Chapter 1: Un Acuerdo en común
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La joven noble estaba firme y seria mientras miraba los ojos ajenos. “Sólo te pido un año”.
“¿Y qué quieres de mí durante ese año, señorita Yukishiro?” Preguntó la joven guerrera mientras tragaba saliva. Ya se daba una vaga idea de la respuesta pero lo mejor era dejar las cosas en claro de una buena vez, después de todo, estaba punto de conseguir lo que quería, la razón por la que había ido a la capital del reino.
“Lo único que te pido, Misumi Nagisa, es que te quedes junto a mi como mi Prometida hasta que yo cumpla los 18 años y sea libre de la custodia del Consejo”, continuó Yukishiro Honoka con voz aún más firme, sonaba como un severo guardia real que como una delicada dama noble. “Cumpliré esa edad catorce días después del Primer Sol de Primavera. Luego de eso, anularé nuestro compromiso, te compensaré como es debido y serás libre de irte”, finalizó y simplemente esperó por su respuesta.
Nagisa apretó la quijada y los puños.
Esa señorita rica la estaba poniendo en un aprieto muy grande. Ella misma reconocía que meterse en asuntos que no le correspondían fue lo que la arrastró a ese pozo, pero ahora que las cartas estaban sobre la mesa, no podía cegarse al hecho de que obtendría el apoyo para su pueblo que tan urgentemente necesitaba. Tomó aire de manera profunda y por alguna razón se sintió nerviosa al notar que la señorita rica no bajaba la mirada en ningún momento ni la perdía de vista.
Pese a su ropa que delataba su cuna de oro, esa chica no daba los mismos aires de otra gente noble que había conocido. Suspiró hondo y finalmente se puso firme y se acercó hasta la señorita sin bajar la mirada. Ya tenía la respuesta en la boca.
A veces detestaba su propio sentido de la justicia. Hacía tan sólo unas horas sucedió todo lo que la llevó a esa conversación y ese trato.
~o~
Para ser alguien de noble casa que tenía acceso a maestros diestros y mejores equipos (o eso quería imaginar) ese sujeto en especial era bastante débil, Nagisa lo supo al sentir el empuje entre sus espadas.
“¡¿Crees que puedes enfrentarte a mi como si nada?!” Reclamó el joven con un enfado que aumentaba junto con su frustración al ver que no podía hacer mucho contra esa desconocida. Enseguida sonrió de manera malvada, burlona. “¿O es que quieres ganarme lo que por derecho es mío?” Preguntó, casi rabioso, para enseguida atacar de nuevo con más velocidad y variados ataques. “¡¿Has venido a retarme por ella?!”
Nagisa no supo qué responder y en todo caso tampoco tuvo tiempo, ¿de qué rayos habla éste tipo?
“¡No mientas! ¡Todo mundo la quiere! ¡No será tuya! ¡Que todos sean testigos que ella seguirá siendo mía!”
Primero, Nagisa en serio no tenía idea de qué hablaba ese niño rico. Segundo, él era habilidoso, tenía técnica y su defensa era adecuada pero claramente no tenía experiencia en batallas reales. Bastó poner un poco más de fuerza para lanzar bastante lejos a ese larguirucho de cabello negro. No pudo evitar una risa burlona al verlo caer sentado. Notó la cara del joven desfigurarse de asco al sentir que sus pantalones y chaqueta estaban llenos de tierra y lodo. Y posiblemente otras sustancias poco agradables.
Si no se burló verbalmente del debilucho joven ante ella era porque seguramente se trataba del hijo de un importante señor de la capital, sus ropas y otros adornos extraños en su chaqueta lo delataban. Ya tenía suficientes líos simplemente por pelear contra él.
Y si estaba peleando con él era porque había maltratado a un par de ancianos que tiraron unas cosas en su camino y al parecer le estorbaban. Ni siquiera lo pensó, lo enfrentó y el muy bastardo también comenzó a insultarla por su atrevimiento. De hecho sonrió al ver que Nagisa venía armada y su mejor idea fue enfrentarla, nada mejor que reafirmar su posición, ¿verdad?
“¡Es un duelo, no pueden intervenir!” Les gritó a sus guardias.
¡Cómo detestaba a esos sujetos! La gente rica era de lo peor.
Nagisa no notó del todo cuando la gente comenzó a rodearlos para ver lo sucedido. Más de uno de los testigos agradecía que alguien le diera una lección a ese sujeto en especial. Lo que Nagisa no había percatado para nada, sin embargo, fue que tenía absolutamente toda la atención de una guapa señorita igualmente de noble cuna, pero a comparación del joven que estaba siendo apaleado por la viajera, ninguno de los habitantes la miraba mal.
La joven noble de oscuro cabello como la noche y piel nácar se encargó de revisar que la pareja de ancianos estuviera bien, les dio una pequeña compensación por lo sucedido y los mandó al médico, no podía acompañarlos por mucho que lo deseara, no cuando necesitaba estar atenta al duelo y su resultado. Notó que los escoltas estaban por intervenir al ver la ventaja de la viajera sobre su señor, se los impidió.
“Él dijo que esperaran hasta que terminara el duelo. Aún no termina y es contra las reglas interrumpir”, fue la severa reprimenda de la noble y los soldados nada pudieron hacer, sólo ver el final de la pelea como se les ordenó.
Todo terminó con Nagisa rompiendo la espada del ricachón con su propia espada de metal negro. Luego de eso le dio un puñetazo por media cara que finalmente lo dejó en el suelo, desmayado. La gente comenzó a celebrar mientras decían a grandes voces que lo había derrotado, pero lo decían con asombro, sorpresa y emoción en lugar de horror. Como si no estuviera en problemas por haber apaleado a un niño mimado. Eso confundió a Nagisa, mucho más cuando notó que una joven noble, posiblemente de su edad y que era la chica más hermosa que había visto nunca, se acercaba al caído y le quitaba un adorno metálico que tenía en su chaqueta.
“Háganle saber a su padre que ha perdido un duelo declarado y que ya no puede portar la insignia”, dijo la joven con seriedad y firmeza, luego miró a toda la gente a su alrededor. “¡Todos son testigos que mi Prometido ha perdido una batalla en igualdad de condiciones!”
Nagisa quedó más confundida al ver que todos le daban la razón a la señorita, no supo qué hacer, mucho menos cuando la señorita se le acercó. No vio cuando se llevaron al niño mimado, de momento sólo tenía ojos para la joven. Tragó saliva sin querer, por alguna razón se sentía intimidada. ¡Bu-Bueno! Cualquiera se sentiría intimidado si alguien como ella se le acerca así, se dijo Nagisa a sí misma para excusar sus propios nervios. La chica tenía más presencia que el enorme escolta que caminaba detrás de ella. Y definitivamente mucho más presencia que el chico al que venció.
“Permite que me presente, viajera, mi nombre es Yukishiro Honoka”, dijo cortésmente e incluso hizo una educada y refinada reverencia. Sabía que era alguien ajena a la Capital, conocía a los pobladores de vista y sin duda alguien como la viajera con una espada de hoja negra sería fácil de identificar. Le hizo una señal al soldado detrás de ella para que les permitiera algo de privacidad, éste se alejó de inmediato, procurando distancia suficiente para seguir cuidando de ella.
Lo otro que la hizo sonreír por lo bajo fue que la viajera no reaccionó al escuchar su nombre. Eso le confirmó que la chica no tenía ni idea en lo que acababa de meterse. Casi ríe.
“Misumi Nagisa, un gusto”, Nagisa rápidamente se presentó, estaba nerviosa y cada vez más intimidada. Entre más la admiraba, más perfecta veía a la chica. Era hermosa, olía bien y tenía unos aires elegantes a los que ella misma ni siquiera podía aspirar más que en sueños. Salió de sus pensamientos cuando la elegante señorita retomó la palabra.
“¿Sabes lo que significa esto?” Preguntó Honoka mientras le mostraba el adorno que había quitado de la ropa de su ahora ex prometido.
Nagisa negó, la verdad apenas si le dio un vistazo a la pieza, era de color blanco y negro. “No, no sé qué es eso ni lo que significa”, respondió rápidamente. Frunció un poco el ceño al ver sonreír a la chica.
“¿Eres soltera?”
“¡Eso no es tu asunto!”
“Ya veo, eres soltera. Bien. Tenemos mucho por hablar”, dijo Honoka más para sí que para la viajera. “¿Serías tan gentil de venir conmigo? Hay algunas cosas que debo decirte”.
Ésta vez Nagisa retrocedió. “No, la verdad sólo peleé para defender a esos señores y… ¡Ah! ¡Ya no los veo!”
“Ellos están bien, no te preocupes”, dijo para tranquilizarla.
“Oh, bueno… Eso… Eso me alegra”, se llevó una mano a la nuca. “Escucha, no quiero meterme en problemas, sólo vine aquí por un asunto”, dijo de inmediato, estaba lista para irse de ahí, ¡no quería tener nada qué ver con niños ricos sin quehacer!
“Oh, comprendo”, Honoka se llevó una mano al mentón. “Pero me temo que mientras estés en la ciudad, ya no estarás a salvo”.
“¡¿Qué?! ¿Es una amenaza o…? ¡¿Van a matarme por apalearlo?!” Gritó Nagisa en pánico.
“No lo digo por eso”, aclaró Honoka de inmediato. “Me refiero a que comenzaran a retarte a duelos porque justo ahora te has convertido en mi Prometido”, sonrió. “Quien tenga la insignia es mi Prometido, sólo se consigue derrotando al que lo posea. Tú has ganado y ahora es tuyo. Puedes rechazarlo si quieres, pero me temo que justo ahora se debe estar corriendo la voz de que una viajera con una espada negra ha ganado mi mano”, casi se sentía mal al decir eso, entre más le contaba, peor cara ponía la pobre chica.
“¡Ah! ¡No puedo creerlo! ¡¿En qué acabo de meterme?!” Gritó Nagisa con horror. “¡En serio no quiero tener nada qué ver con esto!” Comenzó a agitar las manos en señal de pánico. ¿¡Y qué rayos es eso de que ahora soy su Prometido?! ¡Soy una chica! Gritó internamente. “¡Yo sólo vine a pedir apoyo para mi pueblo! ¡Hubo un deslave con la última tormenta y perdimos medio pueblo y el lago de pesca!” Exclamó. “También perdimos lo que ya teníamos sembrado y también a muchos animales”.
“Comprendo, estás en un apuro grande”, Honoka asintió, seria. “Entonces no es justo meterte en estos asuntos”, tuvo que contener un suspiro, todo sería un desastre pero tampoco podía obligar a una desconocida a tomar responsabilidad por algo de lo que no tenía conocimiento, no cuando tenía prioridades más importantes. Qué lástima, es bastante guapa, se dijo a sí misma con una sonrisa pequeña. “De acuerdo, yo me encargo de esto”, guardó la insignia entre sus ropas. “¿De dónde vienes?”
“De un pequeño pueblo entre las canteras al oeste, en la región de Wakabadai”, explicó Nagisa de inmediato.
“¿Por qué viniste hasta acá? Son muchos días de viaje. El gobernador de Wakabadai es el que debe de ayudarte.” Dijo Honoka, confundida.
“Fui a buscarlo pero me dijeron que no tenían Recursos ni tiempo para atendernos. Dijo que viniera a la capital a buscar apoyo del Ministro Regional”.
Honoka frunció fugazmente el ceño, algo en lo que escuchó no le gustó. “Entiendo. De acuerdo, el Ministro debe estar ahora mismo disponible para recibirte”, fue lo único que pudo decir. Estaba curiosa sobre eso que acababa de escuchar de boca de la viajera, pero no que pudiera hacer mucho al respecto. “Ve, espero que puedas recibir lo que necesitas”.
“Muchas gracias”, Nagisa suspiró de alivio, se llevó una mano a la nuca y miró a la chica con curiosidad. “¿Estarás bien?”
Honoka asintió para enseguida sonreír con cierta diversión. “Estaré bastante entretenida si debo serte sincera”, además estaba bastante agradecida que una viajera desconocida le quitara de encima a ese tipo. Nunca le cayó bien a decir verdad.
“Oh, bien… Entonces… Entonces me voy”, Nagisa se inclinó de manera exagerada. “Hasta luego, señorita Yukishiro. Suerte con… Con lo que sea que necesites suerte”, dijo con torpeza y enseguida se quiso patear a sí misma por decir algo tan tonto. ¡Argh! ¡No necesito quedar en ridículo frente a una niña rica y bonita!
Honoka no pudo evitar una linda risa. “Gracias”, le miró con suavidad. “Y yo espero que consigas todo lo que necesites, viajera”, la miró un poco más. Aun así sentía que le debía una, al menos un favor cuando Misumi Nagisa le había dado una buena lección a alguien a quien ella misma le había querido dar una lección desde hace tanto. “Si necesitas consejo o asistencia, pregunta por la casa de los Yukishiro, cualquier persona te dirá dónde es”. Le sonrió de manera linda. “Serás bienvenida a cualquier hora”.
“Lo tendré en cuenta, gracias”, murmuró Nagisa, se inclinó apenas a manera de despedida y se fue corriendo en la dirección que se le indicó.
Por su lado, Honoka asintió a su escolta y ambos partieron a casa. Sólo le quedaba esperar a ver qué mensaje le llegaba de la familia de su ex prometido. Admitía estar divertida por anticipado. ¡Moría por contarle todo eso a su abuela!
~o~
Cuatro horas después Nagisa salía derrotada de su reunión con el Ministro Regional. Estaba hambrienta, cansada, estresada y, sobretodo, furiosa. ¡No solamente tuvo que esperar mucho tiempo para ser recibida, si no que el muy desgraciado no le daría la ayuda que necesitaba! Le dijo que debía acudir al gobernador de Wakabadai, Nagisa le explicó que ya había hecho eso y la mandaron a la Capital, a lo que el Ministro dijo que ya se le habían enviado Recursos al gobernador de su región y que debía acudir a él.
“¡Me dijo que no había Recursos!”
“Entonces debió usarlos en otras regiones de más urgencia”, fue la respuesta del funcionario. “Has una petición formal a tu gobernador y espera a la siguiente estación cuando se les asignen más Recursos”.
Nagisa no pudo agregar nada más, se le pidió que se retirara, el Ministro ya debía irse, su jornada había terminado y además tuvo la ‘gentileza’ de recibirla a pesar de no haber solicitado audiencia de manera previa.
La pobre Nagisa no podía creer nada de eso. ¡¿Por qué todos son tan injustos?! ¡Mi familia y mi gente se morirán de hambre! ¡Tendremos que dejar el pueblo! Se llevó las manos a la cabeza, tenía ganas de llorar. Ella fue la que se ofreció a buscar ayuda para que su padre y el resto de los mayores del pueblo ayudaran a mantener todo en orden mientras ella volvía. ¡No podía regresar con las manos vacías!
Lo que ya tenía vacío además del estómago, era su pequeño saco de monedas. Ya no tenía dinero más que para conseguir comida barata. Pagó viajes en carretas y caravanas para llegar rápido a la Capital. En su mente se imaginó que le dirían que sí y que mandarían de inmediato a un Sacerdote Espiritual con Recursos… Quizá en una carroza o al menos un caballo para poder viajar más rápido. Lamentablemente no fue así.
No le alcanzaba para pagar un hospedaje, ya se estaba metiendo el sol y comenzaba a sentirse bastante frío. Se abrazó a sí misma y gruñó. ¡No puedo creerlo! Gritó para sus adentros y pateó una piedra del camino. En medio de su berrinche percató que algunas personas le miraban y susurraban entre sí, la señalaban con curiosidad y unas palabras llegaron en limpio a sus oídos.
“Es ella, la viajera de la espada negra”.
Y entonces Nagisa abrió más los ojos al recordar algo.
No quería pero al parecer aún tenía una pequeña esperanza de terminar ese día de manera menos miserable. Se acercó al par de señoras que precisamente le miraban y cuchicheaban con poca y ninguna discreción.
“Buenas tardes, disculpen”, saludó a las mujeres y éstas le pusieron atención, incluso se les veía contentas, era fácil notarlo. “¿Me podrían decir dónde está la casa de los Yukishiro?” Y para alivio propio, las alegres mujeres le dieron todas las indicaciones que necesitaba. Al parecer era una antigua mansión en la periferia de la ciudad, imposible pasarla por alto, esas fueron las palabras de las señoras.
A Nagisa no le quedó más remedio que acudir a la chica en busca de consejo, no sabía qué más hacer, no quería llegar a casa con las manos vacías. Tampoco quería pasar la noche en la calle y sin cenar.
~o~
“Se ha convertido en todo un escándalo”, comentó Sanae con una sonrisa que casi se convertía en risa. Bebía té con su nieta, un rato familiar de calidad antes de la hora de cenar.
“Lamento que las cosas se complicaran de ésta manera, abuela”, se disculpó Honoka con genuina pena. Tendrían que atender a una reunión mañana a mediodía con la familia de su ex prometido y un representante del gobernador. Precisamente uno de los encargados de revisar esos asuntos de las uniones entre familias prominentes. Su familia entre éstas.
“No es tu culpa, fue ese muchacho tonto el que se lanzó solo a la fosa”, comentó la mayor. “Debe afrontar las consecuencias de sus actos”.
“Seguramente volverán a organizar otro torneo para elegirme a otro prometido”, ahora que no tengo ninguno, Honoka suspiró con fastidio anticipado. Dudaba mucho que su ahora ex prometido tuviera el valor de mostrarse en el torneo luego de haber sido derrotado por una viajera originaria de un pueblito entre las montañas.
“Soy yo la que lamenta que te veas en ésta situación, querida”, dijo Sanae con una sonrisa triste. “No tenemos manera de hacer un arreglo matrimonial más adecuado desde que…”
Desde que mamá y papá desaparecieron, pensó Honoka con un gesto igual de nostálgico. “En cuanto cumplí quince años el Consejo decidió que debía comprometerme, alguien debe hacerse cargo de todo lo que tenemos y aparentemente no puedo ser yo misma”, murmuró Honoka con enfado. “Al parecer necesito casarme para que me tomen serio”.
“Nos las arreglaremos, Honoka, no pierdas la esperanza”, dijo la abuela.
“Nunca lo he hecho”, respondió la joven con una sonrisa. Estaba por agregar algo, pero una de las pocas mozas que tenían trabajando en la casa les avisó de la visita de la viajera de la espada negra. Honoka abrió los ojos con sorpresa, a decir verdad no esperaba verla otra vez.
“Ve, Honoka, tienes visita. Encárgate de ella como se te ha inculcado”, dijo Sanae con un gesto dulce, casi juguetón.
Honoka rió con la misma dulzura, ese gesto venía de familia. “Y así lo haré, abuela”, y se fue corriendo a atender a su visitante. Por un momento se preocupó. ¿Acaso se había complicado lo del apoyo que fue a pedir? Quería pensar que no, pero luego de que Misumi Nagisa le dejó en claro que no quería meterse en esos asuntos de prometidos y peleas, debía haber una razón extraordinaria que la hiciera ir ahí.
Y justo así fue. Notó el cansancio en su visitante, su gesto frustrado, su ceño fruncido… Su estómago hambriento que rugía cual fiera embravecida. Sólo atinó a sonreír un poco mientras la chica trataba de componer su lamentable estado. La invitó a pasar a una privada y cómoda sala de estar y pidió té y algunos postres para su invitada.
A Nagisa le regresó el alma al cuerpo apenas devoró con y sin pena todo lo que se le ofreció. Aún tenía hambre pero al menos ya no se desmayaría. Por supuesto, le contó todo a la chica entre veloces y furiosos bocados.
“Y eso fue lo que sucedió”, terminó de explicarle el asunto. “Dicen que debo pedir audiencia y solicitar el apoyo a mi gobernador, y ese apoyo llegará hasta que manden más Recursos al gobernador de mi región”, para ese momento tenía la quijada tensa y las manos hechas puños sobre la mesa. “Mi gente no aguantará tanto, apenas queda suficiente para que coman. Y donde vivimos no hay suficientes bosques como para cazar. Las zonas para sembrar son pocas”.
Honoka frunció el ceño. Conocía las características de la región gracias a libros y notas de sus padres, suspiró hondo. La zona era particularmente seca y de vegetación apenas suficiente. Ahí se vivía de minería y de las canteras, cosechas regionales de estación y la pesca en menor medida. Estuvo a punto de decir algo, pero su frustrada visitante no pudo contener su siguiente lamento.
“Esos malditos nobles, creen que pueden dejarnos abandonados a nuestra suerte”, musitó Nagisa mientras se llevaba las manos a la cabeza. Hubo dos segundos de silencio antes de bajar los brazos y mirar a su anfitriona con horror ante su error. “¿Dije eso en voz alta?”
Honoka sonrió, comprensiva. “Sí, pero no te preocupes, entiendo tu frustración”, como que ella misma estaba frustrada precisamente por esos asuntos de gente noble. “Regresando al tema, me temo que poco se puede hacer”, comentó y notó el desencanto en su invitada, enseguida le sonrió a Nagisa. Una loca idea le pasó por la cabeza. “Tengo un trato para ti”.
“¿Un trato?” La confusión de Nagisa sólo duró dos segundos antes de darse una idea de qué podría tratarse ese trato. Frunció ligeramente el ceño. “Es… Es ese asunto de los prometidos, ¿verdad?”
Honoka asintió. “Mi única familia viva es mi abuela, el Consejo de los señores nobles de la capital me exige tener un prometido y casarme cuando cumpla los 18 años”, resumió Honoka como mejor pudo. “Ahora mismo sólo soy el trofeo que todos quieren”, declaró con un fugaz enfado y el ceño fruncido.
Nagisa lo notó y abrió un poco más los ojos. Al parecer esa chica estaba en aprietos, asintió un par de veces para animarla a seguir. Cada vez estaba más curiosa de todo ese asunto. “¿Y cómo entro yo ahí?”
“Normalmente las uniones matrimoniales se deciden por medio de acuerdos y arreglos, pero en mi caso, mis padres no están para hacer esos arreglos, por lo que el Consejo me tomó en custodia y decidió que mi Prometido sería elegido por medio de duelos tradicionales. Aquel que esté a mi lado después de mi cumpleaños número 18 será con quien me case, así de simple”, tomó aire de manera profunda luego de explicar todo eso.
Nagisa sintió cierta pena por su anfitriona. “Señorita Yukishiro, soy una mujer como tú”, aclaró Nagisa con seriedad. “No podemos casarnos”.
Honoka asintió con la misma seriedad. “Ciertamente las reglas indican que un varón puede pelear por mi mano, pero NO hay ninguna regla que impida que una mujer pueda ocupar ese lugar. Y es ahí donde entras tú”, le miró a los ojos con firmeza. “Le ganaste al que era mi prometido de manera legal, él fue el que declaró que lo retaste por mi mano, así que mantendremos esa idea”. Tomó aire. “Sé mi Prometido… Mejor dicho, mi Prometida, y a cambio te daré los Recursos necesarios para ayudar a reconstruir tu pueblo”.
Nagisa abrió los ojos con sorpresa, incluso tragó saliva. Eso… Ella iba a darle todo lo que su gente necesitaba. Seguramente ella, como todos los Nobles, tenía buena relación con la Orden Espiritual. Le pareció una injusticia pero no pensaba expresarlo en ese momento, no quería que la chica la echara de su casa por grosera.
“¿Me podrías decir qué edad tienes y cuándo cumples años?” Preguntó Honoka.
“Tengo 17 años, los cumplí en el sol 19 de Otoño”, respondió la viajera.
“Eres menor que yo por un par de estaciones, pero las edades están bien, además es mi edad la que importa para la ceremonia”, su mente seguía repasando los detalles. Si se aferraba a la tonta ley de los duelos, debería poder conservar a Misumi Nagisa como su Prometida. “Sólo te pido un año”.
“¿Y qué quieres de mi durante ese año, señorita Yukishiro?”
Simple y sencillamente estar a su lado como su Prometida, eso era todo. Sólo eso y nada más. Nagisa no estaba del todo cómoda con la idea, pero volvió a recordar todo lo que su familia y su gente estaban sufriendo durante su ausencia en esos precisos momentos. Ambas se quedaron en silencio mientras pensaban, mientras Honoka esperaba a que Nagisa respondiera, mientras Nagisa repasaba mentalmente los pros y los contras y se daba cuenta que esa chica de noble casa no era como el famoso ex prometido, tampoco como los otros nobles con los que había hablado.
Nagisa tomó aire y estiró su mano abierta hacia la chica. Le sonrió, resignada y cansada.
“Dame esa cosa que le quitaste a ese debilucho”, dijo Nagisa de buena gana. “Seré tu Prometida si con eso ganamos las dos”.
Honoka sonrió tanto que su gesto se iluminó, incluso tomó a Nagisa por sorpresa. La joven noble sacó la insignia de metal, pero en lugar de dársela en la mano, le dio un gentil apretón de manos a la viajera, el accesorio se quedó entre sus palmas. Le sonrió. Un apropiado saludo de manos para sellar el acuerdo.
“Tenemos un trato, mi Prometida”, dijo Honoka con una sonrisa genuinamente feliz.
Nagisa igualmente sonrió, rendida. “Trato hecho”.
Tiene una linda sonrisa, eso pensaron ambas.
Su mano es cálida.
Continuará…
Chapter 2: Más que una Chica Noble
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Nagisa se tumbó en la cómoda cama del cuarto de invitados de la modesta mansión de los Yukishiro. Fue hasta ese momento que notó que pese al tamaño, el lugar era más bien sencillo, sobrio. Parecía más un templo antiguo a momentos. No tenían muebles extra ni accesorios caros como los que llegó a ver en el castillo o el palacio de gobernación de Wakabadai. Según lo que escuchó durante la cena, solamente tenían un par de empleados que les ayudaban con la limpieza y mantenimiento de la casa y los jardines. Nagisa ya no estaba segura si su ahora Prometida y la abuela eran parte de la Nobleza o no.
Por cierto, la abuela Sanae le agradó bastante, tenía una presencia que calmaba mucho.
Ya estaba duchada y tenía puesta su ropa de dormir. Había sido un largo día. De alguna manera consiguió lo que quería pero fue en la más inverosímil de las circunstancias. Y entre más se hundía en el silencio, más pensaba las cosas. Una mala costumbre suya, pensar demasiado, analizar en exceso y dejar que su mente se hundiera en escenarios imaginarios.
Otra cosa de la que se enteró durante la cena y que la tenía particularmente tensa, era que luego de desayunar, atenderían a una reunión con un Consejo de gente poderosa, el mismo Consejo que tenía la custodia de Yukishiro Honoka. Era una situación extraña, pero Honoka le dijo que no debía preocuparse, bastaba con que dijera que sí estaba dispuesta a seguir siendo su Prometida. Eso significaba más duelos, pero si sus siguientes oponentes eran igual de inexpertos como el chico con el que peleó por la tarde, entonces no tendría mucho problema en enfrentarlos. Eso quería pensar.
“Puedo hacerlo”, le dijo al silencio del cuarto y cerró los ojos, tratando de conciliar el sueño.
Mientras, en la sala de estar, Honoka leía un libro mientras disfrutaba una taza de café, tenía un aroma delicioso capaz de perfumar toda la casa, además de contar con un sabor fuerte capaz de mantenerla despierta toda la noche si quería. Entre pequeños sorbos a su bebida leía un libro sobre plantas de otros lugares más allá de las fronteras.
Ya que había acordado con su Prometida todos los puntos importantes para cuando amaneciera, podía relajarse un poco con su actividad favorita: leer. Tener la mente despejada era lo mejor para descansar bien y encarar al Consejo con la cara en alto. Quizá todo sería más fácil si no tuviera esto, pensó mientras se miraba un momento la mano derecha. Sonrió. “Pero entonces no sería tan divertido ni los tendría a ustedes, ¿verdad?” Preguntó en voz baja, sonreía. Le dio otro sorbo a su amargo café y siguió leyendo.
Tenía la mala costumbre de dormirse hasta entrada la madrugada por culpa de sus lecturas, su abuela constantemente le recordaba que se le formarían ojeras en sus lindos ojos si seguía así. Al menos ésta vez recordó usar sus anteojos de lectura, en eso no podrían reñirle.
Sin querer pensó en su Prometida. Sonrió. En serio era linda, pero estaba al tanto de que la situación era alocada y seguramente Nagisa no estaría muy cómoda con estar al lado de otra mujer en calidad de prometidas, justo como lo estaría cualquier otra chica normal. Honoka suspiró mientras miraba de manera perdida las ilustraciones del libro. Algunas veces el amor era raro, impredecible y obedecía al corazón más que a la norma.
Y la norma de todos decía que una mujer y un hombre eran los que debían contraer nupcias, tener familia y perpetuar su sangre y sus tradiciones para la posteridad. Una versión demasiado perfecta y poco realista del amor, debía decir. No que fuese imposible, estaba completamente segura de que ahí afuera había familias felices hechas de un padre, una madre y un montón de lindos hijos. Estaba más que al tanto de familias que se rompían, otras que vivían con la distancia (como la propia) y otras que no eran las mejores.
Y luego estaba ella misma, sin poder verse a sí misma a futuro con un esposo e hijos, porque su corazón no se sentía contento con un hombre, porque sus manos anhelaban percibir y disfrutar el calor de otras manos siempre y cuando perteneciera a otra mujer. Su amor no tenía lugar ahí, no en el tiempo y el lugar donde había nacido. A esas alturas de su joven vida ya era capaz de ver el asunto con gracia.
Y de nuevo pensó en Nagisa. Jugar a que eran una pareja por un año completo sonaba divertido, lo admitía. Siempre y cuando Nagisa también quisiera jugar con ella, en su corazón deseaba que sí.
“En serio es linda”, murmuró Honoka, dando otro sorbo a su café y luego miró al aire. “¿No lo creen, amigos?” Y unas chispas brillaron ante ella, dándole la razón y regañándole enseguida.
“No te duermas tarde”, le dijeron.
“No prometo nada”.
Y los pequeños rieron.
~o~
“¿Estás segura que puedo usar éstas ropas? Se ven caras”, dijo Nagisa mientras se miraba una vez más. Usaba un precioso vestido que sólo en sus más locas ensoñaciones había imaginado. Sus ensoñaciones habituales eran usar un vestido así mientras estaba en un festival bailando con el más guapo de los mozos. La más natural fantasía de una doncella, ¿verdad? “No me gustaría arruinarlas”, murmuró con gracioso enfado.
“Puedes usarlas, además te ves muy hermosa con ese vestido, creo que te queda mejor a ti que a mí”, comentó Honoka de manera bastante gratuita y con una sonrisa dulce.
“¡Eeeeek! ¡No digas esas cosas! ¡¿No te da pena?!” Reclamó Nagisa con el rostro y las orejas rojas, se tapó la cara por culpa de la vergüenza. “¡No puedo creerlo…!”
“¿Pena? ¿Por qué?” La duda era sincera. “¿No le dices a tu madre o a familiares o amigas cuando se ven hermosas usando algo lindo?” Cuestionó Honoka.
Nagisa gruñó un poco. A decir verdad, sí, le era sencillo lanzarle flores a su madre cuando se ponía un vestido nuevo, o a sus amigas del pueblo cuando lucían lindos accesorios que conseguían en los mercados ambulantes que llegaban cada final de estación. El asunto era que fue una hermosa chica de buena familia la que le lanzó el cumplido y se sintió rara. Se aclaró la garganta para poder responder algo sensato.
“Bu-bueno, es que tú no eres mi madre ni una familiar y… Tampoco una amiga”, eso último lo dijo entre labios.
Honoka sonrió. “Te cedo la razón. Con el tiempo nos volveremos amigas mientras ambas así lo queramos. Creo que es lo mejor si vamos a pasar tiempo juntas”, dijo con calma.
Nagisa se rascó la nuca. “Supongo que… Supongo que tienes razón”.
El par viajaba en una carroza enviada por el Consejo mismo. A Nagisa le sorprendió que incluso hubiera guardias escoltándolas. ¿Todo eso por una chica que no usaba una sola joya encima? Su Prometida ni siquiera parecía interesada en las riquezas, era más bien del tipo humilde, bastante modesta además. Muy bien educada, eso no se negaba.
“Oye, Honoka”, murmuró Nagisa cerca de ella. “Dime la verdad, ¿me van a matar?”
Honoka rió de manera linda y melodiosa. “No, no te van a matar, la seguridad la mandan por mí”.
“¿Eres peligrosa?”
“Algo así”.
Nagisa no supo qué decir ante las palabras de Honoka. Se hizo silencio durante el resto del camino, muy pronto llegarían al Castillo, que era donde estaba la Cede del Consejo. Nagisa sintió un golpe de nervios al ver que atravesaban el portal principal. Tragó saliva.
“¿Qué es lo que debo decirles?” Preguntó una ansiosa Nagisa.
“Nada si no quieres, puedo encargarme yo misma de la conversación”, respondió Honoka con voz calmada y segura. “Pero si insisten en hacerte preguntas, diles que ganaste mi mano justamente y pretendes mantenerme como tu Prometida, eso debería bastar”.
Nagisa asintió. Honoka sonrió.
La carroza finalmente se detuvo y el par de chicas salieron. Nagisa admiró los interiores por mero instinto. Llegaron a lo que era un jardín interior con una fuente de agua al centro. Estaban frente a una alta puerta doble protegida por cuatro guardias. Mucha vigilancia a su parecer. Se ajustó bien la espada a la cintura, aseguró su insignia bicolor en la solapa de su vestido y miró a su Prometida. Por su lado, Honoka tomó aire y con un gesto le indicó a Nagisa que la siguiera, ésta asintió en silencio.
Ni siquiera hubo necesidad de anunciarse, los guardias directamente las dejaron pasar.
Honoka conocía el sitio de memoria. Parecía una sala de juzgado. Los asientos estaban dispuestos de forma semicircular, al centro del semicírculo estaba el asiento más grande, que era el del representante principal del Consejo y quien hacía llegar sus peticiones e ideas directamente a los Reyes. Justo en medio de la amplia sala había una mesa simple que podía tener uno o dos asientos según la ocasión.
Ésta vez había dos sillas.
“Tomen asiento”, indicó el jefe del Consejo luego de echarles una severa mirada al par de jóvenes. Apenas éstas se acomodaron donde les correspondía, volvió a levantar la voz, pero ésta vez dirigiéndose al resto de los presentes. “El motivo de ésta reunión, es que la heredera de la familia mercante de los Yukishiro está comprometida con una persona totalmente ajena a cualquier rama de éste honorable consejo”.
Honoka apretó los puños por debajo de la mesa, su gesto seguía serio y luchaba por mantenerlo así. Nagisa notó eso de reojo antes de volver su atención al sujeto.
“Por lo tanto, pongo a votación que se anule su compromiso y se elija un nuevo compañero para la Señorita Yukishiro por medio de un torneo”, continuó.
“Y personalmente, creo que esa postura no sólo es estúpida, sino totalmente irresponsable e inmadura”, alegó Honoka de inmediato sin poder soportarlo más. Puso sus manos en la mesa y se puso de pie, encarando a ese montón de adultos.
Nagisa abrió los ojos con sorpresa. ¿En qué momento esa amable y dulce señorita ganó una voz de mando capaz de dar miedo? Ella misma respingó por el susto al escucharla.
“Señorita Yukishiro, queremos asegurar su futuro ya que sus padres no están para poder apoyarla”, alegó el Jefe del Consejo, levantando igualmente la voz. “Usted pertenece a un linaje honorable de mercantes que han traído mucho a nuestra ciudad y al reino entero. A falta de sus padres, nosotros estamos aquí para asegurar su futuro”.
“¿Mi futuro o el suyo?” Preguntó Honoka con el ceño fruncido y la voz tensa.
El Jefe del Consejo igualmente frunció el ceño. “Señorita Yukishiro, le pido que mida sus palabras. Recuerde que está bajo nuestra protección por orden directa de Sus Majestades”.
A Nagisa no le gustaba el tono de esa “conversación”, ¡más bien parecían amenazas! Apretó sus propios puños mientras sentía que el enojo comenzaba a hervir en su pecho. Por su lado, Honoka se mordió un labio, supo qué responder.
“Y por misma orden del Rey y petición de ustedes, es que mi mano debe ser ganada por alguien fuerte. La señorita Misumi Nagisa, aquí a mi lado”, señaló educadamente a su acompañante, “fue la que derrotó a mi prometido anterior en un duelo declarado y en igualdad de condiciones. Cuento con el testimonio de los vecinos de la localidad”, y sacó de su bolso un documento firmado por los mismos vecinos que consiguió desde el día anterior. “El origen y la condición social de mi ahora Prometida no es motivo de discusión, después de todo, éste honorable Consejo está formado por miembros de todas partes del reino y que han nacido en distintas cunas”, tomó aire. “Ella tiene mi mano”.
Y el Jefe del consejo finalmente miró a la chica de la espada de hoja negra.
“¿Misumi Nagisa, verdad?”
“¡Sí!” Respondió la aludida con súbitos nervios mientras rápidamente se ponía de pie.
“¿Usted está de acuerdo con desposar a la Señorita Yukishiro a pesar de que ambas son mujeres?” Preguntó con tono duro.
Nagisa respiró hondo y repentinamente ganó un aire de seguridad que sorprendió a Honoka. Si había algo que Nagisa estaba detestando de todo eso, era que Honoka parecía ser más la prisionera de todos esos sujetos. “No hay regla que me lo impida. Además, gané su mano en una pelea limpia, ¡pregúntenle a ese tipo!” Señaló al ex prometido de Honoka que estaba ahí presente. “Si la quiere recuperar, entonces que pelee conmigo primero”, declaró. “Son las reglas, ¿o no?”
“Señorita Misumi, ¿tiene alguna idea de lo importante que es la señorita Yukishiro?”
“No”, fue la firme respuesta de Nagisa. “Sólo sé que ella es amable y la gente la quiere y la tiene en buena estima. Tiene su propio encanto y estoy dispuesta a conocer más de la Señorita Yukishiro, además”, frunció el ceño y tomó la mano de Honoka, “¡ahora es mía!” Declaró con fuerza, mostrándoles a todos sus manos unidas.
Los miembros del Consejo se horrorizaron ante semejantes palabras y acciones, más de uno casi cayó de su asiento. Honoka abrió los ojos como platos mientras sentía que toda ella hervía. ¿En serio dijo eso? Quizá se dejó llevar por el momento, seguramente tratando de protegerla o algo. Eso no evitó que su corazón se acelerara como nunca antes.
“¿Es su última palabra, señorita Misumi?” Preguntó el Jefe del Consejo con voz recuperada.
“¡Sí! Quien quiera su mano debe pelear conmigo y ganarme, son las reglas, ¿verdad?”
Hubo un sepulcral silencio. Más de uno quiso hacer alusión a que la chica de la espada negra era una simple pueblerina sin fama ni renombre, pero eso se vería bastante mal ante los miembros de sangre plebeya, que eran casi un tercio de los integrantes del Consejo. Todos se miraron entre sí, no hubo necesidad de discutir más, la decisión fue unánime.
“Aprobamos que seas su prometida, señorita Misumi. De la misma manera, puedes y serás retada por su mano, cualquiera puede hacerlo y no tienes permitido escapar ni retractarte”, dijo el Jefe con severidad.
“De acuerdo”, respondió Nagisa, que sentía que su dosis de valor y coraje comenzaba a descender de manera alarmante. Sus piernas fueron las primeras que empezaron a ceder. Se sujetó más fuerte de la mano de Honoka, sólo para sentir una oleada de alivio cuando ésta enredó sus dedos con los de ella y la sostenía con firmeza.
“Señorita Yukishiro, usted sabe en qué situación está, ¿verdad?”
“Sí, mi señor, y haré todo lo posible por seguir los pasos de mis padres y seguir trayendo maravillas a mi reino”, respondió Honoka sin bajar la mirada ni soltar a Nagisa.
“Pueden retirarse, señoritas”.
Ninguna de las dos esperó más ni se despidió, Honoka fue la primera en moverse y llevarse a Nagisa consigo. La carroza seguía afuera, así que subieron de inmediato y se sentaron lado a lado. Ambas tenían el corazón latiendo como caballos a todo galope. La carroza comenzó a moverse de regreso a casa de los Yukishiro. No se soltaban de las manos.
“Sentí que me desmayaba”, dijo Nagisa casi sin aire, estaba tumbada de manera poco agraciada en el asiento acolchado.
“Yo también”, respondió Honoka con su mano libre en el pecho, su corazón aún galopaba.
“Esos sujetos son aterradores”.
“Ni que lo menciones”.
Y las dos volvieron a ponerse rojas al mismo tiempo al recordar porqué estaban tomadas de la mano. Se soltaron y cada una se giró por su lado. Estaban apenadas, se les notaba.
“Lo que dijiste… Bueno”, murmuró Honoka.
“Lo siento, tuve que decirlo, no te dejaban en paz”, respondió Nagisa de inmediato. “Lamento si te incomodé… Ah… Digo… Eres mía en cierta manera… Ah… Bueno, no nos vamos a casar pero… Tu… Tú sabes”, Nagisa no sabía ni qué trataba de dar a entender, se encogió sobre el asiento mientras se alborotaba el cabello. Tomó aire. “¡No me gustó la manera en la que te hablaban! ¡Tenía qué hacer algo!”
Honoka sonrió, ella mantenía su vergüenza con más dignidad. Puso una mano en la espalda de Nagisa, un simple gesto de simpatía. De agradecimiento. “Hiciste que me saltara el corazón”, dijo sin siquiera contenerse.
“¡Eeek! ¡Señorita Honoka Yukishiro, no digas eso!” Nagisa se cubrió las orejas con ambas manos, toda ella ardía. “¡No puedo creerlo!”
“No estoy mintiendo. Me gustó lo que dijiste”, dijo Honoka entre risas pequeñas. “Seguro que en todo el castillo se escuchó ese ‘ahora es mía’”.
“¡No oigo nada! ¡Nada de nada! ¡La, la, la!”
Honoka ya no pudo soportar más y se echó a reír de la más linda y melodiosa manera. Una risa pura como agua brotando de un manantial. Nagisa se destapó las orejas y escuchó esa preciosa risa, se giró lo suficiente para verla, para ver ese rostro riendo con infantil encanto. No pudo contener su propia sonrisa e igualmente se echó a reír mientras se quedaba recostada en el cómodo asiento de la carroza.
“¡Sus caras…! ¡Sus caras cuando les hablaste así…! Fue… Fue…” Honoka no podía hablar por culpa de las carcajadas.
“¡Fue increíble, lo sé!” Respondió Nagisa entre risas. “Poner a esos nobles en su lugar fue… ¡Fue fantástico!” Rió un poco más hasta sentir que el aire le faltaba. Se compuso lo suficiente para al menos ver a Honoka. “Oye, no eres noble como ellos, ¿verdad?”
“No estrictamente hablando, pero digamos que aún hay contratos a nombre de mis padres que ellos mueren por tener”, dijo Honoka, igualmente recuperada del ataque de risa. Tomó aire y se sentó correctamente. “Entre otras cosas”.
“¿Y puedo preguntarte sobre eso?” Cuestionó Nagisa, procurando no tocar ninguna fibra sensible. A momentos era fácil olvidar que esa linda señorita era huérfana de padres.
