Chapter Text
El sol se filtraba entre las nubes, proyectando su luz dorada sobre el prado. El viento movía las flores silvestres con un vaivén suave, como si la tierra respirara. Viktor no sabía dónde estaba, pero por primera vez en mucho tiempo, eso no le importó.
Había caminado tanto que dejó atrás las calles grises, los edificios fríos y la sensación de estar atrapado en un lugar que nunca lo había querido. Sus piernas dolían, sobre todo la mala, la que siempre lo hacía más lento que los demás niños, la que lo hacía sentir que nunca podría alcanzarlos. Pero ahora no había nadie a quien alcanzar. Solo él y el prado.
Apoyó su bastón en la hierba y dio un par de pasos inseguros antes de dejarse caer con cuidado entre las flores. Tocó los pétalos suaves, deslizando los dedos sobre ellos con la misma delicadeza con la que sostenía sus pequeños inventos. Aquí, no era el niño cojo de Zaun, el que sobraba, el que no tenía con quién jugar. Aquí, por un momento, se sintió libre.
Cerró los ojos y dejó que el viento despeinara su cabello. No recordaba la última vez que había respirado aire tan limpio. No recordaba la última vez que no había tenido que escuchar voces que lo rechazaban.
Viktor se abrazó las piernas y apoyó la barbilla en sus rodillas. Quizás, si se quedaba aquí lo suficiente, nadie lo encontraría. Quizás, por primera vez en su vida, no tendría que volver.
Permaneció sentado en la hierba, sintiendo la brisa en su rostro, hasta que un sonido rompió la quietud del prado. Unos pasos crujieron contra el césped.
Se tensó de inmediato y se giró con rapidez, su mano aferrando el bastón por reflejo. Sus ojos escudriñaron el prado hasta que lo vio.
A lo lejos, un niño caminaba entre las flores, inclinándose de vez en cuando para observar algo en el suelo. Parecía concentrado en su búsqueda, sin notar la presencia de Viktor.
Era diferente a él en muchos sentidos. Más bajo, con la piel morena y ropas limpias, sin los parches ni la suciedad que cubrían las de Viktor. Caminaba con ligereza, sin un bastón, sin la rigidez de alguien que debía medir cada paso que daba.
Viktor lo observó en silencio, sintiendo una punzada de algo que no terminaba de comprender. ¿Quién era ese niño? ¿Por qué estaba aquí? ¿También había caminado y caminado sin rumbo, hasta perderse en este lugar?
Por un momento, pensó en seguir sentado, en dejar que el niño se fuera sin notar que él estaba allí. Pero, sin saber exactamente por qué, no apartó la mirada. Algo en la forma en que el niño exploraba el prado le llamó la atención. Como si este lugar, que para Viktor era un escape, también significara algo para él.
Viktor decidió ignorar al niño. Si el otro no lo veía, él tampoco tenía intención de acercarse ni de iniciar una conversación incómoda. No era bueno con las palabras, y no tenía sentido forzar algo que seguramente terminaría como siempre: con el otro niño alejándose, mirándolo raro, sin saber qué hacer con su presencia.
Así que simplemente se quedó allí, sentado, mirando el horizonte. El cielo se extendía inmenso sobre él, un azul claro con pinceladas de nubes blancas moviéndose lentamente. El viento le acariciaba el rostro, y el murmullo de la brisa entre las flores lo envolvía como una melodía lejana.
Este lugar era tranquilo. Relajante. Nada como Zaun.
Suspiró y, sin pensarlo demasiado, se recostó sobre el prado. La hierba era suave bajo su espalda, un colchón natural que lo hacía sentir más ligero. Cerró los ojos, respirando hondo, dejando que el aroma de las flores llenara sus pulmones. Por primera vez en mucho tiempo, su cuerpo no se sentía tenso, no estaba en alerta.
Solo quería quedarse así un poco más.
Y sin darse cuenta, poco a poco, se quedó dormido.
Viktor parpadeó con lentitud, sintiendo el peso del sueño aún sobre sus párpados. Lo primero que vio al abrir los ojos fue un rostro.
Unos ojos oscuros lo miraban fijamente, demasiado cerca.
Viktor se sobresaltó, incorporándose con rapidez, y su mano fue instintivamente al bastón.
—¡Ah! —exclamó el niño, dando un pequeño salto hacia atrás—. Lo siento, no quería asustarte.
Era el niño que había visto antes de dormirse.
—¿Estás bien? —preguntó con curiosidad.
Viktor parpadeó un par de veces, aún desconcertado, antes de asentir con cautela.
—Sí.
El niño sonrió, como si eso le aliviara.
—Has estado dormido durante horas —dijo—. No quería despertarte, pero se está haciendo tarde. No quería que te pasara nada, así que me quedé contigo.
Viktor se quedó en silencio, mirando el cielo. El sol ya no estaba en su punto más alto. El atardecer estaba cerca, tiñendo las nubes con tonos anaranjados.
Suspiró. Tenía que volver.
Pero el otro niño no parecía compartir su prisa.
—¿Qué haces aquí? —preguntó de repente—. ¿Cuándo llegaste? ¿Cómo te llamas? ¿Has visto al mago?
Viktor frunció el ceño y apartó la mirada. No tenía ganas de hablar, mucho menos con alguien tan curioso.
Pero…
—¿Mago? —repitió, sin poder evitarlo.
El niño asintió con entusiasmo.
—Sí. Se dice que en este prado aparece un mago de vez en cuando. Hace trucos increíbles, cosas que nadie puede explicar. Yo vengo aquí seguido para ver si puedo encontrarlo.
Viktor lo miró en silencio. No creía en cuentos ni en historias fantásticas. La magia no existía. Solo la ciencia. Solo lo que podía ser creado, medido, probado.
Y, sin embargo…
No dijo nada, pero, por primera vez, sintió un atisbo de curiosidad por aquel niño que lo había estado esperando todo este tiempo.
—Oh, por cierto, me llamo Jayce —dijo el niño de repente, con una sonrisa confiada, como si esperara que Viktor hiciera lo mismo.
Viktor dudó, pero finalmente murmuró:
—Viktor.
Se levantó con cuidado, apoyándose en su bastón, y sacudió un poco su ropa.
—Y los magos no existen —añadió con firmeza, como si esa simple declaración pudiera acabar con la conversación.
Pero Jayce frunció el ceño y cruzó los brazos.
—¡Sí existen! Yo lo vi.
Viktor le lanzó una mirada escéptica.
—¿Ah, sí? —arqueó una ceja—. ¿Y qué hizo este supuesto mago?
Jayce pareció emocionarse al recordar.
—Me salvó. A mí y a mi mamá.
Viktor inclinó un poco la cabeza. Algo en la seguridad con la que lo decía le resultó… intrigante.
—¿Cómo?
Jayce se giró hacia el prado, como si pudiera encontrar la respuesta en el viento que movía las flores.
—Nos sacó de una tormenta de nieve. No sé cómo, pero… de repente apareció, con una capa larga y oscura, y nos trajo a este mismo prado. Y entonces… cuando miré de nuevo, ya no estaba.
Viktor frunció el ceño.
—¿Tu madre también lo vio?
Jayce bajó un poco la mirada.
—No… ella estaba desmayada.
Viktor suspiró, sacudiendo la cabeza.
—Entonces no fue real. Lo imaginaste.
—¡No lo imaginé! —Jayce pisoteó el suelo, frustrado—. ¡Sé lo que vi!
—No viste nada —insistió Viktor—. Si tu madre no lo vio, entonces probablemente lo soñaste o te confundiste por la nieve.
—¡No me confundí!
—Los magos no existen.
—¡Sí existen!
—No.
—¡Sí!
Viktor suspiró con exasperación. Este niño era terco. Pero algo en su forma de hablar, en la convicción con la que defendía su historia, hacía que Viktor no pudiera simplemente ignorarlo.
No creía en la magia. No creía en cuentos de héroes y misteriosos salvadores. Pero, por alguna razón, quería seguir escuchando.
Jayce frunció el ceño, frustrado porque Viktor no le creía. Pero entonces, como si recordara algo importante, sonrió con confianza.
—¡Te lo voy a probar!
Viktor arqueó una ceja, incrédulo.
—¿Ah, sí? ¿Y cómo piensas hacer eso?
Jayce no respondió de inmediato. En su lugar, levantó la muñeca y le mostró algo que llevaba allí: una pulsera de cuero con una piedra azul incrustada en el centro.
Viktor la observó con atención. A simple vista parecía una gema, pero cuando la luz del atardecer la tocó, destelló de una forma extraña. No como un reflejo común, sino como si dentro de la piedra algo se moviera, como un brillo vivo.
Viktor se quedó en silencio por un momento.
—Me la dio el mago —dijo Jayce con orgullo—. Después de salvarme.
Viktor frunció el ceño. No podía negar que aquella piedra tenía algo… especial.
Tal vez el niño no estaba tan loco como había pensado.
—¿Y cómo piensas probar que es magia? —preguntó, más interesado de lo que quería admitir.
Jayce sonrió, como si hubiera estado esperando esa pregunta.
—Porque el mago volverá. Aquí, en este prado. Algún día regresará, y cuando lo haga, los dos estaremos aquí para verlo con nuestros propios ojos. Y entonces, Viktor, te demostraré que la magia sí existe.
Viktor no respondió de inmediato. Solo miró la piedra, el cielo teñido de naranja, el prado que parecía tan ajeno a la suciedad de Zaun.
No creía en la magia.
Pero, por primera vez, no estaba completamente seguro.
Viktor suspiró, mirando la piedra en la muñeca de Jayce una última vez antes de levantar la vista hacia él.
—Está bien —dijo finalmente—. Vendré mañana.
Jayce sonrió con entusiasmo, como si acabara de ganar una pequeña batalla.
—¡Genial! Yo también estaré aquí. ¡Y cuando el mago aparezca, vas a ver que tenía razón!
Viktor no respondió, pero no pudo evitar notar la emoción genuina en la voz del niño.
El cielo ya se teñía de tonos anaranjados y rojizos. Se estaba haciendo tarde. Si quería volver antes de que oscureciera por completo, debía irse ya.
—Me tengo que ir —dijo, tomando su bastón y girándose en dirección a la ciudad—. Tengo una larga caminata por hacer.
—¿Dónde vives? —preguntó Jayce de repente—. ¿Quieres que te acompañe?
Viktor se detuvo y lo miró con una mezcla de sorpresa y confusión.
—Lejos —respondió—. Y no, no puedes acompañarme. Seguramente tu madre también quiere que vuelvas antes del atardecer.
Jayce infló las mejillas, como si no le gustara la respuesta, pero sabía que Viktor tenía razón.
—Sí, pero… si vives lejos, podrías hacerte daño o perderte —insistió.
Viktor dejó escapar una pequeña risa sarcástica.
—No voy a perderme. Sé cómo cuidarme solo.
Jayce lo miró por unos segundos, como si estuviera evaluándolo, pero al final suspiró y sonrió con un poco de resignación.
—Está bien. Pero mañana vendrás, ¿verdad?
Viktor asintió.
—Lo prometo.
Jayce pareció satisfecho con eso.
Viktor dio media vuelta y empezó a caminar. La ciudad lo esperaba, con sus calles sucias y su oscuridad. Pero por primera vez, tenía una razón para hacer algo.
Mañana, regresaría al prado.
.
Viktor respiraba con dificultad cuando por fin llegó al prado. Su frente estaba cubierta de sudor y su pierna dolía por la larga caminata, pero había logrado llegar.
