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Mesías

Summary:

Con el nacimiento de un nuevo mesías, la humanidad popularizó el hecho hasta crear juegos en los parques de atracciones, mercancías, noticias sensacionalistas y vídeos criticando la situación cuando se enteraron que la niña provenía del vientre de un hombre biológico; ignorando por completo que estaban al borde de la destrucción. Nicola ante su nueva vida como una celebridad, no pudo evitar angustiarse por todos los periodistas que no paraban de perseguirlo para entrevistarlo a él y a su hija de apenas dos años de edad. Por lo que se limitó a orar noche tras noche, suplicándole a Dios regresar a su antigua rutina. Sin embargo, lo que no sabía era que mientras él suplicaba para que un milagro ocurriese, en el Cielo se estaba tomando una importante decisión que involucraba a su viejo amigo Aristide.

Notes:

✧Desde que me vi la película "Santocielo" me vi en la obligación de escribir un fanfic sobre esta, especialmente sobre los personajes de Nicola y Aristide por el gran cariño que desarrollé hacia ellos a lo largo de la trama. Por favor, no se tomen este fanfic en serio, hago lo mejor que puedo.
✧Decidí llamar a la niña Elizabeth, les aviso con tiempo para que se ahorren el jumpscare.

Chapter 1: Déjà vu

Chapter Text

—¡Tenemos que hacerle saber que su hija es el nuevo mesías! —exclamó Gabriel levantándose de su puesto con exaltación mientras golpeaba la mesa frente a todo el tribunal—. ¡De la misma forma en que le dijimos a María que su hijo Jesús lo era!

Otra reunión para decidir el destino de la Tierra, otra discusión donde Dios se exasperaba porque ninguna de sus creaciones coincidía en una solución sensata. Todos hablaban al tiempo, provocando que por el bullicio ninguno escuchara la idea del otro. Los únicos que permanecían en silencio eran los ángeles que trabajaban en el departamento de oraciones al ser seres de una naturaleza poco conflictiva, en donde se destacaba a un ángel de cabellos dorados que observaba la situación con temor y hacía lo posible por pasar desapercibido. Aunque quisiera regresar a la Tierra para visitar a su querido amigo Nicola y a su bebé, sabía que se lo impedirían por el grave error que cometió dos años atrás al haberlo embarazado por accidente cuando le salvó la vida. ¿Pero qué culpa tuvo de su inexperiencia? El hombre lo invitó a tomar al verlo desorientado y evitó que le dieran una paliza esa misma noche. Además, deseaba escapar de allí lo antes posible porque no quería que le volvieran a reprochar frente a toda la legión de ángeles que por ese estúpido desliz había perdido el privilegio de ser parte del coro celestial. Incluso admitía que si tuviera la oportunidad de viajar a la Tierra para ver cómo estaba Nicola y su nueva familia, aun fuera de lejos, sería más que suficiente para hacerlo feliz el resto de la eternidad. O eso creía, porque una vez los volviera a ver terminaría deseando ser parte de aquella familia.

A veces se preguntaba cómo estaría el bebé de Giovanna y de si podría conocerlo al haberse perdido su nacimiento, mas estaba consciente de que aquello nunca sucedería. Cabizbajo, dio un suspiro y miró sus manos en un intento de distraerse del asunto, sólo para recibir un codazo proveniente de uno de sus amigos indicándole que recobrara la compostura. Nerviosamente se irguió y observó hacia todos lados en busca de la salida más cercana a su posición para que, una vez acabara la reunión, pudiera escabullirse sin llamar la atención. Trató de calmar su pulso acelerado, pero cuando la mano de Dios golpeó la mesa con irritación y alzó la voz hasta hacerla resonar contra las paredes de la sala, esta se disparó.

—¡SILENCIO! ¡Hablarán por turnos como se constituyó en el artículo 45! —La multitud se silenció.

El ángel rubio, quien tenía por nombre Aristide y es el protagonista de esta historia, se sobresaltó gracias al repentino cambio del tono de voz de su superior. Inclusive el ángel, que momentos antes le dio un codazo para que se acomodara, le agarró del brazo para no llamar la atención de su nuevo jefe inmediato (puesto que el anterior se retiró la semana pasada). Todos los ángeles que discutían por tener la razón comenzaron a levantar la mano y a medida que iban expresando sus ideas, Dios asentía hacia las que eran más coherentes. Al final todo se redujo a dos opciones: contarle a aquella familia que la bebé era el mesías o escoger a otro ser humano para que llevara a cabo la misión. Surgió una votación y la opción ganadora (por un punto de diferencia) fue la de avisarle a la familia sobre que la niña era la nueva mesías. Gabriel, sintiéndose aliviado y orgulloso porque su idea fue aprobada, se levantó de su puesto.

