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Characters:
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Language:
Español
Series:
Part 4 of Las pruebas de Percy
Stats:
Published:
2024-11-18
Completed:
2024-11-18
Words:
93,628
Chapters:
3/3
Comments:
3
Kudos:
29
Bookmarks:
1
Hits:
694

Las pruebas de Percy: la espada de Deméter

Summary:

Los hijos de Zeus tienen una misión importante para Percy.

Notes:

Comenzamos fuerte. ¿Quieres saber por qué? Porque publiqué un fanfic dos veces. No recordaba que ya lo había publicado. Me muero de la vergüenza.

Espero que te guste el fanfic. Le puse una parte de mi corazón como a cada una de mis historias, pero siento que no avancé en temas de lanzar a Percy al agua. Necesito amarrarlo a un barco y que lo muerdan las sirenas para llamarlo pirata. Hoy no hubo Campamento Mestizo y tampoco los grandes consejos de Dioniso, pero al menos tenemos ron.

Hice una humilde playlist para todo lo que es Las pruebas de Percy, ojalá te guste también. Intenté leer la letra de cada una para que tuviera relación con los fanfic, pero si lees en inglés y escuchas una canción que habla sobre penes en vez de peleas, lo siento. El ritmo pegaba mientras escribía. Disfruta la playlist.

Puede que no me veas de rodillas, pero lo hago. Perdóname si lees algún horror ortográfico.

Chapter Text

Percy deja una nota sobre la encimera de la cocina. En el balcón de la casa, Blackjack está comiéndose la hierbabuena que Will sembró para Luke. Es muy temprano, las nubes y el frío aún se adhieren a las ventanas, pero la carta que envió el cabecilla de Ocean City, pedía que se vieran en las costas de California junto a las embarcaciones WOOD para hablar de temas importantes.

Sale al balcón y le pide silencio a Blackjack, dejando una manzana en su boca para que se entretenga en el camino. Lleva una mochila llena de frutas para su pegaso, a Contracorriente, un bote de vitamina C que Apolo le obliga a llevar, spray anti gnomos y ropa interior extra por si las cosas se salen de control. Veinte dólares en un bolsillo y cero ganas de existir, pero todo sea por saber un poco sobre Aquópolis, misma ciudad que ha dejado abandonada por sus poderes débiles. 

Blackjack es hablador, tan dulce y adorable que es un potrillo en sus años de aprendizaje cuando está con Percy.

«Mis alas crecieron dos centímetros más, quizá algún día sean tan grandes como las de un avión.»

«Me gustan las manzanas rojas, pero las verdes son como guisantes enormes. ¡Me gustan los guisantes!»

«¿Crees que existan las nubes de azúcar? Las ninfas dicen que sí.»

«¿Por qué tu nariz es tan pequeña? Así no puedes oler los campos de cebada.»

«¿Cuándo vendrás a la isla de los pegasos? ¡Han nacido nuevos potrillos!»

—¿Significa que puedo escoger otro pegaso? —le pregunta a Blackjack y el pegaso disminuye su vuelo rápido.

«Mejor no vayamos. No hay mucho por ver ahí» dice, prefiriendo cambiar de tema.

Percy acaricia su cuello y besa su cabeza, disfrutando de los aires fríos que golpean su rostro por la velocidad de la criatura. Sus alas fuertes trazan contra la trayectoria y luego, al cambiar de ciudad, se deslizan junto a las corrientes de aire, al igual que los barcos en ventaja.

«Creo que me vería bonito como un pegaso de oro. Pero me gusta mi color, combina con muchos accesorios para mi melena.»

«¡Mira ese edificio! Luce como una banderilla gigante.»

«Percy, cómprame una banderilla.»

«Ups, creo que me dio un poco de hambre.»

La vocecilla dulce de Blackjack le hace sonreír mientras busca una pera. Su pegaso la disfruta y con su premio, es feliz y vuela más rápido. Percy comprueba que los ganchos de su silla estén bien ajustados y se dedica a disfrutar del viaje. Ya no se siente tan extraño el volar, ha practicado junto al pegaso en los bosques de Nueva Roma y del Campamento Mestizo. Giros, algunas acrobacias y pequeños retos de velocidad. Las técnicas combinatorias entre pegaso y agua, ataques y pistas de obstáculos que desafían a ambos. 

No, no han sido los mejores en cada parte, pero el esfuerzo de Percy motiva al pegaso y ambos fracasan juntos, pero juntos.

Juegan un poco entre los edificios altos y ríen ante su reflejo contra los cristales de las ventanas. Las auras los saludan desde lo lejos y se cruzan con las estelas de Iris ante sus viajes por los cielos. 

Llegan a la empresa de embarcaciones WOOD cuando el sol está comenzando a arañar el cielo oscuro y las estrellas escapan gruñonas ante la luz fuerte de la esfera dorada. En uno de los muchos muelles, donde le dijo Ork que estaría, el hombre levanta una mano para saludar y su sonrisa arrugada acompaña su aspecto de abuelo sabio. Blackjack agita las alas para una caída más suave y sacude los cabellos de Ork, quien se maravilla de ver al pegaso y a Percy. Se acerca apoyado en su bastón y sonríe tan encantado que Percy se siente un poco mal de no llevarle una botella de ron o amuletos de ninfas. 

Baja de su pegaso y le pide que se comporte o le dirá a Hécate que se lo lleve.

«¡Yo soy un pegaso obediente!» raspa contra el muelle y se da la vuelta, sentándose indignado.

Percy se acerca a Ork y el hombre da una inclinación de respeto.

—Nuestro sea, dios Percy —saluda.

—Me alegro verte, Ork. Luces muy bien.

El hombre le resta importancia con un gesto humilde.

—La dieta de ron y pasteles de carne son el secreto —dice y es quien los guía por el muelle para tomar un poco de privacidad.

El mar besa los muelles con gentileza, tan pacífico que su armonía es perfecta para proclamar la llegada del otoño.

—¿Tuvo un buen viaje, mi señor?

—Lo fue, gracias por preguntar —sonríe Percy y Ork asiente, viendo hacia el mar como si pidiera fuerzas del elemento.

—Espero no haber parecido grosero con mi carta, pero mi capitán ha registrado cierta actividad que podría importarle.

—Adelante, tienes mi atención —dice Percy y el hombre sonríe agradecido.

—Es sobre la isla Hedoné —comienza y Percy descubre el camino de la carta—. Mi capitán dijo que vio muchos barcos con el escudo de Kai. 

En la isla Hedoné, nombrada por la misma diosa del gozo sexual, es la cuna de muchos bastardos que se quedan en la isla para siempre gracias a la maldición que Hera desató contra las mujeres que caían bajo los encantos de Zeus. Por la magia de Hedoné, la isla fue protegida por muchos años hasta que la reina, harta de tantos hijos semidioses, hizo que, todos los nacidos y que estuviera ahí antes de la maldición, nunca pudiera abandonar la isla por más grande que fuera su deseo. Sin un padre que los llamara suyos, la isla se hace más pequeña cada vez por la cantidad de niños que nacen cada año.

Hedoné continúa siendo el lugar más placentero de la Tierra. Dioses, piratas, criaturas y más caen a sus playas y dejan atrás a cierta cantidad de hijos. Al ser tan pequeña con una población tan grande, es una isla peligrosa. Llena de ladrones y brujas que buscan matar a cambio de unas cuantas monedas. 

—Mi capitán dijo que Kai iba solo, no estaba con la bruja —Ork tiembla un poco al mencionar a Circe, temiendo que decir su nombre le consiga algún castigo.

—¿Hace cuánto hablaste con tu capitán? —le pregunta.

—Hace dos días.

Percy se atreve a pensar que existe una posible oportunidad que encuentre a Kai en la isla.

—En Hedoné el tiempo es más lento —dice, refiriéndose a que la tripulación de Kai podría seguir atrapada entre las piernas de una mujer u hombre.

Ork expresa un «Oh» y sus mejillas toman un pequeñísimo color rojo.

—Debe ser cuidadoso, mi señor —advierte el hombre—. En Hedoné existen algunos hijos no... recordados de su padre —carraspea por lo bajo.

En la isla, nunca podrían pertenecer a las profecías a menos que abandonaran sus tierras mágicas, y eso es imposible.

—Tritón dejó algunos también —murmura.

Ork asiente, recordándolo.

—Busque a Fador Prich. Mi capitán me dijo que lo vio en las cocinas de la Casa Flader. Ese sucio embustero le debe casi un cofre de oro a la flota Wood.

El anciano apretuja el bastón con su mano arrugada. Ante el silencio de Percy, Ork le mira con cautela.

—No se enfrentará a Kai usted solo, ¿verdad? —le pregunta Ork, preocupado.

—No —dice Percy, al instante—. Apenas puedo levantar un escudo de agua. Creo que incluso tú podrías ganarme —sonríe ligero.

Ork se muestra apenado.

—Sea paciente, mi señor. Las buenas cosas se forjan en los lugares más hostiles —promete y Percy elige creer.

—¿Qué hay de la lista? —le pregunta Percy mientras le da una corta ojeada a su pegaso, uno que está oliendo las cajas con ron y especias.

—Es cierto —Ork busca entre su ropa y extrae una lista doblada en muchos cuadros, siendo tan pequeña que podría ser fácil de extraviar—. Fui muy minucioso con la tarea, y juro que no fue influenciada por mí aún cuando pienso que hay flotas que no debería existir —susurra, un poco vengativo.

La sonrisa de Percy es sincera, entretenida por el anciano.

—Muchas gracias, Ork. Aprecio tu esfuerzo.

—Nuestro sea, mi dios —se inclina Ork, leal a Percy.

Percy llama a su pegaso y este llega. Saluda a Ork con oler su cabeza y rezumbar, sacudiendo los cabellos blancos del hombre.

—Buen pegaso —dice Ork, cariñoso—. Le recomiendo no caer en la tentación del ron, o será carnada fácil para el enemigo.

Percy asiente con obediencia y el aciano sonríe.

Ajusta sus cuerdas a la silla y Blackjack comienza a correr para despegar sobre el muelle. Ork los despide con energía al mover su mano.

El cielo brilla en azul, tan precioso y fresco. Como un mapa muy bien grabado en su memoria semi inmortal, Percy guía a Blackjack por los aires mientras vuelan hacia la isla Hedoné. Las alas oscuras golpean entre las nubes y crean orificios donde ellos rompen con las figuras esponjosas. Dejan California atrás y debajo de ellos el azul intenso del mar corre y golpea las rocas altas, donde las gaviotas se hacen menos a medida que se alejan de las costas. 

Blackjack, feliz de estar con Percy, cae hacia el mar y sus patas rozan contra el mar mientras la magia de sus alas atraen hilos de agua. El pegaso despega como un cohete y elevan un espiral de agua precioso, el cristal acuático que se crea antes de azotar de nuevo contra el mar. 

—¡No has perdido el toque! —felicita Percy mientras palmea con suavidad el cuello del pegaso.

«¡Lo sé! ¡Soy el mejor!»

Percy ríe tan alto y feliz que las auras sobresalen de sus nubes para verlos. 

—Creo que tienes público.

«Hay que impresionar a esas bellezas» dice Blackjack antes de hacer nuevos giros. 

Algunas oceánides llegan a la superficie y saludan también, con los hipocampos enseñando sus hocicos para presenciar a Percy sobre Blackjack. Dejan la parte concurrida del mar y llegan al oleaje suave, donde reina el silencio y quizá el soplo de alguna ballena. 

La isla Hedoné es en pico, donde en la cima de la ciudad reina la estatua partida de la diosa por la que fue nombrada la isla. Rodeada de edificaciones en distintas formas, algunas grandes, otras tan pequeñas que no son relevantes. Muchos barcos mordiendo sus muelles y la desesperanza liderando entre los caminos de la isla. Las aguas que la rodean son de un color oscuro, contaminado con los cadáveres de los que mueren ahí. Percy hace a Blackjack esconderse entre las nubes densas y deslizarse hacia la parte que no posee muelles, que es un estrecho corte. 

Hedoné está casi rodeada de desembarcos, la invitación a cualquier viajero que quiera conocer los placeres de la vida. Blackjack desciende lo más rápido posible y golpean tierra en la parte trasera de muchos burdeles, entre las aguas sucias y la basura de la isla. Percy se libera de la silla y baja sobre el suelo fangoso, mismo que expide un olor corrosivo para cualquiera que lo inhale. Blackjack relincha del asco y Percy se disculpa con él, alejándolo del área. 

Caminan entre los desechos y los cobertizos de cada lugar están llenos de algas y moho. Se escuchan risas, pianos, ukeleles, cristales quebrándose y gemidos por doquier. Olores entre orines, vómito, excremento y más, combinándose de forma tal concentrada que Blackjack quiere pirarse de ahí. Llegan a una casa que no tiene ruidos y parece un poco abandonada. 

—¿Podrías quedarte aquí? —pregunta muy bajito a Blackjack. 

«Ni en broma. Esto está cubierto de mierda» se queja el pegaso, retorciéndose.

Percy le pide silencio con miedo a que los descubran. Las personas de Hedoné son lo contrario a cordiales.

—Por favor, regresaré rápido —promete y Blackjack podría haber entrecerrado los ojos, buscando creerle.

«Bueno. Pero deja las manzanas» exige y Percy abre su mochila y la deja a entera disposición del pegaso.

Lo despide con un beso en el cuello y entra por la puerta trasera de la casa. Hay ropa en el suelo, manchas de dudosa procedencia y botellas de ron esparcidas. Camina muy rápido y debe empujar la puerta del frente para salir. El flujo comercial de Hedoné gira en torno al licor que producen, los frutos afrodisiacos que se cultivan ahí y aquellos que trabajan para las casas de placer. Desde las más exigentes, hasta las que sólo piden mantas y ropas diminutas para sus productores. 

Percy mira su atuendo y sabe que será un objetivo para aquellos que quiera arrastrarlo a un burdel, por lo que busca a cualquier hombre que esté amarillo de ebriedad y pueda quitarle la ropa. No será el primer hombre que está en el suelo sin ropa alguna. Encuentra a uno ideal y a pesar de los forcejeos del hombre por alejarlo, Percy logra arrastrarlo a un callejón y robarle la ropa y deja la suya en una parte lejos del suelo húmedo. Quizá alguien pueda necesitarlas.

Hace su mejor esfuerzo por ponerse la ropa sucia del tipo. Apesta a sudor y lo que podrían ser orines. Ha perdido un poco su práctica desde que lleva casi dos años lejos de los barcos piratas. Se obliga y sufre un escalofrío al rozarse con la tela, casi vomitando sobre el tipo que está inconsciente en el suelo. Carraspea y se ajusta los rotos pantalones de lino. De la pared sucia, agarra la mugre adherida y se mancha el rostro. El objetivo es lucir lo más pordiosero posible para que no puedan reconocerle.

Sale del callejón y las personas lo ignoran como a cualquier otro. Sonríe a sus adentros por su logro y comienza a buscar la Casa Flader. Es de los burdeles más conocidos y antiguos de Hedoné, donde estuvieron de las ninfas y mujeres más hermosas para otorgar el placer que sus visitantes quisieran. Muchos hombres peleaban por compartir una noche con las heteras y la cabecilla del lugar, Beroe, es una hija inmortal de Afrodita. La diosa la transformó cuando Flader hizo que Heracles la llamara la mujer más hermosa que había conocido. 

Eso sólo contribuyó a la furia de Hera.

Camina entre los carros de madera y las ovejas que buscan entre la basura de la isla. A veces es salpicado por los orines del algún ebrio y se disculpa cuando encuentra a una pareja teniendo sexo. Ellos siguen en lo suyo, nunca se dan cuenta que Percy los ha visto. En Hedoné el pudor no existe. Si la persona te dará las monedas para sobrevivir, ofreces tu cuerpo en donde al otro se le antoje. 

Las mujeres llevan faldas para ocultar sus piernas sucias de sangre y semen, los hombres usan pantalones oscuros para que las manchas no se vean tanto. Ninguno de ellos puede llevar ropa interior. Significaría retrasar el placer de su consumidor y podrían golpearlos. Muchos de los que ofrecen sus servicios mueren por el ataque de un ebrio o por venganza. 

Esquiva a un hombre que vomita y al cruzar miradas, se da cuenta que lleva el rostro manchado de semen y el cuello con marcas púrpuras. Sigue caminando y no se detiene hasta que una mujer es expulsada de un burdel enorme. Ella mantiene su vaso de vino y ríe, despeinada y con un pecho de fuera. Ahí no hay imparcialidad. Tanto mujeres como hombres se prostituyen, así como los consumidores. Mujeres piratas poderosas que exigen los culos más bonitos para su disfrute. 

Sus ojos leen Flader en la parte escrita en inglés y sonríe en victoria. Al lado del burdel hay un pasillo donde dejan la basura, así que Percy busca la puerta hacia las cocinas. Las ratas se asustan al verlo y corren despavoridas. Percy toma una de las cajas con papas que hay al lado de la puerta y toca, esperando a que alguien abra desde dentro. Una mujer cubierta de sudor y con un vestido rojo, en señal de ser la cocinera al mando, le hace una mueca y le deja entrar.

—¡Deja esa caja y ponte a pelar las papas! —ordena mientras lo señala con un cuchillo.

Percy asiente como si fuera nuevo en el lugar y descubre a más personas pelando papas alrededor de una mesa. Un hombre fornido y apestoso, tan alto que casi roza el techo, lo detiene con brusquedad.

—¿De dónde saliste, pedazo de basura? —exige.

—S-Soy nuevo —dice lo más fuerte que puede, fracasando con claridad.

El hombre lo aplasta con sus ojos oscuros y aprieta la mano sobre su hombro.

—Eres un infiltrado ¿cierto? —sisea y su cuchillo vuela al cuello de Percy, amenazándolo—. Será mejor que te largues, o voy a matarle y servirte como el plato principal.

Percy mira el cuchillo y Contracorriente tiembla en su bolsillo, exigiendo una pelea justa.

—¡¿Qué haces, idiota?! —le dice la mujer al otro lado, con las manos en la cintura.

—Una rata se infiltró a la cocina —gruñe el hombre.

—¡No seas imbécil! ¡Es el chico que me envió la perra de Jules! —escupe la mujer.

—¿Por qué? —el hombre se gira a verla.

—¡Porque al otro chico lo mataron! ¡Le cortaron el cuello!

El hombre mira a Percy y lo evalúa con sus ojos penetrantes. Con el mismo cuchillo que tiene sobre su cuello, el hombre lo azota contra el pecho de Percy y lo empuja a la mesa.

—Será mejor que termines con esas papas, o te retorceré el cuello —advierte.

Percy asiente intimidado y toma lugar contra una chica. Ella tiene las manos lastimadas y sucias, pero tiene la agilidad para arrancar la cáscara de la papa con rapidez. Ella no habla, incluso lo ignora. Percy toma la primera papa y comienza a pelar, viendo al resto que hace lo mismo. Una mujer casi cadavérica, un aciano fumador, otro chico al que le falta un ojo y el puñado de papas sobre la mesa.

Ninguno de ellos es Fador Prich, uno de los piratas independientes y más traicioneros que han navegado en los mares. Es considerado la rata marina, mismo que podría conseguir la cabeza de alguien para un líder y luego matar a ese mismo hombre para llevar su cabeza a alguien más. Sus agilidades de robo y engaños lo señalan como un hijo de Hermes que logró la inmortalidad por medio de beber icor dorado. En los tiempos del libertinaje y los dioses nuevos, muchas deidades regalaban sus gotas doradas a los mortales y escapaban de los castigos de Zeus porque estaba muy ocupado buscando lugares donde meter su pene. 

Luego, con el orden del Olimpo, se prohibió a los dioses regalar su icor dorado y desde entonces, un frasco con las gotas amerita una guerra de mil flotas para conseguirlo. Los hombres dan cantidades absurdas de dinero para obtener la inmortalidad.

Algunas veces habló con Fador Prich y siempre pelearon. Fador lo acusaba de traidor al código pirata que Percy y Cimopolia crearon y nunca juró lealtad a ninguna flota. Incluso intentó apuñalar a Percy para conseguir su icor. 

Continúa pelando papas mientras se hunde en sus pensamientos, preguntándose si sus hermanos estarán bien y en Hermes. Desde su pelea en Las Vegas, no cruzaron palabras otra vez y Percy está considerando en acercarse primero. No le gusta pelear con su mejor amigo, lo extraña en realidad aún cuando no pueden verse por la tensión que se vive en Olimpo. Y Artemisa, que ha sido tan silenciosa que comienza a preguntarse si ella está enojada.

¿Hizo algo mal?

O mejor.

¿Alguna vez ha hecho algo bien?

Dioses. Tiene un largo historial de cosas que ha dicho y siempre logra hacer enojar a una deidad. Como la vez en que llamó caza fortunas a Perséfone en una cena de Navidad, o perra mimada a Eros desde que Afrodita no castigó a Psique como lo hizo con los romances de otros. O cuando dijo que Atenea era una hipócrita y calienta sillas de Zeus luego de castigar a Medusa sólo para aparentar pureza, o cuando dijo que Poseidón era una mierda miedosa luego de escapar del templo donde violó a Medusa. Decir que los hijos de Zeus vivían del nepotismo y que Ganímedes era el más amable, pero desafortunado de Olimpo.

Y nunca se ha disculpado. Quizá deba hacerlo...

Sigue pelando papas y las mismas llegan y llegan hasta aumentar la montaña.

—¿Con esto alimentan a los caballos también o cómo? —pregunta por lo bajo y la chica a su lado lo mira, como si no supiera qué responder.

La mujer que lidera en la cocina maldice algo y golpea las ollas.

—¡Apresuren las papas! —les grita, furiosa.

Percy mantiene su ritmo y comienza a sudar por el vapor que se mantiene en la cocina.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —le pregunta a la chica y ella frunce el ceño, disgustada por la interrupción.

Sin respuesta, Percy sabe que pelará papas hasta que pueda escaparse.

—¡Será mejor que te mantengas lejos o te apuñalaré! —grita una voz aguda. De una puerta, una mujer que lleva un vestido que deja ver sus pechos y vagina, empuja a un hombre larguirucho y tan asqueroso que lleva los pantalones mal puestos.

La mujer líder de la cocina agarra al hombre y lo golpea contra una plancha que está muy caliente, quemándolo. El hombre grita y su olor sube junto al vapor de las ollas hirviendo.

La hetera hace una mueca de asco al verlos y regresa por donde vino, dejando la puerta abierta. El hombre robusto cierra la puerta y arrastra al recién llegado hasta sentarlo en la mesa, a un lado de Percy.

—Es la última vez —le advierte y le entrega un cuchillo.

El hombre escupe al fortachón y este quiere golpearlo de no ser por el grito de la mujer líder. La sonrisa asquerosa del recién llegado sólo hace poner en alerta a Percy. Siente unos ojos leyéndolo, evaluándolo con tal descaro que comienza a incomodarse. 

—Lindo culo, ¿ya lo estrenaste? —escucha y Percy lo ignora.

Escucha una risa y luego siente una hoja de metal frío tocando sus labios.

—Son pequeños, pero creo que mi pene entra ahí.

Percy reacciona de tal manera que le arrebata el cuchillo al otro con una mano y la otra se acerca tanto a su cuello que casi lo apuñala. Al hombre casi se le salen los ojos y con Percy tan rápido, no logra defenderse.

—Ustedes dos —gruñe el fortachón y los golpea con un sartén de acero en las cabezas—. ¡Nadie les dijo que dejaran de pelar papas!

Percy aguanta el dolor y aleja su cuchillo del otro, tomando otra papa.

—Qué exagerado. Sólo iba a ofrecerte unas monedas para que le lleves algo a la prostituta que sea tu madre —murmura el otro, tomando una papa con disgusto.

El hombrecillo agarra la anforita de entre sus ropas y la saca, dándose un largo trago. Percy logra reconocer los tatuajes del hombre cuando su camisa se desliza.

—Fador Prich no podría tener dinero aunque quisiera —dice y este abre un ojo, entre ofendido y asustado por sus palabras.

Regresa su anforita a sus ropas y le mira, cauteloso.

—¿Quién eres, pedazo de mierda?

Percy sonríe por lo bajo y le mira directo esta vez.

—Soy quien te entregó al dios que te maldijo —murmura y Fador pierde el poco color en sus sucias mejillas.

El sudor ya no proviene por el vapor de la cocina, sino por el miedo que comienza a experimentar.

—¡Se supone que deberías estar muerto! —sisea.

Percy le mira como si fuera imbécil, arrugando la nariz.

—¿Quién dijo eso?

—En todos los mares se dice —espeta.

—Pues qué mala información —se burla y continúa pelando papas cuando mira que el fortachón los está vigilando. 

El otro tipo también se da cuenta, así que agarra una papa diminuta y comienza a pelarla con el cuchillo oxidado que le tocó.

—¿Entonces es verdad lo que dicen? —Fador dice con una vocecilla de broma. El habla como lo haría una rata si se convirtiera en humana. Bajo, algo agudo y tan ebrio, que puede cruzar palabras. Incluso sus manos son inquietas, rodeando la papa mientras la pone a centímetros de su rostro, controlando cada giro que da.

—En el mar se dicen muchas cosas.

—Kai te está pateando el trasero —sonríe, gozando.

Percy deja de pelar su papa y mira a Fador, conteniendo las ganas de golpearlo contra la mesa.

—Sólo tiene ventaja porque su amoroso padre Poseidón no le pone un alto —espeta, esforzándose por no clavarle el cuchillo al otro pirata.

—Entonces sí es mejor —agranda su sonrisa y hace una expresión concentrada mientras acerca la papa y luego la lame, dejándola junto a las demás.

Percy respira muy profundo y se esfuerza porque eso no le importe.

—Qué mal. El gran dios pirata sin protegernos. Supongo que Kai es el siguiente gran señor pirata.

—Nunca —espeta Percy, más alto de lo que le gustaría.

El fortachón le lanza una cebolla a la cara para advertirle. El vegetal cae justo en su ojo y Percy aprieta los labios para no quejarse del dolor. 

Su ojo llora, pero no se detiene de pelar papas.

Fador hace un ruido de reproche con la boca, negando con un dedo.

—Impulsivo, impulsivo —murmura—. Deberías unírtele, tiene propuestas muy buenas —le dice y Percy reprime una risa incrédula.

—Prefiero que me arranquen la garganta y me ofrendan a Caribdis antes de unirme a ese imbécil.

Fador enrolla más la sonrisa.

—Anotado —mueve su cuchillo frente a su rostro y luego acerca más la papa que está pelando.

Su cara está a centímetros del tubérculo, tan cerca que el cuchillo roza su nariz.

—¿Sabes si continúan aquí? —pregunta aleatorio, pero Fador luce en victoria.

—Sé muchas cosas, pero el conocimiento tiene un valor.

Percy sonríe, burlón.

—¿Qué quieres? ¿Lencería para prostituirte?

—Chúpame la verga.

El cuchillo de Percy saluda el cuello de Fador y el pirata comienza a rezar mil Ave María, sintiendo la muerte deslizarse entre sus pantalones. Incluso se orina.

Aún así, Percy no tiene ánimos de recibir otra advertencia convertida en cebolla y se aleja del pirata, tomando otra papa como si nada hubiese pasado. El resto de la mesa los ignora con maestría. Ellos tienen un plato de comida por el cual esforzarse. 

—¿Otra cosa?

—¿Qué tal esa linda, linda espada de bronce que llevas encima? —las manos de Fador se retuercen con anhelo.

Percy sabe que al ser pirata, su nariz puede oler las cosas de valor a muchos metros.

«Deja que me toque, le enseñaré lo que es gritar de verdad» ríe Contracorriente, en sed de sangre.

—No.

Fador hace una mueca.

—¿Acaso eres imbécil? No puedes pedir cosas sin pagarlas —se queja Fador, clavando su cuchillo en una papa.

—Dos dracmas de oro.

—Tres y una noche con la tetuda que me trajo a la cocina.

—Dos dracmas y media botella de ron.

—Cuatro y un agarrón de culo. 

—Una dracma y tres cuartos de botella de vino.

Fador se queda en silencio, considerándolo.

—Es más rico el ron.

Percy no puede negarlo.

—Una dracma y media botella de ron.

Fador alza una ceja, fuera de lugar.

—¿Qué?

—El ron es más difícil de conseguir que el vino en Hedoné.

—Tres dracmas y una pornai.

—¿Crees que estás en posición de pedir sexo? —espeta Percy, con un poco de asquito.

—Esta es la tierra del sexo. Si quiero, puedo coger tu cadáver a media calle y a nadie le importaría —sonríe con un deseo tan denso que Percy siente a Contracorriente vibrar de enojo.

Se le revuelven las tripas.

—Pon un dedo sobre mí otra vez y-

Fador toca su mejilla con su dedo mugroso y de uña larga.

Percy aprieta los labios y al instante agarra la mano de Fador y la gira. El pirata hace una mueca de dolor y comienza a llorar. Lo libera y el hombre comienza a acariciar su mano, sollozando por la dobladura.

—Eres un salvaje.

—Te lo advertí —sisea Percy.

La mujer líder de la cocina llega con un baño enorme de metal y comienza a recolectar las papas peladas. 

—¡Apresuren sus manos si quieren tener algo en sus estómagos! —ordena.

Una vez ella se marcha, Percy regresa a Fador.

—¿En dónde está Kai?

—No lo sé —gruñe el pirata, otra vez, agarrando una papa diminuta.

Percy golpea la mano que sostiene la papa y Fador le mira, enfurruñado.

—¿En dónde está?

—Ya te lo dije. No hablaré sobre eso hasta que mi semen resbale de tu- ¡ay! —Percy toma su rostro con una mano mientras que el cuchillo regresa al cuello de Fador.

—Escúchame, falso pirata. Esto no es un juego donde saldrás victorioso. Únete a Kai y juro que haré collares con tus intestinos y tu cabeza será la copa donde todos beberán ron mezclado con tu sangre.

—¡Voy a matarlos! —grita el fortachón, pero Percy está al límite.

—No interrumpas —ordena y el hombre se detiene al instante. Se lleva las manos al cuello y sus ojos comienzan a enrojecerse. Su sangre comienza a asfixiarlo y no puede hacer nada contra eso.

Percy mira a Fador, quien tiene ojos enormes de terror y el olor a orín es fuerte.

—Habla.

—K-Kai está en la Casa Galatea, sus tropas han visitado burdeles como nunca. D-Dicen que está reuniendo bastardos —y el miedo ahoga más a Fador.

Percy se queda sin habla y comienza a unir las partes que son inconclusas para construir el mapa.

—¿Bastardos? —susurra y el ruido del fortachón cediendo ante la muerte le recuerda a Percy que existe.

Suelta el rostro de Fador y este casi llora mientras ruega.

—No escuchaste eso de mí —pide y Percy no promete nunca.

Agarra la mano de Fador y clava su cuchillo contra ella y la mesa, atrapándolo. Fador grita de dolor y lo maldice, aún así, Percy mete una dracma de oro a su boca.

—Por las molestias —sonríe y Fador sigue retorciéndose.

Mira al fortachón en el suelo, inconsciente. No le da importancia y sale de la cocina antes de que llegue la mujer, ignorando los gritos de Fador porque le saque de ahí. Azota la puerta y comienza a buscar la Casa Galatea, otro de los más grandes y exclusivos burdeles de Hedoné. Corre y esquiva a los caballos que son olvidados por los viajeros al estar en la magia del placer y a las personas que intentan alcanzar sus hombros para arrastrarlo a los burdeles. Hombres con una tela cubriendo su entrepierna, mujeres con joyas en los pezones para hacerlas más atractivas, todos con el deseo de tener más en sus bolsillos.

La Casa Galatea fue alguna vez un punto de reunión para Percy y sus tripulaciones, más nunca compartió cama con muchas ninfas a causa del escaso tiempo. Al menos sus flotas disfrutaban entre copas de vino y enormes platos de queso, lamer el ron entre los cuerpos de sus compañeros de cama y festejar el banquete de sexo que se les ofrecía. Logra infiltrarse entre los chicos que llevan las cajas con sedas para los servidores de la Casa y se desliza por los pasillos, recordando en qué recamara está la líder y señora de esa Casa.

La puerta principal tiene dos guardias, por lo que busca las ventanas para deslizarse entre las orillas del exterior. Sus piernas comienzan a temblar y sus manos sudan, nerviosas por caminar en la superficie áspera. Las gaviotas de Hedoné pasan y una le lanza su descarga sobre el hombro. No se atreve en ver hacia abajo, en los jardines donde los hombres agarran el culo de quien esté presente y tienen sexo entre los arbustos. 

Logra llegar con el estómago en la garganta a una de las ventanas y empuja la estructura de madera. Libia, la señora de la casa, suele estar en su dormitorio cuando los invitados son escasos. Ella es muy estricta con su apariencia, le gusta ser tan hermosa que siempre los viajeros buscan llevarle regalos y pelear sus horas para compartir con ella lo que deseen.

Libia es una experta en las artes y el placer, incluso ganando corazón entre las mujeres poderosas. 

Su recámara huele a rosas y jazmín, el olor a ceja derritiéndose y la miel de sus aceites para ser más exquisita entre las opciones de la Casa Galatea. Al ser la líder, ella tuvo que hablar con Kai y quizá le dejó mapas o esferas con información. Sin pedir el permiso necesario, Percy comienza a buscar entre los armarios y las sedas, encontrando cosas que prefería no haber tocado nunca. Botellas con lubricantes, hierbas que usan en las infusiones para cortar los posibles embarazos y ungüentos para sanar heridas. Pero ninguno grita el nombre de Kai y eso comienza a estresarlo.

Fador pudo haberle mentido. 

Comienza a sentirse como un idiota cuando los ruidos fuera de la recámara le advierten que alguien está cerca. Se apresura y entra a uno de los enormes armarios, encogiendo las piernas hasta golpear su pecho y aguantar el olor de su ropa. 

Libia llega entre los brazos de un hombre ebrio y este comienza a desnudarla con prisa. Libia gime tan fuerte que Percy sabe que miente para inducir el placer en el hombre. Su vestido es arrancado y su cuerpo es lanzado a la cama. 

Percy mira la escena entre las rendijas del armario y comienza a sentirse muy incómodo. Por mucho que sea sexo comprado, debe darles privacidad, pero no puede salir como si nada y decir: oh, lo siento, buscaba el baño. Debe quedarse ahí y cerrar los ojos muy fuerte para ignorarlos.

Un jadeo del hombre junto al gemido de Libia le hace imaginarse que él está penetrando a la pobre mujer. Los ruidos de la cama comienzan a sonar y Libia gime muy fuerte, gritando el nombre del tipo.

—Por Afrodita, ¡más fuerte! —le dice y los rechinidos de la cama aumentan.

—¿Eso quieres, maldita zorra?

—¡Sí, sí! ¡Más fuerte, lord Klanus!

Los gemidos de Libia hacen a Percy sentirse muy sucio por escucharlos y para no dar grititos de terror, se lleva las manos a la boca. Luego, se recuerda que tocó a Fador y las nauseas lo apuñalan. Agarra unas de las sedas y con ella se enrolla la cabeza, buscando distraerse.

Los sonidos de la cama logran filtrarse entre su escudo de tela y la tortura se hace larguísima.

—¡Oh, dios! ¡Oh, dios!

—Eso es, grítalo.

—¡Dioses, más, más!

—¡Oh, dulce Afrodita!

Percy quiere salir corriendo como niño aterrado, gritar a todo pulmón y olvidarse del pene de ese tipo, pero la vida no es tan buena como eso.

Los azotes comienzan a escucharse y luego los gemidos de Libia.

—¡Más, mi lord! ¡Más!

—¡Eres una perra muy sucia!

Y otros azotes que Percy logra sentirlos de lo fuerte que truenan.

El tiempo dentro del armario se hace tan lento hasta que los gemidos rompen las paredes.

—¡Oh, dios! ¡Ah! ¡Ah!

—¡Adoro su pene, adoro su pene!

Percy quiere llorar de la vergüenza al escuchar eso. ¿Quién grita que ama un pene? Dioses, la labor de la prostitución es un arte que nunca podría lograr. Los admira, demasiado.

Los ruidos cesan y con ello, las respiraciones se hacen muy lentas. Percy se desenvuelve la cabeza con mucho sigilo y mira por las rendijas. El tipo está acabado, durmiendo como un maldito tronco. Libia se levanta de la cama y comprueba que el hombre duerma. Desnuda y con sus piernas enrojecidas por el agarre del hombre, camina directo al armario donde está Percy.

—Puedo sentir tu olor a excremento. Sal de ahí o llamaré a los guardias.

Percy ahoga un suspiro y se mueve entre las telas, empujado la puerta para salir. Usando joyas en su cabello y cintura, Libia lo observa con escepticismo hasta que logra reconocerlo.

—Por todas las prostitutas con vida, ¿qué haces aquí? —sisea ella, furiosa.

—Buscando información.

Libia se apresura a colocarse un camisón de seda que aún permite ver su cuerpo desnudo. Ella lo agarra de la mano y lo arrastra fuera del dormitorio, buscando uno que no esté ocupado. Los gemidos sobresalen de muchos y bajan a otro nivel de la casa hasta que llegan a lo que es un salón para compartir alguna cita importante.

Libia le otorga una cachetada.

—Imbécil.

—Gracias —murmura Percy, adolorido.

Libia gira los ojos.

—¿Acaso no sabes quién esta aquí? —pregunta ella, furiosa.

—Lo sé.

Y Libia vuelve a golpearlo.

—Nos matarán a todos si... —se detiene al segundo—, si llegan a saber que estás aquí —carraspea.

—Kai habló contigo sobre-

Libia lo golpea otra vez, y el sabor a sangre acaricia su lengua.

—Kai dijo muchas cosas —sisea ella, aterrada.

Comienza a respirar muy rápido y Percy se aleja un poco para esquivar los golpes.

—¿Por qué vino a ti en busca de bastardos? —dice y Libia respira profundo.

—Al ser la señora de la Casa más grande, llevo un registro de todos los bastardos que nacen. Así puedo elegir a los mejores y tomarlos en mi Casa —explica, apresurada.

—¿Cuántos son? —pregunta.

—Quizá uno, dos...

—¿Dos qué?

—Doscientos...

Percy quiere patalear por las injusticias, pero no lo hace.

—¡¿Por qué hay tantos?! —se aterra.

Libia está por golpearlo otra vez, aún así logra esquivarla.

—Pregúntale a tu gran señora Hera —gruñe Libia.

—Ella no es mi señora —Percy arruga la nariz, con asco.

La mujer camina con desesperación, apretando la seda sobre su cuerpo para controlar las ganas de abofetear a Percy. Sus pies palmean contra el suelo de piedra y las cadenas rodean sus caderas como un cinturón de fertilidad. Percy cambia su atención a otra cosa para no ver más el cuerpo de Libia, se siente sucio con el hecho de pensar en ella.

Comienza a pensar en las cosas que ella le dijo en esos cortos segundos, evaluando cada oración para saber si hay información oculta. En Hedoné existe la magia, claro está, pero hay quienes que han intentado desafiarla y si hay quienes logran ganar, hay otros que no lo consiguen. Hedoné, ¿para qué iría Kai a Hedoné si nadie puede abanonarla?

—¿Hay formas de escapar de la isla?

Libia pone las manos en su cadera y lo mira, pensando en lo que preguntó.

—Escapar, no. Tienen que ayudarte desde fuera.

—Kai no rompería la barrera mágica de la isla, sería echarse a Hera sobre la espalda y nadie quiere eso...

Libia mira hacia la puerta y comienza a inquietarse.

—En Hedoné todo llega a saberse, Percy. Debes irte —lo agarra del brazo y comienza a arrastrarle.

—Espera —pide, aún sin armar el mapa completo—, ¿hay algo más que haya dicho Kai?

Libia aprieta los labios y niega con rapidez.

—No, no lo hizo —sisea.

—Libia —obliga a sus piernas para que sean más fuertes que la mujer que lo arrastra—, ayúdame. No quieres a Kai y Poseidón reinando sobre todos, ¿o sí?

La mujer le mira y se rinde un poco, como si esperara eso.

—Esta isla es inmune a los dominios externos. Nadie puede dirigirnos, me da igual quién gane o no —murmura, viendo hacia la puerta.

Percy se libera de su agarre y le mira, decepcionado.

—Sabía que eras igual a Afrodita —dispara y Libia parece enojarse.

Ella lo abofetea con despecho y lo empuja.

—La biblioteca de Polipetes. Kai estuvo ahí y sabes que su querida sirvienta es excelente para conseguir información —escupe y sale del lugar en donde están, azotando la puerta.

Ha ido de punta en punta por la isla y de verdad no tiene ganas de correr hacia la famosa biblioteca de Polipetes. Ahí se guardan muchos libros de temas sexuales. Listas de las ninfas más deseadas por Zeus y libros con procedimientos para rituales amorosos y para el deseo. Polipetes es un hijo Apolo que nació en la isla, pero su método para vivir es mediante la creación de manuales de preparación para las heteras y las pornai, también sobre los acompañantes masculinos y de cómo deben hacer para preparar su cuerpo antes de una penetración. 

Está cerca de la zona selvática de la isla, la poca que queda. Sale del saloncito y escabulle de los guardias que vigilan. Corre entre los pasillos cuando las voces en los jardines se hacen más fuertes.

—Ya te dije que no está aquí —espeta una mujer a un hombre que lleva la armadura del ejército de Kai.

—¿Significa que ella está mintiendo? —señala hacia una chica, la misma que estaba al lado de Percy mientras pelaba papas. Ella tiene la mejilla roja y el labio reventado, sujetada por otros dos soldados.

La mujer de la Casa le mira con indiferencia y se encoge de hombros.

—Yo qué sé. Quizá la pobre perra necesita dinero y ustedes le creyeron —dice tan despreocupada que se cruza de brazos y mira sus manos con interés.

—¡Sé lo que oí! ¡Percy dijo que vendría aquí! —pelea y los hombres la golpean otra vez para callarla.

—¿Lo ven? —ríe la servidora—. Ladra demasiado. 

Los hombres consideran dejarla ahí y marcharse, pero la desesperación cubre el rostro de la chica.

—Yo lo buscaré y lo llevaré a ustedes, lo juro —dice y los hombres se miran entre ellos, considerando. La empujan hacia el suelo y la dejan ahí, ignorándola.

La servidora de la Casa se ríe de ella y camina con elegancia.

—No creas que por servir a Kai, te sacará de aquí —Percy escucha que le dice—. Las feas como tú están destinadas a trabajar para quienes sí tenemos valor en la isla. Mejor ver a alimentar a los cerdos, quizá ellos sí te consideren bonita —le sonríe y se aleja, tarareando.

Percy decide no ver más y corre hacia las habitaciones de servicio de la Casa, buscando las puertas de cocina o quizá donde sacan la basura. Más abajo, lejos de los jardines y las risas de las cortesanas, están las mujeres que se encargan de limpiar los baños, preparar las sales aromáticas, lo hombres que cuidan de los caballos de los visitantes y aquellos que se embriagan a escondidas entra las cajas de heno y vino. 

Se agacha cuando un chico pasa junto a una mujer que derrocha riqueza entre sus vestidos. El cortesano ríe de algo que dice ella y se alejan hacia los jardines. Pasado el susto, apresura el paso hasta llegar a los pasillos oscuros y un poco olorosos de la casa. Puede escuchar el golpeteo de las ollas y las risas de los sirvientes, también el tintineo de las botellas de vino. Estira las piernas hasta que se infiltra a la sección donde los sirvientes lavan la ropa de los cortesanos.

Ninguno le presta atención, ocupados en escuchar lo que cuenta una mujer que está rojiza por el esfuerzo y sudor. Esconde un poco el rostro y se desliza entre los cestos de mimbre que están a rebozar de ropas y sábanas sucias. Algunas tienen las manchas muy notorias. Se choca con una mujer y esta al verlo, ahoga un grito.

—¿Qué haces aquí, muchacho? —le pregunta, un poco enojada.

—Estoy... buscando el callejón de la basura —dice por lo bajo.

La mujer le mira de punta a punta, viendo sus ropas sucias y el rostro golpeado.

—¿Acaso estás escapando de los guardias? —pregunta de nuevo, tomando su rostro mientras mira las heridas hechas por los anillos de Libia—. ¿Intentaste tocar a una cortesana? 

—No —se apresura Percy, alejándose del toque de la mujer. 

Ella, usando un vestido largo y de color marrón junto con un delantal blanco, busca entre los bolsillos de su ropa y agarra un pañuelo de seda que está entre la ropa sucia. Huele el pañuelo y cuando determina que está usable, lo moja con ron y vuelve a agarrar con fuerza las mejillas de Percy.

—Tienes suerte, niño —dice ella, indiferente ante el ardor de Percy por sus mejillas—. O te desarrollaste rápido, pero no tienes la edad o te escondiste muy bien.

—¿De qué habla? —gime Percy, adolorido.

—Ese hombre, el hijo de Poseidón. Reclutó a todos los bastardos posibles para llevárselos —ella frunce el ceño, extrañada que Percy no sepa eso.

Termina de limpiar las mejillas y los arañazos brillan en un rojo intenso.

—¿Qué fue lo que hiciste, niño? —estrecha la mirada mientras guarda la botella de ron.

Percy se atreve a confiar en ella, fingiendo que en realidad, se esconde de Kai.

—Estaba huyendo. Vi a los soldados de ese hombre cerca —murmura.

La mujer mira entre los cestos de ropa primero, antes de sonreírle a Percy. Ella le da una mirada de compasión, como si entendiera su miedo y necesidad por escapar.

—Eres listo —apremia—. Eso no se ve mucho aquí.

—Debo irme. Mi madre me espera —miente, pero comienza a sentirse culpable por la amabilidad de la mujer.

Ella guarda silencio por unos segundos antes de tocar su mejilla cubierta de ron.

—Que Percy esté de tu lado, niño —desea.

Percy le sonríe, apreciando su ayuda.

—A usted también.

La mujer mira entre las altas torres de mimbre otra vez y lo guía por los estrechos caminillos. Le señala la puerta en silencio y es justo cuando los soldados de Kai irrumpen en la habitación de servicio, empujando a los sirvientes mientras buscan.

—¿En dónde lo tienen? —pregunta uno, abofeteando a una mujer.

Empujan los canastos de ropa y sacuden las telas, como si Percy fuera un duende y pudiera esconderse ahí. Gira los ojos y piensa que es necesario ser muy estúpido para formar parte del ejército de Kai.

La mujer lo empuja para que se apresure y ella sale de entre las torre de ropa, llevando telas en sus manos para engañar. 

—N-No tenemos a nadie aquí, lárguense —dice un hombre un poco ebrio, amenazándolos con su botella de ron.

Otro de los soldados golpea al hombre y luego lo empuja hacia la pileta de agua con residuos y jabón.

—¡¿Acaso quieren morir? Díganme en dónde está esa escoria! —ordena el primer soldado, blandiendo su espada.

Percy no puede evitarlo y sale de entre la ropa. Contracorriente nace de entre su mano y es más rápida que una maldita flecha, clavándose en la cabeza de uno de los soldados. El que estaba gritando se lanza contra Percy, peleándose entre las cestas de mimbre. Percy intenta ahorcarlo con el vestido de una cortesana, pero el hombre es fuerte, un poco más alto. Su espada pasa rozando la pierna de Percy y luego se enfrenta a Contracorriente mientras tropiezan entre la ropa esparcida. Las mujeres se empujan entre ellas para alejarse. Esquiva los primeros golpes y luego contraataca usando un cesto como distractor. 

Golpea la espada enemiga y luego logra quebrarle la nariz al tipo. El soldado empuja a Percy contra la ropa y le da un puñetazo limpio. Percy le pincha un ojo y usa toda su fuerza para quitárselo de encima, donde el ardor en sus brazos ya es un poco más tolerable. Agarra una botella de sales y la quiebra contra el rostro del tipo, para luego golpearlo con una tabla. 

El soldado no se rinde y trata de ahorcarlo, pero nunca se da cuenta del brazo de agua que se alza entre la pileta y lo empuja contra la pared de la habitación. Su cabeza suena con eso, pero al ser tan salvajes, el soldado reacciona con más agresividad. Percy lucha contra él, se esfuerza demasiado para el ritmo de sus entrenamientos y debe buscar opciones para acabar con el tipo. Es herido en el brazo y luego siente la sangre deslizar por su labio superior. 

No es hasta que derriba al soldado con golpearlo entre los tobillos y la pantorrilla para dejarlo vulnerable y con un giro rápido, Contracorriente corta su cuello con tal facilidad que la sangre golpea contra el suelo.

Jadeando con fuerza, Percy se apoya contra su espada un segundo antes de recordar que debe irse.

Los sirvientes están paralizados, escondiéndose entre las montañas de ropa. El ruido del exterior le alerta que hay más soldados acercándose, así que arrastra al primer tipo hacia la pileta y al otro lo agarra por las axilas para arrastrarlo.

El hombre le ayuda a abrir la puerta y cuando los soldados se escuchan a pocos metros, el hombre empuja a Percy y este cae hacia el río que cruza al medio de algunas calles. Los desechos lo reciben en una bienvenida viscosa y el cuerpo chapotea al lado de Percy, cubriéndolo con el agua sucia.

Dentro, en la habitación de la Casa, los sirvientes fingen limpiar la ropa alrededor de la pileta. Cuando los soldados llegan a buscar, eligen revisar en otra parte, sin darse cuenta que en la pileta está hundido el cuerpo de uno de los suyos.

Percy estira el cuello para no tragar agua sucia. Nada con mucho esfuerzo y empuja los pedazos de basura hasta que alcanza su límite con introducir su mano a la boca de una cabeza ya podrida entre el agua. Logra tocar la orilla del río y abandona el cuerpo de agua sin preguntar su nombre, sólo feliz de ya no tener condones o zapatos golpeándole la cara. 

Escupe del asco e intenta saber a dónde lo llevó el río. 

La biblioteca de Polipetes está cerca de la estatua de Hedoné. Camina sin rumbo definido hasta que se atreve a preguntarle a una mujer semidesnuda de la calle. Roza los cuarenta años y la experiencia cubre su expresión. Ella le dice en dónde esta y le exige una dracma si no quiere que le diga a su esposo y este salga a golpearlo por hablarle. Percy le da los veinte dólares que lleva y ella se mete el dinero a sus botas antes de despedirlo con un beso volador. 

Percy camina un poco despacio, arrastrándose mientras su estómago ruge por el hambre. Lo empujan, unos cerdos intentan morder su tobillo y le salpica en gran parte el agua sucia que lanza una mujer por el balcón de su hogar. A ella le importa muy poco y entra de nuevo, dejando a Percy goteando de lo que sea que contuviera ese líquido grisáceo. Sube por la colina hacia la biblioteca, escuchando los relinchos aterrados de algunos equinos. Piensa en su pegaso y sabe que recibirá muchas quejas por el tiempo malgastado. 

Los relinchos se hacen más fuertes y se entremezclan con gritos de algunas personas. Los estruendos y las pisadas fuertes de los soldados le dicen que los hombres de Kai están cerca. Se apresura a subir por la colina, la adrenalina aterrada que arde en sus piernas y le hace pensar que avanza más lento. Se sobre esfuerza y logra alcanzar la puerta del edificio, empujándola para irrumpir mientras se esconde de los soldados.

Corre por en medio del pasillo de las estatuas de grandes figuras, entre ellas la de Urania, Clío y Calíope. Al centro de la biblioteca, donde la magia surge y Polipetes se dedica a escribir mientras observa a su gran musa tener sexo con sus ejemplares. 

Subido en una alta escalera y usando la ropa mezclada de muchas épocas, Polipetes está leyendo algo en un libro grueso mientras lo escucha su querida musa, Rena. La ninfa está desnuda mientras toca una lira con suavidad, balanceando una pierna y tarareando con debilidad. 

—Poli... Poli —jadea Percy, casi cayendo al suelo por lo débil que se siente mientras el sudor caer con arroyos por su cuerpo.

El hijo de Apolo le mira desde arriba y sonríe mientras acomoda sus lentes.

—Entonces es verdad —dice el semidiós y la ninfa deja su lira a un lado mientras corre hacia Percy.

—¡Estás vivo! —ella lo aplasta contra sus pechos fríos y lo acerca a una de las butacas—. Y hueles a mierda —señala aún sonriendo.

Percy asiente en lo que busca recuperar un poco de aire.

Polipetes se desliza en la escalera y cae con la elegancia de un bibliotecario que ingiere diez tazas de café al día y dibuja personas desnudas. Polipetes es eléctrico, mueve las manos todo el tiempo y siempre toca las cosas que tenga cerca. Abraza a Percy también y pone un dedo en su frente.

—Sigues siendo tan mortal como dicen —determina y agarra una flor para restregarla contra los hombros de Percy.

—¿Qué te trajo a Hedoné, cariño? ¿Acaso me extrañabas? —dulce y cariñosa, Rena limpia su cara de la suciedad y sonríe con deslumbre.

La ninfa es de cabellos rojos, mechones al color de una cereza. Cuerpo curvilíneo y con tatuajes pertenecientes a las ninfas, collares de oro y tobilleras de plata, pero ningún pedazo de tela sobre su piel suave.

La biblioteca de Polipetes es un edificio circular, con un techo de cristales que para la luz del sol inunde los libreros y con representaciones divinas hechas de azulejo por donde caminan. Hay algunas armaduras incompletas, globos terráqueos esparcidos, mapas y huesos que alguna vez fueron de un animal o pirata ebrio. Es una cuna de experimentación humana así como una fuente de conocimiento tanto erótico como astronómico. Algunos ungüentos dignos de un hijo de Apolo y una estatua de Hedoné rodeada de ofrendas. Algunas flechas en el suelo y las dianas sin daño, señal que Polipetes nació sin los dones de la arquería.

—Necesito saber por qué Kai está recolectando a tantos bastardos —dice y Polipetes comparte una mirada con su ninfa y compañera, hablando con sus miradas.

—¿No has considerado llamar a la paz con el hijo de Poseidón? —pregunta Polipetes, tocando los hombros de Percy con sus manos inquietas.

—No.

Rena sonríe y camina hacia uno de los libreros, consiguiendo un librillo protegido con piel. Ella se lo da a Polipetes y regresa a un lado de Percy, acariciando su cabello sucio mientras el semidiós busca la página indicada.

Acomoda sus lentes y le enseña el librillo a Percy, luciendo tan compasivo y como si Percy estuviera a horas de morir.

 

Hedoné

Formas de una vida mejor sin recurrir al enojo de Hera.

Por: Polipetes

Si bien los dioses y marineros dejan las tropas de bastados en la isla eterna, existe una forma que puede ignorar la maldición de la reina Hera y lograr que los bastardos abandonen su castigo de nacimiento. Tras ser protegidos por un hombre ajeno a la isla y con la posición necesaria, este puede sacarlos de la isla si son llamados suyos, si los toma bajo su manto y les entrega el pan que necesitan. La regla exige que haya una madre y un padre, pero pueden abandonar la isla bajo la promesa y si esta no es cumplida, la gran reina Hera arremeterá contra ellos calcinando sus huesos hasta fundirlos con la tierra misma. Tanto los bastardos como los padres recibirán el castigo por traición a su juramento.

 

Percy deja el libro a un lado y experimenta unas ganas de lanzarse a llorar y decir que, en realidad, es un mortal sin pasado divino y que no conoce a ningún Poseidón o Kai. Más no puede hacerlo, no cuando las cosas sean así de malas e incluyan al mar. 

—Debe ser una mala broma —murmura, pero sus dos anfitriones sonríen y niegan con la cabeza.

—¡Está comprobado!

—Científicamente.

Percy deja el librillo e intenta no rezarle a Zeus porque le dé una ayudadita. No puede ser, esperaba que Tique le tuviera un poco de compasión ese año. Pero parece que ella y las Moiras se la pasan de lo mejor riéndose de su destino. 

—Me pregunto qué relación tendrá esto con la profecía.

Escuchar la palabra profecía hace que Percy quiera clavar a Contracorriente en el suelo y lanzarse al mar sin flotadores, esperando que lleguen los delfines y se lo coman como nuggets de humano. La curiosidad es grande, lo suficiente para que doblegue sus ganas de patalear y llorar desconsolado. 

—¿Qué profecía?

—La profecía que proclamaron las Moiras, mi amor —le dice Rena, besando su mejilla a pesar de lo sucio.

La expresión en blanco de Percy hace que Polipetes se acerque al mesón central de su biblioteca y busque entre los miles de mensajes, la carta que le llegó hace unas horas.

—Las palomas de Olimpo la trajeron. Parece ser muy importante —su mano tiembla mientras le da el papel.

 

La hoja de la Madre cegará con su fuerza,

las dos seguidoras serán su ofrenda.

Obligadas y perseguidas por la reina,

ellas son la envidia por ser elegidas.

De entre todas ellas es la mejor,

pero el deseo de una es superior.

 

Las palabras están en un baile colorido frente a sus ojos y no logra descubrir a lo que se refieren. ¿Quién es la Madre? ¿Ofrenda?

No existe una reina como tal que sea recordada con ese nombre y nunca se ha dicho quién es la mejor madre del mundo. Sí, los mortales cada mayo agarran un cartel de supermercado y unas flores quemadas y con ello determinan a su progenitora como la mejor. Pero en el mundo de los dioses... hay muchas deidades que son madres porque los poderosos abusaron de ellas. En lluvias de oro, cisnes, persecuciones e incluso en versión de animales. 

¿A quién se refiere la profecía? 

Quizá a Gea. Ella no tenía esposo y se fabricó uno, mismo que la rechazó y dejó de amarla, pero al final del día, ella fue madre por elección. O así lo dicen los dioses ancestrales. ¿Nix? ¿O la señora que llevaba una camisa que decía: soy la súper mejor mamá del mundo?

Percy mira a Polipetes en busca de ayuda y el semidiós se encoge de hombros, sin tener idea alguna.

—Son profecías de las Moiras —explica—. Son más difíciles de descifrar que las de padre. Suelen ser más específicas, es decir, si dicen que alguien de cabello anaranjado y dos meñiques torcidos salvará al mundo, es porque sólo una persona puede hacerlo. Las de padre dejan la puerta abierta para que se pueda interpretar el protagonismo de muchas maneras posibles. Cinco personas, tres objetos, un zapato.

Percy aprieta los ojos y pide a los dioses un poco de ayuda.

—Creí que las Moiras ya no realizaban profecías —musita, abatido.

—Fue una ocasión especial —piensa Polipetes.

—Mmh, parece que alguien estuvo con Libia hoy —ríe Rena, tan encantada.

Polipetes parpadea tan rápido, como un colibrí.

—Oh, sí —examina a Percy, acomodando sus lentes para verlo de cerca—. Los anillos de Libia puede ser tan peligrosos como garras.

—Me limpié con ron —dice, pero Polipetes niega con la cabeza.

—Te lanzaste a un río contaminado, obviamente contraerás algo peor —chasquea la boca y se balancea como un danzarín experto hacia el gran mesón, buscando entre los frascos uno que tenga el contenido que necesita. 

Rena arranca la camisa de Percy de forma inesperada y el mortal se cubre los pezones, rojo de pena. Ella ríe encantada y busca una camisa nueva. Polipetes se acerca a Percy y limpia sus mejillas con un líquido amarillo, al color de orines concentrados. Arde como diez infiernos y Percy se aleja en el primer toque. Rena es la pared que lo sostiene por los hombros mientras el hijo de Apolo trabaja en sus mejillas lastimadas.

—Fue muy mala idea ir con Libia, cielo —ríe la ninfa, sus pechos rozando con las orejas de Percy, mismas que queman por su sonrojo.

—No sabía que aún tenía tanto odio por mí —se defiende.

Polipetes le mira sobre sus anteojos y lo regaña con la mirada.

—Una hija de Afrodita con el corazón roto... —el semidiós sufre un escalofrío—. No se lo deseo a nadie —asiente para sí mismo.

—Cimopolia no debió engañarla así —vuelve a defenderse, pero Rena sólo puede reírse.

—Eres tan ingenuo, cariño Ya veo por qué sigues soltero —señala.

Percy aplasta los labios y no dice más, sabiendo que sus anfitriones tienen razón.

—Listo —declara Polipetes, lanzando el frasco contra una pared. 

Los estruendos del exterior hacen al escritor suspirar y que Rena deje un beso en la mejilla de Percy.

—Que las Moiras estén de tu lado, héroe —dice ella antes de tomarlo de su mano y guiarle hacia la estatua de Hedoné.

—Mantén los ojos en todas partes, Percy —recomienda Polipetes, jugando con un látigo—. Me temo que tu cabeza tiene un valor en oro muy grande.

La estatua de Hedoné se mueve cuando el hijo de Apolo gira un tintero, revelando un espacio que puede volver a girar y llevarlo al exterior de la biblioteca.

Polipetes y Rena se llevan una mano al pecho, sobre su corazón.

—Nuestro sea, dios Percy —declaran y con ello el semidiós cierra el pasadizo. 

Percy logra ver por una ranura de la estatua a los soldados irrumpir a la biblioteca, llevando sus espadas al aire mientras preguntan por su persona. Rena disfruta la presencia de tantos soldados y el hijo de Apolo se hace el distraído.

—¿Quién? —lo escucha preguntar.

—¡El maldito mortal Percy!

Rena se lleva una mano al pecho, confundida.

—¿Mortal? —jadea, aterrada—. Pero Percy es un dios.

El que lidera a los soldados se acerca a Rena y la toma por las mejillas, sacudiéndola un poco.

—No te hagas la tonta conmigo, perra. ¿En dónde está?

Rena sonríe encantada.

—No lo sé —tararea, melosa. Sus manos recorren los brazos que la maltratan.

—No he escuchado ese nombre en mucho tiempo —Polipetes se cruza de brazos, como si buscara en su biblioteca mental—. ¿Hay un nuevo mortal con ese nombre?

—¡Estúpidos, se refieren a Perseo! —ríe Rena, tan alto que los hombres se enojan más. El líder la empuja y ella se golpea contra una mesa, pero no parece afectada.

—Lo siento, soldados. No sabemos a qué se refieren —dice Polipetes, con tanta indiferencia que los hombres deciden irse antes de caer ante la locura de los bibliotecarios. 

Polipetes mira hacia la estatua donde sabe que está Percy y gira de nuevo el tintero, despidiéndose.

Le duele dejarlos ahí, pero no puede rescatarlos. No aún. Aún mientras corre en la insípida selva de la isla, mientras empuja las hojas y brinca los cuerpos podridos, comienza a imaginarse las razones de los hijos bastardos para unirse a Kai. Un semidiós, alguien que se ha hecho de un nombre en ese mundo, que tiene las posibilidades y les ofrece ser reconocidos para escapar de la isla. Es la persona perfecta y Kai lo sabe, la isla es un buen lugar para inflar su ejército y ser más imponente frente a los que le desafían. Percy lo sabe, no tiene las posibilidades que posee Kai, no tiene el apoyo de Atlantis y en especial, aunque nunca lo admita a voz alta, Percy no tiene el favor de Poseidón y eso significa una gran desventaja.

Ork fue una ayuda valiosa, invaluable, pero para abrirle los ojos a Percy. 

Kai no juega en las ligas menores, no quiere una pelea por rebeldía, quiere ganar y Percy no está haciendo más que preocuparse por sus poderes y saber qué desayunará con Luke. Y no puede hacer eso, hay personas implicadas, hay reinos, islas, ciudades, dioses implicados. Todos hacen la vista gorda a lo que se está gestando porque creen que Kai no logrará nada. Pero subestiman el poder y la determinación de un hijo del mar.

Se divide entre enojo y admiración por el mestizo. Quien a pesar de la ayuda divina y de los amigos que ha logrado, continúa buscando las formas para ganarle. Kai luchará hasta que su sangre se drene, sus brazos se caigan y sus piernas ya no puedan cargarlo. No se detiene a llorar por su padre o madre, no se compadece de sus enemigos y tampoco de los poderes que no tiene.

Comienza a sentirse mal consigo mismo y quizá eso es lo que sus poderes pelean. Percy está holgazaneando y su magia de dios quiere hacérselo ver, por eso tanto dolor y tanto enfrentamiento. Su versión dios se dio cuenta, pero su mente mortal está tan reducida que se hizo ignorante.

Sin ser consciente, Percy corre más rápido, los mares se agitan y revela su posición a quien menos debería saberla. 

El golpe llega primero y el grito de sorpresa después. El brazo de agua lo embiste y Percy cae por la colina y ningún tronco o árbol está al medio para detenerlo. Sus brazos duelen y su pecho se contrae del dolor, aturdido por la caída instantánea. Se retuerce contra el fango y tose, temiendo haberse quebrado alguna costilla o algo más. Se obliga a levantarse cuando recuerda en dónde está y busca a Contracorriente para apoyarse. 

—Creí que morirías a los meses de ser transformado —la voz de Kai golpea contra sus instintos. 

Levanta la cabeza y descubre a Kai portando una armadura con el Kraken en rojo y su espada en la cintura. Los mismos ojos azules de Poseidón, aunque ahora puede creer que es el azul heredado por Sally. El mar vive en el semidiós y Percy nunca podrá negar su potencial como enemigo.

—Yo también —murmura Percy, levantándose hasta mostrar toda su altura. Su pecho duele, su espalda duele, el rostro le arde como un infierno, pero no piensa rendirse ahora.

No cuando casi sufre una separación entre sus poderes y su cuerpo mortal hace unos minutos por su descubrimiento.

—Dime, hermanito —Kai juega con su espada, haciéndola girar entre sus dedos—. ¿Estabas espiándome o quieres unirte a mí?

Si hace sumas y restas, Kai es mayor, así que el hermanito le queda como anillo al dedo. Incluso en eso le gana.

—Prefiero ser ofrenda para Caribdis antes de unirme a ti —dice y Kai asiente, respetando su elección.

—Piratas, siempre tan poéticos y leales —suspira y la espada en su mano se hace tan rápida que Percy tropieza cuando levanta la suya para defenderse.

Siente ganas de besar las manos de Quirón y crear un nuevo templo para Apolo. El dolor de cada entrenamiento era para acostumbrarlo a las peleas largas, cada empujón e incluso las burlas de Dioniso surten efecto una vez sus poderes logran salirse con la suya. 

Kai ha entrenado también, y en eso supera por mayoría a Percy. 

Aún así, los muy esforzados movimientos de Percy sacan la tarea. No importa si empujan a los cerdos o si golpean con carro con botellas de vino, ambos buscan ganar y salir vencedor contra el otro. 

Percy hace un movimiento contra el mestizo al girar a Contracorriente y tomar un puñado de sal de un carro que está al lado de ellos para lanzársela a la cara al mestizo. Eso le ayuda a propinarle un nuevo golpe que revienta su nariz. 

Está por escaparse cuando unas cuerdas lo atrapan y lo azotan contra unos barriles de ron. Percy puede ver el rostro colérico y vengativo de la hija de Hécate, misma que quería robar la antorcha para atacar a Nueva Roma y el Campamento Mestizo. Ella hace que las cuerdas se lancen contra Percy para ahorcarlo, pero tres flechas detienen las cuerdas con maestría.

—No en mi guardia, bruja —la voz de Atenea hace a Percy olvidarse que quieren matarlo y sonríe como niño al ver a su héroe en acción. 

Atenea luce un traje de cuero gris y botas altas, un cinturón con cuchillos de plata, una toga con capa y guantes de color negro. En su espalda lleva su caraj con flechas infinitas y el cabello sujetado en una coleta con dos trenzas figurando una corona alrededor.

Distraído y maravillado, se asusta cuando mira a Kai tan cerca. Contracorriente toma el control y golpea la espada de Kai, tan agresiva y fuerte que Percy se contagia con su emoción.

«Aléjate de mi dios, pedazo de lámina mal cortada» gruñe Contracorriente, furiosa.

Las flechas comienza a llover sobre los soldados que se acercan. Kai logra empujar a Percy contra una pileta y el mortal se niega a perder esta vez, mucho menos ser la burla de Atenea. Un brazo de agua golpea a Kai como un puño, estrellándolo contra un carro de vino. La hija de Hécate se lanza contra Percy y apunta un cuchillo contra su cuello, ambos forcejeando para saber quién cederá. 

La mano de Atenea agarra del cuello a la semidiosa y la lanza como si fuera una muñeca, con tal facilidad que es maravilloso. La diosa carga de nuevo su arco y apunta, las flechas creándose entre sus dedos mientras apuñalan a varios enemigos. Percy se encarga con el agua, apoyándose con los entrenamientos de Apolo para afinar sus habilidades. Ahoga a uno, a otros los golpea y los hace resbalar contra las piedras de las calles. Orgulloso de que a pesar del dolor y las escupidas, consigue defenderse y lograr una pelea que vivirá en su memoria. 

Kai lo embiste con su propio brazo de agua y Percy no logra sostenerse como le gustaría. Está por regresar el golpe cuando la mano de Atenea lo agarra con fuerza y lo arrastra por las calles de Hedoné, ambos huyendo del ejército de Kai.

—¡No! —dice Percy, pero su fuerza es muy inferior a la de la diosa—. ¡Se llevará a los bastardos!

—¡Eso no importa ahora! —ruge Atenea, empujando a los pobladores mientras el estruendo de los soldados los persigue. 

Empujan a los cerdos, Percy se disculpa con los caballos y Atenea patea a una cabra que se les cruza.

—¡Claro que importa! ¡Su ejército se hará más grande! —continúa, con la esperanza de detener a los bastardos.

—¡Y se hará más grande cuando te sacrifique, imbécil! —grita ella, tan furiosa que Percy se siente regañado.

Percy reconoce las calles, está cerca de donde dejó a Blackjack. A pesar del dolor de sus piernas mortales, las flechas y los obstáculos para escapar, Atenea logra llevarlo sano y salvo a donde Blackjack está comiendo su última manzana.

Al ver el grupo de soldados que los persigue y a una diosa enfurecida, Blackjack suelta el bocado de manzana y se queda paralizado.

—¡Arriba, Blackjack! ¡Arriba! —grita Percy en altanteano. 

