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¿Por qué?
Era la única pregunta que surcaba su mente, una y otra vez, como un eco implacable resonando en el vacío. Un ciclo eterno que lo atormentaba. El silencio, tan vasto y profundo, sólo intensificaba aquella repetición, como martillos golpeando su conciencia hasta el cansancio.
¿Por qué?
Hace apenas unos instantes, estaba seguro de haber sostenido su mano. Recordaba el calor que irradiaba su piel, esa sonrisa brillante que se había convertido en su faro en la oscuridad. Pero ahora, no quedaba más que tinieblas. Una oscuridad tan absoluta que el concepto de luz parecía algo irreal, como si nunca hubiera existido. Todo lo que lo rodeaba era un abismo sin fin, donde incluso el sonido de su respiración parecía un sacrilegio.
El aire era frío y húmedo, pegándose a su piel como un sudario. Una capa de agua helada cubría el suelo, suficiente para calar hasta los huesos, tan cruel como las lluvias interminables de Amegakure. Por primera vez en mucho tiempo, sintió un frío que no sólo invadía su cuerpo, sino también su alma.
No podía quedarse así. No debía.
Intentó moverse, pero su cuerpo protestó con un dolor que le hizo ver estrellas. Cada músculo, cada fibra, parecía al borde de romperse. Aun así, ignoró las punzadas, apretando los dientes mientras trataba de incorporarse. Su primer intento fue desastroso: resbaló, cayendo de bruces contra el agua. El golpe fue humillante, un recordatorio de su vulnerabilidad. Su respiración se tornó pesada, cada inhalación era un desafío.
Con un rugido de frustración y desesperación, reunió toda la ira que le quedaba. Forzó a sus piernas temblorosas a levantarse. Cada paso era una tortura, pero continuó. No sabía hacia dónde iba; todo era igual, todo estaba cubierto de esa abrumadora oscuridad. Pero, aun así, avanzó.
El agua chapoteaba bajo sus pies, un sonido insignificante que, sin embargo, rompía el silencio opresivo.
"¿Será esto el infierno?" pensó amargamente. "¿Un lugar vacío donde vagaré eternamente, pagando por mis pecados?" Había imaginado que el infierno sería un lugar de llamas y gritos, no está vasta soledad.
Una sonrisa amarga cruzó su rostro.
“Qué ingenuo fui”.
Había creído, en su momento más optimista, que podría reunirse con Rin. Pero, ¿cómo podría un monstruo como él estar al lado de alguien tan puro?
—Lo siento, Rin —murmuró, su voz quebrada y cargada de arrepentimiento—. Parece que nunca volveré a verte.
El peso de sus pecados era insoportable. Recordó cada vida que arrebató, cada acto que realizó con la falsa esperanza de un mundo mejor. Ahora, sólo quedaba vacío. Pero en el fondo de su corazón, una chispa aún brillaba. Una chispa débil, pero constante.
—Naruto... —susurró—, crea el mundo de paz que yo no pude alcanzar.
Sus pasos se volvieron cada vez más lentos. Finalmente, sus piernas cedieron, y su cuerpo cayó pesadamente contra el agua. No intentó levantarse de inmediato. Dejó que la humedad lo envolviera mientras su vista se perdía en la nada.
"Para estar muerto, siento demasiado dolor," pensó con una mueca irónica. "Ni siquiera cuando esa maldita roca me aplastó dolió tanto. ¿Será por la técnica de Kaguya?"
—Temo decirte que no es más que fatiga, es normal sentirla cuando te acostumbras a un nuevo cuerpo.
Una voz poderosa resonó en el vacío, como un trueno que hacía temblar el mundo. La oscuridad retrocedió ante una luz cálida y vibrante que lo inundó todo. Por primera vez en lo que pareció una eternidad, pudo ver algo más allá de las sombras.
