Chapter 1: I.
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No se cumplen veintisiete años todos los días.
En el último mes, Vegetta lo ha escuchado hasta el cansancio. Diez, cien, tal vez mil veces. Todas con el propósito de convencerlo de celebrar a lo grande.
Lo escucha una vez más antes de ceder ante Roier y recibir un trago de tequila directamente desde la botella. Su amigo cuenta hasta diez antes de que él mueva su mano en señal de ayuda y el líquido deje de caer.
Mientras su esófago arde, su alrededor se llena de vítores y Roier palmea su espalda recordándole que aquella podía ser la primera botella de tequila que abrieran en la noche, mas no la última.
Baja la cabeza y parpadea volviendo a acostumbrarse a las luces de colores que golpean los rostros de sus amigos y las decenas de personas que invitaron.
Escanea rápidamente el lugar y no reconoce a ninguna de las personas bailando en el centro del lugar, platicando a gritos en gabinetes de cuero o en la barra, buscando con quién pasar la noche.
Con un suspiro resignado, vuelve a concentrarse en la plática que los hombres que Luzu y Roier, con quienes ha crecido, tienen a su lado.
Una broma sexual escapa de los labios de Roier y él se une a la carcajada colectiva mientras rueda los ojos con cariño. Como si nada hubiera pasado, el hombre desaparece en una burbuja invisible con Quackity. A pesar de no ser un aficionado de las comedias románticas, cree que ellos podrían haberse escapado de una.
Son todo risas, contacto físico excesivo y un idioma que sólo ellos hablan.
Quackity es tan Roier y, a la vez, tan él mismo que se volvió parte de su grupo de amigos de manera natural. Lo quiere tanto que casi no le molesta verlo comerle la boca a uno de sus mejores amigos cada que tiene oportunidad.
A las diez y media de la noche, es consciente de que ha bebido al menos tres largos tragos de tequila y un cóctel de manzana con el que seguramente soñará por el resto de sus días. Canta, baila un poco y no es consciente de cómo su tono de voz se eleva al hablar.
A las once de la noche, Quackity aparece frente a él con un chico y una chica que parecen perdidos . En un inicio, su visión alcoholizada le impide verlos con claridad.
—Vegetta, ellos son Foolish y Tina. ¿Recuerdas que te conté que acaban de llegar a la ciudad? —los señala y ambos asienten con la cabeza hacia él, como el único saludo que sienten correcto regalarle a un desconocido con el que están celebrando el cumpleaños—. Dicen que gracias por dejarlos venir.
Los nuevos invitados ríen y Vegetta hace un ademán con una de sus manos.
—No es nada —le sigue.
La chica le ofrece su mano para un apretón amistoso. Su largo cabello oscuro cae sobre sus hombros y nota un par de grandes ojos color chocolate enmarcados por pestañas largas y maquillaje delicado. Después, se acerca y lo saluda con un beso en la mejilla. Las notas dulces de su perfume llegan a su nariz cuando promete pagar por una de sus botellas como agradecimiento.
Vegetta se niega, aunque no sabe realmente a qué. Mentiría si dijera que procesó lo que Tina le dijo, pues su atención estaba en otro lado .
El chico, quien tarda un poco más en acercarse, parece estar analizándolo con la mirada. Hay duda, curiosidad, y algo más , como un chispazo que se asienta en la boca de su estómago.
Inesperado. Desconocido. Casi incómodo.
Es cuando ofrece su mano como saludo que lo ve. Que realmente lo ve y por su mente corren millones de pensamientos que se resumen en que es el hombre más atractivo que ha visto en su vida. Después, su corto circuito mental es reemplazado por:
Respira.
Deja de mirarlo.
Reacciona.
—Mucho gusto, Vegetta —Foolish le dice, recordándole que tiene su mano enfrente y está quedando como un maleducado. Aún así, en la mirada del desconocido no hay ni un ápice de molestia. En su lugar, hay una extraña complicidad que decide ignorar al responder al gesto—. Feliz cumpleaños.
Foolish le sonríe y algo explota dentro de él. Suelta su mano y se aclara la garganta.
—Un placer conocerte, Foolish —le devuelve la sonrisa y Foolish vuelve a su posición, asintiendo con la cabeza. Se presenta con el resto de sus amigos antes de alejarse hacia la barra con Tina.
Decide no pensar en que Foolish lo mira como si hubiera descubierto un tesoro en una isla desierta. Baja el sabor de la culpa con un nuevo trago de tequila, sorprendiendo a Quackity cuando aguanta más de diez segundos del líquido cayendo en su boca.
Él tenía a alguien esperándolo en casa, no debía estar mirando a otras personas en su fiesta de cumpleaños. Fiesta de cumpleaños que él ayudó a organizar. Es decir, ellos ni siquiera tendrían el mejor bar de la ciudad sólo para ellos si no fuera por él, aunque se hubiera negado a quedarse.
Otra vez.
Debía trabajar temprano al día siguiente. Había demasiado ruido, demasiada gente. No era su ambiente. El alcohol le causaba dolor de estómago y ya no estaba en edad de amanecer con resaca.
Sí, lo sabía. Lo mismo de siempre.
Suspira y deja que Roier lo guíe a la zona de karaoke. Canta canciones de desamor como si, hace unas horas, hubiera tenido un divorcio y no una mañana de compras en pareja, como en sus tres cumpleaños anteriores.
Cuando siente que todo le da vueltas, vuelve al gabinete con botellas vacías donde descansan las mochilas pequeñas y chamarras ligeras del grupo.
Apenas puede procesar lo que está pasando cuando Foolish está de nuevo frente a él, sonriéndole con los ojos achicados y brillantes. No puede distinguir bien el color, pero son claros. Verdes, tal vez, vibrando bajo las luces rojas que lo golpean. Mechones de cabello dorado enmarcan perfectamente su rostro cuando:
—¿Puedo invitar a bailar al cumpleañero?
Vegetta delinea sus facciones con la mirada y luego parpadea repetidas veces. Foolish recarga su peso en la mesa con la cabeza ladeada, como si el tiempo no importara mientras obtuviera su atención.
Entonces, Vegetta mira detrás de él y a un lado y se asegura de que nadie esté prestando atención. Por el rabillo del ojo, puede ver a Roier y Quackity bailar uno frente al otro mientras ríen. Normalmente estaría feliz con la vista, pero entonces siente cómo su costado está demasiado frío y recuerda el lugar vacío a su lado.
Suspira, mira a Foolish a los ojos y decide que:
—¿Por qué no?
Foolish le ofrece su mano para ayudarlo a levantarse y Vegetta la toma. Hay un remix de una canción ochentera que marca el ritmo al cuerpo de Foolish cuando llegan a la pista, quien se mueve como si hubiera nacido para ese ambiente.
Lo comprueba cuando toma su mano, haciéndolo girar en su lugar. Ríen juntos cuando da un mal paso y se tambalea y están tan cerca que descubre las notas picantes de su loción.
¿Canela?
Deja que Foolish lo guíe y, dos canciones después, ya no piensa en la gente que los rodea. Foolish está completamente concentrado en él y él está completamente concentrado en Foolish.
Sólo son ellos dos, la música, el alcohol en su sangre y el pensamiento fugaz de: ¿Cuándo fue la última vez que se sintió así?
Cada mes, se reúnen en casa de alguno de sus amigos para actualizarse, jugar juegos de mesa y beber hasta el cansancio. No suele hacerlo en público, pero en ese momento es lo último que importa.
Para la próxima canción, el resto de sus amigos se han reunido alrededor de ellos, cantando a gritos una canción de reggaetón. Cuando termina, trata de esconder un bostezo.
Trata, porque Luzu ríe al notarlo.
—¿Cansado?
Vegetta asiente con la cabeza y mira su reloj. Son casi las tres de la mañana. Palmea las bolsas de su pantalón y se gira, buscando una de las salidas. Cree que alguien quiere seguirlo cuando camina hacia ella, pero lo ignora. Necesita salir.
No es consciente de la manera en la que Quackity detiene a Foolish sosteniéndolo por la muñeca, dirigiéndole una mirada de advertencia.
—No empieces. No con él.
Foolish se encoge de hombros y se suelta del agarre con gracia, retomando su camino.
—Sólo quiero conocer mejor a tus amigos. ¿Es un pecado?
Si Quackity dijo algo al respecto, no lo sabe.
Al salir, se encuentra con Vegetta recargado contra una de las paredes del exterior del bar mientras enciende un cigarrillo. Cuando lo nota, su mirada se torna apenada y es entonces que Foolish nota su color violeta. No, amatista . La barba oscura perfectamente recortada que combina con su cabello azabache brillante enmarca la sonrisa, pequeña y dudosa, que le regala.
—¿Me das uno?
Una expresión ligeramente sorprendida acompaña al silencio antes de que Vegetta asienta y extienda su cajetilla hacia él. Foolish toma un cigarro, lo examina y sonríe, haciendo un comentario sobre su buen gusto. Señala su encendedor y se inclina un poco para que Vegetta pueda prenderlo por él.
Foolish definitivamente no lo mira todo el tiempo y el estómago de Vegetta definitivamente no se anuda cuando lo nota.
—Quackity habla mucho sobre ti —Vegetta dice cuando están a una distancia aceptable. La base de su cigarro siendo apretada entre sus dedos sin que lo note.
Y, entre nubes de humo, comienzan la primera conversación real que han tenido en toda la noche.
—No sé cómo aceptaste bailar conmigo, entonces. Seguro dice cosas horribles.
—No las suficientes como para que me caigas mal —Vegetta bromea y Foolish ríe, suave y calmado.
—Ya habrá tiempo para eso.
El ruido del bar se escucha como un eco lejano cuando Vegetta se concentra en el frío de la madrugada y su acompañante, que parece no inmutarse mientras exhala el humo y mira a las farolas de luz cálida frente a ellos.
Sí, sus ojos son verdes.
Tiene el porte de alguien a quien desearías hacerle miles de preguntas. Alguien que te haría cuestionar qué hay detrás de cada sonrisa que regala o de cada movimiento de manos finas cubiertas en anillos dorados.
—¿Por qué se mudaron? —pregunta, después de segundos de silencio.
Foolish le da una calada larga al cigarro, haciendo una mueca que hace a Vegetta pensar que algo, además del humo, le quema el pecho. Después, se encoge de hombros, dejando que el oxígeno alrededor de ellos se contamine con nicotina.
—Lo necesitaba y Tina no quiso dejarme hacerlo solo —contesta, simplemente. No hay tiempo suficiente para que Vegetta dude de su respuesta, porque ya está hablando de nuevo—. Y extrañábamos a Quackity, pero, ¿quién no?
Con un suspiro, deja el tema de su mudanza atrás. En secreto, desea algún día saber más de él.
—Vas a dejar de extrañarlo cuando lo veas absolutamente todo el tiempo… Y es aún peor cuando está pegado a Roier. Veo necesario que lo sepas.
Foolish vuelve a reír y, entonces, su único amigo en común se vuelve el tema de conversación antes de que sus cigarros se extingan.
—¿Cuánto tiempo más vas a quedarte? —Foolish pregunta, extendiendo su mano para tomar su colilla, ofreciéndose a tirarla. Es un simple gesto cordial en el que rozar su mano fue un simple accidente—. No quiero celebrar sin el cumpleañero.
Vegetta ríe y niega con la cabeza. Mira su reloj.
—Vienen por mí en una hora.
—Entonces me quedo sólo una hora más.
[...]
A las cuatro de la mañana, hay una camioneta negra del año esperando por él frente al bar. Sus amigos fingen llorar cuando tienen que despedirlo y lo acompañan hasta la salida.
—¡Despídanme de Tina y Foolish!
No supo nada de ellos después de que Roier los obligara a terminarse una de las botellas de tequila, así que asume que perdieron la batalla contra uno de los primeros síntomas de intoxicación etílica y un retrete del lugar sufría las consecuencias.
Mientras sube al auto, lamenta no haber podido despedirse en persona. Piensa en que es poco probable que se frecuenten y, en segundos, llega a la conclusión de que está bien . No necesita expandir su grupo de amigos ni acostumbrarse a bailar con él en fiestas o a compartir cigarrillos en la madrugada.
Sosteniendo el volante con una sonrisa casi imperceptible, está Rubius. Su pecho se acelera, lanza sus brazos alrededor suyo y besa sus mejillas. Termina con un beso en los labios que quiere alargar pero el hombre se niega, reemplazándolo con una lluvia del mismo gesto en cantidades pequeñas.
Suspira, toma su mano y sonríe.
—No pensé que vendrías tú.
Rubius se encoge de hombros y enciende el auto, su lista de reproducción usual en las bocinas.
—Es otro regalo de cumpleaños. Te extrañé.
Vegetta se siente entre nubes rosadas y acolchadas. Delinea el perfil de Rubius y se acerca para besar su mejilla. Es ahí cuando nota la paz que carga el repentino silencio y el familiar aromatizante del auto.
—También te extrañé.
Su voz cansada y débil muere bajo una canción de rock suave, a la que Rubius lleva el ritmo sobre el volante.
—¿Vamos a casa? Tengo una junta a las nueve de la mañana.
—¿ La junta?
Rubius asiente y Vegetta no dice nada más. Sabe lo importante que era para él. No ha dejado en los últimos dos meses. Ha sido su vida entera.
Batallando contra la manera en la que sus ojos quieren cerrarse, lo mira conducir. Quiere grabar ese momento en su memoria, maldiciendo su decisión de haber tomado tanto.
El asiento del conductor siempre estaba ocupado por alguna de las personas que trabajaban en la empresa de los padres de Rubius. Rostros serios, conversaciones secas y música que no reconoce. Veinte, treinta o cuarenta minutos en los que Vegetta sólo se siente capaz de mirar por la ventana e imaginar qué hay tras cada luz encendida de madrugada en cada uno de los edificios. Tal vez discusiones en pareja, estudiantes estresados o fiestas ruidosas que molestan a los vecinos.
Esa noche, tararea la letra de la canción que su novio ha reproducido incontables veces en las bocinas mientras se baña, acaricia sus manos y besa sus mejillas en las luces rojas.
Por momentos, se siente como un sueño.
Cuando Rubius menciona lo apagadas y tranquilas que son esas calles a comparación de las anteriores, nota sus manos apretadas alrededor del volante y las ojeras debajo de sus ojos.
Está seguro de que el estrés le impedía dormir y tampoco ayudaba que él no estuviera ahí. Hay un aleteo ligero y conocido en su pecho cuando se estira para poder recargarse en su hombro.
Que fuera, tal vez, la primera vez que Rubius hacía algo así por él lo hace brillar a mitad de la noche.
Cuando llegan a su edificio, es guiado al elevador entre risas. Lo ayuda a desvestirse cuando están en casa y pronto están acurrucados entre sus sábanas.
Le besa el cuello y los hombros y le murmura lo mucho que lo quiere. Él hace lo mismo.
Sus oídos zumban mientras mira el techo de la habitación, musicalizando los recuerdos de su día. Compras al mediodía. Comida en casa de sus padres. Pastel de fresas. Lo habitual.
La fiesta fue su parte favorita.
Hay un sentimiento agridulce en la parte posterior de su garganta cuando recuerda que falta un año para que una noche así se repita. Tal vez mucho más. Eso no importa cuando es consciente de que cierto invitado fue su parte favorita.
Cierra los ojos y su estómago se aprieta cuando está ahí, fumando con él recargado contra una de las paredes del bar. Siente el olor en su cabello y cuando humedece sus labios con su lengua, sabe que la combinación de sabores de fiesta sobre ellos es la razón por la que Rubius evitó besarle de más.
¿A Foolish le hubiera importado?
Entonces, algo lo observa en la oscuridad y lo juzga, recordándole el brazo de Rubius envuelto alrededor de su cintura y su respiración tranquila calentando su piel y-
Es extraño que él incluso esté abrazándole en ese momento. Siempre lo encontraba dormido de espaldas a él cuando volvía de pasar tiempo con sus amigos.
Su vida no tiene nada de malo y esa madrugada debía terminar, porque sólo así podría aprovechar lo que parecía ser una nueva etapa en su relación. Una en la que Rubius parece estar bien con todo de él. Una donde, tal vez, se sintiera más importante que su trabajo o su imagen pública.
Se lo repite mientras deja que el sueño haga a su cuerpo flotar y recuerda cuando su madre le leía el cuento de Cenicienta antes de irse a dormir.
Aún envuelto en el cuerpo de Rubius, sueña con carrozas que se convierten en calabazas, ratones que lo visten y zapatillas de cristal que le gustaría perder para volver a bailar con príncipes azules.
Chapter 2: II.
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Después de dos años y medio de relación, Roier y Quackity por fin se habían mudado juntos.
Una pequeña casa estilo tradicional a las orillas de la ciudad era el hogar ideal para dos guionistas trabajando en su primera película conjunta. El silencio y tranquilidad que los rodeaba traía las palabras correctas a las puntas de sus dedos.
A pesar de las cajas de cartón en la sala de estar y las paredes vacías, era la casa de sus sueños.
Para celebrarlo, una carne asada en su patio trasero. Sobre pasto verde y fresco, a la sombra de dos grandes árboles, descansan una gran parrilla y mesas de parque de madera clara. Según Roier, ese espacio había terminado de convencerlos de que era la mejor opción.
Un coro de latas de cerveza siendo destapadas se escucha mientras Quackity y Roier cuentan una anécdota sobre el infierno que fue elegir el color de las paredes de su habitación.
—¿A ustedes cómo les fue? ¿Qué tan difícil fue ponerse de acuerdo en esas cosas? —Roier le pregunta a la otra pareja del grupo—. Porque nosotros casi nos divorciamos y eso que este pendejo aún no se decide a darme el anillo.
Quackity lo empuja con suavidad, alega que se lo dé él y se besan entre risas nerviosas.
Vegetta finge no saber que Quackity le pedirá matrimonio a Roier en el viaje de aniversario que harán en un par de meses y también que su estómago no se enreda ante la mención de anillos y bodas.
La sensación es mucho menos desagradable cuando recuerda que, por primera vez en meses, el lugar a su costado es ocupado por Rubius, quien lo codea y le sonríe para que cuente el acuerdo al que llegaron cuando se mudaron juntos.
—Fue relativamente sencillo. Rub escogió la zona y yo me hice cargo de la decoración —se encoge de hombros y su novio asiente con la cabeza—. Además era la única opción correcta. Ustedes hubieran rogado por lo mismo si conocieran su habitación en la casa de sus padres.
Cuando Quackity, Roier y Luzu piden ver fotos, ellos fingen no tener ninguna guardada en sus celulares. Rubius le agradece con un beso.
Sonríe para sí mismo al recordar la mudanza. Ligera es la palabra que se le viene a la mente para describir su relación en ese entonces. Para Vegetta, Rubius había sido el Sol después de años de invierno constante. Sabía que significaba lo mismo para él.
Construir una vida a su lado había sido una de las mejores decisiones de su vida, aunque la de Rubius hubiera comenzado a orbitar alrededor del trabajo al poco tiempo. Cuando su padre tomó la decisión de retirarse, el puesto de CEO de Bear Bikes quedó libre. Rubius siempre fue la primera opción para tomarlo, pero tenía claro que no lo heredaría sólo por ser su único hijo. Tenía que ganárselo.
Su padre nunca quiso que asumiera que tendría la vida resuelta gracias a él, así que comenzó buscando trabajo como cualquier otra persona. Hasta hace unas semanas, sabía tanto de Bear Bikes como Vegetta. Nada. Entender a fondo el funcionamiento de una empresa tan grande consumía horas enteras de su tiempo.
Una pequeña parte de sí extraña cuando Rubius era parte del equipo de publicidad de una empresa de maquillaje. Cuando tenía tiempo para mañanas de desayunos dulces y café, citas cada sábado y noches de películas. Tal vez la misma parte que antes no se sentía ofendida cuando se negaba a acompañarlo con sus amigos, pero que lloró aquella mañana al recibir un: “No tengo tiempo”.
La culpa se asienta en su estómago cuando Rubius besa su mejilla y se recarga en su hombro. Liderar la empresa de su padre ha sido el propósito y sueño de toda su vida. No puede culparlo por dedicarle tiempo. No quiere ser un obstáculo para que lo logre.
Rubius estaba haciendo lo mejor que podía para encontrar un balance y él no iba a sentirse así toda la vida, ¿verdad?
Tal vez volvería a ser el primer pensamiento de Rubius por las mañanas y el único por las noches. Volvería a serlo . Por eso estaba ahí.
Vuelve al momento cuando Roier cuenta que su manera de terminar con el debate infinito sobre las paredes de su habitación fue pintar la mitad color vino y la mitad color crema. Mientras hablan de lo difícil que fue conseguir una sala barata con el estilo que querían, él se distrae pintando patrones aleatorios en una de las palmas de las manos de Rubius.
El timbre suena y Vegetta se tensa en su lugar.
—¿Falta alguien? —Rubius pregunta, con el ceño fruncido.
Falta alguien.
Luzu lo mira y hace un ademán con la mano, restándole importancia.
—Unos amigos de Quackity que recién se mudaron a la ciudad —explica. Lo empuja con cariño y ríe—, pero no te preocupes. No más extraños.
Rubius suspira, se encoge de hombros y regresa la atención a Luzu. La mirada de Vegetta cae en la salida hacia el patio, que recibe a Foolish y Tina.
Ella luce tan bella como cuando la conoció, hace tres semanas. Tiene una sonrisa de miel con la que saluda a todos y deja un pastel de chocolate sobre la mesa en la que la conversan.
Cuando mira a Foolish, se siente como en un sueño febril. Uno que le recuerda que no es sólo un ente misterioso con olor a canela con el que bailó en su fiesta de cumpleaños, ni un par de letras y emojis que se manifiestan de vez en cuando en el grupo de WhatsApp con sus amigos, al que se unió hace unos días.
Es un ser vivo. Un humano. Es real . Un amigo de Quackity al que ilusamente creyó no iba a frecuentar.
Un ser humano que cumple sus promesas, porque cuando Roier le preguntó si iría, él sólo contestó: “Sí… Si Vegetta va.”
Y ahí está, saludándolo con un movimiento de su mano a la distancia. Corresponde al gesto con su respiración atascada en la garganta. Hay un intercambio de miradas fugaces antes de que Foolish se ofrezca a ayudarle a Quackity con la comida.
Según Tina, quien se sienta a su lado, es su buen acto de la semana. Además de realmente querer mudarse con Roier, Quackity les dejó su departamento anterior para facilitar su llegada a la ciudad y Foolish estaba haciendo todo lo posible para demostrarle que se lo agradecía.
Y así es como termina cortando vegetales a unos metros de distancia del resto del grupo de amigos. Minutos después, batalla para prender la parrilla y Vegetta sonríe para sí mismo antes de volver a prestar atención a la plática que su novio sostiene con Luzu.
—Estoy aprendiendo todo sobre Bear Bikes —le cuenta, jugando con su lata de refresco—. Y mi padre sabrá que soy apto para el puesto si logro cerrar un contrato con una empresa de ciclismo extranjera. No quiero adelantarme, pero creo que voy por buen camino.
Las palabras escapan con orgullo de su boca. Hombros rectos y pecho en alto. Luce tan feliz que a Vegetta le es imposible no contagiarse, pero el miedo no tarda en asfixiar al sentimiento brillante.
¿Qué lugar ocuparía en su vida si lo logra?
Con un trago de cerveza, empuja el sentimiento a la parte baja de su estómago.
[...]
Dos horas después, todos han comido suficiente carne, brochetas de verdura y tortillas como para sentirse llenos por una semana. Quackity y Roier sonríen orgullosos mientras Luzu se queja de la salsa que hicieron.
—No aguantas nada, cabrón —Roier dice, acercándole un vaso de leche—. Y eso que tuvimos madre.
Vegetta ríe recargado en el hombro de Rubius y su mirada se conecta, sin querer, con la de Foolish. Esmeraldas cargadas de intriga. Amatistas nerviosas con duda. Piernas débiles, incapaces de salir corriendo cuando se acerca hacia su mesa apartada del grupo.
Una vez frente a ellos, lo recorre con la mirada. El mismo sentimiento de aquella noche en el bar brilla en su sonrisa. Antes de extender su mano hacia Rubius, lo examina con un interés tan mínimo que es doloroso.
—Soy un maleducado, comimos juntos y no me he presentado. Foolish, amigo de Quackity.
Rubius le sonríe con la misma cordialidad con la que trataría a un colega con quien no tiene nada en común mientras acepta su presentación.
—No te preocupes, estuviste ayudando desde que llegaste —se aclara la garganta y suelta su mano—. Rubius, novio de Vegetta.
Y de repente tiene un par de miradas curiosas sobre él.
—Nos conocimos en su fiesta de cumpleaños —Foolish rompe el silencio, volviendo a su posición inicial—. Me da gusto volver a verte.
Las esmeraldas de Foolish ahora están fijas, retadoras , sobre sus manos entrelazadas y los colgantes plateados que se complementan en sus cuellos. Como si una parte de sí no quisiera haberlo visto y ahora fuera imposible de negar.
—Lo mismo digo.
Rubius lo mira con la cabeza ladeada y una mueca confundida.
—Vegetta no me habló de ti.
Foolish frunce el ceño y vuelve a mirarlo, consciente de la tensión en sus hombros mientras evita el contacto visual. Parece comprender algo que Vegetta aún no y su mirada cambia al sentarse frente a ellos con ambos codos apoyados sobre la mesa.
—No me ofende que no te hablara sobre mí —Foolish responde—. No convivimos mucho, ¿verdad?
Y ahí está de nuevo esa complicidad que se adhiere a su piel incómodamente.
Vegetta asiente con la cabeza y cuando está a punto de decir algo, un grito de Quackity a la distancia lo interrumpe.
—¡Foolish, ayúdame, por favor! ¡Pon la cafetera y trae un cuchillo para el pastel!
Vegetta ríe para sí mismo cuando Foolish rueda los ojos, a punto de levantarse. A su lado, Rubius niega con la cabeza y les dirige una maldita sonrisa angelical.
—Yo voy. Tú ayudaste con toda la comida —le dice a Foolish y él ni siquiera intenta contradecirlo. Le agradece con una sonrisa que se amarga cuando besa a Vegetta antes de alejarse.
—No pensé que tuvieras pareja —Foolish dice, tan pronto como Rubius entra a la casa—. Nunca lo mencionaste.
Vegetta necesita un momento para pensar en una respuesta. Su mente corre entre la duda que Foolish ha sembrado en él de por qué no lo dijo . Concluye que no pensó que fuera importante y- Eso es peor, ¿verdad? Piensa en culpar al alcohol pero de sus labios sale una sola cosa:
—No preguntaste.
Foolish ríe. Suave. Calmado. Vegetta sabe que lo ha escuchado antes, en esa escena afuera del bar que se repite en sus recuerdos en contra de su voluntad.
La manera en la que Foolish lo analiza lo hace querer salir corriendo pero sus pies están pegados al suelo de la misma manera en que sus ojos lo están en su expresión extrañamente satisfecha.
—Tal vez esperaba que no lo tuvieras —responde, sin más. Una chispa en su pecho cuando se pregunta, ¿Foolish realmente está haciendo lo que cree que está haciendo? —. O no sé, no pensé que lo tuvieras… Yo no dejaría solo a mi novio en su fiesta de cumpleaños.
Hay una pausa en la que Vegetta cree que ha olvidado todo su vocabulario y cómo usarlo. Misma pausa en la que Foolish le mira el rostro con lentitud. Cada centímetro de piel que recorre parece calculado, como si quisiera aprender cada detalle. Vegetta se siente mareado y tal vez está alucinando cuando cree que le mira los labios por milésimas de segundos antes de volver a hablar.
—Especialmente si luce como tú.
Su rostro se calienta y es incapaz de mantener el contacto visual. Su mirada cae sobre la camisa de Foolish y la piel que revela al tener los primeros botones abiertos. Foolish ríe y él se queda estático en su lugar cuando confirma que sí, le está coqueteando .
Sus dedos aprietan su lata de cerveza cuando recuerda que Rubius está ahí. Foolish no debería hablarle de esa manera ni él debería sentir que todo su interior cosquillea cuando lo hace. Entonces, se cruza de brazos y enseria, yendo contra la parte de su mente que le grita pedirle a Foolish que profundice.
¿Por qué esperaba que no tuviera pareja? ¿Cómo luce él ante sus ojos?
—No le gustan las fiestas. No iba a obligarlo a ir —dice, por lo que se siente como la milésima vez.
Foolish asiente.
—Ya. Sólo creo que hay sacrificios que vale la pena hacer —tiene la impresión de que la idea de Foolish queda en el aire y él suspira, jugando con la tela de su camiseta—. Igual me alegra haberte conocido así. Eres más divertido cuando no está él.
Vegetta parpadea como si acabaran de presentarle el remedio a una enfermedad incurable.
Eso es nuevo. Algo que no había escuchado antes.
—¿De qué hablas? —pregunta, desconcertado.
Las manos de Foolish, cubiertas en anillos dorados, juegan con el cuello de una botella de cerveza antes de contestar.
—No sé cómo podrían ser compatibles, tienen energías diferentes —comienza. La intriga quema en el estómago de Vegetta pero no lo muestra. Se voltea, mirando fijamente al grupo de personas encargadas de servir el postre—. Ese día reías y hablabas más… Te notabas más relajado. Más tú . No sé, no te conozco. Tal vez sólo era el alcohol.
Aún puede sentir la mirada de Foolish en su perfil. Quema.
Quema casi tanto como su afirmación.
A su familia le encantaba cómo Rubius y él se complementaban. Eran la pareja perfecta, no podían creer que se habían encontrado. Lo querían como a su propio hijo.
A pesar de verlo poco, Rubius les agradaba a sus amigos. Es decir, estaban riendo juntos mientras servían rebanadas de pastel. Tal vez Roier alguna vez mencionó un desbalance pero no lo recuerda con claridad. Él no lo conoce tanto. Él no lo conoce en verdad y-
—Tienes razón, Foolish, no me conoces. No nos conoces —suelta, sin mirarlo—. Y no logras más de tres años de relación con alguien que “no tiene la misma energía que tú”.
Mira de reojo la reacción de Foolish. No parece afectado por nada de lo que dijo y quiere gritar. Golpearlo. Saber qué mierda está pensando para afirmar algo así.
—Bien, lo siento —Foolish suelta. Su tono de voz no ha cambiado, pero quiere imaginar que está avergonzado—. No tengo idea de nada de lo que estoy hablando.
Vegetta asiente con la cabeza y suspira, dispuesto a voltear y agradecerle su preocupación, pero Rubius y él estaban bien . Antes de que pueda siquiera abrir la boca, Foolish ya se está levantando del lugar frente a él, hurgando en el bolsillo de su camisa.
Asume que la llevó al trabajo ese día, porque saca una tarjeta de presentación y la deja a su lado.
—Si algún día cambias de opinión o quieres probar una energía diferente, puedes encontrarme ahí… Después decides si me dejas llevarte a otro lado.
Le sonríe una última vez y se aleja como si no le hubiera erizado la piel y volteado su mundo de cabeza.
Sabe que debe romperla y tirarla a la basura. En su lugar, la examina: Foolish Brown , un número de contacto que debe ser meramente profesional y la dirección de un despacho en letras doradas.
Él también es arquitecto.
Suspira, confirma que nadie le esté prestando atención y la guarda en el bolsillo de su pantalón. Sería de mala educación tirarla ahí. Es la única razón por la que lo hace.
[...]
La reunión aún no termina a las diez de la noche, pero Quackity los acompaña a la salida cuando Rubius dice que ya es algo tarde para ellos.
—¿Puedo hablar contigo, Vegetta? —le susurra, en medio del abrazo que le da para despedirse. Él asiente con la cabeza y Quackity lo lleva arriba con la excusa de pedirle ayuda con los azulejos del baño mientras Rubius alista el coche para irse—. ¿Todo está bien con Foolish?
Vegetta siente las palmas de sus manos sudar.
—Sí, ¿por qué?
Quackity suspira, recargándose en el lavabo de su baño. Aromatizante de manzana llenando sus fosas nasales.
—Porque no quiero que se acerque a ti de una manera que no debería —le dice, mirándolo con preocupación—. Este año le pasaron cosas de las que no me corresponde hablar, pero en conclusión, está soltero y quiere comerse el mundo.
Vegetta lo mira ladeando la cabeza. La mirada de Quackity se ilumina, haciéndole saber que dirá algo que no debería.
—Quiere comerse a todo el mundo, para que me entiendas —añade. Ambos saben que hay risas estancadas en sus pechos, que salen por meros segundos antes de que Quackity vuelva a enseriar—. Sólo digo que si se acerca a ti con otras intenciones, dímelo y hablo con él. No me interesa cómo maneje su pito pero sí que sea ético, ¿me explico? No quiero que cause problemas entre Rubius y tú.
La mano de Vegetta se dirige de manera inconsciente al bolsillo de su pantalón. Quackity no lo nota.
Foolish no lo incomoda. No como Quackity parece insinuar, al menos. Tampoco es como que se sienta tranquilo en su presencia, pero eso sólo parece intrigarlo más.
Sabe que ese sería un buen momento para detenerlo todo, pero por alguna razón no puede.
No quiere.
—Todo está bien. Él sólo ha sido amable conmigo.
Los hombros de Quackity se relajan y deja salir un suspiro. Ríe suavemente y abre la puerta del baño, dejándolo salir.
—Bueno, recuperé un poco de fe en él —vuelve a abrazarlo y lo empuja suavemente al separarse—. Anda, te están esperando allá afuera. Manejen con cuidado.
[...]
Su cuerpo descansa sobre el de Rubius mientras se besan en la oscuridad de su habitación. Las manos ajenas suben por su cintura y las suyas buscan colarse debajo de su camisa. Rubius lo permite y él suspira contra sus labios cuando siente su calor en la punta de los dedos. Sube más y el hombre lo detiene.
—Amor, tengo que volver a trabajar.
Vegetta se queja y busca su boca de nuevo. Falla.
—Hablo en serio, Vege.
Vegetta baja de su cuerpo y se coloca a su lado. Pupilas dilatadas sobre una mirada decaída.
—Lo siento. Me encantaría quedarme aquí contigo y recuperar el tiempo perdido, pero sabes que ir contigo implicaba desvelarme y no divirtiéndome, precisamente.
Hay un suspiro suave y un asentimiento de cabeza como respuesta.
—Está bien. Entiendo —se estira en la cama y besa su mejilla. Una sonrisa sincera pero apagada en su rostro—. Gracias por ir conmigo hoy. La pasé muy bien.
Rubius entrelaza sus dedos y le sonríe.
—Por ti —le dice. Suspira levantándose de la cama—. Te amo.
Hay una opresión extraña en su pecho cuando contesta que también lo ama.
Fue un buen día. Rubius lo acompañó con sus amigos, se notó cómodo… Todo estaba bien .
No sabe cuánto tiempo durará estar bien. Ya ha pasado antes.
¿Y si Foolish había visto algo que él no?
Foolish.
En un movimiento rápido, busca la tarjeta de presentación en su bolsillo. Aún está ahí. Arrugada, con las esquinas dobladas pero aún legible.
Ve las letras tanto tiempo que dejan de tener sentido.
Escucha cómo Rubius atiende una llamada desde la sala de estar y suspira. Se sienta en la cama y mira el bote de basura junto a ésta. Después a la tarjeta. Lo repite tantas veces que se vuelve cómico.
—Amor, voy a cenar algo ligero. ¿Quieres?
Los pasos de Rubius por el pasillo lo hacen volver en sí. Con movimientos rápidos, abre el segundo cajón de su mesa de noche. Mira el bote de basura una última vez.
Escucha a Rubius cada vez más cerca y lo único que puede hacer es guardar la tarjeta de presentación en el cajón en un movimiento impulsivo. A un lado de la cajetilla que sólo sale de casa cuando él no va. Debajo de los libros que nunca terminó de leer y la caja de cartón con regalos y cartas que Rubius le ha dado a través de los años.
Él lo mira extrañado cuando vuelve a la habitación.
Explica que el estómago le duele un poco y Rubius ríe, haciéndolo recostarse a su lado con las manos sobre su abdomen. Recibe besos en los hombros y preguntas sobre si necesita algo más antes de que se vaya.
Le pide un té de manzanilla y mira al cajón mal cerrado con una tonelada sobre el pecho.
Rubius no estaría haciendo todo eso por él si no lo amara.
Si están bien, ¿qué le pasa? ¿por qué se siente así?
¿Qué está haciendo?
Chapter 3: III.
Notes:
Hola. Agárrense y así.
¡Felices fiestas!
Si todo sale bien, nos vemos antes de que termine el año, sino, hasta 2025.
Espero que les guste.
PD: Las canciones de este capítulo son Lost On You de LP y Kintsugi de HUMBE.
Chapter Text
Hace tres años y medio, Rubius y él se vieron por primera vez. Un veinte de febrero.
El vigésimo aniversario de la firma de arquitectos de sus padres se celebraba en su sala de estar. Decenas de gente tan plana como adinerada brindaban con copas largas y comían canapés como si se tratara de su único alimento de la semana.
Él recibió una sola indicación: Vestirse bien y sonreír cuando fuera necesario.
Solía vivir esos eventos como un experto reportero cuya opinión no importaba. Se sabía las arrugas más prominentes del rostro de todos los socios de su padre, el color del labial de las amigas de su madre y las marcas de sus vestidos, mismos que solían repetir. Esos ínfimos detalles sólo eran relevantes para él.
No se definiría como un entusiasta del romance, pero la primera vez que lo vio se sintió como el protagonista de una película del género. Cruzaron miradas a través de su lujosa sala de estar y todo a su alrededor desapareció.
Juró que Rubius caminó hacia él en cámara lenta antes de presentarse. Lo que comenzó como una queja sobre los insípidos bocadillos con higo terminó en una conversación de horas que fluyó como si se conocieran de toda la vida.
En poco tiempo, se convirtieron en el acompañante oficial del otro en reuniones donde sus padres coincidían.
Vegetta notaba la manera en la que Rubius lo miraba y a él le gustaba pensar que era bueno escondiendo el brillo en su mirada cada que pronunciaba su nombre, pero le era imposible pensar en decir algo .
Ya se había entregado en cuerpo y alma antes. Sabía cómo terminaba.
No había lugar en su vida para Rubius y Vegetta.
A los dos meses de conocerse, Rubius lo invitó a una reunión con sus amigos. Ya no eran sólo dos almas cansadas de su entorno buscando un escape en el otro, eran amigos.
En cuestión de semanas eran sólo ellos dos recorriendo restaurantes lujosos del centro de la ciudad, puntuándolos con un sistema que sólo ellos entendían.
Todo lo que habían estado evitando decirse explotó una madrugada en el auto de Rubius. Un chico le pidió su número y él se lo dio. Vegetta no habló en todo el camino de regreso.
Cuando Rubius le preguntó qué pasaba, él sólo pudo mirarlo con incredulidad. ¿No notaba todo lo que sentía por él?
Después de un encuentro de voces alzadas y palabras sin sentido, Rubius lo besó. Su mente se calló y sus manos dejaron de temblar.
Todo dentro de él se sintió en paz.
¿Qué significaba eso?
No hablaron en una semana entera después de aquella confesión silenciosa.
Una noche de viernes, la primera que pasaba en su casa desde hace semanas, su padre lo miró con extrañeza.
¿Y Rubius?
Él se preguntaba lo mismo. No sabía qué había pasado con él ni qué quería qué pasara.
El pasado amoroso de ambos era tormentoso. Explorar qué había más allá de su amistad sería como tirarse a un oscuro y frío océano sin saber nadar. No sabía si estaba dispuesto a arriesgarse, no sabiendo que ambos podían ahogarse.
En un momento de extraña calidez, su padre le dijo que las relaciones siempre iban a sentirse así. La vida en sí era oscuridad e incertidumbre. Rubius y él podían aprender a nadar juntos a través de ella.
Le hizo ver que Rubius no era como los chicos con los que había salido antes. Conocía a su familia, habían hecho negocios antes y podía asegurarle que no encontraría a alguien mejor.
Se arriesgó.
Lo buscó al día siguiente y Rubius le propuso tener una cita en el primer restaurante que calificaron con cinco estrellas… Con la diferencia de que esta vez podía tomarle la mano sobre la mesa, hacer bromas coquetas y besarle en su auto.
Formalizaron poco tiempo después. Odiaba admitirlo, pero su padre tenía razón. Rubius no era como ellos. Era cálido, gentil y lo adoraba a pesar de todos sus defectos.
Se sentía como en casa.
A pesar de tener historias de vida similares, son polos opuestos. Sí, de esos que se atraen. Esos que se buscan el uno al otro con un magnetismo hipnotizante al que es imposible negarse.
De esos que, cuando algo falla en la ley de la física que retrasa momentáneamente la colisión inevitable, chocan con fuerza. La misma que un meteorito necesitaría para con barrer con todo el universo que habían creado juntos.
Ellos aún no son capaces de verlo.
Aquella tarde de sábado comienza con Rubius irrumpiendo en su estudio.
—Amor, nos vamos en una hora —dice, checando su reloj—. Voy a comer algo y a comprar una botella de vino- ¿Por qué no te has cambiado?
Vegetta levanta la mirada de los planos en los que trabaja y frunce el ceño. Mira su propio cuerpo, cubierto con un conjunto gris de ropa deportiva y luego el de Rubius, adornado con un traje de terciopelo azul.
Boquea sin decir nada y entonces lo recuerda.
—¿Es hoy?
La mirada de Rubius se apaga. Vegetta baja la suya.
—Te lo recordé hace dos días.
Vegetta lo mira y juega con su lápiz. Lo deja sobre la cantidad inmensa de papeles que reposan en su escritorio y se levanta.
—Voy a bañarme, cambiarme y como algo allá —anuncia. Su estómago se siente incómodo cuando piensa en la cantidad de horas de la madrugada que deberá dedicarle a la construcción de las oficinas que están bajo su mando. Aún así, le dedica una sonrisa cansada—. Lo siento. He tenido la cabeza ocupada estos días.
Rubius abre la puerta para él y lo sigue hasta su habitación. Vegetta rebusca en su armario por un traje que no necesite planchar, con la mirada de su pareja clavada en su espalda.
—No quieres ir.
Vegetta suspira tomando un sencillo traje negro que después extiende sobre la cama. Lo examina en busca de arrugas o polvo y luego lo mira a él.
—No es que no quiera ir, Rub. He estado ocupado. Estoy ocupado pero estoy listo en cuarenta minutos y te acompaño a comprar el vino para que no lleguemos tarde —le sonríe de una manera casi imperceptible antes de volver a darle la espalda.
Junta un par de calcetines y ropa interior, colocándolos sobre el traje. Rubius aún luce decaído.
—Sabes que hoy era un día importante para mí. Es la primera vez que los dueños de la empresa con la que debo cerrar el trato me invitan a un evento. Sólo estoy algo desconcertado de que estés comportándote así.
Vegetta se queda de pie a un lado de la cama.
—¿Así cómo? —lo cuestiona, cruzándose de brazos—. ¿Distraído porque he estado trabajando?
Rubius entra a la habitación y se recarga en el mueble de caoba en el que guarda su ropa, dándole la espalda al espejo en el que Vegetta se ve reflejado mientras espera una respuesta.
—Sí —Rubius dice, finalmente—. Nunca te había pasado.
Una mezcla de incredulidad y algo más se esparce por el torrente sanguíneo de Vegetta. Se apodera de él y, por un momento, recuerda la explosión de emociones antes de que Rubius le besase por primera vez.
—Lo sé y ya me disculpé. Estoy haciendo todo lo posible por ir —toma su ropa interior y calcetines, dispuesto a entrar al baño de su habitación—. Que es más de lo que tú sueles hacer por mí —murmura, entre dientes, sin intenciones de que Rubius lo escuche.
Pero lo hace.
—¿Ahora esto es sobre mí?
Vegetta suspira. Deja su ropa sobre el lavabo y se recarga sobre éste, adoptando la misma posición que Rubius.
—Sólo me parece injusto que te enojes porque lo olvidé cuando a ti te toma meses querer hacer algo conmigo —escupe. Sí, aquella otra emoción que calienta su sangre es enojo—. Ni siquiera fuiste a mi fiesta de cumpleaños y también era importante para mí —se quita los zapatos usando sus pies y le hace una seña—. Ve a comer. Se hace tarde.
—¿Por qué nunca me dijiste nada de esto? —cuestiona, ignorando lo que Vegetta dice—. Y no estuve ahí porque no es un ambiente que disfrute, lo sabes.
El cuerpo de Vegetta se siente demasiado pequeño de repente. No es lo suficientemente grande para contener lo que ha estado sintiendo durante meses, así que no lo hace.
—Lo he hecho y nunca llegamos a ningún lado. Dices que vas a intentarlo y después estás raro por días —en su voz hay una mezcla de emociones que ni siquiera él comprende y que desearía poder arrancarse del pecho. En su lugar, bufa una risa—. ¿Y crees que a mí me gusta estar rodeado de empresarios que hablan de cosas que no entiendo, prendado a tu brazo como si fuera un adorno? ¿Cuidando todo lo que digo y lo que hago para que no piensen mal de nosotros ? ¿Para que no piensen mal de ti?
Hay un nudo en su garganta cuando Rubius sólo lo mira en silencio, tomando respiraciones profundas.
—¿Cómo iba a saber que te molestaba si no lo dices? —le reclama de regreso, en voz baja. Como si aquello no debiera haber salido de su boca.
—La única vez que falté a un evento estuviste enojado por días —contesta, aferrándose al lavabo frío—. Si hiciera lo mismo cada vez que no quieres hacer algo conmigo no hablaríamos nunca .
Su mano libre se hace un puño en la tela de su pantalón. En el fondo de la mente de Vegetta hay una cuenta atrás, como si una bomba estuviera a punto de explotar.
La mirada de Rubius se pinta con incredulidad y sorpresa. Vegetta cree ver algo de dolor, pero es difícil saberlo cuando el propio lo ciega.
—No pensé que te molestara tanto acompañarme a eventos del trabajo.
Vegetta rueda los ojos y muerde el interior de su mejilla. Rubius lo mira con reto.
—No me molesta. Sabes bien por qué lo hago.
Suspira y patea sus zapatos lejos de él. Mira la ducha y se quita su reloj.
—Deja que me duche, por favor. Vamos a llegar tarde.
Hay un silencio que quema antes de que Rubius negue con la cabeza.
—No tienes que acompañarme si estás molesto. No tienes que acompañarme nunca si no quieres —suelta, con la boca en una línea recta—. No te molesto más.
Los labios de Vegetta se separan con incredulidad. El pecho le duele tanto que se le dificulta responder de inmediato.
Y entonces, la bomba explota.
—¿Así te sientes cada vez que te propongo salir con mis amigos? ¿Como que es una molestia?
Con un suspiro cansado, Rubius se frota el puente de la nariz con dos de sus dedos.
—Vegetta, no dije eso.
—No tienes que decirlo. Lo sientes.
—No sabes lo que siento —contesta, en un tono de voz tan estático que lo hace querer encogerse en su lugar—. Y no entiendo por qué te molesta tanto de repente, Vegetta. Tú tienes tu vida y tus amigos, yo también. Coincidimos aquí y es suficiente.
No, no lo es.
Vegetta empuja el pensamiento lejos, porque cree que Rubius tiene razón. Sabe que tiene razón. No tienen que ser como Roier y Quackity, yendo juntos a absolutamente todos lados, ¿verdad?
Cierra los ojos y respira.
—Estoy intentándolo. Sólo te estoy pidiendo que me entiendas y que cedas por hoy. Que vayas hoy.
Vegetta realmente quiere terminar esa conversación, pero cree que ha perdido el control de sí mismo cuando su piel vuelve a encenderse. Cree que meses de pequeños pinchazos en el pecho se traducen a:
—No, no sé lo que sientes. No sé lo que sientes desde hace meses —acentúa cada palabra con sus manos y Rubius lo mira inmóvil. Es completamente imposible para él saber qué es lo que está ocurriendo detrás de su frente—. Y entiendo, Rubius. Entiendo que estés ocupado, que estés cansado. Entiendo que te hace bien que te acompañe a reuniones así como entiendo que tengo que comportarme. Lo he hecho toda mi vida. ¿Ceder? Tengo que terminar esos planos antes de mañana en la tarde y estoy a punto de ducharme para acompañarte. Me mudé a una zona de la ciudad lejos de toda mi vida por ti. ¿Has pensado que yo quiero que entiendas que, tal vez, no quiero pasar mis fines de semana sólo con mis amigos y quiero que estés ahí? ¿Que quería bailar contigo en mi fiesta de cumpleaños? Estoy completamente inmerso en tu mundo y tú apenas tocas el mío.
Un nudo se forma en la garganta de Vegetta cuando ve la expresión estoica de Rubius. Le recuerda tanto a su padre que se siente como un niño pequeño haciendo berrinche.
Suspira y parpadea alejando las lágrimas tanto como puede.
—Lo siento. Por favor, deja que me duche.
Rubius niega con la cabeza.
—No vamos a ir mientras estés así, Vegetta —lo mira por segundos que parecen horas y suspira—. Quédate y hablamos cuando no estés molesto.
Vegetta asiente con la cabeza, mordiendo su propio labio inferior con fuerza.
—Ni siquiera estoy molesto —dice, arrastrando sus pies hacia la puerta—. Sólo quiero volver a ser tan importante para ti como lo era antes.
Cierra la puerta con la poca fuerza que le queda y por fin se permite llorar. Se mira al espejo y después de unos segundos, limpia las esquinas de sus ojos. Se desviste y se ducha dentro de paredes derrumbadas, con polvo en los pulmones.
[...]
Rubius lleva una hora fuera de casa cuando decide intentar terminar los planos que consumen cada rincón de su mente desde hace un par de semanas.
El café que preparó le quema el esófago y le amarga la lengua. Es incapaz de trazar líneas rectas, crear espacios funcionales y pensar en la simetría. Aún siente que todo tiembla alrededor suyo y hay un pitido insistente en sus oídos. Cree que es normal después de la magnitud de la explosión.
Debajo del pitido, hay un susurro. No entiende muy bien qué dice, pero le hace pensar en ese cajón de su mesa de noche. Lo ignora y sigue perdiéndose entre las líneas que cubren el papel.
Cuando da el último trago a su taza de café, el susurro se convierte en una frase bien estructurada que le hace pensar que necesita hablar con alguien sobre lo que ocurrió… Alguien cuya dirección está en ese cajón y que, en ese momento, le hace pensar una sola cosa.
¿Tenía razón?
Mira la puerta de su estudio y niega con la cabeza, tratando de concentrarse en su entrega. Quiere escribirle a Roier y pedirle un consejo, aunque sabe lo que le dirá.
Hablar nunca ha servido de nada. Siempre ocasiona problemas.
Antes con sus padres, ahora con Rubius.
Todo lo que siente se le ha ido quedando acumulado en el pecho desde que era un niño. Dentro de sí, hay un ático abandonado y oscuro al cual no quiere ir solo. La mera idea de encender la luz le aterra y a quienes ha invitado sólo lo han dejado peor. Está clausurado.
¿Qué hacer cuando la única solución coherente a tus problemas sólo causa más?
Hacerle caso al susurro que se ha convertido en un grito insistente en el fondo de tu mente. Conducir hasta la dirección impresa en la tarjeta de presentación de la que no pudiste deshacerte en dos semanas. Eso si le preguntas a Vegetta, claro.
La firma de arquitectos en la que trabaja Foolish, situada en el centro de la ciudad, está rodeada por farolas de luz cálida y jardineras con flores color borgoña.
No se decide a entrar hasta que no ha fumado un segundo cigarro dentro de su auto. Lo recibe el rostro amable y delicado de una chica de cabello blanco.
—Buenas tardes… ¿Noches? —saluda, limpiando el sudor de las palmas de sus manos en su pantalón deportivo—. Busco a Foolish Brown.
La muchacha asiente con la cabeza.
—¿Tiene cita?
—No, soy… Un amigo.
La recepcionista frunce el ceño y, con insistencia, busca una página en específico de su agenda. Bagi, dice una placa dorada en su uniforme.
—¿Quién lo busca? —finalmente pregunta, colocando su mano sobre el teléfono fijo a su lado.
—De Luque.
Bagi suelta el teléfono y suspira con alivio.
—Está terminando una reunión pero después debería estar libre. Puede esperar aquí —su mirada está cargada con curiosidad mientras le sonríe suavemente y señala un par de sillones.
Pasados diez minutos, Foolish aparece por el pasillo detrás de un hombre trajeado. Le señala la puerta y lo despide con un apretón de manos.
Él también está usando un traje. Negro con una corbata color vino. Su voz y su rostro serios desaparecen cuando Bagi le habla, a quien le sonríe con calidez. Alcanza a escuchar cómo dice algo de una visita para él mientras lo señala discretamente.
Todo el semblante de Foolish cambia. Hay genuina sorpresa bailando en su mirada. Antes de que pueda acercarse, Bagi vuelve a llamar su atención.
Vegetta no escucha ninguno de los murmuros que intercambian después:
—Necesitas avisarme que vas a tener visitas. Me asusté, pensé que era el innombrable al que no debemos dejar pasar, contarle a nuestros adultos de confianza y llamar a las autoridades competentes.
