teñido de naranja y púrpura, ahora se tornan grises, blancas, fantasmales, a medida que la luz se disuelve en el mundo.

Solo las alas de sus dragones son claramente audibles. La gran reverberación en el aire que provocan las enormes alas de Vhagar, y el sonido más agudo, sibilante, de Arrax, quien vuela sobre sus cabezas negándose a apartarse de su jinete.

«Yo tampoco lo haría si fuera él» reflexiona Aemond.

la presión del cuerpo de Lucerys Velaryon sobre sus piernas, sorprendiéndose de lo ligero que es, de lo familiar que le resulta su compañía, de lo perfecto que calza su cuerpo con el suyo.

Vhagar asciende levemente y vuelve a bajar de golpe, haciendo que el cuerpo de Lucerys oscile sobre el suyo. Aemond lo toma de la cintura con fuerza para evitar que salga despedido en el aire, y lo siente tan delgado, tan, tan frágil…

Lucerys también se agarra a él, con los dedos casi enterrándose en sus hombros, probablemente producto del miedo. Aemond lo siente temblar, pero no está seguro de si se debe al frío o algo más…

Junto con el vértigo que le produjo el movimiento de su dragón, hay otro sentimiento más oscuro que se revuelve en las tripas de Aemond, un temor del que fue consciente mientras veía a Luke en el salón circular de Bastión de Tormentas, rodeado de cortesanos hostiles, temeroso pero leal a su madre. Y que luego no hizo más que crecer, cuando lo vio ascender al cielo plagado de relámpagos en aquel dragón tan pequeño e inexperto. Ahora Aemond siente algo indescriptible dentro de su pecho, como fuego corriendo por sus venas, de tan siquiera pensar en la posibilidad de que algo le ocurra a Luke.

Levanta la mano para apartarle un mechón de pelo oscuro de los ojos, le toma el rostro por el mentón y lo obliga a levantar la mirada. A pesar de que la luz casi se ha extinguido, puede examinar con lujo de detalles cómo ha cambiado con el paso de los años. Tiene un rostro simétrico, de piel lisa y suave, con unos ojos verdes que cuando lo miran directamente son como una puñalada, una nariz respingada y unas mejillas que se tiñen de un suave color rosa.

—Sé que debe parecerte una estupidez de niños —dice Luke, tan inesperadamente que Aemond no está preparado para recibir la calidez de su aliento—. Después de todo, fue hace tanto tiempo… Pero yo… —Y vuelve a callar. Tiene que llenarse de aire los pulmones para poder seguir y Aemond nota que batalla para no apartar su mirada clara de él—. Yo siempre he considerado que nosotros… que tú y yo estábamos juntos. ¡Ya sabes! —dice, como justificándose—. Fue un pacto de sangre, como una boda valyria que se sella con sangre y fuego.

Aemond vuelve a oír las mismas palabras, seis años después, y le parece mentira que Luke no las hubiera olvidado, que, por el contrario, siempre se las tomó muy en serio.

Aemond percibe el resplandor azulado y triste que tiñe los rasgos de Luke, y en ese momento es consciente de que la tarde ha dado paso a la noche, y que se trasportan en el aire frío mientras la luna se alza ardiendo en un cielo de terciopelo añil. Ante ellos se abre el cielo ilimitado de la medianoche y este parece señalar que su destino está lleno de posibilidades.  

—Esa vez dijiste que le pedirías mi mano a mi madre, para que así no tuviéramos que separarnos —vuelve a decir Luke, haciendo que Aemond se trague todas sus dudas—. A pesar de que mi madre me comprometió con Rhaena, yo siempre he considerado que ya estaba casado contigo.

—Tú siempre has tenido más valor que yo, desde niños… —confiesa Aemond con una sonrisa triste—. Quizá por eso la rabia me ha cegado durante tantos años… Te veía apartarte de mi lado, cada vez más lejos de mi alcance y yo…

—Nunca fue mi intensión irme, Aemond.  

—No sabía qué hacer para traerte de vuelta, ni tampoco si querrías venir. —Aemond se pasa una mano por el pelo en un gesto de innegable frustración y suelta un bufido furioso—. Es que no tiene sentido… Que tú quieras estar con alguien como yo.

—Claro que quiero estar contigo, Aemond. Es más, para mí no tiene sentido que tú… ¿me quieras? —Las cejas de Lucerys se alzan en un gesto que está entre la duda y la disculpa—. Ya ves cómo soy —dice señalando su cuerpo, y en su mirada hay dolor y vergüenza en partes iguales—. Ya ves lo que soy.