Y lo que vio lo dejó mudo. Ignorando el grito de su cuerpo, cayó de rodillas frente al ser que tenía enfrente. Incluso sin haberlo visto antes, sabía quién era. Esos ojos y aquellas vestiduras lo delataban.
El Sabio de los Seis Caminos.
Hagoromo, el Dios de los ninjas.
Le fue imposible apartar la mirada, el anciano irradiaba un aula tan divida y poderosa que le fue imposible apartar la mirada de él. Pero en su corazón sabia una verdad; el Sabio no estaba allí para salvarlo. Estaba aquí para juzgarlo.
Guardó silencio. No tenía nada que decir. O tal vez simplemente no quería decir nada.
—Descendiente de Indra, sucesor de Madara… Uchiha Obito.
El nombre de Madara encendió una hoguera de ira y odio en su pecho, el recuerdo de ese maldito, el hombre que le arrebato todo.
—Discúlpame por hacerte esperar. El caos que tú y la transmigración de mi hijo provocaron me ha mantenido ocupado más de lo esperado.
Obito bajó la mirada, avergonzado y humillado. Las palabras del Sabio eran como cuchillas. Saber que sus deseos y sueños habían traído muerte, dolor y miseria era insoportable.
—Levanta la vista, hijo de los Uchihas.
La voz de Hagoromo era firme y demandante, pero no cruel. Obito levantó lentamente la cabeza, sus ojos negros encontrándose con el resplandor púrpura del Rinnegan. Esos ojos lo evaluaban, penetrando en lo mas profundo de su alma.
Después de un largo silencio, el Sabio suspiró, como si cargara el peso del mundo en sus hombros.
—Obito, sabes bien que tus actos en el mundo no pueden pasar desapercibidos.
Obito asintió con pesadez. Lo sabía mejor que nadie, sabe mejor que nadie todo lo que provoco. Las masacres, los asesinatos, las conspiraciones. El mismo provoco la Cuarta Guerra Ninja por un sueño que no era más que una mentira.
—Por eso no puedo permitir que tu alma habite en el plano donde tu amada descansa —continuó el Sabio, su tono tan sereno como el de un padre reprendiendo a un hijo.
—Lo fácil, y quizás lo más justo, sería dejarte aquí, ahogándote en la locura y el sufrimiento en la oscuridad del vacío por toda la eternidad.
Obito cerró los ojos, resignado. No esperaba nada más, la basura como él no merecía nada.
—Pero, en ti aun veo ese niño que alguna vez fuiste… ese chico lleno de vida y con una voluntad de fuego… por eso he decidido darte una forma de expiar tus pecados, descendiente de Indra.
Su cabeza se levantó de golpe, impactado. La incredulidad llenó su cuerpo. Sintió que la boca se le secaba y que lágrimas cálidas caían por su rostro. Por primera vez en mucho tiempo, no le importaba lo patético que podría verse.
—Deberías darle las gracias a mi hermano…— una nueva voz surgió de la penumbra, como un susurro en la noche, —Yo por mi parte, preferiría eliminar tu alma de la misma existencia.
Su cabeza se movió con suavidad, para ver el origen de la voz. Un hombre con las décadas ya notorias en su rostro, apareció en las sombras del vacío. Como la luna en la noche, su presencia le envió un escalofrió por la espalda. Los ojos blancos de byakuga lo veía fijamente. Un claro descontento se plasmaba en esos lechosos ojos.
El Guardian de la Luna camino hasta estar al lado del sabio de los seis caminos, en un silencio incomodo. El sabio soltó un suspiro, sus ojos se clavaron en el rostro de su hermano, como si le volviera a explicar un simple problema.
—Hamura, sé que el daño que ha causado es algo grave, pero espero que entiendas que a la vez él es víctima de mi ignorancia e ineptitud. — dijo el sabio, su voz calmada y con un calor reconfortante, —Si me hubiera dado cuenta de la creación de zetsu negro, hubiera evitado muchas tragedias.
