Work Text:
Está es una de esas noches en las que la sombra del pasado se cierne sobre Jazz, recuerdos de aquel fatídico día en que su hermano mayor, Danny, murió de manera horrible frente a sus ojos. Ella apenas tenía diez años cuando la tragedia llegó a su vida, dejando un vacío eterno en su corazón.
Los padres de Jazz prefieren guardar silencio sobre aquel día, ya sea por dolor o porque simplemente no ven la necesidad de mencionarlo. Sin embargo, cuando por alguna razón deciden hacerlo, siempre se refieren a aquel suceso como "El Accidente". Jazz, en su dolor, cuestiona si es realmente adecuado referirse a aquello como un simple accidente. En su interior, sabe que aquella tragedia pudo haberse evitado si tan solo alguien hubiera estado allí para evitarlo.
Sin tan solo las normas de seguridad se hubiesen cumplido.
Si tan solo ellos hubiesen cerrado la puerta del laboratorio.
Si tan solo ellos hubiesen aprendido de sus errores del pasado y nunca hubiesen construido otro portal.
Los recuerdos de Danny, su amado hermano mayor, se entrelazan con el mismo corazón de Jazz. Los recuerdos fragmentados de su vida se funden en la memoria de la joven, envueltos en un halo de nostalgia y añoranza que sabe que sabe que nunca podrá sacar de su pecho, no de la misma manera. No quiere ser malinterpretada, no es que carezca de recuerdos junto a sus padres, pero la realidad es que no estuvieron presentes tanto como ella hubiera deseado. Casi siempre fue Danny quien estuvo a su lado.
A excepción de sus amigos, quienes quedaron también desconsolados por su muerte, en la mente de los habitantes del pueblo, Danny es recordado como un chico extraño, probablemente un delincuente juvenil, proveniente de una casa igual de extraña.
La gente nunca fue capaz de ver quién era realmente Danny. No veían al apasionado joven que encontraba en el espacio una fuente inagotable de fascinación, ni al prodigioso intelecto que habitaba en su ser. Ignoran por completo al Danny que sacrificó su propia felicidad para cuidar de Jazz, convirtiéndose en su único protector y confidente.
Esas cualidades de Danny, tan profundamente arraigadas en el corazón de Jazz, han quedado relegadas al olvido colectivo. Su verdadero ser, su esencia luminosa, solo vive en los rincones más íntimos de la memoria de su hermana.
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Esto fue algo de lo que se enteró mucho tiempo después, ocurrió cuando ella era apenas una niña de dos años.
En aquel entonces, sus padres la llevaron a una guardería, pero terminaron sumiendose tanto en su trabajo que olvidaron ir a recogerla.
Cuando Danny regresó de la escuela y se dio cuenta de que Jazz no estaba en casa, se desesperó.
Sus padres seguían trabajando, por lo que Danny tomó el rol de protector y y camino casi dos kilómetros, solo y de noche, para ir a buscar a Jazz.
Danny tan solo tenía seis en ese momento.
Encontrarla en la guardería fue un alivio tanto para él como para ella. Supone que fue ese día en que su relación cambio para siempre.
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A los cuatro años, Jazz se debatía con un miedo a la oscuridad que le impedía dormir. Los monstruos imaginarios creados por su mente infantil acechaban en las sombras, impidiéndole descansar.
Sin embargo, su hermano mayor, Danny, siempre atento a sus necesidades, decidió ayudarla. Un día y sin decir absolutamente nada, simplemente entró en su habitación, conecto y encendió una pequeña lámpara que proyectaba estrellas brillantes en el techo. Esa noche él durmió a su lado cantándole suavemente. La luz, el mágico espectáculo celestial y la compañía protectora trajeron calma y alivio a Jazz, permitiéndole finalmente descansar.
A la mañana siguiente, curiosa por la razón detrás de este gesto, Jazz preguntó a Danny por qué lo había hecho si le gustaba tanto esa lampara. Con esa sonrisa exasperante pero cargada de cariño que solo él sabía dar, Danny le explicó que él ya estaba grande para eso, que la lámpara había estado en su habitación limpiando el polvo y que había decidido darle un nuevo propósito, pero que si la lámpara no llegaba a funcionarle en algún momento su cama tenía suficiente espacio para ambos.
Años más tarde, Jazz se enteró de que esa lampara había sido uno de los objetos más preciados de Danny, una objeto especial que guardaba con cariño. Al descubrir la mentira después de su muerte, la lámpara de estrellas adquirió un valor aún mayor en los ojos de Jazz, como un recordatorio tangible del amor y el cuidado de su hermano mayor.
Desde entonces, aunque ya no la necesitara, la lámpara ocupó un lugar especial en la mesita de noche de Jazz. Cada noche, antes de que su vida útil se agotara, la suave luz de las estrellas proyectadas en el techo la acompañaba en su sueño, recordándole el amor y la protección de Danny.