No tenía un motivo real para estar allí. No creía en los magos ni en la magia. Pero tampoco tenía un motivo para quedarse en un lugar donde siempre era aislado, ignorado. Al menos aquí, el aire era fresco y el cielo se extendía abierto sobre él, sin el peso gris de Zaun.
Se apoyó en su bastón y subió una pequeña colina. Al llegar a la cima, lo vio.
Jayce estaba allí, pero no solo de pie esperando. Frente a él había un montón de cosas esparcidas por el suelo: frascos, herramientas, pequeños objetos que Viktor no alcanzaba a distinguir. Un poco más lejos, una mochila gigantesca descansaba tirada en la hierba, como si Jayce la hubiera arrastrado hasta allí con mucho esfuerzo.
Cuando Jayce lo vio, su rostro se iluminó con una gran sonrisa.
—¡Viniste!
Viktor solo asintió, recuperando el aliento.
—¡Ven, siéntate conmigo! —le dijo, señalando una manta extendida en el césped. Sobre ella había comida: pan, frutas y un par de frascos que parecían jugo.
Viktor parpadeó, sorprendido.
—¿Todo esto… lo trajiste tú?
Jayce asintió con orgullo.
—Sí. ¡Si vamos a esperar al mago, necesitamos estar preparados!
Viktor suspiró y sacudió la cabeza con incredulidad, pero aun así, caminó hacia la manta y se dejó caer con cuidado, extendiendo su pierna mala con alivio.
Tal vez el mago no aparecería. Tal vez Jayce estaba completamente equivocado.
Pero al menos, por ahora, no estaba solo.
Y cada día, Viktor regresaba al prado. Y cada día, sin falta, Jayce ya lo estaba esperando.
Al principio, Viktor pensó que eventualmente el niño se cansaría, que dejaría de insistir en la idea del mago y perdería el interés en él. Pero no fue así. Jayce siempre estaba allí, con su gran mochila llena de cosas, con su entusiasmo intacto, con una sonrisa que parecía iluminar todo el prado.
Y, sin darse cuenta, Viktor empezó a encariñarse con él.
Jayce hablaba sin parar sobre la magia, insistiendo en que el mago aparecería en cualquier momento. Viktor, por su parte, trataba de hacerle entender que la magia no era real, que todo podía explicarse con lógica y ciencia. Y un día, para demostrarlo, llevó su pequeño barco de juguete con motor.
Cuando Jayce lo vio moverse sobre un pequeño charco en el prado, se quedó boquiabierto.
—¡Es increíble! —exclamó, siguiéndolo con la mirada—. ¿Cómo hiciste esto?
Por primera vez, Viktor sintió una emoción distinta. No la de defenderse ni la de demostrar que tenía razón, sino la de compartir algo que le apasionaba. Así que le explicó cada detalle: cómo funcionaba el motor, cómo había diseñado las piezas y qué hacía cada una.
Jayce escuchó con una concentración que Viktor no esperaba.
—¡Eso significa que podemos hacer más cosas como esta! —dijo Jayce, emocionado.
Y así, sin que Viktor se diera cuenta, sus días juntos dejaron de ser solo conversaciones largas y comida mientras esperaban a un mago que nunca llegaba.
Y empezaron a hacer pequeños inventos juntos.
Construyeron autos de juguete con mecanismos simples. Experimentaron con engranajes y resortes. Jayce no solo se emocionaba con los resultados, sino que también entendía lo que Viktor le explicaba.
Viktor nunca había tenido a alguien que realmente lo escuchara, alguien que se interesara por lo que hacía. Pero ahora, cada día en el prado se volvía más especial. Porque no solo esperaba a Jayce. También esperaba crear algo nuevo con él.
Y los años pasaron, y el prado dejó de ser solo un lugar de juegos y charlas interminables. Se convirtió en un recuerdo, en una historia compartida que formaba parte de ellos.
Pronto, dejaron de tener ocho años. Sus días en el prado se convirtieron en solo tardes, pues la escuela llegó para ambos. Aun así, cada verano, sin falta, volvían allí. Pasaban horas y horas bajo el sol, inventando, discutiendo, soñando con un futuro donde cambiarían el mundo con su ingenio. Incluso acamparon más de una vez, quedándose despiertos hasta tarde, mirando las estrellas y debatiendo sobre ciencia… y, en el caso de Jayce, sobre magia.
Pero, con el tiempo, el prado se hizo insuficiente.
Ya no bastaba con estar ahí, esperando un mago que nunca apareció. Sus mentes crecían, sus experimentos se volvían más complejos, y pronto necesitaron más que la tranquilidad de aquel campo. Así que sus encuentros se trasladaron a otros lugares.
El puente entre Zaun y Piltover se convirtió en un punto de reunión frecuente. Allí podían hablar sin preocuparse por las diferencias de sus mundos, como si fuera un espacio intermedio solo para ellos.
La casa de Jayce también se volvió un lugar recurrente. Era amplia, con herramientas y espacio suficiente para trabajar en cualquier invento que imaginaran. Viktor siempre se sentía un poco fuera de lugar allí, pero no le importaba demasiado si estaba con Jayce.
Su propia casa, en cambio, nunca le pareció un buen sitio para recibirlo. Era pequeña, oscura, incómoda. Jayce no se quejaba cuando iba, pero Viktor notaba la diferencia entre sus mundos. Por eso, evitaba que estuvieran allí demasiado tiempo.
Pero nada de eso importaba.
Porque, sin importar dónde estuvieran, una cosa era segura: Jayce era el mejor amigo de Viktor, y Viktor era el mejor amigo de Jayce.
Eran inseparables.
A los 13 años, Viktor se dio cuenta de algo que llevaba tiempo ignorando.
Le gustaba Jayce.
No sabía exactamente cuándo había comenzado. Tal vez fue cuando Jayce le sonreía de esa manera despreocupada que hacía que su pecho se sintiera raro. O cuando le pasaba un brazo por los hombros sin pensarlo, y Viktor tenía que contener el impulso de quedarse ahí solo un segundo más. Tal vez eran solo las hormonas de la pre-adolescencia, tal vez era la pubertad jugando con su mente. Pero, fuera lo que fuera, en algún momento se enamoró de Jayce.
Y tal vez Jayce también empezó a sentir lo mismo.
Porque un día, cuando ambos tenían 14 años, en uno de sus tantos encuentros, Jayce, quien siempre había sido seguro y confiado, de repente estaba nervioso. Tartamudeaba, evitaba su mirada, y después de una larga pausa, se declaró.
Viktor se quedó en silencio. No porque dudara, sino porque la felicidad lo golpeó tan de golpe que no supo cómo reaccionar. Pero cuando por fin pudo hablar, le correspondió sin dudar.
Y así, sin saber realmente qué hacían, iniciaron una relación.
No sabían nada sobre noviazgo. No sabían si funcionaría. Pero ¿qué importaba? Eran inseparables. Compañeros. Mejores amigos. Las inseguridades que podían haber tenido simplemente quedaron en segundo plano, porque al final del día, se tenían el uno al otro.
Ahora, en su último año de escuela antes de la universidad, seguían juntos. Creciendo, soñando, planeando su futuro. Seguían siendo Viktor y Jayce.
Siempre juntos.
Y ahora, la habitación de Jayce estaba iluminada solo por una lámpara de mesa, proyectando sombras suaves en las paredes. El aire olía a sándalo y café con leche, una mezcla cálida y reconfortante.
El único sonido en la habitación era el de la respiración de Viktor y el leve roce de las manos de Jayce masajeando su pierna adolorida. No hablaban mucho, no hacía falta. Era una rutina ya establecida entre ellos, un gesto de cuidado que Jayce hacía sin que Viktor tuviera que pedírselo.
Cuando terminó, Jayce inclinó la cabeza y dejó un beso en el pie de Viktor.
Viktor frunció el ceño y, sin pensarlo, empujó el rostro de Jayce con su pie.
—¡Basta, pervertido! —espetó, su voz cargada de una falsa indignación.
Jayce se echó a reír.
—Un día planeo besar cada rincón de tu cuerpo y no podrás evitarlo —dijo con una sonrisa ladina, disfrutando de la expresión entre confundida y fastidiada de Viktor.
Mientras hablaba, se puso de pie, tapó la botella de aceite que había usado para el masaje y la dejó en la mesita de noche. Luego, con calma, se dirigió al pequeño baño de su habitación para cepillarse los dientes.
Desde la cama, Viktor lo miró con una ceja arqueada y resopló.
—No puedes decir esas cosas y luego actuar como si nada —murmuró, cruzando los brazos.
Jayce solo le lanzó una mirada divertida desde el espejo del baño.
—Oh, claro que puedo —respondió con una sonrisa llena de confianza antes de encender el grifo.
—Eres un fastidio, solo piensas en tener relaciones.
Jayce escupió el agua con la que se estaba enjuagando y se secó la boca con la toalla mientras regresaba a la cama con una sonrisa traviesa.
—Tal vez debería empezar esta noche —bromeó, inclinándose un poco sobre Viktor con una expresión juguetona.
Viktor rodó los ojos y lo empujó sin esfuerzo.
—No —dijo tajantemente—. No tendremos relaciones esta noche. Ni nunca. O al menos hasta el matrimonio.
Jayce parpadeó y luego soltó una carcajada.
—¿Quién espera hasta el matrimonio? —preguntó con burla, acomodándose en la cama con los brazos detrás de la cabeza.
Viktor le lanzó una mirada significativa.
—Yo.
Jayce se rio de nuevo, pero antes de que pudiera seguir molestándolo, Viktor continuó:
—Le prometí a tu madre cuando empezamos a salir y aceptó que yo siguiera quedándome a dormir aquí, no haríamos nada indecoroso. No al menos hasta que nos graduemos… o hasta el matrimonio.
Jayce lo miró con los ojos entrecerrados, una sonrisa tirando de sus labios.
—¿Y planeas cumplirlo?
Viktor se encogió de hombros con aire casual.
—Más o menos.
Jayce soltó una risa mientras se acomodaba en la cama, recostándose a su lado.
—Eres increíble.
Viktor sonrió, pero no dijo nada. Se quedaron en silencio por un momento, la lámpara de mesa proyectando una luz cálida sobre ellos, el aroma a sándalo y café flotando en el aire.
Y sin necesidad de más palabras, Jayce simplemente se acercó un poco más, dejando que la tranquilidad de la noche los envolviera.
.
La mañana llegó con la calidez del sol filtrándose por la ventana, pero lo que realmente despertó a Viktor fueron los besos suaves y constantes que Jayce dejaba en toda su cara.
—Mmh… —Viktor gruñó, enterrando el rostro en la almohada—. ¿Ya te había dicho que pareces un golden retriever?
Jayce soltó una risa baja y siguió con su ataque de besos, riéndose contra su piel.
—Y tú pareces un gato perezoso —respondió, divertido.
Viktor solo se dio la vuelta, intentando ignorarlo y seguir durmiendo, pero Jayce no se lo permitió. Con un movimiento decidido, lo empujó ligeramente.
—Vamos, llegaremos tarde a la escuela.
—Aún falta una hora —murmuró Viktor, sin intención de moverse.
—Sí, pero tienes que desayunar —insistió Jayce—. Y el desayuno ya está listo abajo. Si quieres llegar a tiempo, tienes que levantarte.
Mientras hablaba, dejó un beso en la frente de Viktor antes de darse la vuelta y empezar a ponerse los zapatos.
