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La vida de Beth Greene: ¿Qué queda después?

Summary:

Beth Greene sobrevivió al hospital. Esta es su historia, contada a lo largo de los sucesos de The Walking Dead: una mirada íntima a su vida, sus pérdidas, y el lazo silencioso que nace con Daryl Dixon.

Entre fogatas, muros que caen y canciones a media voz, Beth aprende a resistir, a reconstruirse… y a encontrar luz incluso en el mundo más roto.

Notes:

Esta historia continúa desde la temporada 5 (Hospital Grady) y reimagina el destino de Beth hasta el final de la serie.

(See the end of the work for more notes.)

Chapter 1: Grady.

Chapter Text

Grady memorial hospital Atlanta.

 

El sonido de sirenas aún resonaba en su cabeza.

Beth y Noah habían escapado del hospital, juntos. El plan funcionó, corrían entre callejones oscuros, sus cuerpos exhaustos y sus mentes atrapadas entre la adrenalina y el miedo.

No tenían armas, solo lo que llevaban encima, y cada sombra podía significar su fin.

Se refugiaron en un edificio en ruinas por unos días, atrapados entre el hambre y el temor. Afuera, las patrullas del hospital seguían peinando las calles.

—Beth, no creo que nadie venga a ayudarnos… —susurró Noah, asomándose por una rendija.

La rubia no respondió de inmediato. Se abrazó a sí misma, temblando de frío y rabia.

— Daryl debe estar buscándome —murmuró, casi como si decirlo en voz alta lo hiciera real —Tengo que encontrarme con él o...

Noah se arrodilló frente a ella y le tomó las manos con urgencia.

—Escucha, no hay forma de que él sepa dónde estamos. Mejor vamos a mi hogar. Después lo buscaremos.

Beth miró el suelo. Él tenía razón, no había otra opción. Asintió sin palabras, y con las fuerzas que aún les quedaban, se pusieron en marcha.

 

Las semanas de viaje fueron un castigo.

Los días eran una tortura de hambre y caminatas interminables, los pies llenos de ampollas, la piel marcada por la suciedad y el sudor. Las noches, un infierno de frío y miedo a los caminantes. Beth seguía aferrándose a la idea de que Daryl la estaba buscando, que Maggie seguía viva, que en algún punto encontrarían al grupo. Pero a medida que los días pasaban, esa esperanza se desgastaba como la piel bajo sus uñas rotas.

"No nos queda mucho," dijo Noah, aunque su tono no tenía la misma firmeza de antes. Miró a Beth, tratando de sonreír.

"Lo sé," murmuró ella, observando las huellas de sangre ajena que quedaban en el suelo. "Solo tenemos que aguantar un poco más."

"¿Sabes? Si conseguimos llegar, podrías cantar algo para mí."

Beth lo miró, sorprendida, y luego una sonrisa, tímida apareció en su rostro. "¿A estas alturas?"

"Sí, algo que me distraiga de todo esto," añadió con una sonrisa cansada, "Tal vez un hit de los '80."

Beth soltó una pequeña risa. "No soy tan vieja, Noah."

"Yo no digo que lo seas," replicó él, levantando las manos en señal de rendición, aunque el tono grave de su voz traicionaba el esfuerzo por mantener la normalidad.

Beth susurró entonces una melodía olvidada, una canción que solía cantar cuando aún podía reírse sin temor. Las notas, aunque desgarradas por el cansancio, llenaron el espacio entre ellos por un momento. Cuando terminó, su voz se desvaneció en un suspiro.

"Quizá lo logremos," murmuró, mirando a Noah.

 

Cuando llegaron al asentamiento donde Noah había crecido, parecía un milagro. Pero el destino nunca jugaba limpio.

Noah se detuvo en seco, con la desesperación pintada en su rostro.

—No… no puede ser —balbuceó.

Las puertas estaban abiertas. Adentro, la muerte reinaba.

Los caminantes se arrastraban entre los restos de un pueblo que alguna vez fue un hogar. El hedor de la carne podrida se mezclaba con la podredumbre de los edificios abandonados. No había esperanza allí, solo muerte.

Un gruñido gutural rompió la quietud. De la nada, una horda se abalanzó sobre ellos.

Beth disparó. Una bala. Dos. Tres.

Click.

Sin balas.

El horror se reflejaba en los ojos de Beth mientras veía a los caminantes abalanzarse sobre Noah. Sin pensarlo, se lanzó hacia él, sus manos arañando con desesperación las extremidades podridas que lo sujetaban. Gritaba su nombre una y otra vez, sus dedos sangrando al intentar arrancarlo de entre las fauces de la muerte.

—¡Noah! ¡Noah, agárrate de mí!

Tiraba de su brazo, pateaba, golpeaba con lo que tenía, pero era como intentar vaciar un río con las manos. Noah ya estaba atrapado, las mandíbulas hundiéndose en su carne, los gritos saliéndole con esfuerzo mientras el dolor lo consumía.

—¡Beth, no!— jadeó, sus ojos vidriosos clavados en los de ella —¡Corre, por favor!

Ella negó con la cabeza, sollozando, pero entonces sintió sus manos, las manos de Noah, empujándola con la poca fuerza que le quedaba.

—¡Te lo ruego…! —susurró con la voz rota, antes de desaparecer bajo la masa de cuerpos podridos.

Beth cayó de espaldas por el empujón, y en ese instante, el rugido de los caminantes la envolvió Entonces, sus piernas se movieron por instinto, sin que su mente pudiera seguirles el ritmo. Corrió. Corrió como si pudiera escapar de aquel sonido: el de la carne siendo arrancada, el de los huesos crujiendo bajo mandíbulas hambrientas.

El bosque la recibió con un silencio abrumador.

Camino sin rumbo, cubierta de sangre. No estaba segura si era la suya o la de Noah. Su cuerpo dolía, pero su mente estaba aún más desgarrada.

"Nadie va a salvarme."

La voz en su cabeza sonaba como una sentencia.

Se encontró una cabaña abandonada y decidió quedarse allí. No por seguridad, sino porque sus piernas ya no podían sostenerla. Durante días se mantuvo viva como pudo, recogiendo chatarra, robando lo que encontraba. La cabaña tenía un arco con algunas flechas. No era la ballesta de Daryl, pero sería suficiente.

El hambre la obligó a aprender. Cazaba pequeños animales, su estómago revuelto por la necesidad de alimentarse con lo que fuera. Día tras día, la idea de su antigua vida se volvía más borrosa.

Cada rastro que encontraba, por insignificante que fuera, lo seguía. Volvía a calles donde creía haber estado con Daryl, con Maggie, con cualquiera que aún pudiera estar vivo. Su vida se convirtió en una búsqueda constante, de ciudad en ciudad, persiguiendo sombras del pasado. Viajaba tanto que hubo días en los que no sabía en qué parte del mapa se encontraba, lo unico que sabia es que ya no estaba en Georgia y, que no podía detenerse.

Pero...

Los días se convirtieron en semanas. Las semanas en meses. No estaba segura cuánto tiempo había pasado sola. La esperanza de encontrar a Maggie, a Daryl o a cualquiera del grupo se había esfumado.

 

El día que la encontraron, llovía.

 

Beth estaba junto al fuego, con la mirada perdida. Un ruido la alertó, demasiado tarde.

—Esto es mejor que cualquier lata de frijoles, ¿no lo crees, Bob? —la voz áspera de un hombre la hizo tensarse.

Un grupo de tres. Barbudos, sucios. Ojos llenos de algo peor que hambre.

—No busco problemas. Llévense lo que quieran. Dijo ella levantando las manos. —En la mesa… cacé algunas ardillas esta mañana. su voz tembló, sus dedos apretaron la tela sucia de la manga de su suéter.

Uno de ellos sonrió con una mueca asquerosa.

—¿Quién quiere ardillas cuando te tenemos a ti, cariño?

Silencio.

El corazón de Beth latía con fuerza, con miedo.

Reaccionó por puro instinto, sacando el cuchillo del cinturón.

Pero no fue suficiente.

En un parpadeo, la fuerza bruta de uno de ellos la derribó contra el suelo.

Intentó resistirse, pero sus movimientos eran torpes. Agotados.

No tenía energía.

No tenía nada.

No gritó. No peleó. Sabía que no podía ganar.

Cuando despertó, el suelo estaba frío y húmedo. La tormenta no se había detenido.

Permaneció en el mismo lugar por horas, con la mirada clavada en la madera podrida del suelo. Se sentía vacía. Se habían llevado todo. Hasta lo que no podían ver.

Ya no estaba viviendo. Solo intentaba no morir.

(...)

Los días siguientes se convirtieron en una serie de pasos mecánicos. Se movía de cabaña en cabaña, evitando a cualquier ser humano.
Cada ruido era una advertencia, cada sombra una amenaza. No miraba atrás. No había nada para ella en el pasado.

El sol castigaba su piel mientras caminaba hacia la costa. Había escuchado de su padre que el agua salada traía una calma distinta.

El calor era insoportable. Su cantimplora apenas tenía un sorbo de agua. Sus labios estaban partidos, su cuerpo al borde del colapso. Cayó de rodillas en la arena, sintiendo la brisa del mar.

Su respiración era superficial, su visión borrosa. Miró el horizonte una última vez y dejó que la oscuridad la envolviera.

La muerte no la había alcanzado aún. Pero tampoco la vida.

Sus ojos reflejaban el mar moviéndose entre olas, un océano frío e implacable que devoraba todo.

Y entonces lo pensó, la misma pregunta que alguna vez Daryl se hizo sobre ella… ¿Cómo demonios una persona como yo sigue viva en este mundo? No era fuerte como Michonne ni indomable como Maggie, pero de algún modo había llegado hasta allí. Tal vez, solo tal vez, este era su límite.

Sus párpados se cerraron. El dolor se diluyó en la negrura. No sentía nada.

Chapter 2: Entre lo que queda.

Notes:

Capítulo centrado en Daryl. ❤️

Chapter Text

Hospital Grady – Nivel bajo, madrugada.

El pasillo estaba en silencio. No había luces, solo el reflejo débil de la luna colándose por alguna ventana cubierta de polvo. El ascensor inhabilitado seguía abierto como una boca negra. Daryl y Carol emergieron desde el hueco, respirando con cuidado, como si cada exhalación pudiera delatarlos.

Ninguno habló. Caminaron despacio, esquivando zonas abiertas. Las voces lejanas en los pisos superiores eran un recordatorio de que no estaban solos, pero todo en ese sector abandonado parecía muerto.

Doblaron por un pasillo angosto. Una oficina con la puerta entreabierta les llamó la atención. Daryl entró primero.

—¿Seguro que fue una buena idea? —murmuró Carol—. Esto es una locura.

El polvo cubría los muebles. Había papeles desordenados, vasos con agua estancada, y sobre un escritorio, un cuaderno de tapas flexibles, dobladas. Daryl lo abrió y su rostro se tensó.

—La vi escribir en esta libreta. Más de una vez —susurró. Sus dedos temblaron levemente mientras pasaba las hojas—. Beth estuvo aquí.

No agregó nada. Se la guardó en el bolsillo de la chaqueta. Salieron de nuevo al pasillo.

Avanzaron un par de metros. Se detuvieron en seco al ver un grupo de personas. Al fondo, una silueta. Dawn. Estaba de espaldas, vestida como los demás, gritándoles órdenes a los otros mientras revisaba un estante.

Daryl miró a Carol, haciéndole una pregunta muda. Ella asintió.

—Debe ser quien está al mando —susurró.

Esperaron unos minutos, ocultos en la oscuridad, hasta que el grupo se fue. La mujer quedó sola, aún de espaldas, revisando un estante cercano.

Daryl actuó sin pensarlo. Se acercó rápido, la rodeó con un brazo por el cuello y la obligó a caminar hacia una sala cercana. La mujer se resistió, intentó buscar su arma, pero Carol fue más rápida. Con una frialdad afilada, le apuntó al costado y le quitó el arma antes de que llegara a tocarla.

—Adentro —ordenó Daryl, empujándola.

La encerraron en una pequeña sala de descanso, sin ventanas. Las paredes de azulejos blancos parecían más frías que nunca. Daryl la hizo sentarse de golpe en una silla.

—¿Quiénes son ustedes? —espetó Dawn, tratando de sonar indignada, pero con la respiración aún agitada.

Daryl no respondió. Caminó alrededor de ella. Como un animal acorralado que aún buscaba la mejor forma de atacar.

—¿Dónde está Beth? —preguntó al fin.

—No sé de quién hablas.

Carol permanecía cerca de la puerta, con el dedo firme en el gatillo. Observaba. Evaluaba.

Daryl dio un paso más cerca. Sacó la libreta del bolsillo y la lanzó sobre la mesa frente a Dawn. El golpe seco del cuaderno resonó más fuerte de lo que debería.

—Esto es de ella. ¿Quieres seguir jugando?

Dawn miró la libreta, la mandíbula tensa. No la tocó. Sus ojos se movieron rápido, buscando algo: una salida, una mentira.

—Esa chica... Beth. La salvamos —dijo, intentando sonar tranquila, razonable —Estaba herida. Asustada.

Daryl se inclinó de golpe, acercando la ballesta a su rostro, tan cerca que el cañón casi le rozó la mejilla.

—Ella estaba bien. No la salvaron— escupió con rabia contenida —La raptaron.

Dawn lo miró con los ojos encendidos. Apretó los labios, casi en una media sonrisa.

—Estuvo aquí. Un tiempo. Luego se fue con otro paciente. Noah.

Daryl no parpadeó.

—¿A dónde?

Dawn se encogió de hombros. Esta vez ya no intentó disimular. Su tono cambió: se volvió frío, casi con desprecio.

—Intentaron escapar por el hueco del ascensor. Creyeron que podrían llegar lejos. Pero afuera los rodearon. A él lo atraparon primero. Ella gritaba... —
hizo una pausa lenta, mordiéndose la mejilla por dentro —La tiraron al suelo. Primero la cara. Después el cuello. Las piernas. Se le prendieron como perros hambrientos.

Carol dio un paso hacia atrás, como si la escena la golpeara en el estómago. Se le llenaron los ojos de lágrimas, pero no dijo nada. Solo tragó saliva y volvió a apuntar con más firmeza.

Daryl respiró hondo. Su cuerpo entero pareció endurecerse. La mano que sostenía la ballesta tembló apenas. Tenia la mandíbula, tensa y los ojos vidriosos.

—Era una cría —continuó Dawn, su voz sonaba más serena, y eso era lo peor. Como si el dolor ajeno la alimentara. Mientras hablaba, deslizó lentamente una mano hacia su bota —Una maldita cría malagradecida. Tenía un techo, comida, y aún así huyó. Lo que le pasó fue culpa suya. Por estúpida.

Silencio.

Carol frunció el ceño, dio un paso más cerca. Daryl tembló, pero no apartó la vista de ella.
—No hables de ella. Nunca más —murmuró.

Dawn lanzó un movimiento brusco. El cuchillo brilló apenas al salir de la bota.

Carol reaccionó, apuntó.

Pero Daryl ya se había movido.

La flecha voló.

El proyectil se incrustó en su cuello. Dawn se quedó quieta un segundo, como si no entendiera. Luego, la sangre brotó a borbotones, roja y oscura, manchándole el uniforme. Cayó de lado, apenas gimiendo.

Muerta.

El silencio se volvió espeso, casi viscoso.

Daryl bajó la ballesta con lentitud. El temblor aún le recorría los dedos.

Miró el cuerpo. No parpadeó. No dijo nada.

Solo bajó la cabeza, como si lo que quedaba en él ya no supiera sostenerse.

Carol se acercó. Le puso una mano en el brazo, despacio.

Él no reaccionó.

Entonces ella lo abrazó.

No hubo palabras. Solo dos personas rotas en medio de un cuarto frío.

...

Al final, no les quedó otra opción que aceptar la pérdida. El dolor se instaló en el grupo, pero la urgencia de sobrevivir se impuso. Con el tiempo, Beth Greene se convirtió en un susurro olvidado entre las cicatrices de un mundo en ruinas.

Los años pasaron, cada tragedia enterrando a la anterior. Alexandria se convirtió en un refugio, pero la muerte nunca dejó de perseguirlos.

Y en cada rostro que caía, el eco de Beth se volvía más lejano.
Pero en Daryl… nunca desapareció del todo.

Glenn y Abraham fueron los siguientes en caer bajo el peso del nuevo orden que Negan impuso. Daryl cargó con la culpa. Maggie, con la rabia.

Rick, con el corazón endurecido, planificó la guerra.

Cuando Tara habló de Oceanside, la idea de una nueva comunidad con armas los impulsó a moverse. Rick no perdió el tiempo con preguntas. Si los convencerían o los doblegarían, eso se decidiría en el momento. El objetivo era claro: enfrentarse a Negan y recuperar lo que quedaba de su mundo.

 

En el camino hacia Oceanside, Aaron y Daryl cruzan un bosque marchito, entre árboles muertos. Aaron camina unos metros por detrás de Daryl, que no dice nada.

—¿Sabes algo que me cuesta más que matar caminantes? —Dice Aaron de pronto, rompiendo el silencio con voz baja—. Acostumbrarme a dormir sin el sonido del viento entre las ventanas.

Daryl no responde enseguida, pero su mirada se alza hacia el cielo encapotado.

—A mí siempre me gustó el silencio —dice, sin girarse.

—¿Incluso ahora? Con todo esto...

—Es diferente ahora. El silencio antes significaba que nadie te jodía. Que podías pensar... respirar.
Ahora... significa que algo se esconde.

Aaron asiente, comprendiendo. Caminan unos pasos más antes de que él vuelva a hablar.

—Igual, cuando encuentro algo de calma, aunque sea por un momento, no puedo evitar pensar en las personas que ya no están. Como si ese momento de paz los hiciera más reales otra vez.

Daryl no dice nada, pero sus dedos se tensan levemente sobre la ballesta.

—Eric siempre dice que la calma es donde se esconde la humanidad —sigue Aaron, con una media sonrisa, más melancólica que alegre—. Que aunque el mundo se caiga a pedazos, si puedes estar con alguien sin decir nada y aun así sentirlo todo… entonces todavía queda algo de nosotros.

La voz de Aaron flota unos segundos en el aire.

—¿Te pasó alguna vez? —pregunta entonces, sin mirarlo—. ¿Estar con alguien y sentir... eso?

Daryl baja un poco el ritmo. No se detiene, pero su silencio pesa más que antes.
Su mente lo traiciona con el recuerdo fugaz de una risa suave, de una guitarra en la oscuridad, de un par de ojos azules que lo miraban como si no fuera invisible.

Beth.

Pero el pensamiento se desvanece como si no tuviera permiso de quedarse. Solo deja algo raro en el pecho, como una presión.

—No lo sé —responde finalmente, con voz áspera.

Aaron lo observa de reojo. Sabe que, para Daryl, decir incluso eso es un acto de confianza enorme.

—¿Te enamoraste?

Daryl respira hondo y por un segundo, duda.

—No —murmura al final, con los ojos clavados en el camino—. No tuve tiempo para eso.

Aaron no dice nada más. Solo camina a su lado, en ese nuevo silencio que no amenaza, sino que comprende.

El dolor que dejó Beth tras su muerte lo marcó de una manera que no esperaba.

Se sintió despojado, como si le hubieran dado algo solo para arrebatárselo de inmediato.
Y esa herida lo hizo desear no haber sentido nada en absoluto.
Porque si sentir significaba perder, entonces era mejor no haber tenido nada desde el principio.

(...)

 

Daryl camina solo entre los árboles, con la ballesta en alto. Rick y los otros se han dispersado, pero él elige el silencio. Prefiere moverse así: sin depender de nadie.. Oceanside tiene lo que necesitan para la guerra contra Negan, pero no confían en ellos. Si las cosas salen mal, más vale estar preparado.

El cielo, opaco desde hacía horas, comienza a escupir gotas finas que apenas se sienten al caer. No es una lluvia real todavía. Daryl alza la vista un segundo, percibe el cambio en el aire, el olor a tierra mojada que se empieza a levantar, y sin detenerse, se sube la capucha del poncho impermeable.

Vuelve a internarse en el bosque.

Entonces, lo siente.

Un chasquido leve. Hoja contra hoja.
No es el viento.

Se gira de golpe.

Demasiado tarde.

Una figura emerge de la nada y lo embiste con fuerza, derribándolo. Ruedan entre tierra húmeda, ramas secas y hojarasca, hasta que un tronco detiene el impacto con violencia. El jadea, alzando su ballesta justo a tiempo para frenar una cuchilla oxidada que desciende hacia su cuello.

Daryl gruñe, golpea con el hombro, gira con fuerza. El cuerpo del atacante se sacude, pero se aferra con rabia. La cuchilla cae de su mano en medio del forcejeo. Él la patea lejos.

En un movimiento brusco, logra invertir la posición. Empuja a la figura contra un tronco y le clava la ballesta en el pecho, sin disparar, conteniendo apenas el impulso de hacerlo.

—No te muevas —escupe, jadeando, los músculos tensos, el dedo rozando el gatillo.

Silencio.

Solo los pájaros alejándose.

La figura levanta lentamente las manos. El cuerpo tiembla apenas, pero no por miedo, sino por agotamiento. Con movimientos lentos, se quita el pañuelo que le cubre el rostro.

Y, de pronto, el tiempo se quiebra.
Y él olvida cómo respirar.

Frente a él, el cabello largo y enredado cae como una cortina sucia. El rostro está cubierto de barro, polvo.
Pero los ojos... esos ojos.

Él los conoce.

—Beth... —murmura, casi como si no creyera que fuera real.

El aire se vuelve denso, casi irrespirable.

Por un segundo, piensa que es un truco. Su mente, agotada, debe estar jugando con él.
Quizás es otra persona. Un fantasma.
Una mala broma del apocalipsis.

Pero no.

Ella frunce apenas el entrecejo. Mira sus manos vacías. Lo mira a él, todavía cubierto.

