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Hombre en la luna

Summary:

Él, un sanguinario príncipe con deseos de conquistar todo a su alcance. Ella, una plebeya huérfana que por azares del destino cae en su harem.

Ambientado libremente en la Antigua Grecia | Erótico +18 | Diferencia de edad | Universo alternativo

Notes:

A tener en cuenta: Sesshomaru es más abierto con Rin, y está redactado desde la perspectiva interna de ambos, por lo que puede dar una sensación de que es más agradable. Pero si estuviera relatado bajo la perspectiva de un soldado, Sesshomaru sería ese personaje tan antagonista que todos conocemos en Inuyasha.

Por otra parte, es una historia ambientada en la antigüedad y toca temas sensibles como el asesinato, la esclavitud, la prostitución y el comercio humano. No se busca glorificar ninguna de estas situaciones.

A partir de esto a destacar y reafirmar:

✨Nada de esto es real, es solo ficción. Se toman algunas referencias históricas como también mitológicas.✨

Muchas gracias por leer 🤗✨

Chapter Text

Portada

NOTA DE AUTOR:

 

Sesshomaru es humano en esta historia.

 

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Sesshomaru

•SESSHOMARU POV •

Cerré el puño y apreté con fuerza, destrozando aquel símbolo romántico que de la nada sentí aborrecer.

—Te devuelvo tu insignificante regalo —respondí sin emoción, lanzando los restos de la marchita flor hacia el precioso rostro de aquella mujer.

Mi ejército rió a mis espaldas y las comisuras de mis labios se alzaron en una sonrisa irónica.

Ella sólo miró los pétalos destrozados caer sobre sus pies: la tierra donde segundos antes había sucedido una masacre sin precedentes.

—¿Por qué hiciste eso? —preguntó desconcertada.

No le respondí y me di media vuelta dispuesto a irme, pero ella sostuvo mi antebrazo en un estúpido y débil intento de retenerme.

—Príncipe Sesshomaru, por favor, no entiendo el porque de su rechazo. Yo lo he amado desde la primera vez que lo vi y siempre he sido fiel a sus deseos...

Suspiré con fuerza sin nisiquiera mirarla. De algo que me habían dotado los dioses era de paciencia, aunque este día no estaba especialmente de buen humor.

—No puedes hacerme esto... —susurró, y reconocí el naciente rencor en el temblor de su voz.

Sin color ni emoción la miré con la misma frialdad con la que observaría al cadáver de mi peor enemigo. Ella no me generaba nada.

—Suéltame—le pedí con una calma amenazante, mientras sus frágiles dedos dudaban en aferrarse a mi brazo. Mantuvo su mirada fija en la mía por unos instantes antes de ceder y soltarme—. Tus sentimientos me son irrelevantes al igual que este espectáculo patético que estás haciendo. Deja de seguirme o te mataré.

Sus ojos carmesís se llenaron de lágrimas, observándome con profundo resentimiento.

—¡Te odio, Sesshomaru!

Solté una risa suave.

—¿Eso es lo mejor que tienes para decirme...? —respondí con una sonrisa burlona.

Ella gruñó con fuerza.

—Teníamos un trato...

—Oh, ¿de verdad? Mi memoria no es muy buena...

—¡Dijiste que te ayudaría a conquistar Tesalia con mis poderes, y a cambio te casarías conmigo!

—Bueno, la verdad es que ya no eres de utilidad, y no recuerdo haberte prometido nada... —respondí con indiferencia, descansando mi mano sobre la empuñadura de mi espada—. Y siendo honesto, no tengo interés en desposar a una bruja que ha vagado por la tierra durante siglos...

Ciertamente Kagura era una mujer de atractivas curvas y de apariencia longeva y, aunque no me interesaba casarme ni tener ningún tipo de lazo romántico con ella, algo nos apartaba de que existiera un vínculo enteramente sexual: es una asquerosa demonio, y me desagradan los de su tipo.

Kagura apretó con fuerzas sus manos y yo presioné con más fuerza mi arma, dispuesto a desenfundarla si era necesario.

—Así son los humanos, narcisistas y mal intencionados. ¡Deberían pudrirse toda su especie en el peor de los abismos! —amenazó y su figura comenzó a rodearse por un aura oscuro.

—No pensaba eliminarte pero considerando que ahora somos enemigos a muerte, creo que me divertiré un rato contigo —indiqué sonriendo mientras desenvainaba mi arma.

—¡Te maldigo Sesshomaru!, ¡te maldigo por haberme rechazado!

Sonreí de medio lado y coloqué el filo de mi espada contra su frágil cuello.

—¿Algo más que quieres decirme antes de que me lleve como trofeo tu cabeza? No te preocupes, no soy tan despiadado como piensas. La convertiré en un grandioso recuerdo de mi conquista sobre el territorio de Tesalia... ¿eso te haría feliz?

Ella gruñó con fuerza y sus ojos se inyectaron en sangre.

—¡Eres un monstruo!, ¡te deseo la peor de las suertes! Que el amor sea tu ruina, que te consuma hasta llevarte a la destrucción junto con tu reino, ¡te maldigo príncipe de Esparta!

Sonreí.

—Que pena, aunque enamorarme no está en mis planes...—admití para luego agregar—, ¡ya que mi mayor deseo es conquistar todo el mediterráneo! —y con un solo movimiento, le corté la cabeza.

Su figura desapareció repentinamente en una ráfaga de polvo negro y de un segundo a otro no quedaba rastro de ella, como si nunca hubiese estado frente a mí.

Fruncí el ceño.

—Príncipe Sesshomaru —escuché decir a uno de mis soldados detrás de mí—, ella ha desaparecido...

Miré el filo de mi espada. No había ni un mínimo rastro de sangre, es más, sólo mi malhumorado rostro se reflejaba sobre ella.

Una mueca de disgusto se asomó por mi boca y volví a colocar mi espada en su lugar, caminando hasta mi caballo.

—Príncipe Sesshomaru, ¿no cree que deberíamos tomar con cautela la advertencia?

Lo observé como no entendiendo a que se refería. El soldado titubeó unos segundos antes de agregar:

—Una súcubo es un gran peligro para un joven hombre como usted...

Alcé mis cejas.

—Kagura no regresará...

—No me refiero a eso. ¡Ella le ha lanzado una maldición!

—Las palabras no generan maldiciones...

—... y lo ha condenado a caer en las tentaciones del amor y por ende nuestro reino caerá junto a usted.

Coloqué el filo de mi espada contra la garganta de aquel hombre. Él tambaleó asustado hacia atrás, cayendo de espaldas.

—¿De verdad crees qué soy capaz de caer en la tentación por una repugnante súcubo?

—No me refiero a eso pero ella ha dicho que el amor será el que traerá desgracias a su vida y por ende a nuestro reino...

—¿El amor? —sonreí con desdén y burla—, ¿qué es el amor más que una justificación para satisfacer impulsos primitivamente sexuales? Esa idea ridícula de amar no tiene fundamentos —y mis ojos se volvieron serios y fríos.

Intercambiamos miradas y él omitió responder, intimidado por mi seriedad. Pasaron unos segundos, hasta que finalmente volví a enfundar mi espada. Me siento completamente frustrado por culpa de mi fallido ataque hacia Kagura.

Miré mis alrededores.

Chozas prendidas fuego, humo negro, cuerpos sin vida en el suelo, personas escondidas detrás de los escombros de sus hogares. Fueron semanas de lucha interminable, algo que nos hubiera llevado semanas si no hubiésemos recibido ayuda de Kagura y sus malditos poderes de bruja.

Dirigí mis ojos hacia los destruidos pétalos sobre mis pies.

¿De dónde había sacado Kagura aquella vivaz flor en este mundo destruido? Ella que, luego de que asesinara diestra y siniestra todo ese pueblo, se acercó de manera tan sádica para regalarme una mísera flor: la única sobreviviente en esta tierra que parecía infértil desde que comenzó la guerra.

Fruncí el ceño con seriedad.

Que retorcido era vivir en este mundo.

—Es hora de comenzar a arreglar este desastre. Dentro de una semana comenzaremos nuestro viaje de retornó a Esparta —ordené.

Mis soldados asintieron y uno de ellos se acercó a mí con una sonrisa tonta, que interiormente deseé desarmarla con un golpe:

—Seleccionaremos a las mujeres más hermosas para el harem de su padre, el rey Kirinmaru. Príncipe Sesshomaru, ¿no querrá escoger algunas para el suyo?

—No es de mi interés —respondí desdeñoso y subí a mi caballo.

Sin agregar nada más, me adentré en el denso bosque, permitiendo que mi caballo tomara un rumbo incierto, alejándome de aquella zona rodeada de muerte.

Las palabras del soldado seguían rondando en mi mente.

Fruncí el ceño.

La guerra es simple: los fuertes sobreviven, y los débiles se convierten en esclavos. Hay comercio humano en enormes ferias, repletas de compradores buscando cuerpos para placer o trabajo. Los imperios se edifican sobre esa miseria... o se desploman bajo su peso.

Nunca he puesto un pie en una de esas ferias; ese es el terreno de mi padre.

Llevo un riguroso entrenamiento militar desde mis siete años y desde los trece años estoy sujeto a mis obligaciones militares. Ahora, con veinticuatro años, sigo despojando vidas sin importarme quienes sean.

Fui criado para sobrevivir entre los fuertes.

Dejé que mi caballo me guiara por los oscuros senderos del bosque hasta encontrar un hermoso arroyo flanqueado por árboles. Me bajé y miré al cielo, donde los tonos anaranjados anunciaban la llegada de la noche. Necesitaba un baño para limpiar los vestigios de sangre ajena en mi cuerpo.

Me despojé de mi armadura y ropa colocándolas junto a mi caballo, que estaba ocupado pastando hierbas. Luego sumergí mi cuerpo en el agua helada y contemplé mi sombrío reflejo.

Los gritos aún resuenan en mi mente aunque aprendí a ignorarlos junto a todo aquello que me lástima. Al final del día, lo reitero tantas veces como sea posible dentro de mi cabeza: solo los fuertes prevalecen y yo tengo que ser el más fuerte de todos para que está forma de vida no me consuma antes de tiempo.

Las facciones de mi rostro se relajaron y alcé la vista hacia la luna. Perfecta y brillante. Solitaria y única. En mis momentos más oscuros, siempre era mi fiel compañera.

¿Existe algo en la tierra que se asemeje a la majestuosa luna?

De repente, escuché el crujir de unas ramas y me levanté del agua, dirigiendo la mirada hacia el sonido. Una jovencita de no más de catorce años me observaba, escondida detrás del tronco de un frondoso árbol. Su largo y desordenado cabello castaño y la palidez de su piel brillaban en la oscuridad. Sus ojos, grandes y curiosos, reflejaban una intensidad que se quedó grabada en mi mente, y sentí mi corazón latir con fuerza en mi pecho.

Me sentí vivo por primera vez.

—¿Quién eres? —pregunté con calma, sin intención de asustarla.

Ella me observaba con curiosidad, examinándome sin pudor. Nos quedamos así, rodeados de un silencio que, lejos de ser incómodo, me brindaba paz. Volví a sentarme en el agua y miré a la luna, que se volvió tan enigmática como la pequeña que me contemplaba. Luego le sonreí.

—¿Por qué me miras tanto? —inquirí suavemente—, ¿acaso vienes a matarme?

Ella parpadeó rápidamente, noté un leve rubor en su pálida piel, y sus ojos se abrieron de par en par antes de que saliera corriendo, como sospeché que haría al escuchar mi pregunta.

Observé mi reflejo en el agua; por primera vez, mi rostro tenía un aire más calmado y humano. Sonreí con sinceridad, volviendo a mirar hacia donde había desaparecido.

Qué joven tan curiosa...

 

 

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Chapter 2: CAPÍTULO II

Summary:

El príncipe Sesshomaru descubre que la huérfana Rin lo persigue desde otro territorio. Intrigado comienza a acercarse a ella, compartiendo momentos juntos, hasta que Rin se da cuenta de lo sanguinario que puede ser el futuro rey de los espartanos.

Notes:

Menomaru es un personaje de la película 1 de Inuyasha.

-Diferencia de edad 10 años entre Sesshomaru y Rin, y las edades cambian a medida que avanza la historia con los saltos temporales

Chapter Text

 

 

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•SESSHOMARU POV•


Desde ese momento transcurrieron diez días y todavía faltaba un mes más para llegar a nuestro destino Esparta.

Decidí alojarme esa noche en la capital de Focide, territorio también conquistado con anterioridad por mi familia.

Era necesario descansar, no sólo por mí y mis soldados, sino también por los caballos y esclavos que llevábamos a cuestas.

Observé las columnas blancas y lo verde de las enredaderas, la luz tenue de las encendidas antorchas. Una mesa con un gran banquete se extendía por todo el lugar, y yo me encontraba totalmente imperturbable y pensativo, recostado sobre una banca llena de almohadones.

Mis ojos analizaban la realidad que me rodeaba.

Gula y ebriedad, lujuria y avaricia.

En ocasiones me sentía como un dios entre mortales, como Apolo venerado, y en el caminó en ocasiones me transformaba en Narciso entre toda esa plebe de inútiles.

Miré a mi derecha a mis generales de más "confianza", Bankotsu y Jakotsu. Ya estaban un poco pasados de tragos. Reían y coqueteaban con un joven efebo.

—¡Hay que celebrar la conquista del nuevo territorio! —exclamó de repente Bankotsu alzando una jarra de alcohol.

Todos vociferaron en acuerdo alzando sus bebidas en lo alto.

Crucé los brazos contra mi pecho.

—Los reyes de Troya deben estar que trinan ya que ellos tambien planeaban hacérselas con Tesalia... —opinó Jakotsu.

—Sobre todo el sucesor al trono, el príncipe Menomaru.

—¡Ni lo menciones! Ese idiota no es tan buen estratega como nuestra alteza. Es impulsivo, nunca piensa antes de actuar y su reino es una mierda.

Y vociferaron con admiración "larga vida a nuestro rey Kirinmaru y su vástago Sesshomaru." Me mantuve impoluto ante aquella falaz demostración de fidelidad. Para mi tan sólo eran un rebaño de ovejas, de mentes alineadas y planas; yo era el futuro rey y ellos eran los bufones, los titiriteros en una obra teatral sin gracia. Ni una mísera risa podría ocasionarme algunas de las más estúpidas bromas de mi comitiva de soldados.

Si de la nada el impulsivo de Menomaru entrara junto a su comitiva de sicarios y asesinara a cada uno de los presentes, no me movería de mi lugar para defender a ninguno.

—La historia de nuestro reino romperá barreras. Los rapsodas hablaran sobre esto hasta el fin de los tiempos. En cambio de Troya nadie hablara. Menomaru es de todos los príncipes el más inútil... —opinó Bankotsu y los demás se largaron a reír junto a él.

Me levanté de mi lugar y el silencio sobrevino.

—No subestimen nunca al enemigo —hablé firmemente y los demás callaron, como si yo fuera una especie de Dios.

Con actitud indiferente me di media vuelta para dirigirme a mis aposentos. Ya era mucha fanfarria para un solo día.

Menomaru era igual que yo y sospechó que algo debe estar planeando...

Dos soldados me saludaron con una reverencia. Asentí y me adentré en mis aposentos, solo para encontrarme con una mujer de cabello dorado, esperando en mi cama.

Fruncí el ceño, incómodo.

—Su majestad, fui elegida entre las todas las mujeres para ser su compañía esta noche... —dijo suavemente.

La observé sin emoción, indiferente.

Ella se deslizó hacia el borde de la cama, con una fina tela que apenas cubría su cuerpo. El miedo era lo único que brillaba en sus ojos y su piel, a simple vista, parecía tersa, pero en su superficie se adivinaban pequeñas llagas.

Contraer una enfermedad venérea no era parte de mis planes.

—Sal de aquí —ordené, sin levantar la voz.

Sus ojos azules se abrieron sorprendidos.

—¿He hecho algo mal, su majestad? —preguntó, nerviosa.

Me dirigí a uno de los sillones, dándole la espalda mientras me sacaba la armadura.

—No tengo interés en ti.

—Pero yo...

—Lárgate.

—Señor, por favor...

—Dile a ese imbécil de Filipo que si vuelve a desobedecerme y manda a alguien sin mi autorización, lo mandaré ejecutar por Bankotsu. No pedí ninguna prostituta. Ahora vete antes de que te corte el cuello.

La mujer se levantó temblorosa, hizo una reverencia rápida y salió corriendo. La observé irse, aterrorizada.

Una reacción predecible entre los mortales.

Mis facciones se relajaron mientras caminaba hacia el balcón, donde los últimos rayos de sol se escondían tras los árboles.

Cuando me percaté de que ya había anochecido decidí salir de mis aposentos. Los soldados que me custodiaban hicieron otra leve reverencia. Los ignoré y continué caminando por los pasillos hasta las afueras. Ellos no dejaron de perseguirme, como si fueran mi propia sombra. Continué caminando por largo rato, hasta las carpas donde se hallaban mi ejército.

Paré de golpe mis pasos y hastiado los miré con frialdad por encima de mi hombro. Sin embargo, mi atención fue inmediatamente reemplazada al escuchar un leve quejido provenir de adentro de una de las carpas.

Me acerqué un poco más hacia esa zona.

—Por favor no... —escuché la voz de una mujer.

—Cállate o te mataré.

—Me está haciendo daño... ¡Suélteme!, ¡no quiero!...

—Te va a gustar y si no te gusta me da igual, ¡tú tienes que hacer lo que yo te diga!

—No, ¡por favor!

Abrí la carpa de golpe. El soldado me observó con terror, como si la mismísima muerte se hubiese asomado, en cambio la esclava me miró con alivio.

—Ella dijo que no —ordené serio y mi sombra se cernió imponente sobre las desdibujadas figuras de ambos.

El soldado se levantó los pantalones y de inmediato se hincó torpemente ante mis pies.

—Perdóneme alteza, por favor, ¡perdóneme! —suplicó con ambas manos juntas y la cabeza cabizbaja.

Coloqué mi pie contra su nuca e hice presión, rozando su rostro sobre la tierra.

—Esto no es un sucio burdel —susurré con la voz plana en emociones—, y esa esclava debería estar en la enorme carpa junto con las demás prisioneras.

Le di una patada, que lo hizo caer de costado en el suelo. Una mueca de dolor se reflejó en su sucio rostro. La mujer en cambio dio un pequeño gritó, cubriéndose con los trozos de su arruinada ropa.

—Lo sé, lo sé, pero las culpables son ellas, las mujeres que tientan a los hombres a hacer estas cosas. ¡Yo no quería! —se excusó.

Fruncí el ceño.

—¿De verdad lo dice soldado?, ¿de verdad aquella débil mujer te ha incitado a qué la violes?

—Sí mi señor.

Sonreí de lado. El hombre en el suelo se heló. Él sabía que significaba aquella expresión en mi rostro. Entonces miré a mis escoltas.

Cástrenlo —ordené.

Los soldados me miraron con pavor y luego a su compañero, quien se había apartado rápido de mi ubicación hacia una orilla de la carpa, con las manos cubriéndose las genitales.

—No, ¡por favor no lo haga!

—Esta es la única solución que encuentro para que no caigas en la tentación de violar mujeres.

—No caeré, ¡se lo juro! Por favor no me haga daño...

Dejé de sonreír.

—Al parecer tengo a un débil y cobarde soldado en mis tropas. Detesto a los hombres que no son capaces de asumir sus actos...

—Por favor perdóneme...

La esclava me observó con sus ojos verdes y brillantes, como si yo fuera una deidad, su ángel de la guarda. Era una situación algo disímil e irónica porque había sido yo la parca que había trasladado la muerte sobre su tierra de origen, aniquilando sin miramientos a gran parte de su gente y a partir de ese momento su destino era bastante desafortunado.

—Está bien... —finalmente susurré luego de eternos segundos—. Soldado, le perdonaré la vida. Ahora deje de llorar y lleve a esa prisionera a la carpa donde se hallan las demás.

—Gracias mi señor, ¡muchas gracias! Usted siempre tan misericordioso...

Sonreí y me di media vuelta hacia mis soldados que me observaban estoicos, aunque el miedo se reflejaba en sus miradas.

—Y ustedes acompáñenlo. Si ven que no acata mi orden, le cortan la cabeza y mañana la cuelgan en la entrada de su carpa como una advertencia.

El susodicho quedó helado ante aquel mandato.

—¡Como usted ordene su alteza! —exclamaron al unisonó.

Sin mediar ninguna palabra más me fui, sintiéndome liberado de mis escoltas que para mi eran como cadenas pesadas en mis pies.

De repente sentí una punzada en el pecho y miré hacia la luna menguante y luego el bosque frente a mí. No sé porque pero decidí adentrarme en aquel oscuro lugar.

Caminé por largo rato entre los arboles, siendo iluminado sólo por la tenue luz de las estrellas, hasta que finalmente me sentí cansado y decidí sentarme en la tierra, contra el hueco del tronco de un árbol. Me sentía tranquilo lejos de todo aquel infierno que me sofocaba en ocasiones, aunque nunca lo demostrara abiertamente.

No sé cuantos minutos pasaron pero mis ojos se cerraron, adormecidos, hasta que sentí una suave mano contra mi mejilla. Rápido de reflejos atrapé aquella frágil muñeca, presionándola con fuerza, y abrí los ojos con la peor y más frías de las miradas.

Allí se encontraba ella, la joven que hacía diez días atrás había atrapado observándome mientras yo me daba un baño. Me contemplaba con curiosidad y sin miedo a través de su límpida mirada. Mis facciones se suavizaron y la sorpresa vibró en mis pupilas.

Aflojé mi agarré en su muñeca y su mirada se llevó mis palabras, mi prepotencia y egocentrismo.

Jamás nadie me había dejado sin habla.

Mientras más y más la observaba, mi agarré se aflojaba hasta que mis dedos ya no rozaban su suave piel.

Ella se veía descuidada, con su inocente rostro sucio, los labios agrietados pero dulces, y el pelo castaño suelto y enmarañado. Llevaba un vestido que desde un principio supongo que era blanco y que ahora parecía el lienzo de un artista disconforme, por todos los colores que lo decoraban. La tela le cubría hasta los muslos, dejando a la vista sus lastimadas rodillas, semejantes a las de un potrillo recién nacido.

¿Seria hija de alguno de los soldados asesinados en Tesalia?, ¿por eso era qué me había perseguido hasta Focide? Eso, ciertamente, no me preocupaba, porque ahora era territorio de mi reino y todo lo que estaba allí me pertenecía, inclusive ella. Pero algo cambió en mí apenas se asomó esa idea en mi cabeza.

¿De verdad ella me pertenecía?, ¿de verdad yo quería que me perteneciera?

La veía tan libre e inalcanzable.

Esa libertad tan envidiable...

Todo lo contrario a mí.

Entonces escuché el sonido de unas ramas cerca de nosotros y mis cuestionamientos fueron respondidos.

Corre —ordené y ella se levantó del suelo y se fue, como una paloma liberada, y mi corazón pareció irse con su fugitiva figura.

Me levanté del suelo y algunos de mis soldados se asomaron.

—Príncipe Sesshomaru, ¡finalmente lo hemos estado buscando, es un alivio encontrarlo sano y salvo! —dijo uno de ellos.

No respondí nada. Una mueca de disgusto se asomó por mi rostro. Sé que no soy libre; estoy atado a un imperio, a una legión de personas, y yo no quería que mis soldados la atraparan, porque esa joven no sufriría mi mismo destino.

Ella tenía que seguir siendo libre.



Transcurrieron un par de días más en Focide, en los que me sentí extrañamente ansioso por volver a verla.

¿Por qué me perseguía?

¿Qué quería de mí?

¿Era algún especie de truco de Kagura?

Sé que es fácil encontrar a esa joven. No sé cómo lo sé, pero sé donde está.

Otra vez estaba anocheciendo y me hallaba solo en mi habitación cuando se me ocurrió una idea. Pedí a uno de mis soldados que me trajeran una canasta. Él me observó con desconcierto pero no preguntó para qué. Entonces, cuando la tuve en mi poder, observé en mis aposentos el lugar donde se hallaba una fuente con comida y elegí las mejores frutas, y algún que otro alimento.

Quería saber quién era la joven misteriosa del bosque, algo que se había convertido en un completo capricho para mí.

No podía salir por la entrada porque estaban mis custodios.

Asomé mi rostro por mi ventana y miré lo alto del edificio. Estaba en un segundo piso, y perfectamente podía bajar deslizándome por alguna de las columnas. Fruncí el ceño. El único problema que veía eran los ineptos de mis soldados, que se hallaban durmiendo abajo con sus armas tiradas despreocupadamente sobre el suelo, en vez de estar vigilando despiertos mi ventana, como debían hacerlo por cualquier contrariedad.

¿Qué sucedía si alguien los tomaba por sorpresa y luego trepaba por allí para asesinarme?

Alcé las cejas.

Por eso no confiaba en nadie y siempre me hallaba alerta de cualquier peligro.

Bajé tal cual lo planeado. Ellos continuaron durmiendo como si nada y con pasos leves caminé luego entre las carpas de mis soldados, usándolas como escondite por cada vez que veía a un ser vivo despistado. Finalmente pude salir de aquella zona y continué caminando hasta lograr divisar el bosque, pero un leve quejido captó mi atención por algunos segundos y mis ojos se dirigieron a una imagen que no deseé ver. Jakotsu se hallaba detrás de una fuente muy entretenido con otro soldado.

Fruncí el ceño y aparté rápido mis ojos, respirando hondo. Ciertamente son situaciones bastante comunes, así que tampoco me siento con la curiosidad de seguir observando...

Continué mi recorrido sin mirar hacia ningún sitio más, y me adentré en el bosque. Estuve por largo rato avanzando, intentando recordar a ciencia cierta el trayecto que había hecho la anterior vez, hasta que vi el reflejo de la redonda luna entre las ramas, y miré ansioso los alrededores que creía reconocer que eran los de la otra vez. Como lo esperaba vi a la pequeña mujercita asomarse tímidamente detrás de un árbol.

Nos miramos por un instante eterno y de la nada dije:

Hola —un saludo, tan impropio de mi, y luego alcé la canasta hacia su posición—, te traje comida.

Ella salió de su escondite y caminó con pasos inseguros hasta mí.

Nos miramos nuevamente a los ojos, y luego la vi hacer una torpe y leve reverencia.

Parpadeé confundido.

—No hagas eso —pedí, al fin y al cabo me gustaba la idea de estar con ella sin tener que estar constantemente con mi porte de príncipe duro. Me senté debajo del mismo árbol de la otra vez y palpé la tierra a mi lado—, siéntate, por favor —pedí, agregando las dos ultimas palabras que eran raras en mi vocabulario.

¿Saludar?, ¿pedir por favor? Si alguno de mis soldados me viera moriría sin poder creerlo

Ella me miró por momentos, y asintió caminando hasta mi ubicación. Se sentó y rápido le ofrecí para comer una manzana.

—¿Quieres?

Ella observó el fruto con curiosidad y lo agarró entre sus frágiles dedos. Me miró como buscando mi aprobación y le sonreí. Le dio una mordida, y así le observé los labios rojos, las largas pestañas, lo hermoso de su pequeña nariz y cada vez que la miraba, más bonita me parecía.

Gracias por la comida... —susurró finalmente haciéndome conocedor de su tierna voz, frágil, suave y femenina.

Nos miramos un instante y le sonreí con suavidad asintiendo.

Y ahí estaba de nuevo, desbloqueando un gesto impropio de mi personalidad.

Ella apartó su mirada de mi y continuó comiendo su manzana sin decir nada. A los segundos sus pequeñas manos me estaban pidiendo por más comida.

—Puedes simplemente agarrar lo que te apetezca...

Su mirada se iluminó mientras las manos no le alcanzaban para sacar todos los frutos y llevárselos hacia su pequeña y dulce boca.

—¿Cuál es tu nombre? —pregunté, sin apartar la mirada de ella.

Ella dejó de comer por un momento y me devolvió la mirada.

—Me llamo Rin...

Un nombre sencillo, acorde a una criatura tan simple y de baja cuna.

—... y tú eres su majestad, Sesshomaru, príncipe de Esparta.

No dije nada. Era lógico que lo supiera, mi reputación me precede.

—¿De dónde eres? —continué, con cautela.

Rin me miró sorprendida.

—¿De dónde soy?...

—Sí.

Guardó silencio durante unos instantes.

—¿Eres originaria de Tesalia?

Ella negó lentamente.

—¿Y tus padres? ¿Dónde están?

—Nunca conocí a mi padre. Mi madre y mis hermanos pequeños murieron hace ya un tiempo...

—¿Dónde vivías con ellos? —seguí, con precaución.

No podía confiarme, aunque se vea como un tierno corderito podría estar frente a alguien con malas intenciones. Aunque me resultara intrigante, no podía ignorar que podría estar acechándome, a fin de cuentas, lleva persiguiendome desde hace días.

Se llevó una mano a la cabeza, como si estuviera buscando entre recuerdos lejanos.

—No lo recuerdo con claridad... pero mi hermano del medio fue el último en morir. Todos enfermaron de repente, con fiebre y llagas por todo el cuerpo... Yo sobreviví, pero ellos no.

Permanecí en silencio. Entonces, ¿yo no era el responsable de la muerte de su familia? ¿No buscaba vengarse?

Rin parecía confundida, como si aún estuviera atrapada en la tragedia que vivió con los suyos.

—Lo único que sé es que... estoy perdida y no sé a dónde ir.

¿A dónde ir...?

—Eres libre de ir a donde deseas, ¿acaso eso no es suficiente?

—Cuando no tienes un lugar al cual llamar hogar, esa libertad se convierte en algo aterrador...

De repente, sus ojos se llenaron de pánico y lanzó un grito.

Me giré rápidamente y la vi esconderse tras mi espalda, como si yo fuera su única protección. Sus manos temblorosas señalaron hacia los árboles.

Ahí, con los ojos brillando bajo la luz tenue del amanecer, un lobo solitario nos observaba desde la maleza. Su cuerpo desnutrido y herido estaba tenso, su pelaje gris parecía un remolino de sombras en movimiento.

Ella no me tenía miedo a mí, un hombre acostumbrado a quitar vidas con mis propias manos, pero temblaba ante la amenaza de aquel maltrecho lobo.

Al parecer era cierto que ella no buscaba asesinarme. Sé distinguir el miedo real cuando lo veo.

Me quedé inmóvil por un segundo, contemplando al animal. No parecía especialmente agresivo, pero su mera presencia era suficiente para congelar el alma de la pequeña. El lobo dio un paso hacia nosotros, sus ojos fijos en nuestra dirección, aunque tal vez centrado en lo que había en la canasta.

—No te hará daño si no lo provocas —le dije en un susurro.

Ella no respondió.

Con un suspiro, levanté la canasta y, con un movimiento rápido, la arrojé hacia el lobo, quien atrapó lo primero que voló en el aire para luego huir despavorido entre los árboles.

—¿Ves? —dije, volviendo la cabeza hacia ella con una ligera sonrisa—. Ya no hay peligro.

Ella se quedó inmóvil por un instante, sus ojos fijos en el lugar donde había estado el lobo, como si aún pudiera ver su sombra acechando. Finalmente, después de asegurarse de que no había rastro del animal, me tomo desprevenido abrazándome por la espalda con una fuerza inesperada para su pequeño cuerpo.

Un extraño nudo se formó en mi estómago. Nadie se había atrevido a abrazarme de esa manera, y mucho menos tenían el derecho. Me quedé inmóvil, incapaz de decidir qué hacer.

¿Cómo pude dejar que sucediera? Si ella hubiera ocultado una daga entre sus ropas, yo habría sido un blanco fácil.

Sin embargo, su calidez era desconcertante, y lo que es peor... no intentaba matarme.

—¡Gracias! —susurró entre sollozos, su voz temblando de alivio.

La miré de reojo, notando un calor inusual subir hasta mis mejillas.

—De... nada —balbuceé, palabras que casi nunca escapaban de mi boca...

Y sin saberlo, esto fue el principio de todo lo que el destino tenía preparado para nosotros.



Al otro día regresé al bosque, con dos canastas nuevas.

—Rin —la llamé, y ella salió de su escondite entre los arboles.

Dejé la canasta de comida con más variedad de alimentos en el suelo y luego alcé la otra canasta hacia ella.

—Esto es para ti...

Ella la agarró con timidez y miró hacia dentro. Su hermoso rostro se iluminó, y su sonrisa se ensanchó y mi corazón palpitó con fuerza...

Había un no sé que en su preciosa sonrisa que parecía darle vida y color a todo aquello que le rodeaba, inclusive yo.

—¿Para mí...? —susurró encantada sacando uno de los vestidos de adentro de la canasta.

—¿Son de tu agrado? —pregunté, al fin y al cabo, no sé porque necesitaba su aprobación. Capaz que era porque es la primera vez que le regalo algo a alguien...

—Son preciosos príncipe Sesshomaru —admitió mirando uno a uno con admiración—. ¿Me los puedo probar?

Claro que se los podía probar. Yo no me los pensaba poner, al fin y al cabo, ¿no?

—Puedes hacer lo que quieras con ellos, son tuyos.

Entonces Rin agarró su canasta de vestidos y me pidió con una enorme sonrisa:

—Su majestad, por favor siéntese aquí y espéreme...

Y acaté su orden sin decir ninguna palabra.

Luego de cinco minutos finalmente salió de atrás de unos árboles, vistiendo una de sus nuevas adquisiciones. Más allá de su aspecto descuidado, el vestido amarrillo y largo, que tenía leves detalles en oro (y no pensaba revelárselo) le quedaba tal cual como a una joven princesa.

—Son acordes a ti... —la alagué sonriéndole.

Ella asintió con las mejillas abochornadas.

—¿Puedo probarme los otros? —preguntó nuevamente con desconcierto.

—Son tuyos —reiteré con amabilidad.

Y así me tuvo, sentado allí, mientras desfilaba con su ropa nueva y yo la contemplaba paciente por cada vez que la miraba sonreír. Finalmente escogió su vestido favorito y se sentó a mi lado a comer lo que le había traído.

La miré sin decir nada. Ni siquiera la regañé cuando vi que se ensució las manos con durazno y cuando se limpió usando la fina tela de su falda como repasador. Yo era dócil ante ella, inexplicablemente. Después de todo, no la veía como un verdadero peligro, era tan sólo una jovencita inocente, sin maldad en su espíritu. Repentinamente colocó su redonda mejilla contra mi hombro mientras jugaba con una manzana entre sus frágiles y gelatinosos dedos.

Comenzó a tararear una canción de cuna.

Apoyé la cabeza contra el árbol y cerré los ojos, mientras la dulce voz de Rin me envolvía en una tranquilidad que rara vez encontraba en la vida.

¿Qué sería de ella ahora?

Desde el comienzo, Rin había permanecido a mi lado, buscando quizás un lugar seguro, algo que solo un noble como yo podía ofrecer: techo, dignidad y alimento.

Podría llevarla a mi castillo, pero mi padre jamás comprendería mi comportamiento. Y su belleza aseguraba que no terminaría en las labores domésticas. Su destino, en manos de otros, podría ser formar parte de mi harem o peor, ser vendida en el mercado de esclavas. Pero ese no era el futuro que quería para ella.

Rin no era más que una joven huérfana, una plebeya. Nunca podría desposarla.

Abrí los ojos, perturbado por mis pensamientos...

Mi mirada se tornó fría.

¿Qué demonios estaba pensando?

Ella todavía era muy joven y la ley aún me impedía casarme antes de cumplir los treinta. Mi vida debía estar dedicada al servicio militar hasta ese entonces.

Pero mi padre siempre hablaba de alianzas territoriales con otros imperios, especialmente con Troya. Debía pedir la mano de la princesa Sara, aunque no soporto a mi primo, el arrogante príncipe Menomaru.

—Prometo encontrarte un hogar —susurré repentinamente.

Rin dejó de cantar y apartó su mejilla de mi hombro.

—¿Un hogar?

—Un sitio en el cual vivir...

—Llévame a tu castillo...

—No puedo.

—¿Por qué no?

Suspiré.

—Porque es un lugar muy frió y hay monstruos, fantasmas y muchos lobos carroñeros que te pueden lastimar...

Abrió sus ingenuos ojos con asombro.

—¿En serio?

Asentí. Entonces miró la manzana entre sus manos.

—Pero tú me protegerás de todos ellos para que no me hagan daño —comentó como si nada dándole una mordida a su manzana. Y no se dio cuenta de lo que me generó internamente el haberla escuchado decir eso.

Nunca tuve una persona a la cual proteger.

Y al parecer ahora, sin quererlo, tenía a alguien por quien velar a partir de hoy.



Decidí prolongar mi estadía en Focide por un par de semanas más. No había motivo alguno para apresurarme a Esparta, y confieso que una parte de mí ansiaba la llegada de cada noche para hablar con Rin.

El crepúsculo se convirtió en mi momento favorito, pues sabía que la encontraría esperando por mí.

A medida que los días pasaban, sentía un cambio dentro de mí, como si una paz desconocida se filtrara en mi ser. Mis soldados notaron mi transformación cuando solté una carcajada ante sus bromas, algo impensable en otro tiempo. Yo mismo no comprendía por qué había cambiado.

Esa noche llegué al claro donde siempre nos encontrábamos. Apenas me vio, Rin corrió hacia mí, rodeando mi cintura con sus delicados brazos. Nuestros ojos se encontraron, los suyos llenos de calidez, los míos, de una aparente indiferencia aunque sentí que algo dentro de mí se derrumbaba ante su sonrisa. No solía corresponderle ningún tipo de contacto físico, pero ese día fue distinto. Dejé caer la canasta y, sin pensarlo dos veces, la abracé con una fuerza que no sabía que poseía.

Por primera vez, supe que no quería dejarla ir…

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Así pasaron algunos días más.

Era un día soleado y a vistas de que las cosas a mis alrededores se hallaban muy tranquilas, decidí escaparme hacia el bosque. Era la primera vez que la iba visitar durante el día.

La llamé varias veces, hasta que finalmente la vi salir de atrás de uno de los arboles. Estaba radiante, con un vestido precioso, su rostro limpio y el cabello peinado.

—¡Príncipe Sesshomaru! —exclamó corriendo hasta mi posición—, estaba pensando en ti. ¡Te quería ver! Los dioses seguramente escucharon mis llamados...

Asentí.

—Al parecer estamos destinados a encontrarnos siempre, Rin... —comenté con suavidad y ella sostuvo mi mano.

Sentí un escalofrió bajar por mi cuerpo al percibir su cálida mano sobre mi fría piel, y sin decir nada comenzó a arrastrarme con ella, mientras me hablaba sobre un lugar maravilloso al cual me quería llevar. Simplemente me dejé guiar, al fin y al cabo desde el primer instante en que la vi ya había depositado mi confianza en su persona.

—Ten cuidado, no los pises —me pidió cuando vio una hilera de hormigas en el medio del camino.

Se puso en puntas de pie y cruzó hacia el otro lado. Parpadeé y tuve el mismo cuidado y respeto con aquellos diminutos seres vivos. Me sonrió complacida por mi prudencia y volvió a sostener mi mano. Continuamos caminando mientras Rin me relataba a detalle todo lo que había aprendido viviendo en los alrededores del bosque. Yo sólo la observaba en silencio, totalmente maravillado por su pequeña y frágil figura, tan libre, tan idealizada por mis pensamientos...

Llegamos a una hermosa y amplia pradera verde, llena de flores silvestres y bordeada por los árboles del bosque. Allí se podía contemplar con perfecta claridad lo celeste del cielo y los pájaros volando con completa y envidiable libertad.

Rin me soltó la mano y corrió hacia el medio, y extendió sus frágiles brazos como si pudiera sostener el ancho del universo allí, la libertad inmaculada, con el viento despeinando su hermosa cortina de cabellos. Sonrió con el rostro mirando hacia el cielo, recibiendo de frente los rayos del sol, esa energía que le daba vitalidad a sus endebles y traviesas extremidades.

La vi dar vueltas y reír con alegría, sin preocupaciones, como si el mundo real no fuera en realidad tan malo.

Una mariposa se posó en su antebrazo y ella la colocó a la altura de sus ojos risueños, totalmente fascinada por los llamativos colores de las alitas...

Estaba anonado por la pradera y Rin, como si se hubiese caído la venda que me mantenía cegado: por primera vez contemplaba la "vida" a través de mis ojos, estos ojos que han estado más presentes en la muerte.

Rin corrió hasta mí y como una cría me mostró la mariposa que ahora se había posado en uno de sus dedos y, como si se hubiese percatado del peligro, el insecto se alejó volando lejos de nosotros.

Al parecer, entre los dos, la mariposa había sido la más sensata e inteligente.

Rin todavía no se daba cuenta del riesgo que yo suponía para su persona...

Me sostuvo de las manos y me llevó hacia una zona donde el pasto se mantenía corto y verde. Ahí me instó a sentarme junto a ella. Hablamos de todo un poco. Sobre sus flores favoritas, el porqué de lo celeste del cielo y de sus tontas anécdotas que habían logrado hacerme inesperadamente reír. Rin finalmente se recostó en el suelo y me indagó con la mirada para que yo la imitara. No tardé en hacerlo, y así me mantuve por un largo momento, sólo escuchando la pacífica naturaleza y viendo los pájaros volar por lo celeste del cielo.

De repente mi vista panorámica se vio interrumpida por el delicado rostro juvenil de Rin. Mi corazón latió fuertemente al verla tan cerca.

Ella es preciosa, tan preciosa que siento un nudo en el pecho cada vez que la miró.

—Principe Sesshomaru, ¿alguna vez ha besado a una chica? —cuestionó repentinamente, sorprendiéndome con su audacia.

—No, nunca —mentí con cierta verdad.

Me han besado pero nunca he besado por voluntad propia.

—¿De verdad? —continuó con su cuestionamiento, con los ojos brillantes de curiosidad—. Porque ustedes los militares suelen estar rodeados de personas bellas, ¿no es así?

Mujercita perspicaz.

La madre de Rin trabajaba en un burdel, lo cuál, según Rin, le había dado una visión clara del tipo de gente que frecuentaba esos lugares. Según mis propias sospechas, tal vez su padre fue ese tipo de cliente, un soldado pasajero, tal como seguramente también lo fueron los padres de sus pequeños hermanos.

—¿A qué se debe tu interés repentino? —inquirí, aunque algo en mi se puso en alerta.

Rin colocó su pequeña mano en mi mejilla y un entumecimiento sacudió todo mi cuerpo. Nunca antes había experimentando una sensación tan intensa, ni siquiera en mi juventud. Me indagó con la mirada.

—¿Puedo besarlo?

—No —respondí tajante.

Hay ciertos límites que no debíamos sobrepasar.

Una diminuta arruga se vio en su terso entrecejo.

—De acuerdo —respondió con la boca como un botón, berrinchuda y deseable, y se apartó.

Y simplemente el silencio sobrevino como si nada hubiera ocurrido. Suspiré largamente y la miré con atención. Ella me miró con esos enormes y bonitos ojos.

—Haz lo que quieras —dije finalmente.

Rin sonrió ampliamente y otra vez acercó su rostro al mío. Y me sentí nervioso como un crío y si me lo pidiera sería suyo, porque no había nada que se comparara a ella en estos momentos.

La detesto.

Su dedo pulgar tocó mis labios como monitoreandolos. Y luego percibí como se acercaba su rostro y mi corazón se aceleró, sintiendo retumbar mis latidos dentro de mis oídos. Pude sentir su dulce aliento y...

... ella se levantó y se fue corriendo.

Vi a mis soldados salir de entre algunos árboles.

—Príncipe Sesshomaru, ¡finalmente lo hemos encontrado!

Los miré con el mayor de todos los rencores al ver arruinado tan perfecto momento.



Desde ese día pasaron tres días más, en los que decidí no ir a verla. Analizando lo que ha estado sucediendo durante este tiempo, creo que había una fina línea que no debíamos pasar, y la única manera para que eso no sucediera es no ir a verla jamás...

Poco a poco comencé a sentirme malhumorado otra vez y de verdad necesitaba desquitar todas esta frustración con algo o alguien.

Como si me hubiesen escuchado, de repente entraron unos soldados a la sala trayendo a rastras un mísero campesino de los alrededores y a una de las prisioneras de Tesalia. Los observé de forma desdeñosa.

—Señor, lo hemos encontrado coqueteando en las afueras de las carpas.

Fruncí el ceño. Hacía algunas semanas había dejado una cruenta advertencia de que castigaría a todo aquel que se atreviera a acercarse a la carpa de los prisioneros que traíamos desde Tesalia. Así que ese simple campesino había desacatado una de mis órdenes junto con aquella esclava, que parecía haberse convertido en su amante.

—Llévenlos hasta las afueras. Quiero a Bankotsu y a Jakotsu, a todos los soldados y a los prisioneros capturados frente a las carpas.

Y así tal cual como lo ordené, se hizo. Todos sabían a que me refería cuando los mandaba llamar. Agarré mi espada, y me paré frente al campesino y la esclava, que se hallaban atados y arrodillados ante mi presencia, como debía ser. Esta era la única manera de que respetaran mis órdenes y que comprobaran que cuando yo hablaba lo hacía en serio.

—¡Por favor perdónele la vida! —exclamó el campesino con la voz agrietada en lágrimas—, ¡no es su culpa!, ¡ella es inocente en todo!

—¡De lo único que somos culpables es de amarnos! —continuó diciendo la mujer—, ¡si alguna vez ha amado puede entendernos!

Fruncí el entrecejo con fuerza y una mueca de disgusto se asomó en mi boca.

—Yo no he amado nunca a nadie... ¡y jamás lo haré! —exclamé sin emoción alguna y de un solo movimiento de mi espada los aniquilé, cortándoles las cabezas. Los cuerpos cayeron inertes en el suelo y observé vacíamente la sangre desparramarse. Era un espectáculo pintoresco y horroroso.

—Muy bien hecho príncipe Sesshomaru —indicó Jakotsu aplaudiendo—, ¡esos malditos y desconsiderados plebeyos! No se merecían más que el infierno. ¡El príncipe Sesshomaru ha sido muy misericordioso al darles una muerte rápida!...

Apenas terminó su monologo, sentí una punzada en mi corazón. Algo no estaba bien en todo este escenario. Miré a mis espaldas y la vi a ella, escondida detrás de los árboles. Rin me observaba totalmente pasmada. De repente sus alegres ojos se apagaron, llenándose de lágrimas. La espada resbaló de mis dedos y ella desapareció entre los arboles.

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Chapter 3: CAPÍTULO III

Summary:

Rin es secuestrada por el príncipe Troya, Menomaru. Pasa en cautiverio durante un largo año, hasta que de imprevisto el rey de Esparta y su hijo, Sesshomaru, le hacen una visita a los troyanos.

Notes:

Menomaru es el villano de la película 1 de Inuyasha.

 

https://inuyasha.fandom.com/es/wiki/Menomaru

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

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Un año después

 

RIN POV


—No deberías haber intentado escapar...

Me dijo él, con temple tranquilo, desde el otro lado, donde era libre y tenía a su alcance cualquier cosa en el mundo. No le respondí y me mantuve en el rincón más oscuro de aquella celda. No lloraba, sólo observaba mi larga sombra, que durante meses se había convertido en mi única fiel compañía.

—Rin, ¿por qué eres tan desobediente? —siguió con su cuestionamiento, sin dejar esa aparente tranquilidad de lado.

Arrugué el entrecejo y levanté levemente la mirada, observándolo con desprecio.

Este fue otro intento fallido de escapar de este maldito castillo...

Hace un año atrás, los soldados troyanos me capturaron tras verme con Sesshomaru. Menomaru, vaya a saber uno la razón, en lugar de usarme como botín, me mantuvo prisionera en un lujoso cuarto. Ahora, me encuentro castigada en una celda.

—Serás liberada cuando mi padre se calme. Solo promete no escapar más.

—Quiero ser libre —respondí, decidida.

—Eres libre aquí, en mi reino. Tienes todo lo que quieres: comida deliciosa, vestidos y joyas caras... Te lleno de regalos y nunca te he tratado mal, esperando que finalmente te entregues voluntariamente a mi persona... Por eso mismo no entiendo tus desaires hacia mi. No soy tan malo, hay nobles peores...

Fruncí el ceño.

—Me tienes encerrada en un dormitorio del que no puedo salir y solo puedo hablar contigo.

Su mirada se retorno sombría.

—Es peligroso para ti el mundo exterior. Lo seguirá siendo mientras exista el príncipe Sesshomaru...

Inhalé aire con fuerza.

—No entiendo el porqué. Yo no he hecho nada malo y él jamás ha demostrado interés en mí...

—Eso es lo que tú crees —entonces encerró las manos sobre los barrotes, inclinando más su rostro cerca del espacio entre las rejas—. Conozco bien a ese cretino. Aunque él te vio primero, tú eres mía y de nadie más...

No le respondí porque no pude entender esa enfermiza obsesión.

¿Por qué mi destino tenía que ser este?, ¿tan mal me había comportado en mi corta vida como para que los dioses me castigaran de esta forma?, ¿acaso mi destino era seguir los pasos de mi propia madre?

Luego de contemplarlo por algunos instantes, decidí salir de entre las sombras y gateé hasta su posición, sentándome frente a él. Sólo nos separaba la reja, la frontera entre mi libertad y lo que sea que haya del otro lado. No sé que diferencia hay entre estar afuera y adentro, aunque en realidad prefiero más el otro lado de la celda.

—Por favor, sácame de aquí —pedí con la voz calma y dulce, algo que había descubierto que le agradaba—, saqueme de este lugar su majestad, Menomaru...

Él lo contempló por algunos instantes antes de responder:

—Está bien pero me tienes que dar algo a cambio, después de todo has desobedecido mi regla de oro...

—¿Dar algo a cambio?...

Él sonrió a medias y me miró con cariño... suponiendo que eso pudiera llamarse cariño.

—Quiero que finalmente te entregues voluntariamente a mí—susurró y sentí una puntada en el pecho—. He estado esperando mucho tiempo, ¿no crees?

—Prefiero la muerte —respondí con la intención de esconderme nuevamente entre las sombras, pero Menomaru fue rápido y estiro sus brazos entre los barrotes sosteniendo mi antebrazo y luego mi nuca.

Enfrentó nuestros rostros contra los barrotes y pude sentir su respiración sobre mis mejillas.

—No quieres ahora... Pero entre todos los hombres sabes que yo soy la mejor opción. ¿O acaso prefieres terminar en el harem de cualquier inepto que te viole y luego que te deseche sin importarle si te ha hecho daño? —murmuró con frialdad presionando con más fuerza mi rostro contra los fríos garrotes—. Ese es el destino de la gran mayoría de esclavas sexuales. Cuando dejan de ser de utilidad empiezan a pasar de dueño en dueño hasta que finalmente mueren por todas las enfermedades que contraen —fue punzantemente sincero—. Yo, en cambio, te he cuidado y protegido de todos aquellos que quieren hacerte daño en este reino, a fin de cuentas, ellos se quieren deshacer de ti porque dicen que eres una distracción para mí. Pero lo que ellos no saben, es que cuando heredé finalmente Troya, tú y yo nos casaremos y serás honrada como reina... la más hermosa de todas y la más venerada... —y luego movió su mano hacia mi quijada. Quise soltarme pero presionó mis mejillas con fuerza.

—Duele... —susurré con el corazón palpitando en la garganta por el miedo.

—¿No te gustaría eso? Ser alguien tan importante. Te estoy ofreciendo el mundo entero.

Fruncí el entrecejo.

El apretó con más fuerza frágil brazo y movió más cerca su rostro al mío, como exigiendo una respuesta afirmativa.

Estoy muy asustada...

—¿Accedes o no accedes?

... pero ya no quiero estar más adentro de esta fría celda. Si mi destino es ser una simple prostituta entonces prefería acabar con mi vida. Me suicidaría esta misma noche cuando Menomaru me dejara sola en ese dormitorio.

Intenté suavizar mis facciones y asentí levemente con la cabeza, sólo para que me saqué de aquí. Él sonrió ampliamente y me soltó, dirigiendo su mirada a los soldados que estaban detrás de él.

 

—Abran las rejas...

 

—... pero su padre ha dicho que no lo hiciéramos hasta nueva orden.

 

—No me importa lo que mi padre ha dicho. ¡Sáquenla de aquí!

 

Y los soldados abrieron las rejas. Mis piernas se sintieron débiles y caí en el suelo.

 

Simplemente no puedo. Mi cuerpo está consumido por el terror.

 

Menomaru se agachó a mi altura y colocó su mano bajo mi quijada obligandome a mirarlo a los ojos.

 

—Mi hermosa Rin —susurró con suavidad para luego besar castamente mis sellados labios—. Pronto serás completamente mía, solo mía —volvió a besarme con su cariño no correspondido—. Tendremos una hermosa ceremonia símbolica, solo tú y yo. Y luego de tres noches me entregaras finalmente tu virginidad y desde entonces cosecharemos un lazo irrompible...

 

Agaché la mirada y mi mente buscó rápidamente entender el porqué tenía que ser yo su obsesión o si realmente este hombre estaba cegado por ser mejor que el príncipe Sesshomaru.

 

No me interesa.

 

Buscaré la forma más indolora de acabar con mi propia vida hoy mismo. Ese es mi plan. La única vía de salida que tengo para abandonar este infierno.

 

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Ese mismo día, en otra zona del castillo de Troya.

 

SESSHOMARU POV


Me senté a lado de mi padre, y a los costados se encontraban nuestra comitiva de generales, Bankotsu, Jakotsu, Renkotsu y Suikotsu. Del otro lado del salón se encontraba el rey de Troya, Toga, acompañado por su hijo menor Inuyasha, y su comitiva de inútiles buenos para nada. Para mi sorpresa, su vástago mayor, Menomaru, no se hallaba allí.

Pero apenas pensé en eso, él se asomó en la entrada. Intercambiamos miradas de modo rápido y él observó a su padre. Se notaba agitado y apurado, además de, subrayándolo, demasiado sorprendido y enojado.

—Padre, ¿por qué no me avisaste que ellos estaban aquí?

Toga cerró los ojos y frunció el entrecejo con fuerza.

—¡Siéntate Menomaru y cállate! —ordenó.

El susodicho apretó los dientes pero hizo caso a la demanda de Toga.

—Nos hemos enterado que han estado por los alrededores de Fócide, consultando al oráculo de Delfos —comentó mi padre Kirinmaru, luego de que todos los presentes estuvieran correctamente en sus lugares.

Alcé las cejas ante aquella revelación. El oráculo de Delfos se hallaba en Fócide, que era ahora parte del reino de Esparta, y los troyanos habían estado paseando por allí como si nada.

—Sí, he estado en esos alrededores... —admitió el rey de Troya.

—¿Acaso han tenido la dicha de poder comunicarse con el sabio Akuru?

Fruncí el ceño. El sabio Akuru se ocupaba de cuidar aquel hermoso templo, además de que era el intermediario entre Apolo y los mortales.

—De eso mismo quiero hablarles —indicó Toga con seriedad—. Han estado muy tensas las relaciones entre nuestros reinos, sobre todo por culpa de nuestros hijos mayores.

Menomaru y yo nos miramos pero no dijimos nada, al fin y al cabo era verdad. Nos detestábamos a muerte.

En cambio su otro hijo, Inuyasha... bueno, realmente también lo detesto, pero no lo veo como un peligro. Parecía no importarle nada que tuviera que ver con reinos y poder ilimitado.

O al menos lo disimulaba bastante bien.

—Y la verdad es que nos conocemos desde siempre Kirinmaru, a fin de cuentas eres mi hermano, y no deseo tener problemas contigo.

Sonreí a medias. Algo seguramente le debería haber dicho el sabio Akuru que generó malestar en ese patético Rey de Troya como para rebajarse como un cobarde frente a nuestro imperio. Pero mi padre Kirimmaru le dio la razón:

—Es verdad, Toga. Hace algún tiempo nosotros también consultamos con el Gran Akuru, y hemos estado pensando en pedir la mano de tu sobrina, la princesa Sara...

Ahí tuve que hablar.

—Yo no pienso pedir la mano de nadie... No tengo ni el más mínimo interés de estar enlazado con una troyana...

—... pero ve que convencer a mi hijo es muy difícil... —admitió mi padre entre un enorme suspiró.

Crucé los brazos contra mi pecho y los observé con frialdad. El rey Toga me miró fijamente, con esos ojos que a veces me incomodaban, entonces decidió explayarse respecto a sus planes:

—Para mejorar las relaciones entre nuestros reinos hemos estado pensando en abrir nuevas vías de comercialización en los nuevos territorios conquistados...

Mi padre cruzó los brazos contra su pecho y sonrió con ironía.

—Bien, es algo que nos sirve sí, aunque en ese sentido últimamente no está yendo mejor a nosotros... —reveló, y nuestros cuatros generales rieron.

Toga frunció el ceño pero no hizo comentario alguno sobre lo dicho por mi padre Kirimmaru. Miró vaciamente a su hijo Menomaru por unos instantes y luego me observó a mí, revelando:

— Como hecho simbólico de nuestro nuevo tratado y reciente reconciliación, he decidido entregarles como regalo una mujer para el harem de su vástago Sesshomaru...

No se me movió ni un solo un pelo ante aquella declaración. Mi padre en cambió prestó más interés al asunto. A mi me seguía dando igual.

—Dame detalles. Edad. Complexión. ¿Es una mujer sana?, ¿está castrada...?

