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¿Reencarne como el hijo bastardo de Harry Potter?

Summary:

No es que Rin tuviera una vida perfecta
Pero tampoco esperaba que terminara atropellada por un autobús.
Cuando volvió a tener conciencia, no fue en una cama de hospital
Fue en un útero. Flotando. Caliente. Extrañamente… feliz. Hasta que alguien la sacó de allí con violencia, la envolvió en una manta mágica y se escucharon las palabras que lo cambiaron todo:
> “Felicidades, señor Malfoy. Es un varón portador.”
¿Malfoy?
¿Draco Malfoy?
Fue entonces cuando Rin —ahora bebé, sin dientes y con un par de pulmones nuevos que lloraban sin permiso— entendió que había reencarnado en el mundo de Harry Potter. Peor aún.
No era cualquier niño mágico. Era el hijo bastardo de Draco Malfoy... y, aparentemente, de Harry Potter
Ahora, atrapada en un cuerpo de bebé con una mente adulta, rodeada de secretos familiares, magia política, pociones ilegales, un padre traumatizado, una madre demasiado funcional, Izar Abraxas Malfoy —antes Rin— tiene una nueva misión en la vida: "Un día, Harry Potter. Un día me verás. Y te haré arrepentirte de olvidarte de nosotros.
Le demostrare al mundo que un Malfoy es mejor que un Potter."

Notes:

Me encantan el tema de reencarnación y de isekais, no tengo fin con ellas. Esta historia se me ha venido mucho a la mente y debía escribirla.

Chapter 1: Capitulo 1

Chapter Text

El reloj marcaba las 11:47 pm La oficina estaba en silencio, salvo por el zumbido constante de computadoras aún encendidas y el ocasional tecleo de quienes intentaban acabar con los últimos pendientes del mes. Una mujer de unos veintisiete años yacía con la frente sobre el escritorio, el cabello negro y liso cubriéndole la mitad del rostro, desordenado por el estrés acumulado.

Rin suspir. Sentía que los huesos le crujían por dentro. Frente a ella, una hoja de cálculo interminable parecía burlarse de su cordura. La pantalla del ordenador proyectaba una luz azulada sobre su rostro cansado.

—Oye, Rin, ¡ánimo! Al fin terminamos el cierre del mes —le dijo su compañero Hiroshi, alzando los brazos en señal de victoria.

—Uuugh... —fue todo lo que Rin pudo responder, sin levantar la cabeza.

—Vamos a ir a tomar algo. ¿Vienes? —preguntó otra compañera desde el pasillo.

—No... ustedes vayan. Necesito descansar. —Rin se incorporó lentamente, como si cada músculo de su cuerpo protestara.

Sus compañeros se encogieron de hombros y se marcharon, hablando animadamente mientras se alejaban.

Rin, en cambio, empezó a guardar sus cosas con movimientos automáticos. Guardó su computadora portátil, limpió su escritorio con un pañuelo húmedo y apagó la luz del pequeño cubículo. El pasillo de la empresa estaba vacío, resonaban solo sus pasos solitarios sobre el linóleo encerrado.

Llegó a los lockers, se colocó la mochila al hombro, y con un suspiro melancólico, se puso los audífonos. El silencio dio paso a una lista de reproducción de J-pop relajante. Tomó su gafete, lo acercó al lector de salida y el portón giratorio le permitió el paso.

Ya en la calle, el mundo parecía más tranquilo. Las luces de la ciudad parpadeaban con un brillo melancólico, los autos pasaban de vez en cuando y la brisa nocturna revolvía su cabello. Rin miró su celular. Una notificación le informaba que esa noche se estrenaría el nuevo episodio de su serie favorita: "Renacer de las Estrellas".

—Solo quiero llegar a casa, tomar una ducha caliente y ver ese episodio... —murmuró para sí.

Al llegar a una intersección, el semáforo cambió a verde. Rin cruzó sin preocuparse, enfrascada en su música y en su teléfono.

No escuches el claxon. No vio las luces acercándose a gran velocidad. Solo hubo un impacto, un dolor agudo y... luego nada.

El tiempo dejó de existir.

Rin flotaba en un espacio sin arriba ni abajo, sin sonido ni forma. Estaba allí, simplemente siendo, sin comprender.

Una voz, profunda y etérea, resonó en el vacío:

—Así que... ¿es esto?

“¿Eh?” pensó Rin. “¿Quién habla? ¿Dónde estoy?”

Pero no obtuve respuesta. Solo un calor creciente que empezó a envolverla, como si alguien la abrazara. Como si la envolviera un manto suave, caliente, seguro. No sabía por qué, pero se sintió tranquila. Acogida.

Una melodía comenzó a sonar, apenas un susurro, como una canción de cuna. Rin se sintió arrullada. Su conciencia se fue desdibujando...

Frío.

Un estremecimiento.

¡Demasiado frío!

El calor del capullo desapareció y el aire nuevo golpeó sus sentidos. Instintivamente, Rin empezó a llorar. Un llanto desesperado, reclamando por el calor que le habían quitado.

Sintió que la sostenían, que la mecían con suavidad.

—Está bien... Tranquilo, pequeño —dijo una voz femenina, cálida y profesional.

—Felicidades, señor Malfoy. Es un varón portador —anunció otra voz, con tono ceremonioso.

“¿Señor... Malfoy?” Pensó Rin, aún aturdida.

Abrió los ojos lentamente.

Un rostro borroso se fue enfocando. Era un hombre de piel pálida, de cabellos largos, blancos como la luna, y ojos gris acero. Parecía exhausto, con la frente perlada de sudor, pero... también emocionado, incrédulo.

—Es hermoso... —susurró él, con una mezcla de asombro y vulnerabilidad.

"Espera... ¿ese es... DRACO MALFOY? ¿El Draco Malfoy de Harry Potter?" pensó Rin.

Miró hacia abajo. ¡¿Sus manos eran diminutas?! ¡¿Tenía dedos de bebé?! No... no podía ser...

"¿Varón portador? ¿Qué significa eso? ¿Yo soy... su bebé?!"

Una enfermera colocó una manta mágica sobre su cuerpecito tembloroso y Draco la sostuvo con delicadeza. La miraba como si fuera un milagro.

—Bienvenido, pequeño —susurró él, con la voz quebrada.

Rin empezó a llorar otra vez, más fuerte que nunca.

"¡Hoy iban a sacar el nuevo capítulo de Renacer de las Estrellas! ¡No puede ser! ¡Reencarné en el mundo mágico y ni siquiera me dejaron terminar mi serie favorita!"

Sus sollozos desconsolados se preocuparon a las parteras. Draco, confundido y torpe, la abrazó con más fuerza.

—Shh... shh... estoy aquí. Estás a salvo... —le dijo, y por primera vez, Rin sintió algo cálido en ese mundo nuevo.

“Tal vez... no es tan terrible”.

Aunque una cosa estaba clara:

Había renacido como el hijo de Draco Malfoy.

La habitación del hospital mágico de San Mungo era cálida, perfumada con esencias relajantes y silenciosas, salvo por los suaves murmullos de las parteras y los suaves latidos del nuevo corazón que acababa de llegar al mundo. El bebé, aún acunado en los brazos de Draco Malfoy, comenzaba a tranquilizarse. Su llanto se volvió a un suave gimoteo, mientras su pequeño pecho subía y bajaba al compás de su respiración.

Entonces, la puerta se abrió.

—¡Draco! —exclamó una voz femenina, elegante y serena.

Era Narcisa Malfoy.

Entró con la elegancia propia de una bruja noble, su largo abrigo de lana negra ondeando tras ella, y su cabello rubio platinado recogido en un moño perfectamente formado. Pero cuando sus ojos grises se posaron en el bebé, su expresión altiva se desmoronó, reemplazada por una ternura inusitada.

Se acercó sin vacilar, y Draco le entregó al niño con la suavidad de alguien que confiaba en esas manos más que en las suyas propias.

Narcisa lo sostuvo como si fuera una pluma, con una delicadeza casi reverencial.

—Oh, Draco... es hermoso.

Rin, aún algo desorientada, parpadeó. Las luces del hospital eran tenues, pero la figura de Narcisa Malfoy parecía brillante. Era una mujer elegante, con una puerta regio, pero sus ojos mostraban una calidez que Rin no había esperado.

“Wow… es hermosa”, pensó. “¿Cómo se cuida el cabello? ¿Qué champú usan las brujas nobles?”

Narcisa sonriendo al ver los ojos grandes del bebé observándola fijamente.

—¿Ya tiene nombre? —preguntó, sus dedos rozando la manita diminuta de Izar.

Draco, aún de pie junto a la cama, acercándose con una sonrisa extraña, entre agotamiento, miedo y orgullo.

—Izar Abraxas Malfoy.

Narcisa suspiró emocionada.

—Un nombre poderoso… como las estrellas. Abraxas, en honor a tu abuelo. Y Izar… estrella en euskera, ¿verdad?

Draco asintió otra vez, esta vez con más serenidad. Parecía estar conteniéndose emocionalmente.

Narcisa rió suavemente, y rozó con un dedo la barriguita del bebé.

—Eres tan lindo —le dijo con voz dulce, haciéndole cosquillas—. ¡Sí que lo eres!

Izar comenzó a balbucear.

—Aaah buh guu… —fue lo que salió de su boquita, pero en su mente pensó con total claridad:

"Oye…eres muy bonita. ¿Cómo te cuidas el cabello? ¿Usas acondicionador mágico?"

Narcisa soltó una risita encantada.

—Ya quiere hablar, este pequeñito. Qué listillo eres, Izar.

Draco, en cambio, volvió a su tono más serio.

—Ya tienes todo listo, madre?

El cambio de tono fue inmediato. Narcisa se acercó con elegancia, pero sus ojos se volvieron más fríos, calculadoras.

-Si. Nadie sabe que tú… —miró brevemente a Izar— …que tú diste a luz. Todos pensarán que fue Astoria quien lo hizo. Está todo arreglado. Los documentos, los registros. Incluso las partes están bajo contrato mágico.

¡¿Qué?! Pensó Izar, sus pensamientos gritando por dentro. ¿Una farsa? ¿Astoria? ¿Fingir el embarazo?

Draco asiente con rigidez.

—Bien. Una cosa menos de qué preocuparnos.

—¿Dónde está Astoria ahora? —preguntó él.

—Vendrá en breve —respondió Narcisa—. Ya hay una lista para ingresar a la sala contigua. Fingirá el parto con ayuda de las enfermeras. Cuando terminen contigo aquí, la llevaremos allá para que “nazca” Izar frente a los familiares de los Greengrass.

Izar abrió los ojos como platos, aunque su cuerpo diminuto apenas lo permitía.

¿¡QUÉ!? ¡Están actuando todo esto! ¡Un parto falso! ¡Estoy en medio de un teatro mágico!

Draco volvió a sentarse en el borde de la cama. La fatiga volvió a notarse en sus hombros.

—Ya casi estoy recuperado para fingir ser el esposo preocupado… —murmuró, más para sí que para su madre.

Izar, sin poder creer lo que oía, volvió a mirar a Narcisa. Ella lo observaba con ojos llenos de ternura, pero ahora con un matiz de tristeza.

—Tienes sus ojos —dijo suavemente—. Son tan verdes como los de él…

Draco bajó la mirada. Su mandíbula se tensó.

— ¿Estás seguro de esto, cariño? —preguntó Narcisa con cautela—. Aún podrías decirle…

Draco bufó, con los ojos llenos de frustración contenida.

—Decirle qué, madre? ¿Que me acosté con el Salvador del Mundo Mágico y quedé embarazado? ¿Oye, Draco Malfoy? ¿Ex mortífago, criado con prejuicios de sangre? No. No lo sabré. Nadie lo sabrá.

Izar dejó de respirar por un momento.

¿¡QUÉ!? ¿¡Harry Potter es mi padre!?

Draco se incorporó, enfurecido.

—Fue lo mejor casarme con Astoria apenas pasó. Ella... ella es una buena amiga, una aliada leal. Su familia nos ayudó. Nos cubrió. La única condición fue convertirla en Lady Malfoy. Un precio justo para salvar nuestro honor y mantener esto oculto.

—Pero… ¿y si él se entera algún día?

—No lo haré. Nadie lo hará.

Y fue en ese momento que Izar comenzó a llorar. Pero no por hambre. Ni frío. Ni sueño.

Lloraba por la verdad que acababa de escuchar.

Un secreto tan grande que ni su cuerpecito podía contenerlo.

Draco se sobresaltó.

—¿Qué le pasa?

Narcisa enseguida lo meció con ternura.

—Ya, ya, pequeño. Estás una salva. No pasa nada… —dijo, acunándolo contra su pecho—. Shh...

Pero Izar solo podía pensar una cosa:

Soy el hijo de Harry Potter. Y nadie debe saberlo. Ni siquiera él.


La habitación olía a flores mágicas recién conjuradas. Una bruma ligera flotaba en el aire, silenciosa, perfumada. Izar siguió acunado en los brazos cálidos de Narcisa Malfoy, mecido suavemente, mientras las agujas del reloj avanzaban implacables hacia el momento que cambiaría su destino para siempre.

A unos pasos, una de las puertas laterales se abrió y Draco salió de ella, esta vez vestido con una túnica de gala color negro con bordes plateados, el emblema de los Malfoy bordado en hilo de oro sobre el pecho. Se sostenía del brazo de una enfermera, aún un poco débil por el parto.

—Bueno… es hora —dijo Draco en voz baja, con una determinación que ocultaba su agotación.

Narcisa se giró hacia las enfermeras.

—Tomen a Izar con cuidado. Llévenlo al cuarto secundario. Ya sabes el procedimiento.

Izar sintió cómo lo apartaban del regazo cálido de Narcisa. Al principio protestó, agitando sus manitas como si pudiera cambiar su destino. Pero pronto fue envuelto en una manta suave y llevado por dos brujas uniformadas a través de un corredor silencioso. Al final del pasillo, se abrió una puerta gemela a la de su sala original.

Dentro, todo era igual… salvo por las personas que esperaban.

Astoria Greengrass estaba acostada en una cama idéntica, fingiendo fatiga, con las mejillas ligeramente ruborizadas por un encantamiento. Junto a ella estaban sus padres: Lord y Lady Greengrass, nobles de sangre pura de gran renombre. Y Draco, ya vestido, los esperaba a su lado, luciendo como el esposo preocupado que debía ser.

Izar fue entregado a Astoria con la solemnidad de una ceremonia. Ella lo tomó con brazos seguros, aunque un brillo burlón asomaba en su sonrisa.

Al ver bien su rostro, Izar quedó momentáneamente fascinado. Cabello dorado, ojos azul zafiro, piel pálida y rasgos elegantes. No era difícil entender por qué incluso dentro de una mentira, Astoria podía interpretar el papel de madre con tanta naturalidad.

“Es muy bonita… parece una reina…”, pensó Izar, embelesado.

—Recuerda, señor Malfoy —dijo Lord Greengrass con voz grave—: Necesitamos un heredero de sangre, unión entre nuestras casas. El apellido Greengrass no se puede extinguir.

Draco inclinó levemente la cabeza, solemne.

—Claro, señor. Cumpliré con mi deber.

Astoria chasqueó la lengua con fastidio.

—Papá, por favor, déjanos solos. Acabo de 'dar a luz', y tú aquí negociando linajes...

—Vamos, querido —intervino Lady Greengrass, tomando a su esposo del brazo—. Daphne nos espera afuera.

Cuando la puerta se cerró tras ellos, el ambiente cambió. Astoria dejó caer la cabeza contra las almohadas y soltó un suspiro dramático.

—Siéntate, Draco. Aún debes de estar un poco débil después de parir —dijo con preocupación.

Draco obedeció, sentándose a su lado en el borde de la cama. Ambos miraron al pequeño Izar.

Astoria lo alzó con más cuidado, y una sonrisa sincera se dibujó en su rostro.

—Es bastante lindo —admitió, acariciando una mejilla del bebé—. Tiene sus ojos... y por lo que veo, su cabello será rizado, como los de el. Mira esos mechoncitos plateados.

Izar pateó suavemente al sentirse observado, aún demasiado abrumado por la situación.

—Es una pena que su padre biológico sea un imbécil total —dijo Astoria de pronto, su voz endureciéndose.

Draco se tensó.

—Astoria...

—¡No, lo diré! —interrumpió ella—. ¿¡Quién se acuesta contigo un día antes de casarse con la Weasley!?

Izar, en shock, casi se atrae con su propia saliva imaginaria.

"¡¿QUÉ!? ¡¿Harry Potter engañó a Ginny con papá?! ¡Realmente es un imbécil!"

—No lo justifica —dijo Draco, bajando la mirada—. Pero... estábamos muy borrachos.

"¡Eso no lo excusa! ¡Papá, date cuenta!", pensó Izar, molesto.

—Y luego se casó con ella como si nada. Te ignoró durante meses después de acostarse contigo… y cuando apenas tenías cuatro meses de embarazo, ¡anunció el embarazo de Ginny! —escupió Astoria con odio evidente.

Draco cerró los ojos. Dolia, todavía.

Izar, al escuchar esa revelación, sintió que le hervía la sangre. "¡Qué sinvergüenza! ¡Qué asco! ¡No te preocupes, papá… lo castraré por ti!"

Pero lo único que salió de su boca fue un sonoro:

—¡Gaaaah-buuuh!

Astoria soltó una risa.

—¿Te encanta, Draco? Estás de acuerdo conmigo. Miralo que lindo.

—Así es… —balbuceó Izar con esfuerzo, intentando asentir.

Draco solo suspir, como si su alma estuviera exhalando años de tensión.

—Esto… esto nunca saldrá a la luz, ¿verdad?

—No te preocupes —dijo Astoria, acomodando a Izar contra su pecho—. Mi familia entera firmó el contrato de confidencialidad. Incluso Dafne. Todo está bajo control.

—Solo debemos producir un heredero para tu padre —murmuró Draco, sin entusiasmo.

—Lo sé —respondió Astoria con resignación—. Dafne sería perfecta, si no fuera porque a mi padre le parece inadmisible que una mujer lidere el apellido Greengrass.

—Es una estupidez —dijo Draco con voz cansada—. Es más capaz que todos nosotros.

—Y pensar que tu padre te hizo ocultar que eras un portador... —agregó Astoria, volviéndose hacia él.

Draco bajó la cabeza. Por primera vez en mucho tiempo, se le veía verdaderamente vulnerable.

—Sí… no soportaba que su heredero tuviera una “condición tan vergonzosa”. Decía que no era “digno de un Malfoy”.

—Me alegre que lo encerraran en Azkaban —soltó Astoria, sin rodeos.

Draco la miró, sorprendido. Una sonrisa apareció en sus labios por primera vez en horas.

—Astoria…

—¿Qué? Es verdad. Era un imbécil.

Draco negó con la cabeza, divertido.

—Izar… también es un portador. Como yo.

Astoria dejó una ceja.

—¿Lo sabes con certeza?

—Lo sentí —dijo Draco, tocando suavemente el pecho del bebé—. Su magia se manifestó cuando lloró. Lo mismo me pasó a mí cuando nací.

Hubo un silencio, hasta que Draco habló otra vez, con una voz más firme.

—Esta vez... será diferente. No permitiré que mi hijo crezca avergonzado de lo que es. No ocultaré quién es, ni lo que es, solo por “mantener la imagen familiar”.

Izar, conmovido, alzó sus pequeñas manos hacia su padre. Era un gesto instintivo… pero cargado de emoción. No sabía cómo, pero sus manitas parecían decir: Papá… estoy contigo.

Draco lo miró. Sus ojos grises se suavizaron.

—¿Quieres que te cargue…?

Lo tomó con ambos brazos y lo alzó con delicadeza, envolviéndolo en un abrazo protector.

—Te prometo que no te avergonzarás de ser quien eres. No contigo. No mientras respiras.

Izar se acurrucó contra su pecho. Por un momento, el mundo exterior desapareció.

Después de todo el teatro en San Mungo, y tras la última visita de los Greengrass para felicitar a la “nueva madre”, Izar había acabado acurucado entre mantas suaves, bebiendo de un biberón encantado que mantenía la leche a temperatura ideal.

La sostenía Astoria, con Draco sentado a su lado, ambos observándolo con una ternura que incluso a Izar —que en su vida anterior odiaba la cursilería— comenzaba a parecerle reconfortante.

La leche sabía a vainilla, dulce y cremosa, como si un elfo doméstico la hubiera preparado con magia especial. "Esto... es una bendición", pensó, dejándose llevar por el sabor.

Después de vaciar el biberón, Astoria lo levantó con práctica gracia para hacerlo eructar.

—Vamos, campeón, fuera con ese aire —le dijo con una sonrisa.

Paaap.

Un sonido eructo salió de su pequeña boca. Astoria y Draco rieron suavemente.

Mientras lo apoyaban sobre su hombro, el mundo empezaba a desdibujarse. Su vista se nubló, el calor del cuerpo de Astoria y el aroma a jazmín de su túnica lo envolvieron.

Y así, Izar se durmió otra vez, con la suave voz de Draco leyéndole algo en voz baja... quizás un cuento de hadas antiguo.

Cuando volvió a abrir los ojos, ya no estaba en el hospital.

Estaba en otro mundo.

Un techo alto y blanco, finamente decorado con molduras en forma de dragones estilizados, flotaba sobre él. El yeso tenía detalles plateados, y unos pequeños escudos de la familia Malfoy estaban grabados en cada esquina.

"¡La Mansión Malfoy!" pensó, asombrado. "¡Estoy en la legendaria mansión! ¡Esto es más elegante que cualquier museo que haya visto!"

Alguien lo sostenía en brazos, y aunque no podía girar bien la cabeza, reconocía el aroma y la voz de Draco, suave, susurrante.

—Ya estás en casa, Izar… nuestro hogar.

Fue llevado por un pasillo ancho y alfombrado. Los muros estaban adornados con tapices que se movían levemente, como si respiraran. A lo lejos, un cuadro de un antepasado Malfoy los observaba con ojos orgullosos, pero Izar no le prestó atención. Todo lo que podía pensar era…

"¿¡Vivo en una maldita mansión victoriana mágica!?"

Entraron en una habitación donde predominaban los tonos azul medianoche y plata pálida. Una luna encantada flotaba en el techo, y las estrellas brillaban suavemente alrededor. En una esquina, una cuna de madera blanca con bordes tallados esperados, adornada con runas protectoras.

Draco lo depositó con cuidado, cubriéndolo con una manta encantada que se ajustaba al calor corporal.

—Duerme bien, estrellita —le susurró.

Izar, exhausto otra vez, se dejó llevar por el arrullo mágico de la habitación.

Un molesto malestar lo sacó del mundo de los sueños. Se removió incómodo, pataleando. Su cuerpo sintió calor en una zona nada agradable.

"¡Ugh! ¡De nuevo con el pañal mojado! ¡Esto es humillante!" Pensé, con rabia.

No pudo evitarlo: soltó un llanto agudo que resonó por toda la habitación.

Pasaron unos segundos antes de que la puerta se abriera y Astoria entrara, peinada con elegancia y aún en ropa de descanso. Sonrió, como si esperara que eso pasara.

—Ya, ya, cariño. Ya te cambio —dijo con voz melosa.

Con movimientos expertos, lo levantó, lo llevó a una mesa especial con encantamientos de higiene, y comenzó a cambiarlo mientras le hablaba.

—No pongas esa carita, Izar. A todos nos pasa. Hasta a los ministros de magia les cambiaron pañales alguna vez.

Izar desvió la mirada, sintiéndose derrotado por la realidad corporal.

—Y listo —dijo Astoria, terminando con una sonrisa—. Fresco y limpio.

Lo volvió a dejar en la cuna y le acarició la cabeza con dulzura.

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El sol entraba por las ventanas altas del comedor principal. Las cortinas flotaban como si respiraran mágicamente. Izar, aún en su versión miniatura, estaba sentado en una silla para bebé plateada con suaves cojines, decorada con serpientes grabadas (porque claro, todo tenía que tener serpientes en esta casa).

Draco lo sostenía con una mano por la espalda, y delante de él, Astoria agitaba una cucharita mágica que traía consigo una papila anaranjada brillante.

—Vamos, Izar, zanahoria fresca del invernadero Greengrass. Nutritiva y deliciosa —dijo Astoria, como si estuviera presentando una poción rara.

Izar observar la cuchara acercarse.

"Bueno... peor que el hospital no puede ser."

Abró la boca obedientemente y dejó que la papila entrara.

"...¡Esto está riquísimo!"

Astoria sonrió satisfecha.

—Eres muy obediente. Me gustas.

Draco, sentado junto a ella, lo observaba con una mezcla de serenidad y cautela. Cada día parecía esforzarse en dejar atrás los temores del pasado.

Después de unas cuantas cucharadas más, el sueño volvió a golpear a Izar como una maldición imperdonable.

Se dejó caer contra el respaldo acolchonado. Poco a poco, sus ojos se cerraron...
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Unas horas después, el ya familiar malestar en el pañal regresó. Y con él, un nuevo llanto.

"¡Esto es tan frustrante! ¡No tener control! ¡No poder hablar! ¡Ni cambiarme yo mismo! ¡SER UN BEBÉ ES UN INFIERNO!"

El llanto subió de tono.

Astoria volvió a entrar, esta vez acompañada de un elfo doméstico que traía ropitas limpias y una nueva poción para evitar sarpullidos.

—Ya, ya, otra vez —dijo con un suspiro, sonriendo sin perder la paciencia—. No te preocupes, pequeña reina del drama. Esta fase pasará.

Izar solo gritó más fuerte.

En lo más profundo de su mente, mientras era limpiado por segunda vez ese día, una verdad se repetía:

“Tener dos padres nobles, una mansión mágica, comida de lujo y ropa encantada... no quita que ser un bebé con alma adulta sea absolutamente frustrante”.

A la luz suave de una tarde encantada, el salón principal de la Mansión Malfoy brillaba con un tono dorado. Las cortinas flotaban suavemente por una corriente mágica que refrescaba el aire. En una de las esquinas, sobre una alfombra mullida encantada para amortiguar cualquier caída, se encontró un corralito azul plateado con relieves de runas antiguas y suaves protectores de seda.

Allí dentro estaba Izar Abraxas Malfoy, de cuatro meses, sentado por sí mismo con la seguridad de un rey pequeño. Su espalda ya no caía como gelatina, su cuello se mantenía firme y su cabecita podía girar con soberano juicio. ¡Un progreso digno de celebración!

Frente a él, algunos juguetes encantados revoloteaban: una serpiente de trapo que siseaba en broma, un hipogrifito de peluche que batía sus alas al ritmo de su risa, y un espejo que le devolvía su imagen distorsionada con filtros mágicos.

Pero Izar no estaba para juegos.

Estaba en misión.

A un par de metros —una distancia equivalente a una epopeya para sus pequeñas extremidades— reposaba su objeto de deseo: un cojín redondo de terciopelo que había caído de uno de los sillones y que, por razones desconocidas, debía ser conquistado.

—Es ahora o nunca —pensó Izar, su expresión seria como la de un general en guerra.

En el sillón contiguo, su padre Draco Malfoy revisaba unos pergaminos y documentos con aire absorto, estaba sentado elegantemente, la túnica ligeramente desordenada. Un par de informes del Ministerio, quizás, o contratos de propiedad familiar.

La habitación estaba en paz.

Demasiada paz.

Izar colocó ambas manos sobre la suave alfombra del corralito. Luego, con un leve “¡mmmph!”, impulsó sus rodillas bajo su cuerpo. Su trasero se alzó tímidamente. La física, sin embargo, no estaba de su lado.

Se deslizó hacia atrás.

—¡Ggg… no! —pensó con desesperación, mientras su barriga volvía a pegarse contra la tela acolchada.

Respir hondo y volvi a intentarlo. Esta vez trató de imitar la técnica que había visto en un documental de National Geographic en su vida pasada (de bebés muggles, por supuesto). Pero en vez de avanzar, su pequeño cuerpo se balanceó hacia un lado, y cayó como un saco de polvos mágicos.

¡PLAF!

La serpiente de trapo se enfrió al ser aplastada.

Izar resopló. Ya su frente sudaba, su ceño fruncido con la intensidad de quien quería descifrar los misterios del universo.

—¡Vamos, maldita mar! ¡Tengo alma adulta, cerebro completo, recuerdos de una vida anterior! ¡Puedo hacerlo! —pensó, lleno de orgullo y desesperación.

Levantó una rodilla. Luego otra.

¡Casi!

Y luego…

¡TUM!

Rodó sobre sí mismo y se quedó con la cara contra el colchón del corralito, el trasero en el aire y las piernas agitándose como ranas atrapadas en gelatina.

Fue demasiado.

El llanto vino sin aviso.

Un llanto frustrado, intenso, el tipo de berrinche que viene no del hambre ni del sueño, sino de una rabia genuina, de un fracaso tan profundo que la única solución era llorar hasta que el universo tomara nota de su tragedia.

Draco alzó la vista de inmediato.

—¿Izar? —preguntó, girándose.

Vio al bebé pataleando, con el rostro arrugado, emitiendo un sonido digno de un Lamento de Banshee Pequeño. En menos de un segundo, se levantó, dejó los pergaminos sobre la mesa y se acercó.

— ¿Qué pasó, pequeño meteorito? ¿Te peleaste con el almohadón?

Draco lo alzó con ambas manos y lo apoyó contra su pecho, meciéndolo con habilidad adquirida con la práctica diaria. Mientras lo balanceaba suavemente, caminando de un lado a otro del salón, inspeccionaba su cuerpecito por si había algún golpe, pero no… estaba ileso. Solo muy, muy molesto.

—Frustración, ¿eh? Créeme, yo también me siento así cada vez que recibo cartas del Ministro de Magia —murmuró con voz suave.

Izar se aferró a su túnica, su pequeño puñito sujetando una arruga de tela como si se aferrara a la misma vida.

—No te preocupes. Todos los Malfoy aprendemos a gatear con estilo… eventualmente —bromeó Draco, apoyando la mejilla del bebé contra su hombro.

Después de unos minutos, el llanto se convirtió en gemiditos suaves, y luego en suspiros cargados de resignación.

Draco se sentó otra vez, con Izar ahora durmiendo contra su pecho.

—Tu abuelo diría que esto es indigno. Tu abuela te regalaría una escoba para bebés a esta edad… pero tú, pequeño, no tienes prisa. Eres diferente. Eres mío.

Acarició con los dedos los rizos plateados que empezaban a crecer.

—Y yo estaré aquí para cuando decidas conquistar el mundo… o al menos el cojín del salón.

Izar, ya medio dormido, pensó con su último hilo de conciencia:

"Te juro que mañana ese cojín es mío."

Y así, entre documentos oficiales, juguetes flotantes y la noble tarea de aprender a gatear, el joven Izar Malfoy pasó su tarde. Rodeado de riqueza, cargado de secretos, frustrado por su cuerpecito… y amado sin medida.
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El sol de la mañana entraba suavemente a través de los ventanales del salón de invierno de la Mansión Malfoy, filtrado por las cortinas encantadas que bloqueaban la luz más intensa. Era una mañana tranquila. La casa entera parecía respirar calma.

 

En medio del suelo alfombrado y protegido con un hechizo de seguridad de la señorita Greengrass, descansaba el corralito de Izar, siempre impecable, con sus juguetes ordenados por un elfo doméstico invisible y su espejo encantado brillando con destellos de colores.

 

En el borde derecho de la sala, Astoria Greengrass de Malfoy, sentada en un diván tapizado en terciopelo azul, tejía con paciencia y elegancia una manta con hilo mágico que flotaba entre sus dedos. Las hebras resplandecían con suaves luces mientras tomaban forma bajo la varita que ella manejaba con destreza.

 

—Y este patrón debería protegerlo contra resfriados y pesadillas... —murmuró para sí, mirando con aprobación el bordado que tomaba forma: una serpiente y una estrella, entrelazadas.

 

Cada tanto, sus ojos se alzaban hacia el corralito, asegurándose de que Izar estuviera bien. Estaba acostumbrada a sus risitas, a sus balbuceos dramáticos, a sus momentos de queja y súbitas siestas. Pero esa mañana, Izar estaba demasiado callado.

 

—¿Izar? —preguntó sin dejar de tejer.

 

En el centro del corralito, Izar estaba inmóvil.

 

Sus ojos verdes estaban fijos, brillando con intensidad. Sus manos abiertas, apoyadas sobre la alfombra. Sus rodillas dobladas. Su trasero elevado.

 

Era el momento.

 

“Esta vez sí.” pensó con decisión. “Lo he ensayado mentalmente. Calculé el ángulo. Respiración medida. Concentración absoluta. Si Einstein pudiera verme ahora…”

 

Con una fuerza interna que solo los bebés desesperados por dejar de ser inútiles conocen, Izar empujó su cuerpo hacia adelante. El primer intento fue tembloroso, como si el universo todavía dudara. Pero entonces, milagrosamente, avanzó un centímetro. Luego otro. Luego dos más.

 

Sus manitas chocaban suavemente contra la tela encantada del suelo mientras sus piernas se movían con coordinación rudimentaria, pero suficiente.

 

¡Estaba gateando!

 

—¡Merlín bendito! —exclamó Astoria, soltando la manta mágica que flotó en el aire—. ¡Está gateando! ¡Draco! ¡DRACO, VEN AQUÍ!

 

Izar siguió moviéndose, con una sonrisa boba de victoria en su cara regordeta. El cojín olvidado de días anteriores aún yacía a unos pasos mágicos de distancia. Ahora no era solo un objeto: era un trofeo.

 

Astoria se acercó al borde del corral, los ojos brillando como si acabara de presenciar una señal divina.

 

—¡Eres un genio, Izar! ¡Un Malfoy y un Greengrass, por supuesto que eres brillante! —dijo, batiendo las manos como si animara a un mini atleta.

 

Izar respondió con un “¡Gaaaaah!” glorioso, que en su cabeza significaba:

"¡Lo logré, madre! ¡He conquistado la gravedad y la torpeza del cuerpo infantil!"

 

En ese momento, se escuchó una puerta abrirse más abajo. Draco salía de su estudio de pociones, donde llevaba horas experimentando con esencias de acónito y filtrando elixir para mejorar las defensas mágicas.

 

—¿Qué pasó? ¿Astoria? ¿Está todo bien? —preguntó, algo alarmado, con el cabello recogido en un moño desordenado y olor a ingredientes flotando a su alrededor.

 

Astoria fue hacia él y, sin responder, lo tomó de la túnica con urgencia elegante.

 

—No digas nada. Solo ven. ¡TIENES que verlo!

 

Lo arrastró hasta el salón, donde Izar, ahora jadeando como un pequeño león en miniatura, estaba en posición nuevamente. Su expresión era seria, profesional incluso.

 

Draco se quedó de pie, expectante.

 

—¿Quieres que lo repita? —dijo Astoria, en voz baja, como si se tratara de un acto de magia rara.

 

—¿Izar...? —susurró Draco, agachándose al borde del corralito—. ¿Puedes hacerlo de nuevo? ¿Por papá?

 

Izar levantó la mirada. Vio esos ojos grises que, a pesar de la fama y la frialdad pasada de su dueño, se derretían cuando lo miraban a él.

 

Y en ese momento, no solo por gloria ni por orgullo, sino por puro amor infantil…

 

Gateó.

 

Gateó hacia su padre, torpemente, con los brazos estirados, las piernitas agitándose con esfuerzo, la lengua fuera por concentración. Cada paso era un pequeño terremoto interno. Y aunque sus movimientos eran irregulares, el mensaje estaba claro.

 

"¡Mírame, papá! ¡Estoy creciendo!"

 

Draco rió con asombro. No podía creerlo.

 

—¡Por Salazar! ¡Astoria, está gateando de verdad!

 

—¡Lo sé! ¡Te lo dije! —respondió ella, llevándose una mano al pecho, emocionada.

 

Cuando Izar llegó al borde del corralito, Draco lo tomó en brazos con cuidado y lo alzó hasta su pecho, abrazándolo con una ternura que solo los que han sobrevivido a la guerra y encontrado una segunda oportunidad pueden ofrecer.

 

—Estoy tan orgulloso de ti… —murmuró Draco, con los ojos llenos de una felicidad pura—. Eres increíble.

 

Izar apoyó su cabeza en el hombro de su padre, exhausto pero satisfecho. Su pequeña sonrisa se mantenía, mientras en su mente solo pensaba:

 

“He conquistado el suelo. Lo próximo… ¡la levitación!”

---------

Con apenas seis meses de vida en su nuevo cuerpo, había llegado a varias conclusiones importantes.

Mientras masticaba con dificultad una galletita mágica en forma de Snitch —una que se deshacía con solo tocar su lengua—, reflexionaba con la intensidad de un filósofo atrapado en pañales.

1. Draco Malfoy era bisexual.

Al principio, Izar pensó que su papá era exclusivamente gay. No era una deducción profunda, simplemente lo pensó al ver cómo miraba a sus amigos hombres del Ministerio, cómo reaccionaba ante el Capitán de los Aurores en el desayuno (“¿Por qué esa camisa tan ajustada? Innecesario…”) o cómo se arreglaba el cabello incluso cuando sólo iba a recibir pociones en la puerta.

Pero no. Draco Malfoy era bisexual.
¿Cómo lo supo?

“No quiero hablar de eso”.
Fue un accidente mágico. Una puerta abierta. Una conversación entre Draco y Astoria que no debía oír. Una mención de una tal Eliza... y de un error en la boda de un diplomático francés... y después, muchas lágrimas internas de parte de Izar.

2. Su madre Astoria era oficialmente su mejor amiga.
No eran una pareja enamorada. No había cenas románticas ni gestos melosos. Pero había algo más fuerte: una complicidad brutal y afecto genuino. Ella le peinaba el cabello con ternura, lo protegía de los Greengrass más anticuados y lo llamaba “mi pequeño escándalo elegante”.

3. Draco Malfoy era básicamente el Batman del mundo mágico.

Cuando no estaba jugando con él en la sala de lectura o bañándolo con agua encantada a temperatura perfecta, Draco trabajaba. Y no poco.

En su laboratorio de pociones, recibía pergaminos, botellas, ingredientes y hasta visitas de aurores directamente del Ministerio.

Todo el mundo parecía necesitar una poción de él:

Calmantes mágicos.

Antídotos de maldiciones oscuras.

Sueros para identificar mentiras.

E incluso, según escuchó una vez a Astoria murmurar, una fórmula experimental para "aguantar una reunión con el Ministro sin asesinar a nadie".


"Papá Malfoy es un ícono.", pensó Izar mientras tragaba su galletita con aire solemne.

4. Astoria era una buena persona. Realmente bueno.

En un mundo donde los nombres de familia pesaban más que las decisiones morales, Astoria era una anomalía.

Defendía a los elfos domésticos.

Leía novelas románticas muggles bajo su almohada (una vez se le cayó Orgullo y Prejuicio al piso, y Draco preguntó: “¿Quién es el señor Darcy y por qué estás suspirando con esa intensidad?”).

No juzgaba a Draco por su pasado.

Y amaba a Izar como si fuera suyo.


Lo era. De su manera.

Y eso, para Izar, valía más que la sangre.

Era un desayuno tranquilo en el comedor solar de la Mansión Malfoy. Los ventanales abiertos dejaban entrar la brisa, y la vajilla flotante colocaba las tostadas, frutas y tazas en la mesa de mármol negro con un ritmo elegante.

Izar, sentado en su trono de bebé con un babero bordado que decía “Slytherin en proceso”, recibió cucharadas de papilla de durazno de parte de Astoria, mientras ella le hablaba como si él fuera un adulto con miniatura:

—Y luego, tu padre me dijo que el ingrediente secreto del antídoto para poción de colmillo era en realidad… ¿sabes qué? ¡Raíz de malva! ¿Puedes creerlo?

Izar respondió con una expresión de horror dramático y un sonido:

—¡Guuuh!

Astoria río.

Al otro lado de la mesa, Draco hojeaba distraído el Profeta Diario, murmurando cosas sobre los últimos movimientos del Ministro y una nueva legislación mágica contra objetos muggles encantados.

Y entonces, se detuvo en seco.

Izar lo notó primero. Draco había palidecido. Su varita temblaba levemente. Sus ojos estaban clavados en la portada del periódico como si acabara de ver a un Inferi bailando salsa.

— ¿Qué pasa? —preguntó Astoria, extrañada, deteniendo la cuchara en el aire.

Draco no respondió.

Solo deslizó el periódico hacia ella.

Astoria lo leyó con expresión neutra… al principio. Luego, lentamente, sus labios se curvaron en una sonrisa inquietante, muy parecida a la que Izar imaginaba que pondría Bellatrix Lestrange antes de lanzar un “Crucio”.

La portada decía:

> “Por fin, la familia Potter al completo: Harry, Ginny y su heredero, James Sirius Potter, posan para El Profeta.”
(La pareja se muestra radiante a dos meses del nacimiento de su primer hijo. El niño, según fuentes cercanas, ha heredado los ojos de su padre y la calidez de su madre.)

 

La foto mostraba a Harry sonriendo nerviosamente, Ginny radiante con un vestido verde esmeralda, y un pequeño bebé envuelto en una manta azul con iniciales bordadas en oro.

Izar la observar con una mezcla de rabia infantil e incredulidad adulta.

"¡¿Cómo puede posar feliz cuando me dejó abandonado sin saberlo?! ¡Aún con la evidencia en la cara, ese bebé se parece a mí!"

Astoria se levantó sin decir nada más.

Tomó el Profeta.

Apuntó su varita con una fluidez pasmosa.

—"Incinero", dijo con voz dulce.

El periódico se encendió en llamas violetas y se desintegró al instante. Ni siquiera quedó la ceniza.

Izar tragó saliva. No por miedo. Por respeto. Esa era su madre.

—Esa mujer está peligrosamente serena —murmuró Draco desde la mesa, rascándose la sien con resignación.

—Solo... estoy harta de que la prensa le dé la portada a ese... ese idiota sin consecuencias —dijo Astoria con una calma escalofriante—. Qué conveniente que anuncie a su hijo solo dos meses después del nacimiento… como si nada hubiera pasado.

Draco soltó un suspiro amargo.

—No lo sé, Astoria. No tiene ni idea de que James tiene un... medio hermano mayor. Un hijo que nunca conocerá.

Astoria se giró hacia él, con una ceja arqueada.

—Y así seguirá. Por su bien. Y el nuestro.

Izar, en su silla, golpeó la bandeja con sus manitas.

—¡Bah! —exclamó.

“¡Sí, eso mismo digo yo! ¡Hipócrita maldito!”

Astoria lo miró, sonyó y acarició su cabecita.

—Tú eres mucho más que el heredero de Potter, ¿sabes? Eres un Malfoy. Y el mejor error que cometió ese idiota.

Draco bajó la mirada. Pero al alzarla de nuevo, sus ojos grises brillaban con orgullo. Se acercó a su hijo, lo levantó en brazos y lo sostuvo contra su pecho.

—Sí. El mejor.

Izar se acomodó contra él y pensó, con una determinación silenciosa:

"Un día, Harry Potter. Un día me verás. Y te preguntarás qué habría sido si no hubieras cometido el error de olvidarte de mí."

Pero por ahora... todavía era solo un bebé. Y aún quedaba mucha papilla que terminar.

El sonido adecuado de risitas infantiles llenaba el salón solar de la mansión. Las ventanas dejaban entrar la luz dorada de la mañana, y los rayos se deslizaban sobre el cabello plateado de Draco Malfoy como si lo iluminaran desde otro plano.

Izar se encontró en su ya clásico corralito de lujo, una pequeña fortaleza mágica acolchonada en tonos marfil y esmeralda. Tenía entre sus pequeñas manos una serpiente de peluche con colmillos de fieltro, que mordía con toda la furia que su encía podía ofrecer.

—¡Gaaaah! —exclamó, antes de lanzar la serpiente por los aires como si fuera un mortífago derrotado.

La serpiente cayó con un “pof” suave.

Izar, muy serio, gateó hasta ella con la determinación de un soldado en el campo de batalla, la tomó de nuevo, la sacudió con satisfacción y volvió a lanzarla más lejos.

Astoria, sentada en una silla de respaldo alto con una taza de té de flor de jazmín, lo miraba con una mezcla de ternura y orgullo.

Draco, de pie junto a la ventana, también observaba… aunque con el ceño ligeramente fruncido.

—Tenemos que hablar de algo —dijo Draco en voz baja, pero sin apartar la vista de Izar.

Astoria soltó un suspiro. Ya sabía por dónde iba la cosa.

—¿Los ojos?

—Los ojos —confirmó Draco con un suspiro más largo.

Se giró para mirarla directamente.

—Son los mismos. Exactamente el mismo tono. Ese verde... maldito verde Potter.

Astoria tomó un sorbo de su té, serena.

—Mi abuela tenía ojos verdes —respondió con indiferencia—. Aunque no de esos tonos... eran más pálidos. Verde rana, tal vez. Este es más… hoja fresca, bosque encantado, drama de novela romántica, ya sabes.

Draco la miró como si dudara de su cordura.

—Eso no va a servir cuando alguien del Ministerio lo ve y dice: "Oye, ¿por qué el hijo de Draco Malfoy tiene los mismos ojos que Harry Potter?"

Astoria encogió los hombros.

—Diremos que es una mezcla genética. Que su sangre pura mezclada con la mía hizo una variante inusual. Cosas raras pasan con los bebés mágicos. ¿Recuerdas al hijo de los Nott? Nació con orejas puntiagudas durante tres meses.

Dragón bufón.

—Lo de los ojos es un problema. Pero el cabello...

Ambos miraron a Izar, quien en ese momento estaba de espaldas, agitando la serpiente como una antorcha de guerra. Su cabello, aunque aún corto, ya mostraba una textura inquietantemente familiar: rizado, rebelde, espeso… y desordenado con una voluntad propia.

—Eso es cabello Potter —dijo Draco con tono de acusación, como si el gen dominante lo hubiera ofendido personalmente.

—Draco —suspiró Astoria, dejando la taza con suavidad en la mesa—. Eres maestro de pociones. Estoy completamente seguro de que puedes desarrollar un champú que lo mantenga bajo control.

—No quiero hacerle una poción para alisarle el alma —murmuró Draco, cruzado de brazos.

—Tranquilo —sonrió Astoria—. Tengo la sensación de que le gustará tener el cabello largo. Si lo dejamos crecer, solo parecerá rizado. Muy estilo negro. O incluso Greengrass. Puedes echarle la culpa a mi tía abuela Eleadora.

Draco entrecerró los ojos, pensativo.

—¿Y si un día alguien le lanza un hechizo de revelación genética?

—Draco, por favor, si alguien llega tan lejos para ver de quién es hijo Izar, nosotros dos estaremos ya en Azkaban o tomando cócteles en otro plano de existencia. No pienses tanto.

Draco se masajeó el puente de la nariz. Tener una migraña solo de imaginar la conversación con Harry.

—Por cierto… —dijo Astoria, con tono casual mientras alzaba las cejas—. ¿Cuándo viene tu madre?

Izar se detuvo en seco.

La serpiente cayó de su mano. Su manita quedó en el aire, congelada.

¿Narcisa? ¿La abuela Narcisa va a venir?

En sus seis meses de vida, la había visto tres veces… y en ninguna estaba despierto o limpio. Una vez estaba dormido. La otra tenía la cara cubierta de papila de calabaza. La última fue durante un ataque de hipo mágico que terminó con una lámpara flotando al revés durante una hora.

No eran sus mejores momentos.

Draco suspir con resignacin.

—Vendrá mañana. Dijo que quiere ver a Izar gatear en persona. Y que no aceptará recuerdos grabados en pensieve. "No es lo mismo", dijo.

Astoria irritante con una dulzura algo inquietante.

—Siempre tan intenso. ¿Sigues en tu casa de la playa?

-Si. Desde la guerra no le gusta salir mucho. Prefiere su jardín de mandrágoras y su biblioteca de novelas góticas. Pero por Izar… dijo que hará la excepción.

Izar se dejó caer sobre su pancita, contemplando el suelo.

"¡Mañana! ¡La jefa suprema de la elegancia viene a verme gatear! ¡Necesito un ensayo general!"

Empezó a moverse por el corralito con precisión militar. Gateo rápido. Vueltas. Agarre de serpiente. Giro y presentación.

Astoria lo observaba, divertida.

—Mira, se está entrenando para su debut.

Draco lo miró también, entre curioso y orgulloso.

—¿Y si… lo heredó todo?

—¿El qué?

—El talento de Potter para medirse en problemas. El mío para la arrogancia. El tuyo para la ironía sutil.

—Ah, entonces será invencible —respondió Astoria con una sonrisa cómplice.

Izar, sudando ligeramente por el esfuerzo de gateo, pensó con convicción:

"Mañana veré a Narcisa Malfoy de frente. Esta vez despierto, limpio, y con mi mejor coreografía de bebé encantador. ¡Estoy listo!"

O… al menos eso esperaba.

Chapter 2: Capitulo 2

Chapter Text

Era una mañana fresca y silenciosa en la Mansión Malfoy. El ambiente estaba inusualmente tenso... pero elegante. Un elfo doméstico flotaba nervioso con un plumero encantado, limpiando por cuarta vez los marcos de los retratos. Astoria supervisaba con ojo crítico la disposición de los arreglos florales en el vestíbulo y Draco repasaba su túnica como si se preparara para una cumbre política.

— ¿Está todo listo? —preguntó Draco con un tono contenido, alisando el cuello de su camisa por décima vez.

—Sí, y deja de arreglarte —respondió Astoria con una leve sonrisa—. Narcisa viene a ver a su nieto, no a juzgar tu peinado… aunque probablemente lo hará igual.

Y justo entonces, el sonido de una aparición controlada rompió el aire.

Un instante después, Narcisa Malfoy, matriarca del linaje Black-Malfoy, entró en el salón solar con la gracia de una reina sin necesidad de trono.

Iba vestida con una túnica marfil bordada con hilos de plata, su cabello recogido en una trenza coronada con un broche antiguo con forma de estrella. En una mano, sostenía su bolso; en la otra, una pequeña caja flotaba detrás de ella, seguida por una alfombra voladora que traía una torre entera de regalos envueltos en papel brillante y moños encantados.

—¡Izar! —exclamó con una calidez inusitada mientras sus ojos grises se iluminaban.

Draco apenas tuvo tiempo de inclinarse para besar la mejilla de su madre antes de que ella se dirigiera directamente al corralito, donde Izar la esperaba… con una mezcla de emoción, nervios y un leve babeo de emoción.

—¡Abuela! ¡Estoy despierto, limpio y preparado! —pensó, mientras batía las manos con entusiasmo.

—Estás más hermoso de lo que recordaba —dijo Narcisa, tomándolo en brazos con destreza—. Mirate nada más. ¡Y ya tienes más cabello!

Izar se acomodó contra ella, fascinado.

La túnica de Narcisa olía a rosas encantadas ya poder antiguo. Su piel era impecable, tersa, sin una sola arruga. Su maquillaje era sutil y perfecto, y su sonrisa tenía un aire firme, elegante y protector.

La abuela lo acariciaba con ternura, presionando su mejilla contra la suya.

—Te traje algunas cositas —dijo con una sonrisa.

¿"Algunas" cosas? Pensó Izar mientras veía cómo los regalos aterrizaban por toda la habitación: juguetes que volaban, ropa de duende de diseño francés, libros de cuentos ilustrados con narración automática y una mantita bordada con el escudo de la familia Malfoy y estrellas danzantes.

Izar estaba hipnotizado.

"Y pensar que antes tenía que partirme la espalda para ganar dinero suficiente para un café decente... ¡y ahora tengo una alfombra voladora de regalos!", pensó.
"Cada fin de mes en la oficina era una batalla campal.
Un escalofrío recorrió su pequeña columna.

Después de un rato, Narcisa, con suavidad, lo depositó en su corralito.

—Veamos si haces lo que me dijeron que haces —dijo con una ceja alzada.

Izar, como si hubiera estado esperando esa línea, entró en modo performance.

Con solemnidad, tomó su serpiente de peluche. La levantó. La observada. Le dio un pequeño mordisco por puro estilo…
Y la lanzó por los aires.

La serpiente cayó a unos tres metros mágicos de distancia.

Y entonces, Izar gateó. No simplemente gateó. Se deslizaba como un campeón, con ritmo, fuerza y ​​una concentración tan intensa que parecía estar conjurando con su cuerpo.

Al llegar a la serpiente, la recogió, se giró dramáticamente, la volvió a lanzar con fuerza, y se sentó muy derecho, mirándolos como diciendo:

"¿Qué tal eso, abuela?"

Narcisa rompió en aplausos suaves pero intensos.

—¡Merlín bendito! ¡Qué elegante gateo! ¡Qué control de cadera! Empezó a gatear a los cinco meses, ¿verdad?

—Sí —respondió Astoria, cruzando los brazos con una sonrisa orgullosa.

—Desde los cinco meses —confirmó Draco con tono más bajo—. Lo ensayaba como si estuviera entrenando para la Copa Mundial de Gateo.

—Es un genio —declaró Narcisa con certeza, como si ya supiera que el mundo debía rendirse ante su nieto.

Pero entonces, como quien no quiere la cosa, lanzó una pregunta que dejó el ambiente un poco más… frío.

—Por cierto, ¿cómo van con ese heredero para la familia Greengrass?

Astoria y Draco se miraron incómodos.

Draco se rascó la nuca.

—Estamos... en eso —dijo con voz neutra.

Narcisa entrecerró los ojos. No era una mujer fácil de engañar.

—Mmm-hmmm.

Astoria se aclaró la garganta.

—No te preocupes, Cissy. Cumpliremos. Sobre todo porque mi padre se está volviendo cada vez más desesperado con el tema del heredero varón.

—Y no es para menos —replicó Narcisa con aire práctico—. Deberían darse prisa. Draco tiene 36 años. Y tú, Astoria, tienes 34. Es la edad perfecta para concebir con éxito herederos fuertes.

Izar casi se atraganta con su propia saliva.

"¿¡QUÉ!? ¿Papá tiene 36 años? ¿Mamá 34? ¿Y SE VEN DE VEINTI-FRAGANTES-AÑOS?"

Miró de nuevo a sus padres, asombrado. Astoria, con su piel radiante y cabello perfectamente peinado. Draco, con su mandíbula marcada, piel de porcelana y manos que parecían no haber tocado una fregona jamás.

"¡Este nivel de cutis no es humano! ¡Es magia pura! ¡Esta gente vive en comerciales de cosméticos permanentes! ¡Necesito su rutina!"

Volví a mirar a su abuela. Increíble. De verdad. Su abuela muggle se veía más vieja a los 50 que Narcisa a los… ¿60? ¿65?Narcisa se ve de treinta tantos.

"Esta es, sin duda, la mejor parte de haber reencarnado como un mago. ¡Antienvejecimiento automático por default! ¡Me quedo!"

Narcisa se sentó nuevamente, acariciando con los dedos la túnica de Izar mientras lo miraba con ternura.

—Eres la alegría de esta casa. ¿Lo sabes verdad?

Izar la miró, abrió los brazos y soltó un pequeño:

—¡Aaaah!

Que traducido de bebé significaba:
“¡Por ​​supuesto, abuela! ¡El universo entero está al tanto!”
----------

Había pasado una semana desde la majestuosa visita de Narcisa Malfoy. El salón de los juegos de Izar seguía lleno de los regalos que ella había traído: peluches animados, libros encantados, ropita bordada con estrellas y dragones… y, por supuesto, la alfombra flotante que ahora funcionaba como pista de aterrizaje de la serpiente de peluche.

Pero nada de eso importaba ahora.

Izar estaba en guerra. Contra su propia encía.

Era media tarde y el sol entraba a través de los ventanas con esa calidez mágica típica de abril. En su corralito, rodeado de juguetes, Izar había decidido masticar absolutamente todo lo que estuviera a su alcance.

Y todo era… insuficiente.

La serpiente de peluche: mordida.
La esquina acolchada del corralito: babeada hasta el horror.
Una esquinita de su cobijita: completamente enjuagada con baba.
Incluso su propia manga: empapada hasta el codo.

—¡Aaaagh…gaaah! —se quejaba, frotando desesperadamente su boca contra una bolita mágica de goma que apenas ayudaba.

Astoria, que estaba sentada cerca, con un libro de recetas para papilas saludables, lo observaba con cara de angustia.

— ¿Otra vez? Pero si te di el mordedor encantado hace una hora…

—¡¡WaaaaaAAAHHH!! —fue la respuesta de Izar.

"¡No entiendes, mamá! ¡Esto no es molestia leve, esto es la encarnación de una picadora de carne saliendo de mis encías! ¡Esto es... ¡el apocalipsis bucal!"

Astoria se levantó y fue a su lado, sacándolo del corralito con delicadeza.

—A ver, pequeño volcán de babas. ¿Qué tan mal estás?

Izar se aferró a su hombro como si la vida le fuera en ello… y luego le mordió el collar.

Astoria soltó un quejido suave.

—Auch… de acuerdo, sí, ya veo el problema.

En ese momento, entró Draco, con su túnica negra de trabajo, una carpeta de informes flotando a su lado. Se detuvo al ver la escena.

— ¿Otra vez? ¿No estaba bien hace un rato?

—Está en la peor etapa —respondió Astoria, con voz resignada—. Le están saliendo los dientes. Le están rompiendo la encía. Lo está viviendo como un drama griego.

—Y ¿por qué hay tanta baba por todas partes?

—Porque aparentemente tiene reservas infinitas —dijo Astoria, sacando un pañuelo con un hechizo secante y limpiando la barbilla a Izar—. Deberíamos recogerla y venderla como antídoto universal. Es un recurso renovable.

Draco se acercó, dejó su carpeta sobre una mesa auxiliar y tomó a Izar en brazos.