—Mi Dios, quiero preguntarle, ¿a qué ángel le asignaremos aquella dura misión? Puesto que los humanos ya no creen en milagros o les parece ridícula la existencia de uno —cuestionó Gabriel sirviendo sobre la mesa el desafío que el futuro ángel encargado tendría que afrontar—. Tiene que ser alguien que no le tema a las burlas.

—¡Que sea el mismo ángel que embarazó al humano! ¡El tal...! Tal... —exclamó Miguel con cierto desgano.

—¿Aristide? ¡¿Ese tonto?! —Ahora quien hablaba era Dios—. ¡No necesitamos más desastres que arreglar!

Aristide se encogió de hombros e intentó esconderse detrás del asiento delantero para esconderse del mundo, no era tan tonto como para tropezarse con la misma piedra dos veces. Además, independientemente de lo que sucedió, se cumplió con el objetivo, aunque no de la forma en la que se planificó. Igual sabía que nunca se fijarían en lo positivo porque sólo veían la mancha negra en el centro del lienzo en blanco, así que se limitó estos dos años a tratar de hacerse pequeño y a esconderse entre la multitud que ahora tenía sus ojos encima de él.

—¡¿Entonces a quién enviaremos, mi Señor?! ¡Ningún ángel que vio lo sucedido quiere ir por lo ridículo que son los seres humanos! —exclamó Miguel refiriéndose al trato indigno que recibió Aristide cuando visitó la Tierra.

—... Tiene que ser un ángel que ya haya estado en la Tierra... —Dios comenzó a observar a ciertos ángeles escondidos entre la multitud, obteniendo miradas llenas de miedo—. ¡Gabriel!

—¿Si, mi Señor? —preguntó el arcángel jugando con sus manos de forma nerviosa.

—¡Tú le darás el mensaje de salvación al padre de la mesías! —Ante aquella orden, Gabriel casi se desmayó.

—¡Claro que no! ¡Que vaya Miguel esta vez! ¡Yo ya tuve suficiente con los humanos por culpa de José, quien me dio una cachetada por embarazar a su mujer! —refutó Gabriel exaltado.

—¡No tenemos a nadie más con experiencia! —exclamó Dios frunciendo el ceño—. Gabriel, irás quieras o no porque eres el único que conoce la naturaleza humana y no cometerá errores.

—Pero mi señor...

—¡Nada de peros! ¡Irás y ya! —Dios se levantó de su asiento—. ¡Tú decidirás cómo te le aparecerás al padre de la criatura! ¡Asamblea disuelta!

Aristide se sintió aliviado por haberse ahorrado otra humillación pública, pero estaba lleno de resignación al saber que no volvería a ver a su mejor amigo. Se levantó apresuradamente de su puesto y se dirigió hacia la primera salida que halló a su alcance al ser vergonzoso que lo vieran involucrado en asuntos como estos debido al accidente antes mencionado. Algunos de sus compañeros decían que ya no tenía esa chispa que lo caracterizaba antes de bajar a la Tierra y sospechaban que fue a causa de su extraño apego por los humanos o su breve enamoramiento por aquella monja llamada Luisa, con la cual tuvo la oportunidad de compartir su primer beso. Ah... Luisa, un recuerdo tan lejano y precioso que Aristide guardaba en su mente. ¿Cómo podría olvidar a la primera persona con la cual experimentó lo que los humanos llamaban “enamoramiento”? Era tan bella, brillante, amable... Tenía todas las cualidades que un buen siervo de Dios debía poseer. Sin embargo, quería ir a disculparse con ella por haber representado una tentación para su voto de castidad. Y es que, cuando volvió al Cielo, se dedicó a investigar sobre las monjas y sus labores, y allí entendió el motivo por el que ella lo rechazó.

Todavía le dolía su rechazo porque amar no era un pecado, pero entendía que las personas que dedicaban su vida a Dios debían hacerlo por completo. Estando decidido en ser su amigo de nuevo y en disculparse por haber metido la pata, caminó más rápido con la finalidad de regresar a su departamento y averiguar una forma de mandarle un mensaje sin que los demás sospecharan. Cuando estuvo por atravesar el umbral de la puerta, un fuerte brazo se aferró a sus hombros, provocando que saliera de su ensimismamiento y detuviera su andar.

—¡Aristide, amigo mío! —Al escuchar la voz del arcángel, Aristide se paralizó.

—H... Hola Gabriel, ¿en qué te puedo ayudar? —tartamudeó el rubio con cierto ápice de nerviosismo.

—Parece que no te han enseñado modales, joven ángel. —Gabriel apretó su agarre—: Necesito que me des toda la información que sepas del hombre y de la niña porque dudo que me den algún reporte con su nombre. 

