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Entre tiempos

Summary:

Diez años después de la guerra, Odiseo regresa a Ítaca y se reencuentra con su esposa Penélope, quien le da una noticia devastadora: su hijo Telémaco desapareció hace cinco años sin dejar rastro. Desesperado, Odiseo pide ayuda a la diosa Atenea, pero ni siquiera en el Olimpo pueden encontrar respuestas. Sin que lo sepan, Telémaco ha sido transportado al Nido del Tiempo, donde es hallado por Trunks y llevado a la Ciudad Toki Toki. Allí, comienza su entrenamiento para convertirse en un Patrullero del Tiempo, encargado de corregir las líneas del tiempo alteradas.

Notes:

Este es mi segunda historia porfavor no insulten si no les gusta porfavor pasar de largo, si tienen una crítica constructora porfavor decirme me ayudaría un montón como mejorar

Chapter Text

El mar golpeaba suavemente la costa de Ítaca. Los pescadores miraban con asombro las siluetas de los barcos que se acercan, el puerto de Ítaca hervía de movimiento. Marineros, campesinos y nobles corrían para ver lo imposible: la flota de Odiseo, intacta, navegando hacia la costa. Diez años de guerra y odiseas habían terminado. El rey regresaba, y con él, su leal tripulación.

En la cubierta, Odiseo miraba el horizonte con una sonrisa serena. A su lado, sus hombres celebraban, se abrazaban, cantaban con lágrimas en los ojos.

—¡Jamás creí que vería estas playas de nuevo! - dijo Euriloco riendo

—Yo tampoco… Pero lo logramos. Volvemos a casa - odiseo le respondió

La noticia corrió como un rayo. En el palacio, Penélope corrió escaleras abajo, sin zapatos, con el corazón latiéndole en los oídos.

Cuando tocaron tierra, el pueblo los recibió con vítores. Guirnaldas, música, lágrimas de bienvenida. Todo era celebración.

Penelope llegó corriendo al puerto
—¡¿Es cierto?! ¡¿Está aquí…?! ¡¿Odiseo…?! - Allí estaba él. Flaco, con la barba crecida, cicatrices nuevas, pero con esos mismos ojos que ella recordaba. No hizo falta decir nada. Se abrazaron como si el tiempo pudiera deshacerse.

Odiseo (acariciándole el cabello):
—He vuelto, por fin, amor mío,he vuelto, He traído a todos mis hombres,la guerra ha terminado, ¿Dónde está nuestro hijo? ¿Dónde está Telémaco?- dijo tratando de ver por encima del hombro de penelope esperando ver a un niño pero.......nadie apareció

Penélope se quedó inmóvil. El abrazo se aflojó. Sus dedos temblaron. No pudo sostenerle la mirada.El silencio que siguió fue insoportable.

—Odiseo… Telémaco… desapareció hace cinco años- le respondió penelope entre lágrimas

El alma de Odiseo se quebró
—¿Qué… estás diciendo?- dijo con la voz quebrada

—Un día salió a caminar por los acantilados. Nunca regresó. Buscamos por toda la isla, enviamos barcos, ofrecimos recompensas. Nadie lo ha visto. Nadie…- respondió en un mar de lagrimas penelope

Euríloco, Polites , los ciudadanos,nobles, marineros y los demás soldados estaban en el puerto en ese momento, y al oír la noticia, el aire se volvió denso. El héroe invencible cayó de rodillas. Su rostro endurecido por años de batalla se contrajo de dolor. Penelope lo abrazaba y lloraba la pérdida de su hijo, entonces entre el abrazo de penelope grito

-!Atenea! ¡Ayúdame! ¡Devuélveme a mi hijo!- grito odiseo

El viento se alzó. Las velas se movieron. Una luz plateada descendió del cielo y, en medio de un halo celestial, Atenea apareció ante todos con su lanza en mano. El aire se volvió pesado, sagrado. Sus pies no tocaban el suelo, Todos en la sala —soldados, criados, nobles— se arrodillaron de inmediato. Algunos cubrían el rostro; otros lloraban.

-Odiseo… tu súplica ha sido escuchada. Buscaré a Telémaco. No solo en la tierra…Buscaré respuestas más allá En el Olimpo- dijo atenea con voz clara, pero solemne

—¿De verdad… puedes encontrarlo? - penelope dijo entre lágrimas

—Lo intentaré- Y con un destello, la diosa desapareció

Atenea voló al olimpo,Su armadura brillaba con la luz de la razón, pero su rostro mostraba una grieta: preocupación. Volaba con un propósito único.
El Olimpo se alzaba ante ella, majestuoso e inmóvil como un recuerdo eterno ascendió con la rapidez del rayo, cruzando los umbrales sagrados hasta llegar al Salón del Concilio Las columnas resplandecían con fuego celeste, y uno a uno, los dioses fueron tomando su lugar En el centro, sobre su trono de truenos, Zeus alzó la mirada

Zeus (con voz profunda):
—Atenea, hija mía. Has cruzado los cielos con prisa. ¿Qué dolor mueve a la diosa de la estrategia?

Atenea (avanzando con solemnidad):
—No es guerra lo que me guía. Es pérdida. Odiseo ha regresado a Ítaca, pero su hijo… Telémaco… ha desaparecido. Hace cinco años.
Ni los oráculos lo ven, ni el mar lo canta. Vengo a buscar respuestas entre los dioses.

Un silencio pesado cayó sobre la sala. A su alrededor, los rostros de los inmortales se tornaron graves.

Hera (con frialdad materna):
—¿Desaparecido? ¿Y ningún templo sintió su ausencia?

Poseidón (apoyando su tridente):
—Si se hubiera hundido en mis dominios, mis criaturas lo sabrían. El mar guarda secretos, pero no niños perdidos sin canto

Apolo (mirando su lira apagada):
—Mi música no halla su eco. Es como si su existencia hubiese sido arrancada del tiempo.

Artemisa (con tono neutro):
—Y la luna no ha reflejado su sombra. No corre por ningún bosque ni duerme bajo sus estrellas.

Hermes (inquieto):
—No ha cruzado mis caminos. Ningún mensaje suyo ha flotado en los vientos. Eso me inquieta.

Hestia (con compasión):
—Y ningún hogar lo ha recibido. El fuego del hogar no conoce su calor desde hace años.

Entonces, desde el trono de tierra y oro maduro, Deméter alzó su mirada melancólica
Deméter (suavemente):
—Una madre siente cuando su hijo sufre. Y yo… no siento a Telémaco ni en la semilla ni en la flor.
(Su voz se quebró ligeramente)

Zeus (apoyándose en su cetro):
—Ni entre los vivos… ni entre los muertos. ¿Dónde puede estar un alma que no pertenece a ningún reino?

Entonces, el salón tembló. Una corriente oscura cruzó el aire y el suelo se estremeció. Hades alzó el rostro desde su trono velado en sombras Hades, sombrío, se levantó desde su rincón en la penumbra, cubierto con un manto oscuro como el abismo.

Hades (con voz profunda):
—Yo tampoco lo tengo. No camina entre los muertos… pero su esencia no está entre los vivos.

En ese instante, las puertas del Olimpo se abrieron con un estruendo. Un viento rojo arrastró chispas de guerra, y del umbral surgió Ares, el dios de la batalla, con la armadura aún manchada de sangre de otras tierras.

Ares (riendo apenas):
—¿Qué es esto? ¿Una guerra en la que no me invitaron?

Atenea (sin girarse):
—No es guerra lo que buscamos. Es un hijo perdido.

Ares (cruzando los brazos):
—Entonces no es asunto mío. A menos que alguien lo haya arrebatado con violencia.
(Se acerca un paso)
—Aunque… si fue tomado por fuerza, puedo hallar al culpable.

