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Un baile era todo lo que quería
Baile lento
Rei atravesó el salón repleto de gente hasta la estancia donde, con una expresión amable, su hija servía café. ¿Cuántas veces había regañado Enji a su hija por ocuparse de labores más propias de una señora? Fuyumi era tan joven, educada y bella que a Rei le entristecía un poco el no poder elevarla por sobre las pobres expectativas que ella misma se imponía. Reconocía que esta falta de confianza provenía de una crianza rigurosa y estricta, llena de exigencias que habían doblegado a su hijo mayor y que Fuyumi se había impuesto en un afán de demostrarse tan digna de reconocimiento como sus hermanos. El resultado había sido que Fuyumi era una muchacha dulce y atenta, muy lista, pero que carecía de la habilidad para seducir.
La decoración del salón recordaba al extravagante anfitrión: candelabros dorados refulgentes colgando de los altos techos, estatuas de mármol en cada columna, las paredes damasquinadas repletas de obras de arte que parecían observar a los asistentes, el lujoso mobiliario, todo evocaba el gusto exquisito del anfitrión. Había toda clase de personas en aquel salón: altos y corpulentos hombres de expresión dura, señoras de delicada apariencia; hombres delgados y serios, vestidos a la moda y hablando y gesticulando; damas ataviadas de terciopelo y seda, cubiertas de diamantes y riendo con afectación. Grupos heterogéneos de individuos que compartían las noticias de últimos días.
Y Fuyumi, con su suave vestido de muselina rosa y encaje veneciano, con el cabello blanco en bucles que apenas le tocaban los hombros sujetos por un delicado broche de perlas, ajena a los jóvenes que buscaban entre la gente a las señoritas para pedirles un baile… Rei llegó a su lado justo cuando tendía una taza de café a una mujer rubia con grandes ojos azules.
—Señorita Todoroki, espero que esta sea la última taza, pronto empezará el baile.
—¡Ay! Señorita Tsuchikawa, he perdido la tarjeta de baile casi al llegar, así que me temo que no podré bailar. —Dijo en un susurro. Rei estaba lo bastante cerca para oír.
—Aun tiene tiempo de pedir otra —insistió la mujer rubia, se llevó el borde de la taza a los labios—. Si quiere puedo acompañarla, tengo aun unos espacios en la mía y no quisiera perder la oportunidad.
—Se lo agradezco, pero me parece que es un poco tarde —Rei tocó el hombro de su hija, sobresaltándola ligeramente. La señorita Tsuchikawa se despidió con cortesía. —Oíste todo, ¿verdad? Mi padre no estará complacido.
—No le gustará ver a su única hija sentada.
—Lo sé —la expresión de su madre la entristeció. —Cuando me di cuenta de que ya no la tenía, nada podía hacerse… estoy bastante segura de haberla puesto sobre una mesita. Poco importa ahora; iré a refugiarme junto a Shoto, que está por ahí —señaló un ventanal que daba al jardín.
—Creo que la señorita Tsuchikawa tiene razón, estás a tiempo de pedir una nueva tarjeta. —Rei la tomó de la mano y pretendió llevarla hacia la sección donde estaba la orquesta, el maestro de baile estaría allí.
A Fuyumi no le gustaba contrariar a su madre, usualmente era dócil e intentaba buscar soluciones que beneficiaran a todos, pero esta situación le parecía un poco humillante: pedir una nueva tarjeta significaba admitir que la otra estaba vacía, no había comprometido aun ningún baile y a esas horas, no quedaría nadie disponible. —Puedo pedirle a Natsuo que baile el cotillón conmigo— ofreció como último recurso.
Rei miró por un instante a su hija: Fuyumi tenía la expresión de quien se ha resignado a un destino funesto, eso la entristeció, pero decidió dejarla hacer según sus deseos. Ya encontraría la forma de aplacar a Enji.
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Pronto se llamó a las parejas para que se ubicaran en la pista. El anfitrión tendría la primera pieza y los demás se acomodarían siguiendo las instrucciones del maestro de baile. Fuyumi observó con curiosidad cómo las parejas se dispusieron al centro del salón, donde las luces de los candelabros se derramaban como una cascada y se reflejaban en los rostros complacidos de los bailarines.
Pretendió acercarse al ventanal que daba al balcón y desde el que podía verse el jardín en todo su esplendor. Afuera había puesto pequeñas lámparas amarillas que parecían luciérnagas danzando cerca del agua, las fuentes de mármol, el césped podado perfectamente simétrico y los rosales, hortensias, lirios y heliotropos. Ese lugar era un edén.
Apenas había vislumbrado todo esto cuando una mano se posó suavemente sobre su hombro, se giró para encontrar que la mano enguantada pertenecía al joven Takami Keigo, a quien había visto algunas veces y con quien apenas había intercambiado algunas palabras de cortesía.
—Señorita Fuyumi —dijo haciendo una reverencia, llevaba un traje de gala blanco y dorado, era sencillo, pero muy elegante—, vine a buscarla. —Tenía una expresión agradable y resuelta.