Viktor suspiró, observándolo con los ojos entrecerrados.
—Voy a terminar contigo por obligarme a levantarme temprano —bromeó, su voz aún adormilada.
Jayce rió y, en un movimiento rápido, se inclinó para darle un beso en la punta de la nariz.
—Deberías reconsiderarlo —dijo con una sonrisa—. Porque hice tu desayuno favorito.
Viktor lo miró fijamente por un momento. Luego, con un suspiro resignado, comenzó a incorporarse lentamente.
—…Está bien. Pero solo porque tengo hambre.
Jayce sonrió victorioso mientras Viktor se estiraba con pereza, listo para empezar el día.
.
Viktor bajó las escaleras con su bastón, su paso tranquilo pero seguro. Mientras descendía, el aroma del desayuno recién hecho llenaba el aire: panqueques con chocolate y fresas cortadas, junto con una taza lista con leche dulce, justo como a él le gustaba.
Cuando llegó al comedor, vio la mesa puesta y a Ximena, la madre de Jayce, sentada con su taza de café matutino. Alzó la vista y le dedicó una sonrisa cálida.
—Buenos días, Viktor.
—Buenos días —respondió él, con su tono usualmente tranquilo, mientras tomaba asiento y se preparaba para comer.
A estas alturas, los desayunos en casa de Jayce eran una costumbre, tanto que Viktor había comenzado a considerar a Ximena como una segunda madre. La familiaridad de la escena le resultaba reconfortante.
Mientras comía, Ximena inició una charla mañanera, como solía hacer. Habló sobre el clima, sobre algunas compras que tenía que hacer, sobre un vecino que había pintado su puerta de un color horrible. Viktor la escuchaba con atención, respondiendo de vez en cuando con algún comentario breve entre bocados.
Era una rutina simple, pero Viktor la apreciaba. Era un pequeño momento de calma antes de un día agitado.
Jayce bajó las escaleras con pasos ligeros y desenfadados, aún acomodándose la manga del uniforme.
—V, tu uniforme ya está listo y planchado —anunció con una sonrisa mientras se acercaba.
Viktor levantó la vista de su desayuno y asintió con agradecimiento.
—Gracias —dijo, terminando de beber un sorbo de su leche dulce—. Iré a arreglarme antes de que se haga tarde.
Jayce frunció ligeramente el ceño.
—Deberías terminar de desayunar primero.
Pero Viktor solo sonrió de lado, levantándose de la mesa con calma.
—Prefiero hacerlo después —murmuró mientras pasaba una mano por el cabello de Jayce, revolviéndolo suavemente—. Quiero desayunar contigo tranquilamente.
Jayce resopló, fingiendo fastidio, pero el leve rubor en sus mejillas lo delataba.
Viktor tomó su bastón y comenzó a subir de nuevo las escaleras. Mientras lo hacía, escuchó la voz de Ximena con un tono divertido.
—Ese chico está perdido por ti, Jayce.
Viktor no miró hacia atrás, pero una leve sonrisa se dibujó en su rostro mientras abría la puerta de la habitación y la cerraba tras de sí, disfrutando por un momento la calidez de esa escena cotidiana.
.
Cuando llegaron a la entrada de la escuela, Jayce cargaba las mochilas de ambos, como siempre. Viktor, en algún punto, dejó de protestar al respecto. No valía la pena discutir cuando Jayce era el más alto, el más fuerte y el que tenía más músculos de los dos.
No es que le molestara. Después de todo, Jayce parecía disfrutarlo. Pero Viktor aún encontraba irónico que, cuando eran niños, él había sido el más alto. ¿Quién iba a decir que aquel niño bajito y gordito se convertiría en el chico alto y musculoso que ahora tenía a su lado?
Ah. Viktor no sabía qué hacer con eso.
Cuando llegaron a la entrada, fueron recibidos con las miradas habituales y los saludos de sus compañeros. O bueno, los saludos a Jayce. O mejor dicho, a ambos. Desde que iniciaron la escuela, a nadie se le escapó el hecho de que eran pareja.
Y es que, sinceramente, ¿cómo no notarlo?
A veces, ni el mismo Viktor podía creerse lo enamorados que estaban el uno del otro. Pero ahí estaba, con su novio cargando su mochila como si fuera lo más normal del mundo, mientras él desviaba algunas miradas con fastidio. Sabía que la mayoría de ellas no eran precisamente por él, sino porque Jayce era el galán de la escuela, el popular entre los estudiantes.
Y Viktor, bueno… él era el chico que tenía al galán de la escuela enamorado hasta los huesos.
Viktor y Jayce llegaron al salón de clases, caminando juntos como siempre. Al entrar, Jayce saludó a Caitlyn con una sonrisa.
—Hey, Cait.
—Buenos días —respondió ella, con su tono formal pero amable—. Mel quiere una reunión del consejo estudiantil. Como vicepresidente, tienes que estar allí.
Jayce suspiró, pero asintió.
—Sí, sí. Ahí estaré.
Antes de que pudieran seguir hablando, Vi apareció de la nada y se lanzó sobre ellos con su energía habitual.
—¡Ey, nerds! —exclamó, echando un brazo sobre los hombros de Jayce y otro sobre Viktor—. Hoy, después de las prácticas con el equipo, vamos a comer. Jayce, tienes que venir.
Jayce abrió la boca para responder, pero antes de que pudiera decir algo, el profesor entró al salón.
—A sus asientos, ahora.
Jayce sonrió de lado y, con un movimiento natural, apartó suavemente a Viktor con la mano en su espalda baja, guiándolo hacia sus lugares habituales. Vi les lanzó una mirada divertida antes de irse a su asiento, y Caitlyn solo negó con la cabeza con una leve sonrisa.
La rutina de siempre, pensó Viktor, acomodándose en su silla. Y por alguna razón, le gustaba.
El día pasó como cualquier otro. Las clases avanzaban, unas más tediosas que otras, hasta que llegó la hora del almuerzo.
Como siempre, Viktor comió junto a Jayce, disfrutando de un desayuno saludable que, probablemente, Jayce o su madre habían preparado (o tal vez ambos). Mientras tanto, Jayce hablaba animadamente con Vi y Caitlyn. Viktor, por su parte, no tenía ganas de socializar, así que simplemente se recostó contra Jayce, dejándose abrazar mientras este continuaba su conversación.
Después del almuerzo, más clases. Y más clases. Hasta que finalmente llegó su favorita: robótica.
Era la mejor parte del día. Tanto para él como para Jayce.
Allí, podían unir sus mentes, crear cosas nuevas, desafiarse el uno al otro con ideas innovadoras y emocionantes. Cada vez que estaban en esa clase, Viktor no podía evitar pensar en su futuro con Jayce.
Se imaginaba a ambos, cumpliendo su promesa de ir juntos a la Academia después de la escuela. Inventando algo que cambiaría el mundo. Creando tecnología capaz de salvar millones de vidas. Viviendo juntos para hacerlo realidad.
Y, cuando lo lograran, estarían casados.
Porque si había algo que Viktor deseaba, aparte de dejar su huella en el mundo, era hacerlo con Jayce. Su futuro esposo. Su ahora novio.
Amaba esa visión.
Sin embargo, en ese momento estaba fastidiado porque Jayce se fue a mitad de la clase.
Y cuando Viktor terminó de guardar sus cosas en su mochila, soltó un suspiro cansado. Sabía lo que venía después. Y lo odiaba.
Jayce, a diferencia de él, tenía una extraña fascinación por las actividades físicas. No tenía sentido. No cuando ya estaba en el consejo estudiantil (lo cual Viktor también odiaba, porque le robaba tiempo que podrían pasar juntos). Y sin embargo, ahí estaba, siendo parte del equipo de fútbol.
Francamente, Viktor no lo entendía.
Jayce ya tenía suficientes responsabilidades. Estaba en el consejo, en el equipo, socializaba con todo el mundo, de alguna manera se las arreglaba para mantener las mejores calificaciones (después de él, por supuesto) y aun así era el mejor novio del mundo.
A veces, Viktor quería que se estuviera quieto. Que dejara de estar en todas partes. Pero nunca se lo diría.
En el fondo, no podía molestarse demasiado. Después de todo, le gustaba verlo entrenar desde las gradas. Era el momento perfecto para adelantar tareas, leer los libros que ambos nunca terminaban, y simplemente disfrutar del ambiente.
O lo atractivo que se veía su novio bajo el sol, lleno de sudor.
Así que sí, le fastidiaba un poco. Pero no podía quejarse demasiado.
Y Viktor salió del aula con ambas mochilas colgadas en sus hombros—la suya y la de Jayce. Su novio había sido llamado a otra interminable reunión del consejo estudiantil. “Volveré pronto”, le había dicho. Pero, por lo visto, pronto se había alargado más de lo esperado. Así que, sin mucho más que hacer, decidió llevarse sus cosas.
Apenas puso un pie fuera del aula, se encontró con Powder. Hermana de Vi.
Ella también estaba en la clase de robótica, aunque era más joven que todos. En realidad, había saltado un año por su inteligencia, aunque su actitud caótica hacía dudar a Viktor de si realmente era un genio o solo una niña con demasiadas ideas en la cabeza. Jayce no la soportaba. Viktor sí, lo cual era sorprendente considerando lo poco que le agradaban las personas en general. Nunca entendió por qué a Jayce le molestaba tanto la chica, pero tampoco es que hablara mucho con ella.
—¿Necesitas ayuda con eso? —preguntó Powder, señalando las mochilas con una sonrisa de medio lado.
Viktor estuvo a punto de negarse. No quería que lo vieran como alguien que no podía cargar dos simples mochilas. Pero luego recordó lo que había visto en la clase: el nuevo proyecto de Powder. Algo fascinante, aunque no había tenido la oportunidad de preguntarle cómo lo había hecho.
Así que, con una leve inclinación de cabeza, aceptó.
—Bien. Pero solo porque quiero saber cómo lograste construir ese mecanismo en tu proyecto —dijo, ajustando su bastón mientras ella tomaba la mochila de Jayce.
Powder sonrió con orgullo.
—¡Ah! Sabía que alguien lo notaría. Es una locura, ¿verdad? Déjame contarte…
Y así, caminaron juntos mientras ella hablaba sin parar sobre cada detalle del invento.
—Así que, cuando conecté los engranajes con el motor, boom, empezó a moverse solo. Pero todavía no sé cómo hacer que frene cuando quiero. Tal vez necesite otro tipo de…
—Un limitador de voltaje —interrumpió Viktor, ajustando su bastón mientras avanzaban por los pasillos—. Si añades uno, podrías controlar el flujo de energía y evitar que se pase de revoluciones.
Powder abrió los ojos como platos.
—¡Ohhh! Eso es lo que me faltaba. Eres un genio, Vik.
Viktor sonrió apenas, pero justo cuando estaban llegando a la sala del consejo estudiantil, la puerta se abrió.
La primera en salir fue Mel Medarda.
Viktor se enderezó un poco y la observó con su expresión habitual: neutral, casi aburrida. No le agradaba. Y estaba seguro de que él tampoco le agradaba a ella. No sabía exactamente por qué, pero cada vez que se cruzaban, el aire se volvía tenso.
Mel le echó una mirada rápida de arriba abajo y, sin decir nada, simplemente lo ignoró antes de alejarse en otra dirección.
Luego, salió Jayce.
Al ver a Viktor, su rostro se iluminó con una sonrisa, pero al notar a Powder, su expresión cambió de inmediato.
