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Eupatía

Summary:

Por un breve momento, se pregunta cuál es el motivo de todo el movimiento. ¿Por qué llevan trajes? ¿Por qué hay un baúl de más? Entonces escucha a la septa, la enorme septa Myrthe, susurrando oraciones a la madre: "Lleva a la esposa a los brazos de un buen esposo, llena de su casa de niños, comida y bendiciones…"

Notes:

Eupatía: Tener buenos sentimientos.

Disclaimer: Esta historia participa en [Multifandom] Casa de Blanco y Negro 3.0 del Foro Alas Negras, Palabras Negras. En Fanfiction.net

(See the end of the work for more notes.)

Work Text:

El sol aún no ha salido cuando Helaena es llamada por sus mucamas. Detrás de sus parpados, un dragón ha volado hacia el sol, incendiando sus alas y convirtiéndose en piedra. Su cuarto está lleno de sombras oblicuas, producidas por las llamas de velas enormes que acompañan a las mujeres enviadas por su madre. Hace frío.

Por un breve momento, se pregunta cuál es el motivo de todo el movimiento. ¿Por qué llevan trajes? ¿Por qué hay un baúl de más? Entonces escucha a la septa, la enorme septa Myrthe, susurrando oraciones a la madre: «Lleva a la esposa a los brazos de un buen esposo, llena de su casa de niños, comida y bendiciones…». Hoy, en unas horas, su vida estará atada a la de Aegon de manera irremediable. No tiene ganas de moverse, ir al baño o ponerse el vestido rojo que le han preparado.

Su padre, el rey, la ha consentido de más los últimos días, emocionado por esta unión como ningún otro:

—Tendré nietos Targaryen —le dijo hace tres noches—. Nietos a los cuales contarles historias sobre Valyria. Mi niña, vas a hacerme feliz.

Lady Jocelyn Fossoway, una de las damas de su madre, viene hasta su cama para ayudarla a salir. Es una muchacha joven, de piel pálida y ojos verdes. Helaena piensa en sus sobrinos, con los cabellos espesos y los ojos claros, habían ido, uno por uno, para darle sus felicitaciones hace meses. El pequeño Joffrey había sido el único que se quejó de la boda en voz alta: —La tía Helaena es muy bonita para el tío Aegon.

La mitad de los presentes se había reído, entre ellos el rey y su hermano. Helaena había palmeado la cabeza del niño y sonreído. Si hubiese dicho algo, en ese momento, tal vez pudiese escapar de las consecuencias nefastas de este enlace. No odia a su madre, ni a su abuelo, mucho menos a su hermano, pero preferiría una vida más tranquila y menos destinada a la tragedia.

Las damas y las mucamas la llevan hasta el baño, una enorme bañera prepara en la habitación-recibidor. El agua, apenas caliente, no logra compensar la perdida del calor de su cama. Todo huele a rosas y lavanda, un poco de limón acompaña la barra de jabones. Una muchacha de cabellos rojizos se posiciona tras su cabeza para comenzar a lavar su cabello; sus manos son cuidadosas, desenredando cada hebra y masajeando su cuello. Se deja sumergir en los pequeños placeres que se le entregan, olvidando las obligaciones futuras.

Es demasiado temprano para entrar en pánico.

Es solo una hora más tarde, cuando se encuentra frente al espejo, poniendo un par de horquillas con dragones tallados en su tocado, que el destino toca a su puerta. No es su madre, como debería ser; ni su hermana mayor, como esperó que fuera, después de las miradas de tristeza que intercambiaron en la cena.

Es Aegon. Viene medio vestido, con un jubón negro y una sobre camisa verde. Ser Rickard Thorne, que está de guardia en su puerta, mira a Ser Seteffon Darklyn, detrás de su hermano, para decidir qué hacer. El alba, con sus bostezos de sol tras las colinas, junto a las velas que se consumen, pintan de rosa y dorado las capas y armadoras blancas. Son como escamas de dragón.

Las damas se repliegan todas a un lado, cerca de la puerta que da a su habitación. Si no recuerda mal, la mitad de ellas fueron cambiadas luego de que Aegon se acostase con una de ellas. Bonita, de nariz respingada, ojos oscuros y cabellos dorados. Elia, se llamaba Elia.

—Mi señora —dice su guardia—. Podemos retirarlo.

Helaena quiere hacerlo. Echar a Aegon, armar un escándalo y volver a la cama. El desayuno, con los regalos de la familia, puede esperar; puede suspenderse.

—Helaena, necesito hablar contigo —pide su hermano, con una voz rota y congestionada, ¿llanto?, ¿licor?.

—Su alteza —Ser Steffon se adelanta, haciendo de escudo entre ellos—, no puede estar aquí. La princesa está en un momento de intimidad. Además, los espera un desayuno con sus padres.