—Es una joven con mucha salud. Esta muy bien cuidada. Su edad debe estar rondando entre los quince y dieciséis años. Continúa virgen. Al parecer es infértil, nunca ha tenido su menstruación y es una jovencita dócil...

De repente la mirada de Menomaru cambió. Se notó más oscura, inclusive pude vislumbrar un poco de temor en ella. Por ende yo también me puse en alerta...

—... de piel blanca, de largo cabello castaño e inmensos y vivaces ojos marrones. Hace un año la capturamos en las inmensidades del bosque de Fócide.

—¡No padre! —exclamó Menomaru levantándose de su lugar—, ¡no me dijiste que harías eso!, ¡ella es mía!

Mi corazón latió rápidamente y al instante siguiente hice algo que sorprendió a todos los presentes. Me levanté de mi lugar y concreté:

—Aceptamos el trato.

Mi padre se quedó sin habla.

He estado esperando un año para volver a verla, luego de buscarla incesantemente. Así que habían sido los malditos troyanos los que la mantenían cautiva. Fruncí el ceño y observé con el mayor de los odios a Menomaru, que me correspondió de la misma manera.

Inuyasha rio por lo bajo.

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BONUS, Menomaru dibujado por Rumiko Takahashi:

 

Menomaru

 

 

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Notes:

En la versión original de este fanfic no era muy obvio porque podía jugar libremente con los nombres de los personajes, pero ahora que es muuuuy obvio: Sí, Sesshomaru no es hijo de Kirimmaru..¿Un spoiler? Tal vez. ¿Cambiaría mucho este dato en lo que puede ocurrir? Tal vez.

Por otra parte:

Inuyasha tiene su universo cinematográfico dentro del fanfic, pero es un universo aparte que para aquellos que les guste el Inukag lo publicaré después en otro fanfic. Al tener su propia historia, por el momento no va a ser relevante para la trama.

Capitulos siguientes se centran solo en el desarrollo de SessRin.

Chapter 4: CAPÍTULO IV

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

 

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• RIN POV •


Ya llevo dos semanas viajando con los espartanos, y según pude escucharle decir a uno de ellos todavía faltaba una semana más para llegar a nuestro destino.

Aquel día decidieron hacer una parada sobre una de las polis conquistadas, Atamanios.

En la sala de reuniones había un enorme banquete para darles la bienvenida al rey Toga y su hijo. Por pedido del príncipe Sesshomaru yo me encontraba allí, aunque en un extremo más alejado de él. Un tapado blanco me cubría de pies a cabeza por mi condición de mujer virgen, ya que por ley sólo el príncipe podía verme con poca ropa.

Lo observé a lo lejos, entre toda esa plebe de lujuria y avaricia. Desde hace catorce días llevamos viajando y él no me ha dirigido la palabra y yo tampoco lo he hecho, como si en realidad no nos conociéramos. Sesshomaru no me miraba, se hallaba contemplando una manzana entre sus manos, y en su rostro no se divisaba ni la más mínima emoción. Era como observar una impoluta estatua tallada en mármol: bello por fuera, frío al tacto y de piedra por dentro.

Cruzamos accidentalmente miradas. Me analizó por algunos instantes. Dejó caer la manzana a su lado y de la nada se levantó de su lugar.

Paró sus pasos frente a mí y su sombra se cernió sobre mi frágil figura.

—Es hora de ir a dormir —susurró con calma, por primera vez, luego de tantos días.

Sin decir nada más continuó caminando  y yo por inercia lo seguí.

¿Qué otra opción tenía?

Si intentara escapar no iría tan lejos. Estoy rodeada de soldados.

A medida que nos estamos acercando a su dormitorio, sentía más y más fuerte retumbar en mis oídos los latidos de mi corazón.

Nos adentramos en la pieza en la que dormiríamos esa noche. Era la primera vez que teníamos tiempo a solas, después de todos esos días juntos. Sesshomaru caminó hasta la cama y yo me quedé en la entrada sin todavía reaccionar, sintiendo mis pies pegados al suelo.

El hombre que conocí en el bosque se veía más cálido, más humano. Desde que lo vi asesinar a aquella pareja de enamorados, mi visión sobre él ha estado en constante conflicto. Yo no sabía quien era en realidad Sesshomaru, es más, creo que ni él mismo lo sabe. Pero más allá de eso, cuando nuestras miradas se cruzaban podía ver una señal diferente y curiosa, un pequeño rayo de luz entre sus sombras. Yo veía "algo" que él mismo ni siquiera se daba cuenta que existía cuando él me miraba.

Detrás de toda esa coraza dura de indiferencia y frialdad todavía existía vida.

—Acércate —ordenó.

Inhalé aire con fuerza, armándome de valor. Finalmente caminé con pasos pesados hasta él. Me detuve a centímetros de su magna figura.

—Quítate el tapado —demandó con tranquilidad.

Abrí los ojos como platos y mi corazón se sintió desfallecer dentro de mi cuerpo. Él continuó con su parsimonia, como si me hubiese pedido algo natural y normal en sus deseos. Al fin y al cabo yo sólo era la prisionera que debía obedecer.

—Te estás tardando... —volvió a decir.

Mis nerviosos dedos se pusieron sobre el cinto, y después de unos instantes desaté el nudo, permitiendo que el tapado se deslizara por mis frágiles extremidades hasta caer del todo en el suelo, dejándome desnuda. Él me miró desde las puntas de los pies hasta que finalmente sus ojos coincidieron con los míos. Su mirada se veía ligeramente diferente. Había algo en el ámbar de sus ojos que no supe como interpretar.

De repente el miedo se alojó en mi cuerpo.

¿Y si abusaba de mí?

No sé que va a pasar, y no quiero que las lágrimas traicioneras se asomen como signo de mi debilidad ante él, por lo que no le aparté la mirada en ningún momento.

Miró mi entrepierna. La sangre subió hasta mis mejillas.

—¿Te han hecho daño? —preguntó como si nada.

Agaché la mirada y levemente negué.

—¿Tienes algún tipo de conocimiento práctico sobre el sexo?

Negué con la cabeza, sin siquiera mirarlo.

—Está bien —dijo y agregó para mi sorpresa:—, ahora vuelve a vestirte...

Levanté la mirada, totalmente sorprendida por su reacción. Él se hallaba dándome la espalda y mirando hacia la salida.

—Mañana apenas salga el sol nos vamos. Los soldados pasaran a buscarte, pero hasta entonces solo duerme... —y salió de la habitación sin decir nada más.

¿Qué había significado eso? Se supone que estos eran los aposentos de él, no los míos. Yo tendría que estar durmiendo en el frío suelo de una pequeña carpa en las afueras, rodeaba por militares sanguinarios.

No lo pensé dos veces, está era la primera vez que tenía un momento a solas, sin nadie que me vigilara. Está era mi oportunidad de escapar. Volví a ponerme el tapado y luego me acerqué a la ventana, no había nadie cuidando las afueras. Puse mi pie encima del marco, me abracé al frío mármol, cerré los ojos con fuerza y luego me deslicé por una de las columnas.

Caminé con tiento por los alrededores, como una liebre atenta a cualquier peligro. Al parecer la gran mayoría de soldados todavía se hallaban en el banquete del gran salón. Vi el bosque a lo lejos y sin pensarlo corrí con prisa hacia los árboles.

No me importo las veces que me caí mientras me daba a la fuga. A pesar de lo mucho que me ardieran las lastimaduras en mis rodillas, volví a levantarme y corrí y corrí por largo rato, continué corriendo sin mirar hacia atrás, sólo buscando la ansiada libertad.

Y llegué al final de esa arbolada.

Y la vi.

La libertad.

La visión de las montañas, el cosmos y la luna llena en lo más alto. Mis ojos se llenaron finalmente de lágrimas y caminé hasta el precipicio, el final del camino.

Miré hacia abajo.

¿Así qué esta era la libertad que estaba buscando?

Allá en lo más hondo, donde solo se veía oscuridad, como si fuera lo más profundo del inframundo.

Mi pie se acercó un poco más al final y luego mi otro dubitativo pie. Podía sentir el aire acariciando mi rostro, como una premonición de lo que iba a suceder después. Cerré los ojos y contuve el aire en mis pulmones por unos segundos. Luego me lancé y grité con miedo, pero no sentí el raudo viento golpear mi cuerpo, en cambio algo aprisionó mi brazo fuertemente, manteniendome todavía en las alturas mientras yo me sentía flotar.

Abrí los ojos y contemplé el mundo de abajo. Mis pies no se sostenían a nada y el pánico finalmente se apodero de mí. Luego miré hacia arriba, al hombre que me sostenía del brazo para que yo no cayera a aquel vacío.

Él me había salvado de mi misma, en mi fracasado intento de suicidio.

—Por favor, no me dejes caer —supliqué con la voz agrietada.

A pesar de mi nebulosa mirada, llena de lágrimas, no perdía visión de su figura, sobre todo de su rostro preocupado y llenó de reproche.

Sin dejar de sostener mi antebrazo, tendió su otra mano hacia mi dirección, extendiendo la palma para que yo la sostuviera.

—Agárrate a mí.

Lo hice sin pensarlo. Sesshomaru ejerció fuerza hacia arriba, alejándome de ese abismo y por inercia, cuando estuve en suelo firme, caí recostada contra su sentada figura. Mi cuerpo todavía temblaba por el miedo, como si la parca estuviera presente en mis quebradizas extremidades.

—No tengo a nadie... —susurré sin dejar de lagrimear—, soy tan miserable...

Este mundo era tan injusto. Abusarian de mi cuerpo y de mi espíritu, como si solo fuera un envase vacío para satisfacer los deseos de los más afortunados.

Me largue a llorar con más fuerza y desesperación.

En cambio, el príncipe Sesshomaru suspiró con alivio para luego tensarse. Me apartó de él y se levantó del suelo.

—¡Eres una estúpida! —gritó con reproche—, ¿de verdad pensabas suicidarte?, ¡tienes tan sólo quince años!

Dejé de llorar repentinamente. Él no estaba siendo para nada comprensivo, pero nunca antes lo había escuchado alzar furioso la voz, ni siquiera cuando se enojaba con sus soldados. Se veía de verdad movilizado por lo que acababa de suceder.

Repentinamente el asombro se reflejó en mis facciones ante aquella nueva perspectiva sobre la personalidad del príncipe.

—Este mundo solo está hecho para los audaces y valientes—finalmente dijo con más calma—. No te detendré si decides tirarte —me miró con desprecio antes de darse media vuelta, dispuesto a irse—, haz lo que quieras, al fin y al cabo es tu vida.

Entonces comenzó a caminar y yo me mantuve hipnotizada por su majestuosa figura y por el ondeó de su capa roja escarlata. Me levanté del suelo con lentitud. Observé el precipicio y luego lo volví a mirar a él.

Finalmente decidí correr detrás de él.

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Diez días después.

 

SESSHOMARU POV


Aquel día entré en mi harem. Hace años que no lo hago, principalmente porque si quiero estar con alguna chica en específico mis soldados la llevan a mis aposentos.

Me observaron pasmadas. Es más, hay chicas que jamás vi en mi vida y hay otras que habían sido mis amantes habituales en mi adolescencia y con las que disfrutaba tener sexo. Pero no las buscaba a ellas en este momento en particular. Dirigí mi mirada hacia la más joven y hermosa de todas esas mujeres, mi última adquisición, a la que deseaba con mucho recelo.

Caminé hasta ella.

Mis pasos eran los únicos sonidos que retumbaban sobre el lugar, como si fuera la muerte que anduviera allí próximo a llevarse a su siguiente victima.

Frené mis pasos frente a Rin. Nos miramos directo a los ojos. Algo que está prohibido entre los dos.

—Esclava agacha la mirada ante su majestad —ordenó un soldado caminando directo hacia ella dispuesto a zarandearla. Antes de que hiciera algo interpuse mi brazo entre él y Rin, y lo observé de forma fría. Él caminó hacia atrás, totalmente sorprendido.

—Regresa a tu lugar —ordené con la voz helada.

Y apenas lo dije, él me hizo caso.

Volví a mirar a Rin. Ella me sostenía la mirada de manera desafiante. He de confesar que era entre todas la mayor y más difícil de mis conquistas.

—Esta noche dormirás en mis aposentos.

—¿Y si no me apetece, su majestad?

Sonreí irónico.

—Lo harás de todas maneras.

Entonces le sostuve del antebrazo. Pero no podía salir a los pasillos vestida de esa manera. Solo una tela blanca, casi traslúcida, la cubría. Me saqué mi capa y se la coloqué a ella ante las miradas pasmadas de los demás.

—Cúbrete con esto —le ordené, haciéndole un frágil nudo en el cuelo. Cuando la vi lo suficientemente cubierta, reafirmé: —Nos vamos Rin.

Mis custodios me observaron como tontos. Yo no solía llamar a los esclavos por sus nombres, es más, ni siquiera tendría que recordarlo.

Caminamos por los largos pasillos hasta mis aposentos. Me despedí de los soldados y nos adentramos solo ella y yo, como debía ser. Rin miró los alrededores con mucha atención. Parecía un conejito dentro de una jaula. Cuando su mirada se colocó sobre la mía, todo el miedo desaparecía, observándome de forma desafiante.

—Realmente me decepcionas si me salvaste la vida solo por esto. No tendré sexo contigo y lucharé por mi honor y por mi vida porque el mundo es para los audaces y valientes, ¿no crees?... —me dijo desafiante.

Yo alcé las cejas.

—¿Quién quiere tener sexo contigo? —respondí con aires de grandeza.

Ella me observó pasmada. Era la primera vez que la traía a mi dormitorio desde que llegamos a mi castillo en Esparta.

—¿Entonces para qué me has traído hasta aquí?

La agarré de la muñeca y como un títere la arrastré hasta una mesa, donde la senté en una silla. Luego yo me acomodé del otro lado. Arriba de la tabla había un pergamino en blanco, otros dos pergaminos enrollados y un tintero. Rin miraba todo sin comprender.

—¿Sabes escribir?

Negó con la cabeza.

—Entonces eso quiere decir que tampoco sabes leer...

Ella me refutó ofendida:

—Tú más que nadie sabes que no se les enseña a las niñas a leer y escribir, que es algo que sólo aprenden aquellos varones que tienen acceso a la educación.

La vi agachar la mirada hacia el tintero.

—Tienes razón... —hice una pequeña pausa para luego mirarla directo a los ojos—. Te enseñaré a escribir y leer, y las reglas básicas de la aritmética...

—¿Por qué lo harás?

Eso era una buena pregunta.

—Lo hago porque quiero —respondí tajante.

No tengo porqué dar explicaciones y mucho menos a una esclava.

—¿Qué quieres a cambio de que me enseñes? Porque algo seguramente estás buscando...

¿A cambio algo? La verdad no lo había pensado y estaba siendo excesivamente cordial con esta joven muchachita.


Sí, debía obtener algo a cambio.

Descansé mi mejilla contra mis nudillos y la miré con los ojos risueños, analizándola por algunos instantes.

Sonreí.

—Por enseñarte debes pagarme con un beso.

Ese beso que me debía desde hace más de un año atrás.

Abrió los ojos como un lémur y sus bonitos labios titubearon.

—¿Un beso?

—Si, al final de cada clase debes darme un beso.

—¿Sólo un beso...?

—Sí, ¿o acaso deseas hacer algo más en mi cama?

Negó fervientemente con la cabeza.

Sonreí.

Y así comenzó nuestra primera clase de aquel día. Ella se mostraba curiosa como una niña pequeña y bastante atenta a todo. Era como un libro en blanco. Después de cuatro horas sin descanso decidí dejar el estudio de lado, cuando vi que comenzó a distraerse con cualquier cosa, hablando y hablando como un loro, además de que ya me hallaba cansado y tenía sueño, y también Rin parecía dormirse por momentos.

—Bien, creo que por ahora eso es todo —me levanté de mi lugar—, llamaré a los soldados para que te lleven hasta tus aposentos.

—¿Acaso no iba a pasar la noche aquí? —cuestionó sin comprenderme.

Entonces la observé serio.

—Yo no comparto mi lecho con nadie y mucho menos con una esclava.

Rin frunció el ceño y se levantó de su lugar.

—Está bien, príncipe Sesshomaru...

Y comenzó a desatarse el nudo de la capa para devolvérmela.

—Es tuya, te la regalo...

Volvió a mirarme con sorpresa.

—¿Me la regalas? —y sonrió como aquella vez primera vez cuando le regalé la canasta de vestidos.

—Si, ya la usaste y no la quiero —respondí sincero.

Sus infantiles cachetes se inflaron molestos.

—Ni que fuera la peste, ¡seguro estoy más sana que ...!

Eso había sido un atrevimiento de su parte. Cualquier otro habría recibido como respuesta mi frialdad, pero en su lugar, una risa, poco habitual en mí, se escapó de mis labios.

—Supongamos que es así... —solo respondí, mientras comenzaba a ordenar los pergaminos sobre la mesa.

Ella me imitó, acomodando todo con cuidado. Al terminar, cruzamos miradas por un instante, luego sobrevino el silencio. Un segundo después, caminó hacia la salida.

—¿Estás escapando? —pregunté irónico.

Rin se giró sobre sus propios pasos, haciéndose la desatendida.

—No sé de que habla príncipe Sesshomaru...

—Todavía no llamaré a mis custodios, primero debes cumplir tu parte del trato.

Las mejillas se le encendieron y puso un mohín molesto en sus labios. Alzó la quijada en alto y caminó hasta mí con porte de soldado, como si estuviera haciendo la marcha militar. La miré con seriedad aunque su actitud en realidad me ocasionaba gracia, ya que más allá de todo continuaba manteniendo su espíritu adolescente.

Me mantuve estático en mi lugar, hasta que se colocó a mi lado.

—Pon tus brazos detrás de tu espalda —pidió.

—¿Por qué?

—Para cerciorarme que no intentaras nada más.

Lo pensé unos instantes y accedí a sus deseos.

—Ahora solo inclínate un poco...

Me incliné.

—Y cierra los ojos.

Los cerré.

Y a los segundos sentí sus dulces, ingenuos y fugaces labios contra mi mejilla.

Abrí los ojos. Y ella me miraba como una niña buena y obediente.

—¿Así está bien, su majestad? —preguntó con las mejillas encendidas.

Parpadeé por momentos sin realmente haber esperado esa jugada inteligente de su parte, y solo le sonreí.

—Sí, está bien...

 

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NOTA DE AUTOR:

 

Sesshomaru por dentro:

 

 

Notes:

El último capítulo que publicaré hasta el próximo domingo

Chapter 5: CAPÍTULO V

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SESSHOMARU POV


Al día siguiente ella regresó, con mi capa roja envuelta en su cuerpo y con la mirada diferente.

Le enseñé con paciencia algunas letras hasta que llegó la hora de terminar las clases. Rin había estado muy callada, con la mirada siempre sobre el pergamino y el tintero. Alcé las cejas. Solía ser muy charlatana si se lo proponía, sobre todo cuando la conocí en el bosque, pero ahora se veía extrañamente introvertida.

—¿Tienes alguna duda sobre lo que te enseñé? —pregunté con cautela.

Ella no respondió de inmediato, concentrada en la comparación entre mi caligrafía impecable y su intento algo torpe de imitarla. Su ceño se frunció y su boca adoptó una mueca de frustración. La observé en silencio, intuyendo que algo más la inquietaba, pero preferí no presionarla.

Rin comprendió mi silencio y finalmente, en un susurro, dijo:

—Príncipe Sesshomaru... —hizo una pausa prolongada, pensativa—, ¿por qué...

—¿Qué sucede?

—¿Las chicas de tu harem...?

—¿Qué pasa con ellas?

Tomó aire y confesó, con el rostro enrojecido:

—¿Por qué hace años que no pasas por allí...?

Fruncí el ceño levemente, sorprendido por la pregunta.

—¿Y eso qué tiene que ver con la lección de hoy? —repliqué con calma.

Su rubor se intensificó.

—Es que ayer me preguntaron si yo había estado contigo...

—¿Y qué les dijiste?

—Que sí...

—Hiciste bien.

Desvió la mirada, sus hombros se tensaron.

—Dicen que los soldados espartanos tienen gustos... peculiares. Prometo no decir nada, aunque parece un secreto a voces.

Casi derramé el tintero. Por primera vez en mucho tiempo, algo me tomó por sorpresa.

—Supongo que los dioses te hicieron bajita para que tus palabras no pesen tanto —comenté, sin ocultar mi disgusto.

Rin parpadeó, perpleja.

—¿Eso fue un insulto?

No respondí, y ella bufó suavemente antes de continuar.

—Algunas parecen molestas conmigo. Creo que no les agrado.

—Dime quiénes son, y no estarán más ahí.

—¿Qué les harás? —preguntó, preocupada, lo cual me sorprendió.

¿Por qué mostrar compasión hacia potenciales enemigas?, ¿no sería más sensato eliminar cualquier amenaza?

Mi expresión se relajó, y añadí:

—Te están poniendo a prueba, Rin...

Sus ojos se abrieron de par en par.

—¿A prueba?

—Este castillo es como un tablero de ajedrez... —me levanté y cogí un peón—. Lo que ocurrió ayer es como esto... —golpeé la reina con el peón, haciendo que cayera al suelo, y coloqué el peón junto al rey—. ¿Lo entiendes?

Ella recogió la reina caída y la observó.

—¿Cómo se llama esta pieza?

—Es la reina.

Sostuvo el peón con cuidado.

—Entonces, yo soy el peón —dijo—, y este otro es el rey, que eres tú... —colocó ambas piezas en el centro del tablero—. Eso quiere decir que, ¿soy especial para ti?

Su pregunta me tomó por sorpresa. Ella mantuvo su expresión imperturbable.

¿Por qué tenía esa deliberada tendencia a preguntar sin filtros tantas estupideces?

Su curiosidad es como un arma de doble filo.

Ni yo mismo sabía la respuesta, es más, si fuera un poco más abierto a hablar sobre mis asuntos personales le hubiese pedido que se explayara más sobre el sentido que le daba al término "especial."

En mi diccionario actitudinal ciertamente no se hallaba tal palabra.

La analicé un poco más atentamente, sin todavía atreverme a responder. Tal vez podría buscar algunos sinónimos en su frágil apariencia que pudieran acercarme un poco más al concepto de ese desconocido vocablo.

¿Qué tenía ella que las demás chicas no?

Es una chica hermosa pero tampoco las más hermosa de todas las mujeres, aunque la tenue luz de las velas la hacian ver tan majestuosa.

Miré su boca.

Ahí estaba el "asunto", mi mayor debilidad.

Rosados, rellenos, dulces.

Sus castos labios se veían prohibidos y apetecibles, mucho más cuando sonreía, y yo los deseaba con exagerado deseo...

No podía dejar que ella leyera mi mente. Aparté incomodado mis ojos y respondí con calma:

—Deja de preguntar tonterías...

Un suave suspiro escapó de sus labios, pero fue su próxima respiración, más aguda, lo que me hizo tensarme.

—Estás sonrojado —reveló con sorpresa en su voz, como si pudiera ver algo que yo no.

Fruncí el ceño y mi boca se crispó.

—No es verdad...

—Sí príncipe Sesshomaru, ¡estás rojo!

Y entonces se largó a reír como una tonta, totalmente encantada por su descubrimiento. La miré serio.

—Te estás tomando muchas confianzas conmigo...

—Tú eres el que me las da...

—Seria conveniente que moderaras tu comportamiento sino deseas que te lancé ahora mismo sobre mi cama y te obligué a abrir las piernas como la esclava que eres...

Dejo su hermosa sonrisa de lado y me miró perpleja por unos instantes para luego largarse a reír otra vez.

—Sé que no lo harás.

—Pareces muy segura de eso...

—Sí, lo estoy. No me obligarías a hacer algo que no quiero.

Fruncí el ceño.

—La que no quiere hacerlo eres tú, no yo. Yo sí quiero tener sexo contigo —revelé sin pensarlo.

Sus hombros se tensaron y su mirada se retornó desafiante, aunque pude ver el miedo detrás de sus transparentes ojos.

—¿De verdad vas a obligarme a mantener relaciones sexuales?

Nos miramos directo a los ojos. ¿Sinceramente ella creía que podía dominarme? He asesinado a personas sin temor ni miramientos, ¿de verdad ella pensaba que podía someterme a sus deseos?

Era sólo una pequeña mujerzuela débil y huérfana, tan insignificante como la vida de un mosuqito. Nadie lloraría por ella si amaneciera muerta.

—Sí, lo haré —respondí firme. La vi tensarse—, pero no hoy. Hoy no tendremos sexo.

Entonces con los puños apretados gritó sin medir sus palabras:

—¡Mátame!, ¡si de verdad planeas abusar de mí prefiero que me mates! —exclamó con furiosas lágrimas adornando sus bonitos ojos. Sentí una puntada en mi pecho al verla tan triste, pero hice de cuenta que no sucedía nada. Ignoré aquellas emociones que me generaba, emociones que para mi todavía no tenían nombre y valor alguno—. ¡No permitiré que me violes!, ¡mátame ahora si lo deseas!

Le sostuve su frágil e inocente mano, ella contuvo la respiración. Coloqué la palma sobre mi endurecida entrepierna para que se diera cuenta de mi estado. Rin me observó perpleja directo a los ojos y la sentí temblar con miedo.

—Entonces no confíes tanto en mí. No olvides que soy un asesino —indiqué para luego soltarla. Ella tambaleó insegura hacia atrás mirando la palma de su mano de modo aturdido—. Recuerda que soy un hombre, y hay veces en las que necesito aliviar ciertas necesidades. Tú estás a mi servicio y cuando lo requiera deberás arrodillarte ante mí. Abrirás sólo tu boca para recibir mi miembro, no para cuestionarme ni darme ordenes.

Rin continuó llorando sin parar aunque la rabia se reflejaba en sus ojos sin dejar de observar su propia mano.

—Ahora no tendré sexo contigo porque no estoy de buen humor. Pero antes de que regreses a tu asqueroso cuchitril, rodeada por algunas prostitutas que disfrutan tener sexo conmigo, deberás besarme, tal como lo arreglamos después de cada clase.

Sentí la palma de su mano abofetear mi mejilla.

—¡Eres un maldito insensible! —gritó sin rebajarse—, ¡príncipe de nada!

La miré.

Nos miramos.

Sin decir nada más se retiró de mis aposentos dando un portazo.

Observé perplejo la puerta y toque mi mejilla.

Me lo merecía.

Definitivamente esa bofetada era todo lo que necesitaba para entender lo que significaba especial.

 

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Chapter 6: CAPITULO VI

Notes:

Capítulo dedicado a Amitla, Cloudie_days, ItMiitchh, Moonlight_22 y ANNA G, y a todos los que dejaron kudos o bookmarks. Sepan disculpar mi torpeza en la plataforma. Todavía estoy aprendiendo a usarla :D

(See the end of the chapter for more notes.)

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Rin de Esparta

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SESSHOMARU POV

Pasó una semana interminable en la que no pude evitar refunfuñar, a veces frustrado, otras veces invadido por la ansiedad y el arrepentimiento. Cuando finalmente nos volvimos a encontrar, actuamos como si nada hubiera pasado.

Las clases siguieron su curso.

Nos tratábamos con una frialdad calculada, como si el incidente entre nosotros no hubiese ocurrido. Aunque en mi interior sabía que era a Rin a quien debía ofrecer una disculpa, nunca se lo mencioné.

Pero un día, después de un prolongado silencio, su voz tembló con un:

—Lo siento...

Levanté la mirada y me encontré con sus ojos llenos de lágrimas. Pese al dolor que transmitían, mantuvo la mirada fija en la mía. Había algo en su fragilidad que me golpeó de inmediato, despertando en mí una oleada de culpabilidad y el deseo urgente de protegerla.

—Yo también lo siento —susurré por inercia sin poder detener a mis labios de decir esas palabras. Me sorprendí al notar cómo mi actitud se desmoronaba al verla llorar—. No volverá a suceder lo del otro día.

—¿Lo juras? —me preguntó con el labio inferior tembloroso.

Una vez más, las palabras escaparon sin que pudiera controlarlas:

—Con mi vida...

Y los días se volvieron semanas, y luego meses, que contabilizaron ciento ochenta y tres días en total.

Rin aprendió a escribir su nombre, y yo aprendí a sentir la vida de otra manera. Cada momento compartido con ella me mostraba un poco más de mí mismo, iluminando las sombras que siempre había evitado.

Las clases se impartían tres veces por semana al caer la noche y solían durar entre tres y cuatro horas. Sin embargo, cuando mi humor no era el mejor, encontraba cualquier excusa para llamarla en cualquier momento. Rin cruzaba el umbral de la puerta con una ligera reverencia y me dedicaba una sonrisa, y en ese instante, el peso del día desaparecía.

En esos momentos, las lecciones quedaban a un lado. No había lecturas ni problemas de matemáticas, solo largas conversaciones sobre trivialidades. Aunque en realidad era ella quien llevaba el peso de la charla, saltando de un tema a otro, siempre encontraba algo de qué hablar, incluso de la más diminuta mota de polvo. Inclusive, en ocasiones, con entusiasmo comenzaba a cantar alegremente sobre cualquier cosa que cruzara por su mente.

¿Un poema sobre un mosquito caído en batalla?

Rin lo compondría.

¿Un canto épico sobre un grillo afónico?

Rin lo haría sin dudar.

Le regalé un arpa y, desde entonces, me deleitó varias madrugadas recitando epopeyas sobre criaturas diminutas a las que ella daba vida e importancia con historias heroicas.

En nuestras clases, siempre se despedía con un beso en mi mejilla antes de irse, un gesto que, en secreto, atesoraba. En esas ocasiones nunca exigí más de ella, aquello era suficiente para mí. Hasta que en esos encuentros inesperados, donde lo que hacíamos era simplemente compartir el tiempo sin más, comenzó a despedirse de la misma manera, como si fuera algo natural entre nosotros.

Y hoy es uno de esos días.

Llevaba mi capa puesta, pero además ahora vestía ropas coloridas que resaltaban su juventud. Parecía una princesa, aunque jamás lo admitiría en voz alta.

—Su majestad Sesshomaru—así me llamaba cuando quería algo de mí, acercándose con sus ojitos brillantes y las manos juntas en ademan de suplica.

—Dime Rin...

—¿Me regalarías veinte pergaminos y veinte tinteros?

Parpadeé sorprendido.

—¿Para qué los quieres?

—Para enseñarles a escribir a las chicas del harem...

Alcé mis cejas.

—Por favor príncipe Sesshomaru, diga que sí... —pidió mirándome con sus ojitos de cordero, tan pestañudos, brillantes y bonitos.

Como la detesto...

Suspiré resignado.

No entiendo su necesidad de querer compartir los beneficios que ella tenía con los demás.

Aunque tal vez si le daba eso Rin podría aprovechar para aprender por si misma, sin necesidad de que yo esté ahí.

—Está bien, te daré lo que me pides.

—¡Gracias!

Y ella me miró de llenó con los ojos iluminados, deseosa por decirme algo más.

—¿Qué más deseas? —pregunté como el genio de los deseos de la botella mágica. Al fin y al cabo en eso me estaba convirtiendo.

—Me gustaría que las demás chicas del harem también tengan vestidos como los míos.

Mi rostro no demostró ni la más mínima expresión.

—No.

—¿Por qué no?

—Solo tú puedes vestirte así.

Enseñarles a leer ya era problemático pero se podía ocultar, pero engalanar veinte prostitutas con vestidos de alta alcurnia podría generarme problemas con mi padre, aunque aquello no podría importarme menos. Simplemente prefiero mantener lejos las miradas de mi harem, donde vivía Rin.

—¿Y si hacemos un nuevo trato?

La miré y no dije nada. Ella supo interpretar mi silencio, de ese modo continuó negociando conmigo:

—Te daré dos besos —enfatizó alzando dos dedos, sabiéndose conocedora de mi debilidad por su dulce boca—, uno cuando llego y otro cuando me voy, a cambio de que las demás esclavas del harem dejen de usar ropas tan feas y tengan vestidos que las cubran más.

Entrecerré los ojos. 

Maldita manipuladora.

—¿Dos besos? —susurré con timbre contemplativo.

—Si, solo dos besos —enfatizó el solo, como si yo no tuviera el derecho de agregar un beso más a su trato.

Miré sus labios que se ensanchaban en una hermosa sonrisa.

—Está bien.

Entonces ella me miró de llenó con el rostro iluminado, y su sonrisa se ensanchó mucho más, y colocó sus manos contra su pecho.

—Pero a partir de ahora los dos besos serán en mis labios —ordené, ya que las veces anteriores no había sido muy específico con mi petición.

Ella parpadeó con lentitud pero no me refutó y nos miramos fijamente. Rin miró mi boca por algunos instantes.

—Cierra los ojos —pidió.

Y lo hice, era manso ante sus órdenes. Ella, tan bajita y débil, me domaba sin explicación.

Entonces la sentí. Sus tímidos labios contra los míos. Fue un toque suave,  lento y fugaz al mismo tiempo, pero cargada de una intensidad inesperada. Solo duró un segundo, pero fue lo suficiente para hacer brincar mi corazón dentro de mi pecho.

Cuando se apartó de mí, abrí los ojos. Sus   mejillas radiantes en color carmesí y sus ojos, brillantes, contemplaban con deseo y timidez mi boca. Sin aviso alguno, nuevamente me besó, con más ímpetu y sus dientes chocaron contra los míos, en un roce de labios lleno de torpeza e inexperiencia, pero con una urgencia que me tomó con la guardia baja.

Luego se apartó de la misma forma, torpemente y sin mirarme dijo:

—Lo siento, ¡lo siento...! —hizo una leve reverencia y cubrió su rostro tras sus manos—, estoy muy avergonzada.

Antes de que pudiera responder, se dio media vuelta y se fue, dejándome totalmente desconcertado. No sabía que había pasado exactamente, pero de alguna manera ese beso marcó el comienzo de algo más. 

Nuestra relación estaba por entrar a otra nueva etapa.


Los días pasaron hasta que mi padre Kirinmaru solicitó una reunión en el Gran Salón frente al patio de los esclavos rehenes de los territorios conquistados, Fócide y Tesalia.

—Me comentaron que llevas visitando con bastante frecuencia tu harem —comentó mi padre cuando me vio entrar, siguiéndome con la mirada.

—Sí —mentí, sentándome sobre uno de los sillones llenos de almohadones—, ¿por qué preguntas?

—¿Es realmente infértil?

Fruncí levemente el ceño.

—Sí —respondí, sin ánimo de darle más información que esa.

Mi padre me miró a medias mientras continuaba comiendo de un racimo de uvas verdes. Sus ojos verdes se veían curiosos, como si estuviera indagando en mí algo diferente de lo que yo todavía no soy consiente.

De repente se levantó y sostuvo el arco que estaba colgado en una de las paredes y luego agarró una flecha.

Sostuvo con su mano izquierda la empuñadura del arco en su parte central y con su mano derecha estiró el hilo.

Me apuntó directamente pero no me inmute. Solo intercambiamos miradas frías. Él sabe que no le tengo miedo y que además como heredero ya tengo mis propios adeptos dentro del imperio.

Me sonrió complacido y luego apuntó hacia el patio donde estaban los esclavos ilotas. Por allí pasaba un pequeño niño, corriendo alegre con un cesto lleno de ropa.

No hice nada para evitar su destino.

La flecha le perforó el cráneo pasando de un lado hacia el otro.

Los esclavos gritaron horrorizados y una mujer corrió desesperada hacia la criatura, mientras los soldados sacaron con furia sus rebenques para controlar el alborotó que se estaba armando.

Este tipo de cosas estaban penadas por ley, pero mi padre se sentía por encima de todo crimen.

Sonrió complacido dejando el arco en su lugar y volvió a sentarse a mi lado.

—¿Sabes? No me gustaría ver bastarditos corriendo por los alrededores... —concluyó como una amenaza y su mano viajó por su ondulado cabello, como tomando en consideración lo próximo que iba a decir—. ¿Planeas seguir follando a esa jovencita?

—Sí —contesté con rapidez, sin siquiera pensarlo.

—Porque hay algunos nobles que también quieren probarla en su cama y han ofrecido buenas sumas de dinero...

—No me interesa.

—Piénsalo hijo. Inclusive ya se la puedes devolver a Menomaru.

Lo miré con la peor de mis miradas. Ese comentario no me gusto.

—Los regalos no se devuelven.

—Lo sé hijo, pero imagínate el rostro de ese tonto cuando se enteré que la desvirgaste primero —rio con fuerza, yo no dije nada—. Al parecer el idiota de Menomaru se había obsesionado poderosamente con esa esclava. Dicen las malas lenguas que se enamoró —fruncí todavía con más fuerza mi ceño pero Kirinmaru parecía estar mucho más enojado que yo ante la idea—, ¡qué maldito imbécil!, ¿puedes creerlo? Enamorado de algo tan insignificante y sin valor...

—Me da igual . Si la quiere devuelta primero tendrá que matarme.

Mi padre me observó sorprendido.

—Oh, ¿pero qué escuchan mis oídos?, ¿de verdad el sexo es tan bueno con esa esclava?  —preguntó asombrado.

No respondí. Él suspiro estirando sus brazos por lo largo del sillón y cruzó las piernas.

—Tendría que pasar por tu harem a ver que tal lo hace esa niña...

—Tú tampoco puedes tocarla —inmediatamente agregué.

Lo vi fruncir el ceño con seriedad.

—¿Por qué no?

—Es mía.

Y su rostro se retorno sombrío.

—Tienes tanto en común con tu tío...

—No soy un maldito troyano.

Y mi padre sonrió.

—Claro que no. Eres un lacedemonios, un espartano puro, y cuando sea el momento indicado tú te ocuparás de matar al rey de Troya —admitió complacido porque esto sucediera—. No me interesa si te gusta tener sexo con nobles, concubinas o prostitutas, a fin de cuentas, militares como nosotros necesitamos del sexo para bajar tensiones —dijo despreocupado—, pero no quiero niños hijos de esclavos. Son potenciales asesinos en un imperio. Nacen enfermos, débiles, brutos en conocimiento y con rencor por no tener los mismos derechos que un ciudadano libre. Tú ya sabes que hacemos con ese tipo de niños. Por lo que dejaré de dar tantos rodeos —y finalmente me preguntó lo que más temía—. Dime la verdad, ¿tomaste a esa niña como tu pupila?, ¿realmente la estás educando como un ciudadano?

—No.

—Sabes que las mujeres no tienen derechos políticos y esa mujer no es una espartana. Es demasiado delgada, su contextura frágil y además, supuestamente, es infértil, a menos que su periodo se haya retrasado por las miserables condiciones en las que fue criada . ¿Por qué no mejor buscas un joven hombre? Y de paso le enseñas el arte de la guerra. Eres un militar, tú también fuiste instruido en estas cuestiones. 

Fruncí el ceño y se me formó un nudo en la garganta, pero continué hablando sin que se me quebrara la voz:

—No me interesa.

Kirinmaru me miró por un instante y luego sonrió irónico.

—Oh, ya creo recordar. Mataste sádicamente a todo erasté que intentó tomarte como pupilo —y se levantó de su sitio—. Siempre fuiste la excepción a la regla Sesshomaru. Desde muy temprana edad jamás lloraste ni expresaste una emoción de miedo ante la muerte. Te criaste sin guía en el campo de batalla, como si hubieses nacido en el campo de batalla. Eres, de todos los espartanos, el más digno de considerarte como tal.

Sostuvo nuevamente el arco.

—Por eso tú, hijo mío, no eres como ellos. No eres débil de mente. Pudiste enfrentar cada etapa de tu educación sin miedo. No necesitas del sexo carnal. No necesitas cariño, afecto y amor. Tu sangre solo hierve de emoción cuando matas y defiendes a tu pueblo —y extendió el arco hacia mí—. Y ahora te doy el honor de terminar lo que comencé —dijo señalando a la mujer que sostenía desesperada el cadáver de su pequeño hijo muerto.

Mis dedos tantearon un segundo sobre el espaldar del sillón. ¿Por qué diablos no se ocupa él de sus malditos asuntos? No me interesa matar por matar. Tampoco es de mi interés ajusticiar a los desvalidos. 

—¿Qué ocurre? —preguntó irónico—, ¿acaso el sexo con esa mujercita te está ablandando? Oh, muchacho, creo que tendré que ir a ese harem a comprobarlo por mi mismo...

Sostuve el arco. Apunte hacia la mujer y de un tiro en la cabeza la aniquilé. Su cuerpo cayó inerte sobre el del niño.

¿Cruel? Tal vez.

Pero le hice un favor.

Luego lancé el arco sobre los pies de Kirinmaru.

—¿Solo los bastarditos son potenciales asesinos? —pregunté gélido, sin expresión aparente en mi rostro.

Mi padre frunció el ceño.

—No podía esperar menos de un mercenario tan calculador y sádico como tú, Sesshomaru...

Lo miré con frialdad una última vez y luego salí del gran salón.


Esa noche, como tantas otras en las que la que mi pésimo humor no me dejaba dormir, mandé llamar a Rin.

Entró con la gracia de siempre, inclinando levemente la cabeza antes de levantar la vista y dedicarme una sonrisa cálida. Nos quedamos unos instantes mirándonos en silencio, hasta que, sin aviso, corrió hacia mí, envolviéndome en un abrazo. Hundió su rostro en mi capa, y yo no pude corresponderle.

—Tus ojos... —susurró—, hoy se ven más tristes que de costumbre.

La suavidad de sus palabras me desconcertó. Me separé de ella sin brusquedad, dándole la espalda.

—¿Por qué no sientes miedo de mí?

—Porque tú eres mi salvador —contestó sin titubear.

Fruncí el ceño, sin comprender del todo.

—¿Salvador?

—Sí —dijo con voz firme—. Desde que nos conocimos, siempre has sido mi protector. Me diste una vida nueva cuando yo ya no encontraba valor en la anterior. No paso hambre, ni frío. Tengo un hogar, amigas, respeto. Por primera vez, siento que mi existencia tiene valor, que soy digna de ser quien soy. Y eso te lo debo a ti.

La observé en silencio. Su sinceridad me desarmaba.

—¿Digna?

—Sí, me siento digna.

—Este tipo de vida, ¿es realmente digno para ti? —reiteré.

Y otra vez respondió:

—Nací dentro del rango más bajo en la sociedad. Mi madre trabajaba en un burdel. Nunca supe quien fue mi padre. Fui la mayor de seis hermanos. Algunos nacieron muertos, otros fallecieron a temprana edad. De aquellos que sobrevivieron, tuve que ocuparme de criarlos. A veces tenía que robar para comer, no solo para mí, sino para los nuestros. En alguna que otra ocasión me atraparon, pero por suerte solo me golpearon. A pesar de todo eso, mi madre me protegió de ese mundo en el que ella tenía que vender su cuerpo para conseguir una vivienda, alimentos y abrigo. Si comparara mi vida anterior con mi vida actual, dignidad es la palabra más atesorada para describir como me siento actualmente.

La contemplé.

—Entiendo —me mantuve en silencio unos instantes dubitativo, como no sabiendo si era correcto decir lo siguiente—. ¿No te gustaría tener más?

—¿Tener más?

—Esta vida es digna para ti, pero puede ser más digna.

—¿Más digna?

No sabía cómo continuar, cómo poner en frases lo que realmente quería decir, pero las palabras salieron antes de que pudiera detenerlas.

—Tengo que casarme cuando cumpla treinta años.

Sus ojos se abrieron con sorpresa y luego parpadeó velozmente. Creo que entendió lo que trate de decirle, sin embargo ella preguntó:

—¿No te quieres casar?

Fruncí el ceño.

—Es lo contrario.

Un mohín molesto se asomó por su dulce boca. Intentó ocultarlo, pero Rin era lo opuesto a mí, ella era totalmente transparente en emociones y sentimientos.

—Usted es una príncipe a fin de cuentas, así que no me sorprende...

—Y tú eres una plebeya, pero si lo deseas puedes gobernar conmigo.

Me miró como si no pudiera procesar lo que acababa de escuchar.

—¿Gobernar? —preguntó, incrédula.

Asentí.

—Cuando cumpla mis deberes militares y tenga treinta años, tendré que casarme. Para entonces, tú tendrás veinte años. Tienes todo lo necesario, excepto un título nobiliario, pero eso lo puedo conseguir.

Rin abrió los ojos aún más, claramente sorprendida.

—Pero soy una esclava.

Negué con la cabeza.

—Eso no importa. Lo único que me importa es lo que tú deseas. ¿Quieres ser gobernar a mi lado o no?

Ella me miró, dubitativa, con los labios entreabiertos, como si no pudiera encontrar una respuesta rápida. Después de lo que pareció una eternidad, negó tímidamente con la cabeza.

—No creo que me acepten.

—Con mi aceptación es suficiente —dije, sin darme cuenta de la importancia de mis palabras.

Ella me miró con asombro, como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar.

—¿Realmente me estás proponiendo matrimonio?

Fruncí levemente mi ceño sin entender el porqué de su sonrisa.

—Es un contrato entre los dos. De ese modo podré cumplir mi promesa de protegerte.

Rin rio con suavidad interrumpiéndome.

—¿Un contrato? —y sus bonitos ojos me miraron con picardía—. Está bien. Lo entiendo. No eres bueno con las palabras. 

Y se largo a reír suavemente y antes de ofenderme, simplemente me senté y ella se sentó frente a mi.

—Hoy no es un día para estudiar —protestó, como si eso la eximiera de cumplir mis órdenes.

—No importa. Practica la tabla del número ocho hasta el amanecer, cien veces.

—Usted es realmente cruel, príncipe Sesshomaru...—murmuró medio en broma, medio en serio.

La miré impasible sin responder. Rin suspiró largamente pero obediente deslizó el pergamino y comenzó a escribir y recitar en voz la tabla del ocho.

Se equivocó más veces de las que podía contar, y cada vez la corregí con paciencia, aunque el cansancio empezaba a apoderarse de mí.

En algún momento, sin darme cuenta, caí dormido...

Pero al despertar, me encontré con su rostro, observándome desde cerca con esa curiosidad infantil que nunca parecía desaparecer. Su mano pequeña descansaba ligera sobre mi rodilla.

—Buenos días —susurró con una sonrisa.

Miré hacia la ventana. Recién se podía vislumbrar el sol asomándose, muy despacio. Luego, volví a mirarla, notando cómo la luz de la mañana iluminaba su precioso rostro.

—¿Pudiste dormir? —pregunté.

—No.

—¿Por qué no?

—Porque usted me pidió que me aprendiera la tabla del número ocho, cien veces.

—Ya veo, ¿entonces puedes decirme cuánto es seis por ocho?

—Veintiocho.

—Mañana repites la tabla del número ocho trescientas veces.

Sus mejillas se inflaron de frustración, y yo la miré imperturbable por algunos instantes, apreciando los colores del amanecer en sus ojos cálidos y brillantes.

Alcé mi mano por instinto para acariciar su rostro, pero me detuve a escasos milímetros de su piel, dudando. 

Rin, sin decir una palabra, tomó mi mano entre las suyas y la guio hasta su mejilla, descansando su rostro en mi palma.

Mi corazón brincó dentro de mi pecho.

—Tienes que irte a tus aposentos... —solo atine a decir.

—Lo sé...

Me seguía observando con su mirada brillante, que se veía más clara e inocente por la luz del sol que entraban por las ventanas.

Entonces se levantó del suelo sentándose a mi lado y me sostuvo las mejillas. Por inercia cerré los ojos y ella me besó con su típica delicadeza. Y volví a sentir aquel cosquilleó molesto en mi pecho por cada vez que Rin me tocaba. Se apartó un milímetro y volvió a besarme de forma fugaz, para luego alejar su rostro del mío.

La miré con reproche.

—Esos fueron los dos besos que hemos acordado.

—Tramposa.

Entonces se largó a reír con esa risa tan contagiosa, aniñada y mágica. Y para mi sorpresa envolvió sus brazos sobre mi cuello y me sonrió coquetamente. Mi corazón dio un vuelco al ver la picardía en sus transparente ojos ingenuos, nerviosos pero valientes de llevar la iniciativa.

Y me besó más profundamente.

La tibieza reconfortante de su boca, la suave humedad contra mis labios, lo dulce y tierno de su inocente contacto inexperto. No pude resistirlo y envolví mis brazos en su frágil cuerpo, acercándolo más a mí, como una especie de candado para que no se fuera a escapar con sus pequeñas extremidades. Entreabrí mis labios y atrapé su hinchado labio inferior entre los míos. Una leve risita cómplice salió de su garganta. La aprisioné con más fuerza a mi cuerpo, pero Rin alejó su boca para tomar aire y mis labios quisieron ir tras los suyos pero tan diminuto como era su cuerpo comparado al mío se escabulló entre mis desesperados brazos, rompiendo nuestro enlace, la magia y la calentura, buscando los soplos de vida que le robé dentro de ese atrevido contacto.

—No más —dio Rin por finalizado, mientras reía.

Tan cruel.

Tan malvada.

Y no supe interpretar si esa risa era de felicidad, picardía o simple villanía por dejarme sin más.

—Un último beso.

—No.

Y se levantó del sillón.

Rin...

Ella me sonrió, pero no me respondió mientras colocaba su roja capa sobre sus hombros. Luego se acercó hasta la puerta. Antes de irse, se giró sobre sus propios pasos y me dijo: 

—¡Ah!, y para tu información, sé cuánto es ocho por seis —y su pecho se infló con orgullo—. Es treinta y seis.

Y respiré hondo. 

Ella sonrió triunfadora y salió de mis aposentos. 

Sin poder tolerarlo más, me reí suavemente para mis adentros, no sé si por ironía, diversión o frustración.

.

.

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POV MENOMARU

Saludé con una leve reverencia a las pitonisas que cuidaba del gran oráculo de Delfos. Luego con un ligero movimiento de mi cabeza, ordené a mis soldados que colocaran el cabrito sacrificado encima del altar. Ellas lo analizaron con los ojos fríos y me miraron con aprobación. Finalmente decidí arrodillarme frente al inmenso santuario que me rodeaba, junto con la oscuridad del cielo y la tenue luz de las velas.

—Solicito una entrevista con el Gran Akuru —susurré con vehemencia—, por favor, pidan que se presente ante mí...

Cerré los ojos y esperé paciente porque la luz de las velas se apagaran y que el Gran Akuru hiciera acto de presencia, sin embargo aquello no sucedió.

—El Gran Akuru no desea presentarse ante usted, príncipe Menomaru —reveló una de las pitonisas.

Levanté mi mirada sorprendido.

—¿Y eso por qué?

La pitonisa retiró la capucha de su cabeza, revelándome su rostro, algo que estaba completamente prohibido dentro de los santuarios.

—Hablaras conmigo en esta ocasión.

Eso me tomó por sorpresa.

Me levanté del suelo. Aquella mujer no tenía la apariencia de una sacerdotisa. Sus ojos, rasgados y carmesís, eran fríos y llenos de rencor, el cabello oscuro le llegaba hasta las caderas, y sus labios, tan rojos como la sangre, se alzaban en una sonrisa irónica.

Fruncí el ceño. Conocía perfectamente la especie a la que pertenecía ese demonio. Era una maldita súcubo, de aquellas que llevaban a los hombres hacía las peores desgracias a través de sus encantos femeninos.

—¿Quién eres? —pregunté sin un pizca de miedo.

—Soy la diosa Kagura.

Sonreí de medio lado.

—¿Tú?, ¿una diosa? —cuestioné con una leve risa—, pensé que estaba frente a una sucia ramera.

El rostro de ella se retornó serio y respondió con tono amenazante:

—Mantén tus palabras dentro de tu boca, impulsivo y engreído príncipe.

—Tú no me das ninguna orden—demandé con seriedad poniendo mi mano sobre la empuñadura de mi espada—, ¿Dónde está el Gran Akuru?

Kagura se largó a reír con picardía.

—Sé porque has venido, es por esa joven mujer, ¿no? —atribuyó con confianza y el asombró se asomó por mi rostro.

—Así que en realidad no eres una súcuba...

—No, no lo soy —dijo con una sonrisa irónica—, ¿no lo ves?, ¡de verdad soy una pitonisa y puedo revelarte el futuro! Y si no te arrodillas ante mí, no te diré todo lo que veo —exigió, y frente a sus manos apareció una esfera mágica.

Mi corazón saltó dentro de mi pecho. Finalmente tendría las respuestas que quería, luego de estar meses sin poder olvidarme de Rin.

Me arrodillé frente a Kagura. Era capaz de olvidarme de todo mi orgullo, sólo por una respuesta a los interrogantes que me mantenían en vilo durante semanas.

—Por favor, sepa disculpar mi atrevimiento anterior —susurré.

Ella no dijo nada y la esfera brilló con fuerza.

—Pregunta lo que quieras... —indicó con una sonrisa.

—Quiero saber si volveré a verla —especifiqué sin pensarlo—, quiero saber si Rin regresará a mis brazos...

La esfera brilló más intensamente y Kagura sonrió.

—Sí, esa pequeña volverá, príncipe Menomaru...

Los latidos de mi corazón se dispararon con añoranza y alegría.

—... y será distinguida como su cónyuge, la gran reina de Troya.

Aquello me alegró de sobremanera.

—¿Cuándo sucederá todo eso? —cuestioné con ansiedad.

—Cuando tu padre Toga muera...

Mi rostro se retornó serio.

—... y para que eso suceda pasaran muchos años.

Todas mis expectativas cayeron del cielo.

— Sin embargo, puedes acelerar un poco las cosas si al fin y al cabo tu destino es unirte a ella... —susurró perspicaz.

—¿Cómo...?

Ella sonrió con crueldad.

—Mata a tu padre Toga...

—Jamás mataría a mi propio padre —respondí, sin titubear.

No lo haría.

Kagura entonces alzó la palma de su mano frente a mí. Allí, como arte de magia, apareció un pequeño recipiente con un líquido oscuro.

—Será fácil asesinarlo. Él no se dará cuenta y tú tampoco...

—¿Qué tratas de decirme...?

—Lanza esto en su comida y él se acostará a dormir... y dormirá eternamente. Su muerte se verá como algo natural y no como un homicidio...

Fruncí el ceño observando con atención aquel frasquito letal.

—Piénsalo Menomaru...

Me levanté del suelo.

—Además tu padre no es el único que se interpone en tu relación con aquella jovencita.

La miré con atención.

—Hablas del príncipe Sesshomaru —di por hecho, sin siquiera cuestionarlo.

Ella asintió.

—Esparta debe caer.

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Notes:

No se trata de una historia históricamente fiel, ya que, al final del día, es ficción, y mucho más: es romántica e idealizada. Solo tomo prestadas algunas realidades históricas y mitológicas para narrar la historia. Dicho esto, quiero aclarar un poco el contexto de lo que menciona Kirinmaru:

En Esparta, los hombres eran prácticamente criados como máquinas de matar. Al nacer, si no eran considerados útiles para la sociedad, eran arrojados por un barranco. Imaginen a Towa y Setsuna siendo desechadas como si fueran un paquete de piedras desde lo alto de un acantilado. Por otro lado, el papel principal de las mujeres era procrear guerreros fuertes, por lo que debían ser igual de atléticas y saludables que los hombres. No todos eran ciudadanos; había más siervos que ciudadanos, y los espartanos los despreciaban, llegando al punto de establecer un día del año para matarlos sin remordimientos.

En cuanto a Sesshomaru, él menciona en capítulos anteriores que es parte del ejército desde los 7 años. La educación en Esparta era extremadamente dura para los niños: se les enseñaba a sobrevivir solos y a reprimir sus emociones. Al llegar a la pubertad, hombres mayores los adoptaban como discípulos para enseñarles el arte de la guerra, y a menudo, no con las mejores intenciones.

Aunque Sesshomaru pueda ser un asesino debido a su crianza como una máquina de matar, no es un abusador. Se defendió desde muy joven de todo eso, lo que significa que aprendió a sobrevivir. En el Capítulo II se enfatiza aún más esto, cuando deja claro que está mal abusar.

En cuanto al matrimonio, esto no se limita solo a la antigua Grecia; para Sesshomaru, es simplemente un contrato. No lo ve como una declaración romántica.

Chapter 7: CAPÍTULO VII

Notes:

Muchas gracias a todos los que leyeron el capítulo anterior, también por los nudos, bookmarkers, y especial agradecimiento a RYHT, Amitla, Moonlight_22 y Cloudie_days, ahora pasaré a responder los comentarios en la sección correspondiente :D

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

CAPÍTULO VII

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Una semana después.

 

• RIN POV •

 

-El príncipe quiere que vayas a sus aposentos.

 

-¿A esta hora? -cuestioné sorprendida. Al fin y al cabo ya todos estaban durmiendo.

 

El soldado levantó una ceja pero no respondió a mi pregunta.

 

-Levántate rápido de tu cama y ven con nosotros.

 

Tuve que acatar las órdenes, aunque fueran toscos conmigo. Até mi capa roja, como solía hacerlo siempre, y mantuve mi vestimenta: un largo quitón blanco. Las demás mujeres solo me observaban de reojo pero no comentaron nada al respecto.

 

Custodiada por los soldados fui guiada por los pasillos ya conocidos hacia las enormes puertas de los aposentos del príncipe de Esparta. Ellos golpearon la firme madera. Sesshomaru abrió la puerta. Estaba vestido con una túnica color beige, que llegaba hasta el suelo, y sin ningún tipo de insignia real. Era la primera vez que lo veía así. Nos miramos directo a los ojos, y finalmente caminé por inercia dentro de los aposentos. Los soldados hicieron una leve reverencia y Sesshomaru sólo cerró la puerta, dejándolos del otro lado.