—¿Qué hacen aquí? —preguntó, mirándolos con suspicacia.
Viktor alzó una ceja.
—Te estábamos buscando —respondió con calma.
Jayce suspiró y sin decir nada más, tomó su mochila del hombro de Viktor.
—¿Estás bien? —preguntó Viktor, observándolo con atención.
—Sí —respondió Jayce, aunque su tono no fue muy convincente.
Antes de que Viktor pudiera insistir, la puerta del consejo volvió a abrirse y los demás empezaron a salir. Entre ellos, Caitlyn.
Ella les dirigió un leve asentimiento antes de irse, sin decir nada más.
Viktor volvió a mirar a Jayce.
—¿Seguro que estás bien?
Jayce solo pasó una mano por su cabello y dejó escapar otro suspiro.
—Hablemos de eso después, ¿sí?
Powder se detuvo un momento, ajustando su mochila antes de devolverle la suya a Viktor.
—Bueno, tortolitos, los dejo solos —dijo con una sonrisa burlona antes de alejarse con su característico andar despreocupado.
Viktor rodó los ojos, pero no pudo evitar la pequeña sonrisa que se le formó en los labios.
Cuando finalmente estuvieron solos, Jayce lo miró con curiosidad.
—¿Qué quería Powder?
Viktor se encogió de hombros.
—Nada en especial. Solo me acompañó a buscarte.
Jayce asintió, aceptando la respuesta sin más.
Su actitud cambió por completo, volviendo a su usual entusiasmo cuando le quitó la mochila a Viktor y pasó un brazo por sus hombros.
—Bueno, por haberte dejado solo a mitad de la clase, creo que lo mínimo que puedo hacer es comprarte bocadillos.
Viktor alzó una ceja.
—No importa.
—Claro que importa —insistió Jayce—. Además, podrías comerlos cuando estés leyendo el nuevo libro que empezaste mientras me esperas en las prácticas.
Viktor suspiró con dramatismo.
—Ah, qué fastidio eres.
Jayce se rio y, sin previo aviso, le dio un beso en la mejilla solo para molestarlo.
Viktor hizo una mueca y lo empujó suavemente.
—Basta, pervertido.
Jayce solo rió más fuerte, rodeándolo con el brazo otra vez.
Ambos continuaron caminando, entre bromas y pequeñas discusiones sin sentido.
Ah. Viktor amaba a su novio.
.
Viktor estaba en las gradas, con un libro en una mano y una galleta en la otra. De vez en cuando, alzaba la vista para ver a su novio jugar.
A veces lo encontraba tacleando a Scar. Otras veces, Scar lo tacleaba a él. Vi también se metía en la acción, y Steb siempre era el que ayudaba a Jayce a levantarse después de cada golpe.
Definitivamente, Jayce era el más débil de todos ellos. No en fuerza, sino porque parecía que sus compañeros disfrutaban molestándolo y desobedeciendo las instrucciones del entrenador solo para atacarlo.
Viktor nunca entendería la fascinación con ese deporte. Y tampoco le gustaba ver después los moretones en el cuerpo de Jayce. Pero, sinceramente, sentía que se lo merecía por meterse en ese deporte tan tonto.
Justo cuando abrió el envoltorio de unas galletas de chocolate, Jayce corrió hacia él.
Sin decir nada, Viktor le pasó una botella de agua, que Jayce bebió rápidamente antes de dejarse caer a su lado.
—Scar me las va a pagar —bufó Jayce, secándose el sudor con el dorso de la mano.
Viktor le lanzó una mirada aburrida.
—Scar debería golpearte más fuerte.
Jayce lo miró, ofendido.
—¿Traición? ¿De mi propio novio?
Antes de que Viktor pudiera responder, Jayce se lanzó sobre él, haciéndole cosquillas.
—¡Detente, idiota! —protestó Viktor, retorciéndose para alejarse de sus manos.
Pero Jayce se acercó aún más, inclinándose para besarlo.
Viktor lo apartó con una mano en su rostro.
—Estás lleno de sudor y suciedad.
Jayce se rio.
—¿Y qué?
—¿Cómo que "y qué"? Aléjate, bestia inmunda.
Jayce solo sonrió y se inclinó de nuevo, esta vez logrando robarle un beso en la mejilla antes de volver corriendo al campo.
Viktor suspiró, dándole un mordisco a su galleta.
Ah. Lo amaba demasiado. ¿Ya lo había dicho?
.
Viktor estaba apoyado contra la pared, con su mochila en el suelo, esperando pacientemente a Jayce fuera de los vestuarios.
Los minutos pasaban, y poco a poco los miembros del equipo comenzaron a salir. Todos le dirigieron saludos amistosos, a los que él solo respondió con un leve movimiento de la mano.
Entonces, Scar y Steb salieron juntos. Scar, con su sonrisa de siempre, lo miró de arriba abajo antes de soltar:
—Jayce sigue dentro. Si quieres acompañarlo en la ducha, no le diremos nada al entrenador.
Viktor se quedó en blanco, sintiendo cómo el calor le subía a la cara.
Steb le dio un leve empujón a Scar, negando con la cabeza mientras lo arrastraba lejos con una expresión que decía "deja de molestar, idiota"
Scar solo rió antes de desaparecer junto con los demás.
Viktor, aún algo sonrojado, suspiró. Sí, ya había visto a Jayce desnudo, pero nunca habían llegado más allá. Y, sinceramente, tampoco tenía prisa. Solo pensar en ese tipo de intimidad lo hacía sentir... algo nervioso. Quería que fuera especial. Quería al menos graduarse antes de considerar dar un paso así.
Justo cuando empezó a divagar en esos pensamientos, la puerta del vestuario se abrió.
Y allí estaba Jayce, con el cabello aún húmedo y el uniforme escolar bien colocado.
Viktor sintió un pequeño vuelco en el pecho.
Ah. Qué tonto y lindo era su novio.
Jayce le hizo un leve gesto con la cabeza, indicando que era hora de irse. Viktor suspiró y se levantó, tomando su bastón. En cuanto estuvo de pie, sintió la mano de Jayce—todavía fría por la ducha—tomar la suya.
Mientras caminaban, Jayce empezó a hablarle sobre su pelea con Mel y el resto del consejo estudiantil.
—No aceptaron mi propuesta sobre organizar un sistema de becas para estudiantes de Zaun —murmuró Jayce, visiblemente frustrado—. Dicen que es poco viable, que los recursos de la escuela están enfocados en otros programas… pero es una excusa. Solo no quieren gastar en algo que no les conviene.
Viktor asintió, entendiendo perfectamente la molestia de su novio.
—Siempre buscan excusas para no hacer cambios —comentó con calma—. Pero ya sabes que Mel no cede tan fácil. Seguramente ya tiene otras ideas para dejarte enredado en el consejo.
Jayce suspiró pesadamente, pero no dijo nada más.
Cuando llegaron a la salida de la escuela, se encontraron con los chicos del equipo y Vi.
—¡Jayce! —llamó Vi, lanzándole un codazo en el brazo—.Vamos, todos iremos a comer hamburguesas, tenemos que aprovechar antes de que Scar se las coma todas.
—¡Yo no me las como todas! —protestó Scar desde el fondo, pero nadie le creyó.
Jayce sonrió y, sin pensarlo demasiado, respondió:
—¡Genial! Viktor y yo iremos.
Pero justo cuando intentó seguir al grupo, Viktor lo detuvo con una leve presión en su mano.
—Yo iré a casa.
Jayce frunció el ceño.
—¿Por qué? —preguntó, haciendo un leve puchero—. Vamos, amor, hace dos días que duermes en mi casa, pero igual tus padres ya deben saberlo.
—Por eso mismo —dijo Viktor, alzando una ceja—. Probablemente ya notaron mi ausencia, y antes de que empiecen a hacer preguntas incómodas, prefiero aparecerme antes de que me manden a buscar.
Jayce suspiró.
—Entonces iré contigo.
—No es necesario —negó Viktor, con una leve sonrisa—. Ve con el equipo, diviértete un poco.
—Pero…
—Jayce —Viktor apretó su mano con suavidad—. Tenemos todo el tiempo del mundo para estar juntos. Pero solo tenemos unos meses antes de graduarnos, y luego cada quien tomará su propio camino. Pasa más tiempo con ellos.
Jayce lo miró por unos segundos antes de suspirar, rindiéndose.
—Está bien… pero te buscaré mañana.
Se inclinó un poco y le dio un beso en los labios.
Viktor correspondió el beso con suavidad antes de separarse.
—Nos vemos mañana.
Jayce le dedicó una última sonrisa antes de alejarse con los demás.
Viktor lo observó por unos segundos antes de dar media vuelta y empezar a caminar de regreso a casa.
.
Cuando Viktor llegó a casa, encontró lo mismo de siempre: silencio.
Soltó un suspiro mientras dejaba su mochila a un lado. No es que esperara encontrar algo diferente, pero después de pasar días en la casa de Jayce, el contraste se sentía más fuerte. Allí, las mañanas estaban llenas de conversaciones y desayunos calurosos. Allí, solo había la ausencia.
Sin decir nada, empezó a hacer un poco de limpieza. No es que fuera particularmente desordenado, pero le gustaba asegurarse de que la casa estuviera en condiciones. Después, preparó la cena. Algo simple, pero suficiente. Se sentó a esperar, con un libro en mano, dejando que el tiempo pasara mientras sus ojos poco a poco se volvían pesados por el cansancio.
Hasta que la puerta se abrió.
Viktor levantó la mirada y vio entrar a su madre. Como siempre, lucía agotada. El polvo de las minas cubría su ropa y su piel, y su expresión mostraba todo el peso del día sobre sus hombros.
Ella soltó un suspiro y lo miró con cierta sorpresa.
—Pensé que te quedarías unos días más en casa de Jayce.
Viktor cerró el libro y se encogió de hombros.
—Quería verte.
Ella sonrió, una sonrisa cansada pero genuina, y se sentó a su lado en la mesa para comer.
No hablaron mucho. No necesitaban hacerlo. Su madre trabajaba en las minas. Su padre también lo había hecho… hasta que el trabajo lo mató. Ahora solo quedaban ellos dos, aunque los dos sabían que no por mucho tiempo. Viktor no necesitaba que su madre le dijera que algún día también seguiría el mismo destino. El polvo en sus pulmones, la fatiga constante en su cuerpo… él entendía lo que eso significaba.
Pero no hablaban de eso.
Nunca lo hacían.
Ella solo quería lo mejor para él. Quería que tuviera una oportunidad en Piltover, lejos de las minas, lejos de un futuro que lo condenara a una vida de miseria. Y se alegraba de que tuviera a Jayce en su vida.
Jayce.
La persona que más amaba.
La persona que lo conocía mejor que nadie.
Y, aun así, ni siquiera él sabía que su padre había muerto.
Viktor nunca se lo dijo.
No porque no lo hubiera querido, ni porque la muerte de su padre no significara nada para él. Pero… ¿cómo llorar a alguien a quien nunca llegó a conocer realmente? Su padre pasaba todo el tiempo en las minas. Su madre también. Él los amaba, sí, pero era difícil extrañar algo que nunca estuvo presente.
Así que, en lugar de mirar al pasado, Viktor prefería mirar hacia adelante.
Hacia el futuro.
Hacia la oportunidad de conocer mejor a su madre, si es que ella también partía antes de tiempo.
—¿Y cómo está Jayce? ¿Y su madre? —preguntó su madre mientras comía, con el mismo tono tranquilo de siempre.
