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Chasing Golden

Summary:

Luego de un torneo de justas, el Rey Arturo de Muy Muy Lejano consigue un nuevo guardia real, Ricitos consigue un nuevo empleo y ambos encuentran un lazo intenso que promete cercanía, confianza y mucho más.

Chapter 1: El Caballero Dorado

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Artie pensó que ser Rey de Muy Muy Lejano sería una tarea difícil, un reto mayúsculo. Pero resultó que no, Gato, Burro e incluso Shrek le habían hablado de comodidad, gloria y súbditos, y no se habían alejado mucho de la realidad.

Arturo era el monarca de un reino próspero, tanto que casi no necesitaba un Rey. Tal vez si lo necesitaron al principio, cuando había que dar empleo a los ex-villanos, o rastrear a lo que quedaba del ejército de Encantador. Sin embargo, ya no había más cosas que hacer.

Estudiaba de todo en el castillo: esgrima, arquería, historia, magia, geopolítica, modales. Incluso dedicaba tiempo a aprender artes marciales de su tía Lillian, aunque terminaba la clase adolorido y lleno de moretones.

Artie nunca había sido como tal extrovertido, pero era observador. Cuando eres invisible, a nadie le importa revelar su verdadera naturaleza frente a ti, así que había aprendido a reconocer las máscaras que usaba la aristocracia y lo que había detrás. Estaba rodeado de mentirosos, había encontrado todo tipo de rufianes vestidos con hilo de oro, y cada vez notaba más. Se acercaban a él, adulándolo para que les otorgara favores, todo el mundo quería un pedazo de la corona.

Trataba de esconderse tanto como podía de los sirvientes. Él entendía que había protocolos que seguir, pero todo le parecía tan frívolo… Debía haber más sustancia en el deber con el que se comprometió en cuanto se puso esa corona dorada.

Esta vez, fue una justa. Cada persona indeseable en la que Arturo podía pensar estaba en las gradas o preparando su lanza. Lancelot era el favorito para ganar el torneo, pero algo lo tenía distraído.

Cuando los caballeros se acercaron a las doncellas para pedir su favor, Arturo se percató que Lancelot llevaba más flores en la lanza de lo habitual. Una vez que vio que la princesa Ginebra estaba cruzada de brazos, y que hacía todo en su poder por no cruzar la mirada con Lancelot, entendió que los Reyes del baile de Worcestershire habían tenido una pelea. Vaya sorpresa.

No mucho después, Ginebra se acercó a la carpa de los campeones, donde, a la vista de todos, trataba de llamar la atención de un nuevo caballero. Un campeón en una reluciente armadura cobriza, y un par de mechones rubios ondulados saliendo del casco, montado en un caballo castaño de crin negra. Este campeón no parecía interesado en lo más mínimo en Ginebra, que para ser sinceros, era extraño. Luego de Blancanieves, Ginebra era considerada la más bonita del reino; el mismo Arturo tartamudeaba en su presencia, su belleza era intimidante y su carácter era frío. Ver a alguien ignorándola con desdén era escandaloso, más cuando quien la despreciaba era un caballero novato y bajito que nadie conocía.

Esto hizo enfadar a Ginebra aún más, y Artie se molestó un poco, porque significaba que la siguiente víctima de Ginebra sería él. A pesar de eso, la intriga escocía a Arturo y decidió prestarle más atención a este caballero.

En su escudo, llevaba el emblema de tres osos saliendo de un corazón dorado. Arturo no reconocía este escudo. Sin embargo, su caballo llevaba el logo de las Mermeladas Horner; que hacía poco habían cambiado de dueño, lo común era que el participante sea patrocinado por la misma casa a la que pertenecía el caballero; así que todo era desconocido sobre este nuevo competidor. Artie pensó que tal vez habría algo interesante en este ridículo festival después de todo. Y no estaba equivocado.

Este caballero misterioso se enfrentó a su primer adversario, el príncipe Aladino, que venía acompañado de los 40 integrantes de su equipo de Pits; que claramente usaban su tiempo libre para meter la mano en los bolsillos de los asistentes para tomar monedas, joyas o lo que encontraran ahí.

Aladino montó en su camello, y se pavoneó por el estadio, peinándose su tupida barba y con una sonrisa de mil galeones de oro, estaba seguro de que se avecinaba una victoria fácil. En su lanza, llevaba una corona de Jazmines, y su chica le lanzaba besos desde la tribuna.

Arturo deseó que el nuevo caballero saliera ileso del encuentro, el camello de Aladino era un elemento distinto sobre el resto de caballeros, que banda la redundancia, usaban caballos. El camello era más alto, pero también más lento. Atinar a su pecho con la lanza era más difícil, pero si asestaba, derribarlo sería fácil.

Todos en las gradas gritaban el nombre de Aladino. El caballero de bronce se colocó, sin flores en la lanza, pero un par de ojos determinados se asomaban del casco.

Entonces, el sonido del cuerno sonó, e iniciaba el encuentro.

Aladino arremetió directo hacia su contrincante, y justo cuando todos pensaban que el nuevo caballero estaba condenado a la lanza de príncipe del Reino Oriental de Qadim, el caballero saltó de su lugar y se recargó en el costado del caballo, esquivando la lanza y deteniendo el corazón de todos los espectadores, Arturo incluido.

Para la siguiente corrida, Aladino estaba confundido pero dispuesto a vencer. Volvieron a correr uno hacia otro, y a mitad de camino, el caballero misterioso se paró encima de su caballo, sin tomar sus riendas y sostenía la lanza con ambas manos, tenía la altura necesaria para tirar a Aladino de su camello. Y eso hizo.

Cuando Aladino cayó en el lodo, estaba tan sorprendido que no le dio tiempo para sacar la espada antes de que el nuevo caballero ya lo tuviera a su merced. Arturo, se levantó a vitorear la victoria del caballero, aplaudiendo y gritando. No tardó mucho en darse cuenta de que lo estaba haciendo solo, ni siquiera su tía Lillian había asimilado lo que acababa de pasar. Arturo volvió a sentarse algo avergonzado.

El resto de justas fueron pasando, y el caballero dorado, como empezaban a llamarlo en la tribuna, avanzaba triunfante hacia la final. Lancelot, que seguía tan confiado como siempre, se burlaba de la nueva revelación, mandando besos y agitando un pañuelo en su dirección. El nuevo caballero parecía molesto, y Artie también lo estaba. Lillian, la reina madre, se había levantado de su lugar en las gradas para acercarse a la carpa de los campeones, Arturo se imaginó que quería averigüar más sobre el caballero revelación.

—Es un imbécil, ¿No crees?— Arturo suspiró resignado.

—Seguro, tú debes saberlo mejor que nadie, Gin.

—Vamos, Artie , no seas así conmigo— Ginebra se acercó batiendo sus pestañas.

—A-aléjate de mí, estoy en s-servicio—. Él trataba de recorrerse tanto como podía, pero Ginebra se acercaba cada vez más.

—Pero si sólo quiero charlar…— Ella puso su mano en el regazo de Arturo, y él se levantó como rayo.

—¡Ginebra! Sé bien que solo quieres molestar a tu estúpido novio, ya déjame en paz.

—¡Lancey y yo ya no somos-

—No soy idiota, vamos, búscate a alguien más a quien molestar, seguro que tienes más éxito.

—¿Por qué eres tan grosero?, ¡¿Cómo te atreves a despreciarme así?!

—Parece que hoy no es tu día, ¿verdad?

Ginebra se levantó y se fue susurrando maldiciones. Nada a lo que Arturo no estuviera acostumbrado. Su Tía Lillian volvió de su excursión, pero había visto todo.

—¿Me perdí de algo?

—Ugh, nada nuevo, Tía Lillian, otra vez Ginebra y sus caprichos. Afortunadamente ella y Lancelot son el uno para el otro.

—Ah, el amor joven…

—Eso no es amor, Tía Lillian.

—El amor toma muchas formas Artie. A veces es dulce, a veces es tormentoso, y a veces es un sapo—. Artie sabía que su tía Lillian extrañaba al Rey Harold, ella no perdía la oportunidad de hablar de él con afecto y nostalgia, pero aun así seguía siendo bastante vivaz. —Bueno, ¿No quieres saber qué averigüé? Te he visto bastante interesado en la justa, y eso es bastante extraño—. Lillian vio a su sobrino con una sonrisa pícara.

—Tu ganas, ¿Qué averiguaste?

—Resulta que es la primera vez que cualquiera en todo el estadio ve o escucha de este caballero dorado, a excepción de los Ex-Villanos.

—¿Crees que los villanos lo conozcan?

—No lo sé, pero no me quisieron dar muchos detalles, más allá de que es un fuerte guerrero. Estoy segura de que no es el hijo de ningún noble.

—Qué alivio. Por fin algo distinto.

—Emocionante, ¿No te parece?

—Debo admitir que este es el mejor torneo al que he asistido.

El caballero dorado se abrió paso hasta las finales. Para este punto, el resto de los campeones que habían sido vencidos por el nuevo campeón estaban haciendo rabietas y discutiendo entre ellos cómo podrían descalificar al caballero.

Cuando llegó el momento del enfrentamiento final, Lancelot alzó su mano, pidiendo la palabra. Se quitó el casco, y Arturo estaba seguro de que daría uno de sus discursos cursis sobre el honor y el esfuerzo. Pero no fue así.

—¡Amigos!, Mis compañeros campeones me han pedido que antes de declarar un ganador, sean aclaradas las reglas del torneo.

Arturo se sorprendió, ¿será acaso que Lancelot temía perder su título de ganador invicto? Eran esas escasas situaciones en las que Artie disfrutaba ser el Rey.

Se levantó de su lugar en la tribuna, y alzó los brazos para pedir silencio y poder hablar.

—¿Qué es lo que se pide aclarar?

Lancelot rodó los ojos.

—Debe aclararse las posiciones permitidas que puede adoptar un caballero sobre su corcel

—¿A qué le llamas corcel?

—Al animal en qué el caballero monta.

—Claro, continúe Sir Lancelot.

—También se solicita aclaración sobre el estatus social del campeón para competir.

—Para eso, la aclaración es fácil, cualquiera que tenga el equipo necesario, es decir, animal de montura y armadura pesada; puede competir. El ser nombrado caballero, o Sir no es requerimiento para participar.

—Señor— Lancelot parecía estar usando toda su fuerza de voluntad para llamar a Arturo con algún título de respeto. Debe estar desesperado. —Esta competencia es una prueba de honor, de fuerza y de liderazgo del líder o heredero de cada casa de Muy Muy Lejano, tendría sentido que un participante no formé parte de ningún feudo.

Artie contuvo la risa, iba a disfrutar de ésto.

—Como líder de este reino, y defensor de la justicia, además de organizador oficial de está competencia, he declarado siempre que este evento tiene como objetivo probar la fuerza y deportividad de cada individuo que decide participar. El factor del honor y el liderazgo es algo que, aunque usted ha abogado ampliamente por instruir, no forma parte de los valores de esta competencia.

—Pero-

—¡Silencio! No he terminado de responder a su solicitud, Sir Lancelot—. Artie le dedicó una sonrisa sarcástica. —No sé si recuerde que usted y el resto de caballeros durante el torneo pasado, decidieron que la competencia necesitaba emoción , y decidieron que la única regla que mantendrían sería, y cito: “El área del rostro está terminantemente prohibida, y cualquiera que hiera a su contrincante en el cutis, deberá volverse el sirviente del agredido durante un mes”. Afortunadamente pude intervenir y he prohibido las mutilaciones y heridas de gravedad para este encuentro. Es ésta la razón por la que el Príncipe Aladino puede competir con su camello, por la que Sir Paul no lleva lanza y lucha con sus propios puños.

Lancelot miraba a Arturo con rabia en los ojos. Antes de que pudiera reprochar algo, Arturo continuó:

—Y creo que el público estará de acuerdo conmigo, éste ha sido el torneo más emocionante de la temporada.

El público vitoreó, dándole la razón.

—Creo además, que si alguno de los participantes representa a la perfección el espíritu de ésta competencia—. Dijo Artie, mientras se acercaba bajando hacia los finalistas. —Entonces ese debe ser el caballero dorado.

La multitud emocionada gritó y vitoreó. Arturo volteó a ver a Lancelot, que regresó la mirada con desdén, y se volvió a colocar el casco de la armadura. Artie sentía que había algo más que hacer para fastidiar a Lancelot, u como si la hubiera invocado, su Tía Lillian le silbó desde el otro lado del estrado, para lanzarle una corona de margaritas adornadas con lirios de los valles, y Artie supo qué hacer.

Pidió que el caballero dorado se acercara, y cuando lo hizo, le pidió que alzara su lanza, y así, Artie colocó la corona de flores en la lanza del caballero. Era bien sabido que esta práctica era común, pero más aún entre las damas, que usaban como una forma de darle buena suerte al caballero que la corteja, y aunque el mismo caballero podía pedirle su favor a la dama, ya sea por señal de respeto o de interés, Artie lo hizo para molestar a Lancelot. El favor del Rey, bajo cualquier condición, era considerado tan afortunado como haberse encontrado 15 tréboles de 4 hojas.

Artie vio que detrás del casco, había un par de ojos azules enormes y astutos, llenos de determinación, que lo dejaron anonadado por un momento, sólo el cuchicheo de las damas detrás de él pudieron sacarlo de su trance. Oh dios, ¿había sentido mariposas en el estómago?

El caballero dorado regresó a su puesto y se preparó para empezar el encuentro. Lancelot también tomó su posición. La tribuna estaba dividida en dos, una mitad gritaba el nombre de Lancelot, y la otra mitad animaba al caballero dorado.

El enfrentamiento comenzó, corrieron uno frente a otro, ambos esperaron hasta el último momento para atacar con la lanza, y ambos lo esquivaron en el mismo momento; era como ver un espejo, el público estaba vuelto loco. Los caballeros volvieron a las marcas de salida. Lancelot gruñía frustrado, y el caballero dorado seguía concentrado.

Volvieron a correr, Lancelot tenía la misma estrategia, pero el caballero dorado ya no; repitió el truco de pararse sobre su caballo, lo que desconcertó a Lancelot, pero pensó que si golpeaba sus piernas, podría tirarlo del caballo y lograr la victoria. Sin embargo, cuando tuvo al caballero dorado a su alcance, éste saltó, e hizo una maniobra en la que, aún en el aire, logró golpear el hombro de Lancelot.

Lancelot estaba furioso, el propio Arturo podía sentir el calor que emanaba de él, y se sorprendió de que el dorado no se intimidó ni un poco. Artie estaba al filo del asiento, igual que el resto de los espectadores.

Volvieron a correr, Lancelot estaba rabioso, el caballero dorado estaba sereno, permaneció en su caballo, sin trucos. Con cada paso del caballo la tensión aumentaba, nadie sabía qué podía esperar de este enfrentamiento. El caballero dorado alzó la lanza, Lancelot la tomó con fuerza. Y justo en el último minuto, las lanzas chocaron, ninguno cayó de su caballo, y justo cuando iban a prepararse para correr de nuevo, otro de los caballeros gritó desde las gradas.

—¡Alto, deténganse!

El público lo abucheó por interrumpir una competencia tan emocionante. Pero cuando Artie alzó la mano, todas las gradas estaban en silencio. Indicó al caballero para que hablara.

—Sir Lancelot ha atinado en la cara de su oponente, ¡Queda descalificado!

El estruendo de las tribunas podría romper tímpanos. Arturo bajó de nuevo, y se dio cuenta de que el casco del caballero dorado estaba abollado en la frente. Tenía razón, Lancelot estaba descalificado.

—Me temo que Sir Lewis tiene razón. Bajo la única regla que han decidido mantener durante las justas, Sir Lancelot queda en automático descalificado, por haber herido a su contrincante en el rostro…

Todo el público rompió en abucheos. Sir Lancelot fué atacado por todo tipo de tomates. Todos estaban tan distraídos que no notaron que el caballero dorado bajó de su corcel, y dando pisotones, se acercó hacia Lancelot, que estaba muy ocupado cubriéndose de los tomatazos. El caballero dorado tiró de Lancelot para tirarlo del caballo, directo hacia el lodo.

—¡Vos echaste a perder mi victoria!— Toda la tribuna se congeló, del casco del caballero dorado, emanaba la voz furiosa de una dama.

El caballero dorado tomó su espada, y la apuntó hacia el cuello de Lancelot. Le quitó el casco a Lancelot, tiró su espada y luego el caballero dorado se retiró el casco. Era una chica de la edad de Arturo, de abundante pelo rubio ondulado, y una expresión temeraria en el rostro.

—¿Una dama? P-pero— Lancelot estaba sorprendido y avergonzado.

—¿Qué sucede, flaco? ¿Sorprendido de que una dama te estaba pateando el trasero?

—P-pero no se permite a las damas jugar en las justas…

Arturo se levantó, y pidió silencio.

—No hay nada en las reglas que impida a una mujer participar en la justa, si esperas usar las reglas a tu conveniencia, Lancelot, no vas a lograr mucho—. Arturo saltó hacia donde estaban los dos finalistas. —¿Cuál es su nombre? — Preguntó al caballero dorado.

—¿Qué importa ya?

—¿ Cuál es su nombre? — Dijo Arturo con severidad. La chica rubia frente a él tiró su casco en el lodo.

—Ricitos, Ricitos Oso.

—Bueno, señorita Oso, es usted la ganadora de este campeonato, le corresponde un premio de 10 mil galeones y un banquete en su honor-

—¡¿A eso llamás una victoria?!

—Si, una victoria insatisfactoria saboteada por un caballero demasiado orgulloso, pero una victoria al fin. Demostró usted su rectitud y fuerza, y eso ha prevalecido—. Arturo tomó la mano de la chica y la levantó hacia el público. —¡Les presento a nuestro campeón definitivo!

El público entero, desde la más pequeña hada, hasta el más temible dragón, celebró la victoria de Ricitos. Una familia de tres Osos corrió hacia Ricitos y la lanzaron sobre sus hombros, celebrando emocionados. Ricitos se resignó y empezó a festejar con el resto. Ricitos alzó sus brazos y rugió.

—Hija de osos, osita—. Dijo el Oso más grande.

Notes:

Hola!! En serio dudo que haya gente que se pase por acá, tengo un poco más de lecturas en Wattpad (https://www.wattpad.com/story/362640894-chasing-golden-artielocks), pero me estoy divirtiendo bastante publicando, así que pondré esto aquí también. Gracias por leer!!!

Chapter 2: Vamos a resolverlo con una cerveza

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El banquete también resultó menos insoportable de lo habitual. La nueva campeona inició una competencia de beber cerveza con el capitán Garfio, con la señora Oso y con el marido de Blancanieves. Pinocho también quería participar, decía que técnicamente no era un niño, pero no se lo permitieron.

Los villanos se apoderaron de la noche, cantaban, peleaban y se abrazaban a la salud de su caballero de oro. En un punto de la velada, la reina malvada tomó el brazo de Arturo y lo llevó hasta el centro del salón.

—¡Quiero ofrecer un brindis por nuestro Rey! ¡Un hombre justo y noble! ¡Larga vida al Rey Arturo!

El resto de la sala gritó “¡Larga vida al Rey Arturo!” De vuelta. Garfio, que había ganado la competencia, le dio a Arturo un fuerte abrazo.

—No podríamos pedir un mejor soberano, camarada Artie—. Garfio estaba muy borracho, y lágrimas brotaban de sus ojos. —Siempre defendiendo lo justo, qué buen chico, ¿No crees Ricitos?

Garfio se volteó para hablar con la campeona, y vertió el resto de su tarro de ron sobre ella.

—Eh, fijáte con eso, pelmazo.

—¡Perdóname Ricitos, no hago nada bien!—Garfio rompió en un llanto ruidoso, y se abalanzó sobre la chica, que solo pudo consolarlo con palmaditas en la espalda.

—Lo lamento por eso, hace mucho que no celebran así—. La chica hablaba con Arturo, con un Garfio sollozante aún en sus brazos.

—Está bien, prefiero pasar el rato con el villano más borracho en el salón que con el más sobrio de los nobles. La chica resopló.

—Si todos los caballeros actúan como lo hicieron conmigo hoy, yo también estaría re harta.

—Son lo peor, lamento que hayas tenido que soportar sus burlas hoy. Al menos eso hará más satisfactorio tener a Lancelot de sirviente el próximo mes.

—Oh, ese me va a conocer.

—Odia especialmente ensuciarse o hacer algo que lastime su manicura.

Ricitos le dedicó una sonrisa cómplice, se volteó al bar y le ofreció un tarro de cerveza.

—Yo- Se supone que aún no puedo-

—Si vos no decís nada, yo tampoco. Si vos no me mandás a la cárcel, nadie lo hará—. Dijo la chica guiñandole un ojo. Arturo sintió que estaba en las nubes aún sin haber probado una gota de cerveza, aunque no tardó mucho en hacerlo. Ella lo tomó del brazo, y le susurró en la oreja. —¿Podés guardar un secreto?— Los ojos de la chica brillaban a la luz de las antorchas del castillo, y su voz lo hechizaba cada vez más.

—S-si, seguro.

—Yo tampoco debería estar bebiendo—. Ella reía como una niña pequeña que ocultaba una travesura. Vaya que había bebido, pero incluso mareada y desinhibida, estaba cómodo con ella y los villanos, y por una vez en su vida, en serio estaba disfrutando de la noche.

Pero nada bueno dura mucho para Arturo. Ginebra se había hecho camino hasta él, tenía un aspecto desamparado y furioso, tenía los ojos hinchados, y las lágrimas que cayeron por sus mejillas habían dejado rastro. Arturo casi siente pena por ella.

Artie , no vas a creer lo que me acaba de decir Lance.

—Mira Ginebra, por lo general estaría de acuerdo contigo sobre lo imbécil que es Lancelot, pero creo que ustedes siguen siendo el uno para el otro— Arturo no sabía si ella no lo había escuchado por el ruido que había en el salón o si simplemente había decidido ignorarlo, porque la chica no reaccionó.

—¡Egoísta! ¡Me llamó egoísta! ¿puedes creerlo?

—Wow, el burro hablando de orejas.

—Es lo que yo le dije, pero luego él me dijo que él es demasiado hombre para mí. Es un arrogante y un idiota.

—Oye, en serio no quiero escucharte-

—Pero tú si me entiendes, Artie—. Ginebra puso su mano en el pecho de Arturo. —¿Alguna vez te he dicho que te ves muy guapo cuando te pones esa corona?—Arturo se sobresaltó y tomó las manos de Ginebra por las muñecas.

—Por supuesto que sólo te intereso cuando llevo la corona sobre la cabeza—. La soltó, y trató de irse, pero Ginebra le tomó la mano y lo jaló de regreso.

—Cuando te fuiste de Worcestershire dijiste que siempre me habías amado… ¿Qué cambió?— Ella sabía el poder que le daban sus encantos, y no dudaba en hacer uso de ellos sobre todo aquel que funcionaran. Pero ya no funcionaban sobre Arturo.

—Te conocí , Ginebra, me di cuenta de quién eras en realidad. Ahora suéltame de una vez, no te quiero cerca.

—No entiendo qué hice mal… ¿No crees que me vería bien reinando a tu lado? Sería bueno para todos, por fin le darías un heredero al reino y yo-

—¡Basta! Yo no entiendo cómo es tan fácil para ti jugar así con la gente. ¿Tengo que recordarte todas las veces que me despreciaste, que me humillaste?

—Pero ya no soy así, Artie

—No me llames así, solo mis amigos me llaman así, y yo por ti no siento más que desprecio . Ahora vete de una vez.

—Pero Artie -

—Es una orden de tu Rey .

—¿Cómo un Rey puede tratar así a una dama? ¡No eres digno de la corona!