 

-Principe Sesshomaru, ¿acaso planea tomar mi virginidad? -fui directa apenas nuestras miradas se cruzaron.

 

-No hagas preguntas tontas -susurró con calma, cabizbajo y templado, caminando hasta donde estaba su escritorio.

 

Claro que lo sé. Sesshomaru jamás me obligaría a hacer algo que no quiero.

 

-¿Qué haremos entonces? -pregunté.

 

-Saldremos a dar un paseo.

 

Abrí los ojos pasmada.

 

-¿Un paseo?

 

Asintió para luego sonreír de medio lado:

 

-¿Acaso alguien te prohíbe salir conmigo?

 

-No, pero... -titubeé y me di cuenta que mis labios no podían dejar de sonreír por la grata noticia-, me hace feliz saber que finalmente saldré de este castillo... ¿a dónde iremos? 

 

-Iremos al pueblo... a los alrededores del bosque... a donde sea...

 

-¿A dónde sea? -insistí.

 

No respondió.

 

Pero yo ya sabía de ante mano la respuesta.

 

No podían vernos juntos a la luz del día, principalmente porque yo sigo siendo una simple sierva y no puedo estar libremente en los alrededores.

 

Lo miré mientras él caminaba hasta su perchero, agarrando una capa negra y atándola a su cuello. Se acercó hasta la ventana y luego me miró.

 

-Acercate Rin..

 

Tardé unos minutos pero finalmente asentí, acercándome hasta él. Miré hacia abajo. 

 

-Los soldados que custodian mi ventana cambiaron de turno. Solo unos minutos para escapar.

 

Lo vi sentarse sobre el marco. Colocó una pierna hacia el vacío y luego la otra se mantuvo en el suelo de la habitación. Alzó su mano hasta mi posición. Lo miré dubitativa.

 

-¿Le temes a las alturas?

 

Me mantuve integra y con la seriedad de un soldado, declaré:

 

-No le tengo miedo a nada.

 

Su sonrisa irónica no abandonó su rostro y luego se deslizó rápidamente hasta el suelo. 

 

Desde abajo me miró. Tragué duro y miré su rostro impasible y luego la columna. Ya lo he hecho antes, solo que anteriormente no me importaba matarme y caerme. Puedo hacerlo de nuevo. Tengo que estar a su altura. 

 

Me senté en el marco, puse ambas manos sobre la columna. Y descendí por la columna, pero a mitad de camino mis manos tocaron algo asquerosamente viscoso. Me solté sin querer y perdí el equilibrio. Sin embargo, el príncipe Sesshomaru, con una destreza impecable, me recibió en sus brazos. Mantuve sellados mis parpados, a la par de mis descontrolados latidos.

 

-Rin ya puedes abrir los ojos -lo escuché susurrar. Abrí a medias un ojo y vi su rostro apacible.

 

Algo abochornada deshice el abrazo que mantenía sobre mi cuerpo y regresé a mi bajita estatura, mientras él me observaba desde su metro noventa.

 

Nuestras miradas se cruzaron en un instante cargado de tensión, ese momento crucial que podría cambiar el curso de nuestras vidas...

 

Sin embargo, no podía traicionar su confianza. No deseaba alejarme de su lado.

 

Tomé su mano con suavidad. Miró tranquilo nuestras manos, sin todavía sostener la mía.

 

-Perfectamente podrías largarte a correr para escapar -susurró con curiosidad.

 

¿Escapar? 

 

-Yo no quiero escapar de ti, ambos somos prisioneros de este reino -revelé y ahí finalmente él cerró sus dedos contra mi mano.

 

-Entonces vamos a dar nuestro paseo...

 

Así, mis piernas entumecidas comenzaron a seguir su ritmo. Tuvimos que esquivar a algunos guardias, pero Sesshomaru era lo suficientemente hábil para moverse gracilmente sin ser visto, así que me dejé guiar.

 

Cuando por fin cruzamos los corredores del patio interno y algunos pasillos flanqueados por altas columnas, la naturaleza apareció ante nosotros. Respiré profundamente varias veces, disfrutando del aire fresco que sentía como un elixir de libertad llenando mis pulmones, observando el entorno con curiosidad, aunque la oscuridad de la noche ocultara los colores vibrantes de la vegetación.

 

Había extrañado el infinito cielo nocturno, el sonido, los aromas, absolutamente todo...

 

Continuamos nuestro recorrido hasta que nos vimos obligados a escalar un muro para cruzar al otro lado, donde se encontraba la polis circundante.

 

Al llegar a la cima, el viento acarició mis mejillas, desordenando mis cabellos que cegaron mi visión por unos instantes y luego mi corazón se desbordó dentro de mi pecho al ver lo que me esperaba del otro lado. 

 

Desde lo alto, podía contemplar las titilantes luces de la polis, tan espléndidas y luminosas como si fueran estrellas terrestres. La ciudad parecía infinita, perdiéndose en el horizonte, y el suave rumor de la vida nocturna flotaba en el aire, evocando la presencia de incontables personas en aquel vasto lugar.

 

Sesshomaru sostuvo devuelta mi mano y comenzamos a bajar cuesta abajo por la colina. Yo con una emoción centellante dentro del pecho. Pasamos por un pequeño trecho de mágico bosque y finalmente pudimos entrar a una primera calle.

 

Mis ojos analizaron con curiosidad las atractivas casas, los faroles, las esculturas, las tiendas, todo lo que constituía aquella zona urbanizada. Y exclamé: 

 

-¡Qué hermosa que es la libertad...!

 

De repente de una casa iluminada salió disparado un hombre, que cayó de bruces contra el suelo. 

 

Me escondí detrás de Sesshomaru. 

 

Del mismo lugar salió otro hombre tambaleándose, y así fue como ambos individuos se largaron a discutir sin tomar en cuenta nuestras presencias.

 

-Que hermoso que es el mundo real -susurró con desprecio e ironía Sesshomaru, comenzando a tomar rumbo por otra calle.

 

Me mantuve un instante mirando aquella escena y finalmente, gracias a las lecciones que me había dado, pude leer la palabra "bar" inscrita sobre una columna. 

 

Oh, sí, recuerdo ver situaciones similares cuando vivía con mi madre...

 

-Rin, camina... -ordenó el príncipe Sesshomaru cuando vio que yo tardaba en reaccionar.

 

Lo miré y finalmente asentí, corriendo hasta su lado.

 

-Solo quédate cerca... -me pidió a medida que caminábamos, y yo poco a poco comencé a observar con más atención los alrededores, como un búho que gira su cabeza hacia todas las posiciones.

 

Terminamos en una calle, que ante mis ojos parecía ser infinita. Estaba fuertemente iluminada y muy gratamente decorada. En los alrededores se escuchaban músicos callejeros, se veía hombres y mujeres bien vestidos, y a lo largo del caminó se extendían pequeños puestos en los que se vendía al parecer de todo un poco, desde comida a artículos de alfarería y hasta enormes armas. Sostuve por inercia el brazo de Sesshomaru, como si fuera algo natural entre nosotros, mientras caminábamos y yo con la mirada curioseaba todo lo que estaba en venta.

 

En un momento, ví nuestro reflejo en los espejos de bronces pulido que estaban vendiendo y mi corazón latió con fuerza. Éramos como una joven pareja, como las otras tantas que caminaban en los alrededores. 

 

Apreté con más fuerza su musculoso brazo y sonreí para mis adentros.

 

Él detuvo sus pasos y me miró curioso por mi reacción.

 

Parpadeé avergonzada, apartándome.

 

-Príncipe Sesshomaru, ¿tú no tienes miedo de qué te reconozcan y que te vean a mi lado?, ¿acaso no es por eso qué salimos a esta hora?

 

Él me miró a medias.

 

-No creo que lo hagan.

 

-¿Pero los militares y los demás nobles?

 

-Están en su propio banquete a estas horas -comentó con disgusto.

 

-¿Y todos los demás?

 

-Los pueblerinos sólo me reconocerían si llevara mis insignias y guardias. No suelo salir de mi castillo, ni de noche ni de día. Allí tengo todo lo que quiero y, si necesito algo, mis soldados lo traen. Esta es apenas la segunda o tercera vez que visito una de estas ferias nocturnas.

 

-¿Segunda o tercera vez?, ¿desde cuando se hacen?

 

-Desde siempre...

 

-¿Y tú cuántos años tienes? -finalmente me animé a preguntarle.

 

-Tengo veintiséis años...

 

Paré mis pasos de golpe y él también.

 

-¿De verdad eres tan viejo? -cuestioné perpleja y por primera vez pude sentir el poder aniquilador de su fría mirada.

 

-¿Viejo?

 

-Es que yo pensé que eras más joven... como de diecinueve años... tienes un rostro muy delicado y bonito, demasiado juvenil para la edad que tienes y no te ves como un espartano... pensé que éramos más cercanos en edad, pronto cumpliré diesiete, ahora en primavera y pensé que... -pausé al ver que estaba divagando con los hombros cohibidos y las mejillas ruborizadas-, aunque es verdad, ahora que lo dices tú mencionaste que a los treinta años te casarías conmigo y que en ese entonces yo tendría veinte años, entonces... um...

 

-¿No me veo como un espartano? -preguntó con esa voz que podía congelar al mismísimo Hades.

 

Tartamudeé.

 

-Lo que intento decir es que eres demasiado hermoso, casi como una divinidad... como si tu belleza fuera digna de Apolo, o incluso de Afrodita. Es... una belleza que parece de otro mundo...

 

Sesshomaru no respondió nada y continuó caminando con ese andar tan elegante y majestuoso. Yo me dispuse a ir a su mismo ritmo, con mi caminar más torpe y danzante.

 

El silencio se mantuvo. No me atreví a sostener devuelta su hermoso brazo y mantuve mis manos entrelazadas contra mi falda. De repente giró hacia una calle un poco menos transitada e iluminada. Lo sentí susurrar apacible:

 

-Tú también.

 

-¿Yo también?

 

Sesshomaru detuvo sus pasos y me miró de llenó de un modo muy serio. Mis labios titubearon y no me dio tiempo a reaccionar, cuando, sin importarle estar en medio de esa calle transitada, me sostuvo de las mejillas y presionó con delicadeza sus suaves labios contra los míos. Cerré los ojos por inercia, ante el fresco y dulce contacto, y los latidos de mi corazón se dispararon hasta mis oídos. Apartó unos milímetros su precioso rostro y susurró:

 

-Tú también eres atractiva...

 

No supe como interpretar las molestas mariposas en mi vientre, que parecieron subir por mi pecho, hasta asentarse en el calor de mis afiebrados pómulos.

 

Él sólo me miró una vez más y continuó caminando.

 

Mis piernas reaccionaron y fui detrás de su imponente figura.

 

Caminamos un par de minutos en completo silencio, hasta que me sostuvo del antebrazo, arrastrándome hacia una calle que nos sacó de aquel lugar transitado. Comenzó a marchar con apuró por otras calles y finalmente divisamos la oscuridad del bosque. Cuando estuvimos unos metros adentrados en el secretismo de los arboles, colocó mi espalda contra un grueso tronco y se abalanzó hacia mi boca con más intensidad.

 

Le correspondí de la misma forma.

 

Un calor extraño se propagó por todos los rincones de mi cuerpo, como si hubiese encendido una fogata, y mis frágiles extremidades desearon atrincherarse a su fuerte figura, pero él era más alto que yo y yo era tan pequeña.

 

Sesshomaru pareció pensar lo mismo cuando colocó sus fuertes manos contra mi trasero y me levantó. Aproveché para envolver mis piernas contra su cintura, de modo que nuestros rostros quedaron a la misma altura. Continué besándolo torpemente, intentando seguir el ritmo vivaz de sus expertos labios... de su lengua, de su boca, de cada nuevo suspiro. 

 

Sus labios se escaparon de los míos besando con adoración mis mejillas, hasta mi cuello y clavícula. Reí risueña ante sus caricias y él me miró con esos ojos de oro, tan preciosos.

 

-Creo que rompí sin querer nuestro trato -susurró irónico con sus labios rozando mi quijada.

 

Me largue a reír y él de nuevo me besó de imprevisto.

 

Y se agachó hasta terminar sentados en el suelo, yo con mis piernas todavía envueltas en su cintura y con mis brazos por encima de sus hombros. Él sin dejar de abrazarme, me recostó suavemente en el suelo, sus cabellos plateados cayeron como una cortina sobre su hombro y, siempre tan delicado con su tacto, continuó besándome con mesura y fragilidad. Éramos como dos enamorados, aunque él nunca me lo confesara sé que con cada meticuloso y dulce roce había ese extra entre nosotros, que iba más allá de lo mundano del sexo. 

 

Agradecí que fuera tan cuidadoso y precavido y que no quisiera solo arrancarme la ropa y tener sexo duro contra el ras del suelo, como seguramente acostumbraban los hombres espartanos. 

 

O al menos dentro de mi imaginario inocente e idealizado, desde mi inexperiencia juvenil, desde todas las formas más profanas de la naturaleza, yo quiero que me amé, quiero que me desee, quiero amar su cuerpo, tocarlo y besarlo por todas partes. 

 

Quiero ser respetada y amada, y quiero dar y recibir lo mismo.

 

Depositó un beso en mi clavícula y luego se apartó de mí, arrodillándose entre mis piernas abiertas, todavía cubiertas por la ropa. Sus manos se deslizaron por mis caderas hasta mis muslos. Ahí se detuvieron. Lentamente sus ojos subieron por mi cuerpo hasta asentarse en lo profundo de mis ojos. 

 

Acaricié tímidamente el dorso de sus fuertes manos y luego las aparte con delicadeza de mis muslos, para sostener los pliegues de mi quitón, enrollandolo suavemente por encima de mis caderas, pero todavía cubriendo mi entrepierna. 

 

La expresión en su rostro no cambió pero hubo algo en su mirada que si lo hizo. 

 

Y yo no comprendí dónde quedó mi pudor o timidez, o si esto era un reflejo de mi rebeldía y curiosidad juvenil, o tal vez era la sensación de libertad fuera de esas cuatro paredes opulentas, aquí tan libres como la naturaleza, corriendo el riesgo de ser descubiertos, pero quería que me tocará.

 

Sus manos rozaron la desnuda piel de mis muslos y la recorrieron como si fuera seda hasta subir por mis caderas, dónde sus pulgares se asentaron. Me sostuvo firme y suspiré con fuerza cuando golpeó mi cuerpo al suyo, y pude sentir un bulto duro, todavía cubierto por su larga túnica. Envolví mis piernas a su cintura. Me miró directo a los ojos y se apartó y volvió a empujar y sentí las paredes de mi entrepierna contraerse.

 

De repente se puso tenso.

 

Sesshomaru no decía nada, como si se hallará absorto en sus propios pensamientos. Desarmo el candado de mis piernas en su espalda, apartándome cuidadoso de su cuerpo y cubriendo el mío con mi tunica. Luego se levantó del suelo.

 

Lo miré completamente petrificada.

 

¿Acaso hice algo mal?

 

Las esquinas de mis ojos picaron.

 

Él no me observaba, sus ojos se hallaban mirando hacia un punto oscuro dentro del bosque. Yo dirigí mi mirada hacia allí y mis oídos pudieron percibir por primera vez las risas femeninas.

 

Entonces fue eso. No me estaba rechazando. 

 

Me senté de golpe, completamente abochornada.

 

Acomodó su túnica y peinó con delicadeza sus largos cabellos plateados. Parecía haberse transformado en otra persona, más seria, más frívola, más como el individuo que era con sus soldados. Comenzó a caminar hacia la procedencia de aquellas voces. Yo lo seguí detrás, con las piernas entumecidas, todavía percibiendo las sensaciones de lo que casi habíamos hecho y que no pudimos concluir...

 

Detrás de dos árboles, vimos a dos jovencitas. Se hallaban sentadas en el suelo, alrededor de lo que parecía ser una vela y un maso de cartas. Bebían del pico de unas botellas y parecían estar en su propio mundo, riendo y charlando animadamente.

 

Sesshomaru salió de nuestro escondite, caminando con esa gracia que hace que todo el mundo se quede tieso de miedo.

 

-No deberían estar aquí -dijo, con un tono que podría congelar un volcán.

 

Las chicas casi saltaron del suelo, soltando las botellas que explotaron por el contacto contra el suelo.

 

-¡Su majestad! -gritaron al unísono, con la coordinación de un coro pero la gracia de un dúo de borrachos. La chica de cabello oscuro casi se desploma de cara contra el suelo.

 

Sesshomaru las miró con esa mezcla de aburrimiento e irritación que solo él sabe dominar.

 

-Qué inesperado verlo por aquí, su majestad... -murmuró la chica de coleta, claramente intentando no hacer contacto visual.

 

La otra, en cambio, parecía haber olvidado todo sentido de autocontrol. Se tambaleó hacia donde yo estaba y me miró de arriba abajo como si yo fuera una rareza en exhibición.

 

-¿Quién eres? -preguntó, arrastrando las palabras-, ¿están en una cita? -Y se inclinó tanto hacia mi que me hizo sentir incómoda.

 

Parpadeé. Ella parpadeó.

 

A pesar del estado en el que estaba, no podía negar que era hermosa, con ese largo cabello oscuro y facciones delicadas.

 

Sesshomaru no respondió, pero su expresión dejaba claro que no disfrutaba la situación.

 

-¡Kagome! -exclamó la chica de coleta, visiblemente avergonzada-, ¡compórtate!

 

Kagome sacudió la cabeza un poco, como si hubiera salido de un trance, e inclinó torpemente la cabeza en dirección a Sesshomaru. Sin embargo, volvió a tambalearse, y por un segundo, pensé que se iba a desplomar.

 

-Oh, Sango tiene razón -dijo con una risita nerviosa-. Su majestad, príncipe Menomaru... no, digo, príncipe Inuyasha... ¡ay, no, ese idiota no! ¡Príncipe Sesshomaru! -comenzó a disculparse como si su vida dependiera de ello-. Por favor, no nos delate con el comité real ni con los sabios, ni con... bueno, ¡usted ya sabe!

 

Sesshomaru, con una calma que rayaba lo sobrehumano, finalmente habló:

 

-Regresa a tu templo y deja de hacer el ridículo.

 

-No se enoje, su majestad -balbuceó Kagome, claramente fuera de sí-. ¡Puedo leerle el futuro! Si yo quiero, claro... perdón, quise decir si tú quieres... 

 

Y antes de que nadie pudiera detenerla, Kagome agarró la mano de Sesshomaru, sin un atisbo de temor. Sango, mientras tanto, parecía una estatua de mármol por lo petrificada que estaba.

 

Kagome miró la mano de Sesshomaru con una seriedad que no combinaba con su estado. Observó las líneas, luego levantó la vista y lo miró directamente a los ojos. Repitió la acción varias veces, como si estuviera tratando de asegurarse de algo. Sus expresiones faciales iban empeorando con cada mirada, hasta que, de repente, soltó la mano del príncipe como si le hubiera quemado.

 

Y se quedó callada. Completamente inmóvil, como un soldado.

 

Sesshomaru parpadeó suavemente, expectante.

 

-¿Y bien? -preguntó, con un tono que exigía una respuesta.

 

Kagome no dijo nada. Sus labios se apretaron, su rostro palideció, y sus ojos evitaban cualquier contacto visual. Sabía algo, lo había visto, pero no lo diría. El silencio era más ensordecedor que cualquier confesión.

 

-¿Qué has visto? -insistió Sesshomaru, visiblemente irritado.

 

Pero Kagome solo tragó saliva y cerró la boca con fuerza. Y entonces, de la nada, hizo una arcada... y vomitó directamente sobre los pies de Sesshomaru.

 

Sango corrió hacia ella para socorrerla mientras Kagome intentaba disculparse entre arcadas, claramente demasiado asustada como para poder hablar coherentemente.

 

Sesshomaru no se movió. Ni una palabra. Se mantuvo imperturbable como una estatua.

 

Yo, por mi parte, tuve que llevarme una mano a la boca por el shock. Grillos y renacuajos también callaron.

 

Finalmente, sin decir una sola palabra, el principe se dio media vuelta y comenzó a caminar.

 

Y yo caminé detrás de él, mientras detrás de nosotros oía a Kagome disculpándose en todos los idiomas que la borrachera se lo permitía. Las miré por última vez de reojo.

 

-La princesa Sara no estará muy contenta por esto -murmuró Sango.

 

-... al final no era homosexual... -agregó Kagome, todavía mareada antes de vomitar otra vez.

 

Aceleré el paso para alcanzar a Sesshomaru.

 

-Principe Sesshomaru, ¿quiénes eran esas chicas? -pregunté, fingiendo que nada extraño acababa de ocurrir.

 

-Una es la sacerdotisa suprema de Esparta y la otra es la hija de un general -respondió él, con un tono que no admitía más preguntas.

 

Pero no podía dejar de pensar en lo que Kagome había visto. Algo en su reacción me tenía intrigada.

 

Caminamos en silencio durante unos momentos hasta que, inevitablemente, la curiosidad me ganó.

 

-¿Quién es la princesa Sara? -pregunté, un poco nerviosa.

 

Sesshomaru me lanzó una mirada que decía claramente: "¿por qué sigues preguntando?".

 

-Una noble -respondió sin darle importancia.

 

-¿Es tu prometida?

 

Me lanzó otra mirada como si hubiera dicho una inmensa tontería.

 

-No tengo ningún interés en ella -dijo, seco.

 

Un leve malestar se apoderó de mí. No sabría decir por qué, pero no podía dejar de pensar en lo que Kagome había visto en esa mano...

.

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Dos días después.

 

• SESSHOMARU POV •

 

Observé su figura tranquila, recostada sobre un sillón lleno de almohadones, mientras comía perezosamente de un racimo de uvas. 

 

-Hijo, me iré por doce meses a los territorios de Fócide y Tesalia, y tú te quedaras a cargo de Esparta -reveló mi padre Kirinmaru, dentro de aquel inmenso salón donde sólo nos hallábamos nosotros dos.

 

Finalmente mi rostro mostró una diminuta expresión y mi corazón se detuvo un instante para luego latir emocionado, como si hubiese recibido un soplo de vida repentino.

 

-Es lo correcto -comenté sin demostrar la alegría que aquello me ocasionaba, pero tampoco pensando mucho si había algo más detrás en su repentina generosidad.

 

Un año sin acatar las órdenes del rey. ¡Oh, eso sería como la ansiada libertad! No habían nuevos planes de conquistas y he estado casi toda mi vida en el campo de batalla sin descansar. Esto sería como un tramo de vacaciones inesperadas.

 

-Es momento de que lleve un poco de orden y haga acto de presencia en los alrededores de los nuevos territorios conquistados y quiero viajar un poco. Desde hace veinte años que no pasó alguna temporada en otros territorios, siempre eres tú el que se ocupa de eso...

 

Y me miró con cierto aburrimiento.

 

Lo miré apacible.

 

Ojalá se fuera por siempre y que no regresará jamás.

 

-Además por otra parte considero que es hora de que reflexiones a solas sobre algunos asuntos personales. Quiero que pienses sobre un futuro matrimonio con alguna princesa o noble que pueda darle un heredero digno a nuestro reino. Ya has rechazado a muchas muchachas de valioso porte. Cuando regresé, espero que ya tengas una respuesta concisa sobre tu futuro, ya que de eso depende nuestro imperio...

 

No respondí nada.

 

Sinceramente el matrimonio no era un tema que llamara mucho mi atención, pero doce meses serían más que suficientes para que el reino bajo mi mandato acepte a Rin.

 

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Notes:

Sé que se preguntarán: Tokio, es un fanfic erótico, ¿dónde está mi Lemon?

En los capítulos 9 (lime), 10 y 11.

El próximo capítulo 8 ultimamos detalles sobre el crecimiento personal y de relación de Sesshomaru y Rin, y todos los demás dramas en su reino.

Del capítulo 12 en adelante comienza el verdadero drama. Después también hay lemon pero no diré más nada. Es lemon con trama (?????)

Chapter 8: CAPITULO VIII

Notes:

Muchas gracias a los kudos, a los bookmarkers, y en especial RYHT, Cloudie Days, Amitla, Ana G, Moonlight 22 :DDDDD continuo respondiendo en ma sección de comentarios

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

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• SESSHOMARU POV •

 

Vi que venía corriendo por el pasillo, dando pequeños brincos alegres absorta en su propio mundo. La sostuve del antebrazo y tiré de ella dentro del salón. Giró sobre sus propios pasos con descordinación, mirando hacia todos lados como no entendiendo lo que ocurría. Hasta que me miró y su figura se tensó tan semejante a la de un gato siendo atrapado.

 

—¡Príncipe Sesshomaru! —exclamó la joven bruja.

 

Entrecerré mis ojos y con voz gélida, demandé directo:

 

—Habla sobre lo que viste en mi futuro.

 

La sacerdotisa miró hacia todas partes, como cerciorandose de que no hubiese nadie más, luego me miró con determinación, ocultando muy miserablemente su nerviosismo.

 

—No sé de que hablas.

 

—No juegues conmigo.

 

—¡Estaba muy borracha! De verdad no lo recuerdo —respondió tratando de sonar convincente.

 

Entrecerré los ojos y la miré por algunos instantes. Ella apartó incómoda la mirada, analizando sus propios pies. Luego levanté mis ojos hacia el techo, fingiendo recordar.

 

—La joven mujer que estaba conmigo es atractiva, ¿no?

 

Kagome me miró con entusiasmo sin poder detener su lengua de serpiente:

 

—¡Sí, es muy linda!, ¿quién es?

 

La miré y ella se cubrió los labios con ambas manos, cayendo en mi trampa la supuestamente desmemoriada sacerdotisa.

 

En este reino, todos sabíamos que la mejor habilidad de esta mujer era su lengua rápida para inmiscuirse en los secretos ajenos. No importaba si el asunto no le concernía; siempre tenía que enterarse.

 

Habla.

 

Negó con la cabeza sin dejar de cubrir su boca.

 

Suspiré con aburrimiento y de adentro de mi clamide saque un papelito. La miré. Ella parpadeó velozmente sin entender. Sonreí de medio lado y abrí el papelito, leyendo en voz alta:

 

—"Yo también te extraño... blah, blah, tus labios de abajo, dulces como el vino, tus senos como pasas de uvas... tu admirador" y otras tantas tonterías... —leí con voz neutra y sin emoción, saltando de un párrafo a otro. Kagome se sonrojó hasta la raíz del cabello—. Qué vulgaridad, y la caligrafía es deplorable.

 

Kagome no respondió.

 

—Es patético ¿no? —cuestioné irónico, y  peiné mis largos cabellos plateados.

 

El silencio se retornó incómodo y tenso. La contemplé algunos instantes mientras ella parecía luchar por encontrar palabras.

 

Tenía que darme una buena excusa sobre esto. A fin de cuentas, Kagome fue hallada en las aguas de un río al nacer y entregada al templo como ofrenda. Sin embargo, los sabios del consejo pronto vieron en ella a la elegida, portadora de la gracia divina, bendecida con el don de la clarividencia de las pitonisas y la fuerza de Artemisa para proteger nuestras tierras. Apenas fue capaz de hablar, juró su vida al Imperio Espartano. Su pureza es sagrada, y su virginidad, el escudo que guarda nuestras fronteras. Pero si está carta, que encontré a las puertas del templo, era real, no solo la pondría en peligro a ella, sino también al destino de Esparta.

 

Sus labios titubearon otra vez y finalmente, otra vez cobardemente, negó:

 

—Esa carta no es mía.

 

Levanté una ceja.

 

—¿Entonces a quién va dirigida?

 

—Debe ser para la anciana Kaede.

 

El silencio fue mortal y creo que nuestros pensamientos estuvieron conectados por un instante.

 

Oh, por todos los dioses, no quise pensar en eso. Quiero volver el pasado atrás y borrar mi memoria en ese preciso instante.

 

Nos quedamos en un mutismo voluntario, ambos procesando la imagen. Finalmente me crucé de brazos y la miré, yendo directo al grano:

 

—¿Hablaste con mi padre sobre lo que viste?, ¿por eso esa extraña idea de irse durante un año a Fócide y Tesalia?

 

Ella negó, seria:

 

—No, no lo mencioné. Es un asunto que solo yo conozco.

 

Entrecerré los ojos.

 

—Tal vez deba preguntárselo a tu amiguita, la que no recuerdo el nombre..

 

—Solo lo sé yo —reiteró molesta—, y no puedo decírtelo.

 

—¿Y el admirador tal vez sí? —pregunté, señalando la carta.

 

—¡Ya te dije que no tengo ningún admirador! —replicó ruborizada.

 

Me acerqué, pegándole con un pequeño chasquido la carta en el entrecejo y murmuré:

 

—Nuestro imperio depende de tu silencio, vulgar sacerdotisa.

 

Sostuvo la carta pegándola casi en sus ojos.

 

Y me di la vuelta, escuchando su pensativo murmullo:

 

—Esa anciana puritana resultó ser peor que yo...


.
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Zero entró en la sala donde me hallaba descansando en completa armonía y soledad, luego de despedir a mi padre y la comitiva de hombres que lo iban a acompañar a Fócide y Tesalia.

—¿Qué quieres? —musité con suavidad, recostando con temple aburrido mi mejilla contra mis nudillos.

Ella sonrió irónica y los pliegues de su vestido dorado ondearon al compás de sus presumidos pasos. Detuvo su andar frente a mí e intercambiamos miradas. Yo, inexpresivo; ella, con carácter confiado. Sin ningún reparo en mi incomodidad y rechazo, se sentó con actitud dominante sobre mi falda.

—Sabía que iba a encontrarte aquí, mi adorado príncipe Sesshomaru.

La disonancia en su voz era lo suficientemente irritante para mis pobres oídos, y mucho más cuando mi nombre solía escapar de sus venenosos labios rojos.

—A tu esposo no le hará ninguna gracia vernos así... —afirmé con parsimonia.

—Siempre tan tímido mi hermoso príncipe —comentó ella con ironía, acariciando con sobreactuado cariño mis gélidas mejillas. La miré directo a los ojos. Ella inclinó su cabeza hacía un lado con intenciones de besarme y la empujé, levantándome de golpe.

—No me toques —advertí con templanza y ella me observó desde el suelo, ofendida y ofuscada. Caminé hacia una de las ventanas que daban al exterior, mirando el atardecer.

Zero suspiró.

—Siempre tan desamorado... —dio por hecho, ergiendose del suelo y caminando hacia mi lado.

Aproveché para mirarla de reojo, desde mis centímetros algo más alto y a través de los rayos del atardecer, los cuales se reflejaban azafranados sobre su nívea y perfecta piel. Así descubrí que en su femenino rostro ya se podía vislumbrar tímidamente algunas líneas de expresión. Al fin y al cabo, Zero ya tenía cuarenta y cinco años, y era extraño que su apariencia apenas reflejara su edad. Conociéndola, no me sorprendería que diera cualquier cosa por detener el paso del tiempo.

Ella me miró, sonriéndome con su perfecta hilera de dientes blancos.

—Me dijeron que estás algo atontado por una esclava... —comentó con timbre divertido, mirándome con picardía e inclinado su rostro hacia mí, y yo me mantuve analizándola algo más a fondo, porque me sorprendía lo adulta que comenzaba a verse.

—¿Atontado?

—Ya sabes, enamorado...

Alcé una ceja ante la curiosa palabra.

—¿Enamorado, yo? —repetí, lanzando una mirada pensativa hacia la luna llena que se alzaba en lo alto.

De pronto, una extraña inquietud se apoderó de mí, como si me hubieran descubierto en un acto imprudente. Quise negarlo, responderle con frialdad, pero las palabras se me quedaron atascadas, como si mi voz se hubiera extraviado junto a mis pensamientos, los cuales, sin querer, me llevaron de inmediato a pensar en Rin. Mis ojos se perdieron en el paisaje nocturno, recorriendo el brillo frío y lejano de aquel astro misterioso.

Y me sentí como un explorador frente a territorios desconocidos, como si estuviera a punto de ser el primer hombre en pisar la luna. Así me parecía el amor: una tierra extraña y llena de incógnitas.

Enamorado.

Resonó otra vez en mi cabeza, con un eco molesto.

Oh, de verdad... era eso; yo estaba enamorado de Rin.

Sentí mis mejillas acalorarse y creo que los latidos de mi corazón se dispararon.

—¿No planeas decir nada? —cuestionó Zero, sacándome de aquella nebulosa en la que había entrado.

La miré con confusión.

—¿Sobre qué cosa? —pregunté con calma.

Zero abrió los ojos y sus labios se entreabrieron.

—Ya sabes, sobre mis cuestionamientos...

—¿Acaso tendría qué decir algo?

—¿No lo vas a negar?

Alcé las cejas y la vergüenza se hizo presente en cada punto de mi cuerpo. Jamás había sentido timidez o vergüenza, pero este nuevo descubrimiento me dejaba vulnerablemente al descubierto. Intentando mantenerme íntegro, me atreví a responderle sin siquiera pensarlo:

—¿Acaso tengo qué negarlo? —pregunté con tono inocente y titubeante, tan impropios de mi personalidad, y deseé golpearme a mi mismo por tan patética reacción.

¿De verdad esa es mi voz?, ¿de verdad soy esta persona?

Zero apretó con fuerza las manos y caminó directo hacia los sillones. Allí se dejó caer como una bolsa de papas y, colocando una mano contra su frente, comentó con desprecio:

—Debí suponerlo. ¡Por culpa de esa esclava rechazaste a mi pequeña hija Yura!

—Ah, en realidad esa no fue la razón principal...

Zero destapó su rostro y con palabras punzantes me rebatió con lo siguiente:

—Mi hija, entre todas las opciones, es la mejor. Aunque tal vez continues herido por el recuerdo de la princesa Rion —hizo una pausa venenosa y luego agregó—. Su suicidió al parecer todavía te afecta...

La mención de mi única y antigua comprometida me fue en absoluto indiferente.

Zero continuó con sus comentarios, como si estuviera buscando en mí alguna reacción negativa:

—Eres un hombre tan frío y desamorado, tal como lo era tu fallecido primer amor.

La miré de reojo, sin perturbarme por su comentario.

Yo jamás he estado interesado en Rion. Aunque crecimos de algún modo juntos, nunca hubo ningún tipo de acercamiento entre nosotros, porque desde temprana edad fui apartado de la familia real para ser entrenado como soldado y Rion murió siendo muy joven. Inclusive mi padre Kirinmaru fue el más afectado por el suicidio de esa niña, de un modo que nunca pude entender el porqué.

—Dile a tu pequeña mocosa Yura, que deje de esconderse detrás de las columnas para observarme. Me da vergüenza ajena —manifesté desdeñoso.

Zero arrugó el entrecejo y su boca se crispó hacia abajo.

—Te conozco desde que eras un maldito mocoso. Fui una madre para ti cuando eras un niño. Te enseñé a caminar, a leer, a escribir y cuando creciste y debía endurecer tu personalidad fui la primera mujer que te enseñó a follar, ¡mínimo me debes la vida!

La miré de lleno sin expresión aparente. Con toda la calma y frialdad del mundo le respondí:

—¿Por qué no mejor te matas?

La repulsión que siento por esta abusiva anciana es inmenso.

No haber tenido lazos maternales con nadie me ha sido indiferente, tanteando sobre el hecho de que jamás tuve añoranza por la progenitora que nunca conocí, además de que mi padre nunca la mencionó ni en el pasado y tampoco ahora en el presente.

Zero hizo caso omiso a mi comentario y continuó con su verborragia, poco interesante para mis pobres oídos.

—Este reino tiene un príncipe asexuado. Tu padre sabe que no visitas tu harem desde hace más de diez años, y que habiendo allí casi veinte prostitutas a tu servicio, sólo cuatro pueden decir que se han llegado a acostar contigo —ella hizo una pausa y la rabia se reflejó en sus facciones—. Ahora puedo decir que finalmente son cinco con la maldita infante que te regalaron los troyanos. ¡Al parecer te tiene agarrado de los testículos! Tres veces a la semana la llamas para que esté contigo en tu habitación y siempre la llenas de costosos regalos... , ¿y sabes qué significa eso en nuestras tradiciones?

Al parecer mis custodios estaban comentando muy deliberadamente mis movimientos a mi padre y ahora también a esta mujer inútil buena para nada.

—A ver, ilumíname con tu sabiduría...

Ella rechinó los dientes ante mi irónica respuesta.

—La estás cortejando, ¡maldita sea!, ¡a una insignificante esclava! ¿Sabes cómo terminan ese tipo de mujeres? Son brutas en conocimiento y débiles en sus extremidades. ¡Se enferman de nada y mueren! ¿De verdad Sesshomaru te interesa una mocosa así de frágil para nuestro reino?, ¿quieres ver volar a tus hijos por un barranco?

No rebatí su comentario, por lo que la insoportable de Zero continuó hablando:

—No sé para que diablos tienes tu harem. Sólo por las malditas apariencias. ¡Todas esas prostitutas no hacen nada productivo! Comen, duermen, pasean por el patio exclusivo para esclavos, follan entre ellas y ahora están aprendiendo a escribir y leer. Tu reputación de semental la cuidan como oro ante los demás nobles, aunque a ellas no les toques un pelo. Mienten por ti. ¡Inclusive los hombres se te acercan y no ocurre nada!

Largue una carcajada sin poder controlarlo.

—¿De qué te ríes? —preguntó perpleja al escuchar mi risa por primera vez en toda su vida—, ¿acaso si te gustan los hombres?

Sonreí de medio lado. Soy consiente de todos los mitos que existen a mi alrededor, además de las historias que se inventan para justificar mi temple callado, frío e indiferente hacia todo lo que me rodea.

Así que está preocupación ya está recorriendo todos los rincones de mi reino y mi padre se fue, poniéndome a prueba.

Curioso.

—Ella es infértil —di por hecho, solo para limar asperezas.

Zero pareció calmar su temple.

Su lengua recorrerá con alivió cada rincón de Esparta, porque yo puedo  tener sexo con quien yo quiera mientras no existan hijos de por medio. A los militares no les importan los celos de las mujeres y cualquier comentario que pueda hacer Zero frente a otros hombres vale lo mismo que la nada. La función de mi harem es ese, brindarme sexo, y yo no estoy incumpliendo ninguna regla. Es más, esta situación es mejor para mi reputación ante la platea masculina. Todo noble tiene su amante favorita...

Que la menarquia de Rin se haya atrasado tanto era favorable para mí. Tengo a las maias como testigos, responsables de ver y revisar a las mujeres del harem todas las semanas y Rin jamás ha sangrado.

Comencé a caminar hacia la salida. Zero se levantó de golpe de su lugar y exclamó:

—¡Espera!

No sé porque detuve mis pasos pero lo hice. Ella intercedió ante mi silencio y comenzó a hablar:

— Di la verdad Sesshomaru, ¿por qué te tomas tantas molestias con esa niña?, ¿acaso planeas casarte con ella?

—No es de tu interés —respondí directo y sincero.

—Ah, ya entiendo... —dio por hecho con algo de alivio—, lo haces por venganza porque fue la esclava con la que estaba obsesionado Menomaru.

—Piensa lo que quieras.

Y sin esperar ningún otro cuestionamiento de su parte, me fui del salón.


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Dos semanas después


Tras la partida de mi padre, múltiples asuntos políticos habían exigido mi atención, impidiéndome visitarla antes. Sin embargo, en su ausencia, aproveché para liberar a mi alrededor de la custodia que me seguía siempre, además de hacer algunas reformas en mis aposentos personales, preparando discretamente el terreno para lo que pronto planeo realizar.

Al caer el sol en el horizonte, llamé a Rin a mis aposentos. Cerró la puerta detrás de ella, hizo una reverencia y luego, desde el otro lado de la habitación, me dedicó una sonrisa. Pude notar la incertidumbre en sus pequeños pasos, mientras yo esperaba expectante. De repente, corrió hacia mí, y, en ese instante, supe exactamente lo que iba a suceder, como si nuestros pensamientos se hubieran sincronizado.

Me incliné un poco y de un saltó se me abalanzó, envolviendo sus frágiles piernas en mis caderas y sus gelatinosos brazos por encima de mi cuello. La abracé con fuerza y sus torpes labios se cernieron con necesidad contra los míos.

Apasionada, dulce y voraz.

Aparté mi rostro y le miré con calma, para luego besarla con la misma pasión que Rin irradiaba: brutal y adolescente, pero sin perder la ternura e inocencia, con esa tendencia tan propia de ella de sonreír y reír dulcemente cuando nos besabamos. Caminé hasta la orilla de la cama, donde me senté y continúe con nuestro arrebato de cariño desmedido que poco a poco iba perdiendo intensidad.

—¿Por qué no volviste a llamarme? —preguntó con sus tiernos ojitos tristes.

La contemplé unos segundos totalmente cegado por la belleza de su rostro a centímetros del mío y le robé un beso fugaz, que derivo en otros tantos entre diminutas risas.

Omití responder su pregunta, y le dije con falsa seriedad:

—¿Todos los besos que te he dado que nuevo trato me costaran?

Rin sonrió ampliamente.

—Quiero un canasto con muchos melones —confesó con sinceridad, sin ningún tipo de pretención. Algo tan sencillo y simple, típico de su personalidad.

—Te daré una parcela sembrada de melones.

Y sus ojos se abrieron emocionados y me abrazó.

—¡Muchas gracias príncipe Sesshomaru!

—No agradezcas tanto....

Entonces sin darle tiempo a reaccionar, la recosté sobre la cama, quedando ella debajo de mí. Coloqué mis dos manos sobre sus pequeñas caderas y le di un beso de adulto, dejando de lado los roces inocentes y picaros entre nuestros labios y adentrándome más a redescubrir lo interno de su boca. Eramos tan disimiles sobre la cama. Yo, adulto, fornido y militar; ella, pequeña y quebradiza, típica mujer de baja casta. Empujé mi abuldata entrepierna contra su paraíso sellado y la sentí respingarse, mientras de sus labios escapó un pequeño grito sorprendido. Sonreí de medio lado.

—¿Y qué me pedirás a cambio de que me entregues mucho más que un beso...?

Sus mejillas se encendieron pero no se achicó ante mi dominante figura:

—Quiero un árbol de uvas...

¿Uvas?

Oh, no.

No pude evitar pensar en la carta de la anciana Kaede.

Se murió la calentura, la pasión, todo se arruinó dentro de mí. Deseé poder arrancarme los pensamientos pero eso es lógicamente imposible.

Me aparté de Rin, sentadome a su lado. Ella me imitó, curiosa, acomodando sus ropas y peinando sus cabellos que se habían desordenado.

—¿Algo lo incómodo? —preguntó inocente.

Nos miramos unos instantes. Y lo supe. Este era el momento para hablar con la verdad.

—Rin —susurré con suavidad su nombre—, quiero darte la oportunidad de elegir.

—¿Elegir?

—Ahora soy más libre de poder tomar algunas decisiones.

Ella me miró confundida.

—Quiero que seas honesta acerca de tus deseos. Aunque esta vida sea mejor que la que alguna vez conociste, sigue sin ser una vida realmente plena...

—¿Te refieres a casarnos? Todavía faltan alrededor de tres o cuatro años para que tengas la edad permitida.

La contemplé un segundo, su rostro estaba iluminado ante la idea.

—A partir de este momento, ya no serás una sierva.

—¿Eso significa que nos casaremos ahora?

Ignoré su pregunta y continué:

—Podrás llevarte tus vestidos, joyas, dinero… todo lo que necesites. Si prefieres vivir en la polis, conseguiré una hermosa casa para ti —hice una pausa—. Lo que intento decirte es que existen opciones más allá de unirte en matrimonio conmigo, y debes considerarlas también...

—Pero... ¿y tú?

Finalmente la miré no comprendiendo su pregunta. Sus vidriosos y tristes ojos me analizaban con curiosidad.

—¿Yo?

—¿Tú no iras conmigo? —preguntó con ingenuidad.

—No, Rin, yo vivo en el castillo...

—Pero... —otra vez sus labios titubearon, como si fuera a sollozar—, si me voy, ¿podrías vivir conmigo?

Parpadeé.

—Rin, ¿entiendes quién realmente soy y qué te estoy concediendo la libertad de hacer lo que quieras? —pregunté con tiento.

Ella asintió.

—Sí, lo entiendo, pero ya te lo dije hace meses atrás, yo quiero ser libre a tu lado, no lejos de ti... —confesó.

La miré con seriedad y luego observé los alrededores que nos mantenían todavía atados a la cruenta realidad. Volví a mirarla.

—Rin, ¿estás segura de que eso es lo que quieres? —pregunté.

Ella asintió.

Me levante de la cama, tendiendo mi mano hacia ella.

—Ven conmigo —musité.

Rin colocó su mano sobre la mía y se levantó de la cama. Caminamos hacia el otro extremo de mi amplia habitación, donde se hallaban unas cortinas. Ella me miró dudosa como pidiendo aprobación, y asentí, incitándola a hacerlo. Movió las cortinas y sus bonitos ojos se abrieron iluminados.

—Este dormitorio que ves aquí es para la futura consorte del príncipe de Esparta.

Ella me miró con sorpresa. Sostuve su mano y entramos en su dormitorio, amplio como el mío y con las mismas comodidades, pero decorado de forma más femenina y delicada, tal como pensé que le agradaría. A un lado de la habitación estaban todos los instrumentos musicales que le había regalado, sus vestidos, una estantería con pergaminos, otra con artículos de belleza y con las joyas de la reina y un enorme espejo de bronce de cuerpo entero. Había también una zona apartada por una cortina, destinada a su aseo personal. Caminamos hasta el centro de la habitación mientras ella, aún asombrada, miraba a su alrededor sin terminar de asimilarlo, hasta que sus ojos se posaron en los míos, llenos de incredulidad.

—Esto es todo tuyo.

—Pero… —titubeó finalmente luego de unos segundos en completo silencio.

—¿Pero qué?

—¿Los demás nobles…?

—Nadie te hará daño Rin, no lo permitiré.

—Pero ellos no me aceptaran…

No entendí su inseguridad repentina, cuando hace unos instantes estaba encantada con la idea.

—No me importa si no te aceptan —dije con firmeza—. Escúchame bien porque solo lo diré esta vez: eres la única por quien he sentido amor —confesé, dejando de lado mi orgullo.

Rin me miró, atónita por unos segundos, y la mejor sonrisa que le ví iluminó su precioso rostro, como si la felicidad llenará cada rincón de su cuerpo. De pronto, me abrazó con fuerza.

—Te amo principe Sesshomaru —susurró con su mejilla ruborizada contra los latidos de mi corazón—, y me quedaré a tu lado, no quiero irme a ninguna otra parte…

Era la primera vez en mi vida que me sentía sinceramente amado por alguien, pero no quería que las emociones me sobrepasaran. Sostuve sus frágiles hombros, separándola de mi cuerpo.

—A pesar de lo que acabas de decir recién, deseo que te tomes está noche  para pensarlo detenidamente, Rin —enfatice—, tienes que ser realmente conciente de tu destino.

Hice una pausa y me aparté de ella. Mis facciones se retornaron duras y gélidas, como el mercenario que soy, y le confesé sin más:

—Soy un hombre que calcula cada movimiento. No cometo los mismos errores de Menomaru. Él intentó controlarte en un encierro opulento lleno de soledad, mientras yo te ofrezco libertad dentro de los límites de Esparta. Puedes decidir no estar a mi lado, pero no puedes abandonar estas tierras. Y algo más —hice una pausa, el peso de las palabras firme en mi voz—: sé que aún no has alcanzado la menarquia, pero deseo un heredero para el reino. Cuando nos unamos en matrimonio, toda posibilidad de escapar se evaporará. Como reina de Esparta, si alguna vez llegas a huir con mi hijo, tu acto se considerará traición al reino, y la traición se paga con la vida.

Rin me miró, seria y desafiante.

—¿De verdad serías capaz de asesinarme?

—Jamás te haría daño —le aseguré, dejándome ver vulnerable por un instante—. Pero Esparta sí lo haría. El amor no se interpone en el deber hacia Esparta. Y aunque lo que sentimos rompa paradigmas, yo también tengo mi juramento para mí pueblo. No puedo abandonar a Esparta por ti, y sin embargo, no quiero dejarte. Pero te protegeré, incluso de mí mismo cuando sea necesario. Si rompes las reglas sagradas, perderemos todo… y yo caeré contigo. Quiero que lo entiendas bien.

Rin permaneció en silencio, sus ojos fijos en los míos, como si esperara descubrir respuestas que yo no sabía cómo expresar.

—Esta noche te quedaras aquí, en tu dormitorio. Yo dormiré en el mío. Si al amanecer decides marcharte, no trataré de impedirlo. Podemos poner fin a esto sin resentimientos. Cuidaré de ti a la distancia, aunque te prohibiré acércate nuevamente a mí —admití y mis ojos se apartaron de los suyos, sin poder resistir la idea—. Incluso en la madrugada, los guardias que vigilan bajo la ventana tienen un momento de descanso. Tienes todas las oportunidades para escapar, aunque realmente no quisiera que lo hicieras...

Sin esperar su respuesta, me di la vuelta y salí.


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•RIN POV•


Recosté mi cabeza sobre la almohada, tapándome hasta la nariz. Me di media vuelta sobre el colchón y abracé con fuerza al peluche con forma de sapo entre mis brazos. Podía escapar pero no quería. Deseaba estar acá. Tenía un techo donde dormir, ahora una cama muy cómoda, me alimentaban todos los días, jugaba con las demás esclavas en el patio trasero del palacio, y no recibía maltratos de nadie, inclusive los soldados me respetaban mucho cuando se cruzaban en mi camino...

Pero ese es mi presente. ¿Cuál será mi futuro?

Aunque Sesshomaru me confesó abiertamente que me amaba, ya lo sabía. Él siempre lo demostraba con pequeños detalles que me hacían sentir especial. No me refiero a los regalos materiales, que aunque me gustaban, no eran suficientes para hacerme sentir querida. Cuando estábamos solos, Sesshomaru era un ser completamente diferente: más cálido, tranquilo y comprensivo. Había amor entre nosotros cuando nos besabamos.

Pensar en ser reina de Esparta me daba pánico. ¿Es suficiente el amor que siento por Sesshomaru para enfrentar todo lo que conlleva el trono? Desde la primera vez que lo vi, quedé hechizada por su figura y belleza. Pero al conocerlo más, me enamoré perdidamente, tanto que eso me asusta.

Observé con melancolía la ventana. Las sombras de las afueras se proyectaban en las paredes, dándole un aspecto tenebroso al dormitorio. Me generaron pánico esas oscuras figuras. Nunca les he temido viviendo en las profundidades del bosque pero ahora que me hallaba rodeada de personas, me atemorizaba volver a esa soledad.

Escuché el sonido de un rayo que de repente iluminó la habitación. Abracé con más fuerza el muñeco con forma de sapo que me había regalado Sesshomaru, muñeco que también me había acompañado durante los meses que he dormido en el harem. Comenzó a llover fuertemente y más atemorizada me sentí. Recuerdos fugaces de las muertes de mis hermanos pequeños regresaron a mi memoria, recuerdos que quería dejar en el completo olvido. Otra vez un rayo. Salté junto con mi muñeco fuera de la cama, envolví torpemente mi quitón sobre mi cuerpo desnudo y corrí hasta la cortina que me separaba de la habitación de Sesshomaru. Mis dedos titubearon pero finalmente moví la tela.

—¿Necesitas algo? —lo escuché preguntar con suavidad.

Me armé de valor y con pasos tímidos me acerqué hasta la cama. Él movió la cortina de tul. Lo divisé más claramente entre esa tenue iluminación, con el dorso desnudo, tapado hasta la cintura y hallándose sobre su falda un pergamino.

Otro trueno. Salté por inercia, por el miedo.

—¿Puedo dormir contigo...?

Sesshomaru parpadeó suavemente unos instantes. Luego se movió un poco hacia la orilla y movió un trecho de sabanas, descubriendo el colchón. Colocó su mano en ese lugar.

—Ven —simplemente ofreció.

Tímidamente me subí sobre el colchón, recostándome a su lado. Él acomodó mis almohadas y luego me tapó. Me recosté en posición fetal en dirección a él, abrazándome a mi muñeco y cerré los ojos.

Otro trueno.

Me acerqué más a Sesshomaru, hasta sentir su calor corporal.

—No tengas miedo —lo escuché susurrar aterciopelado.

—Principe Sesshomaru... —susurré con la voz quebrada al escuchar otro fuerte rayo.

Él paso su brazo por mi espalda arrastrándome hacia su desnudo pecho. Sentí su completa desnudez bajo las sábanas, pero no había ningún tipo de inclinación sexual en sus intenciones. Recostó su mejilla contra mi nuca.

—Te protegeré con mi vida...

Nuestras miradas se encontraron, y en un impulso, sus labios encontraron los míos, y un estridente rayó iluminó la habitación, presagiando todo futuro que nos esperaba. Pero no me importaba, siempre que estuviera a su lado.

—Te amo —susurré sin poder ocultar mi afecto.

Sesshomaru me sonrió con cariño con los ojos brillantes en felicidad.

Los latidos de mi corazón se dispararon y me sentí acalorada con su cercanía. Él siguió leyendo el pergamino. Después de un rato, yo también empecé a prestarle atención a ese papel desgastado, aunque mucho no entendia lo que decía ahí.

—¿Qué quiere decir esta palabra? —pregunté mirándolo y ahí fue cuando caí en cuenta que Sesshomaru se había dormido profundamente.

Se veía tan sereno y dulce, tan distinto a la imagen que los demás tenían de él. Pero yo lo conocía más allá de su oscuridad; podía percibir la luz que brillaba dentro de esa coraza de frialdad e indiferencia.


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YAPA


Inuyasha escribiendo una carta de amor secreta a Kagome:

"Tus ojos son como dos piedras mojadas, redondos y duros, pero brillantes.  Me gustan tus labios, parecen una hoja seca, con la raíz al medio. Tu pelo es largo y... Te peinas bonito. Me gusta tu carcaj, lleno de flechas y tu arco... se ve bonito. Yo también tengo una enorme espada. Puedo mostrartela si en algún momento nos vemos. Tu admirador, Inuyash... *rayando con tinta sobre el nombre* SECRETO *subrayandolo*.

Respuesta de Kagome:

"Hola príncipe troyano Inuyasha. La próxima vez intenta tapar bien tu nombre. ¿Quién quiere ver tu enorme espada? Eres un maldito pervertido. El que mucho presume poco tiene"

Inuyasha leyendo la carta y mirando a colmillo de acero sin entender que dijo mal.


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Notes:

Próximo capitulo Lemon de Kaede x Sesshomaru

Chapter 9: CAPITULO IXI

Notes:

Este es un capítulo entero dedicado solo a Sesshomaru y Rin, amándose (?)

Muchas gracias a CLOUDIE, Amitla, Moonlight 22, RYHT, Eve Light, y todos los que dejaron kudos y leyeron el capítulo anterior.
Ya publicado este capitulo, ahora sí me voy a poner al día con las respuestas en la sección de comentarios en AO3 :D muchas gracias por leer!

Chapter Text

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• SESSHOMARU POV •


Era ya entrada la tarde cuando ingresé a mi dormitorio. Me acerqué con tiento a la cortina que separaba nuestros dormitorios y aparte levemente la cortina. Su cabello estaba mojado, al parecer se había dado una ducha y estaba sentada contemplando muy pensativa su muñeco con forma de sapo.

Rin todavía estaba alargando su respuesta y no quiero admitir la inseguridad que eso me ocasionaba.

Me aparté de ese sitio. Sin ánimo de molestarla.

Tal vez también necesito un baño reparador luego de este día agotador.

Cuando salí de la tina, y ya habiendome vestido, Rin se hallaba en mi dormitorio , sentada frente a la mesa de ajedrez, desordenando todo el tablero.

Nos miramos fijamente.

—¿Tienes una respuesta? —pregunté.

Ella asintió.

—¿Cuál es? —insistí, intentando no mostrarme ansioso pero fallando miserablemente.

Rin miró mi rostro y luego mi boca. Sus mejillas se encendieron y después respondió:

—Tienes que prometerme algo.

Mi corazón se desbordó dentro de mi pecho. Eso era un buen augurio.

—¿Qué cosa?

—Fidelidad.

Parpadeé suavemente y repetí más para mi mismo que para ella:

—¿Fidelidad?

—Y respeto...

La contemplé unos segundos y luego me acerqué con paso seguro hasta ella. Y sin pensarlo me arrodillé agachandome a su altura. Sostuve sus frágiles manos.

Rin me contempló sorprendida.

—Rin —murmuré suavemente—, no hay lugar para nadie más. Ni en mis pensamientos, ni en mi vida. Te doy mi palabra como guerrero... y como hombre.

Ella bajó la mirada, como si aún dudara, no de mí, sino de su destino a mi lado. Apreté sus manos con suavidad, buscando su confianza.

—Príncipe Sesshomaru, yo… —Rin dudó, pero finalmente sostuvo mi mirada con firmeza—. No soy una guerrera como tú, y nunca lo seré. He visto la crueldad del mundo y sé que no es justo, pero deseo algo más para el que será nuestro reino y hogar. Quiero respeto, dignidad y justicia, incluso para los más humildes. No quiero que mis ojos presencien más violencia ni desprecio hacia los indefensos.

La tensión se instaló entre nosotros, mostrando la distancia entre nuestras realidades.

—Rin… —mi voz salió gélida—, Esparta no funciona así. Desde niños, somos entrenados en el agoge para ser fuertes, sobrevivir y no mostrar piedad. La compasión hacia los siervos sería interpretada como debilidad, y la debilidad podría motivar su rebelión. Tú eres la única a quien trato diferente, porque te consideran algo ajeno a este mundo de hombres: ellos solo te ven como mi amante, no una amenaza. ¿Entiendes?