Viktor respondió cortésmente, contándole lo básico. Jayce estaba bien, como siempre. Su madre, Ximena, también. No había mucho más que decir. Su madre asintió con una leve sonrisa antes de cambiar de tema.
—Recuerda que tienes que ir al médico el viernes.
Viktor bajó la mirada a su plato.
—Lo sé.
—¿Irá Jayce contigo?
—No.
Su madre levantó una ceja ante la respuesta rápida.
—¿No se lo dijiste?
Viktor suspiró y dejó el tenedor a un lado.
—No quiero preocuparlo. Tiene un partido el viernes y si le digo, va a insistir en faltar para acompañarme.
Su madre lo observó por un momento, como si evaluara su respuesta. Luego asintió con comprensión.
—Entonces, yo iré contigo.
—¿No estarás trabajando?
—No. Harán un arreglo en la mina, así que tengo el día libre.
Viktor asintió, y la conversación terminó ahí.
Luego, su madre se levantó, recogió su plato y dejó un beso en el cabello de Viktor antes de retirarse.
—Gracias por la cena, cariño. Voy a descansar.
Viktor la vio desaparecer por el pasillo y escuchó el sonido de la puerta de su habitación cerrándose.
Suspiró y miró el asiento vacío frente a él. Luego, los platos sucios sobre la mesa.
Su madre trabajaba demasiado. Demasiadas horas. Demasiado esfuerzo. Desde que su padre murió, ella pasaba e doble de tiempo en la mina. Se levantaba antes de que él despertara y volvía cuando ya estaba por dormir. Y en los pocos momentos en los que se cruzaban, él veía lo cansada que estaba.
Siempre supo que él no estaba hecho para un trabajo así. Nunca podría soportar las minas, y su madre lo sabía. Por eso se esforzaba tanto, para que él tuviera un futuro diferente.
Y él también lo hacía.
Por eso quería ser reconocido. Por eso quería dejar una marca en el mundo. Por eso quería una vida mejor.
Una vida donde no tuviera que preocuparse por el polvo en los pulmones de su madre.
Una vida con Jayce.
.
Viktor estaba en pijama, con su cabello ligeramente despeinado mientras terminaba de cepillarse los dientes. Su día había sido largo, y todo lo que quería era meterse en su cama y dormir hasta que la alarma lo obligara a enfrentar otro día más.
Justo cuando estaba a punto de meterse bajo las sábanas, un sonido en su ventana lo hizo fruncir el ceño.
¿Otra vez?
No era raro escuchar vandalismo en Zaun. A veces eran niños jugando, a veces gente borracha tirando cosas por diversión. Pero lo molestaba que justo ahora, cuando estaba listo para dormir, alguien decidiera hacer ruido.
Rodando los ojos, se levantó de la cama y caminó hasta la ventana, listo para abrirla y gritar algo lo suficientemente molesto para hacerlos largarse.
Pero cuando la abrió, en lugar de ver a un grupo de niños problemáticos, se encontró con un rostro demasiado familiar.
—¡Buu! —gritó Jayce con una sonrisa amplia, intentando "asustarlo".
Viktor apenas reaccionó. Solo lo miró con su expresión neutral y suspiró.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí?
Jayce apoyó los brazos en el borde de la ventana, aún sonriendo.
—Estaba volviendo a casa después de estar con los chicos, pero se me ocurrió acompañar a Vi y a Scar a Zaun. Y bueno… terminé viniendo aquí.
Viktor rodó los ojos.
—Debiste ir a casa. ¿Y si te hubieran asaltado?
—Nada es tan malo como no tenerte en mi cama —dijo Jayce con un puchero dramático—. ¿Puedo quedarme a dormir?
Viktor suspiró, frotándose el puente de la nariz. Pero cuando volvió a mirarlo, vio esos ojos brillantes llenos de expectación.
Maldito sentimental.
Se hizo a un lado y le hizo un gesto con la cabeza.
—Entra antes de que alguien te vea y piense que intentas robarme.
Jayce sonrió victorioso y, con facilidad, se subió por la ventana, cayendo con un leve thump en el suelo de la habitación.
Viktor cerró la ventana detrás de él, preguntándose cómo demonios había terminado con un novio tan ridículo. Pero cuando Jayce lo abrazó por la espalda, apoyando su barbilla en su hombro con una sonrisa satisfecha, Viktor supo que no lo cambiaría por nada.
Cuando Jayce lo soltó, miró a su alrededor mientras se estiraba, soltando un leve suspiro de satisfacción.
—¿Tus padres están aquí?
Viktor asintió.
—Durmiendo.
Jayce hizo un puchero.
—Me hubiera gustado saludarlos.
Viktor lo miró con incredulidad.
—Probablemente no les gustaría que te colaras en mi habitación en medio de la noche.
Jayce le sonrió con ese aire despreocupado que a veces hacía que Viktor quisiera darle un golpe en la cabeza.
—Es lo que hace un buen novio.
Viktor rodó los ojos mientras abría un cajón.
—No. Es lo que hace un tonto desesperado.
Jayce se echó a reír justo cuando Viktor le lanzó un conjunto de ropa. Jayce la atrapó fácilmente, inspeccionándola con una sonrisa.
—¿Esto es mío?
—Mm.
Jayce arqueó una ceja con diversión.
—¿Tienes mi ropa guardada?
—Tanto como tú tienes la mía —respondió Viktor con calma, cerrando el cajón—. Para casos como este.
Jayce no comentó nada, pero su sonrisa se ensanchó mientras desabrochaba su camisa, listo para cambiarse.
Viktor se sentó en la cama, observándolo por el rabillo del ojo mientras fingía que no le importaba.
La verdad era que sí, tenía ropa de Jayce en su habitación, y no solo por practicidad. Le gustaba usar las camisas de su novio como pijama.
Y a juzgar por la falta de queja de Jayce cada vez que se las veía puestas, suponía que a él tampoco le molestaba.
Luego, Viktor se acomodó en su lado de la cama, sintiendo el peso familiar de Jayce metiéndose bajo las cobijas junto a él. Era un ritual que se había vuelto tan natural como respirar.
Jayce, como siempre, se giró de inmediato, buscando su lugar contra el pecho de Viktor, encajando perfectamente en el hueco de su abrazo. A pesar de ser el más grande, más fuerte, más musculoso entre los dos, siempre era la cucharita pequeña. Y Viktor… bueno, él nunca se quejaba.
No tenía por qué hacerlo.
Porque en esos momentos, con el calor de Jayce envolviéndolo, con su respiración tranquila chocando contra su cuello y la familiaridad de su aroma llenando sus sentidos, Viktor se sentía en paz.
Era difícil imaginar su vida sin esto.
Antes de Jayce, Viktor no pensaba en el futuro. O al menos, no más allá de sus propios objetivos. Sabía que quería dejar una huella en el mundo, sabía que su mente tenía el potencial para cambiar vidas, pero nunca se permitió pensar en la suya propia. Nunca se permitió soñar más allá del presente.
Hasta que Jayce llegó y le enseñó que podía hacerlo.
Porque con Jayce, Viktor no solo imaginaba su éxito como inventor, sino las mañanas compartidas, las noches en vela construyendo algo juntos, los años que vendrían después. Se imaginaba a Jayce con su eterna energía, arrastrándolo fuera de la cama, insistiéndole que desayunara, que descansara, que se cuidara. Se imaginaba las discusiones, las risas, las peleas tontas seguidas de reconciliaciones. Se imaginaba un hogar, uno que nunca sintió del todo propio hasta que Jayce apareció en su vida.
Y era entonces cuando Viktor se daba cuenta de que no solo amaba a Jayce.
Lo amaba con todo lo que era, con todo lo que tenía.
Porque Jayce no solo era su novio, era su certeza, su equilibrio, su futuro.
Y mientras lo abrazaba con más fuerza, mientras sentía el latido constante de su corazón contra el suyo, Viktor cerró los ojos con una sonrisa, permitiéndose algo que nunca creyó posible:
Dormir con la certeza de que el futuro no le asustaba.
No mientras Jayce estuviera en él.
.
Viktor tamborileaba los dedos contra su rodilla mientras esperaba en la oficina del doctor, con su madre sentada a su lado. Habían venido solo para una revisión rutinaria, como siempre. Un chequeo de su pierna, la misma historia de siempre: movilidad reducida, desgaste con el tiempo, precaución con el esfuerzo. Nada que no hubiera escuchado antes.
Pero entonces, el doctor había pedido hacer más pruebas.
Y eso… bueno, eso sí era nuevo.
—Seguro solo es precaución —dijo su madre, intentando tranquilizarlo.
Viktor asintió, pero algo dentro de él no terminaba de relajarse. No tenía miedo, exactamente, pero tampoco le gustaba la incertidumbre. Nunca le había gustado.
El tiempo pasó lento, y su madre le dio un leve apretón en la mano cuando el doctor volvió.
—Viktor… hemos notado algo preocupante en tus últimas pruebas.
Su estómago se hundió.
—¿Qué tipo de preocupante? —preguntó, con una calma forzada.
El doctor tomó un respiro antes de continuar.
—Estás enfermo.
Con esas palabras Viktor dejo de escuchar.
Las palabras del médico llegaban a él como un eco lejano, distorsionado, irrelevante. No importaba lo que decía. Nada importaba ya.
Solo una frase se grabó en su mente, una que lo golpeó como un martillo directo al pecho.
"Estás enfermo."
No de la pierna. No del desgaste que ya esperaba. No. Era algo más grande. Algo peor. Algo que no tenía solución.
Como su padre.
Como su madre, tarde o temprano.
Como él.
Las paredes del consultorio parecieron cerrarse a su alrededor, y Viktor sintió su respiración entrecortarse.
No.
No.
No.
No podía ser real.
Pero lo era.
Y de repente, todo lo que había soñado se volvió polvo en sus manos.
Su vida en la Academia. Sus inventos. Sus descubrimientos. El futuro brillante que había planeado junto a Jayce, donde cambiarían el mundo.
Jayce.
Oh, Dioses. Jayce.
Nunca lo vería graduarse. Nunca cumpliría su promesa de vivir juntos, de construir algo más grande que ellos mismos. Nunca se casaría con él.
El amor de su vida iba a seguir adelante, a cumplir sus sueños.
Y Viktor no iba a estar allí para verlo.
No se dio cuenta de cuándo su madre comenzó a hablar con el médico, ni de cuánto tiempo pasó en ese consultorio sofocante. Todo lo que supo fue que, en algún momento, estaban fuera. Y su madre estaba junto a él.
No la miró.
Sabía lo que vería si lo hacía.
Lágrimas contenidas, desesperación mal disimulada.
Y él… él no quería llorar.
No podía.
Porque si lo hacía, significaba aceptar que esto era real.
Así que hizo lo único que pudo hacer.
Apretó su bastón hasta que sus nudillos quedaron blancos.
Y caminó.
Sin rumbo. Sin dirección. Solo avanzó, con pasos tensos y mecánicos, ignorando la voz preocupada de su madre que lo llamaba.
No podía enfrentarla. No podía enfrentar esto.
Porque, por primera vez en su vida, Viktor no tenía un futuro.
El camino hasta el prado se sintió eterno.
Cada paso que daba era pesado, como si su propio cuerpo estuviera luchando contra él, como si su mente le suplicara que no avanzara. Pero no se detuvo.
No podía.
Y cuando finalmente llegó, algo en su pecho se encogió.