Las personas alrededor estaban viéndolos, Arturo recibía miradas de desaprobación por parte de los nobles, y los villanos veían con incredulidad a Ginebra. No fue mucho tiempo hasta que Lancelot se acercara a hacer uno de sus shows.

—¿Está todo bien por aquí?— Volteó a ver a Ginebra, que había vuelto a llorar y se abalanzó sobre Lancelot. —¿Qué te han hecho?

—Ay, vamos…— Arturo estaba harto de Ginebra, y de Lancelot y de que ambos lograran engañar tan bien a los nobles.

—¡Me ha dicho cosas horribles!

—¿Pero qué decís?— Ricitos salió de entre la multitud, tambaleándose un poco, pero dispuesta a llegar hasta Arturo.

—Quédate fuera de esto, plebeya —. Escupió Lancelot.

—¿Y quién sos vos para amenazarme? ¿Querés que te patee el trasero otra vez, niño bonito?

—Primero que nada, tú victoria no ha sido justa-

—Primero que nada, eso ha sido porque vos no has jugado limpio, porque tenés miedo de que te gane justamente—. Ricitos llegó con Arturo, y le puso una mano en el hombro, en señal de apoyo. —Y vos, princesita, antes de hacer tu teatrito, aseguráte de que no sea ante personas que sepan reconocer tus truquitos.

—¿Qué dices? No entiendo tu acento, deberías aprender a hablar como el resto de personas de Muy Muy Lejano si quieres que te tomen en serio—. Ricitos iba a abalanzarse hacia Ginebra, pero Arturo logró detenerla. Ginebra la miró con burla. —No cabe duda que eres una salvaje.

—¿A quién le decís salvaje?— Una osa adulta, su esposo y su hijo se levantaron, y los villanos les abrieron camino hasta donde estaba Ricitos.

La tensión en el salón podía cortarse con un cuchillo. Pero Arturo no iba a permitir que está noche que iba tan bien terminara en conflicto.

—Calmemonos todos, ¿Si?— Arturo soltó a Ricitos poco a poco, para asegurarse de que no fuera a atacar. Entonces, adoptó su bastante ensayada persona para poder hablar con los nobles (y lidiar con los nobles). —Señorita Ginebra, usted ha desafiado una orden directa del Rey, varias veces; se ha atrevido a cuestionar mi dignidad y mi derecho al trono. ¿Lo niega?

—Ser el Rey no te da derecho a aprovecharse de una dama.

Ricitos soltó una carcajada.

—Mirá, nena; aprovecharse de tí y no dejarse manipular por tí, son cosas distintas, despertá.

—¡No te metas!

—El Rey tenía razón, vos y tu noviecito son perfectos el uno para el otro— Dijo Ricitos riéndose. Arturo se dió cuenta de que en serio había escuchado toda la conversación. —Voy a disfrutar mucho de sus servicios el próximo mes.

Ginebra rompió en llanto y escondió su rostro en el pecho de Sir Lancelot.

—¿Cómo puedes permitir que esta niña loca hable así de mi lady?

—Dejo que la dama Ricitos hable con la verdad, dado que Ginebra quiere manipular los hechos a su favor. Me alegro de tener un testigo esta vez.

—¡Yo jamás-

—¿Niegas que te pedí varias veces que tomaras tu distancia?

—¿Y tú niegas que no querías escucharme? ¿Qué no un Rey vive para servir a sus súbditos?

—Atenderte a tí sería desperdiciar mis deberes con el reino.

—¡Ni siquiera querías escucharme!

—No tenías nada qué decirme.

—¡Yo sería tu reina!, eso te quería decir—. Entonces, el salón entero sostuvo el aliento, las damas nobles se llevaban la mano al pecho y empezaban a cuchichear entre ellas, podías ver en sus caras que pensaban que estaban viendo un romance no correspondido. Lancelot miró a Ginebra, incrédulo. —Perdóname Lancey, pero mi reino es primero; nunca te dejaré de amar. Pero es un hecho que un Rey sin herencia hace un reino inestable, y yo le ofrecía a Arturo una forma de fortalecer su trono.

Esta vez Arturo se rió.

—Ginebra, si tanto amas a Sir Lancelot, quédate con él, yo no te necesito para fortalecer mi corona, mi pueblo la hace fuerte, no tienes que preocuparte por mi—Arturo se acercó a Ginebra, enfrentándose a ella y a sus ojos perspicaces. —Te lo dije, no tenías nada que decirme.

—No podrás mantener el reino tranquilo por mucho tiempo, Artie —. Ginebra se dio la vuelta, y jaló a Sir Lancelot con ella, y se perdieron entre la multitud.

Cuando el resto de personas en el salón regresaron a sus asuntos, Arturo se acercó a Ricitos, que estaba con su familia.

—Señorita Oso, le agradezco mucho su apoyo hace un momento; significa mucho para mí tener alguien que cuide de mis espaldas.

—Cortá las formalidades, pibe—. Dijo el padre Oso. —Nosotros deberíamos agradecer por apoyar a nuestra Ricitos en la justa.

—Sos un buen Rey, chico—. Dijo la madre Oso, y le dio un abrazo al muchacho, tan fuerte que se quedó sin aire por un momento.

—Es verdad, gracias. Me alegra ver que no sos como ellos, y no te dejas mangonear por esta gente—. Intervino Ricitos. —Y mirá que esa chica es re astuta; malvada, pero astuta.

—No hay cómo negarlo.

—Ché, ¿Cómo podés rechazarla? Ella es la chica más bonita del reino, ¿no?— El oso más pequeño, que llevaba un par de pantalones violetas, recibió un golpe de Ricitos. —¿Qué? ¡Es una pregunta genuina!

—¿No acabas de ver?, esa es una víbora.

—Pero es linda- ¡Auch! — Mamá y papá Oso se llevaron a su hijo antes de que dijera más desvaríos. Ricitos permaneció frente a Artie.

—Antes preferiría que me quitaran las uñas con unas pinzas—. Dijo Arturo para sí mismo, pero Ricitos se rió.

—¿Qué bronca tiene esa Ginebra contigo?

—Eh… Solo digamos que no era muy popular en la escuela.

—Oh… Bueno, yo tampoco, e-es decir, cuando iba, antes de que me adoptaran.

—Pues parece que eres muy afortunada, lamento que Ginebra se metiera contigo sobre eso.

—Si, una vez alguien me dijo que me saqué la lotería de la orfandad.

—De un huérfano a otro, tenía razón—. Ricitos le sonrió y él la imitó.

—¿Te gustaría quedarte?— Lillian había aparecido como por arte de magia a lado de Ricitos, que se sobresaltó y casi le suelta un puñetazo

—¡Tía Lillian! Ten cuidado de aparecer así nada más, dios…

—Artie, cariño, déjame hacer negocios, ¿Si?— Lillian volvió hacia Ricitos. —¿Qué dices linda?, ¿Te gustaría quedarte en el palacio?

—¿En el palacio? Su majestad, es muy amable, pero yo vivo con mi familia y nuestra casa no queda muy lejos-

—No, linda; no solo por esta noche, quiero que formes parte de la guardia real.

—Majestad, es un honor, pero-

—Tu familia también es bienvenida a quedarse en el castillo. Ofrecemos una buena paga y un excelente seguro dental.

—Es una oferta muy generosa y estoy muy halagada, pero… ¿Por qué yo?

Lillian se llevó a Ricitos un poco más lejos de Arturo.

—Como habrás visto hace un momento, Artie y yo estamos un poco solos por aquí. De repente mi hija y su familia nos visitan, pero no es suficiente. Además, la nobleza de por aquí está cada vez más dudosa de Arturo y de los cambios que ha hecho. Además, te he visto en la justa, y los villanos dicen que eres un fuerte guerrero. Así que quiero que cuides de mi Artie.

—¡Aceptá, Ricitos!— Dijo mamá Osa, que cómo Lillian también apareció sin aviso detrás de Ricitos.

—¡Mamá!, ¿Pero qué pasa con las mermeladas?

—Ay, mi nena, tan linda que sos. No te preocupes, nosotros podemos declinar amablemente la oferta de la Reina Lillian y quedarnos en nuestro hogar, pero vos tenés acá una oportunidad de oro.

Ricitos bajó la mirada para reflexionar. No quería separarse de su familia, pero convertirse en guardia sonaba emocionante. Hacía mucho tiempo que había pensado en salir un par de veces a buscar una aventura, porque extrañaba la emoción, el trabajo en la empresa de mermeladas la aburría. Fue por eso que se inscribió en la justa en primer lugar. La chica alzó la mirada, y alcanzó a ver a Arturo alzándose de puntitas para tratar de ver lo que tramaba su tía Lillian; pensó que este chico le agradaba, y que no estaría mal hacer amigos de su edad, y de su especie. Entonces, tomó una decisión.

—Su majestad, acepto su oferta, sería perfecto .

Chapter 3: Lecciones

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A partir del día siguiente, Ricitos empezó a mudarse al palacio, sus padres acordaron que se verían al menos una vez a la semana, le llenaron la maleta de mermeladas, y se despidieron de ella, deseándole la mejor de las suertes. La deuda de Lancelot le vino como anillo al dedo, el arrogante Sir fue ordenado a cargar con los bastones, espadas y armaduras pesadas de la chica. Luego, Artie sugirió que tal vez sea buena idea limpiar la nueva alcoba de la chica antes de que se instalara, y ella estuvo de acuerdo.

—¡Pero si ya he llevado todas las cosas dentro!

—Ché, qué pasada. Creo que tenés que sacar todo y volverlo a acomodar…

Sir Lancelot empezaba a tener un tic en el ojo, pero como su deuda debía saldarse, no tuvo más remedio que hacer lo que le ordenaron.

—Gracias, pibe. Si también pules mis armaduras te dejo el último día libre.

—Wow, qué piadoso de tu parte…

Ricitos salió de la habitación que le asignaron, justo a lado de la de Arturo, por cuestiones de seguridad. Tenía algo de tiempo libre mientras Sir Lancelot se encargaba de su alcoba. Así que se dispuso a explorar el palacio.

Era un lugar muy lujoso, y aún mantenía mucha decoración verde, con tapices de lirios y nenúfares. Ricitos pensó que en realidad no había prestado mucha atención al gobierno hasta que Arturo fue coronado. Para ser sinceros, Ricitos estaba bastante agradecida con él. Cuando su familia decidió hacerse cargo del negocio de Horner, pensaron que iban a tener que hacerlo fuera de la ley (nada nuevo), pero un día apareció un tesorero que les agradeció por tomar el negocio terrorífico y corrupto de Horner. Se les pidió que pagaran justamente a sus empleados y que hicieran buen uso de su dinero. Luego de eso, Ricitos había revisado la ley del Rey Harold: si hubieran querido crear un negocio en su reinado, tendrían que tener algún título nobiliario, la aprobación de la mesa de empresarios de Muy Muy Lejano, y nada más. Así que había sido Arturo el que cambió la ley, la extendió más allá de la nobleza y los héroes.

Alguna vez ella y su familia pasaron la noche en algún calabozo por robar comida o dinero de algún rico que pasaba por el bosque, y aunque empezaron haciéndolo por necesidad, se dieron cuenta de que vivían mejor del crimen. Los dejaban salir luego de un par de noches con una cena decente y no había mayores consecuencias, así que decidieron encaminarse a ser la más grande familia criminal que se hubiera conocido. Todo cambió después del Bosque Oscuro y del deseo de Ricitos… Justo ahora, todo era perfecto .

Ricitos caminó por los pasillos, había muchas habitaciones vacías, una cocina gigantesca y una variedad de jardines preciosos con flora del pantano y el bosque, pensó que si algún día se sentía lejos de casa, podría visitarlos.

—¿Qué te parece el castillo, linda?—Se había encontrado con la Reina Lillian, que daba mantenimiento al jardín, aún cuando cualquier otro podría hacerlo por ella.

—Es precioso, Majestad.

—Me alegra que te esté gustando. ¿Ya has tenido oportunidad de hablar con Artie?

—Hace un momento, supongo que quería ver a Lancelot a la merced de alguien más.

—Ay, Arturo. Me lo imaginaba, solo puedo esperar que no se divierta demasiado.

—Yo espero que deje algo de esa diversión para mí.

La reina Lillian rio levemente.

—Bien linda, ¿tienes preguntas sobre algo? Debes saber que estaré siempre disponible para ti.

—Gracias, Majestad. En realidad, si quisiera preguntar algo. ¿Dónde queda su biblioteca?

—Está en el segundo edificio, subiendo las escaleras, el tercer cuarto del pasillo a la derecha.

—Creo que iré a visitarla. Gracias.

—A tus órdenes, linda.

La Reina Lillian se marchó tarareando, y Ricitos se dirigió a la biblioteca, siguiendo las instrucciones que acababan de darle. Llegó hasta unas grandes puertas de madera que aunque parecían muy pesadas, eran livianas como plumas. Ella pensó que debería ser obra de algún hechizo.

Cuando entró, se dio cuenta de que era mucho más grande de lo que imaginaba. Los estantes alcanzaban el alto techo del edificio, cada uno estaba lleno de libros de todos los colores y tamaños. Se acercó a leer los títulos, habían cuentos de hadas, atlas, actas legales, enciclopedias, y-

—Oh, dios, me asustaste—. Arturo estaba frente a ella, había tirado los libros al suelo, se sobresaltó al verla.

—Lo siento, solo estaba explorando el castillo. Es enorme.

—Ni que lo digas, yo aún me pierdo entre los pasillos.

—¿Por eso necesitás un guardia?

Ricitos se llevó las manos a la boca, no estaba acostumbrada a hablar con propiedad, y eso último se le había escapado de los labios. Para su fortuna, Arturo se rió.

—Tranquila, es cierto; sólo sobrevivo aquí adentro gracias a mi tía Lillian—. Arturo recogió los libros, y los colocó en una mesita. —Y… ¿Qué te gusta leer?

—¿A mí?— Arturo asintió. —Bueno, no he tenido mucho contacto con los libros. Supongo que quisiera probar un poco de todo. Tal vez debería intentar con un mapa del castillo.

—Yo tengo los planos del castillo en mi alcoba, te los puedo dar cuando Lancelot termine.

—Seguro. ¿Y vos qué llevás?

—En realidad venía a regresarlos, son los libros que me piden en las lecciones reales. Probablemente debes leerlos tú también si me vas a acompañar a las lecciones, si no las entiendes podrías aburrirte. Bueno, ahora que lo pienso, son aburridas igual…

Ricitos alzó uno de los libros.

—¿Implicaciones políticas del polvo de hada en el último siglo? ¿Todo un libro para eso?

—Bueno, te sorprendería saber que el polvo de hada es un recurso mágico importante, principalmente para Muy Muy Lejano.

—Esas clases tuyas deben ser bastante complicadas—. Ricitos pensó que sólo había recibido educación en el orfanato, y aunque había aprendido mucho a lo largo de su vida, no sabía nada sobre las escuelas.

—No creo que lo sean, además, la mayoría del tiempo estoy practicando con la espada o con el arco o mi Tía Lillian barre el piso conmigo en artes marciales.

—¿La Reina Lillian?

—Oh, pero claro que si, no te dejes llevar por su aspecto frágil, golpea como un toro—. Los ojos de Ricitos brillaron, cada vez había mejores cosas dentro del castillo, un nuevo mundo que descubrir. Artie se acercó a uno de los estantes y tomó un libro de piel café, y se lo dio a Ricitos. —Mañana tengo una lección de estrategia militar, si quieres puedes leer esto para tener una idea de por dónde vamos.

Ricitos aceptó el libro, lo abrió y encontró mapas llenos de flechas y líneas punteadas y textos largos como para perderse en el primer párrafo. Alzó la cabeza para mirar a Artie con preocupación.

—Es más fácil de lo que parece. Estoy estudiando la batalla de Dillsburg, es sencilla, capítulo 12—. Le aseguró Artie. Ricitos abrió el capítulo, y aunque aún le abrumaba un poco el tema, decidió que no haría daño intentarlo.

—Gracias.

—Claro, si necesitas algo más, por favor pídelo.

Arturo sonrió y se encaminó hacia la salida. Ricitos pensó que tal vez sea bueno conocer mejor a este chico, es decir, ha sido amable con ella, y va a tener que estar a su lado por dios sabe cuánto tiempo, tal vez sería bueno conocerlo.

—¡Esperá!

—¿Pasa algo?

—No, solo pensé que tal vez vos deberías mostrarme el castillo.

—Oh, bien, si, no tengo nada que hacer ahora. ¿A dónde quieres ir?

—¿A dónde ibas hace un momento?

—Al jardín de los girasoles, paso mucho tiempo ahí.

—Pues vamos, tenés que acostumbrarte a mí de todas formas.

Bajaron las escaleras, cruzaron la explanada del castillo y llegaron al jardín luego de cruzar un arbusto que se abrió para darles paso en cuanto Arturo se paró frente a él, como un pasadizo secreto. Ricitos pensó que tal vez iba ahí para pasar el tiempo solo, y sintió que invadía suelo sagrado.

—Bueno… Llegamos.

El jardín era hermoso, había un quiosco blanco al centro, una fuente con un sapo que Ricitos suponía que era el Rey Harold, y una banca que daba a una vista espectacular de Muy Muy Lejano. Todo el jardín estaba cubierto de girasoles y algunas hileras de margaritas.

—Es precioso…

—Lo sé, mi prima Fiona se encargó de construirlo. Parece que ella y Shrek tienen cierta afición por los girasoles, y esto fue como su pequeño santuario. Algunas de estas flores fueron traídas desde Duloc. Pero vengo aquí por la vista.

—Se parece a mi hogar… Las flores…

—¿Eres del pantano?

—De un poco más al Este.

—Espera, ¿entonces te desplazaron cuando Farquad…?—Artie se dio cuenta de que lo que estaba preguntando podría ser demasiado personal y se arrepintió de “abrir la bocota”. Ricitos no le dio tanta importancia.

—Si, tuvimos que encontrar otro lugar luego de eso. Por eso recurrimos al crim- eh… a…—Artie se rió.

—Tranquila, tú misma lo dijiste, si yo no te mando a la cárcel, nadie lo hará. Y no está en mis planes dejar a mi guardia en el calabozo.

Ricitos se sonrojó, porque sólo entonces recordó lo mucho que había tomado hacía unos días, recordó lo desinhibida que había actuado frente a él. No es que le importara mucho que fuera el Rey, ha desafiado la autoridad toda su vida, pero le agradaba.

Volteó hacia el mirador para que Arturo no se percatara de su vergüenza, pero la vista era tan bonita que pronto se olvidó de eso.

—Está bien si no quieres hablar de eso. No te estoy entrevistando ni nada, en realidad yo-

—Pará tu tren. Está bien, solo no estoy acostumbrada a conversar así con los demás—. Ricitos respiró hondo, el sol comenzaba a ponerse, el aire empezaba a enfriarse. —Si, tuvimos que irnos de nuestro hogar por un tiempo, pero Farquad nunca nos capturó, y una vez que todo terminó, regresamos.

—¿Qué tan lejos llegaron?

—Hasta la costa. ¿Vos has visto el mar?

—Un par de veces.

—Me gustaba pensar que estábamos de vacaciones. El mar era tan inmenso… Lo había visto antes de conocer a mi familia, pero sólo hasta que lo vi con ellos me pareció magnífico. Y bellísimo también.

Ambos se mantuvieron en silencio, pero era un silencio cómodo, a Ricitos no le molestaría que así fueran el resto de sus días en el castillo. Se quedaron así, disfrutando de la vista y de la presencia del otro, hasta que el sol finalmente se dejó de ver en el horizonte.

—Yo quiero decir que aunque sea tu guardia, si vos no me querés cerca por alguna razón, o no querés que me entere de algo, no me importa lo que digan los protocolos, no te sientas obligado a decirme nada, es decir-

—Está bien, pero ¿Por qué lo dices?

Ricitos estaba avergonzada.

—Bueno, esté jardín es precioso, pero se siente como el lugar perfecto para esconderse para que nadie te moleste un rato.

—De cierto modo lo es, pero no me molesta compartirlo con amigos.

Ricitos se congeló. ¿Había tenido amigos antes? Tenía familia, claro, una familia cálida y amorosa, pero ¿Amigos? No como tal. Pensó en perrito, pero aunque había sido amable con ella, no sabía si podía darle ese título.

Pensó en el orfanato, y aunque no recordaba mucho, tenía muy presente un sentimiento de soledad o hasta de rechazo, de no tener nadie alrededor; finalmente por algo se escapó de ahí.

—Uy, ¿Demasiado pronto?

Eso la sacó de su trance, volteó para ver a Arturo con una expresión de arrepentimiento que intentaba reprimir, sintió cómo el corazón se le encogía, pero al final, le pareció…. Lindo. Así que se relajó y le dio a Arturo su más cálida sonrisa.

—Para nada, si después de defenderme en la justa y darme la bienvenida a tu castillo no somos amigos, entonces no sé qué somos.

—Eso y que técnicamente mi tía te contrató para que fueras mi amiga, ¿No?

Ricitos soltó una carcajada, no de las que hace cuando va a La manzana envenenada por un tarro de aguamiel, sino una de las que hace cuando está en casa, con el resto de Osos.

—Claro, no estaría haciendo bien mi trabajo—. Ambos rieron.

—Creo que hay que regresar. Ya debe ser hora de cenar.

—¿Crees que tengan avena?

—Será tu cena de bienvenida, si quieres avena, tendrás avena.

 

~ ♡ ~

 

La primera semana no pasó nada en absoluto. No se le permitía a Ricitos dejar el lado de Arturo, pero no se le permitía hablar con Arturo. Su papel era de protección estrictamente; “No eres un bufón”, le dijo una de las cocineras una vez. Ella sentía que había tomado una mala decisión, que tal vez sería más útil en la empresa de mermeladas, o como caza recompensas. Definitivamente sería una buena cazarrecompensas.

Al menos las lecciones de Lillian eran un poco más relajadas, y prestaba mucha atención, ella en realidad sí tenía muy buenos movimientos, era fuerte y ágil, pero no muy rápida. Ricitos podía ser rápida, se preguntó de manera pecaminosa si sería capaz de derrotar a la Reina Lillian en un combate.

Un hombre flaquito y bajito se acercó apresurado a Ricitos y Arturo, que esperaban en el salón de artes marciales.

—Dama Ricitos, la Reina Lillian solicita que hoy, usted sea la encargada de la clase de Defensa Personal del Rey Arturo.

—¿Yo? Pero esa no es mi función, y no sé nada sobre enseñar-

—Son órdenes directas de la Reina, Mi lady.

—Y tampoco soy Lady.

—Pero si lo es, por decreto de la Reina Lillian, a su familia debe llegarle el comunicado en la tarde, Lady Bear.

—¿Lady Bear? ¿Por qué haría algo así?—Ricitos notó que Arturo se veía nervioso —Vos tenés algo que ver con esto, ¿Verdad?

—Era para que puedas ser mi consejera también—. Ricitos mantenía una expresión de completa confusión. —Yo… Me di cuenta de que las reglas que se le aplican a un guardia real son demasiado estrictas. Si tienes un rango más alto tienes más libertades, y, por ejemplo, puedes opinar en las reuniones de la corte y no tendrías que quedarte parada todo el tiempo y-

—¿Te diste cuenta de eso?

—Um… ¿Si? Era difícil no hacerlo, sólo podía pensar en lo cansada que estabas, de pie casi todo el día y con la armadura y-

—Soy perfectamente capaz de hacer de guardia real-

—Y lo sé muy bien, pero mi tía Lillian estuvo de acuerdo en que sería mucho mejor para todos que se te permitieran más libertades.

El hombrecito se aclaró la garganta.

—Bien, yo doy la clase hoy…

Artie y Ricitos se quedaron solos; Ricitos empezó a quitarse la armadura, Arturo parecía nervioso.

