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Fuegos Artificiales

Summary:

Atsushi no sabe qué es lo que siente por Dazai, y sus sentimientos se están convirtiendo en una tortura para él. Sabe perfectamente que el castaño no está interesado en los hombres, e incluso si lo estuviera él nunca llegaría a ser siquiera una opción.
En medio del caos de sus emociones, ambos son asignados a un caso de una niña con la habilidad de atrapar a las personas dentro de un mundo ilusorio con sólo escuchar su voz. Trabajar en ese caso hace que Atsushi reviva una y otra vez lo que vivió en el orfanato, además de enfrentarse a una lucha constante contra sus miedos e inseguridades.
Estando cerca de Dazai, en lugar de sentir mariposas en el estómago siente que se le están rompiendo todos los huesos del cuerpo.
Y sabe que tarde o temprano el ex-mafioso se dará cuenta de todo.

"Los fuegos artificiales eran hermosos esa noche, al igual que la sonrisa de Dazai. Aunque fuera una ilusión, Atsushi no podía evitar sentir cómo el corazón quería escaparse de su pecho".

Notes:

Esta será una historia de dos partes, espero poder subir la segunda parte muy pronto.
Sinceramente quise proyectar mis sentimientos en una historia, hablando de la forma en que una persona neurodivergente experimenta "tener un crush" o gustar de alguien. Caos, caos y más caos.
Disfruten el angst! kudos y comentarios son altamente apreciados!!!!

Chapter 1: Crushing

Chapter Text

Atsushi ha estado mirando a Dazai desde que el castaño llegó a la oficina.

Hoy no parece ser él mismo, aunque si lo piensa bien, probablemente este sea el Dazai de verdad. 

Sus ojos están apagados, no ha molestado a Kunikida desde que se sentó tras su desordenado escritorio, y sus manos están quietas en lugar de robar lápices o borradores del escritorio del albino. 

Muchas veces Atsushi ha tenido el impulso de preguntarle si está todo bien, si necesita hablar, si hay algo en lo que pueda ayudar; pero en el fondo el muchacho sabe que es inútil, que su superior carga con un vacío que data de mucho antes de conocerlo, cuando estaba en la Mafia Portuaria. 

“Oye, Atsushi-kun” la voz apagada de Dazai lo saca de sus cavilaciones Atsushi parpadea un par de veces, tratando de ubicarse de forma correcta en el espacio-tiempo. 

“Llevas buen rato viéndome, y quiero que sepas que no estoy interesado en los hombres de esa forma” finaliza el contrario, y el menor siente cómo se le calientan las orejas y las mejillas. Se ha sonrojado, pero ¡no es que a él le guste Dazai de esa forma, tampoco!, simplemente no está acostumbrado a que se le acuse de semejante cosa, y él siempre ha sido muy fácil de avergonzar. Es sólo eso. 

“No digas esas cosas, Dazai-san. Estaba pensando en algo, no sabía que te estaba viendo” miente. No sabe ni siquiera por qué tiene ese impulso de mentir, de ocultar que lo estaba mirando porque no comprendía sus cambios de actitud tan radicales. El castaño ladea la cabeza, y Atsushi de pronto es demasiado consciente de la forma en que la luz entra por la ventana y crea sombras angulosas en las facciones de Dazai. Piensa que el ex-mafioso es una persona realmente bonita, que si él quisiera podría tener a cualquier mujer que le gustara (si tan sólo no las ahuyentara con eso del suicidio doble). Algo en su pecho se encoge y le causa incomodidad, pero Atsushi no sabe exactamente el por qué. 

“¿En qué podría estar pensando mi subordinado como para tenerme de frente e ignorar mi apariencia despampanante?” inquiere su superior, y ahí es donde el muchacho traga grueso, porque no ha tenido tiempo suficiente para continuar el hilo de su mentira, y con lo listo que es Osamu Dazai está completamente seguro de que a estas alturas ya sabe que no le ha dicho la verdad. Esos ojos color chocolate le están mirando con curiosidad y una pizca de burla, y aquél sonrojo traicionero no hace más que acentuarse en su mortificado rostro. 

“E-en cosas personales” espera que con eso Dazai deje el tema por la paz, pero por un breve instante la sonrisa del contrario se vuelve retorcida y sus ojos adquieren un destello travieso que le hace saber que la ha cagado. Que le acaba de dar el arma homicida y se ha puesto en bandeja en frente suyo. 