Una carcajada de Foolish llena la recepción. Ignora la punzada en su pecho y niega con la cabeza.
—Es solo precaución, Bags… Él ni siquiera sabe dónde estoy —mira a Vegetta un momento antes de seguir—. Y lo siento, no esperaba que viniera.
—Bueno, al menos es Vegetta De Luque , al que debo dejar pasar no importa qué tan ocupado estés —bromea, acomodando dos libretas, una sobre la otra—. Anda, no se vaya a aburrir y no vuelves a verlo.
Foolish se aleja y le guiña un ojo.
—No te preocupes por eso.
Bagi ríe, rodando los ojos.
—Eres un engreído descarado.
Foolish la imita.
—Voy a hablar con él y te llevo a tu casa cuando terminemos, ¿sí? —la chica asiente con la cabeza y le agradece con una sonrisa—. Trata de no enloquecer por esto pero Tina me preguntó por ti. Elaboraremos en un rato.
Alcanza a escuchar una risa nerviosa proveniente del pecho emocionado de Bagi cuando da la vuelta y se dirige a Vegetta.
Una vez está frente a su sofá, recarga todo su peso en su cadera y le sonríe.
Tal vez no es el mejor momento para notarlo, pero Foolish luce majestuoso desde ese ángulo.
—¿A qué debo el honor?
Silencio. Vegetta traga saliva.
—¿Puedo hablar contigo?
La mirada de Foolish no se ha despegado de él. Está asegurándose de que Vegetta es real y está ahí. Asiente con la cabeza, dando un paso hacia atrás para que pueda ponerse de pie.
—¿Sobre qué?
—¿Puede ser en otro lado?
Foolish coloca sus manos en su propia cadera y arquea una de sus cejas.
—¿En otro lado, aquí mismo o en otro lado ?
Vegetta rueda los ojos y suelta una risa nerviosa cuando procesa lo que ha dicho.
—En otro lado, aquí mismo.
Foolish hace una mueca de decepción exagerada y lo guía a través de pasillos pintados en color beige hasta la sala de descanso. Hay sillones elegantemente coloridos y mesas de madera con aperitivos empaquetados, una cafetera funcionando llena la habitación con el olor del líquido amargo con notas afrutadas, junto a un teléfono fijo y papeles de colores con bolígrafos a su lado.
Foolish señala un sillón color azul turquesa que, Vegetta descubre pronto, es demasiado pequeño para dos personas. Sus muslos y sus costados se rozan mientras Foolish lo mira con curiosidad.
—¿Qué necesitas? —le examina el rostro, notando sus ojos levemente hinchados y sus labios enrojecidos—. ¿Estás bien?
Vegetta asiente con la cabeza rápidamente, mirando hacia cualquier otro lugar que no sea él.
—Sí, Foolish. Yo… —mira sus manos entrelazadas sobre sus piernas y toma una respiración profunda antes de sólo decirlo —. ¿A qué te referías con lo que dijiste sobre Rubius y yo aquella vez?
No quiere mirar a Foolish después de hacer aquella pregunta. No podría soportar su expresión de victoria.
—¿Sobre Rubius y tú? —repite. Su tono es neutro y calmado, no burlón—. ¿Que eras más divertido cuando él no está? ¿Que tienen energías diferentes?
—Sí.
Están tan cerca que siente cómo Foolish se encoge de hombros.
—Pues eso, Vegetta. Las veces en las que te he visto sin él pareces ser otra persona. No te preocupas por cómo estás actuando. Sólo eres y ya —Foolish hace una pausa, saboreando sus palabras antes de dejar que cobren vida en el aire. Él también parece ser otra persona en ese momento—. Lucías tenso con él, serio… Estuviste la mayoría del tiempo en una mesa aparte y no te culpo, digo, amor y esas mierdas. Sólo he notado que fluyes más cuando no está.
A la respuesta de Foolish le sigue un silencio en el que Vegetta se dedica a memorizar el patrón del suelo de la sala de descanso. Muerde el interior de su mejilla y lo mira por primera vez.
La expresión de Foolish es suave, incluso nostálgica. De alguna manera, es como mirarse al espejo.
—No sabía que tenías un sentido del humor tan ácido hasta la semana pasada en casa de Quackity y Roier —anota, mirándolo esta vez. En su rostro hay una sonrisa sincera y divertida, que Vegetta atribuye al recuerdo de su propio chiste sobre su dinámica con sus padres—. Creo que cuando estás con él te preocupas demasiado por cómo actúas. Sólo es eso.
Vegetta suspira y deja caer su cabeza en el respaldo del sofá, con los ojos cerrados. La habitación a su alrededor ha comenzado a dar vueltas.
—También creo que él es un poco ordinario, pero ese es otro tema —Foolish bromea.
¿Era una broma?
De los labios de Vegetta escapa una risa cansada. Empuja la rodilla de Foolish con la suya.
—¿Eso es malo?
—¿Que tengas un novio ordinario?
Vegetta vuelve a reír, su pecho se siente ligero. En la misma posición, niega con la cabeza.
—No… Todo lo que notas entre nosotros.
Escucha cómo Foolish suspira con suavidad a su lado. Siente movimiento en el sofá y asume que ha adoptado la misma posición.
—No puedo responderte eso, Vegetta. Si mis suposiciones son ciertas, que usualmente lo son, supongo que depende de ti y cómo te hace sentir —Foolish ríe por la nariz—. No soy psicólogo ni experto en relaciones de pareja... Mucho menos experto en relaciones de pareja.
Hay un deje de tristeza en su voz pero Vegetta prefiere no preguntar. Suspira y disfruta el no sentir los músculos tensos por primera vez en el día.
Tal vez en semanas.
—Lamento haberte quitado el tiempo con esto —Vegetta dice, cuando es realmente consciente de qué está hablando y con quién.
Siente cómo Foolish se levanta del sofá. Abre sólo uno de sus ojos y lo ve levantarse hacia la cafetera.
—¿Quieres?
Vegetta asiente con la cabeza y después dice que sí, en caso de que Foolish no lo haya visto. Escucha cómo sirve el líquido en dos tazas y la envoltura plástica de lo que asume son galletas.
—Abre los ojos y siéntate bien. No quiero que me encarcelen por tu culpa.
—¿Por qué te encarcelarían?
—Por si te asfixias. No todos los días convives con un chico bonito antes de que muera en tu lugar de trabajo.
Vegetta suelta una carcajada que rebota en las paredes de la sala de descanso y Foolish le sonríe, entregándole una taza y el paquete. Vuelve a sentarse a su lado y lo mira antes de volver a hablar, sosteniendo su taza con ambas manos.
—No me quitas el tiempo, Vegetta. Siempre es agradable verte —le dice, antes de beber un trago de café—. Sólo me resulta curioso que hayas decidido venir a mí cuando tienes a Roier, a Quackity o a Luzu.
Vegetta siente que las paredes lo juzgan. Foolish sabe algo sobre él que no le está diciendo. Abre su paquete de galletas en silencio y muerde una de ellas.
—¿Por qué?
—Ellos te conocen más. Ellos los conocen más, ¿no?
Vegetta no dice nada más. Mira la luz blanca del lugar reflejarse en su café antes de beber de él.
Y bien, sí, tiene razón. Ellos han estado ahí desde que Rubius y él comenzaron su relación. Ellos han estado ahí desde antes que Rubius.
No le gusta hablar de sus problemas de pareja con ellos. ¿Siquiera son problemas si Rubius es lo mejor que ha tenido? No merece que ellos conozcan un lado suyo que los haría pensar mal. No es necesario.
Foolish no los conoce y por eso considera necesaria su opinión. Fresca y objetiva.
—¿Nadie te había hecho notar nada de lo que te dije?
Vegetta suspira antes de beber otro trago de café que le quema el esófago de la manera correcta. Se encoge de hombros, recordando la única vez que platicó del tema con Roier.
—Algo así.
Foolish ríe suavemente.
—¿Y yo tengo razón?
—No —lo mira de reojo y niega con la cabeza—. No lo sé. Peleamos y necesitaba escuchar algo diferente a lo que sé que ellos me dirían. Sólo… Eso.
—¿Sólo eso?
—Sólo eso.
Foolish toma el paquete de galletas de sus manos y come una de un sólo bocado mientras lo mira.
—¿Quieres que sea honesto? —Foolish le pregunta cuando termina de comer. Bebe de su café mientras Vegetta asiente con la cabeza—. Sigo sin saber por qué querrías contarme tus problemas de pareja a mí.
Mira su propia galleta a medio comer y siente cómo los dedos de sus pies se encogen dentro de sus zapatos.
—¿Por qué?
Vegetta se atreve a mirarlo. Foolish lo mira como si le hubiera dicho que el agua moja.
—¿Vas a decirme que no sabes que sí, me interesan, pero no de la misma manera en la que a Roier o a Quackity? —ríe, jugando con el contenido de su taza—. Y no sé, también podría malinterpretarse que estés aquí.
Odia sentir que sus sonrisas descaradamente victoriosas ocultan algo y se burlan de él cada vez que la respiración le falla en su presencia.
No hay nada que le impida explorar su curiosidad en ese momento.
—No sé a qué te refieres, Foolish.
El hombre suspira.
—Creo que no es buen momento para hablar sobre esto —se levanta del sofá y de nuevo se dirige a la mesa con la cafetera—. ¿Quieres azúcar? Está un poco amargo.
—No, gracias —suspira y lo mira—. ¿Por qué podría “malinterpretarse” que esté aquí?
Foolish añade dos cucharadas de azúcar a su café. Vegetta camina hacia él y repite un por qué cuando Foolish no responde.
La mirada esmeralda está retándolo cuando vuelve a prestarle atención. ¿Realmente quiere saberlo?
No, no quiere. Necesita saberlo. Foolish entiende su silencio y se rinde ante él, suspirando antes de contestar con aparente desinterés.
—No sé, Vegetta. Me hace pensar que quieres que yo sepa que no están bien.
Oh.
Eso.
Foolish examina su expresión antes de seguir hablando:
—Y me hace pensar que tú también sientes algo cuando me ves.
Oh .
El estómago de Vegetta se siente vacío cuando piensa que eso no es realmente una mentira. Él siente algo cuando lo ve.
Algo confuso, oscuro y enmarañado que roza lo incorrecto. Algo que no puede nombrar aún y que excita a la curiosidad que lucha por romperle la piel. Sólo puede pensar en una cosa para tranquilizarla:
—¿Qué sientes cuando me ves?
Con esa mera pregunta, el aire alrededor de ellos se vuelve pesado y Foolish se olvida de su taza de café. Recuerda el día de su cumpleaños. Él está completamente concentrado en Foolish y Foolish está completamente concentrado en él.
Antes de que pueda procesarlo, Foolish ha dado un paso hacia él. Traga saliva y, aunque lo intenta, no puede dejar de mirarlo.
—¿Qué siento cuando te veo? —repite, en voz baja. Tan baja que se siente como si estuvieran intercambiando secretos y están tan cerca que no puede pensar con claridad—. Creo que lo sabes bien, bonito. No sé por qué estás preguntándome esto.
El apodo hace que su estómago se tuerza y después cosquillee. Es emocionante.
Saber que provoca algo en él es emocionante. Quiere escucharlo. No cree que nadie pueda culparlo por querer saber más.
—No, no lo sé. Por algo estoy preguntándotelo.
Foolish ríe. De nuevo es aquel chico que brilla con confianza, cuya mano casi no tiembla antes de sostener su barbilla entre dos de sus dedos.
Es la primera vez que lo toca sin la cordialidad como excusa. Su columna vertebral es recorrida por electricidad.
Tal vez la última conversación que tuvieron durante la carne asada de Roier y Quackity lo hizo sentir que debía tomar distancia la próxima vez que se vieran. La semana anterior, reunidos en el mismo lugar para dar opiniones sinceras sobre el guión de la pareja, Foolish no fue nada más que cordial con él.
Extrañaba esta versión.
El pulgar de Foolish acaricia su barbilla, demasiado cerca de sus labios. Puede escuchar su propio corazón latir en sus oídos.
—Digo que lo sabes porque no es muy diferente a lo que debes sentir tú —inicia. Su mirada le recorre todo el rostro con lentitud y se detiene por segundos enteros en sus labios. Él moja los suyos de manera inconsciente y la sonrisa de Foolish se ensancha. Mierda—. Mírame. No tienes que responderme si no quieres, pero enfócate en lo que sientes.
Por primera vez, se permite recorrer el rostro de Foolish con lentitud. Absorbe cada detalle de sus cejas ligeramente despeinadas, los poros de sus mejillas y el tono rojizo de sus labios.
Lo que siente le recorre la piel con intensidad eléctrica. Sigue siendo el hombre más atractivo que ha visto en su vida.
Sabe que él está haciendo lo mismo y la profundidad de su mirada lo hace dirigir la propia a la pared tras ellos.
—¿Qué sentiste la primera vez que nos vimos? ¿Cuando guardaste la tarjeta, cuando decidiste venir aquí..? ¿Qué fue lo que hizo que no le hablaras a Rubius sobre mí? —Foolish cuestiona, manteniendo aquella verdad incómoda entre ellos dos—. Porque estoy casi seguro que es lo mismo que siento cuando te veo.
Foolish no lo suelta ni rompe el contacto visual y él tampoco lo intenta; incluso da un paso hacia él. El peso incómodo en su estómago no importa. Está hipnotizado.
—¿Tienes tu respuesta? —Foolish pregunta en un murmuro. Acaricia su labio inferior con su pulgar. Cada vez hay menos distancia entre ellos—. ¿O necesitas que elabore?
A Vegetta se le dificulta respirar. Sería estúpido cuestionar qué es lo que Foolish siente cuando están así , pero de igual manera enreda sus dedos en su muñeca y la acaricia mientras niega con la cabeza.
—Necesito que elabores…
Foolish ríe con suficiencia.
—Hay un problema, Vegetta, no soy bueno con las palabras —levanta su barbilla con los dedos y le mira los labios—. Tendría que acercarme para elaborar. ¿Puedo?
Por milésimas de segundo, Vegetta piensa en la verdadera razón por la que está ahí. Estar a centímetros de distancia de Foolish no era su objetivo, pero en ese momento no importa.
Nada duele cuando está con él.
No le duele la distancia de Rubius ni sentir que la vida se le ha escapado entre los dedos tratando de ser correcto.
No sólo está bajo un estado embriagante de hipnosis, también está anestesiado . Es justo lo que necesita.
—Sí. Puedes.
Foolish tarda segundos en romper cualquier tipo de distancia entre sus rostros. Respiraciones calientes y pesadas combinándose.
Los labios de Foolish rozan los suyos.
No es delicado ni cauteloso, pero sí lo suficientemente suave para dejarlo con ganas de más. Aprieta su agarre sobre su muñeca para que no se aleje y sus labios se entreabren para recibirlo.
De alguna manera es demasiado tarde. Foolish se ha separado de su rostro, admirándolo como si él fuera una obra maestra recién terminada.
Foolish empuja su barbilla hacia un lado con delicadeza, revelando la piel de su cuello. Está seguro de que puede ver su manzana de Adán moverse al tragar saliva; pesada y espesa.
Un único beso arde en su piel. Sus piernas flaquean y debe morder el interior de su mejilla para no hacer ruido.
En ese momento le es imposible ponerle palabras a lo que siente, sólo sabe que le gusta.
Todo vuelve a sentirse frío cuando Foolish se separa completamente de él.
—¿Ahora sí tienes tu respuesta?
Vegetta deja salir un suspiro entrecortado y asiente con la cabeza antes de abrir los ojos. Foolish lo mira como si quisiera devorarlo, pero no hace nada más.
¿Qué acaba de pasar?
—Están a punto de cerrar —explica. Algo parecido a la preocupación batalla con el deseo en su mirada—. Sabes dónde encontrarme si necesitas algo… Y donde vivo, por si quieres terminar esto.
Vegetta se siente recién despertado de un sueño profundo. Parpadea repetidas veces, traga saliva y moja sus labios.
Foolish apaga la cafetera y camina hacia la puerta. Le sonríe una última vez antes de señalarla.
—Te acompaño.
Vegetta camina en piloto automático hasta su auto, guiado por la despreocupada mano de Foolish en su espalda baja.
Se siente como la primera vez que fumó.
Cuando vuelve a casa, Rubius ya está ahí. Batalla buscando una explicación creíble a un preocupado: ¿Dónde estabas?
Necesitaba aire, responde.
Hay una pila de cajas de cartón con comida del restaurante al que siempre van después de algún evento sobre la mesa de centro de la sala de estar. Rubius está disculpándose.
Comen costosos cortes de carne en un silencio que sólo es roto cuando Vegetta pregunta qué tal estuvo el evento. Rubius responde que bien, aunque lo extrañó.
Vegetta no sabe si puede decir lo mismo. Después de lavar los trastes, se encierra en su estudio hasta las tres de la mañana.
Termina los planos con tanta facilidad que por momentos le es fácil ignorar la culpa asentada en su estómago.
Le cuesta trabajo admitir, incluso para sí mismo, que esa culpa no se debe precisamente a que se arrepienta.
Chapter 4: IV.
Notes:
Si les gusta leer con música, intimate moments de isaac dunbar, The Art of Eye Contact de Too Close To Touch y You're Losing Me de Taylor Swift musicalizaron este capítulo mientras lo escribía.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
La película que Quackity y Roier están escribiendo habla sobre las dificultades del amor.
Es tan importante para ellos que, por segunda vez en el mes, su grupo de amigos se reúne en su sala de estar para dar opiniones honestas sobre las correcciones que hicieron a su primer borrador.
Vegetta asume que Cuerda Floja , como han decidido llamarle, es una especie de autobiografía. Jake y Aiden, sus protagonistas, son dos cineastas que viven el peor momento de su relación mientras uno de ellos está en la cúspide de su carrera.
Es la historia de su relación. El cortometraje que los acercó y lo inició todo, sus primeras citas, el construirse un palacio y las grietas que amenazaron con su caída.
Ilusión, intimidad, peleas y dudas caracterizan su trabajo más reciente.
Historia De Un Matrimonio pero gay y sin estar casados, Foolish bromea en algún momento y él siente que debe morderse la lengua para no reír, demasiado consciente de que Rubius está sentado a su lado.
No puede fingir que no ha podido dejar de pensar en Foolish . Cree que si Rubius lo mira por suficiente tiempo sabrá exactamente qué pasa con él. Es asfixiante e, irónicamente, lo único que lo ha ayudado a respirar ha sido distanciarse de él. Cree que por eso ha insistido en acompañarlo ese día, aferrándose a su brazo antes de que siquiera pudiera salir.
Vegetta nota que Foolish habla poco durante la reunión. Pasa el tiempo sumergido en su celular, deslizando en la pantalla sin interés. Su mano libre entrelazada con la de Tina, unidos en un tipo de contacto físico que nunca había visto entre ellos.
—Lo que queremos es escuchar sus opiniones. Especialmente sobre el final —Roier dice, una vez terminan de leer y actuar el guión tan bien como pueden permitírselo—. ¿Qué piensan de que terminen juntos?
Quackity asiente con la cabeza, revisando las anotaciones que han hecho en un cuaderno. Son desordenadas y llenas de colores, pero las entiende a la perfección.
—¿Y se sentiría lógico que, con lo que hemos escrito hasta ahora, tuvieran ese final? —añade—. Lo que queremos decir con Cuerda Floja es que el amor no es suficiente. Te motiva a querer mantener viva una relación, sí, pero se necesita trabajar en ella. Queremos mostrar lo difícil que es hacerlo pero lo satisfactorio que es cuando funciona.
Roier asiente.
—Yendo al grano, creo que lo que Quackity quiere decir es, ¿qué haría que ese final se sintiera satisfactorio? ¿Qué creen ustedes que se necesita para que una relación prospere?
El silencio inmediato en la sala hace reír a los guionistas.
—Piensen mientras voy por más cerveza —Quackity dice, levantándose de su lugar en el suelo.
Rubius trata de analizar las anotaciones en el cuaderno de la pareja. Cuando nota que Vegetta lo mira, le sonríe y besa su mejilla.
La atención de Vegetta viaja inmediatamente a Foolish. Está susurrándole algo a Tina, quien ríe e inmediatamente hace una mueca. La chica lo empuja con suavidad y lleva sus manos entrelazadas a su rodilla antes de responder a lo que Foolish dijo con expresión seria. Foolish rueda los ojos y vuelve a prestarle atención a su celular, distrayendo a Tina con éste.
Cuando Quackity vuelve, deja las cervezas en la mesa de la sala de estar.
—Entonces… ¿Qué piensan?
El grupo intercambia miradas. Luzu es el primero en responder:
—Para empezar, me encanta verlos ser serios por primera vez en la vida —bromea, haciendo a la pareja rodar los ojos con cariño—. Creo que a veces sólo se necesita tiempo para aclararse y eso se nota cuando Jake y Aiden viajan a lugares distintos durante tres semanas. A ustedes les funcionó, ¿no? Darse tiempo.
Ambos asienten. Roier anota en la libreta y Quackity ríe.
—Todo para exponer que hace un año terminamos impulsivamente durante tres semanas. ¡Rápido, alguien diga otra cosa!
La habitación explota en una carcajada grupal.
Tina levanta la mano que tiene libre, como si estuviera hablando en medio de un salón de clases. Roier le da la palabra con una sonrisa.
—Balance —responde, sin más. Roier le da la razón y lo discuten por un momento antes de que la atención caiga sobre Rubius y él.
La mirada que le dirige a Rubius grita ve tú primero. Quiero escucharte. Quiero saber cuánto puedo decir.
—Adaptarse y ceder —es la respuesta de Rubius—. Familiarizarse con el cambio.
Por supuesto.
Recibe una mirada similar de Rubius… Y de Foolish. Es la primera vez que levanta la mirada del celular.
Se aclara la garganta y mira a los guionistas.
—Esfuerzo y aceptación.
Quackity y Roier se miran a los ojos antes de escribir en su libreta. Roier intenta dirigirse a Foolish, pero Tina niega con la cabeza con discreción y así finaliza la primera ronda de preguntas.
Después piden ayuda con una pelea y la única escena sexual en la película.
La pelea enreda el estómago de Vegetta en un nudo. Siente lo mismo que ambos personajes. Un “ por favor, sólo escúchame ” y algo como “ no sé en qué momento nos perdimos ” le genera un nudo en la garganta que intenta ignorar.
Es justo cuando Quackity comienza a hablar de la confianza que siente que no puede mirar a Rubius a la cara y Foolish se levanta, desapareciendo por minutos enteros.
Cuando las preguntas cambian a si las posiciones sexuales están bien descritas, si hay suficiente contacto visual o quién debería ponerse de rodillas para mostrar desarrollo de personaje, la tensión se disipa y Vegetta vuelve a respirar.
La primera vez que Foolish participa en la conversación, es con una broma sobre los ensayos de esa escena.
Quackity y Roier elaboran en cómo sí, es una escena sexual, pero al ocurrir días después de una pelea, es más bien un escape de su realidad y un intento desesperado por conexión. Entonces, Foolish enseria y sugiere no cubrir los gemidos ni respiraciones pesadas con una canción, como Roier planeaba, ni tener miedo a mostrar piel. Defiende mostrar la crudeza del momento.
La imaginación de Vegetta definitivamente no viaja a la piel de Foolish ni a ningún sonido que pudiera escaparse de entre sus labios. No. Ambos están ayudando.
Se remueve en su asiento y toma un trago de su cerveza, antes de aligerar el ambiente para sí mismo con una broma sobre un close-up de sus fluidos corporales y cómo podría simbolizar la liberación de sus protagonistas. La risa de Foolish pinta todas las paredes de un color más brillante.
Cuando se miran a los ojos a través de la habitación y él niega con la cabeza, aún sonriendo, casi no importa que Rubius lo reprima en voz baja sobre el tipo de bromas que hace.
Eso sólo quiere decir que él no es la razón de que Foolish esté extraño… ¿Cierto?
Una hora de risas y comentarios desubicados después, Quackity suspira, cerrando su cuaderno con anotaciones.
—Bien, muchas gracias, estaremos anunciando la lectura de la tercera versión y después todas las correcciones serán, si Dios quiere, con un productor. ¡Son libres por hoy! —anuncia, aplaudiendo para sí mismo—. Díganle a Roier que pague la cena. Él es el encargado del catering .
Se deja caer en el suelo y Roier empuja sus piernas, haciendo espacio para acostarse sobre ellas.
— Catering, dice el pendejo — se burla, golpeándolo sin fuerza—. Ambos vamos a pagar la cena, aprovechado mentiroso —le reclama, tomando su propio celular—. ¿Pizza está bien?
Una vez deciden el lugar y las especialidades, la reunión se divide en pequeños grupos. Quackity, Tina y Foolish hablan en voz baja mientras beben cerveza. Luzu y Roier se incorporan con ellos, haciendo preguntas sobre Bear Bikes; la mejor manera de hacer a Rubius sentirse parte del grupo. Vegetta tiene que usar toda su fuerza para no rodar los ojos ante la mención de su trabajo, porque esa misma tarde prometieron apoyarse y tener paciencia.
Tal vez Vegetta era el problema, pero se siente como un niño pequeño que obtiene un juguete después de hacer un berrinche. No es lo mismo que alguien quiera darte un regalo a tener que pedirle que lo haga.
—Si todo sale bien, la próxima semana tengo un viaje para cerrar el contrato —Rubius finaliza, sonriéndoles con cordialidad.
Él les sonríe a ambos de la misma manera. Se estira para poder tomar su cerveza de la mesa, pero su celular vibrando dentro de su bolsillo se lo impide.
Foolish, 19:37 P.M.
Necesito un cigarro. ¿Vienes?
Vegetta lo mira a través de la habitación. El rubio le sonríe y él juega con su celular entre sus dedos antes de negar con la cabeza.
Vegetta, 19:37 P.M.
No tengo.
La burbuja de texto de Foolish comienza a moverse al instante.
Foolish, 19:38 P.M.
No pregunté si tenías cigarros, pregunté si querías salir por uno.
Segundos después, añade:
Foolish, 19:38 P.M.
Está bien si no quieres, sólo eres la única persona aquí que también fuma y no quería ir solo. Si quieres acompañarme, estaré en el patio.
Nota que Foolish se levanta por el rabillo del ojo. La habitación alrededor suyo lo asfixia y decide que un poco de aire y saber qué pasa con él no le vendría mal.
—Vuelvo —anuncia, poniéndose de pie.
Rubius interrumpe la conversación con el ceño fruncido.
—¿A dónde vas?
Segundos de silencio. Un suspiro.
Si Rubius está en su ambiente, tiene que aceptar cómo se comporta en él. Si a los empresarios con los que se rodea les importa si vuelve oliendo a tabaco, a sus amigos no.
—A fumar.
Roier le sonríe con resignación y Rubius vuelve a la conversación de mala gana.
En el patio, Foolish lo espera sentado en una de las mesas de parque, ahora decoradas con un mantel de cuadros en diferentes tonalidades de azul.
Le ofrece una cajetilla nueva exactamente igual a la que fumaron la primera vez que se vieron. Vegetta toma un cigarro y juega con él entre sus dedos, esperando a que Foolish termine de usar el encendedor.
Cuando extiende su mano, Foolish niega con la cabeza y hace una seña para que se acerque. Vegetta mira hacia la puerta antes de dejar que encienda su cigarro.
Saca el humo de la primera calada mirando al cielo. En el silencio de la noche, jura que puede escuchar cómo el tabaco se quema.
Se aclara la garganta antes de dirigirse a Foolish.
—Estás raro.
Foolish mira el cigarro entre sus dedos y suelta una risa suave.
—¿Sí?
Vegetta asiente.
—Estás muy callado… O no sé, eso me parece a mí.
Foolish fuma en silencio. Sin pensarlo, Vegetta añade:
—¿Es por mí?
Foolish ladea la cabeza, mirándolo casi con diversión.
—¿Hiciste algo para que yo esté mal? —cuestiona, sus palabras bailando con el humo que escapa de los labios de Vegetta—. Traer a tu novio no cuenta. Me da igual.
Vegetta baja la cabeza y niega.
—No… Me refería a lo que pasó .
Los ojos de Foolish se iluminan con comprensión.
—No tengo ningún motivo para estar mal por eso, bonito. ¿Tú lo estás?
La respuesta de Vegetta es un suspiro pesado. La respuesta corta es no, la respuesta larga es no, aunque sé que debería estarlo.
—Está bien si aún no lo sabes... De igual manera estás aquí. Conmigo. Otra vez. Con eso me basta —le sonríe y la cordura de Vegetta flaquea. La recupera cuando nota que el gesto de sus labios no corresponde con las esmeraldas apagadas bajo sus cejas. Comienza a creer que fingió todas sus sonrisas durante la reunión.
No importan las razones ni la metodología, Foolish lo había apoyado antes. Quiere hacer lo mismo por él.
—¿Entonces?
Foolish arquea una de sus cejas, Vegetta alza las suyas y así comienza una guerra de miradas que Vegetta gana. La derrota pesa sobre los hombros de Foolish, haciéndolos caer.
—No siempre se tienen días buenos, bonito —le da una calada al cigarro, sacando el humo hacia un lado, evitando que Vegetta lo respire aunque tenga lo mismo en sus propios pulmones—. Y tampoco tenía mucho que aportar a la conversación.
Una risa teñida por humo y nicotina escapa de los labios de Vegetta.
—¿ Tú no tienes nada que aportar a una conversación así?
Foolish lo mira con la cabeza ladeada. Ojos agrandados con curiosidad.
—¿Por qué te sorprende?
—Porque eres tú .
La expresión de Foolish adquiere pinceladas de distintas emociones que culminan en una sonrisa suave. Coqueta. Satisfecha.
¿Sincera?
—Me halaga que pienses así, bonito, pero estoy seguro de que no hubiera dicho nada que les sirviera.
El aire entre ellos, por primera vez, no es pesado. Foolish sigue siendo magnético y Vegetta sigue siendo lo más interesante del lugar, pero es diferente.
—¿Por qué? ¿Tus conclusiones son demasiado profundas para ellos? —le dice, con burla.
La mirada de Foolish se contagia del sentimiento. Jugando con su cigarro desinteresadamente, responde:
—Sé que suelo distraerte, Vegetta, pero creo que olvidaste lo que dije la última vez: No soy experto en relaciones de pareja.
Vegetta se olvida del mundo de personas que los esperan dentro de la casa y se coloca frente a Foolish para regalarle toda su atención, olvidándose incluso del cigarro que aún humea entre ellos.
—No te creo nada —dice, dando un paso hacia atrás. Cree que ha pasado demasiado tiempo mirándolo y recuerda, también, que Rubius está ahí .
Foolish cree que es lógico. Vegetta sabe de él lo mismo que cualquier otro chico con el que haya estado los últimos meses. No tiene ni idea de que Tina tuvo que arrastrarlo fuera de la cama aquella mañana y rogarle que saliera con ella. Hasta hace unos segundos, tampoco sabe que:
—Lo único que sé es que no importa cuánto hablen, cuánto cambies, cuánto quieras creer que el otro va a cambiar y mucho menos cuánto confíes. Todas las relaciones terminan —suelta. Fuma, suelta el humo con lentitud tortuosa y añade—: Y duelen. No es sobre lo que ellos quieren hablar.
Vegetta lo mira en silencio. Su mente corre buscando una respuesta correcta a lo que Foolish acaba de decir, pero sólo puede enfocarse en la punzada en su pecho. Asiente con la cabeza y suspira antes de sentarse a su lado.
—¿Cómo sabes eso?
Un escalofrío recorre la espalda de Foolish y, por primera vez, se siente minúsculo en compañía de Vegetta. Quiere salir corriendo, pero termina por encogerse de hombros.
—Hay muchas cosas que no sabes de mí, bonito.
Y, aunque no lo planea ni mucho menos lo quiere, la coquetería resbala vergonzosamente de sus palabras, dejándolas desnudas y vulnerables ante él.
Vegetta no puede dejar de mirarlo. Esta vez, su mayor atractivo no es la manera en la que lo toca ni la profundidad de su mirada, sino todo lo que hay detrás. Todo lo que no conoce.
—¿Al menos puedo saber por qué estás teniendo un mal día? —pregunta, resignado.
Foolish suspira. El viento se lleva el tabaco que sostiene entre los dedos, ceniza rebelde cayendo sobre su ropa y zapatos.
—¿Alguna vez has tenido una fecha especial? —Foolish pregunta, y se siente como estar comprobando si el agua de una piscina es fría. Está helada pero no le importa. Se sumerge. Deja su colilla en la mesa tras ellos, comenzando a jugar con los anillos que adornan sus dedos. Vegetta asiente con la cabeza, confundido—. Bueno. ¿Nunca dejaste de ver a la persona que hacía que esa fuera una fecha especial o esa fecha llega pero todo ha cambiado y ya no es una fecha especial sino el peor día de tu vida?
Foolish se detiene en su dedo anular, el único en el que no lleva un anillo, y lo acaricia.
Vegetta asiente con la cabeza mientras deja su colilla junto a la de Foolish.
—Pues eso. A veces los días malos son fechas arruinadas.
Vegetta odia lo familiarizado que está con el sentimiento. Hace una mueca y recuesta su cabeza en el hombro de Foolish. Es un gesto suave que busca acompañarlo y que, definitivamente, ocurre antes de que pueda razonarlo.
El cuerpo de Foolish se tensa.
¿Por qué Vegetta quiere saber sobre él? ¿Por qué está haciendo eso ?
Es extraño.
Cálido.
Peligroso.
Suspira y mueve su hombro, empujando su cabeza con delicadeza mientras ríe.
—Quackity va a colgarme si nos ve así.
Vegetta ríe de la misma manera antes de alejarse.
—Perdón.
Foolish niega con la cabeza.
—Está bien.
Silencio. Viento acariciando las hojas de los árboles sobre ellos. Olor a tabaco.
—La fecha arruinada tiene que ver con tus ideas profundamente pesimistas, ¿no? —Vegetta concluye.
Foolish asiente con la cabeza, con una risa que se ha cansado de ser usada para aparentar todo el día.
—Además de guapo eres inteligente.
—¿Sí? —Vegetta responde. Incredulidad combinada con coquetería en su tono de voz.
—Sí. Es como un recordatorio de algo que no funcionó.
Vegetta mira el pasto en completo silencio. No podía decir que lo que Foolish pensaba era cierto, pero tampoco que no lo era.
—¿Entonces?
—¿Entonces qué?
—¿Qué se hace?
Foolish ríe antes de levantarse y ofrecerle su mano para que haga lo mismo.
—No quiero que volvamos ahí con estas caras —le dice, mientras Vegetta le mira y toma su mano—. Sólo tienes que saber que nada puede lastimarte si tú no lo permites. En el peor de los casos, siempre puedes controlar qué, cómo y cuándo te lastima.
Foolish se encoge de hombros. Vegetta lo mira como si hubiera descubierto el sentido de la vida.
—Ahora, olvida todo esto y deja que te invite otro cigarro antes de que llegue la cena… O de que tu novio empiece a buscarte.
Vegetta no se niega.
[...]
Necesita una sola semana para comprobar que Foolish tiene razón.
Otra vez.
Ese sábado, su departamento es un desastre. Camisas y pantalones recién planchados sobre su cama y los sofás, maletas abiertas en el suelo de su habitación rodeadas por pares de zapatos.
Rubius se preparaba para el momento más importante de toda su vida: Viajar al extranjero y firmar el contrato que le garantizaría convertirse en CEO de Bear Bikes .
Las discusiones y la distancia no matan tres años de amor de un día para otro. Vegetta tiene un laberinto en la cabeza pero siempre llega a la misma salida: No importa lo que Foolish le haga sentir ni lo mucho que quiera explorarlo, no le debe nada. Al hombre estresado que recorre su departamento tratando de armar una maleta mientras contesta miles de llamadas sí, mucho más cuando él realmente está intentándolo.
Así que, cuando Rubius se encierra en su estudio por tercera vez en el día, decide prepararle un bocadillo y una jarra con agua fría.
No suele escuchar las conversaciones telefónicas de Rubius. Las acciones, números y proyectos no son de su interés y simplemente no cree que sea necesario; si tiene que enterarse de algo, él se lo dirá. En ocasiones, ciertas palabras se han filtrado por debajo de su puerta o atravesado las paredes cual fantasmas, pero nada más.
Y sabía que no estaban exactamente bien, pero nunca, nunca hubiera siquiera imaginado enterarse que Rubius no quiere casarse con él de esa manera.
Pero lo hace.
—...Sí, lo tomaré en cuenta. No, papá, no lo sé —suspira y puede imaginarlo frotarse las sienes con los dedos—. No estoy seguro de que casarme con él sea una buena idea. No ahora. No, no quiero hablar de eso. Lo pensaré mientras estoy fuera.
Rubius no quiere casarse con él.
No soporta escuchar más.
Deja la charola metálica con lo que había preparado sobre la mesa del comedor y se encierra en su propio estudio. No puede respirar. Traza líneas sin sentido sobre papeles sin importancia y después rompe cada uno de ellos.
Rubius se despide de él una hora más tarde. Un abrazo apretado, besos en el rostro y los hombros. Múltiples te voy a extrañar que riman con mentiras y un te amo que le espina el pecho.
Su departamento nunca se había sentido tan frío y vacío.
Duele.
Duele como si le hubieran hecho un agujero en medio del pecho.
¿Qué estaba haciendo mal como para que dos personas diferentes se hubieran negado a casarse con él?
¿Era imposible pensar en pasar una vida a su lado?
¿Era tan fácil rendirse cuando se trataba de él?
Mientras recoge el desastre de su estudio, lo invaden imágenes de quienes estuvieron antes que Rubius.
Willy y el amor adolescente que sólo cobraba vida entre las cuatro paredes de su habitación. Willy, quien sostenía la mano de una chica en público pero, en la oscuridad, le juraba amor eterno entre jadeos.
Lolito y la relación perfecta que murió cuando quiso adornar su dedo anular con oro rosado. No estaba listo, le dijo. Quería explorar todo lo que la vida tenía que ofrecerle antes de pensar en pasar una a su lado.
Rubius no lo trataba como a un secreto. Habían hablado de matrimonio antes. No era como Willy, ni como Lolito. Tenía que ser él.
¿Se había equivocado otra vez?
El pensamiento hace que su garganta se cierre, ahora sentado sobre el piso del baño de su habitación. Sin éxito, su mente corre y corre hasta encontrar algo que lo haga sentir mejor. Se levanta, se humedece la cara y el agua fría le trae una nueva ola de claridad.
“Nada puede lastimarte si tú no lo permites. En el peor de los casos, siempre puedes controlar qué, cómo y cuando te lastima.”
Control.
No piensa quedarse con el corazón ensangrentado entre las manos una vez más.
Vuelve a su habitación, toma su celular y presiona el contacto de la única persona que puede ayudarlo.
Después de lo que parece una eternidad, una voz adormilada responde.
—¿Vegetta?
—Foolish —murmura, guardando todas sus emociones en una caja fuerte. Muerde su labio inferior y mira al techo antes de soltar—: ¿Estás en tu casa?
Del otro lado de la línea, el sonido del susurro de ropa contra sábanas lo impacienta.
— Sí. Estoy en mi casa —su voz baja y dudosa responde—. ¿Por qué?
Vegetta contiene todas sus emociones en sus puños. No va a arrepentirse ahora. No puede.
Foolish lo desea. Con tanta fuerza que no le importa Rubius, ni las advertencias de sus amigos, ni la distancia que deberían guardar.
Sólo sabe que es exactamente lo que necesita. Incluso se siente estúpido por haber considerado pedirle que se alejara hace unos días.
— ¿Vegetta?
—Lo siento. ¿Puedo ir? —le dice, anticipación burbujeando en su estómago—. Quiero terminar lo que empezamos el otro día.
Hay un silencio del otro lado de la línea que Vegetta no sabe interpretar. ¿Lo había llevado demasiado lejos? ¿Foolish sólo quería-
—Claro que puedes venir —responde. Su voz se vuelve aterciopelada y todo su interior cosquillea—. Llevo semanas esperándote.
Notes:
SE VIENE EL PECADO
Chapter 5: V.
Notes:
HOLA.
Antes de empezar, sólo quiero advertirles que este capítulo contiene escenas sexuales explícitas para que lo lean con cuidado, responsabilidad y todo eso. Y también contarles que creo que se siente como "Bloodstream" de Transviolet por si quieren escucharla.
Eso es todo. Espero el capítulo les guste ^^
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Chapter Text
El exterior del que solía ser el departamento de Quackity luce exactamente igual que la última vez que lo visitó. La única diferencia es que esa vez no le temblaban las manos y las piernas al pensar en tocar la puerta.
Cuando por fin se decide a hacerlo, sus nudillos son tan tímidos que parecieran no querer ser escuchados.
Foolish lo recibe inmediatamente. Hebras doradas ligeramente húmedas, una cadena sencilla adornando su cuello descubierto por debajo de una colorida camisa abierta en los primeros botones y un pantalón holgado color crema. Luce dolorosamente casual. Un sábado más.
Por un ínfimo instante, se pregunta si él también ocupó al menos veinte minutos pensando en qué ropa usar.
Recargado contra el marco de la puerta, Foolish le recorre el cuerpo con la mirada. La sonrisa que le dirige después hace que un sentimiento cálido comience a acumularse en la parte baja de su estómago.
—Buenas noches.
Aunque Vegetta rueda los ojos, no puede evitar que una sonrisa estire sus labios.
—Buenas noches.
Foolish se hace a un lado, dejándolo pasar. Los muebles de la sala de estar son los mismos: estilo moderno en tonalidades oscuras. Las repisas tras la barra que Quackity insistió en construir del lado opuesto a los sillones tienen más alcohol del que recuerda. Sobre la televisión, una pintura de las siluetas entrelazadas de dos chicas. Los libreros de madera que antes albergaban montones de libros sobre cine, ahora tienen una combinación cómica de romance, ciencia ficción y misterio.
A pesar de ser el mismo lugar, es evidente que la esencia de Tina y Foolish ya se ha apoderado de él.
—¿Son tuyas las comedias románticas? —Vegetta pregunta, con una sonrisa de lado que busca desviar su propia atención del sudor en sus manos—. No es coherente con tu mensaje.
Foolish ríe y niega con la cabeza. Una sonrisa cálida y sin bordes le adorna los labios después.
—Son de Tina. Igual la pintura, ella la hizo —la señala. Se soba el cuello antes de mirar hacia una de las puertas en el pasillo—. Sigue aquí, por cierto, pero va a salir. ¿Puedo ofrecerte algo de tomar?
—Lo que quieras ofrecerme.
Vegetta ocupa el sillón de dos plazas. En un intento fallido por distraerse del insistente latido de su corazón, juega a encontrar las diferencias entre la última imagen que tiene del lugar y cómo luce en ese momento.
Las cortinas ahora son color terracota y sobre el borde de la ventana viven una suculenta y un cactus en macetas pintadas a mano. Sobre la mesa de centro descansan un montón de revistas y un rompecabezas sin terminar. Debajo de ella, una caja de cartón que parece haber sido sellada miles de veces con cinta canela.
Antes de que Vegetta pueda preguntar, Foolish coloca ante él un vaso con un cóctel que degrada del naranja al granate. Pronto se sienta a su lado, sosteniendo una bebida igual entre sus manos cubiertas por anillos. Una serpiente enredada en su dedo medio llama su atención.
Antes de que la pesadez del silencio los consuma, una suave canción de pop que antes estaba atrapada en una habitación llena el pasillo. Un par de tacones lo caminan después y, frente a ellos, Tina modela un vestido blanco sin notar su presencia.
—Foolish, tú que eres el experto — dice, con burla cariñosa—. ¿Es demasiado para una primera cita? Sé honesto.
—Sería demasiado si tu cita no llevara preguntándome si puede invitarte a salir desde que nos conoció —da un trago a su bebida y le sonríe con sinceridad—. Estás preciosa.
Tina se da la vuelta, con una sonrisa igual de cálida. Sus hombros saltan visiblemente cuando finalmente nota a Vegetta. Él la saluda con la mano y un tinte carmín en las mejillas.
—Vegetta, no sabía que venías —recorre la sala de estar para saludarlo con un beso en la mejilla—. ¿A qué debemos el honor?
—Va a ayudarme con los planos del bar —Foolish se adelanta. Vegetta tan solo asiente con la cabeza.
Tina mira a Foolish con las manos sobre las caderas, incrédula. Cuando su mirada achocolatada llega a él, su postura se relaja con un suspiro de alivio.
—Vegetta, si no tuviera una cita me quedaría a construirte un altar. Es el primer sábado desde que llegamos que Foolish no beb… —se interrumpe a sí misma al ver los vasos frente a ellos—. Que no sale, y pensé que sí lo haría porque durmió toda la tarde... Pero mira, es un avance.
Hace una pausa en la que se mira a sí misma.
—Entonces, también quiero tu opinión, ¿no es demasiado?
Vegetta niega con la cabeza y la sonrisa de la chica ilumina la habitación entera. El dulzor de su perfume se combina con el fantasma de lo que parece ser una vela aromática. Vainilla y sándalo.
Tina les besa las mejillas a ambos antes de correr a su habitación por un bolso y un suéter rojo.
—¿Iré por ti? —Foolish pregunta mientras juega con el contenido de su vaso.
Vegetta piensa por favor, no y sus deseos se hacen realidad cuando:
—Iba a decir que sí pero estarás ocupado haciendo algo de provecho, así que no. Bagi tomó prestado el auto de su hermano, si viene por mí, no creo que tenga problema en traerme —hace una pequeña pausa antes de volver a dirigirse a Vegetta—. Bagi es la chica con la que saldré hoy. Si todo sale bien, la conocerás pronto.
Vegetta abre la boca y Foolish lo codea, antes de susurrarle que no se supone que la conozca.
Tina suspira, mirándose una última vez en un espejo nuevo colgado junto a la puerta.
—¡Nos vemos! Un gusto, Vegetta —se despide, con un movimiento de su mano—. A ti ya me cansé de verte, Foolish. Disfrutaré cada segundo alejada de ti —bromea, antes de salir.
—¡Suerte en tu cita!
Cuando la puerta se cierra, el silencio vuelve a aprisionarlos. La habitación se siente pequeña y calurosa. Los muslos de Foolish rozan los suyos y sus brazos bailan juntos cada vez que beben.
—Entonces… —Foolish comienza—. Sólo para asegurarme de que estamos en la misma página, no estás aquí para hablar … ¿Verdad?
El último trago de su bebida le quema el pecho placenteramente. Deja el vaso sobre la mesa y niega.
—Y menos para ayudarte con los planos de ningún bar. Cobro las asesorías —bromea y Foolish rueda los ojos, divertido.
Se siente como un adolescente inexperto. A comparación de Foolish, no puede decir que haya tenido sexo casual antes. Bien, no puede decir que haya hecho muchas cosas que rimen con tener sexo casual, tampoco, pero en ese momento le vendría bien un poco de experiencia. Estar acostumbrado a ser el amigo al que saltan en las rondas de preguntas inapropiadas no significa que sea una posición con la que esté demasiado cómodo.
En el fondo de su mente siempre ha habido un deseo de cambiar, de romperse… De adrenalina. Y no puede negar que le inunda el cuerpo cuando está con él.
Foolish le sonríe y el tiempo se detiene cuando se acerca a su rostro.
—¿Qué pasa con él ?
La pregunta se asienta en su estómago como una tonelada incómoda que intenta disipar encogiéndose de hombros.
—No está. Salió de viaje —suelta, con fingido desinterés. Sus miradas chocan y su vientre cosquillea con calidez—. No vine a hablar, ¿recuerdas?
Una risa baja, ronca y sorprendentemente cuidadosa vibra en el pecho de Foolish.
—Bien —el brazo ajeno descansa tras su espalda, en el respaldo del sofá, y su mano libre se coloca en su nuca—. ¿Puedo?
Tenerlo tan cerca le dificulta respirar.
Huele a shampoo, a ropa limpia y a loción. Su respiración cálida apenas acaricia su rostro, como una invitación que aún duda en aceptar.
—Estás nervioso —Foolish afirma, acariciándole la nuca con suavidad—. ¿Estás seguro?
Vegetta niega con la cabeza y Foolish se aleja inmediatamente.
—No —Vegetta repone, frustrado. Vuelve a tomar la mano de Foolish pero no hace nada más.
—¿ No, qué, bonito? ¿No estás nervioso o no estás seguro? —su mirada se suaviza con sinceridad—. No tienes que hacer nada que no quieras.
—No estoy nervioso. Estoy seguro —traga saliva, mirándole los labios—. Quiero esto… Sólo no sé qué hacer. No sé cómo empezar.
Las esmeraldas de Foolish, aún suaves, le recorren el rostro.
—Como cualquier otra experiencia, bonito —explica, con delicadeza. Sonríe para sí mismo al notar la mirada ajena totalmente devota a su boca—. Déjame guiarte.
Vegetta asiente con la cabeza y suspira con suavidad.
La mirada de Foolish está cargada de un deseo tan profundo que siente cuando se dirige a sus labios. Hace que suelte su mano y la coloca sobre su hombro antes de volver a tomarle por la nuca. Roza sus narices juntas, casi como si estuviera jugando con él. Vegetta aprieta el agarre en su hombro.
—Bésame —murmura.
En el repentino silencio, jura que puede escuchar su propio corazón latir en sus oídos.
Foolish lo atrae como a un imán. Sin darse cuenta, hay sólo milímetros de distancia entre ellos. Sus párpados pesan con la necesidad de cerrarse a la vez que ladea la cabeza.
Sus rostros encajan como las piezas de un rompecabezas. Roza sus labios, tal y como Foolish le enseñó. Recibe el mismo gesto de regreso, como un reto. El contacto lo hace jadear y acercarse más .
Siente una sonrisa satisfecha sobre sus labios, que borra tan pronto como lo toma por la nuca y lo besa.
Firme.
Fuerte.
Inesperado .
Foolish lucha por recuperar la respiración y corresponder con la misma intensidad.
Besarlo se siente como el primer trago de agua después de una caminata eterna por el desierto.
Como volver a respirar.
Y no, a Foolish no le importa que sepa a alcohol ni a tabaco.
Muerde su labio inferior con menos delicadeza de la que le gustaría presumir, ansioso por profundizar el beso. Cuando obtiene el permiso y sus lenguas se tocan, Foolish lo sostiene por el cuello de una manera que hace que millones de mariposas eléctricas aleteen con fuerza contra su estómago.
Está prácticamente rodeándole la parte frontal del cuello con una sola mano. Anillos fríos contra la calidez de su piel y una ligera presión que no hace más que arrancarle un gemido suave. Piensa en disculparse, pero entonces Foolish responde con un sonido igual.
Lleva ambas manos al cabello dorado y tira de él. Foolish muerde su labio antes de seguir besándolo con fuerza. Parece que quisiera imprimir su nombre sobre sus labios, marcarlos, tatuarlos… Y lo deja.
No se separa hasta que cree que su corazón genuinamente podría detenerse. Recarga su frente contra la ajena y sus respiraciones agitadas se combinan.
Foolish libera su cuello y la mano que lo sostenía se posa sobre su pecho. Cuando abre los ojos, lo recibe una expresión cargada de fascinación. Vegetta sonríe, satisfecho y extrañamente conmovido.
Foolish le acaricia el pecho con la palma de la mano, subiéndola hasta su nuca, donde empuja con suavidad para volver a besarlo. Esta vez, a pesar de tener completo control, lo une a él con lentitud.
No es delicado, ni mucho menos romántico. Cree que sólo es una manera más de retarle, de preguntar: ¿Hasta dónde llevaremos esto?
Foolish sabe a tequila y a tentación. Él ya cayó ante ella. Ha mordido la manzana y no hay vuelta atrás.
Toma la camisa de Foolish entre sus puños y lo acerca más.
Más.
Más.
Más.
Sin dejar de besarlo, se sienta a horcajadas sobre él. Las manos de Foolish se aferran a sus caderas mientras ríe contra sus labios.
Con un chasquido, se separa para poder mirarlo. Una fina línea de saliva los mantiene unidos. Duda tocando con la punta de los dedos al deseo que le oscurece la mirada.
—¿Esto está bien?
Foolish acaricia sus caderas. Asiente con la cabeza.
—Hoy soy todo tuyo, bonito. Haz conmigo lo que quieras.
Vegetta intenta contener una mueca. Esa frase lo hace sentir tan libre como responsable.
Hay demasiadas cosas en las que no quiere pensar. Sólo quiere estar ahí y tener otro momento en el que sólo sean ellos dos.
Un solo momento en el que pueda olvidarse de todo y, en su lugar, empapar sus recuerdos de él. De sus sonrisas descaradas, del sentimiento de sus manos sobre sus caderas, de la fascinación y el pecado que su mirada contiene.
Un solo momento en el que pueda escapar de Rubius y su doloroso futuro incierto. De la imagen correcta que mantiene ante sus padres desde que era un niño. Un De Luque con las mejores escuelas, los mejores modales, las mejores amistades. Huir, incluso, de la carrera universitaria que estuvo condenado a estudiar desde que nació. De todo lo que se calló por evitar semanas bajo la ley del hielo.
Huir de tener veintisiete años y sentir que todos sus días son una simulación en bucle, aburrida y ajena a él.