Su pegaso arranca la cuerda y entre los charcos de suciedad y basura, abre sus alas y comienza a alzar vuelo mientras Percy se apoya en una roca para brincar a su lomo y agarrarse de la silla.

Cree que Atenea está detrás, pero la diosa ha desaparecido. Comienza a asustarse, pero el grito de ella le devuelve la calma, o una pequeña parte.

Atenea está con un pegaso tan blanco como la nieve misma. La criatura lanza un relincho en alerta por el grupo enorme de soldados que se aproximan. Blackjack relincha de enojo y terror, furioso por haber perdido su manzana.

«¡Hijos de perra, esa era mi última manzana!»

—¡Te conseguiré más! ¡Vámonos de aquí! —le pide a su pegaso mientras teme porque las flechas lastimen a la criatura.

Las alas ágiles de Blackjack salvan su pellejo y los saca de ahí, escapándose mientras suben entre la bruma de la isla para llegar al mar abierto y a los muchos muelles de Hedoné. Percy casi pierde los hilos cuando mira la cantidad exorbitante de barcos que pertenecen a la flota de Kai. Cientos de ellos y armados, las velas con el escudo del Kraken que ondea con orgullo. 

Experimenta miedo, el que tuvo que haber sentido antes de entrar a la isla Hedoné. Llegó a la boca del enemigo y su ignorancia lo ayudó a salir con vida y no paralizarse del miedo. Siendo dios, eso nunca lo habría asustado. Siendo mortal, sus nervios colapsan y sus manos tiemblan de terror.

Los barcos son una mancha en el océano, contaminando con sus banderas negras y la sangre que derraman, conquistando. 

Hedoné se escapa de las manos de Percy, tiñéndose de negro y rojo en símbolo a la visita de Kai. En su mapa, mismo que está trazando en su interior, una X se dibuja en la isla, acompañando a Atlantis. Aún no sabe qué otras islas ha visitado Kai, pero comienza a creer que es buena opción enviar cartas a quienes considera para saber de qué lado está su lealtad. Ork le dio una lista y Percy debe hacer uso de ella.

Sin mediar palabra, Percy le pide a Blackjack que siga al otro pegaso entre los cielos del atardecer. 

. . .

Luke llega a su departamento con nulas preocupaciones, tarareando la canción que sus compañeros de cuartel reproducían a todo volumen mientras entrenaban. Entra y el silencio lo recibe, tan inusual al resto de las semanas en las que ha compartido casa con Percy. Su hermano es inquieto, entrena en la azotea, a veces se une a Jason para practicar en los campos de Nueva Roma, vuela con Thalía sobre Arcus, corre junto a Luke por la ciudad, practica con sus poderes, hornea la receta que se le cruce y cuida de su pegaso. Más nunca se queda en silencio. No se detiene por miedo a sus pensamientos lo sobrepasen.

Respirar ya no es opción.

Luke habla con May en secreto para que Percy no piense en Sally. El semidiós tampoco ha intentado hablar con la nereida, ese suficiente con ver lo triste y afectado que está Percy por el secreto, así que Luke ni siquiera piensa en ella. 

Deja sus zapatos al lado de donde deberían estar los de Percy. No hay ruidos en la habitación y la nota sigue donde la vio esa mañana. La letra de Percy es un poco torcida, sin la elegancia como la que tiene su bella novia, o la perfección como la de Jason. 

 

Iré a Ocean City, Ork tiene cosas por decirme. Si pides pizza, yo quiero con piña

 

Luke deja la nota en la nevera junto con una pegatina de Hermes Express. Se quita la pereza y busca su pijama, esa noche prometieron con Percy un maratón de películas con sus amigos, la hermana romana de Nico y su novio Frank. Habrán personas y debe estar un poco presentable. Además, si Percy le hace un guiño guiño, se irá con Thalía y Jason y Luke podrá tener una noche en privacidad con Annabeth. 

Percy primero se lanzó a reír y luego le prometió que lo haría y no diría nada. Menos a Atenea.

Agarra una camisa algo decente, una pantaloneta que le robó a Percy que antes fue de Thalía y se aplica un poco de loción para ahuyentar el olor a chico y atraer la magia de Afrodita. Busca las películas que mirarán, no de miedo porque a Leo y Will no le gustan y tampoco cintas bibliográficas porque sólo Annie votó por ellas. Busca el número de la pizza y se recuerda de la lista que le dieron sus amigos.

Una margarita para Nico, hawaiana para Percy, de carne para Jason y Leo, vegetariana para Piper y de pepperoni para los demás. 

Alguien llama a la puerta y Luke deja el teléfono a un lado, preguntándose si Annabeth pidió las pizzas y como es súper lista, supo a qué hora llegaría Luke a casa y pudo realizar la orden. Al abrir la puerta, es como ver a los tres mosqueteros, personas de alto porte y que lucen tan peligrosas como armas. Ha visto muchas películas de héroes, esos que salen en los comics y ahora están en las pantallas grandes. No, no ha realizado un crimen internacional y siempre le da su lugar a los ancianos en el autobús. Sí, puede que no sea el mejor realizando el reciclaje (y que Percy casi lo ahorque por eso) pero no ha hecho más. 

Quizá sepan que vive con Percy y sean personal de la versión atlanteana de la CIA.

—No tengo mascotas para bañar —dice, como si viera a los niños que realizan proyectos escolares. Comienza a cerrar la puerta mientras sonríe—. La vecina del once tiene dos perros.

Y está por cerrar cuando la mano de la única mujer lo detiene y ella lo aplasta con sus ojos grises.

—Muévete, ladronzuelo —ordena y Luke siente sus rodillas temblar por la voz de la mujer.

Ella lleva un traje de cuero rojo, botas altas, capucha, un cinturón de cuchillos, guantes hasta los antebrazos de color negro y un caraj. 

—No puedo abrirle a extraños —farfulla, atemorizado por la mujer que lo mira como a una cucaracha.

—¿Significa que no puedes abrirle a tu padre? —dice uno de los hombres como una leve sonrisa regañona.

Luke hace una mueca y estrecha la mirada.

El otro hombre, uno rubio y que parece estrella de cine, chasquea la boca y de su mano se crea una gorra de Hermes Express. La coloca sobre el otro y a Luke se le hace reconocible.

—¡¿Papá?! —sonríe emocionado, sin creer que su padre inmortal está de visita.

La mujer lanza un graznido de enojo y empuja a Luke con tal facilidad que el semidiós se fascina. El hombre estrella de cine es el siguiente y Hermes se queda al final para abrazar a Luke, tan fuerte que la espada del chico truena. Hermes acomoda su cabello y la voz de la mujer rompe su burbuja familiar.

—¿En dónde está Percy? —exige ella.

Luke mira a la mujer y luego a Hermes, recordando la pelea que ambos tuvieron hace unos meses. Sin intenciones, comienza a dudar de la visita de su padre, regañándose a sí mismo por no haber sido cauteloso. ¿Y si en realidad ese no es Hermes? Su mano está por agarrar su espada, Backbitter, pero la mujer toca su mejilla con la punta fría de una flecha, advirtiéndole.

Luke no se muestra temeroso, en cambio, reta a la mujer con la mirada y eso no le gusta a ella en absoluto.

—Luke, Luke —dice Hermes, interponiéndose—. Soy yo —promete, llevándose una mano al pecho—. Ellos son Artemisa y Apolo-

—¡Apolo y Artemisa! —corrige el hombre rubio y guapo desde la encimera, donde está la nota de Percy—. Soy el mayor —recuerda.

La mujer gira los ojos y guarda su arco, caminando hacia su mellizo para arrebatarle la nota. La diosa frunce el ceño y mira a Luke, deseando extraer su cerebro para leer la información por sí sola.

—¿Quién es Ork? ¿Y por qué Percy le habla? ¿Por qué regresó a Ocean City? —pregunta ella, regresando hacia Luke.

Hermes lo deja detrás de su cuerpo y le pide calma a la diosa.

—Son asuntos de Percy. Yo respeto su privacidad —pelea contra la diosa y detrás de ella, el hombre rubio y guapo, Apolo, le hace gestos para que deje de hablar.

Artemisa aplasta al semidiós con sus ojos de acero y de no ser por Hermes, Luke ya estaría en Inframundo haciendo fila para entrar a los campos Elíseos.

—Escuchen —habla Apolo, tan ligero y brillante que todos le miran—, Percy regresará. Así hablaremos con él y-

—¿Para qué quieren hablar con Percy? —pregunta Luke, pero los dioses se niegan a responder al instante.

Hermes le sonríe y acomoda sus mechones.

—¿No tienes galletitas? Quizá tenga un poco de hambre —le dice, acariciando sus hombros.

Un poco después, mientras los dioses suspiran en los banquillos y Apolo juguetea con el salero, alguien llama a la puerta. Luke brinca como resorte con la infinita esperanza que se trate de Percy, pero no es así. Lo había olvidado. Sus amigos están con bolsas de chucherías y dulces, mantas y la emoción a límite, pero al ver la mueca gris de Luke, comienzan a preocuparse.

Annabeth mira hacia el interior, donde los tres dioses esperan con los nervios en punta.

—¿Quiénes son ellos? —le pregunta por lo bajo.

—Son Hermes, Apolo y Artemisa —les dice a todos.

La hermana de Nico, su novio, Leo y Piper se acercan más para escucharlo todo.

—No te creo —jadea Will, estirándose para ver.

—¿Y qué hacen aquí? —pregunta Thalía.

—Están buscando a Percy, pero no está. Se fue por la mañana y no ha regresado.

—¿Se fue solo? —pregunta Nico, preocupado.

—Sí —asiente Luke. Cuando despertó, Percy ya no estaba y tampoco las manzanas.

—Podemos escucharlos, ¿saben? —dice Apolo, apareciendo ahí junto a ellos como un espanto. Su sonrisa hace a Nico entrecerrar los ojos.

Frank, el fortachón y amable novio de Hazel, se lleva una mano al pecho del susto. Thalía golpea al dios por reflejo, también asustándose. Apolo le mira boquiabierto e indignado.

Nico cruza sin saludar a los dioses presentes y camina hacia el dormitorio de Percy, irrumpiendo para buscar entre sus cosas. Luke le dice a sus amigos que acomoden las cosas y todos eligen un lugar en la mesa, viéndose entre ellos mientras que ninguno se atreve a charlar un poco. El hijo de Hades regresa a ellos con una mueca y toma lugar junto a su hermana, tan inquieto que a nadie le gusta ver nervioso a un hijo de Hades.

Apolo vuelve a leer la nota y piensa, doblándola en una figurita. Su hermana le arrebata la nota y la deja junto a ella para que su mellizo no la rompa. 

Hermes les sonríe en general y carraspea.

—Y... ¿cómo va la escuela, niños? —les pregunta en general y los semidioses se quedan en blanco.

Luke se levanta de su lugar.

—Intentaré llamar a Percy —dice con una sonrisa incómoda y desaparece en su habitación.

. . .

Percy se baja de Blackjack, ambos en la playa de una isla desierta mientras Atenea luce desacostumbrada a montar un pegaso. Ella retuerce las manos y la criatura se enoja un poco.

—Debes regresar a Nueva York —le dice ella, casi como una orden.

—¿Por qué?

—El Olimpo está buscándote, Percy —dice ella, sin oportunidad a filtrar información.

—No he hecho nada ilegal por ahora —se defiende, pero Atenea niega con una sonrisa.

—No lo entiendes, niño —murmura, viendo hacia el mar—. Sé lo que te ofreció Zeus. No creas que fue por su propia elección, pero el Consejo Olímpico lo ha hablado unas pocas veces. Claro, en ausencia de Ares y Poseidón. 

Percy sabía que Atenea saldría como la razón de todo para detener las intenciones de su padre e infundir duda.

—No eres mi favorito —admite sin piedad—. Pero al menos sabes cómo usar una espada y no temes al enemigo. O no tanto —añade.

—Zeus vino a mí, yo no lo busqué y tampoco exigí nada —se defiende.

—¿Sabes el trono de quién quieres tomar? ¿Quién engendró a ese dios? —le pregunta ella.

Percy siente la ardilla de su cabeza girando a máxima velocidad, esforzándose para que descubra.

—Hera...

—Une los puntos, Percy —dice Atenea, moviendo su pegaso para que se quede cerca—. Ella luchará para matarte.

—Hera siempre unió fuerzas con Poseidón... ¿ella es la "Madre"? —su expresión aterrada consigue la compasión de Atenea.

—Puede que sea la reina de los dioses, pero no es la madre de la que habla la profecía —afirma la diosa.

Percy libera un suspiro. No es bueno es los acertijos y tampoco en descifrar profecías. Es dios de la guerra, porque al nacer, las Moiras dijeron: no, este no tiene madera para ser matemático. 

Existen muchas madres divinas, protagonistas de historias e himnos que se cantaban en las antiguas ciudades, pero ¿cómo saber a quién se refiere una profecía tan puntual?

—Busca el origen de la profecía, consigue ese trono —la voz de Atenea es una orden.

Jala las cuerdas del pegaso para volar, pero Percy la detiene.

—¡¿Por qué me salvaste?!

Atenea gira en el pegaso y alza una ceja, tan parecida a Annabeth que le hace querer reír.

—Te lo dije. No eres de mis favoritos, pero reconozco a alguien valioso cuando lo veo.

Atenea se marcha sobre su pegaso, desapareciendo entre las nubes. Percy se queda igual, un poco insatisfecho. Llama a Blackjack que está lavando sus patas en el mar, sacudiéndose con elegancia, como todo un niño bonito.

. . .

Cuando Percy llega a casa y se escabulle al baño, Luke impide que cierre la puerta. El rubio le mira por la ranura y parece muy nervioso.

—¿Qué ocurre? —pregunta por lo bajo.

—Hay tres mosqueteros olímpicos queriendo visitarte —sisea Luke con el mismo tono, dando miradas hacia otra parte.

Percy hace que su ardilla gire para hacerlo pensar y cuando se atreve a creer quiénes son, se apresura en el baño y se quita toda la mugre de Hedoné. Frota con fuerza entre sus brazos, su cabello y el champú quema en sus mejillas. El color sucio abandona la bañera y se siente tan triste al saber que dejó a Polipetes y a Rena en la isla, donde morirán y alguien lanzará sus cadáveres al mar, donde flotarán en los muelles de la isla hasta que sus huesos se hundan. 

No culpa a esos pobres chicos que nacen siendo tachados por la magia de Hera, atrapados hasta morir y sin oportunidad de ser mejores. Hedoné es el paraíso para algunos y la desgracia para otros. Pero Kai no los lleva a un lugar mejor, los lleva a morir por una razón que ellos no entienden. Esos pobres chicos ingenuos morirán y sus padres nunca podrán saberlo. Kai sólo está jugando con su inocencia que ha sido lastimada por tantos años.

Quizá a eso se refiera la profecía. Una madre que piensa tomarlos como suyos. ¿Pero qué madre?

Tres palabras.

Madre, bastardos y sacrificio.

Tres que dictarán un baño de sangre que Percy puede detener.

Se coloca una pijama y busca el suéter verde que dejó esa mañana ahí. Al no encontrarlo, sale del baño y entra a su dormitorio, dejando la bolsa con la ropa de Hedoné y colocándose su suéter mientras camina hacia la cocina, escurriendo de agua y con las mejillas ardiendo de rojo.

—¿Qué te pasó en la cara? —le pregunta Will cuando se lo cruza.

—La furia de las chicas, a veces duele —toca sus mejillas con suavidad y finge que todo está en orden. 

Que Blackjack no se está comiendo el huerto de Luke, que el olor a pizza no le provoca dolor en la panza y que no son sus tres mejores amigos dioses los que están ahí. No es que no los quiera ver, pero su presencia puede augurar que la mala suerte de Percy está jugando otra vez. 

—Hueles a orines y prostitutas —espeta Artemisa, cruzándose de brazos.

Sólo están ellos cuatro en la mesa. Los demás se fueron a la sala, fingiendo que no los escuchan. 

—Habían cosas peores, no me preocupa mucho —sonríe ligero—. Vaya, parece que los años nunca tienen efecto en ti —señala a la diosa—. Luces tan bella a como te recuerda mi diminuta memoria mortal.

Artemisa es una muralla, pero Percy sabe leer entre las rocas y descubre que ella está ofendida.

—¿Qué es lo que quieren? Por si no lo han visto, están interrumpiendo —señala hacia donde están los semidioses, quienes se esfuerzan por ignorarlos.

—Percy —dice Apolo, acercándose con una expresión turbulenta—. Alguien... o algo se llevó a Leto y a Maya.

Puede ser un estúpido, un desconsiderado e ingenuo, pero claro que conoce a las madres de sus mejores amigos. Aunque confunda un poco a Lete con Leto, pero ambas comienzan con Le. Siempre que visitó a la titánide se esforzaba por decir de forma correcta su nombre. Ahora, saber que ambas ya no están le hace preocuparse, sumando una línea más a todo lo que descubrió ese día. Cada una pesa en sus hombros, doblando sus piernas y haciéndole sentir tan deficiente.

Mira a Hermes, quien parece aterrado y a Artemisa, quien se muestra un poco indefensa.

—Perdón —se disculpa por su brusquedad—, no era mi intención ser tan grosero. No fue un gran día. Creo que para ninguno de nosotros.

Hermes, sin medir palabra, se levanta de su lugar y busca refugio en Percy, que es incluso más pequeño que los otros tres. El dios esconde su rostro en el hombro de Percy y llora un silencio, unas cuántas gotas. Pero eso, para un dios, es destruir toda esa armadura de inalcanzables y seres sin dolor o pena alguna. Los hace humanos, los hace reales y los hace más visibles.

—Por favor —pide Hermes, tan débil que Percy no puede decirle que no.

Artemisa, que es más orgullosa, mueve la cabeza y no dice nada. Apolo es quien le hace pucheros a Percy y el mortal no le queda más que asentir y alejar la cabeza de Hermes para que no le deje mocos. Apenas si limpia su ropa, no puede darse el lujo que fungir como pañuelo inmortal.

—Deja de llorar —sonríe Percy, compasivo.

Hermes asiente y se limpia con los pañuelos de ositos que a Luke le gusta comprar.

—¿Hace cuánto desaparecieron? —pregunta.

—Unas horas, no lo sé —murmura Apolo, abatido—. No me gustan las horas humanas.

Percy asiente y mira hacia el reloj que hay cerca de la mesa.

—Quizá tenga relación con la profecía de las Moiras —dice.

—Eso significa que las sacrificarán —Artemisa luce muy inquieta. 

—Puede ser —Percy juguetea con su meñique, evaluándolo—. Polipetes me dijo que las profecías de las Moiras son más específicas, que no se cumplirán hasta que las personas indicadas aparezcan.

—Alto, alto —ríe Apolo, incrédulo—. ¿Estabas en Hedoné?

—¿Fuiste a Hedoné? —jadea Hermes.

—¿Qué hacías en Hedoné?

Hermes junto a Apolo ríen encantados mientras que Artemisa hace una mueca.

—¡Percy! —halaga Hermes—. ¿Estabas haciendo cosas de niños grandes en Hedoné? —muestra una sonrisilla.

Percy no puede creer que les importe eso más que el tema anterior.

—Sí, estaba lamiendo la vagina de una prostituta y mezclando ron con orines —gira los ojos—. Claro que no, bola de estúpidos —se queja—. Fui a Hedoné porque Ork me dijo que encontraría información ahí.

—¿Y lo conseguiste de una sado o cómo? —pregunta Apolo, señalando sus mejillas.

—Habría sido mejor eso y no que Libia me golpeara por culpa de Cim —dice y Artemisa ríe como nunca.

—Si no fuera doncella, habría elegido a Libia como esposa —declara.

—Muy bien, busquemos al idiota que salvará a Lete y a Mirra —decide, pero Hermes lo sostiene para que no se mueva.

—Era broma, cariño. Es sólo que nos duele que hayas ido a Hedoné sin nosotros —dice, fingiendo tristeza.

Percy hace una mueca aún peor.

—Esa profecía puede ser la razón —aprueba Apolo—, pero ¿quién está detrás de todo esto? 

—Dioses, enemigos de Zeus, enemigos de Olimpo —enumera Percy—. Algo que busca sacrificarlas para ser... la mejor madre.

Obligadas y perseguidas por la reina.

¿Sabes el trono de quién quieres tomar? ¿Quién engendró a ese dios?

¿Y si Atenea no está equivocada? Puede que sea Hera en realidad, una distracción para Percy y la cubierta perfecta para matarlo y así nunca pueda tomar el trono de Ares. Hera es peligrosa, es astuta, pero no es una buena madre.

—Quizá busque extraer lo mejor de ambas para ser la Madre de la profecía —dice, uniendo los puntos que le dijo Atenea.

—¿Quién? —pregunta Hermes.

—Hera.

Los tres dioses lucen como si ya lo hubieran considerado, pero no se atrevían a decirlo. No hasta que Percy lo menciona.

Artemisa asiente pensativa y mira al mortal. Ella es un poco como Atenea, ambas se detienen a pensar primero, cosa que no es el fuerte de Hermes o Apolo. Ellos siempre esperaron a que Artemisa o Percy les dijeran qué hacer porque de lo contrario, crearían otra desgracia olímpica que sería remarcada por los historiadores. 

—Hera es una desquiciada con ansias de poder. Ha intentado regresar a Hebe como la copera de los dioses, pero al menos hay algo que Ganímedes puede hacer bien —murmura Artemisa.

—Podríamos colgarla de manos y hacer que confiese —propone Apolo, como hacer una parrillada un domingo de vacaciones.

Percy mira al dios del sol y su mueca es suficiente.

—Es más fácil decirle a Zeus que abandone su trono por boletos de un burdel —suspira el mortal en la mesa. Su aventura en Hedoné comienza a pesar en sus hombros, con ganas de dormirse un poco.

—Mamá no tiene enemigos —musita Hermes, preocupado—. Es una mujer que viaja en su vibra, aún cree que lo disco y los sesentas son la moda.

—Hera es su única enemiga y la principal sospechosa, claro que Maya no es inmune —Percy deja su cabeza entre sus manos, tratando de pensar.

—¿Qué hay de Sally? ¿Ella está en peligro? —pregunta Hermes sin darse cuenta de la mirada de Apolo, pidiéndole que cierre la boca.

Se escucha que alguien tose desde la sala, ahogándose.

—No he hablado con ella desde que supe que era la madre de Kai. Eso fue hace meses —dice Percy, como si ya lo hubiera superado.

Hermes y Artemisa miran a Apolo, que es dios de las verdades y este mira al techo, distraído. Hermes gira hacia Luke.

—¿Por qué no me contaste eso? 

—Son cosas personales de Percy —se defiende Luke.

—Sus cosas personales son nuestras cosas personales —pelea el dios y Artemisa se cruza de brazos, evaluando lo que se ha dicho.

—Tiene sentido. Desaparecía muchas veces de su casa —dice ella.

—¿Estabas siguiéndola? —regaña Apolo.

—Lo rutinario. Sólo quería saber cómo estaba Percy —se justifica, levantando las manos con inocencia.

Hermes y Apolo hacen una mueca mientras que Percy sólo quiere irse y abrazar a su almohada para llorar.

—¿Significa que la viste conseguir el veneno que le suministraba a Percy y hablar con Kai a escondidas? —resume Apolo, colérico.

—Nunca vi eso —espeta la diosa, arisca—. La miraba ir muchas veces al mar, pero creí que era algo sobre cosas de ninfas.

Apolo no le cree, así que intenta usar sus poderes sobre ella. 

—¡Deja de hacerlo! —Artemisa lo golpea tan duro que truena, lanzándolo de su silla.

Hermes se ríe de eso y mientras los mellizos pelean, Percy sigue pensando en la isla.

—Hera ya es mamá, no una súper mamá, pero no creo que le importe mucho serlo. Digo, no es que ame a Hefesto y nadie la escucha mencionar el nombre de Ilitía. 

Los mellizos se recomponen frente a la mesa y toman sus lugares.

—¡Podría ser Sally! —grita Hermes, siendo su mayor idea de esa noche—. Ella está buscando ser la súper mamá que no fue para Kai.

Artemisa no lo cree, pero Apolo no rechaza.

—Sally no tiene madera para asesina. La profecía dice que se sacrificarán dos madres con la espada de... ¿de quién podría ser la espada?

—No lo sé, tú eres el experto en espadas —Hermes se encoge de hombros, tan parecido a Luke.

Percy busca en su memoria inmortal sobre alguna deidad que tenga espadas. Nix usa las sombras y látigos de sangre, Hécate tiene antorchas y brujería, Hera no...

—¿Imaginan que sea Afrodita? —ríe Hermes y Apolo se le une, haciendo bullicio.

—¿Qué espada puede tener esa plástica? ¿Una con forma de pene? —ríe Apolo y Artemisa sonríe con eso.

Doris, Tetis y Anfitrite no usan espadas. Atenea es de escudos y lanzar librazos. Sólo quedaría...

—¡Dioses, no puedo más! —Annabeth se levanta de su lugar a pesar de los intentos de Luke por detenerla. 

La semidiosa camina hacia la mesa donde ellos están, trayendo a Nico arrastrado.

—¿No sería más fácil que buscaran en un maldito libro? —pelea, furiosa.

Apolo le mira boquiabierto, entrecerrando los ojos para saber quién es ella.

—Eres hija de Atenea, ¿verdad? —la señala.

—¿Desde cuándo los semidioses tienen permiso de hablar? —Artemisa alza una ceja, disgustada por la interrupción.

Annabeth mira entre ellos y comienza a formular una defensa cuando Percy levanta las manos para atraer la paz.

—Está bien, dos cerebros más no hacen daño a nadie —dice, pero Hermes saca un botecito de spray y rocía hacia donde está Annabeth.

—Siento que me contagio con su mortalidad —el dios sufre un escalofrío—. ¿No te gustaría sentarte a unas sillas? —le pregunta a la semidiosa.

—¿Juega entre mortales en Las Vegas y nosotros le damos asco? —dice Nico, entrecerrando los ojos.

—Es diferente, mini Hades. Ellos tienen dinero, ustedes sólo atraen mala suerte —explica.

Percy deja que ellos peleen mientras se encoge de piernas e intenta dormir como pingüino.

—Eso es ridículo —murmura el hijo de Hades, haciendo una mueca.

—No lo es tanto —defiende Apolo—. Los dioses podemos sufrir con las auras de los mestizos. Se pudo comprobar cuando Ares fue herido por Hércules esa vez que-

Annabeth deja caer un libro enorme sobre la mesa, en un estruendo brusco.

—¡Luke, ven y controla a tu noviecita! —exige Hermes, inquieto por la valentía de Annabeth.

—Ustedes son la razón de que las misiones de la antigüedad duraran tanto. Son demasiado lentos y dejan que las cosas se arreglen solas. ¡Esto no puede ser de dioses!

Apolo mira a Annabeth como si quisiera calcinarla.

—Tú qué sabes de los dioses, niñita —sisea, pero llega Luke para alejarla un poco.

—Está estresada —ríe Luke, forcejeando con su novia. No quiere que la calcinen.

—Los dioses tenemos las manos aún más atadas que los mestizos. Al ser deidades, nuestras acciones repercuten de mayor forma en el mundo mortal y las Moiras son más exigentes con nosotros por nuestras habilidades. El poder es una gran responsabilidad, algo que debe usarse con extremo cuidado si no queremos ser destruidos por el mismo Caos —la voz de Artemisa es recelosa, fría a pesar de la mirada enojada de Annabeth.

Los dos semidioses de la mesa miran a Percy y este asiente distraído. Está pensando en cierta persona que mencionaron hace unos minutos.

—Hermes —busca a su mejor amigo, quien lo mira atento—. ¿Puedo llamar a May? Necesito preguntarle algo —murmura.

El dios extrae su teléfono de última generación y se lo da a Percy. 

Percy se aleja y entra a su dormitorio, buscando el número de May para hablar con ella. Cruza los dedos para que la mujer responda. Se deja caer en el descanso de su ventana y comienza a bostezar, con ganas de enrollarse en sus mantas y dormir un poco. La pelea con Kai aún le duele, sus brazos y mejillas arden por diferentes razones, pero ambas derivan del dolor.

—¿Hola?

—Hola, May.

—¿Eres el hombre de la tienda de gangas?

Percy se abstiene a reír y cierra los ojos.

—Soy Percy.

—¡Percy! ¡Mi amor! —saluda ella, tan feliz que el dolor desaparece un poco—. ¡¿Cuánto tiempo?! ¿Ya te casaste? —pregunta ella, curiosa.

—Dioses, no —ríe, espantado—. Aún tengo dieciocho.

—¿Ah, sí? —le dice May, realmente confundida—. Yo siempre te vi de veintiuno.

Percy frunce el ceño y se endereza.

En su forma inmortal, Percy lucía como un joven entre sus veintes, nada fuera de lo común. Que May diga eso le asusta un poco. ¿Acaso ella podía verlo? ¿Ver sobre el castigo?

—Igual es una edad muy rápida para casarse —carraspea, siendo dulce para que ella no se imagine cosas.

—Tienes razón. Aún eres un niño adorable —elogia May, despistada.

Percy ríe y se obliga a preguntar lo que quiere.

—¿Sally está bien? —dice, casual.

—¿Sally? ¿La señora de las empanadas? —susurra May.

—No. Sally, la vecina del-

—¡Oh! ¡Sally! —ríe May—. No, no la he visto en semanas.

Percy borra todo rastro de sonrisa y comienza a inquietarse.

—¿No? —su voz sale doblegada, acumulando miedo.

—No, cariño. Desapareció porque mi guapo Cinco Kilos ya no la visita. Cinco Kilos te extraña, al igual que el duendecito pelirrojo del primer piso —tararea May, escuchándose que ella está preparando una taza enorme de chocolate.

Percy habla un poco más con ella y luego se despide, con ganas de golpearse contra la ventana. Fue muy mala idea rechazar las disculpas de Sally, pero cómo podía saber si eran reales o no. En ese momento, estaba muy triste por la traición y no tenía sus sentidos centralizados para enfocarse en las ventajas y desventajas. 

Experimenta una oleada de estrés y nervios, comenzando a pensar que las cosas están sobrepasando sus capacidades y que todo caerá sobre hombros ajenos. Mira hacia la ciudad mestiza, piensa en Atenea y lo que ella le dijo, invitándolo a jugar en las pistas mayores. Sobrepasar sus límites si de verdad quiere el trono de Ares. Y quizá esto sea una prueba de Zeus. Para saber si podría ser leal a Olimpo o no. Un golpe directo a sus mejores amigos, sabiendo que Percy los ayudará sin dudarlo. 

Sus amigos no deben saber sobre el ofrecimiento de Zeus, o ya le habrían dado las indirectas necesarias y estarían dando festejos como salvajes. En realidad, nadie lo sabe. Sólo Zeus, Atenea y Percy.

¿Pero qué hay de Kai y su guerra?

¿Zeus lo hará elegir entre Kai y Olimpo?

¿Entre el mar y el trono?

—¿Todo en orden? —la voz de Nico lo asusta, dejando que su corazón golpee su garganta por ahogar un grito.

Mira al semidiós y se desinfla, deslizándose hasta el suelo para cerrar los ojos y sufrir en silencio.

—No.

Nico se acerca y toma lugar a un lado de Percy, tan cerca que la oscuridad de la habitación ya no parece tan atemorizante.

—¿Qué ocurre? —pregunta por lo bajo.

—Cosas de mortal, creo —sonríe tan flojo que Nico se preocupa un poco más.

Percy deja caer su cabeza contra el descanso de la ventana y mira hacia el techo.

—Es horrible. Leto y Maya han desaparecido. May dice que lleva semanas sin ver a Sally y Kai tiene un nuevo ejército de hijos bastardos —resume lo mejor que puede—. ¿Cómo es que todo se fue a la mierda? —murmura.

—A veces pasa —dice Nico, tocando su rodilla con la de Percy—. No es algo que no puedas solucionar.

—Quizá luce más difícil porque es algo que no quiero solucionar —mira a Nico y el semidiós luce como si entendiera—. Debo hacerlo...

—Yo nunca quise luchar en la guerra de los titanes porque me parecía horrible —dice, su mano alcanzando la de Percy en un inocente toque—. Pero debía hacerlo, era ayudar o morir.

—Lo sé. Y por eso es más horrible.

—¿Un dios de la guerra que no quiere ir a la guerra? —ríe Nico, tan pequeño que Percy no puede enojarse y incomodarse con su puya.

—Corrige eso. Sigo siendo mortal.

—A paso de ser semidiós.

—Mis poderes están en desarrollo.

—Apolo dijo que estás muy cerca.

—Apolo puede mentir.

—Apolo es el dios de la verdad.

—Pero no lo excluye de mentir, es un dios.

—¿Un dios que no representa su título? Sí, conozco a uno de ellos.

—¿De verdad? ¿Podrías presentármelo?

Nico sonríe y gira los ojos.

Percy ya no siente tanto dolor, así que se lanza hacia Nico y lo abraza con fuerza, apretujándolo por todo lo que lo extrañó en esos días. Nico estuvo en Inframundo y esperaba compartir pizza en la misma manta con el semidiós y ponerse al corriente de las cosas. No fue así, los dioses tenían otros planes. Siempre tienen muchos planes.

Nico lo abraza de vuelta y eso es un logro para el mortal, quien sonríe más grande.

—¿Qué tal el Inframundo? ¿Cómo está Bianca? —pregunta sin dejar de abrazar a Nico.

—Todo está muy bien —susurra Nico, apoyándose contra Percy mientras, de forma muy discreta, hunde su nariz en su ropa y se embriaga con su olor.

—Eso es bueno —bosteza Percy—. Admito que Hades es un anciano muy listo. No tiene muchos hijos mortales para evitar más guerras.

Nico ríe por lo bajo y mueve la cabeza para ver a Percy.

—No tiene muchos hijos para no repartir su fortuna con ellos —explica y Percy no puede culparlo.

—¿Sabes lo que me dijo May? Me preguntó si me había casado —le cuenta, lleno de miedo—. Eso es lo más ofensivo que alguien me ha dicho.

Nico gira los ojos, pero su sonrisa es permanente.

—De alguien que esquiva responsabilidades, lo creo —dice y Percy lo mira, incrédulo.

—No he dejado mi responsabilidad de cuidarte —hace ver y el semidiós hace una mueca.

—¿De qué forma me cuidas?

—Así —y comienza a besar la cabeza de Nico y luego baja a sus mejillas. 

Nico ríe aterrado y trata de alejarse, temiendo que su corazón estalle por lo rápido que corre.

—¿Qué crees que haces? —regaña mientras ríe, alejando un poco a Percy—. Te arrancaré tus labios de sirena mágica —advierte.

—Soy un tritón y nosotros no hechizamos a nuestras presas —se defiende, pero Nico entrecierra los ojos.

—Lejos —ordena y Percy acata con obediencia.

—Creí que me amabas —finge llorar.

—Dioses. Si tienes ganas de besar a alguien, hazlo con Hermes —sisea, arisco por los nervios.

Percy hace una mueca al pensar en el dios de los ladrones.

—Cierto, debo regresar —suspira y se levanta de un brinco.

Ofrece su mano para ayudar a Nico y este la toma sin dudarlo. 

—¡Eso no es verdad! ¡Hermes puede ser un clasista, ladrón, y mentiroso, pero de lo que menos podemos tildarlo es de esclavizador! —defiende Apolo a Hermes, quien se cambió de lugar en la mesa. 

En una parte están los tres dioses, y en la otra el grupo bien nutrido de mestizos que pelean contra ellos.

Hermes está detrás de Artemisa, recuperándose de lo que sea que lo haya etiquetado Annabeth.

—¿Ah, sí? ¿Por qué no le preguntamos a Percy? —dice la rubia, viendo a Percy con la clara advertencia que lo apuñalará si miente.

Percy, al medio de la mesa, liderando en la cabecilla, mira entre ambos grupos y luego a Nico. 

—Reservo mi derecho a no responder y los dejaré con la duda —sonríe diplomático y toma lugar en la silla. 

Se hace a un lado y media nalga para Nico, media nalga para Percy.

Annabeth se cruza de brazos y Luke le hace un masajito en los hombros para relajarla.

—Por eso te amo —Hermes le lanza un beso a Percy.

—Eso es apoyar a un acusado de delito —dice una chica de piel morena y rizos esponjosos, ojos dorados como el oro y hoyuelos adorables.

—Es mantener la calma frente las altas probabilidades de muerte —mejora Percy y Thalía gira los ojos.

—Se llama esquivar y traicionar a tu verdadero grupo de amigos —dice ella y sonríe ante la expresión ofendida de Hermes.

—¿Quién te crees que eres? Yo he criado a ese imbécil por milenios, tú lo conoces de hace unos pocos años —pelea y al ver que la mesa se rehúsa a la paz, Percy se levanta y busca un pedazo de pizza de entre las sobras.

Agarra una de pepperoni y una de piña. Le ofrece a Nico en la boca y el semidiós le sonríe para darle las gracias, complacido de volver a disfrutarse de una rica rebanada de pizza.

—No es justo, yo también quiero —Luke arrastra una silla y se sienta junto a Percy, abriendo la boca para recibir pizza.

Percy le da un bocado de pizza con piña y Nico arruga la nariz.

—¿Cómo puedes comer esa abominación? —masculla.

—¡Es rica! —dice Luke, aún comiendo.

Percy sonríe victorioso hacia Nico y el hijo de Hades no puede creerlo.

—¡¿Verdad, Percy?! —exige Apolo y el mortal asiente.

Leo y Piper obtienen expresiones ofendidas.

Y siguen peleando. Cuando el orden se niega en aparecer y Percy necesita saber lo que harán, Nico llega al rescate luego de comer su pizza.

—¡Suficiente! 

La mesa se hunde al silencio y los que estaba de pie, caen a sus sillas con obediencia. Apolo se toca el pecho, incrédulo y Artemisa alza una ceja, viendo a Nico con cautela.

—¿Disculpa? —dice la diosa.

—Las peleas pueden ser luego. Hay cosas importantes por hablar —le dice Nico.

—Soy la única que puede gritarle a estos tres idiotas —dice ella, tan densa que Percy no puede evitar levantar escudos para proteger a Nico.

—Eso no importa, Nico puede gritarme —ríe para aligerar las cosas, pero la reacción de Artemisa es aún peor.

Por su lado, Annabeth sonríe hacia Grover y el sátiro aprieta su sonrisa. 

—Me refiero a que da igual si me grita —Percy intenta arreglar, pero no sirve mucho—. No importa —carraspea.

Tampoco se da cuenta de la diminuta sonrisa victoriosa de Nico.

—Annabeth —le dice a la hija de Atenea y la semidiosa lo mira, con una sonrisa un poco extraña—. ¿Hay algo relevante en tu libro? —pregunta.

—Existen tres-

—¡Error! —la interrumpe Apolo—. Son cuatro diosas posibles.

Annabeth lo mira, con ojos de bala que apuntan a su cabeza.

—La cuarta es imposible. Deméter tiene una hoz, la profecía dice exactamente una hoja. Las espadas son las únicas a las que se les denomina hoja la parte afilada de su cuerpo.

—Las profecías pueden ser variables. Debes tener imaginación para entenderlas, ¡creatividad! Además, las hoces también tienen hojas.

—¿En qué libro dice eso?

—En Google.

—Hermes es el dueño de Google —señala Percy.

Annabeth no lo dice, pero sonríe en victoria hacia Apolo.

—¡Es lo mismo, niña inculta!

Artemisa agarra el brazo de Apolo y lo regresa a su silla. 

—No se le grita a las damas —recuerda y Apolo gira los ojos.

Nico mira a un lado de Percy y la profecía de las Moiras está en una hoja de papel, escrita prolijamente por Jason. 

—Parece que alguien copió el mensaje de una carta de supermercado.

—No digas eso —ríe Percy—. Las Moiras dieron la profecía.

—Eso no es verdad.

Percy mira a su mejor amigo mortal con duda, dispuesto, pero sin ganas de recibir más información para su débil cerebro.

—¿Sabes algo que no me has dicho? —entrecierra los ojos y su cabeza choca contra la de Nico.

El hijo de Hades sonríe y su nariz golpea la de Percy, retándolo.

—Puede ser.

El resto de la mesa sigue peleando sobre cómo se deberían evaluarse las profecías e incluso Hermes ha salido en apoyo al dios de las profecías porque este parece ir perdiendo contra los semidioses.

—¿Qué debo hacer para obtener tus conocimientos? —pregunta Percy, tan flojo por las ganas de dormirse que Nico le tiene compasión.

—Lo decidiré luego —promete.

Percy sonríe y cierra los ojos, tan moribundo del sueño que comienza a caer.

—¿Sí? Eso me huele a trampa —murmura.

—Trampa o no, has accedido.

Un ojo verde mar deslumbra a Nico y en su débil brillo puede leerse la comodidad.

—¿Qué es lo que sabes?

—Las Moiras no descubrieron la profecía. Ellas viven en el castillo de mi padre y cuando dan una profecía, padre dice que desaparecen por mucho tiempo en su cueva sagrada.

—¿La que proviene del Caos?

—Sí, esa.

—¿Tan grande es el castillo de Hades? —pregunta a cambio.

Nico sonríe dulce.

—Es como un hotel. Dejé Lotus para usar el traje del Castillo —gira los ojos.

—¿De verdad? —ríe Percy.

—Bueno, soy el asistente de Bianca y ella es la secretaria del Castillo, así que...

La sonrisa de Percy se hace más dulce, encantado por saber de la vida de Nico.

—Trabajaré con Hermes en el departamento de Inframundo para visitarte —secretea y Nico sufre una reacción desconocida por el ser humano.

Sus mejillas enrojecen con fuerza y Percy puede sentir sus niveles de humedad subir al instante, apareciendo como sudor en sus manos. Sus ojos se hacen brillantes y la sangre corre al igual que gruesos ríos hasta golpear su corazón y acelerarlo. 

Nico se da cuenta que Percy lo observa con atención y eso lo hace alejarse y buscar refugio en el alboroto de la mesa.

—¡No! ¡Annabeth! —grita Thalía, pero la hija de Atenea lanza un libro hacia Apolo.

—¡Deberías ser el dios de la ignoracia!

—¡Polo! —grita Hermes, preocupadísimo.

Artemisa ríe por el golpe y comprueba que su mellizo no le vaya a quedar cicatriz, o la hija de Atenea puede considerarse muerta. A Apolo no le gustan las cicatrices.

—¿Perdiste la cabeza? —Piper toca la frente de Annabeth y la refugia entre sus brazos.

Annabeth respira fuerte, furiosa como toro.

—¡Esto te costará muy caro, criatura salvaje! ¡Mi dermatóloga te enviará la cuenta! —amenaza el dios del sol. Apolo se pone de pie y su rostro luce sin marca alguna.

—¡Semidioses osados! ¡Artemisa! —exige Hermes a la diosa, quien comienza a buscar su arco para disparar.

—¡No, eso no es necesario! —dice Luke, preocupado por su novia y enojado por la amenaza.

¡Suficiente! —grita Percy en atlanteano, golpeando la mesa.

Si la voz de Nico fue perfecta para calmar las furias, ahora es más silencioso que un estanque en invierno. El grandote y musculoso novio de Hazel, Frank, parece querer hacerse pequeño.

El relincho de Blackjack suena atemorizado a lo lejos.

Los tres dioses presentes miran hacia la mesa y se esfuerza por no lucir afectados, pero su silencio deja mucho para pedir.

Percy suspira y cierra los ojos, sintiéndose mal.

—Lo siento —dice, mostrándose triste de haberles dado una orden—. Me estresaron sus gritos.

Luke le mira a Percy, pidiendo ayuda para salvar a su novia.

—Descuida, nadie flechará a Annabeth. No mientras no siga lanzando libros a la cara de los dioses —condiciona y la hija de Atenea aplasta sus labios.

Percy mira a su amigo profético y sólo pide calma.

Apolo hace una mueca.

—Hay dos madres importantes para la mitología corriendo el riesgo de ser asesinadas, no es tiempo de pelear por derechos y productos cosméticos —hace ver—. Nico tiene razón, la profecía no luce como una profecía dicha por las Moiras. Por eso ninguno de ustedes logra interpretarla.

—Pero si no es una profecía, ¿por qué ellas lo declararon como tal? —pregunta Artemisa, agarrando el libro y leyendo el perfil de una diosa.

—Quizá porque lo que está dicho formará parte del futuro. Es una pista... —Percy frunce el ceño y agarra la hoja donde está escrita la profecía.

Hazel, la hermana de Nico, toma otro libro que Annabeth trajo con las sombras del hijo de Hades.

—Si son pistas del futuro, entonces, lo que hagan no cambiará nada —dice Grover, masticando el cartón de la pizza.

Los tres dioses miran al sátiro como si quisieran disecarlo y usar su piel de bufanda.

—Hará un cambio si Percy es quien llega al rescate —dice Apolo, apoyándose en la mesa y casi lanzando rayos por los ojos.

—Percy es mortal —señala Jason, confundido.

—¡Pero no tan mortal! —brinca Hermes, al borde de llanto histérico.

—¿Quieren que me sacrifique? ¿Me ven cara de semidiós? —pregunta, ganándose la mirada ofendida de un lado de la mesa.

—Nosotros vamos a ayudarte, como hicimos con Perseo —señala Artemisa, tratando de equilibrar.

Ahora es Percy quien se ofende. 

Apolo le da una patadita a su melliza por debajo de la mesa, recordándole. La diosa carraspea y finge ver el material del que está hecho un libro.

—Intentaré fingir que no escuché eso —murmura Percy.

—Miren —señala Piper McLean—. Este libro habla sobre una tal Madre.

Percy alcanza el libro y las hojas casi se deshacen en sus manos.

«Conocida como la Madre de las siembras, la nueva representación de la tierra y la fertilidad. Con su espada enfrenta a los enemigos y con su hoz trabaja en los granos. Para saber más de esta diosa, consulte la guía inmortal de Polipetes.»

—Es a la única diosa que se considera madre por los humanos —dice Frank por primera vez.

El conocimiento golpea a Percy como un camión, azotándolo.

—¡Ella es la madre! Fue y buscó a Perséfone cuando ese saco de huesos y penas la secuestró. Incluso se comió el hombro de un tipo por estar distraída pensando en Perséfone y por ella se creó el invierno y el otoño. Ella es la única madre divina que no ha tenido rivales y no fue perseguida por Hera. Además tiene una espada que usa para enfrentar a sus enemigos —Percy agarra un libro y señala hacia donde está la hoja de Deméter.

Apolo mira a su hermana.

—Hay que volverlo inmortal, se está poniendo muy inteligente —murmura.

—Tiene sentido —admite Annabeth—. Ella luchó contra Zeus amenazando en la Tierra si no le devolvían a su hija. Además, Leto y Maya siempre la han venerado en sus templos.

—¿Cómo sabes eso de mi mamá? —jadea Hermes.

Annabeth saca otro libro.

Diario de una ninfa, madre de un dios.

Hermes luce como si estuvieran exponiendo toda su vida privada. Agarra el libro y comienza a leerlo.

—Buscaré a Deméter por la mañana, pero esto está incompleto. Necesito que alguno de ustedes viaje a la biblioteca de Polipetes y busque algún libro que hable sobre madres. 

Artemisa y Hermes miran a Apolo.

El dios del sol hace una mueca.

—¿Y por qué yo?

—No me gusta esa isla, es un foco de ITS y Hermes no saldría de ahí por al menos un mes —explica la diosa y Apolo estira los labios.

—Yo puedo ir —se ofrece Annabeth.

—No —la corta Percy—. Hedoné es una isla muy diferente. No puedes caminar por ahí sola a menos que seas una deidad o tengas un escuadrón de cien hombres.

—Luke puede venir conmigo —señala y su novio asiente.

—Los tomarán a los dos para que se conviertan en las mascotas de algún marinero rico —suspira Artemisa, también cortando sus alas—. La isla está desatada ahora que Percy es mortal, no hay nadie que mantenga a los piratas en control.

—Oh, es de ese tipo —murmura Piper.

—Ni siquiera a Afrodita le gusta ese lugar —añade Hermes—. Por eso a Percy le duele sentarse —señala. 

Apolo intenta no reírse, pero fracasa. Percy toma un pedazo de pizza y lo azota contra la mejilla de Hermes.

—¡Me duele por los sentones que me dio tu hermana!

Hermes mira a Artemisa sorprendido y ella rompe en furia. Agarra a Hermes y lo golpea contra la mesa, a Apolo le da un puñetazo que lo lanza al suelo y Percy quiere escapar, pero Artemisa lo alcanza en la puerta de su habitación y de la patada que le da, quiebra la puerta. 

—¡¿Qué te pasa? Casi matas a quien salvará a mamá! —se queja Apolo, pero Artemisa lo vuelve a golpear.

—No está para aguantar tus golpes, ¿olvidas que es mortal? —Hermes corre a la habitación de Percy, donde Luke y Nico lo están ayudando a levantarse.

—Eso pasa cuando juegan con mi pureza —dice la diosa, despreocupada.

Apolo se levanta con dos moretones y la nariz escurriendo.

—Límpiate, llorón —le sonríe Annabeth, lanzándole un pañuelo.

—Dioses, Misa —jadea Percy, adolorido—. Me refería a otra hermana.

—¿Cuál...? —pero la diosa se detiene, pensando en la gigantes lista de descendencia de su padre divino.

—Sí —defiende Apolo—. Fue Hermes el que lo sugirió.

El dios de los ladrones golpea a Apolo.

—¡Eso no es verdad!

—Regresemos a Hedoné —masculla Percy. Los golpes de Artemisa no son la mejor forma de terminar el día—. Apolo irá y-

—Que venga la sabionda de Atenea y el ratoncillo de Hermes conmigo —ofrece Apolo—. Intentaré protegerlos.

Percy mira a Artemisa y ella gira los ojos.

—Protegeré a la chica, no al niño —advierte.

—Yo te cuido, mi amor —promete Hermes a su hijo, dejándole un beso en la frente.

—Nico y yo podemos ir contigo —ofrece Thalía a Percy.

—¿Qué hay de nosotros? Somos parte del equipo Percy —dice Leo.

—¿Quién los nombró miembros activos del equipo? —Hermes hace una mueca.

—Nos autonombramos. Es la moda —Leo guiña un ojo al dios y este no sabe cómo reaccionar.

—¿Eso es verdad, Percy? —se queja Apolo.

—De hecho, hay algo que no les he dicho —murmura Percy.

Comienza a contarles sobre el nuevo ejército de Kai y sobre sus intenciones con Hedoné.

—Si Luke y Annabeth viajan a Hedoné, sería enviarlos a la boca del enemigo. Kai dejará parte de su flota para mantener el control sobre la isla. 

—Pero los dioses estamos prohibidos en la biblioteca de Polipetes —recuerda Apolo.

—Estaremos bien, Percy —dice Luke, relajado—. Es algo que podemos lograr.

—Hay más ciudades piratas en el país, sería bueno conocer sus lealtades para evitar que el ejército de Kai se expanda. Atlantis ya es un golpe fuerte, ahora tiene a Hedoné y quizá más ciudades —su expresión se hace cada vez más preocupada, temiendo lo que pueda ocurrir—. Sé que no tiene relación con el secuestro de Leto y Maya, pero no puedo hacer ambas cosas.

—Búscalas a ellas, nosotros veremos por la lealtad de los piratas.

—¡Sí! —se emociona Will, que ha estado durante toda la noche, pero lejos del peligro—. Podemos ser los mensajeros del rey.

—No, no hay ningún rey y no quiero arriesgarlos. A unos de ustedes apenas los conozco —dice, viendo a Hazel y Frank. 

—Es no es necesario —sonríe la semidiosa—. Suficiente con las historias que me cuenta mi hermano.

—Sería un placer ayudarte, nuestras vacaciones de Nueva Roma comenzaron —dice el tipo musculoso, sonriendo como un malvavisco.

—Está hecho —Artemisa se pone de pie, sonriendo gentil—. Nosotros iremos a Hedoné con Lady Annabeth y su perro fiel. 

Luke deja de sonreír, viendo a su padre.

Hermes no puede defenderlo contra Artemisa.

—Serán parejas —divide Percy—, pero una quedará de tres. Ese trío irá a una de las ciudades más peligrosas, buscaré un mapa para asignarlos —dice—. Llamaré a Rodo para que los proteja con la magia de Cimopolia. Ella es mi lugarteniente en las flotas piratas. Les daré una guía para identificar las banderas de las flotas que existen en la Hermandad Pirata. Habrán nuevas flotas que se hayan creado en estos meses, pueden ser fáciles de tratar o existe la posibilidad que sean flotas de Kai. No beban nada de lo que les ofrezcan, no duerman en los barcos y tampoco se dejen encantar por las ninfas de los burdeles. Ellas forman tratos con los piratas para matar a muchos. Llevarán un mensaje escrito por mí y viajarán en pegasos. Les entregaré un broche con mi escudo y eso mantendrá lejos a los enemigos comunes y acercará a los hombres que pertenezcan a mi flota. Para identificarlos deben preguntarles quién es el eterno enamorado de Sally. 

—¿Cuál es la respuesta? —dice Grover.

—Es Tritón —sonríe al recordar los suspiros de su mayor cuando miraba a la ninfa.

Hermes también se ríe.

—Sólo lo saben ustedes, mi tripulación y ellos tres —Percy señala a los dioses—. Duerman con un cuchillo en la mano, a los piratas les gusta emboscar.

—Cuando tengamos la información, ¿regresamos a Nueva Roma? —pregunta Jason.

—Es lo mejor —murmura Annabeth.

—Annabeth tiene razón —dice Percy, levantándose de su lugar—. No permanezcan en las ciudades piratas por mucho. Son terranos y los piratas odian a los terranos.

Los semidioses están dispuestos en ayudar, pero Apolo les corta los ánimos.

—¿Acaso ustedes no tienen que cumplir con sus Legiones de Nueva Roma? —pregunta, entrecerrando los ojos.

—Debemos, pero si demostramos que servíamos en una misión, con el apoyo del dios solicitante, entonces Minerva y la legión romana nos tomarán el tiempo como válido —dice Nico, tan diplomático que es un reflejo de Hades en una de sus miles de reuniones ejecutivas—. Leto y Maya necesitan a Percy, pero Percy necesita visitar las ciudades piratas, así que nosotros acudiremos a su ayuda por culpa que ustedes no pueden salvar a sus propias madres. 

Los tres dioses son hojas de papel, blancos y sin forma de responder.

—Me caías mejor cuando servías piñas coladas —susurra Hermes, atacado.

Nico sonríe inalcanzable y tan formal, que Apolo siente que está frente a Hades.

—Niño listo —gruñe Artemisa.

—¡Está decido! —festeja Hermes—. Vayan a dormir, niños. Los esperan días muy largos —pucherea triste.

Luke se despide de su padre inmortal y comienza a organizar las camas que tiene en su mega súper duper departamento de medio solteros en colaboración con Percy.

La parte media soltera es Percy. 

El hijo del mar sonríe en su interior al saber que dormirá un poco, pero cuando sus amigos divinos descubren que estar por irse, lo detienen.

—Dijimos niños, no dioses infiltrados —lo abraza Hermes por los hombros.

—Pero necesito dormir —sufre, casi llorando.

—Apolo te ayudará —Hermes le quita importancia.

—Ven, Percy —invita Artemisa, sujetando botellas de ron que Hermes debió robar del algún barco pirata.

Luce tentador. Salir a divertirse con sus mejores amigos dioses y aligerarse un poco. Mira hacia las habitaciones, donde escucha las risas de los mestizos y los chistes malos de Jason. 

—Iré por otro suéter —dice y Hermes asiente satisfecho.

Llega a su habitación, donde están todos los chicos acomodándose entre sus almohadas. Se giran a verlo y Percy levanta las manos en son de paz. En silencio, agarra su suéter y obtiene una expresión cautelosa.

—Nada de limpiarse con mi ropa. En ese ropero hay pañuelos —apunta y Luke sonríe encantado.

Nico muestra una sonrisa corta y gira los ojos.

—¿A dónde vas? —pregunta Jason, curioso.

—A prostituirme con las ninfas —dice rápido por los gritos de Hermes.

—¡Vámonos, Percy! ¡Apolo tiene un baile esta noche!

—No se duerman tarde —sopla un beso y cierra la puerta.

Artemisa ya está bebiendo directo de una botella.

—Yaco ya está rompiendo el bar —dice Apolo, apresurado. Enciende su auto con la llave electrónica y chasquea los dedos para llevarlos al interior del vehículo.

El auto deportivo de Apolo es en color dorado como el oro, rechinando las llantas cuando acelera. Percy golpea el asiento de Hermes, pero no deja caer su botella de ron. Un buen pirata no hace eso. 

. . .

El bar de Yaco es la acumulación de muchas eras. Desde las extravagancias en malabares de los romanos, hasta el salvajismo de los noventas para las fiestas. Hay ninfas bailando en trajes con plumas, animales exóticos con collares y coronas de flores, un mesón infinito de tragos en mezclas desordenadas. Ahí huele a alcohol. También hay excesos, ambrosía quemada, néctar rancio en el suelo, ropa interior enredándose entre los pies de quienes bailan. Un lugar digno de un hijo de Dioniso, dios de las fiestas, los excesos y la música. 

Sátiros repartiendo bocaditos mientras bailan al ritmo de la música, dioses de diferentes mundos acudiendo a ese mismo lugar. Donde ahí todos son iguales, donde vomitar no es malo y donde tener sexo entre los matorrales que rodean el templo es muy común. De hecho, una estatua de Afrodita resguarda los condones mágicos. El único lugar donde funcionan y si los llevan fuera, se convertirán en condones normales. 

Ahí, a nadie le importa que Percy sea mortal, no cuando lo miran junto a sus amigos inmortales. Si Zeus les dio el permiso de llevarlo, entonces ya pueden acercarse para hablar y compartir tragos. Muchos rostros conocidos, abrazos fuertes y felicitaciones por lo que sea que haya hecho. Da igual.

Apolo corre para preparar su número y mientras que Hermes lo anima a beber de su botella, Artemisa pide un trago al sátiro del mesón. Ahí también está Atenea junto a varias ninfas, su rostro en un colorido patrón de círculos brillantes. Las musas saludan a Percy, luego algunas ménades que están casi desnudas, sacudiendo sus pechos mientras ríen con locura. Hermes se queda con ellas y como siempre, Artemisa y Percy se quedan juntos mientras cuidan a su amigo y hermano de que alguna diosa no los decapite. No es la primera vez que lo intentan.

Apolo sale al escenario y dice que le dedicará el baile a Percy. El hijo del mar festeja con botella en mano y aplaude junto al resto del público, ignorando las miradas de algunos.

Las luces favorecen al dios del sol y hace el escenario suyo, encandilando a todos los que quieren alcanzar su mano brillante. Percy disfruta y el ron comienza a dar efecto en su sistema, bajando por su cuerpo y dejándose en un estado de flojera que traduce a risas tontas y bailes irregulares. El alcohol lo aturde lo suficiente como para que no le importe quién baila a su lado y reciba muchos besos en la mejilla, todos dejando un rastro de olor por las lociones mágicas. 

Artemisa no ahuyenta a nadie, sabiendo que en ese lugar es imposible mantener su dominio de castidad. Ríe cuando Percy arruga la nariz por los besos y luego comparten un trago de ron. Luego del acto de Apolo, Artemisa deja su botella vacía en el mesón y jadea por la sensación de su garganta.

—¿Aún sabes bailar? —pregunta a Percy.

Percy sonríe flojo y le ofrece su mano.

Caminan hacia la pista y tontean contra los demás cuerpos sudados. Artemisa no es la mejor bailarina del mundo, ninguno tiene el don de Terpsícore, pero es divertido mantener su danza irregular, sólo mover las piernas y divertirse. Artemisa lo gira con su mano y Percy se deja guiar por ella. Disfrutan entre ellos hasta que unas manos arrastran a Percy y lo unen a una fila de bailarines. Sólo levantar las piernas, dar media vuelta con la música y gozar el eterno atardecer que hay en ese valle mágico. Ahí, los cielos son rosas como el auto de Afrodita, el sol es media naranja brillante, el mar un eterno azul como los zafiros y los árboles sombras que los alejan del mundo.

Luego, Percy termina bailando con un fauno y este lo pasa a una ninfa. Ella lo gira por las caderas y lo devuelve al fauno, uno al que Apolo le arrebata su pareja de baile. Hermes, con la camisa un poco rota, se une a ellos y arrastran a Artemisa a su baile de cuatro, combinando con las ninfas bailarinas del lugar. El ron vuelve a llegar y luego una competencia de tragos. Hay gritos, confeti y tanto ruido que Percy se desconoce. Su razón lo abandona y sólo queda su versión de éxtasis y descontrol, gritos y más licor que baja por su cuerpo y quema su sistema.

Hermes lo saca a bailar después y el atardecer se hace mágico. No recuerda su nombre, cómo fue que llegó ahí y tampoco quién fue ese hombre que le preguntó al oído si estaba dispuesto a traicionar a Poseidón, a sus hermanos y Atlantis.

Percy le dijo que no los conocía, que nunca había escuchado esos nombres y Apolo lo alejó, llevándolo a otra parte del bar.

El ron lo ayuda hundirse más y luego, ya ni siquiera sabe lo que estaba pasando. Ríe con un hombre rubio, quien se deshace en risas escandalosas y luego llega otro rubio, quien lleva a dos ninfas desnudas abrazadas. Luego, una mujer de cabellos negros se les acerca igual de ebria y les dice que los conoce.

Percy le dice que no es cierto y luego agarra otra botella de ron, abrazado de más extraños mientras cantan y bebe tanto licor que mancha parte de su ropa y el suelo se hace más pegajoso. Alguien guarda algo en su bolsillo y luego, una mujer de cabellos castaños y tan lisos como una hoja de espada, lo arrastra lejos de la pista. Con ella, van los dos rubios y la pelinegra que se le acercaron al inicio.

Todos le preguntan a la mujer por qué los arrastra y ella decide no responder.

Fuera del club, ella los empuja contra un auto dorado y les ordena que regresen a casa. Percy cae al suelo y la pelinegra corre para esconderse entre los arbustos y vomitar. 

Uno de los rubios le pregunta a Percy si le importa que se ponga a orinar y este le dice que no. El rubio orina contra la llanta del auto y lanza un gemido de placer, liberándose. Es lo último que recuerda Percy y luego, sabe que cae al suelo y todo se hace negro.

. . .

Al día siguiente, bajo las risas de Thalía y de Annabeth, Percy toma a Blackjack de sus cuerdas y mastica la ambrosía modificada de Apolo para que pueda sobrevivir al viaje. Sus amigos dejan sus mejores deseos y desaparecen junto a Annabeth y Luke. El resto de mestizos salen de casa, dejándolos a Nico, Thalía y Percy como últimos en despegar. Nico está usando el pegaso de su hermana, Arión. Percy lo reconoce como hijo de Poseidón, pero el pegaso parece respetar a Percy al saber quién es, la criatura naciendo unos años después que Percy. 

Por común, pero extraño para el hijo del mar, Nico está silencioso. Es una muralla impenetrable. 

Imagina que debe estar en un mal día, así que lo deja ir en su mundo mientras viajan hacia La Granja de Deméter. Blackjack se la pasa hablando con Arión y Percy sonríe cada vez que ambos se insultan y luego se preocupan por la reserva de manzanas y zanahorias. El camino hacia los valles donde está la granja son tan verdes como la suerte misma, extensos y tallados en un prolijo orden que sólo una diosa podría crear. Mientras más se acercan, los árboles se hacen más grandes y dobles, con una espesura tan pura y vibrante. Luego, partes de oro en la tierra, los enormes trigales de Deméter que brillan más que el auto dorado de Apolo.

La Granja de Deméter es una casa roja de marcos al color natural de la madera. Una fortaleza de heno rodeada de manzanales y pinos. 

Hay algunas dríadas arreglando ramos de trigo y otras llevando bloques de heno, todas en trajes de un granjero tradicional. Cuando los ven acercarse, abren un espacio en la tierra para que las criaturas puedan caer. Blackjack babea al ver las manzanas rojas y gorditas, tan jugosas que brillan como espejos contra el sol. Arión pregunta a Percy si pueden acercarse, pero Percy les dice que aún no. Que deben preguntar a Deméter.

«Mamá no se enojará si tomo una.»

«Percy dijo que no.»

«¡Pero las manzanas están ahí. Hay prioridades!»

«¡Dijo que no!»

Blackjack le da un mordisco a Arión, logrando que Nico vea mal al otro pegaso. Percy está por decirle si necesita ayuda para bajarse, pero Nico lo hace solo. Da un brinco y su mueca se profundiza más, aún así no dice nada. Deja a Arión como si no importara e ignora a Percy, sólo un tipo más en la misión. Thalía le dice a Arcus que no pelee con los pegasos, pero el siseo de águila es claro.

Las ninfas los miran en silencio, ninguna se acerca para saludar. De la enorme casa/granero sale Despena, la diosa más misteriosa e incomprensible de todo el Olimpo y mundo de los dioses. A veces, lleva un overol de granjero y está peleando con las cabras. En otros, lleva su velo bordado y no sale de su templo en largos días. Además, nadie conoce su nombre real, nadie sabe sus verdaderas intenciones y nadie sabe cómo es que puede tener un cabello tan fabuloso si se dedica a cuidar cabras y cerdos.

Despena tiene la mitad de sus cabellos dorados como el trigo y la otra parte son oscuros como las aguas de las profundidades. Su piel es gris y verde, ojos al mismo color que Percy y lleva las botas embarradas de lodo y popó de animales. En brazos lleva a un mini cerdito que se queja y patalea furioso.

—No. Sabes que hoy es día de vacunas —regaña ella.

Una ninfa se acerca a la diosa y susurra a su oído. Despena los mira y deja caer al mini cerdito, uno que escapa entre los matorrales.

—¡Hermanito! —saluda ella y se apresura para acercarse a Percy, apretujándolo.

«¡Yo soy tu mellizo! ¡¿Dónde está mi banquete de bienvenida?!» pelea Arión.

Despena lo ignora y en eso le da vueltas a Percy. Ella es alta, como un roble o un pico. Delgada al igual que las ramas de trigo.

—¿A qué se deben las visitas? —pregunta ella, abrazando a Nico y Thalía también.

—Necesitamos hablar con Deméter.

—Claro, claro —sonríe Despena, amable—. Amadas ninfas, ¿podrían darle manzanas y ratones a esas bellas criaturas? —dice y las dríadas se apresuran para buscar lo necesario—. Vengan conmigo. Madre está eligiendo los pinos donde pondrá su hamaca —dice Despena, guiándolos.

Los campos de La Granja son preciosos, los trigales acomodándose ellos solos y las criaturas corriendo mientras persiguen a los mini cerditos.

Percy logra alcanzar uno de los animalitos y este chilla, moviendo la panza para que Percy lo rasque. Hace lo ordenado y el cerdito chilla otra vez, tan feliz que retuerce la cola. Le ofrece el cerdito a Thalía y ella lo abraza también, haciéndolo volar con sus poderes. 

Deméter está con las manos en la cadera, pensando en dónde puede amarrar su hamaca. Su cabello tiene una pañoleta roja y su largo cabello rubio es una cascada de oro que cae por su espalda. Sus botas altas y overol están sucios.

—Madre, Percy, Thalía y Nico están de visita —dice Despena, revelando sus nombres con tranquilidad.

Percy sabe que la diosa conoce todas las verdades del mundo, que no hay misterio que logre esconderse de ella.

—Conozco esos nombres —dice Deméter, girándose a verlos. 

Fornida y con los botones de su overol aguantando la fuerza de su pecho, Deméter se muestra frente a ellos como la verdadera madre tierra, a quien se debe hacer tributo cada que se muerde una manzana o se viaja de campamento. Es una de las diosas menos valoradas por los humanos, sus templos casi destruidos y todos la recuerdan por la historia de Perséfone, pero nadie señala que ella ahuyentó sola a los monstruos que rumeaban la tierra y contaminaban los ríos. 

—No puede ser. La versión mortal y adorable del los Tres Grandes vino a visitarme —ríe ella, fuerte. Los árboles crecen y se sacuden con el sonido.

Despena también sonríe, encantada.

—¿Qué vienen a buscar, pequeños héroes? —pregunta, dándose la vuelta para regresar al tema de su hamaca.

Deméter se aleja de ellos y ajusta los nudos de su hamaca, empujando con su pierna para dejarlo bien apretado.

—No sabemos si lo ha escuchado, Lady Deméter —dice Thalía, con reverencia—, pero Leto y Maya fueron secuestradas de los templos donde viven. Hay una profecía que puede tener relación con ellas.

Despena se mantiene en silencio, acariciando un girasol que sólo ella sabe de dónde lo sacó.

—La verdad no —la voz forzada de Deméter responde—. No me importa mucho la vida marital de Zeus —confiesa.

—A nadie, de hecho —murmura Percy. 

Despena ríe y le hace cosquillas a Percy con el girasol.

—Ocurre que la profecía dice que se usará una espada mágica para sacrificarlas. Zeus no quiere que eso ocurra —añade Nico.

—Lo sé, Nico —suspira la diosa, despreocupada. Ella habla con esa confianza hacia el semidiós por los años que han compartido en el castillo de Hades—. Es sólo que no puede ser mi espada.

—¿Cómo sabe que no? —apunta Percy.

Deméter observa a Percy sobre su hombro, cautelosa.

—¿Qué quieres decir?

Percy mira a Despena y la diosa se enfoca en una ardilla que llega a morder su tobillo.

—¿Cómo... cómo sabe que no robaron su espada? —carraspea. Deméter puede partirle cada huesito de su inservible cuerpo con su mirada oscura.

—Porque sé que no lo hicieron —parpadea, relajada—. Mi Granja es impenetrable, cariño. Sabía que ustedes estaba cerca, por eso pudieron entrar. Es imposible que alguien se haya infiltrado.

—Eso decía Hécate de su antorcha y hace unos meses estaba en manos de Kai.

—¿Kai? —jadea Deméter, impresionada—. ¿El hijo de Sally Jackson?