Entonces, desconcertado, con movimientos torpes y lentos, Daryl se lleva una mano al cuello y se quita la capucha del poncho impermeable, dejando al descubierto su rostro empapado, endurecido por los años.

Los ojos de ella se agrandan.
Parpadea.

Y en ese simple gesto, él reconoce algo imposible de olvidar: el temblor en su labio inferior.

El peso de los años, de la soledad, de la rabia, amenaza con desbordarla a ella también.

Luego baja las manos, los labios entreabiertos, como si también tuviera algo que decir… pero no supiera por dónde empezar.

Daryl baja lentamente la ballesta.

El silencio entre ellos es ensordecedor.

Chapter 3: Cuando el mar no se la llevó.

Summary:

Cuando despierta en Oceanside, lo ha perdido todo, menos la voz que le queda en la garganta.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Mar.

 

Las voces flotaban en la niebla de su mente, distantes pero cada vez más nítidas.

—¡Vamos a matarla!—

—Está indefensa. ¡Es solo una mujer!—

—Tenemos que hacerlo. ¡Tal vez sea peligrosa!—

Beth había intentado aferrarse a la conciencia, pero el mundo se tambaleaba a su alrededor. No podía moverse; apenas sentía su propio cuerpo. Alguien la había girado de un lado a otro, y entonces la oscuridad la había reclamado de nuevo. No supo cuánto tiempo pasó, si fueron minutos o días, pero cuando despertó lo hizo de golpe, aspirando aire como si acabara de resurgir de las profundidades del mar.

La habitación era pequeña, con paredes de madera y una ventana cubierta con una tela raída. El colchón bajo su espalda resultaba extrañamente cómodo en comparación con lo que estaba acostumbrada. Llevaba puesta ropa diferente: una camisa vieja de botones y pantalones limpios. Su cuerpo, sin embargo, seguía magullado, dolía en cada centímetro. Intentó moverse, pero una punzada en el costado la detuvo y soltó un quejido.

—¿Quién eres? —La voz femenina la sobresaltó.

Beth giró el rostro y vio a una joven de cabello ondulado y oscuro que la observaba con frialdad. Sostenía un revólver cargado y su postura dejaba claro que no dudaría en usarlo.

—¿Dónde estoy? —preguntó Beth, sintiendo un nudo en la garganta. Su instinto le gritaba que debía asustarse, pero estar limpia y sobre una cama era lo mejor que le había pasado en semanas.

—¿Quién eres? —repitió la joven, sin bajar el arma.

—Soy Beth —dijo, con la voz ronca. Tragar le dolía.

La morena no aflojó la tensión en los dedos sobre el gatillo. Sus ojos oscuros la escrutaban, desconfiados.

—¿Qué haces aquí? ¿Quién te dijo sobre nosotras?

Beth la miró unos segundos antes de responder.

—Ustedes me trajeron —frunció el ceño—. A decir verdad, pensé que moriría. Creí que sería una buena idea hacerlo en el mar...

Las palabras se deslizaron sin pensar. No esperaba que la joven se conmoviera, y no lo hizo. Solo la observó en silencio durante unos segundos eternos antes de bajar el arma con lentitud. La desconfianza seguía ahí.

—Mi nombre es Cyndie— dijo finalmente, sin perder la cautela —Afuera están debatiendo si matarte.

Beth frunció apenas el ceño.

—No tengo nada... ni a nadie. No puedo hacerles daño.

Cyndie la estudió de pies a cabeza. Le creyó. Beth estaba desnutrida, aún se notaba la suciedad de cuando la habían encontrado. No llevaba más que un cuchillo y unas pocas flechas rotas.

—Te creo —dijo Cyndie al fin, bajando un poco la voz —Ojalá las demás también lo hagan.

Y, sin embargo, no fue fácil. Esa noche, el fuego iluminó los rostros tensos de las mujeres de Oceanside. Hablaron en voz baja al principio, luego los murmullos se volvieron discusiones. Algunas querían acabar con ella antes de correr un riesgo; otras decían que era solo una carga más. Pero Cyndie no se apartó. La defendió sin conocerla, sin tener un motivo que pudiera explicar del todo. Tal vez fue la forma en que Beth había pronunciado esas palabras, como si ya no esperara nada bueno de nadie. O tal vez fue porque Cyndie, en el fondo, recordaba cómo era mirar al mundo sin fuerzas para seguir.

Natania escuchó todo, en silencio al principio. Al final, levantó la mano para calmar las voces.

—No es una amenaza. No tiene nada. —Miró a Cyndie y luego al resto —No vamos a matarla. No hoy.

La decisión no trajo confianza. Beth era una intrusa. Al principio la miraban como si llevara la muerte colgada de los hombros. La mantuvieron encerrada por días. No supo cuántos. Cada jornada le recordaba que el mundo no la quería muerta por mucho que ella lo deseara. Siempre había alguien que la salvaba: Daryl, Noah… y ahora, esta comunidad de mujeres.

Eventualmente la dejaron salir. No porque confiaran en ella, sino porque entendieron que no tenía a nadie.

Los días se sucedieron entre tareas simples y miradas aún desconfiadas. Beth recogía leña, limpiaba redes, ayudaba donde podía, en silencio. A menudo, cuando el trabajo terminaba y la luz comenzaba a desvanecerse, se acercaba al fuego como las demás, buscando el calor más que la compañía. Esa noche no fue diferente.

El crepitar del fuego apenas rompía el silencio.
Beth se sentó con las piernas cruzadas junto a la fogata, abrazándose como si pudiera retener algo de calor. Cantó en voz baja, un murmullo que apenas se oía, como si se hablara solo a sí misma. La melodía no tenía palabras, solo notas flotando en la noche.

Detrás de ella sonó una carcajada áspera.

—Pareces un perrito triste.

Beth no giró el rostro. Sonrió, sin gracia.

—Tener un perrito habría sido agradable —murmuró.

Rachel se acercó con paso brusco, los brazos cruzados sobre el pecho y la cara llena de burla.

—Los perros son estúpidos. Igual que tú.
—…
—Apuesto a que los hombres por los que llorás están muertos.

Beth alzó la vista, despacio.

—Lo están.

Rachel parpadeó, sorprendida por la sinceridad. El fuego bailó entre ambas. Beth la sostuvo con la mirada un segundo más y luego volvió a mirar las brasas.

—Pero todavía me duele.

—¿Por qué? ¿Qué ganas? —insistió Rachel.

—Nada. No lloro para ganar. Lloro porque todavía tengo algo dentro. Algo que el mundo no me quitó.

Rachel se quedó un segundo más y murmuró con malicia:

—Eres débil…

Beth no reaccionó con enojo. El fuego crepitaba entre ambas, iluminando sus rostros con destellos naranjas. En vez de apartar la mirada, la sostuvo, cansada pero sin rencor.

—Lo soy —admitió, sin vergüenza —Mi papá siempre me protegió demasiado. Creo que por eso... por eso no aprendí a ser fuerte a tiempo.

Rachel no se lo esperaba. La dureza en su rostro vaciló un instante.

Beth bajó la vista hacia las brasas, y su voz se volvió aún más suave.

—Debe ser difícil para ti… tener que ser tan dura a tu edad.

El silencio cayó de golpe. Rachel abrió la boca, pero no dijo nada. Su expresión se quebró apenas, apretó los labios y dio media vuelta.

Pero antes de que pudiera alejarse, una voz firme la detuvo.

—La fortaleza está en resistir, Rachel —dijo Natania, que había llegado con Cyndie. Se quedó al borde del fuego, los brazos cruzados, sus ojos cargados de calma y autoridad —Y ella sigue aquí. No veo debilidad en eso.

Rachel no replicó. Frunció los labios y se fue. Natania la siguió con la mirada y después se marchó tras ella.

—Descansa, Beth. Mañana será otro día —dijo antes de perderse en la penumbra.

Beth asintió en silencio.

Al amanecer, Cyndie la llevó al mar. La brisa salada cortaba el aire frío y el cielo comenzaba a teñirse de gris. Frente a ellas, en un claro entre las dunas, varias mujeres entrenaban: algunas disparaban flechas a improvisados blancos de madera, otras se enfrentaban cuerpo a cuerpo, y muchas practicaban con armas de fuego, el eco de los disparos apagado por el rugir de las olas.

Beatrice se acercó, seria, con un arma colgada al hombro y el paso firme.

—Si quieres quedarte, tendrás que defender este lugar. Porque ahora formas parte de él, y de esta familia—

Le tendió un arco viejo y un carcaj con unas pocas flechas. Beth lo tomó con cierta vacilación, la confusión reflejada en sus ojos.

Cyndie, a su lado, esbozó una sonrisa apenas perceptible.

—No te daremos un arma... aún. Pero con esto podrás defenderte mientras tanto.

Beth bajó la vista al arco, sintiendo el peso entre sus manos. Inspiró hondo. Y por primera vez, no pensó en rendirse. Pensó en resistir.

.......

Oceanside no era un hogar. Pero era un refugio: comida, agua, techo... y reglas. Allí no había hombres, solo mujeres endurecidas por la pérdida. Nadie entraba ni salía sin un motivo de peso. Era una fortaleza en medio del naufragio del mundo.
Cyndie era la única que parecía comprenderla, la única que se quedaba a su lado sin esperar algo a cambio. Beth entendía la dureza de las demás. A veces, incluso deseaba ser como ellas. Lo intentaba.

Aprendio a defenderse. La vida se lo había enseñado con sangre y lágrimas.

Beatrice le enseñó a moverse rápido. Su puntería mejoró. El arco descansaba sobre su hombro como si siempre hubiera sido parte de ella. Y cada vez que afilaba una flecha, el recuerdo de Daryl volvía, inevitable. Estaba convencida de que él debía seguir vivo. Era fuerte. Más fuerte que nadie. Y tal vez, se decía en lo más hondo de su dolor, era mejor que ella no estuviera a su lado… para que él pudiera avanzar sin tener que arrastrar un peso muerto.

Hacía todo lo posible por mantener su mente ocupada. Porque si se detenía… si se permitía sentir… el pasado la arrastraba como un río sucio y violento.

Las noches, sin embargo, eran otra historia.

Cuando todo se volvía silencio, cuando no había caminantes ni órdenes ni tareas, la soledad se colaba como un veneno lento. Cantaba, apenas un hilo de voz que se escapaba entre sus labios. Era todo lo que quedaba de la chica que había sido. Pero lo que antes ardía en su pecho como una esperanza, ahora dolía. Cada nota era un recuerdo. Y cada recuerdo, un cuchillo.

Soñaba con Maggie. Con su padre. Todas las noches. No importaba cuántos meses pasaran: cada vez que cerraba los ojos, se obligaba a recordar sus rostros. El sonido de sus voces. Las manos que la sostuvieron cuando aún creía en un futuro.

El tiempo se volvió bruma.

Lo raro se volvió habitual. La isla se volvió su mundo.

No era feliz, pero intentarlo era lo único que podía hacer. Quizá, en este mundo, eso era suficiente.

Notes:

Esta historia irá avanzando despacio, con capítulos construidos de a poco.

Mi intención es que todo se sienta orgánico y realista dentro del universo emocional de Beth, desde el trauma hasta la posibilidad de esperanza. Gracias por leer.

Chapter 4: 🌊No hay nada más que decir.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

El aire es denso, cargado de esa humedad que cala hasta los huesos. La llovizna cae, fina y persistente, como un murmullo constante que lo envuelve todo. Beth avanza entre los árboles, el cuchillo en mano, el pañuelo cubriéndole el rostro hasta los ojos. El bosque es un laberinto de sombras y siluetas deformes.

Dice que busca leña. Pero en el fondo solo huye de los pensamientos que la persiguen.

Entonces ve una silueta.

Alguien. Un hombre, moviéndose entre los troncos. Camina con cautela, pero no lo suficiente. Tiene un arma colgada en la espalda, y el peso de la ballesta lo hace parecer más grande, más peligroso.

Beth se queda quieta, el pecho subiendo y bajando con rapidez. Podría volver, avisar a las demás. Podría correr.

Pero no lo hace. Se desliza entre los árboles, tratando de acercarse un poco más, de mirar bien. ¿Es uno solo? ¿Está solo?

Entonces el pie le falla. Resbala en el barro y pisa una hoja seca. El crujido es fuerte, demasiado fuerte en un silencio tan muerto.

El hombre se detiene. Gira apenas.

Ya no hay tiempo. Beth se ajusta el pañuelo al rostro, aprieta el cuchillo en la mano y se lanza. Si va a morir, será protegiendo.

El mundo se vuelve ramas, barro, lluvia. Ruedan, se golpean. El filo del cuchillo brilla un segundo antes de que lo detenga.

El forcejeo es brutal. Alientos entrecortados, manos que buscan controlar al otro.

Y entonces, en un instante, todo se hace más lento.

Beth ve su barbilla, la tensión en su mandíbula, los músculos de los brazos que la sujetan. Lo conozco, piensa sin querer pensarlo.

La sorpresa le afloja los dedos. El cuchillo cae.

Él la empuja contra un tronco. La ballesta presiona su pecho.

Beth lo mira, el ceño fruncido, la respiración desbocada. Siente rabia. Siente miedo. Y algo más: un vuelco en el estómago que no sabe nombrar.

Entonces lo escucha.

—No te muevas.

La voz le hiela la sangre. Vieja como un recuerdo.

Con movimientos lentos, lleva las manos al pañuelo y lo baja.

Él la mira. La capucha cae.

Ahí está.

Daryl.

El nombre le golpea dentro antes de que pueda decirlo.

Dejó de respirar.

Lo miró, su fachada endurecida se resquebrajó. Sus labios se entreabrieron, sus ojos se llenaron de lágrimas. Daryl. Está vivo. Y todo lo que creía muerto en ella, duele.

No se movió, ni siquiera cuando la urgencia de confirmar que era real la carcomía por dentro.

—Estás vivo… —fue lo único que pudo decir.

Antes de que pudieran reaccionar, un disparo resonó en el aire. Beth corrió en dirección al sonido, y Daryl, sin pensarlo, la siguió.

 

El claro es un caos. Gritos. Armas en alto. Las mujeres de Oceanside están rodeadas. Beth se detiene, sin aliento.

El corazón le martilla en el pecho. La escena frente a ella no tiene sentido. Parpadea, como si eso fuera a cambiar lo que está viendo.

Mira hacia la izquierda. Michonne. Mira hacia la derecha. Sasha.

Y frente a Natania, con el arma levantada... Rick.

Rick.

La mente de Beth no lo procesa del todo. Siente que el mundo se le hunde bajo los pies. Todo pasa demasiado rápido, y sin embargo, dentro de ella todo se detiene.

—¿Rick...? —susurra, como si nombrarlo pudiera confirmar lo imposible.

Rick gira con el ceño fruncido, pero al verla, su expresión cambió drásticamente. Sus ojos se abrieron, el asombro nubló su mirada. Sin embargo, su agarre en el arma no cedió.

El resto del grupo también quedó impactado, incapaces de procesar lo que veían.

Pero Rick no baja el arma.

—Necesitamos las armas… —dice, con la voz firme, aunque su mirada vacila al encontrarse con Beth.

Mira a su alrededor, como intentando entender cómo es posible que ella esté allí. Luego vuelve a fijar los ojos en las mujeres de Oceanside.

—Esto tiene que terminar. Negan tiene que caer.

Beth da un paso al frente. No grita. No llora. Solo avanza, con la espalda tensa y las manos en alto, colocándose entre Rick y su comunidad.

—No pueden hacer esto —dice, con la voz firme, aunque cargada de un temblor contenido.

Daryl da un paso también. No la mira a ella, solo a Rick.

—No tiene que ser así —murmura, bajo pero claro.

Rick no se mueve. Sus ojos analizan la situación con frialdad.

—Nos llevaremos las armas. Si quieren unirse a la lucha, serán bienvenidas. Pero necesitamos estas armas, con o sin su ayuda.

Natania, se mantiene firme.

—Llévenselas si eso quieren. Pero no nos arriesgaremos. Nadie de aquí se irá con ustedes.

Rick dirige la mirada a Beth, con el ceño fruncido y los ojos contenidos.

—Beth… —Sacude la cabeza, aún tratando de procesar su presencia —Creímos que habías muerto —dice, sin bajar el arma, pero con la voz quebrada.

Beth aprieta los labios. Está tan confundida como él. Durante años imaginó el reencuentro. Pero nunca así. Nunca con armas apuntando a quienes la salvaron.
—¿Y así es como me reciben? ¿Apuntándole en la cabeza a la gente que me salvo?

Daryl intenta calmarla.

—No sabíamos que estabas aquí…

Rick endurece su expresión.

—Nosotros somos tu familia.

Beth niega con la cabeza, su voz tiembla.

—Natania y Cyndie son mi familia también, ¡Ellas me salvaron!.

Daryl frunce el ceño.

—¿Y qué hay de Maggie?

Los ojos de Beth se abren y, pese a su resistencia, una lágrima rodó por su mejilla al escuchar el nombre de su hermana.

—¿Maggie? — Su voz se quiebra —¿Maggie está con ustedes?

Daryl asiente, tragando con dificultad.

—¿Maggie y Glenn están… con ustedes?

El silencio pesa como una losa. Rick bajó la mirada, el dolor reflejado en su rostro.

—Solo Maggie… —murmura, lo suficiente para que Beth lo escuche.

Beth siente su pecho apretarse. La tristeza, la esperanza de volver a ver a su hermana, todo se mezcla en una tormenta de emociones. Por primera vez en mucho tiempo, siente algo más allá de la supervivencia.

—Puedes venir con nosotros— susurra Daryl—a casa.

Beth mira a las mujeres de Oceanside. Natania no la mira.

—Puedes irte si es lo que deseas —dice con dureza —pero si vuelves… te mataremos..

Beth aprieta los labios, su mirada busca a Cyndie, quien la salvó y se convirtió en su apoyo. Le sostiene la mirada.

Un silencio denso se instala entre todos. Rick sigue mirándola, como si aún no pudiera creer que esté allí. Daryl apenas se mueve. Nadie sabe qué decir.

Y entonces, algo cruje.

Un ruido. Leve. Sordo.

Beth se tensa. Gira apenas la cabeza.

Un murmullo bajo, arrastrado… como un gemido sin alma.

Daryl también lo oye.

—¿Escucharon eso? —dice, sin necesidad de respuesta.

Rick se gira justo cuando la primera silueta aparece entre los árboles.

—Caminantes —murmura.

Y el caos se desata.

Gritos. Órdenes. Disparos.

Los caminantes irrumpen desde el bosque, tropezando entre las ramas, arrastrando los pies con ansias de carne. En segundos, llegan hasta el claro. Las primeras mujeres de Oceanside retroceden instintivamente, atadas de manos, indefensas.

Beth reacciona antes de pensar.

Corre hacia Cyndie y Rachel, agachándose entre el barro y las hojas mientras las criaturas se acercan. Sus dedos forcejean con los nudos húmedos, la adrenalina nublándole la vista.

—¡Agáchense! —grita, cortando la cuerda justo cuando uno de los caminantes cae cerca.

Cyndie se incorpora de golpe, toma el cuchillo que Beth le lanza sin mirar. Rachel ya está de pie, con los ojos encendidos.

Desde la otra punta, Rick ve la escena con la mandíbula apretada.

Daryl lo observa. No dice nada.

Y corre detrás de Beth.

Se lanza sobre otra de las mujeres, corta las cuerdas sin vacilar. Repite el gesto con otra. De su cinturón saca dos cuchillos y los reparte.

Rick aprieta el arma, los labios tensos. Mira alrededor. La horda es demasiado grande para seguir discutiendo.

Asiente. Una vez. Breve. Seca.

Y se une a la pelea.

Después de lo que parece una eternidad, la última caminante cae con un cuchillo enterrado en el cráneo. El grupo se reagrupa, respirando con dificultad, cubiertos de sangre y sudor. La tensión entre Alexandria y Oceanside parece disiparse en la batalla, al menos por un momento. Pero Natania sigue firme en su decisión.

—No vamos a ayudarles —declara, con el rostro endurecido. Algunas de sus mujeres intercambian miradas incómodas, pero ninguna se atreve a contradecirla.

Cyndie se acerca a Beth, con una expresión de resignación.

—Entiendo si te vas. Tienes que ver a tu hermana.

Beth la mira un momento antes de esbozar una sonrisa triste. No dice nada. Solo la abraza con fuerza, con algo de urgencia, como si necesitara retener ese último lazo.

Al separarse, alcanza a ver a Rachel unos pasos más allá. La joven le sostiene la mirada por un segundo… y asiente, apenas.
Natania, en cambio, no le dedica ni una palabra. Da media vuelta y se aleja sin mirarla a los ojos.

Beth siente una punzada en el pecho. No dice nada. No hay nada más que decir.

Notes:

Este capítulo marca un punto de inflexión para Beth. Quise construir un reencuentro contenido, emocional y lleno de contradicciones.💛

Chapter 5: Estoy en camino. 🌫️

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

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La caminata hacia Alexandria es tensa. Beth siente las miradas furtivas de Rick y Michonne, como si aún no pudieran creer que esté viva. Pero quien no deja de mirarla es Daryl. Cada vez que sus ojos se encuentran, él aparta la vista.

Cuando se detienen a descansar, Rick se acerca.

—Maggie no está en Alexandria. Está en Hilltop.

Beth parpadea, sorprendida.

—¿Hilltop?

—Daryl se está quedando allí. Él te guiará.

Beth siente un nudo en la garganta.

—Está bien. Quiero ir.

Rick asiente.

—Nos aseguraremos de que llegues.

Pasaron varias horas desde que partieron, compartiendo el mismo vehículo, la misma dirección… pero no una sola palabra. Solo el sonido del motor y el crujir de los neumáticos sobre la tierra marcan el paso del tiempo. Beth no sabe qué piensa Daryl, pero cada segundo de ese silencio la está matando.

Lo ha conocido. Lo ha querido. Pero ahora lo mira de reojo, intentando descifrar en su rostro curtido lo que ya no se atreve a preguntar.