No era como lo recordaba.
El prado donde él y Jayce solían jugar cuando eran niños, donde prometieron que cambiarían el mundo juntos, donde se acostaban bajo el cielo a imaginar su futuro… estaba muerto.
El pasto verde y vibrante había desaparecido, reemplazado por una alfombra de tallos secos y quebradizos. Las flores que antes decoraban el paisaje con colores vivos ya no existían. Ni siquiera el viento soplaba con la misma suavidad.
Todo estaba seco.
Sin vida.
Como él.
Viktor sintió cómo su garganta se cerraba.
Algo oscuro y pesado se formó dentro de su pecho, creciendo y creciendo hasta que fue demasiado.
—¡Maldición! —gritó, con toda la rabia, la impotencia, el dolor que lo estaban consumiendo.
Y con todas sus fuerzas, lanzó su bastón.
El sonido de la madera golpeando el suelo seco resonó en el aire.
Y entonces, se derrumbó.
Cayó de rodillas, con los brazos débiles, con la cabeza gacha.
Y lloró.
Lloró con todo su ser.
Nunca antes lo había hecho. No así. No desde que tenía ocho años, no desde que entendió que la vida en Zaun no daba tiempo para llorar. Pero ahora, no podía contenerlo.
No cuando su mundo se estaba desmoronando.
No cuando su futuro había desaparecido.
No cuando se sentía más solo que nunca.
Porque no importaba cuánto luchara, cuánto soñara, cuánto deseara…
Todo se lo estaban arrebatando.
Todo.
.
Los golpes en la puerta continuaron, insistentes, impacientes.
Viktor murmuró algo enojado y enterró el rostro en la almohada. Su cabeza palpitaba, su cuerpo se sentía pesado, como si el suelo mismo intentara hundirlo más y más.
Pero los golpes no cesaban.
Suspiró, entrelazando los dedos en su cabello antes de forzarse a mirar el reloj.
12:07 p.m.
Se había quedado dormido.
Era sábado.
Era sábado y Jayce estaba afuera.
Lo supo incluso antes de escucharlo llamarlo por su nombre. Normalmente, los viernes se quedaba en casa de Jayce y pasaban el fin de semana juntos. Era una rutina, algo tan natural que nunca pensó que un día simplemente… no ocurriría.
Pero ayer, Viktor no había ido al partido.
No después de lo que sucedió en la clínica.
Había querido convencerse de que todo había sido una pesadilla. Que había sido un mal sueño del que despertaría con Jayce a su lado, que el diagnóstico no era real, que su vida no había sido arrancada de sus manos antes siquiera de empezar.
Pero entonces, vio sus manos.
Las uñas manchadas de tierra.
Las rodillas raspadas.
La ropa sucia y arrugada de la noche anterior.
No. No fue un sueño.
Él estaba muriendo.
No recordaba mucho de cómo llegó a casa. Solo recordaba lo tarde que era cuando abrió la puerta, recordaba la luz tenue de la cocina aún encendida. Recordaba a su madre en la mesa, con los hombros temblando y los ojos hinchados.
Ella había estado llorando.
Y cuando lo vio, intentó ser fuerte, intentó fingir que todo estaba bien, que era la misma mujer firme que siempre había sido.
Pero Viktor la abrazó.
Por primera vez en mucho tiempo, la abrazó sin decir nada. Y cuando le susurró que todo estaría bien, ella se derrumbó contra su pecho.
Se quedó con ella hasta que se quedó dormida.
Hasta que sus lágrimas se secaron.
Hasta que él mismo ya no pudo soportarlo más.
Y ahora, Jayce estaba afuera.
Viktor se levantó lentamente, cada músculo en su cuerpo protestando por el esfuerzo. No quería abrir esa puerta. No quería ver la preocupación en los ojos de Jayce, no quería escuchar las preguntas, no quería…
No quería perderlo.
Pero ya lo había hecho, ¿no?
No todavía, pero lo haría.
Todo lo que había soñado, todo lo que había construido con él, todo lo que habían planeado juntos… ahora se sentía como arena deslizándose entre sus dedos.
No quería abrir esa puerta.
Pero Jayce estaba esperando.
Así que, con un último respiro, lo hizo.
Cuando Viktor abrió la puerta, lo primero que vio fue el ceño fruncido de Jayce.
Sus ojos estaban cargados de preocupación, su mandíbula tensa, sus labios presionados en una fina línea.
—Vik… —la voz de Jayce era suave, pero la urgencia estaba ahí—. ¿Qué pasó? ¿Estás bien?
Viktor sintió cómo su pecho se apretaba.
—Estoy bien.
Jayce no parecía convencido.
—No fuiste al partido. No contestaste mis mensajes. ¿Qué sucedió?
Viktor lo miró a los ojos y supo que no podía decirle la verdad. No podía ver a Jayce sufrir por algo que no tenía solución. No podía arrancarle el futuro de las manos cuando él mismo aún no podía aceptarlo.
Así que sonrió, tan natural como pudo, y mintió.
—Fui con mi madre ayer —dijo, encogiéndose de hombros—. Decidimos salir a comer a un prado. Fue… más divertido de lo que esperábamos. Terminamos agotados, y luego me sentí un poco mal, así que me quedé en casa.
Jayce entrecerró los ojos, evaluándolo.
Viktor se obligó a mantener la compostura, a parecer tranquilo, a actuar como si todo estuviera bien.
Finalmente, Jayce suspiró y relajó los hombros.
—Deberías haberme avisado, me preocupé.
Se acercó y, sin pensarlo dos veces, lo envolvió en un abrazo.
Viktor sintió el calor de su cuerpo, el peso de sus brazos rodeándolo, la familiaridad reconfortante de su presencia.
Cerró los ojos.
Dios, lo amaba tanto.
Sintió los labios de Jayce presionarse contra su frente, un gesto tan natural, tan cotidiano… y aún así, ahora se sentía como algo distante, como algo que pronto se convertiría en un recuerdo.
—Anoche quise venir —dijo Jayce, sin soltarlo—, pero los chicos me detuvieron. Luego mi madre me dijo que tal vez estabas descansando, así que esperé hasta la mañana… pero tampoco me dejó venir de inmediato.
Viktor sintió un nudo en la garganta.
Jayce siempre estaba allí.
Siempre.
Y no importaba cuánto quisiera aferrarse a él, cuánto deseara que este momento durara para siempre… sabía que era algo que tarde o temprano se rompería.
No quería verlo sufrir.
No quería ver la desesperación en sus ojos cuando supiera la verdad.
Así que, cuando Jayce lo miró de nuevo, Viktor solo le sonrió.
—Estoy bien —dijo, con la mentira bien acomodada en su voz—. No hay nada de qué preocuparse.
Pero Viktor sabía que Jayce lo notaba raro.
Podía verlo en la forma en que lo observaba, con el ceño apenas fruncido, analizando cada uno de sus gestos, cada pausa en su voz.
Así que, como siempre, hizo lo que mejor sabía hacer. Fingir.
—Ven, deberíamos sentarnos en el sofá —sugirió, con un tono ligero.
Jayce asintió y lo siguió, acomodándose a su lado con naturalidad.
—¿Cómo están tus padres? —preguntó Jayce, con su genuina preocupación de siempre.
Viktor respiró hondo.
—Mi madre está bien —dijo, forzando una sonrisa—. Ayer estaban haciendo algo en la mina, así que tuvo el día libre.
Jayce asintió, conforme.
—¿Y tu padre?
Y Viktor sintió que el mundo se detenía por un segundo.
El aire se atascó en su garganta.
Por poco lo dice.
Por poco deja escapar la verdad.
No es que ocultara la muerte de su padre intencionalmente… pero después de tanto tiempo sin mencionarlo, simplemente se convirtió en una parte silenciosa de su vida. Algo enterrado, algo de lo que nunca hablaba.
No iba a arruinarlo ahora.
Así que se aclaró la garganta y asintió rápidamente.
—Sí, también estuvo con nosotros.
La mentira salió antes de que pudiera detenerla.
Jayce no notó nada. Solo sonrió, satisfecho con la respuesta, y Viktor aprovechó el momento para cambiar el tema.
—¿Ganaron el juego?
Jayce sonrió con más entusiasmo.
—¡Por mucho! —dijo con orgullo—. Yo hice el tiro ganador.
—¿De verdad?
—¡Sí! Aunque… —Jayce lo miró con una expresión de falsa tristeza— me hubiera gustado que estuvieras allí para celebrar y darme un beso cuando gané.
Viktor bajó la mirada.
—Lo siento —murmuró, sintiéndose un poco culpable—. Me hubiera gustado hacer eso cuando ganaste.
Jayce ladeó la cabeza, su expresión iluminándose con diversión.
—Bueno —se inclinó más cerca—, aún podríamos hacerlo.
Viktor rodó los ojos.
—Eres imposible.
Pero cuando Jayce tomó su rostro con ternura y sus labios se encontraron en un beso suave, cálido y familiar, Viktor cerró los ojos y simplemente se dejó llevar.
Porque en ese momento, en ese instante, nada más importaba.
No su enfermedad.
No su futuro incierto.
Solo Jayce, su amor inquebrantable y la sensación de estar, al menos por ahora, a salvo en sus brazos.
.
Viktor pasó los dedos por el cabello de Jayce, enredándolos suavemente en sus mechones castaños.
Jayce estaba tirado encima de él, su rostro enterrado en su pecho, su respiración cálida y tranquila rozando su cuello.
Viktor sabía que, considerando la diferencia de tamaño entre ellos, iba a terminar adolorido por estar atrapado entre el sofá y el peso de su novio. Pero no le importaba.
Porque este momento… este momento era perfecto.
Después de una sesión de besos, una película a medias y el cansancio acumulado de la semana, Jayce simplemente se había quedado dormido en sus brazos.
Viktor suspiró, dejando que sus dedos continuaran acariciando el cabello de Jayce con una ternura casi dolorosa.
Y entonces, su mente comenzó a divagar.
En su enfermedad.
En el futuro que nunca iba a llegar.
Y en Jayce.
Su amado Jayce.
El niño que alguna vez insistió en que la magia existía, aun cuando Viktor se burlaba de él con lógica y ciencia.
El adolescente testarudo que siempre estaba allí para ayudarlo, incluso cuando Viktor no lo pedía.
El joven que ahora dormía en su pecho, ajeno al hecho de que su mundo, su futuro, su amor… todo se estaba desmoronando.
Jayce era su todo.
Y él lo amaba con cada parte de su ser.
Lo amaba tanto que quería quedarse. Quería que este momento durara para siempre. Quería una vida con Jayce, un futuro juntos.
Quería ser su esposo algún día.
Quería verlo construir el mundo con sus propias manos.
Quería estar a su lado cuando lograra todo lo que siempre había soñado.
Pero…
Pero no podía.
No podía prometerle nada.
No podía darle nada.
Solo le dejaría soledad, tristeza y promesas vacías.
Y eso… eso era lo que más dolía.
Viktor cerró los ojos, tragándose el nudo en su garganta, y continuó acariciando a Jayce con una suavidad infinita.
Viktor apretó los ojos con fuerza, como si eso pudiera contener el torbellino de emociones que lo estaba consumiendo.
Rabia.
Frustración.
Desesperación.
Su cuerpo… este maldito cuerpo… se lo estaba arrebatando todo.
Sus sueños.
Su futuro.
Su vida.
Su Jayce.