Quiere tener una probada de todos los problemas que tuvo que evitar para no decepcionarlos, de todo aquello que no era propio de un De Luque .
¿Qué es sólo una noche de libertad contra una vida que lo hace sentir enjaulado?
Nada. No es nada.
La razón duerme por primera vez en años y el instinto toma el control. Necesita aprovechar la responsabilidad que Foolish le cede. Una que no pese, una que no duela.
Lleva las palmas de sus manos debajo de su camisa entreabierta. Graba cada detalle de la piel delgada que le cubre las clavículas y del grosor de sus hombros. Antes de bajar a su abdomen, decide que el momento puede ser mucho mejor.
Engancha dos de sus dedos en la cadena dorada que adorna su cuello y tira de ella para besarle con fuerza. Foolish corresponde y sus manos suben a su cintura para acercarlo más. Arquea la espalda, pegando su pecho al de Foolish. El contacto es eléctrico y lo hace sentir codicioso. Lo que le ofrece no es suficiente. Quiere más. Aún más.
Concentrado en el beso, deshace uno a uno los botones de su camisa. La abre y explora su abdomen como una isla recién descubierta que promete el mejor botín. Sonríe contra los labios del rubio y éste maniobra contra su camiseta ajustada, fajada dentro de su pantalón de vestir, para acariciarle de la misma manera.
El tacto de sus anillos contra su piel caliente es tan hipnotizante como lo imaginó. Una, dos o tres veces. No importa. Foolish realmente está acariciando la desnudez de su torso en ese momento.
¿Foolish también…?
Se separa del beso abruptamente y la mirada de Foolish se tiñe de decepción. Ese mero gesto lo hace sentir gigante. Invencible.
Besa su mandíbula y posa las palmas de sus manos sobre sus hombros.
—¿Pensabas en mí de esta manera? —pregunta, en voz baja y sorprendentemente ronca. Quiere sentir que existe fuera de lo que conoce—. Antes de que supieras que esto iba a pasar, ¿lo imaginabas?
Foolish lo mira con incredulidad. Le rodea la cintura con ambas manos y una risa baja vibra en su pecho.
—Cada vez que te veía.
Vegetta se humedece los labios hinchados.
—¿Qué pensabas?
Foolish acaricia su espalda de arriba a abajo, dando vida a escalofríos en cada centímetro de piel que toca.
—No me daría el tiempo para hablarte de todo.
Le acaricia los hombros con las palmas de las manos y quita su camisa, dejándolo con el torso desnudo debajo de él.
—Muéstrame.
Foolish levanta su camiseta y vuelve a bajarla un par de veces, tentándolo. Vegetta rueda los ojos con una sonrisa y finalmente levanta los brazos, dejando que desnude su torso también.
Miradas intensas sobre pieles desconocidas.
—¿Qué quieres que te muestre?
Vegetta se encoge de hombros. Las puntas de sus dedos recorren el pecho ajeno, memorizando cada línea, cada poro.
—Cómo te gusta imaginarme.
Foolish le acaricia las piernas hasta llegar al inicio de su pantalón. Sus manos jugando con la hebilla de su cinturón lo hipnotizan. Recorre los brazos ajenos con las puntas de los dedos.
—¿Estás dudando? —le dice, notando la lentitud con la que le desabrocha el cinturón. Un tirón incómodo en su pecho.
Foolish niega con una sonrisa suave. Quita el cinturón y lo deja a su lado en el sofá, desabotonando su pantalón con un movimiento rápido.
El tintineo metálico le susurra una idea a Vegetta.
—No estoy dudando —detiene sus movimientos para mirarlo a los ojos—. No quiero que te arrepientas.
Por un momento, su mente se despeja. No puede prometerle que no va a arrepentirse, pero tampoco sabe si lo hará.
El deseo brilla en la mirada de Foolish, acompañado de una necesidad muchísimo más profunda en la que Vegetta decide no indagar, pero que reconoce a la perfección.
Tal vez Foolish y él se parecen más de lo que imaginó. Tal vez él también tiene el pecho agrietado.
Él también lo necesita.
Suspira, retoma las caricias en sus brazos y sonríe.
—No dejes que me arrepienta.
Si hay algo que cree saber sobre él, es que le gustan los retos. Retarlo a él, específicamente. Y, tal vez, se ha contagiado.
Sólo eso basta para que Foolish ría y cuele su mano en su ropa interior.
Le ayuda a bajar su propio pantalón y ropa interior, lo suficiente para que pueda hacer lo que quiera con él. Eso es masturbarlo con tortuosa y deliciosa lentitud. Apoya su frente en la ajena y un gemido suave escapa de su garganta.
Los labios de Foolish viajan sobre él. El recorrido comienza en sus labios y sigue por su barbilla hasta llegar a su mandíbula. Cuando está cerca de su cuello, cierra los ojos y ladea la cabeza para darle acceso.
—¿Cuándo regresa? —murmura contra su piel. Justo en ese momento, estimula su glande con su pulgar. Galaxias enteras se dibujan tras sus párpados y deja salir un gemido agudo—. Te estoy hablando, bonito.
Vegetta enreda sus dedos en el cabello de Foolish, manteniéndolo en su lugar. Está seguro de que puede verlo tragar saliva y escucharlo respirar con dificultad.
—En una semana…
Siente la puta sonrisa que Foolish esboza antes de dejar evidencias violáceas y rojizas que pronto le cubren el cuello, las clavículas y el pecho. Posesivas. Orgullosas.
Los movimientos lentos sobre su erección no se detienen. Empuja sus caderas en busca de más mientras tira del cabello de Foolish para que sus labios vuelvan a encontrarse, tan hambrientos del otro como la primera vez.
Es vergonzoso, pero puede sentir cómo Foolish lo acerca al cielo con su mano, la misma llena de líquido preseminal mientras decenas de gemidos agudos mueren contra sus labios.
Entonces, cuando se detiene, no puede evitar quejarse.
—Foolish…
El hombre separa sus rostros, sólo lo suficiente para poder verlo. Una sonrisa de suficiencia adorna sus labios.
—No seas impaciente, bonito —se burla—. No voy a dejar que te corras así cuando tienes mi boca.
El cuerpo de Vegetta responde con un escalofrío. Foolish jura que puede sentirlo temblar sobre él.
—Termina de desnudarte y siéntate en el sofá.
Vegetta siempre ha sido bueno siguiendo órdenes.
Foolish se arrodilla frente a su cuerpo desnudo. Con las palmas de ambas manos, ahora libres de anillos, abre sus piernas antes de posicionarse entre ellas.
No puede creer que Foolish fantaseara con complacerlo de esa manera.
Y es que, aún arrodillado frente a él, Foolish se siente como un maldito rey. Sentimiento que se intensifica cuando Vegetta sostiene su rostro con una de sus manos y es víctima de su mirada intensa y curiosa. Acaricia su labio inferior con su pulgar y en el interior de Foolish nace un espectáculo de pirotecnia.
—¿Qué? —murmura, con ojos grandes y brillantes.
—Aprecio la vista.
Una combinación de risas bajas y cómplices.
Las manos de Foolish suben por sus muslos, lentas y concentradas, como si él tampoco quisiera perderse ningún detalle de su cuerpo. Una de ellas vuelve a rodear su erección, acariciándole distraídamente mientras pinta el interior de sus muslos con marcas.
Vegetta acaricia su cabello mientras lo mira. Siente cómo su propio pecho sube y baja con pesadez.
Cuando Foolish se siente satisfecho con su propio trabajo, decide que es momento de darle a Vegetta la atención que necesita. Aún sosteniendo la base de su miembro, enreda su lengua alrededor del glande. Vegetta tira de su cabello y ahoga un gemido.
Repite el movimiento hasta que las caderas de Vegetta se mueven impacientes contra su boca. Se separa y niega con la cabeza, llevando una de sus manos a su cadera. Ejerce presión y Vegetta entiende que, a pesar de su posición, está reclamando el control. Se lo cede. Relaja su cuerpo y acaricia su cabello como disculpa. Entonces, el calor de la boca de Foolish baja por su miembro hasta envolverlo totalmente.
Vuelve a enredar su cabello entre sus dedos y respira. No puede evitar pensar que está avergonzándose, porque seguramente Foolish había estado con miles de chicos y ninguno se había comportado tan necesitado y cerca del límite con tan sólo su mano o el calor de su boca.
A Foolish no le importa. Incluso se atrevería a decir que se siente exactamente igual. Gime contra su miembro cuando su sabor explota en su lengua y mueve su cabeza de arriba a abajo, buscando más de él también.
Más gemidos, más caricias. Sentirlo más suyo.
Se detiene por un momento y lleva su mano libre hasta la boca de Vegetta. Acaricia el contorno de sus labios antes de separarlos con su dedo índice. Un gesto que pregunta, una vez más, qué tan lejos puede llevarlo esa noche.
Vegetta recibe sus dedos índice y medio en su boca. Mirándolo a los ojos, los rodea con su lengua hasta dejarlos llenos de saliva. Cuando Foolish cree que ha sido suficiente, retira sus dedos y tantea su entrada con uno de ellos. Vegetta asiente con la cabeza, dándole permiso de llenarlo.
Su mano libre se envuelve con fuerza alrededor de su cadera mientras lo toma en su boca y lo dilata. Despegar la mirada del pecho agitado y la curva del cuello de Vegetta, revelada por la manera en la que echa la cabeza hacia atrás, le parece imposible.
Aumenta la velocidad con la que su boca le complace y los gemidos de Vegetta se tiñen de desesperación. Perfectamente obscenos. Él gime contra su miembro y las piernas de Vegetta tiemblan.
Añade un segundo dedo y se derrite cuando Vegetta arquea la espalda, tira de su cabello y revela una nueva sinfonía de sonidos de placer.
Es demasiado.
Las amatistas oscurecidas lo miran con súplica, tan llenos de lágrimas como los suyos, imagina. Si pensaba que Vegetta, completamente vestido e irradiando elegancia no podía ser más atractivo, es porque no había conocido su rostro empapado de placer.
Está convencido de que es el mejor paisaje que ha apreciado a lo largo de veinticinco años de vida.
Suelta su cadera, no sin antes dirigirle una mirada de advertencia que Vegetta acata con un asentimiento de cabeza. Su boca se encarga de atender su glande y su mano acaricia el resto de su miembro con rapidez. El par de dedos en su interior asaltan el punto que lo hace tocar el cielo una y otra, y otra vez.
Olas de placer se expanden por todo su cuerpo y la parte baja de su vientre se aprieta tanto que roza lo incómodo. Le tiemblan las piernas y se aferra al cabello de Foolish y al sofá tanto como puede, temeroso de desvanecerse.
—Foolish… —gime. Es tanto una advertencia como un rezo. Una alabanza y una súplica porque, por favor, lo libere.
Foolish conecta sus miradas una vez más, asintiendo como puede. Una serie de gemidos incoherentes llena la habitación antes de que Vegetta derrame su placer en su boca.
No se separa hasta que Vegetta suelta el puñado de cabello dorado al que estaba aferrado. Su cuerpo relajado se desploma sobre el sofá y él sonríe satisfecho, acariciándole los muslos antes de levantarse.
Vegetta lo mira a través de párpados entrecerrados y le hace una seña para que se acerque. Enreda sus brazos en su cuello y, aún sin recuperar la respiración, lo atrae para un beso lento y perezoso. Foolish apoya las palmas de sus manos en sus rodillas, sonriendo contra sus labios cuando él jadea al probarse en su lengua.
—¿Vamos a tu habitación? —Vegetta pregunta, al separarse.
Foolish ríe contra sus labios. Una chispa de sorpresa en su mirada.
—¿Quieres seguir?
Los brazos que rodean el cuello de Foolish pierden fuerza.
—¿Tú no?
Foolish parpadea, mirándole el rostro en silencio.
—Ya terminaste.
Vegetta frunce el ceño.
—Pero tú no —baja las manos por su cuello hasta acariciarle el pecho de nuevo—. Y tengo una idea que funcionaría mejor en tu cama… Pero sólo si quieres, claro.
—Bonito… No podría perdonarme decirte que no.
Vegetta ríe, entre satisfecho y nervioso, y pronto Foolish se le une.
Foolish extiende su mano para ayudarlo a levantarse y él entrelaza sus dedos. Antes de que pueda ser guiado hasta su habitación, toma su cinturón. El sonido metálico capta la atención de Foolish, quien lo mira con una ceja arqueada.
La única respuesta que obtiene es una sonrisa de inocencia fingida y un tirón en su mano para que se apresure.
Nada podía haberlo preparado para la manera en la que Vegetta se comporta en la intimidad.
Una vez en su habitación, Foolish cierra la puerta tras ellos y coloca el seguro por si acaso. Vegetta lo guía hasta su cama, colocándose sobre su cuerpo una vez más.
El aire que se cuela por la ventana entreabierta les causa escalofríos, pero ninguno podría preocuparse menos por hacer algo al respecto.
Foolish sube sus manos por sus piernas y su cadera antes de aferrarse a su cintura. Vegetta deja el cinturón a un lado de ellos y coloca las palmas de sus manos sobre su pecho.
—Me gusta cómo te ves sobre mí.
Vegetta sonríe, mordiendo su propio labio inferior.
—Me gusta cómo te ves debajo de mí —mueve su cadera sobre la erección de Foolish, arrancándole un jadeo. Se mueve un poco, sentándose sobre sus muslos y juega con el botón de su pantalón con ambas manos—. ¿Puedo?
—Todo tuyo, bonito.
Vegetta desabotona su pantalón, y bajo su mirada atenta, juega con el elástico de su ropa interior antes de bajarlo lo suficiente para poder masturbarlo.
Foolish empuja sus caderas contra su mano, exactamente como él lo hizo. Ansioso. Necesitado.
—¿Cuál era tu idea? —pregunta, con los ojos entrecerrados y la respiración agitada.
Vegetta acelera la velocidad de su mano, ejerciendo mayor presión sobre su longitud.
—Átame las manos con el cinturón —responde, simplemente. Una fantasía que nunca se ha atrevido a mencionarle a Rubius, pero hacerlo en ese momento se siente correcto —. O deja que te ate a ti.
Foolish ríe suavemente, echando la cabeza hacia atrás.
—Nunca me han atado.
—A mí tampoco.
—¿Si me atas qué voy a hacer yo?
Vegetta se encoge de hombros.
—Lo mismo que estás haciendo ahora, Foo —detiene los movimientos de su mano y sonríe cuando Foolish se queja—. Disfrutar de la vista y dejar que te haga sentir bien.
Y, como si quisiera demostrar algo, retoma sus movimientos mientras lo mira.
En ese momento, Foolish es consciente de todo lo que ocurre en su cuerpo. La fascinación, el calor, la electricidad… Los fuegos artificiales. La conclusión a la que llega escapa de sus labios antes de que pueda siquiera pensarlo.
—Eres increíble.
El interior de Vegetta cosquillea y se ilumina hasta que el espectáculo de pirotecnia que ocurre dentro de Foolish se duplica en su estómago. Suelta una risa nerviosa y se detiene.
—¿Lo crees?
Foolish asiente con la cabeza, humedece sus labios con su lengua.
—Lo sé —las manos de Foolish viajan por su cuerpo hasta posicionarse en su espalda baja. El hombre se inclina sobre su cuerpo, entendiendo que quiere que se acerque. En su oído, susurra—: Y, que no se te suba a la cabeza, bonito, pero hace mucho tiempo que nadie me hacía sentir tan bien.
Vegetta ríe y se esconde en su cuello, mordiéndolo con delicadeza.
—Ya me tienes en tu cama, no tienes que seguir adulándome.
Foolish niega, recorriéndole la espalda con las puntas de los dedos.
—Sólo digo la verdad —mueve el rostro de Vegetta para poder verlo y se acerca para poder morder su labio inferior—. ¿Prefieres atarme o que te ate?
Un par de amatistas lo miran con sorpresa pecaminosa.
—¿Atarte es una opción?
No recuerda cuándo fue la última vez que alguien se preocupó tanto por complacerlo. Es extrañamente liberador. Pensar en cederle su cuerpo a Vegetta no suena mal. Incluso se siente como la única respuesta correcta.
Sus miradas se conectan y pequeñas chispas brincan entre ellos. Foolish se encoge de hombros.
—Si tú lo quieres, sí.
La expresión de Vegetta se contamina con el más placentero de los pecados. Vuelve a su posición anterior y toma el cinturón, maniobrando con él para formar dos orificios que le recuerdan a un ocho.
Foolish lo mira con atención, mordiendo su propia lengua para no reír por su extrema concentración ante algo tan impuro.
—Haz puños con tus manos y ponlas frente a ti —Vegetta le pide. El cuero frío que rodea sus muñecas ocasiona un ligero temblor en su cuerpo—. ¿Te lastima? —pregunta, una vez ajusta el material alrededor de su piel.
Foolish niega con la cabeza. Sonrisas de complicidad deliciosa adornando sus rostros.
—Hay condones en el primer cajón de la mesa de noche de la derecha —Foolish le indica.
Vegetta sube sus brazos por encima de su cabeza y besa su mandíbula. Se inclina sobre su cuerpo y toma una tira de condones y una botella pequeña de lubricante con el dibujo de una cereza.
Sin poder moverse, observa a Vegetta terminar de desnudarlo y rodar el condón sobre su miembro adolorido y necesitado de atención. Un escalofrío recorre su espalda cuando, acto seguido, lo cubre de lubricante.
La anticipación le cosquillea en el vientre y no puede hacer nada más que sonreír cuando Vegetta termina de prepararlo.
—¿Estás bien? —cuestiona, colocando ambas piernas a cada lado de sus caderas—. ¿Puedo hacerlo ya?
Foolish ríe tan bajo que bien pudo haber sido un susurro.
—Mhm.
Vegetta toma su miembro y lo alinea con su entrada, sentándose lentamente sobre él. La habitación se llena de un calor húmedo y adictivo que se vuelve aún mejor cuando sus pieles chocan y jadean al mismo tiempo.
Una maldita sonrisa satisfecha en el rostro de Foolish, que se le contagia con facilidad.
Apoya ambas manos en su pecho y sus caderas se mueven en un círculo lento. Demasiado lento. Tentador.
De los labios de Foolish se escapa un gemido de súplica débil, que sólo motiva a Vegetta a moverse una vez más. Y otra. Círculos lentos que se vuelven figuras irregulares mientras sus miradas se encuentran. Intensas, ardientes y fascinadas.
Almas necesitadas que han bailado alrededor de la otra por semanas y ahora celebran su encuentro.
Vegetta nunca pensó que tendría total control del placer de Foolish, y Foolish nunca pensó cedérselo a nadie, pero con Vegetta todo es diferente. Su cuerpo sudoroso y lleno de marcas, completamente enfocado en darle placer lo distrae de lo aterrador que debería ser ese pensamiento. Ya ha roto tantas de sus propias reglas por él que simplemente no importa.
—¿Esto está bien? ¿Tú estás bien?
Foolish ríe sofocado.
—Estoy bien, bonito. Puedes seguir.
Las caderas de Vegetta responden solas, moviéndose con mayor rapidez. Se siente lleno, satisfecho y poderoso. Persiguiendo nuevas sensaciones, apoya sus manos en los muslos de Foolish y arquea la espalda. Se eleva con sus piernas, lo suficiente para que sólo su glande esté dentro de él y se deja caer con fuerza.
Los gemidos que escapan de sus gargantas al mismo tiempo encienden un interruptor en su instinto que sólo busca más. Vegetta lo repite una, dos, tres veces más… Cada una con mayor intensidad, voces teñidas de desesperación.
Después, no es suficiente. Las embestidas pierden intensidad pero adquieren constancia, pieles chocando exquisitamente.
—Muévete, por favor —Vegetta le pide, antes de que sus caderas se eleven de nuevo—. Por favor, por favor…
Foolish obedece. Eleva sus propias caderas, encontrando las de Vegetta en el aire.
Intenso. Perfecto.
Cada sonido bajo de desesperación oculta y cada pequeña expresión de placer se tatúa en la memoria de Vegetta.
Sus cuerpos se sincronizan como si se hubieran encontrado millones de veces antes. Caderas que rozan el cielo y el infierno a la vez.
Cuando los movimientos son cada vez más frenéticos y los gemidos más altos, Vegetta cambia de posición. Una de sus manos envuelve las muñecas aprisionadas de Foolish, manteniéndolas en su lugar, y la otra le recorre el torso.
Dedos curiosos y urgentes en sus hombros, clavículas, pecho y abdomen… Presumiendo que él sí puede tocarlo.
Se inclina sobre su cuerpo y busca sus labios con desesperación. Bebe los gemidos de Foolish y él bebe los suyos. Mordidas que no pueden preocuparse por ser delicadas, lenguas que se reclaman la una a la otra y bocas que sólo funcionan para enunciar el nombre ajeno.
El momento suena a maldiciones agudas, más rápido, más fuerte, por favor, luces precioso sobre mí y estás haciéndolo tan bien, Foo.
Súplicas, ruegos, halagos y paredes que sudan con la escena que empapa las sábanas de Foolish de granate brillante e impuro.
La próxima vez que sus labios se encuentran, la mano que sostenía la cadera de Foolish se coloca en su cuello, rodeando su garganta como él lo hizo tan solo una hora antes. Una sonrisa satisfecha pinta sus labios cuando Foolish gime con desesperación y mueve los brazos, peleando contra lo único que le impide tenerlo imposiblemente más cerca.
Vegetta se deleita con su desesperación un momento más, antes de romper el beso y maniobrar para liberarlo del cinturón.
—Tócame. Por favor, tócame —ruega, en un murmuro.
Foolish enreda sus dedos en su cabello y tira de él, atrayéndolo para otro beso que le roba la respiración y termina con su cordura.
Sus manos, molestas, no tardan en recuperar el tiempo perdido. Memorizan cada detalle de su espalda y cómo los músculos se tensan al mantener el ritmo sobre él; el patrón consistente de sus caderas y las piernas adictivas que se ajustan alrededor de sus caderas.
Empuja contra el interior de Vegetta con mayor intensidad, embistiendo contra ese punto que le hace ver las estrellas y maldecirle en el oído. Vegetta se rinde, dejándose caer sobre él. Se esconde en su cuello y lo llena de marcas mientras deja que simplemente lo tome. Que se desquite por haberlo hecho esperar por semanas y por no poder tocarlo hace unos minutos.
Foolish coloca ambas manos en sus glúteos, separándolos mientras arremete contra él con fuerza y rapidez. Vegetta se deshace en gemidos, súplicas y balbuceos incoherentes.
Su miembro se frota contra su abdomen con cada embestida, acercándolo al éxtasis por segunda vez en la noche.
—Me estás volviendo loco, bonito.
Vegetta ríe contra su piel antes de retomar su labor de inmortalizar, por unos días, el recuerdo de que él fue el responsable de sus gemidos desesperados.
—Tú a mí, Foo…
—Tócate. Córrete para mí.
Vegetta cuela su mano entre sus cuerpos, acariciándose con vehemencia.
—Bésame —suplica.
Sus labios se unen, bocas abiertas y ansiosas, interrumpidas por gemidos desesperados.
Los dedos de Foolish se clavan en la piel de Vegetta con fuerza y se vuelve incapaz de corresponder al beso. Todo su cuerpo tiembla y sólo puede pensar Vegetta, Vegetta, Vegetta, cuando alcanza el orgasmo con una intensidad que lo hace delirar.
Vegetta rompe el beso para ver su rostro completamente abatido por su orgasmo. Lleva la mano de Foolish hasta su miembro y él, aún bajando de la nube del éxtasis, lo masturba hasta que su respiración pesada se convierte en un lloriqueo agudo y avergonzado que muere contra la piel de sus clavículas. El placer de Vegetta mancha sus abdómenes y se cuela en sus oídos. Su cuerpo se rinde completamente sobre el suyo, pechos agitados tratando de recuperarse el uno sobre el otro. Manos fuertes y firmes que se transforman en dedos suaves que acarician.
Cuando todo vuelve a sentirse real, Vegetta se eleva apoyándose en las palmas de sus manos. La duda que brilla en la mirada de Foolish hace que su respiración se atasque en su garganta. Le dirige una mueca disfrazada de sonrisa y, con un suspiro, baja de su cuerpo.
Ambos miran al techo tratando de regular sus respiraciones agitadas. Cuando los vellos de sus brazos se erizan y un escalofrío le recorre la espalda, recuerda el calor de las caricias suaves y las palabras dulces que Rubius le dedica después de un momento como ese. Su estómago se aprieta en un nudo. Sin quererlo, también recuerda a Willy abotonándose la camisa al pie de su cama sin decir una sola palabra, cuando ni siquiera había pasado suficiente tiempo como para que recuperaran la respiración.
Muerde el interior de su mejilla y, con el rabillo del ojo, busca respuestas en Foolish. Él está mirándolo de la misma manera.
¿Él tampoco sabe qué hacer…?
La idea es tan reconfortante e ilógica que lo hace reír. Foolish frunce el ceño y él se tapa la boca con una de sus manos. Con una mirada de extrañeza, Foolish se le une y pronto la combinación de sus risas rebota contra las paredes.
Lo único que Vegetta sabe es que odiaría que Foolish se sintiera desechado. Se acerca a él y rodea su cadera con una de sus piernas temblorosas. No sabe que Foolish contiene la respiración antes de ceder al impulso de sus manos por trazar patrones distraídos sobre su piel.
—¿Estuvo bien? —Vegetta pregunta, en voz baja.
Foolish ríe, cansado y sorprendido.
—Más que bien, bonito.
Silencio. Un suspiro cargado de duda.
—¿Puedo invitarte la cena o en tu mundo significa que vamos a casarnos? —Vegetta pregunta, vulnerable e irónicamente inexperto. Sus últimas palabras teñidas de amargura.
—No sé qué signifique, nunca me han invitado la cena —confiesa antes de bufar una risa—, ni nadie se ha querido casar conmigo, así que supongo que estás bien. Podemos cenar juntos sin compromisos.
No estoy seguro de que casarme con él sea una buena idea. No ahora.
Su pecho punza y todo vuelve a sentirse como antes.
No quiere que todo vuelva a sentirse como antes. No está listo para volver a la realidad.
Su realidad.
—No debes quedarte si no quieres —Foolish añade, ante su silencio.
Hay una pausa silenciosa en la que Vegetta se concentra en las caricias de Foolish y en el sentimiento ligero en su pecho. Pausa en la que se permite preguntarse: ¿Qué quiero?
Quiere quedarse en el estado onírico que sólo experimenta con Foolish un poco más.
Sólo un poco más.
Hay miles de preguntas que quiere hacerle, sobre su pasado y su presente. Sobre él… Pero entonces también tendría que hablarle sobre sus propios fantasmas y todo se volvería real . Quiere fingir un poco más, así que sólo pregunta:
—¿No sueles quedarte después de esto?
—No es la idea, bonito… Y tampoco puedes quedarte mucho más tiempo en el baño de un bar o en la habitación de un motel.
El rostro de Vegetta se arruga con una mueca.
—Supongo que ofrecerte una hamburguesa es mejor.
Foolish se encoge de hombros.
—Supongo —imita su tono de voz y suspira—. ¿Por qué querrías quedarte?
Vegetta conoce muy bien sus razones, pero hay una que escapa de sus labios sin que lo razone.
—Me gusta estar contigo.
Se aclara la garganta y, antes de que sus palabras pesen más de lo que deberían, se levanta. Ofrece su mano y Foolish la toma con el fantasma de una sonrisa diferente . Suave, como la que le dirigió a Tina al verla en su hermoso vestido blanco.
—Me ayudarás a limpiar mientras llega la cena —le advierte, mientras Vegetta lo guía al baño. Con una risa resignada, acepta.
En la última noche de su realidad conocida, ambos se permiten salirse del guión que han escrito para sí mismos.
Foolish deja que Vegetta use su ducha y que platique con él a gritos mientras es él quien se baña. Cenan en su sala, ven su televisión y fuman de sus cigarros.
Es lo más lejos que ha llegado con alguien en meses, pero no importa.
Vegetta ignora cualquier notificación en su celular el resto de la noche y deja que Foolish lo bese en el marco de la puerta cuando lo despide, a la una de la mañana.
No suele comportarse así, pero tampoco importa.
Algo así no puede pasar más de una vez.
No va a volverse un hábito.
¿Verdad?
Notes:
Apoco no se les va a volver costumbre.
Chapter Text
—¿Sabes a quién no hemos visto en un rato? —Tina inquiere desde la cocina mientras sirve dos vasos de agua.
Sentado frente a la mesa de la sala de estar, Foolish responde:
—¿Hm? —gira dos piezas de rompecabezas, cada una en una mano y frunce el ceño. Ninguna encaja con el borde que lleva más de diez minutos intentando completar.
—A Vegetta —Tina deja los vasos en una de las esquinas de la mesa—. Como un mes, ¿no?
Escuchar su nombre hace que un sentimiento extraño se le acumule en el estómago, pero sólo se encoge de hombros. Suelta las piezas y, después, bebe un gran trago de agua.
—Algo así.
Tina lo mira por unos segundos antes de regresar su atención a la sección del rompecabezas que le corresponde armar.
—¿Sabes algo de él?
Foolish niega con la cabeza, empujando las dos piezas lejos de él con su dedo índice. Sopla para sacar un mechón de cabello fuera de su rostro y aclara su garganta.
—¿Por qué tendría que saber algo yo ?
La chica se encoge de hombros de una manera tan particular que Foolish sabe que lo está imitando. En sus labios se dibuja una sonrisa entre molesta y cariñosa que Tina espejea.
—No sé, pensé que eran amigos. Nunca habías invitado a nadie a la casa —gira una pieza y sonríe para sí misma cuando encaja con el resto—. Es raro que haya como, desaparecido, de la nada, ¿no? No volvió a ayudarte con los planos esos, no fue a la última lectura de Cuerda Floja ni nos acompañó al bar la semana pasada… Y Quackity nos invitó a todos.
Foolish termina el contenido de su vaso de un solo trago. Cuando lo vuelve a dejar sobre la mesa, capta el montón de revistas de sociedad y estilo de vida apiladas junto a ellos.
—Debe estar ocupado con su novio, conquistando el extranjero con Bear Bikes y todo eso —dice, burla casi cubriendo la amargura en sus palabras.
Desde los dieciséis años, compran una edición de ese tipo de revistas cada semana. Se enteran de y especulan sobre la vida de gente rica que no conocen sólo por diversión. Tina no sabe que lleva meses usando su hobbie para enterarse de lo que cierta persona hace. Su nombre no ha sido mencionado en más de tres ediciones, pero el de Vegetta sí. Así fue como se enteró que “las familias Doblas y De Luque unieron fuerzas para conquistar el mundo.”
Rubius logró cerrar el contrato que lo convertiría en el nuevo CEO de Bear Bikes a final de año y el arquitecto a la cabeza de la construcción de la primera tienda de la compañía fuera del país es nadie más que Vegetta.
El artículo finaliza con una cantidad increíble de halagos hacia la exitosa pareja y una línea particularmente graciosa:
¿Será que el próximo papel que firman juntos es para prometerse una vida en compañía del otro?
Sólo él sabe por qué aquella línea le hace reír, pero por alguna razón , Tina también lo hace.
—Te gusta Vegetta.
A juzgar por la expresión de Foolish, bien podría haber visto un fantasma.
No puede decir que Vegetta no le gusta, pero sí que no le gusta de la manera en la que Tina insinúa. No quiere tomarlo de la mano, llevarlo a citas ni comprarle regalos caros. Mucho menos llevarlo a comer con sus padres cada semana ni prometerle una eternidad a su lado.
Desde la primera vez que lo vio, fantaseó con una sola cosa: Su cuerpo desnudo y bañado en sudor contra el suyo. Bien, tal vez dos, también le gustaba imaginar cómo diría su nombre entre gemidos de placer.
Y nada más.
Tampoco negaría que pasar tiempo con él fuera de la cama era agradable, pero sigue convencido de que:
—No me gusta . Es atractivo. Muy atractivo, incluso. Puedo disfrutar de una buena vista o una buena compañía y ya.
La chica vuelve a reír, recargando su barbilla en una de sus manos. Tiene esa expresión que Foolish conoce bien y que sin palabras le dice: Deja de verme la cara de estúpida.
—No te culparé si te gusta, Foo —sabe que ha escuchado ese apodo miles de veces en su vida, pero en ese momento sólo puede recordar como lo dice él —. Bagi dice que tiene unos ojos preciosos y que se viste muy bien. No me contaste que lo habías invitado a tu trabajo y que ella tenía la orden de recibirlo no importa qué… O si me emparejaste con una mitómana, aún estás a tiempo de decírmelo.
Foolish traga saliva. La ropa se le pega a la piel y su mano tiembla un poco cuando toma un par de piezas nuevas. Podría decirle que Bagi miente, pero no se perdonaría apagar el brillo en la mirada de Tina cada vez que la menciona.
—No te emparejé con una mitómana —finalmente responde, con una risa forzada—. Vegetta necesitaba ayuda con algo y días antes le había dicho que podía encontrarme ahí. Es todo.
Tina asiente con la cabeza con lentitud.
—Y no me gusta, Tina, por Dios. No voy a tener nada con nadie en años. Lustros. Décadas. Centenarios. Milenios.
Como respuesta, recibe una risa baja que se le contagia. Tina bebe un trago de agua y deja el vaso sobre la mesa con un suspiro.
—Es raro que no me hayas contado nada. Si yo no hubiera estado aquí ese día tampoco me hubieras dicho que vino a trabajar , ¿verdad? —la respuesta de Foolish son segundos de silencio. La chica truena la boca y patea su zapato debajo de la mesa—. Foolish.
Sin que lo quiera, escenas de las decenas de veces que sus amigos lo han regañado por cómo maneja su vida desde que está soltero se repiten en su mente.
No puedes emborracharte para acostarte con desconocidos todos los fines de semana, Foolish.
¿Puedes ir a una reunión sin tratar de meterte en los pantalones de alguien?
¿Cuándo vas a parar?
Se siente como un caso perdido, pero también sabe que ha encontrado el escondite perfecto para el secreto que comparte con Vegetta.
—Quackity ya piensa mal de mí y no quería que tú hicieras lo mismo. No está pasando nada con él, Tina —suspira, con una mueca que se transforma en una risa irónica—. Además, ¿crees que Vegetta haría algo conmigo ?
Tina parece querer traspasarle el cráneo con la mirada. La manera en la que se inclina en el sofá frente a él le recuerda a un detective de película. Si tuviera menos miedo de ella, se reiría.
Finalmente, Tina se rinde.
—No lo sé, sólo me extrañó —suspira—. Quiero que te cuides y hagas lo correcto, Foo. Sabes que no terminaría bien. Y si, hipotéticamente, algo hubiera pasado entre ustedes, no puedes olvidar que alguna vez estuviste en el lugar de Rubius.
El ácido que trepa por el esófago de Foolish lo hace toser. Con el rostro encogido en una mueca, se deja caer en el sofá.
—Y no volveré a estar en ese lugar, muchas gracias —responde, con firmeza. Después, su postura y su tono de voz se relajan—. No tienes que preocuparte por mí, ¿sí? Estoy bien y nada pasó.
Ni volverá a pasar.
Tina se disculpa y él se encoge de hombros, diciéndole que está bien.
Mira la pantalla de su celular con un suspiro.
Nada, de nuevo .
Cuando nota la hora en el reloj, sus ojos se abren con sorpresa. Debajo de la mesa, golpetea el zapato de Tina con el suyo.
—Deberíamos limpiar ya —dice, levantándose del sofá—. Y apúrate, que no sé si te guste que Bagi conozca la casa en este nivel de suciedad —le muestra la lengua.
Antes de que Tina pueda responderle, da un paso hacia adelante que lo hace tropezar con la caja sellada con cinta canela. Traga saliva y respira profundamente antes de patearla debajo del mueble, una vez más.
Cuando mira a la chica, sus mejillas se han coloreado de carmín intentando no reír. Falla, explotando en una carcajada.
—Eres una pésima amiga —se queja, caminando hacia la cocina.
—¡Es tu karma por molestarme con Bagi! —responde y, a la vez, se escucha el tintineo de los vasos de cristal cuando los junta para recogerlos—. ¡Y ya deshazte de esa puta caja!
[...]
Dos horas después, el departamento huele a limpiador de pisos de lavanda, las superficies están casi totalmente libres de polvo y cubrieron la mesa de la sala de estar con un mantel de plástico que protege su rompecabezas.
La voz de Tina interrumpe su extensivo e importante control de inventario de las botellas de alcohol tras la barra.
—Hablando de —le dice, con tono burlón—. Adivina quién acaba de escribir un mensaje en el grupo después de semanas.
Foolish revisa la etiqueta de una botella de ron con una meticulosidad innecesaria.
—¿Quién?
No la ve, pero jura que Tina rueda los ojos.
—Foolish, al menos finge un poco de emoción —resopla—. Vegetta. Se está quejando de que necesita salir hoy y nadie está disponible. Roier y Quackity están de viaje y a Luzu lo están visitando sus padres.
Una botella casi vacía de vodka de frutos rojos es la nueva víctima de Foolish. No responde nada más, haciendo una nota mental sobre comprar más antes de que sus invitados lleguen. Siempre es un favorito del público.
—¿Lo invitamos?
Foolish se encoge de hombros, acomodando las botellas por color. Completamente innecesario, si le preguntas, pero menos que enfrentarse a lo que esconde la voz de Tina.
¿Reto? ¿Curiosidad? ¿Duda?
Pueden haber dejado la conversación horas atrás, pero concluye que esta es su manera de comprobar que no está mintiéndole. ¿Por qué se negaría a ir si realmente no pasó nada entre ellos?
—Si quieres.
—Sí quiero —dice, finalmente—. Dile tú, yo voy a hacer las botanas.
Satisfecho con su inventario de alcohol, vuelve a la sala de estar para buscar su celular. Sí, hay tres mensajes de Vegetta y uno de Roier. “Perdón por tener el tiempo y el dinero para celebrar mi aniversario en las europas , amigos,” dice. Ríe y suspira, tecleando el nombre de Vegetta para escribirle un mensaje privado.
Su corazón bombea desagradablemente dentro de sus costillas mientras examina su conversación. No hay nada más que los mensajes invitándolo a fumar aquel día en casa de Quackity y un par de cuando se vieron hace un mes.
Algo amargo y desagradable pincha su pecho.
Escribirle a Vegetta lo hace sentir pequeño.
Él no tendría que estar en esa posición. Vegetta tendría que haberle escrito días después de que follaran, rogándole volver a verse y él tendría que haberlo ignorado, como a cualquier otro.
Pero Vegetta no había escrito y él no quería ignorarlo.
Es extraño .
Frustrante.
Fue cuidadoso cuando Vegetta lo necesitó, se arrodilló, cumplió una de sus fantasías.
Había hecho todo bien. ¿Por qué no lo había buscado?
Sí, se acostó con él porque quiso, pero también porque era lo único que podía ofrecerle a alguien. Vegetta conoció lo único en lo que él era excelente y aún así no había sido suficiente.
Era eso, ¿verdad? Las espinas que pinchan su pecho.
Insuficiencia.
Sus pulgares tiemblan sobre el teclado y apaga la pantalla de su celular, dejándolo reposar sobre su pecho mientras mira fijamente la lámpara de techo.
Después de que Mariana y él terminaran, llegó a la conclusión de que él no es alguien para toda la vida . Tal vez para su familia, porque no tenían otra opción, o para Quackity y Tina, que por alguna razón nunca se habían rendido con él.
En cuanto a parejas… Él es alguien para un rato.
El rubio bonito al que decenas de chicos, incluso uno de los mejores amigos de Mariana, querían consolar después de su ruptura. El rubio bonito que inicia peleas en grupos de amigos por quién se lo llevará a la cama. El rubio bonito con la bandeja de entrada llena en aplicaciones de citas.
No es tan desolador como suena. Suele ser divertido y emocionante, aunque últimamente no se siente igual. En ese afán por sentir más, por probarse a sí mismo, ahora también sabe que es una buena distracción para chicos bonitos en relaciones de mierda.
Y nada más.
Él tampoco quiere que Vegetta y él duren toda la vida. Sólo pensarlo hace que su piel se erice... Y no de una buena manera. Es sólo que-
Sabe exactamente qué hacer para tener a alguien a sus pies. Qué decir, qué no decir, cómo tocar, cómo no tocar, cómo hacerse sentir indispensable… ¿Y ahora?
Piensa en dejar que Vegetta salga de su vida, pero su orgullo lastimado le susurra en el oído: Si lo lograste una vez, ¿qué te hace creer que no lo lograrías dos?
Lo escucha.
Si hay algo peor que sentirse así , es no poder huir del sentimiento con ningún desconocido porque nadie se siente como Vegetta. Nadie lo toca ni dice su nombre como él.
Es patético.
Y probablemente sólo la consecuencia de romper sus propias reglas y haberse acostado con alguien de su grupo de amigos, sobrio, en su casa.
Necesita que finalmente lo rechace o, en el mejor de los casos, tenerlo en su cama una vez más, quitarse las ganas y volver a lo que era su vida antes de conocerlo. Tan sencillo como eso.
Entonces, finalmente teclea:
Foolish, 17: 57 P.M.
Leí tu mensaje en el grupo. Tina y yo tenemos una reunión con amigos en un rato. No les dijimos nada porque la idea era que conociéramos más gente y Quackity dijo que nos haría bien expandir nuestro círculo social y esas mierdas. Si satisface tu necesidad de salir, estás invitado.
Saca el cabello de su rostro con ambas manos y, acto seguido, lo envía sin pensar más. Desactiva el sonido y vibración de su celular y se dispone a ayudar a Tina con las botanas.
Sabrá su respuesta cuando cruce, o no, la puerta de su departamento.
[...]
A las nueve de la noche, un diverso grupo de artistas y arquitectos habitan momentáneamente su sala de estar.
En una Alexa que Foolish recibió como regalo de cumpleaños suena una playlist que captura perfectamente la esencia de Tina y él. Pop de los noventas y los dos miles, reggaeton y una que otra canción de despecho. Por su nariz se cuela una mezcla de los perfumes de los asistentes y una vela que Tina encendió hace una hora.
La mesa de centro de su sala de estar es, ahora, el campo de batalla del primer enfrentamiento de beer pong de la noche.
Foolish mira la puerta, por la que definitivamente no espera que nadie más entre, antes de armar dos equipos. El suyo pierde la primera y segunda ronda, mientras que Tina, Bagi y su grupo de artistas conoce la derrota en la tercera.
Como lo imaginó, su vodka de frutos rojos se termina. Alguien pide, si no es mucha molestia, otra botella de tequila y Bagi tiene hambre. Ante veinte pares de ojos, busca sus llaves para poder ir por provisiones suficientes para el resto de la noche.
—¿Te acompaño? —una voz mayormente desconocida murmura tras él.
Los vibrantes ojos verdes de Bad, el encargado de marketing digital de la firma en la que trabaja, le examinan el rostro en espera de una respuesta. Su ondulado cabello castaño se mueve con gracia cuando ladea la cabeza.
—Sigue divirtiéndote, yo iré —se niega, con una sonrisa suave.
El rostro de Bad se deforma con decepción.
—Es mucho más divertido cuando estás tú —se encoge de hombros—. Déjame acompañarte.
Foolish vuelve a mirar la puerta con un suspiro que le pesa más de lo que le gustaría admitir. Después, examina a Bad.
Su sonrisa brilla con un nivel de confianza inusual en los hombres que suelen acercarse a él y, como otro punto a su favor, está usando una camiseta con el póster de una de las películas de Alien.
Es lindo.
No lo suficiente como para volver a romper su regla de no acostarse con alguien que forme parte de su grupo de amigos (o similares) pero sí como para que no le importe recibir su atención el resto de la noche.
Entonces, le sonríe y:
—Acompáñame, pero no te quejes si tienes que ayudarme a cargar botellas o comida.
Bad le sonríe de regreso, brillante y satisfecho.
—No tengo problema con eso.
En la caminata de diez minutos hacia la tienda de autoservicio más cercana hablan sobre Alien , las partidas de beer pong y el trabajo. De regreso, Bad sostiene dos bolsas de papel con botana y él carga el alcohol prometido.
Pierde el balance al subir al elevador y Bad, entre risas, sostiene su brazo. Le agradece en voz baja y finge no notar que mira sus labios al decirle que tenga más cuidado.
Cuando vuelven a su departamento, tiene que preguntarse al menos dos veces si no se golpeó la cabeza en el elevador y está alucinando.
Sentado entre Tina y Bagi, lo recibe una mirada amatista que parece perdida hasta que lo ve a él. Su propia respiración se atasca en su garganta cuando se responde que no, no está alucinando .
Vegetta sí está ahí.
Traga saliva cuando dicha mirada amatista, enmarcada por una ceja arqueada casi imperceptible, viaja por su cuerpo. Entonces es consciente de que Bad aún sostiene su brazo. Se aclara la garganta y se aleja de él, pidiéndole que deje las bolsas sobre la barra junto con las botellas. Le agradece con una sonrisa sincera y, como si estuviera en piloto automático, camina hacia Vegetta. Él eleva la mirada y nota cómo muerde el interior de su mejilla antes de regalarle un intento de sonrisa.
Foolish dobla una de sus rodillas y recarga su peso en su cadera, examinando su rostro en busca de algo.
—Viniste.
—Me invitaste.
Una sonrisa terca estira los labios de Foolish. Se siente extrañamente aliviado.
Antes de que pueda decir algo más, Tina habla.
—Llegó hace como diez minutos pero no estabas, así que lo adoptamos.
Bagi asiente con la cabeza. Foolish nota una de sus manos entrelazada con la de Tina en el respaldo del sofá, detrás de la espalda de Vegetta.
—Estamos contándole cómo nos conocimos —Bagi explica, con un ligero tinte carmín en las mejillas—. En nuestra defensa, él preguntó cómo estuvo la cita y todo eso —alza las palmas de sus manos, arrancándoles una risa grupal.
El contacto visual que mantiene con Vegetta después de eso se siente espeso contra su piel. Contiene recuerdos de jadeos en la oscuridad, miles de preguntas sin responder y una complicidad intensa.
—¿Otra ronda de beer pong ? —sugiere Jaiden, una muralista que Tina invitó.
La gran mayoría acepta.
El cuerpo de Foolish salta cuando Bad lo abraza por los hombros.
—¿Quieres estar en mi equipo? Nos falta una persona.
La manera en la que se dirige a él lo hace sentir como si fuera la única persona en la habitación… A excepción de que no lo es. La mirada de Vegetta se endurece por milésimas de segundos antes de sonreírle a Tina y Bagi, quienes han decidido que formará parte de su equipo. Foolish acepta estar en el equipo de Bad.
Juegan tres rondas. Su equipo gana dos de ellas y Bad lo abraza cada vez que Tina anuncia su victoria con voz de presentadora de deportes. Se siente observado y sabe por quién , pero no va a hacer nada al respecto.
Él ya lo invitó, que Vegetta haga el resto.
Balance.
Fit, uno de los arquitectos con los que trabaja, sugiere comenzar un karaoke antes de que sea demasiado tarde y sus vecinos los odien aún más . La energía de Tina y Bagi es contagiosa y absorbe a Vegetta por el resto de la noche, que es musicalizada por éxitos de diversos géneros interpretados por diferentes niveles de talento.
Él se sienta a un lado de Bad. Cuando no está mirando alguna de las presentaciones, responde sus preguntas sobre sus estudios, Tina y su banda favorita. En algún momento, finge apenas notar la cadena dorada que adorna su cuello. Halaga lo linda que es, lo costosa que parece y, sobre todo:
—Te queda muy bien. Resalta tus ojos y tu tono de piel —la señala, de nuevo. Le mira el rostro y sonríe cuando nota un ligero tono carmín que Foolish no intenta ocultar. Acerca su mano hasta ella—. ¿Puedo verla?
—Mhm.
Toma la cadena con delicadeza innecesaria y, una vez más, hay una mirada clavada en su perfil.
No voltea.
Tampoco se queja cuando la atención de Bad se dirige a sus anillos entre risas coquetas y alcoholizadas. Acaricia, con manos cálidas y suaves, los dedos que portan sus favoritos: La serpiente y uno con su signo zodiacal. Foolish explica que Tina le regaló el último y que es la culpable del inicio de esa obsesión.
Bad vuelve a halagar lo bien que le quedan y él le regala una sonrisa. No se queja de la atención que le obsequia, pero sabe que la propia flaquea y no es completamente suya. Nada está mal con él, pero le falta algo.
La mirada en su perfil sólo se intensifica. Su instinto es más fuerte que su razón y, finalmente, voltea.
El rostro de Vegetta es enmarcado por sus cejas y mandíbula completamente rectas. Fingiendo no saber qué es lo que pasa, le sonríe. Vegetta sostiene su vaso de vidrio con fuerza innecesaria.
Un sentimiento egoístamente brillante se riega por su cuerpo.
Regresa su atención a Bad, quien aún sostiene una de sus manos mientras le platica sobre algo que definitivamente no entiende. Aclara su garganta y le pide repetirlo, pues estaba distraído . Bad no sabe que él no es la causa de su distracción, pero asume que sí. Habla de su propia banda favorita y cómo casi muere entre el público la primera vez que fue a un concierto suyo. Antes de que pueda comenzar a hacer preguntas para que la conversación siga, una voz los interrumpe.
Su voz.
—Ya me voy.
Por fin, su mirada se dirige a Vegetta. Además de la incomodidad en su rostro, nota un par de ojeras oscuras que no estaban ahí hace un mes.
—¿Por qué?
Sin palabras, Vegetta grita: ¿Es en serio?
—No puedo irme más tarde —dice, en su lugar.
Foolish frunce el ceño, se disculpa con Bad y hace que suelte su mano antes de levantarse.
—¿Me acompañas a la cocina?
Con un suspiro, Vegetta lo sigue. Las encimeras están llenas de bolsas abiertas de botana y platos y vasos sucios. La única luz que reciben es la de la luna curiosa que trata de verles por la ventana.
—¿En serio tienes que irte ya? —Foolish pregunta, recargado en una de las encimeras, con los brazos cruzados—. ¿Por qué?
Vegetta bufa.
—Te lo dije. No puedo irme más tarde.
—¿Tienes toque de queda? —Foolish se burla—. Cada vez escucho cosas peores de tu novio.
El rostro de Vegetta se deforma en una mueca ante la mención de Rubius. La misma de siempre . Unas veces más imperceptible que otras, pero siempre presente. Después, niega con la cabeza y vuelve a suspirar.
Parece estar cerca de su propio límite.
—No voy a mi casa y no quiero manejar tan tarde —explica, sencillamente. Se cruza de brazos y uno de sus pies golpea nerviosamente los azulejos de la cocina—. Y suficiente tuve con mi día de mierda como para aceptar tu invitación y soportar que me ignores toda la noche, Foolish.
Las palabras de Vegetta bailan en el aire hasta instalarse en su pecho, donde un recordatorio de los fuegos artificiales vuelve a cobrar vida. Su respuesta sólo es una sonrisa de lado que finge no saber de lo que está hablando.
—Pensé que estabas pasándola bien con mis amigas. No suelo ser posesivo, bonito —su sonrisa se ensancha cuando nota que Vegetta aún reacciona visiblemente al apodo—. ¿Y no crees que estás demasiado molesto como para haberme ignorado un mes? Es algo hipócrita, ¿no?
Su pecho se siente mucho más ligero después de, prácticamente, escupirle esa última frase. Vegetta lo mira en silencio, parpadeando repetidas veces.
—Pensé que no solías hablar con alguien después de eso —suspira, antes de acercarse a la barra desayunadora y apoyarse en las palmas de sus manos contra ella—. Y tengo semanas sin dormir, con millones de cosas en la cabeza y miles de cosas que hacer. Perdón por no terminar mi día pensando en cómo redactar un mensaje de texto perfecto para ti que ni siquiera sabía si ibas a responder.
Foolish lo examina con una ceja alzada. Gira, toma un vaso de uno de los gabinetes y se sirve agua en el lavabo, sin decir más.
Se siente ridículo por exigirle algo que no le debe, pero entonces piensa que Vegetta tampoco debería molestarse porque Bad coquetee con él.
¿Qué les pasa?
Es tan ridículo que sólo puede reír.
—Está bien, ¿sabes? No nos debemos explicaciones —se encoge de hombros y bebe del vaso con agua. Lo deja en la encimera, se encoge de hombros y sonríe con ligereza—. Sólo estoy acostumbrado a que, al menos, me digan que quieren repetir.
Vegetta no se ríe. Suspira y esconde su cabeza entre sus brazos, recargado en la encimera.
Luce derrotado y él no piensa terminar de matarlo.
—Entonces, ¿a dónde vas? ¿Por qué el toque de queda tan estricto?
Vegetta levanta la mirada, dudosa y perdida.
—Voy a quedarme en un hotel por una semana o dos —explica, jugando con el borde de una envoltura de frituras—. Necesito tiempo para pensar sobre mi relación con Rubius.
Foolish deja salir una risa sorprendida. Satisfecha .
—¿Lo dejaste?
Cuando Vegetta niega con la cabeza, su intriga crece.
—¿Entonces?