Hamura soltó un resoplido de molestia, pero asintió en silencio. Sus ojos aun lo observaban con severidad.
—Aun así, hermano, pienso que esta no es la mejor de tus ideas. Pero te apoyare en tu decisión, después de todo el Gedo Mazo ya no encuentra seguro en la luna, debe ser desterrado de este plano de existencia para evitar una futura resurrección del Diez colas.
El sabio de los seis caminos asintió, sus ojos se apartaron de su hermano para ver una vez más al uchiha frente a él. —Obito…— llamo el sabio, su Rinnegan brillo con más intensidad. —Dime ¿estas dispuesto a tomar esta oportunidad que te ofrecemos?
Los ojos ónix del uchiha se iluminaron con un nuevo brillo, un brillo que murió hace mucho tiempo en él. Esperanza.
El asintió, sin dudarlo mucho. — Yo acepto humildemente esta oportunidad.
Esta era una oportunidad que no podría rechazar, pero a pesar su mente afilada y analítica le enviaron sus dudas. Las palabras de el hermano del sabio, “Desterrar a Gedo Mazo de este plano” eso le envió un escalofrió. Un escalofrió que fue notado por el Byakugan de Hamura.
Una sonrisa se formo en el rostro del otsutsuki. —Un descendiente directo de Indra sin duda. —dijo el hermano del sabio de los seis caminos, —Tu mente es tan aguda como la de mi sobrino. Te has dado cuenta que esta oportunidad tiene un precio ¿no?
Sintió que su boca se secaba, era como si estuviera vagando por el desierto de sunagakure por semanas sin una gota de agua.
—Quieren sellar el Gedo Mazo en mi interior, y enviarme a un plano diferente para que el Gedo Mazo nunca sea invocado por otro portador del Rinnegan.
Ambos otsutsuki asintieron en confirmación. —Así es. —dijo el sabio de los seis caminos. —Pero si no estas de acuerdo, no te obligaremos.
—Pero si no acepto, no me darán la oportunidad de expiar mis pecados. —una mueca de burla se formo en su rostro. Era de esperarse que fuera así.
—Sí, esa es una de las condiciones para darte esta oportunidad —dijo el Guardián de la Luna, con un tono solemne—. Creo que puedes entender que, a diferencia de mi hermano, no puedo ignorar el caos provocado. Sin embargo, te otorgaré la oportunidad de librar al mundo de un gran mal.
Obito asintió, completamente consciente de lo que significaba. Nadie más que él conocía el peligro que representaba el Gedo Mazo. Librar al mundo de esa amenaza era una forma de redimirse, un pequeño paso hacia corregir sus errores.
—¿Estás dispuesto, Obito? —preguntó el sabio.
—Sí... —La duda que lo había atormentado se disipó. Su convicción lo inundó como un fuego abrasador, expandiéndose rápidamente dentro de él. Aceptó sin vacilar.
Haría lo que fuera necesario para ganar su redención, para tener la oportunidad de estar con ellos una vez más.
"Sensei, Kushina-san, Rin… Por favor, espérenme."
Le dolía profundamente no poder verlos de nuevo en ese momento, no poder contemplar una última vez sus sonrisas. Pero cuando su tiempo terminara, estaba seguro de que podrían reencontrarse.
—Con todo dicho… —El sabio giró su shakujō con precisión, antes de chocar las palmas con fuerza. El impacto resonó como un trueno, enviando una onda de choque que casi lo hizo caer. El agua bajo sus pies se agitó, pequeñas olas transformándose en una marea creciente.
Y entonces apareció.
La superficie del agua se abrió para dar paso a un rugido ancestral. La Estatua Demoníaca del Camino Exterior emergió, colosal y amenazante, alzándose como una pesadilla viviente. Una sensación de déjà vu recorrió la mente de Obito, un vago eco de recuerdos oscuros.
