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Category:
Fandom:
Relationships:
Characters:
Additional Tags:
Language:
Español
Series:
Part 1 of Universo NMLY (Español)
Stats:
Published:
2025-02-08
Completed:
2025-07-23
Words:
168,252
Chapters:
33/33
Comments:
186
Kudos:
572
Bookmarks:
26
Hits:
15,017

Nobody Matters Like You (Español)

Summary:

Aquella noche había decidido cambiar la rutina para poder dormir, jamás imaginó que cambiaría la rutina de toda su vida.
Pero en un momento esa pequeña bola de carne había sido expulsada de su cuerpo y ahora ya no sabía qué hacer con ella.

Una historia donde Jinx es la madre biológica de Isha.

Notes:

Esta historia también pueden encontrarla en Wattpad

If you don't speak Spanish, you will find the story in English here

Chapter 1: I. Azul

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Su cabeza había empezado a gritarle todos los días, le era imposible dormir. Por eso aquella noche había decidido cambiar la rutina. Bajó al bar, tomando asiento en el lugar designado para ella, el lugar que únicamente Jinx podía ocupar.

—Entonces todos en mi vida un día solo… ¡puf! Se esfumaron —rio, bastante ebria, hablando con quien fuera que estuviera escuchando en ese momento—. El problema es que los malditos decidieron venir a joderme cada que quieren, como si mi cabeza fuera algún tipo de hotel o algo así. ¡Ja!

Siguió bebiendo a través de la pajilla, tal vez de hecho eso era lo que estaba poniéndola ebria tan rápido.

—Debe ser una mierda —dijo alguien más, sentándose a su lado.

Jinx recargó el codo sobre la barra y luego la cabeza en su mano, mirando a su nuevo acompañante de tragos. Nunca antes lo había visto en La Última Gota, no era un cliente frecuente ni tampoco un subordinado de Silco; además, parecía tener su edad, lucía como un muchacho idiota y muy borroso.

—Sí, es una mierda —aseguró ella, terminando su trago y poniéndose de pie para volver a su habitación.

Pero el piso se movía solo, si ella caminaba hacia la derecha, el bar completo se iba hacia la izquierda. Sintió unos brazos rodeándola.

—Déjame llevarte, bebiste demasiado —escuchó del mismo idiota.

Y luego todo se oscureció.

 

 

Cuando despertó no logró reconocer dónde estaba, no era ningún lugar cercano a casa de cualquier forma. Se levantó con un terrible dolor de cabeza que la obligó a sostener sus parpados con los dedos.

—Creí que nunca despertarías —escuchó frente a ella. La vista todavía nublada, pero en definitiva más nítida que ayer—. No tolero la idea de que ni siquiera recuerdes nada. ¿Qué te parece si lo repetimos?

Jinx arrugó la nariz, en señal de desagrado.

—¿Repetir qué?

El muchacho sonrió, mordiendo su labio, y fue cuando Jinx notó por fin que estaba desnuda.

—Me estás jodiendo… —bramó, buscando sus ropas en el suelo.

Ella no era ajena al sexo, ya no era una niña, había dejado de serlo hacía mucho, pero nunca se sintió particularmente atraída por nada que requiriera involucrarse emocional o físicamente con alguien.

—Vamos, ¿de verdad no recuerdas ni un poco?

De nuevo, el muchacho se acercó hasta ella, tratando de acariciar sus hombros desnudos, Jinx sintió un escalofrío, le torció la muñeca y lo dejó tirado en el suelo.

—Si hubieras sido bueno, lo recordaría —le escupió desde arriba.

Él frunció el entrecejo, molesto. Jinx volvió a vestirse, incluso había encontrado su pistola justo dentro de su pantalón, era evidente que el tipo ni siquiera se había molestado en desarmarla antes, vaya imbécil.

El muchacho volvió a tomarla con fuerza por ambas muñecas.

—No creerás que te dejaré ir tan fácil, ¿verdad? —gruñó—. Eres la maldita cachorrita de Silco, seguro pagará bien por recuperarte en una pieza.

Jinx ladeó la cabeza con una sonrisa arrogante. Le dio un rodillazo en el estómago y cuando éste la soltó para encorvarse, ella le disparó justo en la nuca.

Blah, blah, blah —volvió a guardar el arma, tocando con la punta del pie el rostro del sujeto—. Te dije que no eras lo suficientemente bueno.

Y salió dando un salto por la ventana, perdiéndose entre las calles de Zaun, con el sol apenas asomándose detrás de ella.

 

 

 

El trabajo que Silco le había encargado era sencillo, tan sencillo que cualquier idiota con media neurona hubiese podido hacerlo. Bueno, cualquier idiota excepto Sevika, que había fallado la primera vez que fue sola.

—No necesitaba que vinieras —gruñó la mujer.

—Tu magnifico desempeño no pasó desapercibido —dijo Jinx, sonriendo con sarcasmo mientras mordisqueaba un pedazo de madera y escupía los restos al suelo—. Silco no está feliz y es culpa tuya y de tu estúpido brazo de metal.

Los objetivos se movieron debajo de ellas, Sevika tuvo que tirar de Jinx para que se escondiera detrás de la barandilla de concreto y no las descubrieran.

—Solo dispárales y ya —murmuró Sevika—. Quiero largarme de aquí.

—Se nota que no me conoces, gruñona.

Jinx dio un salto, atravesando la barandilla y cayendo dos pisos más abajo, justo frente a los hombres. Llevaba al hombro una nueva arma en desarrollo que, en cuanto activó, lanzó una lluvia de disparos rosas y azules, llenando de agujeros a sus adversarios. Ni siquiera la vieron venir.

Sevika dio un salto junto a ella.

—Te gusta llamar la atención, ¿no?

—Es parte de mi chispa —su rostro dibujó una sonrisa engreída que pronto se disipó.

Y vomitó. Había vuelto el estómago justo sobre la bota de Sevika.

—¡¿Qué mierda te sucede?!

—Demasiada chispa —aseguró Jinx y luego miró sobre su cabeza—, o tal vez fue demasiada altura.

Sevika ni siquiera pudo borrar su gesto de desagrado, sacudió el pie y caminó de vuelta a La Última Gota, asegurándose de que la próxima vez que Silco se atreviera a mandar a Jinx de su acompañante se mantendría tres metros alejada de ella.

 

 

 

Todo tenía que estar mal. No había manera de que lo que sea que eso significara realmente estuviera pasando. Era un error, tenía que serlo.

Jinx tomó la prueba casera y la lanzó sobre las otras cinco que se había hecho.

Las malditas pruebas estaban mal, tenían que estarlo, porque había sido solo una vez, solo una maldita vez y no creía que el idiota ese con el hueco en la cabeza hubiera sido tan imbécil como para no haberse cuidado.

Ahora él estaba muerto y ella estaba jodida.

—Creo que estoy embarazada —le anunció a Silco, posándose frente a su escritorio. Él solo la miró con las cejas levantadas mientras las pruebas caían sobre la madera como un montón de fichas de dominó—. Bueno, en realidad, estoy bastante embarazada.

Silco ni siquiera quiso preguntar cómo había pasado, desde siempre supo que Jinx era una joven bastante capaz para cuidarse sola, bastante capaz de dispararle a cualquiera que la hiciera enojar, aunque jamás se la imaginó llegando con una noticia así, como si fuera cualquier cosa. Sevika miraba todo desde el sillón en la oficina, estaba sorprendida, pero ahora entendía porqué sus botas favoritas habían terminado en la basura.

—¿Qué piensas hacer? —preguntó Silco, volviendo a erguirse en la silla.

—¿En serio me lo preguntas a mí?

Silco no respondió, era claro que al final la decisión era suya. Jinx odiaba tomar decisiones, para ella el resultado siempre era el mismo: una mierda.

—No lo sé.

Sevika rodó los ojos y se puso de pie.

—Deshazte de él —soltó.

Silco no se movió, Jinx tampoco, era como si lo que Sevika había dicho se hubiese estancado en su cabeza.

—Sería capaz de tenerlo solo para joderte —se burló Jinx.

No quería darle el placer de hacer lo que ella decía, pero tampoco iba a negar que no lo había considerado. Esto definitivamente no estaba dentro de sus planes y tener a un ser diminuto y maloliente correteando por su habitación y La Última Gota no era precisamente algo que la llenara de alegría, y por las caras de Silco y Sevika, a ellos tampoco.

—Toma una decisión —se apresuró a decir Silco, levantándose para salir de su oficina, seguido por Sevika—. Esto podría cambiarlo todo.

Jinx permaneció con la mirada fija en la puerta que rechinó antes de cerrarse.

Claro que iba a cambiarlo todo, ¿o es que no le había quedado claro la parte de “embarazada”? Debía tomar una decisión, esta vez una buena, una que no fuera a joderle la vida más de lo que ya la tenía.

Se recargó en el escritorio a su espalda y miró su estómago.

—¿Se supone que justo ahora estás ahí dentro?

Habló para lo que sea que estuviera desarrollándose dentro de su vientre, pero no hubo respuesta.

Resopló, sacando todo el aire de sus pulmones.

—Y ahora el mandamás y su “mano derecha” —sonrió ante su propio pésimo chiste—, quieren que tome una decisión sobre ti. ¿No se han dado cuenta de que poner una vida en mis manos es lo más peligroso que pueden hacer?

Nada, la oficina estaba incluso más silenciosa de lo normal.

Se picoteó el estomago con la punta del dedo. No había forma de que algo estuviera viviendo ahí tan jodidamente tranquilo mientras ella se sacaba los cabellos tratando de decidir cuál sería el curso de sus vidas a partir de ese momento.

Echó la cabeza hacia atrás, mirando el techo y las vigas que cruzaban de un lado hacia otro.

—Es una pésima idea… —susurró—. Nada bueno sale de mi compañía, y tú inevitablemente estarás adherido a mí como una sanguijuela, sin importar nada. No hay forma de que eso resulte bien, simplemente no la hay.

Colocó la mano sobre su vientre, buscando cualquier señal de vida que pudiese detectar, pero era demasiado pronto para eso. A pesar de ello, sintió un escalofrío tensando sus músculos y cerró el puño sobre su piel helada.

Había tomado una decisión.

—Presiento que me arrepentiré de esto.

Pero si lo hacía o no, solo el tiempo lo diría.

 

 

No estaban contentos, por supuesto que no estaban contentos, Sevika principalmente había echado maldiciones a todos los dioses que conocía y Jinx podría jurar que casi lo hacía en orden alfabético.

Pero la decisión estaba tomada y ya no había marcha atrás, a pesar de que Sevika insistió en que era una locura tener a dos como Jinx rondando por el bar y, sobre todo, cerca de ella.

—Tú te harás cargo de ella —ordenó Silco, sin siquiera levantar la mirada de los documentos que escudriñaba tan recelosamente.

—¡¿Qué?!

Ambas habían saltado de sus asientos solo para plantarse frente a él. Tenía que estar bromeando, ¿el ojo malo no le dejaba ver el pésimo equipo que Sevika y ella hacían?

—Ella no tiene idea sobre embarazos y yo tampoco —terminó el hombre.

—¿Y parece que yo sí? —bramó Sevika.

Jinx soltó una carcajada socarrona.

—En algo podrás ayudarla, también eres mujer —se excusó él.

—¿Estás seguro de eso? —volvió a burlarse Jinx, dando dos pasos de distancia antes de que Sevika la alcanzara.

Silco se puso de pie, azotando las manos sobre el escritorio.

—Les guste o no —dijo, autoritario—, se harán cargo de esto. —Señaló el estómago de Jinx y luego miró a Sevika—. No quiero que nadie se entere, nadie puede saberlo, lo último que necesitamos son amenazas sin sentido, ¿oíste?

—No necesitas más amenazas si ella misma podría asesinarme en cuanto te des la vuelta —escupió Jinx, entre dientes.

—No me presiones, niña, ahora más que nunca estoy tentada en hacerlo.

Silco masajeó sus parpados, irritado. Lidiar con ellas ya era bastante difícil, no podía creer que ahora tendría que hacerlo con tres.

—Lo importante ahora es encargarnos del padre —resopló. Jinx permaneció quieta—. ¿Lo sabe?

—No creo que debamos preocuparnos por él —dijo la muchacha, sentándose en la silla frente al escritorio.

—No quiero cabos sueltos, Jinx.

—No los hay —aseguró, jugueteando con los dedos sobre el reposabrazos—. Digamos que justo en este momento no tiene cabeza para una noticia como esa.

Silco soltó un suspiro pesado. No era necesario preguntar, sabía que si estaba tan tranquila sobre él era porque ya le había metido una o dos balas.

 

 

Después de eso las cosas no mejoraron, de hecho, se habían complicado bastante, porque Jinx debía lidiar con el peso extra y la deformación de su cuerpo y eso no la tenía contenta, la tenía de muy mal humor.

Estaba más inquieta de lo normal, yendo de un lado al otro dentro del bar, molestando a Sevika y a los clientes con sus bombas de pintura, era su manera de exigirle a Silco que la dejara salir.

—O me envías afuera o vuelo todo —amenazó.

—Quiero ver que lo intentes —respondió Silco.

Y lo intentó. Lo hizo.

La mitad del bar había quedado en llamas que Sevika se vio obligada a apagar. Silco había aprendido la lección: no retes a la joven con desorden hormonal.

Tras el pequeño incidente, Silco comenzó a enviar a Jinx a las misiones sencillas, donde él supiera que tendría siempre un atajo para huir y donde no era necesario utilizar explosivos, pero eso, claro, era decisión de Jinx, porque si ella quería podía quemarlo todo.

Pero después de unos meses más ya no pudo hacerlo, aunque su cuerpo todavía se mantenía ágil y fuerte, no era sencillo que ella pudiera realizar las mismas hazañas de antes, era consciente de eso y no lo aceptaría frente a nadie.

La misión de aquel día definitivamente sería una de las últimas, para suerte de Sevika, que estaba ya bastante harta de cargar con ella de un lado a otro, soportando sus cambios de humor que de una u otra forma terminaban con una bala en su brazo prostético.

Esperaron varios minutos en la terraza del edificio, minutos que para Jinx parecieron una eternidad, porque ni siquiera podía mantenerse boca abajo en el suelo. Odiaba su nuevo cuerpo y estaba comenzando a arrepentirse de la decisión que había tomado.

Los hombres más abajo se colocaron en su mira, solo necesitaba un disparo limpio para acabar con los dos en un segundo. Colocó su dedo sobre el gatillo y tiró de él, pero su puntería falló y terminó alertándolos.

—Mierda —maldijo Sevika—. ¿Qué fue eso?

—No lo sé.

La mayor dio un salto desde la barandilla y terminó rompiéndole el cuello a ambos hombres antes de que la situación se complicara. Jinx retrocedió, marchándose sin ella.

Llegó hasta su habitación y se quedó de pie al centro, mientras las luces fluorescentes le iluminaban la cara. Elevó su mano, tocando suavemente con la punta del dedo su vientre ensanchado.

—¿Qué mierda fue eso?

Algo en su interior había revoloteado justo en el momento en que disparó, por eso había fallado, pero ¿cómo iba a explicarle eso a Sevika? Tampoco era como si esa ogra mereciera explicaciones.

Justo cuando estaba empezando a creer que todo había sido parte de su imaginación, volvió ese diminuto golpeteo, espaciado y lento.

Colocó ambas manos sobre su vientre para sentirlo con mayor claridad, ahí estaba de nuevo, como las cuerdas de un reloj, golpeando insistente y con suavidad.

—¿Estás reclamándome porque consideré que fue una mala idea quedarme contigo? —preguntó—. ¿Qué estés dentro de mí te hace poder leer mis pensamientos o algo así?

Un último golpe y luego todo se calmó.

Sevika entró, azotando los pies.

—Explícame qué mierda pasó allá atrás —exigió—. Si no hubiera sido lo suficientemente rápida me habrían disparado, se supone que para eso te cargo conmigo, para evitarlo.

—Me sorprende que creas que desaprovecharé la oportunidad de dejar que te maten. —Jinx tomó asiento y la miró agotada—. Ahora, si no te importa, estaba teniendo una conversación importante aquí.

—Sí, claro, con las voces en tu loca cabecita.           

Pero Jinx no dijo nada cuando Sevika se marchó, pateando todo lo que se encontraba en su camino.

 

 

El haberse negado a seguir haciendo trabajos para Silco la mantenía cada vez más alerta, ansiosa y molesta. El estómago le pesaba más, demasiado, en realidad. Por lo que debía mantenerse quieta, aunque no lo quisiera.

Y eso la ponía a disposición de las voces, esas malditas voces que ya habían tardado en aparecer. Que se jodan.

De pronto las tenía ahí, susurrándole al oído, un día era Mylo, al otro era Claggor, y al siguiente Vi.

“Eres de mala suerte, solo harás que lo maten, como a nosotros”, se lo repetían una y otra vez.

—¡Cállate! ¡No terminará igual que ustedes! ¡No lo hará!

Pero, realmente, ¿quién podía asegurárselo?

 

 

Lo más difícil llegó cuando el parto comenzó. No había manera de sacarla del bar, ni siquiera de su escondrijo en donde se había mantenido desde que las contracciones comenzaron.

Silco llamó a su médico de más confianza; no a Singed, porque Singed, por muy brillante que fuera, estaba chiflado y lo último que quería era lidiar con un posible experimento en la habitación de Jinx.

Tuvieron que alejar de ella todo lo que pudiera fungir como un arma, era el único médico que Silco mantenía con vida y ahora menos que nunca deseaba perderlo en un arranque de ira por parte de la muchacha.

Caos.

Era algo que caracterizaba a Jinx, pero jamás imaginó sentirlo en carne propia. El dolor caóticamente entremezclado con el horror y la sensación de desgarramiento. Claramente esta fue la parte que no había contemplado cuando decidió darle una oportunidad a esa criatura y ahora estaba pagando las dolorosas consecuencias.

Pero el dolor fue momentáneo; lo que vino después, eso sí había llegado para quedarse.

Jinx respiraba agitadamente mientras miraba como el pequeño paquete de carne que había sido expulsado de su cuerpo se retorcía entre los brazos del médico.

—Es una niña —anunció él, estirándola hasta ella.

Pero Jinx retrocedió.

Se acomodó sobre la cama, pegándose completamente a la pared detrás de ella y ni siquiera se molestó en levantar las manos para tomarla. Se quedó quieta, mirándola como si fuera una especie de fantasma, un diminuto problema que en cuanto tomara entre sus brazos se haría más y más grande.

El médico se la entregó a Silco y se marchó después de murmurarle algo al oído. Jinx abrazó sus rodillas, mirando hacia el vacío junto a ella, ignorando por completo que el hombre la miraba con insistencia.

—Dijo que necesita comer —comentó Silco, luego de sentarse a la orilla de la cama.

No hubo respuesta, ni un solo movimiento. Silco suspiró con pesadez.

—Si no la quieres, todavía puedo mover algunos hilos —siguió—. Esto jamás habrá pasado.

—Matarla solo te haría peor persona —murmuró ella, encajando aun más su rostro entre sus brazos.

—Hablaba de entregársela a alguien más, una familia capaz de cuidarla y mantenerla lejos de aquí.

Jinx miró de reojo a la niña y luego elevó la mirada hasta Silco.

—No creo que esa idea le agrade.

—No tiene ni idea de lo que está pasando, Jinx. Ella ni siquiera sabe que tú eres su madre.

Ouch.

Incluso si tuviera razón, algo no le permitía solo soltarla al mundo de los Carriles como si fuera carne fresca. Nadie allá afuera sería capaz de enseñarle cómo sobrevivir mejor que ella y, muy a pesar de lo que estaba sintiendo justo en ese momento, no quería verla morir.

Le había costado mucho trabajo traerla al mundo como para que no durara ni un día en él.

—Al menos podrías hacer que se calle —escupió Jinx—, estoy tratando de pensar y ya tengo suficiente con Mylo gritándome al oído.

—No puedo. Ese no es mi trabajo.

El hombre colocó a la niña sobre la cama, a los pies de Jinx, y se marchó sin decir nada más.

¿En serio pensaba dejarla sola en esto? No era una decisión que él pudiera tomar y ya le había ofrecido opciones, pero tampoco era como si Jinx tuviera cabeza para pensar mientras tenía a esa pequeña cosa llorando sin parar en su habitación.

El idiota de Mylo se había instalado junto a ella, los demás se habían mantenido particularmente callados, pero él no. Él estaba empeñado en seguir gritándole al oído.

“¿Lo ves? ¿Lo ves? ¡Nada bueno sale de ti! ¡Nada bueno! Acaba de una vez con esto y entrégasela a alguien más antes de que termine lanzándose al vacío por culpa tuya”.

—Cállate… —musitó ella, cubriendo sus oídos con fuerza.

Esta vez fue Vi quien tomó el lugar de Mylo.

“Si no fuiste capaz de ser una buena hermana, ¿qué te hace creer que serás una buena madre?”

—Yo… yo no…

Risillas burlonas retumbaron a su alrededor después de eso. Era tanto el caos en su cabeza que todo lo que estuviera junto a ella quedó enmudecido, no había nada más a su lado, solo oscuridad y destellos violentos de la gente que amó y ahora le escupía en la cara.

—Basta, deténganse, ya basta…

“Harás que la maten, si es que no lo haces tú primero”.

—¡DIJE QUE TE CALLARAS!

Tomó el arma que escondía bajo el colchón y disparó tres veces al aire. Todo por fin había quedado en silencio.

Silencio. Demasiado silencio.

Despegó las manos de su cabeza, buscando con la mirada frenética a la niña que hasta ese momento había olvidado que seguía ahí.

Se inclinó sobre la cama, mirándola más de cerca, buscando heridas de alguna bala perdida, pero no, no encontró nada.

Solo unos enormes y vidriosos ojos ámbares que la miraban llenos de terror. Jinx suspiró aliviada, por un segundo había temido lo peor.

La niña frunció los labios.

—No, no, no, no, espera.

Y volvió a llorar.

—Mierda.

Miró a su alrededor, buscando quién pudiera ayudarla, pero no había nadie, estaba sola. Además, ¿quién iba a ayudarla? ¿Mylo? Ja. Le había disparado tres veces, no volvería a aparecerse en un buen rato.

No tenía más opción, ya no le quedaba ninguna, salvo la que Silco le había dado. Comenzaba a sonar sensato el fingir que nada de eso había pasado, ella estaría tranquila y la niña tendría una buena vida, lejos de ella.

Lejos de ella.

Se acercó con cautela, como si esa pequeña bola de carne fuera a lanzársele directo al cuello. Volvió a mirar sus parpados arrugados por llorar tanto y sus mechones castaños redondeando su cara.

La tomó con las manos temblorosas, levantándola de la cama y llevándola contra su pecho.

—¿No sabes dejar de llorar? —preguntó, mirándola fijamente—. Me doliste bastante como para que me digas que voy a tener que aguantarlo toda la vida.

Esta vez la niña cesó su llanto, centrando su atención en ella.

—Ahí está, sí sabes hacerlo.

Pero no hubo respuesta, ni una mueca, nada. Solo la miraba como si analizara su rostro, su mirada, su locura.

Jinx frunció el ceño, incómoda.

—Entonces eras tú lo que me pateaba las tripas todas las noches —la niña arrugó la nariz—. Ya no pareces tan ruda, ¿eh?

Y luego la pequeña bola de carne en sus brazos sonrió.

Ahí lo tenía, ese pinchazo en el pecho. Silco estaba equivocado, ella sí sabía quién era su madre.

Estaba jodida.

Notes:

Dejé para ustedes un Fanart de una de las escenas de este capítulo hecho por una amiga mía! Síganla en sus redes sociales!
Fanart de Jinx e Isha

Chapter 2: II. Dorado

Chapter Text

Escucharla llorar era un fastidio.

Lo hacía día y noche sin parar; y, para su suerte, la única que podía calmarla era Jinx, pero ella no quería ni siquiera acercársele.

La miraba por encima del hombro, mientras la niña dormía en su cama. Varias veces prefirió simplemente no dormir con tal de no acercarse a ella, de vez en cuando solo se asomaba para ver que siguiera respirando y volvía a sus asuntos.

Porque sería una asesina, pero no de su propia hija.

Sostenerla le daba escalofríos, que no se debían ni siquiera a las voces que le gritaban incesantes al oído, simplemente no podía hacerlo, el estómago se le revolvía y la obligaba a salir corriendo.

—¿Piensas dejar que muera de hambre? —preguntó Silco, entrando a la habitación con el ceño fruncido, bastante harto de que el llanto de la niña llegara hasta su oficina.

Jinx permaneció concentrada en seguir construyendo su nuevo artefacto, haciéndose de oídos sordos mientras brincoteaba de una esquina de la mesa de trabajo a otra.

—¡Jinx!

Silco golpeó la madera, justo a su lado. La muchacha se quedó quieta, manteniendo a raya la psicosis que parecía querer salir volando de su cabeza.

—Si tanto te preocupa, ¿por qué no solo te la llevas? —dijo—. Necesito concentrarme y hace demasiado ruido.

Silco se pellizcó el puente de la nariz, tratando de acumular paciencia.

—Sevika tiene un trabajo hoy —anunció—, entregará un cargamento de Brillo. Quiero que vayas con ella. Resguarda la carga.

—¿Con Sevika? —se quejó Jinx—. Ella odia trabajar conmigo, tiene la desquiciada idea de que la asesinaré en cuanto tenga la oportunidad. —Silco la miró con las cejas levantadas. Jinx resopló, rodando los ojos—. Si quisiera, ya lo hubiera hecho.

—Ve con ella —ordenó—. Necesitas aire fresco, salir de este lugar podría ordenar tus ideas

—Tengo mis ideas ordenadas, que estén borrosas es un asunto distinto.

—Necesito que pienses qué harás con ella —señaló a la niña con la mirada.

Jinx dirigió su vista hasta la pequeña cosa que se retorcía entre las sábanas, soltando sonidos apenas audibles por el cansancio.

Silco la tomó en sus brazos.

—Veré que alguien la alimente —suspiró, agotado—, otra vez.

Jinx desvió la mirada en cuanto la pasó a su lado.

—Se supone que debes hacerlo tú —volvió a decir el hombre, antes de salir—. Está bien si no quieres hacerlo, nadie te culpará por ello.

Nadie se atrevería, de hecho.

—Pero si no te sientes capaz de hacer... esto, considera dejarla al cuidado de alguien más.

 Y salió, dejando la habitación en silencio.

¿Capaz? Ella era capaz de muchas cosas, eso le había quedado claro desde que la gente que amaba se convirtió en voces dentro de su cabeza. Se había encargado una y otra vez de demostrarle al mundo lo capaz que era.

Pero... ser madre era una cosa completamente distinta. Algo brutal y desquiciado, mucho más que ella.

Jinx no tenía un gramo de instinto maternal, se lo había dejado claro a todos, incluida a esa niña. No se sentía particularmente apegada a ella y eso la estaba consumiendo por dentro.

No era más que una niña a la que ni siquiera se había molestado en ponerle un nombre.

¿Qué más daba? Si accedía al plan de Silco, no tendría porqué romperse la cabeza pensando en qué clase de nombre le iría bien, en qué clase de nombre combinaría a la perfección con sus mechones castaños y esos enormes ojos dorados que, desde que llegaron al mundo, le imputaron una responsabilidad que le aterraba asumir.

No era su culpa, ella se lo había dicho, le había dicho a esa niña que nada bueno saldría de su compañía y de la decisión que había tomado. Se lo había advertido, no era su problema que no la hubiese escuchado.

Y que tuviera el tamaño de una aceituna en ese momento no tenía nada que ver.

 

 

 

Los malditos Firelights habían arruinado el trabajo que Silco había dejado en sus manos. Interfirieron justo cuando Sevika estaba a punto de terminar de entregar el cargamento especial de Brillo. Y eso fue porque sabía que quién lidiaría con su humor de sería la propia Jinx.

—Es demasiado Brillo —enunció el líder—. Busquen abajo. ¡Quemen todo!

Claro que todo iba a arder, pero no gracias a ellos.

Boom.

Las explosiones habían sucedido, respirar una vez más el humo después de ellas le trajo recuerdos de sus días antes de quedar embarazada, antes de verse forzada a dejar todo eso de lado por su bien y el de su pequeña aceituna.

Dos de ellos ya habían caído, solo quedaba el líder y uno que otro que realmente creyó que sería capaz de enfrentarse a Jinx. Sevika y la mayoría de los hombres de Silco estaban inmovilizados por la tecnología Firelight, pero Jinx era rápida, demasiado rápida para ellos.

Se encontró frente a frente con el líder del grupo y su estúpida máscara de búho.

—Usar máscaras —escupió, mirando la oscuridad en sus ojos detrás de ella—, es de cobardes —sacó dos bombas más—, en lo personal, prefiero que sepan que fui yo quien les metió una bala en la cabeza.

Y las lanzó, pero no hacia él, sino a los dos a sus costados.

El chico con máscara de búho se lanzó sobre ella, evitando las balas de su arma, pero no fue lo suficientemente rápido porque de un golpe Jinx lo volvió a dejar en el suelo.

Estaba llena de energía y él había cargado con las consecuencias.

La última Firelight viva, llenó la mercancía con gasolina y encendió una antorcha. Jinx la tomó por la muñeca, golpeándola hasta sacarle la máscara.

Quedó helada.

—¿Vi...?

Pero no, no lo era, no estaba ni cerca de serlo. No era más que una impostora, porque Vi estaba muerta, ¿verdad? O al menos eso era lo que Silco le había dicho.

La joven tuvo tiempo suficiente para tirar la antorcha, prendiéndole fuego a todo y sacándola de su trance. Jinx sintió el calor de las llamas subiéndole por las botas y le disparó a la joven, asesinándola limpiamente.

El líder se vio obligado a retirarse en cuanto su tecnología para mantener prisioneros a los demás hombres de Silco comenzó a disiparse.

Además, ya no tenía sentido mantenerse ahí, su objetivo había sido completado y se había cargado a dos o tres subordinados de Silco; el problema era que la venganza había comenzado a mover sus caminos hacia Jinx.

 

 

—¡Perdimos todo! —maldijo Sevika—. ¡Perdí gente allá!

—Siempre hay bajas en la guerra —excusó Silco.

—Ella es un problema —escupió Sevika, como si Jinx no se encontrara de pie a su lado, igual no era como si a la joven le importara mucho lo que opinara de ella—, y ahora, con esa mocosa...

Silco le lanzó una mirada mordaz.

—Ve a arreglarlo —ordenó—, no quiero excusas.

Sevika salió sin decir nada más, la mirada del hombre había sido suficiente para mantenerla en su lugar. Silco giró su atención hasta Jinx.

—¿Qué pasó?

Jinx titubeó, abrazando su cuerpo.

—Tenía el cabello rosa —respondió—, una de esos malditos Firetontos.

Silco soltó un suspiro pesado, poniéndose de pie.

—Ella está muerta, lo sabes.

—Sí, sí, ya lo sé —sonrió, buscando excusarse en su ironía—. Hermanas, ¿verdad? Incluso después de muertas pueden volverte loca.

Soltó una carcajada que se cortó con el chirrido de la puerta.

Jinx borró su sonrisa en cuanto entró una mujer desconocida llevando a su pequeña cosa dormida plácidamente en sus brazos. La mujer intentó entregarle a la niña, pero Jinx dio un paso hacia atrás, dándole la espalda y enterrándose las uñas en los brazos.

Silco le hizo una seña para que colocaran a la niña en el sofá y se marchara lo antes posible.

Jinx se sentó en la silla frente al escritorio, escondiendo el rostro entre sus rodillas.

—¿Ella qué? —preguntó, arrugando la nariz.

—En vista de que no fuiste capaz de cuidarla, contraté a alguien que pudiera hacerlo por ti —suspiró Silco—. ¿Qué te sucede?

—No... no lo sé —respondió Jinx, encorvando su postura—. No puedo acercarme a ella, no puedo verla o tocarla, siento que si lo hago todo se vendrá abajo... todo se irá al. —Bajó las piernas para acomodarse en la silla—. Luego están... ellos, en mi cabeza, gritándome todo el tiempo que no voy a ser capaz... Que va a terminar muerta.

Silco estiró su mano hasta ella, Jinx la tomó, poniéndose de pie frente a él.

—No puedes dejar que sigan nublando tu juicio, todos tenemos fantasmas. Lo que pasó hoy, no puede volver a repetirse —dijo, Jinx desvió la mirada—. Hago esto por todos, Jinx. Por los hijos e hijas de Zaun, ellos merecen más que solo los desechos de los de arriba —elevó el mentón de la joven—. Tu hija merece más que eso.

Jinx clavó la vista en la niña.

—Ni siquiera sé si me quedaré con ella.

—Todavía tienes tiempo para pensarlo. No tardes demasiado, con forme pasen los días irá encaprichándose más contigo y será imposible alejarla de ti.

—Lo sé, pero primero tengo que arreglar el desastre que...

—No —interrumpió Silco—. Sevika se hará cargo de todo, tú ve a descansar.

Jinx retrocedió de su agarre, inconforme.

—No necesito descansar.

Silco miró a la niña sobre el sofá.

—Hazlo de todas formas.

 

 

La verdad, desde que esa sucia imitadora de Vi había aparecido, la "real" se la pasaba en su cabeza, molestándola como visiones violentas e inestables, gritándole una y otra vez.

"¡Powder! ¡Powder! ¡POWDER! ¡Traes mala suerte!".

Hasta que se cansó de gritar y se sentó a su lado para murmurarle al oído.

"Deja de fingir lo que no eres, hermanita. Las dos sabemos que no estás hecha para esto, la maternidad no es lo tuyo. ¡Ni siquiera sabrías distinguir el instinto maternal aunque te explotara en la cara!".

Jinx se sentó en la esquina más oscura de la habitación, cubriendo sus oídos de la crueldad en las palabras de su supuesta hermana.

"Eres débil, demasiado débil".

—¡No-soy-débil! —replicó, arrastrando las palabras.

"¡Claro que sí! Incluso Silco lo sabe, por eso envió a Sevika a limpiar tu desastre".

—No... él no... —se golpeó la cabeza con ambas manos—. Él no cree que soy débil... ¡No puede creer eso! ¡CÁLLATE!

Las risas burlonas siguieron rumorando en su oído.

La niña que hasta ese momento había estado durmiendo sobre la cama, despertó abruptamente, soltando un chillido agudo que le erizó los vellos de la piel.

"Tan, tan débil, hermanita. Pero ella... ella te hace todavía más débil".

Y luego desapareció, como si hubiera cerrado la puerta a las demás voces por un rato. Vi se había marchado, pero no la idea que inevitablemente había enterrado en su cabeza.

¿Débil?

No, no había manera, ella no era débil. Que se jodan su estúpida hermana muerta y todos los que creían que se había vuelto débil por culpa de esa mocosa.

Se puso de pie, asomando la cara sobre la cama, observando a la niña retorciéndose entre las sábanas y sus propios incesantes y molestos berridos.

Formar un vínculo con ella la estaba volviendo loca (mucho más), ni siquiera lo había intentado y ya parecía una hazaña imposible.

No comprendía cómo lo había hecho su propia madre.

¿Cómo había visto a una pequeña bola de carne igual a la que justo estaba frente a ella y había logrado sentir... ¿Amor? ¿Cómo había logrado aferrarse a ella hasta el último aliento?

Su madre había sido capaz de sacrificar su vida por sus hijas, ¿sería ella capaz de hacer lo mismo? De poner la vida de esa cosa antes que la suya.

Antes que la de cualquiera.

En cuanto sintió que la observaba, la niña cesó su llanto y la siguió con la mirada, muy a pesar del gesto de disgusto que Jinx dibujó en su rostro.

¿De dónde demonios había sacado su madre el instinto maternal? ¿O era acaso que esa ni siquiera existía?

Tal vez simplemente ella no era capaz de reconocerlo.

Tal como Vi le había dicho.

Se arrodilló junto a la cama, mirando mucho más de cerca a su pequeño propio paquete de carne, ese que había salido de su cuerpo unos días atrás justo en ese mismo lugar.

Jinx ladeó la cabeza.

¿Qué la hacía tan maravillosa como para que todos quisieran una igual? No podía hablar, comer, ¡vaya!, ni siquiera podía dormir por su propia cuenta. Jinx sencillamente no comprendía cómo algo tan pequeño, podía causar tanto alboroto.

Mucho más que ella, incluso.

La niña giró la cara para observarla a su lado, entornó los ojos y luego sonrió, balbuceando para intentar acercarse a ella.

Pero Jinx sintió pánico y retrocedió, cayendo de espaldas al suelo.

Un escalofrío le recorrió el cuerpo desde la punta de los pies hasta las orejas. Nunca había tenido tanto miedo en su vida.

¿Era eso la debilidad de la que Vi hablaba? Porque, de ser así, no la quería.

 

 

 

Sevika entró a la oficina de Silco, azotando la puerta con torpeza y llevando las manos bastante ocupadas. Dejó caer una caja de madera sobre el escritorio, haciendo volar por los aires todos los papeles que el hombre llevaba un rato leyendo.

—¿Qué es esto? —preguntó él, asomando la cabeza dentro de la caja, encontrándose con los vidriosos ojos de la pequeña cosa de Jinx.

—Se fue —escupió Sevika.

Silco frunció el entrecejo.

—¿Cómo que se fue?

—Que se fue. No está —respondió ella, con impaciencia—. Y la mocosa lleva un buen rato así.

 

 

Jinx había vuelto a las calles, a los Carriles, a donde pertenecía y no podía sentirse mejor.

Volver a respirar aire fresco, volver a sentirse unida a su propio cuerpo, sentía que había vuelto a nacer. Era mucho mejor que trabajar junto a Sevika o enfrentar molestos Firelights.

No fue mucho el tiempo que se mantuvo lejos, pero había sido suficiente para que los imbéciles de los otros bandos comenzaran a sentirse con el derecho de suponer que estaba muerta o algo por el estilo.

Tal vez creían que una de sus propias bombas había acabado con ella.

¡Ja!

No hizo falta más que un poco de pintura, unos cuantos letreros y varias explosiones para anunciarle a Zaun que Jinx estaba de vuelta, más viva que nunca.

 

 

Antes de dar siquiera el primer paso dentro de La Última Gota, Sevika ya la había tomado por los cabellos para llevarla directo hasta la oficina de Silco.

—¿Dónde estabas? —preguntó él.

Jinx cruzó los brazos y resopló el mechón de cabello que le colgaba frente al rostro.

—Dibujando —respondió.

—Hubo varias explosiones en los Carriles —anunció Sevika—. Parece que te estuviste divirtiendo.

—A nadie le hace daño un poco de diversión.

Excepto a los tipos que había explotado; ellos definitivamente no la habían pasado nada bien.

Jinx paseó la mirada por toda la oficina después de ver a Sevika marchándose, echando maldiciones al aire.

—¿Buscas algo? —preguntó Silco, deslizando con el pie sobre el suelo la caja donde la niña permanecía dormida—. ¿En serio? ¿Una caja?

—Pero está viva, ¿o no? —replicó la joven—. Si la dejaba dormida en cualquier otro sitio, seguro habría caído al vacío.

—¿Y no pudiste esperar a que amaneciera para dejarla a cargo de alguien más?

Jinx se encogió de hombros. Silco masajeó sus parpados a punto de perder la cordura.

—Ahora explícame esto —deslizó un informe sobre el escritorio—. ¿Media docena de Vigilantes? —Se puso de pie, empujando la silla hacia atrás y parándose frente a ella—. ¿Media docena de Vigilantes muertos? ¡Muertos! ¡Ni siquiera mantuviste tus estragos dentro de los Carriles! ¿Tienes idea de lo que hiciste?

—De hecho, sí —respondió ella, sacando una pequeña gema azul de su bolsillo—. ¡Feliz Día del Progreso!

Lanzó la piedra directo a sus manos con una sonrisa triunfante. Silco se recargó sobre el escritorio a su espalda, Jinx se abrazó a él con fuerza, escondiendo el rostro en su pecho.

—Las explosiones aquí abajo distrajeron a los de arriba —murmuró, sin soltar su agarre—. La robé de uno de los laboratorios de esos niños ricos, estoy segura de que será suficiente para igualar el marcador. Sevika nunca hubiera podido hacer algo así.

¿Había valido la pena todo el alboroto que hizo por esa estúpida piedra? Era algo difícil de saber, pero al menos gracias a eso les había demostrado a todos que no era débil y nada, ni nadie, cambiaría eso.

 

 

 

Silco hizo todo lo posible por mantener a los Vigilantes a raya, lo suficientemente lejos de Jinx, tanto como pudo, a pesar de que ella había hecho todo por firmar sus caóticos trabajos.

Aquel día, muy temprano, Sevika la había encontrado en la barra del bar. Apenas había dormido, se notaba que seguía empeñada en comprender los experimentos que realizaban en Piltover y si eso la alejaba de la niña que había decidido solo expulsar al mundo, qué mejor.

—¿Qué demonios haces? —preguntó, arrancando el vaso que estuvo a punto de llevarse a los labios.

Jinx miró la barra y dirigió un gesto despectivo hacia ella.

—¿Tú qué crees?

—No seas idiota, la última vez que bebiste todo se fue al.

Jinx dibujó una sonrisa llena de ironía.

No tenía que recordárselo, había un pequeño ser esperando por ella en su habitación que se lo recordaba cada día.

—No volverá a pasar —escupió Jinx—. Además, solo es jugo, genio.

—Silco no irá limpiando todos tus desastres como si no fueran nada —gruñó Sevika, sentándose a su lado con un lugar de separación—. Facilítale el trabajo y deshazte de esa niña.

Jinx jugueteó con la pajilla.

—¿Y a quién se la daré? ¿A la linda señorita que cuida de ella todos los días?

La expresión de la joven dibujó genuino disgusto.

—Desempeña un mejor papel de madre que tú.

Jinx levantó la cabeza, mirando al frente para ignorar la acusación de Sevika.

—Ya lo sé. Se la llevó hace un rato y ella... no hizo ni un solo ruido. No parecía molesta con su presencia.

—Entonces el problema eres tú.

—No hay forma de que cierres la boca, ¿verdad, víbora?

Sevika dibujó una sonrisa burlona y se puso de pie.

—Levántate, tenemos trabajo.

 

 

Uno de los tantos idiotas que habían decidido traicionar a Silco durante la ausencia de Jinx era el objetivo; porque, claramente, ese tipo de matones le temían más a una niña de un metro sesenta que a Sevika.

Dentro de la construcción abandonada, uno a uno, fueron cayendo como moscas. No hizo falta demasiado esfuerzo, la nueva y mejorada arma de Jinx había hecho todo el trabajo.

—Revisa arriba —ordenó Sevika.

Jinx subió las escaleras, ni siquiera molestándose en no hacer ruido. Era más divertido si trataban de huir.

Escuchó un golpe en una de las habitaciones y ni siquiera se detuvo a mirar, disparó con todo lo que tenía hasta que la puerta cayó, azotando contra el suelo.

El hombre del otro lado soltó un grito ahogado desde el piso mientras estiraba las manos frente a su cara.

—¡No, no, no, por favor, no me mates!      

Jinx le apuntó justo entre los ojos con una sonrisa retorcida.

—Por favor...

La muchacha dirigió la mirada hasta la mujer a su lado, suplicaba de rodillas por la vida del hombre que parecía ser su esposo y llevaba dos niños escondidos a su espalda.

—Por favor, Jinx —imploró el hombre—. Perdóname la vida, te juro que lo hice para proteger a mi familia. Ellos me dijeron que, si no traicionaba a Silco, los matarían, por favor...

Jinx colocó el dedo en el gatillo y luego miró a los niños junto a ella. Rechistó, disparando justo al lado de la cabeza del sujeto. Se inclinó, clavándole la pistola en la nariz.

—Si vuelves siquiera a pensar en hacerlo otra vez, no me tentaré el corazón ni contigo, ni con ellos. No me importa que sean niños.

Y salió, pateando la tierra en el suelo.

—¿Qué pasó? —preguntó Sevika.

—Nada. Está vacío, vámonos.

Pero más pronto que tarde se arrepentiría de haberse tentado el corazón. Porque días después, una bomba de Gris fue soltada dentro de La Última Gota.

El ataque había atravesado el vitral detrás del escritorio de Silco, Sevika apenas logró sacarlo antes de que cayera inconsciente. El hombre tenía una resistencia increíble para dicho gas, pero no la suficiente si la bomba le explotaba justo en la cara.

Jinx llegó corriendo en cuanto notó el caos, ella ni siquiera se encontraba cerca cuando todo sucedió, había estado demasiado ocupada encargándose de unos mocosos Firelights a unos cuantos callejones de ahí.

Miró a Sevika, y a Silco tratando de recuperar el aliento, pero a nadie más.

Su cordura tembló cuando la puerta del bar colapsó por los daños, entornó los ojos, buscando a su alrededor, pero no, no había nada.

Ella no estaba. No estaba por ningún lado.

Sevika tragó saliva, ni siquiera pudo sostenerle la mirada. ¿Es que acaso seguía adentro? Ninguno de esos infelices se había molestado en pensar en ella. Ninguno.

Lanzó sus armas al suelo para aminorar el peso, debía ser mucho más rápida, más ágil. Entró, rompiendo una de las ventanas.

El Gris estaba por todas partes, llenando el edificio, apenas y podía ver sus propios pies. El aire era cada vez más denso, no había forma de que alguien sobreviviera demasiado tiempo respirándolo.

Mucho menos alguien con pulmones tan pequeños.

Sintió un escalofrío recorriendo su espalda y apresuró el paso. .

Como pudo llegó hasta su habitación y rebuscó entre las sábanas de la cama, pero no encontró nada, esa niña no estaba por ninguna parte.

Escondido entre las cobijas, halló un muñeco de tela relleno de arena con una nota en su espalda.

 

"No me tentaré el corazón ni contigo ni con ella, no me importa que sea una niña".

 

Arrugó la hoja de papel amarillento entre sus manos mientras sus afiladas uñas atravesaban el muñeco, dejando caer la arena al suelo.

Alguien había firmado su propia sentencia de muerte. Porque Jinx no tenía el instinto maternal más agudo del mundo, pero al final del día el instinto estaba ahí.

Y habían tomado la pésima decisión de alejar a su hija de su lado.

 

 

Buscaban dominar los Carriles, como la mitad de Zaun; o tal vez buscaban darle un golpe bajo a Jinx que varios enemigos se había ganado a pulso. Fuera lo que fuera, debían mantener a la niña lejos de ello, porque incluso si su madre estaba caóticamente retorcida, eso no era culpa suya.

Pero el mundo de abajo era así, si no tenías cuidado te enterraba los dientes y te desgarraba el cuello. Jinx lo sabía, la jodía pensar que había arrastrado a su hija dentro de eso.

Debieron haber pensado que no sería difícil alejar a la niña de ella si ni siquiera le prestaba atención.

No lo habían pensado lo suficiente.

Jinx se dirigió hasta el puente que conectaba con Piltover, donde nadie solía acercarse con tal de evitar a los Vigilantes, pero ahí la habían citado y ella no daría ni un paso atrás.

Intentaron atacarla desde todas direcciones, pero ninguno fue lo suficientemente rápido o ágil para ella y su inseparable arma.

Jinx era de por sí ya bastante letal sola, nunca debieron haberla hecho enojar, y mucho menos involucrando a una niña inocente que apenas estaba empezando a conocer el mundo.

Su mundo. El mundo que su madre dominaba.

Uno de los matones intentó huir, Jinx le disparó en la pierna y cayó al suelo. Cuando se acercó a él pudo notar el terror en su cara, en otras circunstancias eso le habría parecido divertido, pero justo en ese momento no tenía tiempo que perder.

—¿Dónde está? —gruñó.

—¿Quién? —escupió el otro, ocultando su terror con una sonrisa burlona.

Jinx torció los labios, fúrica, y encajó el talón de la bota en su herida. El hombre soltó un grito ahogado.

—No tengo tiempo para esto —volvió a decir—. ¡Dime dónde está!

El dolor lo superó y terminó hablando.

—C-Cerca de los túneles que dan hacia las minas, hay una casa abandonada ahí —tartamudeó—. Ahí la tiene. Ahora déjame en paz.

Jinx entornó los ojos y disparó. Definitivamente lo había dejado en paz.

 

 

—¡Esto es una locura! —replicó la mujer—. ¿En serio secuestraste a la hija de Jinx? ¡¿De Jinx?!

—¡Cállate! ¿No entiendes que esta es la única oportunidad que tenemos para conseguir dominio dentro de Zaun? ¡Estoy harto de ser un subordinado más del idiota de Silco!

—¡Pero Jinx nos perdonó la vida! —volvió a replicar ella—. ¡Debimos solo haber huido! ¡Dejar esto atrás!

—¡Hago esto por nuestros hijos!

—¡¿Y qué crees que hará ella por la suya?!      

La puerta cayó de golpe. De entre la neblina que la tierra había formado salió un disparo directo hacia la pared detrás de ambos.

Jinx entró con la pistola en alto, el disparo había servido de advertencia.

—¡Si disparas una vez más, ella se muere! —tembló el hombre.

Jinx mantuvo su postura sin vacilar, el brazo recto, apuntando directo a su cabeza.

El llanto de la niña llamó su atención. La mujer la sostenía en brazos, con una pistola soplándole al oído.

—¡Suelta el arma! —ordenó el otro, apuntándole y volviendo a captar su mirada; pero Jinx no se movió—. ¡Que sueltes el arma!

Siguió sin inmutarse, su mirada indiferente no mostraba ni una pizca de miedo, al menos no por ella.

Desesperado, tomó a la niña con brusquedad, arrebatándola del agarre de su esposa. La sostuvo por debajo de los brazos; la niña se encogió, pareciendo incluso más diminuta de lo que ya era, elevó la mirada hasta Jinx y volvió a llorar en cuanto la vio.

Él dirigió el arma hasta la sien de la pequeña, su agarre dejó de temblar cuando se dio cuenta de que Jinx había comenzado a titubear.

—Dije que bajaras tu arma. ¡Bájala o le vuelo la cabeza!

Jinx sintió un escalofrío. Por primera vez en su vida, estaba asustada.

Colocó el arma en el suelo y elevó ambas manos sobre su cabeza, jamás desvió la mirada de su enemigo, salvo para observar de vez en cuando a la niña que cargaba en sus brazos como si no fuera más que un muñeco inanimado.

Sintió un impulso, un terrible impulso por asesinarlo de la manera más dolorosa y desquiciada posible.

—Si quieres salir con vida de aquí —dijo él—, junto con ella; tengo ciertos términos que quiero que Silco cumpla al pie de la letra, el dominio de los Carriles es el primero.

Jinx sonrió con ironía.

—¿De qué demonios te ríes, perra?

—Dudaste.

Él había apartado el dedo del gatillo, fue un breve segundo y no más de unos pocos milímetros, pero eso había sido suficiente.

Jinx impulsó su arma con la punta del pie, tomándola de nuevo en el aire y le disparó.

El disparo hizo eco en la casa, un eco demasiado fuerte, sobre todo para la niña que había quedado atrapada en medio de ambos y que lo había sentido rozando sus oídos. Soltó un grito de terror seguido por un incesante llanto, retorciéndose salvajemente para zafarse del agarre de su captor, que yacía muerto en el suelo.

Jinx la tomó en brazos, llevándola contra su pecho. Revisó que no tuviera heridas y quitó los mechones castaños que cayeron sobre su frente después de todo el caos.

La bebé se acurrucó contra su pecho, recuperando y atesorando el calor de su madre.

Jinx resopló. Era una vulnerabilidad para ella, lo comprendía amargamente. Ya no había salida de eso.

La mujer a su lado soltó un gemido inundado en terror. Jinx la miró de reojo, ni siquiera se molestó en cargar el arma.

—Perdóname… —suplicó ella—, nunca quise hacerle daño, todo fue su idea… —miró el rostro de su esposo muerto y abrazó a sus hijos—. Sé que estás en todo tu derecho de querer matarme, yo en tu lugar lo haría, pero… por favor, de una madre a otra, no me obligues a dejarlos solos. Nunca sobrevivirían sin mí allá afuera.

Jinx miró a la niña en sus brazos y comprendió a lo que se refería. Había cumplido su objetivo, su lugar ya no estaba ahí. Guardó su arma dentro de su funda y salió de la casa.

Escuchó un “gracias” a su espalda y tronó los labios.

—Sabía que me harías débil.

Más débil de lo que nunca se imaginó.

La niña elevó su mano con fragilidad, aferrando sus diminutos dedos al cuello de su ropa. Jinx sintió un escalofrío.

No, ya no había salida de eso. Nunca más la habría.

Chapter 3: III. Verde

Chapter Text

La maternidad era una mierda, una jodida mierda.

Porque de pronto estaba despierta a las tres de la madrugada con ese pequeño pedazo de carne aferrado a su pecho.

Agonizaba, con la espalda quebrándosele en dos; de cualquier manera, le dolía menos que no hacerlo. Nadie dijo que sería sencillo, y aunque se lo hubieran dicho, no les hubiera creído.

A la niña no le importaban sus padecimientos, ella se sentía plena, completa, por fin en unión con su madre (como siempre debió ser), ella quería mantenerse ahí, con una desesperación incomprensible por la propia Jinx, que había hecho un esfuerzo sobrehumano para no quedarse dormida durante las noches en vela.

Miró a la pequeña cosa redonda entre sus brazos y el cómo mermaba su hambre con una respiración ahogada. Picoteó su mejilla con la punta del dedo, pero no hubo gesto de respuesta por parte de ella, mantenía los ojos cerrados y los dedos curvados contra su piel.

Jinx descendió el dedo hasta los de la bebé, separándolos de su mano enroscada. Notó la diferencia de tamaños, seguía sin poder creer que fuera tan pequeña; tan, tan diminuta que ni toda su mano alcanzaba a cubrirle un solo dedo.

Tan diminuta y tan frágil, tan propensa a caer entre las garras de la Ciudad Subterránea y ser destrozada por ellas.

Sabía que en cuanto le quitara el ojo de encima, alguien sin dudarlo volvería a aprovecharse de su vulnerabilidad, volverían a usarla como un maldito cebo.

No lo iba a permitir.

La niña se separó de su pecho, buscándola con la mirada. Jinx arrugó la frente.

—¿Ya podemos irnos a dormir?

La pequeña sonrió, era claro que la respuesta había sido un “no”.

Jinx echó la cabeza hacia atrás, dejando salir un alarido de pesadez y tomó a la niña, recostando su cabeza sobre su hombro.

—Nunca le he pedido nada a nadie, pero, por favor, duérmete ya —suplicó.

La bebé enroscó su cuerpo, aminorando la distancia con su madre, y se acurrucó entre sus brazos. A Jinx se le aceleró el corazón al sentir el calor de la niña adhiriéndose a su piel.

“No serás capaz de protegerla por siempre”.

Ahí estaba otra vez, la voz del idiota de Mylo zumbando en su oído. Ya se había tardado en aparecer el imbécil.

Aferró su agarre a la espalda de la niña.

No, no dejaría que pasara otra vez, no permitiría que ningún otro le pusiera las manos encima, el próximo que se atreviera a hacerlo pagaría muy caras las consecuencias.

El mundo de abajo no volvería a amenazarla, no mientras ella estuviera ahí para protegerla.  

                

 

 

—¡Dijiste que la controlarías!

Marcus golpeó el escritorio, pero Silco nunca se inmutó, dirigió su mirada inerte hasta él, lanzando una de las bombas de Jinx cubierta de pinturas hechas por los Firelights.

—Tengo entendido que estos mocosos han causado estragos por todas partes —comentó Silco—, no sería extraño que ellos fueran los causantes de los daños al edificio y las muertes de los Vigilantes. Ellos no están contentos con nada, son anarquistas, es todo.

—No será tan sencillo esta vez —aseguró Marcus—. Jinx se empeñó en poner su sello en toda la explosión, no podré desviar la atención hacia los Firelights.

—Más te vale que sí. Quiero la atención lejos de ella, ¿entendiste?

—¿Y si ya no me interesa seguir tu estúpido juego?

Silco entornó los ojos, estuvo a punto de dar una orden a sus hombres cuando el sonido del llanto de la niña cortó el silencio, escuchándose lejano y casi ajeno, pero no lo suficiente como para no ponerlo nervioso.

Azotó una bolsa llena de monedas sobre la madera, tratando de encubrir el ruido, incluso incrementó el sonido de su voz.

—No olvides que las debilidades pueden explotarse —dijo, volviendo a captar la mirada de Marcus—. Continúa haciendo tu parte, tienes a tus culpables y —señaló la bolsa de monedas—, un presente para las familias afectadas, de parte de un ciudadano preocupado.

Y elevó el rostro para que uno de sus matones dirigiera al capitán hasta la salida. Marcus se marchó a regañadientes, pero lo que había escuchado definitivamente le dejó más de una duda.

 

 

Jinx rebuscó sin parar entre las cajas con sus cosas viejas. La bebé lloraba desesperada dentro de un cesto que hizo a las prisas.

Silco le había dejado claro que sería la última vez que la hacía dormir dentro de una caja de madera, incluso si la niña podía conciliar el sueño donde fuera.

El cesto estaba adaptado de manera que quedara lo suficientemente acolchado y cálido para ella. Y si alguien se atrevía siquiera a preguntar, decía que únicamente lo hacía porque si la niña no se mantenía en silencio no había una maldita forma en que pudiera seguir fabricando “juguetes” para Silco.

Dentro de la caja encontró la primera arma en la que había trabajado cuando comenzó a vivir junto a Silco. Una pistola vieja con orejas de conejo dibujadas torpemente en la empuñadura, le había puesto un nombre, igual que a todo lo que creaba, un nombre infantil, tal como ella lo era en ese entonces.

Ya no importaba.

Volvió a lanzarla dentro de la caja con un gesto agrio, daba igual, de cualquier manera, nunca funcionó.

—¡Jinx!

Silco entró a la habitación, echando maldiciones por los aires. Jinx ni siquiera lo miró, siguió rebuscando dentro de la caja.

—¿Por qué no has hecho nada para que se calle?

—Porque no quiere hacerlo —replicó Jinx, con la cabeza metida entre los cacharros—. Ya intenté de todo, y… ¡ah, aquí está!

Sacó un conejo de felpa de una oreja y lo puso frente a la cara de la pequeña, logrando aminorar su llanto.

—Mi hermana amaba este horrible muñeco —le dijo—, pero es lo único que parece apto para niños aquí.

Jinx ladeó la cabeza del conejo para llamar la atención de la niña y sonrió medianamente ante el brillo que se había formado en sus ojos.

Silco tragó en seco.

—No dejes que vuelva a hacerlo —le advirtió—. Marcus estuvo a punto de descubrirnos, no quiero que esto llegue hasta Piltover. Tenemos muchos enemigos allá que podrían ver esto como una ventaja sobre nosotros.

Jinx permaneció arrodillada frente al cesto. Su mirada se había ensombrecido.

Apenas era capaz de hacer que dejara de llorar, debía mantenerla en silencio y ocuparse de que no muriera en el intento.

Ser madre era complicado, pero ser madre siendo una criminal buscada lo era todavía más.

Tenía enemigos en todas partes: Piltover, Zaun… estaba segura de que ni siquiera podía confiar del todo en la gente de Silco. De alguna manera esos pensamientos la atormentaban.

¡Ja! Incluso su propia cabeza era su enemiga.

Que maldito fastidio.

—No creo poder proteger a esta bebé de toda esta mierda… —murmuró.

Silco se quedó estático.

Esas palabras, esas jodidas palabras, las había escuchado hacía mucho tiempo por Felicia, su propia madre. No podía creer que la historia estuviera repitiéndose, no así.  

Miró a la niña tomando el muñeco de entre las manos de la joven, acurrucándose con él.

—Eres Jinx —dijo—, podrás.

Jinx lo miró marcharse sin decir una sola palabra más y luego volvió su atención hasta la niña.

—Sabía que serías un pequeño problema para mí —susurró—, pero nunca pensé que también para él.

Se levantó, buscando en su escritorio la gema Hextech que antes había hurtado del laboratorio de aquel niñito pretensioso.

—Entonces, todo se reduce a esta estúpida piedrecilla —analizó Jinx, escudriñándola con la mirada—. Quién diría que tiene más poder que tamaño, ¿eh?

Comenzó a leer, por quinta vez, las anotaciones en el cuadernillo de trabajo del dichoso científico.

—¡Wow! Suuúper… aburrido —bufó, poniendo los ojos en blanco—. Pero si es verdad lo que dice aquí, entonces esto… la enciende, la puerta al reino de los escalofríos.

Colocó la gema azul dentro de un pequeño artefacto construido con chatarra y lo activó. El artefacto soltó un chirrido y luego una explosión de luz que la lanzó por los aires. Tomó a la niña en brazos, cubriéndola con su cuerpo, cuando una segunda explosión detonó en el mismo lugar, dejando su habitación hecha un desastre y cubierta por estelas azules.

Los recuerdos de aquel día, cuando lo perdió todo, surcaron violentamente su memoria.

—No, no, no, esto… —buscó no encontrar heridas en la niña que lloraba escondida en su pecho—, fue un error… un error.

 

 

 

Después del último plan frustrado de Silco, los Firelights se habían mantenido en silencio durante semanas. No pretendían llamar más su atención y que los terminaran descubriendo, ni al santuario donde se refugiaban y daban hogar a todo aquel que lo necesitara.

Pero ese día habían organizado una reunión, una importante, que determinaría el futuro de su pequeño grupo anarquista.

—Tenemos que hacer algo, Silco ha permanecido quieto desde la explosión en Piltover, debe estar preparando algo grande.

—Sería un suicidio entrar a La Última Gota como si nada —objetó otro Firelight—, sobre todo si ella esta ahí.

—Pero debemos encontrar una manera de averiguar qué es lo que están planeando, sólo así podremos frustrar sus planes otra vez.

—Nadie entrará a La Última Gota —enunció Ekko—. No nos arriesgaremos a ser vistos y no voy a poner a ninguno de ustedes en peligro. Pero tienen razón, debemos averiguar qué es lo que planean, así que seré yo quien vaya —la audiencia permaneció en silencio—. Averiguaré lo que sucede sin que nadie me vea, conozco ese lugar mejor que cualquiera, mejor que ellos incluso, y no dejaré que Jinx me detenga esta vez.

La mayoría estuvo de acuerdo, incluso hubo quienes se ofrecieron a acompañarlo, pero Ekko se rehúso. Sabía que estaría mejor por su cuenta, no había manera de que lo descubrieran.

Aunque en el fondo deseaba toparse con Jinx, tenía asuntos pendientes que arreglar con ella. Nunca había sido partidario de la venganza a sangre fría, pero estaba seguro que podía hacer una excepción.

Aquella noche, Ekko se escabulló por los Carriles hasta La Última Gota, no se detuvo ni siquiera para recuperar el aliento.

El bar estaba cerrado, había unos pocos hombres de Silco vigilando, porque nadie era lo suficientemente estúpido como para meterse a hurtadillas en ese lugar; pero Ekko conocía bien las tuberías, los ductos, cada atajo dentro de la construcción, no había manera de que fuera visto.

Aterrizó dentro de la oficina de Silco. Estaba vacía.

Buscó entre los cajones, en cada puerta, en cada pila de papel, pero no logró encontrar mucho, ¿qué demonios habían estado haciendo todo ese tiempo? Era imposible creer que Silco había mantenido las aguas calmadas durante semanas.

El sollozo de la niña, a la que ni siquiera había notado, lo sacó de sus pensamientos.

Asomó la cabeza hacia uno de los rincones de la oficina, junto al sofá. Ahí, entre varias mantas deshilachadas, y dentro del cesto que Jinx había hecho para ella, se encontraba la bebé llorando desesperada porque el nuevo muñeco que su madre le había dado estaba en el suelo.

Ekko no podía creerlo, en ningún momento notó que estuviera ahí.

La miró más de cerca, confirmando que no fuera una alucinación o alguna trampa de la retorcida mente de Jinx, pero no, era bastante real, tan real que en cuanto vio esa calaverita máscara de búho a centímetros de su cara soltó un berrido de terror.

Ekko dio un salto hacia atrás.

—Debes estarme jodiendo… —murmuró, quitándose la máscara, pero la niña no cesó su llanto.

La tomó por debajo de los brazos, cargándola frente a su cara.

—¿De dónde demonios saliste? ¿Qué es lo que haces aquí?

La niña se encorvó, encogiendo su cuerpo entre las manos del muchacho. Seguía llorando. Ekko no sabía qué hacer, pero si no la calmaba pronto le traería muchos problemas.

Miró hacia todas partes hasta que encontró el conejo de felpa tirado debajo del sofá, colocó a la niña sobre éste y movió el muñeco frente a su cara para llamar su atención. La niña detuvo su llanto y estiró las manos hacia él con una sonrisa.

Ekko tragó saliva.

¿Quién era ella? ¿A quién le pertenecía? Y lo más importante, ¿cómo demonios había llegado hasta la oficina de Silco? ¿Qué tenía que ver con él?

Miró de nuevo el gesto de la niña, una chispa de familiaridad se encendió en él, pero no sabía por qué, estaba mucho más confundido de lo que estaba al llegar. Sea lo que fuere, no podía dejar a la niña ahí sola, a merced de ese puñado de malvivientes.

La puerta se abrió, dejando entrar una brecha de luz del exterior. Ekko volvió a ponerse la máscara, captando la mirada de la niña.

La mujer que entró soltó un grito ahogado, era la persona contratada por Silco para cuidar de ella cuando Jinx no estaba. Ekko miró a la niña una última vez, supuso que aquella mujer era su madre y evidentemente no iba a hacer más preguntas, volvió a los ductos en el techo y salió tan rápido como pudo del lugar.

Pero ese brillo, ese destello de familiaridad en su gesto, se le había quedado grabado para siempre en la memoria.

 

 

Esa misma noche, Silco y Jinx habían abandonado el bar en cuanto el manto estelar cayó sobre ellos. Silco necesitaba mantener a Jinx enfocada, ella había estado bastante distante desde que la explosión en su habitación sucedió.

Durante las noches, Mylo volvía para atormentarla y reírse en su cara, y eso la había mantenido más distraída de lo normal.

La llevó hasta aquel rio que guardaba tantos recuerdos, tantas traiciones y lazos rotos.

—Casi me ahogo en estas aguas —dijo.

—Me lo has dicho millones de veces —se quejó Jinx—. Vander te traicionó, no era el hombre que creías y blah, blah, blah. ¿Me faltó algo?

Silco torció los labios en una sonrisa.

—Necesito que conviertas el Hextech en un arma pronto, ya no queda tiempo antes de que Marcus vacile y termine con todo lo que hemos construido.

Jinx retrocedió, abrazando su cuerpo y perturbando la tranquilidad de las aguas a su alrededor.

—No puedo… —dijo—, desde entonces no dejo de verlos, lo que pasó ese día…

—Debes hacer que el miedo deje de dominarte, niña —Silco estiró su mano hacia ella, Jinx la tomó, parándose frente a él y mirando su reflejo en el agua—. Para mí este lugar significó la muerte de un hombre débil y el nacimiento de alguien más, alguien fuerte y capaz.

—Sí, pero no lo entiendes… ella casi…

Jinx mordió su labio inferior.

¿Qué habría pasado si la primera explosión hubiese sido tan fuerte como la segunda? ¿Y si no hubiera sido lo suficientemente rápida como para proteger a la niña con su cuerpo?

Estaría sola otra vez.

—Debes dejar morir a Powder para que Jinx sea capaz de protegerla —afirmó Silco, acariciando su mejilla—. Eres fuerte, tal como siempre debiste ser. Jinx es perfecta, es momento de mostrarle al mundo de lo que es capaz.

Y la ayudó a sumergirse en el rio, perdiéndola en la oscuridad de la noche.

 

 

 

Meses después, la pequeña bola de carne de Jinx comenzó a moverse. No había nadie que pudiera detenerla.

Andaba a gatas por todo el maldito bar, la oficina de Silco y la habitación de su madre, tuvieron que colocar barandillas por todo el lugar, lo suficientemente seguras para que no pudiera caer.

Jinx juraba que no sería tan tonta, hasta que la tuvo colgando de la ropa con una mano mientras con la otra se sostenía de no caer al vacío junto con ella. Ese día aprendió a no subestimar la osadía de su propia hija.

Y que las barandillas serían más necesarias de lo que hubiese querido.

A la niña, de hecho, le pareció divertido y, cuando Jinx se tiró de espaldas al suelo, agotada por el susto, comenzó a reírse sobre su pecho.

—No le temes a nada, ¿eh, problemita?

Pero en el bar era distinto, normalmente dejaban que anduviera por ahí cuando cerraban, cuando los clientes se habían marchado a casa y quedaban solo los matones de Silco que ya bastante conscientes eran de la existencia de la niña.

Jinx tenía que vigilarla de cerca, no solo porque conocía bien a ese tipo de malvivientes, sino porque si la niña no la notaba rondando por ahí, comenzaba a llorar donde sea que estuviese.

La última vez que Silco la llamó a su oficina y dejó a la niña supuestamente al “cuidado” de Sevika, se había quedado llorando sobre la barra, donde “el buen Chuck” (como Jinx lo llamaba), la había puesto para que no la pisaran.

Sevika no pudo dormir por las siguientes tres semanas, Jinx se aseguró de eso.

En la oficina de Silco era distinto, Jinx no tenía que mantener el ojo sobre ella, era posiblemente el lugar más seguro en casa, y ella lo sabía.

—Después de la visita de nuestro querido amigo Firelight de hace meses tuvimos que reforzar la seguridad, eso me costó mucho dinero, ¿sabes? —enunció Silco a Sevika—. Si vuelve a pasar, uno de los dos perderá la cabeza, y no pienso ser yo.

Sevika bramó entre dientes, aquella noche ella era la encargada de custodiar el bar en su ausencia, confió demasiado en la capacidad de la mujer que cuidaría a la niña y en que todos le tenían demasiado miedo a los dominios de Silco.

—¿Escuchaste eso, zurdita? —escupió Jinx desde las vigas en el techo y dio un salto para quedar frente a Sevika—. La próxima vez que un Firelight se acerque a ella, te haré nadar en el río.

Silco se pellizcó el puente de la nariz, exhausto. Era un martirio lidiar con ambas en la misma habitación.

Sintió a la bebé tirando de su pantalón y mirándolo desde el suelo.

—Jinx —la llamó. Incapaz de lidiar con más cosas por una noche.

—Ya sé, ya sé. —Jinx tomó a la niña por el lomo de la ropa—. Muy bien, bolita de carne, es hora de dormir.

Sevika puso mala cara después de verla marcharse de la oficina. No sabía mucho sobre bebés, pero estaba segura de que así no se cargaba a uno.

Igual no era como si al pequeño problema de Jinx le importara, incluso lo encontraba divertido y se había terminado acostumbrando.

 

                    

A pesar de los meses que habían pasado, a Jinx todavía le costaba trabajo asimilar que cuando volvía a su habitación, ya no lo hacía sola. Había tenido razón cuando le dijo a su pequeña aceituna que inevitablemente estaría pegada a ella como una sanguijuela.

La tomó colocando su nuca en una de sus manos y el resto del cuerpo en la otra, y la observó detenidamente.

No se parecían mucho, si alguien tuviera que adivinar no creerían que era suya, salvo por los gestos que hacía, eso sí era parte de su genética. Tal vez incluso las pecas sobre su nariz que apenas estaban comenzando a tomar color, pero nada más. Ni el cabello azul, ni los ojos añil, ni siquiera lo pálido de su piel.

Se sentía muy ofendida, a pesar de todo lo que había sufrido por traerla al mundo apenas tenía un atisbe de su ser.

—Tal vez serás un desastre —le dijo—, como yo.

La niña sonrió, sin comprender a lo que su madre se refería. Jinx ni siquiera pudo compartir la sonrisa cuando las voces en su cabeza resoplaron cerca de su oído.

“Ahora los Firelights lo saben”.

—Cállense.

“No tardarán en notarlo los demás y vendrán tras ella como buitres”.

Jinx intentó mantener la compostura para no asustar a la niña.

—Nadie sabe que es mía.

“¿Entonces cómo la encontraron la primera vez? ¿De dónde sacó la información aquel idiota que se la llevó? Tienes una desventaja, Jinx”.

Miró por el rabillo del ojo la silueta de su hermano muerto, sus ojos vacíos miraban a la niña por encima de su hombro.

Jinx tembló.

El idiota tenía razón.

La bebé elevó su mano hasta rozar su mejilla, llamando su atención. Su mirada confundida se clavó en ella.

Jinx frunció el ceño y acurrucó a la niña en sus brazos.

—No deberías preocuparte por eso —dijo, pinchando la punta de su nariz con el dedo—, yo me haré cargo.                            

Se dio cuenta de que ella necesitaba un nombre, porque todo el mundo tenía uno.

Titubeó al comprender que esa sería, posiblemente, la decisión más importante en su vida y que a partir de ese momento las cosas ya no volverían a ser las mismas, porque en cuanto le diera un nombre a esa niña, Jinx ya no podría dar marcha atrás.

Sería suya para siempre.

La caja con las cosas viejas cayó azotando en el suelo y sacando todo por los aires.

Esa vieja pistola que nunca funcionó se deslizó frente a sus pies, y entonces lo entendió.

El arma nunca había funcionado, pero siempre la cargaba consigo para sentirse segura, para intimidar a los demás, sentía que le daba alguna clase de protección.

Creía que esa niña sería su perdición, su debilidad; pero la verdad es que la había hecho mucho más fuerte de lo que ya era. Tal como esa arma lo había hecho con la pequeña Powder.

La niña se acurrucó contra su pecho, lista para quedarse dormida en los brazos de su madre. Le resultaba sencillo hacerlo, tal vez simplemente porque escuchar latir el corazón de Jinx le daba tranquilidad, o porque reconocía su olor, su tacto y el ritmo de su respiración.

Estaban unidas, tenían una conexión indestructible, y no importaba cuánto desearan separarlas, siempre volverían a estar juntas.

Sin importar nada.

Y que se joda el mundo si no le parecía.

—Le demostraremos a todos quienes somos, ya lo verás… Isha.

 

 

Al día siguiente, Sevika la jodió con eso. Jinx sabía que a ella y a Silco les costaría trabajo acostumbrarse a que la pequeña bola escurridiza tuviera un nombre, uno de verdad.

Pero, sinceramente, le importaba un carajo.

—¿En serio le pusiste el nombre de uno de tus estúpidos artefactos?

—¿Tienes algún problema con eso?

Sevika se encogió de hombros.

—Haz lo que se te venga en gana —dijo—. Igual es tuya.

Sabía que así serían las cosas a partir de ahora, esa niña ya tenía un nombre. Su madre le había dado uno.

Ahora, más que nunca, le pertenecía. Solamente a ella.

Chapter 4: IV. Blanco

Chapter Text

Durante un año y medio, Jinx le hizo la vida imposible a los Firelights.

Se lo había tomado personal, muy personal. No soportaba imaginar que el líder con “cerebro de pájaro” hubiese podido librar la seguridad de Silco solo para llegar hasta Isha. Para Jinx era evidente que ellos ya sabían que la niña era suya y no descansarían hasta tenerla en su poder y usarla para su propio beneficio.

Malditos idiotas.

Odiaba a los Firelights, a todos los Firelights, sobre todo al líder, era un presumido pretensioso, el solo hecho de pensar que había puesto las manos sobre su hija le hacía hervir la sangre.

—Pelear contra los Firelights ya no es relevante —objetó Sevika—. Son solo un puñado de niños que se creen anarquistas.

—Ese puñado de niños burló tu seguridad —dijo Silco, sacando el humo del habano por la boca—. Tal vez deshacernos de ellos sea lo mejor, son más listos de lo que parecen y son tan molestos como moscas sobre la comida.

—¿Oíste? —Jinx le lanzó una mirada mortal a Sevika—. La próxima vez que dejemos ir a uno solo con vida, voy a atravesar tu brazo bueno con una bala.

La mujer chasqueó los labios.

—Fue coincidencia que el líder haya encontrado a la mocosa —dijo—, no hay ninguna prueba, es imposible que sepan que es hija tuya, nadie además de nuestra gente lo sabe.

Jinx torció los labios.

¿A quién mierda le importaba si había pruebas o no? Jinx quería hacerlos pedazos.

Silco habló antes de que Jinx terminara descargando su ira con la mujer.

—No vamos a correr riesgos. Si lo llegan a saber tendrán una ventaja sobre Jinx, sobre nosotros, asegúrate de que eso no pase.

Sevika gruñó y abrió la puerta de la oficina, pero no pudo salir del todo, por poco chocaba con la cuidadora de Isha que llevaba a la niña en brazos.

En cuanto la pequeña vio a Jinx sus ojos se iluminaron y pataleó el agarre de la mujer para que la dejara ir con su madre.

Porque sí, Isha había comenzado a caminar.

No solo caminaba, corría y eso era mucho peor.

En un principio solo podía apoyarse torpemente en todo lo que fuera más alto que ella: los muebles, las paredes o las piernas de su madre, ese era su lugar favorito. Normalmente se acercaba hasta ella a gatas y luego trepaba por sus pantorrillas hasta quedar de pie a su lado.

Amaba estar abrazada a las piernas de Jinx.

Cuando Sevika le daba tanto miedo que no sabía a dónde huir, corría a esconderse detrás de ella, por lo general Jinx terminaba haciendo a Sevika retroceder, no necesitaba más que una mirada mordaz para mantenerla lejos de su hija y eso a Isha le parecía asombroso, su madre era su propia heroína.

Y, siendo sinceros, ¿quién sería tan estúpido como para retar a una madre protegiendo a su hijo? Sobre todo, si esa madre era Jinx.

La primera vez que Isha comenzó a caminar fue más inesperado de lo que Jinx se pudo imaginar.

Porque ella realmente no tenía idea de cómo era que un bebé, que solo sabía arrastrarse por el suelo, de pronto empezara a moverse solo.

No estaba familiarizada con ello y no tenía intenciones de estarlo, simplemente creyó que debía dejarlo suceder.

Aquel día, Isha se había quedado al cuidado de la mujer de siempre. Estaba de pie contra el sofá, mirando como su madre discutía con Sevika mientras salían de la oficina de Silco. Isha la llamó cientos de veces entre sonidos sin sentido, pero Jinx no se detuvo, se había acostumbrado a que a la niña no le gustara que se fuera.

—¡Isha!

Jinx escuchó de la voz de su cuidadora y volteó.

Entonces, la vio.

Vio a su pequeño paquete de carne, ese que apenas y había podido mantener los ojos abiertos cuando llegó al mundo, caminando torpemente hasta ella, con los ojos humedecidos y las manos estiradas, Isha chocó con las piernas de su madre.

Jinx permaneció atónita, sintió el agarre de su hija y el sollozo contra su ropa. Sus diminutas manos se aferraban a su pantalón.

De verdad no quería que se fuera.

Jinx descendió hasta ella, sosteniéndola por los hombros. Sus enormes y vidriosos ojos se clavaron en su cara, la niña la abrazó, escondiendo el rostro en el hueco de su cuello.

La joven no pudo decir palabra alguna, ¿así era como una niña tan pequeña de pronto empezaba a moverse sola?

¿Así se sentía…?

Ese día no puso un solo pie fuera de La Última Gota, se quedó a su lado, observándola.

Las cosas se complicaron después de eso. Porque nadie te dice cómo ser madre primeriza de un pequeño tornado en crecimiento que tenía un apego desmedido hacia ti.

Isha odiaba que mamá se fuera, pero había situaciones que solo Jinx podía solucionar, por lo que a veces se veía obligada a salir a hurtadillas de la habitación cuando la niña dormía. Isha quedaba bajo la vigilancia de su cuidadora, pero durante todo el día, y hasta que mamá volvía, se la pasaba buscándola por todos los sitios donde tenía permitido estar.    

Cuando Jinx estaba en casa la situación era distinta, Isha era… incontrolable. Iba de un lado a otro con pasos torpes y trepaba a todo sitio en donde le cupieran los pies.

Amaba esconderse en lugares pequeños, y amaba que mamá la encontrara una y otra vez.

Porque mamá siempre lograba encontrarla.

Y es que esa era la parte sencilla, salvarla de caer desde unos tres metros de altura era lo complicado.

Porque sí, Isha adoraba trepar a cualquier sitio, el problema era que no siempre sabía cómo bajar.

Si Jinx le quitaba el ojo de encima, ella ya estaba trepada a alguna viga o rejilla en la pared y, sin saber cómo librarse de la situación, comenzaba a llorar y ahora mamá tenía que subir por ella. En el mejor de los casos, en el peor… solo se dejaba caer porque sus brazos no terminaban aguantando su peso.

No le preocupaba mucho, sabía que mamá tenía buenos reflejos.

En otras ocasiones, Jinx tenía que sacarla de los botes de pintura o evitar que se los tirara encima, porque la última vez había dejado huellas azules por toda la oficina de Silco. Sevika no estuvo muy contenta después de eso.

Isha sabía que debía mantenerse lejos del bar cuando era de día y cuando todavía había clientes en él, mamá se lo había advertido.

Pero Isha era curiosa, muy curiosa y solía espiar a los clientes desde los rincones, le llamaban la atención los sonidos, las luces y los olores extraños que la hacían arrugar la nariz.

El problema era cuando sucedían estragos en el bar y la niña terminaba tan asustada que salía corriendo sin rumbo, varias veces Jinx tuvo que correr tras ella para que no la vieran, porque ella no podía ser vista por absolutamente nadie.

Pero que fuera vista era lo único que le preocupaba, Isha lloraba menos cuando Jinx estaba cerca y su madre sabía lo que su hija necesitaba, si tenía hambre o sueño, era fácil saberlo por su gesto o por instinto, de cualquier forma, nunca fallaba.

Sobre todo, cuando Isha solo quería estar con ella, porque Isha adoraba estar en los brazos de mamá, incluso si ella estaba trabajando.

Jinx solía estar con ella pegada a su pecho como si fuera un pequeño koala. Isha estaba tan acostumbrada a eso que no importaba cuánto se moviera su madre, ella ni siquiera se inmutaba.

A Jinx no le importaba, y es que Isha era silenciosa, demasiado silenciosa, pero eso no era voluntario.

El médico que la había traído al mundo se los había dicho.

—¿Tuviste algún problema durante el embarazo? —preguntó. Jinx lo miró con las cejas levantadas y los labios torcidos. Él aclaró la garganta—. La situación es que… la niña no va a poder hablar nunca.

A Jinx se le detuvo el corazón.

—¿Qué mierda está diciendo? —preguntó.

—P-Pudo haber muchos factores, incluso puede que no exista una explicación —aclaró, temiendo por su vida si seguía hablando—. O puede que haya vivido algún evento traumático.

—Tiene menos de dos años, nunca sale de aquí, ¿de qué maldito evento traumático está hablando?

—Algo que la haya aterrorizado… incluso teniendo una corta edad, eso pudo habérsele quedado grabado tan profundamente en la memoria que afectó completamente su capacidad de comunicación —siguió—, al menos verbal, porque veo que reacciona bien a los estímulos auditivos.

La habitación quedó en silencio después de que el médico se fuera seguido por Silco. Jinx tenía la mirada ensombrecida.

Isha dirigió la atención hasta su madre y tiró de su pantalón, elevando las manos hacia ella.

Jinx frunció el ceño y la levantó en brazos.

—Hora de dormir, problemita.

 

 

 

Esa noche Jinx no durmió con ella, se mantuvo despierta en aquel escondite que tenía junto a Vi, Mylo y Claggor, aquel en donde la pretensiosa de Violet entrenaba para pelear cuerpo a cuerpo en las calles de Zaun y siempre salir victoriosa.

Encendió la maquina y comenzó a golpear al robot: dos puños, dos patadas, una y otra, y otra vez, hasta que estuvo agotada, hasta que se cansó de gritar para liberar su rabia.

—¿Cómo me encontraste? —preguntó al aire. Tratando de recuperar el aliento y secándose el sudor.

—No fue difícil predecir que vendrías a este lugar —respondió Silco, saliendo de entre las sombras.

—¿Qué es lo que quieres?

—Isha despertó, no ha dejado de llorar.

—¿Y?

—No podemos dormir.

—¿Viniste personalmente a decírmelo?

—Si enviaba a cualquiera de mis hombres seguro no habrían dado contigo, si hubiera enviado a Sevika la hubieras devuelto sin ambos brazos.

Jinx resopló con una sonrisa amarga. Ambos permanecieron en silencio.

—Es culpa mía —soltó Jinx de la nada—. Es mi culpa que no pueda hablar.

Silco dio un paso al frente, entornando los ojos.

—Nunca creí que ese día… ese disparo —siguió la joven—. En ese momento no me importó que ella estuviera tan cerca de la bala, solo pensé que si no actuaba rápido las dos íbamos a morir. Es mi culpa que no pueda hablar, que sea imposible para ella hacerlo.

Pero por más que lo intentó no pudo llorar.

Estaba molesta, estaba colérica consigo misma.

—Soluciónalo —dijo Silco, captando la mirada de Jinx—. Aprende lenguaje de señas y enséñale, es la única manera en que podrá comunicarse contigo. Resuélvelo.

 

 

 

Cuando Jinx volvió a la habitación, lo primero que sintió fue a la niña corriendo a abrazarse a sus piernas. Isha lloraba, estaba asustada, mamá siempre salía cuando ella dormía, pero no solía dejarla de noche y menos en la oscuridad de la habitación.

Se arrodilló frente a ella y secó sus lágrimas.

Isha miró a mamá con el ceño fruncido, deseaba decirle algo, Jinx pudo sentirlo.

La abrazó con fuerza, esta vez escondiendo su rostro en el cuerpo de su hija.

—Perdóname… Pero puedo arreglarlo —sollozó—, es algo que puedo arreglar.

Después de todo, ella lo había roto.

 

 

 

 

Habían sucedido estragos en los Carriles, todos hablaban de eso, sobre todo en el bar, pero nadie se atrevía a decir nombres.

Los rumores se extendían como gas venenoso, especialmente después de que aquellas chicas, como todos las llamaban, le habían montado un numerito a Sevika.

—La hermana —bramó la mujer, entrando a la oficina de Silco—, volvió.

Silco giró en su silla, su mirada siempre implacable se llenó de terror.

—¡¿De entre los muertos?!

Vi había regresado y eso no podía significar nada bueno, ni para Jinx ni para Isha.

Silco hizo todo lo posible por mantener la presencia de Violet lejos de Jinx y de la niña, lo último que necesitaba era que la hermana muerta decidiera llevárselas a ambas, sobre todo después de enterarse de la existencia de Isha.

Y mientras enviaba a Sevika tras ella, él le hacía una visita a Marcus.

—Explícame cómo es que la hermana regresó de la muerte.

—No iba a matarla, entonces era una niña.

Silco golpeó la mesa. Sobresaltando a la hija del Comandante.

—Entonces, ¿cómo dejaste que escapara?

—Una de mis subordinadas, hace lo que quiere, cuando la encuentre…

—¡Encuéntralas! —ordenó—. Las quiero fuera de los Carriles —miró a la niña—. No queremos que ocurran accidentes, ¿entiendes?

Pero subestimó demasiado la curiosidad de Jinx y su insaciable apetito por meterse en problemas.

Y después de la charla que había tenido con “Chuck”, comprendió que su siguiente objetivo llegaría pronto a la oficina de Silco, que para ese momento estaba convenientemente vacía.

—La perdimos —gruñó Sevika.

Jinx giró sobre la silla.

—¿A quién?

Sevika retrocedió, el secreto mejor guardado de Silco estaba en riesgo.

Jinx soltó Gris por todo el lugar y colocó una mascarilla sobre su cara, el suficiente tiempo para que Sevika cayera inconsciente.

La mujer no era de su agrado y esta vez sospechaba que estaba ocultando algo realmente grande y, que de una u otra forma, la involucraba a ella, porque no habían querido decirle nada.

Sevika despertó atada a la silla de Silco.

—Tú y yo empezamos con el brazo equivocado —sonrió Jinx—, ¿qué tal si probamos con el otro?

Pasó un afilado cuchillo sobre su brazo, causándole un rasguño.

—No será necesario —respondió Sevika—. Es tu hermana, regresó.

Jinx retrocedió, atónita.

—Viene con una Vigilante, estoy segura que en cuanto esté aquí, colapsaras y Silco por fin se dará cuenta de que no sirves ni siquiera para cuidar de esa mocosa.

—Mientes.

—Compruébalo tú misma.       

 

 

 

Jinx tomó la gema Hextech del escritorio. Si Vi realmente había vuelto y estaba con una Vigilante, ¿su objetivo era encontrar esa estúpida piedra?

Isha tiró de su pantalón para llamar su atención. Jinx guardó la gema en su bolsillo y se agachó hasta ella.

No podía permitir que una maldita Vigilante se acercara a su hija, ni siquiera si su hermana muerta la estaba acompañando. Suficiente había tenido con los Firelights

—Escúchame, problemita, necesito que te quedes aquí —le dijo—, ¿hecho?

Isha arrugó el entrecejo y negó rotundamente, abrazándola.

Jinx sabía que no había manera de que Isha lo aceptara tan fácilmente, pero no pondría en riesgo su vida.

Los Vigilantes tenían la fama de dejar a los niños huérfanos… y a los padres sin sus hijos.

Y Jinx jamás se perdonaría si algo llegaba a pasarle.

La alejó para volver a capturar su mirada.

—Volveré pronto, lo prometo.

Acomodó los mechones de su pelo detrás de su oreja y salió de la habitación.

Pero, al igual que Silco, Jinx también había subestimado a su hija.

Había subestimado lo mucho que Isha odiaba estar lejos de mamá y lo fácil que era para ella meterse en problemas.

 

 

 

Vi le había dicho que en cuanto encendiera esa bengala azul y la apuntara hacia el cielo, ella la encontraría. Si lo que Sevika había dicho era verdad y no solo lo había hecho para joderla como era su costumbre, entonces Vi tendría que encontrarla.

Esta vez sí.

Elevó la bengala y dejó salir una llamarada azul que se fue disipando en nubes del mismo color.

Sintió el peso de su pasado cayendo sobre sus hombros, a la gente que había perdido gritándole a su espalda, hacía mucho que no lo sentía, Isha la había mantenido demasiado ocupada, demasiado distraída, demasiado… feliz.

—¿Powder?

Jinx tembló al escuchar la voz de Vi.

¿Realmente era ella? ¿De verdad estaba sucediendo?

—¿Vi?

Violet se abrazó a ella.

—¿Eres real? —preguntó Jinx.

—Claro que sí, Pow-Pow. Soy yo. Tu hermana. Soy real. Estoy justo aquí.

—L-Las cosas cambiaron cuando te fuiste… Yo cambié, más de lo que podrías imaginarte.

Más allá de lo despiadada que podía haber sido con sus enemigos, Jinx pensó inmediatamente en Isha y en cómo Vi tomaría la noticia, ¿cómo le diría todo lo que había pasado en esos años?

—Lo que sea que haya pasado, podremos olvidarlo. Estamos juntas ahora.

—Es que no es tan fácil de olvidar…

Isha había logrado llegar hasta aquella plataforma donde su madre estaba, la había seguido y Jinx ni siquiera pudo notarlo, estaba demasiado distraída en ese momento.

Estuvo a punto de correr hacia su madre cuando notó a la extraña chica de cabello rosa abrazándola, ¿quién era ella? ¿Qué era lo que hacía con mamá?

Escuchó a alguien más venir y se ocultó detrás de las escaleras que le hubieran abierto camino hasta su madre.

—¿Quién es ella? —preguntó Jinx, elevando su arma, sin notar siquiera la presencia de su hija.

—¿Tu hermana es Jinx?

Caitlyn no retrocedió ante la evidente hostilidad de la joven.

Pero Isha sí, incluso si su madre no le estaba apuntando a ella directamente, el ojo del arma iba hacia su dirección.

—Entonces Sevika no mintió, estás con una Vigilante.

—Powder, puedo explicarlo.

—¡No me llames así! —exclamó—. Soy Jinx ahora, Powder se cayó en un pozo.

Los ojos de mamá parecían desorbitados, Isha nunca la había visto de esa forma.

—Viniste por esa estúpida piedra, ¿no? —volvió a preguntar Jinx.

Esta vez Mylo se paró a su lado.

“Claro que lo hizo, ¿creíste que había venido por ti después de lo que hiciste?”

—¡CÁLLATE!

—P-Pow, no sé de qué estás hablando…

Vi estaba consternada, no le cabía en la cabeza que su hermana se comportara de esa manera, pero no podía abandonarla, no esta vez.

—Eres una gran actriz, hermana —bramó Jinx, apuntando el arma hacia la cara de la mayor.

Isha no comprendía qué era lo que estaba pasando, no comprendía por qué su madre estaba tan molesta con esa persona, ni qué pasaría si apretaba el gatillo, no llegaba a dimensionar el significado de la muerte.

Lo único que sabía era que mamá le había prohibido acercarse a esos artefactos y ahora los tenía más cerca que nunca.

El aire se llenó de un silbido persistente, proveniente de las tuberías. El líder de los Firelights salió de una de ellas, volando sobre su aerotabla.

Esos malditos habían vuelto.

Comenzaron a atacarlas desde todas direcciones, Vi y Jinx se pusieron espalda contra espalda para lidiar con ellos, pero las superaban en número.

Jinx comenzó a disparar al aire, su objetivo era el líder. Eliminarlo haría más sencillo todo, pero no fue tan fácil como creyó.

Era rápido, demasiado rápido.

Caitlyn cayó inconsciente y fue cuando Isha comenzó a tener miedo. Aquella no era como una de las tantas peleas que había visto en el bar, porque esta vez mamá estaba involucrada.

Intentó acercarse hasta ella, trepando por las escaleras, pero Jinx estaba demasiado ocupada para notar que su hija lloraba aterrada en medio del fuego cruzado.

Uno de los Firelights se acercó a Jinx por la espalda y ésta lo tiró al suelo, pero él no cedió y logró herirla en la pierna, la sangre escurría por su pantalón cuando Isha notó que mamá estaba herida y trató de salir de su escondite para acercarse hasta ella.

Jinx golpeó al sujeto y lo dejó de nuevo en el suelo.

Su mirada mordaz de pronto se suavizó cuando notó a Isha de pie frente a ella, observando absolutamente todo, sus ojos hinchados por tanto llorar y su gesto de genuino terror.

¿Cómo demonios había logrado llegar hasta ahí?

La niña observó a su madre y su herida sangrante. Jinx apenas podía respirar, nunca la había visto tan asustada.

Pero Jinx no fue la única que notó a la niña, el líder de los Firelights también lo había hecho y aprovechó que, mientras uno de ellos se llevaba a Vi y Caitlyn completamente inconscientes, otro logró distraer a Jinx, apartando su atención de Isha, así como el ojo de su arma.

Ekko saltó sobre su aerotabla y tomó a Isha en brazos, alejándola de Jinx.

Cuando Jinx volvió la mirada hasta ese lugar vacío, comenzó a buscar a su hija por todas partes. Notó a los Firelights llevándose a su hermana y al maldito líder de ellos con su niña en brazos.

Isha intentó desesperadamente alejarse de él para volver con su madre, incluso la llamó con sonidos ininteligibles, pero Ekko nunca cesó su agarre.

Él pensó que ella estaba tan asustada de Jinx como cualquier niño lo estaría, pero la verdad es que Isha solo le tenía miedo a él y al hecho de no poder ver a su madre otra vez.

—Isha… —balbuceó Jinx.

La ira la consumía.

Se lanzó sobre ellos con un grito ahogado, pero una bomba de humo negro le explotó directamente en la cara y cuando se disipó no encontró a nadie, ni a los Firelights, ni a la Vigilante, ni a Vi, ni a Isha.

—¿Isha…?

Nada. No hubo respuesta, ni un solo sonido. Ni siquiera el llanto de su hija alejándose en el aire.

Se habían llevado a su bebé.

—¡MIERDA!

 

 

 

Ekko supuso que había hecho lo correcto, incluso si la niña en sus brazos no hacía más que retorcerse y llorar, queriendo zafarse de él. No podía dejar a una inocente a merced de la locura de Jinx.

El muchacho no comprendía que lo que Isha deseaba desesperadamente era volver a los brazos de mamá.

Isha no podía bajar del extraño artefacto que volaba sobre toda una ciudad que jamás había visto, estaba aterrada y angustiada.

Estaba demasiado lejos de casa, estaba demasiado lejos de mamá.

¿Cómo la encontraría ahora?

Lo que Isha no alcanzaba a comprender era que Jinx la iría a buscar hasta el fin del mundo de ser necesario.

Porque mamá siempre lograba encontrarla.

Chapter 5: V. Plateado

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Antes de los estragos en los Carriles, antes de que todo se fuera a la mierda.

Jinx sabía que tenía algo que arreglar, incluso si Silco no le hubiera dicho que lo hiciera, tarde o temprano notaría que necesitaba desesperadamente poder comunicarse con Isha, porque la niña crecería y no habría manera de calmarla únicamente con su presencia.

Debía solucionarlo.

Porque ella era su madre y ese era su trabajo.

Pero… sinceramente, no tenía ni idea de por dónde empezar, ¿cómo se suponía que lo haría de la noche a la mañana y sin ayuda de nadie?

Había veces que se sentía acorralada, y mirar a Isha solo le traía más dolor.

Silco lo había notado. Notaba cómo Jinx se rompía la cabeza tratando de entender la maternidad, tratando de entender a Isha.

Él había llegado hasta donde estaba por ser brillante y desconfiado, sobre todo de su propia gente, porque los quimobarones nunca habían sido de fiar y él lo sabía bien.

Nadie en los Carriles era idiota, y Silco era lo bastante inteligente como para entender que escuchar los planes enemigos ya no era suficiente, también tenía que verlos.

Y el día que logró interceptar un plan en su contra, parlado por lenguaje de señas, comprendió que había tomado la decisión correcta.

La traición fue impensable después de eso, porque Silco hizo que toda su gente de mayor confianza aprendiera a interpretar gestos más que palabras. No necesitaba oídos en todas partes, siempre y cuando tuviera ojos.

—¿Qué es esto?

Jinx analizó el libro con una ceja alzada, estaba ajado y parecía tener décadas de antigüedad.

—Lenguaje de señas. Apréndelo de memoria —ordenó Silco.

La joven lo miró con el ceño fruncido mientras salía de la habitación, y se arrellanó despreocupadamente en el sofá para hojear el libro. Algunas páginas estaban demasiado desgastadas y apenas se leían, pero otras mostraban garabatos con palabras y manos dibujadas, letras y frases, movimientos y gestos, era todo un nuevo mundo para Jinx.

Observó el libro al derecho y al revés, volteándolo de cabeza mientras trataba de comprenderlo. No sería difícil, Jinx era brillante; pero, al igual que con todo, el principio siempre sería complicado.

Echó la cabeza hacia atrás, poniendo el libro sobre su frente y soltó un alarido, exhausta.

Sintió las pequeñas manos de Isha trepando hasta ella, la niña subió a su pecho, clavándole las rodillas en las costillas. Jinx arrugó el gesto con dolor, pero no dijo nada, estaba acostumbrada. Isha colocó ambas manos en las mejillas de la chica para llamar su atención.

Jinx quitó el libro de su vista y miró a su hija que parecía estar preocupada por si seguía viva o no. La niña apretó sus mejillas y frunció el ceño.

Jinx levantó las cejas.

Realmente deseaba saber qué era lo que su hija estaba intentando decirle, qué era lo que estaba pensando, qué era lo que su silenciosa voz guardaba.

La sentó en sus piernas, recostándola contra su pecho y rodeándola con sus brazos.

—El mandamás me dejó esto para ti —le dijo, abriendo el libro frente a ella—, para las dos. Con esto podrás decirme todo lo que quieras, absolutamente todo —alborotó sus cabellos—. ¿Sabes? Podré entenderte.

Isha observó el libro con la nariz arrugada y luego miró a mamá.

—Tranquila, enana, estoy segura de que no será tan difícil.

Y lo leyeron juntas toda la noche.

Jinx repasaba en voz alta cada palabra mientras interpretaba las señas para que Isha las repitiera.

Lo primordial para Jinx fue enseñarle lo básico, que Isha pudiera decirle cuando tuviera hambre o sueño o si algo le dolía.

Isha aún era muy pequeña, pero era brillante, tan brillante como su madre y estaba hambrienta de conocimiento, pero su hora de dormir ya había pasado hacía ya un rato y Jinx lo notó cuando la niña comenzó a obligarse a sí misma a mantener los ojos abiertos.

—Solo una página más y ya, ¿hecho?

Isha asintió.

Jinx sintió el corazón ceñírsele al girar la hoja.

Era una sección específica para los integrantes de una familia, varios estaban llenos de garabatos y manchones de tinta, la palabra “hermano” específicamente era imposible de ver. Jinx supuso que Silco creyó jamás necesitar aprenderla.

Entonces llegó hasta esa seña, y tragó en seco.

—“Mamá…” —leyó, con la voz entrecortada.

Isha ladeó la cabeza, mirando el dibujo en el libro y luego volvió la mirada insistente hacia Jinx.

—Sí, niña, esa soy yo.

Isha volvió a mirar la página e imitó la seña: la mano con los dedos estirados y el pulgar tocando su mentón.

Pero Jinx se desmoronó después de que la niña la señalara con el dedo e hiciera el gesto nuevamente. Frunció el ceño al sentir un pinchazo en el pecho.

Esa era su voz llamándola con insistencia en el silencio de la habitación.

Esa era la voz que le decía que ella era su madre.

Jinx suspiró, cerrando el libro.

—Suficiente por hoy, problemita. Es hora de dormir.

Isha se acurrucó contra su pecho, Jinx intentó moverse, pero no quiso volverla a despertar.

Miró su gesto apacible, quería guardar la tranquilidad que ahora se dibujaba en su rostro, quería atesorarla por siempre.

Cuando Isha llegó al mundo, Jinx tenía tanto miedo de hacerle daño, de que se hiciera daño, de ser ella quien no pudiera ser suficiente, de no quererla lo suficiente, o de quererla demasiado.

De cualquier forma, ya no importaba, desde el momento en que la niña la había llamado así, sintió que su amor por ella se había desbordado, inundando su alrededor, inundando cada centímetro de la habitación, sin dejar espacio para nada más, ni para el miedo, ni para las alucinaciones que cada vez le gritaban menos al oído.

Quería hacer todo por ella, darle la vida que nunca pudo tener, ahora más que nunca.

—Voy a hacer lo que tenga que hacer para que nadie jamás te haga daño.

Jinx acunó a Isha en sus brazos y se aferró a ella con fuerza.

Tal vez, solo por esa noche, podían quedarse a dormir ahí.

 

 

 

 

—¿Qué hacías con Jinx?

Vi estaba esposada con las manos en la espalda mientras Ekko la miraba desde arriba, parecía genuinamente aturdida de ver que detrás de la máscara de búho estuviera él.

—Su nombre es Powder —replicó—, apenas la encontré cuando tú y tus matones llegaron.

Ekko rechistó los dientes.

—¿Trabajas para Silco?

—Vete a la mierda —escupió Violet—. Soy yo, idiota. Vi, la que te sacaba de entre la basura y te lavaba cuando te llenabas de grasa.

—¿Cómo se supone que confíe en ti? De repente apareces, después de creerte muerta por años, junto a una piltilla y la paseas por los Carriles.

—¿Estabas espiándonos?

—Necesitaba saber si podía creer en ti o no.

—¿Y por eso decidiste solo atacarnos y ya?

—¡Ja! No sé de quién lo aprendí.

—Pues no aprendiste bien, sigues golpeando como niño.

—¡Y tú bloqueando con la cara!

Vi agachó la mirada, quitándose las esposas y se lanzó sobre Ekko, abrazándolo.

—Te extrañé, hombrecito.

Ekko correspondió su abrazo con lágrimas en los ojos.

Él también la había echado de menos.

 

 

Llevó a Vi afuera, donde un enorme árbol se alzaba al centro del santuario. Violet quedó fascinada, era increíble lo que el joven había logrado durante los años que estuvo en prisión.

—Cuando Vander murió, Silco llenó los carriles con brillo, aquí logramos refugiarnos, darle esperanza a la gente.

—Debí haber estado ahí…

—Te habrías vuelto loca.

Vi se quedó en silencio varios segundos.

—Tengo que hallarla.

Ekko la detuvo antes de que pudiera marcharse.

—Powder se fue, Vi. Sólo queda Jinx ahora, y ella está con Silco.

—¡No! Ella continúa ahí, puedo…

—No, no puedes.

El llanto de Isha llamó la atención de ambos, la niña se encontraba en el suelo, tratando de zafarse del agarre de una chica Firelight. Vi y Ekko no le prestaron demasiada atención, Violet ni siquiera la había notado cuando la rescataron y Ekko pensó que era normal que estuviera asustada, ninguno de los dos realmente la relacionó con Jinx.

—Jinx hace esto… —comentó Ekko, mirando a la gente que habían perdido dibujada en el mural a su lado—, asesina inocentes por placer. Está con Silco por voluntad, no por obligación.

Vi apretó los puños.

—No, ella no es así. Conozco a mi hermana.

—Tú lo viste en el ataque, ella cambió, Vi… y no volverá, ya no.

No podía creerlo, no podía creer que su pequeña e inocente hermana fuera el monstruo que le decían que era, que fuera el monstruo que había visto dispararle a los Firelights indiscriminadamente sobre aquella plataforma.

—Libera a Caitlyn.

—¿La piltilla? ¿Hablas en serio?

—Podemos confiar en ella —aseguró Vi.

Ekko resopló, torciendo la nariz e hizo una seña a uno de sus compañeros para que fueran a traerla desde la pequeña prisión.

—Te ayudaré a enviarla arriba, eso es todo.

El Firelight acercó a Caitlyn hasta ellos, la joven había dejado de forcejear en cuanto vio el exterior y el árbol que se levantaba majestuoso frente a ella.

—Es hermoso…

—Si fuera por tu gente estaría hecho cenizas. Ustedes nos cazan como animales, y Silco les paga por hacerlo.

—Es un malentendido… —intentó excusarse la joven.

—¿Un malentendido? —Ekko parecía realmente ofendido—. Entonces, ¿qué es esto?

Sacó la gema de su bolsillo. Vi parecía confundida, pero Caitlyn estaba consternada.

—¿Qué es eso? —preguntó Vi.

Caitlyn suspiró.

—Con esa gema cualquiera podría construir aparatos Hextech… en manos equivocadas podría ser muy peligrosa.

Ekko la miró detenidamente.

—Podríamos usarla para vencer a Silco.

—Esa no es la solución, si lo hacen esta violencia jamás parará —objetó Caitlyn—. Déjame llevar la gema al consejo, tengo un amigo ahí que podría ayudarme, ayudarnos a todos.

Ekko guardó silencio, las palabras de la joven parecían honestas, pero su rencor hacia el mundo de arriba era mucho más grande, había crecido aprendiendo a desconfiar de todos, excepto de sí mismo y sus más allegados compañeros.

—Ekko, tenemos una situación. —Scar se acercó hasta él, separándolo de las chicas—. Es la niña que trajiste del ataque, algo no anda bien con ella, nadie ha logrado calmarla.

Ekko chasqueó los labios y volvió donde Vi y Caitlyn.

—Dejaré que lleves la gema, pero si te atreves a traicionarme…

—No lo hará —aseguró Vi.

El muchacho le entregó la gema a regañadientes y ambas se marcharon guiadas por otro Firelight.

Ekko siguió a Scar hasta donde Isha se encontraba. El santuario tenía un lugar designado para cuidar de los niños huérfanos, y había personas que se dedicaban a darles el conforte y apoyo que necesitaban para procesar el trauma.

Isha estaba ahí, llorando en una esquina, completamente inconsolable y asustada, no dejaba que nadie se le acercara.

La joven Firelight que intentaba consolarla se acercó hasta Ekko con un gesto exhausto.

—Ha estado así desde que la dejaste aquí —le dijo.

—Pensé que lograrían calmarla, lo has hecho con todos los demás.

La chica refunfuñó, ofendida.

—Pero ella es diferente, no quiere estar con nadie y ni siquiera sabemos si está lastimada o tiene hambre, no hace más que llorar.

—Es pequeña, pero no lo suficiente —notó Ekko—, debe poder decir una que otra palabra.

—No, no ha querido decir nada —respondió la joven con el ceño fruncido—, solo sabe llorar. Aunque es comprensible, después de ver a Jinx hacer lo que mejor sabe hacer…

Ekko tragó saliva, acercándose hasta Isha, y se agachó a su altura.

Isha intentó retroceder, pero no pudo, estaba completamente acorralada. Sus vidriosos ojos ámbar se clavaron en Ekko, suplicando por una salida.

El muchacho ladeó la cabeza, algo en ella le resultaba muy familiar. Pero la verdad era que desde la última vez que la había visto había pasado poco más de año y medio, Zaun no era tan pequeño y, desgraciadamente, hubo muchos niños rescatados después de eso. Si la había visto o no, estaba guardado profundamente en su memoria.

—Tranquila, niña —le dijo—, ya estás a salvo.

Isha frunció el ceño cuando Ekko intentó estirar su mano hasta ella.

Estaba aterrada, por supuesto que no se sentía a salvo. Isha jamás se sentiría a salvo en un lugar desconocido, mucho menos si mamá no estaba cerca de ella.

Mamá no estaba…

Isha frunció los labios, su corazón volvía a romperse.

—No, no, no, no, espera.

Y volvió a llorar.

—Mierda.

Ekko trató de calmarla cuando notó que sus compañeros lo habían abandonado a su suerte.

—¿T-Te duele algo? —intentó volver a acercar su mano, pero la niña soltó un grito para delimitar su espacio y tuvo que retraerla—. ¿O tienes hambre? ¿Sed? ¿Frío?

Nada, ni una respuesta. Solo una mirada asustada y llena de lágrimas amargas.

—Si me dices qué es lo que quieres, haré lo que sea necesario para traerlo, te lo prometo —se quejó—, pero deja de llorar, por favor.

Isha frunció el ceño con los labios temblorosos, y separó la mano de su pecho para llevarla estirada frente a su cara, colocando el pulgar bajo el mentón.

Miró al muchacho con insistencia, esperando que pudiera comprenderla, pero Ekko no lo logró, de hecho, ni siquiera le cruzó por la cabeza que estuviera pidiéndole ver a su madre de esa forma.

Al no ver reacción por parte de él, Isha dejó de insistir, estaba molesta, muy molesta, solo mamá lograba entenderla.

Solo mamá podía calmarla en ese momento. De verdad quería volver a su lado.

El estómago de Isha soltó un rugido que de pronto la hizo llorar más fuerte. La última comida que había hecho fue antes de que se fuera tras de Jinx y de eso ya hacía casi un día completo.

—Vamos niña, te llevaré a comer algo, ¿de acuerdo?

La tomó por la muñeca, pero la desconfianza de Isha la superó y al notar que no se podía zafar del agarre de Ekko, terminó mordiéndole la mano para que la soltara.

Ekko soltó un grito ahogado, eran pocos sus dientes, pero había logrado causarle una herida para después salir corriendo.

—¿Fue criada por lobos o algo así? —se quejó y fue tras ella.

Isha salió despavorida hacia el árbol, quedó ofuscada por la luz del exterior, los colores a su alrededor y las personas extrañas volando en esos artefactos en los que se la habían llevado lejos de mamá.

Miró a todas partes buscando la salida, pero no había ninguna.

Una pequeña explosión se escuchó junto a ella, algo similar a un globo explotando, Isha se quedó de cuclillas en el suelo, cubriendo sus oídos.

Levantó la mirada llorosa hasta toparse con el mural dibujado frente a ella, sus ojos se clavaron en los de Powder, esa niña dibujada ahí era exactamente igual a su madre, sus ojos añil y su cabello azul.

Isha intentó trepar sobre la plataforma, quería llegar hasta ella, hasta lo único que tenía cerca que le diera el conforte de su madre.

Pero, justo cuando estaba a punto de quedar sobre la tarima, resbaló, cayendo en los brazos de Ekko.

—Eres muy rápida para tener piernas tan cortas.

Isha intentó volver a huir de él, pero Ekko la tomó por la ropa.

—Tranquila, torbellino, no tienes que huir de nadie aquí. No te haremos daño.

Isha señaló a la Powder del mural y luego volvió la mirada hasta Ekko, haciendo la misma seña que había hecho en un principio, la única que insistía en hacer una y otra vez:

Mamá.

Ekko ladeó la cabeza, seguía sin entenderla. Pero su anhelo por tranquilizarla era tan grande que no detuvo sus intentos. Tomó uno de los muñecos de la tarima y se lo ofreció: era un pequeño conejo de felpa con parches azulados.

—¿Lo cuidarías por mí? —le dijo con el tono más dulce que la voz le permitió—. Creo que está muy solo ahí arriba, tal vez tú puedas hacerle compañía.

Isha separó las manos de su pecho y le arrebató el muñeco. Le recordaba un poco al que mamá le había dado.

—No me volverás a morder… ¿verdad?

Isha desvió la mirada al suelo, ella normalmente no actuaba de esa manera, ni siquiera con Sevika.

Y bueno, es que Sevika sabía hasta dónde podía intimidar a la niña antes de que Jinx le metiera una bala en el brazo.

La pequeña estaba ligeramente avergonzada, porque viéndolo bien, él no parecía una mala persona.

Ekko la levantó en brazos y la llevó hasta el comedor. Era una pequeña y rústica habitación con una larga mesa de madera al centro, donde había más niños sentados, riendo y bromeando entre ellos mientras comían.

El muchacho sentó a la niña en una de las sillas. Isha estaba perpleja, nunca en su vida había visto más niños, evidentemente en el bar no entraban y ella nunca salía de casa.

Ekko puso un plato frente a ella con vegetales cortados en pedazos pequeños.

—¿Podrías comer algo? —preguntó, agachándose a su lado.

Los niños a su alrededor se acercaron para mirarla con curiosidad por encima del hombro de Ekko.

—¿No puede comer sola? —preguntó uno de ellos.

—¿Por qué sigue llorando? —preguntó otro.

—Déjenla adaptarse, es normal que esté asustada —respondió Ekko.

Isha abrazaba el muñeco con insistencia, tenía mucha hambre, pero estaba acostumbrada a comer junto a mamá, no precisamente sentada a una mesa, generalmente lo hacía sobre la cama o en el escritorio de Silco.

Levantó la vista, alcanzando a ver una melena azul a lo lejos. Saltó de la silla y salió corriendo detrás de ella, hasta la cocina.

Se abrazó a la joven, soltando el conejo de felpa al suelo, pero cuando ésta la miró, Isha retrocedió. Ni siquiera era cabello azul, solo era un pedazo de tela que llevaba adornando su cuello.

No era mamá.

—¿Qué sucede, cariño? —preguntó ella—. ¿Estás bien?

No, no estaba bien porque mamá no estaba por ningún lado.

Salió corriendo del comedor, pero cuando Ekko fue a buscarla no la encontró.

El muchacho la buscó por todo el santuario, de arriba abajo sin dar con ella. Estaba comenzando a preocuparse cuando vio sus zapatos sobresaliendo de un hueco escondido en una de las raíces del árbol.

—Eres buena para esconderte, ¿eh? —le dijo, asomando la cabeza. Pero Isha lo ignoró, abrazándose a sus rodillas.

Ekko sabía que no podía sacarla por la fuerza, ya estaba bastante asustada.

Tomó el conejo de felpa y lo sacudió en la entrada del escondite.

—Vamos a comer algo, niña —le dijo—, él también se está muriendo de hambre.

Isha salió a gatas de su escondite y tomó el muñeco, volviendo al comedor con la mano aferrada al pantalón de Ekko.

 

 

 

Los niños Firelights solían dormir todos juntos. Ekko llevó a Isha hasta esa habitación en común, los demás niños jugaban saltando de una cama a otra, dándose almohadazos y dejándose caer sobre los colchones.

Isha estaba demasiado asustada como para verlo como algo divertido. Tiró de la ropa de Ekko, señalando la puerta por la que habían entrado.

—Aquí es donde dormirás —le dijo, agachándose a su altura—, hay más niños y siempre hay adultos cerca cuidándolos, no hay nada de qué preocuparse, podrás dormir tranquila.

Isha negó rotundamente, pero no había nada más que Ekko pudiera hacer por ella.

El problema era que Isha no estaba acostumbrada a dormir sola, incluso cuando lo hacía porque Jinx debía salir a cumplir algún trabajo, Isha sabía que mamá volvería, inevitablemente, y en algún momento durante la noche sentiría su calor rodeándola.

Porque era lo que Jinx hacía una vez que se recostaba junto a Isha, la abrazaba con fuerza hasta quedarse dormida.

Esa noche Isha se despertó llorando cuando notó que mamá no vendría esta vez para acunarla contra su pecho.

La cuidadora en turno intentó tranquilizarla para que dejara dormir a los demás, pero fue imposible.

Le pidió a uno de los niños que corriera a traer a Ekko, el muchacho llegó como un rayo, mirando a Isha sentada sobre la cama, abrazando el conejo y llorando desconsoladamente.

—Deberías sacarla de aquí —le comentó la mujer—, deja que se distraiga un poco, la oscuridad y la soledad no le harán bien.

Isha elevó sus manos hasta Ekko, el muchacho tragó en seco.

Los ojos de Isha se le habían clavado en el alma, sintió un escalofrío, como si el mundo fuera a desmoronarse a su alrededor si ella seguía llorando, si él no la tomaba en sus brazos para intentar consolarla.

¿Qué carajo significaba eso?

—Supongo que aún es muy pronto para que duerma sola —dijo, mientras Isha se abrazaba a él para llorar en el hueco de su cuello—. No lo entiendo…

—La extraña. Extraña a su madre —respondió la mujer—, como cualquier niño, es igual con todos al inicio. Ella parece excesivamente apegada, así que dale tiempo, es muy pequeña para comprender por qué no está cerca.

Ekko apretó su agarre. Temblaba solo con el hecho de pensar que tal vez la madre de esa niña estuviera muerta por culpa de Silco, de los quimobarones o de la misma Jinx.

Una razón más para no perdonarla.

La sacó de ahí, llevándola hasta un pequeño lugar entre las ramas más gruesas del árbol, lo suficientemente amplió para caber recostado en él.

Permitió que Isha se quedara dormida sobre su cuerpo, su ceño aún fruncido y las lágrimas escurriéndole por las pestañas.

Isha todavía necesitaba estar pegada al pecho de su madre, a su abrazo y su calor, y eso era algo que Ekko no alcanzaba a comprender.

—Tranquila… buscaremos a tus padres, deben estar muy preocupados por ti.

Oh… claro que lo estaba.

Porque otra cosa que Ekko no alcanzaba a comprender era que, aunque Jinx era una joven retorcida y caótica, amaba perdidamente a su hija y sería capaz de quemar la ciudad entera con tal de recuperarla.

Y… que él estaba bastante muerto si se lo impedía.

Porque Jinx había pasado las horas más agonizantes de toda su vida sin tener una sola idea de dónde se encontraba Isha.

Lo único que sabía era que estaría buscándola por todas partes, porque Isha no soportaba estar lejos de mamá.

Y Jinx no soportaba estar lejos de ella.

Notes:

Antes que nada es importante recalcar que para la seña de "Mamá" me basé en el ASL (Lenguaje de Señas Americano), y que estoy haciendo uso de él con todo el respeto y amor del mundo. ❤

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Usuario: chibi_oukami
Me encanta leer sus comentarios, muchas gracias!!

Chapter 6: VI. Rosa

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

¿Cómo carajo había terminado todo así?

¿Cómo carajo ahora volvía a su habitación vacía con una maldita herida en la pierna y sin su hija?

Lanzó el arma sobre la mesa de trabajo mientras las gotas de sangre entintaban el suelo de rojo.

“La perdiste”.

—¡Yo no la perdí! ¡Ellos se la llevaron! —bramó Jinx.

Tomó una engrapadora industrial y la encajó contra su piel, uniendo la herida con los pedazos de acero.

“¡Sabia que no serías lo suficientemente buena!”.

—¡Cállate! ¡Vi estaba ahí también! ¡Con una Vigilante!

Mylo estaba colmándole la paciencia. Volvió a encajar la grapa contra su piel, soltando un grito.

“Ahora las tienen a las dos y todo por culpa tuya”.

—¡No fue mi culpa! —gruñó—. Esos estúpidos Firelights y esa maldita Vigilante, ¡ellos arruinaron todo!

“Ella no estaba muerta, Silco te mintió”.

—Él mintió…

 

 

 

Desde que se enteró del regreso de Vi, Jinx se había mantenido más distante con Silco, había tratado de ignorar lo mucho que le mintió y todo lo que le había ocultado.

Eso claro hasta que la situación la superó y terminó envolviendo a Isha entre sus garras.

Silco se encontraba en su oficina, intentando inyectar por su cuenta el Brillo dentro de su ojo, pero había perdido la práctica. Necesitaba a Jinx más de lo que le gustaba aceptar.

—Déjame ayudarte con eso, podrías lastimarte.

Jinx le arrebató el artefacto, colocándose sobre él y aferrando los dedos a su cara.

—¿Dónde habías estado, Jinx?

—¡Oh, ya sabes! Por aquí, por allá… persiguiendo a los muertos —gruñó—, ¿y sabes qué? ¡No estaban tan muertos!

—Marcus no me dijo nada, no sabía que estaba en Stillwater.

Jinx clavó la jeringa en su mejilla provocando un grito de dolor por parte del hombre.

—Pero te enteraste que volvió y no dijiste nada. ¡Tú me mentiste! —encajó las uñas en su piel—. ¡Y ahora por culpa tuya también se llevaron a Isha!

—¡¿Qué?!

Silco abrió los ojos, enmudecido, y separando a Jinx de él.

—¿De qué demonios hablas? ¿Cómo carajo pasó?  

Lucía consternado, alterado y molesto. Algunas cabezas rodarían esa noche.

—¡Esos idiotas Firelights! —escupió Jinx, lanzando el artefacto con la jeringa al suelo—. No sé como ella logró… seguirme, ellos se la llevaron en medio del fuego cruzado. ¡Ni siquiera pude seguirles el maldito rastro!

Jinx se tiró al suelo, recargando la espalda en la pata del escritorio y abrazándose a sus rodillas.

—Pasé horas buscándola, pero los malditos solo se desvanecieron.

Silco rodeó el mueble, mirando la herida de la joven y la forma en que trataba de ocultar el temblor en sus manos.

—¿Qué pasará si ella necesita algo? —murmuró Jinx con el corazón roto—. Ellos no sabrán entenderla.

Decirlo en voz alta solo hacía que sintiera el horror trepándole por la garganta. Isha estaba desamparada, donde sea que estuviera, su pequeña estaba indefensa sin su protección.

Sintió la ansiedad rasguñando su pecho y el aire comenzó a faltarle.

—¿Qué pasa si…? —sollozó con la voz ahogada—. Ella no puede… No puede….

El idiota de Mylo se sentó frente a Jinx, mirándola con ojos vacíos.

“Ella no puede hablar. ¡Ja!”.

—Cállate…

Pero, como siempre, no lo hizo, siguió burlándose de ella.

Ese pequeño pedazo de mierda, incluso después de muerto seguía burlándose en su cara y lo único que ella podía hacer era taparse los oídos con las manos.

“No serán capaces de saber que Isha necesita a su mami”.

—¡No te atrevas a pronunciar su nombre!

“No volverás a verla. Le harán cosas horribles. ¡Te lo mereces!”.

—¡CÁLLATE!                             

Silco se arrodilló frente a ella, separándole las manos de los oídos.

—No dejes que te controle el miedo, niña —murmuró—. Vamos a recuperarla.

Jinx se lanzó contra él, abrazándose a su pecho, no pudo soportarlo más. Odiaba parecer débil frente a Silco, pero era el único soporte emocional que le quedaba.

El día después de eso, el día después del rapto de Isha, un informe había llegado hasta los oídos de Ekko y de Silco: los Vigilantes habían organizado una redada en el puente que conectaba hacia Piltover. ¿Su objetivo? Recuperar el cristal Hextech que ahora poseían Vi y Caitlyn.

Silco le había ordenado a Jinx recuperarlo antes de que los Vigilantes lo hicieran, pero Ekko tenía un plan similar: avisarle a Violet antes de que los Vigilantes llegaran a ellas, porque sabía bien que Caitlyn ya era un blanco fácil para Marcus y que no se tentarían el corazón con una exreclusa como lo era Vi.

Y esa noche, el encuentro fue inevitable.

Porque para Jinx, la gema significaba una oportunidad para terminar el arma que la ayudaría a traer a Isha de regreso. Y para Ekko, la gema no significaba más que destrucción.

Jinx esperó sentada en lo alto de una construcción, observaba a lo lejos la despedida entre Vi y Caitlyn, sonrió ante la idea de que, atravesando ese puente, esa maldita rata Vigilante terminara dirigiéndose hacia su perdición.

Paseó el lente del catalejo por todo el puente. Buscó en cada esquina.

Pero no encontró nada.

“No está por ninguna parte”.

—No, ya lo sé, imbécil.

Jinx sabía que los Firelights estarían ahí, porque Vi estaba con ellos, porque todos estaban juntos en eso, porque incluso su propia hermana la había traicionado.

—Debería estar con ellos… ¿dónde está?

“Ya se deshicieron de ella”.

—¡Cállate! Ella está viva.

Tiene que estarlo.

Se escuchó un disparo abajó, Jinx observó a Marcus apuntándole directo a la nariz de la Vigilante.

Pero que Marcus tuviera la gema solo habría hecho las cosas más difíciles.

Entremezcló sus bombas de luz de fuego con las luciérnagas que inundaron el puente y los hizo volar.

Vi logró proteger a Caitlyn de la explosión, pero la Vigilante había quedado herida, observando como Marcus salía corriendo del lugar con un pedazo de metal incrustado en el brazo.

Violet miró a su alrededor en cuanto escuchó una canción familiar, siendo tarareada por la sombra de su hermana avanzando entre la bruma.

Querido amigo al otro lado del río…

Su mirada fría se clavó en los muertos, como si no fueran nada más que cuerpos vacíos.

Tomó el cilindro que contenía la gema, topándose cara a cara con su hermana.

Su mente le aseguró que Caitlyn, al igual que todos los Vigilantes, buscaba hacerle daño. Que ella había sido parte del plan siniestro de los Firelights para llevarse a su hija y ahora su hermana estaba de su lado.

Gruñó, colérica, y elevó su arma hasta ellas, lanzándoles una lluvia de balas rosadas.

Vi logró lanzar a Caitlyn al otro extremo del puente para salvarla de ser herida, cuando Ekko salió detrás de ellas, lanzándose sobre Jinx.

Esa maldita aerotabla, esa arma, él era… ¿el líder de los Firelights?

Imposible.

Ekko logró arrebatarle el cilindro con la gema solo para lanzárselo de regreso a Caitlyn, inclinando la cabeza con una mirada severa para que se largaran de ahí.

Vi le lanzó una última mirada a su hermana y se marchó, dándole la espalda.

Jinx observó a Ekko. Entonces él había decidido no solo tomar el lado contrario a ella, sino que le había arrebatado a su hija, ¿acaso había planeado todo desde un inicio solo para hacerla pagar por sus crímenes?

¿Pero usando a una niña inocente?

—¡Miren quién es! ¡El Salvador!

Escupió Jinx, con mordacidad.

Ekko le sonrió.

¿Realmente la estaba retando? ¿Después de llevarse a su hija? ¿Podía ser más cínico?

Jinx negó con una sonrisa incrédula y preparó su arma.

Ekko se lanzó sobre ella mientras ella le disparaba.

El muchacho logró tirarla al suelo de un golpe, inmovilizándola, se quedó prendado a sus ojos azules que parecían suplicar algo que los labios de Jinx jamás dirían, mucho menos a un Firelight, mucho menos a uno más de los tantos que la habían abandonado.

Algo que ella jamás le haría a Isha, incluso si se le iba la vida en ello, pelearía hasta el final para demostrarle que nunca la abandonaría.

Jinx solo quería recuperar a su bebé, pero Ekko no lo sabía.

Porque para Ekko, Jinx no era más que una retorcida y sádica criminal. Pero cuando la vio debajo de él, mirándolo con los enormes ojos de Powder, algo en él se conectó con ella y con Isha.

Esa mirada… esa misma mirada, en un color distinto y con más lágrimas en ella, la había visto antes en esa niña resguardada en el santuario.

Pero era imposible, era imposible en todos los sentidos.

Retrocedió, separándose de Jinx y salió volando en su aerotabla.

Jinx se puso de pie como pudo y comenzó a dispararle, pero no logró detenerlo.

Una vez más, la oportunidad de recuperar a Isha se le había escapado entre las manos.

Soltó un grito agonizante al aire.

 

 

 

Los siguientes días no fueron fáciles para nadie en La Última Gota. Jinx dejaba que sus emociones negativas se desbordaran, estaba cada vez más violenta e inestable y siempre terminaba desquitándose con cualquiera que se cruzara en su camino, sobre todo con Sevika.

Y es que a la mujer se le había ocurrido sugerir dejar de buscar a la niña después de la primera semana sin ella.

—Era solo una distracción —dijo—, tal vez es mejor así, para todos.

Jinx le disparó en la pierna después de eso, y que Sevika le agradeciera a Janna que no lo hizo en su cabeza.

Las alucinaciones también se habían vuelto más persistentes, sus hermanos la atormentaban, una y otra vez. No la dejaban ni siquiera dormir, aunque tampoco era como si lo intentara mucho.

Pasaba días y noches buscando el refugio de los Firelights, ese donde seguro tendrían a Isha.

Y, aunque de hecho la niña se encontraba a salvo, Jinx tenía otras ideas rondándole en la cabeza.