Ella cerró los ojos por un instante, sus manos temblaron ligeramente, pero en su voz había una resolución que me sorprendió.

—Si vas a ser rey, entonces puedes cambiar Esparta —susurró con valentía, sin cambiar sus utópicos ideales—. La fuerza no solo está en el cuerpo, sino también en el corazón. Yo te daré la fuerza emocional que necesitas, príncipe Sesshomaru, porque todos tenemos miedos y sentimientos, aunque te niegues a admitirlo. Te seré leal y estaré a tu lado, para protegerte de quienes busquen dañarte… incluso si eso significa arriesgar mi vida.

Una punzada de emoción traspasó mi pecho al escuchar su devoción por mí, pero mantuve la compostura. Aun así, nuestras manos se unieron con un nuevo entendimiento.

—Prometo lo mismo —murmuré con firmeza, sellando nuestro pacto de protección y lealtad.

Nos miramos en silencio, y en sus ojos vi una mezcla de esperanza y miedo, de amor y entrega. Sabía que ambos estábamos cruzando un umbral del cual no habría regreso.

Me levanté del suelo, y me di media vuelta caminando a mi vestidor. Coloqué mi clamide sobre mi quitón y mis insignias reales. Pasé mis dedos por mis largos cabellos atandolos en una suave coleta, que cayeron despeinados sobre mi espalda y colocando un laurel de oro sobre ellos.

Miré a Rin alzando mi mano hacia ella:

—Vamos a dar un paseo por otros sitios del castillo donde no has estado.

Ella dió un saltó emocionada y sostuvo mi mano con firmeza.

Salimos de mi dormitorio. Los soldados hicieron una leve reverencia, pero no me persiguieron. Tenían la expresa orden de dejarme ser libre de movimientos.

Caminamos por los corredores, Rin mirando el lujo y la opulencia con curiosidad, mientras el sol de a poco se escondía entrando tenueamente a través de las columnas. Los siervos ya se encontraban encendiendo las velas para iluminar cada rincón, y cada vez que nos encontrabamos con alguno, inclinaban los ojos ante mi presencia. Yo los ignoraba pero Rin se tomaba unos respetuosos segundos para saludarlos inclinando su cabeza.

Respiré profundo, consciente de que aún quedaban muchos asuntos entre nosotros por resolver.

Mis pasos eran firmes y decididos, mientras que ella avanzaba con una ligereza que parecía transformar nuestro trayecto en una especie de danza.

Cruzamos hacia un patio interior donde el verde pulcro y las flores vibrantes creaban un contraste con las fuentes de agua y las figuras de algunos nobles que conversaban cerca. Ellos me miraron e inclinaron la cabeza en ademán de saludo, mientras Rin, fascinada por las flores, se acercaba para admirarlas más de cerca, arrancando delicadamente algunas.

—Rin, ven —la llamé y ella corrió devuelta detrás de mí.

Tomamos otro pasillo que conducía a diferentes salones, hasta que finalmente alcanzamos el patio principal. Descendimos las escaleras; yo, de un escalón a la vez, ella de dos en dos como jugando, tan alegre y dulce como era, y en frente nuestro, tal vez a unos cien metros, se alzaba un majestuoso templo de columnas blancas y rojas, con inmensas estatuas de colores adornando su fachada. En el techo se leía el lema “Libertad o muerte”. Un par de soldados custodiaban la entrada.

 

Les ordené con un simple gesto:

 

—Manténganse al otro lado del patio. Nadie debe entrar al templo hasta que yo haya terminado.

 

Los soldados asintieron con disciplina y se dirigieron al lugar indicado.

 

Rin subió las escaleras con esa dulzura vivaz que la caracterizaba, adelantándose. Al llegar a la entrada, se detuvo y me miró, como en busca de mi aprobación. Con un leve asentimiento, le di paso. Cruzamos juntos el umbral hacia el inmenso salón, donde se alzaba una estatua de mi padre, imponente y majestuosa, semejante al gran dios Zeus. La luz, suavemente dorada, bañaba el interior, realzando los lujosos ornamentos que adornaban cada rincón. Una alfombra roja se extendía en toda la longitud del camino, conduciéndonos hacia un magnífico trono que dominaba el salón.

 

Detuve mis pasos, observando cómo Rin continuaba su marcha hacia el trono. Al llegar, me miró y, sin solicitar permiso, se sentó con curiosidad, explorando los relieves en el respaldo sin notar la etiqueta formal que rompía: solo un Rey o un heredero podían sentarse en el trono real.

 

—Desde este trono, yo también puedo dar órdenes, su majestad —dijo, con una sonrisa traviesa. De pronto, su expresión se volvió solemne, y, con una voz imitando la firmeza de un soldado, declaró hacia el aire—. Tú, joven siervo, ¡tráeme un canasto de melones!

 

Acto seguido, rompió en risas por su propio juego imaginativo. Caminé hacia ella con calma, disfrutando de su inocente alegría.

 

Sin reparar en la solemnidad del lugar, Rin levantó los pies y los colgó sobre el respaldo, recostándose como si estuviera en su cama. Con una mirada traviesa y los ojos brillando de picardía, dejo caer el brazo de manera lánguida hacia el suelo, irradiando esa belleza y encanto eterno que solo ella poseía.

 

Parecía una diosa inmaculada y yo un maldito siervo, deseoso de instruirse más sobre aquel casto cuerpo, que en ocasiones me generaba accidentales erecciones durante las madrugadas.

Subí los últimos escalones y nos miramos directo a los ojos.

—Su majestad —susurró con picardía y un destello de desafío—, ¿quiere jugar conmigo un juego?

Las comisuras de los labios femeninos se elevaron traviesos y pude ver algo de perversión detrás de su límpida mirada.

—Depende —dije con tiento—, ¿cuál es el premio?

El pecho se le alzó en un suspiro y se movió quedando recostada de estómago sobre el asiento. Descansó su redonda mejilla contra su antebrazo y con voz aniñada susurró:

—Lo que pidas te lo daré.

Empujó levemente sus caderas hacia atrás, de un modo sugerente. No sé si lo hizo inconsciente o por provocación, pero mi entrepierna lo interpretó como lo segundo y mi imaginación se disparó lejos.

—No sé si sea una buena idea... —respondí, fingiendo indiferencia con una sonrisa de lado, aunque en el fondo solo quería descubrir hasta dónde llegaría Rin con su atrevido juego de seducción.

Ella me contempló de arriba a abajo un instante, y mordió ligeramente su apetecible labio inferior. Suspiró suavemente, se reacomodó en el sillón y se inclinó hacia el frente, sosteniendo mi mano, y  llevándola hacia sus inocentes labios, besando con delicadeza mi dorso. Mis dedos acariciar su ruborizado pómulo para luego sostener su quijada. Coloqué mi pulgar sobre su hinchado labio inferior y Rin abrió la boca, chupando mi dígito con suavidad mientras su timidos ojos buscaban mantenerse en mi mirada.

Al parecer, las prostitutas de mi maldito harem le habían hablado sobre algunas cuestiones vinculadas a las artes amatorias.

Ladeé mi cabeza apreciendo mejor esa hermosa boca, que era mi mayor debilidad. Recorrí con mi pulgar su labio inferior y luego el superior, imaginando otros usos de sus labios sobre mi cuerpo.

Rin pareció leer mis propios pensamientos cuando su mano tocó tímidamente mi quitón en dónde se hallaba mi abultada entrepierna, que dió un sobresalto al sentirla. Miré sereno su mano, su boca y luego sus ojos, y solté su rostro.

Ella se levantó con un grácil movimiento del trono, caminando un par de pasos más lejos de mi posición. Me miró con sus ojos llenos de deseo y yo me mantuve espectante, por lo siguiente que fuera a hacer.

Primero se quitó el cinturón, luego sus finos dedos retiraron las fibulas que sostenían su túnica, que cayó como agua sobre el suelo. Retiró la tela de sus pies y lo empujó hacia un lado del trono. Tan semejante me parecía su belleza juvenil a una diosa, y tan mortal me sentí frente a su desnudez.

Sonrió con picardía, aunque también pude ver algo de vergüenza en sus transparentes ojos.

—¿Me deseas? —me preguntó.

—Más de lo que crees —admití.

Inclinó su rostro hacia un lado, escondiendo sus manos detrás de su espalda. Susurró:

—¿Entonces jugaremos?

Sus labios se me antojaron con muchas ganas. No respondí pero ella interpretó mi silencio como una respuesta positiva.

—Si me atrapas puedes tomar mi virginidad —apostó y luego se dio vuelta, apartándose otro par de pasos de mí, y yo no pude apartar mis ojos de sus llamativas posaderas blancas—, y si no me atrapas tendrás que esperar un mes para volver a intentarlo, ¿de acuerdo? —preguntó finalmente mirándome por encima del hombro.

Recorrí con la mirada todo su dulce cuerpo hasta sus ojos.

—Has escogido el juego menos favorable para ti... —comenté, manteniendo una expresión neutral.

—¿Tú crees? —respondió irónica.

Sin nada más que agregar, me lancé hacia ella. Rin fue sorprendentemente más rápida y ágil que yo, y sus piernas de gacela la llevaron a esconderse detrás de una cortina roja. Desde ahí asomó sus traviesos ojos y de manera coqueta estiró una pierna.

De nuevo me lancé hacia ella, pero otra vez se escapó, escondiéndose detrás de una escultura.

—Oh, príncipe Sesshomaru, creo no es tan buen militar como suele presumir... —me dijo con los ojos llenos de diversión.

Sonreí de medio lado con malicia. Desaté mi clámide de mi hombro izquierdo, y ella se mantuvo como una niña obediente con sus atentos y curiosos ojos, notándose algo más cohibida cuando retiré mi túnica por completo de mi cuerpo.

—Rin —susurré dando un paso más cerca de ella—, no es buena idea que me provoques...

—No quise ofenderte... —confesó con cierta inseguridad, sin apartar sus ojos de mi desnuda entrepierna, y caminando hacia atrás.

—No temas... —susurré con voz ligera e imperturbable—, seré suave contigo...

Rin se dio media vuelta dispuesta a correr pero se pechó de lleno con una estatua de mis antepasados, que tambaleó hacia adelante, cayendo y rompiéndose en pedazos.

—Ups —musitó cubriendo sus labios detrás de sus finos dedos y mirándome con sus ojos de cordero.

La miré sin expresión aparente y con voz gélida le dije:

—Al parecer a alguien le va a doler su primera vez...

Rin abrió de par en par sus ojos e hizo un leve puchero. Me lancé otra vez en su captura y corrió detrás de otra estatua que lanzó contra el suelo por puro gusto, y se largo a reír con malicia, y continúo escapando de mis brazos con la agilidad de sus frescas extremidades, pero también era torpe, así que cuando corrió cerca del trono tropezó con su vestido descartado y yo aproveché para arrojarme encima de ella.

—¡No, príncipe Sesshomaru!, ¡no lo hagas! —exclamó risueña, riendo escandalosamente, cuando sintió mis fuertes manos sobre sus caderas y mi entrepierna contra sus posaderas.

No le respondí y besé su espalda con ansías hasta llegar a sus pequeñas posaderas, que me llamaban poderosamente la atención. Me arrodillé sobre su cuerpo. Sus inocentes ojos se abrieron sorprendidos y pude ver el arrepentimiento en su mirada cuando vio mi erección.

—No quise romper tus estatuas... —musitó con un leve tartamudeó en la última palabra—, se cayeron solas... —mintió sonriéndome con inocencia.

—Cuánto lo lamento Rin... —respondí con suavidad e ironía—, de algún modo tendré que cobrarme tu torpeza...

Cuando hice ademan de buscar su entrada y apuntar mi miembro hacia su interior, contuvo un suspiró e intentó arrastrarse lejos de mí. Reí maliciosamente por el placer que me generaba verla por primera vez dominada, en zona de peligro e intentando escapar de mis garras. Rin hizo un leve puchero, mirándome con reproche y cambié mi estrategia, colocando mi miembro entre sus suaves posaderas y moviendome con un vaiven suave. Ella dio un pequeño sobresaltó.

—Ah —la escuché exclamar con sorpresa.

Llevé mi dedo índice a mi boca y luego lo coloqué masajeando su placentero capullo rosado hasta bajar por su húmeda y virginal entrada, dejándolo resbalar dócilmente dentro. Los tiernos labios de Rin se entreabrieron y suspiró con suavidad. Era la primera vez que un intruso invadía su hermosa y prohibida intimidad. Me incliné sobre ella y besé su mejilla. Rin empujó sus caderas hacia atrás y ese movimiento agitó a mi miembro escondido entre sus colinas.

—He soñado en muchas ocasiones con esto... —admitió abriendo un poco más las piernas, y empujando otra vez contra mis caderas, buscando más de mis caricias.

Presioné mis labios contra la frágil piel de su cuello, sin dejar de tocar con mi mano dulcemente su intimidad. Por primera vez se veía tan indefensa ante mi contacto, a fin de cuentas, mi cuerpo era más grande y ella era tan diminuta comparada a mi tamaño.

Me aparté levantándome cuando vi que no podría aguantarme de tomarla en esa postura. Rin me miró y tendí mi mano para ayudarla a ergirse, ella colocó su palma sobre la mía y con un rápido ademan la levanté entre mis fuertes y musculosos brazos, para luego acomodarla suavemente en el trono real. Era una falta grandísima lo que iba a hacer con ella en este lugar tan sagrado para mi familia, pero a mí me daba igual pisotear este santuario.

Ella era mi mundo y estaba por encima de todo lo demás.

Me arrodillé frente a Rin y coloqué mis manos sobre sus piernas, abriéndolas por completo y apoyándolas sobre mis hombros, y besé sus muslos internos, y ella no se notó cohibida por mis caricias, como si ya no le importará el pudor.

—Su majestad —gimió—, ah, Sesshomaru...

Pasé mi lengua por toda su hermosa entrada hasta su capullo rosado donde me detuve unos momentos a jugar. Rin suspiró con ímpetu sosteniendo con fuerza los respaldos y sentí emanar su húmedad mientras gemía. Besé, lamí y luego adentré con cuidado mi dedo índice, y empujé y salí con delicadeza de su interior. Ella gimió mi nombre entre sollozos y sentí sus paredes contraerse entre mis dedos.

Mi miembro palpitaba, pero ignoré mi propio deseo.

Era ella, solo ella, quien importaba en este momento.

Nada más existía para mí.

Solo quería todo de ella.

Empujó su entrepierna contra mi ansiosa boca buscando más de mis afectos. No dejé de recibir el fruto de su deseo en mi lengua mientras chupaba y lamía su hermoso capullito carmesí. Recorrí con mi lengua con suavidad toda su entrepierna y luego besé otra vez con mesura sus dulces muslos, Continué con el vaiven de mis dedos y luego masajeé con mi pulgar su botoncito, mientras subía con mis labios por su vientre, su dulce ombligo, besando sus costillas, hasta sus pequeños pechos tan divinos que atrapé con mi boca con devoción. Continué acariciando su ardiente entrepierna y Rin no dejaba de sollozar y gemir mientras se tensaba por segunda o tercera vez. Subí con mis labios por su clavícula hasta su oído y besé levemente sus labios.

—Rin, ¿puedo...? —pregunté retirando suavemente mis dedos y sujetando mi dolorosamente hinchado miembro. Ella estaba extasiada con los ojos risueños, colocó sus dedos sobre mis mejillas y me besó suavemente, solo asintiendo—. Si te duele sólo alza tu mano hacia arriba y me detendré —susurré contra su oído como una promesa.

Rin sonrió dócilmente volviendo a besarme con tersura, entonces me aparté acomodándome mejor entre sus frágiles piernas, que extendí de par en par en los respaldos para que su hermosa entrada quedará a merced de vigoroso miembro.  Contemplé su dulce y brillante entrada carmesí tan diminuta y desigual al grosor y longitud de mi miembro, y sentí las mariposas bajar con emoción y adrenalina por mi vientre, pero no me adentré en su interior al ver la inseguridad detrás de sus ojos al contemplar nuestro futuro acoplamiento.

—Mírame —pedí—, mírame directo a los ojos...

Me miró.

—Te amo —confesé y me hundí dentro de ella en el acto, besándola y sosteniendo su mano alzada.

No le di tiempo a reaccionar, y estaba apretada, y yo me sentí como un intruso dentro del paraíso que resultaba ser como un infierno, tan receptivo, húmedo y caliente.

—Sesshomaru —susurró con la voz quebrada contra mis labios. Me hundí otra vez un poco más contra ella—, duele...

A veces, sólo en ocasiones, deseaba tener el poder de lastimarla sin miramientos y demostrarle que ella no tenía ningún poder sobre mí, pero estaría mintiendo si hiciera eso.

Entrelacé mis dedos con su mano suplicante y la besé suavemente, y coloqué mi otra mano sobre su botoncito rosado y comencé a acarciarla con suavidad, retirando con cuidado lo poco que había podido ingresar. Pasaron pocos segundos y Rin comenzó a ser más receptiva. Entrelazó sus piernas a mi cintura y luego sus brazos a mí espalda.

Continuamos besándonos con cuidado y sumisión, y finalmente la penetré con algo más de profundidad dentro de un leve vaivén.

—¿Sigue doliendo? —pregunté entre sus labios mientras mi cuerpo temblaba por todo el amor contenido que poco a poco pedia salir con urgencia por mis poros.

—Sesshomaru —susurró ronca mi nombre—, tú sólo continua sin miedo y con más fuerza...

Como siempre, ella siempre tenía la última palabra.

—Te detesto, siempre terminas sometiéndome...

Rio encantada y yo reí junto con ella, ya sin poder ocultar todo lo que me pasaba cuando estaba a su lado. Nos besamos con devoción y cariño. Rin empezó a corresponder poco a poco y de modo torpe mis embestidas. Ya habíamos pasado la frontera del dolor y decidí hundirme finalmente del todo en su interior. Rin gimió fuerte, y pude sentir el tope de su intimidad. Era como si hubiese sido creada a mi completa medida.

—Se siente tan bien... —admití perdiendo poco a poco los estribos y hundiéndome otra vez profundamente.

Rin gimió otra vez contra mis labios. Retiré un poco mi miembro.

—... después de lo mucho que he tenido que aguantarme...

Me hundí otra vez hasta lo más profundo. Rin suspiró mi nombre.

—... cuando venías a mí dormitorio en las noches...

La embestí con fuerza nuevamente. Cerró los ojos y vi unas diminutas lágrimas asomarse en sus ojos.

—... con esa maldita sonrisa...

Me miró con aquella pureza que tanto me gustaba y que era tan diferente a mi naturaleza.

Y comencé con mis embestidas descontroladas, temblorosas y agonicas, en una explosión súbita de amor y ella se sostuvo a mí con desesperación intentando seguir torpemente el ritmo pero fallando miserablemente.

Me sentí renacer con cada nuevo ingreso y deseé que esto fuera eterno junto a ella.

Su piel tan suave, sin ninguna imperfección contrarrestaba con mis cicatrices de mercenario. Qué hermosa me resultaba con su brillante desnudez, su temperatura, los cabellos alborotados y sus ojos llenos de gloria. La besé por completo, su rostro, cuello, clavícula y ella gemía ansiosa, buscando corresponder mis caricias y persiguiendo todo el contacto físico posible. Éramos completamente un solo ser.

Rin paró de golpe y gritó mi nombre con desesperación, y sentí sus paredes contraerse con más fuerza. No sé cómo hice para no disparar mi semilla en ese momento, pero reaccioné retirando rápido mi miembro y le besé los senos, y la di vuelta. Ella se veía risueña y me coloqué detrás penetrándola sin miramientos. Rin gritó y me miró con lágrimas de placer en los ojos.

—Oh, más fuerte —me pidió con su voz de niña inocente, y yo tan sólo hice real nuestros deseos, abrazándome a su cuerpo con afición, acariciando su dulce y ardiente entrada, sin dejar de moverme en su interior, percibiendo un mar de sensaciones que iban más allá de las físicas y besando su hombro y cuello y buscando locamente su adorable boca. No pude contenerme más y gemí junto con ella, sin importarme el tono.

Qué ganas le tenía a su cuerpo, a su alma, a su espíritu... Quiero todo de ella, ¡todo!

—Sesshomaru —gritó con un leve sollozo otra vez empujando sus caderas contra las mías con desesperación, sintiendo mi miembro aprisionado en su interior. Gemí con fuerza pero antes de acabar dentro de ella, retiré otra vez mi miembro y besé con inquietud su cuerpo.

¡Le quería hacer tantas cosas y en tantas formas diferentes posibles!

La hice recostarse en el suelo y Rin, como buena que era aprendiendo abrió sus piernas y recibió gustosa otra vez mi miembro en su corrompido interior. Quedamos mirándonos frente a frente, y se hacía notar con mucha más obviedad lo disímiles de nuestros cuerpos. Yo de complexión musculosa y militar, y ella pálida y con sus extremidades pequeñas, como la muerte misma.

Sus pequeños senos se movían al bamboleo de mi desenfreno junto con sus quebradizas extremidades y yo sólo quería más.

—Te gusta lo que ves, ¿no? —dijo ya suelta de palabras, con la voz rota entre gemidos, sollozos y suspiros—, te gusta... te gusta tener el control sobre mí...

Le sonreí con amor, y le respondí:

—Tan sólo quiero conocer más a fondo a mi futura reina...

Rin se largo a reír y alzó sus brazos hacia a mí y la abracé sin dejar de embestirla. Nos besamos con desenfreno. Sostuve con fuerza sus caderas, y después de unos instantes de inquebrantable placer, sentí que iba a culminar y supe que ella también. Nos miramos directo a los ojos y ella gimió con fuerza, y no me contuve con la intensidad de mis embestidas. Y me apresionó entre sus hermosas paredes y yo desparramé mi semilla en su interior gritando con desesperación su dulce nombre, sin poder parar los pequeños temblores de mi cuerpo. La vi reír complacida sin dejar de golpear sus caderas contra las mías, y yo continué empujando con las pocas fuerzas que me quedaban, sin querer detenerme, imaginando que echábamos raíces y que ella iba a darme un heredero digno para mi corona.

—Te amo mucho —confesó besando mi quijada y me sentí muy afortunado.

Besé sus agitados labios.

Mi cuerpo no dejaba de temblar por tanto amor contenido. Esto definitivamente no había sido suficiente pero necesitaba tomarme unos instantes. Era la primera vez que tenía sexo así,  gimiendo sin importarme el tono, besando con tanto deseo y devoción, diciendo impulsivamente palabras de cariño impropias de mi personalidad, pensando en todo momento en su placer como también en el mío, pensando en nuestro placer.

Y me aparté de ella, recostándome de espaldas, tomándome unos segundos para volver a ser yo.

La miré.

Ella no estaba mejor que yo, con los ojos cerrados, con su mano cerca de su pelvis, respirando todavía con dificultad pero sin dejar de sonreír.

De repente abrió sus ojos y me miró con adoración.

—Príncipe Sesshomaru —sus labios se ensancharon con picardía —, ¿eso fue todo?

—¿No te pareció suficiente? —pregunté irónico.

—¿Para ti fue suficiente?... —susurró y su voz se volvió más suave como si estuviera diciendo un secreto—, ¿es por la diferencia de edad?, ¿acaso no puedes seguirme el ritmo? Te costó demasiado atraparme...

—Tontita... —musité pegándole un rápido chasquido en la frente.

—¡Ay! —gritó tocando dramática su adolorida cabeza y luego se largo a reír—. Dilo otra vez...

Alcé mis cejas.

—¿Qué quieres que te diga otra vez?

—Que me amas.

Aparté mis ojos con incomodidad.

—Déjate de tonterías...

—Cuando me hacías el amor, lo dijiste en casi todos los idiomas...

Entrecerré mis ojos. Podía ser en ocasiones torpe pero de tonta no tenía nada.

—No lo diré.

—Príncipe Sesshomaru, solo una vez más —exclamó con reproche y un leve berrinche en su rostro.

—No.

Luego recostó su mejilla contra mi pecho, y con su dedo índice recorrió el contorno de una de mis cicatrices, generándome escalofríos.

—¿Sabes que descubrí?

—¿Qué?

—Que cuando estás dentro de mí ardes en deseo, no puedes controlarlo.

Mi corazón palpitó con fuerza. Pero intenté mantenerme íntegro.

—Todo tu temple de hombre malo y duro se derrumba cuando estás dentro de mí...

Finalmente me ví en la necesidad de decir algo.

—¿Usarías el sexo para manipularme? —pregunté irónico.

Rin apartó su rostro de mi pecho y me miró de cerca, con sus peligrosos labios casi pegados a los míos.

—Solo cuando lo crea necesario...

Y me beso y mis traicioneros labios le correspondieron, y mi traicionero miembro se hinchó levemente, y mi traicionera mente otra vez ... maldita sea, otra vez pensó solo en ella.

Rin se apartó y me miró con ojos risueños y exigió:

—Dilo.

—¿Qué cosa?

—Di esto: Yo, Sesshomaru, príncipe de Esparta, prometo proteger, respetar, serle fiel y amar por la eternidad a la princesa Rin.

Sonreí y susurrando, casi como si fuera un secreto, le dije:

—Lo que se ve no es necesario decirlo en voz alta —susurré.

Ella rió encantada y me besó de lleno, envolviendo sus brazos por encima de mis hombros.

Y otra vez me puse entre sus piernas, y me deslice en su interior, suave y cuidadoso, sin el desborde pasional de nuestra copula anterior. La besé una y tantas veces, me mecí lento en su cálido paraíso prohibido, entrelace mis dedos a los suyos. A través de mis momentos de inconsciencia extasiada, le confesé entre susurros mi amor y ella rió suavemente triunfadora por cada ocasión en la que yo caía inconsciente sobre sus alcochonados labios.

Y en un instante de la noche, todo se volvió claro, como si el sol iluminara mi mente: ella era mi mayor pecado, la libertad que tanto deseaba y, sin embargo, también el abismo en el que estaba destinado a caer...

 

 

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Chapter 10: CAPÍTULO X

Notes:

Muchas gracias a todos los que leyeron el capítulo anterior, y a Cloudie Days, Salt Mango, Ana G, Amitla, Moonlight 22 y RYHT :D

Chapter Text

 

UN MES DESPUÉS
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•RIN POV•


No sé qué hora es pero sí sé dónde estoy, aunque todavía no quiero despertar y comenzar con la cotidianeidad de mi nueva vida actual. Después de todo, era un deleite la pereza que me otorgaba el dormir entre sus fuertes brazos y el roce de su desnuda piel contra la mía.

Hoy no había sido diferente a días anteriores.

Como príncipe, su inicial tarea del día era conmigo, y yo como futura reina mi inicial tarea del día era ir a la escuela de señoritas espartanas.

Según Sesshomaru, claro está.

Él se despertó primero, junto con sus ansias carnales de siempre. Sentí sus labios besar mi mejilla y el suave tacto de sus manos sobre mis piernas y luego su boca sobre mi cuello, aunque mi mente se hallaba todavía en el punto intermedio entre la fantasía y la realidad.

Se escabulló debajo de la sábana, rozando sus labios con delicadeza entre mis senos y mi vientre, como se había retornado en un ritual. Reí con suavidad percibiendo un tumulto de mariposas ascender por mi cuerpo, y él bajó con su mano hasta mi entrepierna, acariciando la humedad que allí se alojaba. Suspiré con fuerza, adentrándome en aquel abismo de goce y deseo.

Se acomodó entre mis muslos y luego empujó dentro el inicio de su miembro. Gemí. Todavía me costaba adaptarme a su tamaño. Lo sentí acariciar aquellos puntos que me gustaban a medida que empujaba un poco más.

Susurró mi nombre contra mi oído y abrí suavemente mis parpados.

—Es hora de despertar... —indicó con voz persuasiva y ojos tentadores, ese hombre tan hermoso que se asemejaba a un Dios pagano.

—Todavía tengo sueño... —respondí entre sus labios y entrelazando una de sus manos con la mía—, pero tú continúa... —y volví a cerrar mis ojos.

Sus manos comenzaron a moverse traviesas sobre mi cuerpo, generándome cosquillas. Estallé en risas, pidiéndole que parara, y con cada nueva carcajada dentro de mis movimientos torpes para detónerlo, más lo sentía encarcelado en mi interior. Él suspiraba hasta que se detuvo de golpe, sosteniendo mis brazos contra mi pecho y comenzó a penetrarme con un vaivén lento y delicioso, que chocaba de lleno con mi entrepierna.

Se lo agradecí.

Me miraba directo a los ojos y yo renacía con cada nueva sensación, intentando seguir su ritmo, hasta que curve mi espalda, alzando mi pecho y suspiré su nombre con anhelo.

Beso mi cuello y finalmente lo sentí penetrarme por completo hasta lo más profundo. Reí, envolviendo mis brazos en su cuerpo, lo besé con tersura y cariño, abrazándolo de lleno y lo fui empujando hacia el costado hasta recostarlo de espaldas en el colchón.

Sin más me coloqué a horcajadas, él apuntó de nuevo su miembro hacia mi diminuta entrada y fui sentándome con suavidad, sintiendo como se abría paso. Luego de unos primeros instantes torpes y de algunas risas cómplices, comencé a brincar con suavidad, como me había enseñado la noche anterior, aprendiendo a moverme y buscando mi propio placer.

Explorar y descubrir mi propia sexualidad era una de las cosas que más me gustaban de todo esto que era nuevo para mí.

Y siendo sincera yo amaba está posición y ver de lleno su rostro, sin que se escapara de mis contemplaciones sus gestos de placer en sus delicadas facciones. Puse mis manos en su fuerte y cincelado abdomen para brincar con más ímpetu.

Me gustaba esa sensación de plenitud, percibir de llenó el grosor y la longitud de su virilidad en mi interior, además de que en esta posición me era más fácil controlar hasta qué punto quería llegar. Mi príncipe disfrutaba bastante, contemplando con morbo mis senos, la unión de nuestras piernas, el cómo desaparecía mágicamente su miembro dentro de mí, llenándome por completo, y vigoroso volvía a renacer brillante.

Detuve mi cabalgata con él dentro por completo en mi interior y me incliné sobre su oído. Con picardía y dejándome llevar por la curiosidad del momento, le confesé un deseo indiscreto.

Al escucharme, Sesshomaru me miró con intensidad y anhelo. Luego me abrazó contra su pecho y sin darme tiempo a reaccionar, comenzó a penetrarme con más violencia. Lágrimas se asomaron en mis ojos y los gemidos se ahogaron dentro de mi garganta.

—Princesita perversa... —susurró con  voz persuasiva y profunda contra mi oído mientras yo solo buscaba sostenerme a algún abismo de realidad y coherencia—, te gusta provocarme...

Asentí sonriendo complacida sin dejar de gemir y sollozar.

—¿Y dónde te gustaría...? —preguntó entetenido, siguiéndole el juego a mi recién confesada fantasía.

—En mi boca... —confesé, sabiendo de su debilidad por mis labios.

Me besó con intenso apego y siguió encarcelandome en sus fuertes brazos sin dejar de penetrarme con desenfreno.

De repente su miembro se escapó sin querer de mi interior. Sesshomaru echó su cabeza hacia atrás, respirando con cierto alivio y aflojó su agarré de mi cuerpo.

Intenté controlar el ritmo agitado de mi respiración, pero estaba muy encendida todavía. Aparté sus manos y volví a tener el control sobre él, nuevamente colocando su miembro en mi interior y continué brincando con ímpetu y entusiasmo. Sesshomaru gimió con fuerza, buscando desesperadamente atrapar mis pechos entre sus labios. Lo escuché susurrar mi nombre y confesar su amor eterno y deseo por mí.

Me reí con alegría y lo abracé besándolo con devoción, y el correspondió mi afecto y entre nuestras risas sentí que me perdía dentro de otra órbita de éxtasis, mientras a Sesshomaru también le ocurría lo mismo, apurando sus embestidas. No sé si fue un orgasmo largo o muchos conectados entre sí, pero el mundo se me hizo incomprensible. Lloraba, reía, no me dejaba de mover a su ritmo y gritaba sin importarme el tono.

Fue un momento mágico para ambos, y cuando la realidad intentaba alcanzarnos, nuestros labios seguían encontrándose en besos suaves y efímeros.

Eran estos instantes en los que él se entregaba plenamente a mí, con confianza, amor, pasión y una vulnerabilidad tan humana...

Amarlo en cuerpo y alma se había convertido en un lenguaje secreto, solo nuestro.

Nos bañamos juntos. No hubo sexo entre nosotros, aunque él besó mi cuerpo con sumo cuidado y cariño, y me permitió tallar sus abdominales, brazos y piernas tan perfectos. Luego conversamos brevemente sobre mis primeros días con las otras mujeres de alta alcurnia. Evité entrar en detalles para no preocuparlo; así que tal vez omití algunos aspectos y suavicé otros.

Regresamos al dormitorio, y los primeros colores del amanecer comenzaban a filtrarse por la ventana. Me dejé caer sobre la cama, y Sesshomaru mencionó que debería prepararme para mis clases de atletismo. Protesté desde el colchón, mostrándole las marcas que me había dejado con su apasionado "cariño" como pretexto para faltar. Con un suspiro algo complaciente, me dejó descansar un poco más.

Puse cara de disgusto al ver que se olvidó de besarme al salir de la habitación y, un segundo después, me quedé dormida.

Soñé algo extraño. Sentía brotar sangre dentro de mí, un dolor intenso…

... hasta que un pellizco en mi trasero me despertó de golpe.

—Rin, ya salió por completo el sol.

—Me duele —musité con desgano, con mis mejillas encendidas y abrazándome a un almohadón.

Se sentó a mi lado con expresión preocupada.

—¿Qué te duele?

—La pelvis...

—¿Te lastime?

Me acerqué a él como una oruga, abrazandome a su torso.

—Quedate a dormir conmigo y cuídame —pedí con la boca berrinchuda.

Me miró serio y luego miró las sábanas.

—Hay sangre.

Me aparté asustada y miré el colchón. Sangre roja. Abrí mis piernas y torpemente miré mi entrepierna con desesperación, analizando mis labios internos.

No era yo.

Lo miré a él.

—¿Acaso estás sangrando? —pregunté con ingenuidad y con preocupación.

Sesshomaru entrecerró los ojos.

—¿Fuimos muy rápido? —insistí con los nervios a flor de piel.

Contempló pensativo la mancha sobre las sábanas.

—¿Segura de que no estás sangrando?

Me miró de una manera que no supe como interpretar, porque cuando él ponía su rostro inexpresivo no sabía si estaba enojado, ofendido, feliz...

Parpadeé suavemente.

—Para ser sincera, me duele un poco la pelvis pero no hay sangre...

Me contempló algunos segundos más.

—¿Estás menstruando? —preguntó con suavidad.

La pregunta me tomó por sorpresa.

—Nunca tuve mi periodo...

Otra vez me contempló por otros largos segundos.

—Está bien —se levantó sosteniendo mi ropa de la silla—. Bebe algunas yerbas para calmar el dolor y ve a tus clases de atletismo que ya es tarde —y me tiró la túnica y clamide.

No esperaba menos de un hombre espartano. Refunfuñé por lo bajo abrazando con fuerza la almohada.

Sesshomaru me frunció el ceño y se dió media vuelta dispuesto a irse, otra vez sin mi beso.

—¡Su majestad! —lo llamé. Él me miró.

Me paré sobre el colchón y estiré mis brazos a él poniendo mis labios tristes, y ladeando mi cabeza.

Sus facciones duras se retornaron suaves y se acercó hasta mí. Me envolvió en sus fuertes brazos y le besé los labios con picardía y afecto.

—Rin... —susurró sobre mis labios —, esto no es negociable...

—Lo sé...

Se apartó de mi rostro unos centímetros y sus ojos se retornaron fríos y calculadores.

—¿Te están molestando de alguna forma...?

Negué rápidamente, evitando su escrutinio. Él sostuvo mi mirada, como si buscara algún indicio de mentira, haciéndome sentir algo inquieta.

Para desviar la tensión, volví a besarlo.

—De acuerdo… —murmuró, y después de un último beso, se marchó.


Supuestamente, soy hija de nobles asesinados por troyanos en Ítaca. Así es como terminé en Troya, cautiva durante un año hasta que el príncipe espartano Sesshomaru me rescató.

Bien.

Ni siquiera sé dónde está Ítaca; nunca he visto una isla y soy hija de una pobre, pero honrada, prostituta.

Qué ofendida me sentí al descubrir que Sesshomaru había inventado esta historia sobre mi vida para hacerla encajar con la suya. No me avergüenzo de mis orígenes humildes, aunque entiendo que para un príncipe de Esparta, con su linaje de guerreros, es complicado aceptar que mi padre fue un cliente de mi madre.

Por eso Sesshomaru mintió descaradamente; tenía que justificar cómo una esclava se había convertido en su "protegida". Y sinceramente, no entiendo por qué usa ese término y no "comprometida".

Ahora que soy de noble estirpe, asisto cada día a la “escuela” para jóvenes de alta alcurnia. Allí aprendo arpa, tareas domésticas, administración, deportes, baile y gimnasia, el orgullo de Esparta.

En privado, Sesshomaru me enseña filosofía, prohibida a las mujeres, justificando que debo saber más que ser solo “una madre espartana bonita y servicial”, frase que siempre lanza con ironía.

Harta de escucharlo, un día le respondí:

—Si la lectura fuera para todos, hombres y mujeres, no me preocuparía solo por ser bonita y servicial.

Desde entonces, mi “castigo” es leer los pergaminos de Trasímaco. Aunque me resulta tedioso, me consuela que Sesshomaru disolvió su harén, liberando a las esclavas a quienes yo había enseñado a leer. Se fueron a otros lugares, guardando secreto sobre él, pero al menos ahora Sesshomaru es solo mío.

No obstante, no he hecho nuevas amigas; todas me evitan, especialmente Yura, la favorita para ser consorte de Sesshomaru y, por lo tanto, al parecer mi enemiga natural.

Cinco veces por semana entreno al aire libre. Esparta es obsesiva con el desarrollo físico, y yo doy lo mejor para fortalecerme. Quizás no soy buena en matemáticas, pero soy muy competitiva en una carrera.

En este momento, en clase, la observo desde la sombra de un árbol mientras Yura hace sentadillas, bajo mi atenta mirada.

Ella tiene un cuerpo atlético, femenino y bien formado, al que yo aspiró.

Fruncí el ceño y mastiqué con fuerza un pedazo de pan.

A lo lejos, vi a Kagome, la joven sacerdotisa y protectora de las fronteras, apurada por los pasillos con una pila de pergaminos. No había mujer más ilustrada en Esparta. Parpadeé rápido, preguntándome si debería preguntarle qué había visto en la mano del príncipe.

—¡Rin, acércate! —llamó nuestra maestra de deportes.

Limpié los restos de melón de mis dedos y me acerqué, mientras ella me sonreía.

—Yura y tú tendrán una carrera.

Asentí sin cuestionar, escuchando susurros a mi alrededor. Tomé posición en la línea de salida junto a Yura, sintiendo mi corazón latir fuerte y un leve hormigueo en el vientre. Ella me intimidaba… ¿quizá porque parecía tan atlética y perfecta?

La maestra inició la cuenta regresiva. Al llegar a cinco, corrimos. Yura tomó la delantera, su físico y entrenamiento eran superiores, pero no me dejé vencer. Apreté el paso y logré alcanzarla, pero entonces ella me pateó el tobillo. El dolor me hizo caer, y escuché las risas de las demás mientras veía a Yura cruzar la meta.

Las chicas la felicitaron mientras yo permanecía en el suelo, derrotada. Yura se acercó a mí.

—Que indignante que la puta personal del príncipe no pueda correr cien metros...—susurró con desprecio.

Fruncí el ceño con fuerza.

—Yura no seas tan cruel —comentó irónicamente nuestra maestra de deportes.

Respiré hondo y me levanté con el tobillo adolorido, limpiando los restos de tierra de mis rodillas. Siempre tuve un problema, y es que nunca puedo mantenerme callada y a veces hablo sin pensar en las consecuencias, así que con entereza y altivez le respondí:

—Al menos el príncipe Sesshomaru se fija en mí.

Las chicas abrieron en par los ojos, nuestra maestra rió levemente y Yura me miró furiosa. Con actitud prepotente se acercó hasta mí y gritó:

—¡No sé que ve el príncipe en ti! No eres inteligente, no eres fuerte y apenas eres bonita. ¡Mírate! No tienes curvas, pareces una calavera de carnaval.

Mis pulmones se llenaron de aire ante la rabia y mis ojos se dirigieron a su escote.

—El príncipe vio en mi todo lo que no vio en ti.

Escuché un resoplido de las demás chicas como si mi osadía fuera a costarme caro.

Yura crispó los dientes.

—Seguro debe ser muy complaciente en la cama... —comentó una chica como si nada.

—No digas eso —susurró otra chica con decoro.

—Pero todo lo que dijo Yura es verdad, ¿tú entonces por qué crees que el príncipe se fija en Rin? —cuestionó otra.

Las miré con altanería, a fin de cuentas hablaban como si yo no estuviera ahí enfrente de ellas escuchándolas. Sesshomaru podía mentir sobre mis orígenes pero no podía ocultar la verdad de que estuve viviendo alrededor de un año y algunos meses en su harem. Por algo estas idiotas tenían estas suposiciones tan erradas sobre mi persona.

Yura les respondió:

—¡Eso no quiere decir nada! Rin es solo la puta de turno.

—El príncipe me ama —contesté sin entrar en detalles.

—¡Él solo se ama a si mismo!

—¡Y también me ama a mí! —exclamé con las manos cerradas en fuertes puños.

—¡Antes de que tú llegarás yo era la principal amante del príncipe Sesshomaru!, ¿o acaso crees que no tiene sexo con otras mujeres solo por qué hace años no visita su harem? —exclamó y me sentí incómoda e insegura—. No le gusta las putas como ustedes. Tiene un gusto más refinado —dijo señalándose a si misma y a sus compañeras —, en Espartanas de alta alcurnia, fuertes y con buena contextura muscular —y luego se burló de mis flacos brazos—. Ahora eres tú su amante, pero cuando aparezca otra vete olvidando de tus privilegios. Volverás a ser la puta de un burdel de baja casta, con hijos desparramados por doquier y con todo tipo de enfermedades venéreas, ¡das asco!

La empujé con fuerza y cayó de bruces en el suelo.

Me miró con rabia.

Agaché la mirada, dispuesta a irme pero no me lo permitió al empujarme. Caí de espaldas contra el suelo y sentí un duro golpe contra mi cabeza, como si mi nuca hubiese impactado sobre una piedra. Me sentí mareada y tosí con fuerza. En el acto pateó mi estomago. Me puse en posición fetal intentando aguantar el dolor y sollocé. Dentro de la nebulosa de mi visión vi venir otra patada, y así fue como Yura comenzó a patearme con desmedido rencor en mi vientre. Intenté cubrirme con mis brazos pero no sé porque mi cuerpo no reaccionaba; sentía sus golpes pero no el dolor, como si hubiese entrado en un estado de conmoción total.

—¡Por favor, no más!, ¡no me pegues más —finalmente pude decir, con la voz temblorosa y ronca cuando Yura se agachó con ánimo de hacerme más daño.

Yo tan sólo lloraba, y entre las lágrimas podía ver a las demás chicas, que no hacían nada para detenerla, ni siquiera nuestra maestra de deportes, que era nuestra cuidadora. Apreté con fuerza los ojos y en mi mente resonaron las palabras de Sesshomaru... "bonita" y "servicial"...

¿Por qué?

¿Por qué me odiaban tanto?...

Sólo soy una simple esclava, hija de una mujer humilde...

Yura agarró una piedra punzante del suelo y la alzó a centímetros de mi rostro. Contuve la respiración y sentí mis extremidades frías, como si la muerte estuviera cerca. Bajó la luz del sol la punta relucía con aires letales y los ojos rasgados de Yura se veían despiadados.

—¡Desfigúrala! —comenzaron a gritar con vitoro las demás chicas.

¿Dónde se hallaba mi voz?, ¿por qué me costaba tanto defenderme?

Yura me miró con odio.

—Ninguna de nosotras vamos a permitir que la desgracia caiga sobre nuestro imperio por tu culpa —susurró.

¿De verdad me consideraban un peligro para Esparta?

¿Yo?

¿Un peligro...?

Levanté mis manos de golpe y las cerré sobre el cuello de Yura. Su mano se aflojó tirando la piedra. Mi cuerpo reaccionó, y no sé de donde saqué fuerzas pero la lancé a mi lado, aprisionándola con mi cuerpo.

Bonita y servicial...

Resonó otra vez esas palabras en mi cabeza mientras veía el rostro palidecido de Yura cuando más presionaba mis dedos en ese asqueroso cuello.

¡Quiero verla muerta!

Apreté con más fuerza y sentí las uñas de Sara clavarse sobre mis muñecas, como buscando soltarse. Al segundo siguiente los brazos de la maestra de deportes intentaron separarnos. Fue tanto el escándalo que se armó que finalmente mis custodios entraron al patio.

—¡Hay que llamar al príncipe Sesshomaru! —exclamó con pavor uno de los soldados sin atreverse a tocarme.

—¡Rin se lanzó contra Yura e intentó lastimarla! —agregó cobardemente mi maestra de deportes para salvar su pellejo.

En ese mismo instante volví a ser yo.

Y solté a mi victima...

Yura tosió con fuerza, empujándome de su cuerpo.

—Yo no soy como tú —le dije con la voz temblorosa, sin dejar de llorar. Me levanté torpemente y fue en ese momento en el que finalmente sentí el punzante dolor de todos los golpes que me había dado—, ¡no soy como ninguna de ustedes! —y apoyé mi mano sobre mi adolorido vientre—, ¡jamás seré como ustedes! —reiteré y me sentí avergonzada y asustada por mi forma de actuar—, ¡ven en mí una enemiga! Pero tengo los mismos derechos que ustedes en este mundo dominado por hombres y guerras. Nacemos solo para satisfacer sus deseos y darles descendencia, nada más —. Hice una pausa, sintiéndome más débil—. Pero yo he encontrado el verdadero amor. Ustedes no comprenden lo que significa amar y ser amado. No permitiré que nadie me arrebate lo que me merezco en esta vida.

—¡Rin! —oí la voz profunda de Sesshomaru.

Lo miré, y sin más palabras, me desmayé, sucumbiendo al dolor que me abrumaba...


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SESSHOMARU POV


Caminé con apuro por los pasillos hasta llegar al gran salón. Allí se hallaba Yura, sentada sobre uno de los sillones y con los brazos cruzados contra su pecho. Zero estaba parada a su lado mirándome acusadoramente. Cerré la puerta y me dirigí directo a ella.

La contemplé un instante. Se veía enojada y poco proclive a hablar conmigo. Pude ver los moretones en el cuello de su hija. Fruncí el ceño. Intuí lo que había pasado.

—¿Qué sucede su majestad? —musitó finalmente Zero, con cierto timbre irónico—, ¿acaso planeas castigar a mi hija por pelear con tu prostituta de turno?

Yo sabía que Zero no me temía. Es más, era de las pocas personas dentro de este reino que tenía las agallas para enfrentarme.

Nos miramos directo a los ojos. Ella desafiante, creyendo que por ser la media hermana de mi padre tenía el derecho de hacer todo lo que quisiera. Pero mi padre no estaba...

La sostuve detrás de la nuca, sin importarme tirar de sus cabellos. Su hija dió un leve grito asustada, pero no sé atrevió a moverse de su lugar. La entereza de Zero se derrumbó y contuvo el aire dentro de sus pulmones, y caminé con ella hasta una de las mesas.

Mis soldados se mantuvieron estoicos en las esquinas de la habitación, sin atreverse a hacer nada. Señalé a un par de ellos. Se acercaron con paso firme.

—¿Qué haces Sesshomaru? —preguntó Zero con rabia contenida, cuando le indiqué a uno de los soldados que le sostuviera uno de los brazos, colocando su mano sobre la mesa.

Tiré de sus cabellos con fuerza hacia atrás.

—Cállate —y sostuve uno de los cuchillos.

Zero buscó apartarse, pero el otro soldado acató mi orden de sostenerla con fuerza desde la espalda.

Entonces aparte mi mano de su nuca.

—Ven aquí, Yura —le dije con voz serena. Ella se levantó bruscamente del sillón, con la intención de escapar hacia la salida, pero mis soldados la retuvieron, llevándola de nuevo a mi lado.

Una vez frente a mí, le ofrecí una sonrisa que no tenía nada de genuina.

—Te pido que observes detenidamente, ¿puedes hacer eso por mí? —indiqué con tono suave sosteniendo su quijada.

Ella intentó liberarse de sus captores, pero cayó al suelo, sollozando desconsoladamente.

—Qué criatura tan lamentable —susurré con falsa decepción.

—Sesshomaru.... —dijo Zero amenazante—, no te atrevas a hacerme daño...

La miré un segundo sin expresión alguna y al siguiente empujé con violencia su rostro contra la mesa.

Ella escupió sangre y me miró con odio.

—¿Cómo te atreves a golpear a una mujer?

—¿Cómo te atreves a tocar a un niño? —le rebatí mirando mi reflejo en el cuchillo.

El silencio fue incómodo y sepulcral.

De repente nos miramos.

El terror se asomó en sus ojos.

—No había nadie para enseñarte Sesshomaru, solo hice lo que creí correcto—susurró con un hilo de voz.

Sostuve su mano.

—Haz que no hable —le pedí a un soldado, que acató inmediatamente mi orden, cubriendo su boca con una tela. Luego miré a Yura—. Veo que te gusta impartir "justicia" —intentó apartar sus ojos de mí pero el soldado sostuvo fuertemente su rostro—. Voy a enseñarte como los militares aprendemos desde niños a impartir justicia en tiempos de guerra.

Y coloque el cuchillo sobre el dedo pulgar de Zero, que intentó gritar con horror, pero el soldado se lo impidió.

—Esto va por mí —susurré y le corté el pulgar —, esto es por Rin —y le corté el dedo indice —esto es por mis futuros herederos —y continué rebanando dedos —, esto es por las dudas...— y desprendí su dedo anular, y quedó solo el meñique —, oh, que lástima, solo queda uno —miré a Yura que me contemplaba con pavor.

—¿Quieres intentarlo? —pregunté cediendole el cuchillo.

Ella negó velozmente con la cabeza.

—Tienes razón. Tú fuiste quien golpeó a Rin —entonces sostuve su mano, apoyándola sobre la mesa y coloque mi cuchillo encima de su muñeca.

—¡No, por favor, no! —gritó desesperada.

—¿Con qué mano le pegaste? —pregunté con indiferencia—. No quiero cortar la mano equivocada...

—Señor, perdón que interrumpa, pero me contaron que fue con ambos pies y puños.

Miré al valiente soldado que me había interrumpido. Su cara se asemejaba a la de un sapo.

Volví a mirar a Yura.

—Así que fueron ambas manos y pies... Creo que necesitaré algo más grande y filoso.

—No, ¡lo juro! No lo volveré a hacer, ¡lo juro!, ¡lo juro con mi honor!

—¿Lo juras? —le pregunté.

Ella asintió desesperada.

Le solté la mano, mirando impasible su rostro.

Yura me contempló aterrorizada pero aliviada de mantener sus extremidades a salvo. Ladeé mi cabeza hacia un lado, mirando su mejilla y de un rápido movimiento le hice un enorme tajo. Yura gritó aterrorizada y adolorida.

—Eso quedará en tu rostro como una advertencia de que si vuelves a mirar, hablar o tocar a Rin te cortaré la cabeza.

Dejé el cuchillo sobre la mesa y miré a mis soldados.

—Corten su cabello.

Ellos simplemente asintieron y ella gritó desesperada siendo arrastrada a un rincón de la habitación.

Agarré un pergamino y algunas plumas, y mientras me sentaba frente a la mesa donde estaba Zero.

—Escribiremos una carta a mi padre... —dije mojando la pluma en la sangre de Zero y comenzando a escribir—, sobre como desacaste mis órdenes por cuestiones pasionales de mujeres... —enfaticé y luego fruncí el ceño golpeando mi puño sobre la mesa, cansado del griterío de Yura—. Pueden ser menos ruidosos —mis soldados temblaron asustados y taparon la boca de Yura con una tela—. Saquenla de aquí —exigí irritado con su presencia—, y luego de cortarle el pelo la azotan veinte veces.

—¡Sí, su majestad!

Hicieron una reverencia y arrastraron a Yura afuera de la habitación. Luego miré a Zero, su rostro sudado y enrojecido por el dolor.

—Presta atención a lo que te dire, estúpida —dije con voz firme, dejando al descubierto mi malhumor—, lo que yo haga en mi cama y con quien lo haga es asunto mío. ¿Acaso no entiendes que soy hombre y tú eres una simple mujer? Mi responsabilidad es dirigir y gobernar este imperio, cuidar nuestras fronteras y conquistar nuevos territorios para asegurar nuestro futuro, impartir justicia y dar mejor acceso a la educación para los ciudadanos de bien. El tuyo, simplemente es cojer con hombres, dar a luz bebes fuertes y administrar tu hogar. Está prohibido que las mujeres opinen y se metan en asuntos y decisiones de hombres. ¿Y tú y tu hija que acaban de hacer? Tocaste a mi amante, regla de oro. Las reglas de los reyes, por más absurdas que parezcan, son puebas de lealtad. Y no estás siendo leal, estás siendo irrespetuosa. No mezcles asuntos personales y pasionales con Esparta. ¿Está claro?

La miré profundo y golpeé la mesa con fuerza, haciéndola saltar por el susto.

—Pregunte si entendiste.

Sus ojos brillaban con terror pero asintió con un leve movimiento de su cabeza.

—La mujer que tu hija golpeó, es mí protegida.Nadie le puede faltar el respeto y mucho menos tocarla. Lo vuelves a hacer y te mato —advertí y luego miré su mano mutilada—. Ahora intentaremos escribir con tu dedo meñique...


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MENOMARU POV


Paré mis pasos frente a la puerta del gran salón pero algo hizo que me quedara del otro lado.

—Kirinmaru, ¿a qué se debe tu visita a mis territorios?

Abrí mis ojos sorprendido. Así que el rey de Esparta estaba en Troya. Me arrinconé hacia un lado oscuro, donde pudiera escucharlos hablar sin que ellos me vieran.

—Estoy haciendo un tour por todos estos lugares. Ya sabes Toga, he expandido mi imperio y tengo que llevar un poco de orden...

—¿Y qué estás buscando en Troya? —preguntó desconfiado mi padre.

Kirinmaru rió levemente.

—Sólo vine a visitarte, querido medio hermano.

Fruncí el ceño.

—¿Solamente eso? Nuestro tratado de comercialización con tus nuevos territorios está funcionando bien.

—Sí, lo sé. He podido verlo con mis propios ojos.

—Entonces dime tus reales intensiones Kirinmaru, porque sólo vienes a visitarme cuando hay problemas.

—¿Sólo eso? Al menos no robo esposas e hijos ajenos, y luego la devuelvo embarazada...

—Que rencoroso. Yo ya lo superé.

Afiné mi oído, sin entender a que se referían.

—Está bien. Iré directo al grano. Quiero pedir la mano de la princesa Sara para que se case con mi hijo Sesshomaru.

Presté mucha más atención.

—¿Tu hijo? —y mi padre Toga rio suavemente—. El príncipe Sesshomaru ya ha rechazado a mi sobrina Sara, ¿qué te hace pensar que ahora cambiará de opinión? —cuestionó.

—Lo hará —dio por hecho Kirinmaru.

Mis labios se entreabrieron y sentí la duda en la punta de mi lengua. Estuve por entrar a la sala, pero mi padre cuestionó, como si hubiese podido leer mi mente:

—Y dime, ¿qué hay de la esclava qué le regalamos al príncipe Sesshomaru?

Hubo un silencio incómodo y mi corazón pareció dejar de latir durante ese ínterin de tiempo.

—Sigue viva.

Finalmente pude respirar y no supe como interpretar la emoción que afloró en mi pecho.

¿Felicidad ó angustia?, ¿qué era?

Ya habían pasado quince meses... ¡quince meses sin verla!, ¡quince meses sin poder olvidarme de ella!, ¡quince meses de aguantarme las ganas de ir a buscarla para traerla otra vez conmigo!, ¡quince meses sintiéndome el hombre más desdichado del infinito universo! Y pensar que ella todavía se hallaba viva, y que todavía existía una esperanza, aunque fuera de lo más diminuta, de volver a verla y finalmente estar juntos.

—Ah, que mala suerte.

Fruncí el ceño al escuchar a mi padre Toga.

El rey Kirinmaru rió suavemente.

—No te preocupes Toga. Sé de la obsesión del príncipe Menomaru con aquella jovencita. Sabes que nunca haría algo en contra de Menomaru... Es más, mi hijo Sesshomaru se ha ocupado de usarla a su gusto, y conociéndolo pronto se aburrirá de ella y la eliminaremos.

Me sentí furioso al saber que Sesshomaru finalmente le había quitado la virginidad a Rin.

—Oh, Kirinmaru, creo que estás pecando de ingenuo.

Otra vez el silencio incomodo en la sala.

—Mi hijo Sesshomaru no es un tonto...

—Supongo —murmuró Toga—. Esa mocosa es una especie de bruja, ¿sino cómo explicas la insana obsesión de mi hijo Menomaru hacia ella?

