Chapter 1: La carta
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A pesar de que por la tarde hubo un sol brillante, esa noche cayó una nevada intensa, tanto que ni siquiera la chimenea de aquella lujosa alcoba había sido suficiente para mantener al inquilino dormido, puesto que casi al amanecer, éste se levantó para echar unos cuantos maderos más que luego de unos minutos intensificarían las llamas y le traerían calor.
Y vaya qué calor. Uno tan reconfortante que le comenzó a llenar la mente de sucesos nostálgicos y tristes, porque justo algunos años atrás, cuando todavía era un niño, hubiera deseado con todo el alma tener un fuego como ese en el crudo invierno que causó la muerte de su maestro. Hubiera anhelado estar así, dentro de una amplia habitación, con cobijas, chimenea y una ventana a través de la cual la nieve no parecía intimidante, sino hermosa.
A través de ese ventanal, los copos caían con gracia, cubriendo las calles y las azoteas con capas gruesas de nieve que brillaba de forma majestuosa ante el alumbrado público. El viento, desde adentro, se escuchaba arrullante, casi como un simple silbido. Desde adentro, el exterior parecía apacible, tranquilo, pero sabía perfectamente que la perspectiva de una nevada como esa desde afuera era, probablemente, peor que el infierno.
Suspiró inundado de nostalgia y apenas unos segundos después, una lágrima recorrió su mejilla, porque presenciar una tormenta como esa desde la comodidad de la mansión, le removía ciertas fibras de su niñez, una niñez que se sentía tan lejana que parecía ser otra vida. Seguía siendo el mismo niño sentimental de siempre que lloraba por "tonterías", solo que ahora ya no era un niño precisamente. Tenía veintidós años y muchas responsabilidades por cumplir.
Durante algunos meses, él y su madre estuvieron conversando sobre su futuro. Él quería seguir estudiando, convertirse en todo lo que de niño hubiera querido, sin embargo, ella deseaba convertirse en abuela y al ser el mayor, sutilmente lo había estado presionando todo ese tiempo. Él abogaba por sí mismo porque, a pesar de que su misma vida no bastaría para agradecerle por todo lo que hizo y había hecho por él, sabía que ella no sería la autoridad para siempre. En algún momento tenía que decidir sobre sí mismo.
Pero, ¿cómo tomar una decisión? Si ni siquiera él estaba tan seguro de lo que quería para sí en el futuro. Es decir, estudiar le parecía genial, pero, ¿y si se le iba la juventud en ello? Sin embargo, casarse tampoco era lo mejor, puesto que, en primer lugar, no estaba seguro de estar enamorado, y claro que entendía que para las familias adineradas como la suya, el amor era la cosa menos importante al momento de pactar un matrimonio, pero aún así, no quería ser parte de eso.
Su madre había propuesto una serie de jóvenes nobles, quienes le parecían interesantes y lindas, pero ninguna era alguien con quien pudiera verse por el resto de sus días y es que, si era sincero, también ese detalle lo veía irreal. Desde muy pequeño fue lanzado al mundo para vivir de la manera más dura, fue expuesto a humillaciones, trabajos pesados, largas caminatas y climas extremos, todo para que aprendiera a ser independiente y luego en su adolescencia así lo fue. No estaba listo para casarse y estuvo a punto de decirle a su madre que descartara esa opción hasta que el día anterior le comentó algo que lo mantuvo pensando desde entonces.
—Sé que estuviste conversando con las chicas nobles que conociste. Me dijeron que fuiste muy amable y respetuoso y eso me alegra, pero también me dijeron que no quisiste formalizar nada con ninguna debido a un motivo en particular —dijo luego de que sirvió el té en dos pequeñas tazas y le entregó una.
—¿Cuál fue? —preguntó extrañado.
—Una de ellas mencionó que tú pensabas en alguien más. Que estabas enamorado de otra y eso, hijo mío, creo saberlo.
Se removió nervioso en su silla, contemplando el té como si con eso pudiera evitar el contacto visual para siempre.
—Es Lisette Acquin, ¿cierto?
No dijo nada, no sabía qué palabras usar porque habían pasado años desde que la vio por última vez. Fue en su catorceavo cumpleaños, justo el año en el que ella le contó que su padre había cumplido la condena y regresarían a su casa en París; continuaría con los cultivos y estaba ansiosa de que llegara la primavera para volver a ver los invernaderos floreciendo.
A esa edad y en ese momento, había entendido dos cosas. La primera era que Lisette no estaba interesada en la vida lujosa de la mansión ni el agitado ritmo de vida de la aristocracia inglesa. Ella solo quería regresar a las afueras de París y reconstruir todo aquello que les había arrebatado la vida. La segunda era que consideraba a Lisette como una gran amiga. No había nada entre ellos más allá del amor puro y fraternal que se le tiene a un amigo con el que has crecido, vivido y experimentado la adversidad. Después de eso, entre cartas se enteró que gracias a sus hermanos, ahora poseía una floristería que se volvía cada vez más reconocida.
La última vez que se habían enviado cartas, había sido poco más de tres años atrás y con cada escrito podía percibir su felicidad, casi podía imaginarla con su cabello dorado trenzado junto a pequeñas florecitas mientras caminaba de un lado a otro en la tienda, contemplando los tulipanes, tarareando melodías recién inventadas y sonriendo como siempre lo había hecho.
Y aún con todo ese cariño y genuina alegría que le causaba pensar en ella, sabía perfectamente que no era esa clase de amor. No del tipo de amor que se reafirma con un matrimonio o un par de hijos. No estaba enamorado de Lisette, ¿por qué alguien creería lo contrario?
—Hijo, a pesar del estatus y del renombre, quiero que sepas que cuentas con mi apoyo si es ella a quien escoges como tu futura esposa —habló luego de los minutos que él estuvo en silencio—. Lo único que quiero es que me des nietos porque envejezco y pronto no podré cuidarlos. Así que tienes mi permiso y mi bendición para pedirle la mano. En cuanto tú lo digas, mandaré el escrito a París y nos reuniremos allá.
Entonces la mujer se levantó, le acarició la mejilla con dulzura y le sonrió antes de dejar su taza intacta en la mesa y retirarse de la sala de estar. Mientras él parecía haberse convertido en una estatua, aún cuando su mente iba a mil por hora.
No quería casarse, no quería condenar a Lisette a algo como eso. De hecho, el meollo del asunto era que, en realidad, no quería casarse en lo absoluto. No en esa etapa de su vida, por lo menos, porque sentía que apenas empezaba a vivir. Recién descubrió que amaba estudiar, leer, hacer deporte y simplemente contemplar la vida junto a las personas que amaba. Le gustaba la practicar equitación junto a Arthur y navegar en el mar junto a Alan. A veces hasta encontraba belleza en entrar a la cocina y ayudar a la servidumbre a preparar el postre.
Muy en el fondo sabía que era un espíritu libre, que todavía le costaba entender y adaptarse a los protocolos, la etiqueta, las formalidades de la aristocracia. Todavía se sentía nuevo en ese mundo y a menudo se descubría a sí mismo añorando las vidas simples de las personas en la ciudad. Cuando visitaba a su madre adoptiva, aquella sensación de "estoy en casa" lo invadía y era la razón por la cual le costaba despedirse.
No quería casarse porque significaba convertirse en un barón, en el famoso heredero de los Milligan. Tendría que "madurar", dejar los libros para después; despertar y solamente tener libertad en la ducha, porque el resto del día se rodearía de gente que haría todo por él. Tendría que mudarse a su propia mansión y lo peor de todo, tendría que engendrar hijos, y eso era algo que le confundía demasiado porque no podían pedirle que formara una familia cuando, a esas alturas, todavía no podía entender del todo ese significado.
Desde pequeño aprendió a nunca pertenecer y en ello encontrar el confort que brinda el hogar.
No podía imaginarse a sí mismo formando una familia. ¿Qué les iba enseñar a sus hijos si ellos nacerían con todas las cosas que recién está comprendiendo? Ellos tendrían una casa, un nombre y apellido, jamás tendrían que padecer todo lo que él para alcanzar el estatus y posición que ahora tenía.