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Cuando Jazz cumplió cinco años, experimentó una pequeña decepción: sus padres se olvidaron por completo de su cumpleaños. Aunque se sintió triste en ese momento, entendía que el trabajo de sus padres era demandante y requería su total atención.
Sin embargo, en medio de su desilusión, Danny, su superhéroe, con tan solo nueve años, decidió hacer algo especial para alegrar el día de su hermana. Con determinación y amor, se embarcó en la misión de preparar el mejor pastel de cumpleaños que Jazz hubiera probado nunca.
No le resultó tan difícil como podría haber pensado, ya que durante el último año, Danny había asumido la responsabilidad de preparar las comidas en casa. Con cada ingrediente escogido con esmero, Danny se esforzó por crear una obra maestra de sabor y dulzura para su hermana.
Ese tal vez sea uno de los mejores recuerdos que tiene, ver si palda mientras trabajaba en la cocina y de vez en cuando le entregaba pequeñas porciones de ingredientes que quedaban.
Finalmente, llegó el momento mágico. Con un brillo travieso en los ojos y una sonrisa orgullosa en su rostro, Danny presentó el pastel ante Jazz. Era una delicia exquisita, decorada con cariño y un toque especial que solo él podía brindar. Jazz se sintió abrumada por la emoción y la gratitud hacia su hermano, quien, a pesar de su corta edad, había demostrado un amor inmenso y una dedicación sin igual.
Ese día, mientras Jazz soplaba las velas en su pastel casero, sintió un cálido amor envolviendo su corazón. La falta de recuerdo por parte de sus padres se desvaneció ante el gesto significativo de su amado hermano. A partir de entonces, cada vez que recordaba aquel cumpleaños especial, se le iluminaba el rostro con una sonrisa, y en su corazón perduraba el recuerdo de aquel pastel hecho con amor fraternal.
Nunca se había preocupado por el hecho de que a esa edad ningún niño debería ser capaz de cocinar de esa manera.
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Cuando Jazz tenía siete años, tuvo su primer encuentro con la psicología. La emoción la invadió mientras compartía con entusiasmo su nuevo descubrimiento con sus padres. Aunque ellos se alegraron por ella en ese momento, nunca volvieron a abordar el tema ni mostraron un interés continuo en su fascinación por la psicología.
Danny, quien estaba presente en la misma habitación durante la conversación, permaneció en silencio. A la mañana siguiente, Jazz se despertó y encontró un libro de psicología básica cuidadosamente colocado frente a la puerta de su dormitorio.
Con ojos brillantes de asombro, Jazz recogió el libro con manos temblorosas. No era tonta y sabía perfectamente quien lo había puesto ahí, era una muestra de que él había estado escuchando y comprendiendo su pasión por la psicología. Aquel regalo inesperado confirmaba que Danny, en su propia forma reservada, la apoyaba y alentaba en su búsqueda de conocimiento, aunque a él mismo no le gustará estudiar.
A partir de aquel día, Jazz devoró cada página del libro con avidez. Se sumergió en las teorías y conceptos, explorando el fascinante mundo de la mente humana. Con el tiempo, esa semilla plantada por Danny floreció, y Jazz encontró en la psicología un camino que la cautivó profundamente.
Aunque sus padres no compartieron su entusiasmo de manera continua, Jazz sabía que tenía a su hermano como su cómplice silencioso. Juntos, a través de pequeños gestos y momentos compartidos, encontraron una conexión especial que trascendía las palabras.
Con el tiempo, Jazz siguió avanzando en su viaje por la psicología, comenzó hablarle a su hermano y a utilizarlo como sujeto de pruebas, aunque él no fuera capaz de entender ni la mitad de las cosas que ella le explicaba siempre se sentó con una sonrisa a escucharla.
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Cuando Jazz tenía nueve años, fue cuando comenzó a rebelarse contra la idea de que la trataran como a una niña pequeña. No quería que la vieran como alguien indefenso e inocente. Expresó su deseo de ser tomada en serio y de que reconocieran su crecimiento. Sus padres le aseguraron que estaba bien sentirse así y que estaban orgullosos de verla convertirse en una persona madura a una edad tan temprana.
Sin embargo, Danny, su hermano mayor, no pudo resistirse a hacer una broma. Se burló diciendo que Jazz solo sería considerada adulta por él cuando cumpliera al menos veinte años. Jazz, sin perder tiempo, le respondió que era una tontería, ya que él, con tan solo trece años, ya actuaba como un adulto. La respuesta de Jazz sorprendió a Danny, quien inicialmente quedó atónito y luego estalló en risas.
Sin embargo, detrás de su risa, Danny ocultaba una mirada cargada de tristeza.
Jazz, ajena a la tristeza que Danny intentaba ocultar, continuó con su día lleno de energía y determinación, ansiosa por demostrar su crecimiento y su capacidad de enfrentar el mundo. Danny empezó a enserla ha hacer pequeñas cosas por su cuenta, en ese momento no se dio cuenta de la sombra fugaz que oscureció el rostro de su hermano mayor, ni de cómo sus palabras habían dejado una huella en su corazón.