—Lamento el golpe —murmura Daryl de pronto, con la vista fija en la carretera, los nudillos tensos sobre el volante.

Beth guarda silencio unos segundos, y luego susurra con una media sonrisa:

—Yo lamento casi haberte clavado una navaja en la garganta.

El intento de humor se disuelve entre los dos. Pero él suelta una leve exhalación, algo parecido a una risa ronca.

—Estamos a mano.

Y otra vez, el silencio.

Beth baja la mirada, observando cómo sus dedos juegan con el borde de su chaqueta sucia y raída. Por dentro, se repite que algunas cosas no cambian. Pero la verdad es que lo que fueron… ya no existe.

El tiempo en el que vivían en su propio mundo ha quedado muy atrás. Ahora, una vieja confianza aún flota entre ellos, pero la distancia es más real. Una especie de abismo construido a base de pérdidas, heridas y silencios prolongados.

Cuando finalmente llegan y cruzan las puertas de Hilltop, Beth apenas tiene tiempo de procesar su regreso antes de que la figura de Maggie aparezca entre la gente.

Maggie se detiene en seco, los ojos bien abiertos, como si el aire se le escapara del cuerpo. Beth también se paraliza.

El mundo se detiene. El tiempo se dobla.

Ninguna puede moverse, pero sus cuerpos tiemblan, conteniendo todo el dolor que han reprimido durante tanto tiempo.
Hasta que Beth se lanza hacia ella, corriendo como si su vida dependiera de ello.

El abrazo es un golpe de realidad. Maggie la sostiene antes de que sus piernas cedan por completo, su voz deshaciéndose en sollozos contra el cuello de Beth.

—No puede ser...—¿Realmente eres tú? Pensé que te había perdido...

Beth cierra los ojos con fuerza, sintiendo el olor a tierra, sudor y llanto en la piel de su hermana. Cuántas veces ha imaginado ese momento. Cuántas veces se ha despertado con los brazos vacíos.

—Estoy aquí —murmura, y su propia voz se quiebra.

Cuando al fin se separan, Beth baja la mirada y nota la curva en el vientre de Maggie. El impacto es inmediato. Sus ojos se abren con asombro.

—¿Estás…?

Maggie asiente, limpiándose las lágrimas con torpeza.

—Glenn y yo… —sus labios tiemblan —Pero él… él no está aquí.

No hace falta decir más. El vacío de su ausencia lo llena todo. Beth aprieta la mano de su hermana con fuerza, como si a través de ese contacto pudiera ofrecerle algo de consuelo.

La guerra comienza antes de que tenga tiempo de asimilar su regreso. Se encuentra atrapada en la vorágine del conflicto, empuñando un arma y luchando junto a personas que apenas recuerdan su rostro. No piensa en lo que siente, solo en sobrevivir.

Su sorpresa es mayúscula cuando ve a Cyndie y a las mujeres de Oceanside unirse a la batalla final. Aún recuerda la seguridad que le ofrecieron, la oportunidad de una vida diferente. Pero ahora entiende que ninguna comunidad está exenta de la guerra. La violencia siempre encuentra la manera de alcanzarlos.

Cuando todo termina y Rick decide perdonarle la vida a Negan, Beth solo observa.

Maggie está destrozada. Su rabia y dolor son palpables, pero Beth se siente desconectada. Ha estado tan ocupada combatiendo, protegiendo a los demás, que no ha tenido tiempo de pensar en cómo se siente respecto a todo lo que Negan hizo. Ahora, con la paz aparente asentándose sobre ellos, la realidad se filtra en su conciencia como una herida abierta.

Oceanside ha sido importante en su vida, pero ya no es su hogar. Maggie, ahora líder de Hilltop, le ofrece quedarse, pero Beth no se siente parte. Se siente un fantasma caminando entre sus muros, un espectro de un pasado que nunca termina de encajar en el presente. Cuando le dice a Maggie que quiere intentar vivir en Alexandria, su hermana no encuentra razones para vivir separadas, pero termina cediendo con resignación.

Alexandria le ofrece algo parecido a la normalidad. Se instala en la casa de Aaron, lo ayuda con la pequeña Gracie. En su rutina diaria patrulla los muros, ayuda con los niños y, poco a poco, empieza a reconstruirse.

Lo que más la golpea es ver a Judith, tan grande, tan llena de vida. Recuerda cuando apenas era un bebé en brazos de Rick, y ahora la niña corre con una sonrisa que ilumina el mundo. Pero nada la prepara para ver a Carl.

El chico la recibe con una sonrisa amplia, la misma felicidad infantil que recuerda de cuando eran más jóvenes. Aunque el mundo ha intentado endurecerlo, sigue siendo Carl. Abrazarlo es como aferrarse a un pedazo de su antigua vida.

Daryl vive a pocos metros, junto a Carol. Lo ve casi todos los días, pero sus interacciones son... pocas por no decir, nulas, llenas de silencios. Él no habla de su desaparición, ni de lo que sintió al creerla muerta. Y ella no pregunta si la buscaron. No puede soportar la respuesta que teme recibir.

Pero la distancia entre ellos se siente como un peso en el pecho. Y aunque Alexandria le ofrece estabilidad, algo dentro de Beth sigue roto. No sabe si alguna vez logrará arreglarlo.

A pesar de vivir allí, visita Hilltop con frecuencia para ver a Maggie y a su sobrino. Aquel lugar no es su hogar, pero tampoco Alexandria. No importa a dónde vaya, siempre se siente como una pieza fuera de lugar.

Aquella tarde, mientras recorre las calles de Alexandria sin rumbo, ve a Daryl. Está agachado al costado de su moto, con las mangas arremangadas y las manos manchadas de grasa. Ajusta algo en la cadena trasera, concentrado, y el clic del engranaje resuena con el eco metálico en la calle vacía.

Lo observa desde la vereda, inmóvil. Algo dentro de ella se activa. No lo piensa dos veces.

Camina hacia él, decidida.

Daryl se incorpora apenas al notar sus pasos, limpiándose las manos en el pantalón. La mira de reojo, frunciendo el ceño. No dice nada, pero su expresión lo dice todo: ¿qué hacés?

Beth no le da tiempo. Rodea la moto con paso firme y se sube en la parte trasera, sin tocarlo, sin pedir permiso.

—Llévame a Hilltop —dice, su voz baja pero firme.

Daryl la mira, ahora más directamente. No se mueve. Solo la observa con una mezcla de sorpresa.

—No es a donde voy —responde al fin.

—No importa. Te acompaño… y después me dejas con Maggie.

Sus manos tiemblan apenas mientras se aferra al borde del asiento.

Daryl gira apenas la cabeza, lo justo para verla por el rabillo del ojo. Su mandíbula se tensa, pero no dice nada. Guarda las herramientas, se limpia rápido las manos, y finalmente se sube en la moto delante de ella.

Sin esperar más, enciende la moto. El motor ruge bajo ellos y Beth apenas tiene tiempo de aferrarse a su cintura antes de que arranquen.

El rugido de la moto se mezcla con el viento helado de la tarde, envolviéndola en una sensación que es a la vez familiar y ajena. El calor del cuerpo de Daryl bajo sus manos, la solidez de su espalda… todo eso la ancla a un presente que no termina de sentir suyo.

Avanzan por la carretera rota, sin rumbo claro. Daryl no habla. Ella tampoco. Pero su frente toca, sin querer, su espalda.

Y por un momento, todo lo que no saben cómo decir… pesa más que el viento en la cara.

No sabe en qué momento comienza a llorar. Las lágrimas caen sin permiso, silenciosas, empapando el chaleco de él. Se muerde el labio con fuerza, intentando contenerlas, pero Daryl lo siente.

No dice nada. No se gira ni hace preguntas.

Pero, tras unos segundos, su mano derecha se aparta del manillar por un instante, lo justo para rozar la de ella en un gesto torpe, casi imperceptible. Breve, sin palabras, pero suficiente.

Beth cierra los ojos con más fuerza, aferrándose a él un poco más.
Porque en ese momento, en medio del camino, con el viento y el rugido de la moto ahogando el silencio, no se siente tan sola.

Notes:

Gracias por leer💛

Chapter 6: “¿Aún estoy aquí, verdad?”

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

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El rugido del motor se apaga cuando Daryl detiene la moto en medio del bosque. Beth baja despacio, estira las piernas entumecidas y respira hondo. El aire huele a tierra mojada, a musgo, a algo que casi se parece a la paz.

—¿Así es como escapas del mundo? —pregunta, sin reproche, solo mirando a su alrededor.

Daryl no contesta. Revisa su ballesta con movimientos automáticos, los de siempre. Pero Beth sabe que la está escuchando.

—Sigues siendo el mismo —dice, suave.

Él suelta un bufido leve, sin levantar la vista.

—Tu no.

Beth baja la mirada. Sonríe apenas, pero la sonrisa se le resbala antes de llegar a los labios.

Daryl cierra la ballesta y la cuelga de su hombro. Camina sin mirar atrás, señalándole con la cabeza que lo siga.

Avanzan entre los árboles en silencio. El bosque es espeso, y la humedad lo vuelve todo más denso. Beth camina detrás, su arco en mano. De pronto, se detiene al ver una ardilla en lo alto de una rama.

Tensa la cuerda y apunta.

Pero siente la mirada de Daryl sobre ella y su pulso falla. Suelta la flecha demasiado pronto. Falla por mucho.

—Estás dejando el brazo muy tenso —dice él, acercándose sin rodeos.

Le toma la muñeca. Su mano es áspera, tibia. La acomoda con precisión, rápido, sin mirarla.

Beth no respira. Por un instante, el bosque desaparece. Solo quedan sus dedos tocando los de él.

—Así está mejor —murmura Daryl, y da un paso atrás.

La noche cae. Se acomodan junto a una pequeña fogata improvisada, donde unas latas de frijoles empiezan a calentarse sobre una rejilla oxidada. No habían encontrado nada que valiera la pena cazar.

Daryl tiene la mirada fija en las llamas, evitando los ojos de Beth.

Ella lo observa con una mezcla de nostalgia y dolor. “Como los viejos tiempos”, piensa.

—¿Sigues bebiendo? —pregunta con una media sonrisa, teñida de sorna.

El la mira de reojo, apenas girando el rostro.

—La pequeña borracha eras tú, no yo —bufa.

Beth ríe por lo bajo, casi con ternura.

—Esa fue la primera vez que bebí… y la última — murmura —Fue… divertido.

Daryl resopla, removiendo la leña con un palo, como si pudiera reordenar el pasado con cada chispa que levanta.

El silencio vuelve a instalarse entre ellos, hasta que ella habla de nuevo, bajando la voz:

—Daryl... desde que llegué siento que… estás escapando de mí.

Él no responde. Pero aprieta la mandíbula.

—Creí que habías muerto —murmura.

Beth suspira, mirando hacia el cielo estrellado, buscando allí algo que no encontraba en la tierra.

—Supongo que es más fácil para ti fingir que sigo muerta… o, peor aún, mirarme como si fuera un maldito fantasma.

Alza la mirada, frunciendo apenas el seño. El mismo Daryl de siempre: silencio endurecido, contención a punto de romperse.Y aun así, no puede evitar escarbar. Buscarlo. Entenderlo.

—¿Qué quieres de mí? —pregunta él al fin, con la voz áspera, levantando la mirada por primera vez.

Beth lo sostiene. Y luego resopla.

—Solo quiero sentir que encajo en algún lugar… que pertenezco a algo.. Y no sé por qué te lo digo a ti, el hombre más evasivo que conocí en mi vida…

Ríe con tristeza.

—Pero no reconozco nada de esta vida. Nada.
Y el único recuerdo que me hizo sentir que pertenecía… te lo llevas tú.
Cuando creíamos que íbamos a vivir por siempre en esa funeraria.
Cuando aún no me habían convertido en una historia vieja que nadie quiso terminar de contar.
Cuando todavía era parte de algo, aunque fuera solo contigo.— Agrega, con la voz tensa.

Sus ojos lo buscan, como si en él pudiera encontrar algo que le dé sentido a todo esto. Pero no lo encuentra. Finalmente, traga saliva y baja la vista.

—No sé... tal vez fuimos demasiado ingenuos—

Daryl suelta una risa seca, sin humor. No la mira.

—No éramos ingenuos.
Solo estábamos jodidos… y solos.

Vuelve a clavar la vista en el fuego, pero esta vez no mueve la leña. No hace falta. La conversación ha removido suficiente.

—Y ahora... —continúa, más bajo— seguimos igual.

 

Entonces, un crujido.

Ambos se ponen de pie.

—¿Escuchaste eso? —susurra Beth.

Crujidos, pasos. Demasiado tarde.

Beth siente el escalofrío recorrerle la columna. Toma su arma. Daryl ya tiene la ballesta en alto.

Entre los árboles, tres figuras emergen, armadas.

Risas.

—Mira qué tenemos aquí, Bob — dice uno de ellos —¿No es esto un déjà vu?

La sangre de Beth se congela. Reconoce esa voz. Esa pesadilla.

Uno de ellos da un paso al frente. Es más bajo que los otros, con una barba sucia y un chaleco manchado de grasa.
Beth lo reconoce al instante.

Bob.

El nombre le retumba en la cabeza. Su estómago se revuelve. Lo recuerda tal como era aquella noche. El que olió su miedo como si fuera sangre fresca. El que se reía mientras los otros la sujetaban. El que decía que las chicas como ella se rompían fácil.

Bob sonríe. Sus dientes amarillentos destellan bajo la luna.

—La pequeña ardillita —gruñe, acercándose como si el tiempo no hubiera pasado.

Daryl se tensa, los ojos como cuchillas.
—No la toques.

Pero los otros dos ya están encima. Les quitan las mochilas, las armas. Bob se inclina hacia Beth, tomándola del mentón con dedos ásperos.

—Sigues igual de bonita... aunque un poco más... domada.

Beth siente náuseas.

Daryl da un paso adelante, los ojos encendidos como los de un lobo sobre el.

Bob ríe con sorna.

—Veo que tienes un novio nuevo. Pero tú y yo ya tenemos historia, ¿no le contaste?

Los ojos de Beth se vuelven vidriosos, pero su expresión sigue fría, con una mueca de asco.

—¡Hijo de puta! —ruge Daryl antes de estrellar su puño contra el rostro de Bob.

El impacto resuena en el bosque, pero antes de que Daryl pueda reaccionar, un culatazo de rifle lo derriba.

Beth grita.

La sangre resbala por el rostro de Daryl mientras mira a Beth, impotente.

Los hombres ríen, enumerando con gritos vulgares lo que piensan hacer con ella. Daryl respira con dificultad, desesperado por una salida.

Y entonces todo se tuerce.
Los gritos. El forcejeo. El miedo de antes, vuelto realidad.

Bob arroja a Beth al suelo, arrancándole la camisa.

La espalda de ella queda expuesta, y cicatrices grandes la marcan. Parecen hechas a propósito.

—Aún llevas nuestras marcas —susurra él, fascinado.

Daryl siente que el corazón le explota en el pecho.

Beth lucha, forcejea, pero el peso de aquel hombre la aplasta.

Daryl ve rojo.

Sus ojos buscan desesperadamente algo, cualquier cosa que pueda usar.

Su respiración es un gruñido furioso cuando ve un pedazo de vidrio roto en el suelo, sucio y afilado. Lo agarra sin pensarlo, sintiendo de inmediato las astillas perforándole la piel, pero el dolor apenas le importa.

Con una fuerza brutal, se abalanza sobre el hombre más cercano y le hunde el vidrio en la garganta. Las astillas se clavan más profundo en su mano mientras desgarra la carne, y la sangre salpica su rostro. El hombre intenta gritar, pero solo sale un burbujeo ahogado antes de desplomarse.

No se detiene.

Cuando el segundo alza el arma es demasiado tarde. Daryl le arrebata la escopeta al moribundo y le dispara a quemarropa en la cabeza. El sonido del disparo retumba en el bosque mientras los sesos vuelan en todas direcciones.

Bob sigue con vida.

Daryl gira hacia él, la mandíbula apretada con una rabia feroz. Avanza con pasos pesados, el vidrio aún clavado en la mano, listo para hacerle pagar. Quiere verlo sufrir. Quiere arrancarle los dedos uno por uno. Quiere hundirle el vidrio en los ojos, en la lengua, escuchar sus gritos hasta que su garganta se destroce.

Bob lo ve. Sus ojos se agrandan al notar los cuerpos tirados, la sangre, el vidrio en la mano de Daryl. Y entiende.

Levanta las manos ligeramente, como si eso pudiera probar que no llegó a hacer nada.
Como si eso bastara.

Pero sus ojos se desvían hacia el arma caída cerca del musgo.

Intenta moverse. Busca a tientas el arma, estira el brazo con desesperación, pero el peso de su propio cuerpo sobre Beth le impide llegar.

Beth.

Debajo de él. Atrapada. El cuerpo de Bob la presiona contra la tierra húmeda, el aliento rancio de él todavía esta demasiado cerca.

Y ella no ve a Daryl. No ve el arma. No ve nada.

Solo ve su cara. Esa cara.

Y es como si el tiempo colapsara.

La cabaña.

El frío.

El asco.

Las marcas.

Pero no siente miedo. No esta vez. Solo algo oscuro y denso que le nace del estómago y le sube como bilis ardiente.

Odio.

Sus dedos se mueven por instinto, guiados por algo más fuerte que el dolor. Encuentra el cuchillo que cuelga del pantalón de Bob. Lo arranca. Jadea.

Y sin dudar, lo hunde en su garganta.

La sangre brota en un chorro caliente encima de su rostro, tiñéndolo de un rojo borgoña.

Pero no se detiene.

Se monta sobre él, clavándole la hoja una y otra vez, con fuerza, con furia. No cuenta las veces. No hay control. Solo lo hace.

Bob tose sangre, su cuerpo convulsionando bajo ella, pero Beth sigue apuñalando, sus sollozos entremezclados con su furia. Su rostro, empapado en lágrimas y sangre.

El cuchillo sube. Baja. Sube. Baja. Pero su mano no tiembla.

Es su cuerpo el que grita ahora.

Es su piel, sus cicatrices, su memoria la que aprieta el mango y desata todo lo que no pudo decir.

Todo lo que nadie quiso ver.

Daryl siente un escalofrío recorrerle la espalda mientras la observa.

Toda su rabia, toda la sed de venganza que lo consumía, se desmorona en un instante. No quiere verla así. No quiere verla convertida en esto.

—Es suficiente —murmura, acercándose con la voz ronca, quebrada.

Beth no se detiene.

—¡No, no lo es! —grita, clavando el cuchillo con más fuerza.

Daryl avanza y le sujeta la muñeca con firmeza, alejándola del cadáver. Ella forcejea, histérica.

Su brazo tiembla, pero no la suelta.

—Beth… —susurra Daryl, cargado de culpa y dolor.

Ella lo mira con ojos desorbitados, jadeante, con su piel cubierta de sangre, temblando en su agarre.

—¡ESTO ES POR LO QUE TUVE QUE PASAR!— solloza —USTEDES SIGUIERON CON SU VIDA… USTEDES… MIENTRAS ELLOS ME HACÍAN ESTO.

Daryl aprieta los labios, la mandíbula tensa como una bisagra oxidada. Sus ojos brillan, pero no parpadea. Se obliga a mirar.

—Nunca me buscaron… — Beth cierra los ojos con fuerza, sus labios apretados, como si cada palabra le ardiera —Nunca me buscaste... y eso me dolió más que todo lo que ellos me hicieron.

Daryl se queda inmóvil un segundo. Luego sus dedos se aflojan y el vidrio cae al suelo con un golpe sordo.

Siente algo romperse dentro de él.

No dice nada. No puede.

Solo se agacha, la envuelve con sus brazos y la abraza.

Con fuerza.

Sus manos se aferran a su espalda, como si con eso pudiera impedir que siga cayendo. Como si pudiera sostenerla entera de nuevo.

Notes:

Espero que se haya podido comprender el actuar de Beth y su explosión emocional, marcada por el trauma que vivió (visto en el capítulo 1).
Intenté explorar cómo algo tan oscuro puede arrastrarse hasta el presente en un mundo como The Walking Dead.

Gracias por leer 🖤

Chapter 7: 𝓣𝓮 𝓬𝓾𝓻𝓪𝓻𝓮

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Beth no sabe cuánto tiempo lleva ahí, con las rodillas hundidas en la tierra fría, su cuerpo temblando contra el de Daryl. Tiene el rostro clavado en su pecho, sintiendo el leve ascenso y descenso de su respiración agitada.

Las manos de él, grandes, cubren su espalda desnuda, dándole un calor limitado, insuficiente para ahuyentar el frío que se cuela por cada espacio que no alcanza.

Beth inclina el rostro lentamente. La sangre salpicada en su piel ya se ha secado, tirante sobre sus mejillas y cuello. Observa a Daryl y se encuentra con unos ojos enrojecidos, vidriosos. Él también ha llorado. No por él. Por ella.

Respira hondo y se aparta. Su mirada baja al suelo, como si pudiera encontrar respuestas en la tierra oscura. Entonces, con delicadeza, toma la mano herida de él. Sigue sangrando.

—Te curaré —murmura.

Daryl aparta la mano. Su cuerpo se tensa.

—No es necesario.

Beth lo observa, buscando sus ojos, hasta que finalmente se encuentran. Suplicantes. Vulnerables. Humanos.

—Lo es —dice, apenas más alto que un suspiro —Es necesario.

No hay más palabras. Beth se pone de pie, da un paso… pero se detiene en seco al ver lo que la rodea. Cuerpos inertes. Sangre escurriendo entre la maleza. Hombres. Los mismos que la destruyeron años atrás. Los mismos que, hace apenas unos minutos, ella y Daryl redujeron sin piedad.

Su estómago se revuelve. No sabe qué sentir. Satisfacción. Horror.

Daryl ya está de pie, recogiendo sus pertenencias y las de ella. Pero cuando la ve inmóvil, comprende. Con rapidez, atrapa su brazo con firmeza.