A pesar de descubrir que el problema era, precisamente, el matrimonio, se dio cuenta de que no podía escapar de él. Su madre jamás...
O, tal vez, como una remota posibilidad, ella comprendería. Ella tal vez se enojaría un poco, pero su amor podría sobrepasar el enojo y entonces lo dejaría escoger. Lo dejaría ser libre. De todos modos, no era hijo único, había alguien que podría ocupar ese lugar por él. Se armaría de valor y hablaría con ella. Quizás esta vez, ambos podrían terminarse el té. El problema era que "armarse de valor" le estaba resultando más difícil de lo que pensó.
Los primeros rayos del amanecer empezaron a vislumbrarse en las montañas y la luz reflejada en la nieve lo volvió consciente del par de horas que había gastado al pensar en su incierto futuro. Estiró las manos al fuego para sentir el confort del calor y tratar de escoger las palabras adecuadas que le diría a su madre.
Pero, ¿cuál era la forma correcta de decirle a la mujer que te dio todo que, en realidad, ya no lo necesitas más? ¿Cómo decirle que no estaba listo para el matrimonio, para ser padre, para convertirse en otro hombre de traje que se dedicaría a contar su dinero? ¿Cómo explicar que todo lo que su corazón anhelaba ahora mismo era simplemente volver a viajar?
Abrió los ojos con sorpresa cuando ese pensamiento acarició su mente, puesto que era la mancha borrosa que tenía cada que pensaba en su futuro. Claro que sí, quería viajar, pero no en el elegante barco familiar o en la primera clase del tren, sino viajar como en los viejos tiempos. Quería volver a sentir el sol sobre su piel, caminar, contemplar el mar, los ríos, los valles. Podría volver a padecer los dolores de un viaje, sin necesariamente tener que sufrir. Tal vez, después de eso, volvería con una mente fresca para finalmente aceptar el matrimonio.
Comenzó a sentir la emoción burbujeando en su pecho porque era algo que de verdad deseaba y sin hacerse esperar demasiado, corrió hacia la habitación de al lado en la que estaba descansando su mejor amigo. Porque una idea como esa, debía ser considerada junto a él y nadie más.
Abrió la puerta sin mucho decoro y con una repentina alegría, se dirigió hacia la cama, sin embargo, se detuvo cuando notó que ésta estaba hecha, sin rastro de que alguien estuviera durmiendo ahí esa noche. Puso una mueca de confusión y salió a buscar a Alan, el mayordomo. En cuanto lo vio parado cerca de un ventanal, fule preguntó sobre el paradero de Mattia, obteniendo una respuesta que no lo dejó convencido.
«No lo he visto toda la mañana, ¿acaso no está durmiendo en su alcoba? Ya sabe, joven Milligan, no suele madrugar muy seguido».
Sí, eso lo sabía, así como también sabía que cuando Mattia salía o muy de noche o muy temprano, siempre le avisaba. Era extraño que ese día no lo hiciera, ¿por qué?
Regresó desconcertado a su habitación tratando de pensar en qué lugar podría estar. Descartó los jardines porque sabía que era alérgico a la mayoría de flores, descartó los barcos porque sabía que se mareaba, descartó la escuela porque era sábado y prácticamente descartó casi cualquier otra posibilidad. ¿Qué podría estar haciendo? ¿Dónde podría estar?
Se levantó de su cama para quitarse el abrigo y disponer a ponerse ropa adecuada para salir a buscarlo, cuando notó un papel doblado en una esquina de su mesa de noche. Extrañado, se estiró para alcanzarlo y así desdoblarlo. Era una carta, una extensa, plagada de una caligrafía inconfundible. Suspiró antes de leerla porque a pesar de que quería creer que era un simple recado, tenía un mal presentimiento.
"Hola, Remi, ¿cómo estás? ¿Ya desayunaste?"
Fue el primer renglón y eso le causó una ligera risa, era mucho cuidado puesto para ser una simple carta de avisos, ¿no?
"Bueno, espero que así sea y que hayas dormido bien. Está cayendo una nieve terrible al momento que escribo esto y, aunque suene raro, me sirvió de inspiración para hacerlo.
Me voy. Dos malditas palabras a las que le di mil vueltas para decírtelas en persona y nunca tuve el suficiente valor de hacerlo, por eso escribo esto.
No quiero que lo malinterpretes, me gusta la vida que tengo, la vida que jamás imaginé tener. Puedo estudiar música como siempre quise, cabalgar, beber los vinos más finos y comer los platillos más deliciosos. Todo eso sin preocuparme por nada, pero... ¿No te ha pasado? Tener esta sensación en el pecho como de nostalgia, un tipo de anhelo que se convierte en vacío día con día.
Sé que te parecerá contradictorio, casi puedo verte confundido y diciendo: «Nunca lo noté». Porque, si te soy sincero, yo tampoco lo había hecho hasta hace unos días.
En el concierto que tuve el otro día, un amigo de París me alcanzó al finalizar y estuvimos conversando sobre nuestras vidas. Él tiene un par de vacas, un gallinero y estaba de vacaciones aquí con el dinero que ahorró durante todo un año.
Llevaba pantalones desgastados y sus hijos corrían con zapatos heredados. Pero él sonreía, él me contó lo feliz que era y fue fácil de notarlo. Mientras que yo llevaba mi violín caro y solo podía sentir... ¿Envidia? Esa sensación de: «Demonios, yo quiero sentirme igual que él».
Entonces lo entendí todo. Aquel ruido que había estado inundando mi cabeza durante años al fin cobraba sentido. Esa vida que con emoción me contó, era la vida en la que yo encajaba, la clase de vida que había estado anhelando estos últimos años.
Pero no, claro que no quiero volver a vivir los males, la enfermedad, los pensamientos destructivos, el frío o el intenso sol. Mucho menos la pobreza, el hambre o la sensación de que la muerte podría ser la única esperanza. Sin embargo, quiero vivir la simpleza, la felicidad de despertar en el campo, de caminar por la ciudad, de comer junto al río y de tocar música afuera de una catedral.
No me había dado cuenta de lo encerrado que me sentía en la mansión hasta que comencé a fantasear con todo eso. Y el vacío aumentó junto a esa ligera inquietud sobre qué pasaría si tuviera la oportunidad de volver a vivir así. ¿Y si solo lo intento?
Fue una idea maravillosa y de pronto dejé de interesarme en las partituras que leía para ponerme a planificar un viaje. Uno verdadero. De solo imaginarlo, estaba lleno de emoción, a sí que decidí ir a contarte porque claramente no pensaba hacerlo solo. ¿Qué sentido tendría? Ambos lo haríamos, caminaríamos bajo el sol. Tal vez encontraríamos otro mico y otro perro en el camino. Sin embargo, nunca te dije.
Sé que te sientes igual, o por lo menos es lo que creo cuando te veo mirando a través de la ventana con anhelo, cuando echas una mirada discreta a la vitrina que expone tu arpa, cuando visitamos Chavannon y duras horas contemplando el pequeño huerto y, por supuesto, cuando tu sonrisa comienza a desvanecerse al vislumbrar la mansión cuando la visita ha terminado.
Por eso pensé que amarías mi idea, pero me contuve de decirte al escucharte conversar con tu madre el otro día. Escuché que te casarás con Lisette y, si soy sincero, me sorprendió bastante. Tú dejaste de hablarme de ella hace tanto tiempo que creí que ustedes habían sido solo buenos amigos y de pronto... Un matrimonio.
Me dolió pensar que había perdido tu confianza. Quise preguntarte, saber de tu propia boca si aquello era verdad o no, pero no tuve el valor de hacerlo y aparentemente, tú no tenías tiempo para nada.
Pensar en tu matrimonio me abrió otra vertiente en mi plan que me hizo cambiarlo todo, porque no podrías viajar conmigo cuando tendrías que pedir su mano, preparar la boda, ensayar y finalmente casarte. No tendrías tiempo para nada que no sea tu esposa. Y todo lo que había planeado eran panoramas para los dos.
Además pensé: «¿Qué se supone que haré yo después?». Cuando te cases, te comprarás tu propia mansión y te mudarás pero, ¿a mí qué me espera estando aquí por mi cuenta? ¿Casarme también? Por supuesto que no.
