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Componentes de un Cliché

Summary:

Lucerys Velaryon es un estudiante tranquilo, mantiene un perfil bajo, y asistente de la biblioteca del colegio. Por otro lado, Aemond Targaryen es el delincuente juvenil del colegio que se ha esforzado en tocarle las narices todo el año. Al parecer eso es suficiente para que Rhaena se monte una película sobre el cliché del "chico malo" y el "chico bueno".

Es oficial, Rhaena perdió la cabeza.

MODERN AU ONE SHOT| Good Boy!Lucerys x Bad Boy! Aemond | No Underage| No Targacest.

DISCLAIMER:Los personajes son propiedad de George R.R Martin y HBO MAX.

Notes:

(See the end of the work for notes.)

Chapter 1: Capítulo 001: Vape de menta

Chapter Text

Ya era la tercera vez en esta semana.

—Ya te dije que no puedes hacer eso aquí.

Cuando un par de ojos helados se posaron en su persona, Lucerys sintió que la paciencia que poseía se diluía en su cuerpo, como un azucarillo en una taza de té. Las extremidades se congelaron, sus antebrazos se sintieron helados y por un instante sintió un hormigueo fastidioso en la punta de los dedos.

No sabía si era exactamente nerviosismo o aversión—puede que sí fuese eso último—, pero de lo único que sí estaba seguro era que no le gustaba para nada que aquella figura de cabellera plateada y mirada gélida se le acercara con una parsimonia casi peligrosa.

Luke pensó en darle una patada y escapar de ahí, llamar al bibliotecario y notificar lo que había visto. Pensó en irse, en completo silencio y dejarlo así. Pero, por alguna razón que escapaba de su entendimiento, tenía los pies pegados en la misma posición mientras permitía que ese par de ojos fríos lo barrieran con la mirada.

Endureció su propia mirada y frunció los labios. No disfrutaba de llamarle la atención a nadie, pero era asistente de la biblioteca y uno de sus deberes era ordenar libros, registrar ejemplares y asegurarse de que se cumplan las reglas. Que no eran demasiadas, maldita sea.

A Luke le gustaba su puesto de ayudante, era tranquilo el 99.9%. Podía leer tranquilo, tomar una taza de té y se ganaba algunos puntos extras por ordenar unos libreros. Todo podría ser un camino sobre rosas, de no ser porque existía una minúscula espinilla que se había esmerado en convertirse en un problema regular.

Y ese problema tenía nombre, apellido, rostro y hasta tipo de sangre. Aemond Targaryen.

Joder, que de solo pensar en ese nombrecillo se le revolvía el estómago.

—Ah, eres tú, ratoncito —le llamó por uno de los cientos de apodos con los que lo había bautizado desde su primer encuentro—. No sabía que había una regla que prohibía fumar.

Lucerys ignoró el mote y puso los ojos en blanco al escuchar aquella aterciopelada voz masculina. Su tono se deslizaba en un siseo de serpiente, grave y sardónico, mientras sus ojos brillaban con el mismo tinte burlón. Uno era violeta, y el otro era de un tinte celeste.

—La hay —contestó el castaño—, está debajo de la regla que prohíbe usar los móviles en las instalaciones escolares —como quien no quiere la cosa, dejó sobre un par de libros sobre unos anaqueles a su costado.

Aemond Targaryen soltó una risilla viperina y extendió una peligrosa sonrisa, marcando los casi imperceptibles hoyuelos en su cara. Luke sospechaba que aquél gesto no representaba nada bueno, y pudo preveer que se avecinaba algún insulto o frase que lo dejaría en jaque.

—¿Vas a castigarme, Strong? No creo que puedas, no tienes autoridad.

Ja, lo sabía. Después de cuatro o cinco intercambios de palabras a lo largo de la semana, ya había calado perfectamente algunos gestos del joven. Lo que Aemond tenía de inteligente—era el mejor estudiante de su año—, lo tenía de desagradable, no por nada pertenecía al grupo de delincuentes de ultimo año, de esos que no respetaban el código del uniforme, se saltaban las clases o en su defecto, fumaban con su vape en la biblioteca.

La primera vez que lo pilló con el vape un día lunes por la tarde de esa misma semana, sintió repelús y molestia. Ahora solo sentía molestia.

Bufó.

—Tienes razón, no tengo autoridad —se llevó una mano a los bolsillos y tanteó su celular, tentado a tomarle una fotografía y mostrarlo como evidencia a los maestros—. Pero puedo informarle al bibliotecario y betarte la entrada de manera indefinida.

Aemond soltó una risa frenada por la nariz.

—Oh, no, la biblioteca. Que tragedia, ¿qué puede hacer para evitar tan dramático final? —ironizó a la par que se acercaba un par de pasos más hacia su persona.

En circunstacias normales, en las cuales su tolerancia era considerabelmente alta, habría negado con la cabeza y suspirado, dando una advertencia final. Empero, Aemond ya se había gastado toda su dosis de diplomacia. Sus respuestas estaban dotadas de tanta soberbia que no le sorprendía que no tuviera amigos con los cuales pasar las horas de descanso, y solo le quedara esconderse en la biblioteca para fumar y hacerse el interesante.

Sonrió con desdén.

—Ese sería el mejor de los escenarios —repone por fin—. También puedo decirle al coordinador para que él mismo decida el castigo, podrían incluso suspenderte.

—Hmp, sí, eso suena peor. —concordó el Targaryen.

Un momento.

¿Está de acuerdo? Lucerys tuvo que tragar de forma imperceptible, porque no le agradaba la forma en la que el platinado estuvo tan tranquilo cuando mencionó la posibilidad de una suspensión. Lo cual era, por todos los medios, muy factible.

—Lo que me lleva a pensar, Strong, qué crees que pensaría el coordinador Gerardys cuando se entere que no reportaste estas incidencias en la primera oportunidad.

Para su mala suerte, Aemond prosiguió mientras jugaba con el vape entre sus dedos. Luke no pudo evitar fruncir más los labios cuando vio que sus falanges estaban decorados por un par de anillos de plata, a pesar de que el código de vestimenda prohibía cualquier tipo de accesorio.

—¿Qué? —chistó entre dientes.

El mayor volvió a sonreír, esta vez mostrando su blanca dentadura.

—Ya me oíste —se acercó un par de pasos más hacia él, y por inercia tuvo que retroceder hasta casi darse un golpe con el librero. El amatista brillaba en el orbe de Aemond—. Como buen asistente de biblioteca debiste haber reportado esta falta desde el primer momento, pero no lo hiciste.

Ugh. Eso era verdad, y detestaba que el chico Targaryen también se hubiera dado cuenta de semejante incoherencia, la cual dejaba vacía su amenaza.

Se cruzó de brazos.

—Tengo una regla no escrita de no acusar directamente a cualquier que se pase de listo en la biblioteca. —encaró al más alto—, pero tú, amigo mío, te has pasado tres pueblos desde un buen tiempo.

Aemond estiró aún más la sonrisa y entrecerró los ojos, pareciendo divertirse con su ceño fruncido y el tono enojado de su voz.

—¿Eso le dirás a Gerardys? ¿Qué fuiste condescendiente en tus labores? No suenas muy convicente que digamos.

Luke negó.

—Ese será mi problema —de manera automática ladeó la cabeza hacia otro lado—, tú por otro lado, serás expulsado por una estupidez si te paseas con eso por este lugar—aludió al cigarrillo electrónico—. Me da igual si tienes un problema de adicción o lo que sea, pero no fumes aquí. Mira que no ganas absolutamente nada montando toda esta escenita.

—Ah, pero claro que gano algo —contradijo el albino.

El castaño subió los ojos como rendija, dedicándole un semblante antipático a la espera de su respuesta. Aemond estaba frente a él con aquella misma sonrisa soberbia con la que le conoció el día lunes, en ese mismo rincón oculte entre libros.

—¿El qué, exactamente?

Al verlo acercarse un par de metros, Lucerys no pudo evitar sentir un minúsculo impulso de cohibirse. El chico Targaryen no se detuvo ante el entrecejo arrugado, sino que continuó avanzado hasta que la punta de los zapatos rozaran con los suyos. La distancia se redujo poco a poco, centímetro a centímetro, hasta que se vio casi arrinconado entre los anaqueles y el cuerpo de Aemond.

Con tal acercamiento se pudo percatar que el de cabellos largos era notablemente más alto que él. Tal vez porque era de último año, o quizá era cuestión de genética. Fuera como fuera, Luke no pudo pensar en ello. No pudo pensar en nada más que en los brillantes ojos del mayor frente a los suyos, viéndole como una presa, como si fuese un felino viendo un pequeño ratón. Sostenía la mirada a duras penas, mientras que el Targaryen ni siquiera pestañaba.

Cuando los labios pálidos del mayor se entreabieron para decir algo, Lucerys pudo tener la vaga sensación de unas manos invisibles asfixiándolo.

—Mi ganancia es que notes mi presencia, señorito Strong.

Tuvo la alucinación de que todos los órganos de su cuerpo brincaron al mismo tiempo cuando ese sujeto, aquél que era el más peligroso del colegio, le dijo tal cosa. Fue como si todos sus sentidos compusieran un castillo de naipes, y las palabras del Targaryen fuesen un viento huracanado que las echaba al suelo.

Iba a separar los labios para hablar, responder con ironía, algo soez o tal vez solo ignorarlo. Quería decir algo lo suficientemente cruel para deshacerse de aquella tensión que nacía en el silencio de tal rincón. Él no quería pensar que estaba creciendo una peligrosa tensión tras aquella declaración de Aemond.

Su boca se abrió un poco y luego intentó—de veras que intentó—sonar escéptico. Como cuando le decía alguna tontería a su hermano Jacaerys y este le respondía casi incrédulo, con la ceja alzada y las comisuras arrugadas.

—¿Estás bromeando, no es cierto?

En lugar de eso, de sus labios salió un triste intento pregunta irónica, con un ápice de inseguridad. En su defensa, lo que dijo Aemond lo dejó desprevenido. Es más, lo dejó echo un lío, con un retortijón en el estómago y un maremoto de ansiedad. Lo peor era que la sonrisilla sibilina no desaparecía de las facciones del sujeto.

Que va, el muy imbécil parecía regodearse en su pánico mal disimulado.

Afortunadamente no hubo respuesta, porque la campana anunció el final del receso. Eso fue un gran alivio.

Se supone.

Lucerys no se movió de su asiento y Aemond tampoco lo hizo. Siguió con la mirada como el platinada levantaba el vape—o el objeto de la discordia—y se lo llevaba a la boca en un movimiento lánguido, lento, entreabriendo los labios para succionar elcontenido. El iris violeta volvía a tintinear peligrosamente, y Luke había caído en cuenta de que miraba al mayor, pero al mismo tiempo estab ausente. Se hallaba perdido en su propia acción, siguiendo con los ojos como el joven albino volvía a inhalar el vape.

Tarde fue cuando se dio cuenta que se estaba burlando de él, una vez que el Targaryen tomó una pronunciada distancia y expulsó el humo hacia el techo. El chico Velaryon tuvo casi se tentó a agradecer que ese delincuente estudiantil no le hubiese expulsado el vapor en toda la cara.

Faltaba más—pensó para sus adentros.

Aemond lo miró por última vez, de arriba abajo, antes de encaminarse a la puerta.

—Hasta luego, ratoncito.

—¿Por qué narices me llamas así? No tiene sentido.

Al ver la sonrisa maliciosa del albino, se arrepintió de haber preguntado.

—Claro que lo tiene —replicó con travesura—, eres un ratón de biblioteca después de todo.

Dicho esto, se fue tan campante y altivo como siempre, escondiendo el vape en el bolsillo. Lucerys vio como se perdía en el corredor, aunque dudaba mucho que ese sujeto fuera directamente a clases; seguro iría a vagar por ahí con su grupo de amigos delincuentes, o se iría a fumar en el baño con su hermano mayor, Aegon.

El castaño apretó los puños a la par que se percataba que la única zona caliente de su cuerpo eran sus mejillas, denotando un traicionero sonrojo.

"Maldita sea"—pensó antes de arrugar la cara tanto como se le permitiera y luego intentó distraerse ordenando los últimos libros de su carretilla.

****

Estampó con fuerza la puerta de su casillero, ensañandose con la perilla. Aún teniendo clases hasta el final de la jornada fue casi imposible olvidar su encuentro en la biblioteca con Aemond Targaryen. Después de darle muchas vueltas al asunto determinó que el muy cabrón se había mofado de él y que seguramente quería verlo como una nueva bola de estambre con la cual jugar, como si de un gato se tratara.

El hecho era de que Lucerys Velaryon no será el entretenimiento de nadie.

Al verlo tan distraído y malhumorado, cosa rara en él, Rhaena lo abordó al final de clases y le preguntó que lo traía tan molesto. Myrcella Lannister, su otra amiga de la escuela, también estuvo de acuerdo con la morena y ambas fueron oyentes activas de la horripilante experiencia que tuvo con Targaryen. Tuvieron que escucharlo hablar por quince minutos consecutivos sobre como deseó que un estante de libros cayera sobre su cabeza y lo desapareciera de la tierra.

—Así que, en resumen, te tomó el pelo —dijo Rhaena, cerrando la taquilla de al lado.

—Básicamente —bufó el castaño—. Tendría que haberlo acusado con Samwell en ese instante.

—Tendrías que haberlo acusado a la primera —rectificó su mejor amigas, sus palabras directas y duras calaron como alfileres.

Es cierto, Luke había tenido tres oportunidades para informar que Targaryen fumaba su vape en la biblioteca, ahí, a la vista de todo Dios. Prácticamente estaba gritando que lo suspendieran.

Maldita sea su ética personal de no ser un chismoso. Lucerys nunca se vio en la posición de acusar a ningún otro estudiante, porque de los pocos que iban a la biblioteca en el recreo ninguno rompía las reglas. Él solía hacer de la vista gorda cuando veía a uno que otro alumno ojeando el móvil o comiendo un bocadillo, y más a allá de ello no solía dejar más que una dócil advertencia.

Targaryen se aprovechó de eso y creyó verle la cara de ingenuo.

—¿Qué caso tiene? —volvió a exasperar—. Aún si lo suspenden a ese sujeto parece darle igual, hace lo que se le dala gana en el colegio.

—Sí, bueno, él y su grupo de amigos son muy temidos, prácticamente tiene un imperio delincuencial en la sala de detención —interviene Myrcella, rebuscando algo en su llamativo bolso rosado—. Me dan más miedo que mi hermano, así que mejor no provocarlos.

Luke asintió ante lo dicho y sus ojos se perdieron en un punto fijo del pasillo. Poco duró su tranquilidad cuando visualizó al grupo de delincuentes estudiantiles en el otro rincón del corredor, apoyados en la pared y soltando risotadas. Usaban piercing, collares de plata, y otros accesorios que en definitiva iban en contra del código de vestimenta del uniforme.

A quien más diferenció de ese grupo era a Alys Rivers, con su larga cabellera azabache, sus uñas postizas de color negro y verde, mientras que sus cejas eran decoradas por piercings de plata. A su costado estaban los gemelos Cargyll, Bracken, Criston Cole—que ya había repetido el año—, Aegon Targaryen, Margaery Tyrell, y como no, Aemond. El platinado estaba apoyado en otra pared, ajeno a las risas, parco, y utilizando una chaqueta de cuero que nada tenía que ver con el blazer del uniforme. Jugaba con su condenado vape, pero no lo usaba.

Lucerys arrugó las cejas.

—Parece que los invocamos —dijo Rhaena.

—Uy, te está mirando —musitó la rubia Lannister, sacando un perfume del bolso.

—Qué dices —repuso el castaño, fingiendo prestar atención en guardar sus ejemplares de biología y física en el maletín.

—Eh, no, de hecho sí que te está mirando. —dice la otra joven, con un tono de voz incrédulo.

Aquella declaración lo dejó impávido, y más cuando subió la mirada por instantes y sí que vio ese par de ojos dispares escrutándolo en silencio. De pronto sintió que regresaba a la jodida biblioteca, cuando discutían por el estúpido vape.

"Mi ganancia es que te percates de mí..."—pensó en las palabras del joven. Esa frase dicha en un tonillo aterciopelado, en volumen bajo, y un brillo malicioso en sus iris.

—Psicópata —zanjó, y dicho eso abrió su libro de biología sin más, en una página aleatoria y sin sentido.

Pasó una página, luego pasó otra, pero en realidad no estaba prestando atención ni siquiera al título o a los textos. Ni siquiera estaba seguro de si habían visto ese tema en clases o no, solo trataba de ignorar en peso de esos ojos—porque sí, Targaryen aún lo veía—y como todos sus músculos hervían. Es más, estaba seguro que hasta sus propios huesos se habían calentado.

Quería arrancarle los ojos a esa albina imitación de Griffith.

—¿Sigue haciendo eso...?—masculló entre dientes.

Rhaena asintió:—Sip.

—Maldición.

—Felicidades Luke, llamaste la atención del peligroso y malvado Aemond Targaryen. —ironizó la morena, y a par le siguió una pequeña risilla de Myrcella.

—Magnífico —masculló el Velaryon, con sorna—. Es el día más feliz de mi vida.

Rhaena se ríe con un poco más de fuerza que la chica Lannister.

—¡Pero mira, estás viviendo el mejor cliché de la ficción, tu propio Enemies to Lovers con el chico malo del instituto!

Ante ello, Luke se puso pálido, sintió que el alma se le iba del cuerpo.

¿Qué?

Oh, muy bien. Rhaena estaba loca.

—¿El qué cosa de qué? —rebota cada palabra con más incredulidad que la anterior.

—¡Oh, tienes razón, Rhae! —exclama Myrcella juntando sus manos y esbozando una sonrisa—. De hecho cumplen los requisitos.

—¿De qué estás-?

—Por un lado se encuentra el chico malo, el delincuente juvenil que usa chaquetas de cuero, rompe las reglas, tiene problemas en casa y va en motocicleta —la rubia enumera las características una por una, contándolas con sus dedos.

Luke no da crédito a lo que ello, pero para eso estaba Rhaena, para echar más leña al fuego.

—Y por otra parte tienes al chico tímido, inteligente, que es aplicado en clases, no mata ni una mosca y que ni siquiera tuvo novia en el Jardín de niños. —agregó la platinada.

—¡Oye!

—Después los dos dejan de lado sus prejuicios, se conoce y se enamoran —completó Myrcella, dejando soltar un pequeño chillido al final mientras que daba unos suaves aplausos.

El joven no pudo evitar hacer una mueca con la boca, como si le estuvieran diciendo el mayor disparate de su vida. Y es que, de antemano, era la cosa más surreal y rara que le habían dicho en dieciséis años de existencia.

¿Él y Targaryen...? ¿Targaryen y él?

—¿Acaso se han vuelto locas?

—¿Qué no fue él quien te dijo explícitamente que fumaba como una chimenea para que lo vieras? —contraatacó la chica de cabellos platinados, a lo que Myrcella volvió a soltar otro gritillo agudo.

—Me quería ver la cara de estúpido.

—Ya, ajá, ¿según quién...?

—¡Según yo, Rhaena, estás perdiendo la cabeza! —exclamó el castaño. Al alzar su voz se dio cuenta que captó una que otra mirada aleatoria, hasta que una fuerza sobrenatural lo hizo chocar miradas con el tormento hecho persona.

—¿En serio? —la morena puso los brazos en jarras, captando su atención—. ¿No te parece mucha casualidad que se aparezca en la biblioteca solamente los días en los que  tienes turno?

Jaque mate.

—Ugh.

—Solo piénsalo, son demasiadas coincidencias. —continuó hablando su mejor amiga, dándole un ligero codazo. Su frase estaba repleta de picardía.

Para su mala suerte, Myrcella—la dulce, noble e ingenua Myrcella—apoyó la moción con genuino interés, sin ánimos de mosquearlo, a diferencia de Rhaena.

—Yo pienso que le gustas y no es bueno exprensando sus sentimientos.—dice la rubia—. ¡¿A poco no es romántico?!—suspira risueña.

Lucerys vuelve a torcer la boca y alzar la ceja.

—¿Qué tiene de romántico fumar en una biblioteca para llamar la atención de otra persona? Hasta la cultura Dothraki tendría mejores tácticas de cortejo.

—Tch, por eso te está diciendo Myrce que el susodicho en cuestión no es bueno expresando lo que siente —replica la chica, a lo que la otra asiente reafirmando su teoría,

El castaño pone los ojos en blanco, niega con la cabeza y coloca sus libros en el maletín. Tenía demasiada tarea y los examenes parciales respirándole en la nuca, no tenía tiempo ni ganas de lidiar con el sociópata de Targaryen.

Tampoco quería lidiar con los delirios de sus amigas, las cuales seguían sonrientes frente a él.

—Tengo que juntarme con gente más normal.

Rhaena ensanchó su propia sonrisa.

—De mí te vas a acordar cuando Aemond Targaryen se hinque en una rodilla frente a ti —dijo por fin, tomándole del brazo para encaminarse a la puerta principal del colegio. —, o en dos.

Todos los colores subieron a la cara de Lucerys.

—¡R-rhaena!

—¡Por los dioses!

Exclamaron tanto Luke como Myrcella, los dos sonrojados hasta la raíz por las palabras insinuantes de la muchacha.

El resto del camino hacia la salida fue entre las bromas de Rhaena y las risillas cantarinas de la chica Lannister, las dos se situaban a cada costado de Lucerys. Él por otro lado se distrajo escuchándolas conversar de un tema aleatorio, tratando de alejar el bochorno inicial que sentía por todo su ser.

Eso no fue posible, porque al mirar por el rabillo del ojo se percató de que Aemond todavía lo estaba observando. Ese choque entre miradas fue suficiente para que su corazón estallara sin razón, entrando en pánico.

El hecho de que él fuese un chico tranquilo y Targaryen prácticamente un delincuente escolar no significaba que cumpliera algún cliché ficticio, ¿cierto?

No tenía que significar nada, ¿verdad?

Fin

Chapter 2: Capítulo 002: El ratón bibliotecario

Notes:

Al ver que tuvo buena recepción el OS decidí hacerle una segunda parte bajo la perspectiva de Aemond, y quién sabe, si tiene buen recibimiento puedo hacerle una tercera. Creo que va siendo hora de añadir el tag idiots in love, jajaja.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

La primera vez que lo vio fue por casualidad. No sabía que el chico de la biblioteca era nada más ni menos que el hermano menor de Jacaerys Velaryon, el estudiante dorado, capitán del equipo de basketball, y miembro del odioso consejo estudiantil.

Pensó que con solo relacionarlo con Jace ya sería suficiente razón para que le cayera como una piedra en el estómago. Pero se equivocó. Lucerys Velaryon era un pequeño fastidio por cuenta propia, sin la necesidad de saber o no que era el hermano de Jacaerys; el chico era quisquilloso, escéptico, irónico y hasta insípido.

—No puedes fumar aquí, está prohibido. —le dijo la primera vez que se vieron en la biblioteca, cuando él se encontraba oculto entre los libreros más recónditos, en una esquina oscura a la que parcialmente llegaba la luz del patio de deportes.

Lucerys lo veía desde el otro extremo del librero, sosteniendo unos ejemplares gruesos de geografía y filosofía, de los que se guardaban justo por esa sección. Aemond recuerda ver los rizos marrones, rebeldes y aleatorios, de diversos tamaños, decorando la cabeza del chico. La luz de las ventanas resaltaban sus ojos marrones, parecidos a los de Jacaerys Velaryon, pero todavía más grandes y expresivos, como un par de ventanas transparentes que evidenciaban la poca gracia de tener que lidiar con él.

Aemond recuerda haber dado una calada a su vape antes de responder.

—Ven aquí y repítelo, no te escuché.

Se había burlado.

—Sí me escuchaste —había replicado el muchacho, antes de acomodar entre sus brazos delgados los libros que iba a ordenar—. Sigue haciéndolo y te sacarán de aquí.

Y así, después de dejarle una amenaza implícita, se fue a continuar su labor. El chico Targaryen no estaba realmente sorprendido de sus respuestas, pero ahora sí pudo afirmar que el jovencito de bucles castaños era indiscutiblemente hermano de Jacaerys Don Perfecciones Velaryon. Tajante, osado—a medias—, y recatado. Incluso más recatado que el mayor, aunque parecía tener costumbre de sacar la bandera blanca más a menudo, a dejar las cosas en una simple tregua.

No lo sobrepensó la primera vez que tuvieron su intercambio de palabras, pero en la segunda ocasión que hablaron sí que se planteó varias observaciones.

La segunda vez que se vieron también se trató de una infeliz coincidencia, una tarde del miércoles cuando Aemond se volvió a esconder entre los anaqueles más alejados de la librería. Mientras se perdía entre las páginas de Lovecraft se percató del sonido de unas ruedas acercándose a su rincón, y ahí mismo, a los pocos segundos observó la sombra del hermano de Jacaerys, quien llevaba unos varios libros en un carrito. Seguramente tenía que recoger, reagrupar y colocar en las estanterías correctas, dependiendo de su género.

En aquella segunda charla, Lucerys arrugó el entrecejo apenas lo divisó entre los anaqueles e intentó tomarle una fotografía para acusarlo con el bibliotecario.

—Ya te vi, niño. —había dicho él, sin despegar la mirada de su lectura.

—Entonces deja de hacerlo. —aludió al vape.

—¿O? ¿Qué harás, pequeño ratón?

—Me llamo Lucerys —le había contestado con fastidio.

“Con que Lucerys” repitió para sus adentros. Rimaba con el nombre de su hermano mayor, pero de alguna manera iba acorde con la presencia de aquella mata menuda repleta de bucles marrones.

—Como sea—y solo por molestar, volvió a soltar humo del vape.

—Si vuelves a hacer eso una vez más, llamaré al bibliotecario.

Aemond estaba dispuesto a provocar un poco más al nuevo espécimen que se había encontrado de casualidad, un pequeño prospecto de dieciséis años que tenía más agallas de las que pensó. Para un ratoncillo, claro estaba. Sin embargo, cuando separó los labios la campana anunció el final del recreo, y con ello se permitió una sonrisa triunfal.

Lucerys había fruncido los labios y ladeó la mirada castaña en otra dirección; el albino no se perdió el gesto de fastidio, el entrecejo arrugado y la boca rosácea apretada. De alguna manera parecía contenerse el fastidio, a diferencia de Jacaerys Velaryon. Todos sabían cuando Jace estaba enojado, porque no se molestaba en ocultar sus expresiones, abría mucho las fosas nasales, respiraba de manera sonora y se mordía la boca. Aegon encontraba graciosa sus reacciones, mientras que a él le parecía patético.

Por otro lado, su hermano menor parecía del grupo que evidenciaba la irritación a través de las mejillas rojas y una chispa intensa en sus orbes de chocolate. Recuerda que estuvo a punto de hacer una segunda broma, algo para humillarlo y juguetear con su paciencia, hasta que Lucerys lo miró directamente a los ojos, con una dureza que provocó un cosquilleo en el sistema.

—Ya vete, Targaryen.

Y con esas palabras, el ratón de biblioteca se volvió a esconder entre los libreros y a terminar de ordenar los libros que le quedaran. No pasó por alto que el chico se detuvo a ojear el estante de historietas y mangas.

Aemond se fue, jurando regresar específicamente para el turno del castaño.

*****

Es consciente que su hábito de fumar de su vape no es saludable, es una pésima costumbre que ha adquirido desde los dieciséis años, cuando pilló a su hermana Helaena y a su prima Margaery fumar de unos vapes con aroma a frambuesa. Su hermana mayor le aseguró que su cigarro electrónico no tenía nicotina y que no lo hacía a menudo, solo de vez en cuando y con el ambiente adecuado.

Aemond tampoco recurría a su vape tan a menudo, salvo que estuviera demasiado enfrascado en una lectura, relajado y con un agradable silencio alrededor. La biblioteca escolar era el lugar ideal para poder despejar la cabeza, leer alguna obra olvidada y polvorienta y permitir ser uno solo con el mutismo. No es que no tuviera amigos, solía pasar el rato con el grupo de Aegon, pero simplemente a veces se sentía fuera de lugar y prefería estar solo.

Su hermano decía que quería hacerse el interesante, aunque últimamente estaba diciendo otras cosas.

“No me digas que te estás ligando a alguien. Ay, déjame adivinar, ¿el bibliotecario?” decía Aegon, con una sonrisa pícara, llena de sátira y malicia.

Le parecía injusto que su hermano fuese un despistado en el 99% de las cosas a su alrededor, pero con cosas relacionadas a él sea tan asquerosamente perceptivo que lo odiaba más.

—Por tu bien, espero que te estés refiriendo a Samwell —le contestó tajante antes de levantarse y alejarse en dirección a la biblioteca.

Ese lunes en el refrigerio se volvió a esconder en los recovecos de la solitario librería, permitiendo que sus fosas nasales se llenaran del olor a madera y a páginas viejas. Consciente de que la figura de Lucerys Velaryon tendría que estar por ahí, paseándose con el carretón de libros, recogiendo algunos ejemplares, ordenando estanterías y, como no, chequeando la única estantería de cómics y mangas.

El único problema era que no estaba llevando su vape, y eso era porque se lo había dejado en casa. No era un adicto, no dependía de su cigarrillo sin nicotina, pero en serio le gustaba sentir el olor mentolado de su vapor mientras leía. Era una costumbre con la que era especialmente quisquilloso, y si se lo preguntaban, ese vape era su verdadero acto de rebeldía en la adolescencia.

Además gracias a eso podía seguir teniendo excusa para que los enormes ojos marrones de Lucerys Velaryon lo tengan como protagonista. Sin el vape, el muchacho no le daría ni la hora.

Bufó y cuando ingresó a la biblioteca fue a parar a la primera estantería que encontró, y tal cual un niño malcriado, agarró el primer libro de mala gana. Lo abrió en las primeras páginas y casi se decepcionó cuando cayó en cuenta que se trataba de Heidi. Enarcó la ceja para sí mismo y se resignó.

El bullicio del recreo se hizo lejano, pero las manos le estaban cosquilleando y se sintió inconforme. Sospechó que era debido a la ausencia de su vape, porque ya iban dos veces que cambiaba de posición al leer en menos de diez minutos.

Al tercer cambio de postura sintió las ruedas del carrito, un sonido muy característico que anunciaba la presencia del ratón de biblioteca. Una sombra con rizos castaños hizo su aparición desde el otro extremo del recinto, guardando ejemplares de matemáticas y una que otra enciclopedia.

Lo vio pasearse, chequeando las fechas y títulos de los libros. No parecía especialmente curioso por ningún ejemplar en general, solo ojeaba las primeras páginas y la sinopsis, luego los colocaba en los estantes correspondientes.

Empero, Aemond notó que sí que se detenía en la sección de cómics y manga. Había estudiado la rutina de Lucerys Velaryon. Iba con el carrito de libros, ordenando como siempre, y se guardaba lo mejor para el final: Quedarse a leer mangas en una esquina, y se dejaba ver su entusiasmo ya que abría los ojos y estos se iluminaban como un par de focos. Podía quedarse hasta diez minutos, si es que no se ocultaba entre los libreros a leer a escondidas, como si se tratara de un crimen.

Estaba tan ensimismado pensando en la rutina de Lucerys, que no notó cuando éste, escurridizo como siempre, se coló en su recoveco para encararlo desde el extremo del anaquel.

—¿Cuántas veces tengo que decirte que no puedes…?

—No estoy haciendo nada. —replicó Aemond, bajando su libro y revelando la ausencia de su vape.

Lucerys abrió sus ojos y torció la boca con incredulidad.

—No te creo.

—No me creas.

—Te lo advierto, si has venido aquí a molestar…

—¿Qué harás? —retó el albino, dejando de lado su lectura—. Te sorprendería saber que también puedo estar aquí sin perturbar el tan delicado ambiente de una biblioteca olvidada por Dios —contestó con una sonrisa sibilina, revelando su blanca dentadura.

Lucerys encajó la ceja, lo miró de arriba a abajo y luego reparó en el libro.

—¿Heidi, en serio? —elevó el mentón—. Por favor, ni tú te lo crees.

—¿Estamos siendo prejuicios, ratón? El hecho de tenga cierta reputación en la escuela no significa que no tenga apertura con algunas obras literarias.

—Seguro que sí, Spyri se sentiría tan privilegiada.—ironizó. Ironizó.

Vaya, vaya.— se dijo para sí mismo el platinado, silenciosamente sorprendido de que el rodeador de los Velaryon tuviera mejores respuestas que solo resoplar y arrugar la cara como Jacaerys.

—Mira nomás, el señorito tiene agallas.

—Y hay más de donde salió —contesta el joven—. Entonces si no estás fumando con tu vape, ya sabes el resto de las reglas. ¿O te las tengo que recordar?

—Usa palabras simples, no entiendo el idioma de los ratones.

Lucerys bufó otra vez, pero en esta ocasión lo hizo para apartar de un resoplido uno de sus rebeldes rizos. El gesto había sido simplón pero provocó otro cosquilleo repentino en el albino.

—No está permitido comer, ni dormir o sacar aparatos electrónicos —acotó el castaño, reparando luego en la mano que sostenía Heidi—. Tampoco puedes sacar un libro sin solicitarlo primero en la recepción. Y por si no quedó claro, no puedes fumar —destacó cada palabra. Una por una.

Si su objetivo era sonar escalofriante, falló estrepitosamente y ambos lo sabían.

—Bien, ¿alguna otra cosa?

—Estoy hablando en serio.

—Que sí, niño Strong, quedó claro como el agua.

—Bien, si me disculpas…—el chico hizo el ademán de sujetar las riendas del carrito y seguir sus labores.

Ah, no.

Lucerys Velaryon no se quedaría con la última palabra.

—Es curioso lo fácil que es atraer tu atención aún sin el vape.

El castaño lo miró desde el otro lado con sus ojos tan abiertos como la última conversación del día viernes. Aemond se dio el lujo de sonreír como lo había hecho en esa ocasión, una copia exacta del semblante que tenía cuando le dijo aquellas palabras.

“...Mi ganancia es que notes mi presencia, señorito Strong…”—había dicho en ese momento. Todo había sido algo como consecuencia de la situación y de la deliciosa tensión imposible de ignorar.

Le gustaba tomar desprevenido a ese desprevenido roedor de palabras sarcásticas y escépticas, a ese chico que parecía tener el control todo el tiempo, valiente y obediente, pero a la hora de la hora, con las palabras adecuadas, sólo era un par de ojos abiertos y mejillas que se encendían sobre una piel pálida. Le gustaba esa faceta azorada de Lucerys.

—¿Quieres decirlo de nuevo para mi grabadora? Se lo mostraré a Samwell y al coordinador, para ver que opinan.

Pero le gustaba más como el ratón reaccionaba con evasivas y palabras bañadas de mofa.

El Targaryen ensanchó su sonrisa y se tentó de volver a acotar la distancia entre ambos.

—Hmp —fue lo único que soltó—. Puedo repetirlo las veces que quieras, si gustas.

El castaño entrecierra un poco los ojos con desdén.

—No te molestes.

Dicho esto, se aleja hasta que solo queda evidencia de su presencia el sonido de las ruedas.

Aemond ya no puede seguirle la lectura a Heidi.

****

Sabe que ese chico no tiene turno los martes y los jueves. Lo sabe porque la semana pasada, Lucerys solo hacía sus labores los lunes, miércoles y viernes a la hora del receso. No tiene turno en la tarde, o eso es lo que supone.

Ese martes por la tarde es Helaena a quien le toca recoger a su hermano Daeron de la escuela primaria—ellos se suelen turnar para recoger a su hermanito—, mientras que Aegon se desapareció con sus amigos a pasear. Seguramente se dignara a reaparecer hasta las siete de la noche, y Aemond ya se puede imaginar el caos que habrá en su casa, con su madre siendo una mezcla de angustia y enojo, reclamando a hermano lo irresponsable que es.

Él quiere evitarse el drama familiar de todos los días, así que se va a esconder en la biblioteca hasta que den las cinco de la tarde y cerrarán las instalaciones. Con suerte Samwell estaría tan despistado en sus cosas que no notaría que Aemond llevaba su vape.

Volvió a su esquina oscura entre las estanterías y se distrajo leyendo el libro que les mandó a leer el profesor de literatura. La Divina Comedia. Él ya había leído algunos fragmentos por cuenta propia, pero nada le costaba volver a hacerlo.

Absorbiendo del vapor del vape se sintió en todo su elemento, y eso seguiría así hasta que unos pasos estrepitosos interrumpieron su lectura.

—¡Uy, Luke, que genial tener este sitio sólo para nosotros! —soltó una voz chillona y aniñada.

“...¿Luke?”

—Sí, bueno, Samwell está estudiando para su curso de la tesis y me ha pedido cerrar la biblioteca. No pasará nada.

Un momento.

Un momento.

¿Ese de ahí era Lucerys Velaryon? ¿Lucerys ratón de biblioteca Velaryón?

¿El señorito que prefería arrancarse un testículo antes que romper una regla de su querida biblioteca?

Y no estaba solo.

Un retortijón incómodo se alojó en su estómago y arrugó las páginas de su libro.

—Mejor para nosotros, ¿no lo crees? —agregó una tercera voz, también femenina. Aquella voz sí que la reconoció.

Medio segundo después de procesar lo que pasaba, sintió el sonido de libros, bolsos y otras cosas repiqueteando sobre la mesa. La voz del chico definitivamente era de Lucerys, con otro par de chicas más de las cuales sólo podía reconocer a una.

De pronto el hilo del tormenta de sus pensamientos se detuvo cuando escuchó el sonido de música reproduciéndose desde, lo que debería ser, un teléfono celular. Eran canciones de Yi-Ti-Pop, un género que se había hecho muy popular, y que él solo recordaba porque estaba principalmente compuesto por boyband’s o girlband’s .

Asomó la cabeza entre los estantes y su ojo óptimo captó a Rhaena Targaryen jugando con su teléfono mientras reproducía su música como si fuera lo más valioso del mundo.

Puso los ojos en blanco.

A su costado identificó la cabellera larga y rubia de Myrcella Lannister, una chiquilla que siempre andaba colgada del brazo de Rhaena y, al parecer, también de Lucerys. La chica estaba sacando una botella térmica rosada, junto con un estuche de marcadores y cuadernos a juego.

Oh, y el señorito Lucerys estaba al costado de ellas, como si nada, ojeando su móvil a la par que apartaba una silla para él.

Quien diría que el correcto y obediente ratón de biblioteca estaría limpiándose la nariz con las reglas que le obligaba a respetar.

Esto sí que lo iba a gozar.

—Oye Luke, ¿crees que haya wi-fi aquí? No quiero gastar mis datos.

—Eh, sí, ahora te paso la clave.

—¿Por qué no me la das a mí también? —su interrogante congeló la atmósfera rosa y las sonrisas se extinguieron.

Aemond salió de su escondite a la par que escuchó un “esto tiene que ser una broma” por parte del segundo de los Velaryon. Una vez que se reveló por completo de las estanterías, observó que las facciones de Rhaena se tensaban, a la par que la niña Lannister dio un pequeño saltito en su sitio. Lucerys lo veía con su par de orbes abiertos como un par de ventanas que revelaban su estupefacción.

Y luego enojo.

—¿Qué haces aquí?

—Hola, ratón.

—¿Qué haces aquí? —repitió chistando los dientes como un hámster, lo miraba desde abajo con sus ojos hechos unas rendijas. Casi le conmovió.

Aemond contestó:—La biblioteca sigue abierta, ¿o no? La verdad es que no sabía que tendrías turno hoy hasta tan tarde —su mirada violácea reparó en sus dos acompañantes, en especial de la morena de cabellos platinados—. Prima.

Rhaena le miró con molestia.

—Primo. —contesta escueta.

El platinado sabe que la chica no oculta que son parientes de su familia paterna, pero tampoco le gusta decirlo porque no se llevan bien.

—Pues sí, solo vamos a estudiar—agrega Lucerys—, si no te importa…

—Claro, solo que no sabía que tenías preferencias —el Targaryen repara en los móviles, en especial aquél que reproduce música desde el celular de su prima—. Creí que estaban prohibidos los aparatos electrónicos, fuiste muy claro ayer.

—Qué te importa, Aemond, déjanos en pa-

—No estoy hablando contigo. —le cortó rápidamente el rollo a Rhaena y volvió a posar la vista en Lucerys—. ¿Y bien, ratón? O solo sigues las reglas cuando te conviene, y luego las rompes cuando se trata de tus dos amiguitas —aludió a las chicas sentadas, y escuchó otro chillido nervioso escapando de la rubia.

Lucerys le miró con severidad.

—Eres el menos indicado para hablar de reglas.

Dios, santo.

Aemond sintió una chispa adictiva por cada respuesta del roedor de biblioteca, cada vez más deseoso de escuchar sus respuestas.

—Tienes razón. —para hacer más obvia sus intenciones, sacó su vape y se lo llevó a la boca.

El par de ojos de su prima y la chica Lannister desaparecieron, al igual que la música del teléfono celular. Lo único que le interesaba en ese momento era ver como Lucerys seguía los movimientos de sus labios al sujetar la boquilla del vape. De pronto sólo existían esos dos ojos marrones y expresivos, nada más.

Casi hasta pierde el hilo de sus propias acciones.

—Tú puedes usar tu teléfono a la vista de todos, y yo puedo fumar —dio una larga y exquisita calada, placentera como ninguna ya que el castaño solo tenía ojos para él, pendiente de cada acción y cada palabra suya—, O Samwell tendrá que conseguirse otro ratoncito, uno que realmente sea obediente y no un hipócrita.

Lucerys bufó.

—¿Ya, terminaste?

D i o s.

¿Cómo podían caber tantas agallas en un cuerpo tan pequeño?

El lila de su iris chocó contra el color café de sus ojos enormes.

Había mofa, molestia, y eso le encantaba.

El Targaryen no contestó en el instante , sino que le dio otra calada al vape. Lucerys aún no apartaba la mirada de él y eso era cada vez más adictivo.

—Sí, tal vez, al menos por hoy.

—Bien, pues ya sabes dónde está la salida o haz lo que quieras, me da igual. —repuso el castaño, poniendo las manos en jarras.

—Hasta la próxima, ratoncito.

Aemond volvió a esbozar una sonrisa con retintín y se movió unos pasos hacia la salida, hasta que se detuvo en la puerta. Iba a engañarlo, le haría creer que se quedó con la última palabra.

—Oh por cierto, quizá sí dejarás de esconderte para leer One Piece te hubieras dado cuenta que pusiste la enciclopedia de Geografía en la sección de Matemáticas.

Lucerys se crispó unos momentos y luego volteó, esta vez con los carrillos rojos y los ojos abiertos como un par de platos.

Se permitió sonreír al verlo atónito en su sitio.

El albino desapareció de la biblioteca con una sonrisa ganadora y aspiró una vez más de su cigarrillo electrónico.

—Maldito sea ese psicópata—escuchó maldecir al roedor Strong.

—¡Madre mía! ¡¿Lo viste, lo viste?! —esta vez escuchó el eco de los chillidos de Lannister.

—¿Ver qué, Myrcella? —dice Velaryon.

—Ya, hazte el desentendido—esta vez habla su prima Rhaena.

—¡Dioses, es que la tensión que se tienen es de película!

¿Ah?

—Myrcella, te hace falta ver un médico.

Concuerda con ello.

—Mira, yo pensé que exageraba, ¿vale? Pero es que su charla sin contexto era un coqueteo, quieras o no.

Paren las rotativas.

¿De. qué. diablos. hablaban?

Aemond detuvo sus pasos.

—¡¿Rha-rhanea, tú también?!

—Ya no me cabe la menor duda, está enamorado de ti. Ahora ya no solo no tengo dudas, sino que tengo pruebas.

El tercero de la familia Targaryen/Hightower se ahogó con el humo de su vape y tuvo que retener la monstruosa tos con una de sus manos.

Estaba en un limbo en el que no asimilaba las palabras de las amigas de Lucerys. ¿Él enamorado de Lucerys? ¿Del hermano menor del insoportable Jacaerys Velaryon?

¿De un ratoncillo bibliotecario con más agallas que músculos?

Vale, es cierto que no le era físicamente indiferente pero en definitiva enamorarse era una palabra bastante compleja y que bajo ningún concepto iba acorde con sus intenciones con el castaño.

—¡Vayan al psiquiatra las dos! —exasperó Lucerys y Aemond no pudo estar más de acuerdo.

Todo el camino hasta la salida del instituto se estuvo recordando aquello mientras controlaba el calor de sus propias mejillas.

Notes:

Bueno, me alegró mucho ver que les gustó la primera parte y realmente me gustaría saber si les gustó este capítulo, y si les gustaría ver un tercero, o cuarto, me alegró mucho ver el apoyo que tenía así que lo prometido es deuda.

Dato inútil: El Yi Ti-Pop es el equivalente al K-Pop en nuestra realidad, y es que entre mis modern AU's Rhaena es K-poper :3.

Otro dado innecesario (aunque es solo un cameo): en este universo Margaery Tyrell es prima de Aemond (y de sus hermanos) ya que canónicamente ella es Hightower por parte de su familia materna, así que dije, "si señora, la pondremos como su prima, algo bueno habían de traer los Hightower aparte de mis green siblings"

Muchas gracias por el apoyo :3

Chapter 3: Capítulo 003: Lapsus entre anaqueles

Notes:

He regresado con el capítulo 003 bajo el punto de vista de Lucerys :3 Creo que este es el capítulo más largo hasta ahora :3

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Los días siguientes Targaryen se había propuesto a hacerle vida a cuadritos. Todos los días.

Ya no solo bastaba con toparse en la biblioteca y tolerar su espantoso vape mentolado con aquella sonrisa de superioridad plasmada en el rostro. Oh, no. Ahora también tenía que aguantar su sonrisa viperina en los corredores de la escuela, en la cafetería o en algún rincón de las instalaciones escolares. 

Siempre se veían, sin importar la distancia o la cantidad de personas, Aemond posaba sus ojos fríos sobre él. Y por si no fuera poco, esbozaba su sonrisilla afilada. Y nada servía que lo ignorase, ya no solo porque Rhaena y Myrcella tenían el encantador detalle de hacerle saber el albino lo veía—Sobre todo Myrcella, que chillaba y daba saltitos como si fuera una niña en dulcería— , sino porque Luke lo sentía sonreír. Podía imaginar sus comisuras estirabas de manera burlesca, y el brillo peligroso en el peso de sus orbes.

Para colmo, ya no podía hacer las cosas que le gustaban en su turno en la biblioteca. No podía sacar sus auriculares y escuchar música porque Aemond estaba ahí, observando entre los rincones de los libreros. Pero lo que más le dolía era no poder esconderse para leer volúmenes originales de One Piece, su manga preferido sobre la faz de la tierra. 

Claro que podía leer los tomos desde su teléfono pero no era lo mismo. Lucerys adoraba leer mangas en físico, adoraba coleccionarlos y leerlos del tirón en una sola tarde, sobre todo con One Piece. Ese manga era especial porque tanto él como su tío Laenor eran fanáticos y se podían pasar horas, o días, viendo una maratón de la serie e intercambiando volúmenes del manga. Era un gusto que los dos tenían en común, que Laenor se lo había traspasado a un Lucerys de once años y que hasta a día de hoy conservaban con fanatismo y emoción.

Y ahora ya no podía leer los tomos que le faltaban porque el señorito Aemond “fumo desde el útero de mi Mamá” Targaryen se le ocurrió complicarle la vida como si le estuvieran pagando por ello. A Luke solo le quedaba rogar porque Samwell lo pillara fumando en su turno y que posteriormente lo colocara de patitas fuera de la biblioteca, y tal vez también con una simpática suspensión.

Pero en vez de eso Lucerys tuvo que hacer esfuerzo para ignorar la sonrisa estúpida del platinado, así como su horrible vape con aroma a mentas y cualquier otro gesto. Discusiones fueron y vinieron a lo largo de la semana, las cuales iniciaban con un “¿Te mataría dejar ese vape?” y finalizaban con un “Ratoncito, ¿no deberías dejar de mezclar las enciclopedias con el Atlas de Poniente?” Y Joder, que Aemond sabe que Luke odia que lo llame ratón. Lo siente despectivo y repleto de mofa, pero ese era el chiste. El joven Targaryen sabe que odia su apodo y no se molesta en llamarlo por su nombre jamás.

Un día, no obstante, las cosas dan un giro de tuerca cuando no solo se encuentra a Aemond fumando entre los libreros oscuros de la biblioteca, sino también a Alys Rivers. Los dos estaban sentados sobre la mesa, en medio de una pila de libros, y aunque ellos dos vuelven a tener su clásico intercambio de palabras soeces, Lucerys se encuentra descolocado por la presencia de la chica.

Sus dudas serían aclaradas un día después, dejando en él un cosquilleo desagradable en las yemas de sus dedos.

—¿Alys Rivers? —inquiere Rhaena, en la cafetería —. Sí, sé quién es. De hecho, es la única novia que le conocí a Aemond. 

Lucerys detestó sentir que sus extremidades pesaron más de lo normal cuando Rhaena comentó aquello. Los dedos se le congelaron e instintivamente posó la vista en su regazo.

—¿Cómo? ¿Tu primo tuvo novia? —Myrcella dejó su platillo al lado del castaño—. No sabía eso, ¿y era la chica del Tarot de último año? Vaya.

—Seh, fue su única novia al parecer —la morena se encogió de hombros—. Por lo que sé, ya no están juntos.

Luke mordió su propio brioche pero la masa le supo extrañamente insípida, y al tragar solo se le hizo un peso más incómodo en la boca del estómago. Sus sentidos eran dominados por cosquillas desagradables, indeseables, quería que se detuvieran en ese momento. Es más, quería entender el porqué  de su aparición.

Ya conocía de vista a Alys Rivers, era una chica preciosa, de cabellos negros y hermosos ojos esmeralda. Usaba piercings plateados, una gargantilla de cuero negro y utilizaba un delineador oscuro para acentuar la belleza de sus ojos. Era una joven muy atractiva, y también muy inteligente. Los rumores decían que era una de los cinco mejores estudiantes del colegio.

No debería sorprenderle que un chico como Aemond estuviera saliendo con Alys.

—Pues creo que volvieron—tomó la palabra, interrumpiendo la charla de sus amigas—, los vi ayer en la biblioteca. Juntos.  —dicho esto le dio un sorbo a su jugo.

No debería…

¿Y entonces por qué?

Tuvo que mirar por el rabillo del ojo a Rhaena para ver como encajaba la ceja, y después  tuvo que ampliar la mirada para notar como Myrcella jugaba con los palillos de su ensalada. Ambas muchachas se miraron entre sí, luego hacia él y posteriormente repitieron el gesto. Empero, en la cabeza de Lucerys solo se reproducían las palabras de su amiga.

Era lógico que Targaryen tuviera una, o más de una pareja. Luke no era ciego, podía reconocer—con el cañón de una pistola sobre su sien y bajo tortura—que Aemond tenía un atractivo; con su iris amatista, su brillante ojo de zafiro intenso, el cabello largo que le caía como cascadas de platino sobre los hombros y esa sonrisa de bad boy que provocaba escalofríos que…

Vale. Aemond tenía lo suyo, como todos los demás, como él. ¿Y qué?

—Bueno, tal vez solo son amigos y estaban reunidos para estudiar —amilanó Myrcella, rompiendo el hilo de cavilaciones.

—¿Quiénes son solo amigos? —intervino una cuarta voz en su mesa.

Lucerys levantó la mirada y se topó con su hermano Jacaerys, acompañado de su mejor amigo Cregan Stark. Jace lucía su mejor sonrisa encantadora, sentándose al lado suyo, a la par que el otro muchacho alzaba la mano en modo de saludo.

—Uh, ¿compraste otro brioche por ahí, Luke? —dijo el castaño, codeándolo.

El aludido puso los ojos en blanco.

—Hola, Jace, ¿no trajiste tu mesada, otra vez? 

Jacaerys ríe.

—Tengo fe que puedo contar con el alma caritativa de mi hermanito —abrazó por el cuello al menor y luego giró hacia las chicas—. Hola, señoritas.

Rhaena niega con la cabeza divertida y Myrcella se ríe dulcemente.

—Hola Jace, Cregan —responde la rubia, agitando la mano hacia ambos chicos.

—¿Y Baela? —inquiere la chica Targaryen—. ¿no la has visto?

Jacaerys aprovecha el momento de distracción de Lucerys para robarle un pedazo de brioche, ganándose un semblante de reproche del menor.

—Uh, se fue a entrenar con el equipo de voley femenino. Es posible que la nombren co-capitana —contestó el mayor de los castaños—. Entonces, ¿quienes se están volviendo a enrollar en la biblioteca? 

—Pues se trata de Alys Rivers y Aemond, ya los conoces. —dice Rhaena bebiendo de su propio yogurth como quien no quiere la cosa.

De repente la cara de Jacaerys cambia a un ceño fruncido y unas comisuras caídas que solo a Cregan le hacen gracia.

—¿Por qué rayos estamos hablando de ese imbécil?

Luke siente que un pedazo de su alma se ha separado de su cuerpo cuando Jacaerys hace tal pregunta. Sabe que su hermano detesta a Aemond y a todo su grupo de amigos, especialmente a Aegon Targaryen. Los dos tenían algo personal que el menor ya no se molesta en tratar de comprender, pero cuando alguien nombre a cualquiera de los dos albinos, Jace se vuelve una criatura chillona e insufrible a la que nadie puede parar.

Y si se entera que Aemond lo ha estado frecuentando se iba a armar el desmadre del milenio. 

Nosotros estábamos hablando de eso antes de que llegaras —repuso Luke, carraspeando—. No te pongas así solo porque comentamos lo que pasa en la biblioteca.

Los ojos de Jacaerys se dilataron.

—¡¿Y qué rayos hacía ese trozo de mugre ahí?! —exasperó.

—Estudiar, creo. —dice con escepticismo, mas eso no parece calmar a su hermano.

—¿Acaso te está molestando, Luke? Porque de ser así yo voy…

—Bájale dos —musitó Cregan, más concentrado en probar las galletas horneadas de Rhaena que en el lapsus dramático de su mejor amigo.

—¡Pero…!

—Está bien que no te agrade Targaryen, a mí tampoco me agradan ni un poco —continúa el pelinegro—, pero si lo pones en perspectiva, no está haciendo nada malo, ¿verdad, Luke?

Lucerys quiere reírse porque no está seguro de que si lo que dice Stark sea del todo cierto. Es más, si le tocaba tener que responder diría que no es verdad, Aemond se la pasaba en la biblioteca con el único objetivo de molestarlo, hacerle la vida imposible, burlarse de su persona con la mera existencia y llevarse ese jodido vape a los labios cada vez que sus miradas chocaban.

“Ah no, que ahora también me trae a su ex. Que detalle”—dice para sí mismo.

Por otro lado, si le dice a Jace que el Targaryen se la pasa haciendo su santa voluntad en la biblioteca, su hermano era capaz de irse a pelear pico a pico con él. Al parecer el hecho de que Jacaerys fuese capitán de basket y miembro del consejo estudiantil lo colocaba inmediatamente en contra del famoso delincuente juvenil que era Aemond.

Volvió a replantear su respuesta a Cregan, y por defecto, a Jace.

—Cierto —es lo único que contesta antes de darle un bocado enorme a su brioche.

No está defendiendo a Aemond, solo está evitando un desmadre innecesario.

 

****

 

Samwell se había ido a almorzar y lo dejó a cargo de la librería.  A grandes rasgos le dijo que no había comido nada y que volvería en media hora, o tal vez un poco más. También le mencionó que él podía encargarse de cerrar la biblioteca y dejar las las llaves en su pequeña oficina.

Lucerys asintió a todos y le aseguró que él se encargaría de cerrar la biblioteca. Los martes no tenía turno pero a veces se pasaba por ahí en las tardes para ver si Samwell necesitaba ayuda con alguna cosa, considerando que el bibliotecario estaba por hacer su tesis de la universidad.

Esa tarde, el segundo de los Velaryon se la pasó recogiendo libros, reagrupándolos en su sección correcta y limpiando los garabatos que los alumnos de primer año tan gentilmente dejaban en las mesas. Sutílmente se colocó los audífonos y reprodujo alguna de sus playlist aleatorias de Spotify. Guardó el celular en el bolsillo interno de su blazer y se llevar por la tranquilidad de la tarde.

No había nadie en la biblioteca, la mayoría de estudiantes se iban a sus hogares o a sus respectivos clubes. A esta hora Jacaerys debería estar entrenando con el equipo de basket, mientras que Baela, la hermana mayor de Rhaena, estaba con el equipo de voley. 

A medida que avanzaba sus deberes con tranquilidad y se distraía una que otra vez en la minúscula sección de mangas, se sorprendió de no sentir el olor de vape de menta o el peso de un iris amatista. No había rastro de Aemond Targaryen a la vista y eso le pareció extraño. 

Extraño porque desde hace algunas semanas Aemond iba a la biblioteca para leer, fumar y hacerle la vida miserable con su sonrisa de diablo y su puñetero cigarrillo electrónico. Empero, hoy no había rastro de él y eso quería decir que Luke podía estar en paz. Podía leer en paz.

Sin embargo, cuando menos se dio cuenta estaba pasando las páginas de un manga sin realmente prestarle atención. Era un autómata pasando página por página, sin concentrarse en más que el hecho de que la biblioteca estaba más silenciosa que de costumbre.

O eso pensó hasta que escuchó una risilla femenina proveniente de una esquina sombría del salón. Una risa sibilina y traviesa que venía desde el bosque de anaqueles de libros.

Lucerys levantó la cabeza del manga y agudizó el oído. Sus pasos se hicieron insonoros, como los de una pluma rozando el piso, y se dejó guiar por aquellas risas casi susurrantes en el mutismo. 

Entonces lo escuchó. Besos. 

Besos, risas y uno que otro suspiro ahogado entre más besos.

Luke abrió los ojos, apretó los puños y continuó su caminata. A casa paso que daba solo se le venían dos personas a la mente; de algún rincón irracional de su cabeza se imaginó a Aemond Targaryen arrinconando a Alys Rivers entre el cuerpo y la pared, solo para devorarle la boca a besos y arrancarle suspiros, mientras ambos compartían el secreto de su fechoría.

La sangre del Velaryon comenzó a hervir sin motivo.

“Ah no, no en mi turno, imbécil”—fue la última frase coherente que pudo hilar antes de avanzar a grandes zancadas hacia donde provenían los ruidos.

Cuando llegó, no reconoció la furia en su propia voz.

—¡¿Cuántas veces tengo que decirte te largues de aquí, miserable infeliz?!

Las palabras quedaron estancadas en su garganta cuando no distinguió la cabellera blanca de Aemond Targaryen, sino dos figuras femeninas sobresaltadas ante su presencia. 

Luke quedó tieso en su sitio, completamente desencajado, y cuando procesó la situación reconoció la figura esbelta de Margaery Tyrell, la capitana de las animadoras,  junto a otra chica pelirroja que no conocía de absolutamente nada.

A Lucerys se le subieron todos los colores en la cara al darse cuenta que había espantado a dos chicas que nada tenían que ver con lo que estaba esperando. Se sentía demasiado avergonzado como para mirarles a la cara.

—¡Oh, cómo lo siento! Realmente no tenemos justificación, de verdad.

No tuvo que decir nada, porque la joven Tyrell, fresca como una brisa, se acomodó la blusa y tomó las riendas de la situación con un semblante refrescante.

El castaño bajó la mirada y el rostro rojizo al ver que la mayor se acercaba unos pasos hacia él.

—Lo sentimos de verdad, sé que no es correcto hacer este tipo de cosas aquí pero…—sonríe con travesura—. Bueno, no tengo excusa. Prometo que no volverá a ocurrir.

El chico abrió los ojos y mantuvo la vista en el piso, completamente azorado. No sabía de qué otra forma reaccionar después de haberse confundido y haber montado el escándalo de su vida a alguien que no fuera Aemond Targaryen. No supo de dónde sacó el impulso para gritar. Se había desconocido y ahora solo quería romper la mesa con su cráneo.