Percy vuelve a sentir la apuñalada en el pecho, pero se obliga a no reaccionar, no tanto.

—¿Cómo sabía eso? —murmura.

Despena levanta la mano, enseñando su participación.

—Claro. Secretos...

—No preguntaste —se encoge ella de hombros, dejando que la ardilla muerda su mano.

—No te asustes, Percy. Ese chico es igual de estúpido que tu padre e ingenuo que su madre —dice Deméter, dándole puñetazos al árbol para que se mueva un poco—. Nunca podrán robar mi espada. El escuadrón de cerdos la protege.

—Tienen hijos de Hécate con ellos —expone Thalía, demostrando que aún hay focos de peligro—. La diosa Atenea los calificó como altamente peligrosos.

—¿Más que a ustedes tres? —Deméter hace una mueca.

—Nosotros somos relevantes porque los monstruos odian a nuestros padres, no por otra cosa —dice Nico, plano.

Deméter lo considera y le da la razón.

—Pobres mujeres —sufre la diosa por Maya y Leto—, tan bellas, pero se dejan encantar por la barba peluda y apestosa de Zeus. Las niñas ya no tienen buenos ideales —se queja.

Thalía sonríe, incómoda.

—¿Podríamos ver su espada? —pregunta la semidiosa.

Deméter abulta los labios, considerándolo.

—Hagámoslo a la antigua —propone—. Harán tareas en el granero y a cambio les enseñaré mi espada —dictamina.

Percy mira a los dos semidioses, pero sólo Thalía asiente. Nico parece no importarle.

—Suena justo —dice y Despena sonríe emocionada.

—¡Te veré en el almuerzo, madre!

. . .

Percy hace una mueca, creyendo que la mancha en esa cortina sigue ahí. Restriega más fuerte hasta que sus manos arden un poco. Carga el cesto con la ropa mojada y comienza a colgarla, preparándola para quitarle todo rastro de agua. Pasa sus manos por la tela, acariciando los miles de hilos y bordados de las ninfas. Las sábanas y las cortinas comienza a quedar limpias, aún así, las dejará otro poco bajo el sol para que adquieran ese maravilloso aroma a limpio. 

Mira a Nico ayudando a la ninfa que vacuna a los cerdos y la tentación de acercarse y molestarlo es adictiva. No han podido tener su momento juntos, mismo donde comparten preocupaciones y risas de sus aventuras. Esperaba escuchar sobre el Inframundo ahora que es asistente de Bianca, pero las condiciones del presente los han alejado y eso no lo hace feliz. 

—¿Entrenando para Will? —sonríe, sentándose sobre una roca.

—No —la respuesta corta e inmediata de Nico lo toma por sorpresa.

Esperaba un poco más de Nico.

—¿Estás bien? Puedo conseguirte ropa fresca —señala hacia los pantalones y camisas que lavó.

—No, gracias.

Percy mira a Nico sujetando el cerdo y entregándole el frasco con el tratamiento. La ninfa extrae la dosis indicada y pincha al animal, rápida. Le da una palmadita en la nalga y Nico suelta al cerdo.

Llega el siguiente y este parece negarse al sistema de vacunas. Se retuerce y raspa el suelo, rezumbando de enojo. En una sacudida, Nico pierde el frasco y comienza a buscarlo entre la tierra con césped. Percy se agacha para ayudarlo y cuando encuentra el frasco, Nico parece ser alérgico a su cercanía y se levanta tan rápido como un muerto en película de zombies.

—Iré a buscar otro —dice en general y se aleja con rapidez.

Percy se queda con el frasco y frunce el ceño.

—Pero este-

—Oh, sí. Ya debió acabarse —dice la ninfa, ajena—. ¡Trae un poco de agua, los cerdos están deshidratados! —sonríe ella.

—Sí —acata Nico y deja a Percy en el suelo.

Mira el frasco y se pregunta lo que acaba de ocurrir.

¿Nico está enojado?

Luego, durante la hora del almuerzo, Nico se sienta en la parte más lejana a Percy, escondido entre las ninfas. Luce tan pequeño entre las fuertes damas, silencioso mientras se llena la boca con pan y duraznos. Al no saber lo que ocurre, Percy intenta abordarlo, pero Nico lo esquiva con agilidad, diciendo que tiene muchos cerdos para darles vitaminas. Thalía le recomienda que mejor lo deje a su ritmo, que Nico está incómodo por estar con la madre inmortal de su madrastra malvada.

Unas horas más tarde, cuando el sol es naranja y besa los campos de trigo, Deméter les dice que ya pueden liberarse de sus tareas en La Granja. Los invita a entrar y la siguen entre el granero, donde enormes pilares de comida para pegasos y vacas se elevan. Resguardando una caja entre ronquidos y sus cuerpos de rollito, unos gigantescos cerdos rodean un cofre. 

Deméter da unas palmaditas y los cerdos se despierta, acatando las órdenes. Salen entre empujones y libera el camino hacia el cofre. 

La diosas se arrodilla frente al cobre y con unas palabras en griego antiguo, el cofre se abre al segundo.

Los tres se acercan para ver, encontrando sólo la forma que resguarda la espada y algunos bichos escapando.

Deméter se sienta sobre sus piernas y mira hacia ellos.

—Me la robaron —descubre muy tarde.

Unos gritos estallan fuera del granero y los cuatro salen a trompicones para saber lo que ocurre.

. . .

Una ninfa corre del dolor, el fuego está consumiendo su cuerpo hasta deshacerlo en heno quemado. Más ninfas están derritiéndose y los gritos se combinan con las órdenes de los capitanes que están organizando ese ataque. Deméter agarra un rastrillo y corre hacia el campo de trigo que aún no lo ha devorado el fuego. Arcus cruza por los cielos, agitando sus alas para llamar la lluvia. El relincho de los pegasos en el granero, los diferentes equipos de ataque que rompen la seguridad de La Granja. 

Percy destapa a Contracorriente y llama a Blackjack, uno que llega tan rápido y con la cuerda con la que estaba sujetado para que no se escapara durante la noche. Deméter no confía mucho en los seres equinos. 

—Nico, Thalía —le dice a sus amigos, agarrando las cuerdas de Blackjack—. Protejan a las ninfas y a Despena. Ella no sabe usar una espada —apresura y sin esperar a que digan algo, Percy despega junto a Blackjack y buscan a Deméter.

La diosa está peleando contra unos mestizos, atravesándolos con lo que queda del rastrillo.

—¡Voy a matarlos! —amenaza la diosa, rodeada por muchos.

—Atrápenla, la necesitamos viva —Percy logra reconocer esa voz.

Es Azai, el hijo de Ares contra el que peleó en Las Vegas.

Cae de Blackjack y sin medir su fuerza o rapidez, sólo se enfoca en defender a la diosa para que no puedan llevarla. Contracorriente le corta la panza a un semidiós y las tripas caen al suelo. Golpea a otra con el revés de su espada y la garganta de uno queda abierta por la hoja de bronce celestial. Se defiende contra unos soldados que intentan atarle con unas cuerdas que ellos cargan en sus cinturones equipados. Percy lucha contra ellos para liberarse de las cuerdas que lo atrapan por los brazos. 

—¡Deméter, sal de aquí! —le dice a la diosa, quien está siendo arrastrada por sus pies. 

—¡Atrapen a ese! —ruge el hijo de Ares, señalándolo con furia. 

Su herida en la mitad de su rostro se deforma de la ira, más no deja su trabajo de atrapar a Deméter.

—¡Defenderé mi Granja! —pelea la diosa, clavando el pedazo de rastrillo en el ojo de un semidiós. La sangre mancha el rostro de Deméter, pero ella parece disfrutar de la lluvia roja.

Contracorriente corta sin ninguna dificultad las cuerdas, para luego ser usada para cortar carne y piel mestiza como si fueran pastelillos. Percy recibe golpes, puñetazos, empujones contra los escudos y el logo del Kraken sacrificado se graba aún más en su memoria. Está esquivando a dos soldados que lo atacan al mismo tiempo, cuando choca contra Azai.

El semidiós, hijo de Ares, reacciones de forma inmediata. Intenta apuñalar a Percy en el cuello con su espada, pero Percy retrocede, quedando entre Azai y los otros dos semidioses. Su instinto corre más rápido y los brazos de agua brotan del suelo, quebrando su uniformidad y golpeando más duro de lo que esperaría. Empuja a los semidioses de atrás y un escudo de agua lo ayuda a protegerse de la ira de Azai, esquivando y deteniendo la hoja maldita que posee el otro semidiós.

—Tú y yo tenemos cuentas pendientes —sonríe el hijo de Ares, tan feroz que Percy cree que la rabia brota de sus labios.

—No tengo nada contigo. Mi pelea es con Kai, no con sus perros leales —dice, golpeándose contra un carrito de madera que aún tiene sus ramos de trigos sin quemar.

La espada de Azai corta donde hace segundos estuvo su cabeza y lo persigue entre el resto de la sangre y los cuerpos que comienza a caer. 

—¿Acaso Kai no te ha dado tus croquetas porque no me has atrapado? —sonríe, entretenido al ver que Azai tiene dificultad por seguirle.

—Eres un imbécil, ¡pagarás por esto! —su cicatriz enrojece del dolor mientras le grita.

Percy está por defenderse, pero la cuerda de un soldado atrapa su mano y lo interrumpe. Eso le deja la ventaja a Azai para lastimarlo, pero un pilar de agua brota del suelo y detiene el ataque del semidiós. Percy se encarga del semidiós que lo había atrapado. Llegan más soldados para atraparlo, con notables intentos para sujetarlo con las cuerdas. Los gritos de Deméter son señal de que a ella la están atrapando también. 

El hijo del mar los intenta alejar con el agua y luego las raíces de Deméter brotan del suelo para defenderse. A cada segundo llegan más soldados para atraparlos hasta que llega Thalía junto a Arcus para ayudar. Las alas del águila empujan a los enemigos, pero también a Percy y Deméter. Azai aprovecha el ataque de Thalía para acercarse a Percy en medio del aturdimiento y trata de cortarle el cuello por detrás. Percy logra salvarse por cortos segundos, más no puede detener la otra espada que Azai sujeta. Al ser hijo de Ares, es hábil para usar armas con las dos manos. 

La hoja de metal realiza un corte profundo en su pierna y el dolor es un instante en blanco, un segundo donde todo se detiene y deja de funcionar. Puede ver el rostro deforme de Azai por la herida, sus ojos rojos de venganza y su corta sonrisa de victoria. Pero la felicidad le dura muy poco. 

Percy abre a Contracorriente y lanza un tajo hacia el rostro del mestizo, cortando su mejilla. La sangre de Azai salpica contra su ropa y el giro de su cabeza es satisfactorio para Percy. Saca la espada de su pierna, la tira al suelo y se levanta como si nunca lo hubieran herido. Le otorga una patada en la cabeza al hijo de Ares y luego busca apuñalarlo. Una cuerda atrapa sus manos, interrumpiendo su ataque.

Percy gira sus brazos y con ayuda de su pierna, pisa la cuerda y el semidiós es arrastrado al suelo. Se aventaja de la flacidez de la cuerda y libera su mano, cortando la cuerda que llegó a arruinar su diversión. Busca a Azai entre el ajetreo, pero no logra verlo. Al igual que su padre, apuesta que ya se escapó porque no puede mantener una pelea. Se enfoca en Deméter, quien tiene unas pequeñas heridas en sus brazos. Ella sigue apuñalando a los semidioses enemigos y la lluvia de Arcus golpea los campos de La Granja.

Un golpe lo atropella y cae sobre un escudo que aún es sostenido por su portador muerto.

—¿Qué prefieres, Percy? ¿Que te torturemos por diez días? ¿O que ofrezcamos tu cuerpo a los monstruos para que te usen como su muñeca de placer? —el susurro sucio de Azai muerde desde su oreja hasta su cuello, erizándolo de incomodidad. 

El hijo de Ares intenta sujetarlo con una cuerda y busca un cuchillo para apuñalarlo. Percy intenta alejarlo, pero su cuerpo está resbaloso por la lluvia y esta misma interrumpe su visión porque cae directamente a su cara.  

—¡Kai estará encantado cuando te lleve! —el hijo de Ares ríe tembloroso, al borde de la locura.

Percy vislumbra un pequeño cuchillo cerca, así que permite que Azai intente ahorcarlo y en lo que se distrae, Percy araña la tierra y se estira lo suficiente a pesar del dolor que empieza a partirle el cuello. Una vez lo alcanza, apunta varios golpes hacia el brazo y la espalda del semidiós, escuchando sus aullidos por el dolor de las cortadas. Percy lo empuja y se quita la cuerda con la que estaba siendo estrangulado, levantándose sobre la tierra lodosa y ensangrentada. 

Un silbido de misiles alerta a Percy y busca a la diosa.

Deméter está rodeada por más semidioses, pero ella los arrastra hacia las profundidades con unas raíces, disfrutando los gritos de miedo y dolor. Percy corre hacia ella e intenta regresarla hacia los establos, donde está la casa principal.

—¡¿Qué haces, estúpido?! ¡Tengo que defender mi Granja! —pelea la diosa, resistiendo a la fuerza mortal de Percy.

El hijo del mar no es un desafío para ella, pero debe hacerlo o la lastimarán con armas mortales.

Las explosiones y la vibración en la tierra no permiten que le explique a la diosa. Las columnas de fuego se alzan en los campos de trigo y los árboles comienza a quemarse.

—¡Debemos irnos! —dice Percy, intentando arrastrar a una diosa que lo ignora.

—¡He dicho que no!

—¡Van a matarla! —implora Percy, temiendo que Deméter caiga en las manos de Kai.

—¡Nadie puede herirme!

Los relinchos de los caballos se hacen más fuertes y los gritos de las ninfas más adoloridos.

—¡Por favor! —pide, pero ella lo mira peor que a un bicho.

—Me quedaré en mi Granja —determina.

Percy sabe que la diosa lo odiará, pero no puede dejar que la aprisionen.

¡Blackjack, ayúdame! —grita en atlanteano, sabiendo que Deméter no conoce la lengua.

El relincho de su pegaso cruza entre las nubes de humo y cae al suelo contra sus fuertes patas.

Percy toma una de las cuerdas mágicas que le dio Hermes y rodea a Deméter. La diosa enfurece y comienza a maldecirlo en griego, señalando que es igual a Poseidón. La diosa es de piedra cuando Percy intenta empujarla, ella casi noqueándolo con sus patadas. Blackjack se acerca para que Percy pueda empujar a la diosa y luego la ajusta contra el pegaso con otra cuerda.

«¡Sube, Percy. Puedo con ambos!»

—Vete, buscaré a los demás.

—¡Suéltame, hijo de puta! ¡Te lo ordeno! —grita Deméter, furiosa.

«¡No voy a dejarte!»

—Vete, ¡vete! ¡Ve a Nueva Roma! —pide y empuja al pegaso, uno que aún se niega a irse.

«¡No quiero dejarte!»

—¡Blackjack! —implora, a morir de preocupación porque el ejército de Kai logre atraparlos.

Los semidioses los están rodeando con rapidez. Blackjack abre sus alas y comienza a volar, relinchando de dolor y casi cayendo cuando un semidiós le dispara una flecha de bronce a su ala. Percy enfurece como el propio Inframundo y se encarga de ese soldado primero, cortándole la cabeza. La herida en su pierna comienza a dolerle con tal intensidad que tropieza y siente las cuerdas rodeándolo otra vez para aprisionarlo.

La espada Estigia de Nico aparece al rescate, acabando con gran parte de los enemigos. Percy se quita las cuerdas de encima y abre su espada, respaldándose contra Nico para cubrir la mayor parte de los puntos. Apuñala a varios que sus manos se cubren de mucha sangre.

—Sube a Arión —le dice Nico, apuñalando en el corazón a un soldado.

—Subamos a Arión —corrige, pero Nico no responde.

El hijo de Hades apuñala a otros soldados y Percy puede apreciar la herida que tiene en el brazo.

Percy levanta un escudo del suelo con el mismo movimiento de pierna y lo usa para golpear a un mestizo en la garganta, aturdiéndolo antes de matarlo. Nico golpea a otros dos enemigos y se concentra en matar a cada uno.

—¡Arión! —llama Percy. 

Una flecha casi atraviesa su brazo, pero logra salvarse por unos cortos centímetros. Percy dispara a Contracorriente para acabar al semidiós que quiso matarlo. Arión llega a ellos y con sus patas termina aplastando a otro enemigo. 

Percy toma la mano de Nico, pero este se rehúsa a seguirlo.

—¿Qué ocurre? —pregunta Percy, preocupado.

—Vete en Arión. Yo me iré con una sombra-

Pero Percy no lo deja terminar. Ajusta más su agarre y lo lleva hacia el pegaso. Las flechas comienzan a llover, obligando a que Percy deba usar sus cortos poderes con el agua y cree una pared para protegerse entre el ajetreo. Arión se agacha un poco para recibirlos y Percy levanta a Nico de las piernas para subirlo al pegaso. Escucha la maldición del semidiós, pero no puede enfocarse en cada cosa.

Sube a Arión y el tirón en su estómago se hace más fuerte cuando hace que el agua sea tan filosa como dagas para matar a los semidioses restantes. El dolor en su pierna se hace más agudo y no puede concentrarse como le gustaría.

—¿Acaso crees que puedes obligarme? —pelea Nico, pero Percy sólo puede buscar escaparse de ahí.

—¡Vuela, Arión! ¡Sácanos de aquí! —ordena y el pegaso comienza a volar mientras el fuego consume La Granja de Deméter y los gritos de los semidioses comienza a señalarlos en el cielo.

—¡Disparen! ¡Mátenlos! —grita Azai, sosteniéndose el brazos que llora de sangre.

Percy abraza a Nico y guía a Arión por el cielo. Las alas del pegaso resisten al calor que brota del suelo.

. . .

Nico no puede concentrarse, es tan difícil que su expresión de enojo es más oscura que el propio cielo nocturno sobre ellos. Está sujetándose de una cuerda de Arión mientras la mano de Percy quema en su cintura. En otras circunstancias, días o lo que sea, Nico habría estado encantado de volar junto a Percy sobre un pegaso. Pero este día no es así. La razón le provoca un poco de vergüenza y luego enojo en sí mismo, que se transforma en enojo hacia Percy por hacerlo sentir así.

Está muerto de celos.

No, nunca se había considerado alguien celoso. Pero es imposible no serlo cuando se trata de alguien tan especial e inalcanzable como Percy. No se veía como competencia para nadie, prometió que estaría como amigo para Percy, así que no tiene razón de sentirse tan corrompido de celos. Sensación que sube a su garganta, lo hace sentir un poco ahogado y le incita a vomitar sobre lo que tenga cerca. Se siente enojado, con ganas de arrancarle la cara al que se le acerque.

No, tampoco se consideraba violento, pero su enojo está creando tormentas en su interior. Es nuevo para Nico. Nunca había tenido ese tipo de emociones por nadie, no sabe como controlarse. Saber que Percy estuvo con muchas ninfas hermosas de regreso a su mundo inmortal y olvidándose de Nico, hirió en un punto que creyó que lo tenía en el bolsillo de fácil. 

Tiene ganas de llorar, quiere preguntarle a Percy el por qué accedió a irse y después esconderse en el lugar más pequeño del mundo para que no vuelvan a encontrarlo. Luego, se da cuenta que no puede quejarse, ni preguntar. No es nada de Percy, no puede estresarse porque Percy disfrute de su vida mortal mientras que Nico pasa las noches suspirando como sirena en busca de un marinero para comer.

Esa noche no durmió, se mantuvo viendo el techo mientras se enrollaba en las mantas de Percy. Experimentar celos no era lo que esperaba para esa visita. Tenía tantas ganas de contarle a Percy sobre su nueva vida como asistente de su hermana mayor, pero luego se dio cuenta que quizá Percy tiene una vida muy diferente y que en realidad no tendría interés alguno por saber sobre las reuniones de Nico en el castillo de su padre.

Fue tan triste darse cuenta de eso que prefirió fingir indiferencia con Percy, cosa que le ha funcionado un poco porque el mortal ni siquiera se ha dado cuenta.

Es sólo que es tan difícil no pensar en Percy, no soñar con su sonrisa de verano y atrapar su mirada encantadora mientras conoce el mundo mortal. Es tan difícil no caer por Percy, estar lejos y no buscar su atención.

Es tan difícil.

Las ganas de llorar lo ahorcan como una cuerda de púas en su cuello y siente ganas de patalear y sacudir a Percy por los hombros. Preguntarle qué fue lo que le hizo y por qué se siente tan bien.

Pelear con su interior a veces es tan común que se enfrasca y se distrae de lo demás. 

Así como ahora, donde prefiere inhalar el aroma a heno y abono del pegaso y no concentrarse en la cercanía de Percy, en su respiración rápida y la inquietud que emana de su cálido cuerpo. Nico no puede mentir. Percy ha cambiado para bien, su cuerpo está creciendo a tal punto que dejó a su versión de adolescente arisco y trajo a un joven de dieciocho que le gusta jugar con pegasos y entrena hasta que Apolo debe arrastrarlo fuera porque ya no puede moverse.

Pero eso no le importa. No ahora.

No cuando comienza a pensar otra vez que está en peligro de perder a quien considera irremplazable, al primer mejor amigo que tiene. Comienza a temer y las ganas de girarse y preguntar a Percy por sobre su relación lo están absorbiendo. Hades no puede saber de esto, lo mirará como el padre sabiondo que se cree y le dirá a Bianca que mejor comiencen a buscarle un buen pretendiente. 

Nico no quiere más que apoyarse contra Percy y disfrutar de su presencia, reír sobre su primer viaje en pegaso juntos y bromear sobre que podrían caer o que Zeus lanzará de sus rayos porque siente miedo.

No es así y todo lo que hace es mantenerse casi besando al pegaso para quedarse lejos de Percy. O eso esperaba hasta que eso se rompe con Percy acercándolo con debilidad.

—Puedes caerte —masculla tan débil que Nico se gira para mirarlo.

Tiene una palidez inusual y el sudor en su frente persiste a pesar del aire frío que los azota sobre el pegaso. Nico conoce bien esa expresión de estar aguantando. Se gira todo lo que puede, viendo primero en una parte y luego en la otra. La herida en la pierna de Percy lo saluda y siente que pierde el control sobre el pegaso.

—Baja ahora —le ordena a Arión con rapidez y a pesar de que Percy intenta detenerlo, el pegaso cae sobre un parque oscuro. Nico baja del pegaso y obliga a Percy para que haga lo mismo. 

—No es necesario, sólo es una herida superficial.

—Cállate.

Y Percy no habla de nuevo. Nico busca entre su chaqueta y saca la ambrosía modificada de Percy y una venda. Un pequeño frasco de néctar para limpiar la herida y así evitar infecciones. Jala la pierna de Percy sin preguntarle y el mortal se deja hacer por lo débil que se siente ante el dolor. Nico se encarga de vendarlo y lo obliga a masticar la ambrosía para que funcione el efecto.

Mientras que come su bocadillo mágico, Percy observa a Nico y sonríe como si nada estuviera pasando.

—¿Cómo estuvo este año con Hades? —pregunta casual.

Nico lo mira, considerando si de verdad dijo eso. 

—¿Crees que este momento es el indicado para hablar sobre el Inframundo? —devuelve, un poco más brusco de lo que esperaba.

Percy baja sus ánimos y parece apenado por lo que dijo, arrepintiéndose.

—No, no lo es.

Aún así, Nico se siente mal por haber sido tan mordaz. Suspira y se sienta en la misma roca donde está Percy, obligándose a bajar sus humos porque el mortal es ajeno a sus enojos a pesar de ser quien los provoca.

—Busquemos a Thalía y regresemos a Nueva Roma —propone—. Y luego de todo esto podríamos encontrar un lugar para ponernos al día.

Percy vuelve a sonreír de esa misma forma que adormece los sentidos de Nico y lo hacen querer acariciar las mejillas del otro.

—¿Me dirás los secretos que encontraste en el castillo de Hades? —Percy se acerca y se agacha unos centímetros para que sus ojos puedan ver en línea recta hacia los de Nico.

—¿Y tú me dirás sobre todas las novias que tuviste en los establos de Nueva Roma? —pregunta a cambio.

Percy ríe tan feliz y borra la distancia con un abrazo. Nico se esconde entre el cuello del otro y deja ir todas sus preocupaciones, inhalando su aroma y disfrutando de la protección que lo rodea.

«Todo está bien, todo está bien, todo está bien. No debo preocuparme» se dice a sí mismo, abrazando a Percy más fuerte y sin intenciones de soltarlo.

Puede sentir cómo el hijo del mar recuesta su cabeza contra la suya y acaricia su espalda, absorbiendo. 

Suben a Arión y toman vuelo hacia Nueva Roma, disfrutando del cómodo silencio.

. . .

—¡Nueva Roma se hundió en la desgracia cuando permitieron que los griegos se unieran! —la voz de un hombre sobresale del templo.

Reunidos, unos guardias están sosteniendo a una fila de personas, aprisionándolos mientras uno de ellos grita a todo pulmón. En la silla que alguna vez perteneció a Belona, está Minerva. Ella posee una máscara de indiferencia frente a los alaridos del hombre, casi riendo cuando mira que no hay efecto en ella. Thalía ya está ahí, junto a la diosa de la sabiduría y los allegados de la líder. 

—¡Todos se retorcerán en su mierda! ¡Percy no ganará contra Kai! ¡Ni siquiera es un dios! —intenta el hombre, queriendo ganar la razón.

Ante en silencio de Minerva, el hombre se gira hacia los guardias.

—¡Deben saberlo! ¡Vean la verdad! ¡Esto es traición hacia la ciudad que los ha protegido desde que son niños! 

Los guardias no reaccionan, todos se mantienen inmóviles por las órdenes de Minerva.

—¡Es una perra más que ayuda a los más estúpidos! ¡Pagará por esto! ¡Pagará por su traición! —el hombre casi patalea.

Percy camina hacia el hombre, destapando a Contracorriente.

«En el cuello, en el cuello. Tengo ganas de ver sangre» pide su espada, feliz.

El hombre, que sigue gritando, se gira y encuentra a Percy. Sus ojos se abren de la impresión y no hay nada que detenga a Contracorriente para meterse en su boca y atravesarlo. Percy mueve el brazo para hacer un corte horizontal y luego, gira la espada y corta la cabeza con un regreso limpio. El silencio cae en el templo y la sangre deja de brotar de lo que quedó de cuello en lo que antes era un semidiós.

—Creí que no te gustaba oír a los perros ladrar —le dice Percy a Minerva.

La diosa, tan tranquila como las aguas de un lago oculto, sonríe ligera y mueve su mano en orden a los guardias para que se lleven el cuerpo.

—Estaba esperando a que le explotaran los ojos, me arruinaste la diversión —dice ella, un poco entretenida.

Percy mira al resto de aprisionados, sonriendo al ver sus expresiones pálidas del miedo, casi orinándose. 

—Sospechosos de ser espías para Kai —explica Minerva, bajando de su lugar y acercándose a Percy. Ella también lleva una armadura con una capa gris y una espada colgando de su cinturón. 

Percy se acerca a los acusados y comienza desde la derecha, donde está una anciana que ronda entre los sesentas.

—¿En dónde está Leto y Maya? —pregunta.

—¡Púdrete! —escupe la mujer, la saliva mojando cerca de los zapatos de Percy.

—Tú ganas —dice antes de cortar su siguiente cabeza.

Llega con el siguiente y pregunta lo mismo.

—Esto es absurdo, ni siquiera sé quién es Kai —tiembla el hombre de furia. Percy gira los ojos y le corta la garganta.

Mira al siguiente, quien es claro que sabe la pregunta.

—Kai tiene a mi familia amenazada y-

Percy lo asesina y llega al otro. Es así hasta que llega a un hombre pequeño, de lentes torcidos y quien llora de miedo.

—Las llevaron a un templo de Rea en Brooklyn —dice el hombre, viendo a Percy, implorando misericordia. Luce sucio, torturado y que lleva días sin dormir como debería un anciano como él.

Percy lo agarra de sus ropas viejas y lo levanta, alejándolo. 

—Maten al resto, no me sirven —le pide a los guardias e ignora los gritos. Unos lo insultan, otros dicen que Kai lo hará pagar, pero ninguno pide el perdón de la traición.

Los guardias matan al resto de aprisionados y Minerva mira al hombre, un poco decepcionada.

—Enciérrenlo en las torres —pide a sus guardias y se lo llevan a trompicones por lo débil que está.

—Es tuyo, ¿cierto? —sonríe Percy, caminando junto a la diosa.

—Los hijos no siempre toman el camino correcto —murmura ella.

Thalía y Nico se acercan para seguirlos, un poco incómodos de ver el derramamiento de sangre. Percy no puede culparlos, siempre es difícil acostumbrarse a estar junto a un presentante de la guerra. A nadie le gusta estar rodeado de muerte. O quizá a Nico sí.

Sonríe al pensar en el semidiós y gira a verlo, quien le frunce el ceño y señala a la diosa con discreción. Lo está regañando por ignorar la presencia superior.

Llegan a otro templo y ahí está Deméter junto a Despena, ambas usando sus ropas ceremoniales.

—¡Hermano! —saluda Despena, preocupada. Ella corre para abrazarlo y revisa que no tenga heridas—. Madre dijo que la ataste a tu pegaso y la enviaste aquí —dice ella, sorprendida.

—Sí, lo siento —se disculpa hacia Deméter, quien ya no luce furiosa.

—No te preocupes, estaba fuera de mis cabales —admite ella, despreocupada.

Percy se acerca a la mesa ofrecida por Minerva y liderando por ser la cabecilla de la ciudad, ella los invita a sentarse. Despena se queda junto a Percy y Thalía al medio del mortal y de Nico. Deméter se queda sola al otro lado de la mesa.

—Nico, ¿has comido tus copos de avena? —pregunta la diosa de la agricultura, maternal.

—Lo hago, muchas gracias —dice Nico, respetuoso.

—Eso es bueno, necesitas mucha fuerza si quieres estar cortando cabezas con este descarado —señala a Percy, quien sonríe como niño pequeño e inocente—. Y tú también, hija —señala a Thalía, cariñosa—, necesitas aumentar tus músculos. Controlar a esa mascota que tienes debe ser muy difícil.

—Muchas gracias, lady Deméter —sonríe Thalía, sonrojada—. Quirón se encarga de darnos las barritas nutricionales que nos envía.

—Es bueno alimentarte, los semidioses no pueden vivir de comer galletas Oreo y néctar —se queja la diosa, haciendo que Percy regrese la galleta de chocolate que estaba por comerse—. Yo preparo mis barritas con avena de mis trigales, nacidos bajo el sol puro y la tierra más fértil que puedan imaginar. La miel es de mis abejas asesinas y las pasas provienen de las uvas que hay en los viñedos del ebrio de Dioniso —explica la diosa, apasionada por su creación. 

—Yo les agrego las chispitas de chocolate o la fruta seca —sonríe Despena, orgullosa.

—Eso es muy bueno, sin duda la nutrición de nuestros héroes es importante —dice Minerva, apresurada para que Deméter no siga distrayéndose con su avena y pasas.

—Así es —añade la diosa a pesar de la intención de Minerva. 

—Pero hay un tema importante, enviado desde Olimpo —hace ver la líder de Nueva Roma—. Queremos saber la naturaleza de su espada, nuestros héroes fueron enviados por Zeus para salvar a Leto y Maya.

—Mi espada es común —dice Deméter, sin tener idea del arma que usa para cortar trigo y mover los troncos en la fogata—, no atrae muertos y tampoco hace crecer montañas. Simplemente es el simbolismo que posee.

—¿La usó para rituales o algo? —pregunta Thalía, demostrando su lado profesional como héroe olímpico.

—No. La usé para cortar los cordones umbilicales de mis hijos, pero sólo eso —dice, ligera.

A pesar de que sus hijos provinieran de violaciones, Deméter los acogió entre sus brazos y protegió a cada uno con la fiereza de una mamá oso. Percy no podría ser como ella, nunca amaría a un hijo que le fuera obligado. Ese pensamiento despierta en su interior un escenario que no ha podido ver. ¿Y si fue un hijo obligado por Poseidón hacia su madre? No, es imposible. Ella buscó el trono de Sally y tuvo al resto de sus hermanos para afianzar su lugar en la Corte de Atlantis. En realidad, no lo sabe. 

Y quizá a eso se refieren las líneas de la profecía a pesar de ser horriblemente romantizado. Deméter fue obligada a ser madre por Zeus y luego por Poseidón. Su odio hacia su padre se hace tan profundo, disgustado por el hecho que el dios sobrepuso su rivalidad contra Zeus para demostrarle que él también podía hacer lo que sea que el rey de los dioses hiciera, importándole poco el bienestar y el rechazo de Deméter a sus cortejos.

En Atlantis, las sirenas y los tritones prefieren morir antes que tener hijos no deseados. Luego de la violación de Tetis por el rey Peleo para tener al gran héroe Aquiles, las ninfas huyeron despavoridas al mar, temerosas por los deseos sucios de los humanos. Fue por ello que junto a Rodo, ambos crearon una isla privada, en el centro de la tierra y opuesto al mismo vórtice del Caos, para que las náyades y ninfas de las aguas pudieran esconderse cuando alguien las persiguiera.

—El templo de Rea es porque Apolo, Hermes y Artemisa descienden de la titánide —considera Nico, usando parte de la información que almacena su inteligente cerebro—. Quizá se trate de una diosa que busque tomar el título, autonombrarse.

—Ser madre ya pasó de moda. Ahora las diosas buscamos edificios en decadencia para arreglarlos y hacer departamentos —dice Deméter, viendo a Minerva. La líder de Nueva Roma le da la razón.

—Annie y Luke no han dicho nada sobre Hedoné —dice Thalía—. Al menos ya sabemos a dónde debemos ir.

—Brooklyn —considera Minerva, saboreando el nombre—. Sabía que Rea dejó muchos templos esparcidos, pero creí que los usaba como estación de descanso para sus leones. No importa —deja a un lado y se pone de pie—. Preparen sus cosas, Zeus no quiere que algo llegue a pasar con ellas.

Thalía y Nico se levanta y dan inclinaciones respetuosas frente a las deidades.

—Percy —llama Minerva al mortal que se despedía de su hermana—. Tengo esto para ti —ofrece.

Percy lee y es un mapa de Estados Unidos donde se resaltan las ciudades piratas. Sonríe hacia Minerva y por instinto intenta abrazarla, pero ella lo detiene con poner una mano sobre su cabeza.

—No lo intentes.

—Lo siento, bruja. 

Minerva lo apuñala con sus ojos de plata, más no lo hiere en verdad. 

. . .

—Extrañaba los aires de Nueva York —sonríe Thalía sobre Arcus. El águila se sacude las gotas de lluvia que almacenó entre sus plumas, mientras que los pegasos se acicalan porque nunca serán pegasos sucios.

La ciudad está despierta como nunca, los ruidos de los autos, los gritos de las personas y el humo concentrado entre las calles. Los tres liberan a sus criaturas para que sobrevuelen la ciudad y los ojos que pueden ver sobre La Niebla no logren descubrirlos. Hécate tuvo mucho trabajo para arreglar los huecos que dejó Kai y los hijos de la diosa en su manto mágico. Pasaron muchos meses donde los monstruos hicieron de las suyas y los humanos no pudieron darle una explicación concreta, creyendo que se estaba desatando el apocalipsis. 

La diosa de la magia tuvo muchas peleas con Olimpo y con Inframundo porque estaba al borde del estrés, con ganas de ahorcar a todo aquel que apoyó el robo de su antorcha. 

Percy se ofreció para ayudarle, pero Hécate, o más bien, Trivia, lo mandaron a morder nabos porque ella no tenía ganas de saber sobre la existencia de los semidioses y mortales. Estaba furiosa.

Mientras mira a Blackjack desaparecer entre las nubes blancas de Brooklyn, Percy camina junto a sus amigos para no ser alejado por un banco de turistas. Se agarra de la mano de Thalía y ella parece acostumbrada gracias a Jason. Se encarga de guiarlos con el mapa que les dio Minerva sobre los templos de Rea. Ellos están en Downtown Brooklyn y tiene que buscar el Juniper Valley Park. La hija de Zeus dijo que no se le olvidaría el nombre porque así se llama la novia de Grover.

Le preguntan a una señora para llegar al parque y ella les explica qué metro deben tomar. 

—¿Cómo creen que esté Quirón? —pregunta Thalía, curiosa.

—Disfrutando del silencio —Nico sonríe por lo bajo—. Su única pena ahora es que Dioniso no adelante su programa.

—Dioses, qué envidia —suspira la semidiosa.

—Imaginen cuidar de niños por milenios y luego que la mitad de ellos deban irse. Se debe sentir como un abuelo cuidando sus nietos —imagina Percy.

—Quirón es un abuelo. Teje como abuelo y huele a abuelo —dice Thalía.

—Yo siempre creí que Quirón olía a fresas y ropa de anciano —sonríe Nico.

—¿Cuántos años tiene Quirón? —jadea Thalía, pensando en eso por primera vez en sus años como semidiosa activa.

—Muchos, es tan ancestral como Zeus —dice Percy, sorprendido. 

Pasan por un callejón porque la avenida principal está a reventar de personas. Ahí, sólo escuchan el ruido de los pocos departamentos llenos y las peleas de gatos. Siendo esto una mala idea, porque al ir distraídos con su charla sobre Cronos y la castración que le hizo a Urano, no miran al grupo de empusas que los rodean junto a unos cuantos lestrigones. 

—Esto debe ser un regalo de los dioses —sesea una, interrumpiendo a los semidioses.

Al verse rodeados, los tres abren sus armas y miran con atención a los monstruos.

—Los pequeños Tres Grandes —sonríe una empusa, saboreándose mientras juega con un cuchillo—. ¿A cuál nos comemos primero? —pregunta a su grupo.

—Yo quiero a ese —una dracaena señala a Nico—, me gusta su olor a muerte.

—Pido a la pequeña Zeus, me gusta morder huesos de niña —sonríe un lestrigón, enseñando sus colmillos con restos de carne y sangre.

—¡Dividámonos al último! —exige otra empusa—. Me gusta su olor a sal —ella inhala con fuerza, disfrutando.

Thalía, al medio de los otros dos semidioses, comparte con ellos una mirada. Ellos a los lados y ella al frente.

—¡Está hecho! —sonríe una dracaena—. ¡A comer!

Los monstruos corren para atraparlos, siendo recibidos con los ataques de sus presas. Thalía lanza su escudo hacia el cuello de un lestrigón y apuñala a una dracaena, escuchándola gritar del dolor. Agarra su escudo otra vez y detiene el ataque de una empusa, peleando con ella y controlando que cierto lestrigón no se acerque demasiado. Se agacha y usa un hierro del suelo para clavarlo en el ojo de una dracaena, iniciando la explosión de brillos. Su escudo logra ahuyentar a una empusa y con su espada corta por la mitad a otro lestrigón. 

Nico usa las habilidades que aprendió con los maestros de armas que hay en Inframundo, girando su espada de hierro estigia, que es más denso y frío que el resto de metales. Eso lo hace que las manos que ajenos duelan con la quemadura del frío y todo lo que su espada toca, es absorbido, desintegrado y formando parte de la energía de esencias que usa. Con algunos destellos púrpuras y una calavera tallada en la empuñadura, su espada es tan filosa que sus cortes son letales con sólo rozar las superficies. Los monstruos no logran morir con las explosiones doradas, sino que terminan desaparecidos entre el metal para nunca volver a regenerarse. Nico gira su espada como si fuera de seda, tan ágil gracias a sus músculos que se han adaptado al peso del metal. No usa escudo, no usa dagas, sólo esquiva entre las sombras y se desliza entre ellos para luego apuñalarlos. 

Ambos semidioses se defienden como los expertos que son. Hay confianza en sus ataques y estrategia bien cimentada gracias a lo aprendido en el Campamento Mestizo en combinación con Nueva Roma. 

Es imposible que Percy no se distraiga al ver a Nico peleando. Es una versión juvenil y más elegante a lo que fueron los años de guerra de Hades. Muy pocas veces vio al rey del Inframundo pelear contra ejércitos enemigos, pero era algo de admirar. Hades es fuerte debajo de sus túnicas de millonario, suele ser un dios sangriento y sin misericordia cuando lo quiere. Que es la mayor parte del tiempo.

Nico heredó su letalidad.

Un lestrigón intenta distraer a Percy, pero este lo golpea y apuñala para seguir viendo a Nico.

—No interrumpas —regaña hacia la montañita de brillantina.

Ver a Nico apuñalando a los monstruos le hace quedar boquiabierto y más estúpido de lo normal, quedándose sin aire ante el arte que admiran sus ojos mortales.

—¿Tan rápido te rindes? —dice una empusa, pero Percy hace una mueca enojada por la interrupción y acaba con el monstruo más rápido de lo que esperaría.

Quiere ver a Nico, no pelear con monstruos.

—¡Percy! —intenta advertir Thalía, pero el mortal no logra salvarse del golpe del lestrigón.

Percy cae al suelo mientras el sabor a sangre inunda su boca y todo da muchos giros. Sabe que está en medio de una pelea, que hay monstros y que fue golpeando, pero no consigue reaccionar como necesita. 

—Hijo de perra —susurra, buscando a Contracorriente.

«Deja de suspirar por el hijo de Hades y pelea, niñato».

Percy frunce el ceño ante el regaño de su espada.

No estaba suspirando.

Sólo admiraba.

Se levanta y truena su cuello, girando la espada entre su mano y busca a su siguiente contrincante. Golpea a una empusa y se defiende contra una dracaena, quebrando la espada del monstruo. Es un poco más cruel con los lestrigones, haciéndolos pagar por haberlo interrumpido. Se encarga de otros monstruos más y está por apuñalar a una empusa, cuando una bolsa de tela cubre su cabeza y aprietan la cuerda para que no pueda sacarla tan fácil. 

En los años de entrenamiento, Tritón lo hacía practicar con una venda, diciéndole que tenía que adaptar los sentidos a los ataques sorpresas y a salvarse de ser raptado. Mejora su agarre en la espada y siente el calor, la sangre monstruosa y los niveles de humedad de quienes lo rodean. Comienza a atacarlos y escucha los gritos de los monstruos en advertencia a los demás, diciendo que Percy puede verlos.

Sabe que patea a uno en sus partes bajas y luego lo apuñala, que detiene la espada de alguien y que atraviesa la garganta de alguien. Son figuras creadas por su cabeza, pero que se delinean como un mapa de islas en las cuales logra asestar en el punto correcto. 

Se arrebata la tela y respira otra vez, negándose a perder a los otros dos mestizos. Ellos están ahí, pero ya hay monstruos rodeándolos y uno de ellos tiene la bolsa para cada uno.

—¡Thalía! —grita para advertir a la semidiosa, pero alguien la golpea por detrás y luego la rodean, atrapándola entre cuerdas. 

Mira a Nico, aún luchando contra los monstruos. Percy intenta acercarse, pero algo lo golpea por detrás y Nico lo mira caer, distrayéndose de lo demás. Al ver que quiere acercarse, Percy intenta advertirle, pero los monstruos se abalanzan contra Nico y lo golpean. 

—¡Nico! —grita, aterrado. 

Vuelven a golpearlo, esta vez contra el suelo y todo desaparece en un chasquido.

. . .

Están en movimiento, un auto que los lleva quizá más lejos de lo que deberían. Puede sentir a Thalía y a Nico a su lado. Los escucha respirar con miedo, tan rápido que su instinto protector lo hace retorcerse y mover la cabeza para intentar quitarse la bolsa. Al no conseguirlo, entonces intenta al menos tocarlos con la cabeza para que puedan relajarse. Encuentra primero a Thalía, quien asiente rápido para prometerle que está todo en orden. Luego, busca a Nico y el semidiós mueve su cabeza y duran un poco más juntos. 

«Blackjack nos seguirá, quizá esté esperando para atacar desde arriba» piensa, buscando un consuelo.

«Ese cuatro patas debe estar con el culo metido en alguna frutería. Es más fácil que yo me mueva y corte la soga de tus manos» se queja Contracorriente.

«Calla, Contracorriente. El maestro Percy está preocupado» escucha una voz más joven, pero tan elegante. Es una niña a comparación de Contracorriente, quizá con algunos siglos de creación.

«Es por eso que no es bueno confiar en criaturas. ¡Son irresponsables!» una tercera voz se suma a la pelea, las tres damas peleando por algo en común.

«¡Sólo digo la verdad! Además, Percy no se enoja porque exprese mi opinión» despreocupa Contracorriente.

«Estás aturdiéndolo con tu palabrerío enojado. La mente de nuestro maestro debe reposar» dice la menor de las tres, tan respetuosa que Percy apuesta a que se trata de la espada estigia de Nico.

«¡Las espadas de bronce celestial son unas salvajes, no puedes pedirles más que eso!» ríe el escudo de Thalía.

«¿Y qué me dices tú, tapadera de basurero? Ni siquiera puedes cortar la cabeza de alguien» devuelve Contracorriente.

«No peleen, eso no es digno de armas como nosotras.»

«¿De que hablas, niña? Esa cosa no puede considerarse arma. Sólo mira su tallado, está mas feo que los ogros de Creta.»

«Mi tallado simboliza la victoria de Perseo sobre el monstruo de Medusa, inepta.»

Percy se prepara para el grito indignado de Contracorriente.

«¡¿CÓMO TE ATREVES, SUCIA RUEDA DE CARRO DE BASURA?! ¡NADIE SOBREVIVE AL DECIR EL NOMBRE DE ESE BARATO IMITADOR FRENTE A PERCY! ¡TE HARÉ PAGAR POR TUS SUCIAS Y MUNDANDAS PALABRAS REGRESÁNDOTE AL CULO DEL QUE NACISTE!»

«¡Eres una malcriada y grosera! ¡Doblaré tu hoja!»

«¡Y yo te arrancaré ese tallado de mierda con mi punta y luego te abollaré y te haré tantos agujeros que te usarán para colar vino!»

«Silencio, señoras. Nuestro maestro se puede enojar» pide la espada estigia, preocupada.

Percy libera un pequeña tos y las tres damas se quedan en silencio.

No pasa mucho hasta la que voz de la espada estigia vuelve a sonar.

«Perdóneme, maestro. No quise disgustar su captura» sufre la joven espada.

«Deja de llorar. Eso no es digno de una espada» regaña Contracorriente.

«Lo siento, mi Lord. Es sólo que los palos de bronce suelen estresarme» se disculpa el escudo de Thalía.

«No se preocupen, sólo... dejen las peleas para más tarde» les pide y las tres armas prometen que lo harán.

Terminan su viaje con un brusco choque y luego insultos contra el conductor. Abren la puerta del auto y luego las risas se hacen de festejo cuando demuestran el botín que han capturado. Pero esos no son los monstruos, ese toque y palabras son de humanos, semidioses. Percy sabe que los separan y luego lo empujan hacia una celda que apesta a humedad y orines. Le retiran la bolsa de la cabeza y consigue ver el dormitorio oscuro y con un banquillo largo para que pueda sentarse o dormir. La puerta de barrotes se cierra y el semidiós que lo llevó lo deja ahí. 

Comienza a preocuparse, temiendo por dónde están sus amigos. Se acerca a la puerta, pero una voz le advierte que no lo haga.

—Son peligrosas —advierte una mujer en la celda de enfrente—. Tienen magia.

Ella es delgada, frágil como una figura del cristal más costoso. Su cabello rubio podría ser de los dorados más hermosos, pero su encierro ha provocado que esté sucio y luzca casi gris. Es liso como una cascada y sus facciones no pueden ser mortales. A pesar de los moretones y las manchas, ella es una mujer muy bella, como un amanecer de verano o como las nubes que cubren los cielos. Y en ella hay una bondad casi atosigante, la personificación de la gracia y la bondad.

—¿Eres una ninfa? —pregunta Percy, entrecerrando los ojos.

La mujer rubia se ríe enternecida. Su vestido celeste cae un poco flojo en sus hombros delgados y sus mejillas se arrugan por su risa.

—Te conozco desde que llegabas a mi casa luego de una pelea y comías sándwiches con mis niños. Aún conservo tu plato favorito —hace ver, divertida.

Percy intenta reconocerla, pero si tuviera que cursar la clase sobre historia divina I, la perdería.

—Creciste mucho, Percy —aprecia la mujer—. ¿Aún tienes la daga que te regalé? 

Percy quiere hundir la cabeza contra el suelo de la pena. Frente a su mortal existencia, está Leto. Ella es la titánide protectora de los jóvenes y madre de Artemisa y Apolo. Le gustaría disculparse con ella, decirle que aún tiene la daga aunque no recuerde en dónde la dejó y prometer que la regresará a su casa en Florida. 

—Lo siento, no reconocí su... pelo —intenta, pero Leto ríe divertida.

—Descuida, cariño. Artemisa me advirtió que si no te hablaba primero, tú pasarías frente a mí y no me reconocerías —dice, tan ligera y suave que Percy sonríe apenado.

—No quiero ser grosero, pero ¿sabe en dónde está Maya?

—Sí —asiente la mayor, feliz—. Está detrás de mí —señala y Percy debe esforzarse para ver a la pléyade durmiendo sobre el banquillo.

Percy puede sentir que vuelve a respirar, pero luego el grito de Nico lo hace querer subirse a las paredes y sacudir la puerta para que lo castiguen y se distraigan de Nico.

Mira a su alrededor y luego las puertas, sabiendo que existe una forma de abrirlas.

«Eso te dolerá» advierte su espada.

«Eso no importa, Nico está en peligro.»

Abre a Contracorriente y se concentra tanto, que puede sentir su flujo sanguíneo y la cantidad de agua en su cuerpo. Tetis estaría muy enojada porque no bebe sus ocho vasos de agua diarios. Apunta a Contracorriente hacia el cerrojo de la puerta y apuñala. La magia descarga como la electricidad misma, paralizando sus manos y acelerando sus sentidos hasta que todo tiembla y no puede hacer más aguantar el dolor y resistirse a las ganas de gritar y llorar. La punta de Contracorriente comienza a doblar el sistema del cerrojo y la puerta rechina. 

—¡Percy, detente! —le pide Leto, preocupada.

Percy siente las ganas de rendirse, pero el grito de Nico lo hace emplear más fuerza y la espada logra atravesar el cerrojo. La magia sigue corriendo en la puerta y los temblores gobiernan en su cuerpo mortal, obligándolo a alejarse si no quiere comenzar a convulsionar y ahogarse con su vómito. Respira unas cuentas veces y mira hacia su espada, misma que sigue entre la puerta y el cerrojo.

«Deja de verme y sácame de aquí» le ordena su espada y es lo que necesita para que mueva sus piernas débiles y golpee la puerta con su cuerpo para abrirla. Contracorriente cae al suelo y Percy junto a ella, arrodillado frente a la celda de Leto.

—Levántate. Te pueden ver —teme Leto. 

Pensando que está delante de la madre de dos grandes héroes, frente a una mujer que nunca se rindió frente a las amenazas de Hera y arriesgó su vida, incluso refugiándose en una isla desierta para dar a luz ella sola, Percy se levanta y toma a Contracorriente. Se siente ebrio por la magia, las demás celdas girando a su alrededor como trompos. Apunta su espada a la puerta y arremete contra ella.

Las descargas de magia se multiplican y se sienten mucho peor esta vez. Corrompen sus músculos adoloridos y desgarran su interior hasta que puede sentir que algo explota y el dolor agudo lo hace ver cristalino por las lágrimas. Esta vez, el cerrojo cede más rápido quizá por los intentos de Leto y Maya por escaparse. La puerta se abre y Leto lo recibe entre sus brazos, preocupada.

—Maya, ayúdame —le exige a la pléyade, una que se limpia las babas y parpadea para ahuyentar el sueño.

La otra mayor se acerca a Percy y entrecierra los ojos, reconociéndolo.

—Vaya, entonces es verdad —dice a todos.

—¿Qué cosa? —pregunta Leto, preocupada.

—Que lo convirtieron en mortal.

Leto incluso es bella haciendo una mueca enojada. 

—Eso no importa ahora —reprende con suavidad.

Maya busca entre su vestido de color ciruela y saca unas ramitas. Ella las sacude contra la nariz de Percy y este despierta al instante. 

—El romero siempre funciona —sonríe Maya, satisfecha.

Maya es la personificación de la calma, de cabellos oscuros como los troncos en las montañas, una sonrisa tan suave y floja a la vez, lo único que comparte con Hermes. Maya es incluso un poco más morena, aceitunada por su vida entre las montañas rudas. Lleva un suéter de lana de oveja negra, su vestido flojo y de sandalias. Parece haber salido de un festival de personas que fuman marihuana y tocan frente a las fogatas. Aún así, Maya tiene la capacidad de pelear contra un oso a puño limpio y le ganaría.

—Muchas gracias —le sonríe a las mayores y ellas asienten, amables.

Percy logra levantarse y camina hacia afuera de la celda, buscando peligro. Les hace un gesto para que lo sigan, pero Leto lo detiene.

—Hay alguien más —dice ella, señalando a la celda de al lado.

Percy mira y todo cambia de color cuando descubre que la otra prisionera es Sally. La nereida tiene moretones y los labios secos, su cabello sucios y luce como si hubiera peleado contra muchos a la vez. La preocupación palpita tan fuerte que todo su cuerpo sufre de un dolor profundo. Sally luce destrozada, sin esperanza alguna. Le rompe ver lo que han hecho con ella, transformándola en una cáscara de lo que alguna vez fue una fuerte ninfa que desafió a todo Atlantis. 

Sabe que no es justo y que debe ayudarla. No puede dejarla aquí.

—Nosotros la ayudaremos, ve por los otros niños —le dice Leto. 

Los gritos de dolor de Nico lo aturden y sólo puede saber que corre tan rápido por dos razones. Nico está en peligro y quiere escapar de Sally.

Cuando unos tipos lo miran, intentan detenerlo. Percy sólo puede concentrarse en Nico y lo demás lo hace de forma inconsciente. Rompe la cabeza de alguien, empuja a unos por las gradas y con sus poderes le saca la sangre otro soldado. Sólo puede reaccionar ante el peligro del hijo de Hades y apuñala a quien se le cruce. Un monstruo intenta alcanzarlo, pero con un chasquido de dedos, Percy lo ahoga con su propia saliva. 

No puede detenerse, sólo actúa con la fuerza de mil hombres y es tan rápido como si se hubiera sumergido en el Estigia. Todo es tan instantáneo que no logra procesar cómo es que termina rodeado de cuerpos. Respira muy rápido, fuera de lo común y siente su sangre quemar desde dentro, destruyendo sus venas y deshaciéndolo. Corre hacia Nico, quien tiene un cuchillo clavando en la pierna y una herida cerca del cuello. Hay una quemadura en su brazo, donde intentaron grabar el escudo de Kai. 

Lo libera al instante y luego se acerca a Thalía, a quien aún no habían torturado.

—Me encargaré de Nico —le dice ella, rodeando al hijo de Hades como apoyo—. Llama a Blackjack.

El chillido de Arcus resuena fuera del edificio donde están, haciendo sonreír a Thalía.

—Eso fue rápido.

—¡Espérennos! —pide Maya, bajando con rapidez por las gradas y luego regresando para ayudar a Leto, quien carga a Sally.

—¿Qué? —jadea Thalía, sorprendida de ver a las diosas. Mira a Percy, pero este está aguantando las ganas de vomitar.

Comienzan a salir, pero Maya se distrae un poco al oler los utensilios y frascos que tenían en la mesa con la que estaban torturando. Agarra lo que reconoce y corre hacia ellos. Al salir, Arcus aletea para advertir y Blackjack se acerca a trote rápido para recibir a Nico. Thalía y Percy lo acomodan mientras que las diosas suben a Arcus. 

—Quédate con Nico —jadea Percy, muy cerca de vomitar.

Thalía lo mira, sin entenderlo, más no pueden preguntar porque los gritos de los soldados los amenazan y las maldiciones con ellos.

—¡Te dije que no los trajeras aquí, estúpido! —chilla una empusa a un semidiós, furiosa.

Percy busca a Arión y se sube al pegaso con mucho esfuerzo, alzando vuelo antes de que las flechas los atraviesen. Abandonan el lugar entre los aires y luego de unos minutos, Percy guía a Arión para vomitar en los basureros de un callejón. 

. . .

—Déjenmelo a mí —pide Maya, acercándose a Percy con un saquito de hiervas. 

Leto tiene a Nico entre brazos y Thalía se encarga de mantener a las criaturas bajo control para que no alarmen a los neoyorquinos. Maya se agacha frente a Percy y le frota las hiervas secas contra la nariz, esperando al efecto. Se saca un reloj de bolsillo de su abrigo enorme y cuenta el tiempo. Sally se apoya contra una pared, sujetándose el abdomen con dolor y respirando lo bastante rápido para ser preocupante. 

La hija de Zeus se acerca a Nico para saber su estado, fingiendo ignorar a la nereida, pero sabiendo cuáles son sus pasos. 

—¿Puedes levantarte? —le pregunta ella a Nico, quien asiente luego de la ambrosía proporcionada por Leto.

—Aún está muy débil, necesitan descansar —dice Leto, preocupada.

Nico asiente hacia Thalía y pide su mano para levantarse. La semidiosa lo levanta lo bastante fuerte como para demostrar sus días de entrenamiento en Nueva Roma. 

—Percy... —jadea Nico, viéndolo.

Thalía hace lo mismo y regresa a Nico.

Ella señala con la cabeza a Sally y Nico lo entiende al instante. Leto no parece muy feliz de que su recomendación haya sido ignorada.

—Eh, cabeza de sal —Thalía se arrodilla frente a Percy y toca para buscar temperatura alta—. No podemos quedarnos aquí —le dice, obligándolo a levantarse.

Es entonces que descubre la enorme cantidad de energía que hay dentro del cuerpo de Percy, una cantidad que podría ser mortal para un humano común y peligrosa para un semidiós que no sea hijo de Zeus. Ella mira a Maya, preguntando y la pléyade le explica lo que ocurrió en las celdas. Percy necesita una desintoxicación para poder mejorarse, pero eso les llevará mucho.

Más no pueden dejarlo así. No pueden arrastrarlo por Nueva York mientras las descargas internas calcinan su cuerpo. 

Escucha un siseo de espada y descubre a Nico apuntando hacia el cuello de Sally, quien levanta las manos y cierra los ojos.

—No se mueva —le ordena Nico, tan feroz que Sally está cubierta de miedo.

Thalía deja que Nico se encargue de la nereida y levanta a Percy por los hombros, sabiéndole un poco pesado porque ya no es adolescente. Percy es de la misma edad que Luke y Nico, dato que olvidaba por un segundo. Maya la ayuda para acercarlo hacia Leto y Nico, quien se distrae un poco de la nereida 

—Podemos darle un poco de ambrosía o-

—No podemos —jadea Thalía con esfuerzo, dejando el cuerpo laxo de Percy cerca de su pegaso. La criatura relincha de miedo y huele a Percy, buscando sus males—. Buscaremos una habitación de hotel para descasar por hoy. Percy no puede moverse más.

—Yo puedo buscar una. Mi ladroncito me da cupones cada mes —enseña Maya, feliz.

—Yo iré con usted —dice Nico, levantándose para acercarse a la pléyade. 

Ambos desaparecen al salir del callejón y mientras tanto, Thalía se queda con Leto para relajar a las criaturas.

—Me acuerdo de este —Leto acaricia a Arcus, quien hace brillar sus plumas para presumirse ante la titánide. Escucha a Blackjack y Arión relinchar en burla, ambos rodeando a Percy como sus guardaespaldas. 

—No esperaba que tomara mi llamado —admite Thalía, sentándose en un bloque de concreto, girando su escudo para distraerse.

—Tu padre volaba sobre él para deslumbrar a las doncellas de Creta —ríe Leto, alejándose de Arcus y viendo a Percy con preocupación—. No es fácil verlo. Nunca me gustó ver a los niños sufrir tanto —susurra, tan triste—. Los niños no deben pagar por los pecados de sus padres...

Thalía mira a la mujer, quien se muestra tan abatida por sus propias palabras.

—Es un lindo deseo, aunque nunca pueda cumplirse —dice Thalía, pensando por primera vez en muchos años en su progenitora.

A veces no recuerda su nombre, o cómo era el color de su cabello. ¿Rubia, pelinegra? No puede saberlo, es tanto tiempo que no la mira en fotografías o algún recuerdo. Jason no puede describirla, él era incluso más pequeño que Thalía cuando fueron alejados de ella. Beryl Grace. Era un nombre que combinaba con ella en forma física, pero no era una gran madre, tampoco una gran pareja. Era alcohólica, inestable y ansiosa de poder. 

Eran tan parecida a Hera que quizá por eso la diosa la odió tanto. 

Pero Leto es lo opuesto a ambas mujeres y es realmente confuso estar cerca de ella.

Artemisa y Apolo tienen tanta razón de buscar protegerla. Es muy soñadora y eso es peligroso.

—Sé que eres hija de Zeus, puedo sentir su magia en ti —sonríe Leto, amorosa—. Incluso heredaste sus ojos.

Thalía ha escuchado tantas veces que sus ojos son muy especiales, pero no le da importancia porque le recuerda a cierto padre que nunca se preocupó por ella o por Jason. Quizá dirán que lo hizo, pero no de la forma que ellos esperaban. Un hijo tiene expectativas en sus padres y cuando estos no las cumplen, es un golpe muy duro. Ningún padre es perfecto, pero ante los ojos de sus hijos, sí lo son. O es así hasta que uno de ellos arruina el sueño.

—Eso no sirve de nada.

—Ahora servirá. Le salvará la vida a tu amigo sin necesidad de buscar a Zeus —dice ella.

Thalía le da la razón.

Leto mira a Sally, quien no se ha movido de donde Nico le advirtió que no se moviera. Ella mira a Percy con miles de cosas pasando por sus ojos, pero todo se contiene en una expresión de miedo y arrepentimiento. Thalía no puede decir que la nereida luce bien desde que se supo su posición con Kai. Percy nunca la calificó como traición, pero cuando ellos estaban en el Campamento Mestizo de visita, Rodo llegó y casi pierde los estribos. Juró por todo lo existente en el mar que Sally pagaría y que se encargaría por destruir su esencia hasta que no quedara más que las bocas que dirían su nombre con pena.

Nico regresa con Maya y los llevan al hotel más cercano que encontraron. No luce tan mal y con ayuda de La Niebla, logran entrar a Percy dormido y a Sally atada de manos. Las criaturas fueron despedidas por la hija de Zeus, quien les dijo que era muy peligroso volar ahora por el estado de Percy. Llegan a la habitación y Thalía pone manos a la obra con Percy, absorbiendo la cantidad de energía. 

Nico se encarga de limpiar las lágrimas que brotan de Percy, quien llora de dolor ante la extracción de magia que corrompe su cuerpo. Leto y Maya están rezando como señoras en iglesia hacia las Moiras para que los ayuden y Thalía se siente como curandera en medio de una limpieza. Sus manos contienen los pequeños rayos y los deja ir por la ventana, mismo que se disuelven para unirse a los poderes de su padre.

Se detiene hasta que Percy tose un poco de sangre, pero al menos ya no hay rayos en su interior.

Esa noche es larga, quizá más para Nico. Thalía los deja ser, Annabeth se lo ha dicho junto con Grover y ella también lo cree. A veces piensa que los chicos son muy estúpidos.

El hijo e Hades se queda junto a la cama que le dieron a Percy, apoyando en el suelo mientras su cabeza descansa cerca del hombro de Percy, vigilando su respiración con tal esfuerzo, que nadie los interrumpe. Leto y Maya se dedican a Thalía, preguntándole sobre Olimpo y la ciudad mestiza. Nico las ignora, sus ojos nunca se alejan mucho de Percy y hay instantes en que cierra los ojos, para luego mover la cabeza y alejar a los dioses del sueño. 

Una mano de Nico acaricia la de Percy, un toque tan sutil que podría confundirse con la caricia del aire. No quiere despertarlo, sólo quiere sentir el estado de su esencia y comprobar que todo está en orden. 

En medio de la noche, mientras que Thalía duerme con los ronquidos de Maya al oído y Leto duerme como princesa en una butaca junto a Sally, Percy logra despertar entre el ardor de sus ojos y la debilidad de su boca. Siente un desierto entre sus labios, las pastosidad y sin fuerza para emitir una palabra. Se apoya en sus brazos para levantarse, pero su movimiento es registrado por Nico, quien despega como un rayo para ayudarlo. 

—Percy —dice Nico, tan aliviado que Percy se siente un poco mejor de escucharlo.

Su cabeza cae contra el hombro de Nico y su aroma a tierra húmeda y bosque lo hace encontrar un consuelo en medio de toda esa tormenta. Aún así, necesita buscar una fuente de agua, se siente quebradizo por la ausencia de su elemento, tan flojo que podría caer de nuevo. Sus instintos pueden sentir el vaso de agua cercano en un mueble y le da gracias a los dioses porque Nico sea tan bueno para leer su cara de mierda, porque lo apoya en la cama y corre hacia el vaso.

Percy lo toma y su necesidad lo destruye, casi empinándose el vaso en toda la cara, sin importarle que se puede ahogar. Su garganta se lubrica al instante y el agua baja por su cuerpo, cubriendo en pocas partes hasta que siente que puede levantarse y buscar más agua. Nico le quita el vaso y Percy se queda absorbiendo el agua que cayó por sus mejillas y cuello, sin dejar gota de ella. Nico regresa tan deprisa, que Percy desea pedirle que no se preocupe tanto. 

Esta vez, ingiere el agua en tragos grandes, respirando un poco mejor luego de tenerla. Nico acomoda su camisa y busca heridas en sus brazos.

—¿Te sientes mejor? —pregunta Nico.

—¿Qué hay de ti? ¿Te lastimaron mucho?

Nico le mira y luego sonríe.

—Pregunté primero.

—Tú me importas más.

La sonrisa de Nico tiembla un poco y luego parece recordarse que debe responder.

—Estoy bien —asiente.

Percy le da otro trago al agua y mira hacia el cielo oscuro que se puede apreciar en la ventana.

—¿En dónde estamos? —pregunta bajito, sin ganas de interrumpir el sueño de las demás.

Nico le explica lo que ocurrió donde estaban y luego la parte del callejón, cuando consiguió el hotel con Maya y cuando Thalía le liberó de su infección de rayos. Percy deja el vaso en otro mueble y se arrastra por la cama de regreso, buscando cobijo entre los brazos del hijo de Hades.

—¿Qué haces? Necesitas dormir —ríe Nico por lo bajo, aún así acaricia los mechones de Percy. Está un poco sudoroso y frío.

—Me asusté mucho. No quería que te lastimaran —murmura contra Nico, sintiendo que el sueño lo está arrastrando otra vez.

—Yo también. Me asusté mucho por ti —devuelve, acariciando entre los hombros y el cabello de Percy.

Percy no lo dice, pero se jura a sí mismo que si llega a encontrar a los imbéciles que lastimaron a Nico, se los devolverá aún peor. 

—¿Quieres dormir conmigo? —pregunta y levanta su cabeza para ver al otro semidiós, usando unos ojos con los que Tritón siempre le perdonaba sus travesuras.

Nico sonríe y niega con la cabeza, como si Percy fuera un niño peligroso y sin solución.

—No quiero que me empujes de la cama.

—No lo haré —promete.

Todavía quedan horas de la noche, pueden compartirlas con dormir bajo la seguridad del hotel. 

—Eso espero, o te haré pagar con mi sombras —amenaza.

Percy sonríe tan deslumbrante, que las estrellas son puntos sin luz para Nico cuando está cerca del otro.

. . .

Al despertarse, ninguno de los dos lo dice, pero ha sido el mejor sueño que ambos han tenido desde hace ya unas noches. Percy extraña a Blackjack, más entiende las razones de Thalía por alejarlos. Los semidioses que están con Kai pueden verlos y seguir su rastro aún más rápido. Eso no significa que no sienta ojos vigilándolos desde el cielo, evaluando cada paso que dan ante una preocupante equivocación.

Tienen que alejarse todo lo que puedan de Nueva York, incluso han planeado ir al Campamento Mestizo. 

—No les recomiendo acercarse —les dice Quirón por medio de un mensaje Iris.

—¿Por qué? —cuestiona Nico, estresado.

—Hay simpatizantes de Kai aquí —Quirón baja el tono de su voz, viendo hacia algunas partes.

Percy lo mira preocupado, temiendo por los que aún confían que detendrá a Kai.

—No se preocupen por los que estamos de su lado. Somos más y una vez ellos se vayan, sé que todo estará bien —les dice Quirón, gentil.

Terminan su llamada y mientras las tres mujeres lucen expectantes a lo que pasará, sus tres protectores no saben qué hacer con la información que tienen en sus manos. Cuando les dicen lo que ocurre, Leto hace una mueca pensativa y luego los mira, con una solución perfecta.

—Hay una colina sagrada, podemos entrar. Incluso Sally puede hacerlo —señala hacia la nereida, que lleva todo el día sin decir una palabra. 

—Eso es bueno —celebra Thalía—. ¿En dónde queda?

—En Belmont, Queens —les dice.

Esperan a que Maya entre al baño y luego Sally camina en silencio también, entrando al servicio público de la tienda. 

Percy no se preocupa por la nereida. Si lo hace, entonces sucumbiría ante sus ganas de llorar por ella y no puede hacer eso. No sería justo para quienes lo están ayudando a salvar a Leto y Maya.

Caminan por Highland Park, escondiéndose de las calles concurridas de Brooklyn para que Maya y Leto puedan respirar un poco de los mortales. 

—No sé cómo pudiste vivir tantos años entre mortales, querida —le dice Leto a Sally, caminando junto a ella como si fueran amigas de siglos.

La nereida sonríe un poco y luego regresa a su silencio sepulcral. Un muerto emite más ruidos que ella. 

—Ellos tienen mejor droga que los sátiros a veces —observa Maya, salvando un punto para los mortales.

Leto frunce el ceño.

—Yo no fumo...