—Ah... Bueno... —Aristide intentó recobrar la calma—. El hombre se llama Nicola, es profesor de matemáticas, y la niña se llama Elizabeth. Su esposa se llama Giovanna y ella dio a luz un varón que todavía no sé su nombre. Eso es todo lo que recuerdo...

Sintiéndose satisfecho con la poca información que le brindó, Gabriel lo soltó, le dio unas palmaditas en la espalda indicándole que podía retirarse y Aristide salió huyendo a su departamento cuan presa que visualizó a su depredador. Pobre alma, lo que le esperaba era una catástrofe a niveles impresionantes si es que las consecuencias no le recaían a Gabriel primero.

Ya teniendo lo que necesitaba, el arcángel fue al departamento correspondiente para que le confeccionaran la ropa con la cual visitaría los sueños del humano. El discurso que dictaría sería el mismo que le proporcionó a María cuando su hijo Jesús nació, por lo que se sentía como una especie de déjà vu al conocer el resultado. Agarró un arpa, aunque no supiera tocarla, y esperó a que el hombre durmiera para interceptar uno de sus sueños. Una vez encontró el hilo conductor, decidió bajar mediante este. Sin embargo, no se aseguró de que aquel sueño realmente le perteneciera a Nicola y para cuando se dio cuenta, ya estaba dentro del sueño erótico de un adolescente que experimentaba su “despertar” sexual. Por supuesto, cuando Gabriel escuchó el rechinido de la cama junto a la figura de ambos adolescentes en una situación comprometedora, se largó lo antes posible. Había visto muchas cosas y para él no era un misterio el cómo los humanos se reproducían, pero la incomodidad producida por su equivocación causó que su mente se nublara.

Así como también que cierta espada que poseía entre sus piernas se levantara en defensa.

Al llegar al Cielo, muchos ángeles lo recibieron confundidos y les mintió diciendo que simplemente confundió los sueños al ser idénticos. Sus seguidores decidieron no cuestionarlo y se apartaron para disponer de un plano más específico del sueño que Gabriel buscaba; internamente sólo deseaba que esta vez acertara mientras se volvía a sumergir en la línea de energía que representaba el sueño de Nicola. Ya arribando a aquel palacio mental, se percató que estaba dentro de una vivienda con cierto estilo minimalista; supuso que se trataba del hogar del humano. Al caminar por sus alrededores lo encontró tirado en su sofá junto a un bote de helado de pistacho y la grabación de una de sus películas favoritas. Vaya, ¿sus sueños también eran así de depresivos? No digo yo porqué tenía una actitud tan gruñona. Gabriel se le apareció de forma repentina, creando un aura mística a su alrededor y haciendo audible la música celestial que se reproducía por excelencia en sus apariciones.

—¡No tengas miedo, Nicola! —exclamó el arcángel mientras extendía su mano y su cuerpo era envuelto por luz divina—. ¡Tengo un mensaje para ti de parte de Dios!

Nicola ahora yacía escondido detrás de su sofá debido a que por el susto intentó huir, pero terminó tropezándose con el respaldo del mueble y cayó de cara contra el suelo. Lentamente se reincorporó y colocó su mano frente a sí mismo para reducir la luz angelical que lo cegaba.

—¿Estoy muerto...? —Fue la primera hipótesis que al humano se le cruzó por la mente.

—No, Nicola, estás en un sueño —refunfuñó el arcángel llevando sus manos a la cadera y descomponiendo su expresión facial agradable a una irritada—. Vengo de parte de Dios para transmitir un mensaje muy importante.

—Ah... —musitó el pelinegro tratando de procesar lo que estaba ocurriendo—. ¿Es porque dejé de ir a misa desde que tuve a mi hija? Si es así, que Dios me perdone.

—Nicola...

—O si es por la vez en que robé una ofrenda de una iglesia, que también me lo perdone...

—Nicola. —Gabriel estaba empezando a perder la paciencia.

—O si es por no haber ayudado a esa viejita a cruzar la calle, pues que también me lo perdone y prometo que cambiaré —dijo el humano juntando sus manos en súplica.

—¡NICOLA!

El humano se quedó callado y contempló temerosamente al arcángel que tenía frente a sus ojos, expectante en saber el verdadero motivo de su visita. Gabriel se acomodó la túnica dejando el arpa a un costado y musitando quejas contra la humanidad por lo “estúpidos” que podían llegar a ser y del porqué tuvo que ser el mensajero de Dios en vez de ser su guerrero principal como lo era Miguel o su consejero como lo era Metatrón.

—¡Ahora me escucharás! —gruñó Gabriel frustrado reanudando su discurso—. A lo que iba... ¡Tu hija Elizabeth es el nuevo mesías que salvará a la humanidad de la destrucción divina! ¡Deberás bautizarla y guiarla por el camino santo que Dios ha establecido para que cumpla con su propósito!