Basta. Esto no se trata de fuerza, sino de algo más- dijo zeus

Hades (tras una pausa):
—Hay un ser que no responde al Olimpo, ni al Tártaro. Vive entre los resquicios del Inframundo.
Un profeta… un susurro con ojos.
Él oye lo que ocurre cuando el tiempo se quiebra.

Poseidón (frunciendo el ceño):
—¿Ese loco que se alimenta de visiones?

Hades (asintiendo):
—No está loco. Solo ha escuchado demasiado.
Te daré un pase sagrado, Atenea. Él puede tener la visión que necesitas.

Saca un disco oscuro con inscripciones griegas que brillan en rojo violáceo)

Atenea (aceptando el pase):
—Gracias, tío. Lo buscaré.

Hades (deteniéndola):
—Pero si él no puede ver más allá…
Hay otro. Un segundo pase. Más peligroso.
Un nombre que casi no debería pronunciarse Los dioses lo miran con tensión)

Hades (en voz baja):
—Cronos.
Aún encadenado en las profundidades del Tártaro.
El Titán del Tiempo.
Si alguien ha sentido esta ruptura… es él.

Zeus (levantándose furioso):
—¡No permitiré que consultes a ese traidor! ¡Él devoró nuestro mundo con sus miedos!

Hera (dura):
—Su locura nos costó siglos de guerra.

Hades (con frialdad):
—A veces, la verdad se esconde en la boca del monstruo.
Y Atenea es la única que puede resistirlo.

Saca un segundo disco, aún más oscuro que el primero)

Hades:
—Este te abrirá la celda de Cronos… si decides que lo necesitas.

Hades:
—Este te abrirá la celda de Cronos… si decides que lo necesitas.

Deméter (con pesar):
—El tiempo... buscando al perdido en el tiempo. Qué ironía trágica.

Zeus (mirando a Atenea):
—Te doy mi permiso. Pero si despiertas algo… que ni los titanes puedan detener…serás tú quien cargue con ello.

Atenea (firme):
—Por Telémaco… lo haré.

Y con ambos discos en mano, Atenea descendió del Olimpo, lista para entrar en el reino de los muertos… y quizá, en la jaula del mismísimo tiempo

Atenea cruza el río Estigia en una barca de huesos y sombras. Los espíritus no se atreven a mirarla. El aire está cargado de recuerdos que no son suyos.
En la Caverna del Leteo, donde el agua borra los nombres, una figura encapuchada espera junto a una hoguera que no da calor.

El Profeta:
—Yo te escuché antes de que hablaras.

Atenea:
¿Dónde está Telémaco?

El Profeta (con voz extraña):
—El muchacho no pertenece a este hilo.
Fue… sacado.
Arrojado a un río que no fluye en ninguna dirección.

Atenea (con impaciencia):
—¿Quién lo hizo?

El Profeta:
—Yo solo escucho. No veo.

(Permanece en silencio por un momento, luego levanta el rostro cubierto)

El Profeta:
—Pero alguien… observa. Un padre del tiempo. Él sabe.
Si te atreves… pregunta a Cronos.

Atenea guarda silencio. Luego se pone de pie, mirando el segundo disco con gravedad, donde Atenea desciende al Tártaro y se encuentra con **Cronos**. El tono es sombrío, denso, y se siente la tensión entre el juego cruel del Titán y la desesperación de Atenea.

Las profundidades del Inframundo no conocen luz ni misericordia. Más allá de los campos de castigo, más allá del río Flegetonte, donde arde el alma de los que traicionaron, yace el Tártaro: prisión de los titanes.

Las puertas son sellos vivientes, formadas de huesos de gigantes y palabras prohibidas. Atenea, portando el pase de Hades, las abre con un murmullo de poder antiguo.

Un rugido de mil voces muertas la recibe.

Y allí está él.

Cronos.

Encadenado por siglos, con su cuerpo colosal envuelto en vendas cósmicas. Sus ojos son relojes rotos. Su voz, un tic-tac que arrastra memorias ajenas.

—Atenea... la hija brillante del dios traidor.
Qué deleite inesperado.- dijo Cronos sonriendo

—No he venido a jugar, Titán. Vengo por respuestas.- atenea se tensa

—Entonces viniste al lugar correcto. O al peor. Depende del ritmo de tu tragedia.- inclino la cabeza Cronos

Las cadenas se agitan solas, como si respiraran. Cronos ríe, pero es un sonido seco, como piedras girando en un reloj de arena.

—El hijo de Odiseo. Telémaco. Ha desaparecido. No está en el mundo mortal, ni entre los muertos, ni en los reinos que conocemos.

—Un niño... arrancado del hilo.
No por el destino, no por muerte…sino por manos que viajan fuera del telar.
Dijo Cronos relamiendose los labios

—¿Sabes dónde está?- le pregunto atenea

—No, Y por eso me divierte tanto.- dijo Cronos divertido

Un silencio tenso. La llama azul del abismo parpadea.

—No lo sé… pero "sentí" cuando se fue. Como una pluma que cae en un estanque y causa un terremoto.- se puso serio

—¿Quién tiene ese poder?- atenea se sorprendió

—Alguien que no pertenece a este cosmos.
Y que aprendió a jugar con el tiempo… como yo jugué con mis hijos.
Pero a diferencia de mí… no quiere comérselos.
Quiere "cambiarlos"- le respondió sin interés Cronos

Atenea frunce el ceño.
—¿Cambiar… para qué?-

—Para crear un ejército que no dependa de la historia - respondió Cronos con voz grave

—¿Un ejército sin pasado… ni destino? - le pregunto atena con horror

—Exacto. Como piezas en un tablero donde nadie recuerda las reglas.
Y Telémaco… parece una pieza clave.
¿No es divertido?- dijo mientras se reía

—Esto no es un juego.- dijo atenea desorientada

—Todo es un juego. Incluso tus guerras.
Pero yo ya no puedo mover las piezas.
Solo… reírme del caos.

Atenea se da la vuelta. El titán ríe con fuerza, y su voz rebota eternamente en el vacío.

—Busca más allá de las eras, hija de Zeus.
El muchacho está en un lugar donde los dioses no gobiernan
Donde el tiempo…lo elige todo.- grito Cronos mientras veía a Atenea alejarse

Cuando Atenea sale del Tártaro, algo ha cambiado. El aire, el ritmo del universo.
Y en un rincón del cielo… una grieta apenas perceptible titila

En otro lugar tiempo atras

Una vibración distorsiona el aire del Nido del Tiempo.

El cielo rojo parpadea. Un portal se abre en medio de la plataforma central, inestable, espeso como un remolino de tinta cósmica.

Un cuerpo cae.

Un niño.

Trunks aparece de inmediato, espada en mano, con la Kaioshin del Tiempo a su lado. Ambos se detienen al verlo: un muchacho de no más de cinco años, cubierto de polvo, con ropas ásperas y deshilachadas, los pies descalzos, el rostro sucio y marcado por el miedo. Su pequeño cuerpo tiembla.

—¡¿Un niño?! ¡Es solo un niño! - grito Trunks

El pequeño se incorpora apenas, desorientado, los ojos abiertos de par en par, moviéndose de lado a lado con respiración rápida y entrecortada.

—Μητέρα; Πού είμαι; Πού είναι ο πατέρας μου;!
(¿Madre? ¿Dónde estoy? ¿Dónde está mi padre?)- hablo el pequeño telemaco aterrado en un griego antiguo arcaico

Al no reconocer nada, Telémaco comienza a retroceder a gatas, alejándose del portal y de las figuras que lo rodean. Su voz se quiebra, y estalla en un llanto desgarrador.