No se dió cuenta en ese momento que la razón por la que veía a Danny como un adulto era por qué en algún momento él dejo de actuar como su hermano mayor y termino actuando como su padre, olvido el hecho de que el también era un niño y que los niños hacían estupideces.
Lo recordó de la manera más horrible posible un año después.
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Jazz, con ya con diez años, se encontraba sumida en la oscuridad de su habitación, todas las luces se habían apagado de repente, un silencio ominoso se adueñó totalmente de la casa. Un escalofrío recorrió su espalda, anunciando la presencia de una oscuridad sobrenatural que acechaba en las sombras.
Un estruendo ensordecedor sacudió el suelo, haciendo temblar los cimientos de la morada familiar. Jazz, con el corazón palpitando frenéticamente en su pecho, descendió las escaleras en busca de Danny. Cuando llegó a la cocina fue cuando noto el sótano, se acercó, atraída por la fuerza maligna que emanaba de allí.
Al acercarse a la puerta del laboratorio, una sensación de miedo indescriptible se apoderó de Jazz. Un presentimiento sombrío, como si las paredes mismas supieran de la oscuridad que habitaba dentro, la envolvió. Cuando su mano temblorosa tocó el pomo frío de la puerta, una miríada de emociones contradictorias se agolparon en su interior: curiosidad, miedo y una inquietante sensación de maldad acechando en la penumbra.
La tenue luz verde que se filtraba por debajo de la puerta parecía tener una vida propia, parpadeando y danzando como una entidad malévola. Cada destello proyectado en el suelo antes de entrar, como dedos fantasmales que buscaban arrastrarla hacia un abismo de terrores inimaginables.
Jazz respiró hondo, sus pulmones llenándose de un aire cargado de electricidad y presagios oscuros. Le habían dicho antes que no entrara, sabía inconscientemente que una vez que cruzara ese umbral, su mundo cambiaría para siempre. Pero a pesar del miedo que la atenazaba, sobre todo por miedo que la atenazaba, quería encontrar a su hermano, la puerta estaba sin seguro y sus padres no estaban en casa. Un fallo con el supuesto portal a la dimensión de los muertos los había dejado deprimidos.
Algo hizo click en su cabeza. El portal.
Jazz volvió a hechar un vistazo a la luz verde proyectada por la parte inferior de la puerta, de el mismo color que ese extraño líquido con el que sus padres trabajaban.
Se armó de valor y abrió la puerta, se encontró con un escenario infernal. El portal a la Zona Fantasma, una estructura retorcida y llena de destellos eléctricos, vibraba con una energía siniestra. El aire estaba impregnado de un olor acre y el ambiente estaba cargado de una presencia malévola.
Sin pensarlo dos veces, Jazz se aventuró a cruzar el umbral de la puerta. Una neblina fantasmagórica envolvió su entorno, distorsionando su visión y sus sentidos. Y allí, emergiendo de las profundidades del portal, apareció Danny.
Su hermano mayor, atrapado en una pesadilla que desafía toda comprensión, se desmoronaba ante sus ojos. El traje de materiales peligrosos que Danny llevaba puesto había sido desgarrado por la fuerza sobrenatural que lo envolvía. Los restos chamuscados del traje se adherían a su piel, mezclándose con sus heridas abiertas y las llagas que el ectoplasma corrosivo había dejado a su paso.
La piel de Danny estaba desgarrada y carbonizada, revelando tejido muscular y huesos expuestos en un grotesco espectáculo de sufrimiento. Las quemaduras causadas por una descarga eléctrica se extendían desde su brazo derecho hasta su torso, dejando una estela de piel quemada y carne destrozada. El olor a carne carbonizada impregnaba el aire, asfixiando los sentidos de Jazz y añadiendo un escalofriante toque a la escena macabra.
Jazz, horrorizada y en estado de shock, contempló cómo la vida se desvanecía lentamente de los ojos de su hermano. Los ojos de Danny, vidriosos y llenos de un dolor indescriptible, miraban fijamente al vacío mientras la muerte reclamaba su cuerpo maltrecho.
El horror y la impotencia inundaron el corazón de Jazz mientras su mente luchaba por asimilar la brutalidad de lo que estaba presenciando. El terror se apoderó de ella, dejando una huella indeleble en su psique infantil. Los horrores de aquella escena quedaron grabados en su mente para siempre, generando traumas profundos y pesadillas recurrentes que la atormentarían durante años.
Desde aquel fatídico día, Jazz viviría con el peso de haber presenciado la muerte atroz de su hermano. Las imágenes grotescas y desgarradoras del traje de materiales peligrosos carbonizado y pegado a la piel mutilada de Danny serían una cruel cicatriz visual, un recordatorio constante de la violencia y el terror que habían irrumpido en su vida inocente.