Los Firelights eran sus enemigos jurados, había mandado a más de uno a la muerte, y estaba segura de que ellos no se tentarían el corazón con Isha solo por ser una niña, harían lo que fuera para ver sufrir a Jinx.

Jinx estaba convencida de que sabían que era su hija, y eso… había sellado para siempre el destino de Isha.

“Seguro ni siquiera sigue con vida”.

Jinx se había comenzado a acostumbrar a la voz de Mylo siseándole al oído.

Pero, aunque frente a él se hacía de oídos sordos, la verdad era que no lo soportaba.

No soportaba la idea de que Isha estuviera sufriendo, de que le hubieran hecho algo terrible.

De que… estuviera…

Sacudió la cabeza, tratando de sacarse la idea de la mente.

Lo merecía, sabía que lo merecía. Porque Jinx había hecho eso con ellos, porque a más de uno les había arrebatado a quienes más amaban.

Pero… su hija no tenía la culpa de eso.

Ella no… ella ni siquiera sabía de lo que su madre era capaz.

Isha sólo quería volver con mamá, porque para Isha, Jinx lo era todo.

Y para Jinx, sin Isha, ella no era nada.

Las voces de Mylo y Claggor se habían vuelto mucho más crueles, le narraban posibles desenlaces para su hija, posibles y terribles.

La habitación se había llenado de agujeros de todas las balas que intentó clavarles en la boca para que se callaran, pero nunca se fueron, permanecieron ahí junto a ella.

Jinx agonizaba.

No sabía si Isha estaba bien, si tenía frío o hambre, o si estaba tan asustada como Jinx sabía que seguro lo estaría. Porque Isha no conocía el mundo más allá de los muros del bar, no conocía a nadie más, era una niña que solo conocía el mundo que su madre le había mostrado, y ahora su madre no estaba con ella.

Al inicio, Jinx creyó no tener un instinto maternal y ahora detestaba tenerlo, porque era eso lo que no la dejaba vivir, era eso lo que encendía el interruptor del miedo en su cerebro y le ponía todas esas dudas en su cabeza.

¿Cómo carajo iban a saber esos estúpidos Firelights lo que ella necesitaba?

Eso la estaba volviendo loca. Mucho más loca.

Silco tampoco estaba tranquilo, sus hombres habían recorrido cada rincón de Zaun sin encontrar nada y estaba perdiendo la paciencia.

Más de una vez los sacó a patadas de su oficina después de que le dijeran exactamente lo mismo que las veces anteriores:

—No hay ni rastro de la mocosa.

—¡Sigan buscando, animales! —exclamaba y luego les cerraba la puerta en la cara.

La movilización de la gente de Silco había puesto a todos en los Carriles alerta, sobre todo después del incidente en el puente, temían que cayera una nueva guerra sobre ellos, y que Piltover estuviera listo para ello.

—Es una idea terrible —objetó Sevika.

—Es la única que tenemos. —Silco giró la atención hasta Jinx—. ¿Enviar un cargamento entero de Brillo como cebo?

Jinx asintió.

—Tendrán que venir tras nosotros y entonces…

Y entonces podrían tomar un rehén que los llevara hasta el refugio.

Jinx odiaba tomar rehenes, ella no dejaba a nadie con vida, pero los días pasaban y estaba desesperada.

 

 

Al final, los Firelights cayeron.

Intentaron frustrar un plan que estaba destinado a ser frustrado desde el inicio.

Jinx dejó con vida a cuatro de ellos. Tomó uno al azar y dejó a los otros tres de rodillas frente a él

—Vas a llevarme hasta su estúpido refugio —ordenó, clavando el ojo del arma en su sien.

—Antes muerto.

—Eso lo puedo arreglar.

Y, sin siquiera mirar, disparó a uno de los otros tres sobrevivientes.

El Firelight se mordió la lengua y Jinx clavó el arma de nuevo en su nariz.

—Quedan dos, y yo tengo muy poca paciencia —amenazó—. Vas a llevarme hasta su refugio, o seguiré haciendo esto hasta que no quede ni uno solo de ustedes.

Jinx envió a Sevika de regreso con Silco en cuanto el Firelight accedió. No quería que nadie se entrometiera, era lo bastante capaz de recuperar por su cuenta a su hija.

 

 

Después de un rato caminando detrás de ellos con la pistola soplándoles al oído, llegaron hasta un sistema de enormes ductos que desembocaban en el refugio.

¿Cómo es que nunca se había percatado de ellos?

Vio una luz al final del oscuro corredor, habían llegado.

Los tres Firelights intentaron atacarla, pero Jinx fue más rápida y terminaron muertos a sus pies.

Igual no pensaba dejarlos con vida.

Siguió avanzando a través del ducto, haciendo eco con sus pisadas metálicas.

Anunciando con su lóbrega voz el tarareo del destino que le esperaba a los que se refugiaban del otro lado.

Querido amigo al otro lado del río, mis manos están frías y desnudas…

En cuanto los Firelights la escucharon entrar se apresuraron a atacarla, mientras muchos otros se empeñaron en proteger a los más vulnerables.

Jinx tenía una mirada gélida y siniestra, ni siquiera necesitaba ver hacia todas las direcciones en que la atacaban, sus reflejos la habían preparado para eso.

Estaba deleitándose, más de lo que se hubiera imaginado, se deleitaba con verlos caer como insectos.

Como los malditos insectos que se habían llevado a su hija.

Las cuidadoras de los niños tomaron a todo el grupo para llevarlo hasta un lugar seguro, lejos de los disparos. Isha estaba entre ellos.

Pero el caos era inevitable, era lo que Jinx hacía después de todo, y pronto los gritos entre los Firelights avisaban que estaban en peligro.

—¡Muévanse! ¡Muévanse!

Los disparos se escuchaban agiles, ligeros, sin una sola pausa.

Jinx ni siquiera se inmutaba, no le importaba a dónde debía disparar, solo tenía que derribarlos, uno a uno.

—¡Mierda, es Jinx! —gritó un Firelight desde el otro lado del corredor.

Isha se detuvo en seco.

¿Era Mamá? ¿Había ido por ella?

Como pudo, se zafó del agarre de la joven que la sostenía por la mano y salió corriendo hacia el ojo del huracán.

Entonces la vio.

Esa era su madre. Disparando sin piedad a quienes la atacaban.

La misma chica Firelight logró interceptarla antes de que lograra acercarse a Jinx. Isha, desesperada por correr a los brazos de la madre a la que no había visto en semanas, comenzó a llorar para que la dejara libre.

Jinx, al escuchar el inconfundible llanto de su hija, giró su atención hasta ellas, al igual que el ojo de la pistola.

Era ella, de verdad era ella. Isha estaba viva, y siendo retenida por uno de ellos.

—¡Aléjate de ella! —gruñó, pero la joven no se movió. Jinx disparó junto a su cara, rozando su mejilla con la bala—. ¡DIJE QUE TE ALEJARAS DE ELLA!

Estuvo dispuesta a disparar una segunda vez cuando miró el gesto de Isha, la niña se había puesto de cuclillas en el suelo, tapando sus oídos.

Era como la última vez.

Mierda… cómo lo había podido pasar por alto.

Desde aquel incidente, donde había perdido la voz, Isha no soportaba los sonidos fuertes.

Por ello, Jinx había dejado las explosiones lejos de ella. Se dio cuenta de la fobia de su hija cuando, después de uno de sus tantos arranques, la bomba que tiró al vacío hizo que Isha se escondiera debajo de la cama y no quisiera salir hasta que Jinx se escondió junto con ella.

Los disparos no le molestaban tanto, a menos que los tuviera demasiado cerca. En aquella plataforma, cuando se la llevaron, la niña estaba tan concentrada en volver con su madre que su fobia pasó a segundo plano.

Pero esta vez la bala había pasado a su lado.

Jinx bajó el arma con el ceño fruncido y el corazón roto.

Sintió un golpe directo en la mandíbula y cayó al suelo, la pistola salió volando. Ekko se lanzó sobre ella, llevando su arma contra su cuello.

Isha volvió a llorar, intentando correr hasta Jinx, suplicando entre sollozos que no hirieran a su madre.

Ekko desvió la atención hasta la niña por una fracción de segundo, el tiempo suficiente para que Jinx lograra sacárselo de encima con una patada.

Jinx se puso de rodillas en el suelo, tratando de recuperar el aliento y su arma, cuando sintió los pequeños brazos de Isha aferrándose a su cuello. Había logrado zafarse de su captora.

La muchacha sintió los sollozos de su hija humedeciéndole la piel y volvió a respirar. Percibió su olor, ese olor tan característico de ella y la manía que tenía de enredar sus pequeños dedos entre sus trenzas cuando la abrazaba así.

Ekko se puso de pie y todos los Firelights le apuntaron a la joven. Jinx pegó a Isha a su cuerpo, ocultando su rostro contra su pecho y cubriendo sus oídos.

Elevó la pistola hasta Ekko.

Jinx lo odiaba porque le había arrebatado todo lo que amaba en el mundo. Pero…

¿Si lo odiaba tanto entonces por qué su agarre temblaba al apuntarle directo al pecho?

Miró de reojo a los demás Firelights que la tenían en la mira. Si disparaba estaría perdida, el problema era que ahora Isha también estaba frente a sus armas.

La niña se separó de su agarre y agitó el brazo de su madre, el mismo que sostenía el arma. Jinx la miró confundida mientras Isha le suplicaba con la mirada que no le hiciera daño a Ekko.

Tenía que estarla jodiendo… ¿Después de todo lo que le había hecho pasar?

Jinx se puso de pie, acunando a Isha contra su pecho, sin dejar de apuntarle al muchacho con su mano libre.

—Jinx, suéltala… no la lastimes —por fin habló él.

Jinx arrugó el ceño. ¿De qué mierda estaba hablando?

—No queremos que ella salga lastimada. Deja de esconderte detrás de un inocente, ¡es solo una niña, mierda! —Ekko parecía desesperado—. Ni siquiera tú eres tan cobarde.

—Muérete.

Ekko trató de dar un paso al frente, pero Jinx retrocedió.

—¡Aléjate! No volverás a separarla de mí.

—¿De qué mierda hablas? Suéltala, podría salir herida. Es solo una niña, no dejaré que la lleves a tu maldita guarida del terror, no tienes derecho a arruinarle la vida.

—Vete al carajo.

—Jinx, escucha, dejaremos que te largues, pero suelta a la niña. No le hagas daño.

—¡¿Cómo mierda podría hacerle daño a mi propia hija?! —bramó, apretando su agarre sobre Isha—. ¡Fueron ustedes quienes se la llevaron! ¿Y se supone que yo soy la villana? ¡Imbécil! ¡Tú alejaste a una niña de su madre por más de dos semanas!

Ekko quedó helado.

Jinx no esperaba que se sorprendiera, de verdad creía que ya lo sabían, aunque ahora mucho ya no importaba. Porque todos los Firelights se habían enterado, y temían por su jodida suerte.

Ekko por fin prestó atención a Isha y la manera en que se pegó al pecho de Jinx para no alejarse nunca más de ahí, como sus pequeñas manos se aferraban a su ropa desesperadamente y como había dejado de llorar.

Ni siquiera estaba preocupada por lo que pasaría después, porque mientras Isha estuviera con Jinx, nunca temería a absolutamente nada.

¿Qué mierda había hecho?

Jinx miró a Isha y la tranquilidad que se estaba viendo obligada a romper.

—Perdóname, problemita, sé que lo odias, pero tengo que sacarte de aquí.

Extrajo una diminuta bomba de la culata del arma y la lanzó frente a ella, llenando todo de humo rosa y azul para lograr desaparecer entre los ductos, sin mirar atrás.

Sin mirar a Ekko deteniendo a sus compañeros para que no la siguieran.

Corrió tan rápido como las piernas se lo permitieron, trepando a donde pudiera hacerlo con una sola mano, hasta que se sintió a salvo, y se tiró al suelo en un callejón oscuro, sentada detrás de enormes cajas de madera.

La respiración entrecortada y la niña que la miraba desde su pecho.

Echó la cabeza hacia atrás, tragó con fuerza, ahogando el grito en su garganta, y comenzó a llorar.

Isha se separó de ella e hizo unas pocas señas con lentitud, volviendo a acostumbrarse a la comunicación con su madre.

Sus movimientos eran torpes aún, pero Jinx pudo entender perfectamente lo que decía:

“No llores, mamá”.

A Jinx se le partió el corazón por la mitad, escondió su rostro junto al cuello de su hija y siguió llorando.

Isha nunca había visto a Jinx llorar, no comprendía porqué mamá estaba tan triste si ya por fin estaban juntas de nuevo.

Y es que Jinx por mucho tiempo creyó que jamás la volvería a ver, que jamás la tendría entre sus brazos otra vez.

Estaba aliviada de haber recuperado a su hija, pero odiaba pensar que, a partir de ahora, todo sería así siempre.

 

 

 

—¡Jinx!

Silco prácticamente saltó de la silla en cuanto vio a la joven entrar a la oficina.

Había comenzado a llover y estaba cubierta por un pedazo de loneta, completamente empapada y encharcando el suelo con las botas.

—Estuve a punto de enviar gente a buscarte, niña, ¿en qué demonios estabas pensando cuando enviaste a Sevika de regreso?

Jinx guardó silencio. Silco le quitó la tela que llevaba a modo de capa, descubriendo a la niña que dormitaba en sus brazos con el pulgar descansando entre sus labios.

Silco elevó su mirada hasta el rostro de Jinx.

—Lo lograste.

Jinx dibujó una media sonrisa, poniendo los ojos en blanco.

¿De verdad lo había dudado?

La niña se retorció entre su abrazo, dirigiendo sus ojos soñolientos hasta Silco y, para sorpresa del hombre, estiró sus manos hacia él con los labios fruncidos.

Silco tragó en seco e intentó retroceder, pero Jinx insistió con la mirada.

Él tomó a Isha por debajo de los brazos, la niña no tardó ni un segundo en abrazarse a su cuello.

Por un momento, la pequeña Powder surcó sus recuerdos y miró a Jinx con el ceño fruncido, recargándose en el escritorio a su espalda, fingiendo que el afecto de la niña no lo estaba poniendo nervioso.

—¿A cuántos Firelights asesinaste? —preguntó Sevika.

—No los suficientes —gruñó Jinx.

Sevika negó con una sonrisa irónica.

—Eso será un problema muy pronto —dijo.

—Me importa una mierda.

Isha soltó un bostezo que obligó a Silco a separarla de él y entregársela a su madre.

Sevika esbozó una sonrisa que aparentemente solo ella notó cuando Jinx salió de la oficina.

 

 

La joven volvió hasta su habitación con una peculiar sensación en el pecho. Las últimas semanas había odiado llegar a un cuarto vacío, un cuarto sin Isha, pero esta vez por fin volvía a sentirse completa.

Isha se aferró al pecho de su madre, mirándola con el ceño fruncido.

Jinx sabía bien lo que eso significaba, lo hacía desde que era una bebé y es que, mirándola de esa forma: acurrucada, buscando su calor y consuelo contra su piel, por supuesto que seguía siendo una bebé.

Su bebé.

Isha estuvo nueve meses dentro del vientre de su madre y más de dos semanas separada de ella, evidentemente el lugar donde ahora se sentía más segura era entre sus brazos, alimentándose de su pecho.

Al menos solo por esa noche, la primera noche que volvieron a estar juntas.

Isha se aferró a la ropa de Jinx, buscando estar más cómoda, pero no lograba quedarse dormida.

Jinx acarició sus cabellos, tarareando aquella melodía para arrullarla.

Esa maldita canción de cuna que su madre les cantaba a ella y a Vi cuando eran niñas.

Querido amigo al otro lado del río, me llevaré lo que puedas darme…

Isha amaba el sonido de la voz de mamá.

Nunca la había escuchado tararear, pero le gustaba. Se sentía a salvo con ella.

Inevitablemente terminó por quedarse dormida entre sus brazos.

Te pido un centavo, será mi fortuna…

Jinx miró su mano.

La gema Hextech brillaba con un intenso azul.

Le había visto la cara a su estúpida hermana y a su insípida novia.

Había logrado sacarla del cilindro antes de que Ekko se lo quitara hacía semanas, en la explosión del puente.

Violet no había vuelto a buscarla desde entonces y, de cualquier forma, no le hubiera resultado sencillo recuperarla.

Jinx se había visto obligada a llevarla al refugio de los Firelights en el extremo caso de que hubiera tenido que negociar por la vida de su hija. Pero no hubo necesidad.

Miró a su pequeña, aferrada aún a su seno, con los dedos enroscados contra su piel, como cuando era solo una recién nacida. 

Se mantenía igual de indefensa, igual de necesitada por la protección de su madre. 

Igual de frágil.

Ahora era oficial, el rumor pronto se esparciría y todo Zaun y Piltover se enterarían tarde o temprano.

Te lo pido sin envidia, no levantamos torres fuertes, nuestras casas están hechas de piedra…

Pronto Vi también lo sabría.

Por eso ven a través del río, y encuentra el mundo de abajo.

Jinx ahora tenía una única y poderosa debilidad.

Una que podría terminar destruyéndola.

Notes:

Si quieren escuchar a Jinx tarareando esta canción de la serie (The Bridge), vayan al Capítulo 7 de la Primer Temporada, minuto 31:25. Es ella arrullando a su bebé.

Chapter 7: VII. Rojo

Chapter Text

No había forma de que olvidara aquella noche en el puente.

La mirada suplicante de Jinx bajo su arma, la manera en que parecía anhelar seguir viviendo, incluso a pesar de que él suponía que ella ya estaba muerta por dentro.

¿Qué era lo que la mantenía luchando por su vida?

Cuando vio los brillantes ojos azules de Jinx clavados en él, sintió un escalofrío.

Aquel momento en que esa indefensa niña lo miró por primera vez a los ojos con las lágrimas delineando sus ámbares surcó sus recuerdos, el gesto, la sensación, el sentimiento era exactamente el mismo.

Esa noche se preguntó cómo dos miradas que físicamente eran tan distintas podían sentirse tan familiares entre ellas, tan conectadas.

Ekko no lo comprendía en ese entonces, pero ahora lo hacía.

“¿Cómo mierda podría hacerle daño a mi propia hija?”.

Sintió un pinchazo en el pecho, como lo había estado sintiendo desde que escuchó esa frase declarada por la propia Jinx.

¿Ella realmente tenía una hija? ¿Realmente había atravesado esa línea?

Peor aún, ¿cómo debía sentirse al respecto con eso? Porque sencillamente no alcanzaba a comprender las emociones que ahora golpeaban dentro de su pecho.

Recordar a la niña aferrándose desesperadamente a las ropas de Jinx, cesando su llanto y su temor solo por estar entre sus brazos, le calaba los huesos.

Sabía que si él seguía con vida era únicamente porque la pequeña le había suplicado a Jinx no atravesarle el pecho con una bala.

No la hubiera culpado si lo hacía.

Él había tentado su suerte mucho antes de notarlo. Ahora comprendía que no era la primera vez que se topaba con Isha… y que si aquella noche en la oficina de Silco hubiese sido Jinx quien lo encontró con su hija en brazos, su desenlace habría sido distinto.

La había cagado, realmente la había cagado.

Y ahora la mitad de sus compañeros estaban muertos por eso.

Que idiota.

Nada a su alrededor tenía sentido.

Ekko se dejó caer sobre la cama, masajeando sus parpados.

¿Cómo había terminado involucrándose en algo así?

Giró la atención hasta el conejo que Isha había dejado sobre el colchón y lo tomó entre sus manos, sonriendo con ironía.

No se parecían en absolutamente nada, ¿cómo podía culparlo por creer que era una victima más del caos de Jinx?

Un daño colateral que lo había convertido a él en el daño colateral de su historia.

Porque la extrañaba, realmente lo hacía.

Jinx podía ser su enemiga, pero ahora su perspectiva sobre ella estaba cambiando, porque ella lo había hecho. ¿Era acaso que la propia naturaleza de Jinx había sido alterada por ese diminuto ser que se había llevado en brazos al huir?

No había manera, no era tan fácil de creer. No después de todo lo que había visto que Jinx era capaz de hacer.

¿Una asesina siendo madre? Tenía que comprobarlo con sus propios ojos.

Tenía que verla otra vez.

Tenía que encontrar las respuestas y había una en especifico que estaba carcomiéndolo por dentro:

¿Qué pasaba con el padre de la niña? ¿Cómo Jinx había terminado enredándose con alguien? ¿Con quién?

¿Por qué eso parecía molestarle tanto?

Bueno, tal vez era porque lo último que le faltaba era que el idiota del padre también quisiera venir a sacarle las tripas.

Le gustaría ver que lo intentara.

Sea lo que fuere, él tenía que hacer algo.

Aunque, desde que había vuelto a ver a Jinx y sobre todo desde que supo que tenía una hija, no tenía las ideas del todo claras.

Así que, días después, intentó entrar a La Última Gota. Tal y como lo había hecho la última vez.

Porque claramente Ekko no aprendía de sus errores.

O al menos estaba ignorando su propio sentido común solo para terminar de comprender lo que sucedía con quien alguna vez había sido su mejor amiga.

Atravesó las tuberías y los ductos de ventilación, pasando de largo el bar y la propia oficina de Silco, hasta llegar a la habitación de Jinx.

No era lo suficientemente tarde como para que estuvieran dormidas, de hecho, estaban bastante despiertas, construyendo un fuerte con sábanas, pedazos de tela y almohadones deshilachados.

Las luces fluorescentes iluminaron la sonrisa de una Jinx distinta a la que conocía. Ekko sintió un cosquilleo que le recorrió el estómago hasta desembocar en su pecho.

Avanzó unos pocos centímetros más para observarla mejor, pero la rejilla debajo de él se venció y cayó de lleno al suelo.

Jinx se puso de pie de golpe, llevando a Isha detrás de ella.

Miró su pistola sobre la mesa de trabajo, justo detrás de Ekko.

El muchacho se levantó con las manos sobre su cabeza.

—No vine a pelear contigo.

Jinx lo miró con desconfianza, analizándolo detenidamente. No estaba armado.

—Entonces, ¿a qué mierda viniste?

Ekko dirigió la vista hasta Isha, que se hallaba escondida detrás de las piernas de Jinx.

—No estoy seguro.

Jinx enarcó una ceja, incrédula.

Ekko se agachó a la altura de Isha, permaneciendo a unos dos metros de distancia de Jinx, y sacó del bolsillo de su chaqueta el conejo de felpa que la niña había dejado en el refugio.

A Isha se le iluminaron los ojos cuando lo vio, trató de correr hacia él, pero Jinx la detuvo en seco, regresándola a su posición detrás de ella.

—¿Qué intentas? —preguntó la muchacha.

Ekko pudo notar la desconfianza en su gesto, podía comprenderla, pero también sintió la hostilidad, ¿realmente iba a arriesgar su vida con tal de saber la verdad?

—No estoy intentando nada —respondió él—. Es solo que creí que tal vez podría extrañarlo.

Jinx lo miró con las cejas levantadas. Ekko suspiró.

—No voy a alejarla de ti, tampoco me atrevería a lastimarla. Te lo juro.

Por un breve segundo, Jinx vio a su viejo amigo a través de los ojos de Ekko. Ese niño idiota que podía verle la cara a cualquier piltillo, pero que no lastimaría ni a una mosca.

Cuando recuperó a Isha, Jinx se aseguró de que nadie la hubiese lastimado, cosa que Isha confirmó, asegurando que Ekko y los demás Firelights eran sus “amigos”, a pesar de que al principio les tenía miedo y le molestaba mucho que no pudieran entenderla.

Pero no, ellos nunca le hubieran hecho daño.

Jinx aflojó su agarre.

Isha corrió hacia Ekko para arrebatarle el muñeco de las manos y volvió hasta el fuerte que su madre y ella habían construido.

Sacó el conejo que mamá le había dado y lo sentó junto a su nueva adquisición. Justo en la entrada del fuerte.

Jinx frunció el ceño con una sonrisa.

Ekko observó a Jinx, su mirada se había suavizado, su gesto también, era como si su mundo entero cambiara solo con ver a esa niña.

Aclaró la garganta.

—Te debo una disculpa, supongo —dijo, entre dientes.

Jinx no respondió nada. Al final, varios Firelights también habían muerto ese día.

No iba a pedir disculpas, se lo merecían.

—No pensé que tú…

—No pensaste y ya —interrumpió Jinx—. Tal vez ese es tu problema, Salvador. Ya te puedes ir.

Jinx intentó volver donde Isha, pero Ekko dio un paso al frente, poniéndola de nuevo en alerta.

—Nunca me imaginé que ella fuese tu hija —siguió—. Es que… no se parecen mucho y…

Mala idea.

Jinx giró una mirada mordaz hasta él.

—Q-Quiero decir… —Ekko trató de excusarse.

—Mejor ya no digas nada.

Jinx estaba segura de que si todavía no le había metido una bala en la pierna era por Isha.

Y porque su arma estaba bastante lejos de su alcance en ese momento.

Isha corrió hasta mamá, tirando de su ropa para llamar su atención, y le mostró el nuevo conejo de felpa. Después hizo una seña torpe con las manos:

“Amigos”.

Jinx tragó en seco y se agachó a su altura.

—¿Por qué no lo llevas dentro del fuerte, enana? En un segundo voy para allá.

Isha asintió con una sonrisa y volvió dentro de la construcción junto a la cama.

—Luce diferente cuando está contigo —mencionó Ekko.

—Sí, eso es lo que pasa cuando raptas a una niña de menos de dos años y la alejas de su madre —replicó Jinx, molesta—. Ella ni siquiera estaba acostumbrada a salir de aquí.

—Ella… ¿no salía de aquí?

—No, idiota. ¿Te parece seguro que medio Zaun se entere de su existencia?

—Lo siento, creí que…

—¿La estabas protegiendo? —se burló. Ekko notó lo ridículo que sonaba desde su perspectiva—. Ella no necesita que la protejas, para eso me tiene a mí.

Ekko retrocedió el mismo paso que había avanzado. Miró a su alrededor, pero no encontró ni un solo rastro de la supuesta figura paterna que estuvo alucinando durante ese tiempo.

—A ti y a su padre, ¿no? —preguntó—. Supongo que debe ser un tipo de la clase que sería aprobada por Silco.

Jinx entornó los ojos. Estaba haciéndola perder la paciencia.

—¿Desde cuándo te interesa con qué clase de tipos me acuesto?

—Solo intento asegurarme de que nadie más irá detrás de mi cuello después de esto.

Jinx bufó, encogiéndose de hombros.

—No te preocupes, hombrecito —le dijo—. Él dejó de ser un problema desde antes de que ella naciera.

—¿Lo mataste? —cuestionó por lo bajo, para evitar que la niña escuchara.

Jinx elevó las cejas con un gesto despreocupado.

Isha corrió de afuera hacia adentro del fuerte y luego de regreso, llevando un montón de chatarra que Jinx le había dejado usar para que fingiera hacer sus propios artefactos, iguales a los que hacía mamá.

Una tuerca oxidada y llena de pintura rosa rodó hasta los pies de Jinx, la joven la tomó, entregándosela a su hija con una sonrisa.

Ekko frunció el entrecejo.

—Si él está muerto, entonces… ¿lo has estado haciendo todo tú sola?

Jinx mantuvo la mirada fija en Isha.

Era mejor así.

—Con la vida que siempre has llevado, ¿nunca te diste cuenta que el mundo sería demasiado peligroso para ella? Sobre todo, tu mundo.

—Lo hice —respondió, volviendo a ponerse de pie.

—Y aun así decidiste tenerla.

Si Jinx hubiera podido, en ese mismo instante lo habría matado solo con la mirada.

—No vengas a intentar darme clases de paternidad —escupió.

—Solo intento decir que no creí que tú fueras del tipo que cambia pañales —refutó Ekko.

La hostilidad se sentía todavía en su voz, después de todo no era sencillo borrar años de rencor y guerra en unos pocos días.

—Y yo no creí que tú fueras del tipo que secuestra niños —replicó Jinx.

Y luego de unos segundos en silencio, tomó aire, mirando a Isha jugando dentro del fuerte iluminado por unos cuantos focos de colores.

—Sí lo consideré… —murmuró, sin dejar de mirarla—. No tenerla. Lo pensé antes de decírselo a Silco, fue lo primero que me cruzó por la mente en cuanto supe que estaba embarazada.

Ekko dirigió su mirada hasta ella. Justo en ese preciso instante, ambos habían dejado de ser enemigos jurados, al menos solo por un momento.

—Y luego me di cuenta que, si lo hacía, no quedaría nadie en el mundo que pudiera amarme incondicionalmente, sin juzgarme… —siguió, con la voz entrecortada—. Fue un motivo egoísta, lo sé… Al menos hasta que nació. 

Ekko volvió la atención hasta Isha.

—Ella nació amándome. Ni siquiera me conocía y ya me amaba, y entonces entendí lo jodida que estaba, y lo aterradora que comenzaría a ser la vida.

Tomó aire con fuerza. Ekko tragó saliva, desviando la mirada al suelo.

—Silco ama a Jinx, Vi ama a Powder, incluso tú la prefieres a ella. Solo Isha me ama a mí. A ella no le importa si soy Jinx o Powder, ella me ama por ser su madre y eso es todo lo que me importa.

—¿”Isha”?

Ekko notó por fin que en todo el tiempo que llevaban hablando era la primera vez que Jinx mencionaba su nombre.

—¿La tuviste secuestrada por días y ni siquiera sabías su nombre?

—No es sencillo aprender lengua de señas, mucho menos en una ciudad olvidada por el mundo, hice lo que pude.

—No hubieras tenido que hacerlo si no te la hubieras llevado. 

—No me culpes por creer que una niña inocente estaba en peligro de muerte después de verla atravesar el fuego cruzado.

—Estaba intentando llegar a mí, y lo hubiera logrado de no ser por tus estúpidos compañeros.

—Pues ella no debía estar ahí en primer lugar, vaya trabajo de madre que hacías.

—¡Cierra la boca! Ella me siguió, yo no sabía que lo había hecho, jamás la hubiese llevado a un lugar así.

La forma en que elevaron el tono de su voz llamó la atención de Isha, que salió pronto de su escondite, y volvió a tirar de la ropa de su madre.

Al momento en que Jinx bajó la mirada para verla, Isha estiró sus manos hasta ella.

Jinx la acunó en sus brazos, tratando de evitar la mirada insistente de Ekko que parecía tener una inmensa curiosidad de ver más de ella siendo la madre de esa niña.

Al menos la hostilidad en ambos había disminuido.

Isha restregó su rostro contra el pecho de Jinx, aferrando su mano al cuello de su ropa. Jinx titubeó, tratando de ignorar lo que su indiscreta hija le estaba exigiendo.

En cuanto la niña sintió el rechazo de su madre frunció los labios, arrugando la nariz, molesta.

—Isha, ahora no —bramó Jinx, entre dientes.

Pero Isha era persistente y no estaba acostumbrada a ser ignorada por mamá. Así que comenzó a llorar desconsoladamente.

Jinx buscó con la mirada alguna manta con la cual cubrirse, pero habían utilizado todas en la construcción del fuerte.

—Mierda… —gruñó.

Ekko se aclaró la garganta. Se quitó la chaqueta y la estiró hasta ella, desviando la mirada.

—Ni creas que me pondré eso.

Ekko torció los labios en una sonrisa irónica. Él tampoco se había visualizado en esa situación y mucho menos con ella.

—Podrías decir que me la sacaste de encima después de darme la paliza de mi vida por haber secuestrado a tu hija.

Jinx arrugó la nariz, pero no tenía más opción. Isha no iba a ceder y entre más pasaban los minutos, más fuerte era su llanto.

La joven soltó un gruñido y asintió con los ojos en blanco.

Ekko colocó con cautela la chaqueta sobre los hombros de la joven, cerrándola alrededor de Isha.

—Es manipuladora —notó Ekko en cuanto Isha cesó su llanto al pegarse al pecho de su madre.

—No te imaginas cuánto —resopló Jinx, tomando asiento y mirándola—. Si ella me lo pidiera, le daría el mundo entero.  Sin importar cuántas cabezas deba cortar en el proceso.

Jinx elevó la mirada hasta Ekko.

—Si vas a matarme, podrías hacerlo ahora —le dijo—. No hay manera de que me defienda, no con ella así.

—No podría hacerle eso.

—Esto no va a cambiar nada.

—Por supuesto que no.

Ekko observó la pequeña mano de la niña, asomándose por fuera de la chaqueta y sosteniéndose al cuello de Jinx.

Isha aún necesitaba a su madre y esos momentos de consuelo y conexión con ella, el apego que tenían una por la otra era palpable, y él se los había arrebatado durante días.

—Ahí no están mis ojos, niño.

—Cállate —bramó, desviando la mirada al techo—. Solo estaba pensando en todo el daño que le pude haber hecho si no ibas a buscarla. De verdad, lo siento.

—En realidad hubieras conseguido lo que tanto has deseado, Salvador —escupió Jinx—. Ella hubiera crecido y de una u otra forma se habría olvidado de su madre. Pero a mí… —suspiró—, a mí sí me habrías asesinado.

Ahí estaba. Lo había soltado como si nada. Como si eso no pudiera destruirla.

Ya no importaba.

—Lo lamento —volvió a decir Ekko.

—Solo cierra la maldita boca. Ella podría pagar las consecuencias de tu lengua floja, ¿entiendes?

Ekko se mordió el labio inferior.

—Sobre eso… —titubeó—. Escuché el rumor de que… ya se sabe —Jinx elevó la mirada desorbitada hasta él—. En Piltover.

—¿Me estás jodiendo? ¿Por qué no me lo dijiste antes?

—Tenía que asegurarme de seguir vivo para eso.

—Idiota.

—Solo asegúrate de que no le hagan daño.

—No necesito que me lo digas.

Ekko se dio la media vuelta, mirándola de reojo.

—Ella sería bien recibida por los Firelights —soltó—. Si es que en algún momento necesitas esconderla del mundo de arriba… Estaría segura con nosotros.

Y salió por el mismo ducto por el que había caído, dejándole a Jinx una sensación amarga en el pecho.

¿Confiarles a ellos la seguridad de su hija? Ya no lo veía como una opción factible, incluso a pesar de que Ekko se lo hubiera propuesto. No después de lo que había hecho para recuperarla y de lo mucho que los seguía odiando.

Pero la verdad era que le preocupaba mucho más el hecho de que Piltover se hubiera enterado antes que todos sobre la existencia de Isha.

Sintió un escalofrío al recordar lo que había pasado la noche en que sus padres murieron, y de lo que los Vigilantes eran capaces de hacer.

Lo que serían capaces de hacer esos monstruos con tal de deshacerse del mal que Jinx significaba para ellos.

Inconscientemente apretó su abrazo sobre Isha, la niña soltó un quejido, volviendo a acomodarse entre su agarre.

Jinx la observó, despejándole el rostro de sus cabellos castaños.

—Duerme, problemita… Esta noche estarás tranquila. Yo cuidaré de ti —susurró—. Estamos juntas en esto, por siempre.

La niña sonrió con los ojos iluminados.

—Ningún monstruo te atrapará mientras yo esté aquí.

 

 

 

Las últimas semanas, desde la noche que habían perdido la gema Hextech a causa de Jinx, Vi y Caitlyn se habían mantenido buscando pruebas para inculpar a Silco por todo lo que había sucedido: los daños en el puente, la liberación irracional de Brillo en los Carriles, la muerte de docenas de Vigilantes y muchos más males que se le imputaban.

—Por fin podremos presentar nuestro caso al Consejo —anunció Caitlyn, entrando a la habitación—. Hoy. Si tenemos suerte podremos hacerlos entender que Silco es el culpable de todo.

Aquella tarde ambas se presentaron frente al Consejo, respaldadas por la madre de Caitlyn, y ante las dudas de Jayce, que comenzaba a temer por la seguridad de Piltover debido a su descuido sobre sus propios experimentos.

—Consejeros, mi hija tiene una perspectiva única sobre nuestra situación —anunció Cassandra.

Caitlyn agradeció con un gesto, dando un paso al frente junto a Violet.

—He pasado un tiempo en la Ciudad Subterránea, he visto como la gente allá abajo muere de hambre, de enfermedades, devastada por el Brillo. Viven en constante miedo de lo que los lideres violentos pudieran hacerles si fallaban en su lealtad hacia Silco.

—¿Y qué es lo que quiere de nosotros ese tal Silco? —preguntó Jayce.

—Independencia.

—Pero él no trabaja solo, ¿no es así? —inquirió el joven, poniendo la bomba de Jinx que Silco le había entregado a Marcus semanas antes, sobre la mesa—. ¿Sabes de quién es esto?

—Es de Jinx —se apresuró a decir Vi—. Ella… es quien tiene la gema.

—Fue ella quien provocó el accidente del puente, ¡el accidente del que todavía seguimos limpiando la sangre! —exclamó Jayce—. Solo hubo un sobreviviente esa noche. No podemos seguir así, Jinx representa un peligro inminente para Piltover.

—N-No lo entienden —Vi trató de objetar—, ella está siendo manipulada, Silco es quien…

—Silco y ella trabajan juntos.

Marcus entró a la sala, con el brazo aún vendado por la herida de la noche de la explosión.

—Lamento irrumpir de esta manera, consejeros —mencionó—, pero creo que tengo información que podría ser relevante para ustedes.

Pasó de largo a ambas jóvenes, capturando la mirada mordaz de Vi.

Marcus aclaró la garganta.

—Jinx es una chiquilla incontrolable, es peligrosa y está completamente loca —escupió—. Pero, al igual que todos, tiene mucho que perder.

Vi fijó la atención en él.

—Silco tiene una debilidad, y esa es Jinx. —Marcus tomó la bomba de la mesa, observándola con detenimiento, rompiendo completamente los lazos que lo unían a Silco—. Y la debilidad de Jinx es una niña pequeña que dio a luz hace casi dos años.

El estrado se quedó en completo silencio. El agarre de Vi sobre la mano de Caitlyn tembló.

—¿Q-Qué…?

El semblante de Violet había palidecido.

No era posible, no podía serlo. ¿Su hermana, su pequeña hermana había… tenido una hija?

No.

Tomó a Marcus por el cuello de la ropa.

—¡Mientes! —gruñó.

—Nunca lo haría con algo que pudiera salvarnos de la destrucción —escupió él—. Y aunque Silco lo ocultó muy bien, ya no hay mucho que Jinx pueda hacer para mantener a esa niña fuera del ojo del huracán.

Caitlyn tuvo que separarlos, dejando al hombre con una sonrisa arrogante dibujada en el rostro.

Violet chasqueó los labios, saliendo de la sala del Consejo.

Caitlyn corrió detrás de ella, sosteniéndola por el brazo.

—¿Qué haces?

—Debo encontrarla, debo saber si es verdad.

—No podemos dejar esto así, tenemos que…

—¡Cait! —interrumpió Vi—. Es mi hermana.

Sí, era su hermana, la que había estado sola durante todas las dificultades que conllevaba traer una vida al mundo.

Se tiró al suelo, recargando la espalda contra la pared y sosteniendo la cabeza con ambas manos.

—Desde que éramos niñas le prometí que siempre la protegería… que ningún monstruo podría atraparla mientras yo estuviera ahí.

Caitlyn frunció el ceño, dando un paso al frente.

—Ahora un monstruo real llegó y yo solo hui —escupió Vi—. La dejé sola en ese puente, la dejé a merced de los Firelights, de Silco, y ahora del Consejo. Ella está sola allá afuera, cuidando de una niña que… yo ni siquiera sabía que existía.

Caitlyn guardó silencio, arrodillándose a su lado y abrazándola con fuerza.

Las cosas serían diferentes a partir de ese momento.

 

 

 

Ahora que Piltover lo sabía, poco faltaba para que en Zaun comenzara a esparcirse el rumor también. Debían ser mucho más cuidadosos, más desconfiados, más crueles.  

Sevika lanzó a la cuidadora de Isha frente al escritorio de Silco. El hombre la miraba desde su silla, mientras Jinx se hallaba sentada sobre el mueble, con una pierna colgándole al borde, despreocupadamente.

La mujer elevó la mirada con terror al escuchar a Jinx jugueteando con el gatillo de la pistola.

—Fuiste tú, ¿verdad? —escupió Jinx con una mirada gélida—. Quien filtró la información a ese idiota que se la llevó la primera vez.

La mujer agachó la vista al suelo. Jinx colocó la punta del arma contra su sien.

—Jinx —la detuvo Silco.

La joven lo miró de reojo y luego volvió la atención a la mujer.

¡Poow! —simuló un disparo, agitando el arma y haciendo temblar a la otra.

Sevika puso los ojos en blanco.

—Entonces, Marcus estuvo detrás de todo esto desde el inicio —bramó Silco—, ¿no es cierto? ¿Qué fue lo que te ofreció?

—Conservarla —respondió ella—. En cuanto ambos cayeran en Stillwater, yo podría quedarme con la niña.

Jinx arrugó el entrecejo, lanzándole una mirada lacerante.

Dio un salto para bajar del escritorio y golpeó su rostro con la culata del arma, dejándola tirada en el suelo.

—Desde que vi a esa niña, lo único que quise era que tuviera algo mejor —masculló la mujer, desde abajo y escupiendo las gotas de sangre que le escurrían por la boca. Jinx volvió a elevar el arma para soltarle otro golpe—. En ese entonces, esa pobre bebé solo sabía que su propia madre no se le acercaba porque no soportaba estar con ella.

El movimiento de Jinx quedó estancado. Su respiración se agitó mientras apretaba los dientes.

Era cierto que Silco la había contratado para cuidar de Isha cuando Jinx no era capaz ni siquiera de verla.

Pero, si lo decía de esa forma...

—Esa pobre bebé… creía que su madre no la quería, que la odiaba.

... sonaba tan horrible como había sido.

Apretó el agarre alrededor del arma y volvió a apuntarle con un gruñido.

Silco se levantó de la silla, agachándose frente a la mujer.

—¿De verdad preferiste poner tu vida en las manos de un Vigilante? ¿Eres idiota?

—Lo hice por el bien de esa niña —escupió ella, ocultando el miedo que comenzaba a desbordarse por sus ojos, y miró a Jinx—. Ella no tiene la culpa de que tú seas su madre y todo lo que eso conlleva.

“Ella tiene razón”, se burló Mylo en su oído.

—Cállate —ordenó Jinx a la voz en su cabeza.

Tomó aire y soltó una risilla desdeñosa, dando golpecitos a su mentón con el ojo del arma.

—Entonces, de verdad fuiste tan imbécil como para creer que ella terminaría quedándose contigo —se burló, poniéndose de cuclillas frente a la cuidadora—. Hay algo aquí que no estás entendiendo.

Volvió a apuntar la pistola hasta ella.

—Yo la traje al mundo. Te guste o no, su madre soy yo.

Miró a Silco de reojo, él asintió, volviendo detrás del escritorio seguido por la mirada suplicante de la mujer. Jinx la obligó a mirarla a los ojos, empujando su cara con el arma.

—Y tú… no eres más que una maldita rata traidora.

Sevika tuvo que dar un paso hacia atrás cuando Jinx disparó, para evitar que la sangre manchara su ropa.

—El Consejo está pidiendo un encuentro para llegar a un acuerdo mutuo —enunció Silco—. Marcus representará a Piltover.

Jinx giró el rostro del cadáver en el suelo con la punta de la bota y miró a Silco con una sonrisa siniestra.

—El idiota se superó.

Silco bufó con un gesto agrio.

—Se cree a salvo detrás de esos imbéciles del Consejo.

Jinx giró el arma entre sus dedos y volvió a enfundarla en su pantalón.

—Habrá que demostrarle que no lo está.

 

 

Isha sabía que mamá debía irse otra vez, porque había vuelto a la habitación con una mirada penetrante y seria, y había comenzado a rebuscar en la mesa de trabajo un montón de cosas que Isha no alcanzaba a comprender para qué servían.

Tiró de la ropa de mamá. Cuando Jinx volvió la atención hacia ella, saliendo de su trance, la niña le señaló el fuerte de almohadas al otro lado de la habitación.

—Hoy no podremos jugar, problemita.                                      

Isha frunció los labios, molesta, y se aferró a la cintura de Jinx.

La muchacha se agachó a su altura.

—Esta noche dormirás sola —le dijo, con el mayor tacto posible—, podrás hacerlo, ¿verdad que sí?

Isha negó rotundamente. Haciendo señas torpes:

“Voy contigo”.

Jinx acarició su rostro.

—Esta vez no, enana. Y no quiero que me sigas.

Isha sollozó con los labios fruncidos, mirándola con los ojos vidriosos mientras las silenciosas lágrimas caían hasta el suelo.

A Jinx se le rompió el corazón. A veces olvidaba lo mucho que odiaba ver a Isha llorando genuinamente y no solo por alguna rabieta ocasional.

Y cuando Isha la veía marcharse era cuando sus lágrimas eran más sinceras.

—Ven aquí —le dijo. Isha aferró los brazos alrededor de su cuello—. Volveré por la mañana, te lo prometo.

Y se alejó de ella, quedándose con un hueco en el corazón.

 

 

Marcus había sido claro con las instrucciones del encuentro: nada de armas, nada de emboscadas, solo la gema Hextech y un único representante. Al atardecer frente a la entrada directa hacia Piltover.

Jinx resopló. Por supuesto que la ventaja tenía que ser para él.

—Supuse que Silco no tendría el valor de venir por su cuenta.

La verdad era que Jinx no quiso que fuera. Marcus había amenazado a su hija, independientemente de si lo había hecho para castigar a Silco o no, cualquier cosa que involucrara a Isha le afectaba a ella directamente.

—¿Y tu pequeña niña, Jinx? Me parece que tu hermana tiene muchos deseos por conocerla.

Entonces ahora ella también lo sabía.

Mierda.

Pero Vi estaba de su lado, ella estaba con ellos, con los malditos Vigilantes. Tarde o temprano terminaría poniendo en peligro a Isha. Tendría que encargarse de ella después.

—Habla de una maldita vez. ¿Qué es lo que quieres? —exigió la muchacha.

—El Consejo quiere la gema, yo quiero los Carriles.

Jinx sonrió con ironía.

—¿Qué te hace creer que la gente de abajo seguirá a una maldita rata Vigilante?

—De la misma forma en que comenzaron a seguir a Silco, con Brillo. Y ahora con la tecnología Hex, será sencillo mantenerlos a raya.

—No viniste a negociar una mierda —notó Jinx.

—No, la verdad es que no. Solo quería tener la oportunidad de ver como uno de ustedes caía ante Piltover.

Desenfundó su arma y disparó, dándole justo en el costado.

Jinx quedó malherida, de rodillas en el suelo, sosteniendo su propio peso con dificultad y tratando de retener la hemorragia.

Marcus se acercó hasta ella, elevando su mentón.

—Recuérdale a Silco que las debilidades pueden explotarse, ¿quieres? —sonrió—. Aunque creo que lo haré yo mismo en cuanto lo vea para darle la noticia de tu muerte… y le arrebate a esa niña de los brazos.

Jinx apretó los dientes, apenas manteniendo el aire dentro de los pulmones.

Isha era lo único que atravesaba sus pensamientos en ese momento.

Isha, su adorada Isha…

Marcus intentó rebuscar la gema entre sus ropas, encontrando únicamente una de las bombas caseras de Jinx que terminó prendada a su uniforme.

—Ni en esta, ni en ninguna de tus malditas vidas, vas a tocar a mi hija —bramó, sosteniéndolo por el cuello de la ropa para que no huyera.

Y tiró del anillo de seguridad, activando la bomba a pocos centímetros de ella.

 

“Volveré por la mañana, te lo prometo”.

Chapter 8: VIII. Magenta

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

El humo de la explosión se había extendido por todo el puente.

Y ahí estaba: el cuerpo inerte de Marcus, con quemaduras que le aseguraban que no había manera de que siguiera con vida.

Pero, justo debajo de él… una alargada melena azul, jaspeada por el hollín.

Sabía que no tenía que dejarla ir sola.

—¡Jinx!

Silco corrió a tomarla en brazos. Su cara llena de cenizas y tierra, el costado aún sangrándole y la piel tan fría como la de un cadáver.

Pero, incluso si era débilmente, todavía respiraba.

La gema Hextech cayó de entre sus dedos ensangrentados.

El ceño fruncido de Jinx se aferraba todavía al último recuerdo de Isha. Tal vez esa era la razón por la que seguía con vida, luchando con el último aliento atascado en su garganta.

La mirada desorbitada de Silco vaciló cuando Jinx se quejó de dolor entre sus brazos.

—¡Jinx! ¡JINX!

Pero no hubo señal de respuesta. Ninguna.

Su aliento parecía desvanecerse en el aire junto con la cordura del hombre.

—Isha… —musitó Jinx, en apenas un suspiro.

Silco sintió un escalofrío.

Y, aunque las piernas le temblaban, atravesó medio Zaun con Jinx en brazos para encontrar quien pudiera salvarle la vida.

Porque él no la podía perder. Jamás.

—¡Tiene que salvarla!

Singed se giró en su sitio, observando cómo recostaba a la joven sobre una plancha de hierro al centro de la habitación.

—Sus heridas son graves —notó.

—¿Cree que no lo sé?

—A veces la muerte es más misericordiosa —añadió Singed. Silco lo aniquiló con la mirada—. Debo saber para qué está preparado... ¿Soportaría perderla?

No había manera de que él siquiera considerara dejarla morir, no lo hizo con Powder, no lo haría con Jinx. Mucho menos ahora.

Porque si él no soportaba la idea de perderla, Isha tampoco lo haría. Quedaría desolada, esperándola, sin comprender por qué su madre nunca volvió a su lado.

Por qué un día solo decidió dejarla atrás.

Ella todavía necesitaba a Jinx, no había forma de que sobreviviera a los Carriles sola, incluso si él se hacía cargo de ella, incluso si la protegía como Jinx le hubiera pedido que lo hiciera. No había manera.

—Ella no va a morir, doctor —aseguró, besando su frente—. Puede soportarlo.

No podía morir. No podía dejar a su hija sola, no cuando más la necesitaba.

—Entiendo… Tendremos que dejar esto claro, entonces. El proceso será complicado, así que por su propia cordura espero comprenda que tiene dos opciones.

Singed tomó una jeringa con un peculiar líquido amarillo en ella y señaló la puerta con la cabeza.

—Esa es la sencilla, o bien…

Elevó la jeringa a la altura de su cara.

—¿Esperas que la deje aquí sola?

—Espero que me deje hacer lo posible por salvarla.

Jinx se quejó por el dolor, volviendo a caer inconsciente.

—El tiempo lo es todo —insistió Singed.

 

 

 

Con la supuesta niñera muerta, Isha había tenido que quedarse al cuidado de Sevika.

Y no estaba contenta con eso. Sevika era muy gruñona y le gustaba asustarla cuando mostraba los dientes al estar molesta. Además, nunca quería jugar con ella. Siempre era todo muy aburrido.

La niña tenía un montón de chatarra tirada en el suelo frente al sillón en el que Sevika se encontraba sentada. Se suponía que estaba dibujando sobre esos trozos de metal, pero en realidad solo estaba garabateándolos con colores fluorescentes.

Silco abrió la puerta de la oficina, siendo recibido por la mirada exhausta de Sevika.

A Isha se le iluminaron los ojos en cuando lo vio, se apresuró hasta toparse con sus piernas, asomándose detrás de él, buscando por todas partes.

Tiró de su pantalón, mirándolo con los ojos ensanchados y curiosos. Haciendo la seña que mejor definida tenía:

“Mamá”.

Silco sintió un nudo en el estómago.

Sevika se puso de pie en cuanto notó su gesto ensombrecido. Ambos cruzaron miradas. Ahora entendía lo que había sucedido.

La mujer torció los labios, sintiendo un sabor agrio en la boca, y la saliva atravesándole la garganta como si estuviera cargada con púas.

Isha volvió a mirar afuera de la oficina, esperando impacientemente a que mamá saltara para sorprenderla.

Pero no lo hizo.

Silco permaneció estático mientras escuchaba los pequeños pasos de la niña buscando encarecidamente a Jinx.

Sin éxito.

Isha retrocedió con los ojos aún fijos en el exterior y, a tientas, tomó la mano de Silco.

Él bajó la mirada, cruzándose con la de Isha que comenzaba a mostrarse asustada.

Tomó aire y la levantó en brazos. Dejando que escondiera su rostro en el hueco de su cuello. Miró a Sevika que, sorpresivamente, también se mostraba consternada.

—Hazte cargo —ordenó—. Que nada de esto salga de aquí hasta que quede solucionado.

Volvió hasta la habitación de Jinx, sentando a Isha sobre la cama con los piecitos colgándole en el borde.

La niña elevó de nuevo los ojos vidriosos hasta su gesto pulcro, enroscando los labios para evitar que siguieran temblándole.

“Mamá”.

Insistió, con un brillo de esperanza que poco a poco se fue apagando con las dudas que Silco compartía en su mirada.

Y es que, ¿cómo se lo podría explicar? ¿Cómo le explicaría que su madre, a la que tanto esperaba, estaba luchado por su vida justo en ese instante?

Sintió un escalofrío recorriéndole la espalda. Ni siquiera él sabía si Jinx lo lograría o no, y eso lo estaba destrozando.

Isha no podría soportar saberlo. Él mismo no lo hacía.

Pero concentrarse en sus propias emociones le impedía entender del todo las de Isha.

Ella no alcanzaba a comprender dónde estaba mamá y por qué había faltado a su promesa de volver al amanecer.

Porque mamá había prometido volver por la mañana. Y ella nunca rompía sus promesas.

Isha estaba tan segura de eso que casi no pudo dormir durante la noche, al contrario, desde la primera hora del día se había escabullido hasta la oficina de Silco (dándole un buen susto a Sevika que había tardado horas en encontrarla), para observar a través del vitral cuando el sol saliera.

Porque seguro mamá volvería cuando todo estuviera iluminado.

Pero no lo hizo.

Los ojos de Isha se humedecieron ante la idea de que su madre tal vez ya nunca volvería por ella, que tal vez ya nunca la volvería a ver.

¿Acaso ya no la quería?

Silco resopló, sacando el aire de los pulmones, y colocó su mano sobre la cabeza de la niña.

—Ya volverá. Tranquila.

Aunque en realidad sabía que no podía asegurárselo, una gran parte de él también se aferraba a la idea de que lo haría, tarde o temprano.

Isha era muy pequeña para dimensionar lo que sucedía. Las circunstancias no eran del todo comprensibles para ella.

Ella solo quería a su madre, su mundo se centraba únicamente en eso. En ella junto a mamá, y nada más.

Isha agitó los hombros, sorbiendo la nariz, sin poder mirar otra vez a Silco.

Él sintió la incomodidad trepándole por la espalda. Carraspeó la garganta y, sin tener idea alguna de cómo calmar su llanto, dio un paso hacia atrás. Dispuesto a marcharse de vuelta donde Singed.

Isha dio un salto de la cama, aferrándose a su manga con el ceño fruncido.

“Quédate”.

Silco elevó una ceja.

—No puedo, seguro sabes estar sola. No es la primera vez que lo haces. Tu madre volverá pronto.

La pequeña negó con la cabeza, restregando sus lágrimas en el borde de su abrigo.

—Niña, tengo otros asuntos de los cuales ocuparme ahora.

Isha elevó sus manos hacia él, abriendo y cerrando los dedos para que la cargara.

Silco miró hacia todas partes, fingiendo demencia, pero Isha frunció los labios, arrugando el entrecejo mientras las lagrimas se le asomaban por los ojos.

Jinx hacía que se viera tan sencillo.

—Si me quedo, ¿dejarás de llorar?

Isha asintió.

—Bien.

Ahí estaba, una niña de dos años manipulando a un capo de la más grande mafia de Zaun.

Isha lo tomó por la mano, secándose las lágrimas, y lo llevó hasta el fuerte que había construido junto a su madre.

La niña entró primero, indicándole que él debía seguirla. Silco entró a rastras y con dificultad.

Para ser un fuerte improvisado estaba bastante bien construido, no esperaba menos de Jinx. Por supuesto que la joven no quería que, en una de sus tantas ausencias, Isha quedara atrapada debajo de todas las almohadas si llegaba a colapsar.

Sobre todo, conociendo a su hija.

Una guía de luces de colores recorría el interior, en ella había un montón de dibujos colgados. Dibujos que Isha le había hecho a Jinx, sin duda, porque no eran más que garabatos sin mucha forma y con un montón de colores vívidos.

Tenía un estilo único, pero muy similar al de Jinx. Uno que a Silco le traía recuerdos sobre Powder.

Dibujó una sonrisa impregnada en ironía.

La verdad era que él nunca se había visto envuelto en una situación similar. Cuando Powder llegó a su vida era mucho mayor que Isha, y una parte de ella se había obligado a sí misma a comportarse como una adulta dispuesta a defenderse del mundo exterior.

Isha era todo lo contrario.

Su madre había puesto tanto empeño en protegerla desde que llegó al mundo que nunca debió preocuparse por hacerlo sola. En todo caso, era muy pequeña para entenderlo.

Aunque la mayoría de niños en Zaun vivían de esa manera tan deplorable, Isha no. Porque la madre de Isha era Jinx y de eso ella podría hacerse cargo siempre.

Incluso después del incidente con los Firelights, Isha vivía despreocupada de los peligros del mundo, porque ellos nunca significaron un riesgo para ella.

Pero… si Jinx moría, ¿quién la mantendría a salvo?

Por más que Silco le daba vueltas al asunto comprendía que él no sería capaz de llenar ese vacío, no importaba cuánto lo intentara.

Porque realmente el único miedo que Isha tenía, el único peligro para ella, era no poder estar con mamá.

La niña tomó el conejo de felpa que Jinx le había regalado y corrió para mostrárselo a Silco, tropezando en el camino.

Él logró atraparla antes de que cayera de cara contra el suelo; pero el susto se había quedado atorado en su pecho.

Y antes de que pudiera comenzar a llorar, Silco la sentó en sus piernas cruzadas. Tomando el conejo con la mano libre.

—¿Es el que te dio tu madre?

Isha asintió, aguantando las lágrimas, y abrazó el conejo, recostando su cabeza en el pecho de Silco.

El movimiento terminó expulsando la gema Hextech del bolsillo en su pantalón.

Silco miró la joya con un gesto amargo.

Todo, todo por esa jodida piedra.

Isha agitó su brazo, molesta, señalando la gema.

“Peligroso”.

Le dijo, con una mirada desaprobadora.

Mamá le había dicho a Isha que no debía, por ningún motivo, acercarse a esa piedra azul, al igual que a ninguno de los artefactos que construía.

Eran peligrosos. Por supuesto que le había molestado que Silco la pusiera tan cerca del peligro del que su madre tanto la alejó.

Silco sonrió con orgullo.

—Tienes razón —dijo—. Chica lista, igual que tu madre.

 

 

La puerta de la oficina se abrió de golpe. Finn, ese estúpido quimobarón con la mandíbula metálica, tomó asiento frente a Sevika.

—Silco no quiere que lo molesten —escupió ella.

Finn miró a todas partes, analizando la habitación.

—Es evidente que no está cerca, algo importante debe estar haciendo, ¿verdad? —sonrió y luego tragó saliva ante la indiferencia de Sevika—. De cualquier forma, no vine a verlo a él, sino a ti.

Sevika enarcó una ceja. Él acercó la silla al sofá, acortando su distancia.

—Eres una mujer aterradora, debo aceptar. Bastante centrada en tus asuntos. Excepto que esta vez, no es tu asunto, sino de Silco y Jinx.

—¿Tu plan es llegar a Silco a través de mí? Debo aceptarlo, Finn, cada vez que creo que no puedes ser más idiota, te superas a ti mismo.

Finn sonrió, arrellanándose en la silla y echándose el cabello hacia atrás.

—Vayamos al grano, entonces. Los dos sabemos que él está perdiendo el control. De pronto Jinx tiene un capricho y tú tienes que limpiar su mierda.

Sevika lo miró por debajo de las cejas.

—La Ciudad Subterránea es un caos, desde lo de los Vigilantes, la gente está dudando de su capacidad para controlar a su mascotita azul.

Sevika guardó silencio. Sabía bien que Jinx era imprudente e implacable, pero habían hecho lo posible para mantener sus estragos ocultos, al menos los que involucraban a Isha. El asunto de los Vigilantes había sido inevitable de cualquier forma.

—Ha habido rumores un tanto extraños entre los Firelights y los espías que tenemos con ellos, ¿sabes? —comentó Finn, tomando el habano que Silco había dejado sobre la mesa—. Algo sobre… un ataque reciente al refugio de esos mocosos, ¿lo habías escuchado?

Sevika se recargó en el sofá.

—No sé de qué carajo hablas. Los Firelights podrían inventar cualquier mierda para ponernos en contra.

—Sí, lo mismo pensé. —Finn encendió el tabaco—. Sobre todo, cuando mencionaron algo sobre… ¿una niña? Que locura, ¿no?

Sevika nunca vaciló la mirada, a pesar de que su pecho parecía explotar en cualquier momento.

Todo se había ido a la mierda.

—Dudo que Silco sea tan idiota como para ponerse él mismo otra soga al cuello —insistió Finn—, ¿o será “una bala”?

—Tengo mejores cosas que hacer que divagar contigo.

—Sí, sí, entiendo —Finn apagó el habano contra la madera de la mesilla—. Solo considera que Silco tiene los días contados, hay peces más grandes que él.

Y salió.

 

 

 

“¿Y tu pequeña niña, Jinx? Me parece que tu hermana tiene muchos deseos por conocerla.”

El dolor era insoportable, la vista nublada y las extremidades inmóviles. Apenas lograba distinguir las luces pálidas y el frío de la plancha metálica en donde estaba aprisionada.

Vio a Isha, de pie frente a ella, abrazando el conejo que le había regalado, con sus enormes ojos dorados llenos de lágrimas.

—¿Isha…? —apenas logró escupir.

Intentó llegar a ella pero las cintas de cuero no la dejaron moverse más.

Soltó un grito desgarrador cuando sintió la aguja introduciéndose en la vena otra vez.

La visión de Isha se alteró, mostrando a Vi detrás de la niña.

—Lo siento, Powder —dijo, con una voz lejana—. Pero te dije que no serías capaz de hacerlo.

Violet tomó a Isha en brazos, mientras dejaba azotar el conejo en el suelo.

—La llevaré a Piltover conmigo —aseguró la alucinación de su hermana—. Estará mejor ahí que a tu lado.

—No, no…

La visión de aquella Vigilante apareció junto a su rostro.

—Qué lástima, parece que estás sufriendo mucho —dijo, con la voz entremezclada a la de Singed—. Lo siento, pero el dolor solo será peor a partir de ahora.

Singed encajó la siguiente aguja con Brillo en su cuello. Pero, aunque el dolor era insoportable, Jinx nunca apartó la mirada de la alucinación que se estaba llevando a su hija lejos.

—Es una lástima que no puedas verla crecer —se burló Violet, acariciando el pelo de Isha y luego dirigió su mirada a la niña—. Aunque apuesto a que ella no extrañará a mamá.

Jinx sintió un escalofrío cuando la visión de Caitlyn se acercó hasta Vi para tomar a Isha entre sus brazos.

—No… ¡No la toques!

Caitlyn la abrazó a su pecho.

—Un día ella podrá ser una maravillosa Vigilante, capaz de llevar a la muerte a su propia madre.

—No, no, no… —jadeó—. ¡NO!

Sintió el Brillo mezclándose con su sangre que cada vez era más espesa, acelerando su pulso, y volvió a caer inconsciente.

      

 

 

Cortar el suministro de Brillo de Silco sonaba como una gran idea cuando Vi se lo propuso a Jayce. Si destruían las fábricas, no habría manera de que el mayor capo de todos fuera capaz de seguir controlando a la gente, su imperio se desmoronaría.

Y solo así, Vi podría recuperar a su Powder, porque la fe de que ella siguiera ahí en alguna parte aún inundaba a Violet. Ahora entendía que la actitud hostil y violenta que todos decían que tenía era debido a su instinto, ese instinto que la obligaba a proteger a su hija.

Sí, eso debía ser.

Pero las ideas brillantes se veían opacadas frente a la capacidad de Silco para usar el odio que la gente de abajo le tenía a los Vigilantes a su favor.

—No tuviste opción. Él sabía en lo que se metía.

Mencionó Vi, al notar que una de las tantas víctimas de su ataque había sido solo un niño.

Jayce levantó la mirada hacia los corredores. La gran mayoría de los trabajadores en la fábrica no eran más que niños.

Comprendió entonces la diferencia abismal que existía entre las infancias de Piltover y las de Zaun, y se le revolvió el estómago.

Vi compartió su sentir, incluso viviendo en Zaun, ella y Powder se habían mantenido alejadas de esa vida gracias a Vander; pero, cuando él murió, muchos perdieron la esperanza de tener algo mejor.

¿Acaso esa era la vida que le esperaba a la hija de su hermana si Silco seguía al mando?

No había manera de que lo dejara pasar. No lo iba a permitir.

—Terminamos aquí —anunció Jayce, sacándola de su trance.

—No, no podemos dejarlo así —replicó Vi—. Tus amigos del Consejo no harán nada para cambiar las cosas.

—¿No lo entiendes? Esta no es la manera, nunca lo fue. Ellos tenían razón, una guerra solo traerá mayor destrucción.

Vi apretó los puños dentro de los guantes que parecían ser demasiado pesados para una sola persona, pero que ella movía como si fueran plumas.

—¡No, tú no lo entiendes! —Señaló con la mirada el cuerpo del niño—. La siguiente podría ser la hija de mi hermana, no puedo permitir que eso suceda.

—Lo siento, pero serán las consecuencias que Jinx habría de pagar por sus crímenes.

Vi tronó los labios, activando los guantes.

—Sabía que no tenías el estómago para esto, no eres más que un cobarde que decide hacer la vista a un lado cuando alguien de abajo muere.

—Quítatelos —ordenó Jayce, señalando los guanteletes.

—Oblígame o asesíname —retó Vi—. No dejaré que Silco siga arrebatándome a mi familia.

Y salió de la fábrica destruida.

 

 

Jinx no estaba por ningún lado. Silco paseó la mirada frenética por toda la habitación, por fin había dejado a Isha dormida y ahora no lograba dar con su madre.

Tomó a Singed por el cuello de la ropa, llevándolo contra la mesa de trabajo.

—¡¿Qué le ha hecho?!

—Le salvé la vida.

Silcó retrocedió un paso, aflojando su agarre. Permitiendo que Singed recuperara el aliento.      

—El Brillo es una sustancia magnífica, pero podría tener ciertos… efectos secundarios, nada de qué preocuparse, su cuerpo se adaptó muy bien a ellos —explicó, dándole la espalda mientras enjuagaba los instrumentos quirúrgicos—. Aunque supongo que su fortaleza se debía más a otra cosa, mencionó mucho un nombre entre sueños y alucinaciones… uno que nunca antes había escuchado dentro de los Carriles. ¿Cómo era…?

Silco fijó su atención en él. Singed lo miró de reojo con una sonrisa desdeñosa oculta.

—Ah, sí… “Isha”, me parece. ¿Le suena de algo?

Antes de que Silco pudiera siquiera disimular el gesto, Sevika irrumpió en el laboratorio.

—Hubo un ataque a la fábrica —escupió en cuanto entró—. El hijo de Renni está muerto.

Silco entornó los ojos.

—¿Y para eso me interrumpes?

—Es que, ellos…

La puerta volvió a azotarse. Finn entró seguido por Renni que llevaba el cuerpo de su hijo en brazos.

—¿Harás algo con el pedazo de mierda que asesinó a mi hijo? —sollozó, invadida en cólera.

Silco le hizo una seña a Singed para que saliera del lugar. Lo último que necesitaba era que, además de todo, lo acusaran de permitirle al doctor experimentar con un cadáver.

—Déjame adivinar: Jinx se encargará —volvió a escupir Renni.

—Todos lamentamos la muerte de tu hijo —aseguró Silco—. Al menos te queda el consuelo de que murió por nuestra causa.

—¿Morir por nuestra causa? Dime dónde carajo está Jinx ahora —masculló la mujer—. Se escucha mucho de ella últimamente, apuesto a que podría sacrificar mucho por tu maldita causa.

—Cuida tus palabras.

—Mejor cuida tu espalda, anciano —interrumpió Finn, dando un paso al frente—. Creíamos que lo tenías todo, que eras el adecuado para mantener este lugar de pie. Pero tan pronto tu mascotita empieza a tener cachorros, bajas la guardia.

Silco apretó los dientes, tensando la mandíbula. Tomó a Finn por el cuello de la ropa, azotándolo contra la pared.

El más joven ni siquiera se inmutó, simplemente elevó la mirada hasta Sevika.

—Estas acabado, Silco.

Silco sintió los nervios de punta al ver su mirada fija en la mujer que tenía detrás de él.

—Sigo creyendo en la lealtad —gruñó.

Sevika desenvainó la cuchilla de su brazo prostético, y le cortó el cuello a Finn.

Silco dejó resbalar el cuerpo entre sus manos, mirando a Renni.

—Lárgate o tu hijo no será lo único a lo que le llores.

Renni salió despavorida.

—No serán los últimos que lo intenten —notó Sevika, pateando el cuerpo de Finn hacia el exterior—. Ellos lo saben, saben sobre la mocosa.

—Habrá que encontrar otra forma de protegerla.

Pero, ¿cómo podría protegerla de dos ciudades que comenzaban a ceñirse sobre ella?

Porque ahora que el plan principal de Jayce había fallado, el muchacho buscaba negociar con el mandamás de Zaun.

Era la última opción que le quedaba antes de que se iniciara una guerra sin sentido. Antes de que más vidas se perdieran.

—¿Una Nación de Zaun? ¿Acceso a la tecnología? ¿Mercadeo?

—Quieres la paz, ¿no es así? —inquirió Silco.

—¿Y detendrá la producción de Brillo?

—Estamos en eso.

Jayce miró el horizonte a su lado unos segundos, no había nada que alterara la mirada altiva de Silco.

—Entrégueme a Jinx —dijo Jayce, volviendo su atención hasta él—. Y a la niña que se supone es su hija.

Por un segundo la mirada de Silco vaciló, arrugando el ceño.

—Jinx trabaja para mí, los crímenes que cometió son más míos que de ella.

—Los dos sabemos que alguien tiene que terminar en Stillwater para que esto quede bien ante el Consejo.

—¿Y qué tiene que ver la niña con todo eso? —preguntó. Jayce se mordió la lengua, evitando su mirada. Silco por fin cayó en cuenta—. Quieren tener algo con que mantener controlada a Jinx…

—La niña tendrá una mejor vida que la de todos los niños zaunitas.

—¿Una mejor vida? ¿Siendo una carnada? ¿Usándola para mantener encerrada a su propia madre?

—Será solo una medida de seguridad en caso de que Jinx quiera intentar algo en contra del Consejo.

—¿Y se supone que ustedes son los buenos?

Jayce gruñó, ofendido.

—Es por un bien común. Entrégueme a ambas y tendrá su “Nación de Zaun”.

Colocó el documento entre sus manos y se marchó.

Silco se tiró al suelo, recargando la espalda contra la barandilla de concreto.

—Hermano —dijo, mirando las nubes que pronto se mostrarían grises ante el anochecer—. El muchacho aceptó todo, ni siquiera titubeó, pero… ¿a cambio de qué?

Sacudió la cabeza con pesadez.

—Ahora lo entiendo, entiendo todo. ¿Hay algo más debilitante que una hija?

 

 

 

Violet no podía quedarse de brazos cruzados mientras Piltover cedía en su intento por derrocar el imperio de Silco.

No podía simplemente rendirse y olvidarse de todo como si nada. Como si no hubiese sido testigo de todas las noticias que de pronto le habían tirado encima como un balde de agua helada.

—Todo mundo fuera —ordenó Sevika en cuanto vio entrar a la hermana mayor al bar.

Violet se lanzó directo contra ella, ni siquiera le dio un segundo para respirar, pero Sevika estaba preparada, llevaba un rato esperando su anhelada revancha.

Los guantes que llevaba la joven le dificultaron las cosas, era evidente que había tenido ayuda para obtenerlos, pero no le importaba mucho, el Brillo igualaría las circunstancias.

Violet la arrinconó contra la rocola, aprisionando su cuello con el guante.

—¿Dónde está? —exigió Vi.

Sevika escupió uno de sus dientes flojos con una sonrisa.

—¿Jinx? No lo sé, es escurridiza.

Vi reafirmó su agarre, mostrando los dientes y provocando un gesto de dolor en Sevika.

—¡La niña!

Sevika titubeó, pero si ya lo sabía ya no tenía nada más que ocultar.

—Mierda, ¿debería felicitarte? —se burló.

Violet le soltó un último golpe que la dejó inconsciente en el suelo.

Jinx se posó detrás de ella con una mirada siniestra.

—Bravo, hermana.

Y le soltó un golpe seco directo en la nuca.

 

 

Para cuando Vi despertó, se hallaba atada a una silla, en medio de la oscuridad. Apenas lograba distinguir unos cuantos cimientos destruidos, ventanas rotas y la tierra mojada bajo sus pies.

—Por fin despiertas —vaciló la voz de Jinx desde la lejanía.

—¿Powder?

—Powder, Jinx… hay tanta diferencia entre ambas.

—Powder, yo… lamento tanto todo lo que ha pasado. Todo… en lo que no estuve a tu lado.

—Pero lo estuviste. Estabas ahí, tú voz me mantuvo con vida, hasta que no necesité escucharla más. El silencio fue mucho más reconfortante cuando ella llegó.

—¿Esa niña…?

—Esa niña.

Vi tragó saliva.

—Lamento haberte dejado sola con él, con todas sus ideas desquiciadas sobre ti…

Jinx giró la silla para mirar cara a cara a su hermana.

—¿Te digo un secreto? Silco cree que el creó a Jinx, con todas esas ideas que mencionas, creyó que me hacía fuerte extirpando todas mis dudas. Pero la verdad era que él no creó a Jinx, fuiste tú.

—No, no, perdóname, nunca debí decirte que dabas mala suerte. Debí… haber estado ahí.

—¿Debiste…? No, fue mejor así.

—No sabes cuánto lo intenté… de verdad intenté volver a ti, era lo que me mantenía con vida en esa maldita y oscura celda. Te lo juro.

Un silencio pronunciado inundó el lugar, hasta que Jinx volvió a tomar la palabra con la voz entrecortada.

—¿Aún somos hermanas…?

—Nada cambiará eso.

Jinx encendió las velas de la mesa frente a Violet. Del otro lado, justo a su frente, se encontraba Silco, amordazado y atado al igual que ella.

—Él nos quitó todo, aquí fue donde apuñaló a Vander por la espalda —escupió Jinx—. Justo como piensa hacerlo conmigo.

Silco elevó la mirada confundida hasta ella.

—Lo escuché. ¡Te escuché! —exclamó Jinx—. Te escuché hablando con ese tipo del Consejo, él te lo prometió todo a cambio de mí —la voz se le quebró—, a cambio de Isha…

—¿”Isha”? —trastabilló Vi, apenas comprendiendo lo que sucedía.

Silco intentó objetar, pero Jinx volvió su atención hasta Violet.

—Él quiere llevársela, entregársela a los de arriba, tal como pensé que tú y esa Vigilante lo harían —dijo, entre risillas nerviosas—. Pero no se lo permitiremos, ¿verdad?

—Powder…

—¡Oh! Nos falta alguien, por poco lo olvido —Jinx tomó una charola de acero del otro lado de la mesa—. Visité a tu novia esta mañana, justo después de escuchar a este traidor.

—¿Q-Qué le hiciste…?

—Un bocadillo.

Jinx destapó el cloche, haciendo que Vi desviara la mirada, aterrada.

—Ugh. No estoy tan loca.

Acercó a Caitlyn hasta la mesa.

—Powder, a ella no la metas en esto —exigió Vi.

—Tú la metiste en esto, tú la trajiste aquí —acusó Jinx, y le entregó su pistola—. Ahora sé tú quien la saque de nuestras vidas. Es la única forma…

—No puedo hacerlo… —musitó Vi, volviendo la mirada hasta Jinx—. Pero podemos dejar todo esto aquí, nunca volver, solo tú y yo… bueno —pasó saliva—, e Isha, claro.

Silco terminó zafando la mordaza de su boca.

—¡Te miente! —objetó—. Volverá a abandonarte.

—No lo haría —musitó Jinx—, no otra vez…

—Los de arriba me ofrecieron todo a cambio de ti, es verdad —aclaró Silco—, pero pueden joderse. Estamos solos en esto, eres mi hija, nunca te dejaré.

Jinx frunció el ceño, con el corazón en una mano.

—¡Suelta el arma!

Caitlyn había logrado zafarse de las ataduras y ahora le apuntaba con una de sus propias armas. Jinx colocó la pistola sobre la mesa.

—Cait, por favor, es mi hermana… —suplicó Violet.

—Dejó de serlo hace mucho —Caitlyn elevó el arma.

—¡Sigue teniendo una hija!

—Típico de los Vigilantes, ¿o no? —se burló Jinx con un tono amargo—. Dejar niños huérfanos a donde quiera que van.

Sonrió con desdén y, tal cual un rayo de luz magenta, se movió entre las sillas para dejar a la joven Vigilante inconsciente.

Intentó dispararle, pero la voz de Violet la detuvo.

—¡Powder, basta! Recuerda quién eres, piensa en Claggor, en Mylo, en nuestros padres, ¡en tu hija!

—Basta… —suplicó Jinx, tratando de aminorar los gritos dentro de su cabeza.

Y luego… todo se hizo polvo.

Y es que Silco le había apuntado justo en la cabeza, y ella… no podía volver a perderla. No podía volver a perder a su hermana.

—No…

Jinx por fin había caído en cuenta de lo que había hecho. Se apresuró hasta Silco, arrodillándose frente a él.

—No, no, no… lo siento, lo siento —sollozó, intentando detener la hemorragia provocada por sus balas.

—Nunca te hubiera entregado a ellos —dijo él—. Por nada.

—Perdón, perdón…

Las lágrimas amargas caían dibujadas en rosa a través de sus mejillas.

—Lo hiciste por esa niña, no llores —musitó, con el último aliento que le quedaba—. Eres una gran madre… eres perfecta.

Y se fue.

Se había ido para siempre, y ahora ella estaba sola, protegiendo a Isha.

Porque alguien debía hacerlo. Jinx debía hacerlo.

—Realmente creí… —comenzó, volviendo a ponerse de pie—, que podrías amarme como antes, aunque soy diferente… Tú también cambiaste.

—Powder, todo estará bien…

Jinx tomó la gema Hextech del centro de la mesa.

—Esto va por nuestros cambios, hermana.

Silco había insistido en crear ese maldito misil, durante días y noches, Jinx había trabajado en él hasta el cansancio, pero ahora que Silco ya no estaba, ya no había manera de mostrarle uno de los tantos proyectos de los que se había sentido orgullosa.

“Les mostraremos, les mostraremos a todos”.

El misil atravesó el cielo dejando una estela azulada en él. Terminando en una explosión sonora y caótica del otro lado que se había mezclado con su propio grito agonizante.

Jinx retrocedió con las piernas tambaleantes cuando escuchó la madera del suelo crujir detrás de ella. Y elevó su pistola hasta unos brillantes y humedecidos ojos dorados.

—¿Isha…?

Isha retrocedió cuando Jinx intentó acercarse hasta ella. Su mirada fija en la explosión en el cielo oscuro, el terror entintando sus ojos.

La niña observó a Jinx, detenidamente. Sus ojos ya no eran azules, los ojos de mamá eran diferentes. Ya no eran los ojos de mamá.

Ya no era mamá…

—Isha… —la voz de Jinx se rompió en un sollozo suplicante.

Pero la niña volvió a retroceder. Aterrada.

Nunca había visto a Isha asustada de ella. Isha jamás le había tenido miedo alguno.

Sintió que el mundo se caía a pedazos sobre su cabeza, que el corazón se le quebraba, que la respiración le faltaba. Sintió ese jodido hueco en el pecho que se extendía hasta su estómago, y lo comprendió por fin.

No había nada más debilitante que una hija.

Notes:

Sé que dolió (al menos para quienes si querían a Silco). LOS VOY A COMPENSAR jaja créanme que se los compensaré en el siguiente capítulo.

Esta historia la estoy escribiendo con todo el amor del mundo, le estoy poniendo mucho, mucho empeño (que espero se esté notando) y lo único que quisiera pedirles es que si van a usarla de inspiración (o lo que sea) para algún proyecto propio, compartan los créditos como corresponde. Realmente agradecería mucho que no la copiaran ni parcial ni completamente, ni como cuando uno copia la tarea y solo "cambia unas palabras".

Por favor, porque realmente es un pedacito de mí que estoy compartiendo con ustedes. Sé que a veces es inevitable, pero no pierdo nada con decirlo. Muchas gracias a todos los que me leen y siguen aquí. ❤

Agradezco infinitamente su apoyo, comentarios y kudos ❤

¡No olviden pasarse por mi perfil, tengo otra historia de Jinx e Isha (también Timebomb) se llama: Return !

Chapter 9: IX. Morado

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Isha había escuchado el alboroto en la parte de abajo, dentro del bar.

Era imposible no hacerlo, Violet y Sevika se habían excedido por mucho.

No era la primera vez que sucedían estragos entre los clientes y mamá le había dicho que no debía meter la nariz en eso, pero cuando las luces se apagaron por culpa del choque de energía entre Vi y Sevika, no tuvo más opción que salir corriendo.

Deambulando en la oscuridad, juró haber visto las trenzas azules de mamá escabulléndose entre las vigas, y la siguió.

Antes de que lograra alcanzarla, escuchó lo que le pareció el mejor sonido del mundo: la voz de mamá.

"Bravo, hermana".

Isha corrió tan rápido como sus pequeñas piernas le permitieron, pero para cuando llegó al salón principal del bar, mamá ya no estaba.

Solo Sevika, tirada en el suelo con el brazo mecánico partido por la mitad y chorreándole un montón de líquido rosado de él.

La mujer soltó un gañido de dolor por los golpes, Isha dio un salto hacia atrás.

La pequeña observó a todas partes, buscando a su madre, pero solo estaban ellas dos. Se agachó hasta Sevika, sacudiéndola con todas sus fuerzas.

La mayor gruñó entre dientes, recobrando el conocimiento y levantándose con dificultad, pegando la espalda a la pared, sosteniendo su peso para no volver a caer inconsciente.

Miró a Isha y sus enormes ojos ámbares repletos de lágrimas.

—Tienes una familia asquerosamente problemática —escupió, mordiéndose la lengua para desviar el dolor.

Isha tiró del brazo bueno de Sevika.

"Mamá".

Indicó con una seña y lágrimas silenciosas.

Sevika no se había molestado en aprender lengua de señas, pero inevitablemente se le habían quedado grabadas las señas que Isha más usaba.

Sobre todo, esa seña.

—No está aquí, niña —dijo. Isha insistió con la mirada y el ceño arrugado—. Supongo que habrá que ir a buscarla —suspiró Sevika.

Porque ella sabía bien que Jinx había sobrevivido, pero desde hacía rato que no tenía noticias ni de ella ni de Silco.

Se levantó como pudo, usando de apoyo el muro que parecía desmoronarse en cualquier momento. Y salió del bar, con la niña aferrada a su ropa.

Dejarla en casa no era opción, porque Isha era terca, tan terca como su madre.

Sevika soltó un resoplido al aire.

De verdad no entendía cuál era la necesidad de ponerla al cuidado de la mocosa de Jinx.

 

 

 

Su respiración era agitada, al igual que su pulso.

Estaba esperando. Esperando a que Caitlyn llegara y la apuñalara por la espalda.

Pero nunca sucedió, fue aún peor lo que se encontró detrás de ella al girar el arma.

—¿Isha...?

Miró a su hija de pie frente a ella, con las manos enroscadas sobre su pecho y las rodillas temblorosas.

Jinx dio un paso al frente, el mismo paso que Isha retrocedió con pisadas torpes.

La niña había llegado junto a Sevika, ni siquiera se percató de su alrededor, no tenía idea de lo que esa noche las tres habían perdido. Estaba únicamente concentrada en la figura lejana de su madre que se abría camino sobre una plataforma de madera.

Soltó a Sevika para correr detrás de ella, pero justo cuando se hallaba a pocos pasos, Jinx disparó el misil al cielo.

El estruendo fue demasiado para Isha, la luz azul de la explosión, la destrucción y el caos después de eso. Estaba tan asustada que dejó de moverse, permaneció de pie justo ahí, en ese mismo lugar.

Miró la espalda de mamá, esperando que en cuanto la escuchara llorar fuera a darle protección y consuelo, pero mamá no se movió. Dio un diminuto paso al frente y la madera crujió, Jinx le lanzó una mirada destrozada y fría, tan cruel y tan vacía.

Magenta y no azul. Cruda, rencorosa y sin amor.

Los desorbitados ojos rosas de Jinx vacilaron en cuanto notó a su hija frente al ojo de la pistola.

Las lágrimas humedecieron la mirada herida de Isha. Jinx sintió un dolor agudo en el pecho. Soltó el arma y se hincó sobre la madera astillada.

—Isha, está bien... —musitó con la voz ahogada—. Soy yo.

Isha aprisionó las manos contra su pecho, arrugando el entrecejo.

—Isha... —suplicó.

Normalmente la niña habría corrido para abrazarse a su cuello, sobre todo después de ese tiempo sin verla, sobre todo después de creer que no regresaría jamás, de que jamás la volvería a ver.

Pero no lo hizo.

Permaneció estática mirando a una persona que se parecía muchísimo a su madre, pero que no había forma de que lo fuera.

Isha dio un segundo paso hacia atrás, sin notar la irregularidad del suelo, y cayó de espaldas, comenzando a llorar.

Jinx intentó acercarse a ella para levantarla, pero Isha soltó un quejido asustada y se arrastró lejos de ella.

La joven quedó paralizada. Le era incomprensible lo mucho que le dolía el corazón en ese momento.

—Isha... no...

Pero no había palabras que pudieran salir por su garganta. Simplemente no existían.

El llanto de Isha no era solo de dolor, estaba segura de que ni siquiera había prestado atención a la caída. Isha estaba aterrada de ella, de lo que ahora Jinx representaba en sus vidas, lo que Jinx siempre había sido para el mundo entero y ahora lo era también para su propia hija.

Isha se levantó con dificultad, con las ropas llenas de tierra y corrió a ocultarse detrás de un pedazo de madera que permanecía apoyada a la barandilla de la construcción.

Jinx la escuchó llorar sin poder hacer nada, la impotencia la consumía, estaba abrumada y frenética por la culpa de ser la causante de un dolor como ese en su hija.

En su bebé.

Sevika se posó junto a ella con la mirada inestable. Era claro que se había topado con el cuerpo de Silco. Incluso con Violet que marchaba junto a Caitlyn de vuelta a Piltover, ambas adversarias habían cruzado un gesto cansino, se volverían a topar, era seguro; pero esta vez la victoria no había sido para nadie, no había sido más que una victoria pírrica que había tomado más de lo que debía.

La mujer miró a la niña, escondida entre el hueco que se formaba debajo de la tabla de madera y el suelo.

—¿La llevarías de vuelta al bar? —preguntó Jinx.

Sus ojos exhaustos jamás se apartaron de Isha.

Sevika apartó la madera de encima de la niña; por un momento, Jinx tuvo la esperanza de que Isha corriera de vuelta hacia ella para refugiarse de Sevika, como solía hacerlo siempre, pero no fue así.

En cuanto Sevika se agachó a su altura, Isha se abrazó a ella, ocultando la cara en el hueco de su cuello. La mujer era ahora el único consuelo y rostro familiar que la pequeña había distinguido entre la oscuridad y el caos.

Jinx había comprendido eso amargamente.

Su hija ya no la reconocía. ¿Es que acaso había dejado de ser su madre?

 

 

Vi le había dicho que sería capaz de arreglar lo que fuera.

Justo antes de que lo rompiera todo.

Y ahora estaba abrazando el cuerpo sin vida de la última figura paterna que le quedaba en el mundo.

Las lágrimas estaban ahí, pero se disolvían en el agua del río.

Lo miró con el entrecejo fruncido, lo necesitaba, ahora más que nunca, porque no sabía cómo arreglar el lazo que había roto con Isha.

Jinx haciendo mierda su propia vida.

Porque aquella noche no solo había perdido a su padre, también a su hija.

¿Qué se suponía que debía hacer para recuperar el amor de Isha? ¿Quién le daba el derecho a Silco de no estar ahí para decirle lo que debía hacer? ¿Cómo se había atrevido...?

¿Cómo se había atrevido a dejarla sola...?

Se abrazó una última vez a él y lo dejó ir.

Lo dejó ir... para siempre.

 

 

Jinx entró a la oficina, encharcando todo el suelo por las ropas empapadas. Sevika estaba ahí, mirando inerte el escritorio.

—¿Dónde lo enterraste?

No iba a preguntar nada más. Sabía la respuesta a una pregunta que solo traería mayor dolor.

La muerte era una amiga cercana a cualquiera que se hubiese criado dentro de los Carriles.

Una amiga que había decidido venir por él antes de lo planeado.

—Lo hundí —respondió Jinx, con la mirada seca—. En las mismas aguas donde ya había muerto una vez.

Sevika tragó saliva y se reclinó en el sofá, mirando el techo.

—Está en tu escondrijo —soltó—. Salió corriendo para allá en cuanto llegamos.

Jinx permaneció estática.

—Ella no lo sabe —volvió a decir Sevika—. Que él está muerto.

—Déjalo así por ahora.

—Igual no me corresponde a mí decírselo.

 

 

La habitación parecía estar vacía. Tan, tan silenciosa.

La sombra de Isha se distinguía al interior del fuerte que habían armado juntas.

Jinx tomó aire antes de seguir avanzando.

—¿Isha...?

La figura de su hija permaneció estática ante el sonido de su voz.

Jinx dio pasos ligeros hasta la entrada del fuerte, y asomó la cabeza dentro de él.

Isha chilló, retrocediendo hasta toparse con la pared.

No existía mayor dolor que ese para Jinx. Ni siquiera el haber sido infectada completamente con Brillo podía compararse con el dolor de sentir que su sola presencia martirizaba a su hija.

Comprendía. Lo comprendía bien.

Ella misma se sentía como una persona distinta. Sabía que había cambiado. Pero también sabía que, de no haberlo hecho, habría dejado a Isha sola, a merced de todo y de todos. Propensa a caer en los Carriles.

Y, aunque le dolía en lo más profundo del alma, prefería cuidar de ella desde las sombras, prefería perder su amor... a perderla a ella.

Se tiró sobre el sofá, mirando el techo durante horas. Horas en las que Isha no quiso salir del fuerte.

Pero el instinto la dominaba, la cegaba y no la dejaba en paz.

Sabía que Isha seguro estaría hambrienta, porque ella siempre estaba hambrienta.

Así que, mientras la niña estaba distraída con los tesoros ocultos dentro del fuerte, colocó un tazón con vegetales y frutas en la entrada.

Y luego volvió a su sitio, sonriendo al escucharla comer.

Miraba fijamente el fuerte, con la cabeza sostenida contra su mano y el codo sobre la mesa de trabajo. Deambulaba de un lado de la habitación a otro, evitando que Isha la notara demasiado, para no asustarla otra vez.

Pero no podía quedarse quieta, simplemente no quería. Su impaciencia natural estaba jugando con su cordura.

Resopló, estirándose sobre el sillón. Giró el rostro, con la mirada agotada hasta donde Isha se encontraba.

Descansó las manos sobre el estómago y la nostalgia le recorrió el pecho.

¿Ese era el precio que debía pagar por amarla? ¿El dolor?

El recuerdo persistente de lo que había sido su vida desde el momento en que Isha llegó a su lado la mantenía inmóvil.

Desde las noches en vela sintiendo como se retorcía entre sus tripas hasta las mañanas cuando, siendo aún diminuta, tan, tan diminuta, pataleaba sobre la cama exigiendo su cariño.

Exigiéndola a ella.

¿Ese era su karma por haberla rechazado cuando llegó al mundo?

Era estúpida en ese entonces, y estaba asustada.

Asustada de lo que ahora se cernía dentro de su pecho: el amor incondicional hacia su hija.

Porque incluso si Isha llegaba a odiarla para siempre, Jinx jamás podría dejarla de amar.

Aun si eso la destrozaba.

El hecho de que Silco estuviera a su lado le facilitaba la vida, la maternidad. Porque incluso si fallaba, él estaría a su lado para solucionarlo.

Pero Silco ya no estaba.

Y ella debía solucionarlo.

Sin ayuda.

 

 

Para cuando la noche cayó otra vez, Isha ya se había quedado dormida dentro del fuerte.

Acurrucada, sobre la chaqueta de Ekko.

Jinx torció los labios, en señal de disgusto.

La niña había creado algún tipo de apego a esa horrible cosa.

Y es que, por más intentos que había hecho para ocultarla de Isha, siempre lograba encontrarla, por lo que para cuando Jinx volvía a casa, la pequeña ya la tenía otra vez dentro del fuerte.

Se había tentado a tirarla a la basura, pero la última vez que Isha no había logrado encontrarla, hizo la rabieta más grande de su vida.

Era obvio que la niña no alcanzaba a comprender por qué mamá no la dejaba tener la chaqueta de Ekko (incluso a Jinx le costaba trabajo entender por qué le incomodaba tanto), así que se ponía a llorar, totalmente frustrada.

Pero Isha no era la única que estaba frustrada en ese momento.

Jinx también. Genuinamente, la niña había jugado con su paciencia a un nivel peligroso, no para ella, sino para la propia Jinx.

Porque Jinx no estaba acostumbrada a las rabietas de Isha, ni a las de ningún niño.

Sentía que estaba haciendo todo mal e incluso llegó a un punto sin salida en el que simplemente trató de ignorar las exigencias de su hija, exhausta.

Había sido una etapa difícil para ambas. Porque Jinx era muy tonta para comprender las emociones, incluso siendo una genio para la ingeniería.

Era idiota para las situaciones del corazón, e Isha tenía mucho de eso.

Pero ignorar el llanto de su hija dejó de ser una opción cuando comprendió que posiblemente la niña se sentía mucho peor que antes cuando notaba su rechazo.

Así que, en aquella ocasión, se tragó los gritos de desesperación y recobró todo el aire que le faltaba. La tomó en brazos, sentándola en sus piernas y espero a que se calmara, incluso si empezaba a patalear desesperada, Jinx permaneció quieta con su agarre firme. Hasta que Isha comenzaba a calmar su llanto y se recostaba contra su pecho.

Isha no era una niña caprichosa, simplemente amaba estar y sentirse protegida por mamá.

Claro que esta vez Jinx no podría hacer eso, porque Isha no quería acercarse a ella en lo absoluto.

La muchacha entró a hurtadillas al fuerte, tomándola en brazos, tratando de no despertarla. Y la llevó hasta la cama, arropándola como lo hacía cada noche.

Y como cada noche, entre sueños, Isha elevó torpemente las manos hasta que sus deditos rozaron con el rostro de su madre. Ni siquiera abrió los ojos, lo hacía por mera costumbre, por simple rutina, porque era su forma de asegurarse de que mamá estuviera protegiéndola durante la oscuridad de la noche.

Jinx lo sabía, pero no le importaba, por ese momento, eso era suficiente.

Isha volvió a acurrucarse debajo de las cobijas, llevando un dedo entre sus labios.

Jinx frunció el ceño.

Descendió el rostro, hasta pegar su frente con la sien de Isha.

—Lo siento... —susurró.

Acarició con la punta de la nariz sus cabellos castaños.

Y besó su sien.

Había sido un beso dulce y largo, pero también le había roto el corazón, porque de haber sido su elección, jamás se hubiera separado de ella.

Jinx nunca antes había besado a su hija, porque no, no era algo que se hiciera en los Carriles, no era una demostración de afecto común, no era una con la que ella se hubiese criado.

Pero había sentido la necesidad de hacerlo y ahora esperaba que eso fuera suficiente para demostrarle cuánto la amaba.

Esa noche llovía, la tormenta eléctrica había acabado con las luces de colores que iluminaban la habitación.

El estruendo de los relámpagos en el exterior hizo un eco estrepitoso en el vacío del fondo.

Isha despertó sobresaltada y, al notar la oscuridad a su alrededor, comenzó a llorar.

Jinx ni siquiera se detuvo a pensar que la niña seguía temiéndole. Su visceral instinto maternal fue más rápido, y corrió hasta ella.

Isha odiaba los relámpagos, los detestaba, Jinx lo sabía bien. Y la oscuridad siempre le había dado miedo, por eso la habitación estaba iluminada a todas horas por la guía de luces de colores.

Jinx sintió las manos elevadas de Isha, buscándola a tientas en la oscuridad. La levantó por debajo de los brazos, llevándola contra su pecho para que la niña pudiera recostar su cabeza sobre su hombro.

—Tranquila —siseó, meciéndola—. Estoy aquí. Estás a salvo.

La oscuridad había ayudado a Jinx a que Isha ni siquiera se molestara en mirar sus ojos, o en lo mucho que había cambiado. Simplemente permaneció ahí, unida a ella únicamente porque reconocía el calor de su madre y la fuerza de su abrazo.

Y eso fue suficiente para calmar sus pesadillas y cualquier miedo que pudiera sentir.

Jinx no había podido conciliar el sueño en toda la noche. Por un lado, las pesadillas de lo sucedido con Silco la atormentaban, el dolor que su cuerpo sentía al intentar seguir adaptándose al Brillo era persistente, y no podía dejar de ver a Isha, ni por un segundo.

Pensaba en lo que pronto podría venir tras ella.

Porque el Consejo había volado en pedazos y sabían que había sido obra suya. Sabían que tenía a Isha, y no se quedarían de brazos cruzados.

No había manera. Irremediablemente, Isha se encontraría en peligro tarde o temprano.

Y ella tenía que salvarla.

 

 

 

—Los quimobarones están luchando por el control de los Carriles, aspirantes a matones callejeros pelean por... sobras —escupió Jinx—. Todo es como cuando Vander se largó, solo que esta vez... no estás aquí para arreglarlo todo.

La muchacha miró la silla vacía detrás del escritorio. Soportando las lágrimas.

—Porque... alguien puso todos esos agujeros en ti... —sollozó—. Y ahora la cagué, de verdad lo hice, y tú... no estás aquí para reñirme por eso. ¿Qué se supone que haga ahora?

Trepó hasta las vigas, recostándose sobre ellas. Esperando, de alguna forma, escuchar su voz ronca dándole las respuestas.

Sevika entró a la oficina, sin prestarle demasiada atención, y azotando la puerta a su espalda.

—No puedo creer que estés muerto y yo tenga que seguir limpiando tu mierda —bramó.

—Cielos, señora, ¿se volvió loca? —se burló Jinx, con tono arisco. Sevika reaccionó por impulso, lanzándole la botella de alcohol, sin lograr golpearla—. ¿Hablando con los muertos?

—¿Qué demonios haces aquí? ¿Soy la siguiente en tu desquiciada lista de asesinatos?

—¿No te hice ya suficientes favores?

Jinx bajó de golpe, sentándose sobre el escritorio, y dándole la espalda.

—Él se va y todo se vuelve un caos de la noche a la mañana —mencionó Sevika con amargura.

Ella había estado hacía unos minutos en una reunión con los quimobarones, esperando resolver el desastre que Jinx había dejado a su paso. Sin mucho éxito, al parecer.

—Después de lo del hijo de Renni todo se complicó demasiado —dijo—. Ahora todos se creen capaces de hacer lo que él.

—Él nunca pudo hacer mucho solo —Jinx tomó la palabra—. Siempre teníamos que hacer el trabajo sucio por él, construir sus armas, hacer volar a sus enemigos, y aun así...

—Todos sus planes, todo lo que construimos... ¿qué carajo espera que hagamos ahora?

Jinx permaneció unos segundos en silencio.

Mientras Isha no se acercara a ella, no había mucho que pudiera hacer para dejar de sentirse muerta por dentro.

Si se lo preguntaban, el mundo podía irse al carajo.

Miró a Sevika con una sonrisa desdeñosa.

—Ver cómo se quema todo.

 

 

 

Jinx volvió a la habitación después de haber despejado las calles cercanas al bar, de los matones que podrían representar un peligro para su hija.

El problema fue que ella nunca imaginó que Isha despertaría mucho antes de lo esperado. Y que despertaría sola.

Isha no había encontrado a mamá, pero ella estaba convencida de que durante la noche la abrazó, cuando los relámpagos la habían despertado. Estaba segura de que era su madre, de que era la madre que recordaba.

Tomó el conejo de felpa de mamá y bajó hasta la oficina de Silco y el bar, pero todo estaba vacío. Fue ahí donde comenzó a asustarse.

Pero mamá tenía que estar en algún lugar, tenía que estar cerca. Así que había salido a buscarla.

A los Carriles... los despiadados Carriles.

—¿Isha? —la llamó Jinx. Buscándola por cada rincón, pero no había ni rastro de ella—. No, no, no, otra vez no.

Salió corriendo directo al callejón detrás del bar, cuando sintió un golpe seco directo en la cara.

—Al fin sales de tu agujero, pequeña rata.

Renni la llevó contra la pared, sosteniéndola por el cuello.

Jinx conocía bien a cada uno de los quimobarones, pero esa definitivamente era la primera vez que se había encontrado con uno tan de cerca.

—Ahora que Silco no está, será menos satisfactorio asesinarte, pero no importa, trataré de disfrutarlo —escupió la mayor—. Pagarás por la muerte de mi muchacho.

—Eso no fue mi culpa, yo ni siquiera estuve ahí —objetó Jinx.

—No, pero Silco lo pasó por alto. —Renni reafirmó su agarre—. Ellos estaban ahí por ti.

Jinx intentó sacarse el pesado brazo de la mujer del cuello, pero justo uno los hombres que la acompañaban la golpeó en el estómago.

Jinx elevó la mirada con una sonrisa ahogada.

—Pues tal vez él no debía estar ahí en primer lugar —escupió, tratando de tomar el arma de su pantalón—. Esa fue culpa tuya, idiota.

El mismo hombre de Renni pateó a Jinx en el brazo, lanzando su arma lejos y la volvieron a llevar contra la pared, sosteniéndola por la muñeca y el cuello.

—Sé que tienes bien oculta a tu cachorrita, perra —murmuró Renni, cerca de su cara—, pero voy a encontrarla.

Jinx tragó en seco, medianamente aliviada, al menos ella no se había llevado a Isha.

Pero, entonces, ¿dónde estaba?

El arma de Ekko atravesó el estrecho entre el rostro de Jinx y de Renni.

El enmascarado atacó a los dos hombres que la acompañaban, dejándolos noqueados solo para volver a tomar su arma.

Jinx golpeó a Renni en el estómago y logró zafarse de su agarre, pero Renni alcanzó a huir entre la oscuridad de los callejones.

Jinx tomó su arma, volviendo a enfundarla.

—¿Qué mierda haces aquí?

—De nada —respondió Ekko, con un tono sarcástico y ligeramente ofendido.

—Estás lejos de tu árbol, Firelight.

—Mi gente escuchó que los quimobarones están buscándote —dijo Ekko, ignorando el mal genio natural de Jinx cuando se trataba de él—. Solo vine a asegurarme que Isha estuviera bien.

Jinx permaneció en silencio.

—¿Dónde está? —inquirió Ekko. Pero no obtuvo respuesta—. ¡Jinx!

—No lo sé.

—¿Cómo que no sabes?

—No logro encontrarla. No dejaron una nota. Nada... y Renni no se la llevó. No tengo ninguna pista de su paradero y justo cuando iba a comenzar a buscarla, bueno, ya viste lo que pasó.

—Mierda —maldijo Ekko—. Esta era la razón por la que te había dicho que podías dejarla con los Firelights, ahora ella está perdida y cualquiera que la encuentre podría usarla en tu contra y ella saldría...

El muchacho se detuvo al notar el silencioso gesto de Jinx. Ella observaba el suelo, con la mirada vacilante y temblorosa.

Todo, por fin todo había explotado.

—Todo es culpa mía —soltó—. Ella está aterrada de mí, de Jinx... Si tan solo Powder siguiera aquí, ella... ella sería una gran madre. Pero sin Jinx... no habría quien pudiera protegerla. Justo ahora no tengo idea de qué es lo que necesita.

Ekko se mordió el labio inferior, rascando su nuca, ligeramente apenado por haber soltado lo primero que le vino a la mente.

—Ella no necesita a Powder o a Jinx, necesita a su madre —dijo y trepó a su aerotabla—. Vamos.

Le hizo una seña para que subiera con él.

—Ni de chiste.

—Nunca la encontrarás a pie.

Jinx frunció los labios, poniendo los ojos en blanco, y estiró su mano hacia él. Aceptando a regañadientes.

—No creas que te daré las gra-

Ekko tiró de ella, subiéndola en el deslizador.

Atravesaron las calles de Zaun, buscando desde el cielo cualquier señal que pudiera darles la ubicación de Isha.

—¡Espera! —interrumpió Jinx.

Y dio un salto antes de que la aerotabla se detuviera.

Ahí, tirado en uno de los callejones, estaba el conejo de felpa de Isha.

Jinx sintió un nudo en el estómago que trepó hasta su garganta y salió disparado en un grito ronco:

—¡Isha! ¡Isha!

Ekko dio un salto junto a ella.

—¡Jinx! —la llamó.

A pocos metros del conejo estaba uno de los zapatos de la niña. Observaron una puerta de madera en el suelo y entraron.

El corredor frente a ellos era enorme y estaba apenas iluminado.

—No conozco este lugar —notó Ekko.

—Yo sí —aceptó Jinx, sin darle importancia—. Nunca había estado aquí, pero sé a quién le pertenece: Babette.

Ekko tragó en seco. ¿Esa... Babette?

—Este no es lugar para un niño —exclamó, preocupado.

—¡Ya sé que no es lugar para un niño! —replicó Jinx, apresurando el paso.

Siguieron caminando, los corredores cada vez iban notándose más iluminados. Ekko aclaró la garganta.

—Supe lo que pasó con el Consejo.

—Ellos querían a Isha —respondió Jinx, sin quitar la mirada del frente—. Así que los hice volar. Se lo merecían.

—Supuse que Silco sería capaz de hacer algo así.

—Ya no debes preocuparte por él —aclaró Jinx, con un nudo en la garganta.

—Lo escuché.

Un silencio incómodo inundó la conversación.

—Yo lo hice —dejó salir Jinx—. Yo maté a Silco. —Ekko la miró sorprendido—. Él quería matar a Vi y yo... no sé, todo se oscureció y luego él estaba muerto.

Ekko se detuvo en seco, obligando a Jinx a detenerse.

—No creí que... —trató de digerir el muchacho.

—No me importa lo que creas —interrumpió Jinx—. Lo único que quiero es encontrar a mi hija y largarme de aquí antes de que alguien más intente matarme.

Sintió la afilada navaja de un cuchillo rasgando su mejilla para luego clavarse en la pared junto a la cara de Ekko.

Renni se encontraba detrás de ella, vistiendo un extraño traje metálico en la parte del torso, parecía moverse con Brillo, era evidente que se trataba de algún tipo de variación de los trajes de los guardianes que custodiaban las fabricas de Brillo de Silco.

Jinx tuvo que esquivar un segundo ataque, esta vez impulsado por el Brillo que movía el traje.

—¿Ves a lo que me refiero? —escupió Jinx con ironía. Y luego giró su atención hasta Renni—. ¿De verdad nunca te rindes?

La mujer sonrió, enseñando los dientes afilados. Jinx desenfundó su arma, disparándole, pero ninguna bala lograba atravesar el traje. Renni corrió hasta ella, lanzándola contra la pared. Ekko intentó ayudarla, pero tuvo el mismo destino.

Fue en ese momento cuando el llanto de Isha resonó a través de los corredores. Renni miró a Jinx con una sonrisa siniestra, la muchacha tembló.

—Realmente disfrutaré observar como la ves morir en tus brazos —gruñó Renni.

—Cuida tu puta boca.

Renni dejó a Jinx en el suelo y salió en busca de la niña, que se encontraba resguardada en la oficina de Babette, con la yordle cuidando de ella.

Isha se quedó mirando aterrada al monstruo mecánico que venía tras ella. Babette la abrazó contra su cuerpo cuando Renni elevó el brazo equipado con un arma de Brillo hacia ellas.

Jinx atravesó la puerta como un rayo, desviando el ataque de Renni hacia el suelo y quebrándole el brazo.

Las pupilas de Isha se dilataron al ver a mamá.

Con cada ataque torpe que Renni lanzaba, Jinx lograba evitarlo con el brillo magenta de sus ojos dejando estelas en el aire.

Isha titubeó, eran esos mismos ojos aterradores de antes, pero... había algo diferente en ellos, algo distinto a la última vez.

Esta vez los ojos de mamá brillaban dispuestos a protegerla.

Isha sintió el corazón palpitándole al ver a mamá luchando contra aquel monstruo de metal.

Ekko entró a la oficina, logrando sacar a Babette y a Isha, alejándolas del peligro, a pesar de que la niña permaneció con la mirada fija en el lugar donde se había quedado su madre.

Jinx golpeó la parte trasera de las rodillas de Renni, haciéndola caer, el peso del traje era demasiado, incluso para ella.

Renni la miró desde el suelo.

—Anda, termínalo de una vez —exigió. Jinx elevó el arma, apuntándole entre los ojos—. Ahora lo entiendes... tú hubieras hecho lo mismo si se hubiera tratado de ella.

Jinx bajó las cejas. Y disparó.

Al salir de lo que quedó de la oficina de Babette, sintió un empujón ligero en las piernas.

Su semblante tembló.

Isha se había abrazado a sus rodillas.

La niña restregó sus lágrimas en el pantalón de mamá. Jinx detuvo su respiración agitada para agacharse a la altura de Isha.

Y tomó su rostro, buscando heridas.

—¿Estás bien, enana? —preguntó, tratando de omitir el terror que sentía de volverla a asustar con la mirada.

Isha imitó a mamá, tomándola por las mejillas con torpeza. Inclinó la cabeza, sin apartar la mirada de sus ojos.

Jinx titubeó.

Pero Isha lo había notado: la diferencia abismal.

Magenta y no azul, pero llena de amor. Amor incondicional por ella.

Se abrazó a su cuello, y no la volvió a soltar.

—Te juro que no la secuestramos —dijo de pronto Babette—. Ella cayó en la entrada de atrás y llegó por su cuenta hasta mi oficina. Estaba muy asustada, buscándote, supongo.

Jinx se puso de pie, con Isha todavía abrazada a su cuello y las piernas rodeando su cintura.

Babette tragó en seco con una sonrisa entristecida.

—Has crecido bastante, cariño —le dijo—. Nunca me imaginé que ella sería la niña de la que todos hablan.

Jinx sintió el golpe en el pecho. El rumor se había esparcido como agua sucia en las calles.

—Deberás tener más cuidado a partir de ahora —añadió Babette—. Un quimobarón muerto significará mayores problemas para ti.

—Ya lo sé —gruñó Jinx.

Babette sonrió cuando Isha se retorció en los brazos de Jinx para pegarse más a ella.

—Lo que más necesita esa niña es sentirse amada y protegida por su madre. Silco fue capaz de sacrificar todo por ti y veo que serías capaz de hacer lo mismo por ella.

—Daría mi vida por ella.

—¿"Darla", cariño? —objetó con dulzura—. No. Vívela. Vívela por ella, con ella, para ella.

 

 

 

Ekko se había marchado, Isha y Jinx estaban de vuelta en casa, con un muerto más echado a la bolsa.

Jinx se arrodilló frente a Isha después de sentarla a la orilla de la cama.

—Fue demasiada emoción para un día, ¿no te parece?

Isha asintió, dando palmaditas sobre el colchón.

—Sí, hoy dormiré a tu lado —respondió Jinx. Acariciando el rostro de su hija—. Isha... ¿ya no sientes más miedo?

Odiaba preguntarlo de nuevo, odiaba revivir la herida, pero tenía que asegurarse.

Isha negó, luego tocó el pecho de Jinx (justo a la altura del corazón), con la punta del dedo, y volvió a hacer su seña aparentemente favorita.

"Mamá".

Jinx sintió un vuelco en el estómago. Sentía que había pasado una eternidad desde que la había llamado así.

—Sí, enana. Soy tu mamá —dijo, aguantando las lágrimas dentro de los ojos—. Y nada cambiará eso.

Pero las lágrimas pesaron más que la fuerza de voluntad de Jinx y dejó que salieran.

Isha frunció el ceño, asustada.

"¿Duele?".

Preguntó, pensando que tal vez podía tener heridas por la reciente pelea.

Jinx negó con una sonrisa húmeda.

—Bueno, un poco —admitió—, aquí.

Y señaló su pecho, justo donde Isha había puesto su dedo. La niña ladeó la cabeza, consternada.

Jinx soltó una risilla burlona.

—¿Qué voy a hacer contigo?

Desde que Isha llegó al mundo nunca había podido responder esa pregunta. No tenía ni idea, simplemente dejó que todo sucediera y avanzó con el proceso.

Pero es que todo lo que tenía que ver con Isha dolía tanto.

Dolía tanto que le quemaba la piel y le molía los huesos.

De haber sabido que sería tan agonizante, ¿habría tomado una decisión diferente?

Isha la miró con los curiosos ojos dorados bien abiertos. Dio un salto de la cama y corrió al fuerte, saliendo a los segundos.

Tomó un pedazo de venda con la que mamá solía sanar sus heridas y la sobrepuso en su ropa, justo donde "le dolía".

"¿Duele?".

Volvió a preguntar, con las cejas arqueadas.

No, no lo habría hecho. La decisión habría sido la misma.

Jinx se abrazó a ella, escondiendo el rostro en el cuello de su hija.

—Todavía duele un poco, pero está bien, porque no creo que este dolor vaya a matarme —murmuró con la voz ahogada y sollozante—. Te amo... Te amo tanto que duele.

Jinx pudo haber cambiado, pero su amor por Isha nunca se alteraría.

Siempre podría volverse más grande.

Notes:

A partir de aquí habrá un salto importante en la historia, les diré los significados de cada uno de los colores en los títulos.  ❤

No sé si lo notaron, pero al final de todos los capítulos, se enfatiza la unión que existe entre Isha y Jinx, viéndolo desde los ojos de Jinx.
Así que los títulos son los colores que representa cada capítulo visto desde los ojos de Isha.

I. Azul - Mamá.
II. Dorado - Al igual que el oro, representa la relación madre e hija que se forma.
III. Verde - Ekko.
IV. Blanco - La manera inocente en que Isha miró el mundo y lo que terminó llevándola a ser "capturada" por los Firelights.
V. Plateado - Así como la relación con mamá es el dorado, la relación que se forma con papá es el plateado.
VI. Rosa - Violet y la importancia que comenzaría a tener en la vida de Isha a partir del final de ese capítulo.
VII. Rojo - Agresión, impacto, tensión. El peligro de todas las amenazas que recibió durante el capítulo.
VIII. Magenta - Los ojos de mamá.
IX. Morado - El color que resulta al mezclar el azul y el magenta (los dos colores de ojos de Jinx).

Chapter 10: X. Gris

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Recordaba muy bien esa sensación.

Como aquella noche que había decidido dejar a Isha al cuidado de Sevika en el bar después de que Silco la llamara a su oficina.

—Lo sé, lo sé —rodó los ojos—. Me has repetido las instrucciones millones de veces, ¿puedo irme ya?

Silco la miró con la ceja enarcada.

Y antes de poder decir nada más, los estragos en el bar disminuyeron abruptamente, abriendo paso al sonido del llanto de Isha.

Jinx ni siquiera se detuvo a mirar de vuelta a Silco, simplemente salió corriendo en busca de su hija.

Llegó con el arma en alto, apuntando directo a la cabeza de los valientes que no habían salido corriendo por la puerta del bar.

Ellos tenían las manos alzadas y las miradas fijas en un único punto: la pequeña bola de carne que permanecía sentada sobre la barra.

Jinx miró a Isha de reojo, soltó un resoplido y volvió a enfundar el arma, regresándole el alma a los matones de Silco, que ese día habían corrido con la suerte de no salir con una bala dentro de la carne… o el hueso.

Isha miró a su madre desde abajo, los ojos vidriosos y el labio temblando dispuesto a seguir llorando, elevó sus manos hasta ella, abriendo y cerrando los puños, tal y como siempre lo hacía para obligarla a que la tomara en brazos.

Manipuladora, no había un adjetivo que le viniera mejor.

Jinx sonrió, tomándola y acunándola contra su pecho.

Para ese momento Isha ya no lloraba más, no importaba lo que hicieran o cuántos estragos hubieran vuelto a escucharse, a ella no le interesaba en lo absoluto, después de todo, estaba con mamá.

Sí, Jinx recordaba muy bien esa sensación.

Una que, más pronto de lo que ella hubiese esperado, cambió completamente.

Y es que Isha no iba a ser una bebé por siempre, aunque ella lo hubiese anhelado así, y ahora que la niña había cumplido recientemente cinco años, las cosas eran… complejas.

Jinx no podía alejarla de La Última Gota, la cual había decidido mantener de pie, muy a pesar de la pérdida de Silco y el vacío que había dejado en ellas.

Isha lo recordaba.

Recordaba su olor amargo y su voz ronca, y su brillante ojo oscuro mirándola severamente. Recordaba su tacto áspero y la amabilidad con la que la mantenía en brazos cuando mamá no estaba.

Mamá lloraba al recordarlo, Isha lo notaba, por más que ella quisiera ocultar las lágrimas, de repente una que otra se desplomaba sin aviso hasta caer a sus pies. Incluso si mamá trataba de disimularlo.

Era el papá de mamá. O al menos eso creía Isha y eso decía Sevika, porque cuando le preguntaba directamente a Jinx, ella solo cambiaba de tema.

Mamá le había dicho que Silco había ido a tomar una siesta muy larga, y que tal vez un día muy lejano podrían volver a verlo.

Isha nunca comprendió por qué estaba tan cansado como para ir a tomar una siesta por tanto tiempo, pero no quiso preguntar más, porque no le gustaba ver a mamá llorar.

El que Jinx hacía tres años hubiese asesinado a Renni había acarreado consecuencias de gran peso para Isha y ella. Porque, incluso si La Última Gota seguía de pie, y varios matones de Silco habían permanecido leales a Jinx, la joven madre había tenido que mantenerse oculta.

Los quimobarones tuvieron un año entero después de la muerte de Renni en que hicieron estragos por todos los Carriles, tomaron más territorio del que les correspondía y crecieron su propia hipocresía.

Sevika había quedado al frente, en nombre de Silco, asegurándole a todo el mundo que Jinx y su mocosa simplemente se habían esfumado en el aire.

A pesar de tenerlas ocultas bajo sus propias narices, porque (a palabras de la propia Jinx) todos los quimobarones no eran más que un puñado de idiotas con mucho poder.

Entonces, durante tres años enteros, Jinx e Isha se mantuvieron con la cabeza baja, y hacían lo posible por no salir ni llamar demasiado la atención, a pesar de que a Jinx eso la estuviera matando por dentro, después de todo, la joven poseía una naturaleza caótica e inestable.

No obstante, sabía que gracias a eso podía mantener a Isha a salvo.

Y eso era suficiente.

Aunque no siempre tenían que ocultarse, había ciertas noches en especial en las que podían salir a divertirse un poco.

Las favoritas de Isha eran aquellas donde la lluvia era tan fuerte que obligaba a todos los zaunitas a buscar refugio. Así ella y mamá podían salir a corretear entre los callejones, saltando en los charcos y quedando completamente empapadas.

Si había algo que Jinx amaba más que cualquier otra cosa en el mundo era ver a Isha sonriendo, por ello siempre buscó hacerla feliz, a pesar de lo que sucedía en el exterior, a pesar de que ella misma se martirizaba pensando en cómo lograría protegerla.

Porque sí, durante las noches, Jinx se recostaba junto a Isha, acariciando sus cabellos y mirándola fijamente mientras sus pensamientos volaban lejos, lejos a dónde encontraba cientos de posibilidades en las que los quimobarones o el Consejo lograban arrebatársela de los brazos.

Era inevitable sobrepensar en ello, era inevitable que fuera en las noches cuando más se preocupaba por eso. En las noches, cuando todo estaba mucho más callado de lo normal y la oscuridad la abrazaba.

Ella tenía que proteger a Isha, nadie más lo haría. Solo ella.

Y, en torno a esos pensamientos atroces, Jinx se aferraba al cuerpo de su pequeña hija y se mantenía abrigada en su calor.

 

 

 

El bar se había vaciado ya, dentro solo quedaban los matones de Sevika y unos cuantos borrachos más, que muy seguramente no recordarían absolutamente nada a la mañana siguiente.

Isha había insistido en quedarse afuera de la oficina cuando su madre entró para hablar con Sevika. Porque la niña era curiosa, demasiado curiosa, y Jinx sabía que eso terminaría trayéndole problemas de una u otra forma.

Pero no podía hacer mucho para impedir que Isha fuera así, esa era su naturaleza, por más que a Jinx le angustiara.

Ser curiosa en cualquier otro mundo habría sido una bendición, algo que seguramente llevaría muy lejos a la niña, pero en el mundo de los Carriles, eso podría terminar matándola, y era lo que más le atemorizaba a su madre.

—No tardarán en encontrarte, lo sabes —escupió Sevika, sentándose en el sofá de la oficina.

Desde la muerte de Silco, y a pesar de haber tomado “su lugar”, la mujer nunca se había atrevido a sentarse en la silla detrás del escritorio.

Le seguía guardando el respeto que siempre le tuvo. Jinx lo notaba, pero no decía nada, primero dejaría que le cortaran la lengua antes de elogiar en algo a Sevika.

—No lo harán, estamos bien así —protestó la joven.

—Los quimobarones no se han rendido en su búsqueda, escuché que los de arriba también están comenzando a buscarte.

—Me sorprende lo mucho que tardaron.

—Razones debieron tener —respondió Sevika—, y no creo que sean buenas. Cualquiera de los quimobarones podría ser fácil de comprar por ellos, entiéndelo.

—Entonces habrá que deshacernos de ellos.

Sevika resopló.

—Eso solo hará que su gente venga tras nosotros —gruñó—. Además, los necesitamos de nuestro lado para la guerra que se aproxima.

—No vendrá ninguna guerra.

—Dile eso a Piltover y las armas que seguro han construido en estos tres años.

Jinx rechistó, un escalofrío recorrió su columna.

Poner a Isha en peligro dentro de los Carriles era una cosa, pero ponerla en medio de una guerra era otra muy diferente. Los Carriles eran su territorio, nadie igualaba a Jinx dentro de ellos; sin embargo, una guerra con Piltover, aunque fuera una mecha a punto de explotar, era algo que necesitaba evitar a toda costa, por su hija.

Un estruendo se escuchó en el exterior, en el bar.

Jinx se apresuró fuera de la oficina, seguida de cerca por Sevika que temía a lo que se avecinaba.

Isha estaba sentada en el piso, completamente empapada en alcohol, parecía haber caído entre dos taburetes porque estaban desparramados en el suelo.

La niña no lloraba, porque mamá frente a los matones nunca se mostraba débil y ella, de alguna forma, había adoptado eso. Pero Jinx pudo distinguir su mirada húmeda y el gesto que le aseguraba que se había asustado lo suficiente.

La muchacha caminó a paso apresurado hasta el sujeto que estaba más cerca de Isha. Uno de los matones más recientes de Sevika, uno que sin duda no había aprendido la regla número uno del bar.

No jodas a la niña.

—Se resbaló —se apresuró a decir—. T-Te juro que se resbaló.

Jinx lo ignoró totalmente, desenfundando el arma.

—Isha, los oídos —indicó.

La pequeña cubrió ambas orejas con las manos, y luego mamá le disparó al sujeto en la pierna.

El silencio inundó el bar después del estruendoso disparo. Nadie se atrevió a decir nada, de hecho, ni siquiera se acercaron al tipo que se retorcía de dolor en el suelo. Porque incluso si Silco ya no estaba, Jinx había demostrado ser lo suficientemente capaz de mantenerlos a raya sin él, sobre todo cuando se trataba de su hija.

Así funcionaba desde que había traído a Isha al mundo. Nadie cambiaría eso.

Jinx se agachó frente a su hija, separándole las diminutas manos de los oídos.

—¿Estás bien, enana? —le preguntó.

Isha asintió, soportando las lágrimas.

Jinx sonrió ante la valentía de su hija y la ayudó a ponerse de pie, alborotando sus cabellos.

Ambas volvieron a su habitación, donde Jinx sentó a Isha sobre la cama, sacándole de encima la ropa empapada.

—Apestas a alcohol, pequeña —se burló—. Aún eres muy joven para eso.

Isha sonrió, cómplice a las bromas de su madre.

“Él me empujó”.

Le dijo con unas pocas señas ya bastante practicadas. Estaba molesta.

—Lo sé —respondió Jinx.

Y se levantó para buscarle ropa entre las cajas que tenía a los pies de la cama.

Isha dio un salto del colchón y corrió hasta ella, tirando de su ropa para llamar su atención.

“Mamá, ¿siempre vas a dispararle a todos los que me lastimen?”.

Jinx entornó los ojos, ladeando la cabeza, confundida.

Era una pregunta que Isha nunca antes le había hecho, a pesar de que Isha era bastante preguntona. Si le había dejado de preguntar a qué sabían las nubes era porque Jinx le había dicho que (muy seguramente) a lluvia.

Pero las preguntas de Isha siempre eran inocentes y hasta cierto punto divertidas.

Esta en particular, le había causado una sensación extraña en el pecho a Jinx, porque si bien Isha no lo recordaba, dispararle a cualquiera que se atreviera a ponerle un dedo encima a su hija, era lo que había estado haciendo desde que nació.

—¿A qué viene esa pregunta, niña?

Isha se encogió de hombros, agachando la mirada.

Jinx se giró en su lugar, levantándole el mentón para observar sus ojos dorados.

—Asesinaré a cualquiera que se atreva a dañar a mi niña.

Isha sintió un cosquilleo en todo el cuerpo y sonrió. Volviendo hasta su lugar sobre la cama.

Jinx dibujó una sonrisa melancólica al mirarla bailando las piernas en el borde del colchón.

Sí, Isha había crecido más de lo que le hubiera gustado aceptar. No le preocupaba mucho que lo hiciera, solo no quería que lo hiciera demasiado rápido, tal y como se veían obligados todos los niños en Zaun a hacerlo.

Tal y como ella y Vi se habían visto obligadas a hacerlo.

Sabía que dentro de los Carriles era prácticamente imposible darle una infancia plena a cualquier niño, pero ella anhelaba hacerlo con Isha, muy a pesar de que ella fuera su madre.

De haber sido decisión de Jinx, la habría mantenido oculta dentro de esa pequeña burbuja de felicidad para siempre.

Pero, al igual que cualquier otra burbuja, aquella podría reventarse en cualquier momento. Ella era muy consciente de eso.

 

 

Las cosas se complicaron después del incidente en el bar. El tipo del disparo había decidido abrir la boca, vendió su pellejo a los quimobarones. Jinx se había arrepentido de no haberle disparado en la cara en primer lugar, pero ahora ya no había mucho qué hacerle.

Los quimobarones sabían que se ocultaba en La Última Gota, cada uno actuaba por su cuenta y a escondidas, porque se suponía que antes de atacar debían estar todos de acuerdo y por supuesto que Sevika nunca lo estaría cuando se trataba de Jinx.

Pero así funcionaba el poder dentro de los Carriles, alguien siempre terminaba apuñalado por la espalda.

La joven madre se había visto obligada a llevar a Isha donde Babette porque, aunque no fuera lugar para una niña, era el único lugar que le quedaba donde no tenía que tragarse su orgullo para mantenerla a salvo. Además, era justamente el último lugar donde considerarían buscarla.

Jinx intentó darles a los quimobarones la poca importancia que merecían, pero igual no tentaría a la suerte cuando se ponía en juego la vida de Isha.

—Espera aquí —le dijo, poniéndose a su altura—. Volveré en cuanto me deshaga de ellos.

Isha la miró angustiada.

“¿Podremos volver a casa?”.

Jinx tragó en seco, forzando una sonrisa, pinchando con la punta del dedo la nariz de la niña.

—Me aseguraré de eso, pulga. No te preocupes.

Isha frunció los labios y se abrazó con fuerza al cuello de su madre.

 

 

Jinx acechó las calles y callejones aledañas a La Última Gota. Y, tal como Sevika le había dicho, todo estaba repleto de ratas.

La joven se escabulló entre la oscuridad, dejando a su paso hileras de cuerpos que había dejado caer como costales de tierra. Uno tras otro, ni siquiera la vieron venir, era demasiado escurridiza y más ágil de lo normal.

Silenciosa y letal.

Jinx se aseguró de no dejar a ninguno con vida, no podía permitirse fallar porque de ello dependía la seguridad de su hija.

Para cuando hubo terminado y sacó por fin la mirada de las calles, el sol ya comenzaba a salir.

—Mierda.

Se apresuró hasta donde Isha se encontraba. Entrando a la oficina de Babette sin siquiera molestarse en recobrar el aliento.

Descubrió la melena azul, quitándose la capa grisácea de la cabeza. Isha levantó la vista. La niña se encontraba sentada detrás del escritorio, dibujando sobre unas cuantas hojas arrugadas que Babette le había proporcionado.

Los ojos dorados y brillantes le lanzaron una mirada severa. Jinx dio un paso hacia atrás.

Recordaba alguna vez haber mirado a Silco de la misma manera, ¿el sujeto se la estaba cobrando desde el más allá?

La niña dio un salto de la silla, despidiéndose de Babette y pasando de largo a su madre para salir de la oficina. La yordle inclinó la cabeza para que Jinx fuera detrás de ella.