Antes de que pudiera reaccionar, la figura del Gedo Mazo comenzó a distorsionarse, desmoronándose en una masa inestable de chakra que se agitaba violentamente.
—Prepárate —advirtió el sabio de los Seis Caminos.
Pero fue demasiado tarde. La forma de chakra lo embistió como un torrente imparable, un maremoto de energía pura y destructiva. El dolor fue insoportable, como si el chakra mismo tratara de apoderarse de su cuerpo, una voluntad ajena intentando subyugarlo.
Con los dientes apretados, resistió, aplastando aquella presencia con su propia voluntad. Cada segundo parecía una eternidad, pero poco a poco el dolor cedió, y su cuerpo comenzó a suprimir el chakra descontrolado.
Respiró profundamente, sofocando la extenuación que lo abrumaba. Alzó la mirada, enfrentándose a los Otsutsuki. Ambos ancianos asintieron, satisfechos con su resistencia.
—Bien hecho, Obito —dijo el sabio de los Seis Caminos con suavidad, su tono cargado de orgullo—. Tu corazón está libre de malicia.
—Perfecto. —Hamura sonrió, volviéndose hacia su hermano—. No te equivocaste; tiene una voluntad formidable.
El sabio asintió, sus ojos brillando con sus rinnegan.
—Lo sé. Estoy seguro de que logrará grandes cosas en el mundo al que irá.
Con esas palabras, tocó la superficie del agua con su shakujō. La corriente se agitó y remolinos comenzaron a formarse, girando con creciente velocidad. Una luz emergió, iluminando la escena.
Obito observó maravillado cómo el agua revelaba su nuevo destino: un mundo de vastos bosques cuyos árboles se alzaban hacia el cielo, superando los veinticinco metros de altura. Ciervos corrían libremente por los campos, conejos se escondían en sus madrigueras, y aves cruzaban los cielos como espíritus libres. Incluso distinguió aldeas y campos de cultivo, un lugar aparentemente en paz, libre de guerras.
Una sonrisa se dibujó en su rostro. Era un lugar tranquilo, un nuevo comienzo.
Pero su ensoñación fue interrumpida cuando Hamura se acercó, colocándose frente a él. Con una expresión seria y melancólica, levantó una mano y la apoyó en la frente del Uchiha.
—Vive libre de tu pasado, libre de tu maldición del odio, descendiente de Indra.
Antes de que pudiera comprender lo que sucedía, un dolor insoportable invadió su mente. Era como si algo estuviera siendo arrancado de él, quemando cada fibra de su ser. Instintivamente, sus manos se dirigieron al cuello de Hamura, intentando apartarlo.
—No… —suplicó con voz quebrada—. No me hagas olvidar.
Sus palabras cayeron en oídos sordos. Hamura apartó la mano con un movimiento suave, pero el dolor que dejó atrás fue devastador. Algo dentro de su mente murió. No sabía qué había perdido exactamente, pero sus ojos se llenaron de lágrimas, como si hubiera perdido lo más preciado.
Sus ojos se dirigieron al sabio que observaba la escena con tristeza. Pero antes que el pudiera decir o hacer algo, los hijos de Kaguya hablaron:
—Buena suerte. —fue todo lo que dijeron los otsutsuki, el agua que mostraba el mundo donde viviría se lo trago, desapareciendo como si nunca hubiera estado ahí.
Entonces hagoromo se acercó a su hermano, con una clara tristeza y molestia en su rostro.
—No era necesario que hicieras eso, hermano.
El guardián de la luna ignoro por un momento a su hermano, su atención se encontraba en el objeto que descansaba en su mano. Una pequeña esfera de chakra que contenía la figura de una joven chica de cabellos cafés.
—Era necesario…
Fue lo único que dijo el guardián de la luna, entregando la esfera a su hermano. Hagoromo sostuvo con cuidado la esfera, una mirada de tristeza se formó en su rostro.
—Lo siento óbito.