—Y-Yo…er..—balbuceó sin poder mirar el cariz sonriente de Margaery Tyrell—. Esto…v-vale…n-no pueden hacer eso a-a-aquí.

—Yo comprendo —asintió la chica—. No pasará de nuevo, ¿nos perdonas?—dijo mientras sostenía la mano de la chica pelirroja, quien no se encontraba mejor que Lucerys.

—V-va…vale. 

—¡Muchas gracias, eres un sol! —exclamó la castaña de rizos, regalándole otra sonrisa que Luke apenas pudo corresponder en su lapsus de bochorno. 

Dicho esto la capitana de las porristas y la joven pelirroja desaparecieron de la biblioteca entre risas y exhalaciones de aire. El chico Velaryon por otro lado solo quería ser aplastado por los libreros y morir, simple y llanamente morir.

No pudo escuchar su música y seguir limpiando las mesas sin recordar tan bochornoso episodio y el porqué de su exabrupto. Había sido poseído por una rabia inusual en él, más propia de Jacaerys que de sí mismo. 

Se fue a esconder entre otros anaqueles, oyendo los latidos de su corazón como constante recordatorio de la escena que había montado ahí mismo, en la biblioteca. Se llevó una mano al tabique de la nariz y la masajeó, luego pasó los dedos por sus rizos para tratar de calmarse un poco.

—Maldición…

—Estante equivocado, ratón. 

—¡VERG...!

Cuando Lucerys se dio tremendo sobresalto, observó que un par de ojos—uno amatista y el otro de color azul—lo escrutaban entre libros pesados del librero contiguo. Con una mano en el pecho y la respiración agitada, distinguió la mirada de sorna de Aemond Targaryen.

—Tú….—soltó en medio de un bocado de aire—. ¿Qué estás haciendo aquí?

Los orbes de Aemond se pasearon por el techo, las esquinas de los libreros y el piso, como si la respuesta fuera de lo más obvia.

—Estoy horneando cupcakes.

Luke le hizo un gesto desdeñoso.

—Que chistoso. No tengo tiempo para lidiar con tu sarcasmo, así que…—menta. Percibió el conocido aroma a menta que antes no había percibido—. ¿Otra vez con tu porquería? —oyó la risa de mofa del otro librero—, ¿sabes qué? No me interesa.

—Que mal ratón de biblioteca eres —contesta el mayor, dejando entrever su sonrisa maliciosa entre los espacios ínfimos de los libros—, y lo estabas haciendo muy bien espantado parejas. No me esperaba eso de ti.

Una vez más Luke se había ruborizado hasta la raíz del cabello cuando Aemond le recordó que hace unos minutos estaba gritando y pillando a la chica más popular del colegio besándose con otra joven. Las dos cosas que más lo avergonzaron fueron el grito demoníaco que soltó—lleno de cólera y otros sentimientos que no quiere investigar—y el hecho de que Aemond se había ganado con todo.

Mierda. Aemond se había ganado con todo.

Carajo.

—Lo que sea —siseó, y se dispuso a salir de su escondite.

—¿Se lo dirás al bibliotecario? ¿O ya llegaste a un trato con Tyrell?

Lucerys arrugó la nariz, apretó los puños y por mero impulso agarró un libro del anaquel, precisamente aquél que cubría algunas facciones de Aemond, quien seguía al otro lado del estante.

—Hablé con ella y dijo que no lo volvería a hacer. 

—Que estricto.

—Cierra la boca.

—Hmp, yo pensé que harías algo más después de lanzar semejante grito. Te veías tan seguro de lo que estabas haciendo que por un momento pensé que habías tomado prestado agallas a tu hermano mayor. Bueno, si es que lo que tiene Jacaerys se lo podrían llamar agallas, claro está.

Eso apretó un interruptor peligroso en Lucerys, uno en el que saltaba de enojo cuando se metían con su hermano mayor. Nadie podía decir algo de Jacaerys y creer que podía salir victorioso. No a su costa.

—¡Mira, para tu información pensé que se trataba de ti! ¡Eres el único enfermo que viene a la biblioteca para hacerme la vida imposible! ¡¿Por qué me sorprendería encontrarte besándote con…?!

Las palabras quedaron una vez más atascadas en su garganta, pero esta vez sintió su rostro caliente y sus extremidades heladas. Ni siquiera entendía porqué se sentía tan azorado, molesto, lleno de adrenalina y al mismo tiempo anhelante de volver a experimentar esa exaltación solo para seguir discutiendo con Aemond. 

Terminó de caer en cuenta que estaba gritando cuatro cosas, rompiendo la paz común de la biblioteca, y con los ojos del Targaryen puestos en él. El albino había abierto un poco más los ojos y abrió un poco los labios, pero en estante—y los libros—se interponían para visualizar su gesto completo.

Luke ladeó la cabeza y agradeció el aspecto sobrio de la estantería para que no se visualizara claramente el rubor traicionero.

Hubo un silencio tenso en el cual solo se escuchaba el tic tac del viejo reloj pegado a la pared. El segundo de los Velaryon creyó más interesante ver sus zapatos que los ojos inquisitivos de Aemond.

—Así que pensabas que era yo.

Lucerys decidió responder con silencio y labios apretados. Sostuvo con fuerza el grueso libro de historia contra su pecho.

—Interesante deducción, señorito Strong, pero para esas cosas es mejor el baño del conserje o el aula de pintura, casi nadie va ahí.

El menor bufó:—No me importa.

—Solo para que lo sepas. 

—Ya —se llevó una mano a la mejilla para tratar de aminorar el calor inusitado—, me da igual. Solo lo haces para llamar la atención.

—Para llamar tu atención.

El corazón de Lucerys dio un brinco traicionero ante tal cosa. ¿Acaso ese tipo seguía con la misma cantaleta? Siempre, de alguna manera, sentía que se estaba insinuando. Que todo el espectáculo con el vape, las bromas y las sonrisas maliciosas no eran con el objetivo de burlarse, sino de flirtear. A veces se le pasaba por la cabeza que Aemond decía “Mi ganancia es que notes mi presencia” o “Llamo tu atención” solo con la intención de coquetear.

Luego pensaba que quizá solo jugaba con él como un gato con una bola de estambre, y se convencía de eso porque el chico Targaryen nunca le aclaraba lo contrario. Dejaba las cosas a medias, en asfixiante suspenso y Luke no quería seguir rompiéndose el cerebro por cada gesto o palabra que le dedicara el albino.

—Sí, como no. —dijo con sarcasmo, mas no avanzó de su posición.

No avanzó porque ahora Aemond, con sigilo espectral, caminó hasta encararlo frente a frente con su sonrisa peligrosa, su brillante orbe amatista  y juguteando con el cigarrillo electrónico. Los rayos del arrebol colisionaban contra sus hebras plateadas y las iluminaban de manera hipnotizante.

—Tengo curiosidad de saber por qué pensabas que me traería a alguien aquí solo para liarnos.

Luke quiso—en serio que quiso—ignorar la manera en la que su corazón latía más rápido de lo normal solo por tener en sus narices a ese peligroso muchacho.

—No lo sé— abrazó más el libro contra su pecho—. Te creo capaz, solo eso —se encogió de hombros.

—Deberías dejar de creer las cosas que te dice tu hermanito o la exagerada de Rhaena. No me conocen lo suficiente como para juzgarme.

Lucerys pudo percibir un matiz desconocido en la voz aterciopelada del platinado, como si tuviera algo más escondido entre sus palabras. Esta vez el chico sopesó su respuesta.

—No me dejo llevar por lo que dicen los demás sobre ti —encaró los ojos desiguales del mayor—, lo digo por la forma en la que tratas conmigo y como he visto que tratas a los demás. 

El Targaryen frunció el ceño.

—Si te refieres a tu hermano, pues tal vez tendrías que decirle que deje de molestarme cada vez que me ve por ahí.

—Si tú y tu hermano dejaran de burlarse de él…

—Si él dejara de insultar a Aegon.

El castaño puso los ojos en blanco, notando que esa conversación estaba tomando matices más profundos. Luke no juzgaba sin conocer—¿o un poco?—, prefería esperar a tratar a la gente antes de dar su veredicto, pero la mayoría en el grupo de amistades de Aemond solían ser unos burlones prejuiciosos. Y el platinado había resultado ser un demonio burlón que esperaba a la mínima oportunidad para tocarle las narices y descolocar sus sentidos.

—Esto no lleva a nada, si quieres quédate o…

—Todavía no me respondes, ratoncito. —dice el albino, sosteniendo una mano sobre el librero y dejando par de su peso ahí.

Ugh.

—Y no lo haré, ya dije lo que tenía que decir.

—No te creo.

—No me creas.

Déja vú. Recordó esas mismas palabras y esa misma respuesta con esa misma persona.

Aemond también percibió el déja vú y soltó una risa frenada, a la par que separaba algunas hebras lacia del rostro. 

—Soy yo, ¿o percibo celos?

Celos.

¿Qué?

—¡¿Qué-Qué?!—chilló Luke, espantado (o atrapado) por la mueca triunfante del Targaryen—¿Acaso te has fumado todas las flores del patio en tu puñetero vape

—No suena tan descabellado.

—En tu imaginación, a lo mejor —dijo, lo más escéptico que pudo, e intentado reprimir de manera inútil el sonrojo en su cara y el cuello—. Tienes un problema.

—¿Por qué?—alzó la ceja—. Yo no soy el que se la pasa gritando como un energúmeno en un sitio donde está estrictamente prohibido gritar.

Lucerys gruñó por lo bajo y volvió a ladear la cabeza hacia el costado contrario de Targaryen, intentando controlar sus impulsos como no lo pudo hacer en toda la tarde. Porque ni aún bajo amenaza de muerte iba a admitir—o pensar—en el disparate escenario en el que él estuviera celoso de una potencial pareja de Aemond Targaryen. Por más frío que le recorra la piel al verlo con Alys Rivers, o por mucho que un alivio traicionero le recorriera el cuerpo cuando vio que no era el albino quien se estaba besuqueando en la biblioteca.

Lo mejor que podía hacer era ignorar sensaciones traidoras en su sistema.

Era lo mejor.

O eso diría hasta que un par de dedos fríos le sostienen el mentón y lo levantan delicadamente para colisionar miradas con un ocelo amatista, brillante e intenso, que lo mantiene bajo un escrutinio desesperante. Ese simple contacto hace que Lucerys pierda los sentidos y las extremidades se vuelvan de gelatina.

—¿Qué estás haciendo?

Aemond no contesta enseguida, sino que aparta algunos rizos rebeldes de sus mejillas y luego le vuelve a sostener la mirada.

—Confieso que no te culpo por pensar así. —dice por fin, con un volumen grave, en octava.

No obstante, lo más alarmante era que su tono de voz estaba libre de sorna, mofa o la acidez general con la que iban sus palabras. Ahora solo era un tono simple, sereno y aterciopelado.

Hechizante, por lo demás.

Lucerys estaba en un limbo en el que una parte de él que no conocía deseaba que ese chico continuara hablando, que prosiguiera con lo que tuviera que decir. O hacer.

—No tengo planeado besarme con nadie en la biblioteca o ningún otro sitio —prosigue el mayor—. Aunque hay una persona a la que muero por besar. Aquí, en la sala de artes o donde me lo pida.

El castaño tuvo que tragar saliva cuando los orbes del albino se posaron sobre sus labios, como si le estuviera pidiendo permiso para lo que sea que quisiera hacer. Y ahora mismo Luke era un tormento de emociones, adrenalina, ansiedad y, en principio, deseos de querer llegar hasta el final de lo que sea que el Targaryen quisiera hacer.

Hazlo.

Solo los libros, el viejo reloj de la pared y los anaqueles de madera fueron testigos de como Aemond se aproximó unos centímetros hacia la boca de Lucerys, colocando un brazo entre él y uno de los estantes para encerrar al más joven con su cuerpo. Luke por otro lado sintió el libro que sostenía como un peso muerto, sin mayor importancia, y a medida que se intensificaba el olor a menta del vape sobre su nariz, pensó que los problemas y las malas sensaciones dejaron de existir.

Lo pensó hasta que un par de dedos se apretaron en su nariz y la distancia se volvió a marcar entre ellos dos. Cuando volvió en sí, Aemond lo veía con su clásica sonrisa irónica, enseñando sus afilados dientes como un gato que se salía con la suya.

—El problema es que es un ratón de biblioteca al que no le gusta romper las reglas.

—...¿Qué? —balbuceó anonadado.

El albino se apartó lo suficiente para extender su sonrisa maliciosa, habiéndose sentido triunfante de lo que sea que estuvo a punto de hacer. Lucerys solo sentía frío después de la cercanía que le proporcionó el más alto.

—Deberías ver tu cara.

Aemond habló un poco más, dijo tonterías que Luke no encontró sentido porque se encontraba procesando lo que estuvo por pasar, y la reacción tan dócil que tuvo él. Pudo detenerlo, apartarlo de un empujón y luego insultarlo. Sin embargo, en vez de eso se dejó llevar por la cercanía y querer que el Targaryen no se apartara.

Ahora que sentía un frío leve pero fastidioso, se sintió molesto. Molesto consigo mismo y con el albino que se jactaba frente a él.

Cayó en cuenta que estuvieran a nada de besarse y que ahora solo le quedaba una helada sensación. La sensación de perder.

La cólera se apoderó de sus sentidos y con él el impulso oscuro de golpear la cabeza del Targaryen repetidas veces con el libro de tapa gruesa que aún sostenía. Quería ir, jalarle del cuello de la camisa y callarle la boca, así como destruir esa estúpida sonrisa burlona.

¿Y por qué no hacerlo?

Sacando a la luz la fuerza heredada de su familia paterna—la biológica—arrojó el libro al piso. No le dio tiempo al otro de reaccionar, ya que Luke se movió con admirable velocidad hacia Aemond y de un solo movimiento le agarró de la tela de la corbata, gobernado por la rabia y el deseo de borrarle esa sonrisa a como dé lugar.

No le importó ver la sorpresa del Targaryen cuando Lucerys lo jaló lo suficiente para que su frente chocará contra la suya. Y en el momento en el que sintió la respiración del albino contra su labio superior, no se lo pensó dos veces para chocar su boca con la contrario.

Fue todo calidez, luces y fuegos artificiales. El impacto de sus labios con los opuestos como una recarga de energía feroz que despertó en él una faceta que dormía la mayor parte del tiempo, el deseo de tomar o prescindir de riesgos. Ni siquiera le importó que el biblioteca lo pudiera pillar en el acto, porque sentir como sus labios colisionaban con la boca de Aemond y se alimentaban de sus suspiros era simplemente una victoria.

Se trató de un rebote de labios bruto, pero seguro, acompañado de un cosquilleo agradable en sus antebrazos y en el vientre. La tela de la corbata del albino era suave y Luke, en un impulso, la jaló más hacia sí, y dicho acto terminó por sacarles el aliento. Las hebras platinadas del mayor rozaban el dorso de su mano y de manera ínfima su mejilla. Le gustaba que hiciera cosquillas en su piel para perpetuar un poco más el intrépido contacto.

Aún con los ojos cerrados, veía a colores y latidos carmesí.

Él había ganado.

Él se había quedado con la última palabra.

Cuando se separó no pudo sino ser él quien sonrió triunfante ante la cara de estupefacción del mayor.

—¡Ja, deberías ver tu cara ahora, Targaryen! —señaló con las ansias, y los nervios a flor de piel—. ¡¿Quien ríe ahora, idiota?!

A medida que las risas nerviosas salían de su boca, las mejillas se le pusieron completamente rojas, azorado a más no poder.

Habían demasiadas emociones en el transcurso de la tarde.

Empero, una parte de él lo volvería a repetir aún cuando luego, entre sus almohadas y completamente abochornado, se preguntara porqué besó a Aemond Targaryen.

 

 

Notes:

TENIA QUE PONER CAMEO SANSAERY, es mi segunda OTP de ASOIAF (la primera ya pueden ver cual) Y no se preocupen por Alys, que aquí solo es amiga de Aemond(en el siguiente capítulo, bajo el punto de vista de Aemond, se aclararán ciertas cosas) quiero agradecer el apoyo y cariño que le han dado a este fic, me entusiasma mucho saber que les gusta :3

Chapter 4: Capítulo 004: Caninos

Notes:

Dos pequeñitas aclaraciones.

1) La primera es que aquí Helaena y Aegon son gemelos ya que puse que Aegon aún iba en preparatoria a pesar de ser un año mayor que Aemond.

2)La segunda es que todo el capítulo es bajo la perspectiva de Aemond, por lo que él puede ponerse celoso por las puras ya que él no sabe el contexto del círculo de amistades de Lucerys y puede exagerar o sobredimensionar cosas que en realidad nada que ver.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

 

No habían muchas personas que dejarán con la palabra en la boca a Aemond. Y eso se debe a que él sabía perfectamente a qué tipo de conflictos intervenir y a cuales dejar de lado; era usual que participará en peleas en las qué sabía que tenía todas las de ganar. Esa era la razón principal por la que se había ensañado tanto con Lucerys Velaryon, ya que presentía que siempre podía ganar, humillar, intimidar y, desde luego, quedarse con la última palabra.

Por más que el chico de los rizos marrones pensara que podía vencerlo en su pequeña rencilla de frases soeces e ingeniosa sorna, Aemond sabía que él sería el ganador. Porque solo bastaba con decir las palabras correctas para que esos ojos cafés se abrieran como platos, los labios le temblaran, las mejillas se le tiñeran de rojo y titubeara tonterías. Y al albino le encantaba tenerlo balbuceante y ruborizado, porque eso demostraba quién perdía la contienda.

El problema es que Aemond se había vuelto adicto a esa faceta, y no quería que nadie más lo viera. Se estaba volviendo cada vez más placentero arrinconar a Luke, muy paulatinamente, entre su presencia y una pared oculta, escondidos los dos entre los libreros y alimentándose de su rubor y ojos dilatados. Como un gato arrinconando a un pequeño ratón.

La cuestión es que ese ratón lo tomó desprevenido y se aprovechó del astuto gato. 

Fue Lucerys quien lo tomó desprevenido al golpear su boca contra la suya. Hubo un descargo de adrenalina y un estallido fogoso en su interior cuando el castaño lo agarró de la corbata y lo besó en la penumbra de la biblioteca. Empero, por más que supuso que su primera reacción sería enojarse e irse de lleno contra el menor, resultó quedarse impávido y frío sobre su propia posición. Parado como un estatua de mármol, cual completo idiota mientras escuchaba la risa nerviosa—y burlona— de Lucerys Velaryon.

Su cuerpo estaba estático, pero él sentía que lo acababan de lanzar de una montaña rusa.

No fue capaz de abordar a Lucerys, porque en ese momento el bibliotecario apareció y le pidió al muchacho que le ayudara con algunos trámites. Después de eso, como buen roedor, se escabulló y huyó de su presencia.

Ahora Aemond tenía que lidiar con una derrota—no sabe si realmente lo fue. No quiere saberlo—, una tarea de química a medio terminar y la carcajada sonora de Aegon. Le costaba seguirle el hilo a cualquier charla, a cualquier actividad o siquiera a una lectura, porque cada vez que intentaba centrar su atención en otra cosa, recordaba los esponjosos labios de Luke chocando contra los suyos.

Para colmo, su hermano, el rey de los chismes y el libertinaje, se había enterado de todo en un arrebato de honestidad que tuvo el menor.

—Vamos a ver, déjame ver si entendí —dijo Aegon, orbitando cerca de su escritorio—. El hermanito santurrón de Jacaerys te dio un beso.

Aemond usó toda la fuerza de su autocontrol para no regalarle una mueca desdeñosa. Se decantó por ignorar la sonrisa burlesca de su hermano mayor y plantó la vista en su cuaderno.

—Sí —contestó como si nada, como si aquél beso no le hubiera generado una sensación de vértigo.

Lo mejor que podía hacer era concentrarse en hacer su tarea de química. Hoy, como pocos días, Aegon había llegado temprano después de tontear en la calle, y coincidentemente Helaena había regresado temprano de sus clases en la universidad y se sentó con ellos a la mesa del comedor a hacer sus propios deberes. Daeron se encontraba utilizando el único ordenador de la casa, aprovechando que Alicent estaba trabajando.

—Enhorabuena—dice el mayor de los Targaryen, retomando el tema—, ¿besa bien el chaval? ¿Te dio un beso de lengua? ¿Follaron? —hace un gesto obsceno que tanto a Helaena como a Aemond les causa repulsión.

—No —respondió el menor, dándole un codazo al otro joven—. Deja de joder y consíguete una vida.

Aegon sonríe:—Ay, si mi vida se resume en joder. Especialmente si se trata de mi hermanito favorito —estira la mano para despeinarlo. Sabe que él odia que le toquen el cabello—. Pero bueno, me sorprende que al final resultara que el hermanito de Jace fuese un bandido con esa cara de ángel que tiene. Oh, ¿cómo dices que se llama?

Aemond abre la boca pero no sabe si contestarle a su hermano que se vaya al diablo o nombrar a Luke. A Lucerys. Jamás lo ha llamado por su nombre, para él solo es el ratoncito de biblioteca que es más pequeño que los libreros, que se pierda entre los ejemplares, el que se esconde en los rincones para leer One Piece y cuyas facciones se encienden en rojo cuando se acerca lo suficiente. 

—Lucerys.

Pronuncia por fin y cada sílaba suena más surrealista que la anterior. Más extraña. Y es porque él se siente raro cuando nombra al roedor Velaryon por primera vez. Una sensación desconocida lo invade y solo pueda compararla con el beso sorpresa que le dieron en la biblioteca.

Cuando menos se lo espera, la risilla de Aegon lo devuelva al planeta tierra.

—Interesante, ¿has pensado qué hacer con él?

De pronto recordó que Aegon de vez en cuando también sabía ponerlo en jaque. No sucedía todo el tiempo, por supuesto, pero el mayor de los Targaryen tenía una intuición que a veces sacaba a la luz, en las situaciones menos oportunas y las más complicadas.

Por unos segundos solo se escuchó el sonido del viejo reloj de la sala, los dedos de Helaena tecleando en su portátil y de  fondo, las risas de Daeron en el ordenador. 

¿Qué hacer?

Para comenzar, ¿existía algo que hacer? No es como que Aemond iba a encarar a Lucerys para preguntarle qué es lo que pasó ese día en la biblioteca. Las cosas estaban demasiado difusas como para darle un nombre, pero tampoco podía actuar como si no hubiera pasado nada. Aemond no era así, no sabía dar borrón y cuenta nueva a situaciones que le impactaran. De una u otra forma siempre acababa haciendo algo, usualmente por impulso.

Enfrentar a Lucerys se le hacía estúpido porque iba contra su orgullo, y por otro lado ignorarle se le hacía amargo. Hacer como si nada hubiera ocurrido entre ellos le hacía rabiar internamente.

Estiró el cuello y miró al techo.

—No sé.

El suspiro traicionero de su garganta no fue liberador.

Aegon lo mantuvo en un escrutinio silencioso, y pudo jurar que Helaena también hizo lo mismo a la par que fingía mirar la pantalla de su laptop. Dos pares de ojos violetas lo estaban acorralando por ambos costados.

—Así que no sabes.

—No. —gruñe.

El mayor de los albinos hizo una mueca extraña con la boca. Era una sonrisa, pero carecía de mofa. Parecía un gesto de resignación al que luego añadió un chasquido.

—Bueno, asumo que solo estás tonteado —dicho esto se levantó de la silla y rodeó la mesa.

Aemond se indignó ante lo dicho, él no era un Casanova, no flirteaba con todo lo que respiraba. Él no era Aegon.

Por ende, le dedicó una mirada ceñuda y fulminante a su mayor, cosa que pareció no hacer mella.

—No me pongas esa cara, Mond, que yo no te juzgo si quieres salir con quinceañeros. —se estira de su posición y pone en marcha al segundo piso—. Pero eso sí, te advierto que esos juegos nunca terminan bien —aún de espaldas, el tercero de los Targaryen-Hightower siente que el tono de voz de Aegon carga un sentimiento desconocido—, te lo digo por experiencia propia.

Aquellas palabras lo dejan confundido sobre su asiento, algo tentado en ver qué semblante tenía su hermano para decir esas cosas. Hay algunos temas de Aegon que incluso él no sabe, más allá de ser un promiscuo, de su dependencia al alcohol o que repitió el año por sus bajas calificaciones. Y una parte de su ser quiere saber a qué vinieron esas palabras.

—Él tiene razón.

Una tercera voz, pausada y aterciopelada, hace su entrada en escena. Helaena se encontraba a su costado derecho, sin apartar la mirada de su portátil, y sin embargo, se encontraba presente en la conversación.

—Hel, ¿qué dices? 

Otra vez solo se hizo presente un mutismo tibio en el que solo se escuchaba el tic-tac del reloj y el sonido del grifo goteando unas mínimas gotas de agua en la cocina. Su hermana levantó los ojos del monitor y lo escrutó directamente a los ojos.

—Si ves a ese chico como un reto, sin considerar su sentir, mejor deja las cosas como están. —dice la joven de forma contundente.

El menor apartó la mirada como un niño regañado, se sentía fastidiado de que los demás consideren que él viera a los demás como retos, posibles flirteos con el único objetivo de arrastrarlos a su cama. No se consideraba un mujeriego y tampoco era bueno con los coqueteos.

Lo que lo atraía a Lucerys como un magneto era su necesidad de alimentarse de esa faceta desvergonzada que se escondía detrás de su disfraz de ratón. Le gustaba descubrir esa máscara y ver cómo es que él se la volvía a poner.

Sin embargo, las cosas se estaban saliendo de control.

—No estoy jugando con nadie. —musitó, más para sí mismo que para su hermana.

Helaena asintió y le regaló una sonrisa sutil.

—Lo sé —se incorporó de su asiento y le dio una caricia sobre los hombros—. Tú no eres así.

Dicho esto, la muchacha se aleja a la cocina a preparar un poco de té, dejando solo al penúltimo hijo de Alicent Hightower. 

Ya no se puede concentrar en los deberes, en lo único que piensa es que cuando los gemelos Aegon y Helaena Targaryen coinciden en algo es porque se avecinan las tormentas.

 

****

 

Los días siguientes Aemond no va a la biblioteca por obra y gracia del destino. Cada vez que intentaba escabullirse para allá, siempre había algo que hacer. 

Durante la hora del refrigerio Aegon y su grupo de amigos lo abordaban en el pasillo para ir a la cafetería o saltarse alguna clase insignificante. Si no era su hermano, se trataba de Alys quien le decía si quería ir a fumar detrás de la cancha de fútbol, o si prefería que vayan juntos a la biblioteca después de clases. Aemond se lo pensó pero seguido por la intuición decidió rechazar la oferta de Rivers. 

“ ¡¿Por qué me sorprendería encontrarte besándote con…?!”

Si de algo se jactaba Aemond era de ser extremadamente perceptivo—rasgo que había heredado de su abuelo—y le gustaba teorizar en lo profundo de su mente en base a los hechos. 

A pesar de no tener la fama de mujeriego como su hermano, para nadie era un secreto que él y Alys habían tenido algo el año pasado. No pasó de ser un flirteo que duró tres meses, pues en el transcurso de conocerse se dio cuenta que no estaba funcionando. Admiraba las virtudes de Alys, pero discrepaba con sus creencias esotéricas. Al final quedaron como amigos.

No debía sorprenderle que Lucerys estuviera consciente de los rumores y…

Eso le devolvía al punto inicial, ¿el pequeño ratón estaría celoso de lo que se decía sobre Alys y él? ¿O a lo mejor se encontraba ofendida porque creía que todo se trataba de un juego? Que Aemond sería capaz de coquetear con él mientras estaba en un tira y afloja con Rivers.

Fuera como fuera, Aemond no obtuvo respuesta porque el universo conspiró en su contra esa semana. Tampoco pudo encontrarse con Lucerys en las tardes, ya que su madre lo vivía llamando para recoger a Daeron de su escuela, ya que Helaena estaba en la universidad y no se podía confiar en Aegon.

Así que ese viernes pudo librarse de los deberes y regresar a la biblioteca, aparentando que no tenía prisa. Las manos las escondía en los bolsillos de su chupa de cuero y los dedos jugueteaban con su vape. Y todo podría ser más fácil de no ser porque Aegon había decidido ir a acompañarlo.

“Venga, vamos a conocer a tu nerd”—dijo su hermano con aquella sonrisa maliciosa y quebrada. 

Una vez dentro, Aemond buscó con la mirada la figura menuda de Lucerys. Algunos estudiantes se crisparon al ver que dos alumnos intimidantes como los hermanos Targaryen estaban ahí, con sus chaquetas de cuero, sus piercings y semblantes peligrosos.

—Wow, este lugar parece el santuario de los vírgenes. —comenta el mayor.

—¿Quieres cerrar la boca?

Su interlocutor se encoge de hombros y él decide seguir su camino, ignorando por completo a su hermano. Busca intensamente cualquier indicio de Luke. Sus rizos, sus pasos suaves o el sonido del carrito con libros que suele llevar.

Va hasta la pobre sección de mangas pero no lo halla en ese lugar, lo cual es extraño ya que suele ser su hueco predilecto en ese lugar. Se va por los anaqueles más alejados, un poco más fastidiado al no hallar al asistente bibliotecario.

Hasta que una risilla del anaquel contiguo activa varias alarmas en él y entonces al asomarse un poco descubre que se trata de Lucerys Velaryon sonriendo relajado y fresco mientras que sostiene una conversación en voz baja con alguien. Al inicio piensa que se trata de Rhaena o la chica Lannister, pero cuando Aemond asoma la vista entre los libros reconoce la figura alta y corpulenta de Cregan Stark.

Stark. Claro que tuvo que imaginarlo.

El perfecto y leal Cregan, el chico transferido de Winterfell, vicepresidente del Consejo Estudiantil y co-capitán del equipo de basketball. O como él prefiere llamarlo, el lobo faldero de Jacaerys Velaryon. Casi hasta parecía ser su niñera por todas las veces que el norteño tuvo que separarlos antes de lanzarse a los golpes.

A Aemond ni va ni le viene Stark, le da exactamente igual su existencia y prefiere ignorarlo. No obstante, ahora solo le hierve la sangre de verlo al lado de Lucerys, correspondiendo la sonrisa mientras que lo sigue mientras carga libros.

De solo ver aquella atmósfera hace que apriete su cigarrillo electrónico dentro de la chaqueta, casi como si quisiera romperlo, partirlo por la mitad. Se muerde el interior de la boca y deja que la ira lo invada, aún cuando eso puede ser irracional, carente de fundamento.

Tiene un deseo oscuro de interrumpir tan bonita atmósfera, lanzar varios comentarios soeces al dúo, herir y aplastar la paz de la biblioteca, y por ende, la de Lucerys Velaryon también. Desea recuperar su victoria irrumpiendo la conversación, pasar por encima de Stark y arrastrar al castaño al rincón oscuro de la librería, solo para burlarse, decirle que es un hipócrita, para luego arrancarle la respiración mientras le devora la boca.

Suena tentador. ¿Y qué estaba esperando? Con un par de zancadas podría hacer acto de presencia y aplastar la sonrisa de Lucerys y del lobo sarnoso.

“Tú no eres así” —rememora la voz dócil de su hermana. Su cariz pacífico acompañaba la seguridad de sus palabras.

La rabia irracional aún era palpable pero poco a poco se congelaba en su estómago, como un peso pesado que jodía, incomodaba, y detestaba cargar. Apretó los puños. Se sintió inconforme pero supuso que era la mejor decisión.

—Que lugar más aburrido, por mi madre…—escuchó a Aegon asomarse—. ¿Y aquí te vienes a esconder todo el tiempo? Mejor vete a una iglesia o…

—Me voy. 

—¿Ah?

—Dije que me voy. —dicho eso se aparta del librero y emprende camino fuera de la biblioteca.

Aegon lo aborda un poco más adelante, ruidoso como de costumbre.

—¿Cómo que te vas? ¿A dónde?

—Qué te importa.

El albino mayor se ríe.

—Bien, bien —deja recostar parte de su cuerpo en un estante casi vacío—. Ya era hora, me estaba aburriendo como una ostr-

No pudo continuar porque un ruido sordo interrumpió abruptamente sus palabras, seguido de un golpe abrupto contra el suelo. Aemond se apartó con rapidez y en menos de dos segundos se dio cuenta que el librero en el que estaba apoyando Aegon se había caído, dejando desparramados varios libros.

“Bravo. Lo que faltaba…”—pensó con enojo al ver el desastre que yacía a sus pies, mientras que el mayor de los Targaryen sonreía desvergonzada ante lo que había hecho. Los pocos estudiantes que estaban en la sala también los miraron entre sorprendidos y asustados.

—¡¿Qué ha pasado?!

Para colmo, tanto Lucerys como Cregan se asomaron espantados hacia ellos, solo para ver el alboroto que habían provocado el mayor de los albinos. Los ojos violetas de Aemond ignoraron a Stark y se posaron en Luke, quien si bien en un inicio se hallaba sorprendido, luego reflejó dureza en sus irises marrones. Ambos se escrutaron desde los extremos opuestos, y esta vez el mayor también le dedicó un gesto seco a través de la mirada.

—Emm…ups. —la risa de Aegon rompió el silencio.

—Ah, son los Targaryen —dice Cregan, en una mezcla de resignación y desagrado.

—¡Cregan, amigo mío! —saluda el mayor de los platinados—. Oye, qué milagro encontrarte por aquí…sin tu dueño. —finaliza con una sonrisa desdeñosa, refiriéndose seguramente a Jacaerys.

Aemond se percata que Cregan le mira directamente con un gesto parco, duro, y poco amable. Era difícil sacar de sus casillas al lobo del norte, pero para Aegon las cosas difíciles era el equivalente a un desafío.

—Diría lo mismo de no ser porque no me sorprende verte con tu niñera. —contestó el azabache.

Si no fuera porque tenía que ser aliado de su hermano, habría admitido que el norteño no decía ninguna mentira. El problema es que estaba enojado con solo ver a Stark tan amistoso con el roedor de biblioteca. Quien dicho sea de paso, no había dejado de mirarlo ceñudo y con la boca fruncida.

El impulso le ganó y se dirigió exclusivamente a Lucerys.

—¿Qué?

El aludido frunció aún más el entrecejo.

—Si vinieron a hacer desastre, entonces váyanse —fue lo único que respondió escuetamente.

—La biblioteca es de todos.

—Sí, de todos los que vienen a leer. —recalcó Luke—, si solo vienes a molestar, retírate.

El escrutinio mutuo no pudo ser interrumpido por nadie, creando tensión en el ambiente. Aemond sabe que tanto su hermano como Cregan los están viendo, al igual que otros estudiantes, pero eso no parecía importarle y cree que a Velaryon tampoco le importa.

No puede negar—aunque tampoco quiere confirmar—que le produce cierta satisfacción que Lucerys deje de lado al resto solo para centrar su atención en él. Le produce una especie de emoción tan ínfima como vivaz.

—Oye eh…¿Lucas?—otra vez Aegon hace acto de presencia, dirigiéndose al menor.

—Me llamo Lucerys.

—Aja, eso, verás que mi hermano no tiene nada que ver aquí, el que botó el librero fui yo. 

—Mínimo ten la decencia de recogerlo. —opina el chico de Invernalia—, y te recomiendo que lo hagas rápido antes de que…

—¡Luke, Cregan! —una cuarta voz se oyó en la entrada de la biblioteca.

Esta vez sí que quiso maldecir a toda la humanidad cuando vio que Jacaerys Velaryon hizo su gran aparición en la escena. Pudo ver en cámara lenta como iba desapareciendo la sonrisa de su rostro, para luego reemplazarlo por un ceño tan fruncido que parecía derretir la piel sobre su frente como si de una vela se tratase.

En circunstancias normales le divertiría aquella reacción, pero ahora mismo todo aquél que no fuese Lucerys Velaryon era un estorbo.

—¡¿Qué hacen estos idiotas aquí?!

Un “shh” anónimo rebotó en el salón y el mayor de los Velaryon tuvo que dirigirse en silencio rabioso hacia ellos.

—¡¿Por qué están estos imbéciles aquí?! —repitió, esta vez en voz susurrante.

—Horneamos pasteles. —respondieron ambos Targaryen de manera unánime.  No ocurría seguido, pero cuando tenían un enemigo en común tanto Aemond como Aegon parecían sincronizarse para sacar de quicio a sus contrincantes.

Sobre todo si se trataba de Jacaerys, el chico parecía una fosforito cuando se jalaba de los hilos adecuados.

Lucerys se dio cuenta de esto y se acercó a su hermano.

—Jace, ellos ya se iban. 

—¿Ah, sí? —soltó con algo de sorna—. No veo que desaparezcan —se giró a los hermanos Targaryen—, lárguense, nadie los quiere acá.

Aemond barrió con la mirada al mayor de los castaños y se tentó en contestar algo relacionado a Lucerys, a que el muchacho no estaba tan disgustado con su presencia y que ya se lo había demostrado. De veras que iba a decirle algunas cosas para escandalizarlo y divertirse con su reacción. No obstante, al ver la mirada irritada del menor de los castaños, se mordió la boca.

¿Por qué?

A saber.

—Oye, oye, Jace, tú no puedes correr a nadie de aquí solo porque sí —comenta Aegon.

—Estás molestando, como de costumbre. —replica el mayor entre dientes.

En respuesta, Aegon se encoge de hombros.

—Pff, ¿quién dice? ¿Acaso no puedo venir a leer…—estira la mano sujetando un libro aleatorio—...La Nomenclatura de las sustancias químicas? —lee de forma errática.

Tanto Jacaerys como Aemond comparten el semblante de una ceja alzada.

—¿Tú? ¿Leyendo? Ay, por favor, cuéntame otro chiste.

Cregan y Luke ríen entre dientes ante las palabras irónicas del mayor de los Velaryon. De no ser porque Jace le cae extremadamente mal, habría reconocido que tenía una forma ingeniosa de intentar mantener a raya a su hermano. Sin embargo, pudo reconocer un brillo diferente en los ojos amatista de su hermano, algo diferente en cuánto se enfocaba en Jacaerys.

No solo era el tono con el que le hablaba, sino también los gestos ladinos y el uso de palabras, como si estuviera predispuesto a provocarlo. A Aegon le encantaba tocarle las narices a la gente, en especial a aquellos que no lo soportaban ni en pintura. Entre ellos estaba Cregan y también Jacaerys, pero con éste último se esforzaba aún más en hacerlo rabiar. 

Aemond no tiene un pelo de estúpido, presiente que pasó algo más entre ellos dos. No lo sabe, puesto que su hermano no comparte muchas de sus cosas personales. Sin embargo, hace un par de semanas atrás lo descubrió hablando con Helaena a solas y habían aludido al mayor de los Velaryon. Sumado a eso estaba la manera en la que el comportamiento de Aegon cambiaba cuando estaba con el castaño más alto.

No era muy diferente a como se encontraban en ese momento, empero no le dio mucha importancia. Aemond tenía sus propios problemas.

—Creo que nos estamos alterando un poco, ¿no? Vamos Lucas, ¿puedes controlar a tu hermano?

—¡Que se llama Lucerys, insensato! 

—¿Y qué dije entonces?

—Eres un pobre pedazo de…

Vale, ese era el momento en el que Aemond tenía que intervenir a favor del desastre de Aegon. Otra vez. 

—Nadie insulta a mi hermano además de mí —se adelanta un par de pasos para enfrentar a Jacaerys.

—Cuidado Targaryen, se te olvida que soy parte del Consejo Estudiantil y puedo quitarte puntos por este alboroto —se interpone Stark. Y eso era lo único que necesitaba Aemond para poder irse de lleno contra él y todo el enojo inusitado que le provocó verlo con Lucerys.

—Eh, Jace, mantén quietecito a tu Husky siberiano. —se adelanta Aegon.

—¡¿Qué le has dicho, hijo de-?!

Un golpe estruendoso en la mesa fue lo único que se necesitó para que los gritos de Jacaerys murieron. Todos se giraron al origen de dicho ruido, solo para encontrarse con los ojos furiosos de Lucerys Velaryon, quien sostenía una enciclopedia con tal fuerza que podría estrujarla hasta destrozarla. Su boca era una helada línea enojada, y a todos a su alrededor les dedicó una mirada furibunda.

—Está prohibido hablar en la biblioteca. —susurró en una gutural y fúnebre octava que provocó escalofríos en los demás. 

Aemond se encontró secretamente sorprendido de tal reacción, aunque una fracción de su cabeza encontró su accionar algo adorable. A pesar de lo severo de sus palabras, no podía tomarlo en serio.

Dejó salir una breve sonrisa frenada, y el par de ocelos castaños se posó sobre él como un peso contundente. En vez de cohibirse, el mayor le sostuvo la mirada en una pose desafiante.

—Si no van a ayudarme a recoger este desastre, salgan de aquí.

Wow.

Fue lo único que pensó.

 

****

 

Los siguientes dos minutos se la pasó recogiendo libros y ordenando el desorden provocado por su hermano. Con ayuda de Stark—aunque no requerida por él, desde luego— volvieron a poner la estantería de pie, y poco a poco fueron colocando los ejemplares que yacían en el suelo. Lucerys los revisaba uno por uno, abría los libros y leía cada página legal antes de colocar los libros en orden alfabético sobre el librero. Aemond imitaba su acción mientras que Cregan cargaba una pila de ejemplares que los vayan colocando en su lugar.

Jacaerys y Aegon también recogían libros, aunque lo que en verdad hacían era discutir. O más bien era el castaño amenazándolo con una enciclopedia mientras su hermano se burlaba de él. Incluso mientras se hallaba entre los anaqueles podía escuchar su escándalo. Hubo un punto de la pelea que Cregan tuvo que acercarse a ese par e intervenir.

A Aemond le dio igual lo que sea que ambos se llevaban entre manos y siguió por el rabillo del ojo a Lucerys, quien se adentraba entre los libreros para continuar con su labor. No se lo pensó, y con sumo silencio se escabulló del circo que estaba montando el mayor de los albinos, y fue tras Luke.

El menor continuaba guardando libros, uno tras otro, y con los ojos perdidos en cualquier cosa excepto en la contraportada que fingía leer.

—Así que ahora resulta que tienes contactos en el Consejo Estudiantil, eh, ratoncito.

Al escuchar su voz, Lucerys da un pequeño brinco sobre su lugar y se gira para encararlo.

—Ah, eres tú.

—Soy yo. —responde, acercándose unos pasos a la par que se adentraba más en la estantería—. No sabía que tú y Stark eran tan buenos amigos. —enfatizó las palabras para hacer notar su ironía.

El castaño lo entendió de inmediato y frunció el ceño.

—Pues es el mejor amigo de mi hermano —se alza de hombros y lo acribilla directamente. Nada bueno espera de esa acción—, y me cae bien.

Hizo su esfuerzo para no hacer notar la molestia que le provocó lo anterior dicho.

—Serán de la misma calaña, quizá —repone él con una sonrisa ácida—. Buenos chicos, aplicados y mojigatos. 

Lucerys deja el libro que sostiene con brusquedad.

—¿A qué has venido, Targaryen? ¿A molestar? —atacó en voz baja—, ¿por qué trajiste a tu hermano? ¿Quieres burlarte de mí o…?

—Oye, son muchas preguntas. —interrumpió al procesar tantas cuestiones.

Una cuestión en especial hizo mella en él.

¿Quieres burlarte de mí?

De sopetón recordó la conversación entre Rhaena, Myrcella y Lucerys, en la cual aludían que Aemond gustaba de él. No.

Que estaba enamorado.

Esa era una palabra todavía más profunda. Una que no se podía mencionar de repente, y que la mayoría utilizaba a la ligera. Si tuviera que responder a tal acusación diría que no estaba enamorado del segundo de los Velaryon.

Lo encontraba entretenido e interesante de forma parcial, sobre todo cuando se enojaba. Ver a Luke molesto era entretenido porque fruncía la boca en una línea fina, y bufaba de manera chistosa mientras apartaba sus bucles marrones con un resoplido. Sus ojos se abrían a la par que fruncía el entrecejo, y luego un mohín traicionero adornaba su rostro, siendo acentuado por unos cachetes ruborizados.

También tenía que reconocer para sí mismo que era gracioso ver como los orbes del Velaryon brillaban cuando se escondía a leer One Piece o alguno de otros mangas shounen. Sospechaba que ese manga era su preferido por la manera en la que las comisuras se le formaban en una sonrisa mientras leía en voz baja—moviendo los labios para repetir los diálogos—, o tal vez porque tenía un llavero de Chopper. 

En definitiva no estaba enamorado. No tenía sentido ya que no conocía realmente a Lucerys, pero tampoco podía tener la desfachatez de decir que le era indiferente.

Y, de regreso a la cuestión del principio. ¿Burlarse?

Aegon quiso venir porque le gusta tocarme las narices. 

Ante su contestación, Luke relajó un poco el entrecejo, relajando su pose defensiva.

—Veo que es un rasgo de familia.

—Hmp —deja salir una risa por la nariz—. Más o menos. ¿Tú qué hacías con Stark?

Dicha pregunto descolocó al menor de los castaños.

—¿Y eso?

—Responde.

—No tengo nada que decir además de que me ayudaba a ordenar unos libros mientras que Jace iba al baño y…espera, ¡¿Por qué te estoy contando esto?! ¡Métete en tus asuntos! —atacó el joven—. Yo no te debo ninguna explicación.

Aemond no se contuvo de dejar salir una aterciopelada risa. En honor a la verdad, no se vio venir que Lucerys fuese capaz de contarle a qué se debía la presencia de Cregan, pero agradeció el gesto. De súbito la molestia se disolvió en su interior.

—¿En serio? Yo creí que sí. —cortó un poco la distancia para aproximarse al asistente bibliotecario—...Lo del otro día…

Se percató de que Lucerys tragó saliva sonoramente mientras los colores subían a su cara. Estaba seguro que los dos recordaban aquél impacto torpe y bruto de sus bocas, escondidos entre los estantes y solo los viejos libros como testigos del acto.

“Bueno, asumo que solo estás tonteado” dijo Aegon el día anterior, con una voz que parecía simular aflicción.

Tal vez al inicio se sintió un felino arrinconando a un ratón hasta dejarlo sin escapatoria. Pero jamás considero volverse adicto a las reacciones del castaño. Ni siquiera entendía porqué intentó besarlo.

Sin embargo, el impulso y la adrenalina le jugaron una pésima pasada.

“Tú no eres así” dijo Helaena.

Tenía razón, él no jugaba con los sentimientos de las personas y en definitiva no era un ligón que calentaba el oído de las personas. Y no le agradaba en absoluto que Lucerys tuviera ese concepto de él.

Los segundos se hicieron eternos cuando el Velaryon ladeó la cabeza.

—No tenemos nada de qué hablar. Tú te estabas burlando de mí y yo…

Una vez más dejó que el instinto se apoderara de su raciocinio y estiró un poco la mano hasta tenerla algunos centímetros cerca del rostro ajeno.

Por primera vez no supe exactamente qué era lo que tenía que decir. ¿Quién estaba siendo acorralado ahora?

—Solo para tu información no soy un mujeriego—dijo por fin, sin saber a qué venía esa explicación—. No pierdo el tiempo flirteando con la gente, es muy tedioso.

—¿Ah?

Guiado por el impulso, dejó caer dos de sus dedos sobre la barbilla del muchacho y éste se crispó en su sitio. Tras el superficial contacto no pudo evitar acercarse unos centímetros más hacia él. Solo unos centímetros más. Solo un poco más.

No es suficiente.

—Te concedí la victoria en esa ocasión, ratón —musitó, y el desastre ajeno a él desapareció. Solo existían esos ojos marrones y el cosquilleo en la yema de sus dedos originaria tras sujetar el mentón ajeno. Un poco más cerca—. Y espero que la disfrutes porque la próxima vez ganaré yo.

Un poco más cerca.

…Solo un poco.

Eran minúsculos centímetros.

Iba a posar sus labios, deseoso de sentir la calidez que gritaba el aura de Lucerys Velaryon. Alimentarse de su derrota.

Lo que no se esperó fue que un par de dedos veloces se acercaran y pellizcaran su nariz. Cuando menos se dio cuenta, el pícaro roedor se escabulló de su posición a una velocidad admirable, alejándose de su cercanía.

Lo siguiente que escuchó fue una risa y luego una sonrisa bribona adornando la cara del castaño. La luz de las ventanas iluminaron sus rizos marrones y acentuaron sus labios rosáceos transformados en un cariz de burla. No tenía nada que ver con la carcajada azorada que soltó como mecanismo de defensa cuando le estampó aquel beso.

Esta vez parecía saborear el triunfo.

O más bien disfrutar de su derrota.

—Espera sentado entonces, Targaryen. 

Al decir esto se fue. Otra vez.

Y Aemond sentía que había vuelto a perder.

Padeció todavía más la sensación de derrota cuando sintió que su rostro se calentaba. Tuvo que convencerse todo el tiempo que se trataba de ira, pero la facción irracional de su cerebro sabía que no era así.

Notes:

Así como pasó con Luke, en realidad no hay nada de qué temer con Cregan (no me gusta ni un poquito el Lucegan, jejeje) solo lo puse para que ambos muchachos tengan su dosis de celos irracionales. Otra cosilla es que el fic tendrá diez capítulos ya que me terminó gustando el concepto de bad guy x good boy, espero que lo sigan apoyando a pesar de que decidí alargar un poquis la historia.

¡Gracias por los comentarios y los kudos! :3

Chapter 5: Capítulo 005: Paraguas

Notes:

HE REGRESADO. Un mini aviso es que quería agradecer el apoyo, en serio me encantó leer sus apreciaciones y los kudos. Los amo. En segundo lugar, este capítulo estará bajo el pov de Lucerys para ir intercalando :3

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Las gotas de lluvia surcaban las ventanas de cristal, como únicas acompañantes en el solitario recinto. El lunes tuvo que volver a quedarse para organizar algunos préstamos de libros y limpiar las mesas de la biblioteca. Samwell había salido disparado de su trabajo, diciendo cosas sobre que ese día tenía clases de la universidad y estaba a punto de llegar tarde. Lucerys no tuvo problema en relevarlo, terminar sus quehaceres y cerrar la biblioteca antes de irse a casa. A veces se daba el lujo de adelantar los deberes y de paso esperar a que Jace saliera de sus prácticas de Basquet.

Hoy, como pocos días no pudo permitirse estudiar, algo muy extraño en él ya que Luke se consideraba un chico aplicado y organizado. Sin embargo, se había olvidado el cuaderno de geografía en su casa y no podía avanzar un ensayo que le asignaron en clase. Estaba estresado ya que la tarea se entregaba en un par de días y no había hecho absolutamente nada. Por si no fuera poco tenía que hacer unos ejercicios de matemáticas y álgebra que se entregaban al día siguiente.

Y para rematar su suerte, se había olvidado el paraguas en casa y no había forma de regresar a casa en plena lluvia torrencial. Bufó, maldiciendo su mala fortuna.

Si las cosas no se podían poner peores, aparte del sonido de humedad y petricor sentía un sutil aroma a menta, el cual ya había aprendido  distinguir muy a su pesar. No tuvo que hacer mucho esfuerzo para adivinar que se trataba de Aemond Targaryen, quien seguía escondido en las sombras de las estanterías lejanas para leer un libro y fumar su vape.

Dioses, ¿es que ese sujeto no se cansaba de fastidiar? Todos los días tenía que hacer acto de presencia, decir o hacer algo poco predecible y luego desaparecer con una sonrisa pálida y burlesca. Siempre traía ese patético aire de superioridad, con ese tono atorrante que lo caracterizaba. 

El viernes de la semana pasada se había atrevido a venir a la biblioteca con su hermano. Luke no era un prejuicioso, pero lo primero que se le vino a la cabeza fueron burlas. Burlas, burlas y más burlas. ¿Por qué tendría que pensar otra cosa? Las personas como Aemond Targaryen, que se creen la gran cosa sobre la faz de planeta, solían ver a los demás como inferiores. El albino lo demostraba con su manera de tratar a Jacaerys, a su propia prima, y desde luego, a él mismo. Y lo más triste de todo es que parecía orgulloso de eso. De sus juegos retorcidos.

“Te concedí la victoria en esa ocasión, ratón... Y espero que la disfrutes porque la próxima vez ganaré yo”—fue lo que dijo aquella vez, y una sensación desconocida invadio las entrañas de Lucerys. Como si se estuviera subiendo a la cúspide de una montaña rusa, mortal, pero a la que al mismo tiempo deseaba subir. 

“Solo para tu información no soy un mujeriego” ¿Qué importancia tiene eso? ¿Qué más daba si Aemond Targaryen era uno de esos Casanovas que ligaban con la vía láctea completa? A Luke no podía interesarle menos. 

A él solo le molestaba que un idiota creyera que puede verle la cara de idiota. 

Y Aemond Targaryen era un idiota. Un completo estúpido que ahora mismo estaba fumando a sus anchas en el piso, como si Lucerys no lo estuviera manteniendo bajo un escrutinio mortal.

Siguió el movimiento de los labios ajenas separándose de la boquilla del vape, y luego como los ojos desiguales se posaron sobre él.

—¿Qué pasa, ratoncito? No me digas que vienes a darme otro beso.

Lucerys abrió los ojos tanto como pudo y luchó por suprimir el color rojo de sus mejillas. Al no poder hacerlo, se convenció así mismo que se estaba sonrojando de la ira. Claramente todo giraba en torno a la rabia, porque los sentimientos que Aemond creaba en él era comparado con tragarse dinamita y mantenerla en el estómago. No importaba cuantas cosas dijera Rhaena—según ella, “argumentos válidos”— o los desvaríos fantasiosos de Myrcella.

A día de hoy todavía no tenía argumentos para explicar porqué beso a Aemond Targaryen.

“—Pero, ¿por qué lo hiciste, Luke? Eso es lo que no comprendo. —dijo Rhaena en clase de gimnasia, ignorando los saltitos que daba Myrcella.

Lucerys tragó:—¡N-no lo sé! Simplemente quería que cerrara la maldita boca. ¡Él iba a hacerlo y luego se burló de mí! 

—¿Y se supone que se toman el pelo a besos? Suena todo muy lógico. —su mejor amiga responde con una ceja enarcada.

—¡Agh, Rhaena, piensa lo que quieras!

—No es lo que pienso, es que no tiene coherencia. Nada de lo que ustedes hacen es coherente.”

Incluso aunque los argumentos de Rhaena fuesen congruentes, a Lucerys le daba pavor darle la razón. Porque él había besado a Aemond en un arrebato impulsivo de enojo y adrenalina, y quería dejarlo ahí, enterrado y olvidado. Como cuando uno se tropezaba en la calle y simplemente seguía su camino después de reponerse.

Empero, el par de orbes amatista y azul zafiro no lo dejaban en paz. 

—No digas tonterías. —gruñó el castaño—. Será mejor que salgas de aquí, tengo que limpiar las mesas y ya voy a cerrar la biblioteca.

Aemond miró desganado hacia las ventanas decoradas con las gotas de lluvia, y luego volvió a posar los ojos en Lucerys. El joven tuvo el impulso de desviar la mirada ni bien sintió el peso de la ajena.

—¿Muy apurado, ratón? Usualmente cierras a las cuatro y media de la tarde.

Sí y no. Estaba asfixiándose de estrés por dentro, ya que no tenía paraguas y tenía demasiado que estudiar en casa. 

—Hoy no. —se limitó a responder. Asume que a Targaryen no le interesa.

Se encamina con un pequeño trapo hacia las mesas, algunas más garabateadas que otras, y en un fragmento de diez minutos todo se constituye en un silencio extrañamente tranquilo. Él limpiaba mesas, se concentraba en el sonido de la lluvia rebotando en el techo y las ventanas, y se impacta cuando observa a Aemond por el rabillo del ojo. Gran sorpresa se llevó cuando lo descubrió leyendo en total serenidad El Conde de Montecristo. 

Casi le hace pensar que de verdad le gusta ir ahí a leer.

El sonido de la lluvia incrementa con fuerza y el castaño bufó estresado.

Una risa por la nariz, seca y socarrona, lo hizo girar al escondite del platinado.

—¿Qué?—gruñó entre dientes.

Lo que recibió como contestación fue otra sonrisa de mofa. Era de esos gestos que el albino hacía cuando le daba gracia la ofuscación de Lucerys. 

Lo peor no era el semblante en sí, sino que el menor hubiese aprendido a diferenciar los distintos gestos de Aemond Targaryen.

—¿No te gusta la lluvia, ratoncito? —inquiere con un tono aterciopelado.

Luke arrugó aún más el ceño.

—Eso no te incumbe.

Aemond colocó la mano en la página que estaba leyendo y cerró el libro.

—Si tengo que adivinar, diría que te frustra este clima. ¿Acaso los niños ricos como tú no tienen choferes que los lleven a casa?

El castaño apretó el indefenso trapo entre sus dedos y chistó los dientes. Una persona en sus cinco sentidos se espantaría de que alguien tan atemorizante como el delincuente estudiantil con renombre sepa tal información, pero a decir verdad no era un secreto que la familia de Lucerys fuese bastante acaudalada. En un colegio como en el que estaban, eso no era algo raro.

Empero, cualquier cosa que saliera de la boca del Targaryen era, o una ofensa, o una mofa. No podía haber más

—Tú no sabes nada sobre mí —desquitó su fastidio en una mesa cercana y se alejó del mayor—. Ocúpate de tus propios problemas.

Caminó entre las mesas más alejadas del sitio donde se hallaba el albino y continuó limpiando con una fuerza traducida en enojo.

—Ah, ¿Tuvimos un mal día, cierto?  —la voz satinada del más alto hizo eco entre los anaqueles, y a pesar de que Luke no podía verlo, se imaginaba una sonrisa maliciosa adornando su cara de imbécil.

Lucerys se decantó por ignorarlo, continuar limpiando las mesas hasta hacer que las patitas se desequilibren de su sitio sonaba mejor que recrear los gestos de Aemond en su cabeza. Tenía demasiada tarea, y el único plan que se le ocurría era esperar como idiota en la biblioteca hasta que la lluvia se calmara un poco. Jacaerys se había ido al polideportivo del centro de la ciudad y su tío Laenor estaba trabajando.

Necesitaba regresar a casa.

—Es sorprendente que el aplicado asistente bibliotecario resultara ser un despistado que se olvidara su propia sombrilla.

Lo que faltaba.

La escasa paciencia de Lucerys se podía comparar con el tiempo de vida de una gotita de lluvia deslizándose por el tejado y perdiéndose en el charco de agua. Apretó con más fuerza paño de tela y fulminó el sombrío escondite donde estaba Aemond.

—¿Y tú cómo sabes que no traje mi paraguas? —dice desde su sitio, fingiendo que limpiar garabatos era lo más interesante del mundo.

—Um, lo sabía.

El Velaryon entornó los ojos y se preparó para masticar su respuesta. 

—Puedo decir lo mismo de ti —una sonrisa traicionera se formó en su cara—. Olvidaste tu paraguas y por eso vienes a hacer tiempo. —al no haber una contestación, siente un cosquilleo placentero en su vientre—. ¿Me equivoco?

Por unos segundos solo se hizo presente el sonido de la llovizna externa, y solo necesitó ese fragmento de tiempo para hacerse a la idea de que estaba en lo cierto.

—Hmp, para nada. Simplemente me gusta la lluvia. 

Diablos.

—Gracias por aclararme que resultaste ser el único despistado que no vino con paraguas. Al menos podrás acabarte de leer  todos los mangas de este lugar.

¡Diablos!

Lucerys balbuceó algunas groserías entre dientes, todas dedicadas al segundo varón de los Targaryen. Limpió las mesas totalmente cabreado, apretando el paño de seda hasta que sus nudillos se volvieron blanquecinos. Estaba estresado por la temporada de exámenes, por los deberes a presentar, los ensayos, y todo en un fragmento muy corto de tiempo. Encima de eso no podía sacarse a Aemond Targaryen de la cabeza, él de alguna forma se volvía una partícula indeseada en su mente.

Él y aquél beso—que no era un beso, sino una forma de hacerle callar la boca—, y todos los acercamientos peligrosos que hubieron entre sus narices. Sus palabras. Sus horribles gestos.