—¿Estás molesta? —preguntó la joven, siguiéndola por los corredores.

Isha ni siquiera se detuvo para verla, cuando llegaron a la puerta exterior, la niña se paró en seco, esperando a que su madre colocara una capa idéntica a la suya sobre su cabeza.

—No seas tan dura conmigo, niña. Hice lo posible por volver antes.

Isha refunfuñó, aguantando las lágrimas.

—¿Creíste que no volvería por ti?

La niña dejó salir el llanto silenciosamente. Jinx la abrazó, permitiéndole esconder su rostro en el hueco de su cuello.

—Podría estar muriendo y aun así volvería por ti —le susurró.

Después de un rato, se puso de pie, llamando la atención de la niña que elevó sus manos hacia ella.

—No voy a cargarte de regreso a casa, pulga.

Isha le suplicó con la mirada, con esa mirada con la que la había estado manipulando desde que llegó al mundo.

Con la que era más que suficiente para agitarle el corazón.

—Tienes suerte de ser tan jodidamente linda —resopló.

Y la tomó en brazos.

Isha se recostó sobre el hombro de Jinx, cerrando los ojos y aferrándose con las uñas a sus ropas.

De verdad odiaba que mamá se fuera, por más que le dijera que volvería por ella, por mayor que ya fuera, de verdad odiaba estar lejos de mamá.

Jinx lo sabía y nunca había tenido el corazón para negarle su abrazo o su calor después de haber estado separadas, aún si hubiesen sido solo unas pocas horas.

La muchacha se detuvo en seco al notar que la respiración de su hija no era lo único que escuchaba golpeando contra su oído.

Apenas pudo tomar aire cuando una lluvia de balas cayó sobre ellas, Jinx se ocultó detrás de una pila de cajas, protegiendo a Isha con su cuerpo.

Alguien las había seguido. Y ella no lo había notado

—Mierda… —gruñó.

Jinx logró colocar a Isha en un punto ciego, donde estaría a salvo, al menos hasta que las cajas que fungían como barricada, se vencieran.

Miró al exterior, localizando a los tiradores. Los dedos temblorosos de Isha se aferraron al cuello de su ropa.

Jinx observó la mirada aterrada de su hija.

A qué maldito quimobarón pertenecían aquellos hombres era lo último que le interesaba saber, solo quería mantener a su hija a salvo.

En un momento las balas se detuvieron, Isha intentó llorar, pero Jinx colocó su dedo índice frente a sus labios, siseando para evitar que hiciera más ruido.

—Quédate aquí y cubre tus oídos —murmuró, con el tono de voz más bajo que pudo salirle de la garganta.

Intentó ponerse de pie, pero Isha la detuvo, sosteniéndola por la manga. Su agarre temblaba, temblaba más de lo que nunca antes había temblado.

Jinx titubeó. Era su maldita culpa que su hija estuviera ahora en medio del fuego cruzado.

Otra vez.

—Todo estará bien —le susurró, tratando de calmarla—, necesito que te mantengas a salvo, ¿de acuerdo?

Cuando Jinx salió de su escondite, las balas inmediatamente volaron hacia ella. La muchacha las alejó del lugar en donde Isha se encontraba.

Los muros de las construcciones que los rodeaban la ayudaron a ocultarse de los tiradores, mientras iba haciendo caer uno a uno.

Hasta que el quejido de su hija llamó su atención. Uno de los sujetos había aprovechado su distracción para acercarse a la niña. Isha lo había hecho retroceder cuando mordió su mano en cuanto intentó tomarla, pero eso solo lo había enfurecido más.

—¡Isha!

Jinx se apresuró hasta ella, golpeando al tipo con la culata del arma para alejarlo de la pequeña. Cuando se encontró en el suelo, sangrando con la mandíbula rota, ella le disparó en la frente.

Giró hasta su hija, analizándola con una mirada desorbitada y frenética.

—¿Te hizo algo? ¿Estás herida?

Isha negó con los ojos vidriosos. Jinx la abrazó, aliviada. La lluvia había comenzado a caer.

Los quimobarones no se detendrían, era un hecho que tenía que comenzar a aceptar con amargura. No iban a dejarlas tranquilas. Nunca dejarían a Isha en paz, ella siempre estaría en su mira.

A menos que los exterminara a todos.

Y que se jodiera Sevika si no estaba de acuerdo.

Un montón de plúmbeas pisadas se escucharon rompiendo los charcos de agua sucia en el suelo, venían desde todas direcciones, no había muchos lugares hacia donde correr, estarían ahí en cualquier segundo.

Jinx miró el oleoducto sobre ellas y puso a Isha de pie, acomodando la capa en su cabeza para cubrirla mejor, solo que ahora no sabía si estaba cubriéndola del frío, de la lluvia o del peligro que se cernía sobre ambas.

Sintió un horrible pinchazo en el corazón en cuanto aceptó lo que se aproximaba.

—Isha, escúchame —tomó a la niña por el rostro, obligándola a mirarla—. Debes subir por aquí, sigue este ducto, hasta donde veas una salida con luz.

Isha negó, separándose de su agarre. Las pisadas fueron haciéndose más fuertes.

— Sigue las marcas de pintura verde si sientes que te has perdido. Ve hasta el refugio de los Firelights. Busca a Ekko, te acuerdas de él, ¿verdad?

Isha asintió, dubitativa y temblorosa.

—Bien, vamos, sube.

Pero Isha dio un paso hacia atrás.

“¿No vendrás conmigo?”.

Preguntó, con los ojos llorosos.

—Tengo que alejarlos de ti, iré a buscarte en cuanto me libre de ellos.

“No quiero ir sola”.

Insistió la niña, con más terror del que ya tenía.

—En cuanto llegues al refugio de los Firelights estarás a salvo, Ekko te protegerá.

De otra forma, ella lo mataría, seguro.

Pero Isha no iba a ceder. Y es que la niña no sabía qué le asustaba más, si adentrarse por su cuenta en la oscuridad del maloliente ducto o dejar a su madre sola a merced de toda esa gente mala que la querían herir.

“No, mamá. Ven conmigo”.

Las lágrimas desesperadas ya habían comenzado a rodar por sus mejillas.

Un estruendo doblando la esquina las hizo estremecerse y hacer que el llanto de Isha incrementara.

Jinx se asomó por el borde de la construcción, ellos se estaban acercando.

—Isha… —la tomó por el rostro—. Necesito que seas valiente, ¿puedes?

“Yo quiero que vengas conmigo”.

—Volveré a buscarte.

“¿Me encontrarás?”.

—Siempre te encontraré.

Subió a su hija, ayudándola a entrar en el oleoducto. Isha se asomó una última vez, entregándole un pedazo de papel arrugado que había sacado de su bolsillo.

Un terrible sabor de familiaridad le llegó a la lengua. Una vez la había sacado de ahí y ahora la volvía a enviar.

Voluntariamente.

La jodida ironía la estaba masticando en vida.

De cualquier forma, prefería dejarla al cuidado de Ekko antes que entregársela en charola de plata a los quimobarones.

Un escalofrío recorrió su columna, haciéndola temblar ante la idea que durante años la había atormentado: Isha jamás sobreviviría sola en los Carriles.

Tenía que hacerlo. Por Janna, tenía que hacerlo.

Los hombres de los quimobarones llegaron hasta donde Jinx ya los estaba esperando y todos y cada uno había pagado caro el haberla obligado a separarse de su hija.

Tardó bastante tiempo en despistarlos lo suficiente y en asesinar a la gran mayoría, pero al final lo había logrado. Llegó hasta un segundo oleoducto unas calles más alejado de donde había dejado a Isha.

Ahora, agotada y malherida, Jinx se trepó dentro de él para seguirla y hallarla en el refugio de los Firelights.

 

 

Para cuando atravesó la última salida, los Firelights la recibieron con las armas en alto. Jinx lanzó su pistola frente a ella, pateándola con la punta del pie y elevando ambas manos sobre su cabeza.

Se sentía humillada.

¿De verdad estaba regresando en completa sumisión hasta el nido de esos insectos?

En realidad, no le importaba mucho, o al menos eso se decía a sí misma, siempre y cuando Isha estuviera bien.

En cuanto Ekko notó a Jinx frente a las miras de su gente, salió para detenerlos. Muy a pesar de que los Firelights no estuvieran del todo de acuerdo con ello.

—¿En serio? ¿Metiéndote a la boca del lobo? —cuestionó Ekko con sarcasmo—. Creíamos que estabas muerta.

—No tienes tanta suerte.

Ekko resopló con una sonrisa. Y dirigió la vista detrás de Jinx.

—¿Dónde está Isha?

Jinx dibujó una sonrisa exhausta.

—Déjate de bromas, Ekko, no estoy de humor.

—¿De qué hablas?

El semblante de Jinx se volvió prácticamente transparente.

—Ella debería estar aquí. Contigo.

—¿Cómo podría estarlo?

—Le dije que siguiera los ductos hasta aquí. Ella debería estar aquí —insistió la joven, la voz se le comenzaba a quebrar.

—¿Por qué la enviarías sola por los ductos?

—Porque nos atacaron, no tenía otra opción. Mierda.

Jinx tomó su arma del suelo y volvió dentro del ducto.

Ekko se apresuró a seguirla.

—Debe seguir perdida por aquí —intuyó Jinx—. Debe estar aquí.

La agonía comenzó a rascarle la garganta y empezó a gritar su nombre, seguida por la voz cercana de Ekko.

Pero nada, no hubo ningún sonido, ni siquiera pisadas o golpes. Todo estaba en completo y mortal silencio.

—¿Por qué la enviaste al refugio? —cuestionó Ekko.

—Supuse que sería el último lugar donde la buscarían.

—Estuvieron tres años desaparecidas, creí que eso sería suficiente para que les quitaran el ojo de encima.

—Pues ya ves que no.

Jinx se dejó caer contra el muro metálico del ducto. Aturdida y desesperada.

—¡Mierda! —exclamó con un grito ahogado.

Ekko no supo qué decir, la verdad era que se sentía tan desesperado como ella.

Jinx echó su flequillo hacía atrás, tolerando no tirarse del cabello para nivelar su angustia. Cuando un peculiar brillo metálico golpeó contra sus pupilas.

Se apresuró a tomarlo, analizándolo únicamente para quedarse helada. Porque Jinx conocía bien lo que eso era, lo recordaba con cada fibra de su cuerpo.

Era una placa de Piltover. Una placa utilizada por Vigilantes.

—No puede ser… —balbuceó Ekko—. ¿Cómo llegaron hasta aquí?

Jinx no pudo responder, sus piernas habían flaqueado y cayó de rodillas al suelo.

El pedazo de papel que Isha le había dado antes de marcharse salió disparado del bolsillo de su pantalón.

La joven lo desdobló con pesadez.

Sobre un dibujo hecho torpemente de ambas, con letras desiguales, y escritas en tinta rosada se leía:

 

“Te amo, mamá”.

 

Jinx no logró retener las lágrimas, abrazando el pedazo de papel contra su pecho. Un pedazo de papel que ahora era su más grande riqueza.

Un pedazo de papel que era lo único que le quedaba de su mayor tesoro.

Su burbuja se había roto.

Notes:

Siempre es un placer leer sus comentarios. Muchas gracias por todo su apoyo!

Chapter 11: XI. Índigo

Chapter Text

El cielo nocturno se pintó de azul con aquella explosión, mientras los escombros de la Cámara del Consejo de Piltover se colorearon de un brillante y mordaz rojo.

Tres concejales habían muerto debido al temerario ataque de Jinx y su misil cargado de odio y rencor acumulados durante años por una ciudad sumida en la desesperación.

El Consejo representaba todo lo que Zaun odiaba, todo lo que Silco odiaba, todo lo que Jinx había repudiado durante su vida y que ahora aborrecía por tratar a su hija como no más que una moneda de trueque.

Como si para todos los piltillos, los niños zaunitas no fueran más que eso: objetos de los cuales poder servirse.

Caitlyn mantenía la mirada perdida en el féretro donde yacía recostada Cassandra, parecía estar dormida y nada más. Los ojos de la joven se movieron buscando un último aliento, un último gesto, algo que le trajera de vuelta a su madre, un indicio de que se mantenía a su lado.

Pero, mientras la cubierta iba cerrando su vista, comprendió que no lo haría. Nunca más.

Todo había sucedido tan rápido. De un momento a otro, en un segundo, lo había perdido todo. Estaba a la deriva en un mar frenético y oscuro.

Si tan solo hubiera apretado el gatillo.

El gesto adusto de Caitlyn nunca vaciló, tenía el alma quemada y las manos trépidas, pero jamás lloró.

“¡Sigue teniendo una hija!”.

Escuchaba gritar a Violet con voz ronca, mientras su mente divagaba errática entre las maneras en las que podía vengarse de la asesina de su madre, cada una peor que la anterior, pero todas haciéndole temblar los huesos.

Hasta que sus ideas se centraron en una sola, como si hubiese decidido conectar todos los hilos en un solo punto.

Ojo por ojo. Diente por diente.

Madre por hija.

Tensó los puños.

Iba en contra de todos sus principios, en contra de su propia moral; pero, si Jinx había osado arrebatarle a su madre, ¿por qué Caitlyn sería peor persona al hacerle exactamente lo mismo?

¿Realmente la moral tenía cabida en un asunto sobre venganza?

Si bien Caitlyn no tendría jamás el temple para asesinar a una niña inocente a sangre fría (por más que odiara a la madre de ésta), quería que Jinx sintiera en carne propia lo que a ella la estaba consumiendo. Debía hacerla saborear la pérdida.

La verdadera pérdida de alguien a quien amas.

—Una invasión significaría poner a gente inocente en medio del fuego cruzado. Provocaríamos más daños de los que ya tenemos sobre nuestras cabezas.

Mel se posó junto a Caitlyn, ambas de pie sobre las ruinas de lo que algún día había sido un lugar de reunión para los concejales.

—Jinx ha probado ser elusiva —manifestó Caitlyn—. No puedes esperar que dejemos nuestro destino al azar. Mi madre ya pagó por eso.

—Podríamos ofrecer una recompensa por ella —insistió Mel—. Hacer que los mismos zaunitas la entreguen.

—No —tajó la menor—. Haremos que ella venga a nosotros.

Mel la observó con total terror.

—Caitlyn, no estarás pensando en…

—Antes de morir, Marcus nos dio la respuesta —respondió la otra, alejándose de su agarre para ponerse frente a ella, separadas por lo que quedaba de la mesilla circular del Consejo.

—¡Caitlyn! Esto no es lo que tu madre hubiese querido que…

—¡Ella está muerta! —Caitlyn azotó el puño contra la mesa—. Y Jinx debe pagar por eso.

Mel tomó aire al notar que los últimos consejeros que quedaban con vida parecían estar de acuerdo con ella. Salo, principalmente, lucía extremadamente emocionado con la idea, al igual que Ambessa.

—¿Cuál es tu plan? —cuestionó por fin la morena.

 

 

Al salir de lo que quedaba de la Cámara del Consejo, Caitlyn sintió un cosquilleo en la nuca, la última vez que había cruzado esas puertas lo que vio al salir fue la mirada de su madre y, ahora, se topaba de frente con Vi y sus cansados ojos azules.

Violet no tenía idea alguna de qué decir, no había podido escuchar el plan que estaba cocinándose en esos momentos dentro de la cabeza de los concejales, no le interesaba mucho tampoco. Se sentía excesivamente culpable por las acciones de Jinx, por la manera en que habían terminado involucrando a Caitlyn.

—Tenías razón, Cait —comentó para cortar el silencio, apartándose el nudo de la garganta—. Powder ya no está, solo queda Jinx.

Caitlyn llenó los pulmones de aire. Sus pies querían salir huyendo, la obligaban a alejarse, a no escupir las estúpidas palabras que pronto saldrían de su garganta.

—Enviaré Vigilantes a buscarla —anunció, captando la mirada resignada de Vi, y luego la tomó por las manos—. Tú podrías ayudarnos.

—¿De qué hablas?

—Únete a nosotros.

—¿Me estás jodiendo? —Violet dio un paso hacia atrás—. Sabes lo que la gente como ellos me hicieron, ¡lo que me arrebataron!

—La gente como yo —corrigió Caitlyn—. Tu “hermana” me arrebató a mi madre.

Vi agachó la mirada, tragando en seco y apretando los parpados.

—No puedo hacerlo.

Caitlyn sabía que esa sería su respuesta, pero una parte de ella tenía una necia esperanza en que podría cambiar de opinión. Sacó la placa de su bolsillo y la colocó en la mano de su compañera, cerrando el puño sobre ella.

—No voy a forzarte, pero Piltover está clamando por justicia, claman sangre —murmuró—. Podrías demostrar que no todo Zaun apoya a Jinx.

Intentó dibujar una sonrisa cansada que nunca terminó de formarse por el dolor en el pecho, y se alejó a través del corredor.

Lidiar con la muerte de su madre, el Consejo pisándole los talones para encontrar una solución a la problemática que aquejaba Piltover y la equivocación que acababa de cometer con Vi, la estaban consumiendo.

Cargaba con tanto y se sentía tan débil, forzada a mantenerse de pie.

Sintió un golpe seco y suave en la nuca.

—¿Caitlyn Kiramman arrastrando los pies? —Jayce la miraba con una sonrisa condescendiente, agitando un periódico enrollado frente a su cara.

—¿Era necesario?

—Te llamé desde unos tres metros atrás y no escuchaste.

Caitlyn desvió la mirada, encogiendo el pecho. Jayce puso una mano cálida y fuerte sobre su hombro, y la invitó a entrar en el laboratorio a su lado.

Caitlyn tomó asiento en uno de los taburetes frente a la mesa de trabajo, tratando de ignorar a Viktor y la masa brillante en la que se encontraba luchando por su vida.

Una víctima más del caos de Jinx.

Apretó los dientes, la cólera le trepaba por la garganta, debía escupirla antes de que se quedara atorada ahí para siempre.

—Tuve una oportunidad —dijo de la nada—. La tenía en la mira y luego… —suspiró, apretando los puños sobre las rodillas—, recordé que tenía una hija y no… no supe qué hacer.

Jayce no respondió nada, permaneció en absoluto silencio, sentándose a su lado.

—Cuando cierro los ojos solo encuentro oscuridad —siguió—, y dentro de ella veo la cara de mi madre… cuando la encontraron —hizo una pausa pronunciada—. Y a Jinx riéndose. Riéndose en mi maldita cara —su gesto claro se desvaneció para mostrar una mirada llena de odio—. Quiero arrancarle esa risa de la garganta para siempre. Quiero hacerla pagar, quitarle todo… toda su felicidad.

El muchacho tomó aire, mirando el cuerpo inerte de su compañero.

Todo se debía a Jinx. Ella tenía que pagar por sus crímenes.

—Tienes derecho a odiarla. —Jayce, de nuevo, colocó la mano sobre el hombro de Caitlyn—. Y creo saber hacia dónde quieres llegar con todo esto.

La muchacha fijó su mirada en un punto en el suelo, sin asegurar nada hasta haber considerado todas las opciones, todas las consecuencias.

—Es solo una niña —dijo Caitlyn, tratando de recuperar la razón.

—Puede que sea lo correcto. Tal vez ella no tenga la culpa de nada, pero debe existir una penitencia para Jinx.

Jayce parecía aferrado al plan original que le había propuesto a Silco. Tener a la hija de Jinx significaba tener poder sobre Jinx, un poder que necesitaban obtener a toda costa.

Darle una vida decente a la niña entre las familias de Piltover parecía una recompensa suficiente.

Caitlyn tragó en seco.

—Vi no puede enterarse —advirtió—, jamás lo permitiría. Pero tengo que hacer algo, Jinx no puede quedar impune, ¿lo entiendes?

Jayce asintió. Y luego aclaró la garganta.

—¿Y tienes idea de cómo harás eso? Jinx no será fácil de localizar después de esto, y ya demostró ser peligrosa.

—Sé que debemos estar preparados para su contraataque.

—Será el más violento de todos.

—Tu tecnología Hex debería ser suficiente.

—No, esta vez no, Cait.

Jayce parecía convencido. Y, ante la mirada desmoronada de su amiga, volvió a tomar la palabra.

—Después del ataque a la fábrica de Brillo, supe que Piltover necesitaba mayor ventaja sobre Zaun, en dado caso de que… comenzara una guerra.

Se puso de pie, rebuscando entre los documentos abandonados sobre la mesa de trabajo un montón de planos plasmados en papel azul con tinta blanca, estirándolos frente a la joven.

—Viktor y yo comenzamos a desarrollar una nueva tecnología que sería capaz de proteger a Piltover de los ataques.

—Son idénticos a los guardianes de las fábricas de Silco.

Jayce asintió, ligeramente orgulloso.

—Su diseño es tosco, pero usando el Hex para sustituir el Brillo podemos hacer algo lo suficientemente poderoso como para contener el ataque de Jinx.

—¿Y bien? ¿Tienes los prototipos?

Jayce negó, volviendo a enrollar el plano.

—Era algo que estábamos comenzando, antes de que todo… esto pasara —suspiró, pasándose los dedos entre el cabello—. Si buscas llenar un arsenal con ellos, tendríamos que hacerlo a expensas del Consejo, nunca lo aprobarían. Puedo hacer los suficientes solo, pero… me llevará tiempo.

—¿Cuánto tiempo?

—Algunos… años.

—¿Estás bromeando? No tengo ese tiempo, Piltover está exigiendo justicia —exclamó Caitlyn—. ¡Yo quiero justicia! ¿Esperas que le dé a Jinx la oportunidad de huir?

—Espero que le des la oportunidad de bajar la guardia —interrumpió Jayce—. Después de su ataque terrorista estará a la defensiva, esperará que vayamos tras ella, tras su hija, será prácticamente imposible entrar a Zaun y encontrarla. —Tomó a la joven por los hombros—. Deja que baje la guardia en el tiempo en que estemos preparándonos para recibirla, así nunca se lo esperará. No tendrá oportunidad de huir.

 

 

 

Isha recordaba lo que mamá le había dicho una vez.

En ese entonces, aún se mantenían a salvo en su escondite de siempre, dentro del fuerte que cada vez tenía que ser más y más grande porque Isha, aunque seguía siendo pequeña, ya no era así de pequeña.

Jinx volvía tarde de una misión, una que Sevika había insistido era necesario que ella solucionara. La muchacha había accedido más para probarse a sí misma que seguía manteniendo su chispa, que por ayudar a Sevika.

Cuando volvió a la habitación, todo estaba de cabeza.

Isha lloraba al centro del desastre, abrazando los dos conejos de felpa que desde pequeña la habían ayudado a disipar su tristeza.

Mamá se puso de pie frente a ella, con las manos en la cintura. Ni siquiera estaba segura si debía reñirla o no, más bien le daba curiosidad averiguar cómo una niña de su tamaño había podido voltear toda una habitación en solo unas horas.

Aceptaba que se sentía ligeramente orgullosa.

Isha por fin notó la presencia de su madre y se lanzó a abrazarla por la cintura.

“No te encontré. No te encontré por ningún lado”.

Sorbió la nariz y volvió a pegarse a ella.

La joven sacó aire de los pulmones con una sonrisa resignada y se arrodilló frente a Isha. La niña se aferró agresivamente a sus brazos.

Jinx comprendía bien que Isha no soportaba estar lejos de ella, había sido así desde que era una bebé. Pero no podía culparla, después de todo, desde que nació y hasta ese momento, solo se tenían la una a la otra.

La alejó ligeramente de su cuerpo, manteniendo sus brazos aún rodeándola y la miró con una sonrisa dulce.

—No es necesario que me busques —dijo, secando sus lágrimas—. Cuando no logres encontrarme cerca, solo espérame, yo iré a buscarte a donde sea que estés.

Isha despegó sus propias manos del pecho y le hizo una única pregunta.

“¿Aunque estemos muy, muy lejos?”.

—Aunque estemos a mundos de distancia.

Y besó la punta de su nariz.

 

 

Esta vez… Isha había dejado a mamá atrás.

En cuanto escuchó el eco de los disparos a su espalda, segundos después de haberse alejado de ella, se tentó a volver. Pero había notado la mirada de mamá justo en el momento en que la ayudó a entrar en el ducto, la mirada que acompañó al tacto de su mano dejando ir la de ella.

Una mirada que fingía no estar aterrorizada.

No era común ver el miedo reflejado en los ojos de Jinx, su propia naturaleza solía impedírselo. El problema era que, al dejarla partir, había dejado todo al destino, a la jodida suerte.

Odiaba dejar las cosas al azar, sobre todo si se trataba de la vida de su hija.

Isha ajustó la capucha alrededor de su cara y se adentró todavía más en el ducto. El piso húmedo le recordaba los callejones que recorría por las noches, siempre de la mano de mamá. Donde, sin importar el frío o la oscuridad, se sentía a salvo.

Desde que tenía memoria, su madre siempre había procurado mantenerla segura, le ayudaba a ahuyentar el miedo cuando era demasiado fuerte, y la acompañaba en la soledad.

Esta vez, Isha debía seguir por su cuenta.

La corriente de aire se sentía como un roce suave en la cara. Suave y frío como el tacto de su madre.

Porque la piel de Jinx estaba siempre helada, posiblemente por el Brillo que le recorría las venas; pero, cuando abrazaba a Isha, cuando rodeaba su pequeño cuerpo con sus brazos y la acurrucaba contra su pecho, ese era el lugar más cálido del mundo.

Las silenciosas lágrimas de la pequeña resbalaron por su rostro, perdiéndose en la oscuridad de sus pisadas. Le aterraba la soledad y le aterraba estar lejos de Jinx.

Sabía que mamá iría a buscarla, a dónde sea que estuviera, pero justo ahora… solo quería que la abrazara más que cualquier otra cosa en el mundo.

Debía ser valiente, porque mamá se lo había pedido. Y ella no quería decepcionarla.

La bifurcación al frente por poco la dejaba paralizada. Mamá no solía permitirle andar sola entre las calles de Zaun, y los ductos apenas alcanzaban a iluminarse por la luz del sol que atravesaba las grietas en ellos.

Estaba demasiado asustada como para poder decidir qué camino seguir.

Con las manos trémulas y pegadas a su pecho, retrocedió unos pasos, siendo poco a poco invadida por la desesperación, hasta que cayó de espaldas al suelo enlodado.

Elevó la mirada sobre su cabeza.

Bingo.

El techo del ducto tenía manchones de pintura verde, tal y como mamá le había dicho. Un ligero rayo de esperanza iluminó su mirada.

Ahora solo debía llegar hasta donde Ekko estaba.

Solo esperaba que él la recordara, porque la verdad era que lo único que tenía la niña a su alcance era la confianza ciega en el instinto de su madre.

Recordaba un poco el rostro de Ekko, pero lo que Isha realmente atesoraba era el sonido de su voz. Recordaba la voz de un muchacho calmándola en la oscuridad de un lugar desconocido.

Ese debía ser él.

Y si era tal cual lo recordaba, seguramente él la mantendría a salvo hasta que mamá llegara, ¿verdad?

Temblaba con cada paso dado, el aire se sentía cada vez más húmedo con un peculiar olor a tierra. Isha arrugó la nariz, seguro no tardaría en llegar.

Justo cuando sus pupilas estaban comenzando a adaptarse a la luz, sintió unas manos rodeando su cintura y elevándola del suelo.

¿Acaso era Mamá?

¿Había logrado librar a los matones así de rápido?

La niña giró la vista, dispuesta a abrazarla, cuando se topó con unos arrogantes ojos azules.

No. No era mamá.

La desconocida la observaba sin emoción alguna, la mantenía despegada de su cuerpo como si temiera que fuera tan peligrosa como su madre. Isha no podía reconocerla, y tampoco el uniforme que llevaba puesto.

Jinx había mantenido la existencia de los Vigilantes a raya cuando se trataba de Isha. Porque una cosa era mantenerla a salvo de los peligros comunes en Zaun y, otra muy distinta, era compartir con ella lo que los Vigilantes significaban para el resto de las personas, lo que significaban para ella.

Para Jinx no era necesario que Isha supiera de ellos si jamás tendría que toparse con uno.

Isha intentó separarse de su feroz agarre, pero lo único que logró fue tirar la placa de la muchacha al suelo sin que ella siquiera lo notara.

Estaba aterrada. No quería alejarse del ducto, no quería alejarse del camino que mamá le había dado, porque si se alejaba demasiado…

Si se alejaba… mamá no lograría encontrarla.

 

 

 

—¡Jinx! ¡Jinx! —la llamó Ekko, sacándola abruptamente de sus pensamientos—. ¿Escuchaste lo que te dije?

Jinx rodó los ojos.

—Algo sobre —se detuvo en seco, mirando a Heimerdinger—. ¿La bola de pelos de dónde salió?

El yordle arrugó la nariz, ofendido.

Después de que fuera expulsado del Consejo había llegado hasta el refugio de los Firelights gracias a Ekko, lo demás era historia que a Jinx no le interesaba mucho saber.

—Mencionó que había encontrado una placa —dijo Heimerdinger, aclarando la garganta.

Jinx la estiró hasta él, con un gesto de repudio hacia el objeto.

—Conozco bien este escudo —siguió Heimerdinger, analizándolo—. Pertenece a la casa Kiramman.

—¿Kiramman? —cuestionó Ekko.

—La única Vigilante que podría haberla perdido, Caitlyn Kiramman —suspiró el yordle, devolviéndole la placa a Jinx—. Su madre murió en el accidente que usted provocó hace tres años.

Jinx divagó la mirada en la placa y luego frunció el ceño.

—Como sea —resopló, poniéndose de pie e ignorando el pinchazo en el pecho que acababa de sentir—, solo estoy perdiendo el tiempo. Tengo que ir a buscar a Isha.

—No podrás hacerlo sola —objetó Ekko—. Heimerdinger mencionó que mañana será el memorial por el aniversario luctuoso de los concejales, podremos hacer una distracción, aprovecharla para rescatar a Isha. Si vas ahora… te estarán esperando.

—No soy idiota, Ekko —protestó Jinx—, sé que todo esto es una maldita trampa. Pero no voy a dejarla sola en ese lugar, no me importa lo demás.

Ekko la tomó por el brazo, deteniendo su avance.

—¿Qué pasará si mueres? —preguntó—. ¿Te parece que alguien más arriesgaría su vida por la de ella, así como si nada?

—Tú lo harías.

El corazón de Ekko se detuvo por un segundo, ¿le estaba cargando una responsabilidad que… de hecho, él ya se había adjudicado?

Por supuesto que lo haría, intentaría salvarle la vida a Isha una y otra vez.

Rescataría a la hija de Jinx incluso si se le fuera la vida en ello.

Pero no iba a aceptarlo, no ahí, no en ese momento.

—Isha no soportaría perderte —dijo, con la voz clara.

—No planeo morir —aseguró Jinx—, no voy a dejarla sola.

—Espera solo un poco más. Espera hasta mañana —suplicó Ekko.

—¿Qué pasa si no tiene hasta mañana?

Fue en ese momento en que la áspera y vacía voz de Mylo retumbó en sus oídos, forzándola a separarse del agarre de Ekko.

“¡No tiene hasta mañana! ¡La matarán antes de que llegues!”.

Jinx cubrió ambos oídos con las manos para evitar que la siguieran atormentando un revoltijo de voces con tonos estáticos y crudos.

“Eres huérfana a causa de los Vigilantes. ¿Cómo se le llama a una madre que ha perdido a su hija por la misma razón?”.

Su entonación tosca y burlona le erizó los cabellos a Jinx, y justo cuando estuvo a punto de gritarle que se largara, volvió a sentir el tacto cálido de Ekko rodeando sus muñecas.

Levantó la vista para toparse con su mirada castaña.

El muchacho separó con cautela ambas manos de la cabeza de Jinx, sin apartar la vista de su rostro desbordado en emociones negativas.

Habían pasado tres años desde la última vez que se vieron, desde la última vez que había tenido contacto con ella o con Isha, y en ningún momento dejó de pensar en la niña.

No alcanzaba a dimensionar la angustia que sentía Jinx, pero la entendía.

—Si muero —murmuró Jinx, con la voz trémula—, no te atrevas a dejarla desprotegida.

—Jinx…

—Te necesito —interrumpió ella—, más de lo que estoy dispuesta a aceptar.

 

 

Pero, por más que necesitara ayuda, Jinx no podía seguir esperando, no podía dejar a Isha un solo día más en Piltover. Heimerdinger le había dicho que posiblemente Caitlyn mantenía a la niña en algún tipo de “arresto domiciliario” en su mansión, porque enviarla a Stillwater sería demasiado para una niña tan pequeña, y Jinx no deseaba averiguar de lo que Caitlyn era capaz de hacerle o no a su hija.

Su bebé estaba perdida en una ciudad que detestaba. No había manera de que estuviera tranquila con eso.

Cuando llegó a la mansión Kiramman, la sensación de un mal presentimiento le tamborileó en el pecho. ¿Sus acciones eran las que la habían estado guiando hasta ese momento?

Al carajo la ironía.

Se escabulló hasta las ventanas traseras, y entró a la casa por una de ellas. Justo de la misma forma en que había entrado para secuestrar a Caitlyn cuando todo eso le había parecido una buena idea.

Atravesó los corredores oscurecidos por la noche, cuando de frente divisó un enorme retrato de Cassandra, cubierto por una delgada tela negra.

Tragó en seco al recordar las palabras de Heimerdinger, ella había asesinado a la madre de Caitlyn.

La Vigilante tenía razones para odiarla, debía admitirlo, pero Isha no tenía la culpa de eso.

—Baja el arma —escuchó a su espalda.

Jinx se giró de golpe, preparando el dedo en el gatillo.

Pero solo encontró el aterrado rostro de su hija.

Dos Vigilantes la tenían como rehén, la mujer de cabellera anaranjada cargó el arma con la que le apuntaba, mientras el otro, un hombre corpulento y de barba poblada, mantenía a Isha inmóvil.

Jinx dejó caer la pistola y la pateó con la punta del pie hasta ellos, elevando ambas manos sobre su cabeza.

Caitlyn salió detrás de ella, tomándola por las muñecas, llevándola contra la pared y esposándola detrás de la espalda.

Isha chilló en cuanto vio a su madre siendo sometida por la mujer que antes se la había llevado. Intentó correr hasta ella, pero el hombre Vigilante la había retenido sin esfuerzo alguno.

—¿Qué pasará con la niña? —preguntó él.

Caitlyn la miró de reojo.

Los fieros ojos de Isha le sostuvieron la mirada, tenía la osadía de su madre, era evidente, a pesar de ser tan pequeña. Si seguía el mismo camino que Jinx, alguien terminaría matándola.

La niña era demasiado inocente como para saber distinguirlo.

—Encuéntrenle un buen hogar. Tendrá que olvidarse de su madre tarde o temprano.

Jinx gruñó, pero intentar pelear en ese momento solo terminaría alterando más a Isha y era lo último que deseaba. Su instinto le suplicaba a gritos que no permitiera que la angustia siguiera dominando a su hija.

Tenía que impedirlo.

Suavizó su mirada en cuanto se cruzó con la de la pequeña.

—Tranquila —le dijo, forzando una sonrisa para reconfortarla—. Todo estará bien.

 

 

Caitlyn la llevó a rastras hasta la explanada de la Torre Principal de Piltover. El sol había comenzado a salir y ya había un tumulto de gente esperando impacientes lo que se aproximaba.

Ese año, el memorial hacia los concejales caídos se celebraría en un espacio abierto. Un espacio donde todos los que lo desearan pudieran ver a Jinx pagando por sus crímenes.

Caitlyn había mantenido la llama de la venganza ardiendo en su interior por todos esos años, años en los que Violet se había enfocado tanto en hallar a su hermana que ni siquiera lo notó.

El inefable deseo de destrucción de Caitlyn parecía incluso superar los sentimientos que albergaba por Vi, a quien mantenía ignorante de todo lo que sucedía.

Porque Violet realmente no tenía ni idea de que su hermana estaba a punto de ser ejecutada públicamente como “castigo” por sus fechorías.

Caitlyn lanzó a Jinx justo al centro de la explanada. La menor elevó la vista, con las manos esposadas en su espalda.

Los espectadores parecían impacientes, con miradas encendidas.

La respiración de Jinx trepidaba en su pecho al darse cuenta que todos ahí querían verla muerta.

Caitlyn se colocó de cuclillas frente a ella, elevando su mentón con la punta de la escopeta.

Magenta y azul se encontraron y, de haber podido, se habrían asesinado en ese mismo instante.

—Sabías que terminaría de esta forma y aun así viniste —dijo la Vigilante.

Jinx no vaciló su gesto, jamás se sumió ante la desesperación. Entornó los ojos con una sonrisa desdeñosa, burlándose de ella.

Caitlyn, molesta, le volteó la cara con un golpe de la culata de su arma.

Jinx soltó una risilla socarrona y la miró de reojo.

—¿Te hace sentir fuerte? —escupió la sangre de su boca—. No eres más que una cobarde de mierda.

Porque, incluso a ese punto, aun teniéndola esposada y en desventaja, mantenía prisionera a una niña inocente que podía ser su boleto ganador.

Caitlyn volvió a golpearla, esta vez volteándole la cara al lado contrario. Jinx sonrió con los dientes cubiertos en rojo.

La multitud parecía entusiasmada.

—Ellos quieren sangre. —Caitlyn la tomó por el cuello de la ropa—. Tu sangre.

Jinx podría jurar que, de no ser por el Brillo en sus venas, ya se habría desmayado hacía un rato.

De cualquier forma, jamás le daría el placer a un Vigilante de verla suplicar por su vida.

—Será difícil de limpiar después —se burló, clavando una mirada asesina en Caitlyn—. No podrás borrar el rastro con tanta facilidad.

Caitlyn gruñó, dejándola caer al suelo, preparó su arma y le apuntó con la escopeta entre los ojos.

Jinx elevó la mirada, sin mostrar temor.

Manteniendo en su mente el recuerdo fijo de su hija, el recuerdo de lo único que la mantenía con los pies en la tierra, lo único que la había mantenido con vida hasta ese momento.

Isha, su indefensa e inocente Isha.

Caitlyn tiró del gatillo.

Y, un segundo antes de que la bala saliera en dirección a Jinx, la escopeta fue desviada por otro ataque, provocando que el proyectil únicamente rozara su mejilla, sacándole un hilillo de sangre.

Las esposas de Jinx se partieron por la mitad.

—¡Mierda, son los Firelights! —gritó uno de los Vigilantes.

Jinx buscó en el cielo, entre el montón de lucecillas verdes que se desplegaban como luciérnagas por las nubes, encontrándose con los ojos de Ekko.

El muchacho volvió a lanzarse sobre Caitlyn, alejándola de su arma, y extendió la mano para subir a Jinx al deslizador.

Los demás Firelights soltaron pequeñas explosiones a lo largo de la explanada para ahuyentar a la multitud de civiles. El humo verdoso comenzó a disipar a la gente.

—Debí suponer que harías algo así de estúpido —se quejó Ekko, y la miró por el rabillo del ojo, entregándole su pistola que había logrado recuperar de uno de los Vigilantes caídos—. Encuéntrala.

Descendió unos pocos metros, permitiendo que Jinx lograra aterrizar entre todo el disturbio.

—Hagamos la ciudad arder, Salvador —le dijo ella y luego dio un salto en seco.

Jinx corrió entre el humo de las explosiones y el calor que se sentía en el aire, el ruido de los gritos era prácticamente ensordecedor. Debía encontrar a Isha antes de que se viera envuelta en todo el caos.

Pudo notar a Violet deteniendo a Ekko de un golpe, unos metros lejos de ella, él la miraba dispuesto a defenderse. Si la lealtad de Vi había cambiado hacia Piltover, entonces él podía poner la suya en dirección a Jinx y la niña que querían recuperar.

Una bomba de humo explotó junto a la joven de cabellera azul, llamando su atención.

Lo que vio después la dejó paralizada.

Un escuadrón de enormes robots movidos por Hextech se abría paso entre la batalla. Medían al menos tres metros y podían destruir un muro de concreto con solo un golpe.

Jinx tragó en seco.

Maldita sea, Sevika tenía razón.

Piltover se había preparado para recibirla tal y como merecía.

Scar cayó frente a una de las máquinas, que elevó el brazo metálico hasta su cara. Jinx disparó para detener el ataque, llamando su atención.

Pero las balas no eran suficiente.

El robot se giró violentamente, Jinx logró esquivar el ataque de un salto, aterrizando detrás de él, justo al lado de Scar. Él, malherido, sacó una bomba de entre sus ropas y se la entregó a Jinx.

La muchacha volvió a treparse como pudo sobre la máquina, incrustando la bomba dentro de sus engranes y haciéndolo volar en pedazos.

Scar le agradeció con una mirada silenciosa. Jinx no dijo nada más.

Por un segundo, todo el caos a su alrededor pareció quedar en silencio cuando notó a Isha siendo llevada en brazos por Caitlyn hasta la Torre Principal.

Jinx se apresuró a seguirlas, llegando justo a la parte más alta de la construcción.

En cuanto Isha notó a su madre sana y salva se le iluminó la mirada. Caitlyn la mantenía quieta, sosteniéndola por el hombro.

—Ella no tiene nada que ver en esto, suéltala —exigió Jinx—. La que lanzó el misil hacia el Consejo fui yo.

—Me hiciste perderlo todo —replicó Caitlyn—. Debería hacer lo mismo contigo.

Las explosiones abajo solo hacían temblar a la pequeña. La Vigilante retrocedió hacia el borde de la cornisa, intimidada por el mordaz gesto de su adversaria.

Jinx se detuvo en seco al notar lo peligrosamente cerca que Isha se encontraba del borde.

—¡Yo asesiné a tu madre! —exclamó—. ¡La niña no tiene la culpa de eso!

—Lo único que realmente sería un castigo para ti, es perder a tu propia hija —bramó Caitlyn—, porque ni siquiera la muerte sería tan dolorosa.

Caitlyn estaba fúrica, inundada en rabia. ¿Cómo había sido posible que Jinx hubiera logrado voltear todo a su favor? Ahora Piltover estaba envuelto en un caos gracias a ella.

Aferró las uñas en el hombro de Isha.

Jinx frunció el ceño, su mirada desorbitada estaba perdiendo la cordura.

Una nueva explosión se escuchó, esta vez mucho más cerca. Isha apretó los puños y cerró los ojos con fuerza.

Jinx sabía que su hija estaba aterrada, no solamente por Caitlyn, sino por su poca tolerancia hacia los ruidos fuertes e inciertos.

No podía seguir dudando, entre más corría el tiempo, Jinx se sentía más y más acorralada.

—Isha —la llamó desde su posición y luego desvió su atención desde Caitlyn hasta ella—, cubre tus oídos.

Y disparó, a la vez que Caitlyn.

El problema fue que, al tomar impulso, Caitlyn echó a Isha hacia atrás, por mera inercia.

Jinx se lanzó hacia la niña con un destello de luz magenta sobresaliendo de sus ojos.

La bala de Caitlyn había impactado en su brazo, pero eso no le interesaba en lo absoluto.

Quedó con el estómago pegado al suelo, sosteniendo con ambas manos a la niña que había caído al vacío.

La bala dentro de su brazo izquierdo estaba matándola de dolor, pero no cedería su agarre, jamás lo haría.

Después de todo, la que ahora estaba colgando de ahí era su hija, su bebé.

Su bebé estaba en peligro, y ella estaba desesperada por salvarla.

—¡No te sueltes! —exclamó con un grito, ahogando su propio dolor—. ¡Te tengo, te tengo!

La mirada de Jinx se horrorizó en cuanto sintió como Isha se le resbalaba de las manos.

La niña cayó al vacío unos pocos metros antes de ser capturada en el aire por Ekko.

Jinx volvió a respirar al ver al joven aterrizando con la niña aferrada a su cuello.

Pero para Caitlyn todavía no había terminado. La giró en el suelo, dispuesta a volver a atacarla. Jinx la alejó con una patada en el estómago.

Si Caitlyn estaba colérica, Jinx estaba furiosa.

Porque estuvo a punto de ver morir a su hija por su culpa.

Esta vez ya no se trataba de Piltover, de Silco o el Consejo.

La situación ya era personal.

Jinx se lanzó sobre ella, volviendo a patearla para regresarla al suelo. Tomó el arma que había salido volando cuando intentó salvar a Isha y le apuntó directo en la frente.

Por ese pequeño instante, el caos afuera se había centrado en ambas.

Firelights, Vigilantes y civiles zaunitas y piltillos, miraban en total silencio la escena sobre la cúspide de la Torre.

—¡Baja el arma!

Jinx giró la atención hasta el origen de la voz.

Vi la miraba severamente, decepcionada y dolida. Los guantes con tecnología Hex activados, dispuesta a atacarla si se atrevía a tirar del gatillo.

¿De verdad estaba defendiendo a la mujer que acababa de secuestrar a la hija de su hermana?

¿De verdad podía traicionarla de esa manera…?

Jinx ni siquiera intentó articular una explicación, lo que sentía ahora por su hermana había dejado de ser amor.

La lanza de Rictus se clavó en el arma de Jinx, arrebatándosela de las manos.

Ambessa había decidido intervenir por fin, pero a Jinx ya no le quedaban más fuerzas.

Le lanzó una última mirada a su hermana y saltó por la cornisa, apoyándose en las columnas para llegar hasta el suelo.

Desapareciendo junto a los demás Firelights.

 

 

Al aterrizar dentro del refugio, Jinx por fin pudo notar que el agarre de Isha alrededor de su cuello no cedió ni un poco. De hecho, temblaba bastante.

Y es que la niña no quería volver a alejarse de su madre, ¿qué pasaba si al hacerlo las volvían a separar?

¿Y si volvían a llevársela lejos?

Jinx se arrodilló, poniendo los piecitos de Isha en el suelo y la alejó de sí con delicadeza.

Utilizó ambas manos para despejarle el rostro de sus cabellos castaños, como lo hacía desde que era una bebé.

La niña fijó sus ojos dorados y enormes en ella.

“Mamá, ¿fui valiente?”.

Preguntó con ligera vergüenza, aguantándose las lágrimas. Jinx frunció el ceño, genuinamente aturdida.

Su hija, su pequeña niña, se había estado forzando a tener una valentía superior a la que cualquier niño debería tener. Ni siquiera cuando estuvo a punto de perderla… se permitió sentir miedo.

Jinx soportó el desgarre en la garganta y dejó salir un llanto silencioso.

Isha elevó las manos hacia su rostro. Jinx sintió sus deditos secándole las lágrimas.

“No llores, mamá. Prometo ser más valiente la próxima vez. Tan valiente como tú”.

Jinx no pudo decir nada, no se sentía capaz. Se le había roto el corazón.

Dejó escapar el llanto con un gesto amargo y se aferró a ella. La niña enredó los brazos alrededor del cuello de mamá. Jinx aferró su agarre a la nuca de su hija, escondiendo su propio rostro en los hombros de Isha.

—Ya no es necesario que seas valiente, ¿de acuerdo? —murmuró en un hilo de voz—. Mamá está aquí, y no dejará que nada malo vuelva a pasarte.

Nunca más.

Antes quemaría toda la ciudad, de nuevo.

Isha elevó la mirada por encima del hombro de mamá. Sus ojos vidriosos y dorados se fijaron en la sonrisa de Ekko.

El muchacho aclaró la garganta, borrando el gesto para disimular.

Pero, entonces, esos ojos insistieron en observarlo atentamente, causándole un escalofrío plagado en recuerdos.

El recuerdo de aquella noche en la oficina de Silco cuando, al verla por primera vez, había quedado prendado a ella. Y cuando, después del terrible malentendido, había tenido que cuidar de ella porque la niña no aceptaba compañía de ningún otro Firelight.

Isha siempre lo había visto con los ojos dorados atentos a él.

Justo como ahora lo hacía.

Ekko se arrodilló en el suelo, a espaldas de Jinx, la joven permitió que la niña se acercara hasta él. Sabía que su curiosidad era poderosa, y Ekko ya se había ganado ese privilegio.

—Has crecido, torbellino —sonrió el muchacho, con un pinchazo en el pecho. La última vez que la había visto aún era una bebé que necesitaba aferrarse al pecho de su madre para dejar de llorar.

Ahora la notaba mucho más audaz.

Isha ladeó la cabeza, frunciendo el ceño.

Esa voz, su voz…

Isha la recordaba, la recordaba de la misma manera en que recordaba la de mamá. Una voz cálida y llena de cariño y calma.

Ekko estiró su mano hacia ella, la niña la tomó. Un recuerdo vago surcó su mente. Todo el tiempo que estuvo con los Firelights, Ekko siempre había tomado su mano para tranquilizarla.

Ahora lo traía de regreso. La misma emoción.

Isha se lanzó contra él, abrazándose a su cuello. Una sensación de familiaridad inundó a ambos, a Isha una de seguridad, a Ekko una de cariño incondicional.

Había vuelto a casa, y ni Ekko ni Jinx permitirían que se la llevaran otra vez.

Harían el mundo arder por esa niña.

Por su niña.

Chapter 12: XII. Cían

Chapter Text

La sensación se había quedado atascada en su garganta, menguando todos los otros pensamientos y emociones que pudo haber experimentado a lo largo del día.

Heimerdinger introdujo las pinzas de disección en la herida de su brazo, sacando la bala abollada de entre su carne.

—Tienes una habilidad increíble de regeneración —notó, observando el objeto metálico y cómo los tejidos de Jinx comenzaban a sanar poco a poco.

Jinx resopló entre dientes.

Después de lo que había pasado, no toleraba que un ex-habitante de Piltover pusiera las manos encima de ella, pero Ekko había insistido y ya no quería darle una preocupación más a Isha.

—Demasiada curiosidad para un cuerpo tan pequeño —escupió la muchacha.

Heimerdinger llevaba un rato sin poder sobrellevar la actitud altanera de Jinx, no estaba acostumbrado, de hecho; porque nadie que lo conociera tenía el valor de faltarle al respeto de ninguna manera imaginable.

El yordle movió los bigotes y tomó una compresa con alcohol, colocándola descuidadamente en la herida de Jinx. Una pequeña lección para la irreverente jovencita.

Jinx soltó un grito agudo.

Isha, que había estado sentada a unos metros lejos de ahí, esperando a que lograran sanar a mamá, dio un salto en seco, posándose frente a Heimerdinger con una mirada severa.

La niña no deseaba que nadie más le hiciera daño a su madre, y justo en ese instante, él lo estaba haciendo.

Jinx la miró, dibujando una sonrisa vulnerable en su rostro.

Tan intrépida, tan valiente, muy a pesar de su tamaño.

Isha se giró hasta su madre, impidiendo que la melancolía se apoderara de su ser, y elevó las manos hacia ella.

Algunas cosas nunca cambian.

No importaba lo valiente que quisiera verse ante el mundo, siempre iba a necesitar a mamá y, muy en el fondo, Jinx realmente deseaba que así fuera.

La joven la sentó sobre sus piernas, no pasó ni un segundo para que Isha terminara recostándose contra el pecho de su madre, aferrando las uñas al cuello de su ropa.

Jinx descendió el dedo hasta los de Isha, separándolos de su puño enroscado alrededor de su escote. Su mano, solo ligeramente más grande que cuando no era más que una recién nacida, se enredó en su delgado dedo.

Tan pequeña, tan, tan diminuta...

Y aún así… podía causarle tanto, tanto miedo. Isha era una debilidad que nunca quiso aceptar, que le aterraba tener. Una debilidad que más pronto que tarde se apoderó de ella, de su corazón, de su ser.

La amaba tanto. Tan infinitamente que sería capaz de cualquier cosa por ella. De hacer el mundo florecer para ella, o de quemarlo si la perdía.

La acercó, pegando la nariz hasta su frente, y luego le dio un beso, para terminar poniendo su mentón sobre su cabeza.

Sin importar el tiempo que pasara, Isha siempre sería su bebé.

Aun si sus piernas ya colgaban de las suyas y no podía ocultar totalmente su cuerpo entre los brazos de su madre, si sus mechones castaños ya eran más largos y sus gestos más variados.

Aun si comenzaba a entender el mal que habitaba en el mundo, aun si comenzaba a tener más miedo de su entorno, todavía…

Todavía seguía siendo su bebé.

Ekko entró a la habitación y, para sorpresa de Jinx, venía acompañado de Sevika.

El muchacho había ido a La Última Gota, específicamente para buscar varias cosas que Jinx e Isha pudieran necesitar durante su estadía en el refugio de los Firelights. Porque sí, Jinx había accedido a quedarse un tiempo, al menos hasta que bajara un poco el peligro en el exterior para ella y para su hija.

Ella solo quería un poco de paz, unos cuantos días para descansar de la constante huida a la muerte.

Pero Sevika no estaba ahí con la intención de aprobar sus tan anheladas vacaciones, y cuando se topó con Ekko saliendo de la habitación de Jinx por el ducto de ventilación, lo obligó a llevarla hasta la ubicación de la joven.

Ekko había comprendido que la guerra entre Silco y los Firelights estaba cada vez más abandonada, Piltover era sin duda alguna el objetivo principal.

Sevika lanzó un cartel de recompensa con el rostro de Jinx a los pies de la joven madre.

—Te dije que no tardarían en comenzar a buscarte —gruñó—. Los Carriles están tapizados con esta basura. Parece que tu numerito de hace unas horas en Piltover ya está dando sus frutos.

—Los Vigilantes asediaron las calles —continuó Ekko—, tan pronto nos largamos de Piltover, debieron haber intentado alcanzarnos, colocaron los carteles mientras tanto.

—Ahora todo Zaun sabe que los piltillos están pagando por tu cabeza —intervino Sevika, aumentando el tono de su voz—. Es el momento para movernos, Jinx.

Jinx sintió un siseo en la nuca, un destello de una alucinación a punto de ser expulsada de su psique. Cerró el puño, deshaciendo el agarre de Isha hacia su dedo.

—Estoy segura de que con todo esto será suficiente para reclutar aliados en los Carriles, ellos te seguirán, Jinx —enunció Sevika con un ligero atisbe de esperanza—. Seguirán a cualquiera que sea capaz de levantarse contra Piltover.

—No quiero que nadie me siga. —Jinx reacomodó a Isha entre sus brazos—. Solo fui a Piltover para recuperarla, nada más.

Sevika se enteró de lo sucedido. Había escuchado los rumores de que un pequeño grupo de Vigilantes había sido visto escabulléndose por los oleoductos con una niña con vestimenta zaunita. Jamás imaginó que se tratara de Isha hasta que se libró la pequeña batalla con los de arriba.

—¡Jinx! —Sevika había dado un paso al frente—. ¡Jamás tendremos otra oportunidad como esta! ¡Por fin podremos librarnos del jodido yugo de los de arriba!

—¡Me importa una mierda! ¡Entiende que no soy tu maldita perra revolucionaria!

Isha gimió asustada por el tono de voz de su madre, apretando el agarre en su ropa. Sus ojos dorados brillaban con angustia.

Jinx frunció el ceño, no iba a cambiar de opinión, muy a pesar de que su notable cambio de humor hubiera sido controlado por su propia hija.

Ekko resopló, dando un paso al frente, descolgando el conejo de felpa que Jinx le había dado a Isha, de su cinturón, y se lo entregó a la niña.

Sí, aquello había sido lo primero que buscó en la habitación de Jinx en cuanto llegó al sitio.

Isha tomó el muñeco con entusiasmo, llevándolo bajo sus brazos, colocando las manos frente a sus labios, acurrucada todavía en el abrazo de mamá.

Jinx sonrió a la vez que Ekko en cuanto vieron a la pequeña bostezar contra el pecho de la muchacha.

—No soy una revolucionaria, no soy una maldita líder de guerra —murmuró con voz crepitante y luego miró a Isha—. Solo soy su madre.

Isha le devolvió una cristalina mirada de soslayo. Jinx dibujó una sonrisa maternal.

La niña frotó su rostro al pecho de su madre. Hacía años que Jinx había dejado de amamantarla, pero ese era un gesto que Isha mantenía constante, sobre todo cuando necesitaba el conforte de mamá, porque después de hacerlo, Jinx la cubría con una manta y la arrullaba hasta que se quedaba dormida.

Eso era más que suficiente para darle la paz y seguridad que necesitaba para estar tranquila y dormir sin preocupaciones.

—Duerme un poco, problemita —susurró, besando el crecimiento de su cabello—. Estaré aquí cuando despiertes.

—Jinx —la llamó Ekko, sacando todo el aire de los pulmones.

—No voy a ponerla en riesgo, Ekko —interrumpió tajante ella, tratando de no hacer demasiado ruido, conteniendo la voz ahogada en su garganta—. Es solo una niña. Mierda.

—No hacer nada la pondrá en mayor riesgo —añadió Sevika, también conteniendo la voz para no despertar a Isha, porque sabía que, de hacerlo, la enfurecida madre arremetería contra ella.

—Ya la he puesto en peligro durante toda su vida. Ya no quiero hacerlo más —Jinx se notaba exhausta a leguas—. Lo único que quiero es estar en paz con mi hija.

Sevika soltó un resoplido al aire, pellizcándose el puente de la nariz.

Antes de que Jinx aceptara ser la madre de esa niña, no hubiese sido difícil convencerla. Pero desde que la muchacha había acogido su maternidad, no hizo otra cosa que no fuera poner a Isha por encima de todo.

Las cosas que se habían suscitado a su alrededor no siempre fueron consecuencia de sus acciones sino de todo el contexto social en su entorno.

—Se rumora que los Vigilantes podrían volver a bajar —soltó, casi sin querer continuar al notar la mirada fulminante de Jinx—. Si llegan a traer esas cosas hasta Zaun…

El mismo siseo de antes le volvió a escupir en la nuca, esta vez acompañado por la voz hueca de Mylo.

“Si traen esas cosas hasta acá abajo, ni siquiera tú podrías hacer algo al respecto”.

Jinx aferró sus dedos al cuerpo de Isha, como si temiera que en cualquier momento fuera a desaparecer de entre sus brazos.

Pero no dijo nada más, centró toda su atención en convencerse a sí misma de que Isha en ese preciso instante estaba bien, que las dos estaban bien y que ella seguía a su lado.

Sevika salió azotando los pies y la puerta detrás de ella. Dejando detrás un estruendo que hizo que Isha se sobresaltara, retorciéndose en los brazos de su madre, soltando un leve sonido con el ceño fruncido.

Abrió sus ojos, angustiada. Jinx le sonrió desde arriba.

—Tranquila, aún estoy aquí.

Isha entornó los ojos con una sonrisa cerrada y volvió a acurrucarse para seguir durmiendo.

Ekko guardó silencio, ¿qué más podía decir? Jinx había buscado batalla toda su vida, moviéndose por el odio y el rencor, la antigua Jinx habría hecho lo que fuera necesario para enfrentarse a los piltillos, pero ahora… ella solo quería dejar todo atrás, quería hacerlo por Isha.

Jinx permanecía con el ceño fruncido fijo en la niña. Ekko se acercó a ella, arrodillándose a su lado y captando de inmediato la mirada alerta de la muchacha.

Él ni siquiera la observó, desató los zapatos de Isha y se los sacó con cuidado para no despertarla y dejar que descansaran sus pies.

Jinx levantó las cejas.

—Sabes que puedes recostarla en la cama, ¿verdad? Hoy haré guardia así que pueden dormir aquí, lo necesitan —mencionó Ekko—. ¿Quieres que te ayude a llevarla o…?

—No —interrumpió Jinx, abrazando más a la niña—. Quiero quedarme así un poco más… Solo un poco más.

Porque, de no hacerlo, su mundo se desmoronaría.

Ekko se dirigió a la puerta, notando el tembloroso agarre de Jinx hacia su hija.

—Aquí está a salvo, Jinx. Nadie te la va a arrebatar.

La joven resopló por la nariz, sin darle mucho crédito a sus palabras.

—Lo digo en serio. Yo me aseguraré de eso —terminó él.

 

 

Temprano, mucho antes de que los demás Firelights se despertaran, Jinx se levantó de la cama, aún adormilada separó los deditos de Isha de su ropa, y se sentó a sus pies.

La observó dormir tranquilamente, acomodó sus cabellos detrás de su oreja, delineando con delicadeza sus pequeñas facciones.

No dejaría que volvieran a alejarla de ella. Jamás la dejaría. Isha era todo lo que tenía, todo para ella. Ni siquiera estaba segura si Isha comprendía el inmenso amor que su madre sentía por ella, pero Jinx hacía todo lo posible por demostrárselo.

Por demostrarle que, sin ella, se moriría.

Jinx acomodó la manta sobre su cuerpo, abrigándola lo mejor que Isha se lo permitió, porque en cuanto volvió a sentirse cubierta, lanzó la manta a sus pies. Jinx resopló con una sonrisa y volvió a cubrirla, esta vez besando su sien para tranquilizarla y que se quedara quieta.

La niña sonrió entre sueños y, solo así, Jinx pudo salir a hurtadillas de la habitación.

El refugio de los Firelights era un lugar hermoso, tenía que aceptarlo (aunque no fuera en voz alta). Los corredores abriéndose paso entre las construcciones de cemento, entremezclados con la madera y las hojas que caían del enorme árbol al centro. La luz que se filtraba del último rayo de luna era casi irreal.

Jinx sintió un escalofrío al llegar hasta el mural con todos los rostros de las personas que había perdido. De las personas que ella había asesinado.

De no haber sido acogida por Silco, ¿habría terminado ahí con… Ekko?

El corazón se le aceleró.

Él ni siquiera sabía que ella había matado a toda su familia. Tal vez era mejor así, lo último que le faltaba era que también la odiara por eso, como si no hubiese hecho ya suficiente por ganarse su rencor. Si Ekko llegaba a enterarse… ¿podría perdonarla?

Isha no existiría tampoco, todo hubiera sido distinto.

La vida, ¿habría sido menos difícil?, ¿habría dolido menos?

Una corriente helada le erizó los vellos de los brazos, obligándola a abrazarse a sí misma.

La vida habría sido distinta, sin duda, pero no hubiera dolido menos.

Porque la vida dejó de doler el día que Isha llegó al mundo.

Apretó los puños, fijando la mirada en la Powder dibujada en el mural.

—¿No puedes dormir? —Ekko se acercó hasta ella, sobresaltándola.

—¿De qué hablas? Ya es de día.

—Ah… Estoy bastante seguro de que mientras el sol no salga, todavía sigue siendo de madrugada —se burló él.

Jinx rodó los ojos. Ekko sonrió, mirando en la misma dirección que ella.

—Cuando traje a Isha hacia acá, todos los días, sin falta, miraba esa pintura. Nunca entendí por qué, pero ahora lo hago —observó de reojo a Jinx—. Solo estaba buscando a su madre.

Ambos cruzaron miradas.

Los nervios de Jinx se pusieron de punta, como una brisa helada calándole la piel, pero el viento ya había cesado. Una opresión en el pecho, un paso hacia atrás, dispuesta y deseosa por salir corriendo.

Ekko volvió su atención hacia el mural.

—Nunca debí… haberla separado de ti.

Jinx bajó la mirada hasta sus dedos nerviosos y suspiró.

—Ya hace años de eso, niño salvador. Además, de no haberlo hecho, tú y yo seguiríamos siendo enemigos y ella tarde o temprano se quedaría sola, porque yo ya estaría muerta.

Un silencio pronunciado inundó la atmósfera y luego Ekko aclaró la garganta.

—Tú y yo… aún seguimos estando en bandos distintos —explicó con una voz tenue—, mientras sigas manteniendo el legado de Silco, una vez que termine la guerra con Piltover…

Ouch.

—Lo sé —escupió Jinx.

—Esto es una…

—¿Tregua momentánea?

—Solo estoy saldando una deuda, por haberme llevado a Isha, es todo.

—¡Ja! ¿Entonces debería comenzar a preocuparme porque cortes mi garganta durante la noche?

—¡No! Yo nunca…

—¿Entonces qué, Ekko? —Jinx dio un paso hacia atrás, bastante molesta—. ¿De verdad piensas en, un día futuro, dejar a Isha huérfana? ¿Convertirla en uno de tus estúpidos Firelights?

—Yo… no…

Jinx se mordió la lengua, no podía borrar el gesto en su cara. Un gesto repleto de irritación. Y luego destensó los hombros, agotada de repetir el mismo patrón.

Una y otra vez.

—Pensé… que podía confiar en ti.

—Jinx…

—Olvídalo.

 

 

Jinx volvió a la habitación, echando humo por las orejas, sin reparar si quiera que cuando llegó, la puerta ya estaba abierta, a diferencia de como la había dejado cuando salió más temprano.

Se dejó caer sobre el colchón, tentándolo para poder tomar a Isha en un abrazo, como consuelo, cuando notó que estaba vacío y las sábanas echas un desastre.

—¿Isha?

Se puso de pie de un salto. Buscó debajo de la cama, detrás de la puerta y junto a los muebles, pero no encontró rastro de ella.

—Me estás jodiendo, me estás jodiendo —bramó angustiada—. No puede estar pasando otra vez.

“Ahí vas de nuevo, la perdiste otra vez. ¿Cuándo será el día en que la pierdas definitivamente?”.

Mylo se había sentado en la cama frente a ella, ladeando la cabeza macabramente. Jinx podría jurar haber visto una sonrisa en su grisáceo rostro.

—Cállate. No puedo dispararte aquí adentro.

“¿Por qué no? ¿Te preocupa que el hombrecito se moleste contigo? Él mismo aceptó que no eres más que una cucaracha en su camino, de no ser por Isha…”

—¡NO digas su nombre! —interrumpió Jinx—. No te atrevas a poner su nombre en tu maldita y tiesa boca.

Jinx salió de la habitación, intentando dejar a Mylo atrás, pero éste la siguió por todo el corredor, mientras ella buscaba incansablemente a Isha a lo largo del refugio.

“Madura de una vez, Jinx. Acepta la realidad. No eres apta para cuidar de esa niña, tarde o temprano ella saldrá muy lastimada por estar contigo o…”.

—No te atrevas —gruñó Jinx, parándose en seco.

Mylo dibujó una sonrisa hueca a su espalda.

“O terminará muerta”.

Jinx se giró de golpe, elevando su arma directo a la cara de Mylo. Los desorbitados ojos de Jinx pronto se dieron cuenta que su hermano había desaparecido y en su lugar solo se encontraba una joven Firelight que había decidido tomar ese camino por mera coincidencia.

La chica se tiró de rodillas al suelo, cubriéndose la cabeza, temiendo por su vida, por lo que podría sucederle si Jinx decidía tirar del gatillo.

La respiración agitada de Jinx se notaba a leguas, se sostuvo la cabeza con ambas manos, prendida aun al mango de la pistola. Gruñó entre dientes cuando comenzaron a rodearla un montón de zumbidos y siseos, voces vacías y macabras que se reían de ella.

“Debiste dejar que Silco la llevara con alguien más capaz que tú para ser su madre. Hacer que creciera encariñándose a ti, aun sabiendo lo que podría pasarle, fue cruel, incluso para ti”.

Susurró Mylo una última vez y luego desapareció.

El corazón le palpitó con fuerza, sentía las entrañas enmarañándose en su interior. No había realidad en la que ella pudiera darle la razón a Mylo, así como no había realidad en la que ella pudiera vivir sin Isha.

Tenía que seguir buscando.

Retrocedió a paso lento, regresándole el alma a la joven Firelight que se hallaba en el suelo confundida por su reciente actitud, y salió corriendo.

La aflicción comenzó a ahogarla, ¿qué pasaba si Sevika tenía razón y los Vigilantes habían vuelto por Isha?

No podía creer que estuviera pasando de nuevo, no de esa forma, no ahí. Se suponía que estaban a salvo.

La dejó sola un segundo…

—¡Isha! —gritaba en cada rincón del lugar—. ¡Isha!

… solo un segundo.

Buscó detrás de todas las puertas, en cada abertura, en cada pequeño espacio, pero no podía encontrarla.

Otra vez… no podía encontrar a su bebé.

¿Cómo era posible que su peor pesadilla pudiera hacerse realidad tan frecuentemente? ¿De verdad Janna la odiaba tanto? ¿Esa era la manera kármica en que debía pagar sus crímenes?

¿Perder a Isha una y otra vez?

Antes de poder sentir el sofoco de su ansiedad, los brazos de Isha rodearon su cintura. Su cara pegada apenas alcanzando su vientre.

La respiración agitada de Jinx no se detuvo ni siquiera cuando Isha se separó de ella con una sonrisa y movió las manos, entusiasmada.

“¡Mamá! ¿Gané?”.

—¿De qué hablas? ¿Dónde estabas? —Jinx se tiró de rodillas frente a ella, tomándola por la parte superior de los brazos—. ¿En qué estabas pensando? ¿Por qué no viniste cuando te llamé?

Isha borró la sonrisa mientras sus ojos se cristalizaban.

—¡Estaba muy preocupada! ¡No vuelvas a hacer eso! ¡No vuelvas a…

Jinx por fin notó el gesto de la niña y cayó en cuenta del error que había cometido. Su semblante se suavizó.

No… su semblante tembló.

Nunca le había hablado así.

—Isha…

La niña se separó del agarre de su madre entre lágrimas. Y salió corriendo al centro del refugio, donde Ekko se encontraba planeando la siguiente ronda de vigilancia por los Carriles.

Isha se pegó a las piernas del joven, sacándolo de sus ocupaciones prácticamente de inmediato. Jinx permaneció de pie a unos pocos metros de ellos, el corazón se le hizo pequeño en cuanto el muchacho alzó a la niña en brazos y ésta se abrazó a su cuello ferozmente.

Ekko buscó la mirada de Jinx, después de lo que había sucedido por la mañana lo último que quería era tener más problemas, pero Jinx no parecía molesta, más bien estaba sumamente arrepentida.

La muchacha se encogió de hombros, resignada a que Isha buscara consuelo en los brazos de alguien más.

Mylo tenía razón.

 

 

Horas más tarde, Ekko encontró a Jinx en el comedor, sentada en una de las mesas más alejadas de la entrada, con la cabeza recostada sobre ella, mirando como los hielos bailaban dentro de su bebida.

Un recuerdo de Powder regresó a su memoria. Por un momento notó que ella realmente no había cambiado del todo.

Separó la silla a su lado y se sentó sin hacer mucho alboroto.

—Está en mi habitación, leyendo o algo así —dijo. Jinx se encogió de hombros—. Podrías ir y…

—Él tenía razón —lo cortó Jinx, sin especificar mucho de quién hablaba, lo último que quería en ese momento era tener que dar explicaciones—. Debí dejar que Silco la llevara lejos, con una familia que fuera capaz de criarla como ella merecía, no como yo apenas pude hacerlo.

Ekko miró hacia la nada. De cierta forma se sentía algo aliviado de que lo primero que Jinx quisiera hacerle al acercarse a ella no fuera meterle una bala en el cuello.

—Has podido criarla por tu cuenta, deberías darte algo de mérito —dijo—. Sobre todo con cómo es el mundo a tu alrededor.

—Exacto. ¿Isha qué necesidad tenía de pasar por todo eso? Mierda, desde que era una recién nacida su vida ha estado en riesgo por mi culpa.

Escondió el rostro contra la mesa.

—Fui egoísta al quedarme con ella, debí… debí haberla dejado ir. Pero… —su tono de voz disminuyó—, cuando la vi ahí, tan indefensa, mirándome como si el mundo entero quisiera comérsela viva y yo fuera la única que pudiera hacer algo para detenerlo. No sé, solo… solo la quería. La quería solamente para mí.

—Jinx, te he visto arriesgar la vida por ella, ¿te parece que alguien que no sea su madre podría hacer eso? ¿Qué parte en todo lo que has hecho por ella te parece egoísta?

La muchacha giró la cara para ver a Ekko por el rabillo del ojo. Luego volvió a esconderse en la seguridad de la madera.

—Ella solo quería jugar… —sollozó con la voz quebrada—. Nunca le había hablado así… jamás.

Scar apareció en la puerta del comedor, tocando el marco con la punta de los nudillos para llamar la atención de Ekko. Ambos tenían que salir aquella tarde para vigilar las calles, asegurarse de que los Vigilantes no se acercaran demasiado al refugio, sobre todo después de que cerraron la entrada principal y abrieron una nueva para despistarlos cuando casi los descubren al capturar a Isha.

—No lo solucionarás desde aquí. Aceptaste la responsabilidad hace cinco años, ahora enfréntala. Nadie dijo que sería sencillo. —El muchacho se puso de pie y sonrió con ironía—. Estoy seguro de que será más fácil que enfrentar a todo un ejército de piltillos tú sola.

Ekko se marchó, seguido por Scar.

 

 

Jinx volvió a la habitación con el nudo subiendo y bajando por su garganta. Isha estaba sobre el colchón, fingiendo leer un libro que Ekko le había prestado, pero en realidad solo estaba admirando las fotografías.

En cuanto vio entrar a su madre, corrió a esconderse debajo de la cama. Más que asustada estaba triste, Jinx lo sabía, pero eso no le quitaba el peso que sostenía en el pecho.

El juego favorito de toda la vida de Isha habían sido las escondidas, mamá siempre jugaba con ella sin importar el lugar o la hora del día. La pequeña no alcanzaba a comprender porqué de repente mamá se había molestado tanto con ella por jugar.

¿Tal vez ya no quería jugar nunca más con ella?

De cualquier manera, a Isha definitivamente no le gustaba que mamá le gritara.

Jinx soltó un suspiro pesado y cerró la puerta detrás de ella. Sentándose en el suelo, junto a la cama.

—Voy a quedarme aquí, ¿de acuerdo? —dijo.

Y se tiró de espaldas, desparramándose sobre las baldosas de madera, mirando el techo.

Trataba de sacar las palabras de Mylo de su cabeza, pero intentarlo solo la obligaba a repetir aquella época en que ni siquiera podía mirar a Isha a los ojos sin sentir el enorme peso de la responsabilidad sobre sus hombros, cuando sentía que al cargarla por un solo segundo el mundo se le vendría encima.

Si el día que nació hubiese aceptado la propuesta de Silco, si ni siquiera la hubiera visto hambrienta por su amor, si la hubiera dejado ir… ¿Isha habría sido más feliz?

Miró de reojo a su pequeña, escondiendo el rostro detrás de sus manos enroscadas sobre la madera del suelo.

La habría ido a buscar.

Sin duda la habría ido a buscar.

Incluso sabiendo, desde que estaba embarazada, que no faltaría quien quisiera apuñalarlas por la espalda, porque Jinx habría recibido todas las heridas por ella.

Pero… ¿por qué tenía que ser así?

¿Por qué no solo la dejaban en paz? ¿Es que acaso ella no tenía el derecho de vivir tranquilamente con su hija?

Soportó el dolor en la garganta y habló antes de que la voz no le saliera.

—No debí haberte hablado así, no hiciste nada malo. De verdad lo siento.

Era cierto que Mylo había tenido un papel importante en la pérdida de su cordura, pero no era justificación. Isha no tenía la culpa de sus fantasmas.

—Quiero que sepas que, incluso si no me perdonas, yo voy a seguir aquí, para ti. No importa lo que pase o lo que sientas por mí, yo siempre seré tu madre.

Miró de reojo los pequeños dedos de Isha aflojándose, era como si le estuviera dando oportunidad de dar un paso más al frente. Tomó aire con fuerza, inflando el pecho.

—¿Sabes? Cuando naciste, me dabas tanto, tanto miedo que ahora no me explico cómo es que prácticamente me tienes de rodillas rogando por tu perdón —la mirada de Isha se fijó en su madre—. Tal vez es porque al final mi mayor miedo se cumplió y… realmente me debilitaste, o me hiciste más fuerte. Aún no logro distinguir cuál de las dos es la respuesta.

Jinx se giró para mirar a su hija a los ojos.

—Eres mi mayor debilidad, Isha, ¿lo sabías? Haces que la sangre se me hiele, que la respiración me falte y los huesos se me quiebren. Haces que mi corazón se detenga cuando no estás y que se acelere cuando estás conmigo. Eres todo para mí.

Le lanzó una sonrisa más y se levantó de un salto, trepándose a la cama.

Después de unos segundos, Isha salió a rastras de su escondite. Jinx la tomó por sorpresa, cargándola y llevándola con ella sobre el colchón. La abrazó con todas sus fuerzas, aprisionándola con brazos y piernas, haciéndole cosquillas con la nariz.

Isha se soltó a reír hasta las lágrimas en los brazos de su madre.

Jinx se quedó quieta un segundo, repagándose a la niña.

—¿Podrías perdonarme?

Isha se levantó, poniéndose de rodillas sobre el colchón y mirando a Jinx desde arriba.

Asintió y luego preguntó con inocencia:

“Mamá, ¿podremos seguir jugando a las escondidas?”.

Jinx sonrió.

—Sí, niña, solo hazme saber que es un juego la próxima vez, ¿quieres?

La pequeña se lanzó sobre ella, sacándole el aire y un gemido de dolor que trató de disimular.

Isha elevó su mano sin despegarse del cuerpo de su madre, e hizo una seña, estirando los dedos y ocultando únicamente el dedo medio y el anular hacia abajo, y pegó su diminuta mano en el pecho de Jinx.

La muchacha tomó aire para soportar las lágrimas.

—Yo también te amo, pequeña —respondió, acariciando su nuca con suavidad.

La puerta de la habitación resonó dos veces, antes de que un joven Firelight entrara para toparse con la mirada fulminante de Jinx.

—Ekko quiere verte —le dijo y salió antes de que los ojos de la muchacha lo mataran.

Jinx echó la cabeza hacia atrás con un quejido.

—Vamos, enana.

Isha tomó de la mano a su madre, siguiendo de cerca al muchacho hasta el centro del refugio. Jinx estaba bastante segura de que le cobraría caro a Ekko por haber interrumpido la reconciliación con su hija.

Pero Ekko no estaba ahí.

Antes de poder reaccionar, el muchacho que las había guiado, golpeó a Jinx detrás de las rodillas para hacerla caer al suelo. La desarmó y lanzó su pistola a una segunda mujer Firelight frente a ella, quien tomó a Isha por el brazo.

La niña chilló, intentando zafarse de su agarre para volver con su madre.

Jinx tragó en seco. Entre el movimiento de los agresores, logró notar tatuajes familiares. Muy similares a los que los quimobarones solían usar, sobre todo aquel que Sevika había matado años atrás, Finn. ¿Cómo era posible? ¿Es que acaso habían estado infiltrados entre los Firelights desde entonces?

Jinx observó a su alrededor, más Firelights se encontraban entre las ramas del árbol, atemorizados. Desde que llegó a ese lugar había notado que la mayoría de los que se refugiaban ahí no eran peleadores, que ni siquiera habían levantado un arma contra otra persona, pocos eran los que protegían a la comunidad. Ekko era uno de ellos, varios se habían marchado con él aquella tarde.

Y los demás…

Fijó la vista detrás del grupo de matones disfrazados de Firelights. Un montón de cuerpos yacían en el suelo.

… estaban muertos…

—Cuando supimos que la nueva mina de oro de Zaun se quedaría aquí no pudimos aguantar la emoción —comentó el muchacho, rodeando a Jinx a paso lento—. Habíamos estado ocultándonos aquí, pasando información a los quimobarones, pero esto… —sonrió, sacando aire con la lengua en medio de los dientes—. Es mejor, mucho mejor.

La superaban en número, eran al menos una docena, estaba sola, sin ningún arma y con su propia pistola apuntándole directo en la cabeza a su hija.

Isha lloró, estirando las manos hasta su madre. Suplicando que fuera a rescatarla.

—Escuché que a la bebita le dan miedo los sonidos fuertes —se burló el muchacho junto a Jinx—. Que irónico. ¿Eso fue por culpa tuya?

—¿De verdad? —cuestionó sardónica la mujer que mantenía a Isha inmóvil y luego lanzó un disparo al aire. Isha tembló, encogiéndose de hombros—. ¡Ja! Los rumores eran ciertos. Una maestra de las armas con una hija incapaz de escuchar disparos.

—¡Ya basta! —advirtió Jinx.

—No intentes amenazarnos, perra —escupió el sujeto, tomándola por el cuello—. Nadie aquí va a ayudarte. ¡Todos son unos cobardes!

Y la lanzó de vuelta al suelo.

—¿Qué es lo que quieren? —inquirió Jinx, sin dejar de mirar a Isha.

—Divertirnos mientras llegan por ti.

El tipo miró a la mujer y ésta volvió a disparar al cielo, con la pistola pegada al hombro de la niña.

Isha lloró desconsoladamente, completamente aterrada. Jinx sintió un impulso desgarrándole la garganta, intentó correr hasta ella, pero el sujeto no se lo permitió, volviéndola a lanzar contra el suelo. La mujer cargó nuevamente el arma, dispuesta a disparar otra vez.

—¡Espera, espera! —suplicó la joven, tragándose el orgullo por su hija—. Por favor, ya basta, detente... Por favor.

Estaba molesta, pero también desesperada. El amor por su hija podía más que su orgullo, podía más que cualquier cosa.

—¡Vaya! Nunca creí que llegaría el día en que vería a la temeraria Jinx suplicando por algo —se burló la mujer—. Haz que se calle o la llevarás tu misma muerta entre tus brazos. De cualquier forma, a quien quieren viva es a ti.

Jinx apretó la mandíbula hasta que casi se le rompieron los dientes, y tomó aire.

—Isha —la llamó, con una calma tan grande que la niña tuvo que dejar de llorar.

—Sí, es mejor así. Pagarán más por ella si está viva.

—Ella no nació para hacerle ganar dinero a nadie. No es una maldita recompensa que cobrar —escupió Jinx—. ¡Es mi hija! ¡Mi hija, malditos hijos de perra!

Las carcajadas de los matones fueron cortadas por un poderoso zumbido proveniente de entre los ductos que rodeaban el árbol.

Los disparos habían llamado la atención.

Ekko voló directo hasta el matón juntó a Jinx y le soltó un golpe seco en la mandíbula, dejándolo en el suelo.

Jinx corrió hasta la mujer frente a ella, dejando una estela de brillo magenta a su paso. Le arrebató la pistola, separando a Isha y abrazándola con el rostro pegado a su cuerpo, cubriendo sus oídos con la mano libre y disparándole directo entre los ojos a su captora.

Los demás matones intentaron correr, pero el grupo de Ekko los retuvo, dejándolos desarmados e indefensos.

Cuando todo se calmó, Ekko aterrizó junto a Jinx. Analizando de lejos que tanto ella como Isha se encontraran bien.

Jinx se arrodilló, tomando el rostro de su hija entre sus manos, buscando heridas que tuvieran que ser curadas de inmediato, pero no tenía nada, solo un montón de lágrimas pintando su cara y una mirada atemorizada. La niña se abrazó a ella, sin poder contener el llanto.

—Tranquila, tranquila. Ya estás a salvo —murmuró—. Mamá está aquí…

Algo en el pecho de la joven se había sentido como un abrazo cálido que pronto le transmitió a la pequeña.

—Los quimobarones están aumentando sus ataques —mencionó Ekko, aclarándose la garganta—, parece que son capaces de usar todos los medios con tal de llegar a ti.

Jinx lo miró de reojo con Isha todavía abrazada a ella.

—¿Qué hay de los Vigilantes?

—Tampoco tardarán en aparecer. Tenemos que estar preparados.

Jinx se puso de pie con Isha en brazos, pero su cuerpo flaqueó ante los golpes y cayó de lleno al suelo. Ekko logró capturarla en el aire.

—Deberías descansar, sé que te has estado obligando a estar alerta —insistió—, pero vuelvo a asegurártelo, Jinx, nadie va a separarla de ti mientras yo esté cerca.

Jinx elevó la mirada, topándose con los decididos ojos de Ekko.

Realmente parecía preocupado por ella.

Volvió a ponerse de pie como pudo, acomodando a Isha entre sus brazos.

—Tomándote personal el apodo, ¿eh? —se burló y después de unos segundos en silencio recobró el valor suficiente para apenas enunciar en un hilo de voz—. Gracias, Ekko…

 

 

 

—¡Nunca los lideres de Piltover se habían visto obligados a reunirse en los calabozos de la ciudad! ¿Queda claro que nuestro enemigo no es solo esa niña demente? —bufó Salo—. Gracias al Hextech apenas superamos su ataque, nunca pensé que el plan de Caitlyn fallara tan atrozmente.

—No sabíamos que Jinx tenía aliados —enunció Shoola.

Las puertas de los calabozos debajo de la Cámara del Consejo se abrieron de golpe, dejando sonar un estruendo tortuoso. Caitlyn entró dando pasos pesados y secos.

—Jinx nos ha probado ser una molestia persistente y un peligro para Piltover.

—¿Cómo te atreves a… —intentó objetar Salo, pero Caitlyn tomó nuevamente la palabra, sin prestarle atención.

—Ahora que sabemos que tiene aliados no podemos dudar más, tenemos que hacer algo antes de que todo Zaun se levante contra nosotros.

—¿Y cómo haremos eso? —inquirió Mel.

—Llevaré un equipo de ataque a Zaun —siguió Caitlyn—. Tendremos tres objetivos: encontrar a Jinx, desmantelar el Brillo y neutralizar a cualquier agente con lealtad a Silco.

—¿Y qué hará que esta vez no termines con el arma de Jinx apuntándote directo entre las cejas? —volvió a hablar Salo, altaneramente.

Caitlyn dirigió su mirada detrás de ella.

Vi salió de entre las sombras, vistiendo el uniforme de Vigilante que tanto se había rehusado a utilizar.

—Mantendremos a la niña con vida —enunció Caitlyn—. Jinx no tendrá ninguna otra oportunidad. Ni nadie que le guarde lealtad alguna.

La mirada perdida de Violet se clavó en Caitlyn. Ella misma había sido testigo del peligro que su sobrina corría al lado de su madre, si para protegerla debía vender su alma al diablo y eliminar a Jinx de una vez por todas, lo haría.

Lo haría por ella, por Isha.

Aunque Vi realmente no contaba con que Jinx también pelearía con uñas y dientes.

Con un arsenal entero de ser necesario.

Porque Isha era suya y nadie podría arrebatársela jamás.

Chapter 13: XIII. Turquesa

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

La lealtad era algo que escaseaba en los Carriles, Jinx era consciente de ello.

Recordaba amargamente que Silco estaba muerto por confiar en la persona equivocada, por amar a la persona equivocada, por amarla a ella.

Si quería evitarse el mismo destino tenía que ser más cuidadosa, porque amar menos a Isha ni siquiera era una opción.

Había salido de vuelta a los Carriles, después de varios días dentro del refugio de los Firelights.

Decidió confiar en Ekko para que esa tarde cuidase de Isha, la niña no confiaba en nadie más y no le gustaba estar con nadie más que no fueran Ekko o Jinx y, ocasionalmente, Sevika.

Jinx estaba segura que no podía dejar a su hija con cualquier persona, pero muy a pesar del malestar que Ekko solía causarle, sabía que no sería capaz de hacerle daño a Isha, él no era cualquier persona.

“Tú y yo… aún seguimos estando en bandos distintos”.

Era cierto que aquel pensamiento Ekko lo mantenía constante en su cabeza, muy a pesar de lo que era capaz de hacer por ella o por Isha. Estaba bastante segura que todo lo que él hacía era por la niña, de no ser por ella, Jinx habría muerto a causa de él o él a causa de ella.

Jinx tenía que atender un asunto importante, uno que implicaba espiar a Sevika.

No era común en ella, pero tenía que averiguar si podía seguir confiando en la mujer o si el poder le había nublado el juicio. Ahora que Sevika sabía su nuevo escondite, lo último que le faltaba a Jinx era que llevara una nueva artillería de matones comandados por los quimobarones que querían su cabeza en charola de plata.

Así que la siguió hasta la reunión que tenía con esos “líderes” con la cabeza hueca, escabulléndose entre las sombras de la construcción, escuchando todo mientras preparaba en alto el arma, lista para dispararle a todos en el momento en que escuchara lo que suponía que Sevika tendría preparado para ella.

—Pelear por territorio es una pérdida de tiempo —comentó Sevika, de pie frente a ellos—. Es lo que los de arriba quieren. Piltover pronto caerá sobre nosotros, tenemos que estar listos, unir fuerzas.

Margot arrugó la nariz, en señal de desagrado.

—¿Esperas que nos aliemos con ellos? —escupió, mirando a Chross—. Preferiría estar Arriba.

—Aun si nos aliamos, ellos nos superan cuatro a uno —replicó él, ignorando el mordaz comentario de la mujer.

—Eso podrá importarles allá arriba, pero aquí… —siguió Sevika—, ellos no saben nada sobre pelear en las Fisuras.

—Tiene razón —intervino Smeech—, si no nos quitamos a los de arriba nunca duraremos, pero tengo una solución diferente. —Lanzó el cartel de recompensa sobre la mesa—. Les entregamos a Jinx, es lo que ellos quieren. Les damos a la pequeña azul y a su manojo de problemas.    

Jinx tensó todos los músculos, llevando el índice izquierdo directo al gatillo del arma. Sevika azotó el único puño que le quedaba sobre la mesa.

—Ya te lo había dicho. Nosotros no-entregamos-a-nuestra-gente —enfatizó—. Sea como sea, Jinx sigue siendo uno de los nuestros.

La joven espía suavizó su gesto, apartando el dedo del gatillo. Tal vez se había equivocado.

Tal vez no todo Zaun era su enemigo.

Smeech gruñó, acercándose a Sevika.

—Piénsalo bien, has perdido tu toque, justo de la misma forma en que lo hizo Silco antes de morir, estar cerca de ella es enfermizo. Te ofrezco un trato, si nos ayudas a entregar a la pequeña azul, te fabricaré una nueva pieza para ese hueco en tu costado, una de la mejor calidad. Después de todo, un pájaro sin alas no es más que una rata de aspecto curioso.

Jinx fijó su silenciosa atención en Sevika y su gesto implacable, y luego dirigió la vista hacia donde supuestamente iba su brazo prostético. Después de la pelea con Vi nunca pudo arreglarlo completamente, después de todo, no abundaban los ingenieros habilidosos en Zaun.

La muchacha guardó de nuevo el arma y salió a hurtadillas antes de que la reunión terminara y comenzaran a centrar la atención en ella.

 

 

Atravesó las calles oscurecidas debido a la nubla, la capucha grisácea cubriendo su llamativo cabello. Los muros de los callejones tapizados de los carteles con su rostro dibujado como la representación exacta de su ser frente a Caitlyn.

No estaba del todo segura de verse realmente así.

Torció los labios, pero no le prestó demasiada atención. Debía volver con los Firelights, Isha la esperaba.

Escuchó un grito agudo sobre ella, cuando elevó la vista, un fuerte golpe sobre su cabeza la tumbó en el suelo.

Se levantó, dispuesta a arremeter contra su agresor, cuando sus brillantes ojos asesinos se toparon con el rostro de Isha.

Jinx palideció. ¿Su hija le había caído directo en la cabeza?

¿Cómo mierda...?

Alguien iba a morir esa noche.

—¿Isha? —Se apresuró a levantar a la niña, tomándola por las mejillas para buscar alguna herida, moretón, rasguño o peor, pero no encontró nada, literalmente su cuerpo le había amortiguado la caída—. ¿Cómo llegaste hasta aquí?

Jinx realmente estaba haciendo un gran esfuerzo para no correr a asesinar a Ekko en ese mismo instante, cuando escuchó pasos profundos provenientes de los oleoductos por los que había caído Isha.

Los matones de Chross habían seguido a su hija hasta ahí.

A Jinx se le erizó la piel, no todos habían escuchado cómo se miraba la niña, solo sabían que nunca se separaba de ella. Si ellos la habían seguido no fue por ser Isha, sino porque necesitaban reclutar más niños para las minas.

Ni muerta dejaría que se llevaran a su bebé a ese lugar.

Los hombres descendieron de un salto hasta ellas, caminando amenazantes a su alrededor. Isha se pegó más al cuerpo de su madre, sin dejar de mirarlos con terror.

Ellos suponían que podían con ella.

Jinx sonrió.

Supusieron mal.

La muchacha echó la cabeza hacia atrás, dejando caer la capucha. Los matones dieron un salto en retroceso, parecían haber visto un fantasma. No era para menos, Jinx había estado desaparecida desde la muerte de Silco, mostrándose en las calles silenciosa y escurridiza.

—Isha, oídos —dijo Jinx.

Y, en un segundo, pegó la cabeza de la niña a su pecho con una mano mientras con la otra desenvainaba una ráfaga de balas que dejó a los tres hombres muertos en el suelo.

Isha miró a mamá, Jinx sopló el ojo de la pistola, apartando el humo rosado que había dejado tras el ataque.

—Lo sientes, ¿verdad? A pesar de no oírlo —dijo la joven—. Ese… zumbido, detrás de los ojos. Porque sabes que en un momento todo haría… ¡Poow! —sonrió, como si hubiera recuperado una parte de su ser que había dejado atrás hacía años, y sacudió los cabellos de Isha—. Es la mejor sensación del mundo, niña. Vamos.

Se puso de pie, ayudando a la pequeña a seguirla. Isha por fin pudo notar los carteles de mamá pegados por todas las paredes del callejón y un escalofrío le recorrió la piel. Tiró de la capa de Jinx para llamar su atención y los señaló.

—Ah, eso —notó Jinx, sin darle demasiada importancia—. Síp, soy yo. Ahora cualquiera que quiera maldecir a su hermana, su familia o a la sociedad entera, sabrán usar mi tarjeta, ¿eh?

Isha frunció el ceño.

"¿No estás en peligro?".

Preguntó, preocupada y con las manos ligeramente temblorosas.

—Siempre lo estoy —respondió, sin notar la normalidad con la que lo hacía, preocupando más a su hija.

Jinx se agachó a la altura de la pequeña y colocó su capucha sobre su cabeza, la cual arrastraba en el suelo al ser más larga que ella.

—Ha sido así desde antes de que nacieras, estoy acostumbrada. No tienes porqué preocuparte por mamá, ¿de acuerdo?

Tomó la mano de la niña y caminaron a través de los callejones.

—Mejor dime… ¿Ekko sabe que estás aquí?

 

 

Llegaron hasta el arcade, el pequeño escondite que Jinx tenía para desahogarse cuando peor se sentía, aquel que había formado junto a Vi, Mylo y Claggor cuando era niña.

Un incesante golpeteo de nostalgia le alteró el matiz, intentó disimularlo. La pequeña Powder estaría bastante sorprendida de que volviera a ese lugar acompañada de la niña que había dado a luz y que, inevitablemente, le recordaba mucho a ella misma.

Isha se dejó llevar por su curiosidad natural y corrió a inspeccionar el lugar, admirando todos los detalles fluorescentes que sabía que su madre había puesto.

Jinx sonrió ante la inquietud de su hija y se dirigió hasta un estante con cajones desiguales y desgastados, sacando un montón de herramientas, utilizando los restos del robot que utilizaba Violet para entrenar como una fuente infinita de chatarra.

Isha se acercó con curiosidad cuando puso todo el material sobre una mesilla de trabajo. Justo como cuando era una bebé y se trepaba a sus pantorrillas mientras trabajaba haciendo todas las armas de Silco.

"¿Qué haces, mamá?".

—Es… —Jinx se mordió la lengua—, para Sevika.

Isha frunció el entrecejo, confundida. Y antes de que pudiera preguntar algo más, Jinx se le adelantó.

—Se la debo —aclaró—. Después de todo, es mi culpa que haga las cosas a una sola mano, ¿entiendes? —Jinx sintió el vómito volviéndole por la garganta. No estaba acostumbrada a elogiar a Sevika—. Además, creo que no es tan mala como todos creen. Como yo...

Isha sacudió el brazo de mamá, inconforme.

"Tú no eres mala, mamá".

Jinx sonrió, acariciando la mejilla de su hija.

—Sí, es mejor que te quedes con ese concepto.

 

 

Jinx se llevó unas pocas horas en acabar su proyecto, Isha había terminado por quedarse dormida en un sofá medio deshilachado dentro del arcade. Jinx la había cubierto con su capa para protegerla del frío que comenzaba a caer junto con la noche.

Cuando hubo terminado, y después de admirar los resultados con orgullo, observó a su hija con una sonrisa.

Tal vez, con mucha suerte, un día podrían dedicarse solo a eso. A construir basura sin sentido y armas que solo usaran por diversión y no para defensa.

Un olor penetrante inundó el lugar, las ratas comenzaron a escapar del denso gas que pronto penetró sus fosas nasales, dificultándole la respiración. En cuanto sintió el ardor en los ojos y cómo el sofoco incrementaba, corrió hasta el estante, rebuscando entre los cajones hasta que sacó una vieja mascarilla que Violet guardaba ahí en caso de emergencia.

Se apresuró hasta Isha, despertándola al ponerle la mascarilla sobre el rostro. Isha miró a mamá, confundida y asustada. La niña pudo respirar mejor, pero Jinx aún se mantenía en la lucha constante por permanecer con los pulmones limpios del Gris que se esparcía por el arcade como una enorme serpiente de gas verdoso.

Se colgó el recién armado brazo de Sevika a la espalda y tomó a Isha en brazos. La pequeña no comprendía lo que sucedía, nunca había sido testigo del Gris ni de lo que provocaba en las personas, pero mamá le había dicho que se mantuviera callada y con los ojos cerrados, además de quedarse quieta, muy quieta, porque mamá estaba preocupada y no podía respirar.

Jinx trepó a la cornisa del lugar cuando escuchó gente entrando por el cristal roto que fungía como puerta.

Eran Vigilantes.

Jinx tembló. No habían tardado demasiado en volver a buscarla.

Maldita sea.

Antes de poder hacer nada más, la última Vigilante atravesó la puerta, entre el gas y el ardor en los ojos, Jinx pudo distinguir su cabello rosa y los guantes exageradamente grandes que llevaba.

Era Vi.

El corazón de Jinx se contrajo cruelmente. Una cosa era defender a la idiota Vigilante con la que se acostaba y otra muy distinta era convertirse en una.

En una de ellos, una de los idiotas que habían matado a sus padres, que habían volteado Zaun de cabeza, que mantenían el yugo sobre la ciudad en la que había nacido, que casi asesinaban a la última familia que le quedaba y que ahora inundaban las calles con Gris.

No podía ser posible. Violet no tenía perdón alguno, no para Jinx.                                       

Elevó el arma, apuntando a su cabeza cuando la tuvo en la mira, justo debajo de ella. Mientras el gas le consumía los pulmones y la obligaba a contener los espasmos en su garganta que buscaban desesperadamente salir.

Una lágrima abrasiva salió expulsada de sus ojos, cayendo sobre la mascarilla de Vi.

La mayor elevó la vista, Jinx retrocedió, secándose las lágrimas y escondiéndose detrás de otro pedazo de concreto, abrazando con fuerza a la niña en sus brazos. Isha sintió la preocupación de mamá porque su respiración se había vuelto más agitada, y aferró los dedos a su ropa.

Jinx siseó lo más bajo que pudo, acariciando su espalda para calmarla. Debía apresurarse para poder salir con vida de ahí, para poder sacar a Isha de ahí.

Miró la fuente de energía de los objetivos de tiro que tenía cuando era niña y los activó. Luces fluorescentes y un fuerte sonido aturdió a los invasores. Caitlyn creyó ver a Jinx por un segundo y luego la perdió entre el caos desatado.

La Vigilante soltó un grito y disparó hacia los objetos en movimiento frente a ella. Frustrada.

El disparo sobresaltó a Isha, que solo pudo acurrucarse más entre los brazos de mamá. Jinx salió corriendo por la puerta trasera. No sabía si las lágrimas que quemaban sus mejillas como ascuas eran debido al Gris o al hecho de haber visto a su hermana convirtiéndose totalmente en una Vigilante.

Miró hacia atrás, dando un grito agonizante y abrazando a Isha con fuerza.

Estaba decepcionada, devastada.

Isha se separó de ella de un salto, arrancándose la mascarilla de la cara.

"Mamá. Mamá. No llores".

Le pidió la niña, mostrándole su rostro.

"Mira, mira, estoy bien".

—Isha...

Jinx estuvo a punto de tomar nuevamente a su pequeña entre los brazos cuando sintió como jalaron su cabello bruscamente, llevándola contra la pared junto a ella. Isha intentó correr hasta su madre, pero un segundo hombre la retuvo.

Jinx intentó desenfundar su arma, pero el primer sujeto le torció la muñeca, lanzando la pistola lo más lejos que pudo de ella.

La vista todavía nublada, apenas le permitía ver lo que sucedía, lo único de lo que era consciente era que Isha estaba cerca, llorando por ella.

—La pequeña azul —canturreó Smeech, bajando desde su escondite—. Eres escurridiza, debes ser mitad anguila, eso significa que podré aumentar mi tarifa.

Jinx siguió luchando para librarse del agarre de los tres hombres que la tenían arremetida, soltando patadas y gruñendo entre dientes.

—Te quieren viva, pero no creas que no te sacaré los ojos, es la desventaja de los que pelean desde lejos —Smeech estiró la aguja de su dedo hasta la pupila de Jinx—. Yo soy de los que les gusta hacerlo de cerca. Nunca creí que te vería llorando, me pregunto si Silco vio esa parte de ti.

—Dos veces —respondió Jinx, acercando más su ojo a la aguja—. Cuando me conoció y cuando lo maté.

—¿Tú? —Smeech retrocedió, anonadado.

—Siempre soy yo, ya sea que tire del gatillo o no, todos los que se acercan a mí mueren.

Un escalofrío recorrió la espalda de Jinx y miró a Isha de reojo, anhelaba estar equivocada y que todo lo que escupía ahora no fueran más que palabras vacías para atemorizarlos.

—¿Sabes qué es lo más gracioso? —volvió a dirigir su atención hasta él, encendiendo sus ojos en un brillo rosado—. Eres de los que les gusta estar muy, muy cerca…

Smeech retrocedió, dirigiéndose hasta Isha para buscar ventaja.

—Este manojo de problemas le trajo la muerte a Silco, ¿no es así? —comentó con sorna, tratando de disimular el gesto aterrado—. Y ahora te la traerá a ti.

Analizó a Isha con un gesto de repudio. La niña lo miró con el ceño fruncido, los ojos discretamente llorosos, y buscando a su madre de reojo.

—Tanto problema, ¿por esto? —escupió Smeech, tomando a la niña por el brazo y sacudiéndola frente a Jinx, la madre gruñó, intentando zafarse de sus agresores—. Como sea, quiero terminar en la silla de Silco, así que tengo que acabar con su linaje, ¿entiendes?

—¡No le pongas tus malditas manos encima! —amenazó Jinx.

Smeech sonrió, ignorándola. Y elevó la mano, dispuesto a herir a Isha, cuando una bala del arma de Jinx lo apartó de ella.

Sevika estaba del otro lado del callejón, disparándoles torpemente.

Tenía una pésima puntería.

Con la distracción, Jinx logró escapar de los matones, se deslizó por el suelo descolgándose de la espalda el brazo que había construido para Sevika y se lo lanzó.

Sevika le correspondió, devolviéndole su arma. Jinx le disparó al tipo más cercano a Isha, mientras la niña cubría sus oídos.

—¿Estás bien? —le preguntó, ésta asintió. Jinx miró a los demás matones intentando atacarla y cargó el arma—. Quédate abajo.

Jinx se enfrentó al segundo sujeto, muy a pesar de que se le comparaba en velocidad. El tipo lanzó golpeas al aire mientras ella los esquivaba ágilmente. Jinx esquivó el último ataque, deslizando los pies contra sus tobillos y haciéndolo caer, solo para rematarlo con su arma.

Para cuando hubo terminado, Sevika ya había hecho un desastre de Smeech con ayuda del brazo hecho por la joven.

—Que sorpresa verte aquí —escupió Jinx con una sonrisa forzada—. Pudiste dejar que me encargara de esto.

—El imbécil nunca supo cerrar la boca —Sevika se encogió de hombros, señalando su nuevo brazo con la mirada—. No te pedí esto.

—Era algo que podía arreglar —soltó Jinx, observando a la nada.

—Otra vez tienes esa mirada, ¿qué estás planeando?

—Terminar con lo que queda de mi familia —sentenció Jinx con una sonrisa.

 

 

Jinx y Sevika volvieron hasta el refugio de los Firelights. Ekko llegó poco después que ellas, y lo primero que hizo fue fijar su entera atención en Isha. Era evidente que había salido a buscarla sin éxito.

Jinx le lanzó una mirada mordaz.

—L-Llegaron nuevos refugiados —intentó excusarse él—. La perdí de vista un segundo.

—Sí, así funciona Isha —replicó Jinx—. Estaba en los Carriles, los matones de Chross la estaban persiguiendo, si ella no hubiese sido lo suficientemente rápida...

—Lo lamento, yo…

La muchacha ni siquiera dejó que terminara la oración cuando tomó a su hija de la mano y se marchó.

—Déjalo así, niño —mencionó Sevika, dirigiéndose a la salida del refugio—. Si es que quieres mantener la cabeza pegada al cuerpo.

 

 

Faltaba poco para que la noche terminara, Isha estaba ya bastante agotada, pero aun tenía energía suficiente para correr de un lado de la habitación a otro, buscando sus conejos de felpa para recostarlos en la almohada y dormir junto a ellos.

Mamá permanecía sentada sobre la cama, Isha se detuvo frente a ella, tirando de su mano para sacarla de sus pensamientos.

"Mamá, ¿estás molesta con él?".

Preguntó inocentemente. Jinx torció los labios.

—No —respondió tajante, evidentemente incómoda.

Su hija tenía una habilidad increíble para hacer ese tipo de preguntas que la ponían contra la pared. Isha ladeó la cabeza, poco acostumbrada a que su madre le mintiera.

"Pero te ves molesta".           

Jinx forzó una sonrisa, tomando las manos de su hija.

—Mamá solo quiere arreglar cuentas con él más tarde, no tienes que preocuparte por eso.

Isha entonces frunció ligeramente el ceño.

"Mamá… no le dispares".

La mirada suplicante de su hija se clavó en ella como un cuchillo. Jinx entornó los ojos.

—Tal vez… —bromeó, desviando la mirada.

Isha arrugó más la nariz. Jinx la miró de reojo y sonrió, capturándola en un abrazo y atacándola con un montón de besos esparcidos por toda la cara.

Isha rio a carcajadas.

Por Janna, como adoraba escucharla reír.

La puerta resonó con golpecitos leves. Jinx dejó a Isha de pie junto a la cama y, mientras la niña terminaba de arropar a sus conejos de felpa para recostarlos a su lado, abrió. Topándose de frente con Ekko.

Al muchacho de verdad le encantaba bailar con la muerte.

—¿No es muy tarde ya para que estés aquí? —escupió ella.

—Quería asegurarme de que Isha estuviera bien.

Jinx cruzó los brazos frente a su pecho y enarcó una ceja. El muro que había colocado entre ambos provocó la irritabilidad de Ekko.

—Aunque no lo creas, no fue mi intención que escapara —exclamó el muchacho.

—No me interesa escuchar tus excusas. Déjame dormir.

—Nadie te lo impide.

—¡Bien! —Jinx se giró para volver a la cama y azotar la puerta detrás de ella—. Entonces lárgate de una…

Cuando vio a Isha a punto de desplomarse hacia el suelo. Jinx logró atraparla antes de que cayera de lleno.

—¿Isha? ¡Isha! ¡ISHA!

La niña respiraba con pesadez. Ekko corrió hasta la joven que estaba de rodillas en el suelo con la niña inconsciente en sus brazos.

—Está hirviendo —mencionó él, después de tentar su frente—. Tenemos que llevarla con un médico.

—¿Dónde mierda vamos a encontrar un médico en Zaun?

Ekko tragó en seco y luego Jinx volvió a retomar la palabra.

—Solo conozco uno, el que… atendió mi parto, pero dejé de saber de él desde hace más de tres años, no sé si…

—¿En dónde?

—Se escondía cerca de las Fisuras.

Ekko no dijo nada más y salió corriendo de la habitación. Jinx juró haber escuchado el motor de su aerotabla segundos después.

La muchacha se levantó, sentándose a la orilla de la cama con Isha en brazos, todo su cuerpo estaba ardiendo en temperatura.

—Isha… —la llamó, sin obtener otra respuesta más que un débil quejido de la niña.

Le quitó el exceso de ropa para permitirle estar más fresca. La pequeña respiraba agitada con la boca entreabierta y haciendo demasiado esfuerzo por mantener el aire dentro de su cuerpo.

Jinx sintió las entrañas retrayéndosele por el miedo. Colocó la cabeza de Isha en la hendidura al medio de su brazo, tratando de mantenerla en alto, mientras tomaba su mano con fuerza.

—Mi niña... Mi bebé... —sollozó—. Tranquila, estoy aquí. Mamá está aquí. Nada va a pasarte mientras estés con mamá.

Heimerdinger entró corriendo a la habitación. Quedó petrificado ante la imagen de la niña con los piecitos desnudos cayendo desfallecida en los brazos de su madre.

—Antes de salir volando hacia los Carriles, Ekko me dijo que me apresurara a venir… ¿qué fue lo que sucedió?

—Si lo supiera, ¿le parece que me quedaría aquí sin hacer nada? —escupió visceralmente Jinx, luego tragó en seco, siendo más consciente de su actitud—. Lo siento… No lo sé, solo… se desplomó.

Apenas pudo contener el desgarre en el pecho que le subió hasta la garganta.

Heimerdinger le indicó que recostara a la niña sobre la cama. Y, con ayuda de compresas de agua fría, logró disminuirle la temperatura. Pero Isha no lograba despertar.

Pasaron pocos minutos cuando escucharon nuevamente el motor del deslizador de Ekko. El muchacho llevaba con él a un hombre, prácticamente a rastras, lanzó la aerotabla descuidadamente y dirigió al médico hasta la habitación.

El hombre quedó impactado al encontrarse de frente a Jinx, después de todo el tiempo que había pasado, miró a la niña sobre la cama y una extraña sensación inundó su pecho.

Entonces esa era la pequeña que había traído al mundo.

Se arrodilló junto a la cama, revisando a Isha minuciosamente, y luego miró a Jinx con preocupación.

—¿Estuvo en contacto directo con Gris?

—Sí… —respondió la joven. La atención atónita de Ekko fue capturada por ella—. Nos encontraron unos Vigilantes, pero usó una mascarilla, pensé que…

—De hecho, eso fue lo que le salvó la vida —suspiró el médico, poniéndose de pie otra vez—. Los niños son más vulnerables al Gris, por el tamaño de sus pulmones y el menor tiempo que llevan acostumbrados a él. Lo que tiene son síntomas comunes de una exposición prolongada al gas.

—Entonces...

El médico sonrió.

—Estará bien, solo deja que descanse, hidrátala. Va a mejorar, tranquila.

Isha abrió los ojos con pesadez y estiró débilmente las manos hasta su madre.

Jinx se tiró junto a ella.

—Aquí estoy, pulga —le dijo, permitiendo que los dedos de Isha tentaran su cara—. Tranquila, estarás bien.

El médico tomó el cuadernillo que llevaba con él y golpeó a Ekko en el pecho.

—Entiendo tu preocupación, muchacho, pero la próxima vez no rompas el cristal de mi casa, ¿quieres? —le dijo, molesto—. Hubiera venido si me lo pedías.

Ekko se encogió de hombros, avergonzado, y junto a Heimerdinger lo acompañó a la salida.

Aquella y las siguientes tres noches, Jinx se mantuvo en vela, cuidando persistentemente a Isha, atenta a cualquier cambio abrupto en la personalidad de la niña, pero la verdad era que no había sido necesario, porque después de la segunda noche, Isha mejoró considerablemente. La pequeña no quería preocupar más a su madre, muy a pesar de que Jinx le aseguraba que no era así, ella sabía que mamá no dormía por cuidarla.

La cuarta noche fue distinta. Jinx no podía dormir, a pesar de que Isha lo hacía a pierna suelta junto a ella. La idea constante de que la idiotez de su hermana casi mataba a su hija no le permitía conciliar el sueño.

Estaba colérica, quería hacerla pagar.

Se levantó, dirigiéndose hasta la plataforma frente al mural al centro del refugio, el aire fresco la ayudaba a mantener sus ideas ordenadas, debía comenzar a planear algo grande, una manera de darle a su hermana la bienvenida al nuevo Zaun.

—¿Es un hábito tuyo el no dormir? —preguntó Ekko.

—¿Es un hábito tuyo espiarme al no hacerlo?

—Hoy me tocaba la guardia. A lo mejor la que vino a espiar fuiste tú.

—Que idiotez, ¿por qué querría hacer eso? No es como que me agrade tu compañía.

—Al menos tenemos algo en común. No disfruto mucho tenerte cerca, si lo he permitido es por…

—Isha. Ya lo sé —exclamó Jinx—. Estar aquí, rodeada de insectos tampoco es mi parte favorita del día. Pero supongo que así funciona tu estúpida “tregua momentánea”. ¿Cuándo empezarás a querer matarme de nuevo, niño salvador?

—Lo dices como si no tuviera razones suficientes para querer hacerlo. Mataste a docenas de los míos.

—Estábamos en una maldita guerra, ¿qué esperabas? ¿Que les diera la mano y las gracias? —enunció Jinx, con un tono hostil—. Además, ¿debo recordarte que fuiste tú quien secuestró a mi hija?

—¡Ya me disculpé por eso!

—¡No es suficiente! ¡Nunca será suficiente! Porque la apartaste de mí, y ahora ella formó algún tipo de vínculo contigo. Y eso me enferma.

—¿Por qué algo como eso…

—¡Porque tú no eres su padre! —interrumpió Jinx—. Y no quiero que ella se haga ideas erróneas sobre ti.

La tensión era palpable, el silencio mortal.

—Entonces aléjala de mí —enunció Ekko, sabiendo a la perfección que Jinx podría hacerlo sin remordimiento alguno.

Ese era su maldito problema. Que ella no tenía remordimientos, era impulsiva y despiadada y si quería podía destruirlo todo. Destruirlo a él.

Detestaba que fuera así, detestaba su naturaleza caótica, la detestaba con cada fibra de su ser.

—Lo haré —afirmó Jinx, con toda la seguridad que le quedaba en el cuerpo.

Sintió la rabia trepándole por el estómago, ¿cómo mierda se atrevía a decirle qué hacer con su hija?

Nada le daba ese derecho. Absolutamente nada, porque Jinx sabía bien que todo lo que Ekko había hecho por ellas, lo había hecho por remordimiento. Porque él se movía por eso, por la culpa, por la búsqueda del perdón y eso le daba nauseas.

Mientras ella destruía una ciudad que la quería aplastar, él reforzaba los cimientos de la misma.

Lo aborrecía, aborrecía que se creyera el héroe de una historia que nunca le pidió contar, aborrecía recordar que en cuanto ella se marchara de ahí, volverían a cruzarse con un arma de por medio.

—Siempre queriéndote hacer el héroe. Desde que éramos niños. Ridículo.

—No es mi culpa que te hayas convencido a ti misma de que tu vida era tan miserable que no merecías que nadie hiciera nada bueno por ti.

—Hubiera preferido arder en vida antes de dejarte ayudarme.

—Pues ya lo hiciste, ¿cómo se siente eso?

—Eres un imbécil.

—Y tú estás loca.

—Al menos no ando por ahí, suponiendo que puedo ayudar a todos los que me rodean como un niño estúpido e ingenuo.

—Porque nunca te has atrevido a ayudar a nadie que no seas tú misma. Lo único que sabes hacer es causar estragos a donde quiera que vas.

Ekko se acercó peligrosamente a ella. Quedando a un paso de distancia, reafirmando su postura.

—Eres un maldito dolor de cabeza —replicó Jinx.

—Tú eres un maldito infierno.

—Entonces aléjate antes de que te quemes demasiado rápido.

Jinx se giró. Ekko la tomó con fuerza del brazo, obligándola a mirarlo nuevamente.

Llevó la mano hacia su cintura, tirando de ella para acortar el trecho entre ambos.

Y la besó.

Jinx ni siquiera cerró los ojos, pudo sentir la rabia con la que lo hacía, como si quisiera desaparecerla con él.

Ekko se separó de sus labios y la miró sin ningún tipo de expresión.

Al muchacho de verdad le encantaba bailar con la muerte. Le encantaba tanto, la miraba tan de cerca en los ojos de ella.

El pecho de Jinx se agitó al ritmo de su respiración forzada.

Elevó las manos, tomándolo por la mandíbula con fuerza y lo besó de nuevo.

Ekko la acercó mucho más a él.

Definitivamente le encantaba bailar con la muerte.

 

 

Las semanas siguientes ambos permanecieron distantes. Se suponía que nada había sucedido, absolutamente nada. Era mejor así… para ambos.

Porque no, no era amor lo que sentían, ni siquiera se le acercaba un poco.

Ni siquiera sabían cómo se sentía.

Había sido un error, un desliz, nada de qué preocuparse.

El árbol del refugio había comenzado a tener problemas, o algo así había escuchado Jinx entre los rumores de corredor. No era algo que le interesara mucho, ella estaba demasiado concentrada en seguir con su plan para eliminar a su hermana de una vez por todas.

Y cuando por fin ella y la Vigilante habían caído en su trampa, comprendió que el momento había llegado.

Guió a ambas hacia los viejos túneles, hacia una construcción abandonada con un enorme mural de Janna tallado sobre la piedra.

—¡Jinx! —gritó Violet al entrar.

—Por fin dijiste bien mi nombre… —gruñó Jinx—. Mírate, inundando las calles de Gris, asfixiando a la gente.

—Usamos el Gris para despejar las calles, para protegerlos.

—Nunca creí que mi hermana estaría con los de arriba.

—Nunca creí que la mía dejaría niños huérfanos.

—¡Ja! Pero si tú piensas hacer lo mismo —Jinx apretó los dientes—. ¿Publicar mi cara para que alguien más haga tu trabajo sucio? ¿Envenenar nuestro aire? Sin duda cambiaste mucho, hermana.

—No somos hermanas, tú mataste a mi hermana y estoy harta de hacerme responsable por todas tus acciones.

—Entonces intenta detenerme —enunció Jinx—. Pero si tratas de llevarte a mi hija contigo… tendré que asesinarte.

Jinx dio un salto detrás de Violet, cargando una nueva arma sobre el hombro, dispuesta a dispararle. Caitlyn intentó atacarla, pero Sevika fue más rápida y la llevó lejos de su escopeta.

Nadie podía interferir en el duelo entre ambas hermanas. Jinx se lo había pedido así.

La menor volvió a cargar el lanzamisiles, apuntándole directo a Violet, que esquivó el impacto por un segundo.

Violet corrió hasta ella con el puño en alto y terminó destruyendo el arma de Jinx, obligándola a sacar su pistola, pero también logró arrebatársela. Ante la fuerza de su hermana mayor, Jinx tenía desventaja, pero su agilidad la superaba por mucho.

Ambas peleaban con el mismo objetivo: Isha.

Jinx estaba desesperada por proteger a su hija, por mantenerla a su lado, porque la mayor amenaza que tenía simplemente fuera erradicada, mientras que Vi quería alejar a una niña inocente de la locura caótica proveniente de su propia madre.

La pelea siguió, con ambas golpeándose a mano limpia, hasta que Violet derribó a Jinx, dispuesta a darle el golpe final.

—¡Inténtalo! —la motivó Jinx—. Igual debías ser tú…

Violet elevó el puño, activando nuevamente los guantes.

Cuando Isha salió corriendo de entre las sombras. Había seguido a mamá, y agradecía haberlo hecho porque alguien tenía que salvarla.

La niña tomó la pistola de su madre del suelo y se apresuró hasta ambas hermanas, colocándose sobre Jinx y apuntándole a Violet directo entre los ojos.

—¡No! —exclamó Jinx al notar que el golpe de la mayor por poco impactaba en su hija.

Isha miró a Vi, molesta, dispuesta a defender a mamá de la extraña desconocida.

Violet por fin había reconocido a su sobrina, era la primera vez que la observaba tan de cerca, muy a pesar de no parecerse a su madre, el gesto con el que la observaba en ese momento la heló, era idéntica a Powder, a la Powder que recordaba.

Isha puso el dedo en el gatillo, imitando a mamá, después de todas las veces que la había visto hacerlo.

Caitlyn disparó. Lanzando el arma lejos.

—¡NO! —gritó Jinx, temiendo por la seguridad de su hija. Isha se aferró al cuello de su madre—. ¡Isha, te dije que no me siguieras! ¡Vete! ¡Suéltame! ¡Sal de aquí!

Pero la niña no cedió su agarre por más que su madre luchó por alejarla de su cuerpo.

Violet observó la manera en que la pequeña se aferraba ferozmente a ella, ¿cómo era posible? Si de verdad Jinx era tan mala madre, entonces, ¿por qué esa niña estaba dispuesta a dar su vida por ella?

—¡Aléjate de ella! —ordenó Caitlyn.

—Cait, es solo una niña.

—Muévete, no se va a escapar otra vez.

—¡Cait! —exclamó Violet después de desviar una segunda bala hacia el suelo—. ¡Es solo una niña! ¡Es su hija!

Jinx miró a Violet, cubriendo a Isha con su cuerpo, en caso de que una bala perdida pudiera llegar hasta ella.

Sevika, malherida, activó el sistema de bombas que antes habían instalado.

—¡No, no, no, espera! —exclamó Jinx, cubriéndose contra el muro, llevando el pequeño cuerpo de Isha bajo ella para protegerla de lo que se avecinaba.

El lugar soltó pequeñas explosiones, liberando una fuerte ventisca que lanzó lejos a ambas Vigilantes.

Se habían marchado.

Las ventilas habían redirigido el Gris hacia Piltover, pero Jinx realmente no alcanzaba aún a comprender lo que había pasado entre ella y Violet, ¿es que realmente seguía… siendo su hermana?

Sintió un pinchazo en el bajo vientre y luego tentó sus muslos.

Sangre.

¿Cómo era posible? Ni siquiera estaba herida, al menos no con heridas abiertas.

Fue entonces cuando notó que la sangre no provenía de ninguna herida física.

—Tengo que llevarte con el médico —indicó Sevika, al notar que el semblante de Jinx había palidecido.

Tal vez había sido solo un golpe demasiado fuerte. Violet la había golpeado bastantes veces en el estómago, y los guantes que llevaba eran prácticamente para destruir concreto.

Se convenció a sí misma de eso, de que no era necesaria la preocupación excesiva de Sevika porque lo único que provocaba era causarle un malestar mayor a Isha.

El problema se sintió tangible cuando escuchó vagamente las palabras del sujeto frente a ella.

—Oh, niña... estás embarazada.

Notes:

Este capítulo tiene una escena spicy que decidí no incluir en el Fanfic pero que podrán encontrar aquí

Chapter 14: XIV. Negro

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

La estaba jodiendo. Tenía que estarla jodiendo.

Definitivamente tenían que estarla jodiendo.

No había forma de que fuera posible.

Aunque Jinx era consciente de lo que había pasado aquella noche, tras ese beso, se obligó a retenerlo en su interior, a olvidarlo tal y como le había dicho a Ekko que lo hiciera.

“Esto nunca pasó”.

Si se aferraba a eso se sentía mejor. A la idea del “nunca nada sucedió”, pero ahora le caía la realidad como un balde de agua helada directo en la espalda.

Durante las cuatro semanas que habían transcurrido después del suceso, había funcionado bien el ignorar lo que pasó, claro que prácticamente no hablaba con Ekko cuando se lo topaba en los corredores y apenas dejaba que Isha se le acercara. La ventaja fue que gracias a lo que estaba sucediendo con el árbol, el muchacho había estado demasiado ocupado como para molestarla de más, y ella estaba bien con eso.

Pero, ahora con esta nueva información… no había manera de fingir que nada había pasado, ¿verdad?

“Oh, niña… estás embarazada”.

Embarazada. Mierda.

Jodidamente embarazada.

Jinx retrocedió torpemente, buscando a tientas la mano de su hija, mientras Sevika trataba de recuperar el aliento.

Tenían que estar jodidamente chiflados si creían que ella pasaría por lo mismo una segunda vez, no había poder en el mundo que la hiciera soportar a una tercera cosa igual a Jinx.

Tomó al médico por el cuello de la ropa, zarandeándolo violentamente. Tenía que confirmar lo que había escuchado, no podía dejarlo al aire. Aunque Jinx estaba segura de que su mala audición se debía a la edad.

—¿A dónde mierda vas? —gritó Sevika al notar que la muchacha se marchaba del lugar.

Jinx no respondió. No quería hacerlo y genuinamente no tenía una respuesta. No podía volver a casa, los quimobarones estaban al acecho y volver al refugio de los Firelights significaba ver a Ekko.

Prefería tragar clavos antes que verlo en ese momento.

Sevika la detuvo, empujándola violentamente por el hombro.

No estaba feliz. Ninguna de las dos.

—Te pregunté que a dónde carajo ibas —insistió—. Asegúrate primero de que sigue con vida. ¡Mierda!

Jinx sintió un escalofrío brusco que le sacudió cada nervio de la columna.

Después de todos los golpes que había recibido, del sangrado y la sensación punzante en el vientre, realmente no había manera de que… eso pudiera haber sobrevivido. ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo hubiera podido sobrevivir a Violet y sus perjudiciales golpes con los guantes Hextech?

Tal vez era mejor así…

Jinx reafirmó el agarre en la mano de Isha y rodeó a Sevika, buscando la salida.

Isha tiró de la manga de su madre, llamando su vista hasta ella.

“Mamá, ¿estás enferma?”.

La niña parecía preocupada, era pequeña pero no tonta. De hecho, era brillante, tan brillante como su madre, y eso hacía que Jinx no pudiera ocultarle demasiado las cosas, pero esta vez prefirió guardar silencio.

Elevó la mirada al frente con el corazón a punto de saltarle del pecho.

Mierda, ¿qué había hecho…?

—Jinx… —la llamó el médico. Ella apenas lo miró por el rabillo del ojo.

El sujeto era un ex-piltillo, se le notaba en la cara. Jinx había escuchado a Silco decir que había venido a Zaun porque tenía más moral de la que podía cargar o que tal vez lo había hecho por la culpa que llevaba a cuestas, obligándose a bajar al infierno para ayudar a los miserables zaunitas.

Sea lo que fuere, ella no deseaba ser un maldito proyecto de caridad.

—El Brillo en tu cuerpo —comenzó él—, podría tener repercusiones en el embarazo.

El sujeto dio un paso al frente, Jinx lo miró llena de desconfianza, como un animal dispuesto a atacar.

—Sé que Silco tenía un experto en eso… en el Brillo, tal vez puedas buscarlo.

—¿El loco de Singed? —escupió Sevika.

—¿Por qué querría hacer eso? —preguntó Jinx.

El hombre de mediana edad suspiró y la miró.

—El sangrado no fue por un aborto, así que el bebé sigue ahí.

—No —interrumpió tajante Jinx—. No es un bebé. Todavía no.

—Tienes razón —tragó saliva el médico—, pero el punto es que sigue ahí. La cuestión es que debido al Brillo o… a los golpes que recibiste, justo ahora presentas lo que se conoce como un embarazo de alto riesgo.

—¿De qué mierda habla? —intervino Sevika—. ¿“Alto riesgo”?

—Es decir que en cualquier momento podría perder al bebé.

—No es un bebé —refutó Jinx.

Isha volvió a tirar de las ropas de su madre, Jinx le dirigió una mirada cansina.

“Mamá… ¿qué es un bebé?”.

Jinx frunció el ceño y tragó en seco, arrodillándose frente a ella. Acomodó los rizos de la pequeña detrás de sus orejas. Tal y como siempre lo hacía, porque el cabello de Isha parecía desafiarla constantemente, al igual que su inmenso amor por ella.

—Tú lo eres —respondió con una sonrisa—. Eres y siempre serás mi único bebé.

O al menos eso era lo que Jinx deseaba, muy a pesar de lo que se estaba comenzando a formar en su interior.

 

 

Durante el camino de vuelta al refugio de los Firelights, ni Sevika ni Jinx tuvieron mucho qué decir. Jinx no estaba muy contenta por volver, pero era el lugar más seguro que tenían y, aunque su orgullo la estaba ahogando, jamás permitiría que eso pusiera en riesgo la vida de Isha.

—Ahora, ¿qué mierda piensas hacer? —Sevika por fin se había animado a hablar cuando atravesaron el último ducto—. La gente allá afuera espera seguir a una luchadora que los guíe, no a una vulnerable joven embarazada.

—¡Cállate! —Jinx le soltó un codazo en el estómago para hacerla callar y paseó la mirada a su alrededor, asegurándose de que nadie la hubiese escuchado—. Ya te dije que no pienso seguir tus estúpidas ideas revolucionarias.

—Pero… los Jinxers…

—Me importa una mierda el grupo de fans que has armado —interrumpió ella, bastante harta—. En cuanto a este problema… no te preocupes, no durará demasiado.

—No estás segura.

—Créeme, lo estoy.

Los ojos magenta de Jinx divagaron detrás de Sevika. Ekko estaba más al fondo, varios metros lejos de ambas, estudiando junto a Heimerdinger lo que sucedía con el árbol. Al sentir su mirada, el joven fijó su atención en ella. Jinx sintió un sabor amargo en la garganta.

¿Debía decírselo?

¿Cómo haría eso? No era tan fácil como parecía, mucho menos si se trataba de algo que pronto dejaría de existir. Tal vez ni siquiera valía la pena intentarlo.

—Odio decirlo, zurdita, pero tienes razón —soltó de la nada Jinx—. No estoy segura y no quiero cabos sueltos.

La joven se giró, agachándose a la altura de Isha.

—Pulga, hoy te quedarás con la gruñona por un rato, no te escapes, ¿está bien?

Isha frunció los labios, ni ella ni Sevika estaban de acuerdo con la decisión que Jinx había tomado, pero antes de que cualquiera de las dos pudiera quejarse al respecto, Jinx salió disparada hacia los ductos por los que habían llegado.