Apretó los labios, sintiendo su respiración agitarse mientras continuaba acariciando el cabello de Jayce, casi como si intentara grabar en su piel la sensación de tenerlo allí.
Lo odiaba.
Odiaba la enfermedad que se estaba pudriendo dentro de él, que le robaba días, meses, años que nunca llegaría a vivir.
Odiaba su cuerpo inútil, débil, defectuoso.
Odiaba que, sin importar cuánto se esforzara, nunca podría luchar contra esto.
Odiaba que no importaba cuánto soñara con un futuro, nunca llegaría a verlo.
Pero lo que más odiaba… lo que más lo hacía querer gritar hasta desgarrarse la garganta… era que Jayce lo amaba.
Jayce lo amaba.
Y Viktor también lo amaba.
Lo amaba tanto que dolía.
Dolía pensar en lo que Jayce haría cuando supiera la verdad.
Porque lo conocía.
Sabía que Jayce haría cualquier cosa por él.
Sabía que dejaría todo, sus sueños, su futuro, su vida, solo para estar con él en sus últimos días.
Y Viktor no podía permitirlo.
No podía dejar que su enfermedad se convirtiera en una cadena para Jayce.
No podía permitir que su amor fuera la razón por la que Jayce sacrificara todo.
La sola idea de verlo poner en pausa su vida, de verlo desperdiciar su potencial por quedarse a su lado… le destrozaba el alma.
Jayce tenía que seguir adelante.
Jayce tenía que vivir.
Jayce tenía que ser feliz.
Y si para eso tenía que alejarlo, si para eso tenía que romper su propio corazón…
Entonces lo haría.
Por Jayce.
Por el amor que le tenía.
Pero, por ahora, solo por ahora… dejaría que este momento existiera.
Porque, por ahora, este momento todavía era suyo.
Porque pronto, muy pronto, tendría que aprender a vivir sin él.
.
Viktor apoyó la espalda contra la puerta y dejó que su cuerpo cayera hasta quedar sentado en el suelo.
Vacío.
Esa era la palabra que lo describía en ese momento.
Su mente se sentía como un pozo sin fondo, atrapado entre pensamientos que giraban en círculos, ahogándolo lentamente.
Había despedido a Jayce con una sonrisa, con palabras tranquilas, con promesas vacías de una cena con sus padres que nunca ocurriría.
Y Jayce… Jayce le había creído.
Jayce se había ido con la esperanza de que su novio estuviera construyendo un puente con su familia, con la certeza de que, poco a poco, la vida de Viktor estaba mejorando.
Qué cruel ironía.
Porque en realidad, su vida se estaba desmoronando.
Porque en realidad, Viktor no tenía nada.
Porque en realidad, pronto lo perdería todo.
Sintió las lágrimas acumularse en sus ojos, ardiendo, suplicando salir.
Pero no lloró.
No iba a llorar.
Se negó a darle ese placer a su enfermedad.
Se negó a ser una víctima.
Porque sí, su cuerpo estaba roto.
Sí, su destino estaba sellado.
Sí, estaba muriendo.
Pero al menos… al menos se iría con dignidad.
Con la cabeza en alto.
Con su orgullo intacto.
Aunque en el fondo, supiera que no era más que una mentira.
.
El lunes llegó como un golpe frío y despiadado.
Viktor abrió los ojos y lo supo.
Ese era el día.
El día en que lo haría.
El día en que rompería su propio corazón.
Se quedó acostado un momento, sintiendo el peso de su propia existencia aplastándolo contra el colchón. No quería moverse. No quería enfrentar lo que venía.
Pero tenía que hacerlo.
No por él.
Por Jayce.
Con un suspiro pesado, se obligó a levantarse.
Su cuerpo se sentía agotado, débil, como si todo su ser estuviera negándose a funcionar. Era lógico. No había comido en todo el domingo. No había hecho nada más que ahogarse en su propia miseria, atrapado en un ciclo interminable de ira, tristeza y culpa.
Su mente había sido un campo de batalla donde solo él perdía.
Cada vez que cerraba los ojos, veía a Jayce.
Sonriendo. Riéndose. Soñando con el futuro.
Un futuro que no existía.
Un futuro que nunca llegaría.
Viktor tragó con dificultad y se dirigió al armario.
Eligió la ropa con manos temblorosas, sintiendo que cada prenda que se ponía era un paso más hacia la despedida.
No se apresuró. No tenía prisa en caminar hacia su propio sufrimiento.
Se miró en el espejo.
Ojeras profundas, piel pálida, un rostro demacrado por noches de insomnio y días de tormento.
No parecía un chico de 17 años. Parecía un fantasma.
Jayce lo notaría.
Jayce vería a través de su máscara, como siempre lo hacía.
Pero Viktor se aseguraría de que Jayce no pudiera detenerlo.
Porque Jayce tenía que odiarlo.
Jayce tenía que seguir adelante.
Jayce tenía que olvidarlo.
Y si Viktor tenía que destrozarse a sí mismo para asegurarse de que Jayce pudiera vivir sin la sombra de su enfermedad… entonces lo haría.
Sin importar cuánto doliera.
.
Viktor cerró la puerta de su casa con cuidado, sintiendo el aire frío de la mañana golpear su rostro.
Sabía que Jayce estaba a punto de llegar. Siempre pasaba por él antes de ir a la escuela, pero hoy… hoy Viktor necesitaba encontrárselo en el camino.
Necesitaba moverse, respirar, preparar su mente.
Así que comenzó a caminar.
Cada paso se sentía más pesado que el anterior, como si su propio cuerpo intentara aferrarlo a la tierra, suplicándole que no hiciera lo que estaba a punto de hacer.
Pero no había marcha atrás.
Y entonces, lo vio.
Jayce venía por la calle con su energía habitual, con esa sonrisa brillante y sin preocupaciones que siempre llevaba en el rostro. Apenas lo vio, su expresión se iluminó aún más, y antes de que Viktor pudiera reaccionar, ya tenía sus labios sobre los suyos en un beso rápido y dulce.
Viktor sonrió.
No porque estuviera feliz, sino porque sabía que esa podría ser la última vez que Jayce lo besara así.
—Buenos días, ranita —dijo Jayce con ese tono cariñoso que siempre usaba.
Viktor sintió su corazón encogerse.
Ese maldito apodo.
Había nacido cuando tenían nueve años, cuando encontraron una rana en el prado con una patita de menos. Jayce, con su infinita ternura y lógica infantil, había decidido que la ranita era como Viktor, porque él también saltaba con una sola pierna cuando su pierna mala le dolía demasiado.
Desde entonces, "ranita" se quedó con él.
Era su apodo.
Era la prueba de cuánto lo conocía Jayce.
Y pronto, no volvería a escucharlo.
—¿Cómo te la pasaste el fin de semana? —preguntó Jayce mientras caminaban juntos.
Viktor carraspeó, obligándose a poner su mejor actuación.
—Bien, fue… agradable.
Era mentira.
Todo era mentira.
Pero Jayce no lo notó.
No todavía.
Jayce ya estaba quitándole la mochila a Viktor antes de que pudiera protestar. Como siempre.
—Dámela, ranita —dijo con esa confianza tan suya, deslizándosela del hombro como si fuera lo más natural del mundo. Viktor ni siquiera intentó resistirse. Sabía que era una batalla perdida.
—No veo la necesidad de esto —murmuró, fingiendo fastidio mientras Jayce se la acomodaba en la espalda.
—La necesidad es que quiero hacerlo, así que shh.
Viktor rodó los ojos, pero su pequeña sonrisa lo delató.
—¿Y qué hiciste el domingo? —preguntó Jayce, como si la pregunta no importara demasiado.
—Nada fuera de lo común —mintió Viktor con naturalidad.
—Bueno, yo me quedé con mi mamá viendo una telenovela.
—¿Una telenovela? —Viktor arqueó una ceja con incredulidad.
Jayce rió, sin vergüenza alguna.
—Sí, ¡pero escucha! Fue su idea, y la verdad, estuvo entretenida. Hubo mucho drama. Un tipo se enteró de que su esposa en realidad es su prima, y luego la hermana gemela malvada apareció de la nada. Clásico.
—Qué tragedia —dijo Viktor con ironía, pero Jayce vio la diversión en sus ojos.
—Exacto. Lo mejor fue que horneamos unos postres mientras tanto.
Jayce le dio una palmada en la espalda, su mano cálida y firme, como siempre. Viktor sintió un nudo en la garganta, pero lo ignoró.
—Por cierto, te guardé uno. Está en mi mochila.
Viktor lo miró, alzando una ceja.
—Déjame adivinar, es algo exageradamente dulce que me matará de un coma diabético instantáneo.
Jayce puso una expresión de falsa ofensa.
—Oye, mis habilidades culinarias han mejorado.
—Eso no responde a mi acusación.
Jayce se rió y le dio un leve codazo.
—Solo pruébalo y luego me agradeces.
—O te denuncio por intento de asesinato —bromeó Viktor.
Jayce le sacó la lengua.
—¡Conspirador!
Y Viktor, aunque estaba destrozado por dentro, aunque todo en su mundo se estaba desmoronando… en ese momento, solo pudo reír.
.
Viktor y Jayce llegaron al salón de clases, como siempre, caminando juntos. Jayce, con su energía de siempre, se adelantó para abrirle la silla a Viktor antes de que se sentara. Un gesto pequeño, pero que hacía sin pensarlo. Como si fuera lo más natural del mundo.
Viktor rodó los ojos, aunque no pudo evitar una pequeña sonrisa.
—Siempre tan caballeroso.
—Obvio. Para eso estoy —respondió Jayce con una sonrisa de suficiencia antes de sentarse a su lado.
Apenas sacó sus cosas, Jayce se giró hacia él con una pregunta casual:
—¿Hiciste la tarea?
Viktor parpadeó. Su cerebro se quedó en blanco por un segundo. La tarea. No la había hecho. Había estado tan consumido en su miseria que ni siquiera había recordado su existencia.
Su silencio lo delató.
Jayce arqueó una ceja, sorprendido.
—¿No la hiciste?
Viktor apretó los labios y desvió la mirada.
—Me olvidé —murmuró.
Jayce, que claramente no esperaba esa respuesta, lo miró como si acabara de decir que el cielo era verde.
—¿Tú? ¿Olvidarte de una tarea? ¡Es el fin del mundo!
Viktor suspiró.
—Estuve ocupado con mis padres —dijo, improvisando rápidamente una excusa. Era mentira, pero servía.
Jayce ladeó la cabeza, aún sorprendido, pero no preguntó más. En su lugar, rápidamente le pasó su cuaderno.
—Toma, cópiala rápido antes de que llegue el profesor. Para eso estamos los compañeros, ¿no?
Viktor miró el cuaderno y luego a Jayce.
—¿Seguro que no te duele la cabeza por ofrecerme copiar tu tarea?
Jayce se rió.
—¿Quién eres y qué hiciste con mi Viktor responsable?
Viktor chasqueó la lengua, fingiendo molestia, y empezó a copiar sin decir nada más. Sin embargo, mientras escribía, sentía la mirada de Jayce sobre él.
No una mirada normal. No la usual expresión despreocupada o juguetona.
Era diferente.
Era como si lo estuviera observando de verdad. Analizándolo. Buscando algo.
Y Viktor supo, en ese momento, que Jayce notaba que algo andaba mal.
.
Viktor mantuvo la vista fija en la ventana, observando el cielo sin realmente verlo. Sus pensamientos estaban lejos, muy lejos de ese salón de clases, de Jayce, de Caitlyn, de todo.