—¿No? Pues deberías, ayuda a relajar —sonríe Maya, tan floja que recuerda mucho a Hermes. 

—Mi estrés desapareció una vez tuve a mis hijos, ya luego todo fue de flores y diamantes —explica Leto.

Maya la mira, como si no pudiera creer que Leto no ha tocado una pizca de hierva. 

—Me asusta tu sobriedad —admite.

Leto mira a los semidioses en busca de ayuda.

—Leto es una mujer de pulmones limpios, no usa hiervas para ser amable —dice Percy, usando la confianza que tiene con la pléyade.

Maya golpea a Percy en el brazo, con una sonrisilla.

—Tú no hables. Que conozco muchas de tus historias en Hedoné —amenaza.

Leto jadea, aterrada.

—Percy, tú no puedes ir a Hedoné —regaña la titánide.

—¿Qué hay de Apolo? —Percy la mira con una mueca, logrando que Leto lo mire como si fuera estúpido.

—¿Olvidas quién es el padre de ese muchacho? No importa si uso la técnica de Andrómeda, siempre se escapará como el descarado que es.

—¿Qué es la técnica Andrómeda? —pregunta Thalía.

—Que te amarren a una roca —le dice Maya.

—Es verdad, cuando el gran y valeroso héroe Perseo liberó a la princesa de la roca —dice Nico, logrando que Percy lo mire con ganas de ahorcarlo.

Su sonrisa de victoria dura muy poco, porque Percy obtiene una expresión de listillo y mira a Leto.

—Nico quiere ser novio de uno de sus nietos —le dice a la titánide y ella brilla como el sol, su cabello igual al de Apolo.

—¡¿De verdad?! —sonríe ella, acercándose a Nico—. ¿Qué talento tiene? ¿Sanación? ¿Canto? ¿Tiro con arco?

Thalía le da un golpecito a Percy en forma de regaño, pero ambos sonríen al ver cómo es que Leto zarandea a Nico.

Maya se detiene para arrancar unas hojas del suelo y Sally se queda a esperarla. Descubren que las dos mujeres no los siguen y se quedan a una corta distancia. 

—Es maravilloso, mis solecitos nunca han estado con un hijo de Hades. Será maravilloso tenerte entre la familia —dice Leto, sabiendo que Percy los escucha—. A menos que... alguien más te quiera entre su familia —dice con una voz que deja en claro lo que ella sabe. 

Sally lo sabe.

Maya lo sabe.

Thalía lo sabe.

Nico se queda atrapado en su mirada azul cielo y traga con nerviosismo, preocupado.

—Yo...

Leto guiña un ojo y se lleva un dedo a la boca, prometiendo que se quedará con el secreto.

—Sería maravilloso ver a cierto héroe pelear por ti, ya sabes, como un amor a la antigua Grecia —dispara, pero Percy está viendo el vuelo del un ave, distraído. Leto entrecierra su mirada y carraspea—. Ya que supe que Will tiene novia —da una mentira blanca, pero sabe que Afrodita ayudará si Leto se lo pide.

Thalía entiende el juego de Leto, así que mira a Percy en busca de señales. Percy se rasca la nariz sin pena alguna y luego parece considerar algo.

—Quizá tu padre te ofrezca a un dios como el príncipe que eres, alejándote de las posibilidades —dice Leto, intentándolo.

Percy estornuda y se gira a Thalía.

—Voy a orinar —señala hacia unos árboles frondosos. 

Leto hace una mueca decepcionada.

—No puede ser —dice, triste.

Thalía, al darles la espalda por su posición, sonríe y trata de prometerse que le contará eso a Grover y Annabeth.

Leto chasquea la boca y mira a Nico.

—No te sientas mal, Percy es muy... distraído —acomoda ella, pero Nico tiene otra palabra para describir a Percy.

Inocente.

Maya y Sally se acercan y cuando la pléyade pregunta por Percy, todos señalan hacia los árboles. Observan la naturaleza, apreciando sus colores y las formas. Percy regresa corriendo mientras un león hecho de ramas y hojas lo persigue mientras ruge con fuerza. Detrás de los árboles aparece una anciana hechicera, furiosa. 

—¡Orina en otro lado, acuático! —amenaza la hechicera.

—¡Pregunté a quién pertenecía el árbol, no hice trampa! —Percy esquiva al león y libera a Contracorriente para no morir.

Thalía y Nico intentan acercarse, pero Maya los detiene con sus manos llenas de joyería. Ella mira a Percy con esperanza.

Del suelo comienzan a brotar hilos de agua, uniéndose para crear el escudo que Percy necesita para salvarse de los zarpazos del león. Gira por el suelo y luego golpea al felino de hojas con un puño de agua, luego regresa y combina algunos movimientos más de ataque hacia el león. Maya sonríe orgullosa cuando lo mira usar sus poderes con agilidad, como si nunca se hubiera separado de ellos. 

El león lo empuja y Percy derrapa, al final sosteniéndose con Contracorriente.

Levanta su espada y apunta al león.

Una figura enorme y fuerte de agua escapa del suelo y golpea al león. Es un pegaso. 

La criatura del agua golpea al león y lo azota contra el suelo. Vuelve a golpearlo y lo eleva del suelo, todo por órdenes de Percy. El pegaso destruye al león de tierra y Percy mira con desafío a la anciana hechicera.

Impresionada y ofendida, la señora chasquea los dedos y una bandada de aves carnívoras se desata de entre los árboles, comenzando a seguirlos.

«¡Corre, Percy. No quiero que me roben para cortar jengibre!» grita Contracorriente.

Escapan del parque y luego de que recibiera unos picotazos, Percy jadea y siente algo cálido bajar por sus piernas. Mira y descubre que se orinó, que su vejiga decidió traicionarlo. Nico y Thalía intentan no reírse y Leto se preocupa en buscar un lugar donde puedan haber unos pantalones.

—¿No sabías que era una hechicera? —jadea Maya, sosteniéndose de Nico.

—No. Mis ojos aún son mortales —se defiende.

Maya no puede creerlo.

—¿Cómo lo sabías tú? —pregunta Percy, avergonzado de sus pantalones mojados.

—La hierva —explica ella, jalando su párpado bajo y sacándole la lengua a Percy.

Sorpresivamente, Leto llega con una pantaloneta negra que tiene varios bolsillos. 

—No vayas a mojarla aunque te salga una hechicera del basurero —advierte Nico junto a Thalía, señalando hacia el basurero del callejón donde Percy se quitará la ropa.

Percy le saca el dedo del medio y luego de unos minutos, regresa con un pantalón oloroso a orines en su mano. Se lo lanza a Nico y el hijo de Hades, furioso, lo persigue para darle el golpe del día. El grito de Percy llega hasta Olimpo y Thalía aún sigue riéndose de los pantalones y de la pelea.

Siguen caminando por más tiempo hasta que deciden detenerse a comer en un carrito de nachos.

. . .

Seabrook es el destino para Will y Jason. Ambos rubios hijos del cielo llegan luego de un largo viaje por medio de sus pegasos. Aunque no los puedan escuchar, descubren que son criaturas muy gentiles. No importa que sea difícil despertarlos para volver a volar, una vez lo hacen, la sensación es de las mejores que hay en el mundo. Los pegasos son muy inteligentes. Logran saber cuando necesitan volar más rápido o cuando deben esconderse al pelear contra unos monstruos. 

Además, son ladrones rapidísimos. Lo comprobaron cuando a una pobre anciana le robaron su cesto de calabacines y peras. Luego de eso no pudieron volar por el tamaño de sus panzas y caminaron como lo hicieron los reyes magos en busca de Jesús. O eso le contó Jason a Will mientras caminaban por un parque algo vacío. 

Una vez encontraron el cartel de bienvenida de Seabrook, se colocaron sus botas y las capas de viajeros que Hermes les dio. También un amuleto para alejar hechiceros que consiguieron con Hécate. El olor a tabaco y los ruidos se hacen diferentes a la ciudad humana que está a un lado. Ahí, es como viajar en el tiempo, pero a mucho antes de que ellos dos nacieran y sus madres y sus abuelas y sus tatarabuelas y las abuelas de sus tatarabuelas.

Hay casas un poco torcidas de las que sale humo de las chimeneas, hombres y mujeres mostrando sus pechos desnudos mientras fuman y esperan en las fachadas de los edificios, casas de madera con los colores podridos por la salinidad que llega gracias al mar, carros jalando heno, botellas de ron y vino, comida y tal vez algún ebrio que se encontraron para dárselo a los caballos carnívoros. 

Will hace una mueca de dolor, sintiendo que camina sobre las enfermedades a carne viva y se agarra de Jason como escudo. Muchas personas miran sus pegasos y las criaturas relincha de enojo cuando alguien se les acerca mucho.

—¿Puedo tocarlo? —pregunta un niño con la ropa embarrada de lodo y al que le faltan algunos dientes.

—Eh... —Jason ríe nervioso—. No.

El niño hace una mueca y con la fuerza de un barco, golpea a Jason en el abdomen. 

—¡Oye! —Will intenta alcanzarlo, pero el niño escapa más rápido que pez en el mar—. ¿Estás bien? —le pregunta a Jason.

—Sí —jadea el otro rubio, asintiendo con dolor—. Sólo un golpecito.

Will camina más cerca de su pegaso y cuando vislumbran a un tipo cuidando caballos, se acercan a él.

—Hola, señor —le dice Will.

El anciano tiene los ojos cerrados y afila un cuchillo a pesar de. Gira su cabeza y sin abrir los ojos, los huele y hace una mueca. El hombre parece que lleva días sin tocar agua con jabón, que el sol ya curtió su piel y su barba es más larga que las crines de los caballos.

—Vaya, vaya, terranos —dice con su voz entre aguda y añejada—. ¿Qué los trae tan lejos? Las ciudad de los maricones está cruzando la granja de Prafis —ríe, entretenido.

—Una misión —dice Jason, sin dejarse intimidar.

—Oh —dice el hombre, alzando sus blancas cejas.

—¿Cuánto es por cuidar a los pegasos? —pregunta Will, aguantándose la mueca cuando alguien pasa corriendo y les salpica el agua gris de la calle.

—¿Qué?

—¿Cuidar a los pegasos, cuánto es? —pregunta otra vez, a su límite.

—Uh... —el anciano aprieta más los ojos, como si pudiera ver—. Son unos lindos ejemplares —ríe.

—Maldito anciano —susurra Will, así que Jason toma el control.

—Señor, debemo-

—¿Ya parió la yegua? —pregunta a ojos cerrados, oliendo con más fuerza.

Uno de sus pegasos se inquieta y se acerca a Will, buscando refugio.

—Ah- no, no es-

—Mmmh, parece que no.

—¡¿Cuánto es por cuidar a los pegasos?! —chilla Will.

—Dos dracmas por cada uno —dice y le dan las monedas.

Dejan a los pegasos entre los caballos para esconderlos un poco y comienzan a buscar el ayuntamiento, donde estaría el líder de la ciudad.

Jason pregunta a unas personas, pero estas lo envían a morder nabos o a lamerle el culo a un cerdo, pero nadie le dice en dónde está el edificio. Caminan por las estrechas calles y demasiado sucias. Fluidos por todas partes, a veces cruzan algunos carruajes de lujo y en otras deben protegerse de los ladrones que intentan robarles sus mochilas. Mientras más se adentran a la ciudad, más sucia y apestosa se hace. Ven una plataforma y sobre ella cuelgan tres personas a luz del día. Las moscas en la cara y sus colores casi verdes en la piel hacen a Will casi vomitar sobre los pies de una mujer. 

Una estampida de cerdos casi los atropella y cuando intentan esquivarlos, unos gritos los hacen saltar.

—¡Muévanse, par de estúpidos! ¡Me estorban! —grita una mujer, empujándolos mientras ella persigue a los animales.

Los cerdos huyen de ella a toda prisa.

—¡Oye, te cortaré las bolas si te acercas a mi cerdo!

—¡Ven y chúpame el pene, zorra!

—¡Hijo de perra! 

La mujer golpea al tipo que había atrapado un cerdo y este se queda noqueado junto a un charco de agua sucia. Rápidamente, algunas personas se acercan a robarle sus pertenencias y lo dejan desnudo.

Will jala la mano de Jason para que no los apuñalen por mirones y siguen caminando por la ciudad. 

Algunas personas los agarran de la ropa e intentan arrastrarlos hacia las tabernas, incluso Will probó el sabor salado de los pechos de una mujer cuando esta le dijo que le parecía lindo.

Entran a una herrería cuando todo se hace más difícil y el interior de la ciudad los comienza a aturdir. El sonido de los metales fundiéndose y siendo golpeados regresan a Will a su tiempo en la herrería de Hefesto, cuando pasaban parloteando con otros semidioses en vez de confeccionar espadas.

—¿Vienen a comprar un escudo? —un hombre fornido aparece frente a ellos.

Lleva un delantal de hule, las manos un poco quemadas y le falta un ojo.

—¿En dónde queda el ayuntamiento? Traemos un mensaje de Percy —dice Will, esperando que mencionar el nombre del otro semidiós sea de ayuda.

El hombre los mira con su único ojo, tan ofendido que Jason comienza a retroceder cuando lo mira apretar sus puños.

—¡¿Qué?! ¡No pueden decir el nombre de ese traidor! ¡Merecen morir! —grita el hombre, sacando un hacha por debajo de una mesa, apuntando a ellos.

Will saca su arco y flecha para disparar y Jason extrae su espada de oro imperial para incluso matar al hombre si lo necesitan.

—¡No! ¡No! —detiene otro herrero, parándose frente a los semidioses mientras levanta las manos—. Son turistas —miente al instante.

—Dijeron el nombre de ese traidor —gruñe el más alto, respirando como toro furioso.

—Claro, buscan la estatua de Percy —dice el otro, bajando las manos.

El hombre musculoso los mira y su corto cerebro dice que eso puede ser verdad, ignorando que los semidioses tengan armas.

Gruñe algo por lo bajo y deja caer su hacha el suelo.

—Llévatelos de aquí, ¡ahora! —exige y regresa a sus metales.

El herrero los saca del lugar y caminan un poco antes de sentirse a salvo.

—Muchas gracias —dice Jason, sonriendo un poco.

El herrero sonríe y saca un cigarro de su delantal sucio.

—No podía evitarlo. Dijeron que son semidioses enviados por Percy —dice lo más obvio del mundo.

—Tenemos un mensaje para el líder de la ciudad —dice Will, esquivando a un hombre que duerme en el suelo. O quizá esté muerto.

El herrero hace una mueca como si eso fuera algo difícil.

—Lady Barton es un poco dura. No lo tienen fácil —explica.

—¿La conoces? —se sorprende Jason.

—Debo hacerlo —sonríe el herrero—. Ella es quien me arrebata el impuesto todos los meses.

El herrero es atlético, de brazos fuertes y con cabello crespo, sus lentes a penas si logran sostenerse sobre su cabeza. Es de piel un poco morena y su aura es tranquila, casi juguetona como la de Leo.

—Eres un semidiós —observa Will, entrecerrando los ojos.

—Una dracma por listo —gira los ojos.

—¿Quién es tu padre piadoso? —pregunta Jason, emocionado.

—Hefesto.

—Conoces a Percy —señala Will, sin discreción alguna.

El herrero sonríe con un poco de cariño.

—Soy parte de su tripulación —hace ver y los dos mestizos menores parece que encontraron diamantes.

—Nosotros somos parte de su equipo mortal —sonríe Jason—. ¿Cuál es tu nombre? A Percy le encantaría saber que estás con vida.

—Árdalo.

Jason lo graba y se promete que se lo dirá a Percy cuando lo vean otra vez.

—Me preguntaba por qué Percy envió a dos semidioses y no vino en persona para hablar con Barton.

—Hay una misión peligrosa. Zeus envió a Percy para que la cumpliera —dice Will sin dar más explicaciones.

Árdalo asiente y siguen caminando hacia donde él los lleva.

Llegan hasta un edificio grande, de color azul y amarillo. Fuera del lugar, está protegido por soldados que no poseen las armaduras de Kai y eso ya es un punto en ventaja. Árdalo les dice a los hombres que vienen a dejar su impuesto y los dejan pasar, ninguno fijándose en el broche que llevan en sus capas en representación de Percy. Árdalo se acerca a un hombrecito que escribe con pluma y tintero, usando unos lentes diminutos y al que le falta cabello en su pálida cabeza.

—Queremos hablar con Lady Barton —dice el hijo de Hefesto al hombrecito secretario.

Este los mira y se abstiene a suspirar.

—Yo también quiero hablar con ella y no me ves exigiendo.

—Ese no es mi problema. Traemos algo que podría importarle.

El hombrecito entrecierra los ojos, viéndolos como si leyera entre sus pensamientos. Azota la pluma dentro de su tintero y se baja de su silla, desapareciendo por lo pequeño que es. 

—Los duendes son un poco exigentes, hagan lo que les pide —explica Árdalo.

Will se impresiona e intenta ver hacia donde se fue el hombrecito, pues no había visto a un duende en persona. Sólo por los dibujos en los libros.

El hombrecito regresa y abre una puertecilla de la fachada del vestíbulo. 

—Tienen quince minutos —les dice y los guía por el interior del edificio, dejando a Árdalo coqueteando con una secretaria.

Hay cuadros en las paredes, espadas y desde arriba se pueden ver los barcos flotar en los muelles. El sonido de las gaviotas es la cereza del pastel. El duende les dice que esperen ahí y luego entra a un gran salón. Regresa a los pocos segundos y dentro está una mesa tan larga como Peleo. Cerca de la cabecilla, está un tipo comiendo con furia y frente a él, una mujer que tiene los pies en la mesa y gira una daga con aburrimiento.

—Siéntense —les ordena ella.

Will y Jason hacen lo que pide y al instante se acercan los sirvientes a darles un plato con pan y copas de vino.

La chica tiene cabello oscuro, un parche con el estampado de un corazón rojo y lleva un corsé arriba de sus pantalones negros como sus botas. Ella está embarrando el mantel blanco de la mesa, pero no parece importarle. Es diferente al tipo, quien es desgarbado, sudoroso y tiene una mirada de maniático. Este lleva un bigote embarrado con huevo y la camisa manchada de vino. Lo único que comparte con la chica es el color de cabello.

—Espero que tengan un sustancioso mensaje para nuestra líder —dice la chica, alcanzando una manzana para quitarle su cáscara con su hoja.

—Interrumpieron su hora de sexo con el criado, estará furiosa —ríe el tipo, escupiendo pedazos de pan.

Jason deja a un lado su plato y Will bebe un poco más de vino para sobrellevar.

—¿Sobre qué trata el mensaje? —pregunta la chica, buscando algo más para distraerse.

—Es un mensaje de Percy a su-

—¡No hablen de ese idiota! —grita el hombre, lanzándoles su tenedor.

Ambos lo esquivan y se protegen contra la mesa.

—¡No pueden decir su nombre! ¡No pueden! ¡No pueden! —el hombre comienza a enloquecer y apuñala la mesa con un cuchillo, rompiendo el mantel.

—Suficiente —dice la voz imperiosa de una mujer, quien entra al comedor.

Ella lleva una chaqueta larga de color rojo, un cinturón de plata y es de cuerpo mediano. Enormes pechos, piel arrugada y una pistola enorme colgando de su ropa.

La silla truena cuando la mujer toma su lugar en la cabecilla de la mesa y los mira con disgusto. Los sirvientes caen como moscas alrededor de ella para poner platos con jamón, queso, aceitunas y algunas frutas. Rodajas de pan y un tarro de miel.

El hombre mira la fruta con deseo, pero la mujer le apuñala la mano con una daga para que no se acerque. El tipo grita de dolor y se arranca la daga, luego, lame la sangre de la hoja y sonríe muy feliz.

Jason tiene ganas de huir de ese ayuntamiento lo antes posible.

—Hablen —espeta la mujer, agarrando un bloque de queso para comenzar a cortar rebanadas.

Will reúne toda su valentía y se levanta de su lugar, entregándole el mensaje a la chica. Ella mira la hoja y la pasa con desinterés a la mayor. Lady Barton lee el mensaje y aleja a su hijo de un manzanazo cuando este intenta leer. Los mira y luego comienza a reír, bajo y luego se desata en carcajadas, contagiando a sus hijos en la mesa. Árdalo les advirtió que la líder era una persona dura.

—¿Quieren que crea eso? —pregunta, divertida.

Luego, su expresión cae y sus ojos se convierten en dagas.

—¡¿Me creen tan estúpida?! —azota sus manos contra la mesa, sacudiendo los cristales. 

Ante su silencio, Lady Barton casi muestra los dientes de lo enojada que está.

—Debería colgarlos y disecarlos para que sean el almuerzo de los perros —escupe.

Ella agarra de nuevo la hoja y evalúa la letra en ella, casi arrancándola del papel.

—No puedo confiar que esta letra pertenece a Percy. Se dice que está muerto —expresa la líder, lanzando la carta al suelo y agarrando su cubo de queso para cortarle pedazos.

—No lo está. Nosotros pertenecemos a su... —Will mira a Jason y este añade de inmediato.

—Pertenecemos a su Corte acá en tierra.

Lady Barton entrecierra los ojos, sin creerles.

—Percy nunca tuvo una Corte en tierra. La única que existe está en Aquópolis y déjenme decirles que no es más que un recuerdo de sus glorias. No hay nada de lo que fue. Ni siquiera está su hermana Cimopolia para mantener su nombre. El dios Percy está muerto —declara, cortando más queso con agilidad.

—No lo está. Hablamos con Percy hace unos días.

—¡Ah, claro! —la mujer gira los ojos, riendo—. Hablaron con un mortal que lleva su nombre y quizá su cara, pero no los poderes de quien se dice ser, el dios de los piratas. 

—Eso no resta el hecho de que los poderes aún existan —pelea Will, recordando todas las veces que tuvo que defender a su padre cuando lo convirtieron en mortal.

Lady Barton frunce el ceño y deja de comer.

—Escuchen, no puedo permitirme declararme leal a Percy cuando el mundo pirata está hecho una mierda. Nadie nos protege de la ira de Poseidón o de los hechizos de Circe —explica ella, optando por dejar las bromas—. Ahora, llega un hijo del rey del mar con esa bruja desgraciada y nos ofrece lo que nos fue arrebatado. Percy lleva dos malditos años sin existir, era de esperar que las ciudades se alejaran y buscaran al más fuerte.

—Eso es. Los piratas no tienen lealtad. Sólo buscan al que tiene poder y gloria para subsistir. Son unas sanguijuelas —declara Jason, furioso.

Lady Barton no parece ofendida, en absoluto.

—Claro que los somos. Es parte de la definición de ser un pirata —dice, ligera—. La lealtad a Percy es lo que nos está matando ahora. No quiero que venga ese niño estúpido y bombardee mi ciudad sólo porque un trozo de tela está ondeando sobre el ayuntamiento.

—La magia de Percy aún existe-

—¿Qué nos promete que no se convertirá en el siguiente Pan? —pregunta la chica por primera vez.

—Percy está luchando contra Kai —dice Jason, demostrando que ha luchado a su lado.

Lady Barton mira a sus hijos y luego lo considera.

—¿Es verdad lo que ocurrió en la ciudad mestiza?

—Lo es. Nosotros estuvimos ahí —añade el hijo de Apolo, tan sólido que Lady Barton se mantiene cautelosa.

—¿Saben lo que significa para mí el declarar mi lealtad? —sisea, tan mortal que Will y Jason aprietan sus armas bajo la mesa—. Una hija sin descendencia, un hijo retrasado y un ejército pequeño —enlista, logrando que su hija se muestre disgustada y su hijo ría—. ¿Qué hará Percy cuando mi ciudad sea destruida?

—Ocean City continúa intacta, Kai fue expulsado por nosotros —dice Will, consiguiendo que la mujer lo mire mientras evalúa sus palabras.

—Eso no ganará ventajas conmigo, mortal —dice ella, sonriendo.

—¿Qué puede conseguir su lealtad? —pregunta Jason.

La mujer lo considera y su expresión se oscurece.

—Una pelea con mi hijo. Ustedes dos. Si logran derrotarlo, pondré la bandera de Percy y ustedes la verán ondear antes de marcharse —promete.

Will y Jason comparten una mirada, luego observan a quien podría ser su rival. El hombre parece letal, que nunca ha perdido una pelea. Y si Lady Barton dijo que podían pelear los dos, entonces existen más desventajas de las que pueden ver.

El hijo de Apolo intenta considerarlo, pero Jason se adelanta.

—Lo haremos, pelearemos contra su hijo.

Lady Barton sonríe y es una expresión terrorífica.

. . .

Están en un museo de calabazas y de muchos más productos que se cosechan en esa granja. La magia de Deméter flota ahí, muchas de las ninfas que trabajan ahí reconocen a Maya y les llenan las mochilas de jabones artesanales y dulces de miel. Cada uno de ellos camina con parte de confianza al creer que por ser un lugar muy turístico, el ejército de Kai no intentará raptarlos. 

—¿Prefieres ser un granjero o un tritón? —pregunta Nico a Percy, ambos quedándose atrás para tener un panorama de las distraídas señoras que viajan con ellos.

—Me gusta ambos —considera Percy—. Dioses, creo que prefiero ser un tritón —admite, esperando que ningún caballo lo escuche.

—Le diré a Blackjack —dice Nico y Percy le da un empujón pequeño, riendo divertido.

—No te diré mis secretos.

—No hay uno que no sepa —puntualiza el hijo de Hades y Percy se desinfla en derrota.

—Eres un presumido.

—No lo soy —se queja Nico con suavidad.

—Lo eres. Quieres abusar de mi noble corazón y usar mis secretos para alardear con el mundo —finge llorar, pero Nico le devuelve el empujón, tan débil que Percy atrapa su mano y lo hace girar.

Los pies de Nico son tiernos, tropezando mientras tontea con Percy. 

—Te empujaré al heno para rebosarte y que te babeen los caballos —amenaza Percy, intentando cargar a Nico. 

El hijo de Hades se posiciona en defensa y le advierte a Percy ante un sólo movimiento de insinuación.

—¿Quieren una foto? —pregunta una ninfa, ajena a su jugueteo.

Ella enseña un fondo con un caballo y un vaquero levantado su sombrero. Percy elige el caballo y Nico el vaquero, haciendo sonreír a la ninfa mientras ella les da la foto. Se despiden de ella y Nico guarda la foto porque dice que tiene miedo que Percy orine su mochila.

"¡Sólo fue una vez!"

Siguen caminando por la granja y mientras que Leto le pide a Maya que la cargue en sus hombros y que Sally reciba las ramas que arranca de un árbol, Thalía se recuesta en un tronco y corta gajos de manzana para comer. Es un lugar casi paradisiaco, donde pueden tomar ventaja de Kai y llevar a las diosas a un lugar protegido para ellas. 

—Más arriba, Maya —se queja Leto, estirando el brazo.

—No puedo alcanzar más, no soy elástica —dice Maya, intentando tener equilibrio.

Leto alcanza unas hojitas y jala de ellas, pero sólo consigue que los frutos del árbol apunten a Thalía y le caigan sobre la cara. 

—Ups, perdón, mi vida —se disculpa Leto.

—Podrían subirse al árbol —propone Sally, tan débil, pero que Leto toma en cuenta.

—No creo que me aguante —murmura la diosa, aún en los hombros de Maya.

—¿Y si mejor lo piensas en el suelo? —jadea la pléyade, cediendo ante el peso de Leto. Ella puede ser muy hija de Atlas, pero no heredó los hombros de su padre.

Leto cae en un grácil brinco y busca a un candidato perfecto para pedirle que se suba al árbol. 

—¡Percy! —llama al nuevo semidiós cuando lo mira acercarse con Nico—. ¡Ven, cariño!

Percy agarra la mano de Nico y corre hacia la diosa, obediente.

—Ven, súbete al árbol —le pide la diosa.

Percy deja su mochila en el suelo y al estar en un camino un poco apartado del oficial, no hay personas cerca para ver lo que hacen.

—Quiero esa rama, esa, esa —señala Leto, brincando mientras apunta con su dedo. 

El hijo del mar escala con algo de agilidad, sacudiendo unas ramas cuando su zapato desliza en la corteza del árbol. Thalía se mueve para evitar que Percy le caiga encima, suficiente con el ataque de duraznos anterior.

Percy se desliza por el árbol hasta alcanzar la rama que quiere Leto, cortándola con Contracorriente.

«¿Sábila? ¿Piensas cambiar mi dieta de sangre?»

«¿Acaso eres un vampiro?»

«Podría serlo y tú serías mi primera presa por debilucho.»

Percy sonríe, guardando su espada. No mira que donde pone la pierna no hay rama y todo su cuerpo comienza a caer. 

—¡Percy! —se preocupa Leto.

Agarrado de la rama y a ciertos metros de caída, Nico se posiciona bajo Percy y alza los brazos como para recibirlo. Percy patalea para alcanzar sus hombros y Nico lo agarra, siendo suficiente para que Percy confíe y se deja caer.

Sus piernas quedan sobre los hombros de Nico y por están uno frente al otro, su entrepierna queda en la cara de Nico. Aún así, por la mala caída, Nico se tambalea tanto por la crisis que comienza a sufrir, como por el peso. Thalía jala a Percy hacia atrás y queda como una tabla entre ellos dos, con sus piernas colgado en la espalda de Nico y sus hombros tocando la cabeza de Thalía.

El hijo de Hades es más rojo que los tomates que vieron metros atrás, viendo en tremenda cercanía, casi picándole los ojos. Percy está riendo y con ayuda de la semidiosa es que logra liberarse de los hombros de Nico y cae al suelo, todavía divertido. Nico parece hervir de pena y la risa de Maya se escucha desde el fondo. Ella aplaude divertida y se apoya en un árbol mientras se recuerda de la caída de Percy.

Leto se acerca para comprobar heridas y le pregunta a Nico si le duele el cuello. El hijo de Hades apenas si musita un no y parece querer esconder la cara entre los arbustos de arándanos. 

—¿Robando la casa de mis ninfas? —pregunta un hombre de voz amable.

Leto intenta esconder la rama detrás de ella, pero las hojas sobresalen de entre sus cabellos rubios. 

El hombre es de cuerpo robusto, parece que puede cargar con una cantidad de jugosa de manzanas o con enormes bloques de heno. Pero el que use lentes lo hace ver más suave, como un panecillo. Es de cabellos rubios y lleva un overol junto con una camisa enrollada en sus brazos sudorosos y fuertes. Tiene el tatuaje de una vara de trigo y las botas sucias de lodo.

Un precioso perro Golden se acerca al hombre y lleva con él una pelota de juguete, rodeando al granjero mientras sacude su brillante cola. 

—No robábamos nada, somos ah... ¡biólogos! —sonríe Percy, pero la mirada del hombre deja ver que no le cree una pizca—. Buscábamos un ejemplar de este lindo manzano.

—Es un melocotonero —sonríe el hombre.

Percy asiente.

—Sí, por eso necesitábamos la rama, para saber qué era.

El hombre mira los melocotones en el suelo y luego a Percy.

—¿Y para eso necesitan espadas? —señala hacia la cadera de Nico.

—No es una espada —Nico frunce el ceño—. Es una sombrilla.

El hombre sonríe divertido y acomoda sus lentes.

—Yo creo que veo bien —dice.

Percy mira hacia las diosas y las tres están distraídas con apreciar la belleza un poco ruda y campestre del hombre. Sin gota de discreción o cautela, ellas lo miran en silencio y evalúan cada una de sus respiraciones, considerando si decirle que es un hombre guapo o preguntarle si su esposa está muerta. Thalía niega con la cabeza y gira los ojos, casi riéndose.

Ella libera su espada y apunta al hombre sin ganas de presentaciones.

—¿Padre piadoso? —exige.

El hombre deja de sonreír y sabe que no está con mestizos de ligas menores. Lo puede ver porque ninguno lleva protección más que sus armas principales, además, el color que resalta de sus ojos relampaguean como en un tornado. Mira a los otros chicos y puede ver que ellos no cuestionan las acciones de su amiga. El chico de la espada negra y el otro chico que está listo para noquearlo si así lo amerita.

El granjero levanta las manos y le ordena a su perro que deje de gruñirle a los chicos.

—Deméter —responde.

La semidiosa no confía en el primer segundo, tratando de leer dentro de su cabeza.

—¿Dónde está tu arma? —dice ella, sin bajar su espada.

El hombre ríe, incrédulo. Al ver que la expresión de los otros se endurece, saca de su espalda la hoz que obtuvo cuando era más joven. 

—Eras un niño listo de la cabaña cuatro —aprecia el chico de ojos verdes, admirando la espada—. Creo que tienes el favor de mami para tener esta granja —sonríe de lado.

—Yo hago los tributos necesarios a Deméter —dice, mostrándose indefenso.

La semidiosa baja su espada y la deja detrás, bostezando.

—Soy Percy-

—Yo soy Maya —la pléyade empuja a Percy y toma la mano del hijo de Deméter, sacudiéndola más de lo que es recomendado.

Leto se acerca también, tan encantada y olvidando su botín en el suelo.

—Yo soy Leto.

El granjero se sonroja mucho y saluda a las diosas con voz quebrada, sin creer que está frente a ellas. Las mujeres logran que el granjero los invite a su casa, ofreciéndoles un lugar para dormir. Aunque Sally no se siente cómoda con la idea, no se atreve a decirlo, prefiere esperar a que esa noche termine y puedan seguir en su viaje. Cuando están por irse, Leto recuerda su rama y el hombre le dice que puede conseguir más por ella.

Leto suspira encantada y Percy comienza a pensar que no es muy bueno que ellas estén cerca de hombres por temas de los celos de Zeus. Podría enviarle un rayo en castigo de no cuidar bien a sus dos esposas. O ex novias, como las mire el rey de los dioses.

Se queda junto a Nico y Thalía mientras que Leto y Maya escuchan con atención al granjero. Sally camina al medio de ellos, un poco más cautelosa con el semidiós anfitrión.

 

Chapter Text

El semidiós los invita a pasar a su casa, una pintoresca edificación con olor a mermelada y madera quemada por la chimenea. Las nubes grises y el sol que a veces brota de entre las espesuras para saludar no son suficientes para calentar la tierra y mantener el calor. El perro golden ladra feliz de presentarles su casa y luego se enrosca en su cama personal, moviendo la cola muy atento a que alguien quiera jugar con él.

Si Luke estuviera con ellos, estaría cubierto de pelos amarillos. Además de los suyos.

Son invitados a tomar lugar en la mesa y dos ninfas aparecen para ofrecer vasos con limonada y pan. Thalía observa a las ninfas con cautela, algo le advierte que no es bueno confiar en ese hombre. Puede estar exagerando, pero sabe que sus amigos semidioses también experimentan la misma inquietud. Maya y Leto mantienen las charlas con el hombre, despreocupadas de las señales que puedan ver.

Hay cabezas de ciervos colgadas en las paredes, algo que deja a Nico con una sensación fría en el estómago. No hay más presencia que la del hombre, las esencias de las ninfas son reconocibles y el granjero es tan amable que no puede dejar de mover su mano sobre su pierna. 

—Sí, supe lo que ocurrió con la Granja de mamá. Me preocupé, pero no pude irme. Temí que atacaran la mía también.

La voz preocupada del hombre sólo le dice a Percy que hay gato encerrado, pero eso no evita que deje de comer pan. Tiene hambre.

—Fue tan triste. Espero que Deméter esté bien.

Las miradas de los mayores caen sobre los mestizos que llevan la misión.

—Ni idea. No la vimos luego de alejarla de la Granja. Desapareció —esquiva Percy, partiendo otro pedazo de pan.

—Pero dijiste que estaba en-

La tos de Sally interrumpe a Leto. Maya le da unas palmaditas para que deje de toser y Percy golpea el pie de Leto por debajo de la mesa, en una mirada plana con la esperanza que ello lo entienda.

La diosa lo atrapa y sonríe, cambiando de tema.

El granjero se queda escuchándola con atención, asintiendo cuando ella le pregunta sobre los manzanales. 

—Este año han producido mucho, las cosechas fueron suficientes para satisfacer a los consumidores —dice el granjero, distraído con las risas de Maya y las sonrisas de Leto.

Percy logra sentir la incomodidad de Thalía y Nico, preguntándose cómo podrán salir de ahí antes de que llegue la noche. 

—Supongo que están agotados. ¿Quieren dormir un poco? Hay dormitorios suficientes —propone el hombre, tan gentil que las diosas toman su invitación al instante. 

—Por cierto, ¿cuál es tu nombre? —pregunta Maya.

—Gregory. 

Percy considera que el tipo tiene cara de Gregory. Si viviera cerca del bosque, usaría camisas de cuadros rojos y sería pelirrojo. Llevaría barba y sería el rostro para la publicidad para desodorantes con aroma a pino. Los guía por la casa y la sensación de peligro se retuerce más. Deja a las diosas en un dormitorio y deja a los mestizos en otro, diciendo que regresará de sus asuntos en la granja antes de la cena.

Thalía lo mira irse desde la ventana del dormitorio y se gira hacia Percy.

—Esto no me gusta —le hace saber.

—Iré a revisar —dice antes de levantarse y salir del dormitorio.

Baja por las mismas escaleras y mira por la cocina, buscando indicios de algo que no sea bueno. El silencio de la casa es escalofriante, incluso se siente más fría. Hay muchas decoraciones, pero la cantidad roza el exceso y parece una casa embrujada. Busca entre los armarios y no hay más que ollas y recipientes de madera. Algunos cristales y jarras de metal. 

Gira y se ahoga con el grito que retiene en su boca. Descubre a una de las ninfas realizando un bordado en la esquina de la mesa. Ella no estaba ahí cuando Percy bajó, la cocina estaba abandonada. 

—Lo siento —ríe Percy, nervioso—. Buscaba un vaso de agua.

La ninfa, sin verlo, deja su bordado y se levanta de su silla. Ella agarra un vaso plástico de La Sirenita y lo llena de agua, ofreciéndoselo.

—Muchas gracias —sonríe, pero la expresión pálida y casi muerta de la ninfa lo deja más inquieto. 

Percy camina, pero esquiva las gradas, sabiendo que la ninfa lo está viendo. Se apresura a ver por los lugares, abre algunas puertas y Contracorriente brota en su mano por el miedo que experimenta cuando descubre una estatua dentro de un armario. La figura está al fondo, rodeada de velas encendidas. Se pregunta cómo pueden dejar el fuego en ese reducido espacio sin miedo a que se incendie. 

Es la estatua de una mujer. Lleva una corona de picas, viendo hacia abajo mientras llora y sostiene la cabeza de un perro en una mano y una daga en la otra. La mujer de largos cabellos tallados en madera está desnuda. 

Percy intenta pensar quién es ella, quién podría ser la dama tallada.

Está por entrar y acercarse cuando una mano en su hombro le saca un grito digno de película. La ninfa, en silencio, lo está invitando a alejarse del armario. 

—Buscaba el dormitorio. Esta casa es muy grande —sonríe inocente.

La ninfa toma su mano y lo jala con la suficiente fuerza para llevarlo hacia las escaleras y guiarlo por el pasillo. Frente a la puerta, la otra ninfa los está esperando. Ambas tienen la misma expresión demacrada, labios grises y cabellos marrones, algo que les está extrayendo la vida. Percy se detiene y golpea el cuerpo frágil de la ninfa, quien no parece hacer mueca alguna de dolor. 

—Olvidé mi vaso de agua y-

La ninfa frente a ellos le ofrece el mismo vaso a Percy, haciendo que se pregunte de dónde sacó el vaso.

Sin opciones, la ninfa le abre la puerta y lo dejan dentro del dormitorio. Thalía y Nico están ahí, viendo el intercambio. Las ninfas cierran la puerta y Percy sostiene el vaso de La Sirenita con cierto nerviosismo.

—¿Por qué gritaste? —pregunta Nico.

Percy deja el vaso en un mueble y trata de superar dicho susto.

—Adoran a una señora que asesina perros —murmura. Thalía se acerca junto a Nico y ambos sonríen al ver el vaso de agua.

—Al menos saben tratar con dignidad a sus invitados —señala Nico y Percy hace una mueca.

—¿Orinaste tu ropa? —pregunta Thalía, fingiendo preocupación.

Percy se aguanta las risas de sus amigos y trata de enfocarse en lo importante.

—¿Conocen a una diosa de los sacrificios? —pregunta Percy. 

—No existe como tal —dice Nico, viendo a Thalía para sustentar su respuesta—. Y si lo hizo, nadie la recuerda.

Percy decide dejar el tema para otra noche y se dedica para apreciar las paredes de color crema de la casa. Sólo puede describirlas como escalofriantes. Las paredes de una iglesia o quizá de un lugar donde purifican esencias. Sólo faltan los cuadros de santidades y las cruces. 

—¿Alguno ha ido a una iglesia? —pregunta Percy, alejándose de la línea principal de su pensamiento.

—No —admite Thalía, sorprendida de sí misma.

—Cuando era niño —cuenta Nico, en sus memorias viviendo las tardes de iglesia junto a Bianca y María.

—¿Creen que si nos bautizáramos, los dioses no nos perseguirían? —murmura.

Nico se queda en silencio y Thalía agradece que Luke no está ahí, o comenzaría a pensar que eso es buena idea.

La hija de Zeus alcanza un cuadernillo de canciones en piano y golpea la cabeza de Percy. No necesita decirle la razón del golpe, suficiente con verlo y así Percy lo entiende al segundo. Nico se ríe y se alegra de saber que Thalía es su centro de la razón. 

—Sólo digo, esto es como la casa embrujada —susurra hacia ellos, viendo a la puerta. Puede sentir la presencia de las ninfas.

—¿Lo dices por las ninfas? —Thalía se acerca a Percy, confidencial.

—Ellas dan miedo, ni siquiera creo que estén vivas —dice y miran a Nico, quien se sonroja al descubrir que no le prestó atención a las ninfas por estar viendo a Percy.

Carraspea apenado.

—Podría ver sus esencias —ofrece.

—Hazlo, cariño. Quizá necesitemos aprender a realizar exorcismos —sonríe Percy, recibiendo otro golpe de Thalía—. ¿Ahora qué? —se queja.

—¿Crees que podemos ir referenciando el nombre de Dios así sin más? Somos griegos, no cristianos —lo regaña—. Zeus te calcinará por no creer en él.

—Zeus se parece al Dios de las fotos y-

Thalía vuelve a golpearlo.

—Cállate —ordena, encrespada de escuchar cosas religiosas—. Además, el de las fotos es Jesucristo —corrige.

Percy se acerca a Nico para buscar protección de tantos golpes.

Nico le mira tan encantador y sonríe con sus mejillas un poco más llenas a cuando lo vio por primera vez.

—¿Cambiaste de acondicionador? —le pregunta, casi tentado a hundir su nariz entre los rizos del semidiós.

Thalía, muy lista y dispuesta a recolectar memorias para Annabeth y Grover, se levanta y se recuesta en la cama del dormitorio, cerrando los ojos mientras deja que ellos hablen como si ella no estuviera presente.

Nico ríe y se gira un poco para estar cerca de Percy.

—Bianca lo encontró para mí. Dijo que tenía potencial para ser bueno —asiente.

—Es la diosa del cabello —halaga y Nico ríe, tan suave y casi privado para Percy—. Luce muy bonito- digo, s-siempre ha lucido bien, pero hoy se excedió y- ahm, sí, eso...

Nico intenta no reírse fuerte, se esfuerza porque Percy no lo descubra y sobre todo, que no se noten sus mejillas rojas.

—Gracias —devuelve.

—Nunca entendí porque debes decir gracias porque alguien te dé un halago. Digo, ¿debes dar gracias por tener bonito cabello? —Percy hace una mueca, olvidando al instante sus nervios anteriores.

—Se llaman modales. Algo de lo que tú careces.

—No es verdad, le abro la puerta a las señoras cuando me las cruzo —hace ver.

—Le cortas la cabeza a las personas que no te dicen la verdad.

—Es otro contexto. Uno es de guerra y el otro es de aparentar ser un vecino decente.

Nico sonríe y se acomoda en la silla donde está, levantando sus piernas para dejarlas sobre los muslos de Percy.

—¿Harás magia de sirenas con mi cabello? —pregunta, dejando su espada sobre su regazo.

Percy lo mira, incrédulo por lo que acaba de escuchar.

—Gracias por darme la idea, ahora te embrujaré para que seas mi duendecillo. Te llevaré en una bolsita y vivirás sobre mi hombro —promete.

Nico lo golpea con la parte que no tiene filo en su espada, un toque juguetón en advertencia. 

—Sería tu voz de la razón, no suena tan mal —sonríe, divertido. 

Percy intenta no sonreír ofendido, prefiriendo girar los ojos.

—Ahora también giras los ojos —señala Nico.

—Lo aprendí de ti —presume, como si Nico le hubiera enseñado a decir malas palabras.

—Puedo decir que un dios aprendió algo de mí. No muchos sabios gozan de ese galardón —asiente, saboreando el hecho de ver a Percy relajarse a su lado y lucir como si fuera un día sin problemas.

—¿Sabio? —Percy le mira de punta a punta, sin creer en lo que dice—. Puede que tengas la edad de un sabio, pero el resto... —duda y Nico le da un empujón con su pie, riendo como dos amigos que disfrutan la compañía del otro.

—Sólo tengo noventa años. Tú tienes al menos seis mil —dispara.

—Significa más sabiduría —hace ver.

Nico lanza una risa fuerte.

—Thals, ¿oíste eso? —le pregunta Nico a la semidiosa.

—Fue un dios, ellos sufren aires de grandeza. Quizá necesite otros años como mortal —dice ella.

—Imposible —jadea Percy, aterrado—. Hades y Zeus uniéndose para destruirme. Afrodita se enterará de esto.

Thalía agarra una de las almohadas y la dispara hacia el rostro de Percy, quien recibe doble ataque porque Nico también lo golpea.

—Te lanzaré a un desierto —amenaza.

Percy se arrastra por el suelo debido a que cayó cuando recibió la almohada en la cara y se refugia entre las piernas de Nico.

—Imploro misericordia —pide, mientras que Nico lo mira como si fuera un ser superior.

Puede que para Percy sea una vista maravillosa, alguien a quien le gustaría rendir tributo. 

—Eres un dios malcriado. Mucho, mucho —Nico agarra un mechoncito de su cabello y lo jala, regañándolo.

—Auch —ríe Percy, bajito.

Pasan el resto de las horas en el dormitorio, Percy y Nico en el suelo mientras Thalía está rígida en la cama, tan incómoda que a los pocos minutos, ella se les une sobre la superficie de madera. Instintos arriba, alertas ante cualquier cosa que pueda pasar. Nico siente la cercanía de Percy, demasiado calor que corrompe su cuerpo frío. Conforme están cerca, Nico siente sus brazos tibios y su pierna comenzando a contagiarse. Percy, en su cabeza, está descrito como en día de verano, una playa donde sus polos se derretirían al instante. 

Se preocupa por toda la energía mental y el tiempo que emplea para pensar en Percy, en su risa fresca y en su mirada oceánica. Cuando vio a la diosa Rodo, ella tenía algunos, muy pequeños, rasgos que compartía con Percy. Pero sus ojos eran diferentes. Tampoco ha visto a Tritón, quien quizá se parezca más al semidiós que su hermana.

Nico quiere distraerse, no concentrarse en la charla de Thalía con Percy. Es una tarea difícil cuando se encuentra en medio de ellos dos. Cierra tan fuerte los ojos, abruma sus sentidos a un punto donde muchas cosas son irreconocibles y sólo queda el calor que le transmite el hijo del mar.

Alguien llama a la puerta y la burbuja de paz que pertenece a Nico explota. Abrir sus ojos significa una molestia enorme. Mira hacia la puerta, donde Percy está hablando con la persona que se atrevió a interrumpirlos. Es una de las ninfas, diciéndoles que Gregory los invita a compartir la cena. ¿Tan rápido? se pregunta Nico. El sol luce un poco más rojizo besando la ventana. Ver el techo por tanto le hizo olvidarse que afuera el tiempo transcurre y que la espada de Deméter sigue en peligro. 

En un parpadeo, Nico se descubre caminando detrás de Thalía, siguiéndolos hacia la cocina de la casa. Ahí, las tres mujeres a las que protegen están en la mesa, escuchando al granjero con una atención especial. Incluso Sally, quien se había mostrado un poco reacia, ahora sus ojos están clavados sobre el hombre. 

—¿Descansaron un poco? —les pregunta Gregory con una sonrisa amable—. Temía que el mugido de las vacas no los dejaran dormir —dice, apenado.

—No escuchamos vacas —promete Percy.

—Qué bueno —las mejillas del hombre se abultan más.

Las ninfas dejan platos con pay de carne, jugo de manzana y de postre, galletas de miel. 

—¿Ellas no comerán? —pregunta Thalía, viendo a las diosas menores irse con velas hacia otra parte de la casa.

—No les gusta comer. Por mucho tiempo he intentado abrirles el apetito, pero rechazan todo —dice Gregory, luciendo tan triste que Leto se compadece.

—Pobres niñas.

Percy, por maleducado que parezca, esculca entre su pay. No quiere comer cebolla porque le parece horrible. La comida cae a su estómago como puñados de lodo, su apetito está negándose a saborear la comida porque siente ganas de vomitar al imaginarse a las ninfas que prepararon eso y se recuerda el rostro de la estatua. La cabeza con el hocico abierto le hace sentir el sabor de la sangre en su lengua y la suavidad de pay que está comiendo los sesos. 

El jugo es lo más tolerable de la noche y terminan de compartir la cena. Se ofrece para ayudar, pero Leto los ahuyenta y ella se queda junto a Maya mientras siguen remolineando alrededor de Gregory. 

Percy decide salir y ver al sol esconderse entre la espesura del valle. Se queda en las gradas viejas de la casa, viendo a las aves pelear entre los árboles por la rama más gruesa. Algún mugido a lo lejos y el canto de una ninfa. Se detiene a evaluar cada cosa, recapitulando hasta el día donde salió de casa de Luke y viajó a Hedoné con Blackjack. Kai le sacó ventaja en temas de ejército, algo que a Percy, en épocas pasadas, no le habría sido difícil conseguir. Ahora es de las ideas más lejanas. Espera de corazón que sus exploradores asignados no estén sufriendo problemas en las ciudades piratas. Sus ambientes hostiles invitan a que las personas den media vuelta y se piren de ahí. 

Se dobla y abraza sus piernas, escondiéndose para no enfrentarse a que cada vez cae en picada hacia la espiral del fracaso. Necesita sospesar opciones. 

Si Kai gana, significaría que los dioses peligrarían. Pero Percy ya no es un hijo de Poseidón, ya no piensa interponerse en su camino si su deseo es pertenecer a la Corte de Atlantis y ser un dios destacado. Puede ser deidad de muchas cosas, de la olas o los crustáceos si lo desea. Todavía sigue preguntándose, en nombre de todos los dioses que existen y existieron, ¿por qué el mar lo mantuvo en la Tierra? Si supiera la razón, entonces pelearía como una tarea que debe hacer como hijo del elemento, pero sin tener la verdad, es como si corriera en un desierto con los ojos vendados. No sabe a dónde va. Sólo corre y pelea porque tiene una venganza por efectuar ¿y luego?

«¿El mar lo sabía y por eso me dejó aquí para que pudiera derramar la sangre que quisiera?»

«¿Encontrar el sentido a mi vida?»

—Te traje un durazno —la voz de Sally lo saca de sus pensamientos y mira a ninfa sin poder evitarlo.

—No debió preocuparse, señora —devuelve, abrazándose más.

Ella representa muchas cosas que ahora le causan demasiado estrés y disgusto. 

Puede sentir el enojo y las ganas de insultarlo de Sally. No la culpa. Es la primera vez desde que ambos existen que Percy le dice: señora. Como si fueran extraños que se chocaron en esa misión por primera vez. 

Los pasos de Sally son pesados cuando baja por las escaleras y se sitúa a su lado. 

Ella se mantiene en silencio por más de lo que a Percy le gustaría. Es una pared de ladrillos reforzada con escudos y soldados en fila. Sally juega con el durazno hasta que este se resbala de entre sus dedos y cae por las escaleras.

—Es desgastante saber que a los que consideras tus hijos están en una guerra con el niño que proviene de tu sangre —dice ella, tan débil que sus palabras caen de sus labios.

Más no tienen efecto alguno en Percy.

Eso no significa que no tenga preguntas.

—¿Fue en venganza para Anfitrite?

—No.

—Eres muy ingenua.

Sally observa hacia el atardecer. La declaración de Percy cayéndole como un baldazo de azufre en la cara. Fueron muchas las veces donde ella se decía que no estaba cometiendo algo prohibido. De verdad creyó que Poseidón la amaba y por eso se entregó al dios con la confianza de un amor joven. Y duele y arde más porque el semidiós dice la verdad. Fue muy ingenua. 

En ella no existe amor por el hombre que está realizando todas esas atrocidades para llegar al Olimpo. Ella ama al niño que alguna vez incluso alimentó con su pecho. Ya no queda nada de ese niño en Kai y todo fue porque ella aún esperaba que Poseidón regresara. Lo dejó sólo y el niño buscó refugio en adorar a Percy, quien indiferente, nunca predijo lo que pasaría si ignoraba al hijo de su padre.

—No tengo intenciones de luchar contra usted. Puede irse y regresar a Manhattan. 

Sally siente ácido en vez de saliva en su boca.

—Kai quiere usarme como cebo.

—¿Cebo de quién?

Ella encuentra la mirada de Percy, una que no demuestra más que ganas de irse.

Sally está sola y el miedo que se marca en su rostro sólo logra incomodar a Percy.

—Busque un lago o una colonia de ninfas. No es tan difícil —espeta y Sally se siente pequeña.

—Kai puede cambiar y-

Percy se levanta como una tormenta y la mira, con ganas de empujarla. Alguien abre la puerta de la casa e interrumpe antes de que Percy le pida, con mucha cortesía, que se vaya por donde vino.

El semidiós comienza a arrepentirse de haberla escuchado. 

Nico los mira de forma muy casual, como si no hubiera estado escuchándolos. 

—Debemos dormir un poco. Saldremos al amanecer —recuerda y Percy camina hacia el semidiós como si fuera su isla de paz.

No mira a la ninfa en las gradas y camina detrás de Nico, ambos llegando al dormitorio que comparten con Thalía. Nico no pregunta, tampoco lee en su interior. Se limita a acompañarlo y se apretujan en la cama, dejándole el mayor espacio a Thalía. Ella hizo una barrera de almohadas: no abrazos y arrumacos. 

Espalda a espalda, Percy duerme en la orilla porque no quiere empujar a Nico y que este caiga mientras duerme. Su corto intercambio con Sally lo ha dejado viendo puntos de estrés bajo los párpados, demasiado inquieto mientras en su interior hay una guerra. Una parte se compadece de la ninfa, la otra prefiere ignorarla y dejar que el monstruo que tiene por hijo se encargue de ella.

Su cabeza no sabe por quien irse, dividido ante los años que compartió con Sally y otra parte que no puede guardar perdón. No se había considerado alguien rencoroso, nunca se vio en las penas de una traición porque solía acabar con las sanguijuelas al instante. Debió saberlo. La traición es una parte fundamental de las guerras, es un cordón que ata y se une para ser como las cuerdas que guían los barcos. Necesita caer en la verdad de ese punto. Siendo mortal, el respeto de sus allegados ahora es nulo, necesita o debe ganárselo igual a cuando lo hizo luego de llegar al mundo, luego de ser un nuevo dios.

Está comenzando a cerrar los ojos, pero un ruido en la puerta lo preocupa. Son pasos adiestrados, en un ritmo que los pies practican desde hace mucho. Escucha con cautela, levantándose de la cama con movimientos muy bien controlados. Teme por las diosas que están en el otro dormitorio, preocupado que las ninfas hagas cosas extrañas contra ellas. Gregory no le inspira confianza y bajo su techo, se siente en peligro. Despierta a Thalía y Nico con suavidad, apenas moviéndolos para no inducirles un despertar brusco. 

Thalía se queda sentada al instante, buscando su espada a tientas.

—Hay movimiento afuera. Busquen a las diosas —les pide en voz baja.

Nico asiente y se despega de las mantas. Algo dentro de Percy se remueve preocupado al ver las ojeras en la piel pálida de Nico. Se promete en cuando puedan volver a dormir, hará lo imposible e incluso dejará sus necesidades a un lado para darle unas horas de sueño extras al hijo de Hades. 

Percy abre la puerta y un pasillo demasiado oscuro lo recibe. Estrecha la mirada para ver entre las paredes con tapiz, rozando su mano contra la superficie para guiarse entre la oscuridad. Baja las escaleras y le pide a Contracorriente que disminuya su brillo antes de abrirla. La espada es un ligero resplandor, sin resaltar mucho entre la casa tenebrosa. Mira por los dormitorios del primer piso, escaneando en busca de la presencia de las ninfas. Ahí, sólo el sonido del agua goteando del grifo se lleva el papel principal. El silencio controlado y las sombras son más filosas y grandes por la fuerza de la luz de luna al entrar por las ventanas. Una pequeña luz llega desde el mismo pasillo que lleva hacia el armario con la estatua.

A paso sigiloso y apretado, Percy puede sentir la expectación de Contracorriente en su mano, curiosa por el miedo que corre en la sangre del mortal. La rapidez de su corazón y la respiración cada vez más descontrolada. 

Estira el cuello para ver más allá de la puerta, al fondo del pasillo. El dormitorio está muy oscuro, las figuras se difuminan entre las sombras y sólo queda un recuadro negro. Percy mira la veladora que dejaron en una repisa, la flama retorciéndose ante las suaves brisas que provienen de la propia respiración del mortal.

Se anima para caminar un poco más hasta que sus instintos se erizan y le advierten de algo. Gira su cuello y encuentra una figura pequeña que se agarra del marco de la puerta. Casi se ahoga con su propio grito y mira al bebé que lo mira con ojos cubiertos de una negrura anormal. El infante se agarra con fuerza, puede ver las uñas filosas que tiene y que dejan pequeño hilos de arañazos en la madera. 

Mira otra vez hacia la oscuridad y ahí no hay nada. Regresa el menor y descubre que da un paso más cerca. Nico aparece en silencio y parece incomodarse por la presencia de ese bebé.

—¿Qué es? —intenta saber, pero Percy lo detiene.

—No te acerques. Puede ser peligroso —dice sin dejar de ver el hilo de baba que cae de la boca del bebé. Sus dientes son puntiagudos.

Nico parece con intenciones de acercarse a Percy, pero hace lo que recomienda y se mantiene a una distancia. Mira al niño y descubre algo que no le gusta.

—Percy... —Nico toca su espada con mucho sigilo, alcanzado con sus dedos silenciosos—. Esa cosa no está viva —susurra. 

El mencionado respira profundo y mira al bebé que parece con deseos de arrancarle una mano con un mordisco. La baba ya hizo una rueda en el suelo. 

Da un paso hacia Nico, pero el bebé reacciona y el ruido que hace es de una criatura rabiosa. Contracorriente se queda entre su boca llena de colmillos y en definitiva, ese bebé no se mueve como uno común. El olor que brota de entre su boca es a carne podrida y los dedos se le convierten en garras.

Nico intenta acercarse para ayudarlo, pero Percy lo detiene mientras forcejea con el bebé monstruo. 

—¿Acaso no te dieron tu compota? —sisea mientras empuja al bebé contra una pared. Sostiene su espada apuntando hacia su oponente con pañales.

El bebé se pone a cuatro patas y lanza un graznido mezclado con un rugido. Sin duda una de las cosas más feas que Percy ha visto en su vida. Toma la mano de Nico y ambos se alejan del lugar, buscando a Thalía y las diosas. Pero el bebé los persigue enrabiado y Percy le da empujones al semidiós para mantenerlo lejos de esa cosa. Golpea la cabeza del bebé con la parte plana de Contracorriente y este lanza un chillido y se queda en el suelo. 

Encuentran a Thalía en la puerta, con una mirada cubierta de terror.

—Estamos rodeados —declara.

Maya y Leto se refugian detrás de Thalía, quizá sintiéndose protegidas por el aura de Zeus que vive en la semidiosa.

Percy mira detrás de la mini cortina que tiene la puerta y puede ver al grupo de semidioses que caminan hacia la casa. Llevan la armadura del Kraken, así que no pueden pensar que son semidioses del Campamento. 

—Podemos salir con sombras —propone Nico. 

—Estamos rodeados de naturaleza, ni siquiera sé en qué parte de la granja estamos —dice la semidiosa, negándose a viajar y que terminen en una parte más alejada. 

—¿Y si hablamos con Gregory? —pregunta Leto, bajito.

—No.

—No.

—No.

Rechazan los tres mortales.

—No confío en ese tipo —murmura Thalía.

—¡Percy! —señala Nico, pero el bebé monstruo ya ha incrustado sus dientes en el brazo de mortal.

El dolor es electrificante, agudo y puede sentir su sangre comenzando a caer y gotear.

Mete a Contracorriente en su forma de bolígrafo a la boca del bebé y la abre con su poca magia, atravesando el cuello del monstruito. La hoja es empujada por Percy hasta que le corta el cuello y con su mano se arranca al bebé. Patea el cuerpo y mira su brazo que escurre de sangre.

—¡¿Tienen ambrosía?! —pregunta Percy, registrándose los bolsillos para buscar el bocadillo mágico.

Nico abre una botella de néctar y moja por completo el antebrazo de Percy, dejando la herida libre de babas. Los orificios en un orden prolijo que marcan en rueda. No pasa mucho cuando la sangre comienza a salir otra vez. 

El ruido ahogado del bebé los distrae y todos miran al monstruo retorcerse y ponerse a cuatro patas, apretando sus manos contra el suelo. Su cabeza cuelga deshilachada, pero eso no parece afectarle. Percy alcanza un cuchillo de la cocina y se agacha para comenzar a apuñalar el cuerpo diminuto, dejando agujeros en el suelo por la fuerza. 

Leto parpadea asustadísima y gira para no ver mientras Percy se cubre con la sangre oscura del bebé. Deja su cuerpo en pedazos, impidiendo que vuelva a levantarse. 

—¡¿Qué has hecho?! —pregunta Gregory desde una puerta cercana, viendo a Percy con miedo y enojo contenido.

Thalía es quien le responde. 

—Tú, sucia perra, llamaste a Kai. ¡Nos engañaste! —dice ella y lanza su escudo, quedando este incrustado en una pared. 

El semidiós esquiva por cortos centímetros el arma de la semidiosa. Frunce el ceño y un enojo sangriento se mira en sus facciones.

—Hice lo correcto —defiende.

Percy se levanta con el cuchillo en mano y lo gira con tal rapidez antes de apuntar al cuello del semidiós. Este reacciona un poco tarde, pero logra que la hoja doméstica se quede en su hombro mientras se protege con unas raíces que brotan del suelo. Su aullido de dolor alertan a los semidioses de Kai, quienes comienzan a golpear la puerta para quebrarla y buscarlos.

También hay ruidos de las puertas traseras y ventanas. 

—¡No tenemos opción! —decide Nico y las sombras los absorben a todos, sacándolos de la casa. 

El grito aterrado de Leto interrumpe el viaje y la magia se rompe. Cae a unos metros de distancia de los semidioses y al ver que su grupo cae de cara en el suelo, los tipos detienen su destrucción en la casa y se apresuran para acercarse.

—¡Lo siento tanto! —se disculpa Leto, pero no sirve mucho porque tienen otras cosas para encargarse.

El escudo de Thalía regresa a su mano y ella se encarga de un grupo que ya tiene las cuerdas para atraparlos. Golpea a uno en la frete y el ruido de hueso quebrándose le dice que en pocos instantes, estará muerto. Su espada se encarga de apuñalar a otros mientras esquiva. Se arrepiente de no llevar su armadura. Estos tipos se lanzan a matar y ella no puede leer los movimientos de todos. Agarra la cabeza de un soldado y lo golpea contra la espada de otro, atravesando su cráneo como una pelota de goma. Alguien le da un puñetazo, pero lo deja pasar cuando devuelve una patada junto con apuñalarlo en su corazón.

Ella, experta en peleas y monstruos, se da cuenta que estos soldados son muy poco ágiles. No tienen la destreza de los soldados anteriores. Extrañada, sigue peleando y se obliga a disfrutar de la ventaja. Semidioses como ella no pelearon mucho contra otros semidioses cuando fue la primera guerra contra los titanes y luego contra Gea. Eran más los monstruos que los propios mestizos. Algunos dioses con sirvientes. Matar a un mortal como ella era una experiencia escalofriante, indeseada. 

La guerra mestiza, entre griegos y romanos, fue algo que siempre la incomodó escuchar. No le cabía en la cabeza como es que los mestizos habían peleado entre ellos, disminuyendo su presencia en la tierra.

Ahora, frente al ejército de Kai, se siente con una nueva fuerza. Ella luchó junto a Kai cuando era más joven, escuchó sus consejos de guerra y compartieron risas mientras liberan las profecías de Apolo. Kai la protegió de monstruos y ahora envía a mestizos para que la maten. Le dan ganas de reír y arrancarle la cabeza a todos ante lo furiosa que se siente. Traicionada.

No siente una pizca de remordimiento al matar a esos chicos.

—¡Thals! —dice Nico y la salva de un semidiós que buscaba apuñalarla por detrás.

—Gracias, Nico —le guiña un ojo y el semidiós le sonríe en camaradería.

—¡No me toques, mortal! —escupe Maya mientras noquea a un semidiós con un puñetazo. 

Percy se acerca para rematarlo con atravesar su cuello con Contracorriente y la aleja de la sangre. Leto y Sally están juntas, protegiéndose con sus propias armas. Leto un arco y flechas, Sally tiene una daga.

—¡Traeré un auto de Hermes Express! —dice Maya, arrodillándose y alzando sus manos hacia el cielo.

Percy no se atreve a preguntarle y la deja ser mientras se enfoca en matar a los mestizos.

—¡Ayuda, necesitamos-! —Percy le corta la mano al mestizo que tenía un comunicador de emergencia y lo último que mira el chico es la mirada furiosa de Percy.

Contracorriente absorbe la sangre y la transmite a Percy, una pajilla mágica que le provee poder mediante el líquido vital de todos los seres vivos. 

«¡A ese, Percy, a ese! ¡El que tiene cabello rubio!»

Pide su espada como una niña consentida.

Percy cumple su petición y la sangre del chico mancha su ropa. En la adrenalina y el enojo, nunca considera la inocencia de los chicos. Pero no puede confiar en ellos, es el primer paso a la debilidad.

«¡Uh, a ese pelo rizado!»

La sangre vuelve a correr.

«¡Puaj, era un anémico! ¡No tienen sangre de calidad!» 

Las palabras de Contracorriente se mezclan con sus pensamientos y lo hace considerar algo que olvidaba.

Esos chicos deben ser de Hedoné.

«¡Cuidado, mortalucho!» 

Percy recibe un golpe en su hombro y el dolor es agonizante. Percy agarra la mano del mestizo que sostiene la espada y lo mira, encontrando unos ojos amarillos que sólo Apolo podría heredar.

Aún así, acaba con la vida del chico.

En castigo a su indiferencia, un grupo de semidioses rodea a Nico y tratan de amordazarlo. Sus alarmas suenan todas juntas y la fuerza con la sostiene a Contracorriente se hace peligrosa.

«¡Acábalos, Percy! ¡ACÁBALOS!» el grito de orden de su espada lo hace moverse de forma inmediata.

Ataja a los primeros y no le da importancia a las heridas y los golpes que recibe, no hay nada que le importe más que sacar a Nico de ahí. Su espada es una flecha de bronce celestial y sus manos son la prueba que los puntos débiles son los más peligrosos. Escucha los gritos de terror y las súplicas, los líquidos que abandonan los cuerpos hasta dejarlos vacíos y descubre el adorable estanque de fluidos donde está parado. 

Su mirada encuentra a más soldados y arremete contra ellos sin detenerse a cuestionarse si son inocentes o no. Y a pesar de que ellos no sabían que Nico era intocable, ahora, el que quede vivo, lo dirá. Nadie puede saberlo. Nunca.

Reajusta su agarre en su espada y continúa con su pequeña misión. No se preocupa por Nico, sabiendo que se las arreglará él solo para levantarse y seguir. Intentan golpearlo con una espada que no posee mucho filo y mientras pelea, comienza a sentir los pensamientos de todas las armas. Miles de voces que se mezclan, algunas con temor a ser destruidas y otras con la emoción de buscar sangre. 

Percy las ignora, prefiriendo preocuparse por la magia que los rodea y comienza a destruir el suelo. Las raíces gruesas brotan y lo empujan hacia arriba. Percy patalea para bajarse de los gruesos brazos verdes y cae al suelo otra vez. Regresa hacia las diosas, quienes ya tienen un auto que los ayudará a escapar. Unas raíces aplastan el vehículo, destrozándolo al instante. Maya aleja a Leto, que estaba muy cerca de la raíz y se rodean con Sally, quien comienza a disecar las raíces con sus poderes de agua. 

—¡Atrae otro auto! —le dice Sally a Maya. La pléyade hace una mueca y se arrodilla en el suelo otra vez.

—¡Los mataré yo y los entregaré a Kai! —dice Gregory desde la puerta de su casa.

Thalía prefiere responderle al lanzar su escudo, golpeándolo en el estómago.

—Es tan estúpido —dice ella, con ganas de volver a golpearlo.

Nico atrae a Gregory con una sombra y lo miran luchar para recuperar aire.

Percy prepara a Contracorriente y se agacha frente al semidiós.

—Espero que en otra vida sepas elegir bien a tu equipo —sonríe y le clava la espada en el cuello. 

Sin que haya terminado de morir, Percy lo recuesta en el suelo y le corta la cabeza. Los ruidos húmedos de la sangre y los tronidos para separar los huesos. Una vez separadas, Percy se acerca a Leto.

—¿Podría hacer un poco de su magia y conseguir una de mis banderas? —le pregunta como niño.