Y es que llevar a la niña con Singed era ponérsela en charola de plata. Jinx prefería evitar cargarse otro potencial peligro para Isha a la bolsa. Al menos en ese momento que no tenía ánimo para eso.

Sabía cómo llegar. Cuando el sujeto la “salvó” con el Brillo, había salido caminando por su cuenta del lugar.

Torció los labios, inconforme.

Ella no utilizaría la palabra “salvar”, la tortura que sintió fue prácticamente incomparable incluso con el dolor del propio parto de Isha. Aunque gracias a eso estaba de vuelta con ella. Ni siquiera quería imaginarse lo que hubiera sido de su hija si ella hubiese muerto cuando la pequeña tenía solo dos años.

Silco habría cuidado de ella, claro que sí, pero no hubiera sido lo mismo. Isha necesitaba a su madre, independientemente de lo que cualquiera pudiera pensar.

Era solo una bebé que necesitaba a su mamá.

Solo una bebé…

Igual que el ser que estaba comenzando a formarse dentro de su vientre justo en ese momento.

Mierda.

No. No podía pensar en eso. No podía darle más vueltas al asunto.

No podía seguir embarazada, no podía tener a ese bebé. Ni siquiera podía dejar que Ekko se enterara de su existencia.

No era el momento para ellos.

Ni el momento, ni la vida.

Y lo único que lograría al traer a ese bebé al mundo sería el mismo sufrimiento por el que Isha pasó. No era justo. No lo había sido para Isha, y no era justo que otro bebé pasara por lo mismo.

Que también corriera con la terrible suerte de que Jinx fuera su madre.

Sin notarlo, terminó por llegar hasta el laboratorio oculto entre los callejones oscuros y húmedos de Zaun. El lugar estaba rodeado por adictos al Brillo, esperando sobras con impaciencia y desesperación.

Jinx entró sin avisar, sin apuro, apenas dando pasos livianos. El sujeto ni siquiera se inmutó, pero a ella le daba escalofríos. No podía culparse, después de todo lo que la había hecho pasar.

—Pero si es la pequeña perdición de Silco —enunció él, desde el otro lado de la habitación, sin siquiera girarse para mirarla.

Escalofríos. De verdad le daba escalofríos.

Jinx tensó todos los músculos, preparando el agarre sobre su arma.

—¿Vienes por tu cuenta y aun así piensas atacarme por la espalda? —se burló él, sin preocupación alguna—. Después de todo lo que hice por ti.

—Torturarme, llenar mi cuerpo con esa maldita droga, convertirme en alguien diferente —replicó ella.

—Silco lo quiso así. Él no pensaba dejarte morir. No puedes culparlo, todos haríamos lo que fuera por nuestros hijos, ¿no crees?

Jinx entornó los ojos, llevando el dedo hacia el gatillo de la pistola que todavía estaba enfundada.

Una mitad de Zaun la seguía como a una maldita líder revolucionaria, pero la otra estaba desesperada por encontrarla y arrebatarle a Isha, usarla a su favor, entregarla a Piltover, cobrar una venganza, las opciones eran infinitas para la cantidad de personas que tenían algo en contra de Jinx.

Y la muchacha no tenía idea de cuál era el lado que Singed había tomado.

—¿A qué debo tu visita, niña? Has estado un tiempo desaparecida, tu cabeza vale mucho hoy en día.

Jinx apretó los dientes.

—Si intentas entregarme atravesaré la tuya con una bala —escupió—. No les importara saquear este lugar después de eso. Tampoco tienes muchos amigos aquí abajo, sobre todo después de que te quedaste sin la protección de Silco.

Singed soltó una risilla irónica.

—Entonces tenemos un trato, pequeña.

Jinx exhaló, resignada.

—Háblame sobre el Brillo en mi cuerpo —exigió, sin dar muchos rodeos—. ¿Cómo funciona?

—Resumidamente, de la misma manera que para todos, mejora tus características físicas, creo que eres consciente de las habilidades que adquiriste. Te has unido a él y él a ti.

La joven permaneció en silencio un tiempo prolongado. Tenía que hacerlo, no había alternativa.

—Y… ¿qué pasaría si —tragó saliva— estuviera embarazada? ¿Qué sucedería con el bebé?

Singed, por primera vez en todo ese tiempo, la miró por fin. Con una profundidad desagradable.

Jinx le sostuvo la mirada, dispuesta a no mostrar el miedo que comenzaba a treparle por los tobillos.

El hombre dejó las herramientas que estaba limpiando sobre la mesilla de trabajo y dio un paso hacia ella, la muchacha retrocedió.

—Las posibilidades son variadas —respondió—. El Brillo en tu cuerpo actúa como un mecanismo de defensa. Podría actuar de la misma manera con el bebé al formar parte de ti.

Jinx tomó aire.

¿Esa había sido la razón por la que los golpes de Violet no lo habían asesinado?

Singed volvió a tomar la palabra, sacándola de sus pensamientos.

—También podría rechazarlo hasta que termine expulsándolo de tu cuerpo. Tu caso es extraordinario, único, Jinx —enunció con orgullo—. Nunca nadie se había adaptado de esa manera al Brillo, por lo que no tengo los datos concisos. Aunque, conociendo la naturaleza de la droga, la segunda opción es la más probable.

—¿“Rechazarlo”?

—El mecanismo de defensa del Brillo detectará al bebé como un intruso en tu cuerpo y comenzará a atacarlo hasta causarte un aborto espontáneo.

Lo dijo con una ligereza estridente y escalofriante.

—Si quieres un consejo de verdad, no te encariñes de esa criatura, lo más probable es que no sobreviva más allá de las doce semanas —volvió la atención a las herramientas en las que estaba trabajando al inicio—. Tal vez eso sea lo mejor.

—¿De qué mierda hablas?

Jinx estaba comenzando a perder la paciencia.

—Es que, de no hacerlo, la que corre el riesgo de morir eres tú —dijo como si nada. Jinx lo miró con los ojos desorbitados—. Muchos organismos, al no poder eliminar al mal en ellos, optan por eliminarse a sí mismos, como una célula realizando apoptosis, el Brillo buscará evitar la propagación del “daño” que en este caso sería el embrión.

La sonrisa que mostraron los ojos de Singed después de eso le oprimió el pecho. Jinx salió del lugar antes de que los nervios comenzaran a notarse expulsados de sus dedos temblorosos.

 

 

 

Había decidido arriesgarse a volver a casa. Tenía que molestarlo, hablar con él, aunque fuera un poco.

Solo un poco.

Se sentó sobre el escritorio, mirando la silla vacía frente a ella.

—Estoy embarazada —dijo, un pinchazo de nostalgia le atacó el pecho y tragó en seco—. Y… tú no estás aquí para reñirme por eso. Ni para preguntarme qué mierda es lo que pienso hacer.

Observó la silla por debajo de las cejas, tomando aire de vuelta.

—Esta vez no tengo idea, con Isha fue distinto, ella parecía haber llegado justo en el momento indicado, pero este… bebé —gruñó—. No es el momento. No ahora. Piltover no tardará en lanzar más ataques, después de mi pequeña broma con las ventilas y el Gris…

Se mantuvo quieta un segundo, esperando un regaño, pero no hubo nada.

—Los quimobarones también están buscando mi cabeza. Y hay un grupo de seguidores que la idiota de tu subordinada se empeñó en unir a tu descabellada causa. —Se abrazó a sus rodillas—. No es momento para tener un bebé. Ni siquiera sé cómo protegeré a Isha de lo que vendrá por nosotras, ¿cómo podría hacerlo con uno más? Isha es importante para mí, realmente no quiero echarlo a perder… —miró la silla—. Tal vez eso era yo para ti…

Pero por supuesto que no iba a haber respuesta y eso, más que enfurecerla, le rompió el corazón.

—Sé que es lo que siempre quisiste y que Sevika tiene razón y te lo debo, y debo hacer algo con respecto a todo lo que sucede, ya sabes, por lo del asesinato y todo eso, pero… —soltó un quejido gutural—. Si tanto te importa que juegue tu estúpido juego revolucionario, habla ahora o supondré… supondré que realmente te has ido. Y ya no tendré razones para quedarme aquí…

La muchacha se abrazó a sí misma cuando la silla vacía giró sobre su eje. Estaba sola. Ya no tenía a Silco, Vi quería arrebatarle a su hija, y Ekko ni siquiera le dirigía la palabra.

Con todo lo que se cernía sobre ella… ¿qué le impedía a Piltover tomar a ese bebé no nacido también? Tal y como lo hicieron con Isha y con todo lo demás.

 

 

 

Jinx volvió totalmente cabizbaja hasta el refugio de los Firelights, inconscientemente buscó a Ekko con la mirada, por los corredores, bajo el árbol o entre las ramas, pero no lo encontró por ningún lado, trató de darle menos importancia de la que en realidad su interior suplicaba por darle. Se sentía desesperada por un poco de apoyo, de consuelo.

Cuando llegó hasta su habitación, Isha la recibió entusiasmada, abrazándose a su cintura, como siempre lo hacía. Pero Jinx sintió un extraño escalofrío, como si con cada pequeño movimiento que pudiera arrebatarle la vida a ese ser en su interior podría terminar matándola también.

La joven la separó de ella con sumo cuidado, pero Isha inmediatamente notó la peculiar actitud de su madre.

“Gruñona quiere que luchemos, mamá”.

Le dijo, tratando de ignorar la opresión en el pecho que la obligaba a querer llorar. Jinx fulminó a Sevika con la mirada.

—¿Me estás jodiendo?

—¿De qué otra forma esperabas que la entretuviera? —se defendió la mayor—. La mocosa tiene espíritu.

—Cállate, no vas a seguir metiéndole tus patéticas ideas en la cabeza.

—No podrás mantener esta fantasía por mucho tiempo —aseguró Sevika—. Por más que quieras fingir que Jinx está muerta, que murió después de lo de las ventilas. No durará mucho, tarde o temprano tendrás que luchar —miró a Isha—. Incluso ella lo sabe.

—¡Tiene cinco!

—Y aun así tiene más valor que tú.

Sevika salió de la habitación, azotando la puerta detrás de ella.

Isha tiró de la ropa de su madre, frunciendo los labios. La joven se agachó a su altura, borrando el gesto amargo que Sevika le había provocado.

—Adivina qué encontré de camino para acá —le dijo con entusiasmo.

La niña pegó saltos pequeños con una sonrisa que dibujaba toda su cara. Jinx sacó del bolsillo dos escarabajos de colores vívidos que se retorcían frenéticos entre sus dedos.

—Por fin podremos hacer nuestra pequeña batalla, enana —sonrió.

Isha arrancó al escarabajo más grande de las manos de su madre, lo llevó con ella hasta donde atesoraba los lápices de colores con los que solía dibujar, y comenzó a decorar la coraza del insecto.

Cuando hubo terminado, le mostró orgullosa su trabajo a Jinx.

—Bien hecho. ¿Estás lista?

Isha asintió.

Jinx colocó a su hija, con ambos insectos en las manos, al centro de la habitación y le lanzó una sonrisa cómplice.

—¡Damas y caballeros! ¡Están en el lugar incorrecto! —exclamó, como si un público cautivo las observara—. ¡Un aplauso de ganchos y patas para el espectáculo más horroroso y sangriento que verán en toda su vida!

Caminó alrededor de Isha con pasos lentos y pausados.

—¡En la esquina gris, tenemos a nuestro campeón invicto, el diabólico, el miserable: Stink Maw! ¡Y en la otra esquina gris, el retador, la estrella naciente, aquel espeluznante hasta para su propia madre —bromeó, sacudiendo los cabellos de Isha y provocándole una carcajada—, el cruel y ruin: Scuttle Butt!

Jinx abrazó a Isha por la espalda, susurrando con voz misteriosa a su oído.

—Dos van a entrar, y luego, ¿quién sabe? ¡Entrenadores, suelten a sus bestias!

Isha dejó ir ambos insectos al suelo donde ella y su madre observaron su diminuta y muy poco convincente pelea. Jinx refunfuñó cuando su insecto salió volando por la ventana después de ser derribado por el de Isha.

—Felicidades por tu victoria —le dijo, observando al animal alejándose como un pequeño punto verdoso en el cielo, a la par que notaba a Scar llegando hacia el refugio.

Un pinchazo en el pecho que la hizo vacilar. Si él estaba de vuelta entonces Ekko también.

Isha tiró de su madre para llamar su atención, pero la impaciencia de Jinx la consumió. Tenía que hablar con él, tenía que hacerlo en serio.

Dio un salto de la cama y besó la frente de su hija.

—Piensa en lo que querrás de recompensa, enana, ya vuelvo.

Y salió corriendo hacia la entrada del refugio.

Se detuvo en seco frente a Scar, buscando con la mirada a Ekko, sin éxito.

—No está —dijo él, al notar los persistentes ojos de la joven—. Salió por la mañana, no ha vuelto desde entonces. No debería tardar en regresar.

Jinx torció los labios y, sin siquiera agradecer la información, se marchó de vuelta hasta su habitación.

¿Por qué Ekko debía desaparecer justo en ese momento? Más le valía volver pronto, tenía que hacerlo.

Lo mataría si no.

Jinx quedó enmudecida cuando abrió la puerta y notó toda la habitación tapizada con manchones de pintura y huellas de pequeñas manos azules que atravesaban los muebles y las cobijas de la cama. Miró a Isha cubierta con pintura azul. Prácticamente empapada.

—Isha… ¿qué…? —articuló apenas.

"¡Me parezco a mamá!".

Exclamó ella con movimientos rápidos y entusiasmados.

Jinx miró con la boca entreabierta todo el desastre que la niña había causado con el único objetivo de teñirse el cabello de azul. Sus ojos dorados iluminados en alegría esperaban impacientes por ella y su aprobación.

A Jinx se le quebró el corazón. Se agachó a la altura de la niña y, usando el borde de la ropa, limpió las manchas en su cara.

—Pero si ya te pareces a mí —dijo, soportando el temblor en su garganta.

Isha negó con el ceño fruncido, señalando ambas melenas y sus propios ojos.

—Eso no significa nada —aseguró Jinx.

Isha miró el suelo y luego elevó los ojos llorosos hasta ella.

“Ellos no creen que yo sea tu hija”.

Ellos… ¿quiénes?

Jinx estaba furiosa, de no ser porque Isha la sostenía por la muñeca, habría salido corriendo en busca de los culpables que habían herido de esa manera a su pequeña. Cientos de torturas dolorosas se le vinieron a la cabeza cuando Isha la sacó abruptamente de su nube.

"Los niños, mamá, ellos dicen que no me parezco a ti".

Los ojitos de la niña comenzaban a humedecerse. Jinx tragó saliva. Los niños podrían albergar una crudeza increíble cuando se trataba de hablar de más. Isha no estaba acostumbrada a eso, apenas había comenzado a adaptarse a estar rodeada por más gente cuando comenzaron a vivir ahí. No podía culparla por creer todo lo que escuchara, aunque no fuera verdad.

—¿Y ellos qué saben? —se quejó Jinx, y levantó el mentón de su hija—. Nos parecemos más de lo que crees, yo te traje al mundo. Eres mía, ¿me oíste? Completamente mía.

Isha frunció los labios. Ese simple gesto era más que suficiente para poner a Jinx de rodillas, porque sabía que, si la niña lo hacía y ella no estaba ahí para consolarla, terminaría llorando.

Y Jinx odiaba verla llorar.

—Ven, arreglemos esto —dijo la joven, tratando de evitar la tristeza en su hija.

Llevó a la niña hasta la tina en el baño y le sacó la pintura de las manos, los brazos y la cara, lavándola con suavidad. Al final, utilizó un poco más de tinte para dejar su cabello uniforme.

Los mechones de Isha cayeron casi hasta sus hombros mientras se miraba entusiasmada en el espejo.

—¿Te gusta? —preguntó Jinx.

Ella asintió.

—Bien, ahora eres un poquito más parecida a mí.

La niña abrazó a su madre con fuerza.

Jinx lo comprendió en ese preciso instante. Ella era todo lo que Isha tenía, e Isha era todo lo que Jinx tenía, no necesitaban nada más. No necesitaban hacer esa pequeña familia más grande.

Porque tener a ese bebé no le aseguraba estar más acompañada que cuando tuvo a Isha. Silco no estaba y Ekko simplemente había decidido alejarse.

Abrazó con más fuerza a su hija.

Su mayor tesoro, el único que necesitaba.

Además, si mantenía con ella a ese bebé... corría el riesgo de morir junto con él, no podía darse ese lujo. La muerte no era una opción, no para ella. Porque eso significaría dejar a Isha desamparada y sola.

Y eso jamás pasaría.

Tenía que hacerse cargo de ese pequeño problema antes de que fuera más grande.

 

 

 

—¿De nuevo por aquí? ¿No te parece que ya es un poco tarde? —el médico miró a Jinx con una sonrisa gentil.

—Elimínelo —cortó ella, sin rodeos—. Saque esa cosa de mí.

El médico apenas tuvo oportunidad de formular su siguiente pregunta.

—¿Te refieres al embrión?

Jinx apretó los labios soltando un quejido de afirmación. El hombre tomó un respiro.

—No pensé que quisieras...

—Solo hágalo —Jinx se sentó en la única silla de la oficina acondicionada dentro del hogar del sujeto—. No me importa cómo, no me importa lo que tenga que hacer.

—¿Lo has pensado bien...?

Jinx casi lo asesinaba con la mirada. Él se aclaró la garganta.

—¿Sabes por qué hay tantos niños huérfanos en Zaun? —comentó. Jinx se encogió de hombros sin mostrar demasiado interés—. El sistema de salud de la Ciudad Subterránea es muy precario, Jinx. Y los abortos son demasiado peligrosos, las madres pueden morir en el proceso, por ello muchas mujeres prefieren solo… abandonar a sus hijos en las calles antes que perder la vida. ¿Realmente estás dispuesta a correr el riesgo?

Jinx tragó en seco. Literalmente no importaba la decisión que tomara, la posibilidad de morir estaba del otro lado, esperando por ella.

—Si de verdad has tomado una decisión... —se adelantó el médico.

—Lo hice.

Él asintió con la garganta seca, llevando a la joven hasta una segunda habitación donde se alzaba una plancha metálica al centro, y le dio la única bata médica que aparentemente poseía.

Le señaló la plancha con la cabeza. Jinx se recostó.

—Será incómodo —advirtió él.

—He pasado cosas peores.

—Soy consciente.

Jinx refunfuñó. El médico encendió la maquina a su lado, una diminuta pantalla ennegrecida que parecía haber sobrevivido años así, y una imagen borrosa y grisácea.

¿Eso era…?

El médico frunció el ceño al observar la imagen, pero permaneció en silencio. Posiblemente temiendo por su vida en caso de contradecir a Jinx.

Sacó un artefacto peculiar de uno de los cajones y Jinx sintió un escalofrío.

Pero, antes de siquiera intentarlo, el tipo se retractó.

—Será imposible —trastabilló.

—¿Qué?

—El tamaño del embrión es anormal. Es posible que el Brillo haya acelerado su crecimiento. No funcionará con este método.

—¡Entonces use otro jodido método!

—¡No hay otro! Si lo intento podría asesinarte, ¿acaso quieres dejar a tu hija sola?

Jinx sintió el nudo en la garganta impidiéndole escupir más palabras. El médico resopló, pellizcándose el puente de la nariz.

—Ya te dije que no soy experto en Brillo, pero si nos guiamos por la lógica, el feto está creciendo con una rapidez mayor a la que debería. No solo eso, tu cuerpo parece haber puesto una barrera para protegerlo.

—El lunático dijo que iba a rechazarlo.

—Lo hará —analizó él con cierta preocupación—. Lo que está haciendo ahora es un proceso de reconocimiento, lo protege porque aún lo detecta como parte de tu cuerpo, pronto lo verá como un intruso y terminará expulsándolo.

—Entonces esto es una pérdida de tiempo —escupió Jinx—, tarde o temprano mi cuerpo lo desechará por su cuenta.

—A-Así es... —balbuceó el hombre al notar la frialdad en las palabras de Jinx.

—Bien, perfecto.

La muchacha dio un salto de la plancha y volvió a vestirse.

Yéndose sin decir nada más.

 

 

 

Los días siguientes no fueron más sencillos, ni para Jinx ni mucho menos para Isha, porque mientras Jinx averiguaba cómo sobrevivir al ser en su interior que podía matarla en cualquier momento, Isha mantenía su atención constante en la actitud distante de su madre.

Jinx se notaba a leguas distraída, triste, molesta. Por supuesto que trataba de disimularlo con su hija, pero no era sencillo sobrellevar lo que cargaba en los hombros, no sola, al menos, y hacía días que Ekko no volvía.

Eso también la mantenía alerta y cabizbaja, no porque lo extrañara.

Por supuesto que no.

Pero le daba náuseas pensar que el muchacho simplemente había decidido largarse sin más. No podía creerlo tan cobarde, y eso que ni siquiera sabía que ella estaba embarazada.

A menos que lo hubiese escuchado y por eso hubiera decidido marcharse. Abandonarla. Como todos a su jodido alrededor.

El corazón se le estrujó.

No le interesaba demasiado, pero le dolía un poco.

Esa mañana Isha le había pedido a mamá jugar a las escondidas antes del desayuno, pero mamá le dijo que no. Sorprendentemente para ambas, Jinx estaba demasiado cansada, más de lo que creyó alguna vez que sería posible.

Tampoco había querido leerle historias la noche anterior. Para Isha era inevitable pensar que mamá estaba molesta con ella.

¿Tal vez por pintar la habitación de azul? ¿O porque su escarabajo ganó la batalla de la última vez?

Porque mamá seguía queriéndola como siempre, ¿verdad…?

Tal vez estaba molesta con Sevika por lo que le había dicho el otro día, y es que prácticamente le escupió que era una cobarde en la cara.

Y mamá no era cobarde, era la persona más valiente que existía, y ella se lo demostraría.

Mamá se pondría feliz si lo hacía.

Y lo único que Isha quería era que mamá fuera feliz.

 

 

—¿Isha?

Jinx entró a la habitación con un tazón repleto de las frutas favoritas de la niña, que había logrado hurtar del comedor.

—¿Estamos jugando otra vez? —preguntó al aire en cuanto la pequeña no salió a recibirla—. Recuerda que prometiste avisarme cuando fuera un juego… ¿Isha?

—¡Se la llevaron! —Sevika entró abruptamente a la habitación, chorreando aceite del hueco donde antes estaba su brazo prostético—. Me siguió hasta el mitin. Arrestaron a todos… Se la llevaron a Stillwater.

Un zumbido incesante, un asqueroso zumbido abarrotó la cabeza de Jinx. Voces vacías la atormentaron: Silco, Violet, Mylo. Pero esta vez, fue su propia voz enloquecida la que se burló de ella hasta el final.

“Tienes que ser otra persona, Jinx”.

Otra persona. Una más fuerte. Una capaz de proteger a su hija.

 

 

Llegar a Stillwater había sido mucho más simple de lo que habían anticipado, a pesar de ser únicamente tres brazos y cuatro piernas. Y es que la mayoría de los Vigilantes eran idiotas.

Idiotas con demasiado acceso a armas de fuego.

Jinx activó los interruptores de la entrada, abriendo todas y cada una de las celdas en el interior.

Escuchó los pasos pesados y livianos de los zaunitas rebeldes aproximándose hasta ella. Y vaciló.

Pero ese no era su estilo.

—¡Aquí estoy! ¡Su anhelada heroína! —exclamó en un tono burlesco, ignorando sus propios miedos.

Ellos la miraron con un brillo de esperanza, uno que le anunciaba a Jinx que habían estado esperando por ella. La muchacha permaneció inmóvil ante el tacto ajeno en cuanto ellos comenzaron a tocar sus hombros con un agradecimiento silencioso.

Ellos… ¿no querían hacerle daño? ¿No la odiaban? ¿No tenía que buscar defenderse como lo había estado haciendo toda su vida?

¿Qué era aquella sensación?

No tenía mucho tiempo para analizarlo, porque Isha no estaba con ninguno de ellos. Corrió a través del pasillo de piedra impregnada en moho y tierra. Sintió la presión en el pecho después de abrir tres celdas más y no encontrarla.

Silencio. Demasiado silencio.

Y luego, el quejido de su hija luchando contra la reja cerrada frente a ella.

Jinx corrió hasta su ubicación, abriendo la pesada puerta de hierro.

Isha la miró desde abajo. Los ojos llorosos y el gesto aterrado. Jinx sonrió al sentir el alivio inundarle el pecho.

Ahí estaba su bebé. Sana y salva.

—Cada vez haces más complejos tus escondites, ¿eh? —intentó bromear.

Isha se abrazó a su cintura con fuerza.

Por un momento… por un breve segundo, había creído que mamá no iría por ella.

Jinx se arrodilló a su altura, tomándola por el rostro para tratar de reconfortarla con la mirada, asegurándole que ya todo estaba bien.

Porque mamá estaba ahí.

La niña lloró, preocupando por un segundo a su madre, pero en cuanto se colgó a su cuello, Jinx volvió a sentir la paz que solo Isha podía darle.

Los Vigilantes subieron por el ascensor hasta ellas, armados y con escudos como si estuvieran luchando contra un ejercito entero. Solo pudieron avanzar un paso cuando un estruendo los obligó a detenerse.

Las puertas del ascensor se abrieron con golpes que hicieron retumbar el lugar. Jinx se puso de pie frente a Isha, llevando a la niña detrás de su espalda.

La pequeña, aterrada, se aferró al pantalón de su madre con los dedos temblorosos.

Un enorme animal entró con un rugido. Era un monstruo, o al menos lo más cercano a uno, su cuerpo peludo poseía una mezcla entre carne y tecnología química. Era una bestia que amenazaba en ese instante su vida y la de su hija.

El animal destrozó a los guardias frente a ellas. Jinx ocultó el rostro de Isha contra sus ropas, no deseaba que presenciara nada como eso.

Elevó el arma y disparó, pero tan pronto como el ataque penetró la piel del extraño ser, éste regeneró la herida.

Jinx miró a Sevika de reojo, sintiendo la respiración forzada quemándole la garganta. La otra le correspondió la mirada. Nunca había visto a Sevika tan asustada.

Sintió las manos temblorosas de Isha aferrándose con las uñas a su cuerpo.

La bestia dio un rugido y un salto al frente, estaba cada vez más cerca.

El primer instinto de Jinx fue mirar a Isha. La niña le devolvió la mirada, su gesto aterrado la hizo sentir un escalofrío, ella confiaba que estaría segura con mamá.

Pero mamá no tenía ni idea de lo que haría para que salieran de ahí con vida.

Entonces sintió un pinchazo en el pecho que le recorrió cada nervio del cuerpo. Miró los cuerpos de los Vigilantes desmembrados a sus pies.

No importaba cómo, tenía que sacar a su hija de ahí.

Incluso si tenía que arriesgar su propia vida en el proceso.

Pero… si lo hacía…

Tentó su vientre con la punta de los dedos.

¿Qué pasaría con…?

En ese instante se sentía entre la espada y la pared, la jodida vida y esa jodida cosa frente a ella, la estaban obligando a elegir entre su hijo no nacido y la pequeña niña que ahora se aferraba a ella con los ojos llorosos.

No había punto de comparación. El bebé en su vientre ni siquiera era un bebé del todo y ella ni siquiera lo quería.

No lo hacía. De verdad… ¿no?

Pero Isha estaba ahí, esperando que su madre le salvara la vida, esperaba su protección como siempre lo había hecho, desde que había llegado al mundo.

¿Cómo podría decidir entre una criatura que ni siquiera había terminado de formarse en su interior y la niña que cargó y alimentó durante toda su corta vida?

Su pequeño rayo de luz.

Jinx no podía permitir que nada le pasara a su hija, esa era su prioridad.

Ella era su bebé, su única bebé.

Y le salvaría la vida a toda costa.

Giró su atención hasta Sevika.

—¡Sácala de aquí! —ordenó, señalando a Isha con la mirada.

Sevika tuvo que tirar de Isha para que soltara a Jinx, llevándola en brazos hasta una de las celdas para evitar el ataque de la bestia que se lanzó sobre la joven como un depredador a una presa indefensa.

La muchacha tomó aire, cargando su pistola y dio un salto hacia atrás, disparándole. No fue suficiente para detener al monstruo, pero sí para permitir que Sevika sacara a Isha de ahí.

Jinx miró a su hija marcharse, desesperada por volver hasta ella. Por volver junto a mamá.

De haber tenido más opciones, Jinx habría corrido detrás de Isha. La habría acurrucado entre sus brazos y habrían escapado juntas de ahí, pero eso no era posible.

No podía permitirlo. No iba a permitir que ese monstruo dejara huérfana a su hija. No le daría ese placer.

Y, muy a pesar de los sentimientos encontrados que tenía por la criatura que yacía en su vientre, tampoco le entregaría su vida.

Una que apenas estaba comenzando.

Pero la verdad era que aquella bestia no cedía ante nada y Jinx estaba comenzando a perder las fuerzas, su cuerpo se sentía cada vez más débil, estaba segura que se debía al embarazo.

Un ataque más con las filosas garras, Jinx cubrió su vientre por mero instinto, el filo se incrustó en la piel de su brazo y la muchacha soltó un grito agudo.

Si iba a asesinarla, al menos se lo llevaría con ella, porque no dejaría que anduviera suelto por el mundo.

Por el mundo en el que Isha vivía, porque su hija, su niña, tenía que vivir.

El animal la azotó contra la pared del corredor, Jinx sintió las costillas a punto de quebrársele, ni siquiera podía ponerse de pie. Se arrastró hasta quedar sentada frente a los brillantes y enfurecidos ojos de la bestia.

Pensó en Isha, y en lo mucho que la buscaría después de eso, en cómo no entendería que mamá ya no iba a volver.

Y pensó en su bebé, ese que estaba resguardado dentro de ella, ese que no tenía idea de lo que estaba pasando en el exterior, ese que no tenía ni idea de que moriría junto a su madre.

Y se lamentó. Por primera vez desde que supo que estaba embarazada, se lamentó de que la muerte llegara a ella tan rápido.

Llegara y se llevara también al ser dentro de su vientre.

La bestia resopló en su oído. Y justo cuando sintió su aliento cálido y un pinchazo que recorrió su espalda, una voz entrecortada la llamó por aquel nombre que tanto le dolía utilizar.

—¿Powder…?

Jinx palideció.

Nuevamente la sensación de un líquido escurriendo a través de sus muslos la sobresaltó. El animal retrocedió sacudiendo la cabeza frenéticamente ante la sensación de la sangre.

Jinx no sabía por qué cosa debía preocuparse más: por la bestia que ahora corría desenfrenada hacia algún escondite lejano o la sangre que podía indicar que por fin se había desecho del producto en su vientre.

¿Por fin…?

No… Muy a pesar de que no estaba segura de conservarlo, tampoco le deseaba la muerte.

No quería. No quería que muriera.

Porque también era suyo, al igual que Isha.

Notes:

La escena "eliminada"/adicional (+18) que transcurre en el capítulo 13 después del beso y que da pie a los "recuerdos reprimidos" de Jinx al principio del capítulo. Está publicada entre mis obras como un One-Shot. Se titula "Turquesa". ¡Vayan a leerlo!
Debido al contenido explicito no quise ponerlo aquí porque el tema de este FF no va de eso, ¡pero espero lo disfruten!

Chapter 15: XV. Perla

Chapter Text

Las ventilas habían redirigido el Gris hacia Piltover. Entre explosiones de colores y un fétido olor a contaminación, la Ciudad del Progreso había caído en la desesperación gracias a Jinx.

Tras ser lanzadas por la ventisca resultado de las explosiones de la desquiciada joven, Caitlyn y Violet terminaron reuniéndose con el resto de su equipo táctico a pocos callejones de ahí. La Vigilante soltó un montón de maldiciones al aire, su frustración y cólera eran palpables. Estaba volviéndose loca.

Jinx estaba volviéndola loca.

—¡ELLA LITERALMENTE SE BURLÓ DE NOSOTROS EN NUESTRA JODIDA CARA! —gritó con la voz ahogada en rabia.

La batalla había sido brutal, entre la intervención de Isha y Sevika, y la explosión que las lanzó fuera de la jugada, no había forma de que no se sintiera mal con eso. No había forma de que no se sintiera patética.

Tan patética.

—¿Qué esperaban? —soltó Loris de la nada, tomando asiento sobre un ladrillo y sacando una cantimplora con alcohol del bolsillo interior del uniforme—. Después de haber secuestrado a su hija, me sorprende que no haya vuelto a incendiar la ciudad.

Tomó un gran trago de bebida y captó la atención de Vi.

—¿Qué fue lo que dijiste? —inquirió ella.

—Que Jinx está loca —se apresuró a responder Maddie.

—No. —Violet dirigió una mirada desorbitada hasta Caitlyn, quien había estado callada desde que Loris abrió la boca—. ¿“Secuestraron”? Después del ataque al memorial dijiste que ellos habían intentado dar una “desesperada imagen revolucionaria y retorcida” para que Zaun los siguiera, porque eso era lo que Silco quería y Jinx estaba siguiendo sus pasos… Sin importarle el riesgo en que podía poner a su propia hija.

Caitlyn guardó silencio sin expresión alguna, ni siquiera parecía sentirse mínimamente culpable.

Vi la tomó agresivamente por el brazo.

—La niña no se puso en peligro por culpa de Jinx… Fuiste tú quien la puso en peligro, ¿no es así?

—Hice lo que tenía que hacer.

—¡Casi muere, Caitlyn!

La Vigilante frunció el entrecejo y con un movimiento rápido se zafó del agarre de Violet, golpeando sus costillas con la culata de la escopeta.

La última mirada que le lanzó fue gélida y cruel, totalmente despiadada. Dejando a Vi con el dolor del pecho que opacaba por mucho el del golpe en su costado.

¿Qué mierda había hecho?

Ahora entendía la ferocidad con la que Jinx peleaba, la agresividad que tenía al tratarse de ellas, la mirada decidida de Isha por defender la vida de su madre. Jinx solo estaba intentando proteger a su hija de ella y su estupidez, de Caitlyn y el yugo de Piltover.

Las semanas siguientes, Violet intentó encontrar a Jinx, pero no lo logró. Los Firelights habían cambiado la ubicación de la entrada al refugio, aquella que ella había atravesado junto a Caitlyn ya no estaba más, no había manera de que ella descubriera por su cuenta en dónde se encontraba la otra.

Jinx había cometido crímenes imperdonables y no los iba a pasar por alto, pero tenía que dejarle en claro que la niña ya había quedado fuera de eso. El asunto se reducía únicamente a ellas dos.

 

 

 

Cuando Jinx volvió al refugio, herida y conmocionada, la primera en recibirla con los ojos inundados en lágrimas fue su hija.

—¡Mierda, mocosa! —se quejó Sevika al sentir la suela del zapato de la niña contra su cara al momento en que intentó librarse de ella y el agarre del que no se había soltado desde que llegaron—. Te dije que a tu madre no la eliminas con nada, es como las… —miró a Jinx y la sangre que le entintaba las piernas y el brazo que había sido herido por la bestia— cucarachas.

Jinx se arrodilló para recibir el abrazo de su hija, Isha se colgó a ella, escondiendo el rostro en el hueco de su cuello.

La joven sintió el temblor en el agarre de la pequeña. Ella también había temido no volver a verla así que la abrazó con todas sus fuerzas. Todas las que le quedaban en el cuerpo después de aquella pelea.

Isha se separó de ella por un segundo, analizando la herida de su brazo. Hurgó entre las curiosidades que guardaba en el pequeño morral que llevaba colgado al cinturón (uno muy similar al de su madre) y sacó una venda, enroscándola torpemente alrededor de la herida.

Jinx sonrió, el Brillo en su cuerpo igual terminaría curándola, pero le parecía un gesto adorable que Isha siempre buscara sanarla.

Sanar su cuerpo, así como lo había hecho con su alma.

“¿Ya no duele?”.

Preguntó la pequeña, sin dejar de mirar por momentos el vendaje mal hecho que había realizado con todo su esfuerzo.

—No, enana, definitivamente ya no duele.

Isha sonrió, aliviada de que mamá se encontrara mejor, y se volvió a colgar en su cuello. Jinx se puso de pie con la niña en brazos, captando la mirada ensombrecida de Sevika.

—Aún sigue ahí —se apresuró a decir la muchacha, notando que la mujer no dejaba de observar el hilillo de sangre que se había quedado marcado en sus piernas—. Esa… cosa, sigue ahí.

—¿Cómo lo sabes?

—Solo lo sé.

—Hubiera sido mejor que lo perdieras… ¿qué mierda harás ahora? No podemos estar en medio de una guerra con un jodido bebé creciendo dentro de ti —miró a Isha de reojo—. Ya tuve suficiente con uno.

Jinx no dijo nada, porque no iba a aceptar que, por primera vez, genuinamente estaba de acuerdo con Sevika.

Y antes de que la mayor pudiera decir nada más, un fuerte golpeteo llamó la atención de ambas. Los Firelights se habían reunido en torno al árbol. Jinx sintió un escalofrió al observar el retrato de Ekko, que apenas comenzaban a dibujar, sobre el mural.

—Tal vez lo mejor es que te largues —advirtió Sevika, mirando en la misma dirección—. El niño líder no ha vuelto desde entonces. Lo han estado buscando, pero literalmente parece que se lo tragó la tierra —la observó por el rabillo del ojo—. Lo están dando por muerto.

Jinx tragó en seco y aferró los dedos a Isha.

El imbécil se largó, dejándola sola y embarazada, prácticamente al borde de la muerte. ¿Cómo se atrevía a solo desaparecer? ¿Muerto? No. No podía hacerle eso, no ahora.

Que bastardo.

—¡Ella debe tener algo que ver! —exclamó un Firelight mientras dirigía su mano entera hacia Jinx.

Solo unos pocos más decidieron secundarlo. La gran mayoría había estado en Stillwater y en el ataque al memorial, ellos miraban a Jinx como el símbolo revolucionario en el que se estaba convirtiendo, pero no todos podían hacer lo mismo.

Muchos Firelights habían perdido a sus seres queridos a causa del arma de Jinx y su locura. No estaban felices con ella, la habían tolerado únicamente por Ekko y el respeto que sentían por él, pero ahora que el muchacho no estaba, era imposible mantenerse callados ante el miedo que el caos de Jinx les provocaba.

—¡Ella es uno de nosotros! —replicó Scar, parándose frente a Jinx—. Ustedes saben bien que están bajo la protección de Ekko.

—¡Pero Ekko ya no está! —exclamó otro Firelight—. ¿Por qué tenemos que cuidar de nuestra principal enemiga? ¡Ella asesinó a docenas de nosotros!

—¡Exacto! —secundó un tercero—. ¿Qué hubieras pensado de ella si entre los muertos estuvieran Blossom y tu bebé, Scar?

Jinx frunció el ceño, localizando a través de las sombras a la susodicha, la esposa del mismo Scar, llevando en brazos a su pequeña hija. Se aferró a Isha por instinto, como si pudiera comprender el miedo que Blossom ahora cargaba en el pecho.

Los Firelighs hostiles dieron un paso al frente. Jinx apretó los dientes, llevando la mano hacia el arma en su pantalón. Sevika se instaló a su lado, dando un paso al frente.

El rencor que sentían por ella era palpable, tan punzante que Jinx temió que fuera capaz de herir a Isha en el camino. No creía capaces a los Firelights de hacerle daño a una niña inocente, pero si se llegaban a enterar de que ella estaba en su momento más vulnerable… ¿sería capaz de proteger a Isha?

Comenzaba a aceptarlo con amargura, el refugio sin Ekko ya no era un lugar seguro para ellas. Jinx miró a Scar y, con un gesto silencioso, se marchó con su hija en brazos.

 

 

 

Volver a casa era extraño, sobre todo después de haber pasado semanas entre los Firelights. Casa estaba exactamente igual que siempre: hecha un desastre.

Aunque debían darle crédito a Sevika por haber mantenido La Última Gota protegida de los matones de Chross, que parecía ser el único quimobarón al que le interesaba, por alguna razón, mantener el dominio de los Carriles (como si realmente quedara algo que dominar).

La verdad era que desde lo sucedido en el memorial en Piltover, los zaunitas comenzaron a levantarse en armas contra los de arriba, independientemente de a qué bando pertenecían y, por ende, la represión y el yugo de Piltover había incrementado, llevaban indiscriminadamente a cualquiera que quisiera libertad hacia Stillwater, y lo dejaban ahí hasta que se pudría en su inmundicia.

Jinx había estado haciéndose de oídos sordos ante toda esa situación, viviendo en la fantasía que había formado dentro de los muros del refugio, ajena al exterior y sus problemas políticos, pero el hecho de que se hubieran llevado a Isha había traspasado su límite.

—¿Qué era esa cosa que nos atacó en Stillwater? —preguntó Sevika, sin soportar demasiado la curiosidad que parecía carcomerla desde que vio a Jinx volver con vida.

—No lo sé… comienzo a creer que mis alucinaciones están cobrando vida —respondió Jinx, arropando a Isha sobre la cama que la niña parecía haber extrañado en su tiempo fuera de casa—. Pero si pudiera confiar en mi mente… te diría que era Vander.

—Eso es imposible, niña desquiciada. Vander está muerto.

—Sé lo que escuché, él… me llamó Powder.

Sevika tragó en seco.

—Es imposible… no hay manera.

—Después de que murió… ¿tú viste lo que pasó con su cuerpo? —indagó Jinx, casi temiendo por una respuesta. Sevika negó en silencio, dubitativa—. La tecnología química en su cuerpo, ¿no te suena de algo?

—Singed —se adelantó Sevika. Jinx asintió sin dejar de mirar a Isha—. Mierda —-guardó silencio unos segundos y luego siguió—. Y ahora ese loco sabe que estás embarazada.

Jinx detuvo sus movimientos.

—También sabe que esta cosa no durará mucho tiempo, solo tengo que esperar a que muera dentro de mí.

—¿Y si no lo hace?

—¿Y si sí?

—¿Y qué va a pasar si mueres tú junto con él?

Jinx permaneció en silencio, no quería pensar en eso, no viendo a su pequeña dormir tan plácidamente frente a ella. No soportaba la idea de dejarla sola.

Desde que nació procuró protegerla recelosamente del mundo hostil que se cernía sobre ellas, de los despiadados Carriles y sus garras afiladas. ¿Cómo podía ahora solo abandonarla porque alguien más había decidido arrancarle la vida?

—Entonces —dijo, sin dejar de observar a la niña—, más te vale cuidarla o vendré por ti de entre los muertos y me llevaré tu brazo bueno conmigo.

Sevika la miró inerte, ninguna expresión, ni una sola objeción. Solo la observó en silencio.

Ahí estaba, había sellado con Jinx la misma promesa que probablemente alguna vez había hecho con Silco.

Ahora que Ekko no estaba, Jinx realmente temía que, si moría, Sevika no fuera capaz de proteger a Isha, que Piltover terminara yendo por ella y la metieran a esa jodida cárcel otra vez.

Que la dejaran ahí por el resto de su vida, porque Piltover ya había demostrado que eran capaces de eso y más, sin importar si se trataba de niños o no.

Sobre todo, si esa niña era hija de Jinx.

Tener el pelo azul allá afuera ya no era un problema, era un símbolo.

Un jodido símbolo de guerra.

Si ella tenía que iniciar una revolución para mantener a su niña a salvo, lo haría. Solo por ella.

Jinx no quería luchar una guerra que no era del todo suya, estaba harta de poner a Isha en peligro, pero ya no le habían dejado otra opción.

Llevaría la guerra a Piltover, los haría caer, quemaría la ciudad desde los cimientos.

Lo haría por su hija. Lo haría para darle un mejor futuro a ella. Lo haría para que Isha no tuviera que vivir lo que ella vivió, lo que la atormentó toda su niñez.

Porque su hija merecía más que solo los desechos de los de arriba.

—Zurdita —llamó a Sevika antes de que se marchara—. Escuché que mi hermana ha pasado las últimas semanas peleando en las cajas.

—¿Y…?

—¿Es cierto que ya no trabaja con los perros de Piltover?

—¿Por qué? ¿Piensas reconciliarte con ella?

—Claro que no —le dirigió una mirada decidida—. Reúne a tu pequeño grupo de inadaptados —sonrió con cierto toque siniestro en ella—. Hagamos arder Stillwater.

 

 

 

Isha no acostumbraba despertar por las noches, pero aquella vez, al girarse para abrazar a su madre como siempre lo hacía, no logró sentir su cuerpo. La niña se levantó de un salto de la cama, y caminó apresuradamente por la habitación. Justo cuando estaba empezando a divagar entre su angustia, alcanzó a distinguir a mamá sentada frente al espejo roto al otro lado de la hélice que fungía como corredor.

Isha se abrazó a ella, sobresaltándola y sacándola de sus pensamientos.

—Isha, ¿qué haces despierta?

“No estabas conmigo”.

Respondió la niña, casi como un reclamo.

—Lo siento, pulga, vuelve a la cama, en un segundo te alcanzo.

Isha volvió a tirar de su ropa cuando Jinx redirigió la mirada a la nada.

“¿Estás enferma, mamá? ¿Es por el bebé?”.

—¿Cómo… sabes de eso?

“Escuché a Sevika”.

Jinx rodó los ojos, debió haberlo supuesto. La curiosidad de la niña sin duda era infinita.

—No es algo por lo que debas preocuparte, enana, ve a dormir.

Pero Isha volvió a insistir.

“¿Qué es un bebé? ¿Es igual a la cosa de Scar y Blossom?”.

—Sí, es igual.

“¿Tú tienes uno de esos?”.

—Aún no. No del todo.

Pero Isha no alcanzaba a comprender las respuestas de mamá. Lo único que la niña sabía era que mamá estaba enferma, muy enferma y que eso la ponía triste y la preocupaba mucho, y la niña odiaba ver a su madre así.

“¿Por qué no lo tiras? ¿Lo necesitas para algo?”.

Isha ladeó la cabeza, suponiendo que esa era la solución más acertada y sencilla.

Lo hubiera sido; en realidad, Jinx lo hubiera hecho, lo hubiera desechado como si nada, si tan solo eso hubiera sido posible y su maldito cuerpo no hubiese decidido joderla mucho más.

—No pienses mucho en eso, pulga. No será un problema, ya lo verás.

Pero sí lo era. Era un problema que estaba comenzando a crecer el doble de rápido que un embrión común, o al menos eso era lo que el médico le había dicho cuando Sevika la llevó a rastras después de que se hubiera mantenido inconsciente por casi una hora tras un desmayo súbito.

—Un mes transcurrido para ti, significan dos meses para el bebé —le dijo él—. Entonces, si hasta ahora han pasado seis semanas para ti… el bebé debe tener el desarrollo que un embrión de doce semanas tendría.

—Entonces el tiempo se redujo a la mitad… —notó Jinx.

Eso era malo.

Era asquerosamente malo, porque si ese bebé terminaba matándola, tendría mucho menos tiempo con Isha del que creía.

Y ya no era posible descartar que su vida se estaba esfumando con forme el embarazo avanzaba, porque después de eso, el Brillo en su cuerpo comenzó a detectar al embrión como un intruso y se dedicó a tratar de expulsarlo a toda costa.

“No te encariñes de esa criatura, lo más probable es que no sobreviva más allá de las doce semanas”.

Eso le había dicho Singed, incluso el médico había estado de acuerdo. Todos lo estaban, todos excepto la criatura dentro de su vientre.

Las náuseas, los vómitos, los mareos y los dolores eran constantes y persistentes, mucho más fuertes y horribles de lo que recordaba, mucho peores de lo que habían sido cuando estuvo embarazada de Isha; tanto que Jinx comenzó a suponer que eran la manera en que su cuerpo estaba deshaciéndose de esa cosa.

Solo tenía que esperar.

Pronto todo terminaría y podría fingir que nada de eso había sucedido.

Pero las semanas siguieron transcurriendo y esa cosa dentro de Jinx no parecía querer irse a ningún lado. No era como si realmente se hiciera presente, los síntomas en ella eran lo que le recordaba a Jinx que estaba embarazada.

Muy embarazada.

Y, gracias al Brillo, también había logrado agudizar la percepción natural que cualquier madre tiene durante el embarazo.

Jinx conocía bien la sensación, aquella que le decía que algo estaba creciendo en su interior, porque ya la había experimentado con Isha, aunque claro que la pequeña había sido mucho más inquieta, en cuanto tuvo la posibilidad comenzó a moverse dentro de su madre a todas horas, en cualquier momento.

A Jinx no le molestaba, la hacía sentirse acompañada. Al menos “hablar sola” ya no estaba tan mal visto cuando la tenía ahí, con ella.

Pero esa percepción, con este bebé, era distinta. La criatura apenas y se hacía notar, sus movimientos eran débiles, nulos y silenciosos, y aún así Jinx podía sentirlo, creciendo, aferrándose desesperadamente a la vida. Y eso le partía el alma.

Porque ella no lo quería, no quería que le hiciera las cosas más difíciles, que la obligara a tomar decisiones, no quería que la obligara a protegerlo, a tener que salvarle la vida.

No quería ser más débil de lo que ya era gracias a Isha, no quería entregarle su vulnerabilidad.

No. Ese bebé tenía que desaparecer por su cuenta, tenía que decidir soltarse de su madre y marcharse lentamente. Tenía que hacerlo antes de que fuera demasiado tarde.

Porque Jinx no se sentía capaz de albergar a nadie más en su corazón que no fuera Isha, no se sentía capaz de proteger a nadie más. Sobre todo, no después de que el padre de esa criatura simplemente hubiera decidido abandonarlos mucho antes de saber de su existencia.

Nunca lo creyó de Ekko, pero esa era su realidad. El muchacho llevaba semanas desaparecido. Jinx genuinamente no sabía si creer que estaba muerto le dolía menos que el hecho de pensar que voluntariamente la había abandonado.

Pero igual dolía.

Isha tampoco estaba contenta, estaba muy asustada, no le gustaba ver a mamá quejándose de dolor, por más que Jinx tratara de disimularlo. Y es que llevar a un parásito de poco más de dieciocho semanas en el vientre no estaba siendo una tarea fácil.

Para Isha, mamá estaba muy enferma y eso la preocupaba. Estaba aterrada. Le aterraba lo que mamá tenía creciendo en su interior.

Isha realmente solo esperaba que su madre mejorara pronto para que volviera a ser la misma de antes, para que le diera la misma atención de siempre.

Para volver a ser todo para ella.

 

 

 

Después de las semanas que se habían tomado para preparar el golpe directo a Stillwater, el tan esperado día por fin llegó. Zaun quería ver arder Piltover, y aquel complejo penitenciario era lo primero que harían caer.

Para los zaunitas era un símbolo de represión destruido, para Jinx era una amenaza menos hacia su hija.

La muchacha no estaba acostumbrada a trabajar en equipo, y mucho menos deseó liderar uno. Simplemente había acompañado a Sevika, dispuesta a brindarle absolutamente todo su conocimiento sobre armas explosivas y de ataque sorpresivo.

Ella haría lo que fuera necesario para derrumbar Stillwater. Sin importar qué.

Isha no volvería a pisar ese lugar. Ningún niño lo haría.

Habían llegado en botes, uno de los tantos preparativos que tardaron semanas en armar. No llevaban ningún tipo de iluminación, solo la luna sobre ellos.

Eran al menos tres docenas de rebeldes, siguiendo fervientemente a la joven de semblante pálido y decaído.

—Te ves de la mierda —notó Sevika en cuanto ambas se colocaron detrás de un muro para evitar ser vistas por los guardias.

—Cierra la boca —articuló a duras penas la muchacha.

Sevika resopló. Después de todos los años que habían pasado, por poco olvidaba lo que era ir a una misión con Jinx estando embarazada.

Claro que, después de Isha, Jinx había dejado ligeramente de lado su agresiva impulsividad, aunque ella prefería no tentar su suerte. Ya había aprendido bien que molestarla estando embarazada era una pésima idea y no podía seguir perdiendo más brazos.

Una verdad era que Sevika notó la diferencia de inmediato, el embarazo de Isha había sido menos agresivo, había apagado menos su chispa, era evidente que éste la estaba consumiendo emocional y físicamente.

Tal vez Singed tenía razón, hubiese sido mejor deshacerse del embrión antes de que él se deshiciera de Jinx. Ahora era demasiado tarde y lo único que la joven de cabello azul podía hacer era luchar por no morir junto con él.

Avanzaron a paso escondido, habían reforzado la seguridad desde la última vez. Claro que Caitlyn y Ambessa se sentían estúpidas después de que dos únicas personas hubiesen destruido su vigilancia sin problema alguno.

Sevika miró a Jinx, ésta asintió y lanzó una pequeña bomba con un rostro maquiavélico dibujado, a través del corredor donde estaban los primeros Vigilantes.

Boom.

Los clavos dentro de la granada terminaron dejando a los Vigilantes en desventaja y el ataque comenzó.

Los demás zaunitas salieron de sus escondites y, con garrotes, armas, rocas y demás objetos contundentes, enfrentaron a los Vigilantes. A la par, Jinx y Sevika instalaban explosivos por todo el lugar.

Liberaron a los presos que pronto se unieron a la causa. Stillwater se volvió un campo de batalla entre uniformados y civiles cansados de la opresión.

De cualquier forma, tenían el tiempo medido, porque sabían que los explosivos instalados por todo el lugar se activarían en cualquier momento, lo último que querían era volar en pedazos junto con todo.

—¡Larguémonos de aquí! —ordenó Sevika al grupo que aún se mantenía de pie.

Cuando una lanza enorme se clavó junto a ella y Jinx, impidiéndoles el paso hacia la salida.

Ambessa y Rictus las miraban desde atrás, la ira carcomía el semblante de la mujer, que había dejado marchar a los demás rebeldes con el único objetivo de centrar su atención en la joven de cabello azul frente a ella.

—Entonces tú eres la famosa Jinx —escupió Ambessa—. Te imaginaba mucho más... intimidante.

Jinx gruñó, entornando los ojos.

La mujer sacó la filosa arma de su cinturón y le apuntó.

—No desaprovecharé esta oportunidad. No tienes idea del dolor de cabeza que eres para mí.

Jinx permaneció con los brazos ocultos dentro de la capa que colgaba de sus hombros, cubriendo su cuerpo casi por completo.

—Debe ser una mierda que alguien de la mitad de tu edad haya burlado tu seguridad dos veces —se burló la joven.

Ambessa apretó los dientes y se lanzó sobre ella con un rugido gutural. Jinx dio un salto para evitarla, había sido ágil, pero le había costado más trabajo del que recordaba. Sintió los brazos de Rictus tomándola por el cuello desde su espalda, para levantarla del suelo mientras perdía la respiración.

Sevika golpeó al sujeto justo en la nariz, separándolo de ella. Ambessa volvió a atacar, esta vez la joven se deslizó en el suelo, tomando su pistola y disparándole.

La mayor evitó el ataque con un movimiento rápido de su arma.

Jinx apretó la mandíbula. El tiempo se agotaba, su cuerpo comenzaba a perder fuerza. No había manera de que pudiera ganarle en un combate limpio, no en ese momento.

—Pareces un gato asustado —se burló la noxiana con una sonrisa de superioridad—. Una gata con demasiado peso encima.

Jinx sintió un escalofrío y dio un paso hacia atrás.

—No importa cuánto intentes ocultarlo, niña, es evidente que estás embarazada. No sé si eres estúpida, ¿no tienes suficiente con la niña que seguro está esperando por ti oculta en algún lugar?

Jinx se mantuvo en silencio, mordiéndose la lengua. Ambessa reacomodó el arma en sus manos.

—Tarde o temprano tendrás que elegir —dijo, admirando el filo de la cuchilla—, entre uno y otro. Todos los padres lo hacemos, y es la decisión más difícil que hay para una madre —apretó la empuñadura—. Así que, haré que sea más sencillo para ti, dejaré que ese pequeño bastardo muera junto contigo.

Jinx sintió que el estómago se le contrajo. Ella era la primera en amenazar directamente al bebé dentro de su vientre, sin siquiera tentarse el corazón.

Una cosa era desear que el embarazo no llegara a término sin llevarse su propia vida, pero escucharlo desde la boca de alguien más. Escuchar que alguien más estaba amenazando a esa criatura, que todavía no era consciente de su entorno, hizo que le hirviera la sangre.

Ambessa se lanzó contra ella, Jinx hizo un último esfuerzo para esquivarla. Se posó a su espalda, como un relámpago magenta y le soltó una patada en la mandíbula que la hizo caer al suelo.

Rictus titubeó y Sevika lo hizo retroceder con un último golpe.

Ninguna de las dos tenía forma de ganar esa batalla, estaban en desventaja, pero el tiempo se puso de su lado por solo unos segundos. Salieron tan rápido como pudieron, lanzándose al suelo en cuanto los explosivos detonaron.

Los vítores de los zaunitas resonaron por todas las aguas alrededor de la construcción que comenzó a caer en pedazos. El plan se había completado.

Habían triunfado. Stillwater no existía más.

 

 

 

Isha recibió a su madre con los brazos abiertos. Se había quedado al cuidado de unos cuantos matones que aún tenían lealtad hacia Jinx, quienes habían visto en la muchacha el espíritu revolucionario que Silco tanto buscó por años.

Frente a ellos, Isha se mostraba inerte a sus propias emociones, idéntica a su madre, pero cuando Jinx estuvo cerca, la niña fue consumida por la conmoción y se soltó a llorar en sus brazos.

Aunque, esta vez, las lágrimas de Isha se detuvieron en seco.

Algo no andaba bien, algo no estaba bien con mamá.

Porque al abrazarla como siempre lo hacía, como lo había hecho toda su vida, ella se sentía diferente.

Mamá se sentía diferente, muy diferente.

Se separó de ella y la miró con una curiosidad latente y mordaz.

Jinx había disimulado bastante bien las dieciocho semanas que el embrión había crecido dentro de ella, con cinturones ajustados y las capas alrededor de sus hombros, pero ya no podía seguir evitándolo. Aun si el embarazo llegara a término o no, Jinx tenía que explicarle a su hija lo que sucedía.

Sevika la miró de reojo, demasiado cansada para lo que se acercaba, y se alejó directo a la barra del bar.

Jinx llevó a Isha hasta la oficina de Silco, y la sentó sobre el escritorio, agachándose a su altura para mirarla directo a los ojos.

Esos inocentes ojos dorados que siempre buscaban respuestas en los de su madre.

—¿Recuerdas lo que me habías preguntado hace unos días? —inquirió ella, con la voz trémula—. Sobre el bebé de Scar y Blossom.

Isha asintió.

—Preguntaste si… yo tenía uno como esos.

Isha volvió a asentir. Jinx sacó la capa de sus hombros y levantó con ligereza la blusa que cubría su vientre completo.

—Lo hay. Uno. —dijo—. Justo dentro de mamá.

Isha abrió los ojos sorprendida. ¿Cómo era posible? No comprendía nada.

Jinx no pudo evitar sonreír con ligero dolor en el pecho ante la cara de ensimismamiento de su hija.

—Tú llegaste de la misma forma, ¿sabes? —suspiró—. Así llegaste conmigo.

Isha miró su vientre y luego elevó la vista hasta sus ojos.

Entonces, ¿lo que estaba enfermando a mamá era algo como ella? ¿Ella también la había enfermado? ¿Eso significaba que habría alguien más dentro de su pequeña familia? ¿Un bebé…?

Isha tomó apresuradamente las manos de su madre.

"Mamá, ¿lo vamos a conservar?".

Preguntó con el ceño fruncido, era evidente que no estaba contenta, más bien parecía preocupada. Demasiado preocupada para una niña tan pequeña.

Jinx sonrió burlona ante la inocencia de su hija.

—Honestamente, pulga, ni siquiera estoy segura de si llegará algún día. ¿Tú… quieres que nos lo quedemos?

Isha negó rotundamente con la cabeza y se abrazó a ella.

La joven comprendió el temor de la niña a ser desplazada, incluso si eso era imposible para la propia Jinx. Isha no quería que le quitaran su lugar, sus juguetes, su espacio sobre la cama o el que le correspondía por derecho entre los brazos de mamá.

Jinx palideció, por supuesto que no le diría que... ese bebé también podía quitarle a su madre.

Con forme los días avanzaron, Isha se había vuelto más exigente. Lloraba mucho más. Muchísimo más. Se la pasaba pegada a Jinx y no le permitía hacer absolutamente nada.

La pobre muchacha tenía que cargar con el peso de su vientre y el de la niña colgada a su pierna cada que intentaba caminar lejos de ella.

—Isha, ¿podrías por favor- ¡Ah! —soltó un grito agudo al sentir las uñas de la niña incrustadas en su piel.

Jinx suspiró al notar el rostro oculto de Isha contra sus ropas.

Se detuvo y la separó de ella con cuidado. La niña la miró desde abajo, elevando las manos hacia ella, cerrando y abriendo los puños, frunciendo los labios con los ámbares acuosos.

Jinx sintió un remolino de nostalgia, por un segundo vio a su bebé, a su primer y adorada bebé sentada sobre la barra del bar anhelando sus brazos.

Pero esta vez era más complicado cargarla; el Brillo, lejos de ayudarla, la estaba matando por dentro poco a poco, porque su segundo bebé se aferraba a la vida con desesperación.

Estaba cansada y débil, sentía que los huesos se le romperían en cualquier momento.

Singed tenía razón, su cuerpo estaba volviéndose en su contra por culpa de ese niño y ella no podía hacer más que esperar pacientemente su muerte o luchar por mantenerse con vida por sobre su propio hijo.

En cualquiera de los dos casos, se sentía una mierda, porque en momentos como ese tenía que negarle a Isha poder sostenerla entre sus brazos.

La niña retrajo las manos contra su pecho y lloró mucho más fuerte en cuanto su madre negó en silencio, apenada.

Jinx se arrodilló frente a ella y la abrazó con fuerza.

—Lo siento mucho, pequeña, de verdad lo siento.

Isha retrocedió, aun con las lágrimas brotándole de los ojos.

“¿Ya no me quieres?”.

Preguntó, asestando el primer y desgarrador golpe directo al pecho. Jinx intentó articular palabras crepitantes que no pudieron salir de su garganta antes de que su hija volviera a interrumpirla.

“Mamá ya no me querrá cuando el bebé llegue…”.

Sevika se lo había dicho en broma y ahora Jinx quería cortarle la lengua que solo le servía para decir estupideces.

Isha miró a su madre, de nuevo sus ojos llorosos la acusaban de no quererla. La niña se sentía tan desplazada, tan poco amada. Muy a pesar de que esa no era la intención de Jinx, ni siquiera tenía un vínculo real con ese bebé como para que su hija, la niña a la que adoraba más que a su propia vida, se sintiera de esa manera.

Jinx tomó el rostro de la pequeña entre sus manos.

—Isha, escúchame. Desde que llegaste al mundo, nada ha sido más importante para mí que tú —le dijo, con una convicción inquebrantable—. Absolutamente nada. Nadie importa cómo tú. Y eso jamás cambiará.

Jinx tomó la manta que se hallaba en la cama y la colocó sobre la niña, cubriéndola de pies a cabeza, como si intentara abrigarla de su propio miedo.

Isha sintió la familiaridad y la calidez de un procedimiento rutinario que su madre hacia para llevarla a dormir.

—Ven aquí, pequeño problema —le dijo Jinx con un tono dulce que disimuló el dolor en su pecho.

Tomó a la niña en brazos y se sentó sobre el viejo sofá, poniendo a la pequeña sobre sus piernas.

Isha la miró desde su pecho en cuanto sintió la ligera incomodidad de tener el vientre abultado de su madre estorbando en un lugar que siempre había sido para ella.

Jinx acunó a la pequeña entre sus brazos y acarició su mejilla para llamar la atención de su mirada.

—No hay y nunca habrá nada en el mundo que haga que te ame menos —le dijo, casi anticipando los pensamientos de su hija—. Así que, por favor, no me mires así. Cómo si pensaras que he dejado de quererte, Isha, porque la verdad es que es todo lo contrario.

Apretó su abrazo, escondiendo el rostro entre los cabellos de la niña.

—No hay día en que no caiga en cuenta de que mi amor por ti aumenta con forme pasan los segundos.

Isha elevó los brazos para enredarlos alrededor del cuello de mamá, llorando escondida en su pecho.

—Tranquila, mi pequeño rayo de luz —susurró—. Mamá nunca dejará de amarte, sin importar lo que pase… Sin importar si un día deja de estar aquí.

Isha descendió su agarre, acomodándose entre los brazos de Jinx, mirándola con los ojos dorados todavía acuosos y esperanzados. Aún era muy pequeña para comprender que la vida de su madre podía apagarse en cualquier momento, pero incluso si eso pasaba, Jinx nunca dejaría de amarla.

Su amor podía traspasar la muerte. Era así de fuerte.

Jinx acarició su rostro con una sonrisa, volvió a cubrirla con la manta como si ésta fuera una extensión más de su cuerpo y la meció sutilmente.

Querido amigo, al otro lado del río...

Tarareó con una voz dulce y apagada. Isha, desde que era una bebé, amaba escuchar la voz de mamá. Desde ese momento y hasta ahora, esa canción siempre las había conectado, la había mantenido en calma, en sensación de unión y amor con su madre.

Jinx adoraba arrullarla en sus brazos. Le encantaba la sensación de tener a su amada bebé protegida.

Mis manos están frías y desnudas…

Y entonces una sensación nueva la inundó. Esa cosa en su interior se había movido.

Mierda. Se había movido.

El corazón de Jinx se detuvo y la melodía en su voz siguió únicamente porque Isha había comenzado a quedarse dormida.

Una vez más.

Esta vez fue un golpe. Un golpe diminuto, casi imperceptible.

Un golpe que le aseguró a Jinx que eso también la estaba escuchando.

También... ¿se sentía de la misma forma que Isha?

No. Esa canción era solo para ella, para su hija, y ese niño en su interior... no era suyo.

No podía ser suyo.

Muy a pesar de que su inocencia infantil creyera que su madre estaba tarareando también para él.

Jinx sintió una opresión llena de culpa en el pecho.

"No, pequeño, tu madre no está buscando tranquilizarte a ti. No puede permitirse sentir ese tipo de amor por ti. Lo siento".

Pensó Jinx, con una voz trémula en su cabeza que ni siquiera parecía suya, porque no era capaz de autodenominarse la madre de la criatura dentro de ella.

Jinx sabía bien que en algún momento ese niño, que ahora se retorcía dentro de ella, podría morir y no quería amar algo solo para terminar perdiéndolo.

No lo quería, de verdad no lo quería.

No quería quererlo.

La paralizaba de miedo.

—¿Jinx...?

El corazón de la joven se detuvo. Ekko había entrado a la habitación, como si no pareciera un fantasma. Jinx pensó que era uno, uno herido y sangrante.

Después de más de dos meses desaparecido... ¿era acaso una alucinación más?

—¿E-Eres real…? —preguntó la joven.

Ekko asintió en silencio.

—¿Cómo…? ¿Dónde estuviste todo este tiempo?

—Es… una larga historia.

Jinx dirigió la atención hasta el extraño artefacto que el joven cargaba cruzando su pecho.

Ekko intentó dar un paso al frente. Jinx se retrajo sobre el sillón. Aferrando a Isha a su agarre, era la niña quien cubría su cuerpo en ese momento. Quien ocultaba su secreto.

—Jinx, tengo que hablar contigo, es algo sobre…

—Estoy embarazada —interrumpió ella.

El muchacho permaneció en silencio, incrédulo, atónito. Jinx reacomodó a Isha con sumo cuidado, recostando su cabeza sobre su hombro para dejar ver su vientre. El embarazo era evidente.

Ekko titubeó y con una mirada desorbitada dio un paso al frente.

—Jinx... Tienes que deshacerte de esa cosa.

La joven quedó helada.

Nada la paralizaba de miedo más que amar algo que pronto podría desaparecer.

Nada… excepto, ya amarlo y verse obligada a hacerlo desaparecer.

Chapter 16: XVI. Marrón

Chapter Text

Caitlyn se adentró a la oscura habitación, una continua a los calabozos que guardaban debajo de Piltover. Las pisadas firmes, fuertes y sin titubeos, se abrieron paso a través de la reja.

—Te mantuvimos cautivo cuando la bestia vino por ti —dijo, deteniéndose en seco frente al científico—. Tú fuiste quien la invocó. Creí que estábamos cerca de ver el fin de las perversas abominaciones de Zaun… Si no quieres pasar el resto de tu vida en una celda mucho peor a las que existieron en Stillwater, dime qué estás planeando y cómo estuvo Jinx involucrada.

Singed sonrió.

—Jinx… es sin duda el factor común en todas las ecuaciones que nos interesa resolver, ¿o no?

—Déjate de estupideces. —Ambessa dio un paso al frente—. Después de lo que pasó con la bestia, la muchachita vino solo para destruir Stillwater. Nuestra gente tardará años en levantar todo otra vez.

—¿Debo fingir que estoy abrumado por la noticia?

Ambessa lo tomó violentamente por el cuello de la ropa.

—Tienes que ver con todo esto —escupió—, al igual que ella.

Singed observó fijamente el rostro de la noxiana.

—Siempre es la misma mirada —notó él con tranquilidad—, cuando alguien codicia un arma.

—Esa bestia… nunca se había visto una bestia tan salvaje como esa.

—No hay bestia más salvaje que esa —aseguró Singed, y luego tomó aire, separándose del agarre que Ambessa había aflojado—. No es su culpa, alguna vez fue un hombre, pero no pude recuperar esa humanidad cuando le salvé la vida.

—Estás diciendo que es incontrolable —se apresuró Caitlyn, y luego se dirigió a Ambessa—. Es inútil, no nos funciona un arma que no puede ser controlada.

—Hay una manera —intervino Singed—, de controlar a la bestia, de hacerlo más... consciente.

El científico se puso de pie y estiró las muñecas esposadas hasta ambas mujeres. Caitlyn miró a Ambessa y luego le hizo una señal a uno de los Vigilantes para que lo desatara cuando la mayor asintió.

Singed soltó un suspiro de alivio tras masajear las muñecas maltratadas por las semanas de encierro.

—Me imagino que lo saben —dijo—. Que nuestra pequeña ave azul está en gestación. —Ambessa guardó silencio. Caitlyn poseía una mirada con una combinación amarga entre el asombro y el horror—. Jinx siempre fue un caso único, la asombrosa capacidad de una niña para adaptar completamente su cuerpo al Brillo y sus magníficos efectos. Cuando el niño que lleva entre sus entrañas llegue a término... su sangre será más valiosa de lo que podrían imaginarse. Algo nuevo, increíble. Una nueva clase de Brillo, una jamás antes vista, una que nos dará el poder... de controlar a la bestia.

Singed las rodeó hasta llegar a la mesilla de madera al otro lado de la habitación. Tomando el relicario donde atesoraba la foto de su hija, la miró con anhelo, acariciando la imagen con el pulgar.

—Jinx podría ser la solución que tanto he buscado. Ese niño... podría ser nuestra salvación. El catalizador perfecto —suspiró—. Un hijo, por otro.

 

 

 

Jinx permaneció inerte. Por un segundo realmente creyó haber escuchado mal. Tal vez era una más de sus alucinaciones.

"Tienes que deshacerte de esa cosa".

"Esa cosa".

Cosa.

¿Por qué cuando alguien más lo llamaba de esa forma se sentía peor que decirlo ella misma?

Él apenas se había enterado sobre el embarazo, no llevaba ni un minuto de saberlo y ya deseaba terminar con él.

Ekko dio un paso al frente, sacando el extraño artefacto que cruzaba su pecho, y lo lanzó hacia la segunda plaza del sofá, junto a Jinx. La muchacha se quedó mirándolo con curiosidad, mientras Ekko se arrodillaba frente a ella para llamar su atención.

—Te llevaré con el médico, estoy seguro de que aún puede hacer algo. No importa que tan avanzado esté. Debe poder hacer algo.

Sus palabras se escuchaban desesperadas, su tono de voz agotado. Jinx no alcanzaba a comprender lo que estaba pasando por su cabeza en ese momento. Lo único que se le ocurrió fue pensar que sencillamente el muchacho no deseaba ser padre.

No podía culparlo. Ella también había estado asustada cuando se enteró de Isha. Al menos la joven tenía una vaga experiencia respecto a embarazos y nacimientos, pero Ekko no podía darse ese mismo lujo.

—Él no puede, ya lo intenté —respondió ella.

—¿Ya habías intentado...?

—Yo tampoco estaba feliz con la noticia —aseguró, con un tono ligeramente acusatorio.

Ekko tragó en seco y miró el vientre de Jinx, el cómo resaltaba por debajo de la camiseta negra que seguramente no había tenido más remedio que usar. Sintió un remolino en el pecho. Un espiral de emociones.

¿Eso dentro de ella... era suyo?

Aunque claro que, conociendo a Jinx, era evidente que de no ser suyo ni siquiera le habría dado la importancia para decírselo. Ella sabía que él tenía que saberlo porque Ekko era el padre de ese bebé.

Un bebé que todavía no alcanzaba a disfrutar los rayos del sol y aun así ya debía marcharse.

Porque ninguno de sus padres estaba feliz con su llegada.

No, ninguno lo estaba esperando en realidad.

Jinx y Ekko cruzaron miradas ansiosas, alguno de los dos tenía que darle solución a aquel conflicto, uno tenía que dar el primer paso.

Isha se retorció entre los brazos de su madre, la niña frunció el ceño, frotando el rostro contra las ropas de Jinx.

—Mi pequeño paquete de carne —susurró la muchacha, acariciando con suavidad el borde de su cara—. Aquí estoy. Tranquila.

Jinx intentó levantarse después de notar que su hija parecía haber caído en un sueño mucho más profundo que una simple siesta en los brazos de mamá.

Ekko se puso de pie de inmediato, cargando a Isha con el mayor cuidado posible, para evitar que Jinx hiciera todo un procedimiento para levantarse. La niña se aferró, todavía adormilada, al cuello del muchacho.

Ekko la llevó hasta la cama, la recostó delicadamente, ayudándola a separarse de su agarre, y la arropó con ternura, como si la hubiera extrañado mucho más de lo que pudo haberse imaginado en todo el tiempo que estuvo lejos de ella.

La niña sonrió entre sueños y a Ekko se le aceleró el corazón.

Jinx sintió un escalofrío. Él adoraba a su hija, se lo había demostrado más de una vez. Jinx lo sabía, si un día ella llegaba a faltar, Ekko se haría cargo de Isha, él cuidaría de ella como si fuera suya. La cuidaría con su propia vida de ser necesario.

Pero, entonces, ¿por qué a la criatura en su vientre no...?

¿Qué pasaría si Jinx muriera y el bebé no? ¿Ekko le daría la espalda? ¿Sería tan sencillo para él hacer algo así? Hacer algo que a ella le estaba costando tanto trabajo hacer.

¿Por qué para Jinx no era tan sencillo solo ignorarlo? Solo ignorar que algo dentro de ella se estaba desarrollando con rapidez y, que de no hacer algo pronto, terminaría llegando al mundo para consumirle la vida.

Cuando menos lo notó, Ekko ya estaba sentado a su lado, con el artefacto que parecía uno de sus tantos locos inventos, descansando a sus pies. Jinx no podía dejar de mirarlo, dejar de mirar las luces que emitía y su peculiar forma.

Ekko tampoco podía dejar de mirarla a ella, de mirar la curvatura de su vientre, de observar lo que sea que ambos hubieran creado, creciendo dentro de ella.

—¿Cuánto tiempo…? —preguntó, llamando por fin la atención de Jinx.

La muchacha descendió la mirada hasta su estómago y dibujó pequeños círculos sobre él con la punta de las uñas.

—Está creciendo más rápido de lo que debería —respondió—. Casi veinte semanas. Eso tiene.

—¿Has... estado bien?

Ekko por fin había caído en cuenta de que su lengua había sido más rápida que su cabeza. Ni siquiera se había molestado en preguntar cómo se sentía, simplemente atacó directo a la yugular. Como si lo que Jinx estuviera pasando no fuera su culpa también.

Jinx entornó los ojos. ¿Qué debía decirle exactamente? ¿Que la pasó de la mierda desde que supo que estaba embarazada? ¿Que ese bebé la estaba matando por dentro? ¿Que sus amigos Firetontos la habían echado del refugio? ¿Que creyó que jamás lo volvería a ver y que ahora que estaba frente a ella deseaba que no fuera así porque, lejos de ayudarla a sentirse mejor, solo hacía que se sintiera más conflictuada con ese bebé?

—Creí que te encontraría en el refugio —continuó Ekko—. Scar me dijo que habías vuelto a casa.

Jinx asintió en silencio. Al menos el sujeto sabía lo que estaba pasando en su estúpido árbol. Ekko se recorrió unos centímetros hacia ella, pero Jinx retrocedió, mirándolo con el ceño fruncido.

Podía sentirlo, como su interior estaba comenzando a inquietarse; podía culparse por eso, en ese momento no sabía cómo sentirse respecto a Ekko, y estaba segura que toda esa maraña de emociones alteraba a la criatura en su vientre.

Ni lo intentes, mocoso, él tampoco espera por ti.

—Debo volver, solucionar lo que dejé pendiente en casa —volvió a decir Ekko, sacando a Jinx de sus pensamientos—. Buscaré a alguien que pueda sacarte esa cosa del cuerpo. No te preocupes.

Cuando Ekko se puso de pie, un impulso le dio un pinchazo en el pecho a Jinx.

No te vayas. Quédate.

Era lo que su interior le suplicaba, pero no alcanzaba a distinguir si eran sus deseos o los del bebé en su vientre que esperaba recuperar el amor que su padre nunca tuvo hacia él.

Jinx no dijo nada más cuando Ekko atravesó la puerta. La sensación en su pecho pronto la recorrió hasta el vientre. Un pequeño movimiento.

Diminuto. Tan diminuto. Tan frágil.

Como el golpeteo de la punta de los dedos sobre la piel.

Intentó olvidarlo. No prestarle atención. ¿Para qué? Igual desaparecería, un día ese golpeteo ya no iba a estar.

Y eso era lo mejor.

Se levantó para recostarse junto a Isha, metiéndose debajo de las sábanas a su lado. La niña inmediatamente se pegó a ella en un abrazo, completamente acostumbrada a su calor, a la rutina que hacía cada día después de que Jinx llegaba de las misiones que Silco le encomendaba.

Porque, no importaba lo que tuviera que hacer, Jinx sabía que cada noche, por más tarde que fuera, debía volver para dormir junto a su pequeña. Por el bien de la niña, y por el suyo.

Porque el mundo era solo de ellas, solo para ellas. Solo eran Isha y Jinx en el desolado mundo de los Carriles.

Solo podían ser ellas.

Jinx intentó ocultar el golpeteo de su vientre con los propios latidos de su corazón y los de su hija.

Y, sin desearlo, ahí estaba, un tercer latido que se unió al sonido de los otros dos. Ese sonido, Jinx no lo podía apagar. Resonaba en las paredes de sus entrañas, haciéndose notar.

Diciéndole a su madre que estaba ahí con ella. Que también se sentía a salvo a su lado.

Descendió la mano hasta su vientre. Así era como el Brillo la torturaba, la debilitaba, la estaba matando porque rechazaba al bebé dentro de ella, quería eliminarlo, pero no podía. Y, al mismo tiempo, le otorgaba la capacidad de sentir cada pequeño aspecto de ese niño: sus movimientos, su respiración, sus latidos.

El corazón ya no le podía pesar más. ¿Cómo deshacerse de él? ¿Cómo dejarlo marchar después de escuchar su diminuto corazón suplicando vivir? ¿Cómo podría rechazarlo después de sentirlo moviéndose en su interior? Como si intentara comunicarse con ella, sin palabras, sin sonidos, justo como Isha, su adorada Isha, lo hacía.

¿Cómo podría negarle la vida a un ser que tanto anhelaba tenerla para estar entre los brazos de su madre?

Miró a su hija acurrucada contra su pecho, Isha había encontrado la posición ideal para abrazarse a ella sin que el vientre de su madre le estorbara. No parecía del todo contenta, pero se estaba adaptando.

Durante cinco años habían sido solo ellas. Nadie más.

¿Podría Isha perdonarla por incluir a una tercera persona dentro de su pequeño mundo de ensueño sin preguntárselo antes? ¿O la odiaría para siempre?

El agarre alrededor de la menor tembló cuando escuchó una asquerosa risilla burlona y familiar a su espalda.

"No eres más que una niña que quiere que la quieran".

Murmuró Mylo, escupiendo una verdad dolorosa que Jinx creyó haber dejado atrás junto con Powder.

Las alucinaciones habían disminuido desde que Isha llegó a su vida, pero tras el embarazo, no había forma de callarlas, era como si los fantasmas en su cabeza supieran justo dónde atacarla.

"Coleccionas niños únicamente para sentirte menos vacía".

—Cierra-la-puta-boca —escupió Jinx, arrastrando las palabras entre el veneno de su garganta.

El imbécil estaba equivocado. Isha no era parte de una colección, ella era su bebé, su tesoro más valioso, por quien haría arder el mundo, cada maldita ciudad en él.

Y el pequeño error creciendo dentro de su vientre definitivamente no la hacía sentirse menos vacía.

Sí, Mylo estaba equivocado.

Pero eso no la hacía sentirse menos mierda.

 

 

 

Sea como fuere, Jinx tenía más cosas en las cuales pensar. Su plan de ataque a Stillwater la había obligado a detener su búsqueda de aquella bestia que ella estaba segura que era Vander.

Ni en sus sueños más retorcidos hubiese imaginado que eso podría suceder, pero la realidad era que estaba sucediendo, y la única a la que podía recurrir para lidiar con ello, muy a su pesar, era Violet.

Jinx se había mantenido más alerta tras volver a casa, después de todo era un blanco fácil, y Piltover no se quedaría con los brazos cruzados después de que destruyera tan campantemente Stillwater.

Por esa razón ya no podía dejar a Isha sola, ella debía acompañarla a donde quiera que fuera, porque Isha siempre estaría más segura con mamá.

Ambas atravesaron las frías calles de Zaun, dispuestas a enfrentar de cara a los Carriles que hacía un rato habían dejado de ser lo que eran. Y es que la mayoría de los Jinxers se habían encargado de proteger y enaltecer la imagen de Jinx, pero no todos buscaban su bienestar y ella lo sabía.

Prefería mantenerse con la guardia en alto antes que arrepentirse por haber sido demasiado confiada.

Llegaron hasta uno de los callejones más peligrosos de Zaun, Jinx levantó la vista sobre su cabeza, las escaleras de acero serpenteaban hacia el techo del edificio donde ella sabía que Violet se estaba quedando.

Su hermana no tenía nada mejor que hacer que hundirse en la miseria y el alcohol, Jinx era consciente de eso, a pesar de ignorar cómo es que había terminado tan mal.

Tan patética.

Tampoco le interesaba mucho saber porqué se había alejado de su novia Vigilante, ni porqué eso la había hecho caer tan bajo, más bajo de lo que Jinx alguna vez creyó que vería a su hermana caer.

Sentía que se lo merecía, después de todo lo que había hecho, después de casi arrebatarle a Isha, era lo menos que debía estar pagando.

No estaba feliz de acudir a ella, pero no tenía muchas opciones que le ayudaran a encontrar a su padre mitad monstruo entre la oscuridad de Zaun.

Antes de entrar, Jinx se arrodilló frente a Isha, apretando bien la capa en torno a su cabeza.

—No te alejes de mí —le dijo—, y veas lo que veas, no intervengas. No otra vez, por favor.

Isha frunció la nariz.

“Ella me da miedo”.

—Lo sé, pulga, pero no te angusties, estás con mamá.

“Y con mamá siempre estaré a salvo”.

Se adelantó a decir la pequeña, Jinx sonrió orgullosa.

—Chica lista. Vamos.

Isha se prendió a la mano de su madre, la puerta de la habitación se abrió sin problemas, no parecía tener ningún tipo de cerrojo. El lugar desprendía un fuerte olor a pintura y alcohol, mucho alcohol.

A Isha le recordó al olor del bar en sus mejores épocas, cuando ella correteaba por él a escondidas de mamá y de Silco.

Violet se encontraba completamente inconsciente sobre lo que se suponía era su cama. Jinx la miró con los labios fruncidos, bastante decepcionada de lo que su hermana era ahora.

Isha tiró de la capa de su madre para llamar su atención.

“¿Qué es eso?”.

Preguntó, señalando un montón de botellas que Jinx no logró reconocer. Si era alcohol, seguramente era del peor de todos, porque solo algo así de adulterado la pondría tan mal.

—Explora, pero no te lleves nada a la boca, ¿entendiste?

Isha asintió y se alejó del agarre de su madre, manteniéndose también lejos del cuerpo inerte de Vi.

Jinx se dirigió hasta el espejo roto sobre el lavabo, había un montón de pintura facial negra por todas partes. La muchacha sabía bien a lo que su hermana se dedicaba, las peleas clandestinas ayudaban a Violet a permanecer con la mente ocupada.

Lejos, muy lejos de sus propios problemas.

Jinx escuchó los quejidos de su hermana despertando detrás de ella. Cuando Violet abrió los ojos lo primero que distinguió fue a la joven de cabello azul mirándola con una sonrisa forzada.

—Que bien te ves, hermana —le dijo, con un aire temeroso. La hermana mayor se abalanzó sobre ella, Jinx intentó detenerla—. Espera, espera.

Vi llevó a Jinx contra la pared, sosteniéndola con fuerza por el cuello. Ante el ajetreo, lo primero que Isha hizo fue correr hacia su madre, ocultándose en el espacio entre su espalda y la pared.

Violet parecía estar todavía bajo los efectos del alcohol y cualquier otra sustancia que haya decidido ingerir para olvidar lo que había hecho, pero no podía negar que Jinx también había sido una piedra en el zapato para ella.

—No quiero escuchar ni una sola palabra saliendo de tu boca —escupió la mayor, con el puño en alto.

Jinx podía sentir la falta de aire. Una de sus manos se aferraba a la muñeca de Violet para intentar alejarla de ella, mientras la otra mantenía su agarre en Isha a su espalda.

Estaba comenzando a lagrimear, la vista se le puso oscura y nublada.

Y lo sintió. El bebé en su vientre, ese niño que parecía no querer hacerse demasiado presente, se movió frenético como si intentara escapar, como si le estuviera suplicando a su madre que escapara de ahí. Estaba aterrado, Jinx podía sentir su miedo.

—Es Vander —balbuceó con el poco aliento que le quedaba—. Está vivo.

—¡Ambas sabemos que eso es mentira!

Vi apretó su agarre, pegando más a la menor contra la pared. Podía sentirse su furia desbordada, como si el rencor por el accidente causado por la pequeña Powder en ese entonces, saliera de nuevo a flote tras años enterrado en su interior.

—V-Vi… por favor —las lágrimas rosadas de Jinx comenzaron a hacerse más nítidas, podía sentir las uñas temblorosas de su niña aferrándose a su brazo—. No hagas que ella vea esto…

Violet miró los dorados y aterrados ojos de Isha ocultos detrás de la capa de su madre, y soltó su agarre, como si por fin volviera a ser consciente de sus acciones.

Jinx cayó al suelo, al igual que la capa que rodeaba sus hombros, la tela se había desatado después de todo el movimiento. La joven llevó su propia mano al cuello, tratando de disipar el dolor y recuperando el aliento, su mirada reflejaba el miedo que había tenido de que su hermana fuera capaz de asesinarla frente a su hija.

Vi quedó perpleja al notar el vientre de la menor, moviéndose frenéticamente al ritmo de su respiración errática. Intentó dar un paso al frente, pero Isha fue más rápida, y con todo el valor que le quedaba en el pecho, se posó frente a su madre, dispuesta a defenderla.

Jinx pudo notar el millar de preguntas que su hermana tenía reflejadas en la mirada, pero no estaba dispuesta a responderlas, ni siquiera si Vi hubiera sido lo suficientemente valiente para hacerlas.

—Después de que atacó Stillwater pude seguir su rastro hasta que lo perdí en las minas —articuló Jinx, desviando la atención hacia su principal objetivo—. Necesita nuestra ayuda, puedo probártelo.

 

 

 

—¿Y tú dejaste que se marchara? —preguntó Ekko.

—¿Esperabas que la detuviera? —se defendió Scar—. La chica carga con un arma como si fuera un brazo más, no pensaba contradecirla. Además, seguro está mejor allá afuera, aquí debemos hacer una limpieza profunda.

—Lo sé —respondió Ekko, analizando su alrededor.

Cuando volvió, Scar solo había podido decirle que Jinx no estaba más en el refugio, pero ahora que era consciente de las razones, no podía evitar sentirse incómodo, era como si todo el mundo de pronto se estuviera volteando de cabeza.

—Ella está embarazada —soltó de la nada el joven. Scar lo miró atónito, Ekko ni siquiera le dirigió la atención—. Es mío.

Scar trastabilló, sin estar demasiado seguro de lo que debía decir.

Oh. ¿Felicidades…?

Ekko resopló, rodando los ojos, y recargó los codos en la barandilla de madera que rodeaba el tronco del árbol.

—Debe deshacerse de él —aseguró, molesto y decidido—, no puedo permitir que esa cosa nazca.

Scar se colocó junto a él, mirando hacia el suelo bajo ellos, donde Blossom se hallaba arrullando a su pequeña hija, admirada por un grupo de niños que adoraban escucharla cantar.

—¿Tanto te asusta? —preguntó, llamando la atención de Ekko—. La paternidad.

—No es eso —aseguró el muchacho—. Es… algo mucho más complicado.

Scar lo miró por el rabillo del ojo y tomó aire.

—No es tan malo, ¿sabes? Ser padre.

Ekko sintió un escalofrío recorriéndole la espalda. No había escuchado en voz alta aquella palabra para referirse a él. Lo había estado evitando, claramente, sobre todo después de ver a Jinx embarazada.

No había tenido tiempo de analizar lo que había sentido en ese instante. Su consciencia se había aferrado a la idea de deshacerse del niño, jamás se centró en que ese niño era suyo, su hijo.

Ni siquiera tuvo tiempo de analizar cómo Jinx lucía almacenando una vida totalmente nueva creada por ambos.

—No puedo ser padre, no de esa cosa —se convenció a sí mismo.

—¿Y de Isha? —indagó Scar—. Los dos sabemos que, aunque Jinx no esté del todo de acuerdo, tú sientes algo fuerte por ella.

—Isha… —suspiró Ekko—. Es por ella por quien hago esto. Ella es importante para Jinx, para mí… Haría cualquier cosa por esa niña.

—Como cualquier padre lo haría —dijo Scar con una sonrisa que hizo que Ekko sintiera las orejas calientes.

Él no era su padre, Jinx se lo había repetido hasta el cansancio, pero no podía simplemente ignorar lo mucho que amaba a esa niña.

—Si sabes que Jinx va a cargar con eso, ¿no? —mencionó Scar—. Ella es quien lo tiene dentro después de todo —Ekko solo pudo asentir con un quejido—. ¿Estás seguro de querer…?

—Sí, solo que no sé cómo-

—Han corrido rumores estos días —interrumpió Scar—, sobre un “curandero” en las Fisuras, tal vez, si ambos están de acuerdo con eso, él pueda ayudarte.

Ekko se separó de la barandilla, dispuesto a buscar de nuevo a Jinx. Scar lo sostuvo con firmeza por el brazo.

—Piénsalo bien, niño tonto —le dijo, Ekko pareció genuinamente sorprendido—. Al final, ese bebé es tuyo. Solo espero que no te arrepientas de lo que harás.

 

 

 

El camino hacia los túneles estaba repleto por peculiares hongos fluorescentes que reaccionaban ante el sonido. Violet no había abierto la boca desde que salieron de su descuidada habitación, sobre todo no después de haber visto el mural que varios zaunitas había dibujado de su hermana menor tras el ataque a Stillwater. Para los habitantes de Zaun, el tener a Jinx de su lado era prácticamente una bendición enviada por la misma Janna.

Una que los salvaría de Piltover de una vez por todas.

—Aquí fue donde lo perdí —enunció Jinx, acariciando con la punta de los dedos los rasguños que la bestia había dejado en la madera.

Jinx miró a Isha a su lado, haciéndole una señal para que siguiera al frente de ellas. Isha asintió y avanzó, dando saltos entre los durmientes de las vías de madera. Aplaudiendo cada cierto tiempo para encender el camino.

—Esto es una estupidez —escupió Vi—. ¿Cuándo admitirás que es solo una de tus fantasías? ¿O no quieres que la niña sepa lo psicótica que eres?

Jinx se detuvo en seco en cuanto notó el pequeño movimiento de cabeza que Isha había hecho. Lo había escuchado, y eso era algo que no iba a tolerar. Porque nadie en el mundo, y mucho menos su estúpida hermana, mancharía la imagen que su hija tenía sobre ella.

—Lo que sucede es que está molesta conmigo porque le pateé el trasero —se burló Jinx, inclinándose junto al oído de Isha—. O tal vez solo está un poco amargada por la terrible ruptura amorosa que tuvo.

La niña sonrió ante el característico humor sarcástico de su madre. Vi se mordió la lengua.

—¿Lo ves? Psicótica.

Jinx rechistó los labios.

—¿Mi locura me hizo imaginar que te uniste a los piltidiotas que mataron a mamá y a papá? —escupió—. ¿O que casi nos mataron a Isha y a mí cuando decidieron “despejar” las calles con Gris?

—Al menos no tuvieron que ver la psicópata en la que su hija se convirtió.

—¿Cuál de las dos? Despierta, hermanita. Soy la heroína. Yo liberé a Zaun de Stillwater, mientras tú estabas inconsciente al fondo de una botella. Así que camina antes de que vuelva a patearte el trasero.

—¡Ja! ¿En ese estado? —Violet señaló completamente a Jinx con la mirada—. No durarías ni un segundo sin tus horribles artefactos y tus trucos de cobarde.

Jinx sintió un golpe directo en el orgullo.

—¿Qué me dices de esas manoplas sobrediseñadas que ni siquiera tú armaste?

Violet dejó caer los guantes al suelo. Si algo las unía a ambas era su enfermizo ego.

—¿Crees que los necesito para-

Antes de poder decir nada, Jinx ya le había volteado la cara con un golpe limpio.

—Ahí está. Un segundo.

Jinx se dio la media vuelta con una sonrisa orgullosa, justo cuando Violet tiró de una de sus trenzas. La menor se lanzó sobre ella tras esquivar el primer golpe, Violet volvió a girarla para dejarla inmóvil sobre el suelo, sosteniéndola por los hombros y soportando las patadas que Jinx le soltaba en las costillas.

—¿Te parece que todo lo que has hecho es justificable? —exclamó Vi, aguantando los puntapiés de su hermana—. Embarazarte, traer a una niña a un mundo del que no la puedes proteger. ¿Salir otra vez al peligro estando embarazada por segunda vez? ¿Qué esperas? ¿Volver a usar a la niña como un escudo humano?

—¿Qué me dices de ti, manos gordas? Ellos mataron a todos los que amábamos, destruyeron todo, nos quitaron todo —escupió Jinx, tratando de zafarse—. Se llevaron a Isha a Stillwater. ¡ENCERRARON A MI NIÑA EN STILLWATER!

Jinx le soltó un golpe con la punta de los nudillos justo en la vieja herida de Violet, provocándole un quejido de dolor genuino.

—Y tú te uniste a ellos solo para intentar hacerle lo mismo que nos hicieron a nosotras. ¡Ibas a dejar huérfana a mi hija, perra traidora!

Vi quedó enmudecida, el golpe de realidad por fin le había dado justo en la cara.

Isha se lanzó sobre ella, intentando apartarla de su madre, pero al no encontrar las fuerzas suficientes para alejarla, la mordió en la muñeca que sostenía a Jinx contra el suelo. Vi reaccionó por instinto, soltándole un manotazo directo en la nariz que la lanzó lejos de ambas.

Un silencio profundo, y luego el instinto de Jinx al ver a su pequeña lastimada la desgarró por dentro cuando notó la sangre que manchó el suelo.

Isha cubrió su nariz con la mano para detener la hemorragia, mientras sus ojos acuosos guardaban las lágrimas dentro de ellos. No iba a mostrarse débil, no frente a la extraña que siempre intentaba lastimar a mamá. Ella debía demostrarle lo valiente que era.

Jinx se sacó a Violet de encima y se apresuró a llegar hasta Isha, levantándola del suelo. Miró el rostro de la pequeña y cómo la sangre se había detenido.

—Enana, ¿todavía tienes todas las ideas dentro de la cabeza? —preguntó con una sonrisa maternal que inmediatamente tranquilizó a la menor. Isha asintió. Jinx sacudió su cabello con dulzura—. Chiquilla ruda.

La niña volvió a retomar su camino a través del corredor de la mina.

—¡Solo no te alejes! —ordenó Jinx, con un tono maternal que casi olvidaba que poseía.

Vi se detuvo en seco a su lado.

—Ese día, cuando usaron Gris para “despejar” las calles —le dijo Jinx, sin molestarse en mirarla—, Isha estaba conmigo.

Vi sintió un puñetazo en el estómago, era algo que no sabía, nunca pensó en que la niña estaría con ella en esa ocasión. Nunca pensó en que dañar a Jinx también dañaría a la pequeña, de hecho.

—Esa noche, casi muere por eso, le dio fiebre, se desmayó, pensé que la perdería... por culpa tuya.

Las palabras de Jinx eran tajantes, afiladas como las hojas de una navaja. Inundadas en rencor y dolor.

—Yo... —intentó articular Violet.

—No vuelvas a usar a mi hija como tema de discusión. Te busqué porque la última vez que hicimos todo solas la vida nos jodió a las dos, y porque Vander también es tu padre —la miró por el rabillo del ojo—. Pero hay cosas que has hecho que nunca voy a perdonarte y me importa una mierda si crees que lo que yo hice tampoco tuvo justificación. Lo único que he hecho hasta ahora es mantener a salvo a mi hija. Así que no te vuelvas a acercar a ella. No le vuelvas a poner tus malditas manos encima.

Jinx pudo sentir como la mirada de Vi se fijaba en su estómago, podía percibir la pregunta arañándole la garganta.

—Me moví por el impulso, fue instintivo, nunca he querido hacerle daño. Creo que merezco saber un poco más sobre ella. Al menos podrías decirme si el padre está presente —inquirió Violet. Jinx guardó silencio—. O… si, al menos, es el padre de ambos.

Jinx elevó el arma hasta la cara de su hermana, observando de reojo que su hija no hubiese escuchado nada. Pero no, Isha estaba bastante distraída con los hongos que brillaban ante el sonido de sus zapatos contra el suelo.

—Su padre no importa. Ella es mía. Siempre fue así.

—¿Siempre tienes que hacer todo tan complicado?

—Mira quién lo dice, la que acaba de soltarle un golpe en la cara a mi hija, perra.

Justo en ese momento pudo haberse desatado una segunda pelea fraternal, de no haber sido por el estruendo que las hizo estremecerse junto con todo el lugar.

Isha corrió a refugiarse a la espalda de su madre. El sonido sordo avanzaba a través del pasillo, encendiendo los hongos que habían dejado apagados más atrás.

—Es él, es Vander —anunció Jinx.

Sí, era él. Era la bestia en él movida por su sed de sangre. La sangre que Isha había dejado en el camino.

—Ese no es Vander. —Violet retrocedió, colocando a ambas detrás de sí por mero impulso.

—Sí lo es —insistió la menor.

Jinx colocó a Isha detrás de ella, la niña se aferró a sus ropas con las manos temblorosas cuando el animal se posó frente a las tres en un rugido intimidante.

—¡Vander, soy yo! ¡Powder!

Pero la bestia no pareció reaccionar, no del todo. Vi tuvo que soltarle un golpe limpio para alejarlo.

—¡Va a matarte! —exclamó, obligándola a retroceder.

Isha tiró de la ropa de su madre, Jinx se arrodilló frente a ella, tomando el poco tiempo que Vander les había dado al sentir la confusión alterando su visión.

“Mamá, tengo miedo. Quiero irme”.

—Shh, tranquila —siseó Jinx, acariciando el rostro de su hija, tratando de ignorar que Vi había contenido otro de los ataques de la bestia—. Quédate conmigo. Quédate con mamá.

Vi miró a Isha de reojo, la niña estaba asustada, temblando entre los brazos de su madre. La bestia se lanzó directo hacia ella, pero Violet logró detenerla de nuevo.

—¡Mierda! —bramó, lanzándolo lejos—. ¡Jinx, sácala de aquí!

La menor puso a la niña detrás de sí cuando la bestia volvió a fijar sus feroces ojos rojizos en ella, y elevó su arma directo hasta Vander.

—Vi, es él, tienes que creerme —suplicó con el agarre tembloroso.

Violet tenía miedo de ceder, pero algo en ella le gritaba que ya había fallado lo suficiente, y bajó su defensa.

Lo que vino después del grito de la joven hacia su padre fue algo que Jinx nunca esperó ver: la bestia abrazando con anhelo a su hermana mayor.

Jinx trastabilló con un sentimiento que creyó haber perdido, atorado en su pecho. Violet estiró la mano hasta ella.

—¿Qué estás esperando? También es tu padre.

El sentimiento inundó su pecho, Jinx no soportó más las lágrimas y se lanzó contra ellos. Dejándose envolver entre los brazos de su padre, a la vez que envolvía con los suyos a Isha.

Por un segundo todo fue perfecto.

Vander se separó de sus hijas, no podía hablar, su poca humanidad se lo impedía. Pero era suficiente con sus ojos fijos en ellas para que ambas comprendieran lo mucho que las había extrañado.

Isha se asomó detrás de la espalda de su madre, capturando la mirada curiosa de Vander.

Jinx sonrió, hincándose al lado de la pequeña, sosteniéndola por los hombros, mostrándole orgullosa a su padre la adorable criatura que ella había logrado traer al mundo.

—Ella es Isha, Vander —dijo—. Es mía. —Abrazó a la niña, restregando su mejilla con la de ella—. Toda mía.

La niña se soltó a reír después de que su madre la atacara con besos en la cara.

Vi sintió un escalofrío. Jamás imaginó qué algún día miraría a su hermana menor convertirse en madre. En una así de amorosa, justo como la de ellas lo era.

Cuando Jinx volvió a erguirse, Vander se inclinó para observar su vientre. Su visión mejorada podía distinguirlo: la figura del bebé que se estaba formando en el interior de su hija.

Ese pequeño ser, recostado dentro del vientre de su madre, llevando su diminuta mano al interior de su boca, buscando consuelo con aquel gesto.

Jinx notó la mirada condescendiente de Vander, y la correspondió con una similar.

No había forma sencilla de explicar que esa criatura no estaría ahí por mucho más tiempo. Que la ternura con la que Vander lo observaba crecer pronto desaparecería. Que no valía la pena siquiera tenerle lastima.

Que ese pequeño ser ya no tenía permitido estar dentro del vientre de su madre.

Se escucharon pasos al fondo de la mina. Pasos apresurados, pesados, de botas militares. Vi pudo distinguirlas de inmediato.

—Vigilantes...

—Tú los trajiste hasta aquí —recriminó Jinx.

—¡No! Mierda. No entiendo cómo...

Antes de poder hacer nada. Tres granadas rodaron hasta sus pies.

Jinx tomó a Isha en brazos, protegiéndola con su cuerpo cuando la granada explotó. Vander cubrió a las tres con su resistente armadura.

Jinx observó con horror como las bombas no soltaron una explosión en fuego sino Gris.

Jodido Gris.

Su mirada desorbitada vaciló a su alrededor, observando como el gas llenaba la mina, llenaba el aire que su hija estaba respirando.

No. No podía estar pasando otra vez. Si Isha volvía a respirar ese gas podría...

—Isha —tomó a la niña por las mejillas—. ¿Puedes aguantar la respiración unos segundos? —La niña asintió. Pero Jinx estaba aterrada, aterrada de perder a su pequeña—. Niña valiente.

El gas empezó a inundar los pulmones de los adultos. Jinx sintió la falta de aire, los ojos llorosos, el dolor en el pecho… y al pequeño que comenzó a retorcerse agitado en su interior.

El corazón se le hizo pequeño, no podía hacer más que observar cómo los pulmones de sus dos hijos se llenaban con ese maldito gas.

Su desesperación era palpable. La desesperación de una madre angustiada por mantener a sus hijos con vida. Por no dejarlos morir a manos de esos malditos de arriba.

No quería convertirse en una mártir más, en una mártir que Zaun estuviera dispuesto a adorar.

Porque si algo era capaz Jinx de hacer como madre, era sacrificar su vida por la de sus hijos.

Si ella hubiese podido, se habría entregado sin objetar, sin pelear. Hubiera hecho lo que fuera para mantenerlos protegidos.

Lo que fuera para mantenerlos a salvo.

Incluso entregar su propia vida para salvar la de ellos.

Chapter 17: XVII. Lila

Notes:

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Chapter Text

El Gris inundó la mina. Jinx podía escuchar los espasmos en el pecho de Violet, incluso Vander parecía realmente incómodo con el gas llenándole los pulmones.

La joven miró a su hija, la niña parecía no poder soportar mucho más el aire dentro de su garganta. ¿Qué podía hacer? ¿Qué se suponía que hiciera? ¿Solo observar cómo su pequeña simplemente moría ahogada por ese jodido gas?

Jinx acarició el rostro de Isha con ternura, con toda la que pudo acumular para ocultar su terror. Las lágrimas que le dibujaban los ojos apenas y podían saborearse entre el dolor y el miedo.

El odio. La furia. Podía sentirlos ardiendo como un incendio en su pecho. Una llama férvida, incapaz de apagarse.

Estaban volviendo a lastimar a su bebé.

A sus bebés.

Dos mascarillas de emergencia cayeron de golpe frente a ella. Jinx miró sobre su cabeza. Ekko había llegado.

La aerotabla se deslizó ingrávidamente contra los muros rocosos. El muchacho, muy a su pesar, le lanzó una última mascarilla a Violet. Habrá sido una idiota, pero alguna vez habían formado parte de la misma familia, y no era el estilo de Ekko dejarla morir ahí. No a manos de los Vigilantes.

Jinx estiró la mano hasta una de las mascarillas cuando, tan rápido como el viento, una bala atravesó la nube de gas y la destruyó.

La muchacha no dudó ni un segundo en tomar la segunda mascarilla para colocarla en el rostro de su hija. Isha volvió a respirar y el alivió se anidó en el pecho de la joven madre. Un alivio tan grande que solo pudo compensarse con el abrazo que la niña le dio al segundo siguiente.

Pero Jinx estaba comenzando a resentir la densidad del aire en los pulmones, cayó de rodillas, vencida por el sofoco y el peso en el pecho, tratando de retener los espasmos en la garganta para no preocupar demasiado a su pequeña hija. El Brillo estaba haciendo demasiado bien su trabajo, su capacidad para aguantar el Gris había disminuido, o se había centrado en proteger al bebé en su vientre, en cualquiera de los casos, no era bueno para Jinx.

Isha no lo toleró, no soportaba ver a su madre así, pero para Jinx todo estaba bien, porque al menos era consciente de que su niña estaba a salvo del Gris y de los efectos que pudiera llegar a provocar en ella. Lo último que Jinx logró distinguir fue su vista nublada apenas visualizando los llorosos ámbares de Isha, y sus pequeñas manos agitando su cuerpo exánime.

Y luego se desmayó en los brazos de Ekko.

El muchacho apenas había logrado atraparla antes de que azotara en el suelo. Quitó su propia mascarilla y la colocó sobre el rostro de Jinx. La joven había recuperado la respiración, pero se mantenía inconsciente en sus brazos.

Isha agitó desesperadamente el cuerpo inerte de su madre, Ekko le lanzó una mirada cálida para tranquilizarla. Cuando los Vigilantes comenzaron a acercarse, Violet tomó a Isha en brazos, la niña accedió únicamente porque Ekko pareció confiar en ella durante ese momento de desesperación. Y salieron de la mina, tratando de evitar toparse de frente con sus agresores.

 

 

Jinx despertó sobresaltada, después de sacar todo el gas que se le había acumulado en la garganta. Se retorció en el suelo, tosiendo hasta que le dolió el pecho. Isha corrió hacia ella, colgándose a su cuello.

La joven la abrazó con fuerza, con todas las fuerzas que mantenía en su cuerpo. Su pequeña otra vez estaba entre sus brazos.

—Estás bien… —sollozó aliviada—. De verdad estás bien... mi niña... —el alivió que sintió por ver a su primogénita pronto pareció disiparse ligeramente, y permaneció estática, llevando la mano al vientre—. Mi...

Incrustó las uñas en la piel cuando la quietud se hizo presente. La mirada inerte de Ekko se quedó clavada en ella. Jinx vaciló la suya, la respiración agitada y el terror en el pecho. No podía evitarlos, simplemente no podía.

¿Acaso... lo había perdido?

Cruzó la vista con Ekko. Lo que ambos tanto querían por fin se había cumplido.

Esa cosa ya no estaba.

Esa... cosa... ya no...

¿Por qué... estaba doliendo tanto?

El hueco en el estómago, el dolor en la garganta, todo parecía mezclarse con un remolino de emociones que pronto se detuvo al volver a sentirlo.

Un movimiento diminuto. Un golpe leve que le trajo de regreso el alma.

La joven volvió a recuperar la tranquilidad en su corazón. Volvió a sentirlo, a ese bebé, moviéndose dentro de ella.

No debía sentirse aliviada, no debía estar tan aliviada. Pero no podía evitarlo.

Desvió la mirada de Ekko, volviendo a ponerse de pie.

El joven ya había sido puesto al tanto de lo que sucedía con Vander y de lo mucho que al adulto podría ayudarle el supuesto curandero del que Scar le había hablado. Les gustase o no, debían emprender ese viaje juntos, muy a pesar de que Ekko pareciera seguir molesto con Violet tras su último encuentro.

El viaje no fue del todo complicado, ellos conocían bien los caminos hacia las Fisuras.

Los Firelights tenían bastantes aliados a lo largo de los Carriles, aliados que no precisamente pertenecían a su grupo, pero que más de una vez les habían brindado su ayuda. El problema era que la única forma de distinguir a un aliado, era entonando un silbido lejano, agudo y corto. Un sonido con el que Ekko le anunciaba a la oscuridad repleta de posibles hostiles que él era un amigo.

Aunque era difícil que alguien los atacara notando la colosal bestia que los seguía, Ekko prefería prevenir, sobre todo llevando a una niña y a una mujer embarazada con ellos.

Aún si esa mujer embarazada era Jinx.

Así, cada que entraban a territorio potencialmente peligroso, Ekko entonaba este silbido de camaradería y evitaba un posible ataque por parte de aliados que no lo hubiesen reconocido.

A Violet le parecía brillante e ingenioso que Ekko se hubiese hecho de tantos aliados a lo largo de su vida. A Jinx le parecía irritante. Porque no solo tenía que escucharlo, también entendía porqué los Firelights eran tan escurridizos cuando Silco vivía.

La joven se detuvo en seco cuando sintió el estómago volviéndole por la garganta.

Y vomitó.

A un costado del camino, pero al final lo había hecho. Jinx se levantó irguiéndose como si nada hubiera pasado. Violet permaneció quieta sin saber exactamente cómo reaccionar, era normal, nunca en su vida había estado con una mujer embarazada. Recordaba haberlo vivido con Felicia, pero era demasiado pequeña para comprenderlo. Tan pequeña como ahora Isha lo era.

Ekko se acercó hasta Jinx e intentó ayudarla.

—Estoy bien —aseguró ella, evitando la mano del muchacho.

—Sí, sería el colmo que te matara antes de nacer.

Jinx lo miró anonadada, él no tenía idea. Realmente no tenía idea de que eso podía suceder, no sabía que esa era la razón por la cual ella debía deshacerse del embrión.

Pero si eso no era lo que lo motivaba, entonces, ¿por qué le tenía tanto resentimiento a ese niño?

Jinx lo fulminó con la mirada cuando él intentó volver a ayudarla, y golpeó su agarre.

—Tienes líneas afiladas, ¿eh? —escupió con sarcasmo y rencor.

Antes de poder decir nada más, Violet llamó su atención.

Habían llegado por fin al tan anhelado santuario del Heraldo.

—Vi, esperaba que regresaras.

—Huck, tú… sucio traidor —bramó Violet.

—Sí, ese era yo en mi peor momento, pero el Heraldo me concedió la oportunidad de redimirme —siguió el muchacho, un tanto apenado—. Todos son bienvenidos, aunque debo pedirles que entreguen sus armas. Este es un lugar de paz.

Jinx refunfuñó, poniendo los ojos en blanco, y elevó la pistola hacia él. Isha se aferró a la ropa de su madre, mirando desafiante al extraño hombre.

Vander gruñó abrumado y Ekko dio un paso al frente, dejando su aerotabla y su arma en el suelo. Violet lo siguió y Jinx no tuvo mayor alternativa que hacer lo mismo.

Atravesaron el arco, adentrándose al santuario. Las chozas y demás tiendas parecían peculiarmente construidas a similitud, estaban repletas de comida, herramientas y zaunitas que lucían plenamente felices. Jinx quedó perpleja al igual que sus acompañantes, era como estar en un lugar totalmente diferente a Zaun, era lo más cercano a un paraíso.

Siguieron a Huck hasta el final de la colina, donde se encontraron cara a cara con Viktor, el “curandero” del que todos hablaban.

—Dicen que puedes sanar a la gente —dijo Vi.

Viktor observó a Vander con detenimiento y comprendió de inmediato lo que estaban buscando. Se acercó a la bestia tocando su frente con delicadeza y por unos segundos se perdió en su memoria.

Cuando se alejó de él, Isha inmediatamente lo miró con un gesto fulminante, no confiaba en él, no del todo, porque mamá tampoco lo hacía.

Viktor dirigió su atención hasta Huck, pidiéndole que llevara a Vander y a Vi hasta un lugar donde pudieran descansar y comer algo.

Isha se quedó prendada a las ropas de su madre, mientras Ekko y Jinx analizaban la mirada insistente del peculiar sujeto. Una mirada que pronto se fijó en el vientre de Jinx, incomodándola.

—Queremos deshacernos de esa cosa —mencionó apresuradamente Ekko.

Viktor permaneció unos segundos en silencio.

—Comprendo tus motivos, muchacho —le dijo—, pero el eliminar a esa criatura no solucionará nada, no mientras siga dentro del vientre de su madre —miró a Jinx—. Sé a qué le tienes miedo. Puedes permanecer aquí si así lo prefieres.

—¿Estás loco? Lo que queremos es que no nazca —objetó Ekko.

—Me matará antes de hacerlo —añadió Jinx.

—No puedo hacer más por ustedes.

—La parte de “podría matarme mientras está dentro de mí” no te quedó del todo clara, ¿verdad? —escupió sarcástica la muchacha.

Viktor sonrió medianamente.

—Powder —dijo, dejándolos enmudecidos—. Incluso si quisiera hacer algo para extraerlo de tu cuerpo, el proceso te mataría, ya está demasiado desarrollado como para sacarlo. Lo mejor para ti es esperar a que nazca y una vez que lo haga —miró a Ekko—, puedes dejar al bebé aquí. Dejar que la comunidad cuide de él, no tendrás que preocuparte más por enfrentar tus miedos. Ninguno de ustedes.

—¿Cómo sé que puedo confiar en ti? —cuestionó el moreno—. Que nada de lo que pasará, pasará.

—No puedes, pero soy tu única opción.

Jinx permaneció en silencio. Lo que a ella le inquietaba era morir y dejar sola a su hija, pero Ekko parecía tener preocupaciones mayores que no le estaba diciendo, y ahora se sentía aún más conflictuada por el ser que estaba creciendo dentro de ella. ¿Qué era lo que significaba para sus vidas? ¿A qué le tenía tanto miedo Ekko?

 

 

Después de eso, Viktor se enfocó durante días en ayudar a Vander a separar su humanidad de la bestia en la que se encontraba cautivo.

Estaba siendo un proceso duro; difícil al inicio, porque Vander no ponía mucho de su parte, la bestia en él se resistía fervientemente a no dejar despertar del todo al hombre dormido en ella.

Pero si había algo que mantenía la humanidad de Vander aún latente y luchando cada día por salir de ahí, era Isha. Esa niña que se la pasaba cuidándolo y procurándolo. Tal y como seguro lo hubiera hecho con Silco.

Porque Isha sabía que Vander era el papá de mamá y si él estaba bien, entonces mamá también lo estaría.

Había sido inevitable que la niña se encariñara con él. La desmedida curiosidad de Isha no dejaba que se separara de su abuelo, lo tenía vigilado para que nadie le hiciera daño. Porque, aunque gruñera o pareciera atacar en cualquier momento, Isha podía ver la bondad en sus ojos.

—Este lugar… ¿En serio crees que podría funcionar? —preguntó Violet.

—Una utopía subterránea dirigida por un delgado Heraldo Mecánico, ¿qué podría salir mal? —se mofó Jinx—. Tal vez cuando Piltover quede hecho pedazos.

Violet miró a Isha correteando alegremente con Vander. Por primera vez veía a su sobrina actuando como lo que era: una niña.

No una fugitiva, no una luchadora, no la hija de una criminal buscada. Solo una niña llena de inocencia que merecía vivir una infancia plena y feliz. Como cualquier otro niño.

—¿Y si nos quedamos para ayudarlos? —preguntó, temerosa.

—¿Las dos? —Jinx la miró confundida.

Por primera vez en años, Violet había recurrido voluntariamente hasta ella para formar algo juntas.

Otra vez juntas.

—Piénsalo, este lugar… —continuó Vi—, podría ser todo lo que necesitamos. Lo que tú necesitas —señaló su vientre con la mirada y luego a Isha—, lo que ellos necesitan.

Jinx se encogió de hombros, abrazando su cuerpo con fuerza tras sentarse en una de las rocas más altas del prado. Violet le dirigió una última mirada y se alejó de vuelta hasta Vander, para llevarlo con Viktor.

Isha corrió hacia su madre, mostrándole orgullosa su rostro.

—¿Qué te hiciste en la cara? —sonrió Jinx, al mirar las manchas de pintura rosada que la niña llevaba bajo los ojos, similares a las que los Jinxers y demás rebeldes utilizaban—. ¿Te lo enseñó Sevika?

“Ekko”.

Respondió Isha con una sonrisa. Jinx hizo un sonido de disgusto y rodó los ojos.

Isha volvió hacia los niños con los que había comenzado a jugar, niños curiosos de su ser, de su manera de vestir y actuar. Porque Isha, a pesar de ser la niña de mamá, era mucho más audaz que cualquier otro niño.

Jinx tomó aire y al segundo siguiente ya tenía a la pequeña frente a ella, llena de tierra y unos cuantos raspones en las rodillas. Estaba aguantando las lágrimas, Jinx lo había notado, la niña había resbalado en el lodo y antes de darse oportunidad de llorar frente a los demás, caminó a paso apresurado hasta mamá.

Jinx arrugó el ceño con una sonrisa cálida y estiró los brazos hacia ella. Isha no dudó ni un segundo y, al no soportarlo más, comenzó a sorber la nariz, soltándose a llorar, escondiendo el rostro en el pecho de su madre.

—Tranquila, problemita, no te hiciste gran daño.

Isha berreó, Jinx comprendía amargamente que, con el embarazo, la niña estaba cada vez más sensible, necesitaba la atención de su madre, ahora más que nunca, y Jinx no se la iba a negar.

La niña era tenaz, pero también frágil. Tan frágil que su madre tenía un miedo terrible a que el mundo la fuera a romper, tal y como lo había hecho con ella. Aunque, Jinx sabía bien que, mientras ella estuviera viva, su hija jamás terminaría de esa forma.

No lo permitiría.

Isha se recostó en el regazo de su madre, tratando de contener el llanto.

Shh —siseó, acariciando sus cabellos—. Mamá está aquí, mi pequeña.

Isha miró fijamente el vientre de su madre, dentro se encontraba un bebé que recién había cumplido treinta semanas, y no había manera de detener su crecimiento. Todo estaba sucediendo tan rápido que Jinx apenas y podía procesarlo.

La criatura en su interior se movió e Isha levantó la cabeza, sorprendida. Jinx no pudo disimular la gracia que eso le había causado y se soltó a reír.

—No te preocupes, pulga, todavía es muy pequeño para salir de ahí.

Isha siguió mirando los movimientos, sin alcanzar a comprender cómo algo podía estar viviendo dentro del estómago de mamá.

“¿Te duele?”.

Preguntó, después de notar un movimiento ligeramente más violento.

Jinx negó con la cabeza.

—Tú eras peor.

La sonrisa burlona de la joven fue inmediatamente captada por la mirada preocupada de la niña. Isha genuinamente estaba comenzando a creer que cuando ella era así de pequeña le había causado mucho malestar a su madre.

Jinx tomó la mano de su hija y la colocó sobre su vientre. Isha pegó un salto ante el primer golpeteo, pero la sonrisa de mamá la tranquilizó.

Esta vez, la curiosidad de la niña la hizo más valiente y pegó el oído en el estómago de Jinx. La criatura dentro de la joven se movió ligeramente más frenética, casi con alegría.

“¿Yo también te molestaba así?”.

—Peor, mucho peor —soltó Jinx, fingiendo aflicción—. No había nada en el mundo con lo que pudieras quedarte quieta, ni de noche ni de día. Eras un torbellino dentro de mí —suspiró con nostalgia—. Y… este niño parece que solo está moviéndose porque sabe que estás aquí.

Jinx sintió una opresión en el pecho, había hablado más rápido de lo que pensó, movida únicamente por el instinto maternal que le obligaba a darle una explicación a su hija sobre lo que pasaba dentro de su cuerpo en ese momento.

Sin notar siquiera que, a pocos metros de ahí, Ekko las observaba con el mismo sentimiento atrapado en la garganta, uno que no alcanzaba a comprender, convenciéndose desesperadamente a sí mismo de que lo que estaba haciendo era lo correcto, muy a pesar de lo que su corazón estaba gritando.

 

 

 

El tiempo seguía transcurriendo, tan ligero que apenas se notaba. No faltaba mucho para que cumplieran más de un mes dentro del santuario, Vander había mostrado mejorías y eso estaba siendo suficiente para todos.

Jinx solía tener desmayos, sangrados ocasionales y parecía más pálida de lo normal, pero seguía consciente, luchando con uñas y dientes para mantenerse con vida.

Porque nada en el mundo, ni siquiera la misma muerte, la obligaría a alejarse de su hija.

La joven se sentó junto a Vander. La bestia la miró con sus pequeños y profundos ojos cansados. No había nadie más, todo estaba en silencio, ese lugar era un paraíso. Uno muy peculiar.

Incluso Isha parecía estar feliz, lejos de la guerra que se desataba en el exterior, lejos de Piltover y sus amenazas.

Jinx se cubrió mucho más con la capa que rodeaba sus hombros.

—Ya conociste a Isha —se burló—. Silco... la adoraba, ¿sabes? Sé que él no es un tema sencillo para ti. Me hubiera gustado que las cosas hubiesen sido distintas.

Vander gruñó, como si estuviera de acuerdo.

Jinx dibujó algo similar a una sonrisa y descendió la mirada hasta su vientre oculto bajo la tela, tamborileando con los dedos sobre los muslos.

—Ya sabes que estoy embarazada —soltó. Vander la miró completamente quieto.

Jinx permaneció con la vista fija en sus propias manos. Un relámpago de nostalgia, de familiaridad, la atravesó. Un día le decía a uno de sus padres sobre su primera hija, y al siguiente se lo decía al otro, a uno que creía muerto.

La jodida ironía.

—Es una niña —volvió a decir. Vander ladeó la cabeza, no necesitó hablar, Jinx comprendió su pregunta—. Solo lo sé... No era parte de mi plan, pero supongo que así es como se vive semana a semana.

Vander retrocedió. Era Felicia, había visto a su adorada vieja amiga reflejada en su hija, viviendo exactamente la misma mierda.

Un embarazo, un niño, una vida al centro de una guerra que parecía interminable.

Jinx vaciló. Solo ella y Vander sabían que sería una niña.

Que la criatura dentro de su vientre, que ese bebé, sería una niña.

Tenía sentimientos encontrados. Terribles. Porque pensaba en su pequeña Isha y en lo que hubiera sido de ella si hubiese decidido abandonarla.

Tal y como pensaba hacerlo con esa niña.

 

 

 

Jinx salió dando pasos pesados de la choza. Estaba molesta. Jodidamente molesta. Porque la niña en su interior había decidido volverse un pequeño tornado dentro de sus entrañas y no había nada que pudiera calmarla, impidiéndole dormir.

Por primera vez en semanas, sentía que esa cosa dentro de ella la estaba molestando a propósito. Con toda la maldita intención de vengarse, de hacerla pagar por ser tan mala madre.

Respirar era un martirio, y si seguía haciéndolo era únicamente porque no quería dejar a Isha sola.

No en ese maldito y decadente mundo.

Se sentó frente al amplio prado de flores amarillas, apenas iluminadas por la luz de la luna. No podía hacer nada más, ¿de qué servía siquiera intentarlo?

—¿Dificultad para dormir? —escuchó detrás de ella.

Una joven, que formaba parte de la comunidad, se acercó a su lado. También estaba embarazada, muy embarazada. Se sentó con dificultad a un costado de Jinx, la muchacha de pelo azul frunció el ceño, incómoda, prefería estar sola, pero ya no podía hacer mucho para echarla.

—No quiero molestar —se adelantó a decir la joven—. Es que vengo seguido aquí cuando no puedo conciliar el sueño.

Jinx se encogió de hombros. No se lo había preguntado.

—La niña de cabello teñido… es tuya, ¿verdad? —preguntó—. Es hermosa.

Jinx mostró su orgullo con un resoplido entre labios curveados. Su acompañante bajó la mirada hasta el césped que abrazaba sus pies descalzos.

—Supongo que… tendrían la misma edad —dijo de la nada, capturando una mirada aguda de Jinx—. Perdí a ese bebé poco antes de que naciera… —un escalofrío recorrió a ambas—. Por eso espero… que todo salga bien con este, ¿sabes?

Jinx permaneció helada y en silencio, ¿cómo era posible que estuviera compartiendo con ella algo así? Ni siquiera la conocía.

Ahora sentía la culpa subiéndole por el pecho. Esa chica sufría por la pérdida de su bebé, a leguas se notaba deseosa por ver al segundo nacer, y Jinx, desde que supo que estaba embarazada, no hizo más que desear que esa niña en su interior desapareciera.

Tal vez ella era quien menos merecía ser madre, tal vez nunca lo hubiese merecido. Pero así funcionaba el mundo, y ahora su cuerpo volvía a decidir crear vida.

Sin que ella supiera exactamente qué hacer con ella.

Tal parecía que la niña había escuchado los pensamientos de su madre (justo como su hermana mayor alguna vez lo había hecho), porque comenzó a patearla desenfrenadamente. Jinx hizo una mueca cuando sintió uno de esos golpes justo en la costilla.

La joven que la acompañaba sonrió.

—Se vuelven más inquietos por las noches —le dijo, acariciando su propio vientre—. También sienten tus emociones, considera eso.

El esposo de la joven se acercó a ella para llevarla de vuelta a su hogar. Ésta le dirigió una última sonrisa a Jinx.

—Háblale —volvió a decir—. Si le hablas te juro que se calmará.

Jinx arrugó la nariz, disgustada. No quería aceptarlo, pero la verdad era que con Isha nunca había pasado por algo así, porque hablaba todo el tiempo con ella.

Isha… siempre había sido su compañía. Isha no le había dolido tanto como esa bebé, ni física ni emocionalmente.

Tomó aire con fuerza, recobrando el valor y atesorándolo en el pecho. Llevó las manos al vientre y se permitió sentir a la pequeña en su interior.

—No sé porqué mierda estoy haciendo esto —soltó—. Ni siquiera estoy segura de que me estés escuchando. Pero… ¿podrías dejarme dormir ya? Necesito descansar, ¿sabes? Hay una niña aquí afuera que me necesita.

Un golpe limpio.

—Lo sé, lo sé, sé que también tú me necesitas —suspiró—. El problema es que me aterra que no me dejes vivir… que no me permitas ver a mi niña crecer. ¿Cómo mierda podría amarte sabiendo que puedes separarme de Isha para siempre?

Miró su vientre, moviéndose cada vez más despacio, pero moviéndose al final.

—¿Cómo… ¿Cómo mierda puedo amarte ya… sabiendo que puedes separarme de Isha para siempre?

El corazón se le hizo pequeño, tan pequeño de dolor.

Le dolía, más que cualquier otra cosa en el mundo, no poder ser la madre que Isha necesitaba, la que esa bebé necesitaba. Le quedaba más que claro que nada la debilitaba más que esas dos niñas. Que nada la hacía retorcerse de dolor más que ellas.

Que de verdad…

De verdad.

Quería quedarse con esa bebé.

Pero no había poder en el mundo que se lo permitiera… no había manera de que pudiera darla a luz y verla crecer.

Por más que lo deseara con todas sus fuerzas. Por más que se lo rogara a Janna con toda su voz.

Sabía que ella no tenía permitido ser la madre de esa niña.

No en esa vida.

Y eso la destrozaba. Le pisoteaba el alma.

—Lo siento tanto —sollozó, con el nudo en la garganta—, perdóname por ser egoísta y elegir mi vida sobre la tuya. No es lo que se supone que debería hacer, pero aún no estoy lista para partir. Porque si me voy… si las dejo solas… ¿quién podría… protegerlas y amarlas como yo?

En ese jodido mundo decadente.

¿Cómo sobrevivirían dos niñas solas sin su madre?

¿Cómo se atrevería a hacerles lo mismo que sus padres les hicieron a Vi y a ella? Jamás se lo perdonaría. Nunca podría.

