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Language:
Español
Stats:
Published:
2023-02-18
Completed:
2025-03-22
Words:
96,551
Chapters:
11/11
Comments:
118
Kudos:
223
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11
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3,845

Entre caucho y nitro

Summary:

Pablo Aimar es uno de los mejores corredores de Fórmula 1 en la actualidad, y para su mala suerte Lionel Scaloni también. La gran rivalidad y gigantes egos de ambos, los van a llevar a decir y hacer cosas que pueden llegar a arrepentirse en un futuro cercano... o no.

Notes:

hola!!! bueno, me tomé (y me voy a tomar) ciertas libertades para escribir porque yo y los autos = cero, pero si hice mi busqueda, tampoco la cagada. Perdón si estaban esperando una actualización de la adaptación pero me trabé y no me gusta como está, así que cuando le agarre la mano de vuelta me pongo con el otro capítulo, por mientras, disfruten a hombres con trajes de carreras y una rivalidad medio iiiii

(See the end of the work for more notes.)

Chapter 1: En sus marcas, listos...

Chapter Text

 

Hace frío y estoy lejos de casa

Veía las bocas de su equipo moverse al hablar de cosas técnicas, del papeleo para la próxima carrera, cosas que en ese mismísimo instante no le importaba escuchar, lo único que lo envolvía era la voz del cantante de “Los Abuelos De La Nada”, entonando la canción “Mil horas” a través de sus auriculares que lo abstraían del mundo externo.

Hace tiempo que estoy sentado sobre esta piedra

Con excepción de su cabeza y parte de sus brazos, su cuerpo se encontraba sumergido en una bañera cubierta de agua con hielos. Después de una carrera su cuerpo levantaba una temperatura insoportable para Pablo, y esa bañera helada era lo primero que pedía después de estar sentado, quien sabe cuanto tiempo, sobre un auto de Fórmula 1. 

Yo me pregunto, ¿para qué sirven las guerras?

El cambio de temperaturas lo chocaba bastante, pero le bajaba de manera considerable la euforia (o malhumor) post-carrera ayudándolo a pensar de manera más clara. Era sabido entre todos los corredores de ese tiempo que Pablo Aimar, piloto de RedBull, un treintañero lleno de talento, era una persona con un temperamento bastante… particular, y pocos eran capaces de ver más allá de sus enojos fugaces.

Tengo un cohete en el pantalón

De los pocos amigos y personas que bancaban el temperamento de Aimar en aquel ambiente de la Fórmula 1 eran: Lionel Messi, corredor de Mercedes-Benz, un joven con un futuro prometedor, y Juan Román Riquelme, corredor de Alfa Romeo, una especie de “amigo” de Pablo desde sus comienzos. Con los otros corredores no tenía mucha afinidad, ya sea porque 1. no hablaba con ellos 2. no le caían bien 3. a ellos no les caía bien Pablo.

Vos estás tan fría como la nieve a mi alrededor

Y uno de los que de verdad no soportaban a Pablo era Lionel Sebastían Scaloni, corredor de Ferrari, otro hombre de su misma edad o un poco más,  y el hombre más insoportable, pesado, y arrogante que Pablo había tenido la desgracia de cruzarse en su vida. El corredor era su mayor rival desde hace años, habían coincidido en varias carreras importantes. El podio de los mejores tres ya era predecible hace meses, siempre alternaba entre Pablo y Scaloni saliendo primero o segundo, y alguno de sus compañeros de carreras tercero. Pero este año, para el circuito de Mónaco, Pablo planeaba ir por el primer puesto, no le importaba que hiciera falta hacer para lograrlo.

Vos estás tan blanc…

- Pablo, dale. Salí que tenemos que irnos.

La voz de su jefe de equipo interrumpió su momento de total tranquilidad, quitándole los auriculares de manera casi violenta de sus orejas para que lo escuchara, en los momentos post-carrera lo único que hace es ponerse sus auriculares, cerrar sus ojos y dejar que aquel dolor tan placentero para su cuerpo hirviendo lo arrulle en un vaivén helado. Pero bueno, no podía quedarse eternamente ahí, por más que le gustara.

- Ya voy.

Pablo se levantó de la bañera, todo su cuerpo chorreaba agua fría y el calor del ambiente colisionó contra sus adormecidas extremidades, sabía cómo era salir de ahí y lo mucho que le costaba hacerlo, por lo que siempre tenía una toalla tibia a mano. No caliente, tibia.

Caminó, ya que lo matarían si lo veían correr por los pasillos, hasta las duchas que le brindaba el establecimiento, mirando para todos lados se aseguró de que no hubiera nadie que lo interrumpiera. Sabía con certeza que todos sus compañeros corrían hacia las duchas luego de las carreras. Ahora las competiciones eran eliminatorias por lo que el circo del podio no era recurrente pero la desesperación por poder participar era palpable en el ambiente. Eso volvería a ser relevante en menos de dos semanas que todos los afortunados correrían en Mónaco.

Entró a una de las duchas más cercanas para bañarse rápidamente, lo cual no tardaría más de 5 minutos, pero al escuchar otra ducha abrirse cerca de él sintió como sus sentidos se agudizaban. Las posibilidades de encontrarse a su “némesis” (como a Román le encantaba llamar a Scaloni solo con el propósito de molestar a Pablo) eran bajas, pero… siempre había que dejar espacio para la duda. Siempre.

Al no sentir a nadie molestarlo, ignoró totalmente la presencia de algún compañero. Salió de la ducha con una toalla envuelta en su cadera y con otra dedicada exclusivamente para eso, secaba su pelo. Al llegar al gran ancho espejo con una estúpida cantidad de lavamanos, miró su reflejo con detenimiento haciendo hincapié en su cabello lleno de rulos, el cual al estar húmedo se ondulaba con facilidad. Con sus dedos lo estiró para corroborar el verdadero largo, y ahí es cuando definió mentalmente que realmente le hacía falta un corte algo drástico, no tanto como en su juventud pero sí como para que su nuca no sufriera las consecuencias mientras un casco por largos momentos sobre el auto. 

Sus pensamientos se vieron interrumpidos ante la otra ducha cerrándose. Habría ignorado aquellos movimientos, hasta que por el rabillo del ojo Pablo pudo divisar una figura lamentablemente familiar. Su semblante sereno cambió drásticamente, no le hacía falta moverse mucho para identificarlo, hasta podía sentir la sonrisa de costado que siempre estaba presente cuando Pablo salía segundo.

- Payasito.

Recordatorios mentales: 1. ducharse más rápido y 2. siempre dejar lugar a la duda.

- Scaloni.

La voz de Pablo estaba cargada de enojo. No se giró para contestarle, y comenzó a  lavar sus manos con la excusa de estar haciendo algo para no tener que ver su rostro, porque si lo hacía terminaría encajando sus nudillos contra su mandíbula. Venía guardando ese profundo deseo violento desde hace tiempo, pero su entrenador le había recomendado que no lo hiciera por múltiples y lógicas razones, que, para ser honesto con el mismo, se iban borrando cada vez que Scaloni daba un paso más hacia él. La principal razón era que no debía arruinar su imagen pública solo por una “bronca pasajera”.

Pero Pablo personalmente no definiría sus sentimientos hacia el más alto como una “bronca pasajera”, sino más bien una lisa y llana ira. Si alguien le preguntaba el porqué de su rivalidad él no tenía una respuesta ni momento concreto para definirlo, solo habían comenzado un acuerdo tácito de competir entre ellos dos. Cuando corrían en los circuítos a veces sentía que eran ellos dos solamente manejando, y Pablo debía ganarle, solo para poder restregárselo en la cara… y por el bien de su reputación como uno de los mejores corredores de su tiempo. 

No estaba para bancar los chistes de Scaloni, por el hecho de que una vez más el más alto había salido primero y, Pablo segundo. Era una tortura escucharlo, el otro hombre se estaba quedando corto de burlas. Pablo sabía el orden, empezaba con algo respecto a su auto o su patrocinio, luego algo sobre personalidad. Ya era aburrido, en la cara de Pablo se notaba su hastío. Scaloni se encontraba cada vez más cerca de él, en ropa interior con una toalla colgando de su cuello, lo cual lo irritaba bastante, ¿Es que no podía taparse más? Pablo no era capaz de ver la ironía de sus pensamientos, se encontraba cegado por el enojo.

- ¿No te dió la nafta, Pablito? Vi que no pasaste por boxes… ¿Red Bull está corto de presupuesto?

El silencio de Pablo era sepulcral en esos momentos, se mantenía a la raya respirando lentamente y secando sus manos con otra toalla. No iba a explotar por eso, ya había pasado por esta situación varias veces.

- ¿O puede ser que hoy te pintó la generosidad?

No podía explotar, no debía explotar.

- Porque te estuve esperando para darte las gracias por el primer puesto, te fuiste corriendo apenas terminó la carrera, ¿Qué pasó, payaso?

Si había algo que detestaba era haber llegado a ese punto de su carrera y ser apodado “payaso/payasito” por un tarado de 1.80 que se creía lo mejor solo por ser apuesto, alto y sponsoreado por Ferrari. Pablo se giró rápidamente ante el apodo puesto por el otro. Quedando enfrentados era más consciente de la poca distancia que tenían entre sí. 

- Uy, no me digas que te pusiste chinchudo porque perdiste, payasito…- la voz del más alto se agudizaba mientras hablaba con un insoportable puchero.

El payaso era un montón, payasito tocaba una fibra en su ser que lo violentaba profundamente. Tenía tantas ganas de borrar esa sonrisa del rostro del más alto de un golpe, pero sacó fuerzas de donde no tenía idea y respiró hondo.

- ¿Tan pendiente andá’ qué te fijas todo lo que hago y lo que no, Scaloni?

- Solo me preocupo por tu desempeño, compañero querido. Te estás quedando atrás, no vaya a ser que salgas tercero en la próxima carrera.

El sarcasmo tenía asistencia perfecta en las palabras del más alto y eso irritaba demasiado a Pablo.

- Preocupate por vo’ mismo no salir segundo, ya va’ a ver como te voy a ganar, en la próxima y en el Mónaco.

Pablo tomó sus cosas y comenzó a encaminarse hacia la puerta. La cabeza le daba vueltas, el pecho y rostro le quemaban, siempre se sentía así después de enfrentar a Scaloni. Era algo que no soportaba, asumía que por la misma bronca que le hacía sentir el otro hombre.

- ¿Tan seguro estás de ganarme? 

Los pies de Pablo se plantaron en el suelo, se volvió hacia Lionel con el ceño fruncido a modo de desconcierto, no podía creer que le estuviese haciendo esa pregunta, más si conocía el espíritu competitivo de Pablo, quien cuando quería algo haría todo lo posible para conseguir su objetivo y poco y nada le importaba qué tuviera que hacer.

- ¿Posta me estás preguntando?

- ¿Dudas de tus habilidades?

Scaloni musitó sonriente mientras se ponía una ajustada remera negra y un short de igual color, que sacó de su bolso negro y rojo ferrari previamente estaba acomodado en el piso. Se acercó a Pablo, teniendo que agacharse para mirarlo bien, una sonrisa de costado apareció en su rostro ante esto. Al más bajo no le causó gracia alguna, su rostro se volvía progresivamente rojo… de la bronca. Intentaba igualar la energía del más alto devolviéndole la sonrisa, pero el aspecto que daba era más psicótico que intimidante.

- ¿Por qué habría de dudar? Si de acá soy el más capo.

- ¿No te parece un poquito soberbio ese apodo, Pablito?

Pablo soltó una pequeña risa, viendo como Scaloni ahora caminaba decidido hacia la salida, por lo que intentó rematar lo obvio.

- Pero si lo soy. El más capo, no lo niegues, Scaloni.

El más alto lo miró por su hombro y sonrió, conteniendo una carcajada, que ciertamente Pablo no podía entender, quería bajarle los dientes de una piña.

-Si, sos el más capo… el mascaporonga. Chau, Pablito.

La sonrisa de Pablo se esfumó completamente y sus expresiones se endurecieron mientras veía al hombre carcajeante alejarse por el pasillo.

Se quedó procesando lo que le había dicho el más alto. Parecía una estatua. El odio y la confusión que sentía no estaban siendo posibles de poder procesar por la mente de Pablo. Atinó a cambiarse para dirigirse a su auto e ir a donde se estaba hospedando por el momento, la vergüenza y bronca le nublaban el pensar. 

 


 

Manejó en completo silencio, dejando que el motor llenara el silencio. Ni Los Piojos ni The Rolling Stones se hicieron presentes dentro del auto. No había podido acotar la última respuesta de Scaloni y lo había dejado con un humor terrible y no sabía a quién acudir. Por lo que drásticamente se paró en la banquina y sacó su teléfono con rapidez para marcar un número, sus dedos se movían rápidamente, aquel número era uno de los que se sabía de memoria. Con una mano tamborileaba en el volante y con la otra sostenía con fuerza el teléfono contra su oreja. Estaba desesperado. Pocos pitidos hicieron falta para que se escuchara una voz al otro lado del auricular.

- Eh, enano, ¿cómo and…

- ¿Por dónde andas?

Un suspiró salió de la boca de Riquelme, el corredor de Alfa Romeo, quien sabía perfectamente que era lo que Pablo necesitaba en aquel momento.

- Hola, cabezón, ¿cómo andás? Todo bien, ¿y vos, enano?

- ‘Jate de inflar las guindas y mandame tu ubicación, Román.

- ¿No te parece que ya estamos medio grandes para estos trotes, Pablo?

- ¿A Dónde estás? Respondeme ya.

Se escuchó la lengua del otro corredor chistar al otro lado del auricular, el teléfono de Pablo vibró y la voz de Riquelme volvió a hacerse presente.

- Ahí te mandé la ubicación, Pab…

El nombrado cortó al instante, para poner su teléfono en el soporte y guiarse por el mapa virtual hacia la exacta dirección donde se encontraba Riquelme, manejando a una velocidad que rozaba el límite de lo permitido. Realmente necesitaba desconectar su cabeza un rato. Le parecía inconcebible que Scaloni supiera algo tan personal de él, que, si bien sabía que podía llegar a ser un poco obvio el hecho de que para Pablo los hombres eran mucho más atractivos que las mujeres, no esperaba que hubiese sido tan directo con sus palabras. Solo esperaba que lo haya dicho de caliente y para molestarlo, lo dejaría más tranquilo.

Chapter 2: Bugías mal calibradas

Notes:

HOLAAA, por fin pude actualizar, pensé que me iba a costar más escribir esto (si un poco lo último ngl) pero lo disfruté bastante y espero que ustedes igual : )

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text


El chirrido de las gomas resonó por toda la calle donde Román estaba viviendo actualmente. Era el horario de la siesta, las veredas estaban vacías y pocos autos pasaban, mucha gente a los alrededores claramente intentaba descansar, pero a Pablo poco le importaba eso, menos con la bronca que le nublaba el juicio. No era capaz de pensar de manera racional estando embolado.

Estacionó el vehículo lo mejor posible, para que después no le clavaran una multa y se bajó, cerrando con llave el auto. Sus piernas parecían moverse por inercia propia, sus pies que estaban pegados al suelo se dirigían hacia la gran puerta del edificio, maldecía a Román por elegir un piso tan alto, quería que todo ese asunto fuera rápido, aunque tenía la ventaja de que contaba con un ascensor que, mientras no estuviera fuera de servicio, no perdería el poco control que quedaba sobre su persona. Entró al hall del edificio, no tenía llaves del departamento de Román, por lo que el portero le abrió alegre, evadió una charla al saludarlo con un apurado “buenas tardes” y una falsa sonrisa, encaminado hacia el ascensor. Cuando se encontró completamente solo dentro de aquellas tres metálicas paredes cubiertas por espejos, retomó su amarga expresión.

Tocó el botón del último piso con fuerza, su mano rápidamente se movió hacia el botón que cerraba las puertas, para su mala suerte no lo hacían. Pablo apretaba el botón que fallaba en su única razón de ser reiteradas veces entre puteadas, pero una voz femenina gritando pidió que parara el ascensor antes de que las puertas se cerraran, fallando así su plan de ir solo dentro del ascensor. Una mujer rubia, más alta que él y aparentaba su misma edad, entró agitada. Pablo, reuniendo la paciencia que no le quedaba en su cuerpo para no preguntar con la peor de sus ondas, le preguntó a la mujer:

- ¿A qué piso vas?

La mujer en un intento de recobrar su aliento, ató rápido su cabello en un rodete sin la necesidad de un broche o nada, lo dejó atado, movió algunos cabellos de su campo de visión para poder ver mejor el tablero con los ojos entrecerrados y miró de vuelta al más bajo.

- También al catorce.

- Ah, joya.

Ahora, para la gran suerte de Pablito, ambos iban subiendo hacia el mismo piso. Evitaba moverse demasiado, no quería ser percibido por aquella extraña ni tampoco quería que intentara sacarle una charlita , mientras menos interacción o reconocimiento por parte de sus "fans" tuviera en esa esporádica y rápida visita hacia lo de Román, mejor. 

Un poco incómodo por el silencio, y algo también por costumbre, se acomodó la gorra que escondía sus rulos y que también tapaba algo de su rostro. La lentitud del ascensor lo estaba asfixiando, se había olvidado del pequeño detalle de que Román parecía tener una obsesión inconsciente con los departamentos que incluían ascensores desesperadamente lentos. 

Pero la idea de Pablo de pasar desapercibido con su gorra azul oscuro que al frente se leía en grandes letras rojas y amarillas “ Red Bull” fue un poco en vano, sentía la mirada de la mujer sobre su perfil. Sabía que estaba siendo analizado y rogaba que no lo hiciera, que no lo reconociera, por favor…

- ¿Sos Pablo Aimar?

Que lo re mil parió . Ante la pregunta de la mujer que se perdió entre las estrechas paredes del ascensor, él solo atinó a suspirar por lo bajo y giró su cabeza, para intentar sonreírle.

- Sip, el mismo.

- Ay, Dios, no puedo creer la coincidencia. Mi hijo más grande te adora, siempre que puede te ve por la tele, ¿me darías tu firma para él? Sería un hermoso regalo.

Lo único que rondaba dentro de la cabeza del de rulos era la expresión “que castigo”. No estaba con el mejor humor pero, sabía que fuera del ámbito de las carreras él no podía ser un, según muchos, "mecha corta". Tenía una imagen que mantener, y los noticieros no eran sus mayores fans a la hora de opinar de sus actitudes que no incluían sus victorias, por lo que siempre intentaba parecer no tan malhumorado como cuando se le saltaba una tuerca en las carreras. No era malo, solo que todo el mundo parecía complotar en su contra para que no conozca lo que es la paciencia.

- Si, obvio, ¿tené' para…

- Ah, si, si. Tomá.

Las manos de aquella mujer rebuscaron ansiosas dentro de la gran cartera que llevaba sobre su hombro, para así darle un post it y una lapicera con una gran sonrisa. Antes de escribir y firmar el papel miró a la mujer con una ceja levantada.

- ¿Cómo se llama tu nene?

- Agus. Agustín.

Con su mano algo temblorosa de los restos de bronca que sentía, escribió sobre el pequeño papel amarillo lo mejor que pudo: “Para Agustín. Con cariño, Pablo Aimar” y para no parecer tan seco, dibujó una rueda de auto debajo de su firma. Entregó con sus labios apretados, en un intento de sonrisa, ambas cosas a la extraña, que lo miraba como si le hubiese dado el premio de la lotería, mientras le agradecía reiteradas veces.

Estaba acostumbrado a firmar varios papeles, fotos y hasta frentes en su cotidianidad. No le molestaba hacerlo, conocía el afán en carne propia, él había sido igual cuando era solo un nene, iba a los rallyes con su padre en Córdoba capital, alejado de su querido Río Cuarto, solo con tal de obtener firmas de sus corredores preferidos. Sabía también cómo se sentía que tu ídolo te ignorara, por eso se había empeñado que, por más cansado que estuviera, nunca negaría un autógrafo, jamás lo hacía. 

En ese preciso momento no estaba con muchas ganas, pero se acató a sus principios, devolviendo con una pequeñísima sonrisa por lo bajo el constante  agradecimiento de la mujer, mientras que en su mundo interior rogaba que el maldito ascensor llegara al maldito piso en donde estaba más que decidido a saciar su bronca.

El artefacto aminoró su marcha, si es que se podía más, parando así junto a la suave campana que indicaba que ya estaban en el piso deseado. Saludó por mera cordialidad a la mujer y caminó tan rápido como pudo hacia el departamento de Román. Tocó una… dos… tres veces el timbre, y el muy culiado no atendía. 

Por el rabillo del ojo vio cómo la mujer del ascensor se acercaba hacia donde estaba él, se sacó su gorra para peinar su cabello y disimular la bronca, puteó en los idiomas que sabía internamente. El universo o quien fuera no lo estaba dejando realizar su vida en paz, y eso era leña para el abrasante fuego que crecía en su pecho y estaba encendido desde la humillación del gil de Scaloni en los baños del predio.

La mujer se paró a su lado y le dedicó una sonrisa, exponiendo una hilera de acomodados dientes. Ante el silencio, la mujer decidió intentar rellenarlo.

- ¿Venís a visitar a Romi?

- Si… algo así.

- ¿Vos no eras compañero de él?

- Sip.

- Ah, que genial. Muchas coincidencias.

La mujer rió en un vano intento de sacarle charla, pero Pablo solo volvió a quedarse en silencio y con sus cejas fruncidas, que día de mierda. 

Detrás de la puerta blanca se escucharon pasos decididos, para luego la puerta ser abierta. Ahí se encontraba un Román con ropa algo liviana, fuera de lo que estaba acostumbrado a verlo usar, quien suspiró un poco cansado al ver primero a Pablo, pero su expresión cambió al abrir mejor la puerta y dejar ver a la mujer parada al lado de su amigo, ahora se encontraba sonriendo.

. Laura, gorda. No sabía que estabas acá.

- Andaba por la zona y quise visitarte, traje algo para almorzar juntos.

Román miró todavía sonriente a la mujer que agitaba contenta una bolsa de plástico con lo que parecía comida caliente, pero cuando volvió la vista a su amigo, recibió una mirada no muy feliz de su parte, este lo miraba por sobre sus cejas, con una notable cara de culo y brazos cruzados. 

- Pasá gorda, si hace falta calentá lo que trajiste, usá lo que quieras, ¿si?

- Dale, amor, ¿Pablo nos acompaña? 

Preguntó inocente la mujer, con una sonrisa mientras pasaba hacia el gran departamento. Román negó con su cabeza hacia la mujer, el nombrado abrió los ojos, claramente ofendido.

- No, no. Charlamos unas cosas ahora y él ya se va.

Los ojos de Pablo miraban a Román como si pudiera lanzar flameantes llamas por estos, y deseaba poder hacerlo. No estaba entendiendo mucho la situación, pero boludo no era, no hacía falta ser tan inteligente como para deducir que el amigo de Pablo estaba con alguien más. Román cerró con cautela la puerta detrás suyo, cruzando sus brazos miró a su amigo que apoyaba ambas manos en sus caderas, quien no tardó mucho en hablarle a lo susurros.

- ¿Qué carajo, Román?

- Yo no la esperaba, que conste.

Román levantó ambas manos a modo de excusarse. El ceño fruncido del menor comenzaba a dolerle de tanto mantener apretadas sus facciones por un largo tanto, se masajeó para aliviar la molestia, pero sus cejas volvían a fruncirse involuntariamente, estaba demasiado frustrado.

- Habíamo' quedado en algo hace exactamente unos minutos.

- Si, ya sé enano, ya sé. Pero escúchame, tengo que hablar con…

- Hablar las pelotas, decile que tené' que ayudarme con algo, rajala, no sé, pero hace algo.

- Pará, no te calentes, escuchame enano…

- No, no te escucho nada, porfavor Román, necesito urgente que me coj… 

El nombrado abrió sus ojos mientras tapaba la boca de Pablo tan rápido como pudo, con una clara expresión de pánico.

- Pablo, acá no, cortala. No soy tu vieja para decirte nada, pero te estás portando como un pendejo pelotudo. Así que bajá un poco, cerra la boca y escuchame.

Cuando el hombre más alto vio que Pablo se encontraba algo receptivo a hacer lo que le pedía, sacó su mano de la boca de este y comenzó a hablar.

- Ya "esto" no puede seguir pasando como si nada, enano. Estoy conociendo a Laura, y me parece que va en serio.

- Pero, ¿y ahora qué hago con esto?

Pablo señaló hacia abajo donde se encontraba apoyada su gorra, tapando una erección, que lentamente comenzaba a molestarle. Román solo levantó sus hombros a modo de respuesta rápida, los ojos de Pablo miraban algo abiertos, no podía creer que lo estaba dejando en banda así.

- No sé, enano. Ya no te puedo ayudar de esa manera. Clavate una, pedile a Scaloni que te ayude. Sos creativo, algo se te va a ocurrir.

Pablo, quien había bajado un par de cambios, al escuchar el apellido del hombre de Ferrari estar implicado en un contexto como ese, sintió cómo pasó de primera a sexta, sin punto medio.

- ¡¿Eh?!

- Ay, Pablo...dale, no te hagas.

Roman lo miraba con una expresión que no estaba pudiendo descifrar, no sabía qué es lo que estaba implicando el corredor de Alfa Romeo al meter al hombre que más detestaba en ese contexto tan particular, donde ahora más que nunca necesitaba descargar la bronca contenida con su amigo, como venía haciendo hace unos años. 

Las veces que había estado con Román habían sido normalmente por algo relacionado al l'uomo di Ferrari : si lo molestaba al punto de sacarlo de quicio, se acostaba con Román. Si Pablo en alguna carrera salía segundo y Scaloni primero, se acostaba con Román, típico. Incluso las mínimas idioteces que rondaban a su alrededor le daban bronca, como lo era una publicidad que involucrara la cara de Scaloni, ocurrían esos encuentros. Además, Pablo no sabía de qué otra manera liberarse de su bronca generada por el otro hombre, y Román ya no parecía muy abierto a seguir manteniendo aquel tipo de encuentros esporádicos.

- Estás constantemente hablando y quejándote de Lionel. 

- ¿Y? es un reverendo pelotudo, se lo merece.

- Yo no me llevo muy bien con Ayala, pero no estoy todo el tiempo hablando de él, ni pensando maneras de como molestarlo ni esas cosas que haces vos con Scaloni.

- ¿Y que tiene que ver Ayala a todo esto?

- Nada, Pablo. Lo que te intento decir es que me parece que vos tenés unos temitas a resolver con Lionel, un poco te mueve el piso.

- ¿Qué a vos no te sube agua al tanque? él me cae como el reverendo orto. Lo menos que se me pasa por la cabeza cuando lo veo es meterme la poronga del tipo hasta la garganta.

- ¿Y cómo sabes que te entra hasta ahí?

Las mejillas del más bajo se sonrojaron tan rápido como cuando aprieta el acelerador para salir disparado de la línea de salida. No sabía que acotar a eso.

- Pero que tarado que sos.

- Pablo, ¿vos viste como los pendejos intentan llamar la atención de las nenas que le gustan? Tirándoles las trenzas y esas giladas, ¿viste? Bueno, así te estás portando. 

- No intento llamar su atención…

- No me mientas, enano. Tenés una fijación con Lionel, y no podes negarlo, menos a mi.

- ¡Yo no tengo una fijación con Lionel!

- Bueno, nombrame tres razones de por qué querés salir primero en el Mónaco, y que no tengan nada que ver con restregar el premio o tirarle champán violentamente en la cara a Lionel.

El más bajo abrió la boca para hacerlo, pero cuando ninguna palabra salió de ahí volvió a cerrar su boca, sus ojos se abrieron al darse cuenta de lo que pasaba. Comenzó a tener una especie de pánico interno, no podía recurrir a ninguna razón normal, porque su plan era: 1) ganar la carrera, 2) correr hasta Scaloni y sacarle en cara que él había salido primero y él segundo, y 3) subirse al podio y echarle a propósito champán a la cara al hombre de Ferrari, ahora en el segundo lugar. 

Lo menos que quería era darle la razón a Román, quien lo conocía demasiado, no concebía la idea de que Scaloni capaz lo calentaba un poco, imposible admitirlo. Por lo que intentó, claramente en vano, convencerlo a Román de un ultimísimo encuentro entre ambos, acercándose e intentar darle un pico, pero el hombre más alto se encontraba totalmente reacio a aquello, que alejaba su rostro del contrario.

- Por favor, Román, ayudame una última vez. Te la chupo en el ascensor, donde vos quieras, te dejo que hagas lo que quieras. Porfa.

- Enano, ya no soy tu trola de turno, madura y acepta las cosas como son. Ya no tenés quince años.

Roman volvió a abrir la puerta de entrada de su departamento para entrar, dejando a un solitario y caliente Pablo. Pero antes de adentrarse al penthouse, lo miró con una expresión severa.

- Encara la situación como un adulto, Pablo. Nos vemos el sábado en el predio.

Ahora sí Pablo estaba totalmente solo, en un pasillo que no se atrevía a cruzar, insatisfecho con el mismo y lleno de vergüenza. Miraba la puerta de madera mientras escuchaba las tenues risas dentro del hogar de su ahora oficial amigo, sin ninguna relación de amigos con derecho de por medio. 

Tenía ganas de demoler aquella puerta abajo a las patadas, tal era su desesperación. Prefería tener que estar encima de su auto de carreras por más de veinticuatro horas sin paradas en los pits, antes de admitir que Scaloni le movía ciertos engranajes dentro de su sistema. 

Se encaminó hacia el ascensor, ahora volviendo a tener cara de culo, mientras repetía y se burlaba de lo último que Román le había dicho. No le daría la razón ni en pedo.

- Inciri li sitiiciin cimi in idilti.

No podía creer lo que le estaba pasando, sus necesidades no estaban siendo saciadas de la manera que él esperaba ese día, y el jean le apretaba de una manera bastante incómoda, pero se lograba tapar con la gorra. 

Llegó a su auto, lo arrancó y manejó, otra vez en completo silencio, hasta su hogar. Vivía en una zona bastante adinerada de Buenos Aires, era una casa no muy grande, ya que acostumbraba a no estar mucho por ahí gracias a los incontables viajes que realizaba fuera del país, pero lo suficientemente grande como para poder sentir el peso de la soledad cuando caía la noche con un vino de por medio, cuando podía. 

Entró el auto a la cochera sin prisa, se quedó un rato sentado en los asientos encuerados contemplando con sus ojos perdidos las paredes, repasando mentalmente la charla que había mantenido con Román. No quería darle muchas vueltas al asunto, lo mareaba y confundía… tampoco es que podía pensar demasiado ya que, la molestia que le causaba su erección era mayor al peso de sus pensamientos que rogaban con toda su existencia que Scaloni no se le cruzara por la cabeza. Decidido a acabar con su tortura física, desabrochó su jean y rápidamente bajó su ropa interior, escupió su mano para tener contacto directo con su dolorosa erección y hacer algo al respecto. 

No quería permitirse pensar justo ahora en aquel hombre que personificaba la arrogancia, pero mientras su mano lentamente masajeaba de arriba a abajo su longitud varias imágenes de ese hombre en particular comenzaron a aparecerse en su cabeza. La más reciente era el estupido y demasiado marcado torso desnudo de Scaloni, que veía seguido gracias a las duchas. Cómo aquel bóxer negro que estaba usando abrazaba su piel de manera perfecta, que no dejaba absolutamente nada a la imaginación. 

Su rostro se había comenzado a tornar de un color cerca al carmesí y su respiración se volvía cada vez más agitada, apoyándose en el asiento para sentirse sostenido. Con su mano libre tapó su boca para evitar que algún sonido, por más pequeño que fuera, saliera de su garganta, lo hacía menos real (o era una mentira que se estaba diciendo a él mismo para simplemente engañarse). Las imágenes seguían como rápidos flashes en su cabeza, sus manos grandes y fuertes con las que siempre se expresaba al hablar en conferencias, nunca pasaban desapercibidas. La manera que se agachaba para verlo, aquella estúpida sonrisa… esa sonrisa de costado, que hacía que pequeñas marcas de expresión relucieran de esa manera socarrona solo y exclusivamente para él. 

No fue mucho lo que tardó en manchar parte del volante y su propia mano con aquel líquido espeso y blanquecino, ahogando un pequeño gemido que feneció en su mano izquierda. Ni con Román había podido llegar al punto de correrse tan rápido, parecía un estúpido adolescente precoz. Y el dueño de su pequeño desastre era una de las personas que menos hubiera esperado tener que recurrir. 

Se sentía sucio, pero no por lo que acababa de hacer, si no por haber pensado en el hombre de sus pesadillas de esa manera, lo detestaba tanto. Esta era la última vez que haría algo así pensando en Scaloni, lo juraba. O también era otra mentira que se decía a él mismo para no tener que sufrir tanto su sobre pensamiento crónico.

Sacó de la guantera unas toallitas húmedas y limpió todo lo necesario, para no dejar rastro alguno de su calentura. Terminó y decidió pretender que nada había pasado para poder darse una ducha y descansar del día que estaba teniendo, efectivamente, uno de mierda. No podía procesar pensamiento alguno, solo deseaba dormir hasta el día de la Q2, donde tendría que obligadamente volver a ver al hombre de Ferrari, ¿con cual cara? No sabía, solo esperaba no portarse como un tarado.

Notes:

beep beep

Chapter 3: Scuderia Ferrari

Notes:

buenas, no me voy a excusar con lo que me tardo en actualizar porque soy consciente, discupen nomás a esta ocupada, estesada y bloqueada samaritana. este es un pov de lionel y un poco de texto que explica algo de los procesos de clasificaciones etc

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En el departamento de Lionel a la hora del desayuno, era costumbre que desprendiera deliciosos olores apenas comenzaba a cocinar porque, además de ser un muy buen corredor, era un excepcional chef. Hoy el café era uno de los que más se sentía dentro de aquel gran espacio, muy grande para un soltero. De los varios olores que los artefactos emanaban, el café era el que predominaba, también se superponía el del pan tostándose, y lo que no podía faltar en su desayuno eran huevos revueltos hechos como a él le gustaban, no muy cocidos pero tampoco que estuvieran muy “babosos”.

Le encantaba despertarse temprano para poder experimentar cada vez que podía, el placer de un tranquilo desayuno, hecho en casa y que lo dejara con bastantes energías para sobrevivir a los arduos entrenamientos de cada día. A veces, los ejercicios eran más pesados que otros pero su desayuno jamás lo defraudaba. Hoy si o si necesitaba energías, era la fecha de la segunda carrera clasificatoria, que definiría su puesto entre los mejores 15 corredores para la tercera instancia de clasificación. Varios compañeros habían perdido su lugar en la carrera anterior gracias a la lentitud de su paso, ese claramente jamás había sido un problema para él en toda la trayectoria de su carrera.

Parado frente el ventanal de su departamento, con unas bellas vistas hacia la ciudad de la furia, bebía el humeante café de su taza Ferrari. Con sus ojos perdidos en la variedad arquitectónica que le ofrecía Buenos Aires, no pudo evitar pensar que no le molestaba ser reconocido como uno de los más rápidos de la fórmula uno, para nada. Su pecho se ensanchaba orgulloso cada vez que en las conferencias de prensa o los curiosos periodistas lo definían como tal, l’uomo più veloce del mondo . Y Ferrari, se encargaba de alimentar las publicidades a tiempo récord gracias a como era reconocido dentro del mundo publicitario, no se sentía cómodo con esa explotación de su imagen. La mayoría de las veces dejaba pasar que las publicidades sólo lo incluyeran a él, no era el único que existía dentro del equipo, tenía a su otro compañero que corría junto a él, no era tan bueno pero, a veces sentía Ferrari “tenía sólo ojos para él”, siempre lucraban con Scaloni, era parte del contrato.

Tenía una relación amor-odio con su equipo, él detestaba cómo usaban su imagen constantemente para hacer millones. Era una situación desagradable, pero le debía a Ferrari la mayoría de su exitosa carrera, sin incluir su inmenso talento que lo había llevado directo a la fama. La oferta del gran equipo había llegado en un momento crucial de su vida, un momento que le molestaba recordar. Ese recuerdo en específico hacía que su cabeza palpitara de dolor, por lo que evitaba rememorar el pasado con frecuencia. Pero más le molestaba que ese peso en su pecho, que ese dolor de cabeza tuviera nombre y apellido.

Pablo Aimar, el payasito, dueño de las fortunas que gastaba en paracetamoles y de las saladas cascadas derramadas en muchas fundas de almohadas, en lo último que le quedaba de su adolescencia.

Ahora a sus treinta y cuatro años, muy prontamente treinta y cinco, no dejaba que el pasado lo afectara de tal manera. Hasta la mitad de sus veintes tuvo algunas crisis donde realmente no podía ver a Pablo ni en figurita, una rabia que no era suya lo poseía y no podía pararla. 

Por mucho tiempo, ambos compartían el mismo ambiente y pasión por las carreras, por lo que al cruzarse en las carreras y no llorar como un niñito desconsolado frente de él, descargaba sus frustraciones en el menor: le quitaba el casco tirándolo para otro lado y tuviera que perseguirlo como un boludo, se aprovechaba de los 14 centímetros que lo distanciaba de su rostro y hacía que saltara también para alcanzar el casco (se había ganado un par de patadas en su entrepierna gracias a esto, por lo que no recurrió muy seguido a este chiste), le quitaba su traje para esconderlo en algún otro locker, también le tiraba agua fría mientras se pegaba una ducha post entrenamiento o simplemente le decía un par de “cosas” al oído, que sabía que haría que se le salte la chiripiorca, antes de que saliera a alguna conferencia de prensa, logrando que el más bajo tuviera que forzosamente bajar un par de cambios. Cosas de chiquillos y otras que no recuerda, todo lo que había hecho en contra de Pablo fue por pura venganza, le divertía demasiado ver el enojo que se esforzaba en ocultar cada vez que lo hacía poner de malhumor.

Con el pasar de los años adquirió la madurez necesaria para afrontar la situación tensa que había entre ellos y seguía ocurriendo hasta la actualidad… bueno, seguía haciendo todas esas cosas, algunas dejaron de suceder porque entendía lo inmaduro de su actuar, pero molestarlo era parte de su vida cotidiana, simplemente no podía dejar de hacerlo, esa necesidad de hacerlo era más fuerte que su fuerza de voluntad. Era una persona que guardaba rencores a las personas que se lo merecían de verdad, y Aimar era uno de esos, sus razones estaban un poco caducadas pero… era difícil no guardarle rencor.

Cada vez que lo tenía cerca era como recibir una punzada directa a su pecho, su corazón evitaba latir (un decir, su salud estaba bien), y trataba de ignorar esas sensaciones que tenía cuando veía al hombre que lo acompañó a lo largo de su vida, porque le recordaba cuán dañado lo dejó el enano . Para dejar de lado esas reacciones fisiológicas que no controlaba en lo absoluto lo molestaba constantemente, y ver cuán enojado se ponía Pablo era el equivalente a la sensación de ganar una carrera.

A veces lo veía desde lejos, sin ni siquiera aparecerse en su campo de vista, porque sabía que apenas hiciera acto de presencia cerca de él, Pablo se convertía en una persona totalmente distinta e insoportable. Lo encontraba cotidianamente hablando con Riquelme, Messi y “el Kun”, el segundo corredor de Mercedes. Escuchaba y veía cómo reía a las carcajadas, agarrando su estómago y tirándose hacía para atrás, exagerando la acción en sí, sus ojos se entrecerraban de una manera que acentuaba las líneas de expresión alrededor de ellos, definitivamente su risa no había cambiado nada con los años.

En noches después de una larga carrera, donde sentía que se había pasado de molesto con Pablo, con un sentimiento bastante amargo en su boca, similar al de la culpa, se preguntaba: ¿Qué sería de Pablo y él si las cosas se hubieran dado de una manera distinta? ¿Acaso el haber hablado las cosas en su debido momento hubiese ayudado? No sabía con certeza, pero lo que sí sabía era que nunca era tarde para intentarlo.

 

Encontrarte en algún lugar

 

Aunque sea muy tarde...

 

El único pequeñísimo detalle era que Pablo lo odiaba, le deseaba la muerte, lo aborrecía, lo detestaba, entre otras cosas, y las chances de que hablaran sin terminar con narices sangrantes de por medio eran… nulas. Por supuesto que su orgullo era mayor y no dejaría en evidencia aquella vulnerable y sensible de él, aquella que anhelaba algún día poder limar asperezas del pasado con el de rulos, pero la idea de tener que decirle las cosas que se le habían pasado por su joven cabeza era hasta aterradora, moriría antes de hacerlo.

Entre pensamiento y pensamiento se fijó en la hora, su tiempo de desayuno y la paz que conllevaba el mismo se había ido a la mierda, no tenía tiempo de contemplar ninguna parada ni semáforo, por lo que aspiró lo que quedaba de su café, rogando no ahogarse con el tibio líquido. Lavó todo y corrió hacia la cochera de su auto, estaba apurado… pero jamás dejaría su hogar sucio. No tenía que preocuparse mucho de las cosas que tenía que llevar, ya que siempre dejaba un bolso armado, listo al lado de la puerta. Amaba la predictibilidad y no tener que renegar por cosas que podía controlar.

Manejó lo más rápido posible hasta el predio donde se correría la sesión y caminó lo más rápido que sus piernas le dieron hasta los lockers. Debía ponerse primero el traje térmico, ese que después de varias vueltas comenzaba a molestarle, pero ahora la segunda instancia se regía por tiempo, como la primera y posterior carrera, tres carreras donde aseguraría la pole-position, el primer lugar, a donde merecía estar. El segundo traje de Ferrari se lo puso lentamente, preparando su mente para lo que se venía, seguiría haciendo todo lo posible para seguir siendo el primero, alejando cualquier pensamiento que interfiriera con su concentración.

Sentía sobre su nuca un sentimiento punzante que le hacía picar, se rascó nervioso. No era ningún insecto, sino que era algo que estaba fuera de su campo de visión, el sentimiento de estar siendo observado era muy persistente. Se dió la vuelta para intentar ver qué era, y al ver qué o quién estaba detrás suyo sus ojos brillaron de la emoción. Detrás suyo se encontró con un muy, demasiado, callado Pablo que lo observaba muy concentrado, sentado en uno de los bancos de madera, atando los cordones de sus zapatillas negras. Podía sentir el odio atravesarlo, el ceño fruncido de su contrario acompañaba unos ojos que parecían perforar su cuerpo, o al menos intentar. Le sorprendía que no se estuviera burlando de lo tarde que había llegado, más le sorprendía que ninguna palabra estuviera saliendo de su boca y solo se concentrara en mirarlo por debajo de sus cejas. Se quedaron sosteniendo la mirada del otro, sin avanzar en sus acciones, en su boca se formó una sonrisa burlona. Verlo al menor era la adrenalina que necesitaba a diario.

- ¿Cómo estamos hoy, payasito? ¿con miedo?

Soltó aquellas palabras luego de segundos de completo silencio, mientras buscaba sus guantes, con el locker abierto no era posible verlo, así que aprovechó para sacar su casco con los colores de su equipo. Apenas sacó lo último nombrado, el locker que contenía sus pertenencias se cerró bruscamente… más bien Pablo lo había cerrado de manera brusca, ya que se había levantado de su lugar, y al pasar por ahí, realizó aquella acción. Por poco no le sacaba la nariz, se quedó un poco atónito ante la acción.

Esperó algo del menor, una palabra o una onomatopeya, algo que saliera de su boca para provocarlo, pero sin decir absolutamente nada el menor, ya trajeado, se levantó y simplemente… se fue. No lo chocó “sin querer” con su hombro, no le tiró ningún comentario que le diera pie para molestarlo ni nada que se le pareciera. Se quedó quieto, procesando lo que acababa de pasar. Era la primera vez en años que Pablo simplemente decidía no dirigirle la palabra de manera que lo provocara e incitara al odio.

 

Tantos odios para curar… 

 

Tanto amor descartable.

 

Terminó a las apuradas de preparar su traje rojo y corrió detrás de Pablo, aquel silencio lo incitaba a molestarlo mucho más de lo que tenía planeado. Era consciente de lo ridículo que quedaba, siendo él un hombre en la mitad de sus treintas, molestando a otro hombre de su misma edad de manera que solo los adolescentes lo hacían, pero cómo le divertía verlo molesto.

- Che, payasito.

Levantó la voz por los pasillos en un intento de que el menor aminorara su paso, pero hizo caso omiso a su llamado. 

- Payasito.

 

Escucharte a mi lado hablar...


Aunque estemos distantes.

 

Seguía llamándolo, ahora a pocos centímetros de él. Con un par de cortos pasos, gracias a su altura, se acercó hasta quedar detrás de él, caminando a su paso. Ambos debían dirigirse hacia el mismo lugar, por lo que la excusa para molestarlo estaba presente.

- Eu, ¿Qué sos sordo, payaso?

- No me rompa’ lo’ huevo’, Scaloni.

- ¿Entonces querés que te rompa otra cosa?

Susurró con rapidez detrás del oído del menor con una amplia sonrisa, todo con el menor podía pasar de cero a cien en menos de dos segundos. Esas “otras cosas” que había obviado mencionar eran los comentarios con doble sentido. Era algo que había descubierto allá cuando ambos coincidieron a los diecisiete años, en una competencia de karting de la capital. Cada vez que lo hizo, Pablo se puso rojo como un tomate y se rió mientras le pegaba en el hombro para que dejara de tirar comentarios de ese índole, pero sabía que le causaban gracia por lo que siempre que pudo, lo hizo.

Ahora lo seguía haciendo pero en vez de causarle gracia, al menor le molestaba profundamente. Pablo se paró en seco, chocando así contra él. Se dió la vuelta tan rápido que hasta por un segundo se preguntó si no se había lastimado el cuello. La encendida cara de horror que puso no tenía precio alguno, le extrañó que su rostro sonrojado se asemejara más a aquel que había visto de jóven, no el molesto y harto rostro de todos los días. Fue extraño, pero lo dejó pasar, solo limitándose a sonreír de costado.

- ¿Qué carajo decí’?

La voz de Pablo se tornó aguda, sonaba a la defensiva, más de lo normal. Tendía a tener ese efecto sobre el hombre de rulos, por lo que intentó mantenerlo nervioso.

- Yo hablaba de tu auto, que vos pienses otra cosa…

Lo miró con su típica sonrisa socarrona, le fascinaba demasiado ver lo ofendido que se ponía.

-  Pero por qué no te vas a la re mierda.

El más bajo se dió la vuelta, llevando sus pies al mismo lugar que ambos debían dirigirse. Miró en ambas direcciones del largo pasillo, procurando que no hubiera nadie rondando por ahí. Hasta donde sabía, tiempo tenía. Sin dejar que el menor se alejara mucho más, quien lo ignoraba por completo, lo tomó del cuello con fuerza, como para ahorcarlo pero no dejarlo sin aire. Lo sostuvo de una manera tal que escapar de su agarre fuera algo que no intentara, parando así completamente el paso del más bajo. El rostro de Pablo se encontraba sonrojado, pero no porque estaba apretando puntos donde cortara el paso del aire, mostraba incomodidad ante su mano enguantada, con sus manos intentaba zafarse, pero necesitaba dejar su punto en claro. Se encontraba pegado contra el cuerpo del corredor de Red Bull, su rostro se encontraba bastante cercano al suyo, obligándolo a hablar entre susurros.

- Re mierda te hago hoy, enano del orto.

- Ya te gustaría, pelotudo.

La voz de Pablo sonaba rasposa, sostenía con dos de sus manos la mano de él, intentando todavía deshacerse de su agarre, pero con los guantes puestos todo se hacía un poco más complicado. Los rostros de ambos se encontraban muy cerca uno del otro, rozando sus narices, el aliento de Pablo chocaba contra su rostro, quien de a poco comenzaba a buscar aire que pasara a sus pulmones, sus rojas mejillas se relucían como una brillante manzana.

-  Hay tantas cosas que me gustaría hacerte, payasito. Incluído ganarte.

- ¿Y que me calienta si me queré’ ganar?

- Debería, payaso. Porque cuando gane la pole-position mañana, lo único que vas a ver en Mónaco va a ser mi alerón delante del tuyo, y después vas a tener que ver para arriba el primer lugar, en donde yo voy a estar, porque dudo siquiera que llegues al tercero.

Ambos mantenían un contacto visual que no se rompía por nada del mundo, era  como si no pudieran apartar la vista uno del otro, pero no de una manera que lograra enternecer a  cualquiera, las miradas del otro estaban cargadas de tanto odio que si alguien más se encontrara con ambos hombres, sería lo mismo que encontrarse con dos canes famélicos, peleando por un último pequeño trozo de carne. 

El agarre de Pablo se notaba un poco más débil que antes por lo que, aprovechando aquel momento de vulnerabilidad, lo soltó al mismo tiempo que lo empujaba al piso, dejándolo así de rodillas. Riendo, se paró frente de él para posteriormente ponerse a su altura, de cuclillas, tomó su barbilla levantando así su rostro para que lo viera, pero al encontrarse con los ojos algo perdidos del menor, siendo más brillantes de lo normal por las pequeñas lágrimas acumuladas en sus ojos y su boca entreabierta jadeando por aire sintió aquella característica punzada en el pecho, y puede que en otro lugar de su cuerpo también, pensamientos rápidos y que no eran comunes en él desde hace bastante tiempo invadieron sin permiso su mente, pero logró ignorarlos completamente, sonriendo de la manera que siempre lo hace, solo para él.

 

Es el mundo tan poco sensual...


Que no pudo aliviarme.

 

 

- Nos vemos en la pista, payaso.

 

 

Vos sos mi obsesión...


Quisiera atraparte.

 

Soltó de una manera un poco brusca su rostro, ahora caminando hacia el predio con una gran sonrisa en su rostro, dejando tras de sí un enojado pero confundido Pablo, quien arrodillado acariciaba su cuello, intentando calmar la sensación de ardor que le produjo mano completamente enguantada de Scaloni, y con unas ganas inmensas de sacarse ambos trajes, que ahora lo apretaban más de lo usual, para poder meterse bajo una ducha tan helada que le calara los huesos y le hiciese olvidar aquella sensación que no quería entender.

 


 

Su eficiente predictibilidad para lograr las cosas que se proponía, hoy le había jugado en contra, porque algo que implementa para llegar temprano a todos lados era atrasar media hora de todos sus dispositivos, entonces el tiempo que tenía era un poco más del que había pensado, y gracias a que se concentró en molestar a  cierta persona, olvidó que tenía tiempo para chequear que nada estuviera fuera de lugar dentro de su auto, para así evitar una suspensión o similar, que lo mataría si fuera a darse así. 

Para evitar la suspensión debía dejar ciertas cosas dentro de su auto sin modificar, y respetar aquello a rajatabla para la próxima sesión, ya que su coche debía quedar con las mismas condiciones con las que contaría en esta sesión. No le estresaba en lo más mínimo tener que dar su mejor tiempo en 15 minutos, un minuto menos que la anterior, así eran las calificaciones y siempre habían sido así, y tenía siempre la suerte de su lado para terminar normalmente en el puesto número uno, o por excelencia, en el dos. Terminar dentro del podio en la instancia de calificaciones era muy beneficioso para el piloto en sí, y lo era mucho más ganarse la pole-position, ya que en carreras como la que correrían en dos semanas, el sobrepasar a un compañero era altamente improbable gracias a las angostas calles de Mónaco. 

Pese al panorama, nunca se dejaba abrumar por sus compañeros y adversario. Ahora eran 15 los corredores, incluído el mismo, que estarían mostrando y dando lo mejor de su talento para llegar a la tercera instancia de clasificación sin ser eliminados y puestos en un lugar muy lejos del primero.

Con su casco ya sobre su cabeza, entró a su auto para acomodar su cuerpo para quedar casi acostado, ajustó todo lo que debía ajustar dentro de su máquina que lo acompañaba a todos lados dejando todo como debía estar, todo como debía ser. Su auto se encontraba fuera del área de control de su equipo gracias al mismo, soltando un último suspiro arrancó para la pista saliendo de zona de pit stop.

Sentía que todo iba en cámara lenta pero al mismo tiempo todo pasaba demasiado rápido, la adrenalina hacía que su cuerpo se sintiera vibrante. Su mirada se encontraba totalmente concentrada enfrente, y con su volante se ayudó para comenzar a realizar los cambios, ya dentro de la pista. Las ruedas se deslizaban sobre el asfalto, como si toda la vida hubiesen pertenecido allí.

Comenzó dando un par de vueltas de precalentamiento para acostumbrarse él y al propio auto, cosa que no podía darse el lujo en las carreras oficiales. Muy en el fondo de su cabeza admitía que se ponía un poco nervioso, a veces la ansiedad de lo que no podía controlar lo abrumaba un poco y comenzaba a formular posibles escenarios donde había una posibilidad de que su auto le fallara, o comenzara a ir lento, o directamente comenzara a prenderse fuego su coche, en esos momentos solo deseaba gritar, volver a su casa y encerrarse allí, pero su racionalidad lo cacheteaba y terminaba convenciendolo de que aquellos hipotéticos escenarios eran poco probables, era el hombre más rápido de la fórmula 1, y uno de los más talentosos, ¿de qué tenía que preocuparse? Obviamente era consciente de que todo a veces podía estar determinado por la suerte misma, pero tendía a tenerla de su lado.

Con las vueltas suficientes hechas para que su auto se acostumbrara, apretó el volante con sus manos enguantadas, miraba con ansias el asfalto esperando que en su campo de vista apareciera la línea que se asemejaba a un tablero de ajedrez para por fin arrancar. Cuando apareció sonrió levemente, desconectó toda sensación de su cuerpo, solo sentía el ronroneo de su auto entrar a sus oídos, las ruedas ya eran parte de sí, y cuando sobrepasó aquella línea, arrancó con todo lo que su auto le permitía.

Al correr con su auto su cuerpo presenciaba sensaciones que la vida en sí jamás pudo ofrecer. Correr lo sentía como un baile, similar a como las bailarinas de ballet se desenvuelven con tanta gracia sobre el escenario, pero en este caso él era un “bailarín” sobre su “escenario”, surcando las varias curvas, bajando la velocidad cuando debía, girando su volante con cuidado, acelerando al fondo en llanuras, manteniendo su cabeza fría.

Y cuando ya pudo volver su cabeza a su cuerpo, se dió cuenta que ya había hecho las vueltas necesarias para terminar su tiempo. Apretó un botón para comunicarse por radio con su equipo, ansioso por escuchar la respuesta del director de su equipo, Ricardo, un italiano grande y sensato, lo había ayudado por mucho tiempo en su carrera y tenía mucho de qué agradecerle.

- Ricciardo, com’è stato?!

- Quattordici settantacinque, Lionel! Sei bravo. Ma ritorni pronto al pit-stop e possiamo fare I cambiamenti presto, caro.

Al escuchar su tiempo quiso salir del auto y comenzar a saltar en medio de la pista, catorce con setenta y cinco, se sentía demasiado eufórico, era un tiempo mejor que el de la sesión anterior, obviando que había tenido más tiempo en la anterior, estaba demasiado satisfecho con el resultado, ya tenía con qué molestar al payasito.

Con su vuelta al pit-stop realizó todos los cambios que no podría hacer para la tercera sesión de clasificación, ya que estaba vetado por reglamento el realizar cambios drásticos antes de la última sesión. Ayudó a su equipo a chequear que nada se les fuera de las manos, su equipo hizo cambios de ruedas por unas ruedas blandas, le serviría para la rapidez que quería mantener.

Se quedó un pequeño rato viendo las pantallas de su equipo para estar al tanto de los tiempos de los demás, descubrió que uno de sus amigos de Alpha Tauri, el “ratón” Ayala no llegó con sus tiempos, quedando afuera de los mejores 15 de la sesión de hoy, quedando así bastante atrás. Pero prestó particular atención al carro de Aimar, entrecerrando sus ojos, concentrado veía como los números subían y se parecían bastantes a los suyos estando muy cerca de la meta. Sintió como su respiración se contenía por un segundo, rezando mentalmente por seguir en el puesto número uno de hoy.

Sus plegarias fueron escuchadas cuando el número final de Pablo Aimar fue de 15.077, con una diferencia numeral de +0.318, la diferencia era casi nula. Salió de las pantallas para pedir una botella de agua. No le había prestado demasiada atención a sus necesidades físicas, pero tenía mucho calor y bastante sed, desprendió su rojo traje, bajando del todo, sacándolo con algo de brusquedad de su cuerpo. El maldito enano había estado demasiado cerca de él, de su tiempo y de sus chances de seguir estando primero, una rabia comenzaba a acumularse dentro de su pecho.

- È troppo veloce il ragazzo Aimar, non ci credi, Lionel? Quasi come tu.

Escuchó a su jefe de equipo comentarle aquella atrocidad, insinuar que Pablo Aimar era tan veloz como él lo era le parecía atroz, horrible de escuchar, más hacerlo en otro idioma, e incluso mucho más que saliera de la boca de su propio jefe.

- Stai scherzando, Ricciardo? Lui è troppo lento, non mi superarà mai nei suoi sogni.

- Ma dai, Lionel… il ragazzo è veloce, non devi sottovalutare Pablo, è un uomo con lo stesso talento naturale che tu hai. 

Por fuera de su pequeño lugar donde estacionaba su auto, miró como lentamente un Aimar llegaba levantando uno de sus brazos hacia su equipo a modo de festejo, luego miró a su jefe con el ceño totalmente fruncido y sus ojos abiertos, quien se encontraba con una mano en su hombro, intentando calmarlo. Sentía una ofensa muy grande por aquellas palabras, pero algo dentro de su cabeza le daba la razón al hombre con canas,  pero no lo haría abiertamente porque viviría en negación y jamás se lo contaría al de rulos, por más que estuviera muriendo.

- E non devi dimenticarti che voi siete cresciuti insieme, Lionel. Siete gli stessi bambini con gli stessi talenti e amore per le macchine. Lui non è molto diverso da te in quel senso, devi tornare a essere amico di Pablo di nuovo, è un buon ragazzo.

Bebió rápidamente de la botella de agua, aplastándola con fuerza al estar terminada, tirándola así al piso de la bronca que le producían las palabras de Ricardo, tomó su traje del suelo y musitó, escupiendo la bronca de manera verbal con pocas palabras, pero denotando su claro enojo por el resultado.

- Andrò in bagno, ritorno dopo.

Agradeció que no se cruzó con el taradito de Aimar, porque era capaz de pegarle una piña de la bronca que sentía en ese momento, no quería cruzarse con absolutamente nadie. No tendía a dejar que sus emociones sacaran lo peor de él, jamás le había ido bien dejándose abrumar por su parte sintiente, y bastante experiencia tenía en eso.

Pero ahora parecía que el universo no estaba de su lado, porque sus dos amigos de Alpha Tauri, compañeros de carreras, Walter Samuel y Roberto Ayala, se cruzaron con él a medio camino de los baños, se veían bastante felices, más a Ayala, pese a no haber quedado dentro de los 15 mejores.

- ¡Eh, hola Gringo!

- Felicitaciones, cabeza.

Ambos lo abrazaron un poco alejados, sabían cómo era él con el tema del sudor post-entrenamiento y cuánto le molestaba ser tocado con su traje puesto. Con una muy pequeña sonrisa, que como rápido apareció rápido se fue, les agradeció por lo bajo, intentando camuflar su bronca. Ambos hombres conocían bastante al taurino enfrente de él, sabían que estaba raro, se miraron el uno al otro y así, Walter decidió preguntar.

- ¿Todo bien, gringo?

- Si, si, ‘ta todo bien.

- Bue, avisale a tu cara.

Soltó Walter con una pequeña risa, pero fue Roberto quien preguntó ahora, esperando una respuesta sincera de parte de su amigo.

- ¿Pasó algo, Lio?

Hizo una breve pausa con un suspiro de por medio, le había afectado bastante cómo Aimar se había acercado demasiado a su resultado, por lo que suspiró otra vez mientras sostenía el puente de su nariz.

- Es el pelotudo del payaso, siempre quiere ser mejor que yo, y ahora seguramente el pelotudo a cuerda me refriegue el resultado en la cara como el arrogante que es.

- Pero, ¿Por qué hablás así de Pablito? ¿Pasó algo entre ustedes?

- Si, gringo, ¿Qué onda? ¿Problemas maritales?

Los miró con el ceño fruncido y sus ojos claramente perdidos, como si estuvieran diciendo algo tan fuera de tono con la conversación, y tan alejado de la realidad… porque así era.

- ¿Se puede saber de qué mierda hablan?

- No seas boludo, gringo. Es normal tener una relación.

¿Qué carajo estaban insinuando?

- ¿Qué?

- Si, Lio. Pablo y vos, ¿no están en algo?

- ¡¿No?! ¡¿Qué carajo les hizo pensar que yo estoy con el pelotudo de Aimar?!

- Y, siempre que los vemos están juntos Lio, siempre.

- Además por cómo se miran. Siempre hinchandose las bolas, toqueteandose, parecen dos adolescentes, gringo.

- ¡¿Cómo que toqueteandose?! ¡¿Ustedes prestan atención o son boludos?!

Quería echarse a correr, muy muy lejos de ahí. No entendía absolutamente nada de lo que estaban diciendo sus amigos

- Pará, tranquilo, Lio. No te estamos diciendo nada malo.

- Solo decimos que se nota que hay algo entre ustedes dos.

- ¡Pero yo no estoy con el tarado de Aimar, par de boludos!

A unísono, y muy sorprendidos por el nuevo descubrimiento, preguntó el par de Alpha Tauri.

- ¿No?

- ¡No!

Al recibir la inmediata respuesta de su amigo de Ferrari, Walter y Roberto se miraron el uno al otro con una expresión que solo ambos entendieron, volvieron sus miradas hacia él, quien parecía bastante alterado, por lo que tácitamente dejaron de indagar en un tema que se veía que lo exaltaba. Con sus trajes blancos y negros bajados hasta la cintura y unas sonrisas medio incómodas se comenzaron a dirigir hacia el lado opuesto al que iba el pelinegro.

- Bueno, te dejamos solo, Lio.

- De nuevo, felicidades por el primer puesto, gringo. Bien ahí.

Lionel no pudo ni siquiera despedir a sus amigos, en el estado de shock en el que se encontraba no podía ni siquiera reaccionar a lo que sucedía a su alrededor, más cuando Pablo pasó por su costado, claramente dirigiéndose a las duchas. Lo miró con sus ojos todavía enfurecidos, el menor, con su pelo largo, algo sudoroso y medio traje colgando de su cintura lo chocó con su hombro, este aprovechó para darse vuelta, caminar hacia atrás y levantarle los dos dedos del medio con una sonrisa que dejaba relucir su lengua fuera de su boca. Fue un breve instante, pero que le sacó todo el aire de los pulmones, como si le hubieran pegado una patada en la boca del estómago. Hacía bastante tiempo que esa característica patada sentimental no aparecía, la última vez que le había pasado fue en '97, y que resurgiera ahora en pleno 2013 era demasiado para él.

De pronto, miles de preguntas llegaron a su cabeza, pero solo un par lograron destacarse dentro de su torbellino mental: ¿Pablo y él parecían una pareja? ¿Desde hace cuanto venía sucediendo esto? ¿Pablo era consciente? ¿Todo el mundo sabía? ¿Los periodistas especularon sobre eso?

No quería ni siquiera pensar en lo que pasaba a su alrededor, y menos cruzarse con Pablo ahora mismo. Ya podía sentir la canilla salada de sus ojos comenzar a abrirse lentamente, junto a un gestante dolor de cabeza que comenzaba a abrazar de manera brusca su cerebro. Necesitaba irse de ahí lo más pronto posible ahora que podía, y escapar de Pablo Aimar momentáneamente, como siempre había hecho cuando no lograba controlar sus sentimientos que involucraban al protagonista de sus malestares.

Vos sos mi destrucción...


No puedo dejar de pensar.

 

Notes:

no se cómo usar todavía ao3, pero la conversación en italiano de Lio con Ricardo fue así

-

- ¡¿Ricardo, cómo me fue?!
- ¡Catorce setenta y cinco, Lionel! sos un capo. Pero volvé pronto al pit-stop así podemos hacer los cambios rápido, querido.

-

- Es muy rápido el chiquito Aimar, ¿no te parece, Lionel? Casi como vos.
- ¿Me estás jodiendo, Ricardo? El es re lento, no me va a pasar ni en sus sueños.
- Pero dale, Lionel... el chico es rápido, no sobreestimes a Pablo, es un hombre con el mismo talento natural que el tuyo.
- Y no tenés que olvidarte de que crecieron juntos, Lionel. Son los mismos chicos con los mismos talentos y amores por las carrocerias. Él no es muy distinto a vos en ese sentido, tenés que volver a ser amigo de pablo, es un buen chico.
- Voy al baño, vuelvo después.
-

Y algo así, perdón si tengo algún error en italiano, perdí totalmente mis años de práctica.

Chapter 4: Túneles de Venturi

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Incomodidad. Eso era lo que sentía dentro de ese sueño que no podía recordar. Imágenes vagas que lo molestaban pero, al mismo tiempo le generaban bronca. Su cuerpo le pedía levantarse, algo estaba mal. 

Cuando pudo hacerlo lo primero que notó fue que su corazón latía demasiado rápido, estaba previamente dormido y eso se suponía que no debía pasar, menos que su respiración estuviera un poco agitada. Se había despertado exaltado y algo desorientado, pese a saber que estaba dentro de su cama, en su casa, solo. 

Sus ojos se encontraban abiertos de par en par, vislumbrando su habitación en la completa oscuridad. Sentía que con la cantidad de nervios que manejaba dentro de su cabeza era capaz de caminar por las paredes blancas de su pequeña casa pero, lo único que atinaba a hacer su cuerpo, en ese momento lleno de ansiedad, era apretarle el pecho dejándolo sin aire y por consecuencia, sin posibilidad de conciliar el sueño. Tenía que viajar hacia Mónaco, pero no era eso lo que le había desencadenado aquel ataque de ansiedad.  

Cambió su posición a boca abajo y con su cabeza mirando hacia el costado, respirando por su nariz y luego exhalando por la boca, un proceso hartante y lento que hacía cada vez que le sucedía. Solo lo hacía para poder aliviar los síntomas de la arrasante ansiedad antes de comenzar a hiperventilar como loco y sufrir un horrible ataque de pánico. 

Se removió molesto en su cama, aunque preocupado por él mismo, gruñendo por no poder descansar apropiadamente antes del vuelo. 

En la posición que estaba, estiró su mano con cierto cansancio hacia su reloj apoyado en su mesa de luz, lo tomó y entrecerró sus ojos ante la repentina luz roja. 

 

04:37

 

— Que culiao’.

Dejó el reloj de vuelta en la mesita, permitiendo que apagara su luz automáticamente. Chequeó los pulsos de su corazón y, al notar que habían bajado considerablemente respecto hace unos minutos se levantó con cierta lentitud de su cama. Miró por unos segundos el colchón admirando su inmensidad, pero esta vez no había manera que eso le alegrara. 

Muchas noches sentía esa ausencia que desconocía totalmente, el no sentirse acompañado le afectaba en varios momentos de su vida. A sus treinta y tres años sentía que estaba bastante realizado en su vida profesional. No se quejaba, ganaba trofeos consecutivamente, tenía amigos que lo querían, vivía tranquilo, podía darse el lujo de viajar cuando no estaba en temporada de carreras, se compraba lo que quería y lo más más importante, podía concentrarse totalmente en su pasión, pero pese a tenerlo todo… ¿por qué seguía sintiéndose tan solo ?

Salió de su habitación descalzo y en su pijama que consistía en un bóxer negro y una remera gris bastante gastada, la había comprado en un concierto que fue con Saviola hacía un par de años. Llegó a la cocina arrastrando sus pies por las baldosas frías, sacó una taza de su gran colección, llenó la pava con agua y la apoyó directamente en una hornalla. Necesitaba un té para poder dormir, al menos un par de horas más, necesitaba bajar un poco los nervios.

Mientras veía perdido el llameante fuego azul, su mente retomó el pensamiento reciente. Él sabía, lo admitía, que no era un tipo que cediera su corazón a cualquiera. Recordaba bien la última vez que lo había hecho, habían pasado fácil más de quince años. Había hasta casi olvidado cómo se sentía el estar enamorado, pero no pretendía estarlo, o de eso quería convencerse.

Su gran duda era, ¿por qué carajo se ponía a pensar en esas cosas a esa hora? Odiaba físicamente sentirse solo, pero odiaba más darse cuenta que estaba solo, que toda su vida estaba construida alrededor del hecho de que estaba completamente solo y… 

El silbido de la pava lo sacó de sus pensamientos, por lo que antes de que llegara a una temperatura mucho más alta la sacó con un trapo de la hornalla, apagándola. Tomó la caja de té de manzanilla y puso un saquito dentro del pequeño contenedor color beige. Vertió el líquido dentro de la taza viendo como se teñía así lentamente del suave color que desprendía la flor.

Bebió el líquido humeante, sus ojos seguían algo perdidos el reloj de su cocina. Escuchaba el tic, el tac, el tic de vuelta y luego el tac, otra vez. 



05:00



Cada segundo que pasaba lo veía sorbiendo de su taza. El día sumamente importante ya había pasado, no entendía el por qué todavía estaba nervioso. Si ya había adquirido, y con mucho esfuerzo, la gran esperada pole-position.

Si se ponía a recordar el por qué todavía había quedado nervioso todas sus razones convergían en una sola persona, una persona que ya realmente no sabía qué significaba para él. Por más que no quisiera, Lionel Scaloni se encontraba constantemente dando vueltas en su pensamiento, y sentía que pronto se volvería loco.

No quiso acordarse mucho del día de ayer, había terminado todo de una manera bastante inesperada, y lejos de estar contento de poder arrancar primero en una carrera tan importante como la de Mónaco, estaba a punto de morderse las uñas, y él no se las mordía.

Terminó dejando la taza vacía en la bacha, no tenía ganas de lavarla, por más que no le costara nada hacerlo. Volvió a su cama, se tapó hasta la nariz en un intento de reconciliar su sueño perdido y dejar de pensar tanto en ese hombre que lo envolvía en una manta roja, tan peligrosa. Lograba hasta incitarlo a hacer algo, no le gustaba para nada eso.

Las mil y una vueltas que dio en la cama lo pusieron de peor humor, ahora le daba la razón a Roberto y a Walter cuando le decían que a veces se portaba como un viejo choto. Se estiró, otra vez, para tomar el reloj de su mesita, así calcularía cuantas horas de sueño le quedaban.



05:10



Le quedaban, exactamente, dos horas y veinte minutos de sueño antes de tener que levantarse para armar su valija, a las nueve partir para el aeropuerto y realizar la interminable espera para su destino.

Dejó con fuerza sobre la madera el pequeño objeto, que mierda le importaba si se rompía. Estaba harto de sentir que arruinaba todos los aspectos de su vida por el idiota de Scaloni, ahora ni siquiera el sueño podía conciliar culpa suya. Soltó un sonoro gruñido, pasando las manos por su cara repetidas veces, su frustración era gigante y el sueño se había ido hace demasiado tiempo. 

Una de sus manos se posó en su cuello, rozando aquella marca roja de dientes sobre la sensible piel. El solo pensar en eso, lo ponía tan rojo como el traje de su “némesis”, dueño de esa marca en un lugar tan íntimo. 

Sacó sus dedos de ahí tan rápido como pudo, era como si su propia piel le quemara. Frunció su ceño al volver a recordar todo lo que había sucedido entre Scaloni y él, necesitaba rechazar todos esos flashes de memoria del día de ayer, pero simplemente no podía.

Ahora menos podría recuperar su preciado sueño, porque su mente comenzó a jugarle en contra, recordando el día de ayer, mortificandose con la idea de que algo realmente había pasado entre ellos después de una estúpida cantidad de tensión acumulada, que ambos no habían podido ver por el odio que los intermedia.