—Μητέρα! Μητέρα! Μη φοβάμαι! Βοήθεια!
(¡Madre! ¡Madre! ¡Tengo miedo! ¡Ayuda!)- telemaco lloro más fuerte

—¡Está en estado de pánico! Trunks, ¡es un niño real! ¡No un viajero! ¡No un enemigo!- grito la Kaioshin

Trunks guarda su espada y se arrodilla con lentitud, las manos alzadas con suavidad.

—Hey… tranquilo, pequeñín. No te haré daño… ¿Puedes entenderme?- intento calmarlo trunks

Pero el niño solo solloza más fuerte, tapándose los oídos. Está perdido. Completamente fuera de lugar.

—Ese idioma... no reconozco ni una palabra. ¿Tú?- frunciendo el ceño la Kaioshin

—Nada. No es ni de esta era ni de ninguna que haya patrullado. Suena como... algo antiguo.- dijo trunks negándo

—Está hablando un dialecto desconocido. Llamaré al sistema de traducción universal.- respondió la Kaioshin suavemente

Un pequeño dron esférico aparece y se posiciona frente al niño. Analiza sus palabras, escanea su tono, intenta cruzar los datos. Luces parpadean. Un zumbido.

—Idioma: no identificado. No coincide con ningún registro intertemporal conocido. Procesando…- Dron

—¿¡Qué!? ¡Ni siquiera el sistema reconoce el idioma!- la Kaioshin se sorprendió

—Eso significa que… podría venir de una época más antigua de lo que pensábamos. De una línea temporal casi perdida.- Trunks mira al niño preocupado

Telémaco se encoge, abrazando sus rodillas, sollozando con miedo. Toki Toki se acerca flotando suavemente y se posa cerca del niño. Él lo observa entre lágrimas. Hay un destello de calma, momentáneo.

—Ni siquiera sabe dónde está. Está solo. Tiene miedo... Es solo un niño fuera del
Tiempo - dijo la Kaioshin mirando la escena

—Debemos protegerlo. Entender de dónde vino. Y cómo lo traemos de vuelta… si es que existe aún ese lugar.- dijo trunks decidido

La cámara se aleja. El Nido del Tiempo sigue girando en silencio, mientras un niño llora sin que nadie entienda sus palabras…

El silencio del Nido del Tiempo era distinto esa mañana. No era el silencio de la paz, sino el que se instala cuando nadie sabe qué hacer.

La habitación era amplia, redonda, con suaves luces flotando en el techo como luciérnagas artificiales. Telémaco estaba acurrucado en una de las camas, envuelto en una sábana blanca que parecía inmensa sobre su cuerpo pequeño. Sus manos sujetaban con fuerza un trozo de tela antigua—una capa azul y desgastada, quizás parte de su túnica original—como si fuera lo único real en ese mundo imposible.

Desde el umbral, Trunks lo observaba en silencio. Tenía los brazos cruzados y la mandíbula tensa. Llevaban tres días con el niño allí, y no habían logrado comunicarse más allá de miradas.

—Sigue sin hablar —murmuró.

—Sigue sin entendernos —corrigió la Kaioshin del Tiempo, que apareció a su lado con una tablilla flotante en mano. Tocó la pantalla y proyectó un mapa del flujo temporal. Una línea discontinua apuntaba hacia el pasado remoto.

—¿Qué idioma es ese? —preguntó Trunks.

—Los sistemas lo clasifican como *proto-griego arcaico*. Incluso con tecnología de traducción, es inestable… probablemente porque su dialecto ya no existe como tal. Variaciones fonéticas, estructuras verbales perdidas… está como atrapado entre eras.

—¿Y no hay una forma de hablar con él?

—No sin tiempo. O sin ayuda divina.

Trunks suspiró. Miró al niño. Telémaco tenía los ojos abiertos, pero no parpadeaba. Observaba un punto vacío como si esperara que su madre entrara en cualquier momento a salvarlo de aquella pesadilla.

—Ni siquiera sabemos cómo se llama —dijo Trunks en voz baja.

La Kaioshin asintió con pesar.

—Le preguntamos varias veces, pero cada vez que intentamos hablarle, se asusta. ¿Viste cómo temblaba ayer? Apenas me acerqué y se escondió debajo de la cama.

Trunks asintió.

—Tal vez… no deberíamos acercarnos. No aún. Quizás solo deberíamos dejar que… vea que estamos aquí.

—Eso estaba pensando. —Ella suspiró, dejó flotando la tablilla y se fue.

Trunks entró a la habitación lentamente. No dijo nada. Caminó hacia una mesa baja y dejó algo sobre ella: una esfera pequeña, sin poder, pero luminosa, que cambiaba de color con el tacto. Después dejó una bandeja con pan tibio y fruta suave, y una manta más gruesa.

Cuando se giró, Telémaco lo miraba. Sus ojos estaban hinchados de tanto llorar, pero por primera vez no lo evitaba.

Trunks alzó ligeramente una mano en señal de saludo. No dijo nada. Luego salió.

**. . .**

Pasaron horas.

Cuando volvió, la bandeja estaba vacía. La esfera estaba en la cama, y Telémaco la sostenía con cuidado. No jugaba con ella, solo la observaba. Cuando vio a Trunks, dudó… y luego, lentamente, estiró la mano y se la ofreció.

Trunks se agachó, y con cuidado tomó la esfera.

—Gracias… —susurró, más para sí mismo que para el niño.

Telémaco no respondió, pero no se alejó.

**. . .**

Esa noche, Trunks se sentó en el centro de control, encendió el sistema de grabación y habló con voz cansada:

—Informe de patrullero Trunks. Día 3 desde la aparición del niño en el Nido del Tiempo. Varón, de aproximadamente cinco años. Lenguaje desconocido, catalogado como griego antiguo en una forma aún más arcaica de lo habitual. Nombre: desconocido. Estado emocional: inestable. No responde a estímulos comunes. Tiene miedo… constante.

Hizo una pausa.

—Intentamos consolarlo, pero no sabe quiénes somos. Ni qué somos. Estamos tan perdidos como él. Solo… más grandes.

Apagó el dispositivo.

Y por primera vez en mucho tiempo, Trunks se quedó en vela.

Observando al niño que dormía con los puños apretados, murmurando en una lengua que nadie entendía.

Apagó el dispositivo.

Y por primera vez en mucho tiempo, Trunks se quedó en vela.

Observando al niño que dormía con los puños apretados, murmurando en una lengua que nadie entendía.

**. . .**

A la mañana siguiente, mientras revisaba el archivo de grabación en la sala de archivos, Trunks decidió reproducir el fragmento de audio donde Telémaco sollozaba palabras en ese idioma extinto.

No esperaba nada.

Pero alguien sí escuchó.

—¿Puedes… poner eso otra vez?

Trunks alzó la vista. En la puerta, apoyado con los brazos cruzados, estaba un patrullero de mediana edad, delgado, cabello castaño recogido en una coleta baja, con lentes apoyados sobre la frente y un aire curioso.

—¿Lo conoces? —preguntó Trunks.

—No, pero… soy lingüista. Bueno, era profesor en la Tierra antes de entrar a la Patrulla. Me especialicé en lenguas muertas. Greco-antiguo, egipcio, hasta proto-babilonio. Lo que dijo el niño… no lo entendí del todo, pero sonaba muy similar al griego micénico.

Trunks lo miró como si acabara de encenderse una antorcha en medio del vacío.

—¿Puedes ayudarnos?

—No prometo milagros, pero si me dejas escucharlo con calma… y si puedo tener acceso al archivo completo…

—Todo tuyo —dijo Trunks, girando el monitor hacia él—. Es la primera vez que tenemos algo. Cualquier pista… podría ser un salvavidas.