Sé que tu madre me aprecia y jamás me alcanzará la vida para demostrarle lo agradecido que estoy con ella por haberme dado una oportunidad, pero yo no soy su hijo, nunca llevé su apellido. Ella no buscará una joven para mí, ni me heredará una mansión. Si tú te casas, yo simplemente no tengo nada más qué hacer aquí.
Por eso me voy. No puedo despedirme en persona porque sé que apenas te vea, lloraré y me será tan difícil partir que probablemente terminaría sin hacerlo y yo ya tomé mi decisión.
No sé cuándo volveré o si siquiera lo haré. Este viaje será guiado por la esperanza, el anhelo de encontrar mi lugar y quedarme ahí para ser feliz, p or eso no quiero que me busques ni que te preocupes por mí. No quiero que llores porque no importa a cuántos kilómetros esté, siempre te voy a acompañar, aún cuando planeo alejarme lo más que pueda de esta mundo en el que no puedo encajar.
Te deseo lo mejor, Remi. Que seas feliz, que ames y te amen; que formes una familia y construyas un hogar. Deseo que nunca pienses en mí, que no creas que te abandoné, sino que éste es el momento en el que nuestros caminos debieron separarse.
Te quiero mucho, más de lo que pudieras imaginar, tanto que a veces me duele no poder decirlo, pero aquí estoy en medio de la tormenta vaciando mi corazón en esta carta.
Estaré bien, pero por favor y en serio, no me busques. Es lo mejor para ambos. Y si un día la misma vida se encarga de que nos volvamos a ver, espero que sea en mejores tiempos.
Adiós, Remi, adiós por ahora y adiós para siempre. Te aprecia y te abraza a la distancia, Mattia."
Cuando terminó de leer se percató de las lágrimas que rodeaban sus mejillas, pero no hizo ningún esfuerzo por alejarlas. Tenía muchas preguntas y no sabía por dónde comenzar a buscar la respuesta, así que corrió por ropa decente para tomar un carruaje y dirigirse hacia la estación de trenes más cercana.
Su corazón latía con fuerza y el frío de la mañana no le afectaba en lo más mínimo. Quería encontrarlo, evitar que se fuera para decirle que sí quería viajar, que, de hecho, no había nada que quisiera hacer tanto como eso. Quería verlo y solo... Abrazarlo, sentir que todo estaría bien porque ambos se irían de ahí juntos. Pero nadie en la estación le pudo dar señal alguna de él y aunque de antemano sabía que Mattia nunca escogería un viaje por mar, de todos modos fue al muelle a averiguar si estaba ahí.
Se quedaba sin opciones y Londres era tan grande como para ir calle por calle a buscarlo porque, por si no fuera poco, ese día era cumpleaños de su hermano y los invitados estaban por llegar. A pesar de la desesperación y el llanto contenido, regresó a la mansión para tomar un caballo a escondidas de la servidumbre y de su madre misma. Si tendría que recorrer calle por calle, era mejor empezar lo antes posible.
Pero no tuvo éxito, ni siquiera cuando su familia se enteró y llamó a la policía local a buscarlo. Parecía que se había esfumado sin dejar el mínimo rastro. Y le dolía ver cómo pasaban los días y con ellos aumentaba la incertidumbre, mientras la esperanza descendía poco a poco, más nunca por completo.
Chapter 2: Bob
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Mattia era ignorante al caos que su carta había causado y se paseaba con tranquilidad por la casa de su viejo amigo Bob, quien lo había recibido bien a pesar de no entender la razón exacta.
Mattia era inteligente, incluso cuando le gustaba aparentar que no y sabía que Remi y los demás intentarían buscarlo, por eso prefirió pedirle asilo a Bob por unos días en lo que se alistaba. Necesitaría trazar bien sus rutas y administrar el dinero que había llevado consigo. Su primer destino sería París.
—No entiendo por qué estás haciendo esto, Mattia —dijo Bob mientras calentaba la sopa—. Llevas una vida que yo, ni aunque volviera a nacer, podría tener. ¿Por qué renunciar a todo?
—Porque ese mundo se basa en apariencias, Bob —respondió mientras contaba las monedas en la mesa—. La gente que nació en ese ambiente nunca lo va a notar, pero claramente no soy como ellos. No importa cuántos trajes caros use.
—Aún así, ¿tú solo piensas volver a la calle y ya?
—Tampoco me malentiendas, no quiero volver a ser pobre. Quiero tener una vida tranquila, sin apariencias, pretensiones, ni mucho menos los estándares inalcanzables que imponen en alguien como yo.
—¿Por qué lo dices?
—La gente me observa, Bob —dijo con una risa amarga—. Yo no soy un Milligan y aunque dentro de la mansión me siento tranquilo, apenas salgo, no dejan de hacerme sentir como un bicho raro. Yo soy el "nuevo" rico. El que se mantiene callado porque mi vocabulario no es "apropiado". Y el verdadero infierno está en la orquesta, llena de músicos pretenciosos que me miran con burla cuando se enteran que no necesité clases.
—Tal vez tienes razón —dijo mientras servía la sopa—. Tú conoces ambos mundos y si aún así prefieres la vida simple, entonces no debe ser cómo lo pintan, sino peor.
—Lo es —respondió con un suspiro y prefirió empezar a comer.
—¿Y a dónde irás? Digo, ya sé que a París, pero, ¿algún destino específico?
—Quiero trabajar en una granja a las afueras de la ciudad por un tiempo. Ir a París y quedarme ahí sería riesgoso considerando que, si me buscan, será el primer lugar al que irán.
—De verdad no quieres que te encuentren.
—Ya tomé una decisión, Bob —dijo con un rastro de tristeza en la voz—. Pienso cambiarme el nombre.
—Lo esperaba —soltó una risa que animó un poco el ambiente—. ¿Y cuál será?
—Aún no lo sé, pero será uno que encaje con mi nueva vida. Uno que suene lo suficientemente común para cuando... —se detuvo antes de decirlo para mirar al hombre a los ojos y sonreír nerviosamente—. Olvidé decirte, pero pienso regresar a Italia.
—¿Italia? Bueno, eso sí me sorprende.
—Estuve pensando y realmente no hay mucho en Francia para mí, mucho menos aquí, así que tal vez sea momento de volver a casa —dijo con emoción mientras se terminaba la sopa—. Estoy seguro que no me buscarán allá.
—Solo espero que, cuando te sientas listo, me escribas un poco sobre tu suerte. Te conozco desde muy pequeño, Mattia y, si soy honesto, pensaba que no sobrevivirías más allá de los diez años y mírate cómo has cambiado —le sonrió con ternura—. Eres un hombre que está a punto de hacer su propio camino. Me alegra y espero saber de ti antes de, ya sabes, morir.
Mattia se llevó una mano al corazón. Estaba conmovido y aunque no era del tipo que lloraba, sintió un nudo en la garganta al escuchar aquellas palabras.
Bob decía la verdad, él mismo recuerda una época en su infancia en la que se iba a dormir deseando, desde lo más profundo, nunca volver a despertar. Recuerda cómo incluso cuando moría de hambre (literalmente), prefería no comer y no porque sus amigos le agradecerían por dejarles su plato, sino porque sabía que eso le ayudaría a pronto morir y en uno de esos momentos encontró a Bob, quien lo cuidó durante sus días juntos, lo dejó quedarse con él y le aconsejó sobre cualquier cosa en la vida. Bob lo vio crecer y Mattia sintió la responsabilidad de escribirle en el futuro. Era lo más cercano que tenía a una familia.
Antes de partir, Mattia le dio un abrazo fuerte a Bob y para evitar llorar, le prometió que le escribiría en cuanto llegara a París. El hombre le sonrió fraternalmente y cuando se despidieron en la puerta de su casa, le entregó una bolsa con ropa usada que le ayudaría a pasar desapercibido. Mattia le agradeció y entonces decidió partir.
Tomó el tren en la madrugada y, mientras observaba por la ventana cómo la mansión Milligan se hacía más pequeña hasta desaparecer, lloró. Con lágrimas de verdad y sollozos. Había sido muy feliz en ese lugar, pero así como la alegría le acompañó, de la misma forma el tormento y el dolor del silencio. Un silencio que le mataba el alma a cada segundo y le marchitaba el corazón.