“Te puedo contar”, tomó aire. “No es secreto para nadie en la capital y ciudades principales”, miró a Nagisa con una sonrisa suave. “Mis padres eran mercantes consumados, viajaron por todo el mundo y consiguieron contratos de intercambio de productos desde el extranjero a nuestras tierras”, enseguida sonrió con orgullo. “Ellos trajeron el café desde un sitio desértico a cien días de distancia a caballo, y la semilla con la que se hace el chocolate la trajeron desde un lugar al otro lado del mar”.
“¿Chocolate? ¡Es mi dulce favorito!” Exclamó Nagisa con alegría. Además, el café era la bebida favorita de la gente grande de su pueblo. A ella no le gustaba beberlo, era demasiado amargo para su paladar, pero le gustaba el aroma cuando los otros lo disfrutaban. “¡Entonces tus padres fueron héroes, deberían tener una estatua en cada ciudad!”
Honoka rió de manera suave. “Ninguno de esos hombres me engaña, ellos quieren tomar control de esos contratos por medio de la persona que elijan como mi esposo… Y dárselos a productores más grandes”, suspiró. “Mis padres preferían hacer tratos con los locales y pobladores, nunca con nobles o gobernantes. Ellos trataban directamente con agricultores, alfareros, artistas, pescadores… Con la gente normal”, sonrió. “Y el Consejo quiere acabar con eso y quedarse con esos contratos para cerrarlos con señores nobles extranjeros”, miró a Nagisa. “Si llego a mi mayoría de edad sin casarme, legalmente podré hacerme cargo de esos contratos. Por supuesto, yo quiero que las cosas sigan así, como mis padres lo dejaron”.
Nagisa no dijo nada a eso. Sonaba duro. Ahora comprendía porqué la casa de los Yukishiro lucía sencilla y porqué Honoka, aunque educada y acomodada, no tenía los mismos aires que los otros nobles. “Honoka, no quiero decir nada raro pero… Podrían matarte”, bajó la voz, “Estás en peligro. Si lo que quieren son los contratos de tus padres, podrían hacerte daño, o a la abuela”, tan sólo pensar en eso la aterró.
“Me necesitan viva, Nagisa”, suspiró hondo y miró a su Prometida con gravedad, bajó mucho más la voz. “¿Puedo confiarte un secreto? Es algo importante y la verdadera razón por la que me quieren mucho más que a los contratos comerciales de mi familia”.
El gesto de Honoka puso seria a Nagisa.
“¿Es grave?”
“De vida o muerte”.
Nagisa asintió. “Cualquier cosa que me confíes, la llevaré a mi tumba”.
Honoka asintió también. “Te cuento llegando a mi casa”.
Decidieron guardar silencio, después de todo, la carroza donde viajaban había sido enviada por el propio Consejo, a saber si las estaban escuchando o no. Además, el tema que Honoka iba a tratar con Nagisa merecía la privacidad de la humilde mansión de los Yukishiro.
Una vez llegaron a casa, el par entró y la abuela les recibió con una sonrisa y algo ligero para comer. Sanae estaba al tanto de que los enfados que Honoka sufría en esas juntas siempre le provocaban hambre. Nagisa sufría del mismo mal y ambas chicas comieron con gusto todo lo que la abuela les sirvió mientras le contaban lo sucedido en la junta.
“Muchas gracias por cuidar de mi Honoka”, dijo la abuela con dulzura y le acercó un postre más de arroz dulce a Nagisa. “Sé que está en buenas manos contigo”.
“El plan es que nos ayudemos mutuamente”, respondió Nagisa con una sonrisa apenada. Ni Honoka ni ella comentaron sobre el ‘ahora es mía’ que escandalizó a los miembros del Consejo. “Así que yo cuidaré de su nieta, señora Sanae”.
“Puedes llamarme ‘abuela’, querida”, rió la mujer. “Estamos temporalmente emparentadas”, agregó, divertida.
Nagisa también rió. Honoka sonrió mientras las veía, ya había terminado de comer y de momento disfrutaba de una taza de café. Le tomó el gusto a la bebida, le hacía recordar a sus padres, de pequeña los recordaba contándole historias de sus viajes y dándole regalos traídos de lugares lejanos mientras bebían café.
“Abuela, le voy a contar a Nagisa sobre eso”, avisó Honoka, seria.
“Oh, comprendo”, fue la calmada respuesta de Sanae. “Debes confiar mucho en ella”.
“Sí. Además, parte de nuestro trato fue darle Recursos a su hogar. No los conseguirá por medio de los Sacerdotes Espirituales, ya lo intentó, así que yo misma me encargaré del asunto”, informó Honoka.
“Recuerda ser discreta, cariño”.
“Lo seré”.
Nagisa se puso de pie apenas Honoka hizo lo mismo. Ambas se disculparon con la abuela y caminaron al jardín interior central de la casa, un hermoso espacio protegido por la construcción que tenía césped, flores, un hermoso barril con agua y rocas grandes alrededor, la cereza del pastel era un árbol de cerezo al centro cuya copa sobresalía y le daba un hermoso aspecto a la mansión a la distancia. Nagisa sonrió.
“Es hermoso”, dijo la guerrera mientras miraba más de cerca. Se sentó en una de las rocas al ver que Honoka hacía lo mismo. “Bien, te escucho”.
“Seguramente estás al tanto de que sólo los Sacerdotes Espirituales pueden pedir el poder de los Espíritus en pequeñas porciones para bendecir las tierras, ¿verdad?”
“Sí, hace muchos años vi uno, cuando tocó la bendición en mi pueblo. Soltó unas esferas en la tierra y el agua, luego una la rompió en el aire y toda la región reverdeció y floreció”, contó Nagisa. Lo recordaba como si hubiera sido ayer. “También llenó las canteras de materiales y los ríos de peces. Los animales estaban más sanos que nunca”.
“Lo que no sé si sepas, es que formar esos Recursos”, Honoka se refería a las esferas de las que Nagisa habló, “toma mucho tiempo, meditación y concentración, además de que los Sacerdotes deben estar en total armonía con los Espíritus para pedir su poder concentrado”.
“Suena complicado”, murmuró Nagisa.
“Lo es, en ocasiones tardan semanas dependiendo del poder y la afinidad del sacerdote”, continuó Honoka. “Para volverse parte de la Orden Espiritual, se debe tener una afinidad natural a los Espíritus, y luego seguir con un arduo entrenamiento”.
Nagisa asintió varias veces, no entendía a dónde quería llegar Honoka con tantas explicaciones, pero debía ser importante si tenía ese gesto serio. “Comprendo”, enseguida refunfuñó. “Por eso los lotes llegan cada estación, ¿verdad?”
Honoka asintió. “La historia detrás de la Orden Espiritual es más larga y te la puedo contar después con más calma, pero lo que sí te puedo decir, es que hace muchísimas generaciones, había personas con mucha afinidad a los Espíritus, capaces no sólo de pedir su poder, sino de usarlo con sus propias manos. Ahora ya no las hay, al menos no como antes”, sonrió de manera suave y extendió su mano hacia Nagisa, sólo para mostrarle cómo de su palma brotaban unas chispas luminosas que hacían el ruido propio de un relámpago en miniatura. Sonrió cuando Nagisa acercó su dedo. “No lo toques, no te gustará la sensación”, dijo Honoka con una sonrisa suave.
“Honoka… Esto…” Nagisa podía sentir cómo los vellos de sus brazos de levantaban por una extraña sensación que sólo daban los rayos de una tormenta. Tragó saliva. “Eres como los Sacerdotes Espirituales…”
“Más bien, como los primeros Sacerdotes Espirituales”, aclaró Honoka, cerró su mano para desaparecer esas chispas, luego extendió su palma al barril lleno de agua. “Tengo mejor compatibilidad con los Espíritus del Rayo, pero los demás me escuchan y puedo pedirles que hagan esto”, su mano comenzó a moverse como acariciando el viento. El césped comenzó a crecer, los botones que aún no abrían comenzaron a florear, el agua del se desbordó, el cerezo igualmente floreció en la base de la copa pese a estar fuera de estación.
Nagisa no podía creerlo, miró a Honoka con inmensa sorpresa. “Tú puedes bendecir la tierra”, murmuró la guerrera.
Honoka asintió. “Ahora imagina lo que harán los del Consejo conmigo si consiguen los contratos y tienen éste poder a su disposición…”
No era un escenario difícil de visualizar. Con los contratos exclusivos y el poder de Honoka, esos sujetos iban a tener productos para mercar de manera ilimitada. Y a saber si la obligarían a tener hijos que posiblemente heredarían ese poder. Pensarlo era horrible. Miró a Honoka con tristeza. Nagisa no pudo contenerse, tomó sus manos.
“Te protegeré de esos sujetos, lo prometo”, dijo con su gesto cargado de temor. “Tu poder… Tu poder es hermoso, te protegeré hasta que seas libre del Consejo”, continuó.
“Gracias, Nagisa”, respondió Honoka con una sonrisa que no pudo contener, así como tampoco resistió el deseo de enredar sus dedos con los de su Prometida. “Con éste poder ayudaremos a tu pueblo. Saldremos mañana mismo”, dijo enseguida.
“¿Sabes?” Nagisa recuperó su sonrisa, más al sentir la calidez de las manos de Honoka. “Pensé que yo era la única que podía hacer eso de las chispas”, dijo y sus manos igualmente soltaron las chispas de un rayo. Ninguna sintió daño alguno entre sus manos, al contrario.
Honoka abrió los ojos con sorpresa. Sonrió.
CONTINUARÁ…
Chapter 3: Sus Voces
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“Espera, espera un momento”, Nagisa se tocó la frente, la atacaron con mucha información y le era complicado procesar tantas palabras a la vez. No que fuera tan tonta, se conocía, el problema era ¡que Honoka hablaba mucho! “Déjame ver si entendí, hace mucho tiempo la Orden Espiritual tenía dos tipos de personas, los sacerdotes y los guerreros”, pudo resumirlo así, pero su Prometida decidió contarle la versión larga.
“Exactamente, los sacerdotes tenían el poder de pedir el poder de los Espíritus para bendecir las tierras, mientras que los guerreros eran capaces de pedir el poder de los espíritus para pelear”, explicó Honoka, que al ver el gesto confundido de Nagisa, decidió no emocionarse demasiado con las explicaciones. Mejor mantenerlo simple.
“¿Sabes? Aquella vez que llegaron a dar la Bendición a mi región, el Sacerdote hizo pruebas en los niños para ver si alguno era adepto a los Espíritus, pero ninguno lo fuimos”, Nagisa suspiró hondo y frunció el ceño. “Yo pensé que lo era, intenté mostrarle las chispas al sacerdote pero no salieron y no me creyó. Dijo que no sentía nada en mi”.
Honoka se llevó una mano al mentón. “Y eso… ¿Te hizo sentir mal?”
“A decir verdad… Sí”, confesó Nagisa. “Sé que les pagan bien. Y al volverse Sacerdotes, la Orden les da dinero a las familias de los que se unen. Pensé que si trabajaba para ellos, podría conseguir esa recompensa para mi familia”, y al escucharse a sí misma, se sonrojó. “Eso no sonó bien, ¿verdad?”
“Creo que es noble de tu parte pensar en el bienestar de tu familia”, dijo Honoka con un gesto suave que tranquilizó a su compañera.
“Gracias”, Nagisa sonrió.
El par de chicas iban camino al hogar de Nagisa, cada una en su caballo. Un hermoso corcel negro para Nagisa, mientras que el de Honoka era blanco. De hecho, el de Nagisa era un regalo de parte de Honoka que Nagisa aceptó luego de poca insistencia. Ésta vez iban sin guardias ni vigilancia, Honoka dio su palabra de volver a la ciudad apenas atendiera un asunto urgente con su Prometida. Honoka a momentos miraba atrás al saber qué era lo que se había quedado como garantía de su regreso ante el Consejo.
Justamente Nagisa notó cuando Honoka miró la ciudad. Sólo atinó a acercar su caballo al de su compañera y tomarle el hombro.
“La abuela Sanae estará bien”, dijo Nagisa con voz suave, tratando de reconfortarla.
“Lo sé, mi abuela es fuerte”, murmuró Honoka luego de un suspiro. Miró a Nagisa para regalarle una sonrisa agradecida y volver a mirar al frente. “Gracias”.
Nagisa de alguna manera ya tenía una idea de cómo devolverle su buen humor: haciéndola explicar cosas. “¿Por qué crees que no pude mostrar las chispas aquella vez?” Preguntó, esperando una larga explicación al respecto, pero en lugar de eso, vio que Honoka sonreía de una manera rara pero linda. ¿Confidente? Esa era la sensación que le daba. “¿Qué pasa?”
“Sólo hay una manera de saberlo”.
“¿Cuál?”
“Preguntándoles a ellos, seguramente tenían una buena razón para negarse a salir aquella vez”, explicó. “Tú tienes una buena presencia, les gustaste a los Espíritus y por eso siguen contigo”, sonrió de manera linda, recuperada. “No los culpo, tienes encanto”.
Nagisa sintió un intenso cosquilleo en la barriga por alguna razón que desconocía, la sensación no fue desagradable, sólo la sobrepasó por un momento. Quizá fue por la manera en que Honoka le miró, el sincero halago o algo en el tono de su voz al decirlo, el punto era que se sentía rara y con las mejillas tibias. Aclaró su garganta y miró al frente.
“¿En serio puedes hacer eso? ¿Preguntarles directamente a ellos?”
“Sí, y estoy segura que tú también podrás, sólo debemos despertar tus sentidos”, dijo Honoka con una sonrisa suave. “Lo haremos cuando acampemos, necesitamos tiempo y tranquilidad”, agregó Honoka con recuperado ánimo. Nagisa en serio se preocupaba por ella. “Nagisa… Lamento que te vieras envuelta en esto… Tal vez debí dejarte ir y…”
“¿Eh? ¡Hey, no digas eso!” Nagisa rápidamente puso una mano en el hombro de Honoka. “Gracias a ti, mi pueblo se recuperará del desastre. Además tampoco es tan malo estar así”, eso lo agregó con más pena. La palabra Prometida se repetía en su cabeza cada vez que recordaba la verdadera razón por la que estaban juntas. “Yo… Bueno… Ah…” ¿Cómo decirle que aunque le era raro ser su Prometida, no se sentía tan incómoda en realidad? No pudo, pero el gesto de Honoka la calmó.
“Gracias, Nagisa”, dijo Honoka mientras tomaba dulcemente la mano en su hombro. El tacto en serio era cálido. “Te ayudaré a despertar tus sentidos y tendrás mejor control de tus espíritus acompañantes”.
“¿Y crees que yo pueda dar la Bendición a las Tierras así como tú?” Preguntó Nagisa.
“No puedo asegurar nada ahora mismo, al menos no hasta poder confirmar el tipo de poder que tienes”, respondió luego de analizar a Nagisa de pies a cabeza. “¿Siempre has peleado?”
“Sí. Pero no me gusta pelear, prefiero la idea de defender a mi familia y a mi gente. No hay mucha vigilancia en la región así que los ataques de ladrones y bandidos son constantes”, explicó Nagisa. “No quiero presumir, pero aprendí a pelear rápido y soy fuerte”, dijo la muy presumida mientras mostraba los músculos de su brazo derecho.
Honoka se echó a reír y puso un gesto juguetón. Estiró su mano hacia ella. “¿Puedo?”
Nagisa entendió, quería tocar su brazo. No sería la primera vez, sus amigas del pueblo lo hacían seguido cuando presumía ante ellas. Un simple juego. Asintió a Honoka. “Adelante”. Pero Nagisa no contaba con que Honoka no era como sus amigas.
“En serio eres fuerte”, murmuró Honoka mientras tocaba con sus dedos alrededor de los músculos, delineando, casi dibujando sobre su piel. “También tienes mucha fuerza aquí”, agregó, tocando en la parte inferior de su brazo. “Te has ejercitado debidamente. Además tu espalda es amplia. No amplia como la de un chico, tu figura es muy femenina y queda acorde con la fuerza de tus brazos”, ésta vez presionó con sus dedos y los deslizó suavemente a lo largo de su musculatura, del codo al hombro cual caricia.
La pobre Nagisa se sintió primero nerviosa y luego en llamas. No sabía qué estaba haciendo Honoka pero fue demasiado. De inmediato retiró su brazo mientras toda ella ardía. “¡Honoka, no tienes por qué hacerlo así!” Se quejó Nagisa mientras apresuraba un poco el trote de su corcel, todo en afán de escapar de la vergüenza.
“¿No?” Honoka supo exactamente lo que le provocó a Nagisa y la idea le gustó. Si la veía molesta se retractaría, pero su compañera sólo estaba apenada. “¿Entonces cómo iba a poder confirmar la fuerza de tus músculos?” Preguntó la muy pilla mientras trataba de alcanzarla.
“¡Apretando un poco y ya! ¡O decirme que levantara algo pesado! ¡No lo sé, pero no así!” Seguía apenada. ¿Por qué con Honoka todo se sentía raro?
“De acuerdo, te lo pediré al rato que acampemos”, respondió Honoka, divertida. Para enseguida poner un gesto un poco más serio. Era consciente de lo que le provocó a su Prometida. “Lo siento, no lo haré de nuevo si no te es cómodo”, lo mejor era asegurarse, tampoco quería que su compañera no estuviera a gusto a su lado.
Nagisa tragó saliva. “No estoy incómoda”, fue todo lo que pudo responder. El resto de sus ideas no se acomodaban, no cuando tenía a esa linda chica tan cerca.
A Honoka le regresó la sonrisa al rostro. “Me alegra, porque al rato tendrás que dejarme tomar tus manos, sólo así podré comunicarme mejor con tus Espíritus”, avisó. Esa parte era cierta, no un jugueteo. Lo tomaría en serio cuando llegara el momento.
“Oh…” Nagisa se aclaró la garganta. “De acuerdo, lo haremos”, le miró de reojo. “No me molestas, en serio”.
Honoka sonrió.
~o~
Sólo hicieron una pausa para comer y dejar que los caballos descansaran antes de seguir su camino. Según Honoka le contó a Nagisa, los corceles que tenían estaban hechos para viajes largos, tenían buena resistencia. Gracias a ello avanzaron bastante y Nagisa lo notó. Honoka sólo conocía la región de Nagisa gracias a los mapas, por sí sola no había viajado muy lejos a decir verdad y se lo dio a saber a su compañera durante el día.
Honoka se maravillaba con todo en el paisaje nuevo, parecía contenta y a Nagisa le alegraba que Honoka ya no estuviera tan preocupada por su abuela. Nagisa había viajado un poco más que Honoka así que le contó primero cómo fue su viaje desde su hogar a la capital, así como algunos otros viajes que en su momento hizo con su familia: paseos a la montaña, a la playa, picnics en los campos.
“Suena divertido”, comentó Honoka con un gesto suave. Por su lado, Honoka nunca tuvo la oportunidad de viajar con sus padres, ellos siempre viajaron lejos y ella era muy pequeña. Su abuela hizo todo lo que pudo para criarla bien, pero lo más que viajaron juntas fue a las pequeñas villas en las afueras de la ciudad.
Nagisa, que podía intuir muy bien lo falta que Honoka estaba de experiencias reales, decidió ayudarla a su modo. Se estaban ayudando mutuamente después de todo.
“Podemos hacerlo mientras estemos juntas”, dijo Nagisa con una sonrisa grande. “Digo, no sé si deba permanecer a tu lado todo el tiempo o si deba quedarme contigo en la capital”, se encogió de hombros al decir eso.
“En tu caso, como vives lejos de la capital, lo mejor es que te quedes en mi casa durante un tiempo”, respondió Honoka, pensativa. “tampoco debemos estar todo el tiempo juntas, pero creo que te buscarán constantemente para duelos”, se llevó una mano al mentón. “Además debo explicarle a tus padres toda la situación”, para aligerar un poco la plática, le sonrió de manera traviesa, “debo presentarme debidamente ante tus padres y decirles que eres mi Prometida. Y debo asegurarles que cuidaré muy bien de su querida hija”.
Nagisa frunció el ceño. Era obvio que Honoka trataba de bromear. Lo logró.
“¡Honoka! ¡No digas esas cosas!” Gritó Nagisa con gracioso horror, sólo atinó a pegar su cara en la crin de su caballo para ahogar su pena, tenía las manos ocupadas con la rienda.
“Hablando en serio, debo decirles la razón por la que su hija tiene que quedarse conmigo por un año mientras la retan a duelos”, dijo, más seria. Miró a Nagisa apenas ésta giró su rostro hacia ella. “Me avergüenza mucho decirles que estás en problemas por mi culpa, lo menos que puedo hacer es asegurarles que estarás bien”.
“Honoka…”
Nagisa tragó saliva. A momentos intentaba bromear con la situación pero era complicado. Honoka estaba en un aprieto grande contra todos esos sujetos que no la mataban solamente porque querían su poder y la necesitaban viva. Suspiró hondo y volvió a incorporarse. Lo importante era calmar a su compañera. A su Prometida.
“No quiero llevarte la contraria, pero debo ser yo la que debo decirle a mis padres que estarás bien y te protegeré”, fue su turno de bromear un poco. “Daré toda mi fuerza para proteger a la señorita de casa que se sorprende con las flores de campo”, la provocó un poco a propósito, el punto era que dejara de tener cara de preocupación.
Honoka se indignó.
“Puedo protegerme bien sola”, reclamó de inmediato con todo el orgullo posible.
“Eso no me consta, la que tuvo que sacar la espada fui yo”, continuó, contenta porque su plan funcionó. La vio sonrojarse, ¡se veía tan linda! “Es más, mis padres me regañarán como deba ser yo la deba ser protegida y cuidada, ellos me dirán que debo protegerte”, asintió con toda la seguridad del mundo.
No mentía, por cierto. Los Misumi eran una familia… Especial.
Honoka se sentía caliente hasta las orejas, buscaba en su cabeza algún argumento para defenderse, pero no podía. No encontraba nada para responderle a Nagisa y no ayudaba que la sonrisa de ésta se hiciera cada vez más grande y airosa.
“Yo…”
“Ríndete, Honoka”, ahora entendía por qué su Prometida gustaba de descomponerla, ¡era divertido! No sabía que alguien tan aparentemente controlada como ella pudiera poner esos gestos. “Deja que la poderosa Misumi Nagisa se encargue de ti”.
Honoka hizo un gracioso gesto de niña enojada, incluso infló sus mejillas mientras seguía roja. Y de pronto un sonido hizo que ambas pusieran atención. Era un murmullo como el de un arroyo, el soplar del viento entre las copas de los árboles… Pequeñas risas. Ambas pudieron escucharlo pero fue Honoka la que pudo entenderles mejor.
“¡No se burlen, no me puso en mi lugar!” Reclamó Honoka a los pequeños Espíritus. Y al darse cuenta que dijo eso en voz alta, miró a Nagisa con su pena multiplicada por diez.
Nagisa no pudo contenerse más y se echó a reír mientras animaba a su caballo a galopar a toda velocidad. Honoka rápidamente fue tras ella.
“¡Nagisa…!”
“¡Gané!”
~o~
Ya el par había montado su campamento antes de que se metiera el sol. Tenían una buena fogata, estaban cerca de un arroyo donde los caballos podían beber agua y además había suficiente hierba en los alrededores para que se alimentaran. Honoka preparaba la cena para ambas mientras Nagisa acomodaba las mantas para dormir, una junto a la otra. Honoka le contó a Nagisa que al menos sabía acampar gracias a algunas salidas con su abuela en las afueras de la ciudad. Lo que Honoka no agregó, era que de pequeña quería prepararse para cuando pudiera viajar con sus padres.
Nunca sucedió, pero los conocimientos se quedaron.
“¿Entonces esa hierba es comestible?” Preguntó Nagisa al ver que Honoka agregó unas hojas anchas a la sopa.
“Sí, mi abuela me enseñó, además le dan un buen aroma a la comida”, respondió una entusiasmada Honoka. Habían pasado varios años desde que dejó de acampar con su abuela, sobre todo por el asunto de los duelos y la propia edad de su abuela.
Nagisa olfateó un poco el aire y sonrió. “Tienes razón, huele genial”, dijo Nagisa con una sonrisa inmensa. Su estómago rugió de hambre. “¿Ya está?”
“Ya casi”, Honoka dejó que la sopa hirviera un poco más. “¿Cuánto tardaste en llegar a la Capital desde tu pueblo?”
“Siete días, pero tuve que tomar carretas para acortar el viaje todo lo posible”, de no haberlo hecho, seguramente le habría tomado casi diez días. “Pero gracias a los caballos, estamos avanzando rápido. Estos chicos son veloces”.
“Lo sé, son los mejores”, Honoka sonrió.
“Por cierto, eso que me ibas a enseñar sobre despertar mis sentidos…”
“Oh, lo haremos después de cenar, será cansado si es tu primera vez. Yo ya estoy acostumbrada a hablar con ellos y escucharlos, pero en tu caso quizá te gaste energía, así que mejor come todo lo que puedas”, dijo Honoka, que se había asegurado de preparar bastante comida, más que nada para Nagisa. De por sí la chica tenía un gran apetito.
“Eso no me lo tienes que decir dos veces”, respondió Nagisa con una sonrisa inmensa. “En serio huele genial”.
“Espero que te guste”.
No le gustó, le encantó.
Honoka sólo pudo ver con sorpresa y visible admiración cómo Nagisa vació la olla por sí misma. Honoka se llenaba con poco y Nagisa podía seguir comiendo de tener la oportunidad. Saber eso hizo reír ligeramente a Honoka con marcada diversión, su prometida en serio era todo un caso.
“Honoka, cocinas delicioso. Gracias por la cena”, dijo una satisfecha Nagisa.
“Me alegra que te gustara”, respondió Honoka con alegría.
“Deja lavo los platos, tú ya cocinaste”, se ofreció Nagisa de inmediato. “Y después… Ah… ¿Vemos eso de despertar mis sentidos?”
“Por supuesto”.
Ambas compartieron una sonrisa y fue Nagisa la que lavó los trastes de la cena mientras Honoka se quitaba el calzado y un par de prendas extra para poder dormir más cómoda. Esa noche no hacía frío, además tenían una buena fogata y en todo caso los Espíritus felizmente las mantendrían cálidas si enfriaba durante la madrugada. Y en caso de algún ataque inesperado, Nagisa era guerrera y tenía la ayuda de los pequeños. Se sentía segura.
Veinte minutos después, las chicas estaban sentadas una frente a la otra con las piernas cruzadas, sobre las mantas donde iban a dormir para más comodidad, o por si Nagisa se quedaba sin fuerzas. Ésta, por cierto, estaba igualmente descalza y con ropa más cómoda.
“Ah… ¿Y ahora?” Preguntó Nagisa, nerviosa de repente.
Honoka rió ligeramente. “No será nada raro ni complicado, te lo aseguro. Sólo necesito que hagas lo que yo te diga y te relajes, ¿de acuerdo?”
Nagisa asintió varias veces. “De acuerdo, hagámoslo”, respiró hondo, estaba lista.
Honoka levantó sus manos. “Toma mis manos”, indicó y Nagisa así lo hizo. Sus dedos quedaron enredados y Honoka no pudo evitar la tentación de sentir el calor de las manos de su Prometida un par de segundos más antes de proseguir. “Cierra los ojos, yo haré lo mismo. Trata de respirar al mismo tiempo que yo, ¿de acuerdo? Tenemos que relajarnos y entrar en armonía”, continuó mientras notaba a Nagisa asentir, se notaba ligeramente ruborizada. No sabía por qué, pero no había tiempo para averiguar demasiado, no en ese momento. Tenían un importante ejercicio por hacer.
Sus manos en serio son cálidas, fue el primer pensamiento que asaltó a Nagisa en cuanto se tomaron las manos de esa manera. Tuvo que concentrarse en las instrucciones de Honoka, quería escuchar las voces de los Espíritus y saber por qué no se mostraron aquella vez cuando el Sacerdote Espiritual hizo las pruebas.
Conforme pasaban los minutos, sus respiraciones se sincronizaron, sus manos estaban sujetas entre sí con firmeza pero con gentileza y, quizá no se daban cuenta, pero sus corazones latían al mismo ritmo. Una armonía perfecta. Las dos se sentían en paz, la comodidad era palpable. Sonrieron al mismo tiempo sin darse cuenta.
Y Nagisa los escuchó.
“¡Al fin nos escuchas!” “¡Al fin podemos sentir tus latidos!” “¡Siempre hemos querido hablar contigo!” Eran las voces que Nagisa podía escuchar directo en su cabeza. No podía explicar con exactitud la sensación, pero le gustaba.
“Y yo siempre he querido hablar con ustedes”, respondió Nagisa con alegría pero sin abrir los ojos. Podía verlos en su cabeza, esas pequeñas chispas llenas de luz y de vida. Le gustaban. “Oigan, ¿por qué no aparecieron esa vez de la prueba?” Preguntó con un gracioso gesto de reproche. “Los hubiéramos impresionado a todos”, agregó.
Honoka sonrió al escuchar eso. Los Espíritus de Nagisa se sentían repletos de vitalidad, justo como la propia Nagisa. “Seguro que tenían una razón, ¿verdad?”
Y luego se escucharon muchas voces a la vez, los pequeños Espíritus hablaban al mismo tiempo, en serio estaban emocionados. “Nosotros peleamos contigo”. “Nos gusta cuando peleas”. “Ellos no buscan a los que pelean”. “Tus puños son para proteger”.
“Parece que ellos siempre pensaron en ti, Nagisa”, dijo Honoka con suavidad.
Nagisa asintió, tenía ganas de llorar pero resistió. “Gracias, chicos”.
“Eso sólo confirma que tú eres una Guerrera Espiritual, Nagisa”, dijo Honoka apenas su Prometida se compuso lo suficiente. “Tendrás que aprender a concentrarte por tu cuenta para poder hablar con ellos hasta que lo hagas naturalmente”, explicó, “pero sé que podrás hacerlo, eres bastante natural por lo que veo, no te has fatigado como creí que lo harías”.
“¿Soy fantástica, verdad?” Preguntó una divertida Nagisa y los pequeños Espíritus rieron también. Era lindo escucharlos. Sus voces no le eran tan ajenas, como si ya las hubiera escuchado antes. Seguramente los escuchaba cuando era más pequeña. Suspiró hondo y finalmente abrió los ojos para poder ver a su acompañante y agradecer debidamente la ayuda que estaba recibiendo pero…
Honoka seguía con los ojos cerrados, su lindo gesto concentrado, una suave sonrisa, su piel pálida iluminada por la luz de la fogata… ¡Cómo podía ser tan débil ante esa visión! Apretó los párpados mientras sus mejillas ardían. Suspiró hondo.
“¿Estás bien? ¿No te sientes cansada?” Preguntó Honoka sin abrir los ojos. Podía sentir (mejor que Nagisa) cómo la energía fluctuaba entre sus manos unidas. Ella en especial sentía un muy agradable calor en sus manos y una linda sensación en el pecho que disfrutaba a consciencia. Al menos sus Espíritus decidieron ser un poco más discretos ésta vez.
“Me vendría bien un descanso, gracias”, respondió Nagisa de inmediato, como siguiera sintiendo las manos de Honoka y esa extraña sensación en su cuerpo, iba a desmayarse o algo peor. No pensaba caer en los encantos de la señorita Yukishiro. Ya suficiente era tener el título de Prometidas, le bastaba con tratar de ser amiga de ella e iban por buen camino, pero había muchas cosas que la descolocaban y eso la enfadaba un poco.
Suspiró pero no supo si de alivio o por otra cosa cuando las manos de Honoka la soltaron. Apretó sus manos luego de sentir la ausencia de las palmas ajenas. Se tumbó sobre su manta con los brazos extendidos mientras miraba el hermoso cielo estrellado. Volvió a suspirar, de nuevo escuchaba sólo murmullos a su alrededor, lo que quería decir que aún necesitaría el apoyo de Honoka, al menos hasta poder hacerlo por sí misma.
“Lo siento, no los escucho, dejen que descanse, ¿sí?” Dijo Nagisa a los pequeños y de nuevo unos murmullos zumbaron en sus oídos. “Lo volveremos a intentar mañana que anochezca, ¿de acuerdo?”
Supo que le respondieron pero no supo su respuesta exacta. La que sí lo supo fue Honoka y sus mejillas enrojecieron mientras sus propios Espíritus hacían un pequeño escándalo que decidió ignorar, para diversión de los pequeños. Su única reacción fue hacer lo mismo que Nagisa y acomodarse en su manta. No podía dejar de sonreír.
“Lo hiciste bien para ser tu primer intento”, dijo Honoka mientras ignoraba a esos pequeños parlanchines. Saber de ellos que a Nagisa le gustó sentir sus manos unidas fue demasiada información. ¡Apenas se estaban conociendo! Admitía que Nagisa le despertaba sentimientos en el pecho pero no debía apresurar las cosas, lo último que quería era asustar a su Prometida con algún comportamiento inapropiado.
Además estaban juntas por un acuerdo de simple conveniencia. No debía olvidar eso.
“Lo hice bien porque me guiaste bien. Gracias, Honoka”, murmuró Nagisa sin mirarla.
“Por nada, Nagisa”, respondió Honoka también sin mirarla. “Estoy segura de que pronto podrás escucharlos sin mi guía”.
Nagisa asintió con un monosílabo pero fue todo. Seguían sin mirarse. Honoka sonreía mientras Nagisa no sabía con exactitud qué cara poner. Lo mejor era dormir. Ya que lo percibía mejor, su cuerpo estaba cansado. El de Honoka también. Cabalgar todo el día también era cansado por mucho que ellas no corrieran.
“¿Segura que estaremos bien si ninguna vigilamos?” Preguntó Nagisa mientras se acomodaba apropiadamente para dormir. La noche era cómoda, tibia. Agradable como su compañía. “No me gustaría que un ladrón nos ataque”.
“No te preocupes, nuestros amigos nos cuidarán”, respondió Honoka con calma. “Si hay algún peligro cerca, ellos nos despertarán”.
Si Honoka estaba tranquila entonces Nagisa también lo estaría. Ambas bostezaron al mismo tiempo, y al darse cuenta de eso, las dos rieron ligeramente.
“Buenas noches, Nagisa, descansa”.
“Buenas noches, Honoka. Y gracias por tu ayuda”.
“No tienes nada qué agradecer, lo hago con gusto”.
Finalmente se miraron la una a la otra y compartieron una sonrisa antes de taparse y dormir.
~o~
Nagisa no sabía exactamente qué hacer y tampoco tenía ni la más pálida idea de cómo terminó en esa posición. Si se movía entonces despertaría a Honoka y quedaría en evidencia. Muy dentro de ella tampoco quería moverse de donde estaba porque era la primera vez que amanecía cómoda como nunca antes. ¿La razón de su comodidad?
Aparentemente fue ella misma la que se movió de su sitio, admitía ser muy inquieta para dormir, y quedó pegada a Honoka, quien a su vez (quizá en sueños) terminó por abrazarla y quedaron en tan comprometida posición. Nagisa contra el cuello de Honoka, Honoka abrazándola con un brazo y su boca pegada a la frente de Nagisa, Nagisa sujetando a Honoka por la cintura con su brazo y más pegada a ella de lo que debería.
¡Porqué rayos Honoka huele tan bien! Gritó Nagisa en pánico para sus adentros.
No se atrevía a moverse. Ya estaba saliendo el sol, podía percibir la luz incluso en su apretada posición. ¿Acaso sus piernas se enredaron con las de Honoka? Nagisa era consciente que gustaba de abrazar las almohadas cuando dormía, pero lo que abrazaba era a su Prometida, no a una almohada. Honoka no debería ser tan cómoda, pensó Nagisa aún en pánico. ¡No puedo creerlo!
Nagisa no era la única despierta, por cierto.
Honoka igualmente fingía dormir mientras era totalmente consciente de su posición actual… ¿¡En qué momento se abrazaron!? No estaba segura pero sus pequeños y entrometidos Espíritus acompañantes le dijeron que Nagisa la abrazó en sueños y ella correspondió el abrazo también en sueños. No que se quejara pero como no se mantuviera calmada, su corazón iba a delatarla. ¡Tenía a Nagisa tan cerca!
Y luego lo pensó mejor. Sólo era un abrazo, no había razón para entrar en pánico. Además el abrazo se sentía muy bien. Un solo suspiro bastó para llenarse del aroma de Nagisa. Un aroma cómodo. Sonrió. Si Nagisa estaba incómoda, la soltaría. No había ninguna necesidad de hacer tan grande algo tan sencillo como un cálido abrazo.
Aprisionó a Nagisa con más firmeza entre sus brazos, la sintió respingar.
“Buenos días, Nagisa”.
“Bu-Buenos días, Honoka”.
Silencio. Nagisa habló de nuevo, mejor dicho, balbuceó.
“Ah, yo… Esto…”
“Es cómodo”.
“Ah… Bu-Bueno, lo es… Creo…”
“¿Quieres que te suelte?”
Nagisa no respondió. Honoka habló contra su cabello mientras no dejaba de sonreír.
“Lo haré si me lo pides”.
La guerrera tragó saliva y ella misma se atrevió a sujetar a Honoka con más fuerza por la cintura, se sentía embargada por las sensaciones que su Prometida le provocaba. Quería soltarse, pero no se atrevía a alejarse de ella. ¡Además sólo era un abrazo! Refunfuñó un poco.
“Un rato más”, fue lo único que Nagisa pudo decir. Sentía que si escapaba, quedaría como una cobarde ante su compañera. “Y… Y esto no tiene nada qué ver con que seamos Prometidas, ¿de acuerdo?”
“De acuerdo”, respondió Honoka con una sonrisa divertida. “Aún es temprano”.
Nagisa no respondió, sólo asintió con la cabeza antes de pegar su rostro al hombro de Honoka. No pudo hablar. Honoka mantuvo su sonrisa.
Se soltaron hasta que sintieron hambre.
CONTINUARÁ…
Chapter Text
El viaje había sido entretenido a su modo y permanecer juntas ayudó a que ambas chicas se conocieran mejor. No tenían muchos gustos en común, pero sin duda tenían mucho para platicar precisamente gracias a eso.
Honoka descubrió que Nagisa no era particularmente brillante en el sentido académico de la palabra, pero al contrario de eso, tenía mucha experiencia práctica gracias a su vida en un pueblo tan movido y ocupado. Supo que el padre de Nagisa era herrero y fue él quien forjó su espada con una roca que cayó del cielo una noche, poco después de que Nagisa naciera. Sabía que su madre se encargaba de una pequeña porción de tierra donde sembraba papas. Supo que tenía un hermano tres años menor que ayudaba a sus padres tanto en la herrería como en el sembradío, y que su sueño era aprender el oficio de su padre.
La joven hija de mercantes también supo que Nagisa no tenía madera para ser herrera como su padre, y que en cambio ayudaba a cuidar el pueblo junto con una pequeña patrulla hecha por otras personas de su edad, además solía ayudar en las minas y a su madre con las papas. Era una persona increíblemente activa. Eso le gustó.
Por su lado, Nagisa se enteró, no sin cierto sentimiento de tristeza que no supo ocultar, que Honoka era hija única y que sus padres murieron cuando ella tenía ocho años. El barco donde viajaban sucumbió en una tormenta y ningún pasajero ni tripulante sobrevivió, lo único que se encontró fueron trozos del barco y su bandera. La abuela Sanae desde entonces se hizo cargo de ella y la educó lo mejor posible. En cuanto a los negocios de sus padres, sus ayudantes y un viejo amigo y socio de la familia se hicieron cargo de ellos y hasta la fecha mantenían los contratos justo como sus padres los dejaron.
Por supuesto, ni los ayudantes ni el socio tenían la potestad de alterar los contratos, no cuando los padres de la joven ya habían dejado en claro y por escrito que su hija Honoka heredaría todo lo que ellos habían construido apenas cumpliera la mayoría de edad. Pero había un detalle que sus padres dejaron anotado también: la persona que desposara a su hija también podría trabajar con ella y decidir sobre esos contratos si así lo deseaba.
Esa simple línea fue a la que se aferraron los del Consejo para buscarle un Prometido a la chica lo más pronto posible, alegando que era por su bien. Una vez que Honoka Yukishiro cumpliera la mayoría de edad, el negocio sería todo suyo y nadie más podría entrometerse en sus asuntos.
Dos podían jugar el mismo juego y Honoka se aferró a que en el documento decía “persona” y no “varón”, por lo que una mujer podría perfectamente actuar como su cónyuge. La suerte y los mismos Espíritus permitieron que una mujer terminara como su Prometida y Honoka estaba TAN agradecida con el universo. Además la chica le gustaba un poco, ¿para qué negarlo? Nadie le prohibía sentir algo por Nagisa Misumi aunque ésta se portara amistosa con ella y nada más. Tampoco pensaba llegar tan lejos.
Por su lado, Nagisa estaba admirada de la fuerza de voluntad de Honoka. Saber que desde la muerte de sus padres se dedicó a estudiar mucho para seguir sus pasos era algo admirable. Por lo que escuchó de Honoka, aunque era una chica que procuraba a sus vecinos y que era atenta y amable, además de muy popular en la ciudad, en realidad se trataba de un lobo solitario que no tenía amigos ni más personas cercanas además de su abuela y la gente que trabajaba en el negocio de sus padres. Todas esas personas eran mayores que ella. No tenía amigos de su edad. No tenía interés en conseguir novio o salir con un chico, Honoka le dejó en claro que los chicos no le interesaban y a Nagisa le tomó cinco días atrapar las palabras que Honoka dejó en el aire: los chicos no le interesaban, las chicas sí.
Nagisa siempre pensó que esos asuntos de romance las cosas eran entre chicos y chicas, como que ella misma en verdad deseaba tener un lindo y apuesto novio con quien bailar en los festivales y salir a pasear luego de un largo día. Pero al parecer, algunas veces el amor venía en otras formas y eso la sorprendió un poco.
“Entonces… ¿Hay alguna chica que te guste?” Preguntó Nagisa durante el último tramo del viaje. Llegarían a su territorio en un rato más, ¡el viaje les tomó sólo cinco días gracias a esos veloces caballos! ¡Estaba tan feliz!
Honoka rió suavemente ante la pregunta. “De momento no estoy en posición de buscar novia, así que debo contenerme un poco”, respondió. No le diría a Nagisa que la persona que le estaba llamando poderosamente la atención era ella. No había razón, no cuando escuchó que el deseo de Nagisa era casarse con un chico lindo y fuerte y tener una familia y una hermosa casa como la de sus padres, y vivir felices para siempre desde luego. “A decir verdad, lo que más me preocupa ahora es asustar a tus pretendientes si nos presentamos como Prometidas en tu pueblo”, dijo la chica, repentinamente seria.
Nagisa puso un gracioso gesto de derrota y Honoka lo notó.
“No te preocupes por eso, no tengo pretendientes en mi pueblo”, dijo, claramente lamentándose por ello. “Digo, soy amiga de todos ahí y los adultos me adoran, tengo amigos y amigas pero… Nadie se me ha declarado hasta el momento”.