Jinx lloró tan desconsoladamente, con tanta amargura en el pecho, que ni siquiera le importó que la bebé por fin, después de tantas noches en vela, se hubiese quedado quieta, tan quieta, para dejar de molestar a su madre.

Se abrazó a sí misma, sin poder con el dolor que emergía de su cuerpo.

Escuchó los suaves pasos de Ekko acercándose, no hubo necesidad de mirarlo, era él. Jinx era una asesina experta, tenía que aprender a distinguir cuando los enemigos (o las víctimas) se acercaban hacia ella, y los pasos de Ekko… los conocía muy bien.

La firme mano del muchacho se posó sobre su hombro y ella sintió un escalofrío.

—Lo siento —fue lo único que él pudo decir.

Jinx secó sus lágrimas, odiaba que la vieran llorar, sobre todo si quien la veía era Ekko. No quería que creyeran que era débil, porque no era debilidad lo que mostraba, no quería aceptar que se sentía tan indefensa cuando aceptaba su papel de madre.

No le gustaba aceptar que una de sus debilidades estaba durmiendo dentro de la choza de la que había salido, mientras la otra crecía en su interior.

—Deberías estar dormido —recriminó.

—Creí que era costumbre nuestra no dormir cuando uno de los dos tampoco podía hacerlo.

—Te estás tomando todo demasiado personal, niño.

—Me hubiese gustado no hacerlo, pero —miró de reojo el vientre de Jinx— ahora eso es imposible.

Jinx guardó silencio, las palabras de Ekko habían resonado en su pecho, y en su vientre al parecer, porque la bebé, que parecía haberse quedado dormida, ahora volvía a moverse frenéticamente como si nada de lo que hubiese dicho para calmarla hubiera servido para algo.

Jinx echó la cabeza hacia atrás, agotada, Ekko no pudo evitar mirarla, mirar como su vientre parecía tener un montón de pequeñas mariposas aleteando con suavidad en su interior.

—¿No piensas decir nada? —replicó Jinx.

—No sé de qué hablas.

—Sé que has estado espiándome desde que volviste a aparecer, y nunca te has atrevido a preguntarme sobre —señaló su vientre con la mirada—. Sé que no la quieres.

Decirlo en voz alta había sido más doloroso que simplemente pensarlo en silencio.

—Jinx, no es… —Ekko se detuvo en seco—. ¿“La”…?

—Es una niña —respondió Jinx sin más—. No te estoy culpando. No es como si hubiésemos planeado nada de esto. El punto es que no la quieres… el problema es que… parece que ella a ti sí.

Jinx apretó los puños, encajándose las uñas en las palmas de las manos. Ekko permaneció totalmente inmóvil.

Era una niña. Maldita sea. Una niña.

—Y ahora, por tu jodida culpa, no me volverá a dejar dormir en toda la maldita noche —el tono de voz de la joven parecía amenazante y mordaz—. Así que haz algo y cálmala o prometo hacerte la vida imposible hasta que nos larguemos de aquí.

—¿Cómo haré eso…? —cuestionó por fin Ekko.

Jinx guardó silencio unos segundos cuando por fin cayó en cuenta de lo que el muchacho debía hacer. Las orejas se le pusieron coloradas y desvió la mirada al suelo.

—Háblale —dijo, en un hilo de voz apenas audible.

—¿C-Cómo se supone que…?

—Con la boca, idiota —interrumpió Jinx, exasperada.

—Me refiero a qué se supone que debo decir…

—¡Solo hazlo!

Ekko tomó asiento a su lado, acortando la distancia de a momentos, ni siquiera tenía una mínima idea de lo que estaba haciendo, y se inclinó sobre el vientre de Jinx.

—¿Podrías… dejar de moverte solo por esta noche? —susurró, con más dulzura de la que se creyó capaz de proyectar—. Tu madre me asesinará si no lo haces, y créeme… es bastante capaz. Aunque creo que estarías feliz con eso, posiblemente lo merezca.

Jinx resopló el flequillo que le colgaba frente a la cara, pero la bebé no dejó de moverse.

—Parece que no es una de tus habilidades, niño salvador —mencionó Jinx, resignada.

—¿De qué hablas? No puede ser tan difícil hacer que deje de-

Y antes de poder terminar su objeción, Jinx tomó su mano, forzándolo a colocarla sobre su vientre. Ekko pudo sentirla, a esa bebé pateando el interior de su madre.

Esas diminutas pataditas, hechas por pies pequeños, por pies tan pequeños como la bebé dentro de Jinx.

Su bebé. La de los dos.

—¿Esperas que pueda dormir con algo así toda la jodida noche? —recriminó Jinx.

Pero Ekko no respondió, ni siquiera la miró, estaba demasiado concentrado en lo que se suscitaba contra la palma de su mano como para prestarle atención a sus quejas. Jinx ni siquiera lo había notado, había reaccionado por impulso. Cuando por fin cayó en cuenta de lo que había hecho, se separó de él.

—Olvídalo, creo que puedo dormir así —le dijo y se puso de pie, refunfuñando en voz baja—. Mierda… ahora quiero algo asquerosamente dulce.

Y se marchó de vuelta a la choza, tan rápido como pudo. Dejándolo exactamente igual que una estatua.

Una estatua con lágrimas que comenzaban a formarse en torno a sus ojos.

Ahora… ¿cómo podría fingir que era capaz de hacer lo que debía hacer?

 

 

A la mañana siguiente, todo seguía exactamente igual, era tan pacífico que se sentía casi irreal, de vez en cuando aburrido, al menos para Jinx, que había estado acostumbrada a un estilo de vida completamente distinto.

Buscaba siempre algo con lo cual entretenerse, pero la verdad era que ya había probado de todo; claro, siempre seguida por la versión en miniatura de sí misma que nunca se despegaba de su espalda.

Y es que a mamá realmente no le agradaba la idea de perder a Isha de vista, sin importar lo poco peligroso que pudiera parecer todo, Jinx había aprendido bien que si seguían con vida era gracias a su desconfianza hacia el mundo en general.

Ambas se colaron en lo más alto de una de las chozas, habían logrado robar un canasto de frutas y un catalejo que Isha había adorado desde que lo vio en una de las tiendas.

—Eres tan escurridiza como una anguila —le dijo Jinx, elogiándola, cuando la niña logró recuperar su arma de entre todos los cachivaches que tenían almacenados lejos de la gente—. Sabía que lo lograrías.

La niña sonrió orgullosa, feliz por haber sido elogiada por su madre. Y observó todo con detenimiento.

Jinx miró a Isha con una sonrisa, sin importar lo que hiciera, la niña ya no era más una bebé a la que bastaba con protegerla manteniéndola entre sus brazos. Era intrépida, curiosa y tenaz.

Igual a ella, se temía.

—Últimamente he tenido tiempo para pensar. Desde el momento en que llegaste a mi vida, es como si me hubiera puesto lentes, excepto que no alcanzo a distinguir si todo está borroso… o nítido.

Isha miró a su madre con curiosidad. Jinx tiró de ella con una sonrisa juguetona.

—Ven aquí, déjame arreglar ese desastre —dijo y se pegó a su mejilla con un insoportablemente sonoro beso.

Comenzó a peinar su cabello, después de todo, sus mechones ya habían comenzado a caer sobre sus hombros y la niña no quería cortarlos, no hasta que pudiera tener el cabello exactamente igual al de mamá.

Isha pudo sentir el suave tacto de los dedos de su madre trenzando su cabello, nada en el mundo la hubiera hecho más feliz que eso.

Ni a ella, ni a Jinx.

Ekko las miró desde abajo, llamando su atención con un silbido totalmente irritante para Jinx, y lanzó una pequeña bolsa de tela a las manos de la muchacha, para después marcharse sin decir absolutamente nada.

Isha la abrió con premura. Jinx tragó pesadamente.

Eran dulces.

Una parte de ella dio un salto de alegría, la otra quería ocultarse bajo tierra para siempre.

El sujeto no la estaba ayudando. No la estaba ayudando en lo absoluto.

Un fuerte estruendo la sacó de sus pensamientos. Solo pudo sentir los brazos de Isha aferrándose a su cintura. Jinx tapó sus oídos cuando una segunda explosión se escuchó cerca de la entrada, cerca de ellas.

El ejército mezquinamente mezclado entre piltillos y noxianos había arribado al santuario.

Ekko se colocó bajo la choza donde Jinx e Isha se encontraban, mientras Vi y Vander parecían querer lanzarse sobre ellos en cualquier momento.

—¡No buscamos dañar inocentes, pero deben entregarnos a Jinx! —enunció Ambessa con un tono firme.

Violet rechisto a la par que Vander soltaba un gruñido sonoro al notar la presencia de Singed con ellos.

El científico dio un paso al frente, ignorando la presencia de su antiguo experimento que parecía querer sacarle los ojos, y miró a la joven madre con un gesto tranquilo.

—Niña, el bebé que llevas en tu vientre terminará matándote tarde o temprano —le dijo—, si nos lo entregas ahora, tendrás oportunidad de vivir un día más.

—¿Qué mierda dices? —objetó Vi—. Si hace eso ni siquiera el embrión sobrevivirá.

—No nos interesa que lo haga —siguió Singed—. Igual su sangre ya corre por sus venas, eso… es lo único por lo que hemos venido —volvió la mirada siniestra hasta Jinx—. Hay un frasco en mi laboratorio… esperando por esa criatura en tu interior.

La joven sintió un escalofrío de terror recorriéndole la espalda, al igual que Ekko.

El sujeto definitivamente estaba loco. Completamente desquiciado.

¿Cómo se atrevía a tratar como rata de laboratorio a una bebé que aún no había nacido? ¿Cómo se había atrevido a hacerlo frente a sus padres?

Estaba muerto. Tan muerto.

Jinx sabía que nadie, en todo ese jodido mundo decadente, le pondría una mano encima a esa bebé.

Porque nada en el mundo, ni siquiera la misma muerte, la obligaría a alejarse de sus hijas.

Notes:

Ser escritora de FF es super raro porque ¿qué hago yo a las 2 am llorando con algo que yo misma escribí?
Este es uno de los capítulos que más me ha hecho llorar mientras lo escribía. Me proyecté muy cañón.

Al igual que hace algunos capítulos pondré aquí el significado de los colores en cada uno de ellos (ya saben lo que eso significa, maybe JAJAJA)

X. Gris - Simboliza la incertidumbre. La que Jinx siente después de perder a Isha.

XI. Índigo - Un color entre el Azul (Jinx) y el Violeta (Vi), además de ser el color que comenzará a guiar la revolución de Zaun.

XII. Cían - La mezcla entre el Azul y el Verde, los sentimientos de la pareja Timebomb.

XIII. Turquesa - Sigue al Cían en la gama de los azules, el paso siguiente al capítulo anterior entre Ekko y Jinx.

XIV. Negro - Se asocia con el miedo, por el juicio nublado de Jinx que la obliga a no poder ver más allá de sus temores.

XV. Perla - Se asocia con la inocencia y los nuevos comienzos. Los nuevos sentimientos de Jinx por la bebé.

XVI. Marrón - Calidez, confort y seguridad, pero también melancolía, tristeza y decadencia. Todo asociado a Vander.

XVII. Lila - Un color asociado a la feminidad (la niña) y el amor. La flor con el mismo nombre también significa inocencia. Todo lo que se muestra en este capítulo respecto a la bebé.

Chapter 18: XVIII. Kyanita

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

La colisión entre realidades había sido causada por el egoísta deseo humano de buscar comprender mucho más de lo que se tenía permitido.

Y Ekko no lo había pedido. No había deseado verse involucrado en ello.

De hecho, de no haber sido por Heimerdinger, posiblemente habría terminado con Jayce ahí mismo, porque eran enemigos, porque su gente había hecho hasta lo imposible por eliminar a Zaun. Pero ambos tenían un objetivo en común, uno que parecía, por un instante, ser mucho más importante que la guerra superficial entre ambas ciudades.

 

 

Powder observó a Ekko con una curiosidad incontenible trepándole por la garganta. Era evidente que el tiempo que habían pasado juntos no fue suficiente para calmar su ansiedad creciente.

—¿Cómo es ella…? —preguntó, mirándolo de reojo—. La chica que dejaste en tu realidad.

—Peculiar —respondió Ekko—. Caótica. Un verdadero dolor de cabeza. Indomable. Irritable. Está completamente loca.

Evidentemente el muchacho había tenido que contarle buena parte de lo que sucedía porque un: “Hey, creo que estoy en la dimensión equivocada”, no era una manera adecuada de abordar la situación tan descabellada en la que se encontraban. Claro que prefirió omitir la parte en la que Jinx había tenido una hija con un sujeto al azar hacía cinco años. Powder no tenía hijos, tal vez habría sido un tema un tanto incómodo para ella. Sobre todo, si una parte de la joven tuviera deseos por ser madre.

Powder sonrió con una ceja alzada.

—Se nota a leguas —dijo.

—¿Qué cosa? —inquirió Ekko, sin prestarle demasiada atención a su sonrisa pícara.

—Lo enamorado que estás de ella.

El muchacho por fin la miró.

—Si acabas de escuchar lo que dije, ¿no?

Powder soltó una carcajada que la hizo doblarse por el dolor en el estómago.

—Sí —respondió, recuperando el aliento—. Pero también tenías ese brillo en los ojos.

Ekko permaneció en silencio, mirando sus propios pies. Los zapatos desatados después de la noche de baile. Todavía podía sentir el vaivén de la danza que terminaron hasta caer rendidos.

Powder tomó aire, dejando caer su propio peso sobre sus brazos tensados detrás de ella.

—Si hace unas semanas me hubieras dicho que conocería a la versión alterna de mi novio, te habría respondido que era una locura, pero ahora… —la joven lo miró, él retrocedió ligeramente, anticipando sus movimientos—. Espero que vuelvas a casa.

Su tono de voz parecía ligeramente entristecido. Ekko se puso de pie, observándola con una sonrisa condescendiente.

—Y no los evites —le dijo ella, sin mirarlo, a sabiendas de que no lo volvería a ver. No a ese muchacho, no en esa realidad—. Tus sentimientos. Solo harás que se vuelvan más grandes.

Ekko no dijo nada más. No podía despedirse, de alguna manera, le causaba cierta tristeza, sobre todo porque ese mundo era perfecto, era todo lo que alguna vez hubiesen soñado que Zaun podía ser. Lo que él siempre soñó que podía ser.

El problema, el único problema, era que en él no estaban ni Vi, ni Isha… ni Jinx.

Volvió al laboratorio y encendió la máquina con un hueco en el estómago. Un nudo que no podía quitarse de la garganta.

Pero lo que vino después de eso, fue algo mucho, mucho peor que estar en un mundo en donde no estuvieran ninguno de ellos.

Después de perder a Heimerdinger, y tras conservar el Z-Drive, todo pareció caer en picada.

Ekko realmente creyó no poder hundirse más profundo en el agujero en el que estaba cayendo.

Estaba tan equivocado.

Haber vuelto a casa, a la guerra que se sentía eterna con Piltover, a enfrentar sus sentimientos por Jinx, por Isha y por su propio pueblo; todo eso habría sido más sencillo que lo que tuvo que enfrentar después de que su extraño aparato lo enviara a una realidad que tampoco era la suya.

En ella, Zaun permanecía sumido en las ruinas gracias a Piltover. Habían pasado más años que los que habían transcurrido en la realidad de Powder. Más de quince, seguro sí. Ekko lo notó de inmediato, cuando su reflejo no mostró al muchacho de siempre, sino a un hombre con más años grabados en el gesto.

También pudo sentir que algo no andaba bien. En el pecho le tamborileaba una sensación de desesperación, un dolor tan potente que podía percibir que el alma de esa versión suya gritaba de agonía.

Recorrió las calles oscurecidas por la noche, los mismos Carriles que alcanzaba a recordar, un tanto más deprimentes, abandonados, pero al final sus Carriles.

De no ser por la edad que aparentaba, creería que esa era su propia realidad. La realidad a la que debía volver. La que debía arreglar, costara lo que costara.

Porque Isha estaba en ella.

Un escandalo en la calle contigua llamó su atención. Corrió al escuchar el típico barbullo que los Vigilantes hacían para arrestar a zaunitas inocentes o que simplemente buscaban sobrevivir en el cruel mundo de los Carriles.

Su instinto lo superó, el Firelight dentro de él actuó por inercia y corrió para auxiliar a su conterráneo, solo para confirmar que, tal y como lo suponía, un grupo de Vigilantes con los uniformes ligeramente más ostentosos y armaduras mucho más pesadas, arrestaba a una mujer que desesperadamente buscaba poner resistencia.

Sus trenzas azules inmediatamente captaron la atención de Ekko, el muchacho quedó estático.

Jinx…

No cabía duda, era ella. Sus ojos azules se clavaron en él con una mirada salvaje y temeraria. Una mirada tan característica de ella.

Ekko intentó salir de su escondite, acercarse para ayudarla; incluso si en ese mundo tal vez eran enemigos, no podía dejar que se la llevaran los de arriba.

Antes de poder hacer nada, los Vigilantes se quedaron en rotundo silencio, inmóviles mientras la mantenían apresada contra la pared del callejón.

Una joven Vigilante, una muchacha con un aparente cargo superior, se abrió paso entre sus subordinados. Su mirada azul era tan dura, tan gélida y poseía una tétrica sonrisa victoriosa.

Jinx la observó con ojos suaves, aterrados y dolidos. Ekko conocía bien esa mirada, una llena de culpa. Analizó mejor a la joven que ahora apuntaba con su arma directo entre las cejas de aquella Jinx. La analizó tanto que su rostro y cada una de sus facciones quedaron grabadas completamente en su memoria.

—Por fin logré atraparte como la rata escurridiza que eres —escupió la muchacha—, mamá.

Ekko tensó cada músculo en el cuerpo. La respiración entrecortada apenas le atravesaba la garganta.

No podía ser posible que esa joven fuera hija de Jinx, no era Isha, era evidente que no. De hecho, mirándola bien, Ekko podría jurar que poseía gestos idénticos a los suyos.

Entonces, ¿le estaban diciendo que, en aquella realidad, él y Jinx habían tenido una hija? No sería la primera realidad en la que ambos parecían estar juntos, pero aun así era difícil de creer.

En todas las realidades menos en la suya.

Y era más difícil de creer que esa niña, siendo ya casi una adulta, terminaría apuntándole con un arma a su propia madre. A la que, por alguna razón, parecía odiar con cada fibra de su ser.

La muchacha colocó el dedo en el gatillo, Ekko intentó gritar, pero la garganta no le dio para más.

El Z-Drive comenzó a girar frenéticamente. No pudo detenerlo, y una parte de él no quería hacerlo. Deseaba salir de ahí a como diera lugar.

El aparato comenzó a desvanecer su vista, y lo último que Ekko alcanzó a escuchar fue un disparo seco.

Ekko desapareció en un vacío temporal. Quedando atrapado en un lienzo completamente blanco, uno que comenzó a mostrarle realidades alternas, cada una peor que la otra, pero todas con el mismo destino:

Jinx siendo asesinada por su propia hija.

Cuando por fin dio con la realidad a la que él pertenecía, intentó no darle demasiada importancia. No tenía porqué hacerlo, después de todo, en su realidad él y Jinx no tenían una hija. Solo existía Isha, y eso era suficiente.

No había nada de qué preocuparse.

Nada, excepto…

“Estoy embarazada”.

No era ninguna maldita broma de mal gusto como era costumbre de Jinx. Estaba pasando, en realidad estaba sucediendo.

Y lo único que él pudo pensar en ese instante fue en el momento en que esa… joven le había disparado a sangre fría a la otra versión de quien sería su madre.

Así que, lo único que pudo decir fue…

—Jinx… tienes que deshacerte de esa cosa.

Antes de que fuera demasiado tarde.

 

 

 

Jinx pudo sentir el acelerado palpitar de su corazón. Pero su cuerpo no temblaba por miedo o angustia. No. Estaba molesta.

Estaba enfurecida. Realmente enojada.

Podía sentir a la niña en su vientre, moviéndose frenéticamente, igual que sus pensamientos. Entendió que sus emociones la estaban dominando y que eso afectaba a la bebé, pero no podía evitarlo.

¿Cómo iba a entregarle al doctor chiflado a la niña que hacía unos minutos se había revolcado de felicidad dentro de ella en cuanto Jinx vio la bolsa de caramelos que Ekko le había llevado?

Solo para ella, solo para esa bebé.

¿Cómo iba a entregarle algo que ella estaba formando dentro de su vientre? Que ella había creado y que tanto trabajo le estaba costando hacer.

Ambessa dio un paso al frente cuando la figura de Caitlyn por fin se vislumbró entre los Vigilantes que las resguardaban. Vi apretó los dientes, casi al punto de morderse la lengua. Jinx se puso de pie, colocando a Isha detrás de ella, la capa sobre sus hombros cubría prácticamente todo su cuerpo y el de su hija.

Sintió un espasmo en el bajo vientre que por poco la hacía doblarse de dolor, pero lo ignoró por completo. Tenía que hacerlo, no podía demostrar debilidad. Ni siquiera cuando su cuerpo estaba volviéndose en su contra.

No cuando la vida de sus dos niñas estaba en juego.

Singed dio un paso al frente, posándose junto a Ambessa y murmurando algo en su oído. Algo con lo que Caitlyn no pareció estar totalmente de acuerdo.

—Te ofrezco un trato, jovencita —enunció Ambessa en voz alta, haciendo que su gente bajara las armas—. Entréganos a esa criatura y te dejaremos vivir —miró a Isha con una sonrisa que obligó a Jinx a reafirmar su postura frente a la niña—, junto con ella. Sé inteligente. ¿De verdad sacrificarás la vida de la hija a la que has cuidado durante años por mantener a salvo a la criatura que ni siquiera has conocido?

Jinx vaciló. ¿Una tregua? Definitivamente era una idea formulada por el desquiciado científico. Sólo a él le importaba tan poco la guerra que se cernía sobre ellos. Él tenía un objetivo distinto a Ambessa, Jinx estaba segura de ello. Un mezquino objetivo que involucraba… poner a su hija menor sobre una mesa de laboratorio.

No pudo evitar sentir un escalofrío.

Caitlyn parecía evidentemente molesta, de pronto su principal objetivo, la idea de su venganza, estaba escapándose de sus manos. Jinx se sintió ligeramente complacida con eso, únicamente con eso. La dictadora número uno de Piltover por fin estaba experimentando que las cosas no sucedieran tal y como ella quería.

Y, antes de poder seguir degustando la escena, un jodido dolor hizo a Jinx morderse la lengua hasta que sintió el sabor de la sangre dentro de la boca.

—Mierda... —bramó entre dientes, capturando la preocupada atención de su hija.

"Mamá, mamá, ¿estás bien?".

Preguntó la pequeña, agitando frenéticamente la ropa de su madre. Claramente la niña no alcanzaba a comprender del todo lo que sucedía, la gravedad de las cosas y el peligro en el que se encontraba si se movían de más.

Un disparo resonó en el aire, impactando en el techo sobre la cabeza de ambas. Isha se cubrió los oídos, aterrada, Jinx se abalanzó sobre ella por impulso en cuanto escuchó la bala saliendo disparada del ojo del arma, cubriéndola completamente con su cuerpo.

—¡¿Qué mierda?! —gruñó Ekko, dando un estruendoso paso al frente. Completamente convencido de atacar en cualquier momento. Incluso sin poseer un arma; después de todo, podría quitarle alguna a esos malnacidos, ya lo había hecho antes, y lo volvería a hacer sin dudarlo si la vida de Isha se ponía sobre una balanza.

—Pulga, ¿estás bien? —preguntó Jinx, analizando el cuerpo de su hija, buscando con desesperación alguna herida. Volvió a respirar cuando la niña asintió, únicamente con los ojos llorosos por el miedo que el estruendo le había causado.

La muchacha volvió a ponerse de pie, esta vez con la pistola apuntándole directo a la cabeza de Ambessa. Las armas del ejército se dirigieron hasta ella. Ekko sintió todos los nervios poniéndosele de punta.

—¡Tiene una niña con ella, mierda! —exclamó el muchacho.

—¡Caitlyn, esto es una locura! —escupió Violet, dando un paso al frente y siendo inmediatamente detenida por un grupo de noxianos que dirigieron la punta de sus lanzas hacia ella—. ¡Está embarazada! ¡Tiene una hija! ¡Ni siquiera tú puedes ser tan maldita!

Caitlyn hizo una mueca, notando desde su distancia el vientre de Jinx. Tratando de ignorar la mirada acusatoria de su expareja.

—Pulga, muévete —ordenó Jinx. Isha se rehusó, aferrándose a su capa.

Jinx se estremeció ante la desobediencia de su hija (que ya había anticipado), ellos tenían los dedos asquerosamente cerca de los gatillos. El vientre volvió a contraérsele de dolor, un dolor tan fuerte que se extendió hasta su espalda. Pudo sentir de nuevo la sangre escurriéndole a través de los muslos.

Se maldijo. Maldijo todo lo que estaba a su alrededor.

Los dolores se habían incrementado, eran insoportables. Tan insoportables como cuando trajo a Isha al mundo. Peores, incluso.

Tenían que estarla jodiendo. ¿No era suficiente con todo lo que estaba sucediendo ya?

Ese no era el momento. ¿Cómo se atrevía esa criatura a ser tan imprudente?

—Isha, ocúltate —volvió a ordenar con la voz entrecortada. La niña volvió a rehusarse, no podía dejar a su madre ahí sola, pero la desesperación estaba comenzando a consumir a Jinx—. ¡Isha! ¡Haz lo que te digo!

Ahí estaba, mamá estaba utilizando esa voz que solo usaba cuando algo realmente la preocupaba. Mamá solo le hablaba de esa forma cuando estaba tan asustada que no podía modificar el tono de su voz.

Isha podía comenzar a comprender a mamá, lo mucho que la amaba y la desesperación que sentía por mantenerla a salvo.

La niña dio un paso hacia atrás, buscando dónde ocultarse de las balas que podrían caer sobre ellas en cualquier momento, y dejó ir lentamente su agarre del de su madre.

—No tenemos que hacer esto, Jinx —volvió a decir Ambessa—. Solo tienes que venir con nosotros, o tendremos que matar a todos aquí, incluyendo a esa niña que proteges con tanto desespero.

—¡A la niña no le pondrás un dedo encima! —bramó Ekko.

El muchacho estaba más que listo para actuar, pudo notar la mirada cómplice de Violet. Entendía lo que la joven buscaba hacer, conocía bien esa mirada, desde que eran niños; pero también sabía que estaban en desventaja y que, si su objetivo era Jinx, irían tras ella sin dudarlo.

Antes de que pudieran hacer algo, un estruendo con eco metálico resonó en todo el santuario, haciendo retroceder a los invasores, incluso también a los refugiados.

—Me temo que debo pedirles que se vayan. —Viktor se abrió camino, posándose frente a Ekko—. No puedo permitir que dañen un recinto de paz. Ningún ejército es bienvenido aquí.

Ambessa pareció querer objetar, pero algo en la mirada de Viktor la hizo retroceder, algo que, sabía bien, nunca antes había enfrentado. El Heraldo no titubeó, no pareció inmutarse, se sentía capaz de enfrentar por su cuenta a un ejército entero.

La líder noxiana miró a Caitlyn y le ordenó retirarse junto a su gente. La comandante piltilla accedió a regañadientes y ambas dieron camino de vuelta por donde habían llegado.

Las cosas aún no habían terminado, pero lograron obtener un respiro, uno que Jinx necesitaba mucho más que nadie.

La muchacha por fin pudo doblarse de dolor, sosteniendo con fuerza su vientre trepidante, cuando vio a los hostiles alejándose. Ahogó un grito en la garganta. El dolor comenzaba a destrozarla por dentro.

Isha corrió hasta ella, tratando de sostener el peso del cuerpo enervado de su madre. Sus ámbares la observaron inundados en lágrimas de preocupación. ¿Acaso la habían herido? ¿Lastimaron a mamá? ¿Por qué estaba sangrando? ¿Qué era lo que le dolía?

Ekko se apresuró hasta Jinx, sosteniéndola por los hombros para apoyar a Isha, antes de que la joven desfalleciera de lleno contra el suelo.

—Mierda… —masculló el muchacho al sentir como el alma se escapaba de los frágiles hombros de la joven.

Jinx cruzó la mirada con sus ojos castaños, él parecía angustiado, casi tanto como ella.

—No puede estar pasando, no ahora —trastabilló la muchacha con voz crepitante—. Es muy pronto…

Ekko no dijo nada. No tenía palabras para lo que estaba sucediendo. Simplemente tomó a la joven en brazos.

Isha se aferró a la manga del muchacho, señalando con insistencia a su madre. Ella quería saber a dónde la llevarían, qué era lo que harían con ella, qué era lo que le pasaba.

Pero Ekko estaba totalmente mudo. Lo único que tenía en la cabeza era el millar de posibilidades que había de que Jinx no lograra salir con vida de eso. No había manera de que se lo dijera a la niña.

Jinx ni siquiera tuvo fuerzas para intentar formular una explicación para su hija, no había tenido tiempo de explicarle lo que un parto era, porque genuinamente no creyó necesitarlo, no creyó llegar a eso, pero ahora se mantenía inquieta ante la incertidumbre que carcomía a la pequeña.

—Niña —la llamó Violet, arrodillándose frente a ella y tomándola por los hombros—. Tu madre estará bien, pero tú no puedes estar con ella en este momento.

A Isha no parecía interesarle del todo lo que Vi le estaba diciendo. Ella quería estar con mamá, quería ir con ella, y verla en brazos de Ekko, casi completamente inconsciente, la estaba torturando.

Intentó correr hasta ambos, pero Vi la detuvo, esta vez mostrándole una mirada suplicante que hizo a Isha fijar su atención en ella.

—Vander se quedará contigo, necesito que cuides de él, ¿podrías hacerlo? —dijo la mayor—. Él necesitará a alguien valiente para que pueda tranquilizarlo hasta que todo termine. —Isha miró a mamá y Vi volvió a insistir—. Ella estará bien, tranquila.

La niña terminó accediendo. Y, por primera vez en años, Jinx pareció observar a su hermana con una mirada de ligero agradecimiento.

 

 

Jinx siempre había sido tolerante al dolor, nunca cedió ante él, ante las heridas abiertas o los huesos rotos. Pero lo que ahora sucedía dentro de ella, la estaba matando.

Porque no solo tenía que lidiar con el dolor físico, sino con la jodida idea de que, si no lograba salir de ahí con vida, dejaría a su pequeña hija sola.

A Isha sola, en charola de plata para ser devorada sin piedad por los Carriles.

Jinx detestaba ser vulnerable, pero era mucho peor serlo en un lugar desconocido, en un lugar al que no pertenecía.

Ahí estaba ella, sobrellevando un segundo parto, tratando de no gritar demasiado fuerte para no asustar a Isha, que estaba afuera esperando por ella junto a Vander.

Caos. Otra vez caos.

Y era tan horrible como lo recordaba.

El dolor que parecía una insufrible mezcla entre el desgarramiento de la carne y la rotura de los huesos, dolores agudos que se extendían a cada parte de su cuerpo.

Una aflicción que duró por una eternidad, o al menos así lo sintió ella, y posiblemente todos los que se encontraban en la misma habitación.

Luego todo, al igual que las aguas del mar después de una tormenta, se calmó. El maldito dolor que la recorría desde el útero cesó.

Dando paso a un silencio abrupto, mortal.                    

Jinx permaneció con la respiración agitada, mirando el techo marmoleado que apenas y reflejaba el comienzo del atardecer.

Tanta calma. Tanto silencio.

Con Isha no había sido así. Jinx tenía muy presente el día en que Isha nació, desde el primer segundo en que la expulsó de su cuerpo, desde el primer segundo en que la niña llegó al mundo, lo primero que escuchó fue su llanto.

¿Por qué esta vez había sido diferente? ¿Por qué todo estaba tan callado?

Se incorporó para mirar a la mujer que fungía como partera frente a ella y lo ensombrecido de su rostro. Cada hueso en Jinx, cada nervio de su cuerpo, se desgarró en una sensación incontenible de dolor.

—Debería estar llorando… ——articuló con ingenuidad forzada—. ¿Por qué no está llorando…?

—El parto se adelantó demasiado —indicó la partera con un tono desolado—. Ella… aún era demasiado pequeña para la vida.

Violet vaciló del otro lado de la habitación. Ekko ni siquiera se movió.

¿Demasiado pequeña para la vida? Una mierda. No, Jinx no aceptaría eso.

No había manera de que la hicieran aceptar algo así.

Así que lo ignoró, ignoró la absurda explicación que la mujer le había dado, porque era obvio que estaba equivocada.

—¡¿Por qué mierda no está llorando?! —volvió a exigir con una voz desgarrada.

Alcanzó a mirar el pequeño paquete de carne entre los brazos de la mujer.

Inmóvil. Tan quieto. Tan espantosamente quieto.

Sin hacer un solo sonido y con una piel que parecía casi grisácea.

Jinx intentó levantarse de la cama, muy a pesar de que un solo movimiento podía matarla de dolor, pero es que mirar los pequeños pies desnudos de la bebé que acababa de traer al mundo, colgando sin cautela del agarre de la partera, le provocaba una desesperación incontrolable.

Tenía que correr hasta ella, tenía que tomarla entre sus brazos, porque seguramente eso sería suficiente.

El calor de su madre tendría que ser suficiente.

Se arrastró entre las cobijas, nadie se lo impidió. Nadie podía hacerlo. Nadie quería hacerlo.

La partera le entregó el cuerpo de la niña en cuanto estuvo frente a ella, ni siquiera dudó en hacerlo. ¿Cómo podría negarle a una madre mirar a su hija por primera… y última vez?

Jinx la tomó con sumo cuidado, como si pudiera causarle mayor daño con la torpeza que dominaba sus movimientos debido al dolor. Observó como su diminuto cuerpo abarcaba sus dos manos. Era una niña tan pequeña, demasiado pequeña.

Tan… dolorosamente pequeña.

Tal vez… demasiado pequeña como para sobrevivir en un maldito mundo insano y cruel.

Sus facciones eran tan tiernas y tan tranquilas, como si estuviera solo durmiendo. Su cuerpo aún almacenaba el calor de su nacimiento, un calor que, para agonía de Jinx, iba perdiendo con el pasar de cada maldito segundo.

Y ella, aun siendo su madre, no podía hacer nada para detener el tiempo, para evitar que el maldito tiempo le arrebatara a su hija de entre sus manos heladas.

No importaba cuánto lo intentara, no importaba cuánto le suplicara a Janna que la dejara a su lado.

—Despierta, niña —suplicó, pinchando su mejilla, tal y como lo hacía para despertar a Isha por las mañanas—. Por favor... ya has dormido suficiente.

Por favor.

No hubo un solo movimiento, absolutamente nada, ni siquiera el de su diminuto pecho mostrando signos de respiración.

Acercó el rostro endeble de la niña contra el suyo y de entre sus labios resecos por el llanto que comenzaba a filtrarse de sus ojos magentas, soltó un sollozo desgarrador. Uno que le había destrozado la garganta.

Sentía que un pedazo de ella se había perdido para siempre con esa inocente pequeña, un pedazo de ella se perdió para siempre en el pecho inmóvil de aquella diminuta criatura.

Y entonces comprendió lo terrible que había sido al rechazarla desde mucho antes de nacer.

“Tal vez si la hubieras deseado desde un inicio ella no estaría m-u-e-r-t-a”.

Juró haber escuchado a Mylo susurrándole al oído, mirando con sus ojos vacíos el cuerpo de la niña. Pero ni siquiera pudo exigirle que se callara. No tenía las fuerzas para hacerlo.

Además, él… tenía razón.

Ahora no había forma de demostrarle al mundo que ella de verdad, de verdad, quería quedarse con esa bebé.

—Por favor... —murmuró casi para sí misma, acariciando con su rostro húmedo la mejilla de la pequeña—. Por favor, Janna… Por favor… aún no. No te la lleves, no así… —su voz trémula comenzó a entrecortarse por el llanto—. Te lo ruego… ¡Te lo ruego, Janna!

El grito desgarrándole desde el pecho hizo estremecer la habitación.

Y es que… aún había tanto que quería mostrarle, aún no podía renunciar a los sueños tortuosos en los que vivía tranquilamente junto a sus dos hijas.

No podían simplemente obligarla a renunciar a un sueño tan dolorosamente hermoso.

¿Cómo podían obligar a una madre a aceptar como si nada la muerte de su pequeña?

La abrazó con mayor fuerza a su cuerpo. Con toda la fuerza que le quedaba. Con toda la fuerza que se había obligado a poseer en ese momento para ser lo suficientemente capaz de resguardar el cuerpo de su bebé en brazos.

Su bebé. Su bebé que estaba...

Ekko la observó inmóvil, aún con el corazón latiéndole desmedido a cada segundo. El ambiente parecía haberse vuelto más denso. Y en su cabeza él solo podía pensar en una cosa.

Era una niña. Maldita sea. Una niña.

Sin importar cuánto lo hubiese deseado, las cosas no habían cambiado. Todo estaba siendo tal y como sabía que sería, muy a pesar de que una parte de él realmente quería que todo hubiese sido distinto.

Que su realidad fuera diferente, que en su realidad él pudiera ser el padre de esa niña sin remordimiento alguno.

Miró a Jinx, balanceándose sobre el borde del colchón, pegando el pequeño cuerpo de la niña contra su pecho. Escuchó sus gritos desgarradores y una punzada en el pecho lo hizo estremecerse.

Si dejaba todo tal y como estaba, si dejaba a esa niña terminar de morir en los brazos de su madre, nada de lo que había visto sería una posibilidad para ellos. Podrían dar un paso al frente. Olvidarse de todo, recordarlo como un trago amargo, una pesadilla más.

Pero… ¿de verdad podría hacerlo? ¿De verdad podía quedarse ahí sin hacer nada?

No… muy a su pesar. No había forma de que pudiera simplemente observar.

El muchacho se apresuró hasta Jinx, arrebatándole a la niña de entre los brazos y la colocó sobre la mesa que fungía como escritorio en la habitación.

Tenía que intentarlo. Tenía que hacerlo. Porque sería incluso más doloroso quedarse sin hacer absolutamente nada.

Comenzó a presionar el pecho de la inmóvil bebé repetidas veces.

Una. Y otra.

Y otra vez.

—Vamos… —suplicó con cada movimiento dado—. Por favor…

Había hecho eso en ocasiones anteriores, con niños y adultos, porque ser el líder de los Firelights nunca fue un trabajo sencillo, y más de una vez había logrado reanimar a los heridos; pero nunca pensó tener que hacerlo con su propia hija.

Su hija, mierda.

Jinx miró la escena, apenas logrando caer en cuenta de lo que sucedía. Una parte de ella aún divagaba en sus pensamientos perdidos.

—¿Qué carajo haces...? —articuló aterrada al observar el cuerpo de su hija siendo comprimido por él—. Detente...

La muchacha puso todo su esfuerzo para lograr ponerse de pie y acercarse a Ekko con pasos torpes y cansados.

—Ekko, detente —suplicó con un hilo de voz, apenas recobrando el aliento entre una palabra y otra—. Por favor, detente, vas a herirla...

Él la ignoró por completo, tenía que seguir intentando, no podía detenerse ahora, aun si la paranoia de Jinx comenzaba a nublar su juicio también.

Jinx se abalanzó contra él, golpeando su espalda, tratando desesperadamente de apartarlo del cuerpo inerte de su hija. Sus endebles golpes no le hacían ni cosquillas, pero ella de verdad quería alejarlo de la niña.

—¡Detente, mierda! —exigió entre lágrimas de agonía—. ¡Ya basta! ¡Vas a lastimarla! ¡Detente!

Las lágrimas de desesperación del muchacho cayeron sobre las mejillas de la menor. Lágrimas que jamás creyó que derramaría algún día. No por esa niña.

¿Por qué lloraba por ella? ¿Por qué estaba tan desesperado por verla abriendo los ojos? ¿Por qué no quería que sus pulmones expulsaran en vano su último aliento?

Jinx, por su parte, no podía dejar de mirarla. Mirar a esa criatura, a la que por tanto tiempo había rechazado, marchándose sin siquiera haber sido capaz de conocer el rostro de sus padres.

Por favor, pequeña ave azul, no te vayas aún… Todavía no he tenido la oportunidad de amarte lo suficiente. Todavía no he tenido la oportunidad... de verte crecer.

Y justo cuando el joven parecía haber aceptado lo inevitable mientras Jinx se gastaba las uñas tratando de alejarlo de la pequeña… el diminuto llanto de la bebé los detuvo a ambos.

Lloraba desesperada, posiblemente adolorida... pero viva. Había recuperado el color en el rostro y el movimiento en cada pequeña extremidad de su cuerpo.

Estaba viva.

Había vuelto con ellos.

Se agitaba incesante sobre las sábanas en las que estaba semienvuelta. Jinx se asomó sobre ella con las rodillas a punto de fallarle y la respiración entrecortada, y la cargó por debajo de los brazos, temiendo que su diminuto cuerpo se quebrara.

La niña se encogió ante el frío de los dedos de su madre y la corriente helada que desde hacía un rato había formado parte del ambiente en la habitación. Parecía mucho más pequeña de lo que era.

Tan pequeña. Tan frágil. Tan efímera.

Jinx la acunó entre sus brazos, recostando su cabeza contra su pecho acelerado y retrocedió a tientas hasta que volvió a sentarse sobre el colchón. Ekko estiró la manta hacia ella para que cubriera el cuerpo desnudo de la pequeña. Jinx envolvió a la niña con sumo cuidado, acariciando con suavidad los cabellos azules que sobresalían de la sábana.

Ekko tensó los hombros cuando notó a la niña dormitando plácidamente, respirando con normalidad, entre los brazos de su madre.

Jinx pudo sentir el calor que su piel suave, de recién nacida, estaba recobrando y los movimientos pequeños, ligeros, que la niña hacía al terminar de acomodarse contra el pecho de su madre entre gimoteos suaves.

Isha entró en la choza de golpe, escapando del agarre de los habitantes y de la vigilancia de Vander, movida por la desesperación de escuchar a su madre llorar desde hacía un tiempo prolongado.

Jinx le lanzó una mirada cansina con una sonrisa apacible. No iba a reñir a su hija, Isha siempre había sido movida por la preocupación latente que sentía por ella. Muy a pesar de que Jinx fuera la adulta entre las dos.

La niña se abrazó a ella, cuando su mirada fue capturada por el diminuto ser a su lado. Isha arrugó la nariz, mirando a mamá.

—Esto es un bebé —le dijo Jinx con la voz agotada por el llanto.

Isha picoteó con curiosidad la mejilla de su pequeña hermana, la niña soltó un gimoteo tenue que hizo a Isha retroceder entre los brazos de Jinx, y luego, la bebé sonrió.

Con los ojos aun cerrados, pero mostró una sonrisa pequeña, suave, inundada en ingenuidad e inocencia. Isha se quedó inmóvil. Jinx soltó una risilla y apretó su agarre sobre ambas.

Cada una de sus niñas, envuelta en cada uno de sus brazos.

Sus dos pequeñas creaciones, completamente suyas. Dos cosas diminutas que ella creó, que ella formó dentro de su cuerpo, abrazadas a ella, como si ese fuera el mejor lugar del mundo.

Recostó la cabeza de la recién nacida en la hendidura al medio de su brazo. Terminando de envolverla con la manta, y la niña por fin abrió los ojos.

Ojos magenta, iguales a los de mamá.

Isha miró a la niña con el ceño fruncido, porque la más pequeña no dejaba de observarla, de analizarla, a ella y a su curiosidad.

"Mamá, ¿esto te molestaba cuando estaba en tu estómago?".

Jinx sonrió.

—Sí. Ya no parece tan ruda, ¿verdad?

Un aleteo de nostalgia la atacó, recordó a Isha, siendo así de pequeña. Ese aterrador sentimiento de inmadurez en ella, el miedo que le daba no ser suficiente para criarla sola, el terror de perderla en el proceso, justo como le había pasado con tantas personas a las que amaba.

Y ahí estaba, su primer bebé, cinco años después, mirando con curiosidad y cierto desagrado cómico a la segunda, a su recién nacida, a quien apenas comenzaba a descubrir el mundo.

Ekko dio un paso al frente, y antes de que Jinx pudiera hacer nada, le arrebató a la bebé de los brazos.

—¿Qué haces...?

—Debo cumplir mi palabra —respondió el muchacho, sintiendo una opresión en el pecho en cuanto la niña volvió a llorar en sus brazos, buscando los de su madre—. No puedo dejar que se acostumbre a ti... Ni tú a ella.

—P-Pero... ella todavía es muy pequeña, Ekko —intentó objetar Jinx—. No sobrevivirá allá afuera sin mí... sin nosotros.

—Jinx... tengo que hacerlo —trastabilló él.

—No, no tienes. El peligro ya pasó. Eso significa que...

—No... —interrumpió Ekko—. No puedo permitir que esté cerca de ti.

—¿De qué mierda hablas?

Jinx intentó ponerse de pie ante la mirada angustiada de su primera hija. Porque con cada movimiento, la joven hacía una mueca de dolor que Isha no podía evitar notar.

—Entiéndelo, tarde o temprano... —siguió el muchacho—, ella terminará con tu vida, no pienso ponerte en riesgo.

Jinx apenas pudo dar un paso al frente cuando el dolor agudo la tensó de golpe.

—Ni siquiera... —musitó con dificultad—. Ni siquiera he podido alimentarla... Ekko... por favor...

—Perdóname, Jinx.

Y se marchó, dejando que el llanto de la recién nacida, la que apenas tuvo unos minutos entre sus brazos, que apenas y se había acostumbrado al calor de su madre... inundara el corredor.

Isha tiró de la manga de mamá con insistencia.

"¿No nos la podemos quedar?".

Jinx trastabilló. Hacía días que Ekko le había contado sobre la extraña paranoia que sufrió. Un desquiciado viaje entre dimensiones y ella terminando muerta debido a esa niña. Él no había querido especificar cómo sucedió todo, y en ese entonces la misma Jinx creía que la niña no sobreviviría lo suficiente como para llegar a matarla, nunca pensó que lo que Ekko había visto sucedía después del nacimiento de la menor.

—No, pulga... —respondió Jinx, acariciando el rostro de la niña con la misma dulzura de siempre.

"Pero es tuya".

Insistió Isha, al notar la tristeza en el gesto de mamá. La misma tristeza que ella llegaba a sentir cuando perdía algo muy preciado.

Ouch.

—Ya no, no como tú… —continuó Jinx.

Isha ladeó la cabeza, sin comprender del todo a lo que su madre se estaba refiriendo.

“¿Qué tiene ella de diferente?”.

Volvió a preguntar. Jinx se quedó estática unos segundos. No cabía duda, las preguntas de Isha siempre lograban darle un golpe de realidad.

Su adorada e inocente Isha, era quien le ponía los pies en la tierra y a la vez la hacía volar más alto que cualquiera.

Besó la mejilla de la niña con entusiasmo y salió de la choza, indicándole que debía esperar junto a Violet. Sus piernas apenas le respondían, pero fue más fuerte su propio instinto.

El instinto que había descubierto con Isha y que ahora le mordisqueaba los talones cada que intentaba huir de él.

 

 

El anochecer pronto caería, comenzaba a sentirse en el ambiente húmedo y el aire gélido. La niña en sus brazos lloraba desesperada, retorciéndose entre las mantas. Evidentemente quería volver con Jinx, quería volver a los brazos de su madre.

Ekko ni siquiera quería mirarla, no podía hacerlo. A pesar de que la había visto medianamente cuando la trajo de vuelta a la vida, ahora era diferente, porque la niña estaba consciente de que su padre acababa de alejarla de su única fuente de posible amor y protección.

La única persona en todo ese helado mundo, nuevo para ella, que parecía amarla incondicionalmente.

Él había hecho un acuerdo de palabras con Viktor, el Heraldo había sido bastante preciso de en dónde debía dejar a la pequeña una vez que naciera para que fuera acogida por su comunidad.

Viktor había prometido que eso sería suficiente para evitar la tragedia. Y Ekko parecía satisfecho con ello.

Eso al menos antes de tenerla entre sus brazos. ¿Por qué las cosas tenían que ser así de difíciles?

Atravesó un sendero ligeramente boscoso, su instinto de Firelight actuó antes que su despistada cabeza y silbó, como si temiera que alguien o algo fuera a atacarlo en ese momento, aun a sabiendas de que no había lugar más seguro que ese.

Que imbécil.

Pronto todo quedó en silencio. El llanto de la niña, al que prácticamente ya se había acostumbrado, se detuvo.

Ekko la miró de reojo, deteniéndose en seco. Temiendo que otra vez se hubiese desvanecido en un suspiro, pero no, ahí estaba ella, observándolo con sus brillantes y curiosos ojos pequeños.

Y luego, la pequeña bola de carne en sus brazos le sonrió.

Lo había reconocido. El insoportable silbido que su madre detestaba oír y que automáticamente asociaba con él. Con su padre.

Ahora Ekko estaba jodido porque ella por fin tenía un rostro al cual relacionar con esa palabra.

La bebé agitó sus diminutas manos hasta que una de ellas terminó agarrada del dedo del muchacho. La calidez en su tacto, y la fuerza con la que se sostenía de él, lo hizo dudar de su propia cordura.

Se sentía como si la niña buscara desesperadamente la protección de su padre.

Ekko observó sus ojos llorosos, brillantes y magentas, iguales a los de Jinx, con un gesto que años atrás había observado en Isha. No cabía duda de que eran ambas las hijas de ella. Su viva imagen en una versión mucho más pequeña.

Una versión que anhelaba con desespero ser amada y protegida.

Una versión que temía tanto ser abandonada.

La culpa inundó su pecho y le arrebató el dedo a la niña, quien inmediatamente frunció los labios ante la gelidez del acto.

Ekko siguió su camino. No podía, por ningún motivo, ceder ante ella. No después de lo que había visto, incluso si sus miradas eran totalmente diferentes. Ese diminuto ser, ese que parecía querer soltarse a llorar en sus brazos, iba a ser una asesina algún día, y no cualquier asesina, sino una Vigilante.

Una maldita Vigilante.

El prado que Viktor le indicó estaba justo frente a él. Un prado repleto de flores amarillas, con un aroma hipnotizante que parecía arrullarlo junto con el vaivén de la brisa nocturna. Colocó a la niña al centro, entre las flores que la acunaban, y se dio la media vuelta.

La pequeña comenzó a emitir sonidos para llamar su atención, para suplicarle que volviera por ella, que no la dejara sola porque, al igual que a cualquier otro niño, le aterraba la oscuridad y el silencio.

Ekko la ignoró. Se obligó a hacerlo.

Pero luego el llanto de la niña incrementó y esta vez no pudo pasarlo por alto.

Se giró para observar como un grupo, parte de la misma comunidad, se acercaba hasta ella con cautela, casi somnoliento, con miradas ligeramente vacías.

Ekko sintió un escalofrío cuando una de las mujeres levantó a la niña del suelo y la acunó en sus brazos.

La pequeña, lejos de calmarse, lloró con mayor fuerza, con toda la que sus pequeños pulmones recién traídos a la vida pudieron otorgarle.

Tanía tanto miedo y estaba tan sola.

Rodeada de desconocidos y tan lejos de sus padres.

—Mierda… —el muchacho intentó dar un paso, recobrando su camino, pero no pudo—. Carajo.

Y volvió por ella.

Entre sonrisas fingidas y bastante forzadas, se abrió paso en el grupo, tratando de disminuir la sensación que mirarlos a los ojos le provocaba.

Observó a la niña sollozando en los brazos de la mujer frente a él y un peculiar sentimiento se anidó en su pecho. Algo como un instinto que ya conocía y que se había vuelto a activar.

La tomó con cuidado, prácticamente arrebatándosela, y se giró, caminando a paso apresurado de vuelta hasta el centro de la comuna.

 

 

Jinx permaneció estática, completamente congelada.

—No se la entregaste… —notó.

Ella apenas podía contener la incertidumbre que le carcomía el alma cuando se topó de frente con Ekko volviendo de su destino principal.

El muchacho guardó silencio con una mueca poco complaciente y la pasó de largo.

—¿A dónde la llevas? —volvió a preguntar la joven, pero él no respondió—. ¡No la alejes de mí!

La desesperación con la que Jinx enunció ese último hilo de palabras detuvo a Ekko en seco.

—Ya te lo dije… —murmuró el muchacho sin poder mirarla siquiera—. Ella te asesinará. Lo hará.

Ekko intentó volver a retomar su camino a paso apresurado, aventajando a Jinx que con dificultad podía mantenerse de pie. La muchacha acababa de dar a luz, estaba luchando incansablemente contra el dolor que, con cada paso dado, parecía querer dejarla tirada en el suelo.

—¡Ekko! ¡Tú, pequeño pedazo de mierda! ¡No te atrevas a llevártela!

Pero Ekko no se detuvo. Jinx, por el contrario, tuvo que aminorar el paso cuando las piernas comenzaron a flaquearle.

Un joven mercader tropezó con ella en cuanto la muchacha se detuvo de golpe, lanzando por los aires un montón de piedras preciosas que utilizaban para ornamentación.

—¡Discúlpeme, señorita! ¿Se encuentra bien?

Jinx no respondió. Se centró únicamente en la angustia que sentía al escuchar el llanto de su hija cada vez más lejano, sin que ella pudiera hacer nada para alcanzarla.

Se puso de pie, tambaleándose con dificultad. Observando con pesadez las rocas esparcidas a sus pies, el brillo azulado de éstas marcó el ritmo acelerado de su corazón.

Como hija de mineros había aprendido, prácticamente en contra de su voluntad, sobre ellas. El nombre de esa roca en específico resonó en su cabeza, un nombre susurrado por la suave voz de una Felicia entusiasmada por enseñarle a sus hijas todos los conocimientos que poseía.

—Kyan… —tartamudeó, mezclando su propia voz con el susurro del recuerdo de su madre.

—¿Qué…? —intentó decir el mercader mientras levantaba las rocas del suelo.

—¡Kyan! —gritó Jinx con todo el aire que le quedaba en los pulmones. Ekko permaneció inmóvil—. ¡Ese es su nombre! ¡Y ahora que la he nombrado no puedes quitármela! ¡Ella es mía!

Ekko titubeó.              

Nombrar a un niño en Zaun era tan importante como su nacimiento en sí. En Zaun no existían apellidos o renombres, todo lo que un recién nacido tenía era el amor de sus padres y su nombre.

Los nombres de pila tenían más peso que cualquier otra cosa en Zaun. Ekko y Jinx lo sabían muy bien. Un nombre significaba pertenencia.

Por eso Jinx no había nombrado a Isha hasta que se aceptó a sí misma como su madre. Por eso Ekko había alejado a esa niña de su madre antes de que tuviera oportunidad de nombrarla.

En Zaun, un niño sin nombre le pertenecía a los Carriles, un niño con nombre le pertenecía a sus padres, en este caso a su madre.

Ekko entendía muy bien la importancia que, para ellos, como zaunitas, un nombre de pila tenía.

—Conoces las reglas —volvió a decir Jinx, esta vez elevando su pistola hasta él, el agarre tembloroso al notar que el muchacho no parecía querer acceder a su petición—. No puedes alejarla de mí si ya le he dado un nombre.

Jinx realmente se sentía capaz de tirar del gatillo si él no se la devolvía, y eso era a lo que más le tenía miedo.

La bebé había dejado de llorar para ese momento, escuchó la voz de su madre, ahora solo la consumía el incesante deseo por volver a su abrazo.

—No me importa si no la quieres. No me importa si lo que quieres es que nada nos una porque seguimos siendo enemigos o lo que sea —escupió Jinx, dispuesta a recuperar la punzante enemistad entre los dos—. Yo cuidaré de ella, como lo hice con Isha. No te necesito. Ella no te necesita.

Ekko sintió un golpe directo en el orgullo.

—¡Podría asesinarte! ¿Es tanta tu terquedad que te has quedado sorda?

—¡¿Te parece que tiene cara de una asesina?!

La niña comenzó a temblar ante la discusión de sus progenitores.

—¡Será una Vigilante! ¡Una maldita Vigilante!

La pequeña se soltó a llorar con terror en los brazos de Ekko. Jinx permaneció helada.

—Será una Vigilante. Te asesinará —continuó él—. Sin importar lo que hagas... su destino parece no cambiar.

—Ese no puede ser su destino. Ella… no puede ser uno de ellos.

—Jinx... Te digo lo que vi.

Miró a la niña en sus brazos. La inocencia que cargaba en su rostro. Una inocencia que parecía tan ajena a la adolescente que había visto.

Una inocencia que, de ser posible, hubiera anhelado proteger con desesperación.

—No importa cuánto la ames... —suspiró Ekko, con el agarre tembloroso—, cuánto la amemos... Ella solo ha venido al mundo para terminar con nosotros.

Jinx dio un paso hacia atrás.

Su amor por esa bebé... ¿podría superar un odio generacional que había dominado a su gente, a su familia, por décadas?

Su amor, que siempre la había obligado a hacer lo imposible, ¿podría ayudarla a mantener a salvo a su hija? ¿Incluso de sí misma? ¿Incluso de su propio padre?

Después de todo lo que estaba sucediendo a su alrededor…

¿Podría tener el valor suficiente para amar a esa bebé?

 

 

Notes:

¡La historia sobre el universo donde Kyan se vuelve una Vigilante ya esta publicada! Pueden encontrarla aquí. Será una historia soft/angst/comfort con final feliz

Kyan: Proveniente del nombre Kyanita. Un mineral de color azul, de hecho su nombre viene del griego "kyanos" que también significa azul. Se dice que es una piedra que calma la ansiedad y los miedos enterrados (créanme, eso tampoco será coincidencia).
Además, Kyan es un nombre de CUATRO letras, al igual que Isha, Ekko y Jinx, una familia de CUATRO integrantes. Como todos sabemos, el 4 es un número mega importante para el Timebomb. Y sí, Kyan nació un 04/04 (igual que yo jajaja), lastima que los tiempos no me dieron y no pude publicarlo ese día, pero igual ❤

Les dejé como sorpresa un fanart hecho por una de mis amistades (una comisión) de una escena de este capítulo para que conozcan a las bebés preciosas de Jinx!
Fanart de Isha y Kyan

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Chapter 19: XIX. Naranja

Chapter Text

Lo recordaba demasiado bien. Mejor de lo que le hubiera gustado poder hacerlo. 

Cada maldito día de su vida lo había tenido presente, entre dolores de cabeza, susurros y pesadillas. 

Sí, cada maldito día, de su maldita vida, tenía presente lo que los Vigilantes eran capaces de hacer.

"Será una Vigilante. Te asesinará. Sin importar lo que hagas, su destino parece no cambiar".

Eso le había dicho, como si cada palabra fuera una púa rozando su tráquea. Y ella le creyó. 

Incluso creyó en él cuando le habló de otras realidades, Ekko no estaba loco, no tanto como ella al menos, y su extraño aparato parecía confirmar lo que decía.

Y es que, por más que le jodiera aceptarlo, Jinx confiaba en él. Nunca se lo diría, por supuesto que no. Pero en el momento en que decidió poner la vida de Isha en manos de Ekko, no hubo persona en toda Runaterra en quien confiara más.

Por eso odiaba con cada fibra de su ser no poder dudar de él.

Por más que lo quisiera, no podía desconfiar de su palabra, porque era Ekko quien se lo decía, y Ekko jamás le mentiría.

Así que no podía no creerle cuando le afirmó que su hija se volvería una Vigilante. 

Que su bebé... Esa bebé que llevaba él, su padre, en brazos, sería una jodida Vigilante. 

Una de aquellos malnacidos que le habían arrebatado todo.

Volvió su mirada dispersa hasta la de Ekko, notó sus pupilas vacilantes y el dolor que llevaba entre las cejas. Y luego observó a la pequeña bola de carne que se retorcía entre sus brazos. 

Su llanto parecía haber incrementado, pero Jinx apenas podía escucharlo.

Ella buscaba a su madre, la joven lo sabía, podía sentirlo como un pinchazo en el pecho que le ordenaba desesperadamente acurrucarla entre sus brazos.

—¿Por qué la salvaste entonces? —preguntó Jinx y dio un pequeño paso al frente—. ¡¿Por qué no se la entregaste-

—¡Quería encontrar otra solución! —interrumpió Ekko, su agarre se tensó—.  Por un momento, me sentí capaz... de hallar otra salida.

Jinx frunció el entrecejo y retrocedió el mismo paso que había avanzado. No era común para ella mirar a Ekko dudando sobre algo, solo lo había visto con Isha... y aquella noche en el puente cuando no pudo asesinarla.

—Y luego te vi —continuó él— y recordé lo que ya sabía, lo que ella será capaz de hacerte.

El nudo que comenzaba a formarse en la garganta de la joven apenas le permitió volver a articular una oración completa.

—¿Qué pasaría si no la abandonamos? Si la conservamos, tal vez...

Ekko negó con la cabeza.

—"Sin importar lo que hagas, su destino parece no cambiar" —recalcó.

Jinx se llevó las manos a los cabellos, tratando de no arrancárselos de raíz.

—¡Mierda, Ekko! ¡¿Entonces qué se supone que hagamos?!

—¡No lo sé! ¡¿Te parece que yo estoy bien con esto?! ¿Que soy una jodida piedra? ¿Que no siento absolutamente nada? ¿Que todo lo que está pasando no me cuesta trabajo a mí también?

Por un segundo, Ekko tuvo que desviar la mirada para evitar que el brillo amargo en sus ojos se notara frente a Jinx.

Ella no tenía que lidiar con eso como él. Jinx ya tenía suficiente con obligarse a aceptar lo inevitable, tenía suficiente con obligarse a ver a la niña que acababa de dar a luz desapareciendo para mantenerse a sí misma con vida.

Ekko la conocía bien, sabía que, si él vacilaba, aunque fuera solo un poco, Jinx no dudaría en mantener a esa bebé con ella, sin importar las consecuencias.

Y a él le importaban las consecuencias, porque dentro de ellas estaba perder a Jinx.

Al tomar decisiones difíciles alguien tenía que hacer la parte complicada, la que todos odiaban hacer, la que no haría cualquiera. Y Ekko había sido orillado a ser esa persona.

La niña soltó un grito agudo, un llanto mucho más fuerte que hizo a ambos estremecerse. Jinx lo reconoció de inmediato, no había criado a Isha sola en vano, no había aprendido a entender a su pequeña y cada sonido en ella, sin que se le hubiese quedado grabado, muy profundo en su instinto, lo que significaba cuando un recién nacido lloraba de esa manera.

—Tengo que alimentarla, Ekko —dijo—. No estoy tan jodidamente desquiciada como para dejar que muera de hambre. 

¿Locura o inmadurez? Alguna vez Jinx había sido lo suficientemente inmadura como para no comprender que esa pequeña bola rosada que había sido expulsada de su cuerpo solo la tenía a ella, a nadie más. Así de inmadura había sido con Isha y cada día después de eso se lo recriminó.

Porque, siendo honestos, Jinx era demasiado buena resintiendo todos los errores que alguna vez había cometido. Tan buena, que de vez en cuando salían a flote solo para atormentarla.

Pero, ¿quién podía culparla? Era solo una muchacha estúpida jugando a ser madre por primera vez.

Ekko le entregó a la niña. Cuando Jinx la tomó entre sus brazos, la pequeña calmó su llanto considerablemente. Por fin estaba con mamá. 

En el cálido abrazo de mamá.

Con movimientos torpes, la pequeña llevó sus manos diminutas hasta su rostro enrojecido por el llanto. Jinx sintió un vuelco en el estómago. 

¿Por qué le estaba haciendo todo tan difícil? La vio prácticamente regresar a la vida, el recuerdo de su cuerpo inerte aún atormentaba sus pensamientos, sintió tanto alivio cuando la escuchó llorar por primera vez y ahora… ¿simplemente tenía que fingir que no estaba saltándole el corazón de alegría al tenerla entre sus brazos?

Miró una última vez a Ekko y volvió a la choza donde Isha la esperaba, más impaciente de lo normal. La niña se había tentado en no correr tras ella en primer lugar porque, de hacerlo, Violet seguro habría necesitado solo un brazo para cargarla de vuelta hasta el lugar.

Cuando Isha divisó a Jinx volviendo con esa cosa en brazos se detuvo en seco frente al marco de la entrada.

Comprendía que si esa pequeña bola de carne escandalosa y rojiza había salido del cuerpo de mamá entonces tendrían que conservarla. No había más alternativa. 

Aunque Isha no estuviera muy de acuerdo con ello.  

Jinx cruzó la puerta y la bebé comenzó a llorar. Isha dio un paso atrás, Violet salió como un rayo en cuando se percató del gesto amargo de su hermana. 

La joven se acomodó en el suelo junto a la cama, recargando su espalda en el lateral del colchón. Isha subió a éste de un salto, mirando de cerca a mamá y a la niña que más pronto que tarde comenzó a aturdirla con su llanto.

Con Isha había sido sencillo la primera vez, porque Isha, si bien siempre había sido una niña inquieta, nunca se rehusó a estar cerca de su madre, y la hora en que Jinx la alimentaba era casi sagrada para las dos. Un momento de conexión entre madre e hija.

Incluso después de haberse negado rotundamente a hacerlo en un inicio, Jinx realmente disfrutaba tener a su pequeña tan cerca de su corazón, tan vulnerable entre sus brazos. 

Tan suya y de nadie más.

Pero con la “nueva adquisición”, Jinx no podía decir lo mismo. No porque ella no lo deseara, sino porque la niña parecía no hacerlo.

Jinx intentó de una y mil maneras lograr que la bebé se prendara a su pecho, pero el rechazo de ésta fue prácticamente inmediato. 

—Vamos, pequeña quisquillosa, sé que tienes hambre.

Claro que lo sabía, era su madre después de todo, y Jinx podía jurar que escuchaba su estómago emitiendo gruñidos por la falta de alimento.

Lo intentó una vez más. Por un segundo, creyó haberlo conseguido, pero tan pronto la niña estuvo en contacto con la piel de su madre, echó la cabeza hacia atrás, llorando con desesperación. 

Isha tuvo que cubrir sus oídos después de eso. ¿Acaso no podía mamá haber creado algo menos ruidoso?

La muchacha sintió una desesperación desmedida al mirar el rostro enrojecido de la criatura en sus brazos.

Que fuera tan pequeña solo complicaba más las cosas. ¿Por qué no solo podía entender que si no se alimentaba del pecho de su madre iba a terminar muriendo de inanición? ¿Por qué no podía comprender que esa horrible sensación en su estómago, que la estaba obligando a llorar, solo se detendría si se dejaba amamantar?

Algo tan sencillo… un bebé podía hacerlo tan complicado.

Pronto el llanto de la niña comenzó a entremezclarse con sus pensamientos opacos y Jinx sintió que comenzaba a alejarse de la realidad, hasta que la puerta de la choza se abrió casi de golpe.

La partera entró con una sonrisa forzada. Era evidente que el llanto de la niña no había pasado desapercibido afuera. Jinx no era madre primeriza, pero comenzaba a parecer una.

—¿Estás bien? —preguntó la mujer.

Jinx notó algo distinto en ella, unas peculiares marcas en la frente y los ojos más brillantes; pero decidió no darle importancia, estaba demasiado ocupada en sus propios asuntos.

—No quiere —dijo sin más. La partera solo alzó las cejas, esperando una respuesta más concisa—. Solo no quiere. Y… está muriendo de hambre.

La voz de Jinx por un momento pareció quebrada, pero fue fácilmente disimulada por el llanto de la niña que simplemente se agitaba violentamente entre su agarre.

—Oh… —notó por fin la mujer, al observar a la niña casi quedándose sin aire por llorar, y a su conflictuada madre tratando de pegarla a su pecho.

Dio un paso al frente hasta Jinx, con sumo cuidado, porque incluso en ese lugar apartado del mundo, todos habían llegado a escuchar de ella, de lo habilidosa que era con las armas y de lo mucho que le gustaba asesinar gente que la molestaba.

—Entiendo… —analizó, mirando mejor a ambas—, muchas veces suele suceder, no te aflijas, niña, es normal. Lo importante ahora es conseguir una nodriza, es alguien que puede-

—Ya sé lo que es —interrumpió Jinx con mala cara.

¿Cómo no saberlo? Había necesitado de una cuando Isha nació. Tuvo que matarla en su momento, pero igual. El solo hecho de pensar que tenía que repetir el mismo patrón… 

“Es porque no estás hecha para ser madre, ya te lo habíamos dicho”.

Mylo se sentó en el borde del colchón, mirándola desde arriba con un gesto apagado y seco. 

Jinx apretó los dedos en torno a la manta que envolvía a la menor de sus hijas. Una parte de ella quería rematarlo, la otra comenzaba a creer que de vez en cuando tenía razón.

—Creo que sé quién podría ayudarte —comenzó a balbucear la partera, recogiendo un poco del desastre que había en el suelo de la choza, Jinx la siguió con la mirada perdida—, espero que esté en posición de… bueno, en fin. Veré qué puedo hacer.

Sonrió hacia Isha y luego salió del lugar.

La bebé se retorcía incesante entre los brazos de su madre. Lloraba desconsoladamente, desesperada, estaba tan hambrienta y Jinx se sentía tan incapaz de hacer algo para calmar su malestar. 

En un momento, Jinx perdió completamente la consciencia de en dónde se encontraba, permaneció mirando inerte un punto en la nada mientras sus ojos se opacaban, su mente ahogada por los berridos de la niña, su alma abatida por la incapacidad de convertirse en la madre de esa pequeña que se lo suplicaba a gritos.

“Déjalo de una maldita vez, Powder, otra vez extenderás tu maldición hasta ella”.

Mylo no se había marchado. Nunca lo hacía.

Jinx observó a la niña de reojo, su mirada fría apenas pudo distinguir su rostro de entre toda la nubla de su psicosis.

Una diminuta mano, pero más grande que la de la bebé, comenzó a agitarse frente a su rostro.

Isha trataba de llamar su atención con insistencia, en cuanto Jinx fijó sus ojos en los de ella, el dorado de nuevo la puso con los pies sobre la tierra, y Mylo desapareció.

“¿Está enferma?”.

Preguntó Isha, señalando a la niña en los brazos de mamá. Jinx negó, apenas recuperando la consciencia.

Isha permaneció unos segundos más mirando a la cosa escandalosa con el ceño fruncido, y luego volvió a treparse sobre el colchón, rebuscando en el hueco que había entre la cama y la pared.

Salió a los pocos minutos y volvió a posarse frente a mamá. Dudó unos segundos de lo que iba a hacer, pero parecía en su mirada que no había encontrado otra alternativa. 

Torció ligeramente la mueca. De detrás de su espalda sacó los conejos que tanto Jinx como Ekko alguna vez le habían dado para lograr calmar sus propios miedos, y los agitó frente al rostro de la bebé. 

Jinx permaneció estática.

—¿De dónde los sacaste? 

Isha arrugó la nariz, mirando a mamá por debajo de las cejas, llevando su pequeño morral detrás de la espalda con un movimiento discreto. 

—Así que para eso lo usas, pequeña astuta —notó Jinx, disimulando su sonrisa con una ceja arqueada—, ¿siempre los cargas contigo?

Isha asintió, con los hombros encogidos. Parecía ligeramente avergonzada, ella quería hacerse ver mucho más valiente, madura y audaz, tal como mamá lo era; incluso si frente a los ojos de mamá seguía siendo su primer bebé. 

Un tirón en una de las orejas del conejo que Jinx le había dado llamó la atención de ambas. La pequeña se había prendado a él, los ojos todavía llorosos y brillantes, pero sus labios solo parecían temblar soltando sonidos leves. 

Jinx estuvo a punto de decir algo cuando la partera volvió a entrar sin aviso a la choza.

—Logré conseguir un poco de fórmula —dijo orgullosa—, la otra opción tuve que descartarla. 

La joven madre tomó el biberón después de que la partera se lo extendiera con una sonrisa. Lo colocó entre los labios de la bebé y para su sorpresa (y genuino alivio), la niña comenzó a succionar de él con una desesperación fascinante. 

La partera también pareció volver a respirar, porque seguramente Jinx no le perdonaría fallar en lo que se suponía era parte de su trabajo.

—Conseguiré un poco más para mañana —dijo y volvió a salir a paso apresurado.

La bebé se concentró únicamente en su fuente de alimento y en el rostro de su madre, un gesto gélido que la miraba con dolor.

Soltó el conejo de felpa e Isha intentó volver a entregárselo. 

—No —se apresuró a decir Jinx, sobresaltando ligeramente a la niña—. Es tuyo. Ella no estará mucho tiempo con nosotras, no la acostumbres a ellos.

Isha dio un paso hacia atrás, resguardando ambos conejos contra su pecho, y miró a la bebé, confundida. ¿Mamá de verdad no quería quedarse con ella? ¿Por qué esa pequeña bola de carne parecía lastimarla tanto?

Tal vez era porque lloraba mucho y hacía mucho ruido. Tal vez solo tenían que arreglar algo en ella. Tal vez después de eso mamá la querría como quería a Isha.

Jinx se levantó del suelo y colocó a la bebé dentro de la cuna que Violet (a espaldas de la propia Jinx) había llevado hasta la choza tiempo antes de que la niña naciera. La pequeña había comenzado a quedarse dormida y en cuanto tocó la almohada soltó un bostezo para acurrucarse entre las mantas.

Isha tiró de las ropas de mamá, sacándola de los pensamientos que simplemente no habían dejado de atormentarla. Jinx la miró justo cuando la niña masajeó sus párpados para disipar el sueño. 

La noche había caído desde hacía horas, de hecho, muy seguramente el único ruido que se escuchaba en todo el santuario era el llanto de la bebé. 

Jinx sonrió enternecida ante el gesto de su hija y la levantó en brazos.

—Hora de dormir, problemita.

La muchacha se dejó caer de espaldas sobre el colchón con Isha aún pegada a su pecho. Miró de reojo la cuna inmóvil a pocos metros de ellas y luego sintió los dedos pequeños de Isha picoteando su clavícula, Jinx la observó con una sonrisa cálida.

—Es muy tarde para eso, niña —dijo en un susurro claro. Isha soltó un quejido, acurrucándose más en su abrazo—. De acuerdo, solo un poco y después a dormir.

Jinx resopló resignada, así era como la niña solía pedirle que tarareara para ella. Unos pequeños toquecitos, con la punta de los dedos, en cualquier parte del cuerpo de mamá que estuviera al alcance. Jinx estaba acostumbrada a eso, a ese delicado vínculo que ambas tenían.

Comenzó a acariciar los cabellos entre azules y castaños de su pequeña hija, tarareando débilmente la canción que siempre había sido una nana de cuna para Isha. La niña inconscientemente dejó su pulgar descansando entre sus labios y Jinx sintió un escalofrío.

La curiosidad y osadía que Isha solía tener ocasionalmente podía hacerle olvidar lo pequeña que aún era y lo mucho que todavía necesitaba de ella.

Lo mucho que seguía necesitando a mamá.

Lo mucho que Jinx siempre iba a necesitar a su pequeña niña.

El sonido de algo quebrándose a sus pies la hizo levantarse de golpe. 

Divisó apenas una figura femenina en el marco de la puerta, por un segundo creyó que se trataba de Vi y su torpeza habitual, pero no, esta figura era más menuda, más pequeña. Se tambaleaba con cada paso dado y murmuraba algo entre dientes. 

Jinx permaneció inmóvil, un relámpago de terror le recorrió la espalda, lo primero que se le vino a la mente fueron las dos niñas dentro de la habitación, dos niñas indefensas que ella tenía que proteger.

A cualquier costo.

Isha se retorció entre sus brazos y Jinx apenas pudo sisear para tranquilizarla entre sueños, mientras con la mano libre rebuscaba su arma debajo de la cama.

La figura la miró con fijeza y entonces Jinx la reconoció. Era esa mujer embarazada, esa que días atrás había decidido entablar conversación con ella.

Su mirada parecía triste y distante, su cuerpo débil y su voz quebrada murmuraba algo sin parar.

—Mi bebé… Ella está aquí… La escuché. 

Jinx sintió un escalofrío.

Su mala suerte también la había alcanzado a ella.

Tensó cada músculo en su cuerpo cuando escuchó a la bebé soltar un pequeño sonido, como si estuviera a nada de despertar.

La mujer dirigió su atención hasta la cuna, dispuesta a seguir avanzando con pasos trémulos y pausados.

Jinx se separó de Isha, tomándola con delicadeza por el rostro para llamar su atención.

—Escóndete debajo de la cama —le indicó.

Impulsada por un relámpago magenta de Brillo y una sensación familiar en la garganta, Jinx salió disparada para interponerse entre la cuna y la intrusa. Soportó una mueca de dolor en cuanto se posó frente a ella, con el azul del arma iluminando ambos rostros en la oscuridad de la noche.

La mujer, al igual que la partera, también poseía extrañas marcas en la frente y unos brillantes y desolados ojos entremezclados entre el verde y el dorado que, en cuanto se fijaron en Jinx, la hicieron experimentar un vomitivo sentimiento, uno que la estaba obligando a bajar el arma.

—¿Por qué te la has llevado? —sollozó la otra con una voz chillona. Jinx retrocedió con el arma en alto, mirando ocasionalmente de reojo a la niña detrás de ella—. Ella es mía. Devuélvemela.

Cuando la invasora intentó lanzarse contra Jinx, lo primero que se le ocurrió a la joven fue girarse para intentar tomar a la bebé en brazos, aun cuando eso la obligó a deshacerse del arma arrojándola al suelo, pero la mayor se lo impidió, tomándola por los hombros y lanzándola hacia la pared junto a ambas, antes de que Jinx pudiera siquiera acercarse a su hija.

Jinx soltó un grito ahogado cuando el sólido por poco le quebró la columna. ¿Cómo era posible que esa debilucha mujer tuviera tanta fuerza escondida?

¿Qué mierda estaba pasando?

La joven de trenzas azules se lanzó de vuelta sobre ella, alejándola de la cuna, ambas azotaron contra el suelo, provocando un estruendo que hizo que la cuna cayera hacia uno de los lados, la bebé chilló aterrada ante el abrupto movimiento, pero su caída había sido amortiguada por la propia cuna y las mantas en ella.

Solo estaba asustada.

Tan asustada que su madre sintió la desesperada necesidad de correr hasta ella.

Jinx intentó levantarse de vuelta, pero la mujer la retuvo, la joven se arrastró por el suelo con el peso de la otra sobre ella, buscando desesperadamente llegar hasta su arma.

—¡No te atrevas a acercarte a ella! —amenazó la intrusa.

—Vete a la mierda —bramó Jinx, tratando desesperadamente de quitársela de encima.

No entendía cómo era posible que la estuviera venciendo, incluso si ella también acababa de dar a luz, la fuerza de aquella “casi” desconocida era sobrehumana.

Jinx fijó la atención en la bola de carne envuelta entre las mantas, retorciéndose, intentando llamar la atención de su madre para que pudiera hacerla sentirse a salvo, y sintió una opresión en el pecho.

Debía llegar hasta ella.

La mujer por fin se alejó de Jinx y ésta pudo tomar su arma del suelo. Se giró con ella en alto cuando notó que el llanto de la bebé disminuyó casi por completo. Aquella mujer había tomado a la niña en brazos, arrullándola con delicadeza.

No había ido hasta ahí para herirla (lo cual era un alivio). No a la bebé tal vez, pero a Jinx le rompió el corazón que su hija no pareciera ni un poco disgustada con su cercanía.

La bebé se retorció ligeramente entre los brazos de la desconocida, quejándose con un llanto casi silencioso.

—Tranquila, pequeñita —siseó ella.

Y luego la pegó a su pecho con delicadeza. Con una delicadeza que, Jinx admitía, ella no había tenido.

La joven sintió el estómago volviéndole por la garganta cuando la niña se aferró con desesperación y hambre en el pecho de la desconocida.

¿Por qué a ella le había resultado tan sencillo…? ¿Por qué si su madre no era ella sino Jinx?

—Está bien, cariño —continuó la mujer, prácticamente ignorando a la muchacha a su lado—. Vayamos a casa, así podrás alimentarte tranquila. 

¿Casa? ¿De qué mierda estaba hablando? No iba a llevársela.

No podía siquiera intentar llevársela.

Jinx dio un paso al frente, pero vaciló en cuanto notó la tranquilidad con la que la niña se marchaba.

Y algo la obligó a retroceder, bajando el arma.

¿Había decidido solo rendirse y ya?

Ekko y Violet entraron de golpe a la choza, después de haber escuchado todo el alboroto, se toparon de frente con la mujer que se marchaba con la pequeña en brazos, sin ni siquiera notar la presencia de ambos. 

Ninguno de los dos dijo nada cuando Jinx se giró para ayudar a Isha a salir de debajo de la cama, pero Violet parecía inquieta.

—¿Qué pasó…? —preguntó Ekko, notando el desastre en el lugar.

Jinx levantó a Isha del suelo, la niña escondió su rostro en el hueco del cuello de su madre, mientras ésta trataba de tranquilizarla.

—Encontré tu solución —dijo Jinx con voz amarga y señaló por donde se había marchado la mujer—. Así no habrá manera de que se vuelva una Vigilante, tendrá una madre, estará a salvo, igual que nosotros. Todos ganamos, ¿verdad, Ekko?

Su voz taciturna pareció arremeter con todo lo que tenía en contra del muchacho. Violet quiso preguntar, pero sabía que ninguno de los dos estaba en posición de responder cuando Ekko salió de la choza con paso firme y Jinx solo se tiró sobre la cama con Isha escondida en su pecho.

 

 

Nada fue sencillo después de eso porque, aunque Jinx se forzaba a aceptar la nueva realidad de su recién nacida, la verdad era que no había manera de sobrellevar que la bebé que formó en su vientre durante meses, simplemente estuviera siendo protegida por los brazos de alguien más.

Alguien que ni por broma se acercaba a ser su madre.

Eso la volvía loca.

Pero Isha no parecía comprender del todo lo que sucedía. Miraba a mamá molesta, porque refunfuñaba siempre que alguien hablaba o siquiera respiraba cerca de ella, pero no lograba entender porqué.

Tampoco entendía por qué esa mujer demente había llevado a la cosa de mamá lejos de mamá. ¿Y por qué mamá lo había permitido?

Así que, solo de vez en cuando (al menos una vez al día), Isha iba a hurtadillas hasta la choza de esa persona y espiaba por la ventanilla cuando la bebé dormía en su cuna.

Jinx hacía lo mismo a escondidas, y muy a su propio pesar. Normalmente solo se aseguraba que la niña siguiera con vida (según ella), pero de vez en cuando permanecía ahí por horas, hasta que despertaba y tenía que ocultarse antes de que la viera.

La tercera noche fue distinta, esa vez decidió permanecer ahí, incluso cuando la bebé despertó. Sobresaltándose ligeramente ante la presencia de la sombra de su madre que la miraba desde afuera.

Cuando alcanzó a notar por fin su rostro, la pequeña bola de carne le sonrió.

La mueca que dibujó fue tan amplia que sus ojos se achinaron lo suficiente para casi parecer cerrados, se agitó como loca entre las mantas, Jinx realmente nunca la había visto así de alegre.

Y eso le partió el corazón.

—No se supone que estés feliz de verme —le dijo en voz baja—, yo te abandoné, ¿sabes?

La pequeña ladeó la cabeza ante el insólito sonido de la voz de su madre, y después de unos segundos más le volvió a sonreír. Agitando los pies cubiertos por las sábanas.

La muchacha suspiró pesadamente, llevándose el flequillo hacia atrás en un intento desesperado por contener sus propias emociones.

Ante sus movimientos, la niña elevó ambas manos hacia ella, estirándolas como si intentara alcanzarla de alguna manera.

Jinx cedió ante su gesto y, con lentitud, permitió que la pequeña rodeara su meñique con sus dedos diminutos.

Sintió un vuelco en el corazón que le suplicó tomarla en brazos para salir corriendo de ahí, buscar a Isha y largarse las tres hasta el fin del mundo.

Pero no podía… por más que lo hubiese deseado.

“Será una Vigilante, Jinx. Tu hermosa bebé será una jodida Vigilante ¡JA!”.

Escuchó decir a Mylo con una carcajada sonora que le retumbó en los tímpanos, y un escalofrío crudo la recorrió.

Arrebató el dedo del agarre de la niña y se alejó dando la media vuelta. Escuchando como su llanto, que le suplicaba que se quedara con ella, que no la abandonara, se hacía cada vez más pequeño.

Isha, que había seguido a su madre a hurtadillas y que seguro volvería a darle un buen susto en cuanto no la viera dormida en la cama, se acercó con cautela hacia la ventana.

No estaba segura qué era lo que sentía por su hermana, de hecho, no comprendía muy bien el concepto de lo que una hermana era, había escuchado a mamá hablar con Vi sobre lo que ellas eran, pero Isha solo había comprendido que las hermanas peleaban… y mucho.

Ladeó la cabeza al observar con sus brillantes ojos curiosos como el rostro de la niña se enrojecía por el llanto.

No estaba segura de lo que esa cosa era para mamá, no del todo, pero sentía, muy en el fondo, que mamá se pondría triste si algo le sucedía.

Y que cambiara de color seguro no era buena señal.

Isha sacó los conejos de su pequeña mochila y los colocó sobre el pecho de la bebé. La niña por un momento cesó su llanto, tomando ambos muñecos con torpeza, sin que sus diminutas manos pudieran aferrarse adecuadamente a ellos.

Isha enarcó una ceja. ¿Es que no tenía ni idea de cómo funcionaban sus propias extremidades? Que boba era.

Entonces la mayor escuchó un sonido peculiar, un balbuceo dulce que llamó su atención. Los brillantes ojos magenta de la bebé se fijaron en ella, le sonreía justo como la primera vez que lo había hecho.

Isha sintió algo extraño en el pecho, algo similar a cuando mamá solía abrazarla.

Escuchó los pasos de los adultos dentro de la choza acercándose y tuvo que salir corriendo, dejando los conejos entre los torpes brazos de la bebé.

Si mamá no podía cuidarla, ella tendría que hacerlo.

Porque era su hermana… o algo así.

Chapter 20: XX. Aguamarina

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Violet no había querido inmiscuirse demasiado en los asuntos de su hermana.

Sí, no entendía mucho de lo que sucedía, pero si de algo estaba segura era que Ekko, sin ninguna duda, era el padre de esa bebé.

Esa bebé que había visto salir de la choza hacía tres noches en brazos de una desconocida.

Ninguno de los dos padres había sido lo suficientemente discreto respecto al tema, no les interesaba demasiado serlo de cualquier manera, y ocasionalmente olvidaban que Vi los conocía demasiado bien.

Preguntarle a Ekko posiblemente hubiera sido más sencillo, pero Jinx era su hermana y, muy independientemente de las circunstancias que ambas atravesaban, Violet sentía responsabilidad sobre ella.

A pesar de todo.

Y después de haber presenciado la estupidez que ambos mocosos habían hecho, no podía solo seguir quedándose callada.

Así que, tras ver a su hermana (por tercera noche consecutiva) huir de su propia hija, tomó la decisión de interceptarla antes de que entrara de vuelta en su choza para ir a la cama.

—¿Piensas dejar todo así? Esa bebé es tanto tu hija como Isha —replicó Vi, usando ese tono maternal que solía imitar de Felicia cuando eran niñas—. Ella te necesita también.

La menor se detuvo en seco frente al umbral de la puerta.

—Pero yo a ella no —dijo.

Jinx sintió un golpe profundo en el estómago. ¿De verdad no la necesitaba? Entonces, ¿por qué mierda cada que la miraba le dolía el pecho?, ¿por qué apenas había podido probar bocado desde ese día? Le costaba trabajo dormir y si Mylo había dejado de joderla era gracias a Isha.

—¿Esto es por Ekko? Si él no la quiere, bien podrías-

—No es por Ekko —interrumpió Jinx, abruptamente.

De cierta extraña manera no podía cargarle toda la responsabilidad al sujeto, pero ¿cómo iba a explicarle absolutamente todo lo que sucedía a Vi?

Jinx miró a su hermana con una ceja alzada.

Violet no era idiota, pero ocasionalmente le hacía honor a la definición de “fuerza bruta”, y lo último que Jinx necesitaba en ese momento era dar explicaciones de algo que incluso a ella le costaba trabajo comprender del todo.

—Solo déjalo así —suspiró—. No intentes ser buena hermana mayor ahora.

Vi se separó del pilar de madera en el que se encontraba recargada, a pocos metros del marco de la puerta de la choza. Jinx intentó dar un paso al frente para marcharse antes de escuchar otro sermón.

—Ekko no es… el padre de Isha, ¿no es cierto? —soltó Vi, deteniendo en seco a la menor—. Sé que no me corresponde saberlo, y puedes escupirme en la cara si quieres, pero no me pidas que deje de preocuparme, incluso si te cuesta trabajo creerlo.

Jinx tensó todos los músculos del cuerpo por un segundo. La brisa nocturna apenas pareció rozarle la piel y sintió un escalofrío recorriéndola.

No había tocado ese tema ni siquiera con sus peores fantasmas. ¿Qué le hacía creer a Violet que ella era así de importante?

Tan importante como para desenterrar a los muertos. Sobre todo, a sus muertos.

Observó la mirada suplicante de Vi. Unos ojos azules preocupados y ansiosos.

Hacía tanto… que no la miraba así.

—No —respondió por fin, con un tono seco y amargo. Vi permaneció en silencio, mordiéndose la lengua—. Ni siquiera lo conocía. Si es que eso era lo que querías saber. —Violet se tensó y Jinx pareció vacilar la mirada—. Yo estaba ebria, él no.

Vi puso un gesto en medio del terror y el asco. Su corazón comenzó a latir con tal fuerza que Jinx alcanzó a percibir su sonido.

Isha pasó a pocos metros de ellas, sin siquiera notarlas, era evidente que entraría por la ventana para fingir que no había corrido detrás de su madre para ir a visitar a su pequeña hermana.

Jinx sonrió ligeramente orgullosa.

—Ni siquiera lo recuerdo —dijo—, y él igual ya está muerto. Lo asesiné ese mismo día.

La poca importancia que Jinx le daba a ese asunto terminó causándole escalofríos a Violet.

Ella se encargó de él… ya no había nada de qué preocuparse, ¿verdad?

Jinx tomó aire con tanta fuerza que le dolió el pecho.

—Solo no quiero que Isha sepa que-

—Lo sé —se adelantó Violet—. No diré nada.

El silencio abrupto pronto se sintió agudo, filoso y bastante incómodo. Violet necesitó todo el valor que le quedaba dentro de sí para romperlo.

—Lo lamento… de haber estado contigo, nada de esto…

—Isha no existiría, así que ni siquiera se te ocurra pensarlo —replicó Jinx, arrastrando las palabras para dejarlas más claras—. Ella es absolutamente todo lo que me importa. Independientemente de la manera en la que haya llegado a mi vida, jamás me arrepentiría de haberla traído al mundo.

Violet dibujó un intento de sonrisa acompañada por un suspiro de resignación.

—Eres una gran madre, Powder.

Jinx fijó su atención en ella, un gesto genuino de sorpresa se disipó para dar paso a uno de repulsión fingida.

—No nos pongamos emocionales, hermana. Comienzas a darme náuseas.

Violet soltó una risilla y se acercó a ella, colocando con timidez una mano sobre su hombro. Una extraña sensación las recorrió a ambas.

Una tan helada que quemaba.

—No te obligues a hacer algo que no quieres —dijo Vi, con ese tono maternal de nuevo. Y observó en la lejanía la choza que Jinx había abandonado minutos atrás—. Estoy segura de que a ella también le da miedo que su madre no la quiera… Y las dos sabemos que eso no es verdad, porque alguien que no quisiera a su bebé, no iría noche tras noche solo para observarla en silencio.

Jinx no dijo nada más cuando Violet se alejó de la cabaña.

 

 

 

La noche comenzaba a sentirse eterna. Aunque después de todo lo que sucedía a su alrededor, las noches eran eternas cada día.

Caitlyn se adentró en el santuario a hurtadillas, había visto a Violet días antes, y también a Jinx. Visualizar a aquella asesina embarazada le había provocado una sensación peculiar en la boca del estómago. Tal vez algo similar a la culpa, no alcanzaba a comprenderlo, por lo que simplemente prefirió ignorarlo.

Lo importante era que estaba ahí para estudiar el terreno, había escuchado los planes de Ambessa, sabía sus objetivos, pero sobre todo sabía que tenía que comenzar a estudiar sus propias tácticas, porque ellos querían a la bestia y al bebé no nacido de Jinx.

Pero ella quería venganza, quería justicia, quería a Jinx.

Caminó entre las chozas a paso cauteloso, pronto comprendió con amargura que quienes habitaban ahí no eran luchadores, ni soldados, solo gente que huía de la guerra. Era no más que un refugio. Un lugar de paz.

El silencio le provocaba escalofríos, hacía tanto que no se encontraba en un sitio tan apacible.

Y, entonces, un sonido abrupto cortó el mutismo del lugar. Un llanto.

El llanto de un bebé.

Caitlyn avanzó apresuradamente entre las cabañas hasta que se topó de frente con aquella de donde provenía el llanto.

Dudó en entrar, porque al final ese no era su objetivo principal, pero debía averiguar a toda costa si Jinx había dado a luz.

Porque eso lo cambiaría todo.

Dio pasos lentos dentro de la choza aparentemente vacía hasta la cuna que se encontraba junto a una de las ventanas, topándose con aquella pequeña bebé de cabellos azules.

Se retorcía entre las mantas, lloraba evidentemente incómoda, tal vez por frío o por hambre, pero su llanto era débil, apenas mínimamente perceptible.

La muchacha la observó con la misma frialdad con la que miraría a Jinx. Y es que era evidente que la mocosa zaunita había decidido dar a luz en esos días.

Su cabello también era azul.

Ahora los planes de Ambessa y los de ella por fin podrían dividirse. La mujer no entorpecería su sed de venganza como lo había estado haciendo.

Y si llevaba a esa niña hasta la líder noxiana, no habría nada en el mundo que pudiera detener la siguiente fase de su plan.

Caitlyn tomó a la bebé por debajo de los brazos, elevándola frente a su rostro, analizando con disgusto la mirada curiosa e inocente de la niña.

Era tan jodidamente idéntica a Jinx que le producía náuseas.

—Eres un botín increíblemente codiciado allá afuera, ¿lo sabías? —le murmuró.

La niña frunció los labios, Caitlyn parecía estar sosteniéndola con más fuerza de la necesaria y estaba empezando a lastimarla.

—Ni siquiera lo intentes, pastelito.

Violet asomó la mirada por el otro lado de la ventana. Dirigió su atención hasta la niña que había comenzado a sollozar por el daño que Caitlyn le provocaba y exhaló con fuerza.

—Baja a la bebé —ordenó.

 

 

 

La vigía de Jinx sobre todo lo que sucedía dentro y fuera del santuario ya se había vuelto algo rutinario. Ella mantenía las piernas colgándole con descuido del borde de la plataforma más alta del sitio, mientras sostenía con brusquedad el catalejo frente a su vista.

Podía visualizar en la distancia a los habitantes de la comuna, al mismísimo Heraldo, a Isha correteando con otros niños y… a aquella mujer con Kyan en brazos.

Podía observar cómo la alimentaba, le cantaba, le sonreía, mientras su pequeña bola de carne lucía tan tranquila acurrucada contra su pecho.

¿Por qué ni siquiera parecía extrañarla si había sido ella quien la trajo al mundo en primer lugar?

Con Isha había sido igual, le hacía hervir la sangre mirar a su pequeña siendo amamantada por alguien más, siendo tratada con tanto cariño maternal por una tipa cualquiera que se creía su madre.

Aceptaba que en ese entonces había disfrutado (mucho más de lo que imaginó) haberle atravesado la cabeza con una bala a la cuidadora de Isha.

Pero esta vez era diferente, porque la nueva madre sustituta no era una perra traidora de los de arriba, solo era una madre que había perdido a dos bebés y que estaba enloquecida por el dolor.

Jinx odiaba ese sentimiento de… aflicción, pero Isha la había ablandado, y ahora sentía la asquerosa empatía trepándole por la espalda.

Sobre todo, porque ella también estuvo a punto de perder a su bebé de esa manera, podía sentir el dolor que seguro aquella mujer experimentó al observar a su recién nacida inmóvil y fría. Un dolor tan fuerte que la orilló a alejarse de la realidad, buscando desesperadamente a quien pudiera suplantar a su bebé fallecida.

Una madre que necesitaba una bebé y una bebé… que necesitaba una madre.

Eran las piezas perfectas de un rompecabezas que Jinx se había encargado de armar.

Chasqueó los labios.

No debía interesarle de cualquier forma, porque realmente nunca quiso a esa bebé, ¿verdad?

¿Verdad…?

Tenía que dejar los pensamientos que la atormentaban de lado porque justo en ese momento había más cosas de las cuales ocuparse.

“Vander está en problemas, tengo un plan, pero no te va a gustar”.

Jinx volvió la mira del arma hasta Caitlyn y Singed. Ahora debía concentrarse en ellos. Habían logrado entrar a hurtadillas al santuario. Violet le había hablado sobre el encuentro que tuvo con la Vigilante la noche anterior, los planes que el enemigo tenía, y cómo Kyan casi formaba parte de ello.

La mayor mencionó una especie de “tregua”, pero la verdad era que una parte de Jinx realmente anhelaba que Caitlyn traicionara el plan de Violet, quería volarle la cabeza de un disparo.

La odiaba. Maldita sea, cómo la detestaba.

Pero amaba a Vander, lo amaba lo suficiente como para, solo por ese momento, suprimir sus deseos de acabar con ella después de todo lo que había hecho.

No la iba a perdonar, pero esperaría para asesinarla.

Caitlyn dio el primer paso para que el plan resultara y Singed cayó inconsciente.

Jinx trastabilló el agarre. Por un segundo realmente creyó que todo saldría bien.

Hasta que Noxus arribó.

Porque después de eso todo pareció irse a la mierda.

Vander se había vuelto loco por alguna razón, había asesinado a Rictus y ahora para Ambessa todo se había tornado personal.

De un momento a otro, Jinx estaba en medio de un jodido campo de batalla.

El primer instinto que la movió fue buscar a Isha, dio un salto de la plataforma en cuanto divisó a la niña a pocos metros de ella.

—¡Te dije que buscaras un refugio si todo se ponía mal! —exclamó, tomándola por los hombros—. ¿Qué haces aquí?

Isha la miró con los ojos llorosos.

“Quería estar contigo. Tengo miedo”.

Jinx entornó los ojos al ver a su pequeña tan indefensa y asustada, tan confundida por todo lo que estaba sucediendo a su alrededor. Y es que Isha nunca se había visto envuelta en nada parecido.

La niña sabía que había peligro y que el único lugar seguro para ella siempre sería en los brazos de mamá.

Isha volvió a sacudir la manga de su madre para que fijara su atención en ella.

“No te vayas, mamá. Por favor”.

Realmente estaba aterrada. Jinx sintió un vuelco en el estómago. Su pobre hija se había visto enredada en toda esa mierda porque ella era su madre.

Hubiera deseado que para ambas las cosas fueran diferentes.

La mirada distraída de Jinx por fin se fijó en Isha. Sus ojos profundos y asustados analizaron su gesto de terror.

Jinx colocó su mano en la mejilla de la niña.

—Mamá no dejará que nada te pase —le dijo con un tono dulce—. Me quedaré contigo. Siempre.

Un grito metálico las hizo sobresaltarse. Todos los habitantes del santuario de pronto cayeron inconscientes al suelo.

Jinx sintió un escalofrío.

Todos ellos tenían marcas en la frente.

Todos, al igual que aquella mujer que se había llevado a Kyan.

Y ahora lo comprendía con terror… la bebé estaba en peligro. Su bebé estaba en peligro.

Debía llegar hasta ella.

La batalla lo estaba consumiendo todo. El fuego comenzó a arrasar con lo que tuviera a su paso, engulléndolo como un depredador hambriento a una presa indefensa.

Jinx tomó a Isha en sus brazos, aferrando su mano en la nuca de la niña para evitar que viera el desastre que se suscitaba en torno a ellas. Debían buscar a Kyan, debían llegar hasta la choza donde se encontraba, incluso buscando entre los escombros. No estaban lejos, pero el paisaje parecía desolador.

Había soldados noxianos y Vigilantes por todas partes. Jinx podía sentir el pecho quebrándosele para dejar salir su corazón desbocado.

Estaba asustada. Temía por sus hijas, más que por sí misma.

Todo estaba en ruinas, llegó un punto en que la joven ni siquiera sabía en qué lugar del santuario se encontraba. Estaba empezando a sentir la desesperación trepándole por la garganta.

Abrazó a Isha con tal fuerza que sus corazones parecieron resonar al unísono. Escucharon los gruñidos secos de Vander a lo lejos, y la joven madre trató de disimular el temblor en las rodillas.

Entonces, como en un susurro lejano, en un sonido débil, escuchó el llanto de la niña a pocos metros de ellas.

Isha fue la primera en saltar de los brazos de su madre para correr a buscarla, tratando de apartar los paneles de tela que habían formado un arco sobre la cuna y que de alguna manera la habían mantenido protegida. Jinx terminó quitándolos de un tirón, mientras la mayor de sus hijas esperaba impaciente a su espalda.

Dentro de la cuna se divisaba la silueta de la niña agitándose desesperadamente debajo de un montón de sábanas. Jinx sacó las mantas con la punta de los dedos, descubriendo el rostro de Kyan.

La pequeña abrió sus enormes y nublados ojos magenta, y sus diminutos puños se destensaron, dejó de llorar para mirar a su madre con el ceño fruncido.

El alivio de ver a esa pequeña cosa redonda a salvo y suplicándole con la mirada que no la volviera a dejar sola, se anidó en el pecho de Jinx.

Isha se asomó detrás de la espalda de mamá y tiró de su ropa.

“¿Está lastimada?”.

Preguntó con genuina preocupación. Isha también sabía que la cosa de mamá no podía defenderse sola.

Era muy torpe para eso.

Y le angustiaba que algo pudiera pasarle, porque mamá se pondría triste… y ella también.

Jinx negó, dibujando una media sonrisa en el rostro.

—Aléjate de ella —una voz metálica se escuchó detrás de ambas.

Jinx reaccionó de inmediato, colocando a Isha detrás de ella, junto a la cuna.

Con ambas manos intentó que sus hijas se mantuvieran a su espalda.

Una figura mecanizada la observaba con un rostro vacío. Parecía tener una mínima conciencia todavía dentro de sí.

—No te acerques a mi bebé —enfatizó el maniquí mecánico, dando un paso al frente.

Jinx pudo reconocerla de inmediato con cierto pesar en el pecho. Observó su alrededor, los seguidores del Heraldo se levantaban del suelo como muertos recobrando la vida, con cuerpos que parecían perdidos, ajenos a este mundo, vacíos y sin alma.

“Su bebé”.

Incluso después de lo que pareció la muerte, esa mujer de verdad seguía aferrándose a la estúpida idea de que Kyan le pertenecía.

Una parte de Jinx la comprendía, si ella se hubiese vuelto un aterrador maniquí de metal y poseyera aún conciencia de su ser, también buscaría a sus niñas por todas partes.

Pero la cosa era que esas eran sus niñas. Kyan era una de ellas. Esa bebé no era de ese maniquí que alguna vez había sido una mujer. Kyan no le pertenecía.

Kyan era de Jinx, al igual que Isha.

Ella era su bebé. De ella y de nadie más.

Y nadie en todo el jodido mundo cambiaría eso.

Elevó el arma hasta el “no rostro” de aquella criatura.

—No —gruñó, girando el seguro para liberar el arma—. Tú aléjate de mis bebés.

Jinx sintió una corriente eléctrica que le recorrió la columna. Esta vez lo decía en serio.

Esta vez estaba completamente segura de que, mientras ella tuviera aliento de vida dentro del pecho, nadie tocaría a sus hijas. Nadie les haría daño.

La máquina emitió un chirrido agudo parecido a un sollozo desgarrador y Jinx, aturdida por el sonido, disparó.

Se giró para encontrarse con Isha cubriendo con ambas manos los oídos de la bebé.

La pequeña lucía confundida, pero había dejado de llorar, sus lágrimas apenas contorneaban sus ojos y sus diminutos dedos se aferraban con desesperación a las muñecas de Isha.

La niña había supuesto que a su hermana, al igual que ella, también sentía miedo a los ruidos fuertes y abruptos.

A Jinx se le comprimió el corazón. Tomó las manos de su hija mayor con delicadeza y tiró de ella para fundirla en un abrazo contra su pecho.

¿Cómo alguien como ella podía tener una hija como Isha?

¿Cómo alguien que había sido un monstruo toda su vida… había dado a luz a un corazón tan puro?

Isha era sin duda una luz en el camino de su madre.

Jinx miró de reojo a Kyan, la niña había soltado un quejido suave para llamar su atención. La joven la tomó con toda la delicadeza que poseía entre los dedos, y la pegó contra su pecho.

Pudo sentir cómo su cuerpo diminuto, que aún le cabía en ambas manos, se enroscó contra ella mientras sus deditos se enganchaban ferozmente a su ropa.

La culpa se encajó en su pecho.

Violet tenía razón. Ella era tan suya como Isha, y la había dejado desprotegida.

Tan desprotegida. Tan abandonada.

Se dejó caer de rodillas al suelo rocoso y extendió su brazo libre hasta Isha, mirándola con una sonrisa húmeda.

La niña se abalanzó contra ella en un salto, colgándose a su cuello, Jinx cerró su agarre con más fuerza alrededor de ambas.

Por segunda vez, desde el nacimiento de Kyan, volvía a tener todo su mundo entre sus brazos.

Y nadie. Jamás. Volvería a quitárselas.

Un estruendo al otro lado del santuario por fin trajo a Jinx de vuelta a la realidad. De vuelta al campo de batalla.

—Tengo que sacarlas de aquí —les murmuró.

Levantó la vista, analizando su entorno, y tomó a Isha, acomodando el cuello de su ropa con un gesto maternal.

—No te alejes de mamá, ¿de acuerdo? —Isha asintió. Jinx sonrió con suficiencia—. Niña lista, igual que tu madre.

Acunó a la bebé en uno de sus brazos, su cuerpo minúsculo aún no ocupaba demasiado espacio. La niña se estiró antes de que su madre pudiera cubrirla adecuadamente con la manta y restregó su rostro contra sus manitas torpes.

Jinx sonrió con el ceño fruncido.

—Ni siquiera sabes que hay una guerra a tu alrededor, ¿eh?

No, claro que no. Al igual que Isha, Kyan no necesitaba preocuparse por absolutamente nada mientras estuviera en los brazos de su madre.

Jinx sabía que tenía que llegar a los límites del santuario, tratar de escapar a como diera lugar. Poner a sus hijas a salvo era prioridad.

Porque a ella podían arrancarle la piel, desprenderle el músculo del hueso, podían hacer lo que fuera con ella y lo soportaría.

Pero jamás soportaría ver sufriendo a sus niñas, sacrificaría su propia vida con tal de que ellas no sufrieran ni un solo rasguño.

Miró una última vez a Vander y aquella bestia en la que se convertía poco a poco. Un atisbo de humanidad aún se divisaba en sus ojos enrojecidos, pero pensar demasiado en ello la volvería loca, la retendría en un remolino de pensamientos vacíos, no la dejaría avanzar, no la dejaría proteger a sus hijas.

Levantó el arma con la mano libre, manteniendo el rostro de Kyan oculto entre las mantas que la envolvían, sin alejar sus sentidos de las pequeñas manos de Isha aferradas hasta las uñas de su ropa.

Jinx se deslizó detrás de los muros, ocultándose entre los escombros. Ni siquiera se inmutaba o dudaba mínimamente en dispararle al enemigo.

Isha sabía que en cuanto mamá desactivaba el seguro del arma debía cubrirse los oídos, mientras Jinx abrazaba con fuerza a Kyan contra su pecho para evitar sobresaltarla demasiado.

Solo un giro más, un último escondite y podría correr lejos. Y no es que no le importaran Violet o Ekko, pero ellos podían cuidarse solos, sus pequeñas niñas no.

Y era su deber de madre hacerlo por ellas.

Tomó aire con fuerza. Cuando dio un paso más al frente una mano extraña la detuvo.

Un Vigilante la había alcanzado, sostenía su brazo en alto. El hombre torció la muñeca de Jinx para que dejara caer la pistola al suelo, soltando un grito agudo que asustó lo suficiente a Isha como para que se ocultara aterrada detrás de su madre.

—Por fin te encontré, perra —escupió él, sacudiéndola violentamente, provocando que Kyan comenzara a llorar.

Jinx gruñó cuando el maldito le dirigió una sonrisa mordaz a la niña en sus brazos.

—Es ella, ¿no es cierto? Apuesto a que Ambessa recompensará bien a quien le lleve el premio mayor en una pieza.

Intentó poner una mano sobre la bebé.

Jinx sintió un escalofrío cuando sus asquerosos dedos alcanzaron el borde de la manta. Un impulso la hizo retroceder abruptamente.

Estaba tocando a su bebé.

Quería lastimarla. Quería lastimar a sus dos bebés.

El mismo instinto la hizo intentar arrebatarse de su agarre, él solo pareció disfrutar observar a la gran criminal "revolucionaria" de Zaun tan indefensa y vulnerable.

Jinx lo había notado en su mirada, le resultaba satisfactorio hacerla sentir tan débil.

La joven le escupió directo en el ojo, en cuanto él retrocedió liberando su muñeca, Jinx le soltó un puñetazo en la cara que lo hizo caer de espaldas, tomó el arma del suelo y disparó.

Se agachó frente a Isha para intentar tranquilizarla.

—Isha, mírame —la llamó, obligándola a enfocar sus ojos dorados en ella, tratando de disipar la angustia de la niña—. Todo está bien, ¿de acuerdo? Mi niña valiente confía en mamá, ¿verdad que sí?

Isha sorbió la nariz y, con la mirada más decidida que tenía en ese momento, asintió.

Jinx escuchó pasos apresurados corriendo hasta ella, volvió a elevar el arma solo para toparse con Ekko, llevando a cuestas a Vi, que se notaba herida.

La Vigilante no estaba por ningún lado. La traición parecía respirarse en el ambiente.

Pero no quedaba tiempo, ya no había nada qué hacer.

Tenían que volver a casa.

 

 

 

Colocaron a Vi sobre la plancha metálica en la que la misma Jinx alguna vez se había recostado. Habían logrado llegar hasta aquella casucha dentro de las Fisuras donde el médico que, de alguna extraña manera había ganado su confianza, se encontraba.

El pobre hombre se mostró genuinamente abrumado cuando vio entrar a la joven con la herida de bala en el costado, acompañada del mismo muchacho que había irrumpido en su hogar meses atrás (rompiendo los cristales) para llevarlo hasta Isha, y a Jinx, cargando en brazos a una bebé que se suponía no estaba destinada a la vida.

El silencio incómodo inundó el lugar después de que el médico dejó a Ekko y Jinx fuera de la pequeña habitación para centrarse únicamente en Violet.

Jinx recostó a Isha en uno de los sofás de cuero que decoraban la sala del hogar del médico.

—Lo hiciste bien, pequeña, estoy orgullosa de ti —susurró en su oído con alivio genuino.

Al menos habían logrado huir de ahí a salvo. Al menos ellas estaban a salvo.

Isha sonrió después de que su madre besara su sien para terminar quedándose dormida.

Los quejidos de la bebé obligaron a Jinx a volver a erguirse, pronto comenzaría a llorar por hambre, la joven lo sabía bien, no había mucho qué hacer, tenía que seguir intentando alimentarla.

Tenía que mantenerla con vida.

Ekko observó a Jinx, fijando su atención en la pequeña criatura que se retorcía entre sus brazos, buscando mayor comodidad.

—Sigues creyendo que debemos deshacernos de ella, ¿no? —escupió Jinx.

Ekko desvió la mirada.

La joven caminó con lentitud hasta el otro sofá y colocó a la bebé en él. Dirigió la vista hasta Ekko, desenfundó el arma y la giró en sus manos, extendiéndole la culata de la misma.

—Hazlo entonces, niño salvador —dijo, ocultando el tono trémulo de su voz—. Hazlo de una jodida vez. Termina con ella. Termina con todo esto.

Ambos padres permanecieron de pie a un costado del sofá. Ekko observó a la niña por el rabillo del ojo.

La pequeña, después de borrar un gesto de confusión ante la tensión entre ambos, sonrió.

Sonrió con tanta inocencia y alegría, que su cuerpo parecía dar pequeños saltos, mientras sus manos buscaban llegar a ellos.

Ekko desvió la atención lejos de ella.

—No puedo…

Jinx volvió a respirar. Sabía que Ekko no sería capaz siquiera de tomar el arma. No estaba poniéndolo a prueba, estaba buscando hacerlo entrar en razón.

La bebé balbuceó con sonidos dulces, Jinx la observó con un gesto entristecido y se arrodilló a su lado, poniendo su rostro pegado al de ella.

La pequeña agrandó su sonrisa en cuando notó a su madre tan cerca, apenas pudo girarse mínimamente para acariciar con la punta de sus deditos las mejillas de Jinx.

—¿Qué intentas? —suspiró Ekko, sin ser capaz de observar la escena—. Ya habíamos hablado sobre esto… ella-

—Ella es mi hija —interrumpió Jinx—, ella es mi bebé. Si yo no la protejo, nadie más lo hará, y si no hay nadie para protegerla… ella simplemente morirá.

Ekko tomó aire.

—¿Y qué pasará con…?

La bebé llevó sus manos hasta sus labios, sin borrar su sonrisa. Jinx entornó los ojos con dulzura y delicadamente las sacó de su boca.

—Deja que suceda —dijo, con el corazón en una mano. Ekko se tensó por completo—. Si ella debe asesinarme en el futuro, sin que yo pueda hacer nada al respecto, entonces deja que lo haga… Si eso va a mantenerla con vida, aceptaré ese destino.

Ekko dio un paso firme al frente.

—¿Estás loca? ¿Qué hay de Isha?

—Mantenla a salvo, idiota —Jinx tomó aire para tratar de recuperar la compostura—. Lo único que quiero es que mis dos hijas estén a salvo, sin importar el costo que yo deba pagar por ello, ¿entiendes?

—No puedo dejar que-

—Eres su padre —escupió Jinx por fin, forzándose a no morderse la lengua con lo dicho—. Tu trabajo es mantenerlas a salvo si yo no estoy.

Ekko intentó objetar, cuando por fin las palabras de Jinx hicieron eco en su cabeza. Estaba hablando de las dos… ¿estaba diciendo que él no solo era el padre de Kyan por naturaleza sino también el de… Isha?

—Estas dos niñas son todo lo que tengo en el mundo, Ekko —murmuró la muchacha—. Ellas se formaron dentro de mi cuerpo, son mías. Si debo sacrificar mi vida por ellas, lo haré —lo miró con decisión—. Incluso si no estás de acuerdo con eso.

—¿Entonces solo te dejarás morir y ya?

—Si eso mantendrá a Kyan con vida sí.

—¡Kyan no tiene que cuidar de Isha! ¡Tú sí!

—¡Deja de ser tan jodidamente terco, mierda! Tú tampoco pudiste hacerle nada, te di la oportunidad y no la tomaste —exclamó Jinx, Ekko fijó su atención en ella—. No eres un asesino, salvador. Y yo podré ser una asesina y estar jodidamente loca, pero jamás pondría en peligro la vida de mis hijas. Mantendré a Kyan y a Isha a salvo hasta mi muerte —se acercó a él con rudeza, picoteando con las uñas su pecho—, y tú no vas a impedirlo.

Jinx se dio la media vuelta para alejarse, pero antes de poder hacerlo, los brazos de Ekko la rodearon por la espalda.

—¿Por qué eres tan terca? —murmuró entre dientes, apretando su abrazo a pesar del asombro de Jinx—. Todo lo que estaba intentando era… no perderte.

Cada hueso en Jinx se estremeció hasta la médula.

La joven comenzaba a comprender la motivación de Ekko.

Él hubiera preferido perderse a sí mismo en la oscuridad antes que perderla a ella.

Pero Jinx, con la tonelada de dolor en el pecho, prefería perderse a sí misma antes que perder a sus hijas.

Y ahora entendía que si se sentía aliviada de que Ekko permaneciera con vida no solo era porque así podría mantener a salvo a las niñas (que era su prioridad), sino porque, al igual que él, Jinx tampoco lograba verse sin Ekko.

Tal parecía que el mundo de Jinx comenzaba a hacerse poco a poco más grande.

Y ella debía protegerlo…

Al menos ya no se sentía tan sola.

Notes:

Solo para aclarar, porque ya vi que están algo asustados jajaja
A pesar de que la historia tiene Soft y Angst, TENDRÁ UN FINAL FELIZ.

Chapter 21: XXI. Amarillo

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

No había palabras para lo que sucedía en ese momento, Vander había enloquecido, Violet observaba horrorizada y consumida por el dolor como su padre volvía a ser aquella bestia con la que se enfrentó a muerte meses atrás.

Sabía que Singed había tenido algo que ver, porque notó su silueta huyendo del lugar cuando todo se fue al carajo.

Al final, todo eso dejó de importar cuando Caitlyn le disparó directo en las costillas. Su mirada azul brillante pareció descongelarse cuando Vi cayó de rodillas al suelo.

La bestia desapareció, al igual que Vander. Al igual que la mínima esperanza que Violet se había forzado a construir dentro de aquel santuario en llamas.

 

 

 

El llanto de Kyan comenzaba a semejarse a un taladro perforando sus oídos. La niña estaba hambrienta, se revolcaba en el sofá, siendo dolorosamente observada por su madre.

Jinx se encontraba de rodillas junto a ella, tratando de tranquilizarla con palmaditas leves en el pecho. Hacía menos de diez minutos que había intentado, por séptima vez, amamantarla y la niña simplemente no había querido ceder.

Incluso intentó extraer la leche, pero no logró hacerlo, su cuerpo errático no quería colaborar con su deber de ser madre.

Llevaban ya varias horas en el hogar del médico, que había necesitado la ayuda de Ekko para llevar a Vi hacia su habitación, donde podría tomar reposo hasta que despertara.

Jinx había preguntado por ella varias veces, cada una fingiendo que la anterior no pasó. Ekko le contó lo que sucedió, el cómo Caitlyn había arremetido contra Violet y cómo él apenas logró arrastrarla fuera del campo de batalla antes de que más soldados lograran alcanzarlos.

La cabeza de Jinx no era más que una maraña de pensamientos y emociones, por un lado, en la habitación del consultorio improvisado, Vi luchaba por regresar a la consciencia; y por el otro, su hija más pequeña lloraba porque el hambre la había superado.

La manita de la niña se aferró con fuerza al pulgar de su madre, Jinx cerró su mano alrededor de la de ella, un escalofrío recorrió su cuerpo cuando sintió la piel de la pequeña excesivamente caliente.

Se puso de pie de golpe, tomando a la bebé en brazos para recostarla sobre su pecho, de manera que su cabeza quedara apoyada sobre su clavícula, la joven tentó el rostro de su hija con su propia mejilla para lograr medir su calor.

El vacío se asentó en su estómago cuando el recuerdo abrupto de Isha desfallecida en sus brazos con una fiebre incontrolable debido al Gris surcó su memoria. No podía dejar que pasara de nuevo, sobre todo porque Kyan no tenía más de una semana de haber llegado al mundo.

Corrió hasta la habitación donde Violet se encontraba y abrió la puerta de una patada. El médico se puso de pie, sobresaltado, al igual que Ekko. Ambos parecían estar charlando sobre el estado de la mayor de ambas hermanas, mientras Isha se mantenía vigilante hacia la joven inconsciente, porque mamá le había pedido que la cuidara.

—Está ardiendo en fiebre —exclamó Jinx, angustiada.

El médico tomó a la niña de entre los brazos de su madre y la llevó hasta la pequeña habitación que fungía como consultorio. Jinx lo siguió de cerca, con Ekko pegado a su espalda e Isha sosteniéndose del brazo de mamá.

—¿Has podido amamantarla? —analizó él, observando a la pequeña detenidamente mientras ella sollozaba sobre la plancha metálica.

A Jinx se le erizó la piel cuando el médico comenzó a quitarle el exceso de ropa para evitar que la fiebre aumentara, recordaba bien lo fría que era esa maldita placa de metal, el frío que quemaba la piel, detestaba que su bebé estuviera sintiendo lo mismo en ese momento.

Negó en silencio. Una bocanada de culpa se atascó en su garganta.

El medicó levantó la vista hacia ella, mirándola por debajo de las cejas y masajeó el puente de su nariz con pesar.

—Esto es algo que no logro comprender del todo, niña —dijo—, pero si tuviera que apostar por algo, te diría que la bebé está experimentando un tipo de síndrome de abstinencia.

Jinx tragó en seco, mirando a Ekko de reojo. Crecer en los Carriles criada por Silco, rodeada de tantos malditos adictos al Brillo le había dado cierto conocimiento sobre lo que eso significaba, pero... ¿cómo una recién nacida podía...?

—¿Está jodiéndome? —escupió Jinx—. Ella no es una jodida adicta, ¡es una bebé!

El médico tomó aire, dándoles la espalda para rebuscar entre una vitrina con un montón de frascos de vidrío ambarino hasta dar con uno en específico que se encontraba más atrás.

—No eres la única madre que he atendido, Jinx —dijo, esta vez sin miedo a ser asesinado por la muchacha—. Y, en este mundo subterráneo, el Brillo es algo que afecta a absolutamente todos. Muchas madres no pueden dejar de consumirlo incluso estando embarazadas y eso, tarde o temprano, afecta al bebé.

Ekko dio un paso trémulo al frente, más de una vez había sido testigo de lo que el Brillo podía hacerle a las personas, por eso había creado su propio refugio, pero esto era algo que estaba sobrepasándolo.

—¿Y qué pasa en esos casos? —preguntó.

El médico tardó varios segundos en encontrar las palabras adecuadas para responder sin alterar demasiado a ambos padres y a la niña que miraba con preocupación a su hermana menor.

—No lo logran —dijo por fin—, en el noventa por ciento de los casos. —Observó a Jinx y cómo su mirada comenzaba a nublarse, y volvió a tomar la palabra—. Aunque en este caso es distinto porque la niña no tiene el mismo síndrome que esos bebés, tú tenías Brillo en la sangre que le heredaste de manera genética, si ella ahora está presentando abstinencia es porque su cuerpo todavía no es completamente capaz de producirlo por su cuenta, y eso se debe a que... no has logrado amamantarla.

—¿Eso qué tiene que ver? —preguntó Jinx, confundida, empezaba a alterarse.

—La niña necesita un incentivo para comenzar a producir Brillo por su cuenta, mientras no lo haga, el Brillo que tú le proporciones a través de la lactancia será suficiente para calmar la abstinencia hasta que ella pueda hacerlo, y se mantenga estable toda su vida, tal como tú lo has hecho.

—Pero ella no... —Jinx tragó en seco para tratar de asimilar todo lo que se cernía sobre ella—, ella no quiere...

—Sí... eso será un problema —notó el hombre y tomó aire, colocando el frasco de ámbar sobre la plancha, justo frente a Jinx—. Esta es una disolución de Brillo, una que tuve que hacer en más de una ocasión para calmar esos síntomas en aquellos bebés, nunca estuve de acuerdo en usarla, pero en este caso en particular, es literalmente lo que ella necesita, porque su cuerpo simplemente no lo está asimilando... y podría morir.

—¡¿Y qué espera para usarlo entonces?!

—La cosa con esto, Jinx —interrumpió el médico—, es que... la dosis exacta que ella necesita es la que tú puedes darle al amamantarla, ahora solo le daré lo mínimo para calmar el malestar, pero... debes seguir intentando.

Seguir intentando...

Debía seguir intentando o la que terminaría sufriendo por su maldita incapacidad de ser madre sería su pequeña. Esa niña indefensa que no tenía culpa de nada, terminaría siendo arrastrada por Jinx de la misma forma que Isha.

El medicó sacó una jeringa de uno de los cajones y la clavó en el tapón del frasco.

—¿Qué es lo que hace? —preguntó Ekko al verlo acercándose peligrosamente a la niña.

—No tengo fórmula como para dárselo de esa manera, además, tenemos que hacer que actúe lo más rápido posible.

Ekko observó a Jinx con el ceño fruncido y ella solo pudo asentir, apretando su mano alrededor de la de Isha, que había ocultado su mirada en las ropas de mamá para no ver cómo esa aguja atravesaba la delicada piel de su hermanita.

—Esto no será lindo —suspiró el médico y miró a ambos con una sonrisa forzada, temiendo por su seguridad—, ¿Debería recordarles que soy el único doctor en todo Zaun...?

Introdujo con delicadeza y rapidez la aguja en el muslo de la niña. La pequeña soltó un grito agudo, seguido por un llanto que desgarró el corazón de su madre.

¿Cómo era que su propia ineptitud estaba orillando a su pequeña a sentir lo mismo que ella sintió cuando Singed simplemente decidió regresarla a la vida con esa maldita sustancia endemoniada?

El hombre le hizo una mueca a Jinx para que tomara a la bebé. La joven la acunó entre sus brazos, la niña siguió llorando, tratando de encontrar refugio cerca de su corazón, escondiendo el rostro contra su pecho. Su llanto disminuyó al sentir el calor de su madre, pero no se apagó.

Ekko chasqueó los labios y salió de la habitación.

Isha corrió detrás de él, deteniéndolo en seco al sostenerse de su pantalón. Lo miró con el ceño fruncido, totalmente molesta. ¿Acaso las estaba abandonando? Isha no quería que Ekko solo se fuera lejos, porque sabía que mamá no podía hacer todo sola, y por más que ella quisiera ayudarla, no sería suficiente.

Su pequeña hermana era demasiado trabajo para las dos.

Ekko se arrodilló frente a ella con una sonrisa.

—No tardaré, torbellino, lo prometo —le dijo, acariciando sus cabellos.

Isha hizo unas pocas señas con las lágrimas apenas asomándose por sus ojos. Ekko se había dado a la tarea de aprender lengua de señas para poder entenderla, lo hizo en aquellos tres años en los que habían estado separados mientras Jinx e Isha se ocultaban de los quimobarones y Piltover.

"¿De verdad vas a volver?".

Ekko sintió una opresión en el pecho, los enormes y curiosos ojos de la niña siempre habían logrado detenerle el corazón.

—No hay poder en el mundo que me obligue a alejarme de ti otra vez, Isha.

Jinx dio un paso fuera de la habitación con un sabor amargo en la garganta.

—¿Te vas? —preguntó como si no le importara lo suficiente, a pesar de que una parte de ella en realidad se estuviera martirizando al pensar que para él todo esto estaba siendo demasiado.

Ekko miró a la niña en los brazos de la joven, la bebé seguía sollozando con debilidad, ya bastante cansada.

—No dejarás que muera de hambre, ¿o sí? —le dijo, colgándose el morral en torno al torso—. Escuché que hay un "comerciante" no muy lejos de aquí, que puede conseguir lo que sea en minutos, tal vez pueda hacer algo por nosotros.

—Esos sujetos solo sirven si les das algo a cambio, Ekko —recriminó Jinx—, no creo que-

—Tranquila —sonrió él—, se te olvida que soy un excelente negociador.

Un golpe de nostalgia los sacudió a ambos. Sí, claro, Benzo lo había educado así.

¿Qué pensaría él de todo lo que Ekko había estado haciendo con su vida? Una parte posiblemente lo elogiaría, la otra... seguro ya le habría soltado un golpe o dos en la nuca por haber rechazado a su propia hija de la manera en que lo hizo.

Debía recompensarlo.

 

 

El camino sinuoso hacia el dichoso comerciante se sentía cada vez más pesado. En ocasiones, Ekko parecía haber perdido la noción del tiempo (lo cual le era simplemente irónico), pero sabía que el lugar no estaba lejos y el camino no era difícil.

Si había algo que lo estuviera deteniendo muy seguramente eran sus propios pensamientos porque, aunque su cuerpo se sintiera pesado, en realidad llevaba un buen paso.

"No puedo ser padre, no de esa cosa".

Escuchó retumbar en sus oídos, su propia voz le estaba jugando chueco. Sus propios recuerdos ahora habían decidido atormentarlo.

Todavía evocaba la mirada de Scar cuando había soltado eso como si fuera solo aliento de su pecho, como si sus palabras no tuvieran ningún peso.

Llamarle "cosa" hacía la situación más sencilla, porque aceptar que era un bebé formándose dentro del vientre de Jinx, un bebé con su sangre, algo que él había ayudado a crear y traer al mundo, lo hubiera hecho dudar. Lo hubiera hecho titubear sobre los objetivos que, se suponía, tenía más que claros.

Pero, después de todo lo que había pasado, después de todo lo que Jinx le había lanzado directo en la cara, comenzaba a comprender mejor que Kyan no era esa "cosa" a la que le tenía tanto terror, o que, al menos, aún no lo era.

Ella no tenía la culpa de lo que él había visto, ella no quería enfrentarse a su madre ni hacerle daño a quienes buscaban protegerla. Kyan solo deseaba desesperadamente que su madre la quisiera, que él la quisiera.

Llamarla "cosa" tan despectivamente hacía que fuera más sencillo no encariñarse de ella.

Pronto llegó hasta una casucha que parecía abandonada, con un montón de tablones sobrepuestos en el tejado para cubrir los agujeros y las goteras, la puerta de metal entreabierta y las ventanas cubiertas por cortinas deshilachadas.

Ekko entró con firmeza, sin ningún rastro de preocupación en su rostro (o al menos eso intentó), se posó frente al mostrador, recargando medio brazo en él. La criatura del otro lado gruñó.

—Leche. En polvo —enunció Ekko, separándose medianamente del mostrador—. Para un recién nacido.

