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— ¿Y ahora qué van a hacer? —preguntó Emilia del otro lado de la pantalla.
Julián estaba hablando por videollamada con su novia en la habitación que compartía con Enzo.
—Nada, amor. Vamos a estar acá, durmiendo. Ya me puse el pijama y todo. Mirá —estiró el brazo y lo alzó para que la muchacha pudiese verlo de cuerpo entero.
— Julián, ¿me vas a venir a decir que no se van a ir de joda para festejar?
—No, cuando mucho, algunos van a estar pasando tiempo con sus familias abajo. Fue un partido muy duro.
No mentía. Estaban todos agotados tanto mental como físicamente. Ya habían festejado en el vestuario. Cualquier celebración oficial tendría que esperar.
— Eso decís ahora, pero si en un rato a alguno se le ocurre salir a tomar algo, ¿no te vas a sumar?
Enzo tuvo que intervenir. Le sacó el celular a su amigo y ubicó el aparato frente a su cara.
—Tranquila que si eso llega a pasar, yo te lo cuido —tras decir estas palabras, le pasó un brazo por los hombros a Julián.
La chica no parecía muy convencida.
— ¿Y quién te cuida a vos?
—Yo lo cuido a Enzo —respondió Julián, sonriendo.
— Permitime dudar de que si Enzo quiere salir de joda vos vas a poder evitar que se descontrole.
—Pero si es un tierno este, amor. Quedate tranquila.
El morocho levantó las cejas intentando poner una expresión angelical en su cara.
—Aprendé a confiar en tu novio —acotó un poco agotado del tema, intentando que su tono fuese ligero y le devolvió el celular a su dueño para que la pareja pudiera despedirse y fue a cambiarse.
Se tomó su tiempo y cuando se dio vuelta, se encontró con que el otro ya se había acostado y estaba dejando el celular a un lado.
—¿Querés un té, Juli?
—Me vendría bien, sí.
—Hay de muchos sabores. ¿Cuál preferís?
—Sabés que yo le soy leal al de tilo. Si tomo té, es para calmarme.
—Va marchando —dijo antes de ponerse manos a la obra con bebidas para ambos.
Enzo sabía de primera mano lo leal y fiel que era su amigo. En todo sentido. Por eso le daba por las pelotas que Emilia desconfiara de él. Entendía que era algo que la chica no podía manejar. La fama que viene con ser jugador de fútbol es así. Sin embargo, ella tenía que conocer a su novio. Y Julián era fiel.
En caso contrario, ahora mismo ellos estarían compartiendo cama. El morocho le habría sacado la remera del pijama y estaría repartiéndole besos por la espalda. En caso contrario, ya le habría atacado el cuello a chupones y mordiscos. En caso contrario, le enterraría los dedos en su pelo al besarlo. En caso contrario, le hubiese acariciado los muslos deslizando sus manos muy lentamente hasta llegar a su culo para apretarlo a diario.
Pero nada de eso iba a pasar. No porque tuviera miedo a arriesgarse. Nada que ver. El tema era Julián. Si Enzo sospechara que existía la más ínfima chance de que el cordobés tuviese un desliz, él hubiese sido el primero en hacer algún movimiento.
—Tomá —dijo mientras le alcanzaba su té.
—Gracias, Enzurri.
¿Era posible que alguien sonriera con los ojos? Eso era lo que hacía su amigo. Cuando lo veía, Enzo sentía que, por dentro, le sonreía su corazón.
—De nada, Juli.
El morocho dejó su propia taza en la mesita de luz, junto a su cama, para acostarse sin riesgo a hacer un enchastre. Una vez que estuvo acomodado, la tomó y sopló antes de beber el primer sorbo.
Enzo no era gay. Bah, no pensaba que lo fuera. No había ningún otro hombre que le generase la sensación de anhelo que le generaba Julián. Esa necesidad de tocarlo siempre que pudiera, de ser el primero a quien fuese a abrazar para festejar un gol, de buscar su sonrisa entre todas las de sus compañeros cuando acababa de hacer un chiste. Eso lo tenía y eso debería ser suficiente.
No estaba celoso de Emilia. Era difícil de explicar. Lo que quería era tener la atención de Julián y sabía que, en la selección, él siempre sería el primero para el cordobés. Fuera de esa burbuja, él mismo tenía otras prioridades, pero había algo en esos momentos compartidos con Julián que los hacían mágicos, especiales. Lo de ellos era un vínculo único que no podría replicar con nadie más y así era como funcionaba.
En ocasiones sentía que quería más, pero era consciente de que, incluso si a Julián le pasara lo mismo que a él, la tendrían difícil.
Miró a su amigo, que estaba concentrado tomando té y chusmeando algo en su teléfono. Se lo veía cansado y necesitado de mimos.
Decidió que esa noche se merecía un poco más.
—¡La puta madre! —exclamó mientras seguía el impulso de dar vuelta su taza rápidamente y volcarse el contenido sobre el pecho.
—¿Qué pasó? —preguntó el cordobés saliendo de la cama y dejando su té sobre la mesita antes de acercarse al morocho.
—Me volqué y me quemé —explicó mientras se sacaba la remera.
—Uh, boludo. Estás todo rojo —dijo Julián después de examinarlo—. Voy a buscar una crema de Just que tengo. Vas a quedar como nuevo.
El cordobés rebuscó en su valija el pomito y se acercó a su amigo.
—Mojé toda la cama también —se quejó Enzo levantándose.
—No entiendo cómo hiciste —Julián negó con la cabeza—. No vas a poder dormir ahí, no se va a secar ni en pedo.
—Estaba muy llena la taza y me distraje —mintió.
—Acostate en mi cama, que te paso la crema —le ordenó.
Enzo se mordió el labio inferior para no sonreír y lo obedeció.
Julián se aplicó un poco del producto en la palma de sus manos y luego la apoyó sobre el abdomen del morocho.
—Ay —se quejó Enzo—. Está fría.
—¿Y qué esperabas? ¿Que esté templada? —empezó a desparramar la crema sobre la piel tostada.
—Bueno, bueno, che —protestó, pero internamente estaba muy satisfecho.
Cuando el cordobés terminó, buscó la remera abandonada de Enzo y se limpió la mano con ella.
—Correte un cachito así entro —le pidió.
Enzo se pegó a la pared y su amigo se acostó de lado junto a él luego de apagar las luces de la habitación
—¿Estás mejor? —consultó Julián después de un rato.
—Sí, ahora estoy un poco mejor —respondió haciendo pucherito con los labios aunque el otro no lo pudiera ver.
—Al final, te terminé cuidando yo a vos. Te atendí bastante bien, ¿no?
—Siempre nos atendemos mutuamente —le recordó—. Pero hiciste muy bien de doctor.
Esa noche, el primero en caer dormido fue el cordobés. Cuando Enzo sintió que, en medio de la noche, su amigo movía la cabeza hasta apoyársela en el pecho y lo abrazaba por la cintura, se alegró doblemente de que el agua no hubiese estado lo suficientemente caliente como para hacerle un daño verdadero. Aunque, si era sincero, debía reconocer que se hubiese aguantado gustoso el dolor con tal de no perturbarle el sueño a Julián, y más teniéndolo entre sus brazos.