Honoka frunció el ceño. “Eso no es posible, eres muy linda y fuerte”, declaró, seria y enfadada. “Deberías tener muchos pretendientes”.
Nagisa se sonrojó mucho al escuchar eso y miró a un lado. “Bueno, confieso que tuve uno y no negaré que lo intenté y salí con él aunque no me atrajera. Pensé que con el tiempo podría gustarme”, suspiró hondo, decir eso no la dejaba bien parada. “Pero no me gustó, se lo dije y él lo entendió”, al menos fue un chico comprensivo, por eso seguían siendo amigos.
“Ya veo”, Honoka volvió a mirar al frente. El cambio de clima y de paisaje era visible. A pesar de que la vegetación no era tan predominante como en zonas que ya habían pasado, seguía teniendo su encanto. Había canteras de un tamaño respetable, seguramente donde trabajaban los locales. Aún a la distancia adivinó qué material era. “Todo eso es piedra caliza, ¿verdad?” Preguntó Honoka, saliéndose del tema sin querer.
Nagisa sonrió. “Sí, aquí mismo se separa el material y se manda para pedidos grandes. Las minas de las que te hablé están cerca de aquellas montañas, te las mostraré cuando lleguemos”.
“Me encantaría”, la hija de mercantes se notaba contenta. Su Prometida no hizo más que negar suavemente con la cabeza.
Honoka era lista pero claramente le faltaba mundo por conocer y al menos en eso quería ayudarla. Los caballos subieron por una colina y finalmente pudieron ver todo el paisaje. Lamentablemente, no había una razón para maravillarse como normalmente pasaría, no cuando Honoka vio desde el mejor de los sitios la destrucción que habían dejado los deslaves que provocó la tormenta. Estar rodeados de colinas y canteras tenía sus riesgos.
Honoka puso un gesto serio y se detuvo.
“¿Ese es tu pueblo?” Preguntó, señalando la zona al centro del paisaje. Era un asentamiento bastante grande, había muchas casas coloridas, pero calculó que al menos la mitad de ellas quedaron enterradas por el alud de tierra y lodo que bajó desde las colinas. De su mochila sacó unos prismáticos que se usaban para navegación y que fue uno de los últimos regalos de cumpleaños que sus padres le dieron. Pudo ver la destrucción a detalle. “Tienes razón, los campos quedaron arrasados y los ríos alrededor siguen con lodo. Esa agua no se puede beber”, suspiró hondo. “¿Tienen pozas de agua?”
“Sí, un par, pero una de ellas se llenó de lodo y la otra apenas da abasto”, explicó Nagisa con desagrado de sólo recordar que también la linda plantación de papas de su mamá quedó afectada. “Las minas están inundadas también”.
Honoka decidió bajar del caballo. “Los espíritus siguen alborotados por culpa de la destrucción”, cerró los ojos y se dejó acariciar por una suave brisa. “¿Puedes oírlos?”
Nagisa cerró los ojos y se concentró. Todas esas noches estuvo practicando su comunicación con los Espíritus y podía escuchar sus murmullos si se concentraba, pero aún tenía mucho camino por delante. “Es como si hablaran todos al mismo tiempo”.
“Sí, los Espíritus de las Tormentas suelen dejar mucho alboroto a su paso, sobre todo entre los Espíritus que conviven con las personas”, explicó Honoka. Enseguida miró a Nagisa con una sonrisa. “Desde aquí puedo trabajar”. Así nadie las vería, no necesitaba a la Orden Espiritual detrás de ella también.
“¿En serio?” Nagisa sonrió. “¡Muchas gracias, Honoka! ¡Eres increíble!” Bajó del caballo y le dio un fuerte abrazo por culpa de la alegría.
Honoka rió suavemente. “Dame las gracias cuando termine”, no quería, pero se tuvo que soltar. Nagisa tenía brazos fuertes y cálidos. Se aclaró la garganta mientras le encargaba sus prismáticos a Nagisa. “Es más amplio de lo que pensé, pero te aseguro que todo quedará como estaba antes”, dijo con mucha confianza. “Me voy a agotar”, miró a su Prometida con un gesto apenado. “Así que quedaré a tu cuidado una vez que termine”.
“¡Yo te protegeré!” Exclamó Nagisa con alegría. “¡Después de todo, soy tu Prometida!” Declaró, señalándose a sí misma con un pulgar y bastante orgullo.
Honoka se ruborizó de manera ligera y asintió, tenía una linda sonrisa en los labios; misma que hizo que las mejillas de Nagisa ardieran de repente. Ambas se aclararon la garganta y Honoka se puso seria. Era hora.
La primera y única vez que Nagisa vio que los Sacerdotes daban la bendición a la tierra fue por medio de las pequeñas esferas cargadas de poder espiritual, el proceso fue más bien simple. Los pequeños cristales se soltaron en la tierra y el aire y todo a su alrededor brilló. En cuestión de minutos todo pareció reverdecer y llenarse de brillo y vitalidad. Pero esa memoria no se comparaba a lo que estaba presenciando en ese momento.
Honoka se quedó de pie donde estaba, se llevó ambas manos al pecho y comenzó a murmurar palabras en tan baja voz que Nagisa no podía escucharla y mucho menos entenderle. La respiración de Honoka era lenta y profunda, los latidos de su corazón eran acompasados y de hecho en cada latido de su corazón, un brillo se expandía desde debajo de sus pies. Dicho brillo avanzaba hacia el territorio que tenían enfrente.
Nagisa comprendió porqué Honoka decidió hacerlo ahí, era demasiado llamativo.
La luz se expandió hasta llegar propiamente al pueblo y sus alrededores y Nagisa abrió los ojos como platos al ver, gracias a los prismáticos de Honoka, que esa misma luz desvanecía como por arte de magia la destrucción y dejaba todo como estaba antes. No sólo eso, las zonas reparadas se notaban más vivas que antes. Además, Nagisa pudo escuchar las voces en el ambiente menos alborotadas, lo que quería decir que los Espíritus se estaban aplacando gracias a la energía de Honoka.
Nagisa miró a su Prometida, estaba concentrada, no había dejado de murmurar lo que imaginó era un rezo, de hecho notó que estaba comenzando a sudar copiosamente. Entre más minutos pasaban, Honoka más sudaba y se notaba un temblor en todo su cuerpo. Nagisa la notó tragar saliva más de una vez, pero su Prometida no perdía el ritmo de su rezo ni de su respiración. Volvió a revisar la zona con los prismáticos y su sorpresa fue enorme al ver que ya todo estaba como antes. ¡Y sólo tomó unos minutos!
“Wow”, Nagisa volvió a mirar el paisaje con sus propios ojos. ¡Estaba más hermoso que nunca! Al notar que el brillo se detuvo, percató que las palabras de Honoka también y ésta estuvo a punto de caer al suelo cual muñeca de trapo.
Honoka se quedó sin fuerzas y no tardó en notarse a sí misma en brazos de su Prometida.
“Gracias”, dijo Honoka con una sonrisa débil, tenía los ojos cerrados.
“Ah… Ah… Quedaste más cansada de lo que imaginé”, Nagisa estaba preocupada. “Estás empapada de sudor”, era como si alguien le hubiera vaciado un balde de agua a su compañera, incluso su cabello estaba húmedo.
“Con una siesta y comida estaré bien, no te preocupes”, a ciegas y como pudo, Honoka acarició una de las mejillas de Nagisa.
Nagisa asintió muchas veces. “Te quitaré ésta ropa mojada y descansarás mejor, ¿de acuerdo?” Su voz sonaba suave para no alterar a Honoka. “Aún tenemos pan y queso del que compramos en el camino, prenderé fuego y te prepararé café, ¿qué dices?”
“Me… Me encantaría”, respondió una débil Honoka antes de desvanecerse.
Si Nagisa no se alarmó fue porque sabía que ella simplemente quedó agotada por el cansancio y dormía. Respiró hondo y cargó a Honoka en sus brazos. Como pudo se llevó a los caballos por las riendas y llegaron a un pequeño claro lejos del camino principal. De momento no pensaba en lo contentos y sorprendidos que debían estar todos en su pueblo, lo que más le preocupaba era el bienestar de su Prometida.
“Gracias por esto, Honoka”, murmuró Nagisa y besó la frente de Honoka sin pensarlo.
Al darse cuenta de lo que hizo, se sonrojó y miró a todos lados, como temiendo que alguien la hubiera visto. Pero no, sólo estaban los caballos bebiendo agua y comiendo hierba fresca de los alrededores. Sin perder el tiempo, cumplió con su palabra y encendió una fogata antes de quitarle la ropa empapada a Honoka. Tragó saliva.
“No puedo creerlo”, murmuró Nagisa con mucha vergüenza. Los cuerpos femeninos desnudos no le eran nuevos, a veces sus amigas y ella, junto con otras muchachas del pueblo, iban al río a bañarse en grupo cuando hacía mucho calor. No había nada nuevo bajo el sol, pero desnudar a su Prometida lo sintió como algo totalmente atrevido e inapropiado.
Palpó la blusa de Honoka un par de veces, indecisa si hacerlo o no, y bastó notar su palma empapada para saber que no era momento de entrar en pánico. Debía quitarle la ropa húmeda a Honoka o podría resfriarse, además, el haber sudado tanto le haría daño, debía darle mucha agua para reponer líquidos. Más seria y decidida, Nagisa comenzó a desnudar cuidadosamente el cuerpo de Honoka. Debía quitarle todo para que estuviera más cómoda.
“No estamos casadas todavía pero no te preocupes, yo te cuidaré”, murmuró Nagisa con la culpa en la espalda mientras alejaba la mirada todo lo posible y, usando sólo su tacto, le quitaba el resto de su ropa interior. No la vio, al menos no del todo, no lo creyó correcto, pero sí pudo ver sus piernas y parte de su torso y no pudo evitar el pensamiento de que la piel de Honoka era muy linda. “Ahora debo secarte”, y rápidamente le echó una toalla encima como si fuera una manta. Bastó frotar un poco por encima de la toalla para secarla. “Vaya, eres ligera”, murmuró mientras la movía cuidadosamente hasta dejarla cubierta con una manta y recostada en una posición más cómoda. Sonrió al ver el gesto pacífico de su Prometida. “Descansa, Honoka”.
Ganas no le faltaban de besar su frente de nuevo, pero ya se había atrevido a mucho. Suspiró hondo para componerse.
“Nagisa…” Murmuró Honoka entre sueños.
“¿Honoka?” Nagisa de inmediato se acercó más para revisarla, pero sólo dormía. Suspiró de alivio y la cubrió bien. “Descansa, anda, yo te cuidaré”.
Podía esperar un rato más para llegar a casa, lo importante en ese momento era Honoka y su bienestar. Le debía mucho y le pagaría con creces.
~o~
“¡Vaya, en serio eres preciosa!” Exclamó Rie con alegría mientras tomaba las manos de la acompañante de su hija. “¡Y muchas gracias por ayudarnos!”
“Moví algunos contactos para conseguir un sacerdote espiritual libre”, explicó Honoka sin siquiera dudar. Era muy buena mentirosa a decir verdad.
Nagisa estaba sorprendida de ver a Honoka tan tranquila. Por supuesto, pensaba seguir esa historia, no quería que Honoka se metiera en problemas.
“¿Segura que no podemos darle algún pago al sacerdote?” Preguntó Takeshi, que había juntado dinero con ayuda de todos los del pueblo, pero jamás vieron al sacerdote y en cambio Nagisa llegó únicamente acompañada de la chica.
Honoka negó varias veces. “No es necesario, al contrario, siento que soy yo quien les quedará a deber todavía por lo que estoy a punto de pedirles”.
La pareja se miró entre sí, luego a la visita y finalmente a su hija.
“Nagisa, ¿qué está pasando?” Preguntó la madre de familia, confundida.
“Ah, mamá, verás…” Nagisa se llevó una mano a la nuca. “¿Podemos hablar en el comedor? Es un asunto bastante complicado, mejor sentémonos”. A decir verdad, Nagisa no tenía idea de cómo iba a abordar el tema su Prometida, pero confiaba en ella.
Los cuatro se sentaron en la mesa de la cocina-comedor de la modesta casa de los Misumi. Honoka, por supuesto, agradeció a su modo el té que le invitaron.
“Vaya, el sabor es muy fresco”, murmuró Honoka con asombro. “Éstas hojas de menta tienen un sabor delicioso, muchas gracias”.
“Por nada, señorita Yukishiro”, dijo una encantada Rie. Miró a ambas chicas. “¿Y bien? ¿Qué es eso de lo que quieren hablar?”
Nagisa se aclaró la garganta. “Mamá, papá”, tomó aire de manera honda. “Verán, por una serie de eventos que ya les explicaremos, terminé comprometida en matrimonio con ella”.
A Rie casi se le caía la taza de la mano y Takeshi se atoró con el té y tosió un poco. Apenas la pareja se compuso, miraron a las chicas con un gesto complicado de describir. Honoka decidió tomar la palabra ahora que Nagisa había abierto el tema. Mantuvo su gesto sereno y calmado, su voz era firme y suave como de costumbre.
“Nagisa se batió a duelo con mi anterior Prometido”, comenzó a explicar Honoka, “y lo hizo por una razón justa pero sin saber las consecuencias de su victoria”, continuó y miró con seriedad a la pareja. Decidió ser completamente sincera al menos en el asunto de su compromiso matrimonial, así que siguió hablando sin omitir los detalles sobre su situación.
Los padres de Nagisa escuchaban con la misma seriedad y haciendo preguntas ocasionales. La sorpresa y confusión de ambos pronto se transformó en preocupación ante el escenario que tenían enfrente.
“Sé que es una situación demasiado complicada, pero así se dieron las cosas”, finalizó Honoka luego de monopolizar la conversación con sus explicaciones. “Por lo tanto me disculpo por poner a su hija en éste aprieto, nunca fue mi intención meterla en problemas”, dijo y se inclinó ante los padres de Nagisa, sinceramente avergonzada. “Lamento mucho todo esto”.
“Honoka…” Nagisa miró a su compañera. No esperaba que Honoka aún se sintiera culpable por el tema de su accidentado compromiso matrimonial. Negó muchas veces. “Yo acepté ser su Prometida. Además me ayudó a conseguir un sacerdote espiritual con sus contactos. Fue nuestro trato”, dijo de inmediato.
Takeshi fue el primero en recuperar el piso, se cruzó de brazos y miró a la visitante. “Entonces… Su compromiso durará hasta tu cumpleaños, ¿verdad?” Preguntó con seriedad.
Honoka asintió. “Apenas sea mayor de edad, podré tomar el control del negocio de mi familia y el Consejo ya no tendrá poder sobre mí”.
“Esas personas podrían hacerte daño, pequeña”, dijo Rie con clara preocupación.
“Me necesitan viva. Si me pasa algo, el mismísimo Rey tomará cartas en el asunto y eso no les conviene a los del Consejo”, dijo Honoka con mucha seguridad para calmar a los padres de Nagisa. No estaba diciendo mentiras, por cierto, aunque la verdad completa era otra.
Rie y Takeshi se miraron entre sí con seriedad y asintieron, para enseguida mirar a Nagisa con dureza. Honoka tragó saliva, preocupada por su reacción. Nagisa, en cambio, suspiró con anticipado fastidio.
“Nagisa, debes cuidar de tu Prometida”, fue el severo regaño de Rie.
“Ya lo sé y ya lo estoy haciendo, mamá”, respondió Nagisa, fastidiada.
“Tu espada es fuerte, resistirá lo que sea, pero recuerda que quien sostiene la espada eres tú”, dijo un serio Takeshi.
“Ya lo sé…”
“Además debes ser amable con ella y muy respetuosa, ¿entendido?” Continuó Rie sin relajar su gesto.
“Lo soy…”
“Sirve que aprendes buenos modales al lado de una señorita bien educada, nosotros no pudimos enseñarte aunque lo intentamos”, se lamentó Takeshi de manera exagerada.
“¡Oye! ¡No soy una salvaje!”
Honoka parpadeó dos veces con un gesto de sorpresa antes de echarse a reír de una linda manera y con su voz dulce y clara. Los Misumi le miraron antes de sonreír y fueron los padres de Nagisa quienes ahora sentían pena por la chica por una razón en especial: era huérfana de padres, cuidada por una abuela que si bien la crió correctamente, había cosas que no se podían sustituir. Rie se puso de pie y puso su mano en la cabeza de Honoka, ésta calló al sentir el cálido tacto materno, incluso abrió los ojos un poco más antes de mirarla con algo de sorpresa en el rostro.
“Señora Rie…”
“Mi hija cuidará de ti, pequeña”, dijo la mujer, dulce y maternal. “Además eres bienvenida a éste pueblo y a nuestra casa cuando quieras”.
Fue el turno de Takeshi de actuar, palmeó la espalda de la joven con calidez. “Estás dispuesta a hacer un buen trabajo, estoy seguro que tus padres estarían orgullosos de ti”.
Esas palabras derribaron a Honoka por completo, se sintió a punto de llorar pero resistió y solamente asintió. No pudo decir nada, tampoco se movió. Por su lado, Nagisa ya se daba una idea de que Honoka seguramente extrañaba a sus padres, pero verla así y a punto de llorar le dio a saber que el tema tenía muy afectada a su compañera. No había nada que Nagisa pudiera hacer por ella en ese aspecto, por suerte, sus padres sí y eso la puso feliz.
“Vendremos seguido de visita, Honoka quiere conocer toda la región y eso tomará tiempo. Debemos volver a la capital, pero vendremos pronto, se los aseguro”, dijo Nagisa con una sonrisa enorme. “¿Verdad, Honoka?”
“Sí, Nagisa me contó las maravillas de su hogar y tengo muchas ganas de conocer todo. A decir verdad, no he tenido oportunidad de viajar mucho por toda ésta situación”, dijo una recuperada Honoka. Su voz aún sonaba temblorosa pero era lo normal. No quería llorar enfrente de los padres de Nagisa, no era adecuado. Pronto recordó lo otro que quería hablar con ellos. “Estoy consciente de que Nagisa trabaja también para ayudar en casa y no me agrada la idea de llevármela lejos de donde la necesitan”, recuperó la sonrisa. “Como ya les explicamos, no nos vamos a casar, pero de todos modos les debo un dote por el año que Nagisa no podrá estar aquí, así que”, sin esperar más, de su mochila de viaje sacó un costal de piel del doble de tamaño de su puño y se los dio a los padres de Nagisa… “Espero que esto compense aunque sea un poco que aleje a su hija de su hogar por tanto tiempo”.
Nagisa se sorprendió en serio y se sonrojó mucho. “¡Honoka!” Y se horrorizó más al ver que eran muchas monedas de oro. “¡No gano tanto en un año!” Se tapó la cara con pena.
“Esto es mucho, pequeña, no podemos─”, dijo Takeshi pero no pudo terminar.
“Por favor, acéptenlo”, insistió Honoka con gentileza y enseguida sonrió. “Pueden usar una parte de eso para construir un establo para el caballo de Nagisa”.
Rie miró a su esposo y comprendieron que negarse a la joven sería inútil, además, si eso la hacía sentir mejor, lo aceptarían. Takeshi terminó por asentir y ambos miraron a su visita.
“Si vendrás seguido, tendremos que agrandar el cuarto de Nagisa para que estén cómodas y tengan privacidad”, dijo la madre de familia, bromeando.
“¡Mamá!” Gritó una avergonzada Nagisa.
Honoka sólo rió.
“Sé que debes volver pronto a la capital”, comentó Takeshi. “¿Pero se quedarán al menos ésta noche?” Preguntó.
Nagisa justo recordó que no habían acordado cuánto tiempo se quedarían ahí, sólo estaba al tanto de que debían volver pronto. Miró a Honoka en espera de su respuesta, haría lo que su Prometida creyera más conveniente.
“Los caballos deben descansar, viajamos a marchas forzadas para llegar rápido”, explicó Honoka. “¿Está bien si nos quedamos un par de días mientras los caballos se recuperan?”
“¡Por supuesto!” Exclamó Takeshi y miró a su hija. “Lleva a Honoka a tu cuarto para que acomode sus cosas y descansen las dos”.
“Les llamaremos cuando esté lista la cena”, dijo Rie y le dio un cariño más a Honoka. “Vayan a descansar, fue un viaje largo y luces muy cansada, pequeña”, agregó, dulce.
Nagisa se hizo la desentendida ante ese comentario. A pesar de la breve siesta, obviamente Honoka no se iba a recuperar con sólo una hogaza de pan, queso y una taza de café, necesitaba comida de verdad, un baño y una noche de sueño completa. Sí, se veía un poco pálida a decir verdad.
“Honoka se agotó porque no está muy acostumbrada a viajes largos, pero yo arreglaré eso, mamá”, dijo Nagisa con una risa muy casual y enseguida tomó a Honoka de la mano para llevarla a su dormitorio. “Ven, vamos, te prestaré algo de mi ropa para que te cambies, somos casi la misma talla”, aunque su ropa no era tan bonita y elegante como la de Honoka.
“Vamos”, respondió Honoka con una sonrisa dulce, se despidió con un gesto de los padres de Nagisa antes de que ésta la llevara casi arrastrando al dormitorio. Ver a Nagisa avergonzada era lindo, lo admitía.
Ya dentro del cuarto, Nagisa cerró la puerta y abrió la ventana para que entrara algo de aire fresco. Sonrió e invitó a Honoka a mirar el paisaje desde ahí.
“Mira, esto es lo que admiro cada mañana cuando despierto”, dijo Nagisa e hizo espacio para que Honoka viera también.
“Wow”, Honoka se quedó sin palabras. Podía ver las montañas y varios parches de árboles donde viajaba el río cual enorme serpiente. Sonrió. “Es hermoso. No se compara a lo que yo veo, sólo son casas”.
“Cuando viajes como tus padres, podrás ver muchos paisajes”.
Honoka sonrió. “¿Sabes? Sería lindo viajar juntas durante éste año”.
“Sí, suena a una gran idea”, respondió Nagisa sin pensarlo. Miró a su Prometida una vez más, apenada. “Por cierto… Ah… Muchas gracias por ayudarme a reparar mi pueblo. Fue pesado para ti, sigues cansada”.
“No fue nada”, respondió Honoka enseguida. A decir verdad se agotó más de lo que calculó, quedó bastante drenada y aún se sentía cansada, pero no lo diría. No fue necesario de todos modos, de pronto sintió que Nagisa la cargaba y la echaba a la cama. “¡Nagisa!”
“Ahora vas a descansar otro rato, yo iré a ayudar a mamá con la comida”, dijo mientras le quitaba las botas a su Prometida.
“¡Nagisa, puedo hacerlo sola!”
“Lo sé”, respondió la muy pilla y aprovechó cuando Honoka se sentó en la cama para poder besar su mejilla. Se sonrojó. “Gracias”, dijo con tímida voz y salió corriendo del cuarto.
Honoka se quedó en la cama sujetándose la mejilla y con el rostro rojo como tomate.
“No puedo creerlo”, murmuró Honoka y se tumbó en la cama. Huele a ella…
CONTINUARÁ…
Notes:
¡Sorry por la tardanza! Me atraparon otros fics y de repente se me olvidó qué quería hacer con éste fic, pero ya me acordé y pues acá seguiremos x3
Chapter 5: Protectora y Protegida
Chapter Text
La palabra “Prometida” había perdido totalmente su significado real con el paso de los días desde que el par de chicas comenzaron su viaje. Cada que Nagisa decía esa palabra para referirse a ella misma o a Honoka, sonaba más como si se llamara a sí misma como la Protectora y a Honoka como la Protegida. Sólo así, Nagisa fue capaz de pensar en esa palabra sin sentirse rara. Honoka la dejó ser, después de todo, no era como si se fueran a casar, solamente era una manera de mantenerse a salvo.
Tenía sentido que Nagisa viera su relación desde ese punto de vista.
Por supuesto, Honoka también prefirió trabajarlo así apenas los pobladores comenzaron a acercarse a Nagisa para agradecerle su trabajo. Les pidió a los padres de Nagisa que mejor no mencionaran sobre el asunto de su compromiso matrimonial con la gente del pueblo. Después de todo, ese era un simple trato y lo mejor era no hacerlo más grande.
Sólo así, Nagisa estaba cómoda llamándose a sí misma “Prometida”.
Otra cosa que Honoka le pidió encarecidamente a los pobladores, era que no preguntaran ni mencionaran sobre el asunto del sacerdote espiritual que ayudó a reparar el daño, la excusa que les dio fue que no quería meterlo en problemas con la Orden. Todos lo comprendieron y decidieron mantener el asunto con discreción.
“Oh, ¿entonces tienes como nuevo trabajo proteger a la señorita Yukishiro?” Preguntó Rina, una de las mejores amigas de Nagisa.
A Nagisa, por cierto, le gustó esa versión de la historia. Básicamente porque así era, se trataban de una protectora y su protegida. Asintió con orgullo.
“Estaré con ella durante un año, así que me tendré que ir en un par de días y acompañarla a donde deba ir”, explicó Nagisa.
“Por favor, cuida bien de nuestra Nagisa, es muy descuidada y una glotona, te hará gastar mucho en comida, señorita”, dijo Shiho, la otra amiga de Nagisa, en tono de broma.
“Nagisa es muy fuerte pero muy bruta, no la vayas a despedir por favor”, una divertida Rina continuó el ataque.
“¡Hey!” Nagisa se quejó. “¡No le digan esas cosas a Honoka!” Miró a su Prometida con gesto desesperado. “¡No les hagas caso, ya has viajado conmigo!”
Honoka parpadeó un par de veces y se echó a reír con esa linda risa que siempre dejaba a Nagisa con un gesto tonto por un instante.
“Nagisa hasta ahora me ha cuidado bien”, dijo Honoka a las chicas. Le agradaron mucho apenas su Prometida se las presentó. “Yo también la cuidaré tanto como pueda, pueden confiármela”, agregó con una sonrisa bastante linda.
Shiho y Rina se miraron entre sí y luego a la protegida de su amiga, y de inmediato se pusieron cariñosas a propósito, rodearon a la chica con un apretado abrazo. Honoka no pudo liberarse ni reaccionar, Nagisa se enfadó más por culpa de la pena.
“¡Señorita Yukishiro, eres maravillosa!” Exclamó una contenta Rina.
“Cuida de nuestra Nagisa, por favor, la vamos a echar de menos cuando te la lleves”, Shiho incluso frotaba su mejilla contra la de la chica.
Honoka no estaba acostumbrada a tanto contacto físico. Sus padres solían abrazarla mucho pero hacía años de ello, su abuela a lo mucho le daba un cariño en la cabeza, el asunto que tenía con Nagisa, cualquiera que fuera, era asunto aparte. Sus Prometidos anteriores quisieron intentar algo con ella en afán de ganarse la simpatía de la chica, pero sólo lograron que ella los rechazara de manera poco pacífica. El abrazo que le daban esas chicas era amistoso, exagerado, casi molesto pero no desagradable. Sólo sonrió suavemente y se dejó hacer por ellas.
“Lo haré”, respondió Honoka y eso le ganó más abrazos y un juguetón y ruidoso beso en la mejilla de parte de Shiho.
Nagisa reaccionó de inmediato al ver eso.
“¡Hey, ya déjenla!” Exclamó Nagisa de inmediato y recuperó a Honoka con un veloz movimiento pero sin ser brusca. Lo que sí hizo, fue rodearla con un brazo por los hombros. “¡Ella es mi Prome─!”
“¡Protegida! ¡Soy su protegida!” Corrigió Honoka de inmediato con una sonrisa tensa.
Nagisa finalmente reaccionó y se llevó la mano libre a la nuca mientras reía nerviosamente. Honoka suspiró de alivio. “¡Eso! ¡Mi protegida, exacto!” ¡No puedo creerlo, casi lo digo!
Shiho y Rina quedaron un poco confundidas, pero no tardaron en seguir la conversación.
“¿Y cuándo parten?” Preguntó Shiho enseguida.
“En dos días, queremos que los caballos descansen adecuadamente antes de regresar a la Capital”, respondió Honoka con recuperada calma. Aún tenía el brazo de Nagisa encima, no sería ella quien se separara del contacto, no todavía.
“¡Oh, bien! Entonces tenemos tiempo de mostrarte el pueblo ahora que está más hermoso que nunca”, dijo Rina y miró a Nagisa. “Anda, ya suéltala, no le vamos a hacer nada”.
Al escuchar eso, Nagisa soltó a Honoka de inmediato y casi en pánico, tenía las mejillas ardiendo. Se aclaró la garganta de inmediato.
“Quiero mostrarle las minas y los ríos primero”, dijo Nagisa apenas se recuperó de su sonrojo. “¡Oh! Y llevarla a ver las canteras más de cerca”.
“¡Genial, genial, genial! ¿Vamos a las minas ahora mismo?” Propuso Shiho y miró a Honoka. Ella era la invitada después de todo. “Ahora mismo los mineros están revisando las estructuras. Cuando comiencen a trabajar será más incómodo recorrer la mina, ahora es el momento perfecto”.
“Me encantaría”, respondió una entusiasmada Honoka.
Nagisa miró a su Prometida con algo de preocupación. No tenía mucho de haber despertado de su siesta. “¿Segura? ¿No estás cansada?” Preguntó.
Honoka sonrió dulcemente. “Ya estoy mejor, gracias. Además volveremos a dormir en unas pocas horas y me recuperaré bien gracias a la comida de tu mamá”, respondió y siguió al par de amigas de Nagisa en cuanto comenzaron a caminar. Sin pensarlo, tomó la mano de su Prometida para animarla a andar.
En serio es cálida, pensó Nagisa, recuperando rápidamente el paso. No soltó a Honoka.
“¿Estás cansada por el viaje?” Preguntó Rina luego de escuchar lo que la visitante decía.
“Un poco, no estoy acostumbrada a viajar mucho, pero quise venir personalmente para ver que el sacerdote hiciera un buen trabajo”, explicó Honoka, las mentiras le salían tan naturales como respirar.
Nagisa sonrió por lo bajo, tener un secreto con alguien era emocionante. “Y lo hizo, mira cómo quedó todo. Yo creo que hizo un excelente trabajo”, dijo, mirando a Honoka de reojo.
Honoka se ruborizó ligeramente y miró al frente, lo que sí hizo fue estrechar con un poco más de fuerza la mano de Nagisa.
“Muchas gracias por la ayuda, señorita Yukishiro”, dijo Rina pero no pudo continuar, la visitante la interrumpió.
“Pueden llamarme por mi nombre”, dijo Honoka y eso puso feliz al otro par.
Iba a oscurecer en un par de horas así que decidieron que visitarían solamente la mina por ese día. Al día siguiente tenían planeado llevar a Honoka a un picnic cerca del río más grande de la zona luego de mostrarle todo el pueblo. Por supuesto, todos los habitantes con los que se cruzaron en el camino agradecieron a Nagisa por su buen trabajo y a Honoka por su apoyo, se corrió la voz más pronto que tarde que la visitante fue la que consiguió un sacerdote espiritual fuera de temporada.
Y también todos se enteraron que Nagisa viajaría con ella para protegerla durante un año completo, por lo que le encargaron mucho que cuidara de Nagisa… Sólo para molestar a Nagisa, claro.
Los mineros, encantados, le mostraron el interior de la mina a Honoka y ésta estaba maravillada por las increíbles estructuras que sostenían todo el interior de la mina. Le impresionaba la manera en que habían aprovechado las cavernas naturales para poder acceder al interior de la montaña sin arriesgar su integridad. Una entusiasmada Honoka hizo tantas preguntas que los mineros quedaron encantados y respondieron a todo.
Nagisa estaba feliz de ver a Honoka feliz. Tan feliz, que fue Honoka la que monopolizó la conversación durante la cena en casa de los Misumi y les contó todo lo que había aprendido en la mina gracias a los mineros.
“¿Ahora te gustaría ver cómo trabajo yo?” Preguntó Takeshi y sonrió al ver a la chica asentir. “Entonces puedes ir mañana conmigo a la herrería un rato mientras Nagisa y las chicas preparan las cosas para el picnic”.
A Nagisa le parecía una gran idea que Honoka pasara tiempo con sus padres, ya que no tenía a los suyos. “Esa es una gran idea, pasaremos a recogerte cuando esté todo listo”.
“Muchas gracias”, agradeció Honoka con sincera alegría.
Luego de la cena, permitieron que Honoka se bañara primero para que pudiera descansar apropiadamente del viaje.
Luego de un rato, mientras Nagisa se bañaba, Honoka esperaba en la cama. Usaba ropa para dormir de su Prometida y eso la tenía particularmente contenta. La ropa de Nagisa era cómoda y que oliera a ella le daba un extra que la hacía mucho más cómoda. Suspiró hondo y se tumbó en la cama mientras miraba el techo.
Nagisa no tardó mucho en entrar a su dormitorio, terminaba de secarse el cabello con una toalla chica. Notó a Honoka en su cama y de nuevo fue atacada por un ligero sonrojo por culpa de la visión de las piernas de Honoka. Quizá no fue buena idea prestarle uno de sus shorts para dormir. Bueno, sólo usaba shorts para dormir. Se aclaró la garganta.
“¿Cómoda?” Preguntó Nagisa, procurando naturalidad.
“Sí, tu cama es bastante suave”, respondió Honoka.
“Lamento que sea un poco estrecha, no es amplia como las camas de tu casa”, dijo Nagisa mientras colgaba la toalla mojada en una silla y comenzaba a apagar las lámparas. Debían acostarse ya para que Honoka pudiera descansar. “Puedo dormir en el suelo para que estés más cómoda”, dijo en cuanto vio de nuevo lo estrecha que era la cama para dos personas.
“Nagisa, no te voy a sacar de tu cama”, dijo Honoka con tono serio. “Además, dormimos juntas cuando acampamos”, agregó mientras se encogía de hombros. No veía el problema en compartir una cama apropiadamente.
“Bueno, sí, pero cuando acampamos tenemos todo el suelo disponible”, respondió Nagisa mientras se sentaba en la orilla del colchón sin mirar a Honoka.
“Lo sé, más de una vez amaneciste con medio cuerpo fuera de tu manta”, comentó Honoka con una risilla y se levantó de la cama para abrirla. Sonrió al ver que Nagisa hizo lo mismo. “Sólo estaremos un poco más juntas que de costumbre”, se acomodó bajo las cálidas mantas. “Somos amigas, ¿o no?”
Nagisa rió nerviosamente y terminó de apagar todo para poder acomodarse a su lado. Estaban hombro con hombro.
“Sí, lo somos”.
“Y supongo que has estado en casa de tus amigas para pasar la noche, ¿verdad?”
“Sí, las llamamos ‘Noches de Chicas’ y son muy divertidas”.
“¿Ves? Esto es como una noche de chicas”.
La cama en serio era estrecha.
Ambas suspiraron al mismo tiempo y, al darse cuenta, se echaron a reír también al mismo tiempo.
“Te divertiste mucho hoy”, comentó Nagisa apenas calmó sus risas.
“Sí, me divertí mucho, siempre quise visitar una mina y no puedo esperar a ver qué me van a mostrar mañana”, respondió Honoka, girándose sobre su costado para poder mirar a Nagisa.
Nagisa hizo lo mismo. Sus caras quedaron peligrosamente cerca y ambas lo percataron, pero decidieron hacerse las desentendidas y seguir platicando. Eran amigas después de todo, ¿verdad? Una amistosa noche de chicas.
“Los trabajos de papá son muy finos, te van a gustar. Y también te va a encantar el río, comeremos ahí y si quieres podemos nadar. No sería mala idea llevar una muda extra de ropa por si nos mojamos”, dijo Nagisa mientras se aferraba a la manta. Encogió sus piernas para acomodarse bien y sus rodillas rozaron las de Honoka. “Ah, lo siento”.
Honoka negó. “No te preocupes”.
“Ahora me da miedo golpearte si me muevo dormida”, comentó Nagisa, apenada.
“Entonces tendré que mantenerte quieta”, respondió una juguetona Honoka mientras la rodeaba con sus brazos con fuerza, o al menos toda la que fue capaz de reunir. Estaba imitando uno de los tantos abrazos que las amigas de Nagisa le prodigaron durante la tarde.
Nagisa así lo entendió y se echó a reír.
“¿A eso llamas abrazo?” Preguntó, burlona.
Honoka infló las mejillas con infantil reproche. “Te abrazo tan fuerte como puedo para mantenerte quieta”, y apretó todo lo posible el abrazo pero poco logró, sólo ponerse bastante roja por culpa del esfuerzo.
Nagisa rió más y no tuvo problemas en liberarse de los brazos ajenos y ésta vez ser ella quien abrazara a Honoka con firmeza pero sin ser brusca, rió mientras lo hacía. Honoka se sonrojó por culpa del enojo.
“¡No es justo, eres más fuerte!” Reclamó la invitada mientras luchaba por liberarse, incluso sus brazos quedaron atrapados
“Por supuesto que soy más fuerte, tú eres una señorita de casa y yo soy una chica de trabajo duro”, Nagisa asintió con orgullo y sin aflojar el abrazo. Era lindo verla luchar.
Honoka miró a Nagisa con gracioso coraje.
“¿Ya te rendiste?” Preguntó Nagisa con malicia.
“No”, respondió una terca Honoka y su siguiente ataque hizo respingar a su compañera.
Lo último que Nagisa esperaba era que Honoka decidiera abrazarla por el torso y pegarse a su cuerpo con firmeza.
“¡Ho-Honoka! ¡¿Qué haces?!” Ésta vez fue ella la que entró en pánico e intentó liberarse, pero los brazos de Honoka parecían estar amarrados a su cuerpo.
“Si te sostengo así ya no me vas a golpear como tanto temes”, dijo Honoka con seria voz, o al menos tan seria como podía porque tenía el rostro contra el cuello de Nagisa. Sus manos se aferraron a las prendas ajenas, sus piernas casi se enredaron con las de su compañera en un intento de pegarse todo lo posible a ésta. Respiró fuerte para mantener sus fuerzas. El dulce aroma de Nagisa le llenó las narices y eso la sonrojó intensamente.
Por su lado, Nagisa fue inundada por un calor que no conocía y por ese aroma que le era agradable pero que ésta vez llegó más como una tormenta que como una suave brisa. Los brazos de Honoka en su cuerpo se sentían… Se hacían sentir. Pudo percibir cómo le respiraba en el cuello, su piel se erizó. ¡No puedo creerlo! Gritó para sus adentros.
“¡Se siente muy raro! ¡Suéltame, por favor!” Pidió una Nagisa en pánico, su voz ahogada sin darse cuenta, y de pronto sintió que los brazos de Honoka la dejaban ir de golpe. Se confundió un poco. Vio a Honoka separarse para acomodarse en su lado de la cama y mirarla con vergüenza y el rostro rojo como carbón ardiente. “Ah… ¿Honoka?”
“Lo siento, no quería hacerte sentir incómoda”, dijo Honoka, tan avergonzada que no podía sostener su mirada más de dos segundos.
“Ah… Yo…” No era que Nagisa estuviera incómoda, solamente fue una sensación demasiado intensa. Se encogió de hombros sin saber qué decir. De hecho no pudo hablar por largos segundos, lo único que pudo hacer fue evadir ligeramente la intensa mirada de Honoka. Que la Luna iluminara lo suficiente su habitación poco ayudaba. Honoka se veía muy bonita iluminada con la luz de la Luna que se colaba entre las cortinas. Su cuerpo aún resentía ese apretado abrazo.
“Creo que… Estos jugueteos están un poco más allá de lo permitido, me disculpo por ello, no volverán a repetirse”, Honoka siguió hablando a falta de una respuesta por parte de Nagisa. Como pudo le sonrió para suavizar el ambiente. “Descansa, Nagisa. Buenas noches”. ¡Debes calmarte o ella estará incómoda a tu lado! Se regañó a sí misma y se giró para acomodarse de costado y darle la espalda a Nagisa.
Nagisa de nuevo sintió pánico, pero ésta vez ante la idea de haber hecho sentir mal a Honoka. Suspiró muy hondo y decidió al menos aclarar ese punto.
“No me molestaste”, respondió al fin una apenada Nagisa. Quiso tocar su espalda pero su mano se detuvo antes de hacer contacto.
“Me alegra saberlo”, la voz de Honoka sonaba tensa y apenas audible. Estaba tan apenada como Nagisa y comprendía que ésta quisiera ayudar a componer el ambiente.
Ninguna de las dos pudo decir más, culpa de la pena y lo extrañamente intenso de toda la situación. Honoka se portó juguetona e hizo más contacto del permitido. Nagisa siguió el juego y de pronto sintió algo que la sobrepasó por completo. Lo mejor era tomarse las cosas con calma antes de hacer un lío innecesario.
Ambas tardaron en conciliar el sueño.
~o~
Para cuando Nagisa abrió los ojos, estaba sola en la habitación. Pudo escuchar risas y voces desde fuera de su cuarto y perezosamente se sentó en la cama. Aún era temprano, su cuerpo se lo decía… ¿Por qué debía levantarse tan temprano?
Se quedó viendo el muro tres segundos antes de reaccionar.
“¡Cierto! ¡La salida con Honoka!” Exclamó Nagisa y la sonrisa que se iba a formar en su boca no se completó. “Oh, cierto…” Se cubrió el rostro con ambas manos. Lo de anoche fue raro y al parecer ya habían puesto un límite entre ambas, pero eso estaba bien, ¿verdad? Es decir… Si Honoka la abrazó fue de manera juguetona, estaban jugando después de todo, pero seguía sin entender por qué se sintió tanto. No era como cuando sus amigas la abrazaban e incluso le besaban las mejillas. Con Honoka todo se sentía raro. ¿Será porque sé que a ella le gustan las chicas? Se preguntó Nagisa mientras se frotaba el rostro y el cabello por culpa de la confusión.
Era posible, no estaba segura. Quizá era culpa de su relación como Prometidas que no era en serio pero había ocasiones en las que se preguntaba cómo era posible que una chica fuera tan bonita. Lo más seguro era que Honoka simplemente se dejó llevar por el jugueteo como con Shiho y Rina que se portaron muy físicas y quiso recrearlo con ella y… Bueno, no logró el efecto deseado.
Tal vez no fue un lío de Honoka si no de ella misma. Seguramente estaba aún confundida con todo ese asunto. No debía, era claro que no se iban a casar y sólo estaba protegiendo a Honoka de esos sujetos del Consejo. No debería ser difícil pero Honoka no lo hacía fácil.
No debería ser tan linda, me hace las cosas más difíciles, reprochó Nagisa en su cabeza mientras se decidía a cambiarse de ropa, tender la cama e ir a la cocina donde se escuchaba un pequeño escándalo, las risas de su madre más que nada… Y las lindas risas de Honoka.
Por su lado, Honoka decidió por mantener sus muestras de afecto físicas de lado, no debía pasar el límite con Nagisa. La relación que tenían era una amistad recién nacida y a la que le hacía falta crecer, no era profunda como la que su Prometida tenía con sus amistades del pueblo; muy normal considerando que los dedos de las manos les sobraban para contar los días que llevaban de conocerse. Se dejó llevar y olvidó por completo que sus tratos con Nagisa tenían límites bien marcados. Honoka sabía que podía tomar las manos de Nagisa durante las prácticas de meditación y de vez en cuando si la situación lo pedía, pero nada más allá de ello.