—¿M... Mesías? —La cara de estupefacción que tenía Nicola no tenía precio.

—¡Tú hija es la mesías de este tiempo! —recalcó el arcángel con desgano al percatarse de cómo el humano parecía sorprendido y para nada feliz por la noticia.

—Disculpa... ¡¿Mesías?! ¡¿Mi hija?! —Nicola ahora tenía una expresión burlona—. ¡Por favor! ¡Ella nació de la unión de dos hombres! ¡¿Cómo puede ser ella producto de Dios?! ¡Si dijeras que es un presagio, te lo creería!

—Pero-... —Gabriel fue interrumpido.

—Además, ¡no necesito que mi hija termine siendo humillada y asesinada como sucedió con Jesús por creer que era un mesías cuando no lo era! —refutó el humano con cierta preocupación en su voz—. ¡Y es mujer! ¡¿No se supone que los mesías deben ser hombres?!

Temía que por su género muchos la menospreciaran, ya que aun estando en pleno siglo XXI, seguía existiendo el estigma social sobre los roles de género que dividía a la gente. Él mismo se incluía en el grupo porque muchas veces sus prejuicios le ganaban, pero hacía lo posible por cambiar su perspectiva para darle una buena crianza a su hija. Gabriel intentó asegurarle que todo estaría bien, mas obtuvo como respuesta un jadeo ofendido junto a un ademán indicando que se ahorrara sus palabras. El pelinegro comenzó a alejarse mientras murmuraba “¡debe ser uno de esos sueños que surgen del trauma religioso!”. Gabriel quiso ir tras él, pero como Nicola estaba determinado en alejarse de él aceleró su paso hasta correr. Pronto el sueño se desmoronó y para cuando el arcángel abrió sus ojos ya estaba devuelta en el Cielo.

—... Carajo...

Tendría que pedir ayuda para encontrar alguna forma de convencer a Nicola de que su hija era el nuevo mesías; ese alguien debía saber cómo tratar con el humano de temperamento volátil y poca fe. Alguien que el humano ya conociera y al que le creería cualquier cosa, incluso si dijera que Dios era mujer. En su mente postuló a múltiples candidatos que, a medida que aplicaba los requisitos antes descritos, se redujo la lista hasta quedar un sólo ángel, quien fue el causante de este desastre: Aristide, el ángel que sin querer embarazó a un hombre.

Chapter 2: Ensueño

Chapter Text

Los pasos acelerados provenientes del arcángel Gabriel sobre el pulcro azulejo que decoraba el suelo de la infraestructura se hicieron audibles entre los fieles siervos que clasificaban las oraciones diarias, quienes recientemente habían retomado sus labores después de un largo desvelo que tuvieron que experimentar gracias a la gran saturación la línea la noche anterior. A juzgar por la reincidencia del asunto en más de diez oraciones y rezos, se trató de una tormenta que inundó varios territorios costeros que obstaculizaron su paso hacia la capital. Menos mal que no fue un huracán o un terremoto de gran escala, de lo contrario aquellos siervos habrían quedado más exhaustos por trabajar más horas extras de improvisto a comparación de ahora. Por lo que cuando Gabriel hizo presencia frente a los ángeles que estaban en primera línea clasificando las oraciones relacionadas con la fortuna y la probabilidad, se exasperaron.

—¡ARISTIDE! —gritó el arcángel ignorando por completo al nuevo encargado de aquel departamento.

<<Dios, ¿no te bastó con haberme rechazado de tu coro celestial para que ahora me castigues mediante Gabriel?>> Se cuestionó mentalmente Aristide con una expresión angustiosa manifestada en su rostro mientras imploraba por el perdón divino para que le absolvieran de su castigo, lo cual le trajo como consecuencia la aparición de una pequeña hoja de papel entre sus manos que traía escrito cada una de sus plegarias. Con rapidez la escondió dentro de su túnica porque ni de broma enviaría aquella solicitud al departamento de preguntas y solicitudes, mucho menos si esto provocaba que sus compañeros pensaran que estaba dudando de la misericordia de Dios. Tendría que hacerle frente a este inconveniente quisiera o no al ser consciente de que esta situación era su culpa desde el momento en que embarazó a Nicola por accidente. Por lo que, inhalando profundamente, se asomó al costado del estante, obteniendo así la mirada desesperada del arcángel que parecía estar avergonzado de lo que estaba a punto de hacer.

—¡Aquí estás! —Gabriel salió corriendo a su encuentro y agarró a Aristide del brazo con cierto apuro—. ¡Ven conmigo!

—¡Gabriel! —exclamó el nuevo jefe del departamento—. ¡¿Quién te crees para venir a esta área sin avisar e irrumpir la paz en el trabajo sin darme explicaciones?! ¡Para, de paso, llevarte a Aristide sin consultarme!