Antes de que ella pueda reaccionar, él se quita el chaleco y lo coloca sobre sus hombros, cubriendo su espalda.

—Vamos. Conozco una pequeña casa a algunos kilómetros de aquí.

Ella asiente y lo sigue.

La casa es un refugio en ruinas, con las ventanas rotas y la madera desgastada por la intemperie. Pero tiene techo. Tiene paredes. Es suficiente.

Beth enciende una vela sobre la mesa polvorienta. La llama tiembla. Ella también. Saca de su bolso los escasos suministros que lleva consigo: alcohol. Unas pocas vendas. Nada más.

Daryl se sienta en una vieja silla, los hombros caídos, la mandíbula tensa. La observa con esa expresión endurecida que usa cuando no quiere que nadie vea cuánto duele.

Beth toma su mano con suavidad. Los fragmentos de vidrio siguen incrustados en la piel. Algunos profundos, otros apenas visibles entre la sangre seca. Comienza a retirarlos uno por uno, con paciencia, conteniendo el aliento. Daryl no dice nada, pero sus músculos hablan por él.

Cuando termina de limpiar la herida con alcohol, Mira con más atención esa mano: cicatrices viejas, nuevas, líneas de dolor que nadie le enseñó a leer. Historias que él nunca contó.

Lentamente, acerca esa mano a su rostro y apoya la frente sobre ella.

—Lo siento —susurra, con la voz trémula. — Lo que dije antes… era rabia. No verdad.

Daryl traga saliva. Se mueve incómodo en la silla, baja la mirada. Se pasa la mano libre por la nuca y deja que el silencio dure un segundo más de lo necesario. Su voz es rasposa cuando habla.

—Yo… te busqué. Te buscamos. Incluso después del hospital. Cada maldito día salía a buscar… cualquier cosa, cualquier señal de que estabas viva.

Beth cierra los ojos por un momento. Siente que algo en su interior se desmorona, pero al mismo tiempo, una pequeña parte de ella se reconstruye.

—Lo sé… —dice Beth, bajando la mirada a sus manos —Quería creer que no. Quería culpar a alguien —su voz se quiebra, pero no se detiene —Sé que ustedes también sufrieron. Yo también los busqué. Incluso volví a la prisión. Y cuando ya no aguanté más… quise morir.

Daryl la mira, serio, los labios entreabiertos, como si quisiera decir algo, pero no supiera por dónde empezar.

Beth estira la mano y la apoya con suavidad sobre la de él, la que no está herida. Solo un roce al principio. Luego, sus dedos se enroscan levemente, buscando sostener, no invadir.

—Cyndie me encontró —susurra, con una sonrisa apenas dibujada —Y ahora… ahora agradezco estar viva.

Levanta la mirada. Sus ojos se encuentran. Sus dedos aprietan apenas más, como buscando anclarse.

Daryl sostiene su mirada. Hay un temblor en su mandíbula, un gesto breve que se desarma en silencio. Agacha la cabeza, asiente despacio.

No es solo dolor. No es solo culpa. Es la certeza, muda y áspera, de que después de todo… siguen ahí.

Jodidos. Rotos.

Pero vivos.

Chapter 8: ᴜɴ ᴛɪᴇᴍᴘᴏ ᴘᴀʀᴀ ꜱᴀɴᴀʀ

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Después de aquel día, las heridas empezaron a sanar. Lentamente. Con silencios, con tiempo… con ellos

 

Los días en Alexandria se convirtieron en semanas. Las semanas en meses. Los meses en años.

Beth nunca había imaginado encontrar estabilidad en este mundo roto, pero allí estaba. Entre patrullas, rondas de vigilancia y noches en la fogata, su vida encontró un ritmo.

Vivía con Aaron y Gracie, ayudando en lo que podía. Alexandria se había convertido en un hogar. Pero si alguien le preguntaba, ella diría que la mejor parte de sus días comenzaba cuando el rugido de una moto rompía la quietud de la mañana.

Daryl siempre salía temprano, y Beth siempre estaba ahí para despedirlo con una sonrisa.

Al principio, él apenas la miraba. Un leve asentimiento, nada más. Después, sus ojos empezaron a buscarla antes de subir a la moto. Un día, incluso se detuvo. Se quitó los guantes, como si quisiera decir algo, pero solo murmuró:

—Voy a Hilltop.

Beth parpadeó, desconcertada.

—¿Y?

Daryl encogió los hombros. No la miró directamente, pero su voz sonó un poco más firme:

—Si quieres venir, sube.

No preguntó mas. Solo se subió detrás de él, rodeando su cintura, como si siempre hubiera sido así.

⋆⋆⋆

El tiempo siguió su curso.

Beth y Daryl se volvieron inseparables. Todos en Alexandria lo notaban.

Él no hablaba mucho, pero siempre la escuchaba. Ella llenaba los silencios con historias, canciones y risas. Salían juntos a cazar. Beth aprendió a rastrear. Daryl afinó su puntería con el arco. A veces se burlaba de ella cuando fallaba un tiro, pero siempre con una media sonrisa que delataba su orgullo cuando finalmente acertaba.

Aaron bromeaba con que Beth tenía un segundo hogar en la casa de Daryl.

—Podrías mudarte oficialmente —le dijo un día, con una sonrisa ladina —Ya pasas más tiempo allá que aquí.

Beth rodó los ojos, pero no lo negó.

Era cierto. Se había acostumbrado a esperarlo cuando salía. A meterse en su casa sin preguntar, ordenando lo poco que dejaba tirado, dejándole la cena cuando él volvía demasiado tarde.

Al principio, Daryl protestó.

—No necesito que limpies.

—No lo hago por ti. Lo hago por mí. Tu casa es un desastre —respondió ella con una sonrisa burlona.

Daryl resopló. Pero no volvió a quejarse.

⋆⋆⋆

Los viajes a Hilltop se volvieron más frecuentes.

Siempre era Daryl quien la llevaba en su moto. A Beth no le importaba. Le gustaba apoyar la cabeza contra su espalda cuando el camino se alargaba. Le gustaba sentir el viento en su rostro, el sonido del motor, la sensación de libertad.

Cuando llegaban, Alden siempre era el primero en recibirlos, saludándola con una sonrisa fácil y una broma.

—¿Otra vez aquí? ¿No puedes vivir sin mí?

Beth reía. Daryl solo miraba de reojo y se alejaba sin decir una palabra.

Maggie, por su parte, no tardó en notar lo evidente.

—Nunca lo vi así con nadie —dijo una noche, mientras ambas doblaban ropa en el porche de Hilltop. Su voz era tranquila, casi distraída —A Daryl. Ni siquiera con Carol. Y eso ya es decir mucho.

Beth frunció el ceño, sin levantar la mirada.

—¿Así cómo?

Maggie tardó un segundo. Sonrió apenas,

—Como es contigo.

Beth sintió un calor subirle por el cuello.

—Solo somos amigos —respondió, con un tono más firme del que pretendía.

Maggie no dijo nada. Solo sonrió.

⋆⋆⋆

Las madrugadas eran suyas.

No hacían guardia, pero por alguna razón siempre terminaban frente a la fogata, en silencio.

A veces, Beth tarareaba una canción. A veces, Daryl le contaba alguna historia de su infancia, frases sueltas, pedazos de un pasado que no solía compartir con nadie.

Una de esas noches, Beth lo miró a la luz de las llamas y preguntó:

—¿Eres feliz?

Daryl no respondió de inmediato. Se quedó observando el fuego, los músculos de su mandíbula se tensaron ligeramente. Luego giró la cabeza despacio y la miró a los ojos.

—Es lo más cerca que he estado de serlo —murmuró.

Beth sonrió.

Era suficiente.

Notes:

Este capítulo me hizo pensar en cómo lo cotidiano también puede ser sanador.

Chapter 9: Los Susurradores.

Notes:

Este capítulo está basado libremente en los acontecimientos de la temporada de Los Susurradores, con inclusión de personajes y eventos del canon de The Walking Dead, adaptados al desarrollo de esta historia.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Alexandria no volvió a conocer la tranquilidad después de la muerte de Jesús. Beth todavía recordaba la expresión de Aaron cuando llegó con la noticia: incredulidad, rabia contenida y un dolor que intentaba disimular, pero que a ella no le pasó desapercibido.

Las semanas siguientes fueron un torbellino de emociones. Hilltop estaba en alerta, Alexandria también. La idea de personas disfrazándose de caminantes para cazar a los vivos era algo salido de una pesadilla. Pero lo peor para Beth no fue eso, sino la sensación de vacío que dejó Daryl cuando partió hacia Hilltop.

La distancia se sintió de inmediato. Ya no lo veía en la mañana, apoyado en su moto, intercambiando bromas antes de salir de caza. Ya no pasaba por su casa en la noche, cansado pero dispuesto a cenar lo que ella le hubiera dejado. Las cosas cambiaron. Y ella no podía hacer nada al respecto.

Cuando por fin volvió, no regresó solo. Henry, Connie y una antigua susurradora llamada Lydia lo acompañaban.

Beth estaba de guardia cuando los vio llegar. Fue inevitable el alivio en su pecho al ver a Daryl de vuelta, con esa misma expresión taciturna, el cabello revuelto y la ballesta en la espalda. Pero entonces, su mirada se posó en Connie.

No era la primera vez que la veía, pero sí la primera que notaba lo cerca que estaba de Daryl. Caminaban juntos, en perfecta sincronía, como si llevaran años conociéndose. Ella le sonreía con facilidad, y él… bueno, no es que Daryl sonriera mucho, pero Beth reconocía cuando se sentía cómodo con alguien.

Y eso le dio una punzada en el estómago.

—Estás de vuelta —dijo Beth, cuando Daryl se acercó.

—Sí —respondió él, con ese tono seco de siempre. Pero su mirada la recorrió por un momento, como si también la hubiera extrañado.

Antes de que pudiera decir algo más, Connie se acercó y le tocó el brazo para llamar su atención. Le hizo un gesto con las manos, que Daryl entendió con facilidad.

Beth observó la escena en silencio.

Nunca había prestado mucha atención a la forma en la que se comunicaban, pero ahora le parecía que tenían su propio idioma. Él respondía a sus gestos con naturalidad, asintiendo, frunciendo el ceño o mirándola con algo que… que no era indiferencia.

Beth sintió un nudo en la garganta y desvió la mirada.

—Aaron quiere verte —dijo, forzándose a sonar normal.

—Luego lo busco —respondió Daryl. Pero no se movió de inmediato.

Beth asintió y subió al muro nuevamente, sintiendo el peso de algo nuevo en su pecho. Algo incómodo. Algo que no quería reconocer.

Los días en Alexandria pasaban con una extraña pesadez. Beth se repetía a sí misma que estaba siendo irracional. Connie no tenía la culpa de nada, mucho menos de la cercanía que tenía con Daryl. Además, no era como si Daryl le perteneciera.

Así que decidió hacer algo al respecto.

La primera vez que se acercó a Connie con la intención de hablar, se sintió torpe.
Había visto a Daryl hacer lo mejor que podía con el lenguaje de señas, y si él, que nunca había sido el más expresivo, lo intentaba… ¿por qué ella no?

Al principio, sus intentos fueron algo desastrosos. Mezclaba señas con palabras sin darse cuenta, y en más de una ocasión, Connie frunció el ceño antes de soltar una carcajada silenciosa. Pero no se burlaba de ella; al contrario, se veía genuinamente encantada de que Beth se esforzara.

Beth se aferró a eso.

Pronto, aprendió a comunicar frases simples. “Hola”, “¿cómo estás?”, “ten cuidado”, “Daryl es un gruñón”. Connie se reía con esa última, asintiendo con entusiasmo. De a poco, dejaron de ser simples conocidas y comenzaron a ser amigas.

Eso hacía que las cosas fueran más fáciles cuando Daryl estaba cerca. Ya no se sentía tan fuera de lugar cuando él y Connie compartían miradas de entendimiento. Ahora, ella también podía formar parte de la conversación.

Pero entonces, la muerte volvió a reclamar lo suyo.

Henry.

Beth todavía recordaba el rostro de Carol, la mirada perdida, el dolor ahogado en un silencio que era peor que los gritos. En Hilltop, en Alexandria y en el Reino, la devastación era absoluta. La pérdida era demasiado grande.

Alpha había marcado su territorio con sangre.

Los cuerpos fueron hallados en la frontera que ella misma estableció, sus cabezas clavadas en estacas como un macabro mensaje: Este es mi territorio ahora.

La primera vez que Beth vio las estacas, sintió que el mundo se volvía más frío. Henry. Tara. Y tantos otros. No podía comprenderlo, no podía aceptar que la crueldad de este nuevo mundo no tuviera límites.

Después de eso, la oscuridad volvió a instalarse en sus días.

Daryl no regresó a Alexandria de inmediato. Se quedó con Carol, acompañándola en su duelo, intentando sostenerla en medio de una tormenta que parecía imposible de soportar. Beth no lo culpó. Si alguien entendía lo que era perderlo todo, era Carol.

Pero cuando finalmente volvió, Daryl no era el mismo.

Beth lo vio desde lejos, con su andar cansado y la mirada oscura, y supo que algo en él se había roto.

Y eso, más que cualquier cosa, fue lo que más le dolió.

---------

Lo vio llegar a su casa con pasos pesados, como si cada movimiento le costara el doble. Su chaqueta estaba cubierta de polvo, su cabello enredado y sus hombros caídos, como si el peso del mundo descansara sobre ellos.

—Daryl —llamó con cautela.

Él se detuvo en el umbral, pero no la miró. Gruñó algo ininteligible, un sonido bajo que apenas podía interpretarse como afirmación, antes de empujar la puerta y desaparecer en la oscuridad.

Beth frunció el ceño y lo siguió.

Adentro, la habitación olía a cuero, madera y un rastro sutil de tierra húmeda. Daryl dejó la ballesta en un rincón con más descuido del habitual y se dejó caer en la cama con un suspiro ronco. No se molestó en quitarse las botas ni en deshacerse del polvo que le cubría la ropa. Simplemente yacía ahí, con un brazo sobre los ojos, respirando lento y profundo.

Beth se apoyó en el marco de la puerta.

—Daryl…

—Vete —murmuró, sin siquiera mirarla.

Ella negó con la cabeza, cruzando la habitación con pasos suaves. Daryl gruñó por lo bajo, pero ella no se detuvo.

Con un cuidado extremo, se sentó en el borde de la cama y luego, con la misma delicadeza, se recostó junto a él. Sus rostros quedaron a pocos centímetros de distancia. Daryl entreabrió los ojos, sorprendido, y sus cejas se fruncieron en una mezcla de confusión y fatiga.

—Beth…

—Shh —lo interrumpió, con una pequeña sonrisa. Sus ojos brillaban con una mezcla de determinación y ternura —Todo va a mejorar.

Daryl la observó en silencio. Su mirada buscó algo en la de ella, alguna fisura, alguna duda, pero no encontró ninguna. Beth creía en esas palabras, aunque el mundo estuviera desmoronándose a su alrededor.

Daryl soltó un suspiro, un poco menos tenso esta vez. Se giró lentamente sobre su espalda, mirando el techo.

—Solo… descansa —murmuró Beth.

Y entonces, ocurrió. Un fantasma de sonrisa apareció en los labios de él, tan leve que podría haberse confundido con un espejismo. Pero Beth lo vio. Y el peso sobre su pecho se alivió.

Daryl cerró los ojos.

Y en la oscuridad, Beth se quedó con él.

Notes:

Gracias por leer 💛

Chapter 10: 🧊 Tormenta blanca

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La nieve cae con una intensidad sofocante, cubriéndolo todo en un manto blanco y helado. Beth aprieta los labios, sintiendo cómo el viento le corta la piel y los dedos comienzan a entumecérsele dentro de los guantes. Lleva días en Hilltop por insistencia de Maggie, pero una tormenta se acerca. Daryl y el Reino están viajando hacia allí. Los caminantes son una cosa. La naturaleza, otra muy distinta.

Sabe que es una locura. Desde el momento en que se desliza fuera de Hilltop con la carreta, lo sabe. Pero no puede quedarse de brazos cruzados sabiendo que Daryl y los demás están allá afuera.

—No puedes ir sola —la voz de Alden la detiene justo cuando termina de enganchar los caballos.

Beth se gira sobre los talones, frunciendo el ceño.

—No puedes detenerme.

Alden chasquea la lengua y, sin pedir permiso, sube a la carreta.

—No pienso hacerlo. Pero tampoco dejaré que vayas sola.

Beth exhala frustrada, pero no discute. No hay tiempo. La tormenta se intensifica demasiado rápido.

Cabalgan entre el vendaval, con la nieve golpeando como agujas y reduciendo su visión a apenas unos metros. Los caballos resoplan nerviosos. Beth mantiene la vista fija en el camino.

El sonido de la nieve cediendo bajo un peso que no es el suyo la alerta.

Caminantes.

Surgen entre la ventisca, sus cuerpos congelados se mueven con torpeza. Pero son demasiados. Beth tensa la mandíbula.

—La carreta está atascada —Alden intenta hacer que los caballos avancen, pero las ruedas no responden.

Beth salta al suelo.

—Quédate aquí. No podemos perderla.

Saca su cuchillo y avanza con cautela, sintiendo la nieve ceder bajo sus botas. Los caminantes son lentos, pero la tormenta vuelve difícil esquivarlos con rapidez.

El primero extiende una mano huesuda. Beth gira sobre sí misma y le entierra la hoja en la sien. El segundo gruñe; ella esquiva y lanza una estocada precisa.

Pero hay más. Demasiados.

Uno la golpea con más fuerza de la esperada, haciéndola tropezar. Se levanta de inmediato, girando el cuchillo en la mano. Cree que por fin los ha eliminado, pero entonces la ventisca se alza con un rugido ensordecedor.

El mundo se vuelve blanco.

La nieve gira a su alrededor como una cortina impenetrable. No ve la carreta. No ve a Alden.

Da un paso en falso y su pie se hunde de golpe.

El suelo cede bajo ella.

Cae, rodando por un desnivel cubierto de nieve hasta que su pierna queda atrapada entre ramas endurecidas por el hielo. Un dolor punzante le recorre la pantorrilla cuando intenta moverse.

Y entonces los oye.

Gruñidos roncos.

Cuatro caminantes emergen de la tormenta, sus cuerpos entumecidos por el frío pero aún peligrosos.

Beth aprieta los dientes y levanta el cuchillo. Va a pelear. No hay otra opción.

Mata al primero con un corte limpio a la cabeza. El segundo se abalanza; ella gira sobre sí misma y lo clava en la sien. Pero los otros dos ya están demasiado cerca.

Intenta retroceder para tomar impulso, pero un grito le escapa de golpe cuando el pie atrapado entre las ramas se dobla con violencia. El dolor es agudo, insoportable.

Uno la empuja hacia la nieve, los dientes rechinando a centímetros de su rostro. El otro se tambalea en su dirección.

Y en ese instante…

Un proyectil atraviesa la cabeza de uno de los caminantes.

Connie, desde la distancia, acaba de disparar con su honda. Sus ojos están abiertos de par en par y gesticula desesperada.

Daryl corre detrás de ella, sin entender aún qué está ocurriendo. Sigue la dirección de su mirada… y entonces la ve:

Beth, en el suelo, forcejeando con el último caminante, a punto de ser mordida.

No piensa. No espera.

Corre con todo lo que tiene. No lleva su ballesta, pero saca el cuchillo en el último segundo y lo clava en la cabeza del caminante, deteniéndolo a un respiro de Beth.

Silencio.

Daryl se queda arrodillado, con el corazón latiéndole con fuerza. Sus ojos van de la criatura muerta a Beth, que lo mira con la respiración agitada.

—¿Puedes moverte? —pregunta, aún junto a ella.

Beth intenta tirar de su pierna, pero gime de dolor.

Él no lo piensa dos veces. Se inclina y, con un tirón firme, la libera.

Beth cierra los ojos con fuerza, conteniendo un grito.

Connie se acerca de inmediato, le toca el hombro con preocupación. Beth le dedica una sonrisa débil y, con manos temblorosas, le agradece en lenguaje de señas.

Connie sonríe y la abraza con fuerza.

Un grito los interrumpe.

—¡Beth!

Alden llega, el rostro pálido de preocupación. Al ver a Beth junto a los demás, resopla aliviado y corre hacia ella.

—Carajo, Beth… —murmura, abrazándola con fuerza. Luego, con una mano firme en su espalda y la otra en su pierna, la ayuda a levantarse con cuidado.

Beth observa a Daryl. Conoce muy bien esa expresión. Su mandíbula apretada y la forma en que evita mirarla directamente le dicen todo lo que necesita saber: está furioso. Pero no grita, no la regaña. Solo guarda ese silencio tenso que pesa más que cualquier reproche.

Junto a Alden y Connie, la ayudan a entrar al refugio temporal. Daryl la guía sin decir palabra, sus movimientos bruscos mientras la hace sentarse cerca del fuego.

Se inclina y acomoda su pierna con firmeza, sin mirarla.

—Quítate las botas hasta que se sequen.

Beth traga saliva y asiente, sintiendo el peso de su propio arrepentimiento. Antes de que pueda decir algo, Daryl ya se ha dado la vuelta.

Chapter 11: Fogata.

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Beth se acomoda junto al fuego, frotándose los brazos para entrar en calor, pero la sensación en su pierna es difícil de ignorar. Toda la extremidad está entumecida, y un hormigueo punzante le dice que el agua le ha calado hasta los huesos.

Alden se deja caer a su lado sin decir palabra. Con movimientos automáticos, empieza a desatar los cordones de su bota.

—Debes secar tu pie —murmura, sin levantar la vista.

Ella frunce el ceño y lo detiene con las manos torpes.

—No es necesario, Alden. Yo puedo…

Él le dedica una sonrisa tranquila, de labios apretados.

—Seguro.

Se aparta sin discutir, pero Beth nota el escepticismo en su mirada antes de que se aleje.

Inspira hondo y trata de sacarse las botas por su cuenta. La frustración no tarda en asomar. Sus manos, casi moradas, apenas responden, y los nudos parecen apretarse más con cada intento.