—Discutimos. Otra vez. Mucho peor que las veces anteriores —dice, tomando la envoltura y haciendo una bola con ella entre sus manos—. Recordamos que Quackity y Roier necesitaron alejarse un tiempo para pensar las cosas y, uhm, decidimos que sería lo mejor pero para saber qué sigue con nosotros y eso.
Foolish juega con su vaso de agua, haciendo remolinos con el contenido mientras piensa en una respuesta coherente. No encuentra nada.
—¿Y por qué decidiste quedarte en un hotel?
Vegetta se encoge de hombros.
—No tengo otro lugar para quedarme y no quiero volver a la casa de mis padres. Además, seguro piensa que estoy ahí y necesito estar alejado de él todo y eso. No quiero verlo. No puedo .
¿No puede?
Foolish asiente con la cabeza.
Rodea la cocina y se pone de pie frente a él. No quiere hablar sobre ellos.
—¿En qué hotel estás quedándote?
Cuando Vegetta dice el nombre, su rostro se ilumina con una sonrisa descarada. Sabe que es egoísta, pero necesita probarse capaz de encenderlo una vez más. Una última vez.
—Bonito, si no me equivoco, ese es un hotel costoso, ¿no? —Vegetta asiente con la cabeza, confundido—. Me parece raro que tenga toque de queda, creo que querías irte y ya. Y está bien, pero la próxima vez que te pongas celoso y quieras mi atención, sólo tienes que decirlo. ¿Cuándo te la he negado?
La respiración de Vegetta se alenta. Baja la mirada cuando comienza a sonrojarse.
—No estoy celoso.
—Lo que tú digas.
Bueno, tenía respuestas.
Respuestas y el pecho inundado del sentimiento que seguramente obtendría sentado en un trono de oro, adornado con piedras preciosas, con un reino entero a sus pies.
Sólo quiere un poco más.
Levanta el rostro de Vegetta con dos de sus dedos y le sonríe.
—No me molesta. Luces lindo cuando estás celoso .
En la mirada de Vegetta centellea una chispa de deseo, que inmediatamente inicia una pelea contra otra de enojo. Suspira y sostiene su muñeca, alejando el toque de su rostro con brusquedad.
Bueno, esa también era una posibilidad.
Ese es el momento en el que finalmente lo rechaza.
Se prepara para recibir un discurso de cómo estar con él fue un error e iba a dedicarse a arreglar su relación de mierda, pero nada sale de su boca. No deja de mirarlo y tampoco suelta su muñeca.
—Foo, por favor… —pide, exhausto—. Hoy no. Aquí no.
Foolish asiente con la cabeza. Cuando va a soltarse del agarre de Vegetta, este se aprieta tan solo un poco y acaricia la piel de su muñeca con su pulgar.
—Lo siento. Si sirve de algo, quise hablarte pero no supe cómo… Y ya, no quiero hablar, por favor.
Y, mierda, ahí está de nuevo. Ese es el problema con Vegetta.
Cada vez que está listo para rendirse, él se lo hace prácticamente imposible. Aunque pensar en mostrarse abatido nunca fue una opción, estaba listo desde que conoció a Rubius en la carne asada de Quackity y Roier… Pero Vegetta sigue volviendo a él y cada vez que una de sus barreras cae para dejarlo entrar, causan terremotos que derrumban las propias. Y él lo deja porque, joder, tenía tanto tiempo sin sentirse así. Tan deseado que a Vegetta no le importara tener a alguien esperándolo en casa. Tan suficiente y completamente capaz de obtener a quien él quisiera.
Tal vez, por primera vez, está del lado correcto de la historia.
No había sido suficiente para que Mariana quisiera una vida a su lado, pero sí para que Vegetta arruinara la propia por él .
Y su interior se enciende, con deseo y ganas de reír y fuegos artificiales. Hace que Vegetta lo suelte y sube su mano por su brazo.
Ambos tragan saliva y pequeñas chispas eléctricas saltan entre ellos cuando sus miradas se encuentran.
Piensa que, entonces, lo prudente es recurrir al plan B:
Guiarlo hasta su habitación y follarlo una segunda vez, tapándole la boca para que nadie escuche lo ruidoso que se vuelve… Y volver a su anhelada normalidad.
A Vegetta también le vendría bien distraerse, ¿no?
—Me gusta cuando no hablamos.
El conflicto baila en el rostro de Vegetta. Coloca una mano en su pecho tratando de marcar distancia pero no lo empuja. Es como si no pudiera mantenerse alejado de él y, mucho menos, lo quisiera.
Cuando toma la tela suave de su camisa en un puño débil y recarga su frente en su pecho, percibe las notas amaderadas de su colonia como un fantasma desgastado. Suelta un suspiro largo y Foolish tiene la impresión de que es la primera vez en el día que realmente respira.
Vegetta siente cómo el pecho de Foolish se detiene por milésimas de segundo antes de acariciar su brazo de arriba a abajo. Es… delicado. Temeroso .
Aún así, el ritmo de la respiración de Foolish finalmente lo relaja.
—¿Interrumpo algo?
Ambos se alejan de inmediato cuando Tina entra a la cocina, buscando la única botella de refresco con algo de líquido en el lugar. Intercambian miradas de pánico mientras trabajan en una mentira conjunta.
—No, Tina-
—Estaba contándole a Foolish que tengo que irme. No voy a mi casa y no quiero, como que, manejar tan tarde —Vegetta lo interrumpe, tropezándose con sus palabras—. También que tuve problemas con Rubius y él estaba ayudándome con eso.
Una fina capa de sudor se forma en las palmas de Foolish.
—Estaba diciéndole que pagar un hotel no tiene que ser la solución —añade, sin hacer ningún tipo de sentido para Tina—, y que puede quedarse con nosotros si lo necesita pero se negó.
Vegetta asiente con la cabeza tantas veces que es cómico.
—Sí, ya me iba. Gracias, Ti-
La mirada de Tina se suaviza mientras niega con la cabeza.
—Puedes quedarte si realmente lo necesitas —le dice, con una sonrisa amable—. Es mejor estar acompañado cuando tienes la cabeza hecha un lío, ¿verdad, Foo?
El chico ríe y soba su cuello.
—Cuando estuve en una situación similar a ti, Tina me dio asilo tres semanas enteras.
Al escuchar el recuerdo de Foolish, Tina abandona su posición de detective finalmente frustrada.
—Estamos aquí si lo necesitas —le dice, antes de señalarlo—. Y no voy a dejar que manejes después de tres partidas de beer pong. Al menos quédate esta noche.
Vegetta accede. Es demasiado tarde para decir que no y tirar por la borda la media mentira que Foolish y él fabricaron en segundos.
Cuando Tina sale de la cocina, Foolish se ve aplastado por el peso de sus decisiones. Que Vegetta se quede es aún peor que invitarlo para tener sexo una sola vez. Incluso peor que dejar que use sus cosas y cene en su sala… Pero está eligiéndolo, de nuevo , y simplemente no puede quejarse.
Antes de volver a la reunión, Foolish finge cerrar un cierre sobre sus labios. Vegetta luce aliviado cuando imita el gesto y vuelven a la reunión en un pacto de silencio sin duración establecida.
Oh, y esta vez, Vegetta sí recibe toda su atención.
Notes:
AGÁRRENSE PARA LO QUE SIGUE
Les hice playlists individuales a estos dos por si quieren escucharlas y, sí, acepto sugerencias.
Vegetta: https://open.spotify.com/playlist/4UWrLxPbVLIp0X1wGjmIOm?si=65c83c7c3a744d6a
Foolish: https://open.spotify.com/playlist/2UNM3GOAE762bHkEEXSL1r?si=b6c065b8a4db44d2
Chapter 7: VII.
Notes:
Agárrense.
Muchas emociones y así.
Chapter Text
Vegetta no se queda sólo esa noche.
Después de tres días con ellos tiene teorías sobre el final de la serie que están viendo, sabe que Tina desayuna con té y las sábanas de Foolish huelen a él. También ha decidido que, si está quedándose en su casa, lo mínimo que puede hacer es ayudarles. Se propuso lavar todos los platos el tiempo que esté ahí y esa mañana está a cargo del desayuno.
Con sus audífonos reproduciendo el último álbum de The Warning a un volumen perjudicial, corta fresas sobre una tabla de madera. Voltea para colocarlas sobre un plato y grita cuando nota a Foolish mirándolo desde el marco de la puerta. Sostiene una botella con agua y viste un conjunto blanco de ropa deportiva.
El hombre frente a él ríe tan fuerte que vence a la poderosa cancelación de sonido de sus audífonos. Bufa, pausa la canción y los cuelga en su cuello.
—Buenos días, Foolish.
—¿Te asusté?
Vegetta se queja, dándole la espalda para terminar de cortar la fruta.
—¿Cuánto tiempo llevas mirándome desde ahí?
—El mismo que llevo preguntándote si necesitas ayuda o te hace falta algún ingrediente sin obtener ningún tipo de respuesta —explica, acercándose a él—. ¿Qué escuchas?
Vegetta no responde. Toma sus audífonos y se los coloca a Foolish, reanudando la canción. Guitarras eléctricas, bajos y baterías poderosas acompañados de la voz de una mujer llenan sus oídos. Sonríe casi imperceptiblemente cuando los ojos esmeralda se abren con sorpresa.
—¿Qué?
—Te vas a quedar sordo —responde, pausando la canción—. Y no esperaba que te gustara el rock, tienes cara de que vas por la vida escuchando sinfonías de Beethoven o algo así. En tu faceta más rebelde, escucharías algo de jazz.
Vegetta rueda los ojos, empujándolo suavemente para poder abrir el refrigerador y sacar huevos y leche. Acto seguido, abre un cajón en busca de algo que no encuentra.
—Segunda encimera a tu derecha, primer cajón —Foolish le dice, examinando el desastre que tiene en la cocina—. Nunca había probado los huevos revueltos con fresa.
—Gracias —Vegetta responde, con sequedad—. No estás ayudándome mucho, Foo. Si realmente era tu intención, estás fallando completamente.
Cierra el cajón con fuerza innecesaria y coloca un tazón sobre la encimera. Foolish muerde su mejilla, intentando no reír.
—Tienes mal humor por las mañanas, ¿no?
Vegetta lo mira sobre su hombro sin decir más, rompiendo el cascarón de un huevo contra el borde de la encimera. Suspira con pesadez.
—Odio las mañanas —comienza a batir los huevos con un tenedor—. Y si sigues así, voy a darte huevo revuelto con fresa y no pan francés.
Foolish ríe, genuinamente divertido.
—Bien, bonito, lo siento. Avísame cuando pueda volver a hablarte. Le diré a Tina que se aleje de la cocina si tampoco quiere desayunar huevos revueltos con fresas.
—¿Estás hablando en serio?
Foolish ladea la cabeza.
—¿Sobre qué?
—Sobre avisarte cuando puedas volver a hablarme.
Foolish asiente con la cabeza, atravesando la cocina para dejar su botella de agua en el lavabo.
—Completamente en serio. Voy a ducharme para no seguir molestando al chef.
Se acerca a él y coloca sus audífonos sobre su cabeza, reanudando la canción. En silencio, mira cómo Foolish deja la cocina.
Sólo puede pausar la música, volver a colgarse los audífonos sobre el cuello y:
—¿No estás enojado conmigo?
Foolish voltea sobre sus propios pasos, mirándolo como si estuviera hablando en otro idioma.
—¿Por qué estaría enojado contigo? —recarga su propio peso sobre su cadera y sonríe. Como siempre —. Si no estoy enojado por llevar días durmiendo en el sofá, menos por esto.
Vegetta parpadea, jugando con el mango del tenedor en una de sus manos.
¿Estaba de mal humor y ni siquiera le importaba?
—Por nada. Ve a ducharte ya, no había notado lo sudado que estás —Vegetta arruga la nariz, volviendo a concentrarse en el desayuno y no en la manera que el sudor de Foolish escurre y pega la ropa deportiva a su cuerpo.
Foolish ríe suavemente, extrañado.
—Iremos al supermercado cuando salga del trabajo. Tina estará ocupada, odio hacerlo solo y tú necesitas respirar. Estoy harto de escucharte teclear y hacer llamada tras llamada encerrado en mi habitación.
Vegetta accede. Finge no notar la sonrisa satisfecha que Foolish le dirige desde el marco de la puerta antes de irse.
[...]
A las seis de la tarde recibe un mensaje de Foolish:
“Nunca me dijiste si podía volver a hablarte pero quiero asumir que sí porque reaccionaste con un corazón al vídeo estúpido que te mandé mientras estaba en el baño del trabajo. Estoy frente al edificio. Baja y trae las bolsas de tela que están en la cocina, por favor.”
Se quita los lentes que suele usar para trabajar en la computadora, talla sus ojos y se estira. La cama destendida de Foolish es un desastre de libretas, bolígrafos y planos. Al pie de ésta descansa su maleta abierta con ropa desordenada de la cual toma un par de chaquetas ligeras.
Una para Foolish y una para él.
Con la ropa y bolsas de tela en mano, baja por el elevador hasta encontrarse con su auto en la acera. Moderno, negro y completamente él . El interior huele a cuero, cigarro y a su loción.
—Es lindo respirar la contaminación y ver unos cuantos árboles ¿no?
Esta vez, Vegetta sí ríe. Deja caer su cabeza contra el tablero del auto.
—Trata de terminar los planos de una tienda de ciclismo y cerrar presupuestos de unas oficinas al mismo tiempo. Puntos extra si vas atrasado con casi todo.
El sonido del auto encendiéndose casi opaca una suave risa de Foolish.
—No te golpees muy fuerte la cabeza, bonito, que la necesitas para terminar todos tus pendientes.
Vegetta se queja en respuesta.
Cuando decide levantar la cabeza, Foolish está conduciendo mientras, con los dedos, lleva el ritmo de una canción pop sobre el volante. Tal vez es el contenido sexual de la letra o el hecho de que es la primera vez que están realmente solos desde aquella noche en su cocina, pero no puede evitar que sus pensamientos se desvíen.
Se pregunta si, reclinando el asiento, habría espacio suficiente para sentarse a horcajadas sobre él. Imagina sus manos en sus caderas, sus labios en su cuello-
Sacude la cabeza mientras señala el estéreo del auto.
—¿Quién es?
En una luz roja, Foolish lo mira con incredulidad.
—¿Nunca la has escuchado?
—Por algo estoy preguntándote, Foo.
— Sabrina Carpenter —sube el volumen de la canción y le sonríe—. No sé si te gustaría pero Tina y yo hemos comido, desayunado y respirado su último álbum desde que lo descubrimos.
—Tú sí tienes cara de que escuchas este tipo de música. Va con tu estilo y tu… todo .
—Gracias —responde, con una risa que suena como a una pregunta. Hay unos segundos de silencio en los que busca un nuevo tema de conversación—. Has pasado mucho tiempo con Tina, ¿no? ¿Qué te parece su estudio?
—Es un sueño. Tiene muchísimo talento y me encanta verla trabajar. Ayer me dejó ayudarla con su pintura más reciente y, antes de que fuéramos a cenar, me regaló un lienzo pequeño y está enseñandome a usar óleos.
Foolish descubre un nuevo tipo de sonrisa en él. Suave, delicada y brillante ; del tipo que genera pequeñas arrugas en las esquinas de sus ojos. No puede evitar sonreír también y- ¿Cuánto tiempo tiene permitido verlo?
Aclara su garganta y devuelve la mirada al camino.
—He estado ahí millones de veces y nunca hubiera pensado en describirlo como un sueño. No sabía que te gusta el arte.
—¿El estudio de Tina no te parece uno de los mejores lugares en el mundo?
Foolish vuelve a reír, negando con la cabeza.
—Me gusta más el rincón de mi habitación en el que trabajo.
Lo ha visto. Una pequeña mesa de dibujo, debajo de la cual guarda materiales de dibujo mucho menos interesantes que los de Tina y una silla extremadamente cómoda que sí, ya tuvo el descaro de probar.
Una mueca se apodera de su rostro. Él no puede decir lo mismo del estudio que tiene en casa.
—Siempre quise aprender a pintar —dice, en voz baja—. Bueno, no es como que no sepa , tomé algunos cursos cuando era adolescente pero me hubiera gustado ser como Tina. Tener un estudio, exposiciones… Vender cuadros.
Su voz se apaga cuando procesa sus últimas palabras. Foolish lo mira de reojo. Algo dentro de él grita con necesidad de tenerlo cerca. Lo ignora.
—¿Por qué no pintaste más?
—No me iba a llevar a ningún lado —se encoge de hombros, aunque esas palabras no parecen ser suyas—. Siempre supe que iba a ser arquitecto, así que ni siquiera insistí en tener más que algunos cursos de verano.
—¿No puedes ser un arquitecto que pinta?
Cuando vuelven a hacer contacto visual, hay genuino interés en la mirada de Foolish y nostalgia en la de Vegetta. Antes de responder, deja salir una suave risa desganada.
—No es lo mismo —mira por la ventana y suspira—. ¿Y tú? ¿No tienes ningún sueño frustrado?
Foolish baja el volumen de la música hasta que sólo es un susurro.
—Si tuviera las habilidades, me hubiera gustado ser cantante… O biólogo marino —dice, maniobrando con el volante para estacionarse. Vegetta ríe con incredulidad y admira su ceño fruncido en concentración—. Pero en realidad siempre quise ser arquitecto. De pequeño pasaba mucho tiempo con mi tío, que también lo era. Me llevaba a supervisar obras con él, todos sus trabajadores me conocían… Y me enamoré. Siempre lo quise —ha estacionado el auto pero no hace ningún esfuerzo por bajar de él—. ¿Tú siempre lo supiste?
Vegetta asiente, con una sonrisa indescifrable sobre los labios. Toma las bolsas y ambas chaquetas antes de abrir la puerta del auto.
—Vamos.
Bajo la luz del atardecer y el leve viento que lo acompaña, caminan por el estacionamiento. Foolish sonríe cuando recibe una chaqueta que no es suya para cubrirse del frío.
Apenas entran, Foolish toma un carrito y deja su celular en las manos de Vegetta.
—¿Qué es esto?
Foolish empuja el carrito con una sola mano.
—Lo que necesitamos comprar dividido en categorías, cuánto necesitamos y qué tan urgente es comprarlo.
Es la lista de compras más elaborada que ha visto en su vida. Diferentes columnas, anotaciones y códigos de color. Imagina a Foolish abriendo y cerrando cajones y gabinetes mientras anota en su aplicación extraña con innecesaria precisión. Muerde el interior de su labio inferior para evitar sonreír.
Habiendo decidido que Foolish empujará el carrito y Vegetta se encargará de llenarlo, tachan el pan, galletas de arroz inflado, mermelada de durazno y crema de almendra de la lista. En el pasillo de artículos de higiene personal, Vegetta busca el shampoo de Tina y dos barras de jabón.
Cuando vuelve al carrito, Foolish ha dejado una caja de condones dentro de él, sin ningún tipo de vergüenza.
Vegetta lo mira en silencio, calor acumulándose en su rostro y vientre. Se siente como una insinuación hasta que Foolish abre la boca.
—Nunca sabes cuándo los vas a necesitar.
Por supuesto .
Esa sigue siendo la vida de Foolish. Comerse el mundo y todo eso .
No es como que quisiera usarlos con él, ¿verdad?
Sabe que no puede usarlos con él.
Rueda los ojos y hace una seña para que empuje el carrito mientras camina frente a él. Siente la mirada de Foolish sobre su cuerpo y trata de reprimir la manera en la que su estómago cosquillea.
Lo ignora y no dice nada más.
El pacto de silencio que firmaron en su cocina sigue vigente y no va a ser quien lo rompa.
Es en la sección de frutas y verduras que nota lo molestamente eficiente que resulta la lista de Foolish. A pesar de lo indeciso que es, en menos de una hora han comprado todo lo necesario para la semana.
—¿Es todo? —Vegetta pregunta mientras lo mira escoger jitomates. Aún. Lleva más de cinco minutos ahí.
Foolish niega con la cabeza mientras, finalmente, los deja en el carrito.
—Falta lo más importante.
Lo guía al pasillo de dulces y se detiene a la mitad del mismo, como si nadie más que ellos existiera en ese lugar.
—Desde hace un mes Tina y yo llevamos una bolsa de dulces para la semana. Ayúdame a escoger.
No puede evitar sonreír. Ser invitado a las dinámicas del par de amigos lo hace sentir cálido . Recarga su peso en su cadera y examina la variedad de dulces mientras piensa en voz alta.
—Dulces con picante y paletas no. Gomitas o chocolates puede ser —cuando voltea, Foolish está mirándolo recargado en el carrito. Le sonríe y hace una seña para que continúe—. Esos ácidos tal vez… —hace una mueca de asco y niega con la cabeza—. Malvaviscos definitivamente no.
La voz ofendida de Foolish resuena por todo el pasillo y no se sorprendería si también lo hubieran escuchado del otro lado de la ciudad.
—¿¡No te gustan los malvaviscos!?
—¿A ti te gustan los malvaviscos?
—Tengo buen gusto, claro que sí —Vegetta finge una arcada y Foolish suelta una carcajada—. A ver, está bien que no te gusten así, ¿pero nunca los has probado en s’mores ?
—Foolish, dudo que mejoren todos quemados entre dos galletas con chocolate . Acepta tu derrota.
Foolish parpadea, mirándole el rostro como si hubiera ofendido a su familia entera.
—Vamos a hacer s’mores hoy y vas a redimirte. No es una pregunta —dice, arrojando una bolsa de malvaviscos y una barra de chocolate al carrito—. Escoge los dulces de la semana y tenemos que volver por galletas. ¿Te gusta la canela?
Vegetta piensa en su loción.
—Me gusta la canela —dice, dejando una bolsa de gomitas de frutos rojos en el carrito.
Vuelve al pasillo de cereales y Foolish toma un paquete de galletas con canela.
Cuando se dirigen a la caja para pagar, Vegetta piensa que el momento no puede terminar ahí. Ver a Foolish revisar minuciosamente las etiquetas de los productos antes de elegirlos, escucharlo tararear las canciones que suenan en las bocinas del lugar y sonreírle cada vez que deja algo en el carrito lo hace sentir ligero.
—No quiero volver a trabajar —dice, como si todos sus huesos pesaran una tonelada.
—Te hacía falta salir de tu prisión, ¿no? —bromea—. Y mira que entiendo por qué te gustaría estar encerrado en mi habitación, pero no sé si bajo esas condiciones.
Vegetta ríe. Empuja su cuerpo con suavidad y observa a su alrededor.
—¿Conoces todos los pasillos de aquí?
—Sólo los necesarios, bonito, no vengo de paseo.
Vegetta juega con la tela de su pantalón.
—¿Quieres conocerlos?
Foolish ríe, se encoge de hombros y asiente.
—Sólo si tú vas a llevar el carrito.
Vegetta lo empuja a través de los pasillos de papelería, donde Foolish comenta sobre algunos materiales que podría comprarle a Tina y critican el precio de las brochas. En la sección de tecnología, Foolish comenta querer una pantalla plana y Vegetta y él se entretienen demasiado tiempo frente a una.
Finalmente, el pasillo de juguetes se dibuja ante ellos, colorido y vibrante. Foolish deja el carrito de manera horizontal en la entrada, como si quisiera bloquear a cualquier otra persona.
—Hace años no visitaba uno de estos —Vegetta dice, acariciando las cajas de unas figuras de dinosaurio con las puntas de los dedos. Ríe y señala un avión—. Luzu coleccionaba aviones de juguete cuando éramos niños… Eran mucho más lindos antes.
Foolish lo sigue mientras toma las cajas que llaman su atención, ríe ante sus comentarios ofendidos sobre lo feos que son los juguetes de hoy en día y le cuenta sobre la inmensa colección de Monster High de Bagi.
Al final del pasillo, una caja de Max Steel atrapa la atención de Vegetta.
—Tenía uno igual a este cuando era niño —le cuenta, señalando la caja. La figura del hombre está acompañada de un monstruo que parece una roca—. Tenía miles de estos cuando era niño. Todos eran iguales, pero no todos estaban en el mismo equipo. Peleaban entre ellos y, a veces, contra los monstruos.
Foolish siente que lo único correcto es admirar su expresión iluminada y nostálgica. Las arrugas al lado de sus ojos vuelven a aparecer.
Comprueba que “bonito” es un apodo correcto para él.
—¿Tú con qué jugabas? —le pregunta, devolviendo la caja de Max Steel a la repisa.
Foolish parpadea repetidas veces antes de recorrer el pasillo. Señala una gran pista de Hot Wheels con una cabeza esquelética de dinosaurio y sonríe suavemente.
—Con esos… También tenía miles —se acerca y toma la caja—. Nunca me quisieron comprar esta pista porque era muy cara. ¿Quieres que descubramos si me mentían?
Vegetta asiente con la cabeza, colocándose a un lado de Foolish mientras buscan el precio del juguete. Están tan cerca que sienten el calor y el olor del otro. Ninguno de los dos reacciona tanto como deberían.
Cuando Foolish lee el precio, su rostro se deforma en sorpresa.
—Está bien, no me gustaba tanto, de todas formas.
Vegetta ríe.
—Puedes comprarla con tu dinero de adulto.
Foolish deja la caja en el estante.
—Otro día, bonito —Vegetta odia lo natural que ese apodo suena en la voz de Foolish. Odia mucho más que no le moleste estarse acostumbrando—. ¿Te distrajiste lo suficiente? ¿Ya puedes volver a trabajar?
—Lamentablemente sí.
Foolish vuelve a reír. Toma el carrito y se dirigen a las cajas.
—No vayas a decirle nada, pero eres mejor compañero de supermercado que Tina.
—¿Yo?
—Mhm. Si crees que me tardo escogiendo lo que voy a llevar, ella es peor. Se lo toma muy en serio —se detienen frente a una fila de personas listas para pagar y sonríe—. Contigo fue divertido.
¿Divertido? ¿Él?
—¿En serio?
—Sí. Creo que nunca hubiera dedicado tiempo a conocer todo el supermercado si no me lo hubieras dicho —examina su expresión y lo empuja usando su cadera. Una sonrisa descarada en su rostro—. Nada mal para una primera cita.
Algo explota en el estómago de Vegetta al escucharlo.
Esa frase debería sonar mal, pero no lo hace.
—No fue una cita.
Foolish se encoge de hombros, una sonrisa divertida en su rostro.
—Lo que tú digas, bonito.
[...]
De vuelta en el departamento, ambos beben un café helado que Vegetta insistió en comprar cuando Foolish no lo dejó pagar ni siquiera la mitad de las compras del supermercado. Las bolsas esperan a Tina a un lado de la puerta, quien se encargará de acomodar su contenido cuando vuelva. Foolish sólo sacó la caja de condones, que dejó en la guantera de su coche, y lo necesario para hacer los s’mores .
—¿Sabes que mi opinión de los s’mores va a estar atada a ti por el resto de mi vida? —Vegetta dice, mirando cómo Foolish coloca galletas en líneas rectas perfectas sobre la charola de su horno—. Tienes una responsabilidad enorme sobre tus hombros.
—Lo sé. Confío en el poder del mejor postre de todos los tiempos y en mis habilidades culinarias —abre la envoltura del chocolate con los dientes y lo saca, partiéndolo por la mitad—. Ayúdame, así nos dividimos la responsabilidad.
Vegetta imita a Foolish, quien parte pequeños cuadrados de chocolate y los coloca sobre galletas alargadas. Acto seguido, Foolish abre la bolsa de malvaviscos y, como si pudieran escucharlo, les susurra que confía en ellos.
Vegetta se carcajea. Ha perdido la cuenta de las veces que ha reído desde que está con él.
Colocan sólo malvaviscos blancos, porque los rosas saben un poco a fresa y tampoco es el objetivo , según Foolish, y los coronan con otra galleta antes de meterlos al horno por diez minutos.
Antes de poder caer en un silencio incómodo, Foolish le muestra vídeos cortos en su celular. Su algoritmo consiste en clips de podcasts de comedia, arquitectura y conciertos.
No va a admitirlo en voz alta pero los s’mores huelen bien una vez salen del horno. Dejan que se enfríen cinco minutos más mientras Foolish habla sobre el universo cinematográfico de Sabrina Carpenter .
—Salud —dice Foolish, cuando por fin pueden tomar uno.
Vegetta sonríe y lo choca con el suyo, sus malvaviscos pegándose el uno con el otro.
—Salud.
Ante la mirada atenta de Foolish, toma un bocado de galleta de canela, chocolate con leche y malvavisco tostado. Mastica con lentitud antes de beber un trago de café.
—Di algo, De Luque.
Vegetta entrecierra los ojos antes de rendirse.
—Me gusta —dice, y Foolish celebra antes de tomar un bocado victorioso de su propio postre—. Está un poco demasiado dulce. Tal vez me gustaría más con chocolate amargo. El malvavisco, así, está bien.
Foolish alza los puños, victorioso, y ambos terminan el primero al mismo tiempo. Toman uno más y el silencio los invade. Ambos se sonríen y eso es todo.
Ninguno piensa en lo que aquello significa, sólo deciden disfrutar de… eso. Existir alrededor del otro y nada más.
—¿Entonces puedes decir que ya no odias los malvaviscos?
—Odio los malvaviscos, me gustan los s’mores. Es diferente.
Foolish sonríe, ofreciéndole uno más. Vegetta está a punto de tomarlo cuando su celular vibra sobre una de las encimeras de la cocina y su ringtone le grita que lo atienda.
El sentimiento en su pecho le recuerda a la parte de la película de Cenicienta donde la carroza vuelve a convertirse en una calabaza.
Es Rubius.
Se disculpa y sale de la cocina para atender la llamada. Foolish limpia y coloca el resto de s’mores en un plato de plástico. Vegetta termina su llamada con un yo también que suena a duda.
—¿Todo bien? —Foolish pregunta, extendiéndole el plato. Vegetta toma uno de los postres, mordiéndolo con delicadeza.
—Supongo. Era sobre Bear Bikes . Necesitan la primera versión de los planos para dentro de dos días —le explica, mordiendo el interior de su mejilla—. También quería saber dónde y cómo estoy porque quiso mandarme algo de cenar a casa de mis padres y no estoy ahí. Le dije que estoy quedándome en un hotel.
La mueca de Rubius no está ahí, sólo una mirada apagada, cargada de millones de cosas que no entiende. Antes de que pueda siquiera pensarlo, pregunta:
—¿Qué pasó?
Vegetta deja su postre sobre el plato, a un lado de uno completamente intacto que asume ha dejado para Tina.
Mira a través de la ventana y deja salir un suspiro pesado. Se recarga en la encimera a un lado de él, sus manos aferrándose al borde de la misma.
—Estamos trabajando juntos. Estoy a cargo de la construcción de la primera tienda de Bear Bikes en el extranjero —inicia, Foolish finge que es la primera vez que escucha sobre eso—. Pensé que iba a estar bien. Todo comenzó bien … Pero tal vez tienes razón. Somos diferentes. A veces no nos entendemos.
Foolish muerde su lengua para no decir nada más.
—Estoy estresado. Él está estresado. Este sábado pedimos comida y se equivocó con mi orden. Fue algo mínimo pero me hizo sentir que no estaba prestándome atención cuando lo dije… O que no me conoce. Siempre pido lo mismo —explica, con un suspiro—. Me dijo que no sabía qué me pasaba, que últimamente todo lo que hace me molesta. Le dije que sólo era estrés, que se me iba a pasar cuando termináramos el proyecto y me preguntó que si ahora lo entendía .
Foolish le acerca su vaso con café helado, que ahora está diluído e insípido. Aún así bebe de él.
—Ya habíamos tenido problemas por el tiempo que le dedica al trabajo desde hace meses y me dijo que el incluirme en Bear Bikes era su manera de balancear los dos aspectos más importantes de su vida —explica, bufando una risa—. Todo escaló y le dije que estaba demasiado afectado por mi actitud como para ni siquiera querer casarse conmigo. Bueno, se lo grité.
—Oh.
Vegetta asiente con la cabeza, su vaso de plástico cruje entre sus dedos.
—¿Y adivina quién salió peor de esa pelea? —Foolish lo señala con la cabeza y él asiente—. Lo escuché decir que no quería casarse conmigo mientras hablaba por teléfono pero- Trabajo para mis padres desde que me gradué. Ellos son partidarios de juntar amor y negocios. Es decir, ellos fundaron una firma de arquitectos justo después de casarse. Quien quiera que se case conmigo obtiene privilegios dentro de ella. Nadie sabía si a Bear Bikes iba a irle bien en el extranjero, así que antes de irse de viaje, su padre le preguntó si había considerado casarse si todo salía mal. Fue cuando lo escuché decir que no quería casarse conmigo en este momento. Sí, porque no estamos bien , pero también porque no eran las razones correctas. “Quiere casarse conmigo por amor, cuando estemos bien y podamos enfocarnos sólo en eso.”
Deja el vaso sobre la encimera. Foolish bebe de su vaso de café sin decir nada más.
—En un inicio yo sólo quería que volviera a prestarme atención y estuviera conmigo pero es… diferente últimamente. Extraño. Si salimos juntos noto que nunca se divierte, sólo nos entendemos si estamos hablando de trabajo y tal vez me molestan cosas de él que antes no notaba —se encoge de hombros—. Le dije que creía que necesitábamos pasar un poco de tiempo alejados si es que ese era el problema. Pensar las cosas… Mayormente despejarnos porque necesitamos terminar ese proyecto. Juntos.
Foolish rompe el silencio que se ha instalado entre ellos con una risa amarga.
—Bueno, al menos él sí quiere casarse contigo.
Vegetta inmediatamente voltea hacia él.
—¿Cómo?
Foolish sólo guarda silencio, sonriendo con algo bastante parecido a la nostalgia.
—Que tienes suerte de que sí quieran casarse contigo.
Vegetta ladea la cabeza y espera a que continúe. No tendría que ser cuestión de suerte .
—Es la segunda vez que dices algo parecido. ¿Nadie se ha querido casar contigo antes?
Foolish tira su café en el lavabo y aplasta el vaso. Vegetta hace lo mismo.
—Algo así.
Recibe un asentimiento de cabeza y, después, un empujón suave a su costado.
—¿Voy a ser el único que hable hoy? ¿No vas a contarme a pesar de que ya probé tus asquerosos malvaviscos?
Foolish lo empuja de regreso. Ríe.
—Dijiste que te gustaron.
—Pude haberte mentido pero no vas a saberlo si no me cuentas tú.
Foolish imaginó terminar esa noche en una variedad de escenarios. En el mejor de los casos, bebiendo sus jadeos de placer en su cama o, si el universo no se sentía tan generoso, viendo un capítulo más de la serie con la que Tina y él llevan días enganchados.
Nunca imaginó que tomaría a Vegetta de la mano, lo guiaría a su sala de estar y le entregaría la caja de cartón que selló quince veces con cinta canela al mudarse. Antes de sentarse en el sofá, le entrega unas tijeras.
Vegetta intercala la mirada entre la caja y él repetidas veces. Foolish señala la caja de nuevo y suspira, llevando sus rodillas a su pecho como si estuviera escudándose de algo.
—Ahí está tu respuesta.
No sabe por qué, pero a Vegetta le importa. No está tan involucrado con su historia con Mariana como Quackity o Tina. Nunca lo ha juzgado.
Tal vez los recuerdos pesen menos cuando los comparta con él.
Se siente lógico.
Bien .
Vegetta corta las capas de cinta canela con manos temblorosas. Al abrirla, lo recibe una foto enmarcada de Foolish acompañado de un hombre castaño con lentes. En ella, sus ojos brillan de una manera completamente desconocida. El castaño besa su mejilla y Vegetta casi puede escuchar sus risas nerviosas en el momento en el que la cámara hizo clic.
Debajo de ella, hay tantas cartas escritas a mano que no puede contarlas y cree irrespetuoso leer. Sólo reconoce el nombre “Mariana” y la frase “En todos los universos” en la letra de Foolish.
A su lado, la respiración del rubio se agita. Con sólo verlo sabe que su garganta se aprieta.
—No tienes que mostrarme nada que no quieras, Foo. No te sientas obligado a-
—Está bien. Si no la abría ahora no lo iba a hacer nunca —dice, sonriéndole para tranquilizarlo. Abraza sus propias rodillas con fuerza pero hay algo en Vegetta que lo hace sentir seguro—. Puedes seguir.
Vegetta asiente con la cabeza. Debajo de las cartas, descansa un juego de llaves decorado con llaveros de dos sudaderas estilo Squid Games cuyos números son 50 y 121, un pollo y una flor hechos de píxeles. Debajo de una sudadera que no cree que sea de Foolish, en el fondo de la caja, hay una caja pequeña de terciopelo azul. Vegetta duda antes de tocarla, pero Foolish murmura que está bien.
Traga saliva. La abre.
Una argolla plateada brilla debajo de la luz de la sala de estar.
Foolish suelta un suspiro tembloroso. En voz baja y apagada, bromea:
—Sin darte cuenta, ya te deshiciste de la única caja de la mudanza con la que no supe qué hacer. Gracias, Vegetta.
Él parpadea, aún repasando los bordes de la argolla con la mirada.
—¿Cómo sabes que no se quería casar contigo si nunca se lo preguntaste?
Silencio.
Una risa suave de Foolish.
—Pregúntaselo a su asistente personal. Se conocían muy bien. Íntimamente, diría yo —se burla. Después, se deja caer en el sofá y mira directamente al techo—. Iba a preguntárselo en nuestro aniversario. Terminamos mucho antes de que llegara.
Vegetta pregunta con la mirada si puede sacar la argolla. Foolish accede.
Dentro de la misma, está grabada una fecha. Vegetta hizo algo ese día.
—Es mi fecha arruinada —explica—. Y la razón por la que me mudé.
La mirada de Vegetta chorrea compasión. Guarda la argolla después.
—De hecho me mudé a su ciudad sólo para estudiar. Lo conocí ahí. Conseguimos una casa y me quedé… Después ya no había razones para hacerlo.
Ni ganas de volver a empezar.
Todo acerca de esa ciudad gritaba Mariana. Las calles, el viento, su cafetería favorita, su trabajo.
Joder, su trabajo.
Adoraba ese lugar. Adoraba que su suegro hubiera confiado en él para contratarlo y adoraba ver a Mariana por los pasillos o encerrarse en la sala de juntas y salir con los labios hinchados y la ropa desordenada.
Después era un maldito infierno.
Evitarlo por los pasillos de la oficina y aún así topárselo. Verlo junto a Slime y preguntarse cuántas veces y por qué .
No quiso quedarse.
No pudo.
El sonido de Vegetta guardando el contenido de la caja como si tuviera una urgencia lo trae de vuelta al presente y a aquella realidad en la que Mariana ya no puede acceder a él.
Una realidad en la que Vegetta lo rodea con sus brazos de manera instintiva, como si fuera lo único que puede hacer.
Su alma cansada y adolorida lo obliga a corresponder. Rodea la cintura de Vegetta con ambos brazos y esconde su rostro en su cuello. Todo acerca de Vegetta lo cubre y lo rodea de maneras que nunca pensó posibles. Se deja.
Vegetta acaricia su espalda en círculos y juega con su cabello con delicadeza.
Ninguno dice absolutamente nada.
El momento se rompe cuando escuchan el tintineo de las llaves de Tina desde fuera del departamento. Foolish aprieta a Vegetta una última vez antes de soltarlo. Él parece no querer hacerlo.
Cuando Tina abre, les dirige una mirada curiosa que se deforma con incredulidad al ver la caja abierta sobre la mesa de centro de la sala de estar.
Foolish le sonríe casi imperceptiblemente y ella corresponde el gesto.
Mira las bolsas del supermercado y después al par de hombres en el sofá.
—Gracias —le dice a Vegetta, aunque no sabe realmente a qué se refiere. Se acerca para darle un beso en la mejilla y a Foolish uno en la frente, acompañado de un apretón en el hombro—. Voy a sacar todo lo que compraron y a hacer algo para cenar. ¿Quieres escoger, Foo?
—Crema de tomate y sándwiches de queso.
Es exactamente la respuesta que Tina esperaba.
—Bien.
—Te dejé algo en un plato en la cocina —Foolish le dice. Después, mira a Vegetta como si hubiera recordado algo de vital importancia—. No me mentiste, ¿verdad?
Vegetta ríe, empuja su rodilla con la suya.
—No, bobo. Sí me gustaron.
Tina vuelve a mirarlos. Suspira y finalmente les sonríe antes de tomar la primera bolsa y llevarla a la cocina.
¿Por qué luce como si supiera algo que ellos no?
Chapter 8: VIII: Parte uno.
Chapter Text
La cafetería que Foolish y Bagi han elegido para comer esa tarde huele a incienso y pan recién horneado. Ella le cuenta que las macetas en los bordes de las ventanas son iguales a las que su madre tenía y su hermano y él rompieron jugando con un balón.
La mesa queda en silencio cuando se recuperan de una carcajada compartida. Bagi juega con su vaso de cartón y suspira.
—¿Estás bien? —Foolish pregunta, con preocupación.
—¿Irás el sábado a la fiesta de aniversario de la firma? —se encoge de hombros y muerde su sándwich mientras espera que la chica continúe. Aún no lo decide—. ¿También tienes un +1 o sólo lo tenemos los empleados más productivos?
—Sólo los mejores empleados… Y las minorías, para que no armemos escándalos en redes sociales. Tú decides a qué grupo pertenecemos.
Bagi suelta una carcajada en respuesta y, como por arte de magia, su semblante se relaja.
—Bueno… Creo que sí iré —dice, jugando con un mechón de largo cabello blanco. Está nerviosa—. Y quiero invitar a Tina pero no sé si sea demasiado rápido o cómo preguntárselo.
El estómago de Foolish se hunde. Lo cubre con una sonrisa que finge ser despreocupada.
—No creo que sea demasiado rápido… Y aunque estás robándome a quien quería que fuera mi invitada, te diré que sólo se lo preguntes —antes de que Bagi pueda decir algo más, él levanta su dedo índice en el aire—. Y seguro te dirá que sí, pero las flores nunca fallan. Girasoles o tulipanes.
Los ojos azulados de la chica se pintan con un lo siento . Foolish niega con la cabeza, restándole importancia.
—Podemos ir los tres juntos —Bagi sugiere—. No quiero interferir con sus dinámicas.
Foolish usa su tenedor para jugar con la ensalada que acompaña su sándwich.
Tina ha sido su +1 platónico desde que tiene memoria. Exposiciones en equipo sobre animales, incómodas reuniones familiares, fiestas de graduación y, recientemente, de trabajo.
Sus padres solían bromear sobre cómo parecían estar cosidos el uno al otro. Tanto que, cuando decidió contarles que le gustan los hombres, su única decepción fue que nunca llegaría a casarse con ella. Y, aunque ambos preferirían cortarse un brazo antes de involucrarse de esa manera con el otro, Tina sigue siendo su compañera de vida. No recuerda un sólo evento al que no la haya acompañado, a excepción de todos a los que asistió con Mariana cuando era su pareja.
Tina nunca se quejó y él no cree tener derecho a hacerlo. Su mejor amiga ha vuelto a tararear canciones de amor mientras cocina o pinta. Él es quien no se perdonaría intervenir en su dinámica.
— Bags, está bien. No quiero ser mal tercio —niega con una mueca que hace que Bagi ría de nuevo—. Las presenté porque creo que son buenas la una para la otra y no quiero que Tina deje de hacer más cosas por mí. Me siento… raro, porque hasta hace unos meses iba a todos lados con el innombrable y pensar en ir con ella me tranquilizaba un poco. No quiero ir solo.
Su voz se apaga con la última frase. Una cosa es conseguir acompañantes momentáneos para noches insignificantes y otra para un evento laboral al que todos llevarán a una pareja o alguien cercano.
Bagi toma su mano sobre la mesa y le da un apretón suave. Foolish la toma con una sonrisa tímida.
—Si decides que quieres ir, la oferta de que seas mal tercio sigue en pie —aunque es claro que bromea, su voz es cálida—. Y sino, ya habrá otra oportunidad para que vayamos a un evento juntas. No creo que se moleste con ninguno de los dos.
Foolish rueda los ojos afectuosamente mientras mastica un bocado de ensalada.
—Voy a enojarme si no van juntas —advierte, una vez traga la comida—. En serio.
Bagi ríe con alivio. Bebe de su té y lo señala aún sosteniendo su vaso con su orden habitual: té chai.
—Siempre puedes invitar a alguien más —sugiere, su mirada brillando con picardía—. Sé de alguien en la firma que no te diría que no.
Rueda los ojos. Sabe perfectamente el rumbo que la conversación va a tomar.
— Cattuzzo, no voy a invitar a Bad.
—¿Por qué no? Parece que le hiciste brujería, lo tienes embobado.
Foolish vuelve a empujar la ensalada en su plato con el tenedor.
—Me da vergüenza haberle coqueteado. No por él, sino-
—No te interesa.
Se encoge de hombros y suspira.
—No buscamos lo mismo. Tampoco quiero ir con alguien que no conozco bien.
En lugar de insistir con que tal vez sea el mejor escenario para conocerlo mejor, Bagi se obliga a asentir con la cabeza.
—Entonces invita a alguien que conozcas —apunta, con obviedad—. Con quien te diviertas.
Piensa en Quackity.
No tienen una vida entera de amistad pero sí los años suficientes como para considerarlo familia . Es divertido, leal y nunca se ha negado a salir de fiesta con él.
Su imagen se arruga como si se tratara de una fotografía vieja. Es prácticamente imposible, sigue en Europa y “no va a regresar hasta que no ponga un anillo en el dedo de Roier.”
—Y si el problema es que te sientes raro porque es tu primer evento laboral sin él, invita a alguien con quien te sientas… seguro.
Foolish bebe de su taza de café con una expresión que le hace pensar que le ha preguntado sobre un teorema imposible de resolver. Ríe, rueda los ojos y se encoge de hombros. Suelta su mano y la golpea sin fuerza.
—Tampoco te estoy pidiendo algo imposible, Foolish, no lo pienses tanto. ¿Alguien a quien estés casi seguro no te vas a arrepentir de invitar, tal vez?
Rueda los ojos y se enfoca en terminar de comer mientras escucha a Bagi divagar sobre Tina.
Alguien con quien se divierta, lo haga sentir seguro y no vaya a arrepentirse de invitar.
No sabe qué hacer cuando un par de ojos amatistas se dibuja en su mente.
[...]
Cuando vuelve a casa, pasa más de media hora en el sofá disfrutando lo que su algoritmo de redes sociales ha preparado para él. En algún momento deja de prestar atención a un vídeo sobre la complejidad arquitectónica de la Basílica de San Pedro y la pelea telefónica que Vegetta tiene con algún proveedor le parece mucho más entretenida.
Termina con un molesto:
—Sí, hasta luego.
Y la puerta de su habitación se abre con un clic.
Se reacomoda en el sofá y regresa la atención a su celular.
El pecho se le acelera.
¿Cómo lo ve ahora, después de haberle mostrado su pasado?
—Estás aquí —el tono de la voz de Vegetta es sorprendentemente suave—. Ya sé que esta es tu casa, sólo que siempre avisas que llegaste.
Segundos de silencio.
—Te escuché hablando por teléfono y no quise interrumpir. Me diste miedo.
Inesperadamente, Vegetta ríe. Arruga un poco la nariz y finaliza rodando los ojos. Hace una seña para que le dé un momento con sus dedos índice y pulgar. Entra a la cocina y sale con un vaso con agua. Se sienta en el sofá frente a él, bebe como si se tratara de alcohol y lo deja dramáticamente sobre la mesa. Foolish lo mira con los brazos cruzados, tan entretenido como si frente a él se desarrollara una obra de teatro.
—Son estúpidos —suelta y Foolish no puede evitar carcajearse—. Coticé los materiales para las oficinas hace dos días, les mandé una lista escrita, confirmamos la fecha tres veces, ¡tres! ¿Y sabes qué es lo que me dicen hoy? Que los materiales estarán listos el 26. Los necesito el 23. Lo dije tres veces —hace el número con sus dedos y Foolish asiente con la cabeza—. ¿Ahora qué le digo al resto del equipo? ¿A mis trabajadores? ¿“ Tómense tres días más de descanso mientras yo me arranco los cabellos”? —toma una respiración profunda y baja el tono de voz—. Después de pelear por diez minutos sobre lo mismo, ceden: “ Sí, error nuestro. Veinte por ciento de descuento en su próxima compra, señor De Luque.”
El rostro de Foolish duele al intentar no reírse. Respira profundamente antes de responder.
—¿Y vas a aprovecharlo?
Cree que ser golpeado con un cojín es sinónimo de “no”. Con un suspiro, Vegetta toma su vaso de agua y bebe el resto de un solo trago. Como si no tuviera ninguna intención de irse, se acomoda en el sofá.
¿Vegetta no lo veía diferente? ¿No fue extraño compartirle tanto?
¿Era tan fácil?
—Dime que tuviste un mejor día que yo.
Foolish bromea sobre no haber peleado con ningún proveedor y, además, haber tenido suficiente tiempo libre como para poder ver vídeos en su oficina. Ambos concluyen que tuvo un buen día. Cuando habla sobre la rebanada de pastel de Red Velvet que compartió con Bagi, recuerda su conversación.
El sábado. La fiesta. El invitado.
Su pecho vuelve a acelerarse. Busca su celular y juega con él, dándole vueltas mientras lo sostiene entre sus dedos índice y pulgar.
Sólo es una fiesta.
A Vegetta le quedan pocos días en su casa y le vendría bien distraerse.
No es nada.
Cuando su conversación topa con una pared de silencio, Foolish la rompe.
—Vegetta.
Su tono es tan serio que el rostro ajeno se deforma en algo parecido a la preocupación. Aclara su garganta y niega con la cabeza, riendo.
—¿Qué opinas de las fiestas de aniversario de las firmas de arquitectos?
Ahora, la expresión de Vegetta grita: ¿Qué?
Ladea la cabeza esperando que continúe pero Foolish no dice más.
—De las peores experiencias de mi adolescencia y joven adultez. Si querías terminar de arruinarme la noche, lo estás logrando.
Foolish ríe, deja su celular sobre uno de sus muslos y traza figuras irregulares sobre la pantalla apagada.
—¿Eran tan malas?
Vegetta resopla y deja caer su cabeza contra el respaldo del sofá.
—Eran lo peor . No podía huir de ellas porque cada año, sin falta, se celebraban en la sala de mi casa. No podía tomar champaña, sólo podía comer tres bocadillos en toda la noche, no había nadie de mi edad y, si había, sólo podía pensar en que tenía que comportarme. Ni siquiera me acercaba.
—¿Entonces por qué ibas?
Vegetta lo mira con incredulidad. Foolish levanta las palmas de sus manos en defensa.
—Eran en la sala de mi casa —repite, con obviedad. Después su semblante se relaja y voltea en el sofá para poder verlo—. Tenía que aprender cómo ser anfitrión para cuando quedara a cargo de la firma, empaparme de lo que iba a ser mi mundo cuando creciera y comenzara a trabajar.
Foolish asiente con la cabeza. Nota cómo la mirada amatista pierde un poco de brillo antes de teñirse con curiosidad.
—¿Por qué lo preguntas?
Bien, no puede ser tan difícil .
—¿Foo?
¿Verdad?
—El sábado es la fiesta de aniversario de la firma en la que trabajo.
Como respuesta, un ceño fruncido.
—¿Y…?
—Puedo invitar a alguien. Tina irá con Bagi —muerde el interior de su mejilla y vuelve a tomar su celular, jugando con él—. Pensé en ti pero si dices odiarlas busco a alguien más.
El silencio que sigue a su respuesta le hace creer que no, Vegetta no quiere ir con él. Sin embargo, cuando se atreve a mirarlo, está sonriendo con los brazos cruzados.
—¿Con esa actitud quieres que acepte ser tu invitado? Ya me estás reemplazando y no he dicho nada.
Foolish rueda los ojos, se levanta del sofá y entra a la cocina. Sabe que Vegetta lo sigue por el sonido de sus pasos. Se sirve un vaso de agua y vuelve a mirarlo.
—No es en la sala de tu casa, puedes beber la champaña que quieras y si los bocadillos están contados puedes comerte los míos.
Vegetta acaricia su barbilla contemplando su decisión como si pudiera desatar una Tercera Guerra Mundial.
—¿Esa es toda tu oferta?
¿Es en serio?
—Vegetta, voy a-
El hombre vuelve a cruzarse de brazos, su mirada ardiendo con reto y curiosidad.
—¿Alguna vez te la has pasado mal conmigo?
Vegetta niega con la cabeza. Después asiente, levanta su dedo índice y abre la boca.
—No te voy a ignorar. Vas a ser mi acompañante —interrumpe.
—¿Por qué yo?
Foolish suspira y juega con el contenido del vaso de agua, formando un remolino pequeño en el que enfoca la vista.
¿Por qué?
—Bagi sugirió que fuera con alguien a quien no me arrepentiría de invitar.
Vegetta enseria de repente y la cocina vuelve a quedar en silencio. Cuando el remolino vuelve a ser un simple vaso de agua, levanta la mirada. El rostro ajeno brilla con suficiencia sutil.
Algo de esa frase parece ser lo que Vegetta necesitaba escuchar.
—Está bien.
—¿Está bien?
—Sí, vamos. Te acompaño.