Leto asiente feliz y en su mano nace un pequeño mástil, uno que crecerá cuando Percy lo deje en el suelo. Le da las gracias a la diosa y deja la cabeza en la pica de la bandera, justo en la punta. La sangre gotea un poco cuando Percy apretuja la cabeza contra el soporte para que no se caiga. La bandera comienza a crecer y la clava sobre el pecho que pertenecía a Gregory. La bandera se desata por sí sola y la magia de Leto le ayuda a que llegue más rápido, a una altura considerable para que los enemigos la vean.

Maya empuja al cuerpo de un semidiós en busca de cosas de valor y Nico la ayuda a sostener todo lo que ella elige. 

—Fuego —dice Thalía a un lado de Percy.

El mortal la mira y ella sonríe, enseñando las flechas de Leto.

—Funcionaría bien —aprueba. 

Thalía raspa la flecha y con ayuda de un mini rayo, esta enciende la punta al instante. Jala de la cuerda y dispara, la flecha clavándose en la casa y originando un fuego corrosivo. Satisfecha con sus botines, Maya los guía hacia el nuevo auto y mientras suben, Percy mira a las dos ninfas que estaban con Gregory. Una de ellas sostiene en brazos un bulto, donde la cobija tiene manchas de sangre. 

Ellas no se mueven y tampoco se alarman por el fuego, sólo se quedan ahí en el cobertizo, viendo la cabeza de Gregory en la bandera mientras la casa se cae en pedazos. 

. . .

—El fuego es sorprendente, no sabemos por qué el agua no funciona y ya hemos intentado con la espuma contra incendios, arena y con ahogarlo, pero simplemente no funciona —dice un bombero, sin lograr una explicación a lo que miran sus ojos.

La imagen de la cámara se concentra en la casa que se quema en fuego azul y frente a ella hay una cantidad espeluznante de cuerpos rodeándolo. Nadie en Estados Unidos esperaba despertar con la noticia que una granja estaba siendo consumida por las llamas y hubo un asesinato colectivo a sus alrededores. Tampoco saben explicar por qué hay un hombre con una bandera clavada en el pecho mientras su cabeza está en la pica del asta. 

«La policía ha comenzado con las investigaciones para dar con el paradero de los responsables de este acto violento. Los comercios de alrededor dicen que no escucharon gritos y tampoco vieron el fuego hasta muy entrada la noche. Como pueden observar, las llamas aún consumen la estructura y la policía aún no ha podido retirar los cuerpos hasta que no lleguen las identidades de cada persona. Lo único que tenemos de los perpetradores de este acto es la bandera con un escudo de caballos con alas y una calavera. Expertos apuntan a que puede tratarse de una pelea entre diferentes grupos criminales que operan en Nueva York y esto fue un acto de advertencia para los cabecillas.»

Annabeth está atónita frente al televisor, sin forma de poder expresar lo que mira en la pantalla. Su madre, la diosa Atenea en su forma romana, escucha sin inmutarse. Su novio entra a la sala de prisa y se queda junto a ella mientras escucha el resto del reportaje. Alcanza su mano y la preocupación por sus amigos lo hace dejar sus facciones de niño travieso y pasar a las mismas del chico que vislumbró mientras liberara una guerra a su lado. 

Sus ojos se endurecen y su mandíbula se hace más recta, sus labios una línea fina de concentración.

Annabeth no sabe cómo explicar el hecho de que los mortales puedan ver eso. La bandera que ondea es la de Percy y teme que haya sido un ataque de Kai disfrazado como una pelea de Percy. No ha podido contactar con Thalía por medio de Iris y tampoco ha podido hablar con las esferas de Tritón. Abrumada, toma el control remoto de la televisión y la apaga, cortando la voz de la presentadora.

Suelta el aparato como si quemara y regresa a su lugar, en un silencio profundo.

—No deberías asustarte, querida —la voz de Minerva suena un poco detrás—. Esto ocurría con mayor frecuencia cuando los dominios en la Tierra eran inciertos. Sólo que en ese entonces las noticias no llegaban tan rápido —aligera.

—Eso fue una matanza —dice.

—¿Y qué esperabas en una pelea contra un dios de la guerra y un rebelde olímpico? —pregunta la mayor, viéndola con dureza.

Annabeth se siente un poco ingenua, atrapada en el acto.

—Creí que Percy era menos... rojo.

Siente la mano de Luke acercarse a la de ella. Su novio estuvo con Percy en Ocean City y sólo escuchó retazos de esa historia. Se siente una niña a la que le han escondido la verdad. Si Luke no le dijo, fue para ayudarla a mantener lejos los horrores que ella vivió en la guerra con los titanes.

—Tarde o temprano te enfrentarás a la guerra en primera línea —le dice Minerva, indiferente—. No podrás quedarte en los Parlamentos y libros si quieres apoyar en esto. 

Annabeth sabe que su madre romana tiene razón. Se obliga a dejar de ser tan idealista y asiente, avergonzándose por su escases de verdad.

—El hombre, a quien eligieron entre las filas, ¿en dónde está? —le pregunta a Minerva.

—En la celda. Se niega a decir algo por miedo a que Deméter lo escuche y lo maldiga con hacerlo vomitar gusanos hasta que muera —sonríe un poco la diosa mientras firma unos documentos—. Deméter es mucho más creativa que eso.

—¿Puedo visitarlo? —pregunta.

Minerva la mira, evaluándola. Luego, sus ojos de plata caen sobre Luke.

—No te despegues de ella ni un segundo —le dice al hijo de Hermes.

—No lo haré, suegrita —sonríe Luke.

Minerva hace esa expresión. Entre una sonrisa apretada y una mueca de disgusto. A Annabeth le da mucha risa.

La diosa hace un gesto con la mano y los despide de la sala.

Annabeth camina junto a su novio, temerosa a lo que podría pasar con sus amigos. Los que están con las ciudades piratas y los que están buscando la espada de Deméter.

—Deja de sobre pensar —sonríe Luke, aminorando el paso y abrazándola por los hombros.

Annabeth siente que comparte sus cargas con Luke y se apoya en él, acobijándose en su calor. Puede sonar egoísta o cruel, pero es feliz de saber que su novio no está en una de esas misiones o estaría mordiéndose las uñas de la ansiedad mientras atosiga a Minerva con preguntas. En Nueva Roma, con Minerva como líder y presidente de la ciudad, Annabeth es como una princesa y Luke su fiel y guapo escudero. Todos respetan su opinión y preguntan a Luke si pueden hablarle primero. 

A veces, su novio dice que tiene la agenda llenísima, pero son minutos que ambos aprovechan para disfrutarse a besos en las partes escondidas de la fortaleza principal. 

—No lo hago —miente, queriendo abrazar a su novio y quedarse contra su pecho por el resto de la tarde.

La risa de Luke le da energía y siente un beso en la frente que la hace bajar defensas.

—A veces creo que prefieres ignorar las cosas para no preocuparte —suspira ella, usando a Luke como su almohada personal.

—Sí que lo hago, pero si lo dejara ver, me tomarían por miedoso —puntualiza y Annabeth sonríe. Toma sus mejillas entre sus manos y las aprieta. 

—Tienes razón —se eleva para besar sus labios y escapa antes de que Luke se ponga cariñoso y se olviden de su tarea principal.

A veces la lengua de Luke es muy peligrosa y se olvida incluso de cuánto es dos más dos.

Bajan hacia el calabozo de la fortaleza y cuando los legionarios la miran acercarse, abren las puertas para ella sin preguntar la razón de su visita. Las celdas tienen puertas en arco, barrotes gruesos de tres centímetro de grosor fundidos en acero y cobre Vulcano. El olor agrio de la piedra se combina con la de los fluidos y el aroma de los prisioneros. Están divididos por crimen y ella pasa ignorando a los que están por violación y asesinato, también dejando atrás a los ladrones de objetos divinos con intenciones que ponen en peligro la integridad mestiza. Llega a la celda más alejada, donde está el hombre hijo de Minerva que confesó sobre el templo de Rea antes de que llegaran a intentar matarlo.

Acurrucado contra la pared, su nariz roja de frío y sus lentes más torcidos que nunca, el hijo de Minerva parece querer fundirse con su esquina.

Luke, todo un caballero, le acerca un banquillo y se queda detrás, protegiéndola como dijo que haría.

—Señor Pilgrim —saluda ella, con suavidad.

El hombre se estremece al escucharla.

—No le haré daño. No traigo armas —le dice, pero el hombre mira hacia Luke, considerándolo peligroso.

Annabeth acerca su banquillo hacia la celda, levantando las manos.

—Necesito hablar con usted. Sé que le apasiona el conocimiento tal como a mí, intercambiemos datos —propone, listilla.

El hijo de Minerva mueve un poco sus piernas, adolorido de estar en la misma posición por tanto tiempo. Luego, gatea hacia la puerta y parece encogerse frente a Annabeth. Se niega a hablar y la semidiosa no lo culpa de su miedo.

—Minerva no lo castigará si habla conmigo —promete.

—¿Y Percy?

—Tampoco. Está muy lejos —hace ver.

El hombre arregla sus lentes doblados sobre su nariz chata y mira con ojos tristes a la semidiosa.

—No tengo más información. Ya les di todo lo que sé —promete.

—¿Por qué lo hizo? —pregunta de primero.

El señor Pilgrim se abraza a sí mismo y una lágrima solitaria cae por su arrugada mejilla.

—El chico se llevó a mi gato. Es la familia que me queda —sufre, aguantando las ganas de llorar.

Annabeth no lo culpa y tampoco lo cuestiona. Sabe y conoce el amor que pueden tener los seres humanos por sus mascotas, a un punto que harían lo que sea por ellas. 

—Lo siento mucho —se compadece.

—Percy fue considerado al dejarme vivir. Hice una traición —niega con la cabeza, abatido.

—Nueva Roma está del lado de Percy, pero no significa que castigue a todos por los actos que hacen —explica.

El hombre mira la celda y parece contener lo que opina sobre eso. Sí, no fue la mejor elección de palabras.

—¿Qué efecto hay en el templo de Rea con los mestizos que se llevó Kai de Hedoné? —pregunta.

El hombre libera un suspiro débil y mira a la semidiosa, como si no existiera una solución para lo que está por ocurrir.

—En mis tiempos de juventud, fui un erudito enérgico, me fascinaba el mundo de mi madre y siempre quise explorar todas sus ramas —sonríe al recordarse en sus viajes de conocimiento.

Atraído, Luke se arrodilla frente a la celda para escuchar al anciano.

—Muchos llamaban a Deméter como la nueva Madre Tierra, la protectora de la vida —explica, moviendo sus manos arrugadas con emoción—. Fue considerada por mucho tiempo como la mejor madre divina de todas, incluso superando a Hera. Todos decían que rendirle tributo a ella significaría amor maternal en el mundo, así que lo hicieron por muchos siglos. Luego, llegaron historiadores y regresaron la verdad a donde pertenecía. Deméter es una gran progenitora, pero no es la diosa de las madres, así que su título no fue permanente. 

—De hecho, yo nunca escuché sobre eso —admite un poco apenada.

—Descuida, esos escritos fueron quemados por Hera. Algunos sobrevivieron en Hedoné gracias al hechizo que ella misma puso en la isla —sonríe un poco victorioso—. Si robaron la espada de Deméter fue porque ella corta el cordón umbilical de sus hijos con su espada, dejando que parte de la sangre se una al metal. Existe un hechizo en Hedoné para tomar a uno de los miles de niños bastardos que hay dentro. Se necesita de dos padres, la pareja que tomará bajo su ala al bastardo. Kai es la primera parte y quien busque tomar a los bastados como suyos, entonces hay otra persona que quiere ser llamada madre. 

—Kai es el padre y... la madre... —intenta Luke, leyendo entre las líneas—. No, no lo sé.

—Es una magia peligrosa, una vez efectuado el hechizo, todos esos bastardos quedarán bajo el control de Kai y si él los envía a morir, todos esos chicos no podrán hacer más que seguir sus órdenes.

—Magia —susurra Annabeth, atrapando la idea entre sus manos.

—¿Hécate? Pero ella es amiga de Percy —dice Luke, arrugando la nariz.

Ella mira a su novio y su mera presencia le ilumina el pensamiento. Ella sigue el arranque de besarlo y lo hace, provocando que el señor Pilgrim mire a otra parte, apenado.

—Oh.

Luke se queda perplejo frente a ella y la mira, queriendo saber la razón.

—Es Circe —determina, fascinada.

Luke deja de sonreír y su expresión es preocupada.

—¿Ah, sí? —dice sin ánimos.

—Es la hechicera más poderosa luego de Hécate y ella se unió a Kai. Además, su estadía en el mar le dio poder con el elemento —considera, uniendo cada parte.

Luke se sorprende con la mente brillante de su novia y le ofrece chocar los cinco al señor Pilgrim. El anciano lo hace con una débil fuerza.

—Ellos deben saber esto. Hablaré con Minerva para liberarlo, necesito de su conocimiento —dice ella, resuelta. Se levanta como rayo y comienza a caminar por el calabozo. Luke se despide del señor Pilgrim y sigue a su novia, quien parece dispuesta a colocar un cartel con la cara de Circe en las dianas de entrenamiento.

. . .

Hazel Levesque no se considera una mujer blanda. Es ruda, puede ir a misiones peligrosas y vivir con un cuadro de ambrosía de cuatro centímetros y no pedir más. Su entrenamiento en Nueva Roma la convirtió en una semidiosa de acero, inamovible ante las demostraciones de sangre más crueles. Es una mujer de veinte años, dos medallas olímpicas por parte de sus actos heroicos y el título de héroe olímpico se puede leer en su hoja de vida. Tiene un hermano menor, Nico di Ángelo, hijo de la versión griega de su padre, Hades. Lo conoció cuando ambos lucharon contra los titanes y se convirtió en parte de su vida desde entonces.

Es una capitana de legión respetada en su cuartel y embajadora de Plutón junto a Nico. Ha tenido una vida de movimiento y entre las peleas, conoció a Frank. Un hijo de Marte de lo más tierno y dulce que puede existir, que puede mutar su cuerpo y convertirse en animales, apto para cualquier ambiente hostil y siempre teniendo un arma bajo la manga. Su gran tamaño puede intimidar, pero es suficiente con saber que su sabor de helado es vainilla para determinar que es una nube de amor.

Aún así, nada los entrenó para visitar una ciudad pirata. Donde ver personas desnudas en cualquier parte, recibir agua sucia en cada paso que dan y escuchar a todo volumen. Es un ambiente nuevo, diferentes formas de ver a los humanos desenvolverse en la tierra. Es algo a lo que le gustaría regresar para acostumbrar su cuerpo a las nuevas sensaciones. 

Su novio puede atraer la atención, pero muchos lo esquivan por su tamaño intimidante. 

Hazel se acerca a una mujer que organiza pescados que tienen moscas en los ojos. La anciana usa un pañuelo en la cabeza y la nariz es como un garfio de curva. 

—Señora-

—¿Quieres pescado? —escupe la anciana, brusca.

—No, pero-

—Entonces lárgate, sólo estorbas en el camino —gruñe ella, organizando más pescado.

—No estoy estorbando —pelea Hazel.

—Claro que sí, no dejas que las personas vean mi pescado —señala ella con enojo.

Hazel mira a su alrededor y nadie pelea por un sólo pescado.

—Ya veo —murmura y la anciana arruga más su rostro.

—¿Quieres saber en dónde vender a tu mascota? —señala a Frank con desprecio.

Hazel abre los ojos, ofendida.

—Claro que no —espeta.

—¿De verdad? Te darían buen oro por él —ríe la anciana, viendo a Frank mientras lo intimida.

Hazel abre su espada y apunta hacia la nariz de la señora.

—Se arrepentirá de lo que ha dicho —sisea.

—Hazel —intenta alertar su novio, pero los protectores del mercado los rodean al instante y los apuntan con espadas.

—¡Suelta la espada, mujer! ¡O te lanzaremos a los cerdos carnívoros! —advierte un hombre, acercándose.

Frank se posiciona para protegerla y la anciana reacciona, golpeando a Hazel en la cara con un pescado.

—¡Agárrenlos, querían tomar mis monedas! —señala la mujer con su dedo esquelético y los hombres se lanzan contra ellos.

Forcejean y logran noquear a unos, pero llegan más hombres y los detienen. Frank recibe descargas y Hazel es abofeteada con rudeza, luego, les cubren la cabeza con sacos y los arrastran a un carro de madera, llevándolos a otra parte. El olor de los sacos es asfixiante, la humedad de su propia respiración provocando que la tela se pegue sobre sus rostros y casi tengan que saborear el sudor de miles de prisioneros que han pasado bajo ese saco. Hazel intenta hacer un reconocimiento con sus poderes, pero sólo consigue saber que hay seis tipos con ellos y dos que conducen el carrito.

Llegan al ayuntamiento de la ciudad y con toda la rudeza del mundo, los bajan del carro y los llevan casi arrastrados. Hazel agradece cuando le quitan el saco de encima. Descubre estar dentro de un edificio con suelos en patrón cuadrado de color blanco y negro, ventanas altas con las cortinas rotas. Miran a un hombre detrás de un mueble alto, con el mismo estilo que usan los jueces. El tipo lleva las botas sucias y las dejó encima del mueble, escuchando con aburrimiento lo que dice una anciana a la que se le dificulta hablar.

Su mueca se profundiza cuando los ve llegar y suelta un suspiro enorme. Le lanza unas monedas a la anciana y esta las recoge con prisa, olvidando el dolor de su cintura. 

—Largo —le dice a la anciana y esta sale corriendo del salón.

Hazel mira al hombre y este parece divertirse al ver sus caras.

—Ustedes son terranos —apunta y no falla, acomodándose en la silla por la curiosidad.

—No es cierto —dice Frank.

El hombre juzgador alza una ceja.

—No tienen el mismo aire de podredumbre que el resto de personas. 

El tipo hace un gesto con la mano y los guardias los empujan al suelo antes de salir. Caen sobre sus rodillas y se quedan vulnerables frente al tipo.

—¿A qué debemos su visita, terranos? —dice, jugando con una daga entre sus dedos.

Hazel mira a Frank y este le sonríe, inspirándole confianza.

—Hemos sido enviados por Percy, traemos-

—¿Disculpa? —el hombre se muestra iracundo.

Se endereza en su silla y sus ojos se hacen como cuchillos.

Hazel no muestra un ápice de miedo.

—Percy envío un mensaje para ustedes. Necesitamos ver al líder de la ciudad. Ahora.

El hombre los evalúa en cada milímetro, leyendo contra sus rostros hasta que considera si dicen la verdad o no. No parece feliz de haber escuchado el nombre de Percy, en absoluto, pero hay algo que no lo hace expulsarlos del ayuntamiento. Mira hacia atrás y suelta un largo suspiro, sabiendo que si no hace lo correcto, un castigo llegará a él. Se levanta y con un chasquido de dedos, hace que dos guardias agarren a Hazel y Frank para arrastrarlos hacia donde el tipo quiere, dejando atrás ese salón y entrando por uno pasillo largo y de madera. Hay cuadros de barcos y personas en trajes de pantalones negros, abrigos largos en diferentes colores y los sables que cuelgan en las cinturas.

Entran a una oficina y en ella está una mujer muy parecida al juez, leyendo unas hojas. Detrás de ella hay un cuadro enorme, donde aparece mientras sujeta su sable y posa su pie sobre la cabeza de un enemigo. Su cabello es rizado alborotado en color negro, ojos azules y una mirada que advierte que es mejor no hacerla enojar.

—¿Ahora qué? —pregunta al hombre, quien cabe en la posibilidad que sea su hermano por el extremo parecido.

El hombre se acerca y le susurra, logrando que ella los mire peor que a excremento y tenga en la punta de la lengua el echarlos de ahí.

Mantiene su mirada sobre ellos hasta que se levanta de su silla y camina hacia ellos. Descansa contra su escritorio y se cruza de brazos, negándose a creer lo que acaba de escuchar. Su mirada los evalúa, extrae sus pensamientos y pueden sentir aura antigua, de hace miles de años.

—Así que Percy está vivo —murmura, traicionada.

—Nunca murió, sólo fue transformado en mortal —explica Hazel.

—No podemos creer lo que dicen, Rachel. Nadie ha visto a Percy en años —dice el juez, furioso.

Es entonces que los dos mestizos se dan cuenta que están frente a la líder de la ciudad, Rachel Wall. Ella pertenece a la flota de armas de Percy, leyeron sobre ella antes de salir de Nueva Roma al ser de sus primeras paradas. La capitana es inmortal al pertenecer a la flota de Percy, siendo miembro de la Hermandad Pirata. El dios la salvó antes que la empujaran a la horca y desde entonces, ha sido una implacable capitana para proteger los mares en nombre de su flota.

Rachel Wall mira al juez y eso es suficiente para que el tipo sople del enojo y se estanque en una silla. Órdenes claras, acciones rápidas.

—Quiero leer el mensaje.

Hazel se sacude el brazo del guardia que la sujeta y busca la hoja entre su mochila. Extrae el mensaje en papel y la capitana evalúa la letra para saber si es de Percy o ellos son impostores.

Alza una ceja cuando termina de leer y arruga la hoja entre su puño.

—¿Por qué no vino Percy? —le pregunta a ellos como si tuvieran la culpa.

—Zeus le dio una misión, no pudo rechazarla —dice Frank.

—¿A un dios? —ella alza una ceja, viendo con enojo al mestizo.

—Percy no es un dios ahora, es un semidiós —dice Hazel con más fuerza, queriendo remarcar la situación actual de Percy.

La capitana recibe sus palabras y asiente, como si hubiera necesitado de esa brusquedad para que entrara en su cabeza.

—Libérenlos —ordena.

Hazel se sacude las rodillas al ponerse de pie y mira a la capitana. 

—Señora, una pregunta —dice, recordando los métodos de protección que le dio Percy—. ¿Quién es el eterno enamorado de Sally?

La capitana parpadea confundida y luego sonríe, ligera.

—Tritón —responde.

Hazel asiente y la pirata deja pasar la pregunta, como si hubiera sido hecha por una niña curiosa.

Traen sillas para sentarlos y Rachel Wall respira profundo antes de subir sus pies al escritorio y dejar sus manos sobre su abdomen.

—Lamento mi reacción cruda, hemos recibido muchas amenazas por parte de ese hijo de Poseidón por pertenecer a sus flotas.

—¿Ya sabe quiénes constituyen la Hermandad aún? —pregunta Hazel, preocupada.

—Es de dominio público esa información. Cuando se une o se cambia una flota, Aquópolis se convierte en una isla de fiesta. Todos están invitados a menos que seas enemigo de alguna de las flotas.

Hazel siente un frío recorrer por sus brazos, sintiendo la prisa de buscar las siguientes ciudades para comprobar su lealtad. 

—¿Qué hay del resto de ciudades? ¿Sabe algo de ellas?

—Todas tienen miedo, terrana —le responde el juez, quien ya no muestra su enojo de verlos ahí.

—¿Por qué? —pregunta Frank, preocupado.

—El dios que nos protegía desapareció, nuestra rebeldía hacia Poseidón y Atlantis nos han dejado con la daga en el cuello. Los piratas tienen un código: únete al más fuerte mientras consigues poder. Sin Percy, Atlantis y Kai han intentado absorbernos para unirnos a su flota. 

—Eso es traición —señala Hazel, enojada.

—Lo es, pero fue lo que aprendimos de Percy —la capitana se encoge de hombros—. La lugarteniente Cimopolia tampoco está y la Hermandad está dividida —les dice ella, un poco triste por eso.

—¿Y qué hay de ustedes? ¿La flota Wall está con Percy o se unirá al traidor de Kai? —cuestiona Hazel, arriesgándose a ser decapitada en ese momento.

La capitana mira a su hermano, quien se muestra un poco reacio a creer en Hazel.

—¿En dónde está Percy? —pregunta él.

—Ya lo dijimos y es la verdad —promete Frank, de forma gentil y suave. El semidiós tiene la habilidad de llevarse a las personas al bolsillo con su sonrisa de bollo—. Percy está en una misión importante que le fue enviada por Zeus. 

La capitana Wall alcanza su daga y asiente, confiando en ellos.

—Si alzamos la bandera de Percy, ¿vendrán a ayudarnos cuando el ejército de ese niño aparezca? —pregunta.

Hazel no conoce a Percy lo suficiente para afirmarlo, pero, construyendo su imagen con lo que le ha dicho su hermano, deja su corazón en la mesa y da un paso de confianza hacia el hijo del mar.

Frank puede sentir su emoción, sabiendo lo que le dirá a la capitana. Es dejar a Percy sobre la balanza de las flotas, es empujarlo a un abismo que ellos no conocen. Sólo pensar en su nombre y haberlo leído en los libros le provoca una sensación inexplicable. Unió fuerzas a un dios en peligro, uno que no conoce, pero que deja ver la verdad en sus ojos y que ella siente que puede confiar. 

Su mirada férrea logra mantener en calma las preocupaciones de la capitana y ella sonríe. Rachel Wall mira a su hermano, quien parece emocionado por la guerra que se avecina.

—Lord Prich —la capitana llama a uno de sus soldados—. Icen la bandera de Percy, mantengan un ojo sobre los muelles —ordena.

El soldado hace un saludo y se marcha con rapidez.

Rachel Wall regresa su atención a ellos.

—Díganle a Percy que sus flotas necesitan hablar. Puede elegir en dónde, pero no más secretos —condiciona. 

Hazel y Frank asienten y es lo último que les dice la capitana antes de despedirlos.

Al salir del ayuntamiento, miran hacia arriba y la vista de una bandera azul con pegasos ondeando les hace sentir que han colocado una piedra más en su fuerte, listos para pelear.

. . .

—Me gustan las manzanas, me recuerdan a mi retoño —dice Maya, cortando gajos de la fruta para dárselos a los mestizos—. ¿Lo recuerdas, Percy? Yo siempre les enviaba una cesta con manzanas para sus misiones —sonríe la pléyade, orgullosa.

—Los pegasos se las comían y terminábamos robando unas de las manzanas sagradas de Deméter —sonríe.

Maya suelta una risa extasiada.

—Recuerdo sus gritos. Creí que insultaba a Hades, por eso no le daba atención.

—Ustedes cuatro siempre fueron muy peligrosos juntos —regaña Leto, apretando la mejilla de Percy.

Están en una fuente en medio de una pequeña ciudad, pasando la noche bajo la protección de La Niebla. Tienen las piernas dentro del agua porque Maya dijo que era momento de un spa improvisado. Con la fruta que tomaron de la granja de Gregory, están disfrutando antes de viajar durante el amanecer.

—Yo no. Cada que intentaba hacer algo, Tritón me regañaba —pucherea Percy, buscando inocencia.

—Tú fuiste el que enojó a Artemisa y luego se volvieron amigos. Siempre peleabas con ella —hace ver, apuntándolo con un dedo.

—Eso no es verdad —intenta defenderse, pero no ayuda mucho.

—Fue cuando viajaban en pegaso que Hermes se quebró el diente —recuerda Maya.

—¡Y tú le teñiste el cabello de negro a Apolo!

—Artemisa me obligó —jadea, intentando no reírse.

—Enviaste la cabeza de un semidiós a Olimpo —añade Thalía, comiendo su pera mientras le agrega otro clavo a su ataúd.

—Eso-

—Le añadiste colorante azul a la ropa de Dioniso antes de irte del Campamento el primer año —se une Nico y Percy no halla defensa.

—¿Así que ahí terminó mi colorante azul de súper pigmento para pastelería diamante? —pregunta Sally. Ese colorante le costó más de seis dólares.

Maya se ríe igual que Hermes, disfrutando escuchar eso ante su guerra silenciosa con Dioniso porque siempre peleó que Hermes era mejor que ese ebrio.

Percy, sin defensa, mira a cada uno de ellos con ojos de foca y se refugia en Nico.

—Son crímenes menores —solloza.

—Bueno, no lo podemos comparar con el robo que le hizo Hermes a mi pobre e dulce hijo —dispara Leto, viendo con seriedad a Maya.

—¡Mi hijo es inocente, no es culpable que tu hijo sea tan estúpido para ser engañado por un bebé! —escuda Maya y Leto se lanza contra ella.

—¡Señoras, no peleen! —ríe Thalía, intentando detenerlas.

Sally ríe un poco la ver cómo se revuelcan dentro de la fuente y salpican a todos.

Leto se lanza contra Maya con un codazo digno de lucha televisiva y se dan cuenta que la agresividad de Artemisa fue heredada por Leto. Maya logra escaparse y ríe victoriosa, corriendo alrededor de la fuente con la ropa mojada. Sally crea unas figuras muy parecidas a Zeus para detenerlas y se ríen más cuando las diosas se asustan al ver las figuras.

—Por un momento creí que estaba aquí —jadea Leto, viendo a Sally con ganas de pellizcarla mientras sonríe.

Maya está recuperando aire y se comienza a escurrir el agua de su chaqueta. Regresa las piernas al agua y suspira, feliz de haberse desestresado un poco.

El agua regresa a su paz brillante y Maya mira los reflejos de la luna.

—A veces no recuerdo su rostro —murmura.

Nadie necesita preguntar a quién se refiere.

—En realidad, creo que nunca lo pude ver —revela mientras parte de su vestido flota en el agua y ella estudia el movimiento—. Esa vez, era de noche y él sólo... apareció.

No hay voces alrededor, sólo el chasquido burbujeante del agua.

—Quizá ninguna vio su rostro real —dice Leto, con el mismo tono de voz que Maya—. Se aparecía frente a todos con diferentes caras, un ganso, lluvia...

—¿Alguna vez lo conociste, Sally? —pregunta Maya a la ninfa.

Sally sonríe y su memoria la hace viajar hacia sus primeros años como reina de Atlantis.

—Unas veces. Bajó a la tierra cuando me casé con Poseidón, pero fue para asegurarse que su boda seguía siendo mejor que la nuestra —ríe un poco.

Leto sabe que dice la verdad. Zeus creó la competitividad.

—¿Y tú, querida? —le pregunta Leto a la hija del dios.

La semidiosa se siente en el foco de las miradas, temiendo a dar una respuesta incorrecta a pesar de que no exista. Piensa en su padre, en cuando era menor y visitaba a Beryl por razones que desconoce. No les dirigía la palabra, quizá porque le disgustaba que crecieran tan lento. O porque no sabía cómo tratarlos.

Su padre siempre le será un misterio. Tanto por su poder, como por la forma de interpretarse. 

—Lo vi cuando acabamos con la guerra de los titanes —cuenta, tratando de formar la imagen con ayuda de su memoria—. Tenía barba y traje. Parecía una versión ejecutiva de Santa Claus.

Percy se ríe, pero Nico le da un empujón para que no lo haga.

—¿Te habló? 

—No. Al menos nadie pidió que regresara a mi árbol, imaginó que trató de protegerme —se encoge de hombros.

—Yo digo que brindemos por Zeus —propone Percy—. Debemos al menos señalar que sus rayos no nos han calcinado, o que nos ha protegido de Hera.

Leto y Maya sufren un escalofrío al escuchar el nombre de la reina.

—El rostro de ella sí lo recuerdo bien —susurra Leto, disgustada.

—Sí..., yo también —admite Thalía, infeliz.

—Todos lo hacemos —añade Nico, recordando la vez que la diosa le dijo que no importaba si moría, pues todo seguiría igual.

—Ojala pudieran destituirla —dice Maya en voz muy pequeña.

—Brindemos por Zeus, para que proteja nuestro camino —dice Sally, intentando subir los ánimos.

—Sí, mejor pensemos en él —decide Maya, extrayendo copas de su bolso mágico. 

La pléyade le da una copa a cada uno y recolectan agua de la fuente. Leto no parece muy feliz de brindar por Zeus, apretando su sonrisa mientras sostiene su copa entre sus manos de porcelana.

—Hasta el fondo, chicos —dice Maya antes de beber.

Percy mira la copa y considera que ha bebido cosas peores. Empina su copa y el agua con sabor a piedra húmeda golpea su lengua hasta mezclarse con su saliva y bajar por su garganta. Hace una mueca y sonríe al final, carraspeando por el sabor asqueroso. Nico parece que vomitará el agua y Thalía escupe un poco que se queda atrapado en su boca. Leto tose y deja una mano en su pecho para tolerar el sabor.

—¿Sabía mejor que el ron? —sonríe Maya.

—Sí —admite Percy.

Aún así, su lengua desea probar ron añejado por un anciano sudoroso que usó su camisa para cubrir el barril. 

—Vamos, el amanecer está por iniciar —dice Nico, saliendo de la fuente.

Junto con Sally, Percy se encarga de ayudarlos a retirar el agua de sus ropas, moviendo sus manos con concentración para que los hilos de agua sigan sus órdenes. Sonríe al ver que su cuerpo ya no duele al usar el agua y ahora puede guiarla mucho mejor. Pregunta si quedaron restos de agua y sus amigos le prometen que todo quedó seco. No se atreve a creerles al inicio, pero con una llave y restregada de suéter por parte de Thalía, comienza a pensar que no mienten. 

Nico le da un empujón al pasar, mirándolo como si fuera un novato por dudar de sus habilidades.

Dentro del auto de Maya, se permite distraerse con los paisajes, viendo las nubes jugar a las escondidas entre los altos edificios. Nico viaja en frente junto a la pléyade, guiándola por los caminos. Leto y Sally están al fondo y Percy viaja con Thalía al medio. Es una vista majestuosa a través de su ventana. Viaja como niño pegado al cristal mientras mira las diferencias de altura entre las edificaciones. Los edificios lucen como una perfecta pista para entrenar su vuelo en pegaso, la conexión con la criatura y su agilidad para mantenerse contra la fuerza del aire. 

El sol comienza a verse, el cielo se hace de color casi gris por la combinación del azul que deja la noche y la blancura de las nubes. Los árboles lucen casi negros ante la propia sombra. Dejan parte de la ciudad y se adentran a una parte con árboles, en Florest Park. 

—Niños —llama Leto, dulce—. ¿Les gustan las tartas de queso? —pregunta.

—Dioses, sí —Thalía se gira a verla, emocionada.

—Sí, señora —responde Nico desde el frente.

—Perfecto —tararea la titánide, feliz—. Podría decir en la colina que son mis protegidos y podemos comer tartas. He pasado milenios perfeccionando mi receta —dice, orgullosa.

—Espero que tengan hierva en la Colina. Necesito unas cuantas infusiones —suspira Maya, casi soñando con el sabor.

—¡Maya! —dice Leto desde el fondo—. Estos niños no tienen que probar de tus aguas sucias —regaña.

—¡¿Aguas sucias?! —jadea Maya ofendida mientras sonríe—. Les abriré la mente. Serán los mejores semidioses-

Ninguno pudo presentir la fuerza que los golpearía. 

El auto se sacude hacia un costado y golpean los cristales mientras sus cuerpos son receptores de la magia que los hace caer hacia el lago del parque. La fuerza es demasiado brusca, lo suficiente como para hacer que el auto sea casi de papel contra la energía que recibe y salga volando hacia el centro del cuerpo de agua. Impactan contra el elemento al instante y el auto sufre deformaciones mientras las ligeras ranuras comienza a permitir que el agua entre. 

Al estar en su elemento, Percy despierta más rápido y mira las heridas de su grupo. Leto tiene la frente comenzando a enrojecer por la sangre y Sally se sujeta el hombro con una mueca de profundo dolor. Maya está sobre el volante y Thalía está hacia sus rodillas, doblada por la inconsciencia. 

Percy desabrocha su cinta y comprueba que ella no haya muerto. Thalía comienza a reaccionar, así que la ayuda a liberarse también. Percy mira el agua correr dentro del auto y se obliga a empujarla hacia afuera, deteniendo y luchando contra la corriente del agua. Con esfuerzo, el agua comienza a salirse y con ella, crea una burbuja de aire para ellos. Mientras tanto, el vehículo se hunde hacia el fondo del lago.

Se apresura a sacar toda el agua y con ayuda de Sally, liberan a Leto que quedó un poco atrapada porque la fuerza golpeó de su lado. La arrastran hacia el medio del auto y la dejan junto a Thalía. Percy se olvida de Maya por ese instante y se concentra en Nico, quien tiene heridas en su brazo y pierna. Le da gracias a los dioses porque ningún metal se clavó en su cuerpo y lo toma por las axilas para arrastrarlo. Puede sentir los tirones en su estómago al usar su magia de agua, pero sabe que puede hacerlo. El auto golpea el fondo del lago y se sacuden con fuerza por la superficie irregular. La oscuridad es densa y la presión del agua comienza a ser más. 

Atrae a Nico y lo revisa con vehemencia, respirando mejor cuando mira las heridas superficiales. Está tan concentrado en Nico, que nunca experimenta al intruso en su burbuja de aire. 

—¡Percy! —jadea Sally por lo bajo, pero no logra advertir antes.

Las puntas de un tridente atraviesan el auto y queda al medio, a centímetros del rostro de Thalía. Sabiendo quién es el portador de esa arma tan única, Percy mira a Sally y en ella comparte un voto de confianza que su parte divina nunca habría hecho.

—Llévalos fuera, sácalos de aquí —le pide, esperando de todo corazón que la ninfa no quiera traicionarlo.

—No. Yo distraeré a Kai-

—¡Ahora no! —espeta y usa su poder para empujar a Kai con el agua en un chorro potente.

Contracorriente rompe el vidrio de la puerta y sale por ahí, flotando entre la oscuridad. La burbuja vuelve a retomar su forma y espera que Sally no incluya a ninguno de ellos en su pelea. 

Sus ojos se transforman a como los tendría un hijo del mar y descubre el mundo que hay en ese lago. Peces, ninfas y algunas criaturas que miran asustadas por el auto y el hijo de Poseidón que llegó a atacarles. Las ninfas flotan más afuera cuando descubren a Percy, pero este no les deja tiempo para saludos. Se dispara hacia la superficie con el agua y sale de ella con un brinco que habría hecho sentir orgulloso a Apolo. Sujeta a Contracorriente y mira a Kai, quien lleva su tridente de oro olímpico. 

Su parecido con Poseidón cada año es más grande. Pero ahora, es imposible no ver el rostro de Sally en sus facciones. Le entristece ver lo que fue el hijo prodigio de su generación. 

Ya no queda nada del niño que alguna vez vio hacia las estrellas y se preguntó si estaba soñando.

—Luces terrible, Percy —sonríe Kai. 

—Puedo decir lo mismo de ti.

—¿De mí? —Kai posiciona su tridente, sonriendo con fiereza—. Yo no soy el que está perdiendo flotas.

Su rapidez para acercarse logra ser registrada por Percy, quien lo esquiva en cortos movimientos. Aún no está al nivel de Kai para enfrentarse a una pelea justa, pero en la guerra, nada lo es, así que no puede ponerse a patalear porque lo hagan luchar con alguien más habilidoso. 

Crea un escudo de agua y desvía los ataques de Kai con su espada, derrapando cuando un brazo intenta alejarlo lo suficiente. El elemento comienza a sufrir un desbalance, dos hijos del agua que exigen su lealtad y fuerza. Dagas de cristal, cadenas de agua, escudos para protegerse y más creaciones que hacen al lago perder control. Percy comienza a sentir que el agua lo hunde, creyendo que está perdiendo su magia otra vez, pero no es así. 

Decide ignorarlo y se concentra en no morir frente a Kai, sabiendo que tiene mucha desventaja. Esquiva un puño limpio y golpea el rostro de Kai con un azote de agua, dejándole un corte en la pierna con un ataque bajo. El hijo de Poseidón se muestra divertido.

—¿Has estado entrenando? Te veo menos estúpido —ríe, alejándose el agua del rostro con un movimiento brusco.

—Yo veo que has seguido los pasos de tu padre. Dime, ¿quieres regalos de todos esos bastardos para apaciguar la herida de que Poseidón nunca te quiso? —pucherea, fingiendo sorprenderse.

Kai parece no afectarse, pero el mar nunca miente y sus ojos dejan ver algo.

—Debió ser muy duro, ¿cierto? —dispara unas flechas de agua que Percy intenta esquivar. Una de esas le da en la pierna y lo deja casi cojo. Otras le rozan los brazos y la sangre comienza a gotear sobre el agua—. Sally me prefirió a mí. 

—Claro que lo hizo y por eso lamento que sea tan ingenua —lanza unos brazos de agua para aplastar a Kai y sólo uno tiene efecto—. Debió rechazarte cuando supo que estaba embarazada.

Una pared de agua se eleva y se deja caer sobre Percy, quien resiste toda la fuerza del agua sobre sus hombros. Entre la caída, Kai aparece por debajo y trata de cortarle los intestinos, pero Percy atrapa el tridente con su espada y con sus poderes los empuja a ambos lejos. Se crean corrientes de agua mientras se detiene contra el lago, quedándose a una distancia considerable.

—¡Ambos fuimos rechazados por Poseidón! ¡¿Por qué no te unes a mí?! —pelea Kai. Percy sigue sin entender las razones de Kai para preguntar eso.

Percy reajusta su espada y aprieta su agarre.

—Compartimos ideas diferentes de inmortalidad, niño —dice, recordándole a Kai que es Percy con quien habla, el mismo que aparece los libros de historia y tiene estatuas en los museos—. Tú no respetas al mar y no soy hijo de Poseidón para unirme a ti —declara.

Kai parece incrédulo y luego se obliga a dejar su sueño de infancia aplastado.

Sin decir más, Kai se lanza contra Percy para intentar apuñalarlo con su tridente. Se desliza contra las corrientes de agua y pelean como en la antigua Grecia, golpeando espadas y chocando escudos. Percy cree que es gracias a su elemento que logra soportar los golpes del mestizo, sanando su debilidad al instante. Usa su memoria para mejorar los golpes y esquivar, luego devuelve y protege. Kai intenta dar un golpe directo con su tridente, pero el escudo de Percy lo atrapa y con una fuerza descomunal, logra arrancarle el tridente de las manos.

Percy deshace su escudo y toma el tridente, experimentando su rechazo al instante. Logra ver en la esencia del arma todos los horrores que ha provocado y la sangre que se haya entre su magia. Sin intenciones de contagiarse con su poder, Percy lanza el tridente con asco y retoma a su espada.

«¿Viste eso, tenedor de mierda? ¡Fuiste rechazado por el dios de la guerra!» ríe Contracorriente, presumida.

Kai, un poco temeroso a que su arma haya cambiado de lealtad, atrae el tridente y respira cuando lo descubre en su mano. 

El cuerpo de agua está deforme, su orilla natural está destruida y parte de la naturaleza a su alrededor parece que fue azotada por un huracán. La cantidad de agua ha disminuido. 

Al hijo de Poseidón no parece importarle, porque gira su tridente y se lanza contra Percy, buscando terminar con lo que fue. Percy se defiende con un escudo de agua y crea una esfera para resistir a las púas de hielo, sintiendo los impactos. Se concentra y comienza a pensar en quien fue en el pasado, en el poder que está contenido en su cuerpo y si bien Poseidón fue el autor del castigo, Percy ahora es hijo del mar y su magia ya no debe estar atrapada entre su cuerpo. El mar no le regresó la inmortalidad, pero nunca le dijo que habían límites al usar su magia y dominio. 

Siente la sangre bullir entre su cuerpo y luego los tirones dejan de doler, convirtiéndose en ligeros retazos de memoria. El agua es brusca al reaccionar, atrapada por quien tiene más poder en ella. Las púas se deshacen en segundos y puede sentir las formas creándose bajo su petición. Kai se ve atrapado en un vórtice peligroso y comienza a pelear contra el tornado que lo envuelve y lo deja sin forma de protegerse. Gira hasta que emplea toda su magia al detenerse con su tridente mientras su ropa se sacude con fuerza.

Percy puede sentir que sus energías disminuyen con rapidez, pero no piensa detenerse hasta ver a Kai atrapado en un bloque de hielo con el tiempo suficiente como para que sus amigos puedan llegar y terminen con el mestizo de una vez por todas. 

—¡¿Piensas detenerme con esto?! ¡Necesitarás más! —grita el mestizo a todo pulmón, su rostro comenzando a sangrar por las heridas que le deja el agua. 

Percy gira más rápido el agua y se arrepiente de ver lo tarde que descubre a Kai apuntando su tridente al agua mientras este brilla en una luz negra. Apunta hacia el lago y lo deja caer con la fuerza que le queda, rompiendo la magia de Percy al instante.

El hechizo es rápido y su efecto cobra fuerza en un parpadeo. El lago completo se colorea en negro e incluso Percy recibe la magia corrosiva. Vomita al instante mientras siente a toda la vida en el lago comenzar a morir, desvaneciéndose mientras dejan un ecosistema sumido en sangre y dolor. Cae sobre sus rodillas, viendo a Kai abandonar el lago a trompicones en lo que escapa con parte de su ejército, con Maya y Sally entre sus botines.

Kai desató una magia antigua que Poseidón usaba para destruir a todas las deidades marinas y de agua que no se dejaban doblegar por su reinado. Atrae la magia del propio Caos y destruye todo hasta ahogarlo en su propia muerte, haciéndolo inhabitable y matando consigo a todos los que viven dentro de sus aguas. Dioses, criaturas, animales y incluso las bacterias. Todo muere y sólo queda un charco oloroso a muerte que se evapora con la llegada del sol, dejando una rueda oscura en recordatorio a lo que ocurrió.

Es un dolor profundo, que quema sus intestinos y los hace pequeños, que mordisquea su corazón e infla sus pulmones con los gases tóxico que se liberan. Siente que se derrite y no de una forma bonita, sino que su piel se revienta, su sangre comienza a correr por las heridas y sus ojos parecen a segundos de estallar. Jadea de dolor, vomita un poco más sobre sus manos y el color negro del agua se mira muy cerca.

Percy extiende un mano, deseando alcanzarlas, pero la magia comienza a hundirlo.

«¡Percy, quédate conmigo, muchacho!»

«¡Percy, nos hundimos!»

«¡Percy!»

«¡PERCY!»

Algo lo agarra por detrás y luego todo se detiene al instante, sus sentidos desapareciendo y acabando en un susurro.

«Maya.»

. . .

—Hagan algo, por favor —la voz suplicante de Nico se escucha lejana—. La ambrosía no funciona.

—No sabemos qué hacer, esa magia es muy antigua —dice otra voz, llorosa.

—Seguiremos con néctar y ambrosía, es lo último que tenemos —dice Thalía, manteniendo la postura.

—Estamos cerca de la colina —la voz de Leto suena angustiada—. Llegaremos rápido, se los prometo.

Luego, todo se queda en silencio, pero una voz resuena en su cabeza.

«Percy, quédate conmigo. Quédate conmigo.»

Reconocería esa voz en dónde sea, incluso si regresa a ser inmortal y su memoria queda en blanco, podrá reaccionar a su voz luego de milenios. Nico está triste, asustado y Percy hará lo que sea por regresar y prometerle que no piensa dejarlo. Nunca.

. . .

El olor a eucalipto y el humo que inunda la habitación logran despertarlo luego de su sueño profundo. Está fuera de sí, su alrededor se aleja, que al tocar una superficie, sus sentidos no logran conectarse. Se siente extraño, ajeno en su propio cuerpo. El humo vuelve a golpear su rostro y obliga a sus ojos para descubrir realmente lo que tiene cerca. 

Está en una manta en el suelo, un débil sol que entra por la ventana fundida en la propia estructura de tierra. Barro. 

El techo es de paja y los árboles ayudan para sostener como pilares entretejidos. La dureza del suelo le saca un quejido cuando se levanta para quedar sentado, intentado descifrar las razones por las que llegó ahí. No recuerda mucho de su pelea con Kai, sólo que se llevó a Sally y Maya con él y lo dejó en medio del lago mientras liberaba una maldición antigua. Si pudo crear algo como eso, es porque Poseidón se lo enseñó y el arma que mejor funciona para ello son los tridentes. 

Si Poseidón se ha unido a Kai en esa guerra, entonces puede que sea por órdenes de Anfitrite el que capturaran a Sally. Su madre nunca expresó sus deseos por matar a la otra nereida, pero no era necesario. Sus muecas y miradas de odio eran suficientes. O quizá Poseidón quiere volver a tener sexo con ella porque descubrió que de esa forma, sus hijos mortales eran más fuertes.

Kai es un semidiós de alta categoría. Casi rozando la capacidad de Heracles o Perseo. 

Pensar en ese copión le hace despertarse por completo. ¿Es que no podía elegirse otro nombre? Dánae era una princesa muy devota, honraba a los dioses y siempre que los ejércitos de su padre salían a una guerra, ella lanzaba un saco de monedas hechas de oro al mar en una plegaria para Percy con motivo de protegerlos. Siempre preparaba ofrendas y festines, bailaba para Afrodita y Apolo, leía para Atenea y Urania.

Era una princesa prodigio y por eso encantó a Zeus, quien vio potencial para producir una descendencia poderosa.

Cuando cayó al mar, ella abrazó muy fuerte a su hijo y fue entonces que lo llamó Perseo. Sabía que estaban en riesgo a morir y no podía pedir ayuda a Rodo, quien protege a las doncellas, tampoco a Cimopolia, quien siempre expresó su disgusto hacia los humanos. Quedaba Poseidón, Tritón y Percy. Este último era el más indicado porque siempre recibió sus plegarias y le otorgó lo que pedía. Confío que el mar la ayudaría por órdenes de Percy y con ello dio origen al nombre de uno de los héroes más grandes de la historia.

Percy ignoró la existencia de Perseo e incluso demostró su enojo cuando le cortó la cabeza a Medusa. Ella no era culpable de las atrocidades que había hecho Poseidón. Nunca lo maldijo, no es inestable como Afrodita para eso, pero la influencia en sus amigos hizo que parte del Consejo Olímpico tuviera más votos en contra cuando quisieron inmortalizarlo. Casi ahorca a Hermes cuando le dio sus sandalias y una hoz, todo porque en ese entonces, fue su enamorado.

Perseo murió y con ello un estrés de Percy.

Ahora sólo arruga la nariz cada vez que piensa en ese niño de rizos negros y ojos azules. 

Alguien llega al dormitorio de barro y se siente mejor de ver a Thalía.

—Dioses —jadea ella, aliviada. Se acerca y se arrodilla junto a Percy—. Eso casi te mata. ¿Qué pasó?

Apresura a saber, pero Percy no tiene la fuerza necesaria para mover la boca.

—Sabes qué, no importa —agrega ella, compadeciéndose de su vago esfuerzo—. Leto nos trajo a la colina y las ninfas que viven aquí te curaron. Estamos a salvo, nos quedaremos al menos una noche para recuperarnos.

Percy asiente y se quita las mantas, sintiendo el dolor agudo. Al ir con su pantalón corto, descubre las quemaduras en sus piernas porque fueron las que más tiempo pasaron en el agua.

Thalía lo ayuda a levantarse, caminando con pasos cortos porque es una experiencia que lo hace desear un besito de mami para sobrellevar el dolor.

Se arrastra junto a la semidiosa y mira el cielo brillante que deslumbra en esa colina. El sol es más fuerte y las nubes más esponjosas, casi puede sentir la suavidad. Imagina que Zeus ya sabe que uno de sus grandes amores está a salvo, así que demuestra su satisfacción con regalar un cielo idílico. Jadea de dolor cuando imagina sus piernas desgarrarse. 

Thalía sonríe y gira los ojos.

—Agárrate fuerte, princesa —dice y toma a Percy por debajo antes de cargarlo en forma nupcial.

—¡Thals! —ríe, abrazándola por los hombros.

La semidiosa tiene la fuerza para cargarlo y caminar colina abajo sin tropezarse. 

—¿No crees que primero deberías cortejarme? —le pregunta, pero la semidiosa sólo dispara una risa estridente.

—Sabía que eras tan estúpido como Luke —dice, divertida.

Las ninfas los miran llegar y se apresuran a mover las cosas para ayudar a Percy. Thalía lo deja en una mecedora y pocos instantes después, Leto llega junto a Nico, quien parece respirar cuando mira al hijo del mar. Deja la cesta de manzanillas que llevaba en su mano y se acerca a Percy. Están en una carpa que funciona como un pequeño oasis ante el extenso campo. Ahí, las ninfas están organizado los ramilletes de manzanilla y deshojando el eucalipto. El mortal cierra los ojos por un segundo para procesar el dolor y luego despierta porque no puede quedarse así cuando hay cosas más importantes por hacer.

—¿Te duele mucho? —le pregunta Nico, que está sentado junto a su silla.

Percy sonríe y se esfuerza por moverse y quedarse con toda su atención en Nico. Puede saber que Leto y Thalía están hablando, que las ninfas parecen cómodas en sus actividades y que los dioses le están regalando estos segundos de tranquilidad. Escucha niños correr cerca, sátiros con su flauta y entonces, la colina no parece tan mala. Deja de distraerse y se enfoca en Nico, quien no ha alejado sus ojos, incluso parece leer en sus heridas y luce tan gentil, que Percy se conmueve.

—El dolor lo conocí cuando Ceto me arrancó un brazo y me mordió una pierna —sonríe hacia Nico, recordándose de esa tarde.

Fue una pelea con Ceto porque ella quería comerse a unas oceánides. Su abuelo divino, Nereo, le pidió que las salvara por petición de Oceáno y Percy fue al rescate. La enorme y escamosa Ceto ya estaba saboreando la roca donde gritaban las ninfas y con ayuda de su tridente, Percy se encargó del monstruo. Ceto no estaba dispuesta a ser alejada de su cena y como venganza, le mordisqueó el cuerpo hasta arrancarle el brazo. Fue una pelea enorme. Ceto se retorcía y controlaba las mareas, Percy usaba su tridente y se defendía con escudos de agua. 

Entre el ajetreo, las ninfas escaparon y Ceto rugió enojadísima. Le mordió la pierna a Percy y se bebió su icor dorado hasta casi dejarlo vacío. Cuando logró acabar con ella para que no regresara por unos meses, Percy volvió a Atlantis y Tritón casi lo mata él mismo por ser tan descuidado.

Termina de contarle su aventura a Nico y el hijo de Hades se ríe, sin poder creerlo.

—¿Ceto te sigue odiando?

—Claro que no. Fue una pelea de niños. Antes de ser mortal, fuimos a comer brochetas de cordero a las costas de Noruega —revela.

—Los dioses viven más como mortales que los propios humanos —dice, apoyándose en la mecedora.

—La Tierra ya está dividida y los monstruos ahora tienen empleos junto con los humanos, ya no les importa mucho destruir y gritar en sed de guerra —dice.

Nico alcanza su mano y comienza a juguetear con sus dedos, acariciándolos. Percy casi ronronea con la suavidad del hijo de Hades, sin poder creer lo que siente. Es un calor en su pecho y la sonrisa que nace en sus labios se le antoja azucarada. 

—Me gustaría conocer el mar —susurra, sin atreverse a mirarlo. Quizá se deba al color de sus mejillas. Percy no lo sabe.

—Deberías hacerlo —sonríe animado—. Doris realiza caminatas turísticas con un hotel de California. Puedo conseguirte el número.

El hijo de Hades mira a Percy para saber si en realidad dijo eso y al ver la inocencia en sus ojos, prefiere morderse el interior de la boca y no decir nada al respecto.

—Te encantará. Son las mejores caminatas nocturnas. Cuando el mar obtiene su bioluminiscencia, es precioso...

Percy continúa parloteando sobre el mar y todas las hermosuras que tiene, incluidas las ninfas de Hawái, pero Nico se detiene a pensar que quizá necesite otro tipo de estrategia. El hijo de mar es ajeno a sus intenciones, no sabe a lo que se refiere. A Percy hay que dispararle primero y luego decirle que le van a disparar porque no lo entendería si le advierten. Además, Nico sabe que sus formas de coqueteo son muy malas, incluso peor que Hades yendo a pedirle consejos de amor a Zeus. 

El hijo del mar es llevado hacia un estanque donde el efecto de la ambrosía tendrá más fuerza. Agradece a las ninfas con una sonrisa de bebé y Nico se pregunta por qué Atlantis siempre quiso desterrarlo de su reino. Percy no es malo, tampoco un dios bruto. Es un dios consiente de algunas cosas, diferenciando a los que se unen al mal y a los que viven en la tierra sin hacer daño alguno. Quizá no esté entre sus mejores atributos la justicia o el orden, pero es imposible cuando su herencia es el mar y la rebeldía junto con la destrucción forma parte de su magia. 

Le gustaría que todos vieran a Percy como él lo ve. Como el amigo leal y desinteresado, quien tiene pizcas de inocencia algunas veces y quien protege a las criaturas y los animales con su corazón. Ojalá todos pudieran conocer a Percy como lo conoció Nico. Quizá ignorando la parte cuando le dijo que era un traidor. 

—¡Neeks! ¡Míralo girar, es tan bonito! —dice Percy, derritiéndose en el agua cuando admira las piruetas del hipocampo bebé.

Mira más a Percy que a la criatura, sintiendo que es un planeta y Nico el satélite que orbita alrededor.

Está dentro de su cabeza y por ello no mira a Percy acercarse, tan ágil y silencioso que su cuerpo casi se difumina con el agua.

—¿No te gustan los hipocampos? —pregunta Percy, limpiándose el agua del rostro. Su mirada demuestra que estaría dispuesto a cambiar todo el estanque para que sea a gusto de Nico.

—Son lindos, es sólo que no quiero asustarlo —admite. Está en la orilla del estanque, a una distancia prudente para no incomodar a la criatura.

Percy mira hacia el hipocampo y hace una muequita.

—A Harper le gusta el peligro. Hace unos días se escapó del estanque y fue al río de un dios. Casi lo hacen parrilla —sonríe, contándole las aventuras del bebé hipocampo.

—¿Qué hará cuando sea grande? —pregunta, atraído por las historias de Harper.

—Le dije que lo buscaré para unirlo a la flota de hipocampos —hace ver, casi presumiendo.

—¿Tienes una flota de hipocampos? —sonríe.

—Tengo dos, cariño —Nico casi se lanza al agua para estar más cerca de Percy.

Percy mira hacia las ninfas, quienes están jugando a piedra, papel o tijera para saber quién perseguirá al cerdo de la cena. Thalía está entre ellas, tan pálida como una hoja de papel por los nervios a quedar como la elegida.

—¿Vienes? —Percy enseña sus dos manos hacia Nico, invitándolo a tomarlas para que se una al estanque.

Nico mira a Harper, quien chapotea feliz. Sin pensarlo mucho, toma las manos de Percy y se ayuda con sus piernas para arrastrase en la orilla y maravillado, descubre que el agua no está mojando su ropa. Imagina que debe ser algún truco de Percy. Sus brazos rodean los hombros del hijo del mar y se quedan tan juntos que si las ninfas los vieran, comenzarían a esparcir chismes hasta que lleguen a oídos de su padre. 

Escucha la risa de Percy antes de experimentar una sumersión que cubre sus hombros y cabello por un segundo. Luego, una burbuja los rodea al instante y el mundo acuático se muestra frente a ellos detrás de un cristal. Las ninfas que están junto a los peces, algunos invertebrados de agua dulce escarbando entre el los cimientos de lodo y pequeñas criaturas brillantes que Nico no conocía. Estas son las menos asustadas ante su burbuja y se acercan para tocar la separación entre ellos, los cabellos moviéndose a los lados mientras reconocen lo que hay frente a ellas.

—¿Qué son? —le pregunta a Percy.

—Son doncellas de mar. Mi hermana Rodo prefiere decirles "hadas de mar" —dice Percy. 

Al verlas de cerca, puede apreciar sus cuerpos humanos rodeados de tentáculos. Ocho en de ellos pegados a su cintura. El resto es el torso y brazos de una mujer. Brillan en diferentes colores y se mueven con curiosidad frente a la burbuja. Sus pequeñas manos junto a sus enormes ojos miran dentro y luego parecen reírse mientas hablan a las ninfas y los animales para que se acerquen.

Ninguno lo hace.

Nico toca la burbuja, justo sobre la mano de una doncella. La criatura cambia de color. Ella es amarilla, pero su brillo se transforma a rojo y luego pasa a un púrpura casi negro, experimentando una risa contagiosa. Otra doncella se acerca para vivir el efecto y también se ríe, disfrutando de los cambios de color. Percy se acerca y se arrodilla junto a Nico, pareciendo disfrutar más el hecho de ver al hijo de Hades apreciar su elemento.

—Hay muchas criaturas en el mar que los humanos no conocemos, ¿cierto? —le dice a Percy, quien asiente orgulloso.

—El mar es algo exclusivo para los mejores —asiente.

Nico alza una ceja antes de hacer un gesto negativo.

—Presumido.

Nico se aleja de la orilla y se sienta junto a Percy, acomodándose para abrazar sus rodillas. El espacio es diminuto, pero no se siente atrapado. Ni siquiera lo hace recordarse a la pesadilla que vivió cuando estuvo atrapado en un jarro por infernales días. 

Gira su cabeza hacia Percy y detalla sus facciones de adolescente, casi entrando a la adultez. Conoció a Percy cuando era un niño de dieciséis y hora está en sus diecinueve años. Se pregunta cómo fue que pasó el tiempo tan rápido. Sigue teniendo esa mueca de diablillo, pero ahora hay más preocupaciones en sus ojos. Tal parece que sus objetivos cambiaron de enfoque. 

—¿Qué fue lo que hizo Kai en el lago? —pregunta.

Percy mira hacia sus zapatos sucios y juguetea con las cintas mientras habla

—Fue magia de Poseidón. Hechizos muy antiguos, tanto como Nereo o Tetis. Sólo alguien como Circe o Poseidón podrían enseñarle —explica, optando por copiarle su postura a Nico para descansar un poco su cabeza—. Ambos están con Kai, así que tenía posibilidades para aprender.

Nico saber que hay dolor en las palabras de Percy, pero aún así el otro se esfuerza por esconderlo.

—¿Conoces más de esa magia?

—Nunca quise hacerlo. Es magia corrosiva, destruye la vida de cualquier cuerpo de agua y no puedo hacer eso, va en contra de mis principios como hijo del mar —admite, dejando su cabeza contra sus rodillas.

—Es cierto —asiente, sintiéndose estúpido de haber preguntado algo como eso.

—No sería una guerra justa si usaran magia todo el tiempo —dice Percy, negándose a usar ventajas para ganar lo que le fue arrebatado.

—¿Tienes un plan para eso?

—Atrapar a Circe. Ella se ha convertido en la ayuda de Kai, qué mejor que golpearlo desde ahí —revela la idea que ha flotado en su cabeza durante algunos días.

—¿Y si Poseidón se enoja? —prevé Nico, sabiendo el daño que provoca Poseidón en Percy cada vez que intenta revelarse.

—Bueno... tendré que esconderme como perra miedosa mientras se olvida de mí —sonríe, queriendo restarle importancia.

Nico intenta decir algo, pero no logra encontrar la forma de conjugarlo bien.

—No es el mejor plan, pero no quiero tener uno y que luego se destruya por idea de los dioses —admite, ya acostumbrado a la suerte que se carga.

—Puede que tengas una pizquita de razón.

—Gracias por hacérmelo saber —asiente con humildad.

Nico lo empuja suavecito y Percy se anima a dejar su cabeza apoyada en su hombro, como si hubiera querido hace eso en lo que lleva del día. 

El hijo de Hades se enfocaría en ver hacia el exterior de la burbuja, donde los animales y criaturas curiosean, pero no puede concentrarse más que en pedirle a todas las deidades posibles para que Percy no escuche la velocidad de su corazón. Es una tarea muy difícil, casi le está costando todas sus energías, pero no puede ignorar el aroma, el calor y esos ojos tan brillantes que sonríen cuando lo miran.

—¿Pasa algo? —pregunta Percy, tan dulce, que es ajeno a los deseos intrusivos del otro semidiós. 

Nico sólo quiere tomar su rostro y besarlo.

Oh, dioses.

Quiere besarlo y besarlo y besarlo y no regresarlo a la inmortalidad. 

Quiere ser todo para Percy.

Tal como lo es Percy para Nico.

—¿Neeks?

¿Qué le hizo ilusionarse y pensar que está al nivel de Percy? ¿Tan ingenuo es?

—No es nada —promete con tanta fuerza que es para hacérselo creer a él mismo.

Percy entrecierra los ojos y acerca su nariz a la mejilla de Nico, como si oliera la mentira.

—Escúpelo, demonio de Hades —murmura.

Nico se ríe y puede sentir ese calor peligroso naciendo en sus mejillas.

—No es nada —repite, pero su risa ya lo dejó en evidencia.

—Tomaré tus mentiras porque te quiero mucho —suspira como su Nico no tuviera solución.

El semidiós se lanza a reír más fuerte, empujando a Percy lejos para que no pueda ver su sonrojo. Aunque en la profundidad del estanque es un poco difícil, teme a que las doncellas del mar lo traicionen y ayuden a Percy con su brillo para que su cara inundada de rojo quede al descubierto.

—Yo no miento, alga de mar —dispara.

—Oh, perdóname, fantasma de Inframundo —Percy gira los ojos mientras busca de nuevo la cercanía.

Empeñado en abrazar a Nico como a su almohada favorita, Percy lo rodea y parece no darse cuenta de lo corrosivo que es para el otro. Esta vez, no lo aleja y decide que disfrutará de su cercanía por el tiempo que pueda.

Percy se acomoda como en casa, el invitado estrella y quien puede saltarse todos los código de alejamiento de Nico. Se quedan bajo el silencio del estanque, viendo a las ninfas pelear con Harper para que no se coma su huerto de algas y a las doncellas de mar, decorando las rocas alrededor de la burbuja. Nico está comenzando a dormirse, parpadeando más lento y con las imágenes haciéndose más lejanas.

—...Hazel?

Abre los ojos cuando su cerebro registra la voz de Percy.

—¿Qué?

—¿Hazel? ¿Ella es tu hermana? —Percy repita su pregunta, curioso.

—Ella es hija de Plutón. La conocí durante la guerra con Gea. 

—Ah, ya —ríe Percy.

—Sé lo que pensabas —Nico pellizca su frente con suavidad.

«¿Cómo pueden ser hermanos si no se parecen?»

Incluso puede escuchar la voz de Percy en su cabeza.

—No dije nada —se defiende, pero su sonrisa deja mucho para pensar—. ¿Cómo es ella?

—La mejor hermana del mundo. Incluso se apuntó para ayudarte sin conocerte demasiado.

—¿Entonces por qué lo hizo? —Percy frunce el ceño.

—Por mí —sonríe Nico.

—Es verdad, eres mi lugarteniente —asiente Percy, orgulloso.

—Soy tu mejor lugarteniente. Merezco los honores —Nico sonríe con petulancia.

Percy, siendo otra situación, habría hecho una mueca y le diría a Nico que fuese a buscar nabos entre las algas de las ninfas, pero siendo el hijo de Hades...

Siendo Nico lo tolera sin rechistar.

—Te haré una estatua en Aquópolis —promete como si jurara frente a Estigia.

—¿Tallarás la estatua con tus manos?

—Sí. Y le pondré músculos enormes, las personas podrán tomarse fotos y dirán: ¡oh, por los dioses! ¡Nico di Ángelo es un semidiós muy fuerte! —suspira de forma teatral, acurrucándose más entre los brazos de Nico.

El hijo de Hades lo recibe y acomoda sus piernas mientras que Percy lo mira desde abajo.

—Rodo no se parece a ti —señala, sintiendo que Percy le ha dado ese acceso a su vida privada.

Percy sonríe como niño y levanta una de sus manos para apretujar las mejillas de Nico.

—Te pareces mucho a Bianca —hace ver y el semidiós se muestra orgulloso—. Mi hermana Cimopolia es quien se parece más a mí. En realidad, soy el que menos se parece a ellos tres —dice en voz baja mientras su mano se desliza por el hombro de Nico y arregla el cuello de su suéter, acomodándolo con tal suavidad que el otro siente fuego donde Percy roza su mano.

Nico acaricia su mejilla y el hijo del mar es un gatito que disfruta, casi restregando su rostro contra sus dedos.

—¿Salvarás a Sally? —pregunta.

La sonrisa de Percy baja unos centímetros y Nico comienza a arrepentirse de haberle preguntado eso.

No, por favor, sonríe para mí. Ignora lo que dije.

—No es algo que pueda elegir —admite, levantándose para quedarse sentado frente a Nico—. Dejaré que las Moiras lo decidan, yo sólo ejecutaré su petición.

Nico prefiere no hablar de ese tema, conociendo lo que provoca en Percy. Con Sally, aunque el otro no lo admita, está contra la espada y la pared, sin saber elegir sus siguientes pasos por miedo. Dejará que Percy lo descubra y cuando lo haga, Nico estará ahí para sostener los pedazos y luego ayudarlo a unirlos, sabiendo que no será el mismo Percy una vez termine esa misión. Nico puede sentirlo, un susurro helado, una vocecilla que aún no sabe cómo traducir. No le ha dado importancia porque ha tenido otras cosas para concentrarse, pero al estar en una calma momentánea, esa vocecilla regresa, advirtiéndole.

—Sé que te verías adorable en trajecito de pirata —Percy cambia de tema y es uno que deja a Nico en desventaja—. O de enfermero para Will —obtiene esa sonrisilla peligrosa y Nico sólo puede desear borrarle el gesto mientras lo besa.

—De hecho, Will me invitó a una cita —miente para saber si existe una posibilidad.

La sonrisa de Percy desaparece y se queda en silencio por un largo rato. Mira hacia afuera de la burbuja como si buscara indicios de que sea una broma y luego mira a Nico, esforzándose por sonreír.

Muestra los dientes y estira los labios, siendo una mueca que casi le saca la risa al semidiós.

—¿De verdad? Eso es perfecto, no sabes lo duro que fue verte suspirar por tantos años —dice con un gesto despreocupado, pero Nico sabe leer bajo las facciones de Percy.

Percy es un mal mentiroso.

Muy, muy malo.

—Es mentira.

Percy parece experimentar un tornado en su interior y es salvado por Leto, quien les dice que salgan del agua porque la cena estará lista en unos minutos.

—Uff, vamos a comer, ya me truena la panza —dice tan rápido y se levanta a trompicones, ayudando a Nico mientras esquiva su mirada divertida.