—No estás… enojada, ¿O si?

—No, ¿Por qué estaría enojada?

—Tal vez debí consultarte antes de hacer cualquier cosa -

—Bien pensado, genio.

—¿Ves? Si estás enojada.

—Solo un poco, hay que estar enojado para pelear.

—Pero la tía Lillian siempre dice que hay que mantener la cabeza clara.

Ricitos trató de recordar todas las clase de Lillian en la semana, y en todas había notado algo, Arturo era bueno siguiendo los movimientos de Lillian, su postura era impecable y su técnica bien pulida, pero en cuanto la reina aumentaba el ritmo o hacía un movimiento imprevisto, Arturo se desequilibraba .

—Si, concentrarse es bueno, pero vos te concentrás demasiado.

—¡Pero eso debe hacerse!

—No, al menos no tanto como hacés vos. Tenés que aprender a escuchar a tú instinto—Ricitos, ya sin armadura, golpeó en dirección a Arturo, pero no llegando hasta él. Artie dio un paso hacia atrás por reflejo. —Ese es un buen comienzo—. Ricitos tomó un palo de madera y le lanzó otro a Arturo.

—¿Qué se supone que haga con esta cosa?

Ricitos atacó a Arturo, y él logró detenerlo.

—Justo eso—. Arturo sonrió, pero antes de poder decir algo, Ricitos lo tiró al suelo. —Pero no bajes la guardia. A eso se refiere la reina con que hay que concentrarse, en todo momento tenés que estar alerta, tu cuerpo debe saber que está peleando. Tu trabajo hoy, es evitarme.

El sonido de la madera chocando entre sí retumbaba en la habitación, Ricitos fue subiendo el ritmo, velocidad y la fuerza de sus ataques, Arturo tropezaba y caía cada vez más, a lo que ella sólo respondía con un “¡Arriba!, ¡Otra vez!”, y Arturo obedecía.

—No estás haciendo lo que te dije.

—Para ti debe ser muy fácil apagar tu cerebro…—Murmuró Artie, que poco después recibió un palazo en la cabeza. —¡Auch!

—No es apagar el cerebro, pelmazo. Tenés que encender otra parte.

—¡No sé cómo!

—Pero puedes, ¿Ya? Son como reflejos, tienes que dejarte llevar, si algo en el fondo de tu cabeza te dice que vayas a la derecha, la obedecés. No me importa si tu postura no es correcta, o si esa no es la forma de hacer un puño.

Artie, un poco más seguro, se puso en guardia, respiró hondo y miró a Ricitos con determinación.

Y volvieron a empezar, Arturo se sentía más confiado, pero seguía cayendo, y retrocediendo ante Ricitos.

—¡Quizá entiendas si no te doy tiempo de pensar!— Ella atacó, más rápido, más fuerte, más largo. Artie hacía lo que podía, pero no lograba mucho, lo golpeaban en brazo, en la pierna, en el estómago. Empezaba a enojarse. Ya estaba harto de no poder dar un contraataque, de no ser suficientemente fuerte, o grande o listo. Harto, harto, harto.

De repente, el bastón de Arturo chocó contra algo y Ricitos se detuvo.

—¡Ya era hora!

—¡¿Ahora qué?!

—¿No te diste cuenta?, Me diste.

Arturo empezó a procesar las palabras de la chica frente a él.

—¿Te di?

—Si, en la pierna. Un poco más de fuerza y me podrías tirar.

—¡¿Te di?!

—Ya te dije que sí. Si haces lo que te digo, lo más probable es que seas un contrincante decente en un par de meses. Por el momento creo que eso es todo.

—Pero aún queda media hora.

—Pues, tienes media hora libre entonces.

Artie tomó los bastones y le lanzó uno a Ricitos.

—¿Qué intentás?

—Usar mis treinta minutos libres.

—Bien, pero como esto no es una lección, no te la dejaré fácil, principito.

—No soy un principito, soy un Rey —. Dijo Artie, con una sonrisa traviesa en los labios.

—Entonces voy a vencer a un Rey.

Chapter 4: Es tradición

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Ricitos tendría que acostumbrarse a los eventos superficiales e inútiles de la burocracia del reino. Ahora entendía por qué Arturo se había apresurado tanto en subir su rango, si no fuera consejera no podría hacer más que quedarse parada, atenta a sus alrededores y sin ninguna excusa para distraerse de cualquier cosa ridícula que estuvieran presenciando, y tampoco podría hacer nada por Artie, que tenía mucho más tiempo aguantando este tipo de frivolidades.

La reina Lilian no había podido acompañarlos por la misma razón por la que la semana pasada Ricitos se había encargado de las clases de defensa personal: Se había ido a visitar a Fiona al pantano. Para la desgracia de Arturo, había dejado a las amigas de Fiona para que se encargaran de que el Rey cumpliera con cada paso del protocolo real.

El banquete al que estaban atendiendo había sido organizado por el príncipe Azul, que festejaba el quinto aniversario de su boda con el flautista de Hamelin.

—Y entonces Hans entró glorioso con su flauta, y se llevó a todas las serpientes del salón, y me salvó la vida. Pude haber sido mordido, ¡envenenado! Pero Hans estuvo ahí, para que estuviéramos juntos aquí hoy.

—¡Vivan los novios!

El resto del salón alzó sus copas y contestaron al brindis. Arturo y Ricitos lo alzaron de mala gana.

—¿Crees que alguna vez dejen de hablar sobre la vez en la que se conocieron? Podría jurar que lo mencionan en todos los bailes y banquetes—. Artie jugueteaba con su pedazo de pastel.

—Si no les ha pasado algo más romántico desde entonces, no deben de tener un matrimonio muy emocionante.

—Al menos siguen casados, y se ven felices.

—Me gustaría que no me incluyeran en su felicidad entonces. Me quitan tiempo para buscar la mía—. Ricitos se bebió toda la champaña de un trago. —¿No tenés que darles tu bendición o algo?

—No estoy seguro. Tal vez cuando estén un poco más borrachos y aburridos y quieran usarme de bufón.

—Puedo decirles que compromete tu seguridad.

—Si hay alguien a quien no le importe mi seguridad, son estas personas. Por eso te dieron eso—. Artie señaló a la copa vacía en las manos de la chica.

—Esperemos que no dure entonces.

—Oh, pero claro que va a durar. En un par de horas los nobles me van a obligar a bailar con sus herederos.

—Pero bailar es divertido.

—¿Te gusta bailar?, ¿A ti?—. Arturo miró a Ricitos con una expresión incrédula.

—Pues si, es como pelear.

—Si te refieres a que es como un campo de batalla...

—Pero a ti te gusta pelear, ¿por qué no bailás?

—Es aburrido. Lo hago bien, pero lo detesto.

La pareja que festejaba se levantó y abrió la pista de baile, un baile lento. Ambos estaban abrazados y balanceándose sin más. Los asistentes los veían con ternura. Ricitos alzó una ceja.

—¿Así bailan acá?

—No siempre, pero si. Odio las canciones lentas.

—No saben divertirse. Pensé que estas fiestas serían más como el banquete luego de la justa.

—Oh no, Dios no permita que nos divirtamos, estas personas son refinadas—. Ricitos soltó una risotada.

—Refinadas mis-

—¡Rey Arturo!— Cenicienta interrumpió, algo la tenía nerviosa.

—¿Qué sucede?

—La reina Lillian me pidió que me asegurara de que usted abriera el baile esta noche...

—¿Qué? Otra vez no...

—Lo siento, chico. Puedo bailar contigo si quieres. Sé que la última vez te patee sin querer y te pise más veces de las que quisiera contar, pero, digo, solo si quieres, no es que te esté obligando a-

—Gracias Cenicienta, pero tal vez hoy sea el día en que finalmente averigüe qué pasa si no sigo el protocolo.

—No creo que sea buena idea, el que el Rey entre a bailar siempre ha sido una indicación para que empiece el baile para el resto, si no vas nadie va a levantarse y-

—Tal vez así se aburran más rápido y ésto termine antes.

—Pero todos aman bailar aquí...

—Alguien se podría levantar a bailar igual, no es como que alguien les pegará las piernas al suelo.

—Moralmente si.

—¿Cómo moralmente? No hay nada de moral en el estúpido protocolo.

—¿Por qué no han empezado a bailar?— Blanca Nieves se acercó a Arturo y Cenicienta, se estaba limando las uñas y no parecía realmente interesada en la discusión.

—Artie no quiere ir—. Cenicienta casi bailaba el tap de tanto que zapateaba de los nervios. Blancanieves por fin alzó la vista de su manicura.

—Niño, esa es una tradición que lleva existiendo desde que se fundó Muy Muy Lejano, no puedes ignorarla así nada más

—No me molestaría hacerlo algunas veces, pero tenemos bailes y banquetes cada dos días, ¡estoy harto!

—No es para tanto, escoge una chica linda y llévala al centro de la pista. Seguro que le haces el día y te quitas el pendiente de encima.

Artie azotó la cabeza sobre la mesa. A un lado, Ricitos había visto todo el enfrentamiento. Ella tomó otro vaso de champaña, y una vez más, lo tomó todo de un sorbo, Blanca Nieves vió a la chica y sonrió en aprobación. Ricitos dejó la copa en la mesa y luego golpeó a Artie en la cabeza, tirándole la corona.

—¡Auch! ¿Tú también?

—Dejá de lloriquear y levantáte.

—Dios...

—¿No escuchaste? ¡Que te levantes, principito!

—¡Ya te dije que no soy-

Antes de terminar, Ricitos tomó el brazo del muchacho y lo arrastró hasta la pista.

—Bien, ¿ahora qué sigue?

—¿No sabes bailar? Pensé que te gustaba—. Artie se incorporó.

—Si, me encanta, pero no así. Ahora dime qué sigue.

Arturo sacudió la cabeza y se resignó a cumplir con el protocolo.

—Bien, como sea—. Arturo se acercó a Ricitos y rodeó su cintura con un brazo y tomó su mano con el otro. Ella no sabía qué hacer con su otra mano. —Tú tienes que tomar mi hombro, y seguirme, iré lento-

—Nunca vayas lento conmigo—. Arturo sintió un escalofrío en la espalda, Ricitos nunca le dijo algo tan seriamente.

—Bien, no lo haré entonces.

Artie llevó a Ricitos por toda la pista. Los asistentes se acercaron a la pista como moscas hacia la miel.

—¿Por ésto es todo el alboroto? No está tan mal—. Dijo Ricitos.

—Supongo...

—¿Por qué no me llevaste a la pista desde el principio?

—Yo pensé que preferirías quedarte sentada a hacer ésto.

—Ridículo, principito, totalmente ridículo.

—Cuando me llamas así, haces quedar mal a la corona.

—Actúas como un principito cuando eres un Rey, yo creo que te queda—. Artie le pisó un pie a la chica a propósito, pero no consiguió la reacción que quería. Ella alzó una ceja y se rió. —Te recuerdo que llevo armadura. Si querés molestarme vas a tener que intentar otra cosa.

—¿Sabes qué?, entonces llámame como quieras, Mi Lady—. Ricitos frunció el ceño y Artie supo que había dado en el blanco.

—Oye, vos me impusiste ese título, no soy ninguna lady.

—Estás haciendo un berrinche por un nombrecito, suena a algo que haría una Lady.

—En ese caso ambos somos Ladys, Principito—. Artie miró a Ricitos, parecía realmente molesto esta vez. —¿Qué? Vos empezaste.

—No entiendes... Está bien, me da igual.

Ricitos sintió el cambio en el ambiente, tal vez se había pasado de la raya. Suele pasar con Bebé, pero ella no quiere que con Artie sea lo mismo; no sabe realmente por qué. Piensa en qué ha hecho las veces en que Bebé se enfada con ella y no están sus padres para reconciliarlos... Siempre ayuda ser honesta.

—Mirá, lo siento. No sé por qué te molesta, pero dejaré de llamarte así si me lo pides.

Artie se sorprendió tanto que se detuvo, y Ricitos casi se tropieza.

—Diablos, perdón—. Artie recuperó la forma y volvieron a bailar. —No, está bien, supongo que es un mecanismo de defensa. No es para tanto—. Ricitos lo mira incrédula. —¿Qué? Es verdad, solo es un tonto apodo.

Ricitos sabía que había algo que Artie no le estaba diciendo, no sabía si era que realmente si le molestaba que lo llamara así, o algo más.

—Hace poco conocí a alguien que me dió una lección importante, antes de conocerlo realmente, pensé que era sólo un perro tonto que no se daba cuenta de que lo habían despreciado y herido. Pero en realidad, era todo menos tonto, decidía ver el mundo de la mejor manera—. Artie la miraba atento. —Convirtió un ataúd en un suéter con el que taparse el frío. Todos aprendimos mucho de él—. Ella por fin alzó la vista para encontrarse con los ojos de Artie, que parecía algo confundido. —En el orfanato me llamaban de muchas maneras, creo que hubo una vez en que mi nombre no era Ricitos. Me decían cosas... No tan amables—. Ricitos podía ver la empatía en los ojos del chico. No era pena o lástima. —A lo que voy con todo ésto, es que si yo te digo principito no lo hago para lastimarte, y puede que haga como que me molesta que me llames Lady, pero sé que no lo haces con mala intención. Somos iguales vos y yo, ¿vale? no permitas que pase sobre tí.

—Bien—. Artie le sonrió. —A mi tampoco me molesta—. Ésta vez, sí convenció a Ricitos.

—Bien...

—Gracias.

—Para eso están los amigos, principito.

 

~ ♡ ~

 

El resto de la noche pasó tranquila. Luego de bailar, Ricitos se llevó un rato inspeccionando la mesa de bocadillos. Pensó que tal vez podría poner atención al tipo de postres que consumen los nobles, para decirle a sus padres y ampliar el mercado.

—¿Vos crees que los ricachones quieran comprarle pays a mis padres?— Le preguntó a Artie.

—Pues... Postres Horner siempre ha sido una empresa importante y no tendrían problema en conseguir clientes. Pero no creo que a la Señora Oso le parezca muy interesante aprender a hacer canapés.

—Cierto. Tal vez podrían-

—Hola Alteza—. Una voz conocida se escuchó detrás de Arturo, y el chico perdió toda animosidad.

—¿Ahora qué quieres Ginebra?

—Veo que no me invitaste a bailar.

—¿Qué quieres en serio? No pienso tocarte si puedo evitarlo—. La chica tenía una actitud distinta a la justa; parecía más enfocada y seria. Ricitos se puso delante de Arturo, para interponerse entre él y Ginebra.

—Me preguntaba cuándo empezarías a hacer tu trabajo. Debe ser difícil con ese peinado.

Ricitos trataba de mantener la calma, pero Ginebra era buena haciendo que le hirviera la sangre.

—Mira, minita—. Ricitos sacó una pequeña daga de su armadura totalmente equipada, y tomó la servilleta que tenía Ginebra en las manos para empezar a pulirla. —Vos y yo no jugamos el mismo jueguito. ¿Sabías que tengo licencia abierta? ¿Sabés lo que es eso? Significa que mientras tenga como excusa que estoy defendiendo al Rey Arturo, puedo herir, golpear, mutilar, o eliminar cualquier amenaza a la corona. Vos no querés que te vea como amenaza, ¿Verdad?—. Ricitos fingió que terminaba de limpiar su daga, en realidad estaba apuntando a Ginebra.

—No sabes a quién amenazas.

—No me importa—. Ricitos podía derretir murallas con su mirada. —¿Sabés? Me he divertido mucho con tu noviecito este último mes. Disfruto mucho aprovecharme de los cobardes—. Ginebra estaba furiosa, casi rompe la copa de vidrio que tenía en la mano.

—Ay, qué tierno, los fenómenos son amiguitos. Qué linda pareja, la salvaje y el inútil. Y yo que pensé que Artie moriría sin herederos—. Ginebra era sólo un poco más alta que Ricitos (sin considerar su cabello), pero parecía que quería aprovechar cada centímetro para intimidarla. —Está bien, supongo que puedo dejar que se vayan; pero el Príncipe Azul es mi primo, haría cualquier cosa por mí; me creería si le digo que el Rey ha despreciado su invitación, tal vez esa sea la gota que colma el vaso, tal vez así por fin el resto de nobles se den cuenta de que eres un bueno para nada y decidan quitarte la corona, no sería muy difícil.

—Si vas a seguir delirando, podemos irnos de una vez—. Artie tomó la mano de Ricitos antes de que ella decidiera estrenar su daga y la llevó a uno de los jardines del palacio del Príncipe Azul. —Me va a volver loco un día, lo juro. A veces solo quisiera... ¡Ugh! ¿De qué me sirve ser el Rey si no puedo hacer que me respeten los idiotas de Worcestershire?

Artie estaba molesto, ya en el jardín empezaba a caminar de un lado al otro, y había pateado una piedra muy fuerte.

—No entiendo... ¿Por qué es importante obtener el respeto de esa sarta de pelotudos? Has hecho otras miles de cosas buenas en el reino, ¿qué importan un par de idiotas?

—Ellos van a heredar los castillos y feudos del reino, hoy lidio con sus padres, mañana lidiaré con ellos.

—Pero sos el Rey, si vos decís algo ellos deben obedecer—. Eso hizo reír a Arturo.

—Ojalá fuera tan fácil. Sin ellos el reino no funciona. Tal vez funcionaría mejor sin mí

—Artie, no digas boludeces. El reino es mejor desde que sos el Rey. Sin ofender al difunto Rey Harold, pero todas las cosas que él no hizo, tú sí. Sin tí yo jamás habría podido ser Guardia Real, ni mi familia podría tener un negocio, ni podría participar en una tonta justa—. Artie encontró una banca en el jardín y se sentó en ella, aún desanimado. —No seas tan duro contigo—. Ricitos se sentó a su lado y colocó su mano en el hombro de Artie.

—Lo siento. Es solo que Ginebra... Ella es como una especie de maldición para mí, pareciera que su único propósito es recordarme que aún puedo ser el chico flaquito, torpe, huérfano y solitario que fuí toda la vida. No importa si soy el Rey de Muy Muy Lejano o el Rey del mundo.

—Vale, sos flaquito, sos huérfano, y tal vez un poco torpe si hablamos de tus clases de defensa personal-

—Gracias por el consuelo.

—Callá. Nada de eso te hace menos que ellos, además, ya no estás solo. Y es cierto lo que le dije a la estirada esa, lo investigué. Puedo hacer casi cualquier cosa. Si veo necesario ponerla en mi regazo y darle un par de nalgadas, sería legal—. Artie la volteó a ver con una expresión muy, muy confundida y hasta preocupada. —No es que quiera hacerlo...  Aún.

Artie volvió a mirar al suelo. Ricitos suspiró.

—Me preocupa que olvides tan rápido todas las cosas buenas que has hecho porque una bocona estaba aburrida y vino a molestar.

—No es nada nuevo.

—Entonces supongo que parte de mi trabajo como guardia y amiga por contrato; es recordarte lo bueno que sos hasta que puedas verlo por tu propia cuenta—. Ricitos sonrió a Artie, y él volteó a responderle la sonrisa. Puso su mano sobre la de ella.

—Gracias.

Ricitos sintió que cada día que pasaba al lado de Artie, había más cosas que le intrigaban sobre él. De por sí ya está bastante agradecida de que no la vea con miedo o con asco como hacían el resto de niños en el orfanato. Ella imaginaba que había una flama en su pecho; un fuego que ardía con su corazón cuando deseaba algo; como cuando quiso escaparse del orfanato, o cuando supo sobre el último deseo, o cuando se enfrentó a Lancelot y se propuso a vencerlo. Justo ahora, ese fuego tenía el propósito de darle calidez a Artie, acompañarlo. Ese mismo fuego le susurró una idea.

Ricitos se acercó a darle un beso en la mejilla a Arturo. Él se sorprendió y se llevó una mano a donde hacía un momento habían estado los labios de la chica. El pobre estaba rojo como un tomate y sus ojos azules brillaban de asombro. Verlo así le hizo gracia a Ricitos.

—Hay que regresar al palacio, es tarde—. Dijo Ricitos. Artie seguía confundido, pero empezaba a espabilar. —Y no sé vos pero yo no quiero pasar un minuto más acá.

—¿Por qué- No tenías que-

—Callá. Vámonos antes de que haya demasiado tráfico con los carruajes—. Ella se levantó y tomó a Arturo del brazo para ayudarlo a ponerse de pie.

—Lo que tú quieras, mi lady.

Notes:

Disculpen el capítulo tan corto, pero sólo le sé al slowburn y para mi ya pasaron demasiadas cosas aquí JAJAJAJ
No se acostumbren a las actualizaciones tan seguidas, porque acabarán pronto mi gente, ya dejé pendiente mi otra historia en un punto importante por seguir acá, ya toca darle a la otra.
En fin, me alegra que le esté yendo bien a ésta historia (gracias a las aprox. 7 personas que leen esto, por ustedes le sigo ajjsaj), ojalá les siga gustando, amo cuando interactúan, me gusta leerles!! GRACIAS POR LEER!!!

Chapter 5: Luces en el pantano

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Artie solo había sido Rey por un par de años, pero sabía perfectamente cuál era su época favorita del año, el único momento en el que podía dejar al Reino en manos de alguien más sin temor a que todo se fuera al demonio. Además, podía ver de nuevo a Shrek, a Fiona, a los niños, y la Tía Lillian y Ricitos irían con él. Si, en definitiva el mejor momento del año, tal vez sólo Día de Brujas podía hacerle competencia. Solo... Había un detalle que le molestaba; tendría que hacerse cargo de eso después, ahora podría disfrutar de estar fuera del palacio.

En realidad, sabía bien que a Shrek no le gustaba recibir a tantas personas en su hogar, pero Fiona, siendo una persona social y amigable, necesitaba interactuar con más personas fuera de su familia inmediata. Tal vez, pudieran ir a nadar en el lodo como lo hicieron el año pasado, había sido muy divertido, incluso cuando Felicia le había lanzado una enorme bola café que él esperaba con todo su corazón que fuera solo lodo.

—Ché, principito, apura que no tenemos mucho tiempo.

—Es verdad, Artie, tenemos que salir antes de que sea mediodía o no podremos armar el campamento a tiempo.

Burro, Pinocho, Jengibre, y Gato iban a llegar en poco tiempo al campamento, y Fiona, Shrek y los trillizos los esperaban en el punto de encuentro para ayudarles con la carpa. Artie mentiría si no dijera que está emocionado, incluso una excusa tan cursi como ir a ver las luciérnagas en su temporada de apareamiento; además, la verdad es que las luciérnagas si se ven preciosas y es algo por lo que vale la pena caminar hasta el centro del pantano, por lodo, lagos, piedras resbalosas y humedad.

Artie se apresuró a cargar el resto de cosas que habían dejado en el carruaje, para adentrarse en el pantano; Ricitos iba frente a los demás, parecía que conocía el pantano como la palma de su mano. Artie disfrutaba bastante el camino, incluso cuando se cansaba de cargar maletas, palos de madera y telas; había visto muy poco del pantano, así que se asombraba silenciosamente con cada flor, árbol y criatura que cruzaba su paso.

—¡Mamá!, ¡Artie! ¡Bienvenidos!

Fiona los divisó a lo lejos, y alzó un brazo para que la vieran a ella. Llevaba a Fergus recargado en su cadera y Felicia y Farckle se escondían tras su falda. Shrek estaba cargando un alto mástil de madera que alzó una gran carpa.

—¡Vientos, Shrek! Me cae que siempre haces bien tu trabajo.

—Siempre hago todo el trabajo, Burro.

—Yo te echo porras, también es parte de la chamba—. Burro cruzó la mirada con Artie, inconsciente de la furiosa cara de Shrek. —¡Mira Shrek, ya llegó tu suegra!