Corrió a teléfono de su hermano, dejado olvidado en una de las mesas del laboratorio y llamo a emergencias. En el fondo sabía que ya no había nada que pudieran hacer para ayudar.
Cuando la llamada termino Jazz se dejó caer en el suelo helado del laboratorio, su mirada fija en el inerte cuerpo de su amado hermano. El tiempo parecía haberse detenido en ese momento desgarrador, y ella se sentía atrapada en una pesadilla interminable.
Sus ojos vagaban sin rumbo por la habitación, incapaz de apartar la mirada de la devastadora escena ante ella. Su mente luchaba por asimilar la cruel realidad que tenía frente a sí: su querido hermano, una vez lleno de vida y energía, ahora yacía inmóvil en el suelo.
La habitación parecía sumida en un silencio sepulcral, solo interrumpido por los latidos acelerados de su propio corazón. Jazz sentía un frío intenso que parecía penetrar hasta los huesos, mientras el miedo y la desesperación se apoderaban de su ser.
El sonido de las sirenas rompió el silencio, anunciando la llegada de la policía. Jazz apenas notó su presencia, absorta en su propio tormento emocional. Su mirada perdida reflejaba el dolor y la incredulidad que la envolvían, mientras esperaba en medio de aquel escenario desolador.
Los agentes entraron con cautela, su presencia añadiendo un aire de solemnidad al ya sombrío laboratorio. Se acercaron a Jazz y trataron de consolarla con palabras amables y gestos de compasión, pero sus esfuerzos parecían apenas rozar la superficie de su angustia insondable.
Jazz permaneció allí, sentada en el suelo frío, envuelta en una mezcla de dolor y confusión. Su mente se negaba a aceptar la realidad ante ella, deseando desesperadamente que todo fuera solo una pesadilla de la cual despertaría. Pero las lágrimas que rodaban por sus mejillas y el frío tacto del suelo bajo su cuerpo eran testigos implacables de la cruda verdad que debía enfrentar.
En ese momento, la vida de Jazz se fracturó irremediablemente. Quedó atrapada en una telaraña de dolor y desolación, sin saber cómo seguir adelante en medio de la tragedia abrumadora.
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Cuatro años habían transcurrido desde aquel fatídico incidente que cambió tanto la vida de los Fenton como la de toda Amity Park.
Nadie habría imaginado que el portal funcionaría en ambas direcciones. Los fantasmas se habían adueñado de la ciudad, y resultó que los padres de Jazz tenían razón todo el tiempo.
Sumergidos en su trabajo, se alejaron aún más de Jazz, dejándola en un segundo plano. Afortunadamente, Danny le había enseñado lo suficiente para valerse por sí misma, y ella siempre demostró una madurez excepcional para su edad.
Jazz suspiró, consciente de que si los recuerdos seguían aflorando, no podría conciliar el sueño. Sabía que ya había experimentado esto antes, y no se sorprendió en lo más mínimo. Decidió levantarse de la cama, aunque ya era demasiado mayor para tener ese tipo de inseguridades. Tomó su oso de peluche y salió de su habitación. Luego, entró en la habitación de Danny.
Sus padres no habían vuelto a pisar ese lugar desde que él murió, por lo que todo seguía igual que cuando él lo dejó hace cuatro años. Jamás se percataron de la ausencia de polvo en la habitación y esperaba que nunca lo hicieran.
Jazz se subió a la cama de Danny y se acostó con su peluche. Miró el techo cubierto de estrellas que emitían una leve luz en la oscuridad. Danny siempre se quejaba de que las constelaciones estaban mal colocadas y prometía arreglarlas algún día, aunque nunca llegó a cumplirlo.
Mientras Jazz observaba las constelaciones, después de un rato, las estrellas comenzaron a brillar intensamente, cambiando de forma y posición. Se reorganizaron hasta estar en la configuración correcta. Las estrellas caricaturescas se transformaron en algo más real y, de repente, la habitación se sumió en una oscuridad absoluta.
En ese instante, Jazz no pudo evitar sentir una mezcla de emociones. No estaba en la cama en la que se había acostado. Se encontraba sobre una superficie negra, blanda y fría que le transmitía una extraña tranquilidad. Una suave canción de cuna, tan familiar como los latidos de su corazón, llenó los confines del lugar.
Desde la oscuridad, un vacío misterioso comenzó a tomar forma. Las estrellas y las ráfagas de colores se congregaron a su alrededor, creando una imagen que se asemejaba a galaxias en movimiento. Jazz fijó su mirada en el vacío.
El vacío parpadeó y le sonrió con dulzura y cariño.
Ella le devolvió la sonrisa y, envuelta en el abrazo protector del vacío, siendo alumbrada por la infinidad de estrellas que brillaban, se dejó llevar hacia un sueño reparador.
El hermano mayor de Jazz había fallecido cuando ella tenía tan solo diez años.
Al menos... eso es lo que la gente cree.