Nico experimenta una grata noche mientras mira a Percy remover sus calabacines con salsa y trocitos de cerdo recién sacrificado. Luce absorto por muchas cosas y no le da atención necesaria a lo que dicen las ninfas junto a Leto. Terminan la noche con ayudar a las ninfas para recoger la cena y Nico duerme junto a Thalía como es costumbre. Percy se queda abrazando a un mini cerdito, quien lo eligió como su cama para esa noche. 

. . .

Arcus azota sus alas contra las nubes y cae junto a Blackjack y Arión. El águila ancestral de Zeus sacude sus plumas con majestuosidad, sacando suspiros por parte de las ninfas. Se acercan a darles agua y Percy abraza a su pegaso, quien no se queda con las palabras en el hocico.

«Plumero engreído, ¿a quién cree que deslumbra con sacudirse? ¡Ni siquiera lo hace bien!»

A las ninfas les gustó su entrada —piensa Percy, logrando que Blackjack relinche para quitarle importancia.

«Yo lo hago diez veces mejor que ese fósil.»

«Deja de quejarte con el maestro, niño. Tiene mejores cosas qué hacer.» 

Arión se acerca y se inclina con respeto ante Percy, mostrando su lomo blanco como la nieve.

«Percy tiene el tiempo suficiente para escucharme. Soy su pegaso, ¿lo olvidas?» presume Blackjack, sacudiendo la cabeza.

«Puede tener uno mejor» masculla Arión, viendo a otra parte.

«¿Ah, sí? ¿A quién?»

«A mí.»

«¡¿Bromeas?! ¡Tú ni siquiera sabes dar la pirueta de la muerte! ¡Tienes mucho valor para decir eso, anciano!»

Arión lanza un mordisco hacia Blackjack, pero este se defiende y lo golpea con sus traseros. Percy los deja pelear para que se desestresen y camina hacia Leto, quien se niega a despedirse. Ella lleva un vestido de lino y no usa zapatillas. Su aspecto frágil deja de tener relevancia cuando la mira cargar con las armas y sus mochilas sin hacer mueca alguna. Sonríe triste al verlos con armaduras y no puede hacer más que darles una protección al dejar un beso en sus frentes. 

Ayuda a cada uno con su mochila y se acerca a las criaturas para saludarlas.

—Percy —llama ella.

El hijo del mar se acerca a la diosa y ella acaricia sus hombros.

—Sin importar el peligro, no dejes que tus amigos mueran —susurra para que los otros dos no escuchen—. Esto es un capricho de dioses y no lo vale. 

Percy lee en su expresión y sabe que su deseo es honesto. 

—Esos niños tienen un futuro —añade.

—Pero Maya...

Leto niega con la cabeza y acaricia parte de sus mechones.

—No creerás que Zeus la dejará morir, ¿cierto? —dice con suavidad—. Ella es demasiado importante como para que desaparezca.

Percy no quiere ser optimista, es mejor pensar que están solos y que los dioses verán de lejos, como lo hacen en la mayor parte de las historias. 

—Gracias, Leto —le dice a cambio, abrazándola para buscar un poco de alivio.

Ella lo apretuja con fuerza y deja en beso en su frente como una madre cariñosa.

—Ven a visitarme, ¿sí? —le pide la diosa—. Te prepararé galletas con forma de delfín —promete.

Es imposible no pensar en las galletas azules de Sally, las mismas que ella le enseñó a preparar. La cantidad de chispas, las tazas de azúcar, las pisquitas de sal...

Un nudo en su garganta no lo deja sonreír como le gustaría y se aleja de Leto con demasiada prisa.

—Lo haré —le dice, pero la diosa logra ver que ha tocado fibra.

Percy comprueba que la silla de Nico esté bien ajustada y el semidiós presume que puede hacerlo mejor. Luego hace lo mismo con Thalía y ella levanta el pulgar para decirle que todo en orden. Sube sobre su propio pegaso y mira por última vez la colina que tanto persiguieron y donde sólo pudieron esconder a una de las diosas. Las ninfas los despiden y puede ver a lejanía los chapoteos de Harper antes de que los árboles se hagan más pequeños.

. . .

—No me gusta esta ciudad, huele a mucha sangre —dice Grover, caminando detrás de Leo.

El semidiós se gira para sonreírle.

—Respira, cabrita. No nos pasará nada, estamos protegidos —enseña el broche con el escudo de Percy mientras guiña un ojo. 

Pero Grover no se siente mejor.

—Sólo venimos como voceros de Percy, no pueden hacernos daño —le dice Piper, esquivando el brazo de un hombre que está tirado en la acera. 

La semidiosa usa sus armaduras mentales para no hacer muecas ante la cantidad de fluidos que hay en el suelo, el olor a carne podrida y por sobre todo, en no ver de forma directa hacia los pobladores de la ciudad pirata. Todos parecen que apuñalarán al que les hable y ninguno comparte interés en ellos. Personas teniendo sexo entre los callejones, niños llorando desnudos mientras esperan fuera de sus casas, cerdos comiéndose la ropa de los ebrios y muchas cosas que prefiere no enumerar. Percy les dio una advertencia, pero no fue suficiente para prepararlos ante el choque cultural. 

Los piratas son sucios, peligrosos y están esperando a que se distraigan para robarles todo lo que llevan encima.

Por eso Piper se mantiene muy cerca de Grover, podrían secuestrarlo y hacerle cosas que sufren las criaturas. También hay ninfas ahí, pero ellas parecen igual de rudas que el ambiente que las rodea.

—Le preguntaría a alguien en dónde está el ayuntamiento, pero creo que me escupirán la cara —dice Leo, quedándose a cierta distancia mientras miran a unos hombres pelear fuera de un restaurante.

—¿Y si buscamos letreros o-?

—¡Muévanse, niñatos! ¡Me estorban! —dice una mujer corpulenta.

Ella arrastra con un carrito de madera con unos cestos con pan. 

Piper toma valentía y se acerca a la mujer.

—Señora-

—No te daré pan si eso es lo que vienes buscando, perra —la mujer detiene su cuchillo a centímetros del cuello de Piper.

La semidiosa frunce el ceño y manotea el cuchillo para alejarlo.

—No quiero su estúpido pan.

—Entonces no me interrumpas —dice ella, volviendo a empujar su carrito.

Piper respira profundo antes de acercarse a la mujer.

—Sólo quiero saber en dónde queda el ayuntamiento. Necesito-

—No me importa lo que necesites —gruñe la mujer. 

La mayor se esfuerza mucho por caminar, incluso sus mejillas rojas demuestran su cansancio.

—Somos mensajeros de Percy, nos envió para- —Leo alcanza a la señora y lleva a Grover con él.

—¿Qué? —grazna la mayor, un poco enojada.

—Somos-

—Escuché bien lo que dijiste, imbécil. Me refiero a que eso no es verdad. Nuestro dios Percy está muerto.

Piper agranda los ojos y mira a la señora como si hubiera perdido la cabeza.

—Eso no es verdad. Percy está vivo, sólo-

—Sólo se convirtió en mortal. Sí, he escuchado eso también —despide la señora—. Díganme, si un dios pierde sus poderes, es inservible al mundo, ¿cierto? —dice ella, sudorosa.

Ninguno le responde.

—Ahí tienen. Percy está muerto —dice la mujer antes de volver a empujar su carrito.

Piper mira a Leo y el semidiós sabe que su amiga no se rendirá. Piper regresa a un lado de la señora.

—¿No le gustaría que Percy regresara?

—¿Regresar? —se ríe la señora—. Los dioses no regresan, niña tonta. Desaparecen en el Caos y nunca regresan, se convierten en la oscuridad del infinito —dice, empujando a Piper para pasar.

La hija de Afrodita respira profundo. Esa señora es la única que se ha volteado para hablarles. No tienen personas para escoger.

—¿En dónde está el ayuntamiento? —pregunta por donde debieron empezar.

La señora alza una ceja, enojada que la sigan interrumpiendo.

—¿Si te lo digo se irán a la mierda?

—Sí —responden los tres al mismo tiempo.

La señora larga un suspiro y apunta hacia detrás de ellos.

—¿Ven la casa con el reloj quebrado? Ahí es el ayuntamiento —dice ella, apuntando con su dedo arrugado—. Piérdanse y no me estorben más.

Antes de que ella se escape, Leo alcanza el brazo de la señora y se gana una mirada iracunda.

—¿Quieres perder un brazo? —ruge la señora, furiosísima.

—¿Quién es el líder, qué podemos-

La señora gira los ojos y se sacude la mano de Leo, alejándolo.

—Entrarán más fácil si dicen que están ahí para chuparle el pene a Lord Parson —dice ella y no pueden señalar que ella miente, pues se muestra con toda la sinceridad del mundo. 

Grover hace que los mestizos dejen ir a la señora y ella se marcha gruñendo, empujado su carrito sobre los charcos de agua sucia. 

Piper los arrastra hacia el ayuntamiento, pues Grover prefería irse y Leo dejarle la nota en la puerta. 

—Yo no quiero que piensen que vengo a ofrecerme a un hombre panzón. Ese tipo ni siquiera podría llegar a financiarme —murmura Leo, con una mueca.

—Usaré mi embruja-habla —promete la semidiosa, tratando de no sonreír cuando Leo se muestra reacio a creerle.

—¿Y si no funciona? —Grover está transpirando y casi jadeando de los nervios.

—Tenemos armas —dice Piper, como lo más claro del mundo.

—¿Cómo piensas defenderte mientras un tipo te manosea el culo? —Leo casi grita del estrés, pero Piper no consigue regañarlos por miedosos porque ya han llegado a la puerta del ayuntamiento.

—Veamos quién de nosotros tiene mejores dotes para la actuación —Piper guiña un ojo antes de llamar a la puerta.

Un hombre robusto, tan alto como la misma puerta del edificio los recibe. Tiene una cicatriz que corre desde su frente hasta su mentón, la piel oscura por el sol y el cabello mal cortado. Es una muralla, una bola de demolición que los aplastará si así lo considera. Piper carraspea antes de hablar, afilando su lengua hasta que la miel brote de sus labios y la magia haga efecto.

—Hola, cariño —sonríe despreocupada—. Lord Parson hizo que viniéramos. Somos quienes le darán sus horas más felices.

El hombre los mira, a cada uno y se concentra más en Grover. El sátiros planta sus pezuñas y se esfuerza en no dar paso a dudas. Sostiene la mirada del hombre y pasan unos minutos para que este vuelva a la vida y se haga a un lado, permitiéndoles pasar. Desde la puerta pueden escuchar las risas y la música hecha por violines y acordeones, trompetas y copas que golpean las mesas. 

El olor a tabaco y ron se hace más fuerte hasta que llegan a lo que sería un salón de fiestas. Las paredes están sucias, hay líquido derramado, mesas quebradas y personas que se giran con brusquedad. Una botella pasa volando cerca de Piper, estrellándose en la pared detrás de ella. El hombre los guía entre el gentío, sobre los desmayados y la ropa ensangrentada e interior. Hay algunas pistolas también y zapatos, pañuelos y cuchillos con pedazos de carne fresca.

Es un lugar del que Piper quiere salir corriendo como animal aterrado. Sus dos amigos le pisan los talones, casi atascando sus zapatos mientras siguen al hombre hasta lo que es una mesa donde hay un anciano rodeado de mujeres en ropa interior y algunas ya no usan la parte superior, dejando sus pechos al aire.

EL hombre gigante se inclina frente al otro y le habla al oído, explicando la presencia de ellos. El anciano usa una peluca de rizos blancos, ropas de realeza y tiene una sonrisa retorcida entre los pocos dientes que le quedan. 

—Bien, bien, déjenlos conmigo —ordena a todos alrededor de su mesa. Las mujeres los miran como si les hubieran robado un saco de oro y se marchan con muecas.

El hombre fortachón se queda a una distancia prudente.

—¿Cómo se llaman dulzuras? —pregunta el anciano, invitándolos a sentarse.

Pero frente a la situación, ninguno habla y se quedan igual que gatos miedosos frente al anciano. El mayor frunce el ceño y mira a su sirviente, quien no sabe lo que está ocurriendo. Grover, con las ganas que tiene por salirse, toma valor y habla de primero.

—Venimos con un mensaje de Percy —dice, pero no es el mejor momento.

La música deja de sonar y las risas se apagan como fuego contra el océano. Un silencio sepulcral cae en el salón y Piper siente que su espada se sacude para advertirle. Sus manos pican por mostrarse dispuesta a pelear, pero hay algo que aplasta su esencia y la hace más miedosa. 

El anciano en la mesa los mira peor que a bichos, apretando sus ojos y con la mueca de sus labios hacia abajo, un arco de disgusto. Las personas de la fiesta lucen deseosas de salir de ahí, viendo hacia las ventanas y las puertas que son protegidas por guardas. El anciano busca su bastón y se levanta con su fuerza temblorosa, ajustando parte de sus prendas y mostrando toda su altura y panza.

—¡Largo todos! —ordena hacia los presentes de la fiesta—. Quiero a esos dos, a la cabra llévenla con los perros —ordena.

De forma instantánea, los hombres rodean a Piper y Leo mientras arrastran a Grover.

—¡Déjenlo ir! —ordena Piper, luchando contra los guardias.

Ella golpea a uno, pero una bolsa de tela rodea su cabeza y su visión queda atrapada. Aún así, continúa peleando hasta que recibe un golpe que le saca el aire. El grito de Grover la impacienta, pero no puede moverse como le gustaría. Sabe que la llevan a otro lugar, están arrastrando su cuerpo hacia otra parte. La empujan contra lo que es una silla de madera, misma que rechina cuando su cuerpo cae. Retuerce sus manos y por el intento, los hombres le propinan una cachetada que le hace regresar al inicio de la vida. Siente sus manos ser atadas con fuerza y sus pies unirse a la estructura de la silla. 

Le retiran el saco de tela y descubre que está en una celda húmeda junto a Leo. Está hecha de piedra, huele a trigo enmohecido y es fría como una caverna. Leo está inquieto al verse lejos del fuego y les han quitado sus armas. No hay más que las sillas y las cuerdas que los tienen atados. Hay una única ventanilla larga para que entre el sol, pero no es suficiente para brindarle calidez a toda la celda. Pueden escuchar el grito de Grover y eso hace que Piper intente reventar las cuerdas que la sostienen.

La puerta de madera y acero se abre y deja pasar al hombre anciano junto al fortachón y otro que parece un adicto a la sangre. Lleva un cinturón con cuchillos, la ropa sucia y las manos manchadas de negro, o sangre ya podrida.

El anciano se acerca junto a su bastón y hace una mueca.

—¿Creen que pueden venir a mi ciudad y decir el nombre de ese traidor? —pregunta, ofendido.

—No es ningún traidor. Percy es tu dios —espeta Piper, valiente.

—Cállate —el hombre golpea a la semidiosa con su bastón, hiriendo su labio.

Leo aprieta las manos para no insultar al hombre, casi arrancándose la lengua de un mordisco.

—Ahora, si quieren vivir, entonces me dirán todo sobre los planes de ataque de ese mortal. Si no, conocerán a mi amigo aquí —el anciano señala hacia el adicto a la sangre, quien sonríe en expectación—. Él estará encantado de extraer sus secretos.

Leo mira al hombre nuevo, quien se mantiene a la espera de lo que ellos elegirán. Es de cabellos marrones, altura corta y ojos desquiciados. 

—Dejaré que piensen esta noche, mañana será un día movidito —sonríe el anciano como si fuera el más amable del mundo y se marcha a bastonazos.

El adicto a la sangre sale después y luego el fortachón, quien cierra la puerta con un cerrojo de acero. 

Piper mira a Leo, quien tampoco sabe qué hacer.

. . . 

—El templo de Rea está rodeado por soldados —dice Thalía.

Están en un callejón, sus criaturas vigilando los puntos, alertas en presencia de monstruos. 

—Deben llegar antes de las seis de la tarde —les dice Annabeth por medio del Iris que creó Thalía—. La puesta del sol pronuncia la llegada de la luna. Si la espada de Deméter toca a las diosas, entonces estarán muertas. No habrá viaje al Caos y tampoco una forma de regresarlas, los poderes de Hades quedan fuera de esos dominios —las ojeras de la semidiosa enseñan que no ha dormido en días para recolectar toda esa información.

—¡Hola, chicos! —saluda Luke detrás de su novia, llegando junto a otro señor, el mismo que se salvó de ser decapitado por Percy.

Los tres semidioses saludan al rubio y regresan su atención a la hija de Atenea.

—Apolo y Artemisa han hablado con las Horas para hacer más largo el día. Eso les dará unos minutos de ventaja para evitar su muerte —les dice Annabeth.

—No deben prolongarlo mucho, eso podría convertirse en un ritual para despertar a Cronos —les advierte Percy.

—Lo tenemos cubierto. Sólo será una ventaja de cuatro minutos.

Nico asiente y se acerca más a la llamada.

—¿Qué hacemos si no lo logramos? —pregunta.

—Matar a la nueva Madre —soluciona la rubia—. Ella tendrá que estar presente en el templo, sería la opción siguiente.

—Podríamos organizarnos así —dice Thalía—. Nosotros proteger a una de las diosas —se señala entre ella y Percy y luego mira a Nico—, y tú podrías matar de igual forma a la nueva Madre. 

—¿Quién es la nueva Madre? —pregunta Percy.

—Circe —le revela Annabeth.

—Lo descubrimos en una celda apestosa a orines —añade Luke, orgulloso.

Percy se queda en silencio, considerándose el tipo más estúpido de toda la Tierra.

—Claro, que ciego fui —murmura, débil—. Ella es la mano derecha de Kai. Él es el padre y ella la madre, fortaleciendo así el lazo con los bastardos para extraerlos de Hedoné y así controlarlos a su antojo —imagina—. Dioses, pude haberla matado. Estuve en Hedoné...

Percy parece querer enterrar la cabeza contra el suelo y vivir ahí el resto de su vida.

—No podrías haberlo hecho, el ejército de Kai te habría matado —dice Thalía.

—O te habrían llevado con Kai —dice Nico, sintiéndose peor al decirlo.

—O te habrían traficado como hombre de compañía a un tipo feo y-

—¿Qué es esa marca en tu cuello? —interrumpe Percy a Luke y este parece cohibirse. 

—¿Qué? —dice para despistar.

Thalía larga una risa estridente y hacen sonrojar a Annabeth.

—¡No cambien de tema! —exige la semidiosa.

—Dioses, parece que hay vampiros en Nueva Roma —señala Nico, sonriendo.

—Puedes frotarte ajo en el cuello, ayuda para ahuyentar a esos chupasangre —recomienda Percy, riendo ante la vergüenza de Luke.

—¡Ya, ya! ¡Me sonrojan! —grita el hijo de Hermes mientras Annabeth parece que explotará de la pena.

Thalía es quien atrae el orden entre ellos y luego terminan hablando otra vez sobre la misión.

—Hagan lo que hagan, no dejen que Circe los tome como suyos, o sólo podrán liberarse de la magia al morir —les explica la rubia.

—Gracias, Annabeth —sonríe Percy, logrando que la semidiosa se enorgullezca de su esfuerzo.

—Sean cuidadosos —los despide y la nube de Iris se esfuma.

—¿Podemos pasar por un helado primero? —intenta Percy, pero Thalía le dice que no.

—La feria será en unos días, podríamos ir juntos y comprar helado —dice Nico, acercándose a Percy.

—Sería lindo. Así Thalía nos ayuda con sus poderes de aire para disparar las flechas —propone Percy sonriendo como diablillo, sin darse cuenta a la mueca de Nico.

Thalía prefiere aguantarse la risa porque no puede resistirse a la ignorancia de Percy. Se compadece de Nico.

Incluso su pegaso, Blackjack, parece quedarse un poco confundido por la respuesta de Percy.

Suben a sus criaturas y despegan contra los cielos brillantes de Nueva York, buscando bajar hacia Brooklyn. Los aires calientes azotan contra ellos y las nubes no son densas ese día, ligeras para no interrumpir su vuelo al conocer la prisa. Nico mira las ciudades bajo ellos, los edificios con algunas azoteas oxidadas y se pregunta como sería volar sobre el mar. El olor de la sal adhiriéndose a sus mejillas y el sonido de las gaviotas pelear por una sardina. Debe ser una experiencia muy bonita.

Aunque a su padre no le guste que Nico visite el mar, a veces escapa entre los dormitorios mágicos y llega al mar para ver su oleaje y su color brillar bajo la luz del sol. Bianca siempre está a su lado, tomando un poco de rojez o construyendo un castillo de arena. Siempre quiso decirle a Percy que los acompañara, pero no quería evidenciarse frente al otro para que no supiera de sus emociones. Aunque ahora que lo experimenta, Percy nunca lo habría sabido aún si el hijo de Hades se derritiera a su lado.

Leto se lo dijo en la colina. Percy es muy despistado, necesita mejorar su estrategia si quiere lograr algo. Nico no sabe si eso es lo mejor, sólo quiere conocer sus emociones y decir la verdad frente al otro. Ser valiente.

—¡Nico! —grita Percy, enseñándole los trucos de vuelo que ha practicado junto a su pegaso.

Thalía sobre Arcus sólo gira los ojos y se mantiene alerta por si Percy hace algún mal giro.

—¿Y tendría que sorprenderme? —dice, fingiendo que no le gustaron los giros.

—¡¿De qué hablas?! —Percy, al igual que Blackjack, parece que recibieron un golpe bajo—. Fue un giro digno de premios y ovaciones.

—Giro para principiantes —sonríe Nico.

Blackjack relincha ofendido mientras que Arión parece reírse.

—Sé que prefieres los malabares con esqueletos, pero no tengo cabezas para girar —se defiende Percy.

—Will lo haría.

Golpe aún más bajo.

Percy se lleva una mano al pecho.

—Se te subieron los humos, hay que bajarlos —recomienda, pero Nico no ha dejado de sonreír—. La exposición al sol te está corrompiendo.

—Prefiero los cabellos rubios y las liras a cambio de las colas apestosas a sal y arena —dice, pasando de Percy junto a Arión.

Escucha el jadeo ofendido de Percy.

—¡Neeks!

Adelante, Thalía se ríe de la venganza de Nico hacia Percy por haber roto la exclusividad de la cita en la feria.

—¡Dejen de jugar ustedes dos! —ordena cuando logra ver que están cerca del parque donde está el templo de Rea—. ¡Preparen armas!

Los dos pegasos la alcanzan y Thalía busca su escudo, dejándolos en los bolsillos que tiene la silla de Arcus.

—No habrán ataques sorpresa y tampoco camuflajes, será mejor que tengan sus poderes bien entrenados porque atacaremos desde arriba —les dice ella.

Los dos chicos asienten a sus órdenes y el templo se muestra más cerca. Hay actividad alrededor, tropas de soldados vigilando en muchos puntos, ninfas corriendo alrededor del templo y los guardias que protegen las celdas improvisadas donde están Maya y Sally. Son grupos enormes de soldados, ni siquiera todo el Campamento Mestizo podría nivelar en temas de cantidad. Ellos son tres, pero son hijos de los dioses más poderosos que hay en la tierra según el panteón olímpico. Tienen la habilidad para enfrentarse a ellos y quizá un poco más.

—¡Nico, ve por Circe! —guía la semidiosa—. ¡Percy, tú ve por la derecha!

El hijo del mar asiente a su orden y se coloca junto a ella, los dos jinetes dejando atrás a Nico para que pueda seguir en línea recta hacia la diosa de la magia.

¡Arcus, libera el cielo sobre la tierra! —le grita la semidiosa en griego antiguo.

¡Blackjack, abajo! —pide Percy mientras toma las cuerdas de la silla y se lanza como una flecha hacia los soldados.

Las alertas suenan alrededor del templo, más no logran detener el escudo de agua que los atropella mientras el cielo comienza un castigo con cuerdas de luz.

La combinación de la energía con el agua los electrificar además de las flechas viajan en tierra para acribillarlos. Nico cruza junto a Arión y con su espada Estigia abre una franja en la tierra, misma que devora una cantidad justa de soldados. Percy ya está en el suelo, sus poderes de agua renaciendo luego de años de castigo. Enormes brazos de agua y pegasos hechos en el mismo elemento que sirven para empujar con la fuerza de muchos camiones. 

Nico llega a la tierra y su control se hace más fuerte, levantando su propio ejército de esqueletos para que luchen contra los enemigos mientras que con su espada la sangre comienza a unirse a la pelea. Unos rayos escriben por el suelo y calcinan a más soldados, mismos que intentaban huir del calor. Percy pelea contra a unos soldados queriendo acercarse al templo. Extrae un brazo de agua de las cañerías y crea una pared para protegerse de las flechas durante un ataque.

Recibe el puñetazo limpio de un semidiós y luego este termina sin brazo y con la mitad de su sangre fuera de su cuerpo.

—¡Ahí está, mátenlo! —grita alguien y Percy mira que Nico es el objetivo.

Está por acercarse, pero un perro del Inframundo hecho de huesos sale de la tierra y comienza a pisotear soldados. Sabe que Nico no necesita protección, más no puede evitar preocuparse.

—A ti quería conocerte —sisea un tipo detrás de Percy.

—¡El placer es mío! —sonríe mientras su espada absorbe el poder de su enemigo, disfrutando el verlo caer luego de unos golpes.

Thalía hace vibrar la colina con las alas de Arcus y los rayos convierten el cielo en un gris de plomo. Las nubes comienzan a descontrolarse y el suelo tiembla por las órdenes de Percy y Nico. Enormes figuras hechas de hueso duro y pilares de agua que ahogan a otros más. Percy siente la fuerza de la pelea subir por sus venas y ahogarlo, la magia de la sangre picar bajo su piel y la energía que lo hace más fuerte, más libre, más inmortal.

Su espada se transforma como otras veces y su verdadero rostro aparece frente a Percy mientras se enfrenta a más soldados, imaginándose que muy cerca está Sally y Maya, quienes necesitan su ayuda para salir de esta. La sangre cubre sus brazos, el agua le ayuda como escudo y la lluvia comienza a caer sobre ellos. Puede sentir la magia de Thalía, la vitalidad de Nico, la esencia de los pegasos y lo que todo alguna vez perteneció a sus dominios.

Déjame salir, Percy.

Úsame.

Somos el mar.

Somos la guerra.

Somos la sangre.

Somos la victoria.

Somos la venganza.

El aire metálico inunda sus pulmones y siente que miles de cargas abandonan sus hombros. Mira alrededor, los cuerpos, las armas y los gritos. La sonrisa que nace en sus labios es lo que necesita para tomar su espada y correr contra los enemigos. La fuerza es demoledora, el agua es lo que necesita y vuelve a sentirse como en sus primeros años como dios. La magia, la inexperiencia.

—¡No huyan, Kai los matará si se entera! —grita un chico, pero Percy no lo deja hablar más porque le corta la cabeza.

La sangre en sus antebrazos, los pantalones sucios y el rostro cubierto con lodo y más fluidos. La lluvia que apuñala sus hombros, los brazos de agua, monstruos que brotan del suelo y los rayos que coronan desde arriba. Los gritos se entremezclan con su paso y el camino que abre está cubierto de brazos, piernas y lágrimas de dolor. El templo es su objetivo y no se detiene hasta que está muy cerca, apuñalando a una semidiosa en el abdomen antes de lanzarla hacia un abismo que abrió Nico con sus poderes. ¿El nombre de ella? No le importa mucho.

Escucha los relinchos de Blackjack y de Arión, los chillidos de Arcus antes de liberar más rayos sobre ellos.

—¡Sientan la furia del cielo, hijos de perra! —ríe Thalía sobre una roca, calcinado a más enemigos mientras se protege con su escudo para detener unas flechas.

Nico se mueve cuando mira a Percy cerca y le sonríe antes de desaparecer con una sombra y seguir con su tarea de muerte.

Percy está muy cerca, casi a unos metros del templo.

—Tienes mucho valor de estar aquí —la voz de Circe casi lo hace derrapar.

Se gira hacia la diosa y la considera el origen de muchos problemas.

Circe lleva cabello negro y liso, corto a la altura de sus mejillas y ojos de color ámbar. Su piel es morena, sus labios rosas y mirada gatuna. Su túnica es hasta los pies, en un color negro mientras usa un cinturón hecho de piel con el que carga muchos cuchillos. Ella lo esperaba y quiso enfrentarlo sola, quiere tener esa victoria, pero no para Kai, sino de una forma para conseguirse un lugar, quizá en Atlantis.

—Luces bien —le dice, recordando que se consigue menos odio por parte de las diosas si se les dice que están muy hermosas.

—He hecho algunas cosillas, nada fuera de lo común —asiente ella, agradeciendo.

—¿De verdad? No me había dado cuenta, creí que sólo estabas jugando a ser alguien poderoso —finge sorprenderse, sin hallar motivos a la grandeza de Circe.

—¿Qué hay de ti? ¿Disfrutando la mortalidad? —pregunta ella, viendo alrededor.

—Bastante, es un aire nuevo —asiente Percy.

—Ya lo creo —ríe la diosa, entretenida—. Nadie nota tu ausencia en Atlantis.

—¿Todavía no? —Percy se lleva una mano al pecho—. Deberían hacerlo, quizá tú quieras el lugar para sentirte importante. Como aún no tienes dónde encajar...

La mirada de Circe se endurece, pero eso no disminuye la sonrisa de Percy. 

—No tenemos que pelear, Percy. Ambos tenemos cosas, objetivos, no hay razón para enfrentarnos —dice ella, sosteniendo la espada de Deméter con mucha agilidad.

—No, no la hay. Según recuerdo, tú matabas sapos para ser más bella, no le robabas la vitalidad a los niños como sanguijuela —Percy mantiene su mirada sobre Circe mientras ella parece disfrutar de sus palabras.

—Hay que cambiar de métodos a veces —sonríe, sosteniendo la espada con ambas manos—. También de dioses.

Percy mira el punto metálico que es la espada acercarse a su cabeza. Esquiva con rapidez y rueda por el suelo antes de lanzarse contra la diosa. Circe brinca muy alto y luego, con su magia golpea a Percy, lanzándolo lejos de ella. El mortal se protege con un brazo de agua y se detiene con la fuerza de sus piernas, protegiéndose contra el poder de Circe. Ella empuja más fuerte hasta golpearlo contra un pilar de tierra que Nico pudo haber elevado.

Estimula sus brazos y reúne las fuerzas necesarias para regresar el golpe y logra liberarse de la magia. Toma un escudo en el suelo y lo lanza hacia la diosa, quien lo desintegra con un movimiento de sus dedos. Arremete contra la diosa al crear un arco de agua y dispara contra ella, miles de flechas que se crear a partir de una y se clavan contra el concreto del templo y los árboles. Circe está libre de heridas, mostrándose invencible.

Percy desaparece su arco y toma a Contracorriente, caminando hacia la diosa con una determinación férrea. 

—¡No tienes ni una pizca de tu antigua fuerza! —ríe la diosa, despreocupada.

Ella mueve una mano con petulancia y miles de espadas negras salen disparadas hacia Percy. Le queda protegerse contra una piedra alta y aguantar el dolor de su pierna cuando una de las hojas lo hiere. Percy sale de su protección y atrae dos brazos de agua que se lanzan contra la diosa mientras corre hacia ella para dar un golpe. Circe se encarga del elemento al instante, pero es la suficiente distracción para que Percy alcance a sólo sacudir sus cabellos.

A pocos centímetros, Percy puede sentir la magia del mar corriendo en la diosa, quien se ha empapado con el poder marino lo suficiente para considerarse una deidad del elemento. 

Circe lo golpea y azota contra el suelo, oscureciendo su vista a causa del dolor por unos segundos. Percy se obliga a moverse y escapa de la boca de un dragón de magia antes de ser devorado por la mitad. Intenta acercarse de nuevo a la diosa, pero ella está en un nivel de pelea muy superior al suyo. 

—Mejor ríndete, niño. Si te entregas a mí, puede que deje con vida a los bastardos que pelean contigo —sonríe ella, refiriéndose a Thalía y Nico.

La mención de sus amigos logra arder en su pecho.

Sin importar nada, no dejes que tus amigos mueran.

Ellos tienen un futuro.

La voz de Leto lo corrompe hasta hacer que vuelva a levantarse y tomar armas contra Circe.

—Déjalos fuera de esto. Ellos no vienen por ti —le dice a la diosa.

—Pero vienen a estorbarme y eso me enoja —dice ella, disgustada.

Lanza otros brazos de magia pura contra Percy, mismos que lo aplastan y golpean hasta casi triturar sus huesos. Percy intenta elevar sus escudos de agua para defenderse, pero la diosa ya es inmune a sus ataques. Respira profundo y corre hacia ella, levantando a Contracorriente para liberarse de la energía que ha acumulado gracias a la sangre. La diosa esquiva sus ataques con maestría y facilidad, casi divirtiéndose de verlo intentarlo. Percy sostiene su intención hasta que en un giro, eleva lo suficiente el agua y logra golpear a Circe en su rostro perfecto.

Ríe feliz, divertido al ver su maquillaje ceremonial caer por el agua. Luego, su risa es borrada por un golpe fuerte de la misma diosa. Percy toca tierra y derrapa, golpeando sus hombros y raspando su espalda. Se queda atropellado por unos segundos antes de obligarse y sale de la pequeña zanja que hizo con su cuerpo. Circe ya no tiene gota de agua en su rostro, pero parece muy enojada y ofendida.

Lo vuelve a intentar, resistiendo los golpes y la magia que apuñala su cuerpo en busca de matarlo. 

—¡Vamos! ¡Pelea contra mí! —le dice a ella, retándola—. ¡¿Le tienes miedo a un mortal?!

Circe alza una ceja y gira los ojos.

—Sería trampa y yo quiero un juego limpio —espeta.

—¡Eres una miedosa! —apunta, queriendo que Circe se aleje del templo para que Nico o Thalía puedan acercarse y liberar a las diosas.

Circe hace una mueca y lanza su magia otra vez para que golpee a Percy. El hijo del mar se protege con agua y se escabulle entre las rocas levantadas. Mira a Arcus volar sobre ellos y luego un chillido que desata una horda de rayos. Percy toma el estruendo de Arcus y escapa hacia el templo.

—¡¿A dónde crees que vas, niño?! —ríe la diosa, agarrándolo de los tobillos para hacer que golpee su rostro contra el suelo y arrastrarlo.

El dolor de su nariz y frente lo distrae y al abrir los ojos otra vez, mira la cercanía de Circe a su rostro.

—¿Te da miedo morir, Percy? —sonríe Circe, mostrando sus dientes filosos.

Atrapado, no tiene más opción que mover su cabeza y usar su fuerza para golpear la de Circe. Ella lanza un grito y el agua brota del suelo en reacción a Percy, golpeándola con la fuerza de un río y alejándola. Percy recupera su movilidad y toma su espada, intentando acercarse a la diosa. Ella desaparece con su magia y regresa a unos metros.

—¡Te dije que no tenemos que ser enemigos! —grita, creando unas figuras para que peleen contra Percy.

El mortal se encarga de las figuras con mucho esfuerzo, jadeando mientras levanta su espada y esta absorbe el poder de la muerte en ella. Circe intenta atacarlo otra vez y luego usa unas rocas gigantes que atrajo con magia para aplastar a Percy. Se siente como el ratón de un juego, esquivando los mazos de piedra para no morir. La lluvia lo hace resbalar en el suelo lodoso y mira cuando una roca está sobre su cabeza. 

Unos brazos hechos de sombra apuñalan la roca y la destruyen, salvándolo de morir aplastado.

Percy encuentra a Nico, quien a cierta distancia, jadea con un brazo herido y su espada Estigia humeando de sangre. Circe ataca a Nico y Percy toma la ventaja para buscar la cercanía con la diosa para matarla. Ella lo descubre rápido y concentra parte de su poder contra Percy para azotarlo contra una de las rocas que lanzó. Se desliza hacia el suelo y aún con el dolor casi quebrando sus piernas, busca ayudar a Nico y alejarlo de la atención de Circe. 

Unos rayo danzante cruza al medio del campo y logra tocar a Circe, quien grita más de la cólera que del dolor. La luz azul y morada del rayo quema la tierra y los obliga a protegerse para no ver. La energía cesa y luego miran a la diosa intacta, quien jadea y aprieta los puños del enojo.

—Voy a matar a cada uno de ustedes —sisea, liberando una mano y con ella más brazos de magia pura.

Percy se intenta proteger contra un escudo, pero la diosa logra destruir su arma. Ella lo golpea y Percy corta el flujo luego de mucho esquivar. Corre hacia Circe al ver que ahora Nico y Thalía están involucrados en la pelea. Consigue una cercanía lo bastante peligrosa con Circe, pero ella se defiende de sus ataques y luego casi lo desnuca con un puñetazo. Se vuelve a salvar el pellejo con el agua y se concentra un poco, dejando que la diosa se distraiga con los semidioses.

Deja sus manos al frente, como si sostuviera una esfera y luego respira profundo. El agua comienza a llegar hacia sus manos y luego se concentra en una pelota más grande. Toda la lluvia que toca el dominio de la tierra y sale del poder del cielo, se une a su magia y hace crecer su esfera. El agua crece y crece más hasta que Circe gira la cabeza y no logra escapar de la esfera que cae sobre sus hombros. La diosa queda atrapada entre la esfera y con ello, Thalía atraviesa el elemento con sus rayos y Nico eleva las suficientes dagas de sombras para atacar a Circe. 

Los tres elementos la atacan a la vez, ahogándola, apuñalándola y electrocutándola. 

El parque, todo el ambiente sufre las repercusiones y el cielo parece que caerá. La tierra se sacude como en un terremoto y los árboles se sacuden, a segundos de ser arrancados de sus raíces. La diosa se libera unos minutos después, mostrándose aturdida por el ataque múltiple. Rodeándola, miran a la diosa considerar sus opciones. Una triangulación perfecta, los tres están aguardando a la reacción de la diosa.

—¿De verdad creen que van a ganarme? —ríe, más su rostro no expresa diversión—. ¡Soy una diosa! ¡Tengo más poder que ustedes!

Algo parece recordarle a Circe la hora y ella mira hacia el cielo lluvioso.

—No importa lo que hagan, ellas morirán y su esfuerzo será un ridículo recordatorio —promete ella, chasqueando los dedos.

Su magia destruye el techo del templo de Rea y las diosas aparecen atadas en dos pilares. Ellas fueron torturadas, los moretones en sus mejillas dicen lo suficiente. Maya se retuerce en su pilar y Sally llora de rabia.

—¡Deténganla, yo iré por ellas! —dice Percy, alejándose de Circe para correr hacia el templo con toda sus fuerza.

Contracorriente aparece en su mano y dos guardias fornidos hechos de magia aparecen para detenerlo. Pelea contra ellos, usando todo lo que aprendió de Apolo para defenderse y luchar. Su hoja de bronce celestial logra protegerlo de la magia corrosiva de los hechizos, incluso logra un escudo de agua para tolerar los golpes de espada de los otros. Gira en el suelo y apuñala a una figura, cortándole el brazo y luego, con su escudo, lo usa para golpear su rostro.

Es arrastrado por la otra figura y luego herido con el puño del compañero que fue "herido". Se retuerce para liberarse y con un brazo de agua logra sacárselos de encima. Cae al suelo y escupe la sangre que acumuló. Gatea para alcanzar su espada y el cuchillo de una de las figuras se clava en su pierna, logrando que grite del dolor. Se arranca la hoja de metal y se levanta a pesar del dolor agudo en su músculo roto. 

Reajusta su agarre y espera a la pelea de las figuras, defendiéndose hasta que logra acabar con una luego de apuñalar su nuca. Jadea por el esfuerzo y el sudor cae por su rostro. Crea otro brazo de agua para sostener a la otra figura y con la magia que le queda, lanza lejos a la figura, hacia una grieta que hay en el suelo gracias a Nico. Sus piernas ceden un poco mientras camina hacia las diosas.

Maya parece querer abrazarlo cuando se acerca y ella luce muy herida, débil.

—No lo hagas, Percy —le dice Maya, negando con la cabeza.

—No las dejaré morir —intenta prometer.

Maya sonríe triste.

—Ella tiene nuestro poder, ya no importa.

—Sálvalos a ellos —le dice Sally, levantando su mirada y suplicando a Percy.

Salva a Kai.

Percy mira hacia Circe, quien está casi destruyendo a Nico y Thalía mientras ellos pelean con todo lo que pueden. Sus piernas imploran por alejarse de las diosas y rescatar a sus amigos.

—Percy —le dice Maya, conocedora del futuro—. Destrúyela. Es mi último deseo. Destruye a esa bruja.

El hijo del mar mira entre ella y Sally, ambas dándole la misma mirada férrea y maternal. Lanza unos cuantos insultos en su interior y tropieza de regreso a sus amigos, quienes están sujetándose para no ser tragados por una espiral de magia. Percy sale del templo y con toda su fuerza clava a Contracorriente en el suelo y de las grietas explota el agua mientras todo el bosque se sacude. La espiral es destruida por el agua y todos los alrededores parecen cambiar de posición mientras la tierra se abre más y crean un nuevo mundo bajo ellos. 

Nico se corta la mano y su espada comienza a brillar mientras la clava en el suelo también. Los brazos de oscuridad rodean a Circe con el poder de un millón de cadenas y Thalía desata todo lo que tiene contra la diosa mientras los rayos caen del cielo. Un rugido se une a los gritos de Circe, un monstruo que comienza a nacer gracias a la unión de sus poderes y que comienza a destruir todo alrededor. Las fauces hechas de piedra y agua, el cuerpo de aire y tornados que nacen entre los árboles antes de caer a las grietas profundas. 

Más géiseres de agua, más poder que se libera sin control y demasiada magia prohibida. Circe logra liberarse de las cadena luego de recibir tanta magia y aparece en el templo, a un lado de Maya. Circe hace que el monstruo ataque a los semidioses mientras ella se encarga de completar el ritual que necesita. La pléyade comienza a llorar en silencio mientras que la diosa busca la espada de Deméter entre su túnica.

—Lo siento, Maya. No es personal —le promete a la ninfa antes de clavar la espada de Deméter contra la unión de su cuello y pecho.

—¡NO! ¡DEJALA IR! ¡NO! —el grito desgarrado de Sally sobresale del templo y se eleva contra la lluvia y la destrucción.

Bajo la hoja, la sangre divina de Maya comienza a salir mientras la pléyade se retuerce del dolor. Circe, inamovible, comienza a bajar la espada para abrir el pecho de la ninfa. La sangre cubre la seda del vestido y los gritos de Sally atormentan al Olimpo.

—¡MAYA! ¡DÉJALA IR! ¡NO!

La furia de Sally contagia la lluvia y el torrencial del agua azota la tierra mientras que los semidioses luchan contra el monstruo que ellos mismo crearon y que ahora los quiere matar.

—¡Percy! ¡Debes acercarte! —le dice Nico, sabiendo aún que han fracasado y que la primera diosa ya está muerta.

—¡MAYA! —el grito de Sally es suficiente para que el mortal se aleje del monstruo y corra contra todo pronóstico, esquivando todo lo que se levanta de la tierra y lo que cae.

Sujetándose a no morir, el templo de Rea brilla por la magia que se está derramando gracias a la muerte de Maya. El dolor golpea en su cabeza, hace su corazón sacudirse contra su pecho y sus piernas arder por las heridas. Su mente bulle en venganza y las últimas palabras de Maya se reproducen como una plegaria, su deseo que lo hará pelear por ella y hacer que su muerte no sea una burla para el enemigo, sino que se convierta en lo que los haga caer.

—¡MAYA! —llora Sally a todo pulmón, gritando su nombre para que las deidades lleguen y hagan la justicia que la pléyade merece—. ¡MAYA!

Percy mira la sangre que rodea los pies de Circe y de Maya. La diosa se gira a verlo para demostrar que ha ganado y mientras que Sally llora desconsolada, Percy mira el largo y letal corte que tiene Maya desde la garganta hasta el ombligo. El ruido de la lluvia, el rugido del monstruo y los gritos de los semidioses quedan muy lejos. Todo se concentra en la imagen, en la piel pálida de Maya y en sus ojos grises del dolor. El corte en su pecho y el vestido roto.

La sangre que cae de sus piernas y cubre el suelo hasta unirse a los pies de Circe, quien parece aún más fuerte y joven.

—Es todo un arte, ¿no? —sonríe Circe, satisfecha.

Percy está inmóvil, flácido. Mira a quien es la madre de su mejor amigo, ahora muerta y con una herida grotesca atravesando su cuerpo. ¿Qué le dirá a Hermes? ¿Qué dirá Zeus? ¿Qué dirán las pléyades? ¿Qué dirá Luke? Percy casi cae sobre sus rodillas, sintiendo el sudor frío caer por su nuca y la derrota inundando su cuerpo con el sabor de la sangre. 

—Ma... Maya —dice su nombre, pero se siente impuro al hacerlo.

No pudo salvarla, no merece disculparse con ella.

—No te preocupes, mejor siéntate. Mira como hago que esta traidora pague por lo que hizo —le dice Circe a Percy, apareciendo una silla.

De los instintos más profundos, Percy atrae un brazo de agua tan fuerte que logra atrapar a la diosa y alejarla de Sally al instante. Siendo dios, la bruja no habría sido rival para Percy. La lanza muy lejos del templo y Percy se acerca a Sally, intentando liberarla de las cuerdas que la sostienen contra su pilar.

—Vete, Percy —llora la ninfa, negando con la cabeza—. No importa esto, vete. Llévate a Maya, llévala a casa —le pide, su voz temblando del dolor.

Percy la ignora, prefiere ser cuidadoso con no herirla con su espada. Intenta cortar, jala con fuerza y el estrés de no conseguirlo parece que rompe los esquemas del mortal.

—Percy —intenta Sally otra vez.

No lo hace, sigue queriendo salvarla.

—Percy, por favor, cariño —dice Sally, sabiendo que Circe regresará.

Este día, ella morirá, pero quiere saber que Percy y los otros semidioses vivieron. Se equivocó y debe pagar. Ella quiere hacerlo.

—Percy —dice ante un estirón muy fuerte a su cuerda, mismo que la lastima.

—¡No te dejaré morir! —llora Percy, sus manos colapsando de los nervios mientras intenta cortar las cuerdas.

Sally mira hacia la destrucción de los alrededores y sabe que no hay más opción.

—Percy, escúchame —dice cuando puede sentir las fuerzas de Percy quedar atascadas—. Todo estará bien, ¿sí? Yo regresaré al mar y todo seguirá su curso. Sé que no vas a perdonarme y está bien. No me enojaré por eso, pero si alguna vez me necesitas, yo estaré ahí. Tú lo sabes, esto sólo es un cuerpo, nuestra esencia llegará al mar. Estaré bien, Percy... estaré bien, hijo.

Puede sentir la negación de Percy a dejarla ir, la fuerza de sus manos temblar contra sus cuerdas. 

—Percy...

—No puedo. 

—Sí puedes. Siempre has podido. Siempre lo has logrado —le dice ella, comenzando a llorar por lo orgullosa que se siente del niño que ahora se sostiene contra su cuerpo—. Déjame ir, Percy. 

Percy solloza, ignorando la destrucción que hay detrás de ellos.

Sally lo ha deseado por muchas noches. Siempre quiso tener un hijo y por eso ella tomó a Percy cuando nació, para implorarle a Zeus que lo reconociera como suyo. El dios no lo hizo. Cuando ella sostuvo a Kai en sus brazos, imagino que era Percy otra vez. Quiso llamarlo igual y era imposible no ver al pequeño dios en las expresiones de su hijo. Por eso Poseidón se alejó, porque Kai le recordaba a Percy. O eso cree ella. Luego, de tantas veces llamarlo como Percy, su hijo Kai creyó que el dios de la guerra era su padre y ella nunca lo corrigió, pero siempre le dijo que Poseidón era su padre. 

Hizo muchas cosas incorrectas, se arrepiente, pero no puede decir que le duele el haber amado a Percy y a sus hermanos como si fueran suyos. No puede decir eso de los niños que le dieron tantas alegrías aún cuando ya no era reina de Atlantis. 

—Vete, Percy —dice ella, viendo hacia el techo destruido del templo y luego al cuerpo de Maya—. La acompañaré.

—Debes... debes a-acompañar a Kai. D-Debes acompañarlo a él —dice Percy, como si eso le costara la vida.

Sally sonríe y mira a menor que llora contra sus brazos.

—Te acompañaré a ti aún si no me quieres —decide.

Percy niega con la cabeza y luego sus lágrimas corren hacia las manos de Sally, inundándolas.

—Sally.

Mamá.

Mamá.

¡Mamá!

Siente el dolor en su pecho, más no hace nada por disminuirlo.

—Te quiero, Percy. Tú eres mi hijo aunque yo no merezca ser tu madre —su voz se mantiene firme y sus lágrimas se unen a las de Percy.

—Sally... por favor —implora Percy, el dolor ahogando la mirada que alguna vez la vio con tanto cariño.

¡Mamá!

—Salva a tus amigos, pequeño. Ve por ellos —le dice, su mirada señalando hacia los semidioses que están en las garras de Circe.

Percy mira hacia ellos y luego la mira a ella. Da un paso atrás y más cerca de sus amigos. Sally le sonríe como si no estuviera atada de manos y antes de largarse, Percy mira a Maya con la disculpa inundando sus ojos. La nereida lo mira partir y suelta un suspiro, sabiéndose que Percy no está en malas manos. Implora al mar por Percy, al Caos y a los dioses primordiales. Sus deseos están con el menor y sólo quiere verlo ganar y salir victorioso, no importa si es con su sangre.

Hay tantas cosas que no dijeron, los perdones que ambos debieron escuchar, pero habrá otro momento. Cuando la guerra no sea tan mala y cuando el mar lo permita. 

Sally mira hacia el cuerpo herido de Maya y sabe que ella no es una mala compañera de viaje. Piensa en Leto también, en sus padres, en sus otras hermanas, sus años en el mar. Como una reina, como una paria. Piensa en Paul, el encantador mortal con quien compartió una vida y piensa en Estelle... su pequeña Estelle. Ojalá ella encuentre a Percy y le dé todo el amor que ella no pudo darle. Espera que los nietos de Estelle estén bien, imagina incluso cuánto habrán crecido.

—¡Mamá! ¡Los dioses existen! —recuerda la voz de Estelle cuando era una niña.

—Lo hacen, cariño.

—Quiero conocer a uno. ¿Tú conoces a uno?

—Lo hago. Es un niño como tú.

—¡¿Como yo?! ¡No es verdad! —reía Estelle mientras sujetaba un libro de cuentos.

Fue así como Estelle conoció a Percy y fue así como ella le rindió tributo aún cuando nunca lo conoció. Pero lo hacía porque Sally lo hacía.

Percy le enseñó a ser una buena y una mala madre. Le enseñó el amor maternal y como este puede perdurar a pesar de los siglos. Le enseñó que una madre puede no amar a sus hijos y aún así, estar para ellos porque son parte de su vida.

Le encantaría que Estelle conociera a Percy. 

—¿Lista para morir? —la voz de Circe la saca de su cabeza, regresándola al templo de Rea.

La diosa está herida, pero sujeta la espada de Deméter.

Sally le sonríe.

—Lo estoy.

La diosa no lo duda más y le clava su hoja en el cuello. El dolor que la sorprende es profundo, la presión en su cabeza golpeando hasta hacer que no pueda respirar y los bordes de su visión oscureciéndose. Es como regresar al agua, los sonidos se hacen lejanos y su voz no tiene existencia. Siente la hoja bajar, cortar su piel y romper por dentro, pero el dolor... ya no hay. Sólo la fuerza que la arrastra hacia abajo mientras su cuerpo cede al corte, la sangre brotar y su mirada nublándose. 

No hay nada.

No hay nada.

Y luego, mucha paz.

. . .

Sally está muerta.

Nico puede sentir su esencia marcharse junto a la de Maya, quien estaba esperando por Sally. 

Todo es en cámara rápida. Las lágrimas de Percy al ver el cuerpo de Sally, el templo destruyéndose mientras Circe se marcha victoriosa, el monstruo destruyendo el bosque y desapareciendo hacia la ciudad, la lluvia ahogando a los que quedaron en el suelo y las criaturas volando hacia ellos para llevarlos a Nueva Roma con la magia de Arcus. 

Percy libera los cuerpos de las diosas y con ayuda de Nico los suben a los lomos de Arcus mientras Thalía mantiene las corrientes de aire para que el templo no caiga sobre ellos. Caerán al abismo si no salen rápido, pero lo hacen aún así. Ellas no merecen morir bajo los escombros de una pelea. Una vez listos, Nico es el último en despegar porque no confía en Percy para subir solo. Blackjack mantiene el equilibrio con perfecta maestría y vuelan contra la lluvia torrencial y dejan que la magia del monstruo se disuelva con los ataques que envía Zeus desde Olimpo. 

Los humanos deben estar viendo un ciclón o una catástrofe natural. Nico sabe que su padre también ayudará para controlar al monstruo que han creado por la unión de sus poderes en un intento de destruir a Circe. Ellos perdieron, murieron semidioses, las diosas fueron sacrificadas y ahora Circe tiene un ejército bajo su poder. 

No existió alguna alternativa mágica o ayuda divina, tampoco mejores amigos mágicos de apoyo. Esta vez, perdieron y el sabor del fracaso no les está sentando bien. Percy viaja junto a ellos en un silencio sepulcral, su vista en las nubes grises que aún golpean contra la tierra. Las siluetas de las ninfas al verlos pasar con los cuerpos de las diosas, el cielo oscuro que los cubre y enseña el camino con una luna casi gris. 

Su postura es tan rígida como la de un muñeco de madera, su agarre tan flojo sobre las cuerdas de Blackjack, peligrando a caerse cuando su cabeza deje de registrar lo que ocurre. Percy está ahí, pero no su consciencia. 

De manera silenciosa, Thalía le cede la tarea a Nico de vigilar a Percy mientras que ella se encarga que los demonios del aire no intenten robar los cuerpos de Maya y Sally. Nico mueve a Arión un poco más cerca de Blackjack, pero nunca le habla a Percy. Respeta su silencio y dolor, sabiendo que ahora las palabras no serán bienvenidas. Además, no hay algo que podría decirle, él mismo no recuerda su dolor cuando su madre fue asesinada por Zeus. Tampoco recuerda mucho a María di Ángelo, sólo que era una mujer dura, estricta y muy bella. Bianca aún conserva una fotografía de María, misma que replicó en un cuadro y colgó en el salón de pinturas para enojar a Perséfone. 

Deja de pensar y sólo se concentra en una cosa, algo que al menos debería salirles bien.

Llegar a Nueva Roma y entregarle a los dioses lo que no pudieron salvar.

. . .

—Respira, cielo —le dice Luke a Annabeth, acariciando su espalda—. Ellos estarán bien, el monstruo ya fue aplacado por los dioses.

—Aún sigue destruyendo cosas —espeta la rubia.

—Sí, pero ya es muy pequeño. Quizá le queden dos días de poder —intenta su novio, manteniendo su sonrisa.

Annabeth mira hacia el cielo. Su instinto le dicen que algo está muy mal, pero la comunicación con sus amigos fue escasa desde hace unas horas y luego supo que se había desatado un monstruo con el poder de Tifón en la ciudad de Brooklyn. Las destrucciones que vio le dejaron muy nerviosa y los mensajes Iris no funcionan por el mal clima. Al menos Jason, Will, Hazel y Frank ya regresaron de las ciudades que visitaron. Todas con diferentes mensajes y unos que cortan las esperanzas, pero ellos están bien y eso ya es suficiente para respirar. 

Han intentado hablar con Piper, Leo y Grover, pero ninguno ha respondido y eso aún la inquieta. ¿Será por el clima? ¿Están en peligro? ¿Les robaron sus cosas? ¿Nunca llegaron a las ciudades?

—¿Hay algo? —pregunta Hazel, llegando a donde ellos están.

Hazel es una semidiosa de lo más amable, preocupándose por todos y siempre ofreciendo una sonrisa para aliviar los días de tensión. Ella controla muy bien sus nervios cuando está frente a Minerva, la presidenta de la ciudad. A cambio de Will o Jason, quienes parece que morirán si Minerva les dirige la palabra. Sólo Annabeth parece tolerar bien la presión frente a los ojos plata de la diosa y Luke, quien por inocente se cree libre de preocupaciones frente a la diosa.

La hija de Plutón le da un vaso de agua a cada uno y se queda junto a ellos.

—Sólo libros y tormentas —responde Annabeth, agradeciendo por el agua.

—Han sido días extraños. Ese monstruo que decía Angelia News...

—Era un elemental —explica Annabeth, alcanzando uno de sus muchos libros en la mesa—. Es un monstruo porque se contagió de magia corrosiva, pero en realidad, un elemental es creado por el poder de Hades, Poseidón y Zeus. La combinación de los tres crea una criatura que presenta los elementos vitales para la vida. Esta criatura puede crear nuevos ecosistemas para las ninfas y otras criaturas. Su poder primitivo debió reaccionar mal ante la evolución humana y por eso está destruyendo las ciudades. 

Hazel se queda en blanco ante el flujo de información y Luke sonríe, conociendo esa cara.

—Descuida, te acostumbras con el tiempo —le promete.

La hija de Plutón sonríe.

El sonido de las trompetas hace que abandonen sus preguntas y se acercan a una ventana del lugar, viendo que a lo lejos se aproxima Arcus junto a dos pegasos.

—¡Nico! —se emociona Hazel y corre hacia la salida del edificio, donde en una pista los legionarios están liberando el camino para la llegada de las criaturas. Annabeth muele la mano de su novio por los nervios

La gigantesca y majestuosa águila cae en un estruendo, lanzando un chillido que proclama dolor y derrota. Sobre la criatura, Thalía se queda unos segundos para ver a su alrededor, sintiéndose indefensa. A un minuto de diferencia, Percy y Nico descienden en sus pegasos y es el hijo de Hades el primero en pisar tierra luego del larguísimo viaje. Hazel corre al encuentro con su hermano menor y lo abraza con fuerza al no verlo tan herido, más su sonrisa no dura ante el ambiente hostil que presentan los tres semidioses. Ella mira hacia Thalía, quien comienza a desajustar las cuerdas sobre sus "cargas". Luego, mira a Percy, quien parece aturdido y roto. 

El silencio es suficiente para que ella lo entienda y suelta un poco su agarre de Nico.

—Lo siento —dice muy bajito, pero su hermano niega para pedirle sus palabras en otro momento. 

Hazel llama a más legionarios para que ayuden a Thalía y a los segundos llegan Annabeth y su novio. Los dos chicos se acercan tan felices y luego, se quedan paralizados al ver los dos cuerpos que abandonan el lomo de Arcus. Los legionarios maniobran con los cuerpos en total silencio y cautela, llevándolos al interior del edificio para que se encarguen de ellos. Thalía baja de Arcus y rechaza el abrazo de sus amigos, reacia en aceptar su derrota. 

Percy despide a los dos pegasos y mira hacia el sol que brilla entre las nubes grises. Su silencio sepulcral y la inquietud de sus poderes lo corroen a un punto donde ni siquiera tolera estar en su propio cuerpo. Sus brazos arden y sólo desea rascarse y cortar su piel, arrancarse la cara y golpear lo primero que se le cruce. Es una sensación que le hace restregarse con fuerza para despertarse de la bruma y toma camino hacia el interior del edificio, ignorando al resto mientras su deseo es encontrar a Minerva y decirle que necesita hablar con Tritón.

Sus piernas lo llevan entre los caminos y los legionarios que le dan inclinaciones respetuosas. Percy no logra escucharlos, ni siquiera sabe cómo enfocar bien su vista. No se siente en su cuerpo, sólo se mueve bajo los deseos primordiales de su misión. Reacciona cuando está frente a la puerta de Minerva, ¿esperando que ella le diga qué? La diosa no resolverá nada, no traerá de vuelta a la vida a Maya o Sally. El mundo seguirá como está ahora porque Percy no puede hacer nada. Sus manos mortales no tienen la capacidad de arreglar lo que se destruyó. 

Habían semidioses más aptos para la misión, héroes más ágiles y que no tuvieran tantas debilidades como las que tiene Percy. Habían mejores opciones y así las diosas no estarían muertas. LAS DIOSAS ESTÁN MUERTAS. Es una verdad que aún no procesa como debería, la sangre es borrosa en su memoria, los gritos son difusos y el rostro de Circe está cortado en su cabeza, no recuerda la forma de sus ojos o el color de su sonrisa. No hay nada, su mente lo ha atrapado y no sabe cómo reaccionar. ¿Por qué no puede enfrentarlo ¿Por qué no puede recordarse? Fue hace sólo unas horas.

¿Por qué no recuerda incluso cómo fue que escaparon del templo? ¿Qué ocurrió con Brooklyn? ¿Y el monstruo que crearon?

¿En dónde está Circe?

—Era algo que ni siquiera Zeus podía evitar —la voz de Minerva aparece desde el inicio del pasillo.

La diosa lleva una túnica de duelo. Vestido largo, una capa sobre sus cabellos oscuros y el color negro la convierte en una silueta.

El corazón de Percy comienza a bombear muy fuerte, golpeando contra su cuello. 

Minerva camina hacia Percy y se queda a una distancia, viendo al mortal como si le preocupara que fuese a desarmarse en el siguiente minuto.

—Gracias por traerlas. Las Moiras fueron consideradas al dejar un cuerpo para darles divina sepultura —la voz de Minerva es un hilo. Rodea la cabeza de Percy, pero el mortal no puede traducirlo.

¿Qué es divina sepultura? ¿Por qué se siente tan estúpido?

Quiere clavarse un cuchillo en la cabeza y así quizá su cerebro funcione mejor.

—Percy —llama Minerva, acercándose al mortal al verlo tan en blanco—. ¿Hace cuánto no te enfrentas a una muerte?

Percy le devuelve la mirada, pero es como si no pudiera reconocerla.

—Lo hago todo el tiempo —murmura, sus ojos desenfocándose.

Minerva comienza a saber lo que ocurre. Deja una mano sobre el hombro de Percy y lo palmea.

—Acompáñame, Percy. Vayamos por un poco de ron.

Dejándose llevar, la diosa guía a Percy hacia un dormitorio, el que está al lado de donde debería dormir el novio de su hija. Percy está por preguntar, pero la diosa chasquea los dedos y Percy se derrumba al instante. Lo mira caer al suelo y no moverse más. Considera que debe enviar algunos mensajes a sus relaciones marinas.

. . .

Hermes está inconsolable. Llora junto a Arcas, quien acaricia la espalda del dios y le pasa los pañuelos para que limpie su nariz. Apolo está a su lado y su melliza le da más pañuelos para Hermes, quien no dejó de llorar una vez entraron al salón y vieron el rostro inexpresivo de Minerva. La diosa se mantiene en silencio y frente a los dioses, los semidioses comparten su dolor. 

El dios de los ladrones está destrozado, así que Minerva se encargó de enviar las malas noticias al resto de Pléyades. Nereo, Doris y las nereidas ya saben sobre Sally. Los dioses conocen la historia, Olimpo está en color gris, los Campamentos mantienen sus banderas bajas y las ciudades mestizas han comenzando a dar sus ofrendas a Hades y las Moiras para que las diosas puedan tener un ligero viaje hacia Elíseo. Las ninfas han comenzando a dejar sus flores esparcidas y las criaturas están reuniéndose para compartir su dolor hacia sus amadas diosas. 

Leto llegó hace unas horas y largó a llorar mientras decía que ella cuidaría de los cuerpos para evitar la visita de los demonios. 

—¿Mamá dijo algo antes de morir? —pregunta Hermes. Se apoya en Arcas como si fuera un refugio.

Thalía niega y Nico es quien habla.

—Percy fue quien la escuchó de último —dice y Hermes parece aliviado por eso.

Luego, cae a que Percy no está ahí.

—¿Dónde está Percy? —pregunta tembloroso.

Apolo y Artemisa caen también y miran a Minerva y los mestizos, aterrados. Parece que Hermes llora más al no ver a su mejor amigo.

—Percy está... calmando su energía —dice Minerva, intentando explicar—. Me temo que está sufriendo una separación.

—¿Qué? No —dice Apolo, casi saltando de su silla—. Estaba bien hace unas semanas.

—Su parte mortal no puede traducir el dolor de su parte divina. No sabe lo que está ocurriendo. 

Apolo cae de nuevo a su silla y comienza a pensar con rapidez.

—No puede ser —tiembla Apolo, inquieto. 

Artemisa abraza a su hermano, pero ella también parece asustada.

—¿Qué pasa con la separación? ¿Qué significa? —pregunta Luke, con la nariz roja por haber llorando ante la muerte de Maya.

—Si un dios que se convierte en mortal sufre una separación, significa que su magia abandonará su cuerpo y por consiguiente, morirá —explica Annabeth, siendo lo más gentil que puede a razón que está frente a un grupo de dioses.

La mesa se hunde en un silencio sepulcral, el miedo que flota además de conocer la muerte de las diosas.

Minerva agrupa unas hojas que tiene en la mesa y carraspea.

—Seguiré con los preparativos. Nereo y Doris están por llegar —dice.

Minerva abandona el salón y nadie más se atreve a tocar el tema.

. . .

No sabe en dónde está. Hay frío, las ventiscas son fuertes y los cielos son de un azul profundo, no al mismo color de la noche, más bien un cielo invernal que aún tiene las nubes blancas y hace ver los bosques de color negro. Está frente al mar, las olas besan la arena oscurecida y hay una roca a unos metros dentro del agua, resistiendo al empuje del océano. Los valles detrás son extensos, el césped que posee un tono esmeralda y la ausencia del sol congela sus mejillas. 

Está en una playa, las olas están mojando sus zapatos. Su pantalón tiene las mangas humedecidas.

Su vista está clavada en el mar, mismo que mantiene su ritmo suave del invierno y susurra la vida que hay en él, perfeccionando el aire con la sal y espuma. El horizonte es una línea negra, el día comenzando a desaparecer y el cielo reduciéndose a la oscuridad. 

Camina más adentro, cae sobre sus rodillas y sonríe al sentir el mar abrazando su cintura, el agua llegando a todos los espacios que Percy le ofrece. El agua es gentil, es una caricia amable que lo recibe de vuelta a casa.

«Te extraño mucho, hijo.»

—Y yo a ti —dice, sonriendo mientras sus manos sostienen un poco de agua.

Logra mantenerla entre sus palmas y luego la deja caer, regresándola.

—No me digas —escucha un poco lejano.

Percy se guía con el sonido y encuentra a dos figuras hablando a cortos metros. A pesar de la distancia, Percy siente que ellos están lejísimos y que es el aire quien lleva las palabras para que las escuche.

—¿Estás asustado?

—No lo estoy —dice la figura que está de espaldas.

Logra ver a una de las figuras. Un hombre de barba oscura y ojos penetrantes. Lleva un traje de ejecutivo a pesar de estar en una playa y tiene sus manos guardadas en los bolsillos de su pantalón. Habla con otro hombre, quien lleva un simple pantalón de mezclilla y un suéter de lana gruesa. Alcanza a ver el estilo del bordado a pesar de la oscuridad del ambiente.

—No puedes rendirte ahora. La guerra estalló y no puedes detenerlo. Las Moiras ya se están encargando —le dice el hombre barbudo.

Percy recibe una corta mirada, una advertencia.

No te muevas y escucha.

Se siente como un niño presenciando una charla de adultos. Ellos saben que está ahí, pero lo dejan escuchar porque son cosas que no hará nada malo que las sepa. Aún así, Percy no puede interrumpirlos.

—No me importa que ellas se estén encargando, quiero que esto termine ahora —espeta el otro hombre.

Percy reconoce la voz, tantos años de gritar castigos hacia su persona hizo que se grabara en fuego en su mente.

Una risa brota del hombre con barba.

—¿Por qué? Nada de esto afectará a Atlantis.

—Atlantis no es el problema —dice el otro con la voz forzada.

Percy no puede evitar verlos, queriendo saber más de lo que dicen. El hombre de barba encuentra su mirada curiosa y sonríe.

—¿Te da miedo?

—No.

—Deberías. El chico está mejor que tú.

—No ganará. Su poder proviene de mí, soy quien puede liberarlo de su castigo.

El hombre de barba chasquea la boca y niega con la cabeza.

—¿Cuánto tiempo crees que será así? Ya no tienes dominio en el chico, tampoco en tu bastardo mortal. Muy pronto ambos van a superarte y sólo podrás verlos de lejos. Serás el siguiente anciano del mar.

Poseidón no habla, sólo escucha y deja pasar el efecto que las palabras de Zeus tienen en él.

—¿Qué es lo que te asusta? ¿Por qué vienes a mí?

Zeus mira hacia el mar, como si en el elemento leyera las emociones de Poseidón.

La marea se mantiene baja, sosteniendo a Percy entre su espuma y el arena. El mortal mira hacia el horizonte otra vez, queriendo saber también lo que piensa Poseidón.

—Ya es muy tarde. Milenios tarde —Zeus parece que está regañando a Poseidón, pero no le grita y tampoco lo insulta, sólo lo mira con cierto reproche—. Yo también tengo hijos, también los he castigado y he intentado enseñarles cosas. Mira a Apolo, el chico sobrevivió a sus oráculos y ahora es un dios más sabio. Pero tú... No sé qué era lo que intentabas. Ni siquiera Hades lo ha hecho así.

Ser comparado con Hades es un golpe duro para los dioses, pero lo que ellos no saben es que Percy siempre conoció al huraño y justo Hades. El dios que brindaba consuelo a los débiles y que ofrecía justicia a los heridos. El dios que le gastaba bromas a Hermes cada que llegaba con un nuevo mensaje y que siempre arruinó las cacerías de Artemisa con regresar a la vida a los animales. 

Poseidón no dice nada.

Nunca lo hizo.

—Deja ir al chico. Ya no puedes llamarlo como tuyo —le dice Zeus.

Una tensión crece, la mirada de Zeus guarda muy bien su verdadero pensamiento y Poseidón no tiene voz contra el rey. 

Percy intenta escuchar más, pero el nivel del mar crece y luego el agua lo cubre por completo.

. . .

Despierta en la cama de un dormitorio, definiendo las caras de Tritón y de Cimopolia. Ambos hablan sobre su cuerpo mientras señalan hacia afuera. Parece que Tritón está regañando de algo a su hermana. Cimopolia.