—Vamos, pequeño dragón baboso. Ya sobreviviste a las noches de cólicos. ¿Cómo no vas a poder con unos dientescitos?

¡CLONK!

Izar golpeó su frente contra el hombro de Draco con frustración.

"¡No son 'dientecitos'! Son ¡colmillos de dragón queriendo emerger a través de encía humana! ¡Maldita biología mágica!"

—Y si probamos con un té calmante? —sugirió Draco volviendo a sentarse a Izar en el suelo.—. Le puedo preparar una infusión suave de flor de malva, pétalo de albahaca y manzanilla lunar. Nada potente. Solo para relajarle el sistema nervioso.

—No le des nada sin mi supervisión —advirtió Astoria con el ceño fruncido—. La última vez lo pusiste somnoliento por seis horas. Pensé que había entrado en coma mágico.

—¡Fue un cálculo leve! ¡Además, dormía con una expresión adorable!

Mientras discutían, Izar tomó su babero, se lo arrancó con frustración, lo aventó y se dejó caer de espaldas con dramatismo, soltando un llanto tan largo y grave que dos cuadros de antepasados ​​se taparon los oídos.

Uno de ellos —Abraxas, nada menos— murmuró desde su marco:

—Esto es lo que se considera crianza ahora? En mis tiempos nos callaban con un amuleto y un grito.

—¡Y tú tampoco sabías manejar el estrés infantil! —le gritó Astoria al retrato, sin girarse.

Draco, cargando de nuevo a Izar, se paseaba por el salón intentando calmarlo.

—Ya, ya… ¿Quieres hielo encantado para morder? ¿Un guante frío con aroma de vainilla?

—¡¿Una toalla encantada para frotarte las encías?! —añadió Astoria desesperada.

Pero Izar ya no escuchaba nada. Sólo conoció una verdad absoluta:
"MI BOCA ES UN HORNO DE INFIERNO CON PÚAS."

En un último intento desesperado, Draco conjuró una pequeña figura de gelatina flotante en forma de cometa y la hizo girar suavemente frente a él. Izar, curioso, estiró la mano, la tomó… y se la metió en la boca entera.

—Eso no es para comer —dijo Astoria, al borde del colapso.

—¡Está funcionando! —dijo Draco mientras el llanto bajaba a un gemido babeado.

El salón quedó en un silencio tenso. Izar masticaba su cometa gelatinosa como si fuera la cura a todos los machos del universo.

—Tienes que admitirlo —murmuró Draco, cansado—. Esto es peor que cualquier juicio del Wizengamot.

—Con una diferencia —añadió Astoria—: el Wizengamot no te babea encima.

Izar, al fin calmado, miró a sus padres con ojos brillantes y masticó con más fuerza, liberando una chispa de resignación adulta en su interior.

"Solo quiero que acabe... por Morgana, quiero comer pan sin dolor."

Y mientras los tres descansaban, por fin en paz, Draco sacó su varita y escribió en un pergamino flotante:

> “Desarrollar poción calmante para la dentición mágica (versión segura). Añadir sabor fresa. Testear en hijo."
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Era una tarde templada en la Mansión Malfoy. El comedor principal estaba bañado por la luz anaranjada del atardecer que entraba por los grandes ventanales góticos. Las sombras de las columnas y de las lámparas colgantes se alargan lentamente sobre la alfombra de runas familiares, mientras una brisa encantada refrescaba el ambiente.

En el centro de la mesa, adornada con un florero de lirios nocturnos y unos cuantos pergaminos desordenados de Draco, Izar Malfoy reposaba en su silla para bebé encantada, firmemente sujeta con cinturón de seguridad de serpientes acolchadas.

Tenía siete meses, dos dientes delanteros superiores completamente formados —y visiblemente orgullosos de ellos— y una serpiente de peluche que amaba con todo su diminuto ser. Pero en ese momento, la serpiente estaba lejos. Muy lejos. En el otro extremo de la mesa.

—Vamos, Izar —dijo Astoria, inclinándose frente a él con una sonrisa brillante—. Di “mamá”.

Izar la miró. Ella tenía un brillo esperanzado en los ojos, como si un premio estuviera en juego. Draco, a su lado, bebía una infusión de lavanda mientras hojeaba un pergamino del Ministerio.

—Astoria, apenas tiene siete meses. No puede hablar todavía —murmuró Draco, sin alzar la vista.

—Shhh… es un genio, y lo sabes —respondió Astoria sin apartar la mirada de su hijo—. Vamos, Izar. Di mamá. Maaa-má.

Izar la supervisión con seriedad. Muy serio.

"Mamá." dijo con claridad en su mente.
"Mamá. ¡Eso es fácil! Estoy diciendo mamá en 4K mental... ¿por qué mi cuerpo no coopera?"

Y entonces, de su boquita abierta salió un fuerte y honesto…

—Buaaah.

Astoria soltó una risa encantada.

—¡Awww, eso fue adorable! ¡Casi lo dice!

Draco la miró por encima del pergamino.

— ¿Eso fue “mamá” o “quiero más papilla”? Porque suena más a lo segundo.

Izar se cruzó de brazos (bueno, lo intentó) y pensó:

"No se preocupen... lo diré. Será épico. Pero antes... tengo otra misión".

Su fue atención súbitamente absorbida por algo mucho más importante: su serpiente de peluche.

Estaba al otro lado de la larga mesa de comedor. Acostada junto al florero. Lejos. Intolerablemente lejos.

Izar la miró como quien mira una meta inalcanzable.
El deseo era intenso. Inmediato.

“Te quiero aquí. Ahora.”

Sintió algo. Algo extraño. Un leve tirón interior, como si un músculo invisible se tensara en su interior. La brisa del comedor pareció congelarse.

De repente, la serpiente tembló.

Draco seguía hablando con Astoria, ahora sobre algo relacionado con los licántropos en Escocia. Ninguno de los dos se percató aún.

La serpiente se elevó del suelo unos centímetros. Tembló como una hoja al viento…
Y luego flotó con decisión hacia Izar.

Astoria dejó de hablar.

La serpiente cruzó toda la mesa planeando suavemente, como una pluma llevada por un susurro de magia, y aterrizó justo frente a Izar, quien la tomó con la mayor naturalidad del mundo, como si fuera algo que hacía todos los días.

Éxito.

Izar mordió la cabeza del peluche con satisfacción y luego levantó la mirada.

Sus padres lo miraban en silencio.

Draco tenía los ojos ligeramente abiertos, como si acabara de ver un dragón bailar claqué.

Astoria se acercó al espacio.

—¿Draco…? ¿Tú viste eso?

—Lo vi.

—¿Fue magia accidental?

—Totalmente.

— ¿Y lo hizo nuestro hijo de siete meses?

—Claramente.

Astoria se giró hacia Izar, que la observaba con expresión de “¿No iban a aplaudir?”. Lo alzó suavemente en brazos y lo abrazó con fuerza.

—¡Eres un genio! —exclamó—. ¡Un bebé brillante y hermoso con magia en la punta de los dedos!

Draco se pasó una mano por el cabello, asombrado.

—La mayoría de los niños mágicos muestran signos de magia accidental entre los tres y los cinco años. Algunos a los dos. Pero siete meses...

—Es extraordinario —dijo Astoria—. Es más que un prodigio.

—Será muy poderoso. —dijo Draco, casi en voz baja.

Ambos miraron a Izar, que ahora sostenía su peluche con firmeza y masticaba felizmente la cola con sus nuevos dientes, sin parecer consciente del impacto que acababa de causar.

Pero Izar sí lo sabía.

“Y así fue como mi historia comenzó de verdad.”, pensó con una sonrisa interna.
"Hoy moví un peluche con magia. Mañana, el mundo".
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El cielo de primavera arrojaba una luz cálida sobre los jardines de la Mansión Malfoy, y una brisa fresca hacía bailar las cortinas del salón de juegos, donde el pequeño Izar se encontraba dentro de su corralito encantado.

Tenía ya siete meses y medio, con dos dientes perfectamente blancos, ojos verdes chispeantes y un alma de general de campo atrapada en un cuerpo que todavía no dominaba del todo.

Y ese día... ese día iba a caminar.

O al menos, eso era lo que Izar tenía decidido.

Se encontraba en una de las esquinas acolchadas del corralito, mirando intensamente hacia el otro extremo, donde su amada serpiente de peluche lo esperaba con esa carita adorable de tela bordada. Pero esta vez, gatear no era suficiente.

—¡Ya no soy un bebé! Bueno… sí, técnicamente lo soy, pero ¡mi alma exige bipedestación! —pensaba mientras escudriñaba la superficie como si fuera escalar una montaña.

Con movimientos decididos (y algo tambaleantes), Izar se agarró de los barrotes mágicos de la esquina del corralito. Sus manitas se aferraron con fuerza. Tembloroso, empezó a levantarse, doblando las rodillas, tensando los muslos regordetes, apretando las encías de la concentración.

—Aaaaaah... mmmmmph... —gruñía como si estuviera cargando el doble de su peso corporal.

Finalmente, logró erguirse.
Por un segundo glorioso, Izar estaba de pie. Solo.

En ese momento, entró Astoria al salón, con una caja de ropa limpia en brazos. Lo vio de pie y abrió la boca.

—¡Draco! ¡Ven ahora! ¡Está de pastel!

—¿Qué? —respondió Draco desde otra habitación.

—¡Ahora! ¡Se va a lanzar!

Sí, sí. Izar miró a su serpiente de peluche. Luego sus manitas soltaron los barrotes como si dijera:

“¡YO PUEDO!”

Y dio un paso.

¡Plof!

Y cayó como una rana gorda sobre su trasero.

La caída no fue dura, pero su orgullo…

¡Su orgullo fue un director de Azkaban!

—¡Waaaaaaaaaaaaaah! —soltó el llanto más dramático de los últimos días, tirado sobre la alfombra acolchada, pateando con furia y llorando a garganta abierta.

Astoria dejó todo y corrió hacia él, al igual que Draco que entró apurado, con la varita aún en mano.

— ¿Qué pasó? ¿Está herido?

—No, solo... solo se cayó —respondió Astoria, agachándose para calmarlo—. Está frustrado.

—¡Duele más su ego que sus pompas! —dijo Draco, sonriendo mientras lo alzaba en brazos.

Izar, con la cara roja y las mejillas llenas de lágrimas, sintió que se le escapaba una palabra.
No era una palabra inventada como “buaaah”.
No era un balbuceo.

Era… intencional.

-¡Mamá! —dijo, clara y fuerte, con una voz todavía temblorosa.

Astoria se congeló.

Draco también.

Izar, notando el impacto, respiró hondo y agregó, esta vez mirando directamente a Draco:

-¡Papá!

Silencio.

Un elfo doméstico que pasaba flotando con un trapo se detuvo en el aire.

Astoria se llevó las manos a la boca.

Draco parpadeó como si acabara de recibir una lechuza explosiva.

—Lo dijo...? —preguntó Astoria.

—Lo dijo. Claramente. Con vocales, consonantes y todo. —Draco tenía la mandíbula suelta.

—¡Dijo mamá! ¡Y papá! ¡No balbuceó! ¡LO DIJO! —gritó Astoria, y en un segundo, Izar ya estaba alzando las manos como un campeón olímpico, sabiendo perfectamente que acaba de hacer historia.

Astoria lo abrazó entre lágrimas de emoción y risas.

—¡Sabía que lo dirías pronto! ¡Eres brillante! ¡Mi genio! ¡Mi estrella!

Draco se sentó en el suelo a su lado, aún impresionado.

—Eso fue magia verbal precoz. No hay otra forma de describirlo. Hablar antes del año es raro… ¡pero a los siete meses!

—Y tan claro? —añadió Astoria—. ¿Sin confusión? No fue "ma-pa" ni "mamam". Fue “Mamá” y “Papá”. ¡Como un joven con modales!

Izar los miró con ojos serenos, como diciendo:

"Por supuesto que lo dije. ¿Qué más esperaban de mí?"

—Bueno —dijo Draco con una sonrisa burlona—, si puede hablar, ¿podrá escribir una carta al abuelo Greengrass diciendo que aún no hay heredero, pero que al menos este ya pronuncia oraciones?

—Draco… —lo regañó Astoria, aunque no pudo contener la risa.

—Ya me veo la nota en el Profeta: “Bebé Malfoy habla antes de caminar: ¿una nueva era para la magia?” —añadió con tono teatral.

Astoria acarició los rizos plateados de Izar.

—No me sorprendería que la próxima semana dijera “Políticas internacionales de la Confederación Mágica”.

Draco río.

—Yo esperaría que dijera “Quiero más papilla”, con eso me conformo.

Izar bostezó largamente, sintiendo que había gastado toda su energía en ese pequeño gran milagro.

“Bueno... próxima misión: caminar sin parecer un duendecillo ebrio.”

Draco lo acunó contra su pecho, con expresión suave.

—Gracias por decirme papá, pequeño.

Astoria le besó la frente.

—Y gracias por ser tú.

Y así, en medio de lágrimas felices, orgullo familiar y planes para futuras grabaciones del Pensieve, el pequeño Izar cerró los ojos, satisfecho.

Hoy, habló.
Y el mundo se detuvo para escucharlo.
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Izar Abraxas Malfoy había cumplido ocho gloriosos meses.

Tenía dos dientes superiores perfectamente visibles (los usaba con orgullo contra todo objeto masticable), un control de babas más o menos decente, y una reputación dentro de la Mansión Malfoy como “el prodigio de los gateos veloces y las palabras prematuras”.

Pero faltaba algo.

Algo importante.

Caminar.

Ya lo había intentado muchas veces. Algunas con ayuda de Astoria, otras con Draco sosteniéndolo bajo las axilas como si fuera una Snitch entrenando. Había logrado mantenerse en pie unos cuantos segundos. A veces daba un paso. Una vez incluso dos… antes de caer con un "plof" dramático digno de nominación a los Premios de Teatro Infantil Mágico.

Pero hoy...

Hoy sería diferente.

Izar se encontró en la biblioteca privada de la Mansión, una de sus habitaciones favoritas. Alfombrada, protegida con runas, con estantes que sabían autoordenarse cuando se acercaba el caos, y lo más importante: pasillos amplios.

Astoria estaba leyendo en un sofá cercano, con una taza de té, y Draco estaba en el escritorio revisando informes para el Ministerio, haciendo anotaciones con una pluma autoescribiente.

Izar gateaba cerca de una mesa baja, como quien no quiere la cosa. Su serpiente de peluche descansaba unos pasos mágicos más allá, observándolo como un entrenadora personal exigiendo resultados.

“Esto es. Ya es hora.”

Con un resoplido digno de un hipogrifo bebé, Izar se levantó. Solo.

Se sostuvo de la mesa con ambas manitas. Sus piernas temblaban ligeramente, pero esta vez no se detuvo a pensar en eso.

No miró a sus padres.

No llamó la atención.

Solo soltó las manos.

Dio un paso.
Otro.
Otro.

¡Estaba caminando!

Con el equilibrio torpe de un borrachito elegante y los bracitos extendidos como si intentara abrazar al universo entero, Izar avanzó tres… cuatro… ¡cinco pasos!

—Astoria…? —murmuró Draco, levantando la vista de los documentos.

Astoria lo miró con cejas alzadas.

—¿Qué?

Draco señaló.

—Tu hijo... está caminando.

Astoria giró la cabeza. La taza de té se tambaleó entre sus dedos.

Izar, concentrado como nunca antes, cruzaba la sala, paso a paso, hacia su serpiente de peluche. Las piernas le temblaban, pero su cara mostraba un orgullo tan poderoso que podría haber hecho levitar una montaña.

—¡AAAAH! —gritó él, emocionado, sin dejar de caminar.

-¡ESMEREJÓN! —gritó Astoria, dejando el té sobre la mesa sin mirar—. ¡ESTÁ CAMINANDO!

—¡ESTÁ CAMINANDO! —repitió Draco, con una mezcla de pánico, orgullo y la necesidad urgente de escribirlo en el árbol genealógico.

¡PLOF!

Izar cayó de culo… justo sobre la alfombra encantada.

Astoria corrió hacia él. Draco fue un segundo después.

Izar, lejos de llorar, río.
Soltó una carcajada explosiva, triunfal, mostrando sus dos dientescitos.

Y entonces, extendiendo los brazos hacia su madre.

—¡Mamá!

Astoria lo alzó de inmediato, girando con él en brazos como si hubiera ganado la Copa de los Tres Magos.

—¡Eres un prodigio! ¡Un ángel con piernas! ¡Un joven centauro en su primera galopeada!

—¿Centauro...? —susurró Draco, alzando una ceja.

Astoria lo ignoró.

Draco se agachó, acarició la cabeza de su hijo y murmuró con una sonrisa ladeada:

—¿Sabes que acabas de hacer historia en esta casa? Creo que ni yo caminé antes del año.

—Y dudo que con esa sonrisa —añadió Astoria.

—Oíste eso? —le dijo Draco a Izar con voz suave—. Vas a tener que hacerle honor a ese primer paso. Y como lo vuelvas a usar para perseguir galletas mágicas por toda la casa, me veré obligado a encerrarte con las escobas.

Izar se río. Literalmente.

Astoria lo levantó y lo besó en la frente.

—Primeros pasos… y todo lo que falta.

Y en ese momento, Izar pensó:

"Hoy caminé. Mañana, subiré escaleras. Y algún día... levitaré papeles sin tocarlos".

Pero por ahora, solo quería su serpiente.

Y así, entre gritos de celebración, risas, y un Draco que ya buscaba una pluma especial para registrar “Primera Caminata: 8 meses y 3 días, testigos: madre y padre con lágrimas en los ojos”, Izar caminó de nuevo.

Dos pasos.
Luego tres.
Y después cayó sentado sobre su peluche.

Perfecto.

Un pequeño paso para un bebé... un gran salto para el caos mágico que se avecinaba.

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Faltaban solo unos días para que Izar Abraxas Malfoy cumpliera un año, y con su primer cumpleaños también llegaba un hecho indiscutible:

Ya no era un simple bebé.

Era un terremoto ambulante, con piernas cortas pero decididas, dientes funcionales (¡cuatro y contando!), vocabulario limitado pero estratégico, y una fascinación profunda por tres cosas:

1. Caminar por toda la Mansión Malfoy como si fuera el guardián del castillo.

 

2. Subir y bajar escaleras como un duendecillo decidido a conquistar pisos.

 

3. Asustar elfos domésticos.

 

Los elfos lo adoraban, claro. Pero eso no impidió que Izar se escondiera detrás de columnas, dentro de cortinas, o debajo de las mesas para aparecer de repente y soltar un sonoro:

—¡BAAHH!

Lo acompañaba una carcajada escandalosa, dientes al aire, y el inevitable grito de algún elfo:

—¡Ay, jovencito Izar! ¡Otra vez no!

Izar se reía a carcajadas, con los dos dientes de arriba brillando en su sonrisa de travieso.

"¿Qué puedo decir? El drama está en mi sangre."

Aquel día en particular, Izar ya había realizado tres sustos exitosos, había dado seis vueltas corriendo por el corredor de los retratos (los cuales se quejaban constantemente de su “bulla infantil”), y se disponía a subir las escaleras que llevaban al segundo piso de la casa.

Subía con método:
Un paso.
Una pausa.
Un resoplido.
Una patita más.

Llegaba jadeando como si hubiera escalado una montaña, pero con la frente en alto.

"Esto es cardio, y cardio es salud", se decía.

Esa vez no iba por jugar.

Iba porque escuchó su nombre.

Desde el pasillo, una puerta entreabierta dejaba escapar voces.

La oficina de Draco.

Y dentro, estaban sus dos padres: Draco y Astoria. Conversaban en voz baja, pero el eco del despacho y la aguda percepción de Izar (desarrollada gracias a su alma con experiencia de adulto atrapada en cuerpo de bebé) lo captaron todo.

Se detuvo, apoyando sus manitas contra la pared. Agachadito. En modo espía profesional.

—Algún día se lo dirás? —preguntó Astoria. Su tono no era acusador, pero sí… lleno de peso.

—Decirle qué? —respondió Draco con un suspiro audible—. ¿Que su verdadero padre es el Hombre-que-vivió? ¿Que su sangre viene de alguien que me ignoró durante meses, que ni sabe lo que hizo?
No. No. Nunca lo sabré.

Hubo un silencio.

—Es mejor así. Para todos —continuó Draco, más serio ahora—. Para él. Para mí. Para ti. Para Potter. Para ella.

Ella. Ginny. La mujer a la que Draco no mencionaba con nombre, nunca.

Izar parpadeó.

"Y... ahí está. Confirmado por segunda vez. Harry Potter es mi padre. Biológicamente hablando. Legalmente no. Emocionalmente menos. Y mentalmente..."

Se cruzó de brazos, aunque uno se cayó porque aún no tenía buen equilibrio.

"Es un imbécil. Total."

Ya lo había pensado antes. Lo había intuido, incluso desde sus primeros meses, pero ahora lo sabía con absoluta certeza.

—Lo estás haciendo bien, Draco —dijo Astoria con voz más suave—. Nadie sabe que tú lo diste a luz.

 

Izar retrocedió lentamente del umbral de la puerta.
No lloraba.
No estaba triste.
Solo… confirmado.

Y, curiosamente, aliviado.

"Está bien. No me lo digas. No necesito saberlo de ustedes… porque yo ya lo sé. Y para ser sincero... prefiero esto. Prefiero a papá Draco. A mamá Astoria. Prefiero los sustos con los elfos, las escaleras peligrosas y las papillas caseras mágicas."

Dio media vuelta.

Volvió a caminar hacia el pasillo, directo hacia la cocina, donde los elfos lo esperaban con jugo de calabaza diluido y una magdalena con forma de Snitch.

Y mientras caminaba, sonreía.

—Bah. —le gritó a un duende que justo giraba la esquina.

—¡AY, MERLÍN, NO OTRA VEZ! —gritó el elfo, dejando caer un cucharón—. ¡¡SEÑORITO IZAR, USTED ES UN DEMONIO ADORABLE!!

Izar se echó a reír.

"Mi cumpleaños es en unos días. Me pregunto si me dejarán hacer un hechizo sin querer para celebrarlo."

La Mansión Malfoy no sabía lo que le esperaba.

La Mansión Malfoy resplandecía como si hubiera sido encantada por un ejército de duendes decoradores y un batallón de elfos con gusto estético impecable.

El salón brillaba con guirnaldas de luz flotante, cada una encantada para formar constelaciones cuando se mueve el aire. Los tapices familiares habían sido transfigurados temporalmente para mostrar escenas tiernas de Izar gateando, riendo, y —por supuesto— masticando su infame serpiente de peluche.

La gran sala de celebraciones estaba repleta de invitados.
Brujos y brujas de sangre pura, vestidos de gala. Risas elegantes, copas de champaña de durazno levitando sobre bandejas voladoras, y un cuarteto de cuerdas mágicas tocando una versión instrumental de “Cumpleaños Feliz” con arpas encantadas.

Y en el centro de todo ese refinamiento, la pareja anfitriona:

Astoria Greengrass de Malfoy, con una túnica de seda en tonos esmeralda con bordados en plata, llevaba el cabello recogido en una trenza mágica que brillaba con pequeñas estrellas encantadas.

Draco Malfoy, elegante como siempre, con su túnica formal negra de gala con bordes de platino, caminaba saludando a conocidos con la sonrisa diplomática perfecta y una mirada que solo se suavizaba al mirar a Izar.

Y Izar…

Izar estaba en su trono de cumpleaños.

Vestido con una pequeña túnica de fiesta verde oliva con bordados en forma de dragones y constelaciones, y su infaltable babero bordado con las palabras “Genio de 1 Año”, observaba todo como un emperador evaluando a su corte.

"Bien, al menos no pusieron payasos mágicos. Eso sería un insulto".

 

Entre la nobleza reunida se encontraron los Zabini.
Blaise Zabini, impecable, con su aire encantador y siempre serio, hablaba con otros empresarios mágicos. A su lado, Pansy Zabini (de soltera Parkinson) —igual de activa que en sus días de Hogwarts, pero con una sonrisa más suave— cargaba a su hijo, Marco Zabini, un niño de un año con cara de juicio eterno, cabello negro y expresión idéntica a su madre.

—Marco no sonríe, pero observa todo —dijo Pansy con orgullo.

—Sí, lo notamos… —susurró Astoria a Draco—. Tiene cara de que ya te está juzgando fiscalmente.

En otro rincón, Theodore Nott y su esposa, la refinada y casi intimidante Zarina Nott, conversaban con los Greengrass. A sus pies, su hija Eleanor rubia de ojos azules, de un año, vestida como una pequeña duquesa, jugaba con una varita acolchada que lanzaba estrellitas suaves.

Y por supuesto, estaba Daphne Greengrass, la tía política de Izar, que se paseaba por la fiesta con su vestido azul medianoche como si flotara.

También estaban los compañeros de trabajo de Draco, todos impresionados con la decoración y el hecho de que el famoso Malfoy estuviera ahora en modo “papá con ojeras y orgullo acumulado”.

Y luego, la llegada que todos notaron.

Luna Scamander (de soltera Lovegood) llegó caminando con su expresión soñadora habitual, portando una túnica color lavanda decorada con dibujos de diricawls y runas giratorias. Su esposo, Rolf Scamander, de cabello despeinado y sonrisa encantadora, la acompañaba cargando a sus hijos.

Los gemelos Lorcan y Lysander, ambos de un año, eran exactamente iguales salvo por el cabello: Lorcan tenía cabello castaño claro y Lysander, rubio como la mantequilla.

—Izar tiene un aura brillante —dijo Luna mientras le entregaba un regalo envuelto en hojas encantadas—. Creo que soñará con mapas astrales esta noche.

—…¿Eso es bueno o malo? —preguntó Draco, desconcertado.

—Depende del mapache —respondió Luna, y se fue flotando hacia la mesa de dulces.

Y entonces llegó el momento:
Todos los bebés de la fiesta fueron colocados en un corralito de tamaño imperial, encantados con paredes blandas, juguetes mágicos flotantes, dulces sin azúcar y un sistema de vigilancia con elfos domésticos altamente entrenados.

Izar fue el primero en ser colocado. Y por supuesto, el primero en tomar liderazgo.

—¡Serpiente va! —pensó, lanzando su peluche con fuerza hacia Marco Zabini, que lo esquivó con una expresión de total desprecio infantil.

Lorcan y Lysander correteaban (gateaban en espiral, en realidad), chocando entre sí con risas alegres.

Eleanor Nott observaba en silencio, mientras una estrellita flotante se le pegaba al moño.

Marco Zabini tomó un libro acolchado y lo miró con cara de “esto no está bien editado”.

Izar decidió que era momento de demostrar superioridad motriz.
Se paró. Camino hasta la esquina del corral. Recogió su peluche.
Le dio la vuelta al corralito caminando de costado como si fuera un rey inspeccionando su territorio.

"Esto es mi reino, pequeños. Bienvenidos a mi corte".

Uno de los elfos lo miró, impresionado.

—Señorito Izar… está usted controlando el ambiente.

-¡BAH! —gritó Izar, y el elfo saltó del susto.

Todos los adultos charlaban, brindaban y observaban a lo lejos cómo sus hijos compartían el espacio con más o menos dignidad.

Narcisa Malfoy, impecable, observaba a Izar con una copa de vino en mano y murmuró:

—Miren cómo camina. Con propósito. Con poder. Con dominio.

Astoria asiente, orgullosa.

—Mi hijo.

Draco suspiró con ternura.

—Nuestro caos andante.

Y mientras la música suave seguía flotando, el primer pastel mágico se preparaba para encenderse y levitar hacia la mesa central… Izar alzó su serpiente de peluche al cielo.

Y pensé:

"Un año. Y apenas empezó."

 

La fiesta de cumpleaños número uno de Izar Abraxas Malfoy estaba en su punto más alto.

Después de juegos, regalos y un desfile de pañales de diseñador, había llegado el momento que todos esperaban: el pastel mágico.

Encantado para levitar sobre una bandeja de cristal flotante, el pastel era una obra de arte: tres pisos, decorado con dragones azules que escupían pequeñas bocanadas de crema encantada, runas de caramelo y, en lo más alto, una figura de peluche de una serpiente sonriente sosteniendo un número “1” brillante.

—Lo hiciste hermoso —dijo Astoria con dulzura, cargando a Izar en brazos mientras Draco tomaba posición para cortarlo.

—No podía ser menos —respondió Draco, sacando una pequeña varita de plata ceremonial que flotó hacia él.

Izar, vestido con su túnica festiva, observaba todo con ojos gigantes.

“¡Mi pastel! ¡Y ese dragón me está guiñando un ojo!”

Los padres comenzaron a recoger a sus bebés del corralito para que todos pudieran estar presentes durante el corte. Pansy cargaba a Marco con una expresión orgullosa. Zarina Nott hacía lo mismo con la pequeña Eleanor, mientras Luna Lovegood murmuraba algo sobre que el pastel tenía "un aura deliciosa".

—A la cuenta de tres —anunció Draco, levantando la varita.

Todos contaron:

—¡Uno!
—¡Dos!
—¡Tres!

El pastel se cortó con precisión milimétrica, la varita haciendo un movimiento elegante que lo dividió en capas perfectas sin aplastar ni una sola flor de azúcar.

Aplausos.

Draco tomó una cucharadita del pastel (pastel suave con esencia de durazno estelar) y la ofreció a Izar, que lo probó con cautela… luego con entusiasmo.

—¡Mmmm! —fue su veredicto, aplaudiendo él también, con la mano cubierta de migas.

Astoria irritante. Draco se relajó. Todo estaba saliendo perfectamente.

---

Después del pastel, todos los bebés fueron colocados de nuevo en el corralito encantado, con cojines flotantes y juguetes danzantes. Izar volvió a su lugar de mando, serpiente de peluche en mano, dándoles mordiditas suaves con sus dos dientes frontales.

"Felicidad. Esto es felicidad. Pastel. Serpiente. Poder."

Pero entonces…

Llegó Marco Zabini.

Gateando con su clásica cara de “todo me pertenece por defecto”, se acercó sigilosamente a Izar.

Izar lo vio venir.

"Hmm. ¿Qué planeas, Marco...?"

Y antes de que pudiera reaccionar, Marco tomó la serpiente de peluche de las manos de Izar.

¡ASÍ, SIN MÁS!

Izar se quedó de boca abierta.

“¡GRO-SER-O!”

Recuperó la compostura de inmediato, se inclinó, tomó de nueva la serpiente por la cola. Marco tiró de la cabeza. Izar del cuerpo.

Y entonces comenzó el duelo del siglo.

—¡BAAAAAAH! —gritaron los dos, uno frente al otro.

—¡Beeee!
—¡Beeee!

Los elfos domésticos comenzaron a avanzar, pero era tarde.

¡RASG!

La serpiente se rompió.
Cabeza por un lado. Cuerpo por el otro.

Izar observó su serpiente decapitada con horror mudo.

La cabeza cayó al suelo. El relleno flotó lentamente como nubes en miniatura.

Silencio.
Tenso.
Cargado.

Astoria y Draco se giraron alertas.

Y luego...

—¡WAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH! —gritó Izar con un llanto que no era normal.

Las luces del salón parpadearon.

El aire cambió.

Y entonces, todo explotó.

Las mesas comenzaron a flotar, girando como trompos encantados.
Los manteles se enrollaron sobre sí mismos y salieron.
Copas se hicieron añicos sin ser tocadas.
Las paredes de la sala de fiestas se agrietaron como si una criatura invisible hubiera golpeado el lugar desde adentro.

Los invitados gritaban, levitando involuntariamente.
Los bebés, dentro del corralito, estaban flotando suavemente como globos vivos.
Los retratos se escondieron detrás de sus propios marcos.

Izar seguía llorando, con los puñitos cerrados, la cara roja y la mirada llena de furia infantil pura.

Astoria trató de acercarse, pero una onda mágica la empujó hacia atrás, levantándole el dobladillo del vestido.

—¡Izar! ¡Mi amor, tranquilo! ¡Soy mamá!

Nada.

Las columnas temblaron. El pastel explotó en una lluvia de crema y fondant.

—¡HACED ALGO! —gritó Pansy, protegiendo a Marco.

—¡Está colapsando la fiesta con su tristeza! —dijo Luna, medio fascinada—. Es bellísimo, pero mortal.

Draco apareció entre la nube de polvo mágico, desesperado, con algo en la mano:

¡La serpiente de peluche… restaurada!

—¡IZAR! —gritó.

El bebé giró la cabeza, aún llorando.

Draco se acercó con dificultad, levantando la serpiente como si ofreciera una reliquia sagrada.

—Mira, amor. Aquí está. Enterita. Como nueva. No hay turno.

Izar parpadeó.

Miró la serpiente.

Otra vez.

Parpadeó más lento.

El aura mágica que lo envolvía disminuía. Las copas cayeron al suelo suavemente. Las paredes se repararon solas. Las mesas bajaron como si nada hubiera pasado.

Izar tomó la serpiente en sus manitas…

Y se la metió en la boca.

—Mmm…

Silencio. Total.

Los invitados quedaron de pie, cubiertos de confeti mágico, restos de pastel y polvo de mármol.

Todos miraban a Izar.

Izar los miró de vuelta.

-¿Mmm? —murmuró con la boca llena de peluche.

“¿Qué? ¡Fue culpa de Marco.”

 

El salón de fiestas de la Mansión Malfoy olía a pastel derretido, magia residual y nervios ligeramente caramelizados. Las paredes ya estaban mágicamente reparadas, aunque algunos cuadros aún temblaban en sus marcos, y el mantel de una mesa seguía susurrando “nunca más” en voz baja.

 

Los invitados… seguían en shock.

 

Izar, como si no acabara de lanzar a toda la aristocracia mágica al aire por llorar por su serpiente de peluche, descansaba en los brazos de su padre, mascando tranquilamente el hocico reconstruido del peluche como si fuera un diente de león.

 

Silencio.

Miradas.

Una copita de champaña mágica cayó al suelo con un “ting” elegante.

 

Y entonces, Blaise Zabini, siempre impecable, rompió el silencio con una ceja alzada y tono neutral:

 

—Draco… ¿esto fue su… primera manifestación mágica?

 

Todos giraron para mirar a Draco.

 

Astoria, aún arreglándose el moño encantado que había levitado con el estallido de energía, lanzó una mirada de advertencia como diciendo: “elige tus palabras con cuidado.”

 

Draco, con Izar abrazado al pecho, respondió con toda la calma aristocrática que pudo reunir:

 

—No. No lo fue.

 

El impacto fue inmediato.

 

—¿¡Qué!? —exclamó Pansy, arreglándose la manga manchada de pastel.

 

—¿No...? —repitió Theo Nott, entre incrédulo y fascinado.

 

—No —confirmó Draco, acariciando la cabecita de su hijo—. Su primera manifestación de magia fue cuando tenía siete meses. Hizo levitar su juguete. Con intención, dirección… y sin estar llorando.

 

Los murmullos comenzaron. Suaves al principio, como olas pequeñas. Luego crecieron.

 

—Eso es… inaudito —dijo una de las tías de los Greengrass.

 

—En los registros del Departamento de Desarrollo Mágico Infantil, las primeras manifestaciones suelen comenzar a los tres años como pronto —murmuró uno de los compañeros de Draco.

 

—¡Es increíble! —dijo Luna con una sonrisa amplia—. Es como si su energía mágica ya estuviera despierta por completo. Nunca he visto un aura tan... eléctrica en un niño.

 

—Y es muy lindo también —añadió, acariciando un mechón de cabello de Izar—. Tiene carita de runa antigua feliz.

 

Izar la miró desde su peluche.

 

“Luna es rarísima… pero me cae bien.”

 

Theo Nott se acercó a Draco, cruzándose de brazos mientras observaba a Izar con mirada analítica.

 

—Draco… esto es serio. Él tiene un núcleo mágico despierto y en desarrollo antes del primer año.

Eso no ocurre. No así. No con ese nivel.

 

—Lo sé —dijo Draco, con voz baja pero firme.

 

—Podría crecer con una magia fuera de escala. Tendrás que prepararlo. Guiarlo.

 

—Y protegerlo —añadió Astoria, que ahora abrazaba a ambos.

 

Los comentarios continuaron. Algunos de asombro. Otros de preocupación. Algunos invitados simplemente no sabían cómo reaccionar. Y es que ver a un bebé de un año romper mesas, flotar a adultos y agrietar paredes con un berrinche… no era algo fácil de procesar con un canapé en la mano.

 

Y sin embargo, poco a poco, la atmósfera comenzó a relajarse.

 

Con las reparaciones mágicas ya completadas, los pisos brillando como nuevos, y los elfos domésticos sirviendo té calmante de flor de azahar con esencia de tranquilidad, la fiesta retomó un aire de despedida.

 

Los invitados comenzaron a acercarse para dar sus últimas palabras.

 

—Un hijo brillante, Draco —dijo Blaise con una sonrisa ladeada—. Me alegra que no heredó tu carácter de adolescente.

 

—Todavía queda tiempo —respondió Draco, rodando los ojos.

 

—Nos veremos pronto —dijo Pansy, cargando a Marco (que no soltaba su propio peluche como si temiera una represalia mágica).

 

Theo y Zarina se despidieron con un elegante asentimiento. Eleanor, en brazos de su madre, agitó una varita acolchada en dirección a Izar, quien respondió con un movimiento de cabeza lento… y digno.

 

Luna y Rolf fueron los últimos.

 

—Feliz año, Izar —dijo Luna, inclinándose para mirar al bebé directo a los ojos—. Soñé contigo una vez, ¿sabes? Estabas volando sobre un castillo hecho de serpientes y estrellas. Cantabas. Muy afinado, por cierto.

 

Izar la miró.

 

“Sí, definitivamente rarísima.”

 

Finalmente, los Scamander sosteniendo a sus gemelos desaparecieron con un suave “pop” de aparición.

 

Y la mansión quedó en silencio.

 

Draco, aún con Izar en brazos, se dejó caer en uno de los sillones de terciopelo.

 

Astoria se sentó junto a él, descalzándose con un suspiro.

 

Izar, adormilado ya, mordía la cola de su serpiente como si fuera el único vínculo entre él y la serenidad.

 

—¿Crees que sospechan algo...? —murmuró Astoria.

 

Draco miró a su hijo.

 

—Sospechan que es poderoso. Que no es común. Que necesita cuidado especial.

 

—Pero no saben —dijo ella.

 

—No. Y no lo sabrán. No mientras dependa de mí.

 

Astoria asintió. Luego bostezó.

 

Izar cerró los ojos.

Y justo antes de quedarse dormido, pensó:

 

“Sólo fue una fiesta… esperen a mi segundo cumpleaños.”

Chapter 3: Capitulo 3

Chapter Text

Había pasado medio año desde la memorable —y ligeramente destructiva— fiesta de cumpleaños número uno de Izar Abraxas Malfoy. Desde entonces, muchas cosas habían cambiado.

 

Para empezar, Izar hablaba. Perfectamente.

 

No balbuceaba. No decía “mamamam” ni “tata”.

No. Izar hablaba con una claridad británica de salón de té, usando frases completas con una entonación refinada, vocabulario preciso, y un ligero dejo de sarcasmo que seguramente no había aprendido de los elfos.

 

Aquella mañana, mientras caminaba por el pasillo central de la Mansión Malfoy —con una túnica infantil bordada con constelaciones y botas de dragontina hechas a medida—, su cabello rizado caía hasta sus hombros en ondas suaves y domadas.

 

Gracias al milagro de la alquimia paternofilial.

 

---

 

Meses atrás, Astoria había intentado peinar a Izar antes de una cena familiar.

 

—Quédate quieto —le había dicho con dulzura, estirando un mechón.

 

—Eso duele, madre —respondió Izar, medio llorando y medio indignado.

 

—Es solo un nudo—.

 

¡CRACK!

 

El cepillo explotó. Literalmente. La magia de Izar se había descontrolado por la frustración, enviando cerdas volando como agujas.

 

Draco, después de cinco segundos de silencio y un leve tic nervioso en el ojo, decidió que era hora de actuar.

 

Al día siguiente, formuló un shampoo encantado de su autoría, especial para cabello rebelde con núcleo de dragón (o niño con alma de tormenta), y desde entonces, los rizos de Izar eran suaves, definidos, y perfectamente peinables.

 

Astoria lloró al primer uso.

 

—¡Podemos peinarlo sin riesgo de guerra mágica!

 

 

---

 

Desde su fiesta, el rumor del “bebé Malfoy prodigio que hizo levitar mesas y romper paredes con magia accidental” se había esparcido por todo el Reino Unido mágico. El Profeta Diario, Corazón de Bruja, incluso una gaceta esotérica de Islandia, intentaron conseguir entrevistas.

 

Draco no concedió ni una.

 

Cuando un reportero osó aparecer disfrazado de jardinero, un hechizo silencioso lo convirtió en arbusto decorativo durante 36 horas.

 

—Él no es un espectáculo —dijo Draco con voz firme—. Es mi hijo.

 

Izar, mientras tanto, sabía perfectamente que era famoso.

 

Y sí, lo admitía internamente cada mañana mientras se miraba al espejo:

 

“Soy brillante. Elegante. Y letal si me arrebatan mi serpiente de peluche otra vez.”

 

 

---

 

 

Aquel día, Izar entró al comedor con paso seguro. Ya no necesitaba que lo alzaran: se acercó a su silla, puso un banquito debajo, trepó con precisión quirúrgica, y se sentó a la mesa con la dignidad de un diplomático en miniatura.

 

Astoria, sentada con una taza de té, hojeaba un libro sobre pociones para el desarrollo mágico temprano.

 

Draco leía el Diario del Ministerio con una ceja permanentemente arqueada.

 

Izar, con la cuchara de plata en la mano y un bol de gachas mágicas de fresa, levantó la mirada y anunció:

 

—Madre. Padre. Me gustaría visitar los jardines. Quiero ver los pavos reales albinos.

 

Draco alzó la vista lentamente. Su expresión era la mezcla perfecta entre trauma y sorpresa.

 

—¿Los... pavos reales albinos?

 

—Sí —respondió Izar—. Me parecen criaturas elegantes. Me han dicho que despliegan sus colas al sol y caminan como si supieran que son bellos.

 

Draco dejó el periódico con un suspiro.

 

—Son... peligrosos.

 

—Draco —dijo Astoria con una sonrisa divertida—, no empieces.

 

—Me persiguieron de niño. A mí. Heredero Malfoy. Como si fuera un delincuente.

 

—Porque tú les arrancaste una pluma —aclaró Astoria—. Con una varita. Y dijiste “a ver qué pasa.”

 

—¡No pensé que recordaran! ¡Tienen cerebro de ave!

 

—Tienen memoria mágica, no te hagas —dijo Astoria, volviendo al libro.

 

Izar, aún masticando, interrumpió:

 

—Padre, te prometo solemnemente que no les arrancaré nada. Solo quiero observarlos. Desde una distancia prudente. Y con un elfo doméstico como escolta, si lo prefieres.

 

Draco lo miró fijamente.

 

—No los provoques.

 

—Jamás —respondió Izar, colocando su cuchara como si firmara un tratado.

 

—Muy bien —cedió Draco, rindiéndose ante la diplomacia infantil—. Pero si te miran raro, tú te das la vuelta.

 

Izar levantó los brazos y sonrió ampliamente.

 

—¡Yeeei!

 

Astoria rió.

 

—Voy a prepararle una capa solar y sus botas resistentes al césped encantado.

 

—Y que lleve su serpiente de peluche —añadió Draco—. Si hay una explosión, quiero que sea contenida.

 

Izar bajó de la silla con su banquito, listo para su próxima aventura.

Los pavos reales albinos lo esperaban.

Era una tarde luminosa en los jardines privados de la Mansión Malfoy, donde el sol atravesaba las copas de los sauces encantados y dibujaba patrones danzantes sobre los senderos de piedra antigua. Pequeños riachuelos mágicos cantaban entre las flores, y el aire olía a menta, salvia y algo suavemente ancestral.

 

Izar caminaba de la mano de sus padres.

 

Astoria sostenía una elegante cesta de picnic flotante, decorada con cintas que cambiaban de color según la temperatura. Draco llevaba un pequeño sombrero encantado para proteger el rostro de su hijo del sol. Izar, por su parte, caminaba como quien preside una expedición diplomática.

 

Pasaron por un pasillo de flores violetas de tallo plateado, y Draco señaló:

 

—Tu abuela Narcisa las plantó. Después de la guerra. Dijo que algo hermoso debía florecer sobre la oscuridad.

 

Izar, maravillado, las tocó con delicadeza.

 

—Son hermosas —dijo, sin exageración.

 

Astoria sonrió. Draco se agachó y lo levantó con un movimiento rápido, lanzándolo suavemente al aire. Izar soltó una risa cristalina mientras lo atrapaba entre sus brazos.

 

—¡Otra vez!

 

—Después. Llegamos —dijo Draco, señalando un claro.

 

Y allí estaban:

Los pavos reales albinos.

 

Majestuosos, blancos como la nieve, con ojos plateados y colas que brillaban con un suave reflejo azulado. Se paseaban detrás de una cerca mágica, vigilantes y tranquilos.

 

—Padre, bájame —dijo Izar con la voz serena de quien pide ver a una criatura mitológica.

 

Draco lo bajó con cuidado.

 

Izar se acercó a la cerca. Los pavos lo observaron con curiosidad, cabezas inclinadas.

 

Ninguno atacó.

 

—Sabios pájaros —murmuró Izar.

 

—Mira eso —dijo Astoria con los brazos cruzados—. No lo atacan.

 

—No repitas eso —respondió Draco, frunciendo el ceño—. Me siguen mirando mal cuando paso.

 

Después de unos minutos de observación respetuosa, la familia se dirigió a un gran roble al borde del claro. Astoria extendió una manta de picnic encantada, y comenzaron a colocar la merienda: panecillos de frutas, té frío de cereza lunar, y papilla de melocotón para Izar.

 

—He traído esto para ti —dijo Astoria, sacando una pelota mágica que cambiaba de color cada vez que rebotaba.

 

Izar la observó con deleite. La tomó en sus manitas y, con educación, preguntó:

 

—¿Puedo jugar, padre?

 

Draco asintió con una sonrisa.

 

—Ve, pero mantente donde te veamos.

 

Izar, emocionado, lanzó la pelota. Corrió tras ella con su túnica ondeando y el cabello rizado rebotando con cada paso.

 

Astoria y Draco lo observaron desde la manta, hablando suavemente entre ellos.

 

—Está creciendo tan rápido…

 

—Y tan fuerte —dijo Draco—. ¿Viste cómo habló con Zabini la última vez? Como un diplomático.

 

—Tiene tu sarcasmo.

 

—Y tu inteligencia —respondió Draco, con tono sincero.

 

 

---

 

Mientras Izar perseguía su pelota, esta rodó más lejos de lo esperado, acercándose a unos arbustos espesos y brillantes de hojas plateadas. Izar se giró para ver si sus padres lo miraban, pero estaban ocupados conversando.

 

Encogiéndose de hombros, se acercó al arbusto.

 

Y entonces…

 

Una voz.

 

—Tontos humanos… tan cerca de mi nido. Aléjate, humano.

La voz era femenina. Cautelosa. No amenazante, pero sí defensiva.

 

Izar se detuvo en seco. Su respiración se congeló.

 

—Lo lamento —respondió sin pensar—. No sabía que te había molestado.

 

Silencio.

 

Entonces, una serpiente albina emergió de entre los arbustos. Su cuerpo era largo, sedoso, de un blanco iridiscente que brillaba al sol, y sus ojos dorados brillaban con sabiduría antigua.

 

La serpiente se detuvo al verlo, claramente sorprendida.

 

—Tú… hablas.

—¿Yo… lo hago? —dijo Izar, parpadeando—. ¡Oh! ¡Lo hago! Estoy… hablando contigo.

 

Había algo instintivo, natural en la forma en que lo hacía. Como si esa lengua siempre hubiera estado en su lengua.

 

—¿Cómo te llamas? —preguntó Izar, con fascinación.

 

—No tengo nombre. Nunca lo he necesitado.

—¿Quieres venir conmigo? Tengo comida… y un lugar seguro para el invierno —ofreció con inocencia.

 

La serpiente lo miró largamente. Luego, se deslizó hacia él y se enroscó suavemente sobre sus hombros.

 

—Está bien, cría. Iré contigo.

 

—Te llamaré… Keyla.

 

---

 

—¡IZAR! —la voz de Astoria sonó como un hechizo explosivo.

 

Izar giró. Astoria y Draco corrían hacia él.

 

—¡No te muevas! —dijo Draco, ya con la varita en la mano.

 

—¡No, papá! —gritó Izar con fuerza—. ¡No le hagas daño! Ella es buena. No me va a hacer daño.

 

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Astoria, jadeando.

 

Izar la miró, serio. Con los ojos brillantes y la voz tranquila:

 

—Porque ella me lo dijo.

 

Y luego, sin más, habló de nuevo en lengua pársel.

 

—¿Verdad que no me harás daño, Keyla?

—No, pequeño. No lastimo a quien me habla con respeto.

 

Silencio.

 

Astoria y Draco quedaron helados.

 

Draco bajó la varita.

 

—Tú… tú hablaste con ella.

 

—¿Hablaste en pársel? —dijo Astoria con la voz baja.

 

Draco la miró. Astoria le devolvió la mirada.

Un intercambio silencioso lleno de historia, sospecha… y resignación.

 

—Eso… solo lo hemos visto en una persona —murmuró Draco.

 

Izar parpadeó.

 

Y entonces, lo recordó.

 

Harry Potter.

Su padre biológico.

El chico que hablaba con serpientes. Que derrotó a Voldemort.

Y lo abandonó sin saberlo.

 

—¿Puedo quedármela? —preguntó Izar con su voz más inocente—. Ya le prometí un lugar seguro.

 

Draco y Astoria se miraron de nuevo.

 

Draco suspiró. Astoria asintió.

 

—Pero será tu responsabilidad —dijo Astoria finalmente.

 

Izar sonrió de oreja a oreja.

 

—¡Yeeei!

 

Keyla silbó suavemente, acomodándose en sus hombros.

 

Y así, Izar regresó al picnic con su nueva amiga enrollada en el cuello y un lenguaje olvidado susurrándole entre dientes.

 

El viento sopló entre los árboles.

Y algo… cambió.

 

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Era enero en la Mansión Malfoy.

 

La nieve caía en silencio tras los ventanales encantados, cubriendo los jardines con un manto blanco que brillaba como cristales bajo el débil sol invernal. La temperatura era fría, pero dentro del corazón de la mansión, la calidez se mantenía gracias a los encantamientos y al crepitar de las chimeneas mágicas.

 

Izar Abraxas Malfoy, ahora de un año y nueve meses, observaba la nieve desde una ventana del pasillo este. Sus rizos plateados, más largos que nunca, le caían por debajo de los hombros con gracia natural, suavemente recogidos con un lazo verde oscuro que Astoria le había encantado esa mañana.

 

A sus pies, enroscada como una bufanda viviente, estaba Keyla, su compañera albina de mirada dorada, descansando, pero siempre alerta.

 

—Vamos, Keyla —dijo Izar con voz suave pero resuelta—. Hoy quiero ir a la biblioteca. Quiero leer más.

 

La serpiente silbó suavemente, alzando la cabeza, y lo siguió mientras él caminaba por los pasillos de piedra pulida de la mansión.

 

Al entrar a la biblioteca Malfoy, el aire cambió. Era un lugar solemne, silencioso, cargado de saber ancestral y olor a pergamino viejo. Los estantes se elevaban hasta el techo encantado con forma de cúpula, donde flotaban pequeñas esferas de luz como luciérnagas inmóviles.

 

Izar se detuvo frente a una de las estanterías más grandes. Sabía que ahí estaban los libros de cuentos mágicos.

 

—Demasiado alto... —susurró.

 

Cerró los ojos, concentrándose con fuerza, como si pudiera ordenar al universo que le hiciera caso.

 

“Baja… baja… quiero ese libro.”

 

Y entonces, uno de los tomos tembló.

 

¡TUM!

 

Cayó suavemente al suelo. Un tomo grueso, con letras brillantes en la portada: “Fábulas Fantásticas del Mundo Encantado”.

 

Izar lo abrió con asombro. Las ilustraciones se movían, los personajes hablaban en susurros mágicos, y el texto se iluminaba según su línea de lectura.

 

—¡Wow todo lo que leo se me queda al instante! —exclamó entusiasmado—. ¡Realmente la mente de un niño es una esponja! —murmuró, riéndose solo.

 

Se sentó sobre un cojín flotante y empezó a leer, con Keyla enroscada a su lado.

 

Y así lo encontraron Draco y Astoria, quienes entraron buscando un libro de genealogías.

 

Draco fue el primero en notar al niño, concentrado y leyendo en voz alta con una dicción impecable.

 

—¿Izar? —preguntó, acercándose.

 

Izar levantó la mirada, tranquilo.

 

—Hola, padre.

 

Astoria se acercó, asombrada.

 

—¿Qué haces aquí solito?

 

—Leyendo —respondió Izar, como si fuera lo más obvio del mundo.

 

Draco alzó una ceja.

 

—¿Dónde aprendiste a leer?

 

Izar parpadeó.

 

—Yo solo. Fue fácil —respondió con una sonrisa inocente.

 

"No puedo decirles que ya sabía porque soy un reencarnado… eso causaría una crisis existencial innecesaria."

 

Astoria y Draco se quedaron mirándolo como si acabara de lanzar un hechizo de nivel avanzado.

 

—Mi hijo… —dijo Draco con una sonrisa llena de asombro y orgullo— es un genio.

 

—¡Hay que celebrarlo! —añadió Astoria con alegría—. ¿Qué tal un pastel?

 

—¡Yei! —gritó Izar, dando una pequeña palmada.

 

Minutos después, los tres bajaron a las cocinas de la mansión, donde los elfos domésticos ya preparaban algo dulce y cálido para acompañar la nieve.

 

Izar estaba sentado en una silla alta, Keyla enroscada tranquilamente cerca de la chimenea, cuando de pronto…

 

Astoria se llevó la mano al rostro.

Su expresión cambió. Pálida. Inquieta.

 

Y entonces… invocó una bolsa de papel al instante y empezó a vomitar.

 

—¡Astoria! —exclamó Draco, levantándose con rapidez.

 

Izar se quedó paralizado, la cuchara con pastel en el aire.

 

—¿Mamá?

 

—Estoy… estoy bien —dijo Astoria débilmente, limpiándose la boca—. Solo es… un malestar.

 

Pero apenas terminó de hablar, volvió a inclinarse hacia la bolsa.

 

Draco corrió a su lado y la sostuvo con una mano mientras le acariciaba la espalda.

 

—¿Cuánto tiempo llevas sintiéndote así?

 

Astoria lo miró con los ojos muy abiertos.

 

—Unos días…

 

Izar, preocupado, se bajó de su silla y se acercó.

 

—¿Estás enferma?

 

Astoria sonrió débilmente, luego miró a Draco.

 

Draco frunció el ceño… y luego su rostro cambió.

 

Se le erizó la piel.

 

—Astoria… ¿ya lo comprobaste?

 

Ella negó con la cabeza.

 

Draco llamó a un elfo con voz rápida y baja. Al instante, un frasquito verde apareció flotando. Astoria tomo una aguja y se pincho el dedo y dejo caer gotas de su sangre. Una gota… dos… tres.

 

El líquido burbujeó. Un humo rosado suave se elevó en forma de espiral.

 

Draco parpadeó.

 

—¿Estas…? —dijo en voz baja.

 

Astoria lo miró con una mezcla de risa y sorpresa.

 

—Parece que sí.

 

Izar frunció el ceño.

 

—¿Qué pasa?

 

Astoria se agachó, abrazándolo con una sonrisa.

 

—Vas a tener un hermanito, Izar.

 

Silencio.

 

Izar abrió mucho los ojos. Su mente procesó la información como una bola de cristal rebotando por un pasillo.

 

—¿Un… bebé?

 

Draco se agachó a su lado también.

 

—Sí, hijo. Vas a ser el hermano mayor.

 

Izar lo pensó seriamente.

Luego asintió… y preguntó:

 

—¿Puedo enseñarle a hablar con serpientes?

 

Astoria se echó a reír.

Draco se llevó la mano al rostro.

 

Keyla, desde su rincón, murmuró en lengua pársel:

 

—Este invierno será interesante.

 

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Habían pasado dos meses desde aquella memorable tarde de enero, cuando Astoria vomitó sobre una bolsa flotante y reveló entre dulces y náuseas que Izar tendría un hermanito.

 

Lo que nadie —ni siquiera el experimentado y estoico Draco Malfoy— esperaba, era que los siguientes meses se convirtieran en una odisea de antojos, lágrimas, enfados repentinos y cambios de humor tan dramáticos que hacían que las novelas góticas de la biblioteca parecieran cuentos infantiles.

 

 

---

 

Una mañana tranquila, Draco entró a la cocina familiar con una expresión relajada. Izar estaba sentado en su silla alta, comiendo su papilla de avena con trocitos de mandrágora caramelizada, mientras Keyla, enrollada bajo la mesa, bostezaba con desinterés.

 

—Buenos días —dijo Draco, con su taza de café.

 

Astoria, sentada en la cabecera, tenía una mano en el vientre y la otra en el aire.

 

—¡Draco, necesito… necesito café con esencia de vainilla, espuma de cabra alpina y un toque de jugo de pepinillo encurtido!

 

Draco se detuvo a mitad de sorbo.

 

—¿Perdón?

 

—¡Y tiene que estar frío! ¡FRÍO! No tibio. No caliente. Frío.

 

Draco, con expresión congelada, se giró hacia el elfo más cercano.

 

—Haz lo que puedas.

 

Izar lo miró. Keyla levantó la cabeza.

 

—Ese es el rostro del hombre que aceptó el destino, pero no el precio, dijo la serpiente en pársel.