Shrek se levantó lentamente, con una mano en su espalda, se veía adolorido y sólo pudo saludar a Artie agitando la mano.

—¡Tío Artie!— Felicia alzó los brazos hacia Arturo y él la cargó y la alzó por el aire. Artie olvidó lo mucho que pesaban los bebés ogro, pero lo recordó muy bien cuando tuvo que cachar a su pequeña sobrina de vuelta.

—¡Uy!- Haz crecido mucho, Lizzie.

—Shrek la consiente demasiado—. Dijo Fiona mientras le daba un beso en la mejilla a Arturo y luego abrazaba a su madre. —¿Tuvieron un buen viaje?

—Si Fiona, gracias por ayudarnos con la carpa, nos ahorraron mucho tiempo.

—No es nada Artie, así tenemos más tiempo para pasarlo juntos—. Fiona le sonrió a su primo, una sonrisa cálida que no tardaría mucho en volverse traviesa. —¿No vas a presentarme a tu amiga?

—Ay, por supuesto, que tonto—. Artie hizo señas a Ricitos para que se acercara. —Ella es Lady Ricitos Oso de Beithir; es mi nueva guardia real, acaba de tomar el puesto hace un par de meses.

—Es un honor, Alteza—. Ricitos y Fiona estrecharon las manos.

—El honor es mío, he escuchado muchas cosas buenas sobre ti.

—¿De mí?

—Mamá manda mucho correo últimamente—. Fiona le guiñó un ojo a su madre, que solo se rió. Artie se sorprendió, ¿Qué tipo de cosas le decía Lillian a Fiona en sus cartas? ¿En serio le prestaba atención a Ricitos como para hablarle de ella a Fiona?

—Lo lamento, debería escribirles más seguido—. Dijo Artie mientras bajaba a Felicia de sus brazos. La pequeña se acercó a Ricitos e intentaba alcanzar la cota de malla de la falda de la chica.

—No te preocupes, Artie. Mamá se encarga de mandarnos tus saludos siempre. Ven, Shrek y Burro se alegrarán de verlos.

 

~ ⚜️ ~

 

Después de saludar a todos, Artie entró a su carpa. No tardó mucho en desempacar, había pocas cosas que consideraba necesario llevar en su maleta, un viejo hábito del orfanato.

Trató de recordar el itinerario del año pasado. Aún faltaba que llegaran muchos de los invitados, la familia de Ricitos, por ejemplo. Una vez que todos llegaran y se instalaran, habría un banquete para todos; luego irían al estanque a qué los niños fueran a chapotear, cuando fuera de noche, sería momento de ver las luciérnagas y el día siguiente, a primera hora... Arturo en serio no quería volver ahí; el año pasado fue porque quería ser cortés y estaba demasiado entusiasmado por formar parte de esas cosas que hacen las familias; pero ya no.

Se preguntaba cuál sería una buena excusa. Tal vez si dijera que le dolía el estómago, pero eso haría que su tía Lillian quisiera regresar antes al castillo; esconderse en el bosque para fingir que se perdió tampoco era buena idea, Fiona y Lillian lo buscarían antes de ir ahí, solo retrasaría lo inevitable... Se le estaban acabando las ideas.

—¡Gato!, Qué bueno verte—. La voz de Fiona sonaba afuera; así que salió a saludar.

—¡Artie! Mi amigo, ¿Cómo van las cosas en el palacio?— Gato tenía esa animosidad de siempre, pero comparado con la última vez que lo vió, parecía más sereno. Se preguntaba qué le habría pasado.

—Hola Gato, todo va bien.

—Me alegra, muchacho. Ven, tengo que presentaros a mi familia—. Gato señaló a una felina blanco y negro, y a... Alguien más. No estaba seguro de su especie. —Ellos son Kitty y Perrito.

—Mucho gusto, llámenme Artie.

—¿Tú eres Artie? ¿El Rey?— Preguntó la gata.

—Él mismo.

—Es un placer, majestad—. Kitty hizo una reverencia.

—Ay, no, por favor no, está bien así. Digamos que justo ahora estoy de vacaciones.

—Oh, bien entonces.

Perrito se acercó a Artie, él no hizo reverencia, solo le sonreíay su colita ida de derecha a izquierda a gran velocidad.

—¡Yo soy Perrito!

—Oh, hola, creo que no te conozco.

—Gato nos ha hablado de ti, pero para ser sincero, no te imaginaba así.

—¿En serio?— Artie sintió un escalofrío. —E-entonces qué imaginabas.

—Oh, no mucho, solo no esperaba que fueras solo un niño.

El primer instinto de Arturo, fue fruncir el ceño, pero no estaba enojado... Más bien, estaba sorprendido.

—Yo... Tengo 18 años.

—Oh sí, lo pareces. Me refiero a que me sorprende que seas un Rey tan bueno a tan corta edad. Debes ser muy bueno en lo que haces, y tienes muy buenos amigos, eso es importante, un trabajo así de estresante requiere de una fuerte red de apoyo.

—¿Red de qué? Creo que me das demasiado crédito, amiguito.

—No te subestimes, ya has hecho muchas cosas increíbles y si mis cálculos no se equivocan, no llevas ni cinco años en la corona.

—Yo... Gracias, Perrito—. Artie no se sentía tan extraordinario como Perrito lo hacía sonar, ni creía que fuera un buen Rey, no lo suficiente.

—Lo lamento, no quería que te sintieras triste. Soy un perro de terapia, ¡tal vez pueda ayudarte a sentirte mejor!

—No creo que sea necesario.

—Oh, deberías preguntarle a Gato, hago un muy buen trabajo—. La sonrisa de Perrito iluminaba el pantano entero. —¿Quieres empezar rascando mi panza?

—Eh... No, gracias, estoy bien.

—¡Vamos! Te sentirás mejor.

—En serio estoy bien.

Ricitos, en su armadura cobriza se acercó a salvar el día.

—¡Ché, Perrito! ¿Qué hacés por acá?

—¡Ricitos! Vine con Gato, todo el Equipo Amistad está aquí.

—¿Ustedes se conocen?— Preguntó Artie.

—¡Pues claro!— Perrito volteó a hablar con Ricitos. —¿Ustedes se conocen?

—Soy la Guardia Real.

—Vaya, ese sí que es un trabajo perfecto para ti. ¡Te ganaste la lotería de la orfandad y la de los empleos!

Artie recordó el baile del Príncipe Azul (era difícil olvidarlo) y entonces ató los cabos. Perrito era de quién Ricitos le había hablado, del que había aprendido tanto (aunque aún no sabía qué era exactamente lo que había aprendido).

—Gracias, Perrito—. Ricitos le guiñó un ojo. —¿De casualidad mi familia vino con ustedes?

—Vienen justo detrás de nosotros.

Ricitos sonrió y echó a correr hacia el camino, y no tardó mucho en volver sobre la espalda de Papá Oso.

—Rey Arturo, gracias por cuidar de nuestra Ricitos—. Exclamó Mamá Osa desde lejos.

—La verdad es que ha sido ella quien ha cuidado de mí—. Dijo Artie. Pensó que Ricitos debía tener calor porque su rostro se veía más colorado de lo normal.

—Y gracias por ese título tan chulo que nos ha dado—. Bebé caminaba orgulloso y con la cabeza bien arriba. —Creo que me queda como anillo al dedo. Lord Bebé Oso de Beithir...

—Dejá de pavonearte, Bebé. Solo es un nombrecito.

—Si a vos no te gusta no es mi problema, yo soy Lord Bebé Oso de-

—Si Bebé, ya nos ha quedado claro—. Papá Oso interrumpió a su hijo y volvió a ver a Artie emocionado. —Les hemos traído una ración de nuestros mejores pays. Yo mismo los he probado.

—¡¿Los probaste?!— Mamá Oso gruñó a su esposo. —Decíme que no hiciste lo que estoy pensando.

—Uno que otro tendrá un dedazo, pero esos me los como yo—. El pelaje café de la Osa se erizó y Ricitos saltó gracilmente a la espalda de su madre y le abrazó la cabeza.

—Calma mamá, hay mucha comida, seguro que incluso nos sobran—. La chica logró que su madre al menos dejara de ver a su esposo con furia asesina.

—Bien, como sea, será mejor que desempaquemos antes de que empiece la merienda—. Mamá Osa aún se veía molesta. —Y vos, viejo—. Señaló a Papá Oso. —Ya me escucharás después.

Artie vió partir a Ricitos y a su familia. Alguna vez, Ricitos le habló de ellos, de su deseo que al final se habría cumplido desde hacía mucho tiempo. Cualquiera pensaría que Artie no comprendería por qué Ricitos querría una familia "perfecta"; pero en realidad si lo hacía.

Artie tenía recuerdos claros de su madre, aunque le gustaba más pensar en ella antes de que su padre los dejara y antes de que ella enfermara. Recordaba su largo cabello dorado cayendo como cascadas en la cama cuando salía de la bañera, aún oliendo a leche y agua de rosas. Ella tenía una voz fuerte, no necesitaba gritar para marcar su autoridad, ni para dejarle claro a Arturo cuánto lo amaba. Recordaba a sus padres tropezando en el estudio de su padre aquella vez que intentaron enseñarle a bailar. Ella cantaba terrible, y bailaba todavía peor.

Tal vez si hubiera sabido de la estrella del deseo, la habría perseguido. Habría pedido que Igraine Pendragon volviera a la vida y poder tropezar mil veces con la alfombra de su padre todos los días porque no sabía seguir el ritmo.

No recuerda cuando su madre enfermó porque nunca lo dejaban entrar a su cuarto por temor a que se contagiara, pero tiene muy claro que su primer día en el orfanato llevaba ropa de luto. Era como si su padre no pudiera perder el tiempo antes de huir de él, de lo que le quedaba de ella. No es que Artie quisiera vivir con el viejo Uther Pendragon, pero tal vez pudo haber fingido un poco de interés por su hijo recién huérfano.

Artie se ha determinado a no olvidar jamás esas cuatro cosas. Su cabello, su voz, la oficina y la ropa negra.

Nunca ha tenido el coraje de preguntar a Lillian sobre su padre, pero él supone que es mejor así. No soportaría verlo de nuevo, ni siquiera para reclamarle. Algo le dice a Artie que Uther tampoco soportaría verlo; porque recordar a su madre es fácil cuando se mira al espejo. Tiene sus mismos ojos verdes, su nariz está llena de pecas y si se esfuerza en sonreír, puede verla claramente.

A veces, la puede ver en Lillian también. Se pregunta qué diferencias podría encontrar entre Igraine y Lillian si ambas estuvieran ahí en ese momento. ¿Quién tendría más arrugas?, ¿Cuál de las dos tendría el pelo más gris?, ¿Se reirían a la hora del té por las mismas cosas? Pero no había forma de saber, y tendría que vivir con eso.

Bueno, había una pregunta más que solía vagar su mente. ¿Qué habría pasado si Igraine hubiera dejado una última voluntad?, tal vez podría haberle pedido a su prima Lillian que cuidara de su pequeño Arturo porque no podía contar con Uther. Tal vez podría haber dejado una carta, una despedida... Por Dios, algo, cualquier cosa a la que aferrarse. Pero no tenía nada, al menos nada físico.

Aunque algo dentro suyo ardía, una especie de exigencia, pero no era hacia su padre, o su madre... Era hacia Lillian y Harold. "¿Qué tan difícil es para un Rey mandar a alguien para que se encargue de un niño que bien podría salvarle el pellejo a la hora de heredar la corona?".

—¿En qué piensas?— Perrito lo sorprendió tanto que casi lo patea del susto.

—¡Dios!, alguien debería ponerte una campana.

—¿Tú crees? Tal vez sea buena idea, me gusta cómo suenan—. Perrito movía su cola emocionado. —Entonces, ¿En qué piensas?

—En... Ricitos—. Artie no tardó mucho en darse cuenta de lo que acababa de decir, su cara inmediatamente se tornó de un brillante tono carmín. —¡No!, No pienso en Ricitos. E-es decir, claro que pienso en ella, solo no ahora, ¡O nunca! Ahora que lo pienso nunca pienso en ella, es más-

—¿Por qué? Es bueno pensar en nuestros amigos, las personas que queremos ocupan un lugar en nuestra mente y en nuestro corazón. ¿Le has dicho que piensas en ella? También es bueno que los demás sepan que los queremos-

—No, está bien. Mentí—. Artie suspiró y  bajó la velocidad. —Quiero decir, claro que pienso en Ricitos, pero justo ahora no pensaba en... ella específicamente—. Artie deseaba que una de las arenas movedizas del pantano estuviera justo debajo de él y lo devorara entero.

—Oh, bueno. Lo que sea que estuvieras pensando entonces, no me lo digas si no quieres, pero tenías una expresión... Triste, pero triste de amor, ¿Sabes? Aunque al final te veías enojado—. Artie se estremeció.

—No debería quedarme aquí parado pensando en estupideces mientras Shrek se parte la espalda levantando mástiles—. Artie pensó que debería cuidarse de Perrito, porque siente que se vuelve una libro abierto para él en cuanto se le acerca.

—¡Entonces vayamos a ayudar!— Perrito caminó hacia Shrek. —¡Oye amigo, queremos ayudar!

—¿Y éste quién es?

—¡Soy Perrito!

—Ah ya, el terapeuta de Gato...— Shrek no se escuchaba muy entusiasmado, y luego de levantar cinco pilares de madera, era difícil culparlo.

—Soy más su amigo que su terapeuta. Venimos a ayudar, ¿Qué podemos hacer?

—¿Tú y cuántos más?— Perrito volteó hacia atrás para buscar a Arturo, cuando él y Shrek cruzaron miradas, supo que no habría marcha atrás.

—¡Por aquí!

Caminó de mala gana hacia donde estaba Shrek.

—Vaya ánimos, niño—. Dijo Shrek, sonriendo amablemente a Artie. El chico respiró hondo y se enderezó.

—Bien, ¿Por dónde empezamos?

—Si me pueden ayudar con algo, es alejando a Burro de aquí—. Shrek parecía estar a punto de reventar una vena sólo con mencionar a Burro.

—¡Oh, oh! ¡Yo soy bueno haciendo compañía!— Perrito salió corriendo a buscar a Burro, mientras preguntaba a todo aquel que se le cruzara "¿Tú eres Burro?".

Artie se quedó con Shrek para levantar el resto de carpas. Era finales de primavera, el calor y la humedad eran insoportables.

—Te has vuelto más fuerte, Artie. Cuando te conocí no podías levantar ni una espada de madera.

—He crecido, Shrek.

—Es lo que veo, chamaco—. Shrek tomó una cuerda y le arrojó el otro extremo a Artie. —Bien, a las tres, una, dos, tres-

Ambos jalaron y alzaron la última tienda juntos. Una vez que la amarraron al suelo, Shrek se levantó y se tronó la espalda.

—Te estás haciendo viejo—. Artie se burló.

—No iba a ser el mismo joven ogro por siempre. No después de los trillizos.

—Son igualitos a ti.

—¿Verdes y feos?

—Iba a decir amables, aunque testarudos.

—Ven acá—. Shrek raspó la cabeza de Artie con sus nudillos mientras se reía.

—¡Déjame en paz, viejo ogro!

—Sáfate tú solo, quiero ver qué lo intentes—. Shrek definitivamente no esperaba que Artie lograra derribarlo y ponerlo en un candado.

—¡Ya estuvo bueno!— Artie soltó al ogro y se soltó a reír. —Ya no hay respeto por los mayores.

—Nunca lo hubo.

—¿Cuándo fue que mi suegrita te enseñó a hacer eso?

—No lo hizo, fue Ricitos. Mi tía Lillian no me ha dado clases desde hace más o menos dos meses.

—¿La niña oso con armadura?

—Sip.

Cuando Shrek notó una brillante sonrisa en la cara de Arte, cambió su expresión de sorpresa por una sonrisa pícara.

—Con razón desde hace rato actúas como un baboso.

—¿Cómo qué?

—No te culpo, si algo hizo que me enamorara de Fiona fue verla golpear a un montón de rufianes en medio del bosque.

—¿Por qué hablamos de Fiona ahora?

—Y ya les caes bien a sus padres, vas por buen camino.

—Un momento... ¿Crees que Ricitos-? ¿Que yo-?, Tú no sabes nada, ogro tonto.

—Oo-oh pero claro que lo sé. Mi amigo Artie, te ha flechado cupido, ¿Apoco no?

—Por supuesto que no, es mi guardia y mi amiga. ¿Sabes cuántos amigos tengo?

—Ay Arturo, no voy a detenerme a contar a cada-

Uno, a ella. El resto de personas, animales y seres mágicos que me hablan con mi consentimiento son familia. Cómo tú.

—Ella también podría ser tu familia si te lo propones. Pude conquistar a Fiona dos veces, puedo darte uno que otro consejo.

—No necesito- Espera, ¿Dos veces?

—Oh, cierto. Es una larga historia y no me enorgullece contarla, algún día te diré.

—Shrek, eres todo un caso—. Artie se levantó y sacudió la tierra de la ropa. —Iré a ver si Fiona necesita mi ayuda con la comida.

—¡Cobarde! ¡Vuelve acá a hablar de tus sentimientos!

Artie ignoró a Shrek y se alejó entre risas.

 

~ ⚜️ ~

 

Cuando el sol empezaba a ponerse y la comida empezaba a acabarse, apagaron la fogata que estaba en medio del campamento, y Shrek y Fiona anunciaron que sería momento de adentrarse un poco más al pantano. El momento había llegado.

Shrek llevaba una linterna con hadas encerradas para iluminar el camino, y todos lo seguían. Artie prefirió quedarse atrás, a cualquiera le parecería tenebroso el pantano en la noche, pero a él le parecía encantador. Además, quería reflexionar un poco sobre lo que le había dicho Perrito, y el sentimiento incómodo que le genera cuando está cerca. ¿Qué es?, ¿Qué es?

—Vos te estás quedando—. Ricitos habló desde lo alto de un árbol. Artie alzó la vista pero no podía ver en dónde estaba Ricitos, estaba muy oscuro.

—¿Dios? ¿Eres tú? ¿Por fin vienes a recoger mi alma en pena?

—Sos pelotudo.

—Estoy hecho a tu imágen y semejanza.

Ricitos soltó una carcajada y Artie solo logró ver un destello del cabello amarillo de la chica balanceándose por las ramas de los sauces antes de que aterrizará justo a su lado.

—No me molestaría que me veas como una divinidad.

—Si, un demonio—. Ricitos golpeó a Artie en el hombro. —¡Auch! Relájate, no estamos en clase.

—Nunca es mal momento para practicar.

—Creo que ya tienes demasiado trabajo. Debería recordarte que ser guardia y ser espía son cosas distintas.

—Y yo que venía a hacerte compañía...

—Estabas observándome desde la copa de los árboles. ¿No deberías de protegerme de personas mal intencionadas como tú?

—Para tu suerte, tengo todo el derecho real de espiarte tanto como quiera mientras sea por tu seguridad.

—Oh claro, hay muchísimas amenazas en el pantano. Escuché que había demonios en los árboles que vuelven locos a los viajantes.

—Muy chistosito—. Ricitos abrazó el brazo de Artie. Había un libro sobre animales del resto del mundo; en la isla más grande de la tierra, hay un animal que llaman "Koala"; desde que vió la ilustración, no pudo evitar pensar en ellos cada que Ricitos hacía eso. —¿Qué hacés acá atrás?

—Me gusta el pantano en la noche, además no quería que Perrito me interrogara de nuevo.

—¿En serio? ¿Qué te ha dicho?

—No es importante.

—Ay, principito. Si alguien debes escuchar es a Perrito.

—Si, imaginaba que dirías algo así.

—¿Entonces por qué no escuchás?

—Decía cosas... Demasiado mías. ¿Tiene sentido?

—Claro que sí. Pero dale un poco de tiempo.

—Seguro...

Artie y Ricitos siguieron caminando en silencio por un rato. No pasó mucho tiempo hasta que el pantano empezó a iluminarse de un verde brillante.

—¡Mirá, Artie!

A Artie le pareció divertido ver a Ricitos tan emocionada.

—Pensé que habías crecido en el pantano.

—Así fue.

—Me imaginé que esto te parecería incluso aburrido, lo has de haber visto miles de veces.

—Si, y lo he esperado con ansias cada año. Vos deberías estar más emocionado.

—¡Lo estoy!— Ricitos se separó un poco de Artie y alzó una ceja. —¿Qué? Es enserio, ¿Quieres que baile y brinque?— Hizo reír a Ricitos.

Dejaron de hablar un momento para mirar a su alrededor, las luciérnagas hacían parpadear su luz, y formaban patrones bellísimos. Artie pensó que tal vez, un día podría pedirle a la esposa de Burro que lo lleve en su espalda durante la noche, para ver si las estrellas se verían tan cerca de él como las luciérnagas en el pantano. Trató de formar constelaciones, pero no logró mucho.

Arturo pensaba que, aunque las hadas también tienen un brillo especial, las luciérnagas le parecían mucho más imposibles que cualquier cosa mágica, se sentían demasiado cerca de su propia mundanidad y aún así, existían, y eran magníficas e hipnotizantes.

Volvió a ver a Ricitos, que estaba casi tan embriagada en el momento como él. Las luces verdes destellaban en sus enormes ojos azules... ¿O eran verdes? Artie pensaba que dependía del día, porque les había prestado atención, siempre se preguntó de qué color se verían si se acercaba lo suficiente, pero obviamente nunca lo iba a averiguar. Sería muy raro, tal vez sea mejor sólo preguntarle.

Como si pudiera sentir la mirada de Artie sobre ella, Ricitos volteó lentamente hacia él, claramente aguantando la risa. Dios, Artie debía verse como un idiota.

—¿Qué estás mirando, principito?

—¿Nada?— Ricitos se llevó una mano a la boca para tapar su sonrisa. Que lástima, Artie adoraba verla sonreír.

—Vení, Artie—. Ella tomó su mano y se lo llevó fuera del camino.

—¡Espera! No podemos separarnos del resto.

—Claro que podemos, conozco este lugar a la perfección, no nos pasará nada.

—Yo no estaría tan seguro...

—Calla y vení, quiero mostrarte algo.

Arturo decidió confiar en Ricitos, no es que fuera muy difícil. Ella podría decirle que es momento de invadir los reinos vecinos y lograría convencerlo de que es una buena idea. Tal vez eso sea peligroso, afortunadamente ella es brillante. Artie siempre notaba que en sus lecciones ella prestaba más atención que él; a veces, se aventuraba a preguntar algo que a Artie no se le habría ocurrido en un millón de años. Hacía que Artie pensara seriamente en buscar la forma de heredar la corona a ella, porque sería una excelente reina. Leía mapas como nadie, y podía oler las malas intenciones de cualquiera mucho antes que Artie, era feroz, pero justa; poderosa, pero gentil. Tenía un buen juicio; así que si ella quería entrar en el pantano en el punto más oscuro de la noche, Artie estaría gustoso de seguirla. No sin quejarse, claro.

—Llegamos—. Ricitos se detuvo en un gran campo de pastizales que llegaban hasta la cadera de la chica.

—¿No habrá serpientes aquí?

—¡Shhh! Guardá silencio.

—Pero-

Ricitos puso su dedo índice en los labios del muchacho.

—Caminá despacio, ven—. Ricitos se adentró más en el pastizal. Arturo la siguió y conforme avanzaban, más luciérnagas despertaban a su alrededor.

Ricitos volteó a ver a Artie con una sonrisa enorme y él solamente pudo imitarla. Ella tomó las dos manos de Arturo entre las suyas y lo hizo dar vueltas y vueltas. Ricitos tropezó con algo y lanzó a Artie por encima de su cabeza y cayó de espalda en la tierra. La chica reía tanto que se contagió.