“¡Oh, estás en esa edad!” Osamu habla tan fuerte que el resto de la Agencia detienen sus actividades para girarse a mirarlos, especialmente Ranpo, que hasta ha dejado de chupar el caramelo que tiene entre los dedos. El albino desea que se lo trague la tierra, que aparezca una nave alienígena y lo secuestre, que pase algo lo suficientemente importante como para que todos desvíen su atención de él. ¿Por qué a Dazai le gusta tanto molestarlo?.

Atsushi lo quiere mucho, en verdad mucho. Dazai lo salvó, le dio un propósito y una familia, le dio una razón para vivir y para luchar, y durante el tiempo que han pasado cerca el uno del otro el menor ha aprendido muchas cosas acerca del contrario.

Dazai es una persona brillante, tan inteligente que a menudo él se siente un estúpido al lado suyo, le gusta molestar a los demás y si le demuestras fastidio o vergüenza se sentirá más motivado a meterse contigo, y también miente mucho. La mayoría de sus sonrisas y sus palabras de aliento son mentiras, su personalidad traviesa es una mentira más. La única verdad en toda su persona es el hecho de que no tiene una razón para vivir, y es justamente lo que la mayoría piensa que es una broma. Irónico. 

Atsushi tiene sentimientos muy fuertes hacia su superior, pero cuando trata de darles un nombre se asusta tanto que prefiere dejar el tema por la paz. El albino nunca ha estado enamorado, y tampoco está seguro de que le gusten los hombres; es decir, antes de conocer a Dazai solamente se había sentido atraído por chicas, y esa atracción siempre era del tipo inocente, pensar que son bonitas, que huelen bien y que le gustaría acariciar sus cabellos. Nunca pensó eso de un hombre, y sigue sin hacerlo. 

Quizá lo que siente sea simplemente una gratitud enorme, una admiración y vehemencia que rayan en el amor platónico, y por eso tiende a confundirse y a tejerse telarañas en la cabeza. Si lo intenta, puede ignorar esa punzada en el pecho cada vez que lo ve coquetear con la mesera de la cafetería, o la forma en sus costillas parecen romperse cuando Dazai desaparece durante varios días sin decir una palabra. Sólo tiene que repetirse a sí mismo que está confundido y que eventualmente pasará. 

“Tierra llamando a Atsushi” Dazai sacude su mano frente a los ojos heterocromáticos de Atsushi, quien otra vez se ha desconectado de la realidad. 

“Kunikida nos acaba de asignar un caso, ¿sucede algo?, ¿es por esa mesera pelirroja?” el chico quiere gritar, arrancarse el pelo, sacudir a Dazai hasta que se le licúe el cerebro. ¡No se trata de Lucy, y eso lo sabe de sobra!.

“Olvídalo, Dazai-san. ¿Un caso?, ¿es urgente?” Atsushi se apresura en cambiar de tema, porque si el castaño sigue haciendo preguntas va a llegar a la espantosa verdad tarde o temprano y el menor no quiere enfrentarse a la mueca de asco que seguramente Dazai va a hacer cuando sepa que su subordinado ha estado gestando sentimientos extraños por él. Definitivamente Dazai no puede saberlo. 

“No es nada complicado. Una habilidad que puede encerrar a las personas en ilusiones, ha estado causando problemas al sur. La dueña de la habilidad es una niña de doce años, pero se ha escapado y no saben dónde encontrarla” comenta su superior, pasándole el folder con los papeles del caso. La niña se llama Hina, y luce asustada en la fotografía. Atsushi escanea rápidamente el resto de información, y sus ojos se detienen en la palabra huérfana .

Hina había estado viviendo en un orfanato hasta hacía un par de meses, cuando el director llamó a la División Especial de Poderes Inusuales, ya que la niña había estado atrapando a varios niños dentro de sus ilusiones y estaba perturbando la tranquilidad de la casa hogar. Desde entonces había sido trasladada a una concentración de jóvenes con habilidades sobrenaturales, donde la mantenían aislada debido al peligro que representa, ya que es posible caer en una de sus ilusiones con sólo escuchar su voz. Hina escapó hacía exactamente diez días, y pese a intentarlo por todos los medios no habían logrado localizarla. 