Foolish no lo nota, pero se ilumina también.
Está bien.
[...]
El sábado, su departamento es un caos de velas aromáticas y música pop en bocinas. Bagi se alista en la habitación de Tina y, mientras él se cepilla el cabello frente al espejo de su habitación, escucha su plática infinita y sus risas rebotando contra las paredes.
Después de una semana, su espacio grita Vegetta. Además de parecer una extensión de la oficina que tiene en la firma de sus padres y sólo ocupa cuando es necesario, según le ha dicho, su ropa descansa sobre los muebles y sus productos de cuidado personal ocupan su mesa de noche.
Como si lo hubiera invocado, entra a la habitación secando su cabello con una toalla. Viste una camisa sencilla y pantalón de vestir negros. Cree que nadie puede culparlo si el primer pensamiento que tiene es desnudarlo, enredar sus dedos en su cabello y hacer que se arrodille. Cuando se pone de pie junto a él, huele a shampoo y colonia amaderada… Y no, eso no ayuda a que su piel deje de arder.
A pesar de lucir así, se examina frente al espejo con el ceño fruncido.
—¿Esto es lo suficientemente formal?
Foolish se encoge de hombros como si aquella fuera la primera vez que nota su ropa y su único pensamiento sobre ella fuera:
—Lo veo formal. A nadie va a importarle después de tres copas de champaña, bonito.
Vegetta alisa la tela de su camisa obsesivamente y se prueba un nuevo cinturón que parece gustarle más pero no es suficiente para que deje de quejarse.
—Tú te ves tan… tú —lo señala—. Y yo me veo como si fuera un día cualquiera. No empaqué nada formal.
—Puedo prestarte un saco o algo de ropa si te hace sentir mejor —sacude su cabello frente al espejo y acomoda el cuello de su camisa antes de caminar hasta su armario—. También puedes pedirle un vestido a Tina.
—Foo, imagíname en un vestido —bromea, acercándose para poder examinar el armario de Foolish. Colores pastel, patrones vibrantes, pantalones oscuros… Hasta que, por fin, toma un sencillo saco negro—. Tina no podría superar cómo me vería en él.
Foolish suelta una carcajada. Vegetta quita el gancho de la prenda y se la pone, acomodándose las mangas frente al espejo. Asiente con la cabeza y, finalmente, le sonríe a su reflejo.
—¿Contento? ¿No tendrás que arruinar la autoestima de Tina?
—Tina está a salvo por hoy. ¿Qué te parece a ti?
Recorre su cuerpo con una mirada a la que le vendría bien un poco de vergüenza antes de asentir con la cabeza.
—Está bien, sólo déjame-
No termina su frase. Se acerca y acomoda el cuello de la camisa con dedos innecesariamente lentos. Alisa las solapas y le roza el pecho con los nudillos. Siente cómo su respiración se vuelve lenta y pesada. Sonríe y tira de la tela con suavidad para acercarlo a él. Vegetta no se queja, tampoco se mueve… Sólo lo mira con la misma fascinación de siempre.
—Estabas muy lejos, no podía verte bien —se excusa, en voz baja. Mueve una de sus manos al cuello de su camisa y lo acaricia—. Estás perfecto. Este saco te queda mejor que a mí.
—Gracias —Vegetta susurra—. También te ves muy bien.
Una risa suave vibra en su pecho al alejarse.
—Gracias, bonito.
Se mira en el espejo una última vez y rocía loción en su cuello y muñecas.
—Te espero en mi auto, Tina y Bagi van por su cuenta.
Finge no escuchar a Vegetta decirse a sí mismo que respire cuando abandona la habitación.
[...]
Foolish nunca pensó que el lugar al que acude todos los días y que, en más de una ocasión ha clasificado como aburrido, podía verse tan lleno de vida. El arco de la entrada está decorado con globos blancos y dorados. Debajo de él se lee “FELICES 3 AÑOS, QSMP BUILDS” en banderines de las mismas tonalidades.
Con una mano en su espalda baja, lo guía hacia el bullicio de la celebración. La amplia recepción, iluminada en tonos cálidos, está llena de vestidos largos y sacos elegantes. Meseros trajeados con charolas de champaña y bocadillos orbitan los grupos de gente que luchan por escucharse hablar sobre una animada lista de reproducción.
—¿Es tan malo como lo recordabas? —Foolish susurra en su oído.
—No están mis padres y puedo tomar toda la champaña que quiera, eso ya tiene muchos puntos a tu favor —responde, alzando la voz.
—¿Puedo considerarme victorioso, entonces?
Vegetta sólo puede encogerse de hombros antes de que Fit se acerque a ellos sosteniendo la mano de Pac, su novio, de quien siempre habla y por fin tiene el gusto de conocer. Siente el cuerpo de Vegetta tensarse y, sutilmente, acaricia su espalda. Fit lo reconoce por la reunión de la semana pasada. Hablan sobre la calidad de la champaña, la particular selección musical y lo bien que les vendría encender el aire acondicionado.
Se despiden y, entonces, es el turno de Philza, su mentor desde que llegó, de saludarlos. Pregunta por Vegetta con una ceja arqueada en curiosidad.
—Es un amigo de Tina y mío, está quedándose con nosotros un tiempo.
No pregunta más.
Siente cómo Vegetta vuelve a respirar. Incluso ríe cuando Philza les sugiere aprovecharlo antes de que pierda la batalla contra su vejiga y tenga que retirarse. Acto seguido, Vegetta bromea sobre el tamaño de los baños y el otro tipo de necesidades básicas que podrían satisfacerse en ellos. Su voz es tan baja que Foolish cree haberlo imaginado, pero Philza lo escucha y ríe , echando la cabeza hacia atrás.
Las amatistas preocupadas de Vegetta se dirigen a él inmediatamente.
¿Está disculpándose?
Foolish niega con la cabeza y le guiña un ojo. Los músculos de su espalda se relajan bajo su toque.
—Nunca te aburres con él, ¿verdad? —Philza le pregunta a Foolish.
—Sólo cuando está de mal humor.
—Eres un mentiroso —Vegetta lo empuja juguetonamente, manteniendo su cuerpo cerca incluso después de alejarse—. Es cuando más te gusta molestar.
Philza ríe y se despide cuando Tina y Bagi llegan. Durante la siguiente hora, Vegetta bromea con gente que no conoce, comparte anécdotas personales y ríe sin importarle quién lo escuche.
Su pecho se hincha con orgullo.
Realmente está divirtiéndose.
Tanto que se siente con el derecho de regañarlo por no cantar Rosa Pastel con el resto de invitados. Rueda los ojos, toma su mano y lo hace mover los brazos al ritmo de la música.
Resulta que la interpretación grupal es tan satisfactoria que merece ser documentada para la posteridad. Bad graba desde una esquina, sonriendo mientras mira la pantalla. Foolish traga saliva y regresa su atención al grupo. Bagi le da un bocadillo en la boca a Tina mientras ella sostiene dos copas de champaña.
Escucha a Bad pasearse entre los grupos de gente, haciendo preguntas para publicar contenido en las redes sociales de la firma. Todo está bien hasta que llega a su grupo. Baja el celular y le sonríe como lo hizo aquella noche.
Quiere esconderse debajo de una piedra.
No, mejor que lo aplasten diez.
—Hola, Bad.
El hombre asiente con la cabeza antes de acercarse a él. Mira a Vegetta y le sonríe con amabilidad que se vuelve cortante cuando nota que aún sostiene la mano de Foolish. Podría llevar ahí toda la noche o sólo un momento. Ninguno de los dos lo sabe.
Los presenta como si no se hubieran visto lo suficiente hace una semana. Ninguno de los dos estrecha la mano del otro. Bad arquea una de sus cejas hacia él y Foolish muerde el interior de su mejilla.
—Pensé que vendrías solo —dice, decepcionado.
Vegetta suelta su mano cuando niega con la cabeza.
—No quería venir solo.
Sobre el hombro de Bad, nota cómo la mirada de Bagi brilla con una mezcla de diversión y un ¿qué está pasando?
—Yo no te hubiera dicho que no.
Bagi mueve sus labios: te lo dije .
A su lado, Vegetta suspira. Largo y pesado.
Molesto.
Aunque ninguno de los dos lo quiera, ahí está de nuevo .
Tina no necesita decir nada para que sepa que eso no está ayudando a las dudas que tiene sobre Vegetta y él. Puede escuchar su mirada achocolatada susurrar: Hablamos después.
Foolish se aclara la garganta.
—Lo sé, lo siento —dice, coloca su mano en la espalda baja de Vegetta y hace un puño en la tela de su saco—. Quería venir con él.
Los hombros de Bad caen y el cuerpo de Vegetta se irga en una pose victoriosa.
La misma que adoptó la semana anterior al volver a la reunión a su lado .
La misma molestia hacia Bad.
Las mismas preguntas quemándole la garganta.
Toma otra copa de champaña de uno de los meseros. Bebe un solo trago y Tina la toma, terminándosela.
Un suspiro:
—Entonces será la próxima vez.
Y una despedida:
—Sigan divirtiéndose.
Bad mueve su mano y se da la vuelta.
Tina tira del brazo de Bagi para ir al baño. Ninguno de los dos escucha cuando la chica susurra: “Eso pudo haber sido una escena de telenovela.”
Hay un silencio pesado antes de que Vegetta rodee su brazo con ambas manos, se eleve en las puntas de sus pies y susurre, directamente en su oído:
—¿Podemos ir a fumar?
Foolish palmea la bolsa de su propio saco y asiente.
Vegetta no lo suelta hasta que están en la entrada del lugar, ahora completamente sola, a excepción del personal de seguridad que vigila la calle del lado opuesto a ellos.
Foolish saca la cajetilla de su bolsillo y, con manos temblorosas, levanta la tapa. Dos cigarros y su encendedor.
—Podemos fumar uno completo cada uno o compartir en dos momentos de la noche. También podemos ir a comprar más.
—Compartimos —dice, con una mueca—. No quiero ir a comprar más.
Foolish no puede reír. Saca lo necesario antes de guardar la cajetilla. Vegetta toma el cigarro y lo coloca entre sus labios, acercándose para que Foolish lo encienda por él.
Exhala el humo, mirando hacia arriba. Foolish hace lo mismo, escondiendo su mano libre en el bolsillo de su pantalón. Mientras juega con la tela, sus pupilas se inundan con la vista de Vegetta fumando en su saco.
—¿Te estás divirtiendo?
Vegetta mira hacia la puerta del lugar, como si esperara que éste respondiera por él.
—Mucho más que en las fiestas formales a las que estoy acostumbrado. Está bien.
Su mandíbula está tensa y evita su mirada.
Ahí está de nuevo .
—Bad no te cae bien, ¿verdad? —su voz tiembla junto con el humo que escapa de sus labios.
Vegetta lo mira con incredulidad. Vuelven a estar en su cocina, evitando verdades, con el fantasma del silencio a las espaldas. Bad sigue siendo un tema, Vegetta sigue negándose a aceptarlo y Foolish sigue preguntándose una sola cosa que patalea en la profundidad de su garganta, peleando por salir.
Es ahí cuando ambos saben que hay pactos de silencio que, no importa estén firmados con sangre y enterrados en un búnker bajo tierra, hay llamas en miradas y chispas en toques que terminan por alcanzarlos, incendiándolos y llevándose cualquier evidencia de que algún día existió.
—No, no me cae bien.
El suyo está hecho cenizas.
—¿Por qué?
Vegetta toma el cigarro y le da una calada.
—¿Te cae bien Rubius?
Huh .
No se lo había preguntado antes.
Ignora la punzada en su pecho al pensar en él. Nada de eso es sobre Rubius, pero supone que tampoco es como que le agrade .
—Me da igual.
—Pues por eso mismo que “te da igual” no soporto a Bad.
Parece que la incredulidad toma turnos para pintar sus miradas esa noche.
—Estabas celoso.
—Lo sabías.
El cigarro se ha consumido a la mitad. Foolish fuma hasta que la garganta le arde y exhala el humo mirando hacia el suelo. Para sorpresa de nadie, sólo puede reír en respuesta. Vegetta rueda los ojos, dispuesto a volver a la fiesta. O a su casa. No lo sabe, pero no va a permitir que vuelva a alejarse.
Toma su muñeca antes de que pueda dar un paso más y, en algo que se siente como un vómito emocional, las palabras de Foolish soplan las cenizas restantes de su pacto de silencio.
—¿Te arrepientes?
Vegetta no tiene que preguntar de qué , lo sabe. Se tensa y su expresión flaquea. Abre la boca y luego la cierra.
Uno, dos, tres… quince segundos de silencio.
Veinte.
Treinta.
Se arrepiente .
Foolish asiente lentamente con la cabeza. El viento se ha fumado el resto de su cigarro y el calor se acerca peligrosamente a los dedos de su mano libre. Ninguno de los dos le presta atención.
Bien.
Sabía que esa también era una posibilidad.
Pero, ¿entonces?
¿Quedarse en su casa, los celos, la cercanía que nunca intentó detener…?
Eso sólo tendría sentido si-
—No, Foolish.
¿Qué?
—¿No?
Vegetta niega con la cabeza. Foolish lo suelta. Tira el cigarro a la banqueta y deja que se consuma sobre ella. La combustión no cede. Las cenizas aún arden.
Hay un suspiro cansado de sí mismo, de negar algo que aún está ahí.
—No me arrepiento y eso es lo peor, Foolish —Vegetta vuelve sobre sus propios pasos, recargando la espalda contra la pared. Frota el puente de su nariz con sus dedos. Nada de lo que está pasando es real. No puede serlo—. Me sentí culpable, enojado… No sé, Foolish, muchas cosas, pero nunca me arrepentí de acostarme contigo. De nada de lo que he pasado contigo.
Oh.
—Y todo sería más fácil si lo hiciera, ¿sabes? Podría haber vuelto a mi vida sin pensar en ti ni una sola vez, enfocarme en mi trabajo y en él , en seguir evitándote… Pero no puedo. No pude. Todo sería más fácil si no supiera que volvería a hacerlo si tan solo me lo pidieras.
Oh.
Foolish respira profundamente.
Su mente va tan rápido que se siente mareado.
Incrédulo.
Se aferra a su propia ropa y suelta una risa nerviosa, mirando hacia el suelo. El cigarro por fin se apaga. Sus pies y los de Vegetta siguen pegados en el mismo lugar.
—¿Tú te arrepientes? —Vegetta murmura.
Un suspiro. Un paso que acorta la distancia entre ellos.
—No, bonito. No podría arrepentirme de haber estado contigo.
Mira cómo Vegetta muerde el interior de su labio inferior. Él toma su ropa en sus puños y suspira. Cuando sus miradas se encuentran, ríen . Como un puto reflejo, como la única manera de liberar las toneladas que pesan sobre sus hombros.
—¿Entonces sólo tengo que pedirlo?
Su respiración se alenta. Observa cómo su garganta se mueve al tragar saliva. Un ápice de duda baila en su mirada antes de que su cuerpo se relaje contra la pared.
—Sí.
Con el pecho acelerado, Foolish da un paso más, toma las solapas del traje y tira de ellas con suavidad. Mira a Vegetta como si se hubiera ganado la lotería. Delinea su rostro con la mirada y moja sus propios labios.
—¿Realmente estabas pasándotela bien o puedo pedirte que nos vayamos?
Vegetta ríe y, sin siquiera pensarlo, acerca su cuerpo al de Foolish.
—No te mentí. ¿Vas a pedirme que nos vayamos?
—¿Vas a decirme que sí?
Un murmuro afirmativo.
Vámonos.
Y eso es todo lo que necesitan para volver a caer.
Notes:
Nos vemos el próximo viernes con la parte 2 ^^
Chapter 9: VIII: Parte dos.
Notes:
HOLA.
Advertencia por contenido sexual explícito y así.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
El trayecto hacia el auto de Foolish se siente como flotar en nubes de adrenalina que sólo ellos pueden ver. Esquivan miradas mientras buscan la puerta trasera y Foolish tira de él a través del estacionamiento subterráneo.
Entran a su auto tan rápido como les es posible y apenas logran recuperar la respiración cuando el espesor del aire dentro de él vuelve a robárselas. Vegetta juega con la manga de su saco y Foolish nota que le queda grande. Sólo un poco, pero lo suficientemente notorio.
Aún hay un problema. Vegetta lo nota primero.
—¿A dónde iremos?
—¿Tu casa?
—Bagi va a quedarse a dormir y, si te soy honesto, prefiero que tengan privacidad.
Vegetta ríe por la nariz.
—La mía tampoco es una opción —mira por la ventana y muerde el interior de su mejilla—. Un hotel. En el que iba a quedarme esta semana. Es lindo y no necesitas reservar con días de anticipación, basta con que haya disponibilidad.
—Bien. Escribe la dirección.
Foolish le da su celular desbloqueado en una aplicación de navegación. Sus dedos se rozan mientras le dice a Vegetta que él será el encargado de guiarlo. El toque que podría parecer insignificante enciende el deseo en su piel como si se tratara de un fósforo. Con manos temblorosas, toma las llaves del auto y trata de encenderlo.
Vegetta sostiene su muñeca y se lo impide. Con la mirada fija en sus dedos, pregunta:
—¿Estás bien?
No obtiene una respuesta, sólo la respiración cálida de Vegetta acariciando el perfil de su rostro y su pulgar susurrando caricias sobre su piel.
—Bonito, no puedo llevarnos a ningún lado si no me dejas conducir.
Finalmente voltea y, por Dios, la puta manera en la que Vegetta lo mira. Amatistas oscuras con fascinación que delinean cada detalle de su rostro. El arco de sus cejas, sus mejillas, su mandíbula, sus labios…
—Mucho menos si me miras así.
El agarre en su muñeca gana seguridad.
—Quiero un beso —murmura y moja sus labios—. Por favor.
Foolish se deshace en una risa suave y coqueta. Con su mano libre, lo acerca a él por la barbilla.
—Tan educado, bonito —responde, a milímetros de su boca—. ¿Cómo podría decirte que no?
Vegetta no tiene tiempo de pensar en una respuesta antes de que Foolish lo bese. El suspiro que suelta contra sus labios suena a por fin y lo que inicia como un suave roce que se siente como una pregunta se vuelve una afirmación hambrienta y desesperada. Foolish gime contra sus labios tan pronto como sus lenguas se encuentran y enreda una de sus manos en su cabello. Vegetta suelta su muñeca y lo acerca por la nuca con ambas manos. Foolish lo toma por la cintura.
Y Vegetta se separa de golpe.
Su estómago se hunde.
¿Finalmente se arrepintió?
—Escuché como que algo se cayó —Vegetta murmura, mirando alrededor—. ¿Tus llaves?
Foolish tantea sus bolsillos con un suspiro aliviado. A simple vista, nada está fuera de su lugar. Acaricia el cabello de Vegetta y niega con la cabeza.
—Todo está bien, bonito. Relájate —toma las llaves, que descansaban en su asiento, y las mete en uno de los bolsillos del saco de Vegetta. Su saco. Es lo mismo—. Cuídalas.
Y vuelve a besarlo.
Vegetta corresponde como si en sus labios pudiese probar ambrosía. Desliza su mano por su hombro, su costado y su cintura. Se inclina sobre su cuerpo y tantea sobre el asiento. Un clic y éste se reclina. Sus labios se separan por odiosos segundos mientras Vegetta sube sobre su cuerpo. Jadea y se aferra a sus caderas.
Sus labios y manos desesperadas gritan te necesito y te extrañé.
Entonces, Vegetta se mueve. Caderas ansiosas sobre su deseo. Echa la cabeza hacia atrás, clava los dedos en sus caderas y gime. Es inevitable. Cada segundo dentro de ese auto se siente como quemarse vivo.
Vegetta levanta su rostro con dos de sus dedos. Con sólo verlo, el deseo se escurre de su mirada.
—Eres tan lindo —dice, sin aire.
Foolish cree que va a morir.
Muerde su propio labio inferior y empuja sus caderas contra las de Vegetta. Es ahí cuando de su garganta también escapa un gemido suave.
—Foolish… — su voz se rompe.
Quiere tomarlo ahí mismo.
Necesita tomarlo ahí mismo.
Sus labios vuelven a encontrarse.
No importa qué tan reclinado esté el asiento, no hay suficiente espacio para los dos. Ninguno puede moverse sin tocar al otro y es la mejor sensación del mundo. Si sus pieles se fusionan, no importa.
Vegetta juega con el primer botón de su camisa. Foolish asiente sin romper el beso y las luces de otro auto les golpean el rostro. En la entrada se escucha un grupo de risas alcoholizadas. Un motor se enciende a la distancia.
Sí.
Nunca dejaron el estacionamiento.
Vegetta se separa, recargando su frente en la suya. Sofocado, ríe y detiene el vaivén de sus caderas.
—Nos van a ver.
Foolish señala los vidrios empañados.
—No creo —ríe, acariciando sus caderas en patrones despreocupados—. Y no parecía importarte hace dos minutos.
Vegetta se queja, ahora recargando su frente en uno de sus hombros.
—Vámonos. Por favor.
—Regresa a tu lugar, bonito. No puedo conducir así.
Antes de obedecer, Vegetta vuelve a moverse sobre él.
—No quiero esperar hasta el hotel para tocarte.
—Yo tampoco, bonito, pero realmente van a vernos aquí —engancha uno de sus dedos en su cinturón y sonríe—. Y tú empezaste con esto.
La mirada de Vegetta se oscurece y moja sus labios.
—¿Qué tan bueno eres ignorando distracciones mientras manejas?
Foolish ríe y recorre su espalda con las manos. Si pudiera viajar en el tiempo y decirle al Foolish que sólo había visto a Vegetta unas cuantas veces el tipo de propuestas que recibía de él en el presente, estaba seguro de que se reiría en su cara.
—Nunca me he accidentado. Choqué una o dos veces cuando recién aprendí a manejar pero nada más.
Eso es suficiente para Vegetta. Como puede, baja de su cuerpo y se acomoda en el asiento del copiloto como si nada hubiese pasado. Le da las llaves, baja las ventanas y sonríe al sentir el aire fresco.
Tan pronto como enciende el auto, Vegetta coloca la palma de su mano en su muslo. Si avanzan sobre el asfalto, su mano también lo hace, cada vez más cerca de donde más lo necesita.
Sólo Vegetta lo hace sentir así , con la respiración atascada en la garganta, la adrenalina bombeando en sus venas y ganas incontrolables de más. Podría quitar su mano y pedirle que lo deje conducir, pero separa las piernas y se aferra al volante como si su vida dependiera de ello.
Y, bueno, sí que lo hace.
Su atención está en el camino, mientras que la de Vegetta es devota suya. Su mano finalmente llega a su entrepierna.
Respira.
Concéntrate.
—¿Estás bien, Foo?
—Perfecto, bonito.
—En dos cuadras debes dar vuelta a la derecha —indica, con total naturalidad—. Presta atención.
Desabotona su pantalón y cuela su mano en él.
Jadea y muerde su labio inferior.
Realmente va a morir.
Cuando gira a la derecha, la mano de Vegetta rebasa la barrera de la ropa. Rodea su erección y lo masturba con lentitud.
Un escalofrío le recorre la espalda y, si es posible, se aferra al volante con mucha más fuerza.
Vegetta ríe a su lado.
Hijo de puta.
—Aquí no tienes que dar vuelta hasta dentro de tres minutos —dice, mirando por la ventana, como si sus putas manos y su puta voz no lo estuvieran haciendo perder el control—. Igual mantén la mirada al frente, Foo.
No entiende realmente por qué lo recalca hasta que lo siente maniobrar para sacar su erección. Su cabeza cae contra el asiento y tiene que luchar contra el impulso de cerrar los ojos y dejar que Vegetta lo lleve a su límite.
Los movimientos sobre su longitud se mantienen lentos y tentativos, casi distraídos, hasta que recibe la orden de girar a la izquierda. Entonces, la presión de los dedos de Vegetta alrededor suyo aumenta.
—Joder, bonito.
—Sigue conduciendo.
En ese momento, Foolish sólo puede acatar sus órdenes. La recompensa es un ritmo constante sobre su necesitado deseo y constantes halagos.
Muy bien, Foo.
Luces tan lindo intentando mantener la concentración.
Una horda de mariposas eléctricas y un nuevo espectáculo de pirotecnia pelean en su estómago.
Cuando finalmente llegan, Vegetta se detiene para dejarlo estacionar el auto. Él libera toda la adrenalina en una risa de ojos cerrados.
—No dejas de sorprenderme.
El rostro de Vegetta se ilumina con una sonrisa coqueta. Lo ayuda a acomodar su ropa, toma la caja de condones de la guantera del auto y abre su propia puerta.
—Vamos.
Ninguno de los dos trata de ocultar lo jodidos que lucen cuando pisan la recepción del hotel, misma que grita con un lujo con el que Foolish cree desentonar.
Vegetta se registra, paga la noche sin siquiera pensarlo y minutos después están casi corriendo hacia el ascensor. Tres pisos en los que la espera se siente eterna. Tira de Vegetta hasta la habitación, desliza la tarjeta con manos temblorosas y, apenas entran, lo empuja contra la puerta. Acorralado contra esta y el cuerpo de Foolish, sus ojos brillan con satisfacción.
Es exactamente lo que quería.
Atrapa su boca en un beso cuya única intención es descargar el deseo que acumuló en los últimos veinte minutos. Aferrándose a su saco con los puños, Vegetta corresponde con la misma intensidad.
—Me vuelves loco —murmura, separando las piernas de Vegetta con una de las suyas. Jadea cuando presiona su muslo contra él y siente lo mucho que lo necesita—. No sabes cuánto quería volver a tenerte así.
—¿Sí?
Foolish asiente y mueve su pierna contra la dureza de Vegetta, quien gime y mueve las caderas, persiguiendo la deliciosa fricción. Riendo, Foolish aprieta el agarre en su cintura. Un no te atrevas a moverte que Vegetta acata inmediatamente.
—Eres tan obediente —dice, con la voz cargada de miel y pecado. Mueve su pierna y Vegetta gime, aferrado a la tela de su saco — . Ya te divertiste en el auto, bonito. Es mi turno, ¿no crees?
Gracias a la posición, puede ver cómo traga saliva antes de asentir con la cabeza. La sumisión tatuada en su rostro es preciosa.
Él es precioso.
—Arrodíllate.
Intercambian lugares y ahora él está recargado contra la puerta. Antes de que Vegetta caiga ante él, se quita el saco y lo dobla para que amortigüe la dureza del suelo.
El hombre le sonríe en agradecimiento antes de dejarse caer en sus rodillas. No pierde más tiempo: deshace el botón de su pantalón y, con maestría, lo baja junto con su ropa interior. Mirándolo a los ojos, moja sus labios y recorre su longitud con la lengua. Foolish lleva su mano a su cabello y lo acaricia antes de enredar sus dedos en él.
Deja que Vegetta lo tome a su ritmo. La vista es más que suficiente.
Atiende el glande con su lengua y labios mientras lo masturba hasta que decide que no es suficiente y lo toma por completo en su boca. Gime cuando lo prueba y Foolish tira de su cabello.
Golpearse con la puerta cuando echa la cabeza hacia atrás no puede importarle menos. Es mejor de lo que imaginó. Ninguna de sus fantasías podría igualar el realmente ser envuelto por el húmedo calor de su boca.
El hombre coloca ambas manos en sus caderas, apoyándose en ellas para mover la cabeza de adelante hacia atrás. Hace presión con las mejillas, masturba lo que no cabe en su boca y, por minutos que se sienten eternos, su única prioridad es hacer que Foolish se sienta bien.
Está logrando más que eso.
Foolish tira de su cabello con la fuerza necesaria para que se traduzca como una plegaria silenciosa para que no se detenga. Cuando no está gimiendo con la cabeza recargada en la puerta, le recuerda a Vegetta lo mucho que le gusta verlo de rodillas y lo bien que se siente.
Busca alejarse cuando sus piernas comienzan a temblar pero Vegetta se queja y la vibración de su garganta hace que todo su cuerpo tiemble.
Si es lo que quiere, puede obedecerlo una última vez.
Relaja su cuerpo y deja que se encargue de él hasta que su clímax le debilita las piernas. Se aferra con ambas manos a su cabello y lo deja lamer y succionar hasta que se vuelve demasiado. Pronto tiene a Vegetta de pie frente a él, sacando mechones dorados ligeramente sudados de su rostro.
—¿Estás bien? —pregunta.
Él ríe, aún falto de aire.
—Perfecto.
Vegetta comienza a desabrochar los botones de su camisa con lentitud embriagadora.
—¿Qué más vas a hacer conmigo hoy?
Foolish muerde el interior de su mejilla.
Todo.
Lo quiere todo.
Toma a Vegetta por las caderas y lo pega a su cuerpo. Acaricia su espalda de arriba a abajo con las yemas de sus dedos y su piel se deshace en escalofríos. Vegetta ríe con suavidad, acariciándole el abdomen con las yemas de los dedos.
—¿Qué?
Sube sus manos hasta sus hombros y cuela sus manos entre su piel y la camisa, quitándola con lentitud.
—Tus manos… —murmura—. Me gustan. Mucho.
Recorre su cuerpo con las palmas de las manos en respuesta. Sube por sus caderas hasta su cintura y recorre su espalda hasta asentarse en sus hombros.
—¿Sí?
Vegetta asiente con la cabeza. Foolish baja las manos a sus glúteos, apretando para tenerlo más cerca. No se puede, pero lo quiere. Necesita fundirse en él.
—Quiero que te desnudes y me esperes en la cama —ordena, tan cerca que Vegetta siente su aliento sobre su rostro—. Voy a prepararte con mi lengua, ¿está bien?
Asiente repetidas veces con la cabeza.
Claro que lo está.
Vegetta desliza el saco por sus hombros y lo lanza hacia Foolish, quien lo atrapa con una risa suave. Deshace los botones de su propia camisa en cámara lenta. Traga saliva cuando la prenda cae, revelando piel morena y brillante. Ambos se sonríen con complicidad cuando se quita el cinturón y Foolish podría gemir sólo por ver el pantalón caer al suelo. Cuando la ropa interior lo acompaña, sus manos tiemblan con deseo.
Le entrega el saco antes de que pueda dirigirse a la cama.
—Déjate esto.
Foolish termina de desnudarse y enciende la luz. No quiere perderse ningún detalle de él.
—Recuéstate sobre tu estómago, bonito. Caderas arriba.
Foolish se arrodilla tras su cuerpo y levanta la tela del saco. Muerde, besa y lame la piel pecosa de su espalda mientras sus manos impúdicas recorren sus muslos y la respiración pesada de Vegetta deleita sus oídos.
—¿Puedo marcarte? —pregunta, rozando la piel con sus labios.
Vegetta duda antes de responder.
—Sí… Donde sólo puedas verlo tú.
Dios.
Le besa los omóplatos y deja marcas entre ellos. Después, una por cada centímetro de piel que recorre, por cada segundo en el que la impaciencia se riega en el sistema de Vegetta. Finalmente, separa sus glúteos y pasa su lengua sobre su entrada. Sus piernas tiemblan, su respiración se agita y enreda una de sus manos en su cabello. Aún no , piensa, y decide que sus muslos se verían mejor si los marcase también. Vegetta no suelta su cabello, aferrándose a él para guiarlo a donde más lo necesita.
—Qué impaciencia, bonito. Si pudieras ver lo que yo estoy viendo, también querrías tomarte tu tiempo.
De igual manera, un quejido sin aire se escucha dentro de la habitación. Vegetta no quiere que se tome su tiempo. De sus labios se escurre un débil:
— Por favor.
Y Foolish no necesita más.
Su lengua recorre la zona una y otra vez, hasta que el cuerpo de Vegetta se relaja lo suficiente como para que pueda introducirla y recorrer sus paredes. Cuando está lo suficientemente dilatado, simula embestidas que le debilitan las piernas.
No suele hacer eso , pero sabe que lo está haciendo bien por la manera en la que Vegetta suspira y gime contra el costoso edredón, apretando su cabello para que no se separe. Cada tirón un más, por favor que incendia el interior de Foolish.
—¿Te gusta?
Vegetta contesta con un sí que se transforma en un lloriqueo agudo. Foolish clava las uñas en la piel de sus glúteos y la espalda de Vegetta se arquea, moviendo las caderas para que la tela del edredón estimule su erección.
Lo deja.
Verle desesperado es su espectáculo favorito.
Se separa e introduce un dedo en él, que lo hace soltar un gemido suave y sorprendido.
—¿Sí?
—Mhm. Sí. Está bien.
Suena decepcionado.
Foolish ríe. Besa la piel de sus muslos mientras trabaja su interior con su dedo.
—No quiero lastimarte, no sé si mi lengua sea suficiente, bonito.
—Los dos… —Vegetta sugiere—. ¿Sí?
Ya sabe que no puede decirle que no.
A su dedo se le une su lengua y Vegetta tiembla con satisfacción. Eso sólo lo motiva a darle más. Todo lo que quiera.
Minutos después, trabaja su interior con dos de sus dedos y la humedad de su lengua.
—Foo —gime—. Por favor, por favor. Te quiero a ti.
Foolish besa sus muslos una última vez antes de separarse para buscar la caja de condones. La deja en la mesita de noche y se acaricia a sí mismo antes de ponerse uno. La mirada hambrienta de Vegetta no lo abandona ni un solo segundo.
Vuelve a arrodillarse tras él y roza su entrada con su erección.
—¿Lo quieres? —Vegetta lloriquea , empujando sus caderas contra él y, aunque debería ser suficiente, necesita más—. ¿Cuánto?
—Lo sabes, Foo. Mucho. Lo quiero, te quiero, te necesito.
Foolish vuelve a rozarse contra él. Una mano firme en su cadera.
—Eres muy educado, bonito. Úsalo. Pídemelo por favor.
Introduce sólo la punta y la razón de Vegetta se derrite. Nota las puntas de sus dedos volverse blancas al apretar la tela del edredón.
—No te escucho, Vegetta.
—Por favor —ruega, en un hilo de voz—. Por favor, por favor, por favor.
Por fin, por fin , Foolish entra en él. La habitación escurre lujuria cuando gimen al mismo tiempo.
Foolish sostiene sus caderas y embiste contra su cuerpo. Lento y firme. Grabando cada sensación que le quema el cuerpo.
—Quiero escucharte, ¿sí? —Foolish se detiene para poder hablarle al oído—. No te contengas, no me importa quién esté al lado o en la habitación de arriba, quiero escucharte . ¿Entendido? ¿Puedes hacer eso por mí?
La respuesta de Vegetta es otro “sí” cargado de súplica y deseo. Sabe que puede confiar en su palabra.
Adopta un ritmo constante contra el cuerpo de Vegetta, disfrutando del apretado calor que lo rodea. Separa más sus piernas y empuja su espalda hacia abajo, buscando ese punto que sabe que hace que suplique por más.
Sale casi por completo y vuelve a entrar. Vegetta empuja sus caderas contra él. El sonido del choque de sus pieles es perfectamente obsceno y ninguno de los dos puede obtener suficiente. Lo repiten las veces necesarias para que lo próximo que llene el cuarto sea:
—Más, Foo, más. Más fuerte, más rápido, más .
Su voz se rompe y Foolish no puede hacer nada más que darle lo que quiere. Completamente adicto a su cuerpo tembloroso, sudado, cubierto en marcas y su saco, pidiendo más . Rodea su garganta con una de sus manos, presiona ligeramente y se inclina para poder hablarle al oído. Corta su respiración mientras su glande golpea su punto más sensible.
—Mírate, bonito. Suplicando por mí y porque te llene. Eres precioso, ¿lo sabías? Haciendo exactamente lo que te pido, diciendo mi nombre… Mereces sentirte bien. Voy a tocarte, ¿sí?
Vegetta asiente con la cabeza y suelta un suspiro entrecortado cuando Foolish rodea su erección. Lo toca con lentitud, ejerciendo la presión correcta en los lugares correctos y se derrite debajo de él.
Ya no es tan ruidoso, sólo deja que de sus labios escapen pequeños gemidos suaves. Está abrumado, lo sabe, pero también que no se quiere detener porque con cada gemido ruega que lo lleve a su límite con más y por favor.
—¿Estás cerca?
—Sí, Foo…
—Quiero verte. Recuéstate sobre tu espalda.
No pasa ni un minuto entero antes de que suceda. Vegetta recostado en su espalda, abriendo sus piernas para él. Foolish las coloca sobre sus hombros y vuelve a entrar en él. Ahora puede ver los amatistas oscurecidos, brillando con lágrimas de placer, los labios rojizos y maltratados, el sonrojo que se expande desde sus mejillas hasta su pecho…
—Joder, bonito.
Arremete contra él en un ritmo frenético, toma su boca en un beso desesperado y gime cuando rasguña su espalda. Se aferra a él como si fuera a desaparecer en cualquier momento, así que deja que sus uñas recorran toda la piel, abriéndola para reclamarlo.
Marcas, rasguños y mordidas que gritan:
Eres mío .
Soy tuyo .
No necesitan más.
Foolish muerde el labio inferior de Vegetta con fuerza cuando su segundo orgasmo de la noche lo golpea. Tiembla, maldice y sus gemidos mueren contra los labios ajenos. Trata de recuperar la respiración mientras Vegetta lo besa con menor intensidad.
El primer pensamiento coherente que tiene es que Vegetta aún lo necesita.
Sale de él y lo acomoda en la cama para poder tomarlo en su boca. Es desesperado y desordenado, pero a ninguno de los dos parece importarles.
Funciona.
Un tirón en su cabello para acercarlo más es todo lo que Vegetta necesita. Su placer llena su boca y escurre por las comisuras de sus labios. Lo lleva hasta su lengua con sus pulgares cuando se separa.
No saben quién comienza, pero ahora están unidos en un beso que convierte las llamas del deseo en cenizas mientras Vegetta rodea su cuerpo con brazos y piernas. Cuando se rompe, Foolish saca el cabello sudado y desordenado de su rostro con un movimiento delicado. Vegetta cierra los ojos, riendo mientras trata de recuperar la respiración. Lo imita. Suaves manos ajenas le recorren la espalda, trazando con las yemas de los dedos los rasguños que ellas mismas dejaron.
—No sabía que podías comportarte así —Vegetta murmura, pegándolo más a su cuerpo—. Voy a provocarte más seguido.
Foolish ríe acariciándole el cabello.
—No en el auto. Si nos pasa algo, no quiero que encuentren mi cuerpo y lo primero que vean sea mi pene. También, ¿puedes imaginar los encabezados amarillistas? “Palanca de velocidad de carne causa un accidente automovilístico.” “¡Quería venirse… Y se fue!”
Vegetta se carcajea.
—Eres un idiota.
Foolish sonríe. Sin pensarlo, sus dedos recorren su rostro con una delicadeza desconocida para ambos.
—¿Estás bien?
—Más que bien. ¿Tú?
Foolish asiente con la cabeza. Traga saliva. Esta vez no hay duda ni arrepentimiento en la mirada de Vegetta, pero tampoco tiene muy claro qué hacer.
—¿Es mi turno de invitar la cena o los bocadillos fueron suficientes?
—Sí… Algo de cenar estaría bien.
—Vamos a limpiarnos, pedimos algo de comer y podemos compartir ese último cigarro… ¿Crees que hayan detectores de humo?
Debaten sobre la existencia del mismo mientras se limpian con toallitas húmedas y se visten. Vegetta se deja el saco y busca su ropa interior, Foolish sólo se pone el pantalón. Piden un club sándwich porque, según Vegetta, siempre hay y nunca falla y una botella de vino blanco con la que se encapricha.
En el balcón, donde concluyen que nadie los detendrá por fumar, Foolish enciende su último cigarro. La ciudad duerme debajo de sus pies y una mínima cantidad de autos recorre la avenida.
Fuma antes de darle el cigarro a Vegetta. Verlo exhalar el humo le da una idea.
Si esta es la última vez que tanto pidió, no piensa quejarse y mucho menos desaprovecharla.
—Quiero intentar algo —dice, extendiendo su mano para que le entregue el cigarro.
Toma una calada y le hace una seña para que se acerque. Toma su barbilla entre sus dedos y acaricia su labio inferior con su pulgar. Cuando Vegetta entiende lo que quiere hacer, sonríe. Entreabre los labios y termina con la distancia milimétrica entre ellos, inhalando el humo directamente de su boca.
El tabaco combinado con su aliento es mucho más adictivo.
Baja la cabeza para exhalar el humo pero nunca deja de mirar a Foolish.
Ninguno de los dos se mueve. Al menos no para separarse.
Como si se tratase de dos imanes, sus labios se buscan.
Se rozan.
Y vuelven a encontrarse en un beso que sabe a por favor, que no sea la última vez.
Vegetta rodea su cuello con uno de sus brazos y Foolish sostiene su cintura con su mano libre. El cigarro se consume con el viento, humo enredándose alrededor de ellos.
Cuando se separan, la mirada de Vegetta está cargada con duda.
Mierda.
Da un paso hacia atrás y vuelve a fumar.
Su mente grita: “Esto fue todo, ¿verdad?”
Y, al mismo tiempo, Vegetta murmura:
—Necesitamos reglas.
—¿Reglas?
—Para esto , si va a seguir pasando.
Foolish ni siquiera se preocupa por esconder la sorpresa en su voz.
—¿Va a volver a pasar?
Vegetta se encoge de hombros. Traga saliva.
—Dime que no.
La relación de Vegetta pende de un hilo de incertidumbre, un negocio que sus padres no le perdonarían perder y el terror de lo desconocido.
Foolish ha roto todas sus reglas por él. Lo conoce, no tiene que estar ebrio para acostarse con él, ha estado en su puta casa, por Dios… Pero no puede ni quiere ser suyo.
No es un tipo de compromisos y esto, lo que sea que tiene con Vegetta, no lo es.
Es emocionante, excitante y necesario .
Ninguno tiene nada que perder.
Ambos saben cómo termina. En el peor y más ridículo de los casos, ambos saben cómo, cuándo y por qué dolerá.
Foolish cede:
—Tengamos reglas —lo acerca por la cintura y roza sus labios—, pero discutámoslo con una copa de vino, ¿sí?
Está hecho.
Va a volverse un hábito.
Notes:
Si todo sale bien, nos vemos la próxima semana.
Les quieroo.
Chapter 10: IX.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Vegetta comenzó a fumar a los diecinueve años.
Recuerda su primer cigarro como si aún viviera en su aliento.
Mintió sobre la entrega de un proyecto inexistente para poder acompañar a sus compañeros de universidad al bar en el que se reunían los viernes al finalizar las clases. Después de dos cervezas, probó el tabaco con manos temblorosas y ganas de toser sorprendentemente bien disimuladas.
El sabor le disgustó y sentía el olor tatuado en la ropa y el cabello, pero sus padres no lo notaron y quiso volverlo a hacer.
Comenzó en sus escapadas semanales al bar, al que también invitaba a Roier y Luzu. Después, el humo migró a las semanas de entrega de proyectos y a los descansos entre clases. Cuando su próximo cuestionamiento fue qué tan temprano era correcto comenzar a fumar y si le pasaría algo por combinarlo con su café matutino, llegaron las reglas:
- Sólo dos cigarros a la semana.
- No fumar solo.
- No fumar en casa.
- Nunca comprarse un encendedor ni, mucho menos, una cajetilla.
Todas las rompió.
Es difícil no hacerlo cuando algo te hace sentir vivo.
Foolish le hace sentir que el cielo es un lugar en la tierra.
Han pasado diez minutos desde que recibió un mensaje suyo y el brillo de la pantalla de su celular le quema las retinas, exigiendo una respuesta.
Foo, 13:08 P.M.
Ya estoy de vuelta en la ciudad, bonito.
Muerde su labio inferior con insistencia, arrancando pedacitos de piel muerta con sus dientes.
Toma su celular y, antes de que pueda arrepentirse, teclea:
Vegetta, 13:20 P.M.
¿Podemos vernos?
Desde hace dos meses, escaparse juntos es parte de su rutina. Un mensaje o una llamada para acordar cuándo y dónde. Mentiras para justificar su ausencia. Noches en las que se han dedicado a memorizar qué puntos tocar para arrebatarse la cordura, la fórmula perfecta para besarse y las palabras que los llevan al límite. Conversaciones sobre desarregladas sábanas costosas y delivery de restaurantes aleatorios para cenar. Despedidas de besos largos y hambrientos antes de que su ausencia nocturna levante sospechas… Todo mientras fingen no ser nada más que buenos amigos ante el resto de la gente.
Después de tres semanas de no verlo, cree que es completamente normal que su alma y su cuerpo rueguen por él.
Foolish no responde con un mensaje. En su lugar, su celular vibra con insistencia sobre la palma de su mano y su ringtone inunda sus oídos.
Respira… Y contesta.
—¿Hola?
Escucha una risa de Foolish, el susurro del viento y las llantas de otros autos. Está conduciendo con las ventanas abajo.
— Sabía que me habías extrañado —Foolish responde. También puede escuchar su sonrisa—. Hola, por cierto.
Se recuesta en la cama y rueda los ojos. Una sonrisa adorna sus labios.
Extrañaba su voz.
—No te creas tan importante.
Una risa más, de la cual no puede evitar contagiarse.
— Voy a colgar.
—Foolish.
— Dilo.
—No quiero —dice, enredando la tela de su camiseta en uno de sus dedos mientras mira alrededor de su habitación—. Tal vez en persona sí.
Foolish cambia la canción y el viento deja de escucharse a través de su micrófono. Asume que está en una luz roja.
— No quiero esperar hasta el fin de semana.
Vegetta muerde el interior de su mejilla y toma su camiseta en un puño. El sudor que comienza a acumularse en las palmas de sus manos es señal de que sabe lo que la petición que muere por hacer significa.
—No tenemos que esperar hasta el fin de semana… Podemos vernos hoy.
— Tan impaciente como siempre, bonito —se burla. Un escalofrío recorre su espalda. No es la primera vez que se lo dice—. Tengo cosas que hacer con Tina, por eso regresé hoy, ¿recuerdas? Me ocupo en la noche y conducir hasta el otro lado de la ciudad para vernos donde siempre me quitaría muchísimo tiempo… Pero podemos vernos mañana. Ya veré qué le digo a Tina para justificar que no llegaré a cenar entre semana.
Aunque no puede verlo, Vegetta niega con la cabeza.
—Mañana me ocupo —dice, mordiendo la uña de su dedo meñique. Foolish no pregunta nada más. Usualmente significa que tiene un compromiso con Rubius. Esta vez es una cena con los padres de ambos y los socios extranjeros de Bear Bikes —, pero puedes venir hoy.
— ¿A dónde?
—A mi casa.
Vegetta cuenta los segundos de silencio que siguen a su respuesta.
Uno.
Dos.
Tres.
Cuatro.
Cinco-
— ¿A tu casa? —Vegetta afirma con un sonido de su garganta. Hay otra pausa en la llamada, que usa para terminar de morder su uña—. ¿Eso no es ilegal, bonito?
Suspira con la mirada clavada en las líneas de brocha de la pintura casi perfectamente aplicada en el techo de su habitación.
—Yo ya estuve en tu casa antes así que estaríamos a mano… Estás relativamente cerca, si no me equivoco. Mi casa no está a más de veinte minutos de la carretera que tomaste.
Imagina a Foolish golpetear el volante con los dedos. Cuando no obtiene respuesta alguna, sabe que tal vez ha ido demasiado lejos. Todo esto es haber ido demasiado lejos. Habían creado las reglas para seguirlas, no para romperlas.
—Olvídalo, esperemos al fin de semana.
Después de segundos de silencio, la voz exageradamente melosa y burlona de Foolish llena la línea.
— Me extrañas .
Vegetta bufa. Rueda en la cama y se recuesta sobre su estómago. Pone su celular en altavoz y lo deja a un lado de su oído.
—Fueron tres semanas —responde, obviedad en su voz obstruida por su propio colchón—: Claro que te extrañé.
El silencio del otro lado de la línea se llena con un “recalculando ruta” que hace que el estómago de Vegetta cosquillee.
— ¿Qué es lo que tienes que nunca puedo decirte que no?
Vegetta muerde su labio inferior, que se estira en una sonrisa antes de que pueda siquiera pensarlo.
Era sólo cuestión de tiempo que las reglas que Foolish y él habían puesto se rompieran también.
[...]
Quince minutos después, Foolish llama a su puerta.
Cepilla su cabello una última vez y acomoda su ropa frente al espejo. Es inútil. No importa qué use ni cómo se vea porque, en cuestión de minutos, estará en el suelo de su habitación.
Cuando abre la puerta, sólo la sonrisa de Foolish y su loción son suficientes para que sus piernas flaqueen.
—Bonito.
—Hola, Foo —suspira y se hace a un lado—. Pasa.
Aunque trate de disimularlo, Foolish detalla cada esquina de su departamento con la mirada: Los tonos beige de las paredes contrastados con los muebles color chocolate, las plantas perfectamente colocadas en la sala de estar y las copias de pinturas costosas en las paredes.
—Vives en una casa de revista, hasta podría pensar que eres arquitecto —halaga, con una sonrisa. Da pasos cortos hacia el frente, obligando a Vegetta a caminar hacia atrás hasta que su espalda choca con una pared. Instintivamente, sus manos buscan su cintura—. ¿Querías presumir tus habilidades de decoración?
Vegetta niega con la cabeza, colocando ambas manos en su pecho.
—Quería verte.
Foolish frota sus narices juntas. Vegetta acaricia sus hombros antes de abrazarlo por el cuello.
—También te extrañé.
Foolish le sonríe y levanta su rostro con dos de sus dedos.
—¿Cómo estuvo tu viaje?
Una horda de mariposas ataca su estómago cuando Foolish besa su mejilla y:
—Hueles muy bien —antes de que sus labios bailen sobre la piel de su mandíbula—. Cansado, pero decente. La construcción del famoso bar va bien, bonito. Gracias por preguntar aunque te contara los detalles a diario.
Vegetta ríe, acercándolo más.
—¿Y con tus padres? —murmura, conteniendo un jadeo cuando Foolish besa su cuello.
Siente cómo sonríe antes de empujarlo con delicadeza.
—Tenía tiempo sin verlos, así que bien… Y no me hagas hablar de ellos cuando estamos así . Me siento un pecador.
Vegetta ríe.
—Ya, mal momento… Prometo no hablar de ellos.
Foolish muerde su cuello y se aleja completamente.
—Lo arruinaste, no intentes arreglarlo —bromea. Palmea los bolsillos de su pantalón y esconde algo tras su espalda—. Voy a aprovechar para darte algo. Cierra los ojos y extiende las manos.
Vegetta ladea la cabeza, mirándolo con curiosidad.
—¿Qué?
Picardía suave se dibuja en el rostro de Foolish.
—Hazlo.
Vegetta suspira. Cierra los ojos y extiende las manos. Algo frío y ligeramente pesado descansa sobre ellas.
—Decías que era imposible que aún tuviera mi colección de Hot Wheels intacta y que descargué de Pinterest la foto que te envié —explica. Vegetta abre los ojos para encontrarse con un auto de juguete sobre las palmas de sus manos: Un modelo clásico de un color morado perfecto—. Ya no puedes decir nada si tienes una parte de ella. Es el que más te gustó.
No es la primera vez que Foolish le regala cosas sin razón. Antes del auto, estuvieron un encendedor y el saco que utilizó cuando fueron a esa fiesta. La mirada de Vegetta baila entre el juguete y el rostro de Foolish antes de volver a abrazarlo por el cuello. Le besa la comisura de los labios y ríe contra su piel, coqueto y suave.
—No lo decía en serio, bobo —deja un beso en sus labios—, pero es lindo. Eres lindo. Y un orgulloso. Prometo no burlarme más… Al menos hoy.
Foolish sonríe antes de acercarlo por la cintura.
—Cuídalo —dice. Vegetta apenas tiene tiempo de asentir con la cabeza cuando Foolish ya está cargándolo para llevarlo a su habitación—. ¿Qué puerta es?
Vegetta se aferra a él mientras ríe, apretando el auto de juguete con fuerza.
—La última del lado izquierdo. La que está al fondo del pasillo es un baño.
Foolish lo recuesta sobre la cama. Deja el auto y sus anillos en su mesa de noche. Vegetta identifica la serpiente, aquel que tiene su signo zodiacal y el que suele llevar en el pulgar.
Finalmente, sube sobre el cuerpo de Vegetta y toma sus labios en un beso de tres semanas de hambre acumulada. Él corresponde, abrazándose a él con manos y piernas.
Entre caricias de fuego y besos jugosos, es sólo cuestión de tiempo que la ropa comience a desaparecer.
Cuando Foolish desnuda su torso, Vegetta sostiene su propia camiseta entre uno de sus puños. Puede escuchar los autos a través de su ventana entreabierta y el edredón de su cama le quema la espalda. Escucha cada chasquido y movimiento de la boca de Foolish mientras reclama su cuello y torso con besos y mordidas que no pueden llegar a convertirse en marcas.
Cree que el corazón va a escapársele del pecho.
Cuando Foolish llega al borde de su pantalón, lame desde su ombligo hasta su cuello antes de volver a besarle. Nota que no están tan cerca como le gustaría, se queja contra sus labios y busca que suelte su camiseta.
—Deja eso, bonito. Tócame .