Del otro lado del fuego, Daryl resopla. No necesita palabras para expresar su molestia. En dos pasos ya está junto a ella, se acuclilla en silencio.

Beth espera un comentario cortante, uno de esos que lanza cuando se preocupa más de lo que quiere admitir. Pero no dice nada. Solo toma su pie con firmeza, aunque con un cuidado que la desarma. Desata los cordones con movimientos seguros y desliza la bota empapada. Luego le quita la media, dejando la piel enrojecida y ligeramente hinchada al descubierto.

Daryl acerca su pie al fuego. La sostiene ahí unos segundos, su mirada fija en el temblor involuntario de los dedos.

Beth traga saliva.

—Lo arruiné, ¿no es así?

Él exhala por la nariz, niega con la cabeza y tarda unos segundos antes de responder.

—Está bien. Un grupo podrá partir hoy a Hilltop gracias a ustedes.

Beth esboza una sonrisa débil.

—Aun así, fue estúpido.

Daryl la mira de reojo.

—Sí. Lo fue.

Se aleja un poco y saca un termo pequeño de su mochila. Desenrosca la tapa, vierte un poco de agua caliente y le tiende la tapa convertida en taza, sin decir nada.

Ella toma la pequeña taza entre sus manos heladas, sintiendo cómo el calor le devuelve de a poco la sensibilidad a los dedos.

Daryl se agacha de nuevo. No dice nada, pero saca un viejo trozo de camisa de su mochila, lo rasga con los dientes y lo enrolla con firmeza. Beth lo observa en silencio mientras envuelve su pie con movimientos casi toscos, aunque el cuidado con el que evita hacerle daño lo contradice.

Cuando termina de hacer el nudo, suelta la tela, se incorpora de golpe y vuelve a su lugar sin mirarla. Resopla apenas.

Beth lo sigue con la mirada.

—¿Sabes? Te extrañaba —dice de pronto.

El levanta la mirada. Resopla apenas, como si se riera, pero sin encontrarle gracia, niega con la cabeza como si no le diera importancia.

—En serio —insiste Beth, con una sonrisa leve —En Alexandria, cada vez que me despertaba y bajaba a desayunar a tu casa… el olor a tierra y cigarrillo siempre estaba ahí.

Daryl frunce el ceño, sin saber si era un cumplido o una queja.

—Pero cuando te acercabas… —Beth lo mira directo a los ojos, su sonrisa se vuelve más suave —ese olor a menta que siempre llevas contigo... Eso es lo que más extrañaba.

Daryl se queda inmóvil. Su mandíbula se tensa, como si no supiera qué hacer con esas palabras. Durante un instante, el crepitar de la leña es lo único que suena entre ellos.

Al final, desvía la vista y lanza otro tronco al fuego.

—Bueno… —murmura, encogiéndose de hombros —Aquí me tienes.

Beth mantiene la sonrisa, quieta, observándolo. No importa lo esquivo que sea: ella sabe que sus palabras lo alcanzaron.

Chapter 12: Semillas.

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Los días habían pasado, y con ellos las semanas. La tormenta ya era solo un recuerdo gélido, pero las secuelas aún estaban presentes. Beth y Daryl se habían quedado en Hilltop, ayudando con lo que podían. Aún no sabían qué sentir respecto a Negan, quien se había escapado. ¿Seguía siendo una amenaza? Maggie estaba convencida de que sí. Pero Beth la veía con Hershel en brazos y se preguntaba si la venganza era lo único que la sostenía en pie.

........

 

El sol caía en el horizonte, tiñendo el cielo de un anaranjado suave mientras el viento movía las hojas secas a lo largo de Hilltop. Beth se encontraba de rodillas, con las manos hundidas en la tierra, arrancando malas hierbas entre los cultivos de tomates. Tomó uno maduro entre sus dedos y lo giró suavemente, su piel lisa y cálida por el sol.

Por un momento, su mente viajó lejos. Su padre. La imagen de Hershel apareció en su cabeza con una nitidez dolorosa. Lo imaginó aquí, caminando entre los cultivos, revisando la calidad del suelo, compartiendo palabras de aliento. Le hubiera encantado ver esto.

Sin darse cuenta, una sonrisa se dibujó en su rostro.

—Supongo que los tomates te gustan mucho —dijo una voz a su lado.

Beth alzó la vista, sorprendida. Alden estaba de pie junto a ella, con las manos en los bolsillos y una sonrisa tranquila.

—Estaba pensando en mi padre —respondió, girando el tomate en su mano. Su voz sonó más melancólica de lo que había planeado.

Alden asintió con suavidad. —Maggie mencionó algo… Ustedes crecieron en una granja, ¿no?

—Sí —Beth se puso de pie, sacudiéndose la tierra de las manos —Es extraño pensar en eso ahora, las cosas son tan diferentes.

Alden observó los cultivos y dejó escapar un suspiro. —Lo es para todos. Desde que el mundo se fue al demonio…

Beth negó con la cabeza y miró a su alrededor. —Aún así, mira esto —dijo, señalando la cosecha —No sé… cuando lo veo, solo puedo pensar en vida, futuro.

Alden sonrió, siguiéndole la mirada. —Tienes razón.

Beth exhaló con un deje de nostalgia. —Tuvimos algo parecido en la prisión, donde vivíamos antes...

El nudo en su garganta apareció antes de que pudiera evitarlo. Sus ojos se cristalizaron y tragó saliva, intentando mantener la compostura.

—Pensé que podríamos vivir bien ahí, que mi padre podría seguir envejeciendo y morir en paz, después de todo lo que habíamos pasado… Pero… —Su voz se quebró en la última palabra. Una lágrima rodó por su mejilla antes de que pudiera detenerla.

Sin pensarlo dos veces, Alden la rodeó en un abrazo.

Beth se quedó inmóvil por un segundo, sorprendida. Luego, cerró los ojos y apoyó la frente contra su hombro, solo por un instante, lo suficiente para tomar aire y recomponerse.

Se limpió la cara rápidamente y se separó con una sonrisa temblorosa.

—Estoy bien —aseguró, enderezándose —Aunque alguien nos lo arrebató todo… aún sé que quedan buenas personas en este mundo.

Alden le sostuvo la mirada por un momento antes de asentir con suavidad.

—Sí, las hay —murmuró, con una media sonrisa —Tu eres una de ellas, de hecho nunca había conocido a alguien tan dulce como tú, Beth… ni siquiera antes de todo esto.

Beth parpadeó sorprendida, sintiendo el calor subir a sus mejillas. Se limpió las manos contra su pantalón, incómoda con el repentino cambio de tono.

—Gracias —dijo simplemente, sin saber qué más agregar.

Alden sonrió por lo bajo y tomó aire, como si estuviera juntando el valor para continuar.

—Beth… si no he sido demasiado obvio… me gustas— soltó finalmente —Y quisiera saber si…

Beth se puso inquieta de inmediato, apartando la mirada y llevándose un mechón de cabello detrás de la oreja.

—Alden… lo siento— dijo, con las cejas arqueadas en una expresión de tristeza.

Alden la miró por un instante, y aunque su rostro se mantenía sereno, Beth pudo notar la sombra de decepción en sus ojos.

—Lo presentía… —admitió él con un suspiro —Aun así, piénsalo.

Beth frunció ligeramente el ceño, pero antes de que pudiera responder, notó que la mirada de Alden se desviaba hacia algo detrás de ella.

Se giró instintivamente y su estómago se tensó al encontrar la silueta de Daryl en los muros, observándolos en silencio.

Alden volvió a mirarla, con una expresión entre curiosidad y resignación.

—Es por Daryl?

—¿Qué? No —respondió Beth rápidamente, demasiado rápido.

Alden entrecerró los ojos y dejó escapar una risa suave y sin humor.

—Es decir… se nota que siempre te está cuidando como un loco, pero...

—¿Eso parece? —preguntó ella en voz baja, sin atreverse a mirarlo del todo.

Alden arqueó una ceja, como si acabara de descubrir algo.

—Espera… ——¿Te gusta? —preguntó, más curioso que molesto.

Beth sintió que la garganta se le secaba. Lo miró por un segundo… y no respondió.

El silencio bastó.

Alden sostuvo su mirada un instante más, luego asintió. Esta vez no sonrió. Se dio la vuelta y se alejó.

Beth lo siguió con los ojos, el corazón acelerado sin razón aparente.

Casi sin pensarlo, giró la cabeza hacia los muros otra vez.

Daryl seguía allí. No sabía cuánto tiempo había estado observando, ni cuánto había escuchado. Su postura era la misma de siempre: brazos cruzados, expresión seria, mirada imposible de leer.

Un cosquilleo de nervios le recorrió el pecho.
Trató de apartarlo, de repetirse que no importaba, que a Daryl le daban igual esas cosas.

Pero la negación no alcanzaba a sofocar la espera que latía en su interior, ese anhelo silencioso de una señal… algo que le permitiera dar un paso hacia él, hasta que por fin la viera de verdad.

Chapter 13: "Brotando"

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Daryl se apoyaba contra la baranda del muro, con los brazos cruzados y la mirada fija en los cultivos. El movimiento de alguien entre las plantas captó su atención, aunque no supo decir desde cuándo la estaba observando.

Carol estaba a su lado, vigilante, aunque más relajada.

—Esto se siente bien —dijo después de un rato, rompiendo el silencio —Tener a todos aquí, al menos por ahora.

Daryl asintió, sin apartar la vista del paisaje.

—Sí.

Carol le echó un vistazo de reojo.

—Eso es lo más entusiasta que te he escuchado en días —bromeó con una sonrisa.

Daryl gruñó una respuesta ininteligible.

No volvió a decir nada, y el silencio se estiró entre ambos. Carol giró la cabeza apenas, como si algo hubiera captado su atención abajo, en los cultivos.

Daryl siguió la dirección de su mirada y allí estaba Beth de nuevo, entre las plantas.

A su lado, Alden la observaba con un interés que Daryl no necesitaba interpretar. Se inclinó un poco hacia ella, dijo algo que él no alcanzó a oír, y la sonrisa de Beth se apagó. Sus hombros bajaron levemente antes de que Alden, sin más, la abrazara.

Daryl sintió un golpe seco en el pecho; su cuerpo se tensó antes de que su mente pudiera armar la escena.

Su mano, apoyada en la baranda, se cerró despacio, hasta quedar en un puño firme.

Carol, que no se le escapaba nada, entrecerró los ojos con diversión.

—¿Qué pasa? —preguntó

—Nada —gruñó él.

Carol ladeó la cabeza.

Daryl parpadeó, girándose hacia ella, molesto.

—¿Qué?

—Solo digo… — hizo una pausa intencionada —Es interesante.

—¿El qué? —soltó él.

Carol sonrió con suficiencia.

—Que de todas las cosas que podrían molestarte, lo que te pone rígido como un tronco sea ver a Alden abrazando a Beth.

Daryl desvió la mirada, irritado.

—Eso no tiene nada que ver.

Ella alzó las cejas, cruzándose de brazos.

—Claro. Y supongo que por eso parecías listo para saltar del muro hace un segundo.— agregó, divertida —Deberías actuar antes de que otro lo haga.

Daryl bufó y sacudió la cabeza.

—Eres un fastidio.

Se pasó una mano por la nuca, incómodo, y volvió la vista al frente, pero Carol notó que sus ojos traicionaban su aparente indiferencia: seguía echando vistazos rápidos hacia abajo, como si intentara convencerse de que no le importaba lo que estaba viendo.

Alden se apartó de Beth con una sonrisa, le dijo algo más y luego se alejó.

Beth permaneció inmóvil por un momento, con la vista baja, antes de levantarla lentamente..

Sus ojos encontraron los de Daryl en los muros.

Él no apartó la mirada.

El sol le daba de lleno en el rostro a Beth, resaltando el reflejo dorado de su cabello y el brillo incierto en sus ojos.

El ruido de fondo se desvaneció.

Carol seguía hablando, pero sus palabras se volvieron un murmullo lejano en la cabeza de el.

Beth parpadeó y apartó la vista, bajando la cabeza de nuevo.

El sintió un vacío en el estómago.

—Daryl… —La voz de Carol se filtró de vuelta a su consciencia —¿Desde cuándo te importa quién abraza a Beth?

Él parpadeó, volviendo en sí. Frunció el ceño, exhalando con frustración, pero tenía razón en algo.

El problema no era Alden.

Era él.

Y eso lo jodía más de lo que estaba dispuesto a admitir.

Chapter 14: No mueras.

Chapter Text

El rugido de la moto se apagó de golpe. Daryl frunció el ceño y giró la llave en el contacto,
pero el motor solo respondió con un tosco jadeo antes de morir por completo. Maldijo en voz
baja y golpeó el tanque con los nudillos.

—No me jodas… —murmuró.

Beth, sentada detrás de él, se inclinó un poco para mirar por encima de su hombro.

—¿Se descompuso?

Daryl resopló, deslizando una mano por su cabello enmarañado.

—Nos quedamos sin gasolina.

Beth suspiró y desmontó de la moto, estirando las piernas después del largo trayecto. Miró
a su alrededor: la carretera estaba vacía y silenciosa, con los árboles balanceándose en la
brisa nocturna. No había señales de caminantes… por ahora.

—Bueno, al menos no explotó como en las películas —bromeó, intentando aligerar el
ambiente.

Daryl la miró de reojo.

—No es una maldita película.

Beth se encogió de hombros. No esperaba otra reacción. Lo conocía demasiado bien.

—Podemos seguir caminando —propuso —Tal vez encontremos algo cerca.
Daryl negó con la cabeza.

—No en la oscuridad. Es demasiado arriesgado. Buscaremos un refugio y mañana iremos
por combustible.

La idea no le gustaba, pero no iba a discutir. Confiaba en él. Siempre lo hacía.

(...)
La cabaña que encontraron estaba en ruinas. Ventanas rotas, muebles cubiertos de polvo y
un hedor rancio impregnando el aire. Pero era mejor que dormir a la intemperie.

Daryl inspeccionó el interior con su ballesta en alto. Encontró algunas latas de comida
vacías y ropa vieja, pero nada peligroso. Beth se apoyó en el marco de la puerta y observó
cómo revisaba cada rincón.

—¿Recuerdas la última vez cuando... nos refugiamos en una funeraria? —preguntó en voz
baja.

Daryl no respondió de inmediato. Sabía exactamente a qué se refería. A la noche antes de
que la tomaran.

—Sí —dijo simplemente, sin mirarla.

Beth jugueteó con la manga de su chaqueta, su mente perdida en aquellos recuerdos.

—Esa noche hablamos sobre la gente buena en el mundo. Nunca terminamos esa
conversación.

Daryl se sentó junto a la chimenea apagada y sacó un cigarro del bolsillo. Lo giró entre los
dedos, sin encenderlo.

—Porque no hay nada más que decir —respondió. Su voz era grave, como si llevara el
peso de mil pensamientos no dichos.

Beth lo observó por un momento antes de sentarse a su lado. La leña húmeda crujió bajo su
peso.

—Alden… me dijo que le gusto —soltó de repente, con una sonrisa nerviosa.

Daryl se quedó inmóvil. El cigarro entre sus dedos se detuvo.

—¿Ah, sí? —preguntó.

—Sí… lo rechacé.

Daryl inclinó la cabeza ligeramente, sin mirarla.

—Vaya.

Beth frunció el ceño, esperando algo más.

—¿Eso es todo lo que vas a decir?

Daryl exhaló, restregándose la nuca como si el tema le resultara molesto.

—Si no te gusta, no te gusta. No hay mucho más que decir.

Beth entrecerró los ojos. Sabía que el no era alguien que hablara de sentimientos con
facilidad, pero esperaba al menos una reacción menos indiferente.

—Alden cree que lo rechacé por otra persona— añadió, midiendo sus palabras.

Daryl la observo de reojo, esta vez con una expresión indescifrable.

—¿Y lo hiciste? —preguntó, su tono todavía neutro, pero con un matiz que hizo que el
estómago de Beth se apretara.

—Eso creo...—

Daryl sostuvo su mirada por un instante más, antes de girar la vista hacia la chimenea
apagada.

—Tal vez Alden no sea tan tonto como parece —murmuró finalmente.

Beth sintió un escalofrío recorrer su columna. No supo si por sus palabras o por la manera
en que la estaba mirando.

Pero antes de que pudiera responder, un ruido los interrumpió.

Un gruñido gutural resonó en la distancia. Luego otro. Y otro.

Daryl se levantó de un salto y fue directo a la ventana. Beth corrió a su lado, sintiendo el
pánico crecer en su pecho. El sonido era inconfundible. Muchos. Demasiados.

—Mierda… —susurró Daryl, su voz cargada de tensión.

Los caminantes se acercaban, atraídos por algo. Quizás por su voz. Quizás simplemente
por el maldito destino que siempre los encontraba.

Daryl agarró su ballesta con rapidez.

—Beth, sal por la ventana de atrás y corre al bosque.

Beth lo miró como si estuviera loco.

—¡No voy a dejarte!— espetó, su corazón latiendo con fuerza.

—¡Mierda , haz lo que digo!— rugió Daryl, empujando hacia la ventana.

Beth sintió el déjà vu golpeándola con fuerza. Otra vez separarse. Otra vez la misma
historia.

—¡NO! —gritó —No me iré sin ti! ¡Nunca más!

La puerta se quebró de golpe y los caminantes irrumpieron en la cabaña.

Beth giró su cuchillo en la mano y se lanzó contra el primero, atravesándole el cráneo con precisión. Daryl disparó a otro sin perder un segundo. La cabaña se convirtió en un infierno de caos, sangre y gruñidos.

El tiempo pareció detenerse.

Y luego… todo estalló.
Las puertas se vinieron abajo, los caminantes entraron como una ola imparable. Daryl la
tomó del brazo y tiró de ella hacia la parte trasera de la cabaña.

—¡Corre! —gruñó.

Salieron juntos, esquivando las sombras que se movían entre los árboles. Beth jadeaba, su
cuchillo aún goteando sangre negra.

El bosque era un laberinto de sombras y ramas que se cerraban sobre ellos. Podía
escuchar los pasos de Daryl cerca, su respiración entrecortada… hasta que dejó de hacerlo.

—¡Daryl! —gritó, girando bruscamente.

No estaba ahí.

El frío la golpeó como un puñetazo en el pecho. Un gruñido a su izquierda la obligó a
moverse, a seguir corriendo. No podía detenerse. No podía pensar. Su cuerpo temblaba de
puro terror.

El sonido de los caminantes era ensordecedor. Pasó entre los árboles, tropezó, se levantó.
Su mente gritaba su nombre una y otra vez.

Daryl.

Daryl.

Pero el bosque solo le devolvía silencio.

Beth no sabía cuánto tiempo había corrido hasta que cayó de rodillas, su pecho ardiendo.
Se aferró al tronco de un árbol, tratando de controlar su respiración. ¿Y si…?

No.
No podía pensar en eso.

Se limpió el sudor de la frente y se puso de pie de nuevo. Y entonces, un par de brazos la
atraparon de golpe.

—¡Suéltame, suéltame! —forcejeó con todas sus fuerzas.

—Shhh, Beth.

La voz.

El mundo se detuvo.

Se giró bruscamente y lo vio.

Daryl.

Cubierto de sangre, el rostro y cuello manchados hasta el punto de apenas reconocerlo. El pecho subía y bajaba con violencia, como si hubiera atravesado el infierno mismo para llegar hasta allí. Sus ojos azules fijos en los de ella, brillantes en la penumbra.

Beth dejó escapar un sollozo entrecortado y, sin pensarlo, alzó una mano temblorosa para
tocar su rostro, asegurándose de que era real.

El no dijo nada. Solo la miró.

Y entonces, sin más, ella se arrojó contra él.

Daryl se quedó estático al principio. Pero después de un segundo, sus brazos la rodearon con
fuerza, hundiendo el rostro en su cabello.

Beth sintió sus dedos aferrarse a la tela de su chaqueta, temblorosos, urgentes, como si
temiera que si lo soltaba, desaparecería.

Hundió el rostro contra su cuello y, entre un susurro quebrado, dejó escapar:

—No mueras… No soportaría vivir así.

Daryl se tensó apenas, pero no dijo nada. No necesitaba hacerlo.

Chapter 15: 𝓟𝓾𝓵𝓼𝓸

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Apenas llega, Beth nota el ambiente en Alexandria cargado de una incertidumbre sofocante. Nadie lo dice en voz alta, pero todos lo saben: la guerra se acerca. Se ve en la forma en que la gente habla en susurros, en cómo refuerzan las barricadas con movimientos mecánicos y en la expresión dura de los que patrullan las murallas.

Los recursos escasean. Las patrullas de reconocimiento regresan con menos suministros cada vez, y el hambre comienza a dibujarse en los rostros de los más jóvenes. Antes, tenían un mundo entero por explorar en busca de provisiones; ahora, Alpha les impone un límite, una línea invisible que los acorrala como presas.

Pero no pueden rendirse.

Por eso, un pequeño grupo sale una vez más, con la esperanza de encontrar algo útil sin cruzar los territorios prohibidos. Cada misión fuera de las murallas recuerda lo vulnerables que son. Y cada vez, el margen de error se hace más pequeño.

El sol se filtra entre los árboles, alargando las sombras mientras el grupo se detiene cerca de la línea invisible que separa su mundo del de los Susurradores.

—No vale la pena —dictamina Michonne con voz firme.

Aarón asiente.

—Es solo una batería. No vamos a arriesgarnos por eso.

Beth observa el objeto en la distancia, dentro de la vieja estación de servicio en ruinas.
Sabe que Eugene la quiere. Sabe que, si él dice que sirve, entonces es importante.

Pero los demás ya decidieron.

Daryl echa un último vistazo hacia la frontera, la mandíbula tensa.

—Nos largamos.

Con eso, el grupo se gira y comienza a alejarse. Beth los sigue un rato, pero en cuanto ve la oportunidad, se desliza entre los árboles y desaparece.

El silencio se traga su presencia.