—Bien, debo aceptarlo, fue una buena idea venir aquí—. Artie estaba recostado entre el pasto alto, miraba hacia arriba y no podía distinguir entre las luciérnagas y las estrellas. Era precioso, Artie hizo todo lo que pudo para registrar en su mente cada segundo. Incluso sin las luciérnagas, la vista era preciosa, se veían el doble de estrellas en el cielo que en Muy Muy Lejano.

—Ya deberías saber que siempre tengo razón.

—¿Incluso aquella vez que estabas segura de que el saco en la cocina era de harina y resultó ser sal?

—Mirá que yo no sabía que había tanta sal en el reino como para ponerla en un saco de ese tamaño.

—El pastel sabía terrible. Uno pensaría que siendo hija de los dueños de la más importante empresa de pays, sabrías la diferencia entre la sal y la harina.

—¡Si la sé!

—¿Y qué tal la vez que-

—¿Llevás récord de todas las veces en las que me he equivocado?

—Solo de las graciosas.

—Es justo.

—¿Sabes?— Empezó Artie. —Podríamos quedarnos aquí un buen rato.

—Si, me gustaría envejecer y arrugarme justo aquí. Incluso después de la temporada de luciérnagas.

—¿Crees que nos crezcan raíces después de un par de años?

—Tal vez. Ojalá me convierta en un pino.

—Yo creo que me vendría mejor un sauce.

—Por una vez sería más alta que vos—. Artie se rió.

—Oye, ¿Crees que podamos escondernos aquí un par de días?— Ricitos se sentó de inmediato y caminó hacia Arturo.

—¿Y vos de qué querés escapar ésta vez?

—¿Qué? De todas formas son mis vacaciones, más o menos.

—Artie...

—¡Bien! No quiero ir al estanque mañana...

—¿Qué tiene de intimidante unos cuantos sapos? Sos amigo de Shrek, no creo que sea un reto realmente.

—¡No le tengo miedo a los sapos, boba!—Artie se sentó y chocó con Ricitos, y vaya que la chica tenía una cabeza dura.

—¿Entonces?— preguntó ella aún sobando su frente.

—Es el lugar en el que se conocieron mi tía Lillian y el Rey Harold.

—Sigo sin ver el punto.

—Ahí está la familia del Rey Harold, creo que es demasiado personal de Fiona y mi tía Lillian, pero insisten en incluírme. He pensado todo el día en cómo zafarme de ir.

—Pero...— Ricitos se sentó a un lado de Artie. —Las estás acompañando, ¿No? Ellas te quieren ahí.

—Yo preferiría que no lo hicieran.

—¿Pasó... algo malo el año pasado?

—No exactamente. Me dieron náuseas apenas llegué y tuve que vomitar en un tronco hueco, que probablemente Shrek tuvo que limpiar.

—Mi madre hace buenos remedios para el mal de estómago.

—No creo que sea por enfermedad—. Ricitos miraba a Artie con muchísima preocupación. Artie suspiró. —Creo que todavía le guardo algo de rencor... Él y Lillian sabían de mi existencia, y no hicieron nada por ayudarme. Creo que no me siento cómodo haciendo tanto por él cuando él no hizo nada por mi.

Arturo empezó a sentir náuseas, pero al mismo tiempo se sentía más ligero.

—Bueno, estás en todo tu derecho. Siendo sincera, no sé qué hizo en todo su reinado. Apenas llegaste vos y las cosas empezaron a avanzar.

—Es que... No entiendo por qué no hizo nada. Cuanto menos mi tía Lillian me ha cuidado estos últimos años, pero él... No puedo creer que tenga tantas cosas contra un viejo sapo que ni siquiera conocí—. Ricitos se acercó a abrazar a Arturo.

—Tu tía no sabía que en realidad era un sapo, ¿Verdad?

—No...

—No me imagino guardar un secreto así de la misma persona por la que dejé todo lo que conocía atrás. Debió estar asustado; si los nobles se hubieran enterado antes, no sé qué hubiera sido de él.

Arturo no se había detenido a pensar en eso. Siempre le habían hablado del Rey Harold como este gran padre, hombre y Rey. Su rostro como humano y como sapo y las expectativas que había dejado sobre él estaban en todos lados. No se había puesto a pensar en eso, es decir, Fiona había crecido en la torre porque su padre temía que el reino se enterara de su hechizo. Tal vez no quería que su hija viviera el mismo miedo que él. Tal vez no hizo nada por mejorad el reino porque estaba muy ocupado manteniéndose de pie.

Sin embargo, cualquiera de esas cosas habían dejado demasiadas cicatrices a su paso; pero ese entendimiento era un comienzo. No lo iba a perdonar por olvidarse de él, pero sabía que tampoco iba a seguir sintiéndose terrible por siempre.

—Creo que es momento de regresar, mi lady.

—¿Vos no querías quedarte aquí hasta que te salieran raíces?

—Ah, no, hablaba muy en serio. Pero creo que se van a preocupar si no nos ven en un rato.

—Deja que imaginen lo que estamos haciendo—. Ricitos se acercó a Artie más de lo que estaba acostumbrado, sintió cómo la sangre caliente inundaba su cara. —Tal vez crean que estamos chapando— Ricitos se echó a reír. Artie sabía muy bien que unos de los pasatiempos favoritos de la chica era molestar al Rey.

—Dios, Ricitos, ¡Qué asco! Hazte para allá—. Artie la empujó.

—¿Acaso no te gusto?— La chica estaba haciendo un puchero burlesco que normalmente Artie habría calificado como adorable. Justo ahora, estaba llevando al pobre chico al límite.

—No seas boba.

—Tal vez si te despeino...

—¡Ricitos, déjame en paz!

—¿Crees que la Reina te regañe o te felicite?

—¡Te voy a despedir!

—Entonces voy a hablar con el sindicato.

—¿A qué idiota se le ocurriría crear un sindicato para la guardia real? ¡Sólo estás tú!

—A vos. Me incluíste en el sindicato de trabajadores de la corona.

—Por supuesto...—Ricitos casi gritaba de la risa, Artie sólo podía mirar mientras la chica se retorcía. Ricitos trataba de recuperar el aliento.

—Bien, bien... Vayamos de vuelta. Ya me he divertido suficiente a tus expensas. Al menos por hoy.

Ambos regresaron con el grupo, y para la suerte de Artie, todos estaban demasiado ocupados admirando a las luciérnagas. Eso o fingieron que no habían notado nada. Como haya sido, le dió a Artie las fuerzas necesarias para que, al día siguiente pudiera poner su mejor cara solemne en el estanque. Esta vez, regresó tranquilo a Muy Muy Lejano.

 

Notes:

Este capítulo es más largo de lo normal, pero la verdad es que lo escribí en la mitad del tiempo que los demás, supongo que estaba inspirada, me puse a escuchar solamente la playlist que hice para este fic en repetición toda la semana JAJSJJA.
Sin embargo, les vuelvo a recuerdar que no es bueno que se acostumbren, porque no sé cuándo deje de hiperfijarme en ellos, o deje de tener tiempo de escribir. Por el momento les dejo un poco de lore de Artie 👍

Ah, si. Y le cambié el título nobiliario a Ricitos lmao. Apoco no suena más padrísimo Beithir que Bear??? Idk, al final es lo mismo, solo que el de ahora se siente mejor.

En fin, ¿Qué opinan? ¿Demasiado rápido para un slowburn? La verdad es que no sé qué pensar, pero me gusta cómo va avanzando ésto. Tal vez agregue un capítulo en medio de éste y "Es tradición", ya veré después (probablemente no).

GRACIAS POR LEER!!!

Chapter 6: Alma Máter

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

—Pero ahora tienes a Ricitos, ¿no es así? Y no hay amenazas latentes, todo está tranquilo en el pueblo. La universidad está a cargo de la princesa Bella y-

—No creo que sea una buena idea tía Lillian.

—Solo son un par de clases.

—¿No te agradan mis profesores?

—Si me agradan, pero ellos mismos dan clases en la Universidad de Bête. Aprenderás mucho y conocerás más personas-

—Claro, voy a conocer distintas y mejores formas de bullying.

—Vamos, Artie, será divertido. Y Ricitos estará contigo en todo momento, tomando tus mismas clases.

Arturo sabía que todo ya estaba hecho, no había forma de evitar que Lillian se retractara. Finalmente ella estaba a cargo de la formación del Rey.

—Dios, ¿vas a torturarla así?

—¿Qué tiene de malo?— A Lillian le hacía gracia la manera catastrófica en la que Artie decía las cosas. —Suenas igual de paranóico que Harold...— Susurró Lillian, Artie fingió que no había escuchado eso.

—Va a estudiar economía y derecho.

—Pero son temas que le interesan, yo lo sé.

—Estás sobreestimando la curiosidad de Ricitos, todo tiene un límite, y creo que incluso ella debe tener uno.

—Bueno, finalmente es su trabajo protegerte, donde sea que estés. Es su deber.

—No hay nada que pueda hacer para hacerte cambiar de opinión, ¿no es cierto?

—Nada en esta tierra—. Lillian se acercó a revolver el pelo de Arturo y se fue de la habitación, dejándolo solo.

Artie recorrió mentalmente todos los años que había pasado en escuelas, con niños y adolescentes prepotentes que se sentían el centro del universo y que tenían el poder de hacerle cualquier cosa a quien sea que esté por debajo de ellos. Él sabía que por ser el Rey, tenía todo el derecho de hacer uso de ese poder para encarar a cualquier imbécil que quiera pasarse de la raya. Pero no lo veía correcto, la corona no tiene el objetivo de protegerlo a él, sino de proteger al reino que comanda.

Ricitos llegó con los brazos llenos de libros, casi no podía ver hacia dónde iba porque la pila era muy alta, Artie se apresuró a ayudarla

—Gracias Artie.

—¿Por qué llevas tantos libros?

—La Reina Lillian me pidió que te los trajera—. Artie miró los títulos, "Bases para hacer amigos", "Las ventajas de Sir Invisible", "Sobre cómo sobrevivir el Colegio". Parecía que su tía pensaba que él era el problema y no los demás. —Creo que quiere que hagas amigos sin necesidad de un contrato de por medio.

—Cada día estoy más convencido de correrte del castillo.

—Y cada día debo recordarte que no podrías ni aunque de veras lo quisieras. Aunque no sé en dónde quiere que encuentres más pibes con los que socializar. Te tiene aquí encerrado.

—Primero, yo decido quedarme en el castillo tanto como puedo; afortunadamente, no hemos tenido bailes o banquete. Segundo, si puedo hacer amigos, es solo que... no me agradan los demás.

—Si sabés que yo cuento como "los demás", ¿verdad?

—No, no cuentas, porque tú eres amable, divertida y en general no eres un asco de persona.

Ricitos lo miraba incrédula con las manos en la cadera.

—Bueno, vos en serio necesitás subir tus expectativas. Y también necesitas halagarme mejor—. Ricitos le guiñó y luego se sentó a su lado. —¿Pero por qué empieza a mandarte todo ésto ahora?

—¿No te dijo? Nos inscribió a la Universidad de Bête.

—¿Universidad? Yo apenas tengo 17... Creo.

—Bueno, igual vamos a ir. Podremos aburrirnos de las lecciones en otro lado, con más gente y muchos más riesgos, supongo que por fin tendrás algo de emoción en tu trabajo.

—Yo no me aburro en las clases, Principito.

—Oh, es verdad, tú eres una genio en cada materia—. Artie agregó un tono de sarcasmo.

—Si lo decís así, ya no te voy a pasar las respuestas de las pruebas.

—De cualquier forma no deberías.

—No entiendo, no es tan malo ¿o si?— Ricitos tomó uno de los libros y empezó a pasar las páginas. —Hasta parece fácil.

—Ojalá tuvieras razón.

—Yo creo que estás haciendo el mundo pequeño, Artie—. Él se limitó a verlo confundido. —No ves más posibilidades, Principito. Incluso si no fueras el Rey, es importante que conozcas a toda extensión a tu reino y tus súbditos. Y vos claramente no los conocés.

—Creo que conozco lo suficiente—. Arturo habló más fuerte de lo que quería, pero no sé disculpó.

Ricitos dejó de sonreír, ahora sus enormes ojos reflejaban genuina preocupación. Que suerte, Ricitos era temible cuando la hacían enojar.

—Mirá, yo tampoco he tenido buenas experiencias en las escuelas; y yo sé que vos has tenido especialmente mala fortuna en cuanto a eso. Pero, debes saber que estás dentro de una burbuja, Artie. Vos te rodeás de aristócratas petulantes, porque no tenés opción, pero piensa que tal vez vos no seas un caso especial. Tal vez rechazar ser un pedazo de mierda entre los nobles es más común de lo que creés.

—Lo dudo mucho.

—Además, has impulsado la educación, cada vez más campesinos son aceptados en Universidades y los estudiantes deben ser más variados.

Bueno, ella tenía un punto. Especialmente Bella y Bestia han apoyado sus reformas en la educación. Serían los primeros en aceptar a cualquier estudiante. Pero se negaba a darle la razón a la chica.

—Vaya que sos cabeza dura. Pensá lo que quieras entonces.

La chica se levantó y salió de la habitación azotando la puerta. A este paso, Artie iba a terminar solo, de nuevo. No es que fuera algo raro para él, al contrario, es más raro tener personas cerca. Pero últimamente ha descubierto que (al menos con un grupo selecto de personas) se siente bien estar acompañado. Así que se levantó y fue tras Ricitos.

 

~ ⚜️ ~

 

Era extraño ver a Ricitos sin la armadura, pero Bella había insistido en que era mejor mantener un perfil bajo, y el metal dorado era demasiado llamativo.

El edificio era enorme, aunque no tan grande como el castillo. El estilo era más gótico, aunque no lúgubre. Las ventanas eran altas y estrechas, a través del cristal podia verse al menos un estante lleno de libros coloridos, y las paredes estaban adornadas por rosales que trepaban entre los ladrillos.

—Su majestad—. Bella y Bestia los esperaban en la entrada. Vaya bajo perfil. —Bienvenido.

—Lord Bestia, Lady Bella. Gracias por aceptarnos a mí y a Lady Beithir en sus instalaciones.

—Es un placer. Sus clases de Leyes será en el ala Este del edificio, en el aula E-108. Las clases de Economía son del otro lado, en el ala Oeste, aula O-206. Ojalá disfrute su estadía—. Dijo Bella. Se veía diminuta a lado de su esposo, aunque casi cualquiera puede verse pequeño a lado de un monstruo gigante, peludo y con cuernos como lo es Bestia.

Ricitos y Artie caminaron por los jardines que dan preámbulo a la Universidad. Vieron a un grupo de muchachos jugando rugby, del otro lado, otros estaban meditando. A Artie le llegó un olor particular que le recordó a los chicos de la van en Worcestershire.

—Artie, ¿A dónde vas?

—Al ala Oeste.

—¿Para qué chucha? La clase de Leyes es en la sala Este.

—No, estoy bastante seguro de que es el ala Oeste.

—¿Querés apostar?

—¡Bien! Vayamos al ala Este, tal vez así nos perdamos y no entremos a la clase.

Ricitos tomó la mano de Arturo y lo llevó casi arrastrando hasta un aula que aún no tenía profesor.

—¡Te lo dije! Ahora vamos al ala Oeste antes de que sea demasiado tarde.

Ricitos señaló la puerta del aula. Había un letrero dorado que decía "El Derecho en la monarquía pre-moderna."

—Ya deberías saber que siempre tengo razón.

—De acuerdo, tú ganas.

Ricitos caminó triunfal y se apresuró a tomar uno de los asientos libres más cercanos a la parte de enfrente. El salón no era tan grande, y los asientos estaban tan empinados que parecía que podrían caerte todos encima si volteabas hacia atrás. Todo iba más o menos bien.

—Oigan—, El chico a lado de Ricitos llevaba un parche, y se volteó a hablarles. —¿Ustedes saben si- ¡AAAH!— El grito puso en alerta a Ricitos y Artie, la chica llevó su mano a la daga que llevaba escondida en el cinturón.

—¡¿Qué sucede?!

—Maldición, lo siento—. El chico parecía genuinamente sobresaltado, se apresuró a cambiar su parche al ojo contrario y se calmó rápidamente. —Es solo que hacía mucho que no veía a nadie tan feo como ustedes.

—Vos no sos especialmente bien parecido—. Artie podría jurar que el pelo de Ricitos estaba aún más crispado que de costumbre. Ella se volteó a verlo. —Podemos cambiarnos de asiento si querés.

—¡No! No, por favor esperen, lo siento. No entienden-

—Lo último que necesitamos es a un bravucón.

—¿Ves ésto?— El muchacho señaló su parche.

—¿Qué? ¿Que además fingís ser tuerto?

—Yo veo distinto a ustedes. Cuando era niño me cayó una gota de nieve en este ojo—, Señaló al que estaba cubierto con el parche. —Y desde entonces, con ese ojo, veo como bellísimas a las personas crueles y las que son bondadosas para mí son horripilantes, como ustedes—. Eso intrigó mucho a Artie. —Por eso estudio Leyes, quiero ser juez.

—¿Cómo estás seguro de eso?— preguntó Arturo.

—Bueno, he tenido muchas experiencias que lo comprueban. Cuando era pequeño, una Reina helada se aprovechó de eso y me llevó a su palacio para congelarme. En mi defensa, ella era preciosa, y tenía unos dulces deliciosos en su trineo.

—Seguro...

—eh, pero eso está en el pasado. Igual que mi mala primero impresión, espero—. El muchacho le extendió la mano a Ricitos y a Artie. —Yo soy Kay.

—Soy Arturo. Llámame Artie—. Ricitos miró el intercambio dudosa, pero al final también aceptó la mano de Kay.

—Soy Ricitos. Llamáme Ricitos.

—Artie y Ricitos...— Kay tenía la enorme sonrisa inocente de un pequeño que acaba de hacer nuevos amigos en el patio de juegos. —Por fin voy a tener alguien que me pase los apuntes.

—No estés muy seguro de eso...— Ricitos aún estaba dudosa de Kay.

—Ricitos, eres la primera en pasarme las respuestas correctas en los exámenes.

—Si, porque sos vos.

Artie rió, le daba ternura que Ricitos tratara de protegerlo hasta de las malas notas.

—Bueno—, Artie preguntó a Kay. —¿Por qué llevabas tapado tu ojo bueno hace rato?

—Ah no, yo considero que el ojo normal es mi ojo malo. Prefiero ver a las personas por lo que son realmente.

—¿Horrorosas?

—Supongo. Me gusta mantenerme alejado de las bellezas. Tendré que acostumbrarme a ustedes.

—Acostumbrarte...— Ricitos se relajó.

—Si, es decir, ya lo he hecho antes. Mi amada Gerda es espantosa, y eso hace que la quiera cada día más...

—Gerda es...

—¡Es mi chica! Mira-

—Buenas tardes, clase—. Un hombre corpulento entro en el salón. Sus hombros y espalda eran tan grandes que sorprendía mucho que pudiera caminar sin irse de cabeza. —Yo soy el profesor Mort Guillotine. ¿A alguien le suena? Más allá de la sofisticada herramiento impartidora de justicia que llevo por apellido—. Nadie habló. —¿En serio? Ni siquiera ha pasado tanto tiempo... Bueno, pues yo era el verdugo oficial del Rey Harold, que en paz descanse.

Artie sintió escalofríos. Él había abolido la sentencia de muerte... Se había asegurado de darle una buena pensión al verdugo del Rey, pero parecía que aún le enorgullecía haber tenido ese empleo. Seguro que si se enteraba que él era el Rey-

—Y justo por eso me alegra tanto tener al infame Rey Arturo en nuestra aula—. El profesor señaló a Arturo con alegría, y sintió las miradas de toda la clase sobre él. —Es un honor, majestad. Espero que con mi clase se anime a regresar la pena de muerte en la justicia.

—Eh... Lo tendré en cuenta, Señor Guillotine.

—¡Fantástico!— Bueno, al menos Artie no tendría que preocuparse por tener a un profesor en su contra... aún. —Verán, soy un experto en justicia, solía ser uno de los requisitos obligatorios del Rey Harold, que en paz descanse. Pero me volví una eminencia luego de que se aboliera la pena de muerte. Amaba mi empleo... el sonido de la cuchilla cayendo, la sangre caliente en mis botas, el olor a hierro inundando el aire... Era maravilloso. Así que me puse a estudiar todo documento legal en Muy Muy Lejano para encontrar una manera de continuar ejerciendo—. A Arturo le sorprendió que un hombre con una apariencia tan tranquila y sonriente como el Profesor Guillotine le pusiera tan pronto los pelos de punta. —Afortunadamente, nuestras leyes son robustas, y no encontré ninguno, pero pude aplicar de profesor y aquí estoy.

"Felicidades, encontró otra manera de torturar personas", pensó Artie.

—Eh, Kay—. Susurró Ricitos. —¿Qué tan feo es el profesor?— Kay se volvió a cambiar el parche de lado y miró al profesor.

—Huh, ¿Quién lo diría?— Kay volteó a verlos y volvió a sobresaltarse un poco, incluso se llevó la mano al pecho. —Es más horrendo de lo que pensarías.

 

~ ⚜️ ~

 

—Y así es como se crean las leyes. Aunque ésto probablemente cambie en un par de años. La verdad es que con todo respeto al Rey Harold, que en paz descanse, aún hacen falta hacer muchos cambios, ¿No es así alteza?— Artie asintió temeroso. —Espero grandes cosas de usted, jovencito—. Artie pensó que la próxima semana se deberían sentar en el lugar más recóndito del aula, aunque lo más seguro es que de cualquier forma el profesor Guillotine lo ubique fácilmente. —Bueno, entonces, quiero que la próxima clase me entreguen un ensayo sobre la historia de la pena de muerte en Muy Muy Lejano. Quiero que todos estemos en la misma página. Bien, pueden retirarse.

Arturo se quedó guardando su tintero, cuando alzó la vista se dió cuenta de que nadie se había levantado de su lugar, y que todos lo miraban.

—¿Qué están esperando?

—¿En serio eres el Rey Arturo?— Preguntó la chica que se sentaba arriba de ellos, asomándose del pupitre.

—Si...— Arturo estaba listo para recibir lo que fuera, odio, ovación... No sabía qué esperar en realidad.

—¡Qué maravilla! Es un honor, en serio. Bueno, ¡hasta luego!

Había un silencio de sepulcro, pero la mente le iba a estallar. No dejaba de pensar que todos los alumnos de la clase le contarían al resto de la universidad, y entonces todo empezaría de nuevo. Afortunadamente no había visto ningún casillero, así que ya no volvería a quedarse 24 horas atrapado entre cuatro paredes de metal. Esperaba que cuanto menos pasara algo pequeño, pero suficientemente notorio como para que su Tía Lillian se diera cuenta de que ésto era una pésima idea.

Kay le había agradado, pero tal vez en un par de años, logre ser juez, y podría incluirlo en alguna especie de grupo con sus personas de confianza, le vendría bien tener a alguien con su don, lo haría sentir un poco más seguro. Al menos podría estar con Ricitos durante esos años. Podría usar ese tiempo para enfocarse en prohibir los bailes y banquetes.

Arturo estaba congelado, y probablemente así se habría quedado si Ricitos no hubiera comenzado a reírse.

—Debiste ver tu cara, Principito, sos un personaje de verdad.

—¿Q-Qué?

—Parecías un torero frente a la bestia—. Dijo Kai. —No hablo del Director Bestia. Me refiero a un toro.

—Gracias por la aclaración...— Ricitos recogió sus cosas también. —Adelante, Principito, aún tenemos que llegar a Economía.

—Oh, diablos, ¿Ustedes no entran a Sociología medieval?

—No, solo asistiré a dos clases, luego iré de regreso al castillo.