Subió muchos escalones de un salto y ahora debía bajar al punto de salida.
Al menos Nagisa no estaba enfadada, era cuestión de controlarse y no olvidar que Nagisa solamente la estaba escudando gracias a un acuerdo. No debía abusar del voto de confianza de Nagisa y de su familia. Y de todo el pueblo, vaya, ya todos sabían que Nagisa sería su protectora durante todo ese año.
Sí, eso debía hacer, mantenerse respetuosa y a distancia. Estarían juntas por un año, debía comportarse y no hacer que las cosas se pusieran tensas. Honoka pensaba en ello mientras ayudaba a la mamá de Nagisa con el desayuno y platicaban de mil y un cosas. A momentos, Honoka no evitaba el fugaz pensamiento de que hubiera hecho actividades como esa junto a su madre si estuviera con vida. Amaba a su abuela, ella era su única familia, pero había lugares que no se podían reemplazar.
Rie supo leer eso en el rostro de su invitada, le dejó una canastilla con verduras en las manos, le sonrió.
“Pica éstas verduras, por favor, la sopa estará pronto gracias a tu ayuda”.
“Me gusta ayudar” Honoka de inmediato se puso a trabajar.
“Eres una buena chica, pequeña Honoka”, dijo Rie con cariño y siguieron cocinando.
Nagisa bajó no mucho después, más despierta y compuesta luego de una noche de sueño y un extraño despertar. Incluso arregló su cuarto a conciencia para despejar su mente, se sentía nerviosa por encarar a Honoka, pero la vio muy contenta picando verdura.
“Buenos días, mamá”, saludó Nagisa mientras se estiraba un poco. “Buenos días, Honoka”, trató de sonar casual como siempre. De hecho vio una sonrisa en los labios de Honoka que de alguna manera la tranquilizó.
“Buenos días, Nagisa”, respondió la invitada con su sonrisa afable de siempre y siguió picando la verdura como se le pidió.
“Buenos días”, fue el turno de Rie de responder.
“¿Necesitan ayuda?” Preguntó Nagisa al verlas bastante ocupadas. No era la mejor en la cocina pero sí podía picar lo que le pidieran.
“Honoka ya me está ayudando bastante, pero puedes ir por el pan de una vez antes de que se acabe el recién horneado”, dijo su madre y le dio unas monedas. “Trata de no comerte el pan en el camino”, advirtió.
“¡Mamá, no soy una glotona!” Se quejó Nagisa mientras iba por una canasta que estaba colgada en el muro.
Honoka estuvo a punto de decir que sí lo era pero decidió callar, se quedó con la palabra en la boca y siguió con lo suyo. Se repitió a sí misma que debía medirse en sus tratos, se lo estuvo repitiendo desde que despertó y lo cumpliría. Puedo hacerlo, se animó a sí misma y mantuvo su atención en la verdura.
“Lo eres, ahora anda, ve por el pan”, Rie sacó a Nagisa de la casa y la escuchó refunfuñar. Miró a Honoka. “Así es siempre aquí en casa, somos muy ruidosos en el desayuno”, explicó la madre con una sonrisa. “Y espera a que mi esposo y mi hijo se unan, espero que no te sientas incómoda”, se disculpó por anticipado. Seguramente las horas de la comida de esa chica y su abuela eran más bien silenciosas.
Estaba en lo cierto.
Honoka negó. “No estoy acostumbrada a ambientes tan animados pero no me molestan, al contrario, son muy divertidos” de ver, eso último sólo lo pensó. Por lo mismo que no estaba acostumbrada, le costaba mucho integrarse y terminaba en calidad de testigo y no de participante. Ya Nagisa lo había comentado durante su viaje, la casa de Honoka era muy tranquila y silenciosa.
“Te acostumbrarás si nos sigues visitando, eres bienvenida aquí cuando quieras, no lo olvides”, dijo la madre de familia con cargado cariño. Entre ambas siguieron con el desayuno. “Sé que lo que tienes con Nagisa es sólo un trato, pero no te olvides de venir de vez en cuando, ¿de acuerdo?”
“Oh, estaré viniendo, tampoco quiero alejar a Nagisa de ustedes por tanto tiempo, vendremos aquí tanto como nos sea posible”, era todo lo que Honoka podía prometer, dependía de lo que el Consejo tuviera planeado. Obviamente ellos no la dejarían ir tan fácilmente. Tomó aire de manera discreta.
Rie sonrió suavemente al ver el gesto serio de Honoka, le dio un cariño en la cabeza.
“Nagisa te mantendrá a salvo, te lo garantizo”, dijo la mujer con voz segura.
Honoka miró a la ama de casa con seriedad. “Y a cambio yo cuidaré de ella y la traeré personalmente a casa cuando todo esto acabe”.
“Gracias, pequeña”.
Compartieron una sonrisa.
No mucho después, y justo como dijo Rie, el desayuno fue bastante escandaloso. Honoka no se integraba en el alboroto pero se notaba divertida y bastante entretenida, sonreía y les daba la razón tanto como podía. Lo que hizo, por otro lado, fue mantener una sonrisa más neutral. Procuraba mantenerse dentro del límite que ella misma se impuso. Nagisa lo notó.
Sigue afectada por lo de anoche, pensó Nagisa entre bocados. Debía aclararle a Honoka que no la molestó, simplemente la tomó por sorpresa, pero esa era una plática que requería estar a solas con ella y no lo estaría al menos por ese día. Tendría que esperar hasta el anochecer.
Justo como estaba planeado, Honoka se fue con el padre y el hermano de Nagisa a la herrería a verlos trabajar. Nagisa fue con sus amigas a preparar todo lo que necesitaban para el paseo de ese día. Fue lindo ver a Honoka entusiasmada luego de visitar la herrería y preguntar mil y un cosas como era su costumbre. Y justo como el día anterior, Nagisa notó a Shiho y a Rina igual de juguetonas y físicas con Honoka. Honoka no se veía incómoda.
“¡Apresúrense o las dejaremos atrás!” Gritó Rina mientras subía una empinada colina junto con Shiho. Esa era la ruta más corta a las canteras y el sitio con mejor vista de toda la región. Normal que su invitada estuviera más atrás, no tenía mucha condición física.
“¡Enseguida las alcanzamos!” Respondió Nagisa y sólo negó con la cabeza al ver que sus amigas se adelantaban. Ellas llevaban las canastas con la comida. Miró a Honoka. “¿Estás bien? Podemos tomar un descanso”, sonrió con cierta gracia. Honoka estaba agitada y no la culpaba. “No vayas con prisa, no les hagas caso a esas tontas”.
“Estoy bien, gracias, sólo debo mantener el paso y respirar bien”, dijo Honoka pero sus palabras y su estado no concordaban. Respiró hondo y siguió caminando con paso firme. “Quiero ver el paisaje del que me contaron”.
“Es hermoso, te va a encantar”, aseguró Nagisa y sin pensarlo le tomó la mano con todas las intenciones de apoyarla. “Vamos, ya casi llegamos a la cima”, pero no pudo avanzar ni dos pasos, sintió a Honoka tensa y la miró. “¿Honoka?”
“Puedo caminar sola, no te preocupes”, dijo la chica mientras se soltaba gentilmente de Nagisa. Tampoco era tonta y sabía exactamente cuál era el asunto que ambas estaban arrastrando. Lo mejor era ser directa y sincera. “Sé que me he estado tomando demasiadas confianzas contigo, sobretodo anoche. No se repetirá, lo prometo”.
“Honoka, eso…” Pero Nagisa de pronto no supo qué decirle, el gesto de Honoka parecía calmado pero pudo notar un fugaz dejo de tristeza en sus ojos. “Yo…”
Honoka le sonrió dulcemente. “Estaremos juntas por un año, así que pondré todo de mi parte para que nuestra asociación sea lo más cómoda posible, tienes mi palabra”, continuó. “Eres mi protectora y yo tu protegida”, esa era su relación en realidad. La palabra ‘Prometidas’ estaba un poco fuera de lugar a decir verdad.
Nagisa sintió esas dulces palabras cual golpe directo al estómago.
CONTINUARÁ…
Chapter 6: Acuerdos y Beneficios
Chapter Text
El paseo fue todo lo que le prometieron a Honoka y más. El paisaje era precioso, los ríos hermosos y llenos de peces, los campos reverdecidos tan repletos de vida que a Honoka apenas le alcanzaban los ojos para admirar todo. A momentos olvidaba que había sido ella quien con su poder ayudó a recuperar la zona. Sus acompañantes estaban contentas de verla tan entusiasmada, tan entusiasmada que aceptó jugar en el río y mojarse.
Ver la linda sonrisa de Honoka hizo sonreír a Nagisa también. Estaba feliz por ella, desde luego, pero algo no la tenía del todo tranquila. La joven guerrera no iba a negar sentirse muy rara por culpa de Honoka. Ya se había atrevido a muchas cosas últimamente: la había abrazado, besó su mejilla ayer por la tarde, había tomado su mano incluso sin que sea necesario, sólo por el simple gusto de hacerlo.
Aunque los gestos eran los mismos, Nagisa sabía que no era lo mismo que con sus amigas. Con Shiho y Rina incluso podía jugar rudo, empujarlas juguetonamente, despeinarlas, molestarse con ellas y volver a abrazarse a los cinco minutos. Pero Nagisa no podía hacer ninguna de esas cosas con Honoka, no se atrevía. No era lo mismo en lo absoluto, cuando tomaba su mano a veces no quería soltarla, sus sonrisas eran lindas y quería ver más, sus bromas con ella no eran pesadas y abrazarla era… Especial.
Seguramente estaba confundida, nunca había estado en una situación tan extraña y no ayudaba para nada que Honoka fuera extremadamente bonita. Quizá se tomaron confianzas demasiado rápido, con el tiempo podría recuperar esos gestos con ella sin sentirse como si estuviera cometiendo un crimen con tan sólo mirarla como lo estaba haciendo en ese momento.
No puedo creer que se vea tan bonita, reclamó Nagisa en su cabeza mientras ahogaba un suspiro que casi se le escapó.
Habían pasado un par de días desde el incidente en su cuarto y no había mejorado la situación en lo absoluto.
Por cierto, ¿qué era lo que estaba viendo Nagisa en ese momento y la tenía tan embobada?
Honoka estaba sentada sobre una roca plana en la cima de la pequeña colina que eligieron para su hora de la comida. Justamente habían acabado de comer, Shiho y Rina tomaban una siesta pero Nagisa decidió no unírseles aunque sí se recostó junto a ellas. No quería dormir, sentía que debía cuidar de Honoka incluso en el sitio donde estaba más a salvo. Se quedó mirándola, Honoka les daba la espalda.
El cabello de Honoka se movía con la brisa, los espíritus del viento la saludaban a su manera y le decían lo lindo que era su poder. Todo a su alrededor la estaba saludando y Honoka los escuchaba con una sonrisa y los ojos cerrados. Era la primera vez que podía usar su poder en una zona de ese tamaño y admitía sentirse bastante orgullosa de sí misma. Se lo contaría a su abuela llegando a casa. Partirían al día siguiente. Estaba aprendiendo tantas cosas que no podía creerlo.
Quizá la única nube gris en el buen humor de Honoka era lo sucedido con Nagisa, pero pronto pasaría ese incidente y tendrían la oportunidad de intentarlo una vez más y dejar que su relación y su amistad tomaran un rumbo más respetuoso, Honoka podría volver a subir los escalones uno por uno hasta poder bromear físicamente con Nagisa sin que ésta se sintiera incómoda. No quería que Nagisa se sintiera incómoda a su lado, la apreciaba mucho y no quería alejarla.
Honoka respiró hondo y se llenó el cuerpo del aire fresco de las montañas. Debía esperar a que sus guías despertaran, no le molestaba esperar, al contrario. Podía darse el tiempo de platicar con los pequeños que la rodeaban.
“Me alegra que se sientan más tranquilos”, murmuró Honoka entre labios. De nuevo sintió la brisa jugar con su cabello. Rió suavemente. “Cuiden de las personas que viven aquí, por favor, todas son buenas y sé que ustedes ya lo saben”, y los Espíritus le dieron la razón y la felicitaron por su buen trabajo. “Gracias, prometo venir después”.
Mientras platicaba, escuchó pasos a su espalda, calló de inmediato y miró hacia atrás. Era Nagisa quien se estaba acercando a ella. Se relajó de inmediato.
“Pensé que tomarías una siesta también”, comentó Honoka mientras hacía espacio para que Nagisa se sentara también en la roca. Volvió su vista al frente casi de inmediato.
“Puedo dormir más al rato que volvamos a mi casa”, respondió Nagisa mientras se encogía de hombros. Notó tranquila a Honoka. Quizá sólo se estaba haciendo un lío innecesario en su cabeza, lo mejor era confirmarlo. Ya había pasado por malas experiencias por culpa de su manía de saltar a conclusiones como campeona con historias incompletas y rumores. “Oye, Honoka”, abrazó sus propias rodillas.
“¿Mmm?”
“Estamos bien, ¿verdad?”
“Lo estamos”.
“Es sólo que… Te he sentido un poco rara y… Bueno… Lo siento, creo que fui muy… Ah… Lo siento”.
Honoka negó suavemente con la cabeza y miró a su protectora. “No te disculpes, al contrario. Quiero saber si hago algo que te ponga incómoda o que te enfade”, respondió de inmediato, seria. “Me agradas mucho. Sé que te pagué para que me sirvas de escudo y… Y no suena bien ahora que lo digo así, ¿verdad?” Dijo con una risa pequeña y nerviosa.
“Ese fue nuestro trato… Aunque sí suena un poco raro”, Nagisa también rió nerviosamente.
“En serio quiero ser tu amiga”, Honoka se encogió de hombros al decir eso. “Pero como puedes ver, no tengo mucha experiencia en esto…”
Nagisa bufó con gracioso enfado. “Lo estás haciendo bien, Shiho y Rina ya te adoran”.
Honoka rió otra vez. “Ellas me agradan mucho”.
“Sólo no se los digas o no te las vas a quitar de encima”, Nagisa suspiró y luego miró a Honoka, apenada. “También me agradas… Ah… Y lo que pasó, en serio no te disculpes, estábamos jugando y me tomaste por sorpresa, fue todo”.
Honoka se ruborizó ligeramente y volvió a mirar al frente. “Yo…”
“Yo también me he tomado confianzas contigo”, tan sólo recordar que besó su mejilla hizo arder su rostro.
“Pero lo de la otra noche…”
“Sólo me abrazaste fuerte y… Bueno… Me estabas haciendo cosquillas y las cosquillas no me gustan, eso pasó”, fue lo único que Nagisa pudo decir. No tenía la cara ni el valor para decirle que sintió un escalofrío de cuerpo entero al sentirla respirando contra su cuello, mucho menos podía decirle que esa sensación despertó algo caliente en su cuerpo. Eso sí sería raro. “Exageré mucho, fue todo. Lo siento”.
“Entonces… ¿No estás incómoda conmigo?” Preguntó Honoka sólo por confirmar.
“No, no lo estoy”, respondió Nagisa de inmediato. “Y yo sé bien que no te sobran los amigos en la Capital, así que tampoco puedo culparte si haces algo raro… Ah, ya sabes, raro de… Ah…” Se rascó la nuca, incapaz de explicarse.
Honoka supo entenderla, sonrió. “Comprendo”, dijo de inmediato. “Culpa mía, puedo socializar perfectamente bien pero hacer amistades no se me da, al menos no con gente de mi edad”, refunfuñó e imitó la posición de Nagisa, abrazó sus piernas también. “Los únicos chicos de mi edad que se han acercado a mí ha sido para tratar de ganar mi mano. Y las chicas normalmente no se me acercan y yo tampoco me acerco mucho porque… Bueno, ya sabes”.
Nagisa no pudo evitar una sonrisa incómoda. “A veces las personas son malas”, dijo en voz baja. Si esas chicas de ciudad supieran que a Honoka le gustaban precisamente las chicas, quizá no todas estarían cómodas con tenerla cerca. A saber si harían algo más agresivo contra su protegida. “Pero cuando eso pasa, las personas cercanas a ti se vuelven más importantes”, y claramente Honoka no tenía TANTAS personas cercanas, frunció el ceño al pensarlo. “Lo siento…”
Honoka rió. “Tengo personas así, pero que sean de mi edad… Sólo tú y quizá un chico”.
“¿Chico?” La curiosidad de Nagisa despertó de inmediato, incluso se giró para encarar bien a Honoka. “¿De verdad conoces a un chico?”
Honoka no pudo responder, de pronto un par de voces se unieron.
“¿Un chico?”
“¿Te gusta un chico, Honoka?”
Shiho y Rina rápidamente se unieron a ellas sobre la roca, estaban un poco apretadas pero lograron acomodarse. Nagisa gruñó, Honoka rió dulcemente.
“No, pero el chico del que hablo es un amigo que conozco desde niña pero al que no he visto desde hace algunos años”, respondió Honoka. “Es hijo del socio principal de mis padres, la persona que cuida de los negocios de mi familia hasta que yo me pueda hacer cargo de ellos”.
Shiho y Rina asintieron, Nagisa no, pero estaba al tanto de que los contratos de los padres de Honoka eran protegidos por su gente de más confianza. Shiho y Rina sólo sabían que la chica era huérfana de padres, que su abuela la cuidó y que precisamente sus padres fueron los benditos mercantes que trajeron el chocolate al reino.
“¿Y es guapo?” Preguntó Shiho con emoción. “Nos lo podrías presentar si a ti no te gusta”.
“Supongo que es guapo. Actualmente debe ser tan alto como su padre, siempre ha sido atlético, su cabello y ojos son castaños, su sonrisa es linda… Creo”, Honoka se llevó una mano al mentón mientras hacía memoria. “Como les comenté, hace años que no lo veo, pero hasta donde puedo recordar, era bastante popular con las chicas de la ciudad. Es un año mayor que yo y fue enviado a la Academia Militar apenas cumplió la edad para ingresar”, es decir, a los trece años, un dato de conocimiento general. “No lo veo desde entonces pero sé que está bien, su padre me dice que está haciendo muchos méritos”.
“Guapo y con uniforme, ¡debe ser todo un galán!” Gritó Rina con emoción.
“Seguramente lo es”, respondió Honoka con una sonrisa divertida.
“Lo más probable es que Nagisa lo conozca primero, un año es mucho tiempo y puede que ese guapo chico las visite”, comentó Shiho mientras codeaba juguetonamente a Nagisa.
Nagisa frunció el ceño y de todos modos se sonrojó. Por como Honoka describió al chico, sonaba como alguien bastante atractivo. Se aclaró la garganta.
“Ya que despertaron, ¿seguimos con el paseo? Tenemos que ir a las canteras, es el único sitio que nos falta”, por supuesto que Nagisa desvió el tema por completo. Sus amigas sabían lo mucho que ella deseaba a un lindo novio, como las demás chicas del pueblo. Y también les sorprendió que rechazara a aquel agradable y ruidoso chico, muy lindo a opinión de sus amigas. “Tenemos que aprovechar lo que resta del día, partimos mañana”.
“¡Vamos, Honoka, tenemos que ir a la cantera, te va a encantar!” Shiho fue la primera en animarla a levantarse. Recogerían su pequeño picnic y seguirían con el paseo programado.
Los últimos dos días habían sido muy divertidos para Honoka.
Nagisa estaba feliz por ver a Honoka tan feliz.
Y más feliz estaban ambas luego de arreglar su pequeño malentendido.
~o~
Luego de despedirse de todos en el pueblo, Nagisa y Honoka comenzaron su viaje de regreso a la capital del reino. Ésta vez no había prisa por llegar así que viajarían holgadamente, llegarían quizá en seis o siete días. Y en las noches de cada uno de esos días, ambas siguieron practicando para mejorar la conexión espiritual de Nagisa.
Para sorpresa y alegría de Honoka, Nagisa estaba mejorando a pasos agigantados, ¡era muy talentosa!
Era su última noche acampando, llegarían al día siguiente, calculaban que alrededor de mediodía y aprovechaban cada momento de la noche para practicar. Nagisa en especial estaba emocionada porque ya podía escuchar al menos a los espíritus que siempre estaban con ella sin ayuda de Honoka. Le costaba hablar con los demás, pero sus rayitos (así llamaba cariñosamente a sus pequeños acompañantes) traducían para ella lo que decían los otros espíritus a su alrededor.
“No creo que sea buena idea que uses una técnica así en una persona”, comentó Honoka con gracia mientras veía a Nagisa practicar golpes de espada ¡con su espada cargada de electricidad! ¡Pudo imbuir su arma con el poder de los espíritus! Esa claramente era la señal de que Nagisa había nacido para ser una guerrera espiritual. Estaba francamente sorprendida.
“Lo sé, pero en una situación de emergencia seguro que me sirve”, comentó Nagisa alegremente.
“Te doy la razón”, respondió Honoka con una sonrisa. “Creo que a partir de ahora sólo será cuestión de que medites y sigas por tu cuenta. Ahora que ya puedes entender a tus amigos avanzarás a tu propio ritmo”.
Nagisa frunció graciosamente el ceño. “Prefiero meditar contigo”, dijo con reproche.
“Oh”, Honoka casi rió. “Supongo que podemos seguir haciéndolo por las noches, me gusta esa idea, eres la primera persona con la que tengo oportunidad de meditar así. Es agradable”, agregó, tratando de controlar el calor que atacaba su rostro.
Nagisa sonrió por lo bajo antes de que una duda la atacara. “Oye, Honoka, ¿tu abuela puede hablar con los espíritus?”
“Solamente puede escucharlos, pero no usar su poder así como lo hago yo y menos como lo haces tú”, Honoka se llevó una mano al mentón, buscando una explicación simple. “Nació con la habilidad de escucharlos y percibir cuando están calmados o cuando hay una anomalía, pero fuera de ello, no puede manipularlos ni pedir su poder. Muy por el contrario, son los espíritus quienes la han ayudado muchas veces”, miró a Nagisa con una sonrisa. “Ella me contó que cuando era más joven que nosotras ahora, fue cuando el reino pasó por una guerra de cuatro años y dejó mucha destrucción y desolación. Los espíritus nunca la desampararon, siempre le procuraban agua y frutos y ella a su vez repartía esos recursos con los niños que había salvado”.
“Wow… Tu abuela en serio es genial”.
“Lo sé”, Honoka sonaba orgullosa.
“¿Y los de la Orden Espiritual no intentaron reclutarla?”
“Mi abuela los evadió, fue casi como sucedió contigo, no pudieron encontrar nada en ella y la dejaron en paz. No pueden hacer nada con alguien que sólo le es agradable a los Espíritus”, explicó con una sonrisa. “Como el reino seguía reconstruyéndose luego de esa guerra, mi abuela comenzó a viajar. A donde iba ella y hacía falta comida, los Espíritus daban abundancia, y a donde ella fuera y tuvieran todo, ellos no hacían nada. A los Espíritus les gustaba que ella repartiera los recursos así que daban más. Mi abuela se hizo mercante pero a veces ni siquiera cobraba por las mercancías, simplemente hacía intercambios y ayudó a que mucha gente no muriera de hambre”.
“Entonces tus padres fueron mercantes gracias a ella, ¿verdad?” Preguntó Nagisa.
“Sí, pero ellos lo hicieron de la manera tradicional”, Honoka rió. “Mi padre no nació con este poder pero sí con muchas buenas ideas”.
“El chocolate fue la mejor de todas las ideas”, comentó Nagisa con alegría.
Ambas rieron.
“Creo que ya deberíamos dormir, tenemos que llegar a la capital”, dijo Honoka y su compañera asintió.
Acomodaron todo para poder descansar, sus mantas posicionadas una junto a la otra. Ya recostadas, Nagisa miró a Honoka de reojo por un momento antes de ver las estrellas que tenían encima. Se ruborizó ligeramente.
“¿Te gustó visitar mi pueblo?”
“Me encantó, es un sitio muy hermoso, espero que podamos visitarlo de nuevo”, respondió Honoka y miró a Nagisa, pero ésta tenía su atención en el cielo. La imitó.
“No sé exactamente qué nos espere cuando regresemos a la capital, pero cuando podamos, vayamos de nuevo”, una apenada guerrera se cubrió hasta la nariz con la manta. “Me gustó verte contenta mientras paseábamos”.
“Estaba contenta mientras paseábamos”, respondió Honoka con singular alegría. “Cuando lleguemos yo tendré que seguir estudiando para poder tomar el lugar de mis padres”, pensó un poco. “No tienes qué quedarte conmigo todo el tiempo, eres libre de hacer lo que quieras en la capital”.
“No me vendría mal entrenar, necesito defenderte de esos sujetos”, comentó Nagisa con el ceño fruncido. “No me gusta estudiar pero puedo entrenar mucho y estar lista para cuando me reten”.
“Será seguido, no estarás aburrida”.
Ambas rieron otra vez y suspiraron al mismo tiempo.
“Buenas noches, Honoka”.
“Buenas noches, Nagisa”.
Hubo unos segundos de silencio.
“¿Podemos tomarnos de la mano?” Preguntó una tímida Nagisa.
“Por supuesto”, fue la inmediata respuesta de Honoka.
Durmieron tomadas de las manos. Despertaron abrazadas pero ninguna dijo nada.
~o~
“¡Ella será mía!” Gritó un chico alto de cabello rubio cenizo, atacó a Nagisa con una espada delgada que manejaba con bastante habilidad.
Lamentablemente para el pretendiente en turno, no era rival para Nagisa Misumi. La espada negra de Nagisa era lo suficientemente resistente y sólida como para hacer pedazos la espada ajena de un solo movimiento. Una vez desarmado, el chico quedó a merced de Nagisa. Un golpe en el estómago con el codo bastó para que el pretendiente cayera de espaldas al piso, sin aire, derrotado.
Era el tercero de la semana. Honoka tuvo razón, Nagisa no tenía tiempo de aburrirse.
Nagisa Misumi llevaba poco más de dos meses viviendo en la mansión Yukishiro y ya había derrotado a más de treinta oponentes al hilo, ni uno solo de ellos había probado ser oponente para la chica. Nagisa podía sentirse orgullosa de ello, ninguno de esos muchachos mimados de casa se comparaban a los crueles bandidos que estaban dispuestos a abrirte el estómago con una daga oxidada a la primera oportunidad.
Estaba acostumbrada a pelear por su vida y por la paz de su hogar, enfrentarse a muchachos nobles que nunca habían tenido la necesidad de defender sus propias vidas era un juego de niños.
“Gané”, declaró Nagisa con firmeza, una pizca de orgullo y un porte serio. Aunque aliviada por ganar, tampoco era del tipo que refregara su victoria en la cara de sus oponentes. Nagisa era una peleadora honorable cuando la situación lo requería. “Yukishiro Honoka sigue siendo mi Prometida”, declaró, hizo un saludo a su oponente caído y se fue.
Ya casi era hora de comer, debía ir por Honoka a la oficina donde estaban los socios de sus padres y con quienes estudiaba finanzas, geografía, historia y un montón de materias más que Honoka aprendía con gusto y que mareaban a Nagisa con tan sólo numerarlas.
Nagisa se sentía particularmente contenta por cómo estaba pasando su tiempo como la Prometida de Yukishiro Honoka. Podía decir que eran amigas… Podía decir algunas cosas más pero esas aún necesitaban tiempo para poder ponerlas en palabras más exactas.
Por el momento se concentró en ir directo a las oficinas de los Yukishiro, que estaban a un par de calles de la mansión Yukishiro. Era una edificación más bien simple con una fachada en colores brillantes y el escudo de la familia de Honoka en la parte alta. Había un sótano perfectamente protegido donde guardaban archivos viejos y no tan viejos con todas las anotaciones y antiguos contratos. Ahí trabajaban cuatro personas, el socio de los padres de Honoka y tres ayudantes, dos hombres y una mujer, los tres de edad avanzada.
“¡Señor Fujimura, buenas tardes!” Saludó Nagisa apenas entró a la oficina. El que estaba siempre al frente era Kento Fujimura, un hombre ya entrado en sus cuarentas.
“Oh, Nagisa, justo a tiempo, pasa”, le recibió el hombre de buena manera. “Honoka está donde siempre, ve por ella para que pueda comer algo”. Kento tenía a Nagisa en buena estima y además, como allegado de los Yukishiro, se le hizo saber del trato que tenían ambas chicas y que no se casarían, estaba al tanto de que Nagisa escudaba a Honoka por voluntad propia y lo agradecía mucho.
“Enseguida voy, gracias”, respondió Nagisa. El hombre era muy agradable, todos ahí lo eran y cuidaban mucho de Honoka.
“Estás herida”.
“¿Esto?” La guerrera se señaló la cara, “no es nada, no se preocupe. No me pueden ganar con trampas”, declaró, seria.
“Me alegra”.
Honoka estaba aprendiendo administración y contabilidad, era bastante interesante y se le notaba concentrada, pero salía de su estado concentrado apenas escuchaba la voz de Nagisa.
“Señorita Yukishiro, hora de ir a comer”, anunció Nagisa apenas entró. Saludó de buena gana a la mujer que le daba clases a Honoka. “Yo me encargo de que coma bien”.
“Muchas gracias, pequeña Nagisa”, respondió la agradable mujer y miró a Honoka. “Por hoy terminamos, ve a comer y luego a casa, anda”.
“Entendido”, una obediente Honoka guardó el libro que estaba estudiando en su bolso y se reunió con Nagisa, sólo para ser recibida como se estaba haciendo costumbre: Nagisa le ofreció su brazo de manera juguetona. Sonrió y se sujetó de ella. “Gracias”.
“Hey, soy tu Prometida, debo mostrarme como tal”, respondió Nagisa con agrado.
Honoka iba a responder algo pero se puso seria al notar el rostro maltratado de Nagisa. Se le soltó para tomarla bien de la mano y llevarla al cuarto de baño.
“Primero hay que encargarnos de éstas heridas”, dijo Honoka con seriedad.
Nagisa sonrió, “como tú digas”. Algo que había aprendido con el tiempo era que Honoka podía ser terca como una mula. La primera vez que se negó a que le curara las heridas su Prometida se la llevó arrastrando, Nagisa peleó un poco pero sólo logró ganarse un gesto serio y preocupado de parte de Honoka, cedió de inmediato.
Honoka usó un pequeño equipo de curación que tenían ahí. Sólo eran golpes, algunos moretones y un par de cortadas, lo primero era atender las cortadas. Lo hacía con concentración y seriedad, con la diestra curaba a Nagisa y con la zurda le sostenía el rostro por el mentón. Sus caras estaban bastante cerca.
“Te lastimaron más que la vez anterior”, comentó Honoka con el ceño fruncido por la preocupación.
Nagisa también frunció el ceño, ofendida. “No me lastimaron más que antes, te lo aseguro, él quedó en el suelo”, se cruzó de brazos pero fue todo. No se movía.
“¿No te golpeó en otro lado? ¿Tu estómago? ¿Tus brazos?” Preguntó Honoka mientras miraba dichos lugares.
“No”, respondió Nagisa de inmediato. “O eso creo, espera…” Se despegó ligeramente de Honoka para revisarse los brazos y luego levantarse un poco la camisa y chequear su torso. “¿Ves algún golpe?”
Honoka no era inmune a lo bien cincelado que estaba el abdomen de Nagisa. Tragó saliva discretamente antes de ponerse más seria y revisarla, también en su espalda.
“No hay ningún otro golpe”, confirmó Honoka y se concentró en las heridas que sí vio. Frunció graciosamente el ceño. “No me gusta cuando te hieren así”, pasó sus dedos por un moretón cerca de la quijada de Nagisa.
“Hey, no es nada, en serio”, a Nagisa le costaba mucho ignorar el roce de los dedos de Honoka, era demasiado suave para ser verdad. Había decidido no volver a reaccionar de manera exagerada, así que aguantaba el contacto físico con Honoka como campeona. “Sabes que peleo con gusto y no por nuestro trato, lo hago porque quiero hacerlo. Quiero que te hagas la jefa de éste sitio y puedas viajar como siempre has querido”.
Honoka sonrió y se recargó en el hombro de Nagisa, ligeramente ruborizada.
“Sería lindo si viajaras conmigo…”
“Eso sería genial”, comentó Nagisa en voz baja.
Ambas eran conscientes de lo cerca que estaban la una de la otra y decidieron separarse y terminar lo que estaban haciendo. Apenas Nagisa quedó curada de esas pequeñas heridas y golpes, ambas pudieron salir. Irían a comer a algún restaurante del centro de la ciudad. Nagisa adoraba la comida de la abuela pero también quería probar más cosas nuevas de la gran ciudad y Honoka solía invitarla a algún sitio nuevo un par de veces por semana.
Si no eran comedores caros, entonces eran negocios pequeños atendidos por familias, pero había un platillo en especial del que Nagisa quería probar todas las variedades. La comida emblemática de la Capital del reino: patatas fritas.
Ésta vez, Nagisa y Honoka terminaron en una pequeña taberna local que servía licor de frutas silvestres, cosecha de la misma casa, y su único platillo: un corte de carne de res con ensalada y patatas fritas preparadas con un sazonador secreto de receta familiar.
“¡Buen provecho!” Exclamó Nagisa con encanto y comenzó a devorar su comida, comenzando por las papas. “¡Están deliciosas!”
Honoka también las probó y abrió los ojos con sorpresa. “Puedo reconocer varias de éstas especias pero la mezcla completa es… Muy buena… Es ligeramente picante pero no mucho”, comentó Honoka de manera analítica. “El aceite también está preparado, con razón tienen mucha clientela”, y siendo Honoka una de las hijas favoritas de la ciudad, siempre tenían una mesa para ella. Y también para Nagisa, que rápidamente se ganó el cariño de la comunidad.
“Deberíamos pedir algo para llevarle a la abuela”, comentó Nagisa entre bocados. No era muy amante de las bebidas alcohólicas así que el agua le bastaba. Le causaba algo de envidia que Honoka pudiera beber vino tranquilamente sin emborracharse rápido.
“Sí, les pediré al menos las papas, mi abuela procura no comer tanta carne, sólo pescado”, por su edad básicamente. La carne de pescado le era más fácil de digerir. Contrario a su Prometida, que comía con alegría todo lo que le pusieran enfrente. “Si te quedas con hambre, sabes que puedes pedir más”.
“Lo sé, gracias”, respondió una feliz Nagisa y le ofreció una patata a Honoka, justo en la boca.
Honoka no se negó y comió el bocado con una sonrisa. “Gracias”, y estaba a punto de hacer lo mismo con Nagisa, pero no pudo.
“¡Honoka, te encontré!” Exclamó una voz masculina con mucha alegría.
Quien llegó fue un alto joven de cabello y ojos castaños, enfundado en una armadura y con una sonrisa galante y llena de felicidad por ver a Honoka. A ésta le cambió el gesto por completo al verlo, se lanzó a sus brazos. Nagisa notó lo feliz que se puso Honoka al verlo.
“¡Shougo!”
“Papá me dijo que estabas por aquí, me alegra verte de nuevo, Honoka”, dijo Shougo mientras cargaba a Honoka de manera juguetona. La bajó casi de inmediato pero no la soltó del todo, rodeó los hombros de Honoka con un brazo. Enseguida miró a Nagisa e hizo una educada reverencia. “¿Misumi Nagisa, verdad?” Vio a la chica asentir con un simple movimiento de cabeza. “Un placer conocerte, soy Shougo Fujimura, amigo de la infancia de Honoka. Ya conoces a mi padre”, se presentó. “Quiero agradecerte por cuidar de mi pequeña Honoka”.
“No soy pequeña”, reprochó Honoka con infantil gesto.
“Ah… Ah…” Nagisa no podía hablar, ¡ese era el amigo del que Honoka le contó, el chico que se alistó en la guardia real! ¡Era guapísimo! Tragó saliva, se sintió caliente de la cara y se puso de pie de golpe, inclinándose igualmente. “¡Mucho gusto en conocerte, Honoka me ha hablado de ti!”
“Espero que cosas buenas”, dijo Shougo con una sonrisa, pero enseguida puso un gesto más serio. “Estoy al tanto de todo, mi padre me lo hizo saber”.
“Estoy en una situación bastante… Complicada”, dijo Honoka con mal gesto y enseguida sonrió. “Por suerte, conocí a Nagisa y ella ha hecho que todo mejore. Además es muy fuerte”.
“Es lo que he escuchado”, Shougo soltó a Honoka, se sentó con ellas en la mesa. Se inclinó lo suficiente hacia Nagisa y le habló en voz baja. “Sé que la situación te ha sido un poco complicada y has tenido que pelear mucho desde que estás aquí”.
“Sí, pero lo hago con gusto, quiero ayudar a Honoka a salir de éste lío”, no quería decir abiertamente lo de su trato, al menos no en un sitio lleno de personas. Su sonrojo se intensificó al sentir que el apuesto joven se le acercaba más, casi le hablaba al oído.
Y ese mismo sonrojo y nervios desaparecieron de golpe al escuchar las palabras del chico. Palabras que Honoka también pudo escuchar.
“Muchas gracias por cuidar a Honoka hasta ahora, pero ya no debes preocuparte más. Yo puedo encargarme de ella, déjame tener un duelo contigo para poder convertirme en su Prometido. Así podrás ser libre”.
Nagisa abrió los ojos como platos al escuchar eso. Honoka también.
CONTINUARÁ…
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Nagisa no sabía exactamente qué responder. ¿Por qué la propuesta hizo que todos sus pensamientos sufrieran un aparatoso accidente? Miró al guapo soldado, y de repente ya no le pareció tan guapo ni su sonrisa tan galante. ¿En serio le acababa de pedir enfrentarse a él para poder cuidar de Honoka? ¿Acaso a ese chico le gustaba Honoka? ¡A Honoka le gustaban las chicas! ¿Fujimura Shougo estaba al tanto de ese importante detalle?
Por su lado, Honoka estaba igual de sobresaltada que Nagisa. ¿En qué momento a Shougo se le ocurrió eso? Bueno, era obvio que su padre le hizo saber el asunto, después de todo ambos eran amigos de la infancia, casi hermanos, pero no era la idea de Shougo pretendiendo ser su Prometido lo que la sobresaltó. Fue la idea de ya no tener a Nagisa cerca lo que hizo que casi se le fuera el aire del cuerpo.
Al notarlas un poco fuera de sí, Shougo rápidamente se alejó de Nagisa y levantó las manos en señal de paz.
“Lo siento, no debí decirlo tan abruptamente”, dijo, apenado. “¿Les parece si hablamos de esto en tu casa, Honoka?” Preguntó enseguida y ambas chicas asintieron. Para tratar de calmar el ambiente, pidió algo de comer para acompañarlas.
El resto de la hora de la comida pasó en un silencio tenso e incómodo.
Ya de regreso en la modesta mansión de los Yukishiro, los tres se reunieron en la sala de estar. La abuela decidió darles su espacio a los jóvenes, aunque sí les llevó algo de té al notar a su nieta y a Nagisa un poco fuera de sí, Shougo lucía apenado.
El muchacho ya había pasado a saludarla ni bien llegó y ella misma confirmó la información dada por su padre, por cierto.
“Honoka”, la llamó su abuela antes de retirarse. Su nieta la miró y la anciana sonrió dulcemente. “Recuerda tener siempre presente lo que tu corazón quiere hacer”, dijo, le dio una suave palmada en la espalda y se fue.
Honoka asintió y enseguida miró a su amigo de la infancia. “Shougo, sobre lo que dijiste…”
“Hablo en serio, Honoka”, dijo el joven soldado de inmediato. “Cuando recibí la carta de papá explicándome lo que el Consejo hizo contigo, quise volver de inmediato. Estuve a punto de hacerlo pero mi comandante dijo que me acusarían por deserción y me arrestarían. Encerrado no podría hacer nada por ti, el Consejo no iba a permitir que un desertor de la Guardia Real peleara por tu mano, pero supe que un soldado con honores sí, así que me esforcé mucho para terminar mi entrenamiento y mi servicio”.
“Shougo”, Honoka tragó saliva. Su querido amigo siempre la procuró mucho, sobre todo después de que sus padres murieran.
Nagisa apretó los puños. Claramente él era un joven buenmozo, un soldado con honores, amigo de toda la vida, sería un mejor prospecto como Prometido que ella misma. Incluso si no se casaban, porque a Honoka no le gustaban los chicos, él estaba más que dispuesto a hacer lo que fuera por Honoka. Tragó saliva.
“Tengo entendido que la Señorita Misumi tiene un contrato contigo”, comentó Shougo y miró a Nagisa. “Debe ser duro”.
Nagisa se sobresaltó y no supo que responder al principio. “Un poco… Bueno… Esto de pelear contra niños mimados no me gusta pero tampoco es una molestia, Honoka es mi amiga y acepté protegerla hasta su cumpleaños”, explicó Nagisa rápida y torpemente, sus manos se movían mucho, culpa de los nervios. “Tenemos un contrato pero no sólo por eso la protejo, le debo mucho”, y lo mejor era no mencionar sobre el poder de Honoka, no sabía si el soldado estaba al tanto de eso o no.
“Nagisa está haciendo un buen trabajo, Shougo, no debes preocuparte por mí”, dijo Honoka enseguida, tratando de salvar la incómoda situación.
“Lo sé, lo sé”, Shougo trató de calmar las ansias de su amiga y de su Prometida, pero había algo que le preocupaba de ese asunto. “Estoy al tanto de que no se casarán, pero no creo que los del Consejo se queden muy contentos si ven que todo fue una tapadera si ustedes no se casan. Parte del trato es que te cases, Honoka, y si ustedes no lo hacen…”
Tanto Honoka como Nagisa abrieron los ojos, grandes, al escuchar eso. Era cierto, los del Consejo usaban la excusa de casarla con alguien capaz de “apoyarla” en sus negocios, el propio Rey estaba al tanto y por eso mismo aprobó la petición del Consejo de buscarle un esposo a Honoka Yukishiro.
“Si no nos casamos, será un problema más para Honoka, ¿verdad?” Preguntó Nagisa y el soldado asintió. Gruñó un poco. “¿Por qué no la dejan en paz?”
“Porque quieren los contratos de los Yukishiro, siguen activos a pesar de la ausencia de mis tíos”, así siempre llamó con cariño a los padres de Honoka, “son gente horrible y… Bueno… Me temo que es a ti, Señorita Misumi, a quien le hagan daño luego de que te vayas y no te cases con Honoka”, le dijo Shougo a Nagisa.
La guerrera tragó saliva. Honoka también se preocupó al escuchar esa posibilidad que no había considerado antes.
“Ah, disculpa… ¿Shougo?” Con la mirada Nagisa trataba de darle a entender al soldado si estaba bien llamarlo por su nombre de pila, éste asintió. “Tú… Tú sabes que a Honoka le gustan las chicas y no los chicos, ¿verdad?” La guerrera se atrevió a preguntar.
“Estoy al tanto de eso”, respondió Shougo de inmediato.
Honoka negó con firmeza. “No puedo casarme contigo, Shougo. Si lo hago, entonces tú no podrás casarte con alguien que te guste”, esa era la idea que más le preocupaba a Honoka.