Ese silencio era la verdadera razón por la que estaba huyendo, porque sí, eso era lo que estaba haciendo. Escapaba de sí mismo, de lo que sentía, de un montón de pensamientos utópicos y de él, de Remi.
Chapter 3: Lisette
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Para Mattia, quien ahora se llamaba a sí mismo Luca, la vida había resultado mejor de lo que planeó. Trabajó en la granja, en un establo, en una panadería y cuando ahorró el dinero suficiente, se compró un violín de segunda mano para empezar a presentarse en las plazas. Le encantaban los aplausos sinceros de la gente, las ovaciones y el dinero que lanzaban a su estuche cada tanto.
A veces le gustaba ir a los bares a beber y cantar con la gente que se topaba ahí. Otros días prefería quedarse en su hostal a componer música. Incluso, había noches en las que solo le gustaba sentarse junto a un río a mojarse las piernas mientras disfrutaba la sensación de libertad. Y no iba a mentir, realmente podía sentirse feliz la mayor parte del tiempo. La simpleza de la vida de campo le había sentado tan bien que, de hecho, se sentía más saludable que nunca.
Sin embargo, había noches en las que la vida se tornaba oscura y triste. Cada que divisaba un barco no podía evitar pensar en el Cisne y las cosas que vivió abordo cuando él y Remi se fueron de vacaciones a navegar sin rumbo fijo, con la única condición de volver a tiempo para retomar las clases.
Cuando escuchaba el sonido de un harpa no podía evitar tararear la melodía que le recordaba a él. O cuando ordeñaba las vacas en el establo, siempre le gustaba llamarlas Rosette.
A veces cada cosa, cada lugar o cada sonido, por insignificante que fuera, le recordaba a él y pensar en él era, inevitablemente, pensar en sí mismo, en lo que sentía y en lo mucho que se odiaba por sentirse así. Por eso, y después de estar en Francia durante cuatro años, finalmente había tomado la decisión de volver a Italia. Esta vez, estaba dicho y, por más que doliera, ya no miraría hacia atrás.
Aquella semana que decidió partir, pasó el tiempo recorriendo las calles de París con nostalgia. Le dolía irse, pero sabía que arrancar esa raíz podría ser la solución para su corazón que torpemente seguía anhelando que vinieran a buscarlo.
Su distracción era entrar a las tiendas, no para comprar algo, sino para mantenerse ocupado, porque salir con amigos le recordaba que no volvería a verlos y ya no quería otra despedida. Por eso, cuando divisó una floristería, entró con la esperanza de encontrarse con un aroma agradable y una vista hermosa.
Y así fue. Había floreros y arreglos en toda la tienda que desprendía diferentes olores y llenaban de color el interior del lugar. Sonrió casi sin pensarlo y se dedicó a darle una vuelta a la tienda, hasta que una mujer lo interrumpió.
—Disculpe, ¿buscaba algo en específico? —preguntó amablemente y cuando Mattia la miró, se paralizó.
Era Lisette, tan hermosa como siempre, con el cabello rubio trenzado y un delantal azul que contrastaba con su vestido amarillo. Verla solo lo confundió y le hizo cuestionarse todo.
—Espere, ¿no nos conocemos? —preguntó interesada y él solo pudo desviar la mirada hacia las flores.
—No lo creo, acabo de llegar a París —mintió sin ser capaz de mirarla.
—¿De verdad? Vaya, creí que era... Un viejo amigo. Hace tantos años que no lo veo, supongo que ya no tengo idea de cómo luce —dijo pensativa y un poco desilusionada—. Como sea, discúlpeme, ¿puedo mostrarle alguna flor?
Mattia se quedó callado, dudando si decirle o no la verdad, sobre todo porque le interesaba conocer lo que ella tuviera para contar. Durante esos últimos cuatro años, podía jurar que ella y Remi estarían casados, incluso con hijos, pero ahora que no era así solo podía preguntarse, ¿por qué? Si Lisette no era su esposa, ¿entonces quién?
—¿Tiene rosas blancas? —preguntó con inquietud en la voz y ella asintió antes de dirigirlo hacia las flores.
Le compró un pequeño ramo y antes de irse, se armó de valor para preguntarle una cosa.
—Disculpe, pero, ¿es usted Lisette Acquin?
Ella se sorprendió y simplemente asintió.
—¿Por qué lo pregunta? Creí que no nos conocíamos.
—Nunca la había visto, pero escuché que cerca de Notre Dame estaba la mejor floristería de París a nombre de usted.
—¿La mejor? —soltó una risa—. Si bien hemos tomado pedidos de grandes casas como los Agramont en Francia y los Milligan en Inglaterra, aún no nos reconocen como los mejores. Como sea, le agradezco su preferencia.
Mattia intentó disimular su asombro cuando escuchó aquel apellido, pero su curiosidad no lo dejó en paz y terminó preguntando.
—¿Los Milligan?
—Sí, en la boda del menor de la familia nos solicitaron todos los adornos. Nunca habíamos cultivado tantas flores para un solo pedido.
—¿La boda del menor? —preguntó casi para sí mismo, pero ella lo escuchó.
—Sí, se llama Arthur. Un muchacho bueno, al menos así lo recuerdo de cuando era niña.
—¿Entonces usted es amiga de ellos?
—Algo así. Nos conocimos en la infancia cuando el hijo mayor estaba perdido y hablamos unos años después, pero crecimos y cada quien hicimos nuestras vidas. Extraño, ¿no es así?
—¿Por qué lo dice?
—Porque estuve muy cerca de esa familia y la Señora solía recibirme en su casa con mucho gusto. Ahora me doy cuenta que toda esa sociedad me juzgaba como la niña pobre que se aprovechó de la situación. Por eso decidí alejarme y, no voy a mentir, con un poco de la ayuda del mayor, pude abrir mi tienda.
—¿Cómo? —preguntó el doble de sorprendido y confundido—. ¿Él la ayudó a poner la tienda?
—No debería estar contándole esto a extraños, pero... —miró alrededor para asegurarse de que nadie la escuchara y continuó hablando en voz baja—. Él me pidió matrimonio hace unos años.
—Y supongo que usted no aceptó.
—Estuve a punto de hacerlo, si soy honesta.
—¿Estaba enamorada de él?
—No. Bueno, lo estuve cuando era niña, pero no en ese tiempo como para casarme, sin embargo, mi familia y yo teníamos otra tienda en la que debíamos renta y no podíamos seguir pagando, así que parecía una buena opción casarme con él y tener derecho a su dinero.
—¿Y por qué no lo hizo?
—Cuando tuvimos un momento a solas, me confesó que tampoco estaba enamorado, que su madre lo estaba presionando para casarse y que, por el cariño que nos tenemos, no le parecía justo casarnos y ser infelices toda la vida. Yo le conté de mi situación y que eso me importaba más que casarme y él decidió ayudarme pagando las deudas, compró esta casa y la puso a mi nombre.
—Eso fue... Un gesto muy noble de su parte.
Mattia estaba todavía lleno de preguntas y creyó que enterarse de que no estaban casados se sentiría bien, pero la verdad era que le dejaba un vacío más grande porque, si tenía que verlo casado, hubiera preferido mil veces que fuera con ella.
—Lo sé y nunca podré agradecerle lo suficiente —dijo con un tono de anhelo—. Y, sinceramente, siento pena por él.
—¿Por qué lo dice?
—Aquella vez, que fue la última vez que hemos hablado, me contó que su mejor amigo estaba perdido, que lo que menos le importaba era casarse. Sin embargo, su madre realmente le insistía y tenía miedo de desafiarla.
—¿Entonces nunca se casó? —preguntó interesado pero fingiendo que no lo estaba.
—Es un misterio. Muchos dicen que no, que sigue buscando a su amigo, otros dicen que sí, que fue con una joven de Suiza y ahora viven allá. Nadie sabe exactamente, o mejor dicho, nadie de la clase media o baja lo sabemos. Por eso me da pena, en cualquiera de las dos opciones, él no debe estar pasándolo bien.