Esas cosas no van a persuadir a Aegon. Rara vez se le ha permitido a su hermano no salirse con la suya.

—Pueden dejarlo estar —dice, una voz pequeña, solitaria.

Las mujeres le miran con aprehensión. Sus murmullos hablan de miedo, de intriga y de su profundo repudio, por lo que todas denominan "las costumbres Targaryen". Son palabras que su madre ha inculcado en todos los sirvientes, pequeños odios que se han hecho eco hasta las afueras de la Fortaleza.

—Su alteza —Lady Fossoway comienza a hablar—, no es momento para…

—Salgan —insiste—. Tengo que hablar con mi hermano.

Ser Steffon a penas si se mueve, dispuesto a quedarse en la habitación. Las mujeres aún dudan.

—¡Salga todo el mundo! —Aegon da un grito de guerra, una amenaza. Helaena escucha un chillido, una súplica.

Mientras las damas y demás sirvientes huyen, Aegon se acerca a ella. Tiene los ojos rojos, con lágrimas contenidas. Se arrodilla en el suelo, al lado de su sillón, juntando sus manos para una plegaria. Los rizos que su hermano siempre intenta aquietar, tienen más definición, y se hacen cenicientos ante la temprana luz del amanecer. Helaena tiene pena por él.

—Por favor —pide—, di que no quieres esto. Le he rogado a nuestra madre y a nuestro abuelo, pero no quieren escuchar.

No. No iban a escucharlo a él. Mucho menos a ella.

—Aegon —dice, mientas una de sus manos acaricia la cabeza de su hermano— ¿crees que alguno de ellos me preguntó?

—No podrías…

—¿Irme? ¿Casarme con otro? —termina por él—. Hazlo tú.

No lo va a hacer. Aegon le tiene tanto miedo a sus padres como a sus propios deseos. Él es esclavo de todos aquellos

El hipido que lanza Aegon es suficiente para que los sentimientos que ha mantenido bajo control la tomen por sorpresa. No quiere. No lo desea. No tiene ganas de hacer nada de esto. Aegon ha sido un buen hermano, pero será un terrible esposo.

—Aegon, vete —suplica—. Nadie se va a extrañar si…

—Huyo y vivo una vida sin decencia —completa él, riendo contra sus faldas.

Aegon siempre ha tenido los sentimientos al borde. Una sucesión de impresiones potentes que plantean arrasar con todo. Nunca ha venido a Helaena para hablar, siempre busca a su madre o a Aemond.

—¿Quién te pidió que vinieras? —pregunta, cuando él levanta la cabeza y se yergue.

Él la mira con pena, pillado en su propia trampa.

—Nadie. Iba a huir y Aemond me detuvo.

¿Iba a ser salvada por su propio captor y aquel quien presume de más cuidarla la condenó? El destino tiene formas extrañas de cumplirse.

—Ve, dile que venga a verme.

Su hermano, a pesar de todo, pocas veces sonríe con felicidad. Siempre hay una capa de angustia, sobre todo sentimiento positivo. Sale corriendo de su cuarto, con Ser Steffon siguiendo sus pasos a toda prisa.

Las damas y las sirvientes vuelven a entrar para terminar de prepararla. Aemond llega minutos después, espera fuera hasta que es momento de ir al Gran Salón. Hoy, como otros días, viene vestido de negro; siempre está dispuesto a montar su dragón, pero no a participar de la corte y sus ritos. Helaena le regala una abrazo cuando lo ve.

—¿Vas a estar bien? —inquiere, buscando en ella algún síntoma de pena.

—Todo lo bien que se puede estar al casarse con Aegon —él decidió por ellos. Puede cargar un poco de culpa también.

—Lo siento —es sincero. Su único ojo se vuelve amable.

Caminan juntos para romper el ayuno con el resto de la familia. Todos sus familiares están allí, incluso aquellos más lejanos: su tío abuelo Hightower y su hermano Daeron han hecho un viaje de un mes solo por esto. La saludan, la besan en las mejillas y en las manos, le dan regalos. Su tío Daemon, destacándose del resto, le obsequia dos tiaras, una de su tamaño y otra más pequeña.

—Para la princesa que des al reino —le dice. Él, igual que su padre, espera que no haya más varones. Un pretendiente más en la línea de sucesión es un galope más a la guerra.

Pasa al menos una hora más antes de que se preocupen por Aegon. Media hora después les es informado que se fue en Fuegosol.

Helaena respira. Espera. Come pan de nueces con miel mientras todos desesperan a su alrededor. Su hermana Rhaenyra la mira todo el tiempo, confusión y alegría en iguales medidas.

Healena quiere volver a dormir. Sigue siendo muy temprano, más si no va a haber una boda.

Notes:

Esto es, obviamente, una autoindulgencia mía. Todo aquí va con destino a no sentirme horrible con la pobre Helaena.

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