Shougo sonrió con cierta nostalgia. “Honoka, tu y yo estamos en el mismo barco, tampoco me puedo casar con la persona que me gusta”, dijo, se notaba ligeramente triste al respecto. Suspiró hondo. “Él… Él me rechazó hace un tiempo. Le confesé mis sentimientos antes de que lo transfirieran a otra base y él me rechazó. No me escribe ni responde mis cartas desde entonces”.
Nagisa pronto lo comprendió. “Oh…”
Honoka sólo atinó a levantarse de su sitio y abrazar a su hermano mayor. “Siento mucho escuchar eso”.
“Sé que no es tan mal visto que dos hombres o dos mujeres se enamoren y se casen, pero a él no le gustó la idea y no creo que alguien más pueda gustarme”, confesó el soldado mientras se dejaba abrazar. “Eso fue el año pasado, ya no estoy afectado al respecto, te lo aseguro”, sonrió dulcemente. “Pero gracias por el abrazo”.
Nagisa y Honoka se miraron entre sí, ésta última sin soltar a su amigo. Era duro escuchar que habían rechazado a tan dulce chico. Shougo se soltó del abrazo y animó a Honoka a volver a tomar asiento, ésta se sentó a su lado.
“Regresando al tema”, continuó el soldado, miró a Nagisa. “Permite que tenga un duelo contigo”, enseguida puso un gesto apenado. “He escuchado que eres muy hábil y fuerte y que tu espada negra es invencible, así que incluso quiero atreverme a pedir que me dejes ganar, así estarás fuera de estos líos y Honoka podrá estar completamente a salvo si me caso con ella”.
Honoka se sintió mareada. Nagisa también.
¿Por qué a ninguna de las dos le gustaba esa idea por muy sensata que fuera?
Ciertamente Nagisa nunca quiso meterse en esos complicados asuntos de matrimonios arreglados de gente poderosa, pero ahora que había compartido todo ese tiempo con Honoka y podía llamarla “amiga” y tenerle una estima muy especial a la chica… De repente le ofrecían la libertad de salir de problemas y volver a casa.
“Yo… Bueno”, Nagisa no se sentía capaz de decidir.
“Por supuesto, no estoy hablando de pelear ahora mismo, debo atender unos asuntos con mis superiores antes de quedar completamente libre”, dijo Shougo, tratando de calmar el tenso ambiente que se respiraba en la sala. “Por mientras, piensen en mi propuesta, por favor”, sonrió. “Aunque a mi parecer es la opción más segura para ustedes”. El soldado miró a Nagisa con genuina preocupación. “No necesito que me digan mucho para saber lo especial que eres para Honoka, eres de las pocas personas que se ha acercado tanto a ella, así que estoy al tanto que te tiene en buena estima”.
Honoka se sonrojó intensamente y se cubrió el rostro con ambas manos. “¡Eres un tonto, Shougo!”
“Ah, yo…” Nagisa igualmente enrojeció y miró a un lado, tratando de evitar la divertida mirada del soldado.
“Debo ir a mi base. Por mientras ustedes dos pueden hablar del asunto y háganme saber lo que decidan, ¿de acuerdo?” Dijo y vio a ambas chicas asentir en silencio. Notó que su propuesta no fue del todo bien recibida, pero en serio estaba preocupado por la seguridad no sólo de su querida Honoka, también de esa chica que obviamente era importante para su amiga de la infancia. “Con su permiso”.
“Ah, te acompaño a la puerta”, dijo Honoka de inmediato y escoltó a su amigo hasta la salida de la mansión. Suspiró hondo. “Shougo, no tienes que hacer esto”, dijo antes de salir propiamente de la casa. “Comprendo que sigas descorazonado por lo que pasó con Kimata”, por supuesto que sabía el nombre del chico, todo gracias a las cartas que Shougo enviaba a su padre y quién a su vez le platicaba a ella parte del contenido de dichas cartas. “Pero si te casas conmigo, te cerrarás la puerta por completo y no podrás conocer a más personas”.
Shougo sonrió por lo bajo. “Supongo que… Tienes razón en parte”, dijo en voz baja. “También me preocupa casarme contigo y no dejar que conozcas a una linda chica que en realidad te conquiste”, dijo con un tono muy casual. “El único problema aquí es que no eres una doncella normal y lamentablemente tienes a todos esos buitres detrás de ti”, se puso serio. “Estás en peligro y ninguna buena intención podrá salvarte”, suspiró. “A menos que en realidad te vayas a casar con esa chica Misumi…”
Honoka sintió un golpe en el pecho al pensar en eso.
Casarme con Nagisa…
¡Esa era la fantasía más presente en su corazón!
Pero no podía cumplirla y cada vez era más complicado encarar a su amiga y no imaginarse en ese loco escenario con ambas casándose. Ni siquiera le pasaba por la cabeza el besarla antes, era directamente una boda y se sentía como tonta por pensar en ello. Y más estúpida se sentía al recordar que Nagisa no gustaba de las chicas. De hecho, más de una vez durante sus pláticas, Nagisa le comentaba sobre tal o cual chico guapo que vio su pelea en turno y la apoyó e incluso la felicitó.
Chicos que obviamente no se acercaban más a Nagisa porque ya estaba comprometida con una de las solteras más codiciadas de la Capital.
Honoka suspiró hondo.
“Hablaré con Nagisa sobre esto y te daremos nuestra respuesta, te mandaré a llamar, ¿de acuerdo?” Dijo Honoka mientras abría la puerta.
“De acuerdo”, respondió Shougo con una sonrisa. Hizo una educada inclinación mientras tomaba la mano de Honoka y la besaba como el caballero que era. “Estaré completamente libre en dos días”.
No se dijeron más, Shougo se fue y Honoka permaneció recargada en el marco de la puerta unos segundos más antes de volver a suspirar. En serio se sentía mareada por todo lo sucedido.
“Shougo, eres un tonto”, masculló Honoka entre labios mientras volvía al interior de la casa.
Nagisa no estaba en la sala de estar. La guerrera huyó a su dormitorio apenas Honoka acompañó a su amigo soldado a la puerta.
Sí, quería salir de éste lío antes, pero… Pensó Nagisa no sin algo de culpa. “Ya no es un problema”, murmuró. Apretó la almohada contra su rostro y gritó con frustración. Su grito se vio ahogado por el suave material. ¿Acaso eso no era algo que había pedido antes? Una manera segura de salir de ese problema armado por gente rica y peligrosa.
Eso fue antes, se dijo a sí misma. Ahora ya no lo sentía, al contrario. Era un gusto y un placer declarar que Honoka seguía siendo su Prometida luego de cada duelo. Honoka era su amiga, una muy importante amiga no solamente porque la ayudó a reconstruir su hogar con su poder espiritual, tampoco porque ella misma estaba mejorando su propio poder espiritual gracias a la siempre paciente guía de Honoka… Mucho menos porque le iba a pagar apenas ambas terminaran su contrato.
Misumi Nagisa protegía a Honoka por voluntad propia y sincera preocupación. Honoka era su amiga antes que su prometida. Y como amiga, Nagisa debía pensar en el bienestar de Honoka. Nagisa mordió la almohada cuando sus pensamientos llegaron a un solo lugar luego de dar tantas vueltas al asunto:
Su preciada amiga Honoka estaría a salvo casándose con Shougo Fujimura.
“No puedo creerlo”, masculló Nagisa entre dientes y sin soltar la almohada. Escuchó a sus pequeños amigos decirle algo. “Yo tampoco me quiero ir de aquí tan pronto, ya sé que ella también les agrada”, respondió Nagisa ante el reclamo de sus compañeros espíritus. “Pero ustedes y yo sabemos que ella…”
El sonido de unos toques en la puerta del dormitorio la hizo respingar. Se sentó de golpe y se acomodó el cabello.
“Nagisa, ¿estás bien?” Sonó la voz de Honoka al otro lado de la puerta.
La guerrera no supo qué responder al principio, se aclaró la garganta.
“Estoy bien, sólo un poco cansada luego del día, es todo”, dijo con la voz más animada que pudo. Falló en el intento, sonaba tan nerviosa que nadie creería esa mentira. “Yo…”
“¿Quieres que hablemos de esto después?” La voz de Honoka, pese a todo, sonaba dulce y comprensiva.
Nagisa sintió cierta culpa por haber huido así de la sala. “Sí, por favor, ahora mismo me gustaría tomar una siesta”, respondió. “Tú estuviste muy ocupada todo el día, deberías descansar también, una siesta no te vendría mal. No quiero que te enfermes”.
“No prometo dormir pero sí relajarme”, respondió Honoka con una risa pequeña. Tenía su frente recargada en la puerta. “¿Eso te basta?”
“Sí, sé que lo cumplirás”, Nagisa sonrió sin poder evitarlo. “Descansemos, hablaremos luego de la cena, ¿te parece?”
“De acuerdo”, Honoka suspiró discretamente, “te despertaré a tiempo. Descansa, Nagisa. Gracias por tu trabajo de hoy”.
Trabajo.
Nagisa se quedó pensando en ello mientras escuchaba los ligeros pasos de Honoka alejarse de la puerta. Quiso gritar pero no se atrevió y sólo enterró su cara en la almohada.
“Trabajo”.
Eso era un trabajo después de todo.
No importaba cuánto apreciara a Honoka ni cuánto le debiera en un ámbito más personal, Nagisa aceptó que no era la adecuada para el trabajo, no lo era porque no podía asegurar el bienestar de su amiga luego de terminado su contrato. Honoka no iba a estar realmente a salvo si no se casaba como se supone debía hacerlo. Lo más seguro para Honoka era casarse con su amigo de la infancia, pero la sola idea era rara cuando a Shougo no le gustaban las chicas y a Honoka no le gustaban los chicos.
¿Acaso Shougo le permitiría tener amantes femeninas a Honoka luego de que se casaran? Obviamente esos dos no se iban a poner las manos encima y entonces ella podría ver a Honoka incluso si ya no estaban comprometidas y…
“¡¿Qué rayos estoy pensando?!” Gritó contra la almohada mientras se ponía roja y caliente como carbón al rojo vivo. Sus pequeños amigos se rieron de ella. “No es gracioso, tontos, no debo pensar esas cosas tan inapropiadas con Honoka”, les riñó entre dientes y sin despegar su cara de la almohada.
Mientras Nagisa se ahogaba en sus propios pensamientos, Honoka poco y nada podía relajarse. Estaba sentada bajo el cerezo del jardín interior de la casa. Tenía un libro en manos pero no leía. Miraba la hermosa copa del árbol mientras los espíritus a su alrededor le pedían que se animara.
Honoka no podía negarse a sus pequeños amigos.
“Gracias por preocuparse”, dijo la chica con una sonrisa.
“Lo que más me sorprende es que tú estés preocupada, Honoka”, dijo Sanae mientras entraba al jardín y tomaba asiento junto a su nieta.
“Escuchaste lo que nos propuso Shougo, ¿verdad, abuela?”
“La casa no es muy grande y los muros son delgados, querida”, respondió la abuela con picardía. “¿Por qué estás preocupada?”
“No solamente preocupada, también me siento… Avergonzada”, confesó Honoka. “Debí tener en cuenta que lo de casarme era en serio, debí pensar que con pedirle a Nagisa que fuera mi escudo hasta mi cumpleaños no bastaría, pero me confié”.
“Comprendo esa parte”, asintió la anciana. “¿Entonces qué es lo que te preocupa?” Insistió la sabia mujer.
Honoka se sintió confundida por un momento. ¿Acaso la respuesta no era obvia?
¿No lo era?
“Ah…”
La dulce y maternal sonrisa de Sanae hizo que la más joven de la familia poco a poco dejara de sentir los hombros tensos, incluso dejó de apretar su libro. La pregunta tenía sentido. No era asunto de la respuesta, era la pregunta en sí.
¿Por qué estoy preocupada? Se preguntó Honoka en silencio mientras miraba de nuevo la copa del árbol. ¿Qué le preocupaba? No era como si dejar de ver a Nagisa fuese un gran problema, sólo eran amigas. Nagisa no tenía por qué irse tan pronto ni despedirse si terminaban su contrato, eran amigas y las amigas no debían despedirse de una manera tan innecesaria, ¿verdad? Comprometerse con Shougo no le prohibía seguir viendo a Nagisa, eran amigas.
¿Qué le preocupaba entonces?
No era como si ellas dos fueran algo más que buenas amigas, ¿verdad?
Por alguna razón, tan lógicos pensamientos no la convencía del todo y sabía exactamente porqué. Tragó saliva.
“Yo… No quiero que esto termine”, murmuró Honoka.
“Todo debe moverse”, respondió la abuela. Incluso el agua nunca es la misma, las hojas y los pétalos de éste hermoso cerezo no son los mismos, las personas tampoco son las mismas, todos nos movemos”, dijo la abuela. “Pero no por ello las personas se separan”, agregó y notó que su nieta comprendió el mensaje.
“Es… Es cierto”, Honoka casi rió, ahora se sentía como una tonta. Nagisa y ella tenían una relación amistosa que nada tenía que ver con su contrato. Eran amigas, sentían confianza y jugaban a estar comprometidas por voluntad propia. Simplemente dejarían de jugar y podrían comportarse propiamente como amigas, ¿verdad?
Por mucho que le gustara Nagisa, no se iban a casar y mucho menos lograr que se enamorara de ella. Que dejaran de jugar a las Prometidas sería lo mejor para su salud mental y sentimental. Sí, era hora de moverse.
“Nada tiene porqué terminar si no queremos, ¿verdad?”
“Exacto, no tienes ninguna razón para preocuparte, Honoka”.
Abuela y nieta se sonrieron y Honoka quedó más tranquila, pero no por ello Sanae se fue. Ambas se quedaron sentadas disfrutando la tranquilidad que daba el más hermoso jardín de la casa.
~o~
La cena no fue tan silenciosa, Honoka monopolizó la conversación durante la cena con temas que estuvo aprendiendo durante sus lecciones en la oficina. De hecho ya la estaban animando a escribir contratos serios con situaciones y personas imaginarias. Los mayores querían ver si Honoka ya había aprendido todo lo necesario para cuando fuera el momento de la verdad.
La abuela escuchaba con una sonrisa y Nagisa con un gesto ligeramente fuera de sí. Cuando Honoka hablaba de los temas que la apasionaban ponía un gesto muy bonito que obligaba a Nagisa a alejar la mirada constantemente. No era un síntoma reciente pero tampoco tenía una idea aproximada del momento en que empezó a contemplar a Honoka de manera tan atenta, daba igual que entendiera lo que explicaba o no. Por ejemplo, en ese momento hablaba de porcentajes de crecimiento exponencial en productos agropecuarios de una costa imaginaria que le pusieron de ejercicio en la oficina.
Nagisa no entendía nada y aun así era un gusto verla hablar con esa vehemencia y entrega. Honoka era única. Sonrió.
“¿Eso quiere decir que ya estás lista para contratos de verdad con gente de verdad?” Preguntó la guerrera.
“Aún tengo que afinar algunos detalles, pero ellos dicen que estoy casi lista para cuando al fin pueda hacerme cargo de todo”, respondió Honoka con una linda sonrisa. “De todos modos no es como si fuera a encargarme de todo sola, ellos seguirán trabajando en la oficina mientras recluto nuevo personal”, agregó.
“Con gusto te ayudaría, pero los números y yo nunca nos hemos llevado bien”, comentó Nagisa con un gesto divertido. Ya había terminado de cenar.
“Tú ya me ayudas bastante, créeme”, dijo Honoka con una voz suave.
Ambas se miraron un momento antes de que fuera la abuela la que se aclarara la garganta. “Yo limpiaré la mesa, ustedes hablen de su tema pendiente”.
Ambas chicas asintieron y salieron del comedor para ir directo al jardín. Se sentaron bajo el cerezo. El silencio entre ambas duró solamente unos segundos.
“Nagisa”. “Honoka”.
Hablaron al mismo tiempo y se echaron a reír. Nagisa negó con la cabeza.
“Tú primero”.
Honoka asintió. Gracias a su abuela el asunto ya no sonaba tan grave. Después de todo, no tenía nada de qué preocuparse. “La propuesta de Shougo nos tomó con la guardia baja”, miró a Nagisa y tomó su mano. La guerrera correspondió el gesto con gentileza. “Primero que nada, me disculpo por creer que no necesitaría casarme. Pensar que podría librarme del compromiso tan fácilmente fue fallo mío. Lo siento”.
“No te disculpes, no es tu culpa que esos sujetos quieran abusar de tu situación”, masculló Nagisa con molestia. “¿Y qué haremos?”
Honoka estrechó con más fuerza la mano de Nagisa. “Para mantenernos a salvo, lo mejor será que aceptemos la propuesta de Shougo”, dijo con un respiro pero no tuvo tiempo de siquiera preocuparse por la reacción de Nagisa, ésta respondió casi de inmediato.
“Estaba pensando lo mismo, me preocupa que te hagan daño o te fuercen a casarte con alguien más si ven que no me caso contigo”, dijo Nagisa. Poner en palabras esos pensamientos les daba más sentido. Lo importante era la seguridad de Honoka después de todo. “Además, no te vas a deshacer de mi tan fácilmente”, sonrió.
“Seguiremos siendo amigas aunque ya no estemos comprometidas”, dijo Honoka, igualmente sonriente. “Tampoco tienes que irte tan pronto”.
“Además le dejaste mucho dinero de dote a mi familia, con eso estaremos bien. No necesitas pagarme nada”, miró a Honoka con seriedad mientras decía eso.
“Pero…”
“Ningún pero, con el dote que dejaste basta”, la guerrera seguía seria. “Ambas estamos terminando el contrato que tenemos por voluntad propia, pero al menos yo no puedo aceptar el pago por un trabajo que no terminé”.
Honoka tomó ambas manos de Nagisa y la encaró. “Lo siento, no puedo hacer eso, te pagaré por el tiempo que estuviste aquí”.
Nagisa sonrió dulcemente, como pocas veces lo hacía. Fue ella la que cambió el agarre de sus manos y acunó las delicadas manos de Honoka entre las suyas. “No puedo aceptar dinero por proteger a una amiga muy querida”, dijo, suave. Notó el sobresalto en Honoka y le gustó. “Tengo muchas amigas como bien sabes”, las chicas le escribían seguido a casa de Honoka, “pero tú eres especial por… Por muchas cosas”.
Nagisa bajó un poco la mirada al decir eso, se sintió roja de repente.
“Eso… Eso puedo aceptarlo”, fue lo único que una ruborizada Honoka pudo decir.
“No es como si tuviéramos que separarnos tan pronto, ¿verdad?” Insistió Nagisa en voz un poco más alta de lo normal, culpa de un ataque de nervios.
“Exacto, simplemente tendremos una relación que no sea por contrato”, continuó Honoka, “Shougo me mantendrá a salvo y tú y yo podremos pasar el tiempo sin que te estén molestando para pedirte duelos”.
“Ahora me siento mal por tu amigo, tendrá que hacer todo el trabajo”, rió Nagisa.
Honoka rió también y ambas terminaron riendo un rato más, sin soltarse.
Todo estaría bien, ¿verdad?
~o~
Shougo recibió la respuesta de las chicas más pronto de lo esperado, al día siguiente de hecho. No podía dejar de sonreír al leer la nota que Honoka le envió. Nagisa estaba dispuesta a dejarse ganar si la situación lo pedía. Shougo había escuchado maravillas de Nagisa Misumi y una parte de él quería ganar esa pelea sin tener que arreglar el resultado, pero si la chica era tan habilidosa como todos decían sólo le quedaba confiar en que ella se dejara ganar.
Por medio de mensajes breves enviados con mozos de confianza, acordaron el duelo un día después de que Shougo terminara sus asuntos en la base de la guardia. Suficientes días para que ambos combatientes estuvieran descansados. La hora elegida fue al mediodía.
Y finalmente llegó el día y la hora elegidos.
Misumi Nagisa y Fujimura Shougo estaban en una pequeña plaza con suficiente espacio para todos los curiosos que comenzaron a reunirse. El joven soldado iba con su uniforme puesto y su espada lista. Nagisa lucía tan casual como de costumbre salvo por su brillante espada de hoja negra. Honoka, como era de esperarse, estaba al lado de Nagisa.
“Ten cuidado, ¿de acuerdo?” Pidió Honoka en voz baja.
“Lo tendré, no te preocupes”, respondió Nagisa. Pensaba lucirse y pelear en serio hasta que supiera encontrar el momento de dejarse vencer. Ese chico se veía más fuerte que el resto de los nobles mimados, era un soldado bien entrenado, la pelea sería dura. “Aquí voy”.
Ya ambos oponentes estaban en el centro de la plaza, Shougo señaló a Nagisa con su espada. “Misumi Nagisa, te reto por la mano de Yukishiro Honoka”, dijo en voz alta y firme.
Nagisa normalmente se mantenía seria, pero ésta vez le nació sonreír. Sólo debía dejarse ganar, ¿verdad? Según lo que Honoka le contó, siempre había mirones enviados del Consejo en cada combate. Debía mantener a Honoka a salvo de esos tipos.
“Estoy lista”, declaró Nagisa y se puso en guardia.
Shougo de inmediato se lanzó a atacar a la chica. Peleaba en serio, nunca le faltaría al respeto a una guerrera que bloqueaba sus ataques con tremenda facilidad. Sonrió por lo bajo. “Eres buena, con razón nadie te ha ganado”, murmuró para sí mismo mientras se mantenía a la ofensiva.
Nagisa, por su lado, hacía su mejor trabajo bloqueando los ataques del amigo de Honoka, ¡el chico era fuerte! Mucho más fuerte que cualquiera de sus anteriores oponentes. Tener al fin una pelea que le exigiera un verdadero esfuerzo comenzó a emocionarla y no tardó en ponerse a la ofensiva. Ésta vez fue el turno de Shougo de sentir la fuerza de la chica.
Oh, estás peleando en serio, pensó el soldado mientras era su turno de bloquear, evadir e incluso retroceder.
La guerrera plantó bien ambos pies y soltó un golpe firme con su espada que hizo que Shougo casi cayera al suelo. Al ver eso, Nagisa pareció despertar. ¡Se supone que me deje ganar! Se regañó a sí misma y miró a Honoka, dando tiempo a Shougo para levantarse.
Honoka miraba la pelea, frotaba sus manos entre sí por culpa de un extraño ataque de nervios. Quería que Nagisa ganara…
Quería a Nagisa como su Prometida, pero eso no fue lo que acordaron.
Las miradas de ambas chicas se cruzaron y parecieron perderse la una en la otra. Se perdieron el tiempo suficiente como para que Shougo estuviera a nada de atacar a Nagisa aprovechando su distracción.
Pero Nagisa no cayó por el ataque sorpresa.
No podía perder.
No quería perder.
No quería que Honoka dejara de ser su Prometida.
Apretó la quijada y se agachó hasta que sus rodillas casi tocaron suelo. Quedó justo por debajo de Shougo y con un veloz movimiento de su espada desarmó al soldado usando la empuñadura. Lo siguiente que hizo fue seguir el movimiento de su arma hasta que la hoja negra apuntó al pecho del soldado.
Shougo se sorprendió pero no del todo.
Honoka quedó sin palabras.
Nagisa no perdió de vista los ojos del soldado.
“Honoka sigue siendo mi Prometida”, declaró la guerrera con más firmeza que nunca.
CONTINUARÁ…
Notes:
Juro que no tengo abandonado el fic, es mi cuerpo el que me impide escribir tanto como quiero. Ando descansando debidamente y es por eso que me estoy tardando en actualizar.
x3 gracias por su comprensión y también por leer ♥
Chapter Text
Nagisa no sabía dónde esconder la cara. ¡Estaba tan avergonzada! Reaccionó a lo que hizo durante el duelo luego de que la gente que estaba viendo la pelea se retiró a atender sus propios asuntos. Al ver a Fujimura Shougo en el suelo y a Honoka con gesto incrédulo y sonrojado, Nagisa despertó. ¡Se supone que dejara ganar al soldado! ¡Ese fue el acuerdo!
“¡No puedo creerlo!” Gritó mientras se ponía en cuclillas y se cubría el rostro con ambas manos. Miró a Honoka pero no pudo mantener el contacto visual por más de un segundo, ¡¿qué acabo de hacer?! Se regañó a sí misma.
La que tampoco sabía qué decir era Honoka, pero Nagisa estaba en pánico y lo único que su corazón le pidió hacer fue ir con ella y tomarle la mano. Y eso hizo. Tomó la mano de su (aún) Prometida, logrando que ésta se descubriera parcialmente el rostro.
“Honoka… Yo…”
“Podemos hablar en casa de esto, ¿te parece?”
Nagisa asintió torpemente. Honoka siempre era tan dulce y comprensiva con ella… Suspiró hondo y volvió a bajar el rostro. Se puso de pie pero ni así se atrevió a levantar la cara al escuchar los pasos del soldado acercarse a ellas.
Fujimura se notaba divertido. No había necesidad de preguntar demasiado, y en todo caso tampoco tendría tiempo, era obvio que las que necesitaban hablar seriamente eran ellas dos. Puso una mano en el hombro de Nagisa y eso sí la obligó a encararlo.
“Yo… Lo siento mucho, sé que esto no es lo que…”
“Me alegra que Honoka esté en buenas manos”, fue lo único que dijo el joven soldado con una sonrisa. “Eres muy fuerte, ahora tengo más ánimos de seguir entrenando y mejorar mi estilo de pelea, en serio eres fantástica”. Miró a su amiga de la infancia. “Me alegra que alguien como ella esté contigo, Honoka”.
La aludida sonrió suavemente. “A mí también. No podía pedir a nadie mejor”.
Fujimura se fue, no dejó de sonreír el resto del camino. Eso sí, nadie le negaba tener el orgullo ligeramente herido. Él fue uno de los mejores de su generación y una chica que claramente no había tenido un entrenamiento formal en batalla lo había derrotado. Tenía que mejorar, debía mejorar. Suerte, Honoka, pensó el chico mientras se frotaba el rostro para sacar su propia vergüenza de su cuerpo. Su comandante lo iba a regañar tanto.
Mientras tanto, Nagisa y Honoka iban camino a la mansión de los Yukishiro. Honoka prácticamente guiaba a una Nagisa sin fuerzas y sin ánimos de levantar el rostro y caminar con dignidad, como sucedía luego de cada duelo. Los corazones de ambas chicas latían con fuerza a pesar de que Honoka se notaba relajada y Nagisa desganada. El silencioso viaje duró poco y más tarde que temprano ambas estaban sentadas lado a lado bajo el cerezo del jardín interior de la mansión. Estaban tomadas de la mano.
“Nagisa…”
“¡Honoka! ¡Yo…!”
Callaron de nuevo. Nagisa negó con la cabeza, se sonrojó. Honoka también.
“Tú primero”, dijo Honoka con voz suave y dulce mientras enredaba sus dedos con los dedos de Nagisa.
“D-de acuerdo”, la guerrera tomó aire de manera honda. “Lo que pasó en el duelo… Yo… Lo siento, falté al trato que hicimos…”
Honoka se recargó en el hombro de Nagisa, no dejaba de sonreír. “Seguramente tuviste una buena razón, ¿me dices cuál es?”
“No”, fue la inmediata respuesta de la guerrera mientras estrechaba la mano de su Prometida con un poco más de fuerza. “Me da pena”, admitió y alejó la mirada al decir eso. Sus mejillas ardían. “Y además me siento tonta… Yo…”
“Nagisa”.
“¿Mmm?”
“Mírame”.
“No”.
A Honoka le causó más ternura que gracia que Nagisa alejara su rostro todo lo posible, pero no se soltaba ni se separaba de ella. Con su mano libre se aferró del brazo de Nagisa. La joven heredera no pudo más, necesitaba decirle lo que había estado guardando en su corazón o explotaría. Estaba viviendo el momento que no creyó que sucedería.
“Gracias por no dejarme.”
Nagisa abrió los ojos como platos al escuchar eso, se puso más roja y con su mano libre apretó su propia camisa. Balbuceó un poco y finalmente se animó a mirar a Honoka, pero su lindo rostro estaba tan cerca que sus narices se rozaron. La pobre guerrera casi se atragantó con su propia saliva.
“No quería dejarte”, balbuceó Nagisa con el poco aire que tenía en el cuerpo. “No quiero”.
“Sabes lo que quiere decir eso, ¿verdad?” Preguntó Honoka sin despegarse de Nagisa.
“Creo… Yo…” La chica tragó saliva. “Dame tiempo, por favor…”
“Todo el que necesites”, fue la comprensiva respuesta de Honoka. “A cambio de ese tiempo, ¿puedo ser caprichosa y pedirte algo?”
Nagisa no pudo evitar una carcajada al escuchar eso. “¿Tú? ¿Caprichosa?” Honoka era todo, menos caprichosa, sólo asintió torpemente. “Pide lo que quieras y te lo daré”.
“Gracias”, y sin perder más tiempo, acercó sus labios a los de Nagisa y pidió un dulce, breve, tierno y casto beso. Sólo eso y nada más. Se separó casi de inmediato.
Tan gentil gesto fue suficiente para que Nagisa sintiera como si un rayo la hubiera golpeado. Todo su cuerpo tembló, su corazón se aceleró como corcel en veloz galope y su respiración se entorpeció. Todos sus pensamientos fueron callados por ese lindo beso.
“Esperaré a que me digas lo que quieras decirme, Nagisa”, dijo una feliz y ruborizada Honoka. “Te esperaré el tiempo que necesites”, rió un poco, “aún hay tiempo, falta todavía para mi cumpleaños”. Rápidamente buscó aligerar el tema para ayudar a Nagisa a salir de su estupor. “Pero me parece que falta cada vez menos para el tuyo”, le sonrió y recargó su frente contra la de ella. “¿Quieres que vayamos a tu pueblo a celebrar tu cumpleaños con tu familia?”
“¡Sí!” Fue lo único que pudo responder Nagisa. Sus labios seguían temblando por culpa del suave beso. ¡Los labios de Honoka eran tan dulces!
“Haremos arreglos con tiempo, para que nadie te moleste con duelos antes de que partamos”, Honoka tomó aire para calmar su propio corazón. “¿Quieres descansar un poco?”
“Sí”. Nagisa en serio lo necesitaba. “¿Pu-puedo pedirte otra cosa?”
“Lo que quieras”.
“Tu… Tu regazo…”
Honoka lo comprendió de inmediato, asintió y se acomodó en lo que era propiamente el césped del jardín interior. Dejó que Nagisa se recostara en su regazo y ella misma se recargó en el tronco del cerezo. La guerrera quedó con su rostro contra el estómago de Honoka, suspiró hondo y luego se sintió derretir cuando la mano de su Prometida comenzó a acariciar su cabello.
“Te lo diré todo… Sólo… Sólo dame tiempo”, repitió Nagisa y pegó más su cara al estómago de Honoka. “Mi cabeza es… Es un desastre ahora mismo”, tanto era el desastre en sus pensamientos que era incapaz de concentrarse y escuchar a sus pequeños amigos espirituales. “Espérame, por favor”.
Dichos amigos, por cierto, estaban increíblemente divertidos por los problemas que Nagisa se provocaba a sí misma sin ayuda alguna. En serio adoraban a su chica.
“Estaré esperando”, respondió Honoka mientras cepillaba el cabello de Nagisa con sus dedos. “Hasta entonces, hasta que puedas decirme lo que tu corazón desea decir, ¿puedo pedirte algunos besos más?”
“Los que quieras”.
“Gracias”.
Y luego de eso ya no se dijeron nada la una a la otra. No era necesario, no en ese momento. Nagisa quería paz para su corazón y orden para su mente atribulada; Honoka simplemente la quería cerca.
Se quedaron así hasta la hora de comer, de hecho Nagisa se quedó dormida.
~o~
“No puedo creer lo que hice… Lo… Lo lamento mucho, Shougo”, se disculpó Nagisa por enésima vez en la noche.
Ambos estaban en una posada compartiendo tragos y cenando juntos. Fue la misma Nagisa la que fue a buscar al soldado al día siguiente para disculparse directamente por lo sucedido durante el duelo y, para complementar su disculpa, lo invitó a cenar. Estaban en una mesa del rincón y nadie les ponía atención. Tampoco necesitaban que nadie se enterara que habían arreglado el resultado del duelo (y fallado en el intento) y se corriera la voz.
“No te preocupes, me acabas de demostrar lo mucho que quieres a Honoka, así que no tengo nada que reprochar, además…”
El soldado calló y vio que Nagisa enrojecía tanto que no pudo con el peso de su rubor y se cubrió el rostro con ambas manos. ¡Se veía tan tierna! Contuvo una risa.
“Querer es una palabra muy fuerte”, murmuró Nagisa con voz apenas suficiente para ser escuchada. Ya se encontraba más calmada pero su corazón seguía siendo un desastre.
Fujimura ahora sí rió. “Puedo confiarte a mi pequeña Honoka, ¿verdad?”
“¡Por supuesto! ¡Nadie me separará de su lado!” Exclamó la guerrera de inmediato mientras encaraba al soldado con recuperado fuego. Pero bastó ver la gentil mirada de Fujimura para volver a sentir que su cuerpo se volvía de trapo. “No se supone que sienta esto, ella es mi amiga”, dijo mientras se recargaba en la mesa y bebía desganadamente su cerveza.
“Pero lo sientes y es intenso, ¿verdad?”
“Sí… Yo… Nunca había sentido algo así… Yo… Yo de verdad quería encontrar un chico guapo y trabajador para casarme y tener una familia como todos los demás”, confesó Nagisa. Ese pensamiento no era un secreto para Honoka, por cierto.
“¿Y qué cambió?” Preguntó un paciente Fujimura.
“No lo sé… Cuando comencé a pasar más tiempo con Honoka, cuando la conocí mejor…” Suspiró hondo. Hablar con alguien que no era Honoka le estaba ayudando mucho. “Cuando supe que dos chicas podían casarse y que ella prefería casarse con una… No lo sé”, se alborotó el cabello con ambas manos. “Ya no me puedo imaginar sin ella… No es como las amigas que ya tengo… Puedo estar lejos de ellas, lejos de mi familia incluso… Pero no me imagino lejos de Honoka. Ya no”.
La guerrera dejó que el aire saliera lentamente de su cuerpo. Entre más hablaba más fácil le era expresar sus pensamientos, gracias seguramente a la confianza y seguridad que emanaba el soldado. Con razón Honoka lo tenía en tan alta estima, era un chico grandioso al que no le hubiera molestado tener en cortejo de ser otra situación.
“¿Ella lo sabe?”
“No he podido hablar como un ser humano normal desde nuestro duelo”, confesó la chica, avergonzada. Se frotó el rostro de manera furiosa hasta dejarse la piel roja. “Pero ella ya lo sabe… De alguna manera… Y se lo quiero decir apropiadamente… Cuando pueda verla a la cara y no sentir que las piernas me tiemblan”.
Shougo no podía creerlo… ¡Nagisa Misumi estaba completa y perdidamente enamorada de Honoka! Tuvo que llegar alguien que sí pudiera “quitársela” para que todo en ella se descompusiera. Al parecer, algunas veces el amor se asentaba en un corazón de manera tan natural y cómoda que la persona ni siquiera se daba cuenta. Sonrió.
“Ella te esperará”.
“Sí, lo sé. Me lo dijo”.
“Hasta entonces, quizá no sea mala idea que des más paseos por la ciudad con ella, o que salgan de viaje. No es como si no pudieran salir de la ciudad de vez en cuando”.
“Cuando sea mi cumpleaños, iremos a mi pueblo a celebrarlo”.
“Por cierto, muy pronto será el festival de la Luna Azul, deberías invitarla”.
Eso no falló en despertar la curiosidad de Nagisa, incluso su semblante cambió por completo, ya no lucía tan roja como un tomate. “¿Festival de la Luna Azul?”
“Es una celebración que se hace sólo cuando hay una Luna Azul, que no es muy seguido, pasan años para que suceda y los sabios dicen que éste año habrá una Luna azul”, explicó Shougo. “Será en el Templo de los Espíritus. Se dice que esa noche en especial, los Espíritus ganan más energía y dan sus bendiciones a aquellos que llegan con su corazón abierto. También se rumora que las parejas que declaran su amor esa noche, tienen augurada una vida larga y feliz”, agregó, juguetón.
Nagisa se ruborizó de nuevo pero ya no bajó el rostro. “La invitaré”. Quizá sus pequeños amigos ganarían más poder esa noche y podría escucharlos y sentirlos como nunca antes. Sí, eso sería genial. Y lo otro que Shougo dijo también sonaba genial. Sonrió por lo bajo.
“Le va a encantar el evento, te lo aseguro”, dijo el soldado. “Y a ti también, ya están comenzando los preparativos”.
“Lo comentaré con Honoka, gracias por el dato”, agradeció Nagisa con sinceridad. Recuperar su humor y tranquilidad le devolvió el apetito y pidió un plato más del especial de la casa. Miró a Shougo. “¿Quieres repetir?”
“No, gracias, ya me llené”.
“De acuerdo”, siguió comiendo. “Por cierto, en serio eres fuerte”.
“Gracias, pero tú lo eres más”, el soldado sonrió ampliamente. “¿Estaría bien si entrenamos de vez en cuando? Tienes un estilo de batalla único”.
“Aprendí a pelear por mi cuenta, no sé si te pueda enseñar algo”, dijo la chica, genuinamente humilde.
“Precisamente por eso eres la persona más adecuada con la que podría entrenar. El entrenamiento formal de la guardia real no se compara a pelear contra alguien que ha tenido que aprender a adaptarse al oponente en turno”, dijo con toda la intención de inflar el ego de la chica. No había nada mejor para alguien que peleaba que el saber que su fuerza era apreciada y reconocida por un colega que también peleaba.
Funcionó.
Nagisa se sonrojó, rió torpemente y se llevó una mano a la nuca.
“De acuerdo, podemos entrenar. También eres fuerte”, dijo la guerrera con emoción. Se devoró el plato apenas se lo llevaron. La comida duraba poco en la mesa cuando estaba de buen humor. Acababa de recuperar sus ánimos gracias a Fujimura Shougo. “Por cierto… Ah… En serio lo siento”.
Fujimura sonrió y asintió. Nagisa siguió hablando.
“Le diré todo a Honoka cuando pueda, lo prometo”.
“A veces, cuando las palabras fallan, lo mejor es hacer algo. A veces una acción dice más que mil palabras”, dijo Shougo y levantó su tarro de cerveza con toda la intención de brindar. Nagisa rápidamente correspondió su cortesía. Sonrió. “Salud por tu fuerza”.
“Salud por la tuya”.
Y brindaron. Ambos vaciaron sus tarros de cerveza de un solo trago. Nagisa llegó tan desesperada a la taberna que comenzó a beber alcohol sin darse cuenta. Tampoco se dio cuenta cuando éste comenzó a aligerarle la cabeza, culpa de haber bebido tanto tan rápido. Hipó un poco y luego rió.
“Debería regresar con Honoka”, dijo Nagisa, visiblemente más relajada.
“Y yo debería volver con mis padres”, Shougo sonrió. “Nos pondremos de acuerdo después para lo del entrenamiento, ¿de acuerdo?”
“De acuerdo”.
Un poco más de plática después y ambos se despidieron. Nagisa se sentía más tranquila, relajada de alguna forma pero de todos modos sentía un cosquilleo en el estómago a cada paso que se acercaba más y más a la modesta mansión de los Yukishiro. Los vecinos le daban las Buenas Noches en el camino y la felicitaban por su gran pelea, y una Nagisa más sonriente que de costumbre recibía los saludos y halagos de buena manera.
“Ya llegué”, se anunció Nagisa apenas entró a la casa. Se sentía bien tener una llave de la mansión, por cierto. Por la hora, sabía que la abuela Sanae ya debía estar descansando. Honoka seguramente estaba leyendo en su dormitorio y por eso no la escuchó llegar.
Sin pensarlo siquiera, fue directo a la habitación de Honoka y tocó la puerta.
Por su lado, Honoka efectivamente leía un libro, uno de historia. Ya se había terminado su taza de café. Estaba contenta por lo que pasaba con Nagisa y también porque sabía que Shougo y Nagisa tendrían una buena plática. A su Prometida le iba a agradar muchísimo su amigo de la infancia apenas se conocieran mejor. Confiaba en ello. Calculaba que Nagisa llegaría tarde, pero no era como si ella misma se durmiera temprano. De todos sus malos hábitos, el estar despierta hasta tarde leyendo era uno que nunca se podría quitar.
A media lectura, tocaron su puerta.
“Voy”, fue a abrir y vio a una sonriente Nagisa ante ella. Le permitió el paso. “Bienvenida, ¿cómo te fue con Shougo?” Preguntó enseguida aunque ya intuía la respuesta.
“Me fue bastante bien, gracias”, respondió Nagisa con una sonrisa grande y fue a sentarse a la cama de Honoka. No tardó mucho en tumbarse sobre el colchón. Sentía el cuerpo ligero pero sus brazos sin fuerzas, estaba mareada.
Honoka percibió de inmediato el ligero aroma que tenía Nagisa encima. Era cerveza. Su gesto raro, su voz suelta y su cuerpo sin fuerzas confirmaron sus sospechas.
“Estás ebria”, dijo Honoka con una risa pequeña mientras iba a sentarse a su lado. Acarició su cabello con cariño y dulzura. “Necesitas descansar”.
Nagisa cerró los ojos y asintió, disfrutando de las atenciones de Honoka.
“Esto va a doler mañana, ¿verdad?” Preguntó una mareada Nagisa.
“Sí, pero te atenderé bien y estarás como nueva para la hora de la comida, te lo aseguro”, dijo Honoka con una sonrisa y acarició su rostro. “Será mejor que te recuestes y duermas. No estás en condiciones de bañarte sola”, y bañarse juntas no era una opción… Aún. Lo que no esperaba era que Nagisa obedeciera su sugerencia de inmediato, ahí mismo.
Nagisa comenzó a quitarse la ropa torpemente. Sus botas fueron las primeras en quedar a medio cuarto. Se movía con torpeza, descuidada, trastabillaba pero no caía. Miró a Honoka mientras se quitaba la camisa y los pantalones, quedando sólo en sus prendas interiores. Se tumbó en la cama de su Prometida y abrazó una de las almohadas.
“Siento que… Que ahora mismo podría decirte muchas cosas”, la guerrera miró a su Prometida a los ojos a pesar de tener medio rostro cubierto por la almohada. “Pero prefiero decirte todo cuando esté en mis cabales”.
“Y yo esperaré, ya te lo dije”, respondió Honoka con una sonrisa. Ella ya estaba vestida con su ropa de dormir. Decidió abrir la cama y permitir que Nagisa se recostara bien. Dejó su libro en la mesa, apagó la lámpara de la cómoda y se acomodó junto a Nagisa. Estaba contenta, se notaba divertida y emocionada.
“Aún no nos casamos, no deberías estar en mi cama”, dijo Honoka de manera juguetona.
“Ya hemos dormido juntas”, respondió Nagisa y de inmediato apresó a Honoka entre sus brazos. Su rostro quedó enterrado en el cuello de Honoka. Olía tan bien.