—Es sólo una niña hermosa. Es demasiado evidente que llame la atención de nuestros hijos.

—Pero...

—Toga, yo tengo todo muy fríamente calculado. Le he dejado la expresa orden a la gente de más confianza que se encarguen de eliminarla si genera algún tipo de problema...

Sentí una puntada en mi corazón y cerré con fuerza los puños de mis manos.

—Creo que es lo correcto.

—Y vuelvo a reiterarte mi deseo de que mi hijo se case con Sara. Es de las pocas nobles que está a la altura de convertirse en reina de mi imperio y como ves, no soy tan mal hermano, también quiero que Troya sea parte de mis planes. Quiero compartir contigo lo que he logrado, mi bien estimado Toga.

Fruncí el ceño. Lo que quería ese maldito rey de Esparta era hacérselas de Troya sin necesidad de entrar en guerra con mi progenitor, al menos por ahora, todo planificándolo mediante lazos matrimoniales.

—Lo pensaremos Kirinmaru —dijo con tiento mi padre.

—Todavía no he terminado mi recorrido por los demás territorios, en donde me quedaré por una larga temporada. Tienes meses para pensarlo. Regresaré a finales de otoño para escuchar la resolución de mi propuesta...

¿Finales de otoño? Todavía faltaban meses para aquello y para ese entonces yo ya tendría un plan para evitar que asesinaran a Rin. Recordé vagamente el veneno que me había entregado la bruja Kagura y pensé que en algún momento debía hacer uso de él...

—Interesante... —susurró una voz a mi lado.

Di un pequeño salto.

Inuyasha me miraba. Sonrió y luego continuó caminando.

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Chapter 11: CAPÍTULO XI

Notes:

Muchas gracias a todos los que leyeron, dejaron kudos y comentaron está historia.

Especialmente a Ana G, Cloudie, Amitla, Starlight Saint Lu, RYHT, Juli626, Moonlight 22, pasaré a responder en la sección de comentarios

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Sobre el capítulo anterior, Sesshomaru no es hijo de Kirinmaru y Menomaru no es hijo de Toga.

Este fanfic está basado en la antigua Grecia, de modo libre toma referencias de la mitología y las costumbres de esa época.

Relataré lo que ocurrió, porque esta parte no afecta los eventos posteriores de la trama, aunque si puede llegar a afectar emocionalmente a Sesshomaru, no cambia el hecho de que Sesshomaru sigue sintiéndose espartano.

La historia de Toga y Kirinmaru está basada en Helena de Troya/ Helena de Esparta.

Toga se enamora de Irasue, la esposa espartana de Kirinmaru, que está embarazada. La secuestra. Desata la guerra entre Esparta y Troya. Durante este tiempo nace Menomaru, el hijo de Kirinmaru, e Irasue queda embarazada nuevamente, pero está vez del hijo de Toga. Finalmente los espartanos la rescatan. Toga toma como rehén a Menomaru, el hijo que es de Kirinmaru.

Kirinmaru no sabe que Irasue está embarazada. Continúa la guerra. Irasue da a luz a Sesshomaru y muere.

Kirinmaru toma como botín de guerra a Sesshomaru, tal como lo estaba haciendo Toga con Menomaru.

Continúan peleando, pero llegado a un punto entran como en una especie de guerra fría. Toga se enamora de otra mujer y tiene a Inuyasha. Continúa con su vida como si nada hubiera pasado.

Kirinmaru tiene un romance con una esclava y tiene a Rion, que es una hija bastarda. Prefiere mantener como secreto su paternidad. Decide que Sesshomaru se case con Rion, para que de algún modo su sangre llegué al trono y darle un mejor futuro a Rion.

Rion se entera que es hija de Kirinmaru y piensa que también es hermana de Sesshomaru. Ante la idea del incesto, decide suicidarse.

Kirinmaru absorve todo ese rencor contra Troya.

Y bueno, así continúa la historia con Rin, Sesshomaru y Menomaru. Kirinmaru y Toga no quieren repetir errores pasados.
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CAPITULO XI

 

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•RIN POV•

 

Abrí los ojos lentamente. Al principio solo sentí un dolor tenue en todo el cuerpo, aunque era más notable en mi pelvis. La confusión me invadió mientras intentaba recordar qué había pasado, pero mi mente era un caos de sucesos confusos. Parpadeé varias veces, enfocando la vista, y noté a un grupo de mujeres moviéndose en silencio alrededor del dormitorio.

 

Bien, al menos sé que estoy en mis aposentos.


Luego la vi a ella, de pie junto a la cama. Su figura era tan fuerte y solemne como la recordaba, pero había algo extraño en su mirada, una mezcla de temor y duda que me hizo sentir incómoda.

Con un leve gesto de la mano, la sacerdotisa Kagome despidió a las demás, que acataron inmediatamente su orden dejándonos solas.

Ella me observó en silencio.

-Así que estás viva -dijo, pero su tono era ambiguo, como si sus palabras guardaran un significado oculto.

Sentí una punzada de incomodidad, buscando con mi mirada a Sesshomaru dentro de la habitación pero él no estaba.

-Supongo... Ese golpe podría haberme matado, ¿no? -intenté bromear, pero su expresión permaneció imperturbable.

Me miró con una seriedad que me hizo desviar la vista.

-¿De dónde eres realmente? -preguntó, con una frialdad contenida.

-De Ítaca, mis padres eran nobles y comerciantes -mentí con la respuesta que Sesshomaru me había enseñado, fingiendo seguridad.

La sacerdotisa frunció el ceño, su mirada se volvió más penetrante, casi como si intentara leerme el alma.

-Sabes que no es verdad. Di la verdad -insistió, su tono implacable.

-Soy de Ítaca -repetí, sin ceder, aunque mi voz tembló ligeramente.

Hubo un breve y tenso silencio. Luego, sus ojos se estrecharon.

-¿Qué ocurrió con tu madre y tus hermanos?

Su pregunta me desarmó. ¿Cómo sabía sobre ellos? Sentí un nudo en el estómago, pero traté de mantener la compostura.

-Murieron... -respondí-, enfermaron y murieron -repetí, sintiéndome de repente pequeña bajo su escrutinio.

-¿Estás segura?

Asentí, aunque una leve duda empezó a carcomerme.

 

-¿Qué recuerdas de Tesalia?


-Tesalia... -musité-. Solo recuerdo que ahí conocí al príncipe Sesshomaru. Pero no... no tengo otros recuerdos de ese lugar.

Noté que su mirada se desviaba hacia algún punto en el suelo, como si estuviera sumida en un pensamiento que le provocaba pesar.

-Está bien... -suspiró, y su tono se volvió más neutral-. ¿Cuántos años tienes?

-No sé la fecha exacta de mi nacimiento, pero nací en primavera... y la primavera ya ha comenzado. Así que tengo diecisiete años.

Otra vez ese silencio pesado llenó la habitación antes de que hablara de nuevo.

-¿Sabías que estás menstruando?

El calor subió a mis mejillas al darme cuenta de que aquella mancha de sangre en las sábanas, que había notado temprano en la mañana, realmente era mi período. Sesshomaru, siempre tan observador, había adivinado la situación, pero sin mostrar mucha compasión. Le mencioné el dolor en mi pelvis y mi deseo de quedarme en reposo, pero aún así, él fue insensible, como si fuera solo otro soldado al que podía dar órdenes sin más.

Sin previo aviso, una irritación inesperada hacia él comenzó a brotar en mí. Hoy discutiríamos, sin lugar a dudas.

-No lo sabía. Es la primera vez -admití, algo nerviosa y asustada por lo novedoso del asunto.

Ella parecía contrariada.

-Hasta a mí me sorprende...

-¿Por qué?, ¿no es normal que menstrúe a esta edad? -pregunté, inquieta por el tono de sus palabras.

Su expresión vaciló entre confusa y asustada.

-Los muertos no menstrúan...

Mis ojos se abrieron de par en par. Un escalofrío me recorrió, y me senté bruscamente en la cama, ignorando el dolor que se intensificaba en mi abdomen a causa de los moretones. Sostuve su antebrazo con fuerza, buscando una explicación.

-¿Qué... qué estás diciendo? -susurré, sintiendo que el temor se apoderaba de mí.

Ella pareció sobresaltada por mi contacto, y apartó el brazo rápidamente.

-Tu temperatura... es cálida... -murmuró, como si eso no terminara de convencerla.

-¡Claro que estoy viva! -exclamé, sintiendo la frustración y el dolor mezclarse-. Respiro, siento dolor... ¿qué esperabas?, ¿qué estuviera muerta?, ¿qué Yura me matará?

Se mantuvo en silencio. Sus ojos se clavaron en el suelo, y por un instante su rostro reflejó una mezcla de incomodidad y algo que parecía remordimiento.

-Tal vez... -murmuró en un susurro apenas audible-. Tal vez no estabas muerta cuando esa bruja te sacó de ahí... o tal vez algo te devolvió a la vida en este tiempo que has vivido aquí... Pueden ser muchas las razones.

Abrí la boca para responder, pero las palabras se me atoraron en la garganta.

-¿De qué estás hablando...? -logré preguntar al fin, aunque mi voz temblaba.

No entiendo que está ocurriendo con esa sacerdotisa. ¿Acaso es otra de esas artimañas para intentar separarme de Sesshomaru?

O tal vez está borracha.

A fin de cuentas, cuando la conocí ella estaba alcoholizada.

Intenté sostener otra vez su brazo pero Kagome no me lo permitió alejándose lejos de mi.

-Escucha, joven Rin. Por tu propio bien, debes alejarte de su majestad, el príncipe Sesshomaru.

Un nudo de dolor y miedo me apretó el pecho.

-Yo lo amo -admití con determinación-, y me enfrentaré a todo para poder estar a su lado.

-Eso no es suficiente -reafirmó.

-No me importa que me digas. Me importa lo que siente él y nada más.

Entonces pareció no querer seguir nuestra conversación. Caminó hasta una mesa y señaló.

-Ponte está crema durante esta semana, para mejorar, al parecer no hay nada interno lastimado. Bebe estás hierbas para el dolor menstrual y estas otras son para el control de la natalidad -mis mejillas se encendieron-. Intenta no tener intimidad está semana, tal vez inclusive hasta la próxima. Primero espera que mejoren los moretones.

Luego se dió media vuelta sin decir nada más. Intenté no pensar en nuestra conversación, porque nada de lo que ha dicho tiene para mí sentido.

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Sesshomaru regresó esa noche, acercándose en silencio para observar, con su mirada severa, cada una de mis heridas. No tenía intenciones de hablarle; el enojo aún ardía con fuerza en mi pecho. Aunque no sé si es con él o es toda la situación que me tiene bastante alterada. Sin embargo, terminamos discutiendo porque no le había contado el trato que había recibido de algunas mujeres. Le exigí que no interfiriera, que debía a enfrentar esos desafíos sola. Él replicó que su única intención era protegerme. Le pedí, casi suplicando, que no tomara represalias contra Yura ni contra quienes participaron en aquel día. Después de un largo silencio incómodo, me lo prometió, pero no sé si lo dijo solo para callarme o porque realmente me lo garantizaba.

Esa noche ambos quedamos enfadados: él, por no entender cómo podía yo perdonar a quienes me hicieron daño y que debía aprender a hacer pagar con mano dura todo intento de asesinato; yo, porque sé que, para ganarme el respeto de los espartanos, debo enfrentar las cosas por mí misma. Aunque Sesshomaru sea el futuro Rey, tiene que comprender que no puede intervenir en cada situación. No soy su subordinada, soy su futura esposa, y los demás deben verme como tal, empezando por él.

Pasé dos días en cama, sintiendo tanto el dolor de los golpes como las molestias de mi primer período. Finalmente, fui sincera y abierta con Sesshomaru, quien comprendió que, en este momento, no soy como los guerreros con los que comparte campañas.

Me siento frágil y vulnerable.

Así que me cuidó con ese afecto único que guardaba solo para mí, aunque, siendo él, desconocía los términos medios.

-Sesshomaru -le dije una noche en que llegó con otro canasto repleto de obsequios-, estoy recuperándome... un abrazo tuyo me es suficiente. No necesito más.

Él me observó con ese brillo enigmático y asintió. Me reí mucho cuando accedió a dejarme maquillar su rostro y trenzar su cabello, a lo que añadí coronas de flores. Todo mientras él revisaba sereno y paciente sus pergaminos.

Es un hombre tan envidiablemente hermoso, que todo en él encajaba en armonía.

A veces jugábamos a juegos de mesa, donde él siempre ganaba, con esa obstinación suya de no dejarse vencer. En otras ocasiones, yo le cantaba o recitaba algún poema, y, cuando el silencio nos envolvía, nos dedicábamos solo a besarnos, despacio, sin prisas, dejando que el tiempo se desvaneciera.

Simplemente otras formas de hacer el amor, que solo nosotros entendíamos.

Pero él mantuvo las puertas cerradas para todos, y la soledad de nuestra habitación me hizo sentir prisionera en su ausencia.

Las cremas de la sacerdotisa Kagome y las hierbas empezaron a hacer efecto el cuarto día, y el dolor fue menguando lentamente.

Al septimo día, finalmente pude salir de la habitación.

Los custodios me seguían de cerca a cada paso. Me senté en el patio, cerca de una fuente y algunas flores, buscando distraerme con sus colores y construyendo pequeñas torres de piedras. Poco después, vi a Sesshomaru acercarse. Los nobles le hicieron una leve reverencia antes de continuar con sus asuntos, mientras él se sentaba a mi lado.

Era la primera vez que estábamos juntos a la luz del día frente a los demás. Su belleza bajo el sol era casi dolorosa, y sentí cómo mis mejillas se encendían al recordar su desnudez y nuestros momentos íntimos. Desde hace una semana solo hay abrazos tímidos y besos tiernos siguiendo las recomendaciones de la sacerdotisa.

-¿Te sientes mejor, Rin? -me preguntó con delicadeza.

Asentí, con el rubor aún en las mejillas. Sesshomaru se puso de pie y me ofreció su mano. La sostuve, y él indicó a los custodios que no nos siguieran.

Caminamos por los pasillos, pasando algunas columnas y después nuevamente nos adentramos en el bosque circundante al castillo. Paseamos por ahí. Yo saltando, de un lado a otro, alegre de estar en la naturaleza y a su lado. Él mirándome de reojo, con sus manos detrás de su espalda y siempre atento a mis torpes pasos. Continuamos así, yo charlando de lo bonito que me resultaba cada tontería que veía, como una rama caída, las hojas, un pajarito volando, hasta que llegamos a los altos muros del castillo. Ahí se giró y me miró. Del otro lado sé que hay soldados custodiando. Pensé que ya había terminado nuestro paseo y me sentí decepcionada.

-Busquemos un árbol y sentémonos bajo su sombra -indicó con apacibilidad y la alegría volvió a fluir dentro de mi pecho.

No sé si es porque en las primeras semanas de un amor apasionado se busca cualquier excusa para sentir cerca a la persona amada, pero anhelaba desesperadamente perderme en la calidez de sus abrazos, y no sé qué ocurrió, pero luego de encontrar el árbol terminamos a los besos sobre un lecho de hojas.

 

No había fogosidad y fuerza, era todo mesurado y tranquilo. Él besó con cuidadoso afecto cada sitio donde hubo antes un moretón. Cuando vio mi vientre, que todavía estaba tardando en curarse, su entrecejo se endureció y sus facciones se llenaron de amargura.

 

Ya me lo había repetido todos estos días, al menos una vez al día: "no permitiré que vuelvan a hacerte daño."

 

Y aunque eso me hacia sentir protegida, también me hacía sentir temor, porque Sesshomaru no conocía los limites de su severidad.


Me amó con sus labios como él solo sabe hacerlo, con mucha prudencia, respetuoso de mi cuerpo y mis deseos. Y yo le hice el amor con más ansía, recorriendo su cuerpo con mis labios, y luego explorandolo dentro de mi boca.

La sacerdotisa dijo que me mantuviera celibe durante un tiempo, pero nunca mencionó nada de que no pudiera hacerle el amor a mi amado príncipe.

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Un día finalmente me levanté con ánimos de regresar a lo que me había acostumbrado a hacer durante mis mañanas: ir a la escuela de mujeres Espartanas.

A Sesshomaru no le gusto demasiado la idea de que regresará tan pronto, decía que era mejor que estuviera por los alrededores, siempre cerca de donde se hallará él. Pero yo soy terca, aunque todavía me doliera muchísimo algún que otro moretón de mi abdomen.

Me acompañó hasta la entrada junto con sus soldados. Allí intercambió miradas frías con la nueva maestra de deportes. Y luego caí en cuenta sobre algo, estos custodios que ahora iban a quedarse conmigo también eran nuevos.

Miré acusadoramente a Sesshomaru. Él intercambió una simple mirada indiferente conmigo, manteniendo las distancias. Luego se fue. Definitivamente esto sería la razón de una terrible discusión entre nosotros.

Caminé dentro hasta el patio. Allí se hallaban todas las jóvenes nobles, desde las más pequeñas hasta las de mi rango de edad y mucho más adultas. Como era habitual ninguna me saludo. Me adentré un poco más y en la distancia ví a Sango charlando muy animadamente con otras muchachas, y en un rincón apartado se encontraba Yura, sentada bajó la sombra de un árbol mientras le arrancaba con desgano los pétalos a un girasol.

Abrí los ojos con sopresa. ¿Qué le había pasado a su cabello? Ahora lo tiene igual de corto que un varón.

Caminé hasta Sango, que se había apartado un poco de las otras mujeres para empezar a hacer ejercicios, y la saludé alzando mi mano. Ella me correspondió con algo de inseguridad y timidez. ¿Acaso me temía?

-Hola, ¿te acuerdas de mí?-pregunté. Ella simplemente asintió-, ¿te puedo preguntar algo?

Pareció dudar unos instantes y luego respondió:

-Sí, puedes.

-¿Qué le ocurrió a Yura? -cuestioné sin ocultar mi curiosidad.

Ella me miró con sorpresa.

-¿De verdad no lo sabes?

Negué con la cabeza.

Sango vaciló por un instante y finamente me respondió en un susurró:

-El príncipe Sesshomaru ordenó que le cortaran el cabello como castigo por haberte lastimado.

La miré perpleja y el enojo burbujeó fuerte dentro de mi pecho.

La mañana pasó volando. Yura en ningún momento se unió a las demás chicas para compartir alguna de las actividades del día. A veces las demás muchachas se acercaban para hablarle pero ella las ignoraba.

Llegó la hora de irnos, y mi custodia estaba esperándome. Yura continuaba sin moverse de su lugar a pesar de que todos se estaban yendo.

Me acerqué hasta uno de mis custodios y le pedí una navaja. Él me miró con sorpresa. Yo insistí con mi petición, a fin de cuentas Sesshomaru les había dejado la expresa orden de que debían hacer todo lo que yo les pidiera.

-¿Para qué quiere una navaja joven Rin? -se atrevió a preguntar uno de ellos, el que tenía facciones parecidas a un sapo.

-Por favor, no haré nada peligroso... -insistí con voz dulce.

Suspiraron resignados, más por el miedo que al parecer le tenían a su majestad. Uno de ellos retiró una navaja de su cinto, depositandola encima de mis manos suplicantes.

Les agradecí con una inmensa sonrisa. Así fue como me fui corriendo para esconderme detrás de una columna, donde nadie me viera. Me senté sobre el suelo y respiré hondo, autoconvenciendome de lo que iba a hacer. Dividí mi cabello en dos coletas y coloqué el filo de la navaja debajo de una de ellas. Cerré los ojos con fuerza y corté mi largo cabello. Luego repetí la acción en el otro lado...

Lancé la navaja lejos y mis ojos se llenaron de lágrimas al ver mis cabellos sobre mi falda. Sin embargo me armé de valor y sostuve mi pelo en una coleta, saliendo de mi escondite y caminando directo a dónde se hallaba mi peor enemiga.

Yura me miró con sorpresa. Pero más sorprendida me hallaba yo al ver la enorme cicatriz en su rostro.

Definitivamente Sesshomaru y yo íbamos a discutir muy fuerte hoy.

Me arrodillé frente a ella. Retiré mi clámide de mi hombro.

-Es tuyo...-le dije colocando mi descartado pelo sobre mi clámide.

-¿Acaso eres tonta?, ¡mi cabello es mucho más oscuro que el tuyo!

No le respondí. Me levanté del suelo caminando hacia donde estaba mi custodia.

-¡Espera! -me llamó Yura.

Detuve mis pasos y la miré.

-¿Por qué lo hiciste? -me preguntó.

Le sonreí con suavidad.

-Fue una pelea en la que participamos las dos, así que las dos merecemos el mismo castigo...


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SESSHOMARU POV •

 

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-Su alteza -me llamó uno de mis guardias, caminando apurado hasta mí.

Se veía ligeramente asustado y llevaba en sus manos un pergamino enrollado.

-Acaba de llegar una carta desde Troya -me dijo haciendo una reverencia y extendiendo el pergamino hacia mí.

Lo sostuve con desgano.

-Gracias -agradecí por inercia.

Un silencio incómodo llenó el pasillo y nos miramos directo a los ojos.

¿Acabo de agradecerle a un siervo?

Fruncí el ceño mirándolo fijamente. El hombre contuvo el aire en sus pulmones, hizo tres reverencias desesperadas en el suelo y luego desapareció de mi visión.

Me di media vuelta hacia algún salón donde pudiera leer en soledad aquella carta.

Entré en el lugar y me senté en uno de los sillones. Desenrollé el pergamino.

Iré directo al grano y dejando las formalidades de lado. Tu padre ha estado en Troya, y por lo que escuché ha dejado la expresa orden de envenenar a Rin ante cualquier evento sospechoso. Así que estás advertido.

 

Él se fue a continuar su viaje por Egipto y otros sitios. Regresará a Troya dentro de algunos meses.

 

Más te vale que la cuides bien. Aleja tus asquerosas manos de Rin, porque ella regresará a Troya conmigo y la quiero viva. Y tampoco te mueras antes de que yo vaya, porque tengo reservado un lugar a lado de mis trofeos para tu cabeza.

 

Príncipe Menomaru de Troya.


Alcé mis cejas y releí tres veces aquello.

¿Quién iba a pensarlo?

Mi padre me mintió y se fue de vacaciones. No es de extrañar que toda la correspondencia que le envié a Tesalia volviera a Esparta sin respuesta.

Miré el pergamino por detrás y lo analicé minuciosamente.

No queda dudas de que es troyano..

Sonreí maliciosamente.

Oh, oh, mi peor enemigo poniéndose de mi lado, aunque en realidad él no lo hacía por mí: Menomaru estaba esperando el idóneo momento para atacarme, pero quería que Rin estuviera viva para cuando sucediera eso.

Ahora que sé que Rin puede darme descendencia, la convertiré en madre y esposa. Y cuando eso suceda, nadie podrá tocarla ni intentar atentar contra su vida.

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Chapter 12: CAPITULO XII

Notes:

Ahora sí, llegó el momento de continuar esta historia. Para quienes la vienen siguiendo, quiero contarles que originalmente estaba inspirada en un fanfic anterior que escribí sobre Serena y Darien (Sailor Moon). Sin embargo, desde hace varios capítulos ha comenzado a tomar su propio rumbo. Este capítulo, en particular, no existe en la versión original: lo escribí especialmente para explorar la dinámica entre Sesshomaru y Rin. Como mencioné antes, aunque esta historia conserva ciertos elementos del fanfic anterior, cada vez se aleja más de aquella trama inicial.

PD: Muchas gracias a Cloudie Days por su tweet en X ❤

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  • RIN POV•

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—¿Qué ocurrió con tu cabello? —preguntó con tiento, estrechando los ojos.

 

Di un giró sobre mis propios pasos, modelando sarcásticamente para él.

 

—¿No es de tu agrado, mi señor? —cuestioné desafiante, sabiendo que mi apariencia era la última de sus preocupaciones.

 

Sesshomaru continuó mirándome con seriedad. Tan serio que inclusive podía sentir como si entre nosotros estuviera creciendo un muro de hielo.

 

—¿Quién fue?

 

—Fui yo.

 

—¿Tú?

 

—Sí.

 

—¿Por qué?

 

Escondí mis brazos detrás de mi espalda, y extendí las puntas de mis pies elevando y bajando, tomándome mi tiempo para decir lo siguiente:

 

—No cumpliste tu promesa.

 

—Te equivocas.

 

—¿Me equivoco? —pregunté, sintiendo que la indignación se deslizaba en mi voz—. Mi maestra está muerta, mis custodios fueron castigados, y Yura perdió su cabello y su rostro está marcado para siempre. Prometiste que no habría represalias.

 

Respiro profundo y luego me miró sin emociones aparentes, pero sé que está muy molesto conmigo.

 

—Te equivocas —reiteró en un tono afilado—. Todo lo que ocurrió fue antes de esa promesa —de repente se acercó a mí y extendió su mano tocando mis cabellos que no seguían el largo recorrido que a sus dedos le gustaba acariciar. Parecía curioso y contrariado y yo me sentí tímida y pequeña ante su mirada de desaprobación. Luego se apartó y sus bonitos ojos miraron profundamente los míos. Aunque no lo demostraba sé que está por explotar—. ¿Qué ocurrió exactamente?

 

Mis labios tantearon, pero no aparté mis ojos de los suyos.

 

—Yura ama su cabello, entonces vi que su cabello fue cortado como castigo y decidí que yo también debía cortar el mío. Se lo regale como una ofrenda de paz.

 

—¿Ofrenda de paz?

 

Asentí suavemente.

 

Giró sobre sus propios talones dándome la espalda por unos instantes. 

 

Finalmente explotó, tirando la mesa con todo lo que había sobre ella. Di un brinco asustada ante el sonido estridente. Las copas implosionaron, el tintero mancho de negro nuestros pies extendiéndose como una sombra y las velas cayeron y rodaron, apagándose.

 

Sesshomaru giró dentro de sus propios pasos, con desesperación contenida mirando el desastre en el suelo. Yo retrocedí hacia atrás casi por instinto.

 

—Yo hice lo que sentí correcto… —continué hablando buscando palabras para justificarme—, además mi cabello crece rápido…

 

Sesshomaru clavó sus bonitos ojos en los míos, con una calma que me inquietaba más que cualquier grito.

 

—¿De verdad piensas que estoy molesto por esa estupidez? —me increpó casi sin dejarme terminar de hablar.

 

Respiré profundo y caminé un par de pasos hacia él, sin importarme manchar mis pies por culpa de la tinta negra desparramada.

 

—Solo quería calmar su enojo. La gente te teme, Sesshomaru, y eso no es respeto. Yo no quiero que mates. Quiero que veas que existen más opciones que no involucran la violencia.

 

Sesshomaru se sentó sobre su silla. Entrecerró la mirada y luego pasó sus dedos sobre sus pensativos labios, mirándome detenidamente de arriba a abajo. Tomó unos segundos antes de responder, manteniendo el mismo tono cruel y gélido.

 

—¿ Opciones ? —repitió serio y al segundo siguiente rio por lo bajo, aunque no había nada de diversión en su voz, solo desprecio—. Qué palabras tan cautivadoras y bonitas —replicó irónico —, siempre eres tan dulce, ingenua, amable y altruista, Rin —se inclinó hacia adelante, una sonrisa amarga y cruel en sus labios, mientras cada palabra era como un golpe—. tan entregada, tan dispuesta, tan ansiosa por ser muy complaciente cuando estamos a solas… La mujer perfecta para un mercenario.

 

—Estás siendo hiriente.

 

Abrió sus ojos con sobreactuada sorpresa.

 

—¿Hiriente?, ¿yo? –susurró suavemente y una sonrisa breve y venenosa apareció en sus labios—. ¿Es mentira acaso? A mi me entregaste tu virginidad, a Yura tu precioso cabello, ¿quién será el próximo y que le darás a cambio?, ¿el príncipe Menomaru?

 

Lo miré una última vez y corrí hacia mi dormitorio. Ya sabía a donde se estaba dirigiendo con sus palabras. Agarré un canasto y comencé a tirar cosas dentro de él.

 

—Rin, vuelve aquí —ordenó con voz calma desde el otro lado, sin moverse de su lugar.

 

—No toleraré tu actitud irónica conmigo —respondí tirando los últimos vestidos en el canasto.

 

Caminé dentro de su dormitorio con mi canasto y me paré frente a él. Miró el canasto y luego me miró a mí.

 

—¿Qué haces?

 

—¡Deja de atacarme!

 

—No te estoy atacando.

 

—¡Sí lo haces y de la forma más baja!

 

Frunció el ceño. Nuestras personalidades eran tan desiguales.

 

—¿Eso crees? —susurró, cada palabra impregnada de veneno, con esa voz tan suave y plana en emociones—. No puedes soportar la realidad que siempre ha estado frente a ti.  Intentas embellecer todo aquello que no te gusta, pero al mismo tiempo te gusta todo lo que te doy, aunque prefieres no pensar en cómo lo consigo. ¿Qué piensas que los espartanos hacemos en la guerra?, ¿acaso crees que reparto flores a mis enemigos y qué nos tomamos de las manos y danzamos alrededor de hogueras cantando sobre amor y paz?

 

Intenté sostener su mirada.

 

—Yo vivo en el mundo real, solo que creo que la compasión es un don que pocos tienen —respondí desafiante.

 

Nos miramos enojados. 

 

—Ah, ¿y yo carezco de ese don?

 

—¡Lo tienes pero muy escondido dentro!

 

—Eres tan necia —enfatizó, su tono afilado como una cuchilla—. ¿De verdad crees que tus acciones, tus gestos, van a cambiar algo en Esparta, un imperio que se creó con la sangre de sus contrincantes?

 

—No todo es guerra y lo sabes. Cuando hacemos el amor eres diferente conmigo. ¿Por qué no puedes extender esa compasión y bondad a los demás?

 

Sonrió de medio lado y sus dedos tantearon sobre sus traviesos labios. Ladeó su cabeza hacia un costado recorriendo mi cuerpo con su mirada.

 

—Tú me idealizaste porque te encanta que te folle.

 

Le pegué un cachetazo. No me miró.

 

—¡No soy tu puta! —grité completamente herida y humillada, con lágrimas en los ojos.

 

¡No podía echarme en cara todo eso! Él estaba buscando avergonzarme de mis deseos, de nuestra intimidad, que era consensuada y mutua.

 

Agarré mi canasto y abrí la puerta saliendo del dormitorio. Pasé el umbral caminando pasos firmes, tal vez un par de metros más hacia afuera hasta que finalmente detuve mis pasos y me giré dispuesta a gritarle cuánto lo odiaba, pero me quedé callada cuando lo vi.

 

Todavía se mantenía sentado y me miraba con la peor de sus miradas, pero sus ojos estaban levemente vidriosos. No había odio, sino amargura y miedo. Estaba paralizado en su lugar.

 

Miré a los guardias que custodiaban desde afuera la entrada de los aposentos, que intentaban ignorar nuestra pelea, con la incomodidad palpable en sus rostros. Fruncí el ceño. No permitiría que nadie viera ese lado vulnerable de nuestro futuro Rey.

 

Algo cambió en ese instante para mí. Y pude verlo con claridad.

 

—Retirense —ordené imitando el temple frío y autoritario de Sesshomaru.

 

Ellos parpadearon rápidamente sin saber qué hacer, a fin de cuentas no soy Sesshomaru. Sin embargo me mantuve íntegra sin repetir mi orden. Se miraron a sí mismos, antes de hacer una reverencia y marcharse con pasos tensos.

 

Sin guardias cuidando la entrada de nuestros aposentos, volví a entrar. Cerré la puerta colocando las mil y unas trabas para que nadie osara entrar, dejando que el silencio invadiera cada rincón.

 

Caminé lentamente con paso solemne hasta Sesshomaru. Él no apartó la mirada en ninguno de mis movimientos. Su rostro vacío de emociones. Dejé la canasta a mi lado. 

 

Nos miramos directo a los ojos y de forma imprevista él sostuvo mi vestido desde mis caderas. Luego apoyó su rostro contra mi vientre, escondiéndolo de mi visión. Había desesperación contenida en su agarre.

 

—No quise abofetearte… —susurré sin corresponder su agarre—, pero no debes denigrarme con tus palabras, no lo permitiré de ti ni de nadie… —reiteré con frialdad cuando sentí su agarre más fuerte —, prometimos respetarnos…

 

Y entonces, él se abrazó a mis caderas con una desesperación silenciosa, como si yo fuera lo único sólido en un mar tempestuoso.

 

—Eres mi vida, mi señor… —susurré apacible y tranquila—, y puedes mostrarte vulnerable. No tienes porque ser rudo y frío a mi lado. ¿Entiendes? Nunca le revelaré a los demás como somos nosotros dentro de nuestra intimidad…

 

Sus manos se aflojaron, y poco a poco recompuso su postura, sin todavía mirarme. Despeinado, con las mejillas levemente rojas y húmedas, volvió su mirada hacia la mesa, su rostro ahora vacío de toda emoción. Me soltó sin decir palabra alguna. 

 

Quise abrazarlo y contenerlo, pero sabía que su orgullo estaba quebrantado y que no podía ni debía presionarlo más de lo que él estaba dispuesto a demostrar. Sesshomaru necesitaba estar solo. 

 

Sostuve mi canasto y regresé a mi dormitorio,  ordenando en silencio todo el desorden que yo había dejado. Pasó tal vez una hora y volví a su dormitorio, pero él ya no estaba ahí. Junte cada cosa que había en el suelo, y la coloque en sus respectivos lugares, mirando la enorme mancha oscura de la tinta que había desparramado, que parecía un infinito hoyo en el suelo, que horas antes había estado bajo nuestros pies. 

 

Me senté en su cama a esperarlo, mirando por momentos al muñeco con forma de rana. Pero Sesshomaru no apareció en horas, por lo que decidí quedarme en donde ya consideraba nuestro lecho. Retiré mis ropas y me acosté en la cama tapándome, y el sueño me venció a los pocos segundos

 

Muy entrada la madrugada, sentí que el colchón se hundía a mi lado. Abrí mis ojos y lo miré. Su rostro impasible y gélido. Estaba desnudo, como es costumbre cuando era el momento de dormir. Se tapó hasta las caderas, recostando sus manos sobre su tallado vientre y cerró sus ojos. Sesshomaru es increíblemente hermoso.

 

Me deslicé debajo de las sábanas buscando su calor pero él no hizo ademán de querer abrazarme, por lo que tuve que levantar su brazo para poder acomodarme. Abrió sus ojos.

 

—¿Qué haces? —preguntó impasible mirándome con curiosidad pero dejándose hacer.

 

Recosté mi mejilla sobre su pecho, colocando su brazo sobre mis caderas y ovillandome hacia su costado. Me abrace a su fuerte cintura y estiré mi pierna por encima de las suyas.

 

—Me estoy acomodando para dormir —respondí sonriente y apretando su piel desnuda contra mi propia desnudez, que se sentía tan cómoda y familiar.

 

Sus facciones se relajaron y finalmente me abrazó con afecto y necesidad, recostando su mejilla sobre mi nuca. Así nos dormimos. 

 

La mañana siguiente fue diferente. Me desperté y Sesshomaru ya estaba levantado, acomodando su ropa. Lo miré. Sentí una fuerte necesidad de cariño físico. Tal vez él seguía molesto conmigo. Pero yo necesitaba que él me quisiera. 

 

Y otra vez ese pensamiento: somos tan diferentes en personalidad.

 

—Príncipe Sesshomaru —me arrodillé desnuda sobre la cama y extendí mis brazos hacia él, buscando su abrazo y adoración.

 

Me miró un instante y luego me ignoró. 

 

Tal vez había algunas verdaderas dentro de todo lo hiriente que mencionamos el día de ayer. Yo amo el contacto físico. Él era más frío. Fruncí con fuerza el ceño.

 

—¿Qué ocurre hoy? —pregunté.

 

—No ocurre nada —respondió sin dejar de  atar su cinto sobre sus caderas.

 

Fruncí el ceño con fuerza.

 

—¿Sigues molesto por lo de ayer?

 

Me miró.

 

—No tiene importancia —respondió como algo casual sin dejar de lado su frialdad.

 

Luego se dio media vuelta dispuesto a abrir la puerta para irse. 

 

¡Estoy furiosa!

 

Le lancé el peluche con forma de rana, que impacto fuertemente contra su espalda.

 

Me miró sorprendido. Me paré sobre el colchón.

 

—¿No me harás el amor antes de irte? —pregunté sonriendo y extendiendo sus brazos hacia él.

 

Entonces sus ojos se oscurecieron.

 

Lo próximo que supe es que sus labios estaban sobre mi cuerpo, besando con furiosa necesidad mis pechos y mi vientre.

 

Estaba siendo demasiado rudo y en ningún momento besó mis labios.

 

Me dio media vuelta y se colocó detrás de mí. Sesshomaru me penetró en una sola embestida, dura, cruel e insensible, pero yo ardía en deseo. Lágrimas se asomaron en mis ojos y empezó a embestirme con brutalidad y necesidad.

 

No había amor. Era enojo. En la habitación solo resonaban sus fuertes embestidas y mis gemidos, como un castigo secreto ante mi desobediencia, ante mi actitud desafiante contra él.

 

Sostuvo mi cabeza contra la almohada, sin dejarme verlo. Grité con fuerza y sentí que me desvanecía en el más hondo de los placeres, pidiéndole que continuará. ¿Por qué me gustaba tanto y me excitaba de esta forma ante su severidad?

Solo era sexo.

Entonces comprendí, que no era tan perfecta como decía ser. Inclusive si el mundo ardiera bajo sus pies yo iba a estar con Sesshomaru.

 

No permitiría que nadie le hiciera daño.

 

Mataría por Sesshomaru.

 

Pero también comprendí como el sexo era un arma de doble filo para este tipo de hombres, fríos, rudos e insensibles. 

 

Aparté su agarré de mi cabeza, que nunca había sido lo suficientemente fuerte y lo miré acusadoramente. Él detuvo de imprevisto sus embestidas y de repente la preocupación pasó por sus facciones al pensar que me había lastimado, cuando en realidad era todo lo contrario.

 

Por más que él quisiera mostrarse frío y duro conmigo, yo era más fuerte que él porque con una sola mirada de mis ojos podía manipular sus emociones.

 

Él se apartó de mí, sentándose en el borde de la cama. Lo miré. Cubría su rostro con su mano, mientras sus cabellos caían a sus costados como una cortina plateada.

 

—¿Príncipe Sesshomaru? —susurré.

 

—¿Qué quieres? —preguntó con algo de derrota.

 

Entonces envolví mis brazos alrededor de sus hombros y recosté mi mejilla. Apartó la mano de su rostro, me miró y preguntó imprevistamente:

 

—Si Menomaru entrará ahora mismo por la puerta, y te arrancará de mis brazos, ¿qué harías?

 

Un escalofrío bajó por mi espalda, recordando ese nombre que hacía un buen tiempo no mencionaba.

 

Mis labios tartamudearon.

 

—Gritaría por ayuda.

 

—¿Y si intentará abusar de ti, lo perdonarías?, ¿buscarías ser su amiga?

 

—No… yo jamás lo perdonaría.

 

—¿Y si me hiciera daño?

 

—Le haría lo mismo multiplicado por dos.

 

—¿Entiendes? —y su voz se retornó más profunda, aunque seguía impasible y mesurado en sus gestos—, ¿entiendes qué la pasión y el amor no es suficiente si queremos estar juntos? 

 

Me sentí contrariada y avergonzada, pero asentí con liviandad.

 

—El acceso que tú le das a esas personas nobles yes el respeto que recibirán el día de mañana nuestra descendencia. Y eso es peligroso. 

 

—¿Nuestra descendencia? —murmuré.

 

Nunca pensé en nuestros hijos. En realidad, nunca pensé en ser algo más que una amante. Sus ojos me analizaron.

 

—¿Entiendes que eliminaré cada obstáculo que nos separa? Eres mi esposa y en el futuro reinarás a mi lado.

 

La sorpresa me recorrió como un escalofrío. Parpadeé rápidamente, me asombraba mi título.

 

—¿Tu esposa? —susurré incrédula, sin recordar que hubiéramos celebrado ningún compromiso formal—, todavía no tienes la edad permitida por ley para que estemos casados.

 

—Ya vivimos como un matrimonio —dijo imperturbable—. No eres mi concubina. Para mí eres mi esposa. No me importan las formalidades…

 

Apartó sus ojos de mí. Vi un leve rubor en sus mejillas, algo tan inusual en él que me arrancó una sonrisa, una de esas sonrisas que se sienten como un burbujeo de felicidad dentro del pecho. Pero una idea cruzó mi mente, y decidí que este era el momento para aprovecharla.

 

—Como tu esposa, te exijo que dejes de estar controlando mis pasos con tus custodios —dije con firmeza.

 

Frunció el ceño.

 

—No.

 

—Sí. Quiero tener los mismos derechos que tienes tú. Yo no te pido que me entregues tu reino, pero quiero tener al menos el poder de decisión sobre mis propios pasos. 

 

—Los custodios están ahí porque tienen que cuidarte…

 

—Intimidan a otros nobles que tal vez quieran conocerme.

 

Me miró completamente derrotado y sonrió irónico.

 

—¿Conocerte?

 

—Quiero hacer amigos…

 

—¿Amigos?

 

Su expresión se tornó de desconcierto absoluto. Tal vez tengo que admitir que Sesshomaru era bastante paciente y permisivo conmigo.

 

—¿Quién quiere tener amigos? —nuevamente preguntó perplejo, más para sí mismo que para mí.

 

—Yo quiero hacer amigos.

 

Me miró como si me hubiese crecido un inmenso cuerno en la frente.

 

—Rin, aquí no se hacen amigos. Las personas solo buscan favores. Quien se acerque a ti lo hará por poder, nada más.

 

Sus palabras fueron como un balde de agua fría, pero me aferré a la esperanza de que en algún lugar, más allá de la política y las traiciones, había bondad genuina.

 

—No importa. Quiero tener la libertad de caminar sin tener un par de sombras a mi lado. Sé que puedo ir a cualquier sitio del castillo, pero es incómodo cuando están ellos. A veces solo quiero estar completamente sola, ¿entiendes?

 

—Entonces quédate en tus aposentos.

 

Respiré profundo. Conté hasta tres. Mi impulso de lanzarle un cojín fue fuerte.

 

Sesshomaru era la terquedad hecha persona. Dejé de abrazarlo y crucé mis brazos contra mi pecho, mirándolo con reproche.

 

Lo escuché suspirar, algo tan impropio de él. Luego mirando hacia la nada y de modo contemplativo dijo en voz baja:

 

—Supongo que es mi culpa…

 

¿Acaso el gran y perfecto Sesshomaru estaba disculpándose?

 

—... por haberme fijado justo en ti.

 

¡¿Qué clase de disculpa era esa?!

 

—¿Perdón? —repliqué frunciendo los labios, a punto de transformarme en un pez globo.

 

Me miró de lado, con su típico aire de superioridad resignada.

 

—Al menos no eres fácil de manipular, los demás nobles tendrán que tener paciencia…

 

Alcé mis cejas. ¿Eso es un cumplido?

 

—Pero no pareces ser muy inteligente… —entrecerré mis ojos—, actúas más por instinto que por lógica… —fruncí mi ceño—, y rara vez me escuchas del todo… —hice un berrinche con mi boca—, y aún así cuando sonríes me olvido de todo…

 

Mi corazón brincó dentro de mi pecho.

 

Sonreí sin poder evitarlo, y él sonrió suavemente conmigo. Lo besé. Sesshomaru me besó de vuelta, como si el mundo se hubiera vuelto más simple.

 

—Pequeña manipuladora… —susurró contra mis labios, entre suaves roces. 

 

Entonces supe que hacer.

 

Sin abandonar sus labios me senté a horcajadas sobre su cuerpo dispuesta a continuar lo que todavía no habíamos terminado. Sostuve con mi mano la dureza de su miembro, que palpitaba ante mi contacto, y sin dejar de besarlo, susurré:

 

—Si siguen los custodios siguiéndome a todas partes, entonces no haremos más el amor. No existirán más roces, ni besos apasionados. Tendrás prohibido tocarme.

 

Y hubo un silencio sepulcral. Creo que hasta se podía escuchar, dos pisos más abajo, las respiraciones dormidas de los soldados que custodiaban las ventanas. Por un segundo, pensé que le había ganado, pero entonces, se apartó de mi boca y una sonrisa altiva cruzó su rostro.

 

—Está bien —dijo empujándome hacía un costado y luego levantándose con esa actitud orgullosa y altanera que tanto me frustraba—, haré que quiten la cortina que divide nuestros aposentos y que pongan una puerta con muchas trancas. Además, abriré una puerta exterior para tu propio dormitorio, dónde podrás salir por ahí con total libertad. Pero tu seguridad no es negociable. Los custodios seguirán persiguiéndote a todas partes.

 

Mi mandíbula se desplomó.

 

—¿Hablas en serio?

 

Sonrió de medio lado.

 

—Muy en serio.

 

—¡No es justo!

 

—Fue idea tuya.

 

—¡No!

 

—¿De verdad crees que puedes manipularme con sexo? —respondió con una leve sonrisa de suficiencia mientras arreglaba su ropa, y otra vez todo lo que creí que había aprendido sobre Sesshomaru se esfumó. Mi amado es un hombre que me lleva de carrera una década y poco más de experiencia. Es un mercenario. Tiene conocimientos en estrategias de engaño y sabe de antemano todas las artimañas femeninas—. Tú eres la que siempre está buscando afecto físico, solo estoy ayudándote.

 

Sentí cómo mis mejillas se encendían y me levanté, acercándome a él hasta estar cara a cara.

 

—¡No mientas, tú también siempre quieres afecto físico!

 

Luego de atar su cinturón a sus caderas, Sesshomaru escondió sus manos detrás de su espalda. Ladeó su cabeza hacia un costado y puso una expresión adorablemente sobreactuada llena de compasión.

 

—No puedes tocarme —susurró suavemente a centímetros de mis labios—, lo tienes prohibido. 

 

Inflé mis mejillas molesta.

 

—¡Eso es muy inmaduro de tu parte!

 

Alzó sus cejas, mirándome un poco más y luego se inclinó y besó mi frente. Después me sonrió y dijo casi contra mi boca:

 

—Es por tu propio bien. Todavía me quedan tres años dentro del servicio militar. Serán entonces tres años solo de miradas y besos en las mejillas… —y se apartó.

 

Toqué el lugar donde sus labios habían rozado mi piel, mirándolo con el ceño fruncido mientras él me observaba divertido.

 

—Eres un rencoroso… ¡Te vengas por algo que ocurrió hace más de un año!

 

Él se giró, dejando que sus últimas palabras flotaran en el aire.

 

—No, amor mío. Solo cuido de tu integridad.

 

Y, sin más, salió del dormitorio, dejándome allí, entre la frustración y una extraña y cálida devoción hacia su persona. 

.

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(*) Cuando Rin menciona que es un rencoroso se refiere a la vez que le jugó una mala pasada a Sesshomaru besando su mejilla, cuando en realidad él quería un beso en la boca.

 

Chapter 13: CAPITULO XIII

Chapter Text

Notas de autora – Referencias históricas

Les dejo aquí algunas menciones de elementos que tomé de la antigua Grecia para este capítulo, y que también aparecieron en capítulos anteriores. Están adaptados con fines narrativos (es decir, este fanfic no busca ser exacto), pero se basan en hechos reales de la sociedad espartana. 

  1. Agogé
    Entrenamiento obligatorio y muy duro para niños espartanos desde los 7 años, para convertirlos en soldados.
  2. Monte Taigeto
    Montaña donde abandonaban a los bebés débiles o deformes para que murieran. Era una forma de “selección”.
  3. Ciudadanía y matrimonio
    Los varones espartanos recién a los 30 años eran ciudadanos plenos y podían casarse. Antes, eran soldados en formación.
  4. Diamastigosis
    Ritual religioso donde se azotaba a jóvenes en público para probar su resistencia y honrar a la diosa Artemisa Ortia. Se podía hacer en el agogé.
  5. Ilotas (esclavos del Estado)
    Eran mayoría en Esparta. Trabajaban la tierra y servían a los espartiatas. No tenían derechos ni libertad. En esta categoría entra Rin.
  6. Krýpteia
    Ceremonia secreta donde los jóvenes mataban ilotas de noche, como parte de su formación. Era legal y promovida por el Estado.

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RIN POV

 

Después de semanas de esfuerzo, logré llevarme un poco mejor con las nobles, aunque ninguna quiso ser mi amiga. Solo con las más jóvenes me desenvolvía mejor.

 

Como se había hecho habitual, ese día escapé de mi custodia y llegué a un rincón desconocido del castillo. Vi a varias chicas espiando por los agujeros de una pared de bambú.

 

—¿Qué hacen? —pregunté. Me hicieron callar y me arrastraron al suelo.

 

Miré y entendí: al otro lado, estaban los baños masculinos, donde tres hombres jóvenes caminaban entre el vapor. Llevaban atados a sus cinturas finos paños que los cubrían hasta las rodillas, pero igual eso no impedía que pudiéramos apreciar la belleza de sus cuerpos bien entrenados...

 

¡Ah!

 

Mi corazón se detuvo un instante y contuve un suspiro.

 

Ellos no eran tan hermosos como mi príncipe Sesshomaru, al que hace dos semanas no puedo hacerle el amor, pero de todas formas eran tan perfectos como las esculturas de mármol masculinas que adornaban las entradas de los santuarios en Esparta.

 

—Ay, por todos los dioses del Olimpo, ¡cuánta belleza!, ¡qué pecado...! —susurró una de las chicas.

 

De repente, uno de ellos desató la tela de su cintura y vi sus posaderas desnudas. Comenzó a darse vuelta hacia la zona donde yo miraba. Me recosté un poco más sobre el panel y...

 

... se rompió.

 

Caí como una idiota dentro del estanque, salpicando agua hacia todos lados. Las chicas gritaron y yo tardé en reaccionar, es más, hubiera preferido morirme ahogada en ese preciso instante. Levanté mi mirada hacia arriba y lo primero que vi fue un órgano viril. Miré un poco más arriba y mis ojos hicieron contacto con la mirada de un chico pecoso, tal vez un par de años más grande que yo.

 

—Kohaku, ¿qué hace este extraño niño mirándonos? —preguntó otro de los jóvenes, que tenía el cabello largo y oscuro.

 

—No soy un niño, soy una nena, y no me interesa mirarlos, ¡a mi sólo me gusta el príncipe Sesshomaru! —y me levanté como pude del agua, para luego echarme a correr abochornada del lugar.

 

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SESSHOMARU POV

 

—Rin, ¿qué le ha pasado a tus ropas? —pregunté al verla entrar, dejando tras de sí un rastro de gotas.

 

Se estremeció con nerviosismo y murmuró al verme: 

 

—¿Y tú qué haces aquí?

 

—Buscaba unos pergaminos que dejé aquí.

 

—Ah —respondió, sin levantar la cabeza.

 

Goteaba. Literalmente. Su silueta empapada parecía una ilustración mal trazada por el rocío. Cabellos enredados, vestido pegado al cuerpo, y una expresión de culpa y vergüenza difícil de disimular.

 

—¿Te caíste al río? —aventuré.

 

—Al estanque —dijo bajito, como si eso lo hiciera menos embarazoso.

 

—¿Y qué hacías allí?

 

—Caminaba… —respondió, encogiéndose un poco.

 

Levanté una ceja. Rin no sabe mentir. Esa postura, ese titubeo… todo gritaba otra historia.

 

Di un paso hacia ella, sin quitarle los ojos de encima.

 

—No me estás diciendo la verdad.

 

—No —negó dulcemente, como si esa negativa pudiera anular mis sospechas.

 

Caminé a su alrededor con calma. Ella no sabía si reír, huir o aguantar la respiración. Se notaba tensa como cuerda de arco. Observé la tela adaptándose a sus tiernas formas. Con la punta de mis dedos apenas acaricié la curva de su espalda baja. Ella se estremeció levemente, caminando un paso hacia adelante.

 

—Confiesa —ordené en voz baja, al detenerme frente a ella.

 

—No.

 

—Estoy esperando.

 

—Y yo no diré nada.

 

—¿No lo harás?

 

—Nunca. Puedo soportar tu mirada por siglos si hace falta.

 

—¿Siglos, dices?

 

—Mil años, si es necesario.

 

La observé. Estaba roja. No de frío, sino de orgullo. Una guerrera defendiendo su secreto.

 

No insistí. Solo me acerqué lo suficiente como para que el silencio entre nosotros se llenara de lo que ella no decía.

 

—Cuando lo descubra, no tendrás escapatoria.

 

—Entonces aprenderé a volar —me dijo con una sonrisa pequeña y desafiante que me desarmó por dentro.

 

Me incliné y la besé, apenas un roce, como el rastro de una pluma. Ella dio un paso atrás, con falsa indignación pintada en su rostro. Pero sus labios temblaban de risa.

 

Me acerqué de nuevo, más lento esta vez, tomando su rostro entre mis manos. Sentí cómo el calor invadía sus mejillas.

 

Mis labios estaban por rozar los suyos cuando sus manos subieron y detuvieron el gesto.

 

—¿Acaso no lo recuerdas?

 

Entrecerré los ojos, frustrado.

 

—No puedes besarme hasta que tus custodios dejen de seguirme.

 

Suspiré. Diecisiete días esquivando sus reglas. Diecisiete días viéndola burlar mis intentos como una presa que juega a no dejarse atrapar.

 

Apreté suavemente sus muñecas, y mientras bajaba sus manos de mi boca, le dije en voz baja, sin dejar de mirar sus ojos:

 

—Cállate.

 

Y la besé. Ella intentó apartar sus labios y entre sonrisas dijo:

 

—Se supone que no debes besarme….

 

—Cállate —continué besándola y coloqué mis manos detrás de sus posaderas blancas, subiendo su empapado vestido hasta sus caderas.

 

—Mi señor, no debes… —susurró apartando su rostro e intentando alejar mis traviesas manos de su piel desnuda.

 

La empujé contra la cama y me coloqué encima de ella.

 

Ah, mi dulce y adorada Rin.

 

Santa para el mundo, verdugo para mí.

 

Perdona a desconocidos, pero a mí me lanza decretos de castidad como si fuera su pasatiempo favorito. Y todo eso, mientras me mira con esos ojos inocentes como si no supiera lo que hace.

 

—No debes… —volvió a reiterar con la voz sofocada cuando besé sus dulces pechos desnudos.

 

Me aparté un segundo mirando su rostro.

 

—Simplemente confiesa…

 

Rin me analizó, sopesando cada palabra. Finalmente cedió:

 

—Te diré la verdad… si me dejas caminar sola por el palacio al menos un día entero.

 

—Puedo averiguarlo sin tu permiso.

 

—Sí, pero eso sería aburrido —respondió con una sonrisa ladina—. Pierde toda la gracia si no me arrancás la verdad…

 

La contemplé, tan descarada como hermosa, y atando cabos comprendí el escenario. No necesitaba su confesión.

 

—Estabas espiando a los jóvenes en los estanques…

 

El color se le subió como una llamarada. Su arrogancia juvenil se quebró en segundos.

 

—¿Cómo… cómo sabías?

 

No permití que mis emociones se asomaran.

 

¿Era apenas una fase juvenil o estaba naciendo eso que en las leyendas destruye imperios?

 

Mujeres que no empuñan armas, pero arrasan con su mirada. Esa clase de mujeres que no hacen daño… hasta que uno intenta poseerlas. ¿Y si Rin terminaba siendo de esas? De las que caminan entre ruinas provocadas por besos.

 

Y yo, que me creía inmune, empezaba a sentirme el más vulnerable de todos.

 

Me miró desafiante, como si adivinara mi línea de pensamiento, y juró con gravedad:

 

—No hice nada malo. Lo juro.

 

—Te creo —respondí, sin dudar—. Porque si hubieras hecho algo…

 

La frase quedó en el aire.

 

Rin me observó en silencio, su cuerpo tiritando aún.

 

—¿Qué ibas a decir? —susurró, con cierta inquietud.

 

La observé debajo de mi cuerpo: pálida, fría, brillante y pequeña, como la muerte misma.

 

¿La habría encerrado para siempre en nuestros aposentos para que sea solo mía?

 

¿Me hubiera inclinado a eliminar su libertad por puro miedo y celos?

 

¿No es eso lo que haría Menomaru?

 

Yo no soy ese tipo de villano.

 

Contemplé sus labios y la besé, apartando la tela que cubrían nuestras entrepiernas. Le hice el amor con pasión, desenfreno y anhelo, para enfatizar el hecho de que era mía, y buscando sus ojos en todo momento. 

 

Nunca podría admitir en voz alta lo inseguro y celoso que estaba.

 

Y cuando mi voz se quebró en un gemido bajo, humillante, sentí su risa, esa risa que es vida y que es insolencia. Más de dos semanas sin poder tocarla. Sin poder controlarlo me oí a mí mismo gimiendo, bajo, roto, como un cachorro herido, como si el hierro del agogé, de la disciplina y la sangre, años de traumas y maltratos, se quebrara y curará con el roce de su cuerpo contra el mío. 

 

Caía, caía una y otra vez en sus brazos pequeños, temblando, vencido, redimido. Su risa, coqueta, traviesa, redentora, se filtraba por cada grieta de mi alma y era como un bálsamo.

 

Rin era la única que podía mirarme así: expuesto, débil, libre. El mercenario, el heredero, el asesino… todo caía y solo era su amante.