—La lluvia me agarró desprevenido.

—El clima de King’s Landing es una mierda, te concedo eso. 

—Cuánto honor.

Un “hmp” grave se escuchó desde los libreros y el menor continuó limpiando unas manchas de tinta sobre la penúltima mesa que le faltaba limpiar.

—¿Por qué no le pides a tu hermano que venga por ti? Hasta aquí escucho como haces drama.

—Pues ponte audífonos o algo, ya que siempre haces lo que quieras acá —replicó ceñudo. Se sorprendió escuchándose decir eso, como si estuviera resignado de la actitud del albino—. Y mi hermano tiene prácticas en otra escuela, él irá de frente a casa.

—Así que solo te queda rogarle a los dioses que detengan la lluvia para que puedas llegar a casa. Un buen plan, por si me lo preguntas.

Puso los brazos en jarras y acribrilló fastidiado hacia el fondo de la biblioteca. 

—Vale, pues es una suerte que sea yo el que pille un resfriado y no tú.

Si entrara cualquiera pensarían que estaba hablando solo  o con los fantasmas milenarios del colegio.

Otra vez en unos instantes solamente se escuchó el sonido de Luke al limpiar, de la lluvia torrencial y del reloj viejo en la pared amarillenta de la biblioteca. 

—Yo podría darte un paraguas.

La sangre se le congeló en las venas, las extremidades se congelaron por completo. Sin embargo, era irónico que sintiera la piel caliente, el interior de su pecho dando vueltas en un creativo espiral mientras procesaba lo que creyó no escuchar. ¿O sí?

¿Acaso el estrés hacía mella en él? ¿A tal extremo de imaginarse que Aemond le estaba ofreciendo una sombrilla extra?

Parpadeó una vez. Parpadeó dos veces. Asimiló lo que creyó no oír y miró hacia un punto muerto de la biblioteca. No comprendió porqué se sintió retraído al observar los libreros donde sabía que estaba Aemond, como si estuviera visible frente a él en ese instante.

—¿Eh?

—Solo si estás muy desesperado.

Tuvo la ligera impresión que Aemond no estaba sonriendo, y eso le dio pánico.

El castaño miró el pañuelo y lo estiró un poco.

—¿Tienes un paraguas extra?

—Ja, no, ratón. Sería el mío.

Lo estiró todavía más.

El solo hecho de imaginarse a Aemond Targaryen y a él bajo una diminuta sombrilla le provocó pavor. Era algo surreal, inverosímil, el solo hecho de recrear en su cerebro una escena en la que ambos sean divididos por unos escasos centímetros de forma obligatoria. No podría.

No resistiría.

Una persona normal no le gustaba ni siquiera compartir el oxígeno con alguien que no le caía bien. Sin ir más lejos, Jacaerys no toleraba estar en el mismo corredor que Aegon Targaryen.

¿Por qué tendría que ser diferente con Aemond?

—Olvídalo —dejó salir las palabras como si estas fueran chispas—. No sé a qué juegas, pero no voy a compartir el paraguas contigo.

Otra risa sardónico rebotó en la estantería.

—¿Quién dijo que te la voy a compartir? Voy a rentarte mi paraguas.

Ah. Eso sí podía ser algo propio de Aemond Targaryen. Maldito bribón sin patria ni honor.

—¿Disculpa?

—Cinco dragones dorados y tendremos un trato.

—¡¿Cinco?! —exclamó el castaño—. Comprarme un paraguas me cuesta lo mismo.

—Eres uno de los niñatos más ricos de aquí, ¿y chillas por cinco dragones dorados? Que tacaño.

—Ni en esta vida ni en otra gastaría cinco puñeteros dragones dorados por usar una sombrilla durante diez minutos —se cruzó de brazos—. Es un robo, mires por donde lo mires.

Escuchó un suspiro y luego que un libro se cerraba de manera sonora. 

—Bueno, entonces muérete de neumonía. —la sentencia helada de Aemond tuvo como acompañamiento ideal un estruendo de los cielos. De pronto la lluvia volvió a incrementar, como si no pudiera hacerlo más, casi sentenciando que no iba a cesar—. Lo tomas o lo dejas, ratón.

Las gotas húmedas golpeaban fuertemente las vitrinas, casi como si quisieran romper el cristal.

 Un rizo travieso surcó la frente y Lucerys se lo apartó de un bufido. 

****

 

—Este paraguas no es tuyo ni de broma.

—Pfft, deja de chillar y ven acá, princesa ratona.

Aceptar la propuesta de Aemond Targaryen le supo a vinagre sobre la lengua. Ni bien masculló un “Ugh, vale”, el albino hizo acto de presencia y lo encaró con un gesto de sorna. El cielo se había puesto tan gris que no tendría por qué distinguir sus facciones pálidas, no obstante pudo distinguir el semblante cargado de ironía.

El mayor lo esperó afuera mientras Luke limpiaba la última mesa. No pasó por alto cuando sacó la copia de las llaves de la biblioteca, haciendo tintinear el metal y el muñequito de Chopper. Rogó para que Aemond no lo viniera, pero claramente pasó lo contrario. Cuando vio su llavero, volvió a dibujar una sonrisa burlesca que a Lucerys se le antojó de borrar a base de cabezazos. 

Y helos en la puerta del instituto, siendo protagonistas de una escena tan lamentablemente cliché que haría que Myrcella Lannister saltara en un solo pie mientras repetía lo lindo que se veían, que ojalá protagonizar algo así. Cuando lo único que Luke quería era que le cayera un piano encima. O Aemond.

Lo peor es que el albino lo esperó en la entrada con un paraguas demasiado colorido para que lo llevara un chico que era la personificación del bad-boy-punk-delincuente académico que siempre usaba chupas de cuero, muñequeras negras con púas y piercings de metal. La sombrilla de colores era cálida, casi un arcoiris andante, y en definitiva una contraposición visual con su supuesto dueño.

—Devuélvelo de donde sea que lo hayas sacado.

—Como jodes…

Lucerys se cruzó de hombros y enarcó la ceja.

—Hablo en serio, no quiero ser cómplice de un paraguas robado.

—Que es mío, maldición.—el joven hizo girar el bastón entre sus dedos y con ello el impermeable—. En realidad es de mi hermana y me lo prestó. Aegon se llevó el otro.

Luke gruñó poco convencido y el albino le dedicó una mirada ceñuda.

—Vale, prejuicioso, ve tú cómo regresas a tu mansión. —hizo ademán de dar la vuelta y encaminarse al exterior lluvioso.

El castaño dejó que sus pies lo guiaran hasta posicionarse al lado de del platinado; en el proceso su cabello ruloso se humedece con algunas gotas de lluvia, junto con una parte ínfima de su blazer. 

—De eso nada, no voy a regalarte cinco dragones dorados.

Aemond le vio de forma desapasionada y soltó su clásico “hmp”. Fue ahí que reparó que estaba a pocos centímetros del hombro del más alto, compartiendo el espacio pequeño que proporcionaba la colorida sombrilla. Lucerys trataba de mantener algo de distancia, aún cuando tenía la sensación de que su brazo izquierdo se continuaba humedeciendo por la lluvia.

El pensamiento traicionero de que estaba a escasa distancia del Targaryen fue comparada con dar un salto mortal. Aquella comparación le hizo apretar las correas de su mochila.

—Apégate más si no quieres empaparte.

Aquellas palabras graves y aterciopeladas provocaron un retortijón en su estómago.

—Paso.

—Como quieras.

Los siguientes minutos fueron en un mutismo extraño. Las gotas golpeaban incesantemente el impermeable polícromo de la sombrilla para luego caer al suelo. El cielo estaba tan gris que algunos establecimientos tenían que iluminarse, y la lluvia torrencial creaban enormes riachuelos en la acera.

Cuando era niño, Luke amaba la lluvia. Solía caminar por las calles con un overol azul eléctrico y unas botas impermeables de color rojo. Saltaba de charco en charco, haciendo salpicar las gotas por todos lados, sin importarle mojarse el cabello o la cara. Recuerda a Jacaerys ir detrás de él para pedirle que no corra más rápido, y a Rhaenyra detrás de ellos, con su sonrisa dulce, su gabardina negra, mientras sostenía un paraguas rojo y el cabello platinado pegado a su delicado rostro.

A su madre le gustaba la lluvia pero no saltaba de riachuelo en riachuelo, sino que se permitía alzar la mano fuera de la sombrilla y disfrutar de las gotas de agua sobre su perfilada nariz. Luke había adoptado esa manía y cada vez que llovía adoptaba las manías que recordaba de Rhaenyra.

Así sentía que la tenía cerca. Miró hacia el cielo nublado y se preguntó cómo estaría su mamá

—¿Qué te pasa? —la voz grave de Aemond lo sacó de cavilaciones.

Sin darse cuenta había estirado los dedos para sentir la lluvia.

—Ah, nada. —siguió su camino con un gesto pseudo-estoico—. Eh, ¿cómo haremos? ¿Me das el paraguas o…?

La sonrisa maliciosa del albino le dio escalofríos.

Estaba a punto de decir alguna barbaridad.

—Que va, te acompaño a tu casa.

Lo sabía. 

—Ni de chiste.

El Targaryen afiló aún más su gesto.

—¿Por qué? ¿Te molesta que la plebe se acerque a tu casa, Strong?

Lucerys paró en seco y no le importó estar a pocos centímetros de mojarse la espalda. Frunció el ceño, la boca y apretó los puños. 

—No me llames así.

No le interesó si se veía poco intimidante o si era un chiste andante cuando se molestaba. Ese día no estaba de humor para estupideces. No quería escuchar cosas relacionadas a su origen, a escándalos mediáticos que solo servían para alimentar el morbo de la gente y denigrar a su familia. A su madre.

Aemond lo contempló desapasionado y se llevó la mano al bolsillo para sacar su vape negro. Lo puso entre los labios cuando estuvo a punto de contestar.

—No es la primera vez que…

—No me interesa —le cortó Lucerys. Y fue aquella contestación contundente lo que le ganó la atención completa del mayor—, no me llames de esa forma, Targaryen.

El chico absorbió el vapor de su cigarro electrónico y luego lo liberó. El aroma de menta se fusionó con la humedad y crearon un nuevo olor en las fosas nasales de Lucerys. Lo siguiente que vio fue otra sonrisa seca en la cara del otro joven.

—Tienes pelotas…—es lo único que dice antes de guardar otra vez el vape—. De todas maneras “ratoncito” te queda mejor. —el tono de Aemond parecía ser menos defensivo, por que pudo relajarse también.

—Ese tampoco me gusta.

—Mala suerte.

Luke volvió a sentir un revoltijo extraño en su interior y avanzó para volver a caminar a la par que Aemond, ambos bajo la seguridad del paraguas. 

El frío del clima se tendría que colar en la tela del blazer oscuro, pero por alguna razón Lucerys no lo sintió. Es decir, sí, los nudillos se congelaban por el viento helado de la lluvia y las gotas mojaban parcialmente su codo. Sin embargo, cada vez que el Targaryen abría la boca o tan solo lo miraba de soslayo, el castaño tenía que enfocarse en la sensación del frío. Como si fuese lo más importante en ese momento.

Tendría que ser lo más importante en ese momento.

Carraspeó, ya que la idea le daba terror. 

—¿Cómo vamos a dividirnos el paraguas? ¿Vives cerca? —inquiere con cautela. No quiere admitir que la idea de que Aemond conociera su casa le da miedo. Miedo porque eso significaría que podría encontrarse con Jacaerys y crear una escena.

Miedo, puesto que eso significaría pasar más tiempo con Aemond Targaryen en un espacio excesivamente reducido. A merced de aquel demonio albino de sonrisa cruel, y de sus propios pensamientos. Pensamientos que lo transportaban a una tarde en la biblioteca en la que se dejó llevar por una parte oscura de su naturaleza y le robó aliento con su boca.

“....la próxima vez ganaré yo…”

Miedo. No.

“...hay una persona con la que no tengo problema de besarlo aquí, en el baño o en donde él me lo pida…”

Pánico.

Ni siquiera el clima de aquella tarde le provocaba más escalofríos que esas palabras aterciopeladas y ese par de ojos helados.

Aemond le sonríe de costado y eso no ayudó.

—A pesar de que me gustaría meterte en un aprieto, la verdad es que no tengo mucho tiempo. —contesta por fin—. Me iré a la biblioteca local o a algún otro lado y esperaré a que pase la lluvia.

Lucerys arrugó el ceño poco convencido.

—No parece que vaya a parar de llover.

—¿Alguna sugerencia?

El joven castaño miró por todos lados la calle repleta de árboles y edificios, luego sus ojos captaron la avenida principal.

—¿Y si te acompaño a la parada de autobuses? —inquiere, más como si estuviera pensando en voz alta—. Digo, si tu casa queda cerca no te mojarás o…Deja de mirarme así. 

—¿Así cómo?

—Como si hubiese dicho la mayor tontería del mundo.

—En eso nadie le gana a Aegon —replica el platinado. Luke estuvo a punto de reírse, pero la acción se queda en un puchero grácil—. No suena mal. —aquella recepción tan asertiva casi descoloca al menor—, supongo que es lo menos que puedes hacer ya que estás usando mi paraguas.

—¡¿Perdóname?! ¡Yo te estoy pagando cinco dragones dorados por “tu dizque paraguas”! —exasperó el muchacho haciendo una señal con la mano para contar las cinco monedas que valió la sombrilla, y resaltó fuertemente las palabras finales. 

Aemond gruñó:—Tú quisiste.

—Que no tenía opción —ladeó la cabeza a otro lado—. Tengo mucha tarea y mi hermano va a llegar tarde por su entrenamiento. 

—Gracias por decir que soy tu “peor es nada”.

—Cuando quieras. —zanjó con una sonrisa ácida a la que concluyó con el acto infantil de enseñar la lengua como si estuviera en el jardín de niños. El Targaryen chasqueó la lengua y susurró un “Eres un crío” a lo que recibió una imitación con tono agudo por parte del menor.

Ladeó una comisura en una sonrisa torcida, y se espantó al percibir sus extremidades cálidas. Sentir frío y calor al mismo tiempo lo ponían nerviosa. Estar a poquísimos centímetros de chocar con el hombro de Aemond le hacía perder los papeles y entrar en un caos interno que no le gustaba. Porque una parte de él creía que no era repulsión.

—Yo que pensaba que querías acércarte a mí para terminar tu linda fechoría de la biblioteca. —dice el mayor.

Y solo bastan esas palabras y esa sonrisa infernal para perder las casillas. Sus ojos cafés se dilatan y se le sale un grito agudo cuando encara al más alto.

Odia cuando Aemond lo agarra de punto y encima tiene la osadía de sonreír como un jodido demonio. Con aire de superioridad, triunfo y al mismo tiempo malicia. Intuye que Luke odia que hablen del tema del beso—si es que tienen algo de qué hablar—y que odia que se lo insinuen. Porque Lucerys necesita pasar de página y hacer como que aquello nunca pasó. Fue un lapsus brutus. Una torpeza de aquellas que sólo ocurren una vez. Del tipo de cosas que cuando uno las recuerda solo quiere arrancarse la piel.

Empero, en el momento en el que iba a indignarse algo más se adueñó de sus acciones. Un algo peligrosamente similar a lo que lo poseyó en la biblioteca esa tarde. Solos. En un espacio reducido. 

Muy reducido.

Y él creyéndose más listo.

Arrinconando aunque al mismo tiempo no.

—En realidad yo pensaba que eras tú el que quería acercarse a mí con una excusa —el impulso se adueña de sus palabras y estas encuentran la salida sobre sus labios. Sonríe y observa directamente a su contrincante—. Ya sabes, ¿el paraguas? Buen truco.

Las gotas de la fuerte lluvia vuelven a ser las protagonistas de la tarde nublada. Caen y golpean el pavimento hasta convertirlo todo en riachuelos. Luke se siente tentado a mirar hacia las formas que crea el agua, pero el orbe amatista de Aemond es mucho más llamativo. De pronto se ha borrado la sonrisa de sus facciones afiladas y solo queda un gesto estoico.

Ahora él sonríe y el Targaryen está serio.

La lluvia sigue rodeándolos y el paraguas colorido crea diversas formas sobre la escena. 

No se pierde cuando el albino aprieta el bastón de la sombrilla y se dispone a seguir el camino hasta la avenida concurrida.

—Si que tienes el ego muy alto para ser un roedor.

—Uh, ¿no? Tú eres el que toca las narices y luego te quejas si te hacen lo mismo. No me mole—...

—Sí.

—¿Sí?

Aemond gira un poco sobre sus talones y vuelve a encararlo tan directamente que le da miedo. Los ojos del albino están brillando de una manera extraña, sobre todo su orbe amatista. Tintinea de una forma extraña, tal que podría hacerle competencia a las luces del semáforo de la avenida principal.

De repente su respiración se vuelve errática como en la ocasión en la que le bromeó con que moría por besarle en la biblioteca. O aquella vez que le sostuvo el mentón y le dijo que nunca más le iba a ganar. Luke tiene que contener el aire en la boca porque el repentino silencio se hace asfixiante.

El Targaryen extiende una sonrisa teñida de algo extraño. No sabe si es ironía, mofa, acidez, o..¿o qué más? Entra en trompo cuando cae en cuenta que no sabe diferenciar la sonrisa suave que se muestra frente a él, la cual no muestra su dentadura afilada y blanca, o que marca la dureza de sus facciones. Es una sonrisa suave. Tenue. Casi tan aterciopelada como su voz.

Sin darse cuenta presiona con fuerza las correas de su mochila.

—¿Sí, qué?

—Tenías razón. 

Dos palabras que crean un vorágine en su estómago. Todo a su alrededor da vueltas y de pronto la lluvia ya no le da frío. Es una frase que se desliza con suavidad, casi como un aire helado y extraño sobre su nariz y las manos.

Como estirar la mano fuera de la sombrilla.

Un autobús se detiene frente a ellos, pero para Luke todo se vuelve a detener. Todo otra vez.

No se percató cuando el albino estiró el paraguas y cubrió su figura menuda sobre él; al hacerlo hubo roce entre sus dedos pálidos y los rizos húmedos de Lucerys. 

¿En qué tenía razón?

“¿Tenía razón cuando dije que querías acercarte a mí usando tu paraguas?” “¿Tenía razón cuando te besé?”  las posibilidades seguían y seguían produciéndose en su cabeza. Su respiración se volvió trémula de solo pensarlo, e inconscientemente apretó con fuerza el bastón de la sombrilla, sintiendo la calidez que dejó el agarre del tercer Targaryen. Ahí justo donde lo había sostenido.

No quiso, pero al final inquirió.

—¿Tengo…razón? ¿En qué? —cuestiona con un tono atropellado. El huracán dentro de él es traicionero e intenso. Más intenso que la lluvia.

Aemond subió al autobús, y se detuvo en la tercera grada. Se giró hacia él y mantuvo aquél gesto suave, con todo sus ojos brillantes y tan tintineantes que hacían contraste con el día nublado.

Luke sintió que su corazón dio varios brincos acelerados. 

—Sí me robé el paraguas.

Las puertas del autóbus se cerraron y la sonrisa del mayor se ensanchó. Luke vio como el transporte se alejaba y luego se perdía en la avenida.

Parpadeó varias veces, viendo las gotas caer y caer hasta mojar la punta de sus zapatos. Sostenía la sombrilla de tal forma que sintió que iba a romperla. Todo el revoltijo de sensaciones de vértigo concluyó, como si hubiese subido a la montaña rusa más peligrosa de todas y hubiera vuelto a descender.

Miró el paraguas, luego hacia la calle vacía y otra vez al paraguas. No pudo evitar reír con acidez cuando cayó en cuenta de lo que había pasado. Era una fusión entre molestia, alivio, ira, y…Vale, un sinfín de sentimientos que no le quiere dar nombre. Menos cuando sus carrillos están tan rojos como la luz del semáforo.

Vuelve a ver la sombrilla y entra en pánico. Genial. Ahora era un ladrón de sombrillas gracias al patán de Targaryen. Ya se podía imaginar la risotada que se iba a lanzar Rhaena, mientras que Myrcella siguiera pintando un cuento de hadas que no existía. Se imaginaba a la Targaryen diciendo algo como “Vamos, ¿no te lo veías venir? Al menos tuvo en consideración que no te diera un resfriado. Sí bueno, paraguas robado y todo, pero al menos no tienes pulmonía”, a la par que Myrci agregaría un “Ow, ¿a poco no fue tierno?” Maldita sea, mañana pondría ese paraguas en la caja de objetos perdidos y se desentendería del tema. 

“Bueno, no es como si hubieses matado al Papa. “susurra una voz en su interior a la que personifica como aquel chico albino de ojos desiguales y cabello lacio y largo. Aquel cabello cuya fría suavidad apenas pudo rozar cuando compartían el poco espacio que daba la sombrilla robada.

Estaba tan ensimismado en lidiar con Aemond y su sonrisa estúpida que se había olvidado de los deberes esperándolo en casa.

—Idiota. —masculló entre dientes antes de continuar su camino.

Lo peor es que la lluvia ya no se sentía helada.

***

 

Después de tocar el timbre no solo una, sino tres veces es que por fin alguien le había abierto la puerta. Se le habían quedado las llaves y tuvo que hacer algo tiempo afuera para esperar a que algún miembro de su familia llegara antes de que él. “Estás muy despistado últimamente” le había comentado su madre el domingo.

Lo recibieron los ojos curiosos de su hermana, y luego otro par de orbes amatistas que pertenecieron a Daeron. Lo visualizó jugando con su nintendo switch hasta que, al parecer, verlo ingresar a casa le provocó la suficiente gracia como para soltar una carcajada que resonó en toda la casa. Por otro lado, Helaena solo lo escrutó en un silencio parco y luego alzó ambas cejas.

Tuvo que esperar en la entrada para exprimir la humedad de su cabello, notando como éste se había ondulado por la lluvia. Su chaqueta de cuero y gran parte de su uniforme también estaban completamente empapados. 

—¡Pareces un gato mojado! —se burla Daeron desde el sofá, a la par que explota de risa.

Aemond frunce el ceño porque puede imaginarse que está hecho un desastre. Helaena lo contempla con su mutismo habitual.

—¿Y el paraguas? —le pregunta por fin.

El tercer albino de la casa ladea la mirada para otro lado.

—Lo olvidé.

—¿En la escuela?

Hmp. —musita a modo de afirmación.

Helaena tal vez no le cree pero no dice nada más.

—Te traeré una toalla. No te acerques mucho o Mamá se volverá loca cuando sepa que le empapaste su piso.

Su hermana mayor no dice nada más y después de un rato todo lo que se escuchan son las carcajadas de Daeron comparándolo con un gato que odia bañarse, entre otras cosas más. Aemond ni siquiera se molesta en escucharlo.

Notes:

NECESITABA mi cliché de paraguas. Ya que yo no puedo tenerlo (básicamente porque pocas veces llueve en mi ciudad) y nunca lo tuve, dije "mis bebés tendrán su cliché shoujo de compartir paraguas. Sí, señora". Un par de avisos: El siguiente capítulo también sera pov compartido, pero más habrá de Luke (ya verán por qué, jiijiji) y el segundo aviso es que estaré entrando a clases pero como esta historia es mi lugar feliz y mi será mi única fuente de relajación, voy a ir adelantando la escritura de los otros capítulos.

Muchas gracias por el apoyo y espero que me cuenten qué tal les pareció este Lucemond con cliché de paraguas :3.

Chapter 6: Capítulo 006: Anteojos

Notes:

HE REGRESADO!

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

—¡Hey, hey, Louis! ¡Yuju, Louis! Soy Aegon, ¿te acuerdas de mí?

—Shh, no grites, estás en una biblioteca. —refunfuñó Lucerys— .Y es Lucerys. —completó entre dientes, evidentemente irritado.

El chico de corto cabello platinado sonrió pícaro y se encogió de hombros.

—Eso dije. 

 Luke reparó su uniforme desaliñado, una playera verde fosforescente resplandecía debajo de la camisa formal y la corbata estaba mal anudada. Llevaba un par de aretes y brazaletes de colores. A veces se preguntaba por qué el colegio no lo expulsaba todavía.

Giró los ojos y compartió miradas extrañadas con Rhaena y Myrcella, quienes estaban estudiando en una mesa contigua a donde él se encontraba colocando libros en las estanterías más altas. 

Era el segundo receso tranquilo en la semana. Algo raro ya que Aemond Targaryen siempre estaba ahí para tocarle las narices.

Y en dos días no lo había visto por ningún lado. No había rastro de su figura altiva, el porte intimidante, la mirada sombría ni el olor a menta que despegaba su vape. Luke no quería admitir que era raro acercarse a los libreros más alejados y no hallar su silueta arrogante sumida en una lectura, o la risa mordaz que soltaba cuando él hacía acto de presencia.

Pero ya habían pasado dos días.

El silbido de Aegon lo trajo de vuelta a la realidad, y trató de no sentir el bicho de la curiosidad de preguntar algo sobre su hermano menor.

—Este lugar es tan deprimente como siempre. —comentó el albino antes de reparar en los dos pares de ojos que los observaban—. Ah, hola Baela.

—Rhaena. —gruñó la morena.

—Suenan igual.

La muchacha estuvo a punto de replicar algo más, siendo inútilmente retenida por una asustada Myrcella. Por lo tanto, fue el castaño quien decidió intervenir para evitar un baño de sangre.

—¿Se te ofrece algo? —inquiere escueto. 

Aegon miró por ambos costados y mantuvo aquella sonrisa sibilina que por unos instantes le recordó a la de Aemond, aunque al mismo tiempo no. Las sonrisas del Targaryen menor era delgada, pálida y afilada; se le marcaban un poco los hoyuelos en sus finos rasgos, y los ojos resplandecían. Aegon solo sonreía y soltaba risillas que no auguraban nada bueno.

—Ahora que lo preguntas, sí de hecho. —aclara el joven—. Quería pedirte un pequeño favor.

Lucerys tiene la sensación de que se ha tragado una piedra y no puede evitar fruncir el ceño desconfiado. Desde las mesas puede escuchar un jadeo temblores de Myrcella, y ya puede visualizar como Rhaena chista los colmillos.

—¿El qué?—masculla receloso.

—¡Genial, aceptaste!

—Yo no-...

De repente siente como le imponen frente suyo una pila de papeles, cuaderno de apuntes y un par de archivos en folios. Parpadea varias veces anonadado y se plantea si sostener lo que el mayor le está tendiendo. Contempla el gesto pícaro del Targaryen y vuelve a dudar.

—¿Qué es todo esto? —señaló la pila de papeles y cuadernos que le alcanza el platinado.

—¿Esto? Uh, son los deberes que dejaron en mi clase. —alzó las cejas de forma consecutiva y el castaño dejó de dudar, para después simplemente desconfiar en el albino de forma radical.

—¿Y?

Aegon puso los ojos en blanco. Como si él fuese el tonto.

—Sí que eres lento, dioses… —continuó tendiendo los cuadernos—. Verás, Aemond ha estado enfermo y no ha podido venir a la escuela desde el martes. ¿Podrías llevarle los apuntes? Llegaré tarde a casa y él se pone pesado cuando quiere ponerse al día.

Lucerys volvió a parpadear anonadado, a este paso cree que va a perder los párpados. ¿Había oído bien? Aemond está enfermo. Eso no hizo más que causar en su interior un retortijón que luego mutó en una crisis interna en la que su conciencia sentía algo pesado en todo su cuerpo a pesar de no cargar nada. Un peso invisible. Culpa.

Los tiempos cuadraron tan bien para el castaño que el peso de la sensación fastidiosa se hacía cada vez mayor. Luke no había visto al platinado desde el lunes, en aquella tarde lluviosa cuando le pagó cinco dragones dorados por su paraguas. Ah. No. El paraguas robado. El segundo de los Velaryon había estado tan indignado por el robo—y un maremoto de sentimientos intensos a los que no le quiere dar nombre— que no se había puesto a pensar que la lluvia torrencial no se detuvo hasta que dieron las nueve de la noche. Era muy probable que Aemond hubiese caminado para llegar a su casa. 

Sólo bajo la lluvia.

Sabe que esa sombrilla no era suya ni lo sería, era robada. O, si lo encontró en la caja de objetivos perdidos, sería prestada. Lucerys quiso golpearse en la frente por darle más prioridad a un paraguas robado que a un Aemond resfriado. No es que sintiera culpa, sólo se sentía decepcionado de sí mismo por darle más importancia a una estúpida sombrilla que a una persona.

Estaba irracionalmente en deuda. No le debe nada, pero él se siente en deuda. A veces detesta ser demasiado empático.

—¿Quiere que yo le entregue sus deberes? 

Myrcella parece soltar un jadeo quedito y agudo. Lucerys pasó por alto la sonrisa sombría de Aegon.

—Seh, bueno, sabrás que Aemond no tiene amigos y Alys tiene una sesión espiritual o lo que sea, así que no podrá llevarle los apuntes. —se encoge de hombros—. Solo quedas tú, amiguito. Yo tengo que ir al trabajo.

Escucha la risa irónica de Rhaena en el fondo, y Luke cree que también se hubiese reído si no fuera porque ahora su cabeza es un desastre andante. Se rasca la nuca antes de ladear la cabeza dubitativa. Tiene el presentimiento que si va al encuentro de Aemond, pondrá su mente como un lío. Más de lo que ya está.

—No sé…

—¡Vengaa~, Luigi! Te pagaré por ello, yo no tengo tiempo. Sólo vas, le entregas los apuntes de Alys y te vas, yo te envío la ubicación por mensaje de texto. —para dar veracidad a lo que dice, sacó el celular del bolsillo.

El menor frunce aún más los labios. Ya los tenía fruncidos desde que mencionó por segunda vez a Alys Rivers. Se había centrado en ese insignificante detalle que obvió el hecho de que confundiera su nombre por tercera vez. 

Miró de soslayo a sus amigas. Rhaena estaba silenciosa y atenta a su respuesta, cubriendo su sonrisa con el dorso de la mano mientras reposaba el mentón sobre ésta; por otra parte Myrcella tenía un gesto radiante—como cuando veía un nuevo vestido para comprar. O un gatito—y con ello fue suficiente para saber que este emocionada. Lucerys pensó que ambas chicas estaban chillando en sus mentes.

Lucerys  también quería chillar, gritar, y arrancarse los dedos. 

Ladea la mirada hacia Aegon y suspira resignado. Su propia mano recibe los apuntes a la par que el joven mayor ensancha su sonrisa como la de un cazador cuando en la trampa.

Cuando el ratón cae en la ratonera.

 

***

 

¿Qué estoy haciendo? ¿Por qué estoy haciendo esto? ¿Qué hago aquí?

Fueron el hilo consecutivo de interrogantes que se formulaba en la cabeza pero se rehusaba a contestar. Las preguntas rondaban en la mente desde que aceptó llevarle las tareas a Targaryen, hasta que fue la hora de salida y tuvo que tomar un autobús, guiado únicamente por las referencias y la ubicación que le envió Aegon. Rhaena no fue de mucha ayuda ya que ella aseguró nunca haber visitado la casa de sus primos, más allá de saber que vivían en el centro de la Kings Landing.

En efecto, mientras más avanzaba se dio cuenta que los Targaryen vivían en la zona céntrica de la capital, en un barrio austero con casas modestas de dos pisos, jardines medianamente descoloridos y con faroles de aspecto sombrío. Lucerys tuvo que revisar en más de una ocasión google maps para saber si estaba en el lugar correcto, hasta dar con el número de la casa. 

Él no visitaba mucho el centro de la ciudad, vivía en un cómodo condominio cerca de la escuela y todo lo que necesitaba lo tenía a la mano. Luke no salía mucho a las zonas aglomeradas, prefería los parques—principalmente para sacar a pasear a su beagle Arrax—, las librerías—en especial las que tenían excesivo contenido Manga—, y las cafeterías pequeñas. Muy pocas veces iba al centro comercial, y si lo hacía era porque Rhaena y Myrcella lo arrastraban para luego convertirlo en un perchero para cargar bolsos y carteras.

La calle donde vivían los Targaryen era algo silenciosa, pero al castaño le aturdía escuchar el eco del tráfico de la avenida principal, a pocos metros de él. Revisó el número de la casa cuatro veces para asegurarse de que era la correcta.

¿Por qué estoy haciendo esto?

La interrogante traicionera se volvió a repetir y para silenciarla, tocó el tiempo.

Uno. Dos. Tres segundos.

Cuatro.

Los segundos se hacían más insufribles y el estómago se retorcía. El diablillo en su hombro izquierdo le susurró que simplemente se fuera, que aludiera a que no había nadie y que dejó los deberes en una ventana cercana. Podría irse, después de todo no le debía nada a Aegon Targaryen.

A Aegon tal vez no,  ¿y qué hay de Aemond?

Cuando la vocecilla de su conciencia volvió a acribillarlo con frases molestas, escuchó como una cortinas se abrían de par en par, y de ahí una cabeza albina emergió entre la ventana abierta. Lo primero que Luke vio fueron dos brillantes ojos violetas que lo observaban con curiosidad.

Se trataba de un niño, quizá un poco mayor que su hermanito Joffrey, tal vez de unos doce o trece años de edad. Tenía el cabello corto platinado, una nariz respingada parecida a la Aemond, y un semblante dócil.

—Uh…eh…—balbuceó—. Hola, soy Lucerys, ¿está tu hermano en casa?

El niño parpadeó desde su cómodo sitio en la ventana.

—¿Cuál de los dos? —habló por primera vez, como una voz aguda parecida a la de un dibujo animado. El adolescente no pasó por alto la pizca de sorna que había en sus palabras.

—Er…Aemond. Aemond Targaryen. —respondió—. Solo vine a dejarle unos apuntes del colegio, ya que se enfermó. —señala un pequeño folio que sostenía en manos.

El menor procesó lo que dijo con un ceño fruncido y la boca torcida para un costado, aparentemente no tan convencido de lo que contó. Lucerys no pudo evitar pensar que ese gesto ceñudo se lo había visto a Aemond en un par de ocasiones, en el momento en que las cosas no salían como quería o cuando procesaba algún insulto elaborado por el castaño. 

Unos segundos más tarde, el albino se apartó de la puerta haciendo una señal con la mano, “espera ahí” le dijo con un tono flojo. Escuchó algunos pasos acercarse poco a poco hacia la entrada, hasta que finalmente oyó el sonido de un viejo cerrojo.

Entonces por fin se encuentra cara a cara con el niño platinado y de ojos morados. El menor le extendió una sonrisa vivaz a la par que se apartaba del umbral para dejarlo pasar. El castaño reparó que llevaba un uniforme escolar de alguna primaria desconocida, de colores verdosos. No iba a la misma escuela que Joffrey.

—Pues vaya, si hubieras dicho que venías de parte de Aegon ya estaría llamando a la policía. —dijo el pequeño—. Aunque Aemond tampoco tiene amigos. ¡Ven, pasa! —repone con una voz más animada.

Aunque dudoso, el Velaryon ingresó. La casa era modesta, con pocas decoraciones, a pesar de que tenía algunos símbolos religiosos de la Fe de los Siete y algunos adornos de porcelana repartidos en vitrinas de vidrio. También se percató que en la mesa del recibidor había un juego de tazas de té y un televisor. Las ventanas tenían cortinas simples, bordadas de colores blanquecinos desaturados, que se mecían con el viento frío.

Lo que le llamó la atención a Luke fue una fotografía colocada en un portaretrato de aluminio junto a una vela apagada. En ella había una foto de un hombre albino y ojos amatista, el cual esbozaba una sonrisa serena que le marcaba unos casi desvanecidos hoyuelos. En la descripción de la foto solo había una fecha. Viserys Targaryen, 1968.

—Por cierto, ¿Cómo dices que te llamabas? Yo soy Daeron. —dice el menor.

El castaño se irguió y encaró al chico sonriente.

—Um, Lucerys. Puedes decirme Luke —concluye con una sonrisa dócil.

Daeron asiente.

—Luke. —repite—. ¡Suena bien!—señala un sofá—. Puedes sentarte si quieres, ¿te ofrezco algo de beber? No tenemos sodas porque Mamá dice que son porquerías, pero tenemos un escondite en la habitación. 

—Eh…así estoy bien. —balbucea el Velaryon, sin saber exactamente qué hacer con esa información.

El hermano menor de Aemond se sienta en el sofá frente a él, e inclina un poco el cuerpo.

—No sabía que Mond tenía amigos. —comenta el chiquillo—. ¿Tú también te gradúas este año? Se supone que este año es la graduación de Aemond, pero como Aegon repitió de año, él también se va graduará. Supuestamente…—finaliza con una pesada ironía y una sonrisa mofosa.

Lucerys estaba sorprendido en secreto, no sólo por la información que acababa de soltar Daeron—era obvio que Aegon había repetido el año—, sino por la capacidad del muchachito de hablar tanto y tan poco tiempo como una cotorra. Le recordaba vagamente a su hermanito Joffrey, excepto porque su hermano carecía del talento de ser sarcástico y burlón, como sí parecía ser el hermano de Aemond.

El castaño tuvo que carraspear un poco cuando el par de enormes orbes amatistas se posaron en él. Eran brillantes y más energéticos que lo del albino de cabello lacio y largo.

—Er, bueno, yo no me graduaré este año. Soy dos cursos menor.

El platinado arrugó la nariz, confundido.

—¿Cómo? ¿No estudias con Aemond?

Luke respondió:—En realidad no. —muestra los folios sobre su regazo—. Vine de parte de Aegon para entregarle los deberes.

Daeron mira los folios, luego a Lucerys, y así en repetidas ocasiones. Luego enarca la ceja izquierda.

—Pero…—alargó lo que iba a decir—. Si no eres su compañero, ¿cómo es que son amigos?

El mayor iba a hablar, pero cuando estuvo a punto de hacerlo las palabras se quedaron estancadas en su garganta. ¿Qué iba a decirle al muchachito? Él y Aemond no eran amigos. Ni siquiera se llevaban bien, peleaban todo el tiempo. El platinado no perdía oportunidad para burlarse de él, y Lucerys prefería tratarlo con un palo y de lejos. En definitiva, intentaba evitarlo tanto como podía; sobre todo desde que lo calló con la boca en la biblioteca.

Mierda.

¿Por qué seguía pensando en el beso que no fue un beso? Él mismo había llegado al consenso de que todo se había tratado de un lapsus de estupidez que todos tenían una vez en la vida. Un arrebato de impulsividad propio de la adolescencia que sólo se hacía una vez. Fue una mala jugada por parte de la rabia y la adrenalina. Sólo eso. Nada más.

—¿Luke?

—¿Eh?

Una vez que volvió a la realidad se topó con la mirada curiosa de Daeron y el sonido de unos chasquidos llamando su atención.

—¿Todo bien? Te pregunté si querías que llamara a mi hermano, él está arriba pero…

De tan solo mencionar la idea, el castaño entró en pánico. No. No. No. En definitiva, encontrarse con Aemond Targaryen en su territorio, era un escenario catastrófico. De solo pensarlo los nervios se le crispaban.

—Uh, no, no. No es necesa—...

—Daeron, ¿Con quién estás hablando? Te dije que no le abras la puerta a nadie.

No hubo necesidad de imaginarse ningún escenario, porque solo bastó escuchar aquella voz aterciopelada, un poco más gruñona y rasposa que en situaciones anteriores, hacer acto de presencia en su radio de audición. Luke tuvo el impulso traicionero de apretar fuertemente los folios que sostenía cuando su mirada se posó en la figura de Aemond.

Él estaba asomado desde las escaleras, el cabello normalmente lacio, pulcro y sujeto en medio coleta, se sostenía de un moño destartalado del cual caían rebeldes hebras plateadas. La luz blanca de la sala iluminaba completamente su rostro pálido, resaltaba el rubor propio del resfriado, el cual se había expandido en los pómulos y la nariz. El castaño se percató que sus ojos morados estaban más brillosos de lo usual, y supuso que se trataba de la gripe o por la intensidad de los focos. 

Otra cosa en la que reparó Luke es que sus dos ojos eran lilas.

En el momento en que Aemond lo vio, todo lo que temía pasó. Sus nervios crisparon, temblaron y una pequeña crisis se acentuó internamente en él.

—¿Qué estás haciendo aquí? —inquirió el platinado, con un tono tan áspero que simulaba lo agresivo.

Lucerys tragó saliva y trató de no pensar que ver al delincuente juvenil usando un pijama holgado de color negro le quedaba más o menos bien. O por lo menos, era surreal a más no poder.

—Yo…

—Vino a traerte los deberes —se adelantó el relajado Daeron, para agradecimiento del castaño—. No sabía que tenías amigos de otros cursos, hermano. 

O para su desgracia.

El albino mayor se pasó una mano por la cuero cabelludo y con ello varios de sus mechones fueron hacia atrás. El mero acto volvió a desequilibrar a Lucerys.

—Uh, sí —añadió el castaño—. Aegon habló conmigo y me pidió que te lleve los deberes. Dice que está trabajando.

Un mutismo extraño se extendió en la sala, y el cual fue rotó a la velocidad de la luz por una sonora carcajada de Daeron.

—¡Ja, ja, ja! ¿Escuchaste, Mond? Aegon trabajando —suspiró el chaval—. Dioses, es que ni siquiera sabe lavar sus propios calzones y dice que tiene empleo. ¿Qué clase de estúpido se cree semejante cuento?

La misma clase de estúpido que va a llevarle las tareas al idiota que le viene tocando las narices desde hace un mes. La misma clase de imbécil que besa a una persona que no puede ver ni en pintura.

El par de Targaryen mira a Lucerys, y éste trata de no tragar en seco. Sus sentidos vuelven a entrar en caos cuando Aemond se acerca, para después tomar asiento en el mismo sofá que él. En el otro extremo.

Mira directamente los apuntes y con esa acción, el castaño le entrega los folios con las tareas.

—Por favor, dime que no son los apuntes de Aegon. —dice el chico. Lucerys no pasó por alto cuando el albino acercó una de las hojas demasiado hacia su rostro. Notó cómo arrugaba los ojos, como si hiciera un esfuerzo por leer las anotaciones.

—Al parecer no. —contesta el segundo de los Velaryon—. Son de una compañera tuya. Alys Rivers. —concluye con cautela.

No quiere hacerlo, pero al mencionar a la pelinegra, presta atención a las reacciones del mayor. Nada. Es lo que dictamina al percatarse de que el joven no suelta más que un escueto “hmp” y sostiene un rostro estoico, como si estuviera más ocupado luchando por leer unos textos que de la sola mención de la chica azabache.

Algunos segundos más tarde, uno de los ojos morados lo observa por el rabillo del ojo. El pecho se le contrae cuando una de sus típicas sonrisas sibilinas se asoma por su cara pálida.

—Qué amable de tu parte venir a traerme las tareas. —dice con su clásico tono burlón—. ¿Nos sentimos culpables, ratoncito? Tal vez deberías.

El castaño se enervó en su lugar.

—¿Por qué narices tendría que sentirme culpable contigo? —gruñe el castaño—. Tú robaste un maldito paraguas. 

—Bah, no tenía un nombre etiquetado en él.

—¡Da igual! —escupe el joven—. Me sentí como un criminal todo el camino.

—Cuidado, no vaya a ser que te persigan los servicios especiales y la policía de Poniente. ¿Te imaginas los encabezados? —se burla el albino, acercando su rostro en un tono desafiante—. Niño rico se roba un paraguas. El crimen del año.

Usualmente a Lucerys le gustaban las frases ocurrentes, se reía con facilidad. De hecho, en ese instante estaba esbozando una sonrisa, pero solo era un gesto ácido que hacía al no poder mandarlo al diablo en veinte idiomas diferentes. Le guste o no, estaba bajo el techo de los Targaryen. Si hubieran estado en la biblioteca, se habría dado el lujo de decirle hasta de lo que se iba a morir.

Ahora tendría que morderse la lengua.

—Por nada, Targaryen —ironiza, dejándole el último cuaderno de apuntes sobre la mesa.

La risa aguda de Daeron lo hizo caer en cuenta de que el niño seguía en la sala del recibidor, presenciando el intercambio  de sátira entre ellos dos. ¿Hace cuánto que estaba ahí? pensó el menor, preocupado por haberse  distraído tanto que todo lo demás desapareció de su presencia.  

Por los dioses. Solo fue un breve intercambio de palabras.

Una mirada de pocos amigos proveniente de Aemond fue suficiente para que el chico desapareciera del recinto y se alejara hacia lo que parecía ser la cocina.

—¿Cómo sabías que vivía aquí? —inquiere el albino.

—Aegon me dio tu dirección.

El segundo de los Targaryen puso ambos ojos en blanco.

—Claro  —gruñó, acercando otro par de apuntes a su rostro hasta que quedaran pocos centímetros—, tenía que ser él. —masculló—. Tuvo que ser un viaje muy largo, ¿no, ratón? Tengo entendido que vives al otro lado de la ciudad, cerca de la escuela.

Lucerys arrugó la boca.

—¿Tengo que preocuparme por qué sepas donde vivo? 

Aemond soltó una risa seca por la nariz.

—No te creas especial, solo lo sé porque eres de los pocos niños ricos que no esperan un lujoso auto que los lleve a casa. 

Esta vez fue su turno de poner los ojos en blanco. 

—Eso no responde mi pregunta, pero, ¿sabes qué? no quiero saber la respuesta. —repone él—. Cualquier cosa que digas te hará quedar como un acosador.

—¿De qué tamaño es tu ego para que creas que mi vida gira en torno a ti?

Luke lo encaró con una sonrisa desafiante.

—No sé. ¿Por qué no se lo preguntamos al psicópata que se pone a fumar en la biblioteca mientras yo solo quiero hacer mi trabajo? ¿O al que sabe que me gusta One Piece?

—Lo de One Piece es demasiado obvio, se te nota en toda la puñetera cara de ratón que te traes. —replicó el mayor—. Es como saber que Rhaena es YT-poper. —señaló su punto.

Lucerys negó, para nada convencido de su pobre argumento. Es cierto que Rhaena era fanática de las bandas Yi-ti-pop, pero el tema no erradicaba en saberlo, sino en recalcarlo. Aemond recalcaba cosas que observaba del comportamiento de Lucerys, pero no lo hacía con nadie más. Los mangas. Los libros. El hecho de que prefiriera ir a casa a pie en vez de ir en un auto particular eran detalles que se veían a simple vista, pero solo Aemond se esforzaba en verbalizarlo. 

Lo peor es que no le daba miedo, y eso le inquietaba. Cada vez que el Targaryen mencionaba algo suyo le estremecía, mas no se espantaba. Eso sí que era preocupante.

Tan preocupante como besar a alguien que le caía mal. Maldita sea.

Un rizo pasó por su frente, y tuvo que apartarlo de un resoplido.

—Da igual, creo que ya debería irme. —abraza las correas de su mochila. Aemond abre un poco más los ojos y alza sus finas cejas.

—¿Y cómo regresarás?

—¿Caminando? —menciona, y al ver que el mayor enarcó su ceja, agregó—. ¿En bus? No debe ser tan difícil.

—Ni siquiera sabes cómo regresar sólo, ¿o sí? —adivina con una sonrisa maliciosa.

Lucerys se indigna:—¡Pude venir por mi cuenta! No debe ser difícil regresar, además tengo cosas que hacer y terminar unos ejercicios de física. De solo pensar que debo entregarlos mañana, me da pánico.

No mentía. Luke era buen estudiante, empeñoso, y muy organizado. No pertenecía al cuadro de honor de su salón, empero mantenía un promedio adecuado y buenas calificaciones, además de una muy buena conducta dentro del ambiente de las clases. Sin embargo, le costaba comprender matemáticas y otras materias que tuvieran que ver con ciencias y números; por lo tanto, se esmeraba el doble con aquellas asignaturas en las que no era bueno.

—¿Llevas química con Orwyle?

—Sí—bufó el menor, dejándose caer un poco en el sofá. ¿Qué hacía?—. Tengo tarea, así que debo…

—¿Y por qué no te quedas aquí? —terció una nueva voz. La voz aguda y dinámica de Daeron, quien volvió a hacer acto de presencia con un vaso de jugo en una mano, y en la otra un tazón repleto de botanas. Pudo sentir como la mirada de Aemond se tensó ante las palabras del niño. Luke no estaba mejor—. Podrías quedarte a hacer tu tarea acá. Aemond es bueno en ciencias. —continuó con frescura. Luego se llevó unas botanas a la boca, como si con él no fuera la cosa. 

Los dedos del castaño se tensaron sobre su pantalón y tuvo que encerrarlos en un puño para suprimir nuevos y traicioneros nervios.

—Esto…—balbuceó, intentando dejar pasar la tensión entre sus dientes.

Daeron extendió aún más su sonrisa.

—Vamos, sé que no lo parece, pero la pinta de delincuente satánico es pura fachada. Mi hermano es un nerd completito. —dicho eso se lleva más botanas a la boca. Crunch, Crunch. Es lo único que suena por varios segundos—. Aunque tiene sus ventajas, le da clases particulares a mis amigos de la escuela, y además le dieron una beca completa en su instituto. ¿Quién dice que el conocimiento no es dinero? ¿..o era poder ? —desvarió un poco antes llevarse otro poco de chatarra a la boca—. Como sea, la cosa es que nos va a sacar de pobres algún día.

—¿No tienes alguna novia virtual con la cual perder el tiempo en Club Dragon? —enfatizó Aemond, ceñudo y notablemente fastidiado.

—Las nenas pueden esperar. —Daeron masticó sus crujientes botanas antes de esbozar una sonrisa pícara. Parecía halagado.

—Largo. —sisea el mayor—. Ve a hacer tu puta tarea o algo. 

—Ugh, qué carácter, por eso no tienes pareja. —señala el menor con un mohín—. Vale, me voy arriba. ¡Nos vemos, Luke! —se despide energético.

Lucerys se despide con la mano, viendo como el chiquillo subía hacia el segundo piso. Una vez solos, volvió a sentirse estremecer como cada vez que estaban en la biblioteca con la compañía de nadie. En circunstancias usuales podía ignorar aquellas sensaciones porque habían estantes que suprimían su sentir, pero ahora solo estaban ellos dos en la casa de Aemond. 

Con los nervios a flor de piel y un bicho de curiosidad. Al conocerlo pensó que el Targaryen era otro de esos chicos millonarios del montón, de aquellos que podían hacer su santa voluntad debido a sus calificaciones y la redes de contacto de sus padres. La clase de muchacho que creía que el mundo le debía algo solo por existir. La actitud orgullosa y sardónica del albino no hizo más que aumentar sus prejuicios hacia él.

Ahora venía a enterarse que tenía una beca estudiantil y que, aparentemente, también cuidaba de su hermano menor. Tampoco pudo evitar pensar en el hombre sonriente de la fotografía. ¿Aquél es, o había sido su padre…?

—Entonces…—la voz de Aemond caló profundamente en el electrizante silencio—, ¿te mataría quedarte, o prefieres tu ratonera de oro con incrustaciones de diamante? 

Luke percibió la burla, pero contra todo pronóstico también sonrió.

—No me fastidies. —frunce el ceño aún sonriente—. Pero sí —dicho esto, coloca su mochila en su propio regazo y de ella saca su cuaderno de física, en conjunto con su libro. Voltea la cabeza hacia el platinado, solo para contemplar como éste abre sus ojos con ligereza, algo asombrado. No iba a perderse como se le borraba la sonrisa—, ya que te traje los deberes, me aprovecharé de tu hospitalidad.

¿Existía mayor satisfacción que ver como a Aemond se le borraba la sonrisa burlona gracias a él? Era como ganar una partida.

El Targaryen parpadea un par de veces antes de cambiar de estupefacción a la sonrisa sibilina una vez más.

—Hospitalidad que no te debo. ¿Te recuerdo que gracias a ti estoy resfriado?

—Meh, no te vas a morir.

¿Por qué estoy haciendo esto

—Eres un ratón chantajista y oportunista. —el segundo de los Velaryon ríe en respuesta, y a continuación se toma la libertad de curiosear su cuaderno—. ¿En qué tema están?

Vuelve a notar como el platinado entrecierra con fuerza los ojos, a la par que acerca sus narices hacia los apuntes.

—Operaciones básicas con vectores.

—Eso es fácil.

Se masajea el tabique.

—A lo mejor para alguien como tú.

Aemond musita un “vamos a ver” a la par que soltaba una última risa frenada.

Entonces sucede.

El chico Targaryen saca de su bolsillo un par de anteojos de vidrio y se los coloca delicadamente sobre el puente de la nariz y los orbes. Son un par de gafas simples, con delgados marcos negros y cuadrados. 

Son bonitos. Es lo que susurra una vocecilla impertinente en la cabeza de Luke.

No es que él tuviera una debilidad por las gafas, pero es que el artefacto tenía algo que acentuaba otro algo en la cara de Aemond. Lo hacía más pálido, ¿tal vez? O puede que el puente de los lentes encajara adecuadamente en el tabique de la nariz blanquecina del Targaryen. O quizá se deba a la forma que el mayor usaba un par de dedos para ajustar las gafas mientras leía sus apuntes, Los suyos. No los de alguien más.

Un par de ocelos amatista lo miraron por encima de los lentes y el ceño se arrugó un poco.

—¿Qué pasa? —dice el chico, y al no recibir respuesta prosiguió—. Suelo usar lentes de contacto en la escuela. —dice, después de acomodar los anteojos un par de veces más.

Ay, Dioses. ¿Qué le ocurría?

—No sabía que las necesitaras.

—Algunos las necesitan —respondió el albino—. ¿Nunca has visto lentes en toda tu vida? Me da flojera usar las lentillas en mi casa, eso es todo.

Lucerys quiere ignorar que Aemond se ve bien con esos anteojos mientras vuelve a leer sus ejercicios de física. Incluso el moño destartalado por el cual se escapaban varias hebras plateadas se le ve bien. Ni siquiera parecía enfermo, a pesar de que el leve rubor en la cara diga lo contrario. Sus mechas albinas caen rebeldes sobre sus pómulos y la frente, pero eso tampoco se ve mal. Al menos no para un resfriado. De vez en cuando se ajusta las gafas sobre el puente de la nariz, y ya no hace esfuerzo al tratar de leer.

Luke se pregunta qué hubiera pasado si hubiera conocido a Aemond en esa faceta. ¿Le hubiera dicho “No puedes fumar aquí” con voz gruñona y semblante ceñudo? ¿Habría ignorado su presencia? 

¿O lo estaría mirando mientras fingía acomodar estantes?

Suprime una vez más sus pensamientos imprudentes y trata de regresar la atención hacia los ejercicios de tarea.

—No es tan difícil. —determina el mayor.

—¿En serio?

—Para mí no, al menos. 

—¡Te dije que mi hermano es un nerd encubierto! —el grito burlón  de Daeron estalla en toda la casa, a pesar de que el chico se había ido al segundo piso.

—¡Daeron, cierra tu puta boca y haz tu maldita tarea! —exclama el mayor de los Targaryen, a lo que le siguió una carcajada contagiosa del niño—. Lo mataré un día de estos.

Lucerys no quiere, pero termina riendo suavemente desde su asiento. Estaba tan concentrado en su risa y en los lentes cuadrados de Aemond, que se había olvidado que existía el pánico.

 

Notes:

LIT, tuve que dividir el capítulo en dos partes porque este capítulo han sido más de 5000 palabras. Así que ha petición del público, el siguiente cap es una continuación directa bajo el punto de vista de Aemond, oooh sí. Y en ese capítulo sabremos qué pasó con Rhaenyra y el background de Luke, que tampoco es tanto lore.

Pequeño aviso: Desde ahora los capítulos se publicarán los viernes, ya que volví a clases en la U y esta vez es todo presencial, así que los viernes será el "día libre"para actualizar.

Segundo aviso: Daeron hablador y parlanchín es el mejor canon que pudo crear el fandom de Hotd. Y Aegon cambiándole el nombre a Luke me da 100 años de vida. Aemond con lentes TAMBIEN me da años de vida.

¡Nos leemos!

Chapter 7: Capítulo 007: Terror Rosa

Notes:

Como lo prometido es deuda, hoy tenemos el PoV de Aemond, con la actuación especial de Daeron bebé Targaryen :3

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

A veces, o casi siempre, quiere matar a Daeron. Encerrarlo en el armario viejo de la casa, ese que está en el ático y que a su hermano la daba miedo cuando era más pequeño. Podría encerrarlo ahí, dejarle comida por un pequeño hueco y decirle que no le tenga miedo a los fantasmas que de vez en cuando suelen pasearse por la casa y que siempre lo observan entre las sombras. Está seguro que si lo dice con la seriedad adecuada, con un tono de voz filoso, Daeron por fin lo va a tomar en serio.

No como ese día. Especialmente hoy, Daeron está demasiado fastidioso  y metiche. Se aparece de vez en cuando mientras él y Lucerys están estudiando, suelta alguno de sus comentarios innecesarios— en el cual él es e blanco de sus burlas— , y luego desaparece con una sonrisa burlona. 

O no.

En realidad, cuando Lucerys le da la espalda, el pequeño bribón albino hace muecas pícaras que quieren denotar algo exclusivo para Aemond. Alza las cejas repetidas veces, dibuja una sonrisa dientuda como la del gato Cheshire, y luego hace gestos mudos con la boca como un ridículo mimo. Aemond sabe que eso quiere significar algo. No es ningún tonto, y Daeron mucho menos.

Por eso, cada vez que el niño hace gestos pícaros a espaldas de Luke, pero de cara a él, Aemond pone su mejor semblante parco y lo ignora. Está tentando de poner los ojos en blanco, enseñarle el dedo medio o arrojarle un cojín bordado. Pero si lo hace quiere decir que entiende perfectamente para dónde van las bromas de Daeron, que ha caído en sus provocaciones. 

Y el segundo de los Targaryen es demasiado perceptivo como para comprender porqué Daeron hoy especialmente era una ladilla. A decir verdad preferiría cuestionarse: ¿Por qué con Lucerys? pero hacerse el desentendido no sirve con su hermano, y tampoco sirve para sí mismo. Incluso Aemond cree que es irreal tener al roedor de los Velaryon en su casa.

Lo último que supo de él fue cuando se separaron en la estación de autobús. “Sí, ¿qué?” había preguntado el castaño, con un tono tembloroso, los labios hechos un capullo, y los rizos castaños algo húmedos por la lluvia. Recuerda que sus ojos de chocolate brillaron un poco mientras lo veía con recelo. Aemond rememora preguntarse si la piel de sus mejillas y su cabello habrían estado fríos al contacto más mínimo. 

Con eso había tenido suficiente por momentos.

“Sí, me robé el paraguas” contestó, porque la interrogante de Lucerys había sido como varios pequeños alfileres en sus brazos. Sus palabras le provocaron una fastidiosa sensación de vértigo, y el albino supo que tuvo suficiente. Que eso sería todo por ahora.

Hasta que enfermó y quiso convencerse de que una fiebre de invierno podría ser el mayor de sus problemas. Prefería continuar engañándose y fingir que no pensó en el rostro estupefacto de Luke durante los días que se encontraba enfermo.

Y de repente ahora, el hermano de Jacaerys estaba en su casa. 

—Wow, no sabía que tenías varios libros. ¿No los robaste de la biblioteca también, o sí?

Más concretamente en su recámara.

—Tal vez. —contestó, alzándose de hombros—. Tampoco es que pueda robar demasiado contigo pendiente de lo que haga o deje de hacer.

El castaño le mira ceñudo y vuelve a centrar su atención en el pequeño librero que hay en el escritorio de su habitación. Se pone de puntillas y con el dedo índice va leyendo las portadas de cada uno de los ejemplares que tiene. Algunos fueron regalo de su madre y Helaena, otros fueron comprados con el dinero de sus ahorros. Luke repasa los títulos entre sus labios, leyendo en voz muda para luego pasar al otro texto. Ese es el mismo gesto que suele ver en él cuando está en la biblioteca, al otro extremo del pasillo y tiene que colocar libros en su respectivo estante.

Y ahora solo los separaban algunos centímetros, en medio de su habitación. 

—Los tienes ordenados alfabéticamente.

—Pues sí.

—Yo los tengo ordenados por colores.