Honoka tembló. Nagisa pidiendo cercanía física no era lo usual, sabía que era culpa del alcohol en su cabeza.
“Sí, tienes razón”, Honoka correspondió el abrazo de manera apretada y se las arregló para poder acariciar el cabello y la espalda de Nagisa. “Pero eso fue durante nuestras acampadas, no teníamos una cama”.
Nagisa tragó saliva. “Pues… Pues nadie me ganará, llegaré invicta a tu cumpleaños”, declaró con ridícula firmeza. “Así que…” Apretó la ropa de Honoka, la pegó más a su cuerpo. “Éste lugar es mío”.
Era cierto que Nagisa aún no se sentía capaz de declararle directamente sus sentimientos a Honoka, pero sus torpes palabras alcoholizadas bastaron para que Honoka sintiera que su pecho reventaba de genuina felicidad.
“Anda, duerme, estás ebria”, dijo dulcemente al oído de Nagisa.
“Buenas noches, Honoka”.
“Buenas noches, Nagisa”.
Y como si la guerrera necesitara confirmar que estaba bajo la influencia de la deliciosa cerveza de grano de temporada, fue ella la que levantó el rostro solamente para buscar un dulce y casto beso de los labios de Honoka. A ésta no le dio tiempo de corresponderlo, Nagisa de inmediato volvió a esconder su rostro en el cuello de su Prometida.
Oh, Nagisa…
La joven heredera no podía pedir más en ese momento. Sólo debía esperar por la confesión de Nagisa. Después de todo, algunas veces el amor se demostraba de distintas maneras según la persona. Y Nagisa sin duda era única en su forma de expresar, sin decir nada directamente, su sentimiento de amor por ella.
“Buenas noches, mi querida Nagisa”, repitió Honoka aunque Nagisa ya no fuera capaz de escucharla.
Nagisa cayó dormida ni bien se acomodó.
~o~
Habían pasado seis días consecutivos sin duelos y eso tenía un poco extrañadas a ambas chicas. Normalmente Nagisa tenía un duelo cada dos o tres días pero nadie más se había presentado. ¿Acaso su victoria contra el soldado más querido y popular de la Guardia Real fue suficiente para hacer que el resto de los pretendientes de Yukishiro Honoka decidieran dar un paso atrás? La situación era extraña.
Lamentablemente para ambas, la respuesta del porqué de la falta de retos a la actual Prometida de Yukishiro Honoka llegó pronto. Precisamente el primer chico con el que Nagisa combatió el primer día que llegó a la capital volvió a plantarse frente a ella, pero ésta vez no llegó sólo.
“Vengo a retarte por la mano de Honoka Yukishiro”, declaró el joven en voz alta, pero quien dio un paso adelante fue un musculoso guerrero con pinta de mercenario y un garrote de dura madera entre sus enormes manos.
“¿De qué se trata todo esto?” Preguntó Honoka, indignada, mientras miraba a aquel chico del que incluso ya había olvidado el nombre. “Se supone que seas tú el que debe pelear”.
“El Consejo recién aprobó un agregado a las reglas. Desde ahora, el Pretendiente puede elegir a alguien para pelear en su nombre”, explicó el joven con una sonrisa socarrona. “Puedes preguntar tú misma, señorita Yukishiro”.
Honoka enfureció. Estaba a punto de gritar un par de improperios a ese patán pero Nagisa la detuvo justo a tiempo. Tomó una de sus manos y le sonrió, de hecho se acercó a ella para hablarle al oído.
“Da igual las trampas que quieran hacer, no dejaré que me ganen”, dijo Nagisa con marcada seguridad. “Ese grandulón se parece más a lo que estoy acostumbrada a combatir en casa. No pierdas tiempo y saliva con ese tipo, ¿de acuerdo?”
Honoka se contagió de la seguridad de Nagisa y su ira disminuyó lo suficiente para poder poner su atención en su Prometida y no en esos debiluchos tramposos buenos para nada.
“De acuerdo”, respondió Honoka y chocó suavemente su frente con la de su Prometida. “Ve, Nagisa”.
“No tardo”.
Una Nagisa cargada de más confianza gracias al cariñoso gesto de Honoka encaró al enorme hombre. El mercenario (porque seguramente lo era, Nagisa conocía a los de su clase) era alto y fornido, tenía marcas viejas de batalla y un rostro duro. Emanaba un aire totalmente distinto a los niños mimados de la capital. El tipo usaba una resistente armadura de cuero, se notaba desgastada, su ropa también tenía rastros de desgaste, incluso se notaba sucio. Justo como Nagisa los conocía. Lo encaró con una sonrisa.
“Acepto el reto”.
El mercenario sonrió al ver a la chica. Claramente ambos estaban en la misma línea.
“Me agradan tus ojos, niña”, dijo el alto hombre y empuñó su garrote con una sola mano.
“Veamos qué tan bien sabes usar esa cosa”, respondió Nagisa con una sonrisa visible, incluso mostraba los dientes.
El mercenario atacó primero y soltó un potente garrotazo que Nagisa esquivó por nada. La joven guerrera no era una chica que buscara peleas de manera activa, le gustaba entrenar y defender a su gente, pero no disfrutaba de las peleas sin sentido. Pese a ello, muy en el fondo de su noble corazón, no podía evitar una sensación de emoción al enfrentar a alguien que actualmente fuera un reto para sus habilidades. No le importaba demostrar que incluso estaba disfrutando la pelea como hacía mucho no le pasaba. Los chicos mimados de la capital eran una mala broma y los bandidos y ladrones de caminos eran una molesta plaga, pero un mercenario era asunto aparte.
El mercenario, por su parte, era rápido y sus golpes firmes y directos. Nagisa aprovechaba el ser más pequeña y rápida que él para esquivar, pero eventualmente uno de esos garrotazos casi le da y tuvo que cubrirse usando su espada negra con ambas manos.
El mercenario sonrió más. “¡Eres fuerte!” Él también estaba emocionado. Cuando lo contrataron para pelear contra una chica en edad casadera pensó que era una broma, pero dinero era dinero y además le pagaron para aceptar pelear contra una jovencita. Ahora comprendía el porqué, ¡ella en serio era hábil! Estuvo a punto de golpearle la cara con su garrote y la chica evadió inclinándose hacia atrás, sólo le provocó un corte en la frente.
Nagisa rápidamente recuperó una posición más adecuada y aprovechó la posición ajena para soltar un espadazo al abdomen del mercenario. La dura hoja negra de su espada cortó en un costado, la protección del mercenario era como mantequilla ante la filosa hoja negra. De inmediato el mercenario sintió su propia sangre caliente. No era una herida profunda.
“Hasta que uno me hace sangrar”, exclamó Nagisa, lista para continuar.
“Lo mismo digo, niña”, rió el mercenario y siguió atacando.
Por su lado, Honoka estaba preocupada y asombrada en partes iguales. No le gustaba ver a Nagisa herida y sangrando, pero era la primera vez que la veía tan animada en una batalla. Todos los duelos hasta el momento habían sido simples e incluso molestos, pero al parecer ahora Nagisa tenía un rival de verdad. Aún tenía la intención de encarar a esos sujetos del Consejo, ¡aprobaron una nueva regla sin su consentimiento! Eso la tenía furiosa, pero ya después les diría dos o tres cosas a esos tipos, debía estar atenta al duelo.
Las armas de los dos combatientes chocaron de manera ruidosa, pero ninguno de ellos cedía. Nagisa comenzó a sudar, estaba enfrentando a un guerrero de cuidado y lo mejor era tomar la ventaja lo más pronto posible. Luego de dedicarse a defender usando toda su fortaleza posible, finalmente vio su oportunidad. Gritó con fiereza y se coló entre los largos brazos del guerrero, pero sólo para darle tremendo cabezazo en la quijada.
Tan fuerte fue el impacto que ella también se hirió por culpa del golpe.
Tan potente fue el cabezazo que el mercenario cayó de espaldas al suelo cual costal de patatas. No estaba inconsciente pero tampoco se levantó.
Era claro que Nagisa ganó y para demostrarlo levantó su espada al aire. Los testigos del duelo celebraron la victoria de Nagisa. Honoka sentía esa victoria casi como propia, era orgullo lo que le llenaba el pecho. Miró a su ex prometido con furia, éste sólo apretó los dientes y se fue. Ni siquiera se molestó en revisar que el mercenario que contrató estuviera bien. Él estaba bien, tampoco fue un golpe mortal, pero ni siquiera tuvo esa consideración.
“Honoka Yukishiro sigue siendo mi Prometida”, declaró Nagisa, le sonrió a Honoka y fue ella misma la que fue a revisar al hombre, que apenas estaba recuperando el sentido. “Hey, grandulón, ¿estás bien?”
“Mejor que bien”, rió el mercenario mientras se sentaba y escupía algo de sangre. “Eres fuerte, niña”.
“Y tú estás hecho de roca”, respondió Nagisa mientras se sobaba la cabeza. Su rostro aún sangraba. “Lamento que no cobraras”.
“Pensé que era una broma cuando me pidieron pelear contra una jovencita, así que tuvieron que pagarme para considerar pelear contigo”, rió el hombre. “Me alegra que cuides mucho a tu chica, eso lo respeto mucho”, comentó de manera juguetona.
Nagisa se puso roja cual tomate maduro.
“Ah, yo…”
“Será mejor que me vaya. Cuídate, niña, quizá manden a otro como yo”, advirtió el mercenario, recuperó su garrote y se retiró.
Apenas Nagisa quedó disponible, Honoka fue corriendo hacia ella y la tomó cuidadosamente por las mejillas.
“¿Estás bien? Ven, vamos a curarte”, dijo, preocupada. “Te llevaré con el médico”.
“Vamos”, respondió Nagisa pero antes de dar cualquier paso, tomó las manos de Honoka entre las suyas y le sonrió de manera traviesa. Su sonrisa era linda a ojos de su Prometida aunque no lo supiera. “Te dije que nadie me ganará, eres mi Prometida”.
Honoka se sonrojó. Sin saber quién de las dos inició el gesto, ambas se besaron sin advertencia alguna, justo frente a las personas que seguían en los alrededores. Un beso dulce pero lo suficientemente largo como para que nadie se lo perdiera.
“Eres mía”, dijo Nagisa entre labios, aún envalentonada por la adrenalina de la batalla.
Honoka tembló de pura emoción.
CONTINUARÁ…
Notes:
EFECTIVAMENTE PASARON MÁS DE 30,000 PALABRAS PARA QUE HICIERAN ALGO AL FIN X'DDDDDD Santa Madre de Dios... Tengo problemas con el slow burn x'D
Chapter 9: La Solución
Chapter Text
“¡Exijo una explicación!” Fue el reclamo de Honoka al Consejo. Pidió una audiencia y fue a encararlos al día siguiente del duelo de Nagisa contra el mercenario y ahora sí dejó salir todo su enfado. Iba sola, dejó a Nagisa descansando. Su Prometida aún se estaba recuperando del duelo del día anterior. “Aprobaron una nueva regla sin mi consentimiento”.
“Tuvimos que hacerlo así, señorita Yukishiro, porque su Prometida actual es una guerrera de profesión, resguarda su pueblo con una patrulla comunal hasta donde tenemos entendido, así que tiene ventaja natural contra cualquiera de los mozos casaderos de la ciudad, no importa cuán bien entrenados estén”, respondió uno de ellos sin un solo atisbo de vergüenza, ni qué decir arrepentimiento.
Honoka apretó quijada y puños. Por supuesto, esos sujetos habían mandado a investigar a su Nagisa y no le sorprendía. Para mala suerte de esos tipos, Nagisa no tenía nada malo que esconder, al contrario, seguramente escucharon puras cosas buenas de ella y no podrían hundirla desde ese lado. Respiró hondo, debía mantener la cabeza fría por muchas ganas que tuviera de lanzarles una silla.
“Lo comprendo”, dijo Honoka luego de dejar que su cabeza rápidamente trabajara sus siguientes palabras. Les miró con seriedad. “A cambio, yo que soy la que está en juego, pido ahora mismo que a mi Prometida actual sólo se le pueda retar una vez cada diez días o bien luego de sanar una lesión de más cuidado”, exigió con seriedad y los brazos cruzados, no los dejó alegar nada. “Como bien dicen, ella es una persona acostumbrada a las batallas, pero tampoco batalla todos los días. Los ataques a su región no son constantes, suele enfrentar ladrones y no guerreros más serios como el mercenario de ayer”, recalcó con una furia que no se molestó en ocultar, “Guerreros de profesión pueden llegar a hacerle más daño y obviamente necesitará tiempo para reponerse. Tan sólo las heridas del duelo de ayer requerirán algunos días en sanar correctamente, palabras del médico que la revisó”.
Los miembros del Consejo se notaban molestos pero no podían negarse a una petición que de hecho era muy sensata. Si se negaban y el Rey se enteraba, habría problemas.
“Un duelo cada diez días o más si hay una lesión de cuidado, muy bien, se aprueba”, dijo el líder del Consejo.
“Mi Prometida y yo saldremos de vez en cuando de la ciudad como cualquier persona normal”, recalcó Honoka. “Los duelos que se lleguen a acumular durante ese tiempo serán gestionados por mi Prometida”, continuó, no quería dejar ningún detalle al aire del que esos tipos pudieran abusar.
El que la jovencita no preguntara si no que directamente impusiera sus condiciones era algo contra lo que la gente del Consejo no se podía negar. No luego de que ellos aprobaron una nueva regla sin que ella lo supiera.
“¿Hay algo más de lo que deba enterarme?” Preguntó Honoka con severidad. “Me gustaría discutirla debidamente de ser el caso, mis señores”.
“No, ninguna, señorita Yukishiro. Si usted no tiene alguna otra condición, podemos dar ésta junta por terminada”.
“No, ninguna, ya terminé. Con su permiso. Tengan un buen día”, dijo la enfadada chica, hizo una educada reverencia y se retiró sin más. Sus pasos furiosos fue todo lo que pudieron escuchar los del Consejo.
~o~
“La cabeza me está matando”. Masculló Nagisa mientras tenía la frente contra la fresca madera de la mesa del comedor. Le quedó la cortada en la mejilla y tenía la cabeza vendada, el cabezazo que le propinó al mercenario le había abierto la piel lo suficiente como para requerir un poco más de cuidado médico y la indicación de descansar un par de días al menos. Una segunda revisión sería necesaria en tres días.
Sanae rió ligeramente y le dio una taza de té. “Esto te ayudará a sentirte mejor. Haré comida con bastante caldo para que te recuperes pronto”.
“Muchas gracias, abuela”, respondió la guerrera y de inmediato bebió el té medicinal. Era ligeramente amargo pero por algo la abuela se lo dio así que no se quejó. “Espero que Honoka no esté incendiando a los del Consejo justo ahora”, dijo con un suspiro. Cuando despertó, su compañera no estaba y sintió nervios al escuchar a dónde había ido. Le hubiera gustado acompañarla pero confiaba en Honoka y su autocontrol.
“Honoka hará lo que deba hacer, no te preocupes por ella”, respondió la abuela mientras comenzaba a preparar la comida. “Lo importante para nosotras es que te recuperes y estés bien, Nagisa”.
“Estaré bien, abuela, no te preocupes. He estado peor”, dijo con una sonrisa animada. “¡No siempre, claro! Pero sí he llegado a estar más herida que esto”.
Sanae sonrió, Nagisa siguió tomando el amargo té. Hubo silencio un par de minutos.
“No es justo que lleguen a esto sólo para apoderarse de Honoka”, murmuró Nagisa entre sorbos. “Aún falta para el cumpleaños de Honoka, quién sabe si quieran intentar algo más peligroso”.
“Sí, aún falta para su cumpleaños”, comentó la abuela tranquilamente. “Por eso me alegra que alguien como tú tenga tanto aprecio y cariño por mi nieta, no podría pedir a nadie mejor a su lado”, dijo con voz maternal.
Nagisa comenzó a toser mientras se ponía roja. Se compuso a sí misma tan pronto como pudo, luego se aclaró la garganta mientras luchaba contra el rubor en sus mejillas y perdía la batalla. Respiró hondo para terminar de calmarse.
“Gracias, abuela… Ella… Yo… Bueno”, la pobre guerrera tomó aire. “La idea de casarnos es… Aún me es extraña”, confesó. “Pero tampoco quiero dejarla… Ella… Quiero decirle tantas cosas pero no puedo…”
“Encontrarás las palabras, Nagisa”.
“Y mejor que sea pronto, no quiero que Honoka me esté esperando tanto tiempo… Ah, digo, aún tenemos algo de tiempo”, continuó Nagisa mientras miraba lo que restaba de su té. “Primero quiero confesarle mis sentimientos apropiadamente y… Y luego podemos ver lo de la boda, mi familia debe estar presente también. Usted también”.
“Todos estaremos ahí, Nagisa”, la mujer se acercó a la chica y le dio un maternal cariño en el cabello. “Encontrarás las palabras, te lo prometo. Sólo piensa en lo que realmente quieres hacer”, dijo, “y hazlo”.
Nagisa sintió una sensación general de alivio en todo el cuerpo gracias a las palabras y los cariños de la abuela Sanae, incluso suspiró. “Suena más fácil de lo que en realidad es”.
“Y a veces las cosas son más sencillas de lo que aparentan ser”, fue la pícara respuesta de la anciana. “Podrás hacerlo. Hasta entonces, descansa y prepárate, me temo que los siguientes duelos van a ser más complicados”.
“Lo sé”, Nagisa suspiró por un cansancio anticipado. “Ojalá tuviera la manera de terminar con esos duelos de una buena vez, sólo molestan a Honoka y me molestan a mí”.
“Podrán hacerlo, ya verás, Nagisa”, dijo la abuela y regresó a su labor en la estufa.
No hubo mucho tiempo de silencio, escucharon que la puerta principal se abrió. Era Honoka pero no venía sola, Shougo la acompañó porque se la topó en el camino. Recibieron a ambos con una sonrisa. Honoka, por cierto, no se veía muy contenta, mientras que Fujimura lucía graciosamente nervioso.
“Oh, Honoka, estás de regreso. ¡Shougo, bienvenido!” La abuela fue la primera en saludar al joven soldado.
“Abuela Sanae, buenos días”, saludó el joven soldado.
“¿Te quedas a desayunar?” Preguntó Nagisa con una sonrisa.
“Ya desayuné pero con gusto las acompaño”, Shougo miró a Honoka. “Quien necesita desayunar es ella, los enfados siempre le provocan mucha hambre”.
Honoka se sentó junto a Nagisa, tenía los brazos cruzados y aún lucía enojada, además mascullaba cosas entre labios y tenía el ceño fruncido. Lucía graciosa en cierta manera. Nagisa sonrió y sujetó su mano, obligándola a deshacer su posición tensa. Honoka miró a su Prometida con una sonrisa suave.
“¿Cómo te sientes?” Preguntó Honoka mientras tocaba con su mano libre el vendaje en la cabeza de Nagisa, lo hizo con cuidado.
“La abuela me dio un té medicinal y ya casi no me duele, no te preocupes”.
“Sabes que de todos modos cuidaré bien de ti hasta que sanes”.
Ambas chicas compartieron una sonrisa. Una vez estuvo listo el desayuno y todos en la mesa, podían platicar de lo que Honoka hizo en el Consejo y el acuerdo al que llegó.
“Entonces… ¿Una pelea cada diez días?” Preguntó Nagisa sólo por confirmar.
“Sí, pero pueden ser más días en caso de una lesión más grave”, dijo y frunció el ceño mientras masticaba su bocado con enojo. Bufó. “Que espero que no sea el caso, pero no quiero ni imaginarme a qué tipo de personas van a traer para que peleen contra ti. No quiero que te lastimen. Le prometí a tu familia que te cuidaría”.
“Y mi familia espera que yo cuide de ti”, respondió Nagisa enseguida, tratando de calmar los ánimos de Honoka.
“No se preocupen, estaré atento a los duelos. Si veo que traen a alguien de mala fama, me encargaré de investigarlos. Si contratan bandidos o mercenarios violentos, podrían meterse en problemas con el Rey”, dijo Shougo, también le preocupaba lo mismo que a Honoka. “Estaré al pendiente, ¿de acuerdo?”
“Muchas gracias, Shougo”, dijo Honoka con una sonrisa. Comía un poco rápido por culpa del hambre que siempre la atacaba después de un fuerte enfado.
Nagisa sabía que el momento era tenso y era su integridad física la que estaba en juego a partir de ese día, pero lo que más le llenaba la cabeza era conocer más lados de Honoka. Saber que le daba más hambre de la normal luego de enojarse era nuevo, estaba acostumbrada a verla comer menos que una persona promedio de su edad. Sin pensarlo, le ofreció un poco de su comida con su propio tenedor. Honoka la aceptó sin chistar y eso hizo sonreír a Nagisa de manera visible.
“Tendré cuidado en los duelos, lo prometo. No quiero volver a preocuparlas. Y tampoco quiero otro golpe en la cabeza. Hacía tiempo que no salía herida en una batalla”, comentó Nagisa mientras se sobaba la cabeza con cuidado.
“Y yo no pienso permitir que en los próximos meses sea tu vida la que peligre”, respondió Honoka de inmediato, comió un par de bocados mientras su cabeza trabajaba. “Veré qué puedo hacer, por mientras, ten mucho cuidado”.
“De acuerdo, lo tendré”.
“Puedo esperar a que sanes para poder comenzar con nuestra sesiones de entrenamiento”, intervino Fujimura apenas vio que Honoka ya comía más lento, clara señal de que estaba tranquilizándose. “¿Sabes? Creo que mejor lo dejamos para después, no quiero que te hagan pelear estando desgastada”.
Nagisa negó muchas veces. “Entrenar contigo me ayudará a estar en forma, tampoco tenemos que excedernos”, dijo de inmediato. “En casa entrenaba casi a diario con mis amigas y eso me ayudó a no llegar fría a ninguna pelea. Te aseguro que tengo una buena condición física”.
“Oh, entonces lo haremos después de tu revisión médica”.
“¡Genial!”
Sanae, por su lado, estaba contenta de verlos calmados. Sabía que las chicas podrían arreglar ese pequeño problema, Sanae no perdía nada con decirles lo que podían hacer, pero lo mejor era que naciera de ellas y de sus corazones dar el paso obvio para quitarse de encima a los del Consejo. Había algunas cosas que las chicas aún debían poner en su lugar y sabía que podrían hacerlo.
“Por ahora será mejor que Nagisa siga descansando”, dijo Sanae y se hizo un silencio menos tenso. Miró a su nieta. “Y tú necesitas relajarte, después de todo hoy no vas a estudiar, ¿verdad? Sabes que no es necesario que vayas diario a la oficina”.
“Lo sé, pero quiero seguir aprendiendo y debo decirle al señor Fujimura cómo me fue con los del Consejo y…” La joven se detuvo a sí misma al darse cuenta que hablaba un poco más rápido, culpa de un pequeño ataque de ansiedad. Lo otro que la detuvo fue la mirada de Nagisa encima suyo.
Nagisa miró a Honoka con ojos de cachorro abandonado bajo la lluvia. Ésta supo leer su gesto y suspiró hondo en graciosa derrota anticipada.
“¿Puedes quedarte hoy en casa? Necesitas relajarte y yo descansar. Podemos hacerlo juntas, ¿sí?” Propuso Nagisa, casi lo rogó y eso fue suficiente para hacer ceder a Honoka.
“Está bien, me quedo. Debo ver que descanses y no te pongas a hacer ejercicio o algo”.
“Ustedes descansen, yo me encargo de avisarle a mi padre cómo arreglaste tu asunto con el Consejo”, dijo el joven soldado. “Yo iré, ¿de acuerdo?” Recalcó. “Sabes que aún hay tiempo antes de tu cumpleaños”.
Quizá demasiado tiempo, pensó Honoka mientras asentía a las palabras de Shougo. “Muchas gracias, te lo encargo”.
El lugar elegido por Nagisa para descansar fue el jardín interior de la casa. El ambiente se sentía fresco pero una manta delgada y el regazo de Honoka la ayudarían a descansar bien. No quería estar encerrada en su dormitorio. No en ese momento. La joven pareja pronto quedó acomodada bajo el cerezo, Nagisa recostada en las piernas de Honoka y con la cara contra el estómago de ésta, Honoka sentada contra el tronco del árbol, con un libro en sus manos. Aunque la joven terminó leyendo sólo ayudada de una mano porque la otra la tenía ocupada acariciando el cabello de Nagisa con suavidad, procuraba no tocar la zona lesionada de su cabeza.
“Si quieres dormir, hazlo, no me moveré”, dijo Honoka con dulzura. Escuchó a los pequeños Espíritus acompañantes de Nagisa decir algo y se echó a reír. “No, no deben ayudar a Nagisa en sus peleas, sería trampa”.
“Sí, es un duelo de uno contra uno y ustedes, pequeños buscapleitos, son muchos”, agregó Nagisa con una risa que pronto calló, aún estaba adolorida. Suspiró hondo. “Dormiré un rato, pero si necesitas levantarte, hazlo, sabes que no despertaré”.
“Lo sé, duermes como un tronco a menos que huelas comida”, comentó Honoka con tono jocoso mientras pasaba sus delgados dedos por la mejilla de Nagisa. Sonrió al ver una pequeña reacción en su Prometida en respuesta a sus caricias. “Mejor me detengo”.
“No me molesta, puedes seguir si quieres… Ah… Sólo si quieres, claro, nunca te forzaría a…” Y la guerrera volvió a temblar por completo al sentir que ahora acariciaba su oreja también. Tragó saliva. “Honoka… Yo…”
Nagisa miró los lindos ojos de Honoka, se sentía lista para decir algo, pero de inmediato fue derrotada por esos gentiles ojos del color de la noche y ese rostro suave y hermoso. Enrojeció hasta las orejas y las palabras se quedaron atoradas en su boca. Tragó saliva.
Por su lado, Honoka no podía creer lo linda que era Nagisa cuando se apenaba así. Moría por escuchar todo lo que quería decirle, pero verla así era algo que sin duda disfrutaba mucho. Suspiró de puro gusto y pasó su pulgar por los labios de Nagisa. La sintió temblar.
“¿Puedo besarte?” Preguntó Honoka con tersa voz.
Nagisa soltó un lindo grito de pánico, luego balbuceó sonidos que no asemejaban a palabras y finalmente asintió de manera apenas perceptible. ¡No puedo creer que no pueda hablar como un ser humano normal cuando me mira así! Se regañó Nagisa internamente para luego respingar al sentir las manos de Honoka acunando su rostro.
Y Honoka la besó.
Un beso dulce, no muy largo pero lleno de cariño.
“Descansa, Nagisa. Fuiste muy fuerte, gracias”, dijo Honoka contra sus labios.
“N-no fue nada”, respondió Nagisa como pudo y de inmediato se acomodó contra el cálido regazo de su compañera. Ahora entendía qué era lo que la dejaba totalmente incapacitada: la intensidad y todo el cariño que Honoka desprendía cuando la trataba así. ¡Era demasiado intenso para su corazón! Suspiró hondo. “Buenas noches”.
Honoka sonrió, supo que había derribado a Nagisa. Quizá debía medirse la siguiente vez si no quería que su poderosa guerrera se desmayara.
~o~
Era el tercer duelo desde la nueva regla. Era de sorprenderse y hasta ofenderse el que los pretendientes de Honoka se atrevieran a contratar incluso a veteranos de guerra. Precisamente un hombre ya cerca de los cincuenta años peleaba contra Nagisa y la sola escena era ridícula. Los ciudadanos que presenciaban la pelea comentaban sin discreción alguna lo débiles que eran las familias de esos pretendientes que necesitaban caer tan bajo.
Al pretendiente en turno no le gustó escuchar eso, pero si lograba hacerse de la mano de Yukishiro Honoka, la fortuna que tendría sería inmensa. Poco le importaba la opinión ajena.
Honoka seguía descontenta mientras que Nagisa peleaba con todo. Tenía algunos golpes, y además era injusto que la pusieran a pelear contra un hombre que fácilmente podría ser su padre. Su única ventaja ante el exsoldado era su juventud y vigor, pero la experiencia la tenía aquel hombretón que cayó tentado por el pago ofrecido.
“Nada mal, muchacha, podrías ser parte de la Guardia Real con tus habilidades”, comentó el exsoldado, que se notaba que disfrutaba el encuentro.
“Muchas gracias, pero no”, respondió Nagisa mientras recuperaba el aliento. “Ya tengo planes”, luego de una gran bocanada de aire, se defendió del ataque del veterano y sintió de nuevo esa fuerza que para nada era una broma. Su espada negra era lo suficientemente resistente como para soportar la fuerza de la enorme espada ajena, pero ella a momentos no era tan fuerte como para resistir como su espada, debía que escapar para evitar ser aplastada.
Honoka tenía la quijada tensa. Estaba furiosa por culpa de esos cobardes. ¡Necesitaba hacer algo o Nagisa podría salir dañada en serio! En sus duelos anteriores no pasó a más, Nagisa supo estar a la altura de sus oponentes pero ésta vez estaba ante alguien que incluso se notaba tranquilo. Tenía los puños apretados. Fujimura estaba a su lado y le puso una mano en el hombro para intentar calmarla, pudo sentirla tensa, incluso temblaba y sabía que era porque estaba preocupada por Nagisa. ¡Él también lo estaba!
“¡Rayos!” Masculló una agotada Nagisa. La batalla ya se había alargado por demasiado tiempo y estaba perdiendo fuerzas. Sus pequeños amigos espirituales rogaban por ayudarla pero Nagisa se negó con un sencillo gesto. “Puedo con esto”, les dijo a los pequeños con un murmuro y se puso en pie. ¡Por supuesto que no podría competir contra un sujeto tan experimentado! Pero debía ganar, necesitaba ganar o perdería a Honoka.
“¡Acaba con ella! ¡Para eso te estoy pagando, holgazán!” Gritó el joven pretendiente con clara molestia. La pelea estaba tomando demasiado tiempo. Siendo el chico mimado que era, sacó a relucir sus peores modales y comportamientos infantiles, culpa de la impaciencia. “¡Se supone que eras un gran soldado, viejo inútil! ¡Termina con esto de una vez!” Incluso dio un pisotón en el suelo justo como lo haría un niño al que le habían negado una golosina.
El exsoldado frunció el ceño, Nagisa también.
De hecho, Nagisa enfureció.
“¡No le hables así, idiota! ¡Éste hombre vale más que tú y tu dinero!” Reclamó Nagisa mientras se ponía de pie luego de un espadazo que la dejó en una rodilla por un par de segundos. No bajó la guardia pero fijó su atención en el grosero joven. “¡Ten más respeto por tus mayores! ¡Pero no puedo esperar decencia de alguien que necesita que peleen sus peleas!” Gritó, enfadada. Miró al soldado. “Usted es un gran guerrero, no escuche a ese idiota”, sonrió. “Estoy aprendiendo mucho”, su sonrisa se amplió tanto que mostró todos los dientes. Pese al cansancio, la guerrera se notaba contenta. “Quizá no le gane… ¡Pero no pienso perder! ¡Honoka Yukishiro es mi prometida, nadie me la quitará!” Nagisa gritó tan fuerte que todos callaron.
Y Honoka escuchó eso tan claro y sintió todo el sentimiento que Nagisa cargaba en su voz que casi se sintió derretir. Sonrió con un gesto lleno de amor. Era increíble cómo Nagisa era capaz de declarar esas cosas en voz alta pero que cara a cara no fuera capaz ni de sostenerle la mirada… ¡Y le gustaba tanto que fuera así! ¡Tan dulcemente torpe y tímida!
“Nagisa…”
El exsoldado se echó a reír y atacó a Nagisa con tal fuerza que casi la desarmó. Nagisa cayó sentada en el suelo y rápidamente buscó incorporarse, se sentía a punto de perder, ese hombre era demasiado fuerte. Y de pronto…
El metálico sonido de la espada del exsoldado cayendo al suelo sorprendió a todos.
“Me rindo”, dijo el hombre y miró al chico que lo contrató. “Te devolveré tu dinero, no quiero tener nada qué ver con estos asuntos”.
El joven pretendiente apretó puños y dientes y se fue casi corriendo, claramente humillado. La gente aplaudió el honor del exsoldado y poco a poco comenzaron a retirarse. El hombre se acercó a Nagisa para ayudarla a ponerse en pie.
“Buen trabajo, jovencita, serás una guerrera muy fuerte en unos años más”, dijo el exsoldado con una sonrisa cargada de orgullo.
Honoka y Shougo de inmediato se acercaron a ellos. Honoka era consciente de que Nagisa estuvo a nada de perder el duelo. La misma Nagisa sintió lo mismo y fue el honor del veterano de muchas batallas el que las salvó.
“Lamento que esos cobardes lo metieran en éste lío”, dijo Honoka, molesta.
“Cuando me dijeron que pelearía contra alguien de temer… Era cierto, pero no esperé pelear contra una jovencita”, dijo el exsoldado. “Esto es peligroso, pequeñas, deben tener cuidado, no faltará alguien a quien le importe más el dinero y no tenga sentido del honor como yo”.
Nagisa y Honoka se miraron entre sí un momento antes de volver su atención al exsoldado y asentir. Seguramente el Consejo pronto se enteraría que Nagisa no era invencible y que oponentes de la talla del exsoldado eran los adecuados para enfrentarla. Era un escenario complicado.
“Muchas gracias por ayudarnos”, dijo Honoka mientras tomaba la mano de Nagisa y se inclinaba respetuosamente ante el exsoldado. “Si me lo permite, deje que le recupere un poco de lo que acaba de perder”, no dejó que el hombre le respondiera. “Insisto en que me deje hacerlo”, miró a Nagisa, “¿esperas con él mientras regreso? Voy a la oficina”.
“De acuerdo, lo llevaré a la taberna donde estuvimos ayer, ahí los esperaremos. Tú ve con cuidado”.
“Yo iré con ella”, dijo Shougo y pronto partió con Honoka a paso rápido.
Nagisa respiró hondo, parte alivio parte cansancio, y con un gesto le pidió al soldado que lo acompañara. “Negarse a ella no sirve, acepte lo que le vaya a dar, son tiempos difíciles”, dijo Nagisa con una recuperada sonrisa y su buen humor.
“Tampoco pensaba negarme”, dijo el hombre, igualmente sonriente.
Llegaron a la taberna y Nagisa y el exsoldado brindaron, pero la guerrera procuró medirse, no quería una resaca luego de una pelea tan intensa como esa. Estaba cansada, se notaba, incluso pidió algo de comer para recuperar energías. El exsoldado rió al verla.
“Diste una buena pelea, muchacha”, dijo el hombre mientras pedía más cerveza.
“Casi me gana”, murmuró Nagisa, que fue golpeada por la verdadera posibilidad de perder a Honoka. Tragó saliva, ¡en serio estuvo a punto de perderla! La sola idea la hizo palidecer.
Al notar eso, el hombre sonrió de manera paternal y le dio una brusca caricia en el cabello.
“Realmente quieres a la señorita, ¿verdad?” Preguntó en voz baja.
Sí, fue la inmediata respuesta de la mente de Nagisa, por supuesto que no pudo expresarla verbalmente, lo único que logró fue ponerse roja y cubrirse la cara con ambas manos. “No quiero perderla”, dijo, incapaz de expresar cualquier otra idea.
El exsoldado se echó a reír, parecía divertido.
“¿Y por qué no simplemente te casas con ella lo más pronto posible?” Preguntó, casi sorprendido porque no lo hubieran hecho ya. Notó que la chica le miró con mucha atención y su rostro convertido en un tomate rojo y maduro. Sonrió. “Escuché un poco del desastre, quieren ganar la mano de la señorita antes de su cumpleaños en primavera, ¿verdad?” Comentó y Nagisa asintió. “Pues cásate con ella de una vez y asunto arreglado”, incluso se cruzó de brazos mientras decía eso.
“Ah…”
Casarse… Casarse en serio y de una buena vez…
La sola idea casi hizo que Nagisa se desmayara de sólo pensarlo.
¡Por supuesto que quería casarse con ella!
“¡No puedo creerlo!” Gritó Nagisa pero su voz salió ahogada porque se cubrió el rostro con sus propios brazos. “¿Por qué no lo pensé antes?” Murmuró. “Si me caso con ella pronto, ya no tendré que pelear, ¿verdad?”
“Es lo que sé, tú dime si así funciona todo éste asunto, niña”, dijo el hombre con una sonrisa más grande. “¡Ah, la juventud!” Rió y bebió su tarro de cerveza de un solo trago.
Pero Nagisa no tuvo tiempo de responder, notó que Honoka y Fujimura entraban a la taberna e iban con ellos. De hecho no tardaron en sentarse en la misma mesa. Honoka miró al exsoldado antes de extenderle un pequeño costal con una nada despreciable cantidad de monedas de oro. El hombre no se negó, de hecho le dio un vistazo al interior del pequeño costal y sonrió. En verdad necesitaba el dinero, pero él elegía la manera de ganarlo y no lo haría aplastando a una jovencita en plena flor de vida y perdidamente enamorada.
“Muchas gracias”, repitió Honoka con una leve pero educada inclinación de cabeza.
“Hice lo que creí correcto, señorita”, dijo el hombre y de inmediato guardó el dinero entre su ropa desgastada. “Le decía a tu Prometida que…”
Nagisa, por un momento, creyó que el hombre comentaría el asunto de casarse lo más pronto posible, así que lo interrumpió en un pequeño ataque de pánico. Discreta no era pero al menos Honoka no podría intuir lo que estuvo hablando con el hombre.
“¡Me decía que tuviera cuidado!” Dijo Nagisa casi con un grito, luego rió de manera nerviosa. “Lo tendré, lo prometo, me dice que seguro que llegan otros como él y lo mejor será que me prepare, y claro que lo haré”, continuó mientras seguía riendo nerviosamente y se rascaba la nuca. “No salí herida, por suerte, pero necesitaré comida y un largo descanso”.
Honoka y Shougo parpadearon un par de veces ante el comportamiento de Nagisa pero no dijeron nada, Shougo sólo sonrió y Honoka negó suavemente con la cabeza. La guerrera claramente estaba apenada por algo, pero podría ser cualquier cosa, ya después podría averiguar qué era. De momento debían terminar con esa pequeña reunión y asegurarse que Nagisa descansara.
El exsoldado, por su parte, se echó a reír a carcajadas y se puso de pie. Lo mejor era irse. Por el peso de la bolsa, la señorita le estaba pagando un poco más de lo que iba a cobrar completo con la persona que lo contrató.
“Será mejor que me vaya”, el hombre miró a Nagisa y a Honoka, sonrió casi con fiereza. “Buena suerte”.
“Muchas gracias”.
“¡Gracias!”
“Permita que lo escolte, por si acaso”, se ofreció Shougo de inmediato y también se despidió de las chicas.
Apenas los soldados se retiraron, Nagisa y Honoka se miraron y sonrieron.
“Vamos a casa para que descanses”, fueron las dulces palabras de Honoka.
Nagisa, sonrojada, asintió.
~o~
Un par de días pasaron desde su último duelo y Nagisa finalmente dejó de sentir su cuerpo cansado y adolorido, ¡el tipo en serio era fuerte! Los brazos le dolieron por culpa de toda la fuerza que usó. Hundir su cuerpo en la tina llena de agua caliente ayudó bastante, precisamente estaba tomando una ducha en el amplio baño. Suspiró hondo y su suspiro hizo eco en el cuarto.
Estuvo pensando en lo que el exsoldado le dijo y finalmente se decidió.
El festival de la Luna Azul sería en un par de días. Invitó a Honoka a ir juntas ni bien Shougo le mencionó el evento y su Prometida felizmente aceptó. Tenía un plan pero sólo dos días para conseguir algo que le hacía falta, pero se dio cuenta que también le hacía falta algo para completar su plan: dinero.
Necesitaba un préstamo.
Hablaría con Shougo o con la abuela Sanae, ¡necesitaba dinero para comprar un anillo!
“Le pediré matrimonio a Honoka en el festival”, dijo Nagisa con seriedad a sus pequeños amigos los Espíritus y estos festejaron en respuesta.
CONTINUARÁ…
Chapter 10: Abrazo de Luna Llena
Chapter Text
“Entonces… Si le propongo matrimonio formalmente y me caso con ella”, Nagisa jugaba sus dedos entre sí, “¿ya nadie podrá pelear por su mano, verdad?” Preguntó la guerrera al señor Fujimura y éste asintió. Fue con él por consejo de la abuela Sanae.
Nagisa aprovechó que tenía un descanso de su entrenamiento y que Honoka no estaba en la oficina, fue al mercado a hacer unas compras que encargó la abuela.
“El acuerdo escrito con el Consejo de la ciudad y el Rey dicta que ellos tienen a Honoka bajo protección hasta que sea mayor de edad. El acuerdo incluye un matrimonio, pero el Consejo quieren que sea con alguien que ellos elijan para tener los negocios de los Yukishiro en control”, continuó. “Según la ley, la edad mínima para casarse por consentimiento mutuo es de diecisiete años”, explicó Kento, contento porque si ellas se casaban, Honoka ya no tendría que lidiar con esos buitres y podría tomar completo control de su herencia. “No habíamos explorado esa posibilidad antes porque a Honoka no le gustaría casarse con alguien sólo para salir bien librada de ésta situación”.
“Yo… Yo en verdad quiero casarme con Honoka”, la guerrera se sentía orgullosa de sí misma por poder decir esa frase de corrido. “Yo… Yo la… Ella…” Bajó el rostro al ya no poder decir más, ese era su límite.
Kento, sin embargo, supo entenderla. Rió con alegría, sin ningún afán de burla. “Y Honoka también te quiere mucho, créeme, basta preguntar por ti para que ella se deshaga en cumplidos hacia ti”.
Nagisa soltó un lindo grito de vergüenza mientras se cubría el rostro con ambas manos. “Entonces cree que… ¿Cree que ella quiera casarse conmigo?”
“Me ha dicho que su cumpleaños no llega lo suficientemente rápido”, comentó el hombre con una sonrisa. “Y tengo entendido que pronto cumplirás los diecisiete años, que es la edad mínima requerida para casarte”.
La guerrera asintió y se puso más seria. “Tengo planeado pedirle que nos casemos luego de mi cumpleaños… Ah… Y para poder lograrlo… Yo… Quiero pedirle un favor”, ésta vez estaba más compuesta, podía hacer esa petición sin morir de vergüenza. “Ahora que sé que puedo casarme con ella antes de su cumpleaños… Yo… Yo quiero pedirle matrimonio a Honoka de la manera correcta”, tomó aire de manera profunda. “Y para eso necesito un anillo de compromiso”, se inclinó por completo ante él. “Solicito un préstamo para comprar un anillo para Honoka Yukishiro. Prometo pagar todo apenas me sea posible”.
Kento miró a la chica con sorpresa y luego con alegría. Le tocó el hombro con gentileza.
“¿Sabes? Honoka es como una hija para mí”, dijo el hombre antes de ir a su escritorio y buscar en los cajones. “Luego de que sus padres fallecieron, sabía que era mi deber cuidar todo lo que ellos querían darle a Honoka. Así lo he hecho hasta ahora”, sacó una pequeña caja de madera de apariencia antigua pero elegante. Con un gesto invitó a Nagisa a acercarse y abrió la caja apenas ésta quedó a su lado.