 

Busqué su mirada, aún mientras mi cuerpo temblaba y mi aliento se volvía un fuerte lamento, casi animal junto con mis embestidas fuertes y caóticas. Ella rió, liviana y cruel, como quien goza de tener poder sobre un dios herido. Caí sobre sus brazos como caen los que ya no tienen fuerza para fingir. Y ella me sostuvo. No con fuerza sino con protección.

 

Y al amanecer, no quedaban sombras a su paso. Los custodios se habían ido, ya no la perseguían a todos sitios. Rin se creyó victoriosa. No entendía que la victoria también puede ser una ilusión y que el lobo, aunque se rinda, siempre observa a escondidas.



—----

 

RIN POV

 

Me lancé hacia atrás sobre el pasto.

 

—Que aburrido es no tener amigos —susurré colocando mis brazos detrás de mi nuca.

 

Cerré los ojos y me recosté con ánimo de echarme una buena siesta bajó la sombra de ese árbol.

 

—Me gustaría tener al menos una amiga…

 

—A mi también —escuché una voz masculina.

 

Abrí los ojos y me senté de golpe. Lo vi parado contra un tronco. Era el mismo chico que había visto desnudo el otro día. Mi rostro se ruborizó de repente.

 

—¿Acaso me estás espiando?

 

—Lo dices como si tú no lo hicieras...

 

—Ah, ¡yo no hago nada! —me levanté de golpe del suelo y comencé a caminar de regreso.

 

El susodicho me persiguió.

 

—Mi nombre es Kohaku y el tuyo es Rin.

 

Paré mis pasos y lo miré sorprendida.

 

—¿Cómo lo sabes?

 

—Eres la protegida del príncipe Sesshomaru. Todos deben saber tu nombre —respondió con obviedad.

 

Lo miré de arriba a abajo un instante. Fruncí el ceño y no dije nada más. Continué caminando y él siguió mi ritmo.

 

—¿Qué le ha pasado a tu cabello? —preguntó sin medir su curiosidad—. Te he visto por los alrededores con anterioridad y lo tenías mucho más largo...

 

—¿Así qué has estado mirándome? —cuestioné.

 

—Eres la chica más hermosa de nuestro imperio. Es normal que los chicos se volteen a mirarte...

 

El calor se alojó en mis mejillas, pero no le respondí.

 

—-----

 

SESSHOMARU POV

 

El sol comenzaba a inclinarse en el horizonte mientras jugábamos ajedrez en el patio interior. Derribé el rey de Bankotsu y me declaré vencedor.

 

—Te ves diferente —comentó de pronto.

 

Lo miré sin entender.

 

—Yo me veo igual que siempre.

 

—Te noto más alegre... más ligero.

 

No respondí. Volvió a ordenar las piezas para una nueva partida.

 

—Sabes, el grupo de muchachas con las que se reúne Rin de Troya...

 

Lo dijo con una sonrisa, como recordando aquel obsequio que los troyanos nos dejaron.

 

Él sabía que ese nombre me irritaba.

 

—Rin de Esparta —lo corregí.

 

Me lanzó una mirada de reojo, pero no dijo nada.

 

—... una de sus amigas —dijo, aunque Rin no tenía amigas, pero decidí ignorarlo—, siempre está encima mío.

 

—Ah, bueno, es la edad.

 

—La tengo rendida a mis pies —añadió con un gesto altanero de su mano.

 

Guardé silencio. Estaba llevando la conversación a algún lado.

 

—Y es una de las mujeres más bellas de Esparta. Por tu buen gusto, sospecho que también ha captado tu atención...

 

No lo confirmé ni lo negué.

 

—Ve al punto.

 

—El padre está furioso. Al parecer ella es estéril. Nadie quiere comprometerse con una mujer que no puede dar hijos. Pero es preciosa, y lo único que puede ofrecer... es su cuerpo. Está destinada a ser cortesana real, así que estará siempre en los alrededores.

 

Lo miré con frialdad. Bankotsu soltó una risa baja.

 

—Ahí está la expresión que te conozco.

 

—Habla claro.

 

Apoyó el dorso de su mano en la barbilla, casi como un niño caprichoso, y soltó:

 

—La vi el otro día en la escuela de nobles. Tiene esa cara de ángel y un cuerpo frágil. Seguro debes tratarla con cuidado en la cama. A su edad, debe ser bastante entusiasta...

 

No cambié el gesto, pero mi sangre se heló.

 

—Tu protegida es hermosa, Sesshomaru. Entre tus generales sabemos que es imposible que no te guste...

 

—¿Qué quieren?

 

—Vamos, sabes que nunca será reina. Las leyes no lo permiten. Le inventaste ese título de “Rin de Ítaca”... pero es una esclava de Tesalia. La trajiste tras la guerra. Sería “de Troya” como mucho porque era la concubina del príncipe Menomaru. Entonces, ¿por qué eliminaste tu harén?, ¿por qué te quedaste solo con ella? No tiene ningún tipo de sentido. ¿Y si por accidente la embarazas? No puedes tener hijos ahora. Todavía sigues activo en el ejército. Si en cualquier momento te llaman para ir a la guerra, ¿qué harás con esa mujer? Por eso es mucho mejor que tomes como amante a la joven noble que te mencioné. Es infértil y hermosa. Deja a Rin para otro noble de menor rango. Por ejemplo, Suikotsu ya cumplió los 30 años y está buscando una esposa para finalmente establecer una familia. Hacemos como si tu relación con esa mujer nunca existió. Y Esparta sigue adelante.

El silencio se volvió pesado mientras el último brillo del sol se filtraba por las columnas. No respondí, simplemente ladeé mi cabeza hacia un costado analizando con frialdad las facciones de Bankotsu.

—Está bien. No quieres soltar tu juguete. Tan típico en ti. Eres posesivo... ¿Cuánto quieres por ella?

—¿Cuánto...?

—¿Cuánto dinero por Rin?

—Ni por todo el Mediterráneo —respondí sin vacilar.

—Oh, vamos... —susurró con falsa sorpresa—, ¿es que es muy estrecha?, ¿o quizás tiene una lengua talentosa? Debe ser complaciente. Me encantaría probarla, aunque sea una noche...

Desenvainé mi espada y la posé en su cuello. Sujeté su cabello con fuerza y lo incliné hacia atrás. Me acerqué a su rostro.

—Una advertencia para ti y todos los demás: tocan un solo pelo de Rin... y será castración. Dos pelos: decapitación.

Me miró con desprecio.

—Sesshomaru —me llamó, ignorando deliberadamente mi título—, crecimos juntos en el agogé. Compartimos traumas y secretos...

Tiré más fuerte de su cabello.

—¿Y qué con eso?

No pensaba permitir que nuestros recuerdos compartidos me debilitaran.

Bankotsu frunció el ceño.

—Estamos preocupados por el futuro del reino...

—¿Por qué?

Su rostro se tensó. Esperó unos segundos antes de escupir su veneno.

—¡Recuerda la batalla en Tesalia! ¡Kagura te maldijo a enamorarte! ¡Esa puta esclava va a arruinar Esparta!

—¿De verdad crees eso? ¿Una niña de diecisiete años destruirá un imperio?

—¡Es el interés de los dos reinos más poderosos del Mediterráneo!, ¿o acaso crees que Menomaru se quedará quieto mientras tú usas su juguete preferido?

—Así que es por Menomaru... —dije con una media sonrisa burlona.

Bankotsu abrió los ojos, sorprendido.

—No, no es eso...

—Y luego dices que te criaste conmigo... —reí sin humor—. Te faltó más disciplina, más castigo físico...

Frunció el ceño, dolido, pero no contestó. También sabía herir.

—Al parecer a ti te sobró… —dijo irónico, sin temerme.

Tiré de su cabello. Soltó un leve gemido.

—Al menos yo superé la diamastigosis y todas las pruebas del agogé. Tú, en cambio, tuviste que acostarte con algún viejo para no acabar como los esclavos que tanto desprecias…

Rio irónico, vacío en emociones y mirando fijamente mis ojos.

—Todos alguna vez lo hicimos… —susurró como si fuera un secreto a voces y me sentí asqueado. Luego al segundo siguiente, sus facciones se retornaron serias—. Esparta está primero. ¿Acaso no lo recuerdas? No podemos permitir la entrada de los ilotas. Ellos son mayoría, y esa niña es uno de ellos. No puede ser que nuestro heredero al trono sea un amante de los esclavos…

—Te equivocas. Nunca verás a un león dominado por un ciervo.

—Eso no lo pongo en duda, su majestad...

Lo atrapé de su clámide y lo acerqué hasta quedar frente a frente.

—No lo parece, Bankotsu... —murmuré.

Él miró mis labios, luego mis ojos, con demasiada e incómoda lentitud.

—¿De verdad piensas que me creí tu supuesta atracción por Rin? -cuestioné sin más.

Sus labios temblaron y respondió:

—Me gustan las mujeres también...

Solté una risa suave.

—Sé todo lo que se dice... Y me llegó la información de que el más pasivo de todos mis generales eres tú, Bankotsu.

 

—Pues le llegó mal la información, su majestad. Pero si quieres comprobarlo, no me opondré...

 

Me sonrió, insinuante. Observé sus labios, tan cerca. Nuestros rostros a un tramo de distancia.

 

—Sabes que no me atraen los hombres. Aunque sea costumbre por aquí. Y sé que tienes debilidad por cierto jovencito...

 

Alcé la vista lentamente y vi cómo se tensaban sus facciones. Había entendido. Me aparte, guardando mi espada.

 

—Nunca me he metido en las relaciones ajenas —continué—. Pero como futuro rey, podría hacer una ley que prohíba las relaciones sexuales entre hombres. Aunque no lo haré, no me importa lo que hagan. Pero entiéndeme: esto es personal. No tiene que ver con Esparta. Esparta no caerá. Pero si mi amante sangra… el tuyo muere. Ojo por ojo. Una vida se paga con otra vida.

 

Bankotsu asintió, y sus ojos cobardes volvieron a la mesa.

 

Salí del salón sin decir nada más en dirección al patio interno. Pero entonces desde lejos, vi a Rin cruzar el corredor con un ramo de flores en brazos. Caminaba sola. 

 

Una columna me ocultaba de su visión, de modo yo podía analizarla sin problema.

 

El corredor se extendía entre columnas de mármol, altísimas, inmaculadas. El sol, en su caída, se filtraba entre los espacios con un ritmo casi litúrgico, lanzando cuchillas de luz sobre el piso de piedra.

 

Y Rin cruzaba.

 

Cada columna proyectaba su sombra alargada y estrecha, y ella, al pasar, desaparecía en esas franjas de oscuridad. Luego emergía otra vez, envuelta en oro. Sombra. Luz. Sombra. Luz. Como si se quebrara y recomponiera con cada paso. Como si el mundo no supiera decidir si conservarla o borrarla.

 

El velo de su túnica se alzaba con el viento, y al quedar suspendido en las franjas de sol, se volvía translúcido, confiriendole un aspecto divino, inhumano. 

 

Mis ojos comenzaron a traicionarme.

 

Detrás de esa franja traslúcida veía fuego, como fugaces visiones.

 

Y de repente ya no era ella. 

 

Era Tesalia. 

 

Era el clamor de las mujeres y los niños, el crujir de las puertas rotas, el crepitar de las casas ardiendo. Era el pueblo que había masacrado con mis propias manos. Las cenizas se alzaban con cada pisada suya. Sus pies, antes suaves sobre el mármol, comenzaron a sonar como percusión de un ritual. 

 

tac

 

Tac 

 

TAC

 

Mi corazón se endureció. El cuerpo quieto, pero dentro de mí, todo gritaba. Mi pecho dolió y recordé fugazmente el rostro de la bruja Kagura.

 

Y allí, detrás de Rin, a un tramo de distancia iba caminado otra persona.

 

Más lenta. Más pesada. Vestida de violeta.

 

No brillaba como Rin. Absorbía. Su sombra caía al suelo más ancha, más espesa, más enferma. Como si arrastrara consigo un haz de justicia. Y su paso no hacía ruido, pero el silencio se quebraba con ella.

 

Entonces recordé la carta que había recibido de Menomaru días atrás:

 

“Tu padre ha estado en Troya, y por lo que escuché ha dejado la expresa orden de envenenar a Rin ante cualquier evento sospechoso…”

 

No mencionaba nombres. Registré el palacio en busca de asesinos, asigné muchos más custodios a Rin sin alertarla.

 

Pero la mayor amenaza no estaba entre sombras ni armaduras.

 

La guardiana del reino, la sacerdotisa que juró protegerlo, era la portadora de esa misión. 

 

Kagome.

 

Mi padre confió en ella, ¿por qué una sacerdotisa se involucraría en algo como eso? Y ese simple acto desmoronó todas mis certezas.

 

No podía moverla ni exponerla. Si Kagome caía, el equilibrio de Esparta también porque era nuestra muralla ante potenciales enemigos.

 

Di un paso hacia atrás. Y luego otro.

 

Y sonreí. 

 

No siempre era necesaria la violencia, sino saber los puntos débiles del enemigo. Mi padre, sin saberlo, había dejado a su mejor peón a mi alcance.

—-----

 

KAGOME POV

 

Rin caminaba delante de mí, con flores en las manos, flotando entre luces y penumbras.

 

Sombra. Luz. Sombra. Luz…

 

Era una imagen bella y peligrosa.

 

La seguía en silencio a una distancia prudente, lo suficiente para no despertar sospechas y poder verla con claridad.

 

Los resplandores del atardecer la envolvían como una aparición. Su figura se deshacía al pasar frente a los pilares, y volvía a formarse al siguiente rayo de sol. Blanca, etérea. Como un presagio.

 

Pero yo no podía dejarme llevar por la belleza.

 

Había señales.

 

El flujo de energía en el castillo había cambiado desde su llegada. Mi cuerpo lo sentía antes que mi mente pudiera explicarlo. Las auras se entrelazaban. Las líneas del destino se tensaban. Algo oscuro se movía por debajo.

 

Y no era ella.

 

Era lo que traía con ella.

 

Apreté con fuerza los pergaminos contra mi pecho.

 

Mi deber era claro.

 

No por el imperio.

 

Sino por las almas que lo sostienen.

 

Entonces lo sentí.

 

Una mirada, detrás de una columna.

 

Él.

 

Sesshomaru.

 

Aunque no podía verlo, su energía atravesó el pasillo como una brisa helada. El tipo de presencia que no necesita moverse para hacerse notar.

 

Sonrió apenas. Bastó eso para que supiera que debía ir. Quise dudar, rebelarme… pero sus órdenes eran como piedras grabadas: no se discutían.

 

Cambié de rumbo y lo seguí.

 

Sesshomaru caminó hacia una sala apartada. Entró sin decir palabra, y yo detrás. Se sentó en un sillón amplio y señaló los cojines como si fuera lo más natural del mundo. Apreté los pergaminos contra el pecho. No le tengo miedo, tengo poder para enfrentarlo. Pero una pelea… no beneficiaría a nadie.

 

Me senté.

 

—¿Sucede algo, su majestad?

 

No contestó.

 

Con un simple gesto, indicó a un joven esclavo que trajera algo. Apareció enseguida con frutas y té. Luego, Sesshomaru hizo otro ademán y nos dejó solos.

 

Tomó la tetera, se sirvió y luego me sirvió a mí. Todo con una cortesía tan fuera de lugar en él que me incomodó más que si me hubiese lanzado una daga.

 

—Muchas gracias, su majestad… pero no deseo beber —rechacé la taza con suavidad.

 

Volvió a empujarla hacia mí.

 

—Bébela. No está envenenada.

 

El aire se volvió espeso.

 

—No quiero.

 

—Bébela.

 

—Que no.

 

—Sí.

 

—¡Que no!

 

Tomó la taza, la bebió sin dejar de mirarme y la dejó con parsimonia en su lugar.

 

—¿Ves? —dijo, cruzando las piernas con arrogancia—. No hay veneno. No usaría un truco tan bajo. Al menos no con alguien vulnerable. ¿Tú sí lo harías?

 

Fruncí el ceño. Sabía por dónde iba. Sin decirlo, ya había conectado todo. Mi rol. Rin. La amenaza. Tenía que mantenerme firme.

 

—No sé de qué hablas.

 

Ladeó la cabeza con su clásica paciencia.

 

—¿Cómo se llamaba ese niño troyano con el que jugabas de pequeña?

 

Sentí el corazón brincar. Prácticamente Sesshomaru y yo nos conocemos de toda la vida, así que es sencillo que sepa todo sobre mí, sin embargo…

 

—No sé de qué hablas —repetí, esta vez sin mirarlo.

 

—El hijo menor del rey Toga. El que te hacía coronas de flores.

 

Lo miré directo. Sonrió.

 

—Hace años que te prohíben cualquier contacto con él.

 

No respondí. La sala quedó envuelta en un silencio espeso, de esos que parecen durar más de lo que deberían. Él me observaba con una quietud casi incómoda, mientras yo desviaba la mirada, incapaz de sostener su atención por más tiempo. Jamás supe esconder del todo lo que sentía.

—Debe ser difícil —comentó, rompiendo la quietud con una voz suave.

—¿Difícil? —repetí, apenas en un susurro.

—No poder enamorarte. Mantenerte casta. Ser clarividente, fuerte, y además ejemplo. Pitonisa, protectora. Todo a la vez.

 

Aparté la vista. Sus palabras habían tocado cada fibra de mi ser de forma inesperada.

 

—Sí. Es difícil —confesé, más rápido de lo que hubiera querido.

 

Sesshomaru asintió, impasible.

 

—Te entiendo —dijo, con una naturalidad extraña.

 

Lo observé. ¿Manipulación o sinceridad? A veces en Sesshomaru ambas cosas eran lo mismo.

 

—Hace unos meses viste algo en mi futuro. ¿Puedes decírmelo?

 

Negué. Revelar destinos estaba prohibido.

 

—¿Está vinculado a Rin? —insistió.

 

No respondí. No hizo falta.

 

—Tal vez estamos siendo avaros con las reglas —siguió—. Algunas cosas podrían cambiar.

 

—¿Cómo qué?

 

—La crianza de los niños —dijo, observando con detenimiento sus manos—. Nuestros métodos… a veces rozan la crueldad, ¿no te parece? No todo se resuelve con espadas. Hace falta nutrir las mentes. Hay demasiados necios ahí fuera, todos creyendo que la fuerza lo es todo. Tú eres distinta. La mujer más preparada... —hizo una pausa como si le costara decir lo siguiente— ...e inteligente que he conocido.

 

Fruncí los ojos. Esa frase le costó el alma. Seguramente lo que me iba a pedir era demasiado importante como para rebajarse a decir algo como eso.

—Vaya. Por una vez estamos de acuerdo —dije con una sonrisa tranquila, acomodándome.

Era raro oír un elogio de Sesshomaru. Su rostro seguía sereno, pero un leve gesto en su ceño lo delataba. Creo que internamente me estaba lanzando algún que otro improperio pero debía contenerse.

—Tú y yo nacimos sin poder elegir nuestro destino. Nos arrojaron desde temprana edad al mundo sin preguntarnos si queríamos formar parte de él —dijo en voz baja—. Nacimos para servir a Esparta... pero ¿alguna vez te has preguntado si hay algo más allá de lo que nos enseñaron?

Me recosté levemente.

—¿Cuándo hablas de “algo más” … te refieres a esa chica? —pregunté, y por un segundo, la chispa del chisme prendió en mi interior.

Él no respondió enseguida. Su mirada descendió hacia la mesa, como buscando sostén en la madera, antes de volver a mí.

—Rin significa algo para mí —dijo al fin, con una honestidad que no le era habitual—. Es compasiva. No necesita más enemigos... necesita aliados. Y tú tampoco encajas del todo con Esparta, ¿verdad?

No. Nunca lo hice. Pero no se lo confesé.

—Kagome, viste un futuro. Mi padre quiere evitarlo. Pero si el futuro puede cambiar, entonces quizá no haga falta hacerlo por los medios más crueles.

 

Y tenía razón. No hay un solo destino.

—Sesshomaru… —alcancé a decir, pero él tosió con esa teatralidad que solo los nobles dominan. Me detuve, rodando los ojos—. Príncipe Sesshomaru —corregí con tono agrio—, estoy de acuerdo contigo, pero…

—¿Qué hay de malo en amar? —me soltó de la nada, como quien lanza un cuchillo por aburrimiento.

Lo miré como si me hubiese hablado en un idioma desconocido.

—¿ Amar ? —repetí, con un parpadeo incrédulo.

¿Había dicho eso en voz alta? ¿Sesshomaru, el señor “ no necesito a nadie ”, hablando de amor ?

—Eso querías oír, ¿no? Sí. Amo a esa esclava. ¿Contenta? —dijo con sarcasmo—. Igual que tú amas a ese troyano bueno para nada.

 

Abrí los ojos, pero no dije nada.

 

—Lo haré simple —siguió completamente fastidiado. Yo todavía no podía salir de la sorpresa—. Cuando conquiste Troya, no mataré al idiota de Inuyasha, ¿está bien? Te lo envolveré. Moño gigante, caja brillante. Lo que sea. ¿Quieres casarte con él? Hazlo. ¿Sacrificarlo en una danza con tamborcitos? Perfecto. Pero hasta entonces: castidad. ¿Entendido? Necesito tus dones vírgenes en óptimo estado. Y también… acompaña mientras tanto a Rin. No la envenenes, no la traiciones. Haz… eso… que hacen ustedes. Conectar emocionalmente , o como se llame.

 

Yo ya estaba medio convulsionando del desconcierto. Levanté un dedo.

—Perfecto, lo tomamos como un sí —dijo como emperador satisfecho. Se paró antes de que mi voz encontrara la salida. Yo solo bajé el dedo y me tragué toda dignidad.

Desde la puerta, me lanzó su golpe final:

—Kagome —dijo con tono sepulcral—. Si esto llega a los oídos de alguien… no dudes que te lanzo del barranco del monte Taigeto sin pestañear.

Me quedé sentada, preguntándome si de verdad había sido una conversación. O un monólogo de Sesshomaru con amenazas de regalo incluidas. Ni en las peores de mis visiones hubieras concebido algo parecido.

 

—----

SESSHOMARU POV

Como cada noche, al entrar al dormitorio, Rin ya me esperaba. Corrió hacia mí con esa costumbre suya de envolverme en un abrazo.

—¿Cómo estuvo tu día? —pregunté con la misma formalidad de siempre.

Ella empezó a hablar de inmediato, como si llevara horas conteniéndose con su reporte lleno de detalles irrelevantes. Mientras tanto, mis pasos me guiaron hacia el interior. Eché un vistazo rápido al entorno. Todo en orden. Caminé hasta el escritorio y aparté, sin piedad, esa ridícula rana de peluche, lanzándola hacia el extremo contrario de la habitación.

—Pobre Jaken —dijo Rin entre risas, con ese extraño afecto que le tiene al muñeco con nombre absurdo.

Busqué la llave bajo la vela, como siempre. La pared tenía un hueco que sólo yo conocía; tras la piedra, estaba el cofre. Rin enmudeció al ver el procedimiento, sus ojos brillando con inquietud. Si tan solo supiera cuántos compartimientos ocultos tiene esta habitación... sería como un templo de maravillas para ella.

Rin continuó contemplando expectante el cofre como si acabara de descubrir que vivo una doble vida. Técnicamente, no está tan errada.

Adentro: correspondencia completa de cinco años de Inuyasha a Kagome, correspondencia que nunca llegó a su destino porque yo me ocupé de confiscarla. Mi tesoro inútil… hasta ahora.

Nunca tuve tiempo para sentimentalismos. Pero ahora necesito estrategia. Y la sacerdotisa es una pieza útil.

Tener a Rin protegida por la mujer más fuerte que tengo disponible, mientras espío al linaje troyano... ¿hay algo que no sea brillante en mi plan?

Reí, muy por lo bajo. Deberían admirarme más, estos tontos. La genialidad es solitaria y es natural que no me comprendan, estoy rodeado de incompetentes.

Me senté y abrí la primera carta. Rin se acercó con curiosidad.

—¿Qué haces? —preguntó con su dulzura usual.

—No —respondí antes de que dijera más, sin permitirle preguntar algo más.

Ella retrocedió, ofendida en silencio. Golpeaba su muñeco contra el suelo con gesto distraído, y yo no pude evitar mirarla de nuevo.

Suspiré.

Esto es estar enamorado, ¿no?

—Rin —la llamé, cerrando todo nuevamente.

Se acercó sin vacilar.

Le ofrecí mi mano.

—¿Quieres dar un paseo?

Su rostro se iluminó como si el mundo entero se hubiera encendido solo para ella.

Y salimos juntos. Esta... maldita cosa de estar enamorado.

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Chapter 14

Notes:

Nota de autor:

Los capítulos anteriores sirvieron para conocer más a Rin y Sesshomaru, el porqué se quieren, su amor real y sincero, las diferentes partes que componen la sociedad en la que viven. No es una historia en la que existan realmente villanos (tal vez Kagura podría entrar en esa categoría, pero fue Sesshomaru quien se buscó su enemistad con sus acciones), sino que todos los personajes actúan de acuerdo a lo que creen correcto. Intenté mantener las personalidades del canon original de la serie Inuyasha. A partir de acá comienza el verdadero drama.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

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Meses después.

 

 

 

SESSHOMARU POV

 

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—¿Y alguien más se acercó a ella?

—Un sirviente nuevo intentó entablar conversación… pero me interpuse. Con respeto.

—¿Y cómo reaccionó?

—Aceptó mi presencia sin discutir. No insistió.

—Entiendo. ¿Entonces no hay más?

—Eso es todo, su majestad —dijo Kohaku, con la rodilla aún tocando el suelo.

Se incorporó con la disciplina de quien sabe que vive a merced de mi sombra. Lo observé con detenimiento, sin urgencia. Era joven, leal, y estaba completamente, aunque silenciosamente, entregado a Rin.

—Estás haciendo un buen trabajo cuidando de Rin —dije sonriéndole de forma afable, un rasgo controlador y manipulador que aprendí con el tiempo.

Sus ojos se alzaron con una emoción que no se atrevió a nombrar. Lo vi. Esa chispa de esperanza, torpe y transparente, que siempre lo traicionaba cuando oía su nombre.

Rin no lo sabía. Por supuesto que no. Creía que la custodia se había retirado, que ahora caminaba libre por los jardines del palacio, sin ojos que la vigilaran. Ahí continuaba estando yo. Más cerca que nunca, ocultó en la forma de Kohaku, de Kagome, y de todos esos “amigos” que ella pensaba había elegido por voluntad propia.

Pero fui yo quien eligió. Fui yo quien colocó cada pieza.

A Kohaku le dejé la puerta abierta con sutileza. Jamás se lo ordené. Solo le dejé pistas: ella paseando sola, una mirada mía cuando pasaba junto a él, un comentario al descuido sobre la seguridad de ella. Lo envolví en lo que necesitaba creer. 

—Su majestad… —dijo Kohaku de pronto—, ¿puedo hacerle una pequeña petición?

—Habla.

—Rin quiere ir a la feria del pueblo. Me preguntaba si me permite acompañarla…

—Ella debe permanecer dentro del castillo —respondí sin levantar la voz—. Es por su seguridad.

Y también porque esa cercanía entre ambos, aunque inofensiva, me resultaba incómoda. Sin embargo, nunca demostraría mi debilidad tan abiertamente. Esa debilidad tenía que transformarse en fortaleza.

—Entiendo…

—Ella confía en ti —dije, girando apenas la conversación—. Te ve como un amigo —enfatice con sutileza—, alguien en quien apoyarse. Imagino que tú también confías en ella.

Kohaku asintió con rapidez, pero luego dudó, como si las palabras fueran demasiado pequeñas para lo que sentía.

—Rin tiene una luz. Una forma de mirar el mundo que no debería apagarse nunca —murmuró—. Es como si todo a su alrededor se volviera más suave, más amable, solo por tenerla cerca.

Casi. Casi sentí pena por él. ¿De verdad pensaba que tenía alguna oportunidad con ella?

—Esa luz —murmuré— es justo lo que la pone en peligro. Hay quienes se dedican a apagar luces así. ¿Estás dispuesto a protegerla, aunque no te lo pida?

—Sí —respondió sin un solo titubeo.

Perfecto.

El amor vuelve estúpidos a los hombres. Y Kohaku es el tipo de persona que lo ciega los sentimientos.

Rin quería sentirse libre. Kohaku quería sentirse útil. Yo solo quería que ella viviera. A cualquier precio.

Yo los movía con hilos invisibles. Si alguien intentaba hacerle daño a ella, Kohaku reaccionaría antes que cualquier soldado. Moriría por Rin sin saber que lo hacía por mí.

Por eso necesitaba su devoción por Rin, necesitaba que la quisiera, aunque nunca pudiera obtenerla. Necesitaba que él se sintiera atado a ella.

La violencia es un arte menor. Sirve para dominar, no para mantener. La mente, en cambio, lo controla todo.

—Puedes retirarte.

Kohaku inclinó la cabeza. Esa emoción seguía en sus ojos. Esperanza. Un amor que creía secreto, pero que yo veía y reconocía con sencillez.

Ese era su ancla.

Y mi escudo de protección.

Ese era el lazo que lo mantenía en su sitio.

Cuando quedó solo el eco de sus pasos, me dirigí hacia la ventana. A lo lejos, en el jardín, Rin jugaba con flores silvestres, su vestido blanco acariciado por la brisa. Una imagen tan frágil que dolía. A su alrededor, un grupo de niñas pequeñas reía y giraba en círculos. Unos pasos más atrás, bajo la sombra de un árbol de almendra, Kagome las observaba en silencio. Sus ojos oscuros parecían perdidos en pensamientos lejanos, mientras sus dedos jugueteaban con una flor aún cerrada.

Yo permanecí inmóvil. Fascinado e hipnotizado por esa escena tan simple y, sin embargo, tan poderosa.

Rin, con su atrayente sonrisa radiante, el cabello rebelde al viento y las mejillas encendidas, repartía flores, besos y abrazos como si el mundo nunca hubiese conocido la guerra.

Y en medio de esa imagen, sin aviso, una sensación cálida me envolvió. Un destello fugaz en mi mente: ella conmigo y a nuestro alrededor pequeños rostros parecidos a los suyos, o a los míos, corriendo por el mismo jardín, riendo, llamándola “madre”.

Un futuro que todavía no podía hacer realidad. Durante todos estos meses, el vientre de Rin se había mantenido plano y su ciclo menstrual llegaba de forma concienzuda mes a mes, recordándome mi inhabilidad para poder embarazarla.

Si ella tuviera a mi heredero, sería todavía más fácil convertirla en reina pero eso al parecer era lo único que no podía manipular dentro del destino… y me molestaba.

Suspiré sin hacerlo evidente.

Ah… este amor mío, absoluto solo para ella. Me está volviendo cruel de una forma elegante. Peligrosamente elegante.

Y eso me gusta más de lo que debería.

—-----------

El sueño era tibio. Cálido. Mi cuerpo rodeaba el de ella como tantas veces. Sentía su respiración suave, el ritmo apacible de su pecho contra el mío. Mis labios rozaron los suyos con la familiaridad de lo cotidiano pero algo estaba mal.

No eran los labios de Rin.

Eran fríos. Extrañamente rígidos.

Un escalofrío me recorrió desde la nuca hasta la espalda. Abrí los ojos y los vi.

No eran sus ojos.

Eran rojos. Inyectados en sangre. Penetrantes. Brillaban con un fulgor enfermizo en un rostro que no pertenecía a este plano.

El cabello negro como el abismo caía en ondas espesas sobre las sábanas, como serpientes de sombra, tan semejante a la mitológica Medusa.

—Sesshomaru… —susurró con suavidad atrayente, como si intentará atrapar mi nombre dentro de su voz—. ¿Tan fácil te olvidaste de mí?

Kagura.

La bruja a la que menosprecie sus sentimientos. 

Su voz era un eco desde lo más profundo del infierno. Estaba acostada a mi lado, mirándome con deseo.

Mi cuerpo no reaccionaba. Quise apartarme. Gritar.

Pero no podía.

Seguía ahí. Aferrado a esa figura oscura, como si mis brazos no me obedecieran. El horror me paralizaba.

Sus afiladas uñas se acercaron a mi rostro, pero se detuvo a pulgadas de tocar mi piel. De repente sus ojos se volvieron oscuros con rechazo y rencor.

—Al parecer tu amor por esa mujer es sincero. ¿Qué es lo que falló en mi hechizo?

Y entonces lo logré.

Me incorporé de golpe, la respiración desbocada, despertándome de aquella pesadilla.

La habitación estaba en penumbra. El sudor me empapaba la frente. Me llevé una mano al pecho, mi corazón latía desbordado y mis pulmones no parecían hallar el suficiente oxígeno.

Había sido un sueño. Una pesadilla.

Pero Rin no estaba a mi lado.

Me giré.

Las sábanas estaban revueltas. Manchadas de rojo.

—Rin… —murmuré, sintiendo cómo el vértigo trepaba como una garra por mi garganta.

 Mis ojos viajaron con desesperación dentro del dormitorio.

¡Rin!

Entonces, desde el otro cuarto, apareció.

Vestida de blanco, con el cabello recogido de forma descuidada y aún adormecida. Me miraba con esa mezcla de ternura y preocupación que me desarmaba.

—Príncipe Sesshomaru… ¿estás bien?

No dudé. Me puse de pie de inmediato, como si un hilo invisible me arrastrara hacia ella. Crucé la habitación con pasos largos y directos. La tomé por los brazos, acaricié su rostro, sus hombros, su cintura, como si necesitara confirmar con mis propias manos que estaba entera, que no era un espejismo traído por la ansiedad.

—¿Estás herida? —pregunté, sin ocultar la urgencia que me consumía. 

Ella retrocedió un poco, sorprendida.

—¿Eh? No… —dijo, bajando la mirada con una mezcla de pudor y vergüenza—. Solo es mi periodo otra vez. No me di cuenta y manché devuelta las sábanas, me disculpo por eso…

Cerré los ojos. Fue apenas un segundo.

Mi alma regresó a mi cuerpo.

Rin estaba bien.

Sostuve con delicadeza sus mejillas entre mis manos, y apoyé mi frente contra la suya, permitiéndome un aliento de alivio.

—No pasa nada… —dije, más para mí que para ella sin dejar de acariciar sus mejillas—, tú estás aquí conmigo y las sábanas se lavan…

Me aparté un poco. Mis manos bajaron lentamente hasta sus antebrazos, rozándolos con calma, dándole espacio para respirar.

—¿Te sientes bien?, ¿quieres que llame a una matrona?

Ya había tenido que hacerlo antes, en esos episodios. Era costumbre que las mujeres de confianza de la corte se ocuparan de lo que yo no podía entender del todo.

Rin apoyó tímidamente sus manos sobre las mías.

—No es necesario. Estoy tomando un té que me dio Kagome para el dolor…

Asentí. Luego cubrí mi desnudez con mi clámide y entré a su dormitorio, sentándome a su lado. Ella comenzó a beber en silencio. Observé sus movimientos, su forma de sostener la taza, su expresión serena. Luego miré los cofres abiertos en su cómoda, llenos de hierbas, las compresas dobladas, las infusiones dispuestas con cuidado. Nunca me detuve en esos detalles, hasta ahora. Algo me obligaba a mirar con otros ojos.

Me levanté de mi sitio y sostuve entre mis dedos uno de esos yuyos.

—Tienes mucho de esto… —dije como algo casual, sin dejar de examinarlo con mis ojos. Yo podía reconocer con facilidad está planta pero no quería admitir lo que mis ojos estaban viendo.

—Lo bebo todas las mañanas.

—¿Qué es?

Silfio —respondió sin dudar.

Mi expresión no cambió. Pero en mi interior algo se tensó y comencé a arder con rabia.

—Así que bebes esto…

Asintió con la inocencia de quien no ve el peligro.

—A veces lo mezclo con ajenjo y perejil. ¿Quieres probarlo?

Sonreí. Una sonrisa suave, elegante, una máscara.

—Está bien —dije con voz aterciopelada, pero nada de lo que veía estaba bien.

Ella se animó. Se levantó y me preparó una taza, feliz de compartir algo conmigo. Luego me la entregó con amabilidad. Bebí apenas un sorbo, y mantuve la sonrisa.

—Sabe bien. ¿Quién te lo recomendó?

Sus ojos se iluminaron.

—Kagome…

Maldita bruja traicionera, debí suponerlo.

—...ella me lo dio, después de lo que ocurrió con Yura.

Ah.

Ese incidente.

¿Cómo lo dejé pasar? ¿Cómo fui tan estúpido?

Cuando ocurrió ese incidente sólo hablé con Kagome. Ella me dijo que Rin sangraba por su período, y yo ignorante en estas cuestiones de mujeres le pedí que la cuidara, que le hablara… que la guiara. Rin estaba muy herida en ese entonces, no me detuve a pensar en nada más, solo la quería ver sana. Nunca pensé que Kagome usaría esa oportunidad para meterse en mi cama, en mi descendencia, en el único punto donde soy vulnerable, entregándole hierbas abortivas a Rin y aconsejandola a tomarlas todos los días.

Con razón los ciclos menstruales de Rin eran tan abruptos y disruptivos.

Volví a sonreír. Suavemente. Con una calma peligrosa.

Ahí estaba, otra vez el destino sirviéndose a mi favor.  Y yo también iba a manipular esto, sacando de mi camino ese impedimento.

—--

Apenas salió el sol mis pasos me llevaron directo hacia Kagome. A la distancia, noté cómo su cuerpo se tensaba al verme. Entrecerró los ojos.

Esa mujer tan emocional, tan predecible. Tan fácil de leer. Tan fácil de manipular.

—Ven —ordené con tono seco.

Y simplemente seguí caminando.

Ella, como era de esperarse, me siguió sin protestar.

Entramos a una sala lateral. Hice un gesto con la mano y los sirvientes se retiraron en silencio. No le ofrecí asiento. Simplemente fui directo en mis pretensiones.

—Tú, bruja —dije, sacando un pequeño estuche de mi clámide—. ¿Le has estado dando plantas abortivas a Rin?

El rostro de Kagome se endureció. Sus labios se apretaron en una línea tensa, y durante unos segundos no dijo nada. Luego respiró hondo, como aceptando una carga que sabía inevitable.

—Desde el incidente con Yura, cuando golpearon a Rin. Ella tuvo su primer periodo y desde ese día las toma.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—No creí que necesitaras saberlo. Es un asunto de mujeres.

—Quiero un heredero.

Su rostro palideció.

—No es el momento, Sesshomaru.

—No me importa. Sabes tan bien como yo que un heredero la protegería.

Desvió la mirada hacia el suelo, sus pensamientos cruzando rápido detrás de sus ojos.

—Deberías hablarlo con ella, no conmigo.

—No. Quiero que dejes de darle esas infusiones. Quiero que prepares algo que favorezca la fertilidad y se lo des. No es necesario que se lo menciones, simplemente haz que suceda.

Kagome me miró con cautela.

—Sesshomaru… —carraspeé mi garganta. ¿Por qué está mujer era tan confianzuda? Suspiró y finalmente se corrigió —, príncipe Sesshomaru, ¿no cree que tal vez deba pensarlo un poco más y hablarlo con ella?

—Simplemente haz lo que digo.

Suspiró. No discutió. Solo me miró con ese gesto suyo que siempre ocultaba más de lo que decía. A fin de cuentas, era una pitonisa.

—Como desee, su majestad.

Eso era todo lo que necesitaba oír.

Saqué entonces de entre mis ropas una carta que había llegado de Inuyasha. Sus ojos se iluminaron como si acabara de recordar que existía algo más allá de esta conversación.

Cuando estiró las manos para recibirla, la retiré por un instante.

—No me traiciones —le advertí con voz baja, firme, como el mercenario que soy.

Ella asintió. Tomó la carta con una sonrisa y salió casi flotando de la sala, como si nada de lo anterior hubiese ocurrido y como si su mundo fuera única y exclusivamente esa correspondencia que llegaba al menos una vez al mes. Era tan fácil manipular a este tipo de personas: enamoradas, sensibles, emocionales.

Y, sin embargo… pensé en Rin.

Mi esposa. Mi futuro. 

Tener un hijo no se debatía. ¿Por qué habría de pedirle opinión? Era mi esposa, aunque todavía no oficialmente, pero esa era su función: darme herederos.

Y aún así, me sentí inseguro. No podía ceder a los deseos de Rin, ella debía darme hijos. No era debilidad: era necesidad para hacer más legal nuestra relación al mundo que nos rodeaba. Necesitaba un heredero, una garantía para protegerla de todo aquel que buscará hacerle daño. No era por emoción ni por deseos de paternidad, era lógica y estrategia.

Pero la incomodidad persistía.

Los niños venían a este mundo como accidentes, y Rin no estaba por encima de eso.

—-

MENOMARU POV

.

.

Finalmente luego de tantos meses el imbécil del rey de Esparta regresó. Mi padre no tardó en recibirlos, y yo lo acompañé junto con mi hermano Inuyasha. Pasado el marco protocolar del principio fuimos a un inmenso salón para degustar un banquete junto con los nobles de primera ley. Sara se hallaba en la mesa y Kirinmaru no podía apartar sus libidinosos ojos de ella. A mí entender, le gustaba más al padre que al hijo, pero era el estúpido de Sesshomaru que como primogénito e hijo único debía dar un heredero.

—Sara ha de ser la mujer más atractiva de toda Troya —comentó el rey de Esparta.

Mi odiosa prima rió con vanidad y luego permitió que el morboso de Kirinmaru besase el dorso de su delicada mano. Sentí mucho asco.

—Yo diría que es la mujer más hermosa de todo el mediterráneo —agregó Toga, mi padre, sabiendo vender muy bien el producto que vendría a ser Sara.

Sonreí de medio lado y sin rebajarme, respondí:

—Eso no es verdad. La mujer más hermosa del mediterráneo será la futura reina de Troya...

Sara me miró con desprecio, viendo su orgullo pisoteado por mi arrogancia.

—Oh... —musitó Kirinmaru abriendo sus ojos con sorpresa—, ¿acaso ya tiene una prometida el príncipe Menomaru?

Ahí fue cuando mi padre intercedió.

—Todo dependerá de usted, rey Kirinmaru.

—¿Por qué lo dices Toga?

—Porque te entregaremos la mano de Sara a cambio de que nos regreses a la joven Rin.

Kirinmaru nos analizó con expresión aburrida.

—¿Y por qué quieren a esa mujercita? Ya tiene uso. Tengo otras vírgenes…

—Eso no nos importa... —dijo Toga—, queremos únicamente a esa jovencita...

Kirinmaru se miró las manos, decoradas por fastuosos anillos de oro.

—Ni siquiera sé si está viva... —admitió.

Fruncí el ceño.

—Lo está —di por hecho.

—¿Y eso cómo lo sabes? Yo ordené que la envenenaran...

Mi padre Toga ironizó:

—Creo que en once meses no te han enviado noticias sobre tu reino...

—Claro que sí. Siempre me han comunicado todo.

—Tal vez Sesshomaru solo te ha querido comunicar lo que a él le conviene...

Kirinmaru entrecerró los ojos y una mueca de disgusto se asomó en su boca.

—Rin vive como la protegida de Sesshomaru —reveló mi padre.

—Eso no puede ser verdad…

—Lo es. Tú hijo les dio la libertad a todas las rameras de su harem y se quedó sólo con Rin. Esta joven va a la escuela de nobles, y vive con él… 

El rey de Esparta se levantó de golpe de su asiento.

—¡Ustedes han condenado a mi reino!, ¡me han regalado a una bruja!

—¡No es una bruja! —me atreví a responder.

¡Me hervía la sangre cuando atacaban a mi Rin!

Mi padre me miró con reproche y Kirinmaru me analizó con los ojos fríos.

—Está bien, les regresaré a esa mocosa —dio por hecho—, pero a cambio quiero a Sara, tal cómo lo han prometido...

Mi corazón latió con fuerza y no pude ocultar la inmensa sonrisa que se asomó en mi rostro.

—Entonces mi hijo Menomaru, Sara y yo iremos contigo a Esparta. Inuyasha se quedará aquí en Troya mientras tanto. Bautizaré el compromiso de nuestros hijos, haremos toda la ceremonia protocolar y luego me llevaré a Rin —reveló mi padre.

De repente, mi hermano Inuyasha se levantó de su lugar, simplemente inclinó  su cabeza y luego salió del gran salón.

Sonreí de medio lado. En barco tal vez estaríamos en Esparta en cinco o diez días. Sesshomaru tenía los días contados…

.

.

.

Notes:

Nota de autor:

El silfio fue una planta muy valiosa en la Antigüedad, usada como anticonceptivo y para aliviar dolores menstruales. Griegos y romanos la consideraban eficaz, y su uso era tan extendido que terminó extinguiéndose.

Chapter 15

Notes:

NOTA DE AUTOR: Aclaración, se menciona en capítulos anteriores (si mal no creo recordar), una ex comprometida de Sesshomaru, que fue Rion.

Rion es la hija no reconocida de Kirinmaru (esto no lo sabe Sesshomaru). Intenta comprometerla con Sesshomaru para brindarle una mejor vida, y para que al menos su heredera ascendiera al trono, pero cuando Rion descubre que Kirinmaru es su verdadero padre se suicida, al creer que la estaba obligando a casarse con su hermano.

Chapter Text

Así transcurrieron algunos días.

 

SESSHOMARU – POV

 

Hoy es mi cumpleaños.

 

Como cada año, el protocolo exigía un banquete monumental en mi honor. Yo no deseaba esa celebración vacía, pero el poder no se construye desde el deseo, sino desde la imagen. Ellos necesitaban verme inquebrantable, lejano, casi divino.

 

El recinto era enorme. Las gradas altas, esculpidas en mármol y bronce, se alzaban repletas de ciudadanos ilustres, nobles y viejos consejeros. En el centro, una arena abierta donde esclavos aguardaban su destino, atados con cadenas y en el otro extremos bestias salvajes deseando ser liberadas. Músicos tocaban cuerdas y tambores al fondo, acompañando el ambiente con melodías solemnes.

 

Me senté en mi trono elevado, cubierto por telas púrpuras y joyas que brillaban encandilantes ante el sol. A mi derecha, Rin, engalanada de la misma forma, parecía sentirse fuera de lugar entre esa barbarie. 

 

Los ancianos murmuraban desde sus butacas. No les gustaba verla a mi lado. Pero Kagome estaba cerca, vigilante, su aura intacta como un muro. Nadie osaba acercarse a Rin si Kagome estaba presente. Todos le temían a la sacerdotisa, nuestra conexión al mundo divino.

 

Las puertas de hierro se abrieron con estruendo. Entraron los esclavos, y tras ellos los leones. La multitud rugió con ansias primitivas.

 

Recordé los años en los que yo mismo bajaba a la arena, cuando la guerra corría por mis venas. Me sentí poderoso, vanidoso e invencible. Reí levemente sin poder evitarlo. Yo disfrutaba de estas muestras de poder, me era indiferente la vida de los esclavos; vidas que se consumían para glorificar mi nombre. Nunca aprendí sus rostros. No me interesaban. Me enseñaron que lo débil no merece memoria ni luto.

 

Hasta que Rin se levantó.

 

La observé de reojo, sin moverme.

 

—¿Ocurre algo? —pregunté con cautela, girando suavemente mi copa, donde el vino rojo oscilaba como sangre viva.

 

—Esto es inhumano… —susurró. No me miraba. Sus manos temblaban, crispadas contra la tela de su vestido. Evitaba la escena que ocurría en la arena, como si el suelo estuviera lleno de cadáveres.

 

Kagome, en silencio, la miraba de soslayo. Ella nació espartana: la muerte ya no la estremecía o al menos no lo demostraba abiertamente. Nuestras mujeres eran nacidas para la guerra: fuertes, instruidas y vanidosas. Sus emociones eran rígidas y prudentes ante otras personas.

 

Pero Rin…

 

La miré bien. Tan frágil, tan pequeña. Y sin embargo, seguía de pie, resistiendo el peso de todas las costumbres que le ha impuesto mi cultura, mi reino. Solo ella podía enfrentarme y tratar de “ inhumano ” este acto que era un tributo a mi existencia como futuro soberano.

 

Miré de nuevo la arena. Las bestias rodeaban a los hombres, pronto a ser liberadas por los adiestradores. Ya no sentía el gozo en mi pecho, mientras escuchaba los vítores de las personas, esperando que yo diera comienzo al espectáculo.

 

Cerré los ojos con templanza. 

No debía ceder. No ante ellos. No ante el pueblo que espera que sea duro, fuerte, casi divino.

Ya le he dado demasiado a Rin. He cruzado fronteras que ningún hombre de mi estirpe debía siquiera considerar: mi sincero afecto, mi protección, le di abrigo, alimento, educación. La vestí con mi nombre y le ofrecí un hogar bajo mi sombra. 

Y sin embargo, mis piernas se movieron por sí solas. 

 

Me levanté y abrí los ojos.

 

Alcé la copa de vino y el sol atravesó el oro brillante, como si fuese fuego entre mis dedos.

 

—Dejen a los ilotas —ordené.

 

La música se apagó de golpe. Los leones fueron contenidos. Las cadenas dejaron de sonar. Solo el gruñido lejano de una fiera rompía el aire inmóvil.

 

Nadie respiraba.

 

—Traigan a los cantantes y a los bailarines —añadí, como si fuera un acto sin importancia.

 

El silencio fue brutal. Podía sentir las miradas de mis generales como dagas clavándose en mi espalda. Los ancianos en las gradas cuchicheaban con veneno en contra de mi persona. Pero me mantuve firme.

 

Miré de reojo a Kagome. Por primera vez desde que es espartana, sonreía con orgullo.

 

Y Rin…

 

Rin en cambio me miraba con adoración y esa sonrisa con la que podía hacer caer imperios enteros.

 

Solo esos labios eran suficientes para enfrentarme al mundo entero.

 

—-

 

La jornada había concluido entre aplausos vacíos, brindis forzados y palabras huecas. Miradas de descontento de parte de mis generales y algunas indirectas al pasar del consejo de ancianos. 

 

Pero mis oídos eran sordos a cualquier reclamo respecto a mi vida privada. 

 

Al cruzar el umbral de mis aposentos, todo quedó atrás. Me quité la capa ceremonial sin mirar, dejándola caer como una piel que ya no me apetecía.

 

Por fin, silencio .

 

—Ah, ¡qué dicha! —exclamó Rin entre un suspiro aliviado y extendiendo sus brazos. Caminó al centro del dormitorio con esa gracia suya, danzante y alegre, ajena al protocolo, como quien regresa a su hogar después de tanto tiempo.

 

Me dejé caer en la butaca, frente al escritorio, reclinando la cabeza hacia atrás y respirando hondo. Sentí el peso del día escapar lentamente de mis hombros.

 

La luz de las velas danzaba con pereza, y la luna, desde los marcos de piedra, bañaba el suelo de mármol con una blancura sobrenatural. El aire olía a incienso, a flores, a primavera. Todo era calma.

 

Ojalá fuese así por siempre…

 

Luego miré hacia Rin.

 

Aún vestía como una reina. El marfil de su vestido atrapaba la luz, confiriéndole una brillantez divina. Las cadenas de plata en su cuello relucían con un fulgor que no le pertenecía: eran ornamentos, no la esencia de ella. Observé cómo comenzaba a quitarse las joyas, una por una. Sin coquetería. Sin ceremonia. Solo una mujer cansada volviendo a su forma natural.

 

Y en ese gesto simple, mientras distraído la observaba, encontré una belleza que ninguna otra mujer podría reproducir.

 

—Rin —la llamé, apenas. 

 

Me miró con sus inmensos y profundos ojos, tan transparentes y hermosos, y luego se acercó sin decir palabra.

 

Rodeé con mis manos su pequeña cintura y, desde mi asiento, la contemplé un instante más, capturando cada fulgor de luz que la luna esculpía sobre su lozana piel, tan preciosa como una diosa. 

 

Luego apoyé la frente contra su vientre y cerré los ojos. Mi abrazo no fue de posesión. Fue de plegaria. La veneré en silencio, como quien se arrodilla ante lo divino.

 

Y todo lo que ocurrió después quedó grabado para siempre dentro de mi memoria. En los días más helados, ese recuerdo traería calor y ardor, inclusive en esos momentos donde creí olvidarla y su recuerdo se dispersaba. 

 

Y esa es la única verdad, Rin.

 

¿Lo estás oyendo ahora?

 

Te amo. Te amo. Te amo…

 

Jamás me harán odiarte Rin…

 

Jamás.

 

Antes del amanecer golpearon fuerte la puerta llamando con insistencia mi nombre. Desperté alarmado, rompiendo el sueño plácido y el abrazo con Rin, quien se asustó por lo repentino del llamado. Salí de la cama con apuro, vistiendo rápido mi túnica y agarre una de mis espadas. Abrí levemente la puerta.

 

Del otro lado estaba Jakotsu.

 

—Disculpe que lo interrumpa su majestad, pero su padre, el gran rey Kirinmaru, ha regresado. Exige verlo de inmediato... —dijo, y para mí no pasó desapercibida su preocupación.

 

Salí del dormitorio sin decirle nada a Rin y sin dudarlo fui detrás de mis generales. Caminamos por los pasillos, cruzando el inmenso patio hasta otra de las salas privadas. Cuando entré, lo primero que vi fue a mi padre recostado en su cama con señales de estar muy enfermo. 

 

Para mí sorpresa, me preocupé. Supongo que este tiempo con Rin me ha ablandado un poco.

 

Del otro lado estaba Kagome, junto con su comitiva de sacerdotisas ayudantes.

 

Mi padre abrió con debilidad sus ojos.

 

—Sesshomaru... —murmuró con seriedad.

 

—¿Qué te ha pasado?

 

Tosió con fuerza, un espasmo seco y rasposo.

 

—Creo que he tenido un fuerte resfriado durante mi viaje de regreso...

 

—¿Un resfriado? —cuestioné algo desconfiado.

 

Miré a Kagome, quien me devolvió la mirada y pareció pensar lo mismo que yo. Esto no parecía ser un simple resfriado. ¿Y si alguien había intentado matarlo?

 

—Al parecer has hecho un buen trabajo mientras no estuve… —dijo con una voz apagada mientras Kagome le acercaba una taza con infusiones, y las otras acomodaban los almohadones a su espalda.

 

—Por supuesto que he hecho un buen trabajo —respondí sin sentirme disminuido por su mirada.

 

Sonrió irónico.

 

—Mírate, ya eres todo un hombre, un ciudadano espartano —susurró con suficiencia y tal vez algo de orgullo—, y creo que estás listo para contraer matrimonio…

 

—¿Eso crees? —cuestioné.

 

¿A dónde quería llegar? 

 

—Quiero verte casado con Sara —respondió sin rodeo alguno, como si pudiera leer mis propios pensamientos.

 

Él sabe que detesto a los troyanos.

 

—No me casaré con Sara...

 

Kirinmaru me miró con seriedad.

 

—Escucha Sesshomaru. He traído a Sara hasta Esparta…

 

—Pues que regrese a su casa —dije indiferente.

 

Como vino también se puede ir, nadie se lo impedía.

 

—Escucha maldito mocoso —finalmente  dejó de lado esa máscara de padre conciliador—, Sara ha venido junto con Toga y Menomaru... —se corrigió.

 

Me giré de golpe, pero mis guardias de seguridad se interpusieron en la entrada, notando sus manos sobre las empuñaduras.

 

—Sesshomaru, no te irás de este dormitorio hasta que termines de hablar conmigo.

 

—Tengo que irme...

 

—¡¿Qué cosa es más importante que estar con tu enfermo padre?! —exclamó furioso.

 

Lo miré sin responderle.

 

—Sesshomaru, ¡maldita sea! Me estoy muriendo, ¡puedes verlo! —de repente una tos copiosa lo invadió y Kagome lo asistió, tranquilizandolo con su aura. 

 

—Seguro quienes venían contigo te han envenenado —dije sin más.

 

Su mirada parecía perdida y lejana al escucharme decir eso. No era tan descabellado pensar en que el maldito de Toga intentó matar a mi padre. Pero Kirinmaru no quiso ahondar en eso, en cambio luego dijo sin más: 

 

—El oráculo de Delfos lo ha dicho. Esa mujer está destinada a Troya. Ha sido un error traerla. Fue solo un error de cálculo entre troyanos y espartanos.

 

Sobrevino un silencio incómodo y él pareció calmarse un poco más. Miré a Kagome. ¿Esas eran las visiones que había visto ella? 

 

Ella no me miró en ningún momento.

 

—Te casarás con Sara —reiteró.

 

Finalmente lo miré directo a los ojos, intentando no mostrar los nervios y el miedo que afloraron en mi interior.

 

—Padre, ni siquiera he cumplido la mayoría de edad… —dije la primera tontería que se me ocurrió. Cuando me convenía, era mejor mencionar esta tontería.

 

—¿Eso qué? Falta muy poco. Has cumplido con tu reino con creces y ya eres considerado un ciudadano de pleno derecho. Puedes decidir, pero también debes asumir.

 

—Entonces como ciudadano de pleno derecho permíteme elegir mi propio destino. 

 

Respiró con fuerza, como cansado de mi terquedad y se tomó algunos segundos para responder.

 

—Esa mujer es una esclava —susurró, evitando mi mirada—. Y su naturaleza no trae ningún beneficio a nuestro reino. Hace algunos años estuvimos a punto de entrar en guerra con Troya. Necesitamos mejorar nuestros lazos. No quiero que te enfrentes a Menomaru. Es un buen joven, y me agrada, ¿entiendes? La mujer que te gusta está destinada a Troya. Lo han dicho los dioses. Es una lástima, pero así es.