—¡Te dije que lo necesitaba para algo importantísimo! ¡Sólo será por un tiempo! —A este punto Gabriel estaba perdiendo los estribos, lo cual se pudo apreciar en la forma en que rodó sus ojos con irritación—. ¡Además, tienes a muchos más trabajadores que fácilmente podrían ocupar su lugar!

—¡Pero no me avisaste con antelación!

La conversación pronto se convirtió en una acalorada discusión entre ambos superiores, a la vez que Aristide se encogía de hombros y miraba de forma suplicante a uno de sus amigos para que lo sacara de ahí, y este le respondió con una mirada repleta de pánico al saber que si Gabriel solicitaba la presencia de alguien era para disciplinarlo. Así que Aristide tragó en seco aceptando su destino con resignación, teniendo el anhelo de conocer el motivo por el cual Gabriel vino a buscarlo. ¿Sería que estaba molesto porque le brindó información errónea sin querer? ¿O sería que Nicola solicitó su presencia?; no, eso último no era posible. Nicola nunca se enteró de que en realidad era un ángel, así que esa hipótesis sin fundamento era producto de su propia imaginación. Por lo que, la opción con mayor probabilidad era que le iba a regañar por haberle omitido información.

—¡Está bien! —exclamó el jefe con un notorio ápice de decepción—. Pero más te vale traerlo en menos de una semana.

—¡Gracias a Dios que eres razonable! —Y sin decir más, salió corriendo del departamento junto a Aristide.

Aristide sudó en frío esperando lo peor, aunque no supiera realmente en qué metió la pata para que le castigaran de nuevo. Al llegar a una zona despejada y apartada en el Cielo, Gabriel se colocó frente a él, posicionando ambas manos sobre sus hombros en un acto de súplica y reflejando en su rostro la gran angustia que lo carcomía por dentro.

—Necesito tu ayuda. —Aunque odiara con todo su ser articular aquellas palabras, no tenía más opciones—: Traté de informarle a Nicola sobre la mesías y no me creyó. ¡Es más, hasta se burló de mi discurso pensando que se trataba de un presagio! Así que decidí buscarte porque conoces al humano mejor que yo, y estoy seguro de que él te creerá si tú eres quien le transmite el mensaje.

—Gabriel, sabes que tengo prohibido ir a la Tierra por lo que sucedió años atrás —mencionó Aristide genuinamente desconcertado—. ¿Ya lo consultaste con Miguel?

—¡No hay tiempo para eso! Nadie se enterará, sólo será por un rato. —Gabriel juntó sus manos en forma de ruego—: De verdad necesito de tu ayuda porque no me puedo permitir otra tarea incompleta, Aristide.

—¡Ay, está bien! Pero si sucede algo tendrás que hacerte responsable considerando que yo no fui quien decidió descender a la Tierra por voluntad propia.

Puesto que, aunque estuviera emocionado por volver a ver a su mejor amigo y a su esposa, sabía que este pequeño inconveniente se transformaría en una catástrofe de magnitudes inigualables. Ya habiendo logrado ponerse de acuerdo en dónde se volverían a encontrar, caminaron en direcciones opuestas para alistarse y llevar a la Tierra lo que necesitarían durante la semana en que se quedarían como huéspedes. Aristide incluso se presentó doce minutos antes que el arcángel, vistiendo una camiseta blanca abotonada hasta arriba y un pantalón negro junto a preciosos zapatos recién lustrados de ese mismo color; que era un conjunto más casual y sencillo que el primer traje que llevó cuando conoció a aquel hombre pelinegro que volvió su vida un caos. Los nervios lo carcomían por dentro al pensar en cómo reaccionaría el humano al verlo: si estaría feliz de encontrarse de nuevo o le reprocharía por el tiempo en que estuvo sin contactarse con él. Fuera lo que maquinara su mente ansiosa, sólo sabría lo que sucedería cuando ya estuviera allí, frente a sus ojos oscuros, abrazándolo como si no existiera un mañana por todo el tiempo en que extrañó su calor corporal y su trato lleno de ternura.

Gracias a los comentarios que muchos de sus compañeros esparcían sobre aquellas peticiones por amor no correspondido, a veces no podía evitar preguntarse si los besos eran verdaderamente un acto de amor por la mala experiencia que vivió con Luisa y por cómo Nicola besó a su esposa aquella noche en la fiesta. No era sorpresa para ninguno de nosotros que encontráramos ciertos paralelos entre ambas escenas: la primera, siendo que Luisa le dijo que hicieran como nada hubiera ocurrido; y la segunda, siendo el caso de Nicola y Giovanna, ellos se besaron después de rehacer su voto de apoyarse mutuamente. La única diferencia significativa de la que el ángel de cabellos rubios se pudo percatar fue que, cuando los vio besarse con tanta ternura, un malestar se alojó en su pecho y le produjo un incesante dolor ante la posibilidad de que Nicola lo abandonara al preferirla a ella. Por lo que, en algún punto de su vida, se preguntó que si al besar a aquel hombre de cabello oscuro recibiría como respuesta otro rechazo similar al que Luisa manifestó cuando recordó sus votos de castidad, y más porque nunca se le cruzó por la cabeza la idea de la correspondencia. Creía que aquellos besos sólo se debían dar si amabas profundamente a una persona, así que mediante aquella última conclusión surgió la duda de que si con un beso bastaría para mantener a Nicola a su lado; para que lo amara a la par que su esposa.