El monstruo hizo una mueca parecida a una sonrisa. Se movió a la parte trasera de la tienda y sacó un bote metálico que colocó sobre el tablón, sin quitar la mano garruda de él.

—Trueque —gruñó.

Ekko sacó su máscara de búho del morral que cargaba y la colocó junto a la lata. La criatura soltó una carcajada y por un momento el muchacho creyó haber visto sus feroces ojos amarillentos iluminándose.

—Eso no —volvió a gruñir—. Algo más valioso.

—¿De qué mierda hablas, feo? —escupió molesto Ekko—. Está hecha a mano, es puro hueso, ¿cómo podría no ser valiosa?

—No te importa perderla —enunció con voz gutural el vendedor—, puedes hacer otra. Pero si no te llevas esto —señaló el bote de leche con la mirada—, perderás algo que no puedes recuperar, ¿verdad?

Ekko frunció el ceño con molestia, era más perspicaz de lo que parecía a simple vista.

—Entrégame algo igual de valioso o no hay trato.

El muchacho pareció sentirse entre la espada y la pared, ¿algo igual de valioso que la vida de su hija? ¿Algo que de verdad... le doliera perder?

Se tentó por completo, intentando recordar si entre sus ropas guardaba algo que pudiera intercambiar, algo que valiera la pena. Llegó hasta el bolso de su pantalón, su mano se detuvo y la criatura frente a él entrecerró los ojos con una sonrisa triunfal.

Sacó aquel reloj que siempre llevaba consigo, el mismo que Benzo le había regalado cuando era solo un niño.

Un reloj que con cada tictac lo traía de vuelta a la realidad, lo hacía entrar en razón, escuchando la voz de Benzo dentro de sus recuerdos.

Para un muchacho que se había obligado a madurar demasiado pronto, tener el recuerdo presente de quien alguna vez había sido como un padre para él, era lo más importante. Perder ese reloj significaría perder todo recuerdo que le quedaba de él.

Apretó los dedos alrededor del objeto.

Benzo siempre había significado el mundo para Ekko. No podían solo obligarlo a soltar lo último que tenía de su padre, así como así.

"Los recuerdos nunca se guardan en los objetos, niño tonto. Son los momentos que viviste con esas personas lo que realmente importa".

La voz de Benzo traspasó su memoria como una brisa suave.

El día que perdió todo lo que le quedaba de sus padres biológicos debido a Piltover, Benzo le entregó ese reloj junto a esas palabras que parecían ahora venir a asentarse en su pecho.

El recuerdo de Benzo regresaba para hacerlo entrar en razón. Porque perder a Kyan no era una opción, y el hombre jamás lo hubiera querido así.

Ahora Ekko tenía la oportunidad de ser para esa niña y para Isha, el padre que él había perdido tantos años atrás.

Podría hacerlo sentirse orgulloso, donde quiera que estuviera.

Entregó el reloj y tomó el bote de leche, marchándose de vuelta hacia la pequeña familia que lo esperaba con impaciencia.

 

 

Jinx caminaba de un lado del consultorio a otro con Kyan en brazos. La pequeña no había dejado de llorar y Ekko superaba las dos horas de haberse marchado.

Incluso había intentado volver a pegarla a su pecho, pero la niña la había vuelto a rechazar.

Su llanto era cada vez más desesperado, como si con cada quejido la bebé buscara con angustia que su madre supiera que estaba muriendo de hambre. El problema era que Jinx ya lo sabía, y eso era lo que la estaba martirizando.

Sabía que su bebé estaba hambrienta, que buscaba desesperadamente una fuente de alimento, y que ella no podía hacer nada para calmarla.

Nada más que confiar en Ekko y esperar.

Esperar... ¿cómo podía solo esperar sin sentir que cada segundo que la pequeña pasaba hambre a ella se le desgarraba el corazón?

Mecía a la bebé incesantemente para intentar tranquilizarla, pero ya no era suficiente.

—¿Por qué eres tan terca, niña? —masculló—. Mierda...

Isha se acercó hasta mamá; el médico le había ofrecido comida a la niña y la pequeña se la había ofrecido a mamá para que pudiera calmar el hambre de su hermana.

Jinx sonrió enternecida ante el gesto de su hija y acarició su mejilla al agacharse frente a ella.

—Eso no servirá, pulga —le dijo con dulzura—, ella aún es muy pequeña para comer eso.

Isha ladeó la cabeza, asomándose por encima del rostro de su hermana.

¿Por qué no solo comía y ya? ¿De verdad tampoco sabía hacer eso? Tal vez mamá aún no se lo enseñaba como lo había hecho con ella.

La puerta de la casa se abrió de par en par. Ekko entró apresuradamente, con la gota de sudor rodándole por la sien. Apenas y podía mantener el aire dentro de los pulmones.

Parecía que había corrido todo el camino de vuelta hasta ahí.

Sacó la lata de leche de su mochila y la estiró hasta Jinx sin poder decir nada más.

La muchacha suspiró aliviada, tomó el bote y le entregó a la niña sin detenerse a pensar en otra cosa.

—¡Oiga, doc! —exclamó Jinx, corriendo hacia el interior de la otra habitación—. ¿Cómo mierda se prepara esto?

Kyan permaneció en silencio por unos pocos segundos después de sentir el cambio abrupto entre los brazos de su madre y los nuevos brazos que ahora la sostenían.

Ekko observó su cara surcada por las lágrimas y sus ojos hinchados por el llanto que lo miraban atentamente.

Y luego su diminuto estómago emitió un gruñido que la hizo volver a llorar con desesperación.

El muchacho había entrado en pánico, si Jinx no pudo calmarla, ¿qué le hacía creer que él sería capaz de hacerlo?

Isha tiró de su pantalón y simuló que mecía a un bebé en sus brazos para darle a entender lo que debía hacer, al menos lo que ella había visto que mamá hizo las últimas dos horas.

Ekko intentó imitar a Isha, pero simplemente no logró hacer nada para que Kyan se calmara. Tuvo que respirar profundo para que el recuerdo de Scar cuidando de su bebé surcara su memoria.

Intentó imitarlo porque, a los ojos de Ekko, Scar era un gran padre, uno que sacrificaría todo por defender a su hija, uno que se mantuvo de pie incluso en tiempos de guerra.

Tomó a la niña con ambas manos, dejando descansar su nuca en una de las palmas y el resto del cuerpo en la otra, manteniéndola a la altura de su pecho.

Ambos cruzaron miradas, ella lo observaba desde su lugar con los ojos humedecidos y el ceño fruncido, y una de sus manitas descansando entre sus labios temblorosos.

—Pequeña quisquillosa —murmuró Ekko al notar que el llanto de la niña se apaciguaba—. Pronto te sentirás mejor, ya lo verás.

La pequeña abrió mucho más los ojos, escuchando con atención la voz de su padre. La mano que no tenía cerca de la boca la elevó hasta el rostro de Ekko.

Su corazón parecía sentirse rebosante de alegría, una alegría que ahogaba por momentos el hambre, porque nunca, desde que había salido del vientre de su madre, el muchacho se había dirigido hacia ella, sobre todo no con tanta dulzura y sincera aflicción.

Kyan dibujó una sonrisa pequeña que agitó con fuerza el corazón de Ekko.

Hombre, ¿realmente había estado dispuesto a desaparecerla de la faz de la Tierra? ¿A desaparecerla a ella? ¿Que no era más que un pequeño bulto de carne que apenas estaba descubriendo su lugar en el mundo?

Sintió el temblor en la garganta que le anticipaba la llegada de las lágrimas amargas. Agachó ligeramente la cara hasta que la punta de los delicados dedos de la niña rozó su piel.

—Perdóname... —dijo en un susurro—. Perdóname por todo...

La niña soltó un sonido suave que endulzó los oídos de Ekko, el muchacho sonrió con lágrimas rebeldes cayendo hacia los dedos de Kyan.

Papá por fin le había hablado. Papá realmente la amaba.

Isha se acercó hasta él y con sus manitas limpió las lágrimas del muchacho. Porque él no podía hacerlo por su cuenta.

La niña lo observó con confusión. ¿Por qué Ekko y mamá últimamente lloraban tanto? ¿Tal vez algo les dolía? ¿O tenían hambre igual que Kyan? O tal vez...

La niña acercó con delicadeza la punta del dedo hasta el pecho del joven.

"¿Duele?".

Preguntó, pinchándole justo a la altura del corazón.

Isha sabía que a mamá constantemente le dolía en ese lugar, y sabía perfectamente lo que tenía que hacer para calmar el dolor. Lo que a mamá la hacía sentirse mejor en segundos.

Hurgó en el bolsillo de su chaleco (el que tenía para emergencias) y sacó una tirita que colocó en ese lugar, luego corrió hasta Ekko y depositó un beso en su mejilla. Exactamente el mismo procedimiento que hacía con mamá.

Ekko la miró con cierto asombro, pero Isha lucía despreocupada y orgullosa, porque su método era infalible.

Él dejó descansar a Kyan en uno solo de sus brazos y con la mano libre tomó a Isha, tirando de ella con delicadeza hasta que la pegó a su pecho. Colocó su mandíbula sobre la cabeza de la niña y abrazó a ambas con fuerza.

No volvería a ser tan estúpido como para alejarse de ellas, no otra vez.

Jinx se aclaró la garganta. Isha se separó de él con una sonrisa, corriendo hasta mamá. Ekko le entregó a la bebé, la niña se quejó ligeramente al removerse entre los brazos de su madre.

Jinx la acunó contra su pecho y colocó el biberón entre los labios de la pequeña. Ella se enganchó a él con desesperación, su ansia por ser alimentada se reflejó en la velocidad con la que succionaba la leche de la botella.

El alivio se asentó en el pecho de ambos padres, pero la culpa también comenzaba a dominar a Jinx, de nuevo.

Si ella hubiese sido capaz de alimentarla desde un inicio, nada de eso habría pasado. Su hija no hubiera estado muriendo de hambre.

Si tan solo ella hubiera sido capaz... de ser su madre.

Isha tiró de la ropa de mamá para llamar su atención, Jinx salió de sus pensamientos desgarradores y se agachó a su altura, observándola con una sonrisa, la pequeña ladeó la cabeza al observar a su hermana.

"¿Ya no llorará más?".

Preguntó con el ceño fruncido, Jinx soltó una carcajada juguetona, sabía que a la mayor de sus hijas no le agradaba escuchar a la bebé llorar, pero lo toleraba porque sentía cariño por ella.

—Lo seguirá haciendo, pulga —dijo—, pero ya no por hambre. —Isha arrugó la nariz con una mueca de disgusto, Jinx pellizcó cariñosamente la mejilla de la niña para que sonriera—. Tú hacías lo mismo, problemita.

La bebé soltó un sonido suave e Isha volvió a mirarla con los ojos atentos.

—¿Quieres intentarlo? —preguntó Jinx.

Isha asintió con el brillo en la mirada, la joven le señaló el sofá y la niña dio un salto sobre él, acomodándose lo más recta posible. Con el mayor cuidado, Jinx colocó a la bebé entre los brazos de Isha, la pequeña se retorció al sentir la inseguridad de su hermana, pero al observarla se quedó prendada a ella, mientras Isha la alimentaba tal y como mamá le había mostrado.

Kyan sonrió con los labios aun succionando del biberón. Adoraba estar cerca de Isha, porque recordaba la manera en que la mayor siempre cuidó de ella cuando estuvo lejos de mamá.

 

 

Cuando el atardecer comenzó a entintar el cielo de la Ciudad Subterránea, Jinx tomó la decisión de llevar a las niñas de vuelta a casa, porque no podían seguir manteniéndose en el hogar del médico hasta que Violet despertara.

Le había indicado a Ekko que se quedara para cuando su hermana recuperara la consciencia, porque seguro no estaría contenta y despertar en un lugar desconocido no iba a facilitarle las cosas.

Además, Jinx sabía que había un problema relativamente grande en casa con el que tenía que lidiar una vez que llegara... y es que su ogra personal ni siquiera se había enterado del nacimiento de Kyan.

—Me estás jodiendo...

Sevika se quedó completamente inmóvil. La respiración le quemaba la garganta, pero las palabras seguían sin poder salirle de la boca.

Jinx permaneció de pie frente a ella, debajo del marco de la puerta de La Última Gota. Isha estaba colgada a su brazo, mientras la bebé dormía plácidamente en el otro.

La mujer dio pasos firmes hasta ella, quedando a pocos centímetros de su cara. Jinx la miró con la frente en alto, los ojos de Sevika se clavaron en la niña entre sus brazos y cómo su pulgar descansaba inocentemente entre sus labios.

—No digas una mierda —advirtió Jinx.

Sevika gruñó entre dientes.

Lo último que le faltaba era tener una segunda mocosa de la cual cuidar cuando a Jinx se le ocurriera desaparecer.

—Carajo, niña —escupió.

Se dirigió hasta la barra y sacó una botella de alcohol añejo de las vitrinas de atrás, ni siquiera se molestó en buscar una copa, tomó directo de ella como si de agua se tratara.

—Escuché lo que pasó en las Fisuras —soltó, tomando aire después del trago—. Sabía que estabas por allá. Creí que estabas muerta —miró a Isha de reojo y corrigió dando otro trago a la botella—. Creí que estaban muertas.

Jinx vaciló la mirada, por un segundo había supuesto que tendría que mostrarse mucho más a la defensiva, pero parecía que a Sevika, la nueva integrante de la pequeña y caótica familia la tenía sin cuidado.

Sevika dio un resoplido, tratando de ignorar las miradas insistentes de madre e hija y se alejó hacia la oficina de Silco.

—Más te vale que sea menos ruidosa que la primera —escupió sin voltear a verla y refunfuñó—. Mierda, había estado durmiendo tan bien estos días.

Y cerró la puerta a su espalda.

 

 

Isha estaba entusiasmada de haber vuelto a casa, al lugar donde literalmente había nacido. Se sentía tan segura en ese sitio, lleno de colores y luces que habían sido colocados ahí solo para ella. Porque esa habitación era un lugar tan suyo y de mamá.

Ahora parecía ligeramente más pequeña porque su familia había crecido.

Y, mientras Isha se familiarizaba de nuevo con su entorno, Jinx se dejó caer sobre la cama, soltando un resoplido entintado de nostalgia.

Casa parecía tan extraña, tan ajena, habían pasado tantas cosas desde la última vez que habían estado ahí. Una parte de ella temía volver, porque volver significaba enfrentar sola a sus propios fantasmas.

Y es que desde que habían salido de aquel consultorio, Mylo y Claggor no habían dejado de joderla, tener que fingir que no los escuchaba había sido la parte más fácil.

Lo difícil vino cuando pisó La Última Gota y la voz de Silco se unió a la de ellos.

"¿Cómo harás para cuidarla esta vez sin mí? Yo solucioné tu vida cuando Isha nació, si sigue con vida es gracias a mí".

Le repetía el fantasma del hombre una y otra vez.

"Si sigue con vida es gracias a mí...".

Isha dio un salto sobre la cama, arrellanándose entre el montón de almohadas y sábanas sobre ella, tal y como siempre lo hacía antes de irse a dormir. Desde la perspectiva de Jinx, la cama lucía más pequeña, o simplemente su hija había crecido mucho más.

Colocó a la bebé junto a Isha y, con ligero temor, la niña enroscó su brazo alrededor de la más pequeña para pronto quedarse dormida a su lado.

La joven madre sonrió con dulzura. Ya no quedaba más espacio para ella, ambas niñas se habían adueñado de todo el colchón, tal y como lo habían hecho con su corazón.

De cualquier forma, no tenía muchas ganas de dormir.

Jinx se dirigió hasta la punta de la hélice más alejada de sus hijas. Acarició con la punta de los dedos la mesa de trabajo que durante años había sido su único lugar seguro en todo ese sitio.

Momentos de ella creando armas para Silco regresaron a su memoria.

"Fueron buenos tiempos".

Escuchó a su espalda, como un susurro en su oído de quien había fungido como figura paterna para ella alguna vez.

—Fueron solo tiempos.

La sombra de Silco se sentó a su lado, ella ni siquiera pudo mirarlo.

"¿De verdad crees ser capaz de criarlas tu sola? Siempre necesitaste mi ayuda".

—No estoy tan sola como crees.

Silco soltó una carcajada fría y seca.

"¿Lo dices por el Firelight? Tenía que recompensarte para sentirse menos culpable por todo lo que hizo, no dudes que se irá al igual que todos".

Jinx sintió un espasmo en el pecho.

—No lo hará, él...

"¿Él qué? Sabes que no sería capaz de sentir eso por ti. No después de ver que por tu culpa su hija sufre, porque no eres capaz de alimentarla. No eres capaz de hacer algo tan simple, Jinx".

—Cierra la boca —murmuró—. Cállate...

Jinx se alejó de él, sentándose frente al espejo roto en la habitación, tratando de evitar desesperadamente escucharlo. Pero Silco no se apartó de ella.

"Si no eres capaz de hacerlo, ella morirá. De la misma forma en que Isha estuvo a punto de hacerlo tantas veces".

Jinx observó su reflejo, parecía que el fantasma de Silco trenzaba su cabello, como tantas veces lo hizo cuando ella era aún una niña.

Su alma agonizó, sabía que las voces que escuchaba eran parte de las malas jugadas que su cabeza le hacía, era algo que había aprendido con el tiempo, pero igual no podía evitarlas, no podía evitar que la atormentaran.

Tiró de los broches que ataban su cabello y deshizo las trenzas para evitar observar aquel recuerdo manipulado de Silco siendo otro de sus jodidos fantasmas.

Su cabello azulado cayó a mechones sobre sus hombros hasta arrastrarse en el suelo, cubriendo todo de añil. Al menos Silco ya no estaba.

"La muerte siempre te ha rodeado, pero ¿matar a tu propia hija de hambre? ¡Mierda, eso es horrible incluso para ti!".

Esta vez fue Mylo quien se instaló frente a ella, en el reflejo. La mirada enfurecida de Jinx se encendió con un rosa brillante y quebró el rostro de su hermano en el espejo con un puñetazo limpio.

—¡CIERRA LA PUTA BOCA!

Miró sus dedos temblorosos y sangrantes. Podía sentir el aliento quemándole la garganta. La culpa que había estado sintiendo desde el nacimiento de Kyan se hizo presente por fin entre sus fantasmas burlones y crueles.

Escuchó pasos pequeños detrás de ella y se giró abruptamente sobre el asiento.

Isha la miraba con los ojos llenos de lágrimas, llevaba a Kyan en brazos.

La bebé se sobresaltó en cuanto la mirada encendida de su madre se clavó en ambas, provocándole tal miedo que comenzó a llorar en los brazos de su hermana.

Isha no estaba asustada, estaba preocupada por mamá. Con una sola mano y cómo pudo, le dio a entender lo que sucedía.

"Tiene hambre".

O eso fue lo que supuso la pequeña cuando su hermana despertó sollozando en la oscuridad en la que mamá no estaba con ellas.

Jinx se agachó a la altura de Isha y tomó a la bebé entre sus brazos.

Isha miró la herida de su madre y tan rápido como pudo, corrió por un vendaje para colocarlo en su mano.

"Mamá, ¿te duele mucho?".

Jinx permaneció estática, mirando su mano torpemente vendada.

Silco tenía razón.

Pero ella no quería que la tuviera. Ella quería que estuviera equivocado, porque de no estarlo, eso significaría que nunca fue realmente una buena madre para Isha y nunca podría serlo con Kyan.

Había fallado tantas veces que sentía que su alma gritaba con angustia desde su interior, quería que el mundo dejara de girar tan rápido, quería que el mundo solo dejara de girar para poder aprender a ser la madre que esas niñas merecían.

Acarició con los dedos trémulos la mejilla de la mayor.

—¿Algún día podrás perdonarme, Isha? —susurró con la voz quebrada—. No he sabido ser una buena madre para ti... todo lo que has pasado... ha sido culpa mía.

Isha ladeó la cabeza, Jinx agachó la mirada llorosa al suelo.

—Mamá no ha logrado hacerte lo suficientemente feliz... lo siento tanto.

La niña tomó el rostro de su madre con ambas manos, apartando por inercia su cabello rebelde.

"Yo soy muy feliz con mamá. ¿Ahora puedo hacerte feliz a ti?".

Jinx entornó los ojos, y sintió el corazón en una mano. Isha realmente no tenía idea de lo feliz que la había hecho desde el día en que llegó al mundo. No tenía idea de que, gracias a ella y a sus hermosos ojos dorados, Jinx había cambiado para ser mejor persona.

Solo por ella. Solo por su pequeña Isha.

Se abrazó a ella con fuerza, ocultando su rostro en el hueco de su cuello, Isha la rodeó con sus brazos pequeños, logrando que mamá escuchara el fuerte latir de su corazón.

—¿Qué voy a hacer contigo...? —murmuró con la voz ahogada—. Mi pequeña niña, mi rayo de luz, he sentido tantas veces que te pierdo que me aterra hacerlo de verdad un día.

Isha se separó de ella.

"No iré a ningún lado, mamá".

Aseguró. Jinx acarició su mejilla con un gesto maternal, Kyan balbuceó entre diminutas sonrisas, agitando sus manos hasta el rostro de su madre. La joven volvió a envolver a Isha en su abrazo.

Esas dos niñas no tenían la menor idea de lo mucho que su madre las amaba. De todo lo que estaba dispuesta a hacer por mantenerlas con vida.

Ellas no tenían ni idea que el amor que Jinx sentía la estaba quemando por dentro.

La quemaba tanto, y al mismo tiempo abrigaba su corazón.

Se sentía tan débil cuando estaba cerca de ellas, e irónicamente era cuando más fuerte tenía que ser.

Jinx ya tenía noción de ello, pero esta vez le quedaba más claro.

Lo nocivo que era el amor de madre. Lo mucho que podía destruirla.

Y que jamás lo cambiaría por nada.

Notes:

Nuevamente comisioné a una de mis amistades para que hiciera un fanart de una escena de este capítulo. Porque así de mucho los quiero jajaja ¡Síganla en sus redes sociales!
Se los dejo acá:

Fanart de Kyan, Jinx e Isha

Chapter 22: XXII. Carmesí

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Escucharla llorar era un fastidio.

Lo hacía día y noche sin parar y, para su jodida suerte, la única que podía calmarla era Jinx.

Y Jinx había hecho de todo para apaciguar el pesar de su hija, sin éxito alguno.

Kyan era pequeña y frágil, tan frágil que la joven madre sentía que se rompería en cualquier momento, y si se rompía, el mundo de Jinx se iría con ella.

—Piensas dejar que muera de hambre? —Sevika entró abruptamente a la habitación, pero la joven la trató de no prestarle demasiada atención—. ¡Gafe!

—¡Mierda, ogra! —exclamó por fin, desesperada—. ¡Estoy haciendo todo lo que tengo a mi alcance! ¡¿Quieres intentarlo?!

Sevika retrocedió. Isha, que se encontraba a pocos pasos de ellas, quedó con la mirada fija en su madre cuando Kyan comenzó a disminuir la fuerza de su llanto. Jinx suavizó su gesto al observar a ambas niñas temerosas ante su arranque de emociones amargas.

Jinx rodó los ojos, sacando el aire en un resoplido.

—Llevo días intentando hacer que se pegue a mi pecho, pero ella solo toma esa maldita fórmula, y ya no queda demasiado de ella. Ekko ha intentado conseguir más, pero no logra encontrarla; y si esto sigue así, la estúpida abstinencia por Brillo terminará lastimándola otra vez. Si no hago algo pronto, ella morirá —explicó, hasta casi quedarse sin aire—, y… no quiero que muera… no puedo dejar que muera. Pero… ya no sé qué más hacer —suspiró—. Si Silco estuviera aquí, él…

Él seguro habría sabido qué hacer.

Sevika permaneció en silencio, logró distinguir como el agarre de la muchacha alrededor del cuerpo de la bebé temblaba con cada movimiento torpe de ésta tratando de aferrarse desesperadamente a la ropa de su madre.

Una brisa de nostalgia la inundó desde la planta de los pies hasta la punta de los cabellos. Todavía recordaba a la estúpida e inexperta jovencita que acababa de traer vida al mundo, una muchacha a la que nada le importaba y que de pronto centró toda su atención en una bola de carne que dependía totalmente de ella, de nadie más.

Sevika era consciente de que, cuando Silco vivía, Jinx tenía una confianza ciega de que no había nada en el mundo que él no pudiera solucionar; pero tras su muerte, la muchacha tuvo que tomar una cucharada de realidad. Sevika sabía que Jinx se había vuelto mucho más consciente de las consecuencias que sus acciones tenían, y de que esas consecuencias afectarían a Isha de una u otra forma.

Una mocosa que se había apartado completamente de una realidad que la hería con cada día transcurrido, se había obligado a sí misma a madurar por el bienestar de su hija.

Y ahora debía hacerlo al doble.

—Sé que no soy la madre ideal —murmuró Jinx, sacando a la mujer de sus propios delirios—, no lo fui con Isha y no lo estoy siendo con ella, pero nadie me ha enseñado cómo serlo —su voz comenzó a quebrarse—, ni siquiera recuerdo del todo a mi madre, ¿cómo se supone que me convertí en algo que nunca tuve? Estoy haciendo todo esto por mi cuenta, y estoy fracasando en cada intento.

No. Sevika sabía lo equivocado que estaba. Había visto cada maldita prueba y error, había visto todo desde el inicio. Ella estuvo presente en todos sus intentos desesperados por mantener a Isha a salvo del mundo que, con cada respiro de la niña, buscaba apagar su aliento.

Jinx pudo haber sido estúpida muchas veces. Impulsiva. Caótica. Irremediable.

Pero nunca una mala madre.

Un crujido en lo alto del eje de la hélice llamó la atención de ambas. Isha trepaba hasta la parte más alta, donde estaba segura que mamá había escondido los “juguetes” que más le había gustado construir para Silco.

Jinx le dijo que eran demasiado peligrosos para ella, pero eso había sido muchísimo tiempo atrás (solo unas pocas semanas), así que para Isha era lógico que podía mostrarle a mamá que ya tenía la edad suficiente para aprender a usarlos.

Tal como ella. Porque seguro eso la pondría contenta y muy orgullosa.

—¡Isha!

Jinx colocó a Kyan en el torpe brazo de Sevika para lanzarse al rescate de su primera hija. Comenzó a trepar por las rejillas (con mayor dificultad que Isha, debido al tamaño de sus pies mucho más grandes que los de la niña), sintiendo una extraña sensación de familiaridad en el pecho.

Sí, era justo como lo recordaba.

—¡Isha! ¡No te muevas, voy para allá! —exclamó—. ¡No vayas a soltarte!

Pero, tal y como lo había sido alguna vez, Isha no logró sostener su propio peso y resbaló de la rejilla, justo cuando la punta de sus dedos apenas había tocado el borde de los “tesoros” ocultos de mamá.

Jinx se lanzó hacia un costado para atraparla en el aire.

Porque mamá tenía buenos reflejos.

Ambas cayeron al suelo unos dos metros más abajo, la espalda de Jinx azotó en seco, provocándole una mueca de genuino dolor. Pero ni siquiera pudo prestar atención a sus propias heridas (el Brillo se encargaría de eso), inmediatamente examinó a la niña abrazada a su pecho.

—Enana, ¿estás bien?

Isha levantó la cara, mirando con una sonrisa a mamá. Jinx suspir aliviada, dejando caer nuevamente la cabeza en el piso.

—No le temes a nada, ¿eh, problemita?

Isha soltó una carcajada. Entonces los objetos que apenas había logrado rozar con el tacto, cayeron sobre ellas en picada. Jinx cubró el cuerpo de la niña con sus brazos, rodando de un lado a otro en el suelo para esquivar los proyectiles que caían estrepitosamente.

Lo último en caer fue un galón de pintura azul completamente nuevo que, al impactarse con el suelo, disparó la pintura por los aires, llenando el lugar de un azul brillante.

Jinx se incorpora, sentándose frente a Isha, limpiando con dificultad sus propios parpados de la pintura. Ambas estaban totalmente empapadas con litros de ella encima. Miró a Sevika, que había logrado dar la espalda a la colorida explosión a tiempo para cubrir a Kyan con su propio cuerpo, sólo la mitad de la mujer estaba manchada de azul, como si hubiera decidido descansar en una pared con pintura fresca.

Su mirada divagó en la habitación, como parecía literalmente que el galón simplemente había explotado para dejar todo con un caótico panorama añil.

Isha se encogió de hombros, mirando a mamá con cierta preocupación, ese nunca fue su objetivo, y hasta ella misma fue consciente de que se había excedido.

Jinx giró su atención hasta Isha con una ceja enarcada y silenciosa. Sus ojitos dorados la miraron por debajo de la pintura, como un gatito asustado bajo la lluvia, siendo el único de un color diferente entre todo el mar azul sobre ella.

Entonces los hombros de la mayor comenzaron a agitarse, apenas y podía escucharse un sonido seco emanando de su garganta, hasta que soltó una carcajada sonora.

Isha abrió los ojos sorprendida al notar que, a su madre por primera vez en toda su vida, le estaba dando un ataque de risa.

Jinx se echó hacia atrás, sin poder contener las carcajadas, pataleando en el suelo debido al dolor en el estómago.

—¡Oye, zurdita! ¡Te faltó la otra parte! —se burló la joven, siendo seguida por una sonrisa cómplice de Isha.

Sevika refunfuñó, sacudiendo el cabello del exceso de pintura.

Aún con la risa en la garganta, Jinx buscó una toalla limpia y se agachó frente a Isha, limpiando su rostro con suavidad.

—Esta vez superaste mis expectativas —dijo con una sonrisa maternal, dando pequeños tirones a su nariz—, de lo problemático que podías llegar a ser. Igual a mí.

Sevika le entregó al bebé con mala cara, arrebatándole la toalla de las manos para limpiarse a sí misma.

Jinx observó a Kyan, unas pocas gotas de pintura la habían alcanzado y le moteaban las mejillas y la frente. Utilizó el pulgar para borrarlas con una sonrisa ladina.

— Deberías decírselo —soltó Sevika, después de escuchar el suspiro pesado que Jinx dejó escapar, y señaló a Kyan con la mirada—. Te entiendes mejor de lo que crees.

Y se marchó, echando maldiciones al aire sobre cuántas veces tendría que lavar su cabello antes de salir a la vista pública.

Los pequeños resoplidos de Kyan llamaron la atención de Jinx, el bebé estaba comenzando a llevar desesperadamente sus manos dentro de su boca. La joven sabía perfectamente lo que eso significaba, y eso le estaba abriendo el corazón de nuevo. Porque cuando sucedía con Isha, únicamente tenía que pegarla a su pecho para calmarla, donde quiera que estuviera. Pero Kyan le estaba haciendo ver su suerte.

Resignada, se dirigió hasta lo último que quedaba dentro de la lata de fórmula, observando con angustia que después de eso no habría más. Pensar en que su pequeña volvería a pasar hambre le perforaba el estómago.

—Por favor, Kyan… —suplicó, dejando de nueva la lata sobre la mesa de trabajo—, necesito que lo intentes. Solo tienes que comer.

La niña se quedó quieta por un segundo al escuchar el dulce sonido de la voz de su madre, sin comprender del todo lo que quería decir. Luego arrugó el entrecejo y frunció los labios.

—No, no, no… por favor, no llores.

Pero igual lo hizo.

Comenzó con sollozos leves que de vez en cuando ahogaba con sus propias manos, intentando saciar incorrectamente su hambre.

La desesperación era palpable en el rostro de Jinx, sus ojos desgarrados miraban a la niña retorciéndose en sus brazos, contra su pecho, tan cerca de lo que la haría sentirse mejor y tan lejos al mismo tiempo. ¿Qué más podía hacer ella? ¿Solo rendirse ante la idea de que no había otra manera de alimentarla? ¿Qué tendría que buscar incluso debajo de las rocas la misma leche en fórmula que Ekko simplemente no había logrado conseguir para mantener a su hija con vida?

“Te entiende mejor de lo que crees”.

No había manera de que Sevika se hubiera tentado el corazón con una de sus hijas, y sobre todo con la propia Jinx como para aconsejarla, ¿o sí?

Lo hubiera hecho o no, a Jinx ya no le quedaban más opciones, y, aunque escuchar a Sevika hubiera sido la última que tomaría, esta vez estaba realmente desesperada.

La muchacha se dejó caer sobre el colchón, seguida de cerca por Isha que se asomaba por encima de su hombro para observar curiosamente los gestos de su hermana.

Tomó aire con fuerza, hasta llenar por completo sus pulmones. Las lágrimas comenzaban a formarse en sus ojos, la desesperación de ver a su pequeño bebé hambrienta se cernía en su pecho. Le perforaba el corazón.

—No sé por qué mierda estoy haciendo esto —murmuró entre dientes—, ni siquiera estoy segura de que me entiendas, y haber escuchado a Sevika me dará pesadillas una semana.

Kyan cesó su llanto, prestando mucha más atención a la voz de su madre. Jinx quedó embobada en sus ojos brillantes y rosados. Imaginó por un segundo que tal vez ese había sido su gesto cuando le habló por primera vez estando dentro de su vientre.

Porque sí, así había comenzado aquella conversación. Y Jinx empezó a creer que posiblemente la niña lo recordaba.

—Podrías, por favor, ¿comer y ya?

Kyan solo entreabrió los labios, embobada. Era la primera conversación real que su madre tenía con ella; bueno, si a eso se le podía llamar conversación, porque en realidad ella solo la escuchaba con atención.

Con una embriagada atenciónagada en inocencia. Una inocencia que la angustiada muchacha anhelaba proteger, mantener encendida, a toda costa.

Porque, por Janna, como odiaba sentir que todo su mundo se le escapaba de entre las manos.

Por fin el peso de las emociones de Jinx cayó de lleno sobre ella y se convirtió en lágrimas.

—Te debo una disculpa… —susurró con la voz quebrada—, tal vez es por eso que simplemente no quieres estar conmigo, ¿sabes? Y es que había sido tan simple ignorarlo que finmí demencia —sonrió con irónica tristeza—. Pero ahora lo entiendo, cuando naciste tenía tanto miedo de morir y de dejar a Isha sola, que una parte de mí debió culparte por eso… Y nunca te pedí perdón.

Kyan abrió ligeramente más los ojos, como si comprendiera el sentir de su madre, como si una parte de sí misma de hecho aceptara que si no había querido conectarse con ella era porque sentía que, muy en el fondo, mamá no estaba muy feliz con su llegada.

Y Jinx comenzaba a comprenderlo con amargura.

—Lo siento… por favor, perdóname… Lamento tanto que sea mi culpa que ahora… estés muriendo de hambre.

Una lágrima cálida cayó en la mejilla de la niña, provocándole una mueca dulce. Jinx disparando entre lágrimas, enternecida.

Porque la adoraba. De verdad lo hacía.

Y ya no tenía idea de qué más hacer, y aceptar que la vida se le iría esfumando poco a poco definitivamente no era una opción.

Isha dio un salto de la cama, posándose frente a su madre.

"No llores, mamá. También te quiere. Como yo".

Dijo, con un montón de señas rápidas, ya Jinx se le volvió a llenar los ojos de lágrimas.

Un corazón tan puro. ¿Cómo había podido crear dentro de sus entrañas un corazón tan puro? ¿Cómo ese corazón podía amarla tanto? ¿Amarla más que cualquier otro ser vivo en el mundo?

—Isha, ¿a ti… te gusta que yo sea tu mamá? —preguntó con el corazón en las manos.

“Eres la mejor mamá del mundo”.

Respondió sin dudar. La mirada convencida de Isha se plantó en el pecho de Jinx, como un capullo a punto de florecer y esparcir su perfume por todo su interior, coloreando su alma.

La muchacha tiró de su hija y la pegó a ella con uno de los abrazos más fuertes que jamás le hubiera dado antes.

Después de restregar sus lágrimas entre los cabellos de Isha, ambas miraron a Kyan, que las observaba atentamente y en total silencio.

- Por favor, Kyan. Hazlo por Isha, hazlo por mí. Inténtalo —suplicó Jinx, sorbiendo la nariz—. No tienes idea de lo mucho que te amamos… —apretó su agarre en torno a la bebé—. Lo mucho que mamá te ama.

La pequeña observa con total fijeza los ojos magentas de mamá. Ojos honestos y sollozantes. Los ojos de una madre que no quería seguir viendo a su bebé sufriendo por hambre.

Ojos que reflejaban… lo mucho que mamá la amaba. Cuánto, de verdad, la adoraba.

Kyan se recargó contra el pecho de Jinx y restregó su nariz con suavidad en él, entreabriendo los labios, tal como lo había hecho en un inicio. Jinx, a tientas y con la esperanza en el corazón, la orientó para que se enganchara a su seno.

Y lo hizo.

En cuanto el bebé se pegó al pecho de su madre y comenzó a succionar, Jinx sintió un alivio extremo, como si todo el peso del mundo se cayera de sus hombros para azotarse estrepitosamente en el suelo. Resopló aliviada y echó la cabeza hacia atrás, intentando ahogar un grito en la garganta, su llanto silencioso salió desbordado.

Por fin había logrado amamantarla.

Por fin, Kyan estaba comiendo. Por fin su pequeña estaba bebiendo de su pecho el néctar que le daría vida.

Su bebé estaba a salvo.

Jinx presionó su abrazo alrededor de la niña, soportando su propia emoción.

—Eso es, mi pequeña, eso es —la arrulló—. Ahora estás a salvo. Ya estás en los brazos de mamá. 

Los sonidos suaves del bebé alimentándose se sintieron como un alivio embriagante y ensoñador. Jinx no había olvidado aquella sensación, porque era una de las que más atesoraba de cuando Isha tenía esa edad.

Y era tan gratificante como recordaba.

Aquel sentimiento de seguir proveyendo de vida al ser que trajiste al mundo. Un ser que era enteramente tuyo, que dependía de ti y del que, Jinx había descubierto, también tú dependías, tal vez incluso más de lo que él de ti.

Porque un niño que pierde a su madre se convierte en un huérfano . Pero para una madre que pierde a un hijo no existe terminología, simplemente nunca deja de ser madre. Y eso lo explicaba perfectamente.

Cuando terminó de alimentarla, y ante los atentos y curiosos ojos de Isha que parecía sencillamente fascinada de presenciar todo eso por primera vez, tomó al bebé y la recostó sobre su pecho, dándole palmaditas suaves en la espalda.

Isha se trepó a mamá, recargando su cabeza en el espacio libre de su pecho, mirando de frente a Kyan, quien parecía medio somnolienta al observar los brillantes ojos dorados de su hermana.

La mayor volvió a dar un salto, echándose a correr hasta el sofá dentro de la habitación, Jinx giró a Kyan, sentándola sobre sus piernas. El bebé buscó a su hermana con la mirada atenta, Isha captó de inmediato el juego a desarrollarse, y comenzó a ir y venir del sofá, por encima de él y alrededor.

Kyan se sacudió con carcajadas entusiasmadas, agitando manos y pies, cada que Isha hacía cualquier movimiento, por más mínimo que fuera. Hasta que, en un momento, Isha decidió ocultarse detrás del sofá, Jinx pudo escuchar su risilla traviesa, pero Kyan no logró comprender por qué su hermana había desaparecido justo frente a sus ojos.

Isha se tomó casi un minuto para salir de su escondite, un minuto que a Kyan le pareció eterno, porque al no ver señal de su hermana, frunció los labios y arrugó la nariz, los ojitos se le empezaron a llenar de lágrimas y se restregó contra el pecho de su madre, lista para soltarse a llorar.

La mayor tuvo que salir como un rayo de su escondite después de escuchar los sollozos de su hermana, ligeramente decepcionada.

Ella no sabía cómo jugar.

—Aún no entiende que no desapareciste de la faz de Runaterra, enana —se anticipó Jinx ante los pensamientos de su hija—, tú eras igual conmigo, a pesar de todas las veces que intenté hacerte ver lo contrario.

Isha ladeó la cabeza. La puerta del escondrijo resonó con un rechinido, seguido de unas pisadas familiares que tanto Isha como Jinx supieron identificar.

La voz agotada de Ekko se escuchó al borde de la habitación.

—Jinx, fui a todas partes y apenas logré conseguir una lata.

Isha levantó la vista de golpe y corrió de inmediato hasta él. El muchacho la tomó en brazos, levantándola del suelo para sentarse en sus hombros.

Jinx pudo notar el cansancio en su gesto, odiaba admitirlo, pero sabía lo mucho que se esforzaba por ellas. Sabía lo mucho que el muchacho amaba a esas niñas. Y ella comenzaba a similar, con un cierto disgusto, que Ekko no era un mal padre, simplemente las circunstancias habían sido enemigas de los dos.

—Ya no será necesario, Salvador —notificó Jinx, manteniendo la sonrisa en el rostro—. Lo logré. Esta pequeña quisquillosa por fin… pasó.

—¿Hablas en serio?

Jinx enarcó una ceja.

—Bromearía con algo así?

Ekko dejó caer el morral con la lata de leche al suelo y se acercó hasta ella. Kyan pataleó en las piernas de la joven, y levantó las manos hasta Ekko, abriendo y cerrando los puños con entusiasmo. Él la tomó por debajo de los brazos, elevándola.

—Tú. Pequeña rebelde. Nos hiciste mirar nuestra suerte de cerca —se quejó con una sonrisa, llevándola frente a su rostro.

Un suspiro de alivió fue expulsado abrazando su aliento. Jinx jamás mentiría con algo así, si ella lo decía entonces era verdad.

Su bebé estaba a salvo.

Y eso era un alivio, porque entre sus aviones del día siguiente estaba ir a robar más leche a algún lugar de Piltover.

Kyan soltó una carcajada al notar a Isha sobre los hombros de Ekko, y luego bostezó, contagiando inmediatamente a la mayor.

—De acuerdo, bichitos, es hora de dormir —anunció Jinx, tomando a Kyan de entre las manos de Ekko.

El joven recostó a Isha en la cama, seguido por Jinx que hizo lo mismo con el bebé. La joven madre acarició los cabellos de ambas con una sonrisa cuando quedaron dormidas.

—No creas que no puedo verte, niño —comentó Jinx, mirándolo de reojo—. Borra esa sonrisa tonta de tu cara. Me harás vomitar.

—Fue inconsciente —respondió él, apresuradamente—. Ni siquiera lo había notado.

Jinx resopló con una sonrisa incrédula.

—Deberías volver a tu árbol, bicho —se burló.

—Pensaba quedarme un poco más, por si… ya sabes, necesitaban algo.

La joven vaciló la mirada, alejándola de él, ignorando (o al menos obligándose a ignorar) el golpeteo incesante de su corazón.

—No seas bobo, Ekko —recriminó—, vuelve a casa, haz lo que te dé en gana. Hay tantos caminos que podrías tomar ahora.

—Lo sé —resopló Ekko, aparentemente resignado—, pero solo hay uno que realmente me interesa.

Jinx soportó una carcajada entre los labios para no despertar a las pequeñas.

—Ah, ¿sí, muchacho? —inquirió sarcástica, cruzando los brazos frente a su pecho—. ¿Y cuál es?

—En el que te encuentres tú.

Jinx sintió el revoloteo en el estómago y como la cara comenzó a enrojecerle, sus ojos magentas quedaron completamente a la expectativa, prendasdos a la mirada inerte de Ekko, una mirada decidida y valerosa. Firme con sus propias convicciones. Una mirada que había asentado sentimientos que ni siquiera ella había logrado reconocer del todo.

Sobre la cama a su lado dormía el fruto de esos sentimientos.

O de lo que creyeron que no era. De la confusión. De la nostalgia. Del dolor y el supuesto rencor de años.

De algo más allá.

Ekko se acercó hasta ella, acortando la distancia. Sus dedos buscaron los suyos, enredándose en un agarre frágil.

El muchacho dejó descansar su frente sobre el hombro de la joven, para sorpresa de Jinx. No fue más que un gesto cálido, sencillo, pero agradable.

—Nunca te dije… —murmuró él—, lo hermosa que te veías estando embarazada.

Jinx entornó los ojos con una sonrisa nerviosa.

—¿Qué? ¿Te golpeaste la cabeza?

Entonces Ekko la envolvió con sus brazos, con más fuerza de la que Jinx esperaba.

—Lamento todo lo que hice, lo que te hice pasar, lo que les hice pasar a ellas —susurró, tratando de evitar la voz quebrada—. Gracias, Jinx. Por traerlas al mundo. —La muchacha sintió un escalofrío—. Por traerlas a mi mundo.

Jinx se separó de él con delicadeza, empujando su pecho con la punta de los dedos y clavando la mirada en sus ojos castaños. Intentó retroceder, pero Ekko la tomó por la cintura, reafirmando su postura.

El corazón de Jinx latió con fuerza. Quería huir, salir corriendo, como lo había hecho todos los días de su vida, sobre todo cuando se trataba de él.

Porque cuando se trataba de Ekko, el siempre lógico cerebro de Jinx dejaba de tomar ideas razonables, se centraba solo en él y en su estúpida mirada de cachorro esperanzado.

Y eso la quebraba.

Ella odiaba estar quebrada, odiaba estar rota.

Pero no importaba cuán rota estuviera, parecía que Ekko lograba encontrar cada parte de ella para armarla de nuevo.

Sin ayuda alguna.

Sus pensamientos ilógicos tomaban el control, su corazón la movía y en su cabeza solo retumbaban ideas sin sentido:

“Abrázame con fuerza, bésame hasta que me derrumbe y no quede nada de mí, porque si me deshago en tus brazos, habré encontrado mi lugar en el mundo”.

Ekko deslizó su mano con delicadeza, subiendo por los brazos de Jinx hasta llegar a su cara y elevó su mandíbula.

Jinx cerró los ojos al sentir los labios de Ekko encontrándose con los suyos.

Un beso suave, tan suave, tan distinto.

Porque ella no se centró en el contacto físico, sino en la maraña de emociones dentro de su pecho.

Si no era amor lo que sentían, y si ni siquiera se le acercaba un poco… ¿entonces qué era eso?

¿Qué era lo que la hacía, por primera vez en su vida, querer quedarse y arriesgarlo todo?

Querer dejarse llevar como si estuviera dentro de la corriente de un río desbocado.

Un golpe abrupto terminó separándolos. Sevika entró azotando los pies.

—Tu estúpida hermana volvió a largarse —escupió—, desde que puede moverse es un maldito dolor en el trasero.

Jinx y Ekko se separaron de inmediato. En un segundo ya estaban a tres metros de distancia uno del otro.

El mayor prefirió no decir nada más, y simplemente se centró en la razón de su obligada vuelta al escondrijo de Jinx.

—Habrá un mitin —comentó—. Mañana.

— ¿Otra vez con esa mierda? —se preguntó Jinx.

—Será con tu amigo Firelight —añadió Sevika con cierta cizaña.

Jinx le lanzó una mirada fulminante al muchacho, completamente indignada.

—¿Estás con ella?

Ekko ascendiendo, masajeando su propia nuca.

—Por ellas —respondió, señalando con la cabeza a las niñas que parecían no inmutarse, aún dormidas—. ¿O acaso olvidaste todo lo que ese Vigilante ha hecho?

-No. Todavía tengo pesadillas con eso —siguió Jinx, abrazando su cuerpo—. Con Isha cayendo al vacío… y lo que habría pasado si tú no hubieras estado ahí.

Ekko tragó en seco, evidentemente incómodo.

—Esto comenzó desde Vander, pero continuó contigo, con lo que hiciste para destruir Stillwater, con lo que sucedió con el Heraldo, toda esta jodida guerra nos está pisando los talones.

—¡Por eso estoy huyendo de ella! —replicó Jinx—. Sé que nos está respirando en la nuca… pero si avanzamos en esto, si hacemos esto más real… —miró a Kyan e Isha con un gesto entristecido—, ellas ya no tendrán dónde ocultarse.

Ekko dio un paso al frente, tomando a Jinx por los hombros para captar su atención.

—Están buscando a Kyan y no se detendrán hasta encontrarla —dijo—. ¿Y con Isha? El solo hecho de que sea una debilidad para ti es razón suficiente para no apartarla de la mira. La única forma de ponerle fin a esto es dándoles la guerra que quieren... y ganarla.

Jinx desvió la mirada con el ceño fruncido, inconforme. Ella adoraba crear caos, y hacer volar Piltover había sido su mayor sueño desde niña, pero ya no podía ver las cosas de la misma manera, le aterraba que la guerra le arrebatara todo… otra vez.

— ¿Qué te asegura que podremos mantenerlas a salvo? —preguntó.

—Que usaré mi vida para protegerlas —respondió Ekko, sin vacilar—. A ellas… ya ti.

Jinx le puso los ojos en blanco.

No. Esa tampoco era la respuesta que esperaba. Ella no quería seguir perdiendo más.

Ya no quería perder a la gente que amaba.

Y Ekko también estaba dentro de ese pequeño grupo.

Notes:

Ya casi es hora de soltar esta historia y yo no quiero *llora*.
La buena noticia es que tengo otros dos proyectos en mente, uno es un spinoff de esta novela que tratará sobre el universo alternativo al que Ekko viajó y la otra es una sorpresita un poco más angst con final feliz de Jinx siendo madre biológica de Isha porque amo este concepto. ¡Así que síganme para leerlas!

Chapter 23: XXIII. Olivo

Chapter Text

Dejar a ambas niñas en La Última Gota no había sido una opción siquiera considerable para Jinx. Sobre todo, porque no habría nadie en el lugar, Violet había desaparecido el día anterior, Ekko aseguraba que la mayor se encontraba buscando una manera de vengarse de aquella Vigilante, pero Jinx no estaba del todo convencida. 

Y eso la carcomía de a poco, porque Caitlyn era una persona a la que no podía darle una segunda oportunidad, no después de todo lo que había hecho.

Ekko guió a la joven madre y a las niñas de vuelta al refugio de los Firelights. En cuanto vislumbraron el otro lado del ducto, Jinx sintió un escalofrío, todas las ocasiones anteriores en donde había atravesado aquel umbral estaba huyendo de algo, y ahora las cosas no parecían diferentes.

Así era su vida, así siempre había sido. Y lo odiaba.

Isha, por su parte, parecía bastante más entusiasmada que su madre y que Kyan, quien dormía plácidamente en los brazos de mamá, sin una sola idea de lo que sucedía a su alrededor. 

Y eso era lo mejor.

Scar fue quien los recibió con mayor calidez de la que Jinx esperaba, pero verlo ahí de pie, con una sonrisa apacible, le dio una sensación peculiar de pertenencia. 

Solo por ese breve instante, llegó a sentirse en casa.

Isha corrió hasta los brazos de Scar, mientras él la elevaba en el aire, dando dos vueltas completas sobre su propio eje. La niña solo se soltó a reír cuando la aterrizó en el suelo y él trató de disimular el mareo.

—Por un momento creí que no vendrían —mencionó, observando la natural desconfianza de Jinx hacia su entorno—. Ya no hay nadie aquí que pueda hacerles daño —aseguró, llamando su atención—. Ekko se encargó de eso.

El moreno se aclaró la garganta, evitando a toda costa la mirada insistente de Jinx. 

Y es que desde que Scar se vio obligado a dejar marchar a Jinx estando embarazada, y después del regreso de Ekko, las cosas tuvieron que cambiar dentro del refugio, muchos fueron echados, su falta de lealtad sería un problema en el futuro, y ellos sabían eso.

Ahora el sitio era un lugar seguro para Jinx y sus hijas, gracias a la determinación del moreno.

Kyan se retorció entre los brazos de su madre, soltando pequeños quejidos, anunciando al mundo que había despertado.

Scar asomó la mirada para observar a la pequeña desde su lugar. Conocía demasiado bien a Jinx como para dar un paso en falso.

La bebé sonrió con los ojitos aún adormilados mirando a su madre, y luego soltó un bostezo que la obligó a arrugar el ceño y sacudir su nariz con el dorso de sus diminutas manos. Jinx tomó las manitas de la niña con una sonrisa maternal, antes de que se las llevara a la boca.

—¿Ella es…? —preguntó Scar, mirando a Ekko con cierta incredulidad. 

Kyan volvió a sonreír al ver los brillantes ojos de mamá, y comenzó a analizar su alrededor (buscando a Isha, posiblemente), topándose de frente con los curiosos ojos de Scar. 

El sujeto no mostró hostilidad alguna, solo se quedó quieto, observándola, pero para Kyan era un desconocido, y ella no estaba muy cómoda con eso, así que frunció los labios, a punto de llorar.

Scar retrocedió avergonzado, por lo general ese no era el efecto que causaba en los niños. 

Ekko soltó una carcajada burlona, captando de inmediato la atención de la niña, quien desvaneció su gesto afligido para transformarlo en una sonrisa iluminada.

Jinx estaba comenzando a acostumbrarse a eso: al afecto que Kyan había desarrollado incondicionalmente hacia Ekko, no podía culparla, era su padre después de todo y la pequeña lo sabía.

Además, el amor de Ekko por la bebé era prácticamente natural. Tan natural que a veces la muchacha no comprendía de dónde el joven había sacado la fuerza de voluntad y el valor para optar por deshacerse de ella… con tal de salvarle la vida.

Apretó ligeramente su agarre en torno a la pequeña.

Si él hubiera sido solo un poco más valiente… Si él no se hubiese tentado el corazón… ¿Realmente habría podido vivir con eso?

Isha tiró de las ropas de mamá con una mueca decaída. Cuando Jinx la miró desde arriba, la niña estiró hasta ella una liga para cabello.

“Se rompió”.

Dijo, con los labios en un puchero, porque una de sus trenzas ya no era más que mechones desaliñados. 

Jinx soltó un bufido con una sonrisa, colocó a Kyan en los brazos de Ekko y se agachó a la altura de Isha. La niña inmediatamente le dio la espalda para que mamá lograra arreglar su cabello.

Porque mamá siempre arreglaba todo.

Kyan le sonrió a su padre, su alegría desbordante se reflejó en sus movimientos entusiasmados que la llevaron a engancharse al meñique de Ekko. El muchacho ni siquiera notó cuando en su rostro se dibujó una sonrisa apacible. 

 —Te dije que no era tan malo —murmuró Scar, acercándose más a Ekko con una sonrisa victoriosa—. Esto de ser padre.

Ekko solo rodó los ojos, pero en ningún momento alejó el agarre de Kyan de su mano, porque sabía que de hacerlo se pondría a llorar.

Y Ekko odiaba verla llorar.

Jinx observó la escena por el rabillo del ojo mientras terminaba de arreglar el cabello de Isha.

No. Realmente no habría podido vivir con eso.

En cuanto estuvo lista, Isha se giró hasta su madre, dando pequeños saltos de alegría.

“¿Otra vez luzco como mamá?”.

Preguntó. Jinx solo sonrió.

—Siempre lo has hecho, enana.

Y eso le aterraba.

Sevika, aparentemente asqueada, por fin dio un paso al frente.

—Hay que movernos —refunfuñó. 

Ekko y Jinx cruzaron miradas cómplices y burlonas, y luego pusieron los ojos en blanco, siguiendo de cerca a Sevika y Scar.

La mujer había tenido mayor interacción con él cuando los jóvenes padres desaparecieron en busca del Heraldo y una solución fantasiosa para un problema que ahora intentaban mantener con vida a toda costa.

—Las niñas pueden esperar aquí —indicó Scar, señalando una de las habitaciones más grandes del recinto.

Isha la recordaba medianamente, porque era ahí donde de vez en cuando dormía cuando mamá no estaba, y porque cuando llegó por primera vez al refugio de los Firelights ahí cuidaban de ella hasta que Ekko aceptó hacerlo por su cuenta.

—No —objetó inmediatamente Jinx.

Sí, sabía que era un estilo de guardería y conocía bien a la encargada del lugar. Aquella muchacha que no aceptó soltar a Isha cuando Jinx invadió el refugio al creer que habían secuestrado a su hija años atrás. La chica tenía una marca en la mejilla que seguro le recordaba ese momento cada día.

—Hazlo, mocosa desquiciada, los mítines no son lugar para dos niñas —insistió Sevika.

Jinx rodó los ojos, pero no tuvo más opción que aceptar.

A Isha no le molestaba, seguía odiando que mamá se fuera o estuviera lejos, pero la edad poco a poco la ayudaba a comprender que, sin importar cuánto tardara, mamá siempre volvería.

Algo que a Kyan aún no le quedaba del todo claro. Porque en cuanto Ekko colocó a la bebé en una de las cunas y ésta tocó las mantas, comenzó a llorar. Se sentía lejos del abrazo de su padre y eso la aterraba.

¿Qué pasaría si no volvían por ella? Kyan no quería quedarse sola, no en ese lugar donde solo distinguía rostros desconocidos. 

Jinx dio un paso al frente, intentando llegar a ella para tranquilizarla, para decirle que mamá no tardaría en volver, pero Scar la detuvo. Si la niña veía a Jinx, seguiría llorando hasta que la llevaran con ellos, y eso sería contraproducente. 

—Estará bien —aseguró Scar.

Isha se acercó hasta la bebé y, para sorpresa de los adultos, tomó con fuerza su mano para llamar su atención. 

“Estoy aquí”.

Dijo la niña en cuanto Kyan la observó, tal vez la menor aún era pequeña para comprenderla del todo, pero la mirada dorada de Isha y los sentimientos apacibles y amorosos que transmitía con ella, fueron capturados por la más pequeña que inmediatamente cesó su llanto.

—¿Lo ves? —Scar se notaba orgulloso y paciente ante la incredulidad de ambos padres.

Jinx les mandó una última mirada a sus hijas antes de alejarse hacia la reunión que comenzaría dentro de poco.

Odiaba lo que ahora sentía, esa culpa por dejar solas a sus bebés, la angustia por mantenerse lejos de ellas. Era ese jodido instinto maternal que parecía hacerse más y más grande dentro de su pecho.

Ese instinto que le suplicaba a gritos que volviera por ellas. Porque solo con ella, sus niñas estarían a salvo.

 

 

 

Ekko y Jinx se mezclaron con la multitud que se extendía en torno al árbol: Firelights, Jinxers, rebeldes, incluso exmatones de los fallecidos quimobarones, todos en espera del primer mitin en meses, días después de lo que sucedió en el Heraldo (una esperanza ahora perdida para muchos).

En lo más alto de las ramas se posó Scar junto a más Firelights que parecían estar mejor informados que el propio Ekko, después de todo el muchacho había estado demasiado ocupado siendo padre (o aprendiendo a serlo). 

—¡Una vez más, Piltover ha hecho de las suyas para dejarnos en la basura! —exclamó uno de los ponentes—. ¡En los escombros de toda su mierda!

Los vítores se hicieron presentes. Jinx solo pudo vagar la mirada, apenas y conocía a unos cuantos, y si lo hacía, era por el tiempo que vivió entre los Firelights y porque más de uno de aquellos exmatones habían corrido tras ella cuando Isha era su objetivo principal. 

La ironía. Ahora quienes habían intentado asesinarse mutuamente se preparaban para luchar codo a codo. Aun así, Jinx no confiaba en ellos, no confiaba en ninguno de ellos.

Y no podían culparla.

Scar y otro joven Firelight sacaron lo que parecía una enorme montaña de metal cubierta por una cortina de tela gruesa y desgastada. 

—Hace meses, en nuestro ataque al memorial de los concejales, nos mostraron lo que eran capaces de hacer —anunció Scar y tiró la tela de encima del montón de metal, dejando al descubierto un enorme robot—. Ellos crearon esto, y no dudarán en usarlo en nuestra contra… otra vez.

Jinx palideció, dando un paso hacia atrás. Reconocía bien ese robot, una tecnología impulsada por Hextech, una a la que se tuvo que enfrentar alguna vez cuando Caitlyn secuestró a su hija.

Algo en ella comenzó a arder cuando recordó todo lo que la habían hecho pasar, a ella y a Isha, y lo que seguirían haciendo, lo que serían capaces de hacerle a Kyan.

Imaginar a sus pequeñas atrapadas en las garras de Piltover, era mucho más aterrador que imaginarlas entre las garras de la Ciudad Subterránea.

—¡Ya no podemos permanecer al margen! —exclamó una joven Firelight junto a ellos—. ¡Y si vienen con un ejército de estas cosas no podemos darles la oportunidad de atacar primero! 

Un ejército… 

Jinx trastabilló. La última vez que estuvo en medio de una guerra había perdido a sus padres, y años después perdió a su hermana. 

No importaba por dónde lo viera, la guerra había acabado con su vida, y de no ser por Isha, hubiera seguido el mismo camino autodestructivo que siempre contempló para sí misma.

No quería… No quería que la guerra les hiciera lo mismo a sus hijas.

No quería que la guerra repitiera la historia. Su historia.

Que Isha y Kyan tuvieran el mismo destino que ella y su hermana.

¿Tal vez así se hubiera sentido su propia madre al ver cómo terminaron ella y Violet? Mirar a sus pequeñas hijas peleando a muerte… Jinx no tendría el corazón para soportar ver algo así.

Ninguna madre lo tendría.

Su pequeña Isha, su diminuta Kyan…

Kyan…

Fue entonces cuando Jinx comenzó a sentir la incomodidad en el pecho. Había pasado un buen rato sin amamantar a la pequeña y ahora estaba sufriendo las dolorosas consecuencias. 

Cruzó los brazos frente a sí, tratando de abrirse paso entre la multitud para volver hasta su bebé. 

—Oye, ¿estás bien? —preguntó Ekko, sosteniendo su muñeca.

Jinx asintió.

—Debo ir a ver a Kyan.

—Jinx, ella está bien.

—Lo sé, lo sé, pero… yo no, ¿entiendes? —suspiró—. El llamado de la naturaleza, supongo.

Se encogió de hombros, lanzándole una sonrisa burlona y despreocupada, típica de ella. Y antes de poder alejarse, un sonido abrupto los hizo estremecer.

 

 

 

Kyan había logrado dormirse por un rato. Isha la vigilaba de cerca, porque los demás niños en la guardería eran demasiado curiosos, más que ella, y eso no le gustaba.

Se acercaban mucho a su diminuta hermana, la miraban atentamente, porque incluso la bebé de Scar tenía poco más de un año, Kyan era la niña más pequeña en todo el refugio y a los demás les parecía casi un juguete nuevo.

—¿Por qué duerme con la mano en la boca? —preguntó una de las niñas, asomándose por encima de la cuna.

Otro de los niños intentó sacarle la manita a la bebé de entre los labios, pero Isha lo detuvo en seco, negando con el ceño enojado.

—Estás siendo una gran hermana mayor —elogió la cuidadora con un tono orgulloso que hizo a Isha erguirse con una sonrisa discreta.

La verdad era que sabía que tenía que cuidarla, pero también le nacía hacerlo. Después de todo, era la bebé de mamá, igual que ella.

Y eso las hacía importantes.

Kyan comenzó a soltar sollozos pequeños, retorciéndose entre las mantas, para luego llorar mucho más fuerte. La cuidadora se acercó hasta ella para intentar calmarla.

—Tiene hambre —dijo, ante la mirada atenta de Isha—. Iré a buscar un poco de fórmula. 

La niña observó a su hermanita y el cómo su rostro enrojecía ante la desesperación del rugido en su estómago.

Tenía que encontrar a mamá.

Isha buscó separarse de la niña, pero en cuanto dio unos pasos más lejanos de ella, Kyan incrementó su llanto. Evidentemente había estado conteniéndose porque Isha estaba ahí.

La mayor se acercó hasta ella, tomándola por las manos para intentar tranquilizarla. 

“Traeré a mamá. No me tardo”.

Isha intentó irse de nuevo, cuando Kyan volvió a soltar un chillido agudo que la hizo querer cubrirse los oídos.

“De verdad voy a volver. Lo prometo”.

Isha sabía que Kyan era demasiado pequeña para entenderla, pero también sabía que si mamá había podido hacerlo cuando aun no aprendía lengua de señas y solo interpretando sus miradas, seguro Kyan también podía.

Sobre todo, porque la bebé se había tranquilizado en cuanto le hizo la promesa. 

Tal vez Kyan era muy joven para entender su forma de expresarse, pero al menos comprendía que su hermana mayor la adoraba.

Y que nunca la abandonaría.

Isha sonrió y, con todo el cuidado del mundo, besó su frente.

Cuando se separó de ella, el sonido abrupto que sacudió el árbol llegó hasta ambas como un eco ahogado.

La cuidadora tomó a todos los niños que pudo, a la vez que Isha levantaba a Kyan en brazos (movida por la adrenalina y el deseo de protección), y los llevó más adentro, en los rincones más reforzados del refugio.

Pero Isha, que se había quedado hasta atrás, decidió no seguirla.

Porque si iba con ella, ¿cuánto tardaría mamá en encontrarlas?

Kyan seguía hambrienta y, después de lo que habían vivido con ella, Isha ya no quería que su hermanita volviera a experimentar el llorar por falta de alimento.

La mayor sabía que mamá era la única que podía alimentar a Kyan, y ella tenía que encontrarla para que lo hiciera.

Retrocedió a pasos silenciosos y lentos, filtrándose entre el caos y los corredores.

El robot que habían traído parecía tener algún tipo de mecanismo de “última defensa”, no funcionaba más, pero había logrado hacer un último ataque al árbol que incendió en buena medida, ahora todo el mundo corría para alejarse del fuego y otros para tratar de apagarlo.

Jinx intentó alejarse en dirección a la guardería, Isha y Kyan eran su prioridad. Ekko, por su parte, la seguía a lo lejos, mientras a su paso trataba de ayudar a cualquiera que tuviera en el camino. Eran su gente después de todo. 

Una enorme rama calcinada cayó sobre ellos, a Ekko lo lanzó lejos de Jinx, mientras ésta quedó con una pierna atrapada debajo del tronco enorme y encendido. 

Jinx soltó un grito agudo. Tenía huesos rotos, estaba segura.

Intentó incorporarse para sacar la pierna de debajo del tronco, pero era imposible, prácticamente no la sentía. ¿Cómo había podido quedar atrapada de esa manera? Siempre había confiado en sus reflejos y esta vez ni siquiera los escuchó, su cabeza estaba completamente centrada en rescatar a sus hijas.

—¡Mierda! —bramó, conteniendo el dolor.

Una vez más volvió a intentar levantarse, pero se detuvo en seco en cuanto escuchó el llanto de un bebé no muy lejos de su posición. Se quedó congelada.

Reconocía perfectamente ese llanto. Lo reconocería en cualquier parte.

Elevó la vista para toparse con Isha llevando a Kyan entre brazos. 

Su mundo se detuvo, ¿qué era lo que hacían ahí? Tan cerca del peligro y tan lejos de ella.

Isha ni siquiera la había notado, estaba demasiado concentrada en todo el caos que se cernía sobre ellas, buscaba desesperadamente proteger a su hermana de lo que estaba sucediendo a su alrededor, intentaba buscar a sus padres para estar protegidas, pero no lograba hallarlos por ningún lado.

Jinx intentó gritar, llamarla por su nombre, pero la voz seca por el humo apenas podía escucharse entre los gritos de la multitud.

Ekko corrió hasta Jinx sin siquiera notar que las niñas desaparecían dentro de uno de los corredores del refugio. Intentó levantar la enorme rama, pero era mucho más pesada de lo que imaginó (no era para menos, el árbol literalmente albergaba personas en su interior).

—Ve a buscarlas —ordenó Jinx, señalando hacia donde había corrido Isha—. En cuanto el Brillo sane esto, podré levantarme. Solo ve por ellas.

Ekko tardó unos segundos en moverse, pero después de notar la insistencia en los ojos de Jinx, accedió.

La muchacha volvió a dejarse caer en el suelo, mirando el techo del lugar, tanto caos… ni siquiera ella se había atrevido a tanto. 

Ni en sus peores momentos, cuando odiaba a muerte a los Firelights, porque sabía que al final también había niños entre ellos, y ella nunca hubiese lastimado a niños.

No sobre todo después de tener al suyo.

La vista comenzaba a nublársele, y entonces soltó una sonrisa socarrona. Que manera tan ridícula de caer. Que manera tan ridícula de ser vencida. A ella, a quien nadie nunca se atrevió a hacerle frente.

Se había distraído solo por un segundo.

Solo por un segundo había dejado de pensar en su propia supervivencia por pensar en la de sus hijas, y ahora tenía una pierna rota y el corazón fuera del pecho, pensando que solo podía confiar en que Ekko fuera lo suficientemente capaz de mantenerlas a salvo.

Cerró los ojos, esperando que al recuperar el aliento sus fuerzas también volvieran, al igual que el Brillo que le permitiría sanar para ser capaz de correr junto a sus niñas.

Escuchó pasos acercándose a ella y solo pudo pensar que era la gente que corría lejos del incendio o que se acercaba a él para sofocarlo. Entonces, un sonido metálico se escuchó, acompañado de una liberación de vapor, y sintió como el peso que caía sobre ella se levantaba por el aire.

Abrió los ojos, topándose con esa melena rosada que hacía días no veía, que creía que nunca volvería a ver. 

Poco a poco el aliento se le fue debilitando hasta que sus párpados comenzaron a pesar como dos yunques de hierro dispuestos a mantenerla inconsciente. La mayor la tomó en brazos con una suavidad que Jinx jamás creyó haber extrañado tanto.

—¿Vi…? —pudo articular apenas, antes de caer inconsciente. 

 

 

 

Ekko atravesó los corredores como un rayo, hacía unas vueltas más atrás que había distinguido el llanto lejano de Kyan y ahora solo podía guiarse por eso. 

Se detuvo, tratando de mantener su mente centrada. El humo hacía casi imposible su trabajo, apenas podía ver y le aterraba que las niñas pudieran respirar menos de lo que él ahora podía. 

—Levántate, niño —gruñó Sevika, tomándolo por el cuello de la ropa y le entregó una mascarilla que normalmente utilizarían para el Gris.

Tal parecía que, en cuanto Sevika notó su ausencia (y después de asegurarse que Jinx se había quedado al cuidado de Vi), fue a buscarlo.

Nunca había sentido responsabilidad alguna sobre los mocosos que corrían descalzos en La Última Gota cuando Vander vivía, pero de alguna forma ahora sentía que se lo debía a todos ellos.

A todos los muertos que habían dejado al menos a un mocoso atrás. Porque ella era la única de sus sobrevivientes: Silco, Vander, Benzo, Felicia.

Lograron distinguir a Isha unos metros más al frente. Ekko corrió hasta ella, la niña había quedado con uno de sus pies atascados en la madera del suelo.

—Niña, ¿estás bien? —preguntó. 

Isha asintió, tosiendo a causa del humo del fuego, el llanto de Kyan también había disminuido, era urgente sacarlas de ahí.

Ekko tomó a la bebé, entregándosela a Sevika. La mujer utilizó su propia mascarilla para calmar el malestar de la pequeña.

—Llévala con Jinx —indicó Ekko—, tengo que sacar a Isha de aquí.

Sevika no replicó, más bien lo miró con decisión. Más le valía al muchacho sacar a la niña con vida.

No había cuidado de ella por años para que muriera a causa de Piltover y en el maldito insectario de los Firelights.

Además, solo Janna sabía lo que Jinx sería capaz de hacerle al mundo si algo le sucedía a esa mocosa.

Se marchó en cuanto Ekko puso su mascarilla sobre el rostro de Isha.

—Tranquila, voy a sacarte de aquí.

Intentó sacar el pie de la niña del tablón, pero se había quedado atascado, la única manera de liberarla era rompiendo más el agujero. Así que, con todas sus fuerzas y con el mayor cuidado para no dañar a la niña, comenzó a romper los tablones con sus propias manos, a pesar de las astillas y del poco aire que estaba entrando por sus pulmones.

La ceniza incendiada del árbol comenzaba a llenar el aire, viéndose como pequeñas llamas danzantes en el viento a su alrededor, un crujido se escuchó por encima de su cabeza y el techo cayó sobre ellos. Ekko se abalanzó sobre Isha, protegiéndola con su propio cuerpo, mientras los escombros ardientes caían sobre su espalda.

El muchacho contuvo un grito de dolor entre los dientes, apretando a Isha contra su cuerpo para protegerla del daño. La niña se aferró con las uñas a la ropa de Ekko, sollozando, era la primera vez que él la veía tan asustada.

No era para menos, Isha se había acostumbrado a la protección de Jinx, a la seguridad del abrazo de su madre, y su madre no estaba, solo estaba él. 

El joven ignoró el dolor de las quemaduras y abrazó a la pequeña con mayor fuerza. Para Kyan era más que claro quién era él, pero comprendía que para Isha las cosas fueran mucho más confusas.

A pesar de que para el propio Ekko, su relación con ella hubiese quedado sellada desde el momento en que la vio por primera vez estirando sus manitas hacia él siendo solo una bebé, suplicándole que no la dejara sola.

Porque le asustaba la soledad, la oscuridad y los ruidos fuertes.

Un crujido seco se escuchó a un costado e Isha volvió a dar un salto de angustia. Estaba tan aterrada que Ekko podía distinguir el temblor en sus hombros.

Jinx nunca se lo había dicho directamente; de hecho, incluso la relación que ambos llevaban era confusa hasta para ellos. Pero si de algo estaba seguro Ekko, era de lo que sentía por Isha, de lo que sería capaz de hacer por ella, y de cómo le gustaría que lo llamara al verlo volver a casa.

—Tranquila, pequeña, te tengo —murmuró con un tono apacible—. Todo está bien, Isha. Estoy aquí… —trastabilló ligeramente, suponiendo que los ojos llorosos se debían al humo—. Papá está aquí, pequeña. Siempre estarás a salvo mientras estés con papá.

Isha se quedó inmóvil, con los ojos bien abiertos. Sintió el abrazo de Ekko, lo familiar que era, lo cálido que siempre había sido, y por fin lo entendió: Ekko siempre cuidó de ella, aunque a mamá no le agradara, Isha siempre estuvo a salvo con él. 

Siempre estuvo a salvo… en los brazos de papá.

Chapter 24: XXIV. Azul Marino

Notes:

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Chapter Text

Su alrededor era difuso, tenía la vista nublada y los oídos zumbándole sin cesar, el dolor de cabeza la obligaba a mantener los párpados entrecerrados.

Pudo escuchar la voz lejana de Violet, estaba segura de que se trataba de ella.

—Debes poder hacer algo. ¿Sólo eso? ¿Estás loco? ¿Qué hay del Brillo en su sangre? ¿Por qué aún no la sana?

Jinx giró la cabeza, tratando de evitar que la luz del techo lastimara más sus pupilas.

—Es por Kyan —alcanzó a decir medio adormilada—. Mi cuerpo se lo está dando a ella, lo necesita más que yo.

Jinx intentó girarse sobre la camilla para dejar caer las piernas por el borde, pero el dolor le impidió seguir moviéndose y, soltando un gruñido de dolor, regresó a su primera posición.

—Tu pierna sigue rota, está tardando en sanar —indicó el médico que también había asistido al mitin—. El Brillo está demorándose más de lo normal, supongo que es porque has podido amamantar a tu bebé. 

Jinx no respondió, intentó volver a incorporarse, pero Vi puso las manos sobre sus hombros para detenerla.

—¿No escuchaste? No puedes moverte.

—Mis hijas están allá afuera, no voy a quedarme aquí sin hacer nada —bramó Jinx, apartando violentamente el agarre de Violet—. Así que aleja tus gordas manos de mí.

—Solo intento ayudarte —siguió la mayor.

—¿Cómo sé que puedo confiar en ti? —gruñó Jinx y pinchó con brusquedad la herida de bala en su costado—. Fue tu estúpida novia quien hizo todo esto. ¿Ahora solo debo suponer que te olvidaste de ella? ¡Has estado buscándola por días!

Vi intentó articular, pero antes de poder decir nada, Sevika entró abruptamente a la habitación que había sido adecuada de manera que pudiera recibir a los heridos.

Llevaba a Kyan en el brazo, con la mascarilla sobrepuesta en su pequeño rostro, la niña lloraba por la incomodidad, y porque no estaba acostumbrada a Sevika, ni a ningún otro extraño, desde que había experimentado el estar siendo abrazada por Jinx, por Ekko y por Isha, ya no toleraba estar con nadie más.

Y en ese momento, ella quería a su madre.

Jinx se incorporó, soportando el dolor, con la mirada le advirtió a Vi que no se atreviera a detenerla, porque volvería a levantarse una y otra vez. Sevika estiró a la bebé hasta ella. En cuanto la pequeña sintió el suave (y mucho menos tosco) agarre de su madre, disminuyó su llanto, apenas manteniendo los labios temblorosos y enrollados.

La joven quitó la mascarilla con cuidado en cuanto notó que la niña intentaba torpemente apartarla de su cara, los ojos llorosos de Kyan se clavaron en ella cuando se sintió liberada, su ceño aún lucía angustiado, pero se encontraba a salvo.

Jinx elevó la mirada hasta Sevika y, con un gesto silencioso, casi inerte, le dio las gracias.

Al segundo siguiente, vagó la mirada desconcertada en torno a la mujer.

—¿En dónde está Isha? —preguntó. 

Sevika no respondió, no tenía una respuesta certera para ella, porque ni siquiera estaba del todo segura.

Jinx se giró sobre la camilla, mordiéndose la lengua para soportar el dolor cuando dejó caer la pierna en el borde.

—¡Jinx! —intentó detenerla Violet—. ¿Qué mierda haces?

La menor observó a su hermana por debajo de las cejas, con el ceño fruncido y una mueca que reflejaba la poca paciencia que le quedaba.

—Iré a buscarla, no me importa si tengo que arrastrarme en el suelo para llegar hasta ella —la decisión en su mirada era palpable—. Mu-e-ve-te.

La puerta del sitio volvió a abrirse, Ekko entró sosteniendo a Isha entre brazos. Dos Firelights se acercaron hasta él para auxiliarlo con las heridas que llevaba en la espalda, pero él se rehusó. 

En lugar de eso, caminó hasta Jinx. La joven sintió que el alma le regresaba al cuerpo en cuanto vio a su pequeña Isha abrazada al cuello de Ekko con el rostro escondido en él.

—Isha… —balbuceó.

La niña giró su cabeza hasta observar el rostro de su madre, su mirada se iluminó, dio un salto al suelo y corrió a abrazarse a Jinx, llorando aterrada contra su cuello. 

—Tranquila, pequeña, estás bien… —murmuró la joven, escondiendo su nariz en los cabellos de su hija mayor—. Ya están a salvo…

Sevika y Violet también habían vuelto a respirar. ¿En qué momento todo se había ido a la mierda?

Isha se alejó de su madre, mirándola fijamente mientras ésta limpiaba todo el hollín de su cara con ternura. Entusiasmada, comenzó a hablar con ella, utilizando una de las señas que Jinx creyó jamás necesitar aprender.

“Papá me salvó”.

Dijo de pronto y la joven madre tuvo que tragar en seco para disimular.

Por un segundo volvió a aquella fría noche en ese apartamento en Zaun, un lugar desconocido, un rostro desconocido, un “hombre” que jamás hubiese podido ser un padre para Isha. Y el sonido de la bala que atravesó su cráneo le resonó en los oídos.

—¿Quién…? —preguntó con temor.

Isha se acercó un paso más a Ekko y lo señaló con entusiasmo. 

“¡Papá!”.

Volvió a decir, con una sonrisa llena de emoción. 

Jinx sintió un agujero en el pecho, mientras su mirada rosada se fijaba en el rostro avergonzado del muchacho.

¿Qué se suponía que debía hacer? Isha era demasiado joven para comprender cómo había llegado al mundo, y no era algo que Jinx pensaba decirle. Jamás.

Pero la joven también era consciente de que, tarde o temprano, la niña comenzaría a preguntar sobre su padre, la llegada de ese momento siempre la congeló del miedo, y ahora lo tenía frente a ella.

¿Y le estaban diciendo que Ekko simplemente… le había quitado ese peso de encima de un solo golpe?

—¿De verdad…? —preguntó Jinx, fingiendo una sonrisa—. Entonces… que bueno que papá estaba ahí… ¿verdad?

Isha asintió con una sonrisa todavía más grande. Violet se aclaró la garganta después de que Sevika se alejara en busca de un trago “fuerte” para sacarse toda esa mierda de encima.

—Isha, ven conmigo —le dijo Vi, estirando dulcemente su mano hacia ella—, busquemos unas mantas para Kyan, pronto comenzará a hacer frío.

La niña accedió después de que su madre asintiera para alentarla, Jinx le lanzó una última mirada de advertencia a Violet y observó a ambas alejándose al fondo de la habitación.

—Necesitaba calmarla de alguna forma —se apresuró a decir Ekko—. Pero si te molesta, puedo hablar con ella para que-

—Gracias —interrumpió Jinx, captando la mirada desconcertada del muchacho—. Isha no tiene porqué saber el resto de su historia, y le has dado la oportunidad de no hacerlo jamás. Ella te ve como un padre, siempre lo hizo, aunque yo no estuviera de acuerdo con eso.

—Sabes que no lo dije solo porque sí —respondió Ekko—. Ella es eso para mí: una hija.

Jinx lo observó con una mirada silenciosa, ligeramente confundida, posiblemente con sus propios sentimientos. Sus emociones la devoraban, y esta vez no había voces que le dijeran el por qué, solo estaba ahí, en un completo y total silencio, perdida en la mirada castaña del muchacho que le aceleraba el corazón desde mucho antes de descubrir qué era lo que sentía por él. El muchacho que ahora le ofrecía, a manos llenas, la familia que había perdido una vez.

Pero es que, Ekko y ella eran tan perfectos para ser imperfectos que dolía.

Y eso la destrozaba.

Kyan se retorció entre los brazos de Jinx, restregando su rostro contra su pecho y llorando llena de desesperación.

Jinx resopló con una sonrisa nostálgica.

Increíble, exactamente igual que su hermana mayor.

—Hazlo, no voy a mirar —indicó Ekko—, buscaré algo con lo cual-

Jinx aclaró la garganta para interrumpirlo con una sonrisa sarcástica.

—“No vas a mirar”, ¿en serio? Por favor, Ekko —rodó los ojos—. No fue la cigüeña quien trajo a Kyan, ¿sabes? —se burló, mirándolo por debajo de las cejas.

El muchacho enrojeció hasta las orejas. Ahí estaba otra vez, ese humor negro típico de ella.

Pero la joven lo sabía muy bien: su pequeña tenía hambre. Seguramente incluso tenía hambre desde antes de que todo ese maldito caos comenzara. Y ella no podía solo negarle su única fuente de alimento.

En cuanto Jinx la pegó a su pecho, la niña comenzó a succionar con desesperación. En el rostro de la joven se dibujó una sonrisa apacible, no había sentimiento en el mundo que se le comparara. Alimentar a su bebé la llenaba de paz.

Isha volvió hasta mamá y, con movimientos torpes, colocó la manta sobre Kyan para cubrirla de la noche fría que comenzaba a caer sobre ellas.

Jinx le hizo una señal a Isha para que se trepara a la cama y recostara su cabeza sobre su pierna sana. En cuanto la niña lo hizo, Jinx comenzó a acariciar sus cabellos, y echó la cabeza hacia atrás, permitiendo que el alivio se esparciera por todo su cuerpo para disipar la ansiedad, y el propio dolor que había estado tolerando.

Isha se giró para mirarla desde abajo, buscando con una mirada curiosa una sonrisa de mamá que pudiera tranquilizarla. Jinx le sonrió juguetona, sacudiendo levemente su pequeña nariz para que Isha soltara una carcajada.

Para lograr arrullarla, la joven acarició con el meñique el puente de la nariz de Isha, hasta que se quedó dormida.

Ekko la observó en silencio. Jinx podría tener todos los huesos del cuerpo rotos y aun así ser capaz de sonreírle de esa manera a sus hijas.

Solo por ellas. Jinx era fuerte solo por ellas.

Y eso era algo que él amaba de ella.

 

 

Para cuando la noche cayó completamente, los huesos de Jinx habían sanado casi en su totalidad, el fuego ya había sido sofocado, hubo un número pequeño de heridos y no habían tenido ninguna baja. 

Pero el árbol había perdido buena parte de sí. Era una enorme pena la que embargaba a los Firelights, su hogar había sido destruido casi por completo.

El ánimo decayó, Piltover había asestado un gran golpe sin siquiera habérselo propuesto.

Ekko estaba destrozado. El muchacho se acercó bruscamente hacia Violet, tomándola por el cuello de la ropa y azotándola contra la pared del tronco calcinado.

—Dame una buena razón para no creer que eres parte de todo esto —escupió enfurecido—. ¿Para qué estabas buscando a la piltilla?

—No estaba buscando a Caitlyn para unirme a ellos, idiota —replicó ella, alejándose de su agarre—. Estaba intentando averiguar qué demonios planeaban. Viene una jodida guerra, Ekko. Ya está prácticamente sobre nosotros. Vine al refugio para advertirles. Cuando llegué todo ya se había ido al carajo.

Ekko rechistó los labios.

—Si descubro que estás mintiendo…

—¡No lo estoy haciendo! —replicó Vi—. ¡Solo quiero proteger a mi familia! Lo hice por Jinx, por mis sobrinas.

Jinx, que estaba sentada al borde de la plataforma del mural, fijó su mirada en Vi, era la primera vez que se refería así a sus hijas. Se saboreaba insólito, porque había estado evitando el parentesco que las niñas tenían con ella a toda costa.

Miró de reojo a las pequeñas, Kyan estaba recostada dentro de un canasto adaptado especialmente para ella por su propia madre, Isha correteaba alrededor del mismo para entretenerla, mientras la bebé soltaba carcajadas, divertida.

Luego levantó la vista sobre su cabeza, el árbol, que siempre había lucido glorioso e imponente, ahora se veía opaco, ennegrecido, una parte de él había sido consumida por el fuego, la otra parecía querer seguir luchando por mantenerse con vida.

Un enorme hueco se sentaba sobre las ramas quemadas, como si las flamas las hubieran mordido junto con las hojas. 

Un flashazo de sus memorias regresó a ella. Esa noche en el puente, ese incendio de aquella guerra con Piltover, donde sus padres perecieron entre un montón de cuerpos zaunitas más, como si Felicia y Connol no hubieran sido más que un puñado de soldados cualquiera.

Pero no, eran sus padres, eran su mundo entero, y Piltover se los había arrebatado. Ahora todo estaba volviendo a suceder. El horror de ser el reflejo de su madre para sus propias niñas le recorrió la columna. 

Ella no quería dejarlas solas.

Y si había estado evitando la guerra, era justo por esa razón. Morir no le daba miedo, morir dejando a Isha y Kyan a expensas de ese maldito, jodido y cruel mundo, eso era lo que le aterraba.

Pero, esta vez, Jinx sentía que no tenía alternativa. 

Debía arriesgarse por ellas, para darles una mejor vida. ¿Acaso eso fue lo que su madre alguna vez había pensado? ¿Su madre también estaba buscando una mejor vida para ella y Vi?

Ahora lo entendía mejor. Ese impulso incesante que le permitía creer que era capaz de hacer cualquier cosa si eso les daba a esas dos niñas una oportunidad más.

Una oportunidad que no terminara en escondites eternos, incendios, aire contaminado, enfermedad, hambre y… muerte.

—Piltover no va a detenerse —dijo, captando la atención de Vi y Ekko, incluso de Sevika que se hallaba pocos pasos lejos de ellos—. No se detuvieron con nada, incluso sin Stillwater, sin los concejales, sin el Heraldo… sin Vander. Van a seguir encima de nosotros… hasta que terminen aplastándonos.

Dio un salto de su lugar, y miró fijamente a sus dos hijas.

—Tenemos que acabarlos antes de que ellos acaben con nosotros… y con todo lo que amamos.

Sevika se irguió en silencio, ¿acaso por fin estaba comenzando a tener una idea consciente de lo que Silco siempre había querido para la Ciudad Subterránea?

—Necesitarás más que eso para alentar a todo un grupo de personas que acaba de perder su hogar —mencionó Ekko con cierta desilusión.

Él, mejor que nadie, comprendía el sentir de la muchacha, pero no podía obligar a su gente a simplemente olvidar lo que acababa de pasar y no sentirse mal por ello, porque él tampoco podía.

—¡Todos se están ahogando junto con nosotros! ¿Necesitas más motivación que eso? —exclamó Jinx—. Piltover nos ha robado el aire, nos ha robado todo. Y estamos hartos de eso. Nos están arrancando la vida ¡Le están arrancando la vida a nuestras hijas!

—¿“Nuestras...”? —trastabillo Ekko, en un hilo de voz.

Jinx ignoró con todas sus fuerzas lo que acababa de decir y fijó su atención en la sonrisa de Isha.

—Toda su vida he luchado por ella —murmuró—. Ahora lo hago por las dos. Quiero que ellas puedan respirar, Ekko. Quiero que sientan los rayos del sol. Quiero que tengan, sin ningún esfuerzo, lo que tú y yo tuvimos que rascar con las uñas de entre las ruinas de una ciudad desolada. 

Violet dio un paso al frente, tragando saliva para tomar valor al colocarse junto a su hermana.

—Organiza otra reunión, hombrecito —indicó—. No podemos esperar más.

                           

 

(Recomiendo leer esta escena con "Stand Up (From Harriet)" de Cynthia Erivo en loop):

A primera hora del día siguiente, tan pronto el sol acarició la tierra, el patio del refugio se llenó de personas, unos más simpatizantes que otros, pero al final de cuentas, zaunitas.

Podía escucharse el murmullo entre ellos, la duda los inundaba, porque esta vez no había ningún ponente, no había nadie que estuviera dispuesto a iniciar una reunión que podía ser la última.

—¿Ahora qué demonios sucede? —se quejó uno de los matones de Margot, anticipándose a lo que venía—. Ya nos dejaron en claro que toda esta mierda es en vano. ¡Larguémonos de aquí! Ya no podemos hacer nada, acaban de ver lo que Piltover es capaz de hacer. ¡Ese fue uno solo de sus robots! ¡Deben tener cientos!

—¡Nunca tendremos oportunidad contra ellos! ¡Su tecnología nos supera!

El alboroto se escuchó, la gente estaba asustada. Podía sentirse, se notaba en sus manos sudorosas y su mirada vacilante. Se respiraba en el aire, se sentía sobre la tierra.

Muchos de ellos ya no querían luchar, otros estaban dispuestos a llegar hasta las últimas consecuencias, pero todos tenían miedo, porque la muerte era uno de los caminos a seguir si continuaban con la lucha, y nadie podía asegurarles quiénes la tomarían y quiénes no.

Jinx y Ekko se encontraban de pie al centro de la multitud, rodeados por Sevika, Scar y Violet. Los presentes comenzaban a discernir en opiniones, discutían, se empujaban, se dejaban llevar por la preocupación y la incertidumbre.

—¿Por qué mierda tenemos que hacer esto? ¡Si nos quedamos tal y como estamos, seguiremos con vida!

Ekko observó a su alrededor, los niños del refugio se asomaban entre los barrotes calcinados del árbol, sus ojos todavía brillaban, anhelando un poco de esperanza, miraban con curiosidad hacia los presentes. Esperaban que los adultos tomaran una decisión que les correspondía.

Pero los adultos no estaban en posición de tomar decisiones. Incluso cuando la vida de todos dependía de ello.

El muchacho dirigió su atención hasta Isha, la niña se escondía detrás de su brazo, observando cómo el caos entre los miembros del mitin incrementaba, podía sentir sus manos temblorosas buscando refugio en él, y comprendió que eso era lo que debía hacer por ella.

Protegerla. Protegerlas a ambas.

Porque si él estaba asustado, Isha lo estaba todavía más, al igual que todos los demás niños. Y si ellos no hacían algo para protegerlos, nadie más lo haría.

Porque a Piltover nunca le habían interesado las infancias de la Ciudad Subterránea.

—¡Lo haremos por todos los niños de Zaun! —exclamó para llamar la atención, la multitud guardó silencio de pronto, y abrieron un hueco a su alrededor para dejarlo a la vista de todos—. Porque ellos merecen más que toda la mierda de arriba —siguió. Y observó a Jinx, que permanecía a su lado con Kyan en sus brazos—. Nuestros hijos merecen más que lo que nosotros tuvimos cuando éramos niños. ¡Tenemos que hacerlo por ellos!

Un Firelight más viejo dio un paso al frente.

—Ekko, muchacho, perdona que te lo diga, pero últimamente tus decisiones nos han llevado a la catástrofe. Mira nuestro hogar, mira hasta dónde ha llegado Piltover con tal de encontrarla a ella.

Señaló a Jinx con la mirada, el tumulto volvió a escucharse, opiniones dispersas, pero un rayo de hostilidad se distinguió con mucha más claridad.

—¡Es verdad! ¡Desde lo de los concejales, Piltover se volvió mucho más en nuestra contra!

—¡¿Por qué nosotros estamos pagando por sus acciones?!

Muchos habían cedido ante la desesperación de haber perdido su hogar y eso nublaba su propio juicio. Necesitaban desquitarse con alguien, y Jinx era la candidata ideal para eso.

Kyan comenzó a llorar entre los brazos de mamá, en cuanto Isha la escuchó, se lanzó hacia su madre, abrazándola por la cintura, dispuesta a defenderla de ser necesario.

Vi también avanzó un paso para colocarse frente a su hermana.

—¡Jinx era nuestra enemiga, no olvidemos que Silco estaba con los Vigilantes! —exclamó el anciano.

—¡Jinx es parte de nuestra gente ahora! —replicó Scar—. ¡Recuerda con quién está tu lealtad!

El hombre intentó volver a objetar, cuando un muchacho más joven tomó la palabra.

—¡No olviden que fue ella quien nos libró de Stillwater! —dijo—. ¡Ella nos liberó de ahí y luego lo volvió escombros!

—¡Solo por venganza! ¡Nunca se interesó por nosotros! 

—¡Sí! ¡Ella está haciendo eso solo por sus hijas!

—¡Como cualquier madre! —exclamó por fin una voz femenina, resonando mucho más que todas las demás.

Una mujer de cabellera castaña se abrió paso hasta Jinx. Cuando se plantó frente a ella, la joven de azul pudo reconocerla de inmediato y un escalofrío la congeló.

“Sé que estás en todo tu derecho de querer matarme, yo en tu lugar lo haría, pero… por favor, de una madre a otra, no me obligues a dejarlos solos. Nunca sobrevivirían sin mí allá afuera.”

Sí, recordaba muy bien aquellas palabras.

Esa mujer, y los dos adolescentes que la seguían de cerca, eran la familia del sujeto que había secuestrado a Isha cuando era solo una recién nacida. El día que ese bastardo la obligó a soltar el disparo con el que le quitó la voz a su pequeña Isha.

Sintió un trago amargo, como si quisiera volver el estómago solo con verla. Creyó que jamás lo haría después de haberle perdonado la vida, pero tal parecía que el mundo era demasiado pequeño. 

Y ahora ella, Renne, era una de las lideres rebeldes de Zaun con más seguidores en toda la ciudad. Su vida había cambiado completamente, realmente había aprovechado el perdón de Jinx.

La mujer le sonrió ladina y se giró hacia la multitud. 

—Jinx ha hecho todo para mantener a sus hijas a salvo y ha sido así siempre, créanme… —sonrió, avergonzada—. ¡Es por eso que yo confío en ella! —soltó sin ninguna vacilación, captando la desconcertada mirada de Jinx.

Pequeños murmullos dudosos se escucharon en torno a ellas.

—Como madre, yo iría al mismo infierno por mis hijos, y sé que ella haría lo mismo por las suyas. La he visto hacerlo. Si Ekko y todos ellos —miró al pequeño grupo al centro de la multitud—, confían en ella, es por una buena razón —cruzó una mirada sonriente con Jinx—. Yo confío en su palabra. ¡Mi lealtad está con ella! ¡Y la de mi gente también!

El silencio después de eso fue escalofriante. Sobre todo para Jinx, que apenas estaba alcanzando a comprender lo que sucedía. Ni siquiera había tenido oportunidad de hablar, y esa mujer ya confiaba en ella.

¿Cómo era que aquella mínima acción al perdonarle la vida hacía años pudo cambiar completamente el panorama de las cosas?

Sus buenas acciones… también tenían consecuencias. 

—Ekko nunca nos ha fallado —esta vez fue Scar quien tomó la palabra, y miró al muchacho con firmeza—. Ahora no podemos fallarle a él.

La duda aun se respiraba entre los presentes. Y no era para menos, la muerte los miró de frente y, como cualquier ser humano, ellos desearon correr lejos de ella.

—“El miedo puede hacerle cosas horribles a la gente” —murmuró Vi, captando la atención auditiva de su hermana—. “A algunos los vuelve valientes, a otros los acobarda, y a los más débiles los obliga a matar.

Repitió Violet, como si se tratara de un rezo. Felicia solía decirlo mucho, sobre todo cuando las cosas en los Carriles no iban bien o alguien moría a manos de los pandilleros.

En este caso, el miedo estaba obligándolos a permanecer quietos, no tenían motivación. Estaban vacíos.

Y Jinx no podía permitirlo.

No podía permitir que la cobardía de otros le arrebatara la oportunidad de darle algo mejor a sus pequeñas. Ella no podía fallar.

Tenía que intentarlo. Por Vander. Por Silco. Por sus padres. Por sus hijas.

Colocó a Kyan en los brazos de Ekko y dio un paso al frente. Tomando todo el aire que pudo, reteniéndolo en los pulmones.

La multitud se abrió frente a ella, esperando su respuesta, rogándole a Janna que no fuera tan caótica como era su costumbre.

Pero Jinx solo se limitó a recuperar en su corazón la canción olvidada que su madre le había enseñado cuando era niña. Aquella melodía seca que entonaban con eco en las minas para lograr llegar al término de una jornada.

“Me mantengo de pie, caminando con la tierra bajo mis pies descalzos. Llevo una última bala, por si tengo que correr. Hago lo que puedo, cuando puedo, mientras puedo”.

Murmuró con tono melódico, caminando entre la multitud, dirigiéndose hacia la plataforma del mural. La mirada la mantenía fija en el suelo, tratando de recordar la letra de la canción.

“Cruzando el puente cuando las estrellas toquen el río y la noche me abrace, ahí será a dónde lleve a mi gente conmigo”.

Sacó una bengala del bolso que cargaba con ella, igual a la que Vi le había dado cuando eran niñas, la encendió, elevándola sobre su cabeza, y dejó salir una llamarada azul que se fue disipando en nubes del mismo color hacia el cielo. Siguió caminando a través del corredor de gente.

“Juntos vamos a un nuevo hogar, al otro lado del río. Escúchala bien, es la libertad llamando”.

Siguió cantando, pero esta vez elevó el volumen. Más de uno, los más adultos principalmente, lograron distinguir la melodía. Y entonces, cantaron junto con ella, a una sola voz.

“Y yo voy a continuar mi camino hacia adelante”.

Porque era un himno, uno olvidado, que había comenzado donde Zaun comenzó: en las minas.

Una canción que había elevado el espíritu de sus compatriotas caídos y que, durante la primera batalla que tuvieron contra Piltover hacía años, entonaron hasta que se quedaron sin voz.

“Levántate. Lleva a tu gente contigo. Juntos busquemos un nuevo hogar. Pelea con toda tu fuerza hasta el día en que mueras”.

Jinx llegó hasta el mural y, con el pecho ardiéndole, lanzó la bengala por un hueco en el árbol, el humo azul salió disparado a través del agujero que había sobre él.

Los espirales que se formaban con el viento simulaban una parvada de aves azules siendo expulsadas desde el interior del tronco.

Arrendajos azules. Iguales a los de Janna. Iguales a todo lo que significaba esperanza para el pueblo de Zaun.

Jinx, con el corazón en la mano, se giró para mirarlos. Sus ojos decididos se clavaron en la multitud que la observaba expectante.

La joven no dijo nada, pero tan pronto volvió a tomar aire, Renne dio un paso al frente y elevó el puño con una sonrisa satisfecha. Poco a poco, al igual que las olas del mar, la multitud la secundó. Incluso Isha, que estaba sobre los hombros de Violet.

Jinx pudo distinguir la mirada de Ekko de entre todas las demás. Ojos orgullosos que la observaban con un brillo de esperanza y emoción.

Los zaunitas estaban listos para seguirlos a la batalla, Ekko y Jinx eran conscientes de lo que eso significaba: si un zaunita entregaba su lealtad a alguien para una batalla, le entregaba su lealtad hasta el final de sus días.

Muchos de ellos habían entregado su lealtad a Vander hasta que él murió, ahora lo hacían con la menor de sus hijas. 

Zaun había elegido a sus líderes de guerra. Zaun había elegido por quién luchar. 

Y Jinx no pensaba hacerse a un lado, no esta vez. Isha y Kyan merecían más, mucho más. Y ella pensaba luchar hasta el final por dárselos.

Porque Zaun era para ellas. Y sería así siempre.

Notes:

El himno que canta Jinx esta basado (no es el mismo) en la canción de Stand Up, pero sí da las mismas vibras, por eso les recomendé la canción, así se introducen un poco mejor en la lectura.
¡Gracias por sus comentarios! ¡Siempre adoro leerlos!

Chapter 25: XXV. Violeta

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

El rumor sobre una “Revolución” estaba comenzando a esparcirse por todos lados, había sido inevitable, Piltover también tenía oídos en Zaun, no todos los zaunitas eran leales como la mayoría, y muchos de ellos preferían “estar del lado ganador” una vez llegara el momento.

Caitlyn no hizo esperar a su gente en cuanto se enteró que el símbolo de dicho movimiento era la propia Jinx. Ella sabía perfectamente que ese día llegaría tarde o temprano, porque Piltover había estado lanzando ataques, y ahora el momento en que Zaun por fin se levantara en su contra les estaba respirando en la nuca.

—¿Cuándo estará listo? —inquirió Ambessa, con el ceño fruncido. 

Singed resopló, exhausto.

—La grandeza lleva su tiempo —respondió, tratando de tolerar la impaciencia de la mujer—. Viktor no estaba dispuesto a sacrificar la humanidad de la bestia, así que el proceso se complicó.

Dio un paso hacia atrás, mostrando el avance de su experimento. Vander se encontraba colgando de entre un montón de cables que le inyectaban Brillo a cada parte del cuerpo, yacía inconsciente, con el entrecejo fruncido, mostrando un gesto angustiado y entristecido. 

—Su sangre tiene maravillosas propiedades regenerativas —explicó Singed—. El problema es que la humanidad que todavía se alberga dentro de él me impide utilizarla para nuestra causa. Quebrar al hombre… será un proceso tardado —Ambessa lo sentenció con la mirada, el científico volvió a tomar la palabra—, pero no imposible.

Caitlyn, que se encontraba sentada en una esquina observando todo, por fin se levantó para dar un paso hacia ellos.

—¿Qué hay de Viktor? —cuestionó con voz firme—. ¿Podemos confiar en él?

—La mente del muchacho fue corrompida cuando lo atacaron —suspiró Singed—. Él hará todo lo que crea necesario para “limpiar” el mundo. Simplemente habrá que ponerle a Zaun como objetivo.

Caitlyn arrugó el entrecejo. Su objetivo hasta ese momento había sido únicamente vengar la muerte de su madre, pero después de lo que había visto en el santuario del Heraldo, la cabeza no dejaba de darle vueltas. Algo mucho más grande sucedía en torno a Piltover y Zaun, algo a lo que Ambessa únicamente había estado viendo como una ventaja de guerra y Singed una oportunidad para probar sus propios experimentos.

Algo que a ella estaba comenzando a aterrarle.

—¿Qué pasaría si todo el mundo termina igual? Igual que las marionetas que destrozaron el santuario.

—No seas ingenua, niña —se apresuró a responder Ambessa—. Si Piltover y Noxus forman una alianza con el Heraldo, no habrá quién pueda detenernos. Zaun no tendrá ni una sola oportunidad.

Podrían ganar la guerra sin esfuerzo alguno. Pero… ¿sería algo de lo que se sentirían orgullosos una vez terminara todo?

“La ambición nunca ha sido una excusa para la crueldad”.

Ahí estaba, después de años sin haberla escuchado, por fin la voz de su madre hacía eco en su cabeza. Y… no se escuchaba orgullosa.

—Se volverán marionetas… —continuó Cait—, cada persona en Zaun, cada hombre, cada mujer, cada niño, sin importar si sean rebeldes o no.

—¿Ahora te interesa? —Ambessa arqueó una ceja—. Creí que no importaba el precio mientras Jinx cayera, ¿no es así?

La sonrisa victoriosa con la que la mayor se marchó, hizo estremecer a la Vigilante, cada una de sus acciones desfilaron frente a sus ojos como una película lúcida: el ataque al memorial, aquella niña cayendo de lo más alto de la Torre Principal de Piltover, el uso de Gris en las calles de Zaun, Stillwater, el Heraldo… Violet y la bala en su costado.

Si analizaba detalladamente cada una de esas acciones, no terminaría jamás la cuenta infinita de todo lo que dejó pasar, de todo lo que permitió a Noxus hacer, y… de todo lo que ella, de propia mano, hizo.

Acciones que, sin duda alguna, Cassandra jamás hubiese aprobado. Ella no la había criado de esa manera, y Caitlyn lo sabía. O al menos, comenzaba a recordarlo.

—El arrepentimiento es humano, niña —soltó Singed, sin siquiera mirarla—. Y, al igual que cualquier otra emoción humana, nos debilita. Deberías evitarlo, no puedes cambiar lo que hiciste.

—No estoy arrepentida —respondió ella, tratando de aminorar la conversación.

Tampoco tenía derecho a estarlo.

—Excelente —Singed por fin la miró con una sonrisa—. Porque esto todavía no termina.

Vander gruñó entre sueños, obligando a la joven a retroceder en posición de defensa, pero Singed ni siquiera se inmutó.

—El Plan A estará listo en pocas semanas —confirmó el científico, acariciando el rostro de Vander—. Pronto la bestia irá tras nuestro principal objetivo, y hay una buena probabilidad de que la encuentre.

—¿Lo enviarás tras Jinx? —cuestionó Caitlyn.

—No —Singed volvió a fijar una mirada maquiavélica en ella—. Irá tras la menor de sus hijas.

La joven sintió un golpe directo en el pecho. ¿Iba a enviar a ese monstruo tras una bebé? ¿Realmente habían cruzado esa línea?

—No hay forma de que logre su objetivo —dijo Caitlyn—. He visto lo que Jinx es capaz de hacer por sus hijas, esta guerra es producto de ello.

—Bueno, si el Plan A falla, siempre podremos recurrir al Plan B —analizó Singed—. Lo importante es que logremos conseguir a esa niña a como dé lugar.

—¿De qué Plan B está hablando? Si el A no funciona solo logrará dejar a Jinx en alerta, no le dará oportunidad alguna de seguir con algún otro plan, sobre todo si su gente la respalda.

Un escalofrío le recorrió la columna, ¿era miedo? ¿o era que acaso una parte de ella realmente deseaba que el plan del científico loco fallara? Porque ya se habían cruzado muchas líneas, y ella apenas lo estaba notando.

El hombre se acercó a Caitlyn con lentitud, caminando en círculos alrededor de ella.

—Señorita, Kiramman, ¿alguna vez se ha puesto a analizar el comportamiento animal de cualquier criatura que se mueva en manada? —preguntó, la joven solo lo observó con inquietud—. Cuando una cría se separa del resto del grupo, la madre se queda con ella para mantenerla a salvo de su entorno.

Caitlyn frunció el ceño al sentir los nervios de punta.

—Los cazadores usan esa estrategia, estoy seguro de que la conoce —siguió Singed—. No importa cuánto ataques a la madre, nunca abandonará a su cría.

—Es una táctica vil, utilizada únicamente por cazadores cobardes —se apresuró a decir Caitlyn.

—¿En serio? Porque lo que sucedió en el ataque al memorial hace un año fue la consecuencia de una táctica similar, ¿o no? —inquirió Singed, Caitlyn tragó en seco—. Usó a la cría para obtener la cabeza de la madre. Claro que no esperaba que la manada atacara en defensa de ambas, no la culpo, fue algo que nadie vio venir.

El pulso de Caitlyn comenzaba a aumentar, sentía la sangre pesada recorriendo sus venas y el estómago a punto de volverle por la garganta.

—¿A dónde quiere llegar? —preguntó, sin poder mirarlo.

Singed tomó el arma de Caitlyn y la colocó en sus manos.

—A que vuelva a ser la cazadora, señorita Kiramman —dijo—. Si utilizamos esa “táctica para cobardes”, como usted la llama, los dos obtendremos lo que queremos. Ambessa, a la niña… y usted, a Jinx.    

Caitlyn vaciló la mirada en sus propias manos. Tenía la respuesta frente a ella, la solución que buscó durante años, la tranquilidad que le daría por fin consumar su venganza.

Pero, ¿cuál era el precio que realmente estaba dispuesta a pagar por ello?

                                 

 

 

Los meses posteriores al incendio en el árbol de los Firelights fueron todo un reto. Las reuniones eran constantes. Un día se hacían en el árbol y al siguiente en La Última Gota. Planear una guerra era difícil.

En ocasiones los rebeldes de Zaun lanzaban ataques infantiles a los de arriba, provocando la molestia de los piltillos. Lo que movilizaba a los grupos de Vigilantes, ocasionando pequeñas luchas callejeras entre ambos grupos. Las calles se llenaban de Gris, disparos y motines hasta que alguien se retiraba.

El gran ataque aún debía verse. Era un plan elaborado, pero sobre todo peligroso, porque Piltover tenía armas y tecnología, y Zaun solo tenía su espíritu.

Claro que Jinx intervino mucho al crear armamento para su gente, compartiendo planos de sus invenciones y secretos de la tecnología que ella descifró por su cuenta; aun así, Piltover tenía la ventaja.

La verdad era que, aunque ella y Ekko hacían lo posible por apoyar a los suyos, también tenían que tomarse tiempo para sí mismos.

Para su familia, sobre todo.

Y es que ninguno de los dos estaba dispuesto a perderse ni un solo segundo del tiempo que podían compartir con sus hijas, porque en el fondo les aterraba que fuera el último.

Instalaron algún tipo de laboratorio especializado en armamento zaunita en el refugio de los Firelights, justo en el hueco que el incendio había dejado entre las ramas del árbol.

Porque si había algo que los zaunitas sabían hacer era aprovechar las oportunidades, renacer y abrirse camino ante las adversidades. 

Jinx y Ekko pasaban una buena parte del día en el sitio, supervisando, auxiliando, creando. Pero al caer la tarde, sin importar si estuvieran o no a mitad de algo importante, salían como rayos disparados del lugar y volvían a La Última Gota. 

El bar había cerrado temporalmente, hasta que la guerra concluyera, solo funcionaba para las reuniones y como punto de encuentro entre simpatizantes de la causa. 

Sevika estaba al mando, trabajando (muy a duras penas) a la par de Violet. 

Isha y Kyan, por su parte, sabían manipular perfectamente a sus padres para que no se alejaran de ellas, porque ninguna de las dos estaba acostumbrada a que ambos tuvieran tanto trabajo fuera de casa. Por lo que, ocasionalmente, visitaban el dichoso laboratorio con ellos, pero solo cuando el trabajo a realizar era nulamente peligroso, de otra forma, se quedaban en casa al cuidado de Sevika, porque Violet pasaba demasiado tiempo fuera.

En una ocasión Isha fingió estar enferma para evitar que se fueran, y no se separó del regazo de mamá en todo el día, mientras Ekko discutía con el médico porque el hombre juraba que la niña se encontraba bien de salud, pero su padre no estaba de acuerdo con eso.

La siguiente vez fue el turno de Kyan, y es que cuando la pequeña cumplió tres meses descubrió el propio sonido de su voz. Aquella noche, se pasó horas “hablando”, (balbuceando, para ser exactos) sin dejar dormir a su madre, que la miraba con fascinación y cansancio.

Isha se había quedado dormida abrazada a su pecho, y la bebé estaba en la cama, a la altura de la cara de Jinx. La joven mantenía con una mano abrazada a la mayor y con la otra acariciando el pecho de la enérgica bebé que no pensaba ceder ante la insistencia de su madre.

—Kyan, por favor —suplicó Jinx—, ¿podemos irnos a dormir ya? Mañana conversamos todo lo que quieras, te lo prometo.

Pero no, Kyan siguió balbuceando con una sonrisa, agitando su cuerpo para recordarle a mamá que mientras siguiera despierta, ella tampoco podría dormir.

Y quien pagó eso al día siguiente fue Ekko, porque Jinx no estaba de humor para lidiar con nadie y él se había puesto justo en su camino.

Sí, por el bien de todos, ese día prefirieron quedarse en casa.

 

 

 

La puerta del bar se abrió de un golpe, como de costumbre, porque Jinx era fanática de entrar haciendo mucho alboroto.

Los presentes sintieron un escalofrío, hacía años que no sucedía, pero los más antiguos leales de Silco recordaban lo que era recibir a Jinx en su territorio y ser visto por ella.

Y eso le encantaba a Jinx, al menos no había perdido el toque.

—Si seguimos así podremos lanzar un primer ataque, tal vez de prueba, tengo una lista de voluntarios —indicó Ekko, tomando asiento frente a la barra.

Jinx soltó un alarido, exhausta. Desde el incendio del árbol llevaban casi seis meses de planeación y construcción, estaba comenzando a cansarse de no ver los resultados de sus propias creaciones.

—¿Por qué las guerras tienen que ser tan tediosas? —se quejó—. ¿Cuándo comenzaremos con las explosiones?

—Acordamos dañar a la menor cantidad de civiles posible —agregó Ekko—. Este primer ataque debe ser una advertencia para que los más vulnerables se pongan a salvo.

Jinx rodó los ojos. No le iba a dar la razón (aunque la tuviera).

Se escucharon pasos apresurados y pequeños bajando por las escaleras, seguidos de unos cuantos pasos pesados y lentos.

Jinx levantó la mirada iluminada, como si el cansancio que cargaba se hubiera desvanecido en un segundo.

Isha se abrió paso entre las mesas y los presentes hasta llegar a los brazos de mamá.

—Deberías estar dormida, pulguita —sonrió Jinx, abrazándola con fuerza.

—Ya te había dicho que es imposible hacerlas dormir cuando no están —refunfuñó Sevika, acercándose con Kyan.

La niña era sostenida por debajo de los brazos con la única mano buena de la mujer, que la cargaba como si no fuera más que una muñeca. Pero Kyan no parecía molesta con eso, de hecho, lucía entretenida.

Cuando la bebé distinguió a su madre, sacudió su cuerpo entero, estirando sus manitas hasta ella, Jinx la tomó con una sonrisa enternecida mientras Isha se sentaba en las piernas de Ekko para jugar con la basura que había sobre la barra.

—Devolvió toda la leche —bramó Sevika y lanzó una bola de ropa detrás del mostrador—. Esa era mi capa favorita, Jinx.

Ekko toleró la carcajada que buscaba desesperadamente salir por su garganta, intentó disimularlo tomando un trago a su bebida, pero no pudo, apenas y podía mantener la sonrisa oculta.

Jinx ni siquiera hizo el intento por disimular. Se soltó a reír en la cara de Sevika y luego abrazó con fuerza a la bebé.

—Bien hecho —susurró en su oído para después besar su mejilla sonoramente. La niña soltó una carcajada, llevando sus propias manos a la boca.

La puerta volvió a abrirse, dejando entrar el aroma de la lluvia que había comenzado a caer aquella noche. Violet entró tambaleándose, miró un segundo a los presentes y siguió su camino hacia la antigua habitación que compartía con Powder y los demás niños cuando era más chica.

—Está ebria —notó Ekko—... otra vez.

Jinx resopló, resignada. Colocó a Kyan en los brazos de Ekko para que sentara a cada niña en cada una de sus piernas y siguió a Vi por las escaleras.

La mayor intentó cerrar la puerta de la habitación lanzándola detrás de sí, pero Jinx alcanzó a detenerla.

—¿Qué mierda te sucede? —exclamó la menor—. Cada vez que terminas una reunión regresas apestando a alcohol. 

Violet se dejó caer sobre el colchón.

—Aquí ya no hay, así que tuve que ir a conseguirlo en otro lugar —respondió despreocupadamente.

—¿Estás loca? No quiero que las niñas te vean así.

Vi chasqueó los labios y le dio un trago a otra botella que tenía oculta bajo la cama. Jinx se la arrebató, rompiéndola contra el suelo y obligándola a ponerse de pie de un salto cuando los cristales salieron disparados sobre sus botas.

—¡Carajo, Jinx! 

—¡Ya despierta, idiota! ¿Te parece que ahora, justo ahora, necesitamos que estés alcoholizada todo el jodido tiempo?

—¡Para ti es fácil decirlo! —replicó Vi—. Tienes a Ekko contigo, y a tus hijas. ¡A mí ya no me queda nada más que esta jodida guerra!

—¡Todavía me tienes a mí! —exclamó Jinx, paralizándola—. ¡Todavía-me-tienes-a-mí! —enfatizó, golpeando con el puño el pecho de su hermana tras cada palabra dicha—. Y siempre ha sido así. Pero tú elegiste tu lado… y yo elegí el mío. Y ahora que volvemos a estar en el mismo camino, decides solo… ¡volver a largarte!

Violet palideció, sin poder mover un solo músculo, sin saber si estaba sintiéndose mareada por el alcohol o por lo dicho por su hermana. Jinx suspiró pesadamente, sin poder mirarla y se dejó caer sobre la cama.

—Sigues sin entenderlo, hermana —murmuró—. Siempre estoy contigo, incluso a mundos de distancia.

Lo último que Jinx logró sentir fue el cálido abrazo de la mayor, rodeándola por encima de los hombros, Vi ocultó el rostro en el hueco de su cuello. Su agarre se sentía tembloroso y su cara humedecida por las lágrimas.

Todo lo que había sucedido entre ambas por fin estaba cobrando factura, comenzaba a tener mucho más peso, al igual que el amor que sentían una por la otra.

—Nunca te rendiste conmigo, ¿verdad? —preguntó Jinx. Vi negó en silencio, apenas logrando mover la cabeza con lentitud—. Entonces, ¿por qué te estás rindiendo contigo?

Violet se alejó de ella, secándose las lágrimas con una sonrisa llena de ironía.

—Suenas igual a mamá.

Jinx resopló, curveando los labios.

—Te sorprendería lo mucho que te puede cambiar traer al mundo a dos bolas de carne llenas de energía y sin ningún freno de emergencia con ellas —respondió con un tono burlón, tratando de disipar el ambiente pesado—. Ahora entiendo mejor a mamá.

Vi tomó asiento a su lado.

—Supongo que siempre fue así, ¿no? —preguntó—. Siempre hemos sido las dos.

Jinx asintió con un sonido mostrándole una sonrisa ladina que Vi correspondió.

No había nada en el mundo que pudiera borrar esa emoción. La conexión de dos hermanas que durante años se habían perdido, solo para volver a encontrarse.

La puerta de la habitación, que había quedado entrecerrada, se abrió. Isha la atravesó corriendo como un diminuto torbellino. Buscaba a mamá. Había estado un buen rato tratando de escapar de Sevika y Ekko después de escuchar la botella rompiéndose contra el suelo.

En cuanto notó que su madre se encontraba bien, los ojitos que antes buscaban calculadoramente al causante de su angustia,                                                        se le llenaron de lágrimas, arrugó los labios, como era su costumbre desde que era una bebé, y corrió a los brazos de su madre.

Jinx la abrazó sin titubear. Conocía bien a su hija y el impulso protector que tenía con ella.

—Tranquila, enana —susurró, acariciando su espalda mientras Isha ocultaba su rostro en su pecho—. Mamá está bien, no tienes de qué preocuparte.

Isha restregó la nariz entre sus ropas, aliviando su pesar con el característico olor de mamá, un olor que mimetizaba el de su habitación. Un olor al que ella se había acostumbrado desde que, siendo una bebé apenas, se acurrucaba contra su pecho mientras ella trabaja en los “juguetes” para Silco.

Sin importar cuánto tiempo hubiese pasado, mamá siempre olía a eso: a metal oxidado, aceite y pintura en aerosol.

Y ella amaba ese olor, porque era el olor de mamá.

Violet asomó la cara para buscar la mirada de Isha, la niña la observó de reojo, con el ceño fruncido. Sabía que mamá había estado molesta con ella en las últimas semanas, y si mamá estaba molesta con alguien, entonces Isha también lo estaba.

La mayor estaba consciente de eso, y también de las pésimas decisiones que habían orillado a su sobrina a mirarla de esa manera, pero comenzaba a entender que debía remediarlo, y que era momento de recuperar el tiempo perdido.

Se levantó de la cama y comenzó a rebuscar entre los cajones de uno de los muebles del fondo de la habitación, ante la mirada confundida de Jinx y los ojos curiosos de Isha, que ya se había sentado en las piernas de su madre para acurrucarse contra su pecho.

Violet volvió hasta ambas y se arrodilló frente a ellas, quedando a la altura de los ojos de Isha.

—Feliz cumpleaños, niña —dijo con una sonrisa y estiró hasta ella una pequeña caja rectangular torpemente envuelta.

Isha miró a su madre, Jinx elevó la mirada hacia el obsequio y fue cuando la niña por fin lo tomó, dibujando una sonrisa.

—Creí que tenías más músculo que cerebro, hermana —se burló Jinx y luego observó con ternura la alegría de su hija, para después hablar tan bajo que casi solo ella se escuchó—. Aunque supongo que el corazón también es un músculo…

Isha cumpliría años dentro de poco, y se lo había estado haciendo saber a todo el mundo, llevaba con ella pequeñas tarjetas de cumpleaños dibujadas por sí misma y las repartía a todos en La Última Gota.

Uno de los visitantes, ex matón de Silco, le había obsequiado una pipa, y otro una lupa que había encontrado entre sus cosas. A Isha eso la había emocionado, porque adoraba coleccionar chatarra, igual que a su madre.

Vi, por su lado, le había obsequiado una bengala, muy similar a la que alguna vez le había dado a la pequeña Powder. Cuando la niña abrió el obsequio, Jinx sintió un ligero escalofrío inundado en nostalgia. Tuvo que detener a Isha antes de que, por curiosidad, la encendiera dentro de la habitación. 

—Espero que nunca tengas que usarla —trastabilló Vi, mirándola con preocupación.

—Es nuestro trabajo asegurarnos de que no necesite hacerlo —respondió Jinx, convencida.

La sonrisa que ambas compartieron fue interrumpida por un golpe seco que resonó en la parte de abajo.

Jinx salió corriendo de la habitación con Isha en brazos, seguida de cerca por Violet. Ambas se detuvieron en seco en cuanto llegaron al final de las escaleras. La joven de cabello azul alcanzó a distinguir el sonido del llanto de su bebé.

Ekko estaba oculto detrás de la barra, utilizándola como barricada, protegiendo a Kyan con su propio cuerpo, mientras ésta lloraba aterrada contra su pecho. Sevika trataba de auxiliar a los visitantes para sacarlos del bar, evitando a toda costa al monstruo que, furioso, lanzaba objetos y destruía todo lo que se cruzaba en su camino.

—¿Vander…? —alcanzó a articular Vi.

Jinx se le adelantó a su hermana, mientras con un brazo ayudaba a Isha a aferrarse a su cuello, con la mano libre disparaba a la bestia para hacerla retroceder. Ekko logró salir de su escondite antes de que el monstruo lo destruyera junto con él.

Ambos jóvenes se ocultaron en la oficina de Silco, aprovechando el aturdimiento de la bestia. Jinx colocó a Isha en la silla detrás del escritorio y le entregó a Kyan, que había logrado calmarse un poco en cuanto vio a su madre.

—Volveremos en seguida —le dijo—. No salgas de aquí, ¿de acuerdo?

—¡Jinx! —la llamó Ekko, mirando por la ventanilla de la puerta.

Vander había dejado el aturdimiento de lado, y ahora se debatía en una pelea a puño limpio con Violet.

Jinx colocó la piedra Hex dentro de su arma y le dio un último beso en la frente a sus dos hijas, saliendo de la oficina.

Vander lucía molesto, su mirada era rojiza. Parecía buscar algo con desesperación, no lograba reconocer su alrededor ni a quiénes estaban intentando detenerlo. Jinx disparaba, sin causarle menor daño, porque parecía que su piel ahora era mucho más resistente. Violet trataba de hablar con él, pero el animal simplemente no cedía, eran cuatro contra uno, y ellos iban en desventaja.

Pero sabían que no podían rendirse, tenían que detenerlo de alguna forma, porque de otra manera, terminaría llegando hasta las niñas.

En un momento, el estruendo se hizo cada vez más caótico, los golpes más fuertes, todo parecía caerse a pedazos. Entonces, el llanto de Kyan se escuchó del otro lado de la puerta, y Vander se detuvo en seco.

Se abrió paso entre los escombros y lanzó lejos a Jinx cuando se interpuso frente a él, dejándola herida en el suelo. Ekko y Violet tuvieron el mismo destino cuando el brazo contrario de Vander los impulsó hasta romper con sus cuerpos las vitrinas detrás del mostrador.

La bestia tiró la puerta con un solo movimiento de su garra.

Isha dio un salto de la silla, abrazando con fuerza a Kyan, y retrocedió a paso cuidadoso cuando la bestia caminó peligrosamente hacia ella.

—¡Vander! ¡No te atrevas a tocarlas! —exigió Jinx, arrastrándose hasta él con desesperación—. ¡Aléjate de ellas! 

Pero no obtuvo ningún gesto por parte de la bestia. Era como si no la escuchara. Jinx intentó ponerse de pie con dificultad, cruzando una mirada frenética con la mayor de sus hijas.

—¡Isha, corre! —le suplicó, pero la niña no pudo moverse, estaba aterrada.

Vander terminó a una distancia tan pequeña de ambas que su aliento terminó resoplando en el rostro de Isha, agitando sus cabellos teñidos. El llanto de Kyan no se detenía, y él parecía aturdido por el sonido.

Isha elevó la mirada hasta él, observándolo fijamente, incluso mostrando un gesto aterrado, ella estaba dispuesta a hacer lo necesario para proteger a su hermana.

Vander quedó prendado a los decididos ojos de Isha, su mente vaciló, sus recuerdos se entremezclaron, retrocedió agitando la cabeza para intentar disipar el dolor y la nubla. Gruñía, como si fueran gritos de desesperación.

Luego, volvió a elevar la vista hasta ellas, clavando su mirada calmada, verde-amarilla, en la niña y con voz gutural apenas pudo articular una palabra.

—¿Powder…?

Jinx se quedó inmóvil ante la voz de su padre y el recuerdo de lo que su propio nombre trajo a ella.

Nuevamente miró a Isha y un flashazo de sí misma vino a su memoria. Sus ojos no mentían.

Esa niña era el vivo reflejo de su madre.

Notes:

El spin-off de esta historia que relata sobre la Realidad Alterna que Ekko ve y se cuenta en el capítulo 18 ¡ya está publicada!
Se llama "What have they done to us" y pueden encontrarla aquí. Será una historia Timebomb angst/soft/confort con final feliz. ¡Vayan a darle amor!

También pueden encontrarla entre mis series. La serie se llama "Universo NMLY" y es la parte 3 ♡

Chapter 26: XXVI. Lavanda

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Los ojos de Isha se iluminaron como dos ámbares cristalinos cuando escuchó la voz de Vander por primera vez en meses, justo después de creer que lo habían perdido para siempre.

La llamó “Powder”. Isha había escuchado ese nombre antes, sabía que tenía que ver con mamá, pero no alcanzaba a comprender toda la historia detrás de él. Y en el fondo no quería hacerlo, porque mamá lucía triste cuando la llamaban así.

Y a Isha no le gustaba ver a mamá triste.

Vander intentó dar un paso al frente, Isha permaneció inmóvil con Kyan llorando en sus brazos. Muy a pesar de la bondad que había vuelto a ver reflejada en sus pequeños ojos, Isha sabía que su prioridad era proteger a su hermana menor, ponerla en riesgo frente a una voluble bestia no era una opción, no mientras mamá y papá estuvieran tan lejos de ellas.

Vi se lanzó contra la bestia, tomándolo por el cuello para alejarlo de las niñas. Vander rugió, intentando comunicarse con ella, pero la muchacha estaba demasiado concentrada en mantener a sus sobrinas a salvo. Jinx por fin se levantó con dificultad para correr hasta ambas niñas, tomó a Kyan en uno de sus brazos mientras aferró a Isha contra su pecho con el otro.

Vi se posó frente a su hermana, dispuesta a protegerla con su propio cuerpo en cuanto Vander se irguió frente a ambas. El monstruo sacudió la cabeza, tratando de nivelar sus pensamientos, un montón de voces lo atacaron, su mirada viraba del verde-amarillo al rojo encendido.

“Recupera a la niña. Asesina a los demás”.

Repetía la voz de Singed, mezclándose con la de una adolescente Violet que repetía su nombre incansablemente.

Momentos de su antigua vida volvieron a él como relámpagos fugaces apenas perceptibles. Su tiempo en el bar cuando Felicia y Silco estaban con vida, las bromas de mal gusto de Benzo, las risas de Powder y Vi cuando eran solo unas niñas. Su estancia en el Heraldo, pasando tiempo valioso con Isha, su primera nieta, a la que más lograba recordar.

Isha…

Esa niña que justo en ese momento, con sus enormes ojos dorados, lo analizaba con terror. Aun cuando en tiempos anteriores, con esos mismos hermosos y brillantes ojos felinos, solía mirarlo con curiosidad, bondad y siempre teniendo una sonrisa cálida para él.

Retrocedió un paso, quejándose de dolor, aturdido, como si quisiera decir algo pero sin poder hacerlo.

—I… —gruñó—, sa…

De momento, todo el lugar se quedó en silencio, expectante. Aquella voz gutural les había causado escalofríos.

Isha se separó del abrazo de su madre para intentar pasar de largo a su tía, pero Jinx alcanzó a sostenerla por la muñeca.