Está es una de esas noches en las que la sombra del pasado se cierne sobre Jazz, recuerdos de aquel fatídico día en que su hermano mayor, Danny, murió de manera horrible frente a sus ojos. Ella apenas tenía diez años cuando la tragedia llegó a su vida, dejando un vacío eterno en su corazón.
Los padres de Jazz prefieren guardar silencio sobre aquel día, ya sea por dolor o porque simplemente no ven la necesidad de mencionarlo. Sin embargo, cuando por alguna razón deciden hacerlo, siempre se refieren a aquel suceso como "El Accidente". Jazz, en su dolor, cuestiona si es realmente adecuado referirse a aquello como un simple accidente. En su interior, sabe que aquella tragedia pudo haberse evitado si tan solo alguien hubiera estado allí para evitarlo.
Sin tan solo las normas de seguridad se hubiesen cumplido.
Si tan solo ellos hubiesen cerrado la puerta del laboratorio.
Si tan solo ellos hubiesen aprendido de sus errores del pasado y nunca hubiesen construido otro portal.
Los recuerdos de Danny, su amado hermano mayor, se entrelazan con el mismo corazón de Jazz. Los recuerdos fragmentados de su vida se funden en la memoria de la joven, envueltos en un halo de nostalgia y añoranza que sabe que sabe que nunca podrá sacar de su pecho, no de la misma manera. No quiere ser malinterpretada, no es que carezca de recuerdos junto a sus padres, pero la realidad es que no estuvieron presentes tanto como ella hubiera deseado. Casi siempre fue Danny quien estuvo a su lado.
A excepción de sus amigos, quienes quedaron también desconsolados por su muerte, en la mente de los habitantes del pueblo, Danny es recordado como un chico extraño, probablemente un delincuente juvenil, proveniente de una casa igual de extraña.
La gente nunca fue capaz de ver quién era realmente Danny. No veían al apasionado joven que encontraba en el espacio una fuente inagotable de fascinación, ni al prodigioso intelecto que habitaba en su ser. Ignoran por completo al Danny que sacrificó su propia felicidad para cuidar de Jazz, convirtiéndose en su único protector y confidente.
Esas cualidades de Danny, tan profundamente arraigadas en el corazón de Jazz, han quedado relegadas al olvido colectivo. Su verdadero ser, su esencia luminosa, solo vive en los rincones más íntimos de la memoria de su hermana.
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Esto fue algo de lo que se enteró mucho tiempo después, ocurrió cuando ella era apenas una niña de dos años.
En aquel entonces, sus padres la llevaron a una guardería, pero terminaron sumiendose tanto en su trabajo que olvidaron ir a recogerla.
Cuando Danny regresó de la escuela y se dio cuenta de que Jazz no estaba en casa, se desesperó.
Sus padres seguían trabajando, por lo que Danny tomó el rol de protector y y camino casi dos kilómetros, solo y de noche, para ir a buscar a Jazz.
Danny tan solo tenía seis en ese momento.
Encontrarla en la guardería fue un alivio tanto para él como para ella. Supone que fue ese día en que su relación cambio para siempre.
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A los cuatro años, Jazz se debatía con un miedo a la oscuridad que le impedía dormir. Los monstruos imaginarios creados por su mente infantil acechaban en las sombras, impidiéndole descansar.
Sin embargo, su hermano mayor, Danny, siempre atento a sus necesidades, decidió ayudarla. Un día y sin decir absolutamente nada, simplemente entró en su habitación, conecto y encendió una pequeña lámpara que proyectaba estrellas brillantes en el techo. Esa noche él durmió a su lado cantándole suavemente. La luz, el mágico espectáculo celestial y la compañía protectora trajeron calma y alivio a Jazz, permitiéndole finalmente descansar.
A la mañana siguiente, curiosa por la razón detrás de este gesto, Jazz preguntó a Danny por qué lo había hecho si le gustaba tanto esa lampara. Con esa sonrisa exasperante pero cargada de cariño que solo él sabía dar, Danny le explicó que él ya estaba grande para eso, que la lámpara había estado en su habitación limpiando el polvo y que había decidido darle un nuevo propósito, pero que si la lámpara no llegaba a funcionarle en algún momento su cama tenía suficiente espacio para ambos.
Años más tarde, Jazz se enteró de que esa lampara había sido uno de los objetos más preciados de Danny, una objeto especial que guardaba con cariño. Al descubrir la mentira después de su muerte, la lámpara de estrellas adquirió un valor aún mayor en los ojos de Jazz, como un recordatorio tangible del amor y el cuidado de su hermano mayor.
Desde entonces, aunque ya no la necesitara, la lámpara ocupó un lugar especial en la mesita de noche de Jazz. Cada noche, antes de que su vida útil se agotara, la suave luz de las estrellas proyectadas en el techo la acompañaba en su sueño, recordándole el amor y la protección de Danny.