Relaja su agarre sobre la tela y Foolish la toma, lanzándola lejos de ellos. Cae sobre los anillos. El metal tintinea cuando chocan entre ellos y con algo que no parece ser metal ni su mesa de noche.
—Tus anillos, Foo… —murmura. Busca extender su mano para acomodarlos pero el hombre niega con la cabeza. Entrelaza sus dedos y coloca sus manos sobre su cabeza—. Foolish.
—Siempre haces lo mismo cuando estás nervioso, bonito, ¿te has dado cuenta? —dice, encargándose de sostener sus manos con una sola mano mientras que con la otra acaricia su cabello—. ¿Quieres que me detenga?
Vegetta cierra los ojos, disfrutando de la manera en la que Foolish lo acaricia y de la poca prisa que tiene por obtener una respuesta.
Sabe que es cierto.
Las llaves en su auto. Una lámpara y un vaso con agua en su hotel. Los anillos.
Nunca habían perdido ni roto nada mientras estaban juntos.
Sí, podía llegar a ser un poco absurdo.
Rodea la muñeca de Foolish y la acaricia mientras niega con la cabeza.
—No quiero que te detengas —murmura. Abre los ojos, amatistas llenos de preocupación que, aún así, se permiten empaparse con la vista de Foolish con el cabello desordenado y la camisa entreabierta sobre él—, pero son tus cosas. Tus anillos-
—No me importan, bonito. Nos encargamos de eso cuando me vaya —Vegetta suspira y asiente con la cabeza—. Dijiste que me extrañaste, ¿no? —baja sus pantalones con una sola mano y traza el contorno de su erección con su dedo índice. Sonríe cuando el cuerpo de Vegetta tiembla debajo de él—. Demuéstramelo. ¿Cuántas veces crees que puedas correrte para mí?
Baja su ropa interior y lo masturba con lentitud.
—No lo sé.
Foolish ríe, aumentando la presión y velocidad que ejerce sobre él.
—Dame una por cada semana sin tocarte, ¿sí? —cuestiona, mojando sus labios ante las reacciones de su cuerpo—. Adoro cuando no puedes más y aún así quieres seguir.
Sonríe con suficiencia cuando Vegetta asiente, empujando sus caderas contra su mano.
—Y otra cosa, bonito —añade, deteniéndose—. Trata de no hacer ruido. No queremos que tus vecinos sepan qué estamos haciendo aquí, ¿verdad?
Vegetta deja de respirar.
Foolish vuelve a reír.
—Sé bueno para mí. Ya me has demostrado que puedes ser silencioso antes.
[...]
Tan solo veinticuatro horas después, la misma habitación huele a los productos de higiene personal de Vegetta y por debajo de la puerta de su baño se cuela la playlist que siempre escucha al alistarse para un evento. Contiene sus canciones favoritas de todos los tiempos , las favoritas del momento y una extraña selección de pop que Rubius no cree haber escuchado antes y que ni siquiera pensó que Vegetta disfrutara.
Toca la puerta y el volumen de la música disminuye antes de que Vegetta responda, alzando la voz.
—¿Qué pasa, amor?
—¿Has visto mis zapatos?
—Tienes muchos pares —responde, riendo—. ¿Cuáles?
—Los últimos que compré.
Bufa y camina al armario en busca del par perfecto.
Demasiado viejos, demasiado informales… Muy modernos, muy anticuados.
El suelo se siente incómodo debajo de sus pies y frunce el ceño cuando piensa en que sus calcetines están ensuciándose.
—¿Los cafés? —Vegetta responde y, a la vez, escucha su máquina de afeitar—. ¿Buscaste debajo de la cama? La caja debe estar ahí, la moví porque estorbaba en la sala.
Rubius niega con la cabeza. Mira su traje limpio y perfectamente planchado con pesar antes de agacharse en el suelo y tantear con las manos entre la oscuridad y el polvo.
Sus pantuflas, las de Vegetta, unos zapatos deportivos, un par que no es suyo… Bingo. La caja de cartón que pasó más de diez minutos buscando alrededor del apartamento.
Cuando trata de jalarla, algo tintinea contra el piso. Algo frío, pequeño y metálico.
Un anillo.
¿Un anillo?
Lo toma entre sus dedos y lo examina.
No es suyo. Todos sus accesorios son plateados y sencillos, nunca pensaría en adornarse las manos con un anillo dorado de serpiente. Tampoco es de Vegetta, usar joyería no es lo suyo. Lo máximo que le ha visto portar son relojes y la cadena que comparten desde su primer aniversario… Misma que no ha usado en meses.
Él ha visto ese anillo en alguna parte. A pesar de que trata de hacer memoria, cada vez se convence más de que no importa.
¿Qué hace debajo de su cama, por Dios?
Un dolor punzante se apodera de su pecho. Todo su cuerpo tiembla y un escalofrío le recorre la espalda. Su nuca y las palmas de sus manos acumulan sudor frío.
Su alma sabe algo que su razón aún no puede procesar.
—¿Los encontraste? —Vegetta pregunta, abriendo la puerta del baño.
Esconde el anillo en la bolsa de su saco y toma la caja de zapatos con rapidez.
—Mhm.
—Te dije, no podía estar en otro lado… Principalmente porque no he limpiado debajo de la cama —se coloca frente a él con las manos sobre las caderas y una sonrisa suave—. Le quedan bien a tu traje. Levántate de ahí, te vas a ensuciar —le ordena, extendiendo una mano hacia él.
Aunque son las mismas manos que lo han sostenido por más de tres años, el toque se siente completamente desconocido.
Frío y ausente.
Ajeno .
Sin decir más, se sienta sobre la cama y se pone los zapatos con manos temblorosas.
—¿Estás bien? —Vegetta pregunta, mirándolo fijamente—. Estás pálido.
A pesar de no poder respirar, asiente rápidamente.
—Estoy algo mareado y me duele la cabeza. Es todo.
—Debes estar estresado… ¿Quieres una pastilla?
Le regala una mueca disfrazada de sonrisa y devuelve la atención a sus zapatos.
—Sí, gracias.
Vegetta aprieta su hombro suavemente y sale de la habitación. Él se recuesta en la cama, mirando el techo fijamente.
No es cierto. No es cierto. No es cierto.
Vegetta vuelve con un vaso con agua y una caja de analgésicos. Lo ayuda a sentarse en la cama y frota su espalda en círculos mientras ingiere la pastilla. Un objeto nuevo llama su atención cuando deja el vaso vacío sobre la mesa de noche.
—¿Desde cuándo coleccionas Hot Wheels ?
Vegetta mira el objeto por demasiado tiempo antes de contestar.
—No es mío —aclara, y luego niega con la cabeza—. Bueno, sí. Foolish me lo regaló.
Foolish.
—¿Foolish?
Vegetta asiente con la cabeza, haciendo un gesto con la mano para restarle importancia.
—El amigo de Quackity. Lo veo en reuniones y a veces nos ayudamos con trabajo, también es arquitecto. Ayer volvió de un viaje que hizo para supervisar una obra y también sé que aprovechó para visitar a sus padres. Tenemos una broma sobre cómo miente acerca de su colección y… Sí, eso —lo señala—. Es lindo, ¿no?
—¿Lo viste ayer?
—En la oficina, sí. Pasó a dejármelo.
Rubius muerde el interior de su mejilla.
—No me suena. No lo mencionas mucho, ¿verdad?
—No lo veo seguido —Vegetta toma su mano y traza patrones distraídos sobre la palma de ésta con su dedo índice—. Lo conoces. Lo has visto en casa de Quackity. Rubio, alto… Camisa de colores.
Claro que lo recuerda.
La manera en la que miraba a Vegetta, el desdén con el que lo recorrió a él al estrechar su mano.
Sus manos.
Su cuerpo se tensa y de sus labios escapa una sola pregunta:
—¿El de los anillos?
Vegetta sonríe sin darse cuenta.
—Sí, él.
La habitación se derrumba alrededor suyo. Las paredes se desmoronan, el polvo le nubla la visión y ataca sus pulmones.
El de los anillos.
Todo cobra sentido.
La serpiente debajo de la cama. El edredón y las sábanas limpias a mitad de semana cuando sabe que Vegetta las cambia sólo los domingos. El olor abrumador a limpiapisos. La ducha extremadamente larga. Estoy muy cansado, Rub, sólo quiero dormir, cuando le ofreció ver una película y cenar juntos.
Trató de eliminar cualquier mínimo trazo de Foolish y falló.
No existen escenas del crimen perfectas, siempre hay un cabello o una huella que termina de atar todos los cabos. Algo que termina atando al crimen con el culpable. Sobre todo, siempre hay una víctima. Un alma que agoniza hasta que no le queda nada más.
Sólo puede pensar en la caja de terciopelo rojo y la promesa de eternidad que esconde en su cajón desde hace dos semanas.
[...]
El resto de la tarde se siente como ver su propia vida desde fuera.
No se reconoce, ni a Vegetta, ni el comedor de sus padres.
Las voces de los socios extranjeros de Bear Bikes se sienten pesadas y no recuerda absolutamente nada de lo que su padre dijo durante la cena.
Sabe que, si todo sale bien, asumirá el puesto de CEO justo después de la inauguración de la primera tienda en el extranjero. La construcción de la misma está a punto de comenzar y Vegetta recibió incontables felicitaciones por su trabajo.
Algo que sí recuerda con dolorosa precisión es la mirada brillante y satisfecha de sus suegros. Son tan afortunados de tenerse. ¿Podríamos haber pedido a alguien mejor para Vegetta?
Debería sentirse en la cima del mundo, pero lleva horas y horas cayendo al vacío.
Cuando llegan a casa, Vegetta le ofrece una pastilla y un té en caso de que siga sintiéndose mal.
¿Por qué?
Pasa más de media hora en la ducha. El agua quema su espalda y la piel de sus dedos se arruga.
¿Por qué?
Se recuesta junto a Vegetta, quien apaga la pantalla de su celular tan pronto como lo ve.
¿Por qué?
¿Por qué?
¿Por qué?
El techo de la habitación se vuelve mucho más interesante que la conversación que Vegetta trata de iniciar a su lado.
No quiere escucharlo.
Quiere tomarlo por los hombros, gritar todas las dudas que le quiebran el pecho y después huir con él y fingir que nada pasó.
Recuerda cada detalle de la conversación que tuvieron después de que se dieran dos semanas para pensar.
Pasar tanto tiempo sin él se sintió como perderlo y nunca tuvo más claro que no era lo que quería. No existía un universo en el que se viera tomando la decisión de dejarle sin siquiera intentarlo una vez más. Vegetta lucía genuinamente sorprendido, como si no esperara que querer seguir con él fuera su respuesta. Suspiró con alivio y lo abrazó tan fuerte que le cortó la respiración.
Tenemos que estar bien ahora más que nunca.
¿Vamos a seguir intentándolo?
Somos un equipo. En todo.
No sabe en qué momento dejó de ser así.
No sabe por qué sigue compartiendo una cama y una casa y una vida y un negocio con él si hay alguien más.
Quiere saber cuándo y cómo comenzó.
Sí, notó cambios en su actitud después del tiempo que estuvieron separados, pero nunca pensó que se tradujeran a estás perdiéndome .
Debió haberlo sabido desde que los acompáñame, por favor se convirtieron en quédate, no te preocupes . Cuando comenzó a ocuparse los sábados por la noche, cuando dejaron de pelear… Cuando dejó de insistir, cuando dejó de rogar .
No estaban mejorando.
Nunca estuvieron bien.
Todo lo que construyeron se escapó de entre sus dedos como arena.
A su lado, Vegetta ha vuelto a teclear rápidamente en su celular. Aprieta los puños y suspira.
Ni siquiera pregunta quién es. No quiere saber.
A pesar de estar a su lado, se siente solo. Lo único en lo que puede pensar es en que todo es su culpa.
Vegetta lo entendía- Solía entenderlo. En algún momento de su vida, era su espejo.
Sabía lo importante que era para él estar a cargo de Bear Bikes .
Se había preparado toda su vida.
Con las mejores calificaciones desde que era un niño, consiguiendo contactos desde la universidad, trabajando cada segundo de su vida para que no le faltara experiencia para dirigir la empresa de su padre. La empresa de sus sueños.
Era completamente normal que, cuando se enteró que su padre se retiraría, dedicara todo su tiempo a conseguir esa posición. Para eso había nacido, ¿no? Para mantener vivo el legado de su padre y continuar la dinastía ciclista a la que había pertenecido desde niño.
No sabe quién es sin Bear Bikes , así como Vegetta no sabe quién es sin la firma De Luque.
Bueno, tiene una idea. Sin Bear Bikes, sólo es Rubius.
Nadie llega a ningún lado sólo siendo uno mismo, Vegetta y él lo saben. Sus padres han dedicado sus vidas enteras a que tengan una buena vida, a que sean respetados… Todo lo que un buen padre quiere para sus hijos.
¿Quiénes serían si tiraran una vida entera de esfuerzo por la borda? No quiere ser como esos primos que han dejado de ser parte de la familia por perseguir un camino diferente e incorrecto.
Y es extraño, porque Vegetta adoraba cuando sólo era él . Le mostró un lado diferente de la vida: Uno en el que no importaba si destapaba una botella de vino un martes, si dormían tarde un jueves por ver una película o si tomaba de más. Por eso su padre duda de él, no es lo que se espera de la pareja de un Doblas .
Su relación era una de las pocas cosas que realmente había escogido para sí mismo y estaba dejando que se agrietara.
Después de intentar e intentar e intentar e intentar, la paciencia de Vegetta había llegado a su límite.
Pero no todo está perdido, ¿verdad?
Si él lo rompió, él mismo puede arreglarlo.
Se cubre con las sábanas y da la vuelta sobre la cama, admirando el rostro levemente iluminado de Vegetta, quien apaga la pantalla de su celular y lo mira con una sonrisa divertida.
—¿Qué? ¿Ahora sí quieres hablar?
Él niega con la cabeza antes de recostarse en su pecho. Vegetta cuela su mano debajo de las sábanas y acaricia su espalda de arriba a abajo.
—¿Sabes qué nos vendría bien? —Rubius dice, envuelto en el aroma desgastado de su loción.
—¿Hm?
—Alejarnos de todo un rato, ¿no?
—¿Cómo?
—Sí… Pasamos la mayoría de nuestro tiempo juntos trabajando o hablando sobre trabajo, pasas los fines de semana con tus amigos y yo no tengo uno libre desde hace meses… ¿Qué te parece irnos de viaje el fin de semana? —Vegetta guarda silencio y las caricias en su espalda se detienen. Inmediatamente, miles de agujas se clavan en su pecho—. ¿Tienes algo que hacer?
—No, no. Estoy libre. Iba a acompañar a Quackity a ver algunas cosas para su boda, pero no es nada que no pueda hacer con Tina o Luzu —suspira y retoma las caricias en su espalda—. Vámonos de viaje.
Rubius lo abraza con más fuerza.
Sí.
Van a solucionarlo.
Notes:
Perdón
Chapter 11: X.
Chapter Text
— ¿Entonces no vamos a vernos mañana? — la voz apagada de Foolish se escucha a través del altavoz de su celular.
—No, Foo, lo siento... Voy a estar fuera todo el fin de semana —Vegetta suspira mientras dobla cuidadosamente una camiseta—. Podemos escaparnos el lunes cuando salgas de trabajar.
— Hm. Falta mucho tiempo — se queja, acomodándose entre sus sábanas—. Estoy siendo víctima de un crimen de odio.
Una carcajada rebota en la habitación de Vegetta.
—Esto no es un crimen de odio, exagerado.
— Dile eso a mi abogado, estoy escribiéndole en este momento.
Vegetta rueda los ojos con una sonrisa. Ahora dobla pares de calcetines con calculada precisión, mientras el cielo nocturno lo observa a través de su ventana.
—Te lo voy a compensar, ¿sí?
Hay un silencio breve antes de que Foolish responda. Su voz aterciopelada acaricia sus oídos y riega deseo por todo su torrente sanguíneo.
— Si vamos a vernos el lunes podrías pasar por mi trabajo antes — inicia, y casi puede ver esa sonrisa descarada en su rostro—. ¿Te arrodillarías para mí en mi oficina? Debajo de mi escritorio, mientras fingimos trabajar…
Vegetta aprieta un pantalón de vestir entre sus puños. Las imágenes impuras que se dibujan en su mente le roban la respiración.
—Si es lo que quieres, sí.
— Bien. Así no me pesa tanto tener un sábado aburrido y triste.
Vegetta rueda los ojos.
—Eres un mentiroso. Seguro estás agradecido de que vaya a irme así puedes atender a otra de tus múltiples conquistas.
Asume que Foolish está conteniendo una risa, porque sólo escucha su respiración agitada del otro lado de la línea.
— Nah, bonito, el sábado es tuyo. A Bad lo veo los domingos, tienes suerte de que el lunes esté libre… El resto de la semana está ocupada. Uno por día.
Vegetta bufa una risa.
—Puedes ver a Bad dos días seguidos. No te va a decir que no.
Esta vez, Foolish sí deja escapar una risa alta. Genuinamente divertida.
— Ya suéltalo, bonito, no me habla desde la fiesta de aniversario. Probablemente me quede en casa y ya, necesito descansar.
—De todas las citas que tuviste en tu viaje.
Escucha cómo Foolish se reacomoda en su cama, probablemente sentándose sobre ella.
— ¿Qué tienes con “mis conquistas” hoy, bonito? —hay un silencio breve—. ¿Quieres saber si voy a ver a alguien más mientras no estás o si vi a alguien mientras no estuve?
Sí.
—Claro que no, eso no es asunto mío. Estaba jugando.
Foolish vuelve a reír. Bajo, oscuro y extrañamente satisfecho.
— ¿Tienes una idea de lo mucho que me pone que seas posesivo? —una pausa que se siente infinita—. ¿De verdad quieres saber?
—Me da igual.
—No te da igual.
Vegetta comienza a doblar la ropa de manera más despreocupada, aventándola dentro de la maleta.
—Sí me da igual.
— No sé de qué te va a servir saberlo, pero no me acosté con nadie mientras estuve fuera, estaba ahí por trabajo.
—Bien. Sigue sin importarme.
Y, en lo que parece ser una confesión que Foolish sólo le había hecho al espejo, añade:
— Y no salgo a beber ni me acuesto con desconocidos los fines de semana desde hace un rato.
Silencio.
—¿Por qué?
— Ya no es lo mío — casi puede verlo encogerse de hombros, con ese desinterés que, de una manera que aún no entiende, hace que su interior arda.
—¿De verdad? —hay genuina sorpresa en su voz. Ha dejado de hacerse cargo de su maleta y ahora sólo se sienta en la esquina de su cama, deslizando en cualquier aplicación de su celular con desinterés.
Foolish afirma con un sonido de su garganta.
—¿Por qué?
— Me aburre.
—Estás mintiendo.
— No.
—¿No?
— Ya te dije que no.
—¿Desde cuándo?
—No sé con exactitud, bonito, unos meses… — Foolish suelta un suspiro largo antes de volver a hablar, derrotado—. Desde que te tengo a ti.
Un cosquilleo cálido se esparce entre las costillas de Vegetta, chispea debajo de su piel y escapa de él en una risa. Su rostro arde y sólo quiere ponerse una almohada en el rostro y gritar. Se siente como un adolescente.
—Ya.
— Querías saber, ¿no? Ahí está — Foolish dice, casi molesto—. Que no se te suba a la cabeza.
Tiene la impresión de que no quería decir eso, pero no importa. Lo hizo.
—Es difícil que no se me suba a la cabeza la confirmación de que tener sexo conmigo ha vuelto aburridos al resto de los hombres.
— Por Dios, cállate, Vegetta — escucha cómo Foolish vuelve a recostarse. Él suelta una carcajada pequeña antes de volver a enfocarse en su maleta—. En fin… ¿Te dije que Tina y Bagi ya están juntas formalmente? La urgencia porque volviera a casa el día que nos vimos era decorar la azotea para ella. Le hizo un picnic bajo las estrellas y todo.
—Me alegra que tu labor de Cupido haya funcionado —Vegetta responde, con una sonrisa.
— Sí… Tal vez mi sábado no sea tan aburrido y triste. Puedo ser mal tercio en su noche de películas — Vegetta ríe en respuesta, reacomodando camisetas y pantalones en la maleta. Antes de que pueda decir algo, Foolish se adelanta—: Sé que vas a decir que fue mi culpa por descuidado, así que ahórratelo… ¿No dejé mi anillo, el que tiene la serpiente, en tu casa? No lo encuentro y ya busqué en mi auto, le pregunté a mis padres… Y estoy seguro de que lo llevaba puesto cuando nos vimos.
Lo recuerda. También que Foolish estaba recostado a su lado, desnudo, mientras le contaba los detalles de la discusión que su madre tuvo con una de sus tías cuando su celular vibró con insistencia dentro de sus pantalones, arrugados en algún lugar de su habitación. Tina había llamado cinco veces. Debía haber estado en su departamento hace media hora. Salió, literalmente, corriendo de ahí.
Vegetta mira alrededor de la habitación. Se hinca alumbrando debajo de la cama con la linterna de su celular y niega con la cabeza.
—Acabo de checar, ya limpié y no salió por ningún lado. Seguro lo perdiste después de haber estado aquí.
Foolish bufa.
— Si no lo encuentro, lo próximo que voy a perder va a ser la vida. Me la voy a quitar yo.
Vegetta muerde su labio para no reír.
—Exagerado.
Antes de que Foolish pueda responder, escucha a Tina gritar algo sobre la cena.
— Me tengo que ir, bonito. La labor llama — baja la voz—. Tina no sabe cómo hacer la pasta que nos gusta.
— Está bien. Adiós, abandonador.
— Adiós, abandonador mayor — Foolish responde, pero no cuelga. En voz baja, casi dulce, pregunta—: ¿Vas a estar pensando en mí mientras estés fuera?
—Sabes que sí.
— ¿Vas a traerme algo?
—¿Qué quieres que te traiga?
—No sé, ponte creativo. Nos vemos.
Cuelga.
Vegetta piensa en qué tan mal se vería si cancelara el viaje.
[...]
El sábado, su alarma suena a las siete de la mañana.
Se bañan, desayunan waffles y café y, a las nueve, ya están saliendo de la ciudad. Rubius se niega a darle pistas de su destino sorpresa mientras conduce. Escuchan dos capítulos de un podcast de crimen real antes de llegar a un pueblo pequeño con caminos empedrados, altos faroles y pintura de colores pastel en casas y negocios.
Sí, es el lugar perfecto para escapar de sus obligaciones. Incluso podría ser una opción de mudanza después de su añorado retiro.
Quiere quedarse a vivir en su habitación de hotel: Luz cálida, sábanas suaves que lo invitan a reponer las horas de sueño que le faltaron, mobiliario de madera y una tina en el baño que no se perdonaría no probar. Hay una botella de champaña que ya está enfriándose en una cubeta sobre la mesa de centro de una pequeña sala de estar, un arreglo de rosas rojas y una canasta con fruta fresca y chocolates, cortesía del dueño del hotel.
Le recuerda a la primera escapada que tuvieron como pareja: Una cabaña a las afueras de la ciudad, una fogata y demasiada champaña como para realmente recordar cómo terminaron en la cama por primera vez.
Rubius deja sus maletas cerca de la cama y se acerca a él, abrazándolo por la espalda. Besa su cabello, una de sus orejas y su cuello. Su estómago se tensa.
—¿Te gusta?
Asiente con la cabeza, recargando su cuerpo en el ajeno.
—Es perfecto —dice, en voz baja—. Gracias, Rub.
Siente su sonrisa contra la piel de su cuello.
—No es nada —responde, deslizando sus manos debajo de su camiseta para trazar patrones suaves en su abdomen. Están frías. Salta y se aleja un poco, haciéndolo reír—. Según mi investigación, la plaza es el mayor atractivo del pueblo. Podemos ir a comer, caminamos otro rato y, ¿recuerdas cuando dijiste que te gustaría, al menos, pretender que sabes montar a caballo? Hay una caballeriza, ¿vamos?
No recuerda cuándo fue la última vez que hizo tantos planes casuales con Rubius, ni cuándo mencionó aquello sobre montar a caballo, pero tiene una vaga memoria de un restaurante costoso a la luz de las velas.
Suspira y cierra los ojos, aún envuelto en sus brazos y el olor de su colonia. A su malestar, se le une una presión conocida en el pecho. Aquella que hace que no pueda verle a los ojos por más tiempo del necesario ni corresponder a sus besos largos.
—Me parece perfecto, amor —no sabe por qué, pero hay un nudo en su garganta—. Dame cinco minutos para cambiarme, ¿sí? Creo que estaré más cómodo en ropa deportiva.
Se libera de sus brazos con gentileza y le sonríe. Hurga en su maleta y se encierra en el baño inmediatamente después. Se moja el rostro con agua fría y se observa al espejo mientras gotas frías caen por su rostro hasta el cuello de su camisa perfectamente planchada.
Hace unos meses, un gesto así lo hubiera hecho sentir como el dueño del mundo. Hubiera cerrado todas las pequeñas heridas que comenzaban a formarse en su pecho. Hubiera sido suficiente para soportar un mes más de Rubius consumido por su trabajo.
Hubiera.
Hubiera.
Ahora no sabe si es suficiente para remediarlo.
[...]
Comen en un restaurante de comida casera que ha sido heredado por tres generaciones de la familia que lo construyó. El vino es decente pero la pasta está deliciosa.
Comiendo un helado, visitan tantos lugares de la plaza del pueblo como pueden: Pastelerías y panaderías, tiendas de ropa, de relojes y de obsequios. En las calles aledañas hay un museo que Vegetta quisiera visitar y una joyería a la que no entran pero que definitivamente recuerda.
La caballeriza es su parte favorita. Vicente, el caballo que le prestan, es precioso, gentil y el mejor compañero que pudo haber pedido para, al menos pretender que sabe montar a caballo , o lo que quiera que Rubius haya dicho antes.
Es un buen día, pero termina tan cansado que se duerme tan pronto como su cuerpo cae sobre la cama.
Recorrer la plaza al día siguiente resulta imposible. Están montando la feria de los domingos y organizando un evento especial del cual Vegetta no tiene mucha información.
Visitan el museo, comen en el restaurante del hotel y, a las seis de la tarde, Rubius le pide que se aliste con lo más elegante que haya empacado porque irán a cenar y a la feria. Media hora después se ha bañado, perfumado, peinado y vestido.
—Voy a tomar algo de aire en lo que te alistas tú, ¿sí? —Vegetta dice mientras busca su tarjeta de crédito, su cajetilla y el encendedor que Foolish le regaló en el fondo de su maleta. Dorado, con figuras grabadas en la superficie y completamente él —. Prometo volver en media hora para que vayamos al restaurante.
—No voy a tardarme, amor —responde, desde el interior del baño.
—Lo sé, sólo que… Quiero tomar aire —repite—. Voy a comprar unas cosas porque no tendremos tiempo antes de irnos y no quiero que te aburras acompañándome.
Rubius suelta un suspiro largo y pesado antes de acceder.
Vegetta fuma mientras recorre las calles que rodean su hotel. Compra un recuerdo para cada uno de sus amigos en una tienda de obsequios y, minutos después, entra a la joyería con un solo objetivo en mente.
Recorre el expositor de anillos con pasos lentos, en busca de algo perfecto . Aquel es muy pequeño, el otro es muy grueso. Muy plateado, muy colorido… Ese nunca lo usaría él.
Entonces, lo ve.
Un anillo dorado con figuras grabadas en la superficie, casi idénticas a las de su encendedor, y una gran esmeralda en el centro.
Es perfecto.
Lo paga, lo meten en una pequeña caja negra y sale de ahí.
Vegetta, 19:17 P.M.
Te compré algo.
No, no te voy a dar ninguna pista, espera a que te lo dé.
Foo, 19:17 P.M.
Aw, estás pensando en mí.
Me hubiera conformado con que te pusieras un moño ahí abajo, pero siempre voy a apreciar un regalo del que sí le pueda hablar a mis padres.
Gracias, bonito.
Vegetta, 19:18 P.M.
Eres insoportable.
Ya quiero verte.
Foolish, 19:18 P.M.
AJDHAHJDJHA.
También quiero verte.
Guarda su celular con una sonrisa y vuelve a la habitación de hotel. Deja las bolsas de regalo en el piso y esconde la pequeña caja negra en el fondo de su maleta, a un lado de su cajetilla y encendedor.
[...]
A la hora de la cena, comparten una pizza tradicional en la terraza de un restaurante pequeño y cada quien bebe dos copas de vino tinto antes de ir a la feria.
Caminan a través de los puestos mientras comen donas de chocolate, juegan a los dardos, a pescar peces de plástico con cañas con imanes y a meter aros en bolos de boliche. Rubius compra obsequios para sus padres y socios y un nuevo collar para él.
A las diez de la noche, los dueños de los puestos comienzan a recoger y un nuevo grupo de personas reúne a los asistentes alrededor de una majestuosa fuente de piedra, situada justo en el centro de la plaza.
Vegetta mira a Rubius con confusión. Él le sonríe y toma su mano sin decir nada más. La palma de su mano está cubierta por una ligera capa de sudor.
—¿Estás bien? —murmura, directamente en su oído.
Rubius vuelve a asentir. Ninguna palabra abandona sus labios y decide no indagar más.
Minutos después, el mismo grupo de personas comienza a repartir lo que parece ser un gran pedazo de papel con la forma de un globo y un cuadro pequeño de cera debajo del mismo. Rubius también recibe un encendedor color azul.
Claro. Es un festival de linternas flotantes.
Sonríe con sinceridad, buscando la mirada de Rubius. Él hace lo mismo.
Los organizadores les dan algunas instrucciones antes de autorizar que las enciendan. Acuerdan que él la sostendrá mientras Rubius se encarga del fuego. Si es que así puede decírsele a pelear con el encendedor porque, además de que sus manos tiemblan, jamás ha aprendido a usarlos.
—¿Te ayudo?
—Por favor.
Después de encender la base, ambos sostienen la lámpara. Uno frente al otro, al ritmo de una cuenta regresiva para que todos los asistentes las suelten al mismo tiempo.
Diez… Seis… ¡Tres, dos, uno!
Poco a poco, el cielo se llena de lámparas cálidas y tambaleantes que iluminan el rostro de Rubius. Sus ojos brillan y todo es precioso , de una manera que no puede explicar… Como volver a la casa en la que creciste después de años o escuchar una canción que solías amar.
No lo entiende, y no tiene tiempo de indagar en su sentir porque Rubius llama su atención con una suave caricia en su brazo. En cuanto lo mira, cierra el poco espacio que hay entre ellos, aislándolos del resto de la gente en una pequeña burbuja calurosa y que le dificulta respirar.
—Vegetta —vuelve a llamarle, con una seriedad que le asusta. Él ladea la cabeza, prestándole atención—. Te amo. Espero que lo sepas a pesar de que a veces se me dificulte demostrarlo. Hemos tenido un año complicado- muy complicado, y aún así no ha habido un solo momento en el que no lo sienta —suspira, hurgando en uno de los bolsillos de su saco—. Y si este fin de semana no he hecho suficiente para que lo sientas, seguiré intentando hasta que estés convencido.
—Rub-
Le pide que guarde silencio con una seña y saca una pequeña caja de terciopelo rojo de su bolsillo.
Oh.
La abre con lentitud y revela una sencilla argolla plateada con pequeños diamantes incrustados.
Oh.
Su respiración se detiene mientras mira a Rubius a la cara.
—Te juro que te amo, y no hay nada que me haya dolido más que creyeras que no quería casarme contigo por las razones incorrectas. Lo quiero. Tengo una vida entera para demostrarte que quiero tenerte a mi lado, si me lo permites —toma una respiración profunda—. Vegetta, ¿quieres casarte conmigo?
Oh.
Muerde el interior de su mejilla y, por alguna razón, el ácido de su estómago sube hasta quemarle la garganta.
¿Quiere casarse con él?
Sus manos tiemblan mientras Rubius las sostiene.
Tener a alguien ofrecerle una eternidad con un anillo de piedras preciosas es lo que ha querido desde que se arrodilló frente a Lolito con una banda de oro rosado y le dijo que no. Desde que Rubius y él se mudaron juntos y hablaban del menú de una futura boda e invitados e hijos. Desde que tenía quince años y soñaba con que algún día Willy lo reconociera frente a su familia.
Ha soñado con ser amado incondicionalmente desde la primera vez que su alma probó el amor. Tan incondicionalmente que una eternidad en su compañía fuera deseable, sin que su humor ácido o su mente pervertida o su lado fiestero e irresponsable importaran.
En ese momento, sólo puede pensar en una enfermedad cuya cura se ha demorado siglos en llegar.
Recuerda haber pensado terminar este proyecto y hablar con él sobre si realmente deberían seguir juntos. No pueden seguir trabajando juntos si dice que no y-
¿Por qué está pensando eso?
Quiere a Rubius. Ha esperado este momento desde que era un adolescente. Está cumpliendo uno de sus sueños.
Mira a la gente alrededor de ellos. Los más cercanos son conscientes de lo que está pasando, aguantando la respiración casi tanto como ellos. De repente, sólo puede ver los ojos amatista de su padre y el largo cabello azabache de su madre en ellos. Imagina sus miradas decepcionadas si dijera que no, las preguntas incómodas… Cómo se sentiría perdido sin aquel paso en el mapa perfectamente trazado que es su vida. Sin la primera pareja que sus padres realmente han aprobado para él, sin el negocio que llevaría a la firma De Luque a conseguir el prestigio internacional que siempre han deseado y que sólo depende de él.
Está cumpliendo un sueño, pero se siente ajeno. El sueño de alguien que usa su piel todos los días, tiene su voz y conoce a sus amigos. Ese alguien más no es realmente él, sólo se va cuando está con Foolish, —Dios, sus padres odiarían a Foolish—, o bebiendo con sus amigos. Ese alguien se asegura de que sea funcional, de que conserve su trabajo, a sus padres… No sabe quien es sin él, y le debe tanto que decide cumplirle esa parte del sueño también.
La mirada de Rubius se ha cristalizado con súplica, a punto de desbordarse en cascadas de dolor. Con un nudo en la garganta, se abraza a él y murmura:
—Sí, sí quiero casarme contigo.
Rubius desliza el anillo en su dedo anular. Sus ojos brillan , podrían dejar ciega a la ciudad entera y él sólo puede pensar en cómo su pecho duele y no puede respirar.
Cuando Roier y Quackity se comprometieron, recibieron una videollamada grupal en la madrugada. Quackity se había arrodillado frente a la torre Eiffel, prometiéndole una eternidad a su lado. Roier, por supuesto, dijo que sí. Mostró su anillo millones de veces a la cámara y se besaron, fácilmente, veinticinco veces en menos de una hora. Recuerda haber sonreído todo el rato, buscando el pequeño recuadro con el rostro adormilado y sonriente de Foolish de vez en cuando.
Él no sentía la necesidad de llamarle a nadie y presumir el anillo. Es más como si quisiera esconderlo y no dejar que nadie se enterara hasta que no fuera necesario. Acuerdan decírselo a sus padres en una cena elegante y a sus amigos en una reunión casual. Los medios lo sabrían hasta que estuvieran casados.
De vuelta al hotel, Rubius parlotea sobre la cantidad de invitados a la ceremonia y la recepción de su boda. Él le sonríe, jugando nerviosamente con el anillo en su dedo anular. Pesa. Demasiado.
Rubius toma su boca con delicadeza cuando vuelven a la habitación. Cuela sus manos debajo de su ropa y, minutos después, están enredados entre las sábanas de la cama. Tenía meses sin sentir la calidez de su piel o escuchar su respiración agitada en su oído. Es… extraño. No puede decir que es malo , pero tampoco que sintiera fuegos artificiales que incendiaran su piel en llamas como antes. Rubius podría ser un poco más brusco, más burlón, más dominante…
Un poco más Foolish.
Rubius no tiene nada de malo, la culpa es suya. Acaban de comprometerse y sólo puede pensar en que no se siente como él.
Eso, definitivamente, es un problema.
Notes:
Perdón???
Chapter 12: XI.
Notes:
HOLAAA. Mi sugerencia musical para este capítulo es Fire Meet Gasoline de Sia y Try de P¡nk.
Chapter Text
Vegetta cancela su reunión del lunes pero aparece en su oficina el miércoles, justo como se lo prometió en una llamada.
Tan pronto como le coloca el seguro a la puerta, Vegetta corre a sus brazos, se aferra a su espalda y deja salir un gran suspiro.
Huele a su shampoo, loción recién aplicada y cigarro.
—¿Día pesado? —pregunta, apegándolo a su cuerpo con una mano mientras que con la otra le acaricia el cabello, rompiendo la ligera capa de gel que lo cubría—. ¿O tanto te morías por verme?
—Ambos —murmura, apoyando la barbilla sobre su pecho para poder mirarlo, aunque cierra los ojos cuando Foolish acaricia sus ojeras con el pulgar—. Hola.
—Hola, bonito —recorre su rostro con la mirada y ríe suavemente—. Pareces un perrito viéndome así.
Vegetta niega con la cabeza antes de reír. Hay algo diferente en la manera en la que lo hace… Dudoso, apagado.
—¿Todo bien?
La mirada de Vegetta se ilumina con un chispazo fugaz de duda. Asiente repetidas veces antes de separarse del abrazo y acaricia su dedo anular con el pulgar, jugando con sus dedos de una manera que no había visto antes.
Quiere volver a preguntar, pero Vegetta tantea el bolsillo derecho de su saco como si hubiera recordado ir tarde para algo de vital importancia.
—Tengo tu regalo. ¿Quieres saber qué te compré o no? —dice, mientras esconde algo tras su espalda y la extrañeza en su rostro desaparece casi por completo.
—Por supuesto, bonito. Tengo teorías y una hoja de Excel lista para calificar la calidad, el precio estimado, tu manera de entregármelo y qué tanto me conoces.
Vegetta rueda los ojos. Foolish sabe que está conteniendo una risa.
—Cierra los ojos y extiende una mano —ordena. Él sonríe al reconocer de dónde vienen esas palabras.
Un peso ligero reposa sobre la palma de sus manos y, justo cuando piensa en ceder ante su curiosidad y abrir los ojos solo un poco , Vegetta se los cubre con su mano libre.
—Dijiste que “me pusiera creativo” con tu regalo y, ahora que sé que tu hoja de Excel tiene una sección de cuánto te conozco, espero obtener la mayor puntuación posible. Quería darte algo que te caracterizara ante mis ojos y que te hiciera feliz ya que que perdiste algo importante para ti —su pecho aletea extrañamente al escuchar la explicación. No pensó que le gustara tanto la idea de recibir regalos—. Y nada, ya puedes abrir los ojos. Espero que te guste porque no acepto devoluciones.
Ante él, se revela un anillo dorado que simplemente grita su nombre . Mira a Vegetta y muerde su propio labio inferior impidiendo que una sonrisa le rompa el rostro.
—Pónmelo.
—¿Eso significa que te gusta? —responde, sacando el anillo de la caja. Se estira para dejarla sobre el escritorio y toma la mano de Foolish. Acaricia cada uno de sus dedos antes de decidir colocarlo en el medio.
—Espera a que te mande el documento con mi reseña completa, debería estar en tu escritorio antes del fin de semana.
Vegetta rueda los ojos pero deja salir una risa suave. Observa su mano sin dejar de sonreír.
—Añade una columna que diga “satisfacción de Vegetta con el regalo” y ponle tu mayor calificación, por favor.
—A sus órdenes, De Luque.
Mira su mano y a Vegetta una última vez antes de soltar un suspiro suave.
Ha pasado suficiente tiempo con Vegetta como para aprender a reconocer el tipo de necesidad en su mirada. Aquella que pide palabras, la que anhela que lo toque, y la que ruega a algo invisible e inalcanzable que lo ayude a escapar. En ese momento, es la última la que apaga el brillo amatista.
Sabe exactamente qué hacer para ayudar.
Se acerca, lo toma por la cintura y hace un recorrido de besos que comienza en su mandíbula y termina en su boca.
—Ahora… Si mal no recuerdo, teníamos un asunto pendiente, ¿no? —Foolish murmura contra sus labios, intoxicándolos con la calidez de su aliento mentolado—. Algo que requería mi escritorio y a ti de rodillas.
Vegetta traga saliva y su respiración se vuelve pesada. La necesidad lúgubre desaparece, dándole paso a la lujuria y a ese lado suyo que suele esconder pero Foolish adora.
—Siéntate —ordena y moja sus labios—. Desabróchate el cinturón y bájate la ropa lo suficiente para que pueda tomarte con la boca… Y Foo, no puedes tocarme hasta que yo lo decida.
Está seguro de que Vegetta va a matarlo algún día.
También de que moriría completamente feliz.
[...]
A Vegetta le gusta dominar.
Sería estúpido no haberlo, al menos, asumido desde la primera vez que se acostaron y le ató las manos con un cinturón o por frases como “no puedes tocarme hasta que yo lo decida”... Ni hablar de su maravillosa capacidad para reducirlo a nada más que un par de piernas temblorosas y jadeos suplicantes la única vez que estuvo dentro de él.
También sabe que, estando juntos, es común que la urgencia y la necesidad le ganen a la razón.
Como aquellas veces en las que, estando de fiesta, lo arrastra a un cubículo de baño cuando sus amigos están lo suficientemente tomados como para preocuparse por su ausencia. No pierde el tiempo en arrancarle un beso de los labios y colar la mano dentro de sus pantalones, murmurando que lo extraña y que deben ser rápidos.
Lo sabe, lo conoce y aún así, esa noche se siente diferente.
Vegetta lo acorrala contra la puerta de su habitación de hotel —siempre la misma, la 505—, y lo besa y lo toca como si quisiera controlar cada latido de su corazón, cada suspiro que muere contra sus labios y cada movimiento de sus dedos.
Lo desnuda con desesperación y, pronto, la ropa de ambos cubre la habitación.
Tan suya como siempre.
Tan suya como les es posible.
Lo guía a la cama con urgencia y se prepara para tomarlo como si no tuvieran suficiente tiempo. Le marca el cuello, las clavículas y el pecho, completamente negado a dejar dudas de que esa noche sucedió.
Y lo adora.
Adora sentir que Vegetta guardó cantidades inhumanas de deseo para él mientras estuvo fuera con Rubius, porque sí, lo sabe. Quackity lo mencionó en una llamada días atrás. Adora que no quiera perder tiempo para tocarlo, para sentirlo, para poseerlo … Pero, mientras su cuerpo se mueve sobre él, se deleita con su respiración agitada y su nombre en suspiros de placer, le queda la sensación de que una bomba nuclear está a punto de encontrarles y no entiende por qué.
Tal vez sea su mirada cansada y apagada en la oficina, la extraña intensidad del sexo o la manera en la que se abraza a él tan pronto como terminan, sin decir una sola palabra.
Se abraza a él como si quisiera desaparecer dentro de sus costillas y ser abrigado por su piel. Siente su respiración irregular contra su cuello y jura que su pecho está tan acelerado que lo siente en el propio. Se limita a acariciarle la espalda de arriba a abajo, alternando la mirada entre el techo de la habitación y él.
Un suspiro de Foolish llena el silencio y, después:
—¿Estás seguro de que todo está bien?
Vegetta se queda completamente quieto sobre él por un momento. Su propia respiración se detiene mientras él se levanta, lo observa en silencio sentado a horcajadas sobre él y ese nuevo gesto nervioso vuelve a aparecer: Caricias al dedo anular con el pulgar. Suspira como si sus pulmones no pudieran retener más aire y, sin más, suelta:
—Rubius me propuso matrimonio.
Por supuesto.
Inmediatamente, su pecho da un tirón y luego se encoge, impidiendo que algo desconocido y demasiado grande para ambos se escape.
Lo ignora.
No es nada.
Ya se le pasará.
Después, no hay nada más que silencio.
Vegetta muerde su propio labio inferior con insistencia y sus manos, que descansan sobre el pecho de Foolish, han sido cubiertas por una fina capa de sudor.
—¿Foo…?
Hurga en su garganta, en su pecho y en su estómago en busca de las palabras correctas. No las encuentra. Entonces, hace lo que mejor sabe hacer: Se ríe. Bajo y dudoso mientras se encoge de hombros.
Desliza sus manos por los brazos de Vegetta, hasta llegar a su rostro. Lo acuna y lo examina en silencio.
—Perdón, bonito… Es que con esa carita, no sé si felicitarte o darte mi más sincero pésame.
Vegetta también ríe, aunque el sonido rápidamente se transforma en una especie de sollozo. Vuelve a esconder el rostro en su cuello y él vuelve a acariciarle la espalda.
—¿...No estás feliz? —Foolish indaga, trazando patrones en el interior de sus omóplatos. Ahí donde las caricias y los besos lo hacen reír, pero esa noche no logran sacarle ni una sonrisa—. ¿No era lo que siempre habías querido? Casarte y todas esas mierdas.
Él mismo se lo dijo durante una de sus pláticas nocturnas. Recuerda ramen en recipientes de plástico y refrescos coreanos, de esos con la bolita rara , como dice Vegetta.
Él tan solo suspira y, aunque debería ser una respuesta suficiente, también niega con la cabeza.
—No lo sé, fue raro —murmura—. No me lo esperaba. No creo que estemos en un momento como para casarnos.
Nunca lo estuvieron.
—¿Y por qué dijiste que sí? —Foolish pregunta, con las manos quietas sobre su cintura—. Dijiste que sí, ¿verdad?
Él asiente.
—No sé.
Foolish suspira retomando sus caricias.
Por un momento, se pregunta si Vegetta pensó en él mientras le ofrecían una eternidad en una caja de terciopelo. Sacude la cabeza, queriendo deshacerse de aquel pensamiento y de cualquier evidencia de que alguna vez existió. Sabe su lugar, siempre lo ha hecho. Y, por si necesitaba recordárselo:
—¿Estoy invitado al día más importante de tu vida?
Vegetta parpadea un par de veces.
—¿En serio quieres estar ahí?
Por supuesto. No puede olvidar que ese es el destino de Vegetta.
—Sería de mala educación que no lo hicieras, ¿no? Y peor que yo no fuera… Se supone que somos amigos cercanos.
Otro suspiro.
—Sí, Foo, te invitaré.
Bien.
Bien.
El aire dentro de la habitación se ha vuelto espeso, asfixiante.
Foolish reconoce que sí, había una amenaza contra ellos fuera de su habitación, que ahora lucha por romper las ventanas, incendiar la alfombra y alcanzar sus sábanas.
—Pidamos algo de cenar, ¿sí? —Foolish sugiere. No quiere seguir hablando sobre Rubius. No se supone que deberían estar hablando sobre él. Necesita llenarse la boca con algo que no sean preocupaciones innecesarias sobre el futuro—. ¿Qué quieres?
—Hamburguesas —murmura. Foolish toma su celular y busca su lugar favorito inmediatamente después—. Con aros de cebolla, papas fritas para los dos y una malteada de fresa.
Con crema batida y leche deslactosada, recuerda. Molestó a Vegetta por sus contradicciones la primera vez que lo pidió, recibiendo un debes saber elegir tus batallas, como respuesta.
Se bañan, se visten, recogen la habitación y cenan en silencio. Después, Vegetta le pide recostarse en su pecho hasta que ambos tengan que irse.
Y Foolish entiende por qué Vegetta estaba actuando así, por qué ese día se sentía extraño.
El tiempo se les estaba acabando.
No.
Ya se les había acabado.
—Esto fue una despedida, ¿verdad? —murmura, jugando con los dobleces de su ropa.
Vegetta se queda en silencio, pero no deja de acariciarle el pecho.
—No puedo seguir viéndote cuando me case.
Foolish traga saliva.
—Ya lo sé.
Vegetta parpadea repetidas veces, tomando respiraciones profundas. Va a llorar. Foolish no puede hacer lo mismo.
—Nunca hablamos de qué haríamos si todo cambiaba… Si yo me casaba o si tú comenzabas a salir con alguien —Vegetta añade, enredando la tela de la camisa de Foolish en uno de sus dedos—. Nunca lo hablamos, y sé que esto sí debería ser una despedida, sé lo que debería estar haciendo pero no quiero perderte.
No quiero perderte.
No quiero perderte.
No quiero perderte.
El pecho de Foolish vuelve a dar un tirón incómodo.
Vegetta no debería estar diciendo eso y su garganta no debería estar enredándose en un nudo.
No.
Son sólo sexo, ¿no?
Vegetta va a tenerlo con su prometido y él puede conseguirlo de quien quiera, como ya lo ha hecho antes.
Él debería ser cruel, reírse en su cara y decirle que entre ellos no hay nada que perder, pero no puedes ejecutar la crueldad mientras eres su víctima; se cuela debajo de tu piel, te hiela los huesos y se ríe en tu oído.
Y aún no lo entiende del todo, pero hay un sentimiento peligroso y egoísta que cada vez gana más terreno en su pecho.
No quiere dejar de tenerlo recostado en su pecho, no quiere dejar de escucharlo gemir su nombre, no quiere dejar de escuchar su risa por las noches ni de recibir sus estúpidos mensajes de texto todos los días.
No quiere dejar de sentirlo suyo aunque sea un par de veces por semana.
Es ahí cuando entiende a Vegetta y su odio irracional por Bad.
Él tampoco quiere que Rubius lo tenga.
No completamente, al menos.
Y, al igual que Vegetta, se rinde completamente ante esa fuerza sobrenatural e incomprendida.
—Yo tampoco quiero perderte.
El cuerpo de Vegetta se relaja sobre él por primera vez en la noche, pero se toma un momento antes de volver a hablar.
—¿Qué vamos a hacer? — finalmente pregunta, en un murmuro.
Foolish suspira y se encoge de hombros, permitiéndose colar sus manos debajo de su camisa. Vegetta suspira con satisfacción contra su pecho.
La idea de que el mundo está acabándose allá afuera no deja su mente, pero sabe que están momentáneamente seguros en ese búnker disfrazado de habitación de hotel.
—No sé, bonito, dime tú. Estoy a tu merced.
Vegetta suelta una risa sin gracia, Foolish se le une.
—Lo dejamos antes de mi boda —sugiere, tomando la camisa de Foolish en un puño—. En mi despedida de soltero.
Sí, eso suena bien.
Una fecha límite.
Una fecha de caducidad.
Foolish lo sostiene por las caderas y lo hace sentarse sobre él.
—¿Cuándo piensan casarse?
Vegetta se encoge de hombros, jugando con los botones de su camisa.
—“Cuanto antes” —dice, engrosando la voz, y Foolish no puede evitar reír—. Será una ceremonia privada, con solo familia, amigos cercanos y socios importantes. Quiere que estemos casados antes de la inauguración de la tienda de Bear Bikes en el extranjero. En unos tres o cuatro meses.
Foolish asiente, mordiendo el interior de su mejilla. Es una cantidad de tiempo razonable.
—Bien.
Vegetta asiente también. Cuando su mirada vuelve a llenarse de duda, Foolish aprieta suavemente sus costados.
—Suéltalo, bonito.
—¿Qué pasará después…?
Foolish suspira, mirándolo.
—Seguimos con nuestras vidas. Tú te casas, finges que nunca existí y yo veré qué hago. Seguramente vuelva a tener sexo aburrido con desconocidos.
Por la manera en la que Vegetta lo mira, sabe que está pensando lo mismo que él.
No se puede.
—¿No podemos ser amigos?
—No voy a poder verte como un amigo después de esto —Foolish admite, aflojando el agarre en sus caderas. Cuando el pecho vuelve a pesarle, lo disipa con una risa—. Te he visto en tantas posiciones sexuales que me resultaría imposible.
Vegetta rueda los ojos conteniendo una risa, pero finalmente asiente. Tan complacido como podría estar.
—Sí, tienes razón…
Foolish asiente con la cabeza y comienza a acariciar su espalda. Suelta otra risa suave.
—Esa fue una manera muy interesante de pedirme que me encargue del afterparty de tu despedida de soltero. Aunque de una vez te aviso que no hay mucho que organizar, será un evento privado... Tú y yo, aquí, cuando tengas el valor de decirle a nuestros amigos que estás cansado y quieres irte a dormir.
Vegetta ríe y mueve la cadera sobre él.
—Voy a querer irme desde el principio si esto es el afterparty.
Foolish ríe, niega con la cabeza y, con la misma facilidad, lo hace bajar de su cuerpo y recostarse junto a él.
—Compórtate, ya casi tenemos que irnos —Vegetta abre la boca ligeramente antes de que Foolish niegue con la cabeza—. No podemos repetir, le dije a Tina que llegaría antes de medianoche.
Vegetta frunce el ceño, abre los brazos y le pide un beso más.
Foolish se lo da.
Es consciente de que debe comenzar a saborearlos más.
Chapter 13: XII.
Chapter Text
El lugar huele a primavera y ha capturado cada color del arcoiris a la perfección. Aquel invernadero al que Roier lo ha arrastrado esa tarde de jueves es el hogar de cientos de flores, todas entusiasmadas candidatas a convertirse en las elegidas para los arreglos de la boda de su mejor amigo.
Conoció al dueño de una de las florerías más importantes de la ciudad cuando produjo una película que la requería como una de las locaciones principales, se hicieron amigos, una cosa llevó a la otra y ahora era parte esencial de uno de los días más importantes de su vida.