Por supuesto, Aristide no entendía cómo funcionaba el amor y su clasificación al ser un ángel ajeno a las expresiones de afecto humanas. Pero hacía su mayor esfuerzo para aprenderlas y comprender sus límites.

Fue sacado de sus pensamientos gracias a la estruendosa llegada del arcángel Gabriel junto a varios de sus subordinados, quienes abrieron las puertas de par en par hasta hacerlas chocar contra las paredes blancas de marfil de la infraestructura. Rápidamente corrigió su mala postura para recibirlo como era debido: mediante una reverencia y un saludo formal. Mientras se estaba inclinando, se percató del elegante traje gris que el arcángel vestía con ciertos aires de egocentrismo, y no pudo evitar pensar que el arcángel se estaba excediendo en su código de vestimenta por una situación que sólo ameritaba vestir de manera casual. Mas se limitó a sólo rodar los ojos cuando las manos de Gabriel se posaron sobre sus hombros y este esbozó una sonrisa llena de orgullo y, hasta cierto punto, picardía.

—¡Veo que ya estás listo para esta misión, querido Aristide! —exclamó Gabriel alegremente—. ¡Más te vale hacerme caso y no irte muy lejos! 

—¡Ay, ay, ay!, ¿a dónde crees que me iría? —Aristide volvió a rodar sus ojos con exasperación—. No seas tonto, Gabriel, lo único importante aquí es avisarle a Nicola sobre la misión que deberá cumplir la mesías.

Gabriel entrecerró los ojos sospechando de las verdaderas intenciones de su compañero rubio y suspiró con resignación porque no iba a refutar más argumentos durante el día de hoy. Así que ambos se prepararon y, de la misma forma en que Aristide descendió a la Tierra la primera vez, se lanzaron esperando lo mejor para su aventura.

¿Pero qué era de la vida de Nicola? Podríamos echarle un vistazo mientras nuestros dos protagonistas favoritos se embarcaban en un viaje al plano terrenal.

Cuidar de una bebé siendo un padre primerizo no era nada fácil, especialmente cuando intentaron por más de siete años tener un hijo sin éxito y terminaron teniendo dos en vez de uno. Sin embargo, la vida de aquella niña provenía del vientre sin útero del hombre pelinegro gracias a la ayuda de un amable desconocido que ofreció su compañía en aquella noche de borrachera y soledad; una noche donde se encontró vulnerable frente al mundo y aquel rubio le salvó la vida. Debido a la ausencia de muchos recuerdos generados por los altos niveles de alcohol en su sangre aquella vez, pensaba que la bebé fue producto del amorío de una noche donde el padre, siendo este su amigo Aristide, decidió hacerse cargo de él hasta que naciera la bebé. Todavía recordaba cómo él lo cuidó con tanto cariño a pesar del desprecio que le mostró al comienzo, y ahora fantaseaba con tenerlo devuelta a su lado para que lo atendiera como lo hizo esa vez. Y si se lo preguntaban: sí, le costaba mucho atender a su esposa por la idea de que los hombres sólo se encargaban de proveer y las mujeres de cuidar el hogar gracias a los prejuicios de su época.

Por eso cuando Aristide lo cuidó se sintió como una revelación, y ahora atendía a su esposa casi de la misma forma en que Aristide le enseñó. Aún le dolía su partida y muchas veces, cuando la bebé empezaba a llorar, deseaba en voz alta que Aristide estuviera allí, ayudándolo y cuidándolo como lo hizo cuando estuvo encinta. Y cuando se desesperaba, cuando su mente colapsaba por mucho estrés y responsabilidades, un gran impulso irrazonable de ir a buscarlo a su hogar natal para tenerlo en su vida a costa de lo que pudieran decir las esposas de ambos lo invadía. Ahora bien, se encontraba tratando de alimentar a su pequeña de dos años, quien se negaba a comer del puré con verduras que con mucha dedicación él y Giovanna prepararon juntos. 