Minutos después, cuando Daryl se percata de su ausencia, el estómago se le encoge.

—¿Dónde está Beth? —suelta con urgencia.

Aarón mira a su alrededor, confundido.

—Estaba aquí hace un segundo…

Daryl no espera a escuchar más.

—Sé dónde está. Sigan adelante. Los alcanzaremos —ordena en seco antes de salir corriendo, sus botas pisoteando la hojarasca con violencia.

Su corazón late con fuerza cuando la ve.

Beth está ahí, dentro del territorio enemigo, sosteniendo la batería con ambas manos. Caminantes se acercan lentamente, pero Daryl ve algo peor. Entre los árboles, apenas visible, una figura con máscara de piel los observa.

Un Susurrador.

El peligro se vuelve real en su mente.

Da un paso, luego otro, avanzando lento, el cuerpo encorvado entre la hojarasca. No aparta la vista del enmascarado. Ve el brillo de un cuchillo en su mano, y sus dedos se ajustan sobre la ballesta. Daryl alza el arma, apunta directo al pecho de la sombra.

Aprieta los dientes. Un instante ve a Beth y vuelve al Susurrador. El hombre enmascarado se detiene, lo observa fijo. Daryl siente la amenaza en el aire. No baja el arma.

El Susurrador retrocede un paso, otro más, y desaparece entre los árboles sin darle la espalda. Daryl aguanta la respiración hasta que ya no lo ve. Entonces gira hacia Beth. No es una retirada. Es una advertencia.

—¡Mierda! —gruñe antes de lanzarse hacia ella.

La alcanza en un instante, la agarra del brazo con fuerza y la empuja fuera del camino, sacándola de la frontera casi a rastras. Llegan al bosque más tupido. Beth abre la boca para hablar, pero Daryl levanta la ballesta en un gesto seco, aún sin soltarla. Mira alrededor, cada sombra entre los árboles, hasta convencerse de que están solos. Su respiración es áspera. Se limpia el sudor de la frente con el dorso de la mano y entonces la mira directo a los ojos.

—¡¿Eres jodidamente estúpida o qué?! —ruge, su voz retumbando entre los árboles cuando finalmente la suelta.

Beth trastabilla, pero no cede.

—¡Era importante!

—¡No lo suficiente como para que te maten!

—¡Tú no decides eso!

Daryl avanza un paso, la mirada encendida.

—¡Sí, maldita sea, lo hago cuando te veo a dos segundos de acabar destripada!

Beth resopla con rabia, el pecho subiendo y bajando con rapidez.

—¡Puedo tomar mis propias decisiones!

Daryl deja escapar una risa amarga.

—¿Ah, sí? ¿Cómo cuando saliste en plena tormenta con Alden, poniendo en peligro tu vida y la de él? ¡Pues hiciste una de mierda!

Beth siente la furia recorrer su cuerpo.

—¡Eso no es justo! Hago lo que creo correcto.

Daryl aprieta los dientes.

—¡No! Lo haces porque crees que todo saldrá bien solo porque lo quieres así.

Se aparta un paso, como si intentara enfriar la rabia, pero en un segundo vuelve a acortar la distancia, su rostro a apenas un palmo del de ella.

—¿No soportarías seguir viviendo si me muero? —susurra, con la intensidad de un grito —¿Y yo qué?

Beth se queda helada. Su boca se entreabre, pero ninguna palabra sale. Baja la mirada un instante hacia el suelo.

—Es… diferente...

Daryl da otro paso, hasta que su sombra la cubre por completo.

—Eres una maldita egoísta —escupe, la voz ronca, cargada de rabia.

Beth parpadea, incrédula. El insulto la atraviesa como un golpe seco en el pecho. La sangre le sube a las mejillas, ardiendo. No lo piensa: lo empuja con ambas manos.
—¡¿Por qué te importa?! —chilla, apenas logrando moverlo.

El gesto encendió aún más a Daryl. La tomó del brazo con brusquedad, tirando de ella hasta dejarla a escasos centímetros. Beth forcejeó un segundo, su pecho rozaba con el de Daryl. Pero él no la soltó. Sentía la presión de sus dedos aferrándose en su piel, y al mismo tiempo, el calor de su respiración rozándole la cara.

Lo miró directo a los ojos, desafiante, los labios apretados. Daryl sostuvo la mirada con la mandíbula dura, pero en ese duelo algo se resquebrajó. Sus pupilas se suavizaron apenas, deslizándose por su rostro… y Beth lo notó. Sintió cómo su propio pulso se aceleraba, hasta que sus ojos, por un instante, traicionaron la firmeza y se escaparon hacia los labios de él.

El aire se espesó entre ambos. Nadie habló. Daryl abrió la boca, como a punto de decir otra maldición, pero la palabra murió en su garganta. La dureza de su mirada había cambiado; ahora parecía una súplica silenciosa.

Se inclinó apenas, la tensión temblando en sus hombros. Beth soltó un jadeo nervioso, sus labios entreabriéndose sin querer, dejándolos al alcance de los de él.

El silencio se volvió insoportable.

Y entonces, sin pensarlo más, la besa.

Sus labios son ásperos, impacientes, y chocan con los de Beth en un contraste que la desarma. Hay urgencia en su agarre, una necesidad feroz, como si temiera que en cualquier segundo ella pudiera escaparse.

Beth, sorprendida, siente el calor arrollador de aquel contacto y no se aparta. La rudeza de él se mezcla con la suavidad de sus propios labios, y en esa tensión encuentra un extraño equilibrio, una verdad que no había querido admitir hasta ese instante.

Cuando apenas se separan, sus bocas quedan a un respiro de distancia. Daryl la mira un instante, apenas un segundo, antes de apartar los ojos con torpeza, como si lo que acaban de compartir lo sobrepasara.

Ella nota esa vacilación y su pulso se acelera aún más.

Lo toma del rostro con ambas manos y lo obliga a volver hacia ella, como si necesitara grabar cada línea de su expresión. Sus dedos se aferran firmes a su mandíbula, anclándolo. Quiere que la vea, que la mire a los ojos y sienta la verdad del momento. Espera unos segundos, dándole la oportunidad de alejarse.

Entonces se endereza un poco y, cargada en puntillas, vuelve a buscarlo. Sus labios encuentran los de él de nuevo, esta vez más suaves, con una calma que contrasta con la urgencia del primer beso.

Y él no la detiene.

Cuando se separan, el aire entre ellos sigue cargado.

Daryl desvía la mirada de nuevo, su expresión un caos. Luego, sin decir nada, gira sobre sus talones y comienza a caminar de regreso.

Beth lo sigue, todavía con el pulso acelerado, el ceño fruncido mientras lo observa alejarse.

Cuando llegan, Aarón y Michonne los miran con extrañeza.

—¿Qué demonios pasó?—pregunta Aarón.

Daryl no se detiene.

—Vuelvan a casa.

Beth aprieta los labios con fuerza.

Lo ve alejarse, dejándole un ardor en el pecho imposible de apagar.

Y supo que esa conversación y lo que había pasado entre ellos estaba lejos de haber terminado.

Notes:

Si pensabas que la acción era intensa afuera, espera a ver lo que pasa cuando los sentimientos se desbordan.

Gracias por leer:)

Chapter 16: ℐ𝓃ℯ𝓁𝓊𝒹𝒾𝒷𝓁ℯ

Chapter Text

Beth no había dejado de pensar en el beso. No lo esperaba, pero lo había deseado en secreto durante tanto tiempo que aún sentía el ardor en sus labios. Durante todo el día evitó las miradas curiosas en Alexandria, ocupándose en cualquier tarea que mantuviera sus pensamientos lejos de Daryl Dixon. Pero cuando cayó la noche y escuchó el rugido inconfundible de su moto, supo que no podría ignorarlo más.

Desde su ventana lo vio entrar en su casa, moviéndose con la misma energía contenida de siempre, como si estuviera a punto de echarse a correr en cualquier momento. Beth no lo pensó demasiado; simplemente se dirigió hacia allí.

Cuando entro, Daryl estaba sentado en el sillón, la mirada clavada en el suelo, los codos sobre las rodilla y las manos entrelazadas. No se movió cuando ella entró.

—¿Podemos hablar? —murmuró Beth, con una inseguridad que la irritó al instante.

Daryl levantó la vista y asintió con un leve movimiento de cabeza.

Beth se sentó junto a él. El silencio entre ambos se sintió apretado, espeso, como si apenas quedara aire en la habitación. No sabía qué decir, así que simplemente se inclinó y le besó la mejilla. Daryl cerró los ojos por un segundo, como si absorbiera el calor del contacto.

—Lo siento— murmuró él, su voz ronca —Podemos morir en cualquier momento y cuando te vi ahí...

Beth sonrió con una ternura triste.

—Siempre ha sido así. Incluso antes de los caminantes... Yo... fui egoísta, lo siento.

Daryl resopló, sacudiendo la cabeza.

—La guerra puede empezar en cualquier momento.

Sus ojos se encontraron en la penumbra. Beth tragó saliva y le sostuvo la mirada.

—Solo... —tardó un par de segundos en continuar — dime que no te arrepientes de lo que hiciste… del beso.

Daryl apretó los labios, como si las palabras le pesaran. Miró hacia arriba, buscando algo que solo él veía.

—No me arrepiento.

Beth sintió que algo se encendía dentro de ella, como una chispa que llevaba días esperando. No dijo nada. Se limitó a mirarlo, y él no apartó la vista. El aire se volvió más denso, más cálido, como si todo a su alrededor dejara de existir.

Daryl inclinó apenas la cabeza hacia ella, y fue ese gesto mínimo lo que la hizo avanzar. Despacio, sin romper el contacto visual, se acercó hasta que sus frentes casi se tocaron.

Cuando sus labios se encontraron, fue suave, contenido, como si ambos temieran romper algo frágil. Y, aun así, ninguno se apartó. Daryl posó una mano en su rostro, atrayéndola más. Beth sentía su corazón golpearle el pecho con fuerza. Cada vez se buscaban más, como si quisieran fundirse, hasta que la idea de separarse resultó insoportable.

Se quedaron inmóviles, respirando despacio, casi escuchando el pulso del otro. Beth se perdió en la profundidad de sus ojos azules, buscando una respuesta que él tampoco sabía dar. Daryl la miraba con una intensidad que le recorría la espalda, como si cada pensamiento estuviera atrapado en ese instante.

—Beth… —susurró él, y su voz tembló apenas, tan baja que casi se confundía con el viento.

Reuniendo una valentía que apenas sentía, ella se acomodó sobre él, una pierna a cada lado de su cadera. Daryl se tensó de inmediato, sus manos flotaron en el aire como si no supiera dónde ponerlas.

Beth volvió a besarlo. Despacio al principio, probándolo, dándole la oportunidad de apartarla si estaba siendo demasiado. Pero él no lo hizo.

Al contrario.

Daryl respondió sin reservas, sus labios ásperos sobre los de ella, sus manos finalmente encontrando su cintura. El beso se intensificó; ella lo sintió en cada latido, en cada roce que la hacía estremecer. Su cuerpo reaccionaba solo, buscándolo con una urgencia que apenas entendía, un calor creciente que la desbordaba hasta hacerla jadear contra su boca.

Beth deslizó el chaleco de Daryl hacia atrás, quitándoselo con torpeza apremiante. Él la dejó hacer, no apartó la mirada: la siguió con esos ojos intensos que parecían desnudarla mucho antes de que su ropa tocara el suelo.

Cuando Beth tomó sus manos y las llevó a su cadera, la invitación fue clara.

—Yo nunca me arrepentiré —susurró contra sus labios.

Daryl la miró un segundo, como si quisiera asegurarse de que entendía lo que estaba diciendo. Y luego, sin más, deslizó la tela de su camisa hacia arriba, desnudándola con la misma reverencia con la que alguien desnudaría un secreto.

Entonces la vio.

Beth estaba cubierta de cicatrices antiguas que recorrían su espalda y abdomen, testigos mudos de una soledad que él entendía demasiado bien.

Daryl tragó con dificultad, su mirada recorriendo las marcas, como si quisiera comprender cada una de ellas. Llevó la mano a su vientre y la deslizó hacia arriba con firmeza, recorriendo cada línea de su piel hasta atraparla por la espalda. El gesto la arqueó contra él, y sin soltarla, la levantó en brazos, devorando el espacio que quedaba entre los dos.

Beth soltó un pequeño jadeo sorprendido, pero la sonrisa en su rostro fue suficiente para que Daryl no se detuviera. La llevó hasta la cama, acostándola con cuidado.

Ahora él estaba sobre ella, y la forma en que la miró le provocó un escalofrío. No era solo deseo. Era algo más profundo.

Beth, con dedos temblorosos, le quitó la camisa, y cuando la luz de la luna iluminó la piel de Daryl, vio las marcas de su vida, no solo recientes, sino de antes del apocalipsis

Él desvió la mirada, como si sintiera vergüenza.

Beth lo sostuvo por el rostro con suavidad, obligándolo a mirarla. Sus dedos recorrieron la cicatriz en su mejilla y lo atrajo hacia sí, besándole esa marca primero. Luego dejó la palma apoyada en su pecho, firme, sintiendo los latidos acelerados bajo su piel, lo acarició despacio, como quien reconoce un lugar sagrado, recordándole que no había nada en él que necesitara ocultar.

Daryl cerró los ojos un instante, tragando con dificultad, y cuando volvió a mirarla ya no había distancia posible. Se dejó caer sobre ella, atrapando su boca en un beso que no tenía nada de impulsivo. Era consciente. Compartido. Inevitable.

Las sombras de la habitación los envolvieron mientras se exploraban mutuamente, piel contra piel, y en cada roce, en cada respiración entrecortada, se reconocieron como si hubieran esperado toda una vida para llegar a ese instante.

Chapter 17: Nada que decir.

Chapter Text

El sol apenas se filtraba entre las cortinas rotas.

Beth parpadeó, despertando con la calidez de un cuerpo a su lado. Se quedó quieta, sintiendo su respiración acompasada.

Daryl dormía.

Era extraño verlo así, sin la tensión en sus rasgos, sin la mirada siempre alerta. Su boca entreabierta, su cabello revuelto contra la almohada.

Beth sonrió, suave.

Podría haber tocado su rostro, deslizar los dedos por su mejilla. Pero no lo hizo. En su lugar, se levantó con cuidado, vistiéndose en silencio antes de salir de la habitación.

Salió de la casa con pasos ligeros, aún con la calidez de la noche anterior en el cuerpo. A pesar de lo que estaba por venir, se sentía… bien. Lo que pasó con Daryl había sido real. Más real que cualquier otra cosa.

No había caminado demasiado cuando una voz familiar la detuvo.

—Hey, Beth— Aaron la saludó con una sonrisa ladeada, pero luego la miró con curiosidad —No te vi en casa anoche.

Ella parpadeó y sintió el calor subirle al rostro. No dijo nada, pero la sonrisa en sus labios la delató.

Aaron dejó escapar una risa breve y negó con la cabeza. —Oh. Ohhh… Ya veo.

Beth rodó los ojos y le dio un empujoncito en el brazo, divertida.

—No es lo que crees —murmuró.

—Claro, claro —respondió Aaron, aún con esa sonrisa de quien entendía demasiado bien la situación. Pero la broma se terminó cuando su expresión se volvió más seria —No quiero quitarte esa sonrisa, pero…La guerra está a la vuelta de la esquina. Partimos a Hilltop esta tarde, todos. Deberías ir al almacén y ayudar a guardar las provisiones.

El peso de sus palabras cayó como un balde de agua fría. Todo lo demás quedó en segundo plano.

—Está bien —asintió, la ligereza de antes desvaneciéndose.

Aaron le dio un último vistazo, como si quisiera decir algo más, pero simplemente apretó los labios y siguió su camino.

-----------

Beth estaba guardando un par de latas en un bolso cuando sintió una presencia en la puerta. No tuvo que girarse para saber quién era.

—Ya lo escuchaste, ¿no es así? —dijo sin volverse aún —Partiremos a Hilltop esta tarde. Todos.

Daryl no respondió enseguida. Cuando Beth levantó la vista, lo vio allí, con los hombros tensos y la mirada baja en el piso.

Dudo unos segundos en silencio antes de que hablara,

—¿Te arrepientes?— murmuró el, casi como si no quisiera hacer la pregunta.

Beth frunció el ceño un segundo. Lo miró con atención y, entonces, lo entendió.
Pero ella no se arrepentía. Ni un segundo.

Avanzó hasta él y entrelazó sus dedos con los suyos, apretando con suavidad.
—Sr. Dixon— sonrió apenas, con ternura —lo único que lamento… es no haberte dejado entrar en mi vida antes.

El levantó la mirada y, por un instante, Beth vio algo en sus ojos. No duda. No confusión. Solo algo crudo y real que él no estaba acostumbrado a mostrar.

Daryl bajó lentamente la cabeza hasta apoyarla en su hombro. Su respiración era profunda y pausada, como si se permitiera descansar solo un segundo en ella. Beth sintió su calor, su peso contra su cuerpo, y llevó una mano a su nuca, acariciándolo suavemente.

Daryl exhaló despacio antes de separarse, sin romper el contacto del todo. Su nariz rozó la de Beth en el movimiento, y cuando volvió a mirarla, deslizó una mano hasta la nuca de ella. La atrajo hacia sí y la besó, sin dejarle espacio para ninguna duda.

Beth respondió al instante, sus dedos perdiéndose en su cabello.

Cuando separó los labios de los suyos, apoyó su frente en la de ella y se quedaron así, respirando el mismo aire.

Entonces, la puerta se abrió.

—Beth, ¿has visto—?

Carol se detuvo en seco.

Beth no se movió.

Daryl sí.

Retrocedió un paso como si lo hubieran atrapado robando algo.

Carol alzó una ceja.

—Oh.

Beth sonrió y siguió con lo suyo, acomodando suministros en los bolsos.

Daryl bajó la cabeza y salió del almacén sin decir nada.

Carol entrecerró los ojos, divertida, fue tras él, caminando a su ritmo.

—Qué raro verte nervioso, Dixon. ¿No vas a decir nada?

Daryl gruñó.

—Déjalo— bufó, caminando hacia la salida. —No hay nada que decir.

Carol soltó una risa.

—Claro, claro. Solo Beth en tu habitación. Beth en el almacén. Beth en tu cara. Pero no hay nada que decir.

Daryl apretó los labios.

No respondió.

Solo siguió caminando.

Carol sonrió.

—¿Sabes qué? Me gusta Beth para ti.

Daryl rodó los ojos.

Ella le dio un golpe en el brazo y se alejó, divertida.

El se quedó allí, observándola irse.

Luego miró hacia el almacén, donde Beth seguía guardando provisiones como si nada.

Sonrió, apenas un segundo, antes de apartar la vista. No necesitaba decir nada. Bastaba con saber que, al menos por ahora, ella estaba ahí.

Chapter 18: 𝕽𝖊𝖘𝖖𝖚𝖎𝖈𝖎𝖔.

Summary:

La guerra no da tregua, pero la esperanza aún respira.

Notes:

Aclaración:

Este capítulo toma como base la guerra contra los Susurradores en The Walking Dead, pero está contado desde mi propia mirada y con cambios en los personajes y sucesos. Si viste esa parte de la serie, seguro vas a reconocer momentos; si no, no pasa nada: lo importante es lo que viven ellos aquí.

Chapter Text

Hilltop estaba en alerta máxima. Las antorchas iluminan la empalizada mientras los sobrevivientes se preparan para el ataque inminente de los Susurradores. No hay tiempo para el miedo, solo para actuar. Daryl ajusta el mango de su ballesta mientras mira de reojo a Beth, que tensa la cuerda de su arco. Sabia que no la haría cambiar de opinión.

—Cuida de Judith y de los demás —murmura, más como un ruego que como una orden.

Beth lo mira con una determinación férrea.

—Tengo tan buena puntería como tú o Carol. Puedo ayudar.

Daryl frunce el ceño, pero no discute. Sabe que perderá. Beth no baja la mirada. Ya no es la muchacha temblorosa de la granja: ahora sostiene el arco como una parte de sí misma, con la calma de quien ha aprendido a sobrevivir.

Maggie interrumpe su silenciosa batalla con la urgencia de la guerra.

—Es hora.

Beth se gira hacia el en un movimiento impulsivo y lo abraza con fuerza. Antes de soltarlo, se alza de puntillas y presiona sus labios contra los suyos en un beso rápido, apremiante. Como si ese segundo pudiera ser el último.

Daryl se queda inmóvil, sintiendo el calor de su aliento cuando se separa. No dice nada.

Maggie apenas arquea una ceja y, con una media sonrisa, le da unas palmadas en el hombro antes de volver al frente.

Él gruñe, incómodo, como si quisiera sacudirse la situación de encima, pero en sus ojos asoma algo que no logra ocultar: miedo.

(...)

El aire huele a madera quemada y sangre. El fuego devora los muros de Hilltop, tiñendo la noche de un rojo infernal. Gritos. Disparos. El silbido de flechas cortando el viento. El sonido inconfundible de carne siendo atravesada.

Daryl gira la cabeza y ve a Carol disparar desde lo alto con precisión letal. A su lado, Beth tensa la cuerda de su arco, su expresión endurecida por la adrenalina. Sus ojos lo buscan entre el caos. Lo encuentra, sucio, ensangrentado, destrozando caminantes con su ballesta y su cuchillo. No pueden hablar. No hay tiempo. Solo un instante para asegurarse de que el otro sigue vivo antes de volver a la masacre.

Rick avanza entre el humo, su machete segando gargantas, Michonne a su lado, su katana dibujando destellos de muerte en el aire. La línea de defensa cede. Los Susurradores se mueven entre la horda, susurrando órdenes, guiando a los muertos hacia la caída de Hilltop.

Un silbido agudo. Beth dispara. La flecha vuela limpia, precisa. Un Susurrador cae con el proyectil clavado en la sien, justo cuando estaba a punto de rebanarle la garganta a Rick. Él levanta la vista, asiente en reconocimiento y sigue luchando.