Aunque ahora realmente no sabía si todo este tiempo había sido odio. Estaba en un estado de crisis total. Su realidad estaba siendo despedazada por un hombre de 1.82, el hombre de su equipo rival. Quería que la tierra lo tragara y lo escupiera en otro lado porque tener que afrontar las consecuencias de la situación lo dejaba sin poder respirar, otra vez.

No podía dejar de acordarse de ayer.

 


 

Con cierta calma, calzó dentro de su pie derecho la última prenda que le quedaba, sus típicas zapatillas negras que requería su uniforme. Miró la hora en el gran reloj que se encontraba arriba de la puerta de entrada de los cambiadores.



10:02



Era extraño no ver a Scaloni por ahí, le extrañaba que no le estuviera hinchando los huevos incesantemente, de todas maneras se lo agradeció sin oficialmente hacerlo. Porque, siendo sincero, muy fanático no era de recibir algún golpe después de haberse acercado tanto a su resultado en la Q2, pero honestamente estaba esperando la piña.

Para distraerse, repasó mentalmente que le quedaba por hacer, su uniforme ya estaba listo, había ido al baño (muy importante), tenía sus guantes y casco a mano, pero sentía que algo se le estaba olvidando. 

Sabía bien que le hacía falta esa burla cábala de parte de Scaloni, pero no sabía que tantas ganas tenía de cruzarlo, ¿por qué? el cuerpo le comenzaba a fallar en contra de su voluntad, bueno, fallar era un nombre particular para catalogar las sensaciones que le producía el morocho. 

Puede que admita muy en el fondo que capaz, solo capaz, lo que le pasaba era todo una pura y simple calentura. Odiaba pensarlo, odiaba admitirlo, odiaba todo lo que conllevaba llegar a ese pensamiento. 

De la misma manera que lo calentaba en un plano sexual, calentaba el interior de su corazón en lo sentimental, o al menos lo había hecho hace años. El mismo hombre que le hizo conocer el odio profundo también descolocaba la química de su cerebro, estaba algo confundido.

Se levantó del banco de madera que elegía normalmente para atar sus cordones, ya era una costumbre seguir sus pasos para no romper la racha de suerte. Se encaminó algo nervioso hacia la salida de los cambiadores, apretando los guantes bajo su mano derecha. No quería seguir poniéndose nervioso, porque lo más probable era que sufriría un ataque de ansiedad y no es como que se encontraba en la comodidad de su hogar como para auto-asistir el preludio de un ataque.

Al salir hacia el pasillo visualizó la soledad de un lado, alivianando un poco el peso en su pecho, pero cuando miró a su izquierda se encontró con un Scaloni que salía de los baños, totalmente cambiado. Notaba que le faltaban sus guantes y casco, por lo que era inevitable que se dirigiría hacia su dirección, obvio, hacia los cambiadores. 

Comenzó a sentir la pesadez dentro de su pecho, su cuerpo se tensó en el momento que lo vio caminar hacia él, Scaloni lo miraba como si lo estuviese por despedazar y no sabía cómo sentirse al respecto. 

Se acercaba con pasos firmes, la cercanía era cada vez más inminente y esperó un golpe. Realmente lo esperaba, incluso cerró sus ojos por inercia, pero el mayor solo terminó dirigiéndose hacia dentro de los cambiadores, dejándolo en una posición defensiva, donde se encontraba físicamente listo para defenderse de cualquier manotazo que intentara llegar a su cara. 

Ahora no le hizo falta, su mente había entrado en cortocircuito, por lo que confundido se fue casi corriendo hacia el sector de Red-Bull.

Llegó con la respiración un poco agitada, el sol ya entraba por el gran portón que lo separaba de la pista, esos pocos metros que lo separaban de ganar hoy la pole-position, de estar a pocos pasos de obtenerlo todo. No sabía qué tenía ese premio, pero algo especial se sentía en el aire. Capaz era cosa suya y su gran deseo de ganarlo se metía en medio.

— ¿Cómo andamos por acá?

La voz de su jefe de equipo lo sacó de su trance mental, había estado especialmente callado desde que llegó, pero tampoco se había cruzado con sus amigos como para tener alguien con quien charlar y Scaloni parecía estar haciéndole la ley del hielo, se estaba comportando diferente. 

Sus ojos estaban clavados sobre el reflejo de su casco negro con la gran inscripción y logo de Red Bull, pero luego levantó su cabeza para mirar a su jefe con una pequeña sonrisa. Ariel era un hombre excepcional que lo reprendía cuando debía, pero nunca negó la gran ayuda que fue para su desarrollo como corredor.

— Todo bien Ari, medio nervioso nomá’.

— Tranquilo, pichón. Hoy va a salir todo bien, te tengo mucha fé.

Miró a su jefe de equipo con una sonrisa, era una persona en quien Pablo confiaba plenamente. Le producía demasiada ternura lo mucho que Ariel le hacía recordar a su papá en alma. 

Pocas personas lo habían llevado a su límite físico para poder enfocarse en su profesión, con cariño de por medio, esas personas eran solamente Ariel y su padre, nada más que uno lo acompañó hasta cierto punto de su vida. Ahora, quien cumplía casi un rol de “padre a fin” era Ariel, guiandolo siempre que podía.

— Gracia’ Ari, me hace mucha falta hoy.

— Y si, Pablito. No pienses boludeces. Sos uno de los mejores pilotos de la fórmula uno en la actualidad, ¿qué otra prueba queres?

— Y, siempre hay uno mejor que otro… 

— ¿Quién si no? Por favor, presentamelo así renuncio.

Las carcajadas de Pablo siguieron haciéndose presentes. Sabía que Ariel solo lo estaba gastando, pero su inseguridad lograba hacerse paso entre sus palabras, le gustara o no. Detestaba ser vulnerable con muchos. Con su jefe sentía que podía, no directamente pero, lo hacía.

— Tenemo’ el ejemplo vivo muy cerca nuestro.

— ¿Quién?

— El boludon de Scaloni.

La mirada de su jefe se tornó un poco más severa, al ver como agachó su cabeza lo único que pudo hacer fue apretar sus labios. Esperaba no haber dicho algo tan tarado como para dejar en evidencia su claro cagaso por hacer todo mal.

— Ay, Pablo.

Ariel se acercó hacia el corredor, subió sus manos lo tomaron por los hombros, palmeando estos para terminar sacudiéndolo, hablándole con una sonrisa que solo vería reflejada en un familiar suyo.

— Negrito, vos tenés que concentrarte en tus cosas. Cuando realmente lo hagas, vas a ver que se da todo solo.

Al ver que su corredor no se inmutó ante sus palabras, lo abrazó envolviendolo con afecto.

— Confiá, Pablito, sos muy talentoso, no desaproveches esta oportunidad. Estamos a un pasito nomás, todos acá confiamos en vos.

Pablo sentía las lágrimas formarse en sus ojos acompañadas con su típico ardor. Le molestaba que los nervios lo pusieran más sensible de lo usual. No era alguien de lágrima fácil, solo con gente que lo conocía mucho. 

— ¿’Tamos? Vamos que ya te toca.

Le devolvió el abrazo a Ariel con fuerza, palmeando su espalda, el hombre mimetiza su acción y lo suelta. Le dirigió una última sonrisa para así dirigirse hacia su auto. Se puso su casco, guantes, chequeó una última vez que todo estuviera en órden y, finalmente, se subió a su monoplaza. 

Ese horrible momento en donde se quedaba sin aire apenas se sentaba en aquel estrecho espacio volvía a su pecho, una sensación muy conocida para él. Pero fuera del pánico que lo atravesaba, consideraba que esos eran unos muy nervios emocionantes. Todo su cuerpo se paralizaba pero al mismo tiempo, podía sentir cada una de sus extremidades y el control sobre estas era tan importante como respirar. Apretó sus dedos contra el volante, esperando a que no se durmieran del miedo que tenía en ese momento.

Su equipo empujó su auto hacia fuera del taller, girando el monoplaza para que quedara en una posición ideal y así pudiera arrancar con facilidad. Su jefe de equipo se acercó hacia él, se agachó para quedar a su altura y lo miró con una sonrisa, la barba que tenía lo hacía parecer bastante a “Papá Noel”, como sus sobrinos criados a Disney acostumbraban llamar a Ariel. Entendía bastante el parecido.

— Acordate lo que te dije Pablito, ¿si? 

— Si, si. Gracia’ Ari.

— Acá confiamos. Que no decaiga, porfa.

Levantó por un pequeño segundo el protector de su casco para que Ariel pudiera ver la sonrisa que le dedicaba con los ojos, saludó por última vez al hombre que, junto a su padre, lo había acompañado por mucho tiempo en el mundo de las carreras, casi lo consideraba como uno… un padre de carreras.

Dejó de dar muchas vueltas al asunto sentimental y volvió a su posición. Prendió el motor de su auto sintiendo el ronroneo vibrar por todo su cuerpo, era más intenso debajo de sus pies. Soltó todo el aire que había contenido hasta ahora para poder renovar sus pulmones y tranquilizar un poco su ritmo cardíaco. Algo que le fue imposible porque delante de él se encontraba Scaloni, mirándolo fijamente con su casco bajo el brazo y listo para subirse a su carrocería.

En momentos de tanta vulnerabilidad como era salir a correr en la pista, no podía evitar que los recuerdos lo invadieran. Hoy era el turno de Scaloni, se pudo remontar allá a finales de unos años muy ochentosos, donde solía mantener una fuerte amistad con un jóven Lionel gracias al karting y el conocerse en la escuela. 

Ambos compartían un amor infinito por los autos, se había notado en cómo los dos se abstraían del mundo entero todos los recreos para charlar de autos, o como cuando pasaban tardes enteras en la casa del más grande jugando con legos para armar carrocerías motorizadas, o cuando se escapaban de las clases teóricas de karting para hacer otra cosa que no los aburriera tanto.

Desvió sus ojos hacia sus guantes negros aferrados con fuerza al volante, más de la que solía utilizar. Cuando se dio cuenta de eso libró un poco sus manos del agarre, el dolor algo incómodo prevaleció por unos segundos. No podía creer lo nervioso que lo ponía ese imbécil. Solo quería dejar de darle tanta entidad a alguien que claramente era inferior a él.

Cuando le dieron el “ okay ” para poder entrar a la pista lo hizo sin dudarlo, detrás de él venían varios corredores más esperando aquella señal. Si se juntaban todos sería un quilombo dentro de la pista entonces, era preferible que salieran con ciertos espacios de tiempo, así controlaban mejor el tiempo individual.

Asegurándose que nadie se metiera en medio, ni siquiera el horrible auto de Scaloni, soltó un último suspiro y salió del pits-stop con velocidad. Comenzó a dar la vuelta de calentamiento, con el corazón latiendo a mil por hora, lo sentía en la garganta. Si no fuera bastante imposible, podría llegar a vomitarlo solo para que dejara de molestarle. 

Lo nervioso que estaba exacerbaba su miedo a fallar. No quería fallar. No podía fallar. Si fallaba, sentía que estaba traicionando absolutamente todos los años de entrenamiento, días y noches de pensar en autos, horas que su familia le había dedicado a su mayor talento. Hoy no podía fallarle a todo ese esfuerzo.

Con la vuelta de prueba casi dada, sintió la voz de su jefe de equipo hablarle por medio del radio, faltando una curva para comenzar con su clasificación.

— Vamos, Pablo. Si haces buenos tiempos ahora tenés si o si asegurada la pole.

No pudo negar que aquella frase le bajó bastantes cambios internos con respecto a su ansiedad, era lo que necesitaba escuchar para sentirse bien, para estar confiado. Decidió no forzar una conversación, Ariel lo conocía y sabía que esa falta de diálogo era común en el chico de rulos cuando estaba en la pista.

Lo poco que vio antes de salir realmente a correr una calificación tan importante fue la hora que marcaba el gran reloj cerca de la salida.



10:59



Apenas cruzó la línea de salida, comenzó a andar con toda la velocidad que le permitía su carrocería. De la emoción que corría por su cuerpo sentía que el auto flotaba, como si perteneciera al juego de “Mario Kart”, el cual jugaba a veces con sus sobrinos.

Los cambios iban y venían, bajando las velocidades en las curvas más pronunciadas y acelerando cuando las líneas rectas se hacían presentes frente a él. El calor comenzaba a manifestarse con rapidez en su cuerpo, poco importaba eso cuando realmente sentía que estaba dándolo todo de sí para poder conseguir lo que tanto deseaba.

Todo lo que se encontraba fuera de los límites de su auto se desvanecía de sus cinco sentidos cuando corría. No lo controlaba para nada, y eso lo ayudaba a mantenerse concentrado, pero había momentos donde le jugaba en contra. Muchas veces había tenido varios accidentes boludos por no comunicarse a tiempo con su equipo. Estando sentado encima de su carrocería, solo era capaz de concentrarse en hacer lo que tenía que hacer. 

Muchos consideraban manejar como un bodrio pero Pablo, como siempre, era el “desviado”. Si, en ambos sentidos. Amaba todo lo que conllevaba un auto, el manejarlo, sentir el motor zumbar con cada cambio, estar en constante movimiento y ver cómo su cuerpo reaccionaba ante estar arriba de uno.  Le encantaba la sensación, volvía a sentirse como un niño, extasiado y lleno de vida. Era una diversión ciertamente compleja.

Las infinitas vueltas que estaba dando alrededor del circuito se sentían como la nada misma. Agradecía que su cuerpo reaccionara de la manera que debía hacerlo. Las arduas preparaciones físicas que Ariel le exigía surtían su efecto, le daban ventaja para reaccionar rápido ante el mínimo estímulo externo, además de que tenía la suerte de contar con su gran memoria muscular.

El haber manejado por tantos años se reflejaba cada vez que se movía por cada circuito que pisaba con su auto, se reflejaba en cada carrera que corría, no por nada era uno de los mejores corredores del momento, pero, ¿por qué tan dentro de él sentía que realmente no llegaría a ser ni la mitad de bueno que Scaloni?

Volvió a tomar aire para soltarlo rápidamente mientras apretaba los varios botones en su volante, realizando cambios, girando en las curvas, todo iba demasiado rápido para su gusto. Se acercaba el final de la tercera calificación y no tenía ni la más mínima idea cuánto tiempo le estaba tomando, solo tenía la sensación de que ahora más que nunca estaba yendo como una luz. Lo podía ver cada vez que pasaba por el pino chueco de la primera curva y como se topaba con esa imagen más rápido de lo usual. 

Normalmente todo el proceso de las vueltas libres le habría tomado más tiempo, pero agradeció que no fuera así. Ni siquiera se dio cuenta cuando cruzó la línea final, terminando así con su clasificación.

Volvió directamente al lugar de RedBull, donde todos lo esperaban, sus manos le dolían de la fuerza que había aplicado contra el volante. Todo su cuerpo se encontraba temblando gracias al rejunte de emociones que estaba teniendo en ese momento. Ni había visto el reloj cuando pasó por la línea de llegada, no quería ni ver cuánto se había tardado, pero a juzgar por la cara de Ariel y los demás de su equipo su tiempo había sido más que positivo.

Después de vitoreos y varios golpes sobre su casco se enteró que había hecho 1:14.378. Había volado prácticamente. 

Fue ayudado a salir del auto, volviendolo al taller para directamente dejarlo listo. Cuando estuvo fuera de su auto, se sacó el casco lo más rápido que pudo, sintiendo como todo el calor se concentraba en su nuca, por defecto sus largos rulos se pegaban a la misma quedando casi mojados por completo. Ahí pensó que le vendría bien un corte de una vez por todas, algo drástico. Le vendría bien el cambio.

Desabrochó rápidamente su traje negro con sus manos todavía temblando, el calor que emitia su cuerpo era insoportable de sostener. No pudo evitar realizar un pequeño puchero ante el pensamiento de necesitar su bañera de hielo urgente, pero sabía que hoy y ahora no sería posible, más en un momento como el de ahora donde su ansiedad le hacía temblar el cuerpo como un caniche rabioso. Dejó solo la parte superior de su cuerpo “descubierta”, ya que el traje de lycra que debía usar debajo no podía ser removido todavía, sería perder tiempo al pedo.

Se acercó a las pantallas de su equipo para ir revisando cada corredor, era extraño que Scaloni todavía no hubiese hecho la prueba todavía. Podía escuchar los ruidos de los autos pasando a gran velocidad a su derecha, se asemejan al zumbar de un mosquito. Revisando las varias pantallas abrió sus ojos cuando vio la tabla de posiciones, genuinamente se sorprendió cuando vio que él lideraba el primer puesto. Su momento de shock fue interrumpido por una mano que palmeó, algo fuerte, su hombro.

— ¿Viste que podías, Pablito?

La voz de su jefe de equipo resonó detrás de él, también concentrado en las vueltas de los demás corredores. Ambos veían como Saviola, su compañero de RedBull, tomaba con gracia algunas curvas complejas, se enorgullecía de poder tener un compañero como él, que tuviera un talento tan destacable, en pocas personas había visto un tan buen manejo de las curvas como las de su compañero y amigo.

— Yo te dije Pablo, yo te dije que iba a salir todo bien, y ya viste.

— Gracia’, Ari. Por confiar.

Pasó su brazo por detrás de su jefe de equipo, terminando así en un abrazo. Sentía que estaba traspasando todo su calor corporal al hombre mayor, pero no pareció importarle en lo más mínimo, porque lo abrazaba como si realmente hubiese ganado toda la carrera. Quedaba una sola, y era la que definiría absolutamente todo. No sabía cuánto tiempo quedaba para la próxima, y hablando de tiempo… ¿Qué hora era?



11:14



Se había olvidado completamente de qué hora era. Cuando se separó del abrazo con Ariel se acercó otra vez a las varias pantallas donde se controlaban los movimientos y tiempos de cada corredor, pero todo estaba ya casi definido y la tercera clasificación estaba llegando a su final. Ahora que él no estaba sobre la pista podía ver los diferentes resultados, ergo, el chiquito Messi había quedado en el tercer puesto.

Cuando leyó el segundo puesto casi se cayó de culo.

Lionel Scaloni                 

1:15.039

No podía creerlo. Habían tenido una diferencia de +0.661 entre sus vueltas y las vueltas de él. Había ganado, estaba en la pole-position. Estaba en la pole-position del Gran premio de Mónaco de 2013, él, Pablo César Aimar. 

Cuando se dió por finalizada la carrera todo su equipo saltó encima de él, gritos y palmadas sobre su espalda. No escuchaba mucho lo que le decían porque todo parecía apagado, solo podía sonreír y mirar el número de diferencia entre los dos sobre la pantalla. Cero punto seiscientos sesenta y uno. Eso es lo que los diferenciaba entre el primer y segundo puesto a su casi eterno rival dentro de las carreras.

Volvió a ponerse el traje entero y agarró su gorra negra, tapando el desastre de su largo pelo para salir del garaje y saludar extasiado a la gente que lo había bancado en su clasificación. No quedaba nada para la gran carrera, aquella carrera que se daría en pocos días, si el clima los acompañaba.

Había leído que “fuertes tormentas” supuestamente “azotarían” la región donde debía llevarse a cabo el premio de Mónaco. Como si fuera a suceder un evento de tal magnitud.

Habiendo agotado todos sus niveles de euforia, se dirigió a los cambiadores. Allí, lo felicitaron la mayoría de los corredores, Román con un coscacho en la cabeza, Palermo con un apretón de manos, sonriente como siempre. Saviola con un gran abrazo y por último el dúo dinámico, Messi y Kun, los dos llenándolo de elogios y abrazos, le enterneció la efusividad juvenil que manejaban.

¿Mayoría por qué? Porque era muy obvio que había solo una persona que realmente no estaba alegre por su resultado, el haber destronado su primer lugar ponía a su total integridad en una posición comprometedora. Porque esperó a que todos se hubiesen ido para confrontarlo, y él como un idiota lo había esperado. Porque había esperado esa interacción, algo lo había hecho quedarse, no sabía qué pero, lo hizo.

Lo vio ahí, sentado con una pierna encima de la otra, cruzado de brazos, sus ojos estaban clavados en él y no lo dejaban solo. Su energía era una mezcla de emociones y no podía identificar nada, le faltaba lo brujo pero boludo no era, sabía que estaba enojado. Lo vió ahí, sentado y solo.

Estaban solos, completamente solos.

Fingió no registrarlo, guiando su cabeza hacia el interior del lugar exclusivo para él y comenzó a guardar sus cosas, el casco le pesaba, por lo que fue lo primero que guardó, terminando con los guantes, lo menos pesado. Al cerrar el locker se encontró con el rostro de Lionel, apoyado de costado contra los lockers. Ambos se encontraban todavía con sus trajes puestos.

— Felicidades, Pablo.

El tono sarcástico le sacó una sonrisa, más cuando Scaloni mimetizó esa acción, sonriendo de costado. No estaba para nada feliz, lo conocía tan bien como para saber al instante que estaba siendo completamente irónico al respecto de toda la situación. Decidió responder de una manera genuina, no veía ningún daño en hacerlo.

— Gracias, Lionel. 

El silencio se apoderó de ellos dos. Se miraban a los ojos, expectantes a lo que sucedería.

— Corriste muy bien…

— Eh, grac-

— Para un tipo como vos, obvio.

Frunció su ceño ante la interrupción. Tenía que cagarla con algún tipo de comentario del orto, por supuesto, típico de Scaloni. Acomodó su postura para quedar de brazos cruzados y piernas abiertas. Le era más que evidente a qué se refería con eso.

— ¿A qué te referís?

— Sabés bien a qué me refiero, Aimar.

Pero como se la había picanteado iba a testear un par de límites, típico de él. Entonces, lentamente descruzó sus brazos pasandolos por detrás suyo. Comenzó a mover sus pies en dirección hacia el otro hombre.

— No, la verdad. Por favor, contame.

Se acercó tortuosamente lento hacia Lionel mientras sonreía de costado y quedando a pocos centímetros, se apoyó también sobre los lockers. Vio de reojo como el cuerpo contrario se tensaba ante la cercanía que surgió de la nada, su expresión no cambiaba mucho, seguía con esa cara de idiota sobrador. 

Como respuesta ante su acercamiento el otro se alejó lentamente, poniendo de nuevo una distancia entre ambos. .

— ¿Qué ahora tenés ganas de saber todo? No te tenía como erudito, Aimar.

— Insisto, explicame. Me encantaría saber que pensas al respecto de mi… manejo.

Volvió a acercarse, rompiendo la burbuja de su espacio personal. Si estiraba su mano, sin mucho esfuerzo podría pegarle una cachetada, una piña, escupirle, se le ocurrían un sinfín de posibilidades, sin embargo… no lo hizo. La cara de canchero de Lionel cambió a un ceño fruncido, y sus brazos se quedaron abajo, el puño que comenzaba a formarse no lo pudo ver, tenía otros planes.

— ¿Qué pensas acerca de mí? 

Lionel comenzaba a, literalmente, estar contra la espada y la pared. Mucho lugar no le quedaba. Pablo comenzaba a acercarse cada vez más y más, su voz se volvía con cada paso dado, un susurro.

— Decime, por favor. ¿Qué se te pasa por la cabeza cuando me ves?

Pablo pudo ver como su rival quedó sin otro lugar donde escapar, lo había acorralado contra una esquina.

— ¿Te enoja verme ser mejor que vos?

Se acercó mucho más, quedando cerca de él. Ahora, sin esfuerzo alguno podía… podía ver la cicatriz que tenía en su frente. Veía los ojos abiertos del otro y su ceño que no daba más de fruncido, sus manos estaban apoyadas contra la pared porque si se le escapaban, Dios sabría a dónde irían a parar. Rogaba que no a su cara.

— ¿Te asusta?

¿Cuál es el límite de Scaloni?

Estaba muy decidido a encontrarlo, por más que el tamborileo en su pecho volviera a dejarlo sin aire, o capaz era él que lo dejaba sin aire.

— ¿Te gusta?

Con esa última palabra vio como el shock en el que se encontraba previamente sumido Scaloni, se esfumaba de su cuerpo para pasar a una total lucidez. En un abrir y cerrar de ojos lo tenía tomado por el traje y lo estampó contra la pared más cercana. Se sostuvo de los brazos del contrario para evitar que lo golpeara, pero se veía venir la piña, se lo había buscado.

Si fuese humanamente posible, la nariz de Lionel emanaría humo en ese momento. Sus ojos estaban totalmente abiertos en rabia, y ese ceño fruncido pintado en el angular rostro de Scaloni no le indicaba lo contrario. Para nada.

— ¿Estás chistoso hoy, payasito?

— Vos me pones así, mi amor.

Una pequeña risa salió de sus labios, pero poco le duró esa especie de chicana ya que fue estampado contra los lockers, haciendo que golpeara su cabeza, el ruido no fue del todo placentero. El traje amortiguaba su cuerpo, pero le había dolido lo del bocho. 

— Hijo de puta…

— No me gusta como corrés. Te creés que sos mejor que yo y no me llegás ni a los talones, enano del orto. No estás ni cerca de ser mejor que yo, y que ni se te ocurra pensar que tenés la mínima chance de serlo. 

El rostro de Lionel se acercó al suyo, y con sus manos blancas por la fuerza aplicada sobre el traje negro, lo acercó lo más que pudo hacia él. El aliento caliente de ambos se mezclaba ante la cercanía. Estaba preocupado, muy preocupado en realidad, por haber pensado que si estiraba su mano podría tomar su rostro y podría…

— Detesto como corres y te detesto a vos. Mucho.

Ahora sí se había enojado. Tomó el traje del contrario, listo para encajarle un golpe sobre su mandíbula que lo descolocaría. Los ojos de ambos desprendían chispas y sus dientes se encontraban a punto de chirriar por la bronca que estaban conteniendo.

— Vos no sabés cuanto te odio.

— Es mutuo, Scaloni.

— Ojalá algún día choques y te cagues muriendo calcinado, Aimar.

— Yo ruego por eso todos los días. Todos los días.

Marcó sus últimas palabras, cargándolas con veneno. Se miraban a los ojos del otro y sólo encontraban un profundo odio, aborrecimiento incluso. Hasta que las miradas se desviaron hacia los labios del contrario. Estaban contraídos en bronca, pero hubo algo que realmente les excedía, no querían admitirlo tampoco, sus expresiones se ablandaron al darse cuenta.

Las palabras no les hicieron falta para entender lo que querían hacer. La única respuesta que encontraron ante lo que estaba sucediendo, fue estampar los labios del contrario sobre los suyos en un acuerdo mutuo.

Era violento, lleno de bronca. Se sostuvieron como podían del otro, las manos de Scaloni se movieron como resorte a los glúteos de Aimar, pegándolo hacia él. Pablo lo tomó de la nuca, impidiendo que se alejara. Rojo y negro, fundiéndose en uno solo.

Los labios de ambos se movían con rapidez y el ruido de besos llenaba el gran ambiente, tan vacío al mismo tiempo. Sus respiraciones eran agitadas y se podía escuchar en medio de aquella improvisada sesión de besos, un par de gruñidos. Los dientes no tardaron en aparecer, pero dominaron los de Scaloni, dejando mordidas que pronto serían pequeños hematomas sobre los labios de Pablo.

Las manos de Pablo terminaron en el comienzo del traje de Scaloni, intentando desabrocharlo con mucha impaciencia. Lo mismo sucedía con Lionel, quien se dirigió con fuerza hacia los abrojos y cierre de Aimar, desprendiendo todo con violencia, dejando a descubierto su cuello. En ningún momento dejaron de besarse con una violencia característica, era como si estuviesen peleando aunque, de una manera muy extraña.

Sus ojos estaban cerrados, no quería encontrarse con la imagen frente suyo, eso lo haría más real de lo que ya lo era. Scaloni le estaba comiendo la boca y él se dejaba, como si no pasara nada. También se dejó besar el cuello, dejó que lo tomara por el pelo y tirara su cabeza para atrás. Dejó que moviera su remera de lycra para poder acceder a una parte sensible de su cuello, y dejó que mordiera. Le dejó absolutamente todo. Sentía como su cuerpo empezaba a levantar temperatura, de igual manera que cuando estaba sobre su carrocería.

Y la joda entre ambos, mucho antes de que comenzara, se pinchó cuando un pequeño gemido, uno que había tomado forma del nombre de él, se escapó de sus labios: “Lionel” había dicho en un susurro. Le había nacido porque sí, porque le había gustado lo que hizo, y eso que todavía tenía puesto su traje completo.

El cuerpo contrario se alejó como si padeciera de una enfermedad hiper contagiosa, como si tuviera el peor resfriado de todos. Abrió sus ojos rápido, ¿para qué? vio el absoluto horror en los ojos de su némesis, estaba horrorizado por lo que había pasado. El dorso de la mano contraria limpió sus labios, con un rostro contraído en asco y bronca. En un parpadeo se encontró cerca de la puerta, escapando de él. Volvió a dejarlo confundido, caliente y solo.

Intentando procesar todo y al mismo tiempo recomponerse, se sentó sobre los bancos de madera barnizada y brillante. Su mirada se encontraba clavada en el suelo, sus ojos estaban abiertos en sorpresa pero no podía reaccionar . Sus pulmones intentan regularizar su respiración de a poco. Apenas pudo, vio el reloj frente a él, prestando de vuelta atención hacia la hora.



11:48



Hace dos minutos se había besado con Scaloni. Pasó ambas de sus manos por su cara enrojecida, dejándolas ahí apoyadas. Un gran suspiro salió de su boca y se quedó en la misma posición por un par de minutos. Había esperado por ese momento desde que tenía memoria, más específicamente desde el ‘97, ¿y así se había dado? Todo por una simple calentura.

¿Qué habían hecho?

No, más bien… ¿qué había hecho?

 

 

 

 

Chapter 5: Blistering

Summary:

Blistering, un tipo de degradación que padecen los neumáticos, y que afectan en gran medida a los monoplazas de los Fórmula 1.

Notes:

buenassss espero que esten re bien, perdón la demora!!!!! algo que les recomiendo para este capítulo es que lo lean pausado y si tienen ganas, escuchen las canciones que puse (si, virus).

se que este capítulo es largo pero tiene su porqué, disfruten :P

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Cada vez que llego

hasta el desvelo

sin querer

rompo el misterio.

Sus pestañas se movieron con rapidez cuando el sutil “ding” del aviso llegó a sus oídos, debía colocarse el cinturón. El dulce sonido que lo había sacado de sus pensamientos se contrastó al instante con el incesante ruido de las turbinas que arrancaron afuera, indicando que el avión estaba por despegar.

Suspirando, se dejó caer con violencia sobre el asiento azulado de la aerolínea que lo llevaría a Mónaco, el país donde debía correr una importante carrera y uno de los lugares más lujosos que había tenido el placer de conocer. Toda la carrera era siempre una excusa del país para demostrar sus lujosos casinos, hoteles y ostentar una vida la cual era inaccesible para muchos.

Estaba contento de haber hecho una buena clasificación y logrado la pole-position, realmente lo estaba. De verdad, no mentía. Lo ponía contento también haber superado a Scaloni, era un gran orgullo. De lo que no se sentía contento y orgulloso era lo que había pasado con él ayer, para nada. Había sido motivo de una vergüenza que lo arrasó con violencia, sonrojos y momentos donde el sueño había sido imposible de conciliar. 

Se sentía un adolescente de nuevo. No le gustaba esa sensación, menos a sus treinta y pico de años. Ya estaba bastante viejo como para sentirse así.

Su equipaje estaba despachado desde hace más de una hora, y él había subido al avión hace veinte minutos. Viajaría en primera clase con varios de sus compañeros, se sentía en paz al saber que su némesis viajaría en un vuelo distinto al suyo por “problemas de horarios”. Menos mal. 

El llano paisaje del aeropuerto de Ezeiza, pintado de unos dorados y rosados, se reflejaba en sus ojos brillantes. Su cuerpo se removía ante no poder encontrar una posición decente en la cual sentarse. Por más que fuese un asiento casi igual de cómodo que su cama, la incomodidad interna era lo que molestaba a su persona.

Con un movimiento que rozó lo brusco el despegue se había dado por comenzado, y él en todo lo que podía pensar era en cuánto deseaba poder descansar, al menos un poco. El sol, casi escondido pero todavía brillante, lo encandilaba. Cerró la ventanilla con suavidad y soltando otro suspiro entrecortado por su boca, miró al frente. Una pantalla le devolvía un reflejo algo borroso, le era posible ver su cara con una expresión indescifrable. Pasó una mano por su cara, sin saber que hacer para calmar la cantidad de pensamientos que rondaban a una gran velocidad por su cabeza.

Todos y cada uno de ellos estaban dedicados a una sola persona, y le molestaba que no lo dejaran en paz. Su necesidad de arrancarse el pelo de su cabeza iba en constante crecimiento, sentía que se estaba volviendo loco, y aquella pesadez en su pecho no le indicaba nada bueno. No quería comenzar a hiperventilar allí, sería el peor de los casos para comenzar un ataque de pánico. 

Le era imposible dejar de recordar a Lionel, no podía dejar de pensar en cómo aquel cariño que se habían tenido por mucho tiempo se había convertido en un sentimiento de aborrecimiento que jamás bajó de intensidad y que sólo logró empeorar con el pasar de los años. La competencia entre los dos, y entre otras cosas, corroía esos recuerdos juntos. 

Lo que más le dolía era no entender el por qué de la noche a la mañana él decidió cambiar el rumbo de su amistad drásticamente.

¿Había sido su culpa? ¿Hizo algo mal? ¿Que había hecho como para llegar al punto de desearle la muerte? Las redundantes y mismas preguntas de hace años eran incapaces de dejarlo en paz.

Miró para todos lados con sus ojos como platos y la boca entreabierta por la cual entraba más aire del que podía soltar. Todo el pulcro espacio parecía borroso y le era inviable poder enfocarse en algún pensamiento concreto. La turbulencia del despegue no se la estaba dejando para nada fácil. Aquellas dudas llenaban su cabeza como agua, dejándolo sin poder respirar.

Su mano temblorosa se posó en su caja torácica por un segundo, tuvo que alejarla ante la sorpresa que le produjo el galopante sentimiento de sus palpitaciones, tenía que calmarse. Por su boca soltó el aire que quemaba su pecho. Cuando pudo respirar, lo retuvo y soltó segundos después, repitió eso un par de veces hasta sentir que su corazón efectivamente no se saldría de su pecho. 

Con su espalda todavía apoyada en el asiento, sintió como los ojos comenzaban a arderle gracias a las amenazantes lágrimas que se hacían una sola. Cuando fueron muchas como para evitar que salieran, un par de parpadeos las soltó a todas. Pablo tapó su cara con ambas manos y comenzó a llorar en completo silencio.

Los fantasmas del pasado lo habían acechado y encontrado en el momento menos ideal. No entendía por qué ese tema provocaba tales reacciones sobre él, habían pasado más de quince años desde que Scaloni y él se habían distanciado para comenzar una rivalidad que jamás tuvo la explicación que se merecía. Nunca entendió su origen, menos se atrevió a preguntarle al que había considerado su amigo por mucho tiempo qué había sucedido. Bueno, no se atrevió luego de los “límites” que le había puesto luego de tanto insistir.

Cuando intentó preguntar por primera vez recibió un sepulcral silencio, una indiferencia total. Con el pasar del tiempo, progresó el silencio a varios “deja de joder”, luego en palabras punzantes como una cuchillo recien afilado. Finalmente, aprendió literalmente a los golpes que preguntarle había dejado de ser una opción.

Si él había decidido odiarlo, él también lo haría.

Su silencioso llanto cesó cuando otro suave “ding” llenó el ambiente, miró hacia arriba y el símbolo del cinturón se encontraba ahora apagado. Con todo lo que había pasado por su cabeza no había tenido tiempo de darse cuenta que ya estaban sobre el cielo, cortando las nubes de a poco.

Movió sus piernas algo débiles fuera del asiento, se dirigió hacia el baño y entró para lavar su cara. Dejó que las frescas gotas cayeran por su rostro intentando traer su presencia de vuelta a ese momento. Apoyado contra el lavabo con ambas manos, se quedó viendo el piso gris, las gotas caían de a poco sobre este, como si su rostro todavía no decidiera que era tiempo de terminar con las lágrimas. Levantó su cabeza y vio su reflejo ahora mucho más claro. Ojos algo llorosos, con una nariz pintada de un color rojizo y un pelo demasiado largo para su gusto. La imagen solo le dio más ganas de llorar, no podía creer lo patético que se veía al ponerse así de mal por su pasado.

El acuerdo que había hecho consigo mismo estaba siendo roto, pero… nadie se enteraría que estaba realmente roto si no lo decía, menos si nadie se enteraba de que tenía una promesa propia. Había prometido jamás volver a llorar por Scaloni, pero ahí estaba, volviéndolo a hacer como si fuese aquel día. 

Mojó de vuelta con agua fresca sus ojos algo hinchados, dispuesto a pretender que nada había ocurrido. Concentrado, miró para todos lados esperando a que nadie viera aquella patética faceta que solo su propia familia había conocido. Se había acostumbrado a sufrir en silencio, confiarle a alguien cosas tan íntimas representaba sacarse un peso de encima que no sabía si estaba listo para hacerlo, pero sí sabía lo cansado que se encontraba como para seguir manteniéndolo. Era una lucha interna.

Dentro del ínfimo espacio, casi asfixiante, el sol ya era casi imperceptible. Las luces bajas ayudaron a no exponer tanto su rostro después de llorar. Volvió a su asiento y se encargó de convertirlo en cama, estaría allí por bastante tiempo. Recién empezaba el vuelo y ya se encontraba cansado, necesitaba dormir un poco. Abrió la ventana para ver los colores oscuros del cielo casi nocturno, las estrellas brillaban tenues a los costados.

Con sus zapatos fuera y un movimiento rápido que cerró la ventana, se acostó boca arriba. El blanco techo era tan aburrido, incluso mirar una película le parecía mucho más divertido, pero no estaba con ánimos de hacerlo.

Las luces bajaron y de a poco sus ojos se fueron cerrando, necesitaba dormir un poco. Había alguna que otra luz de alguna persona pretendiendo leer, pero eso a Pablo no le incumbió. Tardó pocos minutos en conciliar el sueño y esperó a que su cabeza no le jugara una mala pasada con los sueños.

 


 

— ¡Piedra, papel o tijera!

Gritaron al unísono el par de amigos, haciendo los gestos del pequeño juego. El mayor de ambos sacó piedra y el menor, también. Piedra de nuevo. Tijeras. Repitieron rápido la misma acción tres veces hasta que el pequeño le ganó al papel con una tijera.

En la pequeña plaza del barrio solo estaban ambos niños, el más pequeño con recientes doce años, y el más grande de trece. Vestían remeras de colores aburridos estampadas, y debajo sus respectivos coloridos trajes de baño contrastantes, junto a ojotas pronto a comenzar a derretirse, o eso sentían cuando caminaron hasta la plaza bajo las calientes veredas con baldosas a punto hervor, conteniendo el calor de un sol que todavía iluminaba el cielo. 

— ¡Ahora cumplí, Lio!

— Siempre ganás vos con tijera, no se vale

— ¡Y vos siempre sacas papel después de la piedra! Siempre lo mismo.

— Aprendé a perder, Pablo.

— Nunca. Ahora tenés que cumplir. Aprendé a ganar, Lionel.

— No, hace un calor. Ni en pedo voy a ir yo a comprarte un helado solo porque vos no tenés ganas de caminar una cuadra.

— Anda a cagar, entonces.

Reclamó el menor de ambos frunciendo sus cejas. Se levantó de la hamaca quieta, tomó su bicicleta tirada al lado de los juegos y caminó hacia afuera de la plaza. El dorado sol pegaba en los rostros de ambos pre adolescentes. Eran las cinco de la tarde, pero el calor seguía siendo insoportable. 

Sin dejar que viera su rostro, Pablo se alejó con una sonrisa, sabía que iba a ser perseguido por su amigo, siempre era así. Lionel se paró del asiento golpeando sus costados con ambas manos, quien no podía creer que se había ofendido por algo así. Tomó su propia bicicleta y fue detrás de él.

— Ay, Pablo. Era un chiste.

Escuchó como los pies y la bicicleta de Lionel corrían por las piedras hasta acercarse hacia él, ahora caminando a la par. 

— Pablo.

Su amigo soltó su medio de transporte e intentó girarlo por el hombro para que lo viera a la cara, pero no lo dejó. Su orgullo era más grande que las ganas de rescindir su propio ego.

— Eu, Pablo.

— Dejame solo.

Dijo en un tono serio, pretendía serlo, pero inevitablemente la sonrisa se le escapaba. Cuando su amigo lo notó, comenzó a reírse. Seguían caminando por las veredas sin manejar sus bicicletas, siendo tapados a veces por los frondosos árboles, un par de rayos de sol se colaban por las hojas.

— ¡Te estás riendo!

— Salí.

— Ni mentir sabés.

— Pelotudo.

— Dale, dejá de ser tan cabeza dura y escuchame.

— No.

— En serio, escuchame. Por favor, Pablo.

Frenando su movimiento, se dio la vuelta para ver a Lionel a los ojos, un pequeño rayo que se colaba por los grandes árboles a los alrededores pegaba contra sus ojos, dándole un brillo particular. Su expresión se suavizó por unos segundos al presenciar ese destello sobre los ojos color chocolate.

Como si los ojos de Lionel de por sí no brillaran cada vez que veía a su amigo. 

El menor, volviendo a fruncir el ceño tragó saliva y carraspeó, intentando mantener su “enojo”.

— ¿Qué?

— Hagamos esto, te acompaño hasta la heladería y después hacemos lo que vos prometiste, ¿te parece?

La mano contraria se extendió, dejando ver unos recientes cayos por haber usado el juego de barras. Si había algo que jamás podía sacar del espíritu de Lionel era la energía que tenía, era un culo inquieto, jamás podía estar sentado sin hacer nada. Pablo admiraba eso de Lionel.

En las clases de karting era el que menos prestaba atención, tenía que darle codazos y patadas sutiles para que dejara de romper las bolas. Todavía no había recibido un golpe de vuelta, Lionel sabía que Pablo tenía razón. Aunque no cumplía siempre con su buen comportamiento.

Lo que siempre cumplía eran sus promesas. Por eso ahora se encontraban al lado del río sentados, lejos de sus bicicletas tiradas. Ambos comían un helado frutal en silencio. El agua que corría lento debajo de sus pies, las golondrinas y las hojas de los árboles que se movían por el viento musicalizaban el momento de los amigos. 

Enterraron los palitos de madera de los helados en la tierra al terminar. Pablo miró sus manos llenas de líquido rojo, formó una mueca al apretarlas en un puño y sentirlas pegajosas.

— Tengo hecha’ un asco las manos.

Los ojos de su amigo se posaron en el río. A pesar de que el agua se veía de un color marrón oscuro, el color que le propiciaba el sol le daba unas ganas inmensas de querer tirarse de cabeza. Con una sonrisa volvió a mirar a su amigo, quien estaba con el pecho desnudo y las manos manchadas.

— Nos metamos.

— ¿Eh?

— Que nos metamos.

— No, Lio. No tengo ganas.

— Da’, Pablo. Vos me lo prometiste.

—...

— Dale, Pablo. Hace calor

Alargando las vocales de su última frase, agitó los hombros de su amigo con una gran sonrisa. El más pequeño intentó esconder su sonrisa alejando su mirada de los ojos de Lionel, la pequeña insolación que había sufrido su rostro escondía bien el sonrojo que nació en sus mejillas.

El menor se levantó rápido y comenzó a casi correr por las piedras hasta un punto alto, de donde siempre se tiraban hacia el río. Gritó sonriente mirando hacia atrás.

— ¡El que no llega primero es maricón!

Lionel, carcajeando, lo siguió. Todo siempre era una competencia entre los dos, desde pequeños había sido así. Habían veces donde se enojaban más, otras veces menos, pero siempre competían por algo. Las gastadas se las comían igual, dentro de los límites del respeto hacia el otro.

Con una rapidez que lo destacaba, Lionel terminó pasando a Pablo, quien sorteó las piedras y evitó caerse como un campeón. Conocían el río como la palma de sus manos, sería imposible que se partieran la cabeza con alguna de las piedras. Al llegar al “honguito”, un pequeño mirador con un techo que hacía honor a su nombre, Lionel miró divertido al menor, quien llegó agitado y con el ceño fruncido. 

El pecho del menor subía y bajaba rápido, algo en lo que se concentró el mayor al verlo acercarse. Subió sus ojos a los contrarios, estaban estratégicamente iluminados por la luz del sol que venía del costado, resaltando el color dorado de su mirada. No quería dejar de verlos. Salió de su pequeño ensueño con rapidez para pegarle un pequeño zape en la cabeza, poblada por su pelo lacio.

— Maricón.

— ¡Ey!

— Vos lo dijiste, el que llega último lo es.

— No se vale, vos sos más grandote que yo.

Una sonrisa se formó en los labios del mayor.

— Aprendé a ganar, Pablito.

Fue lo último que dijo Lionel antes de tirarse de “bombita” al río. Un bufido salió de los labios de Pablo acompañado de sus ojos rodando hacia atrás, pero terminó tirándose cerca de su amigo.

El agua estaba fresca, más al fondo se sentía fría. Con la ayuda de la corriente Pablo se acercó a su amigo, quedando enfrentados. Lionel todavía seguía con esa sonrisa sobradora en su rostro, cosa que ponía de malhumor a Pablo, a parte de no tener con que secarse cuando estuviera afuera del río. El mayor comenzó a nadar alrededor de su amigo, por más que la corriente lo llevara eso no le impedía quedarse cerca.

— ¿Ya te limpiaste las manos?

— Cortala, gil.

— Ay, dale, Pablo. Es mejor estar acá que afuera cagandonos de calor.

— No.

— Te enojas porque sabes que tengo razón.

— No, no tenés razón, jamás la vas a tener.

— ¿Ah, no?

Lionel mordió su labio intentando contener la carcajada que amenazaba con salir de su boca, pero en vez de hacerlo le tiró un poco de agua a Pablo con una de sus manos, solo para joderlo. Le salió bastante mal, ya que gracias a eso comenzaron una pequeña guerra con agua involucrada, entre carcajadas.

— ¡Pará, bobo! ¡me va’ a hace’ ahoga’!

Decía Pablo entre risas escupiendo agua de por medio, provocando que tosiera un poco. El mayor se acercaba más y más hacia él aprovechando que el agua le impedía a su amigo ver con claridad. Estando cerca de él dejó de molestarlo, al cesar aquella guerra dejó de recibir agua proyectada hacia su cara. 

De repente, ante la escasez de palabras, el ruido de todo a sus alrededores volvió a instalarse entre los dos. El agua los envolvía, se mantenían a flote con sus manos y pies. Los pájaros cantaban, el río seguía corriendo y el sol se colaba entre los árboles detrás de ellos.

Las sonrisas habían dejado de aparecer en sus rostros para pasar a una seriedad donde el no saber qué decir los ponía un poco nerviosos. Se miraban el uno al otro, esperando a que algo ocurriera para acabar con el ruidoso silencio.


La conciencia otra vez

me revela

lo que siento

y así pierdo lo esencial.


La falta de habla seguía. No sabía si era por el sol que lo había quemado o que, pero las mejillas de Pablo volvieron a tomar ese color rojizo. Vio como el rostro de su amigo también tomaba ese mismo color que el de él, no dijo nada al respecto. Se había quedado bastante tiempo viendo la cara contraria, entonces Lionel preguntó.

— ¿Qué? ¿tengo algo en la cara?

Negó con la cabeza el menor. Con una timidez que lo caracterizaba, suavemente le preguntó a Lionel.

— ¿Puedo preguntarte algo?

— Si.

Hubo una pausa, como si el más pequeño se estuviera armando de valor para preguntárselo.

— A vos… eh, ¿te- te gusta… alguien?

Otra pausa.

— ¿Por qué queres saber?

— Que se yo. Nunca me dijiste ni me contaste nada de si te gustaba alguien.

— Eh…

La verdadera respuesta no la tenía muy clara. Lionel tenía bien claro que a los chicos, se supone, no le tienen que gustar otros chicos, solo chicas. Pero cuando veía a Pablo, tenía la misma sensación de cuando había visto por primera vez a Jessica Rabbit en la película “¿Quién engañó a Roger Rabbit?”. 

La misma sonrisa seductora del personaje se asemejaba al sentimiento de cuando Pablo le dedicaba una sonrisa burlona cada vez que respondía mejor que él el examen teórico. O los brazos cubiertos por guantes brillosos le daban el mismo escalofrío de cuando Pablo lo abrazaba con sus flacos brazos unos segundos demás al despedirlo.

Con Pablo todo era distinto. Los helados sabían distinto, el sol brillaba más y todo parecía siempre mejorar.

Tener que responderle que capaz, solo capaz, era él quien podía llegar a gustarle… no le parecía muy acorde.

— No, que yo sepa. No me gusta nadie.

— Ah.

La cabeza del menor se hundió para volver a surgir con rapidez, se sacó el pelo de la cara y miró fijo a su amigo.

— ¿Vamos? Ya me hace frío y se esconde rápido el sol.

Ni frío corría por su cuerpo ni el sol se escondía rápido en verano.

— Si, dale.

 


 

El motor de los kartings era lo único que sonaba en la pequeña pista. El sol del mediodía estaba partiendo la cabeza de las personas que habían mirado un clima diferente al que le habían dicho por la televisión. Con Lionel y Pablo fuera de la pista la carrera se había vuelto aburrida. Sus familiares los vitoreaban en las gradas con pocos asientos. El chico de dieciséis años, oriundo de Río Cuarto, había ganado la carrera de karting del ‘95, organizada por la provincia de Córdoba. 

Los chicos que habían podido clasificar de varias provincias habían competido y peleado por el primer puesto. No lo lograron porque el más rápido fue Pablo. Fueron por el segundo puesto, pero tampoco pudieron, ya que el segundo más rápido fue Lionel, el diecisieteañero de Pujato.

Apenas pudieron estacionaron sus autos en la zona de pits, terminaron haciendo ese intento de prolijidad pésimo, ya que la euforia de haber llegado al podio les había ganado. 

—¡Viste que podías!

Le gritó al oído Lionel, eufórico. Los brazos de ambos se contenían el uno al otro, tomándose con fuerza. Una sonrisa imborrable estaba plantada en el rostro de Pablo, no podía parar de sonreír.

Palmearon ambas espaldas, todavía con los gritos y aplausos de todos los presentes allí de fondo. Nada importaba en ese momento más que estar abrazado a su amigo de toda la vida después de haber ganado una carrera importante. Los padres de Pablo y Lionel fueron a abrazar a sus respectivos hijos, los menores luego de esa muestra de afecto paternal volvieron a su abrazo.

Al terminar ese contacto que deseó que se repitiera, corrieron hacia el podio para recibir sus premios. El más pequeño recibió un trofeo más grande que el tamaño de su rostro y el más grande uno igual, nada más que de plata. El prístino deseo de Lionel de poseer el trofeo de oro se desvaneció al ver la inmensa sonrisa que Pablo sostenía en su rostro.

Con su amigo al lado, aunque un poco más abajo que él, nada podía salir mal. Él primero, Lionel segundo, eran los mejores de todo el país, capaz incluso serían una buena dupla. No sabía como en el mundo de las carreras un dúo podía arrasar, pero eso sería algo para su futuro.

Ahora estaban de vuelta uno al lado del otro, en la cama dentro de la pieza de su amigo. Estaban tirados sobre el acolchado azul lleno de estrellas blancas, un mp3 sobre el pecho del más grande y auriculares compartidos. La cama era espaciosa, pero los dos cuerpos entraban casi justos en ella, ya no era lo mismo de cuando solían ser niños y dormían en la misma cama. La costumbre seguía, por supuesto, eran inseparables y nadie dudaba de su lazo. A los ojos de los demás ellos parecían hermanos.

El dueño de la casa escuchaba la música con su oído derecho con los ojos cerrados, mientras que Pablo escuchaba con su oído izquierdo, aunque mirando a su amigo. 

— Felicitaciones, de vuelta.

Le dijo Lionel de la nada, lo tomó de sorpresa ya que pensó que estaba dormido. Lo empujó suavemente logrando que brotaran un par de risas entre los dos.

— Ay, basta. No es necesario.

— En serio, si lo es. Sos muy bueno corriendo, Pablo. Vas a llegar lejos.

— Vamos a llegar lejos, no soy el único que es bueno en lo que hace.

— Ja, cuanta fé me tenés.

— Y si, obvio. No por nada venimos ganando el primer o segundo puesto últimamente. Somos buenos, Lio. Vamos a llegar lejos y vamos a hacerlo juntos.

Uno de los ojos de Lionel se abrió para mirarlo y le sonrió. Movió uno de sus brazos detrás de su cabeza para tomar su mano y besar su meñique, sellando la promesa.

— Obvio.

Se sonrieron el uno al otro, pero ninguno dijo más nada. El mayor volvió a cerrar su ojo y respiró hondo para seguir concentrado en la música, con sus brazos acomodados como antes.

El ventilador del techo giraba suave sobre un círculo que no parecía tener fin, su motor rumiaba llenando el silencio de la siesta, el propio aire que producía movía las finas telas de las cortinas. Ni los grillos ni las chicharras cantaban a esa hora. Por las calles era imposible ver a alguien que se sacrificara para caminar por el abrasante sol, salvo algún niño con gorra yendo a una casa que contuviera una pileta.

Al estar de costado y su amigo boca arriba era más fácil apreciarlo. No podía evitar sentirse un acosador al verlo dormitar, porque tan despierto no estaba. Miró su rostro con detenimiento, recorriendo desde donde comenzaba su corto pelo, sus inmóviles largas pestañas. Pasó a su nariz, su forma tan perfecta era hasta envidiable, y luego pasó a sus labios, cerrados. Le parecía raro verlos así, estaba más que acostumbrado a siempre verlo hablar, ya fuese por a o por b. Siempre tenía la jeta abierta para comentar algo.

Un pensamiento fugaz cruzó su mente, no lo detuvo. Levantó su mano con una lentitud que hasta hacía parecer que casi no se movía, la guió hasta el rostro de su amigo. Su dedo índice amenazó con acercarse a la boca contraria. Quería acariciar los finos labios, la nada misma lo separaba de poder acercarse y darle un pequeño beso, pero no le caía muy bien la idea de creerse príncipe de Disney. No estaba para esa onda.

Dudó de hacer algún otro movimiento, así que paró en seco cualquier intención de tocarlo. No quería interrumpir el sueño de su amigo, o esa era la excusa que más lo convencía. Menos quería despertarlo con una imagen que probablemente lo haría recibir un par de patadas en el orto. Ver a tu amigo acariciando tus labios no era algo que muchos esperaban de parte de un amigo. 

Retomó la posición de su mano y se limitó a solo verlo dormir. El auricular negro se había salido del oído de su amigo, del pequeño objeto salía la música que estaban escuchando.


Voy a recorrer

un mundo incierto

recostado en mis sueños

con el alma

 descubierta

 

explorar

  rumbos secretos.


Con suavidad, y un par de lágrimas que amenazaban salir de sus ojos sin aviso previo, volvió a colocar el auricular en el oído de su amigo. No pudo evitar sentirse identificado con la letra de la canción. 

El enigma que lo rodeaba respecto a cómo catalogar a Lionel, un amigo de toda la vida, era desesperante. Propagaba un frío por su pecho e inundaba su cabeza con incertidumbre. Su conciencia sabía bien cómo se sentía, eso era lo peor, pero tener que enfrentar todo lo que conllevaba el hablarlo le provocaba un pavor paralizante.

No estaba todavía dispuesto a sacrificar la comodidad y estabilidad en la que se paseaba tan campante todos los días. Por ahora estaban bien así, él estaba bien así. No se arriesgaría de tal manera en una calurosa siesta de febrero.

Siguió mirándolo hasta que se dio cuenta que su amigo cayó en un profundo sueño. Apagó el aparato de música en medio de la canción y, pasando estratégicamente por encima de su amigo, lo dejó en la mesa de luz. Evitó mirar hacia abajo porque esa imagen en específico sería difícil de borrar.

Ante sus ojos ellos eran amigos. En su imaginación, siempre eran algo más que solo eso.

 


 

La clase se había extendido más de la cuenta, y todos en ella estaban aburridos. En el instituto donde Pablo y Lionel estudiaban todo lo teórico para insertarse en el mundo de la fórmula 1 eran pasadas las doce. Se suponía que a las once y media tenían que terminar con la clase. Entre susurros y manos que pasaron por su rostro varias veces, Lionel expresó lo cansado que estaba.

— La puta madre, ¿qué tanto más va a hablar de la importancia de pesarse después? Si ya es sabid– ¡ay!

Por supuesto, ligó una patada sutil en su pierna. Se la merecía. Pablo le susurró de vuelta con el ceño fruncido, aunque sin dejar de mirar al frente. 

— Prestá atención, pelotudo.

— Callate caradura, ni lo debes estar escuchando porque andas pensando en las minitas que te vas a comer esta noche.

Un incómodo silencio provino de su amigo. Lionel sonrió, sabía que no era el único aburrido y cansado de tanto escuchar. El profesor se había emocionado de más hablando de cosas que ni al cordobés ni al santafesino les importaban, por hoy.

Porque en el día del cumpleaños número dieciocho del ya no tan menor de los dos ninguno se podía concentrar. Menos concentrarse con las exorbitantes ganas que tenían de inyectar alcohol de dudosa prodecencia dentro de sus sistemas en pos de festejar la mayoría de edad.

Lo habían hecho el año pasado en el cumpleaños de Lionel: “prometeme que vamos a tomar así para mi cumple” le pidió Pablo a Lionel, con una voz que arrastraba las palabras y ojos encapotados por las cantidades de litros de fernet en su cuerpo. Entre gritos por la fuerte música, el mayor se lo prometió.

Luego de volver caminando por la sombra, llegaron a la casa de Pablo donde comerían milanesas con puré, la gran especialidad de la madre de su amigo. Cada vez que iba a la casa de Pablo, o sea habitualmente, Lionel siempre hacía de público conocimiento su fascinación por la comida de Mary. 

El aceite bramó al son de la carne apanada, y la hornalla con las papas hirviendo fue apagada. De aquella combinación salió aquel gustoso plato de comida que todos festejaron con aplausos para la cocinera. En una fuente fueron servidas, pero duraron poco allí, los dos más jóvenes venían soñando con aquellas milanesas con una doble vuelta en el pan rallado y mezcla de huevo, ergo el hambre los cegó. Sentados en la mesa redonda, el cumpleañero estaba al lado del invitado, y sus padres frente a ellos, todos comiendo callados. No faltó el típico comentario entre risas de Ricardo “hacía hambre, ¿no?” que soltaba cada vez que iba Lionel, quien siempre asentía con fervor mientras masticaba.

Minutos después la madre de Pablo, con la fuente vacía entre sus manos, se levantó para dejarla en el lavabo, abrió el agua caliente y dejó que corriera para poder eliminar restos de aceite. Gracias al ruido del agua, Mary recordó algo que había escuchado de parte de su vecina al barrer la vereda temprano.

— Pablito, si van a salir esta noche tengan cuidado, capaz que llueva. Me comentó la tarotista del frente.

Aimar hijo dejó de untarle puré al pedazo de milanesa bien cortado para dejar con vehemencia los cubiertos sobre el plato, rodó sus ojos sonriendo ante la incredulidad de su madre.

— Nunca hubo tanto sol y calor como hoy, mamá. No le creas a la cachivache del frente, más si se hace llamar tarotista. 

Volvió a su acción de antes y se llevó la milanesa cortada a la boca. Terminó su frase tapándose la boca, tenía comida pero eso no le impedía seguir hablando.

— Que estudie para ser meteoróloga si tanto quiere advertir el mal tiempo.

— Pablo, no seas irrespetuoso, es una profesión como todas las demás.

Como intentando aminorar el ambiente que comenzó a crearse entre la madre de Pablo y su amigo, comentó mientras cortaba la carne y la embadurnaba con puré.

— Mary, por favor, jamás deje de hacer sus milanesas. Se lo pido, sería un crímen para la cocina.

Mary, lavando lo que había utilizado para cocinar se giró para sonreírle al único ajeno de la familia.

— Ay, Lionel. Siempre tan atento.

El más alto vio como la cabeza de su amigo se giraba en su dirección y lo miró. Haciendo con una mano la gesticulación mientras hablaba por lo bajo, se burló del halago.

— Siimpri tin itinti.

Sin poder evitar mirar los labios contrarios cuando le dirigió la burla, mordió los propios ya que una gran sonrisa se formaba en su rostro. Acercó su mano hacia la parte de atrás de su cabeza haciendo pasar el gesto como una caricia, pero terminó tomando entre sus dedos, como pudo, uno de los mechones cortos del pelo ruludo y tiró de ellos.

— ¡Ay, la concha de la lora!

— ¡La boca, Pablo!

La reacción de la única mujer fue inmediata, aunque ella no pudo evitar reír ante la repentina puteada. Acariciando su nuca, Pablo respondió con un ceño fruncido dedicado a su amigo, quien estaba con su rostro bordó tapando su boca, evitando que una risotada saliera desde el fondo de su sistema.

— Perdón, ma.

— Que seas mayor de edad no te da permiso para putear en la casa.

Dijo su padre, mirando el plato casi vacío y negando en dirección de los más jóvenes. Lionel ligó la segunda patada del día mientras carcajadas salían de su boca. Al calmarse, Pablo mirando a su amigo tomó un mechón de su pelo, lo señaló e hizo un dos con su mano, ligó por supuesto una piña suave en su hombro. Desde que había descubierto a los doce años la manera de llamarlo “pelotudo” sin usar realmente la palabra, le fue difícil dejar de usar la expresión. 

Ambos padres miraron la interacción de los amigos y sonrieron enternecidos. Si, a los ojos de los demás ellos seguían pareciendo amigos de toda la vida. Porque eso eran, amigos.

En la habitación de Pablo ahora reinaba en silencio, sin peleas de por medio. Las cortinas rojas iluminadas por el sol teñían las paredes llenas de cuadros de Ferrari y estantes llenos de trofeos de color carmesí. El menor estaba acostado sobre el colchón boca arriba, con sus ojos cerrados, y el mayor sentado en los pies de la cama, viéndolo con una sonrisa. Con una mano acarició su pierna por debajo de la rodilla para llamar su atención, eso solo logró despertarlo por completo, intentó no dejar evidencia alguna de eso. No podía emocionarse tanto con un toque inocente.

— Eu, Pablo.

— ¿Mhm?

— ¿Estás dormido?

— Quería estarlo.

— Te tengo algo para vos.

— ¿Qué cosa?

— Una cosa.

— Dale, pelotudo, decime o me duermo.

— Es un regalo.

Abriendo los ojos, se sentó tan rápido como pudo. Apoyando todo su peso en las manos sobre su cama, lo miró sonriente. 

— Espero que no m–

— No, no te estoy charlando. Me encargué de tenerlo a tiempo.

Los ojos del menor se entrecerraron todavía sonriendo, no confiaba en la palabra del mayor cuando se trataba de regalos, varios años anteriores los había recibido con demora, para las fiestas más específicamente. El mayor estaba listo para atajar lo que fuera, porque había trabajado varios fines de semanas en un quiosco para poder comprar el regalo de su amigo. Disfrazó su gran secreto con excusas como “salgo de joda con tal” o “me tengo que quedar a estudiar para la clase de Claudio”. Ese tipo de excusas típicas y no tan típicas de él.

— Y antes que digas algo más sí, te mentí, pero era para que fuese una sorpresa.

El cumpleañero apretó su boca formando una línea, en un gran fallido intento por esconder la gran sonrisa que se había plantado en su rostro y que no parecía tener intenciones de salir de allí.

Con su cabeza, Pablo siguió a Lionel en todo el pequeño trayecto desde la cama hasta su mochila acomodada en el piso al lado de la puerta. Se agachó para comenzar a sacar un gran paquete con un envoltorio algo desprolijo. 

— Con razón trajiste mochila, culiado. Nunca trae’ un ocote.

Un par de carcajadas salieron del fondo de Lionel, tuvo que sostener su estómago por unos segundos. Amaba cuando Pablo puteaba bien cordobés, más cuando su acento se hacía paso entre sus palabras. Muchas veces sentía que forzaba su habla, no entendía por qué, para él sus cordobeseadas le parecían lo más dulce de escuchar, aunque a veces fueran solo puteadas.

— Ay, sos tremendo, Pablito.

Dijo mientras se levantaba de las cuclillas con un regalo casi del tamaño de su pecho, aferrado a sí. Los ojos color almendra del menor parecían una supernova, y Lionel deseó tener una cámara para poder captar el momento donde presenció la explosión en persona.

— ¿Qué es?

— Abrilo y fijate.

Le dijo mientras dejaba el paquete sobre el regazo de su amigo, quien no dudó en rasgar el envoltorio azul, era un paquete demasiado liviano. Grata fue la sorpresa y su reacción al ver que dentro del envoltorio se encontraba otro empapelado más con chocolates pegados a los costados. Levantó su mirada confundido, pero la única respuesta que recibió de parte de su amigo fueron unos hombros que subieron y bajaron, acompañados de una sonrisa.

— Seguí.

El mayor se sentó enfrentado a él, mirando como rasgaba cada papel con pequeños regalos, un disco de Patricio rey y sus redonditos de ricota y demasiados dulces, eran parte de su sueldo del quiosco y sacados de allí, pero lo que contaba era el regalo del centro. Cuando llegó, se topó con una caja rectangular bien empapelada, a comparación de las demás bolsas. Cruzaron miradas acompañadas con sonrisas cómplices.

— ¿Qué hay adentro?

— No sé.

— Dale, gil. Decime.

— Te dije que no sé. Tenés que abrirlo y fijarte.

Pablo rodó sus ojos mientras soltaba un bufido, a este punto se estaba arrepintiendo de la sorpresa. Se libró de todos los papeles para regalo dejándolos en el suelo, ahora quedando la caja sobre su regazo. Sentado con las piernas cruzadas abrió el envoltorio con delicadeza, como si estuviera arrancando los pétalos de una flor en un intento del infantil juego de “me quiere, no me quiere”. Lionel, expectante a todos los suaves y pausados movimientos de su amigo, lo miraba atento esperando la sonrisa contraria.

Con el papel fuera y ahora una caja color madera sobre sus piernas, la abrió. Frente a él había un álbum de fotos, lo sacó sin dejar de observar. 

— ¿Y esto?

— Espero que te guste. Sale algo carito revelar.

Lo abrió. La primera foto que se topó fue una de ellos a los siete años jugando con una pista y autitos a control remoto. Un par de risas generadas por la ternura de las fotos salieron de su boca. Siguió pasando por las fotos, encontrándose con ellos dos a los diez años en el río, en el patio de la escuela ambos protagonizando papeles en un acto escolar. Rio al verlos a ambos estar levantando los pulgares mientras estaban disfrazados de San Martín y Belgrano. Otras fotos donde compartían podio en las carreras de karting, le fue imposible no sonreír. 

Mientras pasaba por las páginas del álbum, se iban poniendo más grandes. La última foto, al menos la que aparecía, era de ellos dos sosteniendo y besando en cada costado una copa de plata. En ese recuerdo captado por la cámara de su padre, la diferencia de tiempos en la carrera había sido de dos segundos exactos, en su mundo ninguno había perdido, así que decidieron compartir la copa y el puesto. Esa foto había resumido los años de amistad que ellos habían compartido y seguían haciendo.

Faltaban varias páginas por completar, eso lo extrañó bastante. 

— ¿Por qué faltan tantas fotos? ¿te quedaste corto de guita?

— No, porque quedan años por delante y más momentos por compartir.

Haciendo un montoncito con su mano lo vio para reír por lo bajo. Cerró el álbum y lo dejó a su lado, los músculos de su rostro parecían no darle un respiro, no podía parar de sonreír. En ese momento creyó realmente que no iba a poder querer a nadie más de la manera que lo hacía con Lionel, el chico se había ganado su corazón en todos los sentidos.

— So' más maricón, por Dios.

Dijo para luego abalanzarse sobre él y darle un abrazo. Lo estrechó contra su cuerpo,  el agarre fue correspondido. Lionel no era muy bueno recibiendo muestras de afecto, hacía lo que podía con las herramientas que tenía, pero se dejaba cuando era con Pablo. Las manos de Lionel aferraron la espalda de su amigo sosteniéndolo tan fuerte como podía, y Pablo lo tomaba por su cuello. Ambos habían cerrado sus ojos ante el momento que estaban compartiendo. 

Un suspiro escapó por las fosas nasales del mayor mientras acariciaba la espalda de su amigo, quien no parecía querer separarse del abrazo. 

— Y, ¿te gustó el regalo?

Las manos del menor se separaron para poder quedar en los hombros de Lionel, alejándose un poco pero lo suficiente como para quedar enfrentados.

— Es el mejor regalo del universo. Gracias.

En un arrebato de atrevimiento, Pablo se acercó con lentitud a la mejilla del contrario. Tan lento que se sintió como si el tiempo se hubiese congelado, como si el agua hubiese dejado de correr o los pájaros hubiesen dejado de volar. Cuando los labios del menor tocaron la mejilla, sintió como comenzaba a arder de a poco. Las manos sobre la espalda apretaron la piel cubierta por la tela de su remera.

Lionel movió su rostro en un intento por pasar un beso sobre su mejilla a un beso real, uno como la gente, pero eso provocó que el rostro de Pablo se alejara un poco de él. Los ojos del mayor fueron directamente a los labios contrarios, los miraba como si quisiera comerlos, aunque más específicamente deseaba morderlos. Desde hace bastante tiempo.

Se acercó en busca de un beso, otra vez. Si hacía falta, lo buscaría una tercera vez, no había esperado tanto tiempo para estar ahí y perderse tremenda oportunidad. Sonrió al ver como el rostro de Pablo se alejaba de él, otra vez. El sonrojo se había hecho presente en las otras mejillas, ambos poseían el color de la habitación en sus caras.

— Pará.

— No te hagas la dificil, dale.

Le susurró mientras lo acercaba hacia él por su cadera, casi pegándolo a la propia, manteniendo una distancia prudente e ignorando su quejido. Se miraban a los ojos, luego a los labios y viceversa, pero ninguno actuaba, era como si dos polos opuestos estuviesen luchando por no imantarse, pero en cualquier momento ocurriría lo inevitable. Y cuando eso ocurriese, poder separarlos sería una tarea complicada.

Lionel entendió el límite con respecto a su rostro, pero nadie había dicho nada de otras zonas, entonces se dirigió al cuello de su amigo. Con su nariz rozó la piel tibia, respiró sobre ella y comenzó a repartir pequeños besos que le arrancaron varios suspiros a su amigo. 

— Lio…

Susurró el menor al sentir lo que el contrario estaba haciendo. Las sensaciones que le estaba provocando despertaban sentimientos que jamás creyó que pasarían por su cuerpo. Acortó la distancia entre ambas caderas, los pantalones sastreros de ambos no facilitaron mucho el trámite, pero algo se podía hacer con eso.

Con sus manos en el costado de las caderas, el mayor comenzó a mover al menor sobre él, muy lentamente. Se estaría engañando a sí mismo si negaba que había fantaseado noches enteras con ese escenario de ellos dos así, porque Pablo había sido motivos de desvelo y duchas frías de madrugada. Suspiros y respiraciones pesadas comenzaban a hacerse presentes entre los dos.

Pablo, respecto a su amigo tampoco se quedaba atrás. Había deseado que ese momento se diese hace mucho tiempo, más del que le gustaría admitir. Ayudaba un poco moviendo su cadera por cuenta propia, provocando así escalofríos en la espalda que no estaba dispuesto a dejar de sentir. 

Lionel se aferraba a lo que podía. El ambiente de la siesta era tan silencioso que se podía percibir cómo las manos del más alto agarraban la tela de la remera contraria, el roce entre pantalones, los constantes besos sobre la suave piel y los suspiros del chico sometido a una tortura que deseaba que jamás terminara.

Una mano comenzó a trazar su camino, muy despacio, hacia el comienzo de la prenda de Pablo, donde chocaría contra un estómago contraído por los nervios de la situación, unos nervios positivos. 