Mattia quiso responderle, pero una mujer más grande se acercó al mostrador para decirle que tenía que atender un pedido. Lisette se disculpó por estar distraída conversando y tuvo que despedirse de él, lo que puso nervioso a Mattia porque deseaba seguir sacando información de ella.
—Ya le he contado toda mi vida —dijo con un risa—. Lo lamento.
—No es ningún problema, yo fui quien le estaba preguntando. Es solo que me parece interesante la relación tan cercana que tiene con una de las familias más importantes de Inglaterra.
—Lo sé, por eso no me gusta contarlo mucho. Ya imaginará las cosas que dicen de mí en ese mundillo.
—Debe ser un mundo horrible.
—Tal vez, pero al menos él no es así. No importa cuánta ropa cara use o cuántas casas le pertenezcan, él nunca será como ellos, de eso estoy segura.
—Lisette, te dije que vinieras —la volvió a llamar la mujer.
—Oh, lo siento por distraerla —volvió a disculparse y ella le sonrió tranquila.
—Fue un gusto conocerlo, uh...
—Luca, me llamo Luca —dijo con nervios antes de darse un cálido apretón de manos—. Fue un placer hablar con usted.
—Lo mismo digo —le respondió con una amplia sonrisa—. Espero verlo pronto por acá.
—Claro, así será.
Mattia se despidió de ella con un ademán y cuando estuvo fuera de la tienda, con las flores en la mano, se sintió aún más melancólico que antes. Había sido gratificante hablar con ella, verla luego de tantos años.
Le hubiera encantado abrazarla, decirle quién era él en realidad y conversar por horas sobre los últimos años, pero no tuvo el valor, ni siquiera para confesarle que, de hecho, ya no podría volver a la tienda porque no pensaba volver a Francia.
Echó un último vistazo a la tienda y le deseó todo el bien del mundo a Lisette. Le había guardado tanto rencor y coraje los últimos años por ocupar un lugar que, de todos modos, nunca sería suyo y se sentía terrible por eso, porque ella seguía siendo ese corazón puro y amable de siempre.
Chapter 4: El cisne
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Finalmente había llegado su última noche en Francia y en todo el día no había dejado de sentir un cosquilleo en sus entrañas, esa sensación de nervios antes de un viaje largo. Miraba a su alrededor y no podía evitar sentir nostalgia porque, a pesar de todo, había pasado su infancia en ese lugar.
Se acercó al Sena con el violín en la mano y se sentó en una de las bancas en las que, muchos años atrás, pasaba las noches prefiriendo dormir ahí antes que en casa de su tío Garófoli. Suspiró y se dejó llevar a dónde su mente quiso. Navegó entre sus recuerdos y a pesar de que la oscuridad de algunos le hizo sentir escalofríos, poco a poco los alegres y felices acariciaban su mente. Sí, en esa ciudad tuvo momentos difíciles, pero también ahí vivió la felicidad misma, aquella que ha estado buscando por años.
En París lo había conocido a él y aunque no podía decidir si eso era enteramente bueno o no, definitivamente había cambiado su vida y por eso era triste despedirse.
Entonces comenzó a tocar en el violín bajo la luz de un farol y con el apacible vaivén del río a sus espaldas, añorando que las aguas del Sena colisionaran con el Támesis para sentirlo cerca. Y cada nota que tocaba, era como regresar en el tiempo, como ver pequeños pasajes de su vida ante sus ojos.
Progresivamente, sus notas aumentaban en escala y sin aviso, cambiaba de canción. Tal vez le parecía muy difícil llorar con lágrimas, pero el sonido del violín era exactamente cómo se sentía su alma. Y sin darse cuenta, comenzó a tocar la melodía que había compuesto junto a Remi aquel verano en el Cisne.
Ahí los días y las noches se sentían mágicas, tan solo eran adolescentes descubriendo el mundo sin tener que preocuparse por sobrevivir en él. Viajando por los canales, quedándose despiertos hasta la madrugada mientras tocaban miles de canciones. Visitando cada ciudad y comiendo en cada restaurante de ellas.
A veces solo le gustaba cerrar los ojos, remontarse a aquellos días e imaginar que no solo eran un par de amigos huyendo de la escuela, sino amantes. Dos adolescentes con el corazón desbordante de amor que se convertía en abrazos sutiles, canciones improvisadas y noches enteras bajo las estrellas, señalando constelaciones a las que el mayor las llamaba por su nombre, mientras Mattia solo hacía chistes. Tardes en las que Remi intentaba pescar mientras Mattia lo lanzaba de sorpresa al agua para unirse a él en ella y nadar por horas.
Cuánto no daría por volver a vivir aquellos amaneceres en los que se le ponía la nariz roja por el rocío de la mañana y sentía un molesto mareo que se pasaba rápidamente cuando Remi lo sostenía de los hombros para pedirle que depositara la cabeza en su regazo, y bajo esa posición, pudiera apartarle el cabello de la frente y trazar así una variedad de constelaciones sobre las pecas de su cara con el simple propósito de arruyarlo de nuevo. Si cerraba los ojos, podía sentir las suaves manos sobre sus mejillas, la brisa moviéndole la ropa y la imagen borrosa de él sonriéndole antes de volver a quedarse dormido.
Sí, en retrospectiva, ese había sido la época más feliz de su vida porque tenía todo lo que necesitaba. Un lugar para dormir, comida, música, diversión y la compañía y total atención de quién entonces era su mejor amigo. Aquel amigo que terminó viendo como algo más.
Pero ahora debía decir adiós y volver a comenzar de cero en Italia. Pensaba establecerse en una ciudad costera, tal vez conseguir trabajo como pescador y continuar con su vida. A pesar de que sentía que ya lo había vivido todo, aún era joven y, quien sabe, tal vez todavía tenía tiempo para el amor, mas esa maldita palabra fue la cúspide de su melodía y la que provocó que desafinara. Entonces simplemente se soltó a llorar como no lo había hecho en mucho tiempo.
Porque no importaba cuánto lo deseara, nunca sería capaz de volver a amar a alguien como lo amó a él.
Escuchó el sonido de las ruedas de un carruaje acercándose y rápidamente se secó las lágrimas, guardó su violín y se echó el estuche a la espalda. Trataba de pensar en algo que doliera menos, pero un golpe en el hombro lo hizo tropezar y salir abruptamente de sus pensamientos.
—Fíjate por donde caminas —dijo enojado tratando de sacudir el polvo del estuche que yacía tirado.
—Lo siento, es solo que... ¿Escuchaste esa melodía? —preguntó sin siquiera verlo, ya que estaba buscando algo.
—Claro que la escuché, la estaba tocando yo —dijo con una risa altanera y cuando se levantó, finalmente se percató del rostro que tenía en frente.
Era él, Remi. Mattia se quedó paralizado y antes de que éste lo volteara a ver, empezó a caminar con rapidez. Remi no lo había visto y rezaba porque no lo hiciera. El destino no podía ser tan cruel como para ponerlo en su camino justo la noche que pensaba irse, aunque claro que podía, el destino nunca había sido su amigo después de todo.
—Espera —lo llamó con prisa y caminó hacia él—. ¿Dijiste que tú la estabas tocando? ¿Dónde la aprendiste?
—Uh, por ahí —dijo sin mirar atrás y tratando de acelerar su paso—. Adiós.
—No, de verdad, espera. ¿Dónde la escuchaste? Estoy buscando a alguien y sucede que esa canción la compusimos juntos —un repentino tono bajo se hizo presente—. Si la has escuchado, significa que tal vez él te la enseñó. Él debe estar cerca entonces.
—No sé de qué hablas.
—Espera —por fin pudo alcanzarlo y le tocó el hombro con cuidado—. De verdad necesito encontrarlo. Hace cuatro años que se fue.
Mattia levantó la vista y casi se cae de rodillas cuando volvió a ver los azulados y profundos ojos del otro. Tan hermosos y expresivos como los recordaba.
—Eres tú —dijo en un susurro el mayor y sin esperar un segundo más, lo abrazó con fuerza.
Remi lloraba y repetía lo feliz que estaba de verlo mientras Mattia escuchaba todo como si estuviera a un kilómetro de distancia, como si no estuviera pasando realmente y ni siquiera tenía fuerza suficiente para devolver el abrazo. Solo estaba ahí dejándose sacudir como si fuera una toalla de cocina.