—Vaya, qué lastima, me gustaría acostumbrarme más rápido a sus rostros deformes. Supongo que los veo la próxima semana entonces—. Kay se despidió y Artie y Ricitos se fueron caminando hacia el ala opuesta del edificio.

Kay le sonrió a Artie, y él agradeció que no lo tratara diferente luego de averiguar que era el Rey. Tal vez la universidad no sea tan mala como él pensaba.

 


 

—Pero ahora tienes a Ricitos, ¿no es así? Y no hay amenazas latentes, todo está tranquilo en el pueblo. La universidad está a cargo de la princesa Bella y-

—No creo que sea una buena idea tía Lillian.

—Solo son un par de clases.

—¿No te agradan mis profesores?

—Si me agradan, pero ellos mismos dan clases en la Universidad de Bête. Aprenderás mucho y conocerás más personas-

—Claro, voy a conocer distintas y mejores formas de bullying.

—Vamos, Artie, será divertido. Y Ricitos estará contigo en todo momento, tomando tus mismas clases.

Arturo sabía que todo ya estaba hecho, no había forma de evitar que Lillian se retractara. Finalmente ella estaba a cargo de la formación del Rey.

—Dios, ¿vas a torturarla así?

—¿Qué tiene de malo?— A Lillian le hacía gracia la manera catastrófica en la que Artie decía las cosas. —Suenas igual de paranóico que Harold...— Susurró Lillian, Artie fingió que no había escuchado eso.

—Va a estudiar economía y derecho.

—Pero son temas que le interesan, yo lo sé.

—Estás sobreestimando la curiosidad de Ricitos, todo tiene un límite, y creo que incluso ella debe tener uno.

—Bueno, finalmente es su trabajo protegerte, donde sea que estés. Es su deber.

—No hay nada que pueda hacer para hacerte cambiar de opinión, ¿no es cierto?

—Nada en esta tierra—. Lillian se acercó a revolver el pelo de Arturo y se fue de la habitación, dejándolo solo.

Artie recorrió mentalmente todos los años que había pasado en escuelas, con niños y adolescentes prepotentes que se sentían el centro del universo y que tenían el poder de hacerle cualquier cosa a quien sea que esté por debajo de ellos. Él sabía que por ser el Rey, tenía todo el derecho de hacer uso de ese poder para encarar a cualquier imbécil que quiera pasarse de la raya. Pero no lo veía correcto, la corona no tiene el objetivo de protegerlo a él, sino de proteger al reino que comanda.

Ricitos llegó con los brazos llenos de libros, casi no podía ver hacia dónde iba porque la pila era muy alta, Artie se apresuró a ayudarla

—Gracias Artie.

—¿Por qué llevas tantos libros?

—La Reina Lillian me pidió que te los trajera—. Artie miró los títulos, "Bases para hacer amigos", "Las ventajas de Sir Invisible", "Sobre cómo sobrevivir el Colegio". Parecía que su tía pensaba que él era el problema y no los demás. —Creo que quiere que hagas amigos sin necesidad de un contrato de por medio.

—Cada día estoy más convencido de correrte del castillo.

—Y cada día debo recordarte que no podrías ni aunque de veras lo quisieras. Aunque no sé en dónde quiere que encuentres más pibes con los que socializar. Te tiene aquí encerrado.

—Primero, yo decido quedarme en el castillo tanto como puedo; afortunadamente, no hemos tenido bailes o banquete. Segundo, si puedo hacer amigos, es solo que... no me agradan los demás.

—Si sabés que yo cuento como "los demás", ¿verdad?

—No, no cuentas, porque tú eres amable, divertida y en general no eres un asco de persona.

Ricitos lo miraba incrédula con las manos en la cadera.

—Bueno, vos en serio necesitás subir tus expectativas. Y también necesitas halagarme mejor—. Ricitos le guiñó y luego se sentó a su lado. —¿Pero por qué empieza a mandarte todo ésto ahora?

—¿No te dijo? Nos inscribió a la Universidad de Bête.

—¿Universidad? Yo apenas tengo 17... Creo.

—Bueno, igual vamos a ir. Podremos aburrirnos de las lecciones en otro lado, con más gente y muchos más riesgos, supongo que por fin tendrás algo de emoción en tu trabajo.

—Yo no me aburro en las clases, Principito.

—Oh, es verdad, tú eres una genio en cada materia—. Artie agregó un tono de sarcasmo.

—Si lo decís así, ya no te voy a pasar las respuestas de las pruebas.

—De cualquier forma no deberías.

—No entiendo, no es tan malo ¿o si?— Ricitos tomó uno de los libros y empezó a pasar las páginas. —Hasta parece fácil.

—Ojalá tuvieras razón.

—Yo creo que estás haciendo el mundo pequeño, Artie—. Él se limitó a verlo confundido. —No ves más posibilidades, Principito. Incluso si no fueras el Rey, es importante que conozcas a toda extensión a tu reino y tus súbditos. Y vos claramente no los conocés.

—Creo que conozco lo suficiente—. Arturo habló más fuerte de lo que quería, pero no sé disculpó.

Ricitos dejó de sonreír, ahora sus enormes ojos reflejaban genuina preocupación. Que suerte, Ricitos era temible cuando la hacían enojar.

—Mirá, yo tampoco he tenido buenas experiencias en las escuelas; y yo sé que vos has tenido especialmente mala fortuna en cuanto a eso. Pero, debes saber que estás dentro de una burbuja, Artie. Vos te rodeás de aristócratas petulantes, porque no tenés opción, pero piensa que tal vez vos no seas un caso especial. Tal vez rechazar ser un pedazo de mierda entre los nobles es más común de lo que creés.

—Lo dudo mucho.

—Además, has impulsado la educación, cada vez más campesinos son aceptados en Universidades y los estudiantes deben ser más variados.

Bueno, ella tenía un punto. Especialmente Bella y Bestia han apoyado sus reformas en la educación. Serían los primeros en aceptar a cualquier estudiante. Pero se negaba a darle la razón a la chica.

—Vaya que sos cabeza dura. Pensá lo que quieras entonces.

La chica se levantó y salió de la habitación azotando la puerta. A este paso, Artie iba a terminar solo, de nuevo. No es que fuera algo raro para él, al contrario, es más raro tener personas cerca. Pero últimamente ha descubierto que (al menos con un grupo selecto de personas) se siente bien estar acompañado. Así que se levantó y fue tras Ricitos.

~ ⚜️ ~

Era extraño ver a Ricitos sin la armadura, pero Bella había insistido en que era mejor mantener un perfil bajo, y el metal dorado era demasiado llamativo.

El edificio era enorme, aunque no tan grande como el castillo. El estilo era más gótico, aunque no lúgubre. Las ventanas eran altas y estrechas, a través del cristal podia verse al menos un estante lleno de libros coloridos, y las paredes estaban adornadas por rosales que trepaban entre los ladrillos.

—Su majestad—. Bella y Bestia los esperaban en la entrada. Vaya bajo perfil. —Bienvenido.

—Lord Bestia, Lady Bella. Gracias por aceptarnos a mí y a Lady Beithir en sus instalaciones.

—Es un placer. Sus clases de Leyes será en el ala Este del edificio, en el aula E-108. Las clases de Economía son del otro lado, en el ala Oeste, aula O-206. Ojalá disfrute su estadía—. Dijo Bella. Se veía diminuta a lado de su esposo, aunque casi cualquiera puede verse pequeño a lado de un monstruo gigante, peludo y con cuernos como lo es Bestia.

Ricitos y Artie caminaron por los jardines que dan preámbulo a la Universidad. Vieron a un grupo de muchachos jugando rugby, del otro lado, otros estaban meditando. A Artie le llegó un olor particular que le recordó a los chicos de la van en Worcestershire.

—Artie, ¿A dónde vas?

—Al ala Oeste.

—¿Para qué chucha? La clase de Leyes es en la sala Este.

—No, estoy bastante seguro de que es el ala Oeste.

—¿Querés apostar?

—¡Bien! Vayamos al ala Este, tal vez así nos perdamos y no entremos a la clase.

Ricitos tomó la mano de Arturo y lo llevó casi arrastrando hasta un aula que aún no tenía profesor.

—¡Te lo dije! Ahora vamos al ala Oeste antes de que sea demasiado tarde.

Ricitos señaló la puerta del aula. Había un letrero dorado que decía "El Derecho en la monarquía pre-moderna."

—Ya deberías saber que siempre tengo razón.

—De acuerdo, tú ganas.

Ricitos caminó triunfal y se apresuró a tomar uno de los asientos libres más cercanos a la parte de enfrente. El salón no era tan grande, y los asientos estaban tan empinados que parecía que podrían caerte todos encima si volteabas hacia atrás. Todo iba más o menos bien.

—Oigan—, El chico a lado de Ricitos llevaba un parche, y se volteó a hablarles. —¿Ustedes saben si- ¡AAAH!— El grito puso en alerta a Ricitos y Artie, la chica llevó su mano a la daga que llevaba escondida en el cinturón.

—¡¿Qué sucede?!

—Maldición, lo siento—. El chico parecía genuinamente sobresaltado, se apresuró a cambiar su parche al ojo contrario y se calmó rápidamente. —Es solo que hacía mucho que no veía a nadie tan feo como ustedes.

—Vos no sos especialmente bien parecido—. Artie podría jurar que el pelo de Ricitos estaba aún más crispado que de costumbre. Ella se volteó a verlo. —Podemos cambiarnos de asiento si querés.

—¡No! No, por favor esperen, lo siento. No entienden-

—Lo último que necesitamos es a un bravucón.

—¿Ves ésto?— El muchacho señaló su parche.

—¿Qué? ¿Que además fingís ser tuerto?

—Yo veo distinto a ustedes. Cuando era niño me cayó una gota de nieve en este ojo—, Señaló al que estaba cubierto con el parche. —Y desde entonces, con ese ojo, veo como bellísimas a las personas crueles y las que son bondadosas para mí son horripilantes, como ustedes—. Eso intrigó mucho a Artie. —Por eso estudio Leyes, quiero ser juez.

—¿Cómo estás seguro de eso?— preguntó Arturo.

—Bueno, he tenido muchas experiencias que lo comprueban. Cuando era pequeño, una Reina helada se aprovechó de eso y me llevó a su palacio para congelarme. En mi defensa, ella era preciosa, y tenía unos dulces deliciosos en su trineo.

—Seguro...

—eh, pero eso está en el pasado. Igual que mi mala primero impresión, espero—. El muchacho le extendió la mano a Ricitos y a Artie. —Yo soy Kay.

—Soy Arturo. Llámame Artie—. Ricitos miró el intercambio dudosa, pero al final también aceptó la mano de Kay.

—Soy Ricitos. Llamáme Ricitos.

—Artie y Ricitos...— Kay tenía la enorme sonrisa inocente de un pequeño que acaba de hacer nuevos amigos en el patio de juegos. —Por fin voy a tener alguien que me pase los apuntes.

—No estés muy seguro de eso...— Ricitos aún estaba dudosa de Kay.

—Ricitos, eres la primera en pasarme las respuestas correctas en los exámenes.

—Si, porque sos vos.

Artie rió, le daba ternura que Ricitos tratara de protegerlo hasta de las malas notas.

—Bueno—, Artie preguntó a Kay. —¿Por qué llevabas tapado tu ojo bueno hace rato?

—Ah no, yo considero que el ojo normal es mi ojo malo. Prefiero ver a las personas por lo que son realmente.

—¿Horrorosas?

—Supongo. Me gusta mantenerme alejado de las bellezas. Tendré que acostumbrarme a ustedes.

—Acostumbrarte...— Ricitos se relajó.

—Si, es decir, ya lo he hecho antes. Mi amada Gerda es espantosa, y eso hace que la quiera cada día más...

—Gerda es...

—¡Es mi chica! Mira-

—Buenas tardes, clase—. Un hombre corpulento entro en el salón. Sus hombros y espalda eran tan grandes que sorprendía mucho que pudiera caminar sin irse de cabeza. —Yo soy el profesor Mort Guillotine. ¿A alguien le suena? Más allá de la sofisticada herramiento impartidora de justicia que llevo por apellido—. Nadie habló. —¿En serio? Ni siquiera ha pasado tanto tiempo... Bueno, pues yo era el verdugo oficial del Rey Harold, que en paz descanse.

Artie sintió escalofríos. Él había abolido la sentencia de muerte... Se había asegurado de darle una buena pensión al verdugo del Rey, pero parecía que aún le enorgullecía haber tenido ese empleo. Seguro que si se enteraba que él era el Rey-

—Y justo por eso me alegra tanto tener al infame Rey Arturo en nuestra aula—. El profesor señaló a Arturo con alegría, y sintió las miradas de toda la clase sobre él. —Es un honor, majestad. Espero que con mi clase se anime a regresar la pena de muerte en la justicia.

—Eh... Lo tendré en cuenta, Señor Guillotine.

—¡Fantástico!— Bueno, al menos Artie no tendría que preocuparse por tener a un profesor en su contra... aún. —Verán, soy un experto en justicia, solía ser uno de los requisitos obligatorios del Rey Harold, que en paz descanse. Pero me volví una eminencia luego de que se aboliera la pena de muerte. Amaba mi empleo... el sonido de la cuchilla cayendo, la sangre caliente en mis botas, el olor a hierro inundando el aire... Era maravilloso. Así que me puse a estudiar todo documento legal en Muy Muy Lejano para encontrar una manera de continuar ejerciendo—. A Arturo le sorprendió que un hombre con una apariencia tan tranquila y sonriente como el Profesor Guillotine le pusiera tan pronto los pelos de punta. —Afortunadamente, nuestras leyes son robustas, y no encontré ninguno, pero pude aplicar de profesor y aquí estoy.

"Felicidades, encontró otra manera de torturar personas", pensó Artie.

—Eh, Kay—. Susurró Ricitos. —¿Qué tan feo es el profesor?— Kay se volvió a cambiar el parche de lado y miró al profesor.

—Huh, ¿Quién lo diría?— Kay volteó a verlos y volvió a sobresaltarse un poco, incluso se llevó la mano al pecho. —Es más horrendo de lo que pensarías.

~ ⚜️ ~

—Y así es como se crean las leyes. Aunque ésto probablemente cambie en un par de años. La verdad es que con todo respeto al Rey Harold, que en paz descanse, aún hacen falta hacer muchos cambios, ¿No es así alteza?— Artie asintió temeroso. —Espero grandes cosas de usted, jovencito—. Artie pensó que la próxima semana se deberían sentar en el lugar más recóndito del aula, aunque lo más seguro es que de cualquier forma el profesor Guillotine lo ubique fácilmente. —Bueno, entonces, quiero que la próxima clase me entreguen un ensayo sobre la historia de la pena de muerte en Muy Muy Lejano. Quiero que todos estemos en la misma página. Bien, pueden retirarse.

Arturo se quedó guardando su tintero, cuando alzó la vista se dió cuenta de que nadie se había levantado de su lugar, y que todos lo miraban.

—¿Qué están esperando?

—¿En serio eres el Rey Arturo?— Preguntó la chica que se sentaba arriba de ellos, asomándose del pupitre.

—Si...— Arturo estaba listo para recibir lo que fuera, odio, ovación... No sabía qué esperar en realidad.

—¡Qué maravilla! Es un honor, en serio. Bueno, ¡hasta luego!

Había un silencio de sepulcro, pero la mente le iba a estallar. No dejaba de pensar que todos los alumnos de la clase le contarían al resto de la universidad, y entonces todo empezaría de nuevo. Afortunadamente no había visto ningún casillero, así que ya no volvería a quedarse 24 horas atrapado entre cuatro paredes de metal. Esperaba que cuanto menos pasara algo pequeño, pero suficientemente notorio como para que su Tía Lillian se diera cuenta de que ésto era una pésima idea.

Kay le había agradado, pero tal vez en un par de años, logre ser juez, y podría incluirlo en alguna especie de grupo con sus personas de confianza, le vendría bien tener a alguien con su don, lo haría sentir un poco más seguro. Al menos podría estar con Ricitos durante esos años. Podría usar ese tiempo para enfocarse en prohibir los bailes y banquetes.

Arturo estaba congelado, y probablemente así se habría quedado si Ricitos no hubiera comenzado a reírse.

—Debiste ver tu cara, Principito, sos un personaje de verdad.

—¿Q-Qué?

—Parecías un torero frente a la bestia—. Dijo Kai. —No hablo del Director Bestia. Me refiero a un toro.

—Gracias por la aclaración...— Ricitos recogió sus cosas también. —Adelante, Principito, aún tenemos que llegar a Economía.

—Oh, diablos, ¿Ustedes no entran a Sociología medieval?

—No, solo asistiré a dos clases, luego iré de regreso al castillo.

—Vaya, qué lastima, me gustaría acostumbrarme más rápido a sus rostros deformes. Supongo que los veo la próxima semana entonces—. Kay se despidió y Artie y Ricitos se fueron caminando hacia el ala opuesta del edificio.

Kay le sonrió a Artie, y él agradeció que no lo tratara diferente luego de averiguar que era el Rey. Tal vez la universidad no sea tan mala como él pensaba.

Notes:

Buenas! Parece que nomás les espanto con que voy a dejar de actualizar y al final si lo hago lmao, pero bueno, como que ahora siento que tengo un poco más de dirección, así que tal vez dé para otro par de capítulos. Éste fue corto, pero creo que era necesario cortarlo ahí.

Y bueno, quiero hablar de Kay, porque me pareció importante que Artie y Ricitos tuvieran más amigos que ellos mismos, así que ni modo Artie, te toca socializar mi Rey.

Kay está inspirado (sino adaptado) del cuento de la Reina de las Nieves. La verdad hice muy poca investigación sobre el cuento, pero meh, a veces así es mejor; los primeros capítulos de ésto me tardé más porque quería leerme todas las versiones de la leyenda Artúrica (sale mal), así que decidí cortar por lo sano y leer el cuento en uno de mis libros de la infancia lmao.

En fin, sé que por publicar ésto en martes por la noche no le va a ir muy bien, pero bueno, ya les estregaré algo mejor para la próxima.

Chapter 7: Bienvenido

Chapter Text

Ricitos no recordaba realmente qué habría aprendido la última vez que estuvo sentada frente a un profesor. Aunque cuando llegó con los osos, ya sabía leer, escribir, sumar, restar… Lo recordaba bien porque ella tuvo que enseñarle a Bebé.

Recordaba vagamente los recreos, los tutores arrogantes y la vieja regla de madera con la que la “disciplinaban”; lo que sí había mantenido fresco hasta el día de hoy, era la emoción de tener un libro nuevo en las manos, incluso si era robado (especialmente si era robado, no es que muchos usarán la biblioteca de todas formas). 

Aquel libro de cuentos era lo único que Ricitos había tomado a conciencia antes de escaparse del orfanato. 

La verdad era que a ella no le emocionaba tanto el ir a la universidad como tal. Ricitos creía firmemente que todo lo que necesitaba era una biblioteca, sin embargo, después de la clase del profesor Guillotine, salió bastante satisfecha. Incluso le pareció interesante realizar la tarea.

—¿En qué pensás, Ricitos?— Mamá Osa estaba preparando avena para su hija en su día libre.

—En la escuela, mamá.

—¿Quién diría que ahora te preocupás por cosas banales como la escuela?

—¡Ricitos nos está sacando de pobres!— Celebró bebé. —Capaz hasta se casa con el Rey y nos volvemos realeza.

—¿Pero qué decís?— Ricitos encaró a su hermano. —Sos un ambicioso, ¿No te basta con ser Lord?

—Yo veo nuestras oportunidades, y yo veo que podrías volverte Reina, seguro que si lo querés lo conseguís.

—Si ves tan bien nuestras oportunidades, ¿Por qué no mejor tú te casás con el Rey?

—Creo que no soy su tipo.

—Con esa cabeza hueca, no sos el tipo de nadie.

Bebé gruñó y Ricitos lo imitó. Estaban a punto de abalanzarse uno al otro.

—Niños, si se dan de piñas ya no les voy a dar avena— Amenazó mamá Osa. Ricitos se detuvo en seco y corrió a sentarse en la mesa. —Aunque… tu hermano tiene un punto.

—Ay, no. No vayan a empezar.

—¿Acaso el Rey Arturo tiene pretendientes?

—A montones.

—Bueno, pero no corresponde a ninguna, ¿verdad?

—Mamá…

—Dejála, vieja. Todavía no está lista para hablar de eso—. Papá Oso bajó su periódico y su esposa le sirvió un plato de avena helada. Ricitos estaba sacando humo de las orejas.

—No pensé que tendrían tanta prisa para sacarme de la casa.

—Ay, mi niña—. Mamá Osa le pellizcó una mejilla a Ricitos. —Solo estamos jugando contigo. La verdad es que no podemos pedir más que lo que tenemos. Estamos todos juntos, cada uno tiene un trabajo que adora, y estamos rodeados de buenas personas.

—¡Es verdad! A mí me re gusta ser repartidor. Cada vez conozco mejor la ciudad y mi olfato ayuda un montón—. Dijo orgulloso Bebé mientras su madre terminaba de servir las avenas.

—¿A ti cómo te va en el castillo, viejita?— Papá Oso tenía avena en todo el hocico. —Por acá las finanzas van de maravilla y todos elogian los postres de tu madre.

—La receta de catanés que nos pasaste el otro día ha sido muy exitosa.

Canapés , mamá—. Rió Ricitos. —Pues… La Reina nos llevó a Artie y a mí a la Universidad. Vamos todos los jueves.

—¿Universidad? Pero si vos sos re tonta—. Bebé volteó su plato de avena mientras comía.

—Supongo que es de familia…— Dijo Papá.

—Para tu información, Bebé, soy la más lista de todas las clases.

—Pero solo sos vos y el Rey.

—No es poca cosa ser más lista que el Rey— Mamá Osa por fin pudo sentarse a desayunar.

—No es que Artie sea muy listo de todas formas—. Ricitos rió para sí misma. —A ver… Sobre el colegio les puedo decir que el edificio es bellísimo y enorme y tiene muchísimos libros. Y si me va bien, he conocido a un par de personas que me agradan, y mis profesores son unos locos. El profesor de leyes es un ex-verdugo y el profesor de economía es un viejo verde.

—Por supuesto, nunca falta el fósil que contrataron hace medio siglo que no sabe que ya no se puede aprovechar de su joven alumnado—. Dijo Papá molesto. —Pero si te hace algo a vos, Ricitos, ten seguro que sus días de maestro terminan a la de ya.

—¡No! No, no, sólo es rarito, no ha sido grosero. Me refería a que es un duende pelirrojo que está obsesionado con su olla de oro y con el color verde. No a… Eso…

—Oh, ya. Suena divertido entonces.

—Supongo que lo es, pero a Artie no le gusta nada. Quiere echar a correr en cuanto tocan la chicharra.

Mamá se quedó viendo a su hija, con el seño fruncido, y una sonrisa que poco a poco conquistaba todo el rostro de la Osa.

—Ya decílo mamá, se nota que algo tenés en mente.

—Estaba pensando que tal vez cabe otra silla en la mesa.

—Ya estamos ancianos para tener otro hijo, vieja— Papá Oso ni siquiera se molestó en bajar su periódico.

—No, Oso tonto, me refiero a que Ricitos podría traer un invitado a sus visitas familiares si quisiera…

—¡A mí no me dejan traer invitados nunca! — Reclamó Bebé.

—Vos nunca traes a nadie, Bebé.

—Pues no sabía que había oportunidad.

Ricitos terminó su avena y se quedó pensando. Mamá Osa se acercó a ella.

—¿No creés que es buena idea? Seguro que le gusta salir del castillo.

—¿A Artie? Si fuera por él, se quedaría eternamente en la torre.

—Algo me dice que la Reina Lillian quiere que el Rey salga más de su castillo.