 

Izar asintió solemnemente.

 

—Pobre padre. Él no pidió tanto.

 

Astoria rompió a llorar de repente.

 

—¡Y si no encuentras jugo de pepinillo, no importa! ¡No pasa nada! ¡No me importa nada! ¡Todo es horrible!

 

—¡Estoy buscando el jugo! ¡AHORA MISMO! —gritó Draco, lanzándose al armario con varita y desesperación.

 

Tres días después.

 

—Draco —dijo Astoria desde el diván—, necesito fresas silvestres del Bosque de los Suspiros.

 

—Astoria, eso queda en Gales. ¡Y está nevando!

 

—¿Y qué? ¡Tú dijiste que era tu mejor amiga !

 

—¡Claro que te quiero! ¡Pero hay centauros en ese bosque que me odian desde 2002!

 

—¡Quiero fresas silvestres! —gritó ella, abrazando una almohada como si fuera un peluche —¡Y también una colcha tejida con lana de unicornio bebé! ¡Me da frío en los codos!

 

Draco respiró hondo, masajeándose el puente de la nariz.

 

—Esto es mi karma.

 

Izar, sentado con su libro de fábulas, murmuró sin despegar la vista de la página:

 

—Probablemente sí lo es, padre.

 

Keyla asintió lentamente.

 

—Una vez vi a una mantícora aceptar su destino con más dignidad.

 

Draco se dejó caer en el sillón.

 

—No hay dignidad aquí, Keyla. Solo desesperación con aroma a menta y cebolla frita.

 

Una tarde en la biblioteca, Astoria estaba sentada en una enorme butaca mágica, envuelta en mantas, mientras masticaba una croqueta de pescado mágico.

 

Draco entró, feliz de haber escapado a su despacho durante veinte minutos.

 

—¡Astoria! He regresado.

 

Astoria lo miró.

 

—¿Te comiste una de mis croquetas?

 

—¿Qué?

 

—¡Contesta la pregunta, Draco Lucius Malfoy! ¡¿TE COMISTE MI CROQUETA?!

 

Draco levantó ambas manos como si un dragón lo estuviera apuntando con fuego.

 

—¡No! ¡Lo juro! Solo probé una en la cocina. ¡Había como ocho!

 

—¡Eran nueve!

 

—¡Merlín!

 

Izar, escondido tras un cojín, le susurró a Keyla:

 

—Esto va a escalar muy rápido.

 

Keyla:

 

—Prepara la magia de escudo, pequeño.

 

Astoria lanzó la almohada. Draco se cubrió con una barrera mágica.

 

—¡Me robas mi croqueta y luego quieres vienes como si nada! ¡Desvergonzado!

 

—¡No fue mi intencion! ¡Sólo quiero vivir!

 

Aun con todo…

Draco nunca dejó de cocinarle sus antojos.

Astoria nunca dejó de lanzarle libros (de forma controlada).

Izar nunca dejó de mirar la escena como si fuera una obra de teatro de humor trágico.

 

Y Keyla…

Keyla simplemente observaba, como una sabia espectadora milenaria.

 

Draco, entre lágrimas y frituras mágicas, sabía:

 

"Este es mi karma. Pero por ellos… vale la pena."

 

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Era un día soleado y fresco en los jardines de la Mansión Malfoy, decorados con guirnaldas encantadas que formaban figuras de dragones y estrellas al moverse con la brisa. El cielo estaba despejado, y una enorme carpa mágica flotaba sobre la zona de la fiesta, protegiendo del sol a los invitados… y conteniendo ligeramente el caos.

 

Hoy era el segundo cumpleaños de Izar Abraxas Malfoy, y como era tradición en la familia, se había organizado una fiesta modesta... para estándares Malfoy. Lo cual significaba elfos corriendo, música instrumental tocada por instrumentos encantados y fuentes de pastel flotante.

 

Los invitados eran los mismos del año anterior:

 

Los Zabini, con Blaise elegantísimo como siempre, y Pansy Zabini ahora embarazada otra vez, luciendo una túnica rosa con expresión de “no me pregunten nada o lanzo un hechizo.”

 

Su hijo Marco Zabini, caminando con su clásica cara de “todo esto es indigno.”

 

Los Scamander, con Luna flotando de felicidad y Rolf cargando a uno de sus gemelos, Lorcan se dio cuenta viendo su cabello castaño.

 

Los Nott, con Theodore y Zarina, serios y elegantes, y su hija Eleanor explorando flores con la intensidad de una botánica obsesiva.

 

Varios compañeros de trabajo de Draco, todos vestidos de gala y fingiendo no estar aterrados por otro posible episodio de “el bebé prodigio enloquece y hace levitar a media aristocracia.”

 

Esta vez, los niños no estaban en un corralito.

 

Tenían una mesita.

Con sillas pequeñas.

Y cubiertos acolchados.

 

“Mesa para niños… claro. Área para limitar mi poder.”, pensó Izar mientras se sentaba con la postura de alguien que aceptaba su destino, pero no lo respetaba.

 

Frente a él estaban:

 

Marco, que hojeaba una servilleta como si fuera literatura de vanguardia.

 

Eleanor, oliendo la gelatina como si buscara su composición alquímica.

 

Lorcan y Lysander, comiéndose la crema del pastel con los dedos.

 

 

Izar suspiró.

Profundamente.

 

—Oye —dijo Izar, mirando a Marco con sospecha—. Más te vale no volver a meterte con mis cosas, osito Zabini.

 

Marco lo miró.

 

—¿Qué?

 

Izar parpadeó.

 

“Ah… cierto. Estoy rodeado de niños.”

 

Antes de que pudiera seguir, los gemelos Scamander hablaron al mismo tiempo:

 

—Tu cabello es bonito.

 

—Sí —dijo el otro—. Muy rizado.

 

Izar se irguió, sonriendo.

 

—Gracias. Me lo cuido con las pociones especiales que hace mi padre. Es un maestro de pociones, ¿sabían?

 

Eleanor ladeó la cabeza.

 

—¿Qué es… una poción?

 

Los gemelos fruncieron el ceño al unísono.

 

—¿Qué es un… maestro?

 

Izar cerró los ojos.

 

—Merlín, dame paciencia —murmuró.

 

—¿Qué es Merlín? —preguntó Eleanor.

 

—¿Es un postre? —dijo Lysander.

 

—¡No es un postre! —exclamó Izar, ya desesperado—. ¡Es un mago legendario!

 

Los niños lo miraron con cara de “podría ser un tipo de helado.”

 

“Y por esto… tuve que dejar a Keyla en mi habitación.”

 

La idea de su serpiente albina —elegante, sabia, con un mínimo de inteligencia crítica— le parecía ahora un lujo que había subestimado.

Estaba atrapado en una mesa llena de mocos mágicos, teorías erróneas y confusión existencial.

 

Pansy, mientras tanto, los observaba desde la mesa de adultos con los brazos cruzados sobre su vientre.

 

—¿Qué tanto murmuran esos enanos?

 

—Izar probablemente esté dando una clase de retórica aristocrática a niños que aún no entienden cómo funciona una cuchara —dijo Astoria, divertida.

 

Draco sonrió.

 

—¿Crees que Izar… sea feliz con su hermanito o hermanita?

 

—Si sobrevive emocionalmente a esta mesa —dijo Astoria—, podrá con todo.

 

El sol se mantenía alto sobre la Mansión Malfoy, iluminando con calidez dorada la elegante fiesta de cumpleaños de Izar. Las risas flotaban entre los árboles, la música mágica se deslizaba suavemente por el jardín, y las bandejas de pastel encantado sobrevolaban a los adultos, que bebían con moderación y chismeaban con entusiasmo.

 

En medio de toda esa armonía aparente, Izar caminaba con fastidio.

 

Había escapado —con toda la gracia y dignidad posible— de la “mesa infantil”, donde sus capacidades intelectuales se habían visto desafiadas por preguntas como “¿qué es una poción?” y “¿Merlín es un tipo de postre?”

 

“Esto es un insulto para mi alma reencarnada.”, pensó, ajustándose el cuello de su túnica con aire digno.

 

Caminó por los arbustos encantados del jardín, fingiendo estar explorando como cualquier otro niño… hasta que se agachó con sigilo detrás de un rosal mágico.

 

Fue entonces cuando escuchó las voces.

 

Astoria.

Y Daphne.

 

Las dos conversaban sentadas en un banco de piedra ornamentado, sin notar al pequeño oyente oculto entre las flores.

 

—Te felicito Astoria —decía Dafne, con tono amable pero afilado como hoja de rosa—. Supongo que ya estás empezando a sentir pataditas.

 

—Gracias —respondió Astoria, con una risa ligera—. Es más movido de lo que esperaba para este punto… o movida. Aún no lo sabemos.

 

—Oh, por favor. Claro que lo sabes. ¡Es niño! No ha nacido una niña en la familia Malfoy en siglos. Tu hijo será el heredero que padre siempre soñó.

 

Izar contuvo el aliento.

 

—Ojalá —suspiró Astoria—. Aunque, si es niña, también será amada.

 

—Claro, por nosotras. Pero sabes cómo es él —dijo Daphne con sarcasmo—. Todavía cree que las mujeres solo servimos para dar herederos y hacer que los retratos familiares no estén vacíos.

 

—Lo lamento, Daphne —dijo Astoria, con calidez sincera—. Tú eras perfecta para heredar el apellido. Inteligente, valiente… muy Greengrass.

 

—Lo sé —respondió Daphne, sin modestia—. Pero qué se le va a hacer. Supongo que fue mejor así. No me imagino encerrada en Inglaterra con los políticos magicos, puros idiotas de ego inflado. Prefiero seguir viajando por el mundo. ¿Sabías que en Egipto las momias aún dan consejos si las sobas con aloe?

 

Izar escuchaba en silencio, absorbiendo cada palabra como si fueran gotas de verdad derramadas sin querer.

Pero entonces, Daphne bajó la voz… con sorna.

 

—Y… hablando de embarazos, ¿escuchaste que Ginny Weasley también está embarazada?

 

Astoria pareció sorprendida.

 

—¿Otra vez?

 

—Sí. Lo curioso es que, por lo que se dice, parece que quedó embarazada al mismo tiempo que tú.

 

Astoria soltó una risita irónica.

 

—¿Otra coincidencia del destino?

 

—No, querida —respondió Dafne, con voz aguda—. Es que Potter no puede mantener su calentura bajo control—suspiró.

 

—Estúpido Potter —susurró Izar, entre dientes.

La rabia lo golpeó sin aviso, como un chispazo en el pecho.

 

“¿En serio...? ¿Otro hijo...? ¡Otro! Mientras yo, su primogénito, sigo siendo un secreto entre arbustos.”

 

Daphne volvió al tema del viaje, y Astoria la siguió, cambiando a temas triviales. Pero el veneno ya estaba sembrado.

 

Izar, sin hacer ruido, se deslizó fuera del arbusto.

El pecho aún le latía con fuerza.

 

“Que tenga otro hijo, no me importa. Que nunca haya venido a ver si existo... eso sí me molesta. Pero da igual. No necesito nada de él.”

 

Sacudió la túnica, recuperando la compostura con la elegancia de un mini duque.

 

Entonces, una voz suave lo sacó de sus pensamientos:

 

—Ah, ahí estás.

 

Era Draco, caminando por el sendero de piedra, buscando a su hijo.

 

—Es hora de partir el pastel, Izar.

 

El niño levantó la mirada. Sus ojos verdes, idénticos a los de cierto auror famoso, brillaban bajo el sol.

 

Asintió.

 

—Voy, padre.

 

Draco le sonrió y le tendió la mano. Izar la tomó, y juntos caminaron de regreso hacia la fiesta.

 

Y por dentro, Izar pensaba:

 

“Quizá no sea el hijo deseado de Potter... pero sí soy el único con un dragón de pastel, una serpiente albina y una mente que ya entiende el mundo mejor que muchos adultos.”

 

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El Salón de Celebraciones de la Mansión Malfoy estaba encantado para brillar como una cúpula celestial. El cielo mágico del techo mostraba una aurora boreal de colores suaves: azules, lavandas, destellos plateados, como si el firmamento estuviera conteniendo la respiración para un momento especial.

 

Hoy era el baby shower de Astoria Malfoy.

 

Y la aristocracia mágica lo sabía.

 

Entre los invitados se encontraban:

 

Lord y Lady Greengrass, impecables y con cara de “esperamos un heredero varón, pero fingimos que no nos importa.”

 

Dafne Greengrass, hermana de Astoria, con una copa de zumo encantado y expresión de “si esto se alarga, me convierto en cometa.”

 

Narcisa Malfoy, la abuela materna por excelencia, sentada en un trono de terciopelo azul, sosteniendo un abanico con bordados de runas familiares. Solo su presencia hacía que los elfos caminaran más rectos.

 

Y, por supuesto, varios colegas y amigos de Draco, del Ministerio y el Gremio de Pocionistas, todos fingiendo estar relajados mientras en realidad analizaban el linaje de la familia como si fueran cazadores de reliquias genealógicas.

 

 

Y en medio de todo eso… estaba Izar.

 

Izar Abraxas Malfoy, con apenas dos años y algunos días, era la personificación de la elegancia aristocrática preescolar.

 

Llevaba una túnica formal azul medianoche con bordes de plata, el cabello rizado sujeto con una cinta negra discreta, botas suaves de cuero de thestral (ético, por supuesto), y un broche familiar que brillaba sobre su corazón.

 

Caminaba con paso digno, a la izquierda de su padre, mientras Draco —tan impecable como siempre— saludaba a los invitados con inclinaciones de cabeza mínimas pero contundentes.

 

"Mira eso," pensó Izar mientras se observaba en un espejo decorativo del salón. "Corte elegante, buena postura, cabello perfecto. Parecemos una pintura mágica de ‘Nobleza Moderna y Control del Caos Familiar’."

 

Su madre, Astoria, lucía radiante. Vestía un vestido azul vaporoso con encantamientos de relajación que ayudaban a su espalda y su humor. Su vientre, redondo y prominente, era el protagonista indiscutible de la fiesta. Al caminar, todos se giraban a verla con sonrisas encantadas y murmullos de buenos deseos.

 

—Ya estás enorme —decía Lady Greengrass con tono encantado.

 

—Solo un mes más —decía Astoria con una sonrisa que escondía: “y si alguien me pide que sonría para otra foto, voy a convertirlo en un escabel.”

 

Y luego vino lo inevitable.

 

—Vamos a dejar a los niños en la zona de juegos —dijo una de las madres encantadas—. Para que puedan interactuar y distraerse mientras los adultos conversan.

 

"Otra vez no..."

 

Izar fue escoltado con toda la dignidad de un príncipe camino al patíbulo hacia una zona decorada con mini sillones, muñecos encantados, bloques flotantes y una alfombra con runas de amortiguación mágica.

 

Allí estaban los sospechosos de siempre:

 

Marco Zabini, ya no tan huraño, pero con la misma actitud de "esto es una pérdida de tiempo".

 

Eleanor Nott, que se estaba comiendo una flor de decoración.

 

Lorcan y Lysander Scamander, vestidos de forma idéntica (¿por qué siempre?) y girando en círculos con alas encantadas en la espalda.

 

 

Izar se sentó en una silla miniatura con porte de emperador cansado.

 

“Cinco minutos. Dame cinco minutos de paz.”

 

—¡Izar! —dijo Eleanor, con voz nasal y emoción—. ¿Tu mamá va a tener un bebé?

 

—Sí —respondió Izar, con la elegancia de un diplomático aburrido.

 

—¿Y cómo llegó ahí? —preguntó Lorcan.

 

—¡Sí! ¿Llegó en una lechuza? —añadió Lysander.

 

Izar se quedó mirándolos.

 

—... ¿Qué?

 

—¿Y si sale por la nariz? —preguntó Marco con auténtico interés.

 

Eleanor frunció el ceño.

 

—No, sale por la barriga. Mi mamá dijo que por una poción especial.

 

—¡Eso no es cierto! —gritó Lysander—. ¡Las cigüeñas lo traen!

 

Izar puso una mano sobre su frente.

 

“Padre... madre... ¿por qué me dejaron aquí?”

 

—Oye Izar, ¿vas a enseñarle a tu hermanito a hablar  ? —preguntó Marco con la boca llena de galletas.

 

—Tal vez —dijo Izar, cruzando las piernas—. Si no hace preguntas como ustedes.

 

—¿Y cómo nacen los bebés de las cigüeñas? —preguntó Eleanor.

 

—¡Y si Izar se casa con un dragón! —gritaron los gemelos.

 

—¿Qué pasa si tu mascota se convierte en humano? ¿Se convierte en tu tía?

 

Izar se paró.

 

—Voy al baño.

 

—¿Qué es un baño? —dijo Lorcan.

 

Izar ni miró atrás. Caminó con la dignidad herida de un veterano de guerra que ha sobrevivido a la batalla más absurda del mundo mágico: la conversación infantil sin lógica.

Pero entonces, las luces flotantes cambiaron de color. El cuarteto comenzó a tocar una melodía suave. Astoria y Draco subieron a una tarima decorada con lazos plateados.

 

Draco levantó la varita. Un orbe dorado flotó sobre sus cabezas.

 

—Gracias a todos por estar aquí. Hoy no solo celebramos el nuevo miembro de nuestra familia… sino que revelaremos si este nuevo Malfoy será bruja… o mago.

 

Todos aplaudieron.

 

Astoria tocó el orbe con su varita.

 

Un haz de luz brotó de él y estalló en una esfera de polvo azul brillante.

 

—¡Es un niño! —gritaron varios.

 

Astoria sonrió.

 

Draco solo cerró los ojos y exhaló como quien acaba de esquivar un decreto del Ministerio.

 

Izar miró la escena desde un rincón.

 

"Bueno… supongo que no estaré tan solo en esta casa. Aunque más le vale no preguntarme si las mascotas se pueden transformar en tías."

 

Y por primera vez en la tarde, sonrió con sinceridad.

 

La tarde era tranquila en la Mansión Malfoy.

 

Una brisa suave entraba por las ventanas abiertas del salón principal, donde las cortinas danzaban como si disfrutaran de una sinfonía invisible. La chimenea estaba apagada —demasiado cálido para ella—, pero en su lugar flotaban burbujas de luz suave, encantadas por Astoria para que llenaran el ambiente de una paz ligera y protectora.

 

Izar se encontraba sentado en uno de los sillones aterciopelados, con las piernas cruzadas y el ceño ligeramente fruncido, leyendo un cuento mágico ilustrado. Las páginas murmuraban al ritmo de su lectura, y cada vez que pasaba una hoja, las ilustraciones hacían una pequeña reverencia.

 

—“Y entonces el dragón dijo: ‘¡Jamás confiaré en una bruja sin sombrero puntiagudo!’” —leyó en voz alta, sonriendo para sí.

 

Keyla dormía enrollada bajo el sofá, dejando escapar un siseo de satisfacción de vez en cuando. La mansión entera parecía respirar con tranquilidad. Era uno de esos raros momentos de armonía.

 

Hasta que Astoria, entrando con paso lento, se detuvo a medio camino de la sala y colocó ambas manos sobre su abultado vientre.

 

—Oh... —murmuró, una sonrisa surcando su rostro—. Está moviéndose de nuevo.

 

Izar levantó la mirada.

 

—¿Scorpius?

 

Astoria asintió con ternura.

 

—¿Quieres sentirlo?

 

Izar no respondió de inmediato. Cerró el libro con cuidado y se deslizó del sillón con elegancia heredada. Caminó con pasos medidos hasta donde estaba su madre, quien ya se había acomodado en el diván junto a la ventana.

 

Astoria levantó suavemente la tela de su vestido, dejando al descubierto su vientre redondo, que parecía brillar a la luz del atardecer.

 

Izar se acercó con una mezcla de solemnidad y curiosidad pura.

 

—¿Aquí? —preguntó.

 

—Sí, justo aquí —dijo ella, guiando su pequeña mano.

 

Izar colocó la palma sobre la piel cálida de su madre…

 

Y entonces, ¡pat!

 

Una pequeña patada.

 

Izar abrió los ojos con asombro, los labios entreabiertos.

 

—¡Se movió!

 

—Sí, lo hizo. Te reconoció, seguro —dijo Astoria con una risa suave.

 

Izar sonrió, y en su voz hubo una dulzura rara en él:

 

—¿Cómo se va a llamar?

 

Astoria le acarició el cabello, colocando uno de los rizos rebeldes detrás de su oreja.

 

—Scorpius Hyperion Malfoy.

 

Izar repitió el nombre en su mente. Lo probó como un mago prueba su primera varita.

 

—Es un buen nombre —dijo con respeto.

 

Y en ese momento, Draco apareció desde el pasillo, aún con su túnica de estar en casa, elegante aunque informal, sosteniendo unos papeles del Ministerio.

 

—¿Qué me perdí?

 

—Tu hijo quiere saludarte —dijo Astoria, señalando el vientre.

 

Draco levantó una ceja, sonriendo.

 

—¿Ah, sí?

 

Se acercó y se arrodilló junto al diván, dejando los papeles a un lado. Apoyó una mano con delicadeza sobre el vientre de su esposa… y casi de inmediato, Scorpius pateó.

 

—¡Ah! Sí, ese fue un saludo con entusiasmo.

 

—¿Fue así conmigo también? —preguntó Izar, curioso.

 

Draco lo miró, una sonrisa ladeada en el rostro.

 

—Tú... eras menos predecible. Te movías cuando nadie te hablaba, y cuando yo te hablaba... te quedabas muy quieto. Pensaba que me ignorabas a propósito.

 

—Tal vez sí lo hacía —bromeó Izar, cruzándose de brazos con una sonrisa traviesa.

 

Y entonces, Draco hizo algo inesperado.

 

Se inclinó ligeramente sobre el vientre de Astoria… y comenzó a cantar.

 

Una melodía suave, antigua. Una canción de cuna que parecía hecha de estrellas, notas dulces y hechizos protectores. Su voz, grave y cálida, llenó el salón como si fuera una caricia mágica.

 

Izar lo observaba.

 

Cada nota despertaba un eco dormido en su memoria.

 

Esa canción…

 

La conocía.

 

No de su infancia.

De antes.

Desde el vientre.

 

"Esa voz… esa canción..."

 

Y entonces, lo supo.

 

Draco había sido quien le cantaba cuando estaba en su vientre.

 

En esos meses cálidos dentro de aquel capullo acogedor, antes de ver el mundo, cuando su único vínculo era una voz... una canción que calmaba todo miedo.

 

Era Draco. Siempre fue él.

 

Izar tragó saliva, y por un segundo, toda su lógica, todo su sarcasmo, todo su lenguaje de pequeño anciano reencarnado se disolvió.

 

Y quedó solo eso:

Una certeza emocional.

 

“Él me quiso... desde antes de conocerme.”

 

Cuando la canción terminó, Draco sonrió.

 

—Siempre me gusta cantarles antes de que nazcan. Aunque admito que contigo funcionó mejor con pociones.

 

Astoria soltó una risita.

 

Izar no dijo nada. Solo se acercó a su padre y lo abrazó por el costado, sin pedir permiso, sin palabras.

 

Draco se congeló por un segundo, y luego le pasó un brazo por los hombros.

 

—¿Estás bien?

 

—Sí. Solo... gracias por cantarle a Scorpius.

 

—¿Y por cantarte a ti también?

 

Izar lo miró. No sonrió. Solo asintió.

 

—Sí.

Chapter Text

La noche era tranquila en la Mansión Malfoy. Demasiado tranquila, si se lo preguntabas a Narcisa Malfoy, quien apareció en la habitación de Izar con el dramatismo refinado que solo una verdadera Lady podía dominar.

 

El cuarto estaba en penumbra, con una tenue luz encantada que flotaba sobre la cama del niño. Izar dormía profundamente, envuelto en su manta favorita la que tenía bordados de dragones y constelaciones, abrazado a su inseparable serpiente de peluche.

 

Pero no por mucho.

 

—Izar, cariño… despierta. —dijo la voz de Narcisa, suave pero urgente.

 

Izar parpadeó lentamente, frunciendo el ceño. Se frotó los ojos con los puños cerrados y murmuró con voz dormida:

 

—¿Abuela...? ¿Qué haces aquí? ¿Es de noche?

 

—No hay tiempo, cielo —dijo Narcisa, con ese tono aristocrático que podía calmar tormentas mágicas y al mismo tiempo ordenar ejércitos—. Tu madre ha entrado en trabajo de parto. Tu padre está con ella. Me pidieron que fuera a buscarte.

 

Izar se sentó de inmediato, ahora completamente despierto.

 

—¿Va a nacer… Escorpio?

 

Narcisa afirma.

—Sí, querido. Vístete, tenemos que ir al hospital.

 

Izar saltó de la cama, su pequeño corazón latiendo con emoción y ansiedad. Con ayuda de su abuela, se vistió rápidamente: una túnica sobria azul oscuro, el cabello atado con un lazo de emergencia, y su broche familiar en el pecho.

 

Antes de salir, se agachó junto a su cama, donde Keyla, enroscada, lo miraba con ojos dorados brillantes.

 

—Voy a San Mungo. Es el momento. Nacerá Scorpius.

 

—Ve, —siseó la serpiente— pero vuelve pronto. Estaré aquí esperándote.

 

Narcisa, observando todo desde la puerta, parpadeó lentamente. Había visto cosas extrañas en su vida… pero una conversación fluida y natural con una serpiente no era común ni siquiera para ella. Aún así, no hice ninguna pregunta.

 

“No esta noche.”

 

Con firmeza, tomó la mano de Izar, que caminó junto a ella sin dudar.

 

El salón estaba oscuro, pero la chimenea familiar chispeó con vida cuando Narcisa lanzó un puñado de polvos Flu al fuego.

 

—¡Hospital San Mungo! ¡Sala de Partos!

 

—Recuerda cerrar los ojos, no respira profundo —le dijo Narcisa justo antes de que el fuego los envolviera.

 

Izar sintió la familiar presión mágica, como si fuera absorbido por un túnel de viento y magia y recuerdos, hasta que, un parpadeo después, llegaron al vestíbulo central de San Mungo.

 

Las paredes brillaban suavemente, encantadas para calmar a los pacientes. Sanadores de túnica verde jade se movían con velocidad y elegancia. Algunos se detuvieron al reconocer a Narcisa.

 

—Lady Malfoy, bienvenida.

—Joven heredero —dijeron con una reverencia breve—. Lo estaban esperando.

 

Izar frunció el ceño ante el título, como siempre. Pero no dijo nada. Solo presionó con más fuerza la mano de su abuela.

 

Fueron guiados a una sala de espera privada, encantada para parecer un pequeño salón de estar, con paredes forradas de madera clara, sillones acolchados y un encantamiento de música relajante flotando en el aire.

 

Dentro, Lord y Lady Greengrass estaban sentados con la dignidad de un retrato, aunque sus miradas iban constantemente hacia la puerta.

 

Daphne fue la primera en ver a Izar entrar.

 

—¡Izar! —dijo, poniéndose de pie—. Ven, ven aquí.

 

Izar soltó la mano de Narcisa y corrió hacia su tía, que lo abrazó con suavidad.

 

— ¿Qué pasó? ¿Mi mamá está bien? —preguntó, levantando la cabeza para mirarla directamente a los ojos.

 

Daphne le acarició el cabello con ternura.

 

—Sí, está bien. Está en labor de parto, ahora mismo. Tu padre no se ha movido de su lado ni un segundo. Están en buenas manos. No te preocupes, pequeño.

 

Izar avanzaba lentamente, pero aún sentía ese cosquilleo extraño en el estómago. Una mezcla de nervios, expectativa, miedo... y esperanza.

 

“Escorpio… vas a nacer hoy”.

 

Daphne se sentó con él y le ofreció un pequeño chocolate mágico que explotaba con polvo de estrellas. Izar lo tomó sin mucho entusiasmo. Sus ojos no dejaban de mirar la puerta, esperando noticias.

 

Narcisa se acercó, colocándose detrás de él. Puso una mano en su hombro.

 

—Todo irá bien, querido. Astoria es fuerte. Y Draco… bueno, cuando se trata de ustedes dos, se convierte en roca.

 

Izar no respondió.

 

Solo se acomodó en el sillón, cruzó las piernas con dignidad y esperó.

 

 

 

Las horas pasaban lentamente en la sala de espera de San Mungo.

 

Izar Abraxas Malfoy estaba sentado en un sillón mullido junto a su abuela Narcisa, con las piernas cruzadas, la túnica perfecta y el rostro sereno… al menos por fuera. Por dentro, su mente estaba llena de preguntas, imágenes, posibilidades. Había leído libros sobre nacimientos, sobre hermanos, sobre desarrollo mágico temprano. Y sin embargo, nada lo preparaba para la espera.

 

“¿Y si algo sale mal? ¿Y si Scorpius no me quiere? ¿Y si me ignora como lo hicieron otros?”

 

Los pensamientos venían y se iban, como ráfagas. Pero no los decían en voz alta.

 

En cambio, solo miraba fijamente la puerta del pasillo principal, por donde los sanadores iban y venían con pasos encantadoramente sigilosos.

 

Y entonces… una figura de túnica verde se acercó con expresión solemne pero tranquila.

 

—Señora Malfoy, señores Greengrass —dijo con una reverencia—. El señor Draco Malfoy solicita que su hijo Izar sea el primero en entrar.

 

Narcisa asintió con aprobación. Lord y Lady Greengrass, aunque tensos, también lo permitieron.

 

Dafne sonrió.

 

—Vaya, Izar. Tu hermanito te espera.

 

Izar se levantó con la seriedad de un ministro. Asintió con un gesto contenido, aunque sus manitas estaban frías de emoción. El sanador le extendió la mano, y lo condujo por el pasillo encantado con luces suaves y runas flotantes que palpitaban con energía calmante.

 

Un susurro de su corazón lo acompañaba:

 

“Ya llegó… ya está aquí…”

 

La puerta de la habitación privada se abrió con un leve clic.

 

El olor a flores relajantes y madera encantada flotaba en el aire.

 

Y allí estaban.

 

Astoria, recostada sobre una almohada mágica, con una túnica blanca de maternidad, el cabello suelto y algo desordenado, pero el rostro radiante. Su sonrisa, al ver a Izar, era la mezcla perfecta de agotación, alegría y amor puro.

 

Draco, de pie junto a ella, con los ojos iluminados de orgullo. Tenía la túnica arrugada, el cabello fuera de lugar y ojeras profundas.

 

Pero también estaba sonriendo.

 

Y entre ellos dos, envuelto en una manta celeste bordada con runas familiares… estaba Scorpius Hyperion Malfoy.

 

—Ven, Izar —dijo Astoria suavemente—. Queremos que conozcas a tu hermanito.

 

Draco se agachó y lo alzó con facilidad, como si Izar no hubiera crecido ni un centímetro. Lo sostuvo sobre su brazo y lo acercó a la cama.

 

Izar estirando el cuello, curioso.

Y entonces lo vi.

 

Un bebé pequeño, rosado, con cabello plateado suave como la seda. Parecía una gema envuelta en manta. Dormía con expresión tranquila… hasta que algo lo hizo abrir los ojitos, unos ojos grandes de un azul zafiro profundo lo miraron justo en ese instante.

 

Izar contuvo el aliento.

 

"Tiene el cabello Malfoy... pero sus ojos son los de mamá".

 

Su cabello era distinto al suyo: mechones lacios, no rizados. Pero igual de brillantes. Igual de perfectos.

 

—Wow… es muy lindo —susurró Izar, sorprendido de lo suave que se le hizo la voz.

 

Scorpius hizo un pequeño sonido: un balbuceo grave, pastoso… adorable.

 

Izar sonrió.

 

—Hola, Scorpius… soy tu hermano.

 

Y lo sentí. Como una chispa. Algo invisible que conectaba sus corazones. Una certeza silenciosa.

 

Scorpius volvió a emitir un pequeño sonido y meneó una manita.

 

Sin dudar, Izar se acercó a uno de sus deditos. El bebé cerró su puñito alrededor de él.

 

“Ya lo vi. Y lo amo.”

 

Fue un pensamiento cálido, honesto, completo. Pecado de sarcasmos. Sin capas. Solo amor.

 

—No te preocupes, Scorpius… —dijo Izar, bajando el tono, con los ojos fijos en él—. Yo te protegeré. De todo lo que quiera hacerte daño. Lo prometo.

 

Astoria se sintió emocionada. Draco los observó en silencio, los ojos brillantes.

 

Y en ese momento, la sala quedó en calma.

 

Ni sanadores, ni magia, ni ruido.

 

Solo la familia Malfoy… y un lazo nuevo, puro, indestructible.

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Había pasado una semana desde que Scorpius Hyperion Malfoy llegara al mundo, y desde entonces, la tranquilidad habitual de la Mansión Malfoy se había convertido en una serie constante de sonidos nuevos:

 

 Suspiros adorables.

Estornudos encantadores.

Y sobre todo… llantos.

Muchos. Fuertes. Constantes.

 

Eran cerca de las tres de la madrugada, y en la habitación de Izar, todo estaba oscuro, salvo por la suave luz nocturna con forma de luna flotante que brillaba sobre su cama. Pero el pequeño heredero no dormía.

 

Estaba despierto. Mirando el techo. Con ojos como platos.

 

—Merlín, hazlo parar… —susurró en la oscuridad.

 

Desde el cuarto contiguo, los gritos de Scorpius rebotaban como una sinfonía mal calibrada. Llantos largos, intensos y sorprendentemente potentes.

 

“Realmente tiene buenos pulmones”, pensó Izar con resignación.

 

—Haz que pare, maestro… —siseó Keyla desde su rincón bajo la cama— Mi cabeza está a punto de estallar. Y no tengo orejas humanas.

 

Izar suspir, se quit las sbanas con gesto dramático, y se bajó de la cama como si marchara hacia el campo de batalla.

 

Caminó por el pasillo con paso firme, la túnica de dormir ondeando ligeramente y sus pantuflas de dragón arrastrando con dignidad.

 

Al llegar a la puerta del cuarto de Scorpius, empujó suavemente.

 

Allí estaba.

En su cuna mágica de madera blanca, bajo una nube de runas flotantes, el bebé gritaba con toda la energía del universo.

 

Izar se acercó al borde de la cuna y se asomó con cara de “otra vez tú”.

 

—Ahora qué tienes, Scorpius…

 

En cuanto el bebé lo vio, los gritos pararon. Como si Izar hubiera pulsado un interruptor invisible.

 

Scorpius se quedó mirándolo con esos ojos zafiro intensos, parpadeando con asombro.

 

Izar alzó una ceja.

 

—Ah, con que me reconoces. Muy listo, ¿eh?

 

El bebé agitó las manitas, emitiendo un gorgojeo bajo.

 

Izar lo alzó con cuidado, como le había enseñado Astoria, y lo sostuvo con maestría.

 

—Te ensuciaste, ¿acaso? Vamos a ver.

 

Lo llevó al cambiador, preparó los pañales encantados, y con la eficiencia de un elfo doméstico bien entrenado, lo limpió, lo envolvió y lo dejó más presentable que una gala en el Ministerio.

 

—Sí, mucho mejor. No era tan difícil, ¿o sí?

 

Scorpius soltó un suspiro... casi como si estuviera de acuerdo.

 

Izar se sentó con él en brazos en la silla mecedora blanca, y comenzó a mecerse suavemente. El cuarto se llenó del suave crujido de la madera encantada y el sonido lento de su voz.

 

—Ahora dormirás, Scorpius. Pero antes, déjame contarte un cuento.

Se trata de un niño que fue lanzado por el universo a una familia muy elegante. Y aunque no lo parezca… aprendió a amar el caos.

Especialmente si ese caos tenía el pelo plateado y cara de duendecillo.

 

Escorpio se asomó.

 

Izar sonriendo, y bajó un poco la voz.

 

—Debe ser frustrante, ¿verdad? No puedo hablar. No puedo explicarte. No te culpes. Yo estuve ahí. Y aún así, mírame ahora.

 

El bebé ya empezaba a dormir.

 

—Te prometí que te protegería. Y lo haré. Aunque grites como banshee. Aunque me despiertes tres veces por noche. Porque, aunque eres pequeño y chillón… ya eres mi hermano. Y eso te da pase libre. Por ahora.

 

Izar bajó la mirada.

 

Escorpio dormía.

 

Envuelto en su manta, con una expresión tranquila y un dedo pequeñísimo agarrado de la manga de Izar.

 

Y entonces…

 

Desde la puerta, en silencio, Astoria y Draco observaban.

 

Draco con los brazos cruzados y sus ojos, casi siempre tan reservados, estaban cargados de emoción.

 

Astoria no dijo nada. Solo sonreía, una mano sobre su pecho.

 

—No tiene idea de lo maravilloso que es —susurró ella.

 

Draco negó suavemente.

 

—Sí lo sabe. Pero no lo dice. Porque es un Malfoy.

 

Ambos rieron por lo bajo.

Y siguieron observando.

 

A su hijo mayor, sentado en penumbra, cuidando del pequeño como si fuera lo más valioso que tenía en el mundo.

 

Izar, ajeno a las miradas, murmuró mientras seguía meciéndose:

 

—Buenas noches, Escorpio. No grites en las próximas dos horas, por favor. Hay límites hasta para los lazos de sangre.

 

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Era una mañana soleada cuando la familia Malfoy se alistaba para asistir a un evento de la alta sociedad mágica: el baby shower de Pansy Zabini, donde se anunciaría el sexo del segundo hijo de los Zabini.

 

En su habitación, Izar Abraxas Malfoy, con apenas dos años, se ataba una cinta negra alrededor de su coleta alta frente a un espejo encantado que lo elogiaba en voz baja.

 

—Rizos perfectos, señorito Izar. Rebote encantador. Postura de emperador.

 

Izar no se molestó en responder. Solo terminó de ajustarse los puños de su túnica azul noche con bordes de hilo de plata, y dio una última mirada a Kayla, que dormía tranquilamente enroscada sobre un cojín bajo.

 

—No tardaré —le dijo con un susurro bajo.

 

Kayla abrió un ojo dorado y siseó en respuesta, antes de volver a dormirse con la parsimonia de una criatura que no toleraba los eventos sociales.

 

Izar salió de su habitación.

 

En el pasillo, lo esperaban sus padres.

 

Astoria lo sostenía con gracia en un brazo a Scorpius, que llevaba una mini túnica formal con botones brillantes y una expresión medio dormida, medio molesta. Astoria había recuperado su figura en un tiempo asombrosamente corto, y su vestido violeta fluido con mangas transparentes la hacía parecer salida de una portada de Corazón de Bruja.

 

Izar la miró de reojo mientras se acercaba.

 

"Debe ser cosa de brujas. Lo de dar a luz y verso como si hubieras pasado la tarde en un spa de ninfas."

 

Draco, por su parte, iba impecable: túnica de gala color perla con bordado gris y el cabello recogido en una coleta alta, lacio y brillante.

Izar notó, por costumbre, la diferencia entre sus rizos y los mechones lisos de su padre.

 

"El contraste está claro: él es precisión. Yo soy caos ordenado".

 

Astoria le excita con calidez.

 

—Listo, amor.

 

Draco asintió.

 

—Vamos. Recuerda lo que hablamos: cortesía, pero si te aburren los niños, puedes fingir que estás leyendo un libro.

 

—Entendido —respondió Izar con tono neutral.

 

Uno por uno, atravesaron la chimenea familiar usando polvos Flu, y llegaron al vestíbulo de la Mansión Zabini.

 

El cambio fue inmediato.

 

La Mansión Malfoy fue diseñada como un santuario ancestral: alta, silenciosa, casi solemne. En cambio, la de los Zabini era… diferente.

 

Los pisos eran de mármol negro, brillantes como obsidiana pulida, reflejando el techo encantado como un espejo. Las paredes eran de un marrón claro, cálido, y las molduras doradas relucían con arrogancia controlada.

 

“Esta mansión grita riqueza... pero más como 'dame atención' que 'teme a mi linaje'”, pensó Izar con su acostumbrada crítica interior.

 

Fueron recibidos por los elfos domésticos de la familia Zabini, vestidos con túnicas grises de gala, que los saludaron con reverencias profundas y movimientos precisos.

 

Los guiaron a través de pasillos decorados con retratos que hablaban entre ellos con acento italiano hasta una gran sala de fiestas.

 

 

La sala estaba decorada con globos flotantes de color neutro, copas que llenaban solas con zumos mágicos, y una mesa de regalos que parecía un escaparate de la versión bebés de Madam Malkin.

 

Pansy Zabini se encontraba sentada en un trono encantado, luciendo su barriga redonda con dignidad teatral y un vestido rojo vino con hombros descubiertos.

 

—¡Vaya! —exclamó al verlos—. Si no es el heredero Malfoy. Y tan educado como su linaje indica.

 

Izar se acercó e hizo una inclinación formal perfecta, sin titubeos, con el broche familiar brillando en su pecho.

 

—Lady Zabini. Señor Zabini. Felicidades por el evento.

 

Blaise alzó una ceja con una sonrisa.

 

—Bastante listo para su edad. O alguien lo entrena como si fuera un ministro en miniatura.

 

—Yo solo observa mucho —dijo Izar con una media sonrisa que no lo desmintió… ni lo confirmó.

 

Astoria y Draco se acercaron para saludar también, y Blaise se inclinó ligeramente hacia Scorpius, quien balbuceó con expresión curiosa.

 

—Y este debe ser el nuevo Malfoy —dijo Blaise con una sonrisa honesta—. Tiene la mirada de su madre.

 

—Y los pulmones de su hermano —añadió Astoria, dándole un presionado cariñoso a Izar.

 

Draco señaló con discreción una zona de la sala decorada con mini sillones, juguetes flotantes y comida para niños.

 

—Izar, por favor, acompaña a los demás niños. El orador del anuncio está por comenzar, y prefiero que no estés atrapado entre adultos cuchicheando.

 

Izar asintió.

 

—Sí, padre.

 

Con la dignidad de un joven funcionario enviado al exilio diplomático, Izar se dirigió hacia la zona infantil.

 

Allí estaban. Los sospechosos de siempre:

 

Marco Zabini, ahora caminando con confianza y obsesionado con un barco que volaba sobre la mesa.

 

Eleanor Nott, examinando un peluche como si fuera un espécimen venenoso.

 

Los gemelos Scamander, disfrazados de criaturas mágicas distintas: uno era un puffskein con alas, el otro un crup con cuerno.

 

 

Izar respiró hondo.

 

—Cinco minutos —se dijo—. Luego podré decir que hice mi parte.

 

Se sentó en uno de los sillones.

 

Y al instante, la primera pregunta cayó como un hechizo no deseado.

 

—¿Tu hermano ya habla?

—¿Por qué tu cabello brilla más que el mío?

—¿Puedes volar?

—¿Comes runas para ser tan listo?

 

Izar cerró los ojos. Contó hasta cinco. Y pensé en Kayla.

 

En su habitación tranquila. Su silencio sabio. Su falta de preguntas tontas.

 

"Volveré contigo pronto, amiga. Solo tengo que sobrevivir a otro evento social".

 

La sala de juegos infantil de la Mansión Zabini tenía todo lo que un niño mágico podía desear:

Pelotas encantadas que flotaban, bloques de construcción que se rearmaban solos, galletas que sabían diferentes en cada mordida, y el ambiente lleno de magia ligera y suave que flotaba como motas de luz.

 

Izar Abraxas Malfoy, sin embargo, se encontraba más entretenido escuchando con creciente desesperación a Eleanor Nott exponiendo una teoría con la confianza de una académica.

 

—¡Y por eso digo que el color rosa es para niñas! —declaró Eleanor, con un dedo en alto.

 

Izar levantó una ceja.

 

—¿Y los niños?

 

—¡Que lo compartan! —dijo ella, cruzándose de brazos.

 

Izar solo suspendió, dejando que el tema muriera dignamente.

 

Fue entonces que notó que alguien se sentaba a su lado.

 

Giró la cabeza y vio a Marco Zabini, más calmado de lo habitual, con un trozo de pastel medio comido en la mano.

 

—Oye —dijo Marco, sin el tono burlón que solía usar.

 

—¿Qué? —preguntó Izar, sorprendido por el acercamiento amistoso.

 

Marco lo miró con cierta curiosidad infantil… pero sincera.

 

— ¿Cómo se siente tener un hermano menor?

 

La pregunta tomó a Izar por sorpresa.

 

No por ser difícil, sino porque venía de Marco, su antiguo rival por una serpiente de peluche… y ahora, al parecer, alguien buscando respuestas reales.

 

Izar lo pensó por un momento. Suspiré suavemente. Y habló con calma.

 

—Es como… tener algo que proteger con todo tu ser.

 

Marco frunció el ceño, claramente intentando procesarlo.

 

—¿Cómo escoba nueva?

 

Izar apenas, con indulgencia.

 

-No. Más como… algo frágil, pequeño… pero tan importante que harías cualquier cosa por él.

 

—No lo entiendo —dijo Marco con honestidad.

 

Izar lo miró con una expresión más amable que sarcástica por primera vez.

 

—Lo entenderás. Ya verás… cuando la veas.

 

Marco bajó la vista por un momento, pensativo.

 

Y entonces, la música cambió.

 

Unas campanillas sonaron en el aire y una esfera mágica comenzó a flotar en el centro de la gran sala. Los adultos se agruparon alrededor, y los niños fueron guiados por los elfos a un lugar más cercano.

 

Blaise y Pansy Zabini, tomados de la mano, sonreían frente a la esfera mágica flotante.

 

—¡Gracias por acompañarnos! —dijo Pansy, radiante.

 

—Hoy descubriremos si Marco tendrá un hermanito… o una hermanita —añadió Blaise, guiñando un ojo.

 

La esfera brilló con fuerza… y estalló con una lluvia mágica de confeti rosa encantado, que flotaba lentamente en el aire, girando en patrones en espiral.

 

—¡Una niña! —gritó una voz entre los invitados.

 

Todos comenzaron a aplaudir, vitorear, felicitar a los padres. Un aura cálida y festiva llenó la sala.

 

Marco se quedó muy tranquilo.

 

Izar, observándolo de reojo, le dio un pequeño codazo.

 

—Ya verás.

 

Marco no respondió. Pero después de unos segundos, esbozó una sonrisa tímida.

 

—¿Crees que le gustan los dragones?

 

—Si no le gustan, se los enseñas —respondió Izar.

 

Y juntos, entre el confeti flotante, los niños volvieron a sus lugares, mientras los adultos brindaban y celebraban el futuro de otra generación mágica.

 

------------

El silencio reinaba en la biblioteca de la Mansión Malfoy.

 

Era uno de los lugares favoritos de Izar: altísima, con estantes que llegaban al techo encantado, y con luz mágica flotando como luciérnagas serenas. El aire olía a pergamino antiguo, polvo encantado y cuero de encuadernación, con un toque de menta fresca, cortesía de un antiguo hechizo purificador.

 

Izar Abraxas Malfoy se encontraba sentado en un sillón mullido de terciopelo azul, las piernas cruzadas y la mirada fija en los estantes del ala este.

 

A sus pies, Keyla, la serpiente albina de ojos dorados, estaba enrollada como una bufanda viviente, con la lengua asomando apenas en cada respiración.

 

—Buscamos cuentos o algo más serio hoy? —preguntó Keyla en pársel.

 

—Algo serio —respondió Izar con voz baja—. Es hora de aprender magia. De verdad.

 

Keyla giró su cabeza lentamente hacia él.

 

— ¿Estás listo para eso, maestro?

 

—He hecho levitar objetos, manifestado magia accidental… y tengo la mente de alguien que ya vivió. Claro que estoy listo —dijo con una sonrisa decidida.

 

Se puso de pie, caminó hasta el sector de libros teóricos y levantó una mano hacia un estante que reconocía: “Formación Mágica Básica”.

 

Cerró los ojos y se concentró con claridad en lo que deseaba.

Sintió ese cosquilleo interno… ese empujón suave detrás de sus pensamientos.

 

"Quiero un libro que me enseñe desde lo más básico, lo que necesito para entender la magia... desde el principio."

 

Uno de los libros tembló ligeramente… y cayó con un suave pum sobre el suelo de alfombra encantada.

 

Izar se agachó y leyó el título:

 

“Teoría de Magia para Principiantes – Núcleos, Canales y Conexión”.

 

Sonrió.

 

—Perfecto.

 

Volvieron a su sillón, abrió el libro con cuidado reverente, y comenzó a leer. Keyla levantó la cabeza, atenta.

 

Las páginas estaban escritas con letras claras y diagramas encantados que flotaban sobre el papel.

 

Uno de los párrafos llamó de inmediato su atención:

 

> "El núcleo mágico de una bruja o mago se termina de desarollar por completo hasta los 17 años. Sin embargo, su formación inicial comienza antes del nacimiento, y sigue fortaleciéndose durante la infancia, especialmente si el niño muestra señales tempranas de magia."

 

 

Izar murmuró:

 

—Como yo…

 

> "Cada núcleo es diferente: algunos se especializan en magia de defensa, otros en transfiguración, pociones, encantamientos. Esta afinidad no es absoluta, pero suele marcar el estilo mágico natural de cada individuo."

 

 

 

> "El núcleo se vacío cuando el mago utiliza magia, pero se recarga con el tiempo. Sin embargo, si un niño utiliza magia desde temprana edad y lo hace con frecuencia, su núcleo aprenderá a regenerarse más rápido y con mayor fuerza."

 

 

 

Izar se detuvo.

 

— Entonces… si empiezo a entrenarme ahora, mi núcleo se adaptará a mí? ¿Será más fuerte?

 

Keyla murmuró:

 

—Como un músculo. Cuanto más lo usas… más fuerte se vuelve.

 

> "Para mejorar el control mágico, el primer paso es conectarse con el núcleo. Sentirlo. Comprender su latido interno. Solo al conocer tu núcleo podrás moldear tu magia a voluntad."

 

 

 

Izar cerró el libro.

 

Se quedó en silencio.

 

Apoyó la espalda en el sillón. Cerró los ojos.

 

Respiró profundamente.

 

Y comencé a buscarlo.

 

No afuera. No en sus pensamientos. Dentro.

 

En lo profundo de su pecho…

Detrás de su corazón…

Allí, en esa zona donde no hay palabras, solo sensación pura…

Sintió algo.

 

Una chispa en la tibia.

Un latido sin sonido.

Su núcleo.

 

No le hablaba con palabras. Pero lo sentí.

 

Pequeño. Poderoso. Esperando.

 

"Hola", pensó Izar.

"Hola. Estoy listo."

 

 

---

 

Keyla lo miraba en silencio.

 

Sabía que en ese instante, en medio del silencio de la biblioteca, sin testigos ni aplausos, Izar Abraxas Malfoy acababa de dar su primer paso como verdadero mago.

 

Y no sería el último.

 

-----

La mañana en la Mansión Malfoy transcurría con la tranquilidad habitual que solo una familia mágica perfectamente coordinada podía lograr.

 

En el gran comedor, con su techo de cristal encantado y luz natural filtrada por runas reguladoras de clima, Izar Abraxas Malfoy comió su desayuno con la puerta de un duque en miniatura.

 

Tostadas doradas con mermelada de ruibarbo encantada, huevos revueltos con esencia de trufa y un vaso de juguito de bayas silvestres de Escocia, servido en una copa pequeña con grabados del escudo familiar.

 

A su derecha, su madre, Astoria, vestida con una túnica informal de lino púrpura, cortaba fruta mágica con movimientos elegantes.

 

A su izquierda, Draco, con su camisa blanca arremangada, estaba enfocado en darle papilla a Scorpius, que se encontraba bien sujeto en una silla para bebés de diseño elegante, con una almohada mágica sujetándole la cabeza mientras miraba todo con ojos de zafiro... y la boca cubierta de puré de calabaza con esencia de miel.

 

Todo parecía normal, armonioso, casi pacífico...

 

Hasta que un búho de plumas grises metálicas irrumpió por la ventana encantada y dejó caer un ejemplar recién impreso de El Profeta sobre la mesa.

 

Astoria lo atrapó con una sola mano, desplegándolo con habilidad sin interrumpir el ritmo de su desayuno.

 

Draco no miró. Estaba demasiado ocupado limpiando el mentón de Scorpius con una toallita flotante.

 

Izar, sin embargo, giró levemente los ojos hacia el encabezado.

Y cuando vio la fotografía mágica, su columna se tensó, aunque su rostro no cambió ni un ápice.

 

Harry Potter y Ginny Weasley sosteniendo a su nuevo bebé.

 

El titular flotaba encima de la imagen:

 "Bienvenida, Albus Severus Potter: el segundo hijo del hombre que conquisto".

 

Astoria se quedó en silencio por un segundo… y luego resopló suavemente.

 

-Oh.

 

Draco alzó una ceja, aún sin mirar.

 

—¿Qué?

 

—Ya nació —dijo Astoria con una voz extrañamente afilada—. El segundo hijo de Potter. Un niño. Albus Severus Potter.

 

Draco se quedó en silencio.

 

Por unos segundos, el salón entero parecía ralentizarse.

 

Siguió moviendo la cuchara, metiéndola en la papila de Scorpius. Pero su mano… tembló un poco. Apenas. Un temblor que Izar sí notó.

 

Draco apartó la vista hacia la ventana.

 

—Ya veo.

 

Astoria pasó la página, finciendo desinterés… aunque la presión con la que sostenía el periódico era digna de un duelista.

 

Izar, con toda la inocencia de un actor profesional, ladeó la cabeza y preguntó con voz clara:

 

—Mamá… ¿tú odias a Potter?

 

Astoria lo miró como si le hubiera preguntado si los centauros podían bailar ballet.

 

—¿Yo? —rio un poco, sacudiendo la cabeza—. No lo odio...

Pero definitivamente no me agrada.

 

—Oh —dijo Izar, tomando su juguito con delicadeza—. Ya veo.

 

Y con ese gesto, volvió a beber con elegancia.

 

Pero por dentro...

 

"Merlín... ese hombre no puede controlar su varita ni su calendario. ¡Otro Potter! ¡¿De verdad?!"

 

"Primero James Sirius, ahora Albus Severus. ¿Y después qué? ¿Lily Luna? ¿Hugo Merlín Potter? ¿Potterina la Tercera?"

 

“¡Vamos a tener un ejército de Potter haciendo fiestas y lanzando encantamientos de Expelliarmus en cada esquina!”

 

“A este paso, vamos a tener que castrar al hombre antes de que termine fundando una nueva Casa noble por reproducción masiva.”

 

Todo eso pasó por su mente.

Pero por fuera, Izar sonriendo dulcemente, se limpió la boca con una servilleta bordada… y ofreció una cucharadita de papilla a Scorpius.

 

—Abre la boca, hermanito. Que no todos tienen tu suerte.

-----

La noche había caído sobre la Mansión Malfoy, tiñendo las ventanas con reflejos plateados encantados. Todo estaba en calma: los elfos habían terminado de limpiar, Scorpius dormía en su cuna bajo runas de sueño profundo, y los adultos descansaban en sus aposentos.

 

Pero en una habitación decorada con estantes de cuentos encantados, juguetes con grabados mágicos, y un escritorio más organizado que la oficina de un ministro... un niño estaba a punto de retar a las leyes de la magia.

 

Izar Abraxas Malfoy, con dos años y medio y el corazón de alguien mucho mayor, estaba sentado en su cama, piernas cruzadas estilo indio, ojos cerrados y respiración lenta.

A su lado, Kayla, su serpiente albina, reposaba enrollada en su almohada favorita, observando con ojos dorados y brillantes.

 

— ¿Estás seguro? —preguntó Kayla en pársel, con tono curioso.

 

-Si. He sentido mi núcleo por semanas. Puedo atraer cosas hacia mí.

Ahora quiero elevarlas. Controlarlas.

Moverlas como si fuera parte de mí —respondió Izar, abriendo los ojos.

 

Frente a él, en la repisa, descansaba un peluche de serpiente, una versión encantadora y esponjosa de su mejor amiga.

 

—Empezaremos con lo liviano —dijo Izar, con voz firme—. No quiero alquilar una silla mágica por error.

 

Kayla siseó con aprobación.

 

Izar alzó una mano y se concentró.

 

Visualizó la serpiente de peluche.

Sintió su núcleo.

Canalizó.

Respiró.

 

Y pensó con fuerza: “ven hacia mí”.

 

La serpiente se sacudió… flotó…

¡Y salió disparada como un cohete directamente hacia su frente!

 

¡POM!

 

—¡Ay, Merlín! —dijo Izar, cayendo de espaldas en la cama.

 

La serpiente de peluche rebotó y quedó sobre su pecho, mientras Kayla lo miraba sin mover una escala.

 

— ¿Eso era parte del plan? —preguntó con voz absolutamente seria.

 

—No —dijo Izar, sobándose la frente—. Pero al menos se movió. Lo tomaré como una victoria parcial.

 

Kayla parpadeó lentamente.

 

—Con esa lógica, podrías convertir una explosión en progreso educativo.

 

Izar se sentó de nuevo, resuelto. Puso el peluche ahora directamente frente a él, sobre la cama.

 

—Está bien. Segundo intento.

 

Cerró los ojos. Sintió su núcleo.

Canalizó con más delicadeza.

 

—Ahora… flotar —murmuró.

 

La serpiente comenzó a elevarse.

 

¡Funcionaba!

 

Subía…

 

Subía…

 

Subía…

 

¡Demasiado!

 

—¡No, no, no tan alto! —gritó Izar.

 

Pero ya era tarde.

El peluche salió disparado hacia el techo, rebotó como un muñeco saltarín, dio un giro dramático y cayó directamente frente a Izar con un golpe suave.

 

Los dos se quedaron en silencio.

 

Kayla siseó con lentitud.

 

— ¿Quieres rendirte ya, maestro?

 

—No —dijo Izar con molestia, cruzando los brazos—.

Esto va a ser más difícil de lo que pensaba.