 

Es como si estuviera hablando con cariño y compasión de esa maldita escoria llamada Menomaru. Yo soy su hijo, no el príncipe troyano.

 

Entonces le respondí:

 

—A mi me enseñaron el arte de la guerra. ¿Por qué casarme cuando puedo tomar por la fuerza y matar? Troya será mía tarde o temprano. ¿Eso no te lo dijo el oráculo de Delfos? No me importa lo que pienses. Este lazo matrimonial con Sara no hará que los troyanos me simpaticen más. Quiero ver a toda esa dinastía muerta y a su pueblo siendo tratados como esclavos. ¿No te gusta eso? Lo lamento, pero no soy el único espartano que odia a los troyanos. Ellos casi comenzaron una guerra contra nosotros hace unos cuantos años atrás y ahora al parecer está todo bien. ¿No te resulta hipócrita?

 

Mi padre me observó, esta vez sin rabia. Sino con una especie de resignación fría. Como quien ve a su hijo convertirse en algo que no puede controlar.

 

—¿Y tú sabes el porqué fue esa guerra?

 

—Algo he oído.

 

—¿Qué cosa exactamente?

 

—Al parecer Toga secuestro a mi madre Irasue, pero tú la pudiste rescatar. 

 

—¿Solo eso? —preguntó con tiento.

 

Contemplé unos segundos los rostros de mis generales que se hallaban incómodos por tener que escuchar la conversación, en cambio Kagome se mantenía íntegra como si hubiese alcanzado el nirvana, aunque seguramente estaba disociando en otra realidad muy lejana para no seguir involucrándose en mis problemas personales.

 

—¿Hay algo más que deba saber? —pregunté irónico, haciéndome el desentendido.

 

Sabía que Menomaru era hijo de mi madre. No era un secreto, pero no se hablaba de eso. ¿Podía existir algo peor? Al menos, pensaba, no soy troyano. Toga, ese maldito troyano, mancilló a mi madre con su semilla, dando por resultado ese ser despreciable llamado Menomaru.

 

Kirinmaru no respondió nada pero me contempló unos instantes.

 

—No tienes la costumbre de verte en los espejos, ¿no? —preguntó como algo casual pero yo no entendí a qué se refería.

 

—Ya sé que soy hermoso —admití con poca modestia.

 

Una risa ahogada se escapó de mi general Jakotsu. Tosió después, tratando de disimular.

 

Mi padre dió un pequeño suspiro de resignación y continuó:

 

—Ya hice un trato con Toga. Tú te casas con Sara y devuelves a la mocosa a Menomaru. Y si has engendrado algo con la tal Rin, quiero que la obligues a abortar.

 

Fruncí el ceño con fuerza. Sentí una punzada en el pecho, pero me mantuve en silencio. La ley no permite abortar a un heredero. Y él lo sabe.

 

—No se la devolveré. Esa mujer fue una ofrenda de paz. Si la reclaman, me están declarando la guerra.

 

—¡Te callas y obedeces!

 

—¡Rin es mía! —exclamé por fin, perdiendo lo poco que me quedaba de paciencia—. ¡hay miles de mujeres en los alrededores y Menomaru viene a elegir justamente la mujer que me gusta a mí! 

 

—¿Acaso no estás escuchando lo que te estoy diciendo?

 

—No lo haré, no se la daré, ¡Rin es mi amante! Duerme conmigo todas las noches y no planeo separarme de su lado.

 

—Me da igual, te vas a casar con quién digo yo.

 

—Ya intentaste casarme con esa otra niña, que era hija de una esclava, llamada Rion.

 

Kagome finalmente salió de su estado de contemplación y me miró de llenó. Sin que mi padre la mirara, comenzó a hacer extrañas muecas como suplicando silencio.

 

—Y ahora interfieres con Rin, cuando Rion era hija de una esclava. Ni siquiera sabías quién era su padre. Un bastardo cualquiera que la abandonó.

 

Kagome se tambaleó. Las demás damas la sostuvieron. Pero yo no paré.

 

—Ni siquiera te soportaba, y se quitó la vida antes de casarse conmigo. Antes de tener que soportarte como rey.

 

Kirinmaru se levantó de golpe.

 

—¿Te enfrentarás a tu enfermo padre? —susurró y poco a poco su voz fue subiendo de niveles —. ¿Quieres matarme de la angustia?, ¡mira cómo estoy! Maldita sea, ¡sólo piensas en ti, Sesshomaru, y no en el bienestar de tu reino! Seguramente esto es algún tipo de maldición por haber desafiado a los dioses. ¡Yo te crié para que reines! Todo nuestro linaje ha sido procreado para ese propósito. ¿Acaso deseas echar cientos años de gloria sólo porque estás calenturiento con una mujer?, ¡maldita sea!, ¡eres tan parecido a…! —y su voz se enmudeció antes de decir ese nombre, mirándome de lleno como si estuviera viendo alguien del pasado frente a sus ojos.

 

Fruncí el ceño, sin dejarme intimidar.

 

—Muerete de la angustia entonces…

 

Su puño impactó de lleno en mi rostro. Retrocedí un par de pasos por el golpe, pero no tambaleé. No lo miré al rostro. Estaba todavía impactado.

 

—Si continúas así, no me importará ni Menomaru ni tú, haré que maten a esa mujer en este preciso instante.

 

Finalmente lo miré en silencio sin decir nada.

 

—Así me gusta —dijo sin más. Al segundo siguiente la enfermedad volvió a su cuerpo, tosiendo con fuerza—, mocoso insolente, ¡no tendrías que estar buscando robar esposas ajenas!

 

—¿Esposas ajenas? —respondí sin poder nuevamente controlar mi verborragia—. Los troyanos fueron quienes me la regalaron. Yo acepté ese regalo, me la folle y me gustó. Tan simple como eso…

 

Confesé dejando de lado cualquier tipo de sentimentalismo y hablando en idioma de hombres. Pero mi padre en vez de sentirse complacido, se mostró más molesto. Siguió tosiendo con fuerza.

 

—Definitivamente eres igual a él —dijo otra vez, sin aclarar a quién se refería.

 

Tampoco es que me importan demasiado los resquemores del pasado que aquejan a mi padre.

 

Lo miré indiferente sin ofrecerle mi ayuda. Solo mis soldados se acercaron a tenderle una mano y lo ayudaron a regresar a la cama. Kagome nuevamente usó sus poderes para tranquilizarlo.

 

—¿Amas a Esparta? —preguntó Kirinmaru sin verme.

 

—He dado mi vida por Esparta —dije sin más.

 

—¿Amas a esa mujer más que a tu propia gente? 

 

Y de repente me di cuenta de los rostros que me miraban en el dormitorio. Esos rostros espartanos. El silencio fue mortal. Los generales. Las sacerdotisas. Kagome. Mi pueblo. Mi gente.

 

Los había perdido de vista, por el amor que siento por Rin. Fui estúpido, tal vez. Ellos me miraban no con juicio, sino con incertidumbre, miedo y esperanza. Ellos eran Esparta. Ellos eran mi deber.

 

¿Cómo pude cegarme tan fuerte por el sentimiento que tengo por Rin?

 

No me permití mirar hacia el suelo. Tenía que mostrarme con entereza, aunque mis labios se volvieran mudos y mi voz no encontrará camino hacia mi garganta. Luego tal vez en contados segundos de silencio tenso, finalmente, con el pecho ovillado y doloroso confesé:

 

—Amo a mi gente —hice una leve pausa, tomando un poco más de valor—, he dado mi vida por Esparta desde que era un niño.

 

Mi padre me contempló un instante.

 

—No puedes dejar que el sentimiento por esa mujer te ciegue Sesshomaru. En Esparta somos duros…

 

Simplemente no pude responder, no afirmé ni negué, a veces era mejor no decir nada.

 

—Mañana por la mañana haremos una reunión. Toga, Menomaru, Sara, tú, esa chiquilla y yo…

 

Otra vez no respondí.

 

—Parece que no estás prestando atención...—susurró cansado de mi actitud.

 

Lo miré y admiti, bajando mi prepotencia con un tono más conciliador:

 

—Haré lo que me pides, pero solo déjame verla un momento, solo por hoy.

 

Él se agarró las sientes ya hartó de mi terquedad y Kagome pareció temer un colapso nervioso de parte de mi envejecido padre. 

 

—Vete maldita sea, ¡vete! —gritó ya colérico, sin ánimo de continuar discutiendo conmigo.

 

Me di media vuelta, pero antes de irme, le di un puñetazo a Bankotsu. 

 

—Esto es por las dudas… —dije de modo casual ante la mirada pasmada de mis generales. 

 

Y luego me fui directo a ver a Rin.

 

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RIN POV

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Me di un baño rápido. Solo me puse la túnica. Ni siquiera me peiné, igual que mis pensamientos que estaban demasiado desordenados. Caminaba en círculos por el dormitorio, nerviosa.

 

¿Y si salgo?

 

No.

 

No tengo custodios…

 

Es decir, diablos, no tengo custodios. Perfectamente puedo salir. Tal vez solo para mirar qué ocurrió y luego regresar. Sesshomaru nunca lo sabría. La suerte estaba de mi lado.

 

Abrí la puerta, asegurándome de que no hubiera nadie. Como supuse, ni siquiera estaban los soldados que a veces vigilaban ese pasillo. Solo se veían los tenues reflejos del amanecer filtrándose entre las columnas. En el patio, algunas lámparas de vela seguían encendidas.

 

Estiré el pie hacia el corredor y, una vez afuera, volví a cerciorarme de que nadie me mirara. Corrí hacia una columna y me oculté tras su sombra. Así fui avanzando, de columna en columna, deslizándome como un susurro. Pero no había nadie. Todo estaba extrañamente silencioso.

 

Crucé al patio y seguí por otros corredores. 

 

¿Dónde se había metido todo el mundo?

 

Caminé un poco más, hasta que a lo lejos vi una luz intensa y oí risas. Me volví más pequeña, más sigilosa. Me acerqué a la sala, despacio. Había gente. Nobles, tal vez. No podía verlos a todos, pero mi mirada se clavó en una mujer de largo cabello castaño, envuelta en joyas. Parecía iluminar el lugar con su sola presencia.

 

Entonces, de repente, me miró. Nuestras miradas se cruzaron apenas un segundo. Me aparté enseguida, con el corazón desbocado.

 

Respiré hondo. Me di la vuelta para regresar, pero los pasillos comenzaron a parecer todos iguales, como si estuviera atrapada en un laberinto.

 

 Todo hoy se ve diferente...

 

Entonces, sentí que alguien me sujetaba del antebrazo. Quise gritar, pero el pánico me enmudeció. Cerré los ojos.

 

Sentí que me empujaban suavemente contra la pared, su cuerpo bloqueando cualquier escape. Sus brazos a cada lado, como un muro.

 

Abrí los ojos lentamente.

 

—Princesa… —susurró Menomaru con una calidez inesperada en su voz—, ¿acaso pretendes escapar otra vez?

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Chapter 16

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

 

RIN POV

 

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El corazón me dio un vuelco. Menomaru me miraba con hambriento anhelo. Primero mi boca y luego mis ojos. 

 

—No… no estaba escapando —dije, con la garganta seca.

 

Intenté moverme, pero no había espacio. Me tenía atrapada contra la pared fría, su sombra devorando la mía, más pequeña y quebradiza. Él seguía allí, tan cerca que su perfume me asfixiaba.

 

—Que curioso… —murmuró irónico—. Tienes la misma mirada que cuando intentaste huir la primera vez.

 

Sus ojos, verdes y brillantes, se clavaron como dagas en los míos. La luz del día asomándose con sus reflejos azafranados le conferían más fiereza a sus fracciones. 

 

Sonrió. 

 

Una mueca torcida, a medio camino entre la decepción y la perversidad.

 

—¿No fuiste feliz en Troya, princesa? —preguntó ladeando suavemente su cabeza.

 

—No soy un animal para ser encerrado —respondí, bajando la mirada.

 

—¿Y qué crees que hizo Sesshomaru cuando te trajo a Esparta?, ¿acaso te liberó?, ¿o solo te cambió de jaula?

 

Me mordí el labio. Quise decir algo. Defenderlo. Pero estaba paralizada. No por sus palabras, sino por el recuerdo de esas noches en Troya: sola, sin ventanas, con los sirvientes negándome inclusive hacerme saber el nombre de los días. Aquello era una caja de cristal llena de lujos pero sin calor humano.

 

—Yo te amo, Rin —continuó y su voz se volvió más baja, más íntima, llena de anhelo y deseo—. Te amé desde el primer día. No entiendo. Sesshomaru es un asesino sin corazón que te trata como un trofeo, no como una mujer real —entonces el timbre de su voz, subió constante sin ocultar el rencor y la rabia—. Y de todas formas.. ¿permitiste que te tocará o te obligó?

 

—Solo déjame regresar a mi dormitorio —pedí apenas en un susurro, con más fuerza en mis ojos que en mi voz.

 

Menomaru bajó la mirada un segundo, como si mis palabras lo hubieran herido, pero al levantar la vista, algo se endureció en su expresión.

 

—¿Y si te dijera que podría hacerte feliz? Que podrías quedarte conmigo, esta vez sin cadenas. Solo tú y yo.

 

—No quiero estar contigo...

 

El aire se volvió más denso. Su respiración se agitó. Me miró con fiereza contenida, como si yo hubiera osado decir algo prohibido.

 

—Quiero que me des lo que como ramera le entregaste a Sesshomaru… —afirmó con la voz como un témpano, sin dejar de mirar mis labios e inclinándose más cerca de mi rostro—, ¿es así como te gusta tratar con los hombres?

 

Sentí su aliento recorrer mi quijada, tanteando antes de rozar sus labios contra mi piel. Un estremecimiento recorrió mi cuerpo pero me mantuve íntegra, como un ciervo asustado frente a un león.

 

Entonces una voz fría y firme rompió el silencio:

 

—Aléjate de ella.

 

Menomaru giró apenas el rostro. Yo miré por encima de su hombro.

 

Sesshomaru.

 

Sus ojos eran fríos e imponentes. Caminó hacia nosotros, cada paso midiendo el espacio con precisión, parecía prometer una tragedia.

 

Menomaru me soltó, no por voluntad, sino porque sabía lo que venía. Se giró, y quedaron cara a cara. La tensión entre ellos era palpable. 

 

—¿Viniste a robarme a mi mujercita, Sesshomaru? —preguntó Menomaru con desprecio—. ¿Otra vez te metes en lo que no es tuyo?

 

—Rin no es un objeto. 

 

Menomaru rió con amargura. 

 

—¿De verdad? —espetó con crueldad—. Porque la última vez que revisé, era un regalo de paz entre reinos. Un trofeo de guerra. Un símbolo de obediencia. ¿No es eso lo que todos quieren que ella sea? —replicó irónico—. Oh, vamos, no te contengas frente a la pequeña Rin, ¿por qué no demuestras tu verdadero rostro? Para ti Rin es un botín de guerra, para mí en cambio es la mujer de mi vida.

 

—Tú no tienes derecho ni siquiera a mencionar su nombre —contestó Sesshomaru, dando un paso más dispuesto a darle un buen puñetazo.

 

Pero entonces, una figura cruzó velozmente el pasillo. Una silueta femenina de cabello negro y ojos intensos. 

 

Kagome.

 

—¡Basta! —dijo con autoridad, poniéndose entre ambos.

 

Sesshomaru retrocedió un par de pasos sorprendido.

 

Luego Kagome me tomó del brazo, sin brusquedad, pero con firmeza.

 

—Por orden del rey Kirinmaru, Rin se quedará conmigo —anunció para luego mirar al príncipe troyano—. Príncipe Menomaru, estás en territorio espartano. Y sabes que no se te permite hacerle daño a nuestra majestad, el príncipe Sesshomaru.

 

—¿Así es como el rey Kirinmaru da la bienvenida a sus viejos amigos? —espetó Menomaru, su voz vibrando de rabia.

 

—No —respondió Kagome—. Así es como Esparta protege a su gente. Rin está bajo mi cuidado, y tú lo sabes.

 

El silencio fue tan denso como la noche. Menomaru apretó los puños. Sesshomaru apenas desvió la mirada hacia mí, como asegurándose de que estaba bien.

 

Un instante después, el sonido rítmico y lejano de botas contra el mármol comenzó a escucharse. 

 

Los dos príncipes se miraron por última vez. Si las miradas matarán, en ese preciso momento ya hubiese ocurrido una masacre.

 

Me abracé al brazo femenino de Kagome, sintiéndome más segura por su calor y confidencia. El tipo de resguardo que solo otra mujer podía conceder. Ella me miró suavemente.

 

Los generales aparecieron al fondo del pasillo, aproximándose con uniformes oscuros, escudos relucientes y rostros impenetrables. Uno por cada bando. 

 

Y mientras los soldados escoltaban a los dos príncipes por caminos opuestos, Sesshomaru y Menomaru cruzaron una última mirada, como promesas de algo que aún no ha sucedido.

 

Y yo solo podía temblar porque sabía que esto no era el final.

 

Era el principio de algo mucho peor.

 

—-

 

Al dia siguiente me llamaron para una reunión con los herederos y los reyes de Troya y Esparta. Kagome me ayudó a prepararme con las mejores ropas, y cuando fue el momento de irme con los soldados sostuvo mis hombros con firmeza y me dijo con templanza:

 

—Pase lo que pase, manten la entereza.

 

Entré al gran salón de banquetes. Mis extremidades se sintieron frías cuando vi al rey Toga junto con su hijo Menomaru. No sé de dónde saqué fuerzas pero hice una reverencia a todos los presentes y continué caminando. Sin pensarlo, me senté junto a Sesshomaru. Él me dirigió una breve mirada antes de concentrarse en la copa entre sus dedos. 

 

La mesa era lo justo para seis personas: los dos reyes en cada extremo; yo del lado izquierdo junto a Sesshomaru, y frente a nosotros Menomaru con una mujer desconocida.

 

Todas las miradas se clavaban en mí, excepto la de Sesshomaru, que seguía fija en el líquido rojo de su copa.

 

Reconocí en los ojos ajenos emociones mezcladas: envidia, celos, deseo, rencor. Pero el que más me intimidaba era Kirinmaru. Era la primera vez que lo tenía tan cerca, para ser precisa justo a mi lado.

 

Está reunión familiar iba a ser realmente muy incómoda.

 

—Oh, buenos días Rin —saludó Menomaru como para aligerar el ambiente. Sentí un pequeño estremecimiento en mi cuerpo—, ¿dormiste bien princesa?

 

—Buenos días... —tartamudeé por inercia, no sabiendo si responder era lo correcto o no.

 

Sesshomaru lo miró con odio y le respondió sin medir consecuencias:

 

—Muérete.

 

Menomaru rió con suavidad.

 

—Ah, Sesshomaru, así no se dan los buenos días…

 

—Muérete —reiteró.

 

Escuché un suspiro de resignación proveniente de ambos reyes.

 

—Al parecer el principito no tuvo un buen sueño reparador… —respondió irónico Menomaru.

 

—Que te mueras…—insistió Sesshomaru, con total indiferencia.

 

En estos momentos no estaba siendo lo que se dice precisamente amistoso y conciliador.

 

El rey Kirinmaru suspiró y me aniquiló literalmente con la mirada como si fuera yo la culpable de esa pequeña dispuesta verbal. Me sentí tan diminuta e insignificante en ese momento.

 

Luego él hizo un ademán a sus esclavos y estos trajeron los platos de comida. Uno de ellos tropezó, desparramando su bandeja cerca de mi lugar. Me levanté de inmediato para ayudarlo.

 

—¿Estás bien?

 

Me miró sorprendido. Era un muchacho cercano a mi edad.

 

—Sí…—respondió tímido y cabizbajo.

 

—Déjame ayudarte.

 

—Rin —escuché la voz demandante de Sesshomaru—, levántate ahora —exigió.

 

Miré a todos los presentes. Sesshomaru no me miraba, Menomaru me sonreía de medio lado como un niño enamorado y los demás me analizaron atentos a lo que fuera a hacer.

 

Fruncí levemente el ceño, ignorando el llamado de Sesshomaru y terminé de ayudar al joven esclavo.

 

—Un noble jamás debería rebajarse a hacer tareas de la esclavitud —comentó la mujer de cabello castaño.

 

Estuve tentada a responderle, pero para mí sorpresa Menomaru lo hizo por mí:

 

—Un noble debe ser misericordioso también con su pueblo. Es una virtud que pocas personas tienen…

 

La indirecta hacia Sesshomaru fue evidente.

 

Sesshomaru soltó una risa suave, sin alegría, cargada de ironía.

 

—Eres tan misericordioso, Menomaru, que la única mujer que amas te rehúye.

 

—Qué gracioso eres, Sesshomaru…

 

Ambos príncipes rieron al mismo tiempo, habiendo hostilidad en el intercambio. Me daba miedo escucharlos y que en cualquier momento uno saltara violentamente sobre el otro. Por suerte todavía no habían colocado los utensilios sobre la mesa, sino hubieran volado como armas letales.

 

Volví a sentarme en mi lugar.

 

Kirinmaru finalmente habló:

 

—Rin, dinos, ¿de dónde eres?

 

Parpadeé y miré a Sesshomaru. ¿Qué debía decirle?, ¿la mentira o la verdad?

 

—Su majestad, yo no...

 

—Ella es una noble de Ítaca —me interrumpió Sesshomaru, con una de sus inmensas y horribles mentiras.

 

El rey Toga, al otro extremo de la mesa, me miró con más interés.

 

—Así que eres noble... —musitó, algo descreído—, nunca lo mencionaste mientras estabas cautiva en Troya…

 

Asentí con una diminuta y forzada sonrisa.

 

—Es que… —empecé a justificarme, pero Sesshomaru me lanzó una mirada que decía que no era necesario. Aun así, no me contuve—. Me golpeé la cabeza... estuve algo desmemoriada.

 

El rey Toga entrecerró los ojos e intercambió una mirada rápida con el rey Kirinmaru.

 

Y otra vez, Menomaru interrumpió con sus comentarios fuera de lugar.

 

—Por su belleza es obvio que debe haber pertenecido a una familia aristócrata... —comentó inflando su pecho de orgullo—, mi mujercita es aún más perfecta de lo que pensaba…

 

—Oh, ¿eso crees Menomaru? —cuestionó Sesshomaru con actuada perplejidad—, sabes que es ilegal y existe un tratado entre nuestras tierras en el que ningún ciudadano puede privar de su libertad a otro ciudadano. Siendo Rin una noble y por ende un ciudadano libre, ¿cómo crees que se llama eso? Sabes que también existe una sanción correspondiente a tu modo de actuar en el pasado, ¿no?

 

Finalmente Menomaru frunció el ceño.

 

—Sesshomaru, siempre deformando la realidad con tus mentiras… Supongamos que Rin es realmente una noble de Ítaca. Nunca lo dijo. Se presentó como campesina, atada a la esclavitud. Yo no sabía. La retuve un año, nada más. Pero tú la mantuviste como una prostituta en un harén. Eso es peor, príncipe de pacotilla.

 

Sesshomaru me miró con una suave sonrisa.

 

—Rin, dinos a todos los presentes aquí en la mesa. ¿En algún momento te he obligado a hacer algo que no querías?

 

El silencio fue mortal. Quise que la tierra se abriera en dos y me tragara. Pero me arme de valor, mirando a todos los presentes y admití sin preámbulos:

 

—El príncipe Sesshomaru ha sido conmigo un completo caballero y jamás me ha obligado a nada, en cambio el príncipe Menomaru ha sido un —pausé, buscando alguna palabra parecida a bastardo—, menos misericordioso conmigo...

 

Menomaru me miró serio. Luego volvió su mirada a Sesshomaru, que parecía más seguro que nunca.

 

El ambiente se volvió tenso de nuevo. Un esclavo colocó frente a mí una taza de leche de cabra, un gran pan y un frutero abundante.

 

Quise simplemente comer en silencio.

 

Pero, por lo visto, eso no iba a ser posible. 

 

El rey Kirinmaru fue el primero en decir algo.

 

—¿Cuántos años tienes, Rin?

 

—Diecisiete años.

 

—¿Tienes algún talento?

 

—¿Talento?...

 

—Si, alguna cualidad que resalta en ti...

 

Miré a Sesshomaru.

 

—¿Tengo algún talento? —le pregunté con inocencia.

 

Él sonrió apacible, mirándome con dulzura y respondió con suavidad:

 

—Sabes componer y recitar poesía lírica…

 

—Ah, si, ¡es verdad! Al príncipe Sesshomaru le gusta oírme cantar los poemas que siempre le regalo…

 

Entonces Sesshomaru, sin disimular, le lanzó a Menomaru una mirada envenenada. A veces podía ser increíblemente inmaduro.

 

—Oh… así que tienes sensibilidad artística —comentó Kirinmaru—. ¿Y qué haces en tu tiempo libre?

 

—Me gusta sentarme bajo el sol y disfrutar de la naturaleza… A veces ayudo en el templo de las sacerdotisas…

 

El rostro del rey Kirinmaru se tornó más severo.

 

—¿Pasas mucho tiempo con la sacerdotisa Kagome?

 

—Ella es mi amiga…

 

No replicó, simplemente prosiguió:

 

—Me dijeron que además vas a la escuela de mujeres nobles...

 

Asentí.

 

—¿Y qué tal te va?

 

—Soy pésima en todo...

 

Menomaru rió suavemente y Sesshomaru me miró con esa expresión que usaba cuando prefería que me callara. Pero no pude evitarlo. Hablar era parte de mi naturaleza.

 

—…salvo en las artes, en eso me desenvuelvo mejor. Aunque las mujeres espartanas son exigentes físicamente. Como ve, soy algo más baja que el promedio, y mis extremidades son más frágiles. No soy buena en los deportes de fuerza, pero sí ágil para trepar árboles o saltar la cuerda. Me gustan las letras, pero odio las matemáticas. Y lo peor… las tareas del hogar. No cocino bien, aunque me defiendo con cosas simples. Sobre las clases de maternidad… una vez ahogué un muñeco de tela al bañarlo y…

 

—¿Cómo se ahoga un bebe de tela? No tiene ningún tipo de sentido… —preguntó contemplativo el rey Kirinmaru, más para sí mismo que para mí, una pregunta que tal vez no quiso decir en voz alta, pero yo decidí responder, impulsada por la confianza:

 

—Me distraje con algo que considere más importante en ese momento y… bueno …

 

Pausé mi parloteo al percatarme como Sesshomaru, con su mano recostada de forma aburrida contra su mejilla, me contemplaba con seriedad. Luego miré rápidamente a todos los demás. Menomaru, por su parte, sonreía con ambas manos sujetando su rostro, embelesado.

 

—Perdón, creo que hablé demasiado… —me disculpé avergonzada. 

 

—No pasa nada Rin, a mí me gusta escucharte... —dijo Menomaru con suavidad.

 

Mis mejillas se encendieron y Sesshomaru suspiró con fastidio.

 

—¿Temes tener hijos y por eso los ahogas en tu imaginación? —preguntó Kirinmaru distraídamente, jugando con una manzana más interesado en su brillo que en mí.

 

—¿ Hijos… ?

 

Sesshomaru intervino de inmediato.

 

—Ya conoces a Rin y se presentó ante todos. Simplemente ve al grano.

 

El rey mordió su manzana con desdén.

 

—Bien. Sara, preséntate a Rin, por favor…

 

La susodicha alzó su quijada con orgullo.

 

—Con su permiso, su majestad. Soy Sara de Troya. Tengo veintiún años y soy la prometida del príncipe Sesshomaru...

 

Se me fue el hambre de repente.

 

—¿Prometida? —tartamudeé.

 

—Yo no acepté ningún compromiso...—respondió Sesshomaru con desdén.

 

—No es necesario que aceptes. Es un trato que he acordado con el rey de Troya —respondió Kirinmaru.

 

—¿Príncipe Sesshomaru…? —susurré, incrédula.

 

No me respondió.

 

Miré al rey Kirinmaru, quien me analizaba con ojos fríos.

 

—Tú, Rin, te irás a Troya junto con Menomaru. Él quiere que seas su esposa.

 

Sentí la mano de Sesshomaru sostener la mía por debajo de la mesa.

 

—Yo... yo...

 

—Tú nada.

 

Sesshomaru presionó mi mano con fuerza.

 

—Esparta no está interesado en tener a una consorte como tú, pero Troya sí. Podrías considerarte afortunada. De otro modo, ya estarías vendida como prostituta en algún burdel.

 

—No quiero ir a Troya...

 

—Eso a mí no me importa...

 

Presioné la mano de Sesshomaru por debajo de la mesa.

 

—Eso se discutirá con los consejeros. No lo decidirás tú —dijo él finalmente.

 

El rey Kirinmaru lo miró con desaprobación.

 

—Sesshomaru, ¿vas a desafiar la orden de tu padre?

 

—Se supone que los troyanos regalaron a Rin como un símbolo de paz y respeto entre nosotros, y ellos ahora se lo quieren llevar otra vez. ¿Acaso desean declararnos la guerra indirectamente?

 

—No, príncipe Sesshomaru —se apresuró a corregir Toga, hablando por primera vez—, te estamos entregando un mejor regalo. Sara es mi sobrina, familiar de mi amada esposa Izayoi —dijo en un tono casi fraternal, como si tuviera derecho a elegir qué era lo mejor para Sesshomaru.

 

—No la quiero.

 

—¿Y por qué?

 

—Porque es una troyana asquerosa, igual que tú.

 

Mi corazón se detuvo un segundo, pero Toga se mantuvo impasible ante ese insulto. Miré a Sara, que contenía el impulso de lanzarle la copa en la cara.

 

—Que mejor se case con Menomaru... —continuó diciendo—, los dos son tan para cual. Un par de troyanos inmundos.

 

Creo que no era buena idea que estuviera diciendo todo esto justo frente al rey de Troya. Le apreté fuerte de la mano, rogándole con la mirada que parara.

 

—Mi señor… no diga eso… —susurré.

 

Sesshomaru seguía con su actitud sobradora y con desdén mirando a todos los presentes, menos a mí.

 

—¡Deja de actuar como un mocoso insolente! —estalló Kirinmaru, golpeando la mesa.

 

—Siempre fue así —murmuró Menomaru con hastío. Luego me sonrió—. Rin, discúlpanos. Nosotros, los troyanos, deseamos reparar el pasado. Te prometo que serás feliz a mi lado...

 

Parpadeé, sin saber qué decir. Menomaru nunca me había golpeado... pero cuando no estaba, otros lo hacían por él.

 

—No quiero ir contigo... —finalmente le respondí.

 

—Pero tienes que venir conmigo .

 

Negué con mi cabeza, atrincherándome al brazo de mi Sesshomaru.

 

—Esto ya me resulta tedioso, que una mujer y encima esclava tenga el decoro de refutar mis órdenes. ¡Levántate de tu lugar! —exclamó el rey Kirinmaru.

 

Sesshomaru enfrentó la mirada de su padre.

 

—Rin es mi protegida ante el consejo de Esparta. Tiene resguardo político. Sólo yo tengo autoridad legal sobre su destino. Y de mi parte, Rin no irá a ningún lado.

 

Entonces entendí por qué siempre me presentaba como su protegida y no como su prometida. No era una simple cortesía. Era protección legal.

 

Menomaru se levantó de golpe de su asiento, golpeando sus manos contra la mesa. Se inclinó amenazante hacia donde estaba Sesshomaru. Me sentí temerosa.

 

—¿Y tú, maldito estúpido, te piensas que el consejo de Esparta tiene más entidad que el mismísimo rey? —susurró Menomaru, mostrando finalmente su personalidad.

 

—Claro, grandísimo idiota —respondió Sesshomaru, sin rebajarse.

 

El rey Kirinmaru repentinamente se largó a toser con fuerza, de una manera que creía que en cualquier momento iba a desfallecer en su asiento. Sesshomaru me soltó y corrió hacia donde estaba su padre. El rey cesó en su ataque de tos.

 

—Me estás matando Sesshomaru...—susurró con la voz rasposa y adolorida—, me estás matando de la angustia —agregó—, por favor vuelve a tu lugar y, si me respetas, ¡no me cuestiones más...!, ¿recuerdas lo que te dije ayer sobre lo que ocurriría con Rin si continuas enfrentándome así?

 

Sesshomaru lo contempló un instante y volvió a su sitio, en silencio.

 

—Siéntate correctamente en tu lugar Menomaru —exigió por su parte Toga con seriedad.

 

El príncipe troyano obedeció.

 

El rey Kirinmaru intercambió miradas con su hijo. Sesshomaru no volvió a sostener mi mano.

 

—Sesshomaru sabes que estoy muriendo…

 

—No morirás padre —susurró con templanza, como si yo no estuviera más ahí.

 

Kirinmaru continuó mirándolo con dureza y luego sus ojos se dirigieron a los míos.

 

—Ustedes dos...—dijo el rey dirigiéndose a mí y a Sara—, intercambien lugares...

 

Sentí mis piernas temblar. Ella reaccionó primero que yo, colocándose a mi lado y esperando que yo me mueva de mi lugar. Miré a Sesshomaru, que no me miraba, como no deseando hacer rabiar de nuevo a su padre. Finalmente me armé de valor para caminar y sentarme a lado del príncipe troyano, que me miró con los ojos brillantes.

 

—Rin… —lo escuché susurrar con admiración.

 

Me estremecí. Estábamos tan cerca.

 

Sesshomaru no nos miraba.

 

—Bien, acá cerramos nuestro trato Toga. Mañana terminamos el enlace con la princesa Sara, y luego ustedes dos pueden irse a Troya junto con Rin...

 

El mundo empezó a darme vueltas. Miré a Menomaru y las lágrimas se asomaron en mis ojos. Me va a violar . Solo pensé en eso. Va a cumplir su promesa que hace muchos años juró llevar a cabo.

 

Menomaru inclinó su rostro hacia el mío, como si quisiera compartir un secreto solo entre los dos, susurrando contra mi oído: 

 

—Estoy tan feliz, ahora podremos recomponer nuestra relación y conocernos más a fondo… —su voz era suave, pero su sonrisa tenía algo oculto. Yo no podía dejar de temblar. 

 

El silencio en la mesa era tan incómodo que apenas se podía respirar. Sara, sentada ahora junto a Sesshomaru, lo observaba con la misma intensidad con la que un halcón observa a su presa.

 

—Sesshomaru, ¿acaso no vas a hablarme? —le preguntó ella con descarada coquetería, ladeando su rostro.

 

Él no respondió, sus ojos amenazantes se mantenían sobre Menomaru, como si en cualquier caso fuera a saltar sobre la mesa y matarlo con sus propias manos.

 

—¿Es que no tienes educación, príncipe de Esparta?, ¿o es que te has vuelto mudo frente a una princesa?

 

—No estoy obligado a responderle a alguien que usurpa un lugar que no le corresponde —contestó sin mirarla.

 

Sara enmudeció. Las palabras se le atragantaron en la garganta, y la furia se dibujó en su rostro, deformando sus finas facciones, aunque no dijo nada más.

 

En cambio, yo temblaba y no podía controlar las lágrimas bajando por mis mejillas.

 

El rey Kirinmaru se inclinó hacia adelante, los codos sobre la mesa, observándonos uno por uno. Estaba pálido, y sus labios mostraban señales de agotamiento. 

 

—Esto es un desastre —dijo en voz baja—. Un maldito desastre. Ni siquiera sé por qué mantengo estas farsas de reuniones familiares. Las cosas eran más simples cuando uno podía resolverlas con una espada.

 

El rey Toga solo suspiró con una leve risa, más por agotamiento que por humor.

 

—¿Entonces quieres una guerra? —preguntó Sesshomaru algo más entusiasmado.

 

—No quiero una guerra, quiero obediencia —dijo el rey Kirinmaru.

 

—Yo estoy de acuerdo con Kirinmaru —añadió Toga, mirándonos con seriedad—. No queremos guerra. Ustedes, como nuestros herederos, deben entender que la guerra no es buena para nuestra gente…

 

Sesshomaru lo miró de reojo. Luego volvió a mirarme a mí y a Menomaru.

 

El príncipe troyano sonrió con autosuficiencia y, bajo la atenta mirada de Sesshomaru, rodeó con fuerza mi cuerpo aún rígido. Me apretó con descarada lujuria y hundió sus labios en mi cuello, besándolo con una pasión tan invasiva como provocadora.

 

Lo último que vi, antes de que la oscuridad me envolviera, fue la mesa volando por los aires y a Sesshomaru lanzándose sobre Menomaru, dominado por una furia que ya no podía contener..

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Notes:

La próxima actualización va a tardar unos días más.

Chapter 17: CAPITULO XVII

Notes:

¿Por qué Kagome no simplemente dice lo que ve y advierte a los protagonistas?

Porque si dice en voz alta el futuro de lo que ve, este futuro se cumple por ley, es como llamar al destino. Es un poder que tiene sus cosas buenas y malas. Por eso actúa de modo silencioso. Es decir, ella solamente dice en voz alta aquellas cosas buenas, las malas se las guarda. Si ahora le revela a Rin algo que vio, es porque las visiones cambiaron, no van a suceder.

Chapter Text

 

 

RIN POV

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 Parpadeé varias veces hasta que una silueta se definió frente a mí.

 

—Rin… —la voz era suave, cálida, casi maternal—. ¿Me escuchás?

 

La miré.

 

Kagome estaba sentada a mi lado, con una expresión de profunda preocupación. 

 

—¿Qué ocurrió…? 

 

—¿Puedes sentarte? —me preguntó, ayudándome con cuidado.

 

Me incorporé despacio, pero apenas lo hice, el recuerdo regresó con toda su fuerza: los brazos de Menomaru encarcelando posesivamente mi cuerpo, su beso lascivo en mi cuello, la mirada de Sesshomaru llena de rabia.

 

Y entonces me quebré.

 

Las lágrimas comenzaron a brotar sin control. Sentía ardor en la garganta, náuseas de rabia y asco. Me cubrí el rostro con las manos, tratando de esconder mi vergüenza, mi dolor y mi fragilidad.

 

—Mi vida siempre fue un desastre… —confesé entre llantos, sin poder detener la verborragia—. Desde pequeña, siempre fue igual. Nací en un burdel, mi madre vendía su cuerpo para sobrevivir. Me ocupé de criar a mis hermanos. Nunca conocí a mi padre, aunque seguro fue un militar que solo buscaba placer...

 

Kagome no dijo nada. Me escuchaba en silencio, sin interrumpir. Yo solo necesitaba decir en voz alta todo lo que había reprimido en mi interior.

 

—Yo no quería seguir el mismo destino. Nunca quise ser como mi madre. Pero parece que las mujeres solo servimos para eso, ¿no? Para satisfacer el deseo ajeno, para que los hombres jueguen con nuestros cuerpos y nos desechen cuando les conviene. Ahora al parecer soy una puta de alta categoría, pero puta a fin de cuentas. ¿Para eso me quiere Menomaru? Para abusar de mi todas las noches ¿Solo soy un cuerpo que no tiene derecho a decir no?

 

Tragué saliva, temblando.

 

—Creí que había encontrado un hogar donde descansar después de tanto dolor. Donde tener mi propia familia junto al hombre que amo y que me cuida, un sitio donde mi voz era escuchada, donde era tratada con respeto, como un ser humano —mi voz se quebró definitivamente—. Pero al parecer no puedo elegir. No importa si es Esparta o si es Troya, solo tengo que agachar la cabeza y decir que sí, porque si me niego mucha gente puede morir por mi culpa…

 

Kagome apretó mis manos con fuerza, retirando las manos de mi rostro. Su rostro ahora estaba serio. Omitió palabras amables, palabras de fuerza, solo preguntó:

 

—Rin, ¿tú recuerdas que ocurrió esa noche?

 

La miré, confundida, mi visión todavía borrosa por las lágrimas que aún caían.

 

—¿Qué?

 

—He visto tu pasado y sé lo que ocurrió el mes en el que murieron tu madre y tus hermanos.

 

Nunca pude recordar esos días. Solo sabía que enfermaron, pero los detalles eran confusos. De repente la inseguridad se instaló en mi pecho y con los labios titubeantes pregunté:

 

—¿Qué ocurrió con mi familia? 

 

Kagome bajó la mirada un instante y luego me sostuvo con firmeza los ojos.

 

—Eres de Tesalia, Rin, una tierra que fue arrasada por el ejército de Esparta por orden del príncipe Sesshomaru. Ahí fue donde tú y él se conocieron por primera vez.

 

No hubo sorpresa en mis facciones, tal vez sí aceptación y decepción al revelarse algo que no quería que me confirmaran. De algún modo siempre lo supe, pero el trauma había borrado de mi memoria todos los eventos de aquellos días.

 

Kagome entonces continuó, sin entrar en detalles macabros y dolorosos:

 

—Fueron los soldados espartanos los que mataron a tu familia. Ni tu madre ni tus hermanos estaban enfermos. Esos recuerdos no son reales. Y tú tal vez también moriste esa noche. 

 

Me dolió respirar. No pude sostenerle la mirada.

 

—Quién te mató también te trajo a la vida. Fuiste su arma y su venganza.

 

Sentí un escalofrío recorrerme la espalda.

 

—¿Estoy muerta? —susurré mientras se aceleraban mis signos vitales. Miré con atención esos ojos que podían verlo todo, pasado y futuro—. ¿Entonces qué soy?

 

Kagome me acarició la mejilla, con una mirada cargada de compasión.

 

—Estás viva, reviviste —enfatizó—. Aunque esa entidad te moldeó como un títere para destruir al príncipe Sesshomaru, al final eso no ocurrirá…

 

Sentí que el mundo giraba y coloqué mi mano contra mi corazón, percibiendo mis latidos intensos y verdaderos.

 

—Yo jamás le haría daño al príncipe Sesshomaru, entregaría mi vida por salvar la de él… —confesé.

 

Entonces Kagome tomó mis manos entre las suyas, firme pero dulce, y prosiguió:

—¡El príncipe Sesshomaru te salvó! —exclamó, con fuego en la mirada. Sentí cómo mis mejillas se encendían—. ¡Él me lo dijo! Te ama… y fue ese amor el que te curó y el que trajo de regreso.

Parpadeé, aturdida, mientras Kagome se inclinaba aún más cerca, entusiasmada. Parecía que esos temas le apasionaban profundamente.

—No sé cómo lo logró —continuó—. Ese hombre frío, cruel, con cara de pocos amigos, orgulloso, testarudo, estratega… pero te amó tanto que tu aura ahora es pura. Está limpia de toda magia oscura. Sesshomaru, sin ser consciente de lo que quien eras, de lo que había ocurrido contigo, lo consiguió: te desató de ese cruel destino y venció la maldición.

¿Cómo lo logró ?

Me puse roja como un tomate al recordar lo pasional que podía ser Sesshomaru cuando estábamos solos.

Y luego, una sensación cálida me inundó al evocar nuestras conversaciones, nuestras risas, incluso nuestros enojos, cuando estábamos tristes, cuando simplemente éramos felices. Lo mucho que disfrutaba de su compañía.

Kagome me miró con calidez y finalmente confesó algo que antes era prohibido:

 

—Puedo decirlo, porque no se cumplirá, pero mis visiones eran claras: tú ibas a matar al príncipe Sesshomaru, pero el destino se torció —hizo una pausa y volvió a tensarse—, y desde entonces el destino ha cambiado tantas veces que ya no sé que es real de todo lo que pueda ocurrir.

 

Me congelé.

 

—Solo sé que aún el futuro es oscuro. Pero si ya cambió una vez puede cambiar de nuevo. 

 

Se inclinó y me apretó las manos con fuerza.

 

—Pase lo que pase Rin, no dejes que Sesshomaru inicie una guerra.

 

El silencio fue incómodo y no pude resistir el peso de su mirada.

 

No puedo odiar al pueblo espartano por lo que hizo en Tesalia, aunque una parte de mí, tal vez algo más oscura, silenciosa y desconocida, deseaba que ellos pagarán de la misma forma. Este mundo, esta época, no tenía dueño: era tierra de nadie.

 

Juzgo la crueldad, porque yo jamás habría actuado de ese modo. Pero comprendía que eso era mío, algo profundamente personal y subjetivo. Mi naturaleza no era la de ellos. Todo lo demás, las decisiones y los actos espartanos, responden a la supervivencia, a la estrategia, a una fría objetividad que imperaba en un mundo despiadado.

 

Y de pronto, entendí. No estaba justificando la guerra, solo estaba viéndola tal como era. Viendo esta cultura por lo que representaba. Viendo estas costumbres como lo que en verdad eran: mecanismos para no morir…

 

Pero yo soy distinta a mi manera. Aunque el destino me atará una soga en el cuello, yo iba a seguir actuando según mis principios.

 

—-----

 

SESSHOMARU POV

.

.

.

 

Todo estaba hecho pedazos.

 

Mi dormitorio era ahora un campo de batalla en ruinas. Trozos de cerámica, tela desgarrada, papiros en pedazos, tinta desparramada… 

 

Mi furia había arrasado con todo a su paso. Y sin embargo, yo no estaba allí.

 

Me hallaba en el dormitorio de Rin, que se mantenía impoluto y pulcro, tal como ella lo había dejado, con cada pieza en su lugar. Con la excepción de que su cama estaba desordenada porque yo estaba acostado en ella.

 

Esa cama suave, impregnada de su aroma. 

 

La oscuridad era un refugio. Desde que se llevaron a Rin he dejado de dormir. No puedo dejar de estar en alerta, como si estuviera en el campo de batalla. Apretaba contra mi pecho la estúpida rana de trapo con la que ella interactuaba cuando yo no estaba. ¿Cómo podía un objeto tan ridículo dolerme tanto cuando la recordaba?

 

—... tal vez sea una buena idea, luego de sacarle algunos órganos, atarlo de los pies a un carruaje y dejar que se despelleje… —murmuraba planeando las mil y una formas con las que extendería el sufrimiento de Menomaru en este mundo.

 

Y recordé cómo se atrevió a tocar a Rin frente a mis ojos.

 

Apreté los dientes. No por el dolor físico, porque a fin de cuentas mi padre también se desquitó conmigo, sino por el otro, ese tipo de dolor que no era digno de un espartano. 

 

Con un bufido cargado de rabia, lancé la rana hacia el otro extremo de la habitación. Escuché cómo chocaba contra la pared de piedra y caía sin gracia al suelo. Me cubrí el rostro con ambas manos. 

 

Mis ojos picaban. 

 

Maldita sea… ¡ picaban !

 

Entonces lo escuché.

 

Un golpe seco, discreto, contra la madera de la ventana abierta. Me incorporé alerta y me acerqué mirando hacia abajo. La brisa nocturna me acarició la piel, fría y húmeda, como si el mundo intentara calmarme. Afuera, bajo la luz tenue de los faroles, los vi.

 

Mi custodio.

 

Ese hombre de rostro alargado y ojos saltones, semejantes a un sapo, con su lealtad tan profunda que en ocasiones me daban ganas de matarlo. Pero allí estaba, mirándome con devoción.

 

A su lado, guerreros jóvenes y algunos mayores. Pero lo que más me sorprendió fue lo que venía detrás: niños. Niños con rostros sucios pero con determinación en su mirada. Al frente, uno de ellos captó mi atención de inmediato. Al parecer actuaba de líder de esa fracción más joven.

 

Kohaku .

Lo supe al instante. Mi estrategia había dado frutos. Mi manipulación, mi juego silencioso con las piezas del tablero, había germinado en él. Kohaku no permitiría que Rin fuese arrebatada. 

Para esos soldados en formación, Rin ya no era una esclava. Quizás porque Kohaku, movido por el fervor de los sentimientos románticos, había tejido sobre ella relatos llenos de luz y ternura.

Su presencia les enseñó que la línea entre dueño y propiedad podía romperse. Que la casta no lo era todo.

Y eso los encendía.

Porque si una esclava podía subir, ellos también.

El agogé les enseñó a resistir. Rin les enseñó a desobedecer.

Y eso… eso era combustible para un motín.

Descendí sin pensarlo. Me deslicé por la columna como un espectro, mis pies descalzos tocando el mármol con precisión.

Se inclinaron al unísono, reverenciándome.

Kohaku fue el primero en hablar:

—Mi señor, queremos que sepa que cuenta con nuestro apoyo.

—Y que estaremos a su lado, en lo que decida —añadió mi custodio que tenía cara de sapo, con la voz firme.

No respondí. Mis ojos los recorrieron en silencio, uno por uno. Heridas abiertas, cicatrices mal cerradas, miradas endurecidas antes de tiempo. Eran jóvenes, sí, pero no ingenuos. Algunos, incluso, no eran completamente espartanos. Esclavos infiltrados entre las filas, buscando libertad. Y Rin encarnaba ese deseo.

Estos jóvenes ya estaban cansados de la crueldad del agogé , de la guerra, y serían capaces de luchar una última vez solo porque nuestra cultura cambiará.

Me invadió una emoción oscura. Una sonrisa apenas curvó mis labios. No una sonrisa amable, sino una mueca seca, casi cruel. Por dentro, me sentía elevado, imponente e invencible. 

¿Ellos querían ser usados como armas?

Los usaría. 

No importaba cuánto mi padre me hubiera degradado.

Yo aún tenía la última palabra.

Entonces mi custodio, el mismo que solía interceptar las cartas de Inuyasha, me entregó una nueva misiva. Por supuesto, era de Inuyasha.

No la leí. No era el momento. La guardé en mi clámide sin mirarla. Tal vez la falta de descanso me estaba afectando, pero yo solo podía pensar en una única cosa, algo más urgente quemaba mis entrañas, aquello que en ocasiones entorpece la razón y la lógica.

—Quiero ver a Rin —fue lo único que dije.

Se hicieron los arreglos. Negociaciones discretas con soldados. Finalmente Kagome accedió a permitir el encuentro.

 El lugar: un salón olvidado, apartado en el extremo más viejo del castillo.

Esperé allí solo. El anhelo me devoraba.

Hasta que la puerta se abrió…

Y entró ella .

No dije nada más, tomé sus manos y la empujé dentro del salón.

 

—Principe Sesshomaru…. —susurró y silencié sus labios con mi boca.

 

Sus labios fueron receptivos y vacilantes por momentos, pero no permití que la duda me contuviera, en cambio me aferré a la certeza de lo que ella sentía por mí. La besé con ansias, con todo ese deseo que estaba oculto y contenido en lo más profundo de mi ser, y luego la recosté contra un sillón lleno de almohadones. Continué besando su quijada y su cuello, dónde antes otro nefasto intruso había estado.

 

—Mi señor… —susurró vacilante. La miré y volví a besarla, no permitiéndole decir nada más.

 

No quería escucharla hablar de nada. Solo quería sus labios, perderme en lo físico, en su cuerpo tan sagrado y hermoso. No quiero pensar, no quiero reflexionar, no quiero recordar, solo quiero liberarme y calmarme en su interior.

 

Recorrí su perfecta clavícula con mis labios. Desaté su túnica besando su pecho y bebiendo de uno de sus suaves pechos con deseo, mientras mi mano se deslizaba debajo de las telas, tocando ese sitio tan prohibido y bendito. 

 

Estaba siendo muy receptiva, como era costumbre. No había nada diferente, todo fluía. 

 

Masajee y acaricié sus lugares más sensibles y cuando sentí que empujaba con más gozo su entrepierna contra mi mano, finalmente aparté la tela, sostuve mi miembro y me adentré en ella, siendo abrazado por esa calidez, húmedad y estrechez que me volvía loco. 

 

No pude evitar el gemido de satisfacción que salió de mi garganta y continué besando su rostro, quijada y cuello, dónde me detuve a dejar posesivamente mi marca personal.

 

Rin acariciaba mis cabellos, con sus ojos cerrados y los labios entreabiertos, gimiendo suavemente. Ella parecía estar perdida dentro de su propia órbita de placer, disfrutando. Comencé a moverme más rápido y profundo. Rin no pudo seguir el ritmo, tal vez por el cansancio de estos días, por lo que simplemente se aferraba de brazos y piernas con desesperación, encadenada al deseo y a mi cuerpo, buscando no gemir con fuerza, porque del otro lado estaban los malditos custodios.

 

—No te regresaré a Kagome, vas a quedarte conmigo, no dejaré que te lleven —dije con la voz agitada contra su oído sin dejar de embestirla—, te quedarás en Esparta, serás mi esposa y tendremos hijos…

 

Su agarré se aflojó y me miró perpleja. Esa reacción no me gustó. Paré de golpe, arrodillándome entre sus piernas y sin salir de adentro de ella, la miré sin poder ocultar mi malestar. 

 

Ella me contemplaba con sus inmensos ojos abiertos.

 

—¿Qué ocurre? —pregunté irónico—, ¿no te gusta la idea?

 

Rin frunció el ceño pero no respondió. Entonces sostuve sus caderas, empujando mi miembro hasta lo profundo  y luego sujeté sus antebrazos a cada lado de su cabeza.

 

Nos miramos con intensidad una última vez. Sin enojo, con deseo y algo más . Y luego comencé a embestirla con brutalidad, en parte por puro placer y por otra parte motivado por los enfermizos celos, al recordar al estúpido de Menomaru. Sus ojos se llenaron de lágrimas y comenzó a gemir sin importarle el tono, sentí la presión constante en mi miembro y la humedad creciente de su entrepierna.

 

—No puedo… —simplemente pudo decirme bajo un pequeño foco de racionalidad.

 

Maldita sea Rin.

 

¿Por qué justamente ahora buscas herirme con tu rechazo?

 

¿Por qué?, ¿por qué?, ¡¿ por qué ?!

 

—¿No puedes? —cuestioné perdiendo poco a poco la cordura. Ella estaba en las mismas condiciones que yo y mi voz comenzaba a ceder al placer—, oh, Rin, sí puedes, serás solo mía por siempre…

 

Cerró sus ojos y contuvo un gemido. Empujó sus caderas contra las mías con desesperación, correspondiendo mi deseo con creces. La presión de su interior fue suficiente para hacerme desfallecer de placer.

 

Mi agarre en sus brazos se aflojó y caí rendido sobre su cuerpo.

 

—Oh, Rin… mi Rin…

 

Sonreí a consecuencia del placer, el orgasmo, la felicidad o capaz que por simple locura, y Rin me correspondió, envolviendo sus brazos a mi cuello y permitiéndome robarle besos fugaces. Simplemente éramos felices por la bruma del placer.

 

—Te amo… —susurró Rin acariciando mi rostro y fui inmensamente feliz, con mis ojos cerrados disfrutando de sus caricias y besos, tras un maravilloso orgasmo.

 

Ni siquiera puedo recordar porque estoy tan enojado…

 

—Mañana me enfrentaré a mi padre y le declararé la guerra a Troya —dije por inercia sin dejar de besar sus labios tan hermosos y sonrientes, con algo de pereza, deseando dormir en sus brazos—. Nadie ni nada se interpondrá en nuestra relación…

 

Rin cambió su actitud de modo repentino, apartando sus labios y empujándome para que me apartara. 

 

Ah, y otra vez el mundo se volvía oscuro cuando ella rechazaba mi afecto.

 

Salí del paraíso y me volví terrenal nuevamente, recostándome a su lado. Acomodé mis brazos detrás de mi nuca y miré sin mirar el techo.

 

A partir de ese momento sólo hubo silencio. Ella continuó sin hablarme. Yo no quería arruinar la situación más de lo que ya estaba. La miré de reojo y otra vez mi corazón ardió con deseo.

 

Siempre me parecía tan preciosa luego del sexo. Sonrosada, dulce y brillante. ¿Existía acaso algo más hermoso que mi Rin en este momento? 

 

Solo quería dormir en sus brazos, estoy cansado, llevó días enteros sin dormir, pero Rin parecía indiferente a mi deseo tan ferviente hacia su persona.

 

Mujer cruel e insensible…

 

—¿Estás bien? —pregunté, rompiendo el silencio con cautela.

 

Ella asintió, sin mirarme. La noté ausente. Entonces, su mano descendió lentamente hasta su vientre. Lo acarició con suavidad, como si protegiera algo invisible. Una leve sonrisa cálida y con anhelo apareció en sus labios, pero pronto se borró, reemplazada por dureza en su mirada.

 

Deteste ese cambió en sus ojos, como si ella ya no fuera mía.

 

—No quieres dejar a Menomaru… —di por hecho con la voz plana en emociones y apartando mis ojos de ella.

 

—Lo dices como si fuera fácil —me regañó.

 

La miré de reojo. 

 

—Lo es, ¿acaso no confías en mí?

 

Rin con los ojos melancólicos continuó acariciando su vientre plano.

 

—La guerra con Troya no es la solución…

 

—¿Y cuál es tu solución entonces?

 

—Podemos ser solo amantes… —dijo como si nada.

 

Creo que mi rostro transmutó por todas las emociones existentes.

 

—¿Qué? —solo supe decir como un tonto.

 

Ella no se atrevió a verme a la cara mientras decía lo siguiente:

 

—Podemos vernos en secreto cada tanto para hacer el amor…

 

Hubo silencio antes de que mi cuerpo se sintiera como un volcán a punto de explotar. Me levanté, acomodé mis ropas y contuve mi enojo por un instante. 

 

¿Qué diablos estaba diciendo? 

 

De repente quise salir del dormitorio y buscar a Menomaru para matarlo con mis propias manos.

 

Pero no debo actuar impulsivamente, tengo que ser lógico y sincero para no desbordarme en emociones negativas.

 

Tuve que recordar que los hombres en esta época no se casaban por amor. Que la fidelidad no era la norma. Que el deseo se compartía, se escondía, se negociaba.