Ya había intentado con todo: el avioncito, regañarla, intentar darle un dulce para que abriera la boca y así darle de comer, etc. Pero ninguna de sus tácticas funcionó, así que suspiró cansado y miró la hora en el reloj que tenían colgado en la pared al percatarse de que el cielo ya se estaba aclarando, sobresaltándose al darse cuenta de que llegaría tarde al trabajo si no comenzaba a alistarse en ese momento. Así que, habiéndole dejado a Giovanna la tarea de alimentar a Elizabeth, salió disparado hacia el baño y lo que solía demorarse en la ducha, lo realizó en un tercio de tiempo. Ni se diga de vestirse, que lo hizo en cuestión de dos minutos, y si lo comparábamos con el cómo se vestía el resto de días era notorio su desarreglo. Después correr por los pasillos de su casa a toda prisa, empacó su desayuno y se despidió de su esposa con un beso y un abrazo.

—Que tengas un buen día, amor —dijo la mujer con una sonrisa en su rostro—. Los niños y yo iremos a visitarte hoy en la salida.

—De acuerdo —respondió en un suave murmullo que podría malinterpretarse como un ronroneo—. Te veré luego entonces, mi amor.

Y selló aquella despedida con otro beso en sus labios. Entonces se despidió de su hija Elizabeth con un beso en su frente, y con cariño abrazó al pequeño niño que tenía por nombre Mattia para despedirse de él llamándolo "campeón" porque, aunque no fuera su hijo biológico, lo amaba como a uno. Agarró sus llaves, su maleta y salió corriendo cuan alma que se lleva el diablo hacia su vehículo para arrancar en camino al trabajo a una velocidad muy cuestionable. Lo único importante aquí fue que llegó a tiempo, a pesar de haber tenido que parquear su vehículo en un estacionamiento ubicado a cinco cuadras llaneras de la escuela y correr para llegar a su destino.

—Buenos días a todos, espero que hayan estudiado para el examen sorpresa de hoy —dijo Nicola con una sonrisa maliciosa mientras escuchaba el quejido de exasperación de sus estudiantes.

Soltó una pequeña carcajada al contemplar sus caras llenas de pánico y comenzó a dictar la clase como era de costumbre. Ahora bien, algunos estudiantes intentaron sacarle tema de conversación para que olvidara por completo el examen sorpresa que había para el día de hoy. Pero cuando los estudiantes le preguntaban por el tema de su embarazo o de cómo convenció a la hermana Germana para que le permitiera seguir trabajando allí, él trataba de cambiar el asunto de la plática o daba respuestas muy vagas para no entrar en detalle, porque involucraba situaciones íntimas con Aristide y no quería hacerlo quedar mal frente al público considerando que todos sabían que Nicola tenía esposa. Además, tampoco quería mencionar sobre el obvio abandono de Giovanna con aquel hombre, y de su supuesto romance con el rubio debido a todas las veces en que durmieron juntos o lo cuidaba cuan hombre feliz de saber que se convertiría en padre.

Al estar ensimismado en sus pensamientos casi todo el día, el tiempo se le pasó volando, y para cuando se había dado cuenta ya quedaban sólo unos minutos para que acabara su jornada laboral. Así que empezó a guardar su material de trabajo en su casillero y, aprovechando el tiempo extra, se asomó por la ventana para mirar en dirección a la salida con una expresión nostálgica deseando que, sólo por una vez, la persona que lo recibiera se tratara de su amigo Aristide y no Giovanna. Suspiró pesadamente al tener la certeza de que eso jamás sucedería gracias a la lejanía que había entre ambos, y se preguntó varias veces cómo se encontraría Aristide en Suiza junto a su familia. Es más, incluso ansiaba con que ojalá algún día lo invitara a compartir un almuerzo junto a su familia para ponerse al día con todos los acontecimientos de los últimos meses en la vida de ambos, pero eso se quedaría como otro deseo que nunca se cumpliría.

Decidió alejarse de la ventana cuando se percató de su lóbrego reflejo sobre el vidrio ligeramente sucio del aula, y recogió sus cosas para irse de allí lo antes posible. A medida que recorría los pasillos de aquella institución católica, se fue despidiendo de sus compañeros de trabajo con cierto sabor agrio en su boca, mientras se cuestionaba el motivo por el cual seguía trabajando allí gracias a que muchos de sus compañeros le seguían preguntando si sabía algo de su "expareja" Aristide. Cortésmente les mentía diciendo que hablaron hace un par de días por mensaje y que él estaba felizmente en Suiza con su familia, aunque por dentro se derrumbaba por gritarles que eso no era asunto de ellos, que él también quería saber en dónde demonios se encontraba Aristide y que le dolió demasiado su partida; que le hacía agonizar que Aristide pudiera vivir sin él y que prefiriera a aquellas mujeres antes que a él. Porque sí, detestaba a Luisa por haber conseguido robarle el corazón a Aristide, y muchas veces cuando se la encontraba por los pasillos de la escuela guiando al coro escolar no podía contenerse en mascullar rencores hacia ella; maldiciones que nunca se las hizo saber. Siempre la trataba cortésmente cuando le hablaba, pero cuando ella se unía a conversaciones que él tenía con otros presentes terminaba soltando comentarios sarcásticos o, en su defecto, hacía muecas o gestos que indicaban que su presencia traía consigo molestia.