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Cuando Jazz cumplió cinco años, experimentó una pequeña decepción: sus padres se olvidaron por completo de su cumpleaños. Aunque se sintió triste en ese momento, entendía que el trabajo de sus padres era demandante y requería su total atención.
Sin embargo, en medio de su desilusión, Danny, su superhéroe, con tan solo nueve años, decidió hacer algo especial para alegrar el día de su hermana. Con determinación y amor, se embarcó en la misión de preparar el mejor pastel de cumpleaños que Jazz hubiera probado nunca.
No le resultó tan difícil como podría haber pensado, ya que durante el último año, Danny había asumido la responsabilidad de preparar las comidas en casa. Con cada ingrediente escogido con esmero, Danny se esforzó por crear una obra maestra de sabor y dulzura para su hermana.
Ese tal vez sea uno de los mejores recuerdos que tiene, ver si palda mientras trabajaba en la cocina y de vez en cuando le entregaba pequeñas porciones de ingredientes que quedaban.
Finalmente, llegó el momento mágico. Con un brillo travieso en los ojos y una sonrisa orgullosa en su rostro, Danny presentó el pastel ante Jazz. Era una delicia exquisita, decorada con cariño y un toque especial que solo él podía brindar. Jazz se sintió abrumada por la emoción y la gratitud hacia su hermano, quien, a pesar de su corta edad, había demostrado un amor inmenso y una dedicación sin igual.
Ese día, mientras Jazz soplaba las velas en su pastel casero, sintió un cálido amor envolviendo su corazón. La falta de recuerdo por parte de sus padres se desvaneció ante el gesto significativo de su amado hermano. A partir de entonces, cada vez que recordaba aquel cumpleaños especial, se le iluminaba el rostro con una sonrisa, y en su corazón perduraba el recuerdo de aquel pastel hecho con amor fraternal.
Nunca se había preocupado por el hecho de que a esa edad ningún niño debería ser capaz de cocinar de esa manera.
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Cuando Jazz tenía siete años, tuvo su primer encuentro con la psicología. La emoción la invadió mientras compartía con entusiasmo su nuevo descubrimiento con sus padres. Aunque ellos se alegraron por ella en ese momento, nunca volvieron a abordar el tema ni mostraron un interés continuo en su fascinación por la psicología.
Danny, quien estaba presente en la misma habitación durante la conversación, permaneció en silencio. A la mañana siguiente, Jazz se despertó y encontró un libro de psicología básica cuidadosamente colocado frente a la puerta de su dormitorio.
Con ojos brillantes de asombro, Jazz recogió el libro con manos temblorosas. No era tonta y sabía perfectamente quien lo había puesto ahí, era una muestra de que él había estado escuchando y comprendiendo su pasión por la psicología. Aquel regalo inesperado confirmaba que Danny, en su propia forma reservada, la apoyaba y alentaba en su búsqueda de conocimiento, aunque a él mismo no le gustará estudiar.
A partir de aquel día, Jazz devoró cada página del libro con avidez. Se sumergió en las teorías y conceptos, explorando el fascinante mundo de la mente humana. Con el tiempo, esa semilla plantada por Danny floreció, y Jazz encontró en la psicología un camino que la cautivó profundamente.
Aunque sus padres no compartieron su entusiasmo de manera continua, Jazz sabía que tenía a su hermano como su cómplice silencioso. Juntos, a través de pequeños gestos y momentos compartidos, encontraron una conexión especial que trascendía las palabras.
Con el tiempo, Jazz siguió avanzando en su viaje por la psicología, comenzó hablarle a su hermano y a utilizarlo como sujeto de pruebas, aunque él no fuera capaz de entender ni la mitad de las cosas que ella le explicaba siempre se sentó con una sonrisa a escucharla.
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Cuando Jazz tenía nueve años, fue cuando comenzó a rebelarse contra la idea de que la trataran como a una niña pequeña. No quería que la vieran como alguien indefenso e inocente. Expresó su deseo de ser tomada en serio y de que reconocieran su crecimiento. Sus padres le aseguraron que estaba bien sentirse así y que estaban orgullosos de verla convertirse en una persona madura a una edad tan temprana.
Sin embargo, Danny, su hermano mayor, no pudo resistirse a hacer una broma. Se burló diciendo que Jazz solo sería considerada adulta por él cuando cumpliera al menos veinte años. Jazz, sin perder tiempo, le respondió que era una tontería, ya que él, con tan solo trece años, ya actuaba como un adulto. La respuesta de Jazz sorprendió a Danny, quien inicialmente quedó atónito y luego estalló en risas.
Sin embargo, detrás de su risa, Danny ocultaba una mirada cargada de tristeza.
Jazz, ajena a la tristeza que Danny intentaba ocultar, continuó con su día lleno de energía y determinación, ansiosa por demostrar su crecimiento y su capacidad de enfrentar el mundo. Danny empezó a enserla ha hacer pequeñas cosas por su cuenta, en ese momento no se dio cuenta de la sombra fugaz que oscureció el rostro de su hermano mayor, ni de cómo sus palabras habían dejado una huella en su corazón.