Le parece demasiado surreal tener a Lucerys Velaryon en su casa. Es extraño, porque no se conocen realmente más allá de discusiones soeces en la biblioteca y una que otra burla. Nunca están de acuerdo en nada. Y ahora intentan mantener una conversación decente porque, bueno, hay algunas variantes. Se encuentran en casa de Aemond, y él le ayudó a hacer la tarea de física.

Un mensaje de Aegon fue suficiente para entender el porqué el castaño estaba ahí. “ Sorpresa” Le envió por WhatsApp , junto con varios stickers indecentes que el albino ignoró.

Ahora estaban en su recámara, porque Daeron había ido a hacer su propia tarea al comedor— sí, como no—, por lo que decidieron acabar la tarea en la habitación del mayor.

—Wow, ¿te has leído la Divina Comedia ? —dice el castaño, señalando un libro—. ¿Y a Jane Austen ?—exclama con voz incrédula.

El tercero de los Targaryen pone los ojos en blanco y gruñe.

—No, en realidad. —contesta—. La verdad es que los robo y los revendo. 

—Que chistoso . — replica Luke con ironía—. En realidad no sabía que tú eras la clase de chico que leía a Jane Austen.

—¿Ah, sí? —se cruza de brazos—. ¿Qué clase de persona crees que soy? —inquiere. Empero, la realidad es que sabe cuál podría ser su respuesta, lo único que quiere es volver a ponerlo en jaque.

Había aprendido a diferenciar cuando una pregunta lo tomaba desprevenido. El castaño suele entreabrir la boca, ladear la mirada hacia otro lado y luego vuelve a fruncir la boca antes de responder, a veces con ataques y otras con comentarios ingeniosos.

Él por su lado se convence así mismo de que no le interesa en absoluto su respuesta.

—No sé, del tipo que no lee Jane Austen, al menos. —responde antes de seguir curioseando el anaquel de su librero.

No es un escritorio especialmente espacioso o grande, pero sí lo suficiente para guardar sus libros, sus apuntes y otras cosas más, al lado de una lámpara y algunos lápices. Daeron tiene su propio escritorio, todavía más pequeño que el suyo, y sólo lo utiliza para hacer los deberes. Ambos suelen mantener sus pupitres ordenados, aunque por lo general él es quien tiene que pedirle a su hermano que ordene sus cosas, ya que después de todo los dos duermen en la misma habitación.

Luke apunta repasa el lomo de sus libros con su dedo índice, y el acto le resulta extraño; no por la acción, sino por la sensación que se produce en él; un cosquilleo en sus brazos y manos. 

—Oh…

—¿Qué?

Una sonrisa pequeña se dibuja en las facciones del chico, y luego le ve de soslayo. Una vez más, los cosquilleos molestos incrementan.

De repente, el castaño sacó un pequeño libro que resultó ser más pequeño que el resto de los libros que tenía en el librero. En la portada se leía perfectamente el título. 

Así que, ¿te gusta Berserk? — dice el chico, con un tono entre la sorpresa y la ironía en su voz.

Aemond se encoge de hombros con simpleza. 

—No es ningún secreto.

Luke suelta una risa por la nariz.

—Y yo que pensaba que eras de los que hacían bullying a los que leían manga. 

El albino responde:—Sólo a los que leen One Piece. — deslizó con mofa, y en respuesta vio como el Velaryon puso los ojos en blanco.

—¡Ah! ¿También te has leído Nana? —exclamó una vez más el chico, agitando un nuevo tomo de manga. Este era diferente al primero, su título era de color rosa y de colores brillantes—. En serio, no pensé que te gustaran los mangas ni nada del mundillo. Y mucho menos Nana . —comentó Lucerys, abriendo el pequeño tomo y ojeando algunas páginas.

Aemond también plantó la mirada sobre las viñetas del manga, sin realmente prestar atención. Él estaba más tentado en subir los ojos y contemplar la cara de Lucerys. ¿En serio era tan raro que le gustaran los mangas? Venga, no es que fuera un fanático, pero nunca rechazaba una buena historia, sin importar el medio en el que era narrada. 

Además, él todavía pensaba que era extraño tener a Lucerys Velaryon en la habitación que compartía con sus hermanos, ojeando su librero, sus libros favoritos, entre otras cosas. Lo tenía a su costado, sin discutir más allá de una que otra frase sarcástica, y viendo sus cosas. Sin embargo, no se sentía invadido. 

Sólo era muy extraño.

Por lo general, no le gustaba que la gente viera sus libros o el pequeño espacio en la casa que era sólo de él. Ese pequeño escritorio y el librero eran sólo suyos. No obstante, en una familia como la que tenía, con un hermano mayor chismoso, y un hermano pequeño que era todo un cotilla, pocas veces podía esperar que se le diera privacidad. Odiaba cuando Daeron y Aegon husmeaban en su escritorio, rebuscaban sin cuidado entre sus apuntes y abrían los libros como si se trataran de burdas revistas. Aegon se burlaba de sus libros, mientras que Daeron solo le parecían anticuados. 

Sin embargo, luego aparecía Lucerys, curioseando de puntillas y señalando con su dedo índice cada libro. Pasaba las hojas con delicadeza y repetía algunas frases en voz baja, moviendo los labios mientras seguía la lectura, al igual que cuando estaba en la biblioteca.

Cuando menos se dio cuenta, estaba volviendo a ver el perfil del menor, y aquellos bucles rebeldes que iban en diferentes direcciones. El chico parecía entretenido leyendo algunas viñetas de Nana, casi como si fuera lo más importante del mundo.

—Sólo me gusta y ya.

Luke alza la cara y cierra el tomo.

¿Seguimos hablando del manga?

—Es una buena historia.

Aemond alza las cejas como un gesto de vaga afirmación.

—Lo es.

Y sí que lo es. Una historia de dos chicas completamente diferentes que se conocen en un tren rumbo a Tokyo, las cuales al conocerse se dan cuenta que tienen el mismo nombre, y por azares del destino terminan viviendo juntas. 

Hay un silencio diferente en su dormitorio, en el cual solo es él viendo directo los orbes castaños del menor. Todo esto le parece surreal. Irrisorio. Sin lógica. Nada de lo que está pasando ese día tiene un sólo ápice de sentido. Lucerys está en su habitación, en su escritorio, después de haber pasado la tarde haciendo ejercicios de física y riendo sutilmente de lo que decía Daeron; y ahora mismo está leyendo algunos mangas que tiene en sus anaqueles. 

Todo es tan irreal que podría cometer una locura y luego culpar a su gripe.

Podría cobrar aquél beso que le dio en la biblioteca, y como regalo extra contagiarle su resfriado.

Eso sí suena bien.

—¿No quedamos en que Mond es nerd? —la inconfundible voz chillona y fastidiosa de su hermano menor se hizo presente.

El fastidio se incrementa de súbito cuando se encuentra con la figura menuda de Daeron, comiendo de un tazón de cereales de colores. Ahí estaba ese pequeño demonio blanco, tan campante y fresco, mientras que Aemond planeaba cometer fratricidio.

—Daeron, lárgate.

—Pff, este también es mi cuarto. —comenta el chico antes de irse directo a su propia cama—. Y el de Aegon. 

Un día de estos de verdad va a encerrarlo en el ático de la casa. O mejor, le diría a Alicent de todas las porquerías que su osado niñito tenía en el ordenador, o del dinero que se gastaba en Roblox .

—¿Y tu tarea? —inquiere sin paciencia.

Daeron hace un gesto vago con la mano antes de llevarse un puñado de cereal a la boca.

—Ya lo hice todo. Bro, no puedes conmigo.

Aemond gruñe. Lucerys ríe con suavidad, cubriéndose la risa con la mano; cuando lo ve por el rabillo del ojo, el sonido suave se detiene y carraspea.

—Creo que debería irme a casa.  —anuncia el castaño.

El tercero de los Targaryen le observa acomodarse el blazer de la escuela, sacar el teléfono para comprobar la hora— repara que su fondo de pantalla es un beagle—, sólo para volver a guardarlo en el bolsillo. Se acomoda las correas de la mochila y con ello fue suficiente ademán para dar a entender que tenía que irse.

Aquellas acciones calmaron los intensos cosquilleos que llevaba sintiendo desde que lo vio conversando con su hermano en la sala. No obstante, el hecho de que aquellos chispazos de energía fueran desapareciendo, no le agradó.

—¿Sabes cómo volver?

—¿A qué viene eso? —pregunta Luke.

—Sí, Aemond, ¿a qué viene eso? —secundó Daeron desde su cómodo lugar. Su pregunta sin duda era más de burla que de verdadera curiosidad.

Ni siquiera le prestó atención al albino cuando vio los ocelos chocolate del joven Velaryon, manteniéndolo bajo un escrutinio extrañado e incrédulo. Tiene el presentimiento de que el chico sabe lo que trata de decir a pesar de que las palabras mueren en su lengua.

—Voy contigo.

La cara del muchacho pasa de la incredulidad a la sorpresa, luego a la estupefacción, para posteriormente convertirse en un ceño fruncido repleto de recelo. Como las primeras ocasiones en las que se encontraban en la biblioteca.

—¿Y eso?

—Ay, por lo siete, ¿dónde está mi cámara? 

El comentario estúpido del niño pasó completamente desapercibido por Aemond. Quiere saber si Lucerys le dirá un rotundo no, o si pondrá excusas baratas para evadir su compañía.

—¿Qué te hace pensar que me voy a perder?

O eso.

Le da algo de risa que el muchacho se tome todo como un ataque, para luego ponerse a la defensiva. Es divertido sacarlo de sus casillas, solo para luego decir las palabras adecuadas —como “podría besarte aquí mismo, sobre mi escritorio, sino fuera porque la pequeña mierda chismosa de mi hermano está acá”— para sonrojarlo hasta las orejas y verlo chillar, azorado.

Le regala una sonrisa de medio lado.

—Si quieres puedes irte por cuenta —repone con simpleza—. Sólo te advierto que por aquí les gusta robar a los niños ricos como tú. Eres el blanco perfecto para los gatos callejeros.

El castaño abre la boca, luego la vuelve a cerrar, y después traga en seco. Aemond se da por bien servido con esa expresión de miedo.

—Voy por mi abrigo.

Deja al Velaryon con la palabra en la boca, antes de irse a arreglar su cabello al baño. Puede estar muy resfriado y lo que sea, pero eso no le va a impedir ponerse decente para salir a la calle. Aemond puede jactarse de ser pulcro y cuidadoso de su imagen. 

Esto no se tiene que tratar únicamente de Lucerys Velaryon.

*****

Sale del baño después de diez minutos y un par de varias inspecciones en el espejo. No quiso darle muchas vueltas a su peinado, así que al final decidió llevar una coleta alta, aunque prefirió quitarse los anteojos. A él le da igual que los demás lo vieran con sus gafas, no tiene complejo con ello, pero ya había roto un par de lentes— por culpa de Aegon—, así que prefiere dejarlos en su habitación antes de irse.

En su mente se cuestiona la razón de porqué Luke era tan impresionable cuando se trataba de él. No pasó por alto cuando el chico se le quedó viendo con estupefacción al presentarse con lentes, como si fuera la mayor revelación en la historia. O también cuando se sorprendió de su repertorio de libros y mangas .

Se supone que Aemond debería ser el más impresionado de los dos. Es decir, de todas las personas que pensó que alguna vez irían a su casa, ninguna era Lucerys. El pequeño ratón de biblioteca con rizos castaños, labios rosáceos, y ojos café que se abrían curiosos cuando encontraba un libro de su estantería.

Salió del baño, y fue hasta su dormitorio. Cuando llegó, captó la carcajada chillona de su hermano menor, pero aquél sonido acribillante y molesto fue opacado por la una risa más suave y mesurada. Cuando se asomó vio a Lucerys riéndose con Daeron, mientras sostenía un pequeño objeto de color rosa.

Sin los lentes de contacto, su vista le fallaba, aunque no tanto. Al enfocar bien la mirada vio que el niño sostenía un pequeño peluche de cerdo.

—...¡Y Aemond decidió ponerle El terror Rosa! No sé de dónde sacó ese nombre, pero…

Daeron . —el nombre de su hermano se deslizó una octava grave, fúnebre y sombría. Una promesa de muerte que solo bastaba con sólo llamarlo, como cuando la parca reclamaba las almas que iba recogiendo.

A diferencia de Aegon, el menor de los Targaryen sabía dónde estaba el límite de su paciencia. Las pocas veces que se atrevía a cruzarlo, acababa mal. 

El menor de los albinos se volteó con lentitud y esbozó una sonrisa tembloroso.

—H-hola hermanito, ¿te han dicho que hoy te ves muy, eh…?

—Ve a bañarte, si no tienes nada mejor que hacer.

Daeron tragó sonoramente antes de dejar el pequeño peluche de cerdito sobre la cama, y luego desaparecer al baño que compartían los tres varones de la casa. Por otro lado, Lucerys siguió al niño con la mirada antes de cubrirse la boca con una mano.

Ambos vieron al pequeño muñeco de trapo por unos interminables segundos, hasta que el albino lo sujetó y lo volvió a poner en lo alto de la estantería, como si se tratara de un mensaje subliminal para dejar el tema ahí. 

Los ojos curiosos de Luke siguieron al peluche con inocente interés, como pocas veces lo ha visto, y luego volvió su atención a su mochila. 

—¿Nos vamos? —dice el albino.

—¿Era en serio eso de acompañarme a casa?

Aemond chasquea la lengua.

—Vale, vete sólo y luego no vayas chillando con tu hermano si es que te robaron el celular o la mochila.

Lucerys bufa y se acomoda una vez más las correas de su maletín.

—¿Y qué hay de Daeron? 

Joder. Era extraño escuchar a Luke pronunciar los nombres de sus hermanos.

—Sobrevivirá —se encoge de hombros—. No es la primera vez que se queda solo, no le abre la puerta a nadie y sabe que solo nosotros tenemos llave de la casa —tintinea su propio llavero—. Aunque ahora que lo dices, suena tentador encerrarlo aquí. Le hago un favor al mundo.

El castaño abre sus ojos con horror, y él dibuja una sonrisa maliciosa en su rostro.

—¡Sádico enfermo! Los hermanos pequeños pueden ser molestos a veces, pero yo jamás encerraría a mi hermanito en casa.

Antes de que pueda replicar con otra broma cruel, Daeron volvió a interrumpirlo desde la lejanía del baño.

—¡ Eso Luke, dile sus cuatro verdades!

—¡Daeron, cállate! —exclama desde su lugar. Maldita sea, ¿qué tenía que hacer para que ese niño se quedará cinco minutos callado?—. Y en cuanto a ti, tal vez deberías encerrar a Jacaerys de vez en cuando. No sabes el bien que harías.

Lule gruñe:—Menso. No hablo de Jace, sino de mi hermano pequeño Joffrey.

Hmp. 

Dicho esto, los dos bajan las escaleras y se van de la casa. Al salir Aemond hace el ademán de sacar las llaves para ponerle cerrojo a la puerta, solo para ver el semblante de espanto que puso el castaño. Al percatarse de su pequeña maliciosa, volvió a dedicarle un gesto malévolo antes de guardar las llaves y encaminarse por las calles antes de ir a la avenida principal.

Tampoco podía dejar mucho tiempo al demonio albino.

El camino de regreso fue en completo silencio, ninguno dijo nada mientras caminaban por las calles tranquilas de su vecindario. Luke parecía más concentrados en los faros clásicos, iluminando con luces cálidas las aceras. Por su parte, Aemond miró hacia adelante con algo de aburrimiento, las manos en sus bolsillos jugueteando con su vape recargable y más concentrado en divisar la estación de autobús que en cualquier otra cosa.

O eso pensaba. Porque cuando Lucerys miraba los faroles, Aemond lo veía de soslayo.  Y en el momento en que Luke lo observaba por el rabillo del ojo, él volvía a enfocar la mirada al horizonte de la avenida principal. Forzando la atención.

Notó que el castaño sujetaba con fuerza las correas de su mochila, como cuando ambos compartieron el paraguas robado.

Sí, robado. Ajá

—Entonces…—escuchó las palabras del Velaryon, y todos sus sentidos fueron hacia él—. ¿Terror rosa?

Aemond frunció la boca y el ceño. Ahora le tocó a Luke reírse con travesura. Los papeles se habían invertido.

—Fue un viejo regalo de mi madre, y lo conservé. ¿Tienes algún problema con eso?

Lucerys alza las manos en señal de rendición.

—No, para nada. —dice el joven, mitigando su humor—. Yo también conservo todos los regalos que Mamá me trae de sus viajes. 

Aemond no obvia el tono de voz con el que Lucerys menciona a su madre, con una pizca de nostalgia, melancolía y añoranza. Él no sabe mucho sobre la familia de los Velaryon en su escuela, más allá de ser niños ricos, hijos de una mujer muy poderosa. Dicen las malas lenguas que en su juventud, la fémina se vio envuelta en varios romances escandalosos, entre ellos con un hombre de Harrenhal . De lo poco que sabía Aemond, es que de ese escándalo, tuvieron vástagos fuera del matrimonio. No sabía más, y no quiso saber más porque a él le daban igual los chismes de corredor.

“No me llames así.”— fueron las palabras contundentes del chico cuando se refirió a él como Strong. Sacado del secreto a voces que todos los alumnos de la escuela sabían, que susurraban a las espaldas de ambos muchachos Velaryon. 

Lucerys se lo había advertido, fuerte, claro y contundente. Su ceño no se había fruncido como cada vez que hacía una broma pesada o lo sacaba de sus casillas, sino que se mantuvo parco, helado y muy serio. Fue una faceta distinta. No obstante, a diferencia de otros gestos del castaño, este era la clara promesa de un: No te volveré a dirigir la palabra, ni voy a permitir que me acerques si sigues por ahí.

Ahí fue cuando pintó el límite. Porque sí, alguien como Aemond también tenía sus límites. 

—Suena bien. —es lo único que atiene a decir.

—Sí, ¿la tuya sabe tejer, no? Eso parece a mano.

—Lo es. —le parece de lo más anomal que sea Luke el que inicie una conversación que no sea “ Sabes que no puedes fumar aquí”—. Eso y remendar los viejos peluches de mis hermanos. Algunos lo dona.

—Se oye bien, ¿quién diría que hasta tendrías peluches? Cada día me sorprendes más, Targaryen. —dijo Lucerys con una sonrisa burlona, muy similar a la que tenía cuando se vieron en la biblioteca después de que Aegon tirara una estantería.

Aemond se tienta de gruñir, decirle algunas cosas y dejarlo solo en medio de la calle. Después reflexiona y piensa que hay mejor manera de aplastar su gesto sardónico.

—Ah, ¿en serio, ratón? Creo que hay mejores formas de sorprenderte —detiene su caminar y acerca peligrosamente su nariz hacia la ajena, manteniendo su semblante soberbio—. ¿Qué tal cobrarte el gracioso beso que me diste en la biblioteca? —musitó burlón.

Y ahí estaba.

Las mejillas sonrojadas, los orbes brillantes, la boca entreabierta y un balbuceo torpe escapando de sus labios.

—¡¿Q-qué estás…?

—Claro, si es que a eso que me diste puede ser considerado un beso —hace un ademán de acercarse un poco más al menor estirando su mano—. No creas ni por un instante que lo he olvidado, ratoncito.

Recién repara que no había dicho su apodo por mucho tiempo, y volver a pronunciarlo frente a Luke había sido como probar agua. Lo atribuyó a que estaba resfriado.

—¿Qué tal si me pagas con 20 dragones de oro? Eso suena bien.

Lucerys se aparta abrupto, rojo hasta la raíz de pelo, y el entrecejo arrugado. Aemond no puede evitar regodearse y reír a carcajada suelta cuando lo ve completamente. 

—¡Maldita sea, Targaryen, tú y tus cosas! —el grito enojado de Luke resonó en toda la calle silenciosa  e hizo eco en el exterior.

Aemond no iba a admitir jamás que, a su vez, tener a Lucerys Velaryon en su casa había hecho eco en él. En su pecho y en sus cinco sentidos.

Notes:

Un pequeño mensaje para Luke: Si ves que al bad boy le gusta Nana, ¡Es porque ahí es!! ¡Ahí es, mano! ¡Ahí eeeees!. Y para los queridxs lectores, les recomiendo ver/leer Nana si es que no lo han visto, es de las mejores historias que he leído, es de lo más increíble.

Un mensajito más, si tienen algún cliché que les gustaría leer en este fic, me lo pueden pedir con confianza y yo veré como lo voy a poder incluir en la historia.

¡Muchas gracias por todo el apoyo, los leo en los comentarios! :3

Chapter 8: Capítulo 008: Bolígrafo azul

Notes:

HE VUELTO!!!!

Perdón, la U me absorbe un montón, pero aquí estoy de regreso con nuestros clichés preferidos de nuestra ship preferida :3

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

 

El camino de regreso a casa del segundo de los Velaryon fue en una especie de silencio extraño. No era incómodo, tampoco había sido pesado. Solo había sido extraño. No conocía a Lucerys más allá de que le gustaban los libros, que tenía dos hermanos—el baboso de Jacaerys y un tal Joffrey—, vivía con su tío, amaba One Piece y era el mejor amigo de su prima Rhaena. Eran datos básicos que cualquiera podría saber con un par de conversaciones.

Al llegar a la zona donde vive Lucerys, se da cuenta que no estaba del todo equivocado con lo de “niño rico”. Los Velaryon vivían en una zona residencial exclusiva, en un malecón donde se podían escuchar las olas del mar a lo lejos. La vista podía ser tan hermosa de día como en la noche, y a lo lejos se vislumbran las luces de la ciudad.

No le sorprendía que el castaño perteneciera a una clase acomodada, siendo que en la academia de Westeros un buen porcentaje de estudiantes venía de familias privilegiadas. Personas como su prima Margaery, los gemelos Cargyll, las hermanas Baratheon, y el mismo Cregan Stark, eran parte de círculo distinguido de casas ricas. 

Él, por otro lado, tenía una beca completa que tenía que mantener con altas calificaciones y un índice académico perfecto, el cual ha mantenido desde que ingresó a la preparatoria. Mientras tanto, Aegon se valía de una media beca que Alicent tuvo que rogar para que mantenga con el director Mellos, quien accedió a darle esa facilidad todo gracias a que había sido amigo íntimo de su padre. 

Aemond no tenía prejuicios con los chicos millonarios de su clase, sabía que lo valía y se había ganado un nombre por cuenta propia. Le gustaba el respeto que infundía ser el primer lugar en todo, y también el miedo que producía saber que además de ser buen estudiante, era bueno para los golpes y las peleas. A veces tenía repercusiones, y otras muchas veces no.

“Es lo único bueno de los Hightowers. Tirar la piedra, esconder la mano y poner cara de niños buenos para que nos crean”—le dijo Aegon alguna vez, embriagado hasta la médula como siempre

Vale, tampoco es que Aemond se metía en peleas dentro de la escuela. No podía hacer nada que arriesgara su beca, por lo que las fechorías se las guardaba para hacerlas fuera del instituto. Que tampoco eran demasiadas.

Lucerys se detuvo en una de las casas grandes de la cuadra. Era una casa hermosa pintada de blanco, con vitrinas grandes, balcones y un jardín colorido. Toda una belleza.

—Llegamos. —anunció el castaño, a la par que tanteaba las llaves en el interior de su mochila.

—Pensé que vivías en una ratonera.

—No me fastidies. 

Luke gruñe y Aemond suelta una risilla sibilina; el menor busca las llaves en la mochila y se incorpora nuevamente. Al ver con atención, el platinado nota que su llavero es del logo de One Piece, junto con par de imágenes enmicadas de los personajes de Fullmetal Alchemist y Hunter x Hunter. 

—Hmp.

—¿Qué?

—Eres un nerd.

—Solo un nerd podría reconocer a otro. —responde Lucerys, dibujando una sonrisilla rosácea, brillante y algo traviesa. En ese momento cae en cuenta que seguramente el ratón había recordado todas las cosas que dijo Daeron en casa y las utilizó en su contra.

“Daeron…maldito bocazas”—se quejó mentalmente el muchacho. Al verse frente al escrutinio intenso de esos ojos café y la sonrisa colorido—y maliciosa—de Velaryon, se planteó borrarle la sonrisa una vez. Empero, los labios extendidos en un gesto sonriente le hicieron perder la concentración para dedicarle una frase lo suficiente ingeniosa.

Se quedó con el ceño fruncido, los labios sellados en una cara amargada y las manos en los bolsillos. 

—Lo que sea.

—¿A que no es divertido?

—Ratón, no tientes la suerte.

El castaño se encogió de hombros y pasó las rejas blancas del jardín de la entrada. El tercero de los Targaryen se quedó afuera, dando por terminada la charla. Sin embargo, antes de decir alguna despedida ácida para terminar su encuentro con broche de oro, Lucerys giró sobre sus tobillos y lo miró con un gesto que iba entre la neutralidad y el desconcierto.

—¿Vienes?

¿Ah?

Aemond abrió los ojos con sorpresa, solo por unos cuantos microsegundos, fue un santiamén en el que se pudo ver sorpresa honesta y extrañada. No se había imaginado que el chico quisiera invitarlo a pasar a su casa, ya que desde que se fueron creyó que Lucerys no tenía deseos de que lo acompañara en el camino de regreso. Ese fue el motivo principal por el que decidió ir con él a casa, para tocarle un poco las narices y brindarle una buena dosis de inquietud y quizás bromear con entrar a su apartamento.

 Después de todo, Lucerys había ido a su casa, lo había visto como nadie lo ve fuera de la escuela. Ni siquiera Alys. Lo vio utilizando sus lentes, en un estado pseudo-deplorable por la gripe, y habló casualmente con su hermano menor. Solo faltaba que Daeron le hubiese mostrado sus fotos de cuando era un niño de mejillas regordetas, pecas por todo su rostro y todo sonrisas tímidas y asustadizas. O peor, que se hubiera atrevido a mostrar aquellas fotografías que Alicent guardaba en el segundo cajón de su mesa de noche,esas fotos de cuando era un bebé inocente y su madre lo vestía con mamelucos.

Mamelucos de dragón.

Si a Daeron se le hubiera pasado esa brillante idea por la cabeza, juraba en el nombre de los siete que iba a meter a esa pequeña garrapata en el inodoro. O lo dejaría sin comer por una semana. Si nada lo detuvo para mostrarle a Terror Rosado,  ¿qué le detenía para mostrar sus fotografías de cuando era niño? En eso Daeron era como Aegon, no desperdiciaban una sola oportunidad para hacerle bromas.

Aunque tenía que conceder que Lucerys no se burló de Terror Rosado, más allá de decirle que él también conservaba todos los regalos de su propia madre. Una breve imagen ficticia de Lucerys sosteniendo el peluche rosa apareció en su cabeza, se imaginó qué hubiera pasado si Lucerys hubiera sujetado al peluche de su infancia. ¿Cómo se vería?

Ante el ridículo pensamiento, ladeó la mirada violeta hacia otro lado y luego otra vez al ladrón de sus pensamientos.

—¿Vas a invitar a este plebeyo a tu majestuoso palacio?

El castaño vuelve a entornar los ojos y ponerlos en blanco.

—Si no quieres, te puedes ir. —chistó el Velaryon—. Y esta no es mi casa, es de mi tío Laenor, él nos cuida mientras Mamá está de viaje.

Como muchas otras ocasiones, notó que el tono de Lucerys tenía especial remilgo cuando le contó aquello último. Puede presentir que existe algo más en su historia, cosas que no quiera decir, y lo nota debido a la forma en la que aclara que aquella casa hermosa no es suya. Era una mezcla entre el remilgo y la cautela. Por la forma en la que Luke torció la boca, es que prefirió dejar el tema ahí mismo.

—Ya veo.

—Sí. —el chico vuelve a tantear las llaves—. ¿Quieres entrar? Puedes pedir un taxi desde aquí.

Aemond esbozó una sonrisa tenue con sus clásicas intensiones maliciosas.

—Eres muy amable ratoncito, pero por más que me gustaría visitar tu habitación y ojear todos tus mangas, tengo que regresar a mi casa para ver si Daeron sigue con vida. 

—¿Y quién dijo que ibas a entrar a mi cuarto? ¿Estás demente o algo así? —inquirió el muchachito con cierta exasperación—. Si Jacaerys te ve aquí…

—¿Qué pasa? —se acercó un par de pasos—. ¿Miedo de que me vea tu hermano? No te preocupes, no le haré nada malo.—al ver como el rostro ajeno se arruga de la indignación, decide dar otro paso más, esta vez lo suficiente cerca para que sus cuerpos los separen unos pocos centímetros.

Lucerys observa este acto y aprieta con fuerza la mano que sostiene su llavero.

—Lo decía por ti. —musitó fastidiado, y desafiante.

A pesar de que sabe con qué intenciones dice aquella frase, puede ver una oportunidad de oro para sacar de sus casillas al castaño, y de paso colorear sus facciones de color rojo.

—Te preocupas por mí.  —afirma, no pregunta. Al segundo de no recibir respuesta, se acerca un paso más. Lucerys no retrocede y eso no le parece malo—. Qué considerado de tu parte, pequeño ratón.

—No, solo no me gustan los escándalos —masculló el castaño, con el rostro calentándose y succionando un poco su labio inferior—. Jacaerys es bueno en defensa personal y practica boxeo, además te la tiene jurada.

—Se la tiene jurada a Aegon,  a mí no me importa su vida.

En esta ocasión fue el Velaryon quien gruñó algo rendido ante lo dicho. 

Si bien a Aemond no le agradaba Jace ni un poco, prefería pasar de él y dejarlo chillando solo. Aunque los encontronazos habían incrementado desde que estuvo viendo a Luke. Es consciente de las miradas asesinas que el mayor de los castaños le dedica cada vez que se cruzan en el pasillo de la escuela, o en la cancha de deportes. Ninguno empezaba las peleas porque ambos sabían que no les convenía a sus promedios académicos arruinar la perfección de las altas notas académicas y actitudinales.

Aunque ahora que no estaban en el colegio podría aprovechar el momento para tocarle las narices a Jacaerys y ver como se enerva al verlo ahí con su hermano menor, apenas separados por unos centímetros.

Y quería seguir acortando esa distancia.

Tenía una fechoría pendiente, una que se le debe desde un encuentro en la biblioteca.

Inclina un poco la cabeza, tan solo un poco y hace el ademán con la mano de tocar el hombro de Lucerys. El chico contempla esto y frunce aún más el entrecejo.

—¿Qué haces?

—Hmh, ¿a ti qué te parece? —está tentando de subir los dedos y enredarlos en la mata de bucles marrones del joven. En serio quiere hacerlo desde hace tiempo—. Tengo una deuda que cobrar.

Cuando dice eso, el menor abre sus ocelos como un par de platos y se aferra aún más al llavero. La diferencia entre sus alturas no es exagerada, pero al verlo tan sorprendido no puede evitar pensar que se ve como un verdadero ratón.

Cerca.

El chico le sostiene la mirada en todos esos escasos segundos en los que Aemond acerca su rostro al ajeno, con seguridad y precisión, como si el más joven fuese una presa. Un gato y su ratón. Con ello quiere demostrarle que todas las aluciones al beso robado no fueron amenazas vacías, sino una realidad inminente que llegaría tarde o temprano. 

Iba a llegar ahora, y no le daba ninguna pena besarlo en la puerta de su casa y con riesgo de que alguien los viera.

Mucho más cerca.

En el instante en el que sintió la respiración ajena rozar su nariz, una traicionera picazón lo detuvo en el acto. Unos segundos más tarde tuvo que apartarse velozmente del muchacho, y estornudar.

Un estornudo.

Dos estornudos,

Tres estornudos

Cuando salió de su estupor, terminó con la nariz enrojecida, maldiciendo a la estúpida gripe confabulando en su contra, pero sobre todo odió la la sonrisa que se formaba en la cara de Lucerys Velaryon.

—¿Qué? —siseó con fuerza, aún afectado por los estornudos.

Luke soltó una risa burlona y alzó ambas cejas.

—No. Nada…—negó aún con su semblante ladino—. Es que jamás creí que te vería estornudar.

—Sorpresa, soy un ser humano con gripe. —acentuó las palabras bañándolas con ironía. No podía darse el lujo de demostrar lo mucho que le jodía que un simple estornudo derrumbara el intento de oro de besar a Lucerys Velaryon hasta que se le acabara el aire y tuviera que tragarse sus gemidos.

Luke asintió:—A lo mejor alguien está hablando mal de ti.

El Targaryen puso los ojos en blanco.

—Sí, quizás sea Rhaena o tu querido hermanito. —se cubrió su nariz roja con una de sus manos—. En fin…

“Esto también me lo voy a cobrar.”—pensó.

—Sí, en fin.

Fue la primera vez en mucho tiempo que les gobernó un silencio muy incómodo, porque ambos estaban conscientes de que estuvieron a punto de besarse. O más bien, Aemond estaba muy decidido en cobrar la deuda que tenía con Luke, y obtuvo un fracaso de proporciones bíblicas cuando la—putísima—gripe hizo de las suyas para regalarle un repentino ataque de estornudos.

 Maldita gripe. Malditos estornudos. Maldito sea Aegon por darle su dirección a Lucerys mientras estaba enfermo.

Y maldita consciencia por atormentarlo por el sencillo hecho de el castaño lo viera estornudar. ¿Era vergüenza? No, claro que no, Aemond no tenía sentido de la vergüenza. Solo que era muy reservado con sus manías, su estilo de vida y sus cosas, por más mundanas que sean.

Lucerys miraba un punto vacío en el jardín; habían flores de muchos colores, aunque ningún pigmento resaltaba tanto como los ojos marrones del chico. 

Volvieron a chocar miradas por inercia, aunque esta vez volvieron a ser interrumpidos. La puerta de la casa se abrió, y de ella salió un hombre de cabellos castaños y ojos castaños. Supuso que se trataba de su tío.

—¿Luke? —dijo el varón desde la puerta—. ¡Vaya, llegaste!

Lucerys se aparta un poco y se vuelve hacia la entrada.

—Hola, Qarl. —saluda con amabilidad.

Muy bien, no se trataba de su tío Laenor. 

—Me voy, ratón.—es lo único que dice antes de hacer un ademán de dirigirse a la salida. El aludido parpadea.

—¿Eh? Entonces, ¿no prefieres…?

—No, tengo que regresar ahora. Adiós.

El castaño Velaryon asintió y se encogió de hombros

—Vale, te veré luego, creo…

Definitivamente se verán.

 

***

 

En casa las cosas estaban tan serenas como de costumbre. Su madre ya había regresado a casa después de un largo turno en el hospital, y preparando el té para la cena. Helaena estaba sentada en su sofá favorito, aquél que era estampado con flores y se hallaba al lado de la ventana. 

La televisión del recibidor estaba encendida porque Alicent solía ver telenovelas una vez que regresaba del trabajo. Era gracioso verla sentada frente al televisor, ya que se olvidaba del mundo y se enfrascaba en la trama de sus novelas, además que era la oportunidad perfecta para pedirle favores o hacerle firmar algún boletín. Era el único momento del día que Alicent se daba para ella misma, así que andaba tan distraída que sus hijos podían decirles que robaron el banco de Hierro y a la mujer le daría exactamente igual.

Aegon y Daeron solían aprovechar esos momentos para contarle las fechorías que hicieron en la escuela. Cuando Aemond era niño también se valía de esos lapsus de distracción para hacer una que otra petición, hasta que se dio cuenta que esa era la única parte de la jornada en la que Alicent se relajaba.

El tercer albino no estaba viendo la tele, sino que estaba viendo su móvil y entrando a aplicaciones al azar. Perdía el tiempo navegando en cosas sin sentido alguno, recordando una y otra vez la risa de Lucerys Velarion, sus ojos marrones que tenían alguna especie de cosa antinatural que los hacía brillar más que otros colores, y también…también el puto ataque de estornudos por su malparida gripe.

Gruñó.

Había estado tan cerca.

Iba a chasquear la lengua y bufar como un dragón enojado, hasta que la sonrisa felina y demoníaca de Daeron apareció en su campo de visión. El niño recostó la cara en el borde del sillón, alzando las cejas varias veces como un intento de caricatura y le lanzó un gesto pícaro.

—¿Ahora qué diablos quieres?

Daeron rió ante su voz amenazante y recostó el mentón en el borde del cómodo mueble. Volvió a alzar sus cejas albinas y extendió la sonrisa.

—¿Yo? Nada, nada, hermanito. —lo dijo con aquél tono clásico que utilizaba cuando claramente iba a hacer alguna de sus bromas o a echarle en cara donde más le doliera. Jugar con su paciencia, desde luego—. En realidad, espero que me des las gracias o me pidas disculpas.

—¿Y yo por qué haría eso? —chistó enseñando los colmillos.

El niño se encogió de hombros y se sentó en la parte libre del sofá de dos cuerpos, estirando su cuerpo como si de un gatito se tratara, sin borrar la sonrisa ladina de su cara de falso angelito.

—Pues porque me dejaste solo. —insinuó en tono condescendiente —. Y mira que no le he dicho nada a Mamá. ¿Al menos nos fue bien, soldado? —enseñó los dientes en un claro semblante diabólico.

Si fuera posible, creería que Daeron sabe leer las mentes y averiguar lo que había pasado. Con solo ver como su hermano aludía el tema de Lucerys, le entraban unas fuertes ganas de darle golpes con el cojín.

—No seas exagerado, sigues en una pieza y estás vivo.

—Sí, pero arriesgándome a que cualquier enfermo mental entre por la ventana, me secuestre y venda mis órganos en Essos.

—Mi sueño hecho realidad. —contesta sin mirar al menor. 

Helaena se ríe con suavidad desde su lugar, aún con ademán sosegado porque ella sabe que no es cierto lo que dice. Y tiene razón, porque su sueño hecho realidad es que Aegon y Daeron desaparezcan sin dejar rastro y se muden al país más lejano posible. Asshai sería una opción ideal.

—Ya va, te tardaste una vida entera.

—Fueron quince minutos.

—En tu imaginación, pero bueno, ¿el amor altera el tiempo, no?  —inquiere con un tono agudo, repleto de retintín—. Seguro que se dieron sus buenos besos en la boca. Muack, Muack. —el chiquillo estiró su boca como una patética trompa de elefante y empezó a hacer sonoros y babosos sonidos de besos.

Aemond rechinó los dientes, aunque intentó verse lo más inexpresivo posible. Aguantó solo dos segundos de tontería antes de darle un pequeño un pequeño palmazo en la cara para apartarlo de su presencia.

—¡Joder, tarado!

—Lenguaje. —intervino Helaena, con voz pausada y sin apartar la atención de su libro.

Daeron se estiró otra vez en el sofá y volvió su vista al hermano mayor. 

—Te lo ganaste. —fue lo único que dice el tercero de los Targaryen-Hightower, volviendo la atención a su teléfono. Aunque para ser honestos, su atención estaba más en el frustrado beso que deseaba darle al Velaryon.

—Podrías tener la decencia de admitir que querías acompañarlo a casa, tampoco es que tú seas un caballero con todas las letras. —refunfuñó el niño, al parecer quería seguir poniendo en juego su vida—. ¿Nos estamos poniendo tímidos, bro?— reta con un tono cantarín.

—¿No me vas a dejar en paz, cierto? —dijo Aemond, apartando la mirada del celular para ver como los orbes amatista de Daeron brillaban con picardía. El albino mayor extendió la sonrisa—. Perfecto. —pronunció, antes de levantarse del sofá y dirigirse a la cocina, lo que no fue necesaria puesto que su madre apareció colocando una tetera de porcelana y algunas tazas en la mesa del comedor.

 Excelente.

Madre. —llamó para captar la atención de la mujer. Su hermano menor frunció el entrecejo con confusión—. No te olvides de revisar la mochila de Daeron, ayer dijiste que lo harías.

La sonrisa del niño desapareció por completo, para luego cambiarla por un gesto de terror, unos cachetes pálidos y unos ojos dilatados de la sorpresa. Era como ver la expresión de un hombre que iba a ser sentenciado a morir decapitado en la plaza central de King’s Landing.

—¡Oh, es verdad! —responde la mujer—. Querido, por favor trae tu mochila para darle una pequeña revisada. —se dirige al menor de los platinados, quien apenas puede mover la cabeza para asentir.

El mayor se retiró de la sala, y solo volteó una vez para ser él quien le dedicara una sonrisa sádica y maliciosa a su hermano más pequeño. ¿Qué creía ese pequeño demonio albino? ¿Qué había pasado por alto que le hizo el gran favor de presentarle a Lucerys al Terror Rosado y  que prácticamente estuvo pegado a ellos como una sanguijuela en todo el tiempo que el castaño estuvo ahí?  No señor.

El platinado tenía que vengarse sí o sí de Daeron por una cuestión de principios.

No obstante, antes de subir a su habitación observó un bolígrafo azul solitario en la mesa del comedor. Cuando se acercó lo suficiente, supo que no era suyo, ya que sus lapiceros siempre estaba resguardados en su escritorio, los bolígrafos de Daeron estaban mordisqueados y Aegon no tocaba ni un maldito carboncillo usado.

Entonces…

—Se le olvidó. —susurra Helaena, quien apareció a su costado con aquel aspecto circunspecto y sonriente. La albina aludió directamente al bolígrafo solitario.

Aemond miró a su hermana y luego a la pluma azul. De pronto la imagen de Lucerys resolviendo su tarea de física y dando golpecitos frenéticos a la mesa con su bolígrafo le llegó a la cabeza; él estaba más enfrascado viendo el ceño fruncido y los labios apretados del ratón de los Velaryon que de cualquier otra cosa.

—¿Estás segura que no…?

—No es mío. —responde antes de subir al piso de arriba.

Se quedó contemplando el bolígrafo antes de colocarlo en su bolsillo. Tuvo que ignorar un poco que ese hecho tan mundano le dio un descargo inexplicable de ansias.

—¡DAERON JAEHAERYS TARGARYEN HIGHTOWER! ¡¿POR QUÉ NO HICISTE LA TAREA?! 

Los gritos de su madre eran una buena técnica de olvidar esas sensaciones. Al menos las represalias serían un buen distractor.

 

****

 

Cuando sonó la campana de receso, se retiró a la biblioteca. Aprovechó un momento para agradecerle sus apuntes a Alys, y ella le respondió con una sonrisa afable. 

Desapareció entre los pasillos, con las manos en los bolsillos de su chupa de cuero. A diferencia de otras ocasiones, sus dedos no jugaban con su vaporizador verde botella, sino con un delgado bolígrafo azul. Un lapicero simplón con el que había visto a Lucerys realizar los ejercicios de física, mientras hacía un esfuerzo por recordar las fórmulas y mascullar improperios cuando los cálculos eran tan complicados que tenía que rehacer la tarea. 

El tercero de los Targaryen entró a la biblioteca y reconoció la melena platinada de su prima Rhaena, así como también divisó a Myrcella Lannister. Si estaban ellas dos, definitivamente el ratoncito Velaryon tenía que estar ahí, recorriendo los libreros con varios ejemplares en sus delgados brazos.

Cuando se paseó entre las mesas, con las manos en los bolsillos y una cara inexpresiva, se percató que su prima arrugaba el entrecejo con recelo, a la par que la rubia prestaba más atención a empolvarse la nariz y contemplarse en un espejo. Ninguno dijo nada, y Aemond continuó su camino hacia los estantes.

Y lo vio. Claro que lo vio.

Era curioso y gracioso a la vez, que Lucerys podía mimetizarse entre los estantes de madera, y perderse entre ellos. A pesar de eso, el albino podía distinguirlo en seguida, por más profundo que estuviera escondido entre libreros.

Esta vez lo halló sobre una escalerita de madera, a la par que colocaba pesados ejemplares en los estantes más altos de la estantería. Bajaba un par de escalones, haciendo chillar la madera, y luego hacía un esfuerzo para colocar los libros de manera alfabética.

El Targaryen veía como sostenía un libro debajo de la axila, mientras que abría otro para leer la portadilla y la página legal. Mascullaba pequeñas maldiciones mientras trataba de sostener los pesados libros, a la par que se mantenía en pie en esa escalerilla de madera que gritaba romperse en cualquier momento. La escena le dio mucha gracia.

—¿Regresas a tu hábitat natural, ratoncito? Te van mejor los palacios.

El chico dio un pequeño brinco que a Aemond le pareció chistoso, ya que el menor tuvo que saltar en un solo pie y mantener el equilibrio en el estante para no caerse.

—Joder, me asustaste.

—Era la idea. —responde antes de acercarse unos pasos—. Te olvidaste esto. —dicho lo dicho, sacó el lapicero de su bolsillo y se lo mostró al muchacho.

—¿Viniste hasta aquí para traerme una pluma?

—De nada.

El albino se acercó un poco más, antes de que Luke bajara de la escalinata, y le entregó la pluma azul. El menor la sostuvo entre sus dedos y la giró un par de veces antes de esbozar una sonrisa.

—Ah, tienes razón, es mi boli. —el castaño extendió la sonrisa antes de hacer girar la pluma entre sus dedos. Tenía la ligera sospecha de que su lapicero era más que un simple objeto con tinta azul. 

—¿Tanto te alegras por un—?

—Gracias.

Silencio.

Era la primera vez que algo así de dócil salía de la boca del chico y era dirigida hacia él. En su cariz se pintaba una sonrisa sencilla, pequeña, y delgada, pero que resaltaba sus hoyuelos y el brillo de sus ojos. Recuerda ver ese gesto afable y sonriente en la lejanía, cuando conversaba con su prima Rhaena, cuando Jacaerys Velaryon y él se iban juntos a casa, cuando charlaba con Samwell en la modesta recepción del bibliotecario, o cuando Cregan Stark lo ayudaba a ordenar libros.

Era la sonrisa habitual que Lucerys le regalaba a sus amistades y a las personas a su alrededor. El gesto tierno y blando por el cual se ganó el apodo de “Dulce niño”, como le decían algunas profesoras ancianas que lo tenían como un ángel.

Respecto a él, solo había recibido cejas alzadas, ceños fruncidos, pucheros y una que otra sonrisa pícara y burlona. A Aemond le encantaba porque solo él tenía acceso completo a esa faceta que nadie veía. Sin embargo, verlo dirigirse a él con una sonrisa sencilla y amable—a él, que lo ha estado atormentado desde hace días—fue, por lo menos, extraño. Raro.

Muy raro.

¿Nos estamos poniendo tímidos, Aemond?

—Ya dije que de nada. —responde entre dientes, volviendo a poner las manos en los bolsillos. Quiere obviar que ese ademán suele hacerlo desde los once años.

—Sí, eso veo. —resopla el joven, apartando uno de sus rizos con un bufido. Siempre hace eso, y cada vez que pasa, Aemond se tienta en apartarle el bucle rebelde él mismo—. Bueno, ya sabes las reglas —dice, acomodando un grueso ejemplar debajo del brazo, y en la otra mano haciendo ademán de guardar su bolígrafo en el bolsillo—. Nada de comer, gritar o fuma—¡Mierda!

La escalinata de madera cedió.

Chilló de forma fugaz antes de quebrarse y con ello hacer perder el equilibrio a Lucerys. Aemond vio como el cuerpo del castaño se tambaleaba un par de veces antes de que la vieja escalerilla terminara de quebrarse.

Gracias a los reflejos del albino, logró sostener el cuerpo del menor antes de que cayera de bruces hacia el suelo. Se hubiera dado semejante tortazo que le dejaría la cara morada.

Los libros que el chico sostenía se cayeron al suelo, y el bolígrafo salió disparado al piso y cayó a unos metros de ellos. Aemond retrocedió un par de veces antes de darse de espaldas contra la pared y deslizarse accidentalmente hacia el piso. Con Lucerys sobre él. Sospechaba que el suelo estaba recién encerado, resbaloso, y por eso fue fácil que su cuerpo también cediera al impacto.

Cuando menos se lo esperó, tenía una mata de rizos castaños sobre su pecho, una escalera rota, y un par de libros viejos desparramados en el suelo. Luke volvió en sí algunos instantes, solo para incorporar la cabeza y chocar la mirada con la suya.

Marrón y violeta impactaron por largos segundos, hasta que sintió que las mejillas de Lucerys se teñían de rojo. Y quiso creer que las suyas no pasaban por lo mismo.

¿Nos estamos poniendo tímidos, Aemond?

Tenía que hacer algo pronto antes de que su propio rostro aumentara en temperatura.

—¿Vas a quedarte ahí todo el día, pequeño ratón?

—U-uh…eh…—balbuceó Lucerys, con el cabello desordenado y apenas consciente de lo que acababa de pasar—. E-esto..y-yo…eh.

Recordó que la noche anterior estuvieron en una situación parecida, a pocos metros de distancia, y a Luke en bandeja plata. Pudo sentir su respiración—como ahora—, el ligero temblor en sus labios—como ahora—, y la vibración de su pulso y los ojos ajenos—como ahora. Tan cerca.

Justo como ahora.

Y esta vez no estaba resfriado, la gripe había desaparecido.

El silencio infernal de la biblioteca los estaba asfixiando, apenas escuchaban el barullo del recreo y el mutismo empezaba a vibrar como una invitación. Por lo tanto, subió un poco su mano izquierda, aquella en la que no recargaba su peso, y sostuvo con ligereza la cintura contrario.

Sí se vio venir como el chico abría sus ojos café, así como también que entreabriera los labios con desconcertante semblante.

Lo que no se esperó fue que ese mismo chico se aferrara a la tela de su chaqueta negra, y tomara un pequeño impulso para acercarse a su rostro. El platinado se quedó congelado al ver como el joven apretaba aún más el agarre, y hacía otro impulso con el cuerpo para acortar la distancia.

Aunque hubo un ligero temblor en su respiración, esta vez sintió también la velocidad de las palpitaciones del castaño, y también creyó escuchar las suyas propias.

No sabe si es producto del mutismo infinito de la biblioteca, el tic-tac del reloj, saber que los dos están ocultos en un viejo librero, o que solo los separan centímetros insulsos. Tal vez el hecho de impactar miradas y escuchar la respiración del otro fue suficiente droga para sumirse en un momento en el que no eran ellos.

Fue Lucerys quien se acercó un poco más, y fue Aemond quien se quedó quieto en su lugar.

¿Nos estamos poniendo tímidos?

La sensación de sus labios contra los suyos fue diferente a la primera vez. En aquella ocasión, Luke estampó su boca con rudeza, como si estuviera poniendo sellos a una carta. Ahora mismo, era un roce tímido, dócil y una mezcla de movimientos erráticos, temerosos, que iban de derecha a izquierda. Lucerys movía sus labios de un lado a otro sobre los suyos, y aquello provocó unas cosquillas en él que parecían fuegos artificiales en su pecho.

Estuvo tentado a darle un movimiento más apasionado y profundo, demasiado tentado a devorarle la boca a besos, hasta que sintió como el chico apretaba ligeramente la boca contra la suya. Fue sedoso, suave, y muy fino. A pesar de la delicadeza de su acto, Aemond sintió un fuego intenso en todo su cuerpo. Una tormenta. Un espectáculo de fuegos artificiales. Una exploción.

Todo al mismo tiempo.

Lucerys se separó un poco, ruborizado, brilloso y sosteniéndose de su chaqueta.

El albino lo vio entre estupefacto, aún con estupor, en el trance de un hechizo del cual estaba atrapado. Solo la respiración agitada del chico lo sacó de un ensimismamiento de ojos marrones y labios rosáceos.

Cuando pudo moderar un poco las ansias y el revoltijo de emociones en su interior, habló.

—Ratoncito, tu deuda acaba de aumentar.

La mano que estuvo la cintura del chico se afianzó todavía más, a la par que los dedos ajenos se aferraron todavía más a su camisa.

Lucerys le había robado ya no uno, sino dos besos.

Tenía una deuda que pagar.

Y lo iba a disfrutar demasiado.

—¡Luke! ¡¿Estás bien?! Escuché que algo se cayó y…¡Ah!

Antes de poder continuar con el vorágine de emociones e impulsos cálidos, se vio fatalmente interrumpido—por segunda vez—cuando divisó la figura menuda de Myrcella Lannister. La chiquilla pasó de la confusión, a la estupefacción, y luego a la vergüenza, a la par que se llevaba las manos a la boca para retener un gritillo.

Lucerys se apartó de su cuerpo y eso fue como un golpe de viento frío.

—¡M-myrcella, e-esto n-no es lo que parece!

La chica se llevó las manos al rostro, miró al ruborizado Velaryon, luego su rostro hastiado, y una vez más a su amigo. Aemond solo quería invitarla muy amablemente a que se largara y los dejara solos.

—Oh. Y-a ya veo, ¡Por favor, continúen, yo ya me iba! —dijo la rubia, haciendo un ademán con la mano antes de irse. 

Aemond creyó ver una sonrisa, pero le importó poco al tener aún encima suyo parte del peso del castaño.

La amiga de Lucerys desapareció entre los pasillos, dejando a un frustrado, sonrojado y alterado Velaryon, quien pasó a mirar hacia el suelo antes de apartarse por completo.

Ahora el silencio era conquistado por latidos en conjunto, aunque era posible que tanto Luke como Aemond se esforzaban en ignorarlos. El rostro de Lucerys estaba pintado de carmesí, mientras que el platinado sentía que el sonido retumbaba con un pitido rebosante e interno. Su piel vibraba demasiado, el torbellino cálido de su pecho no incrementaba, pero se negaba a liberarlo internamente de un trance.

¿Myrcella? —se escucharon los pasos veloces de Rhaena Targaryen—. ¿Qué pasó? Te oí gritar, ¿con quién hablabas?

Ambos oyeron a la chica balbucear un par de veces, tropezar con las palabras de forma dubitativa antes de hablar.

—Este…no era nada, yo hablaba con…¡conmigo misma! 

Esa era la mentira más absurda que había escuchado en toda su vida. Y eso que vivía con Aegon y él decía cosas absurdas todo el tiempo.

Los dos jóvenes se quedaron viendo el suelo otra vez, mientras que Aemond rememoraba el choque tímido de la boca de Lucerys contra la suya. Aún temeroso, hizo todos los movimientos mientras él se quedó estático en su lugar.

Él lo besó por segunda ocasión en tan solo unos segundos, pero la sensación seguía durando hasta ese instante. Temía que iba a durar todavía mucho más.

—T-tengo…—Lucerys se incorporó, rompiendo el silencio—. Tengo que ir por mi bolígrafo.—dicho esto, se fue, aún dejando los libros en el suelo.

Muy bien.

“Esa fue la segunda mentira más basura que he escuché en toda una vida, osado ratón…”—fue el único hilo de pensamientos coherente que pudo formular en su cabeza después de diez minutos.

Notes:

Lucerys lo besó a Aemond DOS veces, y a Aemond le frustran dos veces su intento de besar a Luke, qué ironía XD. Pero bueno, a win is a win. Puse el pequeño cliché de que uno cayera encima del otro, si hay más clichés que les gustarían, los pueden pedir sin problemas. Una cosilla más,aunque está demás pero siempre me gusta aclararlo, Myrcella Lannister (o "Baratheon")no es una OC, es un cameo/personaje prestado de Game of Thrones. Ya saben, AMO, los cameos a los personajes de GoT, es que no soy muy fan de colocar OC'S jejejeje.

Lamento mucho la tardanza, pero las clases en la universidad son largas y termino muy agotada, aunque hoy decidí ser feliz.

¡Muchas gracias por el apoyo!!!

Chapter 9: Capítulo 009: Negación

Notes:

UUUUh, volví!!!!

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Hablar con Rhaenyra siempre crea una magia en el ambiente que lo hace olvidar de todos sus madres. A veces piensa que es suficiente con ver sus ojos amatista y su sonrisa agradable a través de la videollamada para relajarse y pensar que todo estaba bien. Ambos charlan largo y tendido sobre diversos temas, y entre todas las conversaciones se pueden pasar hasta un máximo de cuatro horas seguidas, de las cuales se cuentan como van en el día a día, cómo se encuentra Jacaerys, Joffrey, y su tío Laenor, o también puede pasar un largo rato mientras su madre le envía fotos de los destinos que ha visitado.

“Un día lo visitaremos todos juntos”— dice Rhaenyra, y Luke asiente porque sabe que la mujer siempre cumple con sus promesas. Las palabras de la fémina son juramentos que al final sí se llevan a cabo, una vez que ella regrese de sus viajes. Su madre trabajaba como piloto de avión en la aerolínea más prestigiosa de Westeros, y por lo tanto, los vuelos internacionales solían exigir que permaneciera fuera del país durante un periodo prolongado de tiempo. Por consiguiente, Lucerys y sus hermanos tenían que quedarse en Poniente, a la espera de su madre.

La echaba mucho de menos, extrañaba demasiado vivir con su madre. No es que no le gustara vivir con su tío Laenor; al contrario, disfrutaba convivir con él y con Qarl, pero echaba de menos a Rhaenyra, estrechar la mano cálida de su madre para sentirse reconfortado, así como también extrañaba su voz e incluso el apodo con el que solía llamarle desde pequeño. Dulce niño. 

Una vez que la videollamada de tres horas con su madre  finalizó, Lucerys sintió que volvió a tener una sensación de frialdad. Miró la pantalla apagada de su teléfono, y de pronto el zumbido del silencio se tornó insoportable. Arrugó los labios a la par que presentía que el ambiente colorido y fresco de hace unos instantes se había convertido en un peso pesado. 

Apretó el celular y gruñó, ya que ni bien la llamada con Rhaenyra acabó, una pregunta lo asaltó una vez más. ¿Por qué hice eso?

¿Por qué besó a Aemond Targaryen?

La primera vez había tenido una excusa y era la cólera, la provocación y la impresión de que el albino se estaba burlando de él. No se había equivocado, de esto estaba muy seguro. 

¿Y ahora?

Odiaba ser objetivo, pero no había forma de ver la situación desde un ángulo que pueda justificar aquél segundo acto en la biblioteca. Su única excusa era que el Targaryen había vuelto a insinuar que lo iba a besar, y Lucerys decidió no darle el gusto. No obstante, ese pretexto se desmoronaba cuando recordaba que, en realidad, la acción en sí no tenía sentido. ¿De qué servía darle un beso? ¿No estaría dándole el gusto? Y peor aún, ¿quién se burla de otra persona que no le agrada dándole besos? Aquellas coartadas no hacían más que contradecirse, crear un enredo en su cerebro, y por último, agotarlo.

No tenía ninguna justificación, no existía manera coherente de explicar por qué besó a alguien que no, de antemano, le cae pésimo. Solo quiere gritar que en ese segundo no era él, sino un espíritu posesivo y atrevido que se vio tentado por la cercanía de sus cuerpos—gracias a la caída—, que los ojos de Aemond brillaron de manera diferente y que el choque de sus respiraciones en conjunto fue una invitación tácita. Él no tenía la culpa, fue cosa del ambiente, la caída y la escasa distancia y…

Ugh , al diablo.

En realidad no existían excusas, sin importar lo que diga o lo que piensa. Lo único bueno que pudo sacar de esa situación es que pudo mentirle a Myrcella, lo cual fue relativamente fácil ya que solo bastó con decirle que ella vio mal y que en realidad no se estaban besando, sino que se estaba recuperando del impacto de la caída.

Ay, ajá.

Su rubia amiga, tan crédula y amable como siempre, le creyó y zanjaron el tema. 

Por otro lado, esos días no había ido a ayudar en la biblioteca ya que Samwell tenía que hacer un exhaustivo inventario de los libros, en compañía del coordinador y el profesor de literatura. En consecuencia, Lucerys tenía unos pocos días de libres de su trabajo como asistente.

El universo parecía conspirar a su favor y eso le vino mejor que bien.

El castaño suspiró, dejó el teléfono en su escritorio y salió de su habitación, estar encerrado entre cuatro paredes lo ofuscaba y necesitaba pensar en otra cosa que no sea el roce contundente de su boca contra la de Aemond. Así que fue a la cocina y se sirvió un vaso de jugo, haciendo el esfuerzo posible de colocar la mente en blanco. 