 

Se empujó hacia atrás sobre las almohadas, frustrado.

 

Kayla se arrastró lentamente hasta su costado.

 

—El poder sin control es como una varita sin mago… solo sirve para golpear cosas al azar.

 

Izar se rió con un suspiro.

 

—Supongo que necesito… práctica.

 

—Los cascos mágicos.

 

—Preferiría práctica —dijo Izar, con una sonrisa cansada.

 

Y así, bajo la luz mágica de la lámpara nocturna en forma de estrella, Izar se quedó en su cama, sabiendo que había iniciado un camino nuevo. Difícil. Inestable. Lento.

 

Pero también suyo.

 

Su núcleo había respondido.

Solo tenía que enseñarle a obedecer sin lanzarle peluches a la cara.

 

-------------

 

La sala principal de la Mansión Malfoy estaba envuelta en silencio tranquilo.

 

No era el silencio de las bibliotecas ni el de la noche, sino el de una tarde bien vivida, con la luz del sol filtrándose por las ventanas altas, las cortinas moviéndose suavemente por el encanto de brisa regulada, y una sensación general de equilibrio.

 

En un sillón cerca del ventanal, Izar Abraxas Malfoy se encontraba reclinado, con las piernas cruzadas, leyendo un libro de cuentos mágicos.

 

Después de semanas practicando magia directa y terminando con peluches golpeándole la cara, necesitaba un descanso. Y un té de manzanilla.

 

A su lado, en una cuna blanca mágica, Scorpius dormía profundamente, con la manita sujetando una esquina de su mantita, el cabello plateado revuelto, los labios entreabiertos.

 

Más allá, sentada en su sillón favorito, estaba Astoria, tejiendo con hilo mágico que cambiaba de color según el estado de ánimo de quien lo usaba. En ese momento, el hilo era de un suave azul lavanda: tranquilidad plena.

 

Todo parecía en pausa. Armónico. Familiar.

 

Hasta que una lechuza elegante de plumaje oscuro cruzó la ventana abierta y aterrizó con precisión sobre el respaldo del sillón de Astoria, dejando caer un sobre sellado con cera dorada.

 

Astoria lo tomó con una ceja levantada. Rompió el sello con un gesto rápido y leyó en silencio. Sus ojos se suavizaron, y una pequeña sonrisa cruzó su rostro.

 

—Parece que ya nació la hermanita de Marco —anunció suavemente—. Carmen Zabini.

 

Izar levantó la mirada de su libro. No dijo nada al principio. Miró a su madre, luego a la carta, y finalmente giró la vista hacia Scorpius, que continuaba durmiendo como si el universo no existiera más allá de su manta.

 

—Carmen Zabini, ¿eh?

“Espero que Marco se lo tome bien”.

 

Grabó su conversación con Marco durante el baby shower. Aquel momento genuino, cuando su rival se convirtió en algo parecido a un amigo le preguntó cómo era tener un hermano menor.

 

"No lo entendería entonces... pero ahora lo hará."

 

Izar volvió a mirar a Scorpius, y una sensación cálida le recorrió el pecho. No era exactamente orgullo, ni tampoco posesividad. Era una mezcla extraña de ternura, protección… y esa certeza de que aunque su hermanito aún no podía hablar, ya era uno de sus pilares.

 

“Que te toque un hermano es una cosa…” pensó.

“Pero saber ser uno… eso es distinto”.

 

Cerró su libro con cuidado, lo dejó a un lado y bajó de su sillón.

 

Se acercó a la cuna, observó a Scorpius dormir unos segundos… y luego con suavidad, le acomodó el borde de la manta.

 

—Hermana nueva para Marco… ¿quién lo diría? —susurró.

 

— ¿Decías algo, amor? —preguntó Astoria desde el sillón, sin levantar la vista de su tejido.

 

—No, nada —respondió Izar, regresando con paso tranquilo a su lugar.

 

Se acomodó de nuevo. Tomó su libro. Pero esta vez, no lo abrió. Solo se quedó mirando por la ventana, con los rayos de sol iluminando su rostro.

 

Todo estaba bien.

Por ahora.

 

---------

La nieve caía con lentitud sobre los terrenos de la Mansión Malfoy, cubriendo las estatuas, los setos encantados y hasta los pavos reales albinos que se paseaban con aire indignado. Desde las altas ventanas del salón principal, el mundo exterior parecía un cuadro en movimiento, todo blanco, gris y azul helado.

 

Dentro, en un rincón del salón iluminado por la suave luz de una chimenea encantada, la escena era mucho más cálida y caótica.

 

Scorpius, de apenas unos meses, estaba sentado en su corralito acolchado, rodeado de cojines, bloques mágicos, un peluche de dragón que chillaba cuando lo mordían, y su más reciente obsesión: babeo sin remordimiento.

 

Su cabello plateado brillaba a la luz de la chimenea, y sus ojos zafiro se movían con atención perezosa, como si observar el mundo fuera de su trabajo principal.

 

Izar, mientras tanto, estaba al mando.

 

Astoria había salido a visitar a Dafne.

Draco estaba encerrado en su oficina, experimentando con una nueva tanda de pociones encargadas por el Ministerio.

Y así, Izar se había convertido en niñera oficial, algo que enfrentaba con una mezcla de paciencia, orgullo… y desesperación silenciosa.

 

A su lado, enrollada en su cojín personal, Kayla observaba la escena con la atención de un guardia de palacio.

 

—La cría no se ha movido en cinco minutos. ¿Está viva?

 

—Sí —dijo Izar sin mirar—. Está concentrado en analizar cómo su dragón de peluche produce sonido.

 

—Fascinante. El instinto es fuerte en ese. —dijo Kayla, con sarcasmo serpentino.

 

Izar se levantó del sofá con decisión. Se acercó al corralito y miró a Scorpius con solemnidad.

 

—Oye, Scorpius. ¿Quieres ver algo interesante?

 

Escorpio lo miró.

 

Parpadeó.

Babeó.

Y luego sostuvo al dragón de peluche con ambas manos como si se lo fuera a presentar al Wizengamot.

 

Izar lo tomó como un "sí entusiasta".

 

Se sentó en el suelo con las piernas cruzadas, sacó uno de un cubo mágico de colores, y lo puso frente a él.

 

—Está bien… veamos si el entrenamiento ha rendido frutos.

 

Kayla se arrodilló en la cabeza.

 

— ¿Vas a intentar moverlo sin romperte la nariz esta vez?

 

—Si se rompe mi nariz, la magia falló. Si me sale bien… bueno, ahí sí hablamos de prodigio.

 

Respiró profundo.

 

Sintió su núcleo mágico.

Lo canalizó con cuidado.

Visualizó el bloque.

 

Y… el cubo empezó a flotar.

 

-¡Si! —susurró—. ¡Está funcionando!

 

Se mantuvo… dos gloriosos segundos.

Flotando. Lento. Girando sobre su eje. Perfecto.

 

Hasta que su concentración osciló un poco.

 

Y el cubo se lanzó hacia él como un pequeño meteorito mágico.

 

¡Índice!

 

—¡Ay!

 

El cubo se estrelló contra su frente con un sonido sordo y rebotó directamente en una esquina del corralito, provocando una mini conmoción de juguetes.

 

Escorpio lo vio todo.

 

Parpadeó.

 

Y luego…

 

Río.

Carcajadas de bebé.

Pequeñas, contagiosas, con los cachetes redondeados temblando de la emoción.

 

Izar se frotó la frente, claramente ofendido.

 

—¡Eso no fue tan gracioso!

 

Scorpius dio una patadita al aire y se relajó felizmente.

 

—Creo que te has convertido en el entretenimiento principal del día, —comentó Kayla.

 

Izar se levantó con dignidad herida, recogió el cubo y lo sostuvo entre sus manos.

 

—Está bien. No fue perfecto, pero al menos flotó. Eso es progreso.

 

Se volvió hacia Scorpius, que aún se reía y le ofrecía su dragón como tributo.

 

Izar lo tomó con una ceja levantada.

 

—Gracias. Intentaré no estrellar este también.

 

Kayla se acomodó de nuevo, sus ojos medio cerrados.

 

—Al menos ahora sé por qué los humanos tienen cráneos tan horribles.

 

Izar se dejó caer en el sofá, con el cubo en una mano y el dragón de peluche en la otra.

 

Scorpius empezó a balbucear mientras masticaba su propia mantita.

 

Y en esa escena ridícula, cálida y absurdamente doméstica, Izar sonriendo.

 

—Quizá algún día… haremos esto volar juntos.

 

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Los pasillos de la Mansión Malfoy eran largos, solemnes, silenciosos.

 

Las alfombras encantadas amortiguaban todo paso. Los candelabros flotaban a lo alto, lanzando sombras suaves sobre los retratos antiguos que parpadeaban con dignidad somnolienta.

 

Izar Abraxas Malfoy caminaba lentamente, con un libro en brazos que en realidad no estaba leyendo, solo haciendo tiempo antes del almuerzo.

 

Hasta que se detuvo.

 

A la vuelta de uno de los pasillos, escuchó voces bajas, muy familiares.

 

Era la sala contigua.

Draco y Astoria.

 

Y estaban hablando de él

 

Izar se acercó con la delicadeza de una sombra entrenada por el mejor auror, se quedó cerca de la pared y escuchó con cuidado.

 

—Sabemos que ese don lo sacó de Potter —dijo Astoria con un suspiro—. No hay otra explicación razonable.

 

—No del todo —respondió Draco—. Estuve investigando en las ramas antiguas de los Malfoy. Al parecer, hace unos siglos una rama lateral se mezcló con los Gaunt. Muy, muy lejano… pero suficiente para justificar una herencia Parselmouth.

 

—Entonces diremos que viene de Nichola Malfoy, aquel que estudió magia de sangre y hablaba con serpientes. Su nombre aún figura en los archivos del Ministerio, aunque su reputación está algo… borrosa.

 

—Y si alguien pregunta por Kayla —añadió Astoria—, le diremos a Izar que declare que es su familiar mágico. Oficial. Le pertenece por vínculo mágico, no por accidente.

 

Izar retrocedió suavemente del rincón, sin hacer ruido. No dijo nada.

 

Solo se dirigió a su habitación, como si nada hubiera pasado.

 

Allí, Kayla dormía tranquilamente sobre su cama, enroscada sobre uno de los cojines más caros de la casa, la lengua apenas visible.

 

Izar agarró un libro al azar, se sentó como quien no tiene nada mejor que hacer… y fingió que siempre estuvo allí.

 

No pasó mucho tiempo antes de que Astoria y Draco entraran.

 

Ambos se acercaron con tranquilidad, sin molestar a Kayla, que solo abrió un ojo perezoso al sentir su presencia.

 

—Amor —dijo Astoria suavemente, sentándose a su lado—, hemos sabido que has estado… algo frustrado por no poder llevar a Kayla contigo a todos lados.

 

—Después de todo, es tu compañera —añadió Draco, sentándose del otro lado—. Y más que eso. Hemos revisado los registros mágicos de vínculo… y su conexión contigo ha evolucionado. Kayla ya no es solo tu amiga. Es tu familiar.

 

Los ojos de Izar se iluminaron un instante.

 

—¿En serio?

 

Draco asintió con una pequeña sonrisa.

 

—Eso significa que puedes llevarla contigo a donde desees. Desde hoy.

 

—Pero hay algo que debemos acordar contigo —dijo Astoria con voz calmada—. Si alguien pregunta por tu habilidad con la lengua parsel, dirás que proviene de Nichola Malfoy, un antiguo antepasado que hablaba con serpientes. Fue un mago estudioso, muy reservado. El Ministerio aún lo reconoce como parte del árbol familiar.

 

Izar alzó la mirada lentamente.

 

—¿Y por qué tengo que dar explicaciones por eso? ¿Es por Voldemort?

 

El silencio fue inmediato.

 

Astoria lo miró con sorpresa.

 

—¿Dónde escuchaste ese nombre?

 

Izar puso la cara más inocente que pudo reunir.

 

—Lo escuché en la fiesta de los Zabini —mintió con voz plana—. Algunos adultos estaban hablando de eso.

 

Draco soltó un suspiro, masajeándose el entrecejo.

 

—La gente teme lo que no entiende —dijo, sin enojo—. Y sí… Voldemort hablaba parsel. Por eso muchos asocian el idioma con oscuridad, aunque no debería ser así.

 

—Muchos grandes magos lo hablaban —añadió Astoria—. Salazar Slytherin, por ejemplo. O incluso varios sabios de Oriente. Pero las personas solo recuerdan al último que lo usó mal.

 

Draco lo miró con seriedad, pero sin dureza.

 

—No dejes que las opiniones de otros definan lo que eres. Tienes un don, Izar. No una maldición. Lleva a Kayla con orgullo. Pero… también con sabiduría.

 

Izar los observó unos segundos.

 

Luego asintió lentamente.

 

—No se preocupen —dijo con una sonrisa ladeada—. Ya me he dado cuenta de que muchas personas son… tontas.

 

Astoria soltó una risa discreta, cubriéndose la boca.

 

Draco sonrió de verdad.

 

—Sabía que era mío —dijo con un susurro.

 

Kayla, desde la cama, siseó brevemente como si aprobara el comentario. Luego volvió a dormirse sin más preocupación en el mundo.

 

Izar se recostó sobre los cojines, cruzando los brazos detrás de la cabeza.

 

Ya no tenía que ocultarla.

 

Kayla era suya.

La lengua perejil era suya.

Y si al mundo no le gustaba…

El mundo podía aprender a silbar también.

Chapter Text

La primavera había comenzado a pintar los terrenos de la Mansión Malfoy con sus primeros tonos verdes.

 

Los jardines, cubiertos de escarcha tan solo semanas antes, ahora brotaban con pequeñas flores mágicas que cambiaban de color con la luz solar. Los árboles susurraban hechizos dormidos con cada brisa, y los pavos reales albinos comenzaban a exhibir sus plumas con dramatismo innecesario.

 

Dentro de la mansión, en una habitación encantada con runas de concentración y estanterías pulcramente ordenadas, Izar Abraxas Malfoy se preparaba para un acto de precisión mágica.

 

Estaba sentado en el suelo, piernas cruzadas al estilo indio, con su fiel compañera Kayla enrollada a su lado.

 

Frente a él: su peluche de serpiente, algo deshilachado por los años… y también por algún que otro accidente de magia mal medida.

 

Izar respiró profundamente.

 

—Es la hora.

 

Cerró los ojos.

Sintió su núcleo mágico.

Flujo. Ritmo. Control.

 

Y al abrirlos de nuevo, su mirada era aguda como la de un joven duelista.

 

Extendió una mano.

 

El peluche comenzó a flotar.

 

Primero lento, manteniéndose a unos centímetros del suelo. Luego, con fluidez, giró sobre su eje, flotando con elegancia por todo el cuarto, girando, cruzando el aire en ondas suaves como si lo dirigiera una batuta invisible.

 

Cinco minutos de control perfecto.

 

Izar movía los dedos suavemente, como si tocara un instrumento.

 

Finalmente, con una pequeña inclinación de cabeza, el peluche descendió y aterrizó suavemente en su mano.

 

Izar sonrió con orgullo indisimulado.

 

—¿Viste eso, Kayla? Ya soy un experto.

 

Kayla siseó suavemente, deslizándose más cerca de él.

 

—Bien hecho, maestro. Sin moretones esta vez.

 

—Vamos a celebrar. Quiero pastel de chocolate.

 

Kayla giró como una cinta blanca viva y se enroscó alrededor de su cuello con la dignidad de una bufanda mágica.

 

Juntos, salieron de la habitación, caminando por los pasillos majestuosos de la mansión hasta llegar al gran comedor.

 

Izar llamó con voz clara:

 

—Toldy.

 

Un elfo doméstico de orejas grandes y túnica plateada apareció con un pequeño pop.

 

—¿Amo Izar?

 

—¿Puedes traerme un postre de chocolate, por favor?

 

—¡Por supuesto, señorito! —dijo Toldy, desapareciendo en un chasquido.

 

Izar se sentó a la mesa con el porte de un noble en miniatura. Kayla se acomodó sobre sus hombros como si también tuviera un sitio reservado.

 

En segundos, el postre apareció con un encantamiento, acompañado de una pequeña copa de jugo de frambuesa flotante.

 

Izar comenzó a comer en silencio, sonriendo para sí…

 

Hasta que una voz familiar lo interrumpió suavemente.

 

—¿Celebrando algo, amor?

 

Izar levantó la mirada. Astoria había entrado al comedor, vestida con una túnica de primavera color lavanda claro, sosteniendo a Scorpius, quien parecía tan redondito y suave como una nube.

 

En cuanto vio a su hermano, Scorpius chilló de alegría.

 

—¡Aaah! —gritó el bebé, estirando los bracitos como si quisiera volar hasta él.

 

Izar dejó la cuchara, dejo a Kayla sobre la mesa y se levantó con tranquilidad y extendió los brazos.

 

Astoria, sonriendo, le entregó a Scorpius con cuidado.

 

—Vaya, estás pesado —dijo Izar con un pequeño bufido, pero lo sostuvo como si nunca pensara en soltarlo.

 

Scorpius hundió su cara contra su cuello con un suspiro satisfecho, aferrándose a la túnica de Izar.

 

—¿Y papá? —preguntó Izar, mientras lo mecía suavemente.

 

—Está en el Ministerio. Algo sobre una poción que quieren registrar para el Departamento de Seguridad Mágica —respondió Astoria—. Estará de vuelta para cenar.

 

Izar asintió. Scorpius balbuceó algo que sonó como “Baaa”, claramente su opinión del Ministerio.

 

Astoria lo observó con cariño antes de agregar:

 

—Por cierto, Marco te ha enviado una invitación. Quiere que vayas a visitarlo a la Mansión Zabini para jugar. ¿Te gustaría?

 

Izar pensó un momento.

Le caía bien Marco últimamente.

Especialmente después de que naciera Carmen. Se había calmado bastante.

 

—¿Puedo llevar a Kayla?

 

—Por supuesto. Es parte de ti —dijo Astoria.

 

Izar miró a Kayla, que alzó la cabeza orgullosa desde la mesa.

 

—Entonces sí. Iré. Marco me cae bien.

 

Scorpius hizo un pequeño sonido como si también aprobara.

 

Y mientras Izar lo sostenía con una mano, y con la otra terminaba su pastel de chocolate, pensó:

 

"Así se ve un buen día."

 

------

La mañana estaba en su punto justo de perfección: ni una nube fuera de lugar, la luz del sol entraba suavemente por las ventanas encantadas, y el salón principal de la Mansión Malfoy olía a incienso sutil de bergamota y pergamino nuevo.

 

Izar Abraxas Malfoy, estaba completamente vestido para la ocasión: túnica azul noche con bordes plateados, cabello rizado atado en una coleta alta con una cinta negra, y lo más importante… Kayla, su serpiente albina, descansaba enroscada con elegancia sobre su torso y cuello, como una bufanda viviente y orgullosa.

 

Draco se acercó, ajustándose los puños de su propia túnica con su típica precisión.

 

—¿Listo?

 

Izar se giró con una ceja alzada y una media sonrisa.

 

—Padre, nací listo.

 

Draco sonrió. Pequeño demonio elegante.

 

Ambos cruzaron la red Flu, y al instante llegaron al vestíbulo de la Mansión Zabini, un espacio de mármol oscuro, lámparas colgantes de obsidiana encantada y retratos encantadores que les daban la bienvenida con inclinaciones aristocráticas.

 

Allí los esperaban Blaise Zabini, Pansy Zabini (de soltera Parkinson) y Marco, que sostenía una espada de juguete que chispeaba con luces mágicas.

 

Pansy tenía en brazos a una pequeña criatura envuelta en una mantita de hilos dorados: Carmen Zabini, de apenas unas semanas.

 

Izar saludó con la perfección de un niño sangre pura entrenado en todos los protocolos.

 

—Señores Zabini, gracias por su hospitalidad. Es un honor visitarles —dijo, con una reverencia impecable.

 

Pansy alzó ambas cejas.

 

—Merlín bendito… este niño habla como un embajador miniatura —susurró con admiración.

 

Blaise soltó una risa y asintió.

 

—Un Malfoy, sin duda.

 

Pero la mirada de Pansy cambió cuando vio a Kayla moviéndose levemente sobre los hombros de Izar.

 

—¿Y esa serpiente?

 

Izar respondió sin perder la compostura:

 

—Es mi familiar. Su nombre es Kayla. No representa ningún peligro. Puedo hablar con ella si quieren pruebas.

 

Y sin esperar más, Izar empezó a hablar en lengua parsel.

 

Un siseo suave, musical, fluyó de su boca. Los adultos se quedaron petrificados. Kayla, encantada por la atención, alzó la cabeza con gracia.

 

—Todos te temen, —le dijo Izar a Kayla.

 

—Porque soy magnífica, —respondió ella con la modestia habitual… es decir, ninguna.

 

Pansy se llevó una mano al pecho.

 

—Lengua parsel… nunca imaginé que los Malfoy tuvieran ese don.

 

Draco, con calma impecable, se acercó un paso.

 

—Un antiguo antepasado, Nicholas Malfoy, lo tenía. Vivió en el siglo XVII. Al parecer, el don decidió manifestarse en Izar.

 

—Pues me parece maravilloso —dijo Pansy, claramente más impresionada de lo que admitía.

 

—¿Puedo ver a Carmen? —preguntó Izar con una voz suave, girándose hacia Pansy.

 

—Claro que sí, heredero Malfoy —respondió ella, sentándose y dejando que Izar se acercara.

 

Izar observó a la bebé con respeto. Tenía piel moreno claro, cabello rizado castaño oscuro, ojos grandes color café. Lo miraba con curiosidad, con los labios entreabiertos.

 

—Es muy linda. Es idéntica al señor Zabini.

 

—Gracias, heredero —respondió Pansy, sonriendo.

 

—¿No te gustaría tener otra hermana así, Izar? —preguntó Blaise, burlón.

 

—Con uno me basta —dijo Izar, sin titubeo.

 

Todos rieron.

 

Draco se giró hacia su hijo.

 

—Volveré por ti en unas horas. Compórtate.

 

—Sí, padre.

 

Draco le dio una última mirada a Blaise.

 

—Cuídalo. Y que no acabe en el techo.

 

—No te preocupes, dragón —dijo Blaise con una sonrisa burlona.

 

Draco puso los ojos en blanco.

 

—Idiota…

 

Y con un último chasquido, desapareció por la red Flu.

 

Izar apenas tuvo tiempo de parpadear cuando Marco le tomó la mano con entusiasmo.

 

—¡Vamos! ¡Quiero enseñarte mi jardín encantado! ¡Y tengo un tren mágico que flota por los pasillos!

 

Kayla siseó con fastidio al moverse con el salto de Marco, pero Izar solo sonrió.

 

—Muy bien, muéstrame todo. Solo… no intentes hacerle algo a Kayla.

 

—¡Lo juro! ¡Lo juro por mi dragón de juguete!

 

Y así, los dos niños —uno con una serpiente albina y el otro con una espada chispeante— se alejaron corriendo entre las columnas de mármol negro, mientras los adultos reían en la entrada.

 

La tarde brillaba sobre los jardines encantados de la Mansión Zabini. Cada flor parecía haber sido pintada a mano por un hada, los caminos de piedra flotaban suavemente sobre el césped y, en el aire, volaban mariposas de cristal que emitían suaves zumbidos musicales.

 

Izar Abraxas Malfoy caminaba con porte impecable, como si recorriera los pasillos de un museo ancestral. A su lado, Marco Zabini, vestido con una túnica color jade, saltaba con entusiasmo de piedra en piedra.

 

Detrás del cuello de Izar, Kayla, su serpiente albina, observaba con desdén a los insectos mágicos.

 

—Este jardín fue encantado por el tatarabuelo de mi papá —decía Marco con orgullo—. Él era medio italiano, por eso hay tanta cosa rara. Mi mamá dice que los Zabini vienen de una vieja familia de brujos de Italia. Casi como nobles mágicos. ¿A que suena genial?

 

—Interesante —dijo Izar con diplomacia—. Aunque nobleza sin criterio sigue siendo un riesgo. Eso lo dice mi abuela.

 

Marco no entendió del todo, pero igual asintió con vigor.

 

Caminaban entre rosales encantados cuando, de repente, un arbusto vibró y una criatura pequeña y redonda salió rodando torpemente por el sendero.

 

Tenía un cuerpo cubierto de púas suaves, nariz húmeda y unos ojitos negros diminutos.

 

Izar frunció el ceño.

 

—¿Qué es eso?

 

—Ni idea —dijo Marco—. Parece... un peluche con pinchos.

 

—Parece un puercoespín mágico —dijo Izar, observándolo con atención—. Aunque no entiendo qué haría uno tan cerca de una mansión como esta.

 

Y luego, bajando el tono, habló en pársel:

 

—¿Tú qué opinas, Kayla?

 

Kayla entrecerró los ojos dorados.

 

—Debe haberse colado por la magia del borde del jardín. No parece agresivo, pero... no me fío de los animales redondos. Siempre esconden algo.

 

Izar estaba por asentir cuando Marco, impulsivo como siempre, se adelantó sin avisar.

 

—¡Oh! ¡Tiene pinchos de verdad! Me voy a llevar uno para mi colección.

 

—¡Marco, no! —gritó Izar—. ¡No le quites nada!

 

—¡El niño idiota va a provocar al animal! —siseó Kayla, alzando el cuerpo.

 

Pero ya era tarde.

 

Marco agarró uno de los pinchos sueltos del animal, lo alzó con expresión triunfal… y entonces, todo cambió.

 

El puercoespín chilló.

 

Su cuerpo vibró como un tambor mágico.

Y luego…

 

¡POM!

 

Se enrolló como una bola y se lanzó contra Marco a la velocidad de un hechizo descontrolado.

 

—¡AAAAHHHH! —gritó Marco.

 

Izar no lo pensó dos veces.

 

Extendió la mano.

 

Sintió su núcleo.

Invocó su magia.

La atrapó.

 

El puercoespín quedó congelado en el aire, a centímetros de la cara de Marco, girando lentamente como si estuviera atrapado en una burbuja invisible.

 

Kayla siseó con aprobación.

 

—Buen reflejo, maestro.

 

Izar, concentrado, alzó lentamente la otra mano y movió al puercoespín lejos, muy lejos, hasta que cayó con un suave plop dentro de un arbusto acolchado encantado, lejos de la zona de los niños.

 

El silencio se hizo.

 

Marco se quedó mirando a Izar con los ojos como platos.

 

Izar bajó las manos, respirando con fuerza, y se acercó.

 

—¿Estás bien?

 

Marco se revisó con torpeza, sacudiéndose la túnica.

 

—Sí… no me tocó… tú… ¡me salvaste!

 

Izar alzó una ceja.

 

—Obviamente. Eres mi amigo. ¿Qué clase de amigo dejaría que lo ensartara un puercoespín cabreado?

 

Marco se rió nerviosamente.

 

—Ese bicho era un misil peludo.

 

—Eso te pasa por arrancarle la armadura a un ser vivo —respondió Izar, dándole un suave empujón con el codo—. Slytherin enseñó astucia, no impulsividad.

 

—¿Crees que ese puercoespín me odia?

 

—Posiblemente. O te tiene en su lista de enemigos mágicos personales.

 

Marco rió con más fuerza esta vez.

 

—¡Eres raro, pero me caes muy bien!

 

—Gracias —dijo Izar, sonriendo con calidez—. Tú también eres raro. Pero no tanto como antes.

 

Kayla murmuró desde su hombro:

 

—Aceptación social. Paso uno completado.

 

Y los dos niños, uno con su túnica impecable y otro con el pelo revuelto por la adrenalina, siguieron caminando por el jardín encantado, con un poco más de cuidado, un poco más de respeto por los animales mágicos, y una nueva historia para contar.

 

Era una cálida tarde de primavera, y los terrenos de la Mansión Malfoy se habían transformado en un festival encantado con detalles propios de una familia ancestral y poderosa.

 

Carpas mágicas flotaban sobre columnas de luz para proteger a los invitados del sol, decoradas con pancartas de colores elegantes, globos con forma de criaturas mágicas y una gran mesa con obsequios dignos de una gala del Ministerio. En el centro, sobre una tarima mágica, se alzaba una escultura de hielo de tres metros: un dragón enroscado sobre una torre, detallado con un encantamiento de escarcha permanente que lo hacía brillar con cada rayo de sol.

 

Era el tercer cumpleaños de Izar Abraxas Malfoy, y la asistencia era, como siempre, exquisita.

 

Estaban los Zabini, los Nott, los Scamander, los Grangeers, los amigos de su padre del Ministerio, y por supuesto, su abuela Narcisa, sentada en una silla de respaldo alto con una túnica gris perla y la mirada de una reina en observación.

 

Pero Izar no estaba ahí para sentarse en ningún trono social.

 

Él se encontraba en el área de niños, bajo una carpa más baja decorada con estrellas flotantes y alfombras suaves. A su lado estaba Marco Zabini, con quien desde el "incidente del puercoespín" compartía una amistad firme, como soldados que habían sobrevivido una guerra de magia y pelaje.

 

Kayla, su serpiente albina y familiar, estaba enroscada con gracia alrededor de sus hombros, observando todo con su mirada dorada, ligeramente aburrida pero vigilante.

 

Eleanor Nott los miraba con atención, su cabello castaño oscuro peinado con trencitas laterales.

 

—¿Entonces… puedes hablar con ella? —preguntó Eleanor, mirando a Kayla con una mezcla de curiosidad y respeto.

 

—Sí —respondió Izar, con tono natural.

 

—¿Nos puedes enseñar? —preguntaron al unísono los gemelos Scamander, Lorcan (castaño) y Lysander (rubio), que tenían en sus manos varitas de juguete con alas de hada pegadas.

 

Izar negó con una pequeña sonrisa.

 

—No es un hechizo. Es un talento. Se nace con él.

 

Los gemelos hicieron un “Awww…” sincronizado, como si acabaran de perder la esperanza de convertirse en habladores de dragones.

 

A unos metros, Scorpius y Carmen Zabini, ambos aún pequeños para correr con los demás, estaban en un corralito mágico lleno de cojines, baberos encantados y juguetes que se transformaban en pájaros cada cinco minutos. Eran vigilados por tres elfos domésticos muy atentos.

 

Izar miró alrededor.

 

—Oigan —dijo con una media sonrisa—. ¿Y si hacemos algo divertido?

 

—¿Qué sería eso? —preguntó Eleanor, ya desenrollando sus mangas como si se preparara para una travesura noble.

 

—Vamos a jugar con una pelota. La lanzamos entre nosotros. Corremos. Rebotamos. Nada muy peligroso… esta vez.

 

Todos aceptaron con entusiasmo.

 

Izar caminó hasta uno de los baúles de juguetes y sacó su pelota mágica encantada, que rebotaba con ligereza y cambiaba de color con cada impacto.

 

—¡Vamos allá!

 

Se alejaron un poco de las carpas principales hasta un rincón del jardín con suficiente espacio para correr sin armar un escándalo.

 

O eso pensaban.

 

Comenzaron a jugar. La pelota rebotaba de un lado a otro, cambiando de azul a esmeralda, luego a rojo, luego a dorado. Cada lanzamiento provocaba gritos y risas. Marco la pateó con entusiasmo. Eleanor se tiró al césped intentando atraparla con las manos. Uno de los gemelos trató de encantarse los zapatos para correr más rápido, pero terminó girando sobre sí mismo como un trompo.

 

Entre gritos y carcajadas, nadie notó lo cerca que se estaban del área de regalos y la gran escultura de hielo.

 

Hasta que ocurrió.

 

¡PUM!

 

Marco, sin darse cuenta, pateó la pelota con demasiada fuerza.

 

Rebotó contra una pancarta encantada, que se soltó con un chasquido, cayendo sobre la mesa central.

 

La caída golpeó el soporte de la escultura de hielo.

 

Los adultos —Astoria, Daphne, Blaise, Pansy, Theo Nott, incluso Narcisa— giraron sus cabezas en sincronía horrorizada al ver el enorme dragón de hielo tambalearse… empezando a inclinarse directo hacia los regalos de la familia Grangeer.

 

Un grito ahogado se escapó de varios labios.

 

Pero entonces…

 

Izar se giró con calma.

 

Levantó ambas manos, con total compostura.

 

Sintió su núcleo.

Canalizó.

Y actuó.

 

La escultura de hielo se detuvo en el aire, flotando con un aura plateada.

Luego regresó a su posición original, encajando perfectamente en su pedestal encantado.

 

La pancarta se recolocó.

La mesa volvió a alinearse.

El mantel se alisó solo.

 

Izar, sin decir una palabra, hizo flotar la pelota hasta su palma.

 

La sostuvo unos segundos, la miró con aire pensativo y dijo:

 

—¿Quién sigue?

 

Los niños se quedaron en silencio.

 

Kayla murmuró con orgullo:

 

—Digno de los grandes, maestro. Muy elegante.

 

Y cuando Izar giró la cabeza hacia los adultos…

 

Todos lo miraban. En silencio.

Boca abierta.

Incrédulos.

Asombrados.

 

Draco acababa de volver con una copa de jugo en la mano y simplemente se detuvo… observando a su hijo con una mezcla de orgullo absoluto y resignación cómica.

 

—Está claro —dijo Blaise, cruzado de brazos—. Ese niño no va a necesitar clases en Hogwarts. Va a necesitar una sala del Ministerio para él solo.

 

Y mientras todos retomaban el aliento y comenzaban a murmurar con asombro, Izar simplemente volvió a lanzar la pelota.

 

Como si nada hubiera pasado.

 

Porque para él, nada había pasado.

 

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La mañana había despertado con la luz dorada típica de la primavera filtrándose por las altísimas ventanas del gran comedor de la Mansión Malfoy.

 

En la mesa larga, vestida con mantel de lino bordado y vajilla de porcelana con el escudo familiar, Astoria alimentaba a Scorpius, que estaba vestido con una pequeña bata color menta y recibía la papilla con la dignidad de un noble bebé de pura sangre.

 

—Abre la boca, amor —decía Astoria con voz cantarina.

 

—Aaahhgg —respondía Scorpius, con papilla esparcida por toda la barbilla.

 

Del otro lado de la mesa, Draco Malfoy leía un informe del Ministerio con una copa de café en la mano, los ojos atentos… aunque no tanto como parecía.

 

Entonces, la puerta del comedor se abrió suavemente.

 

Izar Abraxas Malfoy, con su túnica matutina impecable y Kayla enroscada alrededor de su torso como un adorno viviente, entró con calma, los rizos cayéndole sobre los hombros.

 

—Buenos días —dijo con voz clara.

 

—Buenos días, amor —respondió Astoria.

 

—Justo a tiempo —dijo Draco, dejando el pergamino sobre la mesa—. Tenemos que hablar… de lo que hiciste ayer.

 

Izar se sentó con elegancia, su copa de jugo flotando hasta su mano gracias a un encantamiento del elfo doméstico.

 

—¿Sobre qué parte exactamente? —preguntó, inocente.

 

Draco lo miró por encima de la copa.

 

—Sobre la parte en que detuviste una escultura de hielo de tres metros, reparaste una pancarta caída y recalibraste una mesa… sin una varita. ¿Desde cuándo puedes hacer eso?

 

Izar se encogió de hombros con modestia medida.

 

—He estado practicando. Me enfoqué en sentir mi núcleo mágico, como decía un libro en la biblioteca. Después aprendí a canalizar. No fue fácil, pero logré cierto control. Aún me duele la cabeza cuando paso mucho tiempo haciéndolo, pero ya no me lanzo peluches a la cara.

 

Draco parpadeó.

 

Astoria dejó de mover la cucharita por un segundo.

 

—¿Qué libro? —preguntó Draco.

 

—"Teoría de Magia para Principiantes – Núcleos, Canales y Conexión."—respondió Izar—. Estaba en la sección alta. Al parecer… para estudiantes de Hogwarts.

 

Draco exhaló lentamente y se frotó el puente de la nariz.

 

—Esos libros son para jóvenes de quince años en adelante. Y tú tienes… tres.

 

—Casi tres años y un día completo —respondió Izar, levantando una ceja.

 

—Eso no ayuda —murmuró Draco, aunque con una leve sonrisa de resignación.

 

Astoria rió con suavidad, limpiando la barbilla de Scorpius mientras él trataba de masticar la papilla.

 

Draco volvió a mirar a Izar.

 

—Lo que hiciste fue más que admirable. Incluso algunos adultos con años de práctica no logran ese nivel de control sin una varita. Vamos a necesitar… a alguien que pueda guiarte correctamente. Un maestro, tal vez.

 

Los ojos de Izar se iluminaron.

 

—¿Entonces puedo empezar a aprender a hacer pociones?

 

Draco soltó una carcajada suave.

 

—Paso a paso, hijo mío. Primero control, luego hechizos básicos… y entonces, quizá, calderos.

 

—¿Y explosiones accidentales? —preguntó Izar con tono travieso.

 

—Exactamente por eso: paso a paso.

 

En ese momento, un golpe en la ventana hizo que todos giraran la cabeza.

 

Una lechuza gris metálica dejó caer el ejemplar matutino de El Profeta Diario sobre la mesa. El pergamino tintineó con magia reciente.

 

Astoria lo desenrolló con gracia y leyó el titular en voz alta.

 

> “Prodigio del Siglo: ¿Tendremos un nuevo Merlín?”

Izar Abraxas Malfoy: el niño que detuvo una escultura de hielo con una mano y reparó el caos con otra… sin varita. El heredero que la sociedad mágica está observando con atención.

 

 

 

Draco hundió el rostro en sus manos.

 

—Ya nos acosaban antes… y eso que solo creían que era educado, no un nuevo Merlín reencarnado.

 

Astoria simplemente rio, sosteniendo la noticia con elegancia entre los dedos.

 

—Bueno, al menos eligieron una buena foto.

 

Izar se acercó para verla. Era una imagen animada de él levantando la pelota en el aire después del incidente, con su expresión perfectamente neutra y la serpiente en los hombros, mirando a la cámara como si supiera exactamente dónde estaba.

 

Kayla siseó con satisfacción:

 

—Saca mi buen perfil, por fin.

 

—No te preocupes, papá —dijo Izar, tomando un trozo de pan con mermelada—. Que me llamen “nuevo Merlín” no significa que debamos crear una nueva Orden mágica de inmediato.

 

Draco lo miró con una ceja arqueada.

 

—Estoy seriamente considerando poner un escudo antimagia en tu dormitorio por seguridad… emocional mía.

 

Scorpius, ajeno a todo, balbuceó un sonido alegre, tirando la cuchara al suelo y aplaudiendo con entusiasmo.

 

Izar lo miró y sonrió.

 

—Al menos alguien me apoya sin cuestionarme.

 

Scorpius chilló felizmente.

Kayla siseó en aprobación.

Y Draco se hundió en su silla, aceptando su destino: ser el padre del niño más poderoso y escandalosamente tranquilo que la sociedad mágica había visto en generaciones.

 

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En la gran sala de reuniones de la Mansión Malfoy, decorada con alfombras encantadas, tapices de linaje y bustos flotantes de antiguos Malfoy, Draco se encontraba sentado tras un escritorio alto con acabados de plata. Vestía su túnica más formal, el cabello recogido en una coleta impecable, y tenía una pluma de pavo real flotando a su derecha, lista para tomar notas en el pergamino más caro disponible.

 

A su lado, había una carpeta con el nombre del proceso:

 

"Evaluación de candidatos: tutor o tutora para Izar Abraxas Malfoy, nivel mágico preescolar avanzado con control mágico sin canalización varital."

 

Traducido: tienen que estar al nivel de enseñar a un niño que salva esculturas de hielo con una ceja levantada.

 

Detrás de una cortina cercana, Izar observaba todo con Kayla enrollada como una estola curiosa en sus hombros.

 

—¿Por qué estamos escondidos? —preguntó Kayla en pársel.

 

—Para saber si alguno vale la pena —respondió Izar con voz baja—. Papá es exigente, quiero ver el espectáculo.

 

Un hombre delgado entró, con una túnica de rayas púrpura, gafas que se deslizaban constantemente por su nariz y una varita que parecía más antigua que el Ministerio de Magia.

 

—Profesor Quixley, especializado en educación mágica estructurada para infantes desde hace veinte años —dijo el hombre con un gesto tembloroso.

 

—¿Qué tipo de formación mágica ha manejado? —preguntó Draco sin levantar una ceja.

 

—He trabajado con niños que... pueden hacer levitar frutas… ocasionalmente.

 

—¿Frutas? —repitió Draco.

 

—Sí, una vez un pequeño hizo flotar un melón por tres segundos. Fue... impactante.

 

Draco solo garabateó en su pergamino una palabra.

 

“Inútil.”

 

Izar suspiró desde detrás de la cortina.

 

—Ése no duraría ni medio desayuno en esta casa.

 

Kayla siseó:

 

—Un melón no es una escultura de hielo de tres metros, maestro.

Una bruja alta, con una túnica de encaje gris y una varita con diamantes, entró flotando sobre una nube de perfume de lavanda tan densa que los retratos en la sala estornudaron.

 

—Soy Lady Dustina, especializada en canalización emocional mágica a través del canto, el arte, y los colgantes de cuarzo lunar.

 

Draco la miró en silencio. Un tic apareció en su ojo derecho.

 

—¿Su método?

 

—Todo niño necesita vibrar con la magia del cosmos antes de conjurar encantamientos. Comenzamos con danzas circulares y canciones sobre los elementos.

 

Draco: "..."

 

—¿Sabe canalización sin varita?

 

—No, pero siento los colores del alma de un niño. El suyo, por ejemplo, vibra en azul con destellos dorados. Como la esperanza y la mantequilla.

 

Draco apuntó en su pergamino:

 

"¿Mantequilla?"

 

Izar se tapó la boca para no reírse.

 

—Siguiente —dijo Draco, ya al borde de lanzar un Silencio permanente.

 

Un hombre musculoso, con túnica de combate, entró con una espada mágica en la espalda.

 

—Vengo de entrenar magos jóvenes en campos de resistencia mágica en Rusia. Aprenderán magia o se caen de la montaña. No hay excusas.

 

Draco alzó las cejas.

 

—Izar tiene tres años, no está postulando a los Juegos Mágicos Mortales.

 

—Niños de tres años escalan árboles encantados en mis cursos.

 

—Aquí usamos escaleras.

 

Izar murmuró:

 

—¿Éste es un tutor o un domador de dragones?

 

Kayla siseó:

 

—Yo al menos tengo más tacto.

 

Draco cerró la carpeta con fuerza.

 

—Gracias, no estamos interesados en campamentos de supervivencia mágica. Ni ahora ni nunca.

 

El hombre gruñó y salió con un chasquido de botas.

 

Cuando la cuarta persona entró, la sala cambió.

 

Una mujer de unos cuarenta años, alta, de piel clara como porcelana y ojos celestes firmes, vestida con una túnica azul noche con runas bordadas, caminó con paso seguro. Su cabello castaño estaba trenzado con hilos de plata. Su mirada era aguda, elegante. Llevaba una pequeña carpeta, sin varita a la vista.

 

—Madam Aria LaBlanche —dijo con voz suave pero firme—. He enseñado magia a jóvenes de familias particulares de sangre pura en Francia durante quince años, incluidas niñas veela, donde la disciplina y el control emocional son esenciales.

 

Draco levantó la mirada por primera vez.

 

—¿Control mágico sin canalización?

 

—Parte de mi formación inicial fue en rituales antiguos de enfoque. No enseño hechizos prematuros. Enseño a dominar el lenguaje mágico del cuerpo y el pensamiento.

 

—¿Ha trabajado con niños prodigio?

 

—Uno que conjuró fuego sin palabras a los cuatro años, otro que deshizo runas de contención con solo tocarlas. Ambos están vivos. Y sus padres, agradecidos.

 

Draco asintió.

 

—¿Método disciplinario?

 

—Mente tranquila, ambiente controlado, magia dirigida. Y si nada funciona: té, y la amenaza de escribir redacciones sobre las reglas de los duelos antiguos.

 

Desde la cortina, Izar murmuró:

 

—Redacciones... ¡Perfecta!

 

Kayla siseó:

 

—Al fin una que no huele a incienso ni grita como un profesor militar.

 

Draco cerró la carpeta con una sonrisa.

 

—Está contratada.

 

Madam Aria asintió con serenidad.

 

—Comenzaré la próxima semana. Conozco los desafíos de enseñar a un prodigio. Pero también sé tratarlos como niños.

 

—Él lo agradecerá —dijo Draco con un suspiro—. Aunque me preocupa que ella termine entrenándolo… demasiado bien pensó Draco con preocupación.

 

Detrás de la cortina, Izar sonrió.

 

El juego había comenzado.

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La sala de estudio había sido especialmente adaptada por orden de Draco: techos altos con frescos encantados, estanterías de madera negra repletas de libros, un escritorio pequeño para Izar —ajustado mágicamente a su altura— y una mesa auxiliar con instrumentos arcanos antiguos traídos desde Francia.

 

La gran ventana dejaba pasar la luz de la mañana, filtrada a través de un encantamiento que evitaba cualquier distracción visual. El suelo estaba cubierto por una alfombra encantada con runas de concentración, y hasta los relojes murmuraban el paso del tiempo en voz baja, como si respetaran el conocimiento.

 

Izar Abraxas Malfoy entró con la compostura de quien iba a un duelo de intelecto, no a una clase. Vestía una túnica gris perla sin arrugas, su cabello rizado atado con su cinta favorita, y Kayla enrollada cómodamente en su cuello como un chal vivo, mirando a su alrededor con desconfianza serpentina.

 

Frente al escritorio ya estaba sentada Madam Aria LaBlanche, con su túnica azul medianoche y una carpeta en la mano.

 

Su postura era impecable, su expresión neutra.

 

—Buenos días, monsieur Izar —dijo con voz firme.

 

—Buenos días, profesora —respondió Izar, con una leve inclinación de cabeza.

 

Kayla siseó suavemente:

 

—Ella ya me cae bien. Habla como tú cuando corriges a Marco.

 

Madam Aria se levantó, hizo flotar tres libros gruesos hacia el escritorio de Izar y los depositó suavemente. Sus títulos brillaban con letras doradas:

 

Los Fundamentos de la Magia Antigua

 

Líneas de Sangre y Magia: Historia Mágica de Europa

 

El Legado de los Primeros Magos

 

 

Izar levantó una ceja.

 

—¿Historia?

 

—Correcto —dijo Madam Aria sin titubear—. Antes de conjurar, canalizar o transformar, un mago debe saber de dónde proviene su poder. Quién caminó antes de él. Qué errores se repiten. Qué conocimiento se olvida.

 

Izar abrió El Legado de los Primeros Magos, hojeando el índice.

 

—Esto es más pesado que un libro de rituales rúnicos.

 

—Precisamente —respondió ella—. La historia pesa más que un hechizo mal ejecutado. No tenerla clara es conjurar a ciegas.

 

Izar respiró hondo, pero asintió.

 

—Está bien. ¿Qué capítulo primero?

 

—Capítulo cuatro: Los Inicios de la Magia Controlada en Europa.

Tendrás una evaluación oral al final de la semana.

 

Kayla siseó con una mezcla de orgullo y lástima.

 

—Finalmente alguien que no se impresiona cuando haces flotar objetos con los ojos cerrados.

 

Una hora después, tras lectura silenciosa, Madam Aria colocó sobre la mesa un pequeño tablero encantado.

 

—¿Juegos mentales? —preguntó Izar, levantando la vista.

 

—Desarrollo intelectual. Vamos a trabajar tu conexión lógica y mágica. Este es un tablero de secuencias encantadas. Cada ficha tiene una propiedad mágica oculta. Tu trabajo es descubrir el patrón sin ayuda mágica.

 

—¿Puedo usar deducción pura?

 

—Esa es la idea. Magia sin pensamiento es solo fuego sin dirección.

 

Izar sonrió con genuino interés.

 

—Por fin, algo desafiante.

 

Durante media hora, Izar se concentró intensamente. Las fichas cambiaban de color o flotaban brevemente si estaban en orden. Algunas explotaban con un “¡pop!” de humo si colocaba una fuera de secuencia.

 

A la tercera explosión, Madam Aria dijo con calma:

 

—Piensa, monsieur Malfoy. No ataques el tablero como un Gryffindor enloquecido.

 

Izar contuvo una risa.

 

Kayla siseó:

 

—Definitivamente la adoro.

 

Después de lograr el patrón —una secuencia mágica basada en ciclos lunares y elementos alquímicos— Madam Aria asintió.

 

—Muy bien. Eso fue rápido. No brillante, pero rápido.

 

Izar se le quedó mirando.

 

—¿No brillante?

 

—El talento sin método es como un huracán con corona: ruidoso, pero impreciso. Lo harás mejor mañana.

 

Y con eso, anotó algo en su carpeta.

 

Izar no respondió de inmediato. Luego se acomodó en la silla, mirando fijamente la ficha aún flotando delante de él.

 

Y sonrió.

 

—Me gusta usted, profesora.

 

Madam Aria alzó una ceja, la más mínima señal de aprobación.

 

—Gracias, monsieur Malfoy.

Ahora, abre el siguiente libro. El capítulo siete tiene un mapa mágico.

Y sí… escribiremos. A mano.

 

Izar soltó un suspiro dramático, pero obedeció.

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Capítulo 47: Cubos, Dragones y un Poco de Vergüenza

 

El sol de julio brillaba con fuerza sobre los terrenos de la Mansión Malfoy, haciendo que las hojas encantadas de los setos danzaran con un fulgor dorado y que las fuentes cantaran con tonos cristalinos. En el interior, los pasillos de mármol se sentían un poco más frescos gracias a los hechizos de refrigeración, y el ambiente olía levemente a jazmín, conjurado mágicamente por el personal para contrarrestar el calor del verano.

 

Izar Abraxas Malfoy caminaba tranquilamente por uno de esos pasillos, revisando mentalmente su horario del día: estudio mágico a las diez, repaso de historia mágica a las once, descanso, almuerzo, lectura por placer… y, próximamente, clases de modales y una actividad artística obligatoria.

 

—¿Música? ¿Clases de etiqueta? ¿Qué sigue? ¿Coreografía de vals con varitas? —murmuró para sí mismo.

 Hasta que...

 

—Baaaaaah.

 

Izar se detuvo. Giró lentamente.

 

—Baaaaaah.

 

Izar se detuvo. Giró lentamente.

 

Ahí estaba Scorpius, su hermano menor, vestido con una bata ligera azul celeste y una sonrisa llena de baba. Su cabello platino estaba revuelto, y sus ojos zafiro brillaban con la emoción de la cacería.

 

Gateaba como un huracán de energía pura.

 

—¿Y tú de dónde saliste? —preguntó Izar, alzando una ceja.

 

—Baaah —respondió Scorpius, como si eso lo explicara todo.

 

Izar suspiró, pero una pequeña sonrisa se le escapó antes de que pudiera contenerla. Se acercó, lo cargó con esfuerzo y lo acomodó en sus brazos.

 

—Eres más pesado cada día… ¿estás comiendo el doble por mí?

 

Scorpius solo lo miró con admiración bobalicona y le tocó la nariz con un dedo lleno de babas.

 

—Eso es un si… supongo —dijo Izar, resignado.

 

Lo llevó hasta la sala de estar, una estancia amplia con alfombras suaves, cojines encantados que flotaban ligeramente y juguetes cuidadosamente dispuestos en una esquina. Depositó a Scorpius en una colchoneta y se sentó frente a él.

 

—Muy bien, vamos a hacer algo educativo. —Dijo, adoptando su mejor tono de profesor miniatura.

 

Tomó un cubo mágico que cambiaba de color cada vez que alguien lo giraba.

 

—Esto es un cubo —dijo, mostrándoselo.

 

—Baaaah —respondió Scorpius, babeando alegremente.

 

—Correcto —dijo Izar, asintiendo con solemnidad—. Perfecto. “Cubo.” Vas mejorando.

 

Luego tomó un peluche de dragón, uno que chillaba si lo apretaban mucho.

 

—Esto, Scorpius, es un peluche. De dragón. Muy importante. ¿Dragón?

 

—Baaaaah —repitió Scorpius, tocándole el pie al peluche con interés.

 

—Exactamente —dijo Izar, con un gesto afirmativo exagerado—. Estoy impresionado con tu capacidad lingüística.

 

Y entonces escuchó una risa detrás de él. Una risa que conocía bien.

 

Giró lentamente la cabeza.

 

Astoria, de pie en la puerta con una taza de té en mano, lo observaba con una sonrisa iluminada por la ternura.

 

—¡Madre! —exclamó Izar, poniéndose rojo como una manzana encantada.

 

Astoria no podía parar de reír.

 

—¡No, no! —dijo entre risas— ¡No te detengas! “Capacidad lingüística”... ¡Merlín bendito, Izar, estaba por tomar notas yo también!

 

Izar se tapó la cara con ambas manos, visiblemente avergonzado.

 

—Madre… esto era una clase privada. Confidencial.

 

Astoria se acercó y se agachó para besarle la frente.

 

—Pues ha sido la clase más encantadora que he visto esta semana. Incluso más que cuando detuviste un mueble flotante con un dedo.

 

Scorpius, sin entender nada pero encantado por la atención, agitó el peluche como una bandera de victoria.

 

Astoria se enderezó con elegancia.

 

—Y por cierto, tus clases de modales empiezan mañana. Y vendrá una profesora de música. Puedes elegir entre piano, arpa o flauta lo que te agrade más.

 

Izar se retiró las manos de la cara, aún rojo.

 

—¿Alguna posibilidad de elegir “silencio y reflexión” como actividad artística?

 

Astoria le guiñó un ojo.

 

—No mientras vivas bajo este techo.

 

Y con un paso elegante, se retiró de la sala.

 

Izar miró a Scorpius, que lo miraba con ojos grandes y redondos.

 

—Bien, pequeño delator. Espero que te acuerdes de esta humillación cuando seas mayor.

 

—Baaaaaah —dijo Scorpius, y lo abrazó con sus bracitos gorditos.

 

Izar suspiró… y le devolvió el abrazo.

 

No estaba tan mal.

 

Chapter Text

La mañana era clara y fresca, con el aroma de pan horneado flotando en los pasillos de la Mansión Malfoy. En el ala este, donde las aulas privadas se encontraban, una sala había sido preparada especialmente: alfombra neutra, luz encantada cálida, y en el centro, una mesa larguísima con cubiertos dispuestos con precisión milimétrica.

 

Todo relucía. Incluso la servilleta de lino parecía más tensa que un auror en una fiesta de mortífagos reformados.

 

Izar Abraxas Malfoy entró con su túnica de etiqueta clara, los rizos recogidos con una cinta negra y Kayla enrollada alrededor de su cintura como si fuera parte del uniforme.

 

En el centro de la sala lo esperaba el instructor.

 

Un hombre de unos 39 años, alto, de cabello oscuro peinado con exactitud militar y una expresión severa que podría haber intimidado a un duende banquero.

 

—Bienvenido, señor Malfoy —dijo con voz precisa—. Soy Maestro Elric de Vaucluse, tutor de modales formales y protocolo mágico en toda Europa.

 

—Un gusto, señor de Vaucluse —respondió Izar con una reverencia breve pero elegante.

 

El maestro lo evaluó de pies a cabeza. Izar se mantuvo impasible.

 

—Nos enfocaremos hoy en la etiqueta de comedor, la disposición de cubiertos, uso de servilleta, y equilibrio de postura con libro. ¿Está preparado?

 

—Lo he estado desde que descubrí que hay más de tres tipos de cucharas —respondió Izar.

 

Elric sonrió… un poco. Quizás.

 

 

---

 

La clase comenzó.

 

El maestro hizo aparecer con su varita una mesa con seis tipos distintos de cucharas, cinco de tenedores y tres cuchillos (cada uno con nombre, propósito y posible amenaza si se usaban mal).

 

—¿Para qué se usa esta cuchara? —preguntó Elric, señalando una con la punta ligeramente ovalada.

 

—Para sopas cremosas, especialmente si contienen ingredientes encantados que flotan —respondió Izar sin vacilar.

 

—¿Y esta?

 

—Para frutas al licor, pero solo si se sirven antes del té.

 

—¿Y este cuchillo?

 

—Ese es para untar cremas, pero jamás mermelada. Eso requeriría el cuchillo de mango más corto, a menos que estemos en un desayuno formal francés.

 

Elric asintió lentamente.

 

—¿Cómo lo ha aprendido?

 

—Observando. Y... sinceramente, nadie quiere ser el niño que se limpia la boca con la manga frente a mi abuela Narcisa.

 

Kayla siseó con risa suave.

 

—Sabia decisión, maestro. Las miradas de tu abuela podrían romper vajillas.

 

A continuación, Elric le presentó una servilleta encantada, que volaba por la sala hasta aterrizar en el regazo de Izar.

 

—¿Propósito de la servilleta? —preguntó Elric.

 

—Se coloca sobre el regazo. Nunca se usa para limpiar la cara directamente. Se utiliza solo tocando con los dedos las comisuras de la boca, discretamente. Al terminar, se coloca suavemente a la izquierda del plato, sin doblar del todo.

 

—¿Cuándo se coloca en la silla?

 

—Solo si uno se retira temporalmente, pero piensa volver.

 

Elric lo miró con genuina aprobación por primera vez.

 

—Veo que no empiezo desde cero. Bien. Pasaremos al paso final.

 

Izar alzó una ceja.

 

—¿Hay más?

 

—Postura y equilibrio. —Elric sacó un libro grueso titulado Etiqueta Encantada para Diplomáticos Iniciados y lo colocó en la cabeza de Izar—. Caminaremos. No se debe caer. Espalda recta. Mentón neutral. Brazos en su sitio. Dignidad absoluta.

 

Izar se irguió. Dio el primer paso.