El patrullero asintió y se sentó frente a la consola. Mientras ajustaba sus auriculares, murmuró:

—Pobrecito. No debe tener idea de dónde está.

Y al otro lado del Nido del Tiempo, Telémaco, todavía abrazado a su capa, seguía dormido,Horas después, Telémaco estaba despierto. Sentado en una esquina de la sala de recuperación, arropado por una manta demasiado grande, las piernas colgando. Había comido poco. Apenas hablaba. Solo observaba con ojos gigantescos todo a su alrededor.

—¿Puedo hablar contigo, pequeño? —preguntó Elías en griego con el acento más antiguo que pudo imitar—. “Sei kalós?”

Telémaco alzó la vista. Parpadeó. Elías repitió lentamente. Esta vez, el niño movió los labios.

—“Eímai... chamenós.”
Estoy perdido.”

Elías tragó saliva.

Trunks no entendió una sola palabra, pero por primera vez, Telémaco dejó de temblar. Bajó la mirada, se limpió los ojos con la manga, y soltó un suspiro.
Había muchas preguntas aún.

Pero ahora, al menos, podían empezar a hablar.

Elías asintió con gentileza. Había algo quebrado en la voz de ese niño que le revolvía el estómago.

Trunks, aún sin comprender, preguntó en voz baja:

—¿Qué dijo?

Que está perdido —respondió Elías sin apartar la vista de Telémaco.

Se sentó frente a él, en el suelo, al mismo nivel. Luego, muy despacio, sacó de su tableta un proyector holográfico portátil.

—Voy a intentar algo —murmuró—. Quiero que vea imágenes. Lugares. Nombres. Quizá logremos ubicar el punto exacto de su origen.

Trunks asintió. En la pantalla apareció una imagen de Grecia actual, luego del Mediterráneo antiguo, mapas reconstruidos a partir de historia y arqueología.

Telémaco miró la imagen flotante y señaló con un dedo tembloroso un punto del mapa antiguo.

—“Íthaki… patrída mou.”

Elías frunció el ceño.

—¿Íthaki? —repitió.

Trunks se agachó frente a él. Elías estaba a su lado.

—¿Eso es real? —preguntó Trunks.

—Ítaca… Es un lugar mítico. En la Tierra. Supuestamente la isla natal de Odiseo, el héroe de "La Odisea". Pero… no aparece en los registros geográficos modernos. Ni siquiera se sabe si fue un lugar real o simbólico.

—¿Odiseo? ¿Quién es ese?

Elías parpadeó.

—¿Nunca leíste ¿La Odisea? ¿O La Ilíada?

Trunks soltó una risa seca, más amarga que burlona.

—Elías… vengo de un futuro que fue destruido dos veces. Una por los androides, otra por Black. No teníamos tiempo para leer poesía. Solo para sobrevivir.

Elías bajó la mirada, respetuoso.

—Claro… lo siento. No lo decía como reproche.

Trunks suspiró, cruzándose de brazos.

—Sé que existen, sé que son importantes. Pero nunca entendí cómo podían ser útiles para las misiones. Solo eran libros sobre gente navegando y peleando con dioses por razones que ya nadie recuerda.

Elías asintió lentamente.

—*La Odisea* es la historia de un hombre tratando de volver a casa tras una guerra interminable. Y *La Ilíada* es la guerra misma. Odiseo fue uno de los grandes reyes griegos, astuto, resistente. Su hijo, Telémaco, aparece al inicio del poema… buscando a su padre desaparecido.

Trunks abrió los ojos, atando lentamente los puntos.

—¿Estás diciendo que este niño es ese Telémaco?

—No puedo afirmarlo aún —respondió Elías—, pero si no lo es, todo esto es una coincidencia extraordinariamente elaborada. El idioma, el nombre, el lugar, la historia que repite… Y si de verdad proviene de esa época… entonces acaba de abrirse una puerta completamente nueva sobre el tiempo y la mitología.

Trunks se quedó en silencio. Luego bajó la vista a Telémaco, que seguía abrazado a sí mismo en la esquina.

—Genial. Como si no tuviéramos ya suficientes problemas con las brechas temporales… Ahora tenemos que considerar que "la literatura antigua puede ser real".

—Tal vez no toda —concedió Elías—, pero si al menos parte de ella está conectada a los hilos del tiempo… debemos repensar el pasado por completo.

---

La sala de observación en el Nido del Tiempo estaba silenciosa, apenas iluminada por los orbes flotantes de energía que mostraban fragmentos de realidades distorsionadas. La Kaioshin del Tiempo giró lentamente al sentir la presencia de Trunks y Elías entrando.

—¿Algún avance? —preguntó, sin dejar de observar las fluctuaciones del espacio-tiempo.

Trunks asintió con lentitud.

—Sí. No uno fácil de procesar.

Elías se acercó, aún con la grabadora en la mano.

—El niño… habla un griego arcaico. Muy antiguo. No medieval, ni clásico. Arcaico, del que apenas se ha reconstruido. Dice llamarse Telémaco. Afirma ser hijo de Odiseo y Penélope.

La Kaioshin se volvió con una expresión que rara vez mostraba: desconcierto.

—¿Odiseo? Como en la Odisea. ¿Estás diciendo que cayó desde una época mitológica? ¿De un libro?

—No lo sabemos aún. Pero la precisión es inquietante —intervino Trunks—. Elías cree que hay posibilidades de que no se trate de ficción como siempre pensamos… sino de historia… real. De una época que tal vez ni los registros divinos lograron conservar bien.

Elías levantó las palmas.

—Todavía es prematuro afirmar eso. Pero si este niño vino de ahí… alguien o algo manipuló el flujo del tiempo más allá de lo que conocíamos.

La Kaioshin del Tiempo entrecerró los ojos. Caminó hasta una de las pantallas flotantes y la tocó. Apareció la silueta de Telémaco, aún encogido, rodeado de médicos y sistemas intentando traducir su habla.

—¿Y cómo está el niño?

—Asustado —dijo Trunks con pesar—. No entiende nada. Está solo, perdido. Ni siquiera sabe si puede confiar en nosotros. Lloró durante casi una hora entera.

La Kaioshin bajó la mirada, contemplativa.

—Entonces debemos ser nosotros quienes lo cuidemos… hasta saber qué hacer. Este caso puede enseñarnos más sobre el tiempo que mil brechas juntas.

Elías guardó silencio un momento.

—¿Y si hay más como él?

La Kaioshin se giró.

—Entonces encontrarlos será cuestión de tiempo.

Trunks asintió, cruzándose de brazos.

—O de leyenda.

La cámara se alzó hacia el cielo estrellado que cubría el Nido del Tiempo, donde los hilos del destino titilaban en un azul profundo, como si el universo mismo contuviera la respiración.

Chapter 2: Veintitrés años de espera

Summary:

No supe como seguir poniendo el lenguaje de telemaco y me estrese (:^;) perdón
Tambien muchas gracias a las personas que han visto el capitulo muchas gracias por su apoyo

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

La luz del Nido del Tiempo era distinta a cualquier cielo que Telémaco hubiera visto. No había sol, ni luna, ni estrellas como las conocía. Solo un resplandor rojizo flotando sobre estructuras imposibles.

Llevaba ya varios días allí.

No hablaba. No jugaba. Apenas comía lo suficiente para no enfermar. Dormía mal. Se sobresaltaba con cada sonido mecánico o voz alta. Elías, en cambio, se mantenía cerca, sin invadir. A veces le hablaba en voz baja, repitiendo frases en griego pausado, frases que había reconstruido con ayuda de antiguos textos y simuladores de fonética.

“Ὄχι φοβάμαι.”
No tengas miedo

Telémaco no respondía con palabras, pero empezaba a reconocer la voz. No lloraba cuando Elías entraba. No retrocedía cuando lo escuchaba hablar. Era un cambio.