“Ratoncito, tu deuda acaba de aumentar.”— rememoró a la par que sostenía la bebida entre sus dedos, casi provocando que el contenido se resbale. Las mejillas se colorearon de súbito y tuvo que cerrar los ojos con fuerza, evitando el recuerdo de aquel momento que no pasó. O mejor aún, que Lucerys no quería que pasara.

Miró el reloj de la sala, y vio que aún marcaban las cinco de la tarde. Su tío Laenor aún estaba en el trabajo, al igual que Qarl, y en definitiva Jacaerys estaría recién regresando de su práctica de básquet. Solo eran Joffrey y él en casa. Los dos Velaryon habían estado en videollamada con Rhaenyra, pero Joffrey se había despedido antes porque decía que tenía mucha tarea que hacer, y desde ese momento Luke no lo había visto.

Joffrey era un niño bastante energético, no solía encerrarse en su habitación y tampoco era de los que se pasaban horas y horas jugando en la computadora. Hacía sus deberes temprano, siempre con supervisión, y era de los que preferían salir al parque a montar bicicleta, a pasear a Arrax y a Seasmoke, o jugar con el balón. 

Era un poco extraño no escuchar a su hermano menor jugar con la pelota, o utilizando sus patines en pleno pasillo, o tan siquiera escucharlo ver las caricaturas en la sala de estar.

Como una forma de despejar su mente fue hasta la recámara de Joffrey, solo para asegurarse que estuviera haciendo la tarea o tomando una siesta. 

Antes de tocar la perilla de la puerta recordó que Aemond era ese tipo de hermano mayor aunque no lo pareciera. De buenas a primeras, pensó que el Targaryen sería un hermano despiadado, imprudente y que dejaría al pobre Daeron a merced de los peligros, o por último, lo dejaría a libre albedrío, sin vigilancia, y con la potestad de hacer lo que quisiera. Grande fue su sorpresa cuando se dio cuenta que el albino era un sujeto responsable con su hermano menor, o al menos eso fue lo que dejó entrever. Luke no había pasado por alto la ocasión anterior, ya que a pesar de acompañarlo hasta su casa, Aemond estuvo pendiente de su hermano, enviándole mensajes y llamándolo por teléfono mientras estaban en el autobús.

El solo hecho de recordar a Aemond le provocó tal escalofríos que tuvo que suprimirlo con una maldición. Cerró fuertemente los ojos y chasqueó la lengua,

—Maldita sea. 

Sin más vueltas que darle, abrió la puerta de la habitación de su hermano, encontrando todo en orden. Sin embargo, lo alarmante fue cuando detectó una mata de rizos castaños escondida al pie de la cama.

—¿Joffrey?

Cuando el menor giró a su llamado, pudo observar sus ojos rojos, hinchados del llanto, mientras las marcas de las lágrimas surcaban sus mejillas.

***

 

La clase de matemáticas se vio interrumpida cuando el profesor Celtigar fue requerido por la coordinación de la academia. A partir de ahí, los alumnos se reunieron entre amigos a charlar, a aprovechar en sacar los teléfonos móviles o adelantar los deberes. 

Lucerys se sentaba al lado de Rhaena, cerca a la ventana del salón, y de vez en cuando prestaba atención a la conversación de sus amigas. Las jóvenes hablaban de la clase, de alguna que otra tendencia en Instagram, y algún chisme aleatorio del salón. Luke estaba lo suficiente ido como para seguir el hilo de su diálogo, puesto que ha había hecho demasiado esfuerzo en atender a la clase matemática, y de tan solo recordarlo se volvía a agotar.

Suspiró de manera sonora y acomodó la mejilla sobre su puño cerrado. Miró hacia la ventana, absorto en sus pensamientos. Notablemente cansado.

El codazo de Rhaena lo trajo a la realidad.

—Eh, Luke. —dijo la chica—. ¿Va todo bien?

Cuando el muchacho encaró a los ojos violetas de su mejor amiga, sintió un retortijón de inexplicable culpa. Él no le había contado nada acerca de la verdad tras el incidente con Aemond en la biblioteca, sólo le dijo un par de datos sin demasiado contexto. Se limitó a contarle que se había caído encima de su primo, y que éste volvió a insinuar cosas insignificantes a las que no les prestó atención. Myrcella concordó con su versión, ya que la había convencido de que todo se trató de un malentendido. Rhaena arqueó la ceja y le restó importancia a la situación.

Sin embargo, cuando Lucerys observaba los orbes morados de su mejor amiga, sentía la tentación de ser completamente honesto con ella, de desahogarse, de soltar todo lo que tenía guardado. Había intentado ignorar el caos de sus emociones, tratando de congelar cualquier sensación, pero bastaba el recuerdo de Aemond para crear una tormenta que el menor no podía traducir.  Si hablaba con Rhaena, tal vez la joven podía traducir el conflicto y darle una vía de solución.

El problema es que Rhaena sería el Pepito Grillo que no le diría lo que quería escuchar— como Myrcella—, sino  la verdad con todas sus letras. Un veredicto honesto cercano a la realidad, y Lucerys no quería darse de bruces con ello tan pronto. No estaba listo.

—¿Lucerys? —llama la joven. 

Al salir de su estupor, ya no solo es escrutado por Rhaena, sino también por los ojos verdes de Myrcella.

—¿Ah?

—Te pregunté si todo está bien. —inquiere la menor de las hermanas Targaryen.

Luke ladea la cabeza y mira hacia la ventana antes de responder.

—Sí. —responde por fin.

Rhaena repone:—No mientas.

—No miento. —se defiende el castaño—. Sólo que estaba pensando en…—por unos segundos se da el lujo de mirar hacia otro lado que no sea la vista analítica de la chica—...en otras cosas.

La morena de cabellos platinados arruga el entrecejo y la boca.

—¿Es mi primo molestando? Mira Luke, si se trata de Aemond, ahora mismo voy y le digo hasta de lo que se va a morir, sino…

—Rhae, la violencia no es el camino…—comentó la rubia.

—¡No, no! —niega el adolescente—. Dioses, no se trata de eso, Rhae. —se apresura a decir. Se apresura a mentir.

No entiende porqué lo hace, ya que una parte de sí mismo está tentado en decirle a la muchacha que sí pasaba algo con Aemond, pero que no era exactamente lo que estaba pensando. La cuestión era que no sabía como decirle que había besado al platinado por segunda vez, a pesar de que no se conocen lo suficiente, y que ni siquiera se llevan bien. Es decir, sí había ido a su casa, habían hecho los deberes juntos y lo vio con gafas— las cuales no le quedaban nada mal—, pero eso no significaba que eran amigos, y mucho menos que se gustaban. No podía gustarle un chico que se llevara mal con su hermano, y en definitiva, eso no lo hacía más deseable. Claro que no.

—¿Entonces qué es? —secundó Myrcella, apoyándose aún más en su silla. Por un instante sintió que sus dos amigas le estaban leyendo la mente.

Lucerys se rasca la mejilla y desvía los ojos una vez más, decantándose por revelar la segunda razón que más lo estaba preocupando estos últimos días.

—Es por Joffrey. —dice por fin, en medio de un suspiro—. Sus calificaciones han bajado este último mes y ha reprobado dos exámenes consecutivos de Lenguaje e Historia. 

Un pequeñito mutismo se hace presente en sus carpetas, en el cual el protagonista es el bullicio del salón, e igualmente parecía ajeno a ellos. Los orbes violetas de Rhaena pesan sobre Lucerys, casi como una lengua no-verbal que susurra un “ No te creo nada” , tal como si estuviera escarbando en su gesto hasta encontrar una mentira. Afortunadamente no hay falsedad en las preocupaciones del chico, puesto que es honesto con lo que está contado. Joffrey lo ha preocupado desde que lo encontró llorando a escondidas, con cuatro exámenes reprobados en su mano. 

El “oh” de Myrcella fue suficiente para romper el silencio.

—Ya veo.—dice la adolescente—. ¿Le has dicho al Tío Laenor? Algunos profesores no explican bien las materias.

—Eh…no, no le hemos dicho nada aún.

—¿Y a Jace?

—Está ocupado con un campeonato próximo, parece que van a jugar contra los escorpiones de Dorne, se lo contaré más adelante. —se encoge de hombros y vuelve a resoplar—. De todas formas, me preocupa Joffrey. Está muy angustiado con sus notas, pero se le complica mucho la gramática, o recordar fechas históricas.

—No todos los niños aprenden de la misma forma. —comenta Myrcella, sacando de su bolso un espejo y su labial. No obstante, antes de que se sumerja en una breve rutina de maquillaje, cierra el espejo de súbito y miró a sus amigos—. ¡Ah! Mi hermanito Tommen es malo para matemáticas y Mamá contrató un profesor particular, ¿has pensando en algo como eso?

—Oh, no es mala idea. —apoyó la otra adolescente.

Ahora era el turno de Rhaena para girar la cara hacia su mejor amigo. Al sentirse aludido, sintió un pequeño hueco en el estómago, y aquella desesperante sensación lo obligó a torcer la boca como si estuviera saboreando medicina.

—¿Qué? —indagó la menor de las hermanas Targaryen.

Luke aplasta su propia mejilla sobre el puño contra el que apoya el rostro.

—No lo sé, para eso tendría que hablar con Tío Laenor.

—¿Cuál es el problema? —preguntó Rhaena, enarcando la ceja izquierda. Lucerys apretó un poco sus labios y miró de soslayo hacia otro lado, y esperó que ese semblante fuese suficiente para que su amiga entendiera lo que quisiera decirle—. Vamos, Luke, sabes que el tío Laenor no tendría ningún problema en pagarle un profesor a Joffrey, él lo va a entender.

El castaño suspiró.

—Sí, lo sé pero…—gruñó de manera casi imperceptible—. No me parece lo más adecuado, ya sabes, además Joffrey me ha pedido que no le diga nada al tío. 

La joven negó varias veces con la cabeza, a la par que Myrcella parpadeaba en confusión. El segundo de los Velaryon  sintió algó de pena por la rubia, ya que ella no estaba enterada al 100% de todo el contexto en el que vivía Lucerys, mientras que Rhaena se sabía la historia de pie a palo. Él no solía comentar sus preocupaciones y sus angustias a nadie que no fuera su mejor amiga, puesto que a las hermanas Targaryen—sobre todo a Rhae— la conocía desde que eran muy pequeños.

—Tienes que sacarte esas ideas de la cabeza, Lucy . —dice, o más bien, advierte la joven

—¿Qué ideas? —interroga el castaño de rizos.

Rhaena le dedica una última mirada analítica antes de contestar, esta vez ha endurecido sus delicadas facciones y frunció un poco el entrecejo.

—Tú sabes de lo que te estoy hablando.

Casi entra en pánico, si no fuera porque la telepatía es un mito, creería que su amiga podía escarbar en su cabeza.

—¿Me estoy perdiendo de algo? —indaga la jovencita rubia, algo temerosa y dubitativa de intervenir.

La menor de las Targaryen mira de soslayo a Lucerys una última vez, como una madre dedicándole un vistazo de advertencia a un hijo malcriado y travieso, luego vuelve a prestar atención a la chica Lannister.

—Nada, delirios de nuestro pequeño Luke.

En lo que Rhaena y Myrcella se vuelven a enfrascar en una conversación aleatoria, el segundo de los Velaryon vuelve a perder el tiempo mirando un punto muerto en el aula de clases. Ahora mismo siente que las palabras han muerto en su boca y le generan un peso equivalente a una tonelada, agregando una pesadez más a su lista de angustias y preocupaciones. Ahora mismo ya ni siquiera era posible escapar de la realidad, porque cada vez que lo intentaba, su imaginación lo transportaba a las esquinas de la biblioteca y a los brazos de Aemond Targaryen.

Y si no podía escapar a los cuadros internos de su mente, tendría que enfrentarse a un escenario real en el que ya no solamente tenía que lidiar con sus sentimientos, sino también con responsabilidades como buen hermano mayor y sobrino. 

La razón por la que ni Lucerys no le había dicho nada a Laenor sobre las calificaciones desaprobadas de Joffrey, fue porque su propio hermano menor se lo pidió. Lejos de cuestionarlo, Lucerys comprendía las causas a la perfección. No querían sentir que se aprovechaban de su tío ni de su dinero.  

Tanto él, como sus hermanos, estaban bajo la tutela de Laenor Velaryon hasta que Rhaenyra regresara de su trabajo en la aerolínea internacional.

Nunca les faltó nada, puesto que su madre mandaba puntualmente dinero— mucho dinero— para sus hijos, cubriendo todos sus gastos, las colegiaturas, e incluso alguno que otro capricho. No obstante, Laenor era quien los acogía en su casa y quien los cuidaba mientras Rhaenyra no estaba, y el hombre siempre había sido muy amable y paternal con ellos. Laenor era comprensivo, empático e incluso bastante permisivo con las reglas, además era un hombre liberal al que podían preguntarle lo que sea, y él estaría más que dispuesto a aclarar sus dudas.

El problema llegaba cuando Lucerys empezó a percartarse que terceras personas tendían a criticar, la dinámica familiar no era bien vista. Algunos solían decir— como chisme de corredor—, que Rhaenyra era una mujer aprovechada, y que sus hijos eran unos arrimados a costa de un pariente que no estaba relacionado a ellos de forma sanguínea. En pocas palabras: Una carga.

Lucerys se quedó con ese apelativo durante mucho tiempo, y a día de hoy todavía lo repetía una y otra vez. A diferencia de su hermano mayor quien pisoteaba las críticas y los ignoraba olímpicamente, Luke solía repetir las voces murmurantes que se dirigían a él y a su familia de esa manera. Por más que Jacaerys, Rhaena, e incluso su propio Tío Laenor, le aseguraran que nada de lo que diga el resto importaba, el chico se sentía avergonzando e incluso culpable. Se hacía pequeñito ante las habladurías y se repetía mil veces que tenía que ser un buen chico, uno que no sea problemático, sino que fuera obediente y responsable. Así, y sólo así, podría estar seguro que los cotilleos no eran más que palabras venenosas pronunciadas por personas que no tenían nada mejor que hacer.

Por eso sentía pena en hablar con Laenor, le daba vergüenza pedirle dinero o un servicio de emergencia que Rhaenyra no podría costear desde el extranjero, al menos no hasta que regresara a Poniente. Sin embargo, la prioridad era su hermanito Joffrey.

O, también podría pagar un profesor particular con el dinero de su mesada. Rhaenyra era una mujer generosa al enviarles plata a cada uno de sus hijos.

“(...) Aunque tiene sus ventajas, le da clases particulares a mis amigos de la escuela (....)”

Click.

Una idea surcó su cabeza a la velocidad de la luz, fue un pensamiento burdo, casi como si se tratara de algo provocado por el subconsciente. Fue una pequeña e insolente voz dentro de la mente la que susurró que quizá, sólo quizá, podía tener una solución a sus problemas. Por más mínima que sea.

Por más que esa idea le provocara ansiedad, pánico y espanto, todo en un huracán de sensaciones que le provocaban adrenalina. Y esa adrenalina tenía un origen, el cual poseía nombre, apellido, y tipo de sangre.

La sola mención de repetir esa estrategia en su cabeza volvía a revivir las ansias y provocaba que su corazón bombeara mil veces por segundo, si es que algo así pudiera ser posible.

Afortunadamente no tuvo que repetir la idea, ya que el sonido de la puerta del salón retumbó en sus oídos y asesinó la jarana de la clase.

—Jóvenes, el hecho de que yo me ausente unos minutos no les da licencia para hacer del aula una fiesta. —dijo el profesor Celtigar, colocando una vez más su maletín en el pupitre del docente—. Vuelvan a sus asientos.

Escuchó ruidos de sillas, carpetas y de personas volviendo a sus lugares, vio como Rhaena guardaba su teléfono en el bolsillo de su falda tableada, y también se percató como Myrcella guardaba todos sus cosméticos en su enorme bolso de Tous, bajo la mirada desaprobatoria del maestro.

Lucerys estaba en clase, pero su mente no estaba presente.

 

****

 

—Hace algún tiempo que no pasabas por aquí, ¿eh? —saludó Samwell desde su pequeña oficina de la biblioteca. El joven estaba revisando unos compendios sobre el escritorio.

Luke le regaló una sonrisa penosa.

—Sí, lo lamento —se acaricia la nuca y enreda los dedos en sus rizos—. Estuve un poco distraído estos días.

—Entiendo. —contesta el chico—. De todas formas te mereces un descanso de vez en cuando, siempre vienes a la biblioteca, te quedas hasta tarde e incluso a veces cubres mis propios turnos. Un día de estos, el director Mellos me va a echar, y a ti te dará mi empleo. 

Ambos ríen por la broma unos cuantos instantes. Luke mira de reojo hacia el interior de la biblioteca, percatándose de que hay muy pocos estudiantes repartidos en solitarias mesas. Él solía estar acompañado de Myrcella y Rhaena, pero ambas chicas se quedaron en la cafetería con Baela Targaryen y Alysanne Blackwood, una de las senior del instituto. 

De forma automática, el castaño estiró sutilmente sus fosas nasales y aspiró con suavidad, a la espera de detectar si había un olor particular en el ambiente. Un olor a menta y a vapor. 

—En fin, si no tienes problema, solo tienes que acomodar estos libros que nos acaban de devolver. —la orden dócil de Samwell Tarly perturbó su acto, y tuvo que girarse hacia su interlocutor. Al ver lo que señalaba, descubrió que se trataba del carrito con unos cuantos ejemplares.

Lucerys asintió:—Vale, yo me encargo.

Dicho eso, el muchachito sujetó el carro de libros y fue a colocarlos uno por uno en sus respectivos estantes. Fue recibido por el silencio pacífico del recinto, los colores ocres de la sala, y el aroma a madera y a páginas amarillentas. Solo se podía escuchar el sonido de las ruedas del carrito, mientras que una que otra vez se captaba como los estudiantes pasaban página por página de sus lectores. 

El segundo de los Velaryon apretó el timón del carrito cuando pasó por las estanterías, una tras otra. Observó de izquierda a derecha, siendo sorprendido por la penumbra de las estanterías, mas sin rastro alguno de una figura estilizada, de cabellos platinados y chupa de cuero.

Era curioso, porque a medida que pasaba entre los libreros, guardando libros anaquel por anaquel, le era imposible controlar el latido de su corazón. Tal vez si hubiera ido con sus amigas, la situación hubiese sido muy diferente. Puede que no estuviera tan nerviosa como lo estaba ahora, con sus extremidades provocando extraños cosquilleos. No obstante, cada vez que se asomaba a una nueva estantería, sentía que el corazón brincaba de su pecho y se le cortaba el aliento, luego se topaba con la nada y las ansias bajaban de tal manera que sentía la frente coloreándose de azul.

¿Acaso se desilusionaba?

Tragó saliva.

Dejó los libros restantes con pesadez, como si estuviera vacío. Mientras lucha por controlar los nervios y los latidos tan sonoros en su pecho, se percata que solo quedan dos ejemplares en el carrito: Un libro sobre El Caballero Errante, y otro ejemplar de psicología. Luke sostiene el primero y lo lleva directamente al área de Historia Ponientis. 

Entonces un casi imperceptible aroma a mentas congela su nariz, y eso fue suficiente para crispar los vellos de sus antebrazos. Aún con el blazer y el suéter escolar puestos, pudo tener la ilusión de que se estaba congelando. 

Cuando se giró hacia las estanterías del área histórica de la biblioteca, observó la figura imponente de Aemond Targaryen. Él estaba ahí, no era ningún desvarío.

El albino se encontraba sentado en el muro de la ventana, con las cortinas cerradas. En su mano derecha sostenía un libro de la historia del Imperio de Yi-Ti, y con la otra sujetaba un vaporizador de color verdo oscuro. Su cabello, lacio y platinado, estaba sujeto en una coleta. Parecía ser el mismo sujeto atemorizante y soberbia de siempre, con la única diferencia que llevaba las gafas puestas.

Eso sí que lo extraño. Aemond no parecía el tipo de persona que le importara que los demás lo vieran con anteojos, pero Lucerys tuvo la— falsa— percepción de que prefería usar los lentes en casa. 

Aquél par de cristales encajaban bien con él, se acomodaba al puente de su nariz, y a pesar de que se resbalaban de vez en cuando, el albino los acomodaban con su dedo índice.

Justo como ahora.

Luke tragó en seco y eso fue suficiente para que un par de ocelos amatistas lo vieran por encima de los lentes. La mirada que le dedicó era sombría y antipática, como las primeras veces que conversaban en la biblioteca.

“—No puedes fumar aquí, son las reglas.

—....¿Y quién me detiene, ratón?” es lo que siempre respondía, mientras se llevaba el vape a los labios.

Ojalá las cosas fueran tan sencillas como en ese momento.

—¿Qué es lo que quieres? —cuestiona Aemond, con un tono de molestia en su grave voz.

En definitiva.

Lucerys endurece la mirada.

—¿Tenemos que repetir esto todo el tiempo? —dice el de rizos—. Apuesto que lo haces a propósito, no puedo creer que Samwell no te pille.

El tercero de los Targaryen no responde de inmediato, sino que vuelve los ojos a su lectura.

—Eso quisieras. —y solo para molestarlo, vuelve a darle una calada a su vaporizador—. Acúsame con Tarly o ve con el director, me importa una mierda.

Cuando deja salir el vapor mentolado, Lucerys arruga el entrecejo, porque ha caído en cuenta que ya no le molesta que Aemond fume un cigarro electrónico en su cara. Ya no le molesta ese condenado vaporizador, al menos no tanto como le fastidia la actitud cínica del platinado.

—¿Era completamente necesario el insulto? —se cruza de brazos—. Ni que yo te hubiera hecho algo.

—¿Ah, no?

—No.

Y Lucerys sabe perfectamente que no.

Aemond cierra el libro y se levanta de su lugar, regalando a su interlocutor un gesto ácido.

—De acuerdo, niño. —siente un pequeño hoyo en el vientre cuando escucha aquel apelativo. Como si le estuvieran diciendo el nombre equivocado—. ¿A qué quieres jugar hoy? ¿Jugamos al bibliotecario responsable y abnegado? ¿O al chico que le gusta dar besos y luego escaparse a su madriguera? —siseó con enojo, pese a casi susurrar. 

El castaño arrugó el entrecejo, y después los nervios se convirtieron en molestia. Sin embargo, otro pensamiento se sumó al torrente de adrenalina: ¿Aemond estaba molesto porque Luke lo estaba evitando? 

¿Molesto por no verlo, tal vez?

Apretó los puños para espabilar.

—No seas…—mordió las palabras, una por una—. No seas cínico. —dice sin titubear—...Porque si hablamos de querer besar al otro, tú desde hace un buen tiempo estás con ese rollo de que quieres besarme, vete a saber porqué. —apretó los nudillos hasta que se volvieron blancos—. No es divertido….—masculló, enfrentando ese par de orbes violetas. Hoy no llevaba lentes de contacto—. No es nada divertido hacerle eso a una persona. Ya te lo dije antes Targaryen, si estás jugando conmigo-

—Que yo no-

—¡No! —detuvo con un movimiento de su dedo índice. Casi le dio un paro cardíaco cuando cayó en cuenta que estaba callando al temible Aemond Targaryen. El mismo chico que vio con resfriado. El que cuidaba a su hermano menor.  El que le ofreció un paraguas robado y le bromeaba cada dos por tres. Suprimió cualquier sensación de intimidación, y tomó un bocado de aire y valor—. Es cierto, no debí besarte, no sé qué es lo que me pasó.

—Hmp, yo sí.

—Con un demonio, déjame terminar, maldita sea. —gruñó, y aquello fue suficiente para que Aemond soltara una risa frenada y burlona—. Como sea, no tenía que besarte, pero tú has estado con esa cantaleta día sí y día también. ¡Es cansado, molesto, y un lío! La gente normal no va por ahí diciendo que se quiere besar a cualquier random. Tú empezaste con lo que sea que sea esto, y yo me harté. 

Hubo un nuevo silencio acompañado de una invisible electricidad. Cuando Luke terminó de hablar, sintió que por fin podía tomar oxígeno después de estar días bajo el agua, aunque aún le crispaba la mirada del Targaryen, pudo sentir que algo se liberaba de él.

Respiró una vez y dejó que el mutismo sepulcral y vibrante los inundara a los dos. 

Aemond habló:—Yo no estoy jugando.

Lo dijo claro y audible, con todas las letras, la voz firme, contundente y una mirada helada. Cuando sus ojos marrones chocaron los ajenos, sintió que iba a derretirse.

Lucerys se mordió el interior de la mejilla.

—¿Entonces qué quieres conmigo? —replica el menor—. Si es por las rencillas que tienes con Jacaerys, déjalo, no me metan en sus rollos.

—Tu hermano me chupa un huevo, no todo se trata de él. —el albino se levanta de un salto, y camina un par de pasos hacia él. Por cada centímetro que se acorta, el corazón de Luke salta con más fuerza—. Se trata de otra cosa…

El castaño no puede evitar reír sin gracia.

—¿De qué?

Aemond abre la boca, luego la vuelve a cerrar. Sus facciones se mantienen duras y tensas, pero sus orbes amatistas son unas ventanas que lo delatan. El tercero de los Targaryen tiene una mirada profunda, que puede calar a través de los huesos y anidar calidez en el interior. Lucerys siempre pensó que compartía ese pensamiento con todos, ya que el chico era intimidante y repelente, pero ha caído en cuenta que exista la posibilidad de que solo él piensa así. Que todo se haya tratado de algo más que simple repelús.

Pensar en eso le da todavía más pánico.

Porque eso solo podía significar una cosa.

...Una sola cosa.

Los dedos empiezan a transpirar, están blancos como el papel y su cabeza es un caos. Él mismo es un caos andante.

No sabe qué hacer.

Y por la manera en la que el Targaryen humedece sus labios con la lengua, supone que él tampoco lo sabe.

La solución más razonable sería que Aemond diga que no sabe lo que está haciendo, y luego Luke respondería “ Si tú no sabes, yo tampoco” luego se encogería de hombros y le daría fin a la situación.

No quiero.

—Hazlo. —pronuncia con firmeza, y los ojos del Targaryen se abren por una milésima de segundo—. Hazlo, si quieres hacerlo. Acaba con esto de una vez. 

El albino parpadea en confusión un par de veces, y el segundo de los Velaryon ya no puede escuchar nada más que un pitido molesto en el oído y el bombeo constante en pecho. Tiene la sensación de que puede sentir su sangre circular por las venas, a una velocidad casi inhumana.

Se le infla el pecho cuando Aemond mira directamente a sus labios.

No sabe quién de los dos se acercó primero, pero de todas maneras piensa que fue el platinado. Fue una situación extraña, pero inolvidable, hasta empieza a pensar que todo fue una repetición del primer beso que se dieron.

Aemond lo sujetó de la solapa del blazer, aunque no hizo demasiada fuerza. No fue brusco ni grosero como lo fue Lucerys en la primera ocasión, cuando lo agarró de la corbata para obligarlo a agacharse y que sus rostros se impacten.

Cuando sus bocas se juntaron, fue una colisión firme, como si hubiesen unido dos piezas de engranajes. El albino fue firme, resistente, y puede decir que es dominante. Los movimientos de los labios del mayor guían los suyos, succionan su labio inferior y piden permiso para moverse con mayor velocidad. A medida que incrementa la demanda del contacto, sus labios se mueven más rápido.

Lucerys trata de seguirle el ritmo, y su mente que en blanco. Solo por unos minutos no existen problemas, ni conflictos familiares, pensamientos intrusivos o preocupaciones. En lo único que se tiene que concentrar es en seguir un beso dominante, que lo obliga a mover la boca con torpeza, pero también con mucho entusiasmo.

La campana de la escuela ha sonado y con ello finaliza el recreo, pero los dos chicos se muestran renuentes a detenerse. Se besan por unos instantes más, siendo uno con las sombras de la biblioteca y el silencio del recinto.

Las sillas suenan, los alumnos se van retirando de la biblioteca. Luke sabe que tiene que ser cuidadoso, porque en cualquier momento algún estudiante los va a descubrir, pero también es consciente que cuando acabe el contacto, es muy probable que sea el último.

“Acaba con esto, eso es lo que dijiste, ¿no Lucerys?”— dice la conciencia del chico.

Aemond por fin se separa unos pocos centímetros y se permite respirar. Los dos suspiran unos instantes y se dan el lujo de resoplar sonoramente, aprovechando el ruido que generan los alumnos en la biblioteca.

Los jóvenes se miran, sus orbes colisionan y Luke cree que por fin le va a dar una arritmia cuando el platinado levanta un poco su barbilla con el pulgar.

—Es oficial. —musitó. —. Ahora no habrá forma en que esto se acabe, ratoncito.

¿Era normal que se sienta aliviado por escuchar ese absurdo apodo por primera vez en días?

Notes:

La verdad es que pensé que este capítulo sería corto pero fue todo lo contrario. Una de las cosas positivas es que con este episodio tenemos la introducción de un nuevo arco para que estos clichés con patas puedan seguir juntos, pero no podía apresurar tanto las cosas, tenía que darle un pequeño cierre con el tema de los besos. ¿Aemond hizo bien en irritarse/molestarse por que Lucerys lo ha estado evitando? ¿Sí, no? Yo tengo mi propia perspectiva al respecto, pero amé que mi ratoncito Strong le pusiera todas las cartas sobre la mesa a la Almendra Tuerta. That's my boy OwO

Espero aclarar un poco el contexto de Rhaenyra, no sé si habrán mas dudas que respuestas, lamento estirar mucho el "misterio" pero tenía que ponerlo en un momento clave. De todas, habrá alguno que otro misterio más en la trama.

¡Nos leemos!

Chapter 10: Capítulo 010: Balonazo

Notes:

TW: Hostigamiento. Lenguaje Soez y discriminatorio. Mención de Acoso escolar.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

No culpaba a Alys por escabullirse de la clase de Adoctrinamiento de los Siete. Le daba algo de risa como fruncía las cejas y la boca antes de desaparecer, como si al poner un pie en el aula llegara a quemarse viva.

Esa clase era de las más aburridas, pero Aemond podía considerar que eran pasables, de no ser porque el profesor era un fanático religioso que se pasaba las dos horas de clase pregonando la importancia de la Fe de los Siete. Aunque tenía buena oratoria, lo que decía carecía de sustancia, y solo sonaba como un devoto extremista que satanizaba las modernidades.

Existían devotos, y devotos. Su madre era una mujer muy religiosa, pero incluso una mujer como ella tenía sus límites, y aunque conservadora, Alicent no señalaba de profano cuánta innovación se le pusiera en frente. De todas formas, él no solía abordar el tema de la religión con su madre, por temor a incomodarla o a entrar en terreno arriesgado. Al menos no por ahora.

Observó que mientras el maestro hablaba, muchos alumnos dormían en su carpeta. Un ejemplo era Aegon, quien no tenía vergüenza de desparramarse sobre su pupitre y roncar como oso hibernando, o como Margaery, que sutilmente sacaba su móvil entre su estuche de lápices, como si fuera a sacar un bolígrafo. 

Aemond se dio cuenta que esa clase ni se sumaba ni le restaba, así que se levantó para pedir permiso para ir al baño y quedarse ahí lo que restaba del período. Una vez fuera del salón, sopesó la idea de escribirle a Alys para ver si podían matar el tiempo fumando debajo de las escaleras de la sala de artes, o detrás de las gradas de la cancha de fútbol. Si se reunían, podían pasar el rato criticando lo insufrible que era el profesor de Adoctrinamiento y lo inútil de la asignatura. 

Sin embargo, el albino sospechaba que tarde o temprano terminaría contándole a Alys lo que había ocurrido con Lucerys. Y conoce a Rivers, ella le iba a dar una respuesta ambigua, le regalaría una sonrisa enigmática y luego finalizaría con un “ Pues, cada quién al final. Haz lo que te parezca mejor”. La joven solía ahorrarse las opiniones y ver como los demás marinaban entre sus dudas. A veces parecía que a su amiga le gustaba ver el mundo arder.

El día que Luke le dio un beso muy tenue en la biblioteca, algo explotó. No le contó a nadie porque no quería ser el chisme de absolutamente ni una persona. Esos días se lo pasó creando teorías y siendo víctima de una guerra mental en la que se cuestionaba por qué el el ratón de los Velaryon era tan impulsivo a más no poder. ¿Cómo podía besarle y luego desaparecer?

El Targaryen no era un idiota, se había dado cuenta que Lucerys lo estaba evitando, y de maneras bastante estúpidas que rozaban en lo infantil. Por ejemplo, cuando se cruzaban en los pasillos de la escuela, el castaño tendía a irse por otro camino, desaparecer de su campo de visión. Abría los ojos hasta dilatarlos, sus facciones se teñían de rojo y blanco, solo para luego dar media vuelta e irse. Las dos chicas que iban con él de arriba a abajo lo miraban con extrañeza y lo perseguían.

¿Qué edad se creía que tenía? ¿Diez años?

A Aemond le daba cólera que de un momento a otro, Lucerys lo tratara como si fuera La peste, o el paciente 0 de la Fiebre Invernal. El chico no era sutil al momento de evitarlo, y eso hacía que el albino se enervara todavía más.

Pasó los días siguientes como un autómata, ignorando las conversaciones, las bromas pesadas de Daeron o los comentarios insinuantes de Aegon. En casa sospechaban que algo le ocurría debido a que pasaba la mayor parte del tiempo taciturno, apenas concentrado en seguir el hilo de cualquier charla. Ni siquiera había reaccionado ante las mofas tan creativas de su hermano menor.

 

Ojalá pudiera hablar con Helaena, pero ella tenía clases nocturnas entre semana, por lo que no tuvieron oportunidad de conversar. Sabe que su hermana le hubiera aclarado el camino, pero también sentía cierta incomodidad de desenfocarla de sus clases. Aegon no era una opción. Hablar con Alys solo le daba más dudas que respuestas— dependiendo de su humor, le decía lo que quería escuchar, o lo que tenía que oír—, y Margaery era una chica tan sensible como extrovertida, y vale, tampoco le tenía confianza. 

 

No exteriorizar lo que sentía y llevar la procesión por dentro provocó que se desenfocara. En más de una ocasión, los maestros le llamaban la atención. “Targaryen, mira al frente” “Señor Targaryen, ¿ha escuchado lo que acabo de decir?” “Vaya al baño a espabilar, Targaryen” tanto que incluso sus compañeros empezaban a creer que el inteligente Aemond no estaba tan concentrado como debería. Y, en fin, tenía una reputación que mantener.

La gota que rebasa el vaso fue aquella mañana del día anterior, una en la que tuvo una extraña pesadez y apenas iba en piloto automático. Tan ensimismado en sus pensamientos que solo reaccionó cuando entró a clases bostezando y se sentó en su pupitre, cerca a Margaery y Alys. Cuando miró a las chicas, ellas se miraron entre sí, y luego Alys alzó las cejas.

Se había olvidado de llevar sus lentes de contacto. 

Eso lo enfureció, puesto que se sentaba en la carpeta al final del salón, y tuvo que forzar la mirada para leer el pizarrón. Por fortuna, consiguió unos anteojos extra gracias al secretario del consejo estudiantil, su “tío” (aunque menor que él) Garmund. Incluso el pequeño mequetrefe Hightower lo miró patidifuso antes de darle las gafas, ya que Aemond nunca se dejaba las lentillas.

Por eso estaba más que fastidiado. Con él. Con Lucerys. Con el mundo. Con todos, en realidad.

Especialmente con Lucerys, por haberlo estado evitando como si de una paria se tratase. Verlo no mejoró mucho su estado de ánimo ni aminoró su aceleración cardíaca.

“La gente normal no va por ahí diciendo que se quiere besar a cualquier random. Tú empezaste con lo que sea que sea esto, y yo me harté. “— Espetó Luke, y en eso quizá haya algo de razón.

Entonces recordó las palabras de Aegon. “(...) te advierto que esos juegos nunca terminan bien (...)” Había dicho su hermano, con una sonrisa amarga y algo sombría. Jamás terminaría de entender lo incongruente que era el mayor, hacía tonterías, cometía cagada tras cagada, y luego iba a él y le decía que no haga lo mismo. Sólo para Aegon lo continúe haciendo.

No estaba seguro, pero se dejaba la piel a que Aegon tuvo algo con Jacaerys Velaryon que terminó peor que fatal. Lo sospechaba porque sabía que hubo una época en la que se llevaba bien con Jace, en la que Aegon lo saludaba de forma efusiva en los pasillos. Aemond se recuerda así mismo buscando con la mirada a su hermano mayor, sólo para ver que su prima Baela preguntaba si alguien había visto a Jacaerys. La mirada y la sonrisa de Aegon eran más brillantes, como las de un niño sonriendo ante una travesura y escondiendo un gran tesoro de los adultos.

De pronto las sonrisas se apagaron, Jacaerys se pasaba apático por los pasillos. Aemond recuerda ver que su hermano se encerraba en la habitación de Helaena para hablar con ella durante horas y horas. Tampoco podía obviar el hecho de por una larga temporada Aegon se la pasó viendo las telenovelas con Alicent. Los dos llorando como un par de viudas desamparadas frente al televisor.

“(...) Él tiene razón (...)” había comentado Helaena, antes de advertirle que era una pésima idea jugar al gato y al ratón con Luke. ¿Ella habría reconocido el brillo travieso que Aegon alguna vez tuvo antaño? ¿Pensaría que Aemond también rondaba a Lucerys con esa intención?

—No estoy jugando. — le dijo a Lucerys Velaryon, con una seguridad tan contundente que pensó que era un extraño hablando con su voz.

Se lo dijo antes, y se lo repitió en ese momento. Lucerys no era un reto. Era un algo intenso que no le quiso poner nombre. Si tuviera que graficarlo, eran como un imán y el metal. ¿Quién era el qué ? Ya no lo sabía.

Ese segundo beso fue una sentencia y un decreto, pero no sabía qué pasaría después. 

Aemond llegó al baño y se lavó las manos. Había ido directo a los baños más alejados, entre los viejos salones de pintura y música, palpó el vaporizador en su bolsillo y decidió que era buen momento para fumar. De todas formas, nadie iba a esos lavatorios, eran los más viejos y Alys insistía que habían fantasmas de niños muertos.

El lugar perfecto.

Antes de llevarse el vape a la boca, una puerta de los cubículos se abrió y a través del espejo observó una mata de cabellos castaños, un rostro colorado, el uniforme deportivo y…

…Y un hilo de sangre saliendo de su nariz.

El albino se giró hacia lo que en un principio fue un espejismo, y a pesar de no saber qué cara había puesto, supo por el cariz de Lucerys, que debió ser un gesto algo atemorizante.

Las palabras que salieron de su boca fueron automáticas, como si lado más instintivo de él hubiera gesticulado una pregunta que dejó helado el aseo.

—¿Quién te hizo eso?

Esa pregunta fue como dejar caer concreto.

 

****

 

—¡Eh, Strong, piensa rápido! antes de siquiera reaccionar al grito de Jerrel Bracken, un pelotazo le había dado de lleno en la cara. Lucerys agradeció que se trataba de una pelota de voley, y no de básquet. De haber sido así, se le habría salido algunos dientes.

Eso no quería decir que el impacto no le doliera como el infierno.

—¡Luke! —gritó Rhaena, cuando él cayó sentado sobre la cancha deportiva. Sintió el perfume de cerezas de su mejor amiga, y a los pocos segundos las manos delicados de Myrcella. La morena frunció el ceño y se giró a Jerrel, quien reía desde el otro lado junto a sus amigos—. ¡Eres un gilipollas, Bracken! ¡Ven acá y discúlpate! —rugió la joven.

El castaño soltó una carcajada más fuerte cuando Lucerys se dejó ayudar a levantarse por la rubia.

—¿Por qué lo haría? —replicó con mofa—. ¿Es que acaso ustedes tres no son las Chicas Superpoderosas? —señaló el muchacho, haciendo especial énfasis en la palabra chicas. 

Luke estaba más concentrado en el hilo rojo que salía de su nariz que en el insulto. Era una cosa de rutina tener que aguantar al desadaptado de Bracken y su grupito de imbéciles que le seguían el rollo. En la mayoría de ocasiones, solo los ignoraba y los dejaba hablando solos, viendo que no tenía caso luchar con especímenes mononeuronales que veían raro a Luke, solo por sus gustos y su actitud apacible. ¿En qué siglo se creían que estaban esa manga de ridículos?

A lo mejor también tenían envidia de que fuera el amigo y confidente de dos de las chicas más populares y bonitas de la clase. Rhaena era una chica icónica, inteligente y la tendencia hecha persona, mientras que Myrcella era como una princesa sacada de cuentos de Disney. Lo gracioso de la situación es que ninguna de las dos les daba ni la hora ese grupo de inútiles.

Rhaeha infló el pecho y rugió.

—¡Eres un triste pedazo de…!

—¡....Tonto! —secundó la Lannister, con el ceño fruncido y las mejillas rojas, notablemente indignada.

—¡No, Myrcella, no! —corrigió la platinada—. ¡Eres un..!

—Controle su lengua, Señorita Targaryen. —avisó el entrenador Clegane, llegando hacia ellos con el entrecejo fruncido y la boca torcida como un bulldog malhumorado—. Espabile ahora, Velaryon, vaya a lavarse eso. —indicó el profesor antes de dirigir la mirada a los alumnos expectantes—. ¡¿Necesitan una invitación formal para continuar con la clase?! ¡¿Qué esperan para hacer rebotar esas pelotas?! ¡Andando, señoritas! —ordenó con un bramido atemorizante e hizo sonar su silbato hasta casi romper las ventanas de las aulas.

Lucerys se fue al baño a la par que luchaba por controlar la hemorragia nasal. Rhaena se ofreció a acompañarlo, pero él se negó. No quería regresar pronto a la clase de deportes.

No era un mal atleta, tal vez le faltaba camino para estar al nivel de Cregan o Jacaerys, pero tampoco era de los peores. El problema era cuando algunos estúpidos de su clase se daban el lujo de aprovechar los juegos de Quemados para atacarlo a balonazos y excusarse que se trataba de la emoción del juego. O porque simple y llanamente Lucerys iba distraído.

No le había contado a su hermano para que éste no explotara o cometiera alguna tontería que lo hiciera perder los papeles, cuando se trataba de su familia, Jacaerys se volvía una fiera incontrolable. Prefería resolver las cosas por su propia mano, a menos que la situación escalara a mayores.

Se dirigió entre los pasillos solitarios a los baños recónditos de música y arte, donde los alumnos solían ir a lavar sus pinceles y quitarse la pintura. Luke conocía ese baño porque muy cerca de ahí estaba el club de costura al que Rhaena iba de vez en cuando. 

Se lavó la cara un par de veces, entró a un cubículo— que no tenía papel higiénico, muy a su pesar— y se quedó revisando sus notificaciones del celular. Vio Instagram , Tik- tok , y alguno que otro foro de One Piece. De alguna forma su anime favorito le subía el ánimo.

Una vez que sintió el líquido tibio carmesí deslizarse de su nariz, chasqueó la lengua y regresó a los lavatorios para volver a enjuagar su cara. Así al menos tendría una excusa con el entrenador Clegane.

Empero, al abrir la puerta se encontró con Aemond, quien apenas lo vio dilató sus ojos—el turquesa y el azul—de una manera que le crispó los nervios.

—¿Quién te hizo eso?

Sonó a amenaza. Fue una frase que provocó un caos en su mente y una hoguera en su pecho, casi como un juramento hacia el peligro. Luke tragó saliva y pestañeó varias veces antes de creer que lo que cuestionaba era verdad. Después de todo,¿qué le importaba al Targaryen lo que le había pasado?

No es como si se hubieran besado tres veces.

Tres.

—Ah..—volvió en sí—. No es nada, me di un pelotazo en clase de educación física. —mintió, dirigiéndose al lavado para volver a quitarse la sangre coagulada—. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Llevas clase de música o algo?

Aemond alzó la ceja sin creerse por un instante lo que decía. Parece disgustado por el abrupto cambio de tema.

—¿Además de bibliotecario eres monitor del Consejo Estudiantil?

Luke sorbió algo de agua con su nariz.

—Que va. —agita sus manos húmedas—. Solo que casi nadie viene por aquí…así que..—miró de arriba a abajo al segundo de los Targaryen, y reparó en el vaporizador verde por el cual se conocieron—. Ah, ya veo.

Al notar, el platinado sonríe.

—Es un buen sitio para pasar el rato.

—¿Acaso estás insinuando que vas a saltarte una clase?

—Sí, todo un crimen de guerra, ratón. 

Luke iba a contestar hasta que otra vez tuvo la sensación de que una nueva gota de sangre se asomaba por la nariz. Sorbió un par de veces bajo la mirada de Aemond, y al no ser capaz de verse en un escenario en el que se toque su propia nariz frente a él, se cubrió con una de las manos y se alejó. Apartó el rostro, y sintió que las mejillas se le calentaban porque de nada servía que se cubriera, ya que el espejo captaba toda la imagen.

Su cara aumentó de temperatura, y un cosquilleo incómodo azotó sus brazos. No duró mucho hasta que percibió que el Targaryen volvía a hablar.

—Ten.

Un pequeño paquete de kleenex fue tendido frente a él, de la mano del albino. Fueron unos instantes en los que se vieron antes de que el castaño aceptara uno de los pañuelos.

—Gracias. 

—Ten toda la caja. 

Luke estaba enfrascado en limpiarse la nariz que no se percato del peso que sentía al escuchar aquello.

—¿Seguro?

Aemond se encogió de hombros y Luke sujetó la caja como si le estuvieran dando un zafiro. ¿Qué le estaba ocurriendo?

Hubo un pequeño silencio en el baño, tan similar al que solían tener en la biblioteca, solo que esta vez no habían palabras soeces ni jocosas.

—Entonces…—Lucerys se vio en el incómodo escenario de iniciar una conversación. Nunca tuvieron la necesidad de charlar, porque siempre había un factor extra. Una broma. Un libro ridículo. Un paraguas. Un vape. Ahora no había ninguna de esas cosas, además de tres besos escondidos. El último que se dieron fue para decretar que no sentían nada el uno hacia el otro, como probar un dulce solo para determinar que no era tan delicioso.

Ese beso tenía que ser un “ Vaya, al final no eres la gran cosa”

¿En qué cabeza cabe ese estúpido plan?” es algo que diría Rhaena, de seguro.

“Sean coherentes con lo que dicen. Uno no se anda besando con gente que te produce repugnancia”— Aemond está casi seguro que Alys respondería algo como eso. 

Tendrían razón. El mundo entero tendría razón.

No eran coherentes.

O estaba en negación.

Aemond soltó una risa seca por la situación que estaban pasando.

—¿Qué? —inquiere Lucerys.

—Nada. —contesta el albino, haciendo a un lado su cabello. —Si vas a salir, cierra la puerta.

—¿En serio te vas a saltar tu clase?

—Pff, es Adoctrinamiento de Fe, ratón. —menciona Aemond, dándole una calada a su vape—. De entrada, el nombre ya es alarmante.

Ah.

Lucerys comprende algunas cosas. Él también lleva Adoctrinamiento de Fe, solo que su profesora no es tan radical ni suele tener opiniones polémicas. No es su asignatura preferida, mas no tiene nada en contra de dicha materia. Por otro lado, los alumnos de último año ponen cara de que tragan medicina cuando les toca dicha clase, incluso Cregan suele bufar con aspereza cuando le toca clase de adoctrinamiento después del recreo. Si él, que es vicepresidente del Consejo Estudiantil, y alumno modelo, no le agrada la asignatura, no esperaba menos de Aemond.

El albino en cuestión se sube a uno de los lavados y abre la ventana para dejar escapar el humo con olor a menta. Solo se abre una muy pequeña abertura, con el objetivo de prever que los pille algún prefecto o monitor del colegio.

Lucerys lo sigue con la mirada, fingiendo concentrarse en limpiar los pocos restos de sangre de su nariz. Se crispó cuando los ojos dispares del rubio lo vieron de frente.

—¿No vas a regresar a gimnasia? Si te toca con Clegane, te va a rastrear como un perro de cacería, dará contigo y te hará correr por todo Poniente hasta que no seas más que huesos.

El castaño traga. Está dispuesto a decir que no tiene prisa en regresar, ¿qué caso tenía? después de todo no debía faltar demasiado para la hora del almuerzo.

Se le ocurre una mejor respuesta.

—No creo que le paguen lo suficiente. 

Es la primera vez que ve las comisuras del mayor elevarse en una gesto en el que parecía reírse con él, y no de él.

—Supongo. —vuelve a aspirar del vape de menta, y el vapor se escapa—. No pareces del tipo de persona que se escapa de la clase.

“Solo de las que me tiran pelotazos y me insultan”— quería decir el muchachito, pero se ahorró la contestación sólo para él y frunció la boca.

—Siempre hay una primera vez para todo.

—Hmp. —no sabe si su respuesta muda es afirmación, negación o un “ ya que”, pero ya se ha acostumbrado a esa clase de gestos de parte del albino.

Es raro haberse visto acostumbrado a cosas que tengan que ver con Aemond Targaryen.

Mientras Aemond se pega a la ventana, sentado en el lavado, Lucerys hace lo mismo para el lado casi opuesto aunque no lo suficiente lejano. Los separan algunos varios centímetros de distancia, aunque si Luke se arrima un poco, podría chocar sus sus pies con los del platinado. 

Con algo de remilgo, abraza sus rodillas y las pega al pecho. 

Se coloca uno de sus airpods  y deja su playlist en aleatorio. Una canción tranquila se reproduce en su único audífono y a pesar de que el volumen no es tan alto, tiene la ligera sensación de que se podía escuchar atisbos de la melodía. Aún sostiene el kleenex que le dio Aemond, y es extraño que lo sostenga con algo de fuerza.

El cielo está bastante nublado ese día, y apenas se escucha el bullicio de las clases de música o arte, es como si se tratara de un tímido zumbido. Es más interesante ver de soslayo como Aemond sorbe de su vape, inhala y luego bota el humo mentolado. No ha tenido la gentileza de invitarle del vaporizador, pero quizá sospeche que Lucerys odia todo lo que tenga que ver con cigarrillos orgánicos o electrónicos.

¿Es desconsiderado que no le invite a fumar? ¿O no?

Ninguno habla por seis minutos. Y Luke sabe que son seis porque ya va escuchando dos canciones— dos openings completos, uno de Naruto y otro de Haikyuu— y ninguno ha hablado. El menor se pregunta si Aemond revive el beso de ayer tanto como él, o si quizá para Aemond en realidad no significó nada y por eso se ve tan tranquilo.

Llega la tercera canción. Es de Nana. A Little Pain.

El estridente ruido del estribillo parece haber sobrepasado los límites del auricular. Se percata de eso cuando el segundo de los Targaryen emite una risita sardónica a la par que lo mira por el rabillo con su orbe azul. Luke arruga la nariz, pero esta vez decide no bajar el volumen de la música.

—¿Ahora qué?

—Te vas a reventar tu pequeño oído de ratón.

Luke contesta, algo mosqueado por perderse su coro favorito de la canción.

—Gracias por preocuparte por mi audición.

Aemond responde:—Por nada, Majestad. ¿Vas a quedarte ahí todo el día? 

El castaño frunce los labios y lo escruta de frente.

—¿Quieres que me vaya?

Por unos segundos solo se escucha la cuarta estrofa de la canción reproducida en spotify. No obstante, el segundo de los Velaryon tiene la ligera sensación de que el pulso le bombea con un poco más de fuerza.

Tiene la impresión de que Aemond se tensa cuando sus ojos violeta y azul colisionan con sus orbes marrones. Solo se están mirando, pero parece que están generando electricidad.

¿Qué les pasa?

—Como quieras, pero si Clegane descubre que te intentaste escapar de su clase, no te va alcanzar la vida para lamentarlo. 

El castaño tiene el traicionero pensamiento fugaz de que esperaba otra respuesta. 

Suspiró y con ello quiere sellar de que no se siente frustrado, al menos eso espera afirmarse.

Se acomoda un poco más en su pequeño más y tantea su bolsillo del pantalón deportivo. Sus dedos se mueven solos hasta que encuentra el airpod gemelo, y lo saca del escondite. Todo su cuerpo comienza a hormiguear de forma intensa cuando estira el auricular y se lo extiende a Aemond.

El albino se percata de ello, mira a Lucerys, luego hacia el auricular, y así sucesivamente. En todo ese proceso, está seguro que fueron un máximo de cinco segundos, pero el castaño sintió que se le iba todo el aliento a la espera de una burla, una palabra o soez.

Y el aire regresó a sus pulmones cuando Aemond sostuvo su audífono inalámbrico y se lo llevó al oído izquierdo.  Ninguno dijo nada a la par que se reproducía el solo de guitarra de A Little Pain. El Targaryen albino se dedicaba a calar su vaporizador, mientras que Luke de vez en cuando tarareaba la melodía de la canción.

El viejo baño se vio invadido por el aroma a menta y la humedad del frío mediodía.

Por un momento se puede olvidar que afuera de ese baño, existen problemas y gente idiota.

De vez en cuando Luke miraba al albino, y a veces pensaba que el reflejo de la ventana revelaba que éste lo observaba por el rabillo de su iris azul. 

Se estaba saltando la clase de educación física.

Se estaba saltando la clase y había sacado el teléfono dentro de las instalaciones del colegio.

¿Cuántas reglas estaba rompiendo en tan solo diez minutos?

Se estaba saltando la clase con Aemond Targaryen y la adrenalina no dejaba de incrementar. Lo peor es que sentía que veía el panorama con colores increíblemente saturados, casi fosforescentes. 

La canción acabó y cambió a una nueva. Lucerys sintió que la magia se estaba por romper al no contar con el apoyo de Nana. No sabía si la siguiente canción sería de su agrado, esa playlist que tenía casi exclusiva de openings y soundtrack de anime . Incluso para eso, Luke era organizado.

—Ah…¿Quieres que cambie de canción?

Aemond se encogió de hombros.

—Así está bien.

Eso lo extrañó, mas no dijo nada.

En ese juego extraño que miraban al otro cuando no se daba cuenta, Lucerys atrapó los ojos dispares del mayor viéndole con diversión. 

—Si vas a reírte, mejor cuéntame el chiste.

—Nada más divertido que ver al perfecto ratón de biblioteca saltarse la clase de deportes, y nada más ni menos que con el problemático Targaryen. —comentó el albino—. ¿Qué diría tu querido hermano Jace? —dice con una sonrisa afilada.

Luke bufó.

—Más bien, que no diría.—contraataca. A decir verdad, Jacaerys lo abordaría con cientos y cientos de preguntas y no descansaría hasta dar con la respuesta—. Pero no está aquí. —se alza de hombros y continúa viendo a la ventana.

Entonces recuerda. Hermanos. 

Joffrey.

D I O S E S.

Por todos los dioses del mundo, ¿cómo pudo ser tan disperso? Se había metido tanto en sus preocupaciones, que había dejado en el aire un problema real. Un problema que le había jurado a Joffrey que iban a resolver entre los dos.

Sintió un espantoso sentimiento de culpa y lo evidenció a través de su ceño arrugado y sus ojos marrones.

—¿Qué te pasa? —escucha la pregunta de Aemond, y se puede imaginar su rostro de pesadez. 

Ahí es cuando recuerda que estaba dispuesto a todo con tal ayudar a su hermanito menor, porque tanto él como Joffrey sentían algo de vergüenza de hablar con el tío Laenor. No solo por pedirle dinero, sino también por los murmullos de la gente, y la mirada desaprobatoria que ya se imaginaba dibujando en la cara de su tía Rhaenys. Aunque ella no lo demostrara con palabras o acciones, a veces tenía la sensación que sus gestos hablaban más por ella. O sus ojos violetas.

Haría cualquier cosa por Joffrey, porque entiende la razón de su remilgo.

—Ratón, te estoy hablando.

Decide tomar valor de donde cree que no tiene y toma un bocado de aire.

—Nada…eh..—se remueve incómodo en su lugarcito—. No sé si recuerdas, pero ese día en tu casa, tu hermano dijo algo que-

—Sea lo que sea, es mentira.

—¿En serio? —enarcó la ceja—. ¿También eso de que das clases particulares a sus amigos de la escuela?

Aemond jugó con el vape y alzó el entrecejo.

—Esos vagos solo me llaman para que les haga la tarea. Pero en términos formales, sí. ¿Por qué? No me digas que vas a aplazar alguna materia, viviendo entre tanto libro, roedor.

Lucerys chasqueó la lengua.

—No es para mí…ugh, eres insufrible. 

—Ajá, sí. Habla.

—Deja de hacerte el interesante, que voy a pagarte.

—Soy todo oídos.

El castaño no puede evitar soltar una risilla por la nariz.

—Mi hermano menor va a aplazar historia y lenguaje. No son temas difíciles pero tiene proyectos de exposición y le cuesta aprender fechas y cosas así. Pensé que…

Antes de continuar, la puerta del baño se abrió para revelar el rostro de un chico castaño y ojos marrones. Su uniforme se veía pulcro, bien ordenado, con la corbata colocada en su sitio y la camisa dentro de los pantalones azules del uniforme de la preparatoria. Llevaba lo que parecía ser una especie de libreta. Los escrutaba con ojos inquisidores a través de sus anteojos.

Oh no.

Un prefecto del Consejo Estudiantil.

—No pueden estar aquí. —dijo el muchacho castaño. Parecía ser de la edad de Jacaerys—. Bajen de inmediato del lavado, van a dañar las instalaciones de la escuela. ¿Eso es un audífono? Los dispositivos electrónicos están…

Luke tenía cien disculpas en la punta de la lengua, hasta que un bufido casi bestial interrumpió su dispensa. 

—Ugh, dioses, cierra la boca Garmund, que me deprimes…—dijo el Targaryen, dedicándole una mirada cansina al prefecto.

—¿Aemond? ¿Q-qué se supone que-? ¡N-no puedes llevar el vaporizador! Ya hemos tenido esta conversación. —exasperó el chico. Lucerys notó que a diferencia del inicio, donde mantenía un turno taciturno y apático, ahora poseía un tono agudo a la par que sus ojos se abrían con pavor.

Genial. ¿Ahora resultaba que Aemond también asustaba al consejo estudiantil?

—Um, yo solo te recuerdo a ti hablando como una cotorra y lloriqueando por…—una sonrisa de sabandija se formó en su cara. Luke lo compara con las sonrisas sibilinas de Aegon y Daeron, solo que la suya es más afilada y helada. Le recuerda a sus primeras charlas—...¿Sabes qué? Ni siquiera lo voy a intentar.

El chico— Garmund— gimoteó un par de veces mientras que Aemond bajaba del lavado y el Velaryon decide imitarlo.

—Por los siete, Aemond, es la cuarta vez que te cubro. No puedo seguir haciendo como que no veo nada. —dijo el chico ajustando sus anteojos.

—Y te estoy muy agradecido, señor secretario del Consejo.

Garmund suelta un bufido, de pronto mira a Lucerys como si fuera un espécimen nuevo y parece debatirse si apuntar su nombre o no en ese registro. El castaño siente que entra en un caos cuando el secretario hace el ademán de mover la mano que sostiene su pluma, como si estuviera a punto de escribir. De repente se crispa de pies a cabeza, pues parece que algo lo detiene de súbito. La mirada de Aemond.

Suelta un chillido agudo y luego carraspea.

—Sólo está vez. Vuelvan a clase antes de que algún docente los vea, buen día.

El castaño desaparece por el pasillo. Lucerys se cuestiona quién era ese chico y cómo es que Aemond tiene contactos en el consejo estudiantil, si él odia a todos los integrantes de dicho grupo.

—Es hijo de mi tío abuelo. —contesta el albino, una vez que los dejan solos—. Se supone que es algo así como un tío, pero no lo puedo tomar en serio.

—Con razón puedes hacer lo que quieras, tienes contactos en el Consejo. 

—Te aseguro que si puedo hacer lo que se me pega en gana, no es por ese Poodle asustado.

No sabe si es por la forma de como lo pronuncia, o por el apodo en sí, pero le da gracia lo que dice. Una parte de él cree que no existe necesidad en aclarar su relación con el secretario. ¿Era necesario? Claro que no, eso le inquieta y a la par le genera energía.