Su momento se vio interrumpido por el ruido de algo cayendo afuera de la habitación, motivo por el cual se separaron en segundos, tan rápido como el disparo de una bala. Pablo quedó casi al otro lado de la cama, su expresión rozaba el pánico. Los pechos de ambos subían y bajaban rápido, tenían la sensación de que sus corazones saldrían volando.

Se miraron serios analizando sus facciones, sabían que lo que había pasado era algo que no tenía vuelta atrás y que lo hecho… hecho estaba, pero en el rostro de ninguno se veía presente el arrepentimiento. Sabían que era algo que ambos querían. Pablo fue quien rompió el silencio formado entre los dos.

— Creo que… ahora no es momento ni lugar.

— Si, eh… creo que no.

— Pero, si queré’, esta noche cuando salgamos puede ser…

 

Y así

tengo una ilusión…

 

Los ojos de Lionel parecieron recuperar el brillo perdido y una sonrisa volvió a aparecer en su rostro. Su tercera oportunidad se encontraba allí, pero tendría que esperarla paciente. Mientras más se hacía desear, mejor sería cuando sucediera. Porque no solo era estar con Pablo de una manera más… carnal, era estar con él, su amigo de toda la infancia, probablemente la única persona a quien quería con fervor hasta el día de hoy. Saber que por lo menos una parte de sus sentimientos era correspondida era un comienzo, luego se las arreglaría para sacar a flote sus encantos, esperando que la parte sentimental tuviera también correspondencia.

— Dale.

Desde el momento que se despidió de Pablo con un abrazo más largo que de costumbre, ansió que se hiciera de noche. Contrario de lo que hubiera pensado, el día se le pasó volando. 

El boliche estaba hasta el culo, como diría Pablo. La cantidad de gente que había dentro de lo que antes había sido un galpón debería ser ilegal, pero no se podía esperar mucho de un boliche dudosamente barato. Siempre estaba y estaría lleno. 

En la fila para entrar estaba él solo, esperando al impuntual de su amigo. No era muy habitual en Pablo ser impuntual, pero sabía que cuando era así la razón era siempre la ropa, siempre. Nunca podía decidir si estaba bien vestido, para el chico jamás estaría muy bien vestido, a veces era un “doy ocote” o “podría haber elegido algo mejor”.

Entre el barullo de las palabras de adolescentes y jóvenes adultos que solo buscaban entrar al establecimiento como él, escuchó a alguien correr en su dirección. Giró su cabeza cuando los pasos se sintieron muy cerca, terminó sobresaltandose cuando se encontró con Pablo a centímetros de él, agitado y jadeando por un poco de aire. Sonriendo, espero a que calmara un poco su respiración. 

— Culia’, pensé que no llegaba.

Apoyó una mano en el hombro de su amigo, apretando un poco fuerte. El único deseo que tenía era poder tener un mínimo contacto con la tersa piel de su abdomen, o de su piel en sí. Pablo en general lo estaba volviendo loco.

— ¿Estás bien?

— Si si, solo necesito un poco de agua.

— Por ahora te puedo ofrecer que esperes un ratito y te doy “agua”.

Con sus dedos, Lionel enfatizó las comillas en la última palabra, Pablo con el rostro rojo por el esfuerzo físico de haber corrido le sonrió con la boca abierta, jadeando todavía. Eran corredores de fórmula uno, no runners.

Un viento algo fuerte comenzó a mover con rapidez algunas hojas de la calle, y consigo el pelo del más bajo, ninguno de los dos le dio importancia a eso, menos a las nubes tumultuosas que se acercaban más hacia el lugar donde ellos estaban. Pero, ¿qué importaba eso? ambos estaban concentrados el uno en el otro y el pequeño juego de siempre.

— Te lo acepto si paga’ vos.

— ¡Eh! ¿Quién es el cumpleañero acá? ¿A quién le toca pagar hoy?

— Montoto te paga lo’ trago’, hijo de mil.

Ahí estaba otra vez, ese hermoso acento cordobés se escapaba por aquellos labios rojos. Lo superaban las ganas de agarrar su rostro y comérselo enfrente de todas las personas de la fila, aunque recibiera miradas extrañadas por lo repentino de su actuar. 

Era de público conocimiento que aquel boliche no era exclusivo para heterosexuales, todos se agarraban con todos y nadie decía nada, un acuerdo tácito entre los “comensales” que asistían todos los fines de semana. Lionel y Pablo, testigos de aquella diversidad de sexualidades, recurrían el lugar casi exclusivamente por los tragos, el bartender siempre le ponía un poco más de alcohol a todas las bebidas entonces pegaba más, les gustaba eso. 

Esa noche de festejo irían por los tragos y otro objetivo compartido.

Ese boliche era conocido por poner tanto música nueva y de otros años atrás, habían noches disco, noches de Madonna, siempre podía sorprender. Cuando lograron entrar, después de un silencio incómodo entre los dos, sus oídos se toparon con los fuertes sintetizadores que salían de los parlantes. Sin disfraz de Virus les daba la bienvenida.

Con los rostros bañados en color azul gracias a los tubos de luz fluorescente se miraron sonriendo, cómplices de lo que sucedería esa noche tan distinta de las otras. Nunca la miel y el chocolate habían ido tan bien juntos. 


A veces voy donde reina el mar


es mi lugar, llego sin disfraz


Pablo le tomó la mano a Lionel en el trayecto hacia la barra con tal de no perderse, atrayéndolo hacia él a propósito. Usualmente se tomaban la mano para evitar separarse, pero hoy tomaba un nuevo significado luego de lo sucedido en el horario de la siesta. El mayor intentaba no pensarlo demasiado, evitaba así ponerse nervioso.

Quien les hacía paso entre el tumulto de gente era el cumpleañero, puteando si alguien se metía en medio de su camino o no se movía a propósito. Llegaron a la barra con rapidez, sorprendente para ser un viernes. Con los ojos entrecerrados por la molestia de la música, el más bajo se apoyó sobre la superficie plana, que contenía motas de varios alcoholes, era difícil distinguir cual era cual gracias a las monocromáticas luces del lugar.

— ¿No ‘ta un poco fuerte la música?

Chequeando que su remera blanca no tuviera ninguna mancha de fernet, Lionel, inclinándose, acercó su oído hacia la boca de Pablo. Utilizó eso a su favor para tener una mayor cercanía a él, eran acciones paulatinas pero eran algo.

— ¿Qué?

— Que ‘ta fuerte la música.

— ¿Y? ¿Cuál hay?

— Que no se escucha un ocote.

Lionel rió moviendo su cuerpo hacia atrás y Pablo pudo escuchar como su risa se mimetizaba con la música provocando un embelesamiento en su ser. No quería desaprovechar la única oportunidad que tenía para transar con su amigo, aquel amigo que había robado su corazón desde hace mucho tiempo atrás. Su enamoramiento no daba para más, él mismo ya no lo soportaba, se derramaba por todos lados y hoy había sido la gota que colmó el vaso.

— Pero, Pablo, ¿viniste a charlar? 

— No.

— Y bueno loco, pidamos algo y vamos a bailar, simple.

Los ojos color miel giraron mientras una sonrisa se formaba en los carnosos labios de su amigo, y él no pudo dejar de mirar. Era una belleza que solo había visto en un par de minas con las cuales había estado. Ese hecho que se había guardado para sí mismo no se lo podía decir ni en pedo a Pablo, porque lo más tranquilo que podría llegar a hacer es pegarle una patada en el orto.

Ligaron una ronda de tragos gratis por el cumpleaños del más bajo, pero después terminaron pagando un poco a regañadientes los próximos tragos. Eran las cuatro y media  de la mañana, los pasos de baile ya eran erráticos, la vergüenza ya se había esfumado pero no para la única cosa que los dos querían. Si, no se habían besado.

Lugares Comunes hacía que el cuerpo de Pablo se pegara contra la espalda de Lionel, quien descaradamente lo sostenía por la cintura y cadera, también pegándolo contra él, marcando los movimientos de su parte inferior con sus manos. Los cuerpos seguían el ritmo de la música, irónicamente sin vergüenza ni nada de lo que se pareciera, ¿qué importaba la mirada de los demás? ellos la estaban pasando bien así, bailando uno con el otro, como “amigos”.

Ahora era Lionel quien acercaba sus labios hacia el oído de su amigo con una gran sonrisa, cantando la letra al son de la voz de Federico Moura.

Pero por favor, no rompas mi corazón por vanidad.

El cumpleañero apoyó su cabeza contra el hombro de su amigo, sonriendo. Las luces pegaban contra su rostro, su visión no era la misma de cuando estaba sobrio y lo sabía, por eso siempre lo tenía a Lionel a su lado, quien lo ayudaba cada vez que se ponía pelotudo cuando tomaba. Esa noche no era la excepción, Pablo estaba bastante tomado y era casualidad que pudiera sostenerse con sus dos pies.

No cortes la ilusión de lo ideal.

— So' un hijo de puta.

Lionel sonrió ante la declaración, la voz del menor arrastraba las palabras y era algo dificultoso entenderlo, pero había pasado mucho tiempo al lado de él en pedo como para saber que decía. 

— ¿Por qué soy un hijo de puta?

— Mucho blablá, poco activar.

Lionel era el cuidador designado esa noche, no estaba tan ebrio como Pablo. Las palabras llegaban a su cerebro con el significado que poseían, y sabía que Pablo por más ebrio que estuviese, lo decía en serio. ¿Era ahora el momento? ¿Era ahora cuando debía actuar? ¿Estaba listo para tomar el paso?

— ¿Qué?

— Que no me diste ni un beso, cagón.

— ¡¿Qué?!

— ¡Que no me diste un b-

— ¡No te escucho nada, Pablo!

Con un suave agarre lo tomó del antebrazo para llevarlo a una esquina del boliche, esquivando a toda la gente que se metía entre ellos dos. Lo malo de ese lugar es que si uno quería salir afuera no había manera de volver a entrar, por lo que los lugares “privados” como tal no eran muchos. Lo había escuchado claro a Pablo, solo que el cagaso le estaba llenando la cabeza.

¿Cagaso de que? porque correspondido era. Capaz ese no era el problema, si no el qué haría luego. No podía dejar de pensar en lo que pasaría luego, si Pablo se olvidaría por el pedo que tenía, o si le diera asco la manera en que besaba, ¿qué haría? 

Necesitaba más alcohol en su sistema, claramente.

Cuando llegaron a una de las paredes del lugar, Lionel lo dejó apoyado a Pablo en ella. Las luces no llegaban bien a ese lugar por lo que era difícil distinguir rostros casi en las penumbras, todo por ahorrar en electricidad. Lionel miró al cumpleañero como pudo, sostuvo su rostro por una de sus mejillas, era notorio lo que le costaba mantener contacto visual, sus orbes iban de un lado a otro. La pared lo ayudaba a sostenerse.

— Dios, Pablo, tomaste demasiado.

— ¿Y? ¿Cuál hay?

Retrucó con una sonrisa.

— ¿Cómo que cual hay? que te voy a tener que llevar alzando, pelotudo.

— Ay, Lionel. E’ mi cumpleaños y tengo derecho a tomar.

— Y yo también, gil. No estoy para cuidarte ahora.

— Bue, no te calenté’, anda a buscarte un fernet.

Con unas manos que tanteaban dudosas entre los bolsillos, de uno sacó un billete. Tomó la mano de su amigo y dejó los papeles dentro de la misma, la cerró. Aprovechando que estaba sosteniéndolo con un envión se acercó hacia el rostro de su amigo para susurrar peligrosamente cerca de su rostro, todavía tambaleando.

— Cuando vuelvas quiero que me des un beso. No te voy a morder.

Quedó más cerca, sus labios rozaron el oído de su amigo.

— A menos que quieras.

Dejó un beso en la zona donde susurró, probablemente, la última palabra cargada de cariño hacia su amigo. Bueno, cariño era una manera de catalogarlo. Lionel se separó con una sonrisa mientras despeinaba el cabello del más bajo, mirándolo mientras se alejaba.

La peor decisión de Lionel debió haber sido dejar solo a su amigo borracho, ya que fue solo una cuestión de segundos para que todo se fuese a la mierda. 

El cumpleañero miraba confundido alrededor, esperando a su amigo. Un morocho, lamentablemente idéntico a Lionel, se acercó con claras intenciones hacia Pablo, quien no cuestionó en ningún momento el accionar seductor del extraño, pensaba que era su amigo. Una remera blanca, pelo muy corto y altura prominente, para él era Lionel. Sin esperar mucho el extraño puso todo su empeño en encantar al más bajo, quien se dejó tocar y manipular con gusto creyendo que era su amigo de toda la vida, no hacían falta palabras para ese momento. Por supuesto, todo terminó en un beso.

Ahora Destino Circular retumbaba por todo el lugar, incluído en los oídos de Lionel, quien intentaba no derramar el vaso de gancia con sprite, el fernet se había terminado. Pedía permiso mientras intentaba acercarse lo más rápido posible al lugar donde Pablo lo estaba esperando.

Lo que Pablo no llegó a contemplar, porque estaba apretando con alguien que casualmente se parecía a Lionel, fue cuando el original llegó a donde estaba. El encontrarse a Pablo entre las penumbras con un chico comiéndole la boca, en lo más literal de la palabra, fue de muy mal gusto. Más fue su disgusto al ver como tocaba descaradamente el culo de su amigo, y lo peor es que se dejaba. Él había querido hacer eso desde un principio.

Lionel sintió un frío esparcirse por su pecho, mientras más veía la situación más se acrecentaba aquel sentimiento de… ¿amargura? ¿enojo? no sabía bien qué era realmente lo que pasaba por su cabeza, solo sabía que necesitaba irse de ahí. No importaba dejar a Pablo atrás, porque se había cagado en él y en sus sentimientos.

Enojado era una posibilidad.

Lionel tomó una parte del gancia, mirando la situación a través de sus cejas. Pablo no lo sabía, pero en el pecho de Lionel comenzó a gestarse un odio que solo iría creciendo con el pasar de los días. Habiendo terminado el trago, tiró el vaso al suelo y se dirigió hacia la salida, dejando a Pablo solo. Al salir se encontró con nubes que abarcaban todo el cielo, como si Dios supiera de su temperamento y decidiera acompañar el corazón roto que apenas podía sostener con ambas manos.


Es un destino circular 


Cuando Pablo se hartó de quedarse sin aire por la intensidad del beso con el supuesto Lionel, se alejó para preguntarle agitado, con sus ojos cerrados y un cuerpo que le comenzaba a pesar.

— ¿Vamo’ a mi casa?

— Ah la mierda, qué petiso atrevido que so’.

 

que gira en el mismo lugar

 

¿Petiso? ¿atrevido? ¿qué era esa respuesta de mierda? esa no era ni en pedo la voz de Lionel, la de su amigo era mucho menos… cordobesa. Se separó un poco más para esforzar su mirada y no solo se llevó la sorpresa de que ese cualquiera no era Lionel, si no que su amigo no estaba por ahí. Lo dejó a él en pedo, solo y en un boliche que se encontraba muy lejos de su casa. 

 

No tengo ganas de seguir

 

Pestañeando varias veces empujó al muchacho lejos de él, asqueado. Con la fuerza que le quedaba en su cuerpo se dirigió hacia la multitud de personas que danzaban al son de sintetizadores, que ya comenzaban a hartarlo.


Quiero salir en libertad


Gritó varias veces el nombre de su amigo en vano, la música fuerte opacaba su voz. Sin saber qué hacer salió como pudo hacia la entrada del lugar, miró para todos lados y soltó un quejido al ver como la lluvia cubría con un manto húmedo todas las superficies existentes, se estaba cayendo el cielo. El boliche a punto de cerrar no ayudaba nada a su situación, y no le quedó otra opción más que caminar hacia su casa.

— Tarotista del orto.

Caminó borracho, solo y empapado por demasiadas cuadras, llenando con puteadas el silencio entre los truenos que aparecían de vez en cuando. No evitó que las lágrimas salieran de sus ojos, se mimetizaban con las gotas que caían desde su cabello ruludo, ahora aplastado y con nula definición. Se abrazó a sí mismo para contener algo de su calor corporal.

Al llegar por fin a su casa, las ganas de vomitar que le habían agarrado a medio camino se habían disipado. Entró tiritando al patio, porque por supuesto salir con una campera en noviembre es de pelotudos. Y ahí en medio de su patio, todavía siendo mojado por un Dios que parecía castigarlo por un pecado cual no conocía, se sintió como un pelotudo. Parado en la puerta que daba hacia el lavadero se sacó las zapatillas, al darlas vuelta el agua acumulada cayó en el piso de madera. 

Con la nariz roja y una mandíbula apretada que evitaba el castañeo de sus dientes se sacó la ropa empapada que goteaba con cada movimiento, la dejó mal colgada sobre la soga y entró a la cocina. Todo estaba oscuro y no había signos de vida a esa hora. Sin expresión, caminó por el pasillo hasta su pieza en completo silencio, mojando el piso con cada paso que daba. Al entrar se topó con el álbum de fotos sobre su cama, se acercó lento y con el golpeteo de cada gota individual contra la ventana musicalizando la madrugada, lo tomó entre sus manos. Miró y sintió el plástico duro cubierto de cuero azul bajo sus dígitos. Ni siquiera se esforzó en abrirlo porque solo lo dejó sobre la mesa de luz, al lado de un auto armado con rastis, apoyado contra una lámpara.

Esa noche se fue a dormir con un llanto silencioso y con la cabeza llena de preguntas, pero priorizando la duda del por qué Lionel lo había dejado solo sin dejar rastro alguno de su huída.

Al otro día, con el sol partiendo a la mitad el asfalto y llenando de pesada humedad el ambiente, fue a golpear la puerta de la casa de su amigo. Esperó unos segundos hasta que salió su madre a decirle, o darle una excusa, que Lionel estaba enfermo y que no podía levantarse de la cama.

— Dígale que quiero hablar con él apenas pueda, señora. Por favor.

Exclamó casi suplicando con su voz tomada por el resfrío, por poco no se arrodillaba para hacerlo. La señora le dejó un vacío “si, por supuesto, mijo” y cerró la puerta. Volvió hacia su casa con un sentimiento extraño que atravesaba su cuerpo de una manera que jamás había conocido. El pecho le apretaba como si tuviera pedazos de escombros dentro suyo. 

Y él esperó, esperó a que Lionel viniera a su casa y le explicara qué había sucedido esa noche para que lo dejara solo. Pero la espera duró una semana, un mes. Festejó año nuevo por primera vez con su familia. Luego vinieron enero y febrero con llamados donde la madre de Lionel contestaba o directamente nadie atendía. Marzo, seguía yendo a las clases pero ya no lo veía seguido, menos en las prácticas, ver el banco compartido solo se sentía tan deprimente. El otoño llegó y él seguía esperando, pasaba trotando por la casa de su amigo sin poder divisar ni siquiera una mínima interacción de su vida. Se conformaba con saber que vivía, pero porque le preguntaba a la dueña del almacén cerca de su casa si lo veía seguido. Recibía siempre la misma contestación "y, lo veo ahí, medio tristón, ¿viste?", y si no fuese por eso, no sabría nada. 

Un día llamó a Lionel, esperó sentado en cuclillas en el sillón floreado de su casa, y luego de cuatro pitidos lo atendió el mismísimo hombre con el que había intentado comunicarse desde noviembre del año pasado. Su desesperanza se había revertido.

— ¡Lio! Por fin me atendés, ¿cómo estás?

Hola, Pablo.

La euforia que tan rápido había sentido apenas escuchó su voz se estrelló a la misma velocidad con la que arrancó, porque la respuesta helada de su amigo fue la pared que le puso el freno. Eso no le evitó hacer un comentario que intentó ser cómico, no era él quien estaba acostumbrado a hacerlos en la amistad pero algo era algo.

— Estás vivo.

Si, estoy bastante consciente de eso.

Hubo un silencio dentro de la comunicación, donde pudo escuchar la respiración de su amigo a través del auricular.

— ¿Y? ¿No- no me vas a decir nada? ¿ni como estás?

Estoy bien, Pablo. 

— Lio, quiero hablar con vos.

— …

Ante el silencio, agarró con más fuerza el aparato amarillo y lo acercó hacia su boca. Miró para todos lados esperando a que nadie más que Lionel escuchara el susurro que le dedicó solo para él.

— Te extraño.

Yo...

Hubo un momento donde creyó que iba a responderle lo mismo, donde creyó que solo estaba siendo un pelotudo inmaduro y que realmente lo extrañaba como él lo hacía. No llegó. El silencio y la falta de respuesta lo estaba matando. Comenzaba a desesperarse un poco por esa fallida conversación, se notaba en su voz. 

— ¿Estás enojado por lo que pasó en mi casa en mi cumpleaños? perdón si te ofendí, no quiero que pienses que soy un mar-

Eh, Pablo, no quiero…

Lo cortó en medio de su intento de disculpa. Oyó un gran suspiro eléctrico que chocó contra su oído.

No quiero que me llames más.

Tardó unos segundos en contestar, fue una bendición que no le hubiese cortado el teléfono hasta ese entonces.

— ¿Por qué?

Te lo pido en serio. No llames.

— Espera, Lio. No me cortes, ¿podes-?

Por favor.

— ¿Podes escucharme un segundo?

Chau, Pablo.

— ¡Lionel!

Silencio total seguido de un pitido. Al no escuchar más nada al otro lado de la línea, dejó el teléfono fijo con cierta violencia sobre la mesita al lado suyo, sostuvo su cara con ambas manos mientras suspiraba frustrado. Qué pelotudo que estaba Lionel. Siguió insistiendo todo el mes de abril con los llamados, la falta de respuesta volvió, y con ello nuevos sentimientos que comenzaban a surgir, por no decir que estaba hasta las pelotas con la inmadurez de su amigo.

Comenzó a verlo en el almacén, comprando, e intentó acercarse pero solo recibió miradas de soslayo, dolorosas. Otra vez, cuando salió a correr una tarde nublada tarde, se lo encontró haciendo lo mismo. Volvió a intentar hablar y esta vez recibió una respuesta, pero sonó tan desdeñosa que el querer preguntar por qué ya no le hablaba abandonó su cuerpo.

“Creo que te dejé muy claro que no quiero hablar, Pablo.”

Esa respuesta lo dejó estático en medio de la cuadra, no pudo moverse hasta que lo vio desaparecer cuadras después. En el lento camino hasta su casa se gestó un sabor amargo en su boca y un sentimiento que pesaba dentro de su estómago, su cuerpo temblaba sin voluntad. Cuando abrió la puerta de entrada tenía más en claro que era lo que sentía, cruzó corriendo el pasillo hasta el baño y apenas tocó el inodoro, vomitó. Con su cabeza apoyada contra su brazo se preguntaba qué carajo le estaba pasando, a ese patético momento le siguió un llanto que tuvo que esconder abriendo la llave de la ducha. Pasó así muchos días, hasta que se hizo mayo.

El día que se hartó de la situación se lo acuerda bien, dieciséis de mayo de 1998, el cumpleaños de Lionel. Para ese entonces Pablo realmente no quería saber mucho del chico porque se ponía de malhumor, los murmullos en el almacén de que le estaba yendo demasiado bien en el “tema de los autitos” no ayudaban mucho tampoco. 

La noche de ese mismo sábado cenando pastas hirviendo con sus padres y su hermana que había venido de visita por el fin de semana, surgió el tema de Lionel. Había pasado demasiados años en su casa como para que su madre y padre se hiciesen los pelotudos respecto al cumpleaños del ajeno. Ojalá se hubieran callado.

— Hijito.

— ¿Mhm?

— ¿Lionel no hace nada para su cumpleaños?

Agarró la cuchara al lado de su plato, sin mirar a su madre levantó los hombros rápido y contestó de mala gana.

— Qué sé yo. No me habla.

— ¿Cómo que no te habla?

Preguntó su madre con un tono de preocupación, extraño era que amigos de toda la vida no se dirigieran la palabra de la noche a la mañana. O eso es lo que su madre creía, porque realmente venía remando hace meses contra la corriente y sobre dulce de leche la situación de Lionel, los brazos eventualmente se le cansaron y dejó de insistir para darle paso a un enojo justificado. Estaba harto de toda la situación.

— Si, ma. No me habla.

— Eso explica lo pelotudo que andabas.

Sin dejar de ver cómo giraban los fideos teñidos de rojo sobre su cuchara, rodó sus ojos ante la contestación de su padre, siempre tenía algo para acotar cuando no se comportaba como él quería. Su hermana, hasta ese momento callada gracias a la comida, soltó una pregunta que se sintió como una bomba cayendo desde el cielo.

— Ah, ¿entonces no te contó lo de Ferrari?

Dejó de girar el tenedor para levantar su mirada del plato casi vacío, un frío congeló su pecho en una cuestión de segundos. Miró a su madre con el ceño fruncido y sus ojos abiertos. No quería saber lo que le iba a decir, porque ya sabía cuál era la respuesta. Pero lo hizo igual.

— ¿Qué cosa de Ferrari? 

— Hija...

Su madre miró a su hermana como si hubiese soltado algo que no debería haber dicho. La mayor hizo un montoncito con su mano mientras sonreía incrédula.

— ¿Qué tiene? ¿Es su amigo y no le contó? Qué pedazo de amigo que tiene, entonces.

— ¿Qué cosa de Ferrari, mamá?

Insistió Pablo sin dejar de mirar a su madre.

— No, nada. Le estaba comentando a tu hermana que hoy me contó la vecina del frente, que le contó la madre de Scaloni, que a Lionel lo vieron los de Ferrari... se va para Italia.

Dijo como si nada. Se quedó estático, Pablo parecía una bomba de tiempo a segundos de explotar, todo gracias a lo que estaba sintiendo apenas escuchó la palabra "Lionel", "Ferrari" e “Italia” en una misma oración. Fue terminal para que ocurriese la detonación. Su respiración se paró por unos segundos y su corazón siguió aquella falta de ritmo, ¿estaba escuchando bien? 

— ¿Qué?

— Si, hoy me dijo.

Miró a su madre sin decir nada, con la misma expresión. Giró su cabeza para ver a su padre y le preguntó en un susurro tembloroso. No se había dado cuenta de que sus manos estaban agarrando tan fuerte los utensilios que provocaban que sus dedos y nudillos se tornaran blancos.

— ¿Vos sabías?

— Cuando te fui a buscar al instituto me comentó el director. Por eso no estaba yendo últimamente.

— ¡¿Y ninguno pensaba contarme?!

Levantó la voz de la nada mientras que se paraba de la silla y miró a sus progenitores con indignación, como si ellos tuviesen la culpa.

— Pensamos que sabías, hijito.

A eso lo siguió un silencio, uno que se instauró en el ambiente en el cual nadie se atrevió a decir más nada. Al no recibir una contestación como la gente, se alejó de la mesa arrastrando la silla hacia atrás, provocando un chirrido gracias a la fricción de las patas contra el piso. Dejó a su familia en medio de la cena e ignoró completamente los insistentes llamados de sus progenitores.

“Volvé a la mesa, Pablo.” 

“Estamos comiendo.”

“Pablo Cesar Aimar Giordano volvé acá.”

Ni pelota. Agarró sus llaves de la casa, una campera colgada y salió por la puerta principal.

Caminó exactamente una cuadra y media hasta llegar a la casa de Lionel, sus pies se dirigían decididos y daban pasos llenos de bronca. Cuando pisaba levantaba un poco de tierra que reposaba sobre las baldosas sucias, sentía casi como si sus piernas estuvieran actuando por voluntad propia. Todo su cuerpo vibraba colérico, la ira se acrecentaba con una rapidez similar a la de un avión supersónico.

Llegó respirando algo fuerte por la nariz, no por cansancio si no por la bronca que envolvía su ser. Desde afuera se podía escuchar un poco de música y gente riendo. Tocó la puerta con fuerza, que carajo le importaba que estuviera festejando su cumpleaños, necesitaba escuchar todo directamente de la boca de Lionel, quería que lo confirmara, que confirmara aquella noticia que tenía sabor a traición. Quien abrió la puerta fue la madre de Lionel, amablemente (o eso creyó) le pidió hablar con su hijo. Entró a la casa sin cerrar la puerta, y segundos después apareció él, vestido con un buzo de adidas color crema, pantalones negros y una cara de orto. Se estaba dejando el pelo más largo. 

Si no estuviesen “peleados” realmente se habría puesto como idiota a suspirar, pero ahora no era el caso. Lo primero que hizo cuando cerró la puerta para hablar con él fue preguntarle:

— ¿Por qué mierda no me contaste que te va’ con Ferrari?

Vio cómo arqueaba las cejas mientras se reía con cierta sorna, los brazos contrarios se cruzaron ante tal pregunta.

— Ah, bueno, ni siquiera un hola.

— No te merece’ ni un hola, me dejas de hablar de la nada, me deja’ solo y te haces la otra, ¿qué mierda te pasa?

— ¿Que mierda te pasa a vos, pendejo? ¿Quien te crees para venir a mi casa y recriminarme cosas? Ni que fueras mi novio, pelotudo.

— Te vengo a recriminar porque si no te hablo, vo’ seguías sin dirigirme la palabra. Me tengo que enterar de que te fichó Ferrari por mi hermana porque le contó mi mamá, y mi mamá sabe porque la vecina del frente le contó, y la pelotuda del frente sabe porque tu mamá le contó a ella. Me parece una estupidez total, Lionel.

— Por mi, mejor que no te hubieses enterado. Ya dejé muy claro que no te quiero en mi vida, Aimar.

Aimar

Aimar

Aimar

Esa última palabra retumbó en su cabeza, el apellido que lo acompaña desde su nacimiento salió de la boca de Lionel como si fuese nada. 

— ¿Aimar? ¿somo' amigo' desde hace trece años y ahora me vení' a llamar por mí apellido? ¿me estás jodiendo?

— Y sí, ¿qué querés que te diga "Pablo" o preferís "Pablito, querido de mi alma"?

No podía negar que todo eso le estaba doliendo, su apellido, lo tajante que sonaba el sarcasmo en su voz, su posición y cómo lo miraba, lo hacía con… odio. No quería rebajarse a sentir lo mismo, pero no le estaba quedando otra opción, también tenía permitido a estarlo, ¿no?

— ¿Por qué me dejaste de hablar, Lionel?

— ¿Qué ahora te debo explicaciones de todo, gil?

— No me contestes con una pregunta, pelotudo.

— Y vos no hagas preguntas boludas, Pablo. No pienso contarte, son mis cosas.

Sus cejas arqueadas entre la preocupación y el enojo. Sus ojos bien abiertos batallaban por no comenzar a arder en un llanto premonitorio.

— Pero, ¿por qué? Antes me contabas todo, Lionel, ¿qué te hice?

— No te incumbe, Pablo.

— Si te pregunto es porque me incumbe, pedazo de tarado. Me incumbe porque soy tu amigo, Lionel.

Las siguientes frases que salieron por la boca del chico más alto, fueron un antes y un después en la relación de ambos. O al menos así se sintieron para Pablo, a esta edad todavía la susceptibilidad propia de grandes cambios seguía latente, y lo que Pablo estaba experimentando era la primera vez que un amigo le rompiera el corazón. Porque solo eran amigos.

— Vos amigo mío no sos, Aimar. Ya no.

O, según Lionel, solían serlo.

— ¿Qué?

— ¿O te lo tengo que repetir para que se te quede? Porque mierda que sos duro para que te entren las cosas.

Miró incrédulo a Lionel, le era imposible creer que estaba escuchando esas palabras tan crueles salir de la boca de uno de los chicos más dulces que había conocido en su vida. Ese ya no era el amigo con el quien creía que estaba hablando, y lo trataría como tal.

— ¿Qué mierda te pasa, forro?

— ¿Qué me pasa? lo que me pasa es que quiero que me dejes de joder, pelotudo.

— Me lo hubiese' dicho a la cara.

— ¡Te lo dije! ¡Varias veces! Y no me diste ni pelota.

Sentía que estaba siendo cagado a pedo por su propio viejo, con cada palabra se hacía más y más pequeño.

— Se nota que no entendés nada a la primera, siempre tenés que llevar todo al límite. Si viniste a reclamarme por lo de Ferrari sí, es verdad que me voy. Te hubieses esforzado más para que vean el talento inexistente que tenés, lo siento mucho.

No entendía el por qué de la malicia de Lionel. Ahora sus ojos comenzaron a arder y gracias a la luz de entrada, el mayor pudo verlo. En consecuencia, comenzó a reírse por lo bajo.

— Mira como te ponés por un par de verdades, Pablo. No cambias nunca vos, sos el mismo de siempre.  

Mudo, se quedó completamente mudo. No le salía ni una vocal, tenía la garganta cerrada. Lágrimas se juntaron en el comienzo de sus ojos, no los movió para que no cayeran, fue inútil. Pequeñas pero espesas gotas cayeron por sus mejillas mientras apretaba sus dientes por la bronca provocada por la situación. Verse susceptible era lo último que quería en ese momento. 

Lionel, al ver tan vulnerable al menor y aprovechando que lo tenía enfrente, sonriendo socarrón se acercó hacia él sin bajar los pocos escalones del porche. En un movimiento rápido lo tomó por la mandíbula mirándolo desde arriba, no se movió por miedo a que al mayor se le ocurriera pegarle en un estado de alteración. Lionel por fin podía tenerlo donde quería desde hace meses, había fantaseado con esa situación desde la noche del boliche, aunque ahora las circunstancias eran otras.

— No, ¿sabes qué? realmente no lo siento para nada. Es más, estoy contento de que me hayan fichado a mí y a vos no. 

Nada.

— Yo solo espero que no te fiche ni tu vieja. Ojalá te quedes en este pueblo de mierda, encerrado, y ojalá lo más cercano que puedas estar de un auto sea cargando nafta en una YPF perdida en medio de la nada.

No le salía nada.

— No te quiero ver más, Aimar, ¿sabes? desaparecé de una vez. No me vuelvas a llamar o buscar porque no me vas a encontrar.

El agarre en su mandíbula se acrecentó y eso provocaba que doliera, pero más dolía ese trato de parte de Lionel. Lo veía entre lágrimas que caían sin freno por sus mejillas y una respiración agitada, pidiendole con los ojos que por favor lo soltara. Se quedó estático en el lugar, sentía que tenía piedras en los pies y que no podía moverse de dónde estaba porque si lo hacía, se caería. No podía creer lo que estaba escuchando de la boca de su amigo de la infancia, pero… ¿realmente se podía dirigir ahora hacia Lionel como su amigo de la vida? ¿era merecedor de ese título?

Sentía como la garganta le quemaba por el llanto retenido y creía que no había peor sensación que esa. El aire le comenzaba a faltar y lo único que quería hacer era tirarse a llorar desenfrenado, necesitaba hacer un berrinche por todo lo que le provocaba la situación.

— Andate, antes de que te pegue un boleo en el culo.

Pero hubo algo en su cabeza que hizo click, algo que no permitió que Scaloni tuviese la última palabra, algo que reemplazó el ardor de su garganta por un picor, un picor que le provocaba una necesidad de hablar. Cuando le soltó la mandíbula para irse, sonrió entre lágrimas para pasar a risas. Recibió una mirada irritada acompañada de un ceño fruncido.

— ¿De qué te reís, pelotudo?

— Quiero que sepas que estás muy equivocado, Scaloni, y escuchame bien. A mí me van a fichar, uno de esos equipos tan importantes como el tuyo. Por más que no quieras te voy a seguir a todos lados, me vas a ver en todos lados. Te vas a hartar de verme la cara.

Los ojos de Lionel parecían destellar una llamarada, una que lo envolvía y lo sofocaba hasta no dejarlo respirar. No sabía de dónde había sacado tal fuerza para hablar. Se acercó más hacia él, por más que estuviese más abajo que él sentía que lo estaba ganando en altura. Quería pegarle en donde más lo molestara, ahora era su turno.

— Voy a ser como una espina clavada en tu pie, te voy a hacer la vida imposible.

Scaloni lo veía sin decir ni una palabra, sonrió de la misma manera que él lo había hecho cuando decidió actuar como actuó.

— Vas a andar y andar pero yo voy a seguir ahí, incrustado, sin dejarte en paz. Me vas a ver ganar tantas veces que voy a disfrutar ver como te carcome la bronca. Voy a disfrutar eso hasta el día que no te puedas parar del dolor, y ese día que admitas que ya no das más y me pidas parar el daño que te causa verme... felizmente vas a dejar de hacerlo, porque voy a irme a descorchar el vino más dulce que encuentre para tomar y gozarlo en tu asqueroso nombre.

En ese momento, Pablo conoció el arrepentimiento de sus palabras y haber hablado de más, porque en segundos tenía la mano contraria hecha puño sobre su boca. Ahora se encontraba sangrando por la piña que le había proporcionado Scaloni. Jamás le había pegado de esa manera, en realidad… jamás le había pegado, le costó asimilar lo que había pasado se quedó idiota ante la reacción. Fue tanta la fuerza que aplicó sobre él que lo hizo tambalear, se resbaló en los pocos escalones y cayó de culo sobre la vereda.

— No me vuelvas a hablar en tu puta vida, maricón.

No le escupió porque ya había sido bastante nocivo con él, pero se lo agradeció sin decírselo. Esa última palabra caló tan profundo dentro de sus huesos, al punto que hizo que el dolor comenzara a correr por todo su cuerpo. Cuando se dio cuenta que estaba manchando su campera, se levantó lentamente y se alejó de allí. La puerta ya estaba cerrada, al imaginarse como Lionel había retomado su fiesta de cumpleaños, pretendiendo que nada había pasado, le dieron ganas de vomitar.

Volvió a su casa con una mano sobre su boca, evitando así manchar su ropa con aquel líquido color escarlata que salía a borbotones, sin signos de querer coagular. Para colmo se mezclaba con su baba, era realmente asqueroso. Volvió también llorando desconsolado, las lágrimas eran imparables, el dolor que sentía dentro suyo era mayor que el del tajo dentro de su boca. Se veía asqueroso y se sentía un pelotudo total. Lo físico se curaba, el agua y gasas hacían magia, pero para su corazón... ¿qué clase de botiquín precisaba? no era una respuesta a la que pudiera acceder tan fácil a los dieciocho años.

Llegó con los ojos hinchados, todavía soltando lágrimas, y sin detener que su sangre manchara su ropa, ya no le importaba mucho. Lo primero que vio fue a su familia sentada en el sillón frente al televisor prendido, probablemente preocupada por su violenta salida repentina. Su hermana fue la primera que se abalanzó en busca de putearlo, pero al verlo sangrando corrió en busca del botiquín. Entre algodones que su madre le puso cuidadosa para parar el sangrado y una sarta de puteadas de su padre cuales no escuchó, se prometió para sí mismo que esa sería la última vez que lloraría por un imbécil como Lionel. Más específico, sería la última vez que lloraría por Scaloni.

Los días luego de ese pequeño altercado, Pablo pasó tendido en su cama sin poder realizar muchas tareas más que ir al baño y comer cosas no tan calientes, gracias al golpe que tenía e hinchaba su boca. Eventualmente dejó de tener un moretón y la hinchazón cesó, pero el dolor en su pecho seguía tan presente como nunca.

Los meses pasaron y la espera porque algo sucediera valió totalmente la pena, el tiempo terminó dándole la razón. Una oferta de Red Bull llegó a sus manos luego del comienzo de la primavera. Con ello, la posibilidad de mudarse al exterior también estuvo sobre la mesa. Si no hubiese sido porque las palabras de Scaloni rebotaron contra su cabeza como un eco al momento de firmar, probablemente habría dicho que no.

 


 

Efectivamente su cabeza directamente decidió estar en contra suyo, terminó despertándose con la cara empapada y un desazón latente en su pecho. Se despabiló con el llamado del capitán, el cual avisaba que ya se encontraban en tierras francesas y que aterrizarían en el aeródromo de Niza-Costa Azul.  

Le daba bastante flojera tener que hacer otro viaje hasta Mónaco, porque aquel extenso sueño lo había dejado más que cansado. Recordó tantas cosas que había creído perdidas dentro de su vasta memoria, fue bastante doloroso.

Se sentó en la pequeña cama donde había pasado la mayor parte del viaje durmiendo, y dentro de su mochila sacó su billetera. De un bolsillo que solo tocaba en ocasiones que precisaba, sacó un papel perfectamente doblado. Aquella última foto que le había dado Scaloni en ese álbum permanecía muy cerca de él todo el tiempo, la miró detenidamente.

Otro secreto que ocultaba de todo el mundo era que probablemente ese cariño que había sentido en un momento hacia Scaloni estuviese todavía con vida, incluso con todo lo que había pasado de por medio. O capaz era la nostalgia de un pasado que fue mejor, tenía que definir mejor sus sentimientos.

La foto estaba algo desgastada y arrugada, pero no evitaba que pudiera rememorar un momento que permanecía intacto en el tiempo, como si hubiese sido ayer. Tocó con su dedo índice, acompañado de una sonrisa llena de melancolía, la copa que habían decidido compartir ese día. Rememoró la emoción de haber coordinado tanto sus tiempos, la felicidad de ambos al verse ganadores, al ser iguales y solo sentir orgullo por los logros del otro. 

Odiaba como las cosas habían terminado para ambos, se conformaba con pensar que capaz era para mejor, mejor para ambos. O capaz habían estado hechos para odiarse y jamás lo supo. Quería creer que no debía ser así o al menos su yo pequeño quería, ese que cargaba un cariño incondicional hacia su amigo. Quería creer que el odio no era todo lo que les quedaba.

 

 

 

 

Notes:

fun fact, pablo si hubiese escuchado all too well 10 minutes version definitivamente se hubiese largado a llorar

Chapter 6: Pit-stop

Chapter Text

Un gran bolso negro golpeó el piso con más fuerza de la que debía. En realidad, Pablo había tirado con fuerza al piso su bolso que contenía todo lo que utilizaría el poco tiempo que se quedaría allí, ¿y la fuerza por qué? Bueno, la respuesta estaba contenida dentro del puño de Pablo, el cual sostenía un papel arrugado. Era un papel que contenía el logo de la Federation Internationale de l’Automobile. La FIA, encargada de todo el circo de las carreras en general. O al menos a Pablo le gustaba llamarle circo, tenían un gran parecido.

De la indignación, Pablo reabrió el papel arrugado. No podía creer lo que estaban leyendo sus ojos. Con ambas manos sostuvo la hoja arrugada, mientras iba leyendo letra por letra, palabra por palabra, golpeaba el papel enfatizando su habla. 

— ¡¿Carrera suspendida por fuertes temporales?! ¡¿Qué estamo’ todo’ loco’?!

Levantó su mirada similar a la de una fiera hacia Saviola, su compañero de RedBull, de habitación y amigo desde que fue fichado en la Fórmula 1. Javier levantó sus hombros y se dio media vuelta, yendo en dirección hacia el baño, para no tener que lidiar con el terrible temperamento de su amigo. Ya lo había escuchado en todo el trayecto del aeropuerto hacia el hotel.

Con la puerta abierta, se miró contra aquella superficie que devolvía un reflejo de un hombre cansado. Intentó peinar su cabellera, la cual parecía haber tenido una ardua pelea con el peine. Desde allí, le contestó a Pablo.

— Pablo, son cosas que nos exceden a vos, a mi y a los otros chicos. No te calentés.

— ¡Pero estas cosa’ la’ pueden prever, Javi! ¡Son unos culiados!

— No, justamente-

Detrás suyo, Pablo se apoyó contra el marco y lo golpeó.

— ¡Nos hacen venir al pedo!

Javier rodó sus ojos, y ante tal insistencia decidió no darle más pelota a su amigo. Cuando se ponía insoportable, era mejor ignorarlo hasta cierto punto. Sin mirarlo, salió del baño cerrando la puerta para luego dirigir sus pies hacia la cama enfrente del televisor. Se tiró y tapó sus ojos con su antebrazo. 

En todo ese silencioso trayecto, Pablo lo siguió indignado ante la falta de respuesta. El mayor se cruzó de brazos y comenzó a golpetear su pie de arriba hacia abajo. 

Si, era hasta cierto punto que podía ignorarlo, porque Javier sabía que si no decía una palabra, algo sería revoleado sobre o hacia su cabeza. El temperamento de su compañero era algo muy delicado con lo que tratar.

— Pablo, si estás con el orto afuera estás en todo tu derecho de estarlo pero, no me metas a mi en eso. No estoy con la paciencia y el sueño suficiente para escuchar tus quejas por una lluvia de mierda.

El golpeteo cesó, pero el malhumor de Pablo crecía más, y lo peor de todo es que Saviola ni lo estaba mirando al decirle eso.

— ¡No es una lluvia de-

— Dejame descansar un rato, un ratito nomás, y después te escucho.

Interrumpió Javier, antes de que Pablo pudiera seguir su distintivo y mal hablado parloteo. El antebrazo del menor se movió de sus ojos para mirar a su amigo, quien lo veía con el ceño bastante fruncido. No le importó, no era problema suyo.

— Andá a dar una vuelta o algo, hay demasiadas cosas para hacer dentro del hotel. Podes ir al gimnasio, al pool, tomar algo en el bar, está– 

Paró en seco su habla y abrió sus ojos al darse cuenta. Tuvo la suerte de darse cuenta que por poco no se le salió un “está Scaloni sin Beckam, ¿por qué no vas a visitarlo?” pero eso sería motivo para ganar en el bingo de hoy, donde se sorteará una patada en el orto de parte de Pablo Aimar. 

Hace poco se había enterado, por parte de Martín, el compañero de Román de Alfa Romeo, que lo de Pablo y Lionel no era solo un juego de coqueteo medio bastante brusco. De verdad se odiaban. Apenas se enteró quedó en shock, no entendía cómo no lo había podido ver. 

Entre el amor y el odio hay una delgada línea que los separa. Pensas todo el tiempo en esa persona, intentas pasar el mayor tiempo posible a su lado, siempre buscas contacto incluso si es pequeño, es motivo de constantes e interminables charlas, y un montón de cosas más que hacen que aquellas emociones sean tan similares entre sí.

Su confusión era más que entendible, porque Pablo se pasaba día y noche hablando de Lionel, los había visto compartir momentos, charlas. Sabía que tenían un pasado gracias a lo que le contó Pablo, había sonado hasta como el preludio de una linda relación. Los vio solos varias veces, hablando bajito en las duchas. Un sinfín de momentos que había presenciado y que su inocencia tomó como un cariño medio brusco.

El traqueteo de las fuertes gotas de lluvia llenaban el silencio entre medio. Carraspeó para volver y cambiar el sentido de su frase.

— Mira, entretenimiento hay de sobra. Si vas al bar, hay un coctel de camarones riquísimo, traete uno en… una hora, y charlamos más tranquilos, ¿te parece, loco?

Sin responder nada, Pablo dejó el papel arrugado sobre un escritorio de madera, se dirigió a la puerta y la cerró detrás suyo… bueno, azotó. El ruido retumbó por toda la habitación y parte del largo pasillo. Pablo caminó por allí con el ceño fruncido, un humo imaginario salía por sus orejas y nariz. La indignación que estaba sintiendo pocas veces la había transitado. 

Al fondo del pasillo divisó una máquina expendedora y se dirigió hacia allí, tanteó todos sus bolsillos hasta que el tintineo sonó en un bolsillo de su campera de algodón. Tenía todavía el cambio de una compra pelotuda del aeropuerto. 

Miró las opciones, su rostro era iluminado por una luz artificial azul, contrastando con las luces cálidas del pasillo que emulaban ser velas. Al ver un envoltorio dorado puso un par de monedas dentro y eligió el chocolate en barra, contenía caramelo adentro. El Twix era uno de sus permitidos favoritos. Argentina no traía de esos, entonces cada vez que viajaba a Europa se empeñaba en conseguir al menos uno.

Dirigió sus pies hacia las grandes escaleras de mármol. Mientras bajaba escalón por escalón abrió el dulce y lo comió de a poco. Disfrutaba cada mordida, sentía como sus niveles de malhumor bajaban a una velocidad considerable. Capaz necesitaba comer algo y ya.

Al llegar a la entrada principal bajó los últimos escalones aplastando el envoltorio entre sus dedos. Vio como varios del personal de limpieza empujaban con trapos el agua que comenzaba a entrar de a poco por la gran puerta giratoria del hotel y amenazaba con seguir embarrando el pulcro piso. Desvió su mirada hacia la gran lámpara araña que colgaba del techo, cristales pertenecientes a la lámpara le daban un etéreo resplandor a toda la recepción y parte de su cara. Los focos de todo el lugar titilaron un poco, decidió asumir que era por la tormenta.

Había estado en ese hotel antes, sabía la ubicación del bar. No tenía intenciones de pasar sobrio ese mal rato de entender que no podría hacer su trabajo en tiempo y forma por un par de días.

A ver, le gustaba el tiempo libre, como a toda persona normal, pero tener que forzarse por un gran temporal a encerrarse en un gigantesco hotel el cual se conocía como la palma de su mano, no le parecía tan buena opción. Quería recorrer otros lugares, quería comer rico y pasarla bien, no tener que ir y venir por los mismos pasillos que se sabía de memoria ni comer comida que tenía sabor a hotel, mucho menos estar encerrado en un mismo establecimiento que Scaloni.

Los hombros y el cansancio empezaron a pesarle. Pasó el arco de mármol tallado que lo dirigía hacia el bar. Seguía viéndose igual que siempre, luces bajas que de pedo llegaban a iluminar el lugar, mesas redondas de madera oscura. paredes con un empapelado rojo anaranjado y una gran pared llena de botellas de alcohol. Se sentó en la banqueta frente a la barra y apoyó uno de sus brazos sobre ella. El bartender estaba secando unos vasos a lo lejos, tenía bastante flojera para llamarlo entonces decidió esperar.

Giró su cabeza hacia la derecha, no había nadie. A la izquierda, tampoco nadie. Parecía que era el único que tomaba algo a las once de la mañana, no pensaba sentirse culpable al respecto. Lo necesitaba. 

Cuando el hombre notó su presencia se acercó a preguntarle en francés que deseaba beber. Pablo, bastante curtido con un par de frases en el idioma, se pidió un vaso de whisky sour. Mientras comenzaba a preparar su trago vio como el bartender levantó su mirada y saludó a alguien detrás suyo con un “bonjour monsieur”. No se molestó en darse la vuelta para fijarse en quién era, porque lo más probable es que fuese un extranjero cualquiera. Un extranjero que se acercó hacia él, estaba muy cerca de él.

— ¿No me vas a decir ni hola?

Claro, tenía que ser él. De todas las personas que se estaban alojando en el hotel tenía que ser él. No respondió ni tampoco se giró para enfrentarlo. Scaloni parecía perseguirlo hacia donde estuviera para hacer de su existencia una miserable.

— Que poco acostumbrado estás a saludarme.

— ¿Tanto te importa que lo haga?

Ahora sí se giró y ahí estaba. Muy cerca de él, vestía una campera de cuero con unos jeans apretados, su pelo engominado se veía horrible. O eso decía para convencerse. A todo eso lo acompañaba una sonrisa de costado, tan molesta.

— No, para nada. Pero son modales básicos, Aimar. Algo que no pareces tener.

Respiró hondo y dejó pasar ese último comentario con el exhalar. Estaba con todo el orto afuera de nuevo. El bartender puso un posavasos circular frente suyo y dejó el trago con suavidad sobre este. Scaloni, en un francés que rozaba la perfección, pidió un whisky doble. Para colmo, se sentó a su lado, esperando el trago que tardaba poco en prepararse.

— ¿No te cansas de romperme las bolas?

— Para nada, me encanta.

Scaloni movió su mano hacia la espalda de Pablo y palmeó un poco fuerte, el menor solo llegó a sisear gracias al ardor que le produjo ese toque brusco.

— ¿Y vos, qué haces acá tan temprano?

Le preguntó Scaloni, mirándolo con una falsa intriga.

— Me pregunto lo mismo.

— Y, nada. Tenía un leve presentimiento de que tenía que venir acá.

— Vos y tu presentimiento se pueden ir bien a la-

— Che, che, che. Pará. No hace falta que te pongas rabioso tan temprano, Aimar. Menos acá.

— ¿Y desde cuándo me deci’ cómo portarme?

— No lo hago, solo se cuando hay que ser civilizado, y a veces vos necesitas que te bajen un cambio, ¿no?

— Mira, el cambio te lo voy a  meter en el ojete, te voy a pegar tal patada en medio del culo que se te va a salir por el otro lado, y ojala se te quede atorado en la jeta a ver si te callás y dejá’ de hinchar tanto las pelotas.

Terminó la frase con una elevación de tono la cual llamó la atención del bartender aunque, al no entender, mucho no le importó. Pablo giró su cabeza en dirección al vaso, sacó el palillo con un par de frutas clavadas y las comió. Mientras comía la cereza maraschino impregnada con alcohol pispeó a Lionel, quien lo miraba fijo con una sonrisa incrédula, para luego soltar una pequeña risa.

— Cuánto odio, che.

— ¿No te lo dejé claro hace mucho?

— ¿Lo hiciste?

Ahora fue él quien soltó una risa amarga. Solo esperaba que estuviese siendo sarcástico. Se dirigió hacia el hombre a su lado sin mirarlo.

— Seguí’ teniendo la misma costumbre de mierda vo’.

— ¿Cúal?

— Contestar una pregunta con otra pregunta.

— Bueno, qué sé yo. Algunas cosas no cambian, Aimar.

— No, parece que no. Vo’ seguí’ siendo el mismo pelotudo de siempre.

Al recibir su bebida, Scaloni sonrió sin sus dientes mientras todavía lo miraba. Bebió unos sorbos del líquido entre sus manos para dejarlo de vuelta sobre el posavasos.

— Sos increíble. Siempre con algo para decir, loco. Nunca te callás.

— ¿No era que te encantaba eso? Porque hasta donde yo sé siempre tenés algo para retrucar, para chicanearme. Vos sos el que nunca se calla la boca, yo solo me defiendo.

Dijo con un tono irritado en su voz, ahora sí mirándolo. La imagen que le devolvía Scaloni, con el vaso en una de sus manos e inclinado hacia él era… no tenía palabras, pero tampoco quería definirla. No sabía si quería definir lo que le estaba provocando.

— Por favor, no te me hagas la mosquita muerta ahora, vos también siempre tenes algo para chicanear.

— Si, en eso puede ser que tengas razón. Pero porque te lo advertí, hace catorce años. Mi palabra sigue firme.

La bebida de ambos parecía acabarse con rapidez, los dos tomaban como si fuera agua potable. O como si compitieran por quien bebía más rápido, lo cual sería contraproducente para su estado de sobriedad pero, ¿qué más podían hacer en un día de lluvia torrencial?

— ¿Hace catorce años?¿Estás seguro?

— ¿De qué cosa?

— De que fue hace catorce, porque en… bueno, en exactamente dos días se cumplen quince años de ese momento de mierda que me hiciste pasar.

¿Quince años habían pasado ya? ¿En dos días era su cumpleaños? Pablo no supo en qué momento había pasado todo tan rápido. Como acostumbraba a hacer algunas veces que lo requería, se hizo el boludo con el tema y prefirió no preguntar nada al respecto. Puso su mejor cara de desentendido y encaró la conversación.

— No sé de qué me hablás.

— Sabes perfectamente que sí.

— Nop, ni idea.

— Seguro que si te refresco la memoria, algo te acordas… ¿Qué era lo que ibas a beber? ¿Un vino u otra cosa?

El menor apoyó el vaso con vehemencia contra el apoya vaso, hablando entre dientes, dejando en evidencia una bronca contenida.

— Si te acordás entonces, hijo de puta. Dejá de hacerte el que no.

— Vos también te acordás, no te hagas. 

— No quería hablar del tema con vos.

— Yo sí, porque es divertido escucharte recordar cuanto me odias. Me incita a odiarte más de lo que ya lo hago.

El hombre de largos rulos lo miró fijo, sus ojos estaban abiertos de par en par y su boca fruncida. Estaba enterrando muy profundamente esas ganas de agarrarlo por el cuello de la campera y tirarlo al piso para golpearlo. 

Decidió que sería un adulto una vez en su vida y se iba a comportar como tal. Lo menos que quería era que la policía tuviera que venir a separarlos y comerse una sanción o algo por el estilo. Pero esta, hasta ahora, era la charla más “civilizada” que habían mantenido.

Giró su cabeza hacia el bartender y le pidió algo fuerte, lo que tuviera, no importaba qué fuera. Scaloni hizo lo mismo, capaz para pasar el disgusto que era hablar de esa manera con su “némesis”. Si era así, estaban pensando lo mismo.

Bebió lo que fuera que le había dado el tipo que trabajaba ahí de un sorbo, no es que era tanto líquido tampoco. Luego de una onomatopeya similar a cuando uno toma un buen trago de coca cola fría en un caluroso verano, Pablo pidió un cóctel de camarones sin prestarle atención alguna al hombre a su lado.

— Eu, Aimar.

El tono era distinto, rozaba lo comprensivo. No supo de dónde salió eso. De todas formas, se pasó la comprensión por el culo y decidió ignorarlo completamente. Prefirió no dirigirle la palabra. No quería que se le saltara la térmica con algo más. Cuando estuvo listo su pedido, lo tomó y se fue de allí. Hizo caso omiso a los llamados del mayor, era mejor así.

Lo que sea que tuviera y quisiera decirle, le daba igual. 

Muy en el fondo no era así. Quería pelear, quería ese mínimo roce pasivo-agresivo. Quería verlo a los ojos y decirle lo mucho que lo odiaba, aborrecía, detestaba. Quería poder estar cerca de él y…

Sacudió la cabeza para dejar de pensar en eso. Se adentró al ascensor con solo una mano disponible, al apretar el botón que lo llevaba a su piso las puertas comenzaron a cerrarse, hasta que una mano se apoyó sobre el sensor, parando así al artefacto de andar.

Soltó un audible quejido al ver que Scaloni se subía al ascensor donde él también estaba. El de arriba jamás lo dejaría en paz. No es que hubiera otro ascensor como para hacerse el gil y evitarlo.

— ¿Por qué no te vas por las escaleras, tarado?

Manifestó entre dientes Pablo. A lo que Lionel respondió, también, hinchado las pelotas.

— Porque estoy en el séptimo piso, pelotudo.

— Y hacé un poco de ejercicio, que te hace falta.

Espetó Pablo con odio. La verdad es que a ninguno le hacía falta. A Lionel más que nadie jamás le haría falta, porque estaba más fuerte que… 

Pablo gruño para sus adentros ante tal pensamiento. No dijeron más nada, sabían que hacerlo desataría una cadena de eventos que desconocían para dónde los llevaría a ambos. Desde lo que había pasado de la última vez que se vieron, ahora no había solo una opción y eso lo aterraba. 

El ascensor iba realmente a dos por hora, era por esa razón que Pablo no lo tomaba, las escaleras eran un regalo enviado por Dios.

Los suspiros de Pablo se escuchaban por las cuatro paredes, con la copa llena de camarones en mano intentaba mantener la paciencia y cordura. Lionel levantaba y bajaba su pie a una velocidad notoria. La tensión era palpable en el aire. Pero, no una tensión meramente sexual, si no aquella tensión previo a una pelea. Aunque una pelea entre dos personas siempre es una excusa para tocar al otro, así que puede ser una especie de tensión tergiversada.

Lo que terminó de poner nervioso a Pablo fue cuando las luces titilaron y el ascensor se paró de repente. Las puertas se abrieron, dando paso a una pared sin pintar. Joya, se había roto el ascensor.

— La puta madre.

Putearon al unísono, provocando que se miraran y luego evitaran hacerlo. El más bajo apretó la campana de auxilio reiteradas veces, golpeó la puerta como loco.

— ¡Abran la porte! ¡La porte!

— Aimar, callate. Seguro ya escucharon tus gritos de princesa.

Lionel tomó el hombro del menor con fuerza para girarlo. Pablo, con su mano libre, alejó el agarre del mayor con violencia.

— Vos no me decís que hacer, animal.

— ¿Perdón?

Espetó Lionel, casi hasta ofendido. No es que él no estuviera nervioso tampoco, no le gustaba la idea de encierro, el mínimo roce violento con el hombre a su lado le ponía los pelos de punta. Pablo miraba hacia arriba para hablarle.

— Que sos un animal. Un sucio, inmundo y rabioso animal.

— Ah, mirá. El caniche toy me viene a hablar de rabia.

Dijo el mayor, riendo sarcásticamente. Pablo, ante la palabra calificativa, lo miró con una expresión en la que se mezclaba la extrañeza y el enojo. Sus ojos se encontraban abiertos, sus cejas fruncidas.

— ¿Cómo decís, pelotudo?

— Caniche. Toy.

— ¿Qué clase de insulto de re mierda es ese?

— Uno que pega con vos, los dos son enanos, con greñas horribles, boludos y por sobre todo, terriblemente putos.

Pablo chasqueó su lengua y le dio la espalda, evitando mirarlo. Sabía que si lo miraba, terminaría por romperle la copa sobre la cabeza sin remordimiento alguno.

— Hoy te superaste. Estás más pelotudo que nunca, Gagaloni.

— ¿Cómo?

— Sh.

Lo calló antes de optar por comer el contenido de su copa y hacer lo mismo, para distraerse de lo que estaba sucediendo. 

Se sentó sin mirar a Scaloni, ahora todo su cuerpo daba hacia la pared aterciopelada del ascensor. Había un silencio incómodo donde solo se escuchaba como Pablo comía.

El menor notó un cambio en el aire, en Lionel. Lo notaba en su mover, ese golpeteo con el pie sobre el piso, los suspiros pesados. Estaba nervioso. Podía escuchar hasta cómo abría la boca para querer hablar. Lo conocía demasiado, y los contras de conocerlo era saber que Lionel no terminaría tomando el primer paso para hacer cosas tan incómodas como hablar de cosas que incomodan. Por lo que forzosamente preguntó:

— ¿Qué querés?

— ¿Qué de qué?

— Deja de hacer tanto teatro y hablá.

Un último y pesado suspiro abandonó los finos labios del mayor.

— Yo- bueno, pensaba que podíamos… no sé, eh, hablar de una vez.

La última frase salió un poco más baja por lo que Pablo entrecerró sus ojos y preguntó.

— ¿Qué cosa?

— Hablar.

Volvió a preguntar. De verdad que no escuchaba lo que intentaba decirle.

— ¿Qué? Más fuerte.

— ¡Hablar, loco! ¡Hablar! Mierda.

Se sinceró entre puteadas. Ah, capaz eso quería hacer en el bar y como lo ignoró no tuvo chances de hacerlo. Tampoco es que Scaloni fuera el hombre ideal para acercarse y entablar una conversación sin una puteada de por medio. Siguió dándole la espalda, sin esperanzas de querer darse la vuelta. No sonaba certero.

— No sé, Scaloni. No estoy muy interesado en hablar con vos, menos después que me dijiste que si lo volvía a hacer me ibas a hacer cagar.

— Bueno, pero ahora te estoy hablando yo a vos, nadie te va a hacer cagar.

El mayor se movía de lado a lado, y el ascensor también seguía sus movimientos, por lo que Pablo giró su cabeza con un frío recorriendo su pecho.

— Quedate quieto, hijo de puta. No’ va’ a hace’ caer por culo inquieto.

— Bueno.

Ahí Scaloni se calmó y se quedó en un lugar, pero su pie seguía moviéndose de arriba a abajo.

— ¿Y? ¿Qué pensas al respecto?

— No sé qué pensar.

— ¿No te parece el momento adecuado para comenzar a hablar? Estamos los dos solos, tranquilos-

— Con vos no se puede estar tranquilo jamás, Scaloni.

Lo interrumpió Pablo, a la defensiva.

— Hace el esfuerzo de escucharme, Aimar.

— No sé si quiero escucharte, y tampoco sé si estoy listo para hablar con vos.

— Bueno, algún día vas a tener que hacerlo. No podemos vivir así, ya estamos bastante grandecitos.

— Si, que se yo.

— No. En serio te digo, Pablo.

Pablo, no Aimar. Nada de Aimar, solo Pablo. Con lentitud, se paró del lugar de donde estaba y giró su cuerpo para verlo. Estaba ahí, cruzado de brazos, con una expresión sobre su rostro que hacía tiempo que no veía. Era como estar frente a alguien a quien casi no reconocía. 

Porque eso era cierto, ya no reconocía al hombre que estaba frente suyo. Primero lo trataba mal, lo puteaba y le deseaba la muerte, luego se hace el buenito que quiere pedirle disculpas. Y si, lo estaba pelotudeando y lo peor, es que se estaba dejando. De Scaloni no podía esperar un buen trato jamás.

— ¿Y de qué querés hablar específicamente, Lionel? ¿Pensaste en pedirme perdón al menos? ¿O nunca se te ocurrió que tenías que empezar por ahí?

Estaba a la defensiva pero, muy dentro suyo, tenía una mínima esperanza de que Lionel lo hiciera. Que le pidiera perdón, eso era todo lo que quería.

— Si, por supuesto. Quiero pedirtelo por todo lo que pasó.

— ¿Y entonces?

— Es que…

Hizo una pausa en la que Pablo se quedó expectante a lo que tenía para decirle. Aquella mínima esperanza se fue desvaneciendo poco a poco mientras los segundos pasaban y la cara de Scaloni iba transformándose en lo que parecía disgusto. El mayor frotó su nuca con una de sus manos, evitando mirarlo. Igual no le importó porque lo miró para hablar como si quisiera empeorar la situación adrede y no se estuviera dando cuenta de que estaba por hacerlo.

— No se si estoy listo para pedirtelo. Ni siquiera sé si tengo ganas.

Dijo con total soltura, como si fuese del clima de lo que estuviera hablando. Ahí estaba la forrada. Su propia expresión volvió a tomar la dureza que caracterizaba para esconder su dolor. Realmente creyó que iba a pedirle perdón. Qué boludo.

— Entonces no podemos hablar. Simple.

— Aimar, pará-

Se acercó Lionel, pero Pablo lo paró poniendo un dedo en su pecho, evitando que se acercara más. Si Lionel pudiera prestar más atención, notaría unas lágrimas desobedientes que estaban amenazando con salir de los ojos color almendra, tan crispados pero al mismo tiempo tan tristes.

— Primero pedime perdón y de ahí me fijo si me dan ganas de escucharte, idiota.

El dolor se enmascaraba en la bronca, un encubrimiento perfecto. Volvieron a quedar en completo silencio y en la posición de antes. Ninguno se atrevió a decir nada más, menos Lionel, porque sabía que Pablo tenía razón. No supo cuánto tiempo estuvieron ahí. Capaz diez minutos, veinte, media hora. No tenía idea.

El ascensor milagrosamente volvió a andar y terminó abriéndose en el piso de Pablo, en el cual se bajó sin mirar atrás. Qué boludo, volvió a repetir para sus adentros. 

Se comió el amague, había esperado a que Lionel hubiese sido un poco más adulto al respecto pero no. Había decidido seguir siendo un tarado con él y jugar con sus sentimientos y expectativas.

Llegó a la habitación, abrió la puerta y dejando la copa con ahora solo líquido remanente sobre el escritorio, se tiró a la cama para dormir. Javier, quien estaba sentado en el borde de la cama, con el control en mano y la mirada perdida en el pequeño televisor colgado en la pared, preguntó sin mirar.

— Eh, ¿y los camarones, Pablo?

Pablo hizo caso omiso a los llamados de su amigo, no tenía ganas de hablar. No importaba la hora a la que se estaba yendo a dormir, solo quería evitar todo lo que se relacionara con dedicarle tiempo de pensamiento a Lionel Scaloni.


Los dos días previos al cumpleaños de Lionel, donde la lluvia no tuvo intenciones de cesar jamás, Pablo se la pasó jugando al pool con Javier, tomando unos tragos con Román o haciendo ejercicio con Messi y Kun. Quería evitar pensar en esa fecha, pero ese número era en todo lo que podía pensar.

Y cuando el dieciséis de mayo llegó, noticias de que el taurino había decidido hacer una fiesta con todos sus compañeros para festejar su cumpleaños número treinta y cinco, llegaron hacia sus oídos. No supo muy bien qué hacer cuando el chiquito Messi le comentó, solo le dio las gracias con una sonrisa bastante disimulada y se retiró hacia su habitación. 

Para él, el cumpleaños de Scaloni representaba uno de los peores momentos de su vida. El día que había dejado que el odio consumiera el más puro cariño, por el mero hecho de defender lo que era suyo, y lo que no… también.

Se quedó varias horas replanteando la decisión de si debía ir o no. Si lo hacía, sabía que las cosas no terminarían bien, porque jamás terminan bien con Lionel. Y si no iba, se quedaría con la duda de que habría pasado en el caso hipotético de si llegaba a ir.

Y es por eso que a la noche, entre todos los corredores en el bar del hotel que tomaban a dos manos del champagne que los dueños les habían dado, estaba Pablo. Sentado en una de las mesas alejadas del centro, vestía una remera con una estampa negra dedicada a Clics Modernos con unos jeans. Había decidido quedarse un poco en la oscuridad para intentar pasar desapercibido. 

Lo único malo es que el alcohol, desde que tiene consciencia de su primer trago, le da un giro de 180 grados a su personalidad.

Después de dejar de lado las copas de espumante, pasó al aperol spritz. Al terminar el segundo trago anaranjado, decidió levantarse e ir con su grupo de amigos, quienes parecían estar en una condición similar a la suya. Charló boludeces un rato sin preocuparse realmente por el contexto en el que se encontraba, tambaleó un poco y se rio al respecto varias veces. 

Hasta que Scaloni se acercó a saludar. Estaba usando un jean oscuro y una remera roja con una estampa de ferrari en la ubicación de su corazón.

Lo miró y sintió que se iluminaba su cabeza, estaba tan lindo. Si, esa parte de su cabeza lo admitía, estaba muy lindo. 

Si tuvieran que darle una moneda cada vez que estaba ebrio en el cumpleaños de Scaloni y con ganas de agarrarlo de la remera para darle un beso, tendría dos monedas.

Lionel también lo miró de la misma manera, lo notó. Ninguno disimuló ese destello en sus ojos. Sabían qué significaba, lo habían vivido hace muchos años, pero como ya conocía a Scaloni sabía que no se haría cargo al respecto. Él tampoco, no le daría la satisfacción de ser deseado, él también quería eso.

Ahí fue cuando Pablo puso el freno de mano dentro de su cabeza, ¿deseo? ¿de dónde había sacado tal cosa? La otra parte de su cerebro quitó cada pensamiento fuera de la costumbre de su cabeza. Detestaba el alcohol.

Scaloni lo saludó con un apretón de mano, uno que duró unos segundos demás. Una sonrisa pícara se hacía paso entre los labios del cumpleañero, la cual se le contagió a Pablo.

— Lionel.

— Pablo.

Todos miraron expectantes el momento, eran conscientes de lo que estaba pasando, con esos dos realmente no se sabía en qué momento se irían a las piñas. Messi agarró al Kun de la mano, se alejaron sin mencionar ni una palabra. Román junto a Javier hicieron lo mismo, nada más que sin agarrarse de las manos y ahogando un par de risas cómplices.

Pablo, quien no notó cuando sus amigos los dejaron, miró las manos juntas y luego levantó su vista hacia el mayor. Las luces tenues suavizaban sus expresiones.

— Feliz cumpleaños.

— Gracias, Aimar.

Las manos se soltaron. Capaz jamás quisieron hacerlo, pero por inercia lo hicieron.

— ¿Cómo la estás pasando?

Preguntó Pablo, genuinamente interesado. Notó que su ceño no estaba naturalmente fruncido, la única respuesta que tenía para eso era que era exclusivamente la culpa del alcohol.

— ¿Me preguntás en serio?

El menor se quedó en silencio, arqueando una ceja ante la contestación. Scaloni pareció darse cuenta.

— Perdón. La verdad es que la estoy pasando bien, demasiado alcohol para mi gusto.

— Creo que es la idea, igual ya no tengo el aguante que tenía de pendejo.

— Si, me imagino. Yo tampoco, ya no estoy para esos trotes.