—Joven Takami —correspondió Fuyumi a la reverencia con una inclinación.
—Por favor, llámeme por mi nombre. Las parejas ya están en el centro de la pista, creo que solo faltamos nosotros.
Fuyumi sintió un picor en los ojos, la misma sensación de cuando las lágrimas estaban prontas a caer. Él mantenía una mano extendida hacia ella, y la otra sujetaba su chaleco y algo más. Por un instante le pareció ver…
—¿Es esa mi tarjeta de baile?
El joven rubio hizo ademán de esconderla, pero cedió rápidamente con picardía. —La encontré por ahí, no se preocupe, ya me he ocupado de llenar los espacios en blanco.
Dicho esto, la tomó de la mano con la que ella había señalado la tarjeta oculta y la arrastró rápidamente hacia el centro del salón. El baile había comenzado justo cuando ellos tomaron su posición, velozmente y, sin darle tiempo a replicar, él la tomó por la cintura y bailaron. Era una pieza suave, apenas era necesario balancearse un poco y girar en torno a los demás. Fuyumi no pudo evitar pensar en lo buen bailarín que era el joven Keigo. Esperó que él opinara lo mismo de ella.
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—¿Tendría la gentileza de decirme cómo es que tiene usted mi tarjeta? ¿Y qué quiso decir con que se ha ocupado de los espacios en blanco?
—La encontré por ahí —respondió con simpleza. —Y en cuanto a su segunda pregunta, es bastante obvio.
—¿Usted pidió los bailes… por mí?
—¿Para que iba yo a hacer eso? —preguntó con fingida irritación— Puse mi nombre en todos los espacios, por supuesto.
¿En todos los espacios? ¿Acaso la estaba secuestrando o algo así? —Es decir que me obliga usted a bailar toda la velada con usted.
—Soy muy egoísta y no me apetece verla bailar con alguien más. Aunque quizás le deje el cotillón a su hermano, pero no prometo nada.
Iban por la tercera pieza cuando Fuyumi pudo ver entre la gente a su madre que sonreía sutilmente, mientras un par de señoras se susurraron algo al verla pasar.
—Quizás no haya usted pensado muy bien todo esto. Ahora todo el mundo hablará.
—¿Eso cree? Las habladurías de la gente me tienen sin cuidado, pero es algo que podría aprovechar en mi beneficio. —Se acercó un poco más y le susurró junto al oído: —¿Qué opina de quienes encuentran el amor a los veintitrés años?
—Eso es muy atrevido, joven Keigo.
—Yo no lo creo. No estoy bromeando con usted.
Una gota de sudor resbaló por el cuello de Fuyumi y las mejillas se le pusieron rojas, de pronto se sintió muy sofocada y pensó que podría desmayarse. —¿Quiere que tomemos un descanso? Parece afectarle el calor.
La llevó del brazo a través del salón hasta el ventanal donde Fuyumi pretendía escabullirse antes. Trajo un par de sillas y le hizo señas a un criado que se aproximó, le pidió un vaso de agua y se sentó junto a ella, justo donde una suave brisa veraniega entraba trayendo el refrescante aroma del jardín.
—La verdad le robé la tarjeta justo al llegar —confesó acercándole el vaso con agua que había traído el sirviente. Fuyumi enrojeció aún más y lo miró acusadoramente—. No me mire así, si no lo hubiese hecho, todo lo que podría haber conseguido sería un baile.
—Yo nunca he llegado a comprometer todos los bailes, incluso…
—Lo sé —la interrumpió—, en el baile que se dio en el club estuvo toda la noche sentada. Yo era muy nuevo en la ciudad en esa fecha y no nos habían presentado apropiadamente. Desde entonces me pareció un crimen el no verla rodeada de pretendientes. ¿Los hombres de esta ciudad son ciegos o estúpidos?
Fuyumi negó con delicadeza, tomó un poco de agua, ya no tenía calor, pero si hablaba podría soltar el llanto que se esforzaba por sofocar.
—De todas formas, hoy me había prometido bailar con usted, aunque fuese una vez, sin embargo, el destino quiso otra cosa. Me pertenece por toda la noche, Fuyumi.
—No diga esas cosas en voz tan alta, ¿qué hará si alguien lo escucha? Es un descarado —dijo al final en un susurro.
—¿No sabe que Romeo solo necesitó una mirada para enamorarse mortalmente de Julieta? Yo he tenido la fortuna de verla a usted varias veces, soy pues libre de confesar mis sentimientos.
Ella se cubrió el rostro con ambas manos. No sabía qué responder, qué decir, qué hacer. ¿Debía correr, ocultarse, corresponder? Nadie la había instruido en estos asuntos y los libros que devoraba no la habían preparado.
Él debió adivinar la penosa situación de la joven, porque se puso de pie y le tendió la mano. Ella la tomó un tanto insegura, pero parecía que, por el momento él se conformaría con seguir bailando.