Cimopolia.

—Cim... —pronuncia con la garganta seca.

La última de sus hermanos mayores. Cabello oscuro, ojos azules casi eléctricos como los rayos de Caribdis y una mueca de asco. Ella es alérgica al mundo humano, pero por Percy y Rodo lo tolera. Es la hermana que se necesita en las peleas, para esconder un cadáver u organizar una guerra con sólo palos de escoba como espadas y tapas de botes como escudos. Ella es feroz, puede arrancar un brazo de un mordisco y es quien más pelea con Tritón. La única que puede hacer callar a toda la Corte de Atlantis y quien puede darle un puñetazo a Poseidón sin sufrir consecuencias.

Su hermana mayor sonríe como si hubiera esperado escuchar su voz de niño mortal.

—Miren al debilucho, ¿te traemos vaselina para las heridas? —ríe, jalando de su brazo para sentarlo.

—¡Cimopolia! —regaña Tritón mientras que Rodo se acerca con un paño.

—No puede ser, me avergüenzas —dice Cim, viéndolo peor que a un bicho—. ¿Una cachetada de la panzona de Circe ya te deja en coma? —dispara y parece ofendida de que la hayan llevado a ese lugar—. Esperaba verte sin un brazo o las piernas, pero esto es para niños de preescolar.

—No seas tan dura con nuestro pequeño, acaba de despertarse —le dice Rodo, atrayendo a Percy hacia su pecho mientras lo protege de los regaños de Cimopolia.

—Claro que tengo que ser ruda. Percy tiene un título para mantener. No puede ser el dios de la guerra si se la pasa escondido entre los pechos de una diosa. Eso ya lo hace Ares —expone ella.

—Estás sobrepasando el límite. Percy está en riesgo a una separación y tú te preocupas por su título de guerra.

—Desaparecí por unos meses y ¿qué pasó? Los piratas parecen orcas peleando por un hueso mágico —hace ver su hermana.

—No fue nuestra culpa, sabes que Atlantis-

—Atlantis puede limpiar mi barco —despide su hermana, callando a Tritón—. Puede que tú seas un pijo de Atlantis, pero esto es más que apretar la aleta de un cortesano y sonreír hacia las princesas como estúpido.

—Yo no sonrío hacia las princesas —se defiende Tritón.

—Y yo no le escupí la cara a Hermes cuando lo vi —dice Cimopolia, logrando que Percy sonría entre los brazos sanadores de Rodo.

—Deja de escupirle a los dioses. No eres sapo para estar mojando a las personas con tus babas.

—¡Mis babas son mágicas! —recuerda Cim.

Su hermana mayor regresa su atención a Percy y ella le pellizca una pierna.

—¡Auch!

—¡Cim! —dice Rodo, acariciando la nueva herida de Percy.

—Deja de parecer perra lastimada entre los brazos de Rodo y sal de aquí —regaña.

—¡Apenas abrió los ojos!

—¡El mar nunca debe cerrar los ojos! —dice ella como ley natural—. Todo esto es tu culpa, contagiaste a Percy con tu debilidad —señala a Tritón como el causante de las desgracias.

—¡¿Disculpa?! Yo he dado mi mejor esfuerzo por mantener a Percy con vida en la Tierra.

—Eso ya no importa —dice ella—. Percy regresará al mar ahora que yo me liberé del castigo y tú podrás ponerte tus mallas y sacudirle el culo a las ninfas en la Corte.

—¡Yo no le bailo a nadie! —pelea Tritón.

Cimopolia lo mira como si no le creyera.

—Percy —dice la mayor, viendo al mortal—, dame algo de tu ropa. Olvidé la túnica ceremonial —dice.

—¿Cómo puedes venir al funeral de las diosas y vestir harapos mortales? —regaña Tritón y se envuelve en otra pelea con Cim.

Rodo deja un beso en la cabeza de Percy y luego le sonríe, leyendo las emociones que lastiman su cuerpo.

Percy mira a su mayor, obligándose a sonreírle como si todo estuviera bien.

—Tengo un trajecito para ti —le dice, acomodando sus mechones—. Vamos a despedirnos.

Percy asiente con obediencia y dejan a sus otros dos hermanos peleando mientras se arreglan para despedir a Sally en el mar.

. . .

Cimopolia le dio su tridente de oro atlanteano antes de acercarse al funeral. Contracorriente no protestó, se mantiene en silencio al saber que esto es algo importante para Percy. No es como su corona, esto es diferente. Es un arma que lo acompañó en sus años como dios pirata y que tuvo que dejar porque ya no era un príncipe de Atlantis. Pero ahora, siendo un hijo del mar, el tridente no puede rechazar su toque. El metal mágico y los grabados ancestrales le hacen sonreír. 

Recordar parte de esa vida que siempre estará en su corazón aún cuando muera. 

«Gracias por recibirme, maestro.»

La voz de su tridente es joven aún, sus puntas poseen su filo y las esmeraldas aún pueden conservar más sangre.

Al frente, reunidos para despedir a dos grandes diosas que marcaron la vida de todos, las personas hablan para recordar lo buenas que fueron en la Tierra. Ahí está Hermes, también el resto de Pléyades, todas con su túnica ceremonial. Ninfas, amigos, y más familia. Nereo, Doris y el resto de nereidas a excepción de Anfitrite, cada una dejando su gota de dolor para despedir a su hermana.

Percy se acerca a Hermes primero, quien se lanza a abrazarlo fuerte. Deméter está ahí, así que los abraza a ambos para tomar su dolor. Promete que regresará a su mejor amigo, pero ahora tiene que despedirse de quien fue alguna vez la madre que siempre lo cuidó de Atlantis. Nereo lo mira y abre sus brazos para recibirlo. El dios, quien en realidad sería su abuelo inmortal, lleva un traje azul y de camisa blanca. Su barba es al color de las nubes y tiene tatuajes en referencia que deja ver por su camisa abierta. Es un abuelo juvenil, mismo que hace hablar a las pléyades. 

—Mis amados nietos, gracias por venir —les dice Nereo, abrazando a cada uno. 

Apretuja a Rodo y a Cimopolia, quienes hacen muecas de dolor. Tritón también recibe una sacudida de cabello.

—¿Dónde está Doris? —pregunta Tritón.

—Está por... —Nereo la busca y luego le hace señas a la diosa para que se acerque.

Doris es de cabellos marrones y en rizos grandes. Lleva un vestido corte sirena con un collar de perlas. Ella tampoco quiso usar túnica en el funeral de su hija. Labial rojo como una anémona y abrazos con olor a brisa de mar.

—Mis adorables niños —ella apretuja las mejillas de cada uno con sus manos enguantadas. Doris es de cuerpo mediano, sus pechos casi reventando el escote de corazón de su vestido y sus caderas anchas reluciendo en la tela negra—. Qué bueno que escaparon de ese gusano de su padre. Ese hombre no merece estar aquí.

—Sí —dice Nereo, acompañando las palabras de su esposa.

—Mi pobre Sally, yo siempre le dije que ese hombre no era bueno para ella, pero no me escuchó —se queja la diosa, abrazándose.

Un mesero llega para darles copas y Tritón controla a Cimopolia para que no se empine la copa.

—Al menos ustedes están aquí.

—Sí —dice Nereo.

—Así puedes despedirte de ella, Tritón —propone Doris con una sonrisa emocionada—. Quizá así no te rechace —dice sin ápice de burla.

Tritón libera una tos incómoda.

—Claro.

Cimopolia larga una risa y logra la antención de sus abuelos.

—¿Qué hay de ti, querida? ¿Dónde está esa larva que tienes por esposo? —pregunta Doris.

—¿Aún no lo has matado? —se queja Nereo, entrecerrando los ojos.

Las personas de alrededor miran hacia ellos al escuchar que quieren matar a alguien más.

—Aún no —suspira Cimopolia y Rodo le hace una cara para que dejen ese tema.

—Ah, qué clima tan horrible —dice Doris, enfocada en otra cosa—. ¿Saben si Zeus vendrá?

—No creo. Hera lo golpearía —dice Cim y Tritón le pisa el pie para que se reserve sus comentarios.

—Nacería otro nuevo bastardo en nueve meses —dice Percy y sus hermanos lo miran con diferentes opiniones.

Nereo se lanza a reír y los presentes los miran.

—¡Eso es cierto! —señala su abuelo.

—¿Cómo siguieron las crías de hipocampo, Nereo? —pregunta Rodo, buscando un camino más suave.

—Están bien. Caribdis se comió algunos, pero nada que unos buenos golpes con estos muñecos no resuelva —Nereo aprieta su traje con sus músculos y lo rompe.

—¡Nereo! —ríe Doris, con sus mejillas coloradas mientras se da aire con un abanico de zafiros.

Nereo sería el abuelo ideal en la portada de Sugar Daddy del mes en la revista de Armonía.

Percy toca el músculo de Nereo y se queda impresionado.

—A base de algas, niño.

—¿Cuándo dejaras de jugar en la tierra, Percy? Necesito que me ayudes con unas serpientes de mar que están en mis jardines —dice Doris, puchereando.

—Yo puedo ayudarte, abuela —dice Tritón, ofendido que ella no pida su ayuda.

—¿Qué no te daban miedo las serpientes? —dice Doris, alzando una ceja.

Nereo y el resto de sus nietos se lanzan a reír fuerte, interrumpiendo el duelo de las demás personas. La mirada regañona de Minerva hace que Percy aplaste los labios y finja que nada pasó.

—No me dan miedo —carraspea Tritón.

—Sólo grita como Hera cuando mira una —burla Cimopolia.

Nereo y Rodo vuelven a reír y Tritón intenta golpear a Cimopolia. Por esquivarlo, la diosa empuja una estatua de Cloto hacia los jardines y el estruendo queda amortiguado por la vegetación.

Las personas los miran y Tritón lanza una risilla nerviosa.

—Brotes de poder —dice en general mientras abraza a Percy.

El mortal mira a su mayor con una mueca, a segundos de defenderse.

La mirada de Tritón le da una advertencia.

Regresan a lo suyo y Doris bosteza del aburrimiento.

—Deberíamos honrar la memoria de Sally con unos vasos de ron en el muelle, ¿no creen?

Los menores miran a la diosa y niegan.

—Está a unos metros, abuela —murmura Percy, señalando hacia el ataúd.

Doris estira el cuello y mira el cuerpo de su hija.

—Yo le dije que no se casara con Poseidón, pero no me hizo caso. Ahora mírenla, muerta y sin castillo —hace ver como si eso fuera más importante.

Alguien tose de la sorpresa de escuchar eso.

—Son cosas materiales, no importan mucho —dice Rodo, intentando que sus abuelos divinos sientan pizca de dolor por Sally.

—Claro que importan. ¿Por qué crees que este lugar está lleno? —Doris señala hacia el resto de personas—. Sabían que ustedes estaban aquí. Este lugar está lleno de ninfas que buscan la fortuna que han heredado.

Percy sabe que muchos los están escuchando, al igual que Tritón y Rodo. A Cimopolia no le importa.

—Son perras cazafortunas. ¿Acaso creen que no conozco a mis cuarenta y ocho hijas que vinieron?

—Sí, pero están solteras. Por si alguno busca pareja y eso —carraspea Nereo—. Para no salir mucho de la familia.

—Tritón dice que buscará esposa ahora que Sally está muerta —sonríe Percy.

—Tritón está dispuesto ahora que su enamorada prefirió morirse que casarse con él —dice Cimopolia al mismo tiempo.

El mayor de los cuatro prefiere cerrar los ojos y maldecir en silencio.

—Oh, no. Con ellas no —rechaza Doris.

—Pero son nuestras hijas —dice Nereo.

—¡Y son unas perras!

—Eso no importa ahora —ríe Rodo, buscando la calma cuando mira a su abuelo con intenciones de responderle a Doris—. Mejor castos, ¿verdad, abuela?

—Sí —admite la diosa mayor.

Nereo hace una mueca y se cruza de brazos. En todos esos siglos, sólo dos de sus hijas se han casado y una está muerta y la otra se quedó con el esposo de la anterior. El resto siguen en su castillo a la espera de un buen pretendiente.

—Iré por refresco, ¿alguien quiere? —ofrece Percy.

—Yo voy contigo —dice Doris, alcanzando su brazo—. Me da miedo que te alcance una diosa.

Doris camina a su lado mientras evalúa las flores.

—No puedo creer que vivas entre los terranos, cariño. Creí que ese estúpido que tienes por padre ya se había cansado de sus rabietas —dice Doris, empujando a una ninfa que pasa cerca de su radio de camino.

—Dudo que eso pase algún día, Doris —dice y la mayor libera un suspiro.

—Esperaba ver a tu madre, quería disecarla —Doris alcanza una copa de champán y la bebe de un sólo trago.

—Anfitrite tiene un reino para controlar —explica.

Doris alcanza otra copa y la empina.

—Escuché que aún tienes problemas en tu ciudad de ladrones —le dice ella, entrecerrando los ojos—. ¿Aún sigues con problemas para reconocerte?

—Es difícil, a veces mi magia funciona y en otras no puedo usarla bien.

—Necesitas sumergirte en las aguas primigenias de Talasa —dice Doris, apretando una de sus mejillas—. No te regresará la divinidad, pero te ayudará a mejorar tu condición de semidiós.

—¿Cree que eso funcione?

—Podrías intentarlo. Por lo que sé, el hijo de Sally está ganándote y no pienso ser abuela de un perdedor —dice como si fuera lo más preocupante.

—Trabajaré unos días con Minerva para conseguir un barco, Talasa podría enojarse si llego sobre los lomos de Blackjack —dice más para sí mismo.

Doris gira los ojos y deja la copa entre la mano de una estatua.

—Usa esto, te abundará para conseguir un barco y quizá una armadura —dice ella, dándole uno de sus brazaletes de perlas y diamantes.

—Pero-

—Tengo muchos de esos. Nereo ya no sabe qué regalarme cada vez que lo atrapo teniendo sexo con alguna ninfa —dice Doris, sonriendo mientras bebe de su copa.

—Gracias, abuela —le dice y ella arregla su cabello despeinado.

—Es lo que las abuelas hacen.

Luego de un rato, la hora de despedirse de Sally ha llegado. Las nereidas sostienen cuencos de cristal con ofrendas hacia el mar mientras que su ataúd es llevado por brazos de agua hasta que llega a la orilla. Nereo y Doris dicen unas palabras que la brisa se lleva y se unen a las olas que comienza a llevarse el ataúd. Sally tiene un intrincado camino de flores para cubrir la herida y su vestido hecho de seda blanca.

El olor a sales ceremoniales siendo quemadas junto a las frutas favoritas de las ninfa. Cuando llega el momento, Percy camina junto a sus hermanos mayores. Respira profundo, llenando sus pulmones con el aroma de la despedida. Está al lado de Cimopolia, sosteniendo su tridente contra la arena. El sol despunta desde arriba y hace que las olas luzcas tan azules como lo fueron alguna vez los ojos de Sally. La espuma blanca siendo el nuevo camino y el extenso mar que espera a llevársela.

La arena es la luz dorada al final del túnel, brillando como miles de diamantes y estrellas. 

—Que el mar te reciba en su gloria —comienza Rodo, clavando su tridente en la arena.

—Que las aguas esparzan tu esencia —dice Tritón, realizando lo mismo que su hermana.

—Que tu sangre se una a las nuevas vidas —dice Percy.

—Y que tu nombre se escuche en las olas —termina Cim.

Cuando ella clava su tridente, el mar toma forma y las figuras comienzan a rodear el ataúd mientras que las cuatro versiones de ellos hechas en agua salen a la superficie en su grandeza como dioses y toman el ataúd entre sus manos, llevándose a Sally hacia las profundidades del mar. Los rugidos de las criaturas ancestrales hacen vibrar las aguas. Observan a las cuatro figuras sujetar a Sally, cada vez fundiéndose más con el agua.

Percy no puede evitarlo.

Las lágrimas comienzan a salir de sus ojos y arden al caer. Solloza al ver cómo su versión de agua se marcha con Sally para no regresarla nunca, terminando así los pocos años que compartió con ella. 

Tritón se acerca para abrazarlo y luego siente los brazos de Rodo. Por último se une Cimopolia y entre el dolor, observa el ataúd hundirse en el agua y luego ver el cuerpo de Sally flotar antes de hundirse como si estuviera hecho de piedra. El mar llega a una profunda calma y todo termina para Percy.

El amor maternal que alguna vez conoció queda ahogado en el mar.

. . .

Aún puede ver la hoguera donde están quemando el cuerpo de Maya, más prefiere quedarse viendo hacia el mar por si Sally llega a salir. No consigue llorar esta vez y cree que está desperdiciando la memoria de la ninfa. Es muy difícil, más cuando sus ojos se sienten secos como dos desiertos. La única humedad que reciben es por la brisa que se levanta del mar y azota contra su rostro. 

Se pregunta si existe una forma de provocarse dolor emocional.

Minerva/Atenea se lo explicó hace unas horas, cuando se estaba arreglando para salir al funeral. Ella le dijo que estaba sufriendo una separación, así como le dijo Hécate antes de abandonar Nueva Roma. Ella le dijo que era muy peligroso si no lo controlaba, pero Percy tenía otras cosas qué hacer. No puede sólo ignorar una orden de Zeus porque tiene problemas de identidad. Existen prioridades por razones de no querer terminar calcinado por un rayo. 

Aunque Zeus nunca le ordenó que buscara a Maya y Leto, pero eran las madres de sus mejores amigos y ellos son hijos de Zeus. Rechazarlos habría sido rechazar también al rey de los dioses. Es un tema de nepotismo que odia tanto. Ojalá Sally estuviera aquí para decirle que deje de pensar en Zeus o se le aparecerá en la noche. Nadie quiere que ese tipo se le aparezca, bajo ningún contexto. 

¿Quién es el que está sufriendo más? ¿Su yo inmortal o su yo mortal?

Ambos, pero uno llora más que el otro. Su parte inmortal se niega a sufrir, pero la parte mortal ha aprendido que llorar está bien. Lo hace humano. Pero la parte inmortal no quiere ser humana. ¿Aún tiene problemas con eso? Creyó que ya lo había superado. Es bueno ser mortal, ellos no sufren la ira de dioses de forma directa y pueden hacer lo que sea que las Moiras nunca los castigarán porque los consideran seres inadaptados que no pueden conocer el origen de la vida porque sus cabezas explotaría. Le gustaría que su cabeza explotara, así dejaría de pensar en tanta mierda.

¿Pensar lo está distrayendo del dolor?

Qué método tan feo. Sólo la bruja sabionda y sus crías deben sufrir al sobrepensar, ¿pero Percy? Apenas se sabía el nombre de sus hermanos y la ley de signos, no vivía de preocupaciones.

Quizá eso sea lo malo de ser mortal. Son conscientes de muchas cosas. Sufren por razones que para un dios serían estúpidas. 

Cierra sus ojos y su cabeza agotada lo deja caer a la arena mientras el resto de su cuerpo pierde las fuerzas que lo mantuvieron en el funeral. Al instante, su conciencia viaja entre el reino de la mente y viaja hasta encontrarse en una playa, la misma donde vio a Zeus y a Poseidón. Ahí, hay tres personas diferentes a las anteriores. Versiones de sí mismo en su era como dios.

Percy de guerra.

Percy de los piratas.

Y Percy del mar.

Rodeado por ellos, siente que no tiene rostro y que su existencia es una desgracia para ellos. Él es el Percy mortal, el que ha cometido tantos errores y ha avergonzado los títulos que lo acompañan.

—Todo esto es tu culpa, ¡Sally está muerta por ti! —le dice Percy de guerra, tan furioso y dolido que el desprecio se desborda de sus ojos.

—Eso no es verdad, apenas es un niño —defiende el Percy del mar—. Su fuerza no puede compararse a nosotros, era obvio que fracasaría —pero sus palabras son puñales en el pecho de Percy.

—¡Si hubiera entrenado más, Sally habría sobrevivido!

—Sally fue una traidora, su muerte es el pago de sus acciones —declara Percy de los piratas, tan impasible al dolor de su otra versión.

Pero Percy de la guerra no piensa dejar de culpar a Percy mortal.

—Deberías mejorar tus esfuerzos, niño —le dice Percy del mar, viéndolo como algo insignificante—. Sólo estás arruinando las cosas.

—¡Eres una vergüenza, incluso caes en los engaños de Zeus! —regaña Percy de guerra, hundiéndolo más.

Percy comienza a llorar por muchas cosas. El miedo a estar frente a sí mismo, saber que está empeorando su destino, la partida de Sally y que Poseidón aún afecte en su cabeza. Creyó que estaba superándolo, pero algo que está tan arraigado a su existencia, es difícil arrancarlo, aún más cuando recibes odio de quien se supondría que recibirías amor. Comienza a ver en realidad cuán doloroso es para su versión divina el haber perdido a Sally. Ella representaba muchas cosas, ella era lo que no era Anfitrite o Poseidón. Era quien alguna vez le mostró a Percy que no era su culpa el que sus padres lo rechazaran tanto.

Las emociones lo superan y el nudo en su garganta se hace enorme, no puede respirar bien. Está colapsando sobre sus propias rodillas y no habrá nadie que pueda ayudarlo. Quiere pedir aire, quiere que sus versiones divinas lo sujeten y lo levanten porque ya no tiene fuerza. Perder a Sally fue la última piedra que necesitaba para hundirlo más en su estanque de desgracias.

Sufre, patalea, implora, pero ninguna de sus plegarias es escuchada. Le gustaría dormir, cerrar los ojos y volverse invisible. Que nadie recordara su nombre y que todo fuera diferente. ¿Cómo sería el mundo si no estuviera? Le gustaría saberlo.

—P-Por favor —solloza, pidiendo auxilio a sus otras versiones. Sus lágrimas caen a la arena en gruesas gotas, uniéndose a la humedad de la playa.

—No hagas eso —le dice Percy de los piratas, incómodo—. Prefiero morir a pedir que me ayuden.

—¡Yo no maté a Sally! —gimotea, con el dolor corrompiendo su pecho, sin dejarle respirar bien—. ¡Fue Kai!

—¡Kai está siendo mejor que nosotros! ¡Mucho mejor que tú! —Percy de la guerra parece querer destruirlo. 

—Sally murió por tu incompetencia, no trates de culpar a Kai por tu ignorancia —dice Percy del mar, viéndolo decepcionado.

Cada versión, en quienes desearía conseguir un poco de consuelo, lo está atacando hasta reducirlo a una masa llorona y débil. 

Nunca creyó que se sentiría tan solo. Pero siempre se puede caer más, siempre puede haber un fondo más doloroso.

—No lo lograrás, niño —escucha, pero ya no le importa quién lo dice. Duele. Duele mucho.

Ante sus lágrimas silenciosas, mientras lucha por no morir ahogado gracias a sus pulmones, sus tres versiones lo miran como si no hubiera solución. Creyendo que todo lo que alguna vez fue el dios Percy morirá en manos de un chico mortal que llora en la arena, cada parte decide irse, dejándolo solo en esa playa oscura y fría.

Se siente tan pequeño, tan inservible...

Se sujeta el pecho con dolor, creyendo que su corazón explotará y que el mar subirá para arrastrarlo a sus profundidades. Sus lágrimas queman en sus ojos y la sangre corre más rápido, su nariz no puede atrapar el aire que necesita. 

—¡Percy! —el grito de Nico llega desde muy lejos. Agitado, el hijo de Hades cae en la arena junto a Percy.

Sus manos están heridas, pero no le da importancia. Percy siente el agarre contra sus hombros y encuentra la mirada inquieta de Nico.

—Respira conmigo —le pide. 

Percy niega, descubriendo que Nico luce más grande, muchos centímetros más grande. Debe levantar su cabeza para verlo.

—Percy —le pide Nico, aterrado—, te harás más pequeño. Respira conmigo —implora.

La playa alrededor comienza a derrumbarse, los riscos liberando pedazos gigantescos de roca para luego azotar la marea que se agita frente a ellos. Las olas enfurecidas golpean sus piernas, con intenciones de arrastrarlos. El cielo libera rugidos, una tormenta avecinándose con toda la fuerza que pudo acumular. 

Aún así, Nico no le da importancia. Se queda junto a Percy a pesar que el mar se muestre con ganas de devorarlos.

—Percy —Nico lo sujeta por los brazos y lo acuna contra su pecho, evitando que sea alejado por el mar—. Quédate conmigo. ¡Respira, estoy aquí! ¡Me quedaré aquí!

Sus palabras golpean su cabeza y lo sacuden, sus brazos brindándole un poco del calor que necesita. 

—No... No puedo.

—Sí puedes —Nico toma su rostro y lo obliga a que encuentre su mirada—. Sé que puedes hacerlo. Quédate conmigo y yo juro que estaré contigo aún cuando ya no me necesites —escucha y sus palabras calientan su pecho.

Libera un jadeo de dolor mientras sus pulmones crecen más de lo debido, más de lo que su cuerpo puede tolerar.

—N-Nico —sus manos aprietan su camisa, buscando un salvavidas.

—Respira —le pide. Una roca cae cerca de ellos y el agua azota el rostro del semidiós.

¿Alguna vez dejaría de necesitar a Nico? Imposible. No cuando el semidiós es quien le enseña a ser fuerte y es su pilar durante las tormentas.

Hace lo que Nico le pide aún cuando la playa está siendo destrozada. El agua sube a la cintura de ambos y las rocas caen más grandes. Percy se sujeta de los hombros de Nico y lo abraza con fuerza, casi sollozando cuando siente los brazos de Nico sujetarlo contra su cuerpo mientras los sacude el agua.

Percy es más pequeño que Nico, pero se siente más valiente que antes. No importan los rayos del cielo y tampoco los rugidos del mar. Que los riscos se despedacen y que el agua comience a cubrir sus hombros. No importa el miedo cuando está junto a Nico.

Cierra sus ojos con fuerza y con la magia que le queda, se obliga a despertar para sacarlos de la ensoñación. Percy respira de nuevo una vez abre sus ojos y mira que todavía sigue en la playa frente al funeral de Maya. Gira y encuentra que el fuego aún está vivo. Busca a Nico, quien se sujeta la cabeza con dolor. 

—¿Estás bien? —pregunta, arrastrándose para acercarse a Nico.

—Sí, sólo que no tengo buen dominio en ese tipo de poderes —despreocupa, frunciendo el ceño por el dolor.

Percy escucha el siseo del mar, pero lo ignora. No puede concentrarse en alguien más que en Nico.

Le ofrece su mano para que Nico se apoye y el hijo de Hades toma su ayuda, acercándose más. 

—No sabía que te proyectabas de esa forma —dice Nico, viéndolo con pizcas de tristeza.

—¿Cómo? —pregunta, sin atraparlo.

—Como un niño —dice el hijo de Hades, preocupado.

Percy libera una sonrisa triste, sin ánimos.

—No puedo proyectarme como un héroe —dice, mostrando sus razones.

Nico se abstiene a decir algo y elige apoyar su cabeza contra el hombro de Percy. Alcanza su otra mano y comienza a acariciarla, provocando en el mortal una calma abrumadora.

—Lo que dije... fue verdad.

Se recuerda de sus palabras y logra esbozar una sonrisa un poco más sincera.

—Muchas gracias, Neeks. Pero no necesitas arriesgarte por un vago intento de semidiós.

—¿Quién dijo que aún eres un intento de semidiós?

—Yo.

Nico levanta su cabeza y lo mira como si quisiera debatir, más prefiere seguir por el camino ligero.

—Vamos a dormir un poco —elige por ambos. Una de sus manos sube a cuello de Percy, acariciando.

—No creo que sea el mejor compañero para pijamada hoy —dice, refiriéndose a las pesadillas que tendrá por la muerte de Sally—. Podría arruinar tu sueño.

Nico sonríe enternecido y sus dedos están doblegando la firmeza de Percy.

—Duermo en un castillo lleno de esencias gritando de dolor. Tus lágrimas de gatito asustado no me interrumpirán.

—No puedo ser un gato, soy un hijo del mar —murmura, casi acurrucándose contra Nico.

—¿Prefieres lágrimas de sardina asustada?

Percy sonríe y asiente.

—Sí.

Nico se apoya en Percy para levantarse y sacude la arena de su pantalón. Caminan por la playa y llegan al cuartel principal, donde se aloja Percy como un invitado de importancia para Nueva Roma. Suben entre los escalones iluminados por antorchas, las sombras por el fuego alargándose temblorosas por las ventiscas de la noche. Hay velas por muchas partes, en señal del duelo y para que guíen a las esencias hacia el Inframundo.

—No sabía que Nereo y Doris eran tan expresivos —le dice Nico, subiendo las escaleras a su lado.

Percy sonríe al recordar los besos rojos que dejó Doris en sus mejillas antes de unirse al océano.

«¡Nereo, mi sombrero! ¡Agárralo, es mi favorito!»

El dios tuvo que pelear contra las ventiscas de la tarde para atrapar el sombrero de su esposa.

—Miles de años los han convertido en abuelos cariñosos —menciona.

—Creí que los dioses no le daban importancia a ese tipo de relaciones. De abuelos y padres y así... —Nico lo mira, curioso.

—Algunos lo hacen, otros prefieren ignorar los lazos para... ya sabes —carraspea, sin atreverse a decir nombres.

Nico sonríe, conociendo su silencio.

—¿Te imaginas que Rea nos envíe dulces por nuestro cumpleaños? —dice, viendo las escaleras de piedra que suben hasta el segundo nivel del cuartel.

—Rea vive en su propia vibra, ni siquiera se enteró de su templo —dice Percy, sabiendo que a Rea no le importa que hayan destruido una edificación de piedra. 

—¿Qué relación tiene el templo con los cumpleaños? —Nico alza una ceja, viéndolo como si hubiera perdido los hilos.

—Que Rea no sabe de nuestra existencia —sonríe, defendiendo su punto de los ataques inteligentes de Nico.

El hijo de Hades abre la boca para decir algo, pero luego se arrepiente.

—¿Cómo sabes que no lo sabe? —pregunta luego de resistirse.

Percy intenta hallar una defensa coherente, algo que no lo deje en evidencia contra Nico.

—Instinto —dice más como una pregunta, logrando que el semidiós sonría victorioso.

Terminan de subir y descubren movimiento en uno de los salones. Un legionario los encuentra y se detiene de forma abrupta, haciendo rechinar sus zapatos. Está pálido y sudoroso, parece que lleva algunos días sin dormir. Sin importar su estado, sonríe con alivio al verlos y se acerca de manera profesional.

—Nuestro sea, dios Percy —se inclina ante el hijo del mar—. La presidenta requiere su presencia en el siguiente salón junto al hijo de Hades —explica.

El chico no debe tener más años que ellos, aún así usa un tono de respeto y admiración.

Percy mira a Nico y el semidiós asiente por ambos hacia el otro.

El legionario da un saludo antes de dar media vuelta y regresar por donde vino. Percy y Nico llegan al salón, encontrando a Minerva y al resto de sus amigos semidioses. También está Hermes y un hombre que Percy recuerda a la perfección. Es Árdalo, el hijo de Hefesto que navegaba en su tripulación hace dos años. El semidiós pirata sonríe en reconocimiento cuando lo mira y se aleja de la mesa, dispuesto para abrazarlo con fuerza.

Percy apenas reacciona cuando ya tiene al hijo de Hefesto asfixiándolo con sus brazos fuertes y cubiertos de cicatrices. Le da unas palmadas en la espalda y sonríe mucho más aliviado cuando siente el aprecio de su tripulación acumularse en el pecho del semidiós.

—Fue mucho tiempo, capitán —le dice Árdalo, impresionado de verlo con vida.

—La vida mortal es larga —admite, con Árdalo manteniendo un brazo sobre su hombro. Lo escanea como si considerara su nuevo cuerpo humano.

Árdalo sonríe cuando encuentra su mirada y parece resistir las ganas de mencionar algunas cosas.

—Me alegro que puedan reencontrarse, pero hay cosas importantes sobre ciertas ciudades piratas —puntualiza Minerva desde su lugar. Ella los mira como si quisiera golpearlos con un libro de protocolo social.

Percy toma asiento y Árdalo a su frente, mostrándose dispuesto a seguir las órdenes de Percy con cada punto y coma.

—Llegó a nosotros una nota alarmante —explica la diosa, apareciendo la nota frente a Percy.

La sangre se derramará esta noche. 

—Provino de la ciudad Ocean Shores —con sólo escuchar el nombre, Percy sabe que está en enormes problemas. Árdalo también lo sabe.

—¿Quienes-?

—Piper, Leo y Grover —le responde Annabeth, sabiendo lo que quería preguntar. Ella luce asustada, casi aruñando la mesa.

—Los tres cortaron comunicación hace unos días y no supimos más. Sus pegasos tampoco regresaron —añade Minerva, dejando ver la esfera de Tritón vacía—. ¿Qué ocurre en esa ciudad, Percy? —la mirada de la diosa le advierte que será mejor que hable y le dé las razones de haber expuesto a sus semidioses.

—Ocean Shores es una ciudad que la lidera un anciano hijo de perra. Apuesto que llevará a los chicos a la horca —dice, comenzando a llamar a Blackjack con sus poderes—. No se preocupen, iré por ellos. 

—Iremos por ellos —dice Árdalo, levantándose cuando Percy lo hace.

—No tengo un barco. Iré con Blackjack y-

—¿Piensas enfrentarte al enemigo sin plan alguno? —lo corta Minerva, viéndolo con sus ojos de acero—. ¿Otra vez? —puntualiza.

Percy se recuerda que fue Atenea, la contraparte griega de Minerva, quien lo salvó de Hedoné.

—Iremos contigo —dice Luke, casi colapsando por la falta de adrenalina. Quiere escapar de los libros y de proteger a la hija de la presidenta—. Ellos son nuestros amigos también.

—Sin ofender, terrano —le dice Árdalo, con una sonrisa—. Ocean Shores no es para cualquier semidiós. Sus amigos fueron rodeados al primer día, ustedes son botines fáciles para los piratas de ahí.

—Eso fue porque estaban solos —dice Thalía, viendo a Árdalo con disgusto.

—No saben a lo que me refiero. Los piratas son muy quisquillosos, se enojarán si ven un barco lleno de semidioses llegar con los escudos de Nueva Roma —explica Árdalo, buscando apoyo en Percy.

El hijo el mar mira a cada uno de sus amigos, incluso a Hermes. El dios le da la valentía para hablar.

—Yo los envié al peligro, fue mi culpa que Parson los capturara. Iré por ellos con Árdalo y regresaré en unas horas —les dice y gira para hablar con Minerva, sin darles oportunidad a que persuadan—. Tomaré unos pegasos y volaré lo más pronto posible. Me comunicaré con Hermes para que puedan enviar un equipo de rescate —organiza lo mejor que puede y Minerva toma sus palabras.

Árdalo se irgue en todo su esplendor y camina hacia Percy con rapidez, siguiéndolo con la lealtad que podría tener toda una flota. 

—Creí que sus poderes estaban débiles, capitán.

—Lo están, pero esos niños son inocentes. No merecen la brutalidad de los piratas —dice Percy, bajando las escaleras con rapidez. 

—Hablando de piratas, ¿cuándo piensa unir a la flota? —le pregunta Árdalo con muestras de esperanza.

—Aún no lo sé. Mi dominio en el agua es débil, no represento muy bien la magia de la flota —admite, viéndolo con cierto grado de pena mientras caminan hacia los establos de Nueva Roma. 

Sabe que Blackjack está ahí, esperándolo.

—Eso no es verdad, yo lo veo muy bien —le dice Árdalo, esquivando a unas ninfas que llevan cestas con manzanas.

Percy le sonríe con aprecio. Llegan a los establos en tiempo récord y unos cuidadores están hablando con una mujer. Percy casi jadea del susto cuando mira a su hermana Rodo sujetando las cuerdas de Blackjack.

—Ya le dijimos, no podemos liberar a dos pegasos más. Es de noche.

—Oh, miren. Ahí viene mi hermanito —dice Rodo, victoriosa. 

Al ver a Percy, los cuidadores empalidecen y parecen querer esconder sus cabezas.

—Lamento molestarlos, pero necesito un pegaso más. Tengo la autorización de Minerva. 

Los cuidadores se deshacen en asentimientos y corren a los establos para liberar a dos pegasos. Percy frunce el ceño, a punto de cortar los gritos de alegría de un pegaso para regresarlo a su nido, cuando la mano de Rodo lo alcanza.

—Iré contigo —dice, más como una orden.

Árdalo mira a la diosa con mucha sorpresa y se queda paralizado cuando mira a la diosa obtener una armadura mágica. Ella chasquea los dedos y ambos semidioses se cubren el pecho con metal mágico y escudos en su espalda. 

Montan los pegasos y despegan sin mediar palabra, sabiendo que no tienen el tiempo suficiente para detenerse a charlar.

—¡Me gustan tus cicatrices! —le dice Rodo a Árdalo, sonriendo amable—. Me han dicho que los hijos de Hefesto son habilidosos con las armas —ella gira con su pegaso cerca de un puente con antenas.

Árdalo se sonroja y su cabello es azotado por el aire.

—¡Muchas gracias, Lady Rodo!

Percy no puede concentrarse en el resto de cosas que dicen, está esforzándose por no sufrir un colapso de nervios al saber que se acerca a Ocean Shores y no tiene más que a uno de sus tripulantes y a su hermana como ayuda. Le gustaría evitar que ellos sean heridos, pero quienes deben preocuparle son los mestizos que envió como sus voceros. Se siente tan culpable, que casi puede llorar que sus lágrimas desaparecerían gracias a la fuerza del aire contra su rostro. 

Llegan a Ocean Shores en tiempo récord, dejando a los pegasos en la playa, escondidos detrás de unas rocas enormes. Antes de que puedan seguir, Rodo les otorga capas negras para cubrir sus rostros el tiempo suficiente para infiltrarse entre las filas de piratas. Se apresuran hacia donde está el barullo, dejando atrás a los ebrios y las parejas que están teniendo sexo entre los callejones oscuros. 

Apuesta que Parson invitó a toda la ciudad para ver la ejecución, esa siendo la razón del silencio y que hayan tantos cerdos fuera de sus corrales. Corren lo más rápido que pueden entre los charcos de agua sucia y dan empujones a los que no quieren abrirles paso. Percy observa el escenario que montó Parson, con ganas de estrangularle. En una plataforma de madera, misma que fue arrastrada por sus soldados, esperan los tres semidioses con las cuerdas rodeando sus cuellos.

Percy puede ver el maltrato de la tortura, moretones en sus mejillas y las ropas manchadas por estar en las celdas más sucias. Percy mueve a una mujer ebria para acercarse más y mira a los guardias que crean la barrera para que no pase la multitud una vez caigan los cuerpos para robarles las cosas.

—¡Ojalá Percy estuviera aquí! —dice Parson, petulante en sus ropas de colores pastel y su panza de oso.

Su sonrisa victoriosa frente a los gritos de las personas sólo inundan de furia a Percy.

—¡Pero todos sabemos que es lo suficiente marica para no acercarse a nuestra ciudad! —dice y las personas lo apoyan.

Se gira hacia los semidioses y los señala con desprecio.

—¡Esto le demostrará que no debe enviarnos a sus perras a ladrar sus mensajes! ¡Le enviaremos sus cabezas, tal como le gusta! 

Las personas gritan en gozo mientras Parson se gira y mueve una mano con elegancia para decirle al hombre de la palanca que abra la cuerda.

Percy lo mira todo con ojos veloces, para saber quién será el primero en caer. Grover o Leo.

El hombre anciano de la palanca tira con todas sus fuerzas y Leo emite un sonido de dolor cuando es el primero en sentir el roce de la cuerda aumentar. Percy abre Contracorriente con una velocidad inhumana y la dispara hacia la base de madera que está en los soportes. Los pies de Leo quedan justo sobre su espada y abre los ojos, esforzándose por mantenerse sobre la espada.

El grito decepcionado de la multitud alerta a Parson.

—¡¿Qué sucede?! —exige al anciano de la palanca, empujándolo.

El hombre cae y se golpea contra las escaleras, dejando una herida en su frente.

—Olvidaba que eras un hombre demasiado hablador —la voz de Percy resuena y un silencio cae sobre la multitud.

Parson se gira como si estuviera en una película de terror, viéndolo peor que a un fantasma.

—¡Imposible! —chilla, consternado.

Percy se niega a fracasar esta vez y los tirones en su estómago son más duros cuando atrae el agua desde el suelo y se ayuda con ella para golpear a los guardias que intentan atraparlo. Árdalo se quita su capa y ayuda a Percy a luchar, intentando acercarse a la plataforma para cortar las cuerdas. Rodo se encarga de la muchedumbre, manteniéndola entre paredes de agua para que no puedan atacarlos, pero tampoco escapar. 

Percy le roba la espada a un tipo y con ella le corta el cuello, luego hace lo mismo con su compañero de armas y se enfrenta a otros más, atravesando entre las hendiduras de sus trajes. La sangre comienza a caer en los suelos de piedra mientras el barullo de las personas exige que asesinen a Percy. Logra llegar a la plataforma de madera y se encarga de cortar las cuerdas de los semidioses, sabiendo que Parson está intentando escaparse como la rata que es.

Otros guardias quieren detenerlo, pero los brazos de agua llegan más rápido y los aleja con un golpe lo bastante duro como para matarlos. Persigue a Parson en un juego del gato y el ratón, sintiéndose con las ganas de despedazar a alguien. Empuja a más soldados para acercarse al líder y cuando logra atraparlo entre una base de la plataforma, el hombre intenta apuñalarlo con una daga. Percy le arrebata su arma al instante y luego corta la mano usó para intentar herirlo.

Los gritos de dolor le llenan de satisfacción y no puede seguir haciéndolo porque más soldados se acercan para salvar a Parson. Pelea contra ellos a sangre fría, importándole poco los cortes que recibe o los puñetazos. Percy se encarga de cada uno y mancha sus manos con la sangre ajena, disfrutando de los gorgoteos antes de ver los ojos paralizados y luego, el silencio mientras la sangre corre por el suelo. Golpea a un soldado contra una piedra en su cabeza y luego le extrae cada gota de fluidos a otro enemigo.

Logra ver a Parson buscando venganza cuando Árdalo lleva a los semidioses lejos de la plataforma. Percy recupera a Contracorriente en su mano, disparándola hacia la pierna del líder. Un soldado intenta detenerlo y lo agarra por el hombro para girarlo y querer clavarle su daga, pero Percy se escabulle con agilidad y le arrebata su arma al soldado, encargándose de cortarle el cuello en un movimiento ágil. El hombre se sujeta el cuello con dolor antes de caer al suelo, aterrado.

Percy mira de nuevo a Parson mientras el hombre busca con mucha desesperación un intento de esconderse.

—¡Parson! —ruge Percy.

Sabe el esfuerzo de su hermana para contener a tantas personas. Eso le advierte que debe apresusarse.

El hombre lo mira peor que a un demonio y Percy lo alcanza con rapidez, clavándole la daga que le arrebató al soldado en el hombro.

El dolor estalla en los ojos de Parson, quien grita tan fuerte que podría provocar lástima en quien lo escuchara. 

—¡Maldito! —le dice el hombre, retorciéndose—. ¡Pagarás por esto! —dice entre alaridos de dolor.

Percy lo agarra del cuello de su camisa mientras observa como la tela color rosa y amarillo se tiñe del oscuro de la sangre. Parson araña su brazo, patalea con fuerza e intenta morderlo, pero la fuerza descomunal que ha inundado a Percy evita que pueda experimentar dolor ante los métodos de supervivencia del hombre. Lo lanza al medio de la plataforma y mira a Rodo empujar a la muchedumbre para que vean lo que le pasará a su líder.

—¡Elegiste traicionarme, refugiaste al enemigo y ahora imploras por venganza! —le dice Percy, obteniendo a Contracorriente en su mano.

La hoja de bronce celestial queda a unos centímetros del cuello de Parson.

—¡De ti y de Ocean Shores aprenderán el resto de ciudades lo que pasará si me traicionan! —las personas detrás de la barrera de Rodo muestran distintos niveles de miedo. Algunos con enojo, otros con pavor. 

Percy mira a Parson, quien parece que se ha orinado en sus pantalones. 

—¿Algo para decir, marinero? —dice, sonriendo frío.

Parson acumula un millón de cosas para decirle, más no tiene el valor para escupirlas.

—Ocean Shores te hará pagar, te perseguirán y te torturarán como mereces —sisea.

—Lo harán —asiente, relajado—. Si es que alguien de Ocean Shores sobrevive. 

Los ojos de Parson se abren de miedo y gira la cabeza para advertirle a sus pobladores, pero la espada de Percy atraviesa su garganta y sólo queda su expresión de miedo hacia los demás. Percy desliza Contracorriente con suavidad, apreciando la sangre que corre por la piel sucia y sudorosa de Parson. Cubierto del enojo, no es suficiente para Percy y comienza a apuñalarle la cara repetidas veces, lastimando también la plataforma de madera. La sangre y los restos vuelan hacia el rostro de Percy mientras sus brazos se llena de sangre. Montado sobre el cuerpo de Parson, termina por arrancarle la cara a base de apuñalarlo.

Los gritos horrorizados suben hacia el cielo nocturno mientras Percy mira lo que ha hecho. Encuentra la mirada de Rodo y ella puede sentir su furia. De forma instantánea, ella baja las barreras de agua y Percy comienza a caminar hacia las personas. Algunos intentan vengar, pero el agua que brota del suelo les derrite la cara al estar caliente. El suelo se desploma y los brazos de agua comienza a destruirlo todo, incluyendo las casas y los animales. 

Rodo se mueve de su camino y deja que Percy agote las pocas energías que tiene al destruir todo Ocean Shores. Es una fuerza desbordante, la destrucción que deja es devastadora y no deja opción a salvarse. Algunos mueren ahogados en su propia sangre, gritan de dolor al ser cubiertos por agua hirviendo, caen a las grietas que Percy abrió con sus poderes o sólo son ahogados. Nadie se salva, incluso algunos prueban el filo de Contracorriente. 

Las casas son barridas como plumas, las calles destruidas por las explosiones de agua, los chillidos de los animales. La única sangre que corre es la de Parson, más el sacrificio que Percy le da al mar es suficiente para que toda la ciudad quede ahogada y destruida. 

Un remolino se encarga de ser la cereza del pastel. Mezcla los cuerpos con el agua y luego abre una grieta profunda mientras el rugido del mar saborea las esencias que se hunden en su dominio. Ocean Shores queda irreconocible. Sólo el cartel que le da nombre a la ciudad queda en su lugar para que pueda ayudar a los viajeros a conocer lo que quedó de la ciudad pirata. 

Sally murió por tu incompetencia.

Eres una vergüenza.

Sólo estás arruinando las cosas.

No lo lograrás, niño.

No ganará.

Su poder proviene de mí, soy quien puede liberarlo de su castigo.

Cada frase hace rabiar a Percy al punto que colapsa en su interior y todo explota en reflejo de la lucha contra sus emociones. Enormes géiseres de agua brotan y arrancan a Ocean Shores de sus cimientos, lanzándola al aire por unos segundos, un instante donde se puede ver la llegada de la destrucción y no se puede hacer más que cerrar los ojos e implorarle al Caos por un poco de misericordia. 

Rodo corre y protege a los tres mestizos y al sátiro antes de que la magia de Percy los azote. Su burbuja se lastima y comienza a quebrarse mientras la avalancha de restos los golpean. Resiste con todo lo que puede reunir mientras el verdadero poder de su hermano menor le recuerda quién es el dios de la guerra y a quién deben rendirle tributo los piratas. Muchos milenios atrás, ella vio todo lo que hizo Percy para conseguir su lugar entre los mares y siempre se maravilló de ver la capacidad que poseía su menor para controlar el elemento.

Percy es una fuerza de destrucción. Representa la ira y la fuerza del océano, todo lo que muchos temen y respetan por miedo a morir entre sus aguas eternas. 

—Dioses, ¿cuándo terminará? —llora el sátiro entre los brazos de la semidiosa, quien a su vez es protegida por el hijo de Hefesto.

Rodo debe sostener la burbuja o todos serán arrastrador por la magia y terminarán al medio del océano, rodeados por tiburones y criaturas de Atlantis. Sus manos tiemblan por el esfuerzo, su magia cede ante la fuerza imperiosa que está liberando Percy mientras termina de borrar todo rastro que alguna vez existió Ocean Shores. 

—Lady Rodo, esta burbuja no aguantará —dice Árdalo, sabiendo el destino que corren.

—Lo hará —gruñe ella, manteniendo su posición. 

Puede ver su burbuja comenzar a quebrarse y deja que el agua se introduzca por las grietas.

—¿Cuánto dura la destrucción de una ciudad? —jadea la semidiosa, viendo el agua que comienza a mojar su pantalón.

Rodo no les responde, pues sabe que fuera de la burbuja, Percy no sólo está borrando a Ocean Shores del mapa, sino que también está liberando mucho de lo que no puede decir.

—Papá se enojará conmigo si muero ahogado —sufre Leo, resaltando sus poderes de fuego gracias a su padre divino.

Árdalo lo mira curioso a pesar de tener el agua a los tobillos.

Pasan los minutos hasta que el agua deja de entrar, dejándolos con la cintura ahogada. Rodo jadea por el esfuerzo, más no se atreve a destruir la burbuja. Están respirando con temor, casi flotando entre el agua fría y un poco sucia. 

—¿Qué ocurrió con Lord Parson? —pregunta Rodo a los semidioses.

—Nos encerró y nos torturó para que le dijéramos los planes de Percy para atacar a Kai —explica la semidiosa. 

Rodo camina mientras empuja el agua y levanta sus manos pálidas hacia el rostro de la semidiosa. Las heridas se borran al instante y parece que los dolores que estaba sufriendo desaparecen. Hace lo mismo con el sátiro y luego con el semidiós, dejándolos mucho mejor que antes. 

—¿Lord Parson tenía una venganza contra mi hermano? —le pregunta Rodo a Árdalo, quien parece sorprendido que la diosa le hable sobre esos temas

En otras ocasiones, los piratas veían a Rodo, pero ella nunca les intercambiaba palabras de no ser necesario. Nunca convivió con ellos como lo hace la diosa Cimopolia o el dios Tritón.

Árdalo niega con la cabeza, manteniendo el secreto porque Percy nunca le dijo que podía revelarlo. Hace uno siglos, Percy mató al hijo de Parson por traición a pesar que su padre rogó y pidió dar su vida a cambio de la de su hijo. Percy no lo permitió y el cuerpo del heredero Parson se mantuvo expuesto por una semana mientras que las aves carroñeras le comían los ojos y partes de la cara. 

Rodo sabe que miente, más no lo obliga a decirlo porque hay otras preocupaciones.

La burbuja se ensombrece y la mancha que se enseña sobre ellos sólo puede significar una cosa. Algo serpentea sobre la superficie de la burbuja y luego se hunde en el agua. Rodo debe saberlo, pues le dice al resto que se sujete de ella mientras abre su burbuja. La fuerza del agua que los golpea es sorprendente, aún así logran sujetarse a la diosa mientras se quedan boquiabiertos ante el barco que se alza a unos metros.

Como si nunca hubiera desatado el infierno en la ciudad, Percy los saluda desde el barco con una sonrisa débil y el cuerpo mallugado. Tiene un golpe en la mejilla que se oscurece y heridas en los brazos como si hubiera peleando contra una criatura de enormes garras. 

—¿Pueden subir con una cuerda o necesitan la rampa? —sonríe entretenido de verlos chapotear entre cadáveres.

—Maldito, baja esa asquerosa rampa para que pueda romperte la nariz —ordena Piper y el hijo del mar agranda un poco más su sonrisa.

Desaparece de la orilla del barco para luego dejar ir la rampa. La madera salpica agua, pero no importa para ninguno de ellos. Grover sacude su pelaje una vez está arriba del barco y sonríe enorme cuando Percy abre los brazos para recibirlo. Corre y bala feliz mientras lo apretuja, disfrutando de sentir que toda la humedad abandona su pelaje y queda más esponjoso. 

Luego, Piper y Leo lo abrazan, aliviados de estar lejos de la prisión. 

—Es una belleza —suspira Árdalo mientras acaricia el mástil central del barco. Se lleva una mano al pecho como si pudiera sentir la esencia del barco.

Rodo cierra la rampa y mira con una sonrisa orgullosa la creación de madera.

—Muy bonito, ¿de dónde lo robaste? —le pregunta a Percy, quien aún está siendo abrazado por Leo.

—El mar me lo dio —explica, inocente. 

Rodo alza una ceja y Árdalo lanza un gritito.

—¿Usó la gota de sangre? —se emociona como niño, casi besando el barco.

—Nunca falla —Percy le guiña un ojo y Árdalo patalea de felicidad.

—Si lanzamos una gota de sangre al agua, ¿el mar nos dará un barco? —pregunta Piper, boquiabierta.

—Sólo funciona en hijos del mar —Percy parece que quiere disculparse por eso.

—Percyyy —se queja Leo, liberándolo del abrazo.

Rodo sonríe al ver la interacción y un movimiento hace que gire la cabeza y descubre una bandera enorme que ondea bajo la luz de la noche, tan alta y demostrativa, que logra infundir miedo a quienes se atrevan a desafiarla. El escudo de los pegasos alrededor de la calavera, las espadas cruzadas y el color del mar en la tela. 

Mira a su hermano menor y el miedo porque logre sobrevivir se hace más profundo. No duda de su capacidad, pero teme por la ayuda que Kai está consiguiendo por medio de Poseidón. Cuando supo que su padre estaba ayudando a Kai, fue un golpe directo a su esencia. Quiso cuestionar, pero las advertencias de Anfitrite le hicieron guardar silencio por el bien de sus otros hermanos.

Ahora rechaza su falta de valentía. Su ayuda a Percy ha provocado que sea despreciada en Atlantis, así que no ha estado en muchas de las reuniones que celebra el Consejo Atlanteano. Tritón lo sabe, pero se resguarda la información por razones que ella entiende. No quieren lastimar la esperanza de Percy. Sabe que están haciendo mal, Cimopolia se los ha gritado, pero saber que su hermano menor podría morir no es algo fácil de llevar.

La risa de Árdalo la libera de sus pensamientos y se enfoca para no preocupar a Percy con su cara pálida.

—¡Quiero ir ahí! —pide Piper, señalando el nido del barco.

Busca la cuerda alrededor del mástil y tira con fuerza, siendo subida por el barco mágico. Grita feliz y saluda desde su espacio.

Rodo se acerca a su hermano y toca su hombro, sonriendo con suavidad.

—Regresemos a Nueva Roma —le dice y Percy asiente.

El barco truena por el movimiento en el agua y sus velas se abren como si estuvieran contra los aires de una tormenta feroz. El agua comienza a chasquear mientras empuja los restos de la ciudad y llegan a mar abierto. Árdalo arrastra a Percy hacia el timón del barco y hablan mientras señalan el mapa mágico del navío. Además, hay un mapa de constelaciones y una esfera mágica que enseña las posiciones de las criaturas más cercanas. 

Leo se acerca a la orilla y mientras pasan los minutos, los escombros de la ciudad desaparecen y llegan a aguas más limpias, oscuras por la ausencia del sol. Grover se acerca a su lado y miran también el roce de la madera contra el mar. Luego, observan hacia los cielos estrellados y la luna enorme, una que extrañaron mucho mientras estaban en las celdas. Avanzan con una rapidez gentil, acostumbrándolos al movimiento del agua contra ellos. 

—Orión —señala Grover hacia la figura de estrellas.

Leo se siente como niño al levantar la cabeza y sonreír hacia el cielo libre. Respirar el aire salado del océano.

Un relincho suena a lo lejos y luego, tres pegasos caen como estrellas sobre el castillo de la proa, agitando sus alas con fuerza. Grover se tiene que sujetar de la orilla para no caer al agua. El golpe de los pegasos fue suficiente para sacudir todo el navío. Percy llama a su pegaso, Blackjack y este corre a su encuentro, relinchando muy feliz mientras le restriega su cabeza. 

—Son tan hermosos —dice Grover, viéndolos con admiración.

Los pegasos parecen escucharlo, porque comienzan a pavonearse mientras sacuden sus crines bien peinadas. Grover ríe encantado y se lamenta de no tener semillas para darles. Rodo, que está sentada cerca del mástil central, llama a los pegasos y estos se acercan a ella, dejándose caer al suelo mientras se acomodan contra sus piernas. 

—Ven, pequeño sátiro. Ayúdame a peinarlos —le dice Rodo y Grover no se hace esperar. 

Se acomoda contra la diosa y comienzan a estirar los cabellos de las criaturas con sus manos mientras hablan con suavidad.

—¡Leo! —Percy lo llama desde la popa, donde está el control del barco. 

El hijo de Hefesto llega a ellos con una mirada curiosa, viendo los instrumentos de navegación y los mapas mágicos. Su cabeza comienza a crear ideas para mejorarlo todo y se maravilla con el sistema clásico, pero muy funcional del navío.

—Me gustaría presentarte a mi herrero e inventor —le dice Percy, señalando al otro semidiós.

Leo casi quiere gritar cuando se entera que Árdalo también es un hijo de Hefesto. El semidiós ha tenido participación en algunos libros o historias, pero ha pasado la mayor parte de su vida en la tripulación de Percy. Ambos hijos del dios comienzan a hablar de inventos a lo largo de la historia, de cómo es tener los poderes del fuego y vivir entre el mar. 

Enfrascados, Percy toma la oportunidad de escabullirse con su pegaso hacia la proa, saltar la orilla y llegar al bauprés, sobre el mascarón de proa que tiene a Rodo tallada. 

Blackjack se queda en el barco porque sus alas no le permiten saltar y se queda con su cabeza y trompa asomando entre los arcos de la orilla, vigilando a Percy. El mortal se queda apoyado en la madera, recibiendo los azotes de agua que libera el mar contra el corte que realiza el barco en la superficie. Sus piernas cuelgan alrededor del bauprés, buscando el equilibrio para no caerse al agua. 

Sus ojos nunca miran al cielo estrellado y tampoco a la luna que brilla sobre ellos, sino que miran hacia el mar que se abre contra su barco mientras intenta no pensar en lo que ocurrió hace unas horas. Sí, dejó su bandera estacada, destruyó la ciudad, mató a Parson y rescató a los chicos, mas no logra sentirse bien por lo que hizo. No es remordimiento, es sólo que no puede elogiarse y tampoco siente que se haya esforzado como debía. Cree que pudo hacerlo mejor.

Cierra los ojos con fuerza y se da ánimos a sí mismo. Es cuestión de acostumbrarse a las palabras de sus versiones inmortales y seguir en la guerra. Debe superar la muerte de Sally y honrarla como merece. Sabe que aún no puede aceptarlo, que la muerte de la ninfa es inexplicable para su mente mortal y, que cuando sea el momento, romperá a llorar por su ausencia. 

Ahora, se siente como un costal de sal ante su indiferencia, pero el estrés y las preocupaciones no le dejan reaccionar como debería.

Se siente desprotegido. Indefenso.

Diminuto.

Respira profundo y trata de no pensar, de sólo dejarse llevar por la magia del barco. 

No ganará. Su poder proviene de mí, soy quien puede liberarlo de su castigo.

La voz azota en su cabeza y lo hace abrir los ojos, sin poder encontrar calma en sus propios pensamientos. Mira hacia el cielo esta vez e intenta buscar respuestas entre las estrellas brillantes, quizá Urano le dé un guiño sobre lo que debería hacer. Piensa en la historia del inmortal y sus ánimos caen un poco.

Ojalá pudiera hablar con las Moiras.

 

Chapter 3

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Está comiendo el sándwich que logró alcanzar durante la cena. Cuando suena la campana, es una pelea contra los monstruos hambrientos que tiene por compañeros de cuartel. Esta noche, recibió un pellizco en la nalga y dos insultos, pero logró su cometido y consiguió su refresco de banana con fresa. El legionario está mordiendo su merienda a escondidas de su centurión, pero lo disfruta como al mejor de los botines. 

Su posición es en la muralla, donde aún se pueden ver las cicatrices que consiguió la piedra por la batalla del año anterior. Estuvo ahí, fue increíble ver la pelea sobre los pegasos y ver a la criatura primordial, al águila de Zeus, Arcus. Lo siguiente fue un poco más horrible. Arrastrar los cuerpos y sepultar a sus camaradas, saber que nunca pelearía contra ellos durante las comidas. Fue un poco duro, pero como cualquier cosa en la Tierra, deben morir para llegar a Elíseo y continuar su vida como esencias. 

No le da miedo la muerte, pero no quiere experimentarla tan rápido.

Le da el siguiente mordisco a su merienda y mira hacia el cielo nocturno. Hoy luce muy hermoso, lleno de estrellas junto a la brillante y redonda luna. 

Busca el refresco que dejó cerca de su banquillo y cierra los ojos mientras le da un trago. Disfruta del sabor y está por darle otro mordisco a su sándwich cuando mira una figura gigante acercarse por el mar. Su boca se queda congelada mientras sus ojos intentan distinguir lo que se acerca. Sin soltar su sándwich, camina hacia la campana de alerta y su mano sudorosa alcanza la cuerda, más no la sacude porque no quiere dar una falsa alarma. Estrecha los ojos e intenta ver mejor, ahora sí, dándole el mordisco a su sándwich. Sabe de maravilla gracias a la magia de Deméter. La diosa no puede abandonar la ciudad mientras los enemigos posean su espada, así que ella ha decidido encargarse de la alimentación en la Legión de Nueva Roma.

Cuando mira que se trata de un barco y la bandera oscura que se alza en el mástil central, casi deja caer su sándwich por la orilla de la muralla.

Acabándoselo a mordiscos, sacude la cuerda de la campana y las luces de Nueva Roma comienzan a despertar. Corre al otro lado de la orilla y mira que su centurión ha salido con las botas a medio poner y su espada en la cintura.

—¡Piratas! —grita el legionario a todo pulmón, alertando a casi todo el cuartel que se encarga de la muralla.

Los cañoneros comienzan a subir y preparar las municiones, los voladores se suben a los pegasos de batalla y los arqueros suben a sus escalerillas para posicionarse y disparar. Un grupo nutrido de al menos cincuenta legionarios se reúnen con armaduras y espadas para salir y luchar. 

La reacción es muy normal gracias a todo lo que se ha llegado a saber que hacen los piratas ahora que el dios Percy no está para detenerlos. Saquean ciudades mestizas, violan a quien se les cruce y destruyen a toda cuidad que no obedezca y les jure lealtad. Las atrocidades han puesto en alerta a su líder y ella le ha dicho a los centuriones que organicen defensas para proteger la parte de la ciudad que les ha sido asignada.

Su centurión llega de inmediato al medio de la muralla y se coloca unos binoculares para ver un poco a la tripulación que los visita.

—¡Son ellos! —jadea, impresionado.

—¿Quienes, señor? —le pregunta el legionario, con ganar de tomar sus binoculares para ver.

—¡Llamen a la presidenta! —grita su centurión y comprueba que su orden sea cumplida cuando mira a otro legionario partir con su pegaso.

—¿Señor? —pregunta el legionario, queriendo saber.

—La presidenta dijo que debíamos notificarle cuando el dios Percy regresara con los semidioses —le hace saber su centurión mientras le da los binoculares para que vea.

El legionario los toma y mira.

Desde el nido del barco, una semidiosa los saluda con efusividad mientras que en la proa, tres pegasos agitan sus alas. Mira hacia la bandera y casi se cae sobre su trasero al ver el escudo del dios Percy mostrarse como la corona. El barco se acerca a una velocidad controlada y llega hacia el muelle recién construido. Del barco bajan los dos semidioses en peligro y el sátiro que los acompañaba, tan felices de pisar tierra amiga otra vez.

De una sombra y levantando algunos gritos de susto, llegan los semidioses que han ayudado al dios Percy. En un instante, la diosa Minerva aparece con su armadura de plata y pide que abran las puertas, pues los semidioses con ella parece que tumbarán la muralla. Por medio del muelle, los semidioses logran encontrarse de nuevo y parece que fue una agonía esperar. 

El legionario se distrae de ellos y mira cuando el dios Percy se gira hacia su barco y con un movimiento suave de su mano, hace que su navío retroceda con ayuda del agua y cuando está a una distancia prudente, el barco comienza a hundirse en las aguas oscuras. Burbujea y las velas dejan de sacudirse mientras se mojan. La bandera es lo último que logran ver y después de ello, el barco desaparece.

El legionario mira a su centurión y le pide permiso para irse a comer otro sándwich para procesar lo que acaba de ver.

. . .

Percy está frente el mar, creyendo que no puede dejar de verlo porque sabe que en alguna parte, su elemento escondió la esencia de Sally. No se atreve a preguntar, se siente el menos digno para saberlo. Aún así, espera. Se encoge en la arena y mira el horizonte en busca de una señal. El sol está comenzando a salir, pareciendo muy temeroso esta vez. El otoño está por llegar, acariciando con sus ventiscas frías. 

¿Así se sintió Lord Parson cuando mató a su hijo?

No podía dejarlo vivir. El chico fue un traidor y el resto de capitanes piratas de la Hermandad exigía su cabeza.

¿Qué es la traición ahora?

Ya no sabe cómo definirla. Al final, todo el que la comete, termina muerto. No importa los motivos, cada uno caerá al camino que lleva hacia el Inframundo sin opción.

—¿Qué haces aquí solo? —le pregunta Tritón, sentándose a su lado. 

—Nada —dice la verdad más pura que ha podido admitir.

Tritón también busca entre las olas, entre la línea azul que divide el cielo y el mar.

—Aún no puedo creerlo —susurra el mayor.

Percy se detiene a pensar en cómo debe sentirse su hermano ante la muerte de Sally. Él la conoció primero, vivió muchos más años de sus consejos y enseñanzas, la amó de una forma sincera y leal. Nunca buscó otra pareja porque decía que su mar era Sally. Ante el rechazo de la ninfa, tuvo algunos encuentros casuales para tener descendencia, logrando así engendrar a las sirenas y a otro grupo de ninfas. Nunca tuvo hijos varones o criaturas, por eso siempre consideraba a Percy como el hijo que nunca tuvo, pero que llegó a enseñarle que, en realidad, los niños eran un dolor de cabeza.

La mayor parte del tiempo Tritón enfrentaba a su padre para reducir sus enojos y alejar a Percy de los castigos, pero habían veces en las que Percy decidía tomar las maldiciones para demostrarle a Poseidón que no le tenía miedo. Eso también era otra de las constantes penas de su hermano. Luego, Cimopolia y por último Rodo. Los tres han sido los grandes maestros de la paciencia para Tritón, demostrándole que si las cosas van mal, pueden ir aún peor.

—Lo siento mucho —dice Percy, con el nudo del arrepentimiento cada vez más grande.

Tritón lo mira y luego sonríe.

—No fue tu culpa —su mano alcanza el hombro de Percy.

—Lo fue.

Y ahora, también le ha quitado su gran amor a Tritón, quien no ha hecho más que ayudarlo. Su ambición por destruir a Kai y a Poseidón le cerró los sentidos y ahora descubre lo que ha hecho. Fue tan inmaduro, tan insensato y cruel. Sally siempre estuvo enamorada de Poseidón, ella sólo creyó que el dios la amaría por darle un hijo mestizo. No era su culpa entregar un amor puro e inocente. 

—Pequeño, estás siendo muy duro contigo mismo —le hace ver, pero Percy no quiere saberlo.

Ante su silencio, Tritón alarga un suspiro y se acerca más a Percy. 

—No estoy enojado contigo —le promete su mayor, abrazándolo por los hombros.

Percy mira hacia el mar con toda su atención, tratando de no mostrar su miedo. Tritón es de los últimos a los que quiere decepcionar. No podría vivir al saber que su mayor lo odia al haber dejado morir a la ninfa que más amaba. 

No le dice nada y eso entristece más al mayor. Sabe que Percy siempre ha tenido dificultades para perdonarse a sí mismo. Todas las veces que Poseidón le dijo que algo era su culpa o cuando Anfitrite castigaba a otros por los enfrentamientos con Percy, cada parte ha sumado en sus hombros y lo han hecho creer que cada que pasa algo malo, es su culpa. Algunas veces les preguntó si era el dios de la mala suerte.

—¿Te quedarás en Nueva Roma? —le pregunta, queriendo saber por su bienestar.

—No —admite—. Iré a Nueva York para ayudar a May con el departamento de Sally. Luego buscaré el resto de ciudades piratas.

—¿Qué hay de la espada de Deméter?

—Minerva le asignará la misión a otros mestizos. Ella cree que estoy indispuesto para sobrellevarlo.

Tritón nunca le dirá, pero él junto a sus hermanas fueron los que le pidieron a Minerva porque dejara a Percy fuera de la misión. Su hermano necesita digerir muchas cosas. Necesita concentrar de nuevo su esencia para no sufrir una separación. Lo mira muy distante, cada vez está más lejos a pesar de que sus poderes estén mejorando. Quiere llevar a Percy con Asclepio, que el dios le diga lo que ocurre con su interior.

—Todo estará bien, Percy. Míralo como algo bueno, esto te dejará respirar —intenta animarlo.

Percy asiente en silencio.

Tritón regresa su mirada al océano y su corazón tiembla por lo que quiere decir.

—Hay una forma, para alejarte de Poseidón y Kai —murmura, con el picor de sus ojos creciendo a cada segundo—. Yo... no quiero que algo te pase. No quiero que te lastimen más.

Percy mira a su hermano y puede leer el sufrimiento en sus ojos.

—Sé que no he sido el mejor protegiéndote, incluso Cim lo ha hecho más que yo —esa verdad pesa en el pecho de Tritón, ahogándolo—. No puedo permitirlo más, no mereces pagar por los pecados de Atlantis.

—¿A qué te refieres?

—Existe un hechizo. Te ayudará a quedarte lejos del peligro, pero mantendrás tu poder en el océano.

La mirada curiosa de Percy hace que Tritón suspire tembloroso.

—Algunas ninfas lo hicieron hace muchos años para esconderse de Poseidón. Ellas... se apuñalaban en las aguas de Talasa y se unían al mar primigenio. 