Sabía lo que tenía que hacer. Solo estaba esperando el momento.
—Buenos días —saludó Caitlyn, acercándose con su habitual educación.
Jayce le devolvió el saludo con su sonrisa de siempre, pero Viktor apenas levantó la mano en un gesto vago. No tenía ganas de hablar. Ni siquiera tenía ganas de fingir que estaba bien.
Jayce notó su actitud de inmediato y se apresuró a decir:
—No se siente muy bien hoy, por eso está así.
Caitlyn lo miró con algo de preocupación, pero no insistió. Pronto, la clase comenzó.
Viktor intentó enfocarse, pero no supo cuánto tiempo pasó. Todo se sintió como un borrón hasta que, de repente, escuchó su nombre.
—Viktor, ¿puedes responder la pregunta? —dijo el profesor.
Viktor parpadeó.
¿Qué pregunta?
Antes de que pudiera siquiera pensar en una posible respuesta, sintió una sacudida en su hombro.
—Ranita —susurró Jayce, inclinándose hacia él—. La respuesta.
Viktor miró a Jayce, luego al profesor, luego al pizarrón… y supo que estaba perdido. No tenía ni idea de qué estaban hablando.
Pero antes de que pudiera abrir la boca, Jayce se adelantó y respondió por él.
Hubo un breve silencio en el aula antes de que el profesor chasqueara la lengua.
—Jayce, sé que quieres ayudar a tu pareja, pero la pregunta era para él. Y Viktor, concéntrate en la clase.
El profesor se giró de nuevo hacia la pizarra y Viktor pudo suspirar, aliviado.
Jayce, sin embargo, no dejó pasar el momento. Se inclinó un poco más hacia él y le susurró:
—¿Estás bien? No es normal que te quedes tan ido…
Viktor cerró los ojos un momento antes de responder en voz baja:
—Estoy bien.
Jayce no pareció convencido, pero no insistió.
Viktor intentó concentrarse en la clase después de eso. Intentó, pero no sirvió de nada. Porque en su mente, el reloj seguía corriendo, recordándole que no tenía tiempo.
Viktor guardó sus cosas con movimientos mecánicos, como si su cuerpo estuviera funcionando por sí solo mientras su mente estaba en otro lugar. Jayce estaba apoyado en su escritorio, esperándolo con la misma paciencia de siempre.
—¿Vamos a la cafetería? —preguntó con una sonrisa.
Viktor asintió, asegurándose de no hacer contacto visual por mucho tiempo. No quería que Jayce viera lo que había en su mirada. No quería preocuparlo más de la cuenta.
Mientras caminaban por el pasillo, Jayce comenzó a hablar animadamente, como siempre.
—Hoy trajeron tarta de manzana —dijo, con emoción infantil—. Y comprare dos pedazos antes de que se acaben. Uno para mí y otro para ti, obviamente.
Viktor esbozó una pequeña sonrisa.
—Qué generoso.
Jayce le rodeó los hombros con un brazo y lo atrajo un poco hacia él mientras seguían caminando.
—Claro, ¿qué clase de novio sería si no alimentara a mi ranita? Además, sé que necesitas algo dulce para que tu cerebro siga funcionando.
Viktor bufó suavemente, sin oponerse al contacto.
Jayce continuó hablando, bromeando sobre los profesores, sobre cualquier cosa y todo a la vez. Y Viktor lo escuchó. Lo escuchó como si quisiera memorizar cada palabra, cada entonación, cada risa entre frase y frase.
Porque pronto, muy pronto, ya no podría escucharlo más.
No sabía cómo hacerlo, no sabía en qué momento. Pero al menos, no lo haría con el estómago vacío.
El día pasó en una especie de neblina para Viktor. Estuvo con Jayce, como siempre, pero no de la misma forma. No hablaban tanto, no bromeaban como antes, y Viktor sentía el peso del silencio entre ellos.
Sabía que Jayce se había dado cuenta.
A pesar de que no preguntaba ni insistía, confiando en que Viktor le diría cuando estuviera listo, Viktor sabía que nunca lo estaría.
Y ahora, al final del día, estaban parados juntos en la salida de la escuela. Jayce tenía que ir a entrenar, pero en lugar de despedirse como siempre, estaba jugando con su pulsera de cuero, nervioso.
Viktor lo notó.
—¿Qué pasa? —preguntó, cruzándose de brazos.
Jayce levantó la mirada y le sonrió con algo de timidez, lo cual no era común en él.
—Tengo entradas para el cine esta noche. —Se pasó una mano por el cabello—. Es para ver tu saga de ciencia ficción favorita. Scar me las dio porque perdió una apuesta, así que pensé en… ya sabes, ir juntos.
Jayce lo miraba con la esperanza brillando en sus ojos, esperando su respuesta.
Y Viktor… Viktor suspiró.
Sabía que era el momento.
—Jayce —dijo en voz baja.
El otro chico parpadeó, confundido.
—¿Sí?
—Tenemos que hablar.
La expresión de Jayce cambió en un instante. Sus hombros se tensaron, su sonrisa se desvaneció levemente, pero asintió sin dudar.
Viktor no podía decirle esto aquí, con la escuela llena de gente, con la realidad aún sintiéndose demasiado presente. Así que le hizo un gesto para que lo siguiera.
Lo guió por los pasillos exteriores, pasando las gradas del campo de fútbol, hasta llegar a un callejón solitario en la parte trasera de la escuela.
Era ahora o nunca.
Viktor tragó con dificultad. Sentía la garganta cerrada, los dedos entumecidos por la tensión, la culpa, el dolor. Sabía que Jayce lo miraba con expectativa, con confianza, con amor. Y tenía que destrozarlo.
Reunió todo el coraje que tenía—o al menos, lo que le quedaba.
—Jayce… tenemos que terminar.
El silencio fue inmediato.
Jayce parpadeó un par de veces, inmóvil, como si no hubiera escuchado bien. Entonces, de repente, soltó una risa nerviosa.
—¿Eh? Muy gracioso, Vik. Vamos, no bromees así.
Pero Viktor no se rió. No sonrió.
Jayce se dio cuenta poco a poco. Su expresión cambió, la risa murió en sus labios, su postura se tensó.
—No. No, en serio, Viktor. No bromees con esto.
—Jayce… quiero terminar.
Ahí estaba. Lo había dicho.
Jayce se tambaleó un paso atrás, como si le hubieran dado un golpe en el estómago. Su respiración se aceleró.
—¿Por qué? —preguntó en un susurro, con la voz ya quebrada—. ¿Qué pasa con nuestros sueños? ¿Nuestras metas? ¿Nuestro futuro juntos?
Viktor cerró los ojos un segundo, intentando bloquear el dolor que le atravesaba el pecho. No podía pensar en eso. No cuando sabía que todo se desmoronaría de todos modos.
—Tengo nuevos sueños.
Era mentira.
Jayce negó con la cabeza rápidamente, desesperado.
—No, no, eso es mentira. —Sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas—. ¿Es por mí? ¿Hice algo mal? ¿Te molesté con algo? ¡Dímelo! Lo cambiaré. Puedo cambiar.
Viktor sintió que el alma se le rompía.
—No es por ti.
—¡Sí lo es! —Jayce casi gritó, sus manos temblando a los lados—. Dime qué quieres que haga. ¿Quieres que deje el equipo de fútbol? Lo haré. ¿El consejo estudiantil? También. Lo que sea. Solo dime qué hacer para que no termines conmigo.
Viktor desvió la mirada. Si lo veía más tiempo, se quebraría.
—Es mejor así. Es mejor si tomamos caminos separados ahora.
—No, no lo es —Jayce sollozó—. Vik, somos compañeros, mejores amigos, novios... ¡No puedes hacer esto, no así!
El pecho de Viktor dolía. Sus costillas se sentían como barrotes de hierro apretando su corazón.
—Jayce…
—Dime que aún me quieres —Jayce lo interrumpió, su voz temblorosa—. Dime que no hay nadie más.
—No hay nadie más.
—Entonces dime... dime que aún sientes algo por mí.
Viktor abrió la boca… y la cerró.
Jayce esperó. Esperó desesperadamente a que Viktor lo negara, a que lo corrigiera, a que dijera algo que le diera esperanza. Pero no lo hizo.
Y eso lo destrozó.
Jayce cayó de rodillas frente a él, sus manos apretadas en puños contra sus muslos, su cuerpo temblando con cada sollozo que intentaba contener.
—Por favor… —susurró, su voz rota—. Ranita, no rompas conmigo.
Viktor sintió cómo su propia alma gritaba dentro de su pecho. Cada parte de él quería caer junto a Jayce, abrazarlo, decirle la verdad, decirle cuánto lo amaba, cuánto lo amaría siempre.
Pero no podía.
Si no lo dejaba ahora, su enfermedad lo haría.
Y eso, eso sería mucho peor.
Viktor sintió cada súplica de Jayce clavándose en su pecho como espinas. Su Jayce, su amado Jayce, estaba de rodillas frente a él, con la voz rota y los ojos enrojecidos, rogándole que no terminara con él.
—Por favor, Ranit-… Viktor.—Se corrigió.—No me dejes.
Esa voz. Ese tono desesperado. Jayce nunca le había hablado así antes. Nunca había sonado tan… vulnerable, tan perdido. Viktor sintió el impulso de arrodillarse junto a él, de tomar su rostro entre sus manos, de secarle las lágrimas y prometerle que nunca lo dejaría, que todo estaba bien, que todo estaría bien.
Pero no lo estaba.
Nunca lo estaría.
Viktor tembló. Sintió su resolución tambalearse. Su cruel plan de apartar a Jayce se desmoronaba con cada lágrima que caía por su rostro.
Así que hizo lo único que podía hacer.
Se obligó a ser fuerte. A ser cruel.
—Lo siento, Jayce. —Su voz sonó baja, vacía, casi fría.
Jayce tembló con más fuerza.
—No puedes hacerme esto… No puedes dejarme así.
Pero sí podía. Tenía que hacerlo.
Viktor apretó los puños a los costados.
—Es mejor así.
Las palabras quemaron al salir de su boca.
Ver a Jayce así, le dolía pero ver a un Jayce aferrarse a él mientras su cuerpo se debilitaba, ver su sufrimiento, su impotencia… eso sería mucho peor.
Así que Viktor dio un paso atrás.
Y luego otro.
Se giró antes de que su resolución se desmoronara. Antes de que su corazón tomara el control.
—Adiós, Jayce.
Y lo dejó ahí.
Llorando.
Suplicando.
Destrozado.
Cada paso que Viktor daba lejos de él se sentía como un puñal clavándose más hondo en su pecho. Sabía que Jayce no lo seguiría. Jayce era un caballero. Cuando alguien le decía “no”, él lo respetaba. Le daría espacio, creyendo que solo necesitaba tiempo para pensar, para calmarse, para hablar de nuevo.
Y Viktor… Viktor se alivió por ello.
Porque si Jayce lo hubiera seguido, si lo hubiera abrazado, si le hubiera rogado una vez más…
Se habría derrumbado.
Habría dejado salir sus propias lágrimas.
Y lo habría besado.
Lo habría besado con todo el amor que aún sentía por él.
Pero no podía.
No podía permitirse eso.
Así que siguió caminando, con los puños apretados, con la garganta ardiendo, con el pecho vacío.
Sabía que esto era lo correcto.
Lo había decidido.
Lo había aceptado.
Entonces, ¿por qué dolía tanto?