La campana suena y se anuncia el almuerzo. Tiene que regresar a los vestidores y cambiarse el uniforme.

Empero, sus pies no se mueven.

—Treinta dragones.

—¿Ah?

Parpadea confundido.

—Cobro quince dragones dorados por hora.—el chico se guarda el vaporizador en la chupa de cuero—. Es mi precio, si puedes pagarlo, bien por ti.

Aceptó.

Aceptó ayudarlo.

—Pues vale. —dice Luke.

Sin darse cuenta, aún sostiene con fuerza la caja de los kleenex.

Ese baño debía tener algo sobrenatural, porque en serio, había olvidado todos sus problemas.

Notes:

¡Menores de la audiencia! Ni se les ocurra saltarse sus clases, quedan advertidos pues los estoy vigilando MUY de cerca.

Fuera de eso, por fin vamos a pasar al siguiente arco. ¿Qué les pareció el capítulo!

¡Saludos!

Chapter 11: Capítulo 011: Bolígrafo de la Suerte

Notes:

Capítulo nuevo!!! Y aparición de un par de personajes

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

El sábado que fue a casa de Lucerys estaba templado, prácticamente nublado. El clima de Desembarco del Rey era desastroso, a veces llegando a fuertes extremos de calor o a inviernos insoportables con el cielo pintado de gris y tiñendo a la ciudad de colores opacos. 

Había sido una llegada calculada al más mínimo detalle. Según los mensajes de Lucerys, tenía que llegar a su casa a las once en punto de la mañana, porque a esa hora Jacaerys se iba a sus prácticas de básquet—que humano más obsesivo—, y su tío se iba a trabajar hasta las dos de la tarde.

A Aemond le dio la ligera sensación de que Luke no le había dicho nada a nadie de que iría a su casa para enseñarle historia a su hermano menor. El castaño no le dio demasiados detalles, pero pudo deducir que trataba de que Jacaerys no se enterara de que estuvo en esa casa.  Eso le hizo poner los ojos en blanco más de una vez, como si realmente Jacaerys lo considerara a él una paría solo por existir.

Fue recibido por Lucerys, con sus rizos revueltos, ojos brillantes de iris avellana y ropa casual. Nunca había visto al menor sin el uniforme, vistiendo algún conjunto casual y cómodo. Reparó en que el chico utilizaba un pantalón de mezclilla y una sudadera negra con el símbolo de One Piece. El platinado no pudo evitar soltar una sonrisa sardónica, que fue respondido con un ceño fruncido.

—¿Qué? —había soltado el castaño.

Nada. —eso fue lo que respondió.

La casa de los Velaryon resultó ser tan lujosa como lo esperaba, con algunas ornamentas, balcones y decoraciones minimalistas. Sabía que se trataba de gente con dinero—mucho. Mucho dinero—, pero jamás se le pasó por la cabeza que dicha familia acogería y les brindaría su apellido a tres chicos castaños. Eso causaba mucha intriga en los corredores del instituto, el porqué Jacaerys y Lucerys tenían el apellido Velaryon sin pertenecer expresamente a dicha familia.

También descubrió que en el jardín trasero de la casa tenían varios perros increíblemente energéticos. Uno de ellos era un pastor inglés—Seasmoke, le presentó Luke—, y un beagle pequeño. “Él es Arrax” comentaba el castaño mientras acariciaba al can detrás de las orejas y lo consentía con mimos, a la par que esbozaba una sonrisa cariñosa a su mascota.

Después de eso finalmente conoció a Joffrey. El niño era una copia de Lucerys, con el cabello marrón—un poco menos rizado, Luke tenía sus rizos revoltosos pero algo definidos—, y los ojos marrones. 

Aemond odiaba a los niños, y al único que soportaba era a Daeron, porque simple y llanamente no tenía alternativa. Cuando se vio forzado a enseñarles a los amiguitos de su hermano, pensó de forma genuina de tirarse de un risco. Los amigos de Daeron eran energéticos, no prestaban atención, hacían bromas o se disforzaban. El segundo de los Targaryen tenía que morderse la lengua y meterles la teoría a como dé lugar, con el fin de que le pagaran.

Al final sus estudiantes” sí aprobaban los exámenes, pero Aemond se replanteaba si volver a “darles clases” o no. De vez en cuando la cantidad de dinero le hacía cambiar de parecer.

Joffrey por otro lado era un niño recatado, que lo veía como si fuese un fantasma. Luke tuvo que permanecer cerca para darle los temas que les estaban enseñando y explicarle las carencias de su hermano. El chiquillo era tímido, al inicio no hacía preguntas y solo se quedaba a una distancia considerada mientras asentía a lo que decía sin decir nada.

—¿Comprendes lo que te digo? —dijo Aemond, dejando el libro de historia, estaban leyendo temas simples como La Era del Amanacer y la Llegada de los Primeros Hombres, muy a grandes rasgos.

El menor se cohibió un poco en su asiento antes de afirmar.

—Sí.

—Bien, ¿qué es lo que dije?

Era una pregunta clave, desde luego. Con otros de sus “alumnos”—odia decirles así—no suele hacer esas cuestiones porque sabe que viven en la luna o distraídos, mientras que se había percatado que el hermano de Luke forzaba la vista para intentar comprender el tema.

Lucerys estaba en el sofá del Hall con su portátil, sus auriculares, y su beagle acostado en su regazo. Pudo notar que el chico se quitaba uno de sus airpods, exactamente el airpod que le compartió cuando ambos se saltaron la clase juntos. 

—Eh, creo que…¿Los Primeros hombres eran en realidad dothrakis? —menciona inseguro.

—Cerca, pero no. —aparta un poco el libro—. ¿Recuerdas hace cuantos años fue?

El menor se balanceó en la silla mientra pensaba; en ese período de tiempo pudo ver que Luke los observaba por el rabillo del ojo a la par que tecleaba en su laptop. 

—Hace como 900, ¡no!, ¿800 mil años antes de la conquista de Lord Dragón? —dice dubitativo.

Si fuera cualquier otro enclenque habría alzado una ceja con escepticismo, pero se notaba que el niño se esforzaba en recordar.

—12,000 años antes de la conquista, en la Era del Amanecer. —completó Aemond, recibiendo un resoplido desanimado. Lucerys se volvió a colocar el audífono, y Joffrey se puso a jugar con un plumón de color azul, a la par que hacía un puchero alicaído. Aemond tuvo una idea—. ¿Tienes marcadores?

—Sí, de todos los colores.

—¿Quieres traerlos?

El menor asintió y se fue directamente a su recámara, la pequeña silueta desapareció en las escaleras y el albino se recargó en la silla. De pronto escuchó como la figura de Lucerys se apartaba del sofá y rodeaba la mesa del comedor.

—¿Qué tan crítico lo ves? —inquirió el castaño mayor.

—He lidiado con peores. Mucho peores. —siseó lo último, a lo que recibió una ceja alzada por parte del joven..

—¿Tu hermano?

—No. Ahí donde lo ves, Daeron es muy aplicado y siempre encuentra tiempo para estudiar. Solo que es disperso y se distrae fácilmente. —le comentó—. Lástima que sus amigos sean unos vagos y que a mí me guste el dinero.

Una risa se escapa de la boca rosácea de Lucerys, y este asiente en complicidad. Es extraño ver que ahora puede ver más facetas asertivas del chico, cosas que no estén relacionadas a contestaciones ariscas y ojos en blanco. Resulta intrigante pensar si el castaño aún siente repelús por él y si prefiere tratarlo con un palo y de muy lejos.

—Me serviré una taza de té, ¿tú quieres algo? 

En serio, es muy extraño. Sin embargo, definitivamente no lo hace—o no debería—hacerlo sentir culpable por la forma en la que lo trató cuando Luke le llevó los deberes a casa. Es decir, no fue el peor anfitrión, aunque tampoco lo recibió en alfombra roja.

En definitiva, no se siente culpable.

—No…creo.

—Es té de jazmín.

Demasiado raro es que Luke le ofrezca y le insista en invitarle algo de su casa. Jamás pensaría que viviría para conocer esa faceta.

Decide esbozar una sonrisa burlona.

—¿Vas a compartir tus delicias con este simple plebeyo de King’s Landing?

Lo dice tan sonriente y con el tono de burla apropiado para que el susodicho abra los ojos—sus brillantes ojos—como platos y la cara se le ponga colorada. No sabe lo que está pensando el roedor de los Velaryon, y él mismo tampoco sabe qué clase de insinuación quisa dar a entender, simplemente lo dejó ahí. Ahora que conoce un poco más el semblante de Luke, sabe que cuando algo lo avergüenza, se sonroja y luego arruga el entrecejo con atisbo de fastidio. O eso quiere dar a entender.

Chasquea la lengua.

—Te traeré una taza. —es lo único que dice el muchacho antes de irse a la cocina.

Aemond ríe de vuelta y se queda en la sala revisando el libro de historia de Joffrey, así como su cuaderno. Se ha dado cuenta que el niño es bastante colorido con sus títulos y subtítulos, siempre los subraya en rojo o en otros colores. De pronto recuerda que Lucerys también tiene anotaciones un tanto pintorescas. Lo sabe porque cuando lo ayudó en física, el día que le llevó los deberes, el jovencito tenía apuntes ordenados, con títulos en rojo, y utiliza marcadores para resaltar teoría.

Joffrey regresó con una caja de plumones de todos los colores, y Aemond asintió. 

—¿Para qué necesitas los marcadores? —inquiere el niño.

Aemond decide sacar el sharpie de color celeste.

—Para hacer un mapa mental por cada tema que te hayan mandado a estudiar. —dice a la par que escribe un esquema en un papel en blanco—. No todos aprenden historia de la misma forma.

El niño asiente y observa atentamente como él dibuja el mapa mental  para la Era del Amanecer.

Lucerys regresó en escena solo para dejar cerca de él una taza humeante de té. Podía sentir el aroma del jazmín mezclado con la humedad del clima templado. También se da cuenta que Luke ha dejado una pequeña galleta en el plato de porcelana que acompaña la tasita.

A partir de dicha estrategia—la de los plumones y el papel—la sesión de estudio se hace un poco más fluida, ya que Joffrey se entusiasma más, también hace algunas preguntas y responde de forma correcta algunas preguntas esporádicas que le hace el platinado. De vez en cuando lo pilla leyendo los resúmenes de colores, y a veces por compasión le permite revisar los apuntes, y con otros temas decide reforzar con una nueva explicación. Cuando ve que el chiquillo ya domina el tema, le hace un breve cuestionario escrito en el que no puede ni hacer preguntas o ver sus apuntes, tal cual como si estuviera en un exámen.

A diferencia de otros niños que ha enseñado—incluido Daeron—, tiene que reconocer que Joffrey es el más aplicado y sí pone de su parte para aprender. 

Una que otra ocasión contempla a Luke, quien está en el sofá tecleando algunas cosas en su portátil. Puede escuchar como sus dedos teclean rápidamente con una mano, mientras que con la otra acariciaba las orejas de su mascota, el corresponde sus mimos alzando su cabeza y dándole de hocico a su palma. Se percata que la sudadera negra de castaño es gigante, lo puede ver porque las mangas de la vestimenta le llegan a cubrir gran parte de sus delgados dedos, apenas asomándose por sobre la tela mientras escribe en la laptop. 

Se ve tranquilo y concentrado en lo que sea que estaba haciendo, incluso más centrado de las primeras veces que lo veía en la biblioteca, leyendo las páginas legales de los libros.

Un par de toquecitos en su antebrazo lo traen de vuelta a la realidad. Cuando se giró notó que Joffrey señalaba su cuestionario finalizado, y vaya a saber desde hace cuantos segundos lo ha estado llamando.

Aemond asiente, recibe el cuestionario y se concentra en corregirlos.

—Está bastante bien—dice por fin. 

—¿En serio? —inquiere el niño, tan incrédulo como esperanzado.

—Sí, lo está —mueve un poco la comisura hacia arriba, en un pobre intento de sonrisa. Nunca se esfuerza en ser amable con críos (en serio, no les tiene paciencia y los niños pueden ser muy crueles), pero Joffrey es educado y no es disforzado.

—¡Genial! —exclama el menor—. ¿C..crees que…?—se mece en su asiento—. ¿Podemos tomar un descanso?

El tercero de los Targaryen busca la mirada castaña de Lucerys, ya que tiene el presentimiento de que los escucha porque los airpods no suenan a todo volumen. El susodicho parece entender la situación, por lo que solo asiente y con ello da a entender que estaba bien.

—Quince minutos. —declara el platinado, a lo que el menor asiente y se levanta de la mesa como si tuviera un resorte.

Una vez más están solos en la espaciosa sala de estar, y por única vez en su vida Aemond finge que tiene algo que hacer. Él nunca se esforzaba en aparentar hacer algo, ya que cuando una situación lo sofocaba, solo bastaba con retirarse de ahí con un gruñido antipático y los puños cerrados. No como ahora mismo, que fingía estar leyendo unas fichas de actividades de historia que le enviaban a Joffrey, tal como si fuera lo más importante en el mundo.

Bebe un poco de lo que queda del té de jazmín, y admite que es bastante bueno, igual que el pequeño bizcocho que le dejó Luke. No es fanático de los dulces, no le gustan demasiado—o no le gustan para nada—, pero tiene que reconocer que la galleta de vainilla que le dio el castaño, sabe bastante bien.

Lucerys está en el sofá, también bebiendo de su taza de té. Se pregunta si está haciendo tareas o si está viendo algún episodio de un anime aleatorio que encontró por ahí. El chico está mirando hacia las puertas de cristal que dan hacia el espacioso patio trasero, y el albino nota que que en efecto, la sudadera de One Piece le queda demasiado grande que las mangas casi cubren hasta la punta de sus dedos.

En alguna instancia el castaño lo voltea a ver y el platinado, al verse atrapado, no aparta la mirada. ¿Qué caso tiene?

Cuando el castaño se levanta del sofá, siente algo más extraño. Parecido a las veces que se dieron besos en la biblioteca, pero esta vez es una chispazo más moderado aunque igual de pesado de ignorar.

—Y, ¿van mejorando?—cuestiona el Velaryon.

Aemond afirma:—No está mal. 

—Ah, ya veo…—observa los papeles en donde están los esquemas y sujeta uno entre sus manos—. Así que para eso eran los plumones, ¿eh?

Se encoge de hombros.

—Es un método diferente. —contestó—. A mí se me da bien leer y memorizar, pero algunos tienen otras tácticas. Mi hermana tiende a grabarse así misma todo lo que lee, pero Daeron es más de hacer esquemas mentales y apuntes porque así retiene mejor la información.

Lucerys asiente.

—Ya veo, ¿por qué no se me ocurrió antes?

—¿Me vas a dar un aumento?

—Sueña, Targaryen.

El albino ríe y Luke dibuja una pequeña sonrisa socarrona. El pequeño beagle que antes estaba en el sofá lo sigue hasta la mesa y posa sus patitas en la pierna del castaño, quien le sigue dando caricias consentidas. Aemond se percata que la sonrisa de Lucerys es diferente con su mascota, ya que es confortable y enternecida.

Tierno.

Es la única palabra que emite una vocecita traicionera.

—No pensé que tuvieras tanta paciencia con los niños. —comentó el castaño de bucles, más distraído en jugar con Arrax que no lo veía a la cara—. Cuando viniste, pensé que Joffrey se asustaría.

El Targaryen asiente.

—No soporto a los mocosos, y si no he matado a Daeron es porque sería el sospechoso número uno.

—Dime que lo dices de broma.

El platinado entorna los ojos.

—No todos los críos se comportan como unos querubines.

—¿Estás diciendo que mi hermano se porta como un ángel? Pues gracias, que lo sacó de mí.

El mayor dedicó una mirada ofuscada a esa sonrisa traviesa que está tentado a borrar con su boca. 

—Tú eres ratoncito molesto y latoso.

Lucerys ríe y el silencio templado se vuelve a hacer presente. Aemond vuelve a beber lo poco que queda de té de jazmín, mientras que el castaño lo imita, sujetando su pequeña taza de porcelana con las dos manos, los dedos apenas asomándose sobre la tela de la sudadera lo hacen ver más pequeño. Como un verdadero ratón.

Después el castaño mira al reloj y suspira con algo de aspereza.

—¿Ahora qué tienes, roedor?

—Nada —contestó el muchacho—. Sólo espero que Jacaerys se demore en regresar de la práctica. 

—¿No quieres que me vea en tu casa? 

Sabe la respuesta, por más que el ratón de los Velaryon trate de justificarlo.

—No quiero que se ponga hecho una rabia y haga una escena. Además que tú te sueles prestar para eso con mucho gusto.

Dibuja una sonrisa autosuficiente.

—Es cierto que es divertido ver enojado a tu hermano —comentó—, pero no debe creerse tan importante, no todo se trate de él. —se gira para ver directamente los ojos marrones de Luke. Siempre le ha parecido interesante que a pesar de compartir el color de iris con Jacaerys, la forma de sus orbes eran diferentes,  más suaves y brillantes, como una madera barnizada—. Si estoy aquí es porque tú lo pediste. 

Se forma otro silencio, uno que las palabras pillan por sorpresa al joven a su lado. Los labios del menor se fruncen de vez en cuando, tal vez tiene miedo de balbucear si es que abre la boca.

—Porque me estás pagando. —completa por fin. No sabe ni porqué lo hizo.

Lucerys parece dejar de tensarse.

—Cierto. —concordó.

—Sí.

No ocurre otro mutismo porque los pasos risueños de Joffrey vuelven a dominar la escena, y el niño aparece con una sonrisa entusiasta, como una caricatura. Su presencia rompe el silencio. Por un instante pensó que se formaría el mismo tipo de atmósfera de cuando ambos estaban en el baño abandonado, saltándose la clase como dos adolescentes rebeldes. Por un momento se preguntó si una ocasión como esa volvería a pasar.

—Uh, ¿pasaron quince minutos?

Ambos adolescentes parpadean repetidas veces, como si hubiesen sido apartados de una atmósfera completamente diferente. Es el segundo de los Velaryon quien miró su móvil y confirmó que no habían pasado quince minutos, sino veinte.

Carraspea.

—Err…sí, deberían…—se rasca la mejilla y hace ademán de volver a la sala—...deberían continuar.

Aemond afirma con la cabeza, y Joffrey sonríe con un poco más de asertividad. A continuación, retoman la sesión de estudios, con un Joffrey Velaryon más comunicativo y entusiasta por el tema. Algunas preguntas van y vienen, siendo que el Targaryen le da algunos cuestionarios al menor, y con ello aprovecha para ver a Lucerys. Es consciente que el ratón también lo mira de soslayo, por el rabillo del ojo, o por la opacidad de la pantalla de su portátil.

Ya ni siquiera saber si el chico está perdiendo el tiempo de internet o solo es una excusa para estar ahí. 

****

Finalmente se acaban las dos horas de estudio en las que llega a la conclusión de que Joffrey Velaryon es una especie en peligro de extinción—es obediente, educado, no dice groserías como cierto demonio albino, y sí le gusta estudiar—, y que está preparado para su evaluación de historia.

—¿De veras? —pregunta el pequeño con una sonrisa.

Aemond hace un pequeño esfuerzo para contestar el gesto, sin embargo sabe que el resultado es fatal, sonreír de forma amable y cálida no es parte de sus virtudes. Es decir, seguro que lo hace, pero muy de vez en cuando y sus hermanos varones suelen decirle que cuando trata de dibujar un gesto dócil en una sonrisa, parece más bien un asesino serial escogiendo víctimas.

Así que solo levanta un poco la comisura de su boca y asiente en confirmación.

—¡Genial, gracias, Aemond!—dice Joffrey, guardan sus útiles escolares, sus esquemas y sus cuadernos.

Lucerys vuelve a levantarse del sofá, esta vez extendiendo un sobre con dinero en efectivo. 

—Guarda tus cosas, Joff. —indica el castaño mayor, acariciando la cabecita de su hermano—. Y no te olvides de guardar tu pluma azul, con la que hiciste tus cuestionarios.

—¡Oh, es cierto, mi boli de la suerte! —exclama el menor de los Velaryon—. ¡Gracias, Luke!

Joffrey guarda sus cosas y sujeta especialmente un bolígrafo azul, muy similar al que Aemond recuerda haberle devuelto a Lucerys en la biblioteca. Los ojos del niño se iluminan cuando lo sostiene con cuidado, y después regresa a su recámara con todas sus cosas.

Solos otra vez.

Aemond mira al castaño y encaja la ceja.

—¿Bolígrafo de la suerte?

Lucerys ríe:—Es un mito entre nosotros. —explicó con chistosa elocuente—. Tenemos la teoría de que cuando hacemos los exámenes tenemos que llevar el mismo bolígrafo con el que hemos estudiado, así nos dará suerte. —finaliza con una sonrisa cargada de seguridad.

—¿Y funcionó? —interroga con incredulidad e ironía al mismo tiempo.

—Hasta ahora sí —afirmó el chico—. A mí y a Jace nos funciona, y a mi madre también así que…—la sonrisa pequeña y confiada se torna más pausada y melancólica.

Aemond supone que es buena idea no seguir preguntando. Pero ahora entiende porqué Luke sonrió de una forma diferente y cálida cuando le devolvió su pluma azul. “Gracias” le había dicho aquella vez, con una sonrisa tersa y distinta a todas hasta ese entonces.

—Vale, pues cada quien—dijo el albino, guardando el dinero en su mochila—. De todas formas creo que a tu hermano le irá bien en el examen, respondió bien las preguntas.

—Eso vi. —el chico se abrazó el brazo y lo sobó varias veces.

Los labios de Luke se separan un poco, como si quisiera decir algo más. No obstante, las palabras y las acciones se detienen, ya que el sonido de la puerta principal se abre y con ello se lleva todos los colores de las facciones del Velaryon.

El albino tiene la sospecha que puede tratarse de Jacaerys, lo cual le cae como una piedra en el estómago. Es usual que esté más que dispuesto a seguirle la pelea a Jace, pero especialmente ese sábado tranquilo no tiene ganas de darle guerra a ese antipático castaño.

Una figura alta e imponente hace acto de presencia en el recibidor, y para su sorpresa no se trata del fastidio Velaryon mayor, sino de un hombre moreno de cabellos albinos. Piensa que con eso no es necesario que Luke se mantenga tenso, pero de todas formas lo nota por la manera en la que aprieta la quijada.

—Hey, Luke, hoy vine temprano. —sonríe el hombre con afabilidad—. Pensé que podemos almorzar afuera y…Oh. —antes de que el adulto sacara la gabardina y la dejara en el perchero, se percata de su presencia.

Lucerys no parece tenso, sino nervioso.

—¡Hola tío! —se apresura a decir el castaño—. Ah, él es…—lo señala con una de las manos—...uh, es-

No es tonto, sabe que ese hombre albino es ni más ni menos que del distinguido clan Velaryon. Tenía que tratarse de Laenor Velaryon, el tutor de Luke y tío materno de sus primas, Rhaena y Baela. Nunca ha conocido al hombre de forma persona, pero de las poquísimas veces fue a las reuniones familiares de los Targaryen, una que otra vez es mencionado.

—Aemond Targaryen. —decide tomar la iniciativa de presentarse, con formalidad y neutralidad.

El hombre, contrario a lo que esperaba, sonríe de forma amable.

—¡Ah!, ¿Eres amigo de Luke? —inquiere con amabilidad.

Buena pregunta.

En realidad, no. Aemond y Lucerys no son amigos, o al menos ese es el concepto que tiene él. Son conocidos que apenas se soportan, que se burlan del otro y que han ido a la casa del otro. 

Y que se besan de vez en cuando.

Pero vale, uno no va por la vida presentándose como “Muy buenas tardes, soy el desgraciado que se besa con su sobrino/pupilo/protegido de vez en cuando en la oscuridad su biblioteca. ¿Amigos? Uh, no, no, conocidos de labios, si es que eso existe” aunque claro, ese tipo de presentación es algo más típico de Aegon, quien no tendría el más mínimo pudor para admitir.

Afortunadamente no es él.

Sin quererlo, va pensando en la respuesta por unos pocos segundos en los que ve la extrañeza refugiarse en los violetas del mayor.

—Ah…es un compañero—balbucea Lucerys—...er..de…de..

—Biblioteca. —completó Aemond, compadenciéndose del triste intento de mentira del castaño—. Estudio ahí.

No cree que Laenor se lo crea, pero si es así, el adulto no lo hace notar. Sino que asiente con una sonrisa.

—Pues bueno,, ¿no quieres acompañarnos a almorzar, Aemond? Veo que ya te ibas, pero si no tienes nada que hacer puedes quedarte. —sugiere el mayor de los Velaryon.

Su mirada violeta viaja hacia la figura menuda del chico de rizos, quien se mete las manos en los bolsillos y se mece sobre su propia posición. Tiene la boca fruncida, casi temblorosa, y puede detectar un muy leve rubor en sus facciones redondeadas. Sospecha que son nervios, porque ya lo ha visto en ese estado con anterioridad.

Sospecha que todo se debe al posible encuentro con Jacaerys, uno que puede ocurrir de forma inevitable si que Aemond accediera a quedarse. El tercero de los Targaryen no es adivino, pero es monstruosamente perceptivo, por lo que puede adivinar que a Luke le pone tenso un encuentro en el que su hermano mayor se ponga como una fiera por verlo en su casa. A lo mejor trate de comportarse de la forma más diplomática posible, pero la atmósfera sería incómoda.

Incómodo especialmente para Luke.

Sabe que le tiene que dar igual lo que ese ratón sienta, pero una parte muy recóndita de él lo entiende. O por lo menos quiere entender.

Es eso o está empezando a tener en consideración la comodidad del ratón bibliotecario.

—No gracias, señor Velaryon —contestó por fin, ajustando las correas de su mochila—. Debo regresar a mi casa.

El hombre asiente en respuesta.

—Vale, vale, esperamos verte por aquí pronto. ¡Cuídate! —se despide el mayor, desapareciendo en el corredor para ir directo al patio trasero, siendo recibido por los ladridos de júbilo de su pastor inglés.

Lucerys lo acompaña a la puerta en silencio, y el mutismo vibra demasiado. El clima está cómodamente templado, y a pesar de la predominancia del frío, se siente confortable.

—Supongo que eso estuvo cerca. —comenta el castaño.

—Francamente no te entiendo, ratón. Hasta parece que le tienes miedo a tu hermano mayor. —resopló el Targaryen, metiendo las manos a los bolsillos cuando sintió el golpe del frío de la calle.

—Que va, pero prefiero ahorrarme un segundo siglo sangriento. —dice el chico, encogiéndose de hombros.

Se le escapa una risa burlona por tal comentario.

Touché. —una vez en el patio se acomoda la chupa de cuero y se encamina a la salida. Lucerys lo acompaña, mientras son seguidos por el pequeño Arrax—. Diría que le desees suerte a tu hermano menor en su exámen, pero no la necesita. —dibuja una sonrisa soberbia, enseñando su dentadura. Ya sabe que esa sonrisa perturba y mueve cosas en Lucerys.

El jovencito pone los ojos en blanco.

—Petulante. 

Hmp.

Dicho esto sigue su camino en solitario por las calles frías de la distinguida residencia de los Velaryon. Estaba a punto de ponerse sus propios auriculares negros cuando captó una palabra que le heló la sangre y le provocó cosquillas en los brazos, como si le estuvieran pasando una pluma en repetidas ocasiones.

—¡Aemond!

Era la primera vez que Lucerys lo llamaba por su nombre. 

Y solo bastó eso para que se congelara de la misma forma que se congelaba cuando el castaño lo jaló de la cortaba para besarlo por primera vez.

Estaba templado y hacía algo de frío, pero ni bien hizo contacto visual con los ojos castaños de Luke, dejó de sentir la sensación gélida de la estación.

¿Qué le pasaba?

Odiaba eso, y al mismo tiempo se estaba volviendo adicto a dichas sensaciones. La antítesis en su máxima expresión.

Desde la distancia notó que el chico Velaryon tragó saliva de forma sonora antes de abrir la boca otra vez, como si estuviera en cámara lenta.

—Gracias, por…por venir hoy. —concluyó el adolescente, de forma fuerte y clara. No está gritando, y tampoco hablando en voz alta, pero Aemond lo escucha con claridad. Una sonrisa tenue y suave como el algodón adorna su cariz.

Por los dioses, en serio, ¿qué es lo que le pasaba con ese ratón bibliotecario y nerd?

Él también traga en seco de forma imperceptible, porque no es tonto. Aemond es perceptivo con su entorno, pero lo es más con él mismo.

Trata de verlo sin emoción pero tiene la ligera sospecha que sus ojos—sobre todo su orbe morado—también brilla, tiene esa ligera sensación y no sabe si es bueno o malo. Prefiere no pensar en eso y frenar las cavilaciones intrusivas.

Alza la mano en una señal vaga de despedida.

—Lo que sea, ratoncito. —contesta de forma escueta, antes de darse vuelta por completo.

En su mente se ilustra el último gesto que vio de Lucerys Velaryon, sonriendo y pronunciando su nombre como hace dos minutos.

Agradece haberse dado la vuelta con rapidez, porque cae en cuenta de una cosa que hace mucho tiempo no le pasaba. Siente sus propio rostro aumentar de forma lenta la temperatura, como si estuviera cocinando a fuego lento.

Se ha ruborizado.

Notes:

Aemond sabía que una situación en la que estarían Jace y él en una misma habitación pondría incómodo a Luke, además que Mond ha tenido una linda mañana con su ratoncito. Como pequeño recordatorio que Luke no le contó a Mond lo de que sus clases particulares eran secretas, pero de todas maneras Aemond notó que se sentía en aprietos y le echó un cable. Hermoso nuestro bad boy, que suerte la tuya Luke UwU

Segundo aviso: Creo que estaré desaparecida la próxima semana por mis parciales. Pero trataré de tener el siguiente capítulo para la próxima semana, YA NECESITAMOS DARLE SAZON A ESTOS LENTOS.

¡Nos leemos!

Chapter 12: Capítulo 012: Enchanted

Notes:

¡He regresado!

TW: Lenguaje soez, vulgar, mención de trampas académicas. Expresiones misóginas.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

 

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“Not where the story line ends”

— Taylor Swift

 

Cuando Aemond se fue, Lucerys soltó el suspiro de su vida, como si liberara un peso que realmente no quería dejar ir. Laenor se percató de eso, y le dio una mirada de soslayo mientras ponía a hervir agua en la cocina. 

—¿Pasa algo? —inquiere el mayor.

Luke se encoge de hombros y niega con la cabeza. En realidad pasan demasiadas cosas, muchísimas como para ser contadas, y al mismo tiempo siente que no pasa nada. Se tensó cuando Laenor entró a la casa porque temió el motivo de la presencia, y aún peor, que Laenor tampoco tuviera especial simpatía por Aemond, teniendo en cuenta que sus sobrinas no se llevaban bien con él.

—Nada, eso creo…

—¿Crees?

El castaño duda, dubitativo. Tampoco se le daba bien mentir.

—Tú…¿conociste a Aemond desde antes? —pregunta el adolescente, con cierto recato.

Laenor parpadea un par de veces antes de contestar.

—Uh, lo vi una vez hace muchos años en una cena familiar. Era un niño y su padre todavía seguía vivo.

Lucerys se congeló en su lugar, habiéndose sentido que la revelación lo descolocó. Recordó un recuadro en la pared con la fotografía de un hombre albino de mediana edad, sonriente y algo regordete, por los ojos violeta y el cabello platinado pudo reconocer que se trataba del padre de Aemond. Aún puede recordar el año de nacimiento, con excepción de la fecha de deceso.

El castaño frunce la boca y una dolencia familiar se hace presente en todo su cuerpo. Él también había perdido un padre hace muchos años, en ese entonces era un niño de seis años de edad, apenas consciente de lo que era la muerte. Él y sus hermanos fueron demasiado jóvenes para conocer el dolor de una pérdida.

No sabía que Aemond había pasado algo parecido.

—¿Luke, estás bien? —cuestiona su tutor.

El castaño vuelve a negar con la cabeza y posa la mano sobre la encimera de la cocina.

—Nada, Yo…—se rasca la mejilla—. Pensé que sería incómodo para ti porque…bueno, ya sabes —mira hacia otro lado—...él no se lleva bien con Baela y Rhaena.

Laenor forma una mueca de desconcierto que a Joffrey le causa bastante risa.

—¿Ah? ¿Y qué tengo que ver yo con las riñas de Rhaena y Baela? —dice el hombre, poniendo los brazos en jarras—. Vamos Luke, ya estoy algo viejo como para ponerme a hacerle muecas a un adolescente. Si Rhaena y Baela tienen problemas con su primo, será un tema de ellos tres. No pinto nada ahí.

Lucerys sonríe un poco confortado por las palabras de su tío y asiente varias veces. Por un lado sabía que su tutor entendería la situación, Laenor siempre llevaba los conflictos con bastante naturalidad y no solía meterse en problemas ajenos.

—Eso es bueno…¿Incluso si…?

—¿Incluso qué?

Lucerys confiesa:—¿Incluso si se lleva mal con Jacaerys?

El mayor de los Velaryon se queda en silencio un par de segundos y luego se encoge de hombros con simpleza.

—La regla aplica para él también, supongo. 

—¡A mí me agrada! —terció Joffrey, con una sonrisa entusiasta—. Es muy listo y sabe muchas cosas. —termina de mencionar el menor, antes de adentrarse en la cocina por galletas.

El castaño se encoge en el taburete y se mece de un lado hacia otro. Al posar el dorso de la mano en su mejilla, siente el tacto de su piel aún caliente, pero prefiere ignorarlo. Por salud mental, en serio prefiere ignorar aquella sensación.

—Que no te de pena traer a tu amigo las veces que quieras —comentó Laenor con una sonrisa suspicaz, lo que fue correspondido con un par de ojos abiertos como platos, y de complemento, la risa burlona de Joffrey.

El segundo de los Velaryon ladea la cabeza hacia otro lado antes de balbucear un “no es mi amigo” que fue opacado por las risas de su tío y su hermano menor.

****

 

Ese lunes en la escuela el tiempo pasó de forma lenta y rápida al mismo tiempo. Vio a Aemond el sábado, estuvo pensando en él durante el domingo, y el lunes se puso a pensar en porqué sus pensamientos siempre eran sobre el albino. Pensó y pensó mientras fingía anotar lecciones de la clase en su cuaderno.

Tal vez era pensaba en Aemond porque de verdad le sorprendió su trato con Joffrey. Se imaginaba al mismo sujeto déspota y borde de siempre, algo parecido a un sabelotodo insoportable como lo había descrito Daeron. Pensó que el albino sería cortante e intimidaría a su hermanito con su mera presencia.

Resultó ser lo contrario. Si bien es cierto que Aemond no era ninguna Miss Simpatía y tampoco tenía trato con los niños, no era mordaz o impaciente. Explicaba las cosas una y otra vez, lo hacía de forma simple y resumida para que Joffrey captara la información. No se molestaba si su hermana no atinaba con las respuestas y tampoco lo hacía quedar como un tonto con palabras tales como “¿Cómo no vas a saber esto?” o, “En serio, ¿acaso no atiendes a clase? Aemond prefería culpar al sistema educativo y a la incapacidad del docente. 

Según Aemond, muchos profesores de historia instigaban a los alumnos a memorizar, como si fuera la única metodología existente para aprender la asignatura. Eso parecía gustarle a Joffrey ya que el menor se pasó comentando que su maestra suele querer que se aprendan las fechas de eventos históricos y contestar a la velocidad de la luz. Ese tema fue suficiente para romper el hielo e iniciar una conversación entre el Targaryen y su hermanito.

Fue raro escuchar al albino hablar de forma pausada y paciente. ¿Dónde había quedado el sujeto soberbio, de sonrisa orgullosa y afilada? ¿El chico de chupa de cuero que lo comparaba con un absurdo roedor? 

El lunes fue el día en el que más veces le llamaron la atención pues estaba distraído y apenas le seguía la corriente a la clase. Rhaena tuvo que darle codazos en más de una ocasión, porque no espabilaba, seguía pensando en otras cosas. En otra cosa. En un chico.

En Aemond.

Y no importa cuanto quisiera refugiarse en su imaginación, porque de alguna forma sus cavilaciones siempre lo redirigían a un par de orbes violetas y a la sonrisa orgullosa de Aemond. Peor aún. Le venían a la mente las beses que se dieron besos torpes en la biblioteca, escondidos de todo y de todos, refugiados en las sombras de los anaqueles de madera e ignorando que existía el mundo a su alrededor.

Le daba pánico lo mucho que invertía el tiempo pensando en Aemond Targaryen. Hasta hace unos meses pensaba que era un bully fanfarrón e insoportable, luego pasó a creer que era un obsesivo y un presuntuoso, después tuvo le teoría de que era un ligón Casanova al igual que Aegon Targaryen.

Ahora mismo, después de haberlo visto con gafas, con coletas destartaladas, burlado por Daeron, o sosteniendo un marcador mientras le daba clases a Joffrey, ya no sabía que pensar. Lucerys sabe que las personas están hechas de matices, tiene la suficiente inteligencia emocional para reconocer que el Targaryen no es el típico fuck-boy busca problemas, tampoco pisotea los sentimientos de nadie. Es más, es de los que aclaran sus intenciones y no dejan entredicho nada. Nunca deja las situaciones a medias.

Excepto cuando se trata de besarse.

Lucerys se encuentra en una encrucijada de la que ya no sabe como poder salir. Todos sus pensamientos son Aemond, y eso no le gusta.

Tiene una teoría que tampoco le agrada del todo.

Luke es un chico consciente de su orientación sexual, de sus gustos, y sabe cuando le gusta una persona. En esas ocasiones suele balbucear, sonreír hasta que le dolieran las mejillas, sentir hormigueos en el cuerpo, sus extremidades las siente ligeras y es evidente. Cuando le gusta un chico, todos pueden darse cuenta. Jacaerys le dice que disimule más y Rhaena suele repetir lo obvio que es, porque se le colorean los mofletes de rojo carmesí y los ojos le brillan. Luke tiene la sensación de que sus ojos en serio brillan. Suele sentirse sonreír sin darse cuenta a la par que su corazón salta y salta.

Su mejor amiga bromea diciendo que cuando le gusta alguien suele tener un enorme letrero neón sobre la frente que dice “ME GUSTAS. ¿QUIERES SALIR CONMIGO?” con corazones y todo.

Lucerys sabe que le gustan los chicos, simplemente lo sabe y nadie de su entorno tiene problemas con ello. Rhaenyra, Laenor, Jacaerys, y sus amigas lo saben y lo respetan, lo toman con mucha naturalidad y eso es más que suficiente para él. Luke sabe que hay chicos que le parecen atractivos, como Loras Tyrell, Cregan Stark y Kermit Tully, el actual presidente del consejo estudiantil. Empero, ninguno ha generado explosiones de dinamita en su pecho. No como Aemond.

No diría la tontería de “Oh, él me hace sentir vivo” No. Porque para Lucerys muchas cosas lo hacen sentir vivo, como estar con Arrax, acompañar a su madre a volar con su avioneta en la Isla de Rocadragón, o ver otra vez la saga Marineford de One Piece.  Con o sin Aemond, puede sentirse vivo.

Sin embargo, llega a la conclusión de que el Targaryen le hace actuar de forma irracional, tener uno que otro arrebato y eso, mal que pese, le gusta. Le gusta un poco el riesgo de arrebatarse, de no ser el dulce niño, y más que el “pequeño hermanito de Jacaerys Velaryon”. Con Aemond puede dejar las formalidades, ser mordaz y sarcástico; se divertía con esa faceta, y le gusta que al albino le guste.

Aemond no me gusta” —piensa o quiere pensar eso de forma segura. Quiere sonar confiado cuando alguien se le pregunte, y él solo decir “Ugh, claro que no”, pero retomando el tema, Lucerys no sabe mentir. No es buen mentiroso.

Por lo tanto, el lado más razonable de él ha llegado a una conclusión que lo aterra. Y ha pasado el resto del lunes negándose a pensarlo.

No quiere pensarlo.

Le aterra creer que existe una verdad tan sencilla como: Me gusta Aemond. Porque el sujeto es bastante difícil y complicado, ¿sería el arquetipo de sujeto que lo negaría en público? ¿Lo ocultaría del mundo? ¿Lo guardaría como un secreto mientras Lucerys lo albergaría como un juramento?

Niega con la cabeza varias veces, tratando de espabilar. Ni siquiera había terminado de conocer al Targaryen y ya se imaginaba en una relación muy desastrosa, de la que quizá alguien salga como el castaño salga con el corazón roto. Como en esos libros de “romance adolescente” en el que se romantizan relaciones tóxicas detrás del cliché de la chica buena y el chico bueno.

¿Qué papel le tocaría a Lucerys? ¿El de la chica buena?

Arrugó la nariz con asco y enojo. 

—Lucerys…

En primer lugar, él no era una chica. Y en segundo lugar, estaba lejos de ser “bueno”, había visto Hentai y todo.

—Lucerys…

En todo caso, a Aemond le tocaría el rol del chico bueno. Detrás de esa patético disfraz de bad guy existía un sujeto abnegado, bueno para los estudios, que cuidaba de su hermano menor, que de cierta forma poco ortodoxa era empático y observador. Tal vez era algo snob para su gusto, lo cual quizá cuadraba perfecto con el cliché del chico bueno.

Dioses, ¿por qué seguía sabiendo demasiada información de Aemond Targaryen?

—¡Luke!

—¡Ah!

Cayó en cuenta que estaba frente a Samwell; el bibliotecario alzó una ceja con cautela y afianzó el agarre en el carrito de libros.

—¿Estás bien? 

El adolescente afirmó con la cabeza varias veces. La jornada del día lunes le pareció tan lenta y al mismo tiempo rápida, y ahora cada que ponía un pie en la biblioteca su corazón se aceleraba de forma desmesurada. 

—S…sí —asintió por fin—, estaba algo distraído.

—Um, eso veo. —dice el joven bibliotecario—. ¿Te importaría ordenar estos libros? Los sacaron para la clase de Literatura de primer año pero verás que no lo han regresado. Estaré haciendo un pequeño inventario.

—Vale, yo me encargo. —responde el chico, sujetando el carrito lleno de ejemplares.

Le aterró darse cuenta que estaba en lo correcto, porque el corazón le latía desmedido mientras más avanzaba entre los libreros y guardaba los libros. Ya ni siquiera pensaba correctamente, no podía concentrarse en leer las páginas legales de cada ejemplar, porque no le hallaba sentido a las letras. Sentía el estómago en la garganta, un retortijón intenso que no se detenía y el cual se intensificaba de solo imaginar la figura esbelta de Aemond fumando su vape de menta. 

¿Algún día cambiaría ese vape?

Hubiese preferido que Myrcella y Rhaena lo acompañaran ese día, pero la platinada iba a asistir al club de vestuario de la escuela—aparentemente iba a hacerle modificaciones a las vestimentas de las animadoras—, y Myrcella tenía una pre-audición para el club de Ballet. Ninguna podía acompañarlo y en ese momento necesitaba una tercera voz que llevara de regreso a la realidad. Un ancla que lo regrese al presente y no a esos puñeteros orbes violeta-azulino.

—¡Eh, Targaryen!

Ah. No.

Todo menos esa puta voz.

Lucerys se escondió de inmediato entre los libreros más recónditos cuando vio la figura de Jerrel Bracken, con su sonrisa altanera y la camisa del uniforme mal colocada. Joder, hasta su pequeña esquina podía sentir su insoportable olor a sudor mezclado con su colonia barata.

Arrugó la boca asqueado y se mantuvo escondido en la estantería; tras una pequeña abertura pudo distinguir una cabellera platinado y un aroma a menta que fue un consuelo para sus fosas nasales. 

Aemond estaba a unos varios anaqueles de distancia, pero Luke podía imaginarse su mueca hastiada y sus ojos hechos un par de rendijas. Ni siquiera la molesta presencia de Bracken fue suficiente para aminorar el latido de su corazón.

Se mantuvo quieto y en silencio entre las sombras.

—Bracken. — dijo el albino, después de darle una larga calada a su vaporizador.

A Lucerys se le hizo un hueco en el estómago al ver como Aemond reconocía a Bracken. ¿El Targaryen conocía a ese imbécil? ¿Al imbécil que le tiraba pelotazos en Educación Física? 

Sabía que tal vez el mayor no sabía de eso último, mas eso no fue suficiente para no sentir un sabor agrio en su lengua.

La risa de su compañero de clase le dio de bruces con la realidad.

—¿Tienes lo que te pedí? —dice Jerrel.

Entre la pequeña abertura de la estantería, Lucerys nota como Aemond le extiende un pequeño archivo con lo que parecía contener papeles. Bracken lo recibe con una sonrisa a la par que revisa aquellos documentos.

—Vaya, vaya. No se ve nada mal, Targaryen.

Aemond no parece halagado, sino indiferente. Le da otra calada a su cigarrillo electrónico antes de responderle.

—Tendrás un 7 sólido. 

—¿Un siete? —gruñe el pelinegro—. Los 15 dragones que te di no valen un mediocre siete.

—Perfecto. Dame mi trabajo y busca a algún imbécil que te haga tu tarea para la clase, que si mal no recuerdo, es dentro de dos horas. —lo poco que puede observar de la cara pálida del albino, es que está sonriendo con superioridad.

Bracken gruñe como un perro rabioso, a la par que el albino fuma como si nada. Finalmente, el joven azabache le arrebata por completo en archivo.

—Cabrón.

—Hmp.

¿Trabajo?

Vale, ya va entendiendo. En su clase tienen clase de lenguaje después del recreo, por lo que seguramente tenía que ser el ensayo que les pidió la profesora Catelyn. No le sorprendía que Bracken pagara para que le hicieran el trabajo, así como tampoco le debía sorprender que Aemond cobrara por hacerlo.

Estuvo muy tentado en sacar su móvil y grabar la escena, para luego delatar a Jerrel con los maestros.

“Eso perjudicaría también a Aemond”

Chasqueó la lengua.

—Entonces, Aegon dijo que después del campeonato de básquet va a haber una fiesta en casa de los Tyrell. Él dice que va a ir, ¿qué hay de ti?

Aemond se concentra más en absorber el vapor que en la cara de Bracken, pues solo se limita a encogerse de hombros.

—No he sido invitado.

—La capitana de porristas es tu prima. Apuesto que debe ser una pena que ustedes sean familia, ya sabes, ella es una preciosura.

Lucerys se lamenta de haber visto aquella sonrisa insinuante en el rostro de Jerrel. No obstante, no es el único que piensa así ya que el Targaryen le regala una ceja alzada y una boca arrugada en disgusto.

—Por cierto, hablando de familiares. ¿Qué Rhaena Targaryen no es también tu prima? —los instintos de Luke se crispan cuando menciona a su mejor amiga.

—¿Y qué?

—Ja, ja —el chico se rió varias veces—. Nada hombre, es que ella va a mi clase. —comentó—. Es  una exagerada y una básica.  Se la pasa siempre con la rubia tarada de Myrcella Lannister.

El castaño apretó los puños con mucha fuerza, demasiada hasta sentir que se clavaba las uñas en la piel. La furia se estaba apoderando de él a tal grado que quema muchísimo. Puede sentir que todo está de color rojo, tiene la respiración entrecortada y las manos le queman.

En dos o tres zancadas puede hacerle frente a Bracken, darle cuatro golpes con la enciclopedia que sostiene y luego sacarle el ojo con un alfiler. No le importa que Aemond  lo viera, o que lo expulsaran de su puesto como asistente de bibliotecario. Tampoco le interesaba si le bajaban puntos en su conducta o si Rhaenyra lo castigaba desde otro continente.

Iría ahí hecho una furia y le golpería en su cara de mierda a Jerrel Bracken, haber si otra vez le quedaban ganas de decir tanta estupidez. Se había metido con sus dos amigas, había llamado “básica” a Rhaena, y le dijo “tarada” a Myrcella. ¿Por qué motivo? ¿Por rechazarlo debido a que es un humano indecente e incapaz de actuar como persona? Un desadaptado social como Bracken merecía que le cierren la boca

Merecían que lo golpearan y Luke estaba más que gustoso de dar los honoros.

—El hecho de que la chica Lannister te haya mandado a freír espárragos no la hace una tarada. —la voz parsimoniosa y aterciopelada del Targaryen congeló los cometidos del castaño—. Lo mismo aplica para mi prima. No la conozco lo suficiente y casi ni hablamos, pero no es una básica—resalta la palabra—,  solo porque tú no le gustes. —hace una pausa, y Lucerys tiene la impresión de que ha barrido de forma despectiva y elegante a Jerrel, tan solo con su gélida mirada—. Tienes un problema con las mujeres.

Dicho esto, y soltado su veredicto, el albino le da una larga calada a su vaporizador. Lucerys toma unos bocados de aire para recuperar un poco la compostura, relajar los músculos y soltar sus rojos puños. Por otro lado, Jerrel arruga toda la cara y da la impresión de que se le va a reventar una vena. El castaño miró de soslayo a Aemond, quien como si la cosa no fuera con él, se pone a leer algún texto de Historia. Historia de la Era del Amanecer.

—Tú no sabes una mierda sobre mujeres— chistó el azabache.

Aemond apenas alza las cejas en su dirección y suelta pacientemente el humo mentolado de su boca. Lucerys esta más que seguro que el albino le prestaría más atención a una araña de la que nunca le prestaría a Bracken.

—Ni tú tampoco.

El segundo de los Velaryon se cubre la boca porque una sonrisa burlona se pintó en sus labios.

Jerrel bufó como perro enfurecido y gira sobre sus talones, no sin antes voltear a ver al Targaryen en un triste—muy triste—intento de parecer intimidante.

—Más te vale que apruebe este ensayo, imbécil.

Para este punto Aemond ni siquiera lo escucha, sino que se concentra en leer y en fumar. Bracken desaparece de la biblioteca dando zancadas y bufando como un toro herido, con todo el perdón del mundo hacia los toros. 

Un poco después suena la campana y el albino deja el libro para después dar pasos lentos hacia la puerta de la biblioteca. Lucerys puede apreciar su ancha espalda, su cabello lacio platinado y la chupa de cuero que suele llevar encima del uniforme. Guarda su vape en el bolsillo donde suele guardarlo desde que se conocieron, y se va de ahí con su gesto estoico y duro.  ¿El platinado se habrá  preguntando dónde estaba Luke en el recreo? ¿Habría sabido que estaba escondido? No, parece que no, sino Aemond habría dicho algo como “sal de ahí, ratón” o “Ratoncito, no es adecuado que escuches conversaciones ajenas”

Ugh, dioses, ese no era el punto.

Aemond defendió a sus amigas. 

Aemond defendió a Rhaena y a Myrcella. 

Vale, no se peleó a puño limpio para defender el honor de las chicas—ese era el trabajo de Luke—, pero no se burló ni fue indiferente. Le cerró la boca a Bracken con una bofetada de guante blanco, calló sus estúpidas palabras con elocuencia y suspicacia. Lo puso en su lugar sin mucho esfuerzo.

Sabe que Aemond no se lleva bien con Rhaena  ni con Baela, y siempre pensó que aprovecharía la mínima oportunidad para soltar veneno en contra de ellas. Si no es así, tal vez burlarse un poco, darle la razón a Jerrel o decirle otras para criticar a la chica entre los dos. Sin embargo, no hizo nada de esas cosas. Lo mejor de todo es que ni siquiera lo hizo por Lucerys—se supone que Luke no estaba ahí—, sino que fue una acción propia de él.

No tenía que hacerlo pero lo hizo.

Volvió a sentir cosquilleos, el corazón brincando—boom, boom, boom, boom—como si estuviera dando saltos en un trampolín. Esta vez ya no se asustaba por la velocidad de sus latidos, sino que lo aceptaba por completo. Pasó a una fase de aceptación en la que se permitía imaginar la cara que puso Aemond cuando le puso un alto a Bracken. ¿Habría sonreído con superioridad como lo hacía con él? ¿Le habría dado una mirada endurecida como con Aegon?

Le hubiese gustado estar a su lado para verlo en ese momento.

Se sentía un tonto por alegrarse por lo mínimo indispensable, por ver un punto en el que Aemond tenían más matices. Más cosas valiosas que Lucerys quería descubrir, así como descubrió que su manga favorito era Nana, que tenía un peluche de un cerdo rosa—Terror Rosa— o que usaba unas gafas cuadradas en su casa porque prefería usar lentillas de contacto.

Lucerys quería descubrir más cosas así.

Cuando reparó en el carrito de libros se dio cuenta que le faltaban muchos por ordenar, y ya iban a continuar las clases. 

Era la primera vez que no cumplía un deber de la biblioteca adecuadamente.

—Oh…

Oh.

El castaño se dio cuenta que era la primera vez que no le perturbaba no cumplir con una tarea bibliotecaria. Algo más grande estaba pasando con él.

Estaba sonriendo.

Sonreía mientras su corazón brincaba. Siente que los ojos se le iluminan como faroles.

Le gustaba Aemond.

 

Please don't be in love with someone else

Please don't have somebody waiting on you

 

Notes:

Niños de la audiencia, NO paguen para que les hagan los deberes!!

Lucerys, si tu novio defiende a tus amigos, incluso cuando se lleva mal con una, AHI ES.¡Ahí es, mano! ¡Es ahí! Tremenda Green flag por fin nos mostró la Almendra.

Ahora sí, nada mejor que describir un capítulo con UNA CANCIÓN DE TAYLOR SWIFT. Necesitaba hacerlo, para ya dar a entender que Lucerys finalmente, FINALMENTE, ha admitido que tiene un crush por Aemond. ¿Aemond lo aceptará así de fácil? Pues ya saben, a veces Lucerys cae primero, a veces Aemond cae más fuerte. ¿El orden de los factores realmente altera el producto?

Lamento que esta vez no hubiera interacción LCMD pero era necesario para servir de antesala a lo que podría ser, uh-, no lo diré, sería darles un spoiler monumental y nope~

Quiero que sepan que ODIE escribir a Bracken, lamento mucho si pasaron un momento desagradable leyéndolo como yo escribiéndolo, pero era un mal necesario.

¡Nos leemos!

Chapter 13: Capítulo 013: La Cartulina

Notes:

MIREN QUIEN HA REGRESADO. ¡YO!

Lamento mucho la desaparición (en realidad no he estado inactiva, me distraje escribiendo one shots Lucemond y gozando las vacaciones post-univesidad) pero he regresado para darle un cierre y un final a este HERMOSO fanfic que es mi bebé. Aún no acaba, desde luego, porque aún tenemos uno que otro cosito que resolver

Sin más preámbulo, ¡buena lectura!

Este capítulo es enteramente PoV Aemond.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

—Hermanito hermoso, ¿alguna vez te he dicho que ojos tan lindos tienes?

Aemond gruñe un par de veces. La pesada mirada violeta de Daeron se vuelve intensa cuando acentúa su sonrisa. Sabe que va a ser una tarea imposible ignorarlo, así que no tiene elección más que cerrar su libro y encarar a su hermano menor, ceñudo y con su peor cara de indigestión. Es domingo y la noche está en su máxima plenitud, quiere descansar porque la semana de exámenes se acerca, mas ahí está el menor de los Targaryen, con su sonrisa de que no rompe un plato, cuando en realidad ha dinamitado toda la losa.

—¿Qué quieres? —inquiere arisco.

—¿Acaso no puedo venir y decirle a mi lindo hermano lo mucho que lo quiero? —el menor se ríe y se estira en el sofá. Una ceja encajada es su única respuesta.

Algo quiere. 

Por la forma en la que sonríe como demonio es porque algo quiere, o algo ha hecho. Algo que Alicent no sabía. Ese truco se lo había enseñado Aegon.

La sonrisa desaparece y los ojos del menor se abren como platos.

—Necesito comprar una cartulina para mañana.

Mierda .

Mil veces mierda.

Por un instante pensó que había escuchado mal y que su hermano no había dicho aquello con tal seriedad, como si estuvieran discutiendo el futuro de Poniente en plena guerra civil.

—¿Qué?

—Ugh, ¡Lo que escuchaste!—exasperó Daeron—. Debo llevar una cartulina blanca a la escuela, es urgente. Lo necesito para mañana.

Aemond resopló como si fuese una tetera y dejó su libro apartado, al parecer su domingo de tranquilidad se iba directamente por el inodoro. Y con él se irían los restos de su hermano.

—No me jodas, Daeron. —gruñó el mayor—. Has tenido toda la maldita perra semana para comprar una puta cartulina. Has tenido todo el fin de semana, ¿y recién te digas a avisar a las putas diez de la noche? —masculló entre dientes. Al no ver respuesta, prosiguió—. Pídele a Helaena, ella debe tener algo de material para sus proyectos.

—No tiene, ya le pregunté. —contesta el niño.

—Entonces llama a un amigo y dile que te lleve una mañana. O ve con la vecina para ver si tiene una. Usa papel común. No sé, improvisa —hizo ademán de coger su libro. Antes de desconocerse completamente del tema, la mano de su hermano se posó en el brazo—. Nada me ha importado menos.

—Por favor, Mond, hermano. Te lo suplico. —lloriqueó el chico de manera dramática—. Necesito que me ayudes, solo tú puedes hacerlo. Ya probé todas mis opciones, eres mi única esperanza. —rogaba mientras hacia ridículos pucheros que el Targaryen quería aplastar con sus puños.

Por un lado, podía ver a Daeron marinar en su propia miseria y pagar por las consecuencias de sus actos. Su hermanito menor siempre se salía con la suya, mucho más que Aegon, y es porque todos los que lo conocían—amigos, parientes, vecinos, y maestros—se creían el papel de niño adorable que solía proyectar  para los demás. Solo quienes realmente lo conocían podían no tragarse ese acto, y aún así, Daeron se salía con la suya más veces de las que Aegon y Aemond lo hicieron jamás.

Sin embargo, por otra parte, era su hermano. Aemond no podía obviar la responsabilidad de cuidar de él, así como cuidaba a Aegon de sus borracheras. Ya era algo automático.

Se volvió a sentar, pasó unos milisegundos viendo como Daeron se mordía las uñas con nerviosismo antes de sacar el móvil y pensar. Pensar en cómo encontrar una jodida cartulina a las diez de la noche, pero también cómo evitar que Alicent se diera cuenta.

—¿Alguna idea? —inquiere el menor.

—No se me ocurre nadie.

—¡Maldita sea! ¡¿Por qué no tienes amigos?!

El mayor de los albinos le lanza una fulminante mirada que bien podría compararse a un par de cuchillas afiladas. El chiquillo comprendió el gesto y frunció la boca en señal de resignación, tal vez algo consciente de lo que acababa de decir.

Sabía que Alys no era una opción, dudaba que la chica tuviera material de cartulina, y tampoco creía que su prima Margaery tuviese una papelería escondida entre los hermosos jardines de su mansión. Los demás contactos que tenían eran compañeros de clase con los que había compartido una que otra conversación superficial. Hasta que, ojeando entre sus contactos del móvil, había uno que le había llamado especial atención y le provocó un subidón de adrenalina.

“Ratón” es lo que decía en el nombre del contacto. Su última conversación de WhatsApp había sido cuando el chico le contó que su hermanito Joffrey había aprobado su examen de historia. Aemond recuerda haberle escrito que debería darle un bono si fue una nota perfecta, a lo que Lucerys respondió con un sticker de anime. El Targaryen jamás admitiría que esa vez fue la primera vez en su vida que se debatió diez minutos en debatir qué le respondo, y al final no le contestó nada en vez de que saliera en el chat “Escribiendo…” cada dos minutos.

Agradeció ver a Luke en línea, y con un lapsus de impulsividad, lo llamó.

El móvil sonó una, dos, tres veces.

Tuvo que alejarse para no escuchar los gimoteos ridículos de su hermano, quien se seguía lamentando su irresponsabilidad.

—¿ Hola?

Escuchar la voz tersa del Velaryon tenía un efecto extraño en él. Tan extraño que a veces le molestaba, y otras veces se dejaba gobernar por esa sensación.

—¿Ratón? ¿Estás ahí?

—¿Eh? ¿Eres tú?

—Sí, soy yo. ¿Te desperté?