— Que bueno que puedas aceptarlo, viejito.

Scaloni lo miró con una sonrisa y no pudo evitar soltar una carcajada.

— Bue, hecho el pendejo.

A Pablo se le contagió, le fue de gran ayuda para soltar los nervios que estaba conteniendo. En ese lapso de segundos donde rió junto a Lionel, pudo darse cuenta que estaba solo con el mayor, sus amigos lo miraban sonriendo y levantando sus pulgares. Los mataría si pudiera. Sin pensar ni medir las consecuencias, soltó una pregunta.

— ¿Te puedo preguntar algo, Scaloni?

— Ya lo hiciste.

— No, otra cosa.

Pablo se sentó en uno de los sillones circulares y Lionel lo tomó como una invitación tácita a hacer lo mismo, porque sabía que Pablo jamás le pediría que se sentara a su lado, por más que se estuviera muriendo. Los dos estaban sentados lado a lado.

— ¿Qué cosa?

El menor suspiró pesado, como si se estuviera preparando para encarar cierta conversación.

— Quería saber si… si alguna vez pensaste en pedirme perdón. Y no me refiero a lo de hace unos días, si no antes.

— ¿Qué tan antes?

— No sé, el día que me encajaste por primera vez una piña en serio, por ejemplo.

Lionel se removió incómodo en el sillón.

— Pablo…

— Mira, no hace falta que me contestes ahora. Solo quiero saber si alguna vez quisiste hacerlo.

— No me acuerdo, la verdad.

Pablo, serio, tomó el espumante dentro de un balde de hielo apoyado sobre la mesa y se sirvió en silencio entre los dos. En realidad no había silencio, la cantidad de voces de los corredores y varias personas más llenaban el lugar y los espacios entre ambos. Lionel miró los movimientos del contrario con detenimiento, vio cómo llevó lento la copa hacia sus labios y bebió el líquido mientras mantenían contacto visual. El mayor sintió la necesidad de contener el aire, no le duró mucho.

— Pablo.

El mencionado dejó la copa sobre la mesa y lo miró, esperando a que hablara. Lionel se acercó un poco más hacia él, ahora rozando sus rodillas con las del contrario. Habría aferrado sus manos, en un vano intento de convencerlo.

— ¿Por qué no dejamos todo de lado?

— Dejar todo de lado…

— Si, Pablo.

— ¿Y- y por qué?

— Porque… porque sí, un nuevo comienzo. Para vos, para mí y todos felices. Nada de aparecer en revistas ni programas de chimentos, nada de peleas en primera tapa en los diarios ni parecido. Solo Pablo y Lionel, como antes.

— Vos estás siendo consciente de lo que me estás pidiendo, ¿no?

— Si, si no… no te lo pediría.

En la pausa donde Pablo se tomó el tiempo de que las palabras decantaran, la canción “Nunca Quise” de Intoxicados que salía de los parlantes se encargó de rellenar los espacios entre los dos.


Nunca quise tanto a nadie como a vos

Por eso es que empiezo a dudar.

Si seremos hermanos que nos separaron

Y nosotros, sin saberlo, nos volvimos a juntar.


— Lionel, vos querés que todo sea como antes, ¿no?

— No sé si como antes, pero sí.

— Bueno, no es tan fácil.

Pablo se levantó del asiento, volviendo a dejar a Lionel con las palabras en la boca. Se quiso alejar pero el mayor no lo dejó, lo había tomado por el antebrazo mucho antes de que pudiera seguir poniendo una barrera entre ambos.

— ¿Y por qué no?

— Porque no funciona así, simple. Yo ya te dije que tenes que hacer.

— ¿Qué tengo que hacer para que me perdones? ¿Rogarte que lo hagas?

Pablo se dio la vuelta para verlo, ahora con el ceño fruncido.

— Te respondiste solo, no hace falta rogar. Y cuando quieras, mi puerta está abierta para cuando decidas pedirme perdón como un adulto.

— No escupas para arriba, Pablo, porque ni vos podes ser adulto suficiente como para aceptar una disculpa.


Para odiar, hay que querer

Para destruir, hay que hacer.

Y estoy orgulloso de quererte romper

La cabeza contra la pared.


— ¡Pero si nunca me pediste perdón! ¡Desde los dieciocho estoy esperando a que lo hagas!

Soltó de repente el menor, qué le importaba si todos lo escuchaban. Tenía cosas para decir, pero al ver la cara de Scaloni, quien volvía a darse cuenta de que Pablo estaba en lo correcto, se alejó y volvió a su habitación, no sin antes agarrar la botella de espumante.

En las penumbras de su pequeño refugio impersonal, Pablo siguió bebiendo del líquido amargo directamente de la botella con las piernas enroscadas. No tenía sueño, estaba lejos de tenerlo. La charla con Lionel lo había dejado pensando demasiado. 

¿Algún día Lionel tendría las pelotas suficientes para dejar su ego de lado para pedirle perdón? No era tan difícil, era solo decir una sola palabra y todo empezaría a ser distinto.

Iba a ponerse a ver algún tipo de canal donde lo sacara de su cabeza, hasta que tres golpecitos en la puerta, muy parecidos a los de Saviola, irrumpieron en la soledad de su habitación.

Chapter 7: DRS

Notes:

algo que me olvidé de agregar por el apuro de subirlo es que, este capítulo contiene NFSW y agradecerle a @leo_mxssi10 en twitter que me ayudó un montón con el smut, disfruten!!!

Chapter Text

Al volver a escuchar los insistentes golpeteos contra la puerta, desenroscó sus piernas con cuidado de no caerse y dejó la botella sobre el mueble marrón.

— Ya va, ya va.

Cruzó el pequeño pasillo tambaleando un poco, las paredes fueron su sostén. Dispuesto a putear a su amigo, abrió rápidamente la puerta con una sonrisa. 

— Javi, ¿vos sos o-

Sus párpados encapotados por el alcohol no le permitían ver bien. Por eso, cuando abrió la puerta y frente a él no estaba su amigo de su misma altura si no que se topó con el logo de Ferrari. Levantó su cabeza y ahí estaba Scaloni, enfrente suyo con una cara de perrito mojado.

Su expresión de relajo cambió tan rápido a una de embole como uno debe pasar de primera a segunda. Sin dudarlo mucho, intentó cerrarla sobre su cara con la misma rapidez de cuando la había abierto, pero la fuerte mano del hombre contrario se lo impidió.

— Pablo.

— Andate.

— Escuchame.


Y por todas esas cosas que tenemos en común

Hace tiempo ya marchaste de acá

Te cansaste de mí, yo me cansé de vos

Pero cuando nos miramos sabemos que no es verdad


Pablo siguió intentando cerrar la puerta, era casi en vano la fuerza que estaba ejerciendo. Se le comenzaba a escapar la situación de las manos. No quería que pasara Lionel, si eso llegara a suceder, sería como una vulneración hacia su persona y todo lo que él estaba intentando mantener detrás de la puerta.

— Salí.

— No, Pablo.


Porque tanto te quise y tanto te quiero

Siempre, una marca tuya, llevará mi corazón


Con lágrimas que amenazaban en caer libremente por su rostro y casi en un sollozo, el menor le pidió apoyado contra la puerta, a punto de rendirse:

— Soltá la puerta, Lionel.

— Vine a pedirte perdón.

Dijo Lionel con un hilo de voz, también contra la puerta. Cuando la palabra impactó sobre su sistema, ahí fue cuando Pablo dejó de forcejear, su expresión se suavizó y soltó el pedazo de madera. La abrió un poco, dándole a entender que quería que pasara, de todas formas no lo esperó y caminó hacia su cama. Sabía que lo seguiría.

Tomó la botella y bebió el poco alcohol remanente, al terminar la dejó apoyada en el piso y se sentó en el colchón, topándose con la imagen de Lionel llegando por el pasillo cruzado de brazos. La única luz que los iluminaba era el gran televisor en silencio que destellaba colores vibrantes, gracias a un canal que televisaba juegos de trivia en francés.

Apoyado sobre sus manos estaba Pablo sentado, mirando fijo a Lionel, quien estaba parado a unos pocos pasos de él. No mostraba indicios de estar en el mismo estado que él, pero si lo estaba. Sabía disimularlo mejor. 


Nunca fui tu patrón, no quisiera cambiarte

Y no quiero que pierdas tu personalidad


La carencia de palabras comenzaba a notarse, por lo que el menor carraspeó para acomodar su voz, y también ocultar el hecho de que casi se larga a llorar con una puerta mediando la situación.

— ¿Y?

— Nada, vine a pedirte perdón.

— Si, ya me lo dijiste.

— Ajá.

El mayor se notaba bastante incómodo, movía sus pies como si tuviera piedras dentro de sus zapatos, jugaba con sus manos y rascaba su nuca. Pablo apretó su mandíbula ante esa falta de respuesta. Era un imbécil.

— Nadie te va a pegar por pedir perdón, ¿sabés?

— Sería muy boludo si lo hicieras.

Una risa sarcástica salió de la boca carnosa del menor. Le daba bronca como no se daba cuenta de la ironía que manejaba.

— Mira, si te pegara estaríamos a mano.

— Pero no sos capaz.

— ¿Ah no?

Se paró de la cama, caminando lentamente hacia el hombre frente suyo, quien ahora no se inmutó ante la próxima cercanía. Antes de que pudiera acercarse, puso sus manos enfrente de su pecho para que Pablo quedara a una distancia prudente.

— No, porque realmente no te da.

— Hijo de re mil puta, ¿vení’ a pedir perdón o a putearme? Porque si viniste a eso, rajá de acá antes que te saque a la’ trompada’.

— Bueno, bueno. Calmate, Pablo.

— No, no. A mi no me vengas con el “bueno, bueno”, bueno bueno un carajo. Te me cagaste de risa todo el día queriendo pedirme perdón. Me tene’ podrido.

Un dedo de Pablo se apoyó en el pecho de Lionel, quien marcaba sus palabras con un toque medio fuerte. Cada vez se iba acercando más hacia el hombre contrario.

— ¿Vos pensas que con pedirme perdón solucionas todo? No, no me digas que sí porque te conozco y es lo que piensas. El perdón no es una palabra mágica, Lionel, ¿sabes? Y no pienso perdonarte tan fácil, porque yo-

Su voz se entrecortaba, pero la rabia se notaba cada vez más. No hubo fuerza corporal que aguantara las lágrimas que comenzaron a salir de sus ojos, tampoco tuvo la valentía para levantar sus ojos y mostrarle la decepción e ira que recorrían por ellos, pero gracias a lo último que había sucedido entre ellos dos, ya no era capaz.


Para odiar, hay que querer

Para destruir, hay que hacer.

Y estoy orgulloso de quererte romper

La cabeza contra la pared.


— No sabes cuánto te odio y lo mierda que me hiciste, hijo de una gran re puta.

— Ni me miras a la cara cuando me lo decís, cagón.

—...

— ¡Mirame!

Lionel lo tomo por la mandíbula para hacer que lo mirara. Cuando se miraron a los ojos, con ceños fruncidos, parecían destellar un fuego crepitante que se esparcía más y más por sus cuerpos. Pablo respiraba fuerte por su nariz y sus ojos lloraban sin medirlo.

— ¿Qué te hice para que me hagas la vida imposible? 

—...

— Contestame, Lionel. Contestame o te rajo de acá.

— Existir, eso hiciste.

Pablo chasqueó su lengua mientras sonreía con sorna.

— Ja, sos un mentiroso, no te la crees ni vos.

— Callate, gil.

Pablo lo golpeó en los pectorales para animarlo a hablar, aunque de una manera un poco violenta.

— ¡Pedime perdón, Lionel!

— ¡No puedo!

— ¡¿Qué tanto te cuesta?! ¡Resentido de mierda!

— Vos no te das una idea de cuánto me cuesta hacerlo.

El mayor apretó la mano, provocando que el hombre bajo su agarre gimiera de dolor y buscara salir de allí moviéndose de un lado a otro.

— Vos no sos consciente de nada, Pablo. Y jamás lo vas a ser.

— Mejor ser boludo antes que un resentido.

— ¿Por qué no te vas bien a la puta que te parió?

En un arranque de atrevimiento, Pablo mantuvo contacto visual por unos segundos y escupió sobre el rostro del mayor. Este cerró sus ojos ante el repentino desagradable acto, los abrió y con su mano libre se limpió la cara con lentitud.

— Te voy a hacer mierda, come garcha.

Dijo Lionel en un susurro demasiado calmo, mirándolo a los ojos. Y como si deseara confundirlo más de lo que ya lo estaba haciendo, Lionel acortó la distancia entre ellos gracias a la mano que lo sostenía por la mandíbula. Fue casi como chocar cara contra cara. La misma historia volvía a repetirse una vez más.

Pablo se resistía de la manera que podía, sus manos intentaban empujar el pecho del mayor con fuerza. Parte suya no quería seguirlo, estaba demasiado embolado como para que el otro quisiera pelotudearlo de esa manera. Pero estaba también esa otra parte de su cerebro que no deseaba resistirse, y puede que haya terminado cediendo gracias al tacto de la otra mano de Lionel, la cual se había ido hacia su cintura y apretó la zona con fuerza. Mandó todo a la mierda.

Un quejido de placer se escapó de su boca, el cual soltó sobre los labios del contrario. Lionel ante su pequeño gemido, murmuró por lo bajo unas palabras que no entendió pero, su mano sobre su mandíbula fue a parar detrás de su cabeza y la enterró en sus rulos, tirando de ellos. Lo único que se le ocurrió fue pasar sus brazos por detrás de su cabeza siguiendo así el beso, impidiendo que se alejara de él. 

Cuando Pablo pudo caer en lo que estaba sucediendo, la desesperación comenzó a correr por sus venas. Su galopante corazón se hizo paso entre su pecho y evidenció sus verdaderos sentimientos al respecto, algo que Lionel notó pero no recalcó, porque su propio corazón imitó el del contrario.

El beso pasó de cero a cien en cuestión de segundos. Cuando menos lo supieron, estaban comiéndose la boca. No era muy distinta la situación de su primer beso, bocas que se buscaban hasta el hartazgo, ambas lenguas cedían ante el tacto entre sí. Gruñidos iban y venían, gemidos ahogados sobre sus labios de por medio, manos inquietas que deseaban a toda costa eliminar las telas que interfieran con sus pieles pidiendo clemencia y contacto. El brazo de Lionel guió al menor hacia la pared, necesitaba sostenerse de algún lado. No midió su fuerza por supuesto, por lo que recibió un quejido ahogado de parte de Pablo cuando lo estampó contra la pared.

Las inquietas manos de Pablo comenzaron a tironear la remera desde arriba en un intento de sacarla, a lo cual Lionel respondió haciendo lo pedido. La tiró al suelo y el mayor siguió con la remera del contrario. También, al suelo. Volvieron a juntar sus labios en un intento de sentir el calor del otro, la desesperación los estaba ganando por goleada. 

Con cierta dificultad, Pablo intentó meter su mano dentro del pantalón de su rival. Al no conseguir su cometido, apretó la erección que comenzaba a notarse más y más entre la tela, ganándose un quejido acompañado de una mordida de labio. Los dedos del mayor fueron velozmente a su propio pantalón y lo desabrochó tan rápido como pudo. 

Los zapatos de ambos prácticamente volaron de sus pies. Al menor lo agarró por el costado de sus pantalones para sacarle casi de un tirón el jean, pero en el intento de forcejeo y no mirar por dónde iban gracias a la concentración del beso, terminaron cayendo sobre la cama.

Se acomodaron como pudieron, dejar de besarse en ese momento era el equivalente de quedarse sin aire a mar abierto. En ropa interior y con Lionel encima de Pablo, terminó quitando su pantalón con ayuda de las piernas del menor. Ahora no había pedazo de tela alguno que interfiriera entre ambos, bueno, casi.

Scaloni se acomodó entre las piernas de Pablo, en el arranque de calentura comenzó a moverse sobre él, rozando ambas erecciones por sobre la fina tela. El menor mordió su propio labio ante tal sensación que elevaba un calor por su pecho, ahogando un gemido entre sus dientes. Lo que lo ponía a mil era escucharlo al hombre contrario gemir ronco encima suyo mientras intercalaba besos entre su lunar, oreja y mejilla. No había sonido más placentero que aquellos que salían de los finos labios que tanto cariño le estaban proporcionando.

El cordobés llevó sus manos hacia los glúteos de Scaloni para intensificar el movimiento de las caderas de su rival, mientras se abría de piernas para él, entregándose finalmente al tortuoso deseo que llevó en su interior durante tantos años. La necesidad de llamar a ese hombre como suyo y superar un plano más allá de lo carnal era inconmensurable, y sentía que mucho jamás sería suficiente.

Los labios del pujatense, previamente concentrados en proporcionarle besos al rostro del cordobés, se dirigieron con desesperación hacia el sur del cuerpo debajo de él, ganándose en suaves quejidos de placer, el menor levantó su cabeza facilitando el trabajo para el hombre encima suyo. Bajó por su cuello, dejando húmedos besos y mordidas que harían su aparición sobre la pálida piel a la mañana. Los ojos de Pablo se cerraron ante tales bruscas caricias, deseaba sentir con fervor y detenimiento el actuar del contrario.

Volvió a abrir sus ojos cuando el movimiento pélvico cesó. Dispuesto a quejarse al respecto bajó un poco su cabeza pero, al toparse con la imagen de su rival comenzando a darle atención a sus tetillas con impaciencia tiró su cabeza hacia atrás mientras gemía por lo bajo, descubriendo una sensación que jamás creyó que pasaría por su cuerpo en vida. Llevó una mano al corto cabello del mayor para mantenerlo entre sus dígitos y tirar de él. 

Ese tirón fue un motivador para Lionel y el dolor entre sus piernas, el cual no hizo más que incrementarse. Decidido, comenzó a bajar más, besó los abdominales de Pablo con mucho detenimiento. Había deseado tener contacto con la gentileza de su vientre desde que tenía dieciocho, y ahora poder tenerlo a su total disposición era como tocar la suavidad de las nubes con las manos desnudas. Sin pudor alguno y todavía dejando marcas de dientes sobre su suave vientre, bajó de un fuerte tirón el calzoncillo de su rival, rasgando alguna que otra costura.

— Pará, tarado. Me vas a romper todo.

Susurró entrecortado el menor, todavía con una mano sobre el cabello del hombre debajo suyo, quien solo rió y dejó besos por debajo de su ombligo, siguiendo el trazo de vellos que lo llevaban al miembro de su rival. 

— ¿No es la idea?

Preguntó el mayor con un tono provocador contra su piel, lo único que recibió como respuesta fue un tirón de pelo. Siseó entre risas ante la sensación que, de nuevo, no ayudó en nada a su calentura.

Al recuperarse, Lionel pudo prestar atención a la erección de Pablo, sintió que saliva comenzaba a acumularse dentro de su boca de las ganas que tenía de besar y comerlo todo hasta dejarlo vibrando. La mirada inquisitiva del menor seguía atenta los movimientos de Lionel, quien comenzando a besar con mordidas incluidas sus muslos agregó con un tono de voz grave y entre susurros.

— Dios, hijo de puta, estás para comerte entero.

El menor sintió que podía acabar en ese mismísimo momento, peor fue su desesperación cuando vio al pujatense llevarse su miembro erecto a su boca, sintiendo al instante la calidez que rodeaba su pene. 

— La- la puta madre, Lionel.

La cabeza de Pablo se tiró hacia atrás y soltó un largo gemido de placer ante tal sensación envolvente y cálida, arqueando su espalda ante la imposibilidad de realizar algo más. Porque si tenía que definir esa situación, Pablo estaba a la merced de Lionel y no pensaba salir de allí por nada del mundo.

El sentimiento de poder sentir la boca de Lionel en toda su circunferencia, que su nariz rozara casi reiteradas veces contra sus vellos y una de sus manos acariciara sus testículos con insistencia, era algo que lo terminaría por volver loco. El mayor colocó la pierna derecha de Pablo sobre su hombro para sostenerlo en su lugar ya que, producto del placer infringido, empezaba a moverse de un lado para el otro en desesperación por más. 

Como si pudiera leer la mente de su rival, gracias a haberlo conocido casi toda una vida, dejó de darle placer a su virilidad para pasar entre besos a sus testículos, los cuales sin remordimiento alguno introdujo en su boca, recibiendo un gemido entrecortado como respuesta. Pablo, quien había levantado su cabeza para mirarlo, notó los ojos negros del mayor viéndolo a través de sus pestañas. Pudo sentir ese cosquilleo cálido en su parte baja hacerse presente ante la tremenda imagen frente suyo.

— So’ un culiado de mierda.
 
Lejos de ser un insulto, salió como un gemido gracias a las sensaciones que le provocaban las placenteras acciones de Lionel. Una de las manos del mayor se encargaba de bombear de arriba hacia abajo su miembro, intercalaba velocidades por lo que tenía que apretar las sábanas abajo suyo cada vez que lo hacía rápido. No podía explicar lo que le provocaba ver como una sola mano de su rival abarcaba casi todo su miembro. 

Al pujatense le encantaba jugar con sus límites, aunque ahora era distinto. 

Su boca se encontraba semi abierta, dejaba salir jadeos mezclados con gemidos y sus ojos estaban clavados en el hombre debajo suyo. Apoyado sobre uno de sus codos, acercó una mano hacia el cabello del mayor, lo alejó con un tirón de su accionar, este entendió y volvió a retomar la atención a su miembro totalmente erecto. La rojez y brillo en el glande de este no hacía más que provocarle a Lionel un deseo inmenso de querer hacer succión hasta extraer absolutamente todo lo que tuviera para darle. Y eso haría.

La respiración de Pablo comenzó a entrecortarse y ser más agitada. Apretó sus labios para callar sus incesantes jadeos, ahora incrementados por ese deseo de liberarse. Sentía como aquella deliciosa incomodidad en su vientre crecía con el mover de la cabeza de su rival. Lionel cuando notó cuando los labios de Pablo dejaron de emitir aquella dulce música dedicada solo para él, acercó una mano hacia el rostro del menor y le pegó una suave cachetada. Se separó con un sonido obsceno de su miembro para seguir bombeando con una de sus manos y mirarlo. El menor, sorprendido ante la cachetada, devolvió su mirada con el ceño fruncido. Ahora no admitiría que quería que volviera a pegarle, sería para otra ocasión.

— ¿Qué hacés?

— No te calles, te quiero escuchar.

Pablo negó. Dios.

— Sos un idiota.

Dijo el cordobés sonriendo, aunque por dentro se moría por que siguiera y atendiera una necesidad que lo estaba por matar. Con una desesperación latente en su alma, volvió a guiar al hombre sobre su miembro que pedía a gritos una atención final. La mano libre del mayor amasaba el muslo del cordobés con fuerza. No fue hasta segundos después donde Pablo se apoyó sobre su espalda y la arqueó, tanto como su pelvis hacia arriba, acompañado de un gutural gemido proveniente de su boca. Fue entonces cuando la cavidad bucal de Scaloni y las comisuras de sus labios se decoraron del tibio líquido blanquecino. Una idea bastante desprolija se cruzó por su mente, producto de la calentura. Decidió no tragar ni escupir el líquido dentro de su boca.

Los fuertes brazos del pujatense dieron vuelta sin problema alguno el cuerpo del menor, todavía sensible por el reciente orgasmo. Lo acomodó para que tuviera sus rodillas arriba y así sus glúteos quedaran a una altura propia. Aimar arqueó su espalda para también colaborar con la causa.

— No tengo nada para lubricar, Lionel.

Dijo con la cabeza contra el acolchado. La única respuesta fue un “mhm” acompañado de una caricia sobre su espalda. Lo desesperó un poco la falta de diálogo, aunque con la calentura que estaba sintiendo en ese mismo instante, no le importaba mucho que es lo que hiciera con él. Sufriría las consecuencias con una total felicidad luego. 

Cuando sintió un líquido espeso y tibio sobre su entrada frunció el ceño, porque si bien le había indicado que no tenía lubricante no entendió que fue eso, hasta que se giró lo más que pudo para descubrir la causa. Abrió sus ojos sorprendido al verlo escupir una mezcla de saliva y de su semilla, más cuando lo vio embadurnar su propio miembro con los fluidos de ambos. 

No soportó la imagen y tuvo que volver a su posición inicial, gimió contra el acolchado y golpeó el colchón. Sintió como la sangre volvía a ir hacia su miembro en segundos.

— No podes, Scaloni. Sos un hijo de mil puta.

— Para la próxima, te regalo uno antes de yo tener que improvisar algo.
 
Lionel se relamió con gusto las comisuras de sus labios con gusto.

— Me pones al palo, ¿sabes?

Confesó el menor por lo bajo, aunque lo suficiente como para que lo escuchara su rival.

— El sentimiento es mutuo, Aimar.

Le contestó con una sonrisa mientras volvía a acariciar su espalda. Dejando aquel momento a un lado, tomó su latente erección y la posicionó sobre el agujero del menor, aunque otra idea pasó por su cabeza, su sonrisa seguía presente. Comenzó a provocarlo fingiendo embestidas tortuosamente lentas. Comenzó a escuchar quejidos de frustración, porque claramente a Pablo no le gustaba que lo jodieran, menos cuando estaba caliente.

— Lionel, la puta que te parió.

— La boquita, Aimar.

— ‘Jate de joder.

— ¿Qué querés?

— No seas estúpido.

Gruñó mientras intentaba mirarlo de costado, aunque aquellas falsas embestidas igual lo calentaban y sacaba de sí gemidos que terminó ahogando. Lionel lo tomó por su cabello para tirar de él. Se recostó sobre su espalda sin aplastarlo, se acercó hacia su oído y susurró con su voz grave, a propósito.

— Dale, decime qué querés.

Por supuesto, Lionel no haría lo que Pablo quería hasta que le dijera con sus propias palabras lo que ambos anhelaban desde que habían descubierto que los hombres también pueden besarse, aunque ahora no habían consecuencias que les impidiera hacerlo.

— Que te acuestes.

— ¿Eh?

— Acostate, pelotudo, ¿o so’ sordo?

Scaloni, extrañado ante las palabras del menor, se alejó de la proximidad de su cuerpo. Lejos de hacer lo que su cuerpo le pedía a gritos, se acostó con pocos movimientos a su lado, dejándose sorprender por su rival.

Con torpes desplazamientos por su alcohol todavía en sangre, Pablo se sentó próximo al miembro erecto. Escupió sobre su mano, recorrió con una tortuosa parsimonia la longitud de Lionel. La tomó alineándose con su entrada, con una lentitud que caracteriza su concentración comenzó a introducir el miembro dentro suyo.

Lionel veía toda la escena atónito, aunque siseando ante la sensación de hacerse paso entre los interiores apretados del hombre encima suyo. 

El rostro de Pablo era una mezcla de placer y dolor. Por supuesto que le dolía, si hace bastante tiempo no se metía con alguien, pero con Lionel era y estaba siendo distinto. Era distinto porque era él, era Lionel. Lionel, el chico que había querido besar desde que tenía memoria, el chico con el que quiso perder su inocencia, el hombre con el que constantemente había peleado hasta el cansancio por quince largos años, el hombre con el que se habían besado por primera vez a sus treinta y tantos años, el hombre con el quien estaba por acostarse. Y era el único hombre que quiso de verdad en toda su vida. Si, era muy raro.

Pero no cambiaría por nada de cómo las cosas se estaban dando. Bueno, si cambiaría esos quince años de no hablar pero ahora prácticamente dentro de su rival no quería pensar en nada más que en la manera que deseaba ser tocado y deseado.

Con varios gemidos que se encontraban entre los límites de disfrute y dolor, Pablo en ese instante estaba completamente dentro de Lionel. Tiró su cabeza hacia atrás mientras cerraba con fuerza sus ojos, intentaba concentrarse en otra cosa que no fuera el momentáneo dolor. En cambio, Lionel, con sus ojos perdidos ante el placer, tuvo que hacer mucha fuerza interior para no correrse en ese preciso momento.

— ¿Estás- estás bien, Pablo?

Preguntó el mayor entre jadeos, necesitaba cogerselo con una necesidad animal, pero puso ante todo la civilización de preguntar si estaba bien.

— Si, si, la concha de la lora.

— ¿Seguro?

— Sí te dije, la puta que lo parió. Dame un segundo.

Se quejó Pablo entre siseos. El mayor, que solo buscaba hacer sentir bien al menor, sin pensarlo dos veces tomó su mano y la acarició con suavidad. El cordobés volvió su cabeza hacia adelante para ver lo que estaba haciendo el contrario, su cara ahora se encontraba del color de un tomate maduro, como si ya de por si no estuviera roja producto del calor y el alcohol. 

Lionel atrajo aquella unión de sus manos hacia sus labios y besó la de Pablo, quien solo se quedó mirando aquel momento. Sus ojos brillaron con un destello particular que el mayor no fue capaz de captar por concentrarse en darle un alivio a su dolor y por el contraluz de la pantalla del televisor.

No se sentía muy cómodo para moverse, pero si no lo hacía sería peor. No quería darle crédito a lo que había hecho su rival pero, lo ayudó bastante. Se rehusó a soltarlo. Con una de sus manos apoyada en el fornido pecho del mayor, Pablo comenzó a moverse apaciguado sobre la longitud, hasta que se sintió cómodo para moverse con ritmo. Los movimientos eran erráticos, cambiaban de velocidad y no era constante pero, Lionel tenía que admitirlo, no había nada más caliente que verlo a Pablo encima suyo, por más que no fuera ni coordinado ni prolijo. Los colores del televisor le proporcionaban un aura etérea, agradecía el tener un Dios aparte y que le diera aquella magnífica vista.

El dolor dejó de estar presente en un primer plano y los gemidos de ambos comenzaron a hacerse más presentes. El menor en un momento se sentó sobre el miembro de Lionel y aprovechó a moverse con una tortuosa lentitud hacía arriba mientras lo veía directo a los ojos.

— Dios, Pablo.

Soltó entre gemidos el mayor, acompañados con una voz ronca. Quería perderse en el hombre de rulos chocolate, en su olor a alcohol y perfume masculino, quería perderse en toda su esencia insoportable, tan deseable al mismo tiempo. No aguantó mucho hasta que soltó su mano para agarrarlo de las caderas. Lo guió sin drama para que se sentara con más precisión y rapidez sobre él.

Era muy probable que Lionel tuviera problemas para olvidar y desterrar de su cabeza el momento de como los rulos de Pablo rebotaban como él lo hacía sobre su miembro, completamente ido de la situación, carcomido por el placer inevitable del sexo y la desesperación en busca de más. 

Y también era muy probable que Pablo tuviera problemas para borrar de su cabeza como las manos de Lionel se aferraban hacia sus caderas como si su vida dependiera de ello, marcando sus dígitos contra su pálida piel. Le sería difícil olvidar el sonido que salía de sus labios cada vez que se movía de una manera particular, en única respuesta ante el volátil deseo que los cubría como un manto.

Lionel comenzó a sentir aquel calor sobre su vientre, decidió tomar cartas en el asunto. Necesitaba más de Pablo y creía que tener algo más de él, jamás sería suficiente. 

Fue entonces que Scaloni acomodó sus piernas para comenzar a mover sus caderas contra Pablo, a quien sostenía con sus manos dejándolo en un lugar, generando un sonido obsceno en el choque de pieles. De la boca del menor salían gemidos más altos y seguidos, la situación estaba por terminar de desbordar su raciocinio por completo.

Ya no les importaba si los escuchaban más allá de esas grandes paredes, solo querían llevar adelante y dilatar lo más que pudieran el momento que después de tanto tiempo habían podido llevar a cabo. Era una necesidad traída directamente desde el alma el poder terminar de saciar ese vacío añejado por los años.

Otra vez, Lionel tenía que admitir que lo más caliente que le había pasado en su vida era aquella imagen del menor encima suyo, poniéndolo a mil con su rostro enrojecido y gimiendo como si no estuvieran en uno de los hoteles más lujosos de Mónaco. Esa versión de Aimar, que no tenía pudor alguno, la quería siempre de su lado. Pero ya su desesperación estaba abarcando más espacio que nunca en la totalidad de su cuerpo, este pedía saciarse y en lo posible que fuera gracias a Pablo.

Volviendo a tomar control sobre la situación y más hambriento que nunca, se sentó sobre el colchón todavía con Aimar encima suyo y agarró su cuello con fuerza, sin apretar demás. Lo giró sin problema para que terminara debajo suyo.

El rostro de Pablo se convirtió en un poema, pasó de la sorpresa hacia el placer en pocos segundos al darse cuenta de sus intenciones.

Aquella lujuria que se apoderaba de su cuerpo se sentía como un viento que en cualquier momento se lo llevaría puesto, y estaría más que contento de que el hombre de Pujato fuera el causante de ello.

De un momento a otro, su cuello se encontró siendo preso de las grandes manos de Lionel, quien comenzó a usarlo para empujar hacia adentro, embistiendo con una fuerza que rozaba lo desmedida contra él. Escuchaba las pieles chocar entre sí y estaba muy seguro que quería volver a repetirlo. Su boca entreabierta dejaba escapar los más audibles gemidos y sus ojos se encontraban idos hacia atrás.

Lo que más le gustaba de esa situación no era solo lo bien que se sentía Lionel dentro suyo, porque era muy… abarcativo, si se podía decir. Tampoco cómo el mayor lo ahorcaba de manera que todavía podía respirar pero al mismo tiempo lo hacía ir en busca de un poco de aire. Ni tampoco era lo bien que se lo estaba cogiendo, porque tenía que ser sincero con él mismo, Lionel le estaba dando la cogida de su vida. Si no que era el hecho de estar con Lionel, todavía sentía esa extrañeza atravesar su pecho como una daga cuando lo sentía con cada fibra de su ser, pero Dios… como le encantaba estar con él.

Pablo lo envolvió con sus piernas alrededor de su cadera y con sus brazos lo atrajo hacia él, lo quería muy cerca. Lionel se acomodó mejor para tener sus manos disponibles, ahora soltando el cuello de su rival se apoyó sobre sus codos quedando a una altura donde accedería a su rostro con facilidad. 

Las embestidas eran cada vez más rápidas y los golpes contra la próstata de Pablo eran inminentes. El menor, hecho un desastre de gemidos llenos de placer, atinó a clavar sus uñas sobre la espalda del más grande, generando lastimaduras rojizas sobre su piel. Poco le importó al mayor, se encontraba embelesado con cómo gemía sin control alguno contra su oído. Ante la cercanía entre sus rostros, el de Pujato dejó un par de besos sobre su rostro cubierto por una fina capa de sudor. Aprovechando la cercanía, movió con un movimiento de mano rápido sus largos rulos de su vista, algunos pegados a su frente mojada.

El menor se sentía enloquecer, el hombre encima suyo lo estaba llevando a un límite que probablemente nunca conoció y excedía completamente su raciocinio.

Se sentía fuera de sí, por lo que cuando un pensamiento exprés corrió por su cabeza fue difícil sacarlo. Pensar algo así en frío jamás se le hubiera ocurrido, pero ahora sentía que la calentura se lo estaba llevando puesto y que su cuerpo se calcinaría. Y estaba dispuesto a quemarse.

— Lionel…

Susurró con una voz temblorosa. Pablo intentaba aferrarse como podía a la dermis de su espalda, rasguñando sin querer en el proceso. El mayor contestó con un murmullo que no entendió bien y luego siguió dejando besos sobre su oreja, pero que le dio pie para decirle lo que probablemente lo sacaría de sus cabales a él igual.

— Quiero que- quiero que me acabes adentro.

Volvió a susurrar pero con más convicción en su voz contra su oído. Los besos en su oído pararon y el mayor se alejó para verlo cara a cara. Tomó su mandíbula para que no girara su rostro hacia otro lado.

— Repetimelo.

Los movimientos cesaron de velocidad y Pablo soltó un quejido en respuesta ante aquello, pero Lionel quería escuchar y verlo decir aquello que le susurró.

— Lionel, la puta madre.

— Repetimelo, Pablo.

— Acabame adentro, Lionel. Te lo suplico.

Esas palabras cargaron una calentura que hicieron que el mayor se sintiera fuera de sí, un instinto animal tomó parte de su cuerpo y actuó de tal manera. Sus caderas volvieron a tomar la rapidez de antes, ahora se le sumaba una fuerza que no supo de dónde sacó. El respaldo de la cama comenzó a chocar contra la pared, provocando ruidos que en la otra habitación no iban a caer bien. Los jadeos desesperados de ambos se mezclaban entre sí, Lionel no podía dejar de repetir el nombre de Pablo entre gemido y gemido. Probablemente lo había vuelto loco. 

El mayor no tardó mucho en correrse, sus ojos se tornaron blancos y un gemido ronco sobre sus labios bastó para hacérselo saber al menor, quien tampoco precisó tacto alguno para acabar sobre su propio pecho, arqueó su espalda en respuesta y soltó un gemido entrecortado con dedicatoria al nombre del mayor. Lionel dio un par de embestidas más para terminar de liberarse, sentía el cuerpo del menor tener espasmos debajo suyo propio de la sobre estimulación que estaba sufriendo. Los últimos gemidos murieron sobre los labios de cada uno.

Lionel, respirando agitado, salió de adentro de Pablo y se desplomó al lado del cuerpo más pequeño.

El cordobés cerró sus ojos intentando asimilar lo que había sucedido, pero no tenía la cabeza preparada para hacerlo porque solo quería concentrarse en el hombre arriba suyo. Estiró uno de sus brazos y comenzó a acariciar el corto cabello de este. Ante esto, el mayor levantó su cabeza y lo observó expectante, el menor hizo lo mismo pero arqueando una ceja. Ante la falta de palabras, preguntó susurrando.

— ¿Qué?

— ¿Qué haces?

Le preguntó Lionel, también entre susurros.

— Un mimo, ¿que no te gusta?

— Si me gustan, mucho.

— ¿Y entonces por qué me miras así, tarado?

— ¿Que ahora no se te puede ver?

— Si, mirame lo que quieras.

Ahora fue el mayor quien arqueó una de sus cejas mientras lo veía sonriente.

— ¿Y entonces?

— Ay, callate.

Masculló el cordobés sonriente, tirando suavemente del pelo contrario. Se volvieron a acostar mientras sus respiraciones retomaban un ritmo más apaciguado. 

En el silencio donde ninguno sabía qué decir, Pablo fue quien decidió romper con eso.

— ¿Te dormiste?

— No.

— ¿Tenés sueño?

— Un poco, ¿vos?

— Si, un poco también.

Más silencio, pero fue Lionel quien preguntó ahora.

— No te lastimé, ¿no?

— No sé, veremos mañana.

Dijo el menor entre un par de risas cansadas. Ante esto, el mayor lo empujó suavemente.

— Dale, te pregunto en serio, boludo.

— Te dije que no sé, gil. Ahora no me duele nada, solo un poco el orto.

— Y, capaz será porque alguien se olvidó de comprar algo para cierta ocasión.

— O capaz porque algún impaciente quiso cogerme sin prepararme antes.

— Pará, pará, yo no fui quien se puso encima mío y entró de una.

— Porque vos diste mil vueltas para hacerlo, che. Tampoco tengo la culpa de que tengas un choto gigante.

Las cejas del mayor se arquearon mientras sonreía de oreja a oreja. 

— ¿Cómo?

Pablo se dio cuenta de lo que había dicho y ahora le había dado pie al ego, puteó para sus adentros.

— Nada.

— ¿Qué dijiste, Pablito?

— No pienso repetírtelo.

— Dale, repetime una cosa más, porque no tuviste ningún problema en repetirme recién que te acabara aden-

— ¡Basta! Fue la calentura.

— ¿Y lo que me acabas de decir fue calentura?

— No, dije solo un hecho que seguramente vos ya tenés bastante idea y muchas o muchos te lo habrán dicho.

— Pero lo dijiste.

— Dios, que hincha pelota que sos. Chau.

Pablo se alejó dándose la vuelta, ahora le daba la espalda al mayor, quien comenzó a reírse por lo bajo. Lionel rodeó su cintura con uno de sus brazos y lo volvió a atraer hacia su cuerpo.

— Dejate de hacer la difícil.

— No me hago la difícil, hijo de puta.

— Basta, callate.

Los labios del mayor se acercaron hacia el hombro contrario y depositó varios besos allí. Pablo pudo relajarse, capaz llegar a normalizar la situación, porque ya su cabeza había comenzado a maquinar al respecto y no quería entrar en ese rumiante pensamiento constante. 

Se giró de vuelta para enfrentarse con el hombre, quien lo miraba con sus ojos entrecerrados por el cansancio, la mano del pujatense acarició su mejilla y cerró sus ojos ante el suave tacto. 

El mayor movió su mano hacia la nuca llena de rulos, tomó estos con suavidad y lo acercó hacia él para dejarle un beso sobre sus labios. Ese tacto estaba muy lejos de ser sexual, fue algo que le nació a Lionel y que Pablo no puso oposición alguna. 

Las manos del cordobés fueron al rostro contrario y lo sostuvieron con ternura. El beso que compartían era probablemente como habían querido que fuera su primer beso entre los dos, apaciguado, lento y sin que nadie los apurara, ni siquiera ellos mismos.

Cuando se separaron, miraron ambos los ojos del otro, se sonrieron y volvieron a acostarse, ahora abrazados el uno del otro.

Ya de mañana, el televisor había dejado de brillar y la cortina estaba un poco abierta. La luz entraba y molestaba los ojos de un dormido Pablo, quien no tardó mucho en despertar ante la intromisión lumínica y un dolor de cabeza palpitante.

Luego notó como una manta pesada cubría a ambos cuerpos, no recordaba haberlos tapado en ningún momento.

Intentó levantarse pero una mano en su cadera lo impedía, giró su cabeza y vio a Lionel dormir plácidamente. Sonrió inconsciente y volvió a girar su cabeza del lado de la ventana, ahora la figura de su amigo Javier aparecía en su vista, con dos tazas.

— Buen día.

Inspiró fuerte y abrió sus ojos, tuvo que tapar su boca para no gritar. Cuando bajó de dos patadas esas ganas de hacer un escándalo, totalmente despabilado, sacó su mano de la boca para preguntar entre susurros audibles.

— ¡¿Qué haces acá?!

— Les traje algo para tomar, Pablo. Para comer se van a tener que buscar ustedes porque ya cerró el desayuno. Ah, y acá hay agua y un ibuprofeno, porque vi que tomaste como un hijo de puta anoche.

Dijo también entre susurros Javier, quien dejó las tazas en la mesa de luz. No quería despertar a Lionel, por eso decidió seguir susurrando.

— ¿Vos sos sordo? Te pregunté qué haces acá.

— Y bueno, ya te dije, les traje algo.

— ¡¿No ves que estamos en pelotas?!

— Si, y vi más de lo que debía, mínimo tápense. Y todo bien con que cojas con Lionel, pero mejor si es en tu cama a la próxima, ¿sabes?

Ah, la cama enfrente el televisor, la cama de Javier, testigo de su lujuria. El rostro de Aimar se encontraba totalmente enrojecido, apretó sus labios y no acotó nada más, solo asintió lentamente.

— Me dijeron que en unos días probablemente podamos correr, no es certero pero ojalá el clima nos ayude.

— ¡Bueno! ¡Andate antes que se despierte este!

— Chau.

El otro corredor de Red Bull se marchó de la habitación y los volvió a dejar solos, aunque al haber cerrado la puerta con cierta fuerza el mayor se percató del sonido, despertándose. Se estiró junto a un gruñido y luego lo atrajo más hacia él.

— Buen día.

— ¿Qué hacía tu compañero acá?

Preguntó de la nada el mayor, provocando que de nuevo su cara se tornara roja.

— Eh… estem- nada.

— ¿Te vio en bolas?

— Si.

— ¿A mi?

— Puede que también.

— Okay.
                                                                                                                        
Lionel se sentó sobre la cama y se estiró para tomar una taza de café, una acción simple. Pero para Pablo, quien vio todo aquello en cámara lenta, estuvo atento a cada movimiento del mayor y a cómo sus músculos se contraían en el mover de este. Nunca lo había visto con tanto detenimiento ni mucho menos creyó que ver a su brazo moverse le hubiera provocado tantas cosas dentro suyo. El menor se sentó también, con cierta dificultad y siseos de por medio. Tomó la otra taza intentando concentrarse en otra cosa que no fuera en los músculos de su rival y el dolor de la consecuencia de sus actos carnales.

Tapados con una sábana, estaban los dos tomando café, atentos a la mirada del otro. Scaloni separó sus labios de la taza para preguntarle:

— ¿Dormiste bien?

— Si, bastante. Igual tengo un dolor de cabeza que la verdad preferiría no tener.

— No tomes tanto la próxima.

— Había barra libre, ¿qué querías que haga?

Le respondió el menor, sonriendo sobre la taza. Lionel rodó los ojos dejando la taza a un costado, para luego tomar la taza de él y sacarla de sus manos. 

— ¿Qué hac-

Su pregunta se vio interrumpida por un repentino beso en sus labios. Pablo relajó sus hombros, no había notado lo tensos que se encontraban antes, probablemente el haberse despertado acompañado, la interrupción y toda la situación en general lo había puesto tenso. 

Cuando tenía sexo con alguien más estaba acostumbrado a levantarse completamente solo, acompañado de un mensaje de despedida, a veces ni siquiera recibía nada, le iba bien así. Pero ahora haberse levantado junto a alguien después de haber cogido, y que ese alguien sea el mismísimo Lionel Scaloni, era toda una revolución para su sistema.

La mano de Lionel volvió a acercarse a los rulos del menor y los acarició con ternura, el beso tenía la misma connotación que aquel tacto y no planeaban en llevarlo hacia otro lado, todavía.

El mayor se separó de sus labios con un sonido que a Pablo le puso los pelos de punta, todavía con su mano entre sus rulos.

— Tenés muy largo el pelo.

— Si, ya sé. Me lo hiciste saber anoche.

Las cejas de Lionel se arquearon mientras mantenía una sonrisa, a lo que replicó con rapidez.

— ¿Querés que lo haga de vuelta?

— Puede ser.

Retrucó él, también con una gran sonrisa. Volvieron a besarse aunque con un poco más de rudeza, mientras que Lionel comenzaba a acomodarse en el respaldar de la cama, Pablo entendió y se posicionó entre las grandes piernas del mayor.

— Igual te debo una de anoche.

Susurró Pablo contra los finos labios, su tono sensual le provocó un escalofrío por toda la espalda al hombre contrario y suspiró en respuesta. 

Horas más tarde después de aquel suceso donde Pablo terminó con una sensación extraña en la garganta y Lionel descubriendo una nueva afición, se separaron para mantener cierta  distancia. No por cansancio, al contrario, estaban deseosos por estar uno al lado del otro, descubriendo nuevas sensaciones y puntos donde poder tocar al otro para llevarlo al límite. 

Pablo no podía decir que todavía no había cierta bronca dentro de aquellos actos, porque si estaba latente todavía. Tampoco es que había recibido una disculpa ante aquello, pero estaba tan ensimismado en las nuevas experiencias junto a Lionel que se había olvidado de ese pequeño detalle.

 

 

 

Chapter 8: El problema de la baja compresión

Summary:

"Una mala compresión suele producirse porque el sellado del cilindro se deteriora o pierde a consecuencia de alguna fuga o defecto."

Notes:

HAY NSFW AL PRINCIPIO no digan que no les advertí

bueeeeeeeeno llegó el capítulo ocho, ya empezando a palpar el final !!! no hay capítulo nueve porque siendo honesta, estando enferma es todo lo que a mi cerebro le dio la nafta (ba dum tss), así que les pido paciencia, y como siempre les agradezco por leer <33

les voy avisando que en este capítulo van a sentir demasiadas emociones (ojalá) y les recomiendo que se pongan sus auriculares de confianza y de fondo, mientras van leyendo, dejen en repetición "I'm not in love - 10cc", le da más sentido a la lectura, confien en lo que les digo ejejej

ojalá lo disfruten!!

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text


Pablo no podía creer que se encontraba mordiendo la almohada para callarse, no era usual en él morder una tela, prefería otras cosas. Cuando se acostaba con un random, le encantaba hacerle saber al otro lo mucho que le gustaba lo que le hacían, no negaba que varias veces había fingido algún que otro sonido. No lo encontraba como algo malo, solo simplemente pasaba. Él era de esos insoportablemente ruidosos pese a quien le pesara. 

A veces fingía, si, pero esa situación y el contexto era distinto. Porque lo más probable es que si estiraba su cuello un poco más y sacaba su cabeza de la almohada, todo el piso del hotel sabría que estaba siendo cogido con todas las letras.

Tenía que darle las gracias a Lionel. Hasta ahora, y sin exageración alguna, no había conocido lo que era la mejor cogida de su vida. Para nada una exageración. Cada una era mejor que la anterior.

Era mentira que se habían alejado para mantener cierta distancia, porque esa misma noche ya se habían encontrado en la misma situación que la del reciente festejo. No podían sacar las manos de encima del otro. Todo lo que concordaron era puro chamuyo que ambos pusieron como pretexto, con tal de no tener que asumir que lo único que querían hacer era coger casi al borde de la violencia, consensuada. Ahora que se habían abierto a la posibilidad, no había chance de dejar las oportunidades ir. 

Ahogaba audibles gemidos contra la tela y detrás de eso venía otra tanda de sonidos obscenos que salían directamente de su boca, que igualmente podían escucharse pero, solo el pelinegro era capaz. El ruido que provocaba el respaldo de la cama era proporcional al movimiento de caderas del hombre detrás suyo, quien jadeaba e intentaba acallar los mismos mordiendo sus labios. Pablo solo deseaba estirar su mano y hacer que dejara de morderse para acallar sus propios sonidos, escucharlo era una de las cosas más eróticas que le podían haber pasado.

Habían reservado una pieza exclusivamente para ellos dos. Simple, una cama de dos plazas, dos mesitas de luz y una tele. Las excentricidades venían con la decoración. Hace días que el mismo cuadro colgado sobre la cama los observaba con una desaprobatoria mirada congelada en el tiempo. 

No se iban a arriesgar a que sucediera lo mismo que con Javier. Ni tampoco lo que había pasado con el compañero de carreras de Lionel, David Beckam . La manera en que lo había visto cuando se levantó de la cama del taurino usando una prenda de ferrari no le gustó para nada. Le dió un escalofrío extraño.

Decidió no recordar ese momento, menos recordar la hora, porque temprano no era, era tarde. Tres de la mañana y Lionel dándole masa a más no poder. Era muy tarde. Si pensaba mucho en eso podía llegar a darle un ataque de culpa, amaba levantarse temprano.

El cuerpo del mayor se apoyó, sin dejar caer su peso corporal, sobre su cuerpo con una mano. Con la otra tomó la punzante erección, la cual rogaba por atención hace rato, y la envolvió con fuerza. Le fue fácil deslizar su mano en un movimiento vertical constante gracias al líquido preseminal que su pene goteaba. Pablo sentía que estaba a punto del desmayo, era demasiada estimulación junta.

Sus manos tomaban con fuerza la tela de la almohada, en un intento de aferrarse a algo del plano físico, porque toda esa experiencia estaba haciendo que se sintiera fuera de sí. Lionel lo estaba usando como quería, él se dejaba porque le encantaba que así fuera. Los golpes contra su próstata eran persistentes y firmes. Tenía que admitir que la estamina que tenía el tipo era digna de su devoción.

Decidió que había tenido suficiente respecto a callarse, por lo que arqueando su espalda se alejó de la almohada, parando más sus glúteos y pegándose todavía más contra el hombre arriba suyo, lo cual también le dio más acceso a sus interiores. Sus gemidos, antes apagados, ahora eran más claros para los oídos del contrario, quien le dio a entender lo mucho que le gustaba escucharlo mediante besos detrás de su oreja y el aumento de velocidad de sus caderas, provocando un ruido indecente de pieles chocando contra sí.

— La puta madre, Lionel.

— ¿Te gusta?

Contestó positivamente con un gutural gemido, sintió una sonrisa formarse en la boca contraria sobre su oreja. La mano de su acompañante se cerró más contra su miembro enrojecido. Eso fue el detonante para que un agudo gemido entrecortado, distinto a los demás, saliera de sus labios colorados y dejara rastros de sí en el acolchado, arrugado por los constantes movimientos de ambos.

El mayor apoyó su frente en su espalda, gimiendo contra esta. No tardó mucho en realizar lo mismo, la mano que sostenía su miembro dejó de estimularlo y se ciñó con fuerza a la cintura más pequeña, llenando el profiláctico con su propia semilla.

Se dejó caer boca abajo sobre el colchón con un quejido, totalmente agotado y destruido. Realmente debía agradecerle a Lionel.

— Dios…

Susurró fatigado. Con un rápido movimiento, el taurino salió de adentro suyo y realizó todo el trámite burocrático de tirar y ser cuidadoso con el preservativo que había utilizado. Había descubierto últimamente lo pulcro que era con eso. Lo de la primera noche había sido un desliz de la calentura y el alcohol, aunque no le molestaría para nada repetirlo.

Luego de un par de ruidos, vio de reojo a Lionel apagar la luz del baño. Ahora caminaba hacia él con su figura prominente y su miembro casi dormido, las luces artificiales de afuera iluminaban el costado de su cuerpo, dándole cierto esoterismo a su figura que lo atraía como el polen atraía a las abejas. Traía entre sus manos una toalla húmeda con agua tibia, la cual utilizó para limpiar su desastre y con el dorso, el rostro de Pablo. Había visto lo sudada que se veía su cara. 

— Vení.

Le susurró el pujatense con una sonrisa. Se giró con las pocas fuerzas que le restaban, quedando boca arriba. Le sonrió de vuelta, cansado, mientras sentía como el hombre encima suyo humedecía su rostro y deslizaba el pedazo de tela con suavidad por el mismo. El hombre le habló despacio.

— ¿Cómo estás?

Tardó unos segundos en contestar, se había perdido en cómo el mayor lo miraba. Pestañeó unos segundos cuando la toalla se movió a su pecho.

— ¿Mhm?

— Que cómo estás.

— Bien, bien. Andaba pensando, nada más.

— ¿En qué andabas pensando?

— En lo mucho que tengo para agradecerte.

— ¿Qué cosa?

Preguntó divertido el mayor dejando la toalla en una mesa de luz, ahora acostado al lado (pegado a, en realidad) de él. Apoyado sobre uno de sus codos lo miraba con un destello particular en los ojos y una sonrisa agotada.

— Porque realmente te superas cada vez, nunca me había puesto tan feliz de que alguien me rompa así el orto.

Ahora la mano de Lionel fue a su propio rostro y tapó sus ojos, sin poder creer lo que le estaba diciendo. Muy dentro suyo, disfrutaba saberlo.

— Sos un desubicado y mal hablado.

Le dijo “retándolo” mientras sacaba su mano de sus ojos, riendo. Él contestó divertido.

— ¡Pero es verdad lo que te digo, tarado!

Nadie más lo había hecho sentir de la manera que Lionel lo estaba haciendo, podía firmar en donde quisiera que así era.

— Estás en la pole-position de los tipos que me cogieron, de verdad te digo.

— Basta, no quiero saber a quien te cogías.

La expresión del mayor cambió un poco, como si quisiera ponerse serio. Se incorporó para verlo con los ojos entrecerrados, sonriente. Sabía a dónde iba eso.

— ¿Por qué?

— Porque… porque sí, que se yo.

— ¿Te da cosa?

— ¿Por qué me daría cosa? Hace días que venimos cogiendo a dos manos, Pablo. Por favor.

— ¿O te da… celos?

Hubo un silencio que hizo que sonriera más de la cuenta.

— No te la puedo creer.

— Pablo…

El mayor pasó una de sus manos por su rostro, intentando no sonreír para no delatarse a sí mismo.

— Lionel Scaloni, celoso, ¿quién lo hubiera imaginado? 

— Basta.

— Yo no, claramente. Me sorprende viniendo de tu parte. O no en realidad, de hecho-

— Callate, Pablo.

— Callame, entonces. Si tanto querés que pare de-

— Dios, ¿qué nunca te callas?

Dijo el mayor tomándolo por la mandíbula para atraerlo hacia él, a lo cual respondió tomándolo por ambas de sus mejillas. Era un beso que estaba lejos de ser inocente, y por la posición, pudo subirse encima del hombre. Ante el nuevo roce, un jadeo salió de la boca más fina, separándose al instante del beso.

— Pará, recién terminamos.

— ¿Qué no te da para otro más?

Fue removido de encima del pujatense y dejado a su lado. Lionel se acomodó de costado, ahora mirándolo con detenimiento. Sus ojos contenían tantas emociones juntas, se podía dar cuenta, pero no era ese cóctel de enojo, mal humor y rabia que le provocaba. Era distinto, se notaba. Había cierta manera juguetona en la que lo miraba, un brillo que ni el sol podía darle. 

— Aimar, te recomiendo que no juegues con fuego.

Se acomodó para quedar cerca del mayor, en ese intento lo desestabilizó y lo tiró al colchón, escuchó un pequeño “ Pablo ” a modo de reto que lo hizo sonreír. Tuvo que apoyar sus manos a los costados de su rostro, todo su torso había quedado sobre el contrario pero sus piernas eran la excepción, dejándolo en una posición un poco incómoda.

— Vos tampoco juegues con fuego, Scaloni… porque sabés lo mucho que me calienta que me llames por mi apellido.

— No lo hago más entonces.

Lionel intentó volver a bajarlo de encima suyo, pero Pablo seguía insistente. Le divertía muchísimo hincharle las bolas, eso no había cambiado en el curso de pocos días. Es más, muchas cosas en realidad no habían cambiado. 

Había momentos en donde ambos se encontraban confundidos respecto a toda la situación y ciertas cuestiones de su rivalidad se hacían paso entre ambos, dejándole bastante espacio al enojo, por simples boludeces.

Lo terminaban arreglando con sexo, porque era la única manera que habían descubierto hace poco y que realmente podía bajar los niveles exacerbados de cólera entre los dos. Tanto él como Lionel estaban cómodos con ese descubrimiento, pero el que era más consciente de toda la situación era él, que realmente no sabía cuánto podía llegar a durarles todo eso hasta que eventualmente explotara.

Porque lo sabía, entre ambos convive una bomba de tiempo. Era solo cuestión de días, horas o minutos, incluso segundos, para que eventualmente explotara y dejara heridos, y también sabía, muy en el fondo, que era muy posible que él sería el damnificado. No sabía si estaba listo para recibir tal impacto.

— Ay, Lionel. Dale, una vuelta más.

— Dormite, Pablo.

— Tengo de todo menos sueño, Lio.

El mayor frenó su intento de dejarlo quieto y entrecerró sus ojos, buscando qué decir para calmarlo.

— Si te dormís, a la mañana vemos que hacer.

— ¿ Hacer?

— Si, hacer.

— Ah, hacer.

Sus cejas subieron y bajaron rápidamente, Lionel, riendo, solo se centró en dejarlo lejos de su cuerpo, porque sabía los efectos que Pablo tenía sobre él.

— Si, ese hacer. Dormite.

Le dio la espalda mientras unas carcajadas salían de sus labios. Se acomodó cerca del hombre, quien terminó abrazándolo por la cintura, como si fuera lo más normal del mundo. Él se dejó abrazar, como si fuera lo más normal del mundo. 

Escuchó ronquidos a los minutos de dejar de moverse. Lo que le había dicho a Lionel de que no tenía sueño era cierto. Morfeo no lo tocaba ni con un palo.

Conocía esas noches de insomnio como la palma de su mano, eran muy incómodas. Más porque se quedaba solo con sus propios pensamientos.

Y lo que acaparaba su mente en ese momento era el mismísimo hombre que lo sostenía como si fuera a escaparse. A su cabeza volvió ese pensamiento respecto a esa nueva realidad a la que ambos, conscientes o no, se habían metido. Y no pudo evitar pensar en qué hacer cuando realmente se cansaran del otro.

¿Realmente se cansaría de todo eso? no sabía bien, tampoco es que podía tener una certeza a largo plazo. Era extraña la situación en la que había tomado parte. 

No negaba que era algo que quería hace mucho tiempo. Le avergonzaba decir lo mucho que había esperado todo eso en voz alta, más confesarselo a Lionel porque sabía que ese tipo de comentarios le alimentaban el ego y tendría que fumárselo así de insoportable, cosa que le provocaría un malhumor tremendo. Prefería guardarse ese tipo de cosas para él mismo.

Lionel era un tópico constante en su cabeza, y sentía que comenzaba a volverse loco, porque ese hombre lo estaba volviendo loco, para bien, ¿no?

Su cabeza era todo Lionel.

Lionel.

Lionel.

Lionel.

Porque lo volvía loco la manera que sus ojos se abrían y una sonrisa incrédula aparecía cada vez que le susurraba en público lo que le haría cuando estuvieran solos. Lo volvía loco su manera de agarrarlo tan violenta pero que momentos luego besaba para alivianar el ardor que dejaban sus dígitos. Lo volvía loco esa manera que tenía de besarlo y decirle millones de cumplidos que se le ocurrieran, siempre eran novedosos, nunca los repetía. Lo volvía loco como le pedía que repitiera que era suyo, y él lo decía, le volaba el bocho. Especialmente lo volvía loco su manera de comunicarle tantas cosas con solo una mirada, un beso o una sonrisa cada vez que se quedaban solos. Eso hacía que dentro de su corazón se manifestara la mismísima quimera y escupiera fuego, elevando la temperatura de su alma.

Se sentía afortunado de haber dejado todo atrás y de que el perdón estuviese entre ambos.

Frunció su ceño al llegar a esa conclusión, no se movió mucho pero comenzó a sentir una urgente necesidad de escapar de los fuertes brazos. De repente aquellos brazos que había sentido cálidos en un momento ahora eran gélidos, hielo que le quemaba la dermis. Era un poco imposible escaparse.

Se sintió inquieto, incómodo, en ese agarre. Porque comenzó a escarbar en los recuerdos de su cabeza de los últimos días y en ningún momento había registrado la palabra “ perdón ” de parte de Lionel. 

Abrió sus ojos un poco más y tapó su boca con una mano que comenzaba a temblar. 

No había recibido una disculpa. 

Un frío comenzaba a acaparar su pecho y la ansiedad apretaba esa zona a su antojo. Sintió aquella sensación extraña que subía por sus pies cada vez que le pasaba eso. Su respiración empezaba a ser un poco errática y le daba bronca como le era imposible poder realizar una tarea tan simple como aquella gracias a que su cuerpo se volvía su propio enemigo.

Lionel lo había estado usando para tener relaciones y ahí terminaba la cosa. ¿Lionel no sentía lo mismo que él? ¿Era él un mero objeto para el hombre que pretendía quererlo?

No podía respirar, necesitaba salir de ahí. 

Alejó los brazos de Lionel de sobre él con sus manos, estaban frías, contrastaba con el calor corporal del mayor. Se sentó al borde de la cama intentando calmarse, no le ayudaba nada ser consciente de que estaba respirando por la boca. Dios . Miró el suelo ido de sí, que parecía desaparecer ante su mirada borrosa. Al parecer el movimiento despertó al mayor, quien un poco desconcertado buscó el calor del cuerpo contrario, y susurrando un poco dormido preguntó.

— ¿Pablo? ¿Qué pasa?

No podía hablar. Él quería explicarle que sentía que sobre su pecho había una mancuerna enorme, quería explicarle que tenía mucho frío, quería decirle que sus cuerdas vocales habían sido atadas como una soga y que ese mismo nudo le impedía hablar, pero no pudo. También quería decirle las ganas tremendas que tenía de matarlo, pero eso estaba en segundo plano, solo pudo dejar que las lágrimas mojaran su cara y descansaran en su prolija barba algo crecida.

Lionel, al notar el contraer del cuerpo del menor y el sonido de su nariz sorber, se sentó rápido en la cama.

— Amor, ¿qué pasa? ¿estás bien?

No se movía, le era imposible. Lionel se acercó y dio vuelta su rostro con ambas manos. Descubrió gracias a la luz artificial que entraba del baño el rostro de Pablo rojo, mojado y contraído en lo que parecía una completa tristeza. Las veces que lo había visto así eran contadas con los dedos de una mano, eso lo tensó un poco. 

Notó esa pequeña incomodidad en los ojos de Lionel, eran muy transparentes y expresivos. Eso no hizo más que provocarle un llanto más intenso, no podía moverse ni reaccionar a los llamados, prisionero de su propio cuerpo. Los brazos de Lionel lo tomaron y lo pegaron contra su pecho.

— Sh, sh. Acá estoy.

Él temblaba gracias al llanto. No pudo responder el abrazo, solo apoyó sus manos contra el pecho desnudo. Las manos más grandes acariciaban su pelo largo en un intento de calmarlo, lo único que hacía eso era empeorar la situación.

No podía creer la hipocresía de su actuar… a ver, puede que estuviera exagerando, si. No sabía con certeza los sentimientos de Lionel porque jamás en los pocos días que habían tenido sus encuentros tocaron el tema de emociones y sensaciones hacia el otro. No lo habían hecho.

Terminó cayendo dormido una hora más tarde, triste y mojando el pecho contrario. No sabía de dónde había podido sacar tantas lágrimas, pero sí sabía que toda esa situación era inviable y que esa falta de palabras empezaba a dejar daños colaterales por todos lados. Lo último que pasó por su cabeza fue el inevitable pensamiento de que estaba siendo tomado como un boludo como hace quince años atrás.

Cuando despertó estiró su brazo como todas las mañanas, ahora notando un gran faltante en el colchón. Estaba oscuro por las cortinas cerradas y ahora tenía puesta ropa interior, cosa que no recordaba haberse puesto anoche. Se incorporó lento en la cama, su cuerpo le pesaba mucho. Miró alrededor de la habitación tallando sus ojos, en busca de alguna señal de vida, le costaba mirar un poco y le fue imposible pensar que capaz se veía ridículo con los ojos hinchados. Pero más ridícula era toda la situación en la que ahora lamentaba haberse visto envuelto.

Y recordó a Lionel. Ah, si. Lionel . ¿A dónde estaba, a todo esto? No sabía si ya había dejado de ser su muñeco de goma vigente o qué, porque ni siquiera veía luz en la puerta del baño. ¿Lo habrá asustado con una parte tan vulnerable de él? ¿Habrá prendido alarmas en su existencia respecto a fantasmas del pasado? ¿Por qué hizo lo que hizo?

Su pecho se oprimió un poco ante aquellas preguntas, quiso saber si mínimo seguía ahí a su lado. Salió de la cama con rapidez para fijarse si los bolsos estaban dentro del placard, donde estaban guardados. Prendió la luz del pequeño pasillo con manos que se encontraban destempladas. Ahora pudiendo ver mejor, aspiró más aire del que podía soltar, caminó hacia allí y abrió las puertas de madera con fuerza, preparado para lo peor.

Y ahí estaba, su bolso negro junto a la valija roja con un logo del caballo. Soltó todo el aire que sostuvo en ese trayecto y tapó su cara con ambas manos, apoyándose en la pared paralela. Mientras iba deslizándose hacia abajo, sentía un sollozo formarse en su garganta y con ello el nacimiento de punzantes lágrimas que amenazaban con hinchar aún más sus ojos. Se sentía paranoico.

Mordió su labio inferior con un poco de fuerza, martirizando su cabeza al respecto. La puerta se abrió con el característico sonido de la tarjeta a modo de llave y detrás de ella aparecía Lionel con una taza humeante y un plato que la sostenía. Pablo, por tener tapado su rostro, no notó la mirada preocupada que ya de por sí traía Lionel, la cual se agravó al verlo tirado contra la pared, semi desnudo y a punto de llorar.

Escuchó la vajilla siendo apoyada sobre el escritorio frente a la cama y pasos que volvieron a acercarse hacia él. Manos más grandes que las de él tomaron las suyas y las alejaron de su cara, develando a un Lionel con unos ojos clavados sobre él, una campera negra de algodón puesta y una expresión que gritaba preocupación por todos lados. Se sintió abrumado, era extraño verlo al mayor así, más incluso teniendo en cuenta el historial entre ambos. Sentía la necesidad de apartarlo, alejarlo de él, solo para protegerse a sí mismo.

— Pablo, levantate. Vamos a la cama.

No supo por qué le hizo caso, estaba muy debilitado emocionalmente y era fácil manipularlo. Le habían pasado las peores cosas estando como estaba, lo mejor era no recordarlo para no ponerse mal.

Lionel lo abrazó por la cintura para guiarlo de vuelta a la cama, lo acostó con paciencia y se sentó a su lado. Movió el pelo que se metía en su visión con un dulce gesto, lo hizo tan despacio que hasta pensó que lo hacía por mero cariño. Terminó acunando su rostro con esa mano y en un susurró le preguntó.

— ¿Qué pasa, amor? Nunca te había visto así.

Volvió a violentar su labio con sus propios dientes, no era capaz de explicarle a Lionel aquel torbellino de sentimientos que tenía cada vez que una situación de estrés lo sobrepasaba, era tan exacerbada que hasta le daba vergüenza. Porque era un tipo grande, treinta y tantos ya, debía comportarse como tal, aunque a veces se encontraba en situaciones donde se veía reducido a su yo de dieciocho años y actuaba en consecuencia.

Era consciente de que de la misma manera que cuidaba su cuerpo, debía hacerlo con su cabeza, pero le daba tanto pudor admitirlo que prefería no hacer nada al respecto.

Por eso, contestó con una mentira, porque de todas formas él estaba siendo llevado hacia una gran mentira, en donde al final terminaría siendo el hazmerreir de todo el mundo.

— Nada, me angustié nomás.

— Pero, ¿tan angustiado estabas? Me deberías haber avisado.

— No, ¿para qué? Al pedo preocuparte.

— Me preocupó más verte como te vi anoche.

Pablo no quiso arruinar el momento, solo porque estaba muy vulnerable para pelear, por eso respiró hondo y besó la mano que sostenía su rostro.

— Estoy bien ahora, en serio. No va a pasar de nuevo.

Lionel se veía poco convencido acerca de su respuesta, pero dejó pasar eso. Acarició su rostro con el dorso de sus dedos y se alejó para traer la taza. Un frío lo envolvía cada vez que se alejaba. Odiaba haber conocido lo que era la calidez de Lionel, porque sentía que sin ella era incapaz de funcionar, un calor que contrastaba con la frialdad de su cuerpo y le proporcionaba un nivel de… algo, que simplemente no había podido encontrar en nadie más. Odiaba reconocerlo con él mismo.

— Te traje té de manzanilla, podes tomarlo o ponértelo en los ojos, ambas opciones son viables.

Pablo sonrió débil al escuchar la elección de la infusión, era raro ver que después de tantas cosas en medio igual se acordara el tipo de té que tomaba para calmarse.

— Igual no sabés lo que me costó pedirlo, no me entendía nadie. Me olvidé como se dice manzanilla.

Soltó juguetonamente Lionel, provocando que una pequeña carcajada saliera de sus labios. Volvió a incorporarse y lo vio revolver con una cucharita el líquido. Lionel acercó con cuidado la taza hacia él, advirtiendo lo caliente que estaba. Tomó con cuidado el recipiente blanco y lo dejó entre sus piernas.

— Gracias.

Murmuró mirando el líquido, luego levantó su vista hacia el hombre, quien lo veía sonriente, pero dejos de preocupación rondaban en su mirada. No lo culpaba, era difícil presenciar tan de cerca uno de sus arranques. 

Tenía sentimientos encontrados respecto al actuar de Lionel, porque por momentos parecía genuino ese cariño que le demostraba, pero otros momentos desconfiaba. Estaba en todo su derecho de hacerlo, ya había pretendido quererlo en un pasado y de eso había surgido uno de los peores quiebres de su corazón, capaz el único que había conocido.

Vio como el taurino, luego de cuidarlo unos segundos, se alejaba para irse al baño. No tenía ganas de tomar el té, se sentía de cierta manera contaminado con la esencia de Lionel.

— Hoy paró de llover.

Le comentó el mayor desde el baño, alzando un poco la voz. A lo que él también reparó en copiar.

— ¿Ah sí?