Trunks pasaba cada tanto, observando desde la puerta.

—¿Algún progreso?
—Pequeños pasos —respondía Elías sin dejar de observar al niño—. No le hablo para obtener respuestas. Le hablo para que sepa que estoy aquí.

. . .

Un día, Elías entró con un cuenco de madera.

Telémaco estaba sentado contra la pared, con la manta en el regazo. Tenía los ojos rojos, pero no lloraba. Solo miraba, como quien ha dejado de esperar.

Elías se sentó a una distancia prudente. No dijo nada al principio. Luego, en griego:

“Σήμερον θὰ φάμεν μαζί.”
Hoy comeremos juntos.

Abrió el cuenco. Pan tibio, ligeramente dulce, y trozos de fruta blanda. Los colocó en el suelo, entre ambos.

No hubo reacción inmediata.

Pero al cabo de unos minutos, Telémaco se inclinó. Tomó un trozo de pan. No miró a Elías, pero comió en silencio. Elías hizo lo mismo, despacio, como si compartieran una antigua costumbre.

Ὄνομα σοῦ, ποῖόν ἐστιν;”
¿Cómo te llamas?

El niño no respondió. Masticó con lentitud. Luego, al terminar, miró a Elías brevemente. Apenas un segundo. Y susurró:

"Τηλέμαχος."
Telémaco

Elías sintió que el aire se le detenía por un instante.

No lo presionó. Solo sonrió suavemente y asintió.

“Χαίρομαι, Τηλέμαχε.”
Mucho gusto, Telémaco

**. . .**

Días después, en un rincón más tranquilo del Nido, Elías le mostraba objetos simples: una pluma, una piedra, una cuerda. Y decía los nombres en su idioma. Telémaco los repetía en el suyo.

No era una clase. Era un puente.

A veces Elías contaba historias muy cortas. Adaptadas. Humanas. Como si leyera un libro para dormir. No sobre tecnología ni patrullas. Solo cosas que un niño de su edad podría entender: sobre mares, vientos, un niño que busca a su padre.

Telémaco escuchaba sin hablar, pero con los ojos más abiertos.

Una noche, mientras la Kaioshin y Trunks observaban desde el mirador, Elías salió de la habitación y se unió a ellos.
—Hoy me dijo que extraña el olor del mar.

—¿Cómo lo dijo? —preguntó la Kaioshin.

—No lo dijo. Lo dibujó con palabras que describen el viento y la sal. Fue poético, casi instintivo. Como si estuviera recordando el cuerpo de su hogar.

Trunks bajó la mirada.

—¿Crees que empiece a confiar?

—Con el tiempo —respondió Elías—. Pero no en nosotros. En la idea de que no está atrapado.

La Kaioshin asintió.

—Entonces dale tiempo. Y no lo apresures.

Elías miró hacia el interior de la sala, donde el niño ya dormía, envuelto en la manta, con la esfera luminosa junto a la cabeza. Aún abrazado a su pedazo de túnica como si fuera su raíz.

“Καληνύχτα, Τηλέμαχε.”
Buenas noches, Telémaco.

Y el Nido del Tiempo guardó silencio.

El día fue largo, pero tranquilo. Por primera vez desde que llegó, Telémaco había comido sin miedo, y no se sobresaltó cuando un patrullero terrícola se acercó a dejarle una manta nueva.

Esa tarde, Elías regresó con algo distinto: una tina alta, redonda, llena de agua humeante y perfume suave. Había toallas, esponjas, y ropa limpia de su talla —una túnica liviana adaptada a su estilo, sin dejar de ser cómoda para los estándares del Nido.

«Σήμερα θα κάνεις λουτρό.»
Es hora del baño

Telémaco lo miró con suspicacia, pero no se echó para atrás. A Elías le bastó con sentarse cerca y salpicar el agua con la mano para que el niño se acercara con cautela.

Cuando sintió el agua en la piel… se quedó quieto. Sus ojos se abrieron con asombro. Era caliente, pero no ardía. Olía a flores. Le acariciaba las piernas. Poco a poco, bajó un pie. Luego el otro.

Y cuando estuvo dentro… **se rió**.

Por primera vez desde que llegó, Telémaco rió. Fue una risa pequeña, breve, como un rayo de luz que se cuela entre las nubes. Elías no dijo nada. Solo lo observó, con un nudo en la garganta.

Después del baño, el niño aceptó la túnica nueva y caminó a su lado sin necesidad de que lo guiaran con palabras.

**. . .**

Esa noche, no volvió directo a su cuarto.

Exploró los pasillos del Nido con curiosidad silenciosa. Tocaba las paredes, los cristales flotantes, los orbes que giraban sin cesar. A Elías no le costó seguirlo.

Llegaron juntos a la gran plataforma donde los portales se abrían como espejos flotantes.

Uno de ellos brillaba intensamente, estable, como una puerta a un mundo vibrante.

**Telémaco (señalando el portal):**
—*“Ekei pou paínoun óloi?”*
¿Allí es a donde van todos?

Elías miró el portal, luego al niño. No respondió de inmediato. Se agachó a su lado.

—*“Eínai énas kósmos diaforetikós... plíris apó fō̱s kai kíni̱si. Tha ton deis otán eísai étoimos.”*
Es un mundo diferente… lleno de luz y movimiento. Lo verás cuando estés listo.

Telémaco asintió sin comprender del todo, pero no insistió. Solo observó. Fascinado.

Y esa noche, durmió sin llorar.
---

**. . .**

Muy lejos del Nido del Tiempo, bajo un cielo estrellado y real, la brisa marina de Ítaca soplaba sobre la terraza del palacio. Atenea descendió en silencio, con su armadura aún brillante pero el rostro sombrío.

Odiseo la esperaba de pie, con los puños apretados. Penélope estaba detrás, la mirada agotada de tanto no dormir.
—¿Lo encontraste? —preguntó Odiseo apenas ella tocó el suelo.

Atenea no respondió de inmediato. Bajó la mirada.

—Está vivo.

Los ojos de Penélope se llenaron de lágrimas al instante. Odiseo tembló.

—¿Dónde?

—No en este mundo. Ni en ninguno que podamos alcanzar por medios normales. Fue arrancado del tiempo. Está más allá… en una línea temporal que ni los dioses controlan por completo.

Odiseo cayó de rodillas.

—¡No…! ¡No…!

Penélope fue tras él, abrazándolo desde la espalda mientras él apretaba los dientes con rabia.

—¡Tenía cinco años! ¡Cinco! ¡Y lo arrancaron como si fuera polvo!

Atenea se arrodilló también, a su lado. No con ternura, sino con dignidad quebrada.

—Lo están cuidando. Un grupo… especial. Pero no puedo traerlo aún. No podemos tocar ese flujo. Solo vigilar.

—¡Yo debí estar aquí! —gritó Odiseo, con la voz rota—. ¡Yo debí quedarme con ustedes!
No en una guerra por Helena. No en una ciudad que no era mía. ¡No salvando a otros mientras perdía a mi hijo!

Atenea quiso tocarle el hombro, pero se detuvo. Sabía que no era bienvenida en ese momento.

—No eres un padre horrible —dijo ella, más con razón que con consuelo—. Fuiste un héroe en una época que te exigió más de lo que merecías.

Pero Odiseo negó con la cabeza.

—No. No soy un héroe. Solo un hombre que no estuvo donde debía estar.

Penélope lo abrazó con fuerza desde atrás, su frente contra su espalda.
Estás aquí ahora —susurró—. Y Telémaco sigue ahí… esperando que lo encontremos
Él todavía nos necesita.
Y no vamos a fallarle.