El suelo tiembla con el peso de los caminantes. La cerca no resistirá mucho más.

—Beth, evacua a los niños, ¡ahora! —grita Carol, empujándola hacia las casas traseras.

Beth mira hacia Daryl, que sigue luchando, su cuchillo enterrándose en la cabeza de un caminante antes de volverse hacia otro. Quiere quedarse, pero sabe que no tiene opción.

—Lo cubro, ¡vete! — grita Carol.

Es suficiente. Beth aprieta la mandíbula, da media vuelta y corre.

La cabaña a la que Beth y los niños se dirigen debe ser su refugio momentáneo. El humo ya se cuela entre los árboles y la tierra arde bajo sus botas.

Ezequiel va detrás, cojeando, con el aliento entrecortado, pero aún empuja a dos de los más pequeños para que corran.

—¡No podemos esperar más! —grita Beth, el fuego rugiendo a sus espaldas.

Un estallido de llamas cae sobre el camino. Ezequiel se interpone, apartando a los niños con un empujón.

—¡Sigue, Beth! ¡Llévalos! —brama, levantando su hacha para abrirse paso. El resplandor lo envuelve, tragándoselo.

Beth apenas alcanza a verlo desaparecer antes de volver el rostro. El pecho le arde, las lágrimas pugnan por salir, pero no puede detenerse.

Los niños, con el miedo grabado en sus ojos, esperan que ella decida.

—¡Corran, no se suelten! —ordena.

La oscuridad del bosque parece aún más espesa bajo el resplandor que crece a sus espaldas. Beth corre, sujetando la mano de R. Junior y Hershel con fuerza. Judith, aferrada a su camisa, guía a los otros pequeños, formando entre todos una cadena desesperada. Detrás de ellos, el caos ruge, los gritos de los moribundos mezclándose con el crujido de las llamas.

No hay advertencia. Solo un murmullo en la penumbra, un roce en la maleza.

Beth gira justo a tiempo para ver tres sombras moverse entre los árboles. Susurradores.

—¡Atrás! —ordena, empujando a los niños hacia un lado.

No duda. Dispara la primera flecha. Impacta en la cabeza del primero. Cae sin hacer un ruido.

El segundo apenas tiene tiempo de reaccionar antes de que otra flecha le perfore el pecho.

Pero el tercero es más rápido. Beth siente el filo del cuchillo rozar su brazo antes de apartarse. El dolor arde, pero no se detiene. Se lanza sobre él con el cuchillo en la mano. Ruedan por el suelo, forcejeando, la lucha se vuelve cuerpo a cuerpo. Los golpes se suceden, y la daga del hombre se acerca peligrosamente a su rostro.

Él es más fuerte.

La hoja desciende hacia su cara. Beth gruñe, conteniendo el ataque con todas sus fuerzas. Siente la presión del metal contra su piel y el peso del Susurrador sobre ella. Su brazo tiembla, incapaz de sostenerlo por más tiempo.

El hombre ríe, tan cerca que el sonido le hiela la sangre.

—Los niños volverán a donde pertenecen… entre los muertos.

Un alarido corta la noche.

—¡Beth! —grita Judith..

Los gruñidos de los caminantes se mezclan con el grito de Hershel, con el llanto de otros niños. El caos la envuelve: pasos, gritos, el hedor de la muerte. Un miedo abrasador la atraviesa, y con él, un estallido de furia.

Algo silba en el aire y golpea de lleno el rostro del Susurrador. Una piedra. Luego otra, más certera, que se incrusta en su ojo. El hombre ruge, tambalea, la daga se afloja en su mano. Beth alcanza a girar la cabeza y lo ve: Hershel, con la honda todavía tensada, temblando, los ojos enormes y fijos en ella.

Ese instante basta.

Levanta la rodilla y la hunde con toda su rabia en la entrepierna del enemigo. El hombre se dobla, ahogado en un gruñido. En un solo movimiento, ella recupera su cuchillo del suelo y, con un grito que le desgarra la garganta, lo hunde en su cráneo.

El cuerpo se desploma sobre ella. Jadeando, lo empuja a un lado y se incorpora, tambaleante. La sangre resbala por su brazo herido, tiñéndole los dedos.

Los gruñidos se acercan.

A unos metros, ve a Judith con su espada en la mano, firme, y el cadáver de un caminante a sus pies. Los niños, aún temblando, la observan.

—¡Vamos! —grita Beth, tomándolos y echando a correr hacia el refugio.

 

La cabaña es pequeña, pero ofrece un respiro. Han logrado llegar, aunque la batalla aún resuena en sus cuerpos. Beth no sabe si Ezequiel sobrevivió, pero la esperanza aún late, terca, en su pecho. No puede quedarse quieta: camina de un lado a otro.

Maggie, Rick y Michonne llegan poco después, heridos, exhaustos

Cuando Maggie apenas cruza el umbral Beth y Hershel corren hacia ella; los tres se funden en un abrazo desesperado. Por un instante, siente que recupera algo de aire, pero en cuanto se separa, su mirada vuelve a clavarse en la entrada.

Se queda allí, inmóvil, con los brazos rodeando a su sobrino, la cabeza apoyada contra el marco de la puerta. Maggie se sienta a un costado, en silencio, observándola.

—va a volver.— dice suavemente, sin que su voz suene del todo segura

—Lo se. — murmura Beth, sin apartar los ojos de la puerta.

Los minutos se vuelven eternos. Cada crujido en la madera, cada murmullo del bosque la obliga a incorporarse de golpe, con la esperanza contenida en el pecho, pero ninguno es el sonido que espera.

La ansiedad le oprime más que la batalla misma.

—Daryl… —susurra, apenas un hilo de voz.

Entonces, los pasos llegan. Pesados. Seguros.

Beth se pone de pie de un salto, el corazón golpeándole contra las costillas.

Y ahí está él.

Cubierto de sangre, la camiseta hecha jirones, heridas abiertas en el rostro y el cuerpo. Pero vivo.

El aire regresa a sus pulmones.

Daryl la mira fijamente, sus ojos deteniéndose en cada corte, en cada moretón que marca la fragilidad de su cuerpo.

Sin pensarlo, avanza y la atrapa en un abrazo feroz, como si quisiera soldar cada pedazo roto en ella con su propia fuerza. Su mano en la nuca, los dedos aferrados a ella como si pudiera desvanecerse.

—¿Estás bien? —

Beth cierra los ojos, hundiéndose en su calor.

—Estoy bien —responde, aunque el temblor en su voz la delata.

Daryl la aparta apenas un instante, solo lo suficiente para recorrer con sus dedos la herida en su rostro, sus manos, ásperas y heridas, la tocan con una suavidad imposible en alguien como él.

Beth levanta la mirada.

—Estamos bien —susurra, como si necesitara convencerse.

Daryl cierra los ojos un instante. Cuando los abre, ya no queda tanta dureza en su expresión. Aún sostiene su brazo, con la misma delicadeza con la que se sostiene lo irremplazable.

—Sí —responde, apenas.

Chapter 19: “Cenizas”

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

La cabaña está sumida en una quietud tensa. Los murmullos de los sobrevivientes y el crujido ocasional de la madera bajo el peso del viento son los únicos sonidos. El olor a humo y sangre todavía impregna el aire. Afuera, el fuego que devoró Hilltop ya se extinguió, dejando tras de sí un paisaje de cenizas y destrucción.

Entre tanta pérdida, hay un respiro: Ezequiel regresa. Cuando Beth lo ve atravesar las puertas con vida, un alivio tan puro la sacude que casi le duele. Por un instante, en medio de la ruina, la esperanza encuentra un lugar donde aferrarse.

 

Beth se sienta en un rincón. Sus manos tiemblan levemente mientras venda un corte en su brazo. La herida no es profunda, pero arde con cada movimiento. No le importa. Lo único que le importa es que casi todos regresaron...

Daryl está en la otra esquina, en silencio. Aún cubierto de sangre, con los nudillos hinchados y magullados. La adrenalina de la batalla ya lo abandona, dejándolo con el peso de todo lo que pasó. Se frota la cara con las manos.

Beth lo observa de reojo. Desde que volvieron apenas han hablado. Su abrazo lo dijo todo, pero ahora que el caos cedió, entre ellos se abre una distancia, como si el trauma los hubiera arrastrado a un abismo del que ninguno sabe cómo salir.

Maggie entra, el rostro endurecido por la pérdida. Se acerca a Beth y le pone una mano en el hombro.

—Vamos a hacer un recuento de los que sobrevivieron —dice en voz baja.

Beth asiente, aunque su mirada vuelve a desviarse hacia Daryl. Él mira al suelo, perdido en sus pensamientos.

Maggie sigue la dirección de su mirada y suspira.

—Está procesándolo a su manera —murmura.

Beth sabe que tiene razón. Daryl siempre ha sido así: se encierra en sí mismo cuando más necesita a los demás. Pero esta vez, ella no va a dejar que se hunda en ese silencio.

Cuando Maggie se aleja, Beth se pone de pie con algo de dificultad y cruza la habitación hasta donde está él. Se apoya en la pared a su lado y espera, dándole espacio.

Pasan unos minutos antes de que él hable.

—No debiste haber estado ahí afuera.

Su voz es grave, ronca por el cansancio.

Beth lo mira con suavidad.

—Tampoco tú.

Daryl suelta un resoplido, negando con la cabeza.

—Es diferente.

—¿Por qué? ¿Porque no soy lo suficientemente fuerte?

Daryl aprieta la mandíbula.

—Porque no quiero perderte.

Beth siente su corazón detenerse un instante.

Daryl suspira y finalmente la mira. Sus ojos están oscurecidos por el agotamiento.

—Cuando volví y no te vi, cuando Carol me dijo que te habías ido con los niños... pensé lo peor.

Beth baja la mirada.

—Yo también tuve miedo.

Él extiende una mano y le aparta un mechón de cabello de la cara. Sus dedos rozan suavemente una herida abierta en su mejilla.

—Te hirieron.

Ella esboza una sonrisa cansada.

—No fue nada que no pudiera manejar.

Él traga saliva, sus ojos recorren su rostro como si necesitara asegurarse de que realmente está allí.

—No quiero que tengas que manejarlo.

Beth toma su mano y la sostiene entre las suyas.

—Daryl… vivimos en un mundo donde todos tenemos que pelear. No puedo quedarme atrás. No quiero hacerlo.

El cierra los ojos un momento y asiente con la cabeza.

—Lo sé.

El silencio que los envuelve es pesado.

Beth aprieta su mano con más fuerza.

—Pero siempre volveré a ti.

Daryl la mira, y en sus ojos se refleja algo que no se atreve a decir en voz alta.

Beth se acerca un poco más y, en un acto casi involuntario, apoya su frente contra la de él. Daryl cierra los ojos, exhalando lentamente.

—No me hagas acostumbrarme a esto —susurra.

Ella sonríe suavemente.

—Demasiado tarde.

Se quedan así un momento, en ese pequeño refugio dentro del infierno en el que viven.

Porque, después de todo, seguir con vida no es suficiente. Tienen que tener algo por lo que vivir. Y el uno al otro es suficiente.

Pero el amanecer no trajo alivio, sino nuevas heridas que enfrentar.

 

Alpha había caído por mano de Negan. Beta encontró su final bajo la furia de Daryl. Pero la victoria no sabía a nada. El desastre los había alcanzado de frente: Alexandria estaba rota, Hilltop ya no existía, y hasta el aire parecía querer supurar sus heridas.

El camino de vuelta a Alexandria fue silencioso, pesado, como si la realidad apenas comenzara a hundirse en sus mentes. Pero al llegar, la desolación los golpeó de lleno.

Las murallas estaban derribadas en varios puntos, los restos de madera y metal esparcidos entre los cuerpos de caminantes destripados. El suelo estaba cubierto de lodo, y el hedor de la muerte impregnaba cada rincón. Las cosechas eran solo tierra removida, los caballos habían huido, y las casas estaban parcialmente quemadas o saqueadas.

Beth observó cómo Daryl se mordía el pulgar apenas notó lo poco que quedaba de provisiones. Sin pensarlo, tomó su ballesta y salió en busca de comida.

Ella soltó un suspiro, conteniendo el aire en el pecho. Nunca se quedaba quieto; siempre que algo faltaba, él era el primero en salir a conseguirlo. Y aunque a veces esa manía de lanzarse al frente le erizaba la piel, en el fondo lo apreciaba más de lo que podía admitir.

Mientras tanto, Ella y Carol se movían entre los heridos, vendando con lo poco que tenían. Gabriel, con la mirada perdida, murmuraba oraciones por los caídos mientras los enterraban uno tras otro.

El cielo se oscureció pronto. La tormenta azotó sin piedad, el viento rugía entre los muros resquebrajados y la lluvia se filtraba por los techos derrumbados. Pero eso no era lo peor.

Los caminantes no dejaban de llegar.

Las defensas apenas resistían. Con cada día que pasaba, más muertos chocaban contra los muros destrozados, empujándolos poco a poco hacia el colapso.

Beth apenas ha dormido, y ni hablar de asearse. Todo le recuerda aquel invierno que sobrevivieron al aire libre, pero ahora la diferencia es clara: tienen un lugar que proteger. Y sabe que Daryl y Rick lo defenderán con su vida.

Daryl y Maggie regresaron con provisiones, pero al ver la multitud de bocas hambrientas que ahora llenaban Alexandria, supieron que no era suficiente. No para tres comunidades enteras.

Beth toma la mano de Daryl.

—Nos las arreglaremos… lo hemos hecho antes.

Él asiente, pero sus ojos se desvían rápido hacia el suelo, incapaces de sostener los de Beth. No hace falta que diga nada: no está convencido

Entonces, se escuchó un grito desde los muros:

—¡TENEMOS COMPAÑÍA! ¡PREPÁRENSE!

De inmediato, todos corrieron a armarse, dejando el cansancio a un lado. Daryl apretó con firmeza la mano de Beth, animándola a tensar el arco “por si acaso”. Las armas firmes en sus manos, todos aguardaban lo peor.

A lo lejos, un grupo numeroso se acercaba. No eran caminantes. Era un ejército vestido con armaduras blancas, avanzando con paso implacable.

Daryl frunció el ceño. No tenían fuerzas para otra batalla.

Beth entornó los ojos, tratando de distinguir.
—Mira eso… —susurró.

Entonces, lo vieron. Una voz conocida rompió la tensión:

—¡Soy yo! ¡Han venido a ayudarnos!

Eugene.

El aire pareció liberar la presión de golpe. Los dedos se aflojaron en los gatillos, pero la desconfianza seguía presente. No tenían muchas opciones.

 

(...)

Las calles silenciosas de Alexandria se llenan de movimiento: cajas, mochilas, despedidas, instrucciones entrecortadas. El sol apenas asoma, tiñendo el cielo de un naranja tenue mientras la caravana hacia la Mancomunidad termina de alistarse.

Rick se acerca a Daryl, que ajusta la ballesta en su espalda con gesto serio. Lo observa en silencio un instante, como si buscara las palabras adecuadas.

—Así que ya es oficial —dice finalmente Rick, grave pero suave—. Aceptamos el trato.

Daryl asiente sin mirarlo directamente. —No me gusta, pero es lo mejor por ahora.

—Lo sé —Rick suspira, mirando alrededor—. La Mancomunidad nos ayudará a reconstruir, y alguien tiene que quedarse a proteger esto. Michonne, Aaron y yo nos quedamos... pero necesito que hagas algo por mí.

Daryl lo mira por fin, atento.

—Te encargo a Judith... y a RJ...

Daryl arquea una ceja. —¿Y Carl?

Rick niega con una sonrisa triste. —Quiso quedarse. Dice que quiere ayudar, ser útil aquí. No lo obligué. Se ha ganado su lugar... pero los otros dos, ahora, son tu responsabilidad.

El silencio entre ellos se vuelve más denso por un momento. Rick da un paso más cerca y aprieta con fuerza el hombro de su viejo amigo.

—Confío en ti, hermano.

Daryl baja ligeramente la mirada, asiente una sola vez, con la mandíbula tensa.

Rick lo abraza, fuerte y breve, como esos abrazos que almacenan más que mil palabras. Cuando se separa, echa un vistazo hacia Beth, que a unos metros se despide de Maggie con una sonrisa dulce.

Entonces, Rick murmura mientras le da una palmada en el hombro a Daryl:

—Les encargo, a ti y a Beth... a mis hijos.

Le guiña un ojo mientras mira de reojo a Beth, dejando claro que sabe más de lo que dice.

Daryl resopla por la nariz, intenta ocultar el nerviosismo que amenaza con asomar en su rostro, y desvía la mirada con una media sonrisa.

Notes:

Con este capítulo cierro el arco de la guerra contra los Susurradores y empiezo a meterme en el arco de la Mancomunidad. Veremos cómo Daryl y Beth lidian con los cambios y lo que significa intentar reconstruir en medio del caos. ✨

Gracias por leer hasta aquí 🤍 Si les gustó, siempre es lindo saberlo en los comentarios, me anima mucho a seguir compartiendo esta historia.

Chapter 20: Como un sueño.

Notes:

A partir de aquí, esta historia toma inspiración de la temporada 11. Algunos nombres o detalles pueden resultar confusos si no la viste, pero siempre podés buscar información si querés seguir la referencia.

Y si estás leyendo esto… gracias por acompañarme.❤️

Chapter Text

30 días en la Mancomunidad. 30 días de estabilidad… o algo parecido.

La feria de Halloween fue un espectáculo surrealista.

Las calles de la Mancomunidad estaban decoradas con guirnaldas naranjas y negras, calabazas talladas y luces parpadeantes. Sonaba música de feria, había niños corriendo con disfraces improvisados, y los puestos de comida llenaban el aire con el aroma a dulces y maíz tostado.

Beth se apoyó contra un poste, mordiendo su manzana acaramelada mientras observaba la escena. No había pensado en una manzana acaramelada desde el comienzo de todo esto, pero tenerla en las manos era casi irreal.

Daryl caminaba unos pasos adelante, con Judith y RJ a cada lado.

Judith llevaba un disfraz de bruja —sombrero incluido— y RJ sostenía un globo en forma de murciélago mientras señalaba emocionado una atracción. Daryl, con su típica chaqueta y una expresión impasible, caminaba con las manos en los bolsillos, pero no podía ocultar del todo la forma en que se inclinaba hacia los niños, atento a cada paso que daban.

Beth sonrió, sacudiendo la cabeza.

—Esto es ridículo —murmuró de repente.

Carol, a su lado, arqueó una ceja.

Beth se giró hacia ella con una sonrisa.

—Probablemente esas palabras estén en la mente de Daryl todo el tiempo —dijo, señalándolo con un gesto sutil —Y, sin embargo, ahí está. Esforzándose.

Carol siguió su mirada y no pudo evitar sonreír también.

—Sí, eso hace.

La multitud se movía lentamente por la feria cuando Rosita llegó con Coco en brazos.

—¿Nos estamos divirtiendo? —preguntó con sarcasmo mientras se unía a ellas.

Beth sonrió y extendió los brazos.

Rosita le pasó a Coco, y Beth la acunó con naturalidad, acariciando su cabello rizado con ternura.

—No me acostumbro a ese departamento —se quejó Rosita, sacando un bocado de la tienda—. Las paredes parecen hechas de maldito papel.

Beth rió, asintiendo.

—Ajá, Daryl golpea la pared para que bajen la voz, pero al único que despierta es a RJ.

Carol, con los brazos cruzados, observaba la feria con una mirada más crítica.

—Bueno… hay cosas que no cambian en la sociedad —murmuró.

Las tres dirigieron la mirada hacia el centro de la plaza, donde Pamela Milton repartía algodones de azúcar con una sonrisa perfecta.

Vestida con un traje impecable y joyas ostentosas, estrechaba manos y acariciaba la cabeza de los niños como si estuviera en plena campaña política.

Beth suspiró, con el ceño fruncido. La imagen le resultaba grotescamente fuera de lugar. Hacía apenas unos días, ellos rompían pan mohoso en mil pedazos para que alcanzara para todas las comunidades; y ahora, allí, la gente comía dulces mientras una mujer ostentosa repartía algodones de azúcar como si no hubiera nadie muriendo afuera, como si los caminantes no existieran.

—Supongo que ahora somos pobres —dijo, con una sonrisa cargada de ironía.

Las tres rieron en voz baja, compartiendo un momento breve de complicidad entre la incredulidad y la amargura.

 

(...)

 

La mañana transcurrió con una extraña apariencia de normalidad.

Beth había dejado a los niños en la escuela y regresaba al departamento. Sí, allí había una escuela, y también les habían asignado un lugar donde vivir. La idea todavía la desconcertaba. Alexandria estaba bien, más que eso: era su hogar. Pero comparado con la Mancomunidad parecía apenas un asentamiento improvisado. Claro que nada aquí era gratis: todos trabajaban por lo que tenían.

El departamento era pequeño, pensado para dos personas, pero allí convivían cuatro: Daryl, Judith, RJ y ella. A veces se sentía culpable por no estar en Hilltop, resistiendo junto a Maggie. Pero su hermana casi la había obligado a venir a la Mancomunidad con Daryl, sin siquiera permitir que Hershel los acompañara.

Tarareaba una canción mientras entraba con una caja de provisiones entre los brazos. Su propia voz la envolvía como un escudo, una distracción contra el ruido del mundo. Dejó la caja sobre la mesa, todavía atrapada en la melodía, cuando una voz a sus espaldas la hizo dar un respingo.

—No te detengas.

Se giró bruscamente.

Daryl estaba sentado a un costado de la mesa, los codos apoyados en las rodillas, la mirada fija en ella.

Beth soltó el aire que no sabía que contenía y le dedicó una sonrisa nerviosa. Había bajado la guardia, y se reprochó por ello.

—Creí que estarías en el trabajo.

Daryl se encogió de hombros.

—Esta noche hay un evento. Nos toca vigilar ahí, así que nos dieron la tarde.