—Es verdad…

—¿Y vos no creés que le gustaría venir acá? No es lo mismo que ir a los banquetes o a la universidad.

—Supongo que no estaría mal.

Ricitos no quería admitirlo, pero le encantaba la idea; incluso ya la había pensado antes, pero no sabía cómo preguntar.

 Desde el día de las luciérnagas, ella había empezado a notar más el ánimo triste y solitario de Arturo, se daba cuenta de que tenía prisa de regresar al castillo una vez que había cumplido con sus deberes en la universidad, y en los banquetes, trataba de escoger el lugar más escondido que encontraba. Muchas veces, lo había acompañado a escabullirse a una habitación secreta durante los bailes y banquetes. Antes era normal y hasta comprensible, pero ahora lo veía más como un mecanismo de defensa que como una travesura.

Ricitos había conocido un Artie distinto en el pantano. Con los ogros, era un hombre de familia, un tío orgulloso con los trillizos, un primo amable con Fiona, y algo parecido a un hijo dedicado con Shrek. No es que fuera grosero con Lillian, pero incluso ella notaba que había cierta distancia entre los dos. 

Una oscura y egoísta parte de Ricitos se sentía gustosa de que sólo estuviera en completa paz con ella, que solo con ella pudiera hablar de cualquier cosa, o quejarse, o lamentarse o reírse; pero sabía que no era correcto que Artie estuviera tan solo; y si realmente lo estimaba tanto como pensaba, entonces tendría que poner de su parte para lograr el bienestar de su amigo, como él lo había hecho con ella tantas veces.

 

~ ♡ ~

 

La próxima semana, habló con la Reina Lillian y ella quedó fascinada con la propuesta. Y cuando el día llegó, Ricitos estaba emocionada a más no poder. No le había dicho nada a Arturo en toda la semana, en parte porque quería que fuera una sorpresa, y en parte porque sabía que él rechazaría la oferta aunque en el fondo si quisiera ir.

—¡Arriba principito, los reyes se levantan con el sol!

—¿Ricitos? Ay no, ¿Otra vez? Es la tercera vez en la semana que te despiertas en la noche…— Artie caminó hacia ella, la tomó por los hombros con una delicadeza impresionante, su toque parecía de seda, le parecía más familiar de lo que debería, y es tan persuasivo que Ricitos casi se convence de regresar a su cama a dormir.

—¿Qué hacés? Te vengo a despertar.

—Ya sé, linda, lo haces casi cada tres días.

—¿Linda? Vas mejorando con esos halagos, eh.

—¿Qué? Oh, entonces debe ser ese sueño otra vez.

—Principito, no te estoy levantando tan temprano, ¡son solo las seis de la mañana!— Arturo se quedó en silencio, y luego soltó un suspiro molesto.

—Así que esto en realidad está pasando… Y tú estás completamente despierta…— Ella daría lo que fuera por ver el rostro avergonzado de Arturo en ese momento, pero el cuarto es demasiado oscuro y apenas se distinguen entre ellos.

—Así es, principito. Ahora preparáte, hoy tenemos un día especial.

—¿No es tu día libre hoy?— Arturo aún se frotaba los ojos.

—Algo me dice que para vos es tu día libre de mí, ¿no es cierto?

—No seas tonta.

—Hace un momento no era tonta, era linda , ¿recuerdas?

—Super, no te vas a olvidar de eso jamás.

—No, no lo haré.

—¿Qué estás planeando?— Le susurró Artie, se podía escuchar la mueca pícara en su rostro, y estaban muy cerca uno del otro. Esta vez, Ricitos estaba feliz de que la habitación estuviera tan oscura, porque así sólo ella se da cuenta de que su rostro arde de vergüenza.

—Te voy a sacar del castillo, así que apurá y cambiáte de una vez, ya preparé todo lo demás—. Ricitos se separó de Arturo y caminó hacia la puerta. —Y laváte los dientes, que apestás a cloaca. 

 

~ ♡ ~

 

Ricitos le puso una capucha a Artie y lo llevó camino a la casa de los osos. Arturo pronto reconoció el camino.

—¿Vamos al pantano?

—Cerca.

—Ricitos, estás como poseída, no entiendo qué quieres hacer.

—Y no lo entenderás hasta dentro de un rato.

—Incluso el guardia real tiene una condena por secuestrar al Rey.

—No te estoy secuestrando, y ya te lo he dicho, si vos no me mandás a la carcel nadie lo hará. Y estoy segura de que vos no me vas a arrestar.

—Tú vas a ser la maldición de mi corona, estoy seguro.

—Ves el mundo pequeñ,o principito.

Cuando finalmente llegaron, Ricitos no aguantaba más la emoción, tomó la mano de Arturo y lo llevó a rastras hasta la puerta de su vieja choza; tocó y no fué mucho tiempo hasta que por fin Mamá Osa les abrió.

—¡Llegaron! Pasen por favor, apenas empezaba a servir el desayuno.

Ricitos tenía una sonrisa enorme que casi le llegaba de oreja a oreja, pero se perdió un poco en cuanto volteó a ver a Arturo. Tenía una expresión confundida en el rostro, aunque asombrada sin duda.

—¿Me… Me trajiste a desayunar?

—Entre otras cosas, si. ¿Estuvo mal?

—Uh… No, creo que no. 

—¿Crees?

—E-es decir, no sabía qué esperar, aún no lo sé, pero estoy aquí y-

—Entrá de una vez, principito.

Ricitos entró a su casa, el olor a avena caliente inundaba el lugar; su madre siempre la preparaba para el desayuno cuando ella llegaba a visitar porque siempre ha sido su comida favorita. En la mesa, el plato de Papá Oso estaba servido, pero él estaba leyendo unas hojas con un montón de números.

—¿Cómo le gusta la avena, Majestad?— Mamá Osa seguía revolviendo una olla de avena mientras hablaba.

—Sólo llameme Arturo, por favor.

—Bien, ¿Cómo te gusta la avena, Arturo?, Fría, caliente, ni mucho ni poco…

—Uhm… Supongo que ni mucho ni poco. Gracias.

—Estilo Ricitos, entonces. Siéntese por favor. Hicimos una silla nueva sólo para usted.

Ricitos se llevó las manos a la boca y sus ojos brillaban. A un lado de la mesa, encontró una linda sillita que le recordaba bastante a su propio asiento, porque desentonaba por completo con las sillas enormes y rudas que usaban los osos.

—Papá, ¿Regresaste a la carpintería?

—Por tiempo limitado, viejita—. Ricitos se acercó a besar a su padre. —Siéntese, joven Arturo, dígame qué opina, hace mucho que no toco las herramientas.

Arturo, asintió, y tímidamente se acercó a la silla que le señalaron. Ricitos también se tomó el tiempo de observar detenidamente la nueva adición. La silla era bastante común, pero tenía un par de detalles tallados; un patrón de flores de Liz adornaban las orillas, y en la parte de atrás, una corona cruzada con una espada.

—No debieron molestarse…— Arturo aún parecía bastante asombrado. Quién diría que una sillita de madera podría sorprender a un muchacho rodeado de oro, joyas y finezas.

—Para nada, es nuestro placer—. Mamá se acercó a Arturo para darle un plato de avena. —Lo hemos esperado toda la semana.

Arturo miró a Ricitos con los ojos bien abiertos.

—¿Te sorprende que les haya hablado de vos?

—Yo no tengo palabras para expresar mi gratitud por esta cálida bienvenida, yo jamas-

—Artie, calláte por dios; se te está enfriando la avena—. Ricitos obligó a Arturo a sentarse, y le metió una cucharada de avena a la boca. Ella vió cómo las pupilas de Arturo se dilataban y empezaba a comer la avena con más prisa. —¿Ahora entendés por qué siempre me quejo de la del castillo?

—Totalmente—. Artie, aún con la boca llena, se dirigió a la madre de Ricitos. —Señora Oso, ésta avena está exquisita, entiendo completamente su éxito de ventas ahora.

—Me alegra que le guste, ésta es el doble de especial— Mamá se acercó a susurrarle a Ricitos al oído. —Te dije que era buena idea.

Arturo empezó a toser, Ricitos iba a burlarse de él, pero Artie la miró con una confusión impresionante y directo a los ojos. A veces era sorprendente lo afinado que era el oído de Artie.

—E-espera, ¿No fue tu idea traerme aquí?

—A ver, no es que yo no haya querido traerte, pero no sabía cómo… Bueno…— Artie alzó una ceja. —No, ellos te pidieron explícitamente.

—Yo misma tuve la idea—. Dijo Mamá orgullosa. —Aunque el crédito de la idea de la silla es de Bebé, él hizo los tallados—. Bebé, que estaba devorando su avena como si fuera el último plato en la tierra, alzó la cabeza y asintió con fuerza.

—Son muy generosos.

—Ay chico, dejá de agradecer tanto—, Papá se levantó y le dió unas palmaditas en la espalda al muchacho, —ojalá ésto te haga querer venir más seguido; nos gusta tenerte cerca.

Ricitos sentía que su corazón se derretía entre la mirada sorprendida de Arturo y la calidez de su familia. Definitivamente había sido una buena idea y definitivamente se había ganado la lotería de la orfandad, y le agradaba poder compartir un poco del premio con Artie. Todo era perfecto .

 

~ ♡ ~

 

Una vez que terminaron de desayunar, todos se fueron a la tienda de postres. Bebé le estaba enseñando al rey a hacer buñuelos espolvoreados y Ricitos estaba en el mostrador con su padre. Había sido un día tranquilo hasta ahora, aunque debe considerarse que el negocio de las tartas es bastante exitoso. Mamá de repente se asomaba a ver cómo iban las cosas con Artie, y le daba uno que otro tip sobre la cantidad de azúcar o con la manera en que se debe moldear la masa. Si le preguntan a Ricitos, ella diría que Artie se veía bastante tranquilo, y aunque aún tenía un par de inseguridades, estaba segura que un par de visitas más lo soltarían un poco más.

—No te preocupes tanto, Ricitos. Al chico le va bien en la cocina.

—No estoy preocupada, papá.

—Mirá, viejita; vos estarás muy unida a tu madre, pero yo también te conozco bastante bien.

No estoy preocupada.

—Está bien, supongo que es normal que te la pases volteando a la cocina.

—Vos hacés lo mismo.

—Si, pero eso es costumbre, no va a pasar mucho tiempo antes de que Bebé-

Un estruendo se escuchó desde la cocina y Ricitos salió corriendo a ver qué había sucedido. Encontró a Artie debajo de un montón de trastos sucios, y a Bebé tratando de desenterrarlo.

—¡Esperá, Arturo, ya te saco!— Bebé lanzaba los trastos hacia todas direcciones, causando aún más desastre. —Ay por dios, ¡Maté al rey!— Ricitos se acercó para soltarle una bofetada a su hermano. —¡Ricitos perdóname, yo no quería lastimar a tu novio, lo juro!

—¡Bebé, calmate! No pasa nada, Artie está bien—. El chico iba saliendo de debajo de la pila de cucharones, tazones y moldes para pay. —¿Ves?

—Claro estoy de maravilla, gracias por preocuparte.

—Luego trato con vos, principito—. Ricitos tomó la oreja de su hermano y la jaló hacia ella. —¿Qué estabas haciendo?

—¡Ay- Ay- Ricitos, soltáme! ¡Solo pensé que si le daba más fuerte a la masa se pegaría más fácil! No pensé que la pila de trastos fuera tan grande como para caérsele encima al chico…

—Así no funciona la mezcla, pelmazo. Y tenés que lavar los platos más seguido—. Ricitos le dió un último jalón a la oreja de Bebé y luego la soltó. —Te ayudo. Vos golpeás, yo sujeto, ¿ya?

—Si, está bien…

—Artie, vení acá también. 

Artie obedeció. Ricitos esparció harina en la mesa y le pasó un pedazo de masa a Bebé. Mientras Bebé golpeaba incesantemente su masa, Ricitos y Artie empezaron a recoger los trastos, y cualquier cosa que cayera de la mesa por la fuerza de Bebé. Ricitos se acercó un poco más a Artie y le susurró:

—¿Vos estás bien?

—Totalmente.

—Bien.

—Oye—, Artie tomó la mano de Ricitos. —¿Tú estás bien? Si sigues lanzando así las cucharas pronto te vas a quedar sin buenos cubiertos.

—Si vos estás bien, yo también. Y yo sé más de lavar platos que vos.

—Estoy seguro que si, por eso mismo me sorprende que estés siendo tan ruda. Ricitos… Algo te preocupa, estoy seguro.

—Vos me preocupás—. Ella empezó a juguetear con los dedos de Artie, sus manos se sentían ásperas. No podía sacarse de la cabeza la forma en la que el chico la había tratado en la mañana.

—Pero estoy bien, en serio. Y sé bien que eso no es lo que te preocupa-

—Oigan, ustedes dos—. Bebé los interrumpió y Ricitos estaba por lanzarse a él y morderle la oreja hasta hacerle un piercing nuevo. —Si ya terminaron de cuchichear, les informo que yo iré con Papá a atender gente allá enfrente.

Bebé se escabulló de la furia de Ricitos hacia el aparador con su padre.

—Estuvo bien traerte aquí, ¿verdad?

—Ricitos, no pudiste tener un mejor día planeado, en serio.

—¿Incluso si mi hermano te entierra debajo de un montón de trastos sucios?

—Eso lo hizo más divertido, en realidad. Me agrada, y creo que yo le agrado demasiado… Empezó a hablarme sobre los beneficios de unirme a la familia Oso por matrimonio. Tal vez acepte su propuesta y así la tía Lillian deje de obligarme de ir a los bailes, ¿No crees?

—P-pero ¿Tú? Ca-casar, ¡¿Aceptar?! ¡¿OSO?!

—Vaya, en serio no puedes aguantar una broma—. Arturo soltó una carcajada. —Obviamente no me voy a casar con tu hermano. Aunque su oferta de reposición de bienes y ganancias está muy bien planeada.

—¿Con mi hermano?

—Es el único que me ha propuesto matrimonio remotamente en toda mi vida, y creo que nadie más lo hará—. Artie sacudió la cabeza tratando de calmar su risa. —Ya en serio, no te estás burlando de mí y eso es muy raro. ¿Qué pasa?

—No es nada.

—Me equivoqué, ¿No es cierto?— Artie ya no tenía más su sonrisa. —¿Qué hice ésta vez?

—Oh bueno, tal vez si tenga que ver con vos, pero no porque hayas hecho algo mal.

—No entiendo.

—Agh… Vení.

Ricitos se levantó y Artie la siguió. Cruzaron un par de puertas. Unas fábricas, más cocinas, y por fin entraron a la vieja oficina de Jack Horner. Estaba repleta de tesoros brillantes, y se sentía la magia en el aire. 

Cuando regresaron del Bosque Oscuro, los Osos se encontraron con la maleta de Horner, y pensaron que si ya iban a tomar su empresa y todo su imperio, no haría daño también mantener sus tesoros y devolverlos a dónde van. Con el tiempo, solo habían devuelto un par, Ricitos estaba encargada de eso, aún anhelaba la aventura, la búsqueda y la adrenalina de una misión. Aunque ahora, en el castillo con Artie, ya no estaba tan sedienta de gloria.

—Vaya… Esto es impresionante.

—Es el viejo botín de Horner. Podés llevarte algo si querés.

—¿Qué no es todo robado?

—Bueno si, pero ladrón que roba a ladrón…— Arturo miró severamente a Ricitos. —La verdad es que es casi imposible regresar cualquier cosa, los dueños originales no los quieren de vuelta, o deberían estar en un laberinto o alguna vaina así.

—¿Por qué la espada de por allá está clavada en una piedra? Se ve de tu estilo.

—Ah, creo que se llama Excalibur, no logré encontrar la manera de sacarla, y creo que Horner tampoco. Intentálo vos. Hay una leyenda que dice que la espada pertenece a quien logré sacarla de la piedra. Así que no tiene dueño.

Arturo se acercó impaciente y cauteloso a la empuñadura y una brisa empezó a hondear su cabello, con más fuerza a cada paso que daba. Una luz dorada bañaba al muchacho mientras se alzaba para que, con ambas manos, lograra  alcanzar la empuñadura de la espada y alzarla, separándola de la piedra. La hoja tenía un color plateado brillante que parecía recién pulido, con detalles dorados, una temible cabeza de Oso rugiendo en el pomo y una flor de Liz en la guarda.

Toda la oficina de Horner se sacudió, el suelo rugía, y de algún lado lejano se escuchaban voces cuchicheando conjuros, profecías y antiguas promesas. La magia que envolvía el lugar hizo un torbellino que terminó por cubrir a Excalibur, hasta impregnarse en su hoja, y ahora la espada tenía un aura dorada.

—Bien, entonces definitivamente es tuya, principito.

—Genial.

Ricitos se sentó en el escritorio, y Arturo se sentó a su lado, lanzó la espada hacia el suelo y miró expectante a Ricitos. Ella estaba avergonzada y eso era bastante extraño, no recordaba si Artie la vió así alguna vez.

—Bueno, ¿Qué es?

—¿Desde hace cuánto camino dormida?

Arturo parecía sorprendido por la pregunta.

—Desde que llegaste.

—Maldición—. Ella suspiró. —Lo siento, no sabía que volvería a pasar, lo hacía de pequeña, pero pensé que ya no- que ya no…

—No es que te ponga en riesgo o algo. Por lo general solo llegas a mi habitación, te sientas en la cama y murmuras un montón de palabras sin sentido—. Arturo rió ligeramente. —Las primeras noches tuve que escucharte hasta que te cansaras y te durmieras para regresarte a tu alcoba, pero luego de una exhaustiva noche de investigación, averigué que es posible ‘invitar’ al sonámbulo a caminar de vuelta a la cama si le tratas con cuidado, y eso he hecho. Ha funcionado bien.

Ricitos estaba estupefacta, ¿Cómo es que en todo ese tiempo no había notado nada extraño?, ¿Arturo había hecho todo eso por ella?

—¿Por qué nunca me dijiste nada?

—Según los libros de la Doctora Alice Wonderland, por lo general los sonámbulos no saben que lo son hasta que los despiertan bruscamente o se los dicen, y no vi alguna razón para decírtelo. Lo siento.

—Sonámbulos… Así que así se le dice—. Ricitos hizo todo en su poder para recordar esa palabra. Luego de que en el orfanato la hayan tachado de fenómeno y demonio, era bueno saber que eso tenía un nombre, y un tratamiento. Se aseguraría de pedirle esos libros a Artie cuando regresen al castillo. —No, está bien, gracias. Es solo que, hoy… Me llamaste “linda”.

—Bueno—, Artie no pudo mantener más el contacto visual y respondió tímido —es que si te digo de otra forma, no me haces caso. Te lo aseguro, he intentado de todo.

Ricitos hizo una mueca juguetona a Arturo.

—¿Ah si?, ¿Intentaste con más nombrecitos cursis?

Arturo rodó los ojos.

Tuve que . Me llevé distintos libros de romance, diccionarios… Déjame decirte que incluso sonámbula eres muy difícil de complacer.

—¿Por ejemplo…?

—No, me niego a repetir esa tortura.

—¿Ni siquiera si te lo pido por favor?— La chica batió las pestañas, tomó la mano de Arturo entre las de ella e hizo un puchero. Y por un breve momento, pensó que Arturo había cedido ante sus encantos.

—No, definitivamente no—. Ricitos hizo una mueca de derrota que hizo reír a Arturo. —¿Sabes? Cuando por fin consigo convencerte de que regreses a tu cuarto. Solo me dices “Está bien, ma” o “ya voy, ma”—. Arturo imitaba la voz y acento de la chica.

Ricitos se sintió como una tonta. Claro que solo iba a responder a “Linda”; porque así le decía su madre de pequeña, cuando aún no se decidía por decirles su nombre, justo en la misma época en que también solía caminar dormida. 

Entonces, Ricitos concluyó que el que regresara su sonambulismo no tenía que ver con ningún poder especial de Artie, solo era que añoraba su hogar. Aunque… Arturo claramente tenía algo especial en él, por supuesto; el muchacho era listo, noble, leal, justo, incluso bien parecido… Tenía muchas virtudes, pero ninguna de ellas lo habían vuelto arrogante, siempre tenía los pies en la tierra, a veces demasiado para su propio bien. Y él había puesto tanto esfuerzo y cuidado en ella…

Cada que se enteraba de que Artie hacía ese tipo de cosas amables y atentas, Ricitos sentía que su corazón latía más rápido y su cabeza se hacía revoltijos.

—Si vuelve a pasar algo parecido, prometo decírtelo.

—Gracias, Artie. Sos una maravilla—. Ella le dió un beso en la mejilla. Era un gesto que era cada vez más común.

Ricitos se sentía afortunada de que sus personas favoritas pudieran pasar un día juntos un par de veces al mes, porque por supuesto que la visita a los Osos iba a volverse rutinaria para ambos.

—¿Sabes? Creo que mi deber como Rey es asegurarme que todas las cosas mágicas que alguna vez robó Jack Horner, se encuentren en un lugar seguro.

—¿En serio?

—Tal vez voy a necesitar ayuda…

Ricitos estaba a punto de explotar de la emoción. ¿Artie, aventura y viaje? Pero también conocía bien la vida en el palacio y los deberes de Arturo.

—La reina Lillian nunca lo permitiría.

—Haría cualquier cosa por sacarme del castillo.

—Artie… Sabes que lo hace porque se preocupa por ti, ¿Verdad?

—Si, lo sé. Pero creo que sí es absolutamente necesario que salga, me gustaría hacerlo bajo mis propios términos.

—¿No tenés cosas de Rey que atender?

—¿Qué quieres que atienda? ¿Otro baile? ¿A la universidad?

—Bueno, la universidad no es mala idea-

—No digo que vaya a desobligarme de absolutamente todo, solo… tomarme un par de semanas de vez en cuando para devolver uno que otro artefacto mágico. ¿No te gustaría?

Ricitos le dedicó al chico una mirada incrédula aunque ella sabía bien que seguiría a Artie a cualquier parte si se lo pidiera así. En realidad, Ricitos seguiría a Artie a cualquier parte y ya.

—Vos siempre pensás en escaparte conmigo.

—Y tú siempre me dices que me acompañas con gusto.

—Estás chiflado, principito… Pero tenés razón.

—Bien—, Artie saltó encima del escritorio en donde estaban sentados y le extendió su mano a Ricitos. —¿Por cuál quieres empezar?

Chapter 8: Busca y encuentra

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Desde Ricitos, no le había pasado que alguien le agradara tanto como Kay. No tenía filtros, así que cualquier cosa que pasara por su mente iba directo a sus labios, sin ningún tipo de arreglo social; por suerte para el muchacho, tiene un juicio pulcro y un corazón noble que acompaña a su boca floja. Nunca lo ha visto arrepentirse de decir algo, tal vez trata de cambiar su planteamiento para que se comprenda mejor su idea, pero no se retracta jamás.

—¿Y ya saben por dónde empezar?—Susurró Kay. Estaban en la biblioteca de la universidad, buscando información sobre unicornios y qué hacer con sus cuernos.

—Creo que empezaremos por algo sencillo.

Arturo resopló.

—Yo no estoy de acuerdo, creo que deberíamos empezar por los peligrosos, son más urgentes.

—¡Eh!, ya hemos discutido ésto. Además, vos me dejaste escoger.

—Si, porque pensé que escogerías algo interesante.

—Sos un cabeza dura.

—No eres divertida cuando eres responsable…— Arturo recibió un golpe en la nuca.

—Al menos sabes que soy responsable.

Kay se rió demasiado fuerte y recibió una mirada escalofriante de la bibliotecaria.

—Lo siento—. Kay tenía una sonrisa avergonzada. —Bueno, ¿Van a dejar de ir a la Universidad?