Odiseo cerró los ojos.

Las lágrimas, esta vez, no se contuvieron.

Atenea alzó la mirada, firme.

—Hay algo más —dijo en voz baja—. El tiempo no fluye igual allá donde está él.
Para ustedes han pasado cinco años. Para él… han pasado veintitrés.

El mundo parecía detenerse. Penélope contuvo el aliento. Odiseo alzó lentamente el rostro.

—¿Veintitrés…?- preguntó Penélope en un hilo de voz

—Sí —dijo Atenea—. Pero aún los recuerda.
Y los está esperando

Y mientras el viento de Ítaca agitaba los campos silenciosos, en otro mundo detenido entre eras, un hombre de veintiocho años, con túnica blanca y ojos marcados por la memoria, se preparaba para su próxima misión, de pie frente al portal principal del Nido del Tiempo, esperando a sus cadetes

Notes:

Gracias nuevamente por el apoyo actualizaré cada fin de semana ya sea sábado o domingo ya que tengo escuela y es muy pesado tener inspiración mientras estoy escuchando clase de Quirúrgica

Chapter 3: Raíces Lejanas

Notes:

"Muchas cosas cambian en la vida, pero uno comienza y acaba en la familia” (Anthony Brandt)

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

El Nido del Tiempo no tenía estaciones.

El mismo resplandor rojizo lo bañaba todo a cualquier hora, y la eternidad parecía flotar suspendida entre los cristales flotantes y los pasillos sin sombra. Pero para Telémaco, aún pequeño y descalzo, los días eran distintos. Más largos unos, más suaves otros.

Había aprendido a contar algunas cosas con los dedos.

El número de veces que Elías le traía pan tibio. El número de veces que el pájaro de energía, Toki Toki, se posaba cerca. El número de veces que soñaba con su madre, y despertaba con un nudo en la garganta.

**. . .**

Esa mañana, Elías lo llevó a una sala con el suelo cubierto de materiales suaves y paredes luminosas, como una biblioteca infantil diseñada para que uno no supiera que está aprendiendo. Había figuras flotantes: formas, palabras simples, proyecciones animadas de paisajes y sonidos.

Telémaco se sentó en el centro. Elías junto a él.

—*“Simerá tha mathoúme nées léxeis.”*
Hoy aprenderemos nuevas palabras.

Telémaco asintió, más por costumbre que por entusiasmo.

Elías proyectó la imagen de una flor.

—*“Ánthos.”*

El niño repitió.

—*Ánthos.*

Luego una roca.

—*“Pétra.”*

—*Pétra.*

Un rostro. Una voz.

—*“Mitéra.”*

Telémaco se quedó quieto. La palabra lo tocó como una brasa. Cerró los ojos. La repitió apenas, con la voz apretada.

—*Mitéra…*

—Lo estás haciendo bien —dijo Elías, esta vez en voz baja y cálida, sin necesidad de traducción—. Cada palabra te trae un poco más a la superficie.

**. . .**

Más tarde, lo llevó a un sector de observación, donde grandes ventanales daban a los campos flotantes de energía que rodeaban el Nido.

Allí, otros cadetes entrenaban. Algunos volaban. Otros practicaban con armas de energía, guiados por hologramas de patrulleros más experimentados.

Telémaco observó en silencio. No parecía impresionado, pero tampoco indiferente. Solo… curioso.

—*“Poioí eínai aftoí?”*
¿Quiénes son esos?

—*Patroloí tou Chronou.*
Patrulleros del Tiempo.

El niño lo miró, ladeando la cabeza.

—*“Egó tha gíno?”*
¿Yo seré uno?

Elías sonrió. No respondió de inmediato.

—Solo si tú quieres.

Telémaco volvió a mirar por el cristal. Un patrullero mayor descendió a tierra de un salto perfecto. Su capa se alzó con el viento invisible.

—*“Échei dynámi?”*
¿Él tiene poder?

—Sí —dijo Elías con honestidad—. Pero el poder no es lo importante.
Lo que importa… es que tiene dirección.

El niño pareció reflexionar sobre eso.

Luego, con voz casi inaudible, dijo:

—*“Tha thélo na echo kai egó…”*

Elías se giró, expectante.

—¿Tener qué?

Telémaco lo miró fijamente.

—*“Katefthýnsi.”*
Dirección.
**. . .**
Esa tarde, Trunks lo observaba desde la distancia. Telémaco caminaba por el pasillo exterior del Nido, junto a Elías, arrastrando los pies con aire pensativo. Su túnica blanca ondeaba apenas al caminar.

Trunks se acercó, sin prisa.

—¿Puedo?

Elías miró al niño y luego asintió.

—Si lo haces tranquilo… no lo empujes.

Trunks se arrodilló a unos pasos de Telémaco. No dijo nada al principio. Solo apoyó una rodilla en el suelo y esperó.

Telémaco lo miró con desconfianza primero, pero no retrocedió.

Trunks sacó de su bolsillo una pequeña esfera: no era de combate, sino una réplica de las que usan los patrulleros en entrenamiento para medir energía. No tenía carga.

La hizo rodar suavemente hacia el niño. Telémaco la atrapó con ambas manos.

La sostuvo un momento, la observó… y luego la devolvió.

Trunks sonrió.

—Gracias.

No hubo más palabras. Solo el inicio de algo que se construiría despacio.

**. . .**

Más tarde, Telémaco y Elías cruzaron el corredor superior del Nido y llegaron a un pequeño jardín artificial: una burbuja de tiempo detenida donde crecían plantas recreadas con energía divina.

La Kaioshin del Tiempo estaba allí, de rodillas junto a un arbusto. Con sus dedos, reconstruía una flor caída. No la tocaba: su energía flotaba en forma de hilos de luz que se tejían en el aire como una hebra de destino.

Telémaco se detuvo.

La miró fascinado.

Elías sintió el cambio en su energía. Se agachó a su altura, pero no lo distrajo.

El niño dio un paso adelante. Luego otro.

La Kaioshin levantó la vista y lo notó. No habló. Solo le ofreció una sonrisa muy suave, y con un último gesto, la flor se cerró… y volvió a abrirse.

Telémaco miró sus propias manos. Las alzó, como copiando el gesto.

Cerró los ojos con fuerza. Intentó replicar el movimiento.

Nada.

Frunció el ceño. Lo intentó otra vez.

La flor no se movió. Ni una chispa. Solo el aire, inmóvil.

—*“Den boro.”* —susurró el niño. No puedo.

Elías se arrodilló a su lado. Tocó su hombro con cuidado.

—Dice que no puede. Que no le sale.

La Kaioshin se acercó. Se arrodilló también, sin romper la distancia.

—No todos los poderes nacen en un día —dijo ella con voz baja, musical—. Algunos necesitan tiempo. Otros simplemente se despiertan cuando encuentran su propósito.

Telémaco la miró, sin entender sus palabras. Pero el tono… sí. El tono era cálido.

Ella hizo un pequeño gesto y la flor volvió a abrirse, más lentamente esta vez.

Telémaco volvió a intentarlo.

Solo logró que sus manos temblaran.

Pero esta vez, **no se apartó.**

Elías sonrió. Trunks, desde lejos, también.

Y la flor… aunque no se movió, pareció inclinarse apenas hacia él, como si ya comenzará a responder.

La Kaioshin del Tiempo volvió a sentarse junto al arbusto.

Telémaco seguía de pie frente a la flor que no se movía, con las manos aún en alto, el ceño fruncido y la respiración contenida.

—Ven —dijo ella, y con un gesto le indicó que se sentara frente a ella, sobre el césped artificial.

El niño dudó.

Pero lo hizo.

—No necesitas fuerza —dijo ella, con voz baja, como un secreto—. Solo atención.
Cierra los ojos.