“Ah… Esto…” Nagisa abrió los ojos con sorpresa.
Dentro de la caja había un par de brillantes anillos de apariencia hermosa, casi mágica. Uno era blanco y el otro negro, ambos con discretos puntos de oro que hacían un hermoso dibujo, como el de una constelación. Discretos pero elegantes.
“Aya y Taro prepararon estos anillos con mucha anticipación, dijeron que era como si supieran que estos eran los colores y materiales adecuados para cuando su hija encontrara a alguien especial”, explicó Kento con una sonrisa nostálgica. “Tú eres la guerrera de la espada negra, así que…”
“Éste sería mi anillo”, completó Nagisa con voz temblorosa mientras señalaba el ornamento de material negro. El hombre asintió. “Entonces éste otro…”
“El blanco es de Honoka, así es”, Kento sonrió. “No necesitas un préstamo para los anillos, a ellos les hubiera gustado que le pidas matrimonio a su amada hija con estos anillos”, le ofreció la caja con ambas manos. “¿Cuidarás de Honoka, Misumi Nagisa?”
“¡Sí!”
Nagisa tembló cuando tomó la caja, la cerró y la acunó contra su pecho. No podía dejar de sonreír.
~o~
“Pareces más contenta que de costumbre”, comentó Sanae con marcado buen humor.
“Mañana es el festival de la Luna Azul”, respondió Honoka, emocionada. “Pediré una carroza. Ven con nosotras, abuela. Shougo y sus padres también irán”.
“Por supuesto que iré, cariño, el último festival al que asistí fue hace cincuenta años”, respondió la abuela con gesto de añoranza. “La Luna se veía preciosa. Hoy hará una linda noche, estará despejada, será perfecta para ver el cielo nocturno”.
“Además mis pequeños amigos están muy contentos, puedo sentirlos con más energía de la habitual”.
“Es normal. Pocos eventos hacen que los Espíritus ganen más energía. Las fases de la Luna influyen mucho en ellos, así como un Eclipse o una tormenta, incluso los terremotos o los volcanes pueden darles mucho poder. Es la Naturaleza después de todo”.
Honoka sonrió. Ambas preparaban la cena. Nagisa estaba entrenando con Shougo y llegaría antes del anochecer. Luego del festival tendrían sólo un par de días para relajarse, estaba absolutamente segura de que mandarían a un nuevo retador ni bien se cumplieran los diez días. Le preocupaba que enviaran a otro guerrero como el último, pero con menos honor y orgullo.
Sanae notó el ceño fruncido de Honoka.
“Todo estará bien, cariño”, sonó la maternal voz de Sanae, notó que su nieta se tensó un poco y sonrió. “Verás que todo estará bien”.
“No quiero que lastimen a Nagisa”, dijo Honoka en voz baja.
“Tú tienes una solución en las manos, y sé que ya debes saber cuál es”.
En respuesta, Honoka se sonrojó. “No quiero forzarla sólo porque eso solucionaría éste problema. Nagisa es muy romántica y no quiero arruinar algo así sólo para que los del Consejo me dejen en paz”.
Sanae sonrió. “Tú también eres romántica. Tienes razón, una petición tan especial como ésta es sólo una vez en la vida”, siguió cocinando con calma. “Verás como todo saldrá bien”.
“Y si tú lo dices, te creo, abuela”. Honoka recordó otra cosa y sonrió de nuevo. “Pronto será su cumpleaños, viajaremos a su pueblo para celebrarlo”.
“Eso es un gran plan, cariño”, dijo la abuela con alegría. “Prepararé un regalo para ella antes de que salgan de viaje”.
“He estado planeando su regalo, espero le guste”.
“Si se lo das tú, estoy segura que le gustará, Honoka”.
La plática siguió con normalidad. Ya la cena estaba casi lista cuando Nagisa llegó. Ni bien se escuchó que se abrió la puerta, Honoka se disculpó con su abuela y fue a recibirla. Nagisa lucía cansada pero contenta, estaba empapada en sudor, tenía algo de lodo en la ropa y el rostro, parecía un infante que llegaba de jugar en el jardín. La imagen hizo sonreír a Honoka.
“Bienvenida. ¿Qué tal tu entrenamiento?”
“Estoy aprendiendo mucho de Shougo”, respondió Nagisa con una sonrisa cansada. Se quitó las botas y las dejó junto a la entrada. Sentía los pies pesados luego del largo día, pero estaba satisfecha. Demasiado satisfecha.
“Me alegra mucho. Por cierto, la cena estará lista en un rato, tienes tiempo de asearte”, comentó Honoka y no resistió su siguiente movimiento: abrazó a Nagisa con ambos brazos, estos se colaron por debajo de la blusa de la guerrera. Pudo sentir su piel húmeda y el calor que aún tenía por el esfuerzo físico.
Nagisa, desde luego, soltó un lindo grito de pánico.
“¡Honoka! ¡Estoy sucia y sudada, seguramente huelo mal!” No se atrevía a tocarla para obligarla a soltarla, mucho menos cuando Honoka enterró su rostro en su cuello y dio un gran respiro. Obviamente la estaba olfateando. “¡Suéltame, te voy a ensuciar!”
“No hueles mal”, murmuró Honoka con cariño, besó la mejilla de Nagisa. “Me gusta tu aroma, y me gusta cómo te ves”.
Nagisa sintió que todo su cuerpo ardía y finalmente se rindió, correspondió el abrazo de Honoka y de hecho empezó a refregarse contra ella de manera juguetona. Honoka se echó a reír, Nagisa también.
“Ahora ya no estás tan limpia, señorita Yukishiro”, dijo Nagisa entre risas y fue ella quien se atrevió a sujetarla por las mejillas y darle un beso corto pero dulce. Sólo se atrevía a eso, pero era un gran paso considerando lo poco que era capaz de expresar sus sentimientos directamente a Honoka. Sonrió. “Voy a ducharme”.
“Te esperamos en el comedor”.
Fue el turno de Honoka de besar los labios de Nagisa antes de volver con su abuela.
Ambas chicas sonreían, muy contentas por pensar en sus propios planes y la sorpresa que le darían a su compañera.
~o~
El Templo de los Espíritus estaba adornado de papeles de colores y lámparas de papel, también lo estaban la calle principal al templo. Decenas de puestos de comida y recuerdos alusivos al festival estaban dispuestos a los costados de la calle principal. En la pequeña explanada antes de las escaleras que llevaban al templo había una enorme fogata, mientras que en un espacio junto a las escaleras había músicos que amenizaban la noche con canciones que aludían a la Luna, y también la música de baile tradicional. Ya se había metido el sol y las luces del pueblo brillaban tanto como las estrellas. Tanto como la enorme Luna Azul que coronaba el cielo.
El punto cumbre de la ceremonia era cerca de la medianoche, momento en que la Luna estaría alineada con el templo y se vería algo que pocas veces podía ver la gente normal: a los Espíritus brillando gracias a la energía extra que recibirían de la Luna Azul.
Todos esperaban ese momento con ansias.
Parejas y familias enteras subían al Templo y pedían un deseo a la Luna Azul y a los Espíritus. Muchos rezaban por salud, otros por amor, la abundancia era importante también.
Nagisa y Honoka ya estaban ahí, todos listos para pasar una gran velada. Shougo, sus padres y la abuela Sanae fueron con ellas. Todos tenían planes. La abuela Sanae decidió moverse por su cuenta, quería ir a rezar al altar de los Espíritus y mirar el cielo desde el mirador que estaba en la explanada del templo. Shougo y sus padres se fueron por su lado para disfrutar de la comida, la música y pasar un rato en familia. Nagisa y Honoka tenían casi los mismos planes.
“Ten, prueba”, dijo Honoka y le ofreció un bocado del maíz asado que acababa de comprar. Precisamente el maíz era otro producto que sus padres llevaron al reino.
Una encantada Nagisa, que ya tenía las manos llenas con más comida, probó y le encantó. “¡Sabe genial! Terminémonos esto y vayamos por el postre, vi manzanas cubiertas de caramelo por allá”.
“Aún no sé dónde te cabe tanta comida”, comentó Honoka con picardía, ella siguió comiendo su maíz con más calma.
“Soy una chica en crecimiento, necesito mucha comida”, respondió Nagisa con una sonrisa enorme. Estaba particularmente feliz no sólo por la comida y el ambiente del festival, también porque en un bolsillo interior de su chaqueta llevaba la caja con el anillo. Le pediría matrimonio a Honoka esa misma noche, en el momento cumbre del festival.
Ambas recorrieron todos los puestos de comida. Nagisa comió de cada puesto de comida, Honoka también pero sólo un bocado de cada platillo, Nagisa devoraba el resto. También compraron algunos recuerdos: pañuelos bordados, tablillas con grabados de la Luna Azul. Había una larga fila para rezar en el Templo así que esperarían a que se despejara un poco.
Cerca de dos horas después, ambas bailaban alrededor de la gran fogata junto con decenas de parejas. Podían sentir a sus pequeños amigos espirituales cada vez más activos, clara señal de que el momento cumbre del festival sería pronto.
“Quizá debamos buscar un sitio más privado para ver cuando la Luna Azul se pose sobre el templo”, comentó Honoka. Lo último que necesitaban era llamar la atención en el Templo de los Espíritus, no necesitaban más problemas.
“A las afueras vi una pequeña colina, podemos ir ahí”, propuso Nagisa. Le costaba un poco guiar en el baile, era Honoka quien la guiaba y la tenía sujeta firmemente por la cintura. Dieron una vuelta y siguieron bailando alrededor de la fogata.
“Me encanta la idea”.
La canción terminó poco después, el baile también y todos aplaudieron. Nagisa y Honoka bailaron un par de piezas más, también una danza grupal donde se intercambiaban parejas en rondas. Fue bastante divertido. Luego de eso subieron al Templo a rezar y de inmediato se encaminaron al sitio elegido para presenciar el momento cumbre del Festival.
Caminaban de la mano.
Conforme andaban y el sendero se hacía más solitario, Nagisa sentía su corazón latir cada vez más rápido, más fuerte. Sus nervios eventualmente se hicieron notorios y Honoka le miró, preocupada.
“¿Te sientes mal, Nagisa?”
“¿Uh? ¡No, para nada!” Respondió Nagisa con un muy mal fingido tono calmado. Sabía que no engañaba a nadie, se llevó la mano libre a la nuca. “Me… Me siento emocionada por lo que vaya a pasar cuando dé la medianoche, mis Rayitos están muy emocionados”, fue lo único que se le ocurrió decir. No mentía, de hecho se sentía rara, como si tuviera excedente de energía y necesitara correr a toda velocidad. Sabía que era debido a la energía que estaban recibiendo sus pequeños amigos.
“Comprendo”, Honoka sonrió. “Mis amigos también se sienten más llenos de energía. Todo alrededor se está llenando de mucha energía. Seguramente los Sacerdotes del Templo deben estar meditando para mantener a sus Espíritus acompañantes en control”.
“Entonces estamos en el sitio correcto, no quiero que brillemos más que las lámparas de las calles”, dijo Nagisa con una sonrisa nerviosa. “Aquí podremos ver todo sin llamar la atención”, y también se sentiría menos nerviosa para cuando le pidiera matrimonio a Honoka, no necesitaba estar frente a un público. Quería ese momento para ellas dos y nadie más. Y también para sus pequeños amigos, sí, ellos serían los únicos testigos de tan especial momento.
La pareja llegó a la cima de la pequeña colina. La vista era perfecta, el templo y los alrededores brillaban con luces de colores, la Luna estaba casi encima del ornamento sagrado que coronaba el templo. Tomaron asiento en una roca, seguían tomadas de la mano y simplemente esperaron.
Sus silencios eran cómodos.
Poco a poco, minuto a minuto, conforme la Luna Azul marchaba por el firmamento, el brillo en el paisaje comenzó a aumentar. Ambas chicas pusieron gesto de infantil asombro al ver el preciso momento en que la Luna Azul se posó sobre el Templo de los Espíritus y todo se iluminó cual si fuera un brillante amanecer.
Las que también brillaron fueron Nagisa y Honoka, eran como un par de faros, pero entre todo el brillo de alrededor, pasaban desapercibidas en su escondite.
Todos pudieron ver las pequeñas chispas que rebozaban entre la Luz, todos los presentes escucharon los murmullos como el sonido de un riachuelo, todos podían confirmar que los Espíritus existían en su mundo y que era gracias a ellos que podían comer y beber, que podían vivir cada día.
“No sé por qué, pero… Tengo ganas de llorar”, dijo Nagisa entre labios mientras veía por primera vez a sus Rayitos, estos saltaban en sus manos y soltaban minúsculas chispas de tormenta. No tenían una forma fija, eran luz que se movía como agua. Sonrió. Ya estaba llorando. “Oh…” Y notó de reojo que Honoka también. Sonrió.
“Son maravillosos, ¿verdad?” Fue lo único que salió de la boca de Honoka, estaba totalmente sobrepasada por la experiencia. Podía escucharlos con más claridad a todos. Se sintió ligeramente mareada y se recargó en el hombro de Nagisa.
“¿Estás bien?” Preguntó Nagisa mientras tomaba su mano.
“Sólo un poco sobrepasada”, respondió Honoka, dando a entender con sus movimientos que un abrazo le vendría mejor. Sonrió al sentir los cálidos brazos de Nagisa alrededor de su cuerpo. “Gracias, se me pasará pronto. No me siento mal, pero todo esto es muy intenso”.
“Yo también puedo sentirlo, comienzo a marearme un poco”, comentó Nagisa y aprovechó el abrazo para ella a su vez sostenerse de algo para no caer.
“Quién sabe cuándo volverá a ser la siguiente Luna Azul, así que aprovechemos éste momento”.
“Sí, aprovechemos”.
Sin soltarse del abrazo, ambas volvieron a mirar la Luna y se dejaron envolver por los pequeños Espíritus alrededor. Siendo ambas adeptas al poder Espiritual, sintieron sus cuerpos llenarse de una vibrante energía que a momentos las sobrepasaba. Su única reacción era respirar hondo y sujetarse la una a la otra más fuerte.
Sin saber quién fue la que hizo el primer movimiento, la joven pareja terminó besándose bajo la más hermosa Luna de todas.
El evento principal terminó un rato después, la Luna Azul siguió navegando por el cielo y la celebración continuaría hasta el amanecer, pero quienes llevaban niños y vivían cerca o en la Capital debieron irse a sus hogares, los que venían desde más lejos se quedaron en una de las tantas posadas temporales que se habilitaron en el pueblo.
Música, comida, bebidas y risas era lo que reinaba en el festival, pero en la pequeña colina a las afueras, Nagisa y Honoka se quedaron fuertemente abrazadas hasta que el brillo se apagó. Se tomaron todavía unos minutos más hasta que sus cuerpos dejaran de sentirse raros. Apenas se pudieron mover, se soltaron.
“¡Esa sí fue una experiencia!” Exclamó Nagisa todavía con emoción mientras se ponía de pie y se estiraba tanto como podía.
“Aún me tiembla el cuerpo, siento que si me pongo de pie, me voy a caer”, comentó Honoka mientras hacía ejercicios de estiramiento sin moverse de la roca.
“No te levantes entonces, no quiero que te caigas. Te atraparía antes de que toques el suelo, pero no nos arriesguemos”, dijo Nagisa con una sonrisa. De repente se puso nerviosa.
Era hora.
“Esperemos y luego volvamos al festival, no sé si mi abuela quiera quedarse un rato más”.
“Antes de eso… Yo… Honoka…”
“¿Uh?”
Nagisa tragó saliva y comenzó a sentir que le sudaban las manos por culpa de los nervios. La noche era hermosa, el festival lo iban a atesorar en su corazón y sólo había una cosa que iba a cerrar con broche de oro su día. Tomó aire de manera profunda y se puso de pie frente a Honoka, puños apretados y mirada fiera, como cuando se alistaba para un combate.
“Yo… Sé que… Sé que no te he podido decir todo lo que de verdad deseo decirte”, la guerrera tomó aire una vez más, abrió y cerró sus manos un par de veces. “Es sólo que… Que todo éste sentimiento me sobrepasa y… Y te miro y…” Miró el par de hermosos ojos de Honoka, más bellos que el manto de cielo con Luna que tenían encima. Sintió las piernas débiles.
Honoka sonrió dulcemente. “¿Y me dirás esas cosas ahora?”
“¡Sí!”
Una envalentonada Nagisa se palmeó las mejillas con fuerza y tentó la espada en su cinturón. Necesitaba ser la guerrera que no dudaba al atacar. ¡Necesitaba decirle todo lo que quería! Tomó las manos de Honoka con cariño y sumo cuidado. Antes de poder seguir hablando, Nagisa nuevamente fue consciente de lo suaves que eran las manos de Honoka.
Honoka, por su parte, se dio un momento para rozar sus dedos con los de Nagisa. Las manos de Nagisa distaban de ser tersas, podía sentir los callos producidos por la espada, también sus nudillos duros porque sabía dar unos buenos puñetazos y lo vio un par de ocasiones en duelos pasados donde el pretendiente en turno, frustrado, decidía usar sus puños para pelear, sólo para terminar con el puño de Nagisa en la cara. A Honoka le gustaban mucho las manos de Nagisa.
“Honoka…”
“Te escucho, toma tu tiempo”.
Nagisa abrió la boca, después la cerró. De todo lo que tenía planeado decirle, sólo un puñado de palabras pudo escapar de entre sus labios.
“Honoka… Te amo, cásate conmigo”.
La guerrera cayó sobre sus propias rodillas ante su Prometida y liberó sus manos para sacar la cajita de entre su ropa y mostrarle los anillos.
Fue el turno de Honoka de quedarse sin palabras.
Tenía a Nagisa de rodillas ante ella y con anillos de compromiso. Nagisa quería casarse con ella. No pudo evitar una sonrisa, tampoco unas lágrimas y mucho menos el deseo de lanzarse sobre Nagisa con un apretado abrazo y un beso sorpresa.
“Acepto”, más besos. “Acepto, Nagisa”.
Nagisa tardó unos segundos en procesar la respuesta y finalmente sonrió. Correspondió el abrazo y también lloró, demasiado feliz como para hablar. Los que también estaban felices eran sus pequeños amigos los Espíritus, que celebraron el momento con hermosos y cálidos brillos alrededor de la pareja enamorada.
“El señor Kento me dio los anillos, me contó que tus padres los guardaron para éste momento”, explicó Nagisa apenas logró encarar a su ahora Futura Esposa.
Hasta ese momento Honoka se dio el tiempo de ver los anillos más de cerca. Un anillo negro y uno blanco. Sonrió. “Éste va contigo”, dijo, señalando el anillo negro.
“Lo mismo me dijo el Señor Kento”, Nagisa rió aún con la emoción en la voz.
“Es jaspe negro, el otro anillo es de topacio blanco”, explicó Honoka. “Los detalles son en oro y tienen base de hierro para que no se rompan”.
“Tienes buen ojo para esto”.
“Es lo que he estado estudiando”, Honoka aún estaba sobrepasada por la propuesta, no dejaba de sonreír. Le devolvió la caja a Nagisa. “¿Me pones el mío?”
“Ah… ¡Sí!”
“Se dice que el Jaspe aporta fuerza y vitalidad al cuerpo, y que el Topacio simboliza inteligencia y esperanza”, explicó Honoka sólo por decir algo, necesitaba decir cualquier cosa para no temblar, aunque sus dedos temblaban mientras Nagisa le colocaba el anillo con toda la torpeza posible.
La guerrera rió nerviosamente. “Tus padres fueron unos genios”, fue lo único que pudo responder Nagisa. Se quedó quieta mientras era el turno de Honoka de colocarle el anillo. “¿Fuerza y Vitalidad? Me agrada la idea”.
“Va contigo”.
Ya con ambas luciendo sus anillos de compromiso, se besaron una vez más. Un poco más antes de volver con los demás al festival.
~o~
La noticia de que Yukishiro Honoka se había comprometido formalmente con su Prometida actual, Misumi Nagisa, se esparció cual incendio por toda la Capital. Todos estaban felices con la noticia menos los del Consejo.
La joven pareja platicó de lo que conllevaba casarse antes del cumpleaños de Honoka, pero ahora debían esperar a que Nagisa cumpliera los diecisiete años para poder casarse. Faltaban un par de semanas para eso y Honoka planeaba cumplir su palabra de celebrar el cumpleaños de Nagisa en su pueblo natal.
Por supuesto, los del Consejo pensaban pelear una vez más.
“Las felicitamos por su compromiso matrimonial, señoritas”, dijo el líder del Consejo mientras mantenía su porte serio. Todos estaban extrañamente serios.
“Muchas gracias. Y también gracias por cuidar de mí todo éste tiempo”, Honoka sabía jugar el mismo juego. A su lado, Nagisa se mantenía seria y firme. Ambas lucían sus anillos.
“Tenemos entendido que usted aún no tiene la edad mínima requerida para casarse, señorita Misumi”.
“Cumpliré los diecisiete años en quince días”, informó Nagisa con voz firme. “Tengo entendido que nada me impide estar formalmente comprometida con ella”.
“No, nada, señorita Misumi”.
“Respecto a los duelos, ahora que me he comprometido formalmente con mi Prometida actual, no hay razón para seguir con ellos, ¿o estoy equivocada?” Preguntó Honoka.
Hasta ese momento los hombres ante ellas se miraron entre sí. “Debido a que la petición de matrimonio se hizo de manera inesperada, no tuvimos oportunidad de avisar a los pretendientes que han estado esperando su turno para un duelo”.
Ambas chicas fruncieron el ceño.
“Aunque sea sólo por compromiso, permitan que los jóvenes pretendientes se enfrenten a Nagisa Misumi una vez más”.
“¿Serán ellos mismos los que se enfrenten o pedirán que peleen en su nombre?” Preguntó Honoka con los brazos cruzados.
“Ellos mismos pelearán como se hacía originalmente”.
Fue Nagisa la que se animó a responder. “De acuerdo, pelearé con ellos. Pelearé con todos de una buena vez, así nadie quedará desatendido”. Era seria, tenía su gesto duro, no pensaba permitir que la separaran de Honoka.
“De acuerdo, así se hará si ambas están de acuerdo”.
Nagisa miró a Honoka y ésta notó el gesto seguro en la guerrera. Ambas sonrieron.
“Estoy de acuerdo”.
“Entonces el duelo final se llevará a cabo en cinco días en la Plaza Central, a mediodía. ¿Están de acuerdo?”
“Sí”.
Y con eso, la reunión se dio por terminada.
Ambas chicas iban a pie y sujetas de las manos de regreso a la mansión Yukishiro.
“Los noté bastante tranquilos”, comentó Nagisa apenas se alejaron lo suficiente. “No puedo creer que te dejen ir así de fácil”.
“Sí, eso también me tomó por sorpresa”, respondió Honoka, igualmente confundida.
“Algo no me agrada en esto… Mejor andemos con cuidado, quién sabe qué tengan planeado”.
Honoka asintió.
Tampoco tenían pensado tensarse demasiado por anticipado, lo mejor era estar tranquilas y actuar conforme la situación lo pidiera. O al menos ese era el plan. También tenían que planear otras cosas antes de ir al pueblo de Nagisa y anunciar su boda a todo mundo mientras celebraban el cumpleaños de la guerrera.
“Podemos casarnos allá mismo, nuestro matrimonio sería tan legal como si lo hiciéramos aquí en la Capital”, comentó Honoka mientras soltaba la mano de Nagisa sólo para sujetarse de su fuerte brazo y caminar un poco más pegadas la una a la otra.
“Entonces debemos llevar a la abuela también. Viajemos en carroza para que ella pueda ir más cómoda”, propuso Nagisa, encantada con la idea. “Invitemos a los Fujimura también”.
“Entonces tenemos que invitarlos lo más pronto posible para que Shougo pida permiso para ausentarse y el señor Kento pueda terminar los pendientes que tenga en manos”.
“¡Me encanta la idea! ¿Vamos a decirles de una vez?”
“Vamos”.
Y así lo hicieron. El duelo con los pretendientes contra los que Nagisa ya había peleado una vez no les preocupaba, al menos no tanto como lo que tuviera planeado el Consejo. Nagisa se sentía segura de ganar, sobre todo desde que usaba su anillo de compromiso que la llenaba de fuerza y vitalidad.
Los siguientes tres días estuvieron extrañamente tranquilos, Nagisa aprovechaba para entrenar con Shougo y estar lista para su duelo final contra los Pretendientes. Honoka, por mientras, alistaba todo para el viaje al pueblo de Nagisa, viajarían varias personas y quería que todos fueran cómodos. La chica ayudaba a Kento a revisar los pendientes de manera oficial. Ahora que estaba pronta a casarse y no tardaría en ser mayor de edad, lo mejor era que comenzara a trabajar lo más pronto posible.
“Cuando encuentres un nuevo ayudante, será momento de retirarme”, comentó Kento con una sonrisa mientras firmaba y sellaba una pequeña pila de cartas, eran los avisos a los socios de que muy pronto Yukishiro Honoka se encargaría de todo y sería con ella con quien seguirían los negocios. Se sentía particularmente orgulloso de la chica, era como una hija para él después de todo.
“Y me encargaré de compensarlo debidamente por haber cuidado del negocio de mis padres”, respondió Honoka con seriedad. “De no ser por usted, quizá los del Consejo se habrían hecho de todo hace años”.
“Tenemos suerte de que tus padres fueran muy favorecidos por Sus Majestades, por eso no pudieron hacer más, y por eso los del Consejo decidieron tomarte bajo tutela”, explicó el hombre. “Pero pronto todo terminará y seguirás los pasos de tus padres como tanto has deseado”, sonrió. “¿Qué opina tu futura esposa?”
“Muere de emoción por viajar conmigo, quiere conocer el todo reino y también lo que hay más allá de las fronteras”, respondió Honoka con una sonrisa enamorada. “Y dice que su misión personal es probar toda la comida posible de cada nuevo lugar”.
“Una misión muy respetable a mi parecer”, rió Kento. “Bien, por hoy terminamos. Volvamos a casa”.
“Iré a comprar algunas cosas para la cena y de ahí iré directo a casa, quiero cocinar la cena de Nagisa yo misma”.
“Oh, estás tomando tu papel de esposa con mucha seriedad”.
“En realidad es porque todo lo que cocina Nagisa no es comestible, así que ya hicimos el acuerdo de que yo cocino y ella lava los trastes”.
Ambos rieron y luego de un minuto de plática más, se retiraron de la oficina junto con la asistente de Kento.
~o~
Honoka no llegó a casa.
CONTINUARÁ…
Chapter 11: El Rescate
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Era como si la tierra se hubiera tragado a Honoka.
Amigos y familia la buscaron por toda la ciudad, pero lo último que se sabía de ella fue que estuvo en el mercado de la ciudad, todos tenían el dato exacto de cada uno de los sitios por los que pasó. La chica se fue del mercado y desapareció exactamente en el tramo entre el mercado y la calle principal que siempre recorría camino a casa. La ruta de costumbre.
Habían pasado tres días desde entonces y Nagisa la buscaba hasta debajo de las piedras.
“Honoka…” La guerrera se recargó en el muro de una casa. No había ni rastro de su futura esposa. Sintió ganas de llorar, pero si lloraba no lograría nada. “¿No pueden sentirla, Rayitos?” Preguntó a sus pequeños Espíritus acompañantes y estos brillaron por unos segundos. Nagisa no lo sabía pero los Espíritus trataban de localizar a los acompañantes de Honoka. Sin éxito. “No debe estar muy lejos, ¡esos tipos del Consejo deben saber algo!”
Todos sospechaban que el Consejo tenía algo que ver con la desaparición de Honoka, pero estos dijeron que no sabían nada e incluso cada uno de los miembros dispusieron personal para ayudar en la búsqueda, sin resultado hasta el momento. Se incluyeron Guardias Reales por órdenes del Rey, sin contar que los vecinos armaban sus propias patrullas de búsqueda, los Yukishiro eran una familia muy estimada en la ciudad.
“Honoka, ¿dónde estás?” Murmuró una triste Nagisa mientras miraba su anillo. “No estás lejos, ¿verdad? Tenemos que casarnos”, se frotó el rostro con fuerza. “No puedo creerlo…”
Estuvo a punto de llorar, pero una mano en su hombro la sacó de su triste trance. Era Shougo. Nagisa se limpió el rostro para componerse.
“No has ido a casa, la abuela está preocupada y necesitas comer”, dijo el soldado con suavidad. Era normal que Nagisa no se quedara quieta luego de lo sucedido, pero tampoco era sano que siguiera así.
“Comeré y descansaré con Honoka cuando la encuentre”, respondió Nagisa con dureza.
“Si Honoka ve que te descuidaste mucho en sólo tres días, te va a regañar”, Shougo trataba de mantenerse animado.
“¡Pues quiero encontrarla para que me regañe!” Exclamó Nagisa con furia, misma que se fue casi de inmediato al darse cuenta que le había gritado al soldado justo en la cara. Bajó el rostro, apenada. “Lo siento”.
“La encontraremos, Nagisa, te lo prometo”, fue lo único que pudo decir el chico mientras animaba a Nagisa a caminar. “Vamos con la abuela, come y podrás seguir. Necesitamos energía para encontrarla”.
Un vistazo más a Shougo fue suficiente para que Nagisa se percatara de algo: los ojos del soldado mostraban que tampoco había dormido, su gesto parecía calmado pero no lo estaba, claramente seguía preocupado por la chica a la que consideraba su hermana menor y por la que estuvo dispuesto a todo para protegerla. Nagisa no era la única preocupada por la suerte de Honoka. La guerrera asintió débilmente y obedeció.
“Todos dicen lo mismo, Honoka siguió la ruta de siempre de regreso a casa y simplemente desapareció”, comentó Kento durante la hora de la comida en casa de los Yukishiro. Lo mejor era dejar de buscar al azar y saber si había algo que estaban pasando por alto. Honoka no pudo desaparecer como si nada, no en un sitio tan concurrido.
“Quizá se le acercó alguien a quien conocía”, supuso Shougo mientras comía con prisas.
“Los vecinos de la zona dicen que no vieron nada raro, incluso unas señoras la saludaron y dijeron que Honoka no se quedó a conversar con ellas como de costumbre, les dijo que tenía que volver pronto a casa”, dijo Nagisa. Comía pero sin realmente preocuparse por lo que se llevaba a la boca. Miró a la abuela. “¿Usted está bien?”
“Sí, lo estoy”, Sanae estaba igualmente preocupada, pero no tan asustada como los demás. “Sé que quizá esto no los tranquilice del todo, pero sé en mi corazón que Honoka está bien. Debemos encontrarla, pero confío en que en estos momentos se encuentra bien”.
Nagisa comprendió de inmediato lo que quería decir la abuela. Honoka tenía una afinidad increíble con los Espíritus y seguramente estos no dejarían que nadie le hiciera daño. Debía confiar en eso. Respiró hondo y asintió a la abuela, sonrió con ánimos recuperados.
“Iremos a mi pueblo por mi cumpleaños, Honoka nunca llega tarde a ningún lado”, comentó la guerrera y todos en el comedor sonrieron.
“De acuerdo, tenemos marcada la zona donde ella debió desaparecer, debe haber algo que se nos está escapando…” Kento terminó de comer y bebió agua, no dejaba de pensar. “Es una calle estrecha, sólo pasan caballos, no carrozas”.
“Quizá alguien a caballo se la llevó”, supuso Shougo y de inmediato desechó la idea. “No podría pasar desapercibido”.
“¿Y si fue Honoka la que se desvió del camino?” Preguntó Nagisa en voz alta. “Todas las salidas y entradas de la ciudad quedaron vigiladas en cuanto dimos el aviso de que Honoka desapareció esa misma noche”, continuó la guerrera. “Ella debe seguir en la ciudad”. Una ciudad grande, por cierto.
“Quizá algo llamó su atención, la sacó de la ruta de costumbre, y en ese momento alguien la capturó”, continuó Shougo y sonrió con ánimos. “Sólo tenemos que dividirnos en esa calle y buscar los caminos alternos que no llevan a la calle principal”.
“Encontraremos alguna pista si hacemos eso”, Kento se puso de pie. “Si ya terminaron de comer, vamos, aún tenemos luz de día”.
“¡Sí!”
Nagisa engulló el resto de su comida, le dio las gracias a la abuela Sanae y salió corriendo. Entre la seguridad de que Honoka estaba bien y que ya limitaron una zona posible de búsqueda que no la hiciera voltear cada piedra de la capital, tenía los ánimos en alto. “Vamos a encontrarla, amigos”, le dijo a sus pequeños acompañantes y estos la llenaron de energía. Iban a encontrar a Honoka.
~o~
“Señorita Yukishiro, ¿cómo se encuentra en su tercer día de encierro? Sin luz de sol, sin agua, sin comida… Podemos tenerla aquí todo el tiempo que queramos, ¿está consciente de ello?” Dijo el jefe del Consejo con voz amenazante. No quería demostrar que estaba sorprendido que la chica incluso tuviera energía para repelar.
“Lo único que me alegra saber es que ya dieron la cara y mostraron lo que realmente son, pero no creo que los perdonaré por haber lastimado a un pobre perro para llamar mi atención”, respondió Honoka, seria.
El encierro no la estaba drenando tan rápido como ellos creyeron y eso los enfureció. Se encontraban en una caverna subterránea que servía de bodega. Olía a queso, no de la mejor calidad, por cierto. Era una bodega subterránea de quesos
“¿Ya se cansaron de jugar? Ustedes fueron lo que comenzaron con el asunto de los duelos”.
“¿Sabe que podríamos matarla en cualquier momento, señorita?” Otro de los presentes trataba de mostrarse amenazante.
“Si me matan, no habría nadie más que pudiera heredar los contratos de mi familia, podrían deshacerse de los ayudantes, mi abuela no sabe de negocios”, la chica se encogió de hombros. “Sería cuestión de tiempo para que convenzan al Rey de dejarles los contratos a ustedes, no veo por qué no lo han intentado”, sonrió. “A éstas alturas, mis poderes ya es lo que menos les importa, ¿verdad? No pueden tenerlos, no pueden obligarme”.
¿Acaso la chica no sentía siquiera una sana dosis de miedo y auto-preservación? ¡Los había estado retando desde que despertó en su encierro! ¡Tan sólo encerrarla necesitó más de seis hombres porque los Espíritus la protegieron! Para atraparla llamaron su atención con un perro que ellos mismos hirieron y dejaron cerca de su ruta a casa.
“¡Ya no estamos para juegos, mocosa! ¡Firma los documentos dónde nos cedes el control de los Contratos y no mataremos a tu abuela!” Exigió el primero, ya harto.
“¿Quieren que llore y les pida que no se acerquen a la mujer a la que nunca nadie debería molestar?” Honoka suspiró de aburrimiento. “Háganlo, quizá la entretengan”.
Los presentes gruñeron. No podían dañar a la chica, los Espíritus la protegían. Ya había temblado un par de veces y la caverna amenazaba con derrumbarse en sí misma ante la más mínima provocación. Acercarse mucho a ella era complicado, debían mantener la distancia.
“¿Y acaso no te preocupan tus amigos y tu futura esposa?” Preguntó otro de ellos. Trataban de quebrarla con amenazas ya que no podían tocarla, pero la chica era dura.
El líder del Consejo negó un par de veces y miró a Honoka con dureza. “Quizá debamos llamar a un Sacerdote Espiritual. Someteremos a los Espíritus que te acompañan y te protegen, así aprenderás a comportarte”.
Eso ya sonaba serio, pero Honoka no debía ceder ante esos tontos, no cuando sólo debía dar tiempo a que la encontraran. “Cualquier sacerdote que se preste a sus juegos, será vetado de la Orden y bloquearán sus poderes. Seguramente debe haber alguno por ahí que tenga el corazón sucio como ustedes, pero todos saben que los Espíritus no suelen prestarse a los caprichos de los humanos y pueden irse cuando quieran, pueden abandonar al humano cuando ya no se sienten cómodos”, se encogió de hombros. “No sé si alguno se quiera arriesgar a perder a los Espíritus que les asegura fortuna y respeto”.
La chica era terca, era lista, era frustrante. Más de uno tenía ganas de abofetearla pero no podían acercarse a ella, los hombres que la capturaron no murieron pero tampoco pudieron sostenerla tanto tiempo incluso cuando la chica no tenía la fortaleza física para oponer resistencia. Por suerte esa caverna donde la tenían cautiva estaba cerca.
“Entonces quizá debamos dejarte aquí encerrada un par de días más, señorita, sin comida, ni agua ni luz”, cualquier amenaza servía, ¿verdad? “Veamos cuánto resistes”, porque no lucía deshidratada todavía.
“Estaré aquí esperándolos cuando me quieran visitar nuevamente”, fue la tranquila respuesta de Honoka. Se acomodó contra el muro, como recostándose, y cerró los ojos. “Además prefiero morir de hambre a probar cualquier cosa que tengan aquí abajo reposando, es producto de baja calidad y no sé cómo se atreven a venderlo”.
Uno de los hombres tomó una piedra grande del suelo y, culpa de la frustración, se la lanzó a la chica. Lo siguiente que pasó fue un pequeño relámpago que hizo pedazos la roca antes de tocar a Honoka. Ésta ni siquiera abrió los ojos. No podían hacerle nada, los Espíritus estaban protegiéndola.
Lo mejor era retirarse, no sabían hasta dónde llegaba el alcance de su poder espiritual. Ya no podían retroceder, no podían dejarla ir ni entregarla a la Orden Espiritual, lo mejor era dejarla encerrada hasta que se debilitara. Tendrían que recurrir a algún Sacerdote confiable que no fuera a denunciarlos ante la Orden y el Rey. Aún tenían tiempo.
Apenas se vio sola, Honoka respiró hondo. El aire seguía viciado pero podía respirar bien, la oscuridad no le molestaba pero ya no sentía los brazos por tenerlos levantados y encadenados al muro, el estómago le dolía por el hambre y a saber si podría estar así un par de días más, sentía la garganta seca, el agua que escurría desde arriba y que podía lamer del muro era apenas suficiente para no deshidratarse. Debía resistir.
“Nagisa vendrá pronto, lo sé, ella encontrará las pistas que dejé”, le dijo a sus amigos y sonrió. “Tenemos que casarnos, viajaremos juntas, haremos muchas cosas y… Quién sabe, quizá en unos años hagamos una familia”, dijo, sonrojándose y sonriendo cual quinceañera enamorada. “Adoptaremos niños si ella quiere, pero eso ya lo hablaremos en su momento”.
Escuchó a sus pequeños amigos darle ánimos. El poder que tenía Honoka le permitía bendecir la tierra, su poder era para revitalizar la naturaleza, no para destruir, además eso la dejaba desgastada y vulnerable. No era como si pudiera destruir la caverna o manipular algún otro elemento que no fuera un rayo, no podía hacer nada para liberarse, sólo protegerse. Debía protegerse a sí misma hasta que la encontraran.
Sonrió pese a su complicada situación.
“Podrás encontrarme, Nagisa, lo sé”, murmuró Honoka y movió los dedos de sus manos para combatir la sensación de adormecimiento. No tenía su anillo puesto.
~o~
Ya eran cuatro días desde la desaparición de Honoka. Nagisa revisó una vez más la zona donde todos intuían que Honoka se desvió. Anduvo entre casas y pequeños parches de hierba local, flores y árboles de los tantos que adornaban y daban vida a la ciudad. Mientras buscaba sin saber exactamente qué quería encontrar, escuchó un llanto claramente animal. ¿Eso era un perro?
“¿Uh? ¿Qué te pasó, pequeño?” Preguntó una preocupada Nagisa al ver a un hermoso perro de pelaje del color del trigo. El can de tamaño considerable estaba bajo un árbol, entre unos arbustos, tenía sus cuatro patas heridas y no podía moverse. “Pobre amiguito”, dijo con pena. “No te preocupes, te llevaré con un veterinario”, mientras buscaba la manera de sostener al animal sin lastimarlo más de lo que ya estaba, al acercarse notó que el perro se ponía en guardia, como protegiendo algo. “Hey, no te haré daño, sé que tienes miedo y debes sentir dolor, pero pronto estarás bien, te lo prometo”.
De nuevo intentó acercarse y vio algo en el suelo, bajo el pecho del perro. Un blanco destello que le hizo saltar el corazón. ¡Era el anillo de Honoka! De inmediato lo tomó. Miró al perro herido y luego el anillo. Honoka pasó por ahí, ¡ella estuvo ahí! Sonrió.
“Te llevaré al médico, lo prometo, pero deja que revise un poco más los alrededores, ¿sí?”
Buscó en los alrededores y encontró un papel grande con el que los carniceros envolvían la carne, fácil de saber por las manchas de sangre y grasa, además estaba a unos cuantos pasos de distancia del perro. Más allá vio algo tirado: una zanahoria que ya había sido atacada por las aves y ratones locales. Avanzó un tramo más en la misma dirección hasta otro parche de vegetación y había otra zanahoria, luego encontró una papa, siguió encontrando verduras en las zonas con flores. ¡Todos esos eran los ingredientes del estofado de carne! Esas eran las compras de Honoka de aquel día, ella le prometió cocinar la cena, lo recordaba claramente.
“Pasó por aquí”, murmuró Nagisa y regresó corriendo con el perro. “Y tú te comiste la carne, ¿verdad, amigo? Además protegiste el anillo de mi Honoka” Sonrió con recuperados ánimos y cargó al perro con firmeza. El animal chilló por culpa del dolor pero pronto se calmó. “Te llevaré al veterinario y luego buscaré a mi futura esposa, si ella te vio así y se acercó a ti, seguramente querrá saber que estés bien”.
Luego de dejar al animal en el veterinario, fue corriendo con los Fujimura y a partir de ahí se pusieron a rastrear. El rastro de verduras iba en una sola dirección: al Este de la ciudad. El final del rastro fue la canasta vacía que fue lanzada a un costado del camino. Lo más llamativo de la zona era que no muy lejos había un área de almacenes donde se guardaban quesos, carnes ahumadas y vinos que debían reposar más tiempo.
“Aquí se suele guardar mercancía para pedidos grandes”, explicó Kento y frunció el ceño. “¿Cómo no lo pensé antes?” Se palmeó la frente. “Muchas de éstas bodegas son propiedad de los negocios de algunos miembros del Consejo”.
“¡Entonces Honoka debe estar por aquí!” Exclamó Shougo con alegría.
“Hay que dividirnos, quién sabe si estén vigilando”, continuó Kento y estuvo a punto de darles más indicaciones, pero de repente Nagisa ya no estaba. Se fue por su cuenta. No la culpaba. “Revisa por esa zona, hijo, ten cuidado”.
“¡Sí!”
Por su lado, Nagisa era consciente de que ya no encontraría ninguna otra pista, así que estaba por su cuenta. Muchos de esos almacenes estaban cerrados, eran propiedad privada después de todo. Sabía que las patrullas de búsqueda pasaron por esa zona, pero sin una pista concreta, era normal pasar de largo sitios que ya habían revisado. Tomó aire de manera honda y miró los alrededores.