No se dió cuenta en ese momento que la razón por la que veía a Danny como un adulto era por qué en algún momento él dejo de actuar como su hermano mayor y termino actuando como su padre, olvido el hecho de que el también era un niño y que los niños hacían estupideces.
Lo recordó de la manera más horrible posible un año después.
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Jazz, con ya con diez años, se encontraba sumida en la oscuridad de su habitación, todas las luces se habían apagado de repente, un silencio ominoso se adueñó totalmente de la casa. Un escalofrío recorrió su espalda, anunciando la presencia de una oscuridad sobrenatural que acechaba en las sombras.
Un estruendo ensordecedor sacudió el suelo, haciendo temblar los cimientos de la morada familiar. Jazz, con el corazón palpitando frenéticamente en su pecho, descendió las escaleras en busca de Danny. Cuando llegó a la cocina fue cuando noto el sótano, se acercó, atraída por la fuerza maligna que emanaba de allí.
Al acercarse a la puerta del laboratorio, una sensación de miedo indescriptible se apoderó de Jazz. Un presentimiento sombrío, como si las paredes mismas supieran de la oscuridad que habitaba dentro, la envolvió. Cuando su mano temblorosa tocó el pomo frío de la puerta, una miríada de emociones contradictorias se agolparon en su interior: curiosidad, miedo y una inquietante sensación de maldad acechando en la penumbra.
La tenue luz verde que se filtraba por debajo de la puerta parecía tener una vida propia, parpadeando y danzando como una entidad malévola. Cada destello proyectado en el suelo antes de entrar, como dedos fantasmales que buscaban arrastrarla hacia un abismo de terrores inimaginables.
Jazz respiró hondo, sus pulmones llenándose de un aire cargado de electricidad y presagios oscuros. Le habían dicho antes que no entrara, sabía inconscientemente que una vez que cruzara ese umbral, su mundo cambiaría para siempre. Pero a pesar del miedo que la atenazaba, sobre todo por miedo que la atenazaba, quería encontrar a su hermano, la puerta estaba sin seguro y sus padres no estaban en casa. Un fallo con el supuesto portal a la dimensión de los muertos los había dejado deprimidos.
Algo hizo click en su cabeza. El portal.
Jazz volvió a hechar un vistazo a la luz verde proyectada por la parte inferior de la puerta, de el mismo color que ese extraño líquido con el que sus padres trabajaban.
Se armó de valor y abrió la puerta, se encontró con un escenario infernal. El portal a la Zona Fantasma, una estructura retorcida y llena de destellos eléctricos, vibraba con una energía siniestra. El aire estaba impregnado de un olor acre y el ambiente estaba cargado de una presencia malévola.
Sin pensarlo dos veces, Jazz se aventuró a cruzar el umbral de la puerta. Una neblina fantasmagórica envolvió su entorno, distorsionando su visión y sus sentidos. Y allí, emergiendo de las profundidades del portal, apareció Danny.
Su hermano mayor, atrapado en una pesadilla que desafía toda comprensión, se desmoronaba ante sus ojos. El traje de materiales peligrosos que Danny llevaba puesto había sido desgarrado por la fuerza sobrenatural que lo envolvía. Los restos chamuscados del traje se adherían a su piel, mezclándose con sus heridas abiertas y las llagas que el ectoplasma corrosivo había dejado a su paso.
La piel de Danny estaba desgarrada y carbonizada, revelando tejido muscular y huesos expuestos en un grotesco espectáculo de sufrimiento. Las quemaduras causadas por una descarga eléctrica se extendían desde su brazo derecho hasta su torso, dejando una estela de piel quemada y carne destrozada. El olor a carne carbonizada impregnaba el aire, asfixiando los sentidos de Jazz y añadiendo un escalofriante toque a la escena macabra.
Jazz, horrorizada y en estado de shock, contempló cómo la vida se desvanecía lentamente de los ojos de su hermano. Los ojos de Danny, vidriosos y llenos de un dolor indescriptible, miraban fijamente al vacío mientras la muerte reclamaba su cuerpo maltrecho.
El horror y la impotencia inundaron el corazón de Jazz mientras su mente luchaba por asimilar la brutalidad de lo que estaba presenciando. El terror se apoderó de ella, dejando una huella indeleble en su psique infantil. Los horrores de aquella escena quedaron grabados en su mente para siempre, generando traumas profundos y pesadillas recurrentes que la atormentarían durante años.
Desde aquel fatídico día, Jazz viviría con el peso de haber presenciado la muerte atroz de su hermano. Las imágenes grotescas y desgarradoras del traje de materiales peligrosos carbonizado y pegado a la piel mutilada de Danny serían una cruel cicatriz visual, un recordatorio constante de la violencia y el terror que habían irrumpido en su vida inocente.