Al otro lado de la línea pudo escuchar una canción aguda de pop japonés, seguramente el opening de algún anime de turno que estuviese viendo Lucerys. 

—Err…

—Bueno, lamento arruinar tu tranquila noche de fin de semana.

—¿En serio? —puede imaginarse la ceja alzada del castaño, en un semblante escéptico que él ya se conoce de memoria. Se permite sonreír con mofa.

—En realidad no. —escucha un resoplido, y el albino se imagina que Luke está soltando ese bufido hastiado que le revuelven los rizos rebeldes de la frente—. Escucha, necesito un favor. 

—Muy buenas noches a ti también, Targaryen…

El albino bufó:—Sí, ajá. De casualidad, ¿Tu hermano tiene cartulinas o cosas así? 

La línea permanece en silencio unos instantes antes de escuchar al menor hablar otra vez.

—Ah…Sí, Joff tiene algunas cartulinas de su exposición de ciencias, pero…¿para qué lo necesitas?

—El idiota de Daeron tiene que llevar una cartulina para mañana, y se olvidó. —a lo lejos pudo ver como el chiquillo le enseñaba el dedo medio. Aemond solo puso los ojos en blanco—. ¿Le puedes prestar?

—Eh…

Antes de oír lo que probablemente sería una negativa, su hermano menor se acercó por detrás y se plantó frente al móvil.

—¡Por favor, te lo imploro, te lo suplico, te lo ruego de rodillas! —lloriqueó el menor, en la bocina del teléfono. El mayor no sabía si estaba siendo gracioso, o accidentalmente patético. No tuvo ningún reparo en pensar lo segundo y manifestarlo con una altanera ceja enarcada.

Al otro lado de su celular, se escuchó una pequeña risilla que le provocó una corriente anormal en las piernas.

—Vale —se oyó  la voz de Luke—. ¿Cómo podríamos hacer? Tendrían que venir temprano, tal vez a las seis y media, luego puedo darles el…

—Demasiado tarde —irrumpe Daeron—. Necesitamos la cartulina ya.

—¿Y qué propones, genio?—inquiere Aemond con ironía—. ¿Acaso quieres que vayamos a esta maldita hora y nos presentemos ahí, hechos unos idiotas y preguntemos si nos pueden prestar una maldita hoja blanca que no fuiste capaz de comprar en todo el puto fin de semana? —suelta con veneno—. O mejor, si no quieres causar molestias, entrar por la ventana como unos delincuentes…

Daeron se queda quieto en su lugar mientras ladea su mirada violeta hacia el costado.

Oh, por los dioses…

¿En serio se lo está planteando?

—No es mala idea. —esa no fue la voz chillona de su hermano, sino una voz estática que venía de su teléfono—. Solo tienen que entrar por el patio trasero, toda mi familia está durmiendo.

Hubo un pequeño momento de mutismo en el cual Aemond se estaba planteando seriamente cometer un fratricidio debido a la sonrisa diabólica que se extendió en la cara del menor de los hermanos Targaryen.

—Vale, iremos para allá. —dijo antes de colgar, y gruñir como un dragón malhumorado.

Es consciente de la mirada incesante y la sonrisa de pillo que porta su hermano, pero trata de ignorar aquella sensación.

Ambos hermanos se miran, y el gesto pícaro de Daeron se extiende aún más. Lo odia. Le recuerda al caprichoso de Aegon. 

—Ponte tu abrigo hermanito, nos vamos a una encrucijada nocturna.

—Vete al demonio. —dice Aemond, refunfuñando a la par que se levanta del sofá.

—¡Vamos, bien que te mueres de ganas de ver a tu príncipe!

Jódete. —chistó el platinado con un tono de ultratumba.

****

 

Le habían pedido prestada la motocicleta a su vecino, Arryk Cargyll, un motero que tenía su estudio de tatuajes a unas cuadras de su casa. Aemond a veces alquila su moto, ya sea para ir a alguna parte lejana de la ciudad o para dar un simple paseo. Una que otra vez lleva a dar una vuelta a su hermano menor, obviamente a escondidas de Alicent, a quien se le baja la presión cada vez que escucha el motor de una motocicleta cerca suyo.

El viaje fue rápido, en el cual se pasaron una que otra luz roja; Daeron se sentía en el paraíso mientras que Aemond consideraba vender al albino en internet.

Al llegar, trataron de ser lo más discretos posibles.  Lucerys le había escrito por WhatsApp para decirle que la puerta del patio estaba malograda y el pestillo no servía. Tendrás que subir por la ventana, fue lo que sugirió Daeron con una sonrisa travieso que el mayor de los albinos quiso borrar de un pellizco. El castaño Velaryon también les había advertido sobre el perro. No se trataba de aquel con el que había visto a Luke, sino a un pastor inglés que pertenecía a Laenor Targaryen, el cual recordaba que gruñón, y sus ladridos eran estridentes. Ese iba a ser un problema.

Como si fueron unos ladrones, se deslizaron en la cerca de madera, refugiados por la oscuridad de la noche, y evitaron pasar cerca de las cámaras de seguridad hasta llegar a lo más profundo del jardín trasero. Ahí los recibió una esplendorosa vista al mar, una fuente de agua y una piscina. Daeron silbó deslumbrado a la par que sus ojos se distraían por instantes en la fuente adornada con estatuas de mármol de caballitos de mar. 

—Siento que les vamos a robar. —comenta el chiquillo. 

—Cierra la boca.

—Tch, eres un aguafiestas.

—Claro, porque a todo mundo le encanta que lo levanten de la cama para conseguir una cartulina porque el nene no pudo conseguir en todo el fin de semana. —ironizó el mayor de los albinos.

El menor puso los ojos en blanco.

—Qué feo tu corazón.

—Vete a la mierda.

Otro insulto iba a continuar a eso, de no ser porque una pequeña luz de una linterna alumbró directamente la cara del Targaryen más alto.

Una mata de bucles desordenados se asomó sobre el balcón. 

¿Aemond? — sonó una voz algo suave, pacífica aunque algo obnubilada.

¿Es normal que se le pase el mal humor y las ganas de aventar a Daeron a la alberca?

Miró hacia arriba y creyó que las luces de la pequeña terraza acentuaban el brillo en los ojos de Lucerys Velaryon, quien se hizo presente completamente en el balcón. Otra cosa que le crispaba más los nervios era la forma en la que decía su nombre: Aemond. Por los dioses antiguos y los nuevos, ¿era posible que su nombre suene tan bien si la pronunciaba el ratón? 

No era la primera vez que escuchó decir su nombre. La vez anterior fue en su casa después de las clases a su hermano Joffrey, pero el albino la recordaba a la perfección. Recuerda el clima templado, la sensación de frío en su chaqueta desapareciendo cuando el roedor Velaryon le agradeció con una sonrisa mesurada. Y Aemond reproduce esa escena una y otra vez hasta que tiene el impulso de dejar de pensar, porque…¿Por qué pensaría tanto en Luke?

Todos parecían darle la respuesta y él aún no la quiere procesar. Aegon e Helaena le hicieron ver lo distraído y reflexivo que andaba, pero era Aegon quien le daba más vueltas al tema, diciendo directamente que lo que tenía con Lucerys era más que el simple gusto. “Deja de jugar y aclara las cosas de una vez” decía su hermano. Mientras que Helaena solo le incitaba a aceptar, como ella decía, las señales del destino. 

Y ahora Daeron con su estúpida sonrisa burlona…

—Hey. —dice Aemond con lo que quiere aparentar, naturalidad desganada.

Lucerys alza la mano en forma de saludo.

—Hey.

¿Sus ojos eran así de brillantes en la noche? Eran marrones, de un color madera simplón. ¿Ese color marrón podía tintinear así o era su imaginación?

—¡Caballeros, tenemos un asunto de vital importancia! Después puedes traerle una serenata si quieres. —el tono chillón de Daeron rompe su ansioso ensimismamiento. Y lo hace con el único objetivo de querer que el mayor desee lanzar a su hermano a la piscina.

Aemond no tenía mucha paciencia

—¡Daeron, cierra el or-!

—Shh, no griten, o despertarán a Seasmoke. —interviene el castaño con voz susurrante.

—¿Seasmoke? —inquiere el menor.

Lucerys miró un par de veces al jardín:—Es el perro de mi tío, ahora está en su casa durmiendo pero si hablan fuerte lo despertarán—explicó—. No pude traer una escalera y la puerta del patio está malograda, entonces…

—Tú tranquilo —dice Daeron, haciendo un ademán con la mano además de una sonrisa confiada—, que mi hermano puede subir balcones como si fuese el mismísimo hombre araña.—aludió, señalándolo.

Una corriente helada—se niega a pensar que son nervios—se alojó en su piel cuando los ojos castaños de Lucerys lo observan. 

—¿Debo preocuparme?

—A veces se nos quedaban las llaves en casa y no sabíamos cómo entrar. —completó Aemond, siendo secundado por la risa chillona de su hermano.

Percibe que el castaño encaja la cena y hace una mueca con la boca, uno de esos gestos usuales que suele hacer cuando algo no le termina de convencer. Es increíble y extraño que el albino se diera cuenta de eso en ese instante, en plena oscura noche. 

Unas palmaditas de Daeron lo sacan de sus cavilaciones y escucha un “todo tuyo”, cuya connotación no termina de gustarle, por lo que borra la sonrisa de su hermano dándole un zape en la cabeza. Se contenta con saber que le dolió, pero toda malicia escapa de la cabeza cuando escucha una risa seca del Velaryon, quien aún los ve desde su balcón. 

No se lo piensa y sube por la ventana, escala las paredes  aferrándose a los bordes. El menor de los Targaryen le da palabras de aliento, pero Aemond ya no lo observa, porque está concentrado en dos cosas, en subir, y en los ojos castaños de Lucerys, quien abre sus ocelos cada vez más mientras Aemond Targaryen sube y sube por el balcón, valiéndose de la arboleda y los pequeños muros de soporte. 

Está cada vez más cerca y percibe a Lucerys sosteniendo el aliento en su boca, apenas respirando; parece ansioso. Cuando sus orbes chocan contra los de él, toma un impulso para aferrarse a las barandas del balcón y subir por completo. “¡Bien!” se puede oír desde abajo, Daeron le está aplaudiendo. Aemond toma una bocanada de aire cuando reposa sus piernas en el balcón, listo para ingresar a la habitación de Luke.

Dioses, se siente como un personaje de novela literaria visitando a su novia prohibida. Ese solo pensamiento le deja intranquilo.

—Wow…—escucho la voz del segundo de los Velaryon—...Eso fue de película. —dice por fin.

El Targaryen encaró al menor con una sonrisa burlesca.

—Una película, ¿qué tipo de película?

El joven se encoge de hombros.

—De las de ayer y hoy, eso creo —comentó—. Vamos, que te daré la cartulina.

Dicho esto, lo sigue al interior del balcón y se observa la recámara, se siente un felino ingresando a la madriguera de un pequeño ratón.   La habitación es apenas iluminada por la luz de laptop y una cálida lámpara. Es espaciosa, aunque no tan grande como la suya—si tomamos en cuenta que Aemond comparte su habitación con Aegon y Daeron—; se da cuenta que tiene varias repisas con tomos de manga, uno que otro libro, y un escritorio en el cual reposa su teléfono, su portátil y una tableta. En las repisas puede ver muchas figuras de acción, sobre todo de One Piece y Naruto.

—Ja.

—¿Ahora qué?

Aemond tiene el impulso de sujetar una figura de acción, la cual parece de Kakashi Hatake. Le da risa como es que Lucerys se pone tenso en su posición, sujetando la cartulina enrrollando como si simulara su cuello para estrangularlo.

—Eres todo un nerd. —dijo el albino, moviendo la figurita de acción entre sus dedos. El Velaryon se crispa todavía más.

—¡Suelta a Kakashi-sensei o te juro que rompo esta mierda!

No puede evitar reír de golpe, porque los ojos de Lucerys casi se salen de sus cuencas y porque su tono fue tan chillón como desafinado, casi como el de una caricatura graciosa. Era una faceta tan chistosa como extraña, empero, no se cansaba de ella.

La verdad es que…¿se cansaba de alguna faceta del Velaryon?

No.

Y eso era aún más extraño.

—Ya, ya, ese es tu favorito, por lo que veo. —afirmó, moviendo el juguete de un lado a otro.

—No jodas y ponlo en su lugar. —gruñó el ratón bibliotecario.

—Que sí, ya…—dice el mayor, volviendo a ponerlo en la repisa. La coloca hacia la izquierda, hasta que Lucerys se adelanta para corregir el sitio, en su posición original hacia la derecha; hasta pareciera que estuviera cuidando los milímetros—. Hmp. —se mofó para sus adentros. 

El Velaryon lo escruta con una mirada inquisitiva.

—Deja de hacer eso.

—¿Hacer el qué?

—Reírte solo. —se gira hacia su costado, tendiéndole la cartulina hasta que choque contra su pecho—. Haces eso cuando te burlas de algo, o de alguien.

El platinado estira su sonrisa aún más. ¿Burlarse de alguien? Es cierto, cuando la situación es extremadamente absurda no puede evitar soltar una risilla venenosa. Sin embargo, no puede evitar sentir que algo dentro de él vibra cuando escucha decir eso a Lucerys. Porque eso significa que el joven lo escucha, lo analiza. Lo observa. Se están conociendo los suficiente para adivinar los gestos del otro, y es tan emocionante como intrigante; le genera una extraña sensación de vértigo. 

Es la primera vez que eso ocurre.

Porque Lucerys ya lo está conociendo, y eso se siente como arrojarse al abismo sin paracaídas. 

—De vez en cuando. —sostiene la cartulina enrrollada, y puede jurar que sus dedos rozan los del más bajito. Si cruza tan solo un par de centímetros, lo sostendría por completo, como cuando estaban compartiendo el paraguas. Podría lograr que ese roce invisible y fantasmal sea real, porque la escasa distancia lo está matando y quiere romper con ella.—. Imagino que no quieres saberlo.

 ¿Qué le está pasando?

Lucerys ríe pero no deja de sostener la cartulina blanca. Apenas existe un roce frío entre las yemas de los dedos, pero quema demasiado. Genera corto circuito. ¿Luke pensará eso mismo? ¿Se sentirá igual?

—La verdad no. —responde por fin, manteniendo la mirada castaña contra la violeta—, pero de todas formas lo dirás porque vives para tocarme las narices.

El tercero de los Targaryen ríe.

—Siempre es un honor. —contesta con una sonrisa ladina—. Pues aquí va. Se nota que te gustan los albinos..

—¿Eh?

Aemond miró la estatuilla de Kakashi Hatake, y Lucerys también lo hizo. Ahí comprendió a que se refería.

Albinos.

A Lucerys le gustaban los albinos, y da la casualidad que él era un albino.

—¡¿Q-qué dices, idiota?! —balbuceó el castaño—¡Oye, no-no me puedes culpar, es Kakashi! La pregunta aquí es, ¿quién no amaría a Kakashi-sensei? 

—La gente que prefiere tener una relación con una persona real, ¿a lo mejor?

—No conoces el amor hasta que ves a Kakashi Hatake por primera vez a través de una pantalla y robándose la serie entera. El día en el que puedas activar el sharingan me avisas, porque-

—¿Me entregarás la cartulina, o vas a seguir contando cuántas pajas le dedicas a un personaje ficticio?

Eso fue suficiente para que el chico se pusiera rojísimo hasta a la raíz del cabello, mientras sus orbes brillaban de la vergüenza. El platinado de largos cabellos no puede evitar soltar otra carcajada, porque las mejillas del castaño se ponen rosáceas de intenso color, mientras chista los dientes y abre sus ojos como platos. Hace eso cuando se avergüenza, cuando lo atrapan in fraganti. Y es divertido, adictivo.

Interactuar con Lucerys es divertido en todo su esplendor. No se cansa de eso, por los dioses que no.

—¡Eres un-!

—Tranquilo, no juzgo.

—¡Tú juzgas todo! —recriminó el menor—. Debería romper esta cosa en tu cara —señaló la cartulina.

—Tendrías a un Daeron llorón en tu puerta, porque a mí no podría chupar más un huevo.

—Bah, no lo creo —niega el castaño de bucles—, de ser así, no vendrías aquí a las once de la noche, y subirías un balcón como si fueses Romeo.

Alto.

¿Romeo?

Otra vez siente una electricidad desde el corazón hasta el resto de los músculos de su cuerpo. ¿Este muchacho acaso no piensa lo que dice?

—¿Dijiste Romeo?

El susodicho abre los ojos como un par de platos. Claro que se dio cuenta; ya que si Aemond es Romeo, ¿quién se quedaría con el papel de Julieta? Aquella que espera su balcón para ver a su amante secreto.

¿Quién sino Lucerys?

—Olvídalo, hombre.

Y es estúpido. Y extraño. Por los dioses, parecen un par de críos que se emocionan y se sorprenden de todo, sobredimensionan cada gesto, cada palabra, cada broma y cada momento. Aemond ya se dio cuenta de eso cuando Lucerys lo llamó por su nombre y le dio las gracias por darle clases a su hermanito; algo tan simple como un agradecimiento de cortesía no debería ponerlo tan nervioso.

Se dio cuenta que las cosas con ese ratón Velaryon era compleja y toda una enredadera. ¿Lo peor? Es que le gustaba.

—¿Qué quieres que olvide, Julieta Capuleto ? —inquiere con su sonrisa ladina, buscando contagiar ese semblante hacia el castaño, quien de pronto se ruborizó hasta la punta de la nariz. 

Rojizo y dulce que quiere acariciarlo con la punta de sus dedos.

—Nada, nada, déjalo así. 

¿Le gustaba Lucerys Velaryon? 

No es imbécil, ya le han gustado personas con anterioridad. Le atrae que sean enigmáticas, intelectuales y perspicaces. Cuando conoció a Luke, solo era el ratón de biblioteca quisquilloso. No era enigmático, tampoco era misterioso. Era un chico que usaba sus obligaciones de bibliotecario como excusa para leer mangas viejos, sus calificaciones no son la gran cosa, no es elocuente ni profundo con sus palabras. Es un muchacho normal que pasa sus refrigerios con sus amigas, en una banqueta alejada de la cafetería; mientras las chicas discutían animosamente, él solo las escucha mientras degusta un bocadillo de siempre. Se ríe como un joven normal, a veces se aguanta la risa mientras infla las mejillas, y luego deja salir una fuerte carcajada que trata inútilmente de retener y falla.

Lucerys es normal, y ajeno a todas las características que Aemond creía que le gustaban en una persona. 

Es básicamente lo opuesto.

Y eso…

—Oye, ratón…

—¿Hmp?

Eso le gusta aún más.

Sostiene la cartulina y esta vez sus dedos rozan los de Luke. Un acercamiento inocente que luego termina en sus fanales reposando sobre los del castaño. Su corazón late con tanta fuerza que lo puede oír, así como también puede oír la respiración entrecortada del Velaryon.

Tan solo debería romper esa idiota distancia, porque el ambiente solitario de la noche grita algo. Grita: bésalo.

—¿Pasa algo?

Sería sencillo. El silencio se lo está gritando.

El universo se lo está exclamando a gritos.

—Tú…

¡Ah, no te me acerques! ¡No, no, aléjate!

A lo lejos unos gritos se escuchan en el patio, y a la par unos ladridos estridentes. 

—¿Qué fue eso?

Ugh.

¿Había que darle una presentación?

¡AEMOND, BAJA DE UNA PERRA VEZ!

—Daeron…—dijo, o más bien masculló entre dientes masticando el nombre de quien se decía llamar su hermano menor. 

Lucerys se aparta y de repente, hace frío. Ah, y odia a Daeron.

—Parece que ya conoció a Seasmoke. Creo que deberías..

—¡Ah, a qué rayos esperan!

—Sí…—se resigna, ya que ahora toda la atmósfera se ha terminado de romper por culpa de los gritos chillones del menor de los hermanos Targaryen, a quien va a asfixiar apenas lleguen a su hogar. Ya vería luego donde escondería el cuerpo.

El castaño se aparta, carraspea y se lleva una mano para apartar los rizos de la cara.

—Bueno, en un rato bajo para calmar a Seasmoke.

—Bien…

Hace frío y el mutismo está vibrando.

Se acercan al balcón donde se escucha el griterío de Daeron. Del buen humor que traía, ahora solo estaba malhumorado y refunfuñando. Lo curioso es que estaba de un humor de perros antes de ir a recoger esa condenada cartulina a la casa de Lucerys.

Ja.

—Debes darte prisa —sugiere el muchacho—, los vecinos pueden despertarse, o peor, el tío Laenor y Jacaerys pueden despertar.

Pone un pie fuera del balcón, y luego otro. No presta atención a cómo Daeron es perseguido por un pastor inglés viejo, sino en los ojos castaños de Lucerys. Parece un crimen que unos comunes ojos castaños sean capaces de brillar tanto en una noche oscura.

¡Aemond, apúrate, maldita sea! —exaspera su hermano desde el jardín. El albino lo ignora.

—Tienes razón —dice, no sabe si para él mismo, o para Lucerys. Ya no piensa, y tampoco siente más allá de la vibración cálida de su pecho, la cual no para mientras siga al lado de Luke—. Debo darme prisa.

No razona. No puede pensar racionalmente.

Y ya no lo hace.

Se deja guiar por el impulso de sus brazos hacia adelante, hasta que su boca logra rozar los labios esponjosos de Lucerys, los cuales son tan… tan…

Dioses.

Es un pequeño roce que se distingue de los anteriores besos que se han dado. Porque los besos anteriores fueron la consecuencia de un impulso, también la conclusión de palabras soeces y ácidas, peleas infantiles. Dinamita pura, bombas a punto de explotar. Efímeras. Explotan, brillan, y luego solo queda humo.

Esto es diferente para Aemond, porque es puro color.

Me gustas.

Y quiere pensar que es una declaración, porque lo está diciendo mientras se roba el aire de Lucerys y mueve su boca con parsimonia sobre la contraria. Es una tibia caricia tímida como ninguna otra, y le encanta, porque grita un mensaje obvio y colorido, que lo pone de cabeza. El ruido, los gritos y el tiempo por fin has desaparecido, y solo son ellos en un plano completamente ajeno a la realidad.

Más pronto que tarde siente que Lucerys acaricia sus labios con los propios, correspondiendo la caricia. El mensaje.

También me gustas.

Se separan y el Targaryen mira su reflejo en los ojos castaños del contrario. Joder, esa era una hermosa visión, al igual que la sonrisa nerviosa del muchacho.

—¡ Aemond, trae tu trasero aquí, con un carajo!

Se escrutan con la mirada y ríen cómplices. Es la primera vez que escucha reír así a Luke y le encanta. No puede evitar pasar sus dedos por la nuca del castaño y enredarse con sus rizos de chocolate a la par que sus frentes chocan suavemente. 

Las cosas no volverían a ser como antes después de esto

—Te veo mañana, ratoncito.

Era una promesa, y tal vez Lucerys lo entendió porque le mostró una sonrisa dientuda y linda. Tan linda que iluminaba tanto o más que un foco.

El chico asiente, luego lo sigue con la mirada mientras Aemond baja con cuidado por su balcón. El mayor debe tener mucho cuidado de concentrarse en eso, porque si se distrae con esos ojos castaños y esa sonrisa rosácea puede que termina cayéndose—y con suerte aplastar a Daeron—.

Cuando su barbilla está al filo del balcón es que siente que lo vuelven a llamar.

—¡Aemond, espera ! — lo detiene el joven de rizos, y él se detiene. Cree también que algo pudo salir mal o el chico quiere alertarlo algo.

Lo encara, solo para ver como los labios del chico impactan contra los suyos en un beso tan energético como apasionado. Lucerys apoya los antebrazos en el muro de su balcón, mientras que Aemond debe impulsarse para que sus bocas puedan colisionar en el ángulo perfecto.

Entonces nada incomoda, las nimiedades desaparecen y todo es colores. Colores. Colores.

La noche es oscura, pero hoy para el Targaryen todo está brillando. Es extraño. Es molesto. Es enigmático. Es emocionante. 

Da miedo y al mismo tiempo le encanta.

Le fascina.

—¡Aemond, Aemond, baja ya!—el llamado de Daeron trata de romper el plano en el que están, pero ya no es posible—. ¡AEMOND GWAYNE TARGARYEN!

No importa el tiempo, ni las circunstancias, ni su mal humor anterior. Ni siquiera los estúpidos llamados de su hermano menor,

Ante tanta insistencia, el Targaryen mayor solo atina a arrojar la cartulina al vacío y de ahí no escucha más nada. Solo la pequeña risa cómplice del Velaryon, la cual lo lleva a un plano astral tan desconocido como emocionante.

Es Luke el que rompe el contacto, apenas separando sus labios de los suyos. Ríe en su boca de manera traviesa y pícara; otra vez puede ver su reflejo pálido en los irises marrones del Velaryon, y todo lo demás carece de sentido.

—Ten cuidado —susurra cerca de sus labios, con la respiración cálida chocando contra su piel. 

Le encanta. 

Tiene que aferrarse a los barrotes de mármol para tener fuerza de voluntad para bajar de una vez antes  de que devore a besos a Lucerys Velaryon. 

Se sonríen, y todo genera una corriente extraña.

 

****

 

Una vez que termina de bajar del balcón se quita el resto de algunas ramas de la arboleda y se frota las manos, las cuales estaban demasiado rojas, pero él no le toma importancia. Se soba las manos en la ropa y busca a su hermano con la mirada. No hay rastro alguno de Seasmoke.

Agudiza la mirada tanto como puede hasta que visualiza la figura de Daeron el cual estaba más tranquilo de lo normal, sosteniendo su cartulina blanca. ¿Estaba hablando con alguien, o este mundo se terminó de volver loco?

—Vaya, ya era hora. —dice su hermano menor, con la cartulina en la mano—. ¿Por qué te demorabas tanto? ¿Le diste un beso francés o qué? 

—Eso no te importa…—masculló en respuesta, casi sumido en sus propios pensamientos. Su cuerpo estaba en el jardín de los Velaryon, pero su mente flotaba a ese beso. El beso en el balcón.

—El hermano Aemond que conozco me habría mandado a freír espárragos. 

El Targaryen se terminó de sobar las manos que ahora estaban adoloridas por el ejercicio de escalar un balcón. No obstante, antes el dolor ni siquiera parecía existir o ser relevante.

—Lo haré, recuérdame matarte cuando lleguemos a casa —musitó colocando las manos en los bolsillos—. ¿Con quién hablabas? ¿Y el perro?

Daeron volteó hacia el interior del jardín.

—Ah, se lo llevó.

—¿Quién?

—Un niño que vive aquí. —se encoge de hombros y le resta importancia—. ¿Nos vamos?

Aemond asiente y después los dos hermanos se dirigen hacia la motocicleta de Cargyll. Daeron va por las calles parloteando, pero el mayor no le escucha lo que tenga que decir ya que su mente solo está divagando en lo esponjosos que pueden ser los labios de Lucerys Velaryon. Lo brillante que puede ser su sonrisa. Lo melodiosa que logra ser su voz. Su roce tan simple y superfluo lo hacía volar a una dimensión desconocida. 

El beso en aquél balcón parecía marcar un antes y un después.

En las películas de Disney y en los cuentos de hadas definirían eso como algo mágico.

Notes:

¡TADAAAAA~!

Aemond, no puedes culpar a Lucerys po r tener un crush en Kakashi Sensei, es uno de los mejores novios de internet. ¿Con quién creen qe hablaba Daeron? ¿De qué creen que hablaron? ¿Luke y Aemond PORFIN son novios? ¿...Les gusta el segundo nombre de la Almendra? CHA CHAN CHAAAAAN

Lamento haberme desaparecido, por favor, cuéntame si este capítulo les gusto, o sino, o si las cosas fueron apresuradas.

¡Nos leemos la próxima semana!

Chapter 14: Viendo chispas volar

Notes:

TW: lenguaje sarcástico, soez e irónico.

¡He regresado después de casi tres semanas, pero he vuelto!! Espero les guste este capítulo.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

 

***

Drop everything now, meet me in the pouring rain

***

 

—¿Luke, estás por ahí?

No podía escuchar absolutamente. Es decir, sí pero realmente no lo estaba haciendo; podía pasar un terremoto, un espectáculo de fuegos artificiales, o un desfile de camiones, y él no escucharía nada. La realidad se estaba convirtiendo en un plano astral irrelevante, y él solía pensar que estaba flotando. 

Estar con Aemond Targaryen era el sinónimo de pasear entre nubes, y besarlo era similar a desconectarse de la realidad y viajar a un plano de fuegos artificiales. El universo dejaba de existir y solo se reducía a los labios tibios que se movían sobre los suyos, o a las manos que descansaban en su cintura, como lo que estaba ocurriendo justo en este instante. El albino lo abrazaba, lo besaba y Lucerys se dejaba guiar, mientras sonreía sobre su boca y adhería sus brazos al cuello.

Si hace unos meses le hubieran dicho que tendría una sesión de besos en la biblioteca con el delincuente estudiantil que fumaba en clases, hubiera alzado la ceja y los habría tachado de locos. Tal cual como hizo cuando Rhaena planteó la posibilidad de que Aemond gustara de él. En ese momento lo creyó imposible, pero ahora las fantasías más surreales se materializaban en realidad.

Y vaya, qué realidad.

Aemond lo besaba de forma juguetona en la boca, y no parecía cansarse. Su aliento sabía al menta de su vape y el aroma no le disgustaba en absoluto, sino lo contrario. Se sentía sumido en una fantasía deliciosa que lo hacía adicto a sus besos. 

—¿Lucerys? —la voz de Samwell Tarly se hacía dolorosamente más cercana. Los pasos se oían más fuerte entre los libreros, y sabía que si no se separaban, él los descubriría. Sin embargo, le dolía más el hecho de separarse un segundo de Aemond. —...¿Estás por aquí, Luke? —llamó el bibliotecario, y el platinado gruño en su boca. Que se joda, parecía significar su gesto, porque lo abrazó de forma más posesiva.

Lucerys ríe en sus labios y pose una de sus manos en la mejilla afilada del Targaryen antes de separarse unos centímetros de su boca. No se dicen nada, el castaño solo contempla la mirada ceñuda del albino y acaricia el pómulo con el pulgar, es la primera vez que lo hace y se derrite con ese gesto. Se cuestiona si el chico también piensa eso mismo.

Aún no le ponen nombre a esto. A lo que sea que sea lo que signifique escabullirse en los recreos para verse y besarse por minutos, por lo que ellos creen que son pequeños fragmentos de eternidades. Su punto de encuentro suele ser la biblioteca, porque así es más fácil excusarse ya que Lucerys ayuda en ese lugar, y Aemond suele fumar ahí. Entonces se esconden entre los anaqueles de libros para besarse, abrazarse y reír como cómplices.

Lucerys no sabe si son la palabra con “N” —Novios—, pero desde el beso que se dieron en el balcón las cosas están más que claras, a él le gustaba Aemond, y le constaba que era recíproco. A partir de esa noche todo cambió y ellos se veían a escondidas en el colegio, en el recreo y por las tardes. Sus momentos se basaban en charlar, escuchar música compartiendo auriculares, reírse del otro, y besarse. Sobre todo besarse.

Como ahora.

—Tengo que ir. —susurró el castaño cuando sintió a Samwell acercarse al anaquel donde se escondían. El Targaryen gruñó y Luke vuelve a soltar una risilla—. Ya vuelvo. —dicho esto, le deja un beso en la punta de la nariz. ¿Qué le ocurre? 

Se acomoda los pliegues rugosos de la camisa y el blazer, además se acomoda los rizos. Camina unos pasos con dirección al desolado pasillo de la biblioteca, hasta que una mano atrapa sus dedos.

—Espera, ratón. 

El albino lo llama pero antes de girarse por completo siente que lo atraen una vez más al cuerpo de Aemond, solo para besarlo una vez más, en un contacto tan intenso como profundo. Lucerys se aferra a su chupa de cuero, correspondiendo en el acto. No puede simplemente no dejarse llevar porque adora la sensación de la mano de Aemond rodeando su cintura.

Se vuelven a separar y eso arde como miles de alfileres, y ahora Lucerys tiene que alejarse a trompicones para encarar a Samwell.

Al alejarse de su escondite toma bocados de aire para hablar y se encuentra con Samwell a unos pocos pasos, sosteniendo unos libros con una sonrisa amable.

—¿Sí? —dice con ojos expectantes y algo agitado.

Tarly lo nota porque alza su ceja con extrañeza. Sino hace algo rápido, notará el olor de vape de menta.

—¿Va todo bien?

—¡De maravilla! —responde con una sonrisa algo enorme, quizá exagerada. Lo peor es que es cierto, le estaba yendo muy bien. Tal vez demasiado cuando se supone que estaba ordenando unos viejos libros de física olvidados por los Dioses—...E-es decir, sí, claro, to-todo bien. —balbucea moderando su tono de voz. A lo lejos cree escuchar una risilla sibilina, entre las estanterías más viejas.

Samwell asiente.

—Vale, ¿has terminado? En dos minutos suena el timbre y se acabara el recreo.

Siente que se ha caído algo. Desilusión. Como cuando iba a los juegos de McDonalds con sus hermanos y Rhaenyra aparecía para decirles que ya se tenían que ir.

—¿Tan pronto? —la pregunta sale casi sin querer.

Samwell alza la ceja:—El primer recreo dura apenas quince minutos.

Carajo. ¿Cómo se le pudo olvidar?

—Ah, claro. —suelta una risa nerviosa y el bibliotecario se encoge de hombros, sin tomarle verdadera importancia—. Sí ya acababa.

Su compañero asiente.

—Vale, igual no tienes que estar viniendo todos los recreos. Le puedo decir a Bethany que te cubra uno que otro turno, últimamente te veo mucho aquí y ya no pasas el tiempo con tus amigos. —comentó llevándose el carrito—. Si no fuera porque estoy a nada de sustentar mi tesis, te cubriría los turnos de la tarde.

Lucerys asintió repetidas veces con la cabeza. Es cierto que desde hace una semana estaba pasando el tiempo con Aemond, y no con sus amigas. Desde el lunes por la mañana se mandaba mensajes con Aemond para verse a escondidas, y eso no pasó desapercibido para nadie. Ni siquiera para Samwell, ya que el sujeto estaba acostumbrado de ver al chico con sus dos amigas. Y ni qué decir de Rhaena y Jacaerys, quienes por más que insistieron, no lograron sacarle la verdad. Empero, no cabe duda que sospechaban cosas, y que Luke era más que obvio.

El castaño se fue hasta su escondite, viendo que aún le quedaban un par de libros para guardar. Aemond estaba sentado sobre una vieja mesa de madera fumando de su vape. Y, dioses, ¿ese idiota no podía ser más lindo? 

El albino deja su vaporizar y se mueve para hacerle espacio, a lo cual Lucerys accedió. El castaño se sentó a su costado, maldiciendo por ponerse nervioso cada que sus hombros se rozaban o sus dedos se tocaban. 

Le daba pena que quedaran unos pocos minutos para finalizar el recreo. No quería que acabara.

****

 

—Joder, Missy, te he dicho que no le aceptes nada a Bracken. ¿Cuándo será el día en el que me hagas caso? —Rhaena resopla a su costado

—Pues la verdad no tenía pensado aceptarle una cita, pero fue muy insistente —responde la rubia, enrollando un bucle de oro en su dedo—. Toca lindo la guitarra, eso sí. 

Su amiga pone los ojos en blanco, lo mira directamente y Lucerys se encoge de hombros, a continuación se lleva las manos a los bolsillos. 

Es costumbre que tanto él como sus amigas vayan a tomar malteadas al menos una vez por semana, pero debido a los exámenes y las clases —sumado al trabajo en la biblioteca—se les fue imposible seguir la rutina. Hasta que esa tarde Rhaena lo tomó del brazo derecho y Myrcella hizo lo propio con su antebrazo izquierdo. “Te vamos a secuestrar, señorito” dijo la menor de las gemelas Targaryen, dando por hecho que esa tarde saldrían por  un milkshake  en la cafetería White Walker, una de sus favoritas. Ellos tres estaban haciendo la fila para pedir, mientras que Cregan, Jacaerys y Baela reservaban una mesa. 

La cafetería era linda, con una estética retro y buena comida, además sus malteadas eran las favoritas de Lucerys.

Aunque una parte de él quería estar escondido en una esquina de la biblioteca, intercambiando comentarios sarcásticos y besos adictivos con Aemond Targaryen. De solo imaginarlo, se ruborizaba.

—...¿No lo crees, Luke? 

La interrogante de Rhaena y dos pares de ojos expectantes lo escrutaron con tal intensidad que tuvo que regresar al planeta Tierra. Lo peor es que sabía el propósito de la pregunta de la chica, pues sospechaba que lo hacía para hacerle saber que lo tomó desprevenido. Que sabía que estaba anormalmente reflexivo.

Se puso nervioso al ser escrutado por los ojos amatista de la joven.

—...¿Eh? —parpadea un par de veces—. Sí, sí lo creo.

—¿Ah, sí? —Rhaena sonríe con ironía—. Vale, ¿a ver, qué dije?

“Mierda”

Lucerys balbucea:—Uh, algo sobre…Bracken, ¿creo? —evade la ceja alzada de la gemela Targaryen, para mirar a su rubia amiga—. Tampoco creo que haya sido buena idea que le aceptaras una cita, Myrcella. 

Ambas chicas se contemplan entre ellas, y luego hacia él. Algo no andaba bien.

—En realidad estábamos debatiendo sobre las proposición de las nuevas políticas del consejo estudiantil, relacionado con el código de vestimenta. —corrige la joven Rhaena tan sonriente como astuta. Maldita sea—. Pensamos que es una tontería que te descalifiquen puntaje solo por utilizar un accesorio o venir con las uñas pintadas. Eso no define la calidad de estudiante que puedes llegar a ser. 

Luke casi se pone pálido al ser pillado in fraganti.

Si no se reponía en el momento, sería descubierto.

—Ah…—tuvo la necesidad de toser—. Bueno, eh…pues, sí —se acomodó el cuello de la camisa—...estoy…estoy de acuerdo contigo, Rhae.

La joven puso los brazos en jarra, enarcó su ceja una vez más y frunció la boca, a la par que su amiga Lannister se lleva una mano a los labios para ocultar una risilla.

Oh-oh.

—No hablada de eso, ¿cierto? —pregunta Lucerys, recibiendo en respuesta una sonrisa apenada de Myrcella y una negativa con el gesto de su cabeza.

Rayos. 

Entonces sí estaban hablando de Bracken mientras que él divagaba en la luna. O en los brazos de Aemond, para ser francos.

No tenía escapatoria, pues tarde o temprano tendría que contarles la verdad. El problema es que no sabía como reaccionaría Rhaena, teniendo en cuenta que ella se llevaba muy mal con Aemond; o sin ir más lejos, ¿Qué diría Jacaerys?

Pensar en ese remoto escenario le hacía helar la sangre, porque estaba seguro que su hermano le haría la guerra.

En la fila del restaurante había un gran bullicio y de fondo se escuchaba Dance The night de Dua Lipa, pero entre los tres adolescentes había un extraño silencio, el cual se rompería con la vocecita de Myrcella.

—Últimamente has estado muy distraído, Luke —atina a decir la rubia—. ¿Te pasa algo?

Muchas cosas.

….Muchas cosas extrañamente buenas.

—Nada, nada. —contesta el castaño—. Solo pensaba, es todo.

—¿De verdad? —encaró Rhaena—. Pues estos días has estado pensando demasiado. Y si no estás pensando, te escabulles de nosotras.

—Sí, y te vas sólo en los recreos. —secundó la rubia Lannister.

—¡Ah, cierto! Hablando de eso…—la Targaryen se cruza de hombros—, ¿qué tanto tienes que hacer en el baño a la hora del almuerzo? Estás desapareciendo mucho.

—¿Estás molesto con nosotras? —apoyó la rubia, genuinamente angustiada, los ojos verdes de la rubia Lannister brillaban casi de manera cómica.

—¿Qué? ¡No, no, de eso nada! —alegó el Velaryon, tratando de calmar las ansias de Myrcella—. Calma Missy, jamás me enojaría con ustedes. 

—¿Entonces qué tienes? —inquiere Rhaena, con los brazos cruzados y la ceja alzada con escepticismo, tanto que le recordaba al intimidante padre de las gemelas Targaryen.

Lucerys tragó saliva porque sentía que los ojos de su mejor amiga lo escrutaban de tal manera que calaba en su alma y en su conciencia. ¿Estaba mal que Lucerys le ocultara la verdad a sus amigas, en especial a Rhaena? Por días se ha repetido que era lo mejor por el momento. Si bien Myrcella no era ningún problema, Rhaena tal vez no tendría la mejor de las reacciones. Era cierto que lo molestaba con su primo de vez en cuando pero….¿Lo aceptaría? ¿Lo apoyaría? ¿Sería feliz por él?

¿Y qué había de Jacaerys?

Él definitivamente le iba a hacer la vida imposible, iba a dejar de hablar, le haría la ley del hielo y le pondría objeciones todo el tiempo. Jace era así, tan protector como rencoroso.

El solo pensar en ese posible escenario se le retorcía el estómago.

—Luke, ¿qué…?

—¿Quieren moverse de una vez? La fila es larga…

Una cuarta voz, algo tersa y dulzona rompió la tensión que se formaba. Tanto el castaño como las dos chicas se giraron hacia la dueña de esa voz, quien resultó ser Maris Baratheon, quien los observaba con el mentón levantado, el ceño fruncido y las manos en los bolsillos. De todas las hermanas Baratheon que estudiaron en su escuela, Maris era la más repelente.

Lucerys miró un poco más para darse cuenta que detrás de ella estaba Alys Rivers, cuyo gesto era sereno y en su rostro pálido se dibujaba una sonrisa hermética. El delineado del maquillaje resaltaba sus orbes esmeralda, y en el cuello estilizado llevaba una gargantilla. La chica era en verdad muy bonita.

Y antes solo era eso, una chica hermosa. Una parte de Lucerys ahora la reconoce como la hermosa ex-novia de Aemond Targaryen. 

La ex novia de su…

...¿exactamente, qué?

—Como verás, Maris querida, aún quedan muchas personas en la fila.—responde Rhaena jugando con sus uñas barnizadas, para luego batir elegantemente sus pestañas—. Y no podemos simplemente movernos. —sonríe con magnificencia. 

La joven Baratheon pone los ojos en blanco y tuerce la boca.

Y las cosas pudieron quedarse ahí si es que Myrcella no hubiese reído un poco, tal vez por nervios o quizá porque la situación se le hacía chistosa—Lucerys la conocía suficiente para saber qué era lo primero—, pero aquello provocó que Maris la fulminara con la mirada.

—¿Qué rayos me ves, Lannister?

—¿Yo? O-oh, no es nada…—admitió la rubia con un gesto de su mano—. Yo solo…solo veía tu chaqueta, es...gris. ¡El gris es muy lindo! ¿Dónde lo compraste? 

Rhaena y Lucerys intercambiaron miradas y ambos notaron como se mordían el interior de las mejillas para no reír . 

En cambio, Maris frunció la nariz como si el lugar apestara.

—En un lugar el cual nunca pisarían las princesitas millonarias como tú.

—¿La cárcel, a lo mejor? —interviene Rhaena en favor de su amiga, a la par que sujetaba su brazo—. Cálmate, Maris.

—Sólo comentaba —comenta la Baratheon, encogiéndose de hombros.

 Detrás de ella, Alys veía todo con silenciosa diversión, o eso es lo que Lucerys quiere pensar ya que tiene la ligera sensación que detrás de ese gesto de serenidad, sus orbes verdes se ríen.

No obstante, eso no se quedó ahí ya que divisó una figura ingresando al restaurante, y su corazón brincó hasta la garganta cuando vio que era Aemond, quien entró al lugar con otros chicos. El joven llevaba su cabello albino suelto y lacio, con su clásica chaqueta de cuero y las manos en los bolsillos, con lo que seguramente era su vape de menta. 

Se veía apuesto y no pudo evitar sonreír.

Hasta que se vio pillado por el par de enigmáticos ojos verdes y la sonrisa estilizada de Alys, quien ahora no veía a las chicas discutir, sino directamente a él. Lucerys desvió la mirada rápidamente y prefirió esforzarse en centrar su atención en sus amigas.

—Comentabas, sí, sí, desde luego. —ironizó Rhaena, regalándole a la chica una sonrisa bañada en sarcasmo.

Maris respondió el gesto con el mismo nivel de acidez, enseñando su blanca dentadura hacia la joven Targaryen.

—Exacto, y ya que estamos alabándonos, qué lindo bolso, Lannister. ¿Sabes que podrías alimentar países en desarrollo con ese bolso?

—¡¿En serio lo crees?! ¡Eso sería increíble!

La rubia, tan dulce y fresca como lo es siempre, enseñó su brillante bolso Louise Vuitton y sonrió. Lucerys no pudo evitar sonreír ante ello, al igual que Rhaena, aunque ella lo hizo con otras intenciones. Frente a ellas, Maris Baratheon hizo una mueca de frustración y enojo al mismo tiempo. Lo que más le enervaba era que Myrcella no se mostraba afectada por sus comentarios.

La chica Baratheon abrió la boca para replicar, y Rhaena endureció su sonrisa helada, lista para calentar motores y contestar con lo que venga.

—Déjalo, Maris —terció una siguiente voz, más hermética, grave pero al mismo tiempo dulce como un azucarillo. Alys Rivers por fin habló—. Algunas personas no han alcanzado completamente su madurez cognitiva.

Si Rhaena antes tenía la boca fruncida ahora estaba igual que una dragona, mientras que Lucerys se hacía pequeño. La tensión sólo podía romperse con un cuchillo.

Ahora Aemond estaba viendo todo desde su asiento. Mirándolo directamente a él, con sus ojos dispares, pero el orbe violeta parecía inquerir “¿Quieres que me acerque?”

Y Luke quería gritarle que sí, que quería que Aemond se acercara y lo rodeara con su brazo. Solo quería eso y nada más.

—Hola chicas, ¿todo bien? —indagó Jacaerys seguido de Cregan, quien había presenciado todo desde su sitio. Al fondo, en la mesa que reservaron, Baela estaba sentada, jugando con sus anillos de metal mientras miraba de forma helada hacia el escenario. 

Era seguro que Jace había ido a calmar los ánimos.

—Todo perfectamente, ¿no es cierto, chicas? —se adelanta Rhaena con una sonrisa agridulce. Myrcella se sujetó del codo de Luke y el respondió de forma fraternal. Ambos sentían la tensión.

El mayor de los Velaryon asintió.

—Vale. —sonrié con diplomacia—. Hola, Alys, y Maris.

De repente el rostro de Maris se suaviza y en su rostro se visualizan unos hoyuelos rosáceos que nunca se los habían visto.

—Hola, Jace. —contesta con afabilidad.

Tanto Rhaena como Luke vuelven a intercambiar miradas interrogantes, pensando en lo rápido que le cambió el humor a la joven hermana Baratheon.  Cregan también pareció patidifuso, aunque no lo evidenció más allá de sonreír con afabilidad y mecerse en su propio sitio.

—¡Bienvenidos a White Walker! ¿En qué puedo ayudarlos el día de hoy?

Todos parecían haber olvidado que estaban en una fila para el restaurante de comida rápida, hasta que se presentaron frente al cajero. 

El castaño vio como toda la diplomacia de Jacaerys se disolvía en el suelo cuando se toparon con la figura sonriente de Aegon Targaryen detrás de la caja registradora, vistiendo un uniforme brillante y colorida de la tienda, en conjunto con una gorra del local.

—¿Tú…? —siseó el castaño mayor—. ¿Qué rayos estás haciendo aquí?

Aegon extendió una sonrisa como si del gato cheshire se tratara.

—¿No es obvio, mi querido Jace? Trabajo aquí. —señaló mostrando su uniforme con un gesto de las manos, como si estuviera escaneando su propio cuerpo.

—¿No trabajabas en una zapatería?

—¿Y tú cómo sabes eso?

—Sí, Jace, ¿y tú cómo sabes eso? —pregunta Luke con extrañeza. No supo si lo que más le sorprendió era lo pálido que se ponía su hermano.

—Preguntas sin importancia. —gruñó el mayor—. ¿No hay otra persona que nos atienda?

—No seas así…—comentó Cregan.

Aegon contesta directamente a Jacaerys después de soltar una risa sibilina.

—No tenemos presupuesto. —se ríe, después de batir sus rubias pestañas y luego mirar a Jacaerys con sus brillantes ojos violetas. Sus labios se volvieron más rosáceos, mientras que las mejillas de Jace se calentaba a causa de la risa (o eso quiere creer Luke)—. Como sea, ¿algo que quieran pedir, estimado cliente? ¡Ah, hola,  no los vi! —agitó la mano con gran animosidad.

Rhaena puso los ojos en blanco y lo observó de frente con acidez.

—No durarás ni una semana…

—¡Tenme algo de fe, prima!

—Vamos, Rhae, no seas mala con él. —Myrcella aligeró el ambiente.

—Ay, dios…

—Que bonita Barbie —dice Aegon, inclinándose un poco sobre la caja registradora, esbozando una sonrisa coqueta.

—Aegon, te lo advierto…—Jacaerys chistó los dientes como un canino rabioso.

El mayor de los Targaryen soltó una risa jovial.

—Vaaale, vale, solo juego, Jace. No tienes porque pelear por mi atención.

—¡Yo jamás-!

—¡Entonces! ¿Cuál será su orden el día de hoy?

****

 

El ambiente se volvió a aligerar por unos momentos cuando pidieron sus órdenes y fueron a la mesa que les estaba guardando Baela, justo en el fondo de la cafetería. Lo que Luke no se esperó fue que Aemond y sus amigos se sentaron cerca de ellos (acompañados también por Maris Baratheon y Alys Rivers)  en la barra, donde Aegon se acercaba de vez en cuando para conversar.

La charla fue amena hasta que Aegon fue a acercarse con las malteadas, esbozando una sonrisa traviesa que logró que tanto las gemelas como Jacaerys arrugaron la cara. Aegon sirvió todo con normalidad, ignorando las miradas evasivas de sus primas y del propio Jace. Antes de retirarse, sirve con elegancia el milkshake de fresa de Myrcella, no sin antes dejarle un galante beso en el dorso de su mano, lo cual hizo que el mayor de los Velaryon arrugara tanto la cara como una vela derretida, a la par que Cregan le daba palmaditas en la espalda mientras escondía su sonrisa mientras bebía su malteada.

Después de eso la charla fue aligerándose, hasta que se sintió un ambiente muy ameno en la cafetería. Los chicos hacían bromas, Jace sonreía más a menudo (aunque evitaba mirar hacia la barra) y las risas fueron de un lado hacia el otro. Lucerys reía a la par que bebía su milkshake de vainilla, aunque de vez en cuando observaba hacia la barra, específicamente al grupo de amigos de Aemond Targaryen. Él no hablaba demasiado, sino que prestaba más atención a su teléfono y de vez en cuando bebía de una taza de café.

Se veía lindo.

No. Más que eso.

¿Cómo era posible que su perspectiva cambiará tanto en unos meses? Hasta hace un tiempo lo veía como un sujeto altanero e insoportable, y ahora moría y revivía cada que lo veía, en cercanía o la distancia.

Se preguntó si otras chicas consideraban a Aemond atractiva, y de solo pensarlo solo sintió codicia. Porque aún si por asomo Aemond tuviera admiradoras, al final del día Lucerys era quien lo besaba hasta quedarse sin oxígeno y eran sus manos las que apretaban su cintura. Y de nadie más.

Se asustó por tener esos pensamientos.

Vio a Alys Rivers hablándole de algo al albino, a lo que este asintió y apartó el teléfono por unos momentos. ¿Tenía que preocuparse por eso?

Quizá no.

Quizás sí.

Joder. Lo que más le frustraba era el hecho de tener que sobrepensar todo eso en la oscuridad de su mente, cuando podría simplemente preguntarla a Rhaena  o a Myrcella, ya que ellas podían asesorarle en asuntos de relaciones. Ambas chicas habían tenido novios y tenían experiencia sobre cómo reaccionar ante las inseguridades (aún si son infundadas o no)

¡Pero no podía porque no saben que está saliendo con Aemond, en primer lugar!

Bufó y volvió a beber de su malteada.

—Aún no puede creer que le hayas aceptado esa cita al inadaptado de Bracken. —escuchó comentar a Baela.

—Que solo fue una vez para que me dejará de molestar —responde la rubia, enrollándose un bucle rubio en el cabello—. No me gustan los chicos así. Prefiero alguien dulce, gentil caballeroso, y…

—...Y con plata. Mucha plata. —añadió Rhaena, a lo que todos se rieron.

—¡No digas eso, Rhae! —comenta Lannister—. El dinero y la riqueza no importan. Lo que importa es el amor desinteresado y puro de una persona que está dispuesta a hacer lo que sea por ti. Qué más da los lujos, sino existe el amor —suspiró la joven.

El teléfono de Lucerys comenzó a vibrar en su bolsillo, por lo que dejó de prestar atención a la charla. El castaño miró la pantalla de su celular, donde se visualizaba “Aemond” entre sus notificaciones de WhatsApp. Su corazón dio un brinco y casi salta sobre su asiento. Le había puesto de esa manera por la razón de que no sabía cómo agendarlo en su teléfono. ¿Con corazones? ¿Emojis? ¿Un apodo? No tenían algo así, lo cual era irónico porque a sus amigos les había puesto emojis, y apodos, mientras que a Aemond solo atinó a registrarlo tal cual. Se sentía insípido pero si le hubiera puesto otro apelativo se hubiera sentido surreal y raro.

Aemond: ¿De qué película de Disney la sacaron?

Lucerys soltó una risilla por la nariz, miró hacia la barra y notó que Aemond solo bebía su café con un clásico semblante parco.

Negó y tecleó en su teléfono.

Yo:  Del muy muy lejano reino de Casterly Rock.

Yo: Y ella es genial, no fastidies.

Contempló al albino quien parecía esconder una sonrisa en en el dorso de su mano apoyada en la barra. El joven inmediatamente empezó a teclear en su móvil y Lucerys se removió expectante. 

Aemond: No dije que no lo fuera, ratón. No me muerdas, aunque tampoco me opongo  ;) 

Lucerys sintió como los colores subieron a sus mejillas y se le fue el aliento. El tercero de los Targaryen tenía esa habilidad extrañaba para causar vértigo y deseo en su interior, y ahora lo único que quería era romper la distancia e ir hacia la barra y estar con Aemond.

Era frustrante eso de las relaciones secretas, pero lo más frustrante era que esa pauta fue impuesta por él mismo. Al menos por un tiempo, por todo el tema de Jacaerys y su mejor amiga.

—Missy, el amor no paga las cuentas. —escucha resoplar a Rhaena. 

—Ugh, ya empiezas a sonar como mi madre. —gruñe Myrcella, negando la cabeza varias veces—. ¿Ustedes qué dicen, chicos?

—Me gusta la plata, gracias—contesta Baela.

—En mi caso yo soy el del dinero, así que…—Terció Stark, más atento en su hamburguesa—. Con que sea buena persona, está bien para mí.

—¡Va un voto por el amor! —aplaude Myrcella—. ¿Ustedes qué dicen, chicos? —inquiere, cuestionando directamente a los hermanos Velaryon.

Tanto Jacaerys como él se observan, viendo silenciosamente quién hablará primero. Luke prefiere tomar la evasiva y morder la pajilla de su malteada, dejándole toda la atención a su hermano mayor.

El mayor de los castaños carraspeó y se masajeó el cuello. Dejaron que por un buen tiempo sonará Timber de Kesha antes de contestar.

—Bueno…uh…—Jacaerys se aclaró la garganta—. Opino lo mismo que Cregan, lo que importa es que sea una persona  con buenas intenciones, amable y…

—¡Ay por favor, ni tú te la crees! —farfulló Baela quien lo miró con los ojos violetas hechos unas rendijas—. ¿Buenas intenciones? ¿Amable? Creo que se aleja un poquito de tu perfil, ¿no crees?

—Bae…

—Creo que me estoy perdiendo de algo.

Lucerys opinaba lo mismo que Rhaena, ya que no entendía porqué Jace pasó de la palidez a ruborizarse ante las palabras de Baela. Algo parece no cuadrar, lo cual tiene sentido teniendo en cuenta que Baela era la mejor amiga de Jace aparte de Cregan Stark.

—Bueno, eso. —zanjó Jace, volviendo a su plato. Empero, a los segundos codeó a Lucerys—. ¿Y tú, Luke?

Ah, su turno.

Ahora era el momento en el que Lucerys carraspeaba y se masajeaba la nuca, ya que sentía todos los pares de ojos de sus amigos. Y por un instante tuvo la ligera sensación de que Aemond también lo observaba.

Tomó un bocado de aire.

—Creo que el amor verdadero es aceptar que la persona que amas tiene defectos, y que no está bien tratar de cambiarlos, pero sí incitarlo a mejorar. Supongo que no me gustaría estar con alguien que piense que no soy lo que esperaba. 

Se escucha un silencio en la mesa a la par que vuelve a sorber de su malteada. Rhaena le escruta de forma analítica, mientras que Myrcella sonríe de manera risueña. Jace también lo mira entre la interrogante y la sorpresa.

—Eso fue muy lindo, Luki.

—Bastante profundo diría yo.

La charla sigue con normalidad un poco más, charlando de los futuros partidos de basket del equipo de la escuela, de los exámenes, de que Rhaena va a ingresar al equipo de diseño de ropa del teatro, o que Cregan volverá a Invernalia para las vacaciones.

Lucerys siente su celular volver a sonar.

Aemond: Encantador.

No puede evitar reír y levantar su mirada hacia la barra, donde el albino estaba viendo su propio teléfono. Esperando.

Sólo esperando.

Lucerys sentía que si no se encerraba en el círculo de sus brazos haría una locura, así que tecleó un mensaje que una y varias veces tuvo que reescribir en las notas de su teléfono.

Yo: Te veo afuera.

Yo: Ahora. Hay un parque a la vuelta.

Puede sentir la risa frenada de Aemond en su nuca, y esta vez tienen el descaro de observarse a la distancia. Lucerys no puede pensar en otra que no sea en besarle, y puede jurar que el Targaryen piensa exactamente lo mismo y está a un paso de hacerlo.

Sin más que decir, se levanta de la mesa y hace ademán de caminar hacia la puerta.

—Tengo que ir al baño.

No puede ocultar su sonrisa.

****

Gimme something that'll haunt me when you're not around
'Cause I see sparks fly, whenever you smile

****

 

Notes:

Myrcella es una mezcla entra Barbie y Cher Horowitz. ¡Es mi niña protegida, además de Lucerito!!

¿Se esperaban las interacciones Jacegon? ¿Lucerys tiene inseguridades? ¿Las hablará? ¿Hará bien en no contarle a nadie su relación? ¿Por qué siempre me inspiro en las canciones de Taylor Swift? Bueno, eso sí la se, Sparkles Fly es LITERALMENTE Lucemond, es la canción que explica este capítulo. Han pasadoMMUUUUCHAS COSAS en esta cap, jajajaja, pero me moría de ganas de interactuar con otros personajes.

Una cosita con respecto a Alys Rivers...Recuerden que este capítulo fue 100% POV de Luke, por tanto tiene una perspectiva distinta.

Otra cosita...odio mencionar a Bracken pero ugh, ese men tiene que aparecer un par de veces más :/

¡Nos leemos!

Chapter 15

Notes:

TW: Mención de suicido. Mención a fallecimiento de personajes secundarios.

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Capítulo 015

Sujetar tu mano

Capítulo 015

 

Aemond nunca había tenido pareja.

 

Alys nunca lo consideró su novio oficialmente, y él decidió hacer lo mismo. No eran los típicos novios de instituto que caminaban por los corredores dándose la mano, sentándose juntos en los últimos pupitres del salón o acompañarla hasta su casa. En realidad, lo poco que duró su relación se basó en mensajes de texto, enviarse una que otra fotografía, e irse a fumar a los baños.