Telémaco obedeció.

—Siente el aire.
El espacio entre tus dedos.
El calor de tu propio cuerpo.

La energía no viene de fuera —explicó ella—. Nace contigo. Crece contigo.
No tienes que atraparla. Solo… invitarla a despertar.

Telémaco frunció ligeramente el rostro. Sus labios temblaron.

La Kaioshin alzó una mano y dejó flotar una chispa tenue, azul. Como una luciérnaga.

—Ahora… respira. Así.

Ella instaló ló con lentitud, guiándolo.

Telémaco la imitó. La primera vez, con torpeza. La segunda, más suave. La tercera, como si lo recordara.

Una pequeña brisa flotó entre sus dedos.

Fue mínima, casi invisible.

Pero estaba allí.

Elías lo vio. Trunks también.

La Kaioshin sonrió.

—Ya está. Eso es.

Telémaco abrió los ojos. No vio fuego, ni luz, ni poder. Pero algo había cambiado. Dentro de él.

—*“Éna… kýma.”*
Una ola.

Elías tradujo, emocionado.

—Dice que lo sintió como una ola.

La Kaioshin asintió.

—Eso fue.

**. . .**

Más tarde, cuando el sol ficticio del Nido empezó a bajar su intensidad, Elías y Trunks se sentaron con Telémaco en una de las terrazas altas, sobre una colchoneta de entrenamiento. El niño había comido bien. Tenía la túnica manchada con migas, y los pies colgando.

Trunks sacó una pequeña caja y la abrió. Dentro, había tres figuras talladas en piedra blanca: un ave, un guerrero y una estrella.

—Estas me las dio mi madre cuando era niño —dijo—. Me dijo que eligiera una cada vez que me sintiera perdido.

Telémaco los miró sin moverse.

—Puedes elegir una —agregó Trunks—. No tienes que decir por qué.

Elías tradujo.

Telémaco miró las figuras. Dudó. Luego alzó la mano y tomó la estrella.

Trunks asintió.

—Buena elección.

—*“Tha mou thymízei ton ouranó.”* —dijo Telémaco.

Elías lo miró, enternecido.

—Dice que le recordará al cielo.

Nadie dijo nada más.

Solo se quedaron allí, los tres. En silencio.
Mirando el portal lejano.
Y compartiendo el tipo de calma que no se puede enseñar.

Esa noche, Telémaco durmió temprano.

Elías lo había acompañado hasta su habitación, se aseguró de que la esfera luminosa estuviera encendida a su lado, y que la túnica vieja —aquella que aún conservaba del día que llegó— estuviera doblada junto a su almohada. No porque sirviera… sino porque era su ancla.

Telémaco se recostó, sin hablar. Solo con un suspiro largo, casi resignado. Elías le pasó una mano por el cabello con cuidado. No hubo palabras.

Cuando se fue, Toki Toki entró en silencio y se posó cerca.

Y entonces… el sueño lo alcanzó.

**. . .**

Soñó con **una orilla**.
Con el olor del mar.

Una figura de cabello oscuro, envuelta en telas suaves, se inclinaba sobre él. Le acariciaba la mejilla, le cantaba algo que no recordaba, y le sonreía como si el mundo entero cupiera en ese gesto.

**—“Mikró mou agóri…”**
Mi pequeño niño…

Telémaco extendió la mano hacia ella, pero el sueño se distorsionó. La espuma del mar creció y se tragó los bordes de la escena. El cielo se volvió rojo, como el del Nido. La figura se desdibujó.

—*“Mi fýgeis…”* —No te vayas.

Pero la figura no respondió. Solo dejó atrás el eco de su voz, flotando entre la brisa y las olas.

**. . .**

Cuando Telémaco despertó, tenía los ojos húmedos.

Pero no lloró.

Se sentó lentamente, abrazó su túnica vieja, y miró hacia el techo cristalino donde las luces flotaban como estrellas.

Se quedó así, sin hablar.

Y por primera vez… no se sintió completamente solo.

Notes:

Muchas gracias por el apoyo 💚 💚 💚 💟💟💟

Chapter 4: Donde empieza el hogar

Summary:

Nota del autor
En el universo de dragon ball xenoverse, los patrulleros del tiempo suelen ser adolescentes y adultos jóvenes, seleccionados por su capacidad para enfrentar desafíos físicos y mentales para la protección de las línea temporal.La presencia de un niño, en el Nido del Tiempo no es solo un echo excepcional si no también catalizador emocional que obliga a este mundo de guerreros y sabios a adaptarse, no para entrenar an guerrero.......... sino a para acoger a un niño

Notes:

Muchas gracias por todo el apoyo a esta obra les agradezco mucho, que tengan una buena tarde

Chapter Text

El Nido del Tiempo era un lugar de energía, decisiones y misiones constantes. Guerreros, sabios, estrategas… todos caminaban con un propósito, con la carga de proteger el flujo de la historia sobre sus espaldas.

Todos menos él.

Telémaco era el único niño.

No era un error administrativo ni una anomalía biológica. Simplemente, nunca antes había llegado alguien tan pequeño a través de una brecha del tiempo. Los patrulleros solían aparecer como adolescentes, jóvenes adultos o incluso ancianos sabios que, tras ayudar, se quedaban como comerciantes o mentores.

Pero un niño… eso era nuevo.

. . .

—¿Qué hacemos con un niño? —había preguntado la Kaioshin del Tiempo a Trunks semanas atrás—. No está preparado para entrenar. Y este no es un lugar para criar.

—Entonces tendremos que convertirlo en uno —respondió Trunks.

. . .

Día tras día, Elías guiaba a Telémaco con paciencia por los corredores del Nido. Tenían una rutina sencilla: desayuno, un paseo corto, repaso de palabras nuevas, tiempo libre para jugar con formas flotantes o dibujar con polvo de luz.

Telémaco no hablaba mucho, pero decía más con sus actos.

Colocaba su bandeja vacía con orden. Regresaba la esfera luminosa a su sitio exacto. Se sentaba solo, pero cerca.

A veces miraba por el ventanal, donde los guerreros practicaban, con una mezcla de asombro… y distancia.

. . .

Un día, mientras pasaban por una sala secundaria, un dron de entrenamiento cayó bruscamente y soltó un zumbido agudo. Fue inofensivo, pero inesperado.

Telémaco se sobresaltó.

Soltó un grito seco, se tiró al suelo, y se cubrió la cabeza con los brazos. Su respiración se aceleró. Los ojos le brillaban de puro miedo.

Elías se arrodilló de inmediato.

—“Íse asfalís… íse asfalís.”
Estás a salvo. Estás a salvo.

Trunks, que observaba desde la puerta, no intervino. Solo bajó la mirada. Sabía que un guerrero con miedo no era débil… solo humano.

Telémaco tembló un rato más, hasta que se aferró al brazo de Elías como si fuera la única cuerda en medio de un abismo.

—No debería estar aquí —murmuró Elías, no a él, sino al aire.

—Pero está —dijo Trunks desde el fondo—. Y eso significa que este lugar tiene que aprender a ser algo más… por él.

. . .

Esa noche, mientras Elías registraba los progresos del día en su tableta, escuchó pasos pequeños detrás de él.

Telémaco.

No dijo nada.

Solo se acercó, abrió la mano… y le mostró una piedra pequeña, pulida, con vetas doradas. La depositó junto al cuaderno de Elías.Luego se sentó a su lado. No pidió permiso.Elías no dijo nada. Solo dejó el cuaderno a un lado.
Y ambos miraron el cielo rojo, en silencio. Como si en esa quietud, el tiempo también aprendiera a sanar.

. . .

Esa mañana, Elías entró a la habitación con una caja pequeña en las manos.