—Lo siento —murmura Aemond tomándole el rostro con ambas manos—. Siento todo lo que te dije antes, yo solo…

La culpa lo atraviesa al sentir el dolor que le causó. Aemond siente que la garganta se le ha cerrado, que las palabras apenas salen de su boca y que incluso respirar es doloroso, como si hubiera tragado vidrio molido. Sabe que no saca nada con recriminarse a sí mismo ahora, pero no puede evitarlo, sobre todo después de ver el grado de daño que ha causado a Lucerys con cada una de las palabras hirientes que le ha lanzado a lo largo de los años.

—A veces no sé cómo… No sé cómo expresar lo que pasa aquí dentro.

Aemond toma la mano de Luke y la coloca sobre su pecho, sobre el latido inestable de su corazón y por un segundo este late tan fuerte que teme que le vaya a explotar. El delicado peso de la mano de Luke sobre su pecho le da consuelo, se siente como una promesa, como la esperanza de que no todo está perdido.

El lazo no está roto, solo se ha rasgado, pero puede ser remendado otra vez.

—Tengo miedo —confiesa Luke en un susurro casi inaudible—, siempre he tenido miedo de no ser suficiente para ti. —Ahora Aemond puede ver cómo sus pupilas se vuelven líquidas, cómo aprieta los dientes para mantener las lágrimas a raya—. Cuando éramos niños yo no sabía que… pero luego de enterarme de la verdad, comprendí que tú jamás podrías quererme. Creí que me odiabas por eso.

—Lucerys…

—La sangre del dragón fluye espesa por tus venas, pero por las mías… —Una arruga aparece entre las cejas de Luke, el dolor es transparente en su mirada—. Yo nunca voy a ser como tú, no soy suficiente…

—Claro que eres suficiente, eres más que eso, Luke. ¡Eres más que suficiente!

—Pero cómo… —Luke levanta el rostro hacia él. Aemond puede ver que sus ojos están acuosos y su boca temblorosa—. ¿Cómo es posible que me quieras?

—Tú me perteneces. Desde siempre. Para siempre. Arderemos juntos y moriremos juntos.

Las manos de Aemond aprietan el rostro de Lucerys, haciendo que suelte un jadeo de sorpresa. Su boca entreabierta, suave y pequeña, se vuelve la cosa más tentadora que Aemond se puede imaginar, por lo que decide correr sobre el hielo y aventurarse a besarlo.

Su boca choca con los labios del menor, y a pesar de que estos están fríos, el contacto envía rayos de electricidad en todo su cuerpo, más potente que la tormenta que ruge bajo sus pies. El hormigueo que siente en su estómago crece poco a poco, entibiando su pecho, hasta que se convierte en una lenta ola de calor que lo recorre de arriba abajo, que se instala profundamente en su entrepierna y lo hace endurecer. Luke suelta un jadeo sostenido cuando lo siente, y se estremece entre sus brazos, pero no se despega de su boca, así que Aemond continúa besándolo, largo y tendido, hasta que el aire abandona por completo sus pulmones y no les queda más alternativa que tomar distancia.  

Cuando se aleja, Aemond ve que Luke tiene las mejillas enrojecidas y la respiración entrecortada, porque su pecho sube y baja tratando de tranquilizar los latidos de su corazón. Aun así, se niega a alejarse de él, y sus pequeños dedos juegan en su cabello, enredándose en él.

—Vamos a tener que hacer algo con esto —admite mientras cierra los ojos y recuesta la frente sobre la de Luke—, porque no voy a soportar estar otro día más sin tenerte a mi lado.

—¿Quizá podamos evitar una guerra bajo un pacto matrimonial? No quiero volver a Rocadragón sin ti, y menos aun sabiendo que somos enemigos.

—Será un duro golpe para mi madre. Pero prefiero que me odie ella a que me odies tú.

La boca de Aemond se alza en una sonrisa, baja la mirada y decide aventurarse a hacer lo que tanto había deseado en medio de noches oscuras en la Fortaleza Roja. Estira las manos y recorre los muslos de Luke, sintiendo cómo este se estremece bajo su tacto. Sube las manos, las mete bajo su capa y las desliza por su delgada cintura. Lo nota dudar, pero a los segundos lo ve levantar las manos para delinearle el rostro, queriendo reconocerlo.

Los dedos de Luke suben por su mandíbula y se deslizan, suaves como la pluma, sobre la cicatriz que cruza su rostro. Aemond sabe lo que significa, así que toma la mano de Lucerys y también delinea su cicatriz, sintiendo la textura lisa y desprovista de color.

—Tenías razón, Luke —admite levantando la mirada.

Luke sonríe, travieso e inocente, y baja la mirada de aquella forma que Aemond siente que lo arrastra lentamente a la locura.

—Solo lamento el tiempo que hemos perdido.

—Todavía nos queda toda la vida —murmura Aemond, y las palabras flotan entre ellos y se deshacen en la noche sellando la promesa.