Pero también tuve que preguntarme si estaba mal querer más, si era absurdo desear que ella me eligiera por completo.

 

—Yo no quiero tener solo sexo —enfaticé, buscando mantenerme íntegro—, no quiero verte solo a escondidas. Tú aceptaste ser mi esposa, ¿no lo recuerdas? —pregunté y después pensé en esas cosas que las mujeres odian de los hombres—, ¿acaso temes que te engañe con otras? No te preocupes, no lo haré jamás. Te quiero solo para mí y seré solo tuyo, ¿no es suficiente eso para ti?

 

Rin se levantó y me miró de frente, con toda la valentía que siempre había tenido frente a mi persona.

 

—Seré reina de Troya.

 

Creo que me hubiese dolido menos que una espada me atravesará el corazón.

 

Miré profundamente sus ojos, como buscando respuestas. Pero solo pude encontrar determinación.

 

Busqué rápido dentro de mi mente. 

 

¿Lo eligió a él?, ¿A Menomaru?

 

¿Y si compartieron algo ese año en el que él la tuvo cautiva?, ¿y si ella no era tan virgen como parecía? A fin de cuentas, se entregaba al sexo con mucha pasión y entusiasmo, de un modo tan desvergonzado que podía entender porque Menomaru estaba locamente entusiasmado por ella.

 

 No. ¡No puedo pensar así!

 

Yo conozco bien a Rin, sé que ningún otro hombre la ha tocado antes. ¿Pero tal vez le gusta Menomaru?

 

Su rostro se endureció, como si pudiera ver mis pensamientos.

 

—¿Qué estás imaginando? —me increpó.

 

Parpadeé rápidamente.

 

Estoy exhausto. No duermo desde hacía días, pero lo que más me desgastaba no era la guerra: era ella, la carga emocional. No puedo seguir funcionando con la mente nublada.

 

La sola presencia de Rin desarmaba mi lógica.

 

Yo, un estratega, un guerrero, completamente dominado por algo que nunca supe manejar: el amor .

 

Tenía que recuperar el control.

 

Intenté pensar en blanco, volver a retroceder desde cero. ¿Qué había dicho ella antes? 

 

Que prefería ser mi amante y reina de Troya. 

 

Piensa, Sesshomaru, piensa en frío.

 

Está bien.

 

Ya entiendo.

 

—Rin —dije al fin—, sé que odias la guerra pero yo nací dentro de ella. No me conviertas en tu enemigo por intentar evitar algo inevitable. Troya caerá. No por ti, por lo que representa Troya para mí.

 

—¿Y qué hay de tu pueblo?, ¿de verdad estás dispuesto a arrastrarlos a la muerte solo por conquistar una ciudad? —replicó ella, casi con furia—. ¿Nuestra relación vale más que todas esas vidas?

 

—No entiendes. Ya te lo dije —espeté, sin mirarla—. Esto no es por amor ni por ti. Es estrategia. Es destino. Troya debe caer.

 

—¿Nunca pensaste en lo que era vivir sin matar?

 

La miré un momento.

 

Ella lo sabía. 

 

La primera vez que estuve en paz fue con ella dentro de mi dormitorio. Desde mi infancia me dediqué al ejército y a conquistar tierras, Argos, Fócide, Tesalia… En pocas ocasiones he estado en mi tierra, Esparta, y he vivido más veces viajando por otros territorios que por aquí.

 

—Mi objetivo es seguir expandiendo Esparta hasta ser un inmenso imperio.

 

Ella miró el suelo un instante y dijo:

 

—Ese es tu sueño. No el mío.

 

Jamás pensé en sus sueños. Siempre la vi como una persona idealista, pacifista y no realista. Nunca se le pregunta a una mujer que desea para el futuro. Tampoco nadie me preguntó a mí que quería: me entrenaron para esto, para ser un mercenario.

 

—Entonces estamos en bandos opuestos —concluí con voz áspera—. Si me detienes, serás mi enemiga. Así de simple.

 

–No quiero ser tu enemiga –respondió con sencillez—, pero sé que si yo estoy en Troya tú no te atreverás a atacar.

 

El ambiente se retornó tenso. Otra vez ella no me estaba escuchando. 

 

—¿Estás segura de eso?

 

Ella dió un paso más cerca de mí.

 

—Tu ejército arrasó Tesalia. Mataste a mi gente —dijo, sin dramatismo, como un hecho al pasar—. Y aun así, no te odio. No quiero que te pierdas en eso. No naciste para destruir. Te forzaron a creerlo. Por eso mismo tienes que dejar de pensar en Troya. Podemos ser simplemente amantes.

 

Me largue a reír con ironía. Y no pude resistirlo más. 

 

Esto es tan patético.

 

Miré hacia el techo, luego a la pared opuesta y finalmente la miré. Ladeé mi cabeza hacia un costado y la contemplé con ferocidad.

 

 Bien, ella quería que me pusiera emocional, entonces me voy a poner malditamente emocional.

 

—Así que de eso se trataba —murmuré con una mueca torcida—. Venganza . Qué interesante. Nunca imaginé que tu estrategia sería tan placentera para ambos.

 

Me acerqué, no por deseo, sino por rabia.

 

—Pero tu plan fue algo, ¿ curioso ? Me dejaste estar dentro de ti a gusto. Nunca dijiste no y siempre me pediste más. Pero te salió tan mal que ahora inclusive quieres que te siga follando en secreto, como amantes… —reí irónico—. ¿Qué hiciste por Tesalia todo este tiempo?, ¿dormir conmigo mientras recordabas los muertos de tu pueblo? Oh, Rin. Que patética eres. Gemías bajo mi cuerpo sin importarte que yo haya matado con mis propias manos a tu gente. ¿Y quieres qué te diga la verdad? Lo disfrute. Disfruté de matar, como también disfruté venirme a gusto dentro de ti. Ah, de verdad, ¡qué manera tan honorable de honrar a tu pueblo! —exclamé sin dejar de contemplar lo profundo de sus ojos y lo que vi me dolió más que mis propias palabras: odio contenido y deseos de destruirme—. ¿Y te crees moralmente superior? Tú no eres tan diferente a mí. No te queda bien el papel de mártir, amor mío , pero si el de prostituta… —agregué con ironía, aunque esa palabra me quemaba y dolía por dentro—, haces tan bien tu papel que lo que más deseo en este momento es volverte a follar, ¿estás contenta con eso? Lo lograste, ¡encontré algo que me gusta hacer más que matar!

 

Rin apretó sus puños con rabia y sus ojos se llenaron de lágrimas.

 

—¿Qué harás?, ¿me abofetearas por decir la verdad y luego te irás corriendo llorando? Muy típico de ti…

 

Sin embargo, mantuvo su entereza, como un soldado listo para la guerra.

 

—Piensa lo que quieras —dijo sin más.

 

Nos miramos desafiantes un segundo y al segundo siguiente mi boca estaba sobre la suya, besándola con anhelo.

 

La besé como si fuese la última vez. Porque sabía que lo era…

 

Sostuve sus muslos, envolvió sus piernas en mi cintura y apoyé su espalda contra la pared.

 

Y otra vez me hallé dentro de ella, haciéndole el amor con desesperación, siendo correspondido del mismo modo, sin dejar de mirarnos a los ojos. 

 

Cuando las palabras no tenían nada bueno que decir, solo bastaba con mirarnos para ver lo real. 

 

Y sin desearlo, tal vez desbordado de emociones, sumado a la falta de sueño, finalmente mis ojos cedieron y lágrimas comenzaron a bajar por mis mejillas.

 

¡Esto es tan humillante!

 

Soy tan patético…

 

¿Por qué no puedo simplemente acostarme con ella sin sentir tanto?, ¿por qué tengo que desear tanto tener una familia con ella?, ¿por qué me cuesta tanto admitir que yo también quiero una vida pacífica rodeado de amor, con una esposa e hijos?

 

Besó mis lágrimas con fervor y compasión, amando también esa vulnerabilidad en mí.

 

No huyó de mi dolor…

 

Se quedó.

 

Era como si su alma intentará redimir a la mía. Pero yo no vine al mundo para ser salvado, yo vine a destruir. Y aun así, ella sigue creyendo que hay algo en mí que vale la pena cuidar y proteger…

 

Y eso me destruye más que cualquier batalla.

 

Después de todo lo horrible que le dije, ¿cómo puede seguir amándome así?

 

No merezco su bondad ni su pureza.

 

Gemí suavemente su nombre, escuché mi nombre en sus dulces labios. Y luego cuando la marea del deseo sexual bajó, solo quedó ese sentimiento de amor que tanto detesto.

 

Ese amor que ahora me hacía sentir enfermo y asqueado.

 

Me besó fugazmente una y mil veces mientras sus ojos también lloraban. 

 

—¿Me amas? —me preguntó con la voz quebrada.

 

No quería ver esa última imagen de ella. No quería que ella me vea así de patético. Coloque de vuelta sus pies en el suelo y luego la aparté pero ella quiso seguir sostenida con mi abrazo, buscando desesperadamente mi afecto. Apliqué fuerza por primera vez contra sus frágiles antebrazos y le grité exigiendo como nunca antes:

 

—¡Detente!

 

Y finalmente me soltó y al instante siguiente golpeó mi pecho con su mano, mientras lloraba con rabia, sin decir nada porque la voz se le agrietaba en lamentos.

 

Sabía que si me iba de ahí nada volvería a ser como antes, pero salí del salón sin mirar atrás.

 

Me odio .

 

Me odio inmensamente.

 

Maldigo el día en el que me encontré por primera vez con esta niña.

 

Sin embargo la única certeza que tuve, es que nada nunca me hará odiarte Rin, ¿no te lo he dicho ya alguna vez?

 

Rin, te amo más que a Esparta.

 

Si en ese entonces hubieses salido detrás de mí, me habría derrumbado a tus pies y habría implorado como un hombre sin honra, sin corona, y te habría pedido que escapáramos de todo esto a algún sitio lejos de Esparta y de Troya, perderlo todo, pero conservarnos. Empezar de nuevo.

 

Pero no viniste. Y yo no tuve la valentía de decirlo abiertamente. Tal vez por orgullo.

 

Y por eso, Rin…

 

… me odio más de lo que soy capaz de soportar…

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Chapter Text

NOTA DE AUTOR: El dibujo es una referencia a la pintura de Romeo y Julieta de Frank Dicksee.

Perdón por la tardanza. Ya nos acercamos al final. Faltan solo dos capítulos. ¡Muchas gracias a aquellas personas que siguen leyendo esta historia! Si es posible, ya en el correr de este mes ya estaría finalizando.

 

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RIN POV
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Desde los barrotes de mi ventana observaba la luz del día. Los pájaros surcaban el cielo, tan libres que me hacían doler los ojos de envidia.

Mi nueva “cárcel” brillaba de mármol y sedas, un encierro vestido de lujos que no apaciguaba mi rabia ni calmaba la decepción que me carcomía.

Sesshomaru había ordenado esto hacía una semana, después de la rebelión que él mismo encabezó. Con la fuerza de los jóvenes y la complicidad de soldados veteranos cansados de las leyes rígidas, había derrocado el gobierno de su propio padre, Kirinmaru. Puso tras las rejas al Rey junto a los ancianos del consejo, y encerró también a los visitantes troyanos, al rey Toga, al príncipe Menomaru y a la princesa Sara.

Y también me encerró a mí. Aunque me reservó un cuarto apartado, rodeado de comodidades y de barrotes.

Jamás imaginé que Sesshomaru me haría esto. Aunque claro, tendría que haberlo supuesto considerando su carácter complicado, tan terco y narcisista, él nunca me hubiera dejado ir con él príncipe Menomaru así nomás.

El silencio de mi prisión se rompió por un crujido metálico: las trancas de la puerta. Mi corazón dio un vuelco. Sesshomaru estaba entrando. Cada paso suyo retumbaba en el suelo de manera autoritaria y precisa. La tensión entre nosotros era casi tangible.

Me quedé mirando la ventana, negándome a mirarlo. Él tampoco dijo nada. Escuché cómo se desprendía de su clámide y cómo la tela rozaba el suelo, un sonido frío, como si se despojara de su máscara de Rey para ser simplemente Sesshomaru. Nuestra rutina se había instalado así desde hacía dos días: una falsa calma después de la tormenta, que solo aguardaba por volver a estallar.

De repente su voz, suave pero cargada de un filo invisible, atravesó el aire:

—¿Otra vez no estás comiendo, Rin? —susurró, observando mi plato intacto—. ¿Por qué no comes?

No respondí. Lo ignoré, como había hecho desde el día anterior.

Se acercó a mí con pasos medidos, y su presencia se volvió avasallante, absorbiendo la luz de la habitación. Se detuvo a mi lado. No lo miré.

—Quiero que comas —dijo con autoridad, pero su tono llevaba un matiz de preocupación mezclado con exigencia.

Lo ignoré de nuevo.

—Rin —insistió, acercándose un paso más.

Sentí su mano aferrando mi muñeca. No era un agarre violento, pero sí firme, imposible de ignorar, como un grillete invisible que me anclaba a él. Me giró hacia él, con la fuerza contenida de alguien que nunca pierde el control pero cuya paciencia se ha ido desgastando.

—Quiero que me mires cuando te hablo —ordenó con voz baja y grave.

Lo miré vacilante, sosteniendo su mirada sólo un instante antes de huir de ella, buscando refugio en la ventana. Entonces su otra mano se posó sobre mi nuca, fría, firme, inquebrantable. Me obligó a mirarlo. Sus ojos eran un pozo sin fondo en el que se agolpaban rabia, cansancio y algo más que no quería reconocer: miedo.

Nuestras pupilas se enfrentaron, y sentí que un duelo silencioso se libraba entre nosotros.

—Estoy haciendo todo esto por ti, ¿y así me pagas? —cuestionó con reproche—. Solo quiero que comas tu comida…

—¿Acaso me obligarás? —respondí más desafiante de lo que me sentía en realidad.

Nuestras miradas se cruzaron tensas, un campo de batalla silencioso.

—Sí, lo haré.

La rabia me subió a la garganta.

—¿También empezarás a obligarme a tener sexo contigo?

Calló un instante. Su rostro no se movió, impasible y neutro, pero sus ojos se asentaron en mi boca como siempre ocurría, sin poder disimular su deseo físico y pasional por mí. Y entonces afirmó, con ironía letal:

—Ahora eres mi esposa. No pido más de lo que te corresponde.

Sentí que se me cortaba la respiración.

—Así que eso soy ahora. Un objeto para tener sexo y engendrar tus hijos…

Ni dudo un instante en responder:

—¿Y no era eso lo que querías? Ser mi amante, nada más. Al menos ahora llevas mi nombre y tendrás mis hijos —respondió con la voz neutra en emociones pero venenoso como solo él sabía serlo—. Curioso, ¿no? No te vi tan ofendida cuando el príncipe Menomaru te ofrecía lo mismo…

—Qué rencoroso eres, Sesshomaru…

—¿Rencoroso? —repitió con frialdad—. No. Simplemente lo razoné, y tienes razón. ¿Qué otro papel puede tener una campesina sin educación, que no tiene la fuerza ni la personalidad para gobernar? —enfatizó cada palabra como un golpe seco—. Lo único que haces es mirar la ventana y llorar, sin mostrar más actitud ni fortaleza…

Me soltó con un gesto brusco, para luego caminar hacia la mesa sin mirarme.

Sus palabras me habían desgarrado, pero aun así respondí, incapaz de disimular el temblor y el dolor en mi voz:

—Veo que tus sentimientos hacia mí se agriaron con rapidez…

No me contestó. Se limitó a clavar la vista en el plato de comida, como si ya ni yo ni él existiéramos, sólo aquel objeto frío frente a él. Sus dedos tantearon un trozo de pan y le dio un bocado lento.

—Diablos… —murmuró con voz baja, casi ajena—. Todo me sabe igual… Ni la comida, ni el vino… nada tiene sabor ya —hizo una pausa breve, mirando el plato con fastidio—. Como si hasta eso me estuviera abandonando…

Fruncí el ceño. Me acerqué, con el corazón todavía latiendo rápido.

—¿A qué te refieres?

Me miró confuso, como si acabara de despertar de un sueño.

—¿A qué me refiero con qué?

—Con que no sientes el sabor de las cosas.

Entonces me miró sorprendido.

—¿Lo dije en voz alta?

—Sí —respondí suavemente—. Estabas hablando en voz alta.

Él dejó el pan sobre la mesa, sin mirarme, hundido en pensamientos que no quería compartir conmigo.

—¿Te ocurre algo? —pregunté y mi voz salió más preocupada que desafiante.

Me contempló un instante, profundo, inmutable pero sus ojos lo decían todo.

Nada… —susurró.

—¿Estás seguro?

—Sí…

Y el silencio cayó sobre nosotros con fuerza, con oscuridad, como si hubiera algo más inexplicable, lejos de todo razonamiento entre nosotros, que generaba una brecha.

—No pareces estar bien… —admití al fin. Mi mano se alzó casi por instinto, rozando su mejilla. Su piel estaba helada. Él se estremeció bajo mi contacto, como si la diferencia de temperatura le recordara que seguía vivo.

—No moriré —sentenció de improviso. Y supe que no quiso decirlo en voz alta, era un pensamiento que se había escapado de su boca, aunque en ese mismo instante esas palabras se grabaron en mi memoria.

De repente sus ojos cayeron sobre el suelo y pude notar el peso de sus emociones reflejada en su rostro. Las marcas oscuras de sus ojeras, el ceño levemente fruncido, el gesto de cansancio de largos días sin dormir, de disputas y tensión. Cómo si se hubiera caído su máscara, con una voz impropia de él, susurró:

—Odio tener que admitirlo… —hizo una pausa, colocando su mano sobre la mía— pero necesito descansar. Aunque sea un par de horas…

Luego me miró y parpadeó suavemente como si buscará espabilarse.

—Tengo mucho sueño…

Lo contemplé en silencio. Parecía tan frágil, aunque él no lo quisiera admitir. Apreté su mano con suavidad. Sesshomaru correspondió el agarre, como si se aferrara a mí para no hundirse.

Lo guié hasta la cama. Caminó detrás de mí, tan liviano como una pluma. Apenas se recostó sobre el colchón, cayó dormido pero en ningún momento soltó mi mano, como si en silencio temiera que me fuera de su lado…

SESSHOMARU POV


La sacerdotisa Kagome me esperaba en los jardines, sentada al lado de las columnas de mármol. Había algo en su serenidad que siempre me resultó irritante. Ella era tan incorruptible, tan firme y, sin embargo, obediente al deber que la ataba a Esparta como una cadena invisible.

—El príncipe Inuyasha viene en camino —me advirtió, con esa voz templada que usaba cuando creía que traía malas noticias.

Una sonrisa imperceptible rozó mis labios. ¿Inuyasha?, ¿el príncipe troyano que todavía no sabía si empuñar la espada o llorar en brazos de su papá?

No me preocupaba. No cuando el corazón de ese necio latía al compás del de Kagome, y ella misma custodiaba los muros espartanos que jamás permitiría cruzar.

—Déjalo venir —dije con calma, observando el horizonte—. Si algo he aprendido de los hombres débiles, es que el amor siempre los vuelve predecibles.

Ella frunció el ceño, como si mis palabras le dolieran. Supongo que lo hacían.

Me di el lujo de acercarme unos pasos más, midiendo cada gesto con la misma precisión con la que mediría un golpe letal. Caminé rodeándola, mientras mis ojos la analizaban.

—Esta situación —continué— no es un problema, sino una oportunidad. Cuando mi padre Kirinmaru caiga, y el rey Toga y su engendro, Menomaru, desaparezcan, todo estará en orden. No me interpondre, tú y tu amado heredarán Troya, y yo podré dedicarme a Esparta…

Kagome me miró con esa mezcla de indignación y esperanza tan propia de ella. Luego empezó su monólogo interminable, una letanía de moralidades que se deslizaban como zumbidos de mosquitos en mis oídos.

Y yo, con la cortesía que me caracteriza, decidí otorgarle el más valioso de mis gestos: el silencio.

En algún punto dejé de escucharla y su voz se volvió en un ruido lejano…

Me habló de equilibrio, de compasión, de límites.

Como si eso tuviera algún sentido práctico en mi mundo.

—... no todo puede resolverse con violencia, rey Sesshomaru —concluyó finalmente, creyendo que aún la oía.

—No todo —admití con una ligera curva en los labios—. Pero casi todo.

Ella apretó el puño, conteniendo la rabia. Me habló de Inuyasha, de cómo no era como yo y otra vez continuó con su monólogo lleno de moralidad.
Qué tontería.

Inuyasha no era como yo porque nadie lo era.

—Si tu príncipe —la interrumpí— cree que puede enfrentarse a mí —le advertí finalmente, sin elevar la voz, solo con el filo exacto de una amenaza—, descubrirá lo que significa perderlo todo. No temo a la muerte, sacerdotisa. Lo sabes bien.

—Hay cosas peores que la muerte —respondió casi en un susurro.

Giré hacia ella, curioso por primera vez en toda la conversación.

—¿Cómo cuáles? —pregunté entre divertido y escéptico.

Sus ojos se tornaron graves, casi trágicos.

—La eternidad —dijo finalmente.

Y por un instante, apenas un parpadeo, comprendí que hablaba en serio, pero la eternidad nunca me ha parecido un castigo.

No lo era para mí.

Solo lo era para los que son demasiado débiles como para no poder soportarla.

RIN POV


Desde hacía tres días los barrotes parecían más fríos. El azul del cielo, antes tan vivo, se había desvanecido hoy en un gris apagado, cargado de lluvia.

Tres días sin Sesshomaru. Sin su sombra, sin su voz, sin siquiera un murmullo que me recordara que seguía ahí afuera.

Decían que un imprevisto lo había llevado más allá de las fronteras. Pero nadie me decía cuál. Me repetían la misma frase vacía, con esa cortesía quebradiza que huele a miedo. Ahora las personas me temían. Me respetaban, sí, pero ese respeto no era más que distancia disfrazada. Un título nuevo no borra la soledad, solo la encierra con más lujo.

El sonido de la puerta me sacó de mis pensamientos. Entraron las sirvientas, las mismas de siempre, con pasos tan medidos que parecía que caminaban sobre hielo. Arreglaban las sábanas, dejaban la bandeja con comida, preparaban el baño. Yo seguía mirando la ventana. Fingía no escucharlas. Fingía no existir.

Hasta que escuché mi nombre. Un cuchicheo bajo, rápido, temeroso. Algo en su tono me hizo girar la cabeza.

Me levanté despacio. Caminé hacia la zona del baño. Sus voces se volvieron más nítidas, como si el silencio mismo las traicionara:

—… al parecer no quieren decirle que el rey Sesshomaru está herido… —susurró una.

—Sí, ayer yo misma lo vi —respondió la otra—. Regresó anoche, apenas podía mantenerse en pie. Dicen que se enfrentó a una bruja, algo sobrenatural…

Mi corazón golpeó con fuerza, como si quisiera romper mi pecho.

—Por suerte no pudo entrar a Esparta gracias a la sacerdotisa Kagome —continuó la primera—, pero el rey no descansa. Está obsesionado con cazarla…

Las piernas me fallaron y el suelo me recibió con su frialdad. Sesshomaru… siempre llevándose al límite, siempre buscando el filo de la muerte como si fuera un juego solo suyo.

Las sirvientas por fin notaron mi presencia y retrocedieron, pálidas.

—Quiero verlo —dije firme aunque mi voz temblaba.

Se miraron entre sí y huyeron de la habitación. Me quedé sola en el silencio pesado de esa cárcel ostentosa. Mis manos temblaban. Intenté cubrirme el rostro, pero las lágrimas me ganaron antes.

Pasaron dos días más. Sin noticias de Sesshomaru. Al parecer esa había sido su orden.

Era de noche. Las cortinas se mecían suavemente con el viento y yo las miraba desde la cama, cansada, con el corazón en suspenso. De pronto, una sombra se deslizó hasta mi lado y de la penumbra emergió una figura femenina.

Cabello negro como la noche, ojos rojos como la sangre, todo su cuerpo cubierto por un manto oscuro.

—Oh, Rin… pequeña Rin. Cuánto has crecido desde la última vez que nos vimos…

Parpadeé con suavidad. Tendría que haber gritado de terror, pero no lo hice. La contemplé, resignada, como quien ya acepta el destino que se acerca.

—No recuerdo quién eres… —murmuré.

Ella sonrió y su risa fue como un eco suave.

—Yo fui quien te trajo de regreso a la vida, la que te salvó en Tesalia. Soy la sacerdotisa Kagura…

Me fue indiferente. Tampoco había mucho que agradecer.

—¿También eres la que me dará la muerte? —pregunté sin apartar la mirada.

Su sonrisa se volvió irónica.

—Algo parecido —susurró—. Vengo a llevarte con tu amado…

Mi corazón se detuvo un instante. La agonía me atravesó como un hierro ardiente y me senté en la cama sin pensarlo.

—¿Llevarme? —repetí—. ¿Qué hiciste con él?

Ella extendió su mano. En su palma descansaba un recipiente oscuro.

—Bebe esto y pronto lo sabrás…

La miré. Si ella estaba aquí, si había cruzado las fronteras de Esparta, era porque todo había terminado. Ni siquiera la sacerdotisa Kagome había logrado vencer a esta bruja.

Y yo solo pensaba en Sesshomaru, en estar a su lado.

No lo pensé dos veces. Tomé el recipiente. Lo bebí con ansias.

La última gota bajó por mi garganta y mis ojos se cerraron, como si el mundo entero se apagara junto con mi respiración.
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Chapter 19: CAPITULO XIX

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En primer lugar, antes de comenzar quiero reiterar mi agradecimiento por todos aquellos todavía siguen leyendo esta historia a pesar de las largas pausas. También, como he comentado, el próximo capítulo, y luego seguramente se le suma otra más que sería un epílogo.

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CAPÍTULO XIX

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Cinco días antes.

SESSHOMARU POV

Las antorchas clavadas en la roca teñían la mazmorra de un naranja vivo, como si el infierno se hubiera asentado en la piedra. La luz vacilaba sobre los rostros de mi comitiva de soldados, sacerdotes, verdugos y rebotaba en las cadenas que sujetaban a Toga, Menomaru y Sara, tensos contra la pared. Detrás de ellos las sombras parecían gritar por el temblor de la luz, pero sus caras no mostraban nada y eso arruinaba parte de mi diversión.

El príncipe Inuyasha avanzaba desde el norte con sus tropas troyanas, inútiles y buenas para nada. Kagome ya me lo había advertido. Antes de que llegaran a “salvar” mi botín de guerra, aquí no quedarían razones vivas, por eso pensé cada movimiento con la frialdad de quien dispone piezas en un tablero: primero mataré a Toga, rey de Troya y peón inútil para mis planes, luego Menomaru el heredero joven que osa arrebatarme a Rin, y por último Sara, princesa sin valor alguno para mi reino. 

Nada sentimental. Solo necesidad y otro movimiento estratégico.

Toga permanecía de rodillas con la cabeza gacha y los hombros vencidos por la humillación. 

No seré yo quien empuñe la espada, no me rebajo a ser verdugo. No porque no quiera, sino porque poseo la autoridad emocional para ordenar la muerte y dejar que otros ejecuten mi voluntad, y ese poder debe usarse.

—Toga —dije con la voz fría, desnudandolo de todo título nobiliario—. Por la memoria de mi madre Irasue, reina espartana, a quien robaste años atrás y a quien obligaste a dar a luz a Menomaru, hoy se aplica la ley espartana.

El verdugo alzó la espada.

—Antes de que cumpla la sentencia —añadí sin moverme—, te doy la oportunidad de pedir perdón en vida…

Toga finalmente me miró y sonrió con autosuficiencia. 

—No tengo nada por lo que disculparme —respondió imperturbable—. Este es mi destino y lo acepto.

Fruncí el ceño. Su calma me fastidiaba: esperaba lágrimas, súplicas, esa rendición que brinda placer. Pensé en prolongar su humillación, en arrancarle una reacción que justificara más juegos divertidos para mi goce, pero antes de que ordenara algo la risa macabra de mi padre Kirinmaru rebotó con fuerza en la mazmorra.

Lo miré. Él estaba encadenado en otra pared más lejana, aunque el trato era distinto: no pensaba matarlo todavía, aún existían útiles aliados a su favor. 

—Acaba con su vida, Sesshomaru —dijo con sencillez—. Mata al que se atrevió a cruzar nuestra frontera.

Lo miré de reojo, su tono traía algo que no me gustó. Y luego, con una mueca perversa, añadió: 

—Pero no toques a Menomaru. No lo destruyas.

—¿Qué no lo mate? —repetí helado—. Ya no eres rey de Esparta, aquí no das órdenes.

Kirinmaru me miró como quien muestra la última carta de su juego.

—Mocoso atrevido —dijo—. El verdadero intruso eres tú, porque Menomaru es mi hijo.

La frase cayó como hielo. Por un instante sentí todas las miradas clavadas en mí. Esperé un remate, una broma cruel que deshiciera la verdad. Esperé bastante, y fui un estúpido al hacerlo.

—¿Tu hijo? —pregunté dejando que cada palabra cayera lentamente, como si me costara digerirla.

Kirinmaru dejó de reír. Sus ojos, antes juguetones, se tornaron agrios e insensibles. Se inclinó hacia adelante, y cada arruga de su rostro parecía guardar décadas de paciencia y rencor. 

—Sí —asintió despacio—. El único intruso aquí eres tú, Sesshomaru. Toga es tu padre, y Menomaru es el hijo que Toga usó como rehén cuando secuestró a tu madre Irasue, hace muchos años atrás.

Maldito hijo de puta.

¿Cómo se atrevía a decirlo frente a mis soldados más leales? Era su jugada final, el golpe maestro: revelar un secreto en la misma sala donde yo dictaba sentencias, herirme políticamente, sacudir la lealtad de mis hombres, demostrar que el heredero espartano no era más que un farsante, y arrancar la legitimidad que yo había construido con sangre y astucia.

Mis manos estuvieron quietas. 

El silencio se hizo pesado. 

Solo se escuchaba el tintineo de un goteo lejano sobre un charco, ese eco que poco a poco me enloquecía.

Veía al verdugo plantearse si cortar o no, el filo de la espada temblaba en su agarre. Veía a los soldados contenerse de hacer algo, horrorizados de lo que acababan de escuchar. Veía lealtades hacia mi persona derrumbarse frente a mis ojos, aunque ellos no lo dijeran en voz alta en ese momento. Veía a Kagome intentar no mirar, sus párpados temblaban, una premonición tal vez de lo que ahora fuera a ocurrir...

Y finalmente mis ojos se asentaron sobre mi padre biológico, su rostro tan similar al mío, esos ojos dorados, ese cabello plateado, ese gesto sin miedo en las facciones tan similar a mí, tan nuestras

Mi padre… 

Pude ver mi sombra crecer sobre la pared, estirarse, deformarse, volverse algo más grande que yo, más bestial. Los soldados retrocedieron, el verdugo soltó la espada.

Mi maldito padre...

La locura me desbordó de un segundo a otro.

Tomé el arma del suelo y aunque quise contenerme no pude evitar que las emociones negativas tomarán todo de mi control. Comencé con la carnicería, con una fuerza sobrehumana que nunca antes había tenido. 

Nadie me detuvo, dejándome ser esta versión cruel e inhumana de mi mismo. 

Nadie me hizo entrar en razón. Nadie me dijo que lo que hacía estaba mal.  Nadie pudo ver que por dentro yo estaba gritando de dolor y agonía, pidiendo ayuda.

Todos me obedecieron con ese silencio que no nace del respeto, sino del miedo. Nadie ahí me amaba y respetaba por quien era yo, solo era la autoridad máxima, solo era aquel que impartía orden y justicia, cruel o certera, no lo sé.

Y mientras mi espada caía una y otra vez sobre Toga, sobre Kirinmaru, sobre Menomaru, sobre Sara, sentí que algo en mí se apagaba para siempre.

Pero solo quedó la voz de Rin.

Su canto suave y dulce, lejano, como si viniera desde un sueño… lo último que quedaba de mi humanidad.

Cuando todo terminó, no hubo palabras ni reclamos. El suelo era una masacre indescriptible de cuerpos desmembrados y nadie se atrevía a mirarme a la cara.

Yo mismo era un charco de sangre: mi ropa, mi cabello, mi rostro.

Salí de aquel lugar con paso lento, apoyándome en los muros de piedra, desorientado. En mi mente solo estaba Rin. El reflejo de su rostro sonriente seguía ahí, nítido, mientras las lágrimas que bajaban por mis mejillas se mezclaban con la sangre de mis víctimas.

Solo su imagen me sostuvo mientras caminaba. No supe cómo ni cuánto tiempo pasó, ni siquiera recuerdo el trayecto, pero me vi llegar, casi por inercia, hasta la puerta donde la mantenía a salvo de todos, inclusive de mí mismo.

Extendí la mano, dispuesto a tocar la puerta, pero me quedé quieto.

¿Cómo podría amarme un ser tan puro y luminoso como Rin, después de esto?

Si viera lo que realmente soy se horrorizaría. Me odiaría. Y yo moriría un poco más por dentro.

Contemplé la puerta por última vez, pensando en ella, en su abrazo, en el consuelo que tanto extrañaba. Luego seguí caminando hasta mi dormitorio, que estaba a pocos pasos.

Allí me encerré durante días, imponiéndome mi propio castigo, convirtiendo esa habitación en mi prisión.

Di la orden expresa de que, si Rin preguntaba por mí, dijeran que había salido más allá de las fronteras de Esparta. No quería que supiera lo que había ocurrido. No quería que ella dejara de amarme, porque nosotros íbamos a estar juntos por la eternidad. Ella me lo había prometido.

Y mientras me consumía en mi encierro, comencé a escribirle. Cartas dedicadas solo a ella, a la única persona que me quedaba y a la que amaba, para que algún día en un futuro, ojalá que solo nuestro, esas cartas fueran nuestra guía. 

Al quinto día escuché golpes insistentes en la puerta. Mi temple había cambiado, sí, pero al menos ya podía reconocer mi reflejo cuando lo veía.

Abrí permitiendo que los soldados entraran. Caminé hacia el escritorio y me senté con lentitud. Serví un poco de vino, aunque la bebida no me supo a nada.

Ellos permanecieron en silencio, tensos, sin atreverse a hablar. Los observé con calma.

—¿Qué ocurre? —pregunté con desinterés, bebiendo un sorbo. 

El soldado más cercano se quedó rígido, con los ojos tan abiertos que pensé que se le saldrían de las órbitas. No comprendía mi serenidad.

Sonreí de medio lado, apenas.

—¿Me tienen miedo?

Las armaduras tintinearon por un instante pero nadie se movió. Finalmente el que tenía la cara más parecida a un sapo, que creo que se llamaba Jaken, logró reunir valor para hablar.

—¡Príncipe Sesshomaru...!

—Rey Sesshomaru —lo corregí, con una voz tan fría como el acero.

—¡Rey Sesshomaru! —repitió con torpeza, inclinando la cabeza—. ¡La bruja Kagura ha enviado una advertencia!

Fruncí el ceño.

—¿Y por qué no ha venido Kagome a decirme esto? Ella es la sacerdotisa que custodia nuestras fronteras…

El silencio se volvió tenso. Los soldados bajaron la mirada, escondiéndose tras la espalda de Jaken, como si el aire mismo pudiera castigarlos.

—¿Y bien? —pregunté con fría calma.

—Ella… desapareció —dijo Jaken, temblando.

—¿Cómo que desapareció?

—No sabemos dónde está…

—No entiendo…

—Y la bruja Kagura ha secuestrado a la joven Rin.

La copa se estrelló contra el suelo. El sonido vibró en mis oídos y un cosquilleo intenso recorrió mi pecho. El terror, esa emoción que creí desterrada de mi ser, me tomó por sorpresa, helándome la sangre.

¡Rin!

El cuerpo se me movió antes que la razón: me puse de pie de golpe y crucé la habitación sin mirar atrás. Mi corazón latía tan fuerte que sentí que podía estallar.

En el camino me crucé con Bankotsu, que tuvo la osadía de interponerse en mi paso.

—¡Sesshomaru, estás poniendo en riesgo a todo nuestro pueblo por culpa de una mujerzuela! —exclamó, la voz temblándole más de miedo que de coraje—. No sé qué está ocurriendo, pero en nombre del consejo de Esparta y de los generales que alguna vez te apoyamos en la revuelta, te ordenamos que cuando Inuyasha esté aquí regreses a Troya y dejes a Esparta en paz.

Su atrevimiento me heló la sangre. Lo tomé de la clámide y lo estampé contra una columna. La piedra vibró al impacto. Nuestras miradas se cruzaron a centímetros. Su respiración era errática, la mía, contenida.

—Estúpido —susurré entre dientes—. Yo soy espartano, me crié aquí, con su cultura y su gente. He dado mi vida por ustedes, ¡y te atreves a decirme eso!

Lo solté con un empujón seco. Bankotsu cayó al suelo, tambaleando, pero aún tuvo la imprudencia de sujetar el borde de mi túnica.

—Se supone que toda esta revuelta era por la libertad de los hombres del agogé —escupió con la voz cargada de rabia—. ¡Por los años de abusos que sufrimos! ¿O acaso ya lo olvidaste, Sesshomaru?, ¡para eso querías ser Rey!

Le quité la mano de encima con un movimiento lento, casi ceremonioso.

—Bankotsu —dije sin mirarlo—, si continúas faltándome el respeto, no habrá castigo que te salve.

Él vaciló, pero su orgullo pudo más.

—¿De verdad eliges a una mujer sobre el pueblo que te crió? ¡Tu gente te necesita! Hay miedo, hay caos tras la muerte del rey Kirinmaru. El príncipe troyano Inuyasha avanza con un ejército, pero te ofendes si yo te trato como troyano. ¡¿Si eres espartano entonces por qué no actúas como tal?!

Respiré hondo. Por un instante, la furia me abandonó y habló el hombre que quedaba bajo la armadura.

—Rin no es cualquier mujer —respondí, erguido con la voz limpia y grave—. Es la madre de mi futuro hijo. La reina de Esparta, mi compañera, y si no está a mi lado, no hay reino que valga. No puedo abandonarla.

El rostro de Bankotsu se contrajo, como si acabara de recibir una herida invisible. No dije nada más. Lo dejé atrás, caminando sin rumbo cierto, guiado solo por el instinto y por el eco de su nombre latiendo dentro de mi pecho.

Otra vez intentaron detenerme a las puertas de mi propio castillo, como si hubiese yo fuese un idiota que perdió la capacidad de razonar. Intercambié algunos golpes con mis generales. Fue un error de su parte. Cuando la violencia alcanzó el punto en que mis manos se mancharon con su sangre, recordaron quién soy: su señor, el hijo de Irasue, bendecido por los dioses de estás tierras.

Y comprendieron que era un sacrilegio alzarme la mano.

Monté mi caballo y partí sin mirar atrás.

Los escoltas me siguieron, necios como sombras. Los dejé atrás en algún punto del camino, no sé si fue mi velocidad o la voluntad divina, pero desaparecieron entre la espesura.

Cabalgué hasta que el día murió.

El bosque se volvió un laberinto de ramas negras, el aire se tornó helado, y mi caballo comenzó a inquietarse. Fue entonces cuando supe que iba en la dirección correcta.

De pronto, una cascada emergió ante nosotros, cortando el paso.

Descendí.

La luna se ocultaba tras nubes densas y las estrellas parecían borradas del firmamento. Todo se veía como un abismo profundo, un reflejo del inframundo mismo.

Todo menos ella.

—¿Rin? —titubeé como un tonto cuando pude encontrar la voz en mi garganta.

Mi amado tormento se hallaba recostada en una fría piedra que sobresalía de la cascada, tal como si fuera un altar.

No reaccionó.

Sentí mis manos frías...

... sentí mi alma fría.

Allí estaba mi razón de vivir: adormecida como una muñeca desarticulada. Ahí, en el duro y frío suelo... 

Mi cuerpo no reaccionó y no pude pensar. ¿Qué estoy mirando? Su pecho no se movía y creo que el mío tampoco, o al menos deseé que así fuera.

Ella estaba gris. Sus mejillas ni sus labios tenían color. Estaba tan gris y apagada como el cielo.

Reaccioné por inercia, ingresando con pasos lentos en el agua. Caminé hasta la piedra y la miré más de cerca. Su cara de niña. Tan hermosa como la recordaba... 

Mis ojos ardieron y mis deseos de morirme se intensificaron. Con las manos temblorosas toqué su eterno rostro con timidez. Gélido y suave...

—Rin estás helada —dije con una sonrisa impropia de mi y mi voz tembló, con un leve sollozó que busqué esconder.

Desabroche mi capa y la envolví dentro de ella, sosteniendola contra mis brazos, buscando darle el calor que nunca más volvería a tener.

—Vamos, despierta... —musité acunandola, sin dejar de mirar su rostro—, Rin, despierta...

Pero su cabeza se balanceaba como si no tuviera nada en que sostenerse y sus ojos se entreabrieron permitiéndome ver lo blanco de la esclerótica.

La desesperación comenzó a elevarse dentro de mi.

—¡Rin, despierta, te lo ordeno! —exclamé prepotente, con aquella autoridad con la que ella nunca antes me hizo caso.

Después de unos segundos de agónico silencio, el segundo sollozó traicionero se escapó por mi garganta. 

Los hombres no lloran, mucho menos los hombres espartanos, me repetí en mi cabeza una y otra. Y sin embargo, me largué a llorar como nunca antes lo había hecho. De una forma que pensé que mi corazón se iba a desplomar dentro de mi garganta. La abracé fuerte y lloré y lloré y sentí que me moría dentro de cada llanto. 

Lloré y grité con horror, desesperación y angustia. Le pedí que despertará, que volviera en sí. Le pedí que no se fuera. Que me perdonará por haberme convertido en este monstruo que soy ahora. Le pedí que me llevara con ella. Le pedí una señal, algo, con la que supiera que ella estaba ahí, todavía escuchándome. Le pedí tantas cosas... 

No podía concebir mi existencia sin Rin. Mi vida sería tan vacía, rodeado de personas que me temían y que solo acataban órdenes...

Nunca más podria escucharla reír, ni ver su precioso rostro, ni tampoco podré tocarla y llenarla de besos y caricias... 

Entonces me percaté de su pequeño vientre. Y lo toque con suavidad, apenas había dado indicios de estar ahí, creciendo, ese hijo que tanto había deseado en todos nuestros encuentros íntimos...

El dolor fue indescriptible al darme cuenta de eso.

¡No!, ¡no quiero! 

Me estaba desgarrando por dentro.

No... ¡nunca voy a poder asumirlo!  

¿Por qué...? Tal vez existían muchos porqué por culpa de todas mis malas acciones del pasado.

Entonces del agua emergió una sombra que poco a poco tomó forma humana. 

—Maldita bruja… —murmuré entre dientes al verla frente a mí, con ese rostro imperturbable que tanto detestaba. Apreté a Rin contra mi pecho, cubriéndola con mi capa, protegiéndola de aquella criatura que se había atrevido a tocarla.

Kagura arqueó una ceja y soltó un suspiro cargado de tedio.

—Mírate en lo que te has convertido.

Por instinto, bajé la vista hacia el agua. Mi reflejo me devolvió una imagen que casi no reconocí: el rostro desencajado, los ojos hundidos por el dolor.

—Todo por culpa de esa niña —añadió con desprecio, ladeando la cabeza—. Das lástima, Sesshomaru.

Fruncí el ceño. No tenía fuerzas para enfrentar a Kagura… pero si debía hacerlo por Rin, lo haría. Llevaba conmigo dagas llenas de veneno ocultas dentro de mi clamide.

—¿Esto es lo que querías, maldita bruja? —espeté sin dejar de abrazar a Rin y sin medir mis palabras—. ¡Hazlo entonces, atrévete a atacarme!

Kagura sonrió con una calma venenosa.

—¿De verdad? —susurró con ironía. Sobre la palma de su mano comenzó a brillar un cristal, puro y translúcido como la luna—. ¿Ves esto que tengo aquí? Creo que sabes perfectamente lo que es...

No necesitaba que lo dijera. El aire mismo se impregnó de su energía y de su dulzura, y mis lágrimas parecieron secarse de mis mejillas…

Lo sentí.

Ese resplandor era el alma de Rin.

—Devuélvesela —pedí, casi sin reconocer mi propia voz. 

Supliqué… algo que jamás creí posible en mí.

Kagura me observó con una mueca de deleite y luego desvió la vista hacia la esfera luminosa.

—¿Y qué me ofrecerás a cambio? —preguntó con fingida inocencia.

—Lo que quieras —respondí sin titubear—. Lo que me pidas.

Su sonrisa se ensanchó, oscura.

—Entonces lo quiero todo. Quiero que seas mío por la eternidad… que me entregues tu alma, y así te volverás inmortal.

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Chapter 20: CAPITULO XX

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Este es el último capítulo y el próximo es el epílogo (que sería realmente el último XDDDDD). Este capitulo toma como inspiración y referencia el cuento mitológico de Orfeo y Eurídice.
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CAPITULO XX
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SESSHOMARU POV
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—Entonces lo quiero todo. Quiero que seas mío por la eternidad… que me entregues tu alma, y así te volverás inmortal.

La miré profundamente. ¿Inmortal? Entonces mis ojos se asentaron sobre el joven y lozano rostro de Rin, eternamente dormida, ignorante de todo lo que ocurría. Yo solo quería ver esos ojos abiertos una vez más.

—Déjate de rodeos y toma de una maldita vez mi alma, si eso es lo que quieres a cambio de la vida de esta mujer.

Kagura me contempló un instante con sorpresa, como si mi respuesta no hubiese sido algo que esperara con tanta facilidad.

–Me encantaría acatar la orden, su majestad —dijo irónica con una leve reverencia—, pero en realidad no es tan fácil como parece. El gran Hades me ha permitido entrar al inframundo luego de haber hecho una apuesta con él… Sólo si gano se me ha permitido tomarte como compañero de vida.

–Explicate, de cuál apuesta hablas.

Alzó ambas manos y la esfera entre ellas brilló con más intensidad, reflejándose su luz en mis pupilas y rozando cálidamente el núcleo de mi mortalidad.

–Escucha con atención… –ordenó la pretenciosa bruja.

Sesshomaru, Sesshomaru, ¿dónde estás?”, se oyó la cándida voz de mi amada dentro de aquella luz. Mi corazón se sintió vivo otra vez y miré a Kagura con expectación, esperando ansioso la respuesta sobre su trato. Ella sonrió altanera ante mi reacción.

–Esta es su alma dentro del inframundo –afirmó y la esfera brilló con más fuerza–. ¿Quieres verla de regreso?, ¿estás dispuesto a viajar al mundo de los muertos?

–Sí, lo estoy –asentí sin dudarlo.

Mi sentencia fue clara desde el momento en el que acepté.

El cielo se retornó de gris a netamente negro, la naturaleza de los alrededores se secó y el agua comenzó a brillar como alquitrán. Rostros comenzaron a visualizarse sobre el líquido, y se escucharon quejidos y lamentaciones vibrando entre el denso aire. Eran almas en pena, en busca de aquella vitalidad humana que la muerte les había arrebatado tan injustamente. Podía ver mi aliento evaporarse por culpa de la gélida temperatura y los latidos de mi corazón se retornaron más tardíos.

Sin lugar a dudas yo no pertenecía a esta dimensión.

–Intenta no tocar el agua –me advirtió Kagura con seriedad–, o no podrás regresar jamás al mundo terrenal…

Y tenía bastante razón. Manos intentaron subir por la piedra donde me hallaba con el cuerpo de Rin, pero Kagura las espantó tan semejante como a un pastor ahuyentando a su rebaño de ovejas.

–Asesino… –escuché decir a una de esas almas en pena.

–Pronto serás nuestro… –agregó otra con ímpetu.

Me estremecí y abracé con más fuerza el inerte cuerpo de mi amada, como si con eso buscará refugio de todas mis fechorías pasadas.

–Te quieren solo a ti... –musitó Kagura.

Otra vez se escucharon los murmullos de aquellos espíritus a los que yo había condenado a morir en mis crueles conquistas. Los miré a todos sin temor. No me arrepiento. La guerra devora a los débiles y preserva a los fuertes. Pero la imagen de Rin, dulce, frágil y sin defensa, me golpeó con más fuerza que cualquier justificación. Me sentí indigno de ella.

Kagura avanzó un paso, la luz del cristal bañando su rostro.

—Eres un genocida, Sesshomaru —dijo con frialdad—. Cuando mueras, tu destino será oscuro. Tendrás a multitudes aguardando tu caída, y serás devorado hasta quedar en la nada.

Hizo una pausa, como si disfrutara la verdad.

—La inmortalidad que te ofrezco es tu mejor opción, piénsalo bien. Tú y esa mujer nunca podrán estar juntos, ni siquiera en la muerte. Es probable que ella encuentre la reencarnación o algún favor en el purgatorio, mientras que tu final será el olvido —su voz se volvió más venenosa—. Si traes a Rin de vuelta y logras salir ileso de este mundo, las reglas del poder volverán a su curso. Ella, dada la situación tras la muerte del rey y las tensiones con Troya, tendría que regresar a Troya como esposa del príncipe Inuyasha, porque los espartanos no la aceptarán. Es la única forma de evitar una nueva guerra.

–Solo dime dónde está Rin… –pedí imperturbable.

Detrás de Kagura se escuchó un silbido y se visualizó la luz de un pequeño farol, luego poco a poco se asomó una barca siendo remada por unas manos calavericas…

–Él te llevará hacia donde está el alma de Rin –reveló.

Contemplé el rostro de mi amada por última vez y sentí que el tiempo se detenía para mi. Acaricié su gélida mejilla y lo envejecido de sus cabellos, su figura se había marchitado en ese instante en el que cayó el manto del inframundo sobre nosotros, pero de todas formas para mí seguía siendo igual de hermosa. ¿Cuántos amaneceres me había desvelado sólo para ver su apacible rostro a mi lado al despertar? Y ahora, las facciones que tanto me tranquilizaban solo denostaban muerte.

No murmuraba entre sueños mi nombre.

No sonreía con inocencia y complicidad.

Ahora ella no respiraba.

Y yo tampoco quería respirar…

¿Por qué me dolía tanto amarla?

Rin me ha convertido en el hombre más feliz y al mismo tiempo en el más desdichado.

El amor era tan confuso a veces… ¡y yo todavía no entiendo estos sentimientos y emociones tan mediocres! ¿Cómo pude caer tan bajo?

En este momento no me importaba Esparta, mucho menos Troya, ni siquiera mi propio destino. Todo mi mundo se reducía en ella y en ese hijo que todavía no había dado a luz, y por ellos yo sería capaz de enfrentarme con la muerte para traer a Rin devuelta a la vida.

Besé sus labios de mármol una vez y luego le siguieron dos veces más, como si con aquel simple acto buscará despertarla de su letargo. Y luego mis labios se trasladaron a su oído.

—No importa si dejo de existir. No importa el tiempo, ni los días, ni los meses, ni los años. No importa si me olvidas. Al final, ¿qué somos sino un breve espejismo de lo efímero de la vida? No puedo detener el curso de la naturaleza, somos apenas un suspiro entre los mortales… pero sé que ni el tiempo ni el destino podrán apartarme de ti. Porque una parte de mí vivirá siempre a tu lado, esa parte que no se ve con los ojos, sino con el alma —susurré deseando que sus oídos no se hallarán sordos de cualquier manifestación humana—. Lo siento, Rin, por no haberte dejado ser solo una joven normal, por haberte arrastrado al abismo de este mundo enfermo. Pero no temas.
Este no es el final, solo el prólogo de nuestro reencuentro. Espérame, porque pronto estaré contigo

Cerré mis ojos y la aparté, depositandola con cuidado en el suelo.

Sin mirar atrás, subí a la barca junto aquel ente inhumano. Kagura me advirtió finalmente:

–Cuando la encuentres, estará con los ojos tapados por una venda. No se la debes quitar, tampoco puedes tocarla ni hablarle. La calavera te ayudará a subirla en la barca. Luego, emprenderán el viaje hacia la salida del inframundo. No debes mirar a Rin durante el trayecto de regreso. Cuando lleguen a la luz del final del túnel, finalmente podrán salir sanos y salvos… –agregó esto último con una irónica sonrisa.

–¿Qué sucede si toco, hablo o miro a Rin durante el trayecto?

–Su alma quedará en el inframundo y tú, en cambio, seras mio.

–¿Y si ella se quita la venda?

–Pasará lo mismo. Solo si ambos logran salir del inframundo serán perdonados.

Y la barca comenzó a andar. El frío se hizo inhumanamente insoportable, pero de igual forma me mantuve imperturbable, mientras los murmullos de aquellas almas martillaban mis oídos. Nunca antes me había sentido tan injuriado en mi vida, a fin de cuentas, aquí mis posesiones y mi título nobiliario no valían nada...

–¡Oh, Sesshomaru! –gritó una con gran ímpetu y tuve que mirarla, a fin de cuentas era la única que me había llamado por mi nombre y no con sinónimos de “bastardo.”

No supe quién era aquella hermosa mujer de cabello blanco, que me contemplaba melancólica con sus inmensos ojos ámbar.

–¿Quién eres? –le pregunté con curiosidad.

Ella me sonrió de un modo que ninguna otra mujer antes lo había hecho, pero no respondió a mi pregunta, tan solo me dijo:

–Perdona a Troya, reconcíliate con tus raíces. ¡No vale la pena dejar todo por una mujer! Vuelve hacia la luz, vuelve al mundo terrenal, sino sabes como regresar yo seré tu guía.

La contemplé un instante y luego aparté mis ojos de ella, sin responderle. Hice oídos sordos a todo lo que me dijo, a sus súplicas de que regresará. Esta mujer nunca fue parte de mi vida y ahora tampoco será parte de la toma de mis decisiones.

Mi madre nunca existió para mi...

Continuamos el trayecto hasta que finalmente vi una luz radiante. Solo podía ser ella, mi Rin. A medida que más nos acercábamos esa luz iba tomando forma humana y así la pude contemplar, con sus ojos cubiertos por una venda blanca, completamente desnuda y con su cabello de un color platinado, envejecido, aunque su cuerpo se mantenía jóven.

¿De verdad era posible tanta felicidad entre tanta muerte?

–¿Sesshomaru?

Quise decirle que si era yo, pero había un trato que no podía romper.

–A partir de ahora no puedes mirarla más –dijo la voz espectral y yo obedecí mirando hacia el lado contrario. Sentí que la barca se movía y supuse que era Rin quien se había sentado detrás de mí.

La calavera comenzó a remar otra vez y así transcurrió el tiempo, transformándose en eterno para mi. Las almas en pena ya no acompañaban mi viaje y el silencio se transformó en incómodo y estremecedor. Solo el ruido chaspoteante del palo de remar contra el agua iba acorde con mis latidos. Inclusive podía escuchar mi sangre por mis venas.

Rin estaba muy obediente, tanto que no parecía ella. Comencé a sentirme inseguro y pensamientos negativos me inundaron. ¿Y si no era ella?, ¿y si todo esto era parte de un engaño? A fin de cuentas Kagura era una bruja con la que no se debía confiar…

No.

No debo dudar.

Es ella.

Aunque mi mente lo cuestionara, mi corazón no podía estar equivocado…

De repente, otro pensamiento oscuro llegó a mi mente.

Yo podía ser rey de Esparta y Troya si me lo proponía.

Con la inmortalidad podría matar al último príncipe troyano Inuyasha, luego eliminar a la sacerdotisa Kagome sin contemplaciones y convertiría a Rin en mi esposa, y Esparta sería un gran imperio. La codicia me llenó. Es verdad que cuando conocí a Rin deseé por un miserable instante ser un simple campesino, pero ahora que mi padre está muerto y que no existe nadie que ponga una barrera a mis pretensiones, me gustaría cumplir todas las metas que he establecido para mi vida como futuro emperador. Y mientras obtengo todo el poder del mediterráneo, podré tener tantos herederos con Rin como yo quisiera para dominar todo lo que esté a mi alcance.

Sería tan genial ser inmortal.

Podría dominar a demonios como humanos, explorar territorios desconocidos, e inclusive hallaría el elixir de la vida para lograr que también Rin viva eternamente a mi lado. ¡Sería todo tan maravilloso! Si tan solo se me ocurriera alguna idea para engañar a esa maldita bruja Kagura…

La luz se hacía más grande a medida que avanzaba. Los deseos de conquistar todo se acentuaron. Ese era mi destino. Siempre lo fue. Pero aunque una parte de mi quiere una vida normal: ¿yo podría amoldarme a la vida de un simple campesino si la única solución es escapar junto con Rin?, ¿y si después de hacerla realidad me siento vacío?

Desde el foco de luz se veía claramente el otro lado. Lo celeste del cielo, lo verde del pasto, el mundo terrenal, que tan poco se me apetecía cuando más y más pensaba en todo lo que podría lograr siendo un demonio.

Salí de la barca. Y subí hacia el camino que me llevaría al final del inframundo y al comienzo del mundo terrenal. Escuché a Rin detrás, imitarme, y suspiré con alivio. Comencé a caminar pero no escuchaba sus pasos.

–¿Sesshomaru? —musitó con inseguridad, y yo intuí sus intenciones.

Me di vuelta rápido y cubrí sus ojos con mi mano, no permitiéndole verme…

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Nos vemos en el próximo capítulo. El epílogo. Muchisimas gracias por haber llegado hasta acá y por la paciencia, por leerme.