Atsushi conoce bien el sentimiento de ser segregado debido a una habilidad que no puedes controlar, a permanecer encerrado y aislado de los demás, a ser visto como un monstruo. Sus dedos se aferran al papel con tanta fuerza que comienzan a formarse arrugas en las hojas, y tiene que luchar contra el millar de memorias que amenazan con desbordarse e inundarlo todo. Hina debe estar muy asustada, debe estar sintiendo que su existencia es un pecado, que no debería haber venido a este mundo. 

“Tenemos que encontrarla, Dazai-san” lo dice con tanta determinación que el castaño le dirige una mirada indescifrable, pero no hace preguntas. Incluso alguien tan indiscreto y poco empático como Dazai sabe cuándo es mejor quedarse callado, y Atsushi se lo agradece mentalmente. 

“¡Váyanse de una buena vez, par de holgazanes!” la voz potente de Kunikida los obliga a ponerse en marcha. El albino toma el folder y se echa el bolso al hombro, y, como es de esperarse, Dazai simplemente se levanta y echa a andar detrás suyo sin preocuparse por llevar absolutamente nada consigo. 

“Aquí dice que la vieron por última vez en este parque hace dos días” señala el más joven, apuntando con su dedo índice un punto en el mapa, y Dazai se para detrás suyo para poder mirar más de cerca. El pecho del más alto se pega a su hombro y el espacio entre ambos se vuelve prácticamente inexistente. A Atsushi se le acelera el corazón como si acabara de correr un maratón, sólo espera que el oído del contrario no sea tan agudo como para poder escucharlo. Pasa saliva con dificultad, porque en lugar de sentir mariposas en el estómago siente que se le están rompiendo todos los huesos del cuerpo. Si realmente enamorarse de alguien se siente de esa forma, entonces el albino espera nunca jamás volver a tener que pasar por algo así, suponiendo que salga vivo de lo que sea que está sintiendo por Dazai. 

“Entonces vamos a ese lugar, podemos buscar pistas, Atsushi-kun” canturrea el más alto, alejándose, ¡por fin!, de él. Por fin. El aire le llena los pulmones de nueva cuenta en cuanto el calor del cuerpo ajeno se disipa, y su cerebro se conecta de nuevo con el resto de sus extremidades. 

Atsushi, por favor enfócate en la misión. Esto es muy importante .

El albino camina en silencio detrás de Dazai, observando cómo el viento le sacude la desordenada melena castaña, la forma en que su gabardina ondea como una bandera y esos vendajes que se enredan alrededor de su cuello como una segunda piel. ¿Tendrá Dazai muchas cicatrices bajo los vendajes?, ¿será que existe una razón de peso para que esté siempre cubierto de vendas?

Ambos abordan el tren bala, y al ser hora pico no les queda más que hacerse un espacio entre el mar de cuerpos apilados como sardinas dentro de una lata. Otra vez están pegados el uno al otro, pero esta vez es mucho peor porque no hay lugar al cual pueda escaparse. Está tan nervioso que empieza a sudar.

“¿Atsushi-kun?” 

No quiere mirarlo, no puede hacerlo. Si lo hace, Dazai va a poder ver a través de sus ojos, va a descubrir la verdad y lo va a repudiar por el resto de su vida. 

“At-su-shi-kun” canturrea Dazai nuevamente, y a Atsushi no le queda más opción que alzar la vista y verlo a la cara. El castaño tiene los ojos un poco entrecerrados, y las cejas un poco fruncidas. Su expresión es un poco de todo, sólo un poco. 

“¿Por qué estás actuando tan raro hoy?” 

Se le seca la garganta, le tiemblan las manos. En serio, ¿gustar de alguien debería causar tanto malestar?, ¿todos se sienten así cuando tienen en frente a la persona que les gusta?

“No dormí bien anoche” miente, y ya ha perdido la cuenta de la cantidad de mentiras que ha dicho ese día. 

“Saca de tu cabeza lo que sea que te está fastidiando. Estamos en un caso, y por lo que vi en la oficina, tiene un significado importante para ti” era obvio que Dazai notaría su reacción cuando leyó los detalles del caso. Al ex-mafioso nunca se le escapaba ningún detalle. 