 

Kayla, desde su cintura, siseó:

 

—Esto es ridículo y fascinante.

 

—Lo hago por orgullo familiar —respondió Izar, entre dientes.

 

Avanzó por la alfombra, con el libro perfectamente equilibrado. Dio media vuelta. Luego otra. Incluso saludó con una inclinación mínima.

 

Elric aplaudió dos veces, apenas audible.

 

—Suficiente. No tiene nada que envidiarle a un diplomático de Bulgaria.

 

—Excepto tal vez una capa bordada y más dramatismo —respondió Izar con calma.

 

El maestro asintió, satisfecho.

 

—Mañana comenzamos postura de reverencia, etiqueta de té y cómo inclinarse correctamente según el rango de pureza sanguínea. Tráigase zapatos formales.

 

Izar suspiró.

 

—¿Y si quiero revolcarme en el césped con mi hermano como los plebeyos felices por un día?

 

—El estilo lo puedes perder por gusto. Pero sabrás cómo recuperarlo —dijo Elric.

 

Izar sonrió.

 

Tenía razón.

 

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El salón de música de la Mansión Malfoy era una joya discreta.

 

Con paredes de roble bruñido, ventanas altas que dejaban entrar la luz como si cada rayo hubiese sido afinado a una nota, y una acústica encantada para capturar cada sonido con pureza cristalina, era un lugar reservado para lo más sublime: la música como arte, disciplina y elegancia.

 

En el centro, reposaba un piano de cola negro, reluciente, con teclas encantadas para limpiarse solas y cuerdas afinadas por hechizos centenarios. Un instrumento digno de un recital mágico… o de un pequeño Malfoy de tres años y medio.

 

Izar entró con paso seguro, aunque sus ojos delataban algo más: curiosidad pura.

 

Vestía su túnica de lino gris claro, el cabello atado como siempre, y Kayla, por una vez, no lo acompañaba. Las serpientes no son grandes entusiastas de la música… a menos que se trate de flautas hipnotizantes.

 

Esperando junto al piano estaba una mujer de rostro amable y elegante, con el cabello recogido en un moño bajo y una túnica color perla.

 

—Bonjour, jeune monsieur —dijo con acento francés—. Soy Maestra Vivienne Delacroix, instructora de música para sangre pura. Enseñé a la hija de los Rosier y al nieto de los Delacour. Hoy… tengo el honor de enseñarte a ti.

 

Izar le hizo una reverencia educada.

 

—Un gusto, Maestra Delacroix. Elijo el piano.

 

Ella asintió con una sonrisa leve, como si ya lo supiera.

 

—Una elección noble. Firme pero sensible. Como tú.

 

Izar se acercó al banco frente al piano y se sentó con las piernas colgando. Se ajustó el asiento encantado con un toque del respaldo y colocó las manos sobre las teclas… sin saber muy bien qué hacer.

 

—No sé nada de esto —admitió con tono tranquilo, pero una chispa en los ojos.

 

—Eso es perfecto —respondió Vivienne—. No vienes con vicios. Solo con oídos y dedos listos.

 

Vivienne se sentó a su lado en un banquillo pequeño. Movió la varita y un pergamino flotó delante de Izar con las notas básicas y sus posiciones en el teclado.

 

—Estas son las notas naturales: do, re, mi, fa, sol, la, si. Se repiten en ciclos. Las negras… vendrán después.

 

Izar observó atentamente.

 

—Entonces hay un patrón. Matemático.

 

—Exactamente. La música es estructura y emoción en equilibrio.

 

Le mostró cómo colocar los dedos. Uno por tecla. Izar probó.

Primero con torpeza. Luego, con más cuidado.

 

Sonó un do. Luego un re. Luego, con una sonrisa pequeña… un mi.

 

—Es como si cada tecla quisiera decir algo diferente —murmuró.

 

—Eso es música —dijo Vivienne—. Magia sin varita.

 

Durante la siguiente media hora, Izar se dedicó a practicar una sencilla escala, siguiendo las indicaciones exactas, sin buscar atajos. No podía acelerar el ritmo como hacía con su magia. No podía pensar su camino hacia una respuesta.

 

Tenía que sentirlo.

Escucharlo.

Repetir.

 

Vivienne no lo halagó, ni lo corrigió con dureza. Solo lo guió.

 

Al terminar la sesión, Izar soltó un suspiro suave y dejó caer las manos en su regazo.

 

—No es fácil.

 

—No debe serlo —respondió Vivienne con una sonrisa enigmática—. Si fuera fácil, no sería arte.

 

Izar bajó la mirada hacia las teclas.

 

—Quiero practicar de nuevo.

 

—Bien empecemos de nuevo.

 

Y así, en esa sala perfumada de notas y luz, Izar se enfrentó a algo que no podía dominar a la primera.

 

Y por eso, le gustó aún más.

 

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La Mansión Malfoy brillaba con un aire especial.

 

Era el primer cumpleaños de Scorpius, y el salón de celebraciones había sido transformado en un espacio mágico con columnas de globos encantados, serpentinas flotantes que escribían “¡Feliz primer año, Scorpius!” en letras doradas, y centros de mesa que imitaban pequeñas constelaciones flotando sobre la vajilla.

 

Los invitados eran los de siempre:

Los Zabini, los Nott, los Scamander, los Grangeers, los amigos del Ministerio de Draco, y por supuesto, la abuela Narcisa, que observaba todo desde su silla con el porte de una reina.

 

Izar, ahora con tres años y medio, se encontraba en el área de niños con su grupo habitual: Marco, Eleanor, Lorcan y Lysander. Todos vestidos con sus mejores túnicas de gala, algunos ya aburridos de sonreír para adultos que olían a perfumes de diez galeones por gota.

 

—Estoy aburrido —dijo Izar, dejando caer su tenedor con el que estsba comiendo una gelatina en el plato como si fuera un duelo perdido.

 

—¿Qué hacemos? —preguntó Marco, que masticaba una galleta con forma de fénix.

 

—Vamos a jugar —sugirió Eleanor, sacudiendo el dobladillo de su túnica.

 

—¡A las escondidas! —dijo Izar con una sonrisa traviesa.

 

Todos asintieron.

 

Y en menos de lo que un elfo doméstico podía pestañear, el escuadrón de infantes ya se había escabullido del salón de fiestas, corriendo por los pasillos de la mansión con risas, pasos rápidos.

 

—¡Uno... dos... tres...! —empezó a contar Marco, con la frente apoyada contra una pared de tapiz bordado. —¡Cuatro... cinco...!

 

Todos se dispersaron.

 

Izar se escondió tras una estatua imponente de un antepasado Malfoy, que parecía juzgarlo severamente desde su pedestal.

 

Eleanor se deslizó bajo una mesa flotante de té, conteniendo la risa mientras las cortinas del mantel ondulaban con su respiración.

 

Lorcan y Lysander se tiraron sobre una alfombra animada que empezaron a sacudir con un hechizo para parecer un bulto decorativo más.

 

 

—¡Diez! ¡Voy! —gritó Marco, dándose la vuelta con una sonrisa de emoción pura.

 

La búsqueda comenzó con pasos sigilosos y miradas rápidas. No tardó mucho en encontrar a Eleanor, que soltó un chillido ahogado cuando una esquina del mantel se levantó por accidente con un estornudo.

 

—¡Te encontré! —dijo Marco, riendo.

 

Uno a uno, los demás salieron de sus escondites entre risas: los gemelos tambaleándose de la alfombra, Izar salió detrás de la estatua con menos gracia de la que pretendía.

 

—¡Me toca a mí! —proclamó Eleanor, haciendo un puchero adorable cuando la encontraron, pero aceptando su turno con dignidad.

 

Corrió hacia la pared, apoyó la frente y comenzó a contar con voz firme.

 

—¡Uno… dos… tres…!

 

La estampida infantil volvió a empezar.

 

Izar corrió en dirección contraria al grupo, decidido a buscar un nuevo escondite aún mejor. Pero apenas había doblado una esquina, escuchó la voz que detuvo el mundo.

 

—Izar —dijo Draco, con esa calma firme que no admitía discusión.

 

Izar se detuvo en seco, girando con inocencia bien ensayada.

 

—¿Sí, padre?

 

Draco lo miró con una ceja levantada, vestido elegantemente para la fiesta, pero con ese brillo indulgente que solo mostraba cuando nadie más lo veía.

 

—Van a cortar el pastel.

 

Izar puso cara de “ni siquiera me estaba divirtiendo”, y caminó hacia su padre.

 

—Sí, padre —repitió, con una sonrisa inocente que no engañaba ni a un trol.

 

Los niños volvieron al salón trotando con culpa moderada, y fueron recibidos con sonrisas indulgentes por los adultos.

 

Izar se colocó junto a sus padres, Astoria que sostenía a Scorpius, y Draco con su varita lista para cortar el pastel encantado.

 

La cuchilla mágica hizo su recorrido en el aire, cortando el pastel sin tocarlo, sirviendo porciones perfectas mientras las estrellas flotantes sobre la mesa comenzaban a brillar más intensamente.

 

Scorpius, al ver a Izar a su lado, chilló con emoción.

 

Le tendió los bracitos, agitó sus piernas rechonchas y, con la voz más clara que jamás había emitido, gritó:

 

—¡Izam!

 

Silencio.

 

Por una fracción de segundo, el salón entero se congeló.

 

Los cuchillos flotantes se detuvieron.

Las conversaciones cesaron.

Hasta el hechizo musical bajó su volumen mágicamente, como si el piano mismo hubiese dicho “espera, ¿qué?”

 

“¡Izam!” repitió Scorpius, riendo, eufórico, señalando a su hermano.

 

El corazón de Izar dio un pequeño vuelco.

 

—¿Fue… eso lo que creo? —murmuró Astoria, con lágrimas de emoción asomando en los ojos.

 

—Su primera palabra —dijo Draco, mirando a Scorpius como si acabara de conjurar una runa brillante en el aire.

 

—Y fue… mi nombre. Bueno, casi. Izam.

 

Kayla, que observaba desde un rincón (le habían prohibido acercarse a las mesas), siseó:

 

—Se te pegará toda la baba emocional humana, maestro.

 

Izar sonrió con una mezcla de orgullo, ternura y una pizca de vergüenza.

 

—Supongo que ya soy oficialmente su héroe.

 

Scorpius chilló una vez más, emocionado por la atención, y lo abrazó con tanta fuerza como sus brazos de bebé lo permitieron.

 

Los invitados aplaudieron.

Astoria besó a ambos hijos.

Narcisa sonrió con dignidad contenida… pero sus ojos brillaban con orgullo.

 

Y mientras comían pastel y brindaban con jugos encantados, Izar pensó:

 

"Si ser hermano mayor significa que un bebé dice mi nombre primero… bueno, creo que puedo con eso."

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Era una tarde tranquila en la Mansión Malfoy.

El cielo estaba pintado de tonos naranja y lavanda, y el sol se filtraba por las altas ventanas de la sala familiar, tiñendo los muros de un resplandor cálido y acogedor.

 

La alfombra mullida frente a la chimenea estaba llena de cojines encantados, libros flotando por ahí y algunos juguetes mágicos que se hacían los dormidos cuando nadie los miraba.

 

En medio de todo eso, estaba Izar, arrodillado frente a Scorpius, que se sujetaba torpemente de una mesa baja, con los dedos rechonchos agarrando el borde como si fuera un acantilado.

 

—Vamos, Scorpius —dijo Izar con una voz más suave de lo usual, sus rizos recogidos en una coleta y los ojos brillando de emoción—. Ven conmigo. Solo unos pasos más.

 

Scorpius lo miraba como si lo hubiera invocado el mismísimo sol.

Sus ojos zafiro chispeaban, y su boca se curvaba en una sonrisa enorme.

 

—I-i-zam... —balbuceó, con voz temblorosa de emoción.

 

Soltó la mesa.

Dio un paso.

Luego otro.

Y otro más.

 

¡Tres pasos!

Luego se tambaleó y, con un pequeño plop, cayó de sentón en la alfombra.

 

Izar soltó una risa genuina y corrió a levantarlo con cuidado.

 

—¡Lo hiciste! ¡Scorpius, lo hiciste! ¡Eso fueron tres pasos! ¡Tres! —exclamó, alzando a su hermano como si hubiera ganado la Copa Mundial de Quidditch infantil.

 

Scorpius, en lugar de llorar, soltó una carcajada pura, dulce, con ese sonido musical que solo los bebés felices pueden emitir.

Sus manitas tocaron la cara de Izar, quien no pudo evitar sonreír de oreja a oreja.

 

En la entrada de la sala, Astoria y Draco observaban en silencio.

 

—Es oficial —dijo Astoria, con voz emocionada—. Nuestro pequeño ya camina… ¡y fue hacia Izar!

 

Draco sonrió con suavidad.

 

—No me sorprende. No hay nadie más en este mundo que él admiraría más que a su hermano.

 

Se acercaron con pasos tranquilos mientras Scorpius intentaba volver a ponerse de pie, apoyándose torpemente en Izar como si fuera una montaña segura.

 

—Muy bien, Scorpius —dijo Astoria, arrodillándose a su lado—. Eres increíble.

 

—Y tú también, Izar —añadió Draco, posando una mano en el hombro de su hijo mayor—. Eres un excelente maestro.

 

Izar, que no solía enrojecer, se sonrojó un poco.

 

—Bueno… tenía un alumno muy motivado.

 

Scorpius chilló con alegría, alzando los brazos como si pidiera más aplausos.

Izar lo abrazó contra su pecho.

 

—Pronto correrás por toda la mansión —le susurró—. Y yo… bueno, yo correré detrás de ti.

 

Kayla, desde el respaldo de un sillón cercano, siseó con sarcasmo:

 

—Y yo me mudaré a una rama alta del jardín si empieza a perseguirme.

 

Los adultos rieron.

Y en ese rincón cálido de la mansión, con las luces del atardecer iluminando sus rostros, la familia Malfoy celebró no un gran evento mágico, ni un titular de El Profeta…

 

Sino algo mucho más importante:

Tres pasos.

Una caída.

Y la palabra más bonita del día: “Izam.”

 

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Era una mañana fresca en la Mansión Malfoy. El cielo estaba nublado, como si incluso el clima quisiera guardar silencio ante lo que estaba por suceder: la primera lección práctica de hechizos reales para Izar Abraxas Malfoy.

 

Ya dominaba el movimiento de objetos sin canalización.

Ya comprendía las bases del núcleo mágico, la concentración, y la intención.

Ya leía teoría mágica como si fueran cuentos para dormir.

 

Pero hoy… hoy, Madam Aria tenía un nuevo desafío.

 

En el salón privado de enseñanza, decorado con tapices con frases como "Dominio antes de Destello" y "Control antes de Poder", Izar entró con paso firme. Su túnica verde oliva ondeaba detrás de él, el cabello sujeto en una coleta pulida. Kayla no estaba presente: los hechizos podían ser impredecibles al principio.

 

Madam Aria LaBlanche estaba de pie frente a su escritorio, con su túnica azul medianoche inmaculable y su carpeta levitando a su lado.

 

—Buenos días, monsieur Malfoy —dijo con tono firme y elegante.

 

—Buenos días, madam —respondió Izar, haciendo una reverencia breve. Se sentó con gracia, las manos sobre el escritorio, listo para aprender… o eso pensaba.

 

—Hoy, quiero que intentes algo nuevo.

Un hechizo básico, el primero que aprenden los estudiantes de Hogwarts de primer año: Lumos.

 

Izar parpadeó.

Un hechizo real.

 

—¿El de luz?

 

—Sí. Una simple luz. No es solo emitirla. Es formarla, contenerla, sostenerla. Sin canalización varital. Sin varita. Solo tú. Tu intención. Tu núcleo.

 

Izar tragó saliva.

Era sencillo. En teoría.

 

—Muy bien —dijo, enderezándose—. Estoy listo.

 

Madam Aria lo observó, cruzando las manos con interés.

 

—Haz lo mismo que haces cuando levitas objetos. Céntrate. Escucha tu núcleo.

Pero esta vez, en vez de levantar… invoca. Luz.

 

Izar cerró los ojos.

Inhaló profundamente.

Colocó las manos frente a sí, como si sostuviera una esfera invisible.

 

Se concentró.

 

Lumos.

 

La magia comenzó a zumbar en su interior.

La sintió subir por sus brazos.

Sus dedos se tensaron.

Una chispa se formó en el aire entre sus manos…

 

Y luego…

¡Pff!

Se extinguió.

 

—Hmpf —gruñó Izar, frunciendo el ceño. Su boca hizo un pequeño puchero.

 

—No esperabas hacerlo a la primera, ¿verdad? —dijo Madam Aria con una sonrisa apenas perceptible.

 

—…un poco —admitió Izar con la sinceridad trágica de un niño perfeccionista.

 

—Entonces será más valioso cuando lo consigas.

 

Izar volvió a intentarlo.

 

Y otra vez.

 

Y otra más.

 

Cada vez, la chispa aparecía… se agitaba… titilaba…

Y luego desaparecía como una vela sin cera.

 

Su frente comenzaba a sudar. Sus hombros, tensos.

 

—¿Por qué no sale? —pensó, frunciendo el entrecejo.

 

Madam Aria caminó detrás de él con pasos suaves.

 

—La magia no responde al enojo, Izar. Ni a la frustración. Es un espejo.

 

Izar asintió, cerrando los ojos con más calma.

 

Lumos.

Siguió intentando.

 

Y así pasó la siguiente hora:

Luz. Sombra. Chispa. Nada.

 

Pero no se rindió.

 

Y cuando terminó la lección, Madam Aria lo miró con respeto verdadero.

 

—No hiciste luz, pero hiciste algo más importante.

 

Izar la miró, confundido.

 

—¿Qué?

 

—Persististe. Con control. Con enfoque. Sin rabietas.

Eso sí es un avance.

 

Izar bajó la vista. Luego sonrió levemente.

 

—Supongo que... la luz vendrá.

 

—La luz siempre viene. Para los que no la apagan con su impaciencia.

 

Y así, Izar Malfoy, prodigio mágico, cuatro años y medio, no logró lanzar Lumos ese día.

 

Pero sí aprendió algo que no venía en ningún libro:

 

Que incluso la luz más poderosa… comienza con una chispa que falla.

 

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El mediodía acariciaba las ventanas del salón de música de la Mansión Malfoy con una luz dorada suave. Cortinas encantadas danzaban apenas con la brisa, y el gran piano de cola, ubicado en el centro del salón sobre una alfombra circular con notas flotantes bordadas, parecía esperar con solemnidad el momento.

 

Izar Abraxas Malfoy, con su túnica gris claro ajustada, el cabello recogido en una media coleta, y sus dedos limpios y bien cuidados, se sentó frente a las teclas. Su espalda estaba recta, su mirada serena. No había ni rastro de la ansiedad infantil con la que muchos alumnos enfrentaban un instrumento.

 

Frente a él, sentada en una silla elegante con brazos curvos y grabados florales, se encontraba su profesora: Madame Vivienne Delacroix.

 

Vestía una túnica azul celeste con bordados plateados, el moño perfectamente arreglado, y una carpeta flotando a su lado donde escribía las progresiones de Izar con una pluma de punta fina.

 

—Cuando estés listo, jeune monsieur —dijo con su acento francés acariciando cada palabra—. Allegro en Do mayor, de Mozart. Como practicamos. Y sin partitura, claro.

 

Izar asintió, flexionó los dedos, y colocó las manos con precisión quirúrgica sobre las teclas.

 

Entonces comenzó a tocar.

 

La primera nota salió limpia, suave, pero con fuerza.

Le siguieron otras, rápidas, ágiles, subiendo y bajando con ritmo y energía.

Era un Allegro juvenil, compuesto por un Mozart también joven, ligero como el viento y chispeante como la risa de un niño que corre por los jardines de una villa italiana.

 

Izar no leía una sola nota.

Las tenía memorizadas.

No con terquedad, sino con devoción.

Cada sección, cada pequeño acorde, cada cambio de intensidad… lo había vivido en las prácticas silenciosas, una y otra vez.

 

Madame Vivienne había visto talento antes.

Pero nunca con esa clase de madurez emocional.

Cada vez que Izar tocaba un “sol” agudo, lo hacía con una sonrisa mínima, como si saludara al sonido. Cada bajo, cada "do" grave, salía con fuerza y contención.

 

La melodía creció.

Se convirtió en un juego, luego en un diálogo.

Izar conversaba con las notas. Las conducía como un mago sin varita.

Las pausas no eran vacíos: eran respiraciones.

 

Cuando la pieza llegó a su cierre —rápido, con un pequeño giro juguetón al final— Izar levantó las manos lentamente, permitiendo que el último acorde se suspendiera en el aire.

 

Silencio.

 

Entonces Vivienne se levantó.

 

—Bravo. Bravíssimo, Izar.

 

Izar se giró ligeramente en el banco, con una pequeña sonrisa satisfecha, pero contenida. Estaba feliz, pero no necesitaba que lo aplaudieran. Solo quería saber que lo había hecho bien.

 

Vivienne se acercó y colocó suavemente una mano sobre su hombro.

 

—Tu progreso es simplemente… admirable. Cuando comenzaste, no diferenciabas un "mi" de un "si", y ahora… ahora haces que Mozart suene como si hubiera escrito para ti.

 

—Gracias, profesora —dijo Izar con voz suave, aunque sus ojos brillaban de orgullo.

 

—Tu control, tu ritmo, tu memoria, tu sensibilidad al tocar... —Vivienne movió la cabeza con asombro—. Es un talento natural, sí, pero también… es tu disciplina.

 

—No puedo flotar las teclas —dijo Izar, en tono travieso—. Así que no me queda más que practicar.

 

Vivienne rió suavemente.

 

—Y lo haces con una elegancia que muchos adultos no logran en décadas.

 

Ella se alejó un poco, dándole espacio. Luego, como si fuera un regalo, le dijo:

 

—Cuando estés listo, quiero que elijas una pieza para interpretar en un pequeño recital privado, con tus padres y unos pocos invitados.

 

Izar parpadeó.

 

—¿Tocar para otros?

 

—Sí. Has alcanzado ese nivel.

 

Izar pensó un momento.

 

Luego asintió lentamente.

 

—Lo haré. Pero la elegiré yo.

 

—Por supuesto, monsieur Malfoy.

 

Izar se giró de nuevo hacia el piano.

Pasó un dedo por una tecla, sin presionarla.

Y murmuró:

 

—Nunca pensé que me enamoraría de algo sin magia.

 

Vivienne, desde su asiento, sonrió.

 

—La música es magia. Solo que se lanza desde el corazón, no desde la varita.

 

Y con esa idea, Izar volvió a practicar el Allegro.

Por gusto.

Por pasión.

 

Y porque, aunque no lo decía…

Quería que Scorpius escuchara algún día a su hermano mayor tocar como un mago del alma.

 

----

El aire en la Mansión Malfoy olía a ingredientes mágicos.

Canela picante de raíz de thestral, esencia de manzanilla nocturna, y un leve aroma a tinta mágica recién vertida. Era la fragancia inconfundible que emanaba del laboratorio de pociones, ubicado en una de las alas más antiguas de la propiedad.

 

Las paredes estaban cubiertas con estanterías negras, repletas de frascos con etiquetas en cursiva brillante, ingredientes flotantes, y calderos burbujeantes encantados para removerse solos… excepto uno.

 

Ese lo removía Draco Malfoy en persona, túnica recogida en los codos, varita en una mano y una cuchara de plata en la otra. Su expresión era serena, pero de una concentración absoluta. Movía con precisión y elegancia, como un coreógrafo con su orquesta líquida.

 

Entonces, se escuchó un toque suave en la puerta.

 

—¿Padre? —la voz de Izar, tan firme como dulce.

 

—Adelante —respondió Draco, sin apartar la vista del caldero.

 

Izar entró, vestido con su túnica de estudio, las manos detrás de la espalda y su cabello recogido con esmero. Se detuvo a unos pasos, respetando el espacio que sabía sagrado para su padre.

 

Draco dio un último giro al líquido color jade que borboteaba suavemente, y lo cubrió con un encantamiento de conservación.

 

Solo entonces se giró, limpiando la cuchara con un hechizo rápido.

 

—¿Interrumpo algo importante? —preguntó Izar con cortesía genuina.

 

Draco negó con una media sonrisa, acercándose a su banco de trabajo.

 

—No, ya he terminado. Era una poción de restauración mágica para el Ministerio. ¿Qué necesitas, hijo?

 

Izar se irguió con la postura perfecta que Madam Aria le había enseñado, pero en su mirada había algo distinto: emoción contenida.

 

—Se acerca mi cumpleaños. Mi quinto.

 

—Lo tengo muy presente —respondió Draco con una ceja levantada—. Tu madre ya ha empezado a reubicar muebles para acomodar las mesas flotantes.

 

—Quiero… —Izar se aclaró la voz—. Quiero tocar una pieza en el piano para los invitados. Como una presentación.

 

Draco parpadeó.

 

Izar continuó, más rápido:

 

—La profesora Vivienne dice que estoy listo. He practicado. La elegí yo mismo. Es de Mozart, pero también tiene un pequeño fragmento final que escribí inspirado en Scorpius. No será largo, lo prometo.

 

Draco se quedó en silencio unos segundos.

 

Y entonces sonrió. No con una sonrisa elegante y medidamente orgullosa. Con una sonrisa cálida y profunda, una que a Izar solo le había visto en momentos importantes. Momentos reales.

 

—Por supuesto, Izar. Me encantaría que tocaras.

Y estoy seguro de que los invitados estarán maravillados.

Pero más importante… tu madre y yo estaremos muy, muy orgullosos.

 

Izar sintió cómo se le calentaban las mejillas.

 

—¿De verdad?

 

—Mucho más de lo que imaginas.

 

Entonces, Izar, sin pensarlo dos veces, corrió hacia él y lo abrazó con fuerza.

Sus brazos delgados rodearon la cintura de su padre con fuerza inesperada.

 

Draco, sorprendido, le devolvió el gesto, acariciando suavemente su cabello.

 

—Gracias, papá —murmuró Izar contra su túnica—. Será perfecto.

 

—Lo sé que lo será —dijo Draco, con voz tranquila—. Porque tú lo eres.

 

Izar se separó, aún sonriendo, y se dio media vuelta para salir corriendo del laboratorio.

 

—¡Tengo que practicar la parte final! ¡La que suena como cuando Scorpius se ríe al caer en la alfombra!

 

Draco lo observó alejarse, la túnica ondeando detrás de él como una capa, los rizos rebotando con cada paso.

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El Gran Salón de Eventos de la Mansión Malfoy brillaba con una elegancia solemne y mágica. Cortinas de terciopelo plateado caían por las paredes como cascadas, la luz flotante de cientos de pequeñas esferas encantadas bailaba sobre las cabezas de los invitados, y las mesas estaban decoradas con flores que cambiaban de color al compás de la música ambiental suave.

 

Pero todos los ojos no estaban en la decoración.

Ni en la comida flotante.

Ni siquiera en los pavos reales albinos que paseaban, elegantemente domados, entre los arbustos encantados del jardín visible por los ventanales.

 

Todos los ojos estaban en el piano.

 

Un gran piano de cola, negro brillante, encantado para proyectar una acústica perfecta en todo el salón. Frente a él, un banquillo ajustado especialmente a la altura de un niño prodigio de cinco años.

 

Izar Abraxas Malfoy caminó con paso firme, seguro, elegante.

Vestía una túnica de gala de color azul noche con bordados de plata, el escudo de los Malfoy bordado con discreción en el hombro, y su cabello rizado atado en una coleta impecable.

Su rostro estaba sereno… pero sus ojos brillaban.

 

Entre los invitados se encontraban todos los nombres habituales:

 

Los Nott, con Eleanor sentada junto a su madre.

 

Los Zabini, con Marco que aplaudía con entusiasmo. Y Carmen sentada a lado de Marco viéndolo con curiosidad.

 

Los Scamander, con Lorcan y Lysander susurrando “¡ahí va, ahí va!”.

 

Los Grangeers, observando con respeto.

 

Narcisa, su abuela, sentada con una copa de cristal en mano, mirando a su nieto como si fuera una estrella viva.

 

Astoria y Draco, sus padres, al frente, con Scorpius en brazos y una expresión en sus rostros que solo puede describirse como orgullo absoluto.

 

Y entre los invitados, Madam Aria, Madame Vivienne Delacroix, y el severo pero satisfecho Maestro Elric, su instructor de etiqueta.

 

 

Izar llegó al piano.

Se sentó.

Acomodó sus dedos.

Respiró.

 

Y entonces… comenzó.

 

Las primeras notas del Allegro en Do Mayor de Mozart resonaron en el salón con claridad.

Alegres. Brillantes. Elegantes.

No rápidas como un truco de talento infantil, sino medidas, expresivas, respiradas.

 

Cada nota tenía intención.

Cada cambio de ritmo tenía color.

Izar no estaba tocando.

Estaba conversando con el piano.

 

Madame Vivienne, desde su asiento, apretó suavemente las manos contra su pecho.

Draco soltó el aire que no sabía que contenía.

Astoria miró a su hijo como si lo viera por primera vez.

 

Y entonces… llegó la parte final.

 

La variación compuesta por Izar.

 

No era compleja.

No era ruidosa.

Era dulce. Delicada. Luminosa.

 

La melodía giró con ternura, bajó en cadencia suave, y luego subió con un juego de notas que imitaban…

la risa de un niño.

La risa exacta de Scorpius cuando se emociona.

Un par de notas agudas que parecían decir “¡Izam!” en música.

Y luego, el cierre.

Suave. Como si la canción se durmiera.

 

Izar dejó caer sus manos sobre sus rodillas.

El salón entero se quedó en silencio por dos segundos.

 

Y luego…

 

Aplausos.

 

Fuertes.

Sinceros.

Llenos de emoción.

 

Narcisa aplaudía con elegancia, pero sus ojos estaban brillantes.

Marco gritó “¡bravo, Izar!”.

Scorpius dio palmadas torpes desde los brazos de su madre.

Draco se puso de pie. Astoria también.

 

Madame Vivienne tenía lágrimas en los ojos.

 

Izar se levantó.

Hizo una reverencia.

Y en ese momento, por encima de todo el ruido, Izar no se sintió un prodigio.

Ni un Malfoy.

Ni un futuro mago brillante.

 

Se sintió… feliz.

 

La música aún flotaba en el aire como una brisa cálida cuando Izar Abraxas Malfoy descendió del banquillo del piano, con las mejillas sonrojadas por el aplauso aún resonante. Los invitados se habían levantado, no por cortesía… sino por verdadera admiración.

 

La sala brillaba.

No por los candelabros flotantes, ni por los arreglos encantados…

Sino porque todos los ojos estaban puestos en él con una calidez que ningún hechizo podía replicar.

 

—¡Bravo, Izar! —gritó Marco Zabini, el primero en acercarse, seguido por Eleanor, Lorcan, Lysander, e incluso el tímido hijo del Ministro de Deportes Mágicos, que había venido por invitación especial.

 

Pero antes de que pudiera responderles, Izar sintió una presencia muy familiar a su lado.

 

Astoria y Draco estaban allí, impecables en su porte, pero con ojos suaves, plenos de emoción. Astoria fue la primera en hablar.

 

—Izar… ha sido perfecto. Cada nota. Cada gesto.

Nunca había escuchado algo tan puro.

 

—Y esa parte final —añadió Draco, con la voz baja pero cálida—. Esa variación que tú escribiste… No fue solo música. Fue amor hecho sonido.

Estoy… muy orgulloso de ti, hijo.

 

Izar, que en ese momento había sentido su corazón tan lleno como el día que conjuró su primera chispa de magia, solo pudo sonreír y murmurar:

 

—Gracias, padre. Gracias, madre.

 

Pero antes de que pudiera decir algo más, unas manitas suaves tiraron de su túnica.

 

—¡Izam! —chilló una vocecita.

 

Era Scorpius, su hermano de dos años, que lo miraba con los brazos extendidos y las mejillas sonrojadas de emoción.

 

Izar se agachó y lo cargó con facilidad. Scorpius se aferró a su cuello con fuerza, como si el piano también le hubiera conmovido.

 

—¿Te gustó? —le preguntó Izar en voz baja, acariciándole el cabello suave.

 

—¡Siiiii! —respondió Scorpius con una sonrisa amplia y babeante—.

¡Izam es el mejhor!

 

Astoria se llevó una mano al corazón.

Draco soltó una risa suave.

Y Kayla, desde una silla cercana, siseó con satisfacción:

 

—Sabía que lo era desde el día que te lanzaste tu peluche a la cabeza.

 

Izar abrazó a su hermano y apoyó la frente contra la de él por un segundo.

—Me alegra que te haya gustado. Lo hice por ti también, sabes.

 

Scorpius solo se rió y apretó su nariz contra la de Izar.

 

En ese momento, Izar no necesitaba más aplausos.

 

Pero aún quedaban sus amigos, que se habían acercado en grupo, rodeándolo como un pequeño comité de admiración.

 

—¡Eso fue increíble! —exclamó Eleanor, que giraba entre sus dedos una flor encantada—. ¡Cómo hiciste esa parte que sonó como estrellas!

 

—¿Tú escribiste esa parte al final? —preguntó Lysander, con los ojos brillantes.

 

—¡¿Puedo aprender eso?! —gritó Marco, saltando ligeramente—. ¡Voy a tocar algo en mi próximo cumpleaños! Aunque sea un tambor muggle…

 

—Yo quiero aprender a escribir música —dijo Lorcan, pensativo—. ¿Puedo copiarte?

 

Izar los escuchaba con una sonrisa genuina.

Por primera vez en mucho tiempo, no era el “prodigio.” Era simplemente… Izar.

El amigo. El hermano. El niño que tocó una canción con el corazón.

 

—Gracias a todos —dijo, con una reverencia breve pero impecable—.

Y sí, puedo enseñarles… aunque tal vez les cobre una rana de chocolate como tarifa.

 

—¡Trato hecho! —gritó Marco.

 

Los niños rieron.

Los adultos sonrieron.

Y el salón siguió celebrando no solo el cumpleaños de Izar, sino su crecimiento, su alma, y su brillo único.

 

 

Después del éxito de su presentación musical, Izar se retiró con sus amigos a la sala de juegos para niños. El lugar estaba encantado para hacer rebotar cualquier objeto peligroso, amortiguar caídas y hacer que los juguetes volaran de regreso a las estanterías si eran dejados en el suelo por más de cinco minutos. Era el paraíso infantil versión sangre pura.

 

En una esquina, Scorpius jugaba feliz con Carmen Zabini, ambos rodeados de peluches encantados que bailaban lentamente al compás de una tonada suave.

 

Mientras tanto, Marco, con una energía que solo podía describirse como imprudente, miraba por la gran ventana que daba a los jardines encantados.

 

—Vamos a hacer algo divertido —dijo, con esa mirada que solo significaba “se viene una mala idea.”

 

—¿Qué tienes en mente? —preguntó Eleanor, con una ceja levantada.

 

—¡Vamos a ver a los pavos reales albinos! Están justo en el jardín ahora.

¡Dicen que cambian de color con la luz del atardecer!

 

Lorcan y Lysander aplaudieron.

—¡Yeeii! ¡Aves mágicas y caóticas! ¡Nuestra especialidad!

 

Izar, que estaba organizando las piezas de ajedrez encantado, levantó la vista con sospecha.

 

—Está bien, pero no los provoques —advirtió con voz clara—. Aún recuerdo a ese puercoespin.

 

Scorpius, con un dragón de peluche en la boca, murmuró algo que sonaba a “buena suerte”.

 

Izar se agachó junto a él.

 

—Quédate aquí, ¿sí? Juega con Carmen. Si los pavos vienen, protégete con el peluche dragón.

 

—¡Sí! —respondió Scorpius, orgulloso, alzando su peluche como si fuera una espada.

 

Izar suspiró… y siguió a sus amigos.

 

El grupo salió al jardín por una puerta lateral, fuera del radar de los adultos. Las columnas de piedra, las fuentes murmurantes y los caminos bordeados de flores encantadas hacían que todo se sintiera como un cuadro viviente.

 

Y ahí estaban: los pavos reales albinos.

 

Hermosos. Majestuosos. Resplandecientes.

Caminaban como si fueran los dueños del lugar, las plumas desplegadas en abanicos que brillaban como perlas al sol. Eran el orgullo del linaje Malfoy, más peligrosos que un hippogrifo ofendido y más vengativos que un elfo doméstico sin sueldo.

 

—Mira qué belleza —dijo Marco, acercándose a uno.

 

—No lo hagas… —dijo Izar, sintiendo un escalofrío.

 

—Solo una pluma. Para mi colección. ¡Una! Ni se va a dar cuenta.

 

—Marco, no—

 

¡PLOP!

 

Demasiado tarde.

 

Marco le arrancó una pluma a un pavo.

 

El silencio cayó como un hechizo de petrificación.

 

El pavo giró lentamente la cabeza.

Lo miró.

 

Con ojos llenos de venganza ancestral.

 

—...Marco.¡ IDIOTA!—gritó Izar.

 

El pavo emitió un grito grave, como un trombón mágico conjurado por la furia de mil plumas.

 

Y no solo ese pavo.

Todos los pavos del jardín —al menos doce— voltearon al unísono con la misma mirada asesina.

 

—¿Por qué son tantos? —dijo Eleanor con horror.

 

—¡Corran por sus vidas! —gritó Izar, agarrando a Marco de la muñeca y tirando de él como si fuera una muñeca humana.

 

Y la estampida comenzó.

 

Los pavos reales levantaron vuelo brevemente y se lanzaron al galope, sus colas desplegadas, corriendo como si fueran centauros con rencor personal.

 

—¡No quiero morir así! —gritó Lysander, casi llorando.

 

—¡Soy demasiado bonita para esto! —gimió Eleanor, esquivando una pluma furiosa.

 

Lorcan tropezó con una piedra y se levantó de un salto, lanzando una piedra que rebotó en la cabeza de otro pavo, lo que solo empeoró la situación.

 

Izar corría al frente, con Marco a cuestas.

 

—¡¿POR QUÉ SIEMPRE ERES TÚ?! —le gritaba a Marco—. ¡TIENES UN DON PARA LA AUTODESTRUCCIÓN!

 

—¡ES UNA PLUMA! ¡UNA PLUMA!

 

—¡ES UNA DECLARACIÓN DE GUERRA!

 

—¡Suelta la pluma! ¡SÚELTALA, MARCO! —vociferó Izar, mientras arrastraba al culpable.

 

—¡ES PARA MI COLECCIÓN! —gritó Marco entre lágrimas, aún sosteniéndola como si fuera un trofeo robado de Gringotts.

 

Desde el salón principal, los adultos escucharon los gritos.

 

Draco fue el primero en levantarse.

 

—¿Qué es eso?

 

—Parece… ¿chillidos? —dijo Blaise.

 

—¿Es un ataque? —preguntó Theo Nott, sacando la varita.

 

Fue entonces cuando se abrió una de las grandes puertas del jardín…

 

Y todos lo vieron:

 

Cinco niños aristocráticos corriendo por sus vidas mientras eran perseguidos por una estampida de pavos reales mágicos con expresión homicida.

 

—...Bueno. —dijo Astoria, cruzándose de brazos—. Definitivamente es tu hijo.

 

Draco se tapó la cara con una mano.

 

—Estoy seguro que no fue culpa de Izar.

 

—Pero seguro fue el líder de escape —dijo Narcisa, con un suspiro—. Igual que su padre cuando escapó también de los mismos pavos albinos.

 

Todos los adultos salieron corriendo hacia los niños.

Draco lanzó un hechizo para apaciguar a los pavos.

Astoria atrapó a Scorpius antes de que también intentara unirse a la estampida por pura diversión.

 

Y Marco…

Bueno, Marco soltó la pluma.

 

Los pavos se detuvieron.

Dieron un graznido… y regresaron a su rincón como si nada.

 

Izar, con el pelo revuelto y el pecho agitado, se tiró en el césped. 

—Te lo dije.

—Lo sé… —dijo Marco, aún pálido—.

Ya no quiero plumas. Nunca más.

Lorcan y Lysander se abrazaban, jurando no volver a seguir a Marco a ningún lado.

Eleanor acomodaba su túnica con toda la dignidad que una niña de cinco años puede tener después de saltar una fuente para huir de aves asesinas.

—¿Y ahora qué? —preguntó Izar, levantándose.

 

—Ahora… —dijo Astoria, mirándolos con una ceja alzada— van a entrar, van a lavarse, y tú —señaló a Marco— le vas a escribir una carta de disculpa a cada uno de esos pavos.

 

—...¿Qué? ¿CÓMO? ¿CÓMO VOY A HACER ESO?

 

—Magia, querido —respondió Astoria dulcemente—. O un diccionario. No importa como. Pero lo harás.

 

Chapter Text

Era una tarde silenciosa en la Sala de Hechizos Básicos de la Mansión Malfoy.

Las ventanas estaban cubiertas con cortinas pesadas, no por oscuridad, sino por concentración. Un espacio neutro, libre de distracciones, dedicado a un solo propósito: crear magia desde el núcleo.

 

En el centro de la sala, iluminada únicamente por las velas de las esquinas, Izar Abraxas Malfoy, de cinco años y medio, se encontraba de pie, erguido, con los ojos cerrados y las manos juntas frente a su pecho, como si sostuviera una esfera invisible.

 

A su lado, con una postura elegante e imponente, estaba Madam Aria, su tutora mágica personal, vestida con una túnica violeta sin arrugas y un brazalete encantado que brillaba apenas con su respiración.

 

—Muy bien, mon petit prodige —dijo con voz firme pero suave—. Hoy vamos a consolidar lo que ha trabajado durante meses.

Muéstrame el Lumos.

Izar inhaló.

Sintió su núcleo mágico, como un pequeño sol dormido en su pecho.

Canalizó. Visualizó.

Exhaló.

Y de entre sus manos… una esfera de luz blanca cálida comenzó a brillar.

Al principio tenue, como una estrella tímida.

Luego más claro.

Más nítida.

Izar separó lentamente su mano derecha de la izquierda, como si abriera un regalo frágil… y la esfera flotó.

Pequeña.

Compacta.

Perfectamente contenido sobre su palma izquierda.

Una esfera de luz sin varita.

—Muy bien —dijo Madam Aria, con una sonrisa de aprobación sincera—. Muy, muy bien.

Izar abrió los ojos y al verla sonreír, sonoro también, bajando la mano suavemente para que la esfera se extinguiera sin romper el equilibrio.

—Entonces… ¿ya puedo pasar al siguiente hechizo?

Madam Aria caminó alrededor de él con las manos cruzadas, observándolo con esa mezcla suya de perfección y aprecio.

—El siguiente paso no es un nuevo hechizo. Es una variación de lo que ya dominas. Más refinada. Más difícil.

Izar se ladeó la cabeza.

—¿Refinada cómo?

Ella levantó una mano y, sin decir palabra, invocó pequeñas luces flotantes.

Una docena de luciérnagas encantadas, pequeñas esferas de luz del tamaño de canicas flotaron en su palma y luego giraron lentamente como si bailaran con una música muda.

Izar la miró maravillado.

—¿Eso también es Lumos?

—Es una manifestación avanzada del mismo núcleo. Requiere que separes la energía y la mantengas dividida. Precisión, sin fuerza. Controlar, sin intensidad.

Quiero que lo intentes.

Izar volvió a juntar sus manos. Cerró los ojos.

Sintió la magia.

La convocó.

Una vez más, apareció la esfera…

Luego trató de separarla. Pensó en dividirla, como gotas cayendo de una nube.

Pero apenas la esfera empezó a temblar, la luz se apagó con un pequeño fiuu.

Izar frunció los labios, molesto.

—Otra vez —dijo en voz baja.

Lo intenté.

De nueva una luz.

De nuevo intenté separarla…

Y esta vez, dos pequeños puntitos surgieron… pero uno se apagó enseguida, y el otro estalló como una burbuja.

—¡Tch! —Izar hizo un puchero, girando los ojos.

—Paciencia, Izar —dijo Madam Aria, sentándose elegantemente en una silla cercana—. Acabas de aprender a formar una esfera estable en unos meses.

Crear una docena de luces controladas requiere delicadeza, no terquedad.

Izar bajó las manos.

—Pero yo quiero lograrlo ya.

—Y ¿qué sucede si no lo haces hoy?

Izar se quedó callado.

Madame Aria se inclinó un poco hacia él.

—Escucha bien, mon élève. No todos los triunfos se logran por talento. Algunos… se logran por respeto al proceso. Este ejercicio no es para mostrar poder. Es para enseñarte a frenar tu propia energía.

Y eso, mon cher, es más difícil que desatarla.

Izar suspir y volvi a mirar sus manos.

—Entonces… ¿intento solo dos luces, no doce?

Madame Aria suena suavemente.

—Exactitud. Dos. Con calma. Sintiéndolas. Entendiéndolas.

Los grandes magos no controlan la magia por fuerza… sino por comprensión.

Izar ascendiendo, más tranquilo.

Volvió a colocarse en posición.

Y mientras cerraba los ojos de nuevo, no pensaba en impresionar.

No piensa en lucirse.

Solo pensaba en separar la luz… en sentirla.

Y cuando dos puntos titilaron tímidamente sobre su palma, sin estallar, solo por medio segundo…

Eso fue suficiente.

La señora Aria no dijo nada.

Solo asentía, mientras en sus ojos brillaba algo que no mostraba a menudo.

Respeto.

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El sol caía en ángulo perfecto a través de las ventanas de la Mansión Zabini, reflejándose en los pisos de mármol negro con vetas doradas. Era una tarde tranquila, cálida y elegante, típica en la casa de los Zabini.

En el salón de juegos privado, Izar Malfoy y Marco Zabini de 6 años de edad se encontraban sentados en un diván bajo, frente a una pequeña mesa encantada. El tablero de ajedrez mágico estaba a medio juego: las piezas se movían con desdén y dramatismo cada vez que alguien hacía una jugada.

Kayla, enrollada como un brazalete sobre una columna de mármol cercana, los observaba en silencio con ojos medio cerrados.

—Te lo he dicho, Marco —suspensó Izar, empujando un alfil—, no puedes mover el caballo así. Salta en "L". No en "espiral creativa".

—Pero eso lo hace más interesante —respondió Marco, lamiendo los restos de pastel de chocolate de su tenedor con aire satisfecho—. Además, ¿seguro que no estás haciendo trampas mágicas?

—¿Yo? ¿Trampas en ajedrez? Jamás. Tengo demasiado estilo para eso.

De pronto, un suave batir de alas los interrumpió.

Un búho mensajero se deslizó por una ventana abierta, elegante como un funcionario ministerial. Con un plop, dejó caer el Diario El Profeta sobre la mesita de ajedrez, justo entre una reina enfadada y una torre que parecía bostezar.

—Ah, las noticias —dijo Marco, desenrollando el periódico con rapidez—. A ver qué cosa dramática ha pasado ahora…

Sus ojos se movieron por el titular. Luego frunció el ceño.

—Oye... mira esto. Harry Potter tuvo otro hijo. Ahora es niña.

Izar se congeló.

Sus dedos, que estaban por mover una torre, se quedaron en el aire como una estatua petrificada.

— ¿Qué dijiste? —preguntó, con una voz tan suave que Marco se sintió incómodo.

—Lily Luna Potter. Nació hoy —dijo Marco, extendiéndole el periódico como si fuera un trofeo—. ¡Guau! ¿Tres hijos? ¡Ese hombre sí que se multiplica!

Izar le arrebató el periódico con una fuerza inusual.

—¡Oye! —protestó Marco—. ¿Qué te pasa?

Pero Izar no lo escuchaba. Sus ojos se clavaron en la portada:

> “Tercer hijo del salvador del mundo mágico nace hoy: Lily Luna Potter”

Una imagen mostraba a Harry Potter y Ginny Weasley, con la expresión de quien ha dormido poco, pero está feliz.

Harry, con su cabello desordenado, su túnica algo arrugada, sostenía a una pequeña bebé pelirroja envuelta en una manta rosa.

Su sonrisa era torpe. Orgullosa.

Inofensiva.

Pero para Izar…

Era una provocación.

—POTTER —gruñó, apretando los dientes.

El periódico empezó a temblar en sus manos. Chispas doradas salieron de sus dedos.

Kayla levantó la cabeza, alarmada.

—Maestro… está empezando otra vez…

Muy tarde.

El Profeta estalló en llamas espontáneas, ardiendo en cuestión de segundos hasta convertirse en cenizas encantadas que flotaron como ceniza de dragón por la sala.

—¡OYE, TRANQUILO! —gritó Marco, dando un salto y levantando las manos como si Izar fuera un dragón desatado.

Izar respiraba agitado.

Los puños cerrados.

Los rizos revueltos.

Las mejillas encendidas.

—¡Él…! —gruñó—. ¡Tiene otro hijo! ¡Mira ese… ese… cabello! ¡Ese peinado! ¡Esa sonrisa estúpida! ¡Ese "oh soy el salvador del mundo mágico y tengo bebés adorables"! ¡PUAJ!

Marco parpadeó.

—¿Estás... celoso?

-¡No! ¡Claro que no! —dijo Izar con rabia, aunque bajó la voz de inmediato—. Solo… es un imbécil. Un reproductor irresponsable con nombre famoso. ¡Ya tiene tres hijos! ¿Va a hacer un ejército ahora?

Marco, aún de pie, lo miró con la cabeza ladeada.

—Realmente no te agrada, ¿verdad?

Izar le claró la mirada, los ojos verdes relucientes.

—¿Agradar? Es un imbécil que busca atención.

¿A ti te parece agradable eso?

Marco no entendió todo. Pero entendió lo suficiente.

—Está bien —dijo con suavidad, sentándose de nuevo—. No diremos su nombre para el resto del día. ¿Mejor?

Izar se relajó lentamente.

Kayla suspiro tranquila, que se maestro se haya calmado.

—Por favor, háblenme cuando los Potter se extingan.

Izar tomó otro bocado de pastel con violencia pasiva.

—No es justo que alguien tan estúpido tenga el título de "salvador"... y niños adorables.

—Y tú ¿qué eres? —preguntó Marco con media sonrisa.

Izar lo pensó.

Luego sonrió también.

—Soy el que hará que los Potter parezcan… aficionados.

Y con eso, volvió al ajedrez, sacando una nueva reina del bolsillo encantada de su túnica.

—Esta vez jugaré en serio.

 

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La sala de prácticas mágicas en la Mansión Malfoy estaba silenciosa.

Demasiado silencioso.

 

Las cortinas estaban cerradas. La única luz venía de unas velas encantadas suspendidas en lo alto, apenas suficiente para delinear las sombras en la habitación. El aire olía a tomillo y tinta mágica, como siempre que Madam Aria preparaba el espacio para un entrenamiento avanzado.

 

Y en el centro, Izar Malfoy, de seis años, sentado con las piernas cruzadas sobre una alfombra circular bordada con runas antiguas, tenía los ojos cerrados y el rostro sereno, pero intensamente enfocado.

 

Sus manos estaban ligeramente abiertas, con las palmas hacia arriba, como si esperara que algo bajara del cielo.

 

Señora Aria, de pie a pocos metros, lo observaba en completo silencio.

Habían pasado meses desde que comenzó este ejercicio.

Meses de frustración, de pequeñas victorias y retrocesos.

Una luciérnaga, luego dos… luego una explosión de luz y un “¡aghh!” de frustración.

 

Pero hoy…

Hoy era distinto.

 

Izar respiró profundamente.

Sintió su núcleo mágico como un río cálido fluyendo desde su pecho hacia sus brazos.

Su respiración no temblaba.

Su mente no se agitaba con ansiedad.

 

Y entonces… lo logró.

 

Una, dos, tres… y pronto, doce diminutas esferas de luz comenzaron a emerger de sus palmas.

Pequeñas, suaves, blancas como perlas luminosas.

No flotaban torpemente.

No saltaban ni estallaban.

Giraban en un patrón armonioso.

Como si bailaran con una melodía invisible que solo Izar podía escuchar.

 

—Uno, dos… —murmuró para sí— tres… cuatro…

 

Sus ojos se abrieron lentamente.

Verdes. Brillantes. Determinados.

 

Y ahí estaban.

 

Doce luciérnagas mágicas.

Flotando en equilibrio perfecto.

Girando con gracia sobre su palma izquierda, mientras con la derecha controlaba su altura, su brillo, su ritmo.

 

Madam Aria dio un paso adelante, su túnica ondeando con elegancia.

 

—No las detengas aún —dijo con voz suave—. Déjalas vivir un poco.

 

Izar asintió.

Se mantuvo inmóvil, sus labios curvándose apenas en una sonrisa silenciosa.

 

Después de casi un minuto, levantó lentamente ambas manos. Las luces se elevaron en espiral y comenzaron a flotar a su alrededor como una corona de estrellas.

 

Madame Aria colocó una mano sobre su pecho.

 

—Magnífico…

 

Izar bajó las manos y las luces descendieron suavemente hasta que una a una… se extinguieron, como si cayeran dormidas.

 

El salón quedó en penumbra.

Y entonces, ocurrió la magia más poderosa:

 

La señora Aria sonrió.

Abiertamente.

Satisfecha.

 

—Mon garçon… lo ha logrado. Control. Estabilidad. Precisión. Tiempo de ejecución.

Ha convertido una técnica caótica en una obra de arte.

 

Izar, aún sentado, dejó caer la cabeza hacia atrás con un suspiro largo.

 

—¡Por fin! Me sentí como un elfo intentando bailar sobre escobas.

 

Aria soltó una risa suave. No muchas veces lo hacía.

Pero este era uno de esos días.

 

—¿Y ahora qué? —preguntó Izar, aún con los ojos cerrados, sonriendo.

 

—Ahora —dijo Aria, caminando hacia él con pasos tranquilos—, pasó al próximo nivel: darle intención a la luz. Que esas luciérnagas no solo floten… sino que obedezcan.

 

Izar abrió los ojos con una mezcla de agotamiento y entusiasmo.

 

— ¿Puedo ordenarlas que ataquen?

 

— ¿Quieres una advertencia del Ministerio a los seis años? —dijo ella con una ceja alzada.

 

—Solo preguntaba —respondió él, divertido.

 

Desde la entrada, Kayla lo observaba enrolada en un pedestal, y murmuró con orgullo:

 

—No te mentiré, maestro… por un momento parecidos a un dios pequeño y brillante.

 

—Gracias —dijo Izar, estirando los brazos con dramatismo—. La divinidad también necesita pastel.

 

Madame Aria sacudió la cabeza, pero no pudo evitar sonreír.

 

—Vete, mi prodigio.

Hoy has ganado más que un hechizo.

Hoy… ha conquistado la paciencia.

 

----

La noche en la Mansión Malfoy era tranquila y plateada.

Las estrellas colgaban como diamantes sobre un cielo sin nubes, y una brisa suave deslizaba su frescura entre las cortinas abiertas de los pasillos. El silencio nocturno se rompía solo por el lejano siseo de los árboles y el eco casi imperceptible del crujido del mármol antiguo.

 

Con pasos silenciosos y firmes, Izar Abraxas Malfoy, de seis años y medio, avanzaba por el pasillo que conducía a las habitaciones privadas. Su túnica de noche ondeaba suavemente con cada movimiento. Kayla dormía enroscada en su habitación, pero Izar no estaba solo. Llevaba algo más consigo:

 

Un secreto.

Una sorpresa.

Un recuerdo.

 

Se detuvo frente a una puerta decorada con runas juguetonas y grabados mágicos que cambiaban cada niño día según el estado de ánimo del que dormía dentro.

 

Escorpio Hyperion Malfoy.

Su hermanito.

 

Tocó suavemente.

 

—¿Escorpio?

 

—¡Pasa! —se oyó una voz animada del otro lado.

 

Izar sonoramente y empujó la puerta lentamente.

 

El cuarto de Scorpius era una mezcla de dulzura y travesura: peluches mágicos flotaban desordenadamente en el aire, una carpa de juego brillaba con estrellas encantadas, y una pequeña lámpara proyectaba constelaciones en el techo, aunque estaban desalineadas por alguna travesura reciente.

 

Scorpius, con su pijama de dragones color esmeralda, estaba en el suelo, rodeado de muñecos animados. Un dragón dormía enroscado a un unicornio mientras un hipogrifo intentaba trepar la cama con torpeza mágica.

 

— ¿Qué haces despierto? —preguntó Izar, cerrando la puerta tras él.

 

—Jugaba con Rufi y Cornetín —dijo Scorpius, señalando al unicornio y al hipogrifo—. Pero Cornetín se cayó y ahora hace ruidos raros.

 

—Seguro está finciendo para llamar la atención —dijo Izar, riendo.

 

Scorpius lo miró con ojos brillantes.

 

— ¿Viniste a contarme un cuento?

 

Izar negó con una sonrisa misteriosa.

 

—No esta vez. Hoy… vine a mostrarte algo genial.

 

—¿En serio? —dijo Scorpius, sentándose con rapidez, los rizos plateados de su cabello despeinados pero adorables.

 

Izar le tendió la mano.

 

—Ven conmigo.

 

Sin dudarlo, Scorpius se la tomó.

 

Salieron de la habitación a escondidas. Caminaron por el pasillo iluminado solo por luz de luna. Pasaron junto a cuadros dormidos, armaduras que bostezaban, y un elfo doméstico que los vio… y simplemente caminando en silencio, como si supiera que lo que estaba a punto de pasar no debía ser interrumpido.

 

Cruzaron las puertas encantadas hasta llegar al jardín posterior, donde un banco de piedra tallado con símbolos celestiales los esperaba bajo un roble centenario. Las luciérnagas reales volaban cerca del estanque, y el aire estaba tan tranquilo que parecía contener la respiración.

 

Izar se sentó en el banco y palmeó el espacio a su lado.

 

Scorpius se subió con un pequeño salto, aún tomándole la mano.