— Si, y están diciendo que en unos días, cuando cesen las inundaciones, capaz podamos correr la carrera.

— Que bueno.

El mayor salió del baño con el pelo humedecido y con olor a menta en la boca. Bebió el líquido caliente con lentitud mientras lo veía al contrario cambiarse de remera. Su mirada iba y venía, porque Lionel iba y venía, sacaba la remera, doblaba la otra, iba a la ventana y abría las cortinas. Con un suspiro previo, le comentó.

— Creo que voy a ir al gimnasio, para levantar un poco la onda.

— Me parece fantástico.

Alejó la taza de su regazo y se levantó para ir a su bolso y buscar la ropa deportiva.

— ¿Querés que te acompañe?

Frunció su nariz y ceño mientras negaba. Se levantó con unas zapatillas en una mano y la ropa en otra para quedar cerca del otro.

— No, no hace falta. Quiero estar solo.

Lionel fue quien frunció su ceño ahora.

— ¿Solo?

— Si, ¿qué no puedo?

— Obvio, pero pensé que querías que te acompañara nomás.

— No, necesito estar solo.

— Okay.

Susurró Lionel, algo extrañado por su comportamiento. Pudo percibir cierta electricidad que se formaba en el ambiente. Cambió rápido su ropa para poder acercarse al hombre, tomarlo por su rostro y dejar un largo beso sobre las comisuras de sus labios. Lionel cerró los ojos ante el tacto, disfrutando de este. Se separó unos pocos centímetros y lo miró a los ojos.

— Perdón, no es que no quiero que estés conmigo, solo quiero dejar de pensar un poco.

— Está re bien, Pablo. No pasa nada.

Lionel pasó su mano por su rostro, rozando su barba colorada.

— En serio, no pasa nada.

— Okay.

Ahora fue Lionel quien dejó un beso, pero fue en un lugar tan específico el cual hace unos días había descubierto su fascinación, detrás de su oreja y un poco más abajo tenía un lunar, el cual Lionel besó por unos segundos.

Cuando se separaron, le sonrió apretando sus labios, intentando bajar como podía la piedra que comenzaba a instalarse en su pecho, la cual necesitaba sacar a las patadas. Se cambió ante la mirada de Lionel.

Se despidió con simples palabras y se dirigió al gimnasio del hotel. Era un lugar espacioso y tenía un gran ventanal, era cierto que había parado de llover. Allí hizo varios ejercicios, que le sirvieron bastante para despejar su cabeza, agradeció no pensar en Lionel ni en sus propios sentimientos. 

Mientras trabajaba sus piernas con uno de los aparatos donde debía empujar pudo ver de reojo una cabellera rubia hablar con otra persona, inspirando por la boca gracias al esfuerzo giró su cabeza para ver de quien se trataba. No era ni más ni  menos que Beckam, quien lo miraba también de reojo y sonriendo de vez en cuando.

Frunció el ceño ante eso pero siguió haciendo la suya, hasta que el rubio se acercó hacia donde estaba, ahora viéndolo sonriente desde arriba.

— Hola, Pablo.

Lo saludó con su acento marcado, extendiendo su mano cual no tomó, provocando una sonrisa más grande en aquel rostro.

— Hola.

Contestó seco, no es que le cayera mal porque hasta ahora no había hecho nada para molestarlo, solo se protegía. Eso era todo.

— ¿Cómo estás?

Detrás de esa pregunta no veía intención alguna de saber cómo carajos se sentía, sabía  que no le importaba y que las intenciones de joderlo estaban. Era fácil leer a un pelotudo como él. Suspiró irritado, no es que iba a pretender ser piola.

— Bien.

— ¿Y Scaloni cómo está? Hace unos días no logro verlo. Y como se que estuvo contigo, bueno, decidí preguntarte a ti.

— Él está bien, gracias por preguntar.

— ¿Seguro?

Pablo puso la traba en el aparato y se levantó para quedar enfrentado al hombre rubio, lo miró con el ceño fruncido, no estaba con las ganas de lidiar con ese pelotudo, así que hinchado hasta las bolas le respondió.

— ¿Qué querés, Beckam?

— Ah, nada, querido. Solo quería saber cómo estaba Lionel, porque hace unos días lo veo más… más raro que de costumbre.

Se extrañó ante ese comentario, ¿qué lo estaba tomando de pelotudo?

— No me importa a mí cómo está Lionel.

Mentira.

— Debería, supongo. Ya que si están follando seguido, debería importarte.

Se sonrojó ante eso, pero era otro tipo de sonrojo, uno de vergüenza, hasta incluso rabia. No hacía falta que fuese tan pelotudo y dijera esas cosas tan libremente. Acercándose un poco más al otro hombre, lo vio con sus ojos bien abiertos.

— Vos no te metás en lo que yo hago o Lionel hace, no es de tu incumbencia, pelotudo.

— Lo es, de cierta manera.

— ¿Cómo?

— ¿Es que Lionel no te dijo lo que hace cuando no está contigo?

Su corazón dio un vuelco, ese tema tan sensible para él se inmiscuía en su mente de nuevo.

— ¿Qué, no sabes que tiene a alguien más?

Pablo abrió la boca y la cerró de nuevo. Sintió una punzada en su pecho ante esas palabras, ¿sería cierto?

— No, no- no sabía.

Lionel no le contaba nada de su vida personal, lo único que habían hecho esos últimos días había sido coger y compartir alguna que otra comida en silencio. Él no sabía que hacía cuando no lo veía, eso era cierto.

— Creí que deberías saberlo, para no hacerte tantas ilusiones. 

— ¿Ilusiones de qué pelotudo? ¿Qué mierda te importa?

— No sé, porque pareces muy enamorado de Lionel, se te nota mucho.

— Yo- 

Miró para otro lado, riendo incrédulo, aunque sus mejillas volvieron a tornarse coloradas. Él no estaba enamorado. Vio de nuevo el rostro del rubio, que sonriera tanto le provocaba cierta ofensa hacia su persona.

— Yo no estoy enamorado de Lionel.

Capaz, otra mentira.

— Pablo, vamos.

Ahora fue Beckam el que soltó una risa.

— Que se te nota a leguas. Vi cómo lo miras cuando desayunan juntos, ese brillo en tus ojos te delata.

Tenía ganas de llorar, él no estaba enamorado.

— Y es muy entendible porque Lionel es un hombre precioso, hasta yo me enamoraría de él, pero no soy… bueno-

Vio cómo lo miró de arriba hacia abajo y soltó una pequeña risa. Eso lo hizo juntar una bronca que no supo de dónde sacó.

— ¿No sos qué, pelotudo?

— Nada, supongo que entenderás. Y mientras más aceptes el hecho de que Lionel está enamorado de alguien más, menos te dolerá cuando te cuente.

— ¿Contarme qué?

— De Elisa.

Otra puntada en su corazón. Un nombre de mujer.

Beckam lo miró en un intento de creerse superior, apoyó su mano en su hombro y le susurró.

— Búscate a alguien que de verdad te quiera.

Se quedó helado ante las palabras y vio cómo se alejaba de él, sonriendo como un reverendo boludo. No negó que esas palabras le dolieron un poco… mucho. Ya de por sí tenía que lidiar con su cabeza respecto a ese tema y ahora venía el idiota de Beckam a decirle esas boludeces que probablemente no eran ciertas. O eso esperaba.

Tuvo que volver a su habitación con Javier porque la situación era demasiado para su cabeza, no quería ver a Lionel. Se acostó a dormir y evadir todo, porque lo más probable es que si enfrentaba al pujatense las cosas terminarían mal. Se conocía.

Una hora más tarde, golpes en la puerta lo despertaron. Se levantó de la cama con la almohada marcada en su cara y abrió, dejando ver a Lionel, ahora él vistiendo ropa deportiva. Estaba un poco sudado y respiraba algo agitado. 

— Pablo.

— Lionel, hola.

Lo saludó con la voz un poco tomada por el sueño, frunciendo el ceño ante las luces del pasillo.

— ¿Qué pasó? no te encontré en la habitación.

— Nada, tenía mucho sueño y estaba más cerca esta.

Mintió, aprovechó su cara de dormido para que esa mentira no lo delatara. De todas formas, Lionel entrecerró sus ojos, respirando ahora por la nariz.

— ¿Estás bien? Estás raro desde anoche.

Él suspiró por lo bajo y mordió su labio, tenía ganas de ser sincero con él, anhelaba poder decirle tantas cosas, cosas que hasta él tenía miedo de decir en voz alta, cosas que harían que Lionel se estremeciera de la vergüenza al escucharlas. Quería de verdad hacerlo, pero algo lo detenía, capaz era su propio miedo.

— No sé…

No iba a ser sincero, no ahora.

— Solo me angustié, nada más. Cosas que tengo en la cabeza.

— Ajá.

Lionel asintió, pero no recibió otra respuesta. El mayor se acercó y posó una mano en el costado de su cuello, con su pulgar acarició aquella zona tan querida por él. Miró sus labios y suspiró.

— ¿Querés almorzar? 

— Si, por favor.

Se apoyó en la mano del mayor y sonrió débilmente. Ambos, sin decir nada más, fueron juntos al restaurante del hotel. 

Mientras comían, el teléfono de Lionel no paraba de sonar y cada vez que lo veía sonreía de una manera que conocía bien. Suspiró frustrado y se acató a comer el almuerzo servido enfrente suyo, clavando con un poco más de fuerza el tenedor en la carne.

Lionel notó aquello después de unos minutos, y solo preguntó.

— ¿Está muy dura la carne?

Y él respondió, con una sonrisa un poco fingida.

— Si, extraño la de casa.

El mayor rió ante su comentario y siguió comiendo como si nada. Tuvo que morderse la lengua para preguntarle quién era la presunta “ Elisa ”, aquella que capaz estaba escribiéndole. 

Cuando volvieron a la habitación, él fue directo hacia el baño y se despojó de su ropa sudada, que hace rato quería sacarse, para meterse en la ducha. Necesitaba que el agua lavara esa ansiedad crónica que lo aterrorizaba cada vez que podía.

Se quedó parado sobre la ducha, dejando que el agua tibia siguiera cayendo sobre él. Escuchó la puerta abrirse y pasos acercarse hacia la ducha. La cortina se abrió y dejó ver al hombre de sus pensamientos desnudo ante él, quien entró para unirse. Quedaron enfrentados.

— ¿Te bañaste?

Negó sin decir algo y Lionel tomó el shampoo, puso un poco en su mano y comenzó a enjabonar su cabello. Tomó su muñeca y paró su accionar.

— Lionel, no hace falta…

— Si hace falta.

— No quiero que lo hagas, puedo hacerlo solo.

— Pablo.

Se soltó de su agarre y lo miró con un ceño fruncido.

— Deja de ser tan terco y dejame cuidarte, mierda.

Frunció su ceño pero lo dejó, como lo había dejado manipularlo a su gusto hace días. Las grandes manos se paseaban por su largo cabello, llegando a todas las zonas de su cuero cabelludo con una delicadeza que jamás conoció. Ante eso, se aflojó. Apoyó ambas manos en las caderas del hombre frente suyo y cerró sus ojos.

El otro lavó su cabeza llena de espuma lentamente y cuando no hubo rastro de shampoo, bajó sus manos hacia su cara para acunar esta con ambas. Con sus pulgares acarició sus cachetes y ante ese afecto, abrió sus ojos para verlo. Sus ojos oscuros estaban relajados y una sonrisa de costado se hacía paso en su rostro.

Se vieron en silencio, salvo el ruido del agua, por unos segundos que parecieron minutos. Luego de eso, pudo sonreír un poco. El hombre frente suyo tocaba todos los puntos sensibles en su cuerpo, mente y alma, y si Pablo no se daba cuenta de que eso era la memoria de un amor tan viejo como su vida propia, era un ciego.

— ¿Te puedo decir algo?

— Claro.

— No te lo vayas a tomar mal.

Sus cejas se curvaron en preocupación y aspiró un poco de aire, no tanto antes de hablar.

— No, ¿por qué me lo tomaría mal?

— No sé, capaz es muy fuerte.

— Lionel, me estás asustando.

— No, no, tranquilo. No es algo malo.

— La estás haciendo muy larga, me parece.

Soltó entre risas nerviosas. Eso provocó que Lionel sonriera y tirara su cabeza hacia abajo.

— Si, tenés razón.

Volvió a mirarlo y se acercó hacia su oído, mojando su pelo en el proceso.

— Me encantás, y mucho.

Apretó el agarre sobre sus caderas y suspiró contra las clavículas del mayor. Preguntó con una voz temblorosa, casi opacada por el ruido del agua.

— ¿En serio?

— En serio.

Lionel se separó para juntar sus frentes, en eso aprovechó para dejar un pico sobre sus labios. Cuando decidió que debía aflojarse y el mayor captó eso, volvió a dejar otro, y otro y otro y otro, hasta que comenzó a besarlo, pegándose más hacia él. Las manos más grandes bajaron hasta su cintura, quedando ahí.

Él mordió el labio inferior de Lionel en un arranque de valentía, el cual fue bien recibido ya que un suave gemido ahogado por el beso, llegó a sus oídos. Lionel lo pegó contra la fría pared y le dijo entre susurros “ date la vuelta ”. Él obedeció. 

Sintió como Lionel se agachaba para quedar a la altura de sus nalgas, con suavidad las separó y escupió en medio, comenzando a lamer la zona con parsimonia, no había ningún apuro. Jadeó entrecortado y tuvo que sostenerse como podía del frío cerámico con motivos rojos, los cuales hicieron juego con sus cachetes.

La cara del mayor estaba enterrada entre sus dos nalgas, con su lengua, conocedora de la zona, hacía que sus piernas temblaran ante el tacto. Apoyó su cabeza contra sus antebrazos, gemía entre suspiros ante el acto tan íntimo entre los dos. Lionel acariciaba sus muslos y también amenazaba con tocar su miembro, bastante necesitado.

Cuando Lionel lo escuchó gimotear por más, se paró y comenzó a jugar con su erección contra su entrada, sin realmente enterrar su miembro dentro suyo.

— Cogeme.

Imploró contra la pared. El mayor negó con un sonido de garganta y siguió moviendo sus caderas dolorosamente lento. Él siguió gimoteando pero ahora en desesperación, sentía lágrimas formarse en sus ojos.

— Lionel, por favor.

Eso sonó más como una súplica que otra cosa, pero Lionel lo tomó por el cuello y comenzó a moverse más rápido.

— No.

— Por favor, te lo ruego. Cogeme.

— No, Pablo.

Apretó más su mano contra el cuello, impidiendo que el aire pasara de manera correcta. Las caderas de Lionel se movían constantemente. Él realmente necesitaba que le rompiera el orto ahí, en un baño de hotel, solo para que pudiera olvidarse de que una mujer cualquiera estaba en la vida de Lionel, su Lionel.

— Decime que sos mio, dale.

Lionel aflojó el agarre de su cuello y tomó un poco de aire. No le mentiría en eso, porque de verdad era suyo y de nadie más.

— Soy tuyo, todo tuyo.

— Dios…

Con un par de movimientos más erráticos que los anteriores, Lionel terminó corriéndose sobre su espalda. Apenas terminó, lo dio vuelta y miró todo su cuerpo. El pecho marcado, rojo por la pared y una erección pegada a su vientre. Volvió a agacharse enfrente de él para comenzar a dejar besos sobre su miembro, sensible ante la falta de tacto.

En eso, tomó el pelo mojado del mayor, haciendo que lo viera directamente y le confesó.

— Vos podes tomar todo mi corazón y no me importaría, porque está lleno de vos de todas formas.

Lionel lo miró, muy atento con sus ojos abiertos y sus cachetes colorados.

— Quiero que lo sepas nada más.

El pujatense apoyó su rostro contra su vientre, sin decir palabra alguna. Permaneció callado unos segundos y se sintió arrepentido por un momento de haber dicho eso en un momento tan vulnerable.

— No podes decir ese tipo de cosas y pretender que yo siga como si nada, Pablo.

— Perdón.

Lionel dejó un beso en su vientre, siguiendo el rastro de su vello en aquella zona. Quiso tocarlo pero le puso una mano sobre su muñeca, susurrando un “ no hace falta ”. El mayor se incorporó para verlo al rostro, estaba un poco más serio que antes, esperaba no haberla cagado. Dejó un beso en su cachete y ahora fue él quien tomó el shampoo para lavar el pelo del contrario, quien se dejó hacer sin problema.

Luego, ambos estaban acostados en la cama y mirando al techo, estaban en un estado entre el sueño y el estar despiertos. En un momento, ido de sí, se incorporó de a poco para quedar sentado y miró al mayor, serio.

— ¿Quién es Elisa?

Preguntó de la nada, vio como el mayor fruncía su ceño y levantaba su cabeza para verlo. Se apoyó sobre sus codos para tener una mejor visión de él. El también frunció su ceño.

— ¿De dónde la conoces?

— No la conozco.

— ¿Y entonces cómo sabes de ella?

— Beckam me contó que estabas hablando con ella.

Lionel, en sus interiores puteó al boludo de Beckam y su mala decisión de contarle las cosas.

— No se que tiene de malo eso.

— No, nada. Te pregunto quién es nomás, che. No es para que te pongas así.

Lionel arqueó sus cejas y su boca formó una sonrisa pero al revés, denotando cierto desconcierto. Con una de sus manos hizo un montoncito, cosa que profundizó su propio fruncir de sus cejas. 

— ¿Qué es esto? ¿Un planteamiento, Pablo?

— No, Lionel. Solo quiero saber quien es, nada más.

Dijo con una sonrisa incrédula, no era un planteamiento eso… ¿o si?

— Pero, Pablo, ¿qué te importa quien es?

— Si no me importara, no preguntaría.

— Ah, o sea, si es un planteamiento.

Bufó, saliendo de la cama, se estaba comenzando a poner nervioso.

— ¡No! Solo quiero saber quien es, nada más.

— Pablo, sinceramente te pregunto: ¿qué carajo te importa quien es ella? Ni que fueras novio mío para preguntarme esa boludez, Dios…

Abrió sus ojos bien grande, ofendido ante la elección de palabras del otro. Aquello era una película que ya había visto y el final no le gustaba, para nada. 

Hace quince años le había dicho la misma idiotez, no era tan boludo ahora.

— ¿Es joda, boludo? 

— No, en serio te estoy diciendo, Pablo. No te debería importar lo que yo haga con mi vida.

— Ajá.

Se cruzó de brazos y lo miró, completamente ofendido, ahora comenzó a hablar con sus manos.

— O sea que yo no entro en “tu vida”. Soy solo el pelotudo que te coges nomás para sacarte las ganas, ¿no?

— No, pará, no entendiste-

— No, no, no. Entendí perfectamente.

Lágrimas comenzaron a nacer en sus ojos y saltaron inmediatamente de allí. Ahora su húmedo rostro estaba rojo de la bronca.

— Entendí perfectamente que soy solo una cogida, al que podes manipular llamándome amor, trayendo el desayuno y haciéndome mimos antes de dormir, claro, y yo soy pelotudo.

— Me parece que estás confundiendo mucho las cosas, Pablo-

— No, pará. Ya termino. Entendí que sos un puto enclosetado y encontraste una forma de descargarte con el hoyo más cercano que encontraste y al cual pudiste acceder, si.

Lionel se paró rapidísimo y se puso enfrente de él, sus poros desprendían una cólera que lo ahogaba. Le hizo frente, por más que estuviera llorando.

— Decime puto enclosetado una vez más y te cago a trompadas.

— Ya lo hiciste una vez, hacelo de vuelta y fijate como te va.

Dijo con rabia, escupiendo palabra por palabra. En segundos, una mano cerrada de Lionel se levantó y amenazó con acercarse a su rostro, él esperó el golpe con sus ojos cerrados, pero jamás llegó. No había cambiado nada. Sus ojos se abrieron para ver que la mano se quedó cerca de su cara, el pujatense se había controlado. Con un gruñido el pujatense se alejó y tomó su rostro entre sus palmas, gruñendo sobre estas.

— Sos un pelotudo, Pablo. Siempre tenés que cagarla, ¿no?

Ya está, eso era todo. Se hartó.

— ¡Sos un reverendo hijo de puta! ¡Vos la cagaste también, me re cagaste a ! ¡Me usaste como un forro donde podías tirar tu waska y tirarme así nomas! ¡Vos sos el pelotudo acá!

Comenzó a hiperventilar, pero no iba a dejar que eso lo parara de hablar. Tenía las palpitaciones bastante altas y eso le cortaba la voz.

— ¡Y yo-!

Las palpitaciones no lo dejaban terminar.

— ¡Yo soy un pelotudo también por quererte! ¡Te quiero tanto que me- la puta madre! 

Tomó el aire que podía, yendo en contra de sus propias respuestas fisiológicas. Dejó que su corazón, fiel traicionero, hablara.

— ¡Me muero por vos y ni te das cuenta, estúpido de mierda!

Confesó, sin ningún filtro. Lionel lo miró con una expresión de sorpresa. Hiperventilando y con una cólera pintando su rostro, vio como el hombre quiso acercarse hacia él, intentó tomarlo por los hombros pero se zafó del agarre con rapidez y violencia.

— No me toqués, hijo de puta.

— Pablo, escuchame.

— ¡Salí!

Más rabia exteriorizada, el mayor se asustó por aquel tono y lo soltó. No le hizo falta decir más nada, se acercó hacia el placard y tomó su bolso de ahí, sacándolo. Lionel se dio cuenta y lo siguió, pero él ya había salido de la habitación. Desde el pasillo levantó su voz.

— ¡Pablo, es solo una amiga!

Paró de caminar y volvió sobre sus pasos. Pudo ver un destello de esperanza en los ojos contrarios, pero se lo pasó por el quinto forro del orto. Escarbó en sus bolsillos con fuerza y le aventó la tarjeta blanca de la habitación a la cara, llorando.

— ¡Eso dicen todos, culiado!

Y con esa última palabra, se alejó de la habitación. Lionel alzó lentamente la tarjeta del suelo, la miró y volvió a mirar a Pablo, quien ya se encontraba muy lejos de él. Varias puertas estaban abiertas, mirando la escena con curiosidad. Con un suspiro cansado y con la cabeza llena de preguntas, el pujatense volvió adentro.









Notes:

chan

Chapter 9: Cascabeleo

Summary:

El “cascabeleo” que se escucha en el motor se refiere a que el proceso de combustión no está funcionando de la manera adecuada. Una combustión incorrecta significa que el aire comprimido se calienta demasiado, provocando que la mezcla de aire y combustible en los cilindros se forme antes de que se produzca la chispa.

o

donde Lionel, finalmente, se sincera.

Notes:

Recomendación de autora, poner "Pecado" de Caetano Veloso en loop!

Chapter Text


 

 

Yo no sé si es prohibido…

 


Se subió al ascensor con el bolso en mano y una mirada completamente perdida, sentía que pesaba una tonelada, él y su bolso. Sus ojos se encontraban embebidos en lágrimas que amenazaban con salir para mojar todo su rostro sin ningún pudor alguno. 

Que ridiculez, pensó. Volvió a gastar su tiempo en el mismo tipo para terminar exactamente igual que hace varios años, solo que con menos sangre.

Con las pocas energías que le quedaban, apretó el tercer piso y luego mantuvo apretado el botón que detenía las puertas de cerrarse. Vio el pasillo, muy expectante.

Apretó el botón

uno

dos

tres

minutos, pensando que el hombre vendría a buscarlo y arrepentirse de todo. 

Claramente no fue así porque, cuando su dedo, cansado y ardiendo por la fuerza ejercida, soltó el botón y una mano no se manifestó en medio de ellas para pararlas, supo que Scaloni no había cambiado nada en esos quince largos años.

 


Si no tiene perdón…

 


De verdad no había cambiado nada, y no había hecho absolutamente nada para demostrarle lo contrario.

Con las puertas ya cerradas, completamente solo, no pudo evitar ponerse de cuclillas para sollozar en silencio. Su cabeza estaba apoyada sobre sus piernas y su pantalón absorbía cada gota derramada. Todavía sostenía el bolso con su mano porque le era necesario mantener su cuerpo atado a algo que pudiera tocar, si no, toda esa situación se sentiría completamente irreal.

Deseaba con todo el corazón que el ascensor retomara su camino al anterior piso y pudiera encontrar a Lionel ahí, parado frente a él e implorando por su perdón. 

Pero no fue así.

Los recuerdos inundaban su mente y no podía hacer nada para pararlo, se sentía como intentar agarrar agua con las manos. Cada uno involucraba a Lionel y a él. 

Ellos de chicos, jugando con autos, paseando por el pueblo bajo el bramante sol de la siesta, disfrutando de un verano en la pileta o corriendo en las pistas de karting. 

 


Si me lleva al abismo…

 


Ellos de adolescentes, hinchando las pelotas en las clases teóricas, compitiendo amistosamente en karting, a veces sintiendo ínfimos celos por no quedar primeros pero igual alegrarse por el otro. Ellos compartiendo un podio, besando el mismo trofeo.

Ellos, mirándose a los ojos, siendo la música un medio que los conectaba profundamente, descansando uno junto al otro. Sus ojos brillantes solo por el hecho de mirarse.

Ellos, de nuevo, mirándose de la manera más dulce que había conocido. Donde en algún punto sintió que Lionel era una persona a la que jamás dejaría de lado, porque fuera como fuera, quería tenerlo con él toda su vida entera.

Luego ellos, distanciados. Peleados por una razón que jamás supo, una razón que Lionel celosamente se guardó para sí mismo e hirió a ambos. 

Él, llorando por noches enteras, intentando responder el por qué del odio injustificado de Lionel hacia él.

Él, jamás sabiendo qué hacer con todo lo que sentía, y siente, por Lionel.

Dejó de producir sonido alguno al entenderlo, abriendo sus ojos llorosos y rojos.

Él, enamorado de Lionel desde que tiene uso de memoria.

 


Sólo sé que es amor.

 


Se paró cuando la voz del aparato le indicó que estaba en el piso que había marcado y salió arrastrando su cuerpo, volviendo a ahogar un llanto.

Como si su cuerpo fuera controlado por un titiritero, casi como sacando fuerzas de donde no tenía para avanzar, caminó hasta la puerta donde estaba su habitación y la de Javier, esperando encontrarlo ahí presente. Porque, con el quilombo que tenía en la cabeza, no sabía si le había tirado su tarjeta o la tarjeta compartida a la cara de Scaloni.

De todas formas probó. Cuando la insertó, una luz verde se prendió abriendo la puerta, la había tirado bien. Al recorrer el pequeño pasillo, se topó con la imagen de Javier junto al corredor de Alfa Romeo, Palermo, ambos acostados en la cama durmiendo la siesta. No le fue rara la visión, es más, hasta se la esperaba. 

Ni siquiera reaccionó ante ello, su mente estaba realmente repasando los últimos minutos y días que había vivido. Se sentían irrecuperables.

Javier escuchó los pasos de alguien más, nadie más que Pablo tenía esa tarjeta, por lo que no le fue raro encontrarlo ahí, sabía que iba a volver eventualmente. 

Lo que no sabía es que ahora al volver a verlo, luego de varios días, tendría aquella expresión en su cara. Una expresión que se asemejaba mucho a como si le hubieran roto el corazón.

— Pablo, ¿estás bien?

Le preguntó Javier en un susurro, limpiando un poco sus ojos para sacarse el sueño de encima, Palermo ni se inmutó ante los movimientos. Él realmente no pudo ocultarle a un amigo como Javier esa información. 

Dejando su bolso en el piso, negó con la cabeza. Le costó verbalizar eso que había estado empujando muy hacia dentro de su ser, abrió la boca y la cerró un par de veces antes de poder contestar. 

Cuando sus ojos no pudieron, de nuevo, detener el brote de sus lágrimas, fue cuando pudo articular el hecho que lo había mantenido vivo por tantos años y al mismo tiempo, lo paralizaba en vida.

— Estoy enamorado de Lionel.

Y cuando lo dijo, se hizo real. Dejó que un sollozo se escapara de su boca y lágrimas brotaran naturalmente de sus ojos, como si estuvieran cosidas a su piel. Javier se paró instantáneamente de donde estaba para abrazarlo. Correspondió el abrazo, era lo que más necesitaba en ese momento.


Cuando Pablo por fin pudo calmarse después de interminables horas de llanto y dormir, Javier salió de la habitación junto a Palermo. Cerró la puerta detrás suyo y lo vio a los ojos, lleno de preocupación.

— Tengo que hacer algo.

— ¿Y qué más podés hacer que escuchar? El tipo está negado a aceptar que se desvive por el otro boludo.

— Si, ya sé, pero… siento que tengo que hacer algo, ayudarlo mínimo. Es mi amigo.

Palermo, cruzado de brazos, se encogió de hombros, formando una línea con sus labios al no poder darle una respuesta concreta a Javier. 

— No sé, Javi. Me parece que es algo que tiene que resolver Pablo por su cuenta. Es un tipo grande.

— Ya sé, pero es mi amigo. Lo mínimo que puedo hacer por él es ayudarlo.

— Sí sé, te conozco.

Palermo acarició el hombro de Saviola con suavidad. En un momento de silencio, una pequeña luz iluminó el cerebro del corredor de Red Bull y sonrió al darse cuenta.

— ¿Román no es amigo de Pablo?

— Si, ¿qué tiene?

Preguntó el hombre más alto.

— Tengo una idea.

Palermo frunció el ceño, extrañado. Al ver la expresión de Javier, casi rozando lo perverso, frunció más su ceño.

— Javier… ¿qué andás pensando?

El de Red Bull lo tomó por el brazo y, sonriendo de oreja a oreja, lo llevó lejos del pasillo.

— Te cuento en el camino.


Román se encontraba comiendo un bowl de frutas en el comedor, cuando miró extrañado a Palermo y a Javier, compañero de Pablo, sentados frente a él, luego de haberle explicado qué podían llegar a hacer para resolver la situación.

Los miró un largo rato, alternando su vista entre la cara sonriente de Javier y la de Palermo. Mientras masticaba, dijo con total seriedad:

— ¿Ustedes están en pedo?

Javier y Palermo dejaron de sonreír y se miraron entre sí. El corredor de Red Bull volvió su mirada al primero de Alfa Romeo.

— Eh… no. De verdad, te decimos que podría llegar a funcionar y Pablo podría arreglar las cosas con Scaloni, y viceversa. Que se sinceren el uno con el otro.

Javier se encogió de hombros, era lo más honesto que podía decirle. Román arqueó una ceja, dejando el bowl de lado para juntar sus manos.

— Mira, Javier. No me sorprende que Pablo esté enamorado de Scaloni. Yo ya lo sabía, porque lo estuvo toda su vida y recién ahora está pudiendo aceptarlo.

Se acomodó en la silla.

— Yo no sé si esa solución podría llegar a hacerle bien. Digo, nomás.

Javier suspiró fuertemente.

— Román, no creo que haya otra solución, es eso o todo explota el sábado. Así te lo digo.

Román lo miró, totalmente serio. Pasó una mano por su boca y mimetizó el suspiro de Javier, como si intentara autoconvencerse de que esa idea era buena. Porque no había otra forma de que Pablo estuviera bien.

Unos segundos pasaron, incómodos, donde Román parecía meditar muy bien el planteamiento. Hasta que dijo:

— Bueno, solo queda convencer a los otros para que nos ayuden, supongo. ¿Les dijiste a Messi y al Kun?

— Obvio.

— Bueno, a meterle entonces.

Javier sonrió y chocó las manos con Palermo.


— De ninguna manera, Javier.

Dijo el corredor de ojos claros, mientras secaba con una toalla el sudor de su frente. Walter estaba junto a Roberto Ayala, ambos corredores de Alpha Tauri entrenando en el gimnasio del hotel. Javier arqueó sus cejas, sorprendido ante la respuesta del hombre.

— Pero, ¿por qué no?

— No voy a participar en esa payasada típica de pendejos de secundaria. Es infantil.

— Walter…

Dijo Roberto, casi en un tono que usa un padre para retar a un hijo. Javier frunció el ceño mientras lo miraba trabajar sus anchos hombros.

— No, al contrario. Es la única solución para que tu amigo y mi amigo se lleven bien de nuevo.

— Dejá de insistir, enano. Ya te dije que…

— ¡¿Enano?!

Javier abrió la boca ante aquella ofensiva palabra, sabía de su tamaño pero tampoco era para que lo insultara. Roberto se paró entre medio de ambos hombres, sonriendo avergonzado ante el vocabulario de su compañero y amigo.

— Javier, perdoname. Dejame un segundo con él.

Le pidió mientras juntaba sus manos como un rezo. Javier suspiró y se alejó unos metros de aquellos compañeros, los miró a la lejanía discutir algo en voz baja. Luego, vio como Walter se levantó del aparato y se acercó a Javier, como perro con la cola entre las patas.

— Disculpame, loco.

Javier lo mira de arriba hacia abajo con el ceño fruncido, aunque terminó cediendo.

— No pasa nada.

Pasaron unos segundos y Walter frunció su nariz, evitando mirarlo, como si realmente le estuviera costando decir lo que iba a decir. Hasta que por fin:

— Decime que tenemos que hacer.

Ahora Javier sonreía.


Al día siguiente, Pablo se encontraba frente al espejo, contemplando el grosor de su barba. Si iba a hacer cambios, los iba a hacer en serio.

A la mañana ya se había ocupado de uno, el peluquero de Mónaco se encargó de dejarle el pelo bien corto y prolijo. Quería dar otra impresión, sentía que su cabellera parecida a la de tarzán no le daba una buena imagen. Por lo que ahora veía su reflejo y no reconocía a la persona que estaba enfrente suyo. 

Pasó una mano por el costado de su cabeza y se sintió extraño al no poder tirar de su pelo, luego dejándola posada sobre su nuca. Se acostumbraría eventualmente. No se había dado cuenta de la cantidad de tiempo que le había tomado el capricho de su corte anterior.

Llegó el turno de su rostro. Tomó la afeitadora y, con la cara embadurnada en crema de afeitar, la pasó muy suavemente. Era gracioso cómo ahora podía ver los límites de su rostro con más facilidad.

Mientras se afeitaba y le prestaba más atención que de costumbre a su pelo, demasiado corto para su gusto, escuchó fuertes golpes en su puerta. Se exaltó un poco, y al tener la afeitadora en mano, le preocupó haberse cortado. Aguardó unos segundos, esperando la sangre. Cuando no apareció, contestó en voz alta:

— ¡Ya va!

Terminó de repasar su rostro, intentando no cortarse en  medio. Se puso una muda de ropa lo más rápido como pudo, porque después de ducharse no tenía puesto nada más que una toalla en las caderas. 

Antes de contestar, contempló su rostro. Se sentía otra persona, tenía un aspecto más jóven. Capaz eso era lo raro.

Cuando abrió la puerta, dejó ver a Messi junto a su inseparable amigo y compañero, el Kun. Frente a él estaban los chicos de Mercedes-Benz. Las joyas en bruto de la Fórmula 1. 

Ambos jóvenes abrieron los ojos, sorprendidos al ver su pelo y barba corta, pero no mencionaron nada al respecto. Intentaron pilotear su asombro lo más que pudieron.

— Eh… Pablo, ¿cómo andás?

Lo saludó el chico de Buenos Aires. El rosarino lo miraba con una sonrisa, su pelo tocaba sus hombros y se movía cuando veía al Kun. Le daba gracia la dupla que hacían, uno era más extrovertido que el otro, pero se complementaban de cierta manera. 

— Hola, chicos, ¿todo bien?

— Si, si, todo bien por acá. 

Contestó apurado el Kun de parte de ambos, le hacía un poco de ruido que ambos lo miraran tan sonrientes, era como ver a gemelos maquiavélicos a punto de realizar algo que terminaría con daños colaterales.

— ¿Les puedo ayudar en algo?

— Eh, veníamo’ a pedirte un favor.

Ahora fue Messi quien habló.

— Si, decime.

— Necesitamo’ que vengas con nosotros, e’ por algo del sábado.

Los miró totalmente extrañado y desorientado. Miro a Messi, luego al Kun, después a Messi y de vuelta al Kun. Con una sonrisa un poco incómoda, preguntó.

— ¿No- no puede ser acá? Digo, si es tan importante.

— No, no. Tenés que acompañarnos.

Insistió Sergio. Volvió a mirarlo extrañado y suspiró. Veía las sonrisas en los rostros de ambos chicos, no pudo encontrar una forma de decir que no, tenía una debilidad con los dos. A veces sentía que era como verse a su yo de más joven, lleno de ilusiones, sueños y aspiraciones. 

— Bueno, dejen que agarre unas cosas y voy.

Minutos más tarde, se encontraba frente a la habitación de ambos chicos, la número 505, el pasillo estaba vacío y no veía a nadie más. Había algo dentro suyo que le decía que algo en esa situación no sería para nada de su agrado. Ese sentimiento se acrecentaba mediante más miraba los marcos de aquella puerta blanca.

— Andá entrando, Pablo. Nosotros ya volvemos.

Le dijo el Kun, mientras le abría. El aire de esa habitación tenía algo que no podía descifrar, simplemente era… extraño. Él obedeció, sin chistar. No sabía por qué.

Cuando entró, se sentó en la cama doble de la izquierda, con vista al mar de Mónaco. Miró por la ventana y se quedó apoyado sobre el marco. El día estaba soleado y el sábado correrían por fin la aclamada carrera. Era jueves y sentía que podía caminar por las paredes de la ansiedad que manejaba. Sabía que la pole position le aseguraba una victoria tácita pero, todo podía pasar.


Lionel se encontraba siendo prácticamente arrastrado por Walter y Roberto hacia una habitación que no conocía, a un piso en el cual jamás había estado. Lo sostenían por el hombro y por la espalda, empujándolo para que avanzara. Su ceño estaba fruncido en confusión.

— ¿Me pueden decir a dónde carajo me están llevando, loco?

— Es sorpresa, gringo. 

Dijo Roberto mientras ahora tomaba su brazo con algo de fuerza. Él se dejaba llevar porque, lamentablemente, toda esa situación picaba su curiosidad y quería saber de qué se trataba toda aquella pequeña intervención tácita.

— Bueno, pero mínimo diganme algo para saber que vamos a hacer.

Ahora se encontraba parado enfrente de la habitación 505, no sabía ni de quién era y qué era lo que había dentro de ella. 

— Lo que vas a hacer.

Dijo Walter sonriendo. El hombre de pelo negro abrió la puerta rápidamente y se aseguró de que Lionel entrara, quien al estar desorientado, no opuso resistencia alguna.

La puerta se cerró detrás suyo para luego escuchar un ruido de llave, abrió sus ojos sorprendido. Frunciendo el ceño, se dio vuelta para intentar abrir la puerta tirando del picaporte, pero estaba totalmente cerrado. 

Lo habían encerrado.

— Loco, abran la puerta.

Siguió insistiendo con el picaporte y unos golpecitos sobre la puerta, hasta que escuchó una voz detrás suyo, una voz que conocía como la palma de su mano. 

Una voz que había estudiado toda su vida, y a la que ahora le temía tanto como un niño le teme a la oscuridad. Se congeló en su lugar y sus mejillas ardieron por la cantidad de sangre que fue a parar a su rostro. 

— ¿Qué mierda hace’ acá?

Pablo, el hombre que le daba nombre a la culpa que sentía desde que tenía uso de memoria. Se dio vuelta para mirarlo y su corazón evadió un latido al ver tanto su pelo como barba cortos. Parecía otra persona.

No van a salir hasta que no se arreglen los dos, Lionel.

Dijo Walter a través de la puerta y una segunda voz apareció también, era Román. Su atención se fue hacia las voces contrarias.

Y olvídense de salir porque los vamos a volver a meter, quieran o no. Salen de acá arreglados o directamente no salen.

No nos importa si tardan hasta el sábado, Pablo.

Ahora fue Saviola quien habló. Pablo, dando pisotones, se acercó hacia la puerta y la golpeó.

— Javier, la puta que te parió, ¡sacáme de acá!

— ¡¿Qué es esto, una intervención?!

Levantó su voz, ignorando a Pablo, quien se veía igual de molesto que él.

Hablan o no salen.

Dijo alguien más, cuya voz no reconocieron al instante, pero se podían imaginar quienes eran las personas detrás de todo. No podía creer que tanta gente se había complotado para ponerlo a él y a Pablo en un mismo lugar sólo para que hablaran. Iba a matar tanto a Walter como al ratón por haberlo metido en esa situación.

Cuando las voces cesaron afuera, ambos se miraron entre sí. Las emociones que ambos pares de ojos destilaban eran totalmente opuestas. Pablo parecía verlo con bronca, incluso odio, y lo entendía, realmente se había portado como un reverendo hijo de puta y la situación no daba para más.

Él, en cambio, estaba cagado hasta las patas. No sabía cómo afrontar el hecho de que debía hablar con Pablo y contarle todo sin filtro alguno. ¿Cómo lo haría?

Pablo lo miró unos segundos más con su ceño fruncido. No le dijo nada, solo lo rodeó y procedió a encerrarse en el baño, dando un portazo. Cerrando sus ojos, suspiró fuertemente. No tenía ganas, de verdad que no. Si pudiese elegir entre hacerlo y no hacerlo, su respuesta era más que clara. 

Ahora no tenía opción alguna.

No le era posible ver al hombre más bajo, pero gracias a la sombra que se proyectaba por debajo de la puerta, podía entender que estaba sentado contra la madera. Golpeteo la puerta varias veces con un poco de fuerza, aparentando parecer fuerte e intentar tener control sobre la situación.

— Pablo, abrí.

Vos llegas a entrar acá y nos agarramos a las trompadas.

— Dale, sorete. Abrí que me quiero ir a la mierda de acá.

Un golpe en la puerta lo hizo sobresaltarse.

¡¿Vos creés que yo quiero estar acá, culiado?! ¡Me tené’ podrido vo’ con tus idioteces, con tus idas y vueltas y con el biri biri!

Frunció las cejas. El silencio que le siguió después asumió que era para tomar aire o procesar lo que estaba diciendo.

Se te nota de acá a la China que no te importa y nunca te importó una mierda lo que me pasa, guampudo.

Con una mano pegada contra la puerta, la subió hasta el picaporte, dejándola apoyada ahí. De todas formas, no pudo encontrar la fuerza para acortar la distancia que una puerta imponía entre ambos.

— Pablo, dejame pasar…

Insistió, con una voz agotada de antemano.

No, sinceramente hacete culiar, Lionel.

Pudo escuchar un sorber de nariz, si estaba llorando era total y enteramente su culpa.

Ojalá nunca te hubiese conocido.

Cada palabra era una daga filosa dedicada solo para él. Pablo dejó de hablar, pretendiendo que esa fuera la última palabra que hablarían entre los dos. No daría su brazo a torcer. 

Lionel sí, porque por más que quisiera que aquello terminara, quería que fuera de la manera que tenía que ser. Y sabía que a Pablo le dolería saber todo como lo fue en un principio.

— No pretendo que me escuches, pero si querés saber realmente por qué llegamos a este punto, te conviene hacerlo, ¿sabés?

No hubo respuesta alguna de parte del hombre más bajo que él. Suspiró y se arrodilló frente a la puerta, esperando a que lo estuviera escuchando.

— ¿Vos te acordás el día que te conocí?

Silencio. Podía escuchar los pájaros cantar afuera de la ventana y las olas chocar. Tomó aire profundamente, intentando encontrar valentía donde no había. Tenía miedo. Soltó un poco más de aire, sintiendo su aliento caliente chocar contra la madera.

— No sé si vos te acordás, pero yo sí. No me olvido más.


Su llegada a una escuela nueva había sido bastante divertida. Recibió muchos regalos de parte de compañeros de segundo grado, saludos de maestras, e incluso fue tan afortunado de recibir un beso en el cachete de la chica que le gustaba. Fue lindo. 

Lo que no era lindo era saber que ya no encontraría esas cosas en su día a día y que ahora solo habitaban en los pliegues de su memoria de apenas unos siete años. 

No le divertía el hecho de tener que mudarse, era raro empezar de nuevo, aunque mucho no podía hacer al respecto más que acomodarse a su nueva vida en la ciudad de Río Cuarto, en Córdoba.

El colegio La Merced lucía su imponente fachada de paredes blancas con techos de chapa verdes, él aparentaba fiereza con su corte de pelo con forma de bowl, famoso gracias al artista Carlitos Balá, usando su camisa blanca con corbata a cuadros azules y rojos.

Pero muy dentro suyo, y algo que jamás le admitiría a nadie, incluso a él mismo, sentía miedo. Se notaba en la manera en la que se aferraba a su mochila, que se asemejaba a un portafolio, de cuero marrón y hebillas de oro desgastado, heredada de su hermano.

Veía a todos los niños uniformados, junto a sus padres trajeados y madres con pintalabios de tonalidades varias de carmín, entrar correteando a minutos de que sonara la campana, que marcaba el izamiento de la bandera. 

Miró a su madre, quien llevaba puesto su uniforme de maestra jardinera, una especie de guardapolvo gigante. Su rubio cabello pomposo, que apenas caía sobre su hombro, era iluminado por el sol que aparecía de costado, dándole una semejanza al oro. 

La miró de una manera que solo ella entendió, y su expresión de preocupación de si su hijo llegaba tarde, se suavizó cuando en sus ojos apareció un brillo particular. Lágrimas comenzaban a formarse en sus ojitos.

Su madre, entendiendo lo que le sucedía, se puso de cuclillas para quedar a su altura y pasó una mano por su suave cabello para terminar en su cachete, ella suspiró.

— ¿Qué pasa?

Le preguntó suave, pudo escucharla pese a los gritos de los niños. Miró la puerta de entrada, varias maestras saludaban a los niños con una mano o un abrazo. Volvió su cabeza hacia ella, ahora las lágrimas eran más notorias. 

— Tengo miedo.

Le susurró, como si fuera un secreto que no debía develar. Ella dejó con suavidad su mochila apoyada en la vereda, acomodó su pequeña corbata y levantó sus ojos para mirarlo.

— Hijito, ¿vos confías en mí?

Asintió.

— No tenés por qué tener miedo, si sos un nene muy valiente. ¿Te acordás esa vez en lo de la nona que tu hermano no pudo matar esa araña?

Él asintió, ahora riendo al recordar la vez que se había quedado solo con su hermano en la casa de su abuela, en pleno campo. Ella había ido a comprar al almacén una polenta para comer en pleno verano, decía que al levantar la temperatura corporal daba calor y que al sudar, el fresco se pegaba al cuerpo. 

En el interín de esperar a su abuela, una araña pollito apareció en el living. Mauro no pudo matarla porque terminó lloriqueando y trepado a uno de los brazos del sillón, y él… no la pudo matar, la sacó con un vaso junto a un cuaderno al patio. Estaba blanco como el papel, pero lo hizo igual. Mauro, a modo de agradecimiento, le terminó comprando una tita con sus ahorros y su abuela, por su valentía, le sirvió tuco demás en la polenta.

— Si, era enorme.

Dijo sonriendo, las lágrimas desaparecían de a poco. Su madre sonrió.

— ¿Ves? Si pudiste con una araña, podes con la escuela, mi amor.

Ella tomó su mano, envolviendola con su calor y cariño maternal, y ahí, en medio de una muchedumbre de niños ansiosos por el primer día, se sintió seguro por primera vez en el día.

— Y acordate de pedirle a Dios por un amigo tan bueno como vos, que siempre te está escuchando, ¿si?

Su madre levantó su meñique y él entendió, estaba por pactar una promesa. Lo hizo. Le divertía un poco la diferencia del tamaño de su meñique con el de su madre, lo hacía sentir que estaba protegido de alguna manera.

La campana sonó, gritos de niños desaforados se escucharon por todos lados. Su madre se levantó de donde estaba, besó su frente y acarició su pelo.

— Vas a estar bien, Leo. Sos fuerte.

La miró atento con unos ojos bien abiertos, y asintió. Sentía que tenía que ser un niño grande al cruzar las rejas del mismo color del techo, que de hecho así fue. Su madre lo despidió y mientras se alejaba, él también. 

Se topó con la gran puerta de vidrio y mientras cruzaba el umbral, sostuvo un poco más fuerte las tiras de la mochila encuerada. Miró sus zapatos de charol, lustrados para aquella ocasión especial como lo era el primer día en una escuela que desconocía totalmente, y avanzó.

Fue hacia la formación, donde asumió que debía ir. Tercer grado. Era uno de los más altos. Dejó la mochila en sus pies y se acomodó en la fila para cantar la aurora a las ocho en punto. Quedaba muy atrás para ver quienes eran los encargados del izamiento de la bandera, pero se veían como niños del grado más alto.

Aprovechó ese momento de paz donde en los parlantes de la escuela sonaba la voz de aquella mujer para cerrar los ojos con mucha fuerza, juntar sus manos delante suyo disimuladamente y hacer lo que le había pedido su madre. 

Pidió por un amigo, uno tan bueno como lo más bueno que había conocido en su vida, su perro Negroni. Pidió por alguien que lo quisiera tanto como él quería a su madre. Pidió por-

Un empujón lo sacó de su momento de rezo y abrió los ojos, frunciendo el ceño, buscando al responsable de la interrupción de su paz. Cuando lo encontró, sintió algo similar al miedo. O miedo era como podía catalogar ese sentimiento en la boca de su estómago y calor en el rostro.

Un niño con el mismo corte que él, nada más que un flequillo más corto y cabello más claro que el suyo. Llevaba puesto el mismo uniforme, notó que era mucho más bajito que él. Lo que terminó de llamar su atención acerca del niño era aquel pequeño lunar en su rostro, que cuando lo vio de frente y su cara se llenó de preocupación, se vio mucho más lindo.

— Perdón.

Susurró el niño, aparentemente de primer grado. También llevaba la mochila puesta como él. 

 


Yo no sé si este amor es pecado

Que tiene castigo

Si es faltar a las leyes honradas

Del hombre y de Dios.

 


Y no le dijo nada más. El niño sin nombre se fue hacia la fila de su grado y desapareció entre la multitud de niños bien formados.

Se quedó con los cachetes colorados, un corazón galopante y sentimientos que había conocido pero difícil de catalogarlos a una temprana edad, más con un niño. Y se preguntó qué tan afortunado era para que Dios lo haya escuchado tan rápido.

Necesitaba que ese niño fuera su amigo.


Carcajadas se podían escuchar en los rincones de las nevadas sierras cordobesas. Era julio, plenas vacaciones de invierno y las familias de Pablo y Lionel habían concordado de que sería buena idea que ambos niños pasaran aquellas cortas semanas en la casa de campo de Pablo, allá en La Cumbrecita. 

Ambos niños, de diez y once años, se encontraban corriendo por las calles de tierra, humedecidas por la nieve que cubría casi todo por completo. El cielo estaba totalmente cerrado por nubes espesas, y de ellas caían copos de nieve.

Pablo llevaba una campera roja que lo hacía resaltar entre tanto blanco, guantes y un gorro de lana negro. Él, en cambio, tenía puesta una remera azul, un pantalón negro y un gorrito gris, que lo hacía combinar en el frío invernal.

Las huellas de los pares quedaban marcadas con cada pisada que daban sobre las calles. Corrían, iban, venían, jugaban a atraparse, todo con carcajadas de por medio. Hasta que en un momento la nieve, que caía suave pero constante, comenzó a intensificarse, viéndose ambos niños obligados a refugiarse del frío.

— Uy, ¡vamos que nos va a retar si no volvemos!

Gritó Pablo, con los cachetes colorados por haber corrido tanto y los ojitos entrecerrados por el brillo de tanto blanco. Se acercó hacia él y comenzaron a caminar muy lento. Una alarma se encendió dentro de su cabeza al darse cuenta que no tenía ni la más pálida idea de donde estaban.

— Pablo, no veo nada.

Le dijo, algo asustado. No era muy fácil ver entre tantos copos que cubrían ambas vistas, por lo que Pablo sin decir ni dudar mucho, enmascarando su vergüenza con el carmín de sus mejillas, tomó su mano y comenzó a guiarlo. 

Intentó no pensar demasiado al respecto, no es común que los amigos varones se tomen las manos seguido… En realidad, no es común que los amigos varones se tomen las manos en general. 

 


Sólo sé que me aturde la vida

Como un torbellino

Que me arrastra, me arrastra

A tus brazos en ciega pasión.

 


Lo que sí notó, y que algo le preocupó, fue que ese tacto de su amigo, algo mediado por telas gruesas, lo calmó e hizo sentir seguro. No era un niño miedoso, lo sabía. Pero a veces le ganaba el miedo como a cualquier niño. Y ahí es cuando recordaba las palabras que su mamá una vez le había dicho, calmando un poco sus niveles de temor. Con Pablo se sentía seguro.

Caminaron algo parecido a lo que serían cuatro cuadras, aunque allí en el campo era difícil medir en cuadras. Llegaron a la casa de Pablo. Normalmente él iba a la casa de los Aimar cada verano para pasarlo con ellos, nadaban en el río, comían helado, jugaban en su pileta o hacían cualquier cosa, siempre juntos. Pero este invierno los padres de Pablo habían decidido que lo iban a pasar allí, por lo que él ligó una invitación.

Nunca le había prestado tanta atención, pero en invierno la casa se veía distinta a como lo hacía en verano. Tenía pinta de cabaña con aquellas maderas oscuras decorando algunas paredes. 

Al lado, había un porche bien cuidado, con un techo también de madera junto a una gran chapa azul, que se repetía en el mismo techo de la casa. Varios grandes ventanales con marcos amaderados que daban al enorme patio, o vasto campo, dependiendo como se mirara. 

Un farol que quedaba prendido de noche decoraba el costado de la casa. El mismo costado tenía una puerta que, para la sorpresa de nadie, era de madera, con un gran vidrio que dejaba mirar hacia el lado del patio/campo, se abría de dos en dos. Lo que más le daba aspecto a cabaña era aquella humareda constante que salía por la chimenea, ahora encendida.

Las sillas decorativas, los varios algarrobos y terebintos del patio y todo lo que no estuviera cubierto por un techo o parecido, estaba pintado con un espeso manto blanco. Ahora sus pisadas eran más profundas, la capa de nieve empezaba a ser más gruesa, pero por suerte ya habían llegado a la puerta.

Pablo probó abrir la puerta de enfrente pero fue en vano, tuvieron que rodear la casa y pasar por el porche para entrar por la puerta del costado. Esa si estaba abierta. 

Mary, la madre de Pablo, que se encontraba preparando el desayuno, los vio entrar. Narices coloradas por el frío, zapatillas algo mojadas y ropa cubierta de nieve que con el calor interno comenzaba a derretirse, mojándose también. Incluso pudo ver un leve tiritar de ambos niños.

— ¡Pablo, Dios mio! 

La madre de Pablo dejó todo para posar sus manos en sus caderas, claramente enojada. Pablo, en cambio, frunció su ceño en disgusto, sabía lo que se le venía. Vehemente, aclaró.

— ¿Qué te dije de salir desabrigado? Se me van a enfermar los dos juntos y vamos a tener que salir a comprar medicamentos que salen una fortuna.

— Perdón, mami.

Dijo en un susurro, mirando a su madre con sus ojos avellana, que parecían más grandes de lo normal. Al ver esa expresión de perrito que acababa de tirar un plato, su corazón dio algo similar a un vuelco. No le prestó mucha atención a esa reacción de su cuerpo, no significaba nada.

La madre de Pablo pareció apiadarse de su hijo con aquel gesto, por lo que se paró en sus cabales antes de seguir retándolo, suspiró y dejó las cosas del desayuno a un lado. Apoyó ambas manos en sus rodillas, mirando a su hijo.

— Vayan a cambiarse por algo más abrigado, Pablito. Y sientense al frente del hogar que ya está el desayuno.

Ambos se miraron, muy sonrientes, y fueron directo a la habitación compartida para cambiarse. La pieza en donde los dos dormían estaba decorada nada más y nada menos que con cosas de carreras.

Tenía sobre la pared empapelada a rayas amarillas verticales, recortes de Juan Manuel Fangio del diario, de revistas. Fotos de Ferrari y autos varios. Tenía estantes con una colección de autos viejos perteneciente a su padre que, por supuesto, no se le dejaba ni tocar, ni jugar ni romper, solo mirar.

Las dos camas con respaldos de madera, antes separadas por una mesa de luz, estaban ahora juntas. Los acolchados blancos bien tendidos hacían parecer a ambas camas una sola. 

Pablo llegó a su valija y sacó un sweater tejido color bordó junto a un pantalón. Su amigo comenzó a sacarse la campera, luego el buzo que llevaba abajo. Él no sabía para donde ver, porque justo a donde estaba parado Pablo, estaba su bolso con todas sus cosas. Su corazón latía más rápido de lo normal.

A Pablo jamás lo había visto con pocas cosas encima, salvo en el verano donde usaba traje de baño pero, eso es distinto. Le daba demasiada vergüenza la situación, más porque la voz no le salía. El menor paró al estar en remera. Se dio la vuelta para mirarlo y, algo colorado, le dijo.

— ¿Podés mirar para otro lado?

Sacando el pelo algo ruludo al frente de su cara, señaló su bolso. Ahí recién pudo hilar una frase.

— Necesito sacar mis cosas.

— Ah, si.

Pablo, todavía colorado, se apartó y lo dejó sacar lo indispensable. En un tácito acuerdo, terminaron cambiándose en la pieza, sin mirarse uno al otro, incómodos.

Apenas terminaron, renovando los aires de incomodidad. Salieron para sentarse enfrente al hogar prendido, sobre un sillón colorado junto a una mesa ratona, hecha de un pedazo de árbol cortado a la mitad. La madera flameaba y el suave crepitar de ella ponía a los niños en un trance. Cuando se sentaron, pasos se dirigieron hacia ellos y la madre de Pablo dejó dos tazas de submarinos calientes.

Los niños saltaron de felicidad mientras intentaban no volcar las tazas. Mary los miró enternecida ante las reacciones tan infantiles. La hermana de Pablo, Laura, salió por la puerta que daba al living, bostezando en su pijama.

Él y Pablo, al haberse calmado, comenzaron a tomar de sus tazas humeantes con cuidado. Sus caras se contrajeron en asco al mismo tiempo, no habían revuelto el líquido, por lo que el azúcar y el chocolate semi derretido se quedaron abajo. Se miraron uno al otro, para así terminar carcajeando. Entre medio de las risas, Pablo le pidió a su madre:

— Mami, ¿nos traés cucharas, por favor?

Ella, sonriendo, hizo lo que su hijo le pidió. Ahora sí, revolvieron el líquido y comenzaron a tomar de sus respectivas tazas. Pablo estaba demasiado atento a él y su cara, por lo que frunció el ceño, alejando la taza de su cara.

— ¿Qué?

Pablo carcajeó.

— ¡Tenés bigote de chocolate!

Le dijo, mientras dejaba su taza a un lado para señalar su cara, una línea de un color chocolate claro se posaba sobre su labio superior. Él pasó su lengua por ahí, también riéndose. Los dientes de ambos tenían diferentes tamaños, todavía sufrían de la caída de los dientes de leche, por lo que sus paletas eran más grandes que otros dientes, tenían aspecto muy aniñado todavía. Y se comportaban como tal.

— ¡Vos también!

Le mintió a Pablo, quien frunciendo el ceño, comenzó a lamer también su labio superior.

— ¿Ya está?

Preguntó, y él volvió a mentir.

— No, te faltó acá.

Se señaló la punta de la nariz mientras Pablo, crédulo, intentaba lamer el lugar indicado mientras él reía. El menor, ahora frunciendo el ceño, dejó de intentar al darse cuenta de que era un chiste.

— ¡Qué mentiroso que sos, Lionel!

Lo empujó, pero eso sólo desató una pelea amistosa entre ambos amigos, donde carcajearon hasta que les dolió el estómago.

Y pudo decir que, al lado de su amigo, se sintió seguro. De nuevo.


Sábado, 1993. Una campanita sonó al son de una puerta siendo abierta, y por ella entraron un Pablo y un Lionel de quince años. Ambos vestían remeras con estampas y bermudas de jean. De fondo, dentro del local, sonaba por lo bajo “Mojada” de Vilma Palma e vampiros. Hacía calor pese al aire acondicionado del lugar. 

Era finales de noviembre y el lugar estaba abarrotado de adolescentes, todos querían el nuevo CD de Jamiroquai. Ambos amigos no eran tan fans de él, pero desde que habían conocido que el cantante era fan de Ferrari, no pudieron decir que no a la nueva adquisición. 

Bueno, más bien Pablo, quien tenía el reproductor de CDs, no pudo decir que no, y él, al ver la cantidad de gente que había, se estaba arrepintiendo de haberle dicho que sí a acompañarlo. Pasó una mano por su cara, frustrado e incómodo por el reducido lugar.

— Pablo, está hasta el culo. Vamo’ a otro lado.

— Ni en pedo me voy sin tener el disco, Lionel. Ya te dije.

Soltó un gruñido mientras tiraba su cabeza hacia atrás, farfulló un “no te lo puedo creer” entre dientes. Pablo, quien lo había escuchado bien, entrecerró sus ojos para verlo con el ceño fruncido y preguntarle:

— ¿Qué dijiste?

Ahora, él lo miró con el ceño fruncido. Estaba de bastante malhumor, hacía calor húmedo gracias a la ciudad de concreto, habían caminado toda la cañada para llegar al centro, estaba lleno de gente y Jamiroquai no le gustaba tanto como para realizar aquel esfuerzo en pleno verano. Por eso, le contestó molesto.

— Dije que no te lo puedo creer, Pablo. Hacen cuarenta y cinco grados afuera y acá adentro una mínima de treinta, hay una bocha de gente con olor a culo que quiere el mismo puto CD que vos. Y yo ya te había dicho que mi primo te lo puede grabar gratis, porque ya sabía que íbamos a tener que hacer esta fila de mierda en este sucucho que siempre está lleno y no me escuchaste

La mirada de Pablo se tornaba cada vez más enojada. Con cada palabra que soltaba, su arrepentimiento crecía más y más, pero iba a terminar.

— Pero igual vine acá a este lugar en la loma del culo para acompañarte y cumplir este capricho pelotudo tuyo.

Dijo sin filtro alguno y casi sin parar mientras apoyaba su dedo sobre el pecho del menor. Pablo se quedó en silencio mirándolo, ahora sin expresión. Y sin agregar más nada, salió del lugar. Lo vio irse entre la multitud. Había sido demasiado honesto.

El calor y la insistencia de Pablo sacaban lo peor de él.

— La re puta madre.

Masculló, de nuevo, entre dientes. Entre los ventanales del lugar, pudo ver a Pablo sentado en la vereda cruzado de brazos y mirando hacia la cañada. Luego, vio la fila que había para comprar el CD de Jamiroquai, no quedaban muchas personas y copias de ese CD, menos.

Minutos más tarde, salió del comercio y se sentó al lado de Pablo, con una mano en su espalda. El menor le dio vuelta la cara.

— Pablo.

— Te fuiste a la mierda, pelotudo.

Le dijo molesto, sabía que la "pe" la había dicho en mayúscula, por la manera que había acentuado la letra.

— Pablo…

— Ni se te ocurra hablarme.

Replicó al instante, realmente se había enojado.

— Date la vuelta, Pablo.

— Hasta que no me pidas perdón, no lo hago.

Y hubo un silencio entre los dos, donde se escucharon los autos manejando por la cañada y la gente charlando por la vereda. Suspiró fuerte, intentando tener paciencia con él. 

— ¿Y si te doy esto cuenta como perdón?

No pudo evitar la sonrisa que se estaba formando en sus labios mientras veía de costado el puchero que el menor estaba haciendo. 

El menor, con su ceño fruncido, giró su cabeza y él, al mismo tiempo, sacó de atrás de su espalda el CD blanco de Jamiroquai. Vio como los ojos de Pablo tomaron de nuevo su brillo natural y una sonrisa apareció en su rostro. Su lunar se lució. 

— Regalo de cumple.

Sonrió de costado, haciéndose el canchero. Pablo lo tomó, casi arrancándoselo de las manos.

— Y tu perdón.

Le dijo el menor, frunciendo su ceño acompañado de una sonrisa. Él rodó sus ojos.

— Si, ponele…

Ambos rieron, mirándose sonrientes. En un momento, demasiado breve, pudo notar como los ojos de Pablo fueron hacia sus labios. 

Fue muy furtivo como para pensar siquiera que significó algo. Pero, ¿había sido así? o, ¿era solo su cabeza que quería ver cosas en donde capaz no las había?

 


Es más fuerte que yo

Que mi vida, mi credo y mi signo

Es más fuerte que todo el respeto

Y el temor de Dios.

 


No era ninguna novedad decir que Pablo era un chico lindo. Hermoso, si se quisiera decir. Se había dado cuenta en el auge de su adolescencia cuando las chicas empezaron a comportarse distinto alrededor de su amigo. A él se le acercaban, pero a Pablo se le tiraban. 

Cada vez que se juntaban en una casa de amigos en común y habían chicas, algo que desde el principio había sido así, Pablo terminaba siendo obligado a chapar en una de las esquinas del lugar. Y él, cada vez que eso pasaba, terminaba de malhumor. 

La razón era obvia para los ojos que quieren ver, y para los que no, era solo envidia.

A veces, cuando accidentalmente pasaba cerca de cuando se encontraba besando a alguna de sus compañeras de grado, se preguntaba cómo sería besar a Pablo. ¿Pondría sus manos en su rostro como hacía con cada chica? ¿Lo sostendría igual de suave? ¿Batiría sus pestañas como una mariposa de la emoción? ¿Le preguntaría qué le gustaba o instantáneamente sabría cómo le gustaba ser besado?

Dios, que puto.

Y ahí estaba ese pensamiento. Le molestaba recordar las palabras de su padre cada vez que tenía ese tipo de pensamientos, diciendole: No sé por qué seguís siendo amigo de ese maricón. Lo mandaba a cagar… mentalmente, por supuesto. Porque él mismo lo era. Medio que le chupaba un huevo lo el homofóbico de su padre tuviera para decir respecto a lo que a él le gustaba. Era un pelotudo. 

Y todas las veces que estaba junto a Pablo en presencia de su padre, recibía esa mirada reprobatoria, algo que jamás dejaba a Pablo que presenciara con sus propios ojos, porque terminaría sintiéndose culpable por arrastrarlo a algo que no tenía nada que ver.

Por eso, jamás se había sincerado con su amigo respecto a lo que sentía. No era un desviado como él. A su amigo le gustaban las chicas, claro estaba.

A él, en cambio, las chicas no le producían mucho sentir. Había dado algún que otro beso, pero se sentía… incómodo. Escuchaba a sus compañeros hablar de las chicas que les gustaban y absolutamente todas esas cosas las sentía con Pablo.

Cada vez que estaba con él, sentía un aire fresco en su pecho, su sonrisa se ensanchaba y los cachetes le terminaban doliendo por tanto reír.

Tenía siempre ganas de pasar tiempo con él, aunque fueran solo unos minutos. Siempre tenía alguna que otra excusa para visitarlo solo con tal de verlo.

Notaba ese aceleramiento de su corazón cuando Pablo le hablaba, llamaba o incluso lo miraba. Escuchar su nombre de aquella boca le daba escalofríos en la espalda.

Buscaba cualquier excusa que tuviera para poder tocar su piel, incluso si era algo como sacarle una pestaña posando sobre su cachete. Tenía una piel que se asemejaba a un algodón. 

Se encontraba constantemente pensando en él, en sí le gustaría algún regalo o qué haría él si estuviera en su situación. 

O cuando pensaba en esas pestañas, en esos labios o en ese lunar, era imposible contener ese inevitable suspiro que conllevaba tener presente al menor constantemente en su cabeza. Tendría que pedirle plata del alquiler de su mente la próxima.

A través de los años, sus sentimientos hacia su amigo se habían tornado cada vez más serios, y ya no era solo un gustar a secas. Había mutado a un gustar gustar.

Le gustaba demasiado Pablo.

Por eso, cuando vio los ojos de él mirar sus labios unos milisegundos, hubo un rayo de esperanza respecto a la incorrespondencia de sus sentimientos. Entonces, decidió probar algo. Posó su mano en el hombro de Pablo y apretó con un poco de fuerza.

— ¿Y qué onda esta chica del colegio? eh, ¿cómo se llamaba?

Un escalofrío recorrió su espalda. Se sentía demasiado bien tocar a Pablo, incluso si era por encima de la ropa.

— ¿Quién, Nati?

Ese nombre en específico y esa chica en específico despertaron una repulsión en él. La conocía de vista y por comentarios de sus compañeros. Y si, la había visto, era un año más grande que su amigo, tenía un largo cabello pelirrojo, era de la otra división de su curso y siempre estaba intentando llamar la atención de Pablo. Era molesto de ver, hasta penoso inclusive. 

No era fea, solo le parecía que tenía unas tetas asquerosamente gigantes para su edad y la mayoría de los chicos de su curso, habían dicho alguna que otra cosa acerca de eso. El jamás había dicho algo respecto a ella pero, para no quedar como un maricón enfrente de sus amigos, porque lo era, siempre decía que era más de los “culos”.

Nunca especificaba el de quién, pero el de Pablo estaba en la primera posición del podio.

Sacó su mano de su hombro y disimuló su asco con una sonrisa.

— ¡Si! Nati, ella.

— ¿Qué tiene Nati?

— Nada, solo… quería saber si te estabas tomando en serio esto de que te gustara.

Pablo abrió los ojos y el rojo de su rostro, colorado por el calor, se acentuó cada vez más. Y lo notó, tuvo que hacer fuerza para que su ojo no palpitara.

— ¿Qué?

— ¡Te pusiste colorado!

Su comentario no hizo más que darle al rostro contrario, más color. Pablo tenía una expresión de enojo e incomodidad. 

— ¿Qué decís, estúpido? No me gusta Nati.

¿Será…?

Se tiró para atrás mientras reía, tenía que pretender lo más que pudiera. Llevar al límite la situación, entenderlo a Pablo, y aprovechar a sacar toda la información posible ya que, como dijo, nunca se había sincerado con él.

— Yo creo que sí, te vi muy charlatán el otro día con ella en el recreo.

Pablo entrecerró sus ojos y preguntó seriamente.

— No me creés, ¿cierto?

Arqueó sus cejas mientras sonreía.

— ¿Cómo no te voy a creer? Solo digo… tendrías que tener en cuenta cómo se siente ella, creo yo.

Hizo una pausa para palmear su espalda unas veces.

— No quiero que te lastimen, Pablito.

Ahora el rostro de Pablo se destensó, sonriendo incrédulo.

— ¿No queré’ que me lastimen, culiado?

Ambos se miraban, sonrientes. Ambas sonrisas mostraban cosas distintas pero, ¿qué sabrían ellos dos sobre qué sentía el uno por el otro? 

El menor preguntó:

— ¿Qué, te dijo algo Nati?

— Nop, ni hablé con ella. Solo me dio la sensación de que ella capaz no gusta de vos.

Pablo asintió, ahora mirando el disco entre sus manos, casi evitando mirarlo.

— ¿Te dio la sensación?

— Si, por algo que escuché con sus amigas.

Y el menor posó su lengua sobre su labio superior, mirándolo con los ojos entrecerrados.

— Ajá, ¿y qué a vos… te gusta Nati, Lio?

¿Acaso eso era una escena de celos?

— Si querés ponerlo en esas palabras…

Mintió, solo por el hecho de llevar las cosas al límite. El menor dejó de ver el CD y sonriendo, lo empujó un poco fuerte, causando una sonrisa en su rostro. Ante el suave golpe, le dijo entre dientes, intentando no reír.

— Que víbora que sos. Peor que una vieja chusma.

Ahora Pablo lo empujó de vuelta pero con un poco más de fuerza implicada. Se la devolvió. Pablo casi cae de espaldas sobre la vereda, pero lo agarró justo. Rodeando su cuerpo con su brazo acercó al chico hacia su rostro, quedando a pocos centímetros. El otro lo miraba incrédulo, pero siempre con una sonrisa. Aprovechó para sacarle el CD de la mano.

— La verdad que no puedo creer el trabajo de hormiga que estás haciendo, yo estuve haciendo lo mismo hace meses.