—Si.

—No.

Artie y Ricitos cruzaron miradas desafiantes; aunque siendo sinceros, Ricitos tenía las de ganar.

—Vos tenés que asistir a las lecciones todavía.

—¿Para qué? Solo son un par de clases, y tú misma has dicho que debo conocer el reino más allá de los libros.

—Y tengo razón, como siempre; pero vos tenés un compromiso con la Reina Lillian y con los directores, y si necesitás más razones, conmigo.

—¿Contigo?

—¿Se han comprometido tan rápido?— Kay alzó la cabeza como un rayo y miró con sorpresa y felicidad a sus dos nuevos amigos. —Vaya, aún son muy jóvenes, Gerda y yo aún estamos esperando. Pero bueno, si son felices supongo que no hay por qué aplazarlo.

A Artie ya no le agradaba tanto Kay y su grave honestidad. Aunque si le agradaba el tinte rosado en las mejillas de Ricitos.

—No estamos comprometidos, pelmazo. Me refiero a que… Bueno…

—No necesitan ocultarlo de mí. Es decir, entiendo si no quieren que el resto del reino se entere, pero mis labios están sellados y-

—Kay, amigo—. Artie le dió unas palmaditas en la espalda a Kay, tanto para que dejara de hablar como para evitar que Ricitos cometiera asesinato. —Te prometo que si algún día me comprometo, vas a ser el primero en enterarte, pero no estoy comprometido con Ricitos.

—Oh, bueno. Está bien, les creo. Si van en vacaciones ¿Puedo ir con ustedes? Creo que les sería de ayuda y no tengo nada interesante que hacer, siempre que pueda visitar a mi bella Gerda.

—Bueno amigo, no lo sé, aún no sabemos a dónde iremos si quiera.

—Yo sí sé—. Ricitos acercó el libro que revisaba hacia la mesa, y señaló un punto en un mapa de Muy Muy Lejano. —Hay leyendas que hablan de una aldea de unicornios justo aquí.

—Buscando alejarlos del hombre, un viejo hechicero creó un santuario para los unicornios escondido…— Arturo recitaba las antiguas letras con facilidad. —Parece que está más al norte, pero por fortuna no tendremos que usar ningún barco.

—No lo sé chicos, el dejar los cuernos al resto de unicornios suena muy macabro; sería como si llegaran con los restos mutilados de sus compañeros.

—No, para nada—. Arturo cambió de página. —Aquí dice que puedes quitarle los cuernos a un unicornio sin necesidad de matarlos; hay esperanza de que podamos devolver algunos.

—¿Enserio creés que Jack Horner, el cazarecompensas y hambriento de poder Jack Horner , iba a dejar vivos a esos unicornios?

—No, pero creo que tal vez le delegó ese trabajo a alguno de sus trabajadores, y tal vez ellos fueron los que fueron piadosos con los unicornios.

—Eh… ¿Chicos?— Kay arrastró el libro que tenía Arturo cuidadosamente. —No sé qué tan piadoso pueda ser dejar a un unicornio sin cuerno…— El chico señaló una ilustración del libro. Era un caballo negro, del que salía un aura oscura del lugar en que debería tener el cuerno. —Aquí dice que el cuerno es una especie de moderador de la magia del unicornio, por eso es tan pura. El problema es que…

—Una vez que un unicornio pierde el cuerno, es consumido por la magia…— Ricitos recitó las palabras como una vieja profecía. —Y… Ah, diablos. Es más fácil robarle el cuerno a un unicornio vivo que quitarlo de su cuerpo inerte, porque se desvanece en cuanto el caballo muere.

—Pero pueden devolverse, ¿no es así?

—Si, pero es casi imposible, y tiene que ser exactamente el mismo cuerno que perdieron, o sólo se descontrolarán más—. Kay continuó revisando las páginas, pasándolas lentamente hasta que Artie lo detuvo en una en específico. La ilustración era parecida a la que señaló antes, pero este caballo parecía realmente molesto, angustiado y triste.

—¿Sabían que los unicornios pueden vivir siglos?— Artie miró a Ricitos, que parecía cada vez más preocupada. —No me imagino vivir sintiendo que no tengo control de mí mismo, mucho menos por años, por siglos. ¿Siquiera pueden morir una vez que pierden el cuerno?

—Mueren más rápido, pero requiere de mucho esfuerzo—. Kay suspiró y cerró el libro. —Tal vez deban empezar por otra cosa.

—No, creo que estos unicornios sufren mucho sin su cuerno; y no sabemos el daño que pueden hacer- que han hecho—. Artie miró decidido a sus amigos. —Si no hacemos ésto nosotros, nadie más lo intentará.

—Sos idiota. Es muy riesgoso, si morís, dejarías al reino inestable de nuevo, Shrek y Fiona tendrían que asumir el trono de nuevo Y VOS MORÍS—. Ricitos alzó la voz, pero ni la bibliotecaria pudo captar su atención, tenía los ojos clavados en el rey, en el tonto, testarudo y noble rey. —Lillian nunca-

—No tiene que enterarse. 

—¿La corona te dejó hueca la cabeza? No dejaré que vayas.

—Si no me acompañas lo haré solo y lo sabes.

—Chicos, no hay necesidad-

—No Kay, si es necesario; un Rey debe proteger a su pueblo.

—¡No!— Ricitos tomó a Arturo por el cuello de su camisa, estaba furiosa. —Un rey debe asegurarse de que su pueblo esté protegido. ¿Qué protección crees que le podés dar al reino si estás muerto ?

—No voy a morir—. Artie se zafó del agarre de la chica.

—¡Claro que no! Porque me voy a encargar de que no vayas.

—¿Qué vas a hacer?— Artie rió. —¿Encerrarme en una torre?

—No me des ideas.

—¿Y si lo meditan con la almohada?— Sugirió Kay, que se encontraba en medio de una pelea de miradas entre Artie y Ricitos.

—Bien, tal vez sea de ayuda para que entres en razón, mi lady—. Artie tomó sus libros y salió de la biblioteca azotando la puerta.

¿Qué tenía de malo realmente intentar ayudar a los unicornios? Finalmente, también son parte del reino, y también implican una amenaza para los demás. Artie no iba a permitir que otras personas arriesguen su vida por él, además, sería mejor para todos si él… 

Si él no fuera el rey.

Artie caminó hasta una de las fuentes que había en el edificio de la universidad, y se sentó ahí. Ricitos no se encontraba cerca. Diablos, en serio esa chica es incomprensible, primero quiere ir a regresar los cuernos de unicornio y luego no, es decir, entiende que es peligroso, pero si huyen del peligro por siempre, van a terminar por no hacer nada. 

—Hola amigo—. Era Kay, luego de un par de semanas de verse con Artie y Ricitos, su parche se había mantenido en su ojo bueno, el que los hacía ver como horripilantes criaturas. —Las cosas se calentaron por allá, ¿eh?

—Y que me lo digas—. Kay iba a decir algo, pero Artie ni siquiera lo dejó empezar. —Kay, ¿Sigo siendo feo?

—Con F de foco fundido, hermano.

—¿Tan feo como el día en que me conociste?

—Cada día das más asco.

—Entonces el querer seguir con ésta misión de los unicornios no me hace peor persona, ¿verdad?

—Eh…— Kay desvió la mirada hacia la fuente. —Yo creo que no tiene nada que ver una cosa con la otra, chico. Es como… Como la fuente— Kay tomó un poco del agua entre sus manos. —Esta fuente es bellísima, y está cuidada, el agua que corre de ella es limpia, y una que otra vez, el agua puede traer hojas, o tierra. Al final, la fuente puede ser bonita o fea, o vieja o nueva, pero una pequeña suciedad del agua no la hará cambiar. Al menos no siempre que se deseche esa suciedad al dejar fluir el agua. Si no dejas que el agua fluya, la suciedad se estanca, y tarde o temprano daña la roca de la fuente—. A Artie le pareció una comparación ridícula. —Tú eres una linda fuente, amigo. A pesar de que ha pasado tierra y lodo por tus cuencas, has dejado fluir la mugre y te quedas con el agua limpia.

—Gracias…

—Aunque creo que de vez en cuando necesitas que pase alguien con una red para ayudarte con la suciedad que no puede irse con la corriente.

—Por supuesto, siempre terminan por decirme algo así—. Artie se levantó. —¡Eres un buen chico Artie, pero estás muy solo!, ¡Eres un buen rey, muchacho, pero deberías salir más del castillo!, ¡Eres buena persona Artie, pero no puedes solo!— Arturo salpicó agua de la fuente. —No soy tan débil.

—Oye viejo, yo nunca dije que seas débil; más bien, que puedes ser mejor, pero nadie mejora por sí sólo, y tú tienes buenas personas cerca, creeme, es una de las cosas que me fascinan de haberte conocido, desde que me junto contigo no dejo de ver caras horribles.

Arturo resopló.

—Nadie puede solo. Yo necesité de Gerda, Ricitos necesitó de Perrito… Tú también necesitas de alguien que te ayude a mantenerte feo—. Kay le dedicó una cálida sonrisa a Arturo, aunque él seguía escéptico.

—Y… ¿Qué opinas de la misión? ¿Aún estarías dispuesto a acompañarme? 

—Querrás decir acompañarlos , Ricitos no te dejaría a tu suerte solo porque tienes malas ideas, es más, precisamente por eso no te abandonaría. 

—Entonces es una mala idea. 

—Por supuesto, es riesgosa, desconocida, no es urgente, y podría hacerla alguien menos importante para el reino. Es malísima idea, más si quieres ir por tu cuenta—. Kay puso su mano en el hombro de Arturo. —Pero debe hacerse.

—Gracias Kay…— Artie se puso tenso de inmediato. —Oye, ¿Dónde está Ricitos?

—Uhm… No lo sé exactamente, traté de seguirla pero me mandó al demonio. Para ser una chica tan espantosa vaya que tiene un léxico variado.

—Oye, cuidado.

—Sabes a lo que me refiero.

—Si, lo sé—. Artie apretaba el puente de su nariz. —Lo siento, es solo que en serio detesto molestarme con ella.

—Si… ¿Es mi imaginación o se han peleado mucho últimamente?

—Supongo que planear cosas grandes como estas misiones, o estar tanto tiempo juntos… No lo sé, pero algo está haciendo que las cosas hiervan más rápido que de costumbre.

—Oh, bueno, eso es normal. Gerda y yo peleábamos muchísimo.

—No es lo mismo Kay.

—Yo veo muchas coincidencias, amigo. Ambos son nuevos con eso de relacionarse con otras personas, tienen una especie de herida en común-

—¿Herida?

—Eso y que estás loco por ella.

—¡Yo no-

—Arturo, por Dios, a pesar de que tu cara es deforme y repugnante, tus ojos no mienten, la miras como si vieras el mar por primera vez.

—La miro con aprecio porque es mi amiga .

—Viejo, a mí no me miras así y quiero pensar que somos amigos.

—Bueno, ella es una chica y tú un chico. Claro que voy a verla diferente incluso si-

—Ay, por favor, a tí no te importa eso, y si me miraras así, tendría problemas con Gerda—. Arturo sintió cómo la temperatura de sus mejillas subían de 0 a 100—. Mi radar es una máquina fina, querido Artie. Y mi radar me dice que de todas formas eso no importa tanto ahora porque estás clavado con una Oso rizada y rubia que ambos conocemos bien. Nunca habrá algo malo en amar a alguien, Artie.

—No puedo hablar más contigo. Me voy.

—Oye, no, no, espera—. Kay se paró frente a Artie y lo tomó por los hombros. —Entiendo, no te gusta la confrontación—. Arturo estaba a punto de explotar. —Pero me creas o no sobre Ricitos; sé lo que está pasando, y creo que puedo ayudar, al menos para aclararte las cosas, ¿de acuerdo?— Arturo en serio quería irse de ahí, y dejar a Kay sólo con sus locuras… Pero también sentía curiosidad—. Bien, tomaré eso como un sí—. Kay soltó a Artie y puso sus manos en la cadera—. Creo que esto de enojarse es algo más personal.

—¿Personal?

—Veamos, ¿Qué pasa cuando pelean?

—No sé—. Artie trató de retratar a Ricitos cuando se enfadaba con él. Sus ojos podrían sacar chispas, sus puños palidecen por la fuerza con la que los aprieta, muestra los colmillos, su nariz se arruga, a veces incluso gruñe. Todo eso para describir las distintas maneras en las que Arturo teme por su vida.

—Sé sincero, cualquier cosa que digas no va a cambiar que te vea como un adefesio.

Artie aceptó el cuestionamiento de Kay, pero no sé atrevía a decir nada 

—Muchas veces es porque digo algo y a ella no le gusta. Generalmente es sobre quedarme en el castillo, o las misiones, o sobre no ir a un par de lecciones…

—¿Y tú te enfadas con ella?

—Claro. Ella es… Es muy estricta, quiere que todo salga perfecto y yo no soy perfecto, nada lo es. Quiere que las cosas sean a su manera nada más. Como ahora, quiere que la misión sea exactamente como ella quiere. Al final no vamos a encontrar nada que la satisfaga y no haremos nada.

—Ya… ¿Has pensado en negociar?

—¿Negociar qué? Es más fácil hacer florecer una orquídea de una piedra que convencerla.

—Mi amigo, ahí está el problema. No tienes que convencerla, tienes que encontrar un punto medio—. Arturo lo miró escéptico. —En serio, inténtalo un día.

 

~ ⚜️ ~

 

Cuando Ricitos y Artie regresaron al palacio, continuaron sin hablarse, pero Artie notó que Ricitos estaba inquieta, hacía un puchero y susurraba cosas que él no alcanzaba a escuchar. Le pareció cómico y le dió por reírse.

—¿Qué es tan gracioso, principito?

—Nada, nada, sólo que en serio estás molesta. Me pregunto cuánto tiempo estarás así antes de empezar a gritarme.

—Puedo empezar ahora si eso querés-

—No, no. Prefiero mantener sanos mis tímpanos.

Ricitos desvió la mirada de Arturo con una expresión soberbia. Miró por poco tiempo la ventana del salón antes de empezar a hablar.

—No entiendo. Un día no quieres salir del palacio y al otro quieres poner en juego tu vida en el bosque ¡¿Qué chucha querés?!

—Eso es porque las condiciones para salir del palacio es ir a la universidad o a otro banquete inútil y pomposo y aburrido.

—¿Y por eso querés ir a que un unicornio te mate? ¿Tenés un deseo de muerte?

—¿Has pensado que tal vez, solo tal vez , los libros exageran? ¿O su información está mal? Los unicornios también son parte del reino, Ricitos, y las consecuencias de los crímenes de Horner son mi responsabilidad.

—No vale la pena.

—Yo creo que sí.

—¿Si te pasa algo qué va a pasar conmigo?

—Tú vas a estar bien, Ricitos; no te estoy obligando a nada. De todas maneras no quieres venir conmigo.

—Sos idiota, claro que voy a ir con vos—. Ricitos estaba furiosa, y la sonrisa pícara de Artie lo estaba empeorando. —¿Te parece gracioso?

—Mira, te preocupa que esto sea muy peligroso, y creo que sabes tan bien como yo que voy a hacerlo de todas maneras.

—Porque sos un terco, obstinado, cabeza hueca-

—Si, si todo eso—. Artie fue acercándose cada vez a Ricitos, y buscó su mano. —Mira, Ricitos, te aseguro que yo también me preocupo por mi seguridad, ¿si?—. Ricitos no arrebató su mano del agarre delicado de Artie. A él le sorprendió que, aún después de clases de Artes Marciales, y Esgrima, sus manos eran fuertes, si, pero sus dedos no dejaban de ser delgados y gráciles, su toque era cuidadoso y temerario al mismo tiempo. El chico sintió cómo su pulso se aceleraba.

—No lo parece, Artie—. La chica acariciaba el dorso de su mano. —En verdad no quiero que te pase nada, pero vos insistís en-

—Oye, nadie te va a culpar si me pasa algo por ser un cabeza dura, te aseguro que tú y tu familia estarán bien incluso si-

—¡No me importa mi trabajo, idiota, me importás vos!— Artie esperaba lo peor, una bofetada, o más gritos, tal vez ésto era todo lo que la chica necesitaba para salir corriendo del castillo, de Artie. No esperaba un abrazo tan fuerte que le quitara el aliento. —Dejá de hacer planes por si no estás, pelmazo.

Artie, aún intentando respirar a través del peinado de Ricitos, se dió la libertad de responderle el abrazo (y de captar con más detalle el olor de su cabello). Sin embargo, había algo que le preocupaba: ¿Ricitos podría escuchar su corazón a mil por hora estando tan cerca de él? Eso era un problema.

—Lo siento…

—Sos noble, y siempre te preocupás de los demás antes que de vos mismo; y eso te hace un buen Rey, en serio—. Ricitos se separó lentamente. —A veces desearía que no fueras el Rey, tal vez así tendrías menos excusas para ir y hacer estupideces.

“Negocia”, le dijo la voz de Kay desde el fondo de su cabeza.

—¿Te parecería una mejor idea si primero nos limitamos a buscar un unicornio? No llevamos los cuernos, sólo nos acercamos para observarlo, y desde lo que veamos, podemos saber si vale la pena continuar con la misión o no.

—¿Me prometés que en serio sólo nos quedaremos a ver? ¿Sin actuar de héroe ni saltar al peligro?

—Yo…

—Artie-

Bien , lo prometo. Palabra real—. El rostro de Ricitos se iluminó y él casi podría jurar que se llenó de mil colores distintos, porque ese efecto tiene su sonrisa. Ella se acercó a dar unas palmaditas en la mejilla de Artie.

—¿Qué harías sin mí, principito?

“No lo sé” Pensó Artie; y se dió cuenta de que en serio no sabía, no podía imaginarse una buena vida sin ella, incluso si peleaban a diario, o no. Y es extraño, porque para él, es fácil imaginarse su vida sin la corona sobre su cabeza; pero incluso en esas fantasías, busca a la chica. Si no fuera Rey, se iría a trabajar en la armería, ganaría dinero suficiente para sobrevivir y reclamaría su derecho sobre alguna de las propiedades de su madre, sería una buena vida, pero también se aseguraría de encontrar a Ricitos; tal vez él podría encargarse personalmente de su armadura y armas para las justas, aunque ya no la vería todos los días y eso se sentía mal , podría tomar cualquier excusa para ir a visitarla, a ella y a los Osos.

Mientras Ricitos se iba, Artie se dió un momento para respirar profundo, porque su corazón latía muy fuerte, y hacía que temiera por sus costillas, más aún después del fuerte apretón de Ricitos.

Sólo una vez que pasó la tormenta, Artie dedicó tiempo a pensar en las locuras que Kay había dicho. No sobre los chicos y las chicas, eso era algo que sabía desde hacía mucho; sino sobre Ricitos. ¿Por qué diría algo así? Es decir, Kay ha dicho muchas cosas extrañas durante el tiempo que lo conoce, pero siempre tiene la razón, porque siempre habla con sinceridad. ¿Entonces en serio mira a Ricitos como Kay lo había descrito? ¡¿Ella se dió cuenta también?! Ay Dios, en serio tenía un problema, es la primera amiga real que tiene en muchísimo tiempo y tiene que complicarlo todo con sentimientos estúpidos y miraditas.

“Nunca habrá algo malo en amar a alguien ” La voz de Kay retumbaba en sus oídos como una profecía que en serio no quería que se cumpliese. 

¿Amar? ¿No es exagerado? No es como que Artie de verdad sepa lo que  es el amor de todas formas, se enamoró de Ginebra (y de Lancelot, por menos tiempo y con menos intensidad, pero que prueba el mismo punto) y vaya que fué un error. Ese primer amor, además de que claramente no era correspondido, era totalmente superficial; y para empeorarlo todo, ella usó esos sentimientos en su contra.

Aunque, si había algo que Artie tenía claro, es que no había punto de comparación entre Ginebra y Ricitos. Ricitos era temeraria, si, pero también era amable, cariñosa y alegre; y se preocupaba por él, lo había incluído con su familia; los días con los Osos eran sus favoritos de la semana, además de las clases de Artes marciales. Le gustaba que con Ricitos y los osos, sentía una calidez en el pecho que no había sentido desde hacía mucho tiempo, él suponía que era esa cercanía al hogar que conoció una vez, pero no puede negar que cada que Ricitos deja una habitación, siente que los muros son más grises, hace más frío y está más solo. No es insoportable, pero nota el contraste.

Con Ginebra todo había pasado tan rápido, y tan personal… Eso se sentía mal. Pero con Ricitos era distinto; claro que el día de la justa había sentido que sus entrañas cambiaban de lugar en cuanto vió sus ojos a través del casco; pero esa chispa no ha hecho más que ir creciendo hasta incendiar todas sus dudas, sus miedos… Y ahora su corazón estaba en llamas. Maldición, en serio se estaba enamorando, que patético.

Artie decidió que ya habían sido demasiados rodeos, porque se había esforzado mucho en ignorar lo que pasaba por su mente cuando ella sonreía, o cuando tomaba su mano, o cuando practican Artes Marciales y ella se quita la armadura, y Artie reza para que practiquen ese movimiento en que puede poner su mano en su cintura, y poder sentir esa curva al menos por un par de segundos (antes de que ella le patee el trasero como es costumbre).

¿Y qué si la quiere? Él conoce ese sentimiento, ese hormigueo en sus manos, el calor en su piel, la paz y la tormenta. Los conoce bien, y está dispuesto a aceptarlos. Una vez aclarado eso, ¿qué pasa si ella nota el cambio y se asusta? ¿Ella se habrá enamorado alguna vez?

Artie quiere pensar que todo pasa, y aunque le gusta sentir esta ola de cariño hacia Ricitos, tal vez lo mejor sea dejarlo pasar. Porque es el Rey; y aunque él sabe que Ricitos sería una monarca maravillosa, no puede pedirle que asuma la responsabilidad que él tiene sobre los hombros; la necesidad que tiene el reino de que él esté bien todo el tiempo, siempre estable, nunca roto, nunca tambaleante, siempre fuerte. Todo sólo porque Artie la quiere a su lado, y claro, suponiendo que por un milagro, ella también lo quisiera.

Ricitos, Ricitos, Ricitos. Podría rezar su nombre dentro de su mente hasta volverse loco. Podría pasar siglos contando los distintos tonos de azul verdoso en sus ojos. Podría pasar toda su vida ridiculizandose si eso la hacía reír. Podría vivir el resto de sus días trazando la forma de sus labios en su imaginación.

“Ahora no hay vuelta atrás”, piensa Artie, “Estoy pasando por ésto de nuevo, y no hay vuelta atrás”, y no lo piensa como si realmente tuviera una opción; ella es como las luciérnagas del pantano, que son imposibles y sin embargo, existen: brillan sin quemarse, y surcan los cielos, decorandolos sin una pizca de magia, es una belleza mundana que es más preciosa y rara que cualquier cosa que pueda conjurar la más poderosa bruja del reino.

Ella ”, piensa Artie, “ Ella es imposible, pero aquí está, conmigo”. 

Notes:

Es oficial, gente. Tenemos nuestra primera caída.

Por supuesto que Artie, el mismo que le declaró a Ginebra sus sentimientos sin pedirle nada a cambio, es un romántico empedernido. Pero vamos a ver cuánto tiempo puede ocultar lo que siente antes de que explote MUADJSJAJSDAJA.

Bueno, perdón por la tardanza, pero les dejo algo que pueden releer por un par de días, espero.

Y tengo una consulta, ¿Qué día les gusta más la actualización? ¿Tan pronto como sea posible o un día en específico?, entinedo que tienen cosas que hacer y eso, pero también soy una desesperada e impaciente que quiere publicar YA YA YA en cuanto lo termino, pero puedo cambiar por ustedes (o intentarlo jasjasa)