Telémaco estaba sentado sobre la cama, recogido, abrazando su túnica como cada día. Al verlo, el niño alzó la cabeza con curiosidad.

—Hoy saldremos. Pero antes… tengo algo para ti.

Se sentó a su lado, abrió la caja… y sacó un par de zapatos sencillos, oscuros, flexibles, hechos a medida. La suela era acolchada, pensada para pies que nunca habían usado nada.

—Los hicimos con ayuda de la Kaioshin —dijo Elías, mostrándole con suavidad—. Para que puedas caminar sin que te duela.

Telémaco los miró sin moverse al principio. Luego, lentamente, se quitó la manta, se incorporó y extendió un pie. Elías le puso el primer zapato, luego el segundo. El niño bajó la mirada y dio unos pasos torpes. Pero no se quejó. Solo se quedó muy quieto. Luego, con una media sonrisa muy leve, tocó la punta con la mano.

. . .

Cuando salieron por el portal hacia la Ciudad Toki Toki, el cielo era más claro, y la luz se sentía viva.

Telémaco entrecerró los ojos. No por miedo. Por asombro.

Había calles flotantes, plataformas redondas, patrulleros volando en línea recta, comerciantes ofreciendo esferas de energía, telas brillantes, frutas que no existían en la Tierra. Era un lugar ruidoso… pero no agresivo. Vibrante.

Los patrulleros que pasaban —la mayoría adultos jóvenes o mayores— lo notaron de inmediato.

Un niño.
Caminando junto a Elías. Con zapatos nuevos. Y los ojos llenos de algo imposible: niñez.

Muchos se detuvieron. Otros murmuraron. Los ancianos salieron de sus puestos de venta para verlo pasar. Algunos hasta dejaron caer sus mercancías.

—¡Es cierto! ¡Era verdad! ¡Hay un niño en el Nido!
—¡Míralo, por los cielos! ¡Es un bebé!
—¡Y lo han tenido allá encerrado!

En segundos, Telémaco y Elías estaban rodeados por voces, manos amables, miradas tiernas… y reproches severos.

Una mujer de cabello blanco y fuerza en la espalda tomó a Trunks del brazo cuando apareció volando.

—¿Tú sabías esto?

—Sí —dijo él, bajando la cabeza.

—¿Y lo mantuvieron allá dentro todo este tiempo?

—Estaba adaptándose…

Un anciano lo interrumpió:

—¡Es un niño, no un arma! ¡No se adapta encerrándolo! ¡Los niños necesitan mundo! ¡Voces, juegos, comida buena!

Otra mujer se acercó a Elías, señalando a Telémaco con preocupación.

—Está muy flaco. Si quieren que crezca sano, necesitan alimentarlo mejor. ¿Qué le están dando? ¿Barritas nutritivas? ¡Eso no es comida para un niño de su edad!

Telémaco, en medio de la multitud, no hablaba. Solo miraba alrededor con la boca entreabierta. Le ofrecieron frutas, juguetes, una bufanda tejida, incluso un pequeño cuaderno de dibujos.

Un hombre mayor se agachó y le dijo en voz suave:

—Kairos se encargará de ti, pequeño. Que sepas que hay familia en esta ciudad.

Y luego se volvió a Elías con firmeza:

—¿Quiere aprender a hablar? Enséñele el idioma del pueblo. No solo palabras flotantes. Enséñale a nombrar las cosas. Enséñale qué es un hogar.

—Y cultura —dijo otra anciana—. Canciones, comidas, historias. No lo encierren en una burbuja dorada con reglas divinas. Dale raíz, o este lugar lo tragará.

Trunks no dijo nada. Solo escuchaba. Y por primera vez desde que todo comenzó… aceptaba que se había equivocado.

Elías apretó la mano de Telémaco, que seguía sosteniendo la bufanda contra el pecho.

—Gracias —susurró el profesor a los presentes—. De verdad.

Telémaco se aferró a él sin palabras.

Y así, entre el bullicio y la calidez inesperada, el niño más solo del Nido del Tiempo empezó a pertenecer.

La multitud no se dispersaba. Al contrario, seguía creciendo.

Los ancianos hablaban todos a la vez. Algunos discutían entre ellos sobre qué tipo de sopa debía comer el niño. Otros ya debatían si debían dormir con música suave o con cuentos. Una mujer que había sido madre de cinco le entregó una manta gruesa, hecha a mano.

—Se la tejí a uno de mis nietos. Él ya no la necesita. Este pequeñín sí.

Una pareja mayor se abrazó mientras observaban al niño con ojos vidriosos.

—Hace años que no veía a alguien tan pequeño por aquí. Es como ver a nuestros hijos otra vez…

Mientras tanto, Trunks y Elías estaban atrapados en el centro del juicio social más poderoso del universo: el juicio de padres y abuelos experimentados.

—¿Y ustedes qué sabrán de criar a un niño? —les espetó un hombre fornido, con brazos de herrero y voz de trueno—. ¿Alguno fue padre? ¿Madre? ¡¿Tuvieron hermanos pequeños?! ¡¿Siquiera cuidaron un cachorro alguna vez?!

Trunks quiso responder, pero se detuvo.

—Bueno, yo… salvé el mundo varias veces.

—¡Y qué! —exclamó una tía de voz aguda—. ¡¿Eso lo hace buen papá?! ¡Este niño necesita más que héroes! ¡Necesita rutina, cariño, desayuno caliente y normas claras!

Otra mujer se acercó y, con dulzura, se agachó a la altura del niño.

—¿Y cómo te llamas, mi amor?

Elías respondió por él, con respeto:

—Se llama Telémaco.

—¿Telémaco? ¿Como en el poema?

—Sí. Y sí… habla.

Eso causó una pausa breve.

—¿Habla? —preguntó uno.

—¿Y qué dice?

—¿No lo hemos escuchado hablar en absoluto!

—¿Por qué no nos dijeron que hablaba?

Elías levantó las manos, intentando calmar la tormenta.

—¡Habla! Pero en un idioma antiguo. Es griego arcaico. No entiende bien el idioma común todavía.

Un silencio cayó.

Y luego: el caos.

—¿¡Ni siquiera le enseñaron a hablar nuestro idioma!?
—¿¡Qué clase de cuidado es ese!?
—¿¡Cómo va a integrarse si no puede decir “hola”!?
—¿¡Qué ha hecho todo este tiempo!?
—¿¡Dibujos?! ¿¡Flores!? ¿¡Meditación!? ¡Eso no es crianza!

—¡Oye! —dijo Elías con más firmeza de la habitual—. Entiende más o menos. Le enseño cada día. A su ritmo. No es una máquina que puedas reprogramar. ¡Es un niño!

La multitud se calló por un segundo.

El tono de Elías fue claro. Cansado, pero protector. Trunks, por su parte, asintió con expresión de culpa.

—Nos equivocamos —dijo Trunks—. No sabíamos qué hacer… pero ustedes sí. Y necesitamos su ayuda.

Los adultos mayores se miraron entre sí.

Una anciana bufó.

—Bueno, por lo menos saben pedir ayuda. Eso es más de lo que hacen la mayoría de los adultos.

—Así es —dijo el herrero con voz más suave—. Ya están a cargo. Pero ahora no están solos.

Y uno por uno, todos comenzaron a dejarle cosas a Telémaco: comida, libros infantiles, palabras escritas en su idioma y en el de ellos, objetos brillantes, ropa adecuada, cobijas, dulces, juguetes, cuentos… todo lo que un pueblo entero podría ofrecerle a un niño que por fin era parte de algo.

Telémaco no entendía todas las palabras. Pero los gestos… los entendía todos.

Y por primera vez, no solo caminaba a través de un nuevo mundo.

Pertenecía.