—No puedo creer que realmente seas tú. No sabes cómo te he buscado, ¡incluso viajé a América! ¿En dónde estuviste todo este tiempo? —preguntó cuando finalmente deshizo el abrazo y se secaba las lágrimas.
—Yo... tengo que irme.
Se abrió paso al empujarlo ligeramente y volvió a retomar su camino hacia el hostal, pero está vez, Remi no pensaba perderlo de vista.
—¿Otra vez? Te acabo de encontrar y no voy a permitir que te vuelvas a ir —dijo con un miedo en la voz que deseaba ocultar.
—Lo siento, pero debo hacerlo.
Mattia siguió caminando pero Remi no se rindió, al contrario, lo siguió a un paso más lento y se sorprendió cuando lo vio entrar a un hotel cercano. Le hizo un ademán al hombre que lo llevaba en el carruaje y entró al lugar decidido a encontrarlo y finalmente hablar. Corrió para evitar que se cerrara la puerta de la habitación y entró agitado al lugar, pero sin recibir la más mínima reacción por parte de Mattia.
—Tenemos que hablar —dijo al momento que cerró la puerta y se recargó sobre ella para evitar que el otro escapara.
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Desde que Mattia se fue, Remi no había vuelto a encontrar paz ni tranquilidad en su interior. Todos los días salía en busca de él y cuando su madre se ocupaba en otras cosas, tomaba el primer barco o el primer tren a Francia y continuaba buscando, sin descansar. Había visitado casi cada ciudad de Francia, le había preguntado sobre él a miles de personas. Había lanzado avisos en los periódicos y había pasado gran parte de su tiempo rezando por encontrar, por lo menos, una pista.
En sus más profundas pesadillas lo había visto muerto, tal vez a manos de un asesinato, un accidente o, incluso, a un suicido y tenía tanto miedo de que fuera realidad y entonces perdería la esperanza de volverlo a ver, proque sí, había una carta que hablaba mucho, pero no podía creerla del todo. Si Mattia había decidido irse porque el cariño se había acabado, entonces tenía que escucharlo por su propia boca, tenía que verlo, asegurarse que estaba bien y luego, tal vez, dejarlo ir si ese era su deseo. Pero las opciones se le agotaban y Mattia parecía haber desaparecido de la faz de la Tierra, por eso le dolía tanto pensar que él estaba desperdiciando sus años en una búsqueda inútil porque, ¿cómo tener la certeza de buscar a alguien que, quizás, no quería ser encontrado? Quizás él ya había formado una nueva vida o había encontrado el amor y estaba casado. Cualquier opción que se le ocurriera, dolía.
Logró posponer su boda un par de años, pero tarde o temprano el matrimonio lo alcanzó y tuvo que casarse con una noble joven inglesa. Tuvo que mudarse y vivir en una mansión que le parecía inmensa porque ella nunca estaba ahí y lo peor de todo era que su madre lo había obligado técnicamente a casarse solo para tener hijos, sin tener la más mínima idea de que su ahora esposa era incapaz de procrear. Claro que nadie lo sabía aún, pero él no podía evitar sentirse el doble de encerrado, al menos hasta que decidió ponerle fin a todo eso.
El doctor le dijo que su salud se estaba deteriorando debido al estrés y que, si continuaba así, podría sufrir una parálisis o un infarto. No le importaba dar su propia vida con tal de encontrarlo, pero a su madre y hermano sí, por eso los escuchó cuando preocupados por su salud, junto a su camilla de hospital, le rogaron para que se detuviera.
—Tienes que entender, hijo, que él tomó la decisión de irse. Siempre lo vamos a recordar y le vamos a guardar un espacio en nuestros corazones, pero es hora de dejar esto atrás —dijo la mujer en el mismo tono maternal mientras le acariciaba la frente.
—Hermano, él ahora tiene su propia vida —agregó Arthur mientras le sonreía de medio lado—. Mattia sabe cuidarse solo, nada malo le va a pasar y te aseguro que, cuando menos lo esperes, la vida va a encargarse de que se vuelvan a ver. Confía en eso.
—No, no lo entienden —dijo con una risa frustrada—. Yo estuve perdido y ustedes nunca se rindieron para encontrarme, ¿por qué me piden que lo haga?
—Porque tú no solo estuviste perdido, Richard —respondió la mujer con tristeza—. Tú fuiste secuestrado cuando eras un bebé. Tú no tomaste la decisión de irte. Esa es la diferencia. Ya deja de buscar a alguien que no quiere ser encontrado.
Y aquellas palabras le habían resonado tanto que, en esa misma semana, decidió viajar por última vez a París a buscarlo. Si no lo encontraba, de una vez por todas, se olvidaría de él y de todo lo que cargaba en su corazón. Le desearía una buena vida, le mandaría un abrazo y un beso a través del viento y regresaría a casa dispuesto a continuar con su matrimonio y profesión. Quizás Arthur tenía razón y, cuando menos lo esperara, el destino los pondría en el mismo camino.
Entonces esa noche, cansado y con el corazón apagado por no encontrarlo, escuchó aquella música, esa melodía en el violín que podría darle una pista porque esa era su canción. Y lo encontró, casi como en un sueño o pesadilla, ahí estaba. Tan diferente. Su cabello un poco más largo y desprolijo, sus adorables pecas ocultas tras una fina capa de vello facial, su oscuros ojos cansados, su ropa desgastada y la misma funda negra de violín. Era él, después de todo, porque no importaba cuantos años hubieran pasado, siempre podría reconocerlo. Y verlo escapar otra vez le lastimó el alma, pero ya no pensaba quedarse de brazos cruzados y, sin importar el riesgo, lo siguió y lo encaró. Porque si debían despedirse de nuevo, está vez lo harían bien.
—¿Qué haces aquí? —preguntó el menor en un tono desesperado, tomándose el cabello entre las manos.
—No, ¿qué haces tú aquí? ¡Te he estado buscando por años!
—Si no recuerdo mal, te escribí una carta en la que decía explícitamente que no me buscaras —respondió con un par de lágrimas amenazando por salir—. ¿Por qué lo hiciste?
—¿Por qué lo hice? —bajó la voz y comenzó a caminar hacia él con cuidado—. ¿De verdad me estás preguntando por qué te busqué? ¡Te fuiste, Mattia! ¡Me dejaste una maldita carta en la que no explicaste nada! Tal vez si me lo hubieras dicho en persona, si le hubieras avisado a alguien. Dios, si tan solo me hubieras dicho a dónde irías, entonces no te hubiera buscado.
—¡Ese era el punto! ¡Irme sin que nadie lo supiera! —respondió con la voz quebrada—. Yo no... No quería que me detuvieras.
—Claro que iba a detenerte —dijo mientras se acercaba lo suficiente como para que el otro sintiera su respiración—. Si tan solo hubieras hablado conmigo, habrías sabido que yo también quería viajar contigo.
—¿Qué? —levantó la vista finalmente.
—Que yo tampoco quería casarme, yo quería irme contigo como aquel verano en el Cisne. Recorrer el mundo juntos, pero te fuiste. Esa misma noche corrí hacia tu cuarto para contarte mis planes y no te encontré. Y Dios, sí que viajé por ti, pero no como lo habría deseado.
—¿Es verdad eso? —preguntó confundido—. Pero tú... ibas a casarte con Lisette, te escuché hablando con tu madre.
—Yo no quería y, bueno... Al final sí me casé —dijo con tristeza mientras miraba hacia el anillo en su mano—. No con Lisette, no pensaba condenarla a algo así.
Mattia bajó la mirada hacia el mismo anillo y sintió cómo el nudo en su garganta crecía. No estaba listo para escuchar esas palabras de su boca.
—Dianne —dijo con una risa amarga—. Dianne Amélie Willoughby, la pianista de la orquesta, ¿la recuerdas? —Mattia se sorprendió y sintió una punzada en el corazón. Le dolía más saber que se había casado con ella que el simple hecho de saber que estaba casado—. La conocí en una de las mil noches en las que iba a buscarte al teatro. Ella dijo que a la orquesta le apenaba tu desaparición y que cada concierto lo hacían a tu memoria.