Vander volvió a sacudir la cabeza cuando se percató del movimiento de Isha, el recuerdo de las órdenes de Singed parecía querer volver a dominarlo.

Isha miró a su madre con pena por aquel monstruo.

“Es el papá de mamá”.

Insistió la pequeña, Jinx tragó en seco.

—No, pulga, él ya… ya no está.

Isha frunció el ceño. No era común que mamá no creyera en su palabra.

“Sí está. Es él”.

Isha intentó zafarse del agarre de Jinx, pero la joven no cedió, su miedo a que la terquedad natural de su hija la obligara a alejarse era más grande.

—Isha, vuelve aquí —ordenó.

“Mamá, créeme”.

Los ojos suplicantes de la niña se clavaron en el pecho de Jinx. La conocía mejor que nadie, sabía que lo haría, se alejaría para ir hacia él, de una u otra forma. Era su hija después de todo.

Y poco a poco soltó su mano.

La niña caminó con lentitud hasta el monstruo. Ekko no parecía convencido con la decisión que Jinx había tomado, pero la joven le insistió con la mirada para que no interviniera, claro que el muchacho, de igual manera, permaneció lo bastante cerca de Isha como para ser capaz de protegerla en caso de ser necesario.

Para la sorpresa del joven, como de todos los demás, Vander permaneció inmóvil, mirando con sus ojos verde-amarillo a la pequeña que había llegado hasta él con paso cuidadoso.

Isha le sonrió.

“Te extrañé”.

Le dijo. Los adultos sintieron el mundo volverse pequeño, sobre todo Jinx, que conocía bien a su hija y sabía que no solía decir eso a todo el mundo, solo a ella y a Ekko, y ahora… a su abuelo también.

Isha elevó las manos hacia él, Vander descendió la cara hasta quedar frente a la de Isha, ella puso sus dedos en el peludo rostro de la bestia y, en cuanto Vander parpadeó con un gruñido enternecido, sonrió.

—Ish… a —masculló entre los colmillos.

La niña se abrazó a él, con las lágrimas rebeldes contorneando sus mejillas. Jinx se acercó a ellos con paso trémulo, arrodillándose a la altura de Isha para que la pequeña se colgara a su cuello en un abrazo.

La muchacha observó a Vander aun con la niña aferrada a su cuerpo, separó a Isha de sí con sumo cuidado y secó sus lágrimas.

—¿Sabes qué es Vander de ti? —le preguntó con una sonrisa a punto de desbordarse. Isha ladeó la cabeza, confundida—. Es tu abuelo, enana.

Terminó con la misma sonrisa acompañada de las señas correspondientes para esa última oración. Porque Isha nunca había usado esa palabra, ni siquiera con Silco, él había muerto cuando la niña todavía era muy pequeña, y mucho antes de que Jinx aceptara lo mucho que lo amaba.

Como a un padre.

De alguna forma se le rompió el corazón, porque tal vez también debió decirle a su bebé que se refiriera a él de esa manera, tal vez a Silco le habría agradado, tal vez, por un breve segundo, lo hubiera hecho feliz.

Vi sintió un escalofrío. Había estado bloqueando en su cabeza el hecho de que estuvo peleando a muerte con quien alguna vez consideró su padre.

Isha abrió los ojos como un búho y corrió hasta Vander, señalándolo con entusiasmo para después hacer aquella nueva palabra que mamá le había enseñado.

“¡Abuelo!”.

Jinx sonrió entre lágrimas y asintió. Isha se abrazó al enorme cuerpo del animal. Su familia cada vez era más grande, y eso la hacía muy feliz, sobre todo porque al inicio solo eran mamá y ella.

Y esta vez, no importaba a dónde volteara, tenía alguien que cuidaba de ella y que estaba dispuesto a protegerla a como diera lugar.

Kyan soltó un pequeño sonido angustiado para llamar la atención de Isha. Era claro que la bebé estaba terriblemente apegada a su hermana, y esta vez la sentía demasiado lejos de ella y de mamá, y eso no le gustaba.

Vander fijó su atención en la bebé. Apenas la recordaba, después de que nació habían pasado tantas cosas y ellos se habían mantenido tan separados que apenas logró verla una vez.

Cuando Ekko la alejó de su madre.

Miró al muchacho a pocos pasos de distancia de Jinx y comprendió que había pasado más tiempo del que tenía consciencia, porque todo con ellos parecía haber mejorado, y porque la bebé estaba mucho más grande que cuando tenía solo unas pocas horas de nacida.

Sintió las manos de Isha tirando de su mano garruda y la siguió sin objeción. Fueron varios pasos para Isha y solo dos para Vander, pero pronto se encontró de frente a Jinx y la bebé que se escondía contra su pecho.

—Creo que no pudiste conocerla muy bien… —murmuró Jinx, sin poder evitar que las lágrimas salieran de sus ojos—. Ella es Kyan… también la hice yo, con un poco de ayuda —señaló a Ekko con una mirada burlona y el muchacho solo se encogió de hombros, avergonzado.

De haber sido aquel viejo Vander que recordaba, seguramente lo habría perseguido por cada callejón de la ciudad hasta dar con él, todo por haberse metido con la más pequeña de sus hijas.

Pero Vander no parecía sorprendido, de hecho, él realmente creía que Isha era hija de Ekko. Había notado la conexión que su hija y el muchacho tenían desde niños, y con todo lo que estaba pasando, la verdad era mejor para todos dejar las cosas así.

La bebé se quedó mirando con curiosidad el rostro animal de su abuelo. Vander se acercó lentamente hasta ella, resoplando contra sus cabellos.

Kyan soltó un pequeño estornudo cuando sintió las cosquillas en la nariz, frunció los labios al inicio, porque no estaba acostumbrada a esa sensación extraña, y no le había gustado. Pero mamá besó su mejilla de inmediato y comprendió que todo estaba bien. Soltó una carcajada que hizo a Vander erguirse.

La niña estiró sus manos hacia él, balbuceando, acariciando su pelaje con una sonrisa. Jinx dibujó un gesto maternal al ver a sus dos hijas jugueteando con las barbas de Vander. Nunca, jamás, se imaginó que podría ver algo así alguna vez.

Violet dio un paso al frente, intentando analizar que lo que estaba viendo no era ninguna alucinación. Su padre… ¿realmente había vuelto con ellas?

Vander por fin la miró y Jinx dio un paso hacia atrás, haciéndole una señal a su hermana para que hiciera lo que estaba pensando. Vi se abalanzó sobre Vander, abrazándolo, como la niña pequeña que lo había perdido en aquella fábrica de conservas años atrás.

—Creí que no te volvería a ver… —sollozó entre sus brazos.

Vander solo correspondió su abrazo, soltando un sonido desde su pecho que de alguna manera logró reconfortar a su adorada Violet.

 

 

Con ayuda de Sevika, que parecía no querer cruzar miradas con Vander, Vi y Ekko desplazaron los muebles dañados hacia el exterior del bar, dejando un espacio lo suficientemente amplio como para que Vander descansara.

La noche ya comenzaba a pesar para todos. Jinx e Isha se habían dado a la tarea de llevar almohadas y cobijas desde su habitación hasta esa parte del bar, porque Isha quería que su abuelo estuviera lo más cómodo posible.

Vander había caído rendido después de un buen rato jugando con Isha, se suponía que en el juego intentaba atraparla, pero simplemente fingía que lo hacía, su tamaño apenas y le permitía moverse en el lugar, aunque Isha se veía feliz con eso y para él era suficiente.

Cuando se recostó en el suelo, la niña se trepó hasta él, acurrucándose sobre su pecho, que le triplicaba el tamaño.

Kyan, que había estado intentando seguir el paso de su hermana a gatas, se aferró al pelaje de Vander, intentando trepar hasta Isha, pero su propio peso fue más fuerte y terminó cayendo al suelo. Se quedó ahí, sentada, llorando, porque mamá no estaba cerca para consolarla.

Isha intentó bajar para ayudarla, pero Vander fue más rápido, acercó la nariz al rostro de Kyan y comenzó a olfatearla, provocándole una sonrisa y varias carcajadas.

Jinx llegó corriendo después de escuchar el llanto de su bebé, solo para toparse con la escena de Vander cuidando a ambas niñas como seguramente siempre lo hubiera hecho de haber tenido un destino diferente.

En cuanto Kyan notó la presencia de mamá, la llamó con sus sonidos comunes y estiró sus manitas hasta ella, cerrando y abriendo los puños para que la tomara en brazos.

Porque era manipuladora, igual que su hermana.

—Hora de dormir, Isha. Vamos.

Jinx estiró la mano hacia ella, pero la niña se rehusó negando fervientemente con la cabeza. La muchacha intentó insistir con una mirada ligeramente más estricta, pero Isha solo se limitó a esconderse en su abuelo.

Una parte de la joven madre comprendía la emoción de Isha por permanecer junto a Vander, ella misma quería hacerlo, pero de vez en cuando también tenía que comenzar a comportarse tan madura como supuestamente debería serlo una madre.

—¿Por qué no dormimos aquí por esta noche? —intervino Vi—. Será como una pijamada, como-

—Cuando éramos niñas —completó Jinx con un suspiro, y luego observó a la mayor de sus hijas, resignada—. De acuerdo.

Violet había abogado por sus sobrinas, y eso Isha lo había notado, sonrió entusiasmada, dio un salto desde el cuerpo de su abuelo y se dirigió hacia Ekko, tirando de su pantalón.

“Papá, ¿vas a quedarte con nosotras?”.

Preguntó. Ekko sintió una oleada de calidez inundando su pecho. Isha no tenía una idea de lo mucho que él amaba que lo llamara de esa manera.

De lo mucho que amaba ser su padre.

Se agachó a su altura, frunciendo el ceño, apenado por romper la ilusión de la niña.

—Debo volver, pequeña, tengo que avisar que las reuniones serán solo en el árbol a partir de ahora —miró a Vander con media sonrisa, y luego sintió los brazos de Isha rodeando su cuello—. Volveré por la mañana, ¿de acuerdo? —dijo, separándola de sí para secar sus lágrimas—. ¿Cuidarás a mamá y a Kyan por mí?

Jinx rodó los ojos con una sonrisa. Él sabía mejor que nadie que no necesitaba protección, pero entendía que Isha se sentía mejor cuando le dejaba alguna “misión” que cumplir antes de marcharse. La pequeña asintió con los labios aún en un puchero.

—Esa es mi niña —elogió Ekko, con orgullo, volviendo a captar la mirada iluminada de su hija.

Jinx dio un paso hasta ellos, acariciando los cabellos de Isha para despejarla de la tristeza que aquella despedida estaba dándole.

—Hay un proyecto que todavía no hemos terminado, ese será el final, después de él podremos planear el primer ataque —comenzó a explicar Jinx.

—Lo sé, tranquila —intervino Ekko—. Podremos manejarlo por esta noche.

Ambos quedaron prendados uno del otro. Cualquier situación que involucrara sus sentimientos los ponía entre la espada y la pared. No tenían ni idea de cómo manejar su relación, si es que tenían una, porque no eran tan listos cómo para entender del todo lo que sucedía entre ellos, y eso los estresaba.

A veces, ambos idiotas olvidaban que ya tenían dos hijas de por medio y su romance había pasado al siguiente nivel.

Kyan hizo un sonido dulce para llamar la atención de su padre, lo que terminó sacando a ambos jóvenes de sus pensamientos. Ekko se agachó a la altura del rostro de la pequeña y, con una sonrisa, frotó su nariz y la de ella.

La niña rio a la par de su padre y él se despidió de ella con un beso en la frente. Marchándose junto con Sevika.

 

 

Aquella noche, Vi y Jinx se quedaron despiertas charlando por horas, por un breve instante volvieron a sentirse como aquellas dos hermanas pequeñas que solo se tenían la una a la otra en ese jodido mundo cruel.

—Como aquella vez que el cabello se te atoró en esa grieta —narró Jinx con un tono burlón—. Mamá tuvo que cortártelo todo.

—Y desde entonces prefiero usarlo así —aceptó Vi, avergonzada, y luego suspiró con nostalgia—. Me gustaba porque mamá adoraba cortar mi cabello, se le veía feliz cuando lo hacía.

—Sí, lo era…

Jinx acarició el cabello de Isha, que se había recostado en su regazo, con ternura. Ella también adoraba arreglar el cabello de su hija mayor, comenzaba a comprender que Felicia lo hacía porque, al igual que ella, se sentía útil frente a sus hijas.

Una parte de Jinx anhelaba que sus pequeñas siempre la necesitaran, sin importar la edad que tuvieran, incluso si era solo para arreglar su cabello.

Kyan, que había estado gateando sin control en los últimos minutos, llamó la atención de su madre con palabras que solo ella entendía. La bebé se encontraba casi al otro lado de la habitación, explorando su entorno.

Porque claramente la curiosidad la había sacado de su hermana.

Y eso era un martirio más para Jinx, porque justo cuando creía haber terminado con una, comenzaba con la otra. No tenía escapatoria.

—¿Qué está diciendo? —preguntó Vi.

—Ni idea —respondió Jinx con un gesto agotado.

—¿Entenderla no es un superpoder maternal o algo así?

Jinx miró a su hermana mayor con una ceja alzada.

—¿Eres idiota? —se burló, conteniendo la risa.

Kyan tiró de uno de los manteles apilados, provocando que el cesto que se hallaba encima de ellos cayera de lleno al suelo, sobre ella, atrapándola como a una pequeña presa.

Vi y Jinx contuvieron la risa porque en cuanto la niña cruzó la mirada con su madre a través de su diminuta prisión, comenzó a fruncir el entrecejo y temblar los labios, dispuesta a llorar.

Cuando el llanto de la niña comenzó, Isha se levantó de golpe, casi compitiendo con su propia madre para ver quien se acercaba primero a Kyan, pero Violet las detuvo, se puso de pie y se dirigió hasta la niña.

Sacó el cesto de encima de ella y, sin esperárselo, la pequeña se aferró a su pantorrilla. Cuando Vi descendió la mirada, Kyan elevó sus manos hacia ella, abriendo y cerrando los puños.

La joven no alcanzaba a comprender lo que eso significaba y se podía notar a simple vista en su gesto.

—Quiere que la cargues, genio —le dijo Jinx desde su lugar.

Vi, dudosa, tomó a la niña en brazos. A Kyan no le gustaban los extraños, pero Violet ya no era una extraña, literalmente acababa de salvarla de una muerte segura, ¿verdad? Nadie que fuera peligroso para ella haría algo así.

La pequeña se acurrucó en los brazos de su tía, quedando embobada en sus ojos.

Los mismos ojos de mamá, pero de un color distinto.

Vi volvió hasta donde Jinx se encontraba. Isha se acercó hacia ella cuando se sentó en el suelo con la bebé en brazos.

—Tranquila, niña, no le haré daño —se adelantó a decir.

Observó la mirada de Isha, creía haber hecho una tregua con ella, pero a veces olvidaba que Isha era una hermana mayor al igual que ella.

Y, al igual que ella, haría cualquier cosa por proteger a su pequeña hermana.

Vi fijó su mirada en Jinx que estaba demasiado concentrada en los gestos de Isha.

Le sorprendía que aún después de todo lo que le había hecho, ella le permitiera estar tan cerca de sus sobrinas. Porque bien sabía que no tenía el derecho, y no culparía a Jinx si un día quisiera arrancárselas de las manos.

Por poco perdía a toda la familia que le quedaba.

Sus hombros comenzaron a temblar, elevó la mirada al techo para regresar las lágrimas a sus ojos. Kyan se aferró al cuello de su ropa para llamar su atención, Isha dio un paso curioso al frente.

Tomó el rostro de Vi con ambas manos, apretando sus mejillas y ladeando la cabeza para analizarla con la mirada.

“¿Te duele algo?”.

Preguntó la pequeña al separarse de ella. Vi negó, le había costado trabajo, pero logró aprender lengua de señas cuando se lo pidió a Ekko, sin que Jinx estuviera del todo enterada.

—Isha… —dijo—, te hice cosas horribles, a ti y a tu madre… y no sabes cuánto lo siento.

La pequeña dio otro paso al frente cuando Vi no pudo contener más las lágrimas, y se abrazó a su cuello. La mayor escondió su rostro en el cuerpo de la niña, aferrando a Kyan contra su pecho también.

¿Esa era su manera de decirle que ya la había perdonado?

Las miró entre la nubla de las lágrimas. Ambas tenían un enorme parecido a Jinx, a su Powder.

Todavía seguía sin poder creer que su pequeña hermana era madre de dos niñas hermosas que tenían un corazón noble. Eso solo podía hablar bien de Jinx porque, a pesar de su caos personal, logró criar a ambas con todo el amor que tenía en los huesos.

Con todo el amor que como madre era capaz de dar.

Esas dos pequeñas ahora eran la generación siguiente en su problemática y peculiar familia, ahora debían romper el ciclo, protegerse la una a la otra, amarse incondicionalmente y, sobre todo, siempre confiar en su palabra, nunca separarse.

Nunca cometer el mismo error que Jinx y ella cometieron.

—Siempre tan sentimental, hermana —bramó Jinx, sin dirigirle la mirada para no tener que aceptar que estaba igual que ella.

 

 

La madrugada ya estaba bastante avanzada, en el bar dominaba la tranquilidad y los ronquidos de Jinx y Vander. La puerta principal se abrió de golpe, la corriente de aire mezclada con la lluvia y el estruendo de los relámpagos terminó despertando a las adultas.

Violet fue la primera en ponerse de pie, mientras Jinx arropada a Kyan en los brazos de Isha que aún estaba dormida.

Para sorpresa de ambas, Ekko y Sevika entraron, llevaban a cuestas un tercer cuerpo con ellos. Cuando lo dejaron caer al suelo, por fin lograron distinguir su rostro.

—¿Jayce? —Vi dio un paso al frente—. ¿Qué hace él aquí?

—Estaba rondando por los callejones cuando nos lo encontramos, el niño mosca lo reconoció de inmediato —explicó Sevika.

Ekko puso mala cara hacia la mujer, que no le dio importancia, y luego volvió su atención hasta el sujeto.

—Lo conozco porque él, Heimerdinger y yo —explicó con cierta tristeza en la voz, y luego observó a Jinx con complicidad—, fuimos parte de… un acontecimiento peculiar.

Y la verdad era que Ekko no había visto al sujeto desde aquel día en su laboratorio en Piltover, antes de que todo lo que sucedía con Kyan ocupara absolutamente todos sus pensamientos.

Jinx dejó a Kyan y a Isha dormidas junto a Vander y miró a Jayce con el rostro ensombrecido.

“Entrégueme a Jinx. Y a la niña que se supone es su hija”.

Ese momento, en el que había espiado la conversación de ese sujeto con Silco, se repetía en su cabeza una y otra vez, porque de alguna manera había sido un detonante para lo que le sucedió al hombre.

Para lo que ella le hizo a Silco.

Jayce despertó, quejándose de dolor mientras intentaba incorporarse otra vez sobre el suelo. Observó a Jinx y se levantó de golpe, intentando alejarse de ella, lo que provocó cierto placer en el gesto de la muchacha.

Vi intentó calmarlo, a pesar de que no eran amigos, lo último que quería era que se desatara otra pelea dentro del bar, sobre todo con las niñas ahí.

—¿Qué es lo que haces aquí? —preguntó Ekko, ayudándolo a ponerse de pie.

Después de analizar su alrededor, Jayce se aclaró la garganta, tratando de evitar la mirada mordaz de Jinx.

—Caitlyn planea atacar en tres días, utilizará toda la tecnología Hex que Piltover posee contra Zaun —explicó—. Vengo a advertirles. No tendrán ninguna oportunidad… a menos que acepten mi ayuda.

Jinx soltó una carcajada rasposa y sonora.

—¿Por qué crees que aceptaríamos tu ayuda?

—Porque soy el único que sabe cómo destruir esa tecnología y los robots a los que mueve… Después de todo, fui yo quien los creó.

La mirada ensombrecida de Jinx se clavó en él como un montón de balas dispuestas a llenarle el cuerpo de agujeros.

—¡Lo sabía! ¡Tú también estabas detrás de todo esto! —masculló, dando pesados pasos hasta él—. Todo este tiempo tú y esa estúpida Vigilante se han empeñado en hacerme la vida imposible, pero no dejaré que intentes volver a quitarme a mi hija.

Jayce tragó en seco, mirándola con genuina vergüenza.

—Comprendo tu molestia, sé que actué mal y lo lamento, pero justo ahora tenemos un problema más grande.

—¿Qué problema podría ser mas grande que el riesgo que corre tu vida ahora? —se burló Ekko.

—Viktor —respondió Jayce. Los presentes se quedaron enmudecidos, porque en el fondo todos creían que estaba muerto—. Lo que Ambessa planea es utilizar la magia Arcana para dominar no solo Zaun, sino toda Runaterra. Ella no alcanza a comprender que también es una marioneta más del Heraldo.

—Esa no es nuestra guerra —sentenció Ekko—. Ya no pensamos poner en mas riesgo a los nuestros, suficiente tenemos con ustedes, piltillos idiotas.

Jayce se forzó a guardar la compostura.

—Si no detenemos a Viktor, no solo Zaun terminará hecho trizas —lo observó con preocupación—. Nuestra propia realidad… desaparecerá —suspiró, mirando de reojo a las pequeñas dormidas entre las sábanas—. No habrá futuro para nadie… ni siquiera para las niñas que estás tan desesperado por proteger.

Esta vez, a pesar de que Jinx ya tenía una mano en la funda del arma, Ekko fue más rápido y sostuvo a Jayce por el cuello de la ropa.

—No te atrevas a amenazarlas —gruñó.

—Solo estoy diciendo lo que sucederá, tú mejor que nadie lo sabes, Ekko, los cientos de mundos, de realidades que existen. Viktor quiere que la nuestra sea perfecta, pero ambos sabemos que eso es imposible. Así fuera una anomalía muy pequeña, siempre habrá algo que diferencie una realidad de otra… y eso no puede alterarse.

—Incluso el aleteo de una mariposa… —continuó Ekko.

—Nuestra realidad entera corre peligro, eres el único que puede ayudarme, eres el único que sabe lo que eso significa.

Ekko miró detrás del hombre, Isha dormía con Kyan entre sus brazos. Como si nada en el mundo pudiera perturbar el sueño de ambas, porque las dos confiaban en que sus padres harían lo imposible por mantenerlas a salvo, a pesar de todo.

Incluso si tenían que sacrificar su propia vida por la de ellas.

Y si lo analizaba bien, tal vez era eso lo que la Kyan de las demás realidades no tenía.

Amor.

Aunque no alcanzaba a comprender cómo era posible, si tanto él como Jinx se encontraban ahí… ¿era acaso que quien le faltaba… era la propia Isha? ¿Ella era esa anomalía en su propia dimensión? ¿Ella había cambiado el destino de Kyan?

Desde el momento en que escuchó a su hermana dentro del vientre de su madre, Isha siempre fue parte de todo eso, del cambio que existió en el destino de Kyan.

Fue Isha quien motivó a Jinx a correr detrás de él al preguntarle qué diferencia había entre ambas niñas si las dos le pertenecían, a partir de ahí, Isha no hizo más que proteger a su pequeña hermana, incluso cuando su propia madre no se sentía capaz de hacerlo.

La niña abrazó entre sueños a la bebé. Ekko sonrió, con el corazón latiéndole con fuerza.

Tal vez en todas esas realidades, Isha era la pieza faltante en el rompecabezas, porque sin Isha, Kyan ni siquiera estaría ahí con ellos en primer lugar.

Posiblemente habrían cedido ante el miedo. Y ella, esa niña con un cuerpo tan pequeño pero con una voluntad tan grande, les enseñó que el destino funcionaba de maneras curiosas.

Les enseñó que el amor puede romper realidades y formar nuevas.

Isha había hecho eso por Kyan.

Y por ellos.

Y ni siquiera lo notó, ni siquiera se percató de lo importante que era para la vida de todos en ese lugar, y que, sin ella, su hermana habría tenido un destino terrible, al igual que su propia madre, tal vez incluso también el propio Ekko.

Entonces, el joven lo comprendió, lo complicado que era el mundo. Y lo importante que Isha era para Kyan.

Y que Isha, sin importar nada, siempre sería la salvadora de su hermana pequeña. En cualquier realidad en donde existiera.

Porque la amaba como a nadie.

Notes:

¿Ya vieron que la clave para que Kyan tuviera un destino distinto en esta realidad no eran ni Ekko ni Jinx? Isha siempre fue indispensable para Kyan, las dos son quienes son, gracias a la otra. Vivan las hermanitas (recuerden eso porque será importantísimo en el spin-off) 💖

Estoy un 90% segura de que el capítulo siguiente será el final de NMLY. Así que, ya que no puedo superar esta historia, los espero en su spin-off. Se llama "What have they done to us" y ya pueden encontrarla entre mis obras.
Es una historia Timebomb angst/soft/confort CON FINAL FELIZ porque recuerden que yo soy bien tramposa y primero los espanto jajaja
Les juro que lo que creen que pasará con Jinx no es más que un juego de su mente, mis lectores. Además, en esta realidad, Silco no se irá con San Pedro (puntos a favor).
Así que no le tengan miedo y denle una oportunidad, les prometo que les va a encantar, jajaja.
¡Vayan a darle amor! Los extraño por allá:(

Chapter 27: XXVII. Cerceta

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

El cielo escarlata se abrió paso sobre ellos. Obtener la sangre del bebé de Jinx era el principal objetivo de Ambessa, lo que la líder noxiana ignoraba era que la niña llevaba días de haber nacido, y Caitlyn se había guardado ese dato para ella.

Porque Violet se lo había pedido.

El poder controlar a una bestia capaz de destruir ejércitos enteros con solo un golpe de sus garras fue lo que impulsó a Noxus a atacar el santuario del Heraldo. Pero cuando Rictus cayó muerto a manos del monstruo, la situación se tornó personal para Ambessa.

Los ojos de Caitlyn tardaron un momento en adaptarse al caos que comenzaba a rodearla, evidentemente todo se había salido de control y el plan que había formulado con Vi para ayudar a su padre, caía en picada justo frente a ella.

Las marionetas del Heraldo habían logrado dominar a los soldados noxianos y a los Vigilantes, y ahora el campo de batalla estaba tapizado con cuerpos humanos y metálicos.

Fue cuando la muchacha logró divisar por el rabillo del ojo una familiar cabellera azul que se alejaba corriendo de la escena. Jinx llevaba a Isha en brazos a través de la batalla que se libraba en torno a ellas, estaba tan centrada en lo que necesitaba encontrar que ni siquiera la notó.

Pero, muy a pesar de la frágil tregua que había pactado con Violet, no podía quitarse de encima la molesta sensación de que estaba dejando pasar por alto una oportunidad que nunca antes volvería a tener.

Caitlyn corrió detrás de ella, manteniéndose a una distancia suficiente para no ser vista. Cuando Isha saltó de los brazos de su madre para rebuscar entre las ruinas de una de las chozas, la Vigilante elevó la mira de la escopeta, fijándola justo en la cabeza de Jinx, y colocó el dedo en el gatillo.

Y, un segundo antes de tirar de él, el llanto de la recién nacida la detuvo en seco. Caitlyn dirigió la atención a la niña que se retorcía dentro de la cuna que a duras penas se había mantenido en pie tras todo el desastre, y luego analizó la mirada de Jinx, su rostro caótico, la sonrisa malvada que recordaba y que no la dejaba dormir por las noches, sus ojos vibrantes y vacíos, se habían suavizado. Todas esas señales de locura que recordaba en ella… se esfumaron.

Escuchó los pasos plúmbeos de una de las marionetas y volvió la mira hacia ella, un cadáver metálico que todavía mantenía algo de consciencia y buscaba desesperadamente recuperar a una bebé que no le pertenecía.

—Tú aléjate de mis bebés —gruñó Jinx y algo en Caitlyn tambaleó.

No se lo decía a ella, porque ni siquiera la había notado, pero por un segundo sintió que se lo había escupido justo en la cara, porque ya una vez le había arrebatado a una de sus bebés.

Y eso no había resultado bien.

Jinx acabó más pronto que tarde con la marioneta, y se giró para tomar a la bebé entre sus manos, pegándola a su pecho, se arrodilló en el suelo y abrazó a sus dos hijas con fuerza.

Caitlyn arrugó el entrecejo y vaciló la mirada, perdiéndose entre sus pensamientos, el monstruo que ella recordaba se había convertido en madre otra vez, y la Vigilante apenas estaba comenzando a notarlo.

Sí, Jinx era una asesina, le había arrebatado todo, pero las niñas que cargaba en sus brazos no eran las culpables, y su propio rencor la hizo olvidarse de eso por un tiempo muy largo.

Por un instante, Caitlyn vio a su propia madre en la posición de Jinx, tan dispuesta como ella a hacer lo que fuese necesario para protegerla. Porque estaba segura que Cassandra también habría levantado un arma a cualquiera que se atreviera a ponerle un dedo encima.

Así como estaba segura que las hijas de Jinx serían capaces de hacer lo mismo que la propia Caitlyn si su madre hubiese estado en el lugar de Cassandra. Y ahora comenzaba a entenderlo.

Ambas eran dos caras de la misma jodida moneda.

El grito agudo de Violet la sacó de sus pensamientos. A pocos metros de ella, la joven zaunita se mantenía en una pelea contra la misma Ambessa, Violet luchaba a puño cerrado utilizando los guanteletes, pero la líder noxiana llevaba empuñado su katar, dispuesta a lanzar un ataque mortal.

Vi esquivaba lo más ágilmente posible los afilados golpes de Ambessa, pero estaba cansada, herida y débil, y Caitlyn lo sabía. Miró una última vez a Jinx y, yendo en contra de sí misma, se alejó para dirigirse hasta Violet.

Elevó el arma y, sin siquiera detenerse a apuntar correctamente, disparó. La bala atravesó el costado de Violet, causándole una herida profunda, y terminó en el cuerpo de Ambessa, que cayó inmediatamente al suelo junto a su adversaria.

Vi elevó la mirada, apretando la mano sobre la herida para detener la hemorragia, solo para toparse con Caitlyn sosteniendo a Ambessa sobre sus hombros. ¿De verdad había sido capaz de traicionarla con tal descaro? El corazón se le había vuelto a hacer añicos, al punto de no alcanzar a distinguir cuál dolor le parecía más fuerte.

Y luego cayó, casi inconsciente, en el agarre de Ekko.

 

 

 

Ambessa observó la cicatriz de la herida que la había dejado inconsciente durante semanas. Un recuerdo más de una batalla que no había concluido todavía.

—Nunca he dudado de tu puntería, niña —dijo, sin mirar a Caitlyn que se había posado a su espalda con un gesto adusto—, no me hagas comenzar a dudar de tu lealtad.

—No veo porqué —respondió Caitlyn sin borrar su gesto—. Traje a la bestia conmigo, ¿de qué otra forma esperas que te demuestre que fue un accidente? No sabía que la bala atravesaría.

Ambessa torció la mueca, y por el rabillo del ojo la acechó con una mirada acerada.

—También perdimos a la bestia —recriminó.

Caitlyn dio un paso al frente.

—¡Esa no fue culpa mía! Singed nos aseguró que su mente era impenetrable, ¿cómo íbamos a saber que-

—Como sea —interrumpió Ambessa—. Esa abominación genética de alguna forma se alejó y ahora lo único que tenemos para ganar esta guerra es a nuestra gente y a la tecnología Hex, además de Viktor.

—Debe ser suficiente. 

—No, no lo es. No si el niño científico que escapó anoche se pone en nuestra contra —volvió a decir Ambessa—. Escuché que era un viejo amigo tuyo. Uno que conoces desde niña.

Caitlyn trastabilló, sin ser capaz de sostenerle la mirada.

—Jayce eligió su bando, y yo el mío —aseguró.          

Ambessa le lanzó una última sonrisa desdeñosa.

—Más te vale —advirtió—. Porque en tres días daremos el primer golpe y espero que estés lista. —Se acercó peligrosamente a ella, amenazante y sin un solo gramo de duda—. No quiero más accidentes, ¿oíste?

 



Jinx se despertó de golpe, sintiendo la falta de aire y el corazón a punto de salirle disparado, tuvo que sostenerse el pecho para tratar de tranquilizarlo, para mantenerlo en su lugar.

Descendió la mirada frenética a su lado, hacia donde Ekko se encontraba dormido, roncando boca arriba, como si el mundo no se les estuviera viniendo encima. Tenía a Isha y Kyan abrazadas a él dentro de cada uno de los huecos de sus brazos, la mayor con las manos aferradas a su camiseta, mientras la pequeña dejaba descansar las suyas entre los labios.

Jinx sonrió. ¿Cómo había logrado que todo, de una u otra forma, terminara ahí? Parecía que fue ayer cuando el tipo se había colado a su habitación a través de las rendijas de ventilación solo para asegurarse que Isha estuviera bien.

Las cosas cambiaron mucho a partir de ese momento, porque después de eso no hubo instante en que se quitara a Ekko de encima, siempre había sido un padre presente para Isha, aun si la niña no llevaba su sangre, y eso era lo que más odiaba de él. 

No poder odiarlo del todo.

De alguna manera, las equivocaciones que habían cometido los dirigieron hasta ahí.

Observó frente a ella, al fondo de la habitación, entre un montón de cajas con cosas viejas de Isha, sobresalía la chaqueta que Ekko había dejado con ella años atrás, estaba hasta arriba y colgando de ellas, porque claramente la niña había estado usándola seguido y creía que mamá no lo notaría si volvía a “guardarla” en su lugar.

Se levantó con sumo cuidado para no despertar a nadie y se dirigió hasta las cosas viejas, tomando la chaqueta entre sus manos.

Esa horrorosa chaqueta.

La acercó lentamente hasta su rostro. Tenía el tenue olor de Isha, esa fragancia suave y pura de su bebé, de su primer bebé. Y una esencia perdida de Ekko, una memoria nostálgica de dos niños que jugaban juntos cuando el mundo era demasiado crudo como para sobrellevarlo. 

Escondió la cara en la tela, cerró los ojos y, por un segundo, las pesadillas se marcharon, y sus oídos se llenaron con las risas de momentos perdidos, de ilusiones lejanas.

—¿Jinx? 

Ekko la miró con un gesto consternado, sorprendido y preocupado. La joven levantó la mirada llorosa, observando sus ojos castaños, profundos y sinceros, su alma transparente. 

Llevaba a Kyan en brazos, la niña se había despertado en cuanto sintió la ausencia de su madre a su lado. Tenía los ojitos llenos de lágrimas y los puños apretados contra su pecho.

—¿Estás bien? —volvió a preguntar Ekko. Jinx asintió, dejando la chaqueta de nuevo en su lugar y secando las lágrimas de sus mejillas—. No creí que todavía la tuvieras.

Jinx torció los labios en una mueca.

—¿Tienes una idea de la rabieta que hizo Isha la última vez que intenté quitársela? 

Ekko sonrió, conmovido. Nunca creyó que Isha estuviera tan encariñada con él, sobre todo no desde entonces. Desde que era tan pequeña que, por mucho tiempo, él creyó que ni siquiera lo recordaría.

Algo en su pecho se llenó de alegría. 

Su ahora hija, siempre había sido suya.

Kyan se quejó en los brazos de Ekko, retorciéndose y estirando las manos hasta Jinx.

—Intenté calmarla, pero… —trató de decir el muchacho mientras la mecía, pero la bebé solo comenzó a llorar con mayor desesperación.

Jinx torció los ojos con una sonrisa.

—Nunca podrás hacerlo, niño bobo —dijo—. Tiene hambre.

Y tomó a la pequeña, en cuanto ésta sintió el abrazo de su madre, ahogó su llanto restregando la nariz contra su pecho, mientras sus manitas desesperadas buscaban aferrarse a su escote.

Isha, que había terminado despertándose debido al alboroto, tiró de la ropa de Ekko para llamar su mirada. Sus ojitos dorados y somnolientos buscaban una respuesta de lo que estaba sucediendo.

Cuando la niña notó que todo estaba bien, bostezó, frotando sus párpados para intentar contener (sin éxito) el sueño, y elevó las manos hasta Ekko.

El muchacho la tomó en brazos, permitiendo que la pequeña recostara su cabeza sobre su hombro. Jinx peinó su cabello con dulzura, llevando los mechones de su frente detrás de sus orejas para darle un beso suave en la sien.

La joven se sentó a la orilla de la cama, con las piernas cruzadas sobre el colchón para poder alimentar cómodamente a Kyan. Su espalda libre se encorvó para intentar mantenerse a sí misma más cómoda, pero la verdad era que, aunque la bebé estaba complacida y perfectamente confortable, su madre tenía un dolor de espalda que cargaba desde meses atrás, cuando comenzó a amamantarla.

Un dolor que a Jinx no le preocupaba, no era algo que no pudiera tolerar, el solo hecho de mirar a su pequeña alimentándose de su seno mientras sus ojos enormes y magentas le sonreían, era suficiente para hacerla olvidarse de la incomodidad. 

Ekko, con su mano libre, colocó una almohada detrás de Jinx, sentándose tras ella, de manera que su espalda fuera un soporte para la de la muchacha. 

El alivio que Jinx sintió en ese momento la hizo erguirse por la sorpresa, y buscó con la mirada de reojo el rostro de Ekko, pero el muchacho no se movió, se limitó a acurrucar a Isha entre sus brazos, de la misma forma que Jinx mantenía a Kyan.

—Hazlo, no me voy a mover —dijo él—. Te dolerá menos la espalda.

Y no estaba equivocado, pero no dijo nada más después de eso. No necesitó hacerlo tampoco, porque lo que ambos sintieron en ese momento fue más que suficiente. 

Los dos, espalda a espalda, sosteniéndose a sí mismos, sosteniendo al otro, sosteniendo a sus hijas, sosteniendo a su pequeña familia, a la vida que estaban comenzando a formar juntos.

Como un equipo. Como cuando eran niños.

—¿Qué nos espera después de esto? —preguntó Jinx, elevando la mirada al techo apenas iluminado por las luces de colores que alguna vez había puesto para que Isha no tuviera miedo de la oscuridad por las noches.

—¿Después de la noche…? —inquirió Ekko, tratando de evitar la pregunta real que tenía en mente.

—Después de la guerra.

Ekko pudo sentir como el delgado cuerpo de la joven comenzaba a temblar, tenue, porque seguramente se estaba forzando a no transmitir esa preocupación a la pequeña que, inocentemente, se alimentaba de ella.

Pero era claro que estaba asustada, y era aún más claro que no estaba asustada por sí misma.

El joven trató de hablar lo más bajo que pudo para no perturbar el sueño de las niñas.

—No va a pasarles nada, Jinx.

La muchacha guardó silencio un segundo, tomando aire con fuerza.

—¿Y a nosotros…?

Una pregunta que había dado directo en un nervio, porque Ekko no tenía una respuesta para ella, no podía asegurarle que sus vidas no correrían peligro.

Estaban en una jodida guerra después de todo.

Jinx descendió la mirada hasta Kyan, separándose de ella en cuanto notó que estaba comenzando a quedarse dormida, acarició sus cabellos azules, enroscando el meñique en el mechón blanquecino que claramente había heredado de su padre.

Medio año. Había pasado poco más de medio año desde que llegó al mundo, desde aquel día en que por poco la perdía tras su nacimiento, desde el día en que, en cuanto salió expulsada de su cuerpo, estuvo dispuesta a no quedarse, y tal vez había sido su culpa. Porque ella no había hecho suficiente para hacerle ver que anhelaba que se quedara a su lado. 

Y ahora, mirarla tan apacible, sin ningún tipo de miedo, complemente a salvo, tal y como debería estar en los brazos de mamá, le transmitía tanta calma, tanto amor.

Tanto.

Dirigió la mirada sobre su hombro, sobre el de Ekko, alcanzando a observar la cabeza de Isha, sus cabellos con una mezcla delicada entre azul y marrón, tan alborotados como siempre, desde que era una bebé; y, como siempre, desde que era una bebé, había sido un caos, al igual que ella.

Su pequeño propio caos.

Desde que era niña, después de lo que pasó en aquella fábrica de conservas, después de haberlo perdido todo, a Jinx nunca le preocupó la muerte. La veía tal y como Silco la veía, como una amiga que en algún momento tendría que toparse de frente. Nunca le interesó hacerlo más tarde que pronto, nunca le preocupó cuándo podía llegar a ella.

Hasta el día en que Isha llegó al mundo.

Entonces comprendió que su vida había dejado de ser suya y comenzó a pertenecerle a ella. Y, desde que Kyan nació, ahora su vida era de ambas.

Comprendía amargamente que las dos eran su única vulnerabilidad, que había comenzado a vivir única y exclusivamente para ellas, y que cada bala que saliera de su arma, sería para protegerlas.

Que, si ahora había una guerra pisándoles los talones, era por ellas.

Pero…

—No quiero… —continuó Jinx, con la voz rota—. No quiero dejarlas solas.

Ekko tensó todos los músculos del cuerpo, pudo sentir un dolor en la boca del estómago, y tragó en seco.

Él tampoco estaba dispuesto, no ahora que lo tenía todo.

Kyan se retorció con un quejido leve, Ekko se levantó de su lugar, colocó a Isha en el regazo de Jinx y tomó a la bebé, recostándola de forma vertical contra su pecho para poder masajear su espalda, dándole palmaditas suaves para aliviar su malestar.

En cuanto Isha sintió el cambio entre los brazos de papá y las piernas de mamá, se apresuró a trepar entre sueños hasta el pecho de la joven, quedando recostada en su abrazo con sus propios bracitos rodeando su cuello.

Jinx escondió su rostro en el cuello de Isha, y luego la atacó con besos pequeños por toda la cara. La niña sonrió con los ojos cerrados. Claramente Isha no había dimensionado que su edad era proporcional a su tamaño, y ahora pesaba más para su madre, a quien claramente no le interesaba en lo absoluto. 

Seguía siendo su bebé después de todo.

Aquellas frágiles y diminutas criaturas, que dependían completamente de ella desde el primer llanto que soltaron al mundo, eran sus bebés y siempre lo serían. Incluso si el mundo se les caía encima.

Miró a Ekko, el muchacho había estado caminando en círculos para mantener a Kyan durmiendo. Estaba segura que ni siquiera él se imaginó estar así con ella, en ninguna realidad, en ningún mundo, en ninguna vida.

Pero ahora, el osado líder de los Firelights, tenía el trabajo más difícil de su vida durmiendo en sus brazos.

Ekko la observó de vuelta, y entonces Jinx lo comprendió. 

Él tenía tanto miedo como ella.

Porque perder la guerra significaba perderlas a ellas y toda la vida que les quedaba por delante. No estaban dispuestos a eso.

 

 

Mantener a Jayce alejado de las bromas pesadas de Jinx fue lo complicado a partir de la mañana siguiente, porque la muchacha no pensaba pasar por alto lo que el sujeto había hecho.

Y todos ahí sabían que si seguía con vida era porque mantenerlo de su lado significaba una ventaja inigualable sobre Piltover.

Eso, claro, no lo mantuvo alejado de las explosiones de pintura, gas, clavos y demás cosas que Jinx adoraba hacer y, sobre todo, compartir con su hija, que ahora tenía edad suficiente para comprenderlo.

Porque mamá le había demostrado que cualquier cosa que pudiera ser peligrosa para ella, podía ser divertido si se lo hacía a alguien más.

Sobre todo, si se trataba de un piltillo desertor.

—Tiene manos más escurridizas que yo —enunció Jinx, orgullosa, después de que Isha lograra prendar una granada de pintura a las ropas de Jayce sin que él siquiera lo notara, solo para terminar empapándolo de un rosa brillante.

Jayce no dijo nada, en el tiempo que había escuchado de Jinx y después de pasar horas conviviendo con ella, había entendido la única regla primordial que todos en ese bar en ruinas tenían:

No jodas a la niña.

Isha volvió hacia mamá con una sonrisa emocionada, esperando los claros elogios que Jinx tenía para ella, la joven la cargó en sus brazos, haciéndole cosquillas con la nariz.

Era la niña de mamá después de todo.

La risa infantil de Kyan llamó la atención de su hermana, la pequeña se encontraba sentada en el suelo, jugando con su tía. Violet hacía muecas bobas para ella, mientras agitaba los dos conejos de felpa que Isha le había cedido para conseguir calmarla cuando más lo necesitaba.

Isha corrió hasta ella, para treparse a la espalda de Violet y jugar desde sus hombros, algo a lo que al parecer Vi le había tomado cariño, porque pronto llevó a la niña hasta sus brazos y, al igual que Jinx, le hizo cosquillas con la nariz hasta dejarla agotada por la risa.

Tal y como Felicia solía hacerlo con ellas.

Jinx observó a sus pequeñas, ignorantes de lo que pronto sucedería, de lo que cada vez estaba más cerca de caer sobre ellos, y no pudo evitar sentir una opresión en el pecho, una que Ekko captó inmediatamente. 

—Dijiste algo sobre formar un refugio —mencionó el muchacho, mirando a Jayce mientras éste limpiaba inútilmente la pintura sobre su ropa—. ¿De qué se trata?

—Necesitamos un lugar seguro para mantener a salvo a la población más vulnerable. 

—¿Y dónde encontraremos un lugar así? —inquirió Ekko—. Tiene que ser enorme, y estar escondido prácticamente bajo tierra. El santuario de los Firelights podría funcionar, pero si un ataque llegara a caer ahí…

—Yo sé de uno —interrumpió Jinx.

La muchacha entró a la oficina de Silco, seguida de cerca por Sevika, y rebuscó entre los muebles un montón de papeles viejos y ajados, sacando un rollo de pergamino lo suficientemente grande para cubrir todo el escritorio.

—¿Estás loca? —replicó Sevika—. Él nunca-

—Él hubiera estado de acuerdo —terminó Jinx—. Sobre todo, si es para proteger a las niñas.

—¿Qué es esto? —cuestionó Ekko, al notar los planos que Jinx había extendido frente a ellos.

—Una bodega de Brillo —respondió la muchacha—. Uno de los tantos almacenes que Silco tenía para mantenerlo escondido… de los Firelights.

Un silencio incómodo se anidó entre ambos.

—Tendremos que averiguar si es a prueba de explosiones —intervino Jayce, cortándolo abruptamente.

—Oh. Lo es —respondió Jinx, con sorna, y luego captó la mirada de sus acompañantes—, o… eso escuché.

Nadie se atrevió a decir nada, era claro que confiaban en su aseveración.

Un balbuceo característico de Kyan terminó llamando la atención de su madre. La pequeña se había quedado sentada, ya no sonreía más ante las tonterías de su tía, se había aferrado a uno de los conejos de felpa y con su mano libre masajeó sus parpados, evidentemente cansada.

Ya era hora de su siesta.

Jinx se levantó de su lugar con una sonrisa suave, en cuanto Kyan la notó, elevó su mirada hasta ella junto con sus manitas, la muchacha la acunó en sus brazos para ayudarla a dormir.

—Vamos, problemita —le dijo a Isha—, también debes tomar una siesta.

Isha negó rotundamente y luego un bostezo enorme la dominó. Jinx volvió a sonreír, ligeramente burlona, y le insistió con la mirada. La niña no tuvo más opción que acceder, se despidió de Violet con un movimiento de mano y, antes de tomar el agarre de mamá para volver hasta la habitación, corrió hacia Ekko, tirando de su pantalón.

El muchacho se agachó a su altura, Isha le dio un beso en la mejilla y corrió de vuelta hasta mamá. Jayce y Ekko dibujaron una sonrisa natural ante el gesto de la niña, pero en Ekko el instinto le había alborotado el corazón.

 

 

Jinx arropó a ambas niñas sobre la cama de la que ambas ya eran prácticamente dueñas. Kyan sonrió, tocando torpemente las mejillas de Isha en cuanto ésta la rodeó con sus brazos.

—Hora de dormir, pequeñas revoltosas —murmuró Jinx, besando la sien de ambas con dulzura.

Kyan sonrió en cuanto mamá se separó de ella, haciéndole cosquillas con el cabello que acarició su cara, una sonrisa que inmediatamente le contagió a su hermana.

Isha tomó la manita de Kyan, como si tratara de comparar el tamaño de ambas, pero los dedos de la bebé apenas alcanzaban a cubrirle uno de los suyos. La ternura con la que la mayor la miraba era perceptible incluso para su madre, que observaba embobada todo el amor que su pequeña estaba dispuesta a darle a su segunda bebé.

Isha picoteó la punta de la nariz de Kyan con suavidad, y luego, por primera vez en todo ese tiempo, le dirigió una seña exclusivamente a ella.

“Te amo”.

Jinx sonrió mostrando los dientes, con las lágrimas furtivas contorneando sus ojos.

—Kyan… —la llamó, acercándose a ambas con lentitud—, ojalá pudieras entender lo mucho que Isha te adora. —Luego abrazó a la mayor, escondiendo el rostro entre sus cabellos—. Sin importar lo que pase, ambas deben cuidarse. Háganlo siempre, porque siempre se tendrán la una a la otra.

Y, al menos, eso la dejaba tranquila.

 

 

La noche había caído más pronto de lo que Jinx se imaginó, ahora la ciudad entera se alzaba frente a ella, mientras se encontraba sentada en aquel sitio en donde ella y Vi solían sentirse dueñas del mundo cuando eran más chicas. Las luces amarillas parpadeaban en la parte de abajo, las calles vacías hacían un silencio que hacía años no se percibía en los Carriles.

—¿Hacer esto será una costumbre entre nosotros? —dijo al aire.

Ekko dio un paso al frente, saliendo de entre las sombras.

—¿Otra pesadilla? —preguntó el muchacho.

Jinx guardó silencio un momento, ¿realmente creyó que él no lo había notado? El muchacho era perspicaz, y ella lo sabía. 

—La misma —respondió, tomando aire con fuerza. Ekko se sentó a su lado en cuanto notó la intención de la joven por querer liberar eso de su pecho—. Había… mucha gente, todo era un caos, las personas gritaban, lloraban. Y yo… escuchaba a Kyan, llamándome, me gritaba, pero yo no podía alcanzarla.

—Jinx, fue solo un sueño. Kyan ni siquiera sabe hablar todavía.

—Lo sé, lo sé, pero en el sueño… yo sabía que no podía seguirla, ¿entiendes…? —bramó, llevándose las manos entre los cabellos de su flequillo—. Ya ni siquiera sé diferenciar entre un sueño y la realidad, ¿así de avanzada está mi locura?

Ekko suspiró, acortando poco a poco la distancia entre ambos.

—Todo va a estar bien, solo estás estresada —puso una mano reconfortante sobre su hombro—. Eso no le pasará a nuestra Kyan.

—Estoy aterrada, Ekko. Tengo mucho miedo. No quiero dejarlas solas, no quiero que ellas vivan de la misma forma en que tú y yo lo hicimos… No soy tan fuerte como para soportar pensar que, si algo nos sucede, no habrá nadie que cuide de ellas.

—Jinx…

—Así que estuve pensándolo —volvió a tomar la palabra—, que al menos uno de los dos debe sobrevivir —Ekko fijó la vista desconcertada en ella—. Si uno de los dos… muere, entonces el otro debe vivir, para cuidar de ellas. Al menos uno de los dos…

El cuerpo de Jinx comenzó a temblar, como si estuviera muriendo de frío, y las lágrimas cayeron como cascadas de sus ojos rosados. Ekko se acercó a ella, envolviéndola entre sus brazos para tratar de calmar su pesar.

—No soy tan fuerte, Ekko… —sollozó la muchacha, sin buscar alejarse del conforte que su abrazo le estaba dando—, no puedo soportar pensar que si algo nos sucede en esta maldita guerra… mis bebés… nuestras bebés —corrigió—, se quedarán completamente solas.

Nunca habían tenido tanto miedo en su vida.

Ekko se separó de ella con lentitud, pegando con delicadeza su frente a la de Jinx, mientras sostenía su rostro con ambas manos.

—No vamos a dejarlas solas —habló—. No van a quedarse sin nuestra protección, te lo prometo. —Jinx elevó los ojos hasta los de él, sin alejarse de sus manos. Ekko buscó reconfortarla con una sonrisa—. Veremos a nuestras hijas crecer.

La muchacha asintió, tratando de convencerse a sí misma de que así sería. Cerró los ojos con fuerza para terminar de expulsar las lágrimas atascadas dentro de ellos, solo para que su compañero las secara con un roce suave de sus dedos.

—Y, cuando todo esto termine… —dijo Ekko—. Entonces… Cásate conmigo.

Jinx se separó de él abruptamente, podía sentir el temblor en las manos, pero ni siquiera fue capaz de articular palabra alguna.

Tomó aire, tratando de nivelar los nervios que la habían comenzado a dominar y por fin se atrevió a mirar a Ekko a los ojos.

—El mundo se está cayendo a pedazos sobre nosotros, ¿cómo puedes… pensar en eso ahora?

—Me hice la misma pregunta —respondió él—, y comprendí que la respuesta la tuve siempre frente a mí. —Sostuvo ambas manos de la joven entre las suyas, también estaba temblando—. Jinx, no me importa si el mundo se acaba hoy, o mañana, o dentro de otros mil años, podré hacerle frente siempre que tú estés conmigo.

Porque la amaba de una manera que ni siquiera él entendía. La amaba tanto y desde hacía tanto tiempo, que quemaba.

Y ahora, correcto o no, tenía que decirlo. Antes de que fuera demasiado tarde, porque el tiempo había dejado de ser su amigo, y ya no esperaría más por él.

Ya no tenía más espacio en el pecho para seguir guardando todo eso, y antes de que el mundo se lo llevara envuelto en su caos natural, tenía que dejarle en claro que ella era la única que, irremediablemente, tenía ese poder sobre él.

Destruirlo. Armarlo. Volverlo claridad o dejarlo dentro de la penumbra. Como fuera, él lo permitiría.

Porque el mundo, dejaría de ser su mundo si Jinx no estaba en él.

Notes:

Sí, me equivoqué, va a haber unos poquitos capítulos más. JA.

Para celebrar que Isha ya hizo acto de presencia en What Have They Done To Us les dejo unos Fanarts de Kyan de bebé, originalmente son de What Have They Done To Us, pero acá tienen sus ojitos rositas, pueden verlos en el Capítulo 27 de Wattpad. En el Capítulo 3 de WHTDTU encontrarán otro fan art de Kyan adulta.

Chapter 28: XXVIII. Ocre

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Jinx se encontraba de pie dentro de aquellas mismas aguas en donde alguna vez había dejado marchar a Silco. La corriente tranquila apenas le empapaba por encima de las rodillas.

Isha se sostenía con fuerza de su mano, mientras Jinx mantenía a Kyan sentada en su brazo libre, la bebé tenía una mano aferrada al escote de su madre y la otra descansando entre sus labios.

La mayor miró a mamá y la vista perdida que mantenía en el horizonte, donde el sol estaba a punto de guardarse.

Jinx tomó aire con fuerza, apretando el agarre que tenía sobre sus hijas.

—Lo que tanto buscabas está más cerca de lo que podrías imaginarte —habló hacia la nada—. En dos días comenzará la guerra y estamos listos para hacerle frente a Piltover.

Guardó silencio un segundo, tragando saliva para mantener las lágrimas guardadas.

—Ojalá estuvieras aquí, hubieras sido de gran ayuda, creo que incluso Vander te extraña, le haces falta —pero las lágrimas pudieron doblegar su voluntad y descendieron hasta perderse en el río—. A mí me haces falta... 

Isha tiró de la mano de mamá, observándola con ojos angustiados. Jinx secó sus lágrimas y se agachó a la altura de la niña, de manera que incluso Kyan tenía los piecitos metidos en el agua con la que comenzó a jugar, chapoteando desde los brazos de mamá con una sonrisa.

—¿Lo recuerdas, niña? —preguntó—. A Silco, tu otro abuelo.

A Isha se le abrieron los ojos con asombro, hacía tiempo que mamá no hablaba de él, y ella solía recordarlo mucho. Incluso había noches en que, después de haber tenido pesadillas, podría jurar que una mano delgada y reconfortante, igual a la de él, le rozaba el cabello para que volviera a dormir.

Pero eran solo sueños.

Mamá había dicho que él iría a tomar una siesta muy larga y nunca volvió, y ahora comenzaba a entender porqué. Los ojitos se le humedecieron, brillando más de lo normal.

Lo echaba de menos.

Jinx abrazó a su pequeña, dándole un beso cálido en la frente.

—Lo sé, enana, también yo.

Miró de vuelta al infinito cuerpo de agua.

—Isha está bien —le dijo, como si Silco pudiera escucharla—. No tienes que preocuparte más por ella. He aprendido a ser mejor madre de lo que antes era, y me esfuerzo mucho por eso. 

Kyan volvió a salpicar el agua soltando una carcajada. Jinx la miró con una sonrisa maternal. Tan poca preocupación en ella le daba cierto confort, su sonrisa inocente era contagiosa, sobre todo para quienes la amaban tanto como su familia.

—¿Recuerdas a Ekko? El líder bobo de los Firelights —siguió Jinx, con cierta vergüenza en el rostro—. Bueno, él y yo... —tragó en seco, mirando a Isha de reojo—. Hicimos una bebé. 

La muchacha se encogió de hombros por inercia, porque sabía bien que Silco la hubiera reñido por eso, pero no hubo nada. Solo silencio.

Abrupto y mortal silencio.

Jinx retuvo el dolor en el pecho y tomó aire para liberar su garganta del nudo que se le había formado.

—Su nombre es Kyan, como la piedra preciosa favorita de mamá, seguro lo recuerdas.

Levantó a la niña, restregando su mejilla contra su rostro hasta que comenzó a reír.

—Ekko también... quiere que nos casemos —enunció con un tono de voz melancólico—, supongo que si todo sale bien después de la guerra... le diré que sí. 

Un rubor tenue entintó sus mejillas pálidas. No era normal que ella se pusiera nerviosa por algo así, mucho menos debido a Ekko, pero la verdad era que el solo hecho de recordar su voz varonil enunciando esa oración, la hacía estremecerse.

—Espero que, donde quiera que estés, estés feliz por mí. Cuida a mamá y a papá, diles que Vi y yo estamos bien, que hemos dejado de ser unas completas idiotas. Ah, y que ella no sabe lidiar con las rupturas amorosas.

Sonrió para sí. Una brisa nocturna y cálida agitó sus trenzas azules y movió el agua a sus pies, como una respuesta que le reconfortó el corazón.

—Te echo de menos —murmuró—. En verdad, lamento lo que hice.

Isha se abrazó a mamá. 

—Por favor, desde ahí, cuida de mis niñas cuando todo comience. Tal y como lo hubieras hecho estando aquí con ellas.

Jinx no tenía duda alguna de que Silco lo hubiera hecho, habría cuidado de ellas, habría dado la vida por ellas, porque seguro las habría amado como la amó a ella.

 

 

Esa misma noche, Isha permaneció abrazada al pecho de mamá mientras ambas intentaban quedarse dormidas, había sido un largo día y la menor necesitaba descansar.

El problema era que Kyan opinaba lo contrario.

Ella se encontraba recostada junto a ambas, Jinx la había envuelto entre las propias mantas, pero sus movimientos, aunque pequeños, desenfrenados, terminaron por dejar las cobijas enredadas a sus pies.

Hablaba, como era su costumbre, balbuceaba, babeaba, metía sus manos a la boca, pataleaba, agitaba los brazos. Hacía todo menos dormir, para el pesar de su madre y de su hermana.

Ocasionalmente se giraba hasta ellas y tiraba del cabello de mamá, así que Jinx fingía estar dormida para evitar que la niña se quedara ahí intentando conversar con ella.

A primera hora del día, Ekko se adentró en la habitación de Jinx y las niñas, justo cuando Kyan por fin había logrado conciliar el sueño.

El muchacho sonrió al ver a las tres dormidas, arropó a Kyan y después a Jinx e Isha, la mayor de sus hijas se retorció entre los brazos de su madre ante el tacto cálido de las mantas, Ekko dejó salir aire entre los labios, un silbido tenue y casi silencioso para lograr arrullarla.

El problema fue que Kyan, a su lado, distinguía muy bien los silbidos de papá (desde mucho antes de nacer), y lejos de sentirse arrullada como su hermana, abrió los ojos ligeramente somnolientos, buscando a su padre con una sonrisa.

—Voy a asesinarte —gruñó Jinx en voz baja y con los párpados aún cerrados al escuchar los sonidos de la niña, que había tardado tanto en quedarse dormida, otra vez despierta.

—Lo siento, no pensé que-

—Ese es tu problema, Salvador. Ya lo habíamos dejado claro.

Jinx intentó levantarse para atender a la bebé, pero Ekko la detuvo con un gesto silencioso. 

—La llevaré a la reunión conmigo, duerme un poco más, de otra forma también despertarás a Isha.

La joven no dijo más en cuanto Ekko se inclinó sobre la cama para levantar a la bebé en brazos.

—Vamos, princesa —le dijo en cuanto la tuvo acunada.

Provocó una extraña sensación en Jinx que le erizó la piel. ¿Qué era esa emoción que brincoteaba en su pecho al ver a Ekko comportándose como un padre?

Ekko acarició la punta de la nariz de Kyan con una sonrisa.

—Dejemos dormir a mamá —volvió a decir.

Pero Kyan no estaba de acuerdo, como con muchas cosas que sucedían a su alrededor.

Así que se impulsó desde los brazos de Ekko para intentar volver con su madre, sin dimensionar lo peligroso que eso había sido. Ambos padres se movieron por impulso para intentar atraparla por si caía, pero los reflejos de Ekko fueron suficientes para mantenerla con él. 

Y eso a Kyan no la puso contenta.

Pataleó y berreó, estirando las manos en dirección a Jinx. Pero la muchacha estaba agotada, sabía que, si la tomaba en brazos, por mero capricho, la niña querría pegarse a su pecho y no volvería a soltarla en un buen rato, no había manera de que pudiera dormir así. 

Ekko intentó alejarse para comprobar si con eso la niña se olvidaba de su madre, pero la sensación que aquello dejó en él, junto con el recuerdo permanente de esa tarde en que, justo después de que Kyan naciera, había hecho lo mismo, volvió para acosarlo.

Un recuerdo permanente de las pésimas decisiones que había tomado, completamente ciego por la preocupación que sentía por Jinx.

Pero eso no fue lo que lo detuvo, sino que, mientras Kyan mantenía la vista fija en su madre, movía los labios como si intentara comunicarse con ella.

Y entonces sucedió. 

Ma… —trató de decir la niña, arrastrando las palabras entre los labios.

Jinx y Ekko permanecieron estáticos, fue Isha quien de inmediato se levantó de un salto de la cama para abalanzarse sobre Kyan con una sonrisa.

“¡Te está llamando, mamá, te está llamando!”.

Agitaba las manos con euforia, incapaz de borrar la sonrisa iluminada de su rostro.

Estaba tan orgullosa de su hermanita.

Jinx descendió de la cama con suavidad, todavía en shock, se sentó en el borde mientras Ekko caminaba de vuelta a ella con la misma conmoción en el rostro. 

—Kyan —la llamó, una vez volvió a tomarla entre sus brazos para sentarla en sus piernas—. ¿Puedes hacerlo otra vez? ¿Puedes decir ma-má?

Jinx prácticamente arrastró las sílabas para enfatizarlas lo suficiente y que Kyan fuera capaz de imitarla.

La bebé ladeó la cabeza con los ojitos fijos en los labios de mamá, y volvió a emular aquella gloriosa palabra que tanto Isha como ella endiosaban desde el primer segundo en que llegaron al mundo.

Ma-Má —repitió cada sílaba, prácticamente sin encontrarle el sentido del todo, y se pegó al cuerpo de la muchacha, escondiendo su carita en su pecho, ahogando su voz dulce con las ropas de Jinx—. Ma-Ma-Má.

Jinx rodeó su cuerpo diminuto con sus brazos temblorosos y escondió el rostro entre sus cabellos,

Su bebé la estaba llamando.

Kyan se separó delicadamente del abrazo de su madre para buscar a Isha, que la observaba todavía con los ojos llenos de brillo.

Isha se rejuntó a mamá y tomó con delicadeza la mano de Kyan que no estaba apretando las ropas de Jinx, separó sus dedos y, con sumo cuidado, llevó el pulgar hasta su barbilla, simulando la seña que ella hacía para llamar a Jinx: “mamá”. 

Ekko y Jinx cruzaron miradas fugaces y conmovidas. Esta vez fue la muchacha quien separó de sí a Kyan para verla a los ojos y observó a Isha con una sonrisa.

—¿Lo intentamos? —le preguntó a la mayor. Isha asintió. Jinx volvió a fijarse en la bebé, exagerando su vocalización para llamar su atención—. Hazlo de nuevo, pequeña. Llama a ma-má.

Kyan movió los labios, gesticulando a la par de Jinx, soltando sonidos mezclados con balbuceos. Mientras ella intentaba con todo su espíritu imitar la voz de mamá, Isha lo hacía a su manera, captando con sus movimientos la atención de la pequeña que, con ligera ayuda de papá (quien tenía en ese momento las manos libres), imitaba la seña que Isha tenía y que adoraba tanto usar.

Jinx y Ekko sonrieron, sin poder contener las lágrimas, cuando Kyan fue capaz de balbucear las sílabas al mismo tiempo que hacía, torpemente, aquella seña. 

Isha giró la mirada hasta mamá, con una sonrisa imborrable, totalmente entusiasmada.

“¡Mamá, ella lo está haciendo! ¡No es tan boba, de verdad lo está haciendo!”.

Jinx sonrió con los ojos cristalinos ante la inocencia de su pequeña.

—Así es, pulga, tu hermana y tú ahora pueden compartir la misma voz.

Y de verdad lo hacían, porque en cuanto Isha volvió a llamarla “mamá” como era su costumbre, Kyan hizo lo mismo, levantando torpemente su manita para imitar a su hermana, y ambos pares de ojos coloridos, brillantes e infantiles se prendaron a la muchacha. 

Jinx abrazó a ambas contra su pecho, quedándose casi sin fuerza en los brazos. Sus más grandes y valiosos tesoros la habían llamado de la forma más única que tenían y con todo el amor que podían guardar en su corazón.

Que cosa tan peculiar era la maternidad, tan espectacular, tan inesperada.

Podía dejarte vacía, arrebatarte absolutamente todo, y a la vez darte algo que nunca nadie jamás sería capaz de obsequiarte.

El amor de un ser diminuto, tan diminuto e inocente, que adoraba llamarte “mamá”.

 

 

 

Jayce dio pasos plúmbeos al centro del bar. Después de que Vander llegara y causara todo un alboroto, Violet y Sevika se encargaron de restaurarlo lo mejor que pudieron, dejando espacio suficiente para organizar las últimas reuniones que les quedaban.

Una gran y redonda mesa se alzaba al centro, armada a último minuto, a su alrededor se encontraban también unos cuantos Firelights que se habían unido a los principales rebeldes, entre ellos Scar y su esposa Blossom.

—¿Ahora debemos confiar en él? —escupió Scar al mirar a Jayce posarse justo al medio de Jinx y Vi, captando una mueca desdeñosa de Sevika, que claramente estaba de acuerdo con él—. Piltover siempre ha sido nuestro enemigo, ¿en serio creeremos en la palabra de uno de ellos? ¡Por sujetos como él estamos metidos en esto!

—Escuchemos lo que tiene que decir —intervino Ekko, tratando de calmar el ambiente frente a sus semejantes.

Jayce tomó aire para mantenerse sereno. Levantó la vista hacia Ekko y Jinx, que se hallaban a su lado.

—Una tormenta se avecina, de una magnitud que ni Piltover ni Zaun han enfrentado jamás. Ya lo han visto en el Heraldo, el mundo entero podría convertirse en eso. No es una pelea por ideales o territorio, es una pelea por la humanidad. Sé que no pido algo justo, pero es nuestra única esperanza.

—¿Algo justo? Tu propia gente es la que marchará contra nosotros —objetó uno de los Firelights presentes.

—Caitlyn no ha dimensionado el peligro que significa apoyar a la líder noxiana con la retorcida idea de utilizar a… Viktor —enunció Jayce, con la voz entrecortada—, pero debemos estar listos para enfrentarnos a ambos.

—¿Cómo haremos eso? —intervino un segundo Firelight—. Ahora no solo pelearemos contra Piltover, sino contra ¿qué? ¿Un hechicero loco?

El barbullo comenzó a penetrar el silencio. No podían exigirles más, estaban aterrados. De un día para otro la guerra ya no era solo eso, sino también una lucha por la supervivencia humana.

La risa infantil de Isha capturó la atención de sus padres y su tía. La niña correteaba con la pequeña hija de Scar y Blossom, era evidente que se había acostumbrado a ella durante el tiempo que permaneció con los Firelights junto a su madre. Una vieja amiga a la que había echado de menos. Ambas corrían alrededor de Kyan que, sentada en el suelo, reía a la par que ellas.

Jinx y Ekko sonrieron con ternura. Jayce cruzó una mirada fugaz con ambos, como si sintiera que a quien debía convencer en primer lugar era a ellos

—Tratamos de proteger el futuro de quienes se quedan en este mundo —volvió a decir, señalando con un movimiento de cabeza a las tres niñas—. Lo hacemos por ellos.

En un momento la risa de la bebé más pequeña terminó por apagarse, capturando de inmediato la atención de su padre. Ekko observó a Kyan por encima del hombro de Jayce, la niña estaba en silencio, mirando a su alrededor, cansada o posiblemente hambrienta, lo importante era que ya no quería estar ahí.

En cuanto Kyan notó los ojos de papá analizandola, frunció los labios haciendo un puchero y estiró las manos hacia él, cerrando y abriendo los deditos. Ekko no se detuvo a pensar ni siquiera por un segundo en nada, pasó de largo a los demás y corrió a tomar a la niña en brazos, llevándola con él, de vuelta a la mesa de reunión.

Kyan se columpió en sus brazos, intentando alcanzar los papeles y planos que había sobre el tablón, capturando una sonrisa inmediata de los presentes cuando terminó cediendo y se abrazó al cuello de papá, recostándose sobre su hombro.

Un escalofrío recorrió la columna de Ekko. Lo mucho que adoraba a esas niñas era incomprensible para él. No podía creer lo que habían avanzado, como su unión a Jinx cambió; como, a pesar de todo lo que había intentado hacer para que ella desapareciera, ahora no era capaz ni siquiera de imaginarse una vida sin su pequeña Kyan.

Y como era capaz de quemar el mundo para que ella siguiera con vida.

Scar notó de inmediato el gesto apacible de su líder y amigo, comprendió que ambos compartían más de un objetivo que unía sus caminos, no era solo una revolución o el deseo de ganar una guerra, sino también el sentimiento de protección hacia sus hijas, la responsabilidad de ser padre.

Si Ekko era capaz de confiar la vida de sus niñas en las manos de aquel piltillo, entonces no era una locura lo que estaban a punto de hacer.

—De acuerdo —dijo por fin, mirando a su esposa para compartir su propia seguridad con ella—. Informaremos a los otros. Ellos están listos, los seguirán a donde sea, incluso si eso significa aceptar la ayuda de alguien de arriba.

—¿De verdad esperaremos a que ellos lancen el primer ataque? — Blossom por fin habló.

—Solo así podremos pelear en nuestro territorio —aseguró Violet—. Mañana… estaremos listos para lo que caiga sobre nosotros.

Los Firelights terminaron por acceder, poniendo su confianza ciega en sus ahora líderes de guerra. Habían vuelto hacia el árbol para poner a los suyos al tanto de las decisiones que se habían tomado. Por su parte, quienes se quedaron (a excepción de los jóvenes padres), comenzaron con los preparativos para poner a salvo a los civiles y tener con qué defenderse en cuanto el momento llegara.

Y es que ni Ekko ni Jinx estaban del todo listos para desperdiciar las últimas horas que les quedaban para compartir en paz con sus hijas. Violet lo comprendía perfectamente y fue quien insistió en que, por esa noche, ella sería quien se encargaría de todo.

 

 

Jinx observaba a las niñas desde la mesa de trabajo en su habitación, con la cara sostenida por una de sus manos mientras la otra, buscando detener su ansiedad, rascaba los pliegues de su pantalón con insistencia.

Isha disfrutaba jugando con Kyan a las escondidas (o algo parecido), porque lo único que la mayor hacia era ocultarse en el borde de la cama solo para salir de sorpresa justo cuando la bebé intentaba asomarse para encontrarla.

Ekko se había quedado perdido en la risa de ambas niñas, hasta que giró la atención hacia Jinx, notando su gesto ajeno. Cuando estuvo a pocos pasos de ella, la muchacha abrió la boca sin mirarlo.

—Tendremos que decirles, ¿no? —dijo—. Mañana las dejaremos en el “búnker” y si… no volvemos-

—Jinx, volveremos —interrumpió Ekko.

—Si no volvemos —la joven retomó la palabra—, no quiero que ellas piensen que sus padres solo las abandonaron.

Ekko tomó aire con fuerza. Debía aceptar que hasta ese momento había estado evitando tocar el tema, porque a él también lo destrozaba.

—Son muy pequeñas para comprenderlo.

—Isha no —aseguró Jinx, poniéndose de pie.

Mientras Ekko permanecía al cuidado y entretenimiento de Kyan, Jinx llevó a Isha dentro del fuerte que habían reconstruido cuando volvieron a casa. Lo habían hecho más grande, tanto como pudieron, porque ahora su pequeña familia había crecido. Jinx se sentó frente a la niña, capturando su mirada curiosa.

—Isha —la llamó en cuanto encontró las palabras adecuadas, la niña ladeó la cabeza ante el sonido de su nombre—, ¿sabes qué es lo que sucederá mañana?

La pequeña miró fijamente a mamá, sabía lo que vendría, lo había escuchado de los adultos, incluso si parecía que no, ella era demasiado lista para su edad. Pero no alcanzaba a comprender del todo cuáles eran las consecuencias de lo que se avecinaba.

No terminaba de comprender que podía no ver más a su madre después de eso.

Isha gateó hasta terminar sentada entre las piernas de mamá, dándole la espalda a su pecho para que pudiera rodearla con sus brazos. Jinx tomó las manos de la niña, comparando su tamaño con las de ella.

Había crecido tanto, pero seguía siendo tan diminuta. Tan frágil…

—¿Cuánto faltará para que tenga que dejar de llamarte “mi niña pequeña”? —preguntó con ternura, soltando lagrimas rebeldes que cayeron en los cabellos de Isha.

Tal vez nunca dejaría de hacerlo. No. Porque a los ojos de su madre, Isha siempre sería su primera niña, su pequeño y brillante rayo de sol.

Ese que había llegado a su vida para cambiarlo todo.

—Mañana… —siguió Jinx, tratando de disimular el temblor en las manos que aún sostenían las de Isha—. Mamá tendrá que hacer algo muy peligroso —Isha levantó la mirada preocupada hasta ella, Jinx trató de sonreír para tranquilizarla—. Deberás quedarte con Kyan y los demás niños en un lugar seguro hasta que vuelva por ti, ¿de acuerdo?

Isha se giró lo suficiente para que mamá viera sus manos y lo que tenía que decir, pero nunca se apartó de su abrazo.

“¿Tardarás en volver?”.

Preguntó, todavía con la inocencia suficiente como para creer que mamá podría hacerle frente a cualquier cosa y salir ilesa.

Porque mamá siempre lograba hacerlo.

—Espero que no —respondió Jinx—, pero debes esperarme junto con Kyan. Cuidarás de ella, ¿verdad que sí?

Isha asintió, y con las manos trémulas hizo una pregunta que temía no tuviera una respuesta concisa.

“¿Volverás?”.

Jinx sintió la opresión en el pecho, como si su propia hija le hubiera arrancado el corazón y lo tuviera apretado entre sus manos. Pero, aunque lo intentó, no pudo responder.

Isha agitó con fuerza el brazo de su madre para volver a preguntar con los ojos llorosos.

“Volverás, ¿verdad?”.

Jinx tragó en secó y fingió una sonrisa, acariciando el rostro de Isha, llevando el pelo que tenía frente a la cara detrás de su oreja.

—Incluso si estuviera muriendo, volvería por ti —respondió—. No importa dónde estés, no importa lo separadas que nos encontremos, siempre, siempre volveré por ti.

Isha se abrazó a su cuello. No, no alcanzaba a comprender las consecuencias que la guerra tendría. No alcanzaba a comprender que mamá ponía en riesgo su vida. Porque a los ojos de Isha, Jinx no podía salir lastimada, de una u otra forma, siempre lograba salir ilesa.

Pero algo en ella le suplicó que por lo que restaba de aquella noche, no se separara de los brazos de mamá.

Kyan estaba más tranquila, ella ignoraba el mal del mundo y las razones por las que habían terminado ahí. Ignoraba, sobre todo, que ella era uno de los principales objetivos de esa guerra y que sus padres estaban aterrados. Porque si ellos morían, entonces no habría nadie que protegiera a sus hijas.

Violet podría, Scar, Vander, incluso Sevika.

Pero definitivamente, nadie las protegería como ellos.

Jinx se recostó con Isha pegada a su pecho, como cuando era solo una bebé, porque por esa noche podía volver a serlo, mientras Kyan dormía a pierna suelta entre la espalda de Isha y el propio Ekko que admiraba con una sonrisa cálida su tranquilidad.

Isha dio pequeños golpecitos con la punta de los dedos en el pecho de su madre. Jinx tembló ante el recuerdo y la nostalgia, porque su hija siempre le había pedido ser arrullada con ese gesto. Aunque, desde el nacimiento de Kyan, eso había cesado, porque claro que Isha se estaba tomando su papel de hermana mayor muy en serio.

Jinx comenzó a acariciar los cabellos de la niña, haciendo rollitos entre sus dedos. No iba a dejarla así, nunca le había negado nada y esta vez no sería la excepción.

Sobre todo, no esa noche.

Querido amigo al otro lado del río, mis manos están frías y desnudas…”.

Comenzó, esta vez cantando, porque tararear no era suficiente.

No esa noche.

Isha abrió los ojos, totalmente sorprendida, no solía escuchar demasiado la voz de mamá cantando, pero le encantaba. Sus ojos se llenaron de lágrimas que secó en las ropas de Jinx después de restregarse contra ella.

Ekko también había quedado sorprendido ante lo inusual que era escuchar la voz de Jinx en un momento como ese. El corazón se le hizo añicos en cuanto notó que la muchacha estaba soportando el nudo en la garganta que el llanto desbordado le provocaba.

Querido amigo al otro lado del río, me llevaré lo que puedas darme . Te pido un centavo, será mi fortuna…”.

Pero en cuanto Kyan se giró hacia ella entre sueños, enredando su mano en uno de los dedos que sostenían la espalda de Isha, no pudo soportarlo más. Elevó la vista para retener las lágrimas, no quería que la mayor de sus hijas la viera llorar, no así.

Porque no quería que eso fuera una despedida. No quería que esa fuera la primera y la última vez que le cantara a sus pequeñas.

No quería alejarse jamás de ellas. No por una estúpida guerra.

“Te lo pido sin envidia”.

Esta vez fue la voz de Ekko la que se escuchó entre el silencio abrupto al que Jinx había abierto el camino.

No levantamos torres fuertes, nuestras casas están hechas de piedra…”.

Su voz ronca y rota captó la mirada llorosa de Jinx, pero él no se detuvo. Porque las niñas terminarían despertando si lo hacía.

Y porque solo con su voz podía ocultar el sonido del llanto de Jinx, al menos un poco, lo suficiente para que no se sintiera culpable por estar tener miedo.

Ekko llevó el brazo por encima de ambas niñas, hasta que sus dedos dieron con los de ella, y los entrelazó, compartiendo ese sentimiento amargo y cálido de ser sus padres. Asegurándole que esta vez, estaban juntos en eso.

Que ambos lucharían por la familia que les esperaba una vez que todo terminara. Lucharían por proteger ese mundo, en donde sus hijas tenían derecho a crecer sin temor alguno.

“Por eso ven a través del río, y encuentra el mundo de abajo”.

Un mundo olvidado en el que ellos lo tenían todo.

Notes:

Ya casi se acerca el final. Les juro que no estoy lista para soltar esta historia. ¡Gracias por el apoyo y por seguir aquí! ¡Espero disfruten el capítulo. ¡Los quiero!
Traigo para ustedes dos fanarts preciosos que han hecho del capítulo anterior.
La primer escena está hecha por dagikatt en X/IG Ekko durmiendo como si el mundo no se les estuviera cayendo encima porque tiene todo su mundo durmiendo con él
Y la escena siguiente hecha por art_of_uvitas en X/IG Ambos se sostienen el uno al otro y al mismo tiempo a la familia que están formando entre sus brazos (Sí, me encanta que se note que Jinx está amamantando a Kyan, es ARTE).
¡Les juro que muero de felicidad! ¡Muchas gracias a todos!

Chapter 29: XXIX. Coral

Chapter Text

¿Cómo carajo había terminado todo así?

¿Cómo carajo ahora tenían al frente una guerra que amenazaba con arrebatarles todo?

Una jodida guerra que estaba a solo un suspiro de distancia y que amagaba la vida de quienes más amaban. La vida de sus pequeñas hijas, dos niñas inocentes que solo eran el efecto colateral de las decisiones de los adultos.

El refugio de los Firelights estaba abarrotado de gente, los zaunitas llenaban cada centímetro del lugar, se trepaban de las paredes, saltaban unos sobre otros. Sobrepasaron (por mucho) el aforo del espacio, los que tuvieron que quedarse fuera de los límites del sitio, escucharon todo por medio de la boca de otros. Al final, en ese justo momento, eran un equipo. 

Jinx observó un punto en el suelo, en medio de la nada, las voces en torno a ella se escuchaban como un murmullo lejano, tardío.

“Mira hasta donde has llegado, quién lo hubiera imaginado”.

Por un segundo dudó sobre si su cordura estaba fallando de nuevo o solo era su propia voz haciéndola dudar de sí misma. Pero no, ellos habían vuelto.

Mylo estaba ahí, susurrando a su oído, mortificándola con cosas horripilantes, con posibilidades catastróficas, cada una peor que otra.

“Toda esta gente confía en ti, deben estar más locos que tú”.

Jinx se mordió los labios. La ansiedad por todo lo que estaba sucediendo la consumía, y ese jodido imbécil tenía noción de ello. Pero también podía ser que tuviera razón, tal vez toda esa gente, llena de esperanza por algo mejor, estaba demente.

Mucho más que ella.

Porque, ¿cómo podían confiar sus vidas en las manos de una criminal? Ella ni siquiera sabía cuidarse a sí misma. Había estado cuidando a sus hijas por mero instinto, como cualquier madre natural, pero poner más vidas a su cargo era casi desquiciado.

Lo peor era que ellos lo notaban, olían lo nerviosa que se encontraba.

El miedo que la ahogaba.

Encontró la mirada de Ekko al otro lado de la explanada, los niños del refugio lo habían tomado preso, después de todo, el muchacho era un lugar seguro para ellos, un valiente líder que los protegería de cualquier cosa. 

El evidente problema era que esos mocosos no estaban dimensionando que ahora Ekko tenía a sus dos propias enanas de las que debía hacerse cargo. No dejaría a los niños a su suerte (porque no era su estilo), pero esas pequeñas habían comenzado a celar a su padre, mucho más de lo que el propio Ekko se imaginó que serían capaces.

Ekko las llevaba en brazos y, mientras los demás niños se aferraban a sus ropas o a sus piernas, Kyan e Isha se abrazaban a su cuello, indispuestas a soltarse de él. 

Porque era su papá y de nadie más.

Jinx sonrió ante tal ingenuidad. La cómica situación de Ekko, sofocado por el abrazo de sus hijas, tratando de mantener el equilibrio mientras los Firelights en miniatura se abalanzaban sobre él, le dejó un sabor agridulce en la garganta… ¿y si esa era la última vez que ellas podían abrazarlo de esa forma?

Tragó en seco. El cosquilleo ansioso en la piel le fue creciendo desde la punta de los dedos de las manos hasta el pecho. Otra vez su cabeza se estaba burlando de ella.

Antes de que sus pensamientos comenzaran a dar vueltas sin sentido, el tacto tibio de una mano sobre su hombro la trajo de vuelta a la realidad.

Giró su atención, Violet la observaba con una sonrisa serena y reconfortante. 

—Vander debió haberse sentido igual —dijo.

—¿Igual a qué?

—A ti. Nervioso, asustado, con temor a perder todo lo que amaba.

—Y lo perdió —bramó Jinx—. No me estás ayudando, idiota.

Violet tragó saliva, rascándose la nuca, apenada. 

—Mamá y papá tomaron sus decisiones… —suspiró—. Igual que todos aquí —Jinx resopló, poco convencida de las palabras de su hermana, Vi volvió a dibujar una sonrisa confiada—. Esta vez le daremos un final diferente.

La menor fijó su entera atención en ella. Violet estaba comportándose como la hermana mayor que siempre fue, tratando de calmar sus nervios, brindándole el apoyo que ahora más que nunca necesitaba. Jinx correspondió el gesto de su hermana con una sonrisa. 

Ya no se sentía sola y eso era tranquilizador.

—¡Dentro de unas horas más, no podremos dar marcha atrás! —exclamó Jayce, llamando la atención de los presentes—. ¡Ahora es el momento de acudir al bunker si no se sienten seguros de esto, necesitamos gente dispuesta a pelear allá afuera! Pero también quiero que recuerden porqué luchamos y que necesitamos toda la ayuda posible. ¡Protejamos a la humanidad! ¡Protejamos este lugar porque es de ustedes!

Silencio.

Scar observó a Ekko, éste asintió con decisión, todavía con las niñas en brazos. El primero alzó el puño en un solo movimiento, capturando las miradas altivas de los rebeldes, que lo secundaron al segundo siguiente, uniéndose a él con un grito de guerra.

—¡Preparen todo! —exclamó Scar y la gente comenzó a movilizarse. 

Ekko se abrió paso hacia Jinx, dejando a Isha en sus brazos mientras él permanecía con Kyan dormida en los suyos. La mayor de las niñas se abrazó a su madre, escondiendo su rostro en el hueco de su cuello, su pequeño y tembloroso agarre achicó el corazón de Jinx. Isha sabía que “el momento peligroso” al que mamá se refería estaba acercándose, no quería alejarse de ella, porque sentía que, si se separaban, la perdería para siempre.

—Lo primero que tenemos que hacer es llevar a los más vulnerables al búnker —indicó Scar, aproximándose hasta ellos—. Una vez que pongamos a todos a salvo podremos comenzar con el plan.

Violet, que se había acercado al grupo junto a Sevika, sonrió con cierta sorna, tratando de amenizar el ambiente con su humor soso.

—Sevika se quedará a cargo de la seguridad del búnker —añadió.

La mujer de un solo brazo la fulminó con una mirada mordaz. 

—Estás jodiéndome, pequeña mierda —escupió—. No vine a ser niñera.

Pero no había tenido otra opción más que acceder, alguien tenía que hacerlo, y ni Violet, ni Ekko, ni siquiera la propia Jinx, le confiarían a nadie más la vida de las pequeñas niñas adoradas de la familia.

Solo a Sevika, porque independientemente de lo que fuera o como hubieran terminado en esa posición, Sevika seguía siendo parte de esa problemática y peculiar familia.

De alguna manera extraña.

 

 

La antigua bodega de Brillo que Silco mantenía oculta a los ojos de los Firelights funcionó mejor de lo que esperaban como un lugar seguro para los niños y ancianos, para muchas madres vulnerables y personas incapaces de pelear, ya fuera por una voluntad flaca o por falta de fuerza física.

Ekko y Jinx adaptaron el lugar de manera que fuera impenetrable, después de todo sus hijas permanecerían ahí hasta que la batalla terminara. Era su trabajo como padres mantenerlas a salvo, incluso a la distancia.

—¿Él se quedará aquí?

Violet señaló con la mirada al médico que rondaba por el lugar, tratando de ayudar a tranquilizar a los refugiados. Éste se acercó a ella después de notar las miradas insistentes del enigmático grupo de jóvenes.

—Tengo nombre, niña —replicó—. Y me quedaré aquí porque tengo mujeres embarazadas y ancianos que necesitarán mi ayuda si algo llega a complicarse.

—El doc nos funciona mejor aquí que allá afuera —intervino Jinx—, no necesitamos protegerlo también de las balas.

El médico se limitó a retorcer los labios, inconforme. 

—Galen —dijo, ligeramente ofendido—. Ese es mi nombre.

—Como diga, doc —respondió despreocupadamente Jinx.

Él resopló, acostumbrado al humor característico de la muchacha, y señaló un pequeño lugar apartado del resto de los refugiados. El camastro armado a última hora se alzaba frente a ellos con una sola manta remendada sobre él.

Jinx tragó saliva y, mientras ella sentaba a Isha en el borde, Ekko recostaba a Kyan, aún adormilada, al medio de la manta. La niña había dejado los deditos prendados a las ropas del muchacho, en cuanto resintió la separación, soltó un quejido agudo, tratando de volver a los brazos de papá.

Y eso, a papá, le rompió el corazón.

No quería soltarla, de haber sido su decisión, la habría vuelto a tomar en brazos para abrazarla con fuerza y protegerla de todos, como debió haberlo hecho desde el momento en que supo que llegaría al mundo.

Pero ahora su mundo se estaba desmoronando y era su trabajo impedir que esos escombros les cayeran encima.

—Volveremos, pequeña, te lo prometo —susurró, planteándole un beso dulce en la sien. Cuando Kyan lo soltó, tranquila, se giró hasta Isha para darle un beso sonoro en la mejilla hasta hacerla reír—. Traeré a mamá de vuelta, no te preocupes.

La promesa de su padre puso un brillo de esperanza en los dorados ojos de Isha. La niña observó a mamá con tristeza, dejándola completamente inmóvil. El corazón de Jinx se detuvo por el dolor.

Observó a Kyan dormitando, con el pulgar descansando entre los labios, y las rodillas temblorosas de Isha tratando de ponerse de pie en cualquier momento. ¿Cómo podría dejarlas ahí solas? Sevika no sería suficiente para mantenerla tranquila.

Nada sería suficiente para mantenerla tranquila.

Esa era la preocupación que cualquier madre sentiría en su lugar. 

Miró por el rabillo del ojo, Renne se encontraba a tres o cuatro camas de distancia, abrazando a sus dos adolescentes, ellos insistían en ir con ella, pero ella se rehusó por obvias razones, eran demasiado jóvenes. Tenían el espíritu, pero jamás tendrían la fuerza.

Entonces comprendió que de eso se trataba todo. Todos aquellos que ahora se despedían de sus hijos solo eran padres preocupados por tener que dejarlos desamparados.

Eran padres luchando por darles una vida mejor. Una vida distinta a la de ellos.

Renne y ella solo eran dos madres siguiendo su jodido instinto. Un instinto que había movido a Jinx desde hacía seis años y que, desde entonces, no la dejaba en paz.

Se arrodilló frente a Isha, tomando sus manos en silencio. ¿Y si ya no las volvía a ver? ¿Si ya no volvía a escuchar sus risas o ver sus ojos? ¿Y si al terminar todo, ellas salían de ese jodido búnker y encontraban lo mismo que Violet y ella vieron esa noche en aquel puente? 

Sus padres asesinados. Piltover ganando otra vez.

Si después de eso ellas tenían que valerse por sí mismas, si no podían depender de mamá y papá otra vez, ¿cómo podrían hacer eso? Eran demasiado pequeñas para enfrentar el jodido y cruel mundo sin la protección de sus padres.

El miedo que Jinx siempre tuvo desde que Isha nació se estaba haciendo realidad. Tenía que dejarla ir, soltarla hacia las terribles y mortales garras de los Carriles.

Tenía que soltarla para poder luchar por ella.

Jinx hurgó entre sus bolsillos, entregándole a Isha la bengala que Violet le había regalado en su cumpleaños.

—Sabes cómo se usa, ¿verdad, enana? —La niña asintió. Jinx acarició su mejilla con cariño—. Bien. Cuida de tu hermana. Si en algún momento necesitan algo, solo enciéndela, yo las encontraré, no importa en dónde estén.

Isha sorbió la nariz, tratando de disimular el temblor en sus hombros y el llanto creciente para no despertar a Kyan, luego miró a Ekko y a Jinx, con los ojitos dorados llenos de esperanza.

“Mamá. Papá. Volverán, ¿verdad?”.

—Lo haremos —aseguró Ekko, sin pensarlo siquiera por un segundo.

Jinx no lo miró. La respuesta del muchacho no había sido de su agrado, ella odiaba las promesas que no sabía si podrían cumplir. Sobre todo, odiaba que se las hiciera a sus pequeñas.

—Sin importar lo que pase —continuó la joven, sonriendo con la voz quebrada—, nunca olviden lo mucho que mamá y papá las aman.

Isha soltó un sonido agudo que desencadenó en sollozos descontrolados, lágrimas inconsolables, gritos resecos y dolidos. Se lanzó a los brazos de su madre, enterrándole las uñas en la espalda.

No quería. Odiaba estar lejos de mamá, y eso no había cambiado con la edad.

Jinx sintió como el alma se le salía del cuerpo, todo su mundo, aquel que había sostenido en tantas ocasiones y que seguía siendo tan indefenso como desde el momento en que abrió los ojos, se estaba esfumando entre sus dedos.

“Los esperaremos aquí. Justo aquí”.

Insistió Isha en cuanto se separó del abrazo de mamá. Jinx besó su frente con añoranza, sin querer alejar los labios de la piel cálida de su bebé.

Intentó alejarse, cuando escuchó esos pequeños piecitos corriendo hacia ella. Los mismos que años atrás corrieron por primera vez tras su andar de la misma forma.

Cuando su pequeño paquete de carne, ese que cuando llegó al mundo apenas y podía mantener los ojos abiertos, se soltó de su entonces cuidadora para correr con los ojitos humedecidos, dando pasos torpes con sus manitas estiradas, hacia ella.

Jinx sintió un escalofrío al sentir los brazos de Isha rodeando su cintura. La pequeña escondió su rostro en las ropas de su madre, igual que en aquel entonces, pero, a diferencia de aquel entonces, esta vez no podía quedarse a su lado para observarla con la misma simpleza que antes.

Se agachó a la altura de Isha, tomando su rostro entre las manos, buscando su mirada con una sonrisa maternal.

La niña volvió a soltarse a llorar, abrazándose a su cuello.

—Sabes que no puedes ir, pulga —murmuró, tratando de contener la voz rota—. No me sigas más, por favor, siempre que me sigues algo sale mal. 

La separó de sí para observarla mejor.

—Necesito que te quedes aquí —dijo, casi como una súplica. 

“No sabes si volverás. ¿Qué pasa si no lo haces? Mamá, yo quiero ir contigo. Yo puedo ayudar, puedo protegerte también”.

Las manitas de Isha apenas y podían formular palabras sin temblar por el llanto y el miedo que tenía por perder a su madre.

—Yo sé que eres muy capaz de hacerlo, enana —le dijo Jinx, limpiando sus lágrimas—. Eres la mocosa más valiente que conozco, a pesar de tu tamaño.

Sacudió juguetona sus cabellos entre azules y marrones.

—Por eso quiero que te quedes aquí —siguió—, ¿qué otro lugar sería más ideal para la niña más valiente de todo Zaun que aquí donde debe proteger a todas estas personas? —La muchacha señaló a su alrededor—. Ambas sabemos que Sevika no podrá sola, ya es muy vieja para eso.

Jinx intentó animar un poco a la niña, pero el puchero de Isha nunca se borró. Podía estar convencida por las palabras de su madre, pero no era suficiente.

No quería que se fuera, ¿por qué mamá debía hacerlo? ¿Por qué no podía quedarse con ella y con su hermanita como lo hacían las otras mamás que no sabían pelear?

Mamá tampoco sabía pelear bien, era descuidada e impulsiva. 

Y eso era peligroso.

Jinx notó la mirada perdida de su pequeña y levantó su barbilla para verla a los ojos.

—Te voy a decir un secreto que nunca antes le había dicho a nadie —sonrió, esta vez genuinamente—. Desde que llegaste a mi vida, desde el primer segundo en que te tuve entre mis brazos, no ha habido un solo día en que no sienta miedo.  —Isha abrió más los ojos, captando la mirada sonriente de mamá—. Justo por eso. Esos enormes ojos dorados solo me advertían que devorarías el mundo y todo a mi alrededor. Yo era una niña tan estúpida y tú eras tan pequeña, tan frágil que sentía que en cualquier momento solo ibas a desaparecer y… no quería que desaparecieras.

Isha pareció consternada, ¿qué era lo que mamá intentaba decir? ¿No había sido feliz con su llegada? El corazón se le hizo pequeño, pero Jinx fue más rápida, adelantándose a los pensamientos caóticos de su hija.

—Tuve razón. Te apropiaste de todo, y fui yo quien te lo entregó. Te entregué todo lo que soy y lo que seguiré siendo hasta el último día de mi vida. Por eso ahora debo ir allá afuera y pelear, pelearé por ti y por Kyan, porque no quiero que estén en un mundo como este, porque ustedes, mis dos pequeños soles, son todo mi mundo.

Isha volvió a abrazarse al cuello de mamá. 

“Voy a echarte de menos. Por favor, vuelve conmigo, ¿sí?”.

—Haré hasta lo imposible por regresar, pero si… no lo logramos, nunca olvides lo mucho que te he amado desde que no eras más que una diminuta aceituna dentro de mí —su voz terminó por quebrarse—. Sé fuerte, mi niña valiente. Recuerda que eres el vivo reflejo de tu madre.

Y, entonces, Isha la dejó ir.

 

 

El refugio de los Firelights se había convertido en un mar de gente preparándose para lo inevitable. El suelo cubierto de manchas de pintura, banderines de guerra, armas cargándose al máximo, personas llorando, otros a los que la euforia les había bloqueado las emociones, pero al final ahí estaban, realizando el ritual más antiguo de todos.

Un ritual de cohesión y empoderamiento.

Donde la hermandad entre los zaunitas florecía a través de las pinturas corporales.

Porque, con cada pincelada, ellos se deseaban suerte, se decían cuánto se amaban, se dejaban marchar. Era una muestra de amor, respeto, confianza y protección.

—¿Por qué lo hiciste? —preguntó Jinx, atravesando la multitud, captando las miradas de los guerreros que seguirían a ambos jóvenes a la batalla.

—¿De qué hablas? —inquirió Ekko.

—Les prometiste que volveríamos.

—Tú hiciste lo mismo.

—No. Les dije que haría lo posible por volver, no se los aseguré —Jinx parecía más angustiada de lo normal, ocultándolo en su enfado—. ¿Por qué prometerles algo que no podemos asegurar?

—Jinx, voy a hacerte regresar con vida, eso sí puedo asegurártelo.

Jinx se detuvo en seco frente a él cuando llegaron a uno de los corredores que dirigían hasta la que era la habitación de Ekko dentro del refugio, apenas iluminado por la luz externa.

—No puedes asegurar algo así. ¡No puedes asegurar algo así! —exclamó ella, mientras los ojos se le humedecían.

—Puedo hacerlo.

—Asegúramelo, entonces —Jinx se secó las pocas lágrimas que habían logrado salir—. Asegúrame que voy a volver a ver a mis niñas. 

La voz quebrada y sensata de Jinx, esa voz de una madre que suplicaba que nada saliera mal, perforó el corazón de Ekko, dejando un enorme hueco en él. 

—Asegúrame que mis hijas estarán bien, que voy a volverlas a ver, que las veré crecer. Que volveré a escuchar a Kyan diciéndome “mamá”, que volveré a tener a Isha entre mis brazos… ¡Asegúramelo, mierda! ¡Asegúramelo y seré la primera en lanzarme a la línea delantera! ¡Seré la primera en disparar! Pero asegúrame que me llevarás de vuelta a ellas…

Jinx se dejó caer al suelo, de espaldas contra la pared, solo para abrazarse a sus rodillas. Ekko se acercó a ella con lentitud, cuidando cada paso dado, incluso su propia respiración. Antes hubiera temido por su vida, ahora temía por la de ella.

Solo por la de ella, y por la de sus hijas.

—¿Por qué tenemos que hacer esto? Después de todo lo que Piltover ha hecho, ¿por qué somos nosotros quienes deben enfrentarlos? ¿Por qué justo cuando tenemos tanto que perder? —sollozó la muchacha—. Desde que tenemos memoria esos hijos de puta nos han arrebatado todo, y ahora quieren arrebatarnos a nuestras hijas también.

Ekko se tiró a su lado, rodeando sus hombros con el brazo, con un agarre firme, seguro y protector.

Soportaba con su fuerza física el dolor en el pecho que había estado presente desde días atrás. No lo había demostrado, pero tampoco estaba tranquilo con todo eso. Le dolía, mucho más de lo que se permitía demostrar.

—Mis bebés… —continuó Jinx—. Isha solo quiere estar con su mamá, y Kyan… mi bebé, ella ni siquiera tiene idea de lo que está sucediendo. No es justo. Nada de esto es justo. ¡Mierda! Después de todo lo que hemos pasado, ¿por qué no solo nos dejan en paz?

Ekko recostó la cabeza de Jinx sobre su hombro, dejando descansar sus labios sobre la frente de la muchacha para intentar reconfortarla.

—Vamos a ganar esta jodida guerra, Jinx —dijo—. Lo haremos por ellas, para volverlas a ver, ¿de acuerdo? Hagámoslo por las familias que perdimos esa noche en el Puente del Progreso, por Vander, incluso por Silco. —Se giró para tomar su rostro, acariciándolo con el pulgar—. Hagámoslo por nuestras hijas. Vale la pena construir algo nuevo por ellas. Para ellas.

Jinx tomó aire con fuerza, secando sus lágrimas. Recuperando la seguridad que había perdido cuando todo inició.  Algo en ella se había vuelto a encender, como una mecha a punto de estallar.

—Quememos Piltover hasta los cimientos, Salvador.

 

 

Afuera era un caos, por lo menos ahí dentro ambos estaban a salvo de las emociones ajenas, solo envueltos en las suyas. Todo en el exterior se había quedado lejos, y sus cuerpos ahora eran un lienzo en blanco.

Nunca antes habían practicado aquel ritual antiguo, porque eran muy jóvenes cuando la primera guerra contra Piltover sucedió. Además, el ritual requería una conexión irrompible, una que ahora ambos gozaban.

Ekko permaneció inmóvil frente a Jinx, la mirada sonrojada y el corazón en la mano. Sí, le había pedido matrimonio, pero no por eso dejaba de causarle cierto nerviosismo.

Con un movimiento inseguro, el muchacho llevó el pincel con pintura rosa hasta el cuerpo de la joven, delineando su piel.

Si ella supiera como él la veía, justo en ese momento en que solo eran ellos dos, se estremecería solo de mirarse como una diosa, una divinidad de cabello añil.

—Con una línea te deseo suerte —recitó Ekko—. Con dos, te brindo mi protección, y, con esta última pincelada, comparto… el amor que siento por ti.

Era una costumbre zaunita recitar una especie de votos de confianza al momento de pintar a alguien, era un mantra que buscaba proteger a la otra persona con los propios buenos deseos.

Jinx se sonrojó, tomó un pincel con pintura verde y comenzó a dibujar en el cuerpo de Ekko.

—Con una línea te concedo mi voluntad, con dos, mi deseo de bienestar, con una más reitero mi respeto hacia ti… como un líder, como un amigo, y… con esto, te recuerdo como mi prometido.

Se inclinó sobre él y, con el mayor cuidado del mundo, besó sus labios con dulzura. Fue un beso largo, casi eterno para dos amantes que sentían como el mundo los separaba poco a poco.

—No te atrevas a morir, Ekko, jamás te lo perdonaré si lo haces. Si me dejas sola… si nos dejas solas.

—¿Crees que es así de simple? —bramó Ekko, su mirada febril capturada en los labios de Jinx—. Vienes y solo me besas, me pides que no muera, me denominas por fin algo más que tu amigo y… ¿qué? ¿Solo esperas que no me vuelva loco?

Antes de que Jinx pudiera decir absolutamente nada, Ekko la tomó por la cintura, tirando de ella para pegarla a su cuerpo y continuar con el beso que la joven parecía haber dejado a medias apropósito.

Un fuerte estruendo se escuchó en la parte superior, lo que los obligó a separarse.

Los de arriba habían comenzado.

La guerra los había alcanzado por fin.

Jinx miró a Ekko, recobrando el valor, a pesar del temblor en sus manos.

—Cuando estoy contigo —comenzó—, olvido que le tengo miedo al mundo. Olvido que toda mi vida he actuado en defensa propia, una y otra vez, y permito que alguien más guíe mis pasos además de mí.

La muchacha por fin tomó su mano, apretándola con fuerza, dejando en ese agarre su entera confianza.

—Ganemos esta jodida guerra, Salvador —enunció—. Hagámoslo por nuestras hijas.

Ekko sonrió.

No podía morir, ninguno de los dos podía, porque después de ese día, la vida para ellos se pintaba de un color diferente.

Chapter 30: XXX. Escarlata - Parte I

Notes:

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Chapter Text

La amalgama entre el ejército noxiano y de piltillos se abrió paso, desfilando por las calles de la Ciudad del Progreso con orgullo y marcha firme. Caitlyn los lideraba, con una mirada distante y gélida. Ya no había marcha atrás, las decisiones habían sido tomadas y no podía deslindarse del papel que había jugado sobre ellas.

Ambessa marchaba a su lado, con armadura de hierro y un afilado katar llevado por la empuñadura. Pasos sin vacilación, espalda recta y una sonrisa oculta bajo esa máscara metálica que la protegía.

Piltover estaba demasiado confiado sobre el hecho de que la batalla se librara en Zaun, porque habían hecho poco esfuerzo para resguardar a su propia gente en búnkeres o refugios, pocos habían huido, entre ellos algunos de los miembros restantes del Consejo que temían a la ira vengativa de Jinx.

Sobre todo, después de asimilar que desde hacía años habían estado persiguiendo indirectamente a las hijas de la muchacha y que, en esta ocasión, ella por fin volvería a atacar. Si una vez había logrado asesinar a casi la mitad de ellos, ¿qué le impediría consumar el trabajo que no logró terminar años atrás?

Caitlyn elevó la mirada. Ojos curiosos de adultos, jóvenes y niños la perseguían con insistencia, sobre todo los más pequeños que buscaban refugio en los brazos de sus padres.

Eso era lo que se había buscado. Ella sola había puesto a toda su gente en esa situación. A la gente que alguna vez juró proteger, ahora los había ubicado al medio de una guerra de la que ya no podrían escapar. Independientemente si Ambessa había influenciado o no en el gobierno de Piltover y su desbarajuste militar, Caitlyn tenía una responsabilidad que asumir.

—Enfócate, muchacha —enunció Ambessa, llamando su atención—. ¿Recuerdas el plan? 

Caitlyn guardó silencio, todavía perdida en sus pensamientos. Ambessa resopló.

—Lo que el científico dijo —continuó—. Nuestro objetivo principal es-

—La hija menor de Jinx —interrumpió Caitlyn—. Lo sé. 

Pero eso no apartaba la sensación amarga, la incomodidad de pensar que todo el objetivo principal de esa guerra se había deformado para capturar a una bebé. 

Una bebé. 

Jinx tenía motivos suficientes para librar una guerra y proteger a su descendencia, pero… ¿y ellos?

Ambessa estaba ciega por el poder, la guerra era parte de su naturaleza, ella prácticamente se había criado en un campo de batalla. Había notado una ventaja y la tomó, Viktor era su As bajo la manga, su última carta a jugar, un ser tan poderoso que tal vez incluso él mismo desconocía sus propias habilidades, manipulado para creer que la perfección en el mundo era posible solo con ganar esa batalla. 

Singed, por otro lado, era un caso más complejo. Caitlyn estaba segura de que el sujeto no era honesto con sus objetivos, le había dicho a Ambessa que la niña sería fundamental para recuperar a la bestia y por fin poder dominarla, si lo hacían antes de que la batalla avanzara demasiado, tendrían la victoria en sus manos.

Pero, sin importar cuántas vueltas le diera al asunto, a Caitlyn eso simplemente no la convencía. El historial del hombre era demasiado largo como para creer que estaba de su lado únicamente por miedo al poder de Ambessa, y le pesaba no haberlo descifrado aún. 

Llegaron hasta la primera línea, justo en el Puente del Progreso, y cuando Singed por fin se unió a ellas, lanzaron el primer ataque. Una granada de Gris que se esparció por todo el lugar, dándoles ventaja al poseer mascarillas con visores que les permitían moverse sin verse afectados por el gas.

—Mantendrán a las niñas a salvo en algún sitio —enunció Singed—. Debemos encontrarlo, utilizaremos a los cachorros para separar a mamá lobo del resto. Si Jinx cae, no tendrán más opción que rendirse.

—Ya he enviado gente a buscar el dichoso refugio —bramó Ambessa, terminando de colocarse la mascarilla—. Pronto tendremos noticias. Una vez que tengamos a esa niña en nuestro poder, habremos de recuperar a la bestia, y ganaremos esta batalla.

 



El paisaje era desolador. Violet y Jinx se encontraban en lo más alto de uno de los edificios vaciados por los mismos Firelights para mantener a la gente a salvo. 

Cientos de robots movidos por tecnología Hex descendieron de aeronaves como esferas metálicas enormes que amenazaban con destruirlo todo.

Un piso más abajo, se encontraban Ekko y Jayce, resguardados por el propio Vander. Y justo en la primera explanada, a la entrada del edificio, su pequeño ejército esperando una señal para pelear.

Violet tragó en seco, las manos le temblaban dentro de los guanteletes. Observó a su hermana por el rabillo del ojo. El pecho de Jinx subía y bajaba frenéticamente, la respiración acelerada era una consecuencia de su ansiedad. Pero Vi sabía que Jinx no le tenía miedo al ejército enemigo, ni a sus armas, ni siquiera a esos robots sobrediseñados.

A Jinx le aterraba morir, como nunca antes le había aterrado. Y le aterraba porque, de hacerlo, dejaría a sus hijas solas.

Tenía más miedo por ellas que por sí misma.

—¿Sugerencias? —suspiró Violet, volviendo la mirada al frente, con un tono ameno que intentó compartir con su hermana.

Jinx fijó su atención en ella, tratando de dibujar una sonrisa apacible lo mejor que pudo.

—Aléjate de las balas —escupió sarcásticamente. 

Compartieron una sonrisa nostálgica que se disipó en el horizonte y el caos que se alzaba frente a ellas.

Ambas habían vuelto a las trincheras, a ese jodido puente, el cielo volvía a entintarse de rojo, las nubes de Gris atestaban el aire. El fuego iluminaba con ráfagas brillantes todo lo que se moviera.

Los pasos metálicos de los Vigilantes les causaron escalofríos, por un segundo ambas habían vuelto a ese momento en que lo habían perdido todo. Al día en que se habían convertido en dos niñas huérfanas.

Y deseaban que Janna se apiadara de ellas para que no se repitiera el ciclo con Isha y Kyan.

Jinx estiró su mano lentamente, hasta terminar prendada a los dedos de Violet. La hermana mayor sintió un escalofrío de nostalgia, de similitud y eso le aterró.

Apretó su agarre sobre la mano de Jinx y trató de disimular el temblor en sus dedos.

—Prométeme que cuidarás de ellas —soltó Jinx, con la voz totalmente quebrada. Vi solo pudo mirarla en silencio—. No quise decírselo a Ekko porque sé que hará cualquier cosa por mantenerme con vida, incluso dar la suya. Y no pienso permitir que haga una estupidez como esa, así que si algo llega a suceder-

—No pasará nada.

—Vi-

—¡No! —volvió a interrumpir la mayor—. No pasará nada, Powder. Nos cuidaremos la una a la otra. Prométeme que estarás bien.

Jinx frunció el ceño con una sonrisa y asintió a regañadientes. 

—Tenemos que hacerlo, tengo que ganar esta guerra para protegerlas —dijo, regresando el aire a su cuerpo—. Soy su madre, no tengo otra opción que lograrlo por ellas.

Violet tiró de ella para abrazarla con fuerza. Jinx se permitió ser rodeada por el calor de su hermana, por su forma de reconfortarla. 

Ahora estaban juntas. La guerra comenzaba y ellas estaban listas. 

Más que nunca.

 

 

 

Los muros del búnker, al igual que el techo, cimbraron violentamente, los robots habían aterrizado en el campo de batalla, era inevitable que las ondas de movimiento los alcanzaran.

Las niñas se habían quedado justo donde mamá y papá las habían dejado. Cuando una segunda explosión, mucho más fuerte, se escuchó en el exterior, Isha se abrazó a Kyan, como si intentara protegerla del peligro, tal y como lo había estado haciendo desde el primer día en que llegó al mundo. 

Kyan, que había estado dormitando hasta ese momento, se despertó sobresaltada, los ojitos magenta acuosos y cristalinos buscaron desesperadamente a su madre, pero, al no hallarla, se limitó a hacer un berrinche en los brazos de su hermana.

Isha se incorporó de inmediato sobre la cama, sus ojos vagaron por el refugio tratando de hallar a Sevika, cuando el llanto de Kyan fue más estridente y la hizo encogerse de hombros ante el ruido.

Mamá le había dicho que la cuidara, pero ¿cómo podría hacerlo si solo mamá sabía cómo calmarla en un momento así?

El corazón de Isha se hizo añicos.

¿Y si… mamá no volvía? ¿Kyan nunca dejaría de llorar? ¿Ella nunca sabría cómo calmar a su hermanita? ¿Tendría que ser valiente por ambas?

Pero Isha no quería ser valiente, ella solo quería a su mamá. 

Las manitas de Kyan se estiraron hacia su hermana, sin detener su llanto y el color rojizo que su rostro había tomado. Isha intentó acercarse a ella, impulsándose con las rodillas sobre el colchón. La pequeña estaba recostada sobre la chaqueta de Ekko, el muchacho había terminado de arropar con ella a ambas antes de marcharse.

Isha intentó envolver de nuevo a la menor con la chaqueta, simulando el abrazo de su padre, lo cual pareció funcionar, porque pronto Kyan se hizo más pequeña entre la tela, restregando la nariz contra la misma para tranquilizarse.

Isha suspiró aliviada. Se asomó por encima del rostro de su hermana y, emulando a su madre, llevó el flequillo rebelde de la bebé detrás de sus orejas para despejar su rostro.

Nadie les haría daño mientras estuvieran juntas.

Y eso era lo que dominaba en los pensamientos de Isha:

“Mientras yo esté aquí, contigo, nada malo te pasará. Siempre que estemos juntas nos cuidaremos la una a la otra. Siempre, en cualquier lugar. Y si un día nos separan, prometo volver a encontrarte”.

Y besó su sien. Porque cuando mamá y papá no estaban, eran ellas dos contra el mundo, y siempre sería así. 

Kyan volvió a retorcerse entre la chaqueta de Ekko, llevando las manos a la boca para succionar de ellas ansiosamente. Isha ladeó la cabeza, confundida. 

—El pequeño parásito tiene hambre —bramó Sevika, resoplando mientras se dejaba caer al borde del camastro—. Como si no recordara cuando tú estabas de ese tamaño y tu madre no quería-

Se detuvo abruptamente, tragándose las palabras, porque Jinx la mataría si llegaba a hacerle saber a Isha por todo el rechazo que la hizo pasar siendo una bebé. 

—No importa —se apresuró a decir antes de que la mirada curiosa de la niña fuera más insistente.

Levantó a la pequeña del colchón (o lo que se suponía que eso era), manteniéndola envuelta con la chaqueta porque la misma bebé se había aferrado con las uñas a ella y quitársela habría significado lidiar con otra rabieta.

Igual a las que Isha hacía con exactamente esa misma baratija.

Sevika resopló, acunando a la bebé en su brazo bueno, mientras con el mecánico buscaba entre las pertenencias de Jinx el biberón con leche.

Desde que Kyan había logrado pegarse al pecho de su madre, ser alimentada de esa forma ya no le parecía tan agradable, por lo que para Sevika era siempre un dolor de cabeza que la niña quedara a su cargo.

Kyan apretó los labios con el entrecejo fruncido, y desvió la cara tantas veces como pudo para complicar el trabajo de Sevika.

—Vamos, pequeña pestilencia —gruñó, con la poca paciencia que tenía. 

Isha azotó un pie en el piso, mirándola molesta y con los brazos cruzados frente al pecho. Sus ojos acusatorios sentenciaron a Sevika por haberse referido a su hermana de esa forma tan despectiva. La mujer solo puso los ojos en blanco.

La mayor acarició la coronilla suave de su hermana y fue cuando Kyan por fin cedió ante Sevika, saciando su hambre. Luego elevó los ojos rosados hacia su cuidadora, sonriendo por el borde del biberón. 

Sevika arrugó el entrecejo, tratando de disimular la sonrisa ladina que por poco se formaba en sus labios.

Porque seguro Isha le diría a la idiota de su madre que ella había mostrado vulnerabilidad con sus mocosas odiosas.

Sintió una opresión en el pecho. Su madre. Jinx. Más le valía a esa jodida niña idiota no cometer el mismo error que sus padres y regresar con vida.

Porque ella no pensaba cuidar eternamente a sus pequeños duendecillos.

Ya había hecho bastante con hacerlo con Isha, ya no necesitaba seguir siendo su niñera. 

Kyan se acomodó nuevamente entre los brazos de Sevika, quedando con el rostro casi escondido contra su pecho, elevando su mano para quedar con los deditos aferrados a su escote.

Sevika sintió una corriente eléctrica recorriendo su columna. 

Muy a pesar de ser las mocosas de Jinx, eran bastante más tolerables que su insoportable madre.

Un golpe abrupto nuevamente sacudió el búnker, pero esta vez una explosión de tierra y polvo obligó a todos a alejarse del origen. Un puñado de Vigilantes descendió por el hueco que se había logrado hacer en la parte superior después de que uno de los robots disparara con absolutamente todo su poder y quedara en completo desuso.

Las madres tomaron a los niños, y los adolescentes se refugiaron con ellas, incluso si no eran sus propias madres, el instinto de las mujeres estaba ahí y sentían que era su deber protegerlos, porque eran más vulnerables que los adultos.

—Mierda —bramó Sevika, poniéndose de pie.

Isha dio un paso hacia atrás cuando una de las Vigilantes, una joven con posiblemente la misma edad de su madre y cabello azafranado, fijó su atención en ella. Isha la conocía, la había visto antes, cuando la secuestraron para atraer a mamá hacia Piltover.

Sevika colocó a Kyan en los brazos de Isha y se plantó frente a ambas. Su madre las había dejado a su cargo por una razón, y no era que Jinx no confiara en su propia habilidad para reforzar el lugar, sino porque ambas conocían bien de lo que Piltover era capaz cuando se proponía algo.

—Corre, mocosa, ya sabes por dónde salir —le dijo, justo cuando la Vigilante señaló hacia la niña para que sus compañeros la apresaran.

Isha aferró a su hermanita contra su cuerpo, las rodillas comenzaron a temblarle, si se iba, ¿qué pasaría con Sevika? 

La ogra siempre le había dado miedo cuando era pequeña, y nunca se llevó muy bien con mamá, pero también la cuidaba cuando mamá no estaba, y sabía que sin importar nada, Sevika la protegería. 

Por más fuerte que fuera, no había manera de que pudiera contra todas esas personas malas sola.

Kyan lloró en sus brazos cuando se escuchó el sonido seco de los golpes de Sevika en las caras de los tipos. Isha también lloraba, la pobre niña estaba aterrada.

Varios adultos comenzaron a atacar a puño limpio a los invasores. Aprovechando la distracción, Sevika cargó a ambas niñas en brazos hasta llevarlas a una de las salidas de emergencia que Ekko y Jinx habían ocultado entre las paredes para que, en un caso como ese, sus hijas y los demás tuvieran oportunidad de huir.

La mujer colocó a la mayor en el borde del pasadizo y volvió a poner a la bebé en sus brazos, puso la chaqueta de Ekko sobre los hombros de Isha, tapando su cabeza con la capucha.

—Vete, los detendré un tiempo y después te alcanzaré —le dijo—. Busca un lugar seguro, mocosa, no quiero que tu madre me asesine si algo te pasa.

Isha negó y tiró de la mano de Sevika, señalando el pasadizo con la cabeza. 

—No puedo ir contigo, no ahora —respondió, ligeramente consternada. 

Un gramo de nostalgia se asentó en su pecho, y por un segundo esa niña mayor volvió a ser la pequeña bebé que correteaba en la oficina de Silco, manchando todo con pintura. La sonrisa del hombre que en ese entonces se hacía llamar a sí mismo su abuelo, y que solo llegó a visualizar en una ocasión, volvió a su memoria. 

Él también le habría pedido que cuidara de ellas.

Los pasos de los Vigilantes se hicieron cada vez más cercanos y Sevika obligó a Isha a entrar en el pequeño pasadizo en la pared.

—Busca un lugar seguro o a alguien que te pueda mantener a salvo, niña.

Las lágrimas redondearon los ojos de la pequeña.

—¡Ya, mocosa, corre! 

Las piernas de la niña volvieron a flaquear, los Vigilantes estaban a pocos metros, habían logrado verlas.

—Mierda. ¡Isha! —la llamó Sevika—. ¡Corre!

La niña quedó perpleja, porque Sevika jamás, en toda su corta vida, la había llamado por su nombre, ahora entendía que la mujer hablaba en serio, y obedeció esta vez.  

Sevika intentó retener a los Vigilantes todo lo que pudo y a más de uno lo dejó inconsciente, pero la superaban en número y terminaron derribándola contra el suelo. 

Los ojos casi se le salieron de las corneas cuando uno de los Vigilantes intentó atravesar el pasadizo para ir tras las niñas, pero Jinx había pensado en todo. Ese pasadizo, justo ese, había sido diseñado exclusivamente para sus hijas, siendo del tamaño ideal para que únicamente Isha y Kyan cupieran en él.

La entrada al pasadizo para los adultos, que conectaba con ese, se escondía en otra parte del refugio, y era evidente que ellos no podrían hallarlo.

—Déjenla —ordenó la joven Vigilante al ver la imposibilidad de atravesarlo—. Nuestro trabajo era llevarla con Ambessa o hacerla salir. Hemos terminado aquí. Llévense a todos, ahora son prisioneros. 

Se necesitaron más de dos hombres para mantener a Sevika quieta, ella mantenía el corazón palpitándole desenfrenado. Isha se había marchado sola, había dejado a esa mocosa diminuta e indefensa correr directo hacia el campo de batalla en busca de su madre.

Y le rogaba a Janna que fuera lo suficientemente fuerte para encontrarla con vida.

 



Jinx corrió entre el humo y las explosiones, tratando de mantenerse enfocada. El ejército enemigo los superaba en número, en armamento, incluso en defensa, pero desconocían el territorio, y sobrevivir en las Fisuras era para lo que los zaunitas habían sido entrenados toda su vida.

Ekko se había separado, dirigiendo a un grupo de Firelights que cubrirían la espalda de Jayce para que pudieran encontrar a Viktor antes de que fuera tarde.

Una bestia movida por Brillo, seguramente creada por Singed, se abrió camino frente a ella, tumbando todo a su paso con el simple golpe de sus manos. Jinx sabía que era trabajo de la bestia cuidar de Viktor, mantenerlo resguardado, y ella debía distraerla para darle oportunidad a sus compañeros de llegar al Heraldo.

Disparó tres veces, y las balas con tecnología Hex mejorada por ella misma atravesaron la piel… y se quedaron ahí. No hubo sangre, heridas abiertas o gritos desgarradores. La bestia humanoide solo gruñó y se lanzó sobre ella con mayor furia y una fuerza desmedida. Jinx logró esquivar el primer golpe que había destrozado el pavimento, y el segundo que casi le quebraba la espalda. 

Con cada salto dado la muchacha se alejaba más y más de Viktor, atrayendo a la bestia con ella.

“Si impedimos que Viktor libere su magia, ellos perderán una oportunidad de ganar, y nosotros la obtendremos”. 

O eso había dicho el niño científico, y si Ekko confiaba, aunque fuera mínimamente en él, entonces Jinx lo hacía también.

Porque Ekko jamás pondría en la cuerda floja la vida de sus hijas.

La bestia se lanzó sobre ella, dejándola en el suelo, levantó sus enormes puños sobre su cabeza, dispuesto a dejarlos caer sobre el pecho de Jinx.

Violet salió de la nada y, con sus pesados guanteletes, derribó al monstruo, lanzándolo lejos de su hermana. 

—¡Vi! —exclamó Jinx, tratando de correr hacia la mayor que ahora se enfrentaba a la bestia.

Sintió un golpe directo en la nuca y cayó al suelo. Se giró solo para volver a esquivar un segundo ataque, esta vez del arma afilada de Ambessa que se clavó en el piso junto a su cara.

La líder noxiana la miraba con ojos altivos y la mandíbula apretando los dientes. Jinx buscó desesperadamente la pistola enfundada en su pantalón, pero en cuanto la levantó, Ambessa la golpeó con la empuñadura del katar para separarla de entre sus delgados dedos.

Pisó el estómago de Jinx para mantenerla en el suelo, inmóvil. La muchacha soltó un quejido agudo e intentó arrastrarse para alejarse de ella, pero el peso de Ambessa la superó.

—Has sido una jodida molestia desde que decidiste entrometerte en mis planes. Destruir Stillwater fue solo el comienzo para ti, ¿no es cierto? —escupió Ambessa. Jinx resopló, chistando los labios—. Y ahora, verás toda tu ciudad caer, y no podrás hacer nada para salvarlos, ni a ellos, ni a tus preciosas bebés. 

Jinx gruñó y como pudo, sobreexplotando el poder del Brillo en su cuerpo, lanzó a Ambessa lejos de ella.

—¡No vas a tocar a mis hijas!

Sus ojos rosados se encendieron con un brillo fúrico. Ambessa pareció vacilar, dando un paso hacia atrás, pero su rostro no demostró miedo, sino euforia ante un reto que pensaba aceptar.

Volvió a empuñar el arma y se lanzó sobre ella, Jinx la esquivó. Ambessa tenía la fuerza, Jinx la velocidad y, evidentemente, la motivación. 

La muchacha se deslizó debajo de un golpe directo de Ambessa que se dirigía a su cuello, tomó el arma y disparó, la mayor rebotó el disparo con la hoja del katar. Jinx saltó al lado contrario, haciendo un círculo en torno a Ambessa, pero la agilidad le jugó chueco cuando la fornida mujer la tomó por ambas trenzas y volvió a tirarla al suelo. 

Ambessa pisó el cabello de la joven de manera que quedara inmovilizada, Jinx intentó liberarse, pero le fue imposible. 

—Se acabó —esbozó Ambessa con una sonrisa, mirándola desde arriba—. Morirás sabiendo que encontraré a tus hijas y no podrás hacer nada para evitarlo. Ellas tendrán el destino que merecen. Al igual que tú. 

El filo del arma se pegó peligrosamente al cuello de Jinx. La muchacha tuvo que retenerla usando sus manos contra la hoja y el mango. La sangre le escurría de la palma rajada.

No podía morir ahí. Y si lo hacía, no dejaría a Ambessa marcharse con vida.

Ya había hecho algo similar con Marcus, y casi pierde a Isha, pero al menos su niña había permanecido a salvo de las garras de otro sujeto enloquecido por el poder. 

¿Podría volver a hacerlo? Isha no soportaría perder a su madre, pero entendería la situación, entendería que, a pesar de todo, su madre lo hizo por amor, por el deseo desbocado de protegerlas.

Porque las amaba más que a nada en todo el mundo.

Pero Kyan… ella no alcanzaría a comprender, por más que le intentaran explicar cuando fuera mayor, porqué mamá y papá decidieron pelear en una guerra que sabían que iban a perder.

Y Jinx lo sabía, comprendía ese sentimiento, porque mucho antes de ser madre se lo preguntó cientos de veces. ¿Por qué sus propios padres decidieron dejarla a ella y a Violet a expensas de los Carriles? ¿Por qué no solo huyeron con ellas para poder permanecer juntos? ¿Por qué tenían que morir y dejarlas solas?

Mantuvo la mano aferrada a la empuñadura del katar de Ambessa para evitar que cercenara su cuello, mientras con la mano herida tentaba sus ropas aprisa para encontrar una de sus pequeñas bombas.

Desde que se convirtió en madre comenzó a empatizar con lo que la propia Felicia debió haber sentido cuando la primera guerra contra Piltover comenzó. Felicia había dado su vida buscando algo mejor para ellas, y era justo lo mismo que Jinx era capaz de hacer por sus propias hijas.

Incluso si ellas no alcanzaban a comprenderlo todavía. 

Colocó el dedo índice en el anillo de seguridad de la granada y se dispuso a tirar de él.

Manteniendo en su mente la imagen constante de las sonrisas de sus hijas, su risa juguetona, su tacto pegajoso, su olor infantil. 

Y el sonido de su llanto… un sonido que traspasó sus memorias para acribillar sus oídos.

No era un recuerdo demasiado realista. Era un hecho. Lo estaba escuchando.

Jinx volvió su mirada hasta el origen del sonido. Sus ojos desorbitados observaron con terror a Isha, de pie a pocos metros de ellas, con Kyan llorando en sus brazos. La mayor desbordaba lágrimas horrorizadas al ver a su madre sometida por aquella mujer que planeaba herirla de muerte, mientras la pequeña, asustada por el entorno, el ruido y las explosiones, estiraba sus manos en dirección a Jinx, buscando la protección de su madre.

La muchacha retrajo los dedos de la granada, las manos temblorosas apenas podían defenderse del peso de Ambessa. 

Un robot movido por tecnología Hex explotó a metros de ellas (porque Jayce había hecho un buen trabajo al explicarle a los Firelights cómo desestabilizarlos), e Isha, movida por el miedo a los sonidos abruptos, caminó dos pasos más en dirección a su madre.

—¡No te acerques! —gruñó Jinx, forzándose a apartar a Ambessa de sí.