“Sí, Dazai-san” es todo lo que atina a decir, antes de golpearse mentalmente una y otra vez. ¡Qué vergüenza que le tengan que decir que preste atención al trabajo!. Decide que ya tuvo suficiente, y se pelea con todas las voces que le gritan que Dazai está muy pegado a su cuerpo. Cuando llegan a su destino, Atsushi ya se ha calmado lo suficiente como para enfocarse completamente en el caso, y los dos deciden separarse para buscar pistas de manera más eficiente. Atsushi sabe que el castaño ya tiene una idea de dónde puede estar Hina, pero no se lo ha contado porque lo está poniendo a prueba; la cosa con Dazai es que siempre lo está poniendo a prueba, ya sea en el trabajo o en cualquier tipo de situaciones bizarras que se le ocurran, y el albino siempre tiene miedo de no cumplir con sus expectativas. Decepcionar a Dazai se ha convertido en uno de sus mayores miedos, y en ese punto de su vida incluso se siente culpable por haber juzgado tan duramente a Akutagawa. 

El muchacho se pasea por el parque, observando los columpios que parecen a punto de caerse a pedazos. En esa parte de la ciudad parece no haber nada en buen estado; los edificios son viejos, hay muy poca gente en las calles y se respira un aire cargado de una tristeza inexplicable. El detective se imagina a la niña hecha un ovillo en la banca oxidada, temblando de frío y quizá de miedo, con el estómago vacío y el corazón roto. Tiene que encontrarla lo antes posible, se lo debe tanto a ella como a sí mismo, al niño que pasaba sus noches encerrado en una celda recibiendo golpiza tras golpiza por el simple hecho de haber nacido con una habilidad que él no pidió tener. 

Decide preguntar a las personas de los alrededores, y después de llamar a varias puertas sin éxito finalmente una mujer de edad avanzada le abre. 

“¿Vinieron a buscar a Hina?” hay algo en su voz que hace que a Atsushi se le encoja el corazón. La mujer lleva un camisón gris y un par de anteojos casi tan grandes como su cara. A pesar de las canas y el paso del tiempo, su parecido con Hina es innegable. 

“¿Sabe dónde está?” Si su deducción es correcta, esta mujer debe ser la abuela de Hina, o al menos familiar suyo. La mujer le dedica una sonrisa triste, antes de negar con la cabeza.

“Dijeron que yo no podía cuidar de ella por mi enfermedad. Dijeron que ellos la iban a cuidar pero sólo la han lastimado” los pequeños ojos de aquella mujer se cristalizan con lágrimas que no llegan a derramarse.

“No voy a decirles a dónde se fue, dejen de buscarla”. 

La puerta está a punto de cerrarse en sus narices, así que el detective mete un pie y se traga el dolor. Ella sabe exactamente dónde está la niña, sólo tiene que escoger sus palabras con mucho cuidado para obtener la información que necesita. 

“No vengo de parte del orfanato, ni de la División Especial” es mejor empezar por lo más relevante. La expresión de la señora cambia, ahora parece sentir curiosidad. 

“Los enviaron ellos. Quieren llevarla de regreso a ese lugar” no es una pregunta, es una afirmación. 

“Al principio esa era la misión. No pienso mentirle, ellos nos pidieron ayuda para encontrar a Hina” decirle la verdad es lo más sensato. Después de todo, cualquiera sabría que no tomaron el caso por puro altruismo, además, las facciones tristes de la anciana le impedirían a Atsushi mentirle. 

“Pero cuando leí sobre ella… yo también soy huérfano. Crecí en una celda donde siempre estaba oscuro y húmedo. Sólo conocía el dolor y la soledad, así que pensé que en verdad quería encontrarla a ella” por muchos años a Atsushi le han dolido heridas invisibles que no parecen sanar, fracturas que no se curan. Sabe perfectamente lo dura que puede ser la soledad, sabe lo aterrador que es ser un niño abusado y maltratado que ni siquiera entiende por qué lo están lastimando. Durante dieciocho largos años la violencia fue todo lo que conoció. Los ojos de la mujer se suavizan, una mano temblorosa y pequeña se posa sobre la mejilla izquierda del detective y tiene que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no echarse a llorar. El director del orfanato está parado justo detrás de ella, un fantasma que lo sigue a todas partes y nunca le deja estar en paz.