Roier parece flotar sobre nubes mientras recorre el lugar. Toma fotografías, pregunta por los significados de absolutamente todas las flores y anota con caligrafía perfecta en una libreta pequeña.
Vegetta bien podría estar recorriendo un cementerio.
—Quackity y yo aún estamos decidiendo entre peonías y dalias —dice, acariciando unos pétalos con delicadeza—. Queremos combinarlas con flores pequeñas, de preferencia blancas.
El dueño, Aldo, hace anotaciones también. Habla sobre posibles combinaciones que cumplan con sus peticiones y sugiere tener arreglos especiales en la mesa de los novios. Roier acepta con una sonrisa brillante.
—Vege, ¿cuáles te gustan a ti? ¿Has pensado en colores, flores que los representen a Rubius y a ti…?
Vegetta parpadea repetidas veces.
—No lo sé, uhm… —mira rápidamente alrededor—. Las orquídeas están bien, supongo. Son lindas.
Roier arquea una ceja.
—¿Supones?
Vegetta se encoge de hombros.
—Son solo flores, Ro. Tampoco lo hemos discutido a profundidad y no vamos a tener una boda grande.
Su amigo parpadea, incrédulo. Se acerca a él, le pone la palma de la mano en la frente y ríe.
—No puedo creer que el mismo Vegetta que pasó una hora decidiendo con qué licor emborracharse cuando cumplió dieciocho y un día entero eligiendo un traje para graduarse se esté tomando tan a la ligera las flores de su boda. ¡Su boda!
Vegetta niega con la cabeza, luchando contra sí mismo para sacar una risa de su garganta.
—No es para tanto —corta el próximo reclamo incrédulo de Roier colocando su dedo índice sobre sus labios—. Además, estamos viendo tus arreglos. Yo solo soy tu acompañante, enfócate en ti.
Roier asiente lentamente con la cabeza y lo mira a través de ojos entrecerrados.
—Bien… Pero recuerda que te traje para que te inspiraras también. Además, Aldo puede trabajar ambos pedidos a la vez, ¿verdad? Y el tuyo tendría prioridad, nosotros nos casamos después que ustedes.
Aldo asiente con una sonrisa amable. Vegetta fuerza una para él.
—Hablémoslo después, Aldo. Hoy no venía mentalizado para preocuparme por flores ni nada de eso.
Roier deja de insistir después de examinar la expresión en su rostro y regresa su atención a Aldo y sus sugerencias de arreglos y paletas de color. Por lo poco que escucha, aún perdido en sus pensamientos, sabe que Roier y Quackity quieren que sus flores hablen de amor, perseverancia y longevidad. Se pregunta qué deberían decir las de Rubius y él, pero sólo puede pensar en que no usaría tulipanes porque son los favoritos de Foolish.
Al final del recorrido, Roier tiene tres posibles arreglos para el salón y dos opciones para la mesa de los novios. Aldo le pide verlo después, acompañado de su wedding planner y Quackity para poder aterrizar las ideas. Le sugiere lo mismo a Vegetta y él asiente, pensando en lo difícil que será convencer a Rubius de perder una tarde en el trabajo para ir a ver flores .
—¿¡Viste todas esas flores!? —Roier exclama una vez salen del lugar—. No puedo creer que hayas pensado que podíamos conseguir algo igual en cualquier florería —agudiza la voz y Vegetta ríe, empujándolo con suavidad.
—Bueno, sigo pensándolo.
Roier enseria y niega con la cabeza.
—Estás bien pinche raro. Te voy a invitar un café y vas a decirme qué te pasa, no es pregunta.
El estómago de Vegetta cae a sus pies.
[...]
El café está amargo, la silla es demasiado pequeña para él y el sol pega con demasiada e indeseable confianza contra su perfil. Odia esa cafetería y odia que no hubiera lugares disponibles dentro del local. No quiere escuchar autos pasar a su lado ni pensar que cualquiera podría escuchar su conversación.
Roier lo mira en completo silencio desde su lugar, despedazando una rebanada de pastel de chocolate con su tenedor, costumbre que tiene desde que eran niños. Una vez tiene una mezcla —desagradable, si tiene permitido describirla de esa manera— de pan y betún sobre su plato, suelta aquella pregunta que hace que su estómago se hunda y los dedos de sus pies se encojan.
—¿No quieres casarte?
Vegetta deja su taza con manos temblorosas sobre la mesa.
—¿Por qué dices eso?
Roier se encoge de hombros y lleva un trozo de “pastel” a su boca.
—No dirías que algo sólo está bien o que supones que las orquídeas son lindas si te emocionara. Cada que te pregunto dices que todo va bien pero no lo noto. Pensé que ver flores te emocionaría pero no, nada. El Vegetta que conozco hubiera hecho un diccionario de significados de cada una de ellas, tendría al menos una sugerencia de paleta de color… Algo te pasa. Sabes que puedes hablar conmigo, ¿verdad?
Vegetta mira su taza de café como si quisiera encontrar respuestas en el humo. El contenido refleja el sol de una manera que hace que le duelan los ojos pero no aparta la vista. Se encoge de hombros y dice lo mismo que Foolish escuchó hace dos semanas en su habitación de hotel.
—No sé si estemos en un buen momento para casarnos. Me tomó por sorpresa que lo preguntara, se sintió… ¿Rápido? No, muy repentino . Y sólo puedo pensar en todo lo que hay que hacer: el salón, los invitados, las flores, el banquete, el pastel, el traje… No es como lo imaginé. Rubius no tiene tiempo de ayudar mucho, tampoco. Es estresante.
Roier parece degustar cada palabra que escapa de sus labios junto con las notas achocolatadas de su pastel asesinado.
—Eso ya lo sé, Quackity y yo estamos igual —ríe suavemente. Su mirada se ilumina y, por un momento, siente un pinchazo de envidia—. Pero sabemos que todo valdrá la pena, ¿no? A veces ni se siente el estrés.
—Lidiamos con organizar una boda de maneras diferentes, entonces.
Segundos de silencio y, después:
—No quieres casarte.
Un nudo se aprieta en su garganta. Parpadea y desvía la mirada.
—No dije que no lo quisiera —Roier ladea la cabeza, mirándolo con incredulidad—. Es lo que toca, Ro. Siempre lo quise. Llevo más de tres años con él, mi familia lo adora, estamos trabajando juntos… No iba a decirle que no.
—¿Por qué no?
Es el turno de Vegetta de mirar con incredulidad.
—Porque no, Ro. No puedo.
—¿Por qué no?
Vegetta golpetea el mantel con dedos rápidos, desesperados, e insuficientes para distraerse a sí mismo de la realidad que Roier vio antes que él. Ignora su celular que vibra sobre la mesa, con la pantalla contra ésta, antes de seguir hablando.
—Porque no sé qué hubiera pasado si decía que no. No quería lastimarlo, Ro. Obviamente no quería lastimarlo — Es demasiado tarde para eso, piensa. Muerde el interior de su mejilla con fuerza y suspira—. Y no puedo perder el negocio con Bear Bikes. Mis padres me odiarían, también por arruinarlo todo con “el primer hombre que vale la pena con el que he salido.”
Roier lo mira con los mismos ojos suaves que lo han acompañado desde que tiene memoria. Toma su mano sobre la mesa y le da un apretón suave, ignorando cómo su celular vuelve a vibrar.
—Vege, creo que tu primer error es pensar que casarte es una obligación. No se lo debes a Rubius, mucho menos a tus padres y a ti tampoco. Está bien si en algún momento lo quisiste con Lolito o con él y ya no. Lo sabes, ¿verdad?
Vegetta simplemente se encoge de hombros, muerde el interior de su mejilla con más fuerza y mira a Roier en silencio.
—Y, perdón por lo que voy a decirte, pero nunca me dijiste que hubieras aceptado casarte con él porque lo quieres ahora o porque lo amas. Que, perdón si suena demasiado idealista, pero creo que es al menos una de las razones por las que deberías aceptar un matrimonio.
—Uno no siempre se casa por amor, Ro. Mis padres dicen que a veces sólo te casas con un buen amigo… Con alguien que te conoce y te hace compañía. “En el mejor de los casos, un buen compañero de negocios también.”
—Ah… Bueno, cada quien —Vegetta casi ríe ante la mueca de desagrado de Roier—. Eso no importa, entonces. Piensa en si tú vas a ser feliz casándote por esas razones o si sólo estás pensando en salvar un negocio. ¿Puedes verte siendo realmente feliz el resto de tu vida con Rubius?
El mundo se detiene por milésimas de segundos. Tiene la respuesta y le presiona el pecho de una manera tan desagradable que se le dificulta respirar.
—Es lo mejor que he tenido, Ro. Es… lindo, trabajador y responsable. Tal vez ya no es lo mismo pero está bien. Las relaciones cambian y así funcionamos —bebe de su café, alargando el momento en el que tenga que seguir hablando—. Y de verdad, no puedo arruinar todo con Bear Bikes.
—Podrían conseguir otro arquitecto.
— Ellos podrían conseguir otro arquitecto. La firma no podría conseguir otro negocio de esa talla pronto y yo no podría conseguir unos padres que no estuvieran tremendamente decepcionados de mí si la cago… O un trabajo igual de bueno en algún otro lugar.
Hay un suspiro de Roier que se mezcla con una nueva notificación en su celular.
—Eres increíble en lo que haces, Vegetta. Podrías conseguir algo igual, o mejor, en cualquier otro lugar.
Él niega mientras rebusca en los bolsillos de su pantalón y, segundos después, se enciende un cigarro con manos temblorosas. Algo bueno debía salir de tener una mesa al aire libre.
—Ese tampoco es el chiste, es que la firma quede en familia, que yo la herede… Y luego un hijo o hija mío. No puedo romper con eso, Ro.
—¿Quieres dedicarte a eso toda la vida solo porque a tus padres se les ocurrió, a los veintitantos, que querían tener una firma para toda la vida?
Vegetta toma una gran calada de su cigarro en silencio. Nunca se había preguntado nada similar.
Su vida siempre había sido así y estaba acostumbrado , aunque para Roier debía ser fácil decirlo si no se sentía encadenado a cumplir una promesa ante la cual no pudo objetar desde que nació. Y, tal vez sus padres habían aceptado que fuera cineasta y no médico, pero él sabe que no correría con la misma suerte. Tampoco puede negar que hay un peso menos sobre sus hombros al siempre saber qué es lo que sigue, qué se espera de él… Debía estar agradecido con sus padres por haberle trazado un camino correcto para el resto de su vida, ¿no?
Roier vuelve a regalarle su atención al pseudo-pastel-de-chocolate que tiene frente a él. En un intento por aligerar el ambiente, su rostro se deforma con una sonrisa traviesa.
—Bueno, en ese caso no creo que te despidan… Pero si lo hacen, ¿qué es lo peor que puede pasar? Ni siquiera te gusta tu trabajo.
Vegetta ríe por primera vez en la tarde.
—Lo peor que me puede pasar es que me contraten en otro lado donde dedicarme a algo que no me apasiona ni siquiera sea cómodo… Imagínate no poder trabajar desde mi casa y tener que ir diario a un lugar que odio.
Finge un escalofrío y Roier ríe. Justo cuando su amigo abre la boca para seguir su sermón, una llamada entra a su celular.
Es Foolish.
Rechaza la llamada y vuelve a dejar el celular en la misma posición.
—¿No vas a contestar?
—No es nada importante.
Mentira. Sus manos pican por saber qué es lo que quiere y necesita escuchar su voz.
Roier no puede saber eso.
—¿Seguro? Parece que lleva un buen rato intentando contactarte.
Vegetta asiente.
—Seguro, ya le volveré a llamar cuando terminemos.
Su celular vuelve a vibrar. Es un nuevo mensaje de Foolish preguntando si está bien. Su estómago cosquillea y le hace una seña a Roier para que lo espere mientras contesta porque, aunque quiera convencerse de lo contrario, es importante. Teclea una disculpa, una explicación y promete llamarle cuando se desocupe. Foolish responde que no lo molestará más y que se divierta con Roier.
Deja su celular sobre la mesa y se encuentra con la mirada de Roier sobre él.
—Entonces sí era importante —lo molesta—. ¿Quién era?
—Nadie.
—¿Nadie?
—Un cliente.
—Un cliente que te cae muy bien, parece —come más pastel y Vegetta está a medio trago de café cuando—: No me vayas a salir con que tienes un amante y van a escaparse el día de la boda, Vegetta.
Su sistema nervioso no sabe distinguir aquella broma de una amenaza real. Se ahoga con el café y sólo puede atinar a dejar su cigarro encendido dentro de la taza, asegurándose de no quemar el mantel.
—Dios, era broma —dice, golpeando su espalda con suavidad—. ¿Ya estás bien?
Asiente. Pide otra taza de café y enciende otro cigarro.
—Con esa reacción y tu sonrisita al teléfono voy a empezar a pensar que sí lo tienes.
Vegetta abre los ojos en demasía y niega con la cabeza repetidas veces. Después, solo fuma en silencio mientras Roier lo examina con la mirada.
Todo lo que diga puede ser usado en su contra.
—¡Lo tienes! —lo apunta, riéndose de manera indescifrable. Vegetta niega de la misma manera y cree que sus piernas se desharán en cualquier momento—. No mames, claro que sí. Estás haciendo la misma carita que cuando tus papás te preguntaban si habías tomado, les decías que no y claramente estabas pedo. Pedísimo.
Vegetta no dice más.
Roier cubre su boca con ambas manos mientras ríe, completamente incrédulo.
Todo lo que no diga también puede ser usado en su contra.
¿Qué sentido tiene mentirle a alguien que lo conoce tan bien?
—Dios mío. ¿Desde cuándo?
Suspira. Da una larga calada. Egoístamente, piensa que le haría bien compartir el secreto con alguien más.
—Un par de meses.
La expresión de Roier se vuelve más seria, aunque aún hay sorpresa y un extraño dejo de diversión en ella.
—Quiero que quede claro que no me estoy riendo porque te lo esté celebrando, ¿eh? Solo me parece increíble, como que nunca lo imaginé de ti. Es- No mames.
Vegetta tuvo esa confrontación consigo mismo durante el mes que decidió fingir que podía evitar a Foolish y seguir con su vida.
Ese no era él. Nunca imaginó terminar en una situación así.
¿Cómo? ¿Por qué?
No importaba, ya lo había hecho. Y ahora está demasiado involucrado como para negarlo o escapar.
—Entonces, ¿es por él que dudas tanto de tu boda?
Vegetta se encoge de hombros por, lo que cree, es la milésima vez en la tarde. Presiente que Roier quiere golpearlo cada vez que lo hace.
—Definitivamente no ayuda a que me emocione más.
Roier asiente.
Si lo está juzgando, lo esconde a la perfección.
—Bueno, ¿por qué? —pregunta, con genuina curiosidad—. ¿Qué te llevó a hacerlo? ¿Qué es lo que más te gusta de él?
Vegetta muerde su labio inferior, pero su propia expresión se relaja con algo más suave y delicado.
Piensa en su cabello, sus ojos, su voz, su risa, sus manos, sus gemidos… La manera en la que lo abraza, sus conversaciones profundas, sus coqueteos y bromas… Y también piensa en sí mismo y cómo su estómago no se enreda en un nudo cuando está con él.
Es su pequeño rato de felicidad.
—No tengo que aparentar cuando estoy con él —le da una calada al cigarro—. Y le gusta quién soy cuando no aparento nada.
Roier hace una mueca. Triste y conflictuada.
—¿Lo quieres?
Su pecho da un tirón extraño. No desconocido, había estado ahí desde hace meses con Rubius… Y no se había repetido desde que todo lo de Foolish comenzó. No lo había sentido hasta ese momento y sabe lo que significa.
Aquello que venía susurrando desde que Rubius le pidió matrimonio ahora grita dentro de él.
—Eso no importa, Ro. Él no quiere nada serio y yo voy a casarme. No tengo otra opción.
Roier suspira, resignado.
—Mira, Vege… Quackity y yo hemos tenido miles de problemas a través de los años, lo sabes. Por vernos como competencia estúpidamente, falta de comunicación, inseguridades, dinero… Y nunca pensé en estar con nadie más. Ni por despecho, ni por curiosidad… —Vegetta asiente lentamente, mirando el cigarro consumirse entre sus dedos—. Y no te lo digo por adjudicarme una superioridad moral que no me corresponde, y no, obviamente no estoy de acuerdo, pero creo que deberías pensar en lo que eso significa.
Vegetta no responde, y esa es la señal que Roier necesitaba para seguir.
—Pudiste hablarlo, separarte, quedarte igual, pero buscaste a alguien más. Y pienso que ese alguien más te hace sentir mejor que Rubius. ¿Vas a casarte así?
No importa lo que quiera, Foolish no desea lo mismo. No puede dejar a Rubius. No-
—¿Vas a casarte sólo porque es lo que esperan de ti y por una firma de arquitectos que no podrías odiar más?
—No sé qué va a ser de mí si cancelo la boda, Ro.
Cuando Roier suspira, Vegetta lo puede imaginar contando hasta diez para sí mismo.
—Entonces esto va más allá de Rubius y de tu prefiero ser su amante . ¿Quieres seguir viviendo así? ¿Quieres seguir esperando a tener dos horas de escape por el resto de tu vida y sostenerlas a base de mentiras?
Vegetta apaga su cigarro contra un plato de cerámica. Lo hace con tanta fuerza que la colilla se aplasta y se dobla.
—No viniste a esta tierra a complacer a nadie más que a ti. Y sé que suena difícil y utópico, pero así es. A veces elegirte a ti mismo implica decepcionar a algunas personas y está bien mientras no dañes realmente a nadie. Tú estás a tiempo de dejar de dañarte, a Rubius y a aquel. Tus padres no se van a morir porque dejes a tu pareja o porque hagas algo que te llene más… Y piensa en que si ahora te sientes solo con Rubius, tan solo se va a poner peor cuando sea CEO. Lo conoces.
Vegetta asiente lentamente con la cabeza, perdido en el color de su taza de café.
—No te estoy diciendo que te cases, o que no lo hagas, ni que dejes a Rubius ni que lo dejes a él . Es tu vida, ya te dije lo que pienso, pero al final importa qué es lo que tú haces con ella. Piensa en cómo quieres vivir… Y si tus padres quieren tener negocios con los de él, que se casen entre ellos.
¿Cómo quiere vivir el resto de su vida?
¿Quién sería si no sintiera el fantasma de las expectativas de sus padres en cada paso que da?
Roier vuelve a comer de la aberración gastronómica que tiene en el plato y suspira. Señala la cajetilla sobre la mesa y extiende su mano. La última vez que fumó con él fue cuando Lolito rechazó su propuesta de matrimonio. Como si supiera que compartir, por un ínfimo momento, su peor hábito, sanaría algo dentro de él.
Enciende el cigarro, hace una mueca de asco y saca el humo por la boca.
—Si me quisieras, siempre comprarías de esos con capsulitas de sabores para cuando se me antojara robarte uno cada tanto.
Vegetta suelta una risa cansada.
—Voy a comprarlos sueltos y siempre voy a traer al menos uno para cuando decidas que quieres unirte a mis malos hábitos.
—Te aviso que mi alter ego fuma cigarros de sandía —le dice, jugando con el contenido de su plato con el tenedor—. Y también tiene una serie de preguntas inapropiadas que no tienes que contestar pero que sí quiere hacer.
Vegetta ríe, negando con la cabeza. Suspira y asiente, permitiéndole continuar.
—Bien… —fuma con una mueca de asco y se acerca más a él, bajando la voz—. ¿Cómo funciona? ¿Qué se siente? ¿Es como Illicit Affairs de Taylor Swift?
Rueda los ojos y enciende otro cigarro escondiendo una sonrisa.
No puede imaginarse una vida sin Roier.
[...]
—Foo, pásame la sal y la pimienta, por favor —Tina pide, mientras remueve jitomate y cebolla dentro de una olla. Recibe los condimentos y los añade. Su celular vibra sobre la encimera—. ¿Puedes ver quién es, por favor?
—Sí, jefa —Foolish responde, aguantando una risa cuando la chica rueda los ojos de manera exagerada—. Es de recepción, tenemos correo.
Tina señala la estufa con la cabeza y lo mira, batiendo las pestañas mientras sonríe con inocencia.
—¿Puedes ir a recogerlo, por favor?
—Qué asco . Le voy a decir a Bagi que me hiciste ojitos, infiel.
—Y yo le voy a decir que funcionaron, pervertido.
Foolish suelta una carcajada mientras niega con la cabeza.
Baja a la recepción, tiene una conversación de cinco minutos con el encargado sobre lo impredecible que es el clima últimamente y sube con un sobre amarillo que contiene toda su correspondencia del mes.
Cuando vuelve a la cocina, Tina está peleándose con un escurridor y una olla con pasta. La mira recargado en el marco de la puerta e intenta aplaudir sin soltar el sobre cuando es ella quien gana la batalla.
—Sabía que podrías. Estoy orgulloso de ti.
Tina bufa y niega con la cabeza. Señala el sobre.
—¿Qué tenemos?
—Hay que pagar la luz, el gas… Tienes promociones raras de tiendas de pintura —enumera, hojeando el contenido desinteresadamente hasta que un perfecto sobre plateado capta su atención—. Por fin algo interesante.
Tina voltea, la mirada fija en el mismo sobre. Las manos de Foolish tiemblan mientras lo abre y su corazón martillea con fuerza contra sus costillas. Algo dentro de él presiente qué es.
Un pedazo de papel grueso se revela ante él, con bordes plateados que brillan más de lo que le gustaría y caligrafías perfectas en tinta negra. Lo único que puede leer con claridad es:
“SAVE THE DATE
Doblas & De Luque”
Después sólo hay letras borrosas y una dirección.
Bien.
Sabía que ese momento iba a llegar.
Suspira, traga el nudo en su garganta y le entrega el sobre a Tina.
—Vas a ir conmigo.
Ella examina cada letra y, después, cada poro del rostro de Foolish. La guarda dentro del sobre y asiente.
—Bien. Igualmente no creía tener un plan para el sábado 26 dentro de dos meses.
Foolish sirve dos vasos con refresco, les echa hielo y después remueve la olla con carne a la boloñesa insistentemente.
—¿Estás bien?
—¿Por qué no lo estaría?
Tina se encoge de hombros y se coloca a su lado para mirarlo. Como, realmente mirarlo.
—No sé, es una reacción extraña a la invitación de la boda de un amigo cercano. ¿No estás emocionado?
—Me dan igual las bodas, Tina. Estaré ahí por cortesía.
Tina está a dos segundos de agarrarlo por los hombros y zarandearlo, como cada vez que hablan de Vegetta. Ha pasado meses evitando sus preguntas o saliéndose con las suya con respuestas ambiguas, pero no sabe si correrá con la misma suerte esa tarde.
—Ya, bueno. Estaremos ahí por cortesía —dice, alejándose para servir raciones iguales de pasta en platos de colores—. ¿Hay código de vestimenta? ¿Deberíamos ir a comprar ropa nueva?
Foolish se encoge de hombros.
—Creo que decía vestimenta formal en algún lado.
—Mhm… ¿Y crees que un traje rojo sea lo suficientemente formal para la boda?
—¿Cómo que un traje rojo?
—¿No dicen que el amante va de rojo?
Los movimientos de Foolish se detienen en seco a mitad de la cocina. Pierde fuerza para sostener la espátula, que deja dentro de la olla con la carne que está casi lista. Tina lo mira con los brazos cruzados, desafiante.
—No sé si Vegetta tenga un amante, Tina.
Ella ríe con incredulidad.
—Foo, no soy tonta. Nunca habías traído a nadie a la casa y, cuando lo traes, los vecinos se quejan conmigo porque “hicieron mucho ruido”. Te ocupas cuando él se ocupa, se escapan juntos cuando salimos de fiesta, Bagi me dijo que, cuando no vienes a cenar, él va a tu trabajo y se van juntos —Foolish muerde el interior de su mejilla—. Lo invitaste a quedarse en la casa y, sólo con él, pudiste abrir esa caja y deshacerte de lo que ya no te servía. Ahora te llega la invitación a la boda y tienes la misma carita triste que cuando recién nos mudamos y extrañabas a Mariana.
Foolish apaga la estufa y mira a Tina.
—No sé qué quieres que te diga si ya lo sabes todo —responde, después de segundos de eterno silencio.
Tina rueda los ojos.
—Quería que me lo contaras tú, pero como ya vi que no lo vas a hacer…
Él suspira antes de servir la carne sobre la pasta con manos temblorosas.
—Acordamos no decirle a absolutamente nadie. Sólo lo sabes tú, porque ya no te puedo mentir y porque estás con Bagi y ella ha visto cosas.
—Porque te conozco —dice, tomando su plato y vaso para llevarlo a la sala de estar—. Y porque soy más inteligente que tú.
Ella le muestra la lengua y Foolish imita el gesto. Cuando ambos se sientan a comer en silencio, sabe que su amiga está buscando las palabras adecuadas para finalmente tener esa conversación.
—¿Realmente estás bien?
Y, eso fue mil veces peor que un eres un idiota y no voy a volver a hablarte por el resto de nuestras vidas, porque hace que el nudo en la garganta que lleva cargando desde aquella noche en el hotel se intensifique.
Se encoge de hombros y lleva un bocado de pasta a su boca.
—Sabía que iba a pasar, yo le pedí que me invitara… Y es su vida, Tina. No puedo intervenir en ella ni tengo ninguna especie de poder para pedirle que no se case.
—Pero te gustaría pedírselo.
—No.
Tina siempre sabe cuando está mintiendo.
—¿Qué te ha dicho él?
—Que la propuesta le tomó por sorpresa, que no sabe por qué dijo que sí y hace dos semanas me dijo que “estaba reconsiderando todo” pero no sé a qué se refería y no me importa —juega con la comida en su plato sin dirigirle la mirada—. Es el lugar que yo escogí y para el que sirvo. Nunca nadie me ha querido para toda la vida y eso no va a terminar con él. No soy Rubius, no puedo ofrecerle negocios ni a su familia ni a él. No puedo competir con él así que no lo haré.
—¿Reconsiderando todo por ti ?
—No quiero ser su novio, Tina, no importa si fuera por mí o no —se encoge de hombros, golpeteando el plato con su tenedor—. Aunque me curaría el ego saber que sí.
— ¿Huh?
Foolish vuelve a encogerse de hombros.
—Saber que tengo ese poder. En un inicio sólo quería saber que podía lograr que me prestara atención… Y ahora estamos aquí, hablando de si quiero morirme porque se va a casar.
Tina lo mira con genuina tristeza.
—Sabes que Vegetta cedió ante ti porque no es feliz con él, ¿verdad? Y por un montón de idioteces que no entiendo, pero lo sabes. Ya lo tiene y no lo llena. Tal vez lo que necesita es lo que tú puedes ofrecerle, pero nunca lo van a saber si tú no dices nada y él sigue con un matrimonio que no tiene futuro —Tina coloca su mano sobre su rodilla y la acaricia con suavidad, después de dejar salir un suspiro cansado—. Mereces más, Foo. Mereces más y sabes que puedes tomar mejores decisiones. Sabes lo que es estar en el lugar de Rubius, no tienes por qué hacerle lo mismo.
Silencio.
Dolor colándose por las grietas en la piel de Foolish.
—Pensé que era la única forma de que no doliera.
—Pero ya te está doliendo.
Se encoge de hombros.
—Al menos elegí que fuera así.
Si algo sabe Foolish del amor, es que está destinado a morir… Y cualquier intento por salvarlo, te termina matando a ti. No importa que el funeral de dicho amor sea pactado y ambas personas visiten la tumba de vez en cuando, con sonrisas nostálgicas y arreglos florales.
No importa, porque algo murió . Un idioma compartido, planes a futuro, un universo que sólo existe entre dos.
Si todos vamos a morir, ¿no deberíamos al menos poder elegir cómo?
—No tiene que doler, Foo.
Para Tina es fácil decirlo porque no conoce lo que es quedarse dormida llorando mientras se pregunta por qué no fue suficiente y qué pasó. Todo es más fácil cuando asumes que ese es tu destino y está bien. Es ilógico querer cambiar lo que ya está escrito en las estrellas.
—Y sé que no me crees, pero es así. Que elijas cómo te duele no significa que no lo haga y, mucho menos, que ese tenga que ser tu papel. Mariana fue un hijo de puta, sí, pero no significa que todos vayan a serlo. No deberías condenarte al dolor solo porque ya te acostumbraste a él.
Él asiente y deja la comida sobre la mesa de centro, al lado de un nuevo rompecabezas.
—Y todo esto no quita que crea que ambos son unos idiotas, porque lo son —ríe y Foolish le sigue—. Pero a uno de los idiotas lo conozco desde que soy adolescente, sé que merece algo mejor y que puede entrar en razón. No te digo que le ruegues que lo deje, o que impidas la boda como en una comedia romántica, solo que sepas qué es lo que te conviene.
—No lo sé, Tina... Igual vamos a dejarlo antes de que se case, tal vez sólo debo quedarme con estos dos meses y ya.
Ella se encoge de hombros, comiendo de su plato de mala gana.
—Tú sabes qué haces con tu vida —dice, aún masticando y Foolish hace una mueca de asco que la hace reír—. Mi labor es recordarte tu valor y, también, que estás siendo un idiota.
Foolish ríe, rodando los ojos. Recarga su cabeza en su hombro y suspira aliviado cuando ella recarga su cabeza en la suya.
—Gracias —la empuja suavemente—. Y pensé que me conocías mejor, no iría en un traje rojo. Sería solo la corbata y una rosa roja en la bolsa de mi saco. Sutil pero mortal.
Ella suelta una carcajada sarcástica.
—Claro, porque eres un rompehogares recatado.
—El hogar no se ha roto ni se va a romper —dice, casi como una condena a sí mismo y a Vegetta—. Pero gracias, Tina. Por seguir aquí.
Y ahí es cuando el nudo en su garganta se cansa de tirar y se rompe, derramando un par de lágrimas por su rostro. Siente a Tina negar con la cabeza y apretarle la rodilla con cariño.
—Estamos atados de por vida, ¿no? Aunque dos estupideces más y me pierdes.
Foolish ríe.
—Válido.
—Piénsalo de verdad, Foo. Prométemelo.
Foolish asiente con la cabeza.
—Te lo prometo.
Y, porque aún no sabe en qué terminará el pensar sobre Vegetta y él , escribe:
Foolish, 19:54 P.M.
Recibí tu invitación, bonito.
Ahí estaré.
Chapter 14: XIII.
Notes:
Hola. Agárrense.
Advertencia por contenido sexual explícito.
Y ya.
Chapter Text
Hace un año, Vegetta hubiera considerado que ser responsable es su mayor fortaleza. Si debe terminar algo, ten por seguro que lo hará.
Es en el día de su despedida de soltero que comienza a creer que su compromiso de acero podría ser una debilidad.
Mientras Quackity y Roier decoran su sala de estar con serpentinas moradas, confeti y cosas que definitivamente no tienen forma de pene, piensa en que dos meses se escaparon como arena entre sus dedos.
Cada vez que quería pensar en lo que Roier y él hablaron en la cafetería, había una nueva cena con ejecutivos e inversionistas de Bear Bikes que lo interrumpía. Cuando se armaba de valor para preguntarle a Rubius si estaba cien por ciento seguro de casarse, surgía una nueva responsabilidad de la misma; cerraba los ojos y veía una infinita lista incompleta de salones, banquetes y decoraciones.
Y, cuando el deseo por vivir dentro de Foolish lo consumía y deseaba descubrir si él era el único al que los encuentros en hoteles y cenas de delivery comenzaban a quedarle pequeños, el miedo le hacía un nudo en el estómago que le robaba las palabras.
Es así como las primeras dos horas de la fiesta que, alguna vez, pensó sería uno de los mejores días de su vida se sienten como ver una película muda en blanco y negro. Y sí, puede que no sea la mejor comparación para hacer en casa y en presencia de una pareja de cineastas, pero ya está claro que tienen vidas diferentes.
Bebiendo cerveza sentado en el sofá, mira a Luzu interpretar Él Me Mintió de Amanda Miguel en el karaoke. Una presencia de picante perfume de canela se sienta a su lado y negar el temblor en sus piernas o el incremento en su pulso sería completamente inútil.
Es la última vez que tendrá el privilegio de sentirlo , piensa. Debe disfrutarlo.
—Mmm… Ya tomaste mucho, ¿no, bonito? Esta cerveza y, ¿cuántas rondas de shots de Bacardí ? —murmura, directamente en su oído. Un escalofrío trepa por su espalda antes de atreverse a mirarlo de reojo—. Y no quiero ser aguafiestas, pero alguien me dijo que tienen un compromiso en la madrugada —mira su reloj y sonríe—. En tres horas y media, para ser exacto. ¿Crees poder estar lo suficientemente sobrio como para presentarte?
—No voy a beber más. Tengo claros mis compromisos, señor Brown.
—Bien, solo considero que era mi labor recordarle, señor De Luque —la presentación de Luzu termina y, con ella, la burbuja dentro de la que pueden permitirse cercanía. Foolish se aclara la garganta y se aleja, sentándose a una distancia prudente de él—. Me iré en una hora. Lo espero donde siempre, no falte.
Vegetta ríe tras su botella de cerveza.
—No me lo perdonaría.
Foolish asiente con la cabeza y se levanta del sofá. Recibe un shot de Bacardí antes de tener una presentación estelar del sencillo más reciente de Sabrina Carpenter . Graba un vídeo para Tina, quien no pudo acompañarlos, e inicia una conversación con Quackity después. Al mismo tiempo, Roier y Luzu lo arrastran al centro de la sala de estar para que pueda cantar en el karaoke.
Cuando Foolish se va, cuenta los minutos para poder hacerlo también.
[...]
A las dos de la mañana, Roier y Quackity se besan en uno de los sofás y Luzu corre a vomitar al baño de la planta baja. (No por el beso, cabe aclarar.)
Él sale por la puerta trasera y, en el asiento trasero del Uber que pidió, escribe un mensaje para Roier explicando que se fue porque no se sentía bien, uno para Rubius avisándole que dormirá en casa de su mejor amigo, y un sencillo “Estoy en camino” para Foolish.
Es la última vez que debe mentir tanto en una sola noche.
En su habitación de hotel, lo esperan una champaña helada y Foolish, con el torso descubierto, sobre la cama.
—Buenas noches.
Pasa la lengua por sus labios al mirarlo y sonríe cuando él hace lo mismo.
—Buenas noches, bonito —se levanta de la cama y camina lentamente hasta él. Rodea su cintura con ambos brazos y besa su mejilla—. Estás a tiempo, me sorprende.
—Siempre soy puntual cuando se trata de algo importante —dice, abrazándolo por los hombros.
—¿Fue fácil escapar de nuestros amigos?
—Relativamente. El Bacardí fue mi mejor amigo hoy.
Foolish ríe, rozándole la mandíbula con los labios. Deja un beso corto en su boca y se separa para tomar la champaña.
—Tenemos que celebrarte, ¿no? —balancea la botella y Vegetta asiente, riendo—. Cúbrete la cabeza —ordena, antes de descorcharla.
El alcohol espumoso moja el piso y las manos de Foolish. Él le ofrece dos copas, en las que pronto hay cantidades iguales de champaña.
—Por tu compromiso, bonito. Tú sí lo lograste.
Vegetta traga saliva y el pecho se le aprieta.
No dice más.
Chocan sus copas y beben un solo trago antes de que la mirada esmeralda se tiña con deseo y picardía.
—Quiero intentar algo. Quítate la camisa.
Vegetta arquea una de sus cejas antes de obedecer.
Foolish coloca una de sus manos en la piel desnuda de su espalda baja y, con la otra, sostiene la botella de champaña cerca de su cuello. La inclina ligeramente y, pronto, un río de líquido dorado recorre la curva de su cuello y parte de su pecho. Antes de que pueda quejarse, la boca de Foolish ya se está encargando de recolectar cada gota con su lengua.
—Esa es la manera correcta de tomarla.
El pecho de Vegetta sube y baja con pesadez ante la mirada oscurecida de Foolish. Lo toma por la nunca y une sus labios en un beso desesperado, que lo hace reír, antes de corresponder y sostenerle las caderas.
Vegetta lo empuja contra la cama sin dejar de besarlo y no puede evitar jadear cuando las pieles de sus torsos se tocan al tenerlo sobre él. Él enreda sus dedos en su cabello y lo acerca aún más.
Conoce su cuerpo de memoria, está seguro de que el sentimiento es mutuo, y aún así, cada vez que se tocan pareciera ser la primera vez.
Nunca es suficiente.
Las caderas de Vegetta se mueven en círculos lentos sobre las suyas, creando una fricción tan deliciosa como limitada. Desabotona sus pantalones y baja su ropa interior para poder rodear ambas erecciones con una de sus manos.
Sonríe para sí mismo cuando Vegetta rompe el beso y gime, tirando la cabeza hacia atrás. Él pasa el pulgar por los glandes de ambos antes de masturbarlos a un ritmo lento. Vegetta empuja sus caderas contra las suyas y él ríe, ronco y bajo, antes de besarlo de nuevo.
Y todo es intenso y bueno y todo lo que podría desear , como siempre ha sido con Vegetta, pero le invade el sentimiento de que sigue sin ser suficiente.
¿Lo peor? Esa noche debe ser suficiente . Debe bastar para no extrañar a Vegetta el resto de su vida. Para no necesitar volver a tocarlo.
Debe enfocarse en recordar cada curva de su cuerpo, la manera en la que sus lenguas se frotan, los sonidos que escapan de su garganta… Y la suavidad de su risa y su voz cuando descansa sobre su pecho.
Y, aunque lo haga sentir estúpido, cree su última vez debe ser especial. No iba a llenar la cama de pétalos de rosas ni encender velas aromáticas, pero no podría perdonarse terminar esa noche sin sentirse totalmente suyo.
Sí, esa es la razón por la que no habló después de lo que Tina le dijo. Le gusta jugar a ser suyo.
Está claro que Vegetta no va a cancelar la boda. Faltan tres semanas y no lo ha hecho. No va a pasar.
Entonces, ¿por qué adelantar una inevitable despedida si podía tenerlo dos meses más?
Quiere ser suyo por última vez.
Dejar que lo posea.
Vegetta vuelve a gemir y empujar sus caderas contra él y sabe perfectamente lo que quiere. Detiene el movimiento de su mano, obteniendo una queja como respuesta. Se muerde la mejilla para no reír y acuna el rostro de Vegetta con su mano libre.
—Mírame —dice, al notar sus ojos cerrados. Él obedece inmediatamente—. Quiero hacer algo diferente hoy. Ya lo hicimos antes para probar pero no quiero que quede en una única vez —se muerde el labio inferior con suavidad—. Te quiero adentro de mí, bonito.
Vegetta parpadea. Le recorre el rostro con la mirada.
—¿Estás seguro?
Foolish ríe.
—Claro que sí, no estaría pidiéndolo si no. ¿Tú lo quieres?
Vegetta asiente.
Tiene los párpados entrecerrados y los labios del color de las cerezas.
—Por supuesto.
Foolish retoma sus movimientos sobre ambas erecciones y toma los labios de Vegetta entre los suyos. Cuando el cuerpo les arde y la ropa les quema, tratan de terminar de desnudarse sin dejar de besarse. Fallan, pero no importa. Cualquier segundo apartados de la boca ajena les parece un segundo desperdiciado y no están en condiciones de permitírselo.
Finalmente desnudo, Foolish se recuesta en la cama mientras Vegetta busca una tira de condones y lubricante en la pequeña maleta que llevó.
Se arrodilla entre sus piernas y le sonríe con una calidez que se instala inmediata e incómodamente en su pecho. No debería estar ahí y no sabe cuándo se irá. Se inclina sobre su cuerpo y lo besa con lentitud, acariciándole los muslos con las palmas de las manos.
—Dime si algo te incomoda o si quieres detenerte, ¿sí?
Foolish asiente con la cabeza, mientras las yemas de sus dedos se concentran en memorizar su espalda. Vegetta moja sus dedos con una buena cantidad de lubricante e introduce uno con lentitud.
La respiración de Foolish se alenta y su cuerpo se tensa momentáneamente, relajándose cuando una lluvia de besos húmedos cae sobre su cuello y pecho. La experta boca de Vegetta le recorre el torso. Muerde, besa y lame los lugares correctos para que Foolish disfrute tanto como él. Es cuando pasa su lengua sobre uno de sus pezones que el primer gemido escapa de sus labios.
Arquea su espalda hacia él y Vegetta sonríe contra su piel, concentrado en estimularle con la boca. Baja por su cuerpo hasta marcarle las caderas con besos rojizos y violáceos.
Cuando introduce el segundo dedo en Foolish, su boca se encarga de su miembro. Succiona la punta con suavidad y la atiende con la lengua antes de introducirlo por completo. Foolish vuelve a gemir, enreda sus dedos en su cabello y empuja sus caderas contra él.
Se siente el dueño del mundo.
Siempre se siente dueño del mundo con Foolish.
Separa sus dedos haciendo movimientos de tijera y sube y baja la cabeza hasta que la habitación es una sublime sinfonía de sonidos de placer.
—Estoy listo, bonito —Foolish dice, con la voz completamente cargada de deseo y vulnerabilidad—. Por favor…
Hacen contacto visual en el momento exacto en el que Vegetta saca sus dedos y deja de estimularlo con la boca. Foolish lo coloca sobre él para besarlo con una cantidad inhumana de deseo que pronto los consume a ambos.
Vegetta le muerde el labio con delicadeza antes de separarse y ponerse el condón.
Mira al hombre sobre la cama, con las piernas abiertas para él y la expresión chorreante de deseo y no puede evitar sonreír con un sentimiento amargo en el pecho.
Lo va a extrañar.
Mucho.
Vuelve a colocarse entre sus piernas y acaricia sus costados.
—¿Te gusta esta posición? —Foolish asiente—. Dime si duele.
Vegetta entra en él con lentitud. Detalla cada pequeña expresión en el rostro de Foolish y cómo una mínima cantidad de incomodidad se convierte en abrumadora lujuria.
Embiste contra él con una sola vez y Foolish jadea, cierra los ojos y entreabre los labios. Empuja dos veces más y un gemido suave escapa de su garganta. Sus cuerpos chocan una tercera vez y Foolish, el hijo de puta , se ríe.
—No me vas a romper, bonito —dice, empujando sus caderas contra él—. Me voy a dormir.
Vegetta rueda los ojos, toma sus caderas con ambas manos y sale casi por completo de él solo para volver a entrar con fuerza. La espalda de Foolish se arquea y su voz se rompe en un gemido que delinea perfectamente las letras de su nombre. Sonríe ladino y repite el movimiento las veces necesarias para sentirse satisfecho con el temblor en el cuerpo de Foolish y el volumen de sus gemidos.
Clava los dedos en su cadera con tanta fuerza que, está seguro, dejará marcas que Foolish adorará. Siempre ha sido fanático de tener y dejar evidencias de las noches que comparten.
Foolish enreda ambas piernas en su cadera y, cuando el cuerpo de Vegetta cubre el suyo, acaricia la piel de su espalda antes de clavarle las uñas. Su miembro golpea ese punto que lo hace ver las estrellas de manera deliciosa. Él esconde el rostro en su cuello y pinta su piel con marcas rojizas y violáceas, mientras Foolish dibuja finas líneas rojas en su espalda.
Está completamente consumido por Foolish y su calor, sus gemidos, el escozor de sus uñas en su espalda y el balanceo desesperado de sus caderas contra las suyas.
Deja la piel de su cuello para poder deleitarse con su expresión empapada de placer. Lleva una de sus manos a su mejilla y la acaricia, antes de llevar el roce a su labio inferior. Foolish entreabre los ojos antes de parpadear y mirarlo .
Y, la tierra bien podría haber dejado de girar, porque el tiempo se detiene en el momento en el que amatista y esmeralda se encuentran. Vegetta se humedece los labios, Foolish los mira y se aferra a él con más fuerza.
Las embestidas de Vegetta disminuyen el ritmo y se vuelven lentas y pausadas, calculadas ... Como si cada una de ellas importara y tuviera algo que decir.
Foolish le rodea el cuello con uno de sus brazos y lo atrae para besarlo. Su boca lo recibe con la misma necesidad que todo su cuerpo, acoplándose a él de manera inmediata. Bebe los gemidos de Foolish y él bebe los suyos.
Sus cuerpos se aferran el uno al otro en un compás perfecto de embestidas lentas.
Vegetta rompe el beso, lo mira a los ojos… Y su pecho martillea dolorosamente con una verdad que ya no puede callarse. Su piel grita aquello que decir en voz alta sería condena perpetua.
Te amo .
Te amo.
Te amo.
Traga saliva y se detiene por un momento.
—No, no te detengas —Foolish ruega, empujando su cuerpo contra él—. Más, por favor. Tómame. Soy tuyo.
Vegetta gime, ronco y bajo, y no puede hacer nada más que complacerlo. Cuela su mano entre sus cuerpos y masturba a Foolish con lentitud. Soy tuyo, soy tuyo, soy tuyo, se repite, mientras embiste contra él y lo toca.
Foolish es cada vez más ruidoso y tiembla debajo de él. Adora verlo así.
Desearía poder detener el tiempo en ese momento donde solo son ellos dos, hablándose en el idioma en el que mejor se entienden. Atrapados en su burbuja donde sólo existe el pequeño universo que han construido juntos.
Embiste un par de veces más antes de que el cuerpo de Foolish colapse y se corra, abrazándose a él con más fuerza.
—Termina para mí, bonito. Úsame.
Y lo hace.
Se esconde en su cuello y muerde su piel, embistiendo contra él de manera desesperada hasta que se corre en el condón.
Los rasguños de Foolish se vuelven caricias lentas sobre su espalda. Él le besa las clavículas y el pecho con la respiración y el corazón agitados.
Se miran a los ojos y sólo pueden reír. Suave y bajo, como si cualquier otra respuesta fuese incorrecta o demasiado .
—¿Satisfecho con tu despedida, bonito?
La palabra despedida se le clava en el pecho. Quiere fingir que aún va a verlo la próxima semana, la siguiente y la que sigue también…
No sólo va a perder encuentros de fuego entre sábanas de hoteles, sino también la posibilidad de escribirle para decir que escuchó a alguna de sus artistas favoritas y lo recordó, o quejarse sobre el trabajo en notas de voz infinitas. Y eso duele más que no volverlo a tocar, porque no solo es perderlo a él, sino perder quién es cuando está con él.
No recuerda cuándo fue la última vez que Rubius le arrancó una carcajada, ni la última vez que vieron una película juntos, y mucho menos la última vez que lo llevó a una cita… Pero recuerda la última vez que tuvieron un desacuerdo, la última vez que lo hizo llorar y la última vez que le reclamó por oler a cigarro.
Y todo lo que Roier dijo le cae como un balde de agua helada.
No es feliz compartiendo la vida con Rubius.
No lo era desde hace meses, incluso desde antes de conocer a Foolish… Pero lo amaba y quería creer que las cosas iban a cambiar. Que iba a cambiar por él .
No lo hizo.
Ahora, ¿recuerdan la mejor cualidad de Vegetta? ¿Cuál creen que sea su peor hábito?
Él diría que fumar, y claro que es un problema, pero si buscas aún más profundo dentro de su pecho, te darías cuenta de que el ser humano es ilógico y se contradice. Dentro de su responsabilidad de oro, tiende a postergar las incomodidades.
Llevaba toda la vida ignorándolas y evitándolas a partes iguales.
Podía comer aquel platillo que no le gustaba solo porque su madre no creyera que no le gustaba su sazón.
No es para tanto.
Podía estudiar una carrera que no le gustaba porque no quería decepcionar a sus padres al decirles que quería dedicarse al arte.
No es para tanto.
Podía ir solo a las fiestas necesarias y asegurarse de que nadie lo viera tomado, de nunca oler a cigarro y de tener solo a las mejores amistades para que no hablaran mal de sus padres por su culpa.
No es para tanto .
Podía soportar las ausencias de Rubius y tragarse lo que le dolía por miedo a su reacción, como sus padres le habían enseñado.
No es para tanto .
Hasta que lo es.
Y, cuando toda la vida has coleccionado incomodidades como espinas en la piel y crees que no podrías soportar el dolor de arrancarlas una por una, llega un momento en el que no caben más y terminan por rasgarte por completo, revelando lo que hay debajo.
Lo que realmente eres.
Debajo de las caricias delicadas de las yemas de los dedos de Foolish, la piel resquebrajada de Vegetta finalmente se rompe:
—No me quiero casar.
Lo dijo.
Es una verdad con la aún no hace las paces, pero de la que ya no se puede ocultar. Al levantar la cabeza, se encuentra con una mezcla de sorpresa y satisfacción en la mirada de Foolish.
—¿Te escuché bien, bonito? —Foolish bromea—. Buen momento para darte cuenta, ¿no?
Vegetta rueda los ojos, sale de él y tira el condón a la basura. Lo limpia con manos temblorosas y se enjuaga la cara en el baño antes de volver.
Se recuesta a su lado, detalla el ventilador de techo con la mirada y, después de un silencio en el que su alma grita con la solución a todos sus problemas, murmura:
—No me voy a casar.
Y vuelve a respirar.
Foolish se apoya en uno de sus codos para verlo. Su expresión grita ¿qué? y al fin . Duda antes de acariciarle el abdomen y trazar sus músculos con los dedos. Vegetta cierra los ojos, perdiéndose en él.
—¿Y por qué esa decisión de final de temporada de serie de Netflix , bonito? ¿Estás seguro?
Una risa ligera brota desde su garganta.
—Ya te lo dije, porque no quiero —dice. Sí, es tan sencillo como eso —. Al final tenías razón. Siempre tuviste razón. No nos entendemos. No sé cómo voy a pasar una vida entera a su lado, no entiendo nada de sus negocios y no me gusta ser arquitecto- Ni siquiera sé andar en bicicleta, Foolish.
Él deja salir una carcajada teñida de extrañeza. Seguramente no entiende nada de sus ideas ni cómo está ligándolas, pero no importa.
—Bueno, ahora sí que puedo decirte “felicidades”, bonito. Me alegro por ti.
Felicidades .
Sí, se siente correcto.
Podría correr alrededor de la habitación y reír y gritar y bailar y después volver a acostarse con Foolish y hacerle el desayuno y-
Foolish .
No importa que cancele la boda, él no va a cambiar de opinión. No van a ser amigos y, en menos de veinticuatro horas, solo van a ser dos desconocidos con un insignificante amorío en común.
La garganta se le vuelve a hacer un nudo. Rueda sobre sí mismo y se abraza a Foolish, quien lo recibe inmediatamente entre sus brazos.
—Gracias —murmura.
Y él ríe, de nuevo, sin saber de la incomodidad en su garganta ni el nuevo hueco en su estómago.
—¿Ahora qué? ¿Ya te arrepentiste?
Niega con la cabeza, suspira y se acomoda mejor sobre él.
—No tienes idea de lo mucho que te voy a extrañar.
El cuerpo debajo de él se tensa. Se prepara para recibir una risa burlona y un comentario sobre cómo está solo en eso, pero Foolish lo abraza con fuerza y ríe como si estuviera rindiéndose ante algo.
—Tú y tu habilidad para ponerme el mundo de cabeza con esa boquita —dice, antes de añadir en voz baja—: Y sí la tengo, también voy a extrañarte mucho, bonito.
Ambos suspiran y sus pechos se tocan. Sus cuerpos nunca van a dejar de buscarse. Se habían condenado a ello desde que Foolish lo invitó a bailar en su cumpleaños.
Cree que había una dosis de valentía en la champaña y en los besos de Foolish aquella noche, porque antes de que pueda pensarlo, escupe otra pregunta motivada por el sentido de urgencia que le taladra la nuca.
—¿Podré volver a verte si no hay boda?
El agarre de Foolish sobre él pierde fuerza.
Él traga saliva.
No, ¿verdad?
—No lo sé, bonito —inicia, acariciándole las costillas—. Tal vez, pero no me queda mucho tiempo aquí.
—¿De qué hablas?
—No me voy a matar —bromea, pero Vegetta no se ríe. Foolish suspira al notarlo—. La firma va a tener una nueva sede en Brasil y pedí que me reubicaran, me iría después de tu boda. Bagi es de ahí y me dijo que podía compartir departamento con su hermano, que recién se volvió a mudar allá, en lo que consigo un departamento… Y ella se mudaría con Tina. Qué gran sacrificio, ¿no?
Es tarde , se repite a sí mismo tantas veces que su propia voz se distorsiona dentro de su mente.
—¿Y no puedes quedarte?
Foolish niega.
—Firmé un contrato y un acuerdo con Cellbit, el hermano.
Vegetta cierra los ojos y se esconde en el cuello de Foolish. Aún quiere vivir dentro de su piel, habitar dentro de sus costillas e irse con él. Lejos de todo. Lejos de sí mismo.
Ya no importa nada.
Absolutamente nada.
No importa si hace una pregunta más, o dos, o tres...
—Si todo fuera diferente, ¿crees que funcionaríamos como algo más que esto ?
Foolish suelta una risa, baja y suave. Deja de rodearlo con uno de sus brazos, recorre su piel con lentitud y entrelaza sus dedos.