Corrió a teléfono de su hermano, dejado olvidado en una de las mesas del laboratorio y llamo a emergencias. En el fondo sabía que ya no había nada que pudieran hacer para ayudar.
Cuando la llamada termino Jazz se dejó caer en el suelo helado del laboratorio, su mirada fija en el inerte cuerpo de su amado hermano. El tiempo parecía haberse detenido en ese momento desgarrador, y ella se sentía atrapada en una pesadilla interminable.
Sus ojos vagaban sin rumbo por la habitación, incapaz de apartar la mirada de la devastadora escena ante ella. Su mente luchaba por asimilar la cruel realidad que tenía frente a sí: su querido hermano, una vez lleno de vida y energía, ahora yacía inmóvil en el suelo.
La habitación parecía sumida en un silencio sepulcral, solo interrumpido por los latidos acelerados de su propio corazón. Jazz sentía un frío intenso que parecía penetrar hasta los huesos, mientras el miedo y la desesperación se apoderaban de su ser.
El sonido de las sirenas rompió el silencio, anunciando la llegada de la policía. Jazz apenas notó su presencia, absorta en su propio tormento emocional. Su mirada perdida reflejaba el dolor y la incredulidad que la envolvían, mientras esperaba en medio de aquel escenario desolador.
Los agentes entraron con cautela, su presencia añadiendo un aire de solemnidad al ya sombrío laboratorio. Se acercaron a Jazz y trataron de consolarla con palabras amables y gestos de compasión, pero sus esfuerzos parecían apenas rozar la superficie de su angustia insondable.
Jazz permaneció allí, sentada en el suelo frío, envuelta en una mezcla de dolor y confusión. Su mente se negaba a aceptar la realidad ante ella, deseando desesperadamente que todo fuera solo una pesadilla de la cual despertaría. Pero las lágrimas que rodaban por sus mejillas y el frío tacto del suelo bajo su cuerpo eran testigos implacables de la cruda verdad que debía enfrentar.
En ese momento, la vida de Jazz se fracturó irremediablemente. Quedó atrapada en una telaraña de dolor y desolación, sin saber cómo seguir adelante en medio de la tragedia abrumadora.
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Cuatro años habían transcurrido desde aquel fatídico incidente que cambió tanto la vida de los Fenton como la de toda Amity Park.
Nadie habría imaginado que el portal funcionaría en ambas direcciones. Los fantasmas se habían adueñado de la ciudad, y resultó que los padres de Jazz tenían razón todo el tiempo.
Sumergidos en su trabajo, se alejaron aún más de Jazz, dejándola en un segundo plano. Afortunadamente, Danny le había enseñado lo suficiente para valerse por sí misma, y ella siempre demostró una madurez excepcional para su edad.
Jazz suspiró, consciente de que si los recuerdos seguían aflorando, no podría conciliar el sueño. Sabía que ya había experimentado esto antes, y no se sorprendió en lo más mínimo. Decidió levantarse de la cama, aunque ya era demasiado mayor para tener ese tipo de inseguridades. Tomó su oso de peluche y salió de su habitación. Luego, entró en la habitación de Danny.
Sus padres no habían vuelto a pisar ese lugar desde que él murió, por lo que todo seguía igual que cuando él lo dejó hace cuatro años. Jamás se percataron de la ausencia de polvo en la habitación y esperaba que nunca lo hicieran.
Jazz se subió a la cama de Danny y se acostó con su peluche. Miró el techo cubierto de estrellas que emitían una leve luz en la oscuridad. Danny siempre se quejaba de que las constelaciones estaban mal colocadas y prometía arreglarlas algún día, aunque nunca llegó a cumplirlo.
Mientras Jazz observaba las constelaciones, después de un rato, las estrellas comenzaron a brillar intensamente, cambiando de forma y posición. Se reorganizaron hasta estar en la configuración correcta. Las estrellas caricaturescas se transformaron en algo más real y, de repente, la habitación se sumió en una oscuridad absoluta.
En ese instante, Jazz no pudo evitar sentir una mezcla de emociones. No estaba en la cama en la que se había acostado. Se encontraba sobre una superficie negra, blanda y fría que le transmitía una extraña tranquilidad. Una suave canción de cuna, tan familiar como los latidos de su corazón, llenó los confines del lugar.
Desde la oscuridad, un vacío misterioso comenzó a tomar forma. Las estrellas y las ráfagas de colores se congregaron a su alrededor, creando una imagen que se asemejaba a galaxias en movimiento. Jazz fijó su mirada en el vacío.
El vacío parpadeó y le sonrió con dulzura y cariño.
Ella le devolvió la sonrisa y, envuelta en el abrazo protector del vacío, siendo alumbrada por la infinidad de estrellas que brillaban, se dejó llevar hacia un sueño reparador.
El hermano mayor de Jazz había fallecido cuando ella tenía tan solo diez años.
Al menos... eso es lo que la gente cree.