— ¡No estoy haciendo nada!

Dijo riendo mientras intentaba con su mano alejar el rostro cercano de Lionel, ambos rostros muy colorados.

— ¡Ay, pero está todo más que bien! Es lindo verte así, Pablito.

Y él lo miró a los labios unos milisegundos, esperando a que Pablo lo notara. Y puede que haya logrado su cometido, porque la actitud de su amigo cambió totalmente. Su rostro colorado ahora se encontraba dejando de mostrar una sonrisa juguetona.

— Eso es lo que te hacía falta para competir.

— ¿Qué?

Pablo, parpadeando, se alejó un poco más. Él se encogió de hombros.

— Y si, estuviste muy flojo estos días en el karting. 

Hizo una pausa para sonreír de costado.

— Me gusta verte tener una motivación extra.

El menor no sabía que decir, solo jugaba con sus manos, pero no apartaba la vista de él.

— Incluso si esa motivación es que me quites a la chica que me gusta.

Una ceja del menor se arqueó ante el comentario.

— Ah, o sea que todo esto es porque también te gusta gusta.

Dijo Pablo mientras arqueaba sus cejas, mostrando de nuevo una pequeña sonrisa.

— Si, me da una energía extra a mi día a día. Verla jugar al voley con…

Pablo lo interrumpió riendo, mientras acercaba su mano hacia su cara, tomando su mandíbula, haciendo que lo mirara a los ojos. Sintió su rostro palidecer y al mismo tiempo colorearse de todos los tonos, ¿era eso físicamente posible?

— Yo jamás te sacaría a la chica que te gusta, Lio. No soy de esos.

El oriundo de Córdoba aprovechó para sacarle el CD de la mano y darle un chirlo suave sobre su mejilla, dejándolo atónito. Pero no se iba a dejar ganar, por lo que tomó aquella mano para evitar alejarlo de él, quedando así muy cerca.

— Vos estás esperando a que yo me mande una cagada, ¿no? Así me ganás.

Vio como una sonrisa de costado se formó en los labios más carnosos. Le extrañaba que Pablo tuviera labios tan de mina. Era raro de ver, le provocaba cosas que ni siquiera con él mismo podía hablar. Pero, no podía mantener mucho tiempo su vista en ellos porque se ponía nervioso.

Se miraron a los ojos unos segundos más, analizando el comportamiento del otro. Como si supieran que había algo detrás de lo que hablaban, que realmente no se estaban diciendo, o que no estaban entendiendo. Porque sí, a veces él y Pablo no se llegaban a entender muy bien. 

Tenían sus momentos de desencuentro, de pelea, de no hablarse, pero no les duraba muchas horas hasta volver al camino de siempre.

Lionel se paró, extendió su mano para levantarlo. Pablo miró su mano unos segundos, y sonriendo tomó la mano. Comenzaron a caminar para volver por donde habían venido. Lionel no se sintió seguro en parte del trayecto, hasta que le tocó despedir a Pablo, quien lo abrazó un rato más de lo normal y cambió las cosas dentro de él. Se sentía peligrosamente seguro al lado de su amigo.


Luces de colores iban y venían, gente que bailaba desenfrenada, pisos llenos de líquidos varios y un cumpleañero entre la multitud. Lionel cantaba una canción de ABBA a todo pulmón. Era noche de ABBA en el boliche de Pablo y Lionel. 

Era su boliche porque entre los dos lo habían elegido como boliche a donde salir fin de semana de por medio por varias razones, primero en principal por las bebidas bien preparadas, había buena música, nadie los jodía y no les robaban, como ya había pasado en otros boliches anteriores.

En una mano, Lionel, el cumpleañero y oficialmente legal para entrar al boliche, tenía un vaso de fernet a medio tomar. Era el tercero en la noche. Y con la otra mano hacía girar a un Pablo, su acompañante y oficialmente ilegal para entrar al boliche, que estaba con otro vaso de fernet en mano. Era el cuarto en la noche.

Ambos estaban para atrás, más Pablo que Lionel, y eso que no era el cumpleañero. Con sus voces algo rotas y oídos tapados por lo fuerte de la música, bailaban enfrentados, exagerando movimientos, pasaban sus manos con el símbolo de paz por sus ojos encapotados por el alcohol, o pretendían entrar al agua tapándose la nariz. Luego de eso, carcajeaban.

Gimme, gimme, gimme a man after midnight!

Gritaba Pablo desaforado, estaba totalmente ebrio y él se reía al respecto. La estaban pasando demasiado genial en su cumpleaños. La música retumbaba en el galpón hecho boliche.

En el pase de canción y canción el menor se le acercó tambaleando para hablarle muy cerca de su oído. El menor pisó mal y él tuvo que sostenerlo.

— Uy.

Estuvo a punto de caerse gracias a haber tropezado con un vaso vacío.

— ¡Cuidado, Pablo!

Levantó la voz, riendo al mismo tiempo. Cuando se ubicó en tiempo y espacio, Pablo puso ambas de sus manos en su rostro, haciendo que lo mirara sin importar qué. El rostro contrario mostraba una sonrisa de punta a punta y ojos que le costaban enfocar una imagen clara. Las luces parpadeantes no ayudaban mucho a la ebriedad de ambos, los mareaba más.

— ¡Prometeme que vamos a tomar así para mi cumple!

Le gritó, pudo escucharlo claramente a través de la música. A sus oídos llegaban las primeras estrofas de “Lay All Your Love On Me”. Sonrió.

— ¡Es una promesa!

Tomó con suavidad la mano izquierda de Pablo y besó su meñique, como estaba acostumbrado a hacer para sellar una promesa entre ambos. Cuando la soltó, las manos del menor fueron a posar a su pecho, comenzando a cantar al son de las voces.

I wasn't jealous before we met, now every woman I see is a potential threat!

Le costaba un poco el inglés, pero las clases que estaba tomando tenían que servir de algo, ¿no? Pablo parecía más adelantado que él por la perfecta pronunciación que estaba demostrando.

And I'm possessive, it isn't nice, you've heard me saying that smoking was my only vice!

Las manos de Pablo comenzaron a bajar hacia su cintura, acercandolo de a poco. Cada palabra de la canción salía con claridad de la boca de su amigo.

¿Podía llamar amigo a alguien que se estaba comportando de aquella manera? ¿Podía llamar amigo a alguien a quien no veía como tal desde hace años?

But now it isn't true, now everything is new. And all I've learned has overturned, I beg of you!

El menor alargó la última letra en conjunto a la cantante, juntando sus manos como en un rezo, pidiendole a él, pero… ¿qué le pedía?

Don't go wasting your emotion, lay all your love on me!

Volvió a alargar la última vocal junto a la cantante, mientras lo miraba a los ojos sus manos iban cada vez más abajo, peligrosamente hacia abajo. Ahora se encontraban en la hebilla de su cinturón, atrayendo su cadera hacia la contraria. Murmuró partes de la canción, sin separarse de él. 

Pablo aprovechó y, haciendo puntitas de pie, se acercó hacia su oído para susurrarle:

Don't go wasting your emotion, lay all your love on me.

Parpadeó varias veces, ahora sí pudiendo procesar las palabras una por una, al haberlas repetido, cobraba un nuevo sentido en su cabeza. Si no había señal más clara que esa, tenía que estar genuinamente ciego. 

Volvió a mirar a Pablo, quien le sonreía con todos sus dientes casi hasta inocente. Las luces coloridas pintaban su cara de rosados, naranjas y verdes. Al notar como sus ojos color almendra absorbían los colores, mordió su labio inferior, era hipnotizante. Tuvo que acomodar su pantalón y su entrepierna, porque algo le había dado un tirón, se comenzaba a notar lo ajustado de su prenda.

Estaba demasiado ebrio y atónito como para actuar en consecuencia. Porque, además, sabía que si lo hacía, terminaría en cualquier cosa. Por eso, ya siendo las tres de la mañana, agarró contra todo pronóstico a Pablo y tomaron un taxi con dirección al Cerro de las Rosas, donde se encontraba la casa de sus padres. 

Pablo se había mudado recientemente a una nueva casa, a cuadras de distancia, pero le costaba tanto caminar a su amigo, que meterlo así en ese estado, a su hogar, sería para problema. Y no quería eso para él.

Apenas entraron, se dio vuelta hacia Pablo y le hizo con un dedo la seña de que hiciera silencio. La casa estaba completamente silente, ni la calle emitía sonido alguno. Lo único que podía escucharse era el andar del aire acondicionado de la pieza de sus padres, las pisadas y respiraciones de ambos. Solo eso. 

Era un poco difícil ver a donde iban porque lo único que iluminaban sus rostros era la cálida luz de los faroles de la calle que se colaban por las cortinas transparentes.

El menor sonrió mientras mordía su labio inferior, se veía muy tentado a hablar pero sabía que estaban los padres y hermana menor de él, y ante todo Pablo era muy respetuoso con el sueño de los demás, lo sabía bien. Entrecerró sus ojos al ver la mirada del menor, le susurró.

— ¿Qué pasa?

— Nada…

Le devolvió el susurro. Tuvo que desviar rápido sus ojos ante los de Pablo, que con solo una mirada, debía disimular la reacción de sus mejillas. La manera en la que lo estaba viendo realmente le hacía sentir cosas que no podía describir con claridad, el menor lo veía como… como si fuera la persona más linda del mundo.

Sin pensar mucho, lo tomó de la mano para guiarlo, porque ese chico ebrio era capaz de entrar a cualquier lado. Él no estaba muy bien tampoco, pero tenía que estarlo para que no lo cagaran a pedos. 

Llegaron a su habitación y el menor fue el primero en caer sobre la cama de dos plazas, con toda la ropa puesta. El cansancio le ganó por puntos extras y se acostó a su lado, con la distancia siendo bastante corta. Ambos miraban el techo. 

Con el murmullo del aire acondicionado de fondo, el sueño comenzaba a rondar entre ambos y Pablo no estaba exento de ello. Ese ruido de fondo era casi como un arrorró.

— Me duermo, Lio.

Dijo el menor en un susurro. Se dio la vuelta quedando de costado, ahora miraba a su amigo que luchaba con quedarse despierto. La conversación siguió en susurros.

— ¿Y qué querés que haga?

— No sé, la noche está en pañales. Hagamos cualquier cosa menos dormir.

— ¿Cualquier cosa?

Preguntó riendo.

— Si, cualquier cosa. Divertime.

Volvió a reír por lo bajo, mirando alrededor de su habitación, pensando qué hacer. Hasta que una idea, bastante pelotuda, se cruzó por su cabeza.

Le pareció bastante gracioso en su estado de ebriedad acercar uno de sus dedos a la boca del chico contrario. Subió su mano de manera errática para dejarla posada al lado del rostro y acercar su pulgar a los labios carnosos de su amigo. 

Okay, capaz había sido una idea demasiado pelotuda.

Pablo lo miraba de costado con los ojos a medio cerrar, no decía ni hacía nada. Acarició su labio superior con lentitud, y luego el menor entreabrió más su boca, dejándole pase libre a su dedo. 

Lo metió sin escrúpulo.

Fue instantáneo el tirón en su entrepierna al ver como la boca de Pablo envolvía su dedo con facilidad, además de que sus labios se veían… particulares rodeando sus falanges. Su lengua lo acariciaba como si de su miembro estuvieran hablando.

— Pablo…

Susurró su nombre cuando lo vio agarrar su mano para sacar su pulgar y comenzar a dejar besos por sus dedos. Los ojos de Pablo se cruzaron con los suyos, y el chico lentamente se acercó hacia él, para terminar trepando encima de él, dejando su cara casi pegada a la suya, como si quisiera besarlo. 

No lo hizo. Estaba, probablemente, testeando sus límites, cosa que a Pablo le encantaba. Era moneda corriente testar el límite del otro entre los dos, no era para nada nuevo.

 


Aunque sea pecado

Te quiero, te quiero lo mismo

Y aunque todo me niegue el derecho

Me aferro a este amor.

 


Sus manos, para no quedar estáticas a los costados de su cuerpo, fueron a parar a las caderas contrarias. Una mano de su amigo fue recorriendo lentamente su pecho hacia la hebilla de su cinturón, todo mientras mantenían contacto visual, casi como retándolo a hacer algo. No podía dejar de verlo. 

Con el solo hecho de mirarlo a Pablo, que lo miraba de vuelta mientras sin esfuerzo alguno desabrochaba su cinto y comenzaba a meter una mano adentro de su pantalón, sintió otro tirón más. Se lo hizo saber mediante un siseo y por la manera que apretó algo fuerte sus caderas.

Vio a Pablo morder su labio al sentir su respuesta corporal ante su tacto, pero siendo honesto con él mismo, estaba bastante caliente desde el baile declaratorio en el boliche.

Los dedos del menor contorneaban sobre la oscura tela con delicadeza el comienzo de su erección, arrancándole un suspiro entrecortado que no se atrevió a sacar por la boca. 

Dejó de darle tanta vuelta y aquella pequeña y cálida mano se metió dentro de su ropa interior, haciendo contacto directo piel con piel. Un jadeo salió involuntario de su boca, por lo que Pablo sonrió ante ello. 

Pablo, Pablo, Pablo. Era lo único en lo que su cabeza podía pensar. Sentía que se iba a volver loco.

Pablo, el chico de ojos color almendra, parecidos a los de un príncipe. Pablo, el chico con la sonrisa, y risa, más bella que haya conocido. Pablo, el chico que desde el minuto cero había sido un dulce con él. Pablo, su amigo de toda la vida.

Pablo, su amigo de toda la vida, que ahora estaba sentado sobre su regazo, peligrosamente moviendo su mano de arriba hacia abajo sobre su miembro.

Su amigo…

de toda la vida.

Y en ese momento, tuvo un golpe de claridad. Se dio cuenta del ligero peso que infringía Pablo sobre él, se dio cuenta de la diferencia de tamaños entre ambos, se dio cuenta de donde estaban sus manos, se dio cuenta de la manera que lo miraba.

Entendió lo que estaba pasando entre él y Pablo. 

Reaccionó antes de que el menor se abalanzara contra él, llegando a darle vuelta la cara. Se sintió horrible hacerlo porque él jamás haría eso, más porque lo único que quería hacer en ese momento era agarrar por la nuca a Pablo, pajearlo hasta que le implore por más y comérselo hasta que se le hincharan los labios. Pero no podía…

No podía aprovecharse de él estando así de ebrio.

— Pará, Pablo.

— ¿Qué, qué, qué? 

Cada qué se tornaba más molesto. Había dejos de enojo en su voz, obvio, a nadie le gustaba que le corrieran la cara. Sacó con dificultad la mano contraria de dónde estaba, dandole un brusco fin al momento entre ambos.

— Pablo... no podemos hacer esto.

— ¿Por qué no?

Le replicó el menor, mirándolo genuinamente enojado.

— Es que…

— ¿Qué, no querés?

— No, si quiero, y mucho.

Sus últimas palabras fueron susurradas, pero su amigo fue capaz de escucharlo, por lo que el menor tomó su rostro con ambas manos y lo hizo mirarlo.

— ¿Y entonces?

— Es que estás muy ebrio, Pablo. Se te va a apagar el tele y no te vas a acordar de nada. 

Hizo una pausa para levantar su dedo y señalarlos a ambos.

— Seguro esto ni te lo vas a acordar mañana.

El menor soltó su rostro y golpeó suavemente su pecho.

— Estoy prácticamente sobrio, Lionel. Jamás me sentí tan bien.

Pablo hizo un amague de acercarse, pero volvió a alejarlo. Sabía que Pablo mentía, lo podía ver en sus ojos que todavía no parecían estar del todo ahí. Lo miró frunciendo el ceño.

— Pablo, dale. Sos pésimo para mentir.

El menor, soltando un quejido, hizo algo parecido a un puchero mientras fruncía sus cejas igual que él. Sin decir mucho más, soltó su rostro y se escondió en su cuello. Miraba el techo, pensando en la situación. Capaz no estaba listo para afrontar algo así, además, se sentía un poco culpable porque Pablo tuviera diecisiete y él dieciocho.

Unos segundos pasaron hasta que el menor habló.

— Por favor, Lio… no me dejes así.

Dijo susurrando contra su piel, amortiguando su voz. Su nombre salió de la boca del menor salió algo muy parecido a un gemido, y tuvo que juntar todas las fuerzas que le quedaban para no hacer nada. 

Las vibraciones de sus palabras le dieron un cosquilleo que recorrió toda su espina dorsal. Suspiró fuerte mientras pasaba un brazo por la espalda contraria para abrazarlo contra sí.

— ¿Sabías que cuando estás muy en pedo no se te para?

Bajó su mano desocupada hacia la zona del miembro de su amigo, palpando con suavidad solo para comprobar que sus palabras eran ciertas. Capaz lo que sentía era calentura genuina pero su cuerpo no estaba cooperando.

— No, no sabía.

Le contestó, ahora podía escuchar lo molesto que se encontraba a través de su voz. No era la culpa de ninguno, pero estaba ciertamente aliviado por no tener que hacer nada… ahora. Contento no estaba, para nada, porque él sí se había quedado con las ganas. No haría nada al respecto porque sentía que si hacía algo estaría aprovechándose de su amigo, y él no era así.

Giró el cuerpo de Pablo hacia el costado para dejarlo a su lado, quien ahora evitaba mirarlo. Cuando bajó su mirada, la remera contraria estaba levemente levantada, por lo que era muy clara la vista que la piel del abdomen de su amigo le ofrecía, jamás había tenido tantas ganas de besar algo en su vida.

Pero no, debía controlarse. Sonriendo, soltó un suspiro. Pasó una mano por el pelo muy corto lleno de rulos para atraer su atención, quien no giró su cabeza para verlo.

— Eu.

— ¿Qué?

Le preguntó hostil el menor, todavía enojado, capaz frustrado. Soltó una pequeña risa y tomó su rostro con una mano para girar su rostro hacia el suyo. Se veía tierno con sus cachetes apretados de aquella manera.

— Algún día, cuando no estés tan hecho pinchila, vemos que hacer.

Le susurró suave, con el tono más dulce que encontró en su repertorio. El ceño fruncido de Pablo no cesaba y le daba un poco de gracia.

— Ay, cambia la cara, Pablito.

Le negó con la cabeza, eso le provocó risas que soltó por lo bajo.

— Si hago esto, ¿te va a cambiar la cara?

— ¿Qué cos-

Se acercó hacia su rostro y dejó un beso en la comisura de sus labios. No se alejó porque sintió bajo el sensible tacto de su boca como Pablo comenzó a sonreír. Seguro tenía una cara de idiota, lo conocía bien. El menor acercó lentamente sus manos hacia su nuca para dejarlas posadas ahí y dejar unas pequeñas caricias con sus pulgares.

— Otro más.

Dijo en un susurro apenas audible, sus labios apenas se movieron. Hizo lo pedido. Pablo le volvió a pedir otra vez, pero ahora fue moviendo sus boca por todo su rostro, dejando pequeños besos por ambos cachetes, luego en la punta de su nariz, sobre su barbilla. Terminó con un beso sobre su frente y se separó solo unos centímetros.

— ¿Mejor?

— Si.

Se susurraron mientras se miraban a los ojos. Con ello, se dijeron todo, pero era un lenguaje destinado a morir con Lionel esa noche, porque sabía que Pablo se olvidaría de eso, lo conocía muy bien. De todas formas, no se preocupó, sabía que el tiempo le daría la razón. Esperaría paciente el día.

Y ahí abrazados, después de ese momento extrañamente cómodo para ambos, Lionel volvió a sentirse seguro en brazos de Pablo.


Mientras miraba la imagen frente suyo, de su amigo transando con otro chabón que no era él, sintió instantáneamente un vacío en el pecho. No sabía bien qué era, pero lo que más se asemejaba a lo que le pasaba era el sentimiento de traición.

Tiró el vaso de gancia a medio tomar al piso con cierta fuerza, varias personas ahí lo miraron como si estuviera loco o se alejaron un poco por temor a que empezara una pelea. No le importó. Lo último que vio antes de irse fue la imagen de Pablo siendo apretado por un morocho que, daba la casualidad, llevaba el mismo corte de pelo de él. Era un estúpido.

No dudó dos veces en salir de ese boliche de mierda, sabía que ahí no iba a volver nunca más, menos volvería con Pablo, quien había decidido ser un hijo de puta con él y cagarse en lo que sentía.

Y ahora sabía lo que Pablo Aimar era. Era un forro.

Con sus zapatillas pegajosas por el piso sucio del boliche y posiblemente un corazón roto, se dirigió hacia la salida. En un momento, hubo una especie de quilombo ajeno a él, alguien lo empujó sin querer y dio la casualidad que un cuarto de un vaso de fernet terminó en su remera blanca, cosa que había evitado toda la noche.

Miró al flaco que lo había empujado con sus ojos muy abiertos y un ceño fruncido. El chico se le quedó viendo con el vaso en mano, le pedía perdón reiteradas veces pero no tuvo fuerzas ni siquiera para decirle “pelotudo”, solo lo miró y se fue.

Ahora con sus zapatillas pegajosas, su remera manchada con fernet, pegada a su pecho, y con su posible corazón roto, estaba afuera del boliche. Miró hacia dentro del lugar, las luces azules hacían más difícil distinguir alguna figura concreta, pero sabía que Pablo estaba ahí solo, y que ahí se quedaría.

Unos rayos en el cielo hicieron que se diera vuelta, el cielo estaba cubierto totalmente de nubes a punto de llover, esa fue su señal para terminar su noche ahí. Levantó al taxi más cercano que había y, con la plata que tanto él y Pablo habían juntado para volverse juntos y hacer Dios sabe qué a la vuelta, se retiró hacia su casa. Sentado en el asiento trasero del móvil amarillo, miró por la ventana, pequeñas gotas comenzaban a aparecer en el vidrio.

Siempre supo que Pablo le había gustado, desde que tenía uso de memoria. No siempre había sabido que era un gustar, en un principio era capaz admiración que fue mutando a un querer amistoso y que terminó en esa bola de sentimientos que estaba sufriendo ahora.

Porque ni siquiera lo que había pasado a la siesta entre ambos calmaba esa volatilidad emocional que sentía. Todo eso iba más allá de lo que había pasado en realidad, y no sabía bien cómo describir todo, estaba procesándolo de la manera que podía.

Una de las gotas que cayó y atravesó el vidrio se asimiló a una lágrima que cayó por su cachete.

Fue todo el trayecto del boliche hasta su casa con la mandíbula apretada. Mientras iba llegando pasó por el frente de la casa de Pablo y un torbellino de molestia se instaló en su pecho.

Por suerte el tachero no tardó tanto y el viaje no fue tan caro como esperaba. Se bajó enfrente de su casa casi sin ganas. Ahora que la veía mejor, el estilo setentero que tenía le producía arcadas, o capaz era el hecho de que Pablo había pasado tanto tiempo ahí que había infectado con su presencia su propia casa. No sabía bien.

Varias gotitas se posaron sobre su cabeza casi rapada. Subió las pequeñas escaleritas, caminó rápido hacia el porche y entró lo más silencioso que pudo. Ese torbellino en su pecho no lo dejaba respirar. La borrachera se le había ido hacía media hora ya, y no había tomado tanto pero, tenía náuseas.

Llegó a su habitación para ir directamente a sentarse sobre su cama, los recuerdos venían a él como flashes de cámaras, y en todos el protagonista era Pablo. En todos. No podía dejar de pensar en él, invadía e inundaba su cabeza aquel rostro angelado.

Aunque ya dejaba de pensar que era tan angelado si era capaz de hacer cualquier cosa para hacerlo sentir mal, claramente a él nunca le habían importado sus sentimientos. Era exasperante esa sensación de ahogo mental, necesitaba sacar a Pablo de su cabeza. Se sentía enloquecer.

Porque honestamente todo ese amor que había sentido no hasta hace más de una hora se sentía desvanecer. Pasó su dedo índice y pulgar por sus lagrimales, que le ardían demasiado. Ese torbellino seguía oprimiendo su pecho y seguía imposibilitando el canal que le permitía respirar con normalidad.

Comenzó a hiperventilar y notó aquella descomunal fuerza que venía haciendo para no llorar, porque todo esto estaba pasando porque no quería desarmarse frente a nadie, pero ahora estaba solo y podía permitirse llorar. 

Miró su mesa de luz, donde había un cuadro donde Pablo y él estaban besando un mismo trofeo y eso lo terminó de partir en dos.

Si, estaba completamente solo.

Lágrimas caían por su rostro sin parar, su voz se había silenciado por su bien, porque si su vieja se levantaba y lo encontraba llorando tendría que lidiar con el interrogatorio del por qué estaba así.

Sorbió su nariz y, todavía llorando, se deshizo de toda su ropa para meterse a la cama con solo su ropa interior. Se quedó ahí, ahora escuchando el constante repiqueteo del diluvio repentino que se había desatado afuera. Algo lo ayudó a dormir, pero no evitó el que se fuera a dormir mal.

Al otro día despertó con los ojos hinchados y con ganas de no haber despertado, quería y necesitaba seguir durmiendo. No sabía ni qué hora era, no quería saber qué día era y qué era lo que tenía que hacer hoy. Simplemente no tenía ganas de existir.

No quería existir en un mundo donde Pablo lo había tomado de la mano y le había clavado un puñal en la espalda. Simplemente no podía concebir esa idea.

Un golpeteo suave en su puerta se escuchó, no contestó, solo se tapó un poco más arriba de su boca y se giró para darle la espalda a la puerta. Se abrió y la presencia de su madre inundó.

— Lionel, hijo, te busca Pablito.

Gruñó para sus adentros y sintió un instantáneo ardor en sus ojos. 

— Estoy enfermo. No me siento bien.

Mintió. Su madre no pareció cuestionar mucho al respecto por lo que no dijo más nada y se fue de ahí. Para su buena, o mala, suerte, su habitación daba a la calle y podía escuchar todo. Las voces lo único es que se escuchan amortiguadas, por lo que era un poco complejo descifrar lo que decían.

Disculpame, Pablito. Lionel está enfermo y no puede levantarse de la cama. Lo busqué y está tirado sin poder levantarse.

No pudo ver la cara de Pablo, pero seguramente tenía esa estúpida y falsa expresión de perrito con la cola entre las patas.

Dígale que quiero hablar con él apenas pueda, señora. Por favor.

Si, por supuesto, m’hijo.

Odiaba que para su familia Pablo significara tanto, era como uno más de los Scaloni. Pero eso terminaba hoy.

A la noche, cuando ya se sentía menos moribundo en vida, salió a cenar. Su madre miraba extrañada las repentinas ojeras que se marcaban debajo de sus ojos, unos ojos que parecían haber perdido su brillo y que los acompañaba unas constantes cejas fruncidas. Clavaba con vehemencia el tenedor sobre las verduras hervidas hechas específicamente para él.

Su padre, en cambio, lo veía con cierto enojo.

— Lionel Sebastian, cambiá ya la cara porque no quiero ver caras de culo en mi mesa.

Cuando sus padres ya usaban sus dos nombres para dirigirse hacia él, era para preocuparse, por lo que suspiró fuerte e hizo un gran intento de relajar sus cejas.

— Bueno.

Contestó seco, demasiado capaz. Ahora fue su madre quien habló.

— ¿Qué es lo que te pasa, Lionel?

— Nada, que de ahora en adelante Pablo no va a venir más a casa. 

Hizo una pausa para seguir despedazando su comida con el tenedor.

— Ya no somos más amigos.

Su hermana, quien era bastante pequeña pero que entendía muchas cosas, se largó a llorar. Cuando escuchó su llanto infantil, sintió que él podía llegar a llorar, en sus ojos se comenzaban a formar algunas lágrimas traicioneras. Se levantó de la mesa, no sin antes levantar su plato, y fue directo hacia su pieza, encerrándose ahí.

Y dejó que los días, semanas y meses pasaran. Su año nuevo fue tan deprimente y solitario, lo deprimió bastante. De todas maneras no quería dejar que su sentimentalismo y añoranza ganara por sobre su ego, él estaba honestamente enojado con Pablo. No pensaba dar su brazo a torcer.

No podía negar que no había pensado en ir a donde él y Pablo iban cada diciembre para recibir el año nuevo. Tomarse una cerveza solo, contemplar las luces de la ciudad desde el estacionamiento del shopping Córdoba, hacer algo para salir de ese limbo de bronca y rencor en el que se encontraba sumido desde noviembre.

Pero no, era un año nuevo, vida nueva. Pretendía erradicar de su vida a Pablo Aimar por completo, desde raíz.

Pero ese proceso comenzó siendo muy cuesta arriba, ya que tanto enero y febrero el teléfono de la casa se plagó de llamados del chico. Al principio contestaba su madre, luego simplemente todos en la casa decidían ignorar el incesante sonar del aparato. Habían veces que tenía que levantar solo un poco el teléfono para que dejara de sonar y volver a colgarlo al instante, porque se volvía insoportable el ruido que provocaba. O directamente apretar la horquilla del teléfono.

En las noches donde tenía que dormir con la ventana abierta porque el calor calaba profundo sus huesos y penetraba en su piel a flechazos, se preguntaba qué pasaría si atendía el teléfono, que pasaría si le contestaba a Pablo y le decía primero que nada lo mucho que lo extrañaba, porque así era, y luego le decía lo mucho que lo detestaba por haberlo traicionado de la manera que lo había hecho. 

Pero cuando recordaba esa imagen de él siendo besado por un cualquiera y él siendo un fácil, se le iban absolutamente todas las ganas de hablarle. Y daba vueltas, vueltas y más vueltas sobre su acolchado, pensando en los posibles escenarios donde era honesto con Pablo y sus reacciones. 

Las consecuencias de ello terminaban siendo él desvelado con toda su cama destendida, eran las seis de la mañana y no había pegado un ojo.

Llegó marzo y, en la academia, se había cambiado de clases, de horarios, todo con tal de no ver al estúpido de Pablo Aimar. Cuando asistía y veía el banco contrario ocupado por alguien más que no fuera él, tenía un sentimiento de vacío, como de faltante. Lo terminaba enterrando muy dentro suyo.

O cuando trotaba por el barrio y pasaba por enfrente de la casa de él, tenía que correr un poco más rápido, siempre era en un horario donde no era posible ser visto.

Esa división en su cabeza donde la lógica y el sentimiento eran un constante tire y afloje, le estaba haciendo dar migrañas. Migrañas en serio, por lo que los ibuprofenos a veces eran algo con lo que tenía que vivir en su día a día.

Hubo una época donde realmente los necesitó, otoño, iba muy seguido al almacén cerca de su casa para comprar una tira suelta. Y cada vez que iba, la dueña del lugar le informaba que Pablo siempre preguntaba por él, eso solo incrementaba los martillazos en su cabeza.

Y sucedió un día particularmente frío de otoño, donde realmente se hartó de escuchar el teléfono sonar. Era como tener una obra en construcción dentro de su cabeza. 

Por lo que tomó el teléfono sobre la mesita ratona de madera al segundo tono, levantó el tubo para que quedara a la altura de su oído, y estirando el cable prolijamente enrollado, atendió.

Su madre estaba en el sillón frente al televisor, tejiendo un gorrito de lana para que su hermana pasara el gélido invierno. Lo miraba atenta con sus ojos entrecerrados, como juzgando cada accionar y paso que daba. 

Ella no era muy partidaria de la cortada de rostro que había dado a Pablo, se lo había dicho. Incluso le había afirmado: No podés dejar de ser amigo de Pablito de la noche a la mañana.

Obvio que podía.

— ¿Hola?

Contestó frío, sabía quién era. 

¡Lio! Por fin me atendés, ¿cómo estás?

Pudo escuchar su voz electrónica, seguía siendo el cordobés insufrible de siempre.

— Hola, Pablo.

Y sí, quién más iba a ser. Tomó entre su índice y pulgar el puente de su nariz, ya arrepentido de haber contestado. Iba a ser lo más breve posible.

Estás vivo.

Dijo como si nada, como si toda esa situación fuera un chiste. Se habría reído en otro momento, si el contexto fuese distinto.

— Si, estoy bastante consciente de eso.

Hubo un silencio dentro de la comunicación, donde pudo escuchar la respiración de Pablo a través del auricular.

¿Y? ¿No- no me vas a decir nada? ¿ni como estás?

— Estoy bien, Pablo. 

Contestó cortante. Miró de reojo a su madre, quien lo veía muy decepcionada. Frunció más su ceño ante ello.

Lio, quiero hablar con vos.

— …

No dijo nada, prefirió no hacerlo gracias a la presencia de su madre, porque si no estuviese ella, ya lo habría mandado a la mierda.

Te extraño.

Sintió una punzada en el pecho, ahí estaba su mente dividida en dos. Tenía su oportunidad para decirle lo que sentía, hablar con él, ser sincero. Decirle que él también…

— Yo...

Que él también lo extrañaba, y con locura. Pero los flashes volvían, inquisitorios y molestos, ahí estaba la otra parte de su cabeza, la que no podía soltar todo. El rencor iba a ser la muerte de él, o la de Pablo, no sabía bien.

No pudo contestarle lo mismo, simplemente no pudo. No cuando su ego era más grande que su cariño por él, que cada día era más y más eclipsado por ese odio.

¿Estás enojado por lo que pasó en mi casa en mi cumpleaños? perdón si te ofendí, no quiero que pienses que soy un mar-

Ese Pablo lleno de desesperación estaba exasperándolo muy rápido. De raíz.

— Eh, Pablo, no quiero…

Suspiró fuerte, se giró para no tener que ver a su madre para cuando dijera eso.

— No quiero que me llames más.

Ahora fue Pablo el que se calló, dejó que procesara sus palabras de a poco, porque incluso estando así de hinchado las bolas, le parecía de hijo de puta colgarle el teléfono. Esa sería la primera y última explicación que le daría.

¿Por qué?

— Te lo pido en serio. No llames.

Espera, Lio. No me cortes, ¿podes-?

— Por favor.

¿Podes escucharme un segundo?

— Chau, Pablo.

¡Lionel!

Y cortó, dejando el tubo telefónico a donde pertenecía. El grito electrónico de Pablo quedó retumbando en su cabeza. Se dio la vuelta para encarar para otro lado de la casa y su madre seguía ahí, veía la decepción en sus ojos. 

El televisor prendido coloreaba su costado. Frunció su ceño, poniendo su mejor cara de indiferencia. 

— No me mires así.

Masculló con recelo.

— Ya sabés lo que pienso al respecto, Lionel.

No lo dejó replicar porque ella dijo antes:

— Arreglá las cosas antes de que te mandes una cagada del tamaño de una casa.

Suspiró frustrado. Metió las manos en sus bolsillos de su jogging deportivo, se acercó hasta su madre y, se inclinó para dirigirse a ella en un susurro.

— Mamá, con Pablo no me hablo más y si no lo entendés, ya es problema tuyo.

Ella no dijo más nada, lo miró de una manera que no supo cómo descifrar, solo pudo ver enojo entre sus cejas, pero volvió a tejer como si nada. 

Unas dos semanas antes de su cumpleaños, recibió buenas noticias respecto a lo que respetaba a su mayor afición desde pequeño. Lo habían llamado los de Ferrari para representarlo en la fórmula dos, era lo que necesitaba, el salto previo a la fórmula uno. Y si se lucía en esas competencias, era muy probable que su tiempo en la fórmula dos sea solo pasajero.

No tuvo ningún problema en aceptar. Le informaron que para junio, a más tardar, debía estar en Italia. Tampoco tuvo problema en decir que sí. Podría dejar todo atrás y empezar de cero.


Lo primero que pasó por su cabeza fue el dolor en los nudillos que sintió.

Sentía como si tuviera un filtro rojo por encima de sus ojos, era como estar fuera de sí. Todo lo que había dicho probablemente era algo de lo que se arrepentiría luego, pero ahora en la calentura del momento no podía pensar en nada más que su aborrecimiento hacia Pablo Aimar.

— No me vuelvas a hablar en tu puta vida, maricón.

Le dijo, soltando bronca con cada palabra que decía. El menor tenía el labio roto, se lo había roto. Él le había roto el labio.

Sin fijarse mucho más en cómo estaba, porque sinceramente no le importaba (o eso quería creer), entró a su casa y cerró la puerta detrás suyo, apoyando todo su peso contra esta.

Cuando escuchó el click que hizo la puerta al cerrarse sintió como todo cayó instantáneamente, casi como un baldazo de agua fría sobre su cabeza. Un baldazo de agua fría en invierno. 

Miró su mano, sus nudillos más específicamente. No tenían nada pero al mismo tiempo tenían todo. Restos de conciencia, culpa capaz, de algo que jamás había hecho, al menos no queriendo. Le había pegado a Pablo.

Lo segundo que pasó por su cabeza fue que le había pegado en serio a Pablo.

Toda su alma se vino abajo, como si estuviera por desmayarse, tuvo que sostenerse de la pared del pasillo que lo llevaba hacia el interior de la casa. Escuchó como su madre lo llamó para el festejo de su cumpleaños, él soltó un apurado “ya va”, esperando a que se hubiera escuchado, porque ahora mismo se sentía demasiado extraño.

 


Es más fuerte que yo

Que mi vida, mi credo y mi signo

Es más fuerte que todo el respeto

Y el temor de Dios.

 


¿Qué había hecho? no sabía bien, se había dejado llevar por su rencor y el estar en lo correcto, sabiendo muy bien que eso último no era así. 

Cuando sintió que tenía de vuelta su alma dentro de su cuerpo, sus ojos se llenaron de lágrimas. Le había pegado a Pablo, su amigo de toda la vida, el chico que le gustaba. 

Pablo, el chico desesperado por retomar contacto con él, y él solo fue un hijo de puta. Aquella parte que extrañaba a Pablo realmente estaba martirizandolo por lo que acababa de hacer, porque sabía bien que no había vuelta atrás de lo que había hecho. Ningún perdón sería suficiente.


Se sacó su campera de jean con corderito adentro para guardarla en los gabinetes que se encontraban arriba de su cabeza, quedando así solo con una remera negra con cuello tortuga. Sabía que se iba a cagar de calor al llegar a Europa, pero faltaba un largo rato para eso. De una extraña forma, se sentía perturbado. La situación con Pablo no dejaba de correr en círculos en su mente.

Sacudió su cabeza, sacando ese pensamiento lo más rápido posible. Intentó concentrarse en otra cosa. El avión era enorme y tenía todos los lujos posibles, daba las gracias a que todo era pago por Ferrari, por lo que debía aprovechar al máximo la experiencia. Debía lucirse lo más posible, hacer buena letra, le había dicho su padre. Y eso haría.

Gruñó para sus adentros, esa perturbación no lo dejaba solo, le daban puntadas en el pecho de los nervios. Cualquier pelotudez que le dijeran, todas eran borradas, terminaba si o si volviendo al sucedo de su cumpleaños. Le había pegado a Pablo y lo atormentaba desde hace semanas, no podía no pensar en eso. Y no tenía forma alguna de arreglarlo… ¿o sí?

¿Realmente podía?

Y esa pregunta furtiva, que se instaló en su cabeza, apareció reiteradas veces, ¿realmente podía arreglar las cosas? 

Las turbinas comenzaron a andar y dudando si realmente lo que estaba haciendo estaba bien. Y en un arranque de valentía, saltó de su asiento para preguntarle a una azafata si podía utilizar con urgencia el teléfono de la tripulación. Le dijeron que sí pero que fuese lo más rápido posible. 

Marcó el número de la casa de Pablo, esperando a que atendiera él, y después de cinco pitidos y un arrepentimiento de por medio, le contestaron.

— ¿Pablo?

¿Lionel?

Le contestó una voz femenina que reconoció al instante, la madre de Pablo.

— Hola, señora Mary, ¿cómo se encuen-

Lionel, disculpa lo directa, pero no te corto por respeto a tu madre, porque el respeto por vos lo perdí hace bastante.

Le interrumpió la madre de Pablo, con un tono el cual jamás había esperado escuchar de parte de ella. Se sintió palidecer.

— Solo llamaba para… para hablar con Pablo. Quería disculparme.

Bueno, ya es medio tarde para eso. Y me parece una total falta de respeto de tu parte, hacia mi y sobre todo hacia mi hijo, que nos llames tan sobre la hora.

Hizo una pausa y siguió.

Quiero que sepas que a Pablo le costó recuperarse físicamente del golpe, pero no creo que de lo que le dijiste realmente se vaya a recuperar, Lionel. Fuiste muy cruel con él y ya no es el mismo Pablito de antes, dejó de comer, está más flaco y no tiene ganas de salir de la casa. Me rompiste a mi Pablito, Lionel.

Mary sonaba realmente molesta y triste al respecto, se notaba en el temblor de su voz, parecido al de antes de un llanto, y la entendía.

— Señora, disculpe pero-

Pero nada, Lionel. No llames a casa porque no te vamos a contestar, y es mi última palabra.

— Mary, si me deja explicarle-

Ahora fue él quien recibió los pitidos vacíos al otro lado de la línea. Todos en la tripulación lo miraban expectantes, tanto azafatas como pasajeros. Avergonzado, dejó el teléfono y caminó por la pasarela hasta su lugar. 

Apenas tocó el mullido asiento, tuvo que tragar con todas las fuerzas que le quedaban, las lágrimas que amenazaban con salir de sus oscuros ojos. Esa vez, volvió a sentir miedo, temblaba en un silencioso llanto como un niño chiquito, desamparado.

Y entre lágrimas, para sí y con un dolor tremendo en su pecho, juró que su odio hacia Pablo Aimar jamás descansaría.


Tragó en seco la saliva que podía pasar por su garganta. No había podido escuchar a Pablo en todo lo que se había tardado en hablar.

— Y es por eso que pasó todo lo que pasó, Pablo.

Replicó cansado. No sabía cuánto tiempo había hablado, solo sabía que necesitaba agua.

— Yo realmente no quise que las cosas se dieran así, de verdad que no. No esperaba…

Se detuvo cuando escuchó como la puerta se destrababa y junto con ella, Pablo se levantaba de la puerta. Él no se levantó, se quedó arrodillado contra la puerta.

El menor abrió la puerta lentamente, la expresión en su rostro le era un total misterio, porque de verdad no sabía lo que sentía. Es más, era demasiado confuso, porque hasta incluso se podía ver una pequeña sonrisa en su rostro. Él no sabía si sonreír junto a él o no. Tomó aire y Pablo comenzó a hablar, pausado.

— ¿Vos…

Demasiado pausado.

— ¿Vos me estás diciendo que estos quince años que pasé odiandote, fueron por esa… pelotudez?

El menor lo miraba de brazos cruzados, una sonrisa más grande se hacía paso en su cara. Poniendo sus manos como un rezo, le pidió.

— Yo te juro que no-

Y cuando menos lo esperó, una piña voló hacia su pómulo, cortando sus excusas. Realmente no esperó ese golpe, cayó sobre el suelo de espaldas. Fue un golpe limpio que lo ubicó en tiempo y espacio. Le costó entender que había pasado, pero le había dolido. Se apoyó sobre sus codos parpadeando rápidamente.

— ¡Hijo de re mil puta!

Pablo se acercó para arrodillarse a los costados de su pecho y agarrarlo por la remera. Era la primera vez que Pablo ponía sus manos encima de él y no de la manera que esperaba. Estaba en shock. Solo podía mirarlo a los ojos, sorprendido. Tocó su pómulo, ardía, dolía y sangraba un poco.

La voz de Pablo salió temblorosa, juzgadora. La manera en que lo miraba ni siquiera se igualaba a las tantas veces que le había deseado la muerte. Esta vez iba cargada con decepción, y antes de que Pablo sintiera desilusión hacia él, prefería por interminables añares su odio.

— ¡Todos estos años los podríamos haber hablado y no lo hicimos, todo porque sos un resentido de mierda! ¡Sos un imbécil!

Mientras hablaba, lo zarandeaba por el agarre de su remera. La puerta de la habitación se intentaba abrir desde afuera y los encargados de hacerlo no eran capaces, casi hasta dándole tiempo a Pablo a propósito, como si tuviera que escuchar eso.

Pero eso no le importaba, lo que le importaba ahora era Pablo, quien parecía aborrecido por su imagen y persona más que antes.

— ¡¿Te pasaste toda una vida queriéndome y nunca fuiste capaz de decirme las cosas como eran?! ¡Cagón! ¡¿Cómo pudiste dejarme así tirado, que te falla?! 

Pablo parecía estar poseído por un estado de cólera. Era más que entendible, sabía que eso pasaría tarde o temprano. Se lo merecía.

— ¡Yo te esperé, Lionel, te esperé como un idiota por meses! ¡Y todos estos años de odio al pedo, para que ahora me vengas a decir que te enojaste conmigo porque transé con un chabon hace quince años y no fuiste vos!

Pablo estaba respirando fuerte, el agarre en su remera era resistente y no parecía querer alejarse.

— ¡¿Vos sos consciente de lo que podríamos haber sido juntos?! ¡El mejor dúo de la historia y vos la cagaste!

Estaba fuera de sí. La puerta todavía no se abría y el forcejeo que estaban haciendo desde afuera empezaba a desesperarlo. 

No quería seguir escuchando las cosas que había hecho mal porque sabía que se había mandado una cagada, como su madre le había advertido hacia muchos años. Por eso, intentó en vano defenderse.

— Pablo, te cagaste en lo que yo sentía, no fue solo por eso…

Los ojos de Pablo se abrieron más. 

No debería haber hablado.

— ¡¿Y cómo iba a saber yo cómo te sentías si nunca me dijiste un choto?! ¡Sos un pelotudo de mierda, Lionel, de manual!

Golpeó su pecho con algo de fuerza, arrugó su cara a modo de respuesta contra el dolor que eso le provocaba. Pero más le dolía lo que Pablo estaba profesando en su contra. Qué le importaba si lo odiaba superficialmente, eso se podía arreglar, pero ahora ya no estaba encontrando consuelo alguno.

Pudo notar de a poco como los ojos color miel iban perdiendo su brillo.

— No sabes cuánto lloré por vos. Mí mamá me banco por tantas noches, no tenés ni idea. Habían días dónde no podía parar de llorar, preguntándome qué había hecho mal y por qué te habías distanciado. Y ahora entiendo todo.

Ahora la mirada de Pablo comenzaba a acumular lágrimas. 

 


Aunque sea pecado…

 


— ¡Y yo como un idiota sigo acá porque te…!

El menor, con un gruñido, tuvo que parar por unos segundos, un llanto amenazaba con salir de su garganta, lo vio hacer el esfuerzo. Saladas gotas comenzaron a bajar violentamente por el rostro de Pablo. Respiró fuerte por la boca antes de decir una de las cosas más hirientes que escucharía de la boca de él.

— Sos una mierda, Lionel. Y la peor persona de quién enamorarse.

 


Te quiero, te quiero lo mismo

 


Susurró, marcando cada palabra, destilando veneno con cada pronunciación. 

— Y yo me siento más boludo que nunca, porque no sé cómo dejarte.

Las lágrimas ajenas que caían sobre su remera, y el temblor en su voz, fue lo terminó de romperlo. En un susurro, le preguntó.

— ¿Y por qué no lo hiciste antes?

— ¿No te diste cuenta, Lionel? 

Preguntó riendo amargamente.

— Salí de tu propio culo y te vas a enterar.

La puerta de afuera se abrió, dejando entrar primero a Javier y Román, que tomaron a Pablo para llevárselo, pero él hacía fuerzas para seguir dentro de la habitación.

— ¡Espera, idiota!

Le gritó Pablo a Román, hurgó en uno de sus bolsillos para sacar su billetera, y con erráticos movimientos sacó una foto prolijamente doblada.

Se la tiró al pecho, dejándola ahí. 

— Vos, para mí, estás muerto, Scaloni. Muerto. 

 


Y aunque todo me niegue el derecho

 


Y no dijo más nada, fue retirado por sus amigos. En cambio, a él, vinieron Walter y Roberto, para ver cómo estaba. El mayor buscó una toalla, la humedeció y se la tendió para que la pusiera sobre su pómulo sangrante. Se incorporó y apoyó la tela sobre la zona golpeada, siseando por lo bajo.

No era eso lo que le dolía, era lo de menos. Lo que más le dolía era la manera que su amor por Pablo siempre encontraba una manera de calar sus huesos para dejarlo inmóvil como una piedra, y que jamás fue capaz de confesarle, todo por no hablar las cosas cuando debió hacerlo.

Apretó con un poco de fuerza su pómulo para coagular, y mientras hacía eso, con una mano desdoblaba la foto, algo arrugada y desgastada por el paso del tiempo. Y como si Pablo le hubiese pegado una piña en el pecho de nuevo, se quedó sin aire, abriendo sus ojos ante el objeto que tenía frente a él.

Era la copia de la foto que él tenía en su mesa de luz, que Pablo había guardado todo este tiempo. 

¿Desde cuándo había tenido ese recuerdo guardado en un lugar donde lo podía ver cada vez que le placiese?

Su garganta comenzó a arder y sus ojos, igual. Lágrimas no tardaron en aparecer y manifestarse sobre su mirada, cayendo en picada sobre su pantalón en contra de su voluntad.

A pesar de su odio, a pesar de todo lo que le había hecho, a pesar de haber sido una mierda con él, Pablo lo había tenido presente todos estos años.

Cuando su cuerpo comenzó a contraerse gracias al llanto, tanto Walter como Roberto, quienes se miraban sabiendo que eso había sido una pésima ideam sobaron su espalda. Mientras, él se quedó en el piso, sentado y llorando como esa vez en el avión, donde había perdido todo lo importante en su vida y la soledad era su mejor amiga. Porque así era, y volver el tiempo atrás ya estaba fuera de su rango de opciones.

Darse cuenta de que ya no había vuelta atrás le provocó un frío en su pecho. Había perdido a Pablo definitivamente y todas sus chances de tenerlo de vuelta en su vida.

Y lo peor de todo, es que toda su vida había amado con demasiada locura a Pablo Aimar como para realmente odiarlo. Y seguía amándolo igual de intensamente, como lo hizo desde el comienzo, hasta el día de hoy.

 


Me aferro a este amor.

 

 

 

 

 

Chapter 10: La función de la bandera a cuadros

Summary:

La bandera a cuadros está diseñada con un patrón de cuadros blancos y negros, como un tablero de ajedrez, que se usa para señalar que un coche cruzó la línea de meta y completó su carrera.

Notes:

dios bueno, no se por dónde arrancar, es un montón esto......
sinceramente me olvidé todo lo que les iba a decir, pero primero que nada agradecerles. Agradecerles a todas y todos les que me leyeron, tienen una paciencia de oro jjaja, de verdad que gracias, gracias por esperarme pese a mis tiempos y mis demoras.
También agradecerles por bancarme en una historia que en un principio no sabía que rumbo iba a tomar, pero que terminó siendo bastante personal y en cierto modo sanadora, entendí un montón de cosas de parte de mi vida y acompañar a Pablo de caucho fue todo un proceso y un honor.
Y agradecer también a todas las personas que me ayudaron con esta historia, cada ayuda aportó tanto a este fic les agradezco un montón.
Estoy súper agradecida con todas y todos, ya los dejo de joder así pueden leer la historia jajjsaj. Yo lloré escribiendo una parte de la historia, espero que ustedes no.

Y de paso les dejo la playlist del fic!! canciones que aparecen o que me ayudaron a escribir momentos emocionales jajs, disfrutennn
https://open.spotify.com/playlist/4dES0n4n21HxRyWsmd05mj?si=81432fa218aa4cf8

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text


— ¿Pablo?

Lo llamó Javier con un tono suave, no le prestó atención alguna. Estaba tirado sobre el colchón, con sus ojos abiertos y acuosos, sin ganas a la vista de levantarse de ahí. Aquel vacío en el pecho era difícil que se desvaneciera y tampoco pensaba sacarlo. Se sentía muerto en vida.

Y no es que debería hacerlo, se suponía que debería sentirse contento, muy contento en realidad. Los sentimientos que la mayoría de su vida había pensado que no eran correspondidos, lo eran. Solo que se había enterado de la peor manera que un ser humano podía hacerlo. Se enteró de muchas cosas en un rango de tiempo acotadísimo, unas buenas y otras cosas de mierda.

Debería estar feliz, obvio. Sentía una presión constante en su pecho sobre lo que se suponía que debía sentir. Una persona normal se habría sentido feliz.

Pero él no se sentía normal, había algo que no funcionaba bien. Tal vez su cabeza no funcionaba bien hace mucho tiempo, siempre encontraba algo para criticarlo, o para recordarle. Y ahora más que nunca, su cabeza era capaz de recordar. Recordaba todo.

Recordaba a Lionel de pequeño, con una torpe dulzura que lo caracterizaba y llenaba de luz. Se acordaba de Lionel de adolescente, que siempre buscaba algo para retrucar, pelear o simplemente hablar para jorobarlo. Recordaba a Lionel de joven adulto, quien había demostrado ser una persona completamente distinta a la que una vez solía ser. Y se acordaba de Lionel de adulto, quien por mucho tiempo ocultó sus verdaderos sentimientos, solo porque el oscuro rencor tiñó su corazón, haciéndole imposible ver la realidad que hace años los atormentaba.

Dios, quería llorar a mares.

Finalmente se sentía roto, en todo sentido. No había canción, palabra, comida o abrazo que curara aquel pesar. 

No, no estaba exagerando. 

Todos esos años que se pasó odiando al único hombre que había amado su vida entera, habían sido prácticamente en vano. La razón por la cual Lionel le había dejado de hablar, y la razón más estúpida que alguien en toda la existencia del ser humano podría haber tenido, le había arrebatado, capaz, los mejores años de su carrera y vida personal. 

 


Justo que pensaba 

En vos, nena…

 


De repente, a su traicionera mente comenzaron a llegar los diferentes futuros de lo que podrían haber sido de Lionel y él. Podrían haber sido la mejor dupla de la Fórmula 1, haber ganado una gran cantidad de trofeos, podrían haberlos compartido, haber peleado amistosamente por el privilegio de entrar al podio, y no irse a las piñas. 

Podrían haberse puesto de novios, incluso pensar en algún tipo de unión legal, con sus amigos y familiares, algo íntimo. Que quedara registro de que su amor trascendía todo.

Rió internamente cuando ese pensamiento cruzó por la cabeza. 

Podrían haberlo sido todo. 

 


Caí muerto.

 


Ahora eran la nada misma.

Si antes no quería ni saber de la existencia de Scaloni, ahora deseaba ser el protagonista de la película “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos”, para erradicar completamente los recuerdos, vivencias y al mismísimo Lionel de su cabeza. Se sentía muy identificado con Joel ahora porque, por más trabajo que hiciera, parecía hasta escrito en las estrellas que debía cruzarse con él. Era insostenible.

Estaba tan cansado de todos y de todo en general.

— Quiero estar solo, Javier.

Le dijo, sin ningún tipo de tono en particular, solo salió algo neutro, gris, de su voz. Su amigo no cuestionó mucho sus razones, solo hizo lo pedido. Se retiró cabizbajo de la habitación y cerró con suavidad la puerta.

Cuando escuchó el click de la cerradura, se ayudó con sus brazos para levantarse de la cama y sentarse en el borde, apoyado sobre sus manos. Se sentían entumecidas, hormigueaban. Las miró, estaban temblando ligeramente. 

De a poco, todo desaparecía a su alrededor. En lo único en lo que podía clavar su mirada era en sus manos, pálidas como el papel y vibrantes por la ansiedad que envenenaba su cuerpo. 

No se sentía muy conectado con la realidad. 

Tampoco era la primera vez que le pasaba, pero siempre lograba causarle temor ese estado.

Intentó poner la mente en blanco, pero en ella solo aparecía una imagen que lo atormentaba desde hace unas horas. 

Esa imagen era la de nada más y nada menos que de Lionel, yacía a su costado. El sol que pegaba contra su rostro iluminaba sus ojos, aclarandolos, resaltando así el color chocolate de los mismos. 

En ese recuerdo estaba él, adormilado, acariciando los costados del rostro de Lionel, seguro sonriendo… no, estaba sonriendo como un pelotudo. Sus indisciplinados y todavía largos rulos obstruían su mirada, pero eso no le impidió retratar eternamente la belleza del hombre frente a él.

Recién se levantaban, se habían dormido abrazados y nada le había parecido más hermoso que despertarse con él rodeando su cuerpo como si se fuese a escapar.

Como si fuera capaz de dejarlo, prefería morir antes. 

Si se concentraba un poco más, todavía podía sentir la corta barba de unos días bajo sus manos que tanto deseaban tantear el rostro de su amante, admirando cada fragmento de su ser con una completa devoción. Lo acariciaba como si se fuese a evaporar.

El tacto de su barba le picaba un poco. Incluso, le hacía cosquillas.

Recordaba el suspiro que había soltado, el ronco buenos días que le había dado Lionel y las ganas contenidas de darle un beso que durase años.

Esa imagen en su cabeza, grabada en sus retinas para siempre, de solo apenas unos días, no lo dejaría tranquilo jamás. En parte quería erradicarla, pero otra parte suya deseaba con todas las ganas que cuando muriera, eso fuera lo último que sus ojos viesen. 

Lionel siempre había representado algo positivo en gran parte de su vida, lo había querido tanto y apreciado como a nadie. Cada melodía que llegaba a su cabeza cuando lo veía eran las más melosas que se le podían ocurrir.

Canciones que su abuelo le había mostrado, algunas de los Beatles, otras que su padre le había mostrado de Sui Generis, donde el rasguido de la dulce guitarra le hacían acordar a los oscuros pero bondadosos ojos de… ¿cómo podía catalogar a Lionel? Ya no era capaz de saber con certeza qué era.

Hubo una vez donde, frustradamente, intentó aprender a tocar la guitarra criolla, solo por el hecho de poder dedicarle “Quizás, Porque”, o al menos no hacerlo directamente por ese anticuado pánico de haber pensado que no era correspondido. 

Es más, hasta podía recitar de memoria una de las coplas de aquella canción, que decía: Quizás porque soy un mal negociante, no pido nada a cambio de darte… lo poco que tengo, mi vida y mis sueños. 

Porque por más que no tuviera mucho, él había estado dispuesto a darle todo a Lionel. 

Puede que sea lo más patético que admitiría en su vida pero, incluso en el estado en el que estaba actualmente, él estaba dispuesto a dárselo todo.

Y de un latigazo llegaron a su cabeza las palabras donde el mayor le relató con exactitud momentos de su vida, donde todo había sido mutuo y donde jamás se atrevió a confesarle que era así. Podría haberle dedicado aquella canción. 

Cayó en cuenta que él también era un cagón. Por el mero hecho de no perder la amistad de su vida, nunca se atrevió a dar un paso. Cagón, era la única palabra que se repetía como eco en su cabeza.

Capaz jamás habían sido amigos. Capaz habían estado enamorados desde el primer momento que se conocieron, como si un hilo invisible los hubiese conectado desde quien sabe cuando y fueron tan ciegos de no poder ver que habían estado destinados a permanecer juntos. 

Incluso esos años que habían permanecido distanciados, o donde su amor se vio eclipsado por un rencor realmente ridículo, su adoración por el amor de su vida jamás se había esfumado.

Adoraba con demasiada locura al hombre a quien él consideraba el más estúpido del planeta.

Y su mente, girando en una espiral constante y clavando hirientes palabras en el medio de su pecho, logró que unas lágrimas comenzaran a saltar solas de sus ojos, sin ningún tipo de esfuerzo. Se acumulaban en los límites de sus lagrimales y caían como una cascada por sus cachetes. 

Sentía cómo se había quedado sin aire. Las fuerzas restantes en él eran nulas como para soltar algún tipo de sollozo, solo se limitó a hacer lo que mejor sabía en ese momento: llorar. Las gotas golpeteaban contra su pantalón, mojando la zona de a poco.

 


¿Quién le dio al pequeño Dios
El centro gris…

 


Habrá estado así unos minutos, inmóvil, incapaz de cesar las lágrimas. Tampoco es que quisiera pararlas. Estaba mareado.

 


Del abismo?

 


Cuando pudo recobrar conciencia de que su cuerpo añoraba por oxígeno, tomó una bocanada de aire. Segundos después, frunció sus cejas y tapó su rostro, ahora sí comenzando a sollozar. Su cuerpo se contraía débilmente en el llanto y sus pulmones parecían soltar más oxígeno del que podía tragar. 

Ahora caía en cuenta de todo lo que había perdido. 

Años de amistad, años de rivalidad, años de amor, todo a la basura.

El problema no recaía en no ser capaz de recuperar todo lo que justamente había perdido, porque era posible volver a ganarlo. El problema es que ya no le quedaban ganas para pelear por alguien que jamás se había arriesgado por él y por todo el cariño que había tenido y tenía para dar.

Tuvo que forzarse a parar en un momento porque llegó a quedarse sin aliento por los desesperantes sollozos, que llegaban a su cuerpo como olas violentas, crueles y despiadadas, chocando contra las orillas de su alma, no le daban paz.

Las horas pasaron y por suerte apaciguó su pesar, pero porque se había agotado de llorar. Quedó sin energías. 

Sin darse cuenta cuando, cayó dormido sobre el colchón, con su ropa puesta y unos ojos hinchados de tanto llorar.

 


Sólo sé que no soy yo
A quien duerme

 


Soñó con Lionel y esa imagen, vívida en su reciente memoria. El recuerdo lo envolvía en un manto cálido de melancolía y cariño. En esas horas de sueño, se sintió protegido por unos brazos que sí lo tomaban gustoso, que lo apretaban cada vez que la felicidad azotaba su cuerpo. En su sueño, se sintió bien.

 


Sólo sé que no soy yo
A quien duerme

 


En un momento que no registró con claridad, se despertó. Javier estaba en la cama de al lado, descansando, lanzando algún que otro suave ronquido. No sabía qué hora era ni cuánto había dormido, se estiró de la manera más haragana posible para tomar el reloj de la mesa de luz y comprobó que había dormido casi trece horas. 

Eran las tres de la mañana y su cuerpo había decidido dejar de dormir. Lo había sacado a la fuerza de la comodidad del mundo de sus sueños, de su seguridad y del lugar donde todo parecía estar bien. Por voluntad ajena a él, y también por el rechazo que ahora implicaba quedarse en un mismo lugar, se levantó del colchón, completamente desganado.

Necesitaba un puto té de manzanilla. Y no es que hubiera algo abierto como para él ir y armarse un té para descansar con propiedad como en su casa. Optó por ir al bar del hotel, que eso sí estaba abierto. Bueno, lo único abierto.

Del agotamiento físico y mental, ahora sí había podido poner la mente en blanco. Paralizado ante el miedo de volver a recordar.

Terminó pidiendo un agua con gas, no estaba con el ánimo para ingerir alcohol, y tenía mucha sed. Sentado ahí, en los agradables pero impersonales sillones de cuero, pudo mirarse a sí mismo a través de un espejo que había de decoración.

 


Oye, dime nena
¿Dónde ves ahora algo en mí…

 


Si prestaba más atención de lo usual, podía incluso ver a su yo de dieciocho años, devastado, sangrante y ex creyente del amor que alguna vez lo había albergado tan bien. Soltó una única pequeña risa, negando con su cabeza. Era patético.

 


Que no detestes?

 


Daba las gracias de que nadie más lo estaba viendo, aparte del bartender, porque era una de sus peores facetas, y la más vergonzosa de todas. 

Él, ahí, con unas ojeras marcadas debajo de sus ojos, los cuales estaban levemente hinchados y rojos por las lágrimas vertidas en su ropa y manos. 

 


Qué solo y triste voy a estar
En este cementerio.

 


Esta era la primera vez que se veía a él mismo de aquella manera, con una confianza para denominar su alma como destrozada y con el corazón íntegramente partido en una perfecta mitad. 

No quería saber nada que tuviera que ver con Lionel, por más que supiera y admitiera sus verdaderos sentimientos hacia él. Incluso estaba cansado de llamarlo por su apellido. Estaba muy cansado de todo.

 


Qué calor hará sin vos…

 


Cuando se levantó del asiento y dejó una propina, vio su reflejo por última vez en el espejo. En ese momento, volvió a hacer una promesa con él mismo. Si llegaba a llorar por Lionel, se lo permitiría, pero lo que no permitiría es que Lionel se acercara a él, y si lo hacía, lo ignoraría completamente.

 


En verano.

 


Y así lo haría. Capaz así dolería menos todo.

Los días pasaron con rapidez. No tenía tiempo ni para pensar con el corazón en el estado en el que se encontraba. Se sentía emocionalmente entumecido. Dio las gracias que en ningún momento se cruzó a Lionel, porque sinceramente no sabía de qué era capaz de hacer o cómo reaccionaría. Necesitaba más tiempo para pretender que realmente toda esa situación le importaba un carajo, porque no era así. Le afectaba mucho.

Ni siquiera se molestó en hacerse falsas esperanzas respecto a la situación. Lionel ni en pedo haría el esfuerzo por buscarlo, ya había demostrado días anteriores que jamás lo haría. 

No valía la pena esperar algo de él.

En los dos últimos días previos a la carrera, se la pasó de la cama al comedor, del comedor al gimnasio, del gimnasio a la ducha, de la ducha al comedor y del comedor a la cama. En esa brecha de tiempo no hizo más que pensar en cuánto le molestaba Lionel y lo mucho que le había dolido que le ocultara tal estupidez por tantos años. 

Era patético haber llevado la cuenta de las veces que había pensado en que todo se podría haber solucionado si tan solo se hubieran sentado a charlar. Estarían en condiciones totalmente distintas. Incluso se iba a dormir pensando en futuros alternos. 

No es que quisiera hacerlo, no. Lo que pasaba es que esos pensamientos no lo dejaban tranquilo, menos descansar con propiedad.

Y la noche previa a la carrera llegó. La ansiedad lo carcomía vivo, había estado todo el día maquinando acerca de las posibilidades de lo que podía llegar a ocurrir y, gracias a eso, su mente le pasó factura a la hora de dormir. Soñó con la posibilidad de cuidar un niño con Lionel, un primo para sus sobrinos. Se sintió tan real el bebé en sus brazos se sintió demasiado real, tenía una felicidad genuina. Bueno, falsamente genuina.

Fue tal el dolor y la carencia de peso en sus brazos cuando despertó, que terminó con una falta de aire tremenda y en llanto. Eso había despertado también a Javier, quien intentó calmar el preludio de un ataque de ansiedad, con él sentado sobre el costado del colchón y su remera húmeda por el sudor.

Javier, por su lado, se sentía tremendamente culpable por toda la situación y por la estupidez que se le había ocurrido. Porque sí, lo había ayudado a que hablara las cosas con Lionel, pero la manera no fue la mejor. Verlo a Pablo en ese estado mental deplorable lo hacía mierda.

Sentía que había empeorado la situación más de lo que ya estaba, pero si no hubiesen hecho eso, ¿qué otra opción les quedaba a ese par? Hablar por voluntad propia no se les habría cruzado jamás. Es más, habrían quedado de la misma manera por unos años más.

El día anterior, le había pedido perdón a Pablo muchas veces, quien solo repetía como un robot lo mismo, “no pasa nada”. Se le estrujaba el corazón cada vez que lo veía repetir esas mismas tres palabras con el brillo de sus ojos arrebatado por completo. 

No podía hacer mucho, ya era una cosa que excedía demasiado a Javier.

Su amigo lo calmó sin pedir nada a cambio. Ahora era él quien le pedía perdón entre lágrimas. Luego de haber recuperado el aliento, por el tremendo escándalo que había causado a las tres y media de la mañana, lo miró con los ojos rojos y junto a un puchero en sus labios, le dijo:

— Me siento un pelotudo, Javi.

Saviola suspiró fuerte antes de contestar.

— Pablo, no sos un pelotudo. Si no, te lo diría.

Sorbió su nariz, sentía un desazón recorrer todo su pecho. 

Todavía podía recordar al niño en sus brazos, donde Lionel la intentaba hacer reír con muecas y dejaba que uno de sus dedos fuera apretado por la pequeña manito, tan frágil como un jarrón de vidrio. Se le volvió a estrujar el corazón ante la imagen, totalmente fantasiosa y enjaulada en el mundo de su cabeza.

Limpió unas lágrimas que se formaron en sus ojos y frunció su ceño antes de contestar. Le palpitaba la cabeza por el llanto de hace unos momentos, había llorado demasiado.

— Ya sé que no soy, digo que me siento uno, que es distinto.

— ¿Y cuál es la diferencia?

Pablo se calló unos momentos, ahora mirándolo serio con sus ojos todavía empapados. Apoyó sus antebrazos sobre sus piernas para estar un poco más cómodo.

— La diferencia es abismal, como Lionel y yo. Él es un pelotudo, de eso no te recuperas. Yo me siento un pelotudo por la condición de pelotudo irrecuperable de Lionel. Esa es la diferencia.

Dejó de mirar a Javier para cerrar sus ojos y suspirar. Pasó una mano por su cara, arrastrándola hacia su pelo para terminar posada en su nuca. Los abrió de nuevo, volviendo su mirada hacia su amigo, ahora oscurecida por la bronca repentina. Este lo apreciaba, ciertamente preocupado.

— Pero ya está, que queré’ que te diga, e’ un culiado de mierda que le falla. No pienso volver a hablarle.

Ese pánico que había sentido hace unos momentos atrás se había esfumado para darle paso al enojo, ahora totalmente justificado. Tenía todo el derecho del mundo a sentirse de la manera que se sentía, eso estaba claro. Nadie se lo cuestionaba, ni Javier. 

Y de repente, una ola de un sentimiento que no supo identificar pero que cambió su actitud, lo golpeó violentamente. Más bien, recuerdos. El recuerdo de Lionel siendo una mierda de persona con él, recordó los golpes, las puteadas, los nombres ridículos que le puso, su labio sangrante, su corazón roto…

No. Dios, no. 

No se iba a dejar ganar por un hombre como Lionel.

Era hora de enfocarse en lo que realmente era importante. Y Lionel no era su prioridad.

— Mañana voy a ganar, grabáte eso en la cabeza.

Lo señaló, haciendo énfasis en aquella frase. Javier entrecerró sus ojos, suspirando de nuevo.

— No te mandés ninguna cagada, ¿si?

Su amigo volvió a su cama para volver a seguir durmiendo. Él intentó lo mismo, era demasiado importante volver a descansar antes del gran día.


Estaban muy cerca de las dos de la tarde y Pablo, con solo un café con una manzana encima, la peor de sus caras y unas ojeras moradas, cóncavas abajo de sus ojos llenos de cólera, se encontraba en los cambiadores del lugar a donde correrían el circuito de Mónaco. 

Era uno de los primeros en llegar, por lo que tenía el espacio para prepararse solo y que su paz no fuese interrumpida por nadie. Especialmente por Lionel.

Calzó aquella negra malla gigante que cubría su cuerpo del sobrecalentamiento. O en caso de que su auto se quemara, porque podía llegar a suceder, eso le aseguraba de que él no se calcinaría vivo. Luego, el traje y finalmente los zapatos. Dejaría los guantes y los otros chiches para el final, los cuales dejó debajo de uno de sus brazos.

Se vio en el gran espejo que cubría una de las paredes, esa imagen que le devolvía su reflejo era deprimente, tenía una cara que alejaría a cualquiera. 

Lo que nunca lo decepcionaba era el estado de su cuerpo, tuviera la cara que tuviera, siempre se veía bien en su traje. Este era nuevo. Negro, como siempre, pero ahora tenía con unos detalles en azul y rojo a los costados y en las hombreras, lleno de sponsors de la misma gama de colores. 

Lo que destacaba era el logo en grande en el medio de su pecho. Luego, dos toros rojos, cada uno corriendo en el final de sus mangas. Levantó su rodilla derecha y volvió a ver el mismo logo en su rodilla. 

Suspiró. Quería creer que era por cómo se sentía, pero la carrera de hoy no lo emocionaba tanto como se suponía que debía emocionarlo. Solo quería que se terminara todo.