 

—¿Qué vas a hacer, Izam?

 

Izar miró al cielo, luego bajó la vista hacia sus propias manos. Las juntó con las palmas hacia arriba, sus dedos ligeramente curvados. Su respiración se volvió tranquila, casi meditativa.

 

—Quería que fueras el primero en verlo.

 

Scorpius abrió mucho los ojos.

 

—¿Ver qué?

 

Izar cerró los suyos por un momento, conectándose con su núcleo mágico.

Sintió ese calor familiar en el pecho.

Lo llamado con suavidad, sin urgencia.

Y luego, al abrir los ojos...

 

Comenzaron a surgir.

 

Una, dos… cinco… ocho…

 

Doce luces.

 

Pequeñas esferas flotantes, suaves como luciérnagas mágicas, comenzaron a bailar en el aire sobre las palmas de Izar.

Brillaban con un resplandor blanco cálido, pulsando lentamente como si respiraran.

 

Scorpius soltó un suspiro asombrado.

 

—¡Guau!…

 

Las luces se elevaron, girando lentamente sobre sus cabezas. Se dividieron en dos filas, formando una figura de estrella, luego una espiral. Una incluso descendió y se posó en la nariz de Scorpius, quien soltó una risita encantadora.

 

—¡Es como si fueran pequeñas hadas!

 

Izar sonrió, mirándolo.

 

—Son mías. Las hice yo. Después de meses de práctica.

 

—¿Solo para mí?

 

Izar asintió.

 

—Quería que tú fueras el primero en verlas.

Eres mi hermano. Mi primer espectador.

 

Scorpius lo miró con admiración pura. De ese tipo que solo un niño puede dar.

Sus ojos zafiro brillaban tanto como las luces flotantes.

 

—Eres genial, Izar. El más genial.

 

Izar bajó la mirada, sonrojado, aunque no lo admitiría.

 

—Gracias, Escorpio.

 

Las luces giraban a su alrededor.

El jardín parecía una escena sacada de un cuento de hadas.

 

Y en medio de esa danza de luz, dos hermanos compartían algo más poderoso que magia:

complicidad. Amor. Hermandad.

 

Cuando finalmente las luces se desvanecieron como pétalos flotantes, Scorpius apoyó la cabeza en el hombro de Izar.

 

— ¿Me enseñarás algún día?

 

Izarle el cabello.

 

—Claro. Pero tendrás que practicar mucho.

 

—Mmmm… solo si me haces pastel después.

 

Izar soltó una carcajada.

 

—Trato hecho.

 

Y así, bajo las estrellas y la complicidad nocturna, los dos Malfoy más jóvenes sellaron una promesa:

 

Que la luz que compartían no era solo magia…

era familia.

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El comedor principal de la Mansión Malfoy era tan impresionante como cómodo.

Los candelabros flotaban sobre la larga mesa de ébano oscuro con velas que no derramaban cera, mientras la vajilla encantada se ajustaba sola al gusto del comensal.

El aire olía a hierbas mágicas, pan caliente y salsas tan suaves como una caricia de elfo.

 

En la cabecera, Draco Malfoy hojeaba lentamente una carta con su tenedor apoyado en el borde del plato. Astoria, con su gracia de siempre, cortó su filete de ave encantada sin perder la conversación.

A la derecha de Draco, Izar, ahora de seis años y medio, disfrutaba de su estofado de trucha con una concentración digna de examen final. A su lado, el pequeño Scorpius, de cuatro años, masticaba papas encantadas que se acomodaban solas en su tenedor con cada movimiento.

 

Y fue justo en medio de ese instante de armonía familiar que Scorpius alzó la vista y soltó:

 

—Papá… ¿por qué no nos ha llevado al Callejón Diagon?

 

Draco levantó la vista, sorprendido.

 

—¿Quieres ir?

 

—Carmen y Marco van todo el tiempo —dijo Scorpius, inflando las mejillas como si estuviera acumulando razones.

 

Izar se detuvo en seco. Bajó el tenedor lentamente.

 

-¡Oh! Yo también quiero. Nunca he ido, pero lo he leído. ¡Yo también quiero verlo!

 

—Entonces tendré que ir yo —suspiró Astoria, tomando una servilleta con delicadeza—. Porque si los llevo a los dos, y alguien los reconoce… no quiero que alguien extraño o el Daily Prophet tenga material para el resto del mes.

 

—¿Extraños? —preguntó Izar, cargando la cabeza.

 

—¿Ya olvidaste que eres algo famoso? —dijo Astoria con una sonrisa entre enigmática y burlona.

 

Izar parpadeó.

 

—Ah… cierto. El prodigio. El que levantó una escultura de hielo tres veces más grande que el. Y arreglo todo con un movimiento de su mano. Eso.

 

—¿Famoso? —preguntó Scorpius, muy interesado.

 

—Sí, cariño —respondió Draco con tono suave—. Tu hermano ha demostrado magia avanzada desde muy pequeño. Por eso muchos magos hablan de él. Está en libros, en artículos, en debates… y en más de un grupo de apuestas de si será Ministro antes de los treinta.

 

Izar se sonrojó. Se cruzó de brazos.

 

—¡Ya verás, Scorpius! Un día de estos voy a volar sin escoba. Solo…así. ¡Zzzzzom! Como una cometa con personalidad.

 

Scorpius abrió mucho los ojos.

 

—¿Sabes volar en escoba?

 

Izar abrió la boca… la cerró… y luego declaró con seguridad:

 

—No. Pero ya verás.

 

Draco soltó una carcajada elegante, de esas que no rompían su puerta, pero sí revelaban genuina diversión.

 

—Entonces tendremos que empezar con una escoba pequeña —dijo, mirando a Astoria—. Sería bueno que ambos tengan una. Las de entrenamiento infantil están encantadas de flotar bajo y frenar si pierden el equilibrio.

 

Astoria arqueó una ceja, pero luego se acercó con una leve sonrisa.

 

—Siempre que se use bajo supervisión… y con protección mágica.

 

Draco levantó la copa.

 

—Entonces está decidido. Iremos al Callejón Diagón esta semana. Compras mágicas, una parada en Flourish and Blotts, y escobas para ambos.

 

—¡SIEEEEEIIII! —gritaron Izar y Scorpius al unísono, haciendo que los cubiertos en la mesa saltaran levemente por la emoción.

 

Kayla, que descansaba sobre el respaldo de la silla de Izar, murmuró en pársel:

 

—Espero que esa escoba tenga cinturón de seguridad. El maestro tiene muchas cualidades… pero equilibrio no es una de ellas.

 

Izar le dio un leve codazo sin dejar de sonreír.

 

—Será divertido, Kayla. Muy pronto veremos el mundo mágico… como se debe.

 

Astoria los vigila con ojos suaves.

Draco bebió un sorbo de vino y, sin decirlo, también suena.

Porque en ese momento, más allá del apellido, de los titulares, y de la fama…

 

Eran solo una familia.

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La habitación de Izar estaba perfectamente ordenada, su cama hecha, sus libros mágicos apilados con precisión, y su túnica formal para salir colgando de un perchero encantado que la desempolvaba mágicamente cada vez que alguien la miraba.

 

Izar ajustaba los broches plateados de su túnica azul medianoche frente al espejo, con el mismo esmero que había visto hacer a su padre. Su cabello estaba recogido en una media coleta alta, como la que a veces llevaba Draco en eventos importantes. Sus botas estaban pulidas, su postura era impecable.

 

¿Estás seguro de que no quieres venir? —le preguntó a Kayla, que estaba enroscada perezosamente sobre el cabezal de la cama.

 

—Demasiado bullicio. Demasiado humano. Demasiadas túnicas que no combinan bien.

Prefiero quedarme y observar los pájaros por la ventana. Tal vez cazar uno. O dos.

 

Izar rodó los ojos pero sonriendo.

—Como quieras. Te llevaré algo. ¿Te gustan las galletas con esencia de sapo?

 

—Si son crujientes, sí. Pero si son blandas, te exilio de esta habitación.

 

Riendo por lo bajo, Izar bajó por las escaleras de mármol talladas con paso ágil. En el vestíbulo principal, Astoria ya estaba lista, impecable con una túnica color berenjena oscuro con detalles en plata, su varita sujeta por un delicado broche. Sostenía de la mano a Scorpius, que llevaba puesta una capa verde esmeralda con el escudo de un dragón sonriente bordado en el pecho.

 

Draco, que esperaba a un lado con los guantes de aparición puestos, alzó una ceja cuando vio bajar a su primogénito.

 

—Perfecto como siempre, Izar.

 

Izar sonrió orgullosamente.

 

—¿Estamos listos?

 

Draco asintió.

 

—Vamos a ir por medio de aparición conjunta. No lo han experimentado antes… así que prepárense. Es como ser absorbido por un torbellino invisible. Pero sin gracia.

 

—No suena nada tranquilizador —dijo Izar.

 

—¿Y eso que soy el que lo explica con elegancia? —replicó Draco con diversión.

 

Astoria presionó ligeramente la mano de Scorpius, quien ya tenía los ojos muy grandes.

 

—Primero nosotros, cariño —dijo ella, y pop, ambos desaparecieron.

 

Draco extendió la mano. Izar la tomó con decisión.

 

—Prepárate… no respira justo cuando se activa.

 

¡Y ¡POP!

Todo giró.

El aire desapareció.

Sus entradas parecieron comprimirse como si una mano invisible lo apretara desde dentro.

Y entonces… tierra firme.

 

Izar sintió las piernas como gelatina y se inclinó un poco. Pero no cayó.

Un brazo firme lo sostendría.

 

—Bien hecho —dijo Draco suavemente—. Lo tomaste mejor que yo a tu edad.

 

Por el rabillo del ojo, Izar vio a Astoria con Scorpius en brazos. Su hermanito parecía un koala aferrado a su madre, con el rostro pálido.

 

—Lo tomaste mejor que Scorpius —añadió Draco, mirando con simpatía al pequeño.

 

—Uf... quiero leche... y... no volver a hacer eso nunca —murmuró Scorpius con voz pastosa.

 

Pero pronto, como una tormenta mágica disipándose, el malestar dio paso al asombro.

 

Estaban ahí.

 

El Callejón Diagón.

 

Colorido. Ruidoso. Asombroso.

Tiendas de todos los tamaños, olores y estilos se extendían a lo largo de una calle adoquinada que parecía no terminar jamás. Calderos que se agitaban solos en escaparates, lechuzas que giraban la cabeza como si quisieran participar en las conversaciones, libros que volaban de un estante a otro como mariposas intelectuales.

 

Izar lo absorbía todo con la mirada.

Sus pupilas vibraban con la energía del lugar.

¡Allí estaba la heladería Florean Fortescue! ¡Y Flourish & Blotts! ¡Y la tienda de bromas mágicas que lanzaba fuegos artificiales en forma de narices!

 

—¡Por Merlín! —dijo con la boca entreabierta.

 

Scorpius ya había recuperado el color y tropezaba de emoción con sus propias botas mientras señalaba cada criatura que veía moverse entre los callejones laterales.

 

—¡Ese gato tiene dos colas! ¡Mamá, ese gato tiene DOS COLAS!

 

Astoria se acercó con paciencia.

 

—Sí, cielo. No lo mires muy de cerca. Muerde.

 

Draco puso una mano en el hombro de Izar.

 

—Ven. Este es nuestro destino.

 

“Artículos de Calidad para Quidditch” brillaba al final del callejón con letras doradas sobre una fachada elegante de madera oscura. Tenía una vitrina con escobas flotantes que giraban suavemente como si estuvieran calentando motores.

 

—Ohh… —suspiró Izar.

 

—¡Vamos! —gritó Scorpius, echando a correr con la túnica ondeando como una capa de superhéroe.

 

Entraron.

 

El interior estaba lleno de olor a barniz, cuero nuevo y aire encantado. En una esquina, una escoba para adultos flotaba bajo una campana de vidrio. Su nombre: Tempestad Plateada 3000.

 

Pero ellos no iban por eso.

 

Un vendedor de túnica roja los saludó amablemente al ver a los Malfoy.

 

—¿Escobas infantiles?

 

—Correcto —respondió Draco—. Para dos pequeños aventureros. Con refuerzo anticaída y límite de altura, por supuesto.

 

—¡Con ruedas si se puede! —gritó Scorpius, señalando una que parecía tener estabilizadores flotantes.

 

—¡Quiero una que brille cuando vuele! —dijo Izar.

 

—¡Y con nombre! —añadió Scorpius—. ¡Como... Rompe-Nubes!

 

Draco intercambió una mirada con Astoria que decía "¿Qué hemos desatado?"

 

Después de probar unas cuantas, Izar eligió una escoba negra con bordes dorados que respondía al movimiento con agilidad impecable. Su nombre grabado en el mango: "Brisa Estelar".

 

Scorpius eligió una escoba más pequeña, verde con detalles en plata. Su mango decía: "Torbellino Dragón".

 

Salieron de la tienda con las escobas flotando tras ellos envueltas en hechizos de seguridad.

 

Y mientras el sol caía sobre el Callejón, dos pequeños Malfoy caminaban con sonrisas idénticas, soñando con el cielo.

 

---

 

El olor a tinta fresca, pergaminos recién encantados y cuero antiguo llenaba el aire cuando la familia Malfoy cruzó las puertas de Flourish and Blotts. Las estanterías se extendían hasta el techo abovedado, y libros voladores cruzaban por encima de las cabezas de los clientes, graznando títulos como si fueran gaviotas literarias.

 

Izar, caminaba delante del grupo con expresión determinada. Sus ojos recorrían cada estante como un coleccionista experto.

 

—Quiero elegir algunos libros nuevos para mi colección privada —dijo, con tono formal mientras Scorpius le seguía muy pegado.

 

—No te tardes —le advirtió Astoria con una sonrisa—, solo dos estantes a la izquierda. Nosotros estaremos viendo la sección de pociones en la sección del fondo.

 

—Sí, madre.

 

Izar tomó de la mano a Scorpius y se desvió hacia el pasillo encantado de “Introducción a Encantamientos Menores” y “Gramática Rúnica para Niños Precoces”.

--

Izar Malfoy, con seis años y medio, caminaba entre los pasillos como si fuera un curador de museo. Cada título, cada lomo brillante o envejecido era inspeccionado con ojos clínicos y fascinación evidente.

 

—Mmm… Teorías Mágicas Aplicadas a Varitas sin Núcleo. Eso suena útil.

—Bestias de bolsillo peligrosas y cómo domesticarlas. Scorpius disfrutaría ese.

 

Hablando de cual…

 

—¡Izar! —gritó una voz alegre desde el otro lado del pasillo. Scorpius, de cuatro años, trotaba tras él, cargando un libro al revés que decía “101 hechizos que no debes intentar antes de los 15”.

 

—Pon eso de vuelta —dijo Izar, quitándoselo suavemente—. Mamá nos prohibió acercarnos a la sección de "magia cuestionable".

 

—Pero tenía dibujos… —dijo Scorpius con un puchero.

 

Izar estaba por devolver el libro a su sitio cuando de pronto…

una mano lo jaló con fuerza detrás de un estante.

 

—¡Oye! —protestó Izar, girándose—. ¡¿Qué demonios…?!

 

Y allí estaba, medio agachado, mirando hacia todos lados como si esperara ser atacado por una banshee disfrazada de costurera: Marco Zabini.

 

—Marco —suspiró Izar—. ¿Qué estás haciendo?

 

—¡Me estoy escondiendo, qué más! —dijo Marco, como si fuera obvio.

 

—¿De quién?

 

—¡De mi madre y Carmen!

 

Izar parpadeó.

 

—¿Qué pasó esta vez?

 

Marco respó.

 

—Estábamos en Madame Malkin comprando túnicas. Todo iba bien… hasta que a Carmen se le ocurrió que sería divertido que yo probara un vestido "rosado y adorable".

¿Y sabes qué hizo mi madre? ¿Sabes lo que hizo?

 

—¿Te salvó?

 

-¡No! Le siguió la corriente. ¡Le animé! ¡Dijo que "sería adorable"! ¡ADORABLE!

 

—Ajá —dijo Izar, conteniendo la risa.

 

—¿Y tu padre?

 

—¡Trabajando en el Ministerio! ¡Huyó antes que yo! ¡TRAICIÓN FAMILIAR!

 

 

En ese momento, Scorpius, que había ido a mirar un estante de libros que cantaban solos, asomó la cabecita detrás del mueble y los encontró.

 

¿Están jugando a las escondidas?

 

—Sí —respondió Marco inmediatamente—. Y tú eres el guardián, así que shhh… ¿ves a Carmen por ahí?

 

Scorpius pensó, se llevó un dedo a los labios como un sabio de cuatro años y respondió:

 

—Vi a Carmen por la ventana hace unos minutos —añadió Scorpius con inocencia celestial.

 

Marco se congeló.

 

—¡DÓNDE!? ¿¡CUÁN CERCA!? ¿TENÍA ALGO ROSADO EN LAS MANOS?

 

Scorpius se encogió de hombros.

 

Izar respaldó.

 

—Estás exagerando. No creo que tu madre realmente te ponga un vestido.

 

—¡Izar, no subestimes el poder combinar de Carmen y Pansy Zabini cuando se trata de estética infantil! ¡Una vez me quisieron pintar las uñas con polvo de escarcha!

 

Antes de que Izar pudiera rebatirlo, una voz tranquila —pero inconfundible— sonó tras ellos.

 

—¿Qué están haciendo?

 

Los tres giraron en seco.

 

Draco Malfoy, elegantemente estoico, con una ceja levantada.

A su lado, Astoria, quien ya se cubría la boca con la mano, conteniendo la risa.

 

Marco, en un acto de desesperación digno de un drama elfico, se lanzó al pie de Draco, abrazándolo como si fuera un ancla en un mar de caos textil.

 

—¡Señor y señora Malfoy! ¡Por favor! ¡Se los imploro! ¡Déjenme quedarme con ustedes! ¡Me están cazando! ¡Con lazos! ¡Y volantes!

 

Draco retrocedió medio paso, incómodo.

 

—¿Y… tus padres?

 

—Mi madre está con Carmen… y una cinta mágica que se encoge automáticamente si te resistes. Por favor, ¡no me entreguen!

 

Astoria dejó escapar una risa encantadora.

 

—Oh, Pansy… siempre tan… imaginativa.

 

Draco tosió para cubrir su sonrisa.

 

—Bien. Puedes acompañarnos. Pero si tu madre te encuentra, yo no te protegeré.

 

—¡Trato hecho!

 

Marco se levantó de inmediato, sacudiéndose como si acabara de huir de una emboscada troll.

 

—Gracias, gracias, ustedes sí me entienden. ¡Gracias, Escorpio! ¡Eres mi nuevo favorito!

 

Scorpius le sonó mientras tiraba de la túnica de Izar.

 

—¿Puedo quedarme contigo también si mamá alguna vez me quiere vestir como flor?

 

—No lo intentos —dijo Izar con una media sonrisa—. Tú sí te verías adorable. Y lo sabes.

 

—¡Traidor! —chilló Scorpius, dándole un suave codazo.

 

Y mientras los cuatro salían de Flourish & Blotts con una torre de libros flotando tras ellos, Izar le susurró a Marco:

 

— Deberíamos considerar una sociedad secreta.

Contra túnicas ofensivas.

 

—Y vestidos con moños —añadió Marco con solemnidad.

 

Los dos se dieron la mano como si sellaran un pacto de por vida.

El Callejón Diagón estaba más lleno que de costumbre.

Era día de promociones mágicas, y muchas familias paseaban con bolsas encantadas, escobas flotantes y uno que otro caldero que se les escapaba de las manos.

 

Izar Malfoy, de seis años y medio, caminaba con su túnica bien planchada y su puerta de heredero puro, seguido por Marco que llevaba una piruleta que cambiaba de sabor cada tres segundos, y Scorpius, de cuatro años, que saltaba en cada baldosa con un ritmo de “una sí, una no”.

 

Izar estaba centrado en su lista mental de compras:

—Libros de teoría mágica.

—Escoba infantil profesional.

—Galletas para Kayla.

 

Y justo cuando iba a preguntar si podía pasar a Florian Fortescue, una voz chillona interrumpió sus planos:

 

—¡PAPÁ! ¡MIRA ESO!

 

Izar alzó la vista y su corazón cayó como una poción mal preparada.

 

Allí, en letras rojas y brillantes, girando sobre una fachada encantada, se leía:

 

> ¡¡¡SORTILEGIOS WEASLEY!!!

Bromas mágicas desde 1996 — todavía no nos demandan… tanto.

 

 

 

Frente al escaparate, una docena de carteles flotantes mostraban productos:

—Pastillas que cambiaban tu voz.

—Sombreros que gritaban insultos aleatorios.

—Y una escoba en miniatura que perseguía gatos.

 

—¡QUIERO ENTRAR AHÍ! —gritó Scorpius con los ojos brillando.

 

—No preferirías ir… a ver runas flotantes? ¿O quizás una tienda de ingredientes de pociones? —sugirió Izar con una sonrisa algo forzada.

 

Escorpio frunció el ceño.

 

—¡No! ¡Quiero ir allí!

 

Izar miró de reojo a su padre, que observaba el cartel con una expresión… imperturbable.

 

—Padre… quizás no sea buena idea entrar a ese lugar. Podríamos… distraernos en otra tienda.

 

Draco alzó una ceja con calma.

 

—¿Y por qué no? Solo es una tienda de bromas.

 

Mierda, pensó Izar.

—¡Porque... porque Marco podría romper algo! —improvisó.

 

—¡Oye! —dijo Marco ofendido—. ¡Yo solo rompí un frasco una vez!

 

Astoria, con una sonrisa divertida, ya había tomado de la mano a Scorpius.

 

—Vamos, solo unos minutos.

 

Izar apretó los dientes, pero los siguió.

 

Entraron.

 

Sortilegios Weasley era un caos maravilloso.

Estanterías que giraban solas, pócimas burbujeantes que cambiaban de color cada cinco segundos, pasillos que se encogían al pasar, y una cabina de prueba que lanzaba chispas rosas cuando alguien se reía demasiado fuerte.

 

Y en medio de todo, detrás del mostrador principal, estaba George Weasley.

 

Al verlos entrar, levantó la vista, sonriendo… y sus cejas se arquearon como arcos mágicos.

 

—Bueno, bueno, bueno… si no es el honorable Draco Malfoy con su distinguida familia.

 

Draco asintió con calma.

 

—Jorge.

 

George entusiasmado como si acabara de ver a un hipogrifo bailando.

 

—¿Vienen a comprar oa sabotear el sistema nervioso del lugar?

 

—Hoy… solo a comprar.

 

Izar no decía nada.

Solo observaba.

Fijamente.

 

Sus ojos verdes, intensos, lo decían todo:

—Tú eres el hermano de Ginny.

Tú la ayudaste a casarse con ese imbécil.

Tú vendes narices explosivas.

Estoy en territorio enemigo.

 

Y George lo notó. Le devolvió la mirada… y le guiñó un ojo.

 

Izar sintió que una vena le palpitaba.

 

—¡Mira esto! —gritó Marco, sosteniendo un frasco color púrpura—. ¡Una poción que provoca vómitos… durante una hora! ¡La quiero!

 

—¡Mira mamá! ¡Pociones de amor! —gritó Scorpius con una sonrisa traviesa—. ¿Puedo llevarme una?

 

Astoria lo alejó con diplomacia y horror suave.

 

—No, cariño. Las pociones de amor son… para adultos desesperados.

 

Izar caminaba rígido, resistiendo la tentación de fulminar cada estante con una mirada.

Hasta que vi una sección…

—“Bromas para la Escuela: Edición Hogwarts”.

 

Y justo en medio, un paquete titulado:

 

"Cambia-Mascotas" — por si siempre quisiste un unicornio... aunque tengas un hurón."

 

Izar suspiró.

 

—Bueno… admito que eso es interesante.

 

Draco, indiferente, seleccionó un juego de tinta explosiva para Scorpius y un paquete de dulces que hacían hablar en idiomas aleatorios. Cuando pagaron, George les entregó una bolsa encantada.

 

—No incluye devolución —dijo con una sonrisa burlona.

 

Ya fuera de la tienda, con el sol iluminando los adoquines y la bolsa flotando tras ellos, Izar suspir de alivio.

 

—Gracias, Merlín. Sobrevivimos.

 

—¿De qué hablas? —preguntó Scorpius con inocencia—. ¡Fue la mejor tienda de todas!

 

-¿Si? —dijo Izar—. Bueno, prepárate. Porque algún día, voy a abrir una tienda mejor.

Con libros. Y luz. Y pecado Weasley.

 

—¿La vas a llamar “Sortilegios Izar”? —preguntó Marco.

 

-No. La voy a llamar “La Venganza del Silencio”.

 

Draco solo rió suavemente.

 

—Eso suena como una tienda de velas… o como tú cuando estás molesto.

 

Astoria los tomó a todos del brazo.

 

—Y ahora, niños… helado.

 

Todos gritaron "¡Sí!"

 

Menos Izar, que murmuró:

 

—Solo si no venden helado sabor Weasley.

 

El interior de Florean Fortescue era un paraíso azucarado.

El aroma de crema batida, frutas tropicales encantadas y galletas mágicas llenaban cada rincón. Las paredes estaban decoradas con retratos que lamían conos infinitos de helado y murmuraban consejos sobre sabores.

 

Izar se encontraba sentado con impecable postura en una mesa redonda junto a su familia.

A su lado, Scorpius tenía helado de algodón de nube encantado por toda la cara, el cabello y posiblemente los calcetines.

Frente a él, Marco Zabini —rescatado temporalmente del vestido rosa del infierno— comía un triple helado de menta explosiva con la velocidad de quien teme que ese cono sea su última comida libre.

 

—Este es… el mejor helado del mundo —dijo Marco con los ojos brillando.

 

—Lo es —asintió Izar—. Disfrútalo. No sabes cuánto tiempo estarás vivo después de esto.

 

—¿Qué?

 

—Nada.

 

Draco revisaba discretamente su reloj de bolsillo encantado, mientras Astoria sonreía con una copa flotante de helado de lavanda y limón. Todo era perfecto.

 

Demasiado perfecto.

 

¡ADHERIRSE!

La campana de la puerta tintineó. Un viento nuevo sopló en el local.

 

Y entró ella.

 

Pensamiento Zabini.

 

Vestida con una túnica negra de encaje, labios escarlata perfectos, cabello recogido en un moño que gritaba “no tolero excusas” y tacones que hacían eco con autoridad.

 

A su lado, con una sonrisa diabólica: Carmen Zabini, de cuatro años, sujetando una cinta métrica mágica.

 

Izar no tuvo que girarse.

 

Solo oyó el grito.

 

—¡MARCO ZABINI!

 

El helado de Marco cayó al suelo con un “plop” desolador.

 

Su rostro se volvió tan blanco como el de un fantasma viendo su propia lápida.

 

—Merlín… me encontré —murmuró.

 

—Y eso que te habías escondido en una tienda de perfumes baratos antes de venir —dijo Izar, dándole una palmadita en el hombro. Marco tragó en seco.

 

—Estoy perdido.

 

—¡Te he estado buscando por TODO el Callejón! ¡Madame Malkin ya te hizo tus medidas! ¡Y encontré el vestido más divino con volantes de escarcha y costuras invisibles! ¡No sabes lo adorable que vas a lucir! —canturreó Pansy, como si hablase del clima.

 

Pansy avanzó como una reina en desfile, sin dejar de sonreír… de esa forma que en realidad no es una sonrisa. Es una sentencia.

 

—Hola, Draco. Astoria —dijo con voz melosa, haciendo un elegante saludo con dos dedos—. Heredero Malfoy. Heredero Greengarss.Un placer verlos comiendo como si no estuvieran siendo perseguidos por la moda.

 

—Lady Zabini —dijeron Izar y Scorpius al unísono, inclinando levemente la cabeza.

 

Astoria contenía la risa detrás de su copa de helado.

Draco solo se limitó a asentir con una leve sonrisa.

 

—Marco —dijo Pansy con dulzura. Peligrosa dulzura.

—Ya hice tus medidas mientras dormías esta semana. ¡Fue un reto, pero logré engañar la alarma mágica de tu puerta!

 

—¡Madre, por favor, no! ¡Delante del público no! —suplicó Marco, encogiéndose en su silla.

 

—Y Carmen ya eligió la tela. Satén rosa, con bordado de tul y volantes autorregenerables. Una delicia estetica.

 

Carmen agitó la cinta métrica en el aire como una varita de juicio.

 

—¡Va a quedar adorable! —canturreó.

 

Marco miró a Izar, ojos suplicantes.

 

Izar lo miró fijamente.

 

—Buena suerte, Marco.

 

—¡¡¡TRAIDOR!

 

Y sin más, Pansy lo tomó del brazo con gracia firme y comenzó a arrastrarlo hacia la puerta.

 

—¡NOOOOOOOOO! —gritó Marco mientras era llevado como prisionero de guerra hacia su destino textil.

 

Los clientes de la heladería lo veían salir con una mezcla de curiosidad y diversión.

 

—¡AUXILIO! ¡NECESITO UN ABOGADO MÁGICO! ¡NOOOOOOO!

 

Carmen saltaba detrás de ellos, agitando telas y tarareando algo que sonaba sospechosamente como una canción de desfile.

 

Izar y Scorpius los miraron desaparecer por la puerta.

 

Izar se encogió de hombros y levantó su copa de helado como brindis.

 

—Fue un honor, Marco Zabini.

 

Desde la ventana de la heladería, los Malfoy pudieron ver cómo Pansy arrastraba a Marco por el Callejón Diagon, con la cinta métrica encantada girando a su alrededor como un lazo de rodeo. Varias personas se detuvieron a mirar la escena con una mezcla de horror y diversión.

 

—¡NOOOOOOOOOOO! —se escuchó desde lejos, mientras Marco desaparecía entre la multitud.

 

Astoria secó una lágrima de risa.

 

—Y pensar que algunas madres son demasiado estrictas… y luego está Pansy.

 

Draco se acomodó la túnica, fingiendo compostura.

 

—Nunca me sentí tan agradecido de haber tenido un padre autoritario y emocionalmente reprimido.

 

Scorpius, lamiendo su helado que ahora cantaba en ópera, murmuró:

 

—Crees que a mí también me hagan ponerme un vestido?

 

Izar lo miró.

 

—A ti te quedaría bien.

 

—¡TRAIDOR! —gritó Scorpius, lanzándole una servilleta arrugada y bolita hecha.

 

Chapter Text

La bruma matinal aún descansaba suavemente sobre los terrenos de la Mansión Malfoy, tiñendo el aire de un gris plateado que contrastaba con el verde perfectamente cortado del campo de Quidditch privado, oculto más allá de los invernaderos y jardines mágicos. Era temprano —alrededor de las 9:00 a.m.—, pero el mundo ya comenzaba a despertar.

 

Y para Izar, de seis años y medio, y Scorpius, de apenas cuatro, hoy era el gran día.

 

—¿Cómo es que nunca supe que teníamos un campo de Quidditch en casa...? —pensó Izar mientras miraba la extensión perfecta de césped, los aros encantados en los extremos del campo, y las gradas vacías que parecían susurrar ecos de partidos antiguos.

 

—Debería salir de la biblioteca más seguido…

 

A su lado, Scorpius estaba de pie con su escoba infantil, una belleza verde con remates plateados encantados que zumbaban suavemente. Sus ojos zafiro brillaban como si el cielo ya estuviera reflejado en ellos.

 

Izar, en cambio, sostenía su escoba negra con bordes dorados: Brisa Estelar, una escoba tan elegante como él, encantada para responder al mínimo movimiento con suavidad.

 

A pocos metros, Draco Malfoy se cruzaba de brazos mientras observaba a sus hijos. Vestía una túnica oscura sin adornos, con su varita sujeta a la cadera y una mirada fría y precisa… aunque sus ojos delataban una pizca de emoción contenida.

 

—Bien —dijo Draco—. La seguridad mágica está activada. Las escobas no pasarán de los tres metros y frenarán si pierden el equilibrio. No pueden caer. Pero eso no significa que deban volverse tontos allá arriba.

 

—¡No seremos tontos! —dijo Scorpius alegremente.

 

—Habla por ti —murmuró Izar con una sonrisa afilada.

 

Draco los miró fijamente.

 

—Vamos a empezar con lo básico. Paso uno: la escoba responde a la orden “arriba”. Digan la palabra, con fuerza.

 

—¡Arriba! —gritó Scorpius.

 

Su escoba vibró. Tembló. Saltó medio centímetro… y luego le golpeó la rodilla.

 

—¡Auch!

 

—¡Arriba! —dijo Izar con tono firme y autoritario.

 

Su escoba voló directamente a su mano. Como si hubiera estado esperándolo.

Izar la sostuvo con naturalidad, como si llevara años practicando.

 

Draco parpadeó.

Una vez.

Para cualquiera que conociera a Draco, eso era equivalente a un grito de asombro.

 

—Genética maldita —pensó.

—Tenía que heredar ese maldito instinto volador… ese instinto de Potter.

 

Izar ya estaba montando con soltura.

 

—¿Así, padre? —preguntó sin arrogancia, pero con clara seguridad.

 

Draco alzó una ceja.

—Correcto. Pero no intentes volar aún…

 

Izar empujó suavemente con los pies.

Y entonces, subió.

 

Dos metros.

Perfectos.

Ni un movimiento brusco.

Ni una oscilación.

Estaba suspendido en el aire como si el cielo lo reclamara.

 

Izar se mantuvo ahí un instante, probando la inclinación de su peso. Movió la escoba levemente hacia la izquierda, luego a la derecha. Dio una vuelta lenta sobre sí mismo.

 

—¡Estoy volando! —gritó Scorpius desde el suelo, brincando emocionado.

 

—Aún no, cariño —dijo Draco suavemente.

 

Scorpius miró su escoba con determinación.

 

—¡Arriba!

 

Esta vez la escoba obedeció. Temblorosa, llegó hasta su mano.

 

—¡Lo hice, Izar!

 

Izar, aún girando lentamente sobre su eje en el aire, le sonrió.

 

—¡Bien hecho, Scorpius! Ahora sube, solo un poquito.

 

Scorpius montó la escoba, sus manitas pequeñas sujetando el mango con fuerza. Empujó. Y subió. Apenas medio metro… pero para él, era como estar en la cima del mundo.

 

—¡Mira Izar! — gritó.

 

Izar descendió con elegancia hasta volar a su lado.

 

—¿Quieres que juguemos?

 

—¡Sí!

 

Y entonces comenzaron a volar.

 

Nada ambicioso. Solo movimientos suaves, flotando en círculos, haciendo carreras lentas a ras de suelo. Scorpius reía a carcajadas cada vez que Izar daba una vuelta o se inclinaba hacia los lados como si fuera a caer y luego recuperaba el equilibrio con gracia impecable.

 

Desde el centro del campo, Draco los observaba.

Sin palabras.

 

Izar flotaba como si fuera parte del cielo.

Como si la escoba fuera solo una extensión de su cuerpo.

 

Por un instante, Draco cerró los ojos.

 

Y recordó otra mañana, muchos años atrás.

Un niño de once años, con túnica de segunda mano y lentes torcidos, volando como si fuera nacido para ello.

Harry maldito Potter.

 

—Es irónico —pensó Draco, tragando en seco—. Mi hijo… vuela como él. Con ese mismo fuego natural. Ese instinto maldito y perfecto.

 

Pero cuando Izar descendió, tomando la mano de Scorpius en el aire para ayudarlo a equilibrarse, Draco ya no vio a Potter.

 

Vio a Izar.

A su hijo.

Al niño que, contra todo, era suyo.

 

—¿Lo hice bien, padre? —preguntó Izar al aterrizar con elegancia.

 

Draco se acercó, le acomodó una mecha de cabello que había salido de su coleta, y dijo con voz calmada:

 

—Lo hiciste excelente. Ambos lo hicieron.

 

Scorpius chocó su escoba contra la de Izar con una risa feliz.

 

—¡Vamos a volar otra vez!

 

Y así lo hicieron.

Bajo el sol que por fin se alzaba con fuerza, dos hermanos cruzaban el aire como cometas con corazón, mientras su padre los veía, por fin, sonriendo abiertamente.

 

----

 

Era una tranquila y templada mañana de primavera en la Mansión Malfoy.

Las ventanas abiertas dejaban entrar la brisa fresca, perfumada por los jardines, mientras los rayos suaves del sol se colaban por los vitrales, pintando de colores el suelo de mármol.

 

En la sala de lectura, Izar, ahora con siete años cumplidos, estaba acurrucado en uno de los grandes sillones con un libro de Arqueomagia Avanzada para Principiantes descansando sobre sus piernas cruzadas. Su túnica informal color marfil caía como una capa digna de un príncipe bibliotecario.

 

Frente a él, sobre una alfombra mullida, Scorpius, de cinco años, dibujaba con entusiasmo.

Tenía pergaminos por todos lados, y lápices mágicos que se movían ligeramente por sí solos según su humor.

 

—Mira, Izar —dijo Scorpius con una sonrisa orgullosa, alzando uno de sus dibujos—. Es Kayla… ¡pero con una corona y capa!

 

Izar bajó su libro y observó el dibujo.

 

—Eso es… magnífico. Las escamas están sombreadas perfectamente. Es muy realista.

 

Scorpius se rió y corrió de nuevo a hacer más dibujos, inspirado por el elogio.

 

—Una mañana excelente —pensó Izar, acomodándose en el sillón—. La paz reina. Los pájaros cantan. Nadie está persiguiendo a Marco con un vestido nuevo. El té aún está caliente.

 

Y justo entonces…

 

TAP TAP TAP.

 

Un búho elegante y robusto se posó sobre la repisa de la ventana, dejando caer el Diario El Profeta con un movimiento preciso. Izar lo tomó con la serenidad de quien ya espera otra noticia aburrida sobre legislación mágica o el nuevo sabor de chicle encantado.

 

Abrió la portada…

 

Y se congeló.

 

"¡LOS POTTER SE DIVORCIAN!

TRAS UN AÑO DEL NACIMIENTO DE SU TERCERA HIJA, EL SALVADOR DEL MUNDO MÁGICO Y SU ESPOSA GINNY WEASLEY SE SEPARAN."

 

Y luego, más abajo, en letras doradas con un borde brillante:

 

"¿Problemas familiares? ¿Infidelidad? ¿Crisis de identidad mágica?

No se preocupen, mis queridos lectores…

YO lo averiguaré.

—Rita Skeeter."

 

Izar bajó lentamente el periódico.

 

Parpadeó.

 

Lo volvió a subir.

Lo volvió a bajar.

 

Y entonces…

 

Empezó a reír.

No una risa simple.

No una risita educada.

Una carcajada malvada, siniestra y casi teatral.

 

—¡JUSTICIAAAAA! —gritó Izar, alzando los brazos al cielo—. ¡POR FIN! ¡POR FIN EL UNIVERSO PONE LAS COSAS EN SU LUGAR!

 

Scorpius, que estaba dibujando un dragón con gafas, se detuvo y parpadeó.

 

—¿Izar?

 

—¡ES EL MEJOR DÍA DE MI VIDA! —siguió Izar, poniéndose de pie sobre el sillón como un dictador triunfante frente a su mapa de venganza—. ¡EL HOMBRE QUE ARRUINÓ VIDAS… AHORA SABE LO QUE ES LA RUINA CONYUGAL!

 

—¿Qué es "conyugal"? —preguntó Scorpius.

 

—¡NO IMPORTA! ¡PREPARA LOS POSTRES! ¡HOY SE CELEBRA!

 

Justo entonces, Draco Malfoy entró a la sala con una taza de café, revisando unos documentos con expresión neutral… hasta que escuchó la risa malvada de su hijo rebotar por los muros como eco demoníaco.

 

Se detuvo en seco.

 

Miró a Izar, que bailaba en el sillón levantando el periódico como si fuera una bandera de victoria.

 

“¿Otra vez?” pensó Draco, suspirando con resignación.

 

—¿Qué estás haciendo?

 

Izar se giró dramáticamente, sosteniendo el diario como si fuera un libro sagrado.

 

—¡LOS POTTER SE DIVORCIAN! —anunció como un heraldo medieval.

 

Draco frunció el ceño.

 

—¿Y eso es motivo para convertirte en un actor de teatro griego?

 

—¡Claro que sí! ¡El equilibrio mágico ha sido restaurado! ¡La justicia ha sido servida! ¡Las estrellas se alinean y los hipogrifos cantan!

 

Scorpius tiró un lápiz al suelo.

 

—¿Izar está poseído?

 

Draco se acercó lentamente, leyó la portada y soltó un resoplido.

 

—Hm. Qué rápido les duró la paz doméstica…

 

Izar seguía riendo mientras giraba sobre sí mismo como un torbellino elegante.

 

Draco lo miró de reojo, con una mezcla de incomodidad y análisis.

 

—Por favor… que no sea la herencia Black activándose… otra vez.

—Tal vez debería pedirle a Aria que le haga un test psicológico mágico.

—O tal vez solo necesita una segunda porción de pastel.

 

Astoria apareció en la puerta con una ceja levantada.

 

—¿Por qué Izar está haciendo una danza de la venganza?

 

—Se enteró de que Potter se divorció.

 

—Ah… ¿Y eso amerita una coreografía?

 

—Según él, sí.

 

—Hm. Que no se suba a la mesa del comedor —dijo Astoria mientras se alejaba.

 

Izar se dejó caer sobre el sillón con una sonrisa de oreja a oreja, cruzando las piernas con la satisfacción de un duque que ha conquistado un reino.

 

Scorpius le ofreció un dibujo con una serpiente gigante comiéndose un periódico.

 

—¿Eso soy yo?

 

—Sí. Y estás muy feliz.

 

Izar lo abrazó.

 

—Gracias, Scorpius. Realmente sabes cómo capturar mi esencia.

 

Y así, entre risas, dibujos extraños y una familia que ya se había resignado a los exabruptos de su primogénito, Izar Malfoy celebró su día más glorioso.

 

Porque a veces, la venganza no se sirve fría.

A veces… se sirve con helado, un periódico humeante, y un buen sillón de terciopelo.

 

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El sol acariciaba suavemente los jardines de la Mansión Malfoy. Era una tarde serena: una brisa encantadora, las flores mágicas abriéndose con música suave y el perfume de jazmines flotando entre los setos perfectamente cuidados. Todo parecía sacado de un cuadro de paz aristocrática.

 

En un banco de piedra tallado con relieves de runas antiguas, Izar Malfoy, de siete años y medio, estaba sentado con las piernas cruzadas como un pequeño emperador en contemplación. A su lado, enrollada con elegancia natural, reposaba Kayla, su serpiente albina y familiar leal, cuyos ojos dorados brillaban con inteligencia.

 

Ambos miraban las flores como si estuvieran deliberando sobre arte o política mundial.

 

—Las margaritas mágicas no tienen la misma elegancia que las violetas negras —opinó Izar con tono serio, tomando una ramita para juguetear con ella.

 

—Concuerdo. Las margaritas son las ranas de las flores. —respondió Kayla.

 

De pronto, como todos los días desde que inició su pequeño “acuerdo”, llegó volando el búho del Profeta Diario, posándose con seguridad sobre la baranda del banco.

 

Izar le lanzó una golosina especial para aves con un gesto teatral.

 

—¿Has chantajeado al búho para que siempre te traiga el periódico a ti? —preguntó Kayla con la lengua fuera.

 

—No es chantaje. Es diplomacia avanzada. —respondió Izar, abriendo el periódico con la calma de quien se prepara para otro escándalo político o más evidencia de la caída pública de Potter.

 

Pero nada… nada lo preparó para lo que leyó ese día.

 

TITULAR DEL PROFETA:

"¿HARRY POTTER BISEXUAL?"

 

Subtítulo:

"Sí, mis queridos lectores —escribo con pluma temblorosa y corazón palpitante—, el salvador del mundo mágico fue visto entrando a bares de ambiente en Londres mágico, donde fue captado conversando animadamente con varios hombres… y en particular, con uno de cabello rubio. Y no sólo conversaban, ¡sino que hubo contacto físico no apropiado para ‘sólo amigos’! ¿Es este el verdadero motivo detrás de su divorcio con Ginevra Weasley?"

—Rita Skeeter.

 

Debajo, una imagen en movimiento mostraba a Harry Potter en uno de esos bares.

Sonriendo.

Relajado.

Y junto a él… un hombre de espaldas, alto, con el cabello largo y rubio.

En una toma bastante comprometedora, ese hombre le ponía la mano en la nalga a Harry.

 

Izar, aún en silencio, levantó la mirada lentamente hacia Kayla.

 

—Kayla… ese hombre…

¿No se parece un poco a mi padre?

 

Kayla, entrecerrando los ojos dorados, se inclinó hacia la foto. Observó con atención.

 

—Mmmm… sí, se parece un poco. Pero no es él. El porte no es igual. Tu padre no caminaría jamás con esa postura… ni dejaría que alguien le toque el trasero sin convertirlo en sapo.

 

—Bueno, gracias por esa imagen mental —dijo Izar, apretando el puente de su nariz.

 

Volvió a mirar la foto. La sonrisa de Potter. El ambiente distendido.

El descaro.

 

—¿Qué significa esto…? —murmuró—. 

 

Kayla soltó un silbido que podría haber sido una carcajada serpentina.

 

—Claramente no ha superado a tu padre.

 

Izar crujió los dedos. Una expresión de furia calculada empezaba a nublar su rostro.

 

—¡No! ¡NO! ¡No otra vez!

 

Kayla parpadeó.

 

—¿Otra vez qué?

 

—¡Ese imbécil sigue obsesionado con mi padre! ¡Después de todo lo que hizo! ¡Después de dejarlo embarazado, ignorarlo, casarse con otra, tener tres hijos y luego divorciarse como si nada... y AHORA esto!

 

Kayla, con total serenidad reptiliana, respondió:

 

—Potter tiene complejo de drama. Lo sabíamos.

 

Izar se levantó con una furia silenciosa, el periódico temblando en su mano.

 

—¡NO LO PERMITIRÉ! ¡NO VOLVERÁS A ACERCARTE A ÉL, POTTER!

¡PUEDES TOCAR A TODOS LOS RUBIOS QUE QUIERAS… PERO A MI PADRE, NO!

 

Y sin poder contenerlo, gritó al cielo despejado:

 

—¡MALDITO CACHONDO DE MIERDA!

 

En ese instante, un cuervo que pasaba volando se estrelló contra una estatua.

El viento se detuvo por un segundo.

 

Kayla, con absoluta calma, chasqueó la lengua.

 

—La herencia Black vuelve a aflorar. Voy por el calmante de valeriana mágica.

 

Izar respiraba agitadamente, como si acabara de correr un maratón de emociones.

 

Draco, que justo se asomaba por el ventanal de su estudio con una taza de té, vio a su hijo de pie sobre un banco, agitando un periódico como un pregonero de la rebelión.

 

—¿Ahora qué? —murmuró.

 

Astoria, pasando detrás de él con un libro de jardinería, le dijo:

 

—No tengo idea pero está gritando “cachondo de mierda”.

 

—Ah —dijo Draco, suspirando.

 

—¿Estás bien? —preguntó Astoria con una sonrisita.

 

—Sí. Solo estoy… considerando meter al niño a esgrima mágica para que canalice su furia de forma productiva.

 

La noche era tranquila en la Mansión Malfoy. El cielo estaba despejado, las estrellas parpadeaban con tímida elegancia, y una ligera neblina flotaba sobre los jardines como una manta encantada. Todo dormía. Todo… excepto Izar Malfoy.

 

Estaba retorciéndose en su cama, las sábanas enredadas como si hubiera librado una batalla. Su respiración era agitada y sus cejas fruncidas.

 

En su sueño, la visión era clara… demasiado clara.

 

Un hogar cálido, paredes decoradas con fotografías mágicas…

Draco Malfoy en bata de satén, sonriendo.

Harry Potter, en pijamas, con gafas y cabello tan desordenado como siempre, se acercaba con una taza de café.

 

—¿Dormiste bien, amor? —decía Potter con una sonrisa idiota.

 

Draco le respondía con un beso en la mejilla, y luego aparecían…

bebés.

 

Montones de bebés de ojos verdes.

Uno gateando. Otro volando. Uno lanzando un hechizo de levitación en una galleta.

Todos diciendo “papi” al mismo tiempo.

 

Izar dio un grito desgarrador.

 

—¡¡NOOOOOO!!

 

Se incorporó como un resorte en su cama, sudando, con los ojos abiertos como platos. El corazón le latía tan rápido que parecía un dueto de tambores.

 

—¡¿Qué fue eso?! —dijo Kayla, enroscada a los pies de la cama, despertando alarmada.

—¿Te picó una Doxy mutante o algo?

 

Izar jadeaba.

 

—Una pesadilla… solo una pesadilla —dijo, tomando aire.

Pero entonces… una idea horrorosa cruzó su mente.

 

—¡Espera! —dijo, aún con la voz temblorosa—.

¿Potter… no es el jefe de Aurores?

 

Kayla parpadeó.

 

—Sí.

 

Izar sintió como si alguien le hubiera tirado un cubo de agua helada encima.

Se llevó las manos a la cabeza.

 

—Y… ¿no es mi papá el que le suministra las pociones a los Aurores?

 

Kayla, empezando a sospechar por dónde iba esto, respondió lentamente:

 

—…Sí…

 

—¡Maldición! —exclamó Izar con horror—.

¡Entonces Potter y mi papá tienen reuniones! ¡CONTACTO REGULAR! ¡INTERACCIÓN! ¡POSIBILIDAD DE MIRADAS, ROSADITAS Y COQUETEO MAL INTENCIONADO!

 

—¿Rosaditas? —dijo Kayla.

 

—¡No puedo permitir eso! —dijo Izar, saltando de la cama como si fuera a la guerra.

—¡Ese Potter NO se va a acercar a mi papá! ¡Aunque tenga que inventar una epidemia de dragovirus para encerrar a todos los Aurores!

 

Kayla se acomodó en su rincón del colchón.

 

—¿Sabes que tu madre está casada con tu padre, verdad?

 

Izar se detuvo, como si acabaran de recordarle una escena secundaria de su telenovela mental.

 

—Sí, pero… es solo una fachada.

—¿Qué? —preguntó Kayla, entre asombro y resignación.

 

—Una fachada —repitió Izar, con tono conspirativo—. Se casaron por estatus, por reputación. ¡Pero no se aman! Estoy seguro. Se permiten… amantes.

 

Kayla lo miró con la cabeza ladeada.

 

—¿Y cómo sabes eso?

 

Izar se cruzó de brazos, frunciendo el ceño como quien revela una verdad milenaria.

 

—Lo escuché cuando era un bebé.

 

Kayla parpadeó varias veces.

 

—¿Perdón? ¿Cuando eras bebé?

 

—Sí, sí. Lo recuerdo —insistió Izar con seguridad, señalando su propia cabeza—.

Tengo una memoria brillante. Oído fino. Estaba en la cuna, simulando estar dormido, y los escuché hablando bajo. Mi padre dijo algo como “Esto es lo mejor para la familia”, y mi madre respondió “Ya sabes que esto no es amor”.

¡Lo juro!

 

Kayla lo observó fijamente.

 

—¿Y no has considerado que eso fue parte de una telenovela mágica que dejó la elfina prendida mientras te cuidaba?

 

—¡Era real! —gritó Izar—. ¡Y todo encaja! ¡El trato formal entre ellos, las vacaciones separados, el cuarto de visitas de Astoria… ¡Y AHORA POTTER APARECE DE NUEVO COMO UNA PESADILLA QUE NO SE DESPEGA!

 

Kayla suspiró profundamente.

 

—Voy a buscar algo de tila mágica. ¿Quieres que le pida a un elfo doméstico que te traiga una caja entera?

 

Izar miró al cielo (o más bien al techo) con dramatismo puro.

 

—¡Mañana mismo voy al Ministerio! ¡Voy a sabotear esas reuniones! ¡Voy a fingir que soy aprendiz de pocionista y colarme! ¡Potter no pondrá UNA mano sobre mi padre mientras yo respire!

 

Kayla murmuró mientras se deslizaba hacia la puerta:

 

—Y luego me llaman exagerada a mí cuando ataco una rata por mirarme mal…

 

El sol matinal iluminaba con delicadeza las altas ventanas del comedor principal de la Mansión Malfoy. Las cortinas flotaban ligeramente con el viento encantado, mientras una sinfonía suave encantada sonaba en segundo plano.

 

La mesa de desayuno, como siempre, parecía una obra de arte culinaria: jugo de naranja recién exprimido, bollos de canela que levitaban hacia los platos, y frutas frescas que cantaban pequeñas melodías si las tocabas.

 

Draco Malfoy estaba leyendo un informe del Ministerio mientras tomaba su café, Astoria disfrutaba de un croissant con mermelada encantada, y Scorpius, en pijama formal con dragones bordados, se entretenía con su taza de leche que soltaba burbujas de colores.

 

Y entonces, llegó el elemento que siempre rompía la armonía de forma adorable y alarmante:

Izar Abraxas Malfoy.

 

Caminaba con calma imperial, Kayla enrollada elegantemente sobre sus hombros como una estola viviente de ojos dorados. Con una túnica color perla y el cabello rizado recogido en una trenza parcialmente suelta, Izar parecía salido de un retrato mágico de nobleza antigua.

 

Se sentó con la gracia de alguien que había practicado etiqueta desde los dos años, y tomó su taza de té negro con miel. Sorbió. Sonrió.

 

Y entonces, con la voz más inocente que jamás había usado (lo cual ya era sospechoso), soltó:

 

—Papá… ¿vas a ir al Ministerio hoy?

 

Draco bajó lentamente el informe, alzando una ceja.

 

—Sí. ¿Por qué?

 

Izar puso su cara de niño bueno™ y dejó su taza con delicadeza sobre el platito.

 

—Me gustaría ir contigo. Nunca he visto el Ministerio. Dicen que es impresionante.

 

Astoria lo miró por encima de la taza. Entrecerró los ojos.

 

—¿Tú? ¿Queriendo salir de la biblioteca? Eso sí es noticia.

 

Izar puso expresión pura, celestial, angelical.

 

—El conocimiento visual es importante para la educación mágica…

Y también… podrías enseñarme cómo entregas tus pociones. —Agregó con una sonrisa perfectamente armada.

 

Antes de que Astoria pudiera responder con una frase del tipo “Mmmm...”, Scorpius levantó la mano como si estuviera en clase.

 

—¡Yo también quiero ir! ¡Quiero ver si hay dragones!

 

Draco rió suavemente, dejando el informe a un lado.

 

—No hay dragones en el Ministerio, Scorpius. Pero pueden venir. Solo voy a entregar unas pociones al Departamento de Aurores.

 

Izar congeló su expresión por media décima de segundo.

Departamento de Aurores.

Harry Potter.

Contacto directo.

PELIGRO.

 

Pero mantuvo la sonrisa.

 

—Perfecto, padre.

 

Astoria, mientras partía su croissant, miró de reojo a su hijo mayor. Sus ojos destellaron con ese brillo maternal que decía: Te estoy vigilando, pequeño genio maquiavélico.

 

—¿Seguro que no tienes otra razón, Izar?

 

—¿Eh? —dijo él, pestañeando con perfección milimétrica—. Solo el noble deseo de observar las funciones del gobierno mágico, madre querida.

 

Astoria suspiró y tomó su té.

 

Draco se puso de pie y estiró los brazos con elegancia.

 

—Entonces prepárense. Salimos en media hora por la red flu.

 

—¡Sí! —gritó Scorpius, ya tirando su cuchara y corriendo a buscar su capa.

 

Izar terminó su té lentamente, una sonrisa sutil en sus labios.

 

Kayla, aún sobre su cuello, murmuró:

 

—¿Estamos realmente haciendo esto?

 

—Sí —susurró Izar—. Hoy empieza la operación Padre Intocable.

 

—¿Y si Potter no aparece?

 

—Oh, aparecerá.

Él siempre aparece.

 

Kayla se enrolló más firme.

 

—¿Sabes que estás algo loco, cierto?

 

—Con estilo —respondió Izar.

 

----

Era temprano, y la Mansión Malfoy aún despertaba entre el perfume de las flores encantadas y el crujido elegante de pisos recién lustrados.

 

En una de las suites privadas, Izar Abraxas Malfoy, de siete años y medio, se vestía con precisión quirúrgica.

Pantalón de lana negra perfectamente planchado, túnica formal color esmeralda con bordes en plata, y su medalla de la familia colgada al cuello, como quien se va a enfrentar a una comisión parlamentaria.

 

Frente al espejo alto de cuerpo entero, se ajustó el cuello con determinación.

Kayla, su serpiente albina, reposaba sobre el respaldo del sillón con cara de “otra vez tú con esto”.

 

—Hoy, Kayla… voy a la guerra —dijo Izar, mirándose con orgullo.

 

—Tienes problemas, chico —resopló Kayla, enrollándose más firme.

 

—No me esperes despierta.

 

Kayla solo giró los ojos y murmuró:

 

—Dramático como su padre.

 

Izar salió del cuarto, bajando las escaleras como si caminara hacia su destino imperial.

 

En el vestíbulo, Draco Malfoy ya esperaba con elegancia natural, con Scorpius a su lado, que llevaba su mejor capa de paseo con pequeños destellos plateados que cambiaban con la luz.

 

—Iremos por red flu —anunció Draco, y los tres se dirigieron a la chimenea.

 

Scorpius tomó la mano de su padre.

Izar solo dijo, con firmeza:

 

—Vamos.

 

El Ministerio de Magia.

 

Las paredes eran de piedra brillante y negra, talladas con delicados hechizos que cambiaban suavemente con la luz. El techo encantado mostraba un cielo que simulaba el exterior en tiempo real, y una gran imagen mágica de Hermione Weasley Granger, Ministra de Magia, saludaba a todos los presentes desde un cartel flotante.