 

Dejaron que los demás hablaran lo que quisieran y que los rumores corrieron. A ninguno le importaba realmente que la gente sacara suposiciones de un noviazgo, y a Aemond le daba plenamente igual. Tampoco le afectó cuando poco a poco dejaron de hablar seguido por WhatsApp, hasta que llegó un momento en el ambos dejaron de recurrir al otro, de forma bastante orgánica. 

 

Sin embargo, con el ratón, las cosas eran notablemente diferentes. Extrañas. Nuevas.

 

Se dio cuenta el mismo día lunes, en pleno discurso escolar. El director Mellos daba unas palabras, hablaba de homenajes, protocolo, entre otros temas que a Aemond nunca le ha podido importar menos, porque él solo pensaba que en ese recreo iba a verse con Luke. Y solo con él.

 

Nunca le ha importado verse a solas con alguien, y ya ha estado a solas con Lucerys. Discutiendo, gruñendo, peleando, bromeando, o besándose, pero ahora algo era distinto. Algo había cambiado completamente. Era una emoción desconocida, un cosquilleo que lo perturbaba, lo sacaba de sus casillas, como fuegos artificiales en su estómago. Como estar en una montaña rusa sin oportunidad de detenerse y no sabes qué rayos hacer.

 

¿Qué hacen los novios? ¿Cómo diablos se actúa como un novio?

 

Aemond le dio muchas vueltas a la situación. Había conocido las facetas más irritables de Lucerys, su mal humor, sus ceños fruncidos, sus ojos en blanco, y indiferencia; pero ahora todo era rubor, besos cortos, y sonrisas rosadas. Era tan nuevo que lo aterraba, porque esos semblantes de Luke lo convertían en una masa diferente. No se reconocía. Se perdía en esos ojos castaños, y no actuaba como él mismo. Como si siempre tuviera el control de si mismo.

 

Lo peor es que le encantaba. ¿Había algo de lógica en eso?

 

Pasó las cuatro primeras horas pensando en el descanso, y que estaría con Lucerys escondido en la biblioteca. Se besarían, Luke reiría y luego le ayudaría a ordenar libros a última hora y cada uno iría a su aula, para luego prometerse ver en el almuerzo. Y en la salida. Y al día siguiente, y luego un día después del siguiente.

 

La campana del recreo sonó y el Targaryen apenas recogió sus cosas para irse. Notó que Aegon lo miraba interrogante, pero Alys apenas alzó la ceja. Probablemente la chica ya sospechaba cosas, pero a Aemond le dio igual, ya que sabe que Rivers no es chismosa ni va por la vida comentando rumores escolares, o al menos eso piensa creer.

 

Muchos estudiantes salen para el corredor, algunos corren con sus billeteras en mano, otros están emocionados por ir a las canchas de deportes a jugar con el balón. Uno que otro maestro escapa a toda velocidad, con tareas, o evaluaciones por corregir. Aegon suele decir que en el descanso, los profesores pretenden no existir para no tener que lidiar con estudiantes descarriados. Aemond está de acuerdo, por eso es que hasta ahora no lo suspenden por fumar en la biblioteca, o usar chaquetas que no eran parte del uniforme.

 

El albino mira entre los pasillos y logra divisar un par de cabezas castañas. Al inicio cree que una de esas puede tratarse de Luke, pero cuando lo observa en la lejanía, nota una mirada agria y un ceño fruncido.

 

Ah, no se trataba nada más que de Jacaerys y Cregan. Los dos parecen estar hablando hasta que se detienen a verlo, solo para fulminarlo con la mirada. Jace arruga la ceja con fastidio, mientras que Cregan apenas y lo ve.

 

Empero. antes de tan siquiera continuar el duelo de miradas, escucha una risilla estridente. Más allá, al fondo del corredor de la escuela, reconoce unos rizos castaños definidos—perfectos—que pertenecen ni más ni menos que de Lucerys Velaryon. Él está caminando en medio de Myrcella Lannister y su prima Rhaena, quiene lo sujetan cada una de un brazo. La rubia comenta algo, Rhaena suelta un comentario seguido de una risa, y Luke ríe. 

 

Ríe.

 

Es una risa algo estridente. Aemond sabe que las risas estridentes no suelen ser las más estéticas, sin ir más lejos, desde su humilde perspectiva, la risa de Aegon es espantosa y le revienta los tímpanos. Las carcajadas de Luke pueden ser igual de fuertes, pero son diferentes. Hay algo en ellas que las hacen distintas. Iba a sonar cursi, pero parecían teñir las paredes de color rosado.

 

Dioses.

 

Incluso en su cabeza sonó demasiado cursi, tanto que necesitaba tomar agua. 

 

El castaño levantó la mirada y sus ojos se cruzaron. Luke le regaló una sombra de sonrisa y junto a sus amigas se dirigió a la cafetería. 

 

Ya le había enviado un mensaje para verse en la biblioteca en diez minutos.

 

A Aemond no le molestaba que lo suyo fuese algo secreto, porque le parecía divertido. Claro, tampoco le importaba que alguien se enterara.

 

Volvió a girar la cabeza hacia Jacaerys y Stark, y solo atinó a poner sus ojos en blanco.

 

Vale, sería muy divertido que Jace se enterara lo que estaba haciendo su querido ratón.

 

****

 

Nunca habían tenido una cita. 

 

Y verse en lo recóndito de la biblioteca para besarse no contaba como una cita. 

 

Así que fue una total sorpresa cuando Aemond se acercó a él, tan cerca que pudiese sentir su respiración en la punta de su nariz. Ahora que no habían palabras soeces ni bromas pesadas era extraño convivir con este Aemond. Habían bromas, besos, y sonrisas, pero su relación había cambiado drásticamente y Luke estaba en constante estado de nerviosismo. A veces ni siquiera sabía de qué narices hablar con Aemond.

 

Antes era fácil, las charlas eran sobre vapes, libros mal puestos, clases particulares, discusiones y cartulinas olvidadas. Favores, pedidos, peticiones y bromas pesadas. ¿Ahora? ¿Qué le podía decir a esa sonrisa sibilina?

 

¿Y si hacía o decía algo que no le gustaba? ¿Si sonrisa le espantaba? ¿Y si no le gustaba que hablara de él, de sus mangas y de su perro Arrax?

 

¿Y si se aburría de él?

 

Si se desencataba…

Ese día, en clase de química en el laboratorio estuvo tentado a preguntarle a Rhaena sobre cómo actuar en una supuesta cita.

 

“Lo que pasa es que un amigo de Discord, ya sabes, tiene un novio y pues…no sabe qué hacer. Es decir, ¿cómo se actúa? Lo digo porque me cuenta sus cosas y….”

 

Lucerys no mentía, y Rhaena lo descubriría en un dos por tres, y la chica no le gustaban las mentiras. Sobre todo si eran pésimas mentiras.

 

Luego pensó en recurrir a Myrcella, pero últimamente la rubia estaba demasiado pensativa y más risueña de lo normal. De hecho, Lucerys anotó mentalmente preguntarle qué es lo que le pasaba y que podía confiar en él por lo que sea que pasara.

 

Así que en resumidas cuentas, Luke estaba en el limbo sobre cómo actuar en una relación y no espantar en el intento.

 

Era tal su ansiedad que en su encuentro con Aemond, los dos estuvieron cinco minutos callados. Cinco minutos. Cinco minutos sin decirse absolutamente nada más que un silencio por primera vez asfixiante.

 

Entonces Aemond dijo algo que descolocó por completo a Luke.

 

—¿Quieres ir a mi casa?—dijo sosteniendo su mano en una invitación acompañada de una sonrisa tersa que le cortó la respiración a Lucerys.

 

—¿Q-qué…?

 

—No es la primera vez que vas y…bueno, no tienes nada que hacer, y yo tampoco. Y…—el silencio se extendió más lento —...Pues eso.

 

—¿Pues eso?—masculló Luke con una ceja encajada.

 

—Sí…¿Quieres, o no?

 

¿Qué clase de invitación formal era eso?

 

El castaño reparó que Aemond ladeaba la mirada para otro lado y fruncía la boca, evitando hacer contacto visual. Le recuerda la vez que fue a su casa a dejarle las tareas y su hermano Daeron empezó a hablar demás hasta que el mayor parecía querer desintegrarse de su propia casa (y a Daeron en el proceso)

 

Esos pensamientos iban a ser descartados hasta que Luke rescató que esas sensaciones podía ser algo muy cercano a la incomodidad. Algo similar, pero no tan negativo.

 

Vergüenza.

 

No debería, pero se sonrojó de sopetón al punto en el que perdió toda necesidad de querer bromear al respecto.

 

—Vale…—dijo, separando un mechón de cabello marrón. No pasó desapercibido que Aemond siguió esa acción con la mirada, y aquello le provocó un cosquilleo en los dedos.

 

El camino a la casa de los Targaryen fue al principio silencioso. El albino lo esperó en la puerta de la biblioteca con su mochila al hombro y después se retiraron por la puerta principal de la escuela, donde aún habían varios estudiantes saliendo del colegio, algunos esperaban un coche, otros iban en grupos, y luego estaban los que iban en pareja.

 

Lucerys reparó en que un par de parejas de colegiales iban por las calles, delante de ellos; en ambos casos las parejas parloteaban e iban sujetas de las manos, meciendo sus brazos con alegría. Luke vio eso y observó a Aemond. Ninguno se estaba dando la mano.

 

Era extraño.

 

Quería hacerlo, pero el simple hecho le provocaba pánico. 

 

Miró la mano del izquierda del albino, la cual tenía una muñequera de color negro y un brazalete plateado. Los había visto antes, en varias ocasiones, y esta vez pudo admitir lo genial que se veían. En especial la muñequera de cuero con púas, la cual gritaba rebeldía. Eso y la chaqueta de cuero que solía usar el Targaryen.

 

—¿Qué te pasa, ratón?

 

Luke dio un pequeño salto.

 

—¿A…a mí? —le pareció alarmante que Aemond no le diera una respuesta sarcástica—. Nada…solo…¿Hay alguien en tu casa?

 

—Daeron, y creo que también mi hermana Helaena. —contesta el mayor. —. ¿Por qué? ¿No querías que hubiese nadie?

 

De repente el nerviosismo desapareció.

 

—¡No digas tonterías! —bramó el castaño—. Tú…¡Tú eres…! Ugh…

 

—No me opongo a nada, ratón.

 

Cierra la boca, imbécil —gruñó entre dientes, apenas escondiendo el rubor que le provocaba ser llamada por su apodo en ese tono de voz—. ¿Y qué se supone que vamos a hacer en tu casa?

 

—No tengo idea, ¿alguna sugerencia?

 

—¿Cuidar correctamente a tu hermano para que no muera de inanición?

 

—No.

 

—¡Oye!

 

¡Siguiente! —dijo Aemond con un tono jocoso, antipático pero al mismo nasal, tanto que le dio demasiada gracia, tanto que no pudo evitar soltar una carcajada.

 

—¡Ay dios, me recuerdas a la señorita Fell! —exclamó exasperado entre risas—. No se puede pedir ninguna entrevista al director Mellos con ella ahí.

 

Aemond soltó una risa más suave, concordando con él. La señorita Fell era la secretaria del director Mellos, y se caracterizaba por no dejar pasar a nadie a la oficina del director, hablar por uno de loz anexos del teléfono, y fumar a escondidas en el patio escolar. Los alumnos a veces hacían fila para hablar con el director, y ella lo único que solía responder era “No” o “¡Siguiente!” con un tono nasal parecido al que imitó Aemond.

 

—Sí, me acuerdo. Me tuvo esperando sentado media hora en la oficina del director, cree que nadie se da cuenta que está viendo sus telenovelas en el ordenador. —repone el albino—. Aunque nadie supera a la recepcionista del hospital central.

 

—¿Ah, sí? —dice Luke, un poco más relajado—. ¿Por qué lo dices?

 

El Targaryen lo mira de soslayo.

 

—Hace años Daeron se tragó una siete botones, Aegon estaba a cargo así que tuvimos que llevarlo al hospital por emergencia. Cuando llegamos nos hicieron esperar al menos cuatro horas, y para cuando nos atendió un doctor, Daeron ya había expulsado todos los botones por su cuenta. —narró el albino—. Recuerdo que Aegon le dijo que era una emergencia, e incluso se inventó que Daeron se cortó el dedo y le cayó un armario encima, pero la mujer ya nos conocía y nos mandó a esperar.

 

—¿Tu madre trabajaba en ese hospital?

 

—No, pero digamos que teníamos cierta fama en ese lugar. ¿Has escuchado de los clientes frecuentes? Algo así…

 

Luke no pudo evitar reír fuertemente, tanto que sintió pena de su propia risa. Era una risotada ruidosa y podría llamar la atención de más de un transeúnte pero la anécdota en sí era graciosa.

 

Todo parecía más ligera en el ambiente, tanto así que antes de cruzar la pista, la mano de Aemond sujetando la suya fue como una caricia cómoda. Sintió los dedos fríos del Targaryen sujetando tres de sus fanales,y poco a poco busca entrelazarlo con su mano. 

 

Luke paró de reír, el contacto era tibio, muy delicado, suave. Cómodo.

 

De repente sintió que sus mejillas se coloreaban de rojo otra vez, pero en esta ocasión una sonrisa inmensa se dibujaba automáticamente en su rostro.

 

No tenía miedo.

 

Ya no.

 

Fue como caminar en medio de una calle despejada, en plena primavera, sin preocupaciones. Al menos así es como se sentía con Aemond.

 

***

 

Helaena Targaryen era una de las chicas más dulces y tiernas que había conocido en los últimos veinte minutos de su vida.

 

La joven tenía el cabello albino como todos en la familia Targaryen, y sus ojos eran de un color bello color violeta. Su sonrisa era tenue, suave y gentil, al igual que su voz, la cual era igualmente delicada.

 

Ella los recibió con galletas con chispas de chocolate acompañados de una taza de té de canela. No hizo demasiadas preguntas además del “¿Y cuál es tu nombre?, ¿Lucerys, cierto? Es muy lindo”  o “¿Te gusta trabajar en la biblioteca?” “¿Te gustan los insectos?” más allá de eso no hizo demasiados cuestionamientos ni comentarios. No obstante, Luke intuyó que sabía el trasfondo de su historia con Aemond, ya que de no ser así no hubiera preguntado por su labor de bibliotecario.

 

Otra cosa que agradeció fue que Helaena mantuviera a raya a un muy preguntón y curioso Daeron.

 

“Ayúdame a traer las tazas” “Ve a revisar si el agua ha hervido” “No, esos platos no, trae los que son blancos, sin bordes dorados, y trae mi taza de mariposas, por favor” dice ella cada que el menor de los Targaryen regresa de la cocina, con su sonrisa pícara y a punto de decir algo que saque de sus casillas a Aemond.

 

Una parte de la tarde estuvieron con Helaena, y luego ella les anunció que iría a su habitación a hacer sus propios deberes de la universidad. Aemond le contó que su hermana estudiaba geología en la Universidad, y de paso le informó que Aegon no regresaría hasta la noche debido a su nuevo trabajo. 

 

No hicieron mucho más que hacer algunas tareas juntos. En un extraño silencio que no era incómodo y tampoco tan pacífico. Compartían cada uno un audífono y escuchaban música de la playlist de Spotify de Aemond. El albino tenía tarea de física, y él de literatura, así que estuvieron haciendo sus propios deberes en la mesa de la sala, pero la verdad es que Luke estaba haciendo todo menos hacer su tarea.

 

Veía a Aemond apartarse su largo cabello albino y girar su bolígrafo con la mano izquierda. Parecía muy concentrado en su tarea como para verlo, mientras que Luke ya se había perdido con su sola presencia. 

 

Era tan desconocido, que le daba miedo, pero al mismo tiempo le encantaba.

 

La canción cambió y de inmediato reconoció la melodía.

 

A little Pain del anime Nana.

 

—Oh.

 

—¿Qué? —inquiere el platinado, levantado la mirada de su cuaderno.

 

—Es la canción de Nana. —señala el chico, sin poder evitar sonreír.

 

Aemond parpadeó un par de veces antes de mover su cuello de un lado a otro y carraspear.

 

—Hmp, sí.

 

—¿Te gustó? —pregunta el castaño.

 

—Es buena —contesta el albino—. No puedes culparme, a ti también te gusta.

 

Lucerys casi sentía que se le salía el alma del cuerpo.

 

—Pues sí, de hecho, es de mis favoritas. —informó con una sonrisa temblorosa, casi como si fuera a explotar de vergüenza o de euforia.

 

Los dos estaban comportándose de manera tan extraña que parecían un par de tontos, y al mismo tiempo a él le gustaba la sensación.

 

Continuaron con sus deberes mientras la melodía de Little Pain resonaba en sus oídos; de vez en cuando podía sentir que sus nudillos se rozaban con los del albino y eso provocaba inexplicables fuegos artificiales. Una explosión de colores tras otra. Su meñique rozaba el de Aemond y si lo estiraba un poco más podrían sentirse.

 

Como cuando se dieron la mano en la calle mientras reían de manera despreocupada, como las otras parejas. Fue una sensación nueva y agradable en una experiencia nunca antes conocida por Lucerys.

 

Entonces se animó a acercarse un poco más, tan solo un poco. Las sillas estaban a unos cuantos centímetros de distancia y solo bastaba un movimiento corto y vago para acariciarse, tan solo un giro de inercia y podría volver a sentir ese cosquilleo agradable que le provocaba el Targaryen. Sus hermanos estaban en el segundo piso, así que podría hacerlo.

 

Podría…

 

Cuando tomó valor para girar su rostro, Aemond también había ladeado el suyo. Una sonrisa llena de colmillos y malicia se dibujaba en sus facciones.

 

—¿Qué es lo que pretendes, ratoncito?

 

Luke volvió a sentir sus mejillas rojas, porque ese apodo le recordaba a sus primeras interacciones y entonces su interior se alocaba aún más de ser posible.

 

—¿Por qué tendría que pretender algo?—dijo entre bocados de aire.

 

El albino ríe un poco, en medio de un acto triunfal. El mero hecho de imaginarse besándose en la sala de estar de la casa de Aemond le provoca euforia, porque sabe que cualquiera podría verlos, ya sea cualquiera de sus hermanos, o incluso su madre. Algo muy similar como pasaba en la biblioteca.

 

Podían hacerlo, atreverse a besarse en la sala/comedor sin importar las consecuencias, como siempre.

—Ratón, ¿acaso…?

 

—Cállate. —masculló Luke con una voz que no parecía ser suya, antes de inclinar el cuerpo hacia el del chico hasta que sus labios se rozaran y provocará intensas corrientes de energía en su piel.

 

—¡Adivinen qué nos encontramos!

 

Antes de siquiera poder continuar, la figura de Daeron Targaryen se acercó a toda velocidad a la sala, saltando las escaleras de dos en dos, mientras que sostenía un muy grueso ejemplar de cuero en sus dedos. Su sonrisa de diablillo brillaba en toda su pequeña cara, como si estuviera sosteniendo el más jugoso de los premios.

 

A lo mejor su premio era fastidiar a su hermano.

 

Helaena bajaba detrás de él.

 

—Daeron, cuando te dije que me ayudes a limpiar el ático no te dije que viniera aquí. —comentó la albina, acomodándose los pliegues de su falda verde—. Vamos.

 

Daeron ensanchó su gesto diabólico.

 

—¿Qué llevas ahí? —pregunta Luke.

 

El brillo en los ojos de Daeron es aún más intenso.

 

—¡El álbum familiar!

 

Oh…

 

Ow.

 

****

 

Aemond era adorable cuando era pequeño.

 

Tenía pecas y mejillas muy redondas, su cabello era más corto aunque le llegaba por encima de los hombros. No sonreía mucho para las fotografías, y siempre estaba en medio de su hermana Helaena y su hermano Aegon, quienes eran más altos que él para ese entonces. 

 

—¡Oh, tenías el cabello más ondulado! —señaló Luke una foto en específico, en la cual Aemond vestía un overol verde oscuro—. ¡Y usabas gafas! 

 

—Aún las utilizó. —gruñó el albino.

 

—¡Sí, pero aquí las utilizas todo el tiempo!

 

—¡Y siempre las rompía! —comentó Helaena, igualmente risueña—. Cuando era pequeño tenían que estar comprándole lentes cada mes, porque siempre los rompía. Empezó a usar lentillas a los quince años, y bueno, las gafas las utiliza aquí.

 

—Pues aún así las termina rompiendo. —secundó Daeron—. Ah, mira Luke, aquí una foto del recital de Aemond, él fue vestido de arbolito porque tenía pánico escénico. 

 

El castaño estiró el cuello para ver una fotografía de Aemond vestido de un arbusto. Tenía una cara parca sin emoción alguna,y luego había otra foto en la que posaba con otra niña vestida de princesa—por sus rizos castaños, supuso que se trataba de Margaery—, y mientras ella sonreía como una actriz estelar ante los reflectos, Aemond apenas y estiraba la boca en un intento de sonrisa que más bien parecía querer gritar “Sáquenme de aquí”

 

—Se nota que la estás pasando bien. — habla Lucerys.

 

—De maravilla, ¿no ves mi amplia sonrisa? Destilo alegría. —masculla el albino, masticando las palabras.

 

Luke le da un gesto pícaro antes de regresar al álbum de fotos.

 

—¡Ah, este es Aemond cuando era bebé! —vuelve a señalar el menor de los Targaryen hacia una foto de una mujer castaña sosteniendo una pequeña criatura con una pelusa blanca. 

 

Lucerys enfoca la mirada y observa a un adorable bebé de mofletes redondos, ojitos grandes y envuelto en un mameluco de dragón verde.  Le dio ternura la imagen.

 

—Aww, Mond, ¿a poco no te ves tan adorable? —cuestiona el pequeño Daeron con su sonrisa colmilluda.

 

—Te odio.

 

Luke sujeta a foto y sonríe.

 

—Mamá también le ponía esos mamelucos de dragón a Joffrey. —dijo el castaño con un ápice de nostalgia—. Una vez me quedé dormido en su cuna. —soltó más para el propio Aemond que para los demás.

 

Se preguntó si el albino podía codificar la melancolía que cargaban sus palabras. Tal vez sí, o a lo mejor no.

 

La mano que reposaba debajo de la mesa, en su regazo, se deslizó hasta que alcanzó la tibieza de los fanales del platinado, quien estiró sus propios dedos hasta entrelazarlos debajo de la mesa.

 

—Uh, mira, no sabía que teníamos foto de Mamá cuando era joven. —señaló el menor de los Targaryen hacia una fotografía más antigua y amarillenta; en ella había una preciosa muchacha de rostro en forma corazón, con sus mejillas rosadas y rizos cobrizos. Usaba un vestido de graduación color celeste.

 

—¿Ella es tu madre? —cuestiona el castaño—. Es muy linda.

 

—Hasta que te olvidas de descongelar el pollo. — agregó Daeron, a lo que Helaena soltó una risa frenada. 

 

—Lo es, fue elegida la Reina de baile cuando estaba en preparatoria. 

 

—Je, qué curioso, Myrcella está decidida a convertirse en la Reina del Baile de este año. 

 

—Pues mucha suerte, porque su competencia es Margaery Tyrell. —replicó Aemond.

 

“¿En serio? ¿Vamos a competir incluso en esto?” piensa Velaryon con cierta diversión.

 

Pasan la página y se encuentran con la imagen de una pareja de recién casados. La novia era sin duda la madre de Aemond, quien sonríe a la cámara con discreción y mesura, aunque parecía destilar alegría. Llevaba un vestido de novia de un blanco impecable, un ramo de flores del mismo color, y un delicado velo cubriendo su peinado de rizos cobrizos. Era toda una dama a la que Luke podía confundir con una actriz de televisión.

 

A su lado había un hombre que parecía reír muy contento. El novio. Era un joven apuesto de cabellos albinos y rizados, su sonrisa era brillante, y sujetaba con cariño a su joven esposa. Tiene un aire parecido al de Aegon.

 

Luke sabía quién era.

 

Era el padre de Aemond. Viserys Targaryen.

 

Siente una pequeña presión en su agarre debajo de la mesa, y Luke le devuelve el apretón.

 

Helaena está algo callada y Daeron ha dejado de reír. 

 

—Nuestros padres. —es la mayor quien toma la palabra—. Se casaron aquí en la ciudad. Mi madre le hizo unos arreglos al vestido de la abuela y se casaron. 

 

—Es un lindo vestido. —comenta Luke, sin soltar la mano de Aemond, sino que entrelazan más sus manos.

 

Helaena asiente:—Papá era un buen hombre. No le gustaba su empleo, pero hacía bonitas maquetas, ¿recuerdas, Aemond?

 

—Sí.—contesta escueto y aprieta un poco más la mano de Lucerys, y este vuelve a devolverle el apretón. 

 

La sala se envuelve en un mutismo en el cual solo se escucha la luz de los focos, de la energía de la corriente, y nada más.

 

Lucerys no sabía mucho del padre de Aemond más allá de que había fallecido, y que parecía un hombre feliz con su matrimonio, su hogar y sus hijos. Se preguntó la visión que tenía el albino sobre su padre, la magnitud de su añoranza, y a la única conclusión a la que llegó fue que él estaría ahí para escucharlo cuando el joven se sintiera listo para contarlo, solo si así lo deseaba.

 

—Ah, mira Daeron, una foto tuya en pañales. —suelte de repente la albina de la familia—. ¿Ves? hasta sonríes y todo.

 

—¡Hel! —exclama el ruborizado chiquillo, intentando cubrir su propia fotografía.

 

Aemond ríe con maldad y Luke le sigue la corriente.

 

Los ánimos poco a poco se calman mientras continúan viendo el álbum de fotos. Hay imágenes de los hermanos Targaryen en recitales, viajes de excursión, paseos y otras fotos en casa. Helaena contó que prácticamente era imposible tomarse una foto familiar porque todos terminaban peleando o los terminaban corriendo del establecimiento.

 

—Una vez fuimos a un estudio fotográfico bien vestidos. Aegon se peleó con Aemond por una tontería, mientras que Papá se quiso hacer el interesante jugando con una cámara profesional y fallando en el proceso, y yo me fui a tomar fotos con otra familia. Al final, mamá nos gritó a todos y por eso nos corrieron del lugar. —contó la albina, secundada por las risas.

 

Las fotos fueron y vinieron mientras se veía un crecimiento paulatino de los Targaryen, así como también se veá que el padre dejó de aparecer en las fotos. Luke sintió nostalgia porque Rhaenyra guardaba casi todas sus fotos en su celular o en el disco externo, y habían pocas fotografías familiares colgadas en el apartamento de su tío Laenor. Es decir, sí habían fotos, pero no había una anécdota tan caótica detrás de ellas más allá del fotógrafo dando indicaciones y ellos posando con sonrisas frescas para la foto.

 

Al llegar a casa le pediría una copia de las fotos a su madre. 

 

Pasaron a las últimas páginas del álbum donde se podía ver una vez más a una joven Alicent, muy sonriente, mientras se abraza a otro joven de cabellos cobrizos. Era similar a ella, excepto porque era un poco más alto.

 

—¿Él quién es? —pregunta el castaño.

 

Al inicio recibe como respuesta el silencio y la corriente del foco blanco de la sala, hasta que siente como se va aflojando el agarre de Aemond sobre su mano.

 

—Era el tío Gwayne.

 

—¿....Gwayne? —Lucerys repite dudoso.

 

 Recuerda que Daeron gritó que el segundo nombre de Aemond era Gwayne.

 

—Sí…—el albino ladea la cabeza—. Fue el hermano de Mamá.

Daeron secundó:—Falleció hace años, pero nunca lo llegamos a conocer.

 

La sala volvió a llenarse de mutismo por unos instantes. Es como la mención de su padre, solo que en esta ocasión ninguno habla, o hace mención a algún recuerdo agradable, y tampoco Daeron hace comentarios o algo similar.  Ni siquiera Helaena, quien ahora mismo mira con pesadez a un punto muerto, y Aemond lleva un semblante parecido.

 

Lucerys acaricia el dorso de su mano con su pulgar, y siente los ojos amatista del chico sobre los suyos. Solo se miran sin decir nada más, así que Luke continúa girando su pulgar en círculos sobre su mano.

 

—Ven, Dae, aún queda tarta en la cocina.  —interviene Helaena, cerrando el álbum de fotos—. Ayúdame con los platos.

 

Daeron, como nunca, asiente sin rechistar.

 

—Vaale —arrastra las palabras.

 

Ambos Targaryen desaparecen en la cocina y solo se quedan ellos dos, pero Luke no le suelta la mano.

 

—Lo lamento…—musitó el chico y continúa dibujando patrones con su pulgar. Está confiado en que el mantel de la mesa los cubre—. En serio, por lo de tu padre y lo de tu tío.

 

—Sí —afirma el albino con voz grave—. Fue duro, pero como dijo Daeron nosotros nunca lo llegamos a conocer. Pero sí sabemos que a Madre le afectó su pérdida hasta el día de hoy.

 

—Yo…pienso que sí. —asiente el muchacho con voz trémula—. No puedo imaginarme lo que es perder a un hermano.

 

—Ni yo. —el joven toma una bocanada de aire. Los dedos vuelven a entrelazarse con los suyos—. Él se suicidó.

 

Fue un susurro que se camufló en la bulla de la cocina, los platos, y la corriente de luz de la sala. Pero aún así fue suficiente para que Luke sienta una pesada sensación sobre sus brazos y un hoyo en su pecho que crece más y más mientras vea el rostro de Aemond, en el cual se dibuja la angustia. Se reflejan recuerdos dolorosos que él no se puede imaginar. 

 

—Lo siento mucho.—sostiene aún más fuerte el agarre de sus manos.

 

El albino asiente con la cabeza.

 

—Sí…Madre casi no habla de él, pero nuestro padre nos decía que ambos estaban muy unidos. Creo que él tampoco lo conoció. —explicó el chico aceptando que se intensifique el contacto de sus manos—. Pero incluso a día de hoy, mi mamá sufre mucho.

 

Lucerys se imagina que para ellos también fue un recuerdo triste, y más si veían la pena y la aflicción en los ojos de su propia madre. 

 

Él recuerda con claridad los ojos tristes de Rhaenyra cuando ella lo perdió. Recuerda sonrisas forzadas para ellos, y fuerzas que apenas podía recobrar cuando estaban juntos. La recuerda derrumbarse en la oscuridad de la sala de su antigua casa, cuando creía que sus hijos estaban dormidos, solo para que a  la mañana siguiente volviera a ser su valiente superheroína. 

 

Él era pequeño cuando experimentó la pérdida por primera vez en su vida, ya que apenas tenía cuatro años. Los recuerdos de esa época están bloqueados, pero aún puede recordar el sentimiento de dolor, angustia y el miedo a lo desconocido. Y el miedo fue más latente al ver el dolor en los orbes amatistas de Rhaenyra.

 

—Lo lamento. —vuelve a pronunciar—. Yo también he visto a mi madre así, algún día te lo contaré —le dedica una pequeña sonrisa y aprieta más sus manos.

 

—¿Lo harás? —dice el mayor.

 

—Lo haré.

 

Sin darse cuenta mecen sus manos entrelazadas debajo de la mesa, entre los manteles.

 

Aemond se acerca y pelliza su nariz, y él en represalia gruñe aún sonriente.

 

Dejan los deberes sobre la mesa y van a sentarse a uno de los sofás extensos de la sala.

 

Solo se dedican a ver reels y tiktok’s al azar, cada uno en su propio espacio. De fondo se escuchaba a voz estridente de Daeron y el sonido de la vieja tetera en la cocina. 

 

Ven algunos tik toks sin que ninguno le diera mucha gracia.

 

Lucerys aún se percató de que estaban sujetos de la mano, y que no se habían soltado en ningún momento.

 

Qué curioso.

 

Esta vez Luke se acercó un poco más en el sofá, tan solo un poco, hasta que su pierna rozaba la de Aemond. El albino pareció entenderlo porque miró con sutileza hacia el comedor, y también se acercó un poco más hasta que solo habían pocos centímetros de distancia entre sus hombros.

 

Fue lento. Lento. Lento. Cuando Luke rozó su brazo con el de Aemond hasta que dejó caer su cabeza en el hombro del mayor, aspirando el olor de su shampoo y sintiendo la suavidad de sus hebras.

 

Había descubierto cosas tan distintas sobre la vida de Aemond Targaryen, y había conocido más de sus semblantes. Vestigios de incomodidad, de alegría, y de tristeza. Recuerdos buenos, otros de vergüenza, y otros recuerdos de tristeza.

 

Entonces Lucerys estaba decidido a estar ahí para él. Para charlar. Para recordar. Para apoyar.

 

Se recostó aún más en su hombro y continuó dibujando patrones en el dorso de su mano con su pulgar.

 

El siguiente video de tiktok sí les dio risa a los dos, y a partir de ese momento todo se transformó paulatinamente en seguridad y confort.

 

Continuará,

Notes:

FELIZ NAVIDAD PARA TODOS USTEDES.

JINGLE BELL JINGLE BELL JINGLE BELL..

¡MIREN QUIEN VOLVIO!!

He visto sus comentarios de apoyo, voy a ir respondiendo uno x uno, y la verdad estoy contenta de regresar porque SE VIENEN COSAS! Osea no una guerra desde luego, pero sí van a ver algunos eventos que marquen los rumbos del fic, así que agarrense!!!

Hoy ha sido un capítulo con angst pero ha sido necesario por ciertos eventos que van a ir más adelante y que poco a poco se irán descubriendo

Muchas gracias x el apoyo y los hermosos comentarios que he visto hasta ahora!! Estoy muy contenta, porque puedo regresar ya que la vida de adulta me consume demasiadoooo!! Pero aquí estamos again, yo siempre regresoo!!!

Nos leemos en el próximo capítulo!!

Besitos!!!

Chapter 16: Capítulo 016: A Little Pain

Notes:

TW: Violencia, acoso escolar, lenguaje despectivo, expresiones misóginas. Es un capítulo algo duro, pero necesario para pasar al último arco. Por favor, leer con cuidado.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

  Yo: Les voy a decir ✓✓

Aemond: ¿Decir qué a quién?

Yo: A Rhae y Myrcella… ✓✓

Yo: Que tú y yo…ya sabes… ✓✓

Aemond: ????

Yo:  Que estamos saliendo, pues…✓✓

Aemond: Escribiendo…

Aemond: ¿No les dijiste?

Yo: No :/ Pero les diré hoy.✓✓

Aemond: Necesito estar ahí malditasea.

Yo: JAJAJAJAJAJAJ

No pudo evitar reír

Luke se sintió un poco culpable por la pregunta de Aemond. “¿No les dijiste?” eso había estrujado un poco su corazón, y es que la idea de ocultar su relación después de dos semanas dejó de ser divertido. Sí, al inicio era chistoso esconderse en la biblioteca para tener una sesión de besos, o lanzarse miradas en los pasillos y discursos escolares, pero de un tiempo para acá Luke se dio cuenta que ya no podía con esto.

Todo comenzó una tarde de jueves en la biblioteca, en la cual Lucerys y Aemond estaban escondidos entre los estantes mientras veían sus teléfonos y se reían de uno que otro reel chistoso. Luego, de improvisto, Jacaerys y Cregan entraron a buscarlo y entonces tuvieron que actuar como un par de desconocidos. El castaño notó la mirada frustrada en el ojo sano de Aemond, en su gruñido malhumorado, y en lo frío que se volvió aquél rincón de la biblioteca. Actuar como si no se conocieran mientras Jace chistaba desdeñoso contra Aemond, fue algo desagradable.

El albino no se lo dijo, pero Luke lo dedujo ya que después de ese incidente se vio más reflexivo, y al mismo tiempo reacio a hablar sobre el asunto.

Por eso, ese mismo miércoles empezaría por contarle a sus mejores amigas, sin importar sus reacciones. Comenzaría hablando con ellas, y así iría poco a poco hasta escalar a Jacaerys.  Dudaba que a su hermano mayor le hiciera una pizca de gracia, pero prefería eso a seguir negando a Aemond en público.

Miró a sus amigas, Rhaena se estaba echando perfume y crema para las manos, mientras que Myrcella se colocaba barniz en las uñas. Ambas estaban aprovechando el desorden de la clase de geografía para voltear sus pupitres y sacar los teléfonos, como el resto de la clase.

—¿Vieron la polémica de tik tok? Lo de Kelly y su “amiga” Johanna…Yo no le creo nada —dice Rhaena, echándose algo de perfume en el cuello. 

—Al inicio pensé que era mi imaginación, pero desde que mencionó lo de los Close Friends me di cuenta que algo iba mal. Esa chica tenía otras intenciones, por favor —comentó Myrcella, a la par que barnizaba su uña rosada del dedo índice—. ¿Tú qué opinas, Luke?

Lucerys tragó saliva. Él no entendía nada.

—¿Luke? —inquiere Rhaena.

—Oigan…—balbuceó el joven—. ¿Ustedes creen que está mal si alguien oculta su relación? Es de-decir, ¿tener un noviazgo secreto está mal?

Las chicas lo miran interrogantes, luego se miran entre ellas. 

—¡Ah, un romance secreto! —exclama la rubia—. Pues a mí me parece muy romántico.

Desde luego, Myrcella era la más positiva de los tres.

—Pues depende. —secundó Rhaena, con un tono más escéptico. La joven guarda su perfume y su espejo de mano, y alza la ceja. Oh-oh, es lo único que atina a pensar el chico—. ¿Por qué esconderían una relación?

Luke tragó en seco.

—Pues…amm—balbuceó, pues de repente la mirada amatista de su mejor amiga comenzó a helarle la sangre—. Por temor a la reacción de los demás. Digamos que uno de los chicos tiene miedo a que sus amigos más cercanos desaprueben la relación. —responde con cautela.

Rhaena no deja de dedicarle esa mirada. La mirada que a gritos representa un “No te creo nada

—Ya. Pues en ese caso tiene que afrontar las consecuencias. —zanjó la joven, con un tono tan contundente que hasta parecía una sentencia.

—¿Qué…?—musitó el Velaryon.

—Si valora a su pareja, no lo va a negar ante nadie, Luke —apoyó Myrcella, con tono conciliador.

El castaño reflexionó sobre esas palabras. Aemond había sido muy paciente, le había dado su espacio, y además accedió a tener un noviazgo secreto por amor a la diversión, pero a poco a poco eso se estaba volviendo frustrante. El tener que esconderse en esquinas oscuras, hablar más por chat que en persona, o hacer como si no conocieran en público; o la gota que rebasa el vaso, cuando tiene que fingir que no le importa cuando Jacaerys y Aemond discuten frente a él.

Si alguien le preguntara de frente si saliera con Aemond, él respondería que sí. Sin embargo, ya era tiempo de tomar cartas en el asunto, todo con tal de no ver ese semblante frustrado en la cara del albino.

Aún si con ello se ganaba un enfrentamiento con su hermano. 

—¿Y si es complicado? —inquiere el chico, tratando de controlar el temblor en su voz.

—Puede serlo, pero siempre piensa que debes valorar a tu pareja —contesta Rhaena, un poco más apacible—. ¿A qué se deben esas preguntas? Últimamente estás muy raro.

Y ahí iba el contraataque de Rhaena Targaryen.

—¿Yo? —se señala Lucerys, haciéndose desentendido.

—Sí, tú. Estás muy distraído estos días.

—Es verdad —secundó Myrcella—. Te vas muy seguido a la biblioteca y a veces llegas tarde. ¿Qué tienes?

El castaño de rizos no pudo evitar tragar en seco cuando sus dos mejores amigas lo acorralaron para sacarle la verdad a través de ojos acusadores. Luke sintió sus mejillas enrojecer como esferas navideñas, y pensó que esta era la oportunidad de oro.

Si tenía que decirle algo a sus mejores amigas, sería ahora. Probablemente Myrcella diera saltitos de emoción, mientras que Rhaena tal vez se fastidiaría un poco—no porque se trate de Aemond, sino porque no le hubiera dicho nada siendo mejores amigos—, o lo sorprendería con un ya lo sabía. 

El joven dejó que el bullicio del salón lo ahogara en un suspenso largo, hasta que se acomodó la corbata de uniforme y tragó saliva, y con ello el miedo.

—Yo…bueno, es que–

—¡A ver, ese grupo de tres se separa ya mismo! 

El farfullo de la profesora Caswell fue suficiente para cortar las palabras de Lucerys y al mismo tiempo llamar la atención de media clase. Los ojos de sus compañeros estaban posados sobre ellos tres, principalmente el de la maestra, que estaba observándolos con impaciencia.

—Ya mismo, Velaryon, Targaryen, y Lannister.

—Ah, pero profe, no es justo. ¡Nosotros no hablamos! —gimoteó Myrcella. Luke, por el contrario se removió incómodo en su asiento, a él no le gustaba ser el centro de atención.

—Ustedes no hablan —dice la profesora—. Gritan. —completó la mujer, siendo secundada por un coro de risas—. ¡Y ya se le ha repetido que la falda va debajo de la rodilla!

Myrcella bufó apartando sus rizos dorados, a la par que la Targaryen mascullaba un “como si hubiésemos sido los únicos en hablar"

Lucerys no sabía si había sido suerte o no, el no haber dicho la verdad a sus amigas.

 

****

 

El segundo recreo llegó y con él, la hora del almuerzo. Se despidieron de Rhaena en la puerta del salón, ya que la chica iba a ver algunos asuntos con su hermana, dijo que haría todo lo posible por reunirse con ellos en los jardines del colegio, pero era mejor que no la esperaran. 

Myrcella y Lucerys fueron juntos a la cafetería; el chico había decidido pasar el descanso con sus amigas, y le escribió a Aemond para decirle si podían verse a la salida de clases. Una pequeña pizca de incertidumbre se albergó en su corazón, ya que algo en él decía que Aemond pasaba algunos descansos con Alys Rivers. Que sí, ambos eran solo amigos, pero técnicamente era ex’s y…

Y necesitaba una segunda opinión.

Miró a Myrcella, quien caminaba a su costado con la mirada esmeralda posada en un punto muerto, extrañamente callada. Su amiga solía ser muy habladora, desvariar de cualquier tema, hablar de sus gatos, de fiestas, de su hermanito Tommen, o demás trivialidades. Era extraño que estuviera mortalmente callada.

—¿Estás bien? —codeó Luke 

La rubia se giró, volviendo en sí, y luego lo miró después de batir las pestañas varias veces.

—¿Yo? Sí, sí, claro. Solo pensaba que tenemos educación física a la siguiente hora, y no tengo muchos ánimos de correr alrededor del gimnasio. No he usado mi ropa deportiva en una semana y, dioses, no quiero tener que ponerme eso. bufó la Lannister, abanicándose con las manos—. Además, tenemos que ir a las duchas después de la clase y creo que ya no me queda mi crema para el cabello, y no voy a esperar hasta llegar a casa. —exasperó, apartándose los bucles rubios—. Ugh, Luke, que complicado es todo esto.

Por un instante creyó que se refería a otra cosa.

—Quiero tus problemas, Missy. —comenta Luke, a lo que la rubia suelta una risilla.

—¡Ja, ja! Creéme, no quieres. —contestó, y esta vez su voz llevaba una carga un poco melancólica.

Luke sabía que su rubia amiga tenía algunos problemas familiares, los cuales a pesar de no estar directamente involucrada, de todas maneras le terminaban afectado. Él no sabía mucho al respecto, ya que quién más sabía del tema era Rhaena, pero de todas formas podía notar que dichas dificultades a menudo afectaban el estado anímico de su amiga.

Una vez ella le contó que recién pudo tener mascotas—tres gatitos— cuando su hermano mayor se mudó de la residencia Lannister. Lo dijo con naturalidad, pero por la cara que puso Rhaena, supo que había una razón más complicada detrás de su anécdota.

—Pero sabes que puedes contarme cualquier cosa, lo que tú quieras, ¿cierto? —dice el chico con una sonrisa dulce, lo más confortable que podía.

—Desde luego que lo sé—aclara la rubia—. La pregunto es, ¿tú lo sabes? —señaló con condescendencia.

Sin darse cuenta, ya habían llegado a la escalera de la cafetería. El lugar estaba desolado, ya que eran unos jardines vacíos y una que otra banqueta para poder descansar.

—¿A qué te refieres? —pregunta el castaño.

—No soy tonta, Luke, sé que te ocurre algo. Rhae y yo lo notamos —respondió la Lannister—. Niégalo si quieres, pero es muy obvio. —antes de que el chico se ponga a balbucear, la joven le sujetó cariñosamente del brazo—. Somos amigos, puedes confiar en nosotras. Vamos, ¿qué tan malo puede ser?

No pudo evitar recordar el rostro sonriente de Aemond Targaryen, y sus besos.

—N…no es algo malo, exactamente —masculló el castaño. 

—¿De veras?

—Pues sí. Te lo diré, si tú me cuentas qué te pasa —mencionó Lucerys, con una sonrisa de autosuficiencia.

—Tú primero.

El castaño ríe, a lo que su amiga le secunda.

—Vale, pues a lo mejor lo mío te hace feliz.

—¡No me digas! —exclama la rubia—.  Pues ya no aguanto las ganas de echar el chisme.

Lucerys afirma:—Pero primero vamos a la cafetería, que a esta hora ya debe haber una fila infernal.

La chica estira  su cuello para todos los lados y gimotea de cansancio.

—Ve tú, Luke, quiero prepararme mentalmente para sudar en gimnasia y no tener mi crema de rizos definidos.

Lucerys vuelve a reír y negar con la cabeza, ya que su amiga era todo un caso. Se separaron en las escaleras vacías, mientras que Myrcella se dirigía para sentarse en una de las banquetas.

El castaño se encaminó a la cafetería con el pensamiento de que a la rubia le agradaría saber qué salía con Aemond Targaryen, ya que probablemente saltaría, daría aplausos como niña en dulcería, y no aguantaría la emoción. 

Sería bueno tener apoyo moral, y además así también tratar de confortar lo que sea que le estuviera preocupando a su amiga. Se preguntó si a Aemond le agradaría Myrcella, si se llevarían bien, o tal vez el albino no tuviese tanta paciencia. 

Se imaginó un escenario del Targaryen conviviendo con sus dos mejores amigas, y por más surrealista que fuese esa imagen, sintió que volvía a animarse y tomar valor para contarles la verdad. Porque él valoraba a Aemond, y quería demostrarlo con acciones.

Compró algo ligero para almorzar y con ese pensamiento fue al encuentro de su mejor amiga, pero de súbito su boca empezó a saber agria cuando vio a la rubia sentada con Bracken, y otros dos chicos más. Ya ni siquiera tenía hambre, el ambiente se volvió pesado.

Mientras más se acercaba, más notaba que Bracken trataba de acortar la distancia entre los asientos con la rubia, mientras que ella casi estaba al filo de la banqueta. Los otros dos chicos solo se reían o vitoreaban cualquier sandez que estuviese repitiendo el imbécil de Bracken. 

Él hablaba. Los otros dos coreaban. Y Myrcella fruncía la boca como si tragara el jarabe medicinal más amargo.

Luke captó la jocosa e insoportable voz de su compañero de clase.

—Venga, lo prometiste…—dice el chico, con una sonrisa que a Luke le daba ganas de borrar a puñetazos.

—Que no, Bracken…Solo tuvimos una cita, no insistas. 

—Fue memorable, ¿no lo crees?

—Fue un desastre. —responde la muchacha, sin mirarlo. 

Los otros muchachos se burlan.

—¿De veras? —dice uno de ellos—. Porque Bracken nos dijo que fuiste bastante amable con él, que hasta se besaron y todo.

—...Y luego dices que eres tímida.

Lucerys captó más risas y aceleró tanto como podía el paso, notando como las facciones de su amiga se convertían en indignación y pánico.

—¡Eso jamás…! 

Rápidamente, el castaño se posicionó al lado de la rubia, sin siquiera mirar a sus compañeros, sino solo a la chica. El ambiente estaba cargado de tensión.

—¿Nos vamos? —pregunta Lucerys, aunque más que preguntar, es una afirmación tácita. A pesar de eso, no recibe respuesta de Myrcella, la cual tiene los ojos abiertos, brillosos, y la cara completamente pálida.

—Bracken, lo que dices no es cierto. Tú y yo no nos besamos. —aclaró la joven, pero su voz comenzaba a poco a poco a temblar.

El chico se encoge de hombros.

—No fue para tanto. No seas igual de melodramática que el psicópata de tu hermano, por favor, con un Lannister nos basta y sobra. —dicho esto, se vuelven a reír.

Dioses. En serio, vuelven a reírse. 

Se ríen mientras que Myrcella abre sus ojos verdes tanto como puede, su boca se abre y cierra varias veces hasta que el castaño nota que está tomando aire. El temblor en su mano se extiende a sus rodillas, mientras que sus facciones se vuelven increíblemente pálidas, como si le estuvieran sentenciando a muerte.

—No…yo…yo..no…—balbuceó la chica—¡No vuelvas a decir eso! —exclamó la chica, su voz se volvió a quebrar más. Lucerys notó sus ojos adquirir un brillo desesperado que le atravesó el pecho. 

Lucerys no sabe mucho acerca del hermano de Myrcella, más allá de que es un tema increíblemente delicado. Una vez fue estudiante en la escuela, pero lo sacaron a mitad de año por mal comportamiento, aunque los rumores decían que el motivo de su expulsión fue extremadamente turbia. La rubia nunca menciona a su hermano, bloqueando por completo su existencia de sus recuerdos y su día a día.Y Lucerys ha decidido no preguntarle a menos que sea la chica quien lo sacara a colación.

—Ya, ya, lo que digas. Fue una broma y ya. —dice Bracken haciendo un gesto vago con la mano y encogiéndose de brazos. Los otros dos chicos se ríen. Él se ríe.

Una broma. Eso dice. Una jodida broma.

Las risas son entre dientes, como los chasquidos de unas ratas, con todo el perdón del mundo hacia las ratas. Luke mira a Myrcella, su labio inferior está temblando de manera incesante, y puede sentir un temblor en su mano izquierda.

Luke le da un apretón para darle fuerza y contrarrestar la frialdad repentina de sus manos.

—¿Ves que no estamos riendo, pedazo de imbécil? —siseó Luke con una voz que no parecía ser suya, en un tono que nada concordaba con el bibliotecario de la escuela. Era una voz gruesa, sombría, casi como una tecla grave de un piano.

En otras circunstancias se sorprendería de sí misma, pero la cólera le puede más.

—¿Dijiste algo, Velaryon? —inquiere Bracken con una sonrisa dientuda que a Luke le da ganas de borrar a punta de golpes. Repite su apellido con retintín, con una connotación malintencionada que el castaño conoce de sobra. 

Decide que prefiere contar hasta diez, y decide que lo hará cuando se vaya con Myrcella a un lugar seguro. Probablemente detrás de las escaleras del salón de administración, donde hay un pequeño jardín. Llamará a Rhaena y no saldrán de ahí hasta que la rubia se sienta segura.

Ese será un buen plan.

Sujeta la mano de Myrcella, cuyos dedos están congelados. Puede sentir el tacto frío de uno de sus anillos dorados, e incluso tiene la ligera impresión que sus fanales son todavía más helados, aunque nunca tanto como los de Aemond.

—Ven Missy, vámonos. Todo estará bien, ya nos vamos —repitió una y otra vez. Luke estaba dispuesto las veces que sean necesarias, pero primero tenía que sacarlos de ahí.

Myrcella apenas lo mira, asiente casi como una autómata, y ambos hacen el ademán de irse. Los ojos verdes de su amiga reflejaban demasiado pánico, terror, y deseos presurosos de escapar de ahí.

A esos chicos no les gustó ser ignorados.

—¿Ves eso, Brake? Entre bastardos se entienden.

Un hoyo.

Un hoyo en el pecho.

Una palabra. Tres sílabas. Un insulto. 

Una palabra que lo perseguiría el resto de su vida. Tanto la suya como la de sus hermanos.  Una sombra. Una tortura. Un insulto que tenía detrás una connotación tan complicada como dolorosa.

Hay veces que Luke hubiera preferido nunca enterarse de su significado. 

Es increíble lo veloz y rápido que pensó en la imagen de su madre, en su tío Laenor, en sus hermanos, y en una infancia algo complicada. Es curioso lo rápido que pasaron todos esos recuerdos por su mente, antes de girar todo su cuerpo y lanzarse sobre el chico que tuvo la mala suerte de abrir la boca.

—¡Luke, no!

Fue tarde cuando Myrcella gritó, y gritó aún más. “¡Ya basta!” decía. “¡No, basta, por favor, suéltenlo!”  pudo diferenciar apenas, ya que los golpes no le dejaban oír más allá de gruñidos, risas estúpidas, y como dos manos más intentaban separarlo del chico.

Lucerys sabe que no puede ganar, y no le importa, ya que lo único que quiere es borrar esas risas triunfales. ¿Triunfo de qué? ¿De molestar a una chica que no les había hecho nada?¿De insultarlos de la peor forma posible sólo porque no soportaron quedarse con la palabra en la boca? 

¡¿Triunfo de qué?!

Sus manos fueron en dirección a la cara del chico,  tratando de aplastar con los dedos sus estúpidas mejillas, mientras que el sujeto pateaba. Bracken lo sostuvo del torso, pero Luke pataleó resistiendo a su agarre.

—¡Imbécil bastardo, apártate!

—¡Jódanse, jódanse los dos!

—¡Jódete tú, estúpida mierda!

—¡No, no! ¡¿Qué hacen?! ¡Déjenlo! ¡DÉJENLO!

Cuando escuchó el grito de Myrcella, se dio cuenta que estaba sobre el suelo, parado, siendo sujetado por Bracken por debajo de las axilas. El chico que golpeó ahora estaba frente a él con los puños cerrados, mirando su estómago. 

Claro. Debió suponerlo.

Miró a la rubia, la cual tenía las manos en la boca, con una expresión de completo horror. Sus ojos verdes estaban repletos de lágrimas, y temblaba demasiado. Y fue ahí que Luke lamentó que su amiga viera esa escena, ver un momento tan horrible como ver a su amigo ser golpeado, con el uniforme sucio, la corbata mal anudada.

La sangre circulaba demasiado rápido por su cuerpo, tanto que la podía sentir corriendo por sus venas. Supo que le vencieron los impulsos como nunca en su vida, y ahora iba a ser golpeado. Se preguntó, antes de que el chico golpeara su vientre, si Aemond sí habría podido ganarles.

En algún momento esta pelea terminaría y podría volver a la biblioteca, y ahí estaría Aemond. Eso era lo único que importaba.

Lo único.

De pronto, Lucerys sintió que lo soltaban hasta el suelo y una sombra congeló a todos los presentes.

—¿Qué es este alboroto? —dijo una voz, la cual provenía de un docente.

Los chicos se apartaron y se giraron a la nueva figura. Lucerys reconoció al hombre mayor, de piel pálida, y la cabeza canosa que evidenciaba su vejez. Con una fría mirada repasaba a los muchachos, hacia el suelo, luego a Myrcella y después en Lucerys. Su opaca mirada era dura y apatía.

Luke recordaba al profesor Eustace, y la mayoría también lo hacía, ya que él se caracterizaba por ser demasiado estricto y no dar réplica a nada.

—Pro-profesor….—susurró la rubia, quien inmediato fue al costado de Lucerys.

El sujeto apenas la miró y volvió a mirar a los jóvenes.

—¿Y bien? Estoy esperando una explicación, señores. —la voz del docente era rasposa.

Tal vez fue lo imponente de su voz, o su helada mirada, pero el castaño no pudo hablar en ese mismo instante ya que le dolía respirar. 

—¡Él empezó, profesor! —señaló Bracken—. Nos defendimos, él fue quién empezó a golpearnos. 

—¡No es cierto— exclamó Myrcella—. ¡Tú-!

—¡Fue una broma! —replicó otro de los chicos.

Todos comenzaron a hablar. Bracken más que hablar, gritaba, Myrcella contraatacaba como podía, entre lágrimas, mejillas rojas, y respiraciones entrecortadas. Los otros chicos hablaban más alto para callarla, y el maestro Eustace fruncía más y más su ceño.

Luke solo podía pensar que le quemaban las extremidades y que la caída le dolió.

—Silencio. —pronunció el hombre, quien de inmediato posó la mirada sobre él—. Bien deben saber que en esta academia, los actos de violencia son, desde luego, deplorables. No admitidos. Castigados. —continuó el hombre, posando ambas manos detrás de la espalda y esta vez sus ojos solo se posaron en Luke—. Sea el contexto que sea, la violencia no está permitida. 

Lucerys sintió que sus orbes negros solo lo veían a él, y no a los otros. Entonces se sintió pequeño, demasiado pequeño.

—Yo…no…—balbuceó, pero no encontró palabras—. Nos defendí, ellos estaban…

—Solo sé que lo vi abalanzándose encima del señor Crakehall, Velaryon. Cualquiera que haya sido la situación, existen otras maneras de defenderse.

¿Otras maneras?

¿Otras maneras?

—¡¿Otras maneras?! —exclamó el castaño. Fue la adrenalina, fue la indignación. Fue la frialdad del profesor Eustace que hizo que explotara—. ¡¿Cómo cuáles?! ¡¿Qué les decíamos a esa sarta de imbéciles?! ¡Ellos nos estaban molestando, molestaban a Myrcella! ¡Usted no estaba cuando a ella la arrinconaron! ¡Cuando le dijeron cosas horribles!  ! ¡Debería preguntarle que pasó, ella está llorando a su costado, y usted solo recita reglas estúpidas!

Eustace endureció tanto su rostro como si se tratara de una estatua. Tanto que todo comenzó a helar, pero Lucerys sentía que la garganta le quemaba y también estaba dispuesto a decirle cuatro cosas más a ese señor, y tal vez golpear una vez más a los tres idiotas que los molestaron.

Iba a hacerlo hasta que Eustace se enderezó.

—Ya tendrá tiempo para contarle su versión de los hechos al director, después de su respectivo castigo por supuesto.

Castigo.

La palabra castigo rebotó varias veces en sus oídos.

Castigo. Castigo. Castigo.

Su peor pesadilla.

Él, que mantenía un perfil bajo. Él, que siempre prestaba atención a las clases, no sacaba aparatos electrónicos, que siempre entregaba los deberes a tiempo. Que siempre cumplía con el código de vestimenta, no faltaba a ninguna clase, no llegaba tarde, no comía en el salón. Él, que se esforzaba por ser un alumno ejemplar.

Él siendo castigo.

—Eso, Profesor, él no le puede hablar así.

—No. No. No —escucha la voz de Myrcella al fondo, como un eco bajito—. No. Por favor, escúcheme, se lo ruego….ellos…ellos empezaron. —dijo entre hipidos—. Ellos comenzaron a decirnos cosas y Luke me defendió…él…

—Señorita Lannister, tiene que comprender que toda acción tiene una reacción. El señor Velaryon no solo ha agredido físicamente  a dos de sus compañeros, sino que le faltó el respeto a la autoridad. Un total despropósito en su posición, ya que eso solo aumenta la gravedad de la sanción. —Myrcella iba a hablar, pero una vez más vuelve a volcar su atención en Lucerys, el cual está inmóvil en su lugar—. Ah, y ya se le ha repetido en varias ocasiones que debe venir correctamente uniformada, sin todos esos accesorios.

Lucerys no puede evitar soltar una pequeña risa nasal.

Qué estupidez.

Pero qué maldita estupidez.

Luke quiere llorar y reír por la respuesta tan escueta y desganada del maestro.

—Velaryon, espero que conserve esa osada actitud cuando reciba su suspensión.

La campana que anunciaba el fin del recreo sonó.

Y el mundo de Lucerys se vino abajo.

Ahora solo quiere llorar.

Notes:

Lamentablemente en algunas escuelas le dan más prioridad a reglas como "códigos de vestimenta" o el incumplimiento de llevar teléfonos celulares (u otros artículos y/o accesorios) que a los problemas verdaderamente graves que afectan a la comunidad estudiantil :c

Esta semana veremos cómo continuará este arco del fanfic, desde un PoV Aemond.

Muchas gracias a todxs por el constante apoyo!!!

Notes:

No sé como usar ao3, lo tuve que hacer con un tutorial. Aún así amé tener una cuenta al fin :3