Al estar listo, comenzaron a llegar los demás corredores, los saludó rápidamente con un asentimiento de cabeza, sin deseo alguno de tener una charla de por medio, y se encaminó hacia el box donde se encontraba todo su equipo. Soltó un tembloroso suspiro, audible, e intentó concentrarse en otra cosa que no fueran los recuerdos que bombardeaban su cabeza sin parar.

Al llegar, una mata de pelo blanquecino y con los mismos colores de su traje, fue el primero en recibirlo con un abrazo. Ariel, su jefe de equipo. Aceptó la pequeña muestra de afecto, dejándose sostener con fuerza entre los brazos de su figura casi-paterna.

— ¿Cómo andamos por acá?

Siempre le preguntaba eso antes de una carrera, y él siempre contestaba lo mismo, a veces variaba pero siempre estaba igual.

— Nervioso, pero todo bien, Ari.

El jefe de equipo lo separó del abrazo, tomándolo por sus hombros, para mirarlo con el ceño fruncido.

— Avisale a tu cara, pichón.

Eso le arrancó una sonrisa, pintándola en su cara.

— Nada, días difíciles. Me hizo un poco mal no correr.

Mintió, no tenía por qué decirle al hombre que tenía un mal de amores peor que un melodrama. An affair to remember se quedaba corto al lado suyo. Ariel suspiró y palmeó tres veces con suavidad su rostro, casi como una advertencia.

— Fuera de la carrera, ¿cuándo va a ser el día que confíes en vos, Pablo? Te veo siempre... mal, nervioso, y no es hasta que ganas que te veo contento.

Frunció sus labios, formando una línea con ellos. No era la primera vez que escuchaba eso. Y en parte tenía razón, siempre estaba ansioso previo a correr, pero eso se pasaba luego de terminar primero, o segundo como mucho. 

Si supiese que tenía una rivalidad con el movie-star de Ferrari de hace más de diez años, donde debía ser siempre el que ganara, solo para mostrar que quería ganar mucho más que él, se le cagaría de risa. O le daría un zape, alguno de los dos.

— Sos demasiado autoexigente con vos mismo, deberías relajar un poco más.

— Ari, tengo que ser el mejor. No quiero perder.

Ariel, suspirando, lo tomó por el hombro para alejarlo de su carrocería, hablando en un lugar más privado. Lo más privado que se podía en una cabina donde más de ocho personas debían entrar, junto a un auto incluído. Ariel le habló en un susurro.

— Vuelvo a preguntarte, ¿cuándo va a ser el día que confíes en vos? Sos actualmente uno de los mejores corredores de estos últimos diez años y me pone de culo que no lo veas. Porque todos lo ven, todos acá lo vemos y lo apreciamos demasiado. Sin vos, este equipo no sería más que un buen equipo sin un corredor. Tu presencia hace de nosotros un gran equipo. No serás el más jóven, pero sos definitivamente uno de los mejores.

Posó un dedo sobre su pecho, señalándolo.

— Falta solo que vos lo creas.

Lo miró serio, antes de acercarse para dejar un beso en su cabeza, realmente era como un padre para él.

— Ahora, dejáte de joder. Que dentro de poco arrancamos.

Antes de subirse, salió del box, para mirar como los demás equipos se preparaban previo a salir. Acostumbraba a hacer eso antes de salir a correr, estirar un poco las piernas.

Afuera, el sol partía la pista en dos. El calor era insoportable y húmedo, corría un poco de viento al menos. Gruñó internamente, parecía Córdoba en pleno verano. Pero ese calor tenía algo bueno, útil, las gomas se pegarían con mayor facilidad al asfalto.

Vio las tribunas del frente, llenas de fanáticos de Ferrari, los tifosi. El tumulto de gente flameaban banderas rojas y amarillas con el logo del equipo, también banderas italianas, y algunas que otras bizarras banderas con la cara de Lionel, sonriendo como un deficiente mental. Frunció su nariz al verlas. 

Mientras relojeaba a los demás con sus ojos fruncidos por la incidencia solar, sintió algo punzante en su costado. Alguien lo estaba mirando.

Siguió ese sentimiento con su cabeza, girándola, hasta que algo dentro suyo le dijo basta. En la puerta de su propio box, no muy lejos del suyo, cruzó miradas con Lionel, quien lo miraba fijo, sentía que le iba a atravesar la cabeza con esos ojos oscuros que tenía.

Arrugó su ceño, en parte por la luz solar y por otra parte por verlo a él. Estaba usando su traje de siempre, aunque este era un poco distinto, rojo con detalles blancos y una bandera de Italia larga a los costados de su cuerpo. Era nuevo, un poco atrevido de parte de su equipo y él presentar también un diseño nuevo en Mónaco.

Al costado de su rostro, Lionel tenía una pequeña venda blanca pegada en el lugar donde él había pegado. Le dio un poco de cosa ver eso así, pero no quería sentir lástima por él, no se la merecía.

Se quedaron parados, sin moverse de sus lugares. 

En ese momento, donde sus miradas se conectaron, todos los integrantes de los demás equipos parecieron ralentizarse, todo se movía en cámara lenta. Estaban atrapados dentro de una burbuja, donde solo ellos existían. Solo ellos dos, ahí, en medio del calor húmedo de Europa. Negro y rojo colisionando. Total y Shell, enfrentados. El viento movía los cabellos de ambos ligeramente.

— Lionel, stronzo, dai! Siamo in ritardo!

— Andrò ora, smettila!

Le gritó a los de su equipo, sin dejar de verlo. Su cabeza daba mil vueltas, se sentía fragmentada en dos, una parte tenía ganas de correr hacia él y abrazarlo lo rodeaba como el calor, mareándolo. Quería realmente ir a su lado, darle un beso en el cachete y desearle suerte.

La otra parte no, la otra parte deseaba con muchas ganas volver a reabrir esa herida sobre su pómulo. 

Pero era un hombre que cumplía su palabra. Mantuvo su expresión y compostura.

Mientras lo miraba con bronca se puso sus guantes, luego el casco, y finalmente, cuando el mundo volvió a la normalidad, dándose cuenta de donde estaban, levantó su dedo del medio en dirección al hombre, para volver dentro de su box. 

— ¡Vamos, Pablo!

Lo llamaron, y él, muy decidido, se subió sin dar muchas vueltas al monoplaza. Los encargados de poner los calentadores sobre las ruedas los quitaron, y él comenzó a manejar el auto con cautela hacia afuera. Con maniobras delicadas, terminó bien posicionado para salir a la pista y finalmente estar en la parrilla de salida.

Los autos, dependiendo en qué lugar habían salido en las tres clasificaciones, debían ubicarse dentro del espacio que les correspondía. Pablo, por ende, iba primero, lo seguía Lionel y luego Messi, tercero. De ahí venían los demás, quienes pelearían por ingresar a la zona del pódio, costara lo que costara.

Siguiendo las líneas que demarcaban dónde debía ir, se ubicó. Era el primero de todos, y de igual forma sentía que no era suficiente. 

Los gritos de las tribunas, más fuertes que otras carreras, eran exclusivos para los de Ferrari, quienes eran los más queridos en la zona. Las razones eran más que obvias. Las gradas estaban pintadas de amarillo y rojo, todo dedicado a Lionel.

De cierto modo, le dio bastante bronca, celos capaz. Él también quería ese mismo trato, pero en Mónaco estaba de visitante, lejos de ser local. Había veces donde recibía ese trato de parte de sus seguidores, lo hacía sentir bien. ¿A quién no le gustaba ese tipo de trato? Pero en Mónaco era difícil, estaba él solo y el apoyo de su equipo nomás. Era una carrera cuesta arriba.

 


¿Por qué no vienes hasta mí?

¿Por qué no puedo amarte?

 


Sacudió su cabeza internamente, en un intento de enfocarse en lo que se venía. Además de que era una carrera cuesta arriba anímicamente, Mónaco en sí no era un recorrido fácil. Era un circuito propenso a los accidentes debido a sus curvas pronunciadas y la angostura de sus calles.

 

 

¿Por qué no vienes hasta mí?

¿Por qué no cambias como el sol?

 


No era el recorrido que más le gustaba, pero en definitiva era uno de los más interesantes. Era un constante reto para su manejo y su atención, porque por más que ya lo había hecho miles de veces en su carrera, siempre algo lo terminaba sorprendiendo. 

 


¿Por qué eres tan distante?

¿Por qué no cambias como el sol?

 


El recorrido tenía un total de setenta y ocho vueltas, y si sus cálculos no le fallaban, serían casi dos horas enteras de puro manejo, si es que no pasaba nada en medio, cosa que dudaba bastante. Siempre pasaba algo. De solo pensarlo, una especie de pánico recorrió su cuerpo, o euforia, no sabía bien. Tenía muchos sentimientos encontrados en ese momento.

Quería dejar de pensar tanto.

 


Me siento sólo y confundido a la vez

Los analistas no podrán entender.

 


Y de nuevo, todo se esfumó a su alrededor, solo podía ver cómo el encargado de la bandera verde caminaba paso a paso hacia el pequeño estadio al costado del circuito, escalón por escalón. A la par de su caminata iba la tela verde, moviéndose con gracia.

El hombre con la gorra blanca levantó la bandera, dejándola quieta. Y sus ojos se movieron hacia el gran semáforo, el cual estaba próximo a prenderse.

 


Ya no sé bien que decir, ya no sé más que hacer

Todo el mundo loco y yo sin poderte ver.

 


Las luces comenzaron a encenderse de a una, rojo, rojo, luego rojo de nuevo. Apretó el volante con fuerza, escuchando muy a lo lejos como el plástico lleno de botones y el display chirriaba bajo sus guantes. Rojo, rojo.

 


Pero si insisto

Yo sé muy bien que conseguiré.

 


Sentía cómo le caía la gota gorda por el costado de su cabeza, estaba muy nervioso, lo que no sentía eran sus pies, producto de la ansiedad que corría por su cuerpo tan campante, pero era eso mismo lo que lo despertaba para sentir la adrenalina trotar a la par de su histeria. No podía seguir así, lo terminaría matando la ansiedad.

Soltó un último suspiro tembloroso que retumbó por toda su cabeza.

 


Pero si insisto

Yo sé muy bien que conseguiré.

 


Y la última luz del gran semáforo se encendió, la miró tantas veces. Enfocó su vista al frente, por la periferia pudo divisar como tanto la luz verde se encendió y la bandera del mismo color flameó, dándole comienzo a la carrera. Todo pasó muy rápido. 

Gracias a su pole-position, ganada con demasiado esfuerzo, pudo mantenerse adelante de todos y dejarlos atrás. Y esa fue la primera vez que sintió a Lionel pegando su auto contra el suyo, pero no lo dejó que lo pasara.

Iba bastante rápido para el comienzo, por suerte en esa zona no había curvas pronunciadas. El primer sector era calmo, casi recto, era el segundo sector el cual le daba un poco de pánico. Por la radio que lo conectaba a su equipo, Ariel le avisó que Javier había sufrido un incidente con su motor, dejándolo así fuera de la carrera. 

Sabía que no podía despegar su vista del recorrido, por lo que agradeció el informe y siguió. Pobre Javier, en la vuelta inicial ya había quedado afuera, con las ganas que tenía de correr era una pena. Sin embargo, mientras iba manipulando los cambios con el volante, en su cabeza retumbaba la voz de su amigo, donde le advertía que no se mandara ninguna cagada.

¿Con qué se refería a mandarse una cagada? no sabía, sinceramente. 

Lo tendría en cuenta.

El segundo sector llegó con más rapidez de la que esperaba. Tenía una curva muy pronunciada, al punto de que debía bajar bastantes cambios para aminorar el paso y no chocar contra las paredes. Giró rápidamente su volante, dejándolo casi en posición vertical, guiando así su carrocería con aquel movimiento.

Los empinados edificios y gradas ubicadas en las colinas se levantaban esbeltos. La gente los veía desde lo alto, apreciando la longitud de sus monoplazas. Su auto azul llevaba la delantera por sobre el auto rojo de Lionel, quien iba pegado a él. Por momentos, el mayor tocaba con suavidad por unos pocos segundos su auto con los laterales de su alerón delantero. Ya iban varias veces en la carrera que lo hacía.

Lo estaba haciendo a propósito. Sabía lo que hacía, quería ponerlo nervioso y que reaccionara. No le iba a dar ese beneficio de que lo viera reaccionar.

Los demás corredores entre sí tenían una diferencia de segundos pero, en la Fórmula 1, una diferencia de esa cantidad de tiempo era abismal, se podía notar en la manera que los dos primeros autos iban pegados. 

Si se miraba hacia doscientos metros atrás, iba toda la procesión de autos, separados de Pablo y Lionel, quienes competían por quién sería, de nuevo, el mejor. 

La cuenta de esa rivalidad no la llevaba nadie, y para la edad que tenían, ni ellos mismos, solo sabían de que desde que competían en la Fórmula 2 había arrancado. Empeoró cuando los subieron a la Fórmula 1, otra categoría con un prestigio enorme. Pero, ambos sentían que esta era una carrera decisiva, como si la misma marcara un antes y un después entre ellos dos.

Pablo volvió a retomar velocidad pasando con rapidez el túnel, dando gracias al casco y sus lentes, porque esa diferencia de luminosidad era fatal. Sobrepasó el túnel, girando su volante de izquierda a derecha para seguir la curva con fluidez. Apretó sus labios ante lo rápido que iba, pero aquello lo llenaba de emoción.

Había comenzado a dejar todo lo que era externo a la carrera atrás, solo se concentró en correr, que era lo que mejor le salía. Porque, si comenzaba a analizar todo lo demás, terminaría abandonando la carrera por el bajón anímico. De todas formas, no iba a dejar que eso sucediera, jamás. 

En el sector tres, mientras batallaba con no tocar el auto de Lionel y que no le hiciera nada, vieron varias banderas rojas flamear, se comunicó directamente con su equipo.

— ¿Ari? ¿qué pasó?

Un choque, Pablito. Beckam y Sergio. Le hizo bosta el auto al chiquito.

Siseó al pensarlo, eso les costaría un nuevo inicio de la carrera. Recién arrancaban y ya había un accidente, ¿quién sería el siguiente desdichado? La suerte de no tener un accidente en Mónaco era muy baja, y era eso lo que lo ponía medio loco.

Directamente se dirigieron hacia el comienzo de nuevo y bufó molesto, un poco entrecortado. Si había algo que le rompía mucho las pelotas era arrancar de nuevo la carrera. Eran cosas que no podía controlar y eso era lo que más molesto lo ponía.

Sus ojos no se despegaban del frente, mordía los interiores de sus cachetes ante la incapacidad de tomar entre sus dientes su labio inferior. Otra vez, la cantidad de nervios que estaban puestos sobre sus hombros lo terminarían matando.

Volvieron a comenzar, se aseguró de ir más cauteloso, pero tampoco hacerse el pelotudo porque ni en pedo se dejaría ganar por el estúpido de Lionel. Corrió con la misma velocidad y prolijidad de siempre. 

Lo animó recordar que habían muchos periodistas que decían que su manejo era como ver magia en vivo y directo, él solo intentaba mantenerse al nivel de esas críticas.

Fueron varias las vueltas donde pudo correr con normalidad. En la vuelta número cincuenta y uno le llegó información de que a Palermo, por un fallo en un recambio, se le había salido una de las cuatro ruedas. La izquierda de atrás. Una cagada.

Hubo varios cambios en las posiciones alrededor de la carrera. Walter fue más rápido que Palermo, recobrando su puesto rápidamente. Luego, Javier que pudo volver a incorporarse gracias a la revisión de su motor, terminó sobrepasando a Messi, quien poco después retomó su tercera posición. Y así. 

No hacía falta aclarar que lo único que se mantenía estable era esa pelea entre él y la súper estrella de Ferrari. 

Ni él daría el brazo a torcer para que ganara el primer puesto ni tampoco el mayor, quien buscaba a toda costa el punto de quiebre de Pablo, para que le cediera el paso. 

Y la búsqueda de ese punto incluía que Lionel se siguiera pegando demasiado a su auto. O pegándole a los costados con su auto.

Lo notaba en la manera como se desestabilizaba por unas milésimas de segundos su volante, logrando que se separara un poco de las paredes de las curvas, logrando encontrar así un momento para sobrepasarlo. Y todas las veces que lo hacía, ganaba esa pequeña batalla, tenía reflejos que atesoraba con su vida entera.

De todas formas, sentía que lo estaba poniendo histérico. Seguro intencionadamente.

Las horas pasaron con demasiada rapidez, tampoco es que tenía muy en cuenta el tiempo, estaba muy compenetrado con la carrera en sí. 

Y ya en la vuelta setenta, se sentía agotado, estaba exhausto. La repetición de las vueltas lo estaba mareando, mentalmente por supuesto. Sería el colmo si se marease por andar en el auto. Comunicó su descontento, por supuesto.

— Ari, no doy más.

Vamos, Pablo. Quedan ocho vueltas más y ya estamos, seguí así. Mantenete en tu ritmo y ni se te ocurra bajar los brazos.

Pese a que Ariel se ponía serio en momentos así, sabía que se lo decía con cariño.

Vuelta setenta y tres, estaba corriendo prolijamente sin ninguna interrupción, cuando de nuevo sintió un toque en la parte detrás de su auto, pero fue un poco más violento que los anteriores. Se alarmó, ¿quién más iba a ser si no era Lionel quien decidiría jugar sucio?

 


Y si mañana es como ayer otra vez

Lo que fue hermoso será horrible después.

 


Y de nuevo, otro golpe un poco más fuerte que lo hizo perder el control de su monoplaza, girando así y siendo su auto levantado un poco, corriendo el riesgo de comenzar a girar. Por la proximidad, el aire entre ellos se ensució, causando así que sus gomas perdieran adherencia. 

Sintió el “crack” que su alerón hizo al chocar contra el otro, se había roto por el impacto. Lo peor de todo eso, es la fuerte puntada que sintió en su rodilla derecha, gimió por lo bajo ante la sensación.

Por suerte, debido al peso, no logró girar del todo, evitando quedar con su cabeza contra el piso. Lo que sí había pasado es que se había quedado mirando en contramano, tenía el alerón roto y su rodilla se sentía rara.

 


No es solo una cuestión

De elecciones.

 


Su auto ahora estaba enfrentado contra el de Lionel, quien también tenía destruído el alerón. La carrera, por reglamento, fue parada al instante y él sentía que iba a explotar. 

Toda la carrera rompiéndole las bolas y ahora eso. Estaba hasta las pelotas. Golpeó el volante con violencia, gruñendo como respuesta.

¿Pablo, estás bien?

No contestó a la radio porque sabía que era capaz de gritar. Sentía que una rabia externa a él, motor de su accionar, lo movía solo. Se bajó rápidamente para ver su rodilla y, apoyado contra el costado de su auto la movió, sintió un tirón extraño apenas la dobló. Volvió a quejarse vocalmente ante el dolor repentino, era como si le clavaran una aguja en medio de la rótula. 

Lionel, al verlo tocarse la rodilla, salió histérico de su monoplaza pero él, al visualizar al mayor bajarse, giró su cabeza rápidamente en su dirección y comenzó a caminar hacia él, enervado. La furia que tenía en su cuerpo había acallado su dolor, dejándolo en un segundo plano.

 


No elegí este mundo, pero aprendí a querer.

 


— ¿Estás bie-

Lionel quiso apoyar su mano en su hombro, pero fue imposible. Porque él, apenas estuvo cerca suyo, lo empujó con ambas manos.

— ¡Hijo de puta!

Lo interrumpió, comenzando a golpear su pecho con las manos abiertas.

Todos los espectadores vieron sorprendidos esa escena, las varias banderas de Ferrari dejaron de flamear ante el desconcierto de aquella pelea, los tifosi habían desacelerado su euforia por la carrera. Volvió a reclamarle a Lionel, gritando.

— ¡Mirá lo que hiciste!

— ¡Pará, idiota!

 


Pero si insisto

Yo sé muy bien que conseguiré.

 


Sus voces se escuchaban amortiguadas por los propios cascos. Él siguió pegándole en el pecho, como si eso pudiera suplir toda la cólera que estaba poseyendo su cuerpo a la velocidad de la luz. Lionel intentaba alejarlo para defenderse, porque sabía a dónde iría toda la situación si le correspondía las piñas. Estaban caminando en círculos, casi como jugando a un juego.

— ¡¿No soportás verme ganar, no?! ¡Egoísta del orto!

Le gritó.

— ¡Pablo, basta! ¡Estamos en medio del recorrido!

— ¡¿Qué mierda me importa, gil?! ¡Mirá lo que le hiciste a mi auto! 

Él seguía empujándolo, esperando una reacción de su parte, porque ahora era él quien quería que reaccionara, quería verlo actuar, que hiciera algo. Necesitaba esa bronca mutua, era lo único que le quedaba. 

Lo vio alejarse de nuevo, quedando a una distancia prudente. El mayor levantó la pantalla de su casco y lo miró con sus ojos abiertos.

— ¡Cortála, boludo!

— ¡Toda la carrera hinchando lo' huevo', si queré' pelear, peleá bien!

Sentía cómo la garganta comenzaba a fallarle, sus ojos se tornaban un poco acuosos, respirar se le estaba dificultando. Se sacó el casco y guantes con rapidez, para tirarlos a un costado. Su pelo estaba húmedo y pegado a su piel debido al sudor. 

Aunque no lo pareciera, correr era exhaustivo, hasta el punto de que debían pesarse para medir la pérdida de peso luego de cada carrera. Habían veces que debía estar unos días comiendo una dieta especial por la pérdida de cuatro kilos por carrera. Tendía a perder eso con cada recorrido.

Toda su cara denotaba la cólera que estaba pasando por su cuerpo. 

— ¡Dale! ¡Sacáte el casco, puto de mierda! 

Lionel dejó de moverse, sus ojos parecieron oscurecerse, una pérdida de brillo ante algo que le molestaba mucho. 

El comentario fue totalmente a propósito, sabía cuánto le molestaba que lo llamara así. Que específicamente él lo llamara así. Creyó tocar un par de fibras sensibles al verlo quedarse quieto y comenzar a sacarse el casco. Sonrió internamente al haberle pegado a donde quería. 

Lo conocía lo suficiente como para saber qué era lo que le molestaba. 

Cuando estuvo en la misma condición que él, lo primero que vio fue que su pelo también estaba aplastado y ligeramente pegado a su piel algo húmeda.

Aquellos ojos del color del chocolate parecían destellar chispas, similares a los de un toro, entrenado para embestir a lo que estuviera enfrente suyo. Esos mismos ojos, que hace unos días lo habían visto con un cariño que jamás nadie le transmitió, ahora solo lo veían con odio.

Quería que fuese distinto, realmente lo quería. No quería que esto estuviese pasando, solo quería ganar la carrera como estaba escrito y seguir con su vida, que ya de por sí se sentía bastante deprimente sin la presencia de Lionel a su lado, obviando el hecho de que ese hombre era un imbécil irrecuperable y había hecho todo lo posible para alejarlo de su lado.

Sintió una punzada en su pecho, los recuerdos iban y venían al ver el rostro descubierto, todo volvía a su cabeza como flashes.

 


Si estas palabras te pudieran dar fe

Si esta armonía te ayudara a creer.

 


Pese a su estupidez, quería seguir teniéndolo cerca suyo.

— ¿Qué te dije de llamarme así, pelotudo?

Ahora Lionel comenzó a caminar hacia él, parecía enfurecido. Entrecerró aún más sus ojos.

— Pensé que no te importaba como te llamara, mariposón.

Las fosas nasales del contrario se agrandaron, en respuesta al otro comentario. Las manos más grandes lo tomaron desde su traje para ser acercado hacia el rostro más angulado. Lo vio con claridad.

— ¡¿Por qué sos así?! Siempre buscando la boca y esperando a que reaccione como el culo, ¿no? Me hartaste, Pablo.

El mayor lo soltó con fuerza, él se defendió sacando las manos de encima suyo de una manera violenta y rápida. Sentía como se le fruncía la nariz de la bronca y el aire salado del mar quemaba sus ojos, cuales ya previamente ardían por las lágrimas rebeldes que amenazaban con delatar sus verdaderos sentimientos.

— ¿Y quién te dijo que tené' que responder, eh?

Replicó con un tono ácido. Vio como los ojos del contrario se abrieron y su ceño fruncido se pronunció aún más.

— ¡No puedo no responder! ¡Sos insoportable, viejo!

Le gritó Lionel, abriendo sus brazos para después pegar los costados de su cuerpo con los mismos. Luego, levantó una de sus enormes manos para tocar su pecho con uno de sus dígitos. Podía ver sus manos blancas contrastar con el feroz rojo de su traje. Miró su dedo y luego subió sus ojos, él mismo también tenía el ceño fruncido.

 


Yo sería tan feliz, tan feliz.

 


— Me tenés muy podrido.

El mayor abrió la boca para decir algo, pero la cerró mientras soltaba un gruñido, asumió que para premeditar lo que diría luego.

— Me hacés reaccionar de la peor manera posible, sacás lo peor de mí y nunca había detestado a nadie como lo había hecho con vos. Sos la persona más insufrible del planeta. Todos los días me voy a dormir pensando en maneras de cómo hacerte enojar para que me hinchés las bolas y yo tenga razones válidas para odiarte. Odio la manera en que siempre arruinas todo, me enferma

El mayor pasó ambas de sus manos por su rostro. El pecho contrario bajaba y subía con rapidez, lo veía respirar por la boca. Lo vio señalar hacia arriba.

— Me duermo rezando, pidiéndole todos los días a Dios que me de una chance de verte mal.

Lionel arqueó sus cejas, todavía lo miraba enfurecido.

 


En el mundo.

 


— Y ya me harté de todo este juego de mierda. Ya está, me cansé de odiarte.

Lo vio alejarse un poco, solo lo suficiente como para darle un poco de espacio personal y el mayor poder así comenzar a arrodillarse frente a él. 

¿Qué mierda estaba haciendo?

Abrió sus ojos sorprendido ante la imagen de verlo hincado frente suyo, aunque su ceño fruncido no le dio paz a su expresión de sorpresa.

 


Que moriría arrodillado a tus pies.

 


— Porque yo no te odio, Pablo, estoy tan lejos de odiarte.

Lionel suspiró con fuerza mientras lo miraba a los ojos, estaban un poco entrecerrados por el molesto y brillante astro. Podía vislumbrar… ¿arrepentimiento? en su mirada, no sabía que era. Él, por su parte, estaba muy confundido.

No estaba entendiendo nada, y lo enojaba no entender nada. Lo miró irritado. 

Porque más le enojaba que se estuviera haciendo el pelotudo y lo estuviera tratando como uno.

En la posición en la que se encontraba el mayor, era muy fácil pegarle un rodillazo en la nariz. Y estaba dispuesto a realizar esa fantasía de ver su nariz sangrar. Dijera lo que le dijera, era capaz de hacerlo. Es más, comenzó a preparar la pierna que no le dolía para pegarle.

Pero al verlo ahí, con sus rodillas tocando el asfalto, postrado solo para él, su cabeza volvió a bifurcarse en dos direcciones, la razón y el corazón. 

Por un lado, quería hacerle saber la bronca y dolor que tenía mediante la charla, o un rodillazo. Pero por otro lado, estaba ese momento en donde sentía que debería bajar su guardia y besarlo enfrente de todos, no importaba qué le dijera.

Los labios más finos se abrieron.

— Yo…

Pero se volvieron a cerrar. El mayor dejó de mirarlo, capaz para apreciar la vista que el mar le ofrecía antes de cambiar el rumbo de las vidas de ambos, o buscando valentía en donde no había. 

El canto de las gaviotas y el murmullo de la gente detrás de ambos rellenó el silencio que se había creado entre los dos. El mar danzó y cantó para ellos, chocando contra los barcos, y el viento movió el oscuro pelo de Lionel. 

Sintió, ante esa imagen, como todo el aire que había sostenido en sus pulmones se esfumaba con cada parpadear.

El de Ferrari lo miró de nuevo, con sus grandes ojos oscuros llenos de lágrimas, parpadeando para evitar que cayeran, fallando en el proceso. Ahí estaba de nuevo ese momento extraño. El mundo se cerró para ellos nomás, como si lo demás no importase, solo eran ellos solos en medio de la carrera más importante, más cara y la más esperada.

Y bajo la mirada de todo el mundo, le dijo en un susurro:

— Yo te amo, Pablo. Mucho.

¿Dónde estaba el oxígeno cuando lo necesitaba? sentía que se ahogaba, internamente, con la falta de aire que estaba sufriendo. Aflojó su pierna, la que estaba lista para el rodillazo. 

Con sus ojos todavía abiertos en sorpresa, preguntó por lo bajo. Sentía que comenzaría a hiperventilar. Frunciendo su nariz ante la repentina confesión, preguntó con un hilo de voz:

— ¿Qué carajo…?

— Conocí por tantos años ese odio que me llevó a enfermarme tantas veces. La pasé como el culo por mucho tiempo y me dejó exhausto odiarte tanto, porque en realidad jamás te odié. Te amé y amo con una locura que creo que estos niveles de cariño llevarían al delirio a una persona común, y…

De repente, tomó su mano, estaba viéndolo con unos ojos que imploraban por algo. Toda esa situación era tan extraña, irreal. Miró confundido y con sus ojos bien abiertos ambas manos, luego su rostro. Ahora sí comenzó a respirar fuerte.

No sabía cuántas noches había fantaseado con esa situación. Lionel arrodillado enfrente suyo, diciendo todas las cosas que quería escuchar. Iba a desfallecer. Sintió cómo su guardia empezaba a darle tregua, aferró un poco su mano a la contraria y una pequeña lágrima cayó por uno de sus ojos.

— Y quiero pedirte perdón. Perdón por todo lo que hice, por los años que perdimos y por haberte hecho tanto mal, yo–

Ah, ahí estaba. Lionel cagándola, como siempre.

Eso último lo sacó de aquel ensueño que estaba viviendo, volvió a respirar. Sin dudar mucho tomó aire por su nariz, levantó su mano y le pegó una cachetada que resonó por todo el lugar. Se escuchó un colectivo “uh” de parte de la tribuna. El mayor cerró sus ojos con fuerza ante el impacto de su mano sobre su cachete, ya anteriormente violentado por la misma mano. 

Sus ojos avellanas rápidamente se colmaron de lágrimas, tuvo que alejarse un poco para procesar todo lo que había dicho, dándole la espalda al de Ferrari. No podía creer lo que había pasado.

Todo lo que había anhelado desde los dieciocho años, el perdón de Lionel. Y ahora que lo había recibido, no sabía realmente qué hacer con ello. Quería simplemente desaparecer, pero al mismo tiempo tirarlo al piso a Lionel por dos cosas, por lo pelotudo que era y por el abrazo que deseaba darle. Quería putearlo, pero al mismo tiempo llenarlo de besos.

No sabía qué hacer, estaba tan confundido y afligido. Le dolía el pecho, necesitaba llorar. Y eso hizo.

Tomó su cabeza con sus manos y se encerró entre ellas, poniéndose de cuclillas. Gotas saladas caían por sus cachetes enrojecidos.

No podía creer la audacia de él. Pedirle perdón en ese contexto, en ese momento. Era tan vulnerabilizante que hasta le parecía increíble la ridiculez que estaba haciendo. 

Se sentía tan humillado. 

Por su cabeza corrió sin parar el pensamiento de que estaba haciendo todo eso solo para volver a lastimarlo, porque era muy capaz de hacerlo. Le daba por las pelotas saber de lo que era capaz.

Movido por la bronca y el dolor, sacó su cabeza de entre sus manos para levantarse con violencia y caminar de nuevo hacia Lionel, quien todavía estaba en la misma posición, tocando su mejilla enrojecida. Caminó dando fuertes pisadas. Apenas estuvo enfrente de él, levantó su voz. 

— ¡Mirá todo lo que tiene que pasar para que me pidá’ perdón, culiado de mierda! ¡Mirá a dónde estamo’, Lionel, por Dios!

Con sus brazos abiertos, señaló sus alrededores, completamente en silencio. Todos parecían expectantes de lo que pasaría.

Estaba respirando por la nariz muy fuerte. El mayor lo veía casi con pánico en su mirada, perplejo ante su reacción. Lo vio de arriba a abajo, todavía en el piso, suplicando. Eso lo enfureció aún más. Empujó uno de sus hombros.

— ¡Paráte del piso, ridículo!

Lionel, sin chistar, hizo lo pedido. Él, aprovechó para tomarlo de una solapa de su traje y atraerlo hacia él. Y un sentimiento se instaló en su estómago, similar a las náuseas. 

Ni siquiera podía mostrar indignación porque no se le pasaba por la cabeza nada de eso, tampoco la vergüenza, menos decepción, ¿qué sentía por él? 

Acercándose aún más sobre su rostro, casi rozando su nariz contra la de Lionel, le murmuró con su voz temblorosa y su mandíbula apretada.

— ¿Sabé' cuantos años esperé para que me pidieras perdón? Y mirá cuánto pasó. So' un pelotudo, Lionel, de lo peor que existe.

En realidad sí sabía lo que sentía, solo tenía que decirlo. Tenía que dejar de ser tan cagón.

Su acento, potenciado por el enojo, se hacía paso libremente por entre sus palabras. Los ojos color chocolate lo miraban ofuscados, sin saber qué decir o sentir. Su voz salía en un susurro, sentía que iba a largarse a llorar en cualquier momento. Estaba totalmente indefenso y humillado, ni siquiera sabía si podía verlo a la cara cuando lo dijera. Dejó caer su cabeza enfrente de él. 

Pasaron unos segundos donde Lionel no supo qué hacer, estaba estático en su lugar, desconcertado.

El corazón le latía como si estuviera corriendo una maratón, porque realmente tenía esa necesidad de escapar de su pecho ante el terror de aclamar algo que había guardado por tantos años.

— Te hacés odiar, hijo de puta. 

 


Pero si insisto

Yo sé muy bien que conseguiré.

 


Levantó su cabeza, para mirarlo a los ojos. 

— Te odio tanto que te amo.

Sus cachetes ardían. La nariz de Lionel estaba colorada y sus ojos igual que los suyos. Volvió a rozar su nariz contra la de el hombre enfrente suyo, quien lo miraba perplejo, para susurrar con su voz entrecortada:

— Y yo te odio con toda mi existencia, Lionel.

 


Seguiré...

 


El mayor relajó tanto sus hombros que pareció que le hubiesen sacado una mochila llena de fantasmas del pasado convertidos en plomo. Lágrimas salieron libremente de los ojos de Lionel y, sin perder más tiempo, sus grandes manos fueron directo a los costados de su rostro para atraerlo con rapidez hacia él y estampar sus labios contra los suyos. 

Él, ahora de puntitas, rodeó su nuca con sus brazos, imposibilitando que se moviera. Esta vez no iba a dejar que se escapara.

Amor, eso sentía. Y siempre lo había sentido.

Amaba a Lionel.

Por su corazón galopaban a una gran velocidad muchas emociones en poco tiempo, podía palpar con una tremenda claridad esa bronca internalizada que le daban ganas de separarse del beso y pegarle al contrario, pero creía que ya era tiempo de dejarla atrás. 

Ahora su pecho se sentía lleno de calidez, estaba mezclado con muchas cosas, pero el cariño que le tenía al hombre que lo estaba besando le ganaba a todo lo demás.

Compartieron un beso dulce pero intenso, tal y como eran ellos. Él abrió su boca, desesperado por tocar su lengua, cosa que Lionel no dudó dos veces en hacer. Los dígitos del de Ferrari acariciaban con dulzura su pelo corto, su pulgar acariciaba su lunar en su mejilla y él dejaba mimos en su espalda.

El safety car pasó al lado de ellos y paró, el piloto bajó la ventanilla para preguntarles en inglés si estaban bien, pero no prestaron atención. Ellos seguían en la suya. 

El beso se fue ralentizando a medida que se iban quedando sin aire, terminaron separándose mientras buscaban oxígeno por sus bocas. Abrieron sus ojos para mirarse el uno al otro y, casi sin poder creer lo que había pasado, se rieron. Lionel escondió su rostro en su cuello, él lo abrazó fuerte.

— Are you guys okay?

Volvió a preguntar el chico del auto amarillo con un acento francés marcado. Giró su cabeza como pudo.

— Yeah, we’re fine!

Contestó, levantando su pulgar. Los espectadores comenzaron a flamear las banderas y gritar eufóricos por ambos. Ahora sí se separaron en serio, tenían que terminar una carrera. Se miraron callados, sin saber bien qué de lo que había pasado mencionar. 

— Bueno, eh…

Lionel no sabía qué decir, él menos. Rascó su nuca, nervioso.

— ¿Suerte?

Rieron de nuevo. Se miraron por última vez y se sonrieron, quizás diciéndose todo en ese espacio de vitoreos desaforados de los tifosi, para después ponerse sus cascos, guantes, y finalmente volver a sus autos. 

Cuando volvió a la realidad, recobró consciencia de ese dolor punzante en su rodilla. De todas formas, no dejaría que le quitara tiempo o que por razones médicas lo sacaran de la carrera, perderse de correr en Mónaco era lo último que quería.

Comenzaron a encarar ambos hacia el pit-stop, tenían que cambiar sus alerones rotos, algo que no llevó mucho tiempo. 

— Pablo.

Se acercó Ariel a él, con el ceño fruncido.

— ¿Estás bien?

Sabía a lo que se refería. Con su casco todavía puesto, asintió rápidamente. Su jefe profundizó su mirada severa y levantó la pantalla de su casco, develando el miedo que había en ellos.

— No me saqués de la carrera, por favor.

Ariel suspiró, negando. Lo dejó pasar, porque sabía lo importante que era correr para él.

— Si te tienen que operar o algo parecido, te voy a matar.

Le pegó suavemente a su casco y sonrió.

— Gracias.

Estando listo su alerón, volvió al ruedo. La carrera volvió a retomarse, por suerte no les dieron ningún tipo de penalización por el escándalo de recién.

Vuelta setenta y cuatro. Ya no sentía ese peso en su pecho o esa ansiedad que lo empapaba torrencialmente como un fenómeno lluvioso en verano, solo sentía emoción, euforia. Aprovechó ese efecto sedante que tenía sobre su cuerpo y lo usó a su favor.

Siguió corriendo de la manera minuciosa y extraordinaria que tanto le gustaba a la gente, también a él mismo. Aunque no podía negarlo, le dolía bastante la rodilla.

Recibió vítores a través de su comunicador al darse cuenta que había logrado la vuelta más rápida con un tiempo de 1:16.577.

Aunque eso se vio opacado, cuando en la penúltima vuelta en el sector tres, fue sobrepasado velozmente por el auto de nada más y nada menos que el corredor de Mercedes, Lionel Messi. Abrió sus ojos ante la sorpresa que eso le provocó, puteando por lo bajo. Fue tan prolijo y rápido que no lo vio venir.

Intentó en la última vuelta sobrepasarlo, pero fue imposible. E inminentemente apenas vio la bandera a cuadros enfrente suyo, y no siendo flameada con su llegada, el segundo puesto lo aguardó. Vio como Messi meneaba su auto de izquierda a derecha por su primer puesto, sonrió ante ello.

De nuevo, recibió felicitaciones de parte de su equipo, pese a no haber ganado primero. Estaba dentro del podio, eso era bueno. 

Cuando todos los autos finalmente pasaron por la línea de llegada, se dio por concluído el recorrido de Mónaco.

Estacionó en el lugar delimitado para el segundo puesto y bajó corriendo de su auto, esperando al otro corredor que entraría en el podio. 

El tercer puesto fue para Lionel.

Al llegar, lo vio bajarse también con rapidez. Se dirigió a él con un júbilo que lo desbordaba y lo abrazó todavía con su casco puesto. Se aferraron uno al otro con fuerza.

— Sacáte esta mierda, boludo.

Le dijo con su voz amortiguada el mayor. Carcajeando, se lo sacó al mismo tiempo que él, develando de nuevo aquel rostro que hace unos momentos lo había hecho sentir tanto una desdicha, enojo y satisfacción al mismo tiempo. Compartieron un cálido abrazo, donde ambos cerraron sus ojos, disfrutando de aquel familiar contacto que habían añorado por un largo tiempo.

Apenas se separaron, gorras negras fueron puestas en sus cabezas y sorprendidos, miraron al costado. Era Messi, quien se acercó a ellos con los accesorios, a los costados de ellas decían con un bordado blanco la posición en la que habían terminado. Él, segundo y Lionel, tercero.

Sonriendo y felicitándolo, abrazaron al chico.

Los tres fueron al podio, recibieron sus premios con distinto color, él recibió el plateado. Tenía la forma del recorrido y grabado en una pequeña placa el año y la carrera, la acarició con suavidad. Luego de las fotos donde por primera vez sentía que tenía una sonrisa genuina, les dieron a cada uno un champán, el cual abrieron y comenzaron a mojarse entre todos con el burbujeante líquido de color ámbar.

Después de bajar del podio, se giró para saludar a varias personas que lo habían ido a visitar, también a Javier, quien lo veía con una gran sonrisa, probablemente enterado de todo lo que había pasado. 

En un momento, Lionel se acercó a él, le sacó la gorra, haciendo que se diera vuelta. Sin darse cuenta de las intenciones del mayor, sintió como este vació lo último que le quedaba a su botella sobre su cabeza, aspiró una bocanada al sentir el frío líquido sobre su cabeza caliente. 

Lo vio con una sonrisa y ojos abiertos. Sacudió con una mano su corto pelo, sacando el excedente de champán. Levantó un dedo, acercándose hacia él.

— Después de esto, nosotros vamos a hablar.

Le dijo, intentando parecer severo, pero una inevitable sonrisa se le escapaba, contagiando al contrario.

— Dejáme disfrutar el momento, ¿te parece, payasito?

Entrecerró sus ojos, todavía sonriendo, mirando el rostro de Lionel, quien parecía verse más lindo que de costumbre.

— Te odio.

Tomó el rostro contrario y le estampó un beso. Los obturadores de las cámaras a sus alrededores se dispararon a la velocidad de la luz. No le importaba que mañana apareciera en un blog de Taringa hablando de lo putos que eran él y Lionel. No era ninguna sorpresa tampoco.

Aquel casto beso pareció curar cada herida que alguna vez estuvo abierta e incapaz de curarse. Ni él ni Lionel deseaban separarse, y había algo dentro de él que le decía que sería difícil que eso sucediera a partir de ahora.

Cuando terminaron, comenzaron a caminar hacia los cambiadores, abrazados de costado. Aunque, en el camino, fueron quitando de sus zapatos restos de caucho que habían quedado incrustados en ellos.

 

 

 

 

Notes:

yo sé que esto es medio trillado, pero es algo que les va a gustar iiiiii
https://drive.google.com/file/d/13ARxADkEulOj0C0cWXEwRoKdFm6FCX98/view?usp=sharing

las y los amo, nos estaremos viendo pronto <3

Chapter 11: Epílogo

Summary:

Pablo y Lionel atraviesan juntos momentos importantes de su adultez.

Notes:

yo sé, YO LO SÉ, que esto tenía que estar listo el año pasado, pero pasaron (muchas) cosas de por medio, que no tengo ni el tiempo ni los caracteres para explicarles, solo decirles que hay una pequeña sorpresa al final del epílogo que, si es bien recibida, voy a empezar lo más antes a laburar en eso para traerselas a sus mesas (ao3), y solo decir que este no es el fin de esta historia. disfruten <3

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text


No muy lejos de donde Lionel estaba, se podía escuchar el cantar hablado de la suave voz del hombre de rulos en el pasillo de la habitación, la forma de su voz ahora era mucho más parecida a la manera en que su pelo se formaba naturalmente. 

Puede que alguna vez Lionel haya escuchado por ahí que cuando alguien se enamora, el cabello toma una forma más enrulada, y Pablo, sospechosamente después de haberse bañado, parecía más ruludo que nunca. De su pelo caían pequeñas gotas sobre su cuello y remera prestada, perteneciente a Lionel.

Estaba hablando con su madre por teléfono. De vez en cuando se podía escuchar por el auricular la voz de Mary, felicitandolo por quinta vez consecutiva, se encontraba totalmente extasiada. Ella siempre lo felicitaba como si fuera la primera carrera que ganaba en su trayecto como corredor profesional, un poco le inflaba el pecho de orgullo por su propia madre. Él solo se limitaba a reír, agradeciendo sin parar con los cachetes sonrojados.

Y no muy lejos de donde él estaba parado, a unos pocos pies de distancia, estaba Lionel, también con su pelo húmedo y una remera propia, por supuesto, puesta en su cuerpo. Aquel hombre bamboleaba su mirada entre el paisaje pintado de dorado por el sol de la tarde y la figura contenta de Pablo que iba de un lado para otro en el pasillo. 

Por momentos, se quedaba embobado mirando al contrario, deseando estirarse un poco para tomarlo por la cintura y atraerlo hacia él, queriendo apartarlo de todo y todos. 

En ese preciso momento, lo quería para él y solo para él. 

Había pasado un largo tiempo de que eso no ocurría sin la moneda corriente de la discordia interrumpiendo entre medio de los dos, y por eso quería estirar ese tiempo tanto como le fuese físicamente posible.

La carrera, y todo lo demás, los había dejado totalmente agotados en todos los sentidos. Lo primero que hicieron al llegar al hotel fue pegarse una ducha, cada uno por su lado.

Pero de igual forma el mayor lo esperó mientras jugaba con sus manos.

— Okay, yo le digo… 

El mayor escuchó la dulce risa de Pablo proveniente del pasillo. La voz del menor se acercó más hacia él.

— Sí, sí. Chau ma, te amo. Besos al pa y a la Lau.

La vista de Lionel fue obstruida por el esbelto cuerpo del menor cubierto por la tela, quien dejó apoyado su teléfono en la mesa de luz. Las miradas de cada uno estaban clavadas en el otro, analizando sus facciones.

Pablo se acercó y se acomodó entre las piernas de Lionel, tomando su rostro con ambas manos. Se sonrieron. 

Los ojos color chocolate miraron los de color avellana que movían sus pestañas lentamente. No había dejo de ninguna otra emoción aparte de cariño.

— ¿Qué pasó?

— No, nada, era mi mamá. Anduvo viendo la carrera.

— ¿Con tu viejo?

— Si, ella te manda saludos.

Lionel arqueó sus cejas, sorprendido. Se acordó de las últimas palabras que intercambió con la madre de Pablo y algo ardió en su pecho, las tenía todavía marcadas en su mente como hierro caliente sobre la piel, pero al ver el genuino dulzor dentro del color en los ojos de Pablo, supo que la madre de él realmente se lo decía en serio, sin ningún tipo de rencor. 

Tendría que hablar con ella, luego de hablar primero con su hijo.

— ¿Ah sí?

Los labios más finos se curvaron hacia arriba, los cuales terminaron dejando un beso sobre la palma de su amante.

— Que bueno.

El mayor tomó su mano y dejó besos desde el dorso de su mano, luego su antebrazo. Antes de que pudiera seguir, Pablo sostuvo el rostro de Lionel entre sus propias manos para que lo mirara. Sonrisas se encontraban pintadas en sus rostros, aunque cierta inquietud rondaba sus ojos, sabían lo que debían hacer.


Pablo analizó el rostro más angulado, su mirada se clavó en el nuevo pequeño vendaje que cubría la herida que él mismo había provocado, entrecerró sus ojos mientras fruncía su nariz.

— ¿Te duele mucho todavía?

Le preguntó en un susurro, pasando muy suave uno de sus dedos sobre la pequeña cinta blanca, el toque fue tan suave que le fue muy difícil delimitar la textura del vendaje. El mayor apoyó su cabeza sobre la mano mientras lo miraba con atención. Pablo se sintió derretir bajo esos oscuros ojos, tan atentos. 

— No, casi nada.

La respuesta fue igual, un susurro. Casi como si se estuvieran contando los secretos más íntimos de cada uno. Y así siguieron hablando.

— Perdón.

— No pasa nada, Pablito.

— Igual no te voy a decir que no quería pegarte, porque sí te lo merecías.

Lionel soltó una risa por su nariz, no se mostró capaz de sonreír mucho. Una parte suya había sido profundamente ofendida, pero la otra parte más racional de su ser sabía desde dónde hablaba Pablo, y lo entendía. El susurro quedó atrás.

— Bueno. Gracias, che.

Exclamó con dejos de ofensa en su voz.

— No me digas que no, porque te la debía desde hace mucho. 

Amore mio, el resentimiento deberíamos dejarlo ya atrás.

El menor frunció su ceño, aunque todavía conservaba su sonrisa.

— Que mi amor ni amor, me vas a hacer embolar.

Con su mano libre, empujó suavemente al mayor, quien solo reparó en reír ante aquella acción. 

— Ah, ¿te vas a poner violento, caro?

— Basta, no me chicanees. 

— ¿Qué no era que te gustaban los apodos, mia dolce metà?

Pablo frunció su ceño.

— Lionel, basta. Estamos grandes para el boludeo.

Lionel, en respuesta ante esa frase, arqueó una ceja.

— Pablo…

— ¿Qué?

Las palabras salieron puntiagudas, ásperas.

— ¿En serio me decís?

— ¿Qué, qué tiene que no quiera que ahora no nos peleemos?

— Hace unas horas casi nos agarramos a las piñas en medio de la pista. Podrías ser un poco realista, me parece.

El menor frunciendo su boca, tomó el rostro contrario con ambas manos y lo miró fijo, harto.

— Dejemos eso atrás, ¿sí? Que nos debemos una charla importante, basta de pelotudeces. Basta de pelear, pelear, pelear, que todo lo que hacemos es pelear y yo ya estoy hinchado las pelotas de pelear.

Dijo sin dejar paso al aire, finalmente soltando las palabras que deseaba decir hace un largo tiempo pero que jamás tuvo las pelotas para profesar. 

Aquella fricción no era nada nuevo entre los dos, era lo único que habían conocido hasta ahora. Pero el amor tampoco era algo que habían dejado atrás. Por eso, cedieron a tenerle paciencia al otro.

Después de un silencio donde solo se dedicaron a analizar al otro, Lionel suspiró, resignado a lo inminente y entendiendo el planteo que Pablo le hacía, interrumpiendo así aquella pausa.

— Una charla, okay.

— Si.

— ¿Y, de qué querés hablar?

El menor mordió sus labios, previo a sentarse al lado de Lionel, quien tomó su mano en señal de apoyo.

— De… 

Se comenzó a sentir un poco abrumado, era tanto, su esperanza de que todo pasara como un mero trago de agua, desapareció con rapidez. Soltó un suspiro fuerte.

— De tanto.

Tener ahora a Lionel con la guardia baja y abierto al diálogo era algo totalmente nuevo. El mayor lo miraba expectante, dándole pie a hablar. Él pasó una de sus manos por su cara, luego terminando en su pelo, finalizó esa acción con un muy pesado suspiro.

— No sé ni por dónde arrancar. Quiero hablar pero no sé qué de todas las cosas que quiero hablar.

Lo miró, siendo honesto al respecto. Ahora el mayor apretó sus labios y lo empujó suavemente con uno de sus hombros, intentando aliviar la tensión del ambiente.

— Bueno, yo no soy el más indicado para hablar, que digamos.

Pablo intentó esconder la sonrisa que se estaba formando en sus labios de a poco.

— No te me vas a escapar, los dos tenemos que hablar.

— ¿Por qué tenemos? 

— Porque las charlas son de a dos, no quiero ni pretendo dar un monólogo.

— Está bien, tenés razón.

— Encima…

Una necesidad de reír creció dentro suyo, los nervios lo tenían acorralado, pero recordó su motivo de todo el malestar actual y esa furtiva sonrisa se esfumó tan rápido como llegó.

— Tampoco quiero que sea incómodo–

— Pablo, esto en sí es incómodo. 

Lo cortó Lionel.

— Jamás habíamos cruzado más de dos palabras sin pegarnos una piña o putearnos. Es muy incómodo y preferiría estar haciendo otra cosa antes que esto.

Frunció su ceño ante ello, pero antes de poder decir otra cosa más, el mayor tomó de nuevo su mano.

— Pero estas cosas, por más que sean incómodas, son necesarias. Estas charlas de mierda son necesarias, ¿okay?

Apretó su mano y asintió lentamente.

— Okay.

— Entonces, podes arrancar por donde quieras, que incómodo ya estoy.

Ahora sí soltaron ambos unas vagas risas, aprovecharon para liberar un poco los nervios que estaban construidos alrededor de ellos, levantando paredes invisibles que les impedían abrirse uno con el otro.

Se acomodó en la cama, enfrentado a Lionel y con sus manos entrelazadas, más no lo miró. Primero apretó sus labios y los abrió, soltó un suspiro. ¿Cómo se hacía esto? 

— Bueno, eh… no sé. 

Otro suspiro.

— Creo– que te adelanté algo de, bueno, de todos los meses que pasamos separados pero bueno, es necesario que sepas que me sigue doliendo hasta el día de hoy y que todo lo que hiciste hasta hace unas horas me sigue lastimando. 

Su voz tembló por unos segundos, pero siguió. Unas lágrimas comenzaron a arder en sus ojos.

— Y no se que hacer porque todo me duele como si hubiera pasado ayer, siempre estoy acordándome de todo lo que pasó. No me puedo escapar de eso. No puedo dejar de pensar en cómo se dieron las cosas, de lo solo que me sentí después; lo dejado de lado que estuve, el deterioro sentimental fue gigante, Lionel. ¿Sabés lo doloroso que era pasar por tu casa y acordarme de todas las cosas que habíamos vivido juntos?

Y siguió.

— Ver cada lugar donde compartimos una vida, no sentía tu presencia porque ya no estabas ahí, y si llegaba a sentir algo, me quemaba vivo el recuerdo de lo que me habías hecho. Fue– fue horrible. No me importó recuperarme del golpe físico, eso fue lo de menos. Lo que me costó fue recuperarme de acordarme de tu cara, no sabía ni quién fue la persona que estuvo enfrente mío ese día.

Un suspiro tembloroso salió de su boca, eso bastó para que las lágrimas brotaran de sus ojos y cayeran pesadas por sus mejillas, mojando la piel a su paso.

— Y yo se que esa persona ese mismísimo día no era mi mejor amigo, era alguien que realmente ya no reconocía. No eras vos.

Ahora sí tuvo el valor de levantar la mirada. 

— Fue durísimo, Lionel. Porque no solo sentí que te perdí a vos, el chico que me gustaba, si no que sentí que perdí a mi mejor amigo, quien me acompañó prácticamente toda una vida, ¿entendés? Y es difícil cerrar una herida así.

Lionel, con su cabeza ladeada hacia un costado, tenía sus ojos clavados en él, el brillo dorado del sol los pintaba y dejaba un destello en ellos que lo hacían querer dejar besos sobre sus párpados, solo para adorarlos por su belleza en sí. Y también en parte quería con sus besos parar esas lágrimas, producto de su longevo orgullo estúpido, del cual jamás se hizo cargo pero del cual estaba dispuesto a hacerlo ahora.

— Yo se que es una estupidez hablar de algo que pasó hace quince años, pero igual me sigue doliendo como si hubiera pasado ayer, y a veces siento que no puedo ni respirar del dolor que me provoca el recuerdo, es hasta paralizante.

— Pablo, jamás dije que era una estupidez.

Le susurró Lionel.

— Ya sé, pero igual se siente como una estupidez y me es imposible no considerarlo como tal, porque se supone que debería yo ser lo suficientemente adulto como para superar una cosa así, y me siento un inútil por ser así.

— Tampoco te estoy exigiendo que seas adulto, solo que hables.

— ¡Sí sé! Solo te cuento lo que me pasa.

Eso salió con un poco más de rabia de lo que había pensado. Un silencio se instauró entre los dos, tragó saliva.

— Perdón, no te quise gritar.

— Está bien.

Una vaga sonrisa se formó en su boca.

— Costumbre de mierda.

Se miraron unos segundos.

— ¿Y qué más?

Apretó sus labios, sintiendo un llanto abrazarlo como olas de un bravo mar. Negó con su cabeza ante la incredulidad de estar haciendo eso.

— Por más que hablemos todo, igual siento que puedo llegar a perderte de nuevo. No quiero eso, de verdad que no. Ya lo hice una vez, no quiero ni tampoco creo poder afrontar de nuevo un golpe así.

No sabía si el mayor deseaba decir algo más o no, pero hubo algo en su mirar que lo incentivó a seguir. Sus ojos comenzaron a arder, otra vez. 

Se sintió tan desnudo en ese momento que le dio vergüenza ser incluso visto por el mayor, pero lo ignoró, tenía que seguir. Lionel tenía que saber todo, en ese momento no debía ni tenía por qué ocultarle cosas.

— Te quiero mucho como para imaginarme momentos sin vos, y– y no te estoy implorando que te quedes, al contrario, sos libre de hacer lo que quieras. Solo…

Un par de lágrimas lo traicionaron al salir libremente de sus ojos. Suspiró para dejar salir el aire que tenía retenido en sus pulmones, aire que no sabía que tenía cautivo dentro de sí.

— Esto te lo quise decir el día de tu cumpleaños, no este si no el de hace unos varios años, pero era un pendejo tan pelotudo que no sabía cómo pedirle a su amigo que no se vaya, que se quede y no me deje solo, porque me podía llegar a– a morir si eso pasaba.

Lionel ahora dejaba pequeñas caricias en el dorso de su mano con su pulgar. Sorbió su nariz mientras sentía su voz quebrarse un poco.

— Me hizo tan mal saber que te ibas, peor fue saber que jamás me diste una mínima señal de que me querías hablar, porque… no sé, por más dolor que sentí, muy dentro mío yo supe que querías hacerlo. Te conozco como si fueras yo.

Quise hacerlo, sabés que sí, pero fue bastante tarde cuando me di cuenta. También era un pendejo pelotudo, Pablo. Eso necesito que lo entiendas también.

— Lo entiendo, pero eso no quita que te hayas comportado como un hijo de puta.

— No, ya sé. Nada quita nada, y creéme que me arrepiento.

Cayeron en un silencio. Mientras secaba sus lágrimas con su mano libre le preguntó:

— ¿Por qué no lo hiciste antes? Hablarme, digo.

— Porque me dio miedo saber que pensabas de mí, de lo que había hecho. Me dio tanta vergüenza que lo más lógico me pareció ignorarte, dejarte de lado. Tenía miedo que me dijeras algo que no me gustara, que me putearas, y así me dieras una razón más grande para odiarte peor de lo que lo hacía. Porque te tenía tanta bronca, tanta bronca, que no soportaba verte, y menos hablarte.

Ahora dejó que hablara.

— Igual manejé la situación como el orto, te llegué a pegar y creo que no va a haber ni perdón de Dios que repare eso, pero quiero que dejemos eso atrás.

— Pero para dejarlo atrás hay que hablar.

— Y bueno, eso estamos haciendo. Tenemos todo lo que queda del día.

Lionel ahora dejó un beso en su sien. Asintió, dejó que hubiera un silencio en medio, que estuvo lejos de ser incómodo. Tomó aire por la nariz y dejó que un par de palabras más fluyeran de su boca. Tenía que sacarlo todo, por más que ahora de nuevo sintiera como la garganta le ardía con cada palabra que pensaba profesar.

— Me siento tan pelotudo por haberte querido tanto tiempo y nunca habertelo dicho. Tener que esperar a estar más cerca de los cuarenta que de los veinte para decírtelo. Siento que perdí una vida entera.

Tapó su cara con una de sus manos, sentía las lágrimas amenazando con caer y ya había perdido la cuenta de cuál era esa vez que lloraba.

— Pablo.

Lo llamó suavemente. Su nombre en la boca del mayor sonaba tan dulce, su manera de llamarlo ahora era dulce, no era violenta ni tampoco dolía en su alma. Se sentía como un mimo.

El mayor soltó su mano y acercó la suya a su cara, acariciándola. Soltó entrecortadamente el aire que había contenido hasta ahora, dejó que acunara su rostro. Lionel acortó la distancia entre ambos, acercándose aún más.

— Perdón, por todo.

Un puchero se asomó en los labios del menor y pequeñas lágrimas amenazaron con salir, de nuevo. 

— Perdón por haberte causado tanto daño a tal punto que creíste que no ibas a poder querer a alguien de nuevo, perdón por haberte dejado de lado tanto tiempo.

Eso no le impidió sonreír como un tarado.

— Y…

Suspiró el mayor.

— Estoy muy seguro de que es la primera vez que te lo digo, pero siempre lo sentí así.

— ¿Qué cosa?

Acarició su rostro con una ternura tan cruda pero tan delicada que casi sintió como si la propia alma del mayor hubiese acariciado la suya.

— ¿Vos sabés que yo te amo mucho y lo orgulloso que estoy de poder decirlo?

Lionel analizó su rostro antes de seguir, su pequeña sonrisa lo delató.

— Mucho, de verdad. Y siempre lo hice, te conté el momento exacto donde me enamoré de vos, y lo voy a atesorar hasta que me metan al cajón. 

— Ay, Lionel.

Le pegó en el costado de su brazo, ambos rieron.

Te amo mucho, Pablo Aimar.

Su sonrisa se ensanchó aún más.

— Creo que no hay mayor privilegio que amarte, muchos años lo hice a la distancia pero ahora que te tengo, no te pienso dejar ir. Quiero amarte como corresponde.

Ahora tomó su rostro con ambas manos de una manera tan cálida que sentía que se derretiría ante aquel tacto. La expresión del mayor se convirtió en una más seria, pero sus ojos brillosos delataban el sentimiento hacerse paso. 

Dicen que los ojos son la ventana al alma, y él no podía ver nada más que sinceridad a través de ellos.

— No quiero perder más tiempo, y quiero que sepas lo mucho que quiero estar con vos, que sepas que sos la persona con la que realmente quiero estar, con quien quiero arrancar el día y la misma persona con quien quiero terminarlo, porque sos lo más valioso que tengo y desde el momento que me di cuenta a mi también me agarró un cagaso de la San Puta.

Rió por lo bajo ante el comentario.

— Siento que los perdones que te pida jamás van a ser suficientes, se que fui un hijo de puta pero, por vos estoy dispuesto a cambiar. De verdad.

— Okay.

Susurró, bastante convencido de las palabras del mayor.

— Y no me vas a perder jamás, porque más grande es mi miedo de perderte a vos. Y tampoco pienso por nada del mundo darme el disgusto de alejarme de tu vida como si nada, no de nuevo.

Ahora fue él quien analizó las expresiones del contrario, tenía mucha pinta de que estaba por llorar.

— Te amo demasiado como para dejarte ir, Pablo. 

No pudo decir más nada, sentía que si lo hacía podía llegar a llorar como un niño desconsolado, solo pudo abrazarlo por su cuello con fuerza. Se aferró a su remera con sus puños, arrugando la tela bajo su tacto. Lionel también lo tomó por su cintura de igual manera.

No sabe cuánto tiempo estuvieron así, solo sabe que se soltaron apenas se sintieron seguros de que sus voces no se quebrarían a la primera palabra pronunciada. Lionel acariciaba los costados de su rostro con suma ternura.

Pablo sabía que la iba a cagar con lo que estaba a punto de decir, pero tenía qué.

— También quiero que me aclares eh– algo.

— ¿Qué cosa?

Le contestó el mayor con dulzura.

— Lo de esta chica… Elisa.

— Ah.

No notó incomodidad alguna en el cuerpo contrario, suponía que era una buena señal. Pero ese miedo, esa inseguridad, de ser consciente de que una mujer pudo haber estado en la vida de Lionel, ¿cuándo? No importaba, pero saber que estuvo presente le provocaba un hueco en el pecho y una molestia muy extraña en el estómago, similares a unas náuseas pero peores.

— Bueno, la conocí el día que cumplí veintiocho, amiga de un amigo, también de nuestra edad. 

— Ajá.

Musitó, cortante.

— Nada, pegamos onda y entre copa y copa le di un beso. Hablamos por unos meses pero no me salía hacer algo más que darle besos en lugares públicos. Hubo una noche donde la quise llevar a mi departamento y me dijo que no, entonces quedó todo raro.

Sentía que no podía respirar de la bronca, ¿o acaso eran celos? ¿o era un poco de todo? Solo sabía que le producía una cólera inexplicable que burbujeaba en la boca de su estómago y lo hacía querer actuar como un tigre a punto de atacar a su presa.

— No me duró mucho eso con ella, de todas formas. Entre los quilombos de los viajes, las carreras, que yo no estaba disponible y ella no sabía que quería, quedamos como amigos. Después me confesó que sí quería estar en algo con alguien, pero que ese alguien no era yo.

Lo vio sonreír amargamente, como si todavía le doliera. Su expresión debe haber sido todo un poema, porque cuando el mayor dejó de lado ese tono ciertamente melancólico, tomó la mandíbula del menor para acercarlo y darle un beso, se dio cuenta de lo endurecidas que tenía sus facciones. 

— Cambiá la cara, que quien me encanta acá sos vos, eh.

Le dijo el mayor en un susurro cerca de sus labios, no pudo evitar sonreír. Se volvieron a alejar, solo apenas para tener un pequeño espacio entre los dos.

— No se que te habrá dicho el tarado de Beckam, porque era el único que sabía de todo.

— Lo hizo a propósito, te lo juego.

— Segurísimo, mira si va a entender de vínculos si apenas pude explicarle lo que era Elisa para mi. Ya sé a quién no contarle las cosas, es un pelotudo.

Ahogó una risa antes de profesar:

— Es un inglés pelotudo.

Los dos rieron en conjunto y Lionel asintió.

— Si, es un inglés pelotudo.

Se sonrieron y se quedaron allí. Los ojos avellana no podían dejar de mirarlos de color chocolate y viceversa, estaban sumido en una especie de trance. Y Lionel dijo:

— Volviendo a lo que te estaba diciendo, es verdad lo que dije de no querer perder más tiempo, Pablo.

Su boca se curvó hacía arriba con rapidez.

— ¿Y qué me sugerís, entonces?

— ¿Querés que te responda con total sinceridad?

— Obvio, por algo te pregunto.

Los brazos de Lionel se acercaron a su cuerpo y lo atrajeron hacia él. Se quedaron en un abrazo mientras el mayor lo miraba atento, entrecerrando sus ojos pero sonriendo de costado. Sabía que cuando hacía eso iba a decir o el chamuyo más guarango o la pelotudez más grande.

— Quiero ser tu novio.

Mordió su labio y pegó su frente a la contraria, cerrando sus ojos. No había notado lo cansado que se encontraba hasta el momento. 

Se moría por decirle que sí, de verdad.

— ¿No estamos grandes como para andar de novios, Lionel?

— Para noviar no hay edad, Pablito.

— No sé, Lio. No es así de fácil…

— Bueno, nos casemos.

Separándose con rapidez de la cercanía, abrió sus ojos. Sus palabras lo desconcertaron completamente.

Con una sonrisa incrédula, le respondió.

— So’ un cebado, Lionel.

— No me dijiste que no, eh.

Le dijo el mayor con una media sonrisa, y lo tomó por la mandíbula.

Ahora no quiero.

— ¿Por qué no?

— Porque creo que me merezco que me lo pidas bien, pedazo de pelotudo.

— Eh, la boquita.

Ambos rieron mientras se veían a los ojos, dejó un pico sobre los labios más finos.

— Fuera de toda charla, vamos lento. Y nos fijamos qué onda después.

Lionel sonrió sin mostrar sus dientes.

— Bueno, nos fijamos entonces, caro.

Rodó sus ojos.

— Pelotudo.


El tiempo comenzó a correr para ambos, y así dos años pasaron. En medio de ello, el noviazgo llegó oficialmente. Lionel se lo pidió al primer año que compartieron juntos entre país y país. 

Fue una noche en la que debieron viajar al circuito de Monza en Lombardía, Italia. Lo malo de eso, es que habían perdido el primer vuelo y estaban llegando tarde, muy tarde, al país mediterraneo. Ambos, agotados de tanto viajar, lo único que habían podido hacer era quedarse en el espacio exclusivo del aeropuerto, esperando a que fuera el horario de su próximo vuelo. 

Las interminables horas parecían no querer pasar y Lionel, por más sueño que cargara, no lograba conciliar el sueño. Con la cantidad de vueltas que daba por la gran sala vacía, parecía que iba a agujerear el piso. Pero en un momento donde sintió que debía parar, vio a Pablo ahí, con su cabeza apoyada en un sillón de cuero negro con un libro de Sacheri entre sus manos a punto de caerse, ya que sus manos se habían relajado. Estaba dormido.

Y viéndolo dormir, con una expresión tan calma y en una posición tan poco favorable para su espalda, fue el momento en el que se dio cuenta de que quería todo con Pablo, justo como se lo había dicho esa tarde después de confesarle todo.

Cuando Pablo despertó, desconcertado, abrió de nuevo su libro para ver que no había perdido la página en la que se había quedado. Se quedó helado cuando vio escrita en una servilleta la frase que se moría por leer hace años. Con una cansada caligrafía y una lapicera azul, estaba escrito “Quiero que seamos novios”. Ninguna pregunta, ninguna duda, sólo una afirmación que le provocaba que su corazón dentro de su pecho estuviera latiendo como nunca.

Cuando levantó su cabeza eufórico para buscar a Lionel y contestarle, lo vio dormido. Estaba sentado, de brazos cruzados y su cabeza ligeramente tirada hacia atrás en el sillón individual de cuero negro. Y ahí, viéndolo con su boca cómicamente partida y su pecho moviéndose de arriba hacia abajo en un ritmo pausado, supo que era el sí más fácil que daría en su vida.

Después de la carrera donde el mayor fue recibido con mucho amor por la legión donde latían corazones a los que se les debía inventar una nueva palabra para describir la pasión que sentían por el equipo de Lionel, pasaron juntos su primera noche como novios oficiales, acostados en una misma cama y compartiendo caricias que apenas podían sentir por lo delicadas que eran. 

El insomnio, por más que los mediara el cansancio, rondaba entre ellos y una inminente charla devino con ello. Entre susurros, comprendieron que esa falta de tiempo que habían desperdiciado en los comienzos de su adultez y parte de ella, tenían que reponerla de alguna manera. 

Decidieron que cuando volvieran a Argentina, se mudarían juntos a Europa.

No fue una conclusión a la que llegaron con facilidad, dieron mil y una vueltas en el colchón, la angustia los carcomió de nuevo y hasta llegaron a pedirse perdón mutuamente por cosas que ya habían hablado. Pero entendieron que ponerse mal era en vano, el tiempo pasaría igual. Lo aprovecharían al máximo.

Entonces, pasaron esos dos años juntos. 

Mudaron todas a uno de los barrios más caros de Mónaco, se lo podían permitir y además, vieron más beneficios que contras que tenía el quedarse en Europa y no tener que hacer vuelos de tanta distancia desde Argentina hasta el viejo continente.

Cada vez que podían, festejaban el podio con un buen asado con carne traída exclusivamente de Argentina, invitando a sus amigos de la parrilla. Incluso, a finales del tercer año juntos, adoptaron a una perrita, una boyera de Berna a la cual nombraron Dulce… porque ponerle dulce de leche a una perrita que les hacía recordar mucho al pequeño postre era muy largo. Pablo religiosamente le peinaba el pelo todos los días y Lionel, con pedido expreso de su novio, la bañaba cuando era necesario.

Pudieron dejar las asperezas atrás en el tiempo gracias a un año y medio de terapia en pareja con la dulce Jean como mediadora de su pasado, la terapeuta que con mucha paciencia explicaba las cosas en un inglés muy marcado. Ambos se habían negado al principio, pensaban que era la estupidez más grande del universo, pero con una segunda intervención de parte de sus amigos, fueron convencidos en debida manera.

Habían aprendido a disfrutarse entre ambos sin puteadas de por medio y charlas que eran necesarias para el vínculo de los dos.

Cuando la temporada de carreras cesaba, tomaron la costumbre de viajar a Mallorca, en España, a visitar a Elisa. Podían permitirse quedarse en hoteles extravagantes, pero preferían la cotidianeidad y tranquilidad de alguien conocido como la amiga en común. Pablo había aprendido también a querer a Elisa, no había sido tan terrible después de tanto.