“Necesitaré su ayuda, chicos”, dijo la guerrera a sus pequeños acompañantes y estos soltaron algunas chispas. “Si me concentro como ella me enseñó, ¿creen que puedan escuchar a sus amigos?” Se miró las manos un momento. “Cuando medito con ella, puedo sentirla de una manera más allá de… Bueno, de sólo tomarnos las manos, o abrazarnos o…” Se puso roja. “Besarnos”, se aclaró la garganta. “Intentémoslo, ¿de acuerdo?”
Buscó un sitio adecuado para meditar, era la primera vez que lo haría totalmente por su cuenta y sin la asistencia de Honoka. Incluso cuando no meditaban juntas y Honoka sólo la guiaba, era capaz de percibirla de esa manera que no sabía explicar, pero que era tan real y gentil como la brisa fresca que acariciaba su piel en ese momento.
“¿Dónde estás, Honoka? Anda, dinos…” Murmuró Nagisa y se recargó en el muro de una de las construcciones mientras cerraba los ojos y calma su respiración. Concentración y relajación, esa era la clave de la meditación. Había hecho ese ejercicio decenas de veces con Honoka, podía hacerlo sola, debía hacerlo si quería encontrar a su futura esposa. “Tenemos muchos planes, dime dónde estás…”
Mientras, en su encierro, Honoka mantenía los ánimos en alto ante la visita diaria de los miembros en turno del Consejo. Unas antorchas dieron suficiente luz para poder verse mutuamente. Pese a que era notorio que la chica estaba siendo afectada por el encierro, eso no bajaba su animosidad. Seguía teniendo la misma boca desafiante.
“¿Ya estás lista para cooperar, jovencita?” Preguntó uno de ellos. “Eres admirable y estamos dispuestos a hacer un pacto justo contigo mientras te portes bien”.
“No, gracias”, fue la simple respuesta de Honoka mientras alejaba su mirada. Su respiración era ligeramente pesada, como si la cantidad de aire en la cueva se hubiera reducido en las últimas horas. Quizá ellos estaban cubriendo las entradas de aire. “Por cierto, yo que ustedes revisaba los quesos, algunos tienen un aroma que no deberían tener y no podrán venderlos”.
Los sujetos enfurecieron.
“¡Entonces te quedarás aquí toda la semana! Veamos si sigues tan graciosa luego de eso”, gritó otro de ellos y se retiraron.
Honoka se quedó a oscuras. Su situación no era ideal, estaba sucia, hambrienta, sedienta y a momentos hacía todo lo posible para sopesar el dolor de los repentinos calambres que le atacaban la espalda y el pecho por culpa de la incómoda posición; ya casi no sentía los brazos. Era complicado respirar.
“No van a impedir que me case con la mujer que amo”, murmuró Honoka, respiró hondo y comenzó a mover los dedos para animar a su cuerpo a que llevara sangre a sus brazos y manos. “Además ya casi es su cumpleaños, no pienso perdérmelo”. Respiró hondo, sentía el tórax adolorido y por un momento quiso toser, pero resistió. Toser haría todo peor. “No sé si voy a resistir la semana, pero tengo que darle alguna pista a Nagisa”, cerró los ojos. “Ayúdenme, por favor. Sé que ella debe estar cerca”.
Antes de que su cuerpo comenzara a brillar, una inesperada descarga eléctrica la hizo respingar. Eran sus pequeños amigos que no querían hacer lo que ella tenía planeado. Le dijeron el porqué.
“Sé que me voy a agotar y quedaré más débil, pero necesito lanzar una pista más”, la chica sonrió. “Confío en Nagisa y ustedes también, por favor, ayúdenme”.
Los pequeños Espíritus accedieron y permitieron que Honoka meditara y se concentrara. Poco a poco el cuerpo de la joven brilló de manera débil. Estaba concentrándose en los Espíritus que tenía alrededor, todos se dejaron llevar por el gentil llamado de Honoka. Los espíritus del Rayo se condensaron en una esfera de luz del tamaño de la llama de una vela. La caverna tembló ligeramente y la pequeña esfera de luz salió disparada por la grieta que era por donde escurría el agua que Honoka bebía y de la que prefería no pensar en su origen.
“Esto debe bastar”, murmuró Honoka, agotada y notando que ya no caía agua, debió desviarse a otro lado por culpa del temblor, Ahora sólo le quedaba esperar y resistir. “Nagisa…”
Mientras, en la superficie, Nagisa se reunió con los Fujimura. Ellos revisaron en otros almacenes pero no vieron nada raro, sólo quedaba la zona que Nagisa aún no terminaba de revisar, ¡la sentía tan cerca! Pero no pudo ver nada por las ventanas. No era como si pudieran entrar a la fuerza, ¡además eran muchos almacenes!
“Necesitamos ayuda de la Guardia Real para obtener un permiso y revisar todo el lugar”, dijo Kento, consternado.
“El problema es que necesitarán avisar a los dueños de todos los almacenes”, dijo Shougo de inmediato. “Si los del Consejo están inmiscuidos como bien sospechamos, pueden mover a Honoka de lugar. Podrían aprovechar la confusión para llevársela más lejos”.
Padre e hijo seguían analizando sus posibilidades cuando Nagisa percibió algo que la hizo sobresaltarse, rápidamente buscó con la mirada en los alrededores y lo vio: Una chispa pequeña pero brillante a no mucha distancia que se levantó un par de metros del suelo, antes de brillar más fuerte y apagarse. Esa luz… “Es ella”, murmuró Nagisa mientras su sonrisa crecía y echaba a correr en dirección a donde apareció la chispa. Los Fujimura la miraron con confusión y de inmediato la siguieron. “¡Ella está aquí!”
“¿Segura?” Preguntó Kento.
“¡Sí!”
“¡Iré por la Guardia Real! ¡No dejaremos que los culpables escapen!” Dijo Kento y regresó propiamente al centro de la ciudad, necesitaba más soldados para hacer el arresto de manera inequívoca y segura.
La guerrera y el soldado asintieron y la primera guió el camino de ambos. Había más almacenes, unos parecidos a casas y algunos del tamaño de un granero que habían revisado el día anterior pero sólo por fuera. Honoka no estaba en ninguno de esos sitios. Nagisa revisó el suelo desde donde calculó había salido el destello. Había un enramado de grietas donde podría entrar un dedo, parecía ser profunda. La revisó y estaba húmeda.
“¿De dónde viene el agua?” Preguntó Nagisa al ver que entre las grietas y surcos naturales del suelo, propios del desgaste, pasaban hilos de agua.
“Debe ser del acueducto que está pasando ésta zona”, explicó Shougo, “lleva agua a las fuentes públicas de las casas que están más al sur. “Es normal que algunos se cuarteen y tengan derrames pequeños”.
Nagisa frunció el ceño y decidió agacharse todo lo posible y pegar su oreja al suelo. “Está aquí, lo sé”, murmuró y lo siguiente lo dijo en un susurro, entre labios. “¿Pueden sentirla, chicos?”
Y no pasó demasiado para recibir una respuesta.
Honoka estaba bajo suelo.
Nagisa tomó todo el aire que pudo y gritó contra la grieta. “¡Honoka…! ¡Honoka, me escuchas!”
Fujimura la miró con sorpresa pero no tardó en imitar su posición, pegó su oído en la grieta, cerca de ella. Ambos contuvieron la respiración.
Y la escucharon.
“¡Nagisa…!”
El soldado y la guerrera se miraron y sonrieron. No era difícil adivinar el resto, Honoka estaba en una bodega subterránea. Shougo se puso de pie y revisó los almacenes cercanos, uno de ellos debía tener el acceso a donde se encontraba Honoka. Pero Nagisa no pensaba perder el tiempo, sacó su espada y la clavó en una de las grietas. Haciendo uso de toda la fuerza posible, comenzó a romper el suelo y a hacer la grieta más grande.
“¡Honoka, cúbrete!”
“¡No puedo! ¡Pero tú sigue con lo que estés haciendo, estaré bien!”
El corazón de Nagisa latía rápido, el de Honoka también, que sintió sus fuerzas regresar al momento de escuchar la voz de Nagisa. Por su lado, Shougo decidió embestir la puerta del único almacén que estaba cerca de esa grieta. Era una bodega de quesos, el aroma lo indicaba desde la misma entrada. Estaba por llamar a Nagisa cuando vio que alguien llegaba desde la parte de abajo. Era uno de los miembros del Consejo, quien al ver a Shougo, rápidamente volvió abajo y cerró una pesada puerta, fácil de intuir por el sonido.
“¡Son ellos, Nagisa! ¡Son los del Consejo, están abajo con Honoka!”
“¡No dejes que escapen! ¡Yo sacaré a Honoka desde aquí!”
“¡De acuerdo!”
Aprovechando que Shougo entró por completo al almacén, Nagisa clavó completamente su espada negra y concentró su poder. No había nadie más alrededor. “Ahora sí, Rayitos, ayúdenme a sacar a Honoka, rompan todo lo que necesiten romper para llegar a donde está nuestra Honoka. ¡Vamos!”
Acompañada de un bravo grito de batalla, su espada y cuerpo se rodearon de electricidad antes de que el choque de energía quebrara los casi tres metros de tierra y roca que la separaban de Honoka.
Más abajo, la cautiva se dejó proteger por los Espíritus, al menos en eso no requería energía. Ninguna de las rocas que cayeron la dañó, pero la tierra que se levantó sí la hizo toser, ¡y vaya que toser le dolía! Antes de poder quejarse, escuchó que algo más caía frente a ella, algo más ligero que una roca.
“¡Honoka!” Gritó Nagisa en cuanto vio a Honoka gracias a la luz que entraba desde arriba. No perdió tiempo, vio que su Prometida estaba asegurada al muro y se notaba mal. Usando su gran fuerza la liberó de los grilletes y la abrazó, procurando cuidado. “Honoka… Honoka, estás bien”, lloró un poco pero no dejaba de sonreír. “Estaba tan asustada…”
“Gracias por salvarme, Nagisa”, respondió Honoka débilmente mientras sentía un alivio inmenso al ya poder mover sus brazos, rodeó a Nagisa por el cuello. “Gracias…”
“Todo está bien, no te preocupes”. Nagisa quería llorar de alegría, pero podría hacerlo apenas la pusiera a salvo.
Ambas escucharon un poco de escándalo al fondo de la caverna, eran cuatro miembros del Consejo siendo acorralados por Fujimura y su espada. Ninguno de esos sujetos podía pelear siquiera, estaban a merced del soldado. Se escucharon más voces arriba, los refuerzos habían llegado. Shougo sonrió al ver a Honoka en brazos de Nagisa.
“Hay que llevarla al médico, debe volver a casa lo más pronto posible. Tienen que casarse”, dijo el chico con alegría y alivio.
Habían encontrado a Honoka.
~o~
Mientras Honoka se recuperaba luego de estar encerrada, encadenada y sin comida por cuatro largos días, el juicio contra el Consejo se llevó a cabo por representantes del Rey y de la Capital. Además de la inmediata destitución de sus puestos, serían encarcelados y sus bienes expropiados para ser repartidos a consideración de la comunidad. Todo eso era un trabajo del que los Yukishiro ni los Fujimura debían encargarse. Honoka sólo tuvo que presentarse una vez a declarar, seguía en recuperación y nadie quería que se levantara de la cama sino hasta estar completamente sana y fuerte.
Los miembros del Consejo trataron de dar un último golpe antes de caer: anunciaron durante su juicio que Honoka Yukishiro tenía poderes espirituales especiales y que los había estado ocultando. De hecho pidieron que Sacerdotes le hicieran la prueba de Afinidad a los Espíritus. Muchos de hecho deseaban serlo por la estabilidad económica que eso significaba para el futuro Sacerdote y su familia.
Para sorpresa del Consejo, Honoka aceptó ser puesta a prueba.
¿Qué iban a saber ellos que el poder de la chica estaba en tal control de su poder que podía pedirle a los Espíritus que se mantuvieran callados? Con Honoka aún no del todo recuperada, se hizo la prueba en medio del juicio, con los siguientes resultados: Honoka le era agradable a los Espíritus y nada más, justo como Sanae Yukishiro. Sin control alguno en los Espíritus. Los miembros del Consejo intentaron pelear, confesaron que ellos planeaban usar el poder de Honoka a su favor y que Honoka misma lo sabía.
“Lamento mucho que malinterpretaran lo que vieron aquella vez”, dijo Honoka luego de la prueba fallida. La chica en serio era capaz de mantener una mentira como campeona. Pese a su estado debilitado, pudo decir su “versión” de lo sucedido. “Luego del anuncio público de que mis padres ya habían sido dados por muertos, yo estaba triste y me escondí en un parque no muy lejos de aquí. Supongo que a los Espíritus no les gustó verme triste y las flores a mi alrededor se abrieron. Eso fue lo que estos caballeros vieron. Creyeron que fui yo, me lo dijeron tantas veces que yo también llegué a creérmelo, pero nunca logré nada y pensé que era por falta de entrenamiento”.
Los del Consejo alegaron que era mentira, pero en ese punto de la historia, ¿quién iba a creerles a esos sujetos? El juicio siguió ya sin Honoka, ya no era requerida y necesitaba reponerse. Nagisa no la dejó sola en ningún momento.
“Podemos ir a mi pueblo después, en serio”, dijo Nagisa mientras sujetaba una de las manos de Honoka, estaban en el dormitorio de ésta última. Su futura estaba esposa recostada luego de cenar y asearse. “Me importa más que tú estés bien”.
“Apuesto a que la comida de tu mamá me ayudará mucho”, respondió Honoka con una sonrisa. “Vamos. Además, iremos en carreta”.
Nagisa suspiró hondo y finalmente asintió. “De acuerdo. La abuela Sanae evitará que hagas locuras en el camino”.
Se sonrieron la una a la otra y Nagisa besó la frente de Honoka, luego su mejilla, enseguida buscó sus labios.
“Te amo, Honoka”.
“Y yo a ti, Nagisa”.
CONTINUARÁ…
Chapter 12: Al Final el Amor es…
Chapter Text
Ya todo estaba listo para que partieran al pueblo de Nagisa al día siguiente. Honoka ya tenía permitido ir del dormitorio a la cocina y al cuarto de baño sin que le pelearan volver a la cama. No necesitó medicina, sólo descansar y alimentarse bien sin excederse. Nagisa no quería alejarse de su lado, estaba prácticamente pegada a Honoka desde que la rescataron.
“¿Necesitas más agua? ¿Quieres otro postre? La abuela preparó más”, dijo Nagisa mientras acomodaba por enésima vez las almohadas de su futura esposa. “¿Qué necesitas?”
“Me vendría bien un abrazo,” fue la respuesta de una enternecida Honoka. El afecto de Nagisa era exagerado pero no la culpaba, de haber sido el caso contrario, se estaría comportando exactamente igual que su Prometida. Ya había comido y bebido suficiente, el postre de fresas que hizo su abuela siempre era suave con su estómago pero ya había llegado a su límite y no quería una indigestión.
Nagisa se sonrojó y no tardó en sonreír. Abrazó a Honoka como ésta se lo pidió. Lo hizo suave pero firme, sin ninguna intención de soltarla tan pronto, de hecho se acomodó en la cama mientras Honoka rodeaba su cintura con ambos brazos y descansaba su cabeza en el pecho de Nagisa. Ambas suspiraron de comodidad.
“Ya casi es hora de dormir, mañana saldremos temprano. ¿Nos dormimos de una vez? Así estaremos descansadas”, dijo Honoka sin soltar a Nagisa. Admitía que le gustaba mucho cuando Nagisa era la que le prodigaba todo ese cariño físico, normalmente era muy tímida e incluso caminar tomadas de las manos solía sonrojarla. Tampoco le molestaba verla sonrojada y con su lindo gesto de pena, pero iba a disfrutar cada momento antes de que su linda guerrera regresara a la normalidad.
“Oh, de acuerdo, deja le aviso a la abuela y me preparo para dormir”, respondió Nagisa y besó la frente de Honoka antes de soltarla suavemente y levantarse de la cama. “Traeré más agua por si te da sé en la noche”.
La guerrera se apresuró a la cocina, donde la abuela terminaba de alistar una canasta de regalo que quería darles a los padres de Nagisa, los mejores dulces hechos por ella misma, también quesos, mermelada casera de fruta fresca de temporada y botellas de la mejor cosecha de la cava privada de los Yukishiro. Y chocolates desde luego, los más finos.
Nagisa se detuvo en seco mientras sentía el fuerte aroma de los chocolates. Salivó de inmediato, Sanae la vio y rió.
“Oh, Nagisa. ¿Puedo ayudarte en algo?”
“Sólo vine por más agua para Honoka, por si le da sed en la noche”, respondió Nagisa mientras miraba a la abuela y a los chocolates en la mesa a turnos. Tragó saliva y se aclaró la garganta. “Vamos a dormir ya”.
“Descansen bien, Nagisa, tenemos que llegar a tiempo a tu pueblo para tu cumpleaños”, dijo la abuela con una sonrisa y sacó un chocolate de la alacena, se lo dio a la guerrera. “Ten. De todos modos llevaré chocolates para que comas en el viaje”.
“¡Gracias, abuela!” Nagisa alzaba orgullosamente su estandarte de golosa, devoró el chocolate ahí mismo. “Le va a encantar mi pueblo, a Honoka le gustó mucho. Y mi familia va a adorarla a usted también”.
“Me basta saber que recibieron bien a mi Honoka para saber que yo también seré bien recibida”.
Nagisa rápidamente llenó una jarra de agua y tomó un vaso apenas se terminó su chocolate, ningún dulce duraba mucho tiempo si ella estaba presente. “Honoka ya estará bien para cuando lleguemos, ¿verdad? A ella le gustó mucho pasear en mi pueblo y no quiero que se quede en cama luego de que lleguemos”
“Honoka ya se encuentra bien, te lo aseguro”, respondió una divertida Sanae, el comportamiento sobreprotector de Nagisa era comprensible, sabía que Honoka se dejaba consentir por su futura esposa. “Pero te encargo que duerma bien ésta noche, debe estar descansada para cuando lleguemos. Yo también quiero conocer tu pueblo, Honoka no dejó de platicarme del sitio luego de que llegaron de viaje”.
Nagisa sonrió. Sabía que Honoka ya estaba en condiciones de andar por sí misma y salir de casa, pero seguía con un temor clavado en el pecho. Esos sujetos se la llevaron como si nada. Ya no había riesgo alguno pero el sólo pensar que la separaron de Honoka con mucha facilidad la hacía sentir intranquila.
Sanae supo leerla.
“Cuando comiencen a viajar, de lo único que tendrán que preocuparse es de los ladrones de caminos, y de esos sabes encargarte muy bien, ¿verdad?”
Nagisa se sobresaltó un poco pero no tardó en asentir a la abuela. “Lo siento, es que… Pensar que Honoka de repente ya no regresó a casa…”
“Comprendo tu miedo, pero si algo te puedo aconsejar, es que si siguen meditando juntas, llegará un momento en que podrás percibirla sin importar dónde estén”, dijo la abuela con una sonrisa suave mientras le daba otro chocolate a Nagisa. Se llevó una mano a la boca como si quisiera guardar en secreto lo siguiente que iba a decir, había un tono pícaro en su voz. “Y su lazo se va a reforzar si las dos profundizan su relación luego de la boda”.
Nagisa tardó exactamente tres segundos en comprender lo que la abuela Sanae quiso dar a entender. Se puso roja hasta las orejas, devoró su chocolate y escapó de la cocina con la jarra de agua y los vasos en las manos.
“¡B-Buenas noches, abuela!”
Sanae se echó a reír suavemente y siguió con sus preparativos.
La guerrera llegó al dormitorio vuelta un tomate rojo y maduro. Suspiró hondo mientras dejaba el agua en la cómoda junto a la cama, Honoka seguía recostada como buena chica.
“Listo, traje agua, vamos a dormir”, dijo Nagisa luego de aclararse la garganta. Estaba lista para alistarse para dormir, pero miró a Honoka de reojo y las palabras de la abuela hicieron eco en su cabeza hueca. Sacudió la cabeza y rápidamente se cambió de ropa. “Saldremos temprano, me encargaré de que descanses bien”.
“Gracias, Nagisa. Realmente te has encargado de que no duerma hasta la madrugada leyendo libros”, comentó Honoka con tono divertido.
“Sé que ya estás sana, pero quiero que estés en buenas condiciones para cuando lleguemos a mi pueblo. Vamos a pasear con la abuela, tenemos que mostrarle todo”, ya vestida con ropa ligera para dormir, apagó las velas y se recostó junto a su Prometida.
La joven pareja se abrazó con cariño, con firmeza. Nagisa nuevamente fue atacada por un agradable calor en el cuerpo mientras su corazón se aceleraba. Honoka se contentaba con sentir la calidez y el cómodo aroma de Nagisa, admitía que se sentía bien ser consentida por su compañera. Ambas suspiraron al mismo tiempo.
“Hueles a chocolate”, murmuró Honoka contra la camisa de Nagisa.
“La abuela me dio unos, está preparando una canasta de regalos para mis padres”, respondió Nagisa en voz igualmente baja, como si quisiera que sólo Honoka la escuchara a pesar de saber que estaban solas en el dormitorio. “A mis padres les encantará el regalo”.
“No podemos llegar con las manos vacías con tu familia, quiero pedir formalmente a mi futura esposa a sus padres”, dijo Honoka con tono jocoso y rió lindamente al sentir a Nagisa casi saltar entre sus brazos.
“¡Oye! No soy una doncella de casa como tú, seré yo quien te pida primero ante mis padres y la abuela”, peleó una enrojecida y ofendida Nagisa, pero Honoka no dejaba de reír y eso la ruborizó más.
“No si yo lo hago primero”, fue la dulce provocación de Honoka entre pequeñas risas. “Y frente a todo el pueblo además”.
Eso ya era un reto. Una embravecida Nagisa arremetió a su Prometida con un ataque de cosquillas. Honoka comenzó a reír y a tratar de quitarse a Nagisa de encima, pero la diferencia de fuerza era notoria y Honoka tenía todas las de perder, no tenía la fortaleza para pelear físicamente contra Nagisa, pero sí uno o dos trucos. Aprovechó que Nagisa se acercó a ella para girar su rostro y atrapar sus labios en un beso duro y torpe, culpa de las circunstancias.
Nagisa detuvo sus manos en seco y se sujetó de la manta de la cama. Estaba encima de Honoka pero era ésta última quien tenía control del beso y de la posición. La piel de la guerrera se erizó al sentir que los dedos de Honoka se enredaban en su nuca, apresándola dulcemente mientras seguía besándola varios segundos más antes de dejar sus labios en paz y sonreírle.
“No puedo creerlo”, murmuró Nagisa mientras se lamía los labios. Los besos de Honoka sabían mejor que el chocolate.
“Creo que no importa quién lo pida primero, lo importante es que nos casaremos pronto y podremos viajar juntas”, dijo Honoka con un tono amoroso mientras acariciaba el cabello de su compañera con sus dedos.
“Esa… Esa idea me gusta”, respondió con un suspiro. Miró a Honoka con gravedad. “Me da miedo que algo te pase y yo no pueda cuidarte”, confesó.
Honoka miró unos segundos a Nagisa antes de abrazarla contra su pecho. La pareja se sujetó con fuerza y Nagisa respiró hondo, llenándose las narices con el aroma fresco de Honoka, sonrió a pesar del miedo que aún sentía por lo sucedido hace tan sólo unos días.
“Es normal que nos preocupemos la una por la otra, algunas veces el amor no es siempre estar felices y sin problemas”, explicó Honoka. “Siempre he confiado en tu fuerza y habilidad y a pesar de eso”, acarició la espalda de Nagisa, “siempre me dio miedo que algún oponente te diera un mal golpe y te lesionara de gravedad. Siempre me sentí asustada en tus peleas”.
Escuchar eso obligó a Nagisa a encarar a Honoka, estaba bastante sorprendida con esa confesión.
“No lo sabía”.
“Nunca te lo dije para no preocuparte, era importante para mí que estuvieras concentrada”.
“Entonces… Es… Es normal que me preocupe por ti y tú por mí”.
“Bastante normal”, asintió Honoka. “Estaremos rodeadas de peligros como cualquier otra persona, pero si sólo pensamos en lo que podría pasarnos, viviríamos siempre con miedo y no saldríamos a ningún lado, ¿no lo crees?” Preguntó mientras peinaba el cabello de la frente de su guerrera con sus dedos.
“No me gustó que te arrebataran de mi lado con tanta facilidad”, reprochó Nagisa mientras alejaba la mirada. Cerró un ojo al sentir un beso en la mejilla. “No quiero perderte”.
“No puedo prometerte que no volverá a pasar, pero sí te puedo decir que ya no estamos en la misma situación, ya nadie nos perseguirá con intensión de separarnos. Si llegamos a estar en peligro, quizá sea por algunos ladrones de caminos, pero eso ya será algo más allá de nuestro control”, Honoka no quería decir algo tonto como que nada malo les pasaría a partir de ese momento, eso no era realista. “Tú me cuidarás a mí y yo a ti, ¿qué dices?”
“Me gusta esa idea”, respondió Nagisa luego de un hondo suspiro. Y de nuevo fue atacada con las palabras de la abuela. Se puso roja mientras miraba a Honoka a los ojos. Antes de que su mente viajara a escenarios inapropiados que involucraban a la siempre hermosa Honoka, alejó el rostro. “Vamos a dormir”.
“¿Me puedes dar un beso de las buenas noches?” Preguntó una pícara Honoka al ver a Nagisa avergonzada. No sabía con exactitud qué pensamiento puso tímida a su futura esposa pero sin duda se veía muy linda así.
La guerrera se acomodó de costado en la cama, frente a frente con Honoka, y le dio un veloz beso en la punta de la nariz. “Listo. Buenas noches”, dijo Nagisa con gracioso tono apurado antes de volver a meterse entre los brazos de Honoka y esconder su rostro en su cálido y suave pecho.
Honoka rió antes de envolver a Nagisa entre sus brazos una vez más.
“Buenas noches, Nagisa”.
~o~
El viaje en carroza estaba siendo bastante rápido, contaban con dos veloces y resistentes caballos hechos para viajes largos, ésta vez no fue necesario llevarse a sus propios corceles, estaban bajo el cuidado de un granjero local mientras no estaban. Volverían por ellos apenas pasara todo el asunto del cumpleaños de Nagisa y la petición formal de matrimonio.
Todos en el pueblo se iban a volver locos de la alegría y harían una gran celebración.
“Hacía mucho que no pasaba por ésta región”, dijo Sanae mientras miraba el paisaje por la ventana.
“Honoka me contó que usted viajó mucho cuando era joven”, comentó Nagisa mientras comía una rebanada de pan con miel. También miraba por la ventana cada tanto.
“Así es. Algunos paisajes se ven iguales pero otros han cambiado mucho en estos años”.
“¿Te gustaría viajar con nosotras, abuela?” Propuso Honoka pero no pudo agregar más, la mayor negó con un gesto calmo y suave.
“Ya viajé todo lo que debía viajar, querida”, respondió Sanae de inmediato. “Es su turno de conocer todo lo que puedan conocer. Además mis viejos huesos ya no están para cambios de clima y altura”, agregó con una risa pequeña.
Honoka sonrió, Nagisa soltó una pequeña carcajada.
“¿Pero de qué habla, abuela? Yo la veo bastante fuerte como para recorrer todo el reino de norte a sur”, dijo la guerrera con marcado buen humor.
“Pensaré en la propuesta, pero estos días que siguen serán días para ustedes dos, quiero que los disfruten plenamente”, dijo y ambas chicas asintieron. “Además quiero ver cómo quedó todo luego del trabajo que hiciste, Honoka”.
“¡Mi región se ve más hermosa que nunca!” Exclamó Nagisa y abrazó a Honoka de manera juguetona. Ambas rieron.
“Hice todo lo que pude, me ayudó a saber qué tanto puedo hacer con ayuda de los Espíritus”, dijo Honoka sin despegarse de Nagisa.
“Sé que ambas sabrán darle un uso adecuado a sus habilidades, sólo recuerden que deben mantenerse fuera de la atención de la Orden Espiritual”, dijo y ambas chicas asintieron.
La plática siguió entre esos y otros temas, el viaje estaba siendo bastante tranquilo, veloz y entretenido. La abuela tenía muchas historias, Nagisa también en todo caso, pronto sería el turno de Honoka de viajar más y llenarse de historias para contar a su abuela, para llenar bitácoras de viaje como hicieron sus padres.
~o~
El familiar paisaje tenía a Nagisa con una sonrisa tatuada en el rostro. Honoka parecía contenta y la abuela se mostraba emocionada por visitar la zona, hacía muchos años que no pasaba por ahí y en serio se sorprendió de ver todo tan lleno de vida y actividad. Los Espíritus en especial estaban llenos de vitalidad y no podía evitar sentirse orgullosa de su Honoka. Sabía que llegaría lejos no sólo por su poder, también por su noble corazón, su fuerte carácter, su cabeza brillante y su amor por la guerrera a su lado.
La carroza iba lenta ésta vez, lo que permitió que los curiosos pobladores se acercaran a ésta y se emocionaran al ver a Nagisa en compañía de Honoka una vez más. La voz rápidamente se corrió y todos comenzaron a reunirse en la plaza del pueblo para recibirlas. No sólo llevaban el regalo para los padres de Nagisa, ésta última quiso llevar dulces, quesos y vinos para todos. Los consiguió como compensación por lo sucedido con el Consejo, todos eran productos de buena calidad, confirmados por Honoka, la abuela y los Fujimura.
“¡Estoy en casa!” Clamó Nagisa apenas asomó medio cuerpo por una de las ventanas de la carroza. Todos le dieron la bienvenida de manera ruidosa y alegre. De hecho sus buenas amigas Shiho y Rina fueron corriendo hasta ella y la sacaron de la carroza por culpa de un brusco abrazo.
“¡Bienvenida, Nagisa!”
“¿Qué nos trajiste?”
El saludo a Honoka fue más pacífico y cálido por parte de los pobladores, y por supuesto que también recibieron a la abuela Sanae con los brazos a abiertos. La familia de Nagisa también estaba ahí. De hecho Takeshi y su hijo dejaron la forja para ir a recibir a su hija y saber por qué ésta vez todo era más escandaloso que de costumbre.
Nagisa de inmediato comenzó a repartir los regalos que traía para todos mientras las Yukishiro saludaban a los Misumi.
“Nos alegra verte de regreso, Honoka”, dijo Rie mientras le daba un maternal abrazo a la chica. “¿Cómo has estado?”
“Bien. Han pasado muchas cosas de las que ya les contaremos”, dijo Honoka. Guardaría la historia de su secuestro para la hora de la comida. “Ella es mi abuela Sanae”.
“Mucho gusto en conocerlos. Honoka me ha platicado de ustedes y lo bien que la recibieron. Tenía muchas ganas de conocerlos”, dijo la abuela mientras tomaba las manos de los padres y el hermano de Nagisa a turnos. Enseguida les ofreció la canasta de regalo que estuvo preparando cuidadosamente para ellos. “Acepten esto como muestra de mi aprecio”.
“¡Oh! No debió molestarse”, dijo Rie mientras su esposo tomaba la canasta con ambos brazos. “Pero apreciamos mucho el regalo, gracias”.
“Oh, hay vinos y quesos, ¡también dices!” Dijo Takeshi con alegría. “Disfrutaremos mucho éste regalo. Gracias”, hizo una ligera inclinación. “¿Vamos a la casa? Seguramente vienen cansadas del viaje, deben tener hambre”.
“Me encantaría, muchas gracias. Estamos aquí para celebrar el cumpleaños de Nagisa junto con ustedes y sus amigos”, respondió la abuela. “Pero antes, quizá deberíamos aprovechar que todos están aquí, ¿no lo crees, Honoka?” Sanae miró a su nieta mientras decía eso.
Honoka reaccionó a esas palabras, Nagisa también a pesar de estar peleando con los niños mientras les repartía sus chocolates de manera (des)ordenada.
Era el momento perfecto y ambas querían ser la primera en pedir la mano de su compañera ante todos. Nagisa lanzó los dulces al aire y dejó que los niños se las arreglaran para repartirse todo. Honoka se acomodó la blusa y caminó hacia Nagisa con paso firme, la guerrera hizo lo mismo. La manera en que ambas chicas se encaraban, como si fueran a enfrentarse, hizo que todos los presentes pusieran atención, confundidos. Los padres de Nagisa tampoco sabían qué estaba sucediendo. Sanae sonreía.
Nagisa y Honoka se encararon debidamente en medio de todo el embrollo y asintieron la una a la otra, antes de ir a donde sus familias estaban. Ambas se inclinaron al mismo tiempo, Honoka ante los padres de Nagisa y Nagisa ante la abuela Sanae.
“¡Señores Misumi!” “¡Abuela Sanae!”
“¡Quiero casarme con Nagisa! ¡Pido su bendición y consentimiento!” “¡Quiero casarme con Honoka! ¡Por favor, denos su bendición!”
Luego de la petición hubo silencio… Y después un grito general de sorpresa y asombro. Ambas chicas estaban rojas, nerviosas y felices, ¡tenían todo un aluvión de emociones que aceleraba sus latidos y las tenía con las mejillas rojas! La primera en reaccionar fue Rie, que abrazó a ambas chicas mientras soltaba unas lágrimas de contento.
“Por supuesto que tendrán nuestra bendición”, dijo la madre de Nagisa mientras besaba las frentes de ambas jóvenes.
Takeshi pronto se unió al abrazo, aunque de manera más brusca, mientras los demás pobladores y amistades de Nagisa las felicitaban con gritos, silbidos y aplausos.
“Vamos a la casa para que descansen y nos cuenten qué planes tienen para su boda”, dijo Takeshi, animando a su hija e invitadas a entrar a la casa. Miró a su hijo. “Ryouta, por favor ve a cerrar la herrería”, luego miró a sus vecinos y amigos. “¡Ésta noche todos celebraremos el compromiso matrimonial de mi hija!” Anunció y todos gritaron, apoyando la moción.
Uno de los vecinos se ofreció a llevar a los caballos a descansar a su establo, y Sanae, desde luego, le pagó por la comida y la fruta para los animales, el hombre no pudo negarse.
Ya en casa de los Misumi, anfitriones e invitadas podían hablar de los temas importantes, comenzando del porqué las chicas decidieron casarse. Era obvio que el amor nació entre ambas gracias a la convivencia y a todo lo que pasaron. Resultaron funcionar bien juntas. Pero el tema que preocupó a Rie y a Takeshi a pesar de ser un tema ya resuelto, fue lo sucedido con Honoka y el Consejo de la Capital.
“¿Entonces ya no estás en peligro?” Preguntó Rie, tomando una de las manos de Honoka.
“Ya los culpables están tras las rejas y el asunto arreglado. Tengo el respaldo del Rey y todos en la ciudad”, respondió Honoka, tratando de tranquilizar a su ahora suegra. “Le aseguro que todo está bien ahora”.
“Fue una horrible experiencia que no quiero que se repita, pero ya todo está bien, se los aseguro”, continuó Nagisa, ayudando a Honoka a tranquilizar a sus padres. “Pude rescatar a Honoka y esos tipos nunca más volverán a molestarla”.
“Doy fe de ello”, intervino la abuela, “todo el peligro que rodeaba a mi Honoka, ha desaparecido”.
“Honoka ya es libre de tomar el control de los negocios de sus padres, ¡vamos a viajar juntas!” Informó Nagisa con emoción.
“Pero tú no sabes de números ni de negocios, hermana”, replicó Ryouta entre bocados, todos comían, era hora de comer después de todo.
“Ah, yo…” La guerrera se sonrojó.
“Ella no sabe de negocios, pero sin duda sabe tratar con las personas, y en los negocios no sólo se requiere conocimiento en números y contratos, también se necesita tratar con las personas y entender qué es lo que necesitan y lo que pueden ofrecer”, explicó Honoka con tono vehemente, obviamente defendiendo el honor de su futura esposa. “En eso, Nagisa tiene mucha más experiencia que yo. Es mi compañera perfecta”.
Ryouta sonrió de manera traviesa. “En serio te quiere, hermanita, cuídala mucho”.
“¡Oye! ¡Yo la cuidaré con mi vida! ¡Siempre ganaré cualquier batalla para volver a su lado!” Declaró Nagisa con voz fuerte y firme, incluso se puso de pie con su cuchara al aire… Y al darse cuenta que todos le miraban, se apenó y se refugió en los brazos de su futura esposa. “Honoka, son malos conmigo”.
Todos rieron y siguieron conversando, había muchas cosas qué planear, la primera de ellas era la fecha de la boda.
“Podré casarme luego de mi cumpleaños, cuando tenga la edad legal para casarme”, dijo Nagisa. “Sé que es pronto pero… ¡Me gustaría que nos casáramos el día de mi cumpleaños!”
Esas palabras tomaron a Honoka por sorpresa, pero no tardó en sonreír. “La idea me encanta, hagámoslo”.
“¡Haberlo dicho antes!” Exclamó Takeshi, “¡tenemos que preparar una gran fiesta!”
“Y pedirle al jefe del pueblo que oficie la ceremonia”, Rie incluso se puso de pie.
“Oh, entonces me encantaría ayudar con los preparativos del banquete y los vestidos”, fue el turno de la abuela de hablar.
“Tenemos un par de días, puedo prepararles un regalo”, dijo Ryouta, serio.
Ver a todos tan animados con la boda hizo sonreír a la joven pareja. Tenían muchas cosas qué preparar. Ya querían que pasaran esos días para poder casarse lo más pronto posible, no había necesidad de esperar más.
~o~
“¿Segura que no te ajusta mucho? Tuvimos que apresurarnos con los vestidos”, dijo Rie mientras ayudaba a Honoka a vestirse.
Nagisa era preparada por la abuela Sanae en otro cuarto. Las futuras esposas se verían las caras cuando comenzara la ceremonia.
“Me queda muy bien, muchas gracias, señora Rie”, respondió Honoka con una emoción que no podía ni se preocupaba en ocultar.
Rie se ofreció a vestir a Honoka para tan importante ocasión a falta de su madre. La tradición decía que la novia (en éste caso dos novias) debía vestir un vestido nuevo de lino blanco, con las flores más coloridas de la temporada en su cabello y en un ramo, y que debía ser llevada por su madre o su padre hasta dejarla de la mano de su futura pareja. Rie sabía que la jovencita no tenía ni padre ni madre, sólo una abuela que la quería mucho pero que tenía otro papel en la boda, que era ayudar a bordar flores en los vestidos, flores que significaban prosperidad y abundancia.
Ella entregaría a Honoka, su esposo entregaría a Nagisa.
“La ceremonia será pronto, ya las chicas del pueblo prepararon los ramos”, dijo Rie y tomó a Honoka por los hombros. Casi lloraba. “Me alegra mucho que mi Nagisa encontrara a alguien tan especial como tú. Las dos llegarán muy lejos”.
“Yo soy la que está agradecida con todo por haber puesto a Nagisa en mi camino”, respondió Honoka, tomando una de las manos de Rie en su hombro. “Estoy feliz de haber expandido a mi familia con personas tan maravillosas como ustedes”.
“Oh, pequeña Honoka, bienvenida a la familia”, Rie ya no resistió y abrazó a Honoka brevemente para no desacomodar nada del vestido ni su peinado. Rápidamente le puso un poco de color en los labios. “Ya estás lista, esperemos a que nos llamen”.
“¡Sí!”
Mientras, afuera, Nagisa esperaba nerviosamente junto a su padre. Ya que estaban llevando la ceremonia en su propio hogar y pueblo, era ella la que debía recibir a Honoka según marcaba la tradición. Su padre estaba a su lado.
“Te ves preciosa, Nagisa”, dijo Takeshi, luchando contra el impulso de alborotarle el cabello. No quería despeinarla, su pequeña se veía preciosa con flores en su cabeza y el vestido que todas en el pueblo hicieron.
“Gracias, papá”, Nagisa apenas tenía palabras. Su sencilla celebración de cumpleaños por la mañana estaba siendo eclipsado por la fiesta más grande que significaba su boda. Se sentía feliz porque toda la gente de su pueblo estaba presente y estaban recibiendo de buena gana a Honoka como su nueva familia. No podía dejar de sonreír. “En serio me voy a casar”.
“Y te prometo que cada día será tan divertido como tú lo quieras. Esto es trabajo de dos, no lo olvides”, dijo Takeshi, dándole una cariñosa palmada en la espalda.
“No, papá. Siempre me he divertido con Honoka, incluso cuando logro que no haga nada”, dijo con una risa pequeña.
Takeshi iba a decir algo más, pero el Anciano del pueblo mandó a todos a callar y pidió que la futura esposa de Nagisa se presentara.
Era hora de la tan esperada boda entre Nagisa Misumi y Honoka Yukishiro.
~o~
“Al final, el amor que ustedes van a compartir, es un trabajo constante que deben estar dispuestas a seguir cultivando y nunca darlo por sentado, es un asunto de dos. Ustedes son un equipo a partir de ahora y llegarán tan lejos como ustedes mismas se lo permitan”.
Nagisa se sentía lista para partir, su hermoso corcel negro estaba ensillado. Honoka terminaba de alistar sus documentos, ambas llevaban suficiente dinero y todo lo necesario para viajar al primero de sus trabajos.
La joven pareja regresó casada a la Capital y recibieron los buenos deseos de todos los vecinos, de hecho hubo otra celebración y muchos regalos, ¡incluso recibieron un regalo de parte del mismísimo Rey! Todo parecía ser un hermoso sueño. No podían creer que muy pronto saldrían a su primer viaje, con Honoka siguiendo finalmente los pasos de sus padres. Nagisa estaba lista para trabajar a su lado, no podía esperar un mejor futuro que ese.
“¿Tienes todo?” Preguntó Nagisa apenas su esposa subió a su corcel blanco.
“Sí, todos los documentos y lo que necesitaremos para el viaje”, respondió Honoka. “Mi abuela dice que ella y Chuutaro estarán esperando por nosotras para saber cómo nos fue en nuestro primer viaje de negocios”, dijo con alegría. Chuutaro era el perro herido que encontraron durante lo sucedido con su secuestro. Le debían mucho al pequeño y la abuela decidió adoptarlo. El can le haría compañía a la abuela en ausencia de la pareja.
“¿Nos vamos?” Preguntó Nagisa, lista para partir a su primera aventura juntas.
“Sí, ¡vamos!” Respondió una animada Honoka.
Ambas se dieron un beso breve y dulce antes de hacer que sus caballos galoparan a toda velocidad. Tenían todo un viaje por delante.
Un viaje juntas de toda la vida.
FIN

SamuelSirizzotti1 on Chapter 2 Sun 22 Jan 2023 06:27PM UTC
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Escarlata on Chapter 2 Sun 22 Jan 2023 07:55PM UTC
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Kdragon_emperor1 on Chapter 11 Thu 07 Sep 2023 09:00AM UTC
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Genesis69DAA on Chapter 12 Tue 12 Sep 2023 07:00AM UTC
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AkiyamaHatsuzuki on Chapter 12 Tue 03 Oct 2023 06:29AM UTC
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