Justo como ahora que no le estaba prestando atención en lo más mínimo.

—Lo extrañas, ¿no es así? Se te nota mucho en tu mirada —dijo Luisa al percatarse de lo distraído que se encontraba Nicola en su conversación—. Tus ojos ya no reflejan tanta alegría como antes, Nicola.

—Es sólo... —Con aquella observación volvió a la realidad, pero se negaba a sincerarse con ella—. Que estoy cansado, no he dormido mucho por cuidar de mis hijos.

—Es comprensible, igual sabes que si necesitas algo cuentas conmigo para ello. —Y ella colocó su mano sobre la suya para brindarle confort.

Y eso le ardía más porque no tenía fundamentos para odiarla o considerarla una rival. Cortó la conversación despidiéndose de ella y aceleró su paso hacia la salida para no encontrarse con nadie más al sentir que en cualquier momento se quebraría por una herida que nunca logró sanar, a causa de la reincidencia de la gente en tocar y abrirla con comentarios llenos de genuina curiosidad y preocupación por su persona. Por lo que ahora trataba de evitar cualquier cosa o persona que le recordara el buen tiempo que vivió con aquel rubio coqueto y torpe que puso su mundo de cabeza. Ya estando en la salida, fue recibido por su esposa Giovanna, quien le saludó con un beso en sus labios mientras cargaba entre sus brazos a la pequeña Elizabeth y con la otra mano sostenía el coche donde venía su hijo Mattia. Con una sonrisa saludó a ambos niños con un abrazo y un beso en sus frentes, aunque ambos respondieron de formas distintas ante el afecto: Mattia arrugó la cara con irritación y Elizabeth se echó a reír. Cuando Nicola extendió sus brazos para cargar a la pequeña Elizabeth mientras le preguntaba cómo había sido su día, sintió que alguien los estaba observando fijamente y no pudo evitar voltearse en dirección hacia el pequeño muro de arbustos que separaba la calle con el parque ubicado frente a la escuela. Giovanna al notar aquel brusco cambio de actitud, también se giró en dirección a donde su esposo estaba mirando, para entonces soltar un pequeño jadeo lleno de sorpresa al ver de quién se trataba.

—¿Ese no es...?

—Aristide. —Completó Nicola anonadado.

Menos mal Giovanna seguía cargando a la pequeña Elizabeth entre sus brazos porque en un arranque de alegría Nicola salió corriendo en dirección al rubio, dejando tirada su maleta con su material de clases y gritando desesperadamente su nombre para captar su atención. El rubio no alcanzó a voltearse cuando Nicola se abalanzó sobre él y todo su peso recayó sobre sí, provocando que perdieran el equilibrio y cayeran sobre los arbustos recién podados en un abrazo bastante improvisado. Entre quejidos de dolor y murmullos confusos el ángel trató de mirar hacia abajo para reconocer a la persona que se encontraba aferrada a él como si su vida dependiera de ello mientras sus fosas nasales eran tapadas por el cabello rizado del desconocido, que al darle una pequeña olfateada se percató de que compartía un aroma muy familiar. Haciendo fuerza con sus codos despegó ligeramente la espalda del césped y logrando acomodarse mejor pudo verle la cara a la persona que restregaba ligeramente su rostro contra su pecho: era Nicola, su mejor amigo. Sin perder más tiempo envolvió su cuerpo con sus brazos y apoyó su mentón sobre su cabeza, meciéndose suavemente ante la fuerza aplicada en el abrazo.

—Eres tú, Aristide, realmente eres tú... —susurró Nicola con su voz quebrantada por los sollozos que se escapaban de su garganta—. Pensé que no volverías...

—No sabes cuánto te extrañé, Nicola —murmuró aferrándose más al abrazo. 

—Si tan sólo supieras todo lo que ha pasado en tu ausencia. —Sus ojos se cristalizaron al permitirse llorar de la gran alegría que conmocionó a su desolada alma—. Me hiciste mucha falta.

—Ya estoy aquí, ya estoy aquí —siseó ligeramente para calmar los sollozos del humano—. Tú también me hiciste falta...

Y Nicola supo que todo estaría bien en los brazos de la persona que lo cuidó en sus momentos de vulnerabilidad; en los brazos de la persona que no se apartó de él aun cuando la situación fue un desastre sin sentido. Todo estaría bien aun cuando el mundo se pusiera de cabeza y se fuera en su contra porque ahora estaba con él bajo su cuidado.