Para Mattia era más creíble un cerdo volador que tal declaración. Conocía a Dianne, había peleado múltiples veces con ellas porque sus teclas siempre opacaban a su violín y las partituras y voces principales se solían disputar entre ambos. Sí, cómo olvidar a la linda rubia que le sonreía en el escenario, mientras tras bambalinas le rodaba los ojos con desdén cada que pasaba a su lado.
—Dianne me dijo que sabía en dónde podrías estar, así que la invité a cenar. Mi madre quedó encantada con ella y antes de que me diera cuenta, estábamos casados —dijo con desilusión mientras se quitaba el anillo—. Y claro, ella nunca me dijo nada, solo mencionó que había escuchado sobre un rumor de que tú te habías escapado con una chica a América.
—¿Y tú le creíste? —dijo indignado y con un rastro de desilusión en la voz.
—No, por supuesto que no, por eso seguía saliendo a buscarte en contra de todos. De hecho, mi madre me condicionó. Dijo que tenía que casarme y tener hijos pronto, de lo contrario, no me dejaría usar los carruajes o los barcos para seguirte buscando. ¿Y sabes qué fue lo peor? —apretó el anillo en un puño y suspiró cansado—. Que Dianne es infértil y está enamorada del director de orquesta.
—Eso era tan obvio. Digo, no quiero hablar mal de la señora Dianne Amélie Willoughby de Milligan —dijo con un rastro de burla y desdén—, pero todos en la orquesta sabíamos de lo hambrienta de poder y dinero que simepre estuvo. Por eso se enredó con él, por eso se casó contigo. Y de verdad espero que haya cambiado auqnue sea un poco y sea una buena esposa, porque...
—Mattia —dejó el anillo en la mesita para posar una mano firme en el hombro ajeno—. Yo tampoco la quiero.
—¿Qué? —preguntó con un ligero tono de esperanza.
—No de esa forma. Dianne fue la única que quiso escucharme hablar de ti cuando los demás ya estaban cansados y a pesar de todo, estuvo conmigo junto a la cama de hospital cuando caí rendido ante el estrés. Es una buena mujer, talentosa y divertida, pero no la amo y eso es algo que ella también sabe y, además... —se quedó pensando por unos segundos mientras se sacaba el anillo—. Ella sospecha.
—¿Sobre qué?
—Sobre lo obvio y lo que me tomó años entender —dejó el anillo en la mesita de noche y regresó la vista a los orbes oscuros—. Que el lugar que ella debería ocupar, alguien más ya lo ocupó en mi vida.
—No, no entiendo —dijo con vergüenza mientras retrocedía un poco.
—Que estoy enamorado, Mattia —soltó una risa nerviosa—. Al parecer siempre lo estuve, pero siempre tuve miedo porque es malo y prohibido. Pero, ¿sabes qué? Ya no me importa. He viajado hasta aquí con la esperanza de encontrarte porque si no lo hacía, regresaría a casa y dejaría de buscarte, pero míranos. No pienso irme sin contarte la verdad.
Mattia abrió los ojos con sorpresa cuando entendió a lo que se refería y contrario a lo que pensó, la ansiedad lo invadió. Porque siempre soñó con el momento en el que ambos por fin confesarían sus sentimientos, pero vivirlo en la realidad era angustiante precisamente porque era real y eso conllevaba odio, rechazo y hasta la muerte en el mejor de los casos.
—Estoy enamorado de ti —dijo el mayor mientras afianzaba su agarre sobre el hombro—. Y sé que te sientes igual.
—¿Qué? ¿Cómo? ¿Cómo lo sabes? —preguntó con la voz pendiendo de un hilo.
—Me tomó mucho tiempo saberlo. Pasé noches enteras releyendo tu carta en busca de una pista que indicara que me correspondías, pero no había nada. Visité tu habitación múltiples veces, busqué en tus cajones, en tu ropa y libros y cuando estuve a punto de rendirme, encontré uno de mis viejos diarios de viaje. Ahí estaba la respuesta, en una hoja con una caligrafía que no era mía, arrugada y escondida entre las páginas que llevaban la fecha de los días en el cisne y leí tantas veces aquel recado que me aprendí cada palabra. "Bajo la constelación del cisne y entre las paredes del barco con el mismo nombre, me percaté de que anhelouna vida junto a ti como la de los mismos cisnes luego de encontrar al otro. Si uno muere...
—El otro estará condenado a deslizarse sobre el agua en soledad" —completó la frase en un susurro que apenas alcanzaron a escuchar ambos y entonces Remi lo giró con cuidado para finalmente toparse con los ojos oscuros que lo miraban danzantes, indecisos acerca de soltar una lágrima o dejar que siguieran acumulándose.
—Esa noche yo te conté la historia de los cisnes, te dije que deseaba sentirme así y nos quedamos hasta el amanecer en la proa, yo te tenía rodeado en un abrazo y te juro que no he vuelto a sentirme como ese día, tan tranquilo y tan feliz con algo tan simple. En esa carta dijiste exactamente lo que yo necesitaba decir, lo que yo llevaba dentro y que no entendía cómo sacar. Pero ahora lo hago, por fin entiendo que es amor —estiró la mano con delicadeza para limpiar las finas lágrimas—. Y ahora que lo sé, no quiero ocultártelo, quiero que lo sepas, que comprendas que estuve y estoy dispuesto a renunciar a todo, a mi vida misma, por ti.
—Pero esto no puede ser —dijo mientras retrocedía un paso y volvía a bajar la mirada—. Es demasiado tarde, Remi. Tú estás casado con Dianne aún cuando ninguno se quiere y yo...
—¿Hay alguien en tu vida? —preguntó al momento que sintió que su corazón dio un vuelco.
—Yo me regreso a Italia. Ya no soy quien solía ser y...
—Ya no sientes lo mismo —se sentó casi de golpe en la cama mientras se tomaba el cabello entre los dedos.
Mattia sintió que el corazón se le estrujaba al verlo así y se acercó con cuidado, lo tomó de las manos y aún con todo el desastre que tenía en el interior, le sonrió de lado. Le acarició el rostro y le depositó un tierno y corto beso en el dorso de la mano.
—Yo te amo, Remi. Desde los días en el Cisne y probablemente desde mucho tiempo atrás. He sufrido gran parte de mi vida por ocultarlo, por evitar que nuestra amistad se arruinara o que por un simple descuido, terminaras desheredado o peor. Intenté protegerte y protegerme a mí mismo cuando me fui de casa porque no importa la intensidad con la que nos amemos, no podemos ser. Está prohibido, es malo y repulsivo para los demás y ya no eres el niño de nadie como para huir y vivir en el anonimato juntos. Tú llevas un apellido sobre tus hombros y una esposa. ¿Entiendes?
—Y yo estoy dispuesto a renunciar a todo eso por ti, Mattia.
—Las cosas no son así de fáciles —dijo frustrado mientras se sentaba junto a él sobre la cama y jugueteaba con el anillo olvidado—. Yo no puedo permitir que renuncies a tu nombre, tu dinero y patrimonio por mí, no puedo ofrecerte nada de eso.
—Te olvidas de las condiciones en las que nos conocimos.
—No es lo mismo —dijo todavía más frustrado—. Yo me fui y no pasó nada, no tuve nada qué perder, tú no puedes hacer lo mismo.
—¿Por qué sería distinto conmigo?
—De verdad no dimensionas quién eres —dijo con una risa amarga—. Yo pude irme sin levantar revuelo porque no era nadie entre los aristócratas. Sí, tocaba en la orquesta y era medianamente famoso por eso, pero músicos hay en cualquier lado. Estoy seguro de que la misma Dianne me reemplazó sin problemas y listo, así de fácil fue olvidarse de mí. Pero no es igual contigo, tú no puedes simplemente irte y pretender que no te van a encontrar.
Un largo e incómodo silencio se hizo en la habitación, tan solo el sonido del viento frío contra la vieja ventana era lo único que se escuchaba. Mattia moría de ganas de abrazarlo, de besarlo, de confesarle que había estado esperando un momento como ese durante años, pero se estaba conteniendo porque iba a despedirse en tan solo unas horas, quería mantenerse frío y distante para que el dolor del adiós fuera menor, pero sus piernas inquietas y el anillo desapareciendo entre sus manos delataban la incertidumbre que no podía explicar con palabras.