 

Aviones de papel hechizados volaban por encima de ellos, zumbando como mariposas con misiones burocráticas.

 

Izar giraba la cabeza de un lado a otro, absorto.

 

—Wow… —susurró, por primera vez verdaderamente impresionado—.

Es como un ecosistema mágico cerrado perfectamente estructurado…

 

Scorpius, por otro lado, se aferró a la mano de su padre.

 

—¡Hay demasiadas personas, papá!

 

Draco lo sostuvo con calma.

 

—Vamos. La sección de los Aurores está por este pasillo.

 

Izar contuvo una mueca. Aurores. Potter. Nivel de alerta: serpiente afilada.

 

Entraron en uno de los ascensores encantados, donde los botones eran pequeños orbes de luz flotante. A cada nivel, una voz anunciaba:

 

> "Departamento de Control de Criaturas Mágicas…"

"Departamento de Misterios… Por favor no hacer preguntas innecesarias."

"Departamento de Seguridad Mágica, sección de Aurores."

 

 

 

—Ahí es —dijo Draco.

 

El ascensor se abrió con un suave ding, y los recibió un pasillo sobrio, con puertas de roble oscuro y medallones encantados sobre cada una.

 

Frente a una de las puertas, una mujer de cabello rizado y gafas con cadena de perlas esperaba con una sonrisa amable: Mary, asistente de pociones y enlace administrativo.

 

—Buenas tardes, señor Malfoy. ¿Entrega habitual?

 

—Sí, Mary —respondió Draco, abriendo un estuche que parecía una joya de pociones en miniatura—. La tanda de estabilizadores para resistencia mágica y el nuevo lote de antídotos de efectos retardados.

 

Mary los recibió con manos eficientes y mirada profesional. Luego vio a los niños y sonrió.

 

—Ohhh, ¡y hoy vino con sus hijos!

 

Draco asintió con un toque de orgullo.

 

—Querían conocer el Ministerio. Están en una fase de “absorberlo todo”.

 

—¡Me gusta! —dijo Mary—. ¿Y qué les ha parecido?

 

—¡Muy grande! —exclamó Scorpius, con los ojos redondos como lechuzas.

 

Izar, con su mejor tono formal de joven noble académico, dijo:

 

—Está estructurado de forma admirable. ¿Cómo gestionan la comunicación interna? ¿Tienen runas de transporte, matrices de canalización mágicas, o simplemente un sistema flotante de vinculación de destino?

 

Mary parpadeó… y luego rió.

 

—¡Tú debes ser el famoso genio!

 

Draco, con un aire de orgullo paternal, pasó una mano sobre el cabello de Izar.

 

—Sí. Ese es Izar.

 

Izar esbozó una sonrisa cortés, pero por dentro estaba afilando su espada mental.

 

—Potter debe estar cerca… y cuando lo vea, tendré que contener mis gritos internos… o no. —pensó mientras observaba las puertas.

 

La batalla aún no comenzaba, pero el terreno estaba elegido.

 

Y el pequeño general Malfoy estaba listo para la guerra silenciosa.

---

Los pasillos del Departamento de Aurores eran sobrios, silenciosos y encantados para absorber el eco de los pasos. Runas discretas brillaban levemente en las paredes, y el aire tenía ese olor inconfundible a pergamino antiguo, cuero de varita… y café muy fuerte.

 

Mientras su padre, Draco Malfoy, hablaba con Mary sobre la dieta mágica de Scorpius y si el zumo de calabaza debía ir endulzado con miel de trébol o sin nada, Izar se deslizó hacia el costado derecho con la discreción de una sombra con estilo.

 

Kayla no estaba físicamente con él, pero seguro en su cabeza ya estaría siseando:

“Esto es ilegal. Peligroso. Estás loco.”

Pero Izar no tenía tiempo para ética.

 

El radar Potter se había activado.

 

Ese escalofrío en la nuca. Esa presión en el aire. Ese eco mágico de "me voy a acercar a tu padre con una sonrisa estúpida."

 

Y doblando la esquina del pasillo izquierdo, Izar lo vio.

 

Harry Potter.

Con su capa roja de Jefe de Aurores.

Cabello igual de desordenado que siempre.

Y, como si fuera un cliché caminante… revisando pergaminos mientras avanzaba, sin ver por dónde pisaba.

 

—“¡Hoy no Potter !” —pensó Izar, retrocediendo un paso.

 

Justo en ese instante, vio un cubo de agua y un trapeador encantado reposando contra la pared, como si el destino mismo hubiera susurrado: "Aquí tienes tus armas, joven estratega."

 

Izar entrecerró los ojos.

 

—Perfecto.

 

Con un gesto apenas visible, alzando la mano como quien mueve una marioneta invisible, canalizó su magia por su núcleo. No hizo falta decir nada. El cubo flotó suavemente, guiado por su mente como un pincel en una pintura.

 

Derramó el agua con precisión milimétrica.

Un charco limpio, brillante, resbaladizo, justo en medio del cruce del pasillo.

 

Con otro gesto igual de elegante, devolvió el cubo a su lugar.

Todo impecable. Sin ruido. Sin sospecha.

 

Regresó caminando tranquilo junto a su padre, justo cuando Draco preguntaba:

 

—¿Y qué opinas tú, Izar? ¿Miel de trébol o sin endulzante?

 

—Natural, siempre —dijo Izar con una sonrisa angelical.

 

Y entonces sucedió.

 

Desde su posición al lado derecho de su padre, Izar vio cómo Harry Potter doblaba la esquina con la seguridad de quien ha salvado al mundo tres veces y no espera ser emboscado por un charco.

 

Levantó la vista, notó a Draco…

Y sonrió. Esa sonrisa tonta. Esa sonrisa de “¿te acuerdas cuando tú y yo…?”

 

Izar apretó los puños disimuladamente.

 

Y entonces:

¡ZLIP!

 

Un resbalón glorioso.

El pie derecho de Potter salió disparado hacia adelante, el izquierdo intentó corregirlo, y falló miserablemente.

 

¡PLOF!

 

Harry cayó de espaldas, los documentos volaron como palomas asustadas, y su varita rodó un metro más allá. Una carpeta con “Urgente - Clasificado” aterrizó sobre su cara.

 

Izar lo vio patinando dos metros extra sobre el mármol, como una estrella de circo que no fue invitada.

 

Scorpius se giró.

—¿Qué fue eso?

 

Mary soltó un gritito.

—¡Por Merlín! ¿Eso fue Potter?

 

Draco se giró lentamente… y lo vio.

 

Harry se quitó el archivo de la cara, aún en el suelo, y alzó la mano.

 

—Estoy bien… ¡solo un poco de agua! Nada serio.

 

—¿Desde cuándo dejamos cubos sueltos aquí? —preguntó Mary, escaneando el pasillo.

 

—¿Cubos? —dijo Izar, sin mirar a nadie—. Qué descuido.

 

1 punto para Malfoy. 0 para Potter.

 

Draco se volvió hacia Izar.

—¿Estás sonriendo?

 

—¿Yo? Estoy… cultivando gratitud por los sistemas de limpieza del Ministerio. Muy eficientes. Muy resbalosos.

 

Harry, que se incorporaba con ayuda de una aurora joven, alzó la mano en señal de saludo forzado.

 

—¡Hola, Draco!

 

Draco asintió con educación aristocrática.

—Potter.

 

Izar giró ligeramente la cabeza y miró a Harry con una expresión que decían los libros de etiqueta que solo debía usarse para enemigos políticos o polillas en la biblioteca.

 

Harry notó al niño.

 

—¿Y este joven?

 

—Mi hijo, Izar Abraxas Malfoy —dijo Draco.

 

—¡Oh! ¡Encantado! —dijo Harry, sonriendo.

 

Izar no respondió. Solo lo miró…

como si estuviera midiendo cuántos metros de distancia era legalmente aceptable entre él y su padre.

 

Harry carraspeó.

 

—Bueno, tengo… que atender asuntos de seguridad. Hasta luego.

 

Y se marchó, sin notar que aún tenía una hoja pegada al zapato.

 

Mary se acercó a Izar, riéndose.

 

—Eres muy tranquilo para tu edad.

 

—Paciencia. Es una virtud de sabios —dijo Izar con calma.

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La luz de la mañana entraba a raudales por los ventanales encantados de la Mansión Malfoy, tiñendo las paredes de blanco con reflejos dorados. Las losas del suelo, siempre pulidas como espejos, reflejaban el cielo encantado del techo. Era una de esas mañanas perfectas en las que nada podía salir mal…

 

O eso pensaba Izar Malfoy, mientras descendía con elegancia las escaleras principales, sus rizos plateados atados con una cinta de terciopelo verde. Llevaba una túnica ligera color esmeralda, y sus ojos verdes brillaban con energía, como siempre que soñaba con una nueva idea mágica.

 

Kayla no lo acompañaba esta vez; aún descansaba bajo su lámpara de calor, refunfuñando sobre el clima “demasiado frío para una serpiente distinguida”.

 

Al llegar al comedor, Izar alzó una ceja al ver a su familia ya sentada.

 

Draco, impecable como siempre, leía el Profeta Diario con una copa de jugo de granada a su lado.

Astoria, tranquila, hojeaba un libro de botánica mágica mientras tomaba su infusión matinal.

Y Scorpius, con sus cabello plateado revueltos por haber dormido con su dragón de peluche, luchaba con una cucharada de gachas que tenía voluntad propia.

 

—Buenos días, familia —dijo Izar, sentándose con la elegancia de quien está acostumbrado a sillas demasiado altas y cubiertos numerados.

 

—Buenos días, Izar —respondieron todos en coro, salvo Scorpius, que estaba enfrascado en su batalla contra la avena mágica.

 

Mientras un elfo doméstico le servía panecillos y fruta encantada, Draco dejó el periódico sobre la mesa, lo enrolló con suavidad y miró a su hijo mayor por encima del borde de su copa.

 

—Izar.

 

—¿Sí, padre?

 

Draco esbozó una sonrisa discreta, la que solo usaba cuando estaba a punto de soltar algo que Izar llevaba años esperando.

 

—Creo que ya es momento de enseñarte algo que has estado esperando desde que tenías edad para hablar con propiedad.

 

Izar lo miró fijamente. Su cuerpo se tensó ligeramente, como si un rayo pasara por su columna.

 

—¿Te refieres a…?

 

—Sí. A partir de mañana empezaré a enseñarte el arte de las pociones.

 

Por un instante, el comedor se quedó en silencio.

 

Izar soltó el tenedor. Sus ojos se agrandaron. Su respiración se detuvo medio segundo.

 

Y luego…

—¡¿En serio?! —exclamó, levantándose ligeramente de la silla—. ¿¡En serio en serio!?

 

Draco rio por lo bajo, tomando otro sorbo de jugo.

—¿Cuándo he bromeado con las artes mágicas, Izar?

 

—¡Nunca! —dijo Izar, con la misma reverencia con la que un clérigo respondería a su dios.

 

Astoria sonrió, divertida, viendo cómo a su hijo mayor se le iluminaba la cara como si fuera Navidad, su cumpleaños y el Día del Inventor Mágico al mismo tiempo.

 

Izar se sentó de nuevo y empezó a enumerar rápidamente mentalmente todo lo que sabía sobre ingredientes, procesos de extracción, calderos, temperaturas, fases de infusión, tiempos de estabilización...

 

Y entonces, la paz se rompió.

 

—¿Y yo? —dijo Scorpius, bajando la cuchara como si acabara de ser traicionado por la historia misma—. ¿Yo también puedo aprender?

 

Draco lo miró con ternura.

 

—Aún eres muy pequeño, Scorpius. Las pociones requieren precisión y concentración. Cuando seas un poco mayor, empezarás también. Lo prometo.

 

Scorpius frunció el ceño.

Sus ojos color zafiro se aguaron, los labios se encogieron, y su carita se arrugó como la de un bebé fénix a punto de estornudar fuego.

 

—Pero… Izar va a aprender cosas… sin mí… —dijo bajito, apretando su dragón de peluche contra su pecho.

 

Astoria se giró en su silla, alzando una ceja.

 

—Dioses, lo está haciendo otra vez —murmuró—. La técnica del puchero silencioso.

 

Izar miró a su hermanito y sintió un ligero latido de culpa.

 

—Pero papá… ¿y si le das un caldero vacío? Solo para que se sienta parte del proceso.

 

Draco soltó un suspiro resignado.

—Eso… podría considerarse. Si promete no meter un peluche en el caldero esta vez.

 

—¡Prometo! —dijo Scorpius rápidamente, sonriendo, mientras su puchero se derretía como nieve bajo sol de verano.

 

Draco asintió con gracia.

 

—Entonces mañana, Izar, iniciamos a primera hora. Y Scorpius, tú podrás acompañarnos con un caldero vacío.

 

Izar brillaba de emoción.

Scorpius chilló de felicidad.

 

Y Kayla, desde el otro cuarto, alzó la cabeza, sintiendo un escalofrío mágico.

 

—Oh no… ahora jugarán con líquidos peligrosos. Hora de esconderme en la biblioteca. —pensó.

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La sala de pociones en la Mansión Malfoy no era cualquier mazmorra oscura. Era un laboratorio privado, refinado y antiguo, con mesas de roble encantado, estanterías alineadas con frascos brillantes, libros encuadernados en cuero de dragón, y vitrales encantados que dejaban pasar una luz suave y constante, sin importar el clima exterior.

 

Los calderos estaban ordenados por tamaño, tipo de poción y antigüedad. Había uno de plata fina, uno de estaño encantado, y el caldero de enseñanza: un modelo de cobre resistente, pulido con esmero. Draco, por supuesto, trabajaba con uno de platino negro, forjado en Rumania, porque los Malfoy no conocían el concepto de “modesto”.

 

Izar estaba de pie, con una bata negra perfectamente ajustada, el cabello recogido con una cinta, una pluma detrás de la oreja, y los ojos brillando de emoción mientras su padre, Draco Malfoy, preparaba la clase.

 

—Hoy aprenderás una de las pociones más básicas pero importantes —dijo Draco, abriendo un estuche de cristal donde descansaban los ingredientes—: la poción curadora de forúnculos.

 

Izar asintió con solemnidad, como si fuera a firmar un tratado diplomático.

 

—Es utilizada para tratar inflamaciones mágicas, acné agresivo por ingredientes mágicos inestables y, en algunos casos, quemaduras por varitas defectuosas. Es de nivel inicial, pero exige precisión. Un error puede convertirla en un agente corrosivo.

 

Scorpius, sentado en una mesa a unos metros de distancia, tenía un caldero vacío frente a él, una cuchara de madera, y una bata que le arrastraba por los tobillos.

 

—¡Yo también estoy haciendo una poción! —anunció Scorpius con seriedad, removiendo aire con gran teatralidad.

 

—Excelente, pequeño dragón. Practica el movimiento —dijo Draco con una sonrisa indulgente.

 

Izar, centrado en su estación de trabajo, observaba con atención mientras Draco comenzaba:

 

—Paso uno: ingredientes. Aquí tienes púas de erizo lunar, extracto de ortiga, pétalos de diente de león mágico y polvo de cuerno de bicornio. Los mezclarás en este orden exacto.

 

Izar tomó su cuchillo encantado —una hoja fina, precisa, equilibrada— y comenzó a cortar los ingredientes con movimientos impecables, como le había enseñado su maestro de modales.

 

—Excelente técnica de corte —murmuró Draco—. Limpio, uniforme. Nunca pensé decir esto de un niño de siete años, pero estoy ligeramente impresionado.

 

Izar sonrió con disimulo, sin perder la concentración.

 

—Ahora, añade los ingredientes uno por uno en el caldero, y espera que cada uno reaccione antes de añadir el siguiente.

 

Izar lo hizo con delicadeza. El líquido burbujeó ligeramente con cada nuevo ingrediente, tornándose de un color entre esmeralda y ámbar.

 

—Perfecto. Ahora el paso final: revolver tres veces en sentido de las agujas del reloj, y luego dos veces en sentido contrario.

 

Ambos —padre e hijo— se inclinaron sobre el caldero. Draco sostenía el borde, Izar revolvía con pulso firme y mirada fija. Era casi un ritual. El vapor que se elevaba olía a menta y eucalipto, con una nota de carbón dulce.

 

—¡Listo! —dijo Izar con una sonrisa orgullosa al ver la poción tomar el tono verde brillante exacto de un preparado perfecto.

 

—Una poción curadora de forúnculos impecable —dijo Draco, observando con genuina aprobación—. Estoy… realmente orgulloso de ti, Izar.

 

Izar casi se derrite de felicidad…

Hasta que…

 

¡ZUUUUSH!

 

Una cuchara de madera voló por el aire y aterrizó dentro del caldero vacío de Scorpius con un “¡PLONC!”, rebotando contra las paredes metálicas como si acabara de lanzar un hechizo de catapulta sin querer.

 

Izar y Draco giraron la cabeza lentamente, como si el tiempo se hubiera congelado.

 

Scorpius los miró, con la expresión de un niño que acaba de robar un pastel de cumpleaños con las manos llenas de glaseado.

 

—...Ups —dijo Scorpius con una sonrisa torpe, alzando las manitas.

 

Izar lo fulminó con la mirada.

 

Draco cruzó los brazos con una ceja arqueada tan alto que casi tocó su línea de cabello.

 

—¿Qué hemos dicho sobre arrojar cucharas, Scorpius?

 

—Que... no debo hacerlo... si están afiladas… —intentó justificar el pequeño.

 

—Ninguna cuchara debe volar jamás. Ni afilada. Ni encantada. Ni triste. Ni sola. —regaño Izar, frotándose la frente.

 

Draco suspiró, acercándose a revisar el caldero vacío.

 

—Bueno, al menos no hubo ingredientes. Ni fuego. Solo… caos en miniatura.

 

Scorpius puso su mejor cara de cachorro.

 

—Pero sí removí con mucho amor.

Chapter Text

Era una noche tranquila en la Mansión Malfoy. La luz de la luna se filtraba por los vitrales altos como si danzara entre las sombras, y los pasillos resonaban con ese encantador silencio encantado que solo una casa de magia antigua podía conservar. La mayoría dormía. Menos Izar.

 

Vestido con una bata ligera de seda color gris humo, y con una vela flotante iluminándole el camino, Izar caminaba por el corredor de mármol, pensativo como siempre, cuando una pequeña voz interrumpió su recorrido:

 

—¿Izar?

 

Izar giró y vio a Scorpius, de pie con su dragón de peluche bajo el brazo, en pijama y descalzo.

 

—¿Qué haces despierto, pequeño dragón?

 

—No podía dormir… ¿me cuentas un cuento?

 

Izar, que siempre tenía una respuesta inesperada, levantó la barbilla con aire teatral.

 

—¿Un cuento? Por favor. Esta noche… te haré una obra de teatro.

 

Scorpius parpadeó, luego escuchó.

 

—¡Sí! ¿Qué es eso?

 

—Ya verás.

 

 

---

 

Unos minutos después, estaban en el cuarto de Scorpius, sentados sobre una alfombra mágica que levitaba apenas unos centímetros del suelo para mayor comodidad. Kayla, aún enrollada cerca del brasero encantado, observaba con los ojos entrecerrados, aceptando su papel de espectadora silenciosa.

 

Izar, con precisión profesional, organiza los peluches de su hermano sobre el escenario improvisado: un dragón rojo con alas raídas, un hipogrifo con una oreja colgando, una serpiente suave y esponjosa (que Kayla miraba con juicio) y un muñeco de trapo con sombrero torcido.

 

Estaba a punto de empezar cuando la puerta se abrió suavemente.

 

— ¿Qué pasa aquí? —dijo Astoria, envuelta en una bata elegante color lavanda, con una ceja alzada y una sonrisa curiosa.

 

Scorpius giró con entusiasmo.

 

—¡Izarme hará una obra de teatro!

 

Astoria rió suavemente y entró en la habitación.

 

—¿En serio? Entonces me quedaré a verla.

 

Se sentó con gracia junto a Scorpius, mientras Izar alzaba las manos pidiendo silencio. Se aclaró la garganta.

 

—Damas, caballeros y criaturas mágicas: bienvenidos a la primera presentación del Teatro Malfoy Nocturno. Esta noche, les presento… La Verdadera Historia de Sir Hipogrifo, la Serpiente Malentendida y el Dragón Terco.

 

Scorpius aplaudió con emoción aunque todavía no entendía de qué iba.

 

Astoria excitante, cruzando las piernas con elegancia.

 

Izar tomó al hipogrifo, lo hizo caminar por la alfombra mientras hablaba con voz grave:

 

—“Yo soy Sir Hipogrifo, guardián del bosque encantado, sabio y valiente. Nadie puede pasar por aquí sin mi permiso”.

 

Luego cambió al muñeco de trapo.

 

—“¡Oh no, señor Hipogrifo! Una serpiente vive aquí, y todos dicen que es mala porque sisea y no sonríe.”

 

Escorpio puso cara de susto.

 

Izar tomó la serpiente de peluche con delicadeza, y le dio una voz suave:

 

—“No soy mala, solo soy tímida. Además, no tengo cejas, ¡no puedo mostrar emociones faciales!”

 

Astoria soltó una risa ahogada.

 

Izar prosiguió, manipulando al dragón que hablaba con acento arrogante:

 

—“¡Bah! Yo digo que la serpiente debe ser desterrada! Solo por si acaso.”

 

—“¡Eso no es justo!” —gritó el hipogrifo, girando dramáticamente—. “¡Todos merecen una oportunidad!”

 

—“¡Yo también quiero amigos!” —dijo la serpiente con voz temblorosa—. “Puedo contar chistes sobre ranas mágicas si eso ayuda…”

 

-"¡Si!" —exclamó el hipogrifo—. "La amistad no se mide por la forma. Se mide por el corazón".

 

Izar hizo una pausa, miró a su audiencia. Scorpius estaba boquiabierto. Astoria, embelesada.

 

—Y así —dijo Izar con solemnidad—, el hipogrifo, el dragón y la serpiente se convirtió en los mejores amigos. Y fundaron un club: Los Animales Incomprendidos con Talento Dramático.

 

Scorpius aplaudió con fuerza.

 

—¡Bravo! ¡Otra! ¡Otra!

 

Astoria se levantó, aplaudiendo con elegancia y orgullo.

 

—¡Eres brillante, Izar! Y con talento para las artes. Esa historia fue... preciosa.

 

Se acercó, lo abrazó con ternura y le dio un beso en la mejilla.

 

—Ese es mi hijo.

 

Izar, con una sonrisa modesta, se encogió de hombros.

 

—El teatro también es un arte mágico. Las palabras pueden ser tan poderosas como una varita.

 

Scorpius se acurrucó contra él.

 

—Eres el mejor hermano del mundo.

 

-----

Era una tarde tranquila en la Mansión Malfoy.

 

El aire primaveral se colaba por las ventanas abiertas, haciendo ondear suavemente las cortinas de seda pálida. Astoria, vestida con una túnica color lavanda, colocaba flores frescas en un jarrón de cristal tallado. Las flores danzaban bajo un encantamiento de preservación, mientras Izar de 8 años y Scorpius de 6 años jugaban en la alfombra, cada uno con un peluche de dragón: uno rojo con escamas tornasoladas, y otro verde que rugía con un encantamiento suave cada vez que lo lanzaban.

 

—¡Mi dragón escapa fuego de colores! —decía Scorpius entre risas.

 

—Y el mío lanza notas musicales —respondía Izar, moviendo el suyo como si orquestara una batalla sinfónica.

 

Todo era risa. Luz. Calidez.

 

Hasta que el jarrón se cayó.

 

¡CHOCAR!

 

El sonido del cristal rompiéndose hizo que los dos niños se giraran. Astoria se llevó una mano a la boca, tambaleándose ligeramente.

 

—Madre… —dijo Izar, levantándose.

 

Y entonces empezó.

 

El primero tos.

Luego otro.

Y luego otra.

Más fuerte. Más aguda.

 

Hasta que…

 

Salpicaduras escarlatas mancharon la palma de su madre.

 

—¡Madre! —gritó Izar, corriendo a su lado—. ¡Madre, qué pasa!

 

Astoria intentó hablar, pero la tos se lo impidió. Otra arcada. Más sangre. Su cuerpo temblaba.

 

Scorpius dejó caer su peluche.

 

—¿Mamá?

 

—Mierda… —murmuró Izar, con los ojos muy abiertos.

 

Actuó de inmediato. Su entrenamiento, su templo, su lógica, todo saltó como una chispa.

 

—¡Toldy! —gritó al elfo doméstico que siempre estaba cerca.

 

El elfo apareció de inmediato.

 

—¡Avisa a mi padre, ahora! ¡Dile que madre está tosiendo sangre, que es urgente!

 

Toldy desapareció con un ¡POP! sin hacer preguntas.

 

Astoria cayó de rodillas, intentando sonreírles.

 

—Estoy bien… sólo… un poco de… sangre…

 

Pero la sangre seguía emanando de entre sus labios. Izar la sostuvo con delicadeza, arrodillado junto a ella, sintiendo cómo la vida temblaba en sus manos pequeñas.

 

Y entonces, la chimenea rugió.

 

Draco Malfoy emergió de la gripe roja, su varita ya en la mano, los ojos duros y encendidos de urgencia. Cuando vio la escena —Astoria de rodillas, tosiendo sangre, Izar sujetándola, Scorpius paralizado—, su rostro palideció de inmediato.

 

—¡Astoria! —exclamó, corriendo hacia ella.

 

—T-tiene que ser... solo un... hechizo residual —intentó decir ella, entre toses—. Algo con las flores…

 

Draco la sostuvo entre sus brazos, murmurando conjuros diagnósticos que iluminaron su varita con un brillo intermitente. Su rostro se tensó.

 

Izar lo vio. Supo que no era nada bueno.

 

—La llevo a San Mungo. Ahora —dijo Draco con decisión.

 

Izar se levantó, su voz vibrando con fuerza:

 

—¡Iré contigo!

 

Pero Draco negó, con los labios apretados.

 

-No. Quédate con Scorpius. Necesita que alguien lo calme. Le diré a tu abuela que venga de inmediato.

 

—¡Pero yo…!

 

—Izar. —Draco lo miró directamente a los ojos—. Sé fuerte. Por él.

 

Con un último destello verde, Draco y Astoria desaparecieron por la gripe roja, dejando atrás un silencio aplastante.

 

Scorpius, aún inmóvil, tenía lágrimas en los ojos.

 

—Izar? ¿Mami... va a estar bien?

 

Izar tragó saliva.

Su corazón latía con fuerza. Su estómago era un nudo de miedo. Pero tomó el rostro de su hermano con ambas manos, suavemente.

 

—Sí, Escorpio. Mamá va a estar bien.

 

—¿Lo prometes?

 

Izar entusiasmado, como si no tuviera la menor duda, aunque por dentro sentí que estaba al borde del colapso.

 

—Lo prometo. Porque somos Malfoy. Porque ella es fuerte.

Y porque papá está con ella.

 

Scorpius se abrazó a él con fuerza.

 

Izar lo envolvió en sus brazos, acariciando su cabello plateado.

 

—Todo estará bien… todo estará bien… —murmuraba, más para sí mismo que para su hermano.

 

Pero en su interior, el niño prodigio, el genio, el pequeño maestro de pociones…

...estaba completamente aterrado.

 

----

 

La luz de los candelabros flotantes en la sala principal de la Mansión Malfoy ya no parecía tan cálida. El fuego en la chimenea crujía en silencio, como si temiera romper la quietud agónica del momento.

 

Izar, sentado en un sillón de terciopelo verde oscuro, no podía dejar de mirar la gripe roja. Cada chispa que salía del fuego hacía que su corazón diera un pequeño salto.

 

Scorpius, abrazando su dragón de peluche con fuerza, estaba acurrucado contra el brazo del sofá. Sus ojos azul zafiro parpadeaban con cansancio.

 

Y entonces…

¡¡¡SUSH!!!

 

La gripe roja estalló en verde, y de ella emergió una figura alta, erguida, con el cabello rubio peinado a la perfección y los ojos más duros y protectores que Izar había conocido.

 

—Abuela… —susurró Scorpius al verla, corriendo hacia ella.

 

Narcisa Malfoy lo recibió en brazos de inmediato, acariciando su cabello.

 

Izar se acercó, más lento, más consciente.

—¿Sabes algo…? —preguntó con la voz más baja de lo que él mismo esperaba.

 

Narcisa lo miró con ese gesto que solo las madres y abuelas tienen. Orgullo, tristeza, amor… y contención.

 

—Está estable. Podrán verla ahora.

 

San Mungo estaba en silencio a esa hora. Solo algunos pasillos brillaban con luz suave. El sonido de los pasos de Izar, Scorpius y Narcisa sobre el mármol era como un eco lejano en una catedral mágica.

 

Los sanadores los esperaban en la entrada de la Unidad de Cuidados Mágicos Complejos, y los guiaron hasta una habitación aislada, encantada con privacidad absoluta.

 

Izar entró primero.

Y allí estaba ella.

 

Astoria Greengrass Malfoy, vestida con una bata blanca, recostada en la cama. El color de su piel aún estaba pálido, pero sus ojos… esos ojos suaves y llenos de calidez… se iluminaron al verlos.

 

—Mis bebés… —susurró ella, extendiendo los brazos.

 

Scorpius corrió primero, trepando al borde de la cama como un pequeño animalito que buscaba abrigo.

 

—¡Mami! —lloró, abrazándola con todo su pequeño cuerpo.

 

Izar no tardó en seguirlo, sentándose al otro lado de la cama, apoyando su frente contra el hombro de su madre.

 

—Estás bien… —susurró él, como un mantra. Como una súplica.

 

—Estoy aquí, cariño… estoy aquí —respondió Astoria, acariciando su cabello.

 

Pero Izar notó algo.

Un leve temblor en su mano.

Una sombra en su sonrisa.

Y sobre todo... el rostro de su padre. Tenso. Congelado. Como si luchara por no desmoronarse.

 

—Voy por algo de comida —dijo Draco, sin mirarlos mucho, y salió de la habitación. Narcisa lo siguió.

 

Izar esperó unos segundos. Luego se incorporó suavemente.

 

—Voy al baño, mamá —dijo.

 

—Claro, cielo. Pero no tardes —respondió Astoria, aún rodeada por Scorpius.

 

Izar caminó por los pasillos con pasos firmes… hasta que escuchó la voz de su padre.

 

Se detuvo. Se pegó a la pared de piedra, oculto por un tapiz de runas antiguas, y escuchó.

 

— ¿Qué dijeron los sanadores? —preguntó Narcisa, en voz baja.

 

Hubo un largo silencio. Y luego, la voz de Draco, quebrada.

 

—Dos años… como máximo.

 

Narcisa no respondió. El silencio era más profundo que cualquier lamento.

 

—Dicen que es una maldición de sangre —continuó Draco, su voz sonando como si cada palabra le costara respirar—. Algo heredado. Dormido. Invisible. Hasta que despierta… y se alimenta. Su cuerpo se debilitará cada vez más hasta que su corazón ya no pueda más.

 

—¿Y no hay forma de romperla?

 

—No —susurró Draco—. No con magia moderna. Sin rituales. Dicen que fue hecha hace siglos. Que una antepasada de los Greengrass fue maldecida por una criatura antigua, por haber quebrado un pacto de sangre. Y desde entonces… la línea femenina ha llevado esa maldición.

 

—Astoria lo sabía? —preguntó Narcisa, casi con incredulidad.

 

Draco asintió.

—Me lo dijo hace años… pero los sanadores pensaban que quizás no la heredaría. No le había afectado hasta ahora. Ella... nunca dijo nada. No quería preocuparnos.

 

Y entonces la voz de Draco tembló, por primera vez.

 

—Voy a perderla, madre. Y no puedo hacer nada. Nada.

 

Narcisa lo abrazó.

Y Izar… no pudo seguir escuchando.

 

 

Corrió.

 

Corrió por el pasillo.

Corrió más allá de los cuadros encantados, más allá de los susurros.

Entró a un baño solitario y se encerró, apoyando su espalda contra la puerta.

 

Y se dejó caer.

 

Sus pequeñas manos temblaban.

Sus hombros se agitaban con cada sollozo.

Y sus labios murmuraban solo una cosa:

 

—No es justo... no es justo... no es justo...

 

Porque él era un genio. Porque había dominado magia sin varita. Porque sabía hablar pársel. Porque había leído tratados mágicos antiguos. Porque podía hacer flotar cosas con la mente.

Y nada de eso serviría.

 

No podía curar a su madre.

No pude salvarla.

No podía hacer nada.

 

Y por primera vez en mucho, mucho tiempo…

Izar se sintió verdaderamente pequeño.

---

 

El baño encantado de San Mungo estaba silencioso. Las lágrimas de Izar ya no caían, pero el ardor en su garganta seguía como una advertencia. Se miró en el espejo de mármol blanco. Su rostro estaba pálido. Los ojos ligeramente rojos. Pero no podía dejar que se notara.

 

No.

No frente a mamá.

 

Giró la llave del lavabo, y dejó que el agua fría le recorriera los dedos, luego las muñecas, hasta terminar mojándose el rostro por completo. Cerró los ojos. Contó hasta diez. Y cuando se volvió a mirar al espejo…

 

Era el Izar de siempre.

O al menos, uno que podía fingir serlo.

 

Respiró hondo, se acomodó el cabello, se enderezó la túnica y salió.

 

 

---

 

Al volver al cuarto, la escena que encontró lo desarmó por dentro.

Astoria estaba riendo.

 

Su madre, sentada en la cama, con el rostro aún un poco pálido pero iluminado por una sonrisa cálida, reía suavemente mientras Scorpius le hablaba emocionado sobre cómo su peluche de dragón había vencido al de Izar la última vez que jugaron.

 

—¡Y le lanzó un hechizo de baba verde, mamá! ¡Así perdí Izam!

 

—¿En serio? ¡Oh no, pobre Izam —decía ella entre risas—, derrotado por baba mágica!

 

Izar se detuvo en seco en la puerta.

Por un segundo, todo lo que había escuchado —las palabras “dos años”, “maldición”, “sin cura”— desapareció.

 

Su madre reía.

Estaba viva.

Y él tenía que proteger esa sonrisa.

 

Se tragó el nudo en la garganta, avanzó, y se dejó caer suavemente a su lado, rodeándola con un abrazo cálido, fuerte, cargado de emociones que no supo poner en palabras.

 

Astoria lo rodeó con un brazo y le besó el cabello con ternura.

 

—Estuviste llorando, cariño? —preguntó con suavidad, tomando su rostro entre las manos.

 

Los ojos de Izar se humedecieron otra vez, pero esta vez supo controlarlo.

 

—Sí… —dijo con una sonrisa torpe—. Ya sabes… tenía que sacarme el susto que me diste, mamá. Fue…muy fuerte.

 

Astoria lo miró con ojos suaves, esos ojos llenos de dulzura que todo lo comprendían sin necesidad de magia.

Le dio un beso en la mejilla y apoyó su frente contra la de él.

 

—Eres muy valiente. Gracias por cuidar de tu hermano.

 

—Siempre lo haré —dijo Izar con voz segura.

 

Y lo decía en serio.

 

 

---

 

En ese momento, la puerta se abrió.

 

Draco entró cargando una bandeja flotante llena de comida. A su lado, Narcisa, como una reina que nunca había bajado su corona.

 

—Él trajo sopa, sartén, jugo, frutas. El elfo de cocina intentó colar pasteles, pero lo amenacé con vacaciones forzadas —dijo Draco con su humor seco.

 

Astoria rio suavemente.

 

—Gracias, amor.

 

Draco dejó la comida en la mesa de noche, y al ver a Izar notó algo.

 

—Izar...? ¿Estuviste llorando?

 

Izar levantó la mirada, tranquilo. Su expresión serena, sin rastros del colapso anterior.

 

—Sí, ya lo sabes. Por el susto —respondió, con la misma naturalidad con la que uno pide té.

 

Draco lo miró un segundo más… luego caminando.

 

—Bueno. Los sustos pasan. Pero las sopas mágicas… curan más de lo que uno cree.

 

Scorpius, ajeno a la tormenta emocional que había en la sala, exclamó con alegría:

 

—¡Yo quiero sopa con magia! ¿Hace que escupas fuego?

 

Todos rieron.

Y por un momento, todo volvió a parecer normal.

---

La biblioteca de la Mansión Malfoy era un santuario de conocimiento ancestral. Altos estantes de roble oscuro llegaban hasta el techo encantado, donde un cielo estrellado se proyectaba en permanente noche mágica. Los tomos estaban organizados por idioma, era, contenido y nivel de acceso. Algunos libros susurraban cuando se abrían. Otros lloraban. Algunos mordían si no se tenía el permiso correcto.

 

Y allí, entre ese océano de sabiduría, en un rincón donde la luz de los candelabros flotantes apenas tocaba el suelo, estaba Izar. Descalzo, con la túnica arrugada, los ojos rojos e inyectados, el cabello enmarañado por la frustración.

 

A su alrededor, había al menos veinte libros abiertos, todos apilados sin orden, con marcas de dedos, hechizos de traducción, glifos flotando, páginas arrancadas por la desesperación de alguien que buscaba... una maldita respuesta.

 

—No puede ser… —murmuraba Izar, hojeando otro tomo, esta vez uno en latín antiguo—. No puede ser que todos digan lo mismo...

 

Su dedo señalaba una frase que ya había leído al menos cinco veces, en cinco idiomas distintos:

 

> “Las maldiciones de linaje sellado por sangre no pueden ser rotas por medios tradicionales. El castigo solo puede extinguirse con la extinción de la línea.”

 

 

 

Izar lo miró con los ojos fijos. Como si su rabia pudiera hacerlo desaparecer. Pero no desaparecía.

Ninguna página de ofrecía cura. Ninguna palabra ofrecía esperanza.

 

Se levantó bruscamente. Empujó un libro al suelo. Luego otro. Otro más. Hasta que todos cayeron como una torre desplomada.

 

Kayla, desde su sitio sobre un cojín mullido, lo observaba con sus ojos dorados, brillando con una mezcla de tristeza y advertencia.

 

—Maestro… —susurró la serpiente—. Tienes que parar. Ya has leído todo lo que hay aquí.

 

Izar jadeaba. Se había hincado en el suelo, sobre los libros, con el rostro contra las manos.

 

—No… no, no, no… —murmuraba, como si el negarlo bastara—. Tiene que haber algo. ¡Tienes que haber algo!

 

Se giró bruscamente hacia una de las estanterías selladas, donde se guardaban los libros peligrosos, protegidos por un encantamiento antiguo de la familia Black. Se levantó, corrió hacia ella y extendió la mano.

 

—¡Ábrete! ¡Soy un Malfoy! ¡Tengo derecho!

 

El hechizo protector respondió con un golpe de energía que lo lanzó hacia atrás. Izar cayó sobre una alfombra mágica, que inmediatamente lo envolvió como para evitar que se hiciera daño.

 

-¡NO! —gritó, golpeando el suelo con los puños—. ¡Maldición! ¡MALDICIÓN!

 

Kayla se deslizó lentamente hacia él, sus escamas reluciendo como hielo bajo la luna.

 

—Eres un genio, Izar. Si. Pero aún eres un niño.

 

—¡No quiero ser un niño! —gritó Izar, con la voz rota—. ¡Quiero ser alguien que pueda salvarla! ¡No quiero verla morir…!

 

La alfombra lo soltó lentamente, dejándolo caer de rodillas.

 

—No es justo, Kayla —dijo en un susurro—. No es justo que yo pueda hacer flotar cosas, hablar en pársel, controlar luz, leer tres idiomas, y… y… y no pueda salvar a mi madre.

 

Lágrimas silenciosas empezaron a recorrerle las mejillas, cayendo sobre el lomo abierto de un libro sobre maldiciones egipcias.

 

—¿De qué sirve todo esto… si ella igual se va a morir?

 

Kayla se enroscó junto a él, apoyando su cabeza suavemente sobre su pierna.

 

—Maestro a veces no puedes controlar el destino.

 

El reloj encantado marcaba las 9:30 am, y como cada semana, Madam Aria, vestida con su túnica de seda azul noche y su broche de plata con forma de fénix, esperaba sentada frente a su pupilo prodigioso.

 

El salón donde impartía clases dentro de la Mansión Malfoy era elegante, sobrio y lleno de símbolos mágicos discretos. En la chimenea encantada crepitaban llamas azules. Encima de una mesa flotaban tres libros de historia mágica y un pequeño tablero con runas antiguas. Todo estaba dispuesto para otra clase sobre encantamientos, percepción mágica y pensamiento lógico.

 

Pero Izar no estaba concentrado.

 

Había pasado un mes desde que su madre enfermó. Desde que escuchó el veredicto cruel escondido tras una puerta.

 

“Dos años… máximo.”

Desde entonces, no había dormido del todo bien. Sus ojos eran un poco más opacos, su sonrisa más cuidada. Kayla, su leal compañera, lo notaba. Señora Aria también.

 

—Izar —dijo ella con suavidad—, ¿estás listo para repasar el encantamiento de dispersión elemental?

 

Izar ascendió, pero se quedó en silencio, los ojos fijos en su varita.

Luego levantó la mirada, tragó saliva… y lo dijo.

 

—Profesora… Madam Aria… —empezó, con una voz más baja de lo habitual—, ¿usted ha estudiado alguna vez las maldiciones de sangre?

 

La mujer lo miró fijamente. No respondió al instante.

 

—¿A qué te refieres exactamente, Izar?

 

—Mal… maldiciones que se heredan —dijo, tratando de sonar neutral—. Que se despiertan en una persona por culpa de un linaje. Cosas oscuras que matan poco a poco… —su voz se quebró levemente—. ¿Se pueden curar?

 

El salón se volvió más frío, o tal vez solo lo sintió él.

Madam Aria cruzó las manos lentamente y bajó la mirada hacia su pupilo.

 

—¿Alguien que conoces…? —preguntó.

 

Izar no respondió. Solo bajó la cabeza.

Silencio. Y un hilo de magia temblando en el aire.

 

Madame Aria suspir. No con impaciencia. Sino con pesar.

 

—No, Izar —dijo finalmente—. Las maldiciones de sangre no tienen cura conocida. No una que los humanos hayan logrado descubrir. Lo han intentado por siglos. Incluso alquimistas, nigromantes y sanadores de renombre. Pero las verdaderas maldiciones de linaje… son como raíces. No mueren a menos que muera el árbol.

 

Izar se quedó completamente tranquilo.

 

—...Ya lo sospechaba —susurró.

 

Y volvió a mirar su varita, como si esta fuera ahora un trozo de madera inútil.

 

Señora Aria, con su elegancia natural, se acercó despacio. No invadió su espacio, no lo tocó. Solo habló con esa firmeza suave que usaba para cosas realmente importantes.

 

—Tú eres brillante, Izar. Pero aún eres un niño. Y no debes cargar solo con preguntas tan pesadas. Lo que sientes, lo que vives… no tiene por qué enfrentarse sin ayuda.

 

Izar se obligó a sonreír. Una sonrisa perfecta.

Falsa.

Pulida como las que usan los adultos.

 

—Gracias, profesora. Solo… tenía curiosidad.

 

—Sí. —La bruja lo miró a los ojos, sabiendo que no era cierto. Pero no lo presionó.

 

Se alejó y retomó la clase.

 

Izar abrió su cuaderno. Fingió atención.

Pero en su interior, algo crujía.

Una grieta más se había formado.

Y sin embargo…

 

No lloró.

Porque llorar era perder el tiempo.

Y él…

Ya había decidido encontrar lo imposible.

 

----

El libro entre las manos de Izar seguía abierto… pero no había leído una sola palabra.

 

La página que tenía delante hablaba de maldiciones de transferencia, de rituales antiguos en las Montañas Grises, de sangre y herencia y muerte. Pero su mente… su mente estaba atrapada en una espiral silenciosa.

 

¿Qué haces cuando ya te dijeron que no hay solución?

¿Dejas de buscar?

¿O gritas hasta quedarte sin voz, aunque nadie escuche?

 

Izar solo miró el papel, sin parpadear.

 

Entonces, la puerta de la biblioteca se abrió con suavidad. Y una figura familiar, con gracia elegante y ojos suaves, entró.

 

—Cariño —dijo Astoria con voz suave, con esa sonrisa que iluminaba hasta los pasillos más oscuros—. ¿Quieres venir conmigo a un picnic afuera? Hace un día agradable.

 

Izar parpadeó, saliendo de su trance.

 

—¿Un picnic?

 

—Solo tú y yo —añadió ella, guiñándole un ojo.

 

Izar cerró el libro sin pensarlo. Su corazón lo necesitaba.

Y siguió a su madre.

 

 

---

 

El cielo estaba despejado.

Las nubes flotaban como copos de algodón perezosos.

El césped de los jardines Malfoy se mecían suavemente, y algunos pavos reales albinos se paseaban por los bordes del jardín, como centinelas extravagantes.

 

Astoria había elegido un árbol alto y hermoso, con ramas que caían como cortinas de hojas verdes. Extendió un mantel encantado y sacó una cesta donde había fruta cortada, pastelillos de limón y té humeante con canela.

 

Ambos se sentaron, Izar con las piernas cruzadas, Astoria con la espalda apoyada contra el tronco. Había una serenidad en ella, una calma que parecía envolver todo.

 

Izar tomaba pequeños bocados, mirando el horizonte. Pero sintió que su madre lo observaba, más allá de su sonrisa, más allá de su perfecta compostura.

 

Y entonces, Astoria habló.

 

—Ya sé que lo sabes —dijo de pronto, con una voz suave, pero firme.

 

Izar se congeló.

 

—Sobre qué? —preguntó, finciendo inocencia.

 

Astoria lo miró con una ceja alzada, la misma expresión que usaba cuando él intentaba esconder dulces bajo el cojín de la sala.

 

—Sobre mi maldición.

 

Izar bajó la mirada.

 

—Lo escuché... cuando papá hablaba con la abuela Narcisa.

 

Astoria sospechó con resignación y algo de ternura.

 

— ¿Qué te dije sobre espiar conversaciones ajenas?

 

Izar hizo un puchero perfectamente ensayado.

 

—Que no debo hacerlo…

 

—Exactamente —dijo ella con una pequeña risa.

 

El silencio volvió por un momento. Solo el canto lejano de los pájaros, y un par de pavos albinos peleándose con su reflejo en el lago.

 

—Tú no estás… afectado —dijo Izar de pronto, su voz apenas un susurro.

 

Astoria irritante. Una sonrisa melancólica, pero serena.

 

—¿Cómo lo diría, Izar?

 

Lo miró con tanta ternura que su corazón se encogió.

 

—Tuve una buena familia. Al principio no fue fácil… la guerra dejó cicatrices. Y la vida no siempre fue amable. Pero después viví los mejores años de mi vida.

Los viví con ustedes dos. Contigo. Con Escorpio.

Con tu padre, aunque nuestro vínculo no fuera de los cuentos de hadas.

Viví con amor, cariño, respeto… magia.

No podría pedir una vida mejor.

 

Izar no lo soportó más.

 

Se abalanzó sobre ella con un abrazo desesperado, hundiendo el rostro en su túnica, aferrándose como si el sol pudiera arrancarsela de los brazos.

 

-Mamá…! —sollozó, con la voz rota—. No te quiero perder...

 

Astoria lo mantuvo fuerte. Sus dedos se enredaron en sus rizos plateados, acariciando como cuando era un bebé.

 

—Shhh… no pasa nada, amor. Estoy aquí.

No llores… todo estará bien.

 

—¡Pero no lo estás! ¡Yo lo sé! ¡No puedo curarte y... y no puedo hacer nada!

 

—Estás haciendo más de lo que imaginas —susurró ella—. Yo amas. Me das momentos como este. Me haces reír. Me haces sentir viva.

 

Izar no respondió. Solo lloró en silencio, aferrado a ella, mientras las hojas del árbol se mecían sobre sus cabezas.

 

Astoria le besó la frente. Luego le levantó el rostro con cuidado y le disgustó.

 

—Tú eres mi milagro, Izar. Pase lo que pase... te llevaré en mi corazón.

Y mientras estés aquí, yo no desapareceré del todo.

 

Izar cerró los ojos, tragando el dolor como si fuera fuego líquido.

 

Los meses pasaban como hojas que se arrancan sin querer de un libro muy querido.

 

El invierno había dado paso a una primavera suave, pero en el interior de la Mansión Malfoy, todo parecía ir en dirección contraria. Las flores crecían, sí. El sol brillaba, sí. Pero Astoria Greengrass Malfoy se apagaba lentamente, como una vela que ha dado su última danza de luz.

 

Cada día era una prueba.

 

Su andar se volvió más lento.

Sus pasos ya no sonaban con firmeza por los pasillos.

Su cabello, antes brillante como el oro viejo, ahora colgaba con una opacidad que ni las mejores pociones restauraban del todo.

 

Draco, infalible, firme, inquebrantable… le administraba pociones cada mañana y cada noche, con la precisión de un maestro de pociones y la desesperación silenciosa de un esposo que ya no sabía a qué santo rezarle.

 

Escorpio no sabía nada.

No lo notaba.

Era aún tan pequeño, y el mundo para él seguía girando entre peluches, pasteles de chocolate y cuentos contados por su madre con voz melodiosa.

 

Izar lo sabía todo.

Y eso dolía más.

 

 

---

 

Una tarde, mientras los rayos del sol morían contra los vitrales encantados, Izar estaba en la sala principal. Sentado en un sillón de terciopelo azul, con los pies colgando, sin moverse, mirando fijamente una pared de piedra lisa.

 

No había cuadros. No había magia oculta. Solo piedra.

 

Y sin embargo, para Izar, esa pared cargaba todo el peso del mundo.

 

Entonces escuchó una voz detrás de él.

Serena. Tumba. Exhausta. Con un tono de humor forzado.

 

—Esa pared debe ser muy interesante si la ves tanto.

 

Izar no se giró. Solo respondió en el mismo tono plano:

 

—Sí, lo es.

 

Draco se acercó y se sentó junto a él. No lo obligó a mirarlo. No lo interrogó. Solo se quedó ahí.

 

Minutos después, fue Izar quien rompió el silencio:

 

—¿Se lo dirás a Escorpio?

 

Hubo una pausa.

Larga.

Dolorosa.

 

—Sí —dijo Draco finalmente, y su voz se quebró apenas—. Pero... aún no. Aún no puedo. Aún no sé cómo.

 

Izar bajó la mirada.

 

—Lo siento —dijo—. Por... escuchar tu conversación con la abuela. No fue justo.

 

Draco sospechó, se pasó una mano por el rostro. Luego le revolvió el cabello con una suavidad inusual en él.

 

—Está bien —respondió—. A veces… olvido lo escurridizo que eres.

 

Izar entusiasmado. Levamente. Dolorosamente. Pero irritante.

 

Ese fue su pequeño milagro del día.

 

 

---

 

Allí se quedaron los dos, sin hablar más, porque no había nada que decir que pudiera cambiar el destino. Pero al menos, en ese silencio, se entendieron.

 

No como padre e hijo.

Sino como dos corazones rotos…

sosteniéndose en la tormenta.

 

---

El atardecer filtraba su luz dorada por las ventanas del salón principal, tiñendo las paredes y los muebles antiguos de un resplandor cálido, suave, casi nostálgico.

 

Astoria estaba sentada en el gran sillón de terciopelo color esmeralda, envuelta en una manta ligera. Sus ojos estaban fijos en su hijo menor, Scorpius, que dormía en su regazo con los labios entreabiertos, abrazado a su peluche de dragón. Su respiración era tranquila, inocente, ajena a la sombra que ya se cernía lentamente sobre el mundo de su madre.

 

Una suave tos escapó de los labios de Astoria, leve, pero cada vez más constante. Se llevó el dorso de la mano a la boca, como si quisiera negar el síntoma. Como si taparlo con delicadeza hiciera que desapareciera.

 

Izar entró en ese momento, con suaves pasos, cargando una bandeja con una taza humeante de té de hierbas calmantes. La colocación sobre la mesita con delicadeza, como si todo en la habitación pudiera romperse con un movimiento en falso.

 

—Gracias, amor —murmuró Astoria, tomando la taza entre las manos con gratitud.

 

Bebio un sorbo. Sus labios se curvaron en una sonrisa débil pero auténtica.

 

—A veces solo una taza de té me recuerda que aún soy yo —dijo, cerrando los ojos un momento.

 

Izar se sentó a su lado, observando a Scorpius dormir. No dijo nada.

 

El silencio que compartían era uno lleno de significado. Un espacio donde el amor flotaba sin necesidad de palabras.

 

Entonces, Astoria rompió la calma. Su voz era suave, y sin embargo, se sentía como un lazo de destino.

 

—Izar... ¿me puedes prometer algo?

 

Izar giró el rostro hacia ella. Su expresión era serena, pero en sus ojos se notaba el peso de quien ya temía las palabras que venían.

 

—Dime, mamá.

 

Astoria alzó la vista hacia el techo por un momento, como si buscara en las grietas de la madera tallada la valentía para decir lo que sentía.

 

—Cuando me vaya… —comenzó, sin dramatismo, sin lágrimas, como si ya lo hubiera aceptado en lo más hondo de su ser— …me gustaría que vivieras una vida plena.

Llena de risas… de locuras. De momentos sin sentido, de arte, de pasión, de libertad.

 

Izar tragó saliva. Sus labios apenas temblaron.

 

Astoria lo miró con un amor tan inmenso que parecía llenar la sala entera.

 

—A nosotros, los sangre pura de mi época, no se nos permitió eso. Crecimos entre reglas, expectativas, tradiciones que nos ahogaban.

Y tú, Izar... tú eres especial.

Y no por tu magia, ni por tus logros, ni por tu apellido.

Eres especial porque dentro de ti hay una luz que puede cambiar cosas.

Me gustaría que vivieras sin miedo. Sin cadenas.

Con tu libre expresión.

 

Izar bajó la cabeza. Las lágrimas le nublaban la vista, pero no dejaron caer ni una.

 

—Lo haré, mamá… —dijo con voz firme, aunque apenas un susurro—.

Lo prometo.

 

Astoria acarició su mejilla con una ternura que sólo las madres conocen.

 

—Entonces todo habrá valido la pena.

 

Y en el regazo de una madre que se apagaba poco a poco, dos hijos dormían y prometían: uno con los ojos cerrados en sueños… y el otro con el corazón abierto a un futuro incierto.

 

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El atardecer filtraba su luz dorada por las ventanas del salón principal, tiñendo las paredes y los muebles antiguos de un resplandor cálido, suave, casi nostálgico.

 

Astoria estaba sentada en el gran sillón de terciopelo color esmeralda, envuelta en una manta ligera. Sus ojos estaban fijos en su hijo menor, Scorpius, que dormía en su regazo con los labios entreabiertos, abrazado a su peluche de dragón. Su respiración era tranquila, inocente, ajena a la sombra que ya se cernía lentamente sobre el mundo de su madre.

 

Una suave tos escapó de los labios de Astoria, leve, pero cada vez más constante. Se llevó el dorso de la mano a la boca, como si quisiera negar el síntoma. Como si taparlo con delicadeza hiciera que desapareciera.

 

Izar entró en ese momento, con suaves pasos, cargando una bandeja con una taza humeante de té de hierbas calmantes. La colocación sobre la mesita con delicadeza, como si todo en la habitación pudiera romperse con un movimiento en falso.

 

—Gracias, amor —murmuró Astoria, tomando la taza entre las manos con gratitud.

 

Bebio un sorbo. Sus labios se curvaron en una sonrisa débil pero auténtica.

 

—A veces solo una taza de té me recuerda que aún soy yo —dijo, cerrando los ojos un momento.

 

Izar se sentó a su lado, observando a Scorpius dormir. No dijo nada.

 

El silencio que compartían era uno lleno de significado. Un espacio donde el amor flotaba sin necesidad de palabras.

 

Entonces, Astoria rompió la calma. Su voz era suave, y sin embargo, se sentía como un lazo de destino.

 

—Izar... ¿me puedes prometer algo?

 

Izar giró el rostro hacia ella. Su expresión era serena, pero en sus ojos se notaba el peso de quien ya temía las palabras que venían.

 

—Dime, mamá.

 

Astoria alzó la vista hacia el techo por un momento, como si buscara en las grietas de la madera tallada la valentía para decir lo que sentía.

 

—Cuando me vaya… —comenzó, sin dramatismo, sin lágrimas, como si ya lo hubiera aceptado en lo más hondo de su ser— …me gustaría que vivieras una vida plena.

Llena de risas… de locuras. De momentos sin sentido, de arte, de pasión, de libertad.

 

Izar tragó saliva. Sus labios apenas temblaron.

 

Astoria lo miró con un amor tan inmenso que parecía llenar la sala entera.

 

—A nosotros, los sangre pura de mi época, no se nos permitió eso. Crecimos entre reglas, expectativas, tradiciones que nos ahogaban.

Y tú, Izar... tú eres especial.

Y no por tu magia, ni por tus logros, ni por tu apellido.

Eres especial porque dentro de ti hay una luz que puede cambiar cosas.

Me gustaría que vivieras sin miedo. Sin cadenas.

Con tu libre expresión.

 

Izar bajó la cabeza. Las lágrimas le nublaban la vista, pero no dejaron caer ni una.

 

—Lo haré, mamá… —dijo con voz firme, aunque apenas un susurro—.

Lo prometo.

 

Astoria acarició su mejilla con una ternura que sólo las madres conocen.

 

—Entonces todo habrá valido la pena.

 

Y en el regazo de una madre que se apagaba poco a poco, dos hijos dormían y prometían: uno con los ojos cerrados en sueños… y el otro con el corazón abierto a un futuro incierto.

 

---

La Mansión Malfoy estaba en completo silencio esa tarde.