—Has conocido y soportado más facetas mías que cualquier persona con la que salí antes, así que supongo que sí… Si todo fuera diferente, funcionaríamos como algo más.
La verdad se le asienta en la lengua y en el pecho.
—Me gustaría que todo fuera diferente.
Foolish suspira.
—A mí también.
Cuando era un niño creaba escenarios en su mente cuando todo se volvía demasiado . Si estaba harto de hacer tareas, era tan solo un científico a punto de descubrir una nueva ley del universo. Si estaba castigado en su cuarto, era una princesa guardada por un dragón, esperando a su príncipe azul en un corcel.
Así que, su fantasía de aquella noche, es fingir que todo es perfecto. Diferente.
—Si pudieras, ¿me llevarías contigo a Brasil?
Foolish aprieta su mano y ríe suavemente. Puede imaginarlo rodar los ojos.
—Nos iríamos por la mañana. Que la boda se cancele simplemente porque no estás.
Vegetta ríe por la nariz.
—Me gustaría eso. ¿Te imaginas todos los lugares que podríamos conocer?
—Haríamos un tour de moteles brasileños… Y después de restaurantes, bares y museos. ¿Te gustan los parques?
Vegetta asiente. Crean una fantasía compartida sobre escaparse a Brasil.
El silencio vuelve a envolverlos, pero Foolish nunca le suelta la mano ni deja de acariciarle la piel. Las yemas de sus dedos ya lo conocen de memoria.
Entonces, Foolish suelta uno de esos suspiros que preceden el tomar un verdadero riesgo.
—Haz lo que tengas que hacer con la boda y, tal vez, podamos vernos antes de que me vaya. Hacer algo diferente .
El corazón de Vegetta se detiene.
—¿Estás hablando en serio?
—¿Cuándo te he mentido?
Nunca.
—Está bien.
Foolish voltea los cuerpos de ambos para ahora estar él arriba. Le sonríe y besa su mandíbula.
—Tienes tres semanas para enfrentarte a la furia de tu ya-no-futuro-esposo y de tu horrible familia opresora.
Vegetta ríe por la nariz.
—Reza por mí.
—Prenderé unas cuantas velas en tu honor.
Foolish le acaricia el rostro, y es la primera vez en minutos que lo ve . Luce tan aliviado como él, aunque asume que detrás del brillo en sus ojos está la misma cantidad de incertidumbre y tristeza que en los suyos.
Él le besa los labios con suavidad, Foolish sonríe y quiere creer que sentirse tan bien no va a ser momentáneo.
No le queda más que alargar el sentimiento tanto como pueda. Suelta la mano de Foolish sólo para abrazarlo y acercarlo más a él. Le acaricia la espalda, el cuello y el cabello.
—Quédate —suelta, antes de que pueda arrepentirse.
Foolish parpadea repetidas veces.
—¿A dormir?
—Sí… Ya no importa si, en teoría, es el último día… ¿No? —dice, y su voz tiembla—. Dije que dormiría en casa de Roier.
Y sí, ya no importa.
Porque igual va a decepcionar a sus padres. Y a Rubius. Y a sus suegros. Y a Luzu y Quackity cuando se enteren.
A todos, menos a Foolish.
Porque trató de mantenerse alejado de él en un inicio, y después de su primera vez, y no pudo . Siempre lo recibía con una sonrisa de muerte y los brazos abiertos.
Lo había visto en sus peores facetas y, aún así, huiría a Brasil con él.
—Bien. Me quedo a dormir.
Y así es como rompieron todas sus reglas.
Tuvieron sexo en su casa. Van a dormir juntos. Nunca fue solo sexo .
Vegetta lo abraza con fuerza y, antes de empeorar la situación con un te quiero , le palmea la espalda con una risa.
—Vamos a bañarnos antes, cerdo.
Foolish suelta una carcajada.
—Respétame o no voy a cogerte en la ducha.
Foolish se levanta, le ofrece su mano y lo lleva hacia el baño. Claro que vuelven a tener sexo ahí… Y en la cama, cuando vuelven después de cenar sándwiches en un local milagrosamente abierto en la madrugada.
Se besan después de fumar en la acera y terminan la noche abrazados en la cama.
Por un momento, todo está bien.
Chapter 15: XIV.
Notes:
HOLA.
Hoy no hay ninguna advertencia, solo el típico "agárrense" y pedirles que lean la primera parte del capítulo (hasta el "[...]") con esta canción: https://youtu.be/FaWf4uNYDvM?si=2oZ8mmNUXR-oFuWn. (Si no les sale, es "war" de keshi). Les juro que es una obra maestra y que, además, es el Rubegetta de esta historia en una canción jiji.
¡Nos vemos! Les tqm.
Chapter Text
Vegetta ha memorizado cada línea que compone la madera oscura de la puerta del estudio de Rubius. Nada sorprendente después de haberla mirado por más de diez minutos. Podría replicarla a la perfección sobre una hoja de papel si tan solo pudiera sentir sus manos, sus piernas o algo diferente a la ansiedad burbujeando en su estómago.
Después de dos semanas, por fin ha logrado llegar al estudio antes de que el miedo lo devore y decida que “será mejor hablarlo mañana”. Y es que si sigue dejándolo para mañana, tendrá que tramitar un divorcio y no solo cancelar una boda.
Dios, va a cancelar su boda .
Toma una respiración profunda y toca la puerta del estudio con nudillos tímidos. Está bien si no escucha, piensa.
Rubius lo hace.
—¿Sí?
Suspira y su voz casi no tiembla cuando pregunta:
—¿Estás ocupado? —abre la puerta, asomando apenas la mitad de su rostro—. ¿Puedo pasar?
Rubius le regala una sonrisa suave y cálida que se siente como una puñalada en el estómago.
—Siempre estoy ocupado, amor —ríe—. Pero no te preocupes, entra. ¿Qué pasa?
Sus piernas tiemblan mientras camina por el estudio, observándolo como si fuera la primera vez que pone un pie ahí. Detalla los libreros de caoba y el reloj plateado sobre la cabeza de Rubius antes de sentarse frente a él, un robusto escritorio lleno de papeles perfectamente ordenados entre ellos.
No encuentra las palabras. Solo es capaz de mirarlo en silencio, arrancando pedacitos de piel de sus labios con sus dientes.
—Amor, ¿qué pasa?
El amatista de sus ojos se opaca con miedo, reflejo de la tormenta en su pecho y el tornado en su estómago.
—Es sobre la boda.
La mirada ajena brilla con preocupación. Cuando suelta el ratón de la computadora, sabe que tiene toda su atención.
—¿Algo salió mal? ¿Es sobre la luna de-
—No, no es nada de eso —frota sus manos entre sí y desvía la mirada—. Es solo que… ¿Estás seguro?
Silencio.
El tic-tac del reloj de Rubius.
El latir ansioso dentro de su pecho.
—¿Por qué preguntas eso, Vege?
—Sólo quiero saber cómo te sientes…
Rubius frunce el ceño. Jura ver sus manos temblar antes de que las entrelace entre sí sobre el escritorio. Ríe en voz baja, extrañado.
—Yo te pedí que nos casáramos, falta una semana… ¿Cómo quieres que me sienta? Estoy bien, no tengo por qué dudar.
Vegetta asiente lentamente. Pasa la lengua por sus labios lastimados, haciendo una mueca ante el sabor metálico de la sangre.
Rubius lo mira detenidamente antes de dejar salir un suspiro entrecortado, temeroso.
—Tú estás dudando.
El pecho le pesa y se le dificulta tragar saliva, ahora incómodamente espesa.
La verdad le gana a la razón. Asiente con la cabeza antes de que pueda pensarlo.
Su mirada grita perdóname y debí haberlo dicho antes y no me hagas hablar más.
—¿Por qué? —lo mira fijamente antes de añadir—: ¿Desde cuándo?
—Desde que nos fuimos de viaje —responde, en un hilo de voz—. No estoy seguro de que vaya a salir bien.
Rubius se levanta y abre un pequeño mueble de madera tras el escritorio. Saca dos vasos de cristal y una licorera casi vacía.
¿Siempre ha tenido eso ahí?
No bebe en cenas con ejecutivos, ni con sus amigos… Le recuerda a la cajetilla de emergencia que siempre tiene en la guantera del auto.
Rubius sirve dos vasos de whiskey y vuelve a sentarse frente a él. Beben al mismo tiempo. Rubius no hace ninguna mueca, pero a él le arden los labios y el pecho.
—Entonces, ¿qué quieres hacer?
Vegetta se encoge de hombros. Mira el líquido ámbar en su vaso, las manos de Rubius alrededor del suyo y su expresión apagada. Perdida.
Está harto de danzar alrededor de lo que realmente quiere. Aprieta el agarre en su vaso y, finalmente, lo mira a los ojos.
—No me quiero casar.
Su voz no tiembla ni siente el deseo de salir corriendo.
Lo dijo.
Lo hizo.
El silencio los consume.
Los ojos de Rubius se llenan de lágrimas.
—Bien —dice, resignado.
—¿...Bien?
Rubius asiente. Termina el whiskey en su vaso de un solo trago antes de rellenarlo con el resto del contenido de la licorera.
¿Es todo lo que va a decir?
—Sabía que podía no funcionar —murmura, más para sí mismo. Vegetta frunce el ceño casi imperceptiblemente. Antes de que pueda pensar en algo más, Rubius continúa—. ¿Y qué pasará con nosotros?
Vegetta sabe lo que quiere. Lo que necesita. Pero recuerda lo que Rubius y él fueron y no puede decirlo. Alguna vez fueron besos suaves, caricias bajo las sábanas, desayunos dulces y conversaciones infinitas.
Alguna vez.
Ese es el problema.
—Ya no somos lo que éramos antes… Dejamos de serlo hace mucho —suspira. Bebe un trago de whiskey. También piensa en Foolish, en Brasil y cómo no quiere renunciar a eso—. No vamos a recuperarlo así y no quiero seguir pretendiendo que sí.
Rubius no dice nada. No inmediatamente, al menos… Y es raro, porque sus discusiones solían escalar rápidamente a partidos de tenis de culpas repartidas y emociones mal gestionadas.
El frío que se cuela por la ventana entreabierta del estudio le eriza los vellos de los brazos.
—¿Quieres que terminemos?
Esa pregunta le enreda el estómago y le libera el pecho a la vez.
Tic-tac. Tic-tac.
Muerde el interior de su mejilla con tanta fuerza que su boca vuelve a saber a metal. Vuelve a asentir con la cabeza.
Rubius imita el gesto, aunque su expresión decae por completo.
Algo dentro de Vegetta se rompe.
Eso fue todo. Casi cuatro años juntos y un compromiso terminaron así .
—Hace solo dos semanas supe que realmente no quería seguir con la boda —explica, tratando de juntar los pedazos de algo irremediablemente roto—, y lamento no haberlo dicho antes pero tenía mucho miedo… De tu reacción, de lo que pasaría con el proyecto, de nuestros padres… Realmente lo siento, Rub. Si pudiera volver en el tiempo y hacer todo diferente, créeme que lo haría.
Rubius termina el contenido de un solo trago y él lo imita.
Dos almas con una historia de amor en común que se tornó sombrío se separan alrededor de ellos. Duele, claro que lo hace, porque no solo fueron pareja. En algún momento fueron amigos, confidentes… Y sí, aún son compañeros de trabajo.
—Sé que probablemente no quieras seguir trabajando conmigo —Vegetta se aclara la garganta, recorriendo el borde de su vaso vacío con las yemas de los dedos—. Te prometo que mañana mismo comienzo a buscarme un reemplazo. Alguien que sea de mi confianza, y la tuya, y que pueda acoplarse al proyecto lo más pronto posible.
Decir eso es lanzarse desde un acantilado a un océano vasto y frío. Los brazos y las piernas se le entumen, pero sabe que cuando se acostumbre a la temperatura podrá nadar y se sentirá mejor. Podrá ir a donde quiera. Podrá ser quien quiera.
—Y no te preocupes por mí, me quedaré en un hotel o en casa de Roier o Luzu mientras encuentro un lugar en el cual quedarme.
Mientras Foolish y él deciden si pueden hacer algo diferente. Tal vez no necesite pedirle asilo a ninguno de sus amigos porque volará a Brasil.
El rostro serio e indescifrable de Rubius lo recibe cuando levanta la mirada.
—Entiendo lo que dices y respeto tu decisión. No voy a obligarte a que sigas conmigo —su voz tiembla un poco, y eso es una nueva puñalada en el estómago—. Y no tienes que dejar la casa, yo puedo quedarme con mis padres mientras decidimos qué pasa con ella.
Vegetta asiente. Sabe que no ha terminado de hablar.
—La inauguración es en dos meses. No puedo pedir una prórroga para recibir a alguien nuevo en el proyecto. No ahora. Tenemos fechas exactas con las que cumplir, lo sabes —muerde su labio con fuerza antes de mirarlo y suspirar—. No puedes dejar el proyecto.
—Voy a conseguir a alguien. Lo juro.
Rubius niega con la cabeza.
—Aunque consiguieras a alguien en la próxima hora el proyecto se atrasaría, estamos en la etapa final. Eso no le gustará a los inversionistas, ni al resto de trabajadores, ni a mi padre.
Con eso, su expresión se rompe completamente.
—No voy a abandonar el proyecto hasta que me asegure de que todo está bien. No van a atrasarse por mi culpa.
—No voy a asumir el riesgo, Vegetta —suspira y bufa una risa—. ¿Con qué cara voy a decirle a mi papá que, además de no poder casarme, no pude cumplir con las fechas de entrega? ¿Que no pudimos mantenerlo profesional? ¿Qué hago con Bear Bikes y decenas de extranjeros enojados en mis oficinas?
Vegetta se frota las sienes con los dedos.
Está renunciando a la vida que lo aprisiona desde que era un niño, pero olvidó que es la vida que Rubius realmente quiere. No va a renunciar a ella solo porque él decidió seguir un camino diferente.
—Eso no va a pasar.
—Necesito sentir que algo va bien en mi vida. Necesito que algo vaya bien en mi vida —continúa. La voz se le rompe. Él se rompe—. No quiero darle esta cara al mundo. No quiero que se sepa que mi prometido me dejó y que no pude concretar el negocio más importante de mi vida.
—Rub…
—Por favor. Te perdí a ti, no puedo perder lo único que me queda.
Los dos aspectos más importantes de su vida.
Suspira. Mira el reloj sobre su cabeza. Se frota el rostro con las manos.
No quiere saber nada más de Bear Bikes. Absolutamente nada. Había pensado en renunciar y no saber nada más de arquitectura ni negocios indescifrables por el resto de su vida.
Es dolorosamente innegable que Rubius siempre ha tenido y tendrá una única prioridad… Y no es él. Nunca lo fue. Tampoco esperaba que Rubius le rogara no terminar la relación, pero mierda , nunca pensó que estaría pidiéndole algo así.
—Conseguiré a alguien y le enseñaré todo lo que necesita saber sin dejar de trabajar —repite, con la voz tan firme que duda que sea suya.
No puede creer que ese es él.
Rubius se rompe.
Su labio inferior tiembla y su respiración se agita. Su propio pecho se contrae, pero sigue siendo evidente que nunca fue él . Siempre fueron la empresa, sus padres y el qué dirán .
Ya no quiere ser como él.
Muerde su mejilla con fuerza, en la misma zona que ya había lastimado antes.
—Lo siento. De verdad, lo siento.
Y Rubius no sabe todo lo que esconde aquella disculpa, pero necesita que lo sepa. Lo siente.
—¿Realmente lo sientes?
—Sí —responde, desconcertado.
Rubius abre uno de sus cajones y esconde algo en uno de sus puños. Algo que deja caer en el centro del escritorio con un tintineo metálico.
Una serpiente.
Es el anillo de Foolish, el que no encontraba por ningún lado.
Siempre lo tuvo él.
Siempre lo supo.
El cuarto se vuelve pequeño y no puede respirar.
Las piernas le cosquillean tanto que no las siente y la boca se le seca.
—Lo siento —es lo único que puede pronunciar. Los ojos se le llenan de lágrimas y no se cree capaz de mirarlo—. Lo siento.
Rubius acerca el anillo a él usando uno solo de sus dedos, como si el metal le quemase. Acomoda la silla, endereza la espalda y entrelaza los dedos frente a sí mismo. Es la misma posición que adquiere en reuniones de negocios, solo que no suele mirar a sus inversionistas como si lo hubiera perdido todo.
—Intenté rescatar lo que quedaba de nuestra relación y fallé. Aceptaste casarte conmigo, trabajábamos juntos, planeabas la boda, ¿y qué? ¿Aún te quedaban tiempo y ganas para verlo los fines de semana? —Vegetta niega, completamente mudo de repente—. Nunca dejaste de verlo, ni siquiera por haberte comprometido conmigo.
La habitación se derrumba alrededor de ellos. Hay un pitido en su oído y una presión incómoda en su pecho.
—¿Por qué, Vegetta? Es importante para ti, ¿no? —niega con la cabeza, y se arrepiente al instante. Rubius lo presiente también—. Todo esto es por él, ¿verdad?
—No es por él —eso no es una mentira. No completamente, al menos. Suspira mirando sus propias manos antes de añadir—: No soy feliz.
Rubius asiente lentamente con la cabeza. Tiene los ojos rojos, brillantes con todo aquello que le duele y no quiere ni puede nombrar.
—¿Te importa? —Vegetta ladea la cabeza—. Él. ¿Te importa? ¿Lo quieres?
Vegetta muerde su labio con fuerza. Su respiración pesada es lo único que se escucha en la habitación antes de que responda.
—Sí.
El cuerpo ajeno cae sobre la silla, derrotado.
—Por favor —repite. Vegetta siente náuseas—. Termina el proyecto conmigo y nadie tendrá que preguntarse por qué terminamos tan repentinamente a mitad del proyecto.
Toma el anillo y juega con él ante la atenta mirada de Rubius.
—Diremos que la boda se aplazó y anunciaremos nuestra ruptura después de la inauguración. Puedes salir con él después si es lo que quieres, y se verá como una transición natural.
Quiere convencerse de que realmente es el mejor escenario, pero Foolish está esperando una respuesta, y no pueden irse juntos a ningún lado si él aún tiene que terminar esto aquí y- Y si dice que no, tampoco puede irse con él. Si el mundo se entera, no va a ser gentil con ellos.
Juega con el anillo hasta dejarlo a la mitad de su dedo anular.
—Quiero… Necesito pensarlo. ¿Puedo? ¿Está bien?
La expresión de Rubius se endurece, pero suspira y asiente.
—Tienes hasta mañana en la noche.
Vegetta sabe exactamente a dónde tiene que ir.
[...]
Hay un capítulo de Brooklyn 99 en la televisión cuando tocan a la puerta.
Recostado en el regazo de Tina mientras le trenzan el cabello, Foolish frunce el ceño. Bagi interrumpe su propio discurso sobre no tener la misma personalidad que Charles Boyle para preguntar:
—¿Esperaban a alguien? —ladea la cabeza, mirándolos—. ¿Siquiera aceptan visitas a esta hora?
Foolish y Tina niegan con la cabeza.
Tina mueve una de sus piernas de arriba a abajo, haciendo rebotar la cabeza de Foolish, riendo ante sus quejas.
—Eres el hombre de la casa, ve a ver quién es.
Foolish rueda los ojos cuando Bagi le da la razón, murmura un “traidora” al levantarse y se dirige a la puerta.
Su corazón se detiene dentro de su pecho cuando observa por la mirilla.
¿Está seguro de que no se quedó dormido en las piernas de Tina y está teniendo una extraña clase de sueño febril?
¿Qué hace él en su casa a las casi once de la noche?
Tina pregunta quién es al mismo tiempo que abre la puerta.
—¿Vegetta?
Tina y Bagi dejan salir sonidos de sorpresa al mismo tiempo. Obra de su conexión lésbica inexplicable , piensa. Seguramente Tina terminó de contarle todo pero no puede detenerse a pensar si le molesta cuando Vegetta asiente, regalándole una sonrisa nerviosa.
—Hola… —saluda, con ambas manos tras la espalda—. ¿Puedo- Podemos hablar?
Foolish lo mira con curiosidad.
Aunque su estómago cosquillea con anticipación, se recuerda mantenerse sobrio de ilusiones poco realistas.
—Podemos ir a la azotea y fumar.
—Podemos hacer eso, sí.
Foolish entra y toma su cajetilla de la mesa de centro, ignorando las preguntas de sus amigas.
Vegetta y él suben por el ascensor, en silencio, hasta llegar a la azotea. La mirada de Vegetta se ilumina con asombro ante la vista de la ciudad. Cientos de luces rojizas viajan por las avenidas y hay millones de ojos iluminados en los edificios que los rodean.
A un lado del borde, que les llega a la altura del pecho, encienden un par de cigarrillos.
Sonríe al notar que Vegetta usa el encendedor que le regaló y el rostro ajeno se ilumina de la misma manera cuando nota el único anillo en sus dedos. El único anillo que usa desde hace semanas.
—¿Qué pasa? —finalmente pregunta, después de exhalar la primera nube de humo.
Vegetta suspira, mirando el cigarro consumirse entre sus dedos.
—Cancelé la boda y terminé con él.
Una risa incrédula brota de su garganta.
Realmente lo hizo.
—Y se lo tomó bien. Tan bien como podría tomárselo, al menos, ¿no?
Su mente solo puede repetir lo hizo y ¿ahora qué?
—Lo que no se tomó bien fue que quisiera dejar el proyecto. Quiere que lo termine con él y digamos que la boda se aplazó aunque ya no estemos juntos —bufa una risa.
—¿Y vas a hacerlo?
Vegetta le da una calada larga a su cigarro y saca el humo lentamente antes de rebuscar en el bolsillo de su pantalón.
No puede ver qué es hasta que lo deja en el borde de la azotea. Una piedra cae directamente a su estómago y teme no tener la fuerza suficiente para sostenerse a sí mismo.
Traga saliva y busca respuestas en la mirada de Vegetta.
¿Por qué tiene su anillo?
—Me lo dio él. Él lo tenía.
Foolish intercala la mirada entre Vegetta y el anillo, incapaz de decir algo. Él suspira, mordiendo su labio inferior.
—Quiere un trato, supongo. Si termino el proyecto con él, no dice nada sobre nosotros. Siempre lo supo.
Foolish recarga la espalda en el borde de la azotea, contando estrellas mientras fuma. Es inútil, pero cree que ayudará al vacío en su estómago.
—¿Y qué vamos a hacer? —finalmente pregunta, en voz baja.
—No quiero convivir con él después de haber terminado, menos ahora... —hace una mueca—. Estaba listo para dejarlo, y al proyecto, y que todo fuera diferente…
Foolish ríe, bajo y triste.
—Realmente querías vivir la fantasía brasileña de moteles, restaurantes y museos, ¿no?
Vegetta sonríe mirando sus propios pies.
—Especialmente las escapadas de fin de semana.
Foolish ríe sin ganas, da una calada larga y mira a Vegetta con esmeraldas cargadas de incertidumbre. Él se aclara la garganta antes de seguir.
—Quería hablar contigo porque no sé qué hacer. Realmente quería irme contigo y estaba listo y ahora me siento atrapado porque no puedo tener ambas cosas y no quiero que diga nada que te perjudique a ti y, si me voy, no quiero que empecemos algo así-
Foolish deja su cigarro encendido en el borde de la azotea y sostiene su rostro con ambas manos.
—Respira, bonito —Vegetta guarda silencio de inmediato—. Ya lo sé. Sé que quieres irte, sé que queríamos que todo fuera diferente. Lo sé.
La respiración de Vegetta se regula, pero su expresión sigue gritando que no hay tiempo.
Tal vez nunca debieron pensar que lo tenían. Nunca lo hubo, en realidad. Se les acabó desde que Vegetta aceptó casarse y solo atrasaron lo inevitable. Nunca debió haber existido algo entre ellos que les hiciera desear tener suficiente tiempo.
Le acaricia las mejillas con los pulgares y suspira.
—No hay forma de que ganemos con cualquier decisión que tomes, bonito —el rostro de Vegetta se deforma en un puchero y los ojos le brillan. No como cuando fantaseaban sobre Brasil, sino como cuando se despidieron a la mañana siguiente—. Te vas ahora y todo el mundo se entera sobre nosotros, te quedas y tenemos que seguir en la misma dinámica porque públicamente vas a seguir con él… Y yo me iré. No va a funcionar.
Vegetta cierra los ojos y los aprieta con fuerza, como si quisiera despertar de un mal sueño. Foolish le quita su cigarro, dejándolo a un lado del suyo para que se consuman con el viento. Lo atrae a un abrazo apretado. Uno que grita no me sueltes y que es correspondido con una súplica silenciosa; no te vayas.
Foolish pasó más de una noche en vela desde la despedida de soltero.
No soportaba dormir sin el calor de Vegetta después de haberlo conocido. Su cama se sentía vacía sin él y le había vuelto a doler la cabeza por las noches. No le pasaba desde que terminó con Mariana.
Cada punzada en la frente traía un pensamiento diferente.
¿Por qué?
¿Qué necesita para ser él?
¿Se arrepentirá?
¿Lo escogerá?
¿Volverá?
Cuando se volvía insoportable, se colaba a la habitación de Tina, como un niño pequeño después de una pesadilla. Ella acariciaba su cabello, encendía una vela aromática y le murmuraba que la despertara si necesitaba algo más.
Nunca lo hacía.
Hace tan solo una semana atrás, solo la oscuridad y Tina lo escucharon murmurar que no sabía qué haría si nada cambiaba. Seguir con su vida como habían acordado Vegetta y él, claro, pero, ¿qué pasaría con él ?
Habló casi toda la madrugada con Tina, y nunca le dijo que tampoco sabía qué sería de él si realmente lo escogía.
Porque Vegetta estaba ahí y, aún así, le dolía el pecho.
Porque cuando tratas de predecir los finales y controlar el dolor, no lo evitas, solo te familiarizas con él. Lo aplazas y lo aplazas y lo aplazas hasta que es lo único que queda.
Vegetta tenía sus propias razones para cancelar su boda, pero él era una de ellas… Y aún así, no se sentía como una victoria.
El tiempo se mueve de formas desconocidas y crueles, porque es demasiado tarde para tomar una decisión con la que ganen todos, pero también es demasiado pronto para decidir huir juntos.
La voz de Tina resuena en sus oídos, y sabe que tiene razón.
No sabe si quiere un para siempre con Vegetta y mucho menos si él quiere lo mismo con él.
No sabe si Vegetta lo quiere a él y a Brasil o a cualquier otra vida que no sean Rubius, arquitectura y Bear Bikes .
¿Quiere a Vegetta o lo que significa ser elegido por él?
Por desgracia, esa respuesta sí que la tiene.
Lo abraza con más fuerza y besa su cabello. Nunca se había detenido a pensar en lo mucho que adora su diferencia de altura, perfecta para gestos como ese.
—No vale la pena que arruines tu vida, tu relación con tu familia y tu reputación por mí. Termina el proyecto con él, bonito.
Vegetta niega con la cabeza y se esconde en su pecho.
—Tampoco quiero llegar a Brasil y ser el chisme de la oficina. ¿Sabes cuánto hablaron sobre nosotros cuando fui contigo a la fiesta? Si dice algo, no dejarán de hablar de mí en años…
Vegetta no se ríe. Vuelve a negar con la cabeza y sorbe la nariz.
—Pero yo te quiero a ti.
Yo te quiero a ti.
Te quiero a ti.
Te quiero.
Foolish suspira, tragando el nudo en su garganta.
—Ya lo sé —ya no tiene nada que perder, así que responde—: Y yo te quiero a ti.
Lo más jodido es que eso no es suficiente.
No cuando estaban condenados desde el inicio. No cuando las decisiones correctas llegan tarde y se chocan con los intereses de otros.
—Te juro que quería irme contigo. O lo que fuera, pero contigo.
Quiere creer que esa es la respuesta a su pregunta: Que Vegetta lo quiere a él y no solo al escape que representa, pero tener fe sólo lo ha llevado a terminar en noches en vela mientras el pecho se le agrieta.
Mete sus manos debajo de la camisa de Vegetta y le acaricia la espalda.
—Es lo mejor, bonito.
Vegetta simplemente suspira.
Se lo debía y, tal vez, él también.
Pensar demasiado en el posible dolor de Rubius le hacía pensar en el propio, el que se apoderó tanto de su piel que lo obligó a huir. El que se extendió tanto que iba a irse de nuevo.
—Supongo —responde, frustrado.
Foolish detiene las caricias en su espalda para volver a sostenerle el rostro. Le limpia las mejillas con los pulgares y lo mira fijamente.
—No va a ser así siempre —Vegetta asiente, mordiéndose el labio inferior con fuerza. Foolish lleva su pulgar ahí para que deje de hacerlo antes de volver a acariciarle las mejillas—. No quiero que tomemos decisiones apresuradas que al final nos perjudiquen más. No nos vendría mal algo de tiempo, tampoco —Vegetta asiente con la cabeza, aunque aún lo mira con amatistas opacos—. Si en un par de meses, cuando termines el proyecto, decides que aún me quieres a mí y a la fantasía brasileña, sabes dónde encontrarme.
—No quiero esperar.
—Tan impaciente —Foolish ríe, rozando sus narices juntas—. Si decides que soy lo que quieres, será más fácil que ahora. Lo prometo.
Finalmente, asiente con la cabeza.
—¿Y cómo voy a saber si yo sigo siendo lo que quieres?
Foolish ríe y moja sus labios.
—Lo sabrás —responde, acariciando su labio inferior con su pulgar—. Aunque me sorprende que lo dudes, no has dejado de ser lo que quiero desde que te conocí.
El cuerpo de Vegetta se relaja. Sus ojos brillan durante milésimas de segundos.
—Bien.
—Bien.
Foolish recorre su rostro con la mirada sin dejar de acariciarlo. Vegetta hace lo mismo, tomando la ropa que le cubre la cintura entre sus puños.
Y, antes de que Vegetta desaparezca como humo ante sus ojos, lo besa. Vegetta sabe a humo salado. No deja de parecerle la mejor boca que ha probado.
Cuando se separa, le besa la frente y lo vuelve a abrazar.
—Quiero que sepas que estoy orgulloso de ti.
Vegetta vuelve a llorar. Foolish lo sostiene hasta que deja de hipar y está lo suficientemente calmado como para manejar de vuelta a casa.
Lo acompaña hasta la puerta de su auto, despidiéndose con un movimiento de su mano. Irónico, considerando que conoce su cuerpo de memoria, pero Vegetta se despide de la misma manera.
—Buen viaje.
Foolish sonríe con tristeza.
—Suerte, bonito.
Esta vez no hay una promesa, ni siquiera incierta, de que vayan a volver a verse. No hay un nos vemos ni te voy a extrañar ni no quiero perderte , pero sí dos personas que creen haber hecho lo correcto.
Y esperan que eso sea suficiente para volverse a encontrar.
Chapter 16: XV. [Final]
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Brasil lo está tratando bien.
La nueva sede de QSMP Builds es más linda que en la que solía trabajar: Jardín enorme, una sala de descanso con una cafetera de ensueño y sillas hechas de nubes.
El departamento que comparte con Cellbit es lo suficientemente espacioso como para poder coexistir sin incomodarse, pero lo suficientemente acogedor como para no extrañar reírse con Tina en su sala de estar. No todo el tiempo, al menos.
Cellbit cocina platillos típicos para él y, cuando sus horarios coinciden, lo lleva a conocer sus lugares favoritos de São Paulo.
Es agradable, pero no iguala descubrir cafeterías nuevas cada semana con Bagi.
Claro que extraña a sus amigas, pero tal vez también extraña demasiado a alguien más.
Intentó tener citas.
La primera fue una cena en un restaurante elegante y una caminata por el parque con un compañero de trabajo. No igualó los sándwiches de madrugada con Vegetta.
La segunda fue con un chico de una aplicación de citas, como en los viejos tiempos . Salieron de fiesta y bebió tequila de sus labios. Se retiró a los minutos, mintiendo sobre una fuga de gas en su departamento y su roomie necesitando apoyo moral.
La verdad era que conocer a Vegetta sí había vuelto al resto de chicos aburridos. Ni siquiera había pensado en cómo serían en la cama cuando meses antes hubiera sido su prioridad.
Lo más frustrante es que no tendría por qué no poder tener citas ni acostarse con alguien si lo quisiera. Está soltero, en una ciudad nueva y Vegetta y él acordaron darse espacio y tiempo. Ni siquiera prometieron volver a verse, por el amor de Dios, y no habían hablado desde que él le avisó que había llegado a Brasil y Vegetta le deseó suerte.
Sabía que era probable que no se volvieran a ver, que Rubius y él revivieran la llama de la pasión y volvieran, o que simplemente decidiera que no iba a arriesgarse más.
En teoría, debía ser tan fácil como la última vez que se mudó.
Nueva casa, nuevos amigos, nuevos cuerpos y nuevo Foolish.
Olvidarse de Mariana fue relativamente fácil. Lo extrañó las primeras semanas, claro. Estuvieron juntos durante años, aunque asumió su pérdida desde antes de que terminaran.
Distancia, mentiras y noches en vela.
Recordar las últimas semanas con él le revolvía el estómago.
Cada cuerpo nuevo lo ayudaba a olvidar. Era lo que quería. Lo que necesitaba.
Hasta que dejó de ser emocionante. Hasta que dejó de llenarlo. Hasta que dejó de necesitar olvidar .
Hasta que conoció a Vegetta, su boca, sus manos y su risa.
Era jodido, y a veces se reía de sí mismo, pero concluyó que no quería olvidarlo. Aún no. No hasta que supiera que era momento de hacerlo.
Es fácil olvidar una historia que terminó con te odio y nadie me ha lastimado tanto como tú. Incluso diría que eliminar a Mariana de su vida fue satisfactorio. Mudarse sin decirle a dónde, eliminarlo de todas las redes sociales y no saber absolutamente nada de él.
No puede decir lo mismo de una historia que terminó con buen viaje y suerte, bonito e incertidumbre sobre si ese fue realmente el final.
Ese tipo de historias no se terminan desapareciendo de la vida del otro ni creando fantasías donde nunca existieron. Ese tipo de despedidas se manejan con preguntas casuales sobre la otra persona a amigos en común, buscando su nombre en las revistas sobre sociedad y estilo de vida que aún compra y comenta con Tina al teléfono, y recibiendo cualquier mínima actualización sobre él como gotas de agua al caminar por el desierto.
Es un sábado por la tarde cuando recibe ese mensaje de Tina.
Está alistándose en el baño para ir a una fiesta con Cellbit y acomoda su cabello frente al espejo cuando la pantalla de su celular se ilumina con una notificación: Un enlace a un artículo y el emoji que Tina y él siempre usan cuando “necesitan contarse un chisme”.
Lo primero que ve es la fotografía que lo acompaña.
Su estómago da un vuelco.
Son Vegetta y Rubius, trajeados y sonrientes, cortando el listón de la primera tienda de Bear Bikes en el extranjero.
Lo logró .
Escanea el artículo, absorbiendo solo lo realmente importante.
El proyecto terminó hace una semana, hubo un afterparty al que fueron juntos y Bear Bikes parece estar despegando bien en el extranjero. Charla de negocios que no entiende, palabras de agradecimiento de Rubius que no le interesan y… Bingo .
“Ninguno de los dos quiso dar declaraciones sobre la nueva fecha de su boda, misma que pospusieron para poder enfocarse al cien por ciento en terminar el proyecto. Declararon querer tomarse un descanso de los negocios compartidos y no tener nada más en su agenda hasta el próximo año…”
Eso no es un terminamos ni un aún te quiero a ti, Foolish … Mucho menos cuando el artículo termina con una foto de ambos abrazados frente a Bear Bikes.
Esa es la verdadera vida de Vegetta. Pertenece ahí, con sus zapatos perfectamente boleados y brillantes, el traje negro hecho a su medida y los brazos de Rubius rodeándole la cintura.
Dios, los brazos de Rubius rodeándole la cintura. Nota los de Vegetta alrededor de su espalda, la fuerza con la que ambos se sostienen y… Volvió a lo seguro, ¿verdad?
Mira la foto tanto tiempo que la ha memorizado.
Con manos temblorosas, deja el celular sobre el lavabo y vuelve a encargarse de su cabello. Se rocía loción en el cuello y agradece tener una fiesta aquella noche, porque su cuerpo pide a gritos tequila y labios ajenos.
Y su mente lo traiciona cuando recuerda que es la misma loción con la que conoció a Vegetta. La misma que usó cuando fueron a la fiesta de aniversario de QSMP BUILDS y-
La fiesta de aniversario.
Es un idiota.
Un completo idiota.
Vuelve a abrir el artículo y desliza con rapidez hasta la última foto.
Las manos de Vegetta en la espalda de Rubius.
No está usando ningún anillo de compromiso.
Los brazos de Rubius rodeando su cintura.
El traje negro hecho a su medida.
Vegetta está usando su saco. Aquel que le regaló después de la fiesta de aniversario.
Sigue siendo lo que Vegetta quiere, ¿cierto?
Se acomoda el cuello de la camisa colorida que seleccionó esa noche y, aquel anillo que Vegetta le regaló hace meses, deja el cajón de su mesa de estar por primera vez desde que llegó a Brasil.
[...]
La fiesta de Cellbit resulta ser por el cumpleaños de uno de sus mejores amigos. Todos los conocen en el bar al que van, gozando de descuentos y un pastel Selva Negra con una vela que parece un espectáculo de pirotecnia.
Las manos de Foolish tiemblan cada vez que recibe un trago nuevo y, aunque quiere prestarle atención a Cellbit, ya un poco ebrio, contando una historia sobre su ex, no puede evitar que su atención se desvíe hacia su celular.
La única respuesta que le dio a Tina fue “¿Viste lo mismo que yo?”. Recibió un “sí”, y un “haz lo que tengas que hacer” que solo lo confundió más.
Dos vasos de vodka con jugo de arándano después, comienza a creer que Vegetta también está esperando una confirmación.
Abre su conversación con Vegetta —el último mensaje tiene dos meses y medio de antigüedad— y, con manos temblorosas, escribe:
Foolish, 21:21 P.M.
Tina me mandó el artículo sobre la inauguración de Bear Bikes. Felicidades, bonito.
Adjunta una foto de su vaso, poniendo especial atención a que el anillo se vea como un detalle sutil. Si no le temiera a la reacción de Roier o Quackity si llegaran a enterarse del porqué esa foto debía ser perfecta, les pediría ayuda con la composición de la misma.
Foolish, 21:22 P.M.
Estoy tomándome un trago en tu honor.
Tiene suficiente alcohol en la sangre como para no pensar en si su selección de palabras fue vergonzosa o si la foto realmente se ve bien.
Vegetta ve el mensaje inmediatamente.
Su pecho se acelera.
Muerde su labio inferior con fuerza mientras mira la pantalla. Bebe y acepta una calada de un cigarrillo ajeno.
La burbuja de texto del lado de Vegetta baila inconsistentemente por dos minutos e incluso hay un momento en el que se desconecta. Pasan cinco minutos para que haya una respuesta.
Bonito, 21:27 P.M.
Gracias, Foo.
Y eso es todo.
Eso es todo.
Suspira, apaga su celular y se roba una de las botellas de vodka solo para él.
El resto de la noche es un conjunto de risas escandalosas, humo, y una molesta presión en el pecho.
[...]
Foolish empieza el día con dos reuniones y una invitación a una segunda cita del mismo compañero que lo llevó a cenar y a caminar al parque.
Dice que sí.
Es lo mejor.
Ha pasado una semana desde el incidente Gracias, Foo, como Tina, Bagi y él han empezado a llamarlo, y no ha tenido ninguna señal de vida de Vegetta.
Antes podía decir que estaba esperando una señal o un mensaje, pero ahora no puede ilusionarse con lo mismo. Que Vegetta no fuera a casarse con Rubius o que aún pensara en él no significaba que quisiera volver a verlo o realmente llamarlo suyo , ¿no?
No va a pasar y está bien.
Contesta el correo electrónico de un cliente enojado por el color final de las paredes de su sala de estar cuando tocan a su puerta. Frota el puente de su nariz, suspira, y con la poca amabilidad que puede rescatar de su pecho, responde:
—Estoy ocupado, ¿crees poder esperar media hora, por favor?
Su recepcionista abre la puerta lo suficiente para poder asomar la cabeza.
—Tiene una visita, señor Brown. Y, uh, él no me dijo que fuera urgente, pero hace un par de meses usted me indicó dejarle pasar sin importar qué.
Levanta la cabeza inmediatamente y permanece en silencio, esperando que la chica confirme lo que su pecho ruega sea una realidad.
—Lo busca el señor De Luque.
El estómago se le enreda en un nudo y no puede pensar en nada que no sea en ojos amatista y su torso cubierto por su saco.
—¿Señor Brown?
Él parpadea y cierra su computadora portátil. Ni siquiera piensa en que perderá la respuesta al correo electrónico que llevaba más de diez minutos redactando.
—Perdón. Déjalo pasar, por favor.
La chica asiente antes de retirarse.
El enojo debe haberlo hecho alucinar, ¿no?
En menos de un minuto, Vegetta cruzará la puerta de su oficina.
Y, cuando lo hace, no reacciona.
Él realmente está ahí.
Los ojos amatista en los que no ha dejado de pensar recorren, con miedo disfrazado de cautela, su rostro y su posición recta. Traga saliva y sube la mano derecha, saludándolo con timidez.
—Hola…
Foolish finalmente reacciona.
Ríe, aún sentado detrás de su escritorio, y se levanta tan rápido que tira un par de papeles al suelo. Recorre su oficina a la velocidad de la luz y atrapa a Vegetta en un abrazo. Rodea su cintura con ambos brazos, lo levanta del suelo y sonríe cuando siente la risa ajena vibrar en su propio pecho.
—¿Qué haces aquí? —pregunta, al dejarlo en el suelo.
Vegetta ríe. Se siente como volver a respirar.
—¿Cómo que qué hago aquí ? —pregunta, acomodando su ropa—. Vine por ti.
Los relojes dejan de girar.
—¿Por mí?
—No, en realidad vine a conocer al hermano de Bagi. Dicen que cocina muy bien y que es agradable, y como yo sigo soltero…
Foolish rueda los ojos.
—¿Cómo llegaste aquí?
—En taxi —Dios, quiere golpearlo y besarlo con la misma intensidad. Vegetta ríe al notar su expresión frustrada—. Dijiste que sabría dónde encontrarte, ¿no? No podría olvidar el nombre del lugar que me dio la primera fiesta de aniversario de una firma de arquitectos que realmente disfruté.
Foolish lo recorre con la mirada una y otra vez, asegurándose de que realmente esté ahí. Finalmente, sus músculos se relajan y una sonrisa suave pinta su rostro.
—Eres un hijo de puta, pensé que todo iba a terminar con ese mensaje horrible —dice, haciendo una seña para que lo siga a uno de los sofás y sentarse el uno al lado del otro.
—En mi defensa, entré en pánico y fue la mejor respuesta que se me ocurrió —Foolish rueda los ojos, le cuenta cómo Bagi y Tina lo odiaron por eso, Vegetta pregunta desde cuándo lo saben y confiesa que no son las únicas. Huh . Roier se lo tomó mejor de lo que pensó—. No quería apresurarme a irme sin dejar todo resuelto ni prometerte nada que no pudiera cumplir.
—Tan responsable y educado como siempre, bonito.
El cuerpo de Vegetta reacciona al apodo, exactamente igual a las primeras veces que lo usó: Un ligero temblor, una sonrisa necia y búsqueda inconsciente de cercanía. Él rueda los ojos antes de acercar su mano a la suya y entrelazar sus meñiques.
—Lo siento —dice, con completa sinceridad —. Pero ya estoy aquí, ¿no? Y sigues siendo lo que quiero. Realmente lo pensé, lo hablé con Roier, y eso no ha cambiado. Te sigo queriendo a ti.
Foolish le sonríe, mordiendo su propio labio inferior para que el gesto no le rompa las mejillas.
—¿Entonces lo del saco fue intencional?
—Fue tan discreto como tu foto con el anillo.
—Te dije que sabrías si aún eres lo que quiero.
—Y yo tenía que asegurarme de que lo supieras también.
Ambos se ríen.
Diferente y ligero.
Nuevo.
Foolish lo recorre con la mirada, Vegetta lo imita y es suficiente para que el aire se vuelva pesado.
—Ponle el seguro a la puerta y ven aquí.
Vegetta obedece.
Sube sobre él a horcajadas y disfruta de la intensidad de la mirada de Foolish sobre él. En su cuerpo, en su rostro, en su boca…
Moja sus labios a la vez que Foolish recorre su cuerpo lentamente con las palmas de las manos: El recorrido empieza en sus muslos y termina en su cintura. Él le acaricia el pecho, y es suficiente para que sus respiraciones pesadas se combinen.
Foolish le cubre la garganta con la palma de una de sus manos y lo atrae hacia él, rozando sus labios. Vegetta lo muerde el inferior con delicadeza y Foolish ríe antes de besarlo.
Sus bocas se encuentran con hambre, reclamándose de nuevo, recuperando el tiempo perdido. Foolish aprieta el agarre en su cuello y Vegetta jadea, pasándole las manos por el cabello sin ningún tipo de cuidado.
Se arquean el uno contra el otro, buscándose, necesitando tenerse cerca.
—Te extrañé —murmura Foolish, entre besos.
—Yo a ti —responde, con la respiración agitada.
Foolish baja la mano libre a su cadera, apretándola. Vegetta vuelve a morder su labio inferior, se mueve sobre él en círculos lentos y-
Tocan a la puerta.
Alguien toca la maldita puerta.
Quien quiera que sea va a perder la cabeza.
Foolish se aclara la garganta y cubre la boca de Vegetta cuando comienza a reírse.
—¿Sí..?
—Foo —reconoce la voz y el estómago se le aprieta—. ¿Comemos juntos?
Foolish recarga la frente en el pecho de Vegetta, quien lo mira extrañado.
—Dame diez minutos, ¿sí? Ya voy.
—Bien.
El chico se aleja de la puerta. Foolish suspira.
—Tengo que decirle que no podré… Y cancelar una cita.
Vegetta le golpea el pecho sin fuerza.
—Sí, tienes que cancelar esa cita.
—No me hables así que me dan ganas de pecar —Vegetta vuelve a golpearlo sin fuerza, con el rostro completamente serio, y él suelta una carcajada—. ¡Pensé que no iba a volver a verte!
—Sí, qué bueno que hayas querido seguir con tu vida. Lo entiendo y todas esas mierdas. Ya estoy aquí.
Foolish ríe, lo toma por las mejillas y vuelve a besarlo.
Ya está ahí.
[...]
Vegetta acompaña a Foolish hasta que termina su turno. Pasa las horas en su sofá, deslizando la pantalla de su celular desinteresadamente.
Al salir, finge no notar cómo el compañero de trabajo de Foolish lo mira con resentimiento.
Si tuviera una moneda por cada compañero de trabajo de Foolish que lo ha odiado, tendría dos monedas… Lo cual no es mucho, pero es raro que haya pasado dos veces.
Foolish le dice siempre haber querido probar un restaurante en específico, a dos cuadras del departamento con Cellbit, pero estar esperando una ocasión especial. Lo visitan esa noche y sus platillos se enfrían por lo mucho que hablan.
Nunca disfrutaron tanto de la comida fría.
Después, van al hotel de Vegetta y visitan uno de los jardines.
—¿Cuánto tiempo te quedarás? —Foolish dice, encendiendo un cigarro para Vegetta.
—Dos semanas, por ahora… —dice, devolviéndole el favor a Foolish—. Aunque no quiero volver.
—¿Cómo está todo por allá?
Vegetta suspira.
—Con Rubius tan bien como podrían estar… Nos llevamos mejor como compañeros de trabajo y “amigos” que cuando estábamos comprometidos —ríe, irónico, y suspira—. La próxima semana se publica el artículo sobre nuestra separación, aunque ya se estaban esparciendo los rumores porque no llevábamos los anillos en esas fotos… Y mis padres me odian.
Foolish ladea la cabeza.
—No te odian.
—Dicen que estoy tirando mi vida a la basura —se encoge de hombros—, porque dejé a Rubius, y lo adoraban, y renuncié.
Parpadea.
—¿Renunciaste?
Duda antes de rodear sus hombros con su brazo opuesto al que sostiene el cigarro, pero lo hace. Vegetta sonríe, abrazándolo por la espalda.
—Sí… ¿Puedes creerlo?
—Puedo creerlo.
Los ojos de Vegetta brillan al escucharlo.
Foolish baja la mirada a sus labios. Vegetta lo imita. Ríe cuando Vegetta se estira con rapidez para darle un beso corto. Moja sus labios y suspira.
—¿Qué vas a hacer?
—Hay demasiada libertad en haber decepcionado a todos a tu alrededor, ¿sabes? —se encoge de hombros. Foolish ríe, empujándolo suavemente—. Puedo hacer lo que yo quiera y no va a cambiar absolutamente nada.
—Si sirve de algo, a mí no me decepcionaste.
—Lo sé.
Fuman en silencio, dejando que el frío de la noche golpee sus rostros y acaricie su piel. Se siente mucho mejor que siempre ver las mismas paredes color crema de la habitación 505.
—Realmente quiero quedarme aquí, quiero saber quién soy sin sentir que le debo algo a alguien… Aquí solo me conoces tú.
Foolish ríe por la nariz.
—¿Y eso dónde me coloca a mí?
—Te vuelve de las pocas personas que no esperan que sea perfecto. Me siento seguro equivocándome contigo —mira al cielo, como si estuviera pidiéndole un deseo a las estrellas—. Quiero pintar. Voy a tomar cursos y practicar hasta ser tan bueno como Tina y poder dedicarme a eso. Y mientras voy a trabajar de manera independiente como arquitecto porque no quiero morir de hambre… Y es lo único que sé.
—Es un buen inicio —Foolish suspira, mirando hacia el mismo punto que él—. ¿Y harás eso aquí?
—Si puedo, sí —juega con su cigarro entre sus dedos—. ¿Aún me quieres aquí?
Foolish ríe, incrédulo. Cambia su posición para tomarlo por la cintura con ambas manos, cuidando no quemarse con el par de cigarros.
—Eres más inteligente que esto, bonito —se burla, rozándole los labios—. ¿Tú qué crees?
Vegetta suspira.
—Que no tendré que contarle a Roier que mi prefiero ser su amante me rechazó ni volver con la cola entre las patas.
Foolish ríe contra sus labios antes de besarlo. Es lento y suave. Un brillo dorado desconocido entre ellos.
—Voy a mudarme en unas semanas, no como esta vez, solo a un departamento propio… Y Cellbit seguirá buscando un roomie, seguramente, así que puedes quedarte con él.
Vegetta asiente. Lo mira con amatistas brillantes, tan temerosos como esperanzados.
—¿Vamos a…? —carraspea la garganta y Foolish ladea la cabeza—. Intentarlo —se tropieza con sus palabras—. ¿Vamos a intentarlo?
Hace meses, Foolish hubiera salido corriendo sin rumbo hasta que le dolieran las piernas y no pudiera escuchar la desesperación en los gritos ajenos de búsqueda. Sin importar si tiraba su cigarro a medio fumar y el jardín ardía en llamas.
Aquella noche, atrae a Vegetta hacia él y besa su cabello.
—¿Tú lo quieres? —Vegetta asiente—. Hagámoslo, entonces.
La sonrisa de Vegetta se ensancha, y recarga la frente en su pecho. Foolish lo abraza, acariciando su espalda en círculos.
—Gracias por aceptarme aquí.
Foolish ríe.
—No podría vivir la fantasía brasileña como lo planeé sin ti… Aunque te advierto que solo me quedaré un año aquí, el tiempo por el que me contrataron. Creo que me apresuré, extraño estar allá.
Esta vez, huir del dolor también había implicado dejar lo que ya se sentía como un hogar.
—Volveremos juntos.
La boca de Vegetta vuelve a buscar la suya y las sonrisas de ambos les impiden seguir el beso con propiedad. No importa cuando llegan a la habitación de Vegetta, porque los besos sobran, las caricias no son suficientes y cualquier pensamiento es superado por el volumen de sus gemidos.
Vegetta se queda dormido en su pecho y sigue ahí a la mañana siguiente. Piden café, pan y fruta y no hay el fantasma de ninguna despedida embrujándoles la nuca. En su lugar, se prometen ir a cenar cuando Foolish salga de trabajar y hablar con Cellbit sobre su posible estadía en su departamento después.
Vegetta encuentra un curso de pintura ideal para él y Foolish lo besa cuando procesa el pago en línea.
El futuro aún es aterrador y ninguno de los dos sabe lo que depara para ellos, pero está bien.
Foolish pasa la noche con él y vuelven a desayunar besos con sabor a café… Y es suficiente.
No necesitan más.
FIN.
Notes:
HOLA.
Falta el epílogo y me guardo mis agradecimientos largos para subirlos junto con éste, pero no quería irme sin agradecerles por haber llegado hasta aquí. Gracias por acompañarme en esta historia y darle una oportunidad a mis infieles inmorales. Les quiero y espero nos leamos pronto. (PD: Tengo otro fic Fooligetta terminado en mi perfil, solo digo).

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