—¿Así que pensabas irte a Italia y no volver jamás? —habló finalmente mientras levantaba la vista para verlo de perfil.
—He estado planeándolo por un tiempo. Inglaterra y Francia ya no se sienten como un hogar, por eso tengo la esperanza de que volver al lugar al que nací, podría ser la oportunidad de empezar de cero.
—¿Y pensabas dejarme con la incetidumbre y nunca, ni por error, buscarme? Ya sabes, ¿escribirme por lo menos una vez? —preguntó con la voz quebrándose.
Mattia suspiró antes de hablar y, de nuevo, buscó su mano para sostenerla y agarrar fuerzas.
—Antes de hoy, creí que tú estabas en Londres viviendo con tu esposa e hijos, ejerciendo tu profesión y comprando propiedades mientras ibas a fiestas de la nobleza. Creí que estabas siendo feliz sin mí y entonces dije: "Yo también debería buscar mi felicidad". Estaba resignado a que nunca podría dejar de sentir lo que siento y tal vez el aire fresco de Sicilia me ayudaría. Yo no sabía que me estabas buscando ni que... Sintieras lo msimo que yo.
—Pero ahora lo sabes.
—Y eso no lo cambia nada. Tú no vas a escapar conmigo como cuando teníamos dieciséis años.
—¿Y por qué no? —preguntó al momento que reforzó su agarre de manos y lo miró esperanzado.
—Porque no es tan fácil.
—Fingiré mi muerte —dijo en un susurro como si se le acabara de ocurrir—. Es la oportunidad perfecta, un viaje clandestino a París del que no volveré y entonces tendrán que asumir que morí.
—Es una broma, ¿no?
—No. No lo entiendes, Mattia. Pasé los últimos cuatro años buscándote. No pienso darte un abrazo y dejarte ir a Italia ahora que sé que nos queremos de la misma forma. Esta vez no me conformaré con una carta. Nos iremos juntos, buscaremos la costa más alejada en Sicilia y viviremos ahí, empezaremos de cero y tendremos un par de perros y tocaremos música. Volveremos a ser felices.
—Remi...
—No voy a permitir que te niegues tu propia felicidad. Nuestra felicidad. Pretenderé que morí, todos sabrán cómo lidiar con eso. Mi madre no está sola gracias a Arthur, Dianne obtendrá su parte justa de mis herencias y se irá. Será difícil hacerme a la idea de que no volveré a verlos, no voy a negarlo, pero sé que valdrá la pena, porque antes de todos ellos solamente estabas tú, ¿lo olvidas? Siempre has sido lo único que necesito.
Mattia finalmente cedió y se abalanzó sobre los brazos del mayor para sollozar en ellos. Estaba conmovido porque apenas unos días antes se sentía tan solo y tan desafortunado, pero justo esa noche sentía que el mundo era suyo, que podía enfrentarse a la bestia más despiadada en tanto pudiera mirar a un lado y verlo a él, porque él también era lo único que necesitaba en su vida.
—Te amo —dijo en medio del llanto—. Tanto que me duele no poder explicarlo.
—Solo acepta mi propuesta y habrás dicho suficiente —le extendió el anillo que tomó de sus manos y le sonrió expectante a que el otro cediera su mano—. ¿Aceptas? —cuando Mattia asintió efusivo, el mayor tomó la mano con delicadeza y luego de depositar un beso en ella, deslizó el anillo y lo contempló con emoción.
...
Mattia, tan ingenioso como siempre, improvisó un pequeño plan para que la muerte de Remi se viera creíble. Encontró el carruaje de su conductor personal y puso el saco que Remi llevaba esa noche sobre el maletero, manchada de sangre de animal y con una nota en francés que sugeriría un asesinato a cambio de las posesiones de valor que llevaba el otro y en la que indicaba que su cuerpo había sido lanzado al río. Algo muy tétrico, ciertamente, pero de cuyas consecuencias no pensaban hacerse cargo ni figurar siquiera en el escándalo que se armaría cuando tal nota llegara a manos de la familia en Londres.
Para Remi era muy difícil todo eso. Hacerse a la idea de que no volvería a ver a su familia y amigos, a su madre en Chavannon, a sus colegas y a sus animales del establo, le dolía en el alma. Se suponía que la muerte fingida era la suya, pero para él en el interior era como hacerse a la idea de que todos ellos estaban muertos, pero tan pronto como la oscuridad comenzaba a apoderarse de su interior, solo bastaba con levantar la vista y toparse con Mattia. No mintió cuando dijo que él era todo lo que necesitaba.
Fue así como, a la mañana siguiente, ambos abordaron el barco a Italia con una maleta, un poco de dinero y el corazón rebosante de felicidad por primera vez en años. Luego de tanto dolor, remordimiento y sueños lejanos, al fin estaban juntos. Claro que el futuro sonaba aterrador y claro que existía la posibilidad de equivocarse en su plan, que la vida en Italia no fuera tan espectacular como soñaban, pero al menos lo iban a intentar. Esta vez, juntos.
El horizonte ante los ojos de Remi lucía esperanzador y tranquilo. Las nubes blancas junto al azul del cielo que se mezclaba con las ávidas olas le recordaba que ese era el propósito por el que había luchado todos esos años y por el que decidió renunciar a una parte de sí mismo. No había lugar ni sensación más agradable que tener la cabeza del amor de su vida recargada sobre su hombro mientras le acariciaba la mano tratando de distraernos de su mareo, justo como cuando eran adolescentes.
—¿Te sientes bien? —preguntó con ternura cuando sintió que se removía inquieto.
—Sí, solo... ¿Un poco de mareo? —dijo casi sin poder articular las palabras.
—Estarás bien, yo estoy aquí —le depositó un suave y discreto beso en la mano y el menor le sonrió agradecido—. Siempre estaré contigo.
Mattia volvió a acomodar la cabeza en el hombro ajeno con la seguridad de que nada le pasaría. Ya nada podría pasarle si estaba con él porque así es como siempre había sido y confiaba con que siempre sería así. Entonces, por primera vez, se armó de valor y aún cuando el más mínimo movimiento le revolvía el estómago, se giró y sin pensarlo, lo besó. Lleno de timidez e ilusión, el mayor le devolvió el gesto y aunque estaban a plenan luz de día, le acarició el rostro y profundizó el beso. Desde los días del verano en el Cisne soñaba con hacerlo y finalmente podía cumplir su deseo.
Ambos se miraron y aunque el momento era perfecto y calificaba para ser uno romántico, Mattia cerró los ojos de golpe al sentir el vaivén de una ola mientras que Remi solo podía reírse de la escena.
—Algunas cosas nunca cambian —dijo mientras lo abrazaba y lo hacía recostarse en su regazo.
—Por favor, cuando lleguemos a Italia, prohíbeme subirme a un barco.
Sí, cuando lleguen a Italia, todo va a mejorar.
Notes:
Bueno, esa fue mi pequeña idea. Me cuesta escribir finales felices, pero lo intenté, sobre todo porque es una de mis ships más soft y fluffy (y desconocidas) y merecen solo cosas lindas<3
En fin, en serio no creo que haya alguien aquí y si sí, espero que te haya gustado y entretenido un poco. Una disculpa si hay errores ortográficos, esto lo termino de escribir un martes a las 2:30a.m.
Tqm personita leyendo esto<3

HelleboreV on Chapter 1 Wed 29 Nov 2023 09:26PM UTC
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ZhirApat on Chapter 1 Sun 04 Aug 2024 05:40PM UTC
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HelleboreV on Chapter 5 Wed 29 Nov 2023 09:54PM UTC
Last Edited Wed 29 Nov 2023 10:44PM UTC
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izzytwentyeight on Chapter 5 Sat 06 Jan 2024 09:30AM UTC
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emi (Guest) on Chapter 5 Fri 26 Apr 2024 08:59PM UTC
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izzytwentyeight on Chapter 5 Sun 26 May 2024 10:08AM UTC
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