Pablo había descubierto en ella a una mujer muy dulce y maternal, pero sus hijas a veces les ganaban por mucho. Tal era la costumbre de parar en la casa de Elisa cada vacaciones de invierno y verano, que terminaron siendo llamados tío Pablo y tío Leo por parte de las pequeñas Francisca y Emilia, y siendo recibidos cada vez con cosas dulces hechas por las niñas.

La costumbre, para ambos, era un sueño hecho realidad.

Al cuarto año consecutivo de convivir juntos, ambos estaban preparando sus cosas para el viaje a una de las carreras en Cataluña, que se disputaría a mediados de mayo. Era 5 de mayo y ellos debían estar allá el 11. El sol de la pacífica tarde en Mónaco entraba por el gran ventanal de la habitación compartida y los bañaban los cálidos rayos de eso de las seis.

Estaban en completo silencio, sumidos cada uno en su propia valija. Un silencio bastante extraño para Lionel. Normalmente en esos momentos acostumbraban a hablar respecto a las decisiones de sus respectivos equipos para la monoplaza, aparentemente iba a llover bastante, por lo que necesitarían las full wet blue, pero no escuchó en ningún momento comentar acerca de eso. En cambio, Lionel lo hizo, pero Pablo solo sonrió y asintió con la cabeza.

Pablo armaba y desarmaba la valija, soltando suspiros de vez en cuando, como si algo lo inquietara. 

Y fue ahí cuando Pablo, que comenzó a sentirse abrumado por la bola de sentimientos que venía resguardando celosamente de su novio hace unos días, dejó su valija a un costado, se paró y tapó su cara. Lionel, al verlo en esa posición, se preocupó al instante.

— Amor, ¿qué pasa?

Separó sus manos de su rostro y con los ojos llorosos, le tiró una noticia al mayor que definió totalmente un antes y un después entre ellos:

— Me voy a retirar.

Lionel se quedó helado en su lugar, intentando que las cuatro palabras que su novio había pronunciado con pesadez decantaran en su cerebro. No fue un “me quiero retirar”, no, fue un “me voy a retirar”. No había duda en su declaración tan repentina.

— Pensaba anunciarlo en la conferencia de prensa de este fin de semana, o cuando pueda, no sé. Capaz- capaz pedirle a Paula una mano con esto.

Paula, su coordinadora de redes, algo totalmente nuevo para ambos pero sumamente necesario en estos nuevos tiempos.

No fue fácil, para ninguno, aunque Pablo sabía que tenía la madurez suficiente como para saber dar un paso al costado a sus treinta y siete años. Ya no solía ser el chico veloz, ocurrente y habilidoso que alguna vez fue, le costó admitirlo pero era algo que ya era sabido. Varios periodistas mala leche lo venían comentando de a poco, y la semilla había sido plantada exitosamente en su cerebro, tan sensible a veces. Más cuando su contrato de renovación no estaba ni cerca de ser hablado.

Lo peor para Pablo fue, silenciosamente, terminar dándoles la razón. Guardó toda esa información muy dentro suyo y fue incapaz de contarle a Lionel.

Pero ya no le era posible seguir guardando el secreto mucho más. Y ahí, le confesó que con cada año que pasaba, cada carrera le costaba recomponerse cada vez más y más, sus músculos dolían y había calambres que tardaban en cesar. Le contó que había noches donde debía tomar una medicación sí o sí para poder relajar sus músculos, porque naturalmente ya no le era posible y menos conformarse con un baño de agua caliente.

El mayor lo entendió, también entendió cuando Pablo se largó a llorar enfrente de él después de toda esa confesión. Acortó la distancia entre ambos y abrazó fuerte. Fue un abrazo que duró lo mismo que el llanto de Pablo, extenso.

Cuando se separaron y se miraron a los ojos, Lionel sintió una punzada en su corazón, verlo llorar era la cosa más horrible que le podía pasar. No podía ni imaginar el dolor que le había causado no haber dicho nada todo ese tiempo. 

Después de mirar su expresión de padecimiento, tomó aire y le habló despacio.

— Amor.

El otro no le contestó, solo lo miró con sus cejas curvadas en tristeza y sorbiendo su nariz.

— Perdón que hayas tenido que guardarte esto, y más aún si no sentiste la confianza suficiente para decirmelo.

— Lio, no– no pasa por ahí la cosa, creéme que…

— Basta, no me hace falta que me expliques, está todo bien, ¿si?

El menor asintió. Lionel subió sus manos hacia el rostro del contrario, tenía una fascinación por ese gesto, y le sonrió. Sabía que lo que estaba por decir generaría cierta reacción negativa dentro de Pablo, lo conocía bien, pero esa decisión la había tomado apenas supo que quedarse solo no era una opción.

Entonces, muy despacio, comenzó a hablar.

— No quiero que esto suene a que estoy exagerando o que es culpa tuya, porque creo que nos conocemos demasiado como para que sepas que yo las cosas que digo, las digo en serio, ¿si?

Pablo volvió a asentir.

— Quiero que– que sepas…. Dios.

Abrió y cerró su boca, las palabras no sabían salir de ella. ¿Cómo decir algo así sin parecer desesperado y que realmente no lo estaba diciendo porque buscaba algo en particular? 

Eso pasaba por la cabeza de Lionel, era como su monoplaza girando constantemente en su mente, sin saber para donde ir ni qué rumbo tomar para no salir disparado para cualquier lado.

— Quiero que sepas que no puedo estar en un mundo donde vos no estés presente para verme ganar, o para consolarme cuando pase lo contrario.

Hubo un silencio donde Pablo realmente no supo qué decir, esa frase no era ninguna novedad pero escucharlo sí.

— Y es por eso que me voy a retirar con vos, al lado tuyo. Me parece la mejor manera de irme.

Pablo tomó las manos más grandes e intentó alejarlas de su rostro.

— No, Lionel.

— Pablo, es decisión.

Ahora sí el menor alejó las manos de su rostro, comenzando a alborotarse.

— Lionel, ni en pedo, ¿cómo te vas a retirar? Sos jóven todavía.

— Amor, estoy con medio pie en los cuarenta, ya no soy un pendejo. Ya no somos unos pendejos.

— ¿Y por mi culpa te vas a retirar? ¿te vas a tomar esto tan a la ligera?

— Pero, amor, no es por culpa tuya. Nada es tu culpa. Entendeme, yo también vengo pensándolo. De nuevo, es mí decisión.

— Esto me lo estás diciendo solo porque yo te lo dije.

— Mi amor, ¿no entendés que me quiero retirar porque ya está?  Tengo que dejarle el lugar a chicos más jóvenes.

— Lionel, venís sobrado con los puntos, ¿de qué chicos más jóvenes me hablás?

Preguntó Pablo con el ceño fruncido y sus ojos llorosos, incrédulo ante las palabras del mayor.

— ¿Vos sabés lo que me cuesta llegar incluso al tercer lugar? Hay chicos que ya son más despiertos que yo, ya no soy el mismo tampoco.

— Dejá de ponerme excusas pelotudas porque vos me lo dijiste, no querés correr porque yo ya no voy a estar ahí y me parece una razón muy pelotuda viniendo de alguien tan inteligente y talentoso como vos. Vas a dejar pasar las últimas oportunidades de poder ganarlo todo, estás primero en el campeonato con una carreta, la puta que te pario. 

Se dio la vuelta, evitando verlo. El mayor apoyó sus manos en sus caderas, ciertamente ofendido.

— ¿En serio?

— ¿En serio, qué?

— No seas así, Pablo. 

— ¿Te digo las cosas como son y te enojás?

— No, no me enojo, me duele pensar que hasta ahora no te hayas dado cuenta que todo lo hago y mi razón de ser es porque estoy hasta las manos por vos.

— No me salgas con boludeces, Lionel…

— No, no te confundas porque no son boludeces, Pablo, de verdad te estoy diciendo. Sos el amor de mi vida y si vos me lo pedís, me retiro con vos. Y si no me lo pedís, también lo voy a hacer. Porque ya te lo dije, no pienso vivir mi pasión si no te tengo a vos a mi lado para compartirlo.

Hubo un pequeño silencio, donde encontró cierto espacio para dejar su corazón demasiado expuesto. 

— Siempre fue así, Pablo. Aunque no lo creas.

Susurró despacio. Ahora Pablo se dio la vuelta, las lágrimas estaban rodando por sus mejillas, nada más que su ceño se encontraba fruncido.

— ¿Qué, me vas a decir que no podés vivir sin mí, Lionel? ¿Es eso?

Lionel abrió sus ojos y rió, incrédulo. Sus manos se abrieron para enfatizar sus palabras, levantando su voz al son de su exclamación.

— ¡Si, es justamente lo que te estoy diciendo!

Pablo, también, enfatizó sus palabras.

— ¡Lionel, sos un adulto funcional e independiente, no todo lo tenés que hacer conmigo!

— ¡¿Pero vos sos pelotudo, viejo?! ¡Quiero hacer todo con vos porque quiero compartir una vida con vos! 

Palmeó sus manos a los costados de sus piernas, se acercó hacia él para sostener de nuevo su rostro. Pablo lo miraba con su boca fruncida en bronca, aunque por dentro se moría por volver a llorar en los brazos de su amado, quien de nuevo le profesaba su amor.

— Quiero todo con vos, y si no te diste cuenta hasta ahora dejame decirte que sos vos el pelotudo.

— Soltáme.

Musitó, intentando alejarse de nuevo del agarre de su novio, pero eso hizo que se acrecentara más la fuerza del mismo.

— Hasta que realmente no entiendas lo que te estoy diciendo, no te voy a soltar.

— Lionel, ¡basta!

Y el mayor lo abrazó, con unas ganas que jamás había creído tener en su vida. A veces, cuando esas ganas viejas de putearlo de arriba a abajo aparecían, él encontraba confort en darle un cariño. Sabía que no era la misma persona que hace unos años, los viejos hábitos podían volver, obviamente, pero se había prometido en cambiar para bien, para y por Pablo.

Pablo seguía intentando zafarse pero sus ganas de pelear cada vez se iban más. El llanto apareció de nuevo y sus fuerzas se desvanecieron, quedando atrapado en el abrazo de Lionel. 

Ahí se quedaron, Lionel lo abrazó y le dio la contención que necesitaba.

El menor, por su parte, no podía hacer más nada que llorar. Su pecho se contraía, envuelto en una angustia total que lo paralizaba. Volvió a sentir cosas que creyó enterradas, ese malestar que le daba ganas de encerrarse a vomitar de los nervios, de angustia y esa mezcla de sentimientos horrible.

Pero había algo en ese abrazo, algo que no había sido capaz de experimentar antes y que era extraño, extraño en el sentido de contar con algo así en un momento tan estresante para él. Los brazos lo bajaban a la tierra y su mente no divagaba tanto.

Dejó caer su cabeza sobre el pecho contrario y siguió llorando allí, ahora en silencio, con su cuerpo todavía contrayéndose. 

— No quiero– no quiero retirarme, Lio.

Le confesó, con su voz llena de congoja. Lionel suspiró, la angustia de su novio tocaba una fibra sensible en su alma.

— Ya lo sé, amor. Ya lo sé.

Susurró, acariciando ahora su pelo enrulado.

— Pero, no hace falta que te retires ahora mismo, podemos correr alguna que otra carrera, juntos. La última, vos decidí.

Pablo forzó a parar su lagrimeo para soltar:

— ¿Monza, de nuevo?

Una risa salió por lo bajo de parte de Lionel, y Pablo sintió las vibraciones en su pecho, provocando una sonrisa en su rostro.

— No es mala idea. Finales de agosto, todavía sigue el veranito. Nos tomamos unos días ahí por Capri, los dos solos…

Pablo lo miró con sus ojos hinchados y enrojecidos.

— Nos vamos a perder el cierre de temporada.

— Te soy sincero, a noviembre ya no llego, amor mio. Y ya no estoy como para aguantar esas temperaturas.

Y el menor le sonrió.

— Bueno, Italia será.

Pablo rió.

— Nos van a pegar una patada en el orto.

— Que nos echen, te tengo a vos y no me hace falta más nada.

Ahora el menor correspondió el abrazo y apoyó su cabeza en su clavícula, para finalizar con un suspiro.

— Tenés razón.


El sol de la siesta iluminaba las nubes, coloreando el cielo de celeste y blanco, como si se enorgulleciera por la vuelta final que estaba por disputarse. Por momentos, cegaba su mirada con alguna curva orientada en dirección al sol.

Y cuando pasó por la línea de salida por quincuagésima tercera vez, sabiendo lo que significaba, todo a su alrededor se calló. 

Se encontraba, de nuevo, en ese momento tan importante en su carrera.

La última vuelta, la decisiva. 

Aunque esta sería verdaderamente su última vuelta. 

No sabía realmente cómo sentirse al respecto, la decisión de su retiro no le había pegado muy bien, más desde que lo había hablado con Lionel. Había dejado que lo afectara bastante a nivel profesional. Se había perdido el podio por dos carreras seguidas, para él era un montón.

Pero esta carrera no era el caso. Había peleado con uñas y dientes la pole-position, ahora era suya. Tenía una ventaja bastante grande con respecto al segundo puesto, el cual estaba siendo liderado por Lionel. 

No tenía un auto como la gente y estaba, literalmente, haciendo malabares con una caja de cambios que hacía un ruido muy extraño. Por supuesto que lo había informado y le habían dicho que fuera a boxes, lo cual arriesgaba totalmente su liderazgo, sorprendente para un Williams. 

Tampoco es que la escudería en donde se encontraba ahora era como Red Bull, estaba muy lejos de serlo y dudaba que algún día llegase a serlo. Williams solía ser una escudería digna y respetable, habían salido muchos campeones de allí y ganado varios constructores. 

Retirar a un tricampeón mundial como Pablo Aimar era un deseo de varios, pero no muchos querían a un viejo como él, lo sabía bien. Los debutantes que subían a la categoría mayor eran noticia fresca y por supuesto, noticias mejor recibidas por los periodistas. 

Todo iba demasiado rápido y su cabeza no estaba allí, pero tenía que. Las diferentes curvas del recorrido las pasaba como si fueran nada, tenía grabado el track map de la pista en su cabeza como un disco rallado, se reproducía una y otra vez. En las líneas rectas podía escuchar como el motor rugía gracias a los cambios que él le indicaba al monoplaza. No podía evitar sentir cierta melancolía al escucharlos, definitivamente los extrañaría.

Su corazón iba a mil, el sudor cubría su frente y parte de sus extremidades, la mandíbula le dolía producto de tenerla apretada por casi tres vueltas seguidas y sus manos le pedían urgente un descanso. Ya no le daba más el cuerpo, esta definitivamente sería la última carrera.

Todo su equipo, incluso Ariel, estaban al tanto de eso. Había sido una noticia muy agridulce de dar, más a Ariel, a quien le debía tanto de su carrera. Ariel ya no formaba parte de su equipo, y era un abordaje completamente distinto el que sentía cada vez que hablaba con su jefe de equipo, pero se había acercado a su garaje antes de la carrera e intercambiado un par de palabras. No estaba demás decir que se había emocionado.

Cuando la curva parabólica del recorrido llegó, todo pareció ralentizarse. Los espectadores, el paisaje, parecía una escena de una película grabada en cámara lenta, y a lo lejos logró divisarla. La bandera a cuadros, la última bandera que vería como corredor, la protagonista de los mejores años de su vida profesional. 

No antes de pasar la gran línea a cuadros, un recuerdo muy específico llegó a su cabeza y fue lo que provocó que un nudo enorme se formara en su garganta, impidiendo su habla. Fue la primera vez que Pablo supo que Lionel y las carreras irían siempre de la mano, una estupidez realmente, pero el universo jamás hace las cosas porque sí.

Fue uno de sus cumpleaños donde había invitado a sus amigos de curso y a Lionel, más grande que sus compañeros pero igual muy amigo de él gracias al karting, y fue Lionel el único que fue. Su padre, para consolar las pesadas lágrimas que caían por sus ojos avellanas de siete años recién cumplidos, le regaló una pista de autos a pila, traía dos autos, uno rojo y uno azul, Lionel tomó el azul y él el rojo, se pasaron toda la tarde empujando los autos con los controles por la gran pista, uno al lado del otro, sonriendo.

Y mientras las risas de ambos, ya en un pasado, sonaban detrás de su cabeza con una alegría inmensa que cerraban su garganta, sobrepasó a una gran velocidad la línea de cuadros, finalmente ganando así en primer puesto el Gran Premio de Italia de 2017. 

— P1, Pablo. Felicitaciones, corriste una carrera maravillosa.

Le dijo su ingeniero en un inglés perfecto y bastante calmo para la euforia del momento. Estuvo un pequeño rato intentando encontrar su voz, porque lo primero que salió de su boca fue un sollozo. Sabría que eso iría directamente a primera plana en todos los televisores, diarios y revistas, pero importaba poco ahora porque se sentía… libre.

— Gracias, chicos. A todos, fue un gran placer correr al lado de todos ustedes, de verdad. 

Dijo con su voz entrecortada y en un inglés roto, tragando el sollozo que venía formándose en su garganta desde que las luces de los semáforos se apagaron.

Todo después de eso, fue un borrón dentro de su cabeza. Se sentía fuera de sí, manejó con el cerebro completamente en automático hasta que le indicaron donde debía estacionar en el parc fermé. 

Esa sería la última vez que su auto, su querida “Emily”, como había nombrado a su auto ahora en Williams, tocaría el asfalto con el primer puesto pintado debajo de él.

Eso era todo. 

Ese era el mismísimo final de todo.

Varado en el pequeño lugar, se sacó sus guantes, los dejó en su regazo y levantó sus manos para tocar los interiores del coche. Casi se sintió como ese Pablo de veinte años que tomaba contacto por primera vez con un monoplaza y sentía el olor al material que había sido su confort por tantos largos años. Se sintió como ese chico que había sonreído como un loco al sentarse por primera vez en un asiento como ese y lo mucho que significaba para él.

Salió del monoplaza, sosteniendo el volante entre sus manos. Un poco agradeció retirarse en esas instancias, le había costado mucho adaptarse a los millones de botones que se habían agregado. No le daría crédito solo a eso tampoco, quería tener al menos algo de control sobre su vida.

Como pudo, y casi arrancando a ambos de su cabeza, se sacó el casco y el HANS, ese artefacto que tanto había protegido su cuello de fuertes tirones en accidentes de mierda. Las correas eran lo más tedioso de eso.

Una vez con su casco en mano, presionó sus dedos sobre el material, intentando concentrar su fuerza en otra cosa que no fueran las arrasantes ganas que tenía de llorar a lágrima viva.

Por un momento, y a través de los millones de sponsors, pudo ver su reflejo en él. El último que vería. Se veía cansado, sus pequeñas ojeras lo delataban, y su pelo pegado a su frente tampoco le daba ese aspecto tan armonioso que esperaba tener siempre.

No salió de su trance hasta que el auto con el número 13 se estacionó en el segundo puesto.

Dirigió su mirada hacia el monoplaza al lado suyo, Lionel se sacaba el casco también a un rápido ritmo. Sus ojos, ciertamente rojos, fijaron su mirada en el hombre más grande. Pablo jamás había sentido con tanta fuerza la necesidad de correr hacia los brazos de su amado, no hasta ahora.

Y lo hizo. El mayor se dio cuenta y salió del auto lo más rápido que pudo. Los grandes brazos cubiertos por el traje rojo se aferraron a él, y viceversa. 

Pudieron sentir como los obturadores de las miles de cámaras arrancaron en dirección de los dos, pero quedaron obsoletos en segundo plano. No importaba más nada que ese abrazo, el último que se darían en la pista.

En ese momento, pensó en cuántos abrazos se habían perdido después de correr a través de los años y lo mucho que le molestaba que no sucedieron, que jamás sucederían. Este sería uno de los pocos y últimos que acontecerían. Qué cruel.

Ante el insistente pensamiento, sus brazos rodearon el cuello del hombre con necesidad, era lo único que lo mantenía anclado al mundo real y no a los vastos lugares que su mente tendía a divagar en momentos como esos.

Necesitaban urgentemente liberarse de su traje que le provocaba oleadas de calor, pero el abrazo era mucho más importante que eso, los dos lo sabían bien.

— Ya está, amor. Ya está.

Le susurró el mayor, sosteniéndolo con fuerza por su cintura. Asintió rápidamente, casi sintiendo las lágrimas quemar sus ojos, otra vez.

— Ya está.

Devolvió el susurro con un hilo de voz. Cuando las grandes cámaras dejaron de poncharlos y se dirigieron al tercer corredor, el cual era un pendejo nuevo del cual no habían tenido el placer de conocer, se separaron.

El mayor tomó su rostro con ambas manos y movió sus pelos rebeldes de donde sabía que le molestaba. Recorrió su rostro con sus ojos, también sabía por lo que estaba pasando, por lo que sonriendo, le dijo:

— Hay una canción de Cerati, que creo que decía: Separarse de la especie por algo superior, no es soberbia, es amor.

Le dijo, mientras le cantaba con una ternura jamás vista.

Poder decir adiós…

— Es crecer.

Susurró él en respuesta al pequeño canto de su amado. Con la melancolía girando en círculos entre los corazones de ambos, se sonrieron igual. 

Ahora, él subió sus propias manos para acariciar el rostro del mayor, y le habló en un volúmen el cual solo él escucharía.

— Voy a extrañar esto.

— Y voy a extrañar verte con ese traje, te hace un cul–

Le pegó en el pecho, riendo.

— Sos un desubicado, estoy pasando por un momento sensible y vos te desubicás.

— Qué te hacés, si te encanta, caro mio.

Dijo Lionel, acercándose a su oído para dejar besos en aquella zona.

— ¿Te divierte hincharme las bolas?

— No, no me divierte.

Se alejaron uno del otro, para terminar mirándose a los ojos, los de Pablo tenían un brillo particular.

— Me encanta.

Pablo rodó sus ojos y volvió a pegarle en el pecho. 

— Te odio.

— Yo te odio más.

Y entre risas, Lionel le dejó un beso en la frente, para finalmente dirigirse al puesto del podio. Era definitivo que conservarían las gorras del primer y segundo puesto. Lionel las tomó y llevó de la mano a su novio hacia el lugar donde pronto los anunciarían ganadores, el mayor le calzó el accesorio en la cabeza de Pablo y volvió a dejarle un beso, esta vez en el cachete.

En su silencioso camino al cool-room, previo al podio, se le acercó un periodista al cual no tuvo ningún problema en darle una nota. Era casi hasta un procedimiento dar notas, pero al notar el acento argentino del periodista sintió que podía soltarse un poco más, lo saludó con un apretón de manos y sonrió ampliamente.

Sentir su acento entre personas que no eran Lionel era acogedor, muchos de sus compañeros de país se habían retirado y dejado paso a muchos europeos, lo cual lo ponía bastante triste, la representación latinoamericana en ese deporte le parecía importante, él avocaba mucho a eso por redes y Paula lo ayudaba con eso. 

Mientras hablaba respecto a la carrera, no pudo evitar ver en dirección a Lionel, que jodía casi a los gritos con su equipo, todas las cabezas detrás de su victoria. 

Sus ojos se encontraban entrecerrados por el sol y las pequeñas arrugas se acentuaban con esa combinación de su brillante sonrisa. Así como estaba, jodiendo como si tuviera dieciocho, para él era el hombre más hermoso del mundo entero.

No pudo evitar sonreír como un tarado, lo distraía. El periodista pareció notarlo, por lo que sonriendo cómplice, le preguntó:

— ¿Qué pasó ahí? ¿Qué te distrajo?

— No, nada que– que Lionel es… es un tarado.

Se rió, algo nervioso ante la mirada de su novio. El periodista se dio la vuelta y lo miró con una sonrisa cómplice.

— Ah, la gran pareja de la fórmula uno, vigente en el podio, por última vez. El deporte se va a quedar con muchas ganas de haberlos visto hacer una explosiva dupla en un mismo equipo.

Rió casi amargamente ante la palabra "explosiva", porque esa palabra no se alejaba mucho para definir como había sido la relación entre Lionel y él los años pasados.

— Y bueno, así se dieron las cosas, lamentablemente. Los sponsors y las escuderías no nos acompañaron, nosotros no estábamos en la misma página, y cuando nos dimos cuenta ya era muy tarde, pero no pasa nada.

Respondió sonriendo mientras levantaba sus hombros, entregándose a lo obvio. Era lo que era.

— Contame, Pablo: ¿Cómo se sintieron en este gran final? Y qué final para coronar una gran trayectoria, para ambos, un último podio para los tricampeones del mundo. Debe ser algo para enmarcar y ponerlo en la pared, ¿no?

Sonrió, halagado por el comentario. Rascó su nuca, algo cohibido, en medio de eso le alcanzaron una botella de agua y agradeció rápidamente.

— Y, es difícil poder decirte bien cómo fue todo, la verdad que es una revolución de cosas que la vida nunca me preparó para afrontar. Simplemente pasó y–

Miró a Lionel, hablando con otro periodista, muy sonriente expresándose con sus manos. Suspiró hondo.

— Y nada, me quedo con las ganas del campeonato de pilotos, se que Williams podría haber tenido un mejor rendimiento este año, pero se dio así. De todas formas estoy contento de poder cerrar con broche de oro mi carrera, era muy importante para Lionel y más que nada para mí que sea así. Que se haya dado así realmente es un mimo.

Siguió mirándolo, sus miradas se cruzaron. El mundo, por un momento, pareció ser para ellos dos. Y se sonrieron a la distancia por unos momentos.

— No lo elegiría de otra manera.

— Muchas gracias, Pablo. Felicitaciones por la victoria.

— Gracias, gracias.

Se dirigió en busca de Lionel, quien aparentemente estaba dando una entrevista en italiano. Esperó a que terminara, aunque no tardó demasiado. Pablo no sabría ni se enteraría lo mucho que Lionel lo había halagado en esa lengua tan romántica.

Antes de entrar por los grandes pasillos de las instalaciones, saludó a varios fans que estaban esperándolo por allí, e incluso Paula después le hizo conocer a un piloto de F2 de Williams, muy jóven y con un acento argentino muy marcado. A pesar de que sabía que era claramente su reemplazo, lo saludó rápidamente con una gran sonrisa, contento de que fuera argentino. 

En el cool-room, todos apreciaron y halagaron las diferentes movidas de Pablo, quien solo pudo sonreír con toda su cara, más cuando Lionel decía algo. Toda estrategia había sido armada al lado de todo su equipo, más que nada después de una clasificación algo decepcionante. Arrancar desde el puesto doce hacia el primer lugar había sido todo un desafío, de toda su carrera podría decir.

Ambos se subieron contentos al podio, la gente se acercó allí y los aplaudía maravillados. El público era más que nada conocidos de Pablo, Lionel y el tercer corredor. En sus respectivos lugares, se pararon todos con la espalda recta previo a escuchar las primeras estrofas del himno Argentino. La pareja cantó el himno con fervor, orgullosos de poder haber representado a su país en semejante deporte.

Finalmente, los premios. Les entregaron a cada uno una especie de copa con una forma de trébol al final, era plateada y demasiado reflectiva. Pablo estaba con sus manos enredadas en su espalda, ese sería el último premio que recibiría, el último premio en primer lugar.

Respiró hondo cuando vio al hombre encargado de entregar los premios dirigirse en su dirección y mantuvo cautivo el aire dentro de sus pulmones, era incapaz de soltarlo. No sabía si tenía ganas de llorar, de llorar o de llorar. Odiaba mostrar sus emociones en público, pero ya a sus treinta y ocho años sentía que ya no servía mucho hacerse el duro, estaba muy cansado de eso ya. 

Admitía que los golpes emocionales —y literales también— que había recibido esos últimos años carrera tras carrera lo habían amansado, pero el amor que recibía de parte de Lionel había jugado una parte muy importante en su comportamiento. Sentía que ya no había necesidad de estar enojado con todo y todos en general.

Aceptó el premio con una gran sonrisa. Se le fue entregado al revés, no pudo ver la inscripción de campeón. No importaba, sabía bien lo que decía, lo levantó hacia el público, contento y orgulloso de su último logro. Los presentes aplaudieron y viraron intensamente en su dirección.

Luego, dirigió su mirada atenta al dueño de sus pensamientos y, de nuevo, todo se ralentizó a sus alrededores. Lo vio sonreír con dientes y todo al recibir el premio con sus manos descubiertas, estas marcaban el material reflectivo del trofeo, y su expresión estaba más brillante que nunca.

Gracias a Lionel había podido cambiar gran parte de él, siempre para bien. Haber aprendido a amar de una manera más sana y a hablar las cosas antes de recurrir a la violencia. Lionel lo había realmente cambiado para bien. Pero lo que más había hecho para cambiar fue descubrir lo fácil que era querer a alguien a quien siempre había amado.

Ahora de adultos, ambos eran más responsables con su amor, con su relación y con lo que decían, las charlas eran más amenas, cada vez menos ariscas. También había notado lo bien que le había hecho a Lionel el gran cambio entre los dos. 

No podía negar que lo extrañaba un poco que también el contrario haya cambiado su actitud como persona, dando un giro de 180 grados, pero luego recordaba bien la promesa que le había hecho y las tormentas de su cabeza cesaban.

Lionel le había prometido cambiar por él hace unos años, y nada lo hacía más feliz que ver al hombre que amó, ama y amaría siempre cambiar solo por el hecho de querer ser un mejor hombre para él. 

Se le inflaba el pecho de amor y sus ojos se inundaban en lágrimas cuando se daba cuenta de lo mucho que amaba a Lionel. Como estaba ocurriendo en ese preciso momento.

Siempre lo había hecho en realidad, nada más que amarlo ahora era motivo de su orgullo, de su gran orgullo. 

Le entregaron el típico champagne, y cuando estuvo listo para abrirlo y llenarle los ojos a Lionel de aquel líquido con una sonrisa pícara en su rostro, escuchó expresiones asombradas y vio como todos miraban en dirección a Lionel. Al estar dándole la espalda, pensó lo peor.

Cuando se giró con una rapidez que no caracterizaba su edad, lo vio arrodillado en una pierna.

Frunció su ceño y abrió mucho sus ojos.

— ¿Qué carajo hacés?

— Antes que me putees, lee la inscripción del trofeo.

Dejó la gran botella en el piso, y lo más rápido posible que le dieron sus manos que comenzaron a temblar en contra de su voluntad, dio vuelta el trofeo. La inscripción tenía el recorrido, el puesto y todo, lo que se había agregado abajo era una frase que quedaría grabada, literalmente, para la historia de los dos.

“¿Te querés casar conmigo?”

Leyó la frase una y otra vez, sus ojos parecían que iban a salirse de sus cuencas de lo abiertos que se encontraban. No tenía aliento para pronunciar palabra alguna, el aire había parecido desvanecerse de sus pulmones. Alejó lentamente el trofeo de sus ojos y vio al hombre que tanto amaba enfrente suyo. Tenía una cajita de terciopelo bordó, la estaba sosteniendo con ambas manos y sus ojos llorosos.

— Creo que esta debe haber sido la carrera más difícil de ganar, Pablo. No te das ni una mínima idea de lo que me costó quedarme el segundo puesto y no pasarte para pedirte esto.

Sentía como las piernas comenzaban a fallarle, en cualquier momento caería también sobre sus rodillas.

— Lio…

— No se me ocurrió otra mejor idea que pedírtelo en un día tan especial como este. No quería que te quedes con el sabor amargo de que esta última carrera sea algo melancólico, tampoco que cuando tengas sesenta la recuerdes solamente como tu última carrera.

Suspiró nervioso.

— Y tampoco yo quería recordar todo esto como la última carrera de mi vida. Esta fue nuestra última carrera juntos, y quería que sea la carrera más especial que pudiéramos tener, quería inmortalizarla en algo muy importante. Y antes que te preguntes, la respuesta es que sí, lo vengo pensando desde hace demasiado tiempo. Desde que tengo uso de memoria te amo con una locura que, capaz, jamás entienda ni voy a entender. 

Las manos sosteniendo su trofeo temblaban, y su labio también, amenazando con un llanto que era inminente. Era demasiado débil por el hombre enfrente suyo.

— Sos el tipo más testarudo que conocí, sos un hincha pelotas, insoportable, vehemente, muy mal llevado y por sobre todas las cosas un pelotudo.

Frunció el ceño ante ese comentario.

— Pero… antes que me putees también, estos últimos años aprendí también a volver a conocerte, descubrí de nuevo a ese chico que tanto amaba, seguís siendo igual de dulce, ocurrente, sensible, a veces paciente e indudablemente el mejor novio que alguien puede tener, y mas que nada el mejor piloto con el que tuve el placer de competir.

Ya se encontraba lagrimeando, quería sonreír pero el llanto le ganaba, casi no podía ver al hombre enfrente suyo por las lágrimas que tapaban su visión.

— Y no pienso perder más tiempo teniendo al hombre que amo al lado mio. Perdí demasiados años al pedo no amándote como te lo merecés, pero ya estoy listo, creéme que sí. 

El mayor tomó aire y lo soltó, tembloroso.

— Te lo dije una vez, y lo voy a repetir las veces que sea necesario, quiero– quiero todo con vos, quiero pasar mi vida entera a tu lado. Y esta vez es en serio.

Bajo el traje sintió como la piel se le puso tal cual una gallina, y las lágrimas seguían opacando su vista. Tapó su boca rápidamente, porque sabía que era muy capaz de soltar un sollozo muy fulero en vivo y directo.

— Quiero ser más que solo tu novio, quiero serlo todo para vos. Por eso, quiero que te cases conmigo hoy, enfrente de todos. Quiero que todos sepan lo mucho que yo te amo, porque no me es suficiente que vos solo lo sepas, soy capaz de gritarle a los cuatro vientos con tal de que sepan.

Entre lágrimas le susurró lo primero que se le ocurrió por el nerviosismo.

— Lionel, juro que si esto es una joda, te voy a pegar la patada en el culo y acá se terminó todo.

— Pablo, mi amor, puedo joder con no saber usar el lavarropas o que está cerrado el carrefour con tal de no moverme del sillón, pero con esto… jamás.

Y se acercó, lentamente. Bajó el pequeño escalón que los separaba de un puesto a otro. Enfrentado, con una diferencia de altura, lo miró atento, todavía entre lágrimas.

— Juramelo.

— Casate conmigo y juro amarte hasta mi último aliento, Pablo Aimar. 

Miró sus ojos, en ellos podía encontrar la súplica latente. Asintió rápidamente, soltando lágrimas involuntarias. Mordió su labio y lagrimeando un poco más, levantó su mano izquierda, dejándola suavemente sobre las manos del mayor. No le hacía falta decirle nada, ambos sabían muy dentro suyo la respuesta, y más que nada Pablo sabía que no podía negarse a nada que Lionel le propusiera.

Apenas sacó delicadamente el anillo de su perteneciente cajita y lo insertó de la misma manera en su dedo anular, escuchó los vitoreos y gritos emocionados de fondo, aún más fuertes de cuando había ganado el primer puesto.

Los ojos de ambos estaban posados en el brillante objeto, ahora reposando en su mano como si siempre hubiese pertenecido allí.

No pudo evitar comenzar a reír ante lo bizarra que era la situación. O al menos para él lo era. El mayor, pese a estar extrañado ante su reacción, sonrió ampliamente al verlo. Era difícil interpretar si estaba contento, triste o una extraña mezcla de ambas.

Pablo prácticamente se tiró encima del hombre de sus sueños como un saco de papas para abrazarlo, por poco no se caen juntos. Lionel los sostuvo a ambos, lo abrazó por la cintura y se aferró a ella.

— Te amo, te amo, te amo.

Le susurró el mayor al oído, las cámaras y los aplausos iban y venían, pero ellos sabían bien cómo quedarse absortos en su mundo.

— Te amo demasiado, loco de mierda.

Lionel se separó, y sonriente arqueó una ceja.

— ¿Loco de mierda?

Le sonrió, con dientes y todo.

— Si, ¿qué no sabías que estás loco?

— Bueno, vos muy sano no estás, tampoco.

Mordió su labio y rodó sus ojos, pegándole en el pecho.

— Sos el peor nov–

— Prometido.

No pudo esconder para nada su sonrisa, aquella sonrisa que solo le dedicaba a él y solo él.

— Bueno, sos el peor prometido del universo.

— Ah, bue, no te alcanzó con el mundo si no que fuiste por el universo.

— Dios, te odio demasiado.

— Yo te odio mucho más.

Y el beso fue inminente. Compartieron un beso, uno tranquilo y lleno de dulzura, tendrían tiempo luego para otro tipo de besos.

Con sus manos, incluyendo el anillo, se separó para tomar el rostro anguloso de su prometido y repartir besos sobre su cara, dejándose llevar por las emociones. 

Le arrancó un par de sonrisas a su prometido, su hermoso prometido. Prometido, prometido, podría repetirlo todo el día si fuese posible, jamás se cansaría.

Y por supuesto, apenas Lionel estuvo un poco distraído, Pablo tomó la botella de champagne y comenzó a tirarla encima de la cabeza de Lionel, ahora escuchando Les Toreadors de fondo. Entre risas, y con el tercer piloto jóven metiéndose tímidamente a hacer lo mismo, disfrutaron de mojarse con el líquido burbujeante, recién comprometidos.


Después de sus vacaciones por la costa Siciliana posterior a su retiro oficial, se dedicaron a planificar el casamiento. Tenían demasiado tiempo al pedo y algo tenían que hacer.

Con la organización de Lionel y la sensibilidad al detalle de Pablo, lograron establecer una fecha acorde a un clima en el que ambos podían llegar a un acuerdo, más teniendo en cuenta la calidez del verano europeo.

Tuvieron meses de sobra para ultimar detalles, invitados, comida, fotógrafos y personas que se encargaran de dejar evidencia de que realmente se habían casado. También la música —Pablo se encargó en mayoría de ella—, y sus respectivos trajes.

Sus trajes fueron hechos a medida, no quisieron irse muy lejos de lo tradicional, lo único en lo que Pablo había insistido es que su corbata fuera negra. A Lionel no le quedó otra que irse con el color rojo, porque no podían estar iguales, algo los tenía que diferenciar.

Tuvieron que pedirle ayuda tanto a la madre de Pablo como a la de Lionel con respecto a las flores que utilizarían en la decoración de la recepción, porque la indecisión y falta de conocimiento los mareaba. Eso sí, ninguno se había atrevido a llevar el ramo, se habían sincerado con respecto a eso y habían llegado a un acuerdo: que las chicas de las flores fueran las encargadas de eso.

La parte preferida de los dos con respecto a la organización, fue elegir el sabor de la torta. Por idea de Lionel, habían contratado a Corina, su hermana, con quien Pablo volvió a tomar contacto apenas enmendó las cosas con su prometido. Ese encanto tan característico de ella le había hecho ganarse el corazón del hombre de rulos con facilidad, tal como había sido apenas había nacido. Recordaba la expresión de Lionel al verla por primera vez después del parto, le había recordado reiteradas veces que la cuidaría siempre.

Trabajaba de hacer tortas por encargo, y por lo que Pablo ya sabía desde que lo conocía, eran la debilidad de su prometido.

Corina había lagrimeado cuando le dieron la noticia de que la habían elegido para una tarea tan importante como lo era la torta del casamiento. Y a los días de haberle dicho, ya tenía preparada una caja con diferentes sabores de bizcochuelo y betún para el relleno.

Lo que no fue divertido fue discutir por sí un betún de manteca era mejor que uno de chocolate, y por si quedaba mejor con el bizcochuelo de lavanda que con el de vainilla, volvieron a llegar a otro acuerdo: Corina decidiría. Lo dejaron al mando de la mujer, Pablo había considerado que tenía suficiente criterio como para dejarle a cargo semejante elección.

El tema de los invitados fue una charla larga, quién invitar, a quien no invitar, sacarse miedos de si ofenderian a alguien si no les mandaban una invitación o quejarse por la persona extra que debían incluir en cada tarjeta. 

La tarjeta también fue otra decisión, si debía ser papel esmerilado o papel semejante al de acuarela. De si debía ser color crema o hueso o si la letra debía ser sanserif o cursiva. Y ninguno tenía una linda letra como para escribirlas a mano. Después de una exhaustiva charla de que Pablo tenía más criterio estético que Lionel, el menor terminó eligiendo el diseño.

Una pequeña tarjeta que se abría para develar la fecha, hora, los nombres de cada uno y la confirmación les llegó a modo de prueba una semana después. La abrieron juntos y Lionel, debido a la emoción, por poco no lloró como niño chiquito en medio de los mates de la tarde.

Ya para lo que fue marzo, se encontraban exhaustos con el tema casamiento y no querían saber nada respecto a eso. Lo malo de esa situación era que no se podían dar el lujo de descansar, pero algunas noches encontraban confort en el retiro y el tiempo al vicio que eso conllevaba.

Se encontraban en la cama de su habitación compartida, con Dulce en los pies de la cama, ocupando gran parte de ella, y la televisión estaba de fondo previo a ir a dormir. Pablo leía un artículo de la Fórmula Dos en su teléfono, hablaba sobre los jefes de equipo de cada corredor. Aparentemente, un tal Gallardo estaba rompiéndola con dos jóvenes corredores en una de las escuderías. Se preguntó, por un breve momento, qué sería de su vida si volvía al ámbito de las carreras nuevo.

Y un fugaz pensamiento pasó por su cabeza, se sacó los lentes de lectura y miró a su prometido rápidamente.

¿Y si…?

— Quiero ser jefe de equipo de Red Bull.

Lionel, quien estaba medio adormilado y con un ojo casi cerrado, lo miró.

— ¿Eh?

Respondió con su voz un poco tomada por el sueño.

— Y vos quedarías perfecto de jefe de equipo de Ferrari.

El mayor se removió en el colchón, para terminar sentándose. 

— Imaginate, seguimos estando en las carreras, pero desde otro lado. Yo las extraño, ¿vos no?

Hubo un momento de silencio, donde Lionel realmente meditó la posibilidad de que eso sucediera. No quería bajarle de un hondazo la idea a Pablo, por lo que intentó ser lo más suave posible.

— ¿No es… necesario que estudiemos ingeniería para eso?

— Con la cantidad de cosas que sabemos estoy seguro que no, tenemos años de correr, creo que estudiar sería el último de nuestros quilombos con eso.

El mayor pestañeó varias veces, le sacó el teléfono al menor con lentitud y le dejó un largo beso en su cachete. Pablo no cuestionó nada, solo miró atento sus acciones.

Mantuvieron sus miradas en el otro, para terminar sonriendo.

— Puedo hablar con Ricciardo, para ver por dónde podemos arrancar.

— ¿Harías eso por mí?

Le preguntó el menor, ensanchando su gran sonrisa. Él y solo él podía provocarle esa expresión en su rostro.

— Por vos lo haría todo, Pablo.


La ceremonia había sido hermosa, el llanto de varios de sus familiares, incluído el de Lionel, se había hecho presente en cuanto ambos dieron el “si”. Pablo había sido más fuerte al respecto, pero por supuesto alguna que otra lágrima había soltado al ver los ojos colorados de su, ahora oficial, esposo.

Lo que atañe a los invitados, por supuesto, era la fiesta. Y por supuesto que Lionel y Pablo festejaron junto a sus compañeros de carreras, familiares que habían podido viajar hacia Mónaco para el casamiento —con la ayuda de ellos—, y con sus respectivos equipos, un gran equipo de gente que los había acompañado durante toda su trayectoria, a ambos.

Sus corbatas habían volado hace rato… bueno, Lionel la tenía atada a su cabeza y Pablo la había perdido a eso de las tres de la mañana. Y con pies que se enredaban entre sí, producto de las exorbitantes cantidades de alcohol ingeridas en un lapso de menos de cinco horas, Lionel y Pablo se alejaron de la multitud.

El menor se había dado cuenta de que el mayor tenía una de sus manos detrás de su espalda, pero decidió restarle importancia. Caminaron por la gran villa que habían alquilado para la ocasión, entre risas y tomados de la mano. Se dirigían a no sabían dónde, pero Pablo lo había visto en su estado de sobriedad y algo se acordaba de cómo llegar. 

Cuando llegaron, vieron aquella pequeña fuente con la figura de cupido en la punta, todavía tirando agua. La música se escuchaba en la lejanía y los bajos de las canciones resonaban por todo el establecimiento.

Pablo, cansado de tanto bailar y mover sus pies de un lado a otro en ese día tan exhaustivo, se sentó en el borde de la fuente. Lionel, arrastrando sus propios pies por el camino de piedras, lo siguió. 

Ambos se miraron, los ojos de ambos estaban encapotados por el alcohol y sus cachetes colorados por la misma razón, ante la imagen no pudieron hacer nada más que reír. Se quedaron unos buenos momentos entre carcajadas.

Al estar sentados, los pesos de sus cuerpos se comenzaban a notar y el cansancio que devenía con ello. Sabían que ya no tenían veinte años, los cuarenta para cada uno tomaba cierto significado y les pesaba, pero no era algo que les preocupara tanto para ese entonces. Ya no eran los deportistas de alto rendimiento y se podían dar los lujos de estar cansados al respecto, podían permitirse sentir el cansancio de sus cuerpos pasarles factura. Más ahora que Pablo parecía quedarse dormido en el hombro de Lionel.

— ¿Te estás durmiendo?

La respuesta tardó sus momentos en llegar.

— No…

— Nos podemos ir, si querés. No hace falta que cerremos las puertas de la villa.

Susurró entre pequeñas risas Lionel.

— En un ratito, capaz.

Un suspiro salió de la nariz de Lionel y dejó un beso en los rulos desordenados de su esposo.

— Okay.

Los dedos de Lionel tocaron el empapelado de madera que tenía a su lado, no había sido el más cauteloso para evitar que Pablo lo viera, pero estaba demasiado ebrio como para pensar en serlo.

— Pablito.

— ¿Mhm?

Preguntó adormilado el menor.

— Te tengo un regalo.

— ¿Qué es?

No se movió de su lugar, pero el destello de emoción en su voz era notorio. Lionel sabía cuánto amaba Pablo los regalos, incluso si eran giladas. Pero esto era importante, para ambos.

— Si abrís los ojos, te lo doy.

— Los tengo abiertos.

El mayor se giró para verlo, lo estaba mirando con un ojo medio abierto, el otro completamente cerrado. No evitó soltar una carcajada.

— Es importante, en serio.

Sacó de atrás de su espalda el envoltorio y se lo dio a Pablo en sus manos, quien se despabiló un poco.

— ¿Por qué siento que esto ya lo vivimos antes?

— Mhm, no lo sé.

Soltó con una falsa inocencia en su voz, lo cual terminó de despabilar a Pablo, quien se acomodó para quedar enfrentado a su esposo.

— Lionel…

— ¿Qué? Abrilo y fijate.

El menor rodó sus ojos y con sus manos palpó el pequeño regalo, no pudo evitar sonreír. No sabía que era pero era algo ligero. Entorpecidamente, abrió el envoltorio y se cruzó con la parte de atrás de un marco negro.

Dio vuelta el pequeño marco y tuvo que enfocar muy bien su vista para ver qué era.

Una foto. Pestañeó varias veces, ajustando su mirada a la oscuridad de la noche que los envolvía, y cuando se dio cuenta todo el aire que había tenido alguna vez en sus pulmones, se esfumó, quedándose atrapado en su garganta.

La foto de su billetera, donde ambos estaban besando la copa de plata allá por el año no-sabía-cuánto, eran muy chicos. Tenía las marcas del dobles, pero por lo que se notaba, todavía se conservaba bien.

Irguió su cabeza y miró a Lionel, quien lo miraba como si fuese la primera vez que estaba viéndolo. Ojos brillantes y una sonrisa que no pudo descifrar.

— La guardaste.

Le dijo en un susurro, incrédulo ante el acto del mayor.

— Quería devolvertela, no me pareció justo quedarmela así que, ¿qué mejor regalo que este?

Dijo entre pequeñas risas, Pablo realmente quería reír con él, solo que no sabía cómo, parecía haberse olvidado.

— Pensé… pensé que la habías tirado, o-o no sé, no sé qué pensé que habías hecho con- con esto, Dios-

Las palabras se trababan en su lengua, no solo por su ebriedad, si no por la sorpresa que eso era. Esa foto era tan preciada para él, se había lamentado haberla perdido en su momento, pero ahora la vida se la estaba regalando de nuevo. No, Lionel se la estaba regalando de nuevo. Allá como el día de su cumpleaños.

Sintió como ese aire en su garganta se transformaba en un ardor que recorrió un camino hacia sus ojos, provocando que unas lágrimas comenzaran a aparecer en ellos, dejando su vista brillando como si tuviera diamantes en ella.

Miles de carrocerías realizaban maniobras en forma de círculos en su estómago y no sabía cómo reaccionar ante ello, solo pudo abalanzarse hacia Lionel y abrazarlo tan fuerte como se lo permitió.

Y una vez más, en un pequeño lugar recóndito de una villa en Mónaco, el azul y el rojo se mezclaron para decirse te amo.


Las manos y brazos de Pablo tomaron las varias bolsas de madera, previamente desinfectadas, con cuidado de que a ninguna se le rompiera el fondo. Le agradeció con su barbijo puesto al encargado del complejo del edificio, quien ahora amablemente se ofrecía a acercarle las compras de super o de otros lugares hechas por internet al penthouse que tenían en Montecarlo.

Cuando cerró la gran puerta de madera detrás suyo con su cadera, dejó las bolsas en el suelo y se sacó el barbijo con una mano, lo sofocaba tenerlo puesto mucho tiempo dentro de su casa. Arrancó de su pacífica posición el alcohol líquido preparado en el hall de entrada, listo para desinfectarse. Meticulosamente roció el líquido incoloro con un fuerte olor desde sus manos, luego sus pies y brazos. Le dió una dosis extra a sus manos, solo por las dudas.

Al terminar, giró su muñeca para ver la hora y abrió sus ojos, sorprendido por lo tarde que era. No se había dado cuenta lo mucho que se había tardado el “delivery” en llegar y él, atacado por una repentina ansiedad, se había puesto a esperar como un pelotudo y no había preparado su computadora para la reunión con Red Bull.

Tanto Pablo como Lionel odiaban arriesgarse en tiempos como esos, un virus letal amenazando a toda la población y exigiendo una cuarentena estricta. No es que tuvieran miedo, solo querían tomar las precauciones correctas…

Bueno, ambos podían admitir que algo de miedo tenían, más desde la llegada de Juana a sus vidas.

Juana… ¿cómo describirla? 

Bueno, para comenzar, era la hija que siempre habían soñado ambos. A sus seis años se portaba maravillosamente bien, era la niña más dulce del mundo y, para el contento de ambos, era fanática de los autos. No podían decir que eran los tipos más suertudos del mundo, pero Juana tenía unos rulos muy parecidos a los de Pablo, y una mirada (además de pestañas larguísimas) muy parecida a la de Lionel. 

Aunque lo dulce y buena que tenía, lo tenía de desordenada. Todavía estaban trabajando en eso con Lionel al respecto.

Enseñarle no les era difícil, para nada, pero tomaba trabajo.

Pablo había descubierto en su paternidad una paciencia que jamás había creído tener, y un día que salieron a comer con Lionel y Juana, para festejar el año de haber adoptado a su hija, previo a que se desatara la pandemia, le llamó la atención. Le había dicho:

— Estás distinto.

Esa noche había tocado pastas, y particularmente Pablo había estado apuñalando un penne al punto de desarmarlo, no había prestado atención a eso porque estaba muy concentrado en ver que Juana no tocara la luz de la vela a modo de centro de mesa.

— Juanita, mi amor, no hagas eso.

Le dijo, alejando sus pequeñas inquietas manos del fuego. Lionel miraba la escena atento.

— Pablo.

— ¿Qué?

— ¿Me escuchaste?

— Si, obvio.

— Cosa ho detto?

Le preguntó inclinándose hacia él en italiano el hombre mayor, y Pablo solo pudo mirarlo de una manera que Lionel no pudo descifrar, al menos en ese momento. Y le contestó, por supuesto en un intento de italiano también.

— Que estoy distinto.

— ¿Por qué creés que es?

— Y…

Señaló a Juana con sus ojos, porque hablar de su hija en presencia de su hija no le parecía lo correcto, pero ocultar lo que le pasaba a su esposo ya no era una opción hace años.

— Pero, vos lo decís como algo malo o, ¿en qué sentido?

— Lo digo bien, te veo medio nervioso últimamente pero, no creo que estés distinto mal.

Lionel acercó su mano hacia la de Pablo y la tomó, acariciándola con suavidad.

— Me hacés acordar mucho a tu mamá.

Y eso desató a que Lionel pudiera descifrar la mirada amielada de Pablo, era melancolía. Sabía cuánto extrañaba su esposo su hogar, su ciudad natal, su familia, el olor de su casa y su querido Río Cuarto, lugar de donde nació y creció.

— ¿Eso creés?

— Si, y creo que deberíamos ir a visitarla, ahora que podemos. Antes de que Ferrari y Red Bull nos molesten con los millones de contratos.

— ¿Qué Ferrari qué, papá?

Preguntó Juana, reconociendo entre tanto italiano la escudería, interrumpiendo su charla en italiano. Volvieron al español y Pablo dejó un beso en el suave pelo de la pequeña niña, atado con una pequeña cinta azul.

— Nada, mi amor. Cosas de trabajo.

Le contestó Lionel, tan suave que por un momento confundió su voz con el terciopelo.

Se acordaba bien de esa noche, porque unas semanas después de eso fueron de sorpresa a Argentina a visitar tanto a la familia de Pablo en Córdoba como a la de Lionel en Santa Fe. No era lo mismo que en las videollamadas, para nada. Fueron recibidos en ambas provincias con gritos, abrazos y llantos. Por supuesto, ellos dos tampoco se quedaron atrás.

Volviendo a su realidad, Pablo recogió de nuevo las bolsas del supermercado y las llevó a la gran cocina, dejándolas en la gran isla, a veces la usaban como mesa cuando tenían pocas ganas de usar la mesa kilométrica del comedor o estaban en un apuro.

Procuró guardar todas las cosas “de heladera” en su respectivo lugar, las demás las guardaría luego, ya no tenía tiempo. Y agarró el pasillo para ir hacia la planta alta de la gran casa, caminando rápido.

No llevaba puestos sus lentes, por lo que en una mala pisada, su pie fue a parar encima de un pequeño auto, perdiendo momentáneamente el balance de su cuerpo. Pablo casi se cae de culo por culpa de esos autitos de mierda. 

— ¡Juana! Me cago en la mierda…

Gritó, la gran casa presenció su eco. Miró con desaprobación el piso y se agachó, comenzando a recoger tanto peluches rosados como hot wheels. El lugar estaba demasiado silencioso y muy enquilombado para su gusto, era demasiado sospechoso. Lionel ya se encontraba en unas reuniones virtuales con Ferrari previo a la gran reunión y él, por su parte, estaba liberado de Red Bull, había tenido una reunión con ellos más temprano.

Eran las once menos cinco de la mañana y se encontraba renegando con la cantidad de juguetes que su hija había dejado a su paso. Pero de repente escuchó un pequeño sollozo, el solo cual podría provenir de parte de su pequeña. Corrió en dirección de donde provenía el llanto y se encontró llevando sus pies hacia la planta alta.

Juana estaba afuera de la puerta de la oficina de Lionel, la cual estaba totalmente cerrada.

— Juani, mi vida…

La pequeña giró su cabeza al escuchar a su padre subir las escaleras tan rápido como sus piernas se lo permitieron. Vio su cara enrojecida y mojada, Juana estaba sentada con sus piernas cruzadas enfrente de la puerta con uno de sus tantos peluches en sus brazos. Ante la escena enfrente suyo, algo en su pecho se estrujó.

— ¿Qué pasó, Juani?

Preguntó, mientras la alzaba en sus brazos. No tenía mucho tiempo que perder, por lo que se dirigió a su habitación compartida con Lionel y buscó una de las chombas que Red Bull le había dado en su placard.

— Pap– papá no me quiere dejar entrar para dibujar.

Dijo entre pequeños hipidos la niña, Pablo la sentó en la cama y en rápidos movimientos se sacó su remera actual y se puso rápidamente la chomba de Red Bull con los diferentes sponsors. Su hija seguía un tanto angustiada, por lo que se acercó a ella y se puso de cuclillas enfrente de ella para explicarle.

— Mi vida, papá está en una reunión muy muy importante, y yo también ahora tengo que entrar en una también muy muy importante, ¿querés estar conmigo?

Los oscuros ojitos de su hija, pese a las lágrimas, se iluminaron y asintió rápidamente, aunque no pudo encontrar forma de sonreír todavía entre su puchero. Él le sonrió y dejó un beso en su frente, se levantó y la miró.

— Pero me tenés que prometer dos cosas, hay que estar calladita y te tenés que poner la remera de Red Bull, nada de Ferrari, eh.

Señaló con un dedo a su hija, aunque para que no pareciera un reto, le guiñó un ojo, ahora sí haciéndola sonreír. La llevó a su habitación, poniéndole una réplica de su chomba a Juana, pero en un talle apto para niños.

Con su hija en brazos, la llevó a su propia oficina rápidamente y prendió su computadora. La sentó en su regazo, preparando todo para la llamada, la cual muy probablemente ya había comenzado.

Al entrar al zoom, descubrió que efectivamente así era y en su inglés, jamás pulido a la perfección, se disculpó por la tardanza. Todos allí hablaban inglés y tanto él como Lionel se habían tenido que acostumbrar. No es que no lo supieran hablar, solo no les gustaba tanto.

— Disculpen, caballeros. Mi hija me va a estar acompañando en la reunión de hoy, por– bueno, ya saben los motivos.

— No te preocupes, Pablo. Todos tenemos situaciones similares, la pandemia es un caos y hasta que la administración de la FIA pueda regular todo, no podremos vernos las caras por un pequeño rato.

Le dijo el jefe de equipo de Mercedes, Pep Guardiola, con una sonrisa. Un español bastante simpaticón, o eso parecía en su primera impresión cuando los saludó para darles la bienvenida. Lionel le había dicho que jamás se confíe de un pelado, pero Pablo le había dicho que exageraba.

Y hablando de Lionel, su celular recibió el típico sonido de cuando su esposo le mandaba un mensaje, bajó su cabeza para leer y en la pantalla de inicio se leía “Juani estaba llorando????”

Pablo solo levantó su cabeza en dirección a la reunión, lo miró a Lionel, quien tenía puesta una chomba de Ferrari y le dijo articulando sus palabras sin realmente decirlas:

— Te voy a matar.

Y pudo ver como Lionel hizo lo mismo para decirle:

— Perdón, te amo.

Rodó sus ojos y abrazó a Juana para comenzar a prestarle atención a la reunión.

— Bien, caballeros, como ustedes saben el año que viene varios de sus corredores no renovarán sus contratos, por lo que tenemos opciones de pilotos jóvenes de la F2. Pablo, Lionel, esto le atañe principalmente tanto a Red Bull como a Ferrari.

Dijo Andrea, uno de los representantes de la FIA, en un inglés bastante intervenido por un acento italiano. Pudo ver como Lionel carraspeó muteado, desactivó el muteo de su micrófono y habló en su inglés argentinizado.

— Si, Andrea. Tengo una lista con varios pilotos para una preselección, y en caso de que esté aprobada, tengo listo el piloto para reemplazar a Días, que su contrato vence en diciembre de este año.

— Perfecto, ¿Pablo?

Él también apretó un botón para sacar el muteo de su micrófono y habló.

— Red Bull se encuentra en la misma situación, tenemos una lista de preseleccionados, pero creémos que el piloto elegido podría quedarse un tiempo en la F2, lo venimos monitoreando y nos parece más adecuado que suba de categoría cuando de parte de su equipo nos de el “okay”. Además, el contrato de Otamendi no termina hasta finales de 2021.

El representante anotó un par de cosas en una libreta que realmente no podía ver, pero que no le importaba mucho. A través de la cámara, pudo ver como Juana se había dormido sobre su pecho. Sonriendo, la abrazó contra él y la acurrucó lo más cómoda posible. Lionel, mientras, veía enternecido toda la escena a través de su pantalla.


Sosteniendo el puente de su nariz y levantando sus lentes de ver hacia encima de su cabeza, Pablo salió de la instalación de Red Bull, la reunión previo a la carrera había sido tensa. Los comienzos de temporadas siempre eran… caóticos, pero no se dejaría llevar puesto por otro año. 2022 lo sentía como un buen año para su escudería. No iba a dejar que Mercedes tuviera otro liderazgo como el del año pasado, no otra vez.

Este año sería distinto, lo podía sentir.

Tenía que viajar a Bahréin junto a Red Bull en unos días para disputar la carrera, algo que encontraba totalmente tedioso debido a las temperaturas del lugar, y si ya le parecía tedioso a esas alturas del año, no se quería imaginar lo que quedaría de este. 

Si fuese por él, se quedaría en Mónaco junto a Lionel, Juana y Dulce a mirar las carreras, pero su impulso por trabajar y controlar todo desde adentro era mucho más, por lo que a Lionel lo tendría cerca desde cierto punto, pero Juanita y Dulce, las mujercitas de la casa, tendrían que esperar pacientes por ellos.

La pretemporada había sido dentro del todo normal, junto a todo el equipo había probado al corredor nuevo y, si bien lo venía monitoreando desde hace un tiempo desde sus victorias en la F2, la verdad que verlo encima de una carrocería de Fórmula 1 era una cosa completamente distinta.

El chico tenía un talento el cual no había visto hace mucho, añoraba ver ese tipo de talento tan crudo y pasional ese deporte tan querido para él, el cual él se empeñaba en transmitir hacia los corredores que pasaban por sus manos, o al menos los pocos que pudieron pasar por sus manos en su corta gestión dentro de la escudería. Y lo que le sorprendía, era recibir los mismos comentarios de parte de su esposo con la nueva adquisición de Ferrari:

“Ese pendejo es la definición de Ferrari, es increíble verlo correr.”

“Enzo Ferrari se levanta de la tumba para aplaudirlo.”

“Tiene veintidós años, es una bestia.”

“Hace mucho no veía a alguien así– bueno, no después de mí, obvio.”

Por supuesto que le pegaba codazos después de ese tipo de comentarios. “Sos un exagerado” es lo que le decía, pero las métricas no mentían, y eso era lo que le asustaba como profesional y jefe de equipo.

¿Estaba preocupado por su equipo? No, en lo absoluto. Había visto las métricas de su propio nuevo corredor, no tenía por qué asustarse, para nada. El pendejo de veintiún años era como una luz dorada al final del túnel.

Mientras caminaba hacia no sabía donde —tenía que mejorar sus problemas de distracción—, sentía bajo su brazo su tableta, aquella que contenía toda la información necesaria para las reuniones entrantes, horarios y vuelos entrantes. Le tendría que pedir a su agente una mano con el tema de los pasajes de los vuelos, debía preguntarle a ambos de sus corredores si ya tenían todo el tema de los aéreos resueltos o si él debía encargarse de algo. 

Bufó y sacó resignado la tableta de abajo de su brazo para desbloquearla y anotar rápidamente otra cosa más de las miles de cosas que tenía que hacer para gestionar para la carrera. Sentía que se olvidaba de algo, pero no sabía qué.

Mientras pasaba por la instalación de Ferrari, peligrosamente callada, escuchó un par de murmullos, pero no eran unos murmullos que intentaban ser callados ni tampoco apaciguados. Levantó su cabeza de la pantalla y miró a varios lados. No se supone que él, jefe de equipo de Red Bull, debería estar ahí, pero no había nadie y esos murmullos no tenían mucha pinta de amistosos.

Se acercó con mucha cautela al lugar proveniente de la charla, se sorprendió que mientras más se acercaba, más violentas se escuchaban las palabras. Frunció su ceño y abrió sus ojos al escuchar las puteadas, eran en una lengua muy familiar…

— …Y te pensás que me voy a quedar callado yo, eh?

— ¿Vo’ te escuchás cuando hablás, boludo?

Se quedó quieto en su lugar. Ese acento, tan familiar…

— No te creas que porque vos llegaste antes que yo acá, tenés el derecho de piso comprado, Álvarez.

¿Álvarez? ¿El Álvarez de Ferrari? ¿El Álvarez de Ferrari donde su esposo es jefe de equipo?

— Hacete ortear, Fernandez. So’ cualquiera.

¿Enzo Fernandez, su corredor?

Y de repente un golpe seco hizo eco por la instalación, rápidamente seguido de un gruñido. Podría haber sido de cualquiera de ambos. Al no ver salir a ninguno por el lado que él estaba, dobló la pequeña esquina y encontró a Julián Álvarez, la nueva joya de Ferrari, sentado en el suelo, con una mano en su pecho y su cara totalmente fruncida. Estaba vestido con ropa de su equipo, no el mono de carrera porque las pruebas ya habían terminado.

— ¿Juli?

La cara del jóven al escuchar su voz fue todo un poema, ya que la reconoció al instante e intentó levantarse, pero por el dolor que tenía, no sabía bien a dónde, fue obligado a quedarse sentado.

— Aimar, ¿qué hace acá?

— No me tutees, por favor.

— Perdón.

Susurró sentado el jóven. Pablo suspiró al verlo sentado allí, un poco adolorido, y se puso de cuclillas. No pudo negar la punzada que sintió en su corazón al ver al corredor de Ferrari allí, casi diría hasta indefenso, recientemente golpeado. Le traía recuerdos a su cabeza. Lo miró con el ceño fruncido con preocupación.

— Escuché que estaba pasando algo y quise saber si todo estaba bien.

El menor movió su mano de su pecho hacia su nuca, acariciándola con cierto nerviosismo. Su voz se serenó.

— Si, bueno, no pasó... nada con- con Enzo. 

Pablo entrecerró sus ojos. Esa cara la reconocía, ese tipo de expresión y nerviosismo, muy familiar para sus cuarenta y tantos.

— ¿Nada, seguro?

La pregunta lo tomó por sorpresa a Julián, tornando sus mejillas de un color carmín fuerte, casi asemejándose al color de su remera puesta. Había algo más adentro de esa pregunta que el más jóven solo supo entender. El silencio y falta de respuesta fue todo lo que precisaba saber. Ya sabía por dónde iba todo, conocía esa historia como si fuese propia. Bueno, casi.

Se limitó a sonreír y se levantó, tendiéndole la mano al corredor de Ferrari. El menor la tomó, aprovechando el envión para también levantarse del suelo. Al ver la expresión preocupada e inhibida del menor, palmeó el costado de su brazo.

— No le voy a contar a nadie, quedate tranquilo. Cambiá la cara de circunstancia, Juli. 

Le dijo sonriendo ampliamente. El menor sonrió, intentando quitar con unas pequeñas risas aquel nerviosismo que probablemente había crecido al haber descubierto su pequeño mundo.

— Creéme que si hay alguien que te entiende más que nadie, somos Lionel y yo. Tenemos archivos que lo comprueban.

— Si bueno, pero ahora no da. Mi manager me mata si se entera de... esto.

Asintió lentamente, apretando la tableta contra su pecho y perdiendo su mirada en algún lugar de la instalación. Si, era más que entendible, ya no era como antes, sus actos tenían consecuencias y más ahora con las redes, que ahora eran lo más lapidarias posibles.

— Vení, vamos afuera. Tengo que buscar a Lionel para charlar con él.

El menor, sin chistar, lo siguió. Sabía que el corredor no podía alejarse mucho de la instalación de Ferrari, por lo que no lo alejó mucho. Apenas sacó su teléfono para intentar llamarlo-

— Eh, Pablo…

Dijo Julián, pero sintió un toque en su hombro, arqueando una de sus cejas se dio vuelta.

— ¿Que–

— Decime ya mismo por qué tu corredor estrella de San Martín salió hecho un loco de mis instalaciones cuando se supone que no debería estar acá y cuando le quise preguntar qué hacía acá casi me saca cagando.

Lo cortó inmediatamente Lionel, su esposo, quien estaba con el ceño fruncido y de brazos cruzados, el rojo de la camiseta de Ferrari lo cegó momentáneamente y un flash de amarillo brilló en el rabillo de su ojo. Si, definitivamente era su esposo. 

Pablo giró su cabeza hacia Julián, quien volvió a sonrojarse furiosamente desde sus cachetes hasta su cuello, el mayor de todos también viró su cabeza para verlo, aunque totalmente extrañado a la situación que había sucedido previamente.

El hombre de rulos volvió a tocar el puente de su nariz, moviendo sus lentes en el proceso, tuvo que apretar sus ojos para tener que acallar el quejido que se avecinaba por su garganta y amenazaba con salir.

— Eh, andá adentro tranquilo Juli. Yo ya hablo con él y después me encargo, no te preocupes.

Desestimó Pablo con un ademán de mano. Julián levantó incómodamente un pulgar y se fue caminando hacia el interior de la instalación de Ferrari, como un perro con la cola entre las patas.

Cuando el menor no estuvo en el radar de ambos, Pablo soltó un gran suspiro, como si todo el aire lo hubiera mantenido por un largo rato, y miró a Lionel. El mayor frunció su ceño al ver la expresión perturbada de su esposo pintada en su rostro.

— ¿Qué pasó? ¿Julián está bien?

— Hay un flor de quilombo, y si no lo vemos bien, tanto Ferrari como Red Bull van a quedar pegados a algo, y el control de daños va a ser inmenso, Lionel. Inmenso.

— No me la estás pintando muy bien, me parece.

Dijo el mayor, lamiendo sus labios en un gesto nervioso.

— Es que este quilombo involucra entera y totalmente a tu piloto y a  piloto.

Ambos se miraron a los ojos en completo silencio, sin saber qué decir. O más bien, sabiendo qué decir, pero no siendo capaces de expresar sus miedos. Miedos de que toda su historia se estuviera repitiendo enfrente suyo como si fuera una especie de tortura.

— Y cuando decís que los– ¿vos te referís a qué tipo de…?

— No me quiero adelantar mucho a los hechos, pero sos un tipo inteligente. Te podes hacer una idea. Le viste la cara al chico, estaba bordó cuando preguntaste por Fernández. 

Murmuró exasperado Pablo, mirando hacia ambos lados, procurando que nadie más los estuviera viendo o grabando con algún micrófono. No iba a mentir que era estúpido de su parte estar teniendo esa charla con su esposo en un lugar tan arriesgado, muy estúpido de su parte.

— ¿Y qué vamos a hacer?

La mirada que le devolvió su esposo fue ciertamente desoladora, pero no iba a dejar que una situación que él conocía como la palma de su mano lo sobrepasara.

— No sé, pero algo se me va a ocurrir. 

Los dedos de Pablo masajearon su sien, como pudo mientras hacía malabares con su tableta en la otra mano. Su esposo lo acercó como pudo para acariciar su espalda, intentando darle algún tipo de alivio en un momento estresante. Le sonrió cansado pero luego giró su cabeza para mirar hacia arriba, sabiendo que se encontraría con la imagen del jóven piloto de Ferrari. 

Y allí, mientras Julián Álvarez miraba sus redes sociales y bajaba hasta lugares de instagram o twitter que ni él era capaz conocía, esperaba idílicamente, o estúpidamente de su parte, a que le llegara ese mensaje de Enzo, como era de costumbre después de todas las prácticas o carreras. 

Porque así venía siendo desde siempre, y Julián sentía que jamás cambiarían por más que él quisiera. Enzo fue, es y será siempre el mismo imbécil que jamás habría conocido en su vida. 

 

 

 

Notes:

bueno! si llegaron hasta acá, quería presentarles a dos nuevos personajes de Caucho, Julián y Enzo! : ) por supuesto no sería dentro de esta historia, sería en un fanfic aparte en el cual vengo laburando "El tercer compuesto", en donde ya vendría a contar su historia, por supuesto cuentenme como se sienten, tienen mi twitter @lvdybrd también para decirme si les gusta la idea : )

de todas formas, creo que también tengo muchísimo por agradecerles por haberme tenido tanta paciencia con esta historia y haberme esperado tanto, soy la peor escritora (lo sé), pero espero que hayan disfrutado tanto de esta historia como yo lo hice, les adoro un montón con todo mi corazón <3333

Notes:

se puede ser tan iiii viejo?