“Quiero decirle que ya no estará sola, que la vida es hermosa aunque las heridas duelan tanto. Le prometo que Hina no volverá a estar sola” esta vez, la anciana suelta su bastón y eleva su otra mano hasta la mejilla derecha de Atsushi, acunando su rostro en un gesto maternal que el muchacho nunca antes pudo experimentar. Su toque es cálido, firme y suave a la vez, tierno, tan dulce que el albino tiene miedo de estar soñando.

“Eres un buen muchacho, joven detective. Lamento tanto que te hayan hecho daño” no puede evitarlo, se le llenan los ojos de lágrimas y el aire se le escapa de los pulmones como si le hubieran dado un buen golpe en el estómago. 

“Ningún niño merece ser tratado de esa forma, ningún niño es culpable de los pecados que cometieron otros. Ni Hina ni tú tienen la culpa de haber sido escogidos por dones que asustan a los que no los conocen de verdad” la mujer atrae al muchacho hasta su cuerpo, en un abrazo que Atsushi necesitó toda su vida, después de decirle aquellas palabras que deseó escuchar toda su vida. El llanto ya es inminente, sus párpados están empapados y su visión se vuelve borrosa durante unos instantes. 

“Hina está en el edificio azul al final de la calle. En la cocina hay una trampilla que lleva al sótano, la trampilla está escondida debajo de la estufa. Abrázala de mi parte, y por favor no la dejes sola” la anciana lo suelta y aunque el albino es un desastre ella finge no notarlo. Su sonrisa es tan cálida que se pregunta por qué el gobierno decidió enviar a Hina a un lugar tan espantoso en lugar de dejarla vivir junto a su abuela. Recuerda entonces un detalle del reporte, y el corazón se le cae hasta los pies. 

Su abuela padece Alzheimer, y por ello decidieron que no era apta para cuidar de la niña. 

“Es una promesa”

El edificio azul parece estar en ruinas, sus pasos hacen eco por toda la estancia. Hay varios muebles cubiertos de polvo, unos cuantos juguetes viejos regados por el piso y para cualquiera que pase por ahí parecería que nadie ha pisado ese sitio en al menos un par de años. El lugar perfecto para evitar que encuentren a alguien. 

Atsushi le prometió a esa mujer que Hina no iba a estar sola, y piensa mantener su promesa como lo hizo cuando decidió ayudar a Kyouka. Él no piensa abandonar a alguien que necesita ayuda, sobre todo si se trata de una pequeña niña indefensa. 

Avanza con cuidado por habitaciones en ruinas, hasta dar con la pequeña cocina que parece sacada de una revista de los años noventas. Todo está deteriorado, a excepción de la maceta con flores que descansa en el marco destartalado de la ventana. No quiere perder más tiempo, así que envía un mensaje a Dazai para dejarle saber que ya ha dado con el paradero de la niña, y se dispone a mover la pesada estufa que, en efecto, revela un trampilla. No quiere alarmar a Hina, así que comienza por presentarse.

“Hola, Hina.  Me llamo Atsushi. Tu abuela me dijo dónde encontrarte. Sé que estás asustada, pero te prometo que todo estará bien”

Justo cuando va a jalar de la pieza de madera, una voz ladina y asustada hace eco por todo el edificio.

“¡No quiero volver a ese lugar!”

Y antes de que el detective pueda siquiera procesar esas palabras, todo a su alrededor comienza a desdibujarse y a cambiar su forma, el suelo de madera vieja bajo sus pies es reemplazado por pasto húmedo y la luz que se cuela débilmente a través del cristal opaco se transforma en los pálidos rayos de luna. 

Ya no está dentro de un edificio, sino a la orilla de un río en mitad de la noche. 

Se siente desorientado por unos momentos, hasta que cae en cuenta de lo que acaba de pasar: Hina lo ha metido en una ilusión y no tiene ni idea de cómo salir de ahí. 

Reconoce ese sitio, aunque esté un tanto distorsionado. Es el río en donde encontró a Dazai flotando aquella vez, justo en donde su vida entera cambió. El cielo está tapizado de estrellas que titilan de distintos colores, la luna parece ser diez veces más grande de lo normal y a lo lejos se puede observar un festival de verano. El albino gira sobre sus talones para tratar de encontrar una manera de liberarse de la ilusión, y sus ojos se topan de frente con la mirada traviesa y brillante de Dazai, que lleva puesto un yukata y porta la sonrisa más genuina que Atsushi haya visto alguna vez.