Percy abre los ojos, aterrado.

—¿Sacrificarme a Talasa? —pregunta, nervioso—. Nadie la ha visto desde hace milenios.

—Pero funciona.

El menor mira hacia el mar, uno que besa la orilla con mucha calma.

—No puedo hacer eso. Aún si lo quisiera, no puedo dejar que otros se encarguen de Kai —hace ver.

—¡No voy a dejar que mueras por el bastardo de nuestro padre! —espeta Tritón—. ¿Acaso no lo ves? Tienes a todo Atlantis en tu contra, muchas ciudades piratas están cambiando su lealtad. N-No quiero perderte por una guerra que no lo vale.

—Lo hace —Percy se gira por completo hacia Tritón, queriendo defender su punto—. Esto significa la guerra del mar contra-

—¿Crees que el mar te ayudará más que a Poseidón? —la pregunta cae como una pesada roca en el estómago de Percy.

Ese era un punto que deseaba no resaltarlo.

—Pero si tú eres el mar... tendrás la fuerza para detener las flotas de Kai y Atlantis —hace ver.

—¿Me quedaría en el mar para siempre?

Tritón niega al instante.

—Hay una forma de regresar. Pero sólo funcionaría si el Talasa lo permite... —deja ver, mostrando la desventaja. La única y la más peligrosa.

Percy guarda silencio por unos segundos y luego, deja ir un suspiro.

—¿Qué debo hacer? —pregunta, dispuesto.

—Se dice que el Océano romano conoce el camino para llegar a Talasa, a su isla primordial. Ella te dará su hoja y con tus manos tendrás que atravesar tu corazón y entregárselo al mar.

—¿Y luego de eso?

—Perderás tu forma y te convertirás en agua. 

Percy mira hacia sus manos, aturdido.

—Yo me encargaré de regresarte. Lo juro por Estigia.

Talasa es la diosa primordial del mar, la primera, quien con su fuerza fundió las rocas y creó las islas. Ella, Urano y Gea, fueron los primeros tres elementales. El mar, el cielo y la tierra. Muchos creen que fue Ponto, otros dicen que es un versión masculina. Pero nadie como los hijos del mar para saber que Talasa es la madre de la vida marina, quien controla las brisas, las tormentas, las fosas, todo lo que constituye el mar. Es la personificación de las aguas, la conexión entre lo mortal y lo cósmico, la descendencia del Caos en la forma más pura desde la unión de Día y Éter. Ella fue quien le dio poder al elemento, quien estableció el miedo y el honor. Incluso Poseidón debe inclinarse ante ella si llega a imponer el orden en su reino.

Talasa es cada ola que besa la playa, la brisa que flota entre los barcos, las algas que bailan con los peces y la sal que se adhiere a su piel.

Percy creyó que fue ella quien lo había abrazado, pero Hécate que dijo que eso era imposible. Que el pensamiento del mar era superior a todo lo que Percy sabía.

Los primordiales no toman formas físicas, no hablan con sus hijos sobre la escuela y tampoco salen de paseo. Ellos están entregados a las tareas que les dio el Caos ante su creación, existen para darle forma a la Tierra y completar la vida de todas las criaturas que existen. 

Ella es superior a todo el entendimiento. Ella no puede perder su tiempo primordial en ver sus lágrimas de niño. 

Percy mira a su mayor, buscando la esperanza que necesita para arriesgarse y acudir a una diosa primordial que ha preferido alejarse del mundo. La mirada azul brillante de Tritón le brinda la confianza, el cobijo que necesita en ese momento de incertidumbre. Puede fracasar otra vez, o puede conseguir la ayuda de la diosa. Significaría dejarlos a todos, arriesgarse a liberar sus memorias y confiar que podrá ser el mar mismo para controlar y destruir las flotas de Kai. 

¿Puede hacerlo?

¿Tiene la capacidad que se necesita para usar el poder del mar primigenio?

—Sé que escucharlo asusta —Tritón alcanza el rostro de Percy, buscando su mirada. Su mayor ya no esconde sus lágrimas—. Apuñalarte y esperar que Talasa tome tu plegaria. 

Los dedos de Tritón limpian sus mejillas y es como se da cuenta que está llorando. 

—Pero también sé que puedes hacerlo. Que nadie es más valiente que tú. Nadie tiene un corazón como el tuyo, así que confío que Talasa te tomará en sus brazos. 

—Eso me alejará de ti —murmura, débil.

Tritón sonríe a pesar de sus lágrimas.

—Siempre serás mi pequeño. Eso nunca lo dudes. Nunca —el abrazo de Tritón lo aborda como esperaba y la sorpresa lo hace llorar. No de dolor, tampoco de tristeza. Llora de alivio. De saber que puede correr y refugiarse cuando los días sean más grises.

Percy aprieta el cuerpo de Tritón contra el suyo para guardar su aroma a mar y las partes incompletas comienzan a crearse, siendo una nueva versión de lo que alguna vez perteneció a sus antiguas glorias. Se sujeta de Tritón como un marinero al medio de una tormenta a una roca, sabiendo que puede morir, pero al menos eso le da un pequeño hilo de esperanza. 

. . .

Luke está hablando con Annabeth mientras Percy termina de llenar su mochila con los mapas que le dio Minerva. El salón es silencioso, oscurecido gracias a la ausencia del sol y por las nubes grises que se han hecho permanentes en el cielo. Alcanza otro mapa de una ciudad que aún no han visitado y lo empuja dentro de su bolso. Su cabeza sigue embotada por lo que dijo Tritón, más no puede viajar ahora porque tiene algunas prioridades. 

—¿Capitán? —la voz de Árdalo llega desde la puerta del salón y Percy le sonríe.

Luke los deja en privacidad porque hablarán de cosas que no puede saber. 

—¿Regresarás a tu ciudad? —le pregunta.

—Eso quería saber —le dice Árdalo, con pequeños rastros curiosos—. ¿Aún no quiere reunir a la tripulación?

Percy mira al semidiós y luego hacia los mapas en su mochila.

—Lo haré. No debes preocuparte por eso. Hablaré con Minerva para que puedas unirte a Nueva Roma si no quieres regresar.

Árdalo se acerca a Percy y se apoya en la mesa donde estaban los mapas. Parece luchar para encontrar lo que quiere decir, más no logra conjugarlo bien.

—Yo... puedo acompañarlo a Aquópolis. Nadie pondrá en duda su poder, capitán —le promete.

Percy le regala una sonrisa cálida y asiente, confiando en lo que dice.

—Viajaremos a Aquópolis —le dice y Árdalo no cuestiona sus palabras.

—Sea cuidadoso, capitán. Las lealtades hacia Kai se han multiplicado. 

—Lo seré —ríe ligero y Árdalo parece relajarse. 

Ambos comparten un abrazo fuerte, un capitán y su tripulante esperando volverse a ver. 

—Dejaré el barco para ti —le dice y Árdalo parece querer brillar.

—¡Capitán! —no puede creérselo.

Percy lo sujeta por los hombros, sabiendo que ahora Árdalo le saca varios años de edad en ventaja.

—Disfrútalo. Lo mereces —Árdalo se hincha de la felicidad y con una mano en el pecho, el semidiós hace una reverencia hacia Percy con aprecio.

—Nuestro sea, dios Percy —le dice y el mortal llega a sentirse incómodo bajo su propia piel.

No tiene un sólo gramo de dios.

Nunca será un dios.

Sólo es un niño jugando en las ligas mayores.

Se despiden y mientras sale de la Legión junto a Luke, encuentra a muchos legionarios que lo miran con admiración y otros con respeto. Lo que ocurrió en Ocean Shores ya se ha esparcido, todos saben que la ciudad pirata ya no existe, más no conocen las reacciones negativas que recibirá Percy con los suyos por lo que ha hecho. Estaba enojado, tenía las emociones rotas y Parson quiso lastimar a los chicos que le brindaban ayuda. Sólo está arruinando todo el legado que mantuvo su versión inmortal con los piratas.

Los pensamientos cada vez se hacen más pesados.

Luke suelta un suspiro y lo abraza por los hombros, recostándose.

—No vuelvas a escaparte, ¿sí? 

—¿Por qué? —sonríe. 

Caminan por las calles de la Legión a su ritmo, uno un poco empujado porque Luke se niega a soltar a Percy.

—No fue fácil saber que estabas es problemas. Cada que escapas, algo malo sucede.

—Lo siento —se ríe—. No quise preocuparte.

—Nah, yo no estaba preocupado. Digo, a nadie le gustaría tener a un hijo de Hades viéndolo con enojo porque su mejor amigo se escapó. Sabes, es un poco ofensivo que vivas en mi departamento y no sea yo quien tenga el título de lugarteniente y mejor amigo. Luego, aparece mi papá y se pavonea como tu mejor amigo inmortal. ¿Y yo qué? ¿En dónde queda el guapo y súper fuerte Luke Castellan?

—¿Entre los brazos de Annabeth Chase? —intenta y Luke sufre un escalofrío con una sonrisa coqueta.

—Eso no suena tan mal —murmura.

Percy no quiere saber lo que hicieron esos dos mientras estaban en el cuartel de Minerva.

Luego, su cerebro reacciona con las palabras anteriores de Luke.

—¿Nico estaba preocupado? —su panza da unos giros, provocando una sonrisa que a ojos de Luke es extraña.

El hijo de Hermes arruga la nariz y mira a Percy, entrecerrando los ojos.

—¿Qué se traen tú y Nico? —menciona y Percy esfuma su sonrisa al instante.

—Nada.

Luke lo mira por más tiempo del necesario hasta que prefiere no preguntarle más.

—Pues sí. Nico parecía que quería apuñalarme por haber dejado que te fueras solo a la isla Hedoné.

—¿Qué tal tu experiencia en la isla? —pregunta y Luke aplana su expresión.

—Hay cosas que es mejor olvidar. Y que mamá nunca las sepa —resume.

Percy le da la razón. A ninguna madre le gustaría saber que su retoño fue a un lugar donde pudieron terminar como esclavos sexuales de un anciano fetichista. 

—Hay que organizar otra noche de pizza y películas. Sin dioses esta vez, por favor —dice el rubio, arrastrando a Percy.

—Los dioses le dan diversión a la noche.

—No, claro que no. Me gusta llegar a casa y pensar que no soy un héroe olímpico.

—¿No quieres ser legionario de profesión? —pregunta, curioso.

—Quiero ser un amo de casa. Imagíname así, mi novia siendo líder del cuartel de inteligencia mientras que yo soy el guapo esposo trofeo. Dos lindos hijos de cabellos rubios y una bella casa en la colina —libera un suspiro.

Percy lo mira y sonríe un poco sorprendido.

—Tienes una proyección muy detallada.

—La tengo desde que conocí al tipo más genial en Nueva Roma. Es un amo de casa, su esposo es un rico profesor de la universidad de Nueva Roma y el tipo se dedica a cuidar de sus hijos y hornear galletas. ¡¿No es lo más perfecto?! 

—Si es lo que te gusta —se encoge de hombros y Luke patalea de emoción.

—Me fascina la idea —admite.

Llegan al departamento luego de comprar unas gaseosas de lata y pan para cenar. Los vasos de la noche de pizza siguen en la mesa y las cajas están en el basurero. Luke nunca pensó que tardarían tanto para completar esa misión y había olvidado que tenía un departamento entre sus pertenencias. Percy llega a su dormitorio, colocando los libros y los mapas sobre la mesa de estudio, lanza la mochila al armario y se deja caer a la cama. 

Luke ha encendido algunas luces y tararea para mantener su mente ocupada, arrastrando las sábanas de su cama por el pasillo para lavarlas. Percy aguarda en silencio, una necesidad arañando en su pecho por irse de ahí y buscar otro lugar para dormir. Piensa que está siendo excesivo con sus pensamientos por lo que decide hacerse una distracción y busca una camisa sucia para limpiar a Contracorriente.

«Cuánto tiempo. ¿A quién debemos arrancarle la cabeza?»

—A nadie —promete, limpiando las gotas de sangre que se acumularon en la empuñadura.

«¿Piensas arruinar mi brillo con esa cosa?»

Si su espada pudiera, estaría viendo con asco hacia su camisa.

«¡Lávame, niño! ¡Soy una espada de agua ahora!» exige, furiosa.

—Ya voy. Lo siento —se ríe de ella y camina hacia el baño.

Abre la llave y cierra la salida de la bañera para darle su merecido baño de burbujas a Contracorriente.

—¿Quieres exhibirme tus nalgas mojadas? —le pregunta Luke desde la puerta.

Percy está arrodillado frente a la bañera mientras mira las burbujas crecer en el agua.

—No. Contracorriente quiere bañarse.

Luke le mira, boquiabierto.

—¿Las espadas... se bañan? —murmura, sorprendido.

—No —ríe Percy, luego mira a Contracorriente y puede sentir las ganas de ella de apuñalarlo—. O tal vez sí —carraspea.

—¿Quieres bañar a Backbitter? —pregunta mientras saca su espada de doble color.

Contracorriente, que estaba esperando en la mano de Percy, se mueve con toda su fuerza y golpea la hoja contraria.

«¡El baño es mío!» gruñe a pesar de que sólo Percy pueda escucharla.

—No seas grosera —regaña Percy a su espada mientras que Luke está al color de una hoja.

—¡Esa cosa está embrujada! —pelea mientras abraza a Backbitter.

«¡Sí! ¡Casi rompe mi hoja!» la voz de Backbitter es varonil, como la de un hombre que le gusta intercambiar joyas y comprar oro. También cambiar dólares por moneda internacional.

«¡Te romperé más que eso!» sisea Contracorriente.

—Ya, ya, no pelees —le pide Percy mientras la sumerge al agua.

—¿Puedes escuchar a tu espada embrujada? —le pregunta Luke.

Percy se gira a verlo mientras Contracorriente libera burbujas desde el fondo del agua.

—Sí...

Luke mira hacia su espada y luego a Percy.

—¿Qué dice? —enseña su arma y Percy mira su brillo especial.

—Nada.

—Dijiste que puedes escucharlas.

—Pero no está diciendo nada.

Luke mira a su espada.

—Habla —le pide a la hoja, pero Backbitter está en silencio—. ¿Dijo algo?

—No.

—Quizá es penosa.

«No le hagan caso, es una espada añadida» se sacude Contracorriente en el agua. 

Percy alcanza una esponja y mientras que Luke sale del baño pidiéndole a su espada que hable, Percy enjabona a su espada mientras ella ronronea y vibra de felicidad. Toda la sangre, sal y tierra abandonan su cuerpo metálico y dejan una reluciente espada que se presume. La ayuda para tomar su forma de guerra y limpia las joyas incrustadas, entre las orillas de los tallados y donde su palma se aprieta con la empuñadura.

«Mira mis joyas, están brillando» ríe Contracorriente, feliz.

Percy sonríe con ella y algo le hace creer que no merece sonreír porque debería estar en duelo. Los parches de intentos para no recordarse sobre la muerte de Sally desaparecen y regresa el dolor a su pecho. Su espada evapora el agua de su metal y se queda en silencio, respetando su dilema personal. Percy, a pesar de que Contracorriente ya se encargó, alcanza una toalla y la limpia, frotando con suavidad. 

Una vez lista, disminuye el tamaño de Contracorriente y la guarda en su pantalón. Se apoya en la orilla de la bañera mientras mira el agua sucia desaparecer por el desagüe, girando como un remolino en lo que arrastra la espuma. Se siente embestido por sus emociones, que aún sin traducirse como deberían, aparecen para recordarle que tiene el corazón roto y que no puede olvidarse de eso tan rápido. Tenía tantas ganas de fingir que todo estaba mejorando, limpiar a Contracorriente, merendar con Luke y dormir hasta que sus propios sueños lo despertaran. No fue así.

Ahora, incluso colgar la toalla le hace pensar en Sally a pesar de que no tenga relación. Se siente lento, en una bruma que lo detiene y todo lo mira en diferentes tonalidades de gris. El baño se siente más frío incluso. Sus ganas desaparecen al instante y sólo queda un vacío que se retuerce en su panza y sube a su pecho, pesando como una tonelada de rocas. Se queda más tiempo del necesario viendo la bañera blanca que ahora parece gris. 

Sus piernas duelen cuando logra levantarse y se siente ajeno en su propio espacio. Sale y entra a su dormitorio. Mira los libros, los mapas y la silla, pero ya no logra entender por qué los llevó ahí. Se deja caer a su cama y no llora una sola lágrima, solo observa el caer de la noche. El silencio en su cabeza es angustiante.

. . .

Percy apoya su cabeza contra los libros. La imagen azul de Talasa inunda su ojo y se pregunta si las cosas no podrían empeorarse. La luz del exterior apenas si acaricia la orilla de su ventana y sólo quedan los edificios brillantes que se enfrentan al sol. 

La información sobre la diosa primordial es escasa. Muy pocos la vieron. Sólo aquellos como Urano o Gea. Sabe que los semidioses tienen muy malos recuerdos sobre la primordial de la tierra y Urano se mantiene lejísimos, sólo observando entre sus estrellas y planetas. Talasa es un punto inconcluso, vacío en su propia existencia y que las hojas son más bien plegarias y poemas hacia una deidad indiferente. 

Los dioses no hablan sobre los primordiales, mucho menos sobre la personificación del mar. Siempre se mantuvo lejos, era ella en su propio mundo de creación y tormentas, no habían escándalos amorosos ni hijos sangrientos. Sólo era Talasa y el elemento que se escapaba de sus brazos.

¿Quién podría ser el Océano romano? Él conoce la entrada a la isla primordial de Talasa, donde aún existen el mar primigenio. Los mortales no pueden ir ahí, en ese lugar se origina la vida que llega a la tierra desde las profundidades, el vientre de la existencia y el Caos. Talasa nació ahí luego de que Éter y Día se unieran en un encuentro pasional. Caos tomó sus magias y los hizo engendrar a la diosa. 

Alcanza un lápiz de su mesa y dibuja líneas sobre una hoja en blanco, buscando un escape para su imaginación atrapada.

Es la única pista. Un dios con nombre griego, pero romano. Océano es el hermano de Cronos, también hijo de Gea. Percy lo conoce, es un dios neutral, representa más al mar calmo y su participación en la Segunda Guerra Olímpica fue más por impresionar a Tetis al recuperar el trono que le fue arrebatado por Poseidón. Percy quiso apoyarlo, pero Tritón le recordó que eso sería apoyar a los mestizos que peleaban en ese momento, así que tuvo que abstenerse de participar. 

No ofreció su ayuda y el Consejo de Atlantis casi lo expulsa del reino por su ausencia en las filas de defensa. Gracias a eso, Percy logró acercarse a Océano y a pesar que el titán quiso alejarlo al inicio, al mostrarse en son de paz, el titán le permitió acercarse conforme a sus tardes de compartir entrenamientos y guerras de agua. Tetis fue muy amable, cariñosa y risueña. Ella le enviaba galletas con forma de delfín que llegaban mojadas al castillo. Sus hermanos siempre le advirtieron sobre su cercanía a los titanes, pero Percy nunca los consideró peligrosos.

Podría buscar al dios, llamarlo con la caracola que le regaló si es que puede acceder a su botín de cosas. Le gustaría preguntarle a Tritón si sus cosas aún siguen en el castillo de Atlantis. 

Las ideas en su cabeza se paralizan cuando una nace en medio de los planes.

¿Poseidón ya sabe que Sally está muerta? ¿Cuál fue su reacción?

Mira hacia el exterior otra vez y la curiosidad no lo deja como le gustaría. Se mueve con la silla de rueditas y alcanza la esfera de Tritón.

—Tritón de Atlantis —dice y su voz resuena con fuerza en la habitación.

Luke está en el cuartel, el silencio en el departamento es asfixiante a veces.

—Hola, pequeño. ¿Todo en orden? —le pregunta su hermano, apareciendo en la imagen deformada.

—¿Poseidón está enojado por la muerte de Sally? —dice de forma inmediata.

Su pregunta parece golpear a Tritón a la cara, quien parece que ha querido olvidarse del nombre de la nereida en esos días a la distancia. Parpadea aturdido y luego mira alrededor.

—¿Qué son ese tipo de preguntas, Percy? —ríe, incómodo.

—¿Lo está? —repite.

Tritón parece alejarse y esconderse en un salón del castillo, refugiándose detrás de alguna estatua. Percy mira todo desde la esfera, incluso escucha el quejido de Tritón al esconderse y encoger su cola.

—Ya no estoy para estos estirones —murmura.

Tritón aparece de nuevo en la imagen y alza una ceja, regresando a su expresión de hermano mayor.

—Agradecería que no hicieras ese tipo de preguntas mientras estoy rodeado de sirvientes —susurra.

—Yo no soy el que se tiene que esconder —sonríe.

—Sigue riéndote y haré que los hipocampos te muerdan cuando llegues al mar otra vez.

—Los hipocampos me adoran.

Tritón chasquea la boca y parece perder la pelea.

—Es verdad —admite.

—¿No dirán nada? —Percy se muestra preocupado por la mención de los sirvientes.

Tritón curva las cejas y luego ríe, ligero.

—No lo harán. Ellos siempre me cubren cuando me escabullo para ayudarte. 

Percy sonríe esta vez.

—Y...

—Ah, eso —suspira su hermano—. Esperaba que me llamaras para saber de mí. Conocer mi situación como un espía para el enemigo de Atlantis y eso...

—Tritón —apresura, sabiendo que su hermano dramatiza.

El mayor gira los ojos y hace una mueca, luego, al buscar entre su memoria, parece que ya no hay diversión dentro.

La imagen doblada de Tritón parece triste, acostumbrada.

—Madre casi apuñala a padre durante las cenas. No hay día que no piense en ella. Es bastante odioso —Tritón lo dice con absoluto disgusto, dejando al aire que Poseidón sí obtuvo el corazón de Sally y la dejó ir. 

Pero Percy no piensa en eso. Se da cuenta que sus hermanos siguen atrapados en las garras de Atlantis mientras que él sólo está fracasando en su vaga libertad. Descubre lo injusto que es y se pregunta si no podría ser más estúpido. Está siendo un ingenuo e inmaduro, ignorando el sufrimiento de sus hermanos en un castillo. Incluso aparecen para ayudarlo y darle de sus poderes, arriesgándose a que Poseidón los castigue. Ellos continúan en la tormenta y Percy está en la playa construyendo castillitos y llorando porque su batido no le gusta.

No puede ser más estúpido que eso. Impuso un nuevo récord que sólo él mismo puede romper.

Se queda como imbécil viendo hacia la esfera y de un segundo a otro, sus lágrimas por Sally se hacen insignificantes. Claro, siempre le dolerá que ella haya muerto tan rápido, pero aún tiene razones para no esconderse y enfrentar a los que tanto han lastimado a sus hermanos. Puede hacerlo, ya no es un dios pequeño, es un mortal rebelde que escupe hacia las aguas en señal de guerra. Quiere hacer lo que no pudo cuando era inmortal, lo que sus versiones divinas eligieron ignorar por miedo a Poseidón.

No puede ir y esconderse con Talasa, pero puede tenerlo como opción cuando se haya encargado de mantener a sus hermanos lejos de Atlantis. Ellos lo merecen. Rodo y su libertad en las islas, Tritón lejos de sus padres y Cimopolia fuera de su matrimonio.

Puede intentarlo.

Luego, descubre que está muy cansado y sólo quiere dormir un poco.

Se despide de su mayor con un beso al aire y la esfera queda transparente otra vez.

Ya no puede con esa montaña rusa de emociones, que en segundos puede pensar que logrará liderar una guerra y en otras sólo quiere esconderse en la primera roca y llorar del estrés. Ese desbalance emocional lo está acabando más de lo que esperaba.

. . .

—Toca tú.

—No, toca tú.

—Tengo las manos llenas.

—Yo también.

—Tú eres el hijo adoptivo.

—Y tú eres el hijo original.

Luke mira hacia la puerta y se balancea con nervios. ¿Cómo le explicará a May sus meses de ausencia porque su padre inmortal lo puso en una misión de búsqueda a su abuela ninfa? 

Antes de que puedan tocar la puerta, el cerrojo se gira y Cinco Kilos los recibe con un maullido regañón. Parece muy enojado. 

—¿Quiénes son, Cinco Kilos? —pregunta May, sujetando un cuchillo embarrado de chocolate.

Al verlos, lanza su cuchillo al aire y este apuñala la foto familiar con Hermes mientras el cuadro cae y se hace pedazos en el suelo.

—¡Mis amores! —la emoción de May es incontenible. 

Ambos entran a casa mientras que Cinco Kilos empuja la puerta con su cabecita anaranjada. May los abraza, uno en cada brazo y deja besos rojos en sus frentes, tantos que la macha colorida se hace grande.

—¡Sabía que algo bueno pasaría hoy! ¡Son mis amores bellos! —los arrulla, casi estrangulándolos con la fuerza que tiene.

Los arrastra a la cocina todavía entre sus brazos y Percy se golpea con un mueble. 

—Estoy preparando galletas y pan. Pero Cinco Kilos se comió mi levadura —dice May, viendo al gato que se rasca con toda la pereza del mundo.

—Puedo conseguirte más —ofrece Luke.

—Claro que no —ríe May, despreocupada—. Tú te sentarás aquí y tú aquí —deja a cada uno en una silla mientras se acerca a la nevera y extrae un pastel decorado en azul y blanco en forma de corazón—. ¡Les hice pastelito!

Corta enormes rebanadas y dentro hay una jalea de fresa que se desborda sobre el pan húmedo. 

Un croar de sapo los interrumpe y May lanza lejos su paleta de silicona embarrada de crema.

—Es verdad —jadea—. Estoy haciéndole un spa a este guapo. Cinco Kilos lo trajo de... la verdad no sé de dónde lo sacó, pero vi que necesitaba un rico baño en agua de banano. 

May extrae al sapo y lo deja sobre una toalla. Luke siente que el sapo los vigila con su ojo amarillo.

—No espera que se convierta en príncipe, ¿o sí? —pregunta Percy.

—Claro que no —ríe May.

—Aunque Hermes tiene cara de sapo —considera Percy.

Luke le pellizca un pezón.

—¡Te lo creo! —dice May, atrapando a Luke en un abrazo—. Por eso mi niño es todo un príncipe. 

—Mami —pelea Luke, pero May se aleja mientras regresa al sapo a un agua de pepino.

—¿Se quedarán por la noche? —pregunta, dejando caer su cabeza hacia atrás y pestañeando como mariposa—. Cinco Kilos ya no quiere compartir cama conmigo.

El gato alcanza a Percy por la pierna con sus garras y aruña con fuerza, jalando la tela para soltarle algunos hilos. Percy aguanta el dolor porque aprecia mucho el cariño del gato. Luego, de un brinco, Cinco Kilos sube a las piernas de Percy y comienza a restregar su cabeza contra su camisa, llenándola de pelos. 

—Aaaw, siempre fuiste el niño más mimoso —aprecia Luke, rascando bajo la barbilla del gato. Los ronroneos de Cinco Kilos pueden escucharse.

Luego, se cansa de tantos mimos y le da una mordida a Luke, sentándose sobre Percy como si fuera una silla más de la cocina.

—Está un poco huraño. Perdió una pelea hace dos noches contra otro gato —dice May, como si hubiera presenciado tal pelea.

Cinco Kilos sisea cuando Percy se mueve y lo amenaza con sus colmillos. Está atrapado.

—Eres un mal perdedor —le dice Luke al gato y eso no parece gustarle. Se lanza contra el rubio y le muerde el brazo—. ¡Auch! ¡Mamá! 

May llega para auxiliarlo y carga al felino entre sus brazos. 

—Sssh, sssh, ya, no te enojes —besa sus mejillas bigotudas y lo abraza, dejando ver la panza que oculta entre tanto pelo anaranjado.

May lo deja en el suelo y libera un suspiro.

—Tengo que lavar ropa —dice, dejando las masas sin atención y el horno encendido.

Desaparece de la cocina y Percy se dedica de meter las cosas al horno mientras que Luke persigue a May para preguntarle por la encargada del edificio. Su visita es con intención de limpiar el departamento de Sally antes de que llegue Kai. El hijo del mar escucha unos ruidos desde la calle, así que se abre la ventana y sale a la escalera de incendios, esperando ver a cierto duende pelirrojo.

Mira esos rizos salvajes y sonríe feliz.

—¡¿Te escapaste de tu olla, Leprechaun?! —pregunta.

Rachel busca como criatura en alerta y luego mira hacia arriba, casi ahogándose con los dulces que está comiendo. 

—¡¿Percy?! —grita, incrédula.

—¡No, soy el fantasma de Percy!

Rachel aprieta los puños y se despide de sus amigas al instante, comenzando a subir las escaleras mientras agita su mochila llena de amuletos. La fuerza de la niña lo atropella y caen dentro de la ventana mientras la menor patalea de la felicidad.

—¡Percy! —celebra.

El hijo del mar la apretuja con fuerza, oliendo su aroma a champú de frutas y chicle por la cantidad insana de dulces que ha ingerido. Hasta que Rachel ya no puede respirar, la deja ir y luego sacude su cabeza, alborotando más su cabello. 

—¿A dónde te fuiste? ¿Estás cuidando a otra niña? —se preocupa ella y se acerca para olerle el cabello—. No, sólo hueles a caballo. ¿Vives en un establo mágico? ¿Dónde está el caballito con alas?

Percy ríe entretenido y trata de relajar a la niña.

—Sólo me tuve que mudar. Pero dije que regresaría —dice y Rachel entrecierra los ojos.

—¿Haremos una pijamada hoy? —intenta.

—Tendré que pedirle permiso a May.

—¡Un duende! —grita Luke, empujando una silla para protegerse.

Rachel se levanta como una furia y mira al rubio, retándolo.

—Vuelve a llamarme duende y extrañarás lo que es tener cabello —dice y Luke parece haber encontrado un rival digno.

—Yo te conozco, eres la nieta de la señora de la tienda —dice.

—Y tú eres el que se robaba los dulces ácidos —recuerda la niña.

—No es cierto —defiende Luke, saliendo detrás de la silla y acercándose a Percy—. ¿Tan rápido regresaste a ser niñero?

Se encoge de hombros, sonriéndole al rubio.

—¿Podemos hacer una pijamada? —dice a cambio.

Luke mira hacia donde está May en su mundo y luego a ellos.

—Pero dormiremos en tu dormitorio porque mamá usó el mío como armario de arte —dice y Percy mira a Rachel.

La niña sonríe enorme y brinca como un resorte de arcoíris.

—¡Iré por las películas!

—¡Trae muchos dulces, niña! —pide el rubio.

Mientras acomodan la sala y dejan lo necesario para quedarse dormidos en el suelo. Percy ayuda a May para sacar las cosas del horno y Luke se encarga de cerrar las ventanas para que Cinco Kilos no piense buscar su segunda derrota. Ya vio al gato que le arrancó los bigotes, uno negro que tiene pecho y las patas blancas. Lo vio desde otro techo y le gruñó cuando lo vio junto a Cinco Kilos. Es un cristal lo que los separa, pero es lo necesario para evitar otra pelea apocalíptica.

El hijo de Hermes busca las pijamas y los bocadillos, encargándose de organizar cada parte de la celebración nocturna.

Rachel regresa con bolsas enormes de comida para compartir, escapándose de su abuela.

—Barbie y las estrellas del rock: Fuera de este mundo, debe ser la primera película.

—Pero los dibujos no se ven bien —pelea Rachel.

Luke parece ofendido.

—Es parte de la tradición, no puedes ver la saga de Barbie sin ver la primera película —hace ver el rubio.

—Prefiero Barbie Cascanueces —elige la niña.

—¡Esa me gusta mucho! —dice May desde su fortaleza de almohadas, acariciando a Cinco Kilos.

—¡No podemos lastimar el legado de Barbie comenzando con Cascanueces! —Luke agarra la caja de la película y la sacude.

Percy arruga la nariz, viendo a la muñeca rubia que aparece en todas las portadas. Hay unas con alas, vestidos enormes y en otras con ropa común. Rachel llevó toda una montaña de películas y dijo que eso sería suficiente para cruzar la noche. Aún así, Percy no conoce a esa muñeca, que parece llamarse Barbie en cada una de las cintas. Tiene perros amarillos y el color rosa estalla en sus ojos. Eso junto al olor de cereza que llevan las cajas.

—¿Cuál es el problema? Todas las películas parecen iguales.

Se giran a verlo, con diferentes niveles de preocupación.

—¿No conoces a Barbie? —pregunta Luke, asustado.

—Es una muñeca, ¿no? —enseña la caja del disco.

—No es sólo eso. Ella es todo lo que quiere ser. Astronauta, chef, bióloga, científica, sirena, profesora, ¡lo que sea! —Rachel agarra un puñado de cajas y las exhibe junto a sus mejillas.

—¿Y eso qué?

Luke libera un suspiro y cierra los ojos.

—El mensaje de Barbie es para las mentes iluminadas. No para simples mundanos que no conocen el potencial de la magia de la amistad y el amor —dice, ofendido.

—¿Qué es lo que se debe saber? Sólo es una chica que de forma mágica tiene poderes y salva al mundo con un perro amarillo y... una corona —enseña otra caja.

—No, no es sólo eso.

—Claro que sí. En todas es la misma señora rubia que salva al mundo con la magia del amor —sacude la caja.

—No te metas a temas que no conoces —le advierte Luke, ofendido—. Estás hablando con alguien que se le considera experto en la materia. Tú no eres más que un mundano que nunca ha conocido la magia Barbie.

Rachel asiente, apoyando las palabras de Luke.

—Necesitas muchos años de entrenamiento para llamar a Barbie: una señora rubia que salva al mundo.

—Además, Barbie tiene tramas que podrían gustarte —Luke agarra otra de las cajas y la enseña a Percy.

Barbie y la magia de Pegaso.

Percy alcanza la caja y lee el resumen que hay detrás, sin creer que esa muñeca conozca sobre sus criaturas.

—También hay: Barbie en una aventura de sirenas, Barbie Fariytopia: Mermaidia, Barbie y los delfines mágicos, Barbie poder de sirenas, Barbie en una aventura de sirenas 2 y Barbie: La princesa de las perlas...

—Esa no me gustó —admite Luke, arrugando la nariz.

Rachel abre la boca ofendida y voltea hacia el rubio, viéndolo peor que a un ignorante.

—Dicen que los rubios son un poco idiotas —murmura y Luke enrojece del enojo.

—¡Eso no es verdad! 

—¿Podemos ver esta? —Percy abraza la película de Barbie y los delfines mágicos.

—Claro que no. Para ver eso primero tienes que ver Barbie en: la princesa de la isla, Barbie Fairytopia y aventura de sirenas. Primera y segunda parte —explica Rachel, quitándole la película.

Luke no confía en ese orden.

—¿No sería mejor ver: Fairytopia, lago de los cisnes y luego isla de sirena?

Rachel abulta los labios en consideración, pero no parece gustarle el orden.

—¡Ya sé! ¡Veamos las doce bailarinas! —propone May, tan feliz que nadie puede decirle que no.

Mientras miran la película, Percy consigue unas trenzas con perlitas azules y verdes mientras que Luke se pone tubos de esponja con ayuda de May para conseguirle más "movimiento" a su cabello rubio.

Absorbidos en las películas, nunca miran a Cinco Kilos empujar la ventana y salirse en busca de ganarle al gato negro.

. . .

Percy se arma de valor y baja de piso hacia el departamento de Sally. May conservaba una llave de emergencia y Luke le dijo que le daría ese espacio para tomarse las cosas a su ritmo. Aprieta las llaves frías contra su mano y las escaleras se hacen más cortas de lo que esperaría. Las paredes se abalanzan, juntándose más para apretujarlo contra su pintura desgastada.

Toma un respiro en el pasillo que está cruzando hacia la puerta de Sally, dándose los ánimos que podría necesitar. Camina y descubre a una anciana empujando la puerta mientras le pide a su nieto que regrese al auto por unas bolsas. Ella tiene la puerta abierta y sostenida con su pie. 

Percy se apresura para acercarse.

—Señora, ese departamento aún no se ha limpiado. Mi amiga me pidió que lo hiciera —miente al instante, pero la anciana le mira con atención.

Busca en el interior del departamento y luego le sonríe confundida.

—¿Eras el novio de mi madre? —dispara y Percy se queda a cuadros.

—¿Qué? —jadea.

La anciana sonríe.

—Mi madre Sally vivía aquí. Imagino que debes ser su novio inmortal —susurra la última parte, viéndolo como si ella prometiera guardar el secreto.

Percy siente que su esencia abandona su cuerpo y sólo deja a un chico que no puede emitir palabras.

—Yo...

¿Cómo es que Sally podía ser la madre de esa anciana?

—Ven conmigo. Busquemos entre los tesoros de esa ninfa —ríe entretenida y deja la puerta abierta para Percy.

Aturdido, entra a pasos débiles en el departamento oscuro. La anciana enciende las luces y sobre la encimera hay un frasco de galletas duras, un cuaderno de contabilidad, algunas monedas y la fruta ya arrugada del cesto. La ausencia de la nereida es pesada. Percy aún puede verse desayunando en la misma mesa donde dejó los cuadros con las fotografías de Poseidón y Kai. 

La alfombra donde Blackjack dormía y la ventana por donde Cinco Kilos entraba para ronronearle a la nereida y robarle la comida a Percy, en especial el pollo.

—¿Todo en orden? —le pregunta la anciana, acercándose para verlo con sus ojos azules.

El color es tan doloroso de ver, el parecido es notable. Alguien tomó el color de Sally y lo dejó en los ojos de la mujer. Su aura es suave, un estanque de calma y armonía. Ella posee una sonrisa conocedora, cabello corto y gris por los años que carga, aún así, parece que fue una mujer fuerte y decidida. 

¿Todo en orden?

—No —admite, liberándose de algo que no sabía que estaba guardando.

¡Abue! ¡Mamá dice que debemos irnos! —dice un niño, entrando con ropa de karate y bolsas ecológicas.

—Claro, ve. Los llamaré cuando termine —le dice la anciana y el niño ni siquiera le presta pizca de atención a Percy.

Desaparece por la puerta y vuelven a quedarse solos.

—Niños. Tienen la energía de un huracán —ríe la anciana, abrazando las bolsas.

Percy le sonríe un poco, sólo para no ser grosero. La mayor puede leer su dolor, así que camina y cierra la puerta, arrastrando los pies mientras lanza un quejido sobre su rodilla. 

—¿Cómo te llamas? —le pregunta.

—Percy.

Ella abre los ojos, sorprendida y se queda en silencio por unos segundos. 

—No puedo creerlo. Tantos años de escuchar tu nombre y hacer altares para ti y ahora... luces tan humano —dice, como si eso fuera algo histórico. Percy se siente bajo una lupa por ella—. Supe lo que te pasó —lo admira, como si lo conociera de tantos años.

—No lo entiendo —dice, sincero.

La anciana sonríe.

—Me llamo Estelle. Mi madre y yo decidimos mantener oculta mi existencia para alejar a los atlanteanos. Soy su hija mortal, mi padre era un profesor. 

—¿El humano con el que vivió?

—Ese mismo —felicita ella por saberlo—. Puedo decir que conozco de los dioses y tengo pequeñas ventajas con el mar porque mi madre fue una ninfa —sonríe, orgullosa y con cariño.

Percy se queda tan impresionado que no puede decir ni mu.

—Sally no habló de mí porque preferíamos mantenernos en secreto. Ella siempre sería joven y hermosa y yo soy una anciana con dos nietos —dice, ligera. 

—Lo siento...

—¿Por qué?

La mirada cautelosa de Estelle lo evalúa y luego ella libera un suspiro.

—Tienes el corazón roto, cariño. ¿Qué fue lo que pasó? —pregunta la señora, sus ojos siendo una manta cálida que lo cubre bajo la tormenta de su pecho. 

—No debí guardar rencor.

Estelle parece que ha escuchado eso muchas veces, el arrepentimiento luego de decir cosas que no se sienten en realidad.

La mayor se acerca lo suficiente para compartir el calor de su mirada conocedora y alcanza la mano de Percy, acobijándola entre las suyas que están arrugadas y con algunos lunares. 

—Ojalá pudiera ganar dinero cada vez que alguien me cuenta que está arrepentido de algo —suspira, lamentándose—. Primero fue con mamá. Ella me juraba que ya no amaba a Poseidón. Y luego, cuando hubo oportunidad, la vi cayendo a sus brazos. Luego, mi mejor amiga regresando con el amor de su infancia. Las peleas de mi hija con su mejor amigo, incluso cuando mi nieta no eligió el conejo que quería sólo porque no era de su color preferido —ríe, divertida.

Luego, sus ojos se enfocan en Percy, quien parece hacerse pequeño a su lado.

—Si crees que debes arrepentirte por el resto de tu existencia por algo, entonces necesitas sanar muchas cosas —le dice, aplastando más el corazón de Percy—. Puedo saber lo que Sally significaba para ti, siendo lo mismo que ella significaba para mí —Percy encuentra la mirada azul de la anciana, una que le da oportunidad de acobijarse en su presencia—. La vida mortal es muy corta para llorar por los que nos han abandonado en las maravillas de la Tierra. 

—Sally murió por mi culpa. Si yo no la hubiera dejado cuando supe que Kai era su hijo, ella no habría intentado disculparse —gimotea, mojando la camisa de la anciana.

Estelle parece curiosa por algo.

—Kai —repite—. Hace tanto que no escuchaba su nombre. ¿Cómo está ese niño?

Percy le cuenta de la mejor forma, resumiendo en algunas partes y explicando la magia de los dioses. Al final, llega a la parte que a ambos les importa.

—La bruja que lo ayuda mató a Sally —dice con tanto desprecio que la anciana parece decepcionarse.

—Siempre imaginé que algo así ocurriría —murmura ella, sin creerlo—. El padre de Kai nunca me inspiró buenas energías. Mi brazalete del mar siempre se coloreaba de negro cuando Poseidón venía a visitarnos —expresa, huraña de recordar ese tiempo.

Percy mira hacia su brazo arrugadito y encuentra el brazalete en su muñeca, brillando a pesar de los años de funcionamiento.

—Es muy bonito —aprecia y la anciana sonríe, presumiendo.

—Algunas nereidas decidieron visitar a mamá cuando me tuvo. Ellas me lo regalaron —Percy toca la piedra central del brazalete y sonríe, recordándose de Doris y Nereo—. Mi padre siempre me contó que seguía aterrado de ver a las hermosas mujeres invadir su casa y preguntarle por el recipiente de la sal.

Sus lágrimas no dejan de caer, traduciéndose por el dolor que sus versiones inmortales han guardado.

—Lamento mucho lo que pasó —dice luego de unos minutos, recordando aún el pecho desgarrado de Sally.

Una mano de Estelle acaricia su espalda, ayudándolo a liberarse.

—Fueron largos años para mamá —murmura la anciana, un poco triste—. Ella esperaba tener el amor de Poseidón a través de Kai, pero fue imposible. Ella olvidó que ya tenía un hijo y que su amor por este brillaba más —los ojos de Estelle lo señalan con fuerza, feliz de poder compartir su duelo—. Su amor por ti lo transmitió en mí y gracias a ella puedo decir que te conozco mejor que cualquier mortal, Percy —sonríe y Percy pierde la fuerza que lo sostenía, dejándose caer sobre los hombros de Estelle.

La anciana lo abraza con cariño, prometiéndole en silencio que nada fue su culpa y que todo estará bien. 

—Debes ser fuerte en las peores tormentas, Percy. Ellas te enseñarán tu valor mediante su fuerza.

Percy está agarrado de Estelle como a un salvavidas, dejando fluir su dolor mientras que ella tararea una melodía de Atlantis. Es imposible no recordar las noches donde Sally lo consoló cuando estaba en su peor momento.

. . .

—¿Cómo es que nunca escuché tus plegarias? —pregunta a Estelle mientras comen galletas de almendra y beben chocolate.

—No lo sé —se queja la anciana, casi brincando de su silla—. Colocaba de todo en los altares. Una copa de sal, una copa de ron, estrellas de mar hechas de porcelana, un caballo de juguete y el barco pirata miniatura.

Percy hace una mueca mientras sonríe.

—¿Qué? —gruñe la anciana.

—El caballo es de Poseidón. Los míos son los pegasos e hipocampos.

Estelle lo mira incrédula y luego parece furiosa.

—¡No es verdad! —golpea la mesa, enojada.

—Lo dice en cualquier libro de historia —se defiende, pero Estelle no piensa escucharlo.

—¡Mamá me dijo que eran los caballos!

—¡Pues tu mami no sabe de historia!

—¡Mi madre era tu mamá también!

Estelle lo mira, retándolo a que diga algo más.

Percy prefiere remojar su galleta en el chocolate y comer, o terminará con la forma de un puño en la frente.

. . .

Pasan unos meses luego de conocer a Estelle, dejando que la anciana le hable a veces por medio de una esfera Tritón. Su hermano casi pierde la cabeza cuando supo de la existencia de Estelle y Percy supo que Cimopolia le dijo que podía intentarlo con la ancianita porque no pudo con Sally. No pudo reírse porque su mayor casi lo deja sin voz por al menos una semana.

Esta tarde, tiene una reunión especial con Ork y Árdalo. Luke está en una cita con Annabeth, así que tiene el espacio suficiente para hablar con ellos. Ork llegará en su barco y Árdalo lo recibirá en el muelle. Percy ha preparado galletas, copas y queso para untar, el favorito de Árdalo. Deja la luz de la cocina y se promete que luego le responderá a Will sobre si los pegasos anidan o no. Dice que es una apuesta para ganarle a Jason.

Está leyendo sobre Océano cuando alguien llama a su puerta. Al abrir, Ork aparece en su enorme abrigo afelpado y Árdalo sonríe detrás.

—Nuestro sea, dios Percy —dice Ork, dando una reverencia. 

Árdalo hace lo mismo y también lo abraza con fuerza. Los brazos de las fraguas casi lo asfixian. Ork camina hacia la mesa y se deja caer en la primera silla, liberando un suspiro profundo. De su abrigo, se saca una botella sucia y sin etiquetar de ron, logrando demostrar que fue añejada con los métodos tradicionales. 

—¿Por qué la traes escondida? —le pregunta Percy, sonriendo. 

Toma lugar en la cabecilla de la mesa. Árdalo se sienta frente a Ork.

—Los controles de Nueva Roma —explica—. No me confío en ellos. Todos anhelan probar una de estas niñas malas —dice Ork, sonriendo como pastelillo con sus mejillas de anciano.

—Se mira bien añejada —aprecia Árdalo, oliendo el corcho de la botella.

—Tuve a un anciano durmiendo sobre la caja de las botellas por más de diez meses. Su pestilente olor ayudó a que la madera de la caja aportara sus aromas también —-presume Ork, orgulloso.

—Sí que tuvo efecto —dice Árdalo antes de lamer una extraña mancha sobre la botella—. Sabe bien —asiente.

Árdalo abre la botella y el olor fermentado de la caña explota en la cocina. Árdalo alcanza las copas y Percy las llena hasta el borde. 

—Y bien, señor. ¿Qué tiene para nosotros? —pregunta Árdalo, pellizcando galletas sabor queso.

—No puedo decir que enviar mestizos comunes a las ciudades fue un fracaso, pero no quiero arriesgarlos más. Los piratas están divididos y debo reestablecer las lealtades. Ork, ¿el capitán Wood se ha comunicado contigo?

—Lo ha hecho, mi señor —asiente Ork, con migas de galleta en sus bigotes blancos—. Dijo que estará aquí durante el otoño del siguiente año. Trae información de Aquópolis.

—Suena esperanzador —murmura, esforzándose por ser positivo—. Me encargaré de visitar las ciudades del Este, eso me dará tiempo para buscar a Kai en su base de Atlanta. 

—¿Tiene una base en Atlanta? —dice Árdalo, sorprendido.

—Quirón me lo dijo cuando unos semidioses exploradores la encontraron. Dice que es más grande que la anterior.

—Debe serlo —asiente Ork, devorando las galletas y bebiendo ron como pez en el mar—. Con su ejército de bastardos, sus raciones de comida deben ser escasas y quizá duerman sobre su propia porquería.

Árdalo arruga la nariz.

—Según entiendo, si muere la bruja, Kai perderá el control de su ejército —dice Árdalo, queriendo saber toda la historia.

—No. Para liberar a los bastardos, Kai y Circe deben morir. No puede tener el control absoluto si la bruja sigue con vida —explica Percy.

Ork evalúa sus palabras y asiente,.

—¿Por qué? —pregunta Árdalo.

—Por la maldición de Hera. Ya sabes, ella es la diosa del matrimonio y eso. Hijos puros, cosas así.

—Ah, claro. Ella no sabe qué es que su padre desaparezca por irse a buscar botellas de ron —ríe Árdalo, divertido.

—Tu padre es Hefesto —murmura Percy.

—Sí, en mi caso fue mi madre —asiente Árdalo.

—Ah, cierto.

—Sí.

Percy no sabe cómo arreglar lo que dijo, pero por suerte Ork está para matar más al pez.

—¿Tu madre era prostituta o...? 

—Herrera.

—¿Y por qué te abandonó? —pregunta el anciano y Percy tose para cortar esa charla.

—¿Más ron? —ofrece y les sirve cuando le muestran sus copas vacías.

—¿Cuándo piensa viajar, capitán? —pregunta Árdalo, olvidándose de la pregunta de Ork.

—En una semana.

—Es un poco rápido. Yo no habré regresado a Ocean City para asignarle un grupo de viajeros —se preocupa Ork.

Percy le sonríe conmovido y alcanza una galleta.

—No debe preocuparse por eso. Viajaré con mi pegaso y la protección de Cimopolia.

Árdalo y Ork comparten una mirada.

—Lo despellejarán vivo si lo atrapan —declara Árdalo, como si viera su futuro.

—Muchas plegarias han sido levantadas en su nombre y al no tener respuesta, los piratas están enojados —dice Ork, acompañando las palabras de Árdalo.

Sabe que tiene muchas espadas al cuello, esperando su cercanía para degollarlo, pero no puede sólo esperar a que los piratas se acerquen primero.

—Sea cual sea el destino, viajaré al Este y trataré de tomar las ciudades. 

—Mi señor, es muy peligroso —teme Ork, bebiendo ron para calmar sus nervios.

—¿Podrían buscar a la Hermandad? —pregunta Percy a cambio, queriendo esquivar ser el tema central de la noche.

—Lo haré, señor —promete Árdalo—. Mejoré algunas cosas del barco y puedo viajar a casi ochenta nudos. Si uso un poco más de magia, lograré más velocidad para cubrir todo el mapa.

—Te daré una tripulación y los insumos —promete Ork.

—Envíalos al canal y me encontraré con ellos ahí. Bajaremos a las costas de Chile para buscar a Anne, dicen que está de vacaciones en la casa de su hijo. 

—Dale mis saludos a la capitana —pide Ork, recordándose de la valiente capitana irlandesa cuando la conoció en su juventud.

Comparten más ron mientras miran el mapa de Hedoné en la mesa.

—¿Piensa regresar? —pregunta Ork, viendo el mapa con cautela.

—Aún no. Sólo buscaré información por medio de los libros para saber sobre la maldición de Hera.

—¿Qué hay de Aquópolis? —pregunta Árdalo, curioso.

—Regresaremos ahí, sólo necesitamos aumentar la tripulación por si nos encontramos con amigos de Kai —sonríe hacia su emocionado tripulante.

Una vez Ork y Árdalo regresan a sus barcos luego de terminarse la botella y quebrarla como tradición. Percy guarda las galletas restantes y regresa a su dormitorio para leer entre los libros que le dio Annabeth sobre los titanes y en especial, los libros sobre Océano. Polipetes fue un buscador del conocimiento nato, teniendo miles de aventuras para poder llenar gigantescas bibliotecas con todo lo que había recolectado. Casi todos los libros que tiene sobre su mesa fueron escritos por el hijo de Apolo. El resto son referencias sobre las historias de los demás titanes y dioses.

Se deja caer sobre su silla y comienza a leer, tan concentrado que nunca escucha cuando Luke regresa a casa.

El rubio irrumpe en su dormitorio y busca alrededor. Percy lo mira asustado.

—Creí que te habías escapado otra vez.

—¿Por qué? —ríe.

—El silencio —apunta.

Asiente y regresa a su libro. Luke entra a su dormitorio y se deja caer en la cama, viendo los libros que hay encima.

—¿Qué haces?

—Investigo.

Luke hace una mueca.

—¿Sabes leer? 

Percy lo mira como ciervo frente a los faros y se rasca la cabeza.

—Un poco —murmura.

Luke mira la portada de uno de los libros y se pone a ver las imágenes de los titanes desnudos.

—Este tiene bonito pene —señala la imagen de Urano.

—Es lo único que le quedó ahí abajo —apunta hacia el nombre y Luke estira los labios en una mueca de dolor, recordando la historia.

Cierra el libro y se recuesta boca arriba, viendo hacia el techo.

—Percy.

—¿Sí?

—No me gusta que la presidenta de Nueva Roma sea Minerva.

Percy sonríe y se compadece de Luke.

. . .

Están en un parque jugando con Rachel y los chicos que Percy conoció mientras practicaba patineta. Luke pudo incluirse a ellos a la perfección, compitiendo incluso sin tener experiencia en las caídas. 

—¡Me voy a resbalar! —ríe Rachel, nerviosa.

—Te estoy agarrando —le promete Percy.

May está con ellos en el parque, tejiendo junto a otro grupo de personas a un lado del parque. 

—No tengas miedo, yo te recibiré —le dice uno de los chicos, ofreciendo sus brazos.

Rachel mira a Percy y este le da ánimos.

—Muy bien —tiembla la niña, apretando los puños—. Si me caigo, te arrancaré el cabello y te implantaré el del niño rubio —señala a Luke, quien estaba sonriendo, pero al escuchar parece preocuparse.

—No te caerás —ríe Percy.

—¡Te estás riendo! —pucherea la niña, más nerviosa.

—No lo hago.

—Lo hace —añade Nico, en una banca cercana.

—¡¿Verdad?! —Rachel se siente apoyada por su mega súper-duper y confiable camarada de aventuras en Mitomagia. 

Se conocieron, mostraron sus cromos y se hicieron amigos, ganándoles a todos en las noches de juegos.

Percy mira a Nico y este sonríe inocente. Esa sonrisa provoca una cosquilla inexplicable en el rostro de Percy.

—Te empujaré —dice Percy, comenzando a moverla en sus patines.

—¡No! —grita Rachel.

—Te estoy empujando —tararea divertido.

—¡Percy, no quiero perder otro diente! ¡Ya perdí muchos!

—¡Adiós, Rachel! —empuja más fuerte y los patines se deslizan mientras la niña parece que su esencia la abandona entre sus gritos nerviosos.

Rachel mueve sus brazos y se encoge cuando está cerca del otro chico, quien la recibe y la abraza mientras los patines chocan con su zapato. La niña abre los ojos y al verse entera, deja de respirar asustada y mira a todos, quienes esperan a su reacción final.

Mira hacia los patines y una sonrisa parte su rostro.

—¡Otra vez! —pide y se arrastra hacia otro chico para que la empuje.

Intercambian a la niña entre los patines hasta que ella cae encima de Luke. Pasan el resto de la tarde jugando y cuando la noche llega, aparecen en el departamento de May, donde un maravilloso olor a comida los recibe.

—Oh, ¿dejé el horno encendido? —pregunta May, inocente.

Los tres mestizos abren sus armas y protegen a la mortal detrás de ellos. Luke, más valiente que nunca, camina de primero y se queda a cuadros cuando mira a Hermes vestido en un delantal mientras saca su pyrex a rebosar de macarrones con queso. El dios sonríe feliz y enseña la comida que preparó.

—¡Bienvenidos! —dice.

Lleva un suéter de lana rojo, pantalones de mezclilla y la sonrisa más perfecta, la ideal para derretir el corazón de May Castellan.

—¡Mi amor! —saluda May, acercándose mientras Hermes la recibe entre sus brazos y le da un enorme beso. Lo bastante gráfico y salivoso. 

Percy le cubre los ojos al asustado Luke y Nico parece apenado de verlos.

—Voy al baño —murmura el hijo de Hades y se escapa.

May dice que irá a cambiarse su ropa y desaparece feliz en su dormitorio. Luke, un poco pálido, arrastra los pies a una de las sillas para picar un pan de especias. 

—¿Qué haces aquí? —le pregunta Percy por lo bajo en la cocina.

—Visito a mi novia mortal —se defiende Hermes, enseñando su delantal y su ropa de padre responsable.

—Una de las miles que tienes —sonríe burlón y Hermes lo golpea con la paleta de silicona.

—May puede oírte —sisea, preocupado de romperle el corazón a la dulce mujer que siempre espera por él durante las noches.

—Dime que no te sientes preocupado por los gemelos de Apolo que nacieron hace unos días —dice, lavando los limones para acompañar la carne guisada.

—Pffft, nah —ríe Hermes, pero su silencio inmediato hacen suspirar a Percy.

—¿Cuándo dejarán de contaminar la tierra con sus crías? —implora.

—¿Cuándo bendecirás la tierra con una de tus crías? —devuelve Hermes, demasiado preguntón a gusto del mortal.

—Nunca —Percy casi apuñala la tabla de madera donde corta los limones—. No me casaré, tampoco tendré pareja y menos me verás esparciendo hijos como si fueran semillas para palomas. Eso se lo dejo a vagos como tú —señala a Hermes con el cuchillo.

—Le diré a Eros que nos ayude a conseguirte una pareja —advierte Hermes, apuntándolo con la paleta de silicona embarrada de guiso.

—No quiero pareja, adoro mi soltería y prefiero morir antes que atarme a ese tipo de maldiciones —sisea. 

La presencia de alguien los interrumpe, dejando ver a Nico di Ángelo sorprendido. 

—Yo... —apunta hacia atrás—. Lo siento —carraspea y desaparece hacia la mesa.

El terror inunda la mirada de Percy.

—Dioses —murmura preocupado.

—¿Qué dijiste? —Hermes casi le cae encima.

—¿Ah? —finge no saber.

—¿Te asusta que el chico haya escuchado?

—No.

—Percy —Hermes le mira con su penetrante ojo azul—, ¿me estás escondiendo algo?

—No —el mortal lo aleja y agarra los limones.

Llega hacia la mesa y de forma inmediata busca a Nico, quien parece tan despreocupado que sólo aumenta los nervios de Percy.

May aparece en un hermoso vestido blanco y de florecitas rojas, de un escote pronunciado y que ajusta sus pechos para ser más vistosos. Parece toda una ninfa de los bosques, tan hermosa y dulce mientras ayuda a Hermes para repartirles la comida. La cena pasa lo bastante rápido para Nico y Percy que disfrutan la comida, y muy lenta para Luke, que no puede con el coqueteo de sus padres en la mesa. Casi brinca por la ventana y escapa de Nueva York.

Cuando llega la noche, Hermes arrastra a Percy a la escaleras de incendio mientras miran la ciudad nocturna. 

—¿No crees que está presumiendo mucho? —le pregunta Hermes, viendo hacia la luna.

Sabe que se refiere a Artemisa.

—Yo la veo muy bonita hoy —admite, también apreciando las estrellas.

Hermes chasquea la boca.

Luego, mira hacia los mortales y observa a una madre con su hijo eligiendo pan en una panadería cercana.

—¿Cómo llevas lo de Sally?

—Siempre dolerá. Ella significaba mucho para mí —dice, pensando que ahora, la luz del departamento de abajo estará apagada por un largo tiempo. 

Fue muy duro llevarse las cosas de ese lugar, la ropa que ella le consiguió, el cereal azul que le había gustado y que ella siempre compraba porque sabía que era su favorito, incluso su libro de recetas. Estelle le dijo que lo conservara. Ella se llevó el cofre, pero dejó la foto de la familia feliz sobre la encimera, para mantener ese recuerdo ahí.

Percy se fue primero y al volver, Sally también se había ido, pero ella nunca regresará.

—¿Cómo llevas lo de Maya? —pregunta para no pensar en la nereida.

Hermes oculta las manos dentro de su suéter y parece indefenso.

—Sé que Zeus no la guardó entre las estrellas, pero al menos sé que Hades no me odia tanto y que la podré visitar... cuando pueda superar que ella no puede venir conmigo —dice Hermes, desinflándose. 

Quizá su visita fue para distraer su mente del dolor.

—No importa, no importa —Hermes se sacude, como si buscara ahuyentar las lágrimas. 

Percy se entristece al saber que los dioses no saben lo que es llorar.

O ya no saben cómo hacerlo. Tal vez durante la historia fueron más humanos, pero luego, entre tanta lejanía y poder, pensaron que tenían que ser inmunes a sentir. Muy pocas veces a visto a sus amigos inmortales llorar, y algunas veces no lo hacen con el corazón, sólo buscan en las mentes humanas para copiar las expresiones y que sea más creíble.

Se siente extraño entre los dioses.

—Supe que tendrás una aventura en tus ciudades mortales —le dice Hermes, sonriente otra vez.

—¿Necesitas que busque algo para ti?

—¿Piensas iniciar una travesía sin la bendición del dios de los viajeros? —parece ofendido.

—No —ríe Percy, para hacer sentir cómodo a Hermes.

—Eso creí —asiente el dios.

Siente una mano en su hombro.

—Intenta no morir, ¿sí? —dice Hermes con suavidad.

No puedo perderlos a ambos.

Lee en la mirada azul, palabras contenidas que llevan tanto peso como una montaña.

—No lo haré —promete, ligero.

Hermes le sonríe y Percy se acerca para abrazarlo.

—Aww —Hermes acaricia su espalda—. Estar entre mortales te convirtió en un manatí.

Percy lo pellizca en el cuello y Hermes le da una nalgada.

—Espero que te cubras las orejas —le dice una vez se separan, con una sonrisa pícara.

Percy alza una ceja, esperando algo asqueroso.

—¿Por qué?

—Quizá la Tierra necesita al siguiente bebé Castellan, hijo de Hermes —dice y guiña un ojo.

Percy hace una mueca de asco y desaparece por la ventana, escuchando la risa de su mejor amigo inmortal.

Camina hacia su dormitorio y descubre a Nico durmiendo en su cama, roncando con suavidad. Toma su ropa y una vez en el baño, se limpia y regresa con el mayor silencio del mundo. Deja la ropa sucia y se agacha frente a Nico, observándolo dormir por unos gratos y dulces minutos. Sus pestañas largas, sus mejillas pálidas que resaltan sus lunares pequeños. El cabello que cae en ligeras ondas por su frente y es tan oscuro como las sombras mismas. Le gustaría tocarlo, desde su nariz hasta sus mejillas, retorcer sus dedos entre los mechones para conocer su forma.

Nico resalta en el día por ser tan contrario a la luz. Es sólo que en la noche, es mágico. Su rostro destaca, pero parte de su cuerpo y ropa se fusionan con la oscuridad y lo convierten en un ser inexplicable. Uno que a Percy no le importaría dedicar parte de sus años mortales para conocer. Tantos años, tanto tiempo enfocado en Nico. Sólo en Nico y en conocer la magia que posee. Es tan especial y bonito a ojos de Percy, tan querido, que no se da cuenta que lo aprecia como un niño viendo hacia la luna por primera vez.

El hijo de Hades absorbe la luz de la noche y la devuelve en su propio brillo.

Una explosión de sensaciones sacude su pecho cuando Nico abre los ojos, adormilado y cómodo. Al encontrarlo cerca, el hijo de Hades lo evalúa por un segundo y luego sonríe pequeño, palmeando la cama para invitarlo a dormir.

Percy siente que se derrite y sus piernas no reaccionan porque están hechas de pudín dulce.

—Gracias —susurra a Nico, por dejar que puedan compartir espacio.

Se acomoda contra el semidiós y Nico abraza a Percy por la cintura, refugiándose en su pecho mientras comparten la manta. Como si lo hicieran cada noche, Percy no se preocupa que Nico escuche el tambor de guerra en el que se ha convertido su corazón. Al hijo de Hades parece gustarle el sonido, pues se duerme tan cómodo luego de unos minutos. Percy, nervioso, deja sus brazos con suavidad alrededor del cuerpo contrario.

Mira hacia el techo y ni siquiera se da cuenta que es la primera noche en la que no piensa en Sally y sueña que juega con un bonito gato negro en la playa de Aquópolis.

. . .

El agua oscura besa sus botas y la gelidez del aire penetra entre su armadura. El silencio de muerte flota sobre ellos, un cementerio donde las esencias siguen gritando por ayuda. El olor fétido ahuyenta las ganas de vivir, sólo dejando el agua un tanto densa y viscosa que se ha ensuciado por la sangre podrida y los restos que flotan como en sopa de fideos. 

Enseñándose como si estuviera en un día de verano, orgullosa, la bandera de Percy ondea frente a ellos en señal que esa ciudad ha pagado por su traición. 

No camina más, no es necesario saber que no hay casa o ayuntamiento que haya sobrevivido. Puede sentir el suelo inestable, que fue arrancado por la misma agua y elevado hacia el cielo para luego azotarlos contra su muerte. El agua guarda memorias, el dolor y la venganza. Sabía que Percy era más que un dios sanguinario, la destrucción personificada. Su poder es demasiado peligroso para representar al mar y no puede seguir existiendo. Poseidón se lo dijo, le advirtió que Percy era vengativo y Kai decidió usarlo en su contra para matar a Sally. Ella era un punto débil, una daga que hirió la falsa paz en Atlantis. 

Todo ha funcionado a la perfección, lastimó a dos dioses con una sola ninfa. Su padre cree que podrá tener el poder, que podrá controlarlo como no pudo con Percy. Lo que no sabe es que Kai comparte unas ideologías de Percy. El mar no puede ser contenido por nadie, no debería existir un rey que lo detenga. El mar es vorágine, es fuerza y poder. Nadie debería mantener sus manos para sostenerlo. Y si bien Kai quiere destruir a Percy, no le vendría mal obtener su magia. 

Qué mal que su madre haya muerto. Llorará por ella lo necesario para que su esencia descanse, pero no es que vaya a interrumpir en su vida. No fue más que una perra miedosa y sin voz. 

Vuelve a ver la bandera de Percy, aceptando el hecho de que haya destruido la ciudad. No es que sufra mucho tampoco. Lord Parson era un idiota, un llorica de mierda y lo terminaría matando después. Sólo se ahorró la molestia. 

—Debiste matarlo cuando lo tuviste cerca. Ahora destruirá el resto de ciudades piratas que estén con nosotros —Jasper, su tercero al mando está peleando con Azai por lo que ocurrió en la Granja de Deméter.

—¿Acaso no lo entiendes? ¡Estaba herido y con una diosa matando a los nuestros! —sisea Azai porque ninguno quiere interrumpir el silencio de su líder.

—Pelear es tu trabajo. 

—Es nuestro trabajo —remarca el hijo de Ares.

Kai avanza para alejarse de ellos, su nariz experimentando casi dolor al inhalar el aroma pútrido del agua. Es un olor vomitivo.

Claro que escucha lo que ellos dicen, más no le da importancia porque no merece el esfuerzo. 

—¿Y eso funcionará? —le preguntó al hijo de Apolo que estaba torturando.

—Lo hará —tosió él, tan herido que su rostro desfigurado daba un poco de lástima. 

Era el único genio al que podía acudir. Polipetes es una mente brillante y de muchos usos.

—Pero debes encontrar un sacrificio, alguien que tenga importancia para ti, o el hechizo no funcionará —jadeó, sosteniéndose el estómago por los golpes que Kai le dio minutos antes de que hablara. Los gritos de su pobre ninfa podían escucharse, ella estaba siendo golpeada y abusada por sus soldados en una sala continua—. Por favor, déjennos ir, por favor...

—Una última cosa —dijo Kai, levantándose—. ¿La bruja debe morir? —preguntó. 

—Ella nunca morirá. Es una diosa —dijo Polipetes, preocupado por los gritos de su compañera—. En algún punto del futuro, ella regresará de Inframundo.

Kai asintió y se agachó frente al hijo de Apolo, jalándolo de la cadena donde lo atrapó.

—Espero que mantengas tu conocimiento para mí, o me veré en la necesidad de matarte —advirtió mientras comenzaba a extraer la sangre de Polipetes para asustarlo.

El hijo de Apolo negó con la cabeza aterrado antes de que Kai lo liberara. 

Sonríe al pensar en su siguiente movimiento, esperando que la hermosa Circe no vaya a enojarse porque será un sacrificio menor. Algo que los lleve a la victoria.

—No importa lo que haya pasado —su voz hace que sus dos capitanes guarden silencio—. Tenemos la ventaja y eso importa más —dice, suave.

Sin dejar de ver la bandera de Percy, considera las opciones.

—Azai —le dice y puede sentir el corazón del semidiós bombear con más rapidez.

—¿Sí?

—Consiguen a alguien más que sea apto para entrenar a los soldados —le dice al semidiós, girándose a verlo. Parece sorprendido por su petición.

—¿Un nuevo capitán? —dice, intentando no levantar el enojo de Kai.

—¿Para qué? —pregunta Jasper, el más moralista de todos—. Azai es perfecto en lo que hace —defiende la posición de su amigo.

Azai lo mira, queriendo que guarde silencio, pero Kai no se disgusta por sus palabras.

El hijo de Poseidón sonríe.

—Eso lo sé —dice, viendo a Jasper como si fuera un idiota. El hijo de Hermes parece sentir la tensión de sus palabras—. Tengo una tarea mucho más importante para ti, Azai —dice, girándose para ver la bandera de Percy, una que se burla en su cara.

Nunca mira la expresión confusa de Jasper y de la mirada expectante de Azai.

Sólo está enfocado en una cosa.

Aquópolis.

 

Notes:

Te quiero Sally, pero lloré más por Maya.

¿Enredé un poco las emociones de Percy? Tal vez sí. No he experimentado un duelo aún, lo hice a como imaginaba y por experiencia de amigos. Ven, bebamos chocolate con ron para las lágrimas. Estelle dice que eso ayuda mucho.

Te veré en otro fic si es que no te decepcioné con este jsajsaj.

Besos, besos.

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