Las flores del jardín languidecían bajo una brisa suave y gris, y las ventanas parecían más empañadas de lo normal. Todo el aire tenía un aroma distinto…

Un presagio llamado.

 

Astoria ya no bajaba las escaleras.

No desde hacía semanas.

 

Su cuerpo estaba demasiado frágil.

Sus manos demasiado finas.

Sus palabras más suaves, como si cada una costara energía.

Pasaba sus días en una cama encantada, rodeada de cojines mullidos, ventanas abiertas y la luz del atardecer que tanto amaba.

Los elfos domésticos la atendían con devoción silenciosa.

 

Y sin embargo, en medio de ese lento desvanecimiento, seguía sonriendo para sus hijos.

 

Scorpius, con siete años, aún no comprendedía del todo.

Solo sabía que mamá ya no podía jugar, ya no contaba cuentos como antes, ya no bajaba a desayunar con ellos.

Y lo que más le dolía…

es que ella tampoco podía cargarlo.

 

Ese día, Izar lo notó.

Su hermano menor miraba hacia la escalera como si esperara ver a su madre bajando, envuelta en una túnica azul y con esa voz que cantaba por las mañanas.

 

Pero nada.

Solo silencio.

 

 

---

 

Esa misma tarde, Izar notó cómo Draco llamó suavemente a Scorpius y lo condujo a su oficina personal. Una habitación que, normalmente, se mantenía cerrada para todo el mundo.

 

Izar, con el instinto sigiloso que siempre había tenido, los siguió.

Pisadas suaves. Respiración controlada.

Hasta quedar fuera de la puerta entreabierta, donde se escondió entre las sombras.

 

Dentro, vio a su padre sentado en el sillón frente a la chimenea.

Scorpius se subió a una butaca más pequeña, con las piernas colgando, mirando con los ojos abiertos de confusión.

 

Y Draco hablaba con voz suave, pausada, como si cada palabra fuera una nota frágil de cristal.

 

—Scorpius… hijo… —comenzó—. Quiero hablar contigo sobre mamá.

 

— ¿Está enferma? —preguntó Scorpius en voz baja—. ¿Por eso no baja?

 

Draco asintió lentamente.

 

-Si. Muy enferma. Y… ha estado así desde hace tiempo, aunque tratamos de que no lo notaras.

 

Scorpius bajó la mirada, frotándose las manos.

 

—¿Va a mejorar?

 

Draco hizo una pausa.

 

—No… No va a mejorar.

 

Scorpius se quedó en silencio. Sus labios temblaron un poco.

 

—¿Entonces… va a morir?

 

Izar, escondido tras la puerta, contuvo el aliento. Su pecho se encogió.

 

Draco parpadeó varias veces. Pero su voz no vaciló cuando respondió.

 

-Si. Pero… cuando eso pase, quiero que sepas algo muy importante. Mamá va a un lugar mejor.

Uno donde no habrá dolor, ni frío, ni oscuridad.

Solo luz, paz… y descanso.

 

Escorpio parpadeó.

 

—¿Como un viaje?

 

—Sí… un viaje muy largo —susurró Draco—. Pero siempre estará contigo, ¿sí? En tu corazón. En tus recuerdos. En tu risa.

 

Escorpio tragó saliva.

 

—¿Y si la extraña?

 

Draco se arrodilló frente a él, tomándole las manos.

 

—Entonces mírame a mí. Miranos. Izar, yo… todos estaremos aquí. Y ella también… aunque no la veas.

 

Scorpius no respondió. Se lanzó a los brazos de su padre, rompiendo en un llanto suave, de niño que aún no entiende del todo, pero empieza a sentir que algo muy valioso le será arrebatado.

 

Izar, afuera, lloraba en silencio.

 

Una lágrima bajaba por su mejilla, callada, rebelde, ardiente.

La voz de su padre la siguió, en susurros.

El crujir del fuego llenó el resto del silencio.

Y en el rincón oscuro, un hermano mayor juraba proteger no solo a su madre en sus últimos días…

sino también el alma de su hermano.

----

 

 

 

La habitación de Astoria Malfoy ya no tenía la elegancia fría de antaño.

Ahora era un espacio íntimo, lleno de almohadas mullidas, flores frescas, tapices suaves y pequeñas luces flotantes encantadas que creaban la ilusión de estrellas en el techo.

Sobre la mesita de noche descansaban frascos de pociones, pañuelos perfumados y un libro abierto por la mitad.

El aire olía a lavanda, menta… y despedidas calladas.

 

Aquella tarde, Izar de nueve años se acercó al cuarto con un brillo extraño en los ojos. No de tristeza, sino de propósito.

Llevaba una pequeña caja flotando con magia suave, que contenía peluches cuidadosamente seleccionados, un par de muñecos de trapo, y una capa hecha con tela encantada que había pedido a los elfos.

 

— ¿Todo está listo, maestro? —preguntó Kayla, enrollada alrededor de su cuello.

 

—Perfectamente. Esta vez, la audiencia es la más importante de mi vida —respondió Izar, ajustando su capa.

 

Empujó suavemente la puerta del cuarto.

 

Astoria estaba recostada, con la cabeza en alto gracias a unos cojines encantados. Su piel estaba pálida, sus manos más delgadas… pero sus ojos seguían brillando como los de una estrella.

A su lado, Scorpius dibujaba con lápices mágicos que cambiaban de color.

 

Al ver entrar a Izar, ambos lo miraron curiosos.

 

—¿Qué tramas ahora, Izar Malfoy? —preguntó Astoria con una sonrisa cansada pero cálida.

 

—Una sorpresa —dijo él con una reverencia exagerada—. Damas y caballeros, esta noche tendrán el honor de presenciar una función única: “La leyenda del Héroe y la Hechicera del Bosque”, interpretada por el talentoso elenco de peluches, y escrita, dirigida y protagonizada por su humilde servidor.

 

Astoria rió, llevando una mano a la boca por la tos, pero sus ojos brillaban de alegría.

 

—¿Puedo ayudar? —preguntó Scorpius emocionado.

 

—Claro. Tú serás el narrador.

 

Los elfos domésticos se habían encargado de preparar el rincón frente a la cama como un pequeño escenario: un tapiz azul hacía de fondo, luces de hadas flotaban por los bordes, y los peluches estaban dispuestos tras una caja decorada como telón encantado.

 

Izar alzó la varita, y una melodía suave comenzó a flotar por la habitación.

 

—Muy bien, narrador, comienza cuando quieras.

 

Scorpius, con la voz más seria que pudo reunirse, empezó:

 

—Érase una vez, en un bosque mágico, una hechicera hermosa y buena que cuidaba a todos los animales y plantas…

Un día, el bosque se oscureció por una sombra. Y entonces, apareció un héroe con cabello rizado y ojos brillantes, que venía a traer la luz…

 

Y así comenzó la obra.

 

Izar manejaba a los muñecos con movimientos fluidos, llenos de encanto, cambiando voces, haciendo gestos cómicos, creando efectos mágicos con su varita para luces, sonidos y hasta minúsculas explosiones de purpurina.

 

Astoria reía con cada escena, con la risa suave que hace que una madre olvide el dolor.

Scorpius estaba entregado, haciendo las voces de los animales mágicos que agradecían al héroe.

Kayla incluso tuvo un papel como “la serpiente sabia del lago encantada”, pronunciando sus líneas en pársel que Izar traducía entre carcajadas.

 

Y al final, el héroe y la hechicera se sentaron en una colina imaginaria a ver las estrellas, y el héroe le dijo:

 

—No importa cuánto dure tu magia en este mundo… porque cada flor que cuidaste, cada criatura que protegiste, cada risa que provocaste… seguirá viva. Porque tú sigues en nosotros.

 

Izar dijo esas palabras mirando a su madre.

Su voz tembló. Pero no se quebró.

 

Astoria cubrió su boca con ambas manos. Las lágrimas rodaron silenciosas.

Scorpius también calló, mirando a Izar con ojos grandes.

 

Al terminar, Izar hizo una reverencia, y el público—formado por una madre enferma y un hermano inocente—aplaudió como si fuera la gran apertura en el Teatro Real de Magia.

 

Astoria lo llamó con la mano. Izar fue y se dejó abrazar.

 

—Ha sido la obra más hermosa que he visto en toda mi vida —susurró ella con voz entrecortada—. Y tú, mi niño, eres el regalo más mágico que me pudo dar el mundo.

 

Scorpius se acurrucó a su lado.

 

Esa noche, no hubo dolor.

Ni magia oscura.

Sin enfermedad.

 

Solo un escenario improvisado, una historia hecha de amor, y el recuerdo imborrable de una madre que reía como si la eternidad le perteneciera.

Chapter Text

Era una noche tranquila.

Una de esas que parecen hechas a propósito para recordarse toda la vida.

 

En el cuarto de Astoria Malfoy, el aire estaba perfumado con lavanda y vainilla, y el cielo se veía a través de las grandes ventanas con sus lunas encantadas, que mostraban una versión más amable del mundo nocturno.

Pequeñas luces flotaban por el techo, brillando suavemente como luciérnagas encantadas.

Todo estaba en calma… todo excepto una batalla feroz de cartas mágicas en medio de la cama.

 

La escena parecía una fotografía hechizada:

Astoria, sentada contra la cabecera con almohadas apoyando su espalda delgada, tenía una expresión de viva travesura.

En sus manos temblorosas, sostenía un abanico de cartas brillantes, y una sonrisa ladina decoraba sus labios.

 

Draco estaba sentado a su lado, con su túnica suelta y las mangas remangadas, sosteniendo sus cartas con fingida seriedad.

 

Izar de 10 años , cruzado de piernas a los pies de la cama, lanzaba dulces mágicos como fichas de apuesta, con los ojos brillando de emoción.

Y Scorpius, que apenas contenía los bostezos, jugaba con concentración… y una fuerte sospecha en la voz.

 

—¡Papá está haciendo trampa! —proclamó, señalando a Draco con un dedo dramático.

 

Draco levantó ambas cejas, fingiendo escándalo.

 

—¿¡Yo!? ¿Cómo te atreves a insultar la integridad de un maestro de pociones?

 

—¡Lo sé! ¡Moviste las cartas con magia! ¡Tus mangas se inflaron! —insistió Scorpius, frunciendo el ceño.

 

Astoria soltó una risa suave, esa que había empezado a oírse menos, pero que aún podía iluminar toda una habitación.

 

—¿Sabes, Scorpius? Tu padre sí tiene cara de tramposo —bromeó ella, con voz dulce.

 

—¡Astoria! ¡No me eches al dragón! —protestó Draco, con una risa grave.

 

Izar solo se reía, encantado, mirando a su madre con ternura, memorizando cada sonrisa, cada expresión divertida, cada cruce de miradas entre sus padres.

Cada segundo como si fuera oro puro.

 

—Bien, bien —dijo Draco después de otro par de rondas—. Hora de pagar, pequeño acusador.

 

—¡Nooo! —Scorpius agarró su último dulce envuelto con fuerza—. ¡Este no! ¡Es mi favorito!

 

—Reglas son reglas, hijo —dijo Draco, extendiendo la mano.

 

—Esto es abuso de poder —murmuró Scorpius, pero se lo dio. A regañadientes.

 

Astoria apenas podía sostener las cartas ya, pero su sonrisa seguía viva.

—Eso les pasa por subestimar a una dama moribunda —bromeó suavemente, mirando sus propias cartas—. ¿Ven? Todavía sé cómo ganar.

 

Todos rieron. Y en ese instante, el tiempo parecía haberse detenido.

 

 

---

 

Cuando la última partida terminó, Scorpius se estiró con un bostezo enorme.

 

—Parece que alguien se queda sin dulces y sin energía —comentó Izar, revolviéndole el cabello.

 

Draco se levantó, y con cuidado, tomó a Scorpius entre sus brazos.

El niño apenas protestó mientras apoyaba la cabeza en el hombro de su padre, los ojos ya medio cerrados.

 

—Ya vuelvo —murmuró Draco, antes de desaparecer por la puerta con su hijo menor.

 

Izar guardó silencio por unos segundos.

Luego se acomodó más cerca de su madre.

Ella lo observaba, ya sin cartas en la mano, los dedos delgados descansando sobre la manta.

 

—¿Tú no tienes sueño, amor? —preguntó ella, acariciándole el cabello.

 

—Un poco —admitió Izar—. Pero quiero dormir aquí. Contigo.

 

Astoria asintió. Le costó moverse, pero se ladeó un poco y abrió un brazo, invitándolo.

 

Izar se recostó a su lado, con el rostro sobre su hombro, como lo hacía cuando era pequeño y se asustaba de las tormentas.

Ella lo rodeó con el brazo, apoyando la mejilla sobre sus rizos.

 

—Gracias por esta noche —dijo él en voz baja—. Por jugar, por reír.

Quiero recordarla para siempre.

 

—Yo también… —murmuró Astoria.

 

Hubo un silencio largo.

 

—¿Sabes, Izar? —dijo ella de pronto—. Eres el mejor hijo que pude tener. Y el mejor hermano para Scorpius.

 

—Tú eres la mejor mamá del mundo —respondió Izar, con un nudo en la garganta.

 

—Te amo con todo mi corazón —susurró ella, con la voz ya adormecida.

 

—Y yo a ti, mamá.

 

Izar cerró los ojos. Sintió cómo su respiración y la de ella se alineaban por un momento.

Solo eso.

Solo eso quería guardar.

 

Cuando Draco regresó y los vio juntos dormidos, uno sobre el otro, no se atrevió a despertarlos.

Solo los miró desde el umbral…

y se quedó de pie allí, en silencio, durante mucho, mucho tiempo.

----

 

El amanecer aún no había besado los vitrales de la Mansión Malfoy, pero el silencio en la habitación era tan profundo que parecía congelado en el tiempo.

El único sonido era el susurro constante del viento nocturno contra los cristales.

 

Izar dormía acurrucado junto a su madre, su cabeza reposando sobre su hombro, una de sus manos pequeñas sobre el pecho de ella, como si de algún modo pudiera protegerla del mundo entero solo con eso.

 

Una punzada en su vejiga lo despertó, como siempre sucedía cuando dormía profundamente.

 

Con movimientos lentos, tratando de no mover a su madre, se deslizó fuera de la cama.

Caminó a oscuras hasta el baño privado, hizo lo que tenía que hacer, y se lavó las manos bajo el chorro encantado de agua tibia.

 

Bostezó.

 

Se frotó los ojos.

 

Caminó de vuelta al cuarto…

Y entonces lo vio.

 

 

---

 

Una figura.

 

Una figura humanoide, alta, vestida con una túnica hecha de sombras puras, de tela que no existía en el mundo de los vivos.

Sus pies no tocaban el suelo, pero sus dedos largos y pálidos se alargaban hacia el pecho de Astoria, de donde sacaba una esfera luminosa, brillante y suave como un pequeño sol palpitante.

 

El rostro era humano, sí… pero algo andaba mal.

Los rasgos eran afilados, como tallados por un escultor demasiado perfecto.

La piel, blanca como el hueso limpio.

Y los ojos... negros. Sin iris. Sin pupilas.

Solo dos pozos de oscuridad viva.

 

Izar abrió los ojos con terror.

 

—¡Tú…! ¡MALDITO! ¿¡QUÉ CREES QUE ESTÁS HACIENDO!? —gritó, su voz desgarrando el silencio de la madrugada.

 

La figura alzó una ceja.

 

—Ah. Así que tú eres el mocoso —dijo con voz tranquila, grave, casi… decepcionada.

 

Izar dio un paso al frente, con el cuerpo tembloroso pero decidido.

 

—¡¿MOCOSO?! —repitió—. ¡DEJA A MI MADRE EN PAZ!

 

El ser giró ligeramente el rostro, como si lo observara por primera vez con curiosidad.

 

—No —respondió simplemente—. Le ha llegado la hora.

 

—¡ESO ESTÁ POR VERSE! —rugió Izar, y sin pensarlo, se lanzó hacia la criatura.

 

Le cayó encima por la espalda, rodeando su cuello con los brazos, apretando con toda la fuerza de un niño de diez años que creía que con amor bastaba para vencer a la muerte.

 

—¡DÉJALA! ¡NO TE LA LLEVES! ¡NO TE LA LLEVES! —gritaba con lágrimas cayendo de su rostro, golpeando su espalda con el puño.

 

—¿Pero qué…? —musitó la figura, girando la cabeza con fastidio—. Quítate de encima, mocoso.

 

La criatura lo agarró por la camisa de la pijama y con un movimiento lo separó de su espalda como quien aparta una bufanda demasiado entusiasta.

 

Izar cayó al suelo de espaldas, jadeando.

 

La figura lo observó desde arriba… y luego rió.

Una risa grave, resonante… no cruel. Casi divertida.

 

—Eres más valiente y estúpido que el Maestro.

Me agradas, pequeño.

 

Izar se levantó tambaleándose.

 

—¡No me importa si te agrado! ¡NO TE LLEVES A MI MAMÁ!

 

La Muerte —porque ya no había duda alguna de quién era— se inclinó un poco, analizando al niño como un historiador observa un artefacto perdido.

 

—Mira, mocoso —dijo en un tono que recordaba a un maestro cansado—, no entiendo por qué te agobias tanto. La verás de nuevo. Cada Samhain, si así lo deseas.

 

Izar parpadeó.

 

—¿Qué…? ¿Qué dijiste?

 

La Muerte suspiró.

 

—Samhain. El velo entre mundos. Día de los muertos. ¡Ese! El del 31 de octubre. Puedes verla cada año, si eres lo suficientemente poderoso. Yo mismo puedo darte el pase.

 

Izar lo miró desconcertado.

 

—¿Puedo verla cada año? ¿De verdad?

 

—Sí, sí, no me mires con esos ojotes. No soy un monstruo —bufó la Muerte, aunque sonrió—. Aunque bueno… para muchos lo soy.

 

Izar dio un paso adelante.

 

—¡Entonces… no te la lleves! ¡Solo… dale tiempo!

 

—No se puede, niño. El reloj ha marcado.

Y yo no rompo pactos, incluso si me ruegas con voz bonita.

 

Izar cerró los puños. Su labio inferior temblaba.

 

La Muerte lo miró con ternura extrañamente… incómoda.

 

—Dormirás ahora, pequeño nigromante.

 

Izar lo miró alarmado.

 

—¿Nigromante? ¡¿A qué te refieres con...?!

 

Pero la Muerte ya había extendido un dedo largo y helado hacia su frente.

 

—Nos veremos en Samhain, Izar Malfoy.

 

Y lo tocó.

 

La oscuridad lo envolvió como una sábana cálida.

 

----

El aire estaba inusualmente calmo.

Ni una brisa.

Ni un susurro de hojas.

 

Era como si la Mansión Malfoy entera contuviera la respiración.

 

Izar despertó lentamente, tumbado en el suelo de la habitación de su madre, justo donde la Muerte lo había dejado dormir.

El frío de la piedra había desaparecido. Solo quedaba un calor lejano, como el de una vela que se acaba de apagar.

 

Abrió los ojos.

 

El mundo no era diferente.

 

Y, sin embargo, todo había cambiado.

 

Se levantó despacio, las piernas temblándole, el pecho oprimido por un peso invisible.

 

Caminó hacia la cama.

Y allí la vio.

 

Astoria yacía inmóvil.

Su piel parecía más pálida que nunca, pero serena, serena como un lago en calma.

Sus labios apenas sonreían.

Sus ojos estaban cerrados, sin tensión.

Las sábanas perfectamente arregladas.

 

Una última escena de paz.

Una madre que había partido con gracia… y una ternura que aún llenaba la habitación.

 

Izar no gritó.

No llamó a nadie.

 

Simplemente se aferró al borde de la cama…

Y empezó a sollozar.

 

Primero suave.

Luego con fuerza.

El tipo de llanto que no necesita explicación.

El llanto de quien sabe que no importa cuántas palabras mágicas pronuncies,

ella no va a despertar.

 

—Mamá… —susurró, con la voz rota—. No… no me dejes.

 

Y entonces la puerta se abrió.

 

Draco entró.

 

Izar ni siquiera volteó.

Solo se quedó donde estaba, con los puños sobre la colcha, temblando.

 

Draco se detuvo al verla.

Su rostro se descompuso.

 

No dijo nada.

No preguntó nada.

 

Solo caminó hacia la cama, lentamente, como si cada paso doliera.

 

Se arrodilló junto a ella.

Y tomó su mano fría entre las suyas.

 

—Astoria… —murmuró, como si la llamara desde un recuerdo.

 

Izar lo oyó llorar.

No con gritos. No con desesperación.

Sino con la tristeza profunda y silenciosa del hombre que ha perdido al único ser que lo comprendía del todo.

 

Y entonces…

 

Scorpius entró corriendo.

—¿Mamá? ¿Mamá?

 

Sus pasitos descalzos se detuvieron cuando la vio.

El dragón de peluche que traía cayó al suelo.

 

—¿Por qué no se despierta?

 

Izar se giró, lo atrapó con los brazos antes de que corriera, pero Scorpius ya se soltaba y trepaba por la cama.

 

—¡Mamá! ¡Despierta! ¡Mamá, no quiero que estés dormida!

 

Y luego se echó sobre su pecho, como solía hacer…

y rompió a llorar.

 

Draco lo abrazó.

Izar se sentó al otro lado.

Los tres…

acurrucados como el recuerdo de una familia.

 

Así, con el amanecer cruzando los cristales altos, la Mansión Malfoy guardó luto por Lady Astoria Greengrass-Malfoy.

 

Esa mañana no hubo elfos domésticos en la sala.

No hubo clases ni visitas.

 

Solo silencio.

Y un nombre que, desde entonces, viviría no en las paredes,

sino en los corazones de sus hijos.

 

---

El sol descendía lentamente sobre los terrenos de la Mansión Malfoy, tiñendo de ámbar los campos cuidados y el cielo de un gris melancólico.

El viento era suave, respetuoso, como si supiera que esa tarde no era como las demás.

 

Había silencio.

 

Un silencio denso y solemne, que ni siquiera las criaturas del bosque osaban romper.

Los elfos domésticos habían dispuesto bancos encantados y alfombras sobre la hierba bajo el viejo árbol, el mismo donde Astoria llevaba a sus hijos a hacer picnics, a contar cuentos, a observar los pavos reales albinos desde la distancia.

 

Allí, frente a una lápida blanca con letras grabadas en plata, descansaban los restos de Lady Astoria Greengrass-Malfoy, envueltos en hechizos de paz, de protección y de eternidad.

 

 

“Luz suave en tiempos oscuros.

Madre. Esposa. Hija.

Flor de Greengrass, fuerza de Malfoy.”

 

 

 

---

 

Había muchas personas. Más de las que nadie esperaba.

 

Los Greengrass, vestidos de un luto impecable, lloraban con intensidad.

Daphne, la hermana de Astoria, se aferraba a la lápida, gritando su nombre entre sollozos, como si su voz pudiera traerla de vuelta.

 

Los Zabini estaban allí, con Blaise y Pansy abrazando a Marco, que sostenía una rosa blanca con gesto solemne.

 

Los Nott, con Theo sujetando a su esposa Zarina de la mano mientras Eleanor miraba la escena sin comprender del todo, pero apretando la mano de Izar cuando pudo alcanzarlo.

 

Los Scamander, normalmente tan alegres, tenían rostros apagados. Luna, con lágrimas brillando como cristales en sus mejillas, sostenía a Lysander de la mano, mientras Lorcan llevaba una flor flotante en sus manos.

 

Todos estaban allí.

Todos lloraban.

 

Excepto Izar.

 

 

---

 

Scorpius, vestido con una túnica gris perla, ya no tenía fuerzas para más lágrimas. Dormía en los brazos de Draco, que tenía la mirada perdida en la lápida.

Sus labios estaban sellados, pero su rostro… su rostro contaba una historia de mil lágrimas no derramadas.

 

Izar, parado junto a ellos, no lloraba.

 

Su mirada era lejana, fija en el árbol, como si buscara allí la silueta de su madre sentada sobre una manta, sonriendo con una taza de té entre las manos.

 

—¿Por qué no llora? —susurró alguien entre los asistentes.

 

Pero Narcisa Malfoy, al llegar, no preguntó.

Simplemente se acercó, envolvió a Izar en sus brazos con suavidad, y lo atrajo hacia su pecho.

Ella sí lloró.

Silenciosamente.

Por su nuera.

Por su hijo.

Por sus nietos.

 

Y por el pequeño de diez años que se negaba a soltar la última parte de su niñez.

 

 

---

 

Pasó un rato.

 

El sol se empezaba a esconder detrás de los árboles cuando Marco, Eleanor, Lorcan y Lysander cruzaron el jardín hacia Izar.

 

Ninguno habló.

 

Simplemente lo abrazaron.

 

Un abrazo con manos pequeñas, brazos temblorosos y comprensión infantil.

El tipo de abrazo que dice: no estás solo, aunque no sepamos cómo ayudarte.

 

Izar no respondió. No al principio.

 

Hasta que Eleanor murmuró:

 

—Te trajimos esto.

 

Era una flor. Hecha de papel encantado.

Cada pétalo tenía una pequeña memoria escrita en él.

 

—La mamá de Lysander dijo que es para ayudar a las personas a recordar… y a sanar.

 

Izar la tomó. Sus manos temblaban.

 

Y entonces la vio llegar.

 

 

---

 

Una mujer caminaba con paso firme entre los asistentes.

 

Hermione Granger, Ministra de Magia, estaba allí.

 

Con su túnica formal, adornada con el escudo del Ministerio, y un rostro marcado por la solemnidad.

 

Draco alzó la vista al verla acercarse.

 

Hubo un silencio aún más pesado.

 

Ella se detuvo frente a él, y sin mediar protocolo alguno, le ofreció la mano.

 

—Mis condolencias, Draco —dijo con voz baja, genuina.

 

Draco la miró largo rato.

 

Y entonces tomó su mano. Apretó con firmeza. Asintió en silencio.

 

—Gracias, ministra —respondió, con respeto y contención.

 

Ella giró entonces hacia Izar.

 

Se arrodilló ligeramente frente a él.

 

—Y tú debes ser Izar. Eres más fuerte de lo que muchos adultos jamás serán.

 

Izar asintió, tragando saliva.

 

—Ella era la mejor —dijo simplemente.

 

Hermione colocó una pequeña flor encantada junto a la lápida.

—Entonces vivirá para siempre.

 

 

---

 

Esa tarde, el árbol del picnic no albergó risas.

Pero albergó memorias, flores, abrazos y un adiós lleno de amor.

 

Y cuando los últimos rayos de sol desaparecieron, y los elfos encendieron las antorchas flotantes…

 

Izar miró el cielo, sin lágrimas, pero con un peso nuevo en el corazón.

 

Sabía que Samhain vendría.

Sabía que su madre estaría allí.

 

Pero aún así…

 

la herida estaba fresca.

Y el mundo… más frío.

 

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Desde la noche que la Muerte lo tocó, algo dentro de Izar había cambiado. No sabía cómo explicarlo. No tenía palabras exactas. Solo… lo sentía.

 

Como si su núcleo mágico —ese espacio íntimo y etéreo en lo más profundo de su ser— se hubiera expandido de golpe.

Ya no era una vela, era una hoguera.

No, era más… un mar profundo y silencioso.

 

Donde antes debía meditar durante minutos para invocar una chispa, ahora bastaba un suspiro.

Lo que antes requería concentración y práctica, ahora respondía como si la magia misma lo escuchara con atención.

 

Pero no se lo había dicho a nadie.

 

No a Madam Aria, que notaría algo extraño y lo examinaría con hechizos intrusivos.

No a su padre, que ya cargaba suficiente dolor y duda por la pérdida de Astoria.

Y menos a Scorpius, que aún hablaba de su madre en susurros, como si nombrarla en voz alta la hiciera desaparecer más.

 

 

---

 

Ese día, el cielo estaba limpio y azul.

El jardín de la Mansión Malfoy rebosaba de flores encantadas, y el aire olía a romero y lavanda.

A su alrededor, los pavos reales albinos se paseaban en silencio, respetando un dolor que no entendían, pero sentían.

 

Izar caminaba en soledad, con Kayla enroscada alrededor de su cuello y torso como un lazo de protección.

 

Sus pasos lo llevaron hasta un estanque de aguas cristalinas, oculto tras un seto de murtas.

Los peces encantados nadaban en círculos lentos, sus escamas brillando con destellos rojos, azules y dorados.

 

Izar se agachó.

El reflejo de su rostro —más maduro de lo que debería a los 10 años— lo miró desde el agua.

 

Extendió una mano.

 

Y la magia fluyó.

 

Sin palabras. Sin varita.

Una esfera de agua se elevó del estanque, contenida entre los dedos de Izar como si la gravedad hubiera olvidado su existencia.

 

Dentro, tres peces nadaban tranquilamente.

El agua giraba, bailaba en el aire.

 

Kayla, atenta desde su cuello, siseó con tensión.

 

—Esto no es normal —dijo con voz grave—. Incluso tú no podías hacer eso antes. Lo controlas demasiado bien. Es... fluido. Como respirar.

 

Izar mantuvo la esfera girando.

—Lo sé —respondió—. Desde esa noche… desde que lo vi… desde que me tocó…

 

La esfera vibró con el recuerdo.

 

—El encuentro con la Muerte cambia algo. En mí… algo se despertó. Lo sé. Lo siento. No solo es poder… es algo más hondo. Como si la magia me reconociera… como si ya no tuviera que preguntarle nada.

 

Kayla lo observó con sus ojos dorados, penetrantes.

—Maestro… si esto sigue creciendo sin guía, podría volverse inestable. A tu edad, nadie debería tener esta conexión. No sin comprenderla. No sin… reglas.

 

Izar asintió lentamente.

 

—Necesitamos saber qué es un nigromante.

Antes de que sea demasiado tarde.

 

 

---

 

La esfera de agua se deshizo lentamente. Los peces regresaron al estanque sin inmutarse.

 

Pero Izar ya no era el mismo niño que había llorado en el regazo de su madre.

Ahora su mirada era más firme.

Más sabia.

Más decidida.

 

Y en algún lugar profundo… la Muerte sonrió.

 

La biblioteca de la Mansión Malfoy había sido siempre el santuario de Izar.

Una catedral silenciosa de conocimiento, donde cada estantería parecía latir con historia.

Hoy, sin embargo, no buscaba cuentos ni tratados de magia elemental.

 

Hoy buscaba la verdad.

 

Kayla, enrollada con solemnidad alrededor de su torso como una estola viva, siseaba con impaciencia.

 

—¿Estás seguro de que lo encontrarás aquí?

—Si esta casa oculta información sobre magia antigua… será aquí —respondió Izar, con la mirada afilada.

 

Sus dedos recorrían con rapidez las filas de tomos encantados.

“Teoría de los Elementos Esenciales”,

“Fundamentos de Encantamientos Arcaicos”,

“Maleficios Prohibidos del Este”…

Ninguno le bastaba.

 

Hasta que la vio.

 

Una encuadernación negra con reflejos plateados. Sin título en el lomo.

Tan discreto que parecía camuflado por la misma magia que guardaba su contenido.

 

Izar lo deslizó con cuidado.

La portada decía, grabada con letras antiguas:

 

“Herencias Mágicas y Linajes Prohibidos”

 

Kayla silbó con tensión.

—Este libro… no es cualquier cosa.

 

—Lo sé —dijo Izar—. Pero ya no soy cualquier cosa tampoco.

 

Se sentó con el tomo sobre el escritorio de roble oscuro, lo abrió con suavidad y buscó el índice.

Sus ojos corrieron por las páginas hasta encontrarlo:

 

Nigromantes.

 

Pasó las hojas rápidamente hasta llegar a la sección correspondiente.

 

Sus pupilas se movían con rapidez. Y con cada línea que leía, su ceño se fruncía más y más.

 

 

---

 

> “Nigromantes, también conocidos como los Hijos de la Muerte, son seres cuya magia ha sido marcada —directa o indirectamente— por la presencia de la entidad primordial conocida como La Muerte.”

 

 

 

> “Los nigromantes son capaces de convocar almas fallecidas con fines de consuelo, resolución o revelación. En manos de un nigromante entrenado, un alma puede ser traída brevemente para despedirse de los vivos o para entregar secretos olvidados.”

 

 

 

> “También poseen la habilidad de devolver cuerpos a la movilidad, una técnica muy distinta a la creación de inferi. A diferencia de estos últimos, los cuerpos reanimados por nigromancia verdadera no se pudren ni degeneran. Son sostenidos por una magia que simula vida en estasis.”

 

 

 

> “Los nigromantes más poderosos pueden extraer almas, causando la muerte sin necesidad de maldiciones. Esta habilidad se dice descendiente del antiguo linaje Peverell, cuyos miembros dominaban la frontera entre la vida y la muerte.”

 

 

 

> “La mayoría de la información sobre los nigromantes fue destruida o sellada durante las Guerras de los Magos Oscuros. Lo que se sabe hoy es fragmentario.”

 

 

 

 

---

 

Izar pasó la última página de la sección.

Eso era todo.

 

Una sola página.

Una simple entrada para un poder que parecía imposible.

 

—¿Eso es todo? —preguntó en voz baja, con frustración.

 

Kayla asintió despacio.

—La información fue cuidadosamente borrada. Temo que los nigromantes fueron considerados demasiado peligrosos… incluso por los propios magos.

 

Izar cerró el libro con más fuerza de la que pretendía.

 

—Entonces tendré que preguntárselo a ella. A la Muerte. El 31 de octubre… Samhain.

 

Kayla siseó preocupada.

 

—Maestro, ¿crees que te responderá?

 

Izar se quedó en silencio.

Miró sus manos.

 

Pudo sentir su núcleo.

Basto. Vivo. Antiguo.

 

Y dijo con voz firme:

 

—Ya me reconoció una vez. Lo hará de nuevo.

 

 

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La vela que iluminaba la página parpadeó, como si el aire se hubiera vuelto más frío.

O tal vez era solo la expectativa.

La certeza

de que Samhain traería algo más que un reencuentro.

 

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La tarde caía suavemente sobre la Mansión Malfoy, tiñendo los vitrales de tonos ámbar y púrpura.

Las sombras eran largas, pero cálidas, como si el sol supiera que el hogar aún estaba aprendiendo a vivir con su nueva ausencia.

 

En el salón principal, un sillón junto a la chimenea permanecía inusualmente ocupado.

 

Scorpius, de apenas siete y medio años, estaba acurrucado, envuelto en una manta de lana bordada con el escudo de la familia.

Sus piernas dobladas contra el pecho, la cabeza hundida en un cojín.

 

Era el sillón de mamá.

 

Izar se detuvo al verlo.

Desde el pasillo, en silencio, lo observó.

 

Scorpius no lloraba.

Solo… se encogía.

Como si intentara encajar dentro de un recuerdo que ya no estaba allí.

 

Izar apretó los puños suavemente.

 

"Si me vuelvo un poderoso nigromante… tal vez, algún día, pueda ayudar a que él y mamá se reúnan. Aunque sea por unos minutos."

“No por mí. Por él.”

 

Avanzó lentamente, sus pasos apenas sonaban sobre el mármol del suelo.

 

—Scorpius…

 

Su hermanito alzó la mirada. Sus ojos zafiro estaban húmedos, pero no caían lágrimas. Solo ese brillo… ese temblor.

 

—¿Sí?

 

Izar se arrodilló frente a él.

 

—¿Te gustaría que te enseñara a tocar el piano?

 

Scorpius parpadeó.

—¿De verdad?

 

—Claro —dijo Izar, esbozando una sonrisa tierna—. La música… ayuda a que el corazón no duela tanto. Al menos un poco.

 

Scorpius asintió lentamente. Se soltó de la manta y se levantó.

Izar le tendió la mano.

 

Y juntos caminaron por los pasillos silenciosos, bajo retratos que parecían mirarlos con respeto.

 

 

---

 

El Salón de Música era alto, elegante y frío.

Las cortinas de terciopelo se agitaban suavemente con la brisa de una ventana abierta.

 

En el centro, el gran piano de ébano, brillante, inmóvil…

Esperando.

 

Izar trepó primero al banquito acolchado y palmeó el espacio junto a él.

 

Scorpius lo imitó.

 

—Este pedal de aquí, suaviza el sonido —dijo Izar, tocando con el pie—. Y aquí se tocan las notas. Tienes que imaginar que estás contando una historia… sin palabras.

 

Scorpius lo miraba como si su hermano mayor fuera el mago más poderoso del mundo.

Como si cada palabra que saliera de su boca tuviera el peso de un encantamiento.

 

Izar colocó sus manos sobre el teclado.

Y empezó a tocar.

 

Una melodía suave, casi como una nana.

Una que su madre le había enseñado… cuando aún podía sentarse a su lado, cuando su cabello aún brillaba con luz viva.

 

Después de unas notas, miró a Scorpius.

 

—Ahora tú. Repite esto.

 

Pulsó tres teclas.

 

Scorpius lo intentó.

Falló.

Se rió.

Izar también.

 

—Otra vez —dijo Izar.

 

Y esta vez, Scorpius lo logró.

 

Pasaron así una hora.

 

Izar tocando notas.

Scorpius repitiéndolas.

Los dos riendo.

La sala llenándose de música por primera vez desde que mamá no estaba.

 

 

---

 

Draco, que había llegado del Ministerio en silencio, los observaba desde el umbral de la puerta.

 

No dijo nada.

No interrumpió.

 

Solo los miró.

 

A sus hijos.

Uno enseñando.

Otro aprendiendo.

Y ambos sosteniéndose el uno al otro.

 

Sus ojos grises brillaron por un momento.

Y una sonrisa pequeña —tan rara desde la pérdida— se formó en sus labios.

 

Astoria estaría tan orgullosa.

 

 

---

 

La melodía seguía.

Una nota tras otra.

Construyendo un puente invisible hacia el consuelo.

 

Y en el banco del piano, dos hermanos.

Uno de 10.

Uno de 7 y medio.

 

Tocando no para ser virtuosos…

 

…sino para recordar.

Para amar.

Para sanar.

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La tarde estaba en calma en la Mansión Malfoy.

Los rayos de sol entraban suavemente por las altas ventanas de la sala, iluminando los retratos encantados y el tapiz de hilo dorado con un brillo tenue.

 

Scorpius, con la lengua levemente fuera por concentración, dibujaba sobre un pergamino extendido en el suelo.

Usaba crayones mágicos que cambiaban de tono dependiendo del estado de ánimo del dibujante.

Su dibujo era una mujer de cabello largo, con una sonrisa cálida y un vestido flotante de flores azules.

 

—¿Es mamá? —preguntó Izar, bajando su libro para mirar mejor.

 

—Sí —respondió Scorpius, con orgullo.

 

—Se ve muy bien, Scorp. De verdad. Ya no pareces estar dibujando ranas con pelucas.

 

—¡Oye!

 

Izar soltó una risa suave, justo cuando la red flu se encendió con un chisporroteo repentino, interrumpiendo el momento de tranquilidad.

 

¡FOOOOOSH!

Un torbellino de cenizas verdes estalló en la chimenea…

Y de él emergió, cayendo de bruces en la alfombra, Marco Zabini, maquillado como una muñeca de porcelana encantada y con un enorme sombrero rosa chillón de plumas.

 

—¡IZAAAAR! —gritó Marco, como si lo estuvieran persiguiendo duendes asesinos.

 

Izar parpadeó.

—Marco… ¿por qué pareces un anuncio ambulante de Madame Malkin versión infantil?

 

Scorpius lo miró, se le escapó una risa aguda… y luego estalló en carcajadas.

 

—¡Tienes sombra de ojos! ¡Y rubor! ¡Y brillos! ¡Y... y… UN MOÑO EN LA OREJA!

 

Marco se dejó caer de rodillas, trágico.

 

—¡Necesito asilo! Protección diplomática. Tu casa es un territorio neutral, ¿verdad? ¿¿VERDAD??

 

Kayla, enrollada cerca de la chimenea, siseó con lo que solo podía describirse como risa serpentina.

 

—¿Dónde están tus padres? —preguntó Izar, ya con una sonrisa contenida.

 

—Mi madre y Carmen me emboscaron —dijo Marco dramáticamente—. Dijo que “una niña necesita modelos masculinos que entiendan su mundo”.

¡Me obligó a ponerme un vestido rosa de volantes, Izar! ¡VOLANTES!

 

—¿Y tu padre?

 

—En el Ministerio, entregando informes con el tuyo. Así que fui el blanco.

La niñita diabólica quería pintarme las uñas. ¡LAS UÑAS!

 

Scorpius se reía tanto que se le caían las crayolas.

 

Izar se levantó, sacudió el polvo de sus pantalones y suspiró.

 

—Está bien, príncipe de las sombras y el maquillaje forzado, ven conmigo. Te daré un trapo y tu dignidad.

 

—¡Eres un dios! —dijo Marco, tomándose el pecho como si hubiera encontrado a su salvador.

 

 

---

 

Cinco minutos después, Marco se miraba al espejo del pasillo, limpiando con un paño húmedo las últimas evidencias de su humillación.

 

—Listo —dijo Izar—. Pareces un niño de nuevo. Aunque… diría que el labial realza tus mejillas.

 

—¡IZAR!

 

—¡Bromeo, bromeo!

 

Scorpius apareció detrás de ellos, aún riendo.

 

—Tus papás deberían darte otra hermana. Así Carmen te deja en paz.

 

Marco gruñó.

—Se lo he dicho, pero no hacen nada. Nada. ¡Estoy solo en esta guerra!

 

—Bueno, guerra o no, ¿quieren jugar afuera? —preguntó Izar.

 

—Sí —respondieron ambos.

 

 

---

 

Minutos después, los tres estaban en los jardines traseros, corriendo entre las fuentes, lanzándose una pelota mágica que rebotaba y cambiaba de tamaño cada vez que alguien decía una mentira.

 

—¡Eres lento! —gritó Scorpius.

 

—¡No es cierto! —dijo Marco.

 

La pelota se duplicó y le golpeó en la cara.

 

—¡OYE!

 

—La pelota nunca miente —dijo Izar con solemnidad.

 

Entre carcajadas, caídas torpes, y peleas fingidas, el ambiente estaba lleno de alegría.

 

 

---

 

Justo entonces, la red flu de la chimenea del jardín se activó.

 

Draco salió primero, elegante como siempre, seguido por Blaise Zabini, que llevaba su túnica con el cuello desabrochado, y el ceño fruncido como si presentara un informe urgente.

 

En cuanto Marco lo vio…

 

—TRAICIONERO —gritó, señalándolo con su índice.

 

Blaise se detuvo.

 

—¿Perdón?

 

—¡ME ENTREGASTE A LA TIRANÍA MATERNAL! ¡Eres el causante de mi ruina! ¡Mi cabello aún huele a rubor!

 

Izar se dobló de la risa.

Scorpius rodaba por el césped.

 

Draco tosió disimuladamente, ocultando una sonrisa.

—Blaise, tienes que poner más límites en casa.

 

—¡Lo hago! ¡Pero en esta casa mando yo!... cuando Pansy no está —añadió en voz más baja.

 

—Vamos, drama king, que tu madre te busca —dijo Blaise, tomando del brazo a su hijo mientras Marco lanzaba miradas acusatorias a todos.

 

—¡Nos veremos en el campo de batalla, Malfoy!

—¿Cuál de los tres? —preguntó Izar.

 

—¡TODOS!

 

Y con una última mirada de melodrama puro, Marco fue arrastrado por su padre hacia la red flu, mientras Carmen seguramente los esperaba con un vestido nuevo.

 

 

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Draco cruzó los brazos, observando a sus hijos que aún reían.

 

—Creo que Marco será un Gryffindor —comentó.

 

—¿Lo dices porque es valiente o porque no tiene instinto de supervivencia? —preguntó Izar.

 

—Ambas —dijo Draco riendo por fin.

 

Kayla, desde la sombra de un arbusto, siseó en aprobación.

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El 31 de octubre se acercaba.

Las hojas en los jardines de la Mansión Malfoy crujían con tonos dorados y rojizos. El aire ya tenía ese olor a tierra húmeda, a promesa antigua.

Samhain se sentía en los huesos del mundo.

 

Y Izar lo sentía aún más hondo.

 

Desde hacía días, sus pasos no resonaban con el mismo ritmo por los pasillos.

Sus ojos estaban más enfocados.

Su magia, más inquieta.

 

Y una sola frase daba vueltas en su mente:

 

> “Lo verás en Samhain. Todos los años que quieras.”

 

 

 

Palabras de La Muerte.

Y esta sería la primera Samhain sin su madre.

 

 

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Estaba en la biblioteca, por supuesto. Donde se refugiaban los que buscaban respuestas que nadie más podía dar.

 

Con Kayla enroscada en sus hombros, Izar había pasado horas hojeando libros antiguos, algunos casi deshaciéndose entre sus dedos.

Hasta que encontró el indicado:

 

“El Velo y la Llama: Rituales de Samhain y Comunión con el Más Allá”

 

Las letras parecían susurrar al ser leídas.

La tinta era tan negra como la noche más pura.

 

Izar leyó con los ojos entrecerrados, absorbiendo cada línea como si fuera un conjuro.

 

 

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> “Durante Samhain, la frontera entre los vivos y los muertos se vuelve delgada como una tela. Aquellos con sangre marcada por la muerte —como los nigromantes— pueden abrirla, si el equilibrio se respeta.”

 

 

 

> “Se requiere de un círculo de piedras naturales dispuestas en forma de espiral, sal negra para proteger el límite, y una hoguera de madera antigua y sin tallar.”

 

 

 

> “Y lo más importante: una ofrenda personal entregada por el fallecido. Algo que contenga la esencia del vínculo.”

 

 

 

> “Cuando el objeto es arrojado a la llama en el centro del círculo, y el ritual pronunciado desde el corazón, el espíritu podrá cruzar brevemente hacia el plano de los vivos.”

 

 

 

> “Pero cuidado: la muerte no responde a caprichos. Solo a conexiones verdaderas.”

 

 

 

 

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Izar cerró el libro con reverencia.

 

Su mirada estaba fija.

Su plan, completo.

 

—Maestro… —dijo Kayla, rompiendo el silencio mientras se deslizaba por su brazo—. ¿Estás seguro?

 

Izar asintió.

 

—Quiero hablar con ella. Verla. Y… necesito preguntarle algo a la Muerte.

 

—¿Qué usarás como ofrenda?

 

Izar se levantó sin responder. Salió de la biblioteca y caminó por los pasillos en penumbra hasta llegar a su habitación.

Se arrodilló frente a un pequeño baúl escondido bajo su cama.

Lo abrió.

 

Y allí estaba.

 

Un lazo de tela bordado con estrellas plateadas.

El mismo que su madre le había hecho el día que cumplió 8 años, cuando dijo que su cabello era “tan rebelde como su espíritu”.

 

Izar lo sostuvo con ambas manos.

La tela aún olía levemente a lilas.

 

—Esto… es perfecto —susurró.

 

La mañana del 31 de octubre amaneció con una niebla suave y una calma encantadora en los terrenos de la Mansión Malfoy.

 

El comedor estaba cálido con la luz mágica suspendida en los candelabros flotantes.

En la mesa larga y pulida, Izar, vestido con elegancia sobria como siempre, tomaba su desayuno junto a su padre Draco y su hermanito Scorpius, que entre mordisco y mordisco de pan con mermelada dejaba migas por todas partes.

 

Draco, hojeando el Profeta Diario, lo cerró con suavidad y miró a Izar con una expresión reflexiva.

 

—Izar… el próximo año cumplirás los once.

 

Izar levantó la vista de su plato con expresión curiosa.

 

—Sí, lo sé. ¿Por qué?

 

—Eso significa que ya tendrás edad para ingresar a una escuela mágica —dijo Draco con calma—. ¿Te gustaría asistir a Hogwarts… o preferirías otra academia? Hay algunas prestigiosas en el continente. Beauxbatons, Durmstrang...

 

Izar se detuvo unos segundos antes de responder. Luego miró a su padre y sonrió.

 

—Quiero ir a Hogwarts. Es donde tú y mamá estuvieron, ¿cierto?

 

Draco asintió lentamente, una sombra casi imperceptible cruzando por su mirada ante la mención de Astoria.

 

—Así es.

 

Scorpius, que hasta entonces estaba concentrado en untar su pan con mermelada hasta que pareciera una obra de arte, frunció los labios.

 

—¡No quiero que te vayas! —dijo con un puchero—. ¿Y si no me gusta estar solo?

 

Izar se inclinó hacia él y le revolvió con cariño el cabello.

 

—No te preocupes, Scorpius. Aún faltan muchos meses. Estoy aquí contigo por mucho tiempo más.

 

—Prometido —insistió Scorpius, mirándolo con esos ojos azul zafiro que tan bien conocía.

 

—Prometido.

 

 

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Más tarde, después de que Draco partió al Ministerio para entregar sus pociones semanales y Scorpius se dirigió a su tutoría de lectura encantada, Izar se deslizó silenciosamente por los terrenos traseros de la Mansión.

La bruma ya se había disipado, dejando un aire fresco pero despejado.

 

Caminó hasta un claro apartado entre los jardines y los antiguos robles, uno donde el musgo formaba círculos naturales y las piedras tenían formas que casi parecían puestas a propósito por el destino.

 

Allí, en silencio, Izar comenzó a preparar el terreno para la noche.

Piedras, sales rituales, símbolos discretos trazados con tiza encantada, una pequeña plataforma para la hoguera.

 

No encendió nada aún.

Solo dejó todo listo.

 

La magia del lugar se sentía espesa, expectante.

Kayla, enroscada a su alrededor como un cinturón vivo, no decía nada. Solo observaba.

 

Cuando terminó, Izar cubrió todo con un encantamiento de ocultación y regresó a la mansión con el sol aún alto.

 

 

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En el salón, Scorpius lo esperaba emocionado con una bandeja de dulces y una porción de pastel.

 

—¡Mira! El elfo me ayudó a preparar uno con chispas de calabaza, como te gusta.

 

Izar sonrió con ternura.

 

—Gracias, Scorp. Eres el mejor hermano menor del mundo.

 

—¡Lo sé!

 

Pasaron la tarde comiendo pastel, riendo con anécdotas del día. Izar no dijo una sola palabra sobre el ritual. No quería preocuparlo.

A veces, los secretos eran escudos.

 

 

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La noche cayó silenciosa, con una luna oculta tras nubes pesadas.

 

Antes de irse a preparar lo que sabía que sería una noche que marcaría su destino, Izar fue al cuarto de Scorpius.

 

El más pequeño estaba ya en su cama, con sus cobijas hasta la nariz y su peluche de dragón entre los brazos.

 

—¿Izar? ¿Me cuentas uno de esos cuentos extraños?

 

—¿Extraños?

 

—Sí. Los que tú inventas. Esos con serpientes buenas y dragones que toman té.

 

Izar rió.

 

—Está bien. Pero esta vez, será una historia sobre un niño que caminaba entre dos mundos.

 

Scorpius se acomodó emocionado, y escuchó con atención mientras Izar narraba con voz suave.

 

Pronto, su respiración se hizo lenta y regular.

Ya estaba dormido.

 

En ese momento, Draco apareció en el umbral de la puerta, apoyado en el marco. Vestía su bata de noche, con el cabello recogido.

 

—Buenas noches, Izar —dijo en voz baja—. Gracias por cuidarlo. Él… aún te necesita mucho.

 

—Lo sé, padre.

 

Draco asintió, dejando una mirada cálida antes de retirarse hacia su habitación.

 

Izar besó a Scorpius en la frente, lo cubrió mejor con la manta…

 

Y salió en silencio, rumbo a su cita con el velo.

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El cielo estaba completamente oscuro, sin estrellas. Solo la luna creciente flotaba como una uña afilada en el firmamento, bañando los terrenos de la Mansión Malfoy con una luz tenue y fantasmal. El viento rozaba las hojas como un suspiro antiguo, y en medio del claro que había preparado, Izar encendió la hoguera.

 

Las llamas brotaron con rapidez, danzando en espirales que parecían seguir una melodía que solo la magia podía oír. El humo tenía un tono azulado, casi plateado, y el aire se volvió más denso… como si el mundo contuviera el aliento.

 

Con manos firmes, Izar tomó el lazo bordado con estrellas plateadas—aquel que su madre le había regalado cuando cumplió ocho años—y lo sostuvo contra su pecho.

 

Cerró los ojos.

 

Y comenzó la invocación.

 

Sus palabras no eran de un niño.

Eran antiguas, pronunciadas en una lengua vieja como el primer amanecer del mundo.

Sus dedos temblaban.

Su alma, no.

 

Cuando lanzó el lazo a las llamas, un chasquido poderoso cruzó el aire como un trueno mudo.

El fuego se tornó blanco, brillante como el centro de una estrella.

 

El viento se detuvo.

Las sombras se alzaron.

Y el velo cayó.

—¿Izar…? —dijo una voz dulce y familiar.

 

Izar abrió los ojos.

 

Astoria estaba frente a él.

 

No como había estado los últimos meses.

No demacrada ni pálida, ni atada a la cama por la maldición.

 

No.

 

Estaba como la recordaba en sus mejores días: su cabello dorado brillaba como rayos de sol, su piel resplandecía con salud, y su sonrisa… su sonrisa era un bálsamo que quebró la contención de Izar.

 

—Mamá… —susurró, con las lágrimas desbordando de inmediato.

 

Astoria sonrió con ternura 

 

—Hola, mi amor.

 

 

—Te hemos extrañado todos —dijo Izar, su voz temblando—. Papá… Scorpius… yo…

 

—Lo sé —respondió Astoria.—. A veces podemos ver lo que pasa. Me alegra verlos juntos. Me alegra que estés cuidando de ellos. Siempre supe que eras el más fuerte.

 

Izar sonrió entre lágrimas…

 

—Izar... ¿como? Dijo Astoria confundida.

 

 Izar bajó la mirada, con una expresión entre culpable y desafiante.

 

—Yo… me peleé con la Muerte cuando te estaba llevando.

 

Astoria abria la boca sorprendida y parpadeó.

 

—¿Que tú qué?

 

—¡Me subió a la espalda como un mono! —interrumpió una tercera voz, grave, sardónica y extrañamente divertida.

 

La Muerte se manifestó justo al borde del círculo de fuego, emergiendo de entre las sombras. Su figura era alta, humana pero no del todo. Tenía una presencia innegable, como un eclipse andante. Su rostro era afilado, con ojos completamente negros, pero brillantes. No llevaba capa ni guadaña. Solo una túnica simple que parecía hecha de oscuridad pura.

 

Astoria dio un paso atrás, mirando al ser con respeto. Ella bajó la cabeza ligeramente.

 

—Muerte.

 

—Astoria —respondió la entidad con voz cortante pero no cruel—. Siempre educada. Me agradas.

 

Izar, se giró hacia la Muerte.

 

—Necesito respuestas. Dijiste que soy un nigromante. Pero ¿qué significa exactamente eso? ¿Por qué yo?

 

La Muerte se cruzó de brazos, su boca afilada se curvó en una sonrisa.

 

—Porque lo eres, mocoso. Porque eres su primogénito.

 

—¿El primogénito de quién?

 

La Muerte giró lentamente el rostro hacia Astoria, como si esperara que ella lo dijera. Pero cuando el silencio se alargó, respondió con una calma escalofriante:

 

—De Harry Potter, obviamente.

 

Astoria con una voz casi desesperada.

 

—Izar… hijo, yo… te lo podemos explicar —dijo ella, con la voz quebrada.

 

Izar la miró con ternura, y habló con una serenidad casi extraña.

 

—No te preocupes, madre. Ya lo sabía.

 

—¿Qué… qué dijiste? —susurró Astoria, sintiendo que el mundo se tambaleaba.

 

—Sabía que nací de papá, no de ti. Sabía que Harry Potter es mi padre biológico —continuó Izar, con un tono sereno—. Lo recordé desde que nací. Escuché tu conversación con papá cuando apenas era un recién nacido.

 

Astoria abrió los ojos con sorpresa.

 

—¡Pero eras un recién nacido!

 

—Soy un genio —respondió Izar encogiéndose de hombros, como si eso lo explicara todo.

 

La Muerte soltó una carcajada baja.

 

—Me caes bien, niño.

 

Izar lo miró con seriedad.

 

—¿Qué tiene que ver eso con que sea un nigromante?

 

La Muerte dio un paso hacia él. La hoguera no le hacía sombra.

 

—Porque Harry Potter es mi Maestro. Él reunió las Reliquias de la Muerte, habló conmigo, venció al destino. Sobrevivió a mí. Me aceptó. Desde entonces, una parte de mi alma vive en el. Su sangre ya no es sangre común. El se convirtio en algo...mio. Como un hijo.

 

Astoria dio un paso atrás. Las palabras la herían como cuchillas invisibles.

 

—Harry… ¿es… parte de ti?

 

—Lo suficiente como para que su primogénito herede mi legado —dijo la Muerte, mirando a Izar con intensidad—. Le advertí: su primer hijo cargaría con mi bendición. Con mi sangre. Con mi poder.

 

Astoria se cubrió la boca.

 

Izar sintió un estremecimiento.

 

—¿Entonces yo…?

 

La Muerte lo interrumpió.

 

—Tú eres el heredero de un linaje que no debía existir. La sangre de la muerte fluye por ti. Puedes ver más allá del velo, puedes hablar conmigo sin necesidad de morir, y si entrenas… puedes llegar a ser más poderoso que cualquier nigromante que haya existido.

 

—¿Y los otros hijos de Potter?

 

La Muerte chasqueó la lengua.

 

—Solo el primogénito hereda mi marca. Los otros son mágicos, sí, pero comunes. Humanos.

 

Izar bajó la mirada.

 

—¿Y qué soy yo entonces?

 

La Muerte sonrió, y su sombra se proyectó sobre el fuego.

 

—Tú eres mi nieto, Izar Malfoy.

El segundo Heredero en la línea de sucesión de mi linaje.