Habló con su tono de siempre, ese que nunca delataba demasiado. Pero luego, cuando volvió a mirarla, Beth notó algo distinto en su expresión. Como si llevara demasiado tiempo pensando en algo que no sabía cómo decir.

Ella ladeó la cabeza, sonriendo con suavidad.

—¿Un evento? —repitió, riendo con incredulidad —Es raro… un evento ahora, en este mundo, parecía un chiste o… un sueño. Depende con qué ojos lo mires.

Daryl bajó la mirada hacia el suelo, como si estuviera digiriendo sus palabras. Él también sentía esa contradicción. La Mancomunidad… No sabía qué pensar de ese lugar. No encajaba. No era su mundo. Pero aun así, lo estaba intentando. Por Judith, por RJ. Por ella.

Ella tampoco sabía qué pensar de ese lugar. Quería creer en lo positivo, porque todos merecían un descanso. Sabía que él no estaba cómodo, pero también que lo intentaba, y había decidido darle espacio para hacerlo.

Lo miró con una pequeña mueca, casi involuntaria. Él se rozó el mentón con el pulgar y Beth no pudo evitar que su mirada descendiera hacia sus labios. Un calor repentino le subió al rostro. Tras tanta guerra y hambre, se sentía casi egoísta por desear algo tan simple como un momento a solas con él.

Desde aquella noche juntos, ni siquiera recordaba haber tenido la oportunidad de besarlo otra vez. El recuerdo la encendió por dentro y la sonrojó. Para disimular, se dio media vuelta y rompió el silencio con un cambio de tema.

—Robé algunas galletas de mi trabajo. Podríamos comerlas… Déjame buscarlas.

Se giró hacia la cocina y comenzó a desarmar la caja, rebuscando entre los paquetes.

Daryl la observó por un instante más, inmóvil. Hasta que, finalmente, se levantó.

Sintió su presencia antes de verlo moverse.

La calidez de su cuerpo acercándose, la ligera tensión en el aire.

No se volteó.

Daryl llegó hasta ella con pasos silenciosos y, antes de que pudiera reaccionar, sintió sus manos rodeando su cintura.

Beth dejó escapar un leve jadeo cuando una de sus manos se deslizó, apenas, por debajo de su blusa. El roce de sus dedos bajo la tela la incendió por dentro. El escalofrío que le atravesó la espalda no tenía nada de frío: era puro vértigo, como si su cuerpo no recordara cómo respirar cada vez que él la tocaba.

Su corazón latía más rápido.

—No quiero galletas —murmuró Daryl cerca su oído.

Beth cerró los ojos al instante, buscando recuperar el control. Había creído que, después de besarlo, después de entregarse a él, su cuerpo aprendería a calmarse, a no reaccionar con tanta torpeza. Pero no. No importaba cuánto intentara convencerse, no era asi.

Giró apenas el rostro, y sus labios rozaron la comisura de su boca.

Daryl se quedó inmóvil, atrapado entre el deseo y la duda. Sus dedos se aferraron un poco más a su cintura, como si quisiera avanzar y, al mismo tiempo, contenerse.

Beth buscó su mirada, con una sonrisa temblorosa pero firme. Podía sentir en él esa inseguridad, ese miedo a quebrar algo frágil. Y, sin embargo, cada vez que lo veía dudar, sentía el mismo impulso: guiarlo, recordarle que estaba bien, que no tenía que temer. Sabía, en el fondo, que él la deseaba tanto como ella a él.

—Está bien —susurró, dándole el espacio que necesitaba.

Sostuvo su mirada unos segundos más, y esa corta distancia se volvió insoportable. Se estiró apenas hacia él, obligada por la diferencia de altura, y rozó sus labios en un beso pequeño, suave.

Él no reaccionó al instante; se mordió la mejilla por dentro, con los ojos fijos en los de ella. Beth apretó los labios y desvió la mirada, avergonzada. Por un momento creyó haberse precipitado, que quizá lo había incomodado. Pero entonces sintió sus dedos subir a su nuca, firmes, atrayéndola de nuevo hacia él.

La besó de vuelta, Sus labios atraparon los de ella con más fuerza, como si quisiera confirmar que podía hacerlo, que tenía derecho. Era lento, pero cargado de una intensidad que la obligó a aferrarse a él sin pensar.

Beth sonrió apenas contra su boca, con los ojos cerrados, dejándose llenar por ese instante. La euforia la empujó a guiarlo hacia un beso más profundo. El vaivén de sus labios la envolvía, y el rastro fresco de menta en su boca se volvió casi adictivo. Un calor le recorrió todo el cuerpo cuando sus manos se deslizaron bajo su blusa, recorriéndole la espalda. Ella no pudo evitar corresponder, acariciando la suya bajo la tela áspera de su camisa.

Se separaron apenas para respirar. Los ojos azules de Daryl se posaron en ella, tan intensos que casi dolía sostenerlos. Beth lo quería, lo quería todo de él… pero cuando la miraba así no sabía cómo hacérselo entender.

Le devolvió la mirada con una sonrisa pequeña, tímida y a la vez cargada de deseo. Esperaba que la comprendiera sin palabras. Y lo hizo.

Sin más dudas, Daryl la levantó en sus brazos con una facilidad que la hizo soltar una risa sorprendida.

Ella rodeó su cuello con los brazos.
—Podría acostumbrarme a esto —murmuró, divertida.

Daryl la dejó caer suavemente sobre el colchón, inclinándose sobre ella. Beth levantó una mano, enredando sus dedos en su cabello despeinado. Su mirada se posó en él con un brillo especial, como si lo estuviera viendo de una manera completamente nueva.

—Esto, para mí… es un sueño —susurró, sonriendo.

Daryl se quedó quieto un momento; la pequeña sonrisa que lo acompañaba se desvaneció despacio, como si una súbita comprensión lo llenara por completo.

Algo en sus palabras le apretó el pecho.

Exhaló hondo, cerrando los ojos un segundo más de lo necesario. Se mordió el labio, la mandíbula tensa, como si luchara consigo mismo.

Y cuando volvió a mirarla, supo que ya no podía detenerse.

—Te amo.

Beth sintió cómo su corazón se detuvo un instante al escucharlo.

Lo había imaginado, deseado, incluso soñado. Pero oírlo de él, de Daryl Dixon… Se sentía como una tonta al volver a la misma palabra una y otra vez, pero no pudo parar de pensar que todo era como "un sueño", uno lindo.

Una sonrisa suave se escapó de sus labios mientras deslizaba los dedos por su cabello con ternura.

—Te amo —respondió, sin titubear.

Lo atrajo hacia sí, envolviéndolo en sus brazos. Cuando sus labios se encontraron, comprendió que estaba perdida. Lo sabía desde hacía tiempo, aunque había intentado negarlo, repitiéndose que Daryl prefería estar solo, que nunca la querría de la misma manera. Ahora entendía lo equivocada que había estado.

Recordaba lo que creía ser amor en su adolescencia: una ilusión frágil, hecha de deseos fugaces y sueños fáciles. Esto era distinto. Esto era real. Era desearlo cada segundo, querer protegerlo y dejarse proteger, sentir que el mundo se tambaleaba en cada mínima distancia.

La imagen de la conversación en la funeraria le llegó como un recuerdo fugaz, le había dejado dudas y miedo; estaba casi segura de que él intentó confesarle algo esa noche, y lo que más la aterraba entonces era lo mucho que deseaba escucharlo.

Ahora, con sus labios contra los de ella, con sus manos firmes apretando su cintura como si nunca quisiera soltarla, sabía que no había nada que temer.

En ese momento, no importaba la Mancomunidad, ni el evento de esa noche, ni el mundo caótico fuera de esas paredes.

Solo ellos. Y un ‘te amo’ en el medio.

Chapter 21: Til eternity.

Chapter Text

La habitación es pequeña, pero cálida. Una lámpara de aceite parpadea en la esquina. Afuera, la Mancomunidad sigue con su extraña ilusión de normalidad.

Beth está sentada en un colchon, descalza, con las piernas cruzadas, hojeando un libro viejo que encontró en la biblioteca local.

Daryl entra con paso cansado, deja la ballesta apoyada contra la pared y en su mano lleva algo envuelto en una funda gastada. No era mucho, por no decir nada, pero sabia que a beth le gustaban esas cosas. La idea de entregárselo le parecía ridícula, casi infantil. Y aun así, ahí estaba.

—Te conseguí algo —murmuro con su voz rasposa.

Beth alzo la vista, curiosa. Daryl se sienta frente a ella y despliega el paquete. Un disco de vinilo, gastado, la portada apenas visible por el tiempo. Ella lo toma con cuidado. Sus ojos se iluminan al instante.

—No… —susurra, sonriendo como una niña —¿Bertha Tillman? ¿Dónde…?

Daryl carraspeó y se encogió de hombros, como restándole importancia.
—Lo tenía el viejo de mantenimiento. Se lo cambié por un paquete de cigarrillos.

Ella ríe bajito, emocionada. Se levanta de golpe y corre hacia el tocadiscos, la falda agitándose contra sus piernas. Coloca el vinilo con cuidado, y apenas la aguja roza la superficie, una melodía dulce se derrama por la habitación.

Daryl la observa en silencio, las manos firmes sobre las rodillas. Cada movimiento suyo lo incomoda y lo atrae al mismo tiempo: las piernas impacientes, la risa fácil, esa falda corta que en Alexandria nunca se hubiera permitido. Lo sabe bien, las ultimas semanas dormían con las botas puestas, siempre alerta. Pero ahora la ve descalza, tan tranquila, tan despreocupada, que no puede evitar preguntarse si de verdad está permitido. Ser feliz, aunque sea solo mirándola.

Cuando la primera línea resuena “Oh, my ángel…”, siente un nudo en el pecho. Su mirada se fija en Beth y no puede apartarse. Esa canción parece escrita para ella. Mi ángel, piensa, y casi se odia por permitirse sentirlo.

Beth cierra los ojos un instante, dejándose envolver por la música. Empieza a cantar en voz baja, y su tono afinado se mezcla con el de la cantante. Luego se vuelve hacia él, divertida, extendiendo una mano.

—Ven.

—¿Qué? —frunce el ceño, retrocediendo apenas.

—¿Alguna vez bailaste?

—No. Y no voy a empezar ahora.

Beth ríe, suave, avanzando con pasos pequeños, la falda rozándole las piernas.
—Claro que sí —susurra, tendiéndole la mano —Nadie nos mira.

Él resopla, incómodo, pero no logra resistirse cuando sus dedos se entrelazan con los de ella, Su mente divaga en qué carajo está haciendo, y casi puede escuchar la voz de Merle riéndose, llamándolo “marica” por no tener los pantalones bien puestos frente a una mujer. Pero con Beth nunca ha sabido decir que no. La deja arrastrarlo hasta el centro de la habitación, sintiéndose un idiota por ceder tan fácil.

—Así… —murmura Beth, apoyando la frente en su barbilla mientras sigue la canción, sus brazos abrazan su cuello lentamente.

La rigidez de Daryl empieza a ceder. Su mano, insegura, se posa en su cintura, todavía con la duda de si tiene derecho a hacerlo. Se odia por sentirse tan torpe, por no saber cómo manejar algo tan simple como tocarla, aunque ya lo haya hecho antes. Sus orejas se calientan al recordarlo. Nunca se creyó un hombre ambicioso, pero cada vez que la tiene cerca descubre que siempre quiere más.

Ella sigue cantando...

—And i will love you…

Un escalofrío le recorre la piel. Daryl intenta desviar la mirada hacia cualquier lado: el colchón —carajo, no—, eso lo pone peor. Fija los ojos en la encimera, como si pudiera ocultar ahí su vulnerabilidad. Pero siente los de ella sobre él, claros y redondos, atravesándolo. Entonces, unos dedos suaves le toman el rostro y lo obligan a girar, guiándolo hacia ella.

—Til eternity… —susurra Beth, con ternura, tan cerca de su oído que lo estremece.

Él la mira. Y ella sonríe, satisfecha.

Traga saliva, nervioso. Sus movimientos siguen siendo bruscos, torpes, pero Beth se acerca más, como si supiera exactamente cómo atravesar sus defensas. Su voz vuelve a sonar, baja, ardiente, junto a su oído:

—Life for me has no meaning, darling… if I have to live it without you.

Daryl se queda inmóvil, la piel erizada. Incluso esto le resulta más íntimo que estar con ella en la cama. Entonces ella habla, y él agradece la distracción, porque de seguir así no sabría si podría controlarse… o si realmente querría hacerlo.

—Daryl…

—¿Mmm?

Ella murmura, soñadora:
—Deberíamos conseguir otro tocadiscos.

Él la mira, arqueando una ceja.
—¿Otro?

Beth sonríe, como si la respuesta fuera obvia.
—Sí. Para nuestra casa en Alexandria.

El aire se espesa. Algo se enciende dentro de él, mezcla de miedo y deseo. No solo por ella, sino por ese futuro que jamás se había atrevido a imaginar. Nunca antes, nunca después. Nunca se creyó digno; ella merecía más. Pero si Beth podía imaginarlo, esa loca sensación de que él también podía hacerlo lo invade.

Ella baja la mirada, tímida, como temiendo haberse adelantado demasiado.

Daryl levanta una mano áspera y la apoya en su mejilla.
—Lo haré —dice con voz grave, sin dudar.

Beth alza la vista, y sus ojos brillan. Apoya la mano sobre la suya, y por un instante él cree que va a apartarlo. Pero, en cambio, se inclina contra esa palma, rozando la piel con un beso, como si lo mereciera, como si fuera tan valioso para ella como ella lo es para él.

Entonces decide que es absurdo contenerse. Se inclina y la besa, acunando su rostro, acercándola más, queriendo robar hasta el último resquicio de distancia que pudiera separarlos.

El beso empieza tímido,pero se enciende de golpe. Beth se ancla a su cuello, tirando de él con urgencia. Tropieza hacia atrás, y los dos se desploman en el colchón entre carcajadas cortas y labios que apenas se conceden un respiro.

Daryl queda sobre ella, apoyando una mano junto a su rostro.
—No sé bailar… —susurra, como excusa torpe.

Beth acaricia su mandíbula, rozando su barba con el pulgar.
—No importa… —responde, su voz suave, cargada de intención —Quédate conmigo.

Él se inclina y la besa de nuevo, esta vez con hambre. Sus manos bajan por su cintura hasta aferrarse a sus caderas, apretándola contra él. Beth suspira en su boca, lo atrae más, enredando sus piernas con las de él.

Los dedos de ella recorren su nuca, bajan por su espalda. Luego se deslizan por su pecho hasta el abdomen, y Daryl jura que jamás había sentido nada parecido. Cuando sus manos avanzan hasta el cinturón, la mira con la respiración agitada, preguntándose si está bien con eso. La respuesta está en sus labios entreabiertos, en las mejillas encendidas, confirmándole lo que temía y deseaba al mismo tiempo.

—Daryl... —susurra ella.

Él aprieta los dientes, rendido. Obedece, porque siempre va a darle lo que ella quiera de él, aunque suene patético. Porque antes de conocerla se sentía muerto, invisible, pero ella lo había visto. Y cuando estaba cerca, él podía creer que era alguien, que merecía algo.

Ya no se siente culpable por desearla, porque sabe que ella lo desea también. Y piensa que no importa cuántas veces se acuesten, cuántas veces se besen: siempre la va a querer como la primera vez, con torpeza e indecisión. Pero si el mundo se lo permitía —si ella se lo permitía—, siempre iba a darle todo lo que pedía de él.

Sus labios bajan lentamente a su cuello. Beth arquea la espalda al recibirlo, y un suave jadeo escapa de sus labios, que él absorbe entre besos.

Daryl cierra los ojos con fuerza, aferrándose a ella. Se mueve inseguro al principio, pero la forma en que ella lo recibe, la manera en que lo aprieta contra sí, lo hace perder el miedo. La respiración de ambos se confunde en jadeos, en susurros apenas audibles entre besos que no saben detener.

Beth lo atrae con decisión y Daryl responde con la misma necesidad, con una torpe devoción de quien jamás creyó merecer tanto.

El viejo piso de madera cruje bajo sus cuerpos al moverse. El tocadiscos sigue girando, pero ya no lo escuchan. Afuera, el mundo continúa, pero en este cuarto, entre risas, jadeos y promesas apenas nacidas, solo existen ellos dos.

Chapter 22: Un día cualquiera.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Las semanas habían pasado con rapidez, el sol pegaba fuerte sobre las calles ordenadas de la Mancomunidad, pero Daryl apenas lo sentía.

Había pasado la mañana lidiando con el estúpido de Sebastian Milton, el muchacho rico con el ego mas grande que su cabeza. Había tenido que morderse la lengua más de una vez mientras el pequeño bastardo daba órdenes con una sonrisa de suficiencia.

"¿Cómo mierda tipos así siguen vivos en este mundo?"

El mundo que él conocía se había llevado a los fuertes y había dejado a los débiles como carroña. Pero aquí, en la Mancomunidad, parecía que la historia era otra.

Daryl caminaba con la mandíbula apretada, el uniforme de soldado de la Mancomunidad le pesaba en el cuerpo como si llevara cadenas. Lo odiaba. Lo odiaba todo.

Pero la sensación disminuyó cuando la vio.

Beth estaba de pie fuera de la escuela, esperando la salida de los niños. Se balanceaba sobre los talones, con los brazos cruzados y la cabeza levemente inclinada mientras tarareaba para sí misma.

Daryl aminoró el paso sin darse cuenta.

No encajaba en este mundo… pero, por alguna razón, con ella no se sentía tan fuera de lugar.

—¿Cómo estuvo el día? —preguntó Beth con una sonrisa cuando él se acercó.

—Tsk. Prefiero no hablar de eso.

Beth rió suavemente y sacudió la cabeza.

Pero antes de que pudiera responder, alguien más se acercó.

Daryl lo notó al instante.

Un hombre bien vestido, con el cabello arreglado y un aire de seguridad que no encajaba con el tipo de personas con las que solía cruzarse, se acercó. Llevaba una chaqueta impecable, zapatos brillantes, y esa sonrisa de quien sabe que siempre cae bien, o al menos cree que sí.

—Beth —saludó con una voz suave, pulida —Justo estaba pensando en ti.

Daryl frunció el ceño al instante. ¿Y este quién mierda era? Con ese pelo engominado como si llevara dos kilos de gel, parecía más listo para vender seguros o casas de lujo que para sobrevivir a nada.

Beth le devolvió la sonrisa, pero Daryl notó el ligero endurecimiento de su expresión. No era su sonrisa más genuina.

—Hola, James.

El tipo le lanzó una mirada rápida a Daryl, casi indiferente, como si lo evaluara y lo descartara en el mismo segundo. Luego volvió a centrarse en Beth con demasiada confianza.

—Mi hija ha estado hablando mucho de Judith últimamente —dijo, dando un paso un poco demasiado cerca de Beth —Pensábamos invitarla esta semana... puedes llevarla, claro. Y podríamos tomar un trago mientras las niñas juegan. ¿Qué dices?

La sonrisa se le ensanchó al decirlo, como si cada palabra estuviera medida para parecer casual, pero cargada de segundas intenciones.

Daryl sintió la punzada de irritación clavarse más hondo. No era solo por la invitación, era por el descaro. Por la forma en que la miraba. Por cómo lo ignoraba a él, como si fuera invisible. Claro que nadie pensaría que Beth y él iban juntos. Él era más de diez años mayor, poco preocupado por lucir impecable, mientras que ella, en cambio, era hermosa de verdad—y no solo por fuera. No era una sorpresa que alguien más sintiera interés por Beth.

Beth, sin titubear, deslizó su mano hacia la de Daryl y la entrelazó con firmeza.

—Él es Daryl —lo presentó con una sonrisa tranquila, sin soltar su mano.

Daryl no se movió de inmediato. Sus ojos se fijaron en el tipo como una sombra que se desliza en silencio antes de atacar. Su rostro endurecido, la cicatriz en la mejilla, la mirada helada. No sonreía. No necesitaba hacerlo.

James, visiblemente incómodo pero sin escapatoria, extendió la mano. Daryl la observó unos segundos, primero la mano, después a él, antes de aceptarla.

El apretón fue más fuerte de lo necesario. No tanto como para ser violento, pero sí lo suficiente para dejar claro que no estaba jugando.

—Mucho gusto —saludó James.

Daryl asintio, sin apartar los ojos.

James disimuló una mueca de incomodidad mientras retiraba la mano más rápido de lo cortés.

—Bueno… quizás Daryl pueda llevar a Judith —dijo Beth con dulzura, sin dejar de sostener a Daryl —Ella lo adora; estará feliz de que así sea.

James soltó una risa breve y seca, casi incrédula.

—¿Él? —murmuró con una ceja arqueada. Pero al notar el gesto de Daryl, la forma en que no apartaba la mirada, su sonrisa se desdibujó. Se aclaró la garganta y retrocedió apenas —Claro, claro… como prefieran. Me avisan.

Y se marchó, con pasos un poco más apresurados de lo normal.

Beth esperó a que desapareciera entre la gente antes de suspirar con alivio.

Aún así, no soltó la mano de Daryl. Él tampoco la soltó. Sus dedos seguían firmes, tensos, como si el contacto fuera lo único que le anclaba al mundo nuevo.

—Tsk —soltó Daryl, con fastidio, mirando aún en la dirección por la que se había ido James.

Beth lo miró con una sonrisita divertida.

—No pongas esa cara.

Daryl gruñó por lo bajo, sin responder.

Ella ladeó la cabeza.

—No deberías molestarte, a menos que, estes celoso...

Daryl le lanzó una mirada de reojo, pero no replicó.

—Vamos —murmuró, sin soltar su mano.

Y Beth, con una sonrisa de burla, simplemente lo siguió.

Notes:

Me gusta imaginar cómo habría sido su vida en la Mancomunidad, con días simples y normales. Gracias por leer.

Notes:

Esta historia cubre desde la temporada del hospital Grady (temporada 5) hasta el final de The Walking Dead (temporada 11). Explora el destino de Beth Greene más allá de lo mostrado en la serie.