Isha se detuvo en seco, los ojos apenas y podían vérsele del otro lado de la pared de lágrimas, sus brazos trémulos no habían cedido únicamente porque llevaba a Kyan en ellos.

Jinx titubeó. Si enviaba a sus hijas lejos corrían mayor peligro en medio del fuego cruzado, pero dejarlas ahí las pondría a expensas de Ambessa. 

Debía sacarlas de ese lugar. Debía ir con ellas.

No podía levantar bien la cabeza, Ambessa mantenía su cabello todavía cautivo bajo su pie. Jinx realmente nunca imaginó que sería una desventaja al pelear, pero es que nunca antes había enfrentado a nadie como Ambessa.

—Si te rindes de una buena vez, ellas no tendrán motivo para ver a su madre morir —sonrió Ambessa, percibiéndose victoriosa.

Jinx observó de nuevo a sus niñas. El cielo escarlata, el humo y fuego en el aire, el ambiente árido, el dolor en el pecho. 

Una hermana protegiendo a otra.

Igual que aquella vez.

Igual que la noche que ella perdió a sus padres, y ver a su madre así, con la mirada perdida en la muerte, fue algo que jamás logró olvidar, y era algo que no quería que sus hijas vivieran.

No cometería ese error.

El llanto agudo de Kyan entremezclado con el de Isha volvió a perforar sus tímpanos, pateándole el corazón. 

Sus bebés, sus adoradas bebés, estaban indefensas.

Ambessa encajó su peso sobre ella y la hoja del katar liberó un hilo de sangre más prolífico de su mano, Jinx soltó un quejido de dolor que trató de guardar en la garganta para no asustar a las niñas, pero ya era tarde para eso.

Ma-Ma-Má… —balbuceó Kyan, uniendo la voz a su llanto agudo. 

Comenzó a patalear en los brazos de Isha, tratando de llegar a su madre y, al no ver avance por parte de su hermana y que mamá no corría hacia ella para tomarla en brazos, volvió a soltarse a llorar con un chillido agudo rebosado de desesperación. 

Jinx sintió el corazón partiéndosele por la mitad. Sabía lo que tenía que hacer para ponerse de pie. Como pudo, con toda la fuerza que le quedaba almacenada, desvió el filo del arma en su cuello, la punta apenas rajó la piel superficialmente, pero cercenó su cabello de un tajo.

Jinx se giró en el suelo cuando Ambessa perdió el equilibrio y sintió lo poco que su cabeza pesaba ahora, el cabello le había caído hasta los hombros y sus trenzas, enmarañadas de recuerdos de años pasados, se quedaron abandonadas en el campo de batalla. 

Isha abrió los ojos cuando notó a mamá perder algo tan característico de su ser con tanta facilidad, solo para tener un chance de llegar hacia ella.

Jinx ignoró a Ambessa y corrió hasta sus hijas tan rápido como pudo, tomando a cada una en sus brazos. Isha se abrazó a su cuello, escondiendo el rostro en el hueco de éste, mientras Kyan se acurrucaba contra su pecho.

Ambessa se puso de pie con un gruñido gutural, y Jinx salió corriendo de ahí tan rápido como las piernas se lo permitieron.

Jinx atravesó el campo de batalla, esquivando las balas que rozaban el aire a su lado. Ambessa había ido tras ella y, aunque la velocidad de Jinx estaba siendo mermada por las heridas y el peso de las dos niñas en sus brazos, no había manera de que disminuyera el paso.

El instinto la obligaba a seguir corriendo, porque no era su vida lo único que estaba en riesgo ahora.

Ese jodido instinto que siempre la forzaba a hacer cosas inimaginables por sus hijas.

Atravesó a enemigos y aliados, buscando ocultarse entre los callejones y los edificios que Ambessa desconocía. El aire caliente y con olor a pólvora chocaba contra su nariz, la garganta reseca apenas le permitía tragar saliva. Podía sentir los brazos temblorosos de Isha alrededor de su cuello y la respiración entrecortada de Kyan que aún sollozaba asustada contra su pecho.

Tuvo que esquivar algunos ataques de los robots que la detectaron como una amenaza en cuanto pasó frente a ellos. Escuchó a Isha llorar cuando se detuvo a tomar aire detrás de los escombros de un edificio. 

—Tranquila, pequeña, mamá está aquí. Todo estará bien, las mantendré a salvo —susurró con el poco aliento almacenado que le quedaba.

El filo del katar de Ambessa se clavó en el muro sobre su cabeza. Nunca imaginó que sería capaz de alcanzarla, pero supuso que entonces la había subestimado.

La líder noxiana estaba moviéndose por la ira, y Jinx por el deseo desesperado por mantener a sus niñas con vida.

Su primer impulso habría sido el de pelear hasta que alguna de las dos muriera, pero en ese momento, las circunstancias habían cambiado y no estaban jugando a su favor. 

Primero tenía que ponerlas a salvo. Sin importar nada.

Volvió a correr, dando un salto desde un desnivel de casi tres metros de altura, soportando el dolor agudo que le vino a las pantorrillas cuando cayó de pie. Atravesó los callejones más estrechos que recordaba haber recorrido de niña, dando vueltas a cada esquina hasta que sintió que había perdido a Ambessa en alguna intersección. 

Por fin pudo recuperar el aliento e intentó separar a las niñas de ella, pero ellas se rehusaron rotundamente. El miedo dominó el corazón de Jinx al no escuchar sonidos en sus sollozos, y se apresuró a separarlas, con menor delicadeza, para verificar que no estuvieran heridas.

Analizó a Isha de pies a cabeza, la niña permanecía con las uñas todavía aferradas a su blusa, cada extremidad le temblaba, pero estaba bien. Kyan, por otro lado, seguía escondida en el pecho de mamá, con la mano enredada en las costuras de su escote, tampoco parecía herida, sino bastante consternada.

Jinx suspiró aliviada, y permitió que ambas volvieran a su abrazo para que lograran llorar libremente.

—¿Por qué salieron del refugio? ¿Qué sucedió? —preguntó, pero Isha ni siquiera hizo ademán de querer alejarse de ella para darle una respuesta—. Tengo que llevarlas de vuelta al búnker o hallar un lugar seguro, no pueden quedarse conmigo, es demasiado peligroso. 

Intentó ponerse de pie, cuando sintió un escalofrío atravesarle la columna.

—Deja a las niñas en el suelo y gira lentamente hasta mí —escuchó a su espalda, una voz gélida acompañada del sonido del cargador de una escopeta.

Jinx dejó a Isha de pie a un metro de ella y a Kyan sentada en el suelo junto a su hermana, la bebé volvió a elevar sus manitas hasta ella, cerrando y abriendo los dedos para llamarla, pero Jinx se limitó a no hacer movimientos bruscos. La mirada de Isha la siguió mientras se ponía de pie con las manos levantadas.

La muchacha se giró, dando un paso a la vez, buscando a toda costa poner su cuerpo frente al de las niñas.

Su mirada explosiva se fijó en el par de ojos achinados y celestes que le apuntaban con el arma directo entre las cejas.

Sabía que llegaría ese momento, pero no esperaba estar con Isha y Kyan escondidas a su espalda cuando se hallara frente a él. Buscó el arma en su pantalón con una velocidad inhumana, pero no estaba. Se había quedado en la batalla contra Ambessa.

El resultado era evidente.

—Al menos deja que se vayan —dijo, haciendo un movimiento de cabeza para señalar a las niñas—. Esto nos concierne solo a nosotras.

—Ya lo sé —respondió Caitlyn—. Siempre ha sido así. Esto se acaba aquí, Jinx.

Una hija buscando venganza por su madre.

—Puedo apostártelo —respondió Jinx.

Una madre buscando venganza por sus hijas.

Notes:

Aprovecho para volver a promocionar por aquí mi historia What Have They Done To Us que es la realidad alterna de este universo, la que habla sobre Kyan. Isha también anda por allá haciendo acto de presencia de una forma super tierna ¡Léanla!
De igual forma les traje hace poco una historia nueva donde Jinx es mamá biológica de Isha, es ajena a este universo pero también tendrá mucho sobre la relación madre-hija entre ambas, es un AU que seguro les gustará también. Se llama If We Have Each Other

Les dejaré los significados de los colores de los últimos capítulos que me faltaron:
XIX. Naranja - Se da al mezclar el amarillo (los ojitos de Isha) y el rosa (los ojitos de Kyan). En este capítulo Isha por fin aceptó ser la hermana mayor de Kyan y la responsabilidad que tenía sobre ella.
XX. Aguamarina - Se asocia con la serenidad y la calma. Es una mezcla entre el azul (Jinx) y el verde (Ekko). Al final de este capítulo Ekko le proporciona justo eso (paz, tranquilidad, conforte) a Jinx.
XXI. Amarillo - Asociado al calor familiar que se puede notar con la nueva relación de Ekko y sus niñas. También, en el círculo cromático, es el color opuesto al Morado (el final del capítulo titulado con este color justo es un paralelismo a éste pero con Isha siendo más pequeña).
XXII. Carmesí - Asociado al amor, energía, fuerza, determinación. El poder que marca el inicio de una guerra y el amor por el fortalecimiento de la relación entre Kyan y Jinx y la aceptación del amor entre Ekko y Jinx.
XXIII. Olivo - Es el resultado de la combinación verde (Ekko) y amarillo (Isha), su relación padre-hija por fin puso cimientos. Además, transmite seguridad, tranquilidad y estabilidad, similar a la relación paternal.
XXIV. Azul Marino - Evoca el respeto y la lealtad. Sentimientos otorgados hacia Jinx por parte de los rebeldes, zaunitas, Firelights, etc.
XXV. Violeta - Evidentemente tiene que ver con Vi y como su relación con sus sobrinas se ve reforzada y aceptada por Jinx.
XXVI. Lavanda - Se asocia con la protección, la tranquilidad y la sanación. Es una mezcla entre el azul (Jinx) y rosa (Vi), y representa la manera en que su relación de hermanas sanó y el paralelismo que existe entre ellas e Isha y Kyan.
XXVII. Cerceta - Nuevamente una mezcla entre el verde y el azul. Simboliza serenidad, sanación y renovación (la nueva vida en familia para Ekko y Jinx. Sí, su matrimonio).
XXVIII. Ocre - Evoca calidez y nostalgia (al final del capítulo). Dato curioso (¿importante?) en el Antiguo Egipto, el ocre se consideraba símbolo de vida y eternidad. Si leen el capítulo sabiendo esto seguro algo en su perspectiva se altera.
XXIX. Coral - Se asocia con la protección y la buena suerte (también es un dato curioso/importante).
XXX. Escarlata - Representa la valentía y el heroísmo

Chapter 31: XXX. Escarlata - Parte II

Chapter Text

La oscuridad del pasadizo obligó a Isha a caminar con extrema cautela, un paso a la vez. Temiendo tropezar con el peso cálido de Kyan en sus brazos. La bebé lloraba con desconsuelo, con sus deditos crispados en las ropas de su hermana, como si supiera que esa era la única manera de aferrarse a la vida. A su protección fraternal.

Odiaba la oscuridad, tanto como Isha. 

Era por eso que mamá siempre mantenía iluminada la habitación. Sin importar si era de noche o de día, las luces de colores, titilantes como estrellas, se encargaban de que, en aquel recinto, donde debían crecer protegidas y amadas, nunca reinara la oscuridad y con ella la incertidumbre de lo que albergaba.

Isha dio un paso más al frente, pateando por accidente una piedrecilla que rebotó contra la pared, provocando un eco seco y el desprendimiento de grava de la misma. Se encogió al instante, abrazando con fuerza a Kyan. El miedo creció en su pecho, las rodillas le flaquearon, la inseguridad comenzaba a dominar su conciencia. Trató de girarse para volver por donde había llegado.

En sus pensamientos solo dominaba la ingenua posibilidad de que mamá se hubiese enterado de lo que sucedía y ahora mismo estuviera yendo a buscarlas, para salvarlas, para protegerlas. Isha apretó los párpados con fuerza. Si era así, entonces mamá estaría esperándola en el búnker, junto a Sevika, junto a papá.

Se giró sobre su eje, dispuesta a volver, guiada por su inocencia infantil, la inocencia que le correspondía tener a una niña de seis años que se encontraba atrapada en medio de una guerra.

Entonces, abrió los ojos. El pasadizo, que en un principio era lóbrego y espeluznante, ahora se iluminaba por una guía de luces de colores que se extendía hasta el final del corredor. Luces que se activaron con el eco hueco de la roca que Isha había pateado y que ahora no era más que polvo en el suelo pedregoso.

Una brisa cálida rozó las mejillas humedecidas de Isha. Jinx había pensado en todo.

Porque mamá sabía lo mucho que sus bebés odiaban la oscuridad. 

Y Jinx era consciente de que lo más probable era que ella no estaría ahí para acompañarlas a lo largo del camino, pero debía dejar algo de ella para que sus hijas se sintieran a salvo, para recordarles que, sin importar lo lejos que pudiera encontrarse, siempre estaría ahí para protegerlas. Recordándoles cuánto las amaba.

Isha volvió su vista al final del corredor, a ese diminuto punto de luz al otro lado, a donde Sevika le había ordenado ir, en donde posiblemente mamá se encontraba. Sintió la manita de Kyan rozando su mejilla y bajó la mirada hasta ella, había dejado de llorar en cuanto la oscuridad se disipó y logró distinguir los ojos dorados de la mayor. Kyan sonrió con un gorgojeo dulce que motivó a su hermana a seguir adelante.

Al llegar al final del camino, todo se tornó a un ambiente casi… infernal. El cielo rojizo, los sonidos ensordecedores, el fuego entre las nubes el humo y el polvo que se levantaban del suelo para impedir la vista. Todo parecía cuidadosamente puesto en su lugar para ocasionar más estragos de los que ya había.

Isha podía sentir el calor de la batalla golpeando sus mejillas, las manos de su hermana empeñadas en no soltarse de ella. El propio llanto de Kyan se alcanzaba a distinguir lejano, hueco, como si fuera difuminado por los pensamientos de la niña.

Un disparo certero se escuchó a un costado de ellas. La fobia de Isha se encendió como una llamarada dispuesta a quemarlo todo, la pequeña se hizo un ovillo en el suelo, rodeando a Kyan con su cuerpo, protegiendo especialmente sus oídos. 

Quería a mamá. ¿En dónde estaba y por qué no iba a buscarlas?

La niña sintió una mano cálida, casi reconfortante, sostenerla por el hombro. Isha elevó la vista brillante y acuosa, solo para toparse con un hombre vestido con armadura noxiana que la miraba con una sonrisa fría, victoriosa, escalofriante.

—¿Sabes cuánto tiempo llevan buscándolas allá arriba? —cuestionó, como un susurro agrio—. Ambessa dio la orden de que toda niña con cabello azul fuera llevada ante ella, y ustedes cumplen con las características que nos dio. La guerra terminará pronto si vienes conmigo.

Isha dio un paso hacia atrás, aferrándose a Kyan con todas sus fuerzas. Pero el soldado le siguió el paso con la misma aterradora sonrisa. 

—Ven conmigo —musitó, fingiendo un tono meloso—. Te llevaré con tu mamá, estarán a salvo.

Pero Isha negó rotundamente. Si algo le había enseñado ser hija de Jinx era a no confiar en absolutamente nadie. Mamá se lo había dicho incontables veces desde que era una niña, y le había demostrado el porqué. Además, Isha no era tonta, solo pequeña, y había entendido a la perfección lo que la “gente mala” quería hacer con su hermanita.

No lo iba a permitir. Ella iba a protegerla.

—¡Maldita mocosa testaruda! —bramó el soldado, queriendo lanzarse sobre ella, pero Isha volvió a retroceder con la misma agilidad de una niña de su edad—. ¡Ven aquí!

Alcanzó a tomarla por la muñeca, Isha gruñó con la fiereza heredada de su madre y logró morder la carne del sujeto que estuvo a nada de alcanzar a su hermana. Él retrocedió, incrédulo ante el valor de una niña tan pequeña, pero los ojos de Isha nunca se suavizaron.

Volvió a lanzarse sobre ella, Isha dio un paso en falso, cayendo de espaldas al suelo, pero antes de que siquiera pudiera alcanzarla con la punta de los dedos, un segundo cuerpo lo apartó del camino con una fuerza impulsada por una furia ciega. La mujer de cabellera castaña se levantó de entre los escombros cuando el soldado pareció quedar inconsciente, y corrió hasta la mayor de las hermanas.

—¿Isha? ¡Isha! —la llamó Renne, levantándola con un movimiento para revisar que no estuviera herida e intentar sacarla de su ensimismamiento—. ¿Estás bien, cariño? ¿Te lastimó?

Isha negó, fijando sus ojos en los de la mujer. Renne mantenía una mirada tensa, podía notarse en como su cuerpo entero parecía querer disimular el temblor en cada uno de sus movimientos.

—¿P-Por qué no estás en el refugio…? —preguntó, sabía que no obtendría una respuesta, y la verdad es que temía obtenerla.

La expresión de Isha se endureció y bajó la mirada, negando más despacio que de costumbre. ¿Cómo iba a explicarle que ellos habían tomado prisioneros a todos dentro del búnker?

Renne palideció, sintiendo un hueco en el estómago que le escaló hasta la garganta. Intentó volver a abrir la boca, quería saber si sus temores se habían convertido en realidad, pero no tuvo la fuerza suficiente para preguntar si sus hijos seguían con vida. Tenía que averiguarlo por su cuenta, y dejar ese peso en los hombros de una niña no era algo que iba a permitir.

El soldado noxiano volvió a levantarse del suelo con un gruñido gutural, sus movimientos pausados y torpes demostraban que Renne había logrado causarle un daño que solo su ego podía minimizar.

Renne dio un paso al frente, colocando a Isha detrás de su espalda. El dolor punzante en el pecho provocado por el miedo de haber perdido a quienes más amaba no la dejaba pensar con claridad, pero si de algo estaba segura era que, por ese instante, proteger a Isha era su prioridad.

Porque su madre no estaba cerca, y ella era movida por el mismo instinto que movía a Jinx.

Un disparo sonoro estalló en el cielo, dejando una estela azul brillante a su paso. A Isha se le iluminaron los ojitos en cuanto lo vio. Era su madre, no cabía duda. Era una de sus armas haciendo acto de presencia en medio del caos que la caracterizaba.

Renne desenvainó la cuchilla que guardaba en la caña de las botas y adoptó una postura defensiva, cubriendo enteramente a ambas niñas.

—¡Ve, Isha! —ordenó, segundos antes de lanzarse contra su enemigo—. ¡No mires atrás, pequeña! ¡Busca a tu madre! ¡Ahora!

Isha obedeció, dubitativa, únicamente movida por el miedo de que algo le sucediera a su hermanita. Odiaba la idea de dejar a Renne sola, tal y como lo había hecho con Sevika, sobre todo porque en ella podía distinguir la misma esencia que en Jinx: una madre dispuesta a pelear exclusivamente con sus manos solo para salvar a sus hijos.

O, en este caso, a los hijos de alguien más. Porque el instinto materno no sabía discernir.

Isha corrió sin mirar atrás, fijando su objetivo en aquel fino hilo azul en el cielo que poco a poco iba desapareciendo entre las nubes de gas. El mundo se desdibujaba a su alrededor, ignoró cada posible amenaza que atravesaba, motivada por el deseo de por fin estar en los brazos de su madre.

—¡No vas a tocar a mis hijas! —se escuchó a lo lejos e Isha se detuvo en seco.

Era la voz de mamá

La niña divisó sus trenzas azules, moviéndose salvaje con cada golpe asestado. Estaba luchando sin descanso contra aquella aterradora mujer noxiana que le doblaba el tamaño.

Mamá peleaba bestialmente, saltando de un lado a otro con la agilidad impulsada por el brillo magenta en sus ojos y, aun así, parecía llevar la desventaja. Isha intentó acercarse todo lo que pudo en cuanto Ambessa sometió a Jinx, con el arma rozándole el cuello. La niña alcanzó a notar cómo su madre tentaba entre sus ropas para sacar una de sus bombas.

Sus pasos pequeños y temblorosos se detuvieron en seco. El gesto de mamá todavía no se había rendido, pero sus movimientos, sus decisiones, le gritaban que todo se había terminado y que, de ser así, se llevaría a Ambessa con ella.

Pero no podía…

No podía simplemente dejarlas solas, no cuando estaban tan cerca de volver a estar juntas.

Y, por primera vez en toda su vida, Isha lamentó no tener una voz ruidosa que llamara la atención de su madre. Intentó gritar, detenerla, suplicarle que no se atreviera a hacer lo que fuera que estuviera pensando, porque ellas todavía la necesitaban. 

Ella todavía la necesitaba. Y siempre lo haría.

Entonces, arañando el silencio con un llanto lastimero, Kyan le recordó a su hermana que, tal y como mamá lo había dicho alguna vez, ellas compartían una sola voz.

La bebé se giró en el agarre de Isha en cuanto escuchó la voz de su madre en medio de todo el caos bélico. Para ambas había sido una eternidad el tiempo que pasaron alejadas de Jinx, pero para Kyan, específicamente, había sido mucho más que eso. Nunca había estado tan lejos de mamá, tan lejos del calor de su pecho maternal.

Kyan no alcanzaba a comprender lo que Isha sí, la guerra que se libraba en torno a ellas y lo que eso significaba para las dos. Ella solo quería volver con su madre, sentirse protegida por ella, sin que nada más le interesara.

Fue entonces cuando Jinx las distinguió, y todo se fue al carajo…

 

 

                

—Esto se acaba aquí, Jinx.

Caitlyn pegó el dedo al gatillo, con una mirada que demostraba un dejo de crueldad, tan gélida que ni siquiera parecía humana.

Isha, acumulando todo el valor que podía caber en su pequeño cuerpo (y sobrepasándolo por mucho), se colocó frente Jinx, como si con su estatura de poco más de un metro pudiera cubrir cada centímetro de su madre para protegerla.

La reacción de Jinx fue instintiva. Como la de un animal salvaje dispuesto a proteger a su cría, costara lo que costara.

—¡No te muevas! —advirtió Caitlyn en cuanto Jinx intentó regresar a Isha a su espalda—. ¡No te atrevas a moverte!

—Isha, vuelve junto a tu hermana —ordenó la joven madre, volviendo a poner las manos sobre su cabeza. Isha se rehusó—. ¡Isha, haz lo que te digo! 

Pero la niña volvió a rehusarse, esta vez abrazándose a la cintura de su madre, reacia a soltarla. No iba a perderla, no de nuevo.

Caitlyn, por un segundo, despegó los ojos de la mira de la escopeta. El movimiento hizo a Jinx temblar, preocupada por la seguridad de su testaruda hija. Ella podía soportar cien balas y forzarse a sobrevivir, estaba segura; pero Isha no, Isha jamás.

La Vigilante volvió a tomar el arma con firmeza, ignorando su propia voz interna que le gritaba una y otra vez que ellas solo eran dos niñas que necesitaban a su madre.

Pero su madre era una asesina. Nada más.

Y ella pronto se convertiría en una mucho peor, porque asesinar a alguien que estuviese desarmado, con dos menores a su espalda, buscando protegerlos con su propio cuerpo, era incluso más bajo que lo que Jinx había hecho durante toda su vida.

Y Caitlyn lo sabía. Lo sabía mejor que nadie.

—¡No dispares! —exclamó Jinx, tirándose de rodillas sobre el suelo para cubrir a Isha con su cuerpo y darle la espalda a Caitlyn—. ¡Deja que vayan a un lugar seguro! ¡DÉJAME PONERLAS A SALVO, MIERDA! ¡Ellas no pueden morir! ¡NO DEJARÉ QUE MIS HIJAS MUERAN AQUÍ! 

La respuesta de Caitlyn fue casi inmediata, Jinx había golpeado un punto flaco con todo lo que tenía, con su propia desesperación. Compartiéndola con ella. La agonía de no saber el destino que le deparaba a sus hijas. La agonía de una madre que dudaba sobre su propia capacidad para mantener a los suyos a salvo.

—Si te rindes ahora, esta guerra terminará, haz que tu gente baje las armas, no permitas que se pierdan más vidas —enunció, casi como una súplica ronca—. No hagas que tus hijas sufran las consecuencias. 

—Rendirme significaría dejarlas solas también —bramó Jinx—. Dejarlas a merced de ustedes. ¡De ese maldito científico loco! ¿Cómo podrían no sufrir las consecuencias? ¡Nadie jamás podría protegerlas como yo!

Caitlyn trastabilló, aflojando el agarre de sus dedos sobre la escopeta, claramente no se había molestado en pensar en eso, pero Jinx sí. De hecho, era en lo único que podía pensar. 

¿Qué sería de sus niñas si ella fallaba? Si ella moría, si Ekko moría, si no quedaba rastro zaunita sobre la tierra, ¿qué sería de sus pequeñas, indefensas y desprotegidas niñas?

En el mejor de los casos, las mantenían vivas, presas en Stillwater; en el peor… Singed utilizaría a Kyan para sus fines desquiciados e Isha solo… desaparecería. 

No quería ni siquiera imaginarlo.

—Deja tu estúpido orgullo de lado —vociferó Caitlyn—. Entrégate de una vez.

El agarre de Jinx se debilitó, su cuerpo comenzó a temblar por la rabia acumulada.

—¿Mi orgullo…? ¡Fueron ustedes quienes comenzaron con todo esto! ¡Tú, específicamente, decidiste que usar a mi hija de cebo era una buena idea para amenazarme! ¡Una niña de cinco años cayendo al vacío! ¡CINCO AÑOS! ¡Y ahora quieren experimentar con mi bebé! ¡CON UNA BEBÉ! —Jinx se puso de pie, girando abruptamente de nuevo hacia ella—. ¡Así que no me vengas a hablar de orgullo, MALDITA PERRA NARCISISTA!

Caitlyn liberó un disparo a ciegas, rápido y sin tino, que rozó la mejilla de Jinx para frenarla antes de que se atreviera siquiera a pensar en lanzarse sobre ella… o para frenarse a sí misma de asestar en otro lugar.

—¡Ya lo sé! ¡Pero por más vueltas que le dé, no hay nada que pueda hacer! El dolor que hemos causado… no puede borrarse… —masculló y, por primera vez en todo ese tiempo, Jinx distinguió el temblor en sus dedos al sostener el gatillo—. ¡No hay suficientes acciones buenas para revertir nuestros crímenes!

Isha se abrazó a su hermana en cuanto el disparo resonó tan cerca de ambas, el llanto estridente de Kyan caló el alma de Jinx, deshizo su corazón en pedazos. Pero también dejó una huella en la Vigilante que su contraria pudo notar a simple vista.

—Entonces, haz lo que viniste a hacer —articuló Jinx, tratando de ignorar su voz reseca y quebrada.

Caitlyn apretó la quijada, mostrando los dientes, estuvo a punto de elevar nuevamente el arma cuando notó la manita de Isha aferrada al pantalón de Jinx. 

La niña la observaba, escondida detrás de la muchacha, con una mirada hostil, feroz, inyectada en rabia, en odio, en rencor. Un odio que seguramente escalaría a una venganza en algún punto de su vida, un rencor sembrado por ella en un pecho tan pequeño, en un corazón tan inocente. 

La Vigilante tomó aire con fuerza, el conflicto que cargaba dentro de sí se podía notar a leguas de distancia.

—Odiándote… me he odiado a mí misma —musitó—. Hice lo que hice, y no estoy orgullosa de ello, pero tampoco lo hubiera hecho diferente. Las cosas se me salieron de las manos y cuando abrí los ojos, había iniciado una guerra. Ni siquiera podría culpar a Ambessa por eso. Fui yo. Mi odio hacia ti fue lo que causó todo esto, y ya no hay manera de detenerlo. —Elevó la mirada agotada hasta los ojos magenta de la muchacha—. Te odio, con cada fibra de mi ser. Pero ya no tengo la energía para seguir haciéndolo. 

Jinx no pudo decir absolutamente nada. Se quedó inmóvil, con una mano tentando el delgado brazo de Isha, mientras con la otra se aseguraba de que Kyan se encontrara en los brazos de su hermana.

Miró el rostro de Caitlyn y el gesto que se obligaba a mantener firme para no soltar ni una sola lágrima frente a ella. Porque seguían siendo enemigas, después de todo. 

Realmente, en una realidad en la que todos perdían algo… ¿había “buenos” y “malos”? 

Tal vez solo gente viendo sus intereses propios, unos más egoístas que otros.

Ambessa era claramente una excepción, porque ella se movía por ambición ciega, con el objetivo de regar la guerra a lo largo de Runaterra, pero ¿Jinx y Caitlyn?

Al final, el misil que comenzó todo eso, ella lo lanzó. Sí, siguiendo los deseos del propio Silco; pero, de cualquier forma, esa lucha no había sido completamente suya hasta que el Consejo cayó en pedazos. 

Decisiones. Acciones. Consecuencias. 

Era un ciclo que se repetía. Con ella, con Caitlyn, con todos. Porque el ser humano se basaba en eso: un ciclo interminable de decisiones tomadas bajo el embriagamiento de las emociones, el calor de la ira, el dolor y el miedo.

Ninguna de las dos había quedado exenta de eso.

—No sabía que tu mamá estaba ahí —dijo Jinx, con sinceridad—, y tal vez no habría hecho una diferencia, pero… no lo sabía.

Caitlyn permaneció estática, en silencio, como si esas palabras hubieran sido guardadas únicamente para ella, para ese preciso momento. 

—Como hija entiendo lo que quieres hacer conmigo, yo habría hecho lo mismo de haber sabido exactamente quiénes asesinaron a mis padres. Como criminal no negaré lo que he hecho, acepto mis delitos —continuó—. Pero, como madre, no puedo permitir que lastimen a mis hijas ni que las traten como sus malditas ratas de laboratorio. No deberían cargar con el daño que yo he causado. ¡Ellas tienen tanto derecho a vivir como cualquier otro niño!

Caitlyn enfocó su mirada en la de Jinx. No todo había cambiado. No era una tregua, no era rendición, era reconocimiento. La noción de una herida similar, sobrellevada de maneras diferentes. Un cansancio antiguo, una persecución de años perdidos.

Un fino ruido metálico y repetitivo se escuchó rodando hasta ellas, atravesando el suelo rocoso hasta toparse con los pies de Jinx.

Una granada. Una jodida granada.

Jinx se giró de golpe, cubriendo en un movimiento a Isha y Kyan antes de que, al segundo siguiente, la bomba explotara justo a su lado.

Había sido una bomba de Gris, pero la onda expansiva fue suficiente para lanzarla a metros de distancia de donde se encontraba, con ambas niñas siendo desesperadamente protegidas por su abrazo. 

El golpe directo de las rocas en cuanto su cuerpo chocó contra la grava le provocó un dolor opresivo que le robaba el aliento, podía sentir las quemaduras en la piel, el ardor en las heridas abiertas y la sangre escurriendo de ellas.

Moviéndose con dificultad, y con la vista nublada, su primer impulso fue el de buscar a sus hijas a su lado. El zumbido en los oídos apenas le permitió alcanzar a distinguir el llanto de Kyan, logró tentar el cuerpo de la niña con la punta de los dedos, la pobre estaba aterrada, pero ilesa. Algo que debía agradecerle al maldito Brillo que recorría sus venas, una sustancia infernal que las había mantenido con vida a ambas.

Descendió la mirada. Todavía pegada a su pecho se encontraba la pequeña figura inmóvil de Isha, con los ojos cerrados, llena de tierra, cicatrices y una respiración forzada. 

Jinx se incorporó de inmediato, acunándola entre sus brazos. La piel le ardía con cada roce de las ropas de la pequeña y apenas podía sostener su diminuto cuerpo sin sentir que los huesos terminarían de rompérsele. Pero Isha estaba ahí, laxa, sin movimiento, sin ningún gesto.

Y ella no podía solo mirarla sin hacer nada.

—Isha, despierta… —articuló con dificultad, pinchando la mejilla de la niña con la punta de la uña, como si simplemente estuviera tomando una siesta—. Por favor, enana… n-no me hagas esto.

En años, Jinx jamás se había lamentado porque Isha no poseyera Brillo en su sangre al igual que ella… hasta ese momento, en el que el Brillo seguramente habría marcado una diferencia. 

—Isha…

El dolor era un abismo oscuro del que no podía escapar. Los párpados de la niña se apretaban por inercia. Su madre tomó su mano con delicadeza, besando el dorso de ésta y frotándolo contra su mejilla.

Su mano, tan… tan diminuta. Tan frágil.

Jinx observó el rostro de Isha, moviendo sus mechones azul-castaños para despejar su frente con una ternura desesperada. Como cuando su bebé, era solo una bebé. 

Como cuando la sostuvo por primera vez el día en que llegó al mundo y no dejaba de mirarla con curiosidad, analizándola a ella y a su locura. Como todas esas noches en que la obligó a estar en vela porque debía alimentarla o porque se encontraba enferma, como cualquier niña a su edad. Como cuando la rescató de quien se creyó capaz de amenazarla utilizándola de rehén y aceptó que en el mundo jamás tendría una debilidad tan grande como su pequeña Isha.

En todas y cada una de esas veces, Isha siempre la había observado desde su posición, con esos enormes y preciosos ojos dorados.

Pero esta vez, Isha no la analizó con sus brillantes ámbares, solo se quedó recostada, acurrucada entre los brazos de su madre. Inmóvil, frágil, quebrada.

En su propio lugar seguro. Porque en los brazos de mamá, nadie jamás le haría daño.

Jinx la abrazó con todas sus fuerzas, pegando su cabecita contra su pecho. Temblaba, el corazón le palpitaba desmedido con cada segundo, un grito brutal y desesperado se formaba en el interior de su pecho. Todo a su alrededor había desaparecido, apenas podía escuchar el llanto de Kyan a lo lejos, pero en ese instante solo podía pensar en la niña entre sus brazos, y en cómo mantener su calor con ella.

—Por favor, Janna… —imploró en un susurro roto—. Por favor, Janna. No mi bebé… ella no, te lo suplico.

Escondió su rostro en el hueco del cuello de Isha. Sus lágrimas pesadas se quebraron en el suelo. Su llanto desgarrador casi podía mimetizarse con el sonido de la guerra a su alrededor. 

—Isha… mi niña, por favor, despierta… Mamá está aquí. Todo estará bien, mi bebé, vas a estar bien… Mamá no dejará que nada te pase…

Porque ese era su trabajo. Ese siempre había sido su trabajo, y había fallado. ¡Solo tenía que protegerla, mantenerla a salvo, con vida, ilesa! ¡No era tan difícil… solo tenía que mantener a su bebé a salvo del mundo que la había destruido a ella!

No quería entregársela. No la harían entregársela a ese jodido mundo. Porque esa niña frágil, pequeña, callada y adorable, era suya. Solamente suya. Y estaba harta de que el mundo entero siempre quisiera arrebatarle de las manos lo que le pertenecía, estaba harta de tener que ceder ante un destino que aborrecía.

Estaba harta de luchar incansablemente. Estaba agotada.

Pero, en ese momento, estaba dispuesta a rendirse… si eso le permitía volver a ver los ojos de su pequeña Isha.

—Tomaré su lugar… —sollozó con la voz quebrada, a sabiendas de que nadie podía escucharla, al menos nadie que no se tratara de un ser todopoderoso—. Por favor… por favor, te lo suplico, déjame tomar su lugar… Déjala vivir. Deja a mi pequeña vivir, te lo ruego.

Entonces, sintió un movimiento leve que la hizo estremecerse. La endeble manita de Isha se crispó a su escote. La niña tosió ligeramente, con dificultad, poniendo un gesto de dolor con cada espasmo.

—¿Isha…? —preguntó, la niña se retorció entre sus brazos con un quejido. Jinx sonrió, aliviada, y pegó los labios a su frente con un beso dulce—. Tranquila, mi pequeña. Estoy aquí. Mamá está aquí. Mamá está contigo. Siempre estaré contigo, mi niña… mi bebé. 

—¡Jinx!

La voz de Ekko rompió la barrera que la joven había colocado en su entorno. Todo se le cayó encima cuando se dio cuenta de lo que sucedía. Caitlyn seguía inconsciente después de la explosión, Violet y Ekko eran apresados por un par de Vigilantes, y Ambessa, acompañada por Singed, se encontraba de pie frente a ella con una sonrisa victoriosa.

Jinx, con el terror desgarrándole la garganta, por fin cayó en cuenta del peligro cuando intentó tirar de Kyan para resguardarla con ella y Ambessa fue más rápida, levantándola del suelo y arrebatándola de su agarre.

—¡Devuélvemela! —exigió la madre, sin soltar a Isha.

Kyan lloró desconsolada entre los dedos de Ambessa. La mujer la sostenía prácticamente por el lomo de la ropa, como si acercarla más a sí misma le provocara repulsión. 

Los ojitos magenta de la bebé buscaron a su madre, en cuanto la notó, estiró sus manos hasta ella, llamándola con un llanto agudo, el lamento de un ser diminuto que no sabía de que otra forma pedir ayuda, y a Jinx se le rompió el corazón. 

—Devuélvemela… —la desesperación de una guerra perdida comenzaba a treparle por la espalda.

Intentó ponerse de pie, cuando un tercer Vigilante la detuvo, colocando un arma en la sien de Isha. No había manera de que se moviera. Jinx estaba desecha, sus bebés, a las que tanto había intentado proteger, ahora estaban en peligro, y ella no podía hacer nada al respecto.

—”La madre se aleja de la manada para proteger a la cría” —canturreó Singed—. No debiste alejarte de los tuyos, Jinx.

—Creíste que podrías proteger a tus hijas, pero no —se burló Ambessa, colocando a la bebé en los brazos de Singed—. Ahora lo perderás todo.

Kyan berreó con más fuerza, el impulso obligó a Ekko a quitarse de encima al Vigilante que lo mantenía sometido, pero antes de poder acercarse a su hija, un disparo al cielo lo detuvo en seco y todo quedó en silencio. 

—Necesito su sangre, niño —amenazó Singed después de que el Vigilante, que antes contenía al muchacho, enfundara el arma de nuevo—. Si ella está viva o muerta no es relevante.

Ekko retrocedió un paso, mostrando los dientes. Singed miró a Kyan y luego fijó la vista en Jinx.

—Yo también tuve una hija —dijo—. Solo quiero recuperarla.

—¿Crees que eso te da derecho a quitarme a la mía? —escupió Jinx—. ¿De experimentar con ella? ¡Me importa una mierda lo que le haya pasado a tu hija, no dejaré que lastimes a mi bebé!

Singed no dijo nada más, simplemente siguió a Ambessa, adentrándose en el campo de batalla, mientras los Vigilantes permanecían con las armas elevadas hacia ellos. El llanto de Kyan se hizo remoto y Jinx juró haber escuchado un lejano y suplicante balbuceo roto: “Ma-Má”.

El corazón se le hizo añicos. No podía terminar de comprender lo que sucedía. No estaba razonando. Su hija mayor yacía herida e inconsciente en sus brazos, y el llanto de su bebé se alejaba cada vez más y más. Su bebé. Ese diminuto ser que le pertenecía, que era solo suyo, que había llevado dentro de su cuerpo, que había sentido respirar, llorar, reír, había sido solo arrancado de sus brazos con una facilidad lacerante, irreal.

Elevó su explosiva mirada magenta hasta el Vigilante frente a ella, que todavía mantenía la pistola apuntándole a Isha. Sus ojos helados calaron sus huesos, ella no necesitaba empuñar su arma para hacerlo temblar de miedo, podía esclarecer que lo único que deseaba en ese momento era cortar su garganta, volarle los sesos.

Después de todo, habían lastimado a sus bebés, y ella podría hacer el mundo arder solo por eso.

El Vigilante sonrió, confiado, y cargó el arma. Matarla sería sencillo. Solo un disparo, y el mérito sería todo suyo. El mérito de haber asesinado a una madre desarmada que buscaba desesperadamente proteger a su hija inconsciente. 

Jinx gruñó con impotencia. Cuando el sujeto se desplomó en el suelo.

Caitlyn, apenas capaz de mantenerse en pie, lo había golpeado con la culata de su escopeta. El Vigilante que custodiaba a Ekko se distrajo por un instante, dándole al muchacho la oportunidad para sostenerlo por el cuello con el antebrazo hasta asfixiarlo. Cuando el tercer soldado hizo ademán de sacar su arma para defenderse, Caitlyn disparó. Fue un disparo seco, limpio, sin sombra de duda alguna.

Nadie dijo una sola palabra después de eso. ¿Qué podían decir de cualquier forma? El ambiente era tan tenso que podía cortarse con un cuchillo.

Ekko encendió su aerotabla, dispuesto a rescatar a su bebé de las garras de Ambessa, pero Jinx lo detuvo, sosteniéndolo por la muñeca.

—Yo iré tras ellos —indicó, y colocó a Isha en sus brazos—. Usa tu estúpida patineta y llévala al búnker, deshazte de los malnacidos que lo tomaron y haz que el médico la revise. Haz que la salve.

Ekko no dijo nada, sostuvo a Isha con el mayor cuidado posible, tratando de que la angustia no lo dominara a él también. De pronto todo se estaba cayendo a pedazos y su mundo, que ahora sostenía entre sus brazos, se quebraba bajo sus narices.

Jinx le dio un último beso en la frente a Isha, y miró al muchacho.

—Por favor, Ekko —suplicó—. Salva a mi bebé. 

 



La brecha entre el ejército piltillo y el ejército zaunita comenzaba a hacerse cada vez más notoria, dejando en evidente desventaja a los segundos. Ambessa y Signed se abrieron paso entre el corazón del conflicto hasta lograr resguardarse. Kyan no dejaba de llorar, el miedo la consumía, quería estar con su madre, anhelaba su calor y su tacto suave, el abrigo protector de sus brazos, su voz cantándole con dulzura. Las personas que ahora la retenían no eran más que desconocidos, sombras extrañas que la habían alejado del amor de mamá sin preocupación alguna.

Singed se tiró en el suelo y, del bolsillo de su chaqueta, extrajo una jeringa con un peculiar líquido amarillento dentro de ella. Descubrió la pierna de la niña y, con nulo cuidado, pinchó la piel con la delgada aguja, extrayendo un pequeño volumen de sangre que intentó mezclar con el líquido brillante.

Kyan soltó un berrido desgarrador, un grito agudo que quebró su garganta, su carita se arrugó por el dolor, cerrando los ojos a presión, con un gesto que no conocía consuelo más que el de los brazos de su madre.

El sujeto agitó el tubo de cristal para mezclar ambos líquidos, pero solo logró obtener una sustancia negruzca y espesa.

—Mierda —chistó.

—¿Ahora qué? —bramó Ambessa.

—Falló. Algo está mal, tengo que seguir intentando. Debo llevarla a mi laboratorio. 

Singed se levantó sin escuchar palabra alguna proveniente de la boca de Ambessa, dispuesto a volver a atravesar el campo de batalla con la niña en brazos, para regresar hasta su laboratorio abandonado, como si nada de eso estuviera suscitándose a su alrededor.

La bebé mantenía su llanto. Un llanto que desesperadamente llamaba a su madre, claro que la pequeña no era consciente de que su madre no alcanzaba a escucharla. Después de todo, ese llanto era instintivo, el propio e inocente llamado de la naturaleza de un bebé indefenso ante un peligro inminente. Porque su única figura de protección siempre sería Jinx.

Tenía miedo, tanto miedo, y mamá no estaba ahí con ella.

Se escuchó un rugido abrupto, y luego Singed fue llevado contra la pared del edificio del que había salido. La mano garruda de Vander lo sostenía por el cuello mientras con la otra tomaba a Kyan, con la mayor delicadeza posible, de entre sus brazos para protegerla contra su cuerpo.

Apretó su agarre en torno al cuello de Singed. Lo recordaba bien, el rostro del hombre que había jugado con su vida y que lo había convertido en la bestia que era ahora. No había manera de que se olvidara de esos fríos y desquiciados ojos.

—No-toques-a-mi-nieta —gruñó.

Porque ya había hecho suficiente daño, y Vander no dejaría que Kyan fuera uno más de sus experimentos. Jamás. Ocultó a la niña entre su pelaje, logrando apaciguar su llanto con la calidez de éste y el latir de su corazón que no era totalmente mecánico, pero que hacía sentir segura a la pequeña, porque a él sí había logrado reconocerlo.

Siguió con su agarre firme y, sin dejar de observar al científico a los ojos, fue dejándolo sin aliento poco a poco. Hasta que no se movió más.

—¡Kyan!

Vander se giró lentamente, la mirada errática de Jinx se ensartó en él, como una daga agonizante que buscaba a su hija con desespero. La muchacha observó el cuerpo de Singed detrás de la figura de su padre, la sangre que había salido expulsada de sus fosas nasales y la mirada perdida que ya no regresaría jamás.

Dio un paso hacia atrás. Un murmullo suave, proveniente de los brazos de Vander, volvió a llamar su atención, la bestia desenrolló su agarre para descubrir a la bebé, que apenas sollozaba, ligeramente menos asustada. Sus diminutos puños apretados contra sus labios y sus ojitos llorosos que buscaban a Jinx.

La muchacha, que había estado guardando una llama encendida en el pecho, avivada por la poca cordura que le quedaba, destensó los hombros y recuperó el aliento que le faltaba desde que la guerra comenzó. Miró los pequeños ojos de Vander y lo que pareció una sonrisa se formó en los colmillos del “hombre”. Jinx se abrazó a él de un salto.

—Gracias… —murmuró—. Gracias, papá.

Tomó a Kyan de entre las garras de Vander y pegó su frente a la suya, para después descender su cuerpo pequeño y acurrucarlo contra su pecho, besando con dulzura su coronilla.

—Ya estoy aquí, mi pequeña. Ya estoy aquí… —susurró.

Miró el cuerpo de Singed por el rabillo del ojo. Sin él, ya no tendría que preocuparse más porque Kyan fuera utilizada para uno de sus bizarros experimentos. Ahora solo tenía que encontrar a Ambessa, y terminar esa guerra de una vez por todas.

Porque nunca le daría el placer de haber ganado. De haberla atrapado.

No, jamás, no a un espíritu salvaje como el suyo. No después de todo lo que había hecho.

Ambessa creyó que, al deshacerse del refugio y obligar a las niñas a salir de él, le daría mayor desventaja a Jinx, puntos débiles en donde poder atacarla. Pero se olvidó de lo más importante.

La verdadera razón por la que Jinx había decidido iniciar una guerra. Y por la que quemaría ciudades enteras sin dudarlo.

Proteger a sus hijas, a cualquier costo.

Chapter 32: XXX. Escarlata - Parte III

Notes:

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Chapter Text

Parecía que las piernas no le darían para más. El dolor, el cansancio, esa sensación de ardor le trepaba desde los tobillos hasta cada parte del cuerpo, pero no podía detenerse.

No debía detenerse.

Ekko mantenía el cuerpo de Isha, inconsciente, acunado en sus brazos, con el rostro de la niña escondido entre sus ropas. Su respiración agitada apenas le permitía escuchar el exterior, a pesar de estar lo más alerta que el pánico le permitía. 

La aerotabla había caído en picada después de que un disparo piltillo la alcanzó, pero el muchacho no se detuvo, no había poder en el mundo que lo detuviera, porque detenerse significaría poner la vida de Isha en riesgo, y no estaba dispuesto a eso.

No pensaba perder a su bebé. 

Porque, a los ojos de Ekko, Isha siempre sería esa pequeña niña asustada e inquieta que separó de Jinx años atrás. Aquella de la que quedó enamorado desde el primer momento en que esos enormes y felinos ojos dorados lo miraron.

—Ya casi llegamos, pequeña —anunció con la voz agitada—. Quédate conmigo. Quédate con papá. 

Ese pequeño torbellino andante que era tan buena escondiéndose y tan astuta como su madre desde que llegó al mundo, era todo para él.

Y, por Janna, como la adoraba.

Atravesó lo que restaba del campo de batalla. Con el fuego rozándole las orejas. Mientras el descontrol y el caos flotaban en el aire, como una nube de humo espeso y mortal.

Entonces, el recuerdo de aquella mañana en que por primera vez Isha estuvo en el árbol de los Firelights llegó a su mente, como una lanza afilada que le destruyó el corazón.

“Tranquila, niña. Ya estás a salvo”.

Sí, esas habían sido las primeras palabras que salieron de su boca para tratar de apaciguar el terror de una pequeña que había sido arrebatada de los brazos de su madre.

Y ahora esa pequeña le llamaba “papá”.

“Si me dices qué es lo que quieres, haré lo que sea necesario para traerlo, te lo prometo, pero deja de llorar, por favor”.

Nunca se habría imaginado que la relación entre ambos cambiaría de la forma en que lo hizo. En circunstancias diferentes, Ekko habría disfrutado más la experiencia de ser padre, pero ahora él corría con todo su mundo escapándosele entre las manos. Uno de sus más grandes tesoros apunto de ser devorado por la crueldad de Piltover.

Una explosión proveniente de los alrededores del búnker lo obligó a frenar en seco. Con la tierra levantándose a sus pies. Reafirmó su agarre sobre Isha y se adentró al refugio a través de los pasadizos que él y Jinx habían instalado para que los zaunitas resguardados pudieran escapar. Podía escuchar golpes secos, gritos, llantos, y luego… silencio.

Una vez estuvo dentro, colocó a Isha en el suelo con todo el cuidado del mundo y asomó la mirada hacia el interior con cautela. Sevika estaba ahí, erguida, taciturna, con los Vigilantes que habían tomado el lugar a sus pies, muertos. Renne había llegado en su auxilio, hurtó armas de los soldados de Piltover caídos en el campo de batalla, y se adentró sin miedo alguno en el búnker sitiado. 

Sus hijos estaban ahí, después de todo. Indefensos, desarmados, esperando pacientemente y sin dejar a un lado la esperanza de que su madre iría a buscarlos. Porque cualquiera en su lugar lo habría hecho. Incluso si Renne no hubiese llevado armas consigo, habría peleado con uñas y dientes para poner a salvo a sus pequeños.

Ella era la única que podía salvarlos.

Ekko volvió a tomar a Isha en cuanto notó al médico al otro lado del amplio refugio, auxiliando a los heridos. Se aproximó hasta él con paso apresurado, sin detenerse ante la vista de nadie, ni siquiera ante la de Sevika, que lo siguió con una mirada torva en cuanto notó el estado en que se encontraba la hija mayor de Jinx.

—¡Tiene que ayudarme! —exigió Ekko, colocando a la niña sobre la camilla al lado del sujeto—. Hubo una explosión, ella resultó más herida que Jinx y Kyan, ha estado inconsciente desde entonces. ¡Tiene que salvarla… por favor!

El gesto quebrado del muchacho inmediatamente puso en alerta a Galen. Sevika, que ya había corrido hacia ellos, se quedó inmóvil al ver a la niña totalmente inconsciente y lánguida sobre aquella colchoneta.

Mientras el médico revisaba a Isha, Ekko permanecía plasmado en su gesto lejano. Las manos le temblaban con una ansiedad que nunca antes había sentido.

Desde que la guerra comenzó, y aunque debía centrarse en sus propios objetivos, no podía dejar de pensar en ellas: en Jinx, en Isha, en Kyan. En que todo lo que estaba haciendo —cada decisión, cada riesgo, cada sacrificio— lo hacía para mantenerlas a salvo, para darles un futuro mejor a sus hijas, para poder vivir en paz junto a Jinx. Todo, absolutamente todo, lo hacía por ellas. Para ellas.

Pero cuando sobrevolaba el campo de batalla y alcanzó a distinguir aquellas trenzas cercenadas en el suelo, inertes, sin dueño, entendió que algo más había sucedido.

Que tal vez ya era tarde…

Y el terror lo consumió, golpeándolo en el estómago. La idea cruel y descarnada de haber perdido a la mujer que amaba lo dejó sin aire. Sintió el tortuoso dolor en el pecho, arañándole la garganta.

Hasta que, guiándolo como un susurro en medio del caos bélico, escuchó el llanto de Kyan. Agudo, desesperado, lleno de terror.

Y lo siguió para lograr dar con su familia.

Su familia.

Pero no hubo respiro. Y la explosión sucedió.

Ekko apretó los puños hasta que los nudillos se le pusieron morados.

¿Acaso había fallado en su deber como padre?

¿Cómo compañero?

¿Cómo protector?

¿Había sido una mentira cuando alguna vez le prometió a Isha que estaría a salvo mientras se mantuviera a su lado?

Porque, de haber llegado mucho antes, de haber estado ahí, de haber logrado utilizar su estúpido aparatucho, nada de eso habría pasado. Él debía estar ahí. Y no lo estuvo. Las dejó solas. Y ahora Isha estaba pagando el precio de su ineptitud.

—¡Isha! ¡¿En dónde está?! 

La voz de Jinx se alzó como un trueno, retumbando por todo el búnker. 

—¡¿En dónde está mi hija?! ¡Ekko! ¡Carajo!

Desesperada, avanzó empujando a la multitud de refugiados consternados. Rasgó el aire con su angustia mientras los murmullos la rodeaban como un zumbido persistente, lejano. La mayoría no podía apartar la vista de Vander, que seguía a Jinx como una sombra silenciosa y protectora. Un escudo plagado de pelo.

Entonces, como una cortina espesa de carne, la multitud se abrió para dejar ver el cuerpo de su pequeña, yaciente en aquel camastro oxidado. Jinx apresuró el paso, abrazando a Kyan contra su pecho, como si el calor de una hija pudiera guiarla hasta el calor de la otra.

Ekko dio un paso al frente en cuanto Jinx permaneció inmóvil junto a la camilla, ensartando la mirada errática en Isha. El corazón de la joven madre se hizo añicos.

Ella parecía estar dormida. Solo eso.

El muchacho colocó una mano sobre el hombro de su compañera, sobresaltándola. Jinx le entregó a la bebé, que dejó ir con dificultad a su madre para esconder su carita en el cuello de Ekko.

La joven elevó la vista hasta Galen, buscando una respuesta para el mal que aquejaba a su hija, pero no la obtuvo, solo una mirada silenciosa con un gesto agotado. Jinx se sentó a la orilla del camastro, acariciando los mechones rebeldes de Isha con una sonrisa dulce, rota, maternal.

—Ya estoy aquí, mi niña —murmuró con la voz quebrada—. Tranquila, mamá se quedará a tu lado.

Para siempre.

El sentimiento de impotencia la desgarró con un filo agudo. Cada palpitar de su corazón se percibía más doloroso que el anterior. En su cabeza ya no escuchaba las voces de Mylo o Claggor o Silco. Era la suya. Su propia voz ronca le repetía una y otra vez que no había podido proteger a su hija. Que su pequeña, su rayo de luz, estaba herida por culpa suya.

Había fallado como madre. Había fallado como su madre.

A pesar de haber jurado protegerla desde el momento en que la tuvo en sus brazos por primera vez.

Jinx se inclinó sobre ella, pegando los labios a su frente en un beso dulce y prolongado, plagado de dolor, esperanza devastadora y amor. Todo el amor que una madre podría profesar a sus hijos, sin condiciones, sin fecha de expiración, sin juicio, sin cordura.

Un amor desmedido, incondicional, lacerante.

—Te amo… —susurró sin despegar el aliento de su piel tierna, de infante—. Te amo con cada pedazo de mi alma. Y te amaré hasta el día en que deje de respirar, mi diminuta bolita de carne.

Y luego, lo soltó. Un llanto desgarrado, roto, agonizante. El llanto de una madre que sentía como la vida de su hija se le escapaba entre las manos.

—No me dejes, por favor —sollozó—. Aún tengo tanto por enseñarte. Aún nos falta tener una vida tranquila, como madre e hija. Aún no te he dado la vida que mereces. Todavía… todavía puedo hacer tanto por ti… Déjame darte todo lo que necesites para ser feliz…

El ambiente se tornó denso. Tan pesado que apenas dejaba que los presentes pudieran respirar sin sentir que perturbaban el dolor de Jinx.

Entonces, lo sintió. Un movimiento suave, con trabajos perceptible. La manita de Isha buscaba aferrarse a sus inexistentes trenzas, al no sentirlas, terminó prendada a su escote. Jinx volvió a respirar al sentir la calidez de sus dedos contra su piel fría. 

Se separó de ella de inmediato, con la mirada desorbitada buscando angustiosamente el gesto de la pequeña y topándose con sus cansados ojitos dorados. Isha sonrió con debilidad al observar a su madre, se levantó, incorporándose con dificultad, y preguntó lo primero que se le vino a la mente.

“Mamá, ¿te duele algo? ¿Por qué estás llorando?”.

Jinx soltó una sonrisa irónica entre lágrimas. Sí, ese era el noble corazón de Isha, siempre preocupándose por ella. Siempre cuidando del corazón de su madre.

—Estoy bien, enana —respondió, limpiándose las mejillas, y la tomó con delicadeza, pegándola a su pecho—. Ya no me duele nada. 

Ekko se aproximó hasta ambas, en silencio, y las rodeó con un solo brazo, mientras con el otro mantenía a Kyan agarrada. La bebé era ajena a lo que sucedía, pero estaba emocionada por el calor que se acababa de formar alrededor de ella. Como toda niña, disfrutaba estar entre los brazos de la familia que la adoraba. Soltó una carcajada sonora, infantil, y el entusiasmo la hizo aferrarse a los cabellos de su madre, llevándoselos a la boca.

Jinx dio un grito agudo al aire, mientras Ekko trataba de separar a la niña de ella e Isha se reía con carcajadas incontrolables. Cuando el muchacho por fin pudo contener la ansiedad de Kyan por su madre, la pequeña redirigió su atención hasta la mirada sonriente de Isha y estiró sus manitas hacia ella. 

Ekko sentó con cuidado a la bebé en las piernas de su hermana mayor. Kyan, con su inagotable curiosidad, comenzó a juguetear con el rostro de Isha, quien, ya acostumbrada a las travesuras cotidianas de su hermanita, la recibió con una paciencia serena, ensayada. Las manitas de Kyan se detuvieron, pequeñas y firmes, sobre las mejillas de Isha y ésta, con dulzura, inclinó su cabeza y pegó su frente a la de ella. En un gesto simple. Íntimo.

Las risitas cristalinas que brotaron de Kyan, inocentes, chispeantes y puras, rompieron el silencio tenso que se había formado en el búnker. Como una caricia suave capaz de derretir los corazones fatigados de sus padres.

Jinx abrazó a ambas, dándole a cada una un beso maternal en la coronilla. Por un segundo, se habían olvidado que, sobre ellos, la guerra se mantenía.

Hasta que una explosión sacudió el lugar, y Jinx no pudo hacer nada más que abrazar a sus niñas, cubriendo sus oídos para tratar de mantenerlas en calma.

—No podemos quedarnos aquí por siempre, ellos saben nuestra ubicación —anunció Sevika, siendo la única lo suficientemente valiente como para quebrar la ilusión que rodeaba a la pequeña familia—. Y… llevamos una desventaja.

—Hemos perdido gente —añadió Renne, con pesar, sin soltar las manos de sus hijos—. Y los que siguen con vida… han perdido la esperanza de ganar esta guerra.

Jinx bajó la mirada, los ojitos dorados de Isha y los diminutos magentas de Kyan, se clavaron en ella, como buscando una respuesta, suplicando su protección. Esperando que esa pesadilla terminara pronto para poder volver a jugar con mamá en su habitación iluminada por luces de colores. 

La muchacha apretó su agarre y elevó la vista hasta Ekko, que buscaba soluciones con la mirada perdida en el suelo. Tocó su mano con la punta de los dedos para sacarlo de su trance.

—Habrá que hacerlo —dijo ella—. Es nuestro último recurso.

Entonces, Ekko apretó la mano de Jinx con suavidad, accediendo a su petición, al plan que habían formulado para cuando las cosas fueran mal.

Un plan para el ataque final.



 

Jinx y Ekko habían desaparecido en el campo de batalla, cada uno con el único objetivo de rescatar a sus hijas. Vi y Caitlyn se mantuvieron en medio del fuego cruzado una vez que ellos se marcharon. Las miradas más dañinas que las propias balas que se empeñaban por evitar. El silencio tajante, la ira contenida. No había un lugar seguro, no había ninguna salida, para ninguna de las dos.

—¿De verdad crees que matar a unos pocos de los tuyos hará que todas tus acciones queden en el pasado? —inquirió Violet, mientras ambas utilizaban las ruinas de barricada.

Caitlyn permaneció en silencio. Cargando la escopeta con la espalda pegada al concreto.

—Casi pierdo a mi familia por culpa tuya —recriminó la otra, con el veneno rasgando su tráquea, pero Caitlyn no dijo más. Luego Vi suspiró, como si el mundo no se les estuviera cayendo encima—. Lamento lo de tu madre, siempre lo hice… pero eso no justifica nada de lo que hiciste. Yo también sé lo que es perder una madre. Y no quiero que mis sobrinas pasen por eso… Jamás me lo perdonaría. 

—Lo sé. 

—¿”Lo sabes”? ¿Y si lo sabes entonces por qué lo hiciste, Cait? 

—N-No lo sé… —la voz de Caitlyn fue tan errática como su mirada.

—¡¿DE QUÉ MIERDA HABLAS?! —escupió Violet—. ¡¿NO LO SABES?! ¡¿No sabias que ibas a lastimar a unas niñas inocentes?! 

—¡Claro que sí!

—¡¿Y NO TE INTERESÓ?!

—¡Por supuesto que no! 

Un silencio abrupto inundó a ambas, tanto que incluso dejaron de escuchar el caos del exterior. Caitlyn tomó aire, bajando el arma y la guardia.

—Estaba demasiado obsesionada con arruinarle la vida a Jinx. Jamás me puse a pensar en lo que pasaría con sus hijas después de eso. 

—¡Lanzaste a Isha al vacío!

—¡Fue un accidente! Todo sucedió demasiado rápido, fue un movimiento… fue… —vaciló con la voz en un hilo—. Te juro que fue un accidente.

Vi palideció hasta casi volverse transparente. Hubiera sido por inercia o no, un impulso, un movimiento en falso, eso no borraba el hecho de que había puesto a Isha en esa situación por venganza. Eso incluso Caitlyn ya lo comprendía para ese momento.

—Me disparaste… —soltó Violet, con la voz rota.

—Le disparé a Ambessa… Ella debía creer que el disparo iba dirigido hacia ti. Lo lamento… traté de herirte en un lugar que no fuera vital. Sabía que estarías bien.

—Qué estupidez. 

—No hubo mucho tiempo para pensar en las opciones que tenía. Ibas perdiendo, iba a asesinarte. ¡Ambessa te hubiera cortado el cuello!

—¡Hubiera preferido eso antes que creer que la mujer que amaba me tiró a matar!

Caitlyn tragó en seco, consternada. Pero antes de poder decir nada, un disparo impactó justo entre ellas y tuvieron que levantar la vista. 

El campo de batalla era desolador para el ejército zaunita, Piltover y Noxus ya los superaban en número, el fuego se levantaba del suelo con llamas abrazadoras y amenazantes. Algunos Vigilantes incluso habían decidido arrancarse el escudo piltillo y las medallas para hacer lo correcto y revelarse contra sus iguales. Apoyando a Zaun.

—No tendré el descaro para pedirte perdón. Sé que no lo tengo —suspiró Caitlyn, poniéndose de pie y cargando la escopeta—. Pero… en serio lo lamento.

Violet no dijo nada. No había nada que pudiera decir, dentro de ella algo seguía ardiendo, pero no alcanzaba a distinguir si era ese amor perdido o un rencor todavía latente.

—¡NO BAJEN LA GUARDIA!

La voz de Ambessa retumbó al otro lado de la explanada, mantenía los ojos desorbitados vagando entre toda su gente, entre su ejército que comenzaba a sentirse victorioso.

—Esa perra noxiana… —bramó Violet, rechinando los dientes.

Pero antes de poder decir nada más, el lugar retumbó con un sonido metálico, estridente, rítmico y colosal. Ambas elevaron la vista. 

Un enorme globo impulsado por el movimiento mecánico de una hélice gigante se levantó entre las nubes, detrás de los edificios, reflejándose en los cristales rotos.

Ese era el último recurso de Jinx y Ekko.

Un ataque aéreo. Una distracción. 

Una sonrisa fugaz se dibujó en el rostro de Vi en cuanto, detrás del timón, Jinx se posó con una sonrisa socarrona, observando a Ambessa desde las alturas. Retándola. Invitándola a librar una última pelea cuando soltó explosivos por todo el campo de batalla.

—¡En formación! —ordenó la líder noxiana.

Entonces, como luces veloces que atravesaron el cielo, Ekko y sus Firelights salieron disparados de la base de la hélice, volando en sus deslizadores —recientemente mejorados— directo hacia los soldados noxianos. 

A la par, entre el humo de colores que las explosiones del globo habían causado, gran parte de los refugiados capaces de pelear salieron, dirigidos por Sevika y Renne que peleaban codo a codo.

Cada uno libraba su propia batalla, dispuestos a defender lo que por derecho les pertenecía. Algunos Vigilantes, los primeros desertores, se unieron a ellos, sin uniforme, solo con armas que levantaban en contra de sus iguales.

El cielo, en un principio entintado por la sangre de la guerra, ahora se teñía de una oscuridad inquietante. Del suelo, como raíces creciendo entre las grietas, brotaron monstruosas criaturas humanoides movidas por la mente de Viktor, que atacaron por igual a cada uno de los combatientes.

El Heraldo se alzaba en batalla frente a Jayce, pero sus maniquís metálicos y sin alma, mantenían firme su obediencia y su único objetivo: volver a todos uno solo, crear la realidad perfecta en un infinito.

Las marionetas, movidas por una agilidad inhumana, comenzaron a lanzarse sobre los soldados, obligándolos a entregar su conciencia al Heraldo.

Jinx observó horrorizada como el campo de batalla se convertía en una especie de cacería, donde la presa era la humanidad en sí misma. Cruzó una mirada fugaz con Ekko, que se había elevado hasta su altura, y luego ambos centraron su atención en una pequeña grieta de un edificio en ruinas a unos metros de ahí. 

Donde sus niñas se encontraban escondidas.

Ekko asintió convencido y, entonces, la siguiente fase del plan dio comienzo.

El muchacho sabía de antemano que Jayce habría de encargarse de Viktor, era su única misión, mientras ellos trataban de proteger su ciudad de las garras de Ambessa.

Jinx giró violentamente el timón del globo, redirigiéndolo hacia una de las barricadas donde gran parte de soldados noxianos se escondían. Dio un salto al frente y, con una precisión única, comenzó a disparar hacia ellos. Muchos cayeron, pero pocos más lograron huir.

Uno de ellos alcanzó a trepar hasta la base del globo, donde aprisionó a Jinx contra el suelo, provocando que el artefacto perdiera su curso.

—Esta vez terminaré contigo y Ambessa por fin podrá reconocer mi valía —escupió el soldado, colocando la lanza contra el cuello de la joven. 

—¡NO LA TOQUES! —exclamó Ekko con un gruñido mordaz.

Se lanzó contra el sujeto, echándolo por el borde con un solo golpe y tomó a Jinx para sacarla de ahí sobre su aerotabla antes de que el globo cayera en picada hacia el resto de los soldados.

Ambos fueron lanzados al suelo cuando la onda explosiva los alcanzó, Ekko fue quien se llevó el golpe directo al mantener a Jinx rodeada entre sus brazos. Violet corrió hasta ambos, salvándolos por un segundo de una de las marionetas que ya los había visto como un objetivo. La mayor golpeó al ser humanoide con una sola mano, dejándolo inservible. 

—¿Qué pasó en el refugio? ¿Dónde están las niñas? —preguntó Vi, levantando a Jinx con cuidado.

—Ocultas —respondió ella—. Tenemos que terminar esto, ya no nos quedan muchas ideas.

—La mayoría de soldados ha caído —anunció Violet y observó el cuerpo metálico a sus pies—, el problema ahora son estas… cosas.

Jinx sintió un escalofrío al observar el cuello roto de la criatura y cómo sacaba chispas de donde antes debió haber existido alguna arteria.

—Alguna vez fueron personas —tragó en seco y el corazón se le hundió al recordar a aquella joven embarazada del Santuario. 

—Lo que hayan sido ya no importa —añadió Ekko—. Son demasiado fuertes, veloces, nos superan cien a uno. Tenemos que actuar rápido. 

El cielo detonó en explosiones que iluminaron las nubes, a lo lejos se alcanzaba a distinguir la figura de Jayce, luchando fervientemente contra algo que no parecía un ser humano… o que había dejado de serlo.

Ekko exhaló con pesadez.

—Ve —le dijo Jinx, captando su gesto.

Era obvio que ambos sabían que el niño piltillo necesitaba ayuda, y que Ekko era el único que podía auxiliarlo. Pero no quería dejarla sola. No otra vez.

—Estaré bien —volvió a sonreír ella.

El muchacho la miró con el ceño fruncido, la respiración acelerada lo obligó a actuar, y se abalanzó sobre ella, tomándola por las mejillas para plantarte un beso apasionado, que no dejaba lugar a dudas de que ella era el amor de su vida.

Y que, aunque le costara la vida, regresaría por ella.

Levantó el deslizador del suelo después de que Violet se viera obligada a desviar la mirada, avergonzada, y salió volando con un resoplido del pequeño motor volador del aparato.

Antes de que las hermanas siquiera pudieran relajarse un poco, un filo agudo pasó rozando entre ambas, clavándose en el suelo. El arma de Ambessa había cortado el aire como si fuera un hilo tenso a punto de romperse.

La mujer no dijo palabra alguna, simplemente se lanzó contra ellas. Violet fue la primera en dar un paso al frente, embistiéndola de lleno para intentar alejarla de su hermana. Jinx observaba con impotencia, dispuesta a atacar también, hasta que, a lo lejos, detrás de ellas, notó a una marioneta mecánica acercándose peligrosamente hacia aquella grieta entre los muros del edificio abandonado. Hacia el par de ojos dorados que la buscaban con desesperación. 

Jinx titubeó, fue Violet quien habló primero.

—¡Powder! —la llamó, capturando su atención—. ¡Ve! ¡Puedo con ella! ¡VE!

Y, sin poder decir nada más, se echó a correr directo hacia las niñas. Con toda la velocidad que sus cansadas piernas le dieron.

Su cuerpo suplicaba por llegar a tiempo. Y lo hizo. Embistió a la marioneta con tal fuerza que ambas cayeron contra el suelo entre chispas y sonidos eléctricos perturbadores.

Sus niñas la miraron horrorizadas por el espanto en cuanto se puso de pie sobre la criatura inerte.

Detrás de ella, Ambessa se había acercado con paso veloz y uniforme. Lenta, como un animal hambriento acechando a su presa. Había dejado a Violet malherida, pero lo suficientemente consciente como para que observara a su hermana morir.

Tomó a Jinx por el cuello y, sin esfuerzo alguno, la elevó del suelo varios centímetros. Isha intentó dar un paso al frente, pero en cuanto Kyan vio a su madre sometida por aquella aterradora mujer, comenzó a llorar con desesperación, clamando sus brazos.

—Pensaba matarte primero —bramó Ambessa, con la ira consumiéndole la garganta—. Pero prefiero que sufras viendo como la luz se escapa de los ojos de tus hijas. 

Y la lanzó lejos con un solo movimiento como si fuera más ligera que la nada.

Ambessa quedó de pie frente a la grieta, y sonrió macabramente ante la vista. Isha mantenía a Kyan abrazada a su cuerpo con fuerza, su mirada feroz, altiva, igual a la de su madre, se ensartó en ella, a manera de reto. Ambessa dio un paso al frente e Isha retrocedió uno, aferrando sus dedos a la cabecita de su hermana, para intentar protegerla de cualquier cosa que la líder noxiana tuviera en su retorcida mente.

Jinx volvió a lanzarse sobre su enemiga, pero esta vez la mujer se giró en menos de un segundo, clavándole en las costillas una daga que llevaba escondida entre la armadura, y volvió a echarla lejos de ella con un golpe seco. Isha soltó un grito agudo que sobresaltó a la bebé en sus brazos.

Kyan, desesperada, estiró sus manitas hasta su madre, que se hallaba tirada en el suelo, con la tierra bajo sus rodillas empapada de sangre. Jinx intentó ponerse de pie, pero el dolor destrozó sus órganos. Y, aunque Isha quería correr hacia mamá, sabía que de acercarse a Ambessa todo estaría perdido.

Ambessa río entre dientes, con un gesto victorioso, y tomó a Isha por el cuello de la ropa para tirar de ella y sacarla de su escondite.

—¡No la toques! ¡No te atrevas a tocarla! —escupió Jinx, sintiendo el sabor del hierro saliendo entre sus labios.

Ambessa sonrió, mirándola por el rabillo del ojo, mientras percibía como Isha trataba de separarse de su agarre sin soltar a la bebé en sus brazos.

—Te demostraré la razón por la que nunca debiste ser madre en primer lugar.

Y, antes de que Jinx pudiera intentar levantarse de nuevo, un golpe directo separó a Ambessa de la niña y regresó a Isha dentro de su escondite.

La mujer noxiana levantó la vista después de tambalearse para tratar de mantener el equilibrio sin chocar contra el suelo.

—¡Cállate y pelea! —escupió Caitlyn, que se había unido a la escena.

Se colocó frente a ambas niñas con una postura defensiva, empuñando certeramente un arma noxiana, como si hubiera nacido para ello.

—Sabía que no eras más que basura, rata traidora. ¿De verdad crees que esto podrá remediar todo lo que hiciste?

—¡Cierra la puta boca y pelea! —insistió Caitlyn, reafirmando su agarre en torno al mango del arma.

Ambessa chasqueó los labios. Y aceptó el reto con una sonrisa arrogante. Primero un golpe de Caitlyn que fue directo a la nada. Luego un codazo de la líder noxiana justo en la columna. No había manera de que un cuerpo tan delgado como el de la Vigilante pudiera hacerle frente a Ambessa.

Entonces, Jinx se levantó, con la última reserva de energía que el Brillo había mantenido en su cuerpo, y clavó la misma daga que Ambessa había dejado en ella justo en su costado. Ante el dolor, Ambessa lanzó a Jinx de un solo golpe de vuelta al suelo, pero fue suficiente para que Caitlyn le plantara un puñetazo certero en la cara.

Ambessa cayó de espaldas, utilizando solo un segundo para arrancar la daga de su carne y, sin aviso, embistió a Caitlyn hasta azotarla contra el muro del edificio en ruinas.

La piedra crujió, astillándose por el impacto y comenzó a desquebrajarse sobre las niñas en el interior de éste.

Ambessa levantó la misma daga que la había herido peligrosamente cerca del rostro de Caitlyn, mientras aprisionaba su cuello con una sola mano.

La estructura del edificio comenzó a colapsar, iba a ceder en cualquier momento, y la satisfacción en el rostro de Ambessa era palpable, como la muerte que rondaba cerca de ellas.

Isha chilló desde dentro de la grieta, abrazando con fuerza a Kyan para protegerla con su propio cuerpo de las rocas que apresuraban su caída sobre ambas.

Y entonces, con una determinación sobrehumana, Caitlyn hizo lo impensable, se dejó ir sobre la mujer. No para vencerla, sino para abrir un hueco. Una salida que permitiera a Isha volver junto a su madre.

La daga se hundió en su ojo izquierdo. Y ella ahogó el grito de dolor en su garganta.

Jinx observó con horror como la sangre caía como un torrente de agua desde el rostro de Caitlyn hasta deshacerse en el suelo. Y luego, la vio.

El arma que Ambessa se había visto obligada a abandonar al inicio de la pelea, a solo metros de ella. Se levantó, sosteniendo la herida que estaba tardando demasiado en cicatrizar y tomó el katar en silencio. Ambessa estaba tan ocupada pensando en terminar con Caitlyn que jamás notó a Jinx moviéndose hacia ella, impulsada por el brillo magenta en sus pupilas y la ferocidad de una madre que quería liberar al mundo del mal que atormentaba a sus hijas.

Golpeó a la mujer con la parte inferior del arma y la hizo caer al suelo.

—Te advertí que no te acercaras a mis niñas —dijo.

Y luego la hundió en su pecho con un movimiento limpio. Sin vacilación.

Observando como la orgullosa luz de sus ojos se esfumaba poco a poco.

—¡Jinx! ¡Isha! ¡Kyan!

La voz de Violet rompió el ambiente, alejando a la muerte por un segundo. La muchacha se acercó hasta ambas jóvenes, sosteniendo con dificultad su propio cuerpo herido y maltratado.

Una explosión de luz iluminó el cielo, como si de pronto la noche se hubiera terminado. Las marionetas mecánicas, antes aterradoras e imparables, se tambalearon en el aire, desplomándose una a una hasta azotar contra el suelo, como si el hilo invisible que las sostenía hubiera sido cortado de tajo.

El último disparo se escuchó a lo lejos, como un eco tardío de un conflicto que se negaba a morir. El último choque metálico entre armas de filo punzante.

Isha corrió hasta su madre con Kyan en brazos y se colgó a su cuello. No hubo vítores ni celebraciones de victoria. Los sobrevivientes habían cedido ante el cansancio, y el pesar de una muerte ajena.

Pero, en medio de todo ese caos, Jinx pudo sentir el calor de sus pequeñas rodeándola fuertemente.

Estaban vivas.

Estaban con ella.

Y eso era lo único que le importaba. La única victoria que podía desear.

La guerra terminó.

Ellos habían ganado.

 



 

Las grietas en los edificios de Zaun todavía no habían sanado.

Los últimos seis meses, el pueblo zaunita se encargó de levantar de nuevo la ciudad, esta vez con ayuda de los de arriba, que habían implementado los puentes como una unión, y no como una barrera.

Las brechas se habían acortado, la diferencia económica y social se notaba cada vez menos.

La vida era buena. No perfecta. Pero sí mucho mejor.

El Consejo había sido destituido. Piltover se regía por un sistema de democracia que era orientado por Jayce y Viktor —quienes volvieron de su peculiar batalla con una unión distinta a la fraternal—.

Sevika y Renne eran quienes formaban parte de las decisiones que se tomaban respecto a la Ciudad Subterránea. Ekko y Jinx lo habían propuesto así, ya que ellos no pensaban tomar ese papel. Hubiese sido demasiado aburrido, según la propia Jinx.

Y sí, ese no era su estilo.

A pesar de eso, Sevika por fin había logrado tomar unas vacaciones lejos del caos habitual de La Última Gota.

Mientras Ekko y Jinx se ponían al corriente respecto a todas las cosas pendientes que habían dejado acumularse por años. Pequeñas, pero importantes.

—¿A qué estamos jugando? —trató de adivinar Jinx, mientras Ekko cubría sus ojos y ambos caminaban por las oscurecidas calles de la ciudad.

—Arruinarás la sorpresa.

—Odio las sorpresas —escupió ella, impaciente—. Además, quedamos en ir a buscar a las niñas. Si las conozco bien, Vi debe estar colgada de cabeza justo ahora. Lo cual no es divertido a menos que esté ahí para verlo.

Ekko soltó una carcajada sonora.

—Deberías dejar de preocuparte por nuestras hijas al menos un segundo al día.

—Me quemaría por dentro.

El muchacho dibujó una sonrisa juguetona y por fin descubrió los ojos de su compañera.

Jinx quedó inmóvil.

Estaban de nuevo en ese lugar, en aquella plataforma donde volvió a ver a Vi años después de creer que estaba muerta. Donde él se había llevado a Isha años atrás.

Donde todo comenzó a complicarse. Para bien o para mal.

—Tienes un pésimo gusto para las sorpresas —dijo, con una mueca consternada.

—Sí, no es mi fuerte —aceptó él con una risa nerviosa—. Sé que no es el lugar con los mejores recuerdos.

Jinx asintió con un sonido cansado.

—Pero… también es donde todo comenzó. 

Ekko dio un paso al frente, paseando una mirada nostálgica a través del sitio. La bruma todavía se acumulaba en torno a ellos, las cajas de mercancía olvidada apiladas unas sobre otras, los barrotes oxidados, las escaleras deterioradas.

—De no ser porque… fui lo suficientemente estúpido como para llevarme a Isha aquella noche… nosotros nunca… bueno…

Trató de decir, esta vez sin miedo a que Jinx lo atravesara con una bala, más bien con miedo de sí mismo, de sus propios recuerdos y culpas. Luego observó a Jinx con una mirada brillante y castaña.

—Este lugar es importante para mí, y por eso…

Hurgó en sus bolsillos con premura. Sacó un objeto diminuto y se arrodilló, lentamente, frente a ella.

—Quiero volver a preguntarte, aquí, donde todo comenzó… Jinx, ¿quieres ser mi esposa?

La joven quedó helada. Con la emoción trepándole hasta el rostro para dejárselo enrojecido. Luego suspiró, tratando de recuperar la compostura y soltó una risilla irónica.

—Eres un idiota.

Ekko, por un segundo, pareció dudar de que la respuesta sería la obvia. Y Jinx se arrodilló frente a él, tomándolo por el rostro.

—Claro que sí, niño salvador.

Se inclinó hacia él, entornando los ojos, sintiendo el aliento cálido de Ekko impulsado por el acelerado palpitar de su corazón, y todavía con aquella sonrisa socarrona dibujada en su cara, primero besó la comisura de sus labios, y luego siguió. Fue un beso torpe, pero cargado con cariño. Uno palpable, uno perdido.

—Oficialmente somos esposos —dijo Ekko en cuanto ambos se separaron y pudo colocar el anillo en el delgado dedo de la muchacha.

—Eso parece —se burló Jinx—. Trataré de no meterte ninguna bala en algún punto vital del cuerpo.

—Tomaré eso como un cumplido.

—Deberías.

Y volvieron a besarse. Esta vez con mayor dulzura. Como un par de antiguos amantes que por fin tenían la oportunidad de recuperar el tiempo perdido.

Risillas familiares, juguetonas e infantiles, se escucharon detrás de las cajas apiladas sobre la plataforma. Jinx se separó de Ekko con una ceja alzada y una sonrisa que saltaba a relucir perspicacia y complicidad.

La joven se deslizó hasta las cajas con cautela, haciendo el menor ruido posible para que sus diminutas fisgonas no sospecharan nada. Isha y Kyan se hallaba ocultas del otro lado, con esfuerzo mal disimulado. La menor, con apenas un año de edad, se escondía con una sonrisa traviesa detrás de su hermana, mientras ambas espiaban por las rendijas de la madera.

Jinx llegó por su espalda y con un movimiento silencioso, capturó a ambas.

—¿Ustedes dos qué hacen aquí, pequeñas sanguijuelas? —exclamó, juguetona.

Ambas niñas se soltaron a reír en cuanto su madre las cubrió de besos por toda la cara, uno tras otro, haciéndoles cosquillas con ellos.

—¡Mamá! ¡Mamá! —exclamó Kyan, después de separarse de Jinx con una sonrisa—. ¡Atapa!

Y se echó a correr, llevándose a Isha de la mano. Los pasitos torpes y desiguales de Kyan obligaron a Isha a reducir su propia velocidad, permitiéndole a la más pequeña creer que estaba llevándola “a rastras”.

Jinx soltó un suspiro teatral y se cruzó de brazos, fingiendo estar ofendida.

—¿Ahora huyes, pequeña bribona? ¡Ya verán en cuanto las atrape!

Y, sin dar más advertencia, fingió que corría detrás de ellas, frunciendo el ceño en una mueca que imitaba a algún animal hambriento que rugía al querer atraparlas.

La primera en caer fue la propia Kyan, que había tropezado con sus piececitos torpes y pequeños. Afortunadamente Isha tuvo los reflejos heredados de su madre y evitó que cayera de lleno contra el suelo, pero el susto se había quedado asentado en su pecho y se soltó a llorar.

Jinx la levantó del suelo en cuanto la niña estiró sus manitas hacia ella, con los ojitos llenos de lágrimas y los labios en un puchero medido que podía manipular a su madre con facilidad.

—Tranquila, mi amor, todo está bien —le dijo, besando su sien con dulzura.

Luego, para apaciguar el mal momento, le dio un beso sonoro, como de trompeta, en la mejilla, que la hizo volver a reír y abrazarse a ella. Jinx dirigió su atención hasta Isha y estiró su brazo para que se uniera a ellas.

—Ustedes ganan, bichitos —dijo—. Siempre lo hacen.

Volvió a dejar a ambas en el suelo, y esta vez fue Ekko quien corrió a perseguirlas, una vez que el muchacho las alcanzó, elevó a ambas, una en cada brazo, y giró con ellas sobre su propio eje.

Porque a ambas les encantaba jugar con papá.

Jinx sintió una opresión en el pecho. El tiempo había pasado más rápido de lo que esperaba. Cuando Kyan aprendió a caminar —al tratar de seguir a Isha por todo el árbol Firelight— fue el primer golpe directo de realidad que tuvo.

Y ahora, verlas correr de esa manera: alegres, sanas, a salvo.

Libres.

Como lo serían siempre. 

De alguna forma le rompía el corazón. No en un mal sentido, era todo lo que podía desear en el mundo, pero le hubiera encantado detener el tiempo justo en ese instante. Donde todo era perfecto.

—¡Muy bien, muy bien! —exclamó Ekko cuando lo tuvieron tirado en el suelo mientras las dos trataban de hacerle cosquillas con sus manos pequeñas—. ¡Me rindo, me rindo!

El cielo comenzaba a oscurecerse y el frío calaba cada vez más los huesos. Ambos jóvenes se miraron, sabían que debían volver pronto a casa. Al árbol Firelight donde ya únicamente habitaban ellos y unos pocos antiguos rebeldes.

Kyan corrió hasta Jinx para abrazarse a su cintura.

—¡Mamá! ¡Ariba! —pidió, levantando las manitas hasta ella.

La muchacha la alzó del suelo, pegó su frente a la de la niña y plantó un beso en ella que la hizo sonreír con dulzura, soltando un bostezo enorme.

—¿Sucede algo? —preguntó Ekko, acercándose para tomar a Kyan. Jinx negó con la cabeza—. Vamos, entonces. Comienza a hacer frío. 

—Los alcanzo en un segundo.

Ekko no dijo nada. Estaba acostumbrado a darle el espacio que necesitara. Tomó a Isha de la mano y bajó las escaleras de la plataforma, seguido por la mirada apacible de la joven.

Jinx rebuscó entre sus ropas, sacando con cuidado aquella bengala de humo azul que Isha había guardado desde la batalla.

Un recuerdo de la dura vida en los Carriles. Un estado de alerta constante.

Algo que ya no necesitaría más. 

Nunca más. 

Y la lanzó por el borde. Igual que años atrás, pero esta vez con un sentimiento distinto. Uno de liberación. De calma. De paz.

—Lo hiciste. Rompiste el ciclo —escuchó detrás de ella. Una voz gélida, seca, pero extrañamente amable, inundada en un cariño que hacía mucho tiempo no sentía.

Jinx se giró de golpe, quedando con el corazón encogido. 

Ahí estaba. Silco. O lo que debía ser él.

Tal vez era solo su mente jugándole una última broma. Pero estaba ahí, frente a ella, con esa misma mirada verde y silenciosa.

—Llegas tarde… —fue lo único que ella pudo decir antes de que la voz se le quebrara por el llanto.

—Lo sé, niña. Lo lamento. 

Jinx dio un paso al frente, y Silco elevó la mirada, hacia donde Ekko se había marchado.

—Es un buen muchacho —soltó, casi como si escupiera ascuas.

—Tuviste que morir para decir eso —sonrió ella, socarrona, entristecida, y luego tragó en seco—. Quédate. ¿Puedes quedarte? Isha te extraña tanto… y yo… y… Kyan, ella ni siquiera te conoce.

—Haz hecho un gran trabajo con ellas —siguió Silco, casi ignorando su petición—. Eres una madre grandiosa, Jinx. 

La muchacha se encogió de hombros, permitiendo que el llanto se liberara de su pecho. Y se abalanzó sobre él, abrazándolo con fuerza. De la misma forma que había deseado hacerlo por los últimos años.

—Te necesito.

—No. Solo me extrañas —respondió él, acariciando su nuca—. Pero estarás bien, Jinx. Lo harás bien. Y un día… volveremos a vernos.

—Pero…

—Estoy orgulloso de ti, y sé que tus padres también.

Jinx no pudo decir nada más. El corazón se le detuvo cuando el recuerdo de Silco acarició su mejilla humedecida y se desvaneció.

Se esfumó en el aire con una sonrisa brillante.

Una que pocas veces había visto cuando él estaba con vida. Y, detrás de esa nube de humo que se había marchado, las figuras de Mylo y Claggor simplemente la observaron en silencio para hacer lo mismo.

Una despedida sin palabras. Solo una sonrisa y un adiós.

Antes de dar un segundo respiro, Jinx sintió la cálida manita de Isha tirando de su ropa. Igual que cuando era solo una bebé, buscando un consuelo sin palabras, únicamente con la mirada.

Aunque, esta vez, su niña ya era lo suficientemente grande como para comprender su tristeza.

Jinx se agachó a su altura, acariciando su mejilla con una sonrisa maternal, bañada en un amor embriagante.

—Has crecido tanto, pulga —le dijo—. Ya no eres más mi niña pequeña, ¿verdad? La que trepaba a todos los lugares que podía y me sacaba canas cada vez que desaparecía. Mi niña valiente… mi pequeño manojo de carne y problemas.

Isha ladeó la cabeza y, con movimientos lentos, dijo:

“Siempre lo seré, mamá. Siempre seré tu hija”.

Jinx sonrió, abatida por su propia hija. Abatida por esa voz silenciosa que podía desarmarla más que cualquier batalla.

—Sí, enana. Siempre serás mía. Tú y Kyan… Y yo siempre seré su mamá.

Entonces, Isha levantó la mano en un gesto. El gesto que Jinx tanto amaba recibir. Y el que Isha tanto adoraba decirle, siempre que podía.

“Te amo, mamá”.

Jinx frunció el ceño con una sonrisa y abrazó a la pequeña, escondiendo su rostro en el hueco de su cuello. Envolviéndola contra su pecho. En ese lugar seguro para las dos.

—Y yo a ti, problemita. Desde el primer segundo en que llegaste a mi vida… y hasta el último. Lo haré hasta que deje de existir…

Y luego, el recuerdo de Silco volviendo hasta ella solo para recordarle cuánto la amaba, se hizo presente. Y lo comprendió todo.

—E incluso después de eso. Te amaré incluso después de la muerte. Mi alma estará conectada a la tuya. Por siempre.

Porque, después de todo…

Nadie importaba como ella.

Isha elevó su vista hasta su madre cuando se separaron. Sus ojitos demostraban que había secado unas pocas lágrimas con sus ropas. Y se centró en Jinx. Pero no hubo respuesta, ni una mueca, nada. Solo la miraba como si analizara su rostro, su mirada, su locura.

Jinx dibujó una sonrisa ladina cuando Isha arrugó la nariz para detener las lágrimas salvajes.

—Ya no pareces tan ruda, ¿eh?

Y luego, la pequeña bola de carne en sus brazos sonrió. Ahí lo tenía, ese pinchazo en el pecho, otra vez.

Sí, estaba jodida.

Y…

Ya era hora de volver a casa.

Notes:

Les dejo el FanArt de cuando Ambessa acorraló a Isha y Kyan.

Ahora sí, llegamos al final.
Mañana subiré el Epílogo. Les puse otro regalito también ahí. Una despedida como merecen.

Pero recuerden que la historia de Kyan, Jinx, Isha y Ekko todavía no termina. Pueden seguir disfrutándola en mi otro Fanfic What have they done to us

Y si quieren seguir disfrutando historias de Jinx siendo mamá de Isha (mi concepto favorito de la vida), síganme que espero seguir explotando esta idea todo lo que pueda.
Así como lo hice con una historia nueva con un concepto un poco más moderno, pero con la Jinx maternal que tanto amamos. Es este If we have each other, denle una oportunidad, seguro les encanta.

Chapter 33: Epílogo - Prisma

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Cuerpo geométrico que fragmenta la luz en un espectro de colores.

 

 

 

El día en que Kyan comenzó a caminar, el caos fue inminente, porque no había sido del modo en que sus padres lo esperaban.

La niña no era particularmente activa —no al menos como Isha cuando tenía su edad—. No trepaba las vigas, ni corría por los pasillos, tampoco solía escapar de sus padres como una fugitiva en miniatura. El único objetivo que Kyan tenía claro era el de perseguir a su hermana mayor a todas partes.

No importaba a dónde fuera o la velocidad con la que Isha huyera de ella, la bebé siempre la seguía, incansablemente. Gateaba a paso apresurado cuando mamá la dejaba en libertad sobre el suelo. Más de una vez, de hecho, Ekko tuvo que atraparla antes de que siguiera a Isha a lugares que ella no podía cruzar gateando (bajar las escaleras del árbol Firelight, por ejemplo).

Aquella tarde, Jinx incitó a Isha a dar un pequeño paseo fuera del refugio, como cuando solo eran ellas dos, con el objetivo de mostrarle a saltar de los tejados, tal y como Vi lo hizo con ella en algún momento. No era una misión peligrosa, ni de alto riesgo, pero sí era algo que solo las “niñas grandes” podían hacer, como señalaba Isha con orgullo cada vez que algún Firelight le preguntaba lo que haría en su pequeño paseo con mamá.

Claramente, Kyan no estuvo de acuerdo con eso.

Y no porque estuviera celosa de su hermana, porque ni siquiera alcanzaba a comprender lo que eso era, sino porque odiaba cuando Isha no estaba cerca de ella. Desde que era tan pequeña como para caber solo en las manos de su madre, hasta ese momento en donde casi llegaba al año de edad, no había momento en que no se sintiera sola si Isha no estaba cerca para consolarla, acompañarla y protegerla.

Porque ese era el amor fraternal que conocía desde siempre y que conocería por toda la eternidad.

Así que, cuando Isha desfiló frente a ella, siguiendo de cerca a mamá con una sonrisa entusiasmada, después de que ambas se despidieran de Ekko y Kyan, la más pequeña se retorció en los brazos de su padre, intentando seguirlas. El muchacho se arrodilló en el suelo, colocando a la niña de pie junto a él, sosteniéndola para que no cayera por la falta de equilibrio natural en una bebé de su edad.

¡Ita! —la llamó Kyan con un chillido agudo.

Un sonido al que Isha ya estaba acostumbrada y al que, normalmente, acudía en un segundo. Nunca dejaba a Kyan llorando mientras la llamaba. Sin importar dónde estuviera o lo que sea que estuviera haciendo, Isha siempre acudía al llamado de su hermana.

Fue por eso que, cuando la mayor se obligó a ignorarla para salir del refugio —no porque no tuviera la necesidad de correr hacia ella, sino porque en verdad quería tener esa noche solo para estar con mamá— Kyan se sintió inconforme. Desesperada. Ignorada y dolida.

La bebé pudo sentir, por un segundo, el rechazo, el abandono de su hermana. Aunque no fuera así, porque Isha nunca la abandonaría, pero Kyan no alcanzaba a comprender eso. Ella se sentía rota, tan rota con una pureza que solo los bebés podían llegar a sentir.

Kyan golpeó torpemente el piso con ambos pies, haciendo una rabieta contra las ropas de su padre, que la miraba con una sonrisa paciente y serena. Los ojitos llorosos de la niña se ensartaron en la espalda de Isha, mientras se alejaba atravesando la explanada del refugio, tomando la mano de mamá.

Ella quería estar con su hermana. No estaba acostumbrada a ser ignorada por ella.

En ese momento, el deseo por avanzar fue mayor al miedo por caer y, como pudo, comenzó a dar pasitos torpes y desiguales para seguirla. Uno tras otro, inestables, con los pies cruzados y los bracitos estirados hacia el frente, como si pudiera sostenerse del aire para no caer de cara contra el suelo.

Ekko ni siquiera se molestó en detenerla, no podía dar crédito a lo que veía, estaba completamente ensimismado. Enamorado de la escena. Totalmente paralizado.

Porque su bebé, su diminuta bebé…

Estaba caminando.

Y, para gracia de Ekko, ni siquiera estaba yendo hacia él. En ese momento, a Kyan no le interesaban ni papá ni mamá, solo le interesaba ser aprisionada por los brazos de su hermana.

La bebé volvió a soltar sonidos suaves y angustiosos para intentar llamar la atención de Isha. Un llamado tembloroso con una “i” pronunciada e insistente que solo podía significar una cosa: espérame.

Los pocos Firelights que quedaban en el refugio, observaron con orgullo como esa pequeña criatura que había llegado a ese lugar meses atrás, siendo no más grande que un melón, ahora daba sus primeros pasos lejos de su líder.

Ekko, conteniendo las lágrimas de un padre abrumado por el paso del tiempo que no podía detener ni devolver más, la siguió de cerca, listo para lanzarse hacia ella en caso de que perdiera el equilibrio con algún paso en falso.

¡Ita! ¡Ita! —volvió a chillar la pequeña, esta vez tratando de acelerar el paso, forzando a su pequeño cuerpo a mantener el equilibrio.

Isha y Jinx, tras la insistencia de la niña, giraron la atención hacia ella. La sorpresa se la llevaron ambas cuando la observaron dando pasitos pequeños, torpes pero decididos, tercos y persistentes.          

Kyan movía sus trémulas y regordetas piernas, mientras el aire cálido balanceaba su vestido lleno de manchas de pintura y aceite. Porque mamá nunca reprimió la creatividad de ninguna de sus hijas, aunque eso arruinara un par de vestimentas.

Siguió hasta ellas con pasito apresurado, tan veloz como las piernas se lo permitieron. Estirando las manitas hacia el frente, como tratando de acortar la distancia entre ella e Isha. Sus ojitos llorosos titilaban a la par en que sus labios temblaban por el llanto.

Jinx contuvo la respiración, trató de abrir la boca para elogiar a su bebé, pero Ekko la detuvo con la mirada, indicándole que no debía perturbar aquel momento.

Porque era solo de ellas.

Isha, a paso trémulo y todavía incrédula, se acercó lentamente a su hermanita, arrodillándose sobre el suelo a un metro de distancia. Estiró los brazos hacia Kyan con sumo cuidado, como si temiera romper el hechizo en el que ahora ambas se encontraban envueltas, atrapadas en un bucle de emociones interminables y amenas.

Los ámbares de Isha se inundaron en lágrimas de orgullo, sonriendo de vuelta a su hermana que, motivada por el gesto de la mayor, no detuvo su andar hasta llegar a ella y colgarse a su cuello. Isha la abrazó con fuerza. Con toda la fuerza que mantenía dentro de su pequeño cuerpo, haciéndole saber en ese solo y silencioso gesto lo mucho que la amaba.

Isha se giró hasta mamá mientras Kyan mantenía escondido su rostro contra su pecho, e hizo señas entusiasmadas, con una sonrisa brillante.

“¡¿Lo viste, mamá?! ¡¿La has visto?! ¡Puede caminar! ¿Así es como los bebés aprenden a caminar? ¿Así lo hice yo?”.

La niña estaba tan emocionada que en ningún momento notó que su madre limpiaba presurosamente las lágrimas en sus mejillas. Jinx asintió con una sonrisa.

—Sí, pulga. Así es como funciona.

La joven fijó su atención en ambas, en el gesto orgulloso de Isha al ver a su hermanita, y recordó cómo había sido con ella. Como su pequeña también había aprendido a caminar con tal de poder seguirle el paso. Recordó aquella sensación embriagante de orgullo y alegría, pero también de dolor y de un corazón roto.

El corazón roto de una madre que parpadeó solo por un segundo para dejar ir a una bebé que poco a poco se convertía en una niña mayor. Más independiente. Una pequeña que ya no la necesitaría para moverse de un lugar a otro nunca más.

Así se sentía. La crueldad detrás de ver crecer a un hijo.

Como un golpe directo de realidad. Uno que le estaba costando trabajo aceptar.

Sus niñas no siempre serían unas bebés, incluso si ella las miraba de esa manera.

Algún día tendría que soltarlas en el mundo.

Y ese día, sería el más doloroso de su vida.

 

 

 

 

—¡Isha! ¡Espérame! ¡Mamá dijo que no debíamos alejarnos demasiado de casa!

Kyan intentaba desesperadamente trepar por el muro en el que ahora Isha caminaba de puntitas. Cuando por fin logró subir, dio un paso en falso. Su pie resbaló y ella cayó al vacío.

Isha reaccionó al instante.

Se agachó, lanzando el brazo para alcanzar a tomarla por la muñeca antes de que azotara contra el suelo, tres metros más abajo. Con un tirón firme, logró subir a la menor sobre el borde del muro. Kyan, por inercia, terminó con el rostro pegado a las ropas de su hermana, y elevó la mirada rosada hasta ella, con una sonrisa tímida, traviesa.

Isha suspiró y le dio la espalda para saltar del otro lado del muro, donde se encontraba una antigua fábrica de Brillo que había sido abandonada después de la muerte de Silco.

Kyan tragó en seco, y se aferró a la muñeca de Isha, abrumada por la oscuridad y el frío que se percibía al interior del lugar. Los muros deteriorados mostraban grafitis brillantes que habían opacado los más viejos, los que seguramente alguna vez hizo Jinx. En aquellas épocas en las que era un verdadero dolor de cabeza para Silco, mucho antes de convertirse en su madre.

—No deberíamos estar aquí… —chilló Kyan, enterrando las uñas temblorosas en la piel de Isha—. Mamá se molestará si se entera.

Isha la miró por encima del hombro, enarcando una ceja.

“No actúes como un bebé”.

Se quejó. Kyan dio un paso atrás, con una ofensa teatral en el rostro, similar a los expresivos gestos de su madre.

—¡No lo soy! —replicó con su voz aguda, arrastrando las palabras para dejarlas más claras—. ¡Acabo de cumplir once! ¡O-N-C-E!

“Entonces sé más valiente”.

Volvió a insistir Isha. Y suspiró, colocando una mano reconfortante en el hombro de la menor.

“Además, ya te dije que mamá solo se molestará si nos ponemos en peligro y, mientras estés conmigo, nunca te pasará nada malo”.

Kyan mostró una sonrisa amplia, llena de brillo. Confiaba en su hermana, tanto como en mamá y papá. No recordaba haber estado en un peligro tan grande como para necesitar ese tipo de protección, pero sabía que incluso al estarlo, no tenía nada de qué preocuparse. No mientras estuviera con Isha.

Mientras ellas estuvieran juntas, el mundo podía irse al carajo.

Siguieron explorando, analizando, cada punto que les pareciera lo suficientemente interesante del lugar. La oficina que antes Silco utilizaba, la maquinaria con la que producían el Brillo, la estructura vieja y descuidada.

La verdad era que Isha no estaba muy segura de porqué había decidido explorar ahí en primer lugar. Recordaba parte de su historia, recordaba a Silco y el trabajo que mantenía mientras estuvo con vida. Recordaba a su madre y el tiempo que vivió con ella. Pero era curiosa, ahora más que nunca, y sentía la incansable necesidad de saber un poco más del mundo del que tenía recuerdos vagos. Borrosos. Recuerdos de una niña pequeña que había pasado gran parte de su corta existencia huyendo.

Y si mamá no le daba las respuestas, ella las buscaría.

Pero, haber perdido de vista a Kyan fue su primer error, porque la niña era tan curiosa como ella —tal vez un poco menos, menos rebelde, menos intrépida, pero curiosa al final— y estaba llena de ingenuidad. Una ingenuidad jamás perturbada por los Carriles en sus peores épocas.

—¡Isha, mira! —exclamó, sosteniendo entre sus manos un pequeño mono cilindrero, metálico, viejo y oxidado por los años—. Lo encontré abandonado. ¡Es lindo! ¡Se parece a los dibujos de mamá! ¡Tal vez pueda ayudarte a encontrar las respuestas que estás buscando!

Kyan, movida por esa inocencia infantil que la caracterizaba, tiró de una pequeña cadena al costado de él. El artefacto comenzó a moverse frenéticamente.

Isha tragó saliva de golpe y se lo arrebató, lanzándolo lejos de ambas. El mono estalló en cuanto chocó contra el suelo a metros de distancia. La mayor protegió a la pequeña con su propio cuerpo cuando la onda expansiva las alcanzó, y ambas fueron lanzadas contra uno de los muros.

La adolescente se incorporó de inmediato en cuanto tuvo noción de lo que había pasado. Ayudando a Kyan a ponerse de pie para rectificar que no estuviera herida.

—Estoy bien, estoy bien —insistió la niña después de que Isha le alborotara las ropas para revisar los rasguños y moretones que llevaba.

“¡¿En qué estabas pensando?! ¡Te he dicho que no toques nada cuando salimos a explorar! ¿Por qué nunca me haces caso?”.

Isha se notaba a leguas molesta. Más molesta que adolorida por el golpe. Preocupada, abrumada. De no haber sido porque reconoció aquella bomba de su madre de inmediato, ambas habrían resultado más heridas, posiblemente muertas. Sobre todo, Kyan.

Y eso era lo que más le molestaba. Que estuvo a punto de perderla.

Antes de que Kyan pudiera decir algo en su defensa, la estructura del edificio comenzó a tambalearse. Iba a ceder en cualquier momento.

El techo se agrietó a gran velocidad a la par que dejaba caer pedazos enormes sobre ellas. Isha tomó a Kyan de la mano para sacarla a rastras de ahí, llevándola bajo su ala, movida por ese instinto protector que la caracterizaba.

Que caracterizaba a cualquier hermana mayor.

Lograron ponerse a salvo debajo de una de las estructuras más sólidas del edificio, mientras el resto de la construcción caía a pedazos hasta que todo quedó cubierto por roca, tierra y escombros.

—¿A-Ahora qué hacemos…? —cuestionó la menor. Su hermana ni siquiera la observó, estaba demasiado concentrada en lo que sucedía en torno a ellas. Kyan estiró sus dedos hasta las ropas de la otra para tirar de ella—. ¿Isha…?

Isha se giró hacia ella, zafándose de su agarre.

“¡Es por esto que no suelo traerte conmigo!”.

La mayor estaba fúrica. Aterrada. Todo lo que estaba sucediendo era demasiado para ser sobrellevado por una adolescente de dieciséis años. 

Pero eso era algo que Kyan no alcanzaba a comprender porque, a sus ojos, Isha siempre sabía qué hacer. Los ojitos magenta se humedecieron con lágrimas adoloridas y punzantes. Una sensación de rechazo dominó su pecho. 

Eran hermanas, discutir era lo suyo, lo hacían con frecuencia. Mamá incluso les había dicho que era algo normal, que ella y la tía Vi habían tenido momentos peores.

Pero en ese instante, Kyan no necesitaba saber que discutir era común entre hermanas. Ella quería el consuelo de la suya. Lo necesitaba más que nada en el mundo. Porque literalmente un edificio les había caído encima.

—Yo… yo solo… —balbuceó, sorbiendo la nariz—. Yo solo quería ayudar… Yo solo quería ayudarte…

Isha arrugó el entrecejo. Abatida. Con el corazón en la mano y la culpa trepándole por la garganta. 

“Buscaré una salida. Espera aquí”.

Indicó con señas lentas, pero Kyan dio un paso al frente.

—Quiero ir contigo —dijo, e Isha negó rotundamente con la cabeza—. No estoy asustada, te lo juro.

“No vendrás conmigo”.

—Pero-

“Es demasiado peligroso”.

—Pero mamá siempre dice que la familia debe quedarse unida… No-

Isha la tomó por los hombros con fuerza para detener sus réplicas con una mirada implacable. 

“Ya sé lo que dice mamá. Aun así, no irás conmigo. No estás lista”.

Kyan retrocedió con el corazón roto. No dijo nada más, no tuvo el valor para hacerlo. Solo observó cómo Isha se marchaba entre los espacios que los escombros habían dejado, rogándole a Janna que ninguno de ellos se venciera sobre ella.



 

Jinx se mantuvo quieta bajo el umbral de la puerta. Pétrea, como una estatua de mármol sólido. Ekko se deslizó frente a ella con una sonrisa juguetona.

—Las niñas no están —anunció, como si fuera el mejor día de sus vidas.

—Isha mencionó que irían a ver a Vi —respondió Jinx, con el gesto todavía perdido en la nada. En sus pensamientos. 

—Exacto —continuó Ekko, como si con su sola mirada pudiera dar a entender sus deseos.

Jinx lo observó con el ceño fruncido, todavía consternada, y luego, por fin la idea de Ekko fue algo compartido entre los dos.

—No hablas en serio —se quejó, con una ceja enarcada—. ¿De verdad quieres…?

Ekko se acercó hasta ella, abrazándola por la espalda para unir sus manos al frente de su cintura, y besó su hombro descubierto.

—Casi nunca podemos estar solos, pensé que, tal vez…

Jinx dio un paso delicado al frente y se giró para observarlo a los ojos.

—No estoy de humor ahora, Ekko —musitó, mirándolo como un cachorrito entristecido—. De hecho-

—¡Jinx! —escucharon en el exterior. Era la voz de Violet.

La puerta de la habitación resonó con golpes estrepitosos y acelerados, sacándolos de su pequeña burbuja de calidez compartida.

—¡Ekko, carajo! —repitió la mayor desde el otro lado.

El muchacho abrió la puerta con cautela, como si esperara que Vi lo recibiera con un puñetazo directo en la cara. 

Cuando la muchacha se mostró al otro lado del umbral, su rostro pareció reflejar completo terror, uno que hacía años no notaban en ella. 

Jinx sintió el corazón encogiéndosele. ¿Qué mierda hacía su hermana en su puerta? ¿Por qué estaba sola? ¿Por qué parecía haber visto un fantasma? 

¿En dónde estaban sus hijas?

—Vi… —trató de decir—. ¿En dónde-

—¡Jinx! —Una segunda voz se escuchó proveniente del corredor.

Renne se deslizó a paso apresurado, resbalando la suela de los zapatos hasta que sacaron humo contra la tierra.

—¡L-La fábrica! —balbuceó, recuperando el aliento—. ¡Hubo un derrumbe en la fábrica!

La mirada de Jinx inmediatamente buscó la de Violet. La mayor de las hermanas negó con un silencio lacerante.

—Nunca llegaron conmigo —dijo.

Jinx sintió el vacío asentándose en su estómago. Y luego buscó apoyo en Ekko, que parecía mucho más aterrado que ella. Sin duda era su primera vez perdiéndolas de vista.

El problema era que, muy a pesar de haber estado acostumbrada a la facilidad de Isha para desaparecer, hacía tiempo que no experimentaba aquella sensación. 

Había olvidado lo mucho que la odiaba.

Tras un corto viaje en el deslizador, ambos padres llegaron hasta las orillas de la fábrica. Para ese momento ya una multitud de curiosos se había reunido para ojear el accidente. Jinx sintió el corazón pendiendo de un hilo en cuanto percibió el olor a tierra y pólvora.

Un olor familiar que antes le fascinaba y esta vez le causó escalofríos.

—Mis niñas… —dijo en un hilo de voz que salió como un silbido agotado de su garganta.

Corrió hasta el muro y, sin pensarlo dos veces, lo trepó de un salto.

Nadie se molestó en intentar detenerla.

Porque el rumor se había esparcido como humo dentro de una habitación: “las hijas del arrendajo azul se encontraban jugando dentro cuando la explosión sucedió”. El título que Zaun le había otorgado, el arrendajo azul, la madre guerrera que había luchado por la libertad de toda su gente, ahora significaba más que solo una leyenda.

Sabían perfectamente que si querían conservar todas sus extremidades lo mejor era dar un paso atrás.

Porque el mundo caería en caos si algo le sucedía a esas niñas.

Ekko la siguió de cerca una vez estuvieron frente a la estructura hecha añicos. El terror los golpeó en la nuca con un peso helado y seco. Lo que antes era un edificio enorme, de cimientos firmes y con muros impenetrables, ahora no era más que una pila de escombros de roca y concreto.

Jinx, dejándose llevar por el pánico creciente en su pecho, se adentró por una abertura entre el metal retorcido de las vigas.

—¡¿Isha?! ¡¿Kyan?! —exclamó, con la voz ahogada por la tierra que comenzaba a llenar sus pulmones.

Silencio.

Solo el sonido de sus pasos atropellados resonando entre los escombros, movidos por su propia angustia.

—¡¿Isha?! ¡¿KYAN?! —insistió, ignorando la resequedad en la garganta.

Luego, una tosecita marchita, consumida por el prolongado tiempo dentro de los escombros, rompió el silencio.

—¡¿Mami?! —La vocecita ahogada de Kyan se coló a través de las grietas en el concreto como una plegaria—. ¡Estoy aquí! ¡Mami!

Con un salto desesperado, Ekko llegó hasta donde la voz sonaba más fuerte. Utilizando una fuerza casi sobrehumana, apartó los pedazos de concreto. Las uñas rotas, ensangrentadas, y los raspones en las rodillas heridas, no significaban nada mientras pudieran ver el rostro de su pequeña sana y salva otra vez.

—¡Tranquila, princesa, papá te sacará de ahí!

—¡Papi! —chilló la niña desde el otro lado de las ruinas.

Jinx se tiró de rodillas junto a él, ayudándolo todo lo que pudo, hasta que ambos se toparon de frente con los ojitos rosados de la pequeña. Ya enrojecidos por el llanto y el polvo acumulado.

Ambos sintieron que el alma les regresó al cuerpo en cuanto Kyan pudo atravesar el paso que habían abierto y se colgó al cuello de su madre, abrazada con fuerza por Ekko.

Pero la ilusión se rompió en un segundo cuando la mirada errática de Jinx no se encontró con Isha. Separó a Kyan de sí con cuidado, mirándola a la cara.

—¿Dónde está tu hermana? —inquirió, con la voz quebrada. La niña solo pudo soltarse a llorar mientras sus hombros temblaban entre las manos de su madre—. Kyan… ¿dónde está Isha?

—Fue a buscar una salida —sollozó, sorbiendo la nariz—. Ella me dejó aquí, mamá. Me dejó aquí…

Jinx vaciló la mirada entre la ropa de la niña que ya estaba hecha jirones, sus deditos temblorosos se crisparon al borde del vestido para intentar contener el dolor de un alma rota. Abandonada.

—Dijo que era muy peligroso. Que debía esperarla… —continuó, gimoteando con pesar—. Mamá… Yo le dije que debíamos quedarnos juntas, p-pero-

Jinx frunció el ceño, cerro los ojos, exhalando para tratar de mantener la calma y acarició la mejilla de su hija con ternura.

—Tranquila, enana. Estoy segura de que está bien —dijo, tratando de convencerse a sí misma—. Iré a buscarla.

Ekko intentó decir algo más, pero Jinx lo detuvo con una mirada firme, cargada de determinación. Era algo que debía hacer ella, nadie más. Y su deber como padre era sacar a salvo a la menor de sus hijas de ese lugar.

Jinx se adentró en los restos del edificio. Librando los obstáculos de roca y metal que se le interponían. No iba a detenerse. Nada la haría detenerse. Pasaría la noche en vela buscando a su hija de ser necesario, pero no se marcharía de ahí sin Isha.

Entonces, lo distinguió en el suelo, como una marca de sus más grandes temores y recuerdos, un hilo de sangre se extendía entre las grietas y el suelo irregular.

—Isha… —murmuró, con la voz atascada en la garganta.

Y siguió el camino serpenteante hasta que dio con ella.

Su niña. Su —ya no tan pequeña— niña. Sentada en el suelo, con la espalda contra uno de los muros desquebrajados, el pantalón rasgado y la pierna herida, empapada en sangre.

—¡Isha!

Jinx se lanzó hacia ella, tirándose de rodillas a su lado, levantando el polvo del suelo que empañó la mirada atónita de la niña en cuanto vio a su madre. La joven se abrazó a su hija con apuro, como si sintiera que fuera a desaparecer en cualquier momento.

Y, luego, se agachó para analizar su herida. No era profunda, simplemente aparatosa, pero eso no borraba el hecho de que su hija estaba lastimada. Isha tiró de la ropa de su madre para que fijara su atención en ella.

“¿Kyan…?”.

Preguntó, con una mirada angustiada.

—Ella está bien, tu padre la sacará de aquí —respondió Jinx, tratando de reconfortarla—. Ahora debo-

Isha retrocedió con un movimiento en cuanto su madre intentó ayudarla para ponerse de pie. Jinx ensartó su desconcierto en ella, buscando respuestas en sus ojos dorados.

—Hablaremos de esto en casa, tengo que sacarte de aquí —dijo, volviendo a colocar el brazo de Isha sobre su hombro para ponerla de pie.

Pero la adolescente nuevamente se rehusó, acabando con la poca paciencia que le quedaba a su madre después de haber pasado por todo el estrés de creerlas muertas.

—¡Isha! —exclamó—. ¡Basta! ¡Tengo que sacarte de aquí!

Isha negó rotundamente, haciendo un sonido terco con la garganta.

“No puedo irme. Quiero encontrar respuestas, y si tú no me las quieres dar, las buscaré por mi cuenta”.

Jinx retrocedió con el ceño fruncido. Antes de poder decir nada, los pasos pesados de Ekko se escucharon resonar detrás de ella.

—¡Isha!

El muchacho se acercó hasta ambas, notando inmediatamente la herida en la pierna de su hija mayor. No pudo soltar ninguna palabra, el gesto de Jinx le decía absolutamente todo. Tomó a Isha, sin permitir siquiera que se resistiera, y la sacó en brazos de ahí.

 

 

 

—Es solo una herida superficial —anunció Galen, una vez salió de la habitación de las niñas—. Le coloqué unos cuantos puntos; habrá que esperar a que cicatrice para retirarlos.

Jinx y Ekko no dijeron nada. Agradecieron con un gesto breve que el médico conocía bien. Ya estaba acostumbrado, era común que las hijas de ambos se lesionaran al jugar demasiado rudo o al dejarse llevar por su espíritu intrépido, aquel que llevaban en la sangre.

—¿Estarás bien? —cuestionó Ekko, una vez Galen se alejó por el corredor.

—No —se quejó Jinx, resoplando para apartar un mechón rebelde de su fleco lejos de su rostro—. Me habría encantado saltarme la parte de tener conversaciones incómodas con mi hija adolescente.

—¿Quieres que entre contigo, mami? —preguntó Kyan, mirando con firmeza la puerta de la habitación.

Jinx se agachó hasta quedar a su altura y le sonrió con ternura torcida.

—Prométeme que nunca me odiarás cuando llegues a esa edad —bromeó, abrazándola fuertemente—. No crezcas nunca…

Luego, tomando aire como si su vida dependiera de ello, se adentró en la habitación, sin molestarse en llamar a la puerta primero, y la cerró a su espalda.

Isha, que se encontraba recostada en la cama con la mirada fija en el techo, ni siquiera la miró de reojo. Jinx sintió una opresión en el pecho, una tan fuerte que le robó el aliento.

¿Cómo era que había crecido tanto?

—Cuando dijiste que buscabas respuestas —soltó, sin rodeos—. ¿A qué te referías?

La adolescente no se inmutó. No hizo ni siquiera una señal de desacato o rebeldía. No hizo nada. Solo ese silencio tenso. Y eso fue peor.

Jinx suspiró, cargando el peso del momento en los hombros.

—Solo quiero que protejas a tu hermana —dijo—. Ella no es como tú… ella es-

“Cobarde”.

Soltó con una seña floja que ni siquiera dirigió a su madre.

—Dócil —corrigió Jinx—. Y tú… —exhaló con pesadez acumulada—. Tú eres más como yo.

Isha por fin ensartó su atención en ella y se incorporó, sentándose al borde de la cama.

“Entonces lo entiendes. Hacías lo mismo a mi edad”.

Jinx se mordió la lengua. Comenzaba a comprender a Silco, la paciencia que había tenido con una adolescente desbocada, que ni siquiera era su hija. Todavía le sorprendía que nunca la colgara por los tobillos como un castigo a sus pésimas conductas de entonces.

—Era distinto, enana.

Isha se puso de pie de un salto, con un gesto indignado.

“¡No hay diferencia!”.

—¡Yo crecí sin mi madre! —espetó Jinx—. Y tú… niña, he hecho todo lo que he podido para darte una mejor vida. Lo único que te pido a cambio es que no pongas en riesgo tu vida ni la de tu hermana. Y mucho menos por-

“¡Entonces dímelo! Dame las respuestas que quiero”.

—¿Respuestas sobre qué?

“Sobre mí”.

Jinx sintió un escalofrío que le puso los nervios de punta. Había pasado tanto tiempo huyendo del pasado que nunca imaginó que quien la obligaría a volver a él sería su propia hija. La niña por la que se empeñó tanto en mejorar un mundo que detestaba con cada fibra de su ser.

Pero no. Todavía no estaba lista para dar ese paso.

—Le debes una disculpa a tu hermana.

Fue lo último que dijo antes de salir en silencio de la habitación.

Llegó hasta su propio cuarto, tirándose sobre la cama con un quejido prolongado, plagado de cansancio.

—Así de mal, ¿eh? —comentó Ekko, con una sonrisa ladeada.

—La acosan preguntas que no tienen respuesta —murmuró Jinx, cubriéndose los ojos agotados con la palma de las manos.

—¿No tienen respuesta o no quieres que sepa la respuesta?

La muchacha suspiró, con el dolor desgarrándole el pecho.

—¿De qué serviría que ella supiera todo lo que pasó cuando era más pequeña? ¿Qué se supone que le diga? ¿Que el mundo estaba jodido antes de que naciera? ¿Que yo me movía como una asesina por las calles de Zaun? ¿Que tú y yo tratamos de matarnos más de una vez? Ella recuerda los últimos años de guerra. Recuerda a Ambessa, a Piltover, recuerda el conflicto, pero no entiende cómo llegamos hasta ahí.

Ekko se sentó a su lado, más sereno de lo habitual.

—Tal vez es una historia que deberías contarle pronto. Tiene derecho a saberlo.

—Claro —ironizó ella—. Seguro sería tan fácil como decirle que por poco nos deshicimos de su hermana menor.

El muchacho sintió el golpe directo escondido inútilmente entre las palabras de su compañera. Y suspiró.

—Aquel día, durante la guerra, cuando me enfrenté a Viktor, lo vi —dijo, con suavidad—. Cientos de realidades. Miles. Futuros posibles. Realidades alternas. En todas en las que Kyan e Isha están juntas, logran vivir felices, rodeadas de luz. Sin odio, ni dolor. Teniéndose la una a la otra.

Jinx levantó las cejas, genuinamente sorprendida. Pero no incrédula. Había aprendido a confiar ciegamente en la palabra de Ekko, por más desquiciada que sonara.

—Lo que intento decir es —continuó el muchacho, aclarándose la garganta— que no importará que trates de ocultar el pasado con todas tus fuerzas, Isha terminará sabiéndolo tarde o temprano. Y… al final, el futuro será el mismo. No puedes cambiar el pasado, pero podemos permitir que aprendan de él, para que tengan un futuro brillante.

Tomó sus manos con fuerza, compartiéndole su calidez.

—Porque… un día, serán solo ellas dos enfrentando el mundo y habrá que dejarlas listas para eso.

Jinx bajó la mirada hacia sus manos entrelazadas.

—Lo sé… y no sabes cuánto odio darte la razón.

 

 

 

Cuando mamá salió de la habitación, y antes de que la puerta se azotara para cerrarse con un golpe sonoro, Kyan la atravesó a paso silencioso. Deslizándose entre los muebles y la chatarra acumulada en el suelo.

—¿Isha…? —la llamó con tono suave—. ¿Estás… molesta conmigo? Lo lamento, no quería-

Isha se giró sobre la cama. Las lucecitas de colores le titilaban en el rostro. Pudo distinguir las lágrimas que Kyan se forzaba a mantener dentro de los ojos. Fingiendo una fortaleza que se le dificultaba emular. Se puso de pie en silencio y caminó a paso lento hasta ella.

La menor retrocedió, encogiéndose de hombros, esperando algún reproche, pero Isha solo se dejó caer de rodillas frente a ella, y la abrazó con fuerza. Tratando de contener el temblor en su agarre. Luego se separó sutilmente para hablar con delicadeza.

“Perdóname por dejarte sola”.

Su mirada genuina se clavó en Kyan, la niña sonrió de oreja a oreja y volvió a colgarse al cuello de su hermana.

—Está bien, no estoy molesta contigo —murmuró, restregando las mejillas humedecidas en las ropas de Isha—. Sabía que volverías por mí.

Un escalofrío atravesó el corazón de la mayor y dejó un hueco profundo en él. La dulzura de Kyan siempre la hacía flaquear, sin importar lo que estuviera pasando a su alrededor. Pensar que estuvo a punto de perderla por sus propios deseos egoístas le causó un dolor lacerante en el pecho.

Se puso de pie con lentitud y se inclinó hacia ella, pegando con delicadeza sus frentes en un gesto sutil, suave, y empapado de amor fraternal. Los ojitos de Kyan se elevaron hasta el rostro de su hermana en silencio.

Luego Isha hizo movimientos lentos y temblorosos. Honestos.

“Mientras yo esté aquí, contigo, nada malo te pasará. Siempre que estemos juntas nos cuidaremos la una a la otra. Siempre, en cualquier lugar. Y si un día nos separan, prometo volver a encontrarte”.

El solo hecho de pensarse lejos la una de la otra les rompía el corazón a las dos. No había poder sobre el mundo que pudiera separarlas. Sin importar los obstáculos que debieran atravesar, volverían a unirse. Una y otra vez.

—¿Siempre estaremos juntas? —preguntó la niña, con la voz aguda escapándole entre el llanto.

Isha sonrió.

“Siempre”.

La puerta se abrió con un chirrido amaderado. Jinx y Ekko asomaron la mirada por la rendija para evitar ser imprudentes. Ni siquiera siendo sus padres tenían el valor suficiente para romper la reconciliación entre dos hermanas.

—Se abrazan, es una buena señal —murmuró Ekko.

Isha y Kyan soltaron una risilla juguetona. La menor corrió hasta su padre para abrazarse a su cintura, como era su costumbre, mientras Jinx e Isha cruzaban miradas silenciosas y adoloridas.

—La tía Vi por fin se fue más tranquila cuando supo que tu herida no era grave —dijo Ekko, tratando de cortar el ambiente tenso—. No deberían asustarla así. Es divertido, pero terminará desquitándose con su madre y conmigo.

Kyan dibujó una sonrisa traviesa en el rostro.

Las niñas adoraban visitar a Violet, por lo general, la hermana mayor de su madre solía consentirlas en exceso, para malestar de Jinx, podría decirse que incluso llegaba a hacerlo única y exclusivamente para molestarla. Era su pasatiempo favorito después de pasar tiempo junto a Loris y Vander. Y, tras la despedida agridulce que había tenido con Caitlyn, la verdad era que prefería disfrutar la compañía de su familia.

Jinx dio un paso lento al frente, decidida. Se posó frente a Isha y tomó su rostro entre sus manos con delicadeza.

—Desde que eras una bebé me empeñé demasiado por ocultarte del mundo —dijo, con los ojos vidriosos—. Te quería mantener solamente para mí. Pensé que así podrías estar a salvo de la crueldad de los demás, pero me equivoqué. Desde que naciste lo único que me ha importado es mantenerte segura, hacerte feliz. Por eso me enfoqué en olvidar el pasado… nunca me di cuenta que era parte de nosotras también.

Suspiró, acariciando su mejilla, acomodando sus mechones rebeldes detrás de su oreja. Como lo hizo siempre desde que se convirtió en su madre.

—Voy a darte las respuestas que estás buscando, problemita. Voy a contarte esa historia.

—¿Es una historia con final feliz? ¿Como las que papá nos cuenta sobre los Firelights? —preguntó Kyan, sosteniendo la mano libre de su madre con entusiasmo.

Isha sonrió, simulando complicidad con su hermana.

“¿Como las que la tía Vi nos cuenta cuando la visitamos a ella y al abuelo?”.

—¡Solo espero que no sea como las historias que la tía Sevika cuenta! —se quejó Kyan—. ¡La tía Renne siempre la regaña porque tienen demasiados golpes!

—Sí, ese es el estilo de Sevika —masculló Ekko.

Jinx soltó una carcajada dulce y se sentó al borde de la cama, permitiendo que sus dos niñas se acurrucaran a su lado.

—Es una historia larga. Compleja. Tiene que ver con todos ellos. Con nosotros. Es nuestra historia.

Isha y Kyan escucharon atentamente, mientras Ekko miraba con una sonrisa orgullosa como su esposa narraba cada detalle de lo que alguna vez fue un presente tortuoso, angustiante.

Pero que también fue lo mejor de sus vidas.

La historia de como el dolor puede transformar a la gente, y como el amor puede traerlos de vuelta. Como el convertirse en madre podía cambiar la vida de cualquiera, incluso de la asesina más temida de Zaun. Y como podía darle el coraje necesario para librar cualquier batalla.

Y así, entre murmullos suaves, Jinx volvió a revivir su historia.

La historia del amor más grande y genuino que podría existir en el mundo.

La historia de cómo su vida cambió para siempre cuando se convirtió en madre.

Notes:

Dejo aquí los Fanarts de este capítulo
La primer imagen es una ilustración de Kyan cuando aprendió a caminar y la segunda es del momento final entre Isha y Kyan (Do you get déjà vu?)

Esta vez sí es el final (no saben cuánto me dolió escribir eso).
Muchas gracias por todo. De corazón.
Hicieron de este fanfic una experiencia increíble que llenó mi corazón de momentos preciosos. Gracias a todos los que se quedaron y a los que no, también. A los que regresaron y a los que ya no.
Créanme, soy muy consciente de quienes han estado desde el inicio hasta el final, quien se ha ido, quien es nuevo, quien relee, y agradezco mucho que les guste mi trabajo, es para ustedes.
Siempre ha sido para todos ustedes.
Gracias por acompañarnos (a mí, a Jinx, a Ekko, a Isha y a Kyan) en esta bonita aventura.
Los amo para siempre 💖
Gracias por todo, Nobody Matters Like You.

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