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Día libre

Summary:

La orden de Smoker había sido clara: Tashigi debía bajar del barco y disfrutar de su día libre. Sin embargo, cuando Roronoa Zoro aparece frente a sus ojos con dos aparentes huérfanos que le siguen los pasos, la capitana del G-5 no tendrá más remedio que involucrarse para proteger a esos niños del malvado pirata o disfrutar de su día libre en ¿familia?

Notes:

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Chapter Text

Era tan cierto que no podía recordar cuándo había sido la última vez que se había tomado un día libre, como también lo era que él tampoco. Sin embargo, la única obligada a aceptarlo había sido ella. Era injusto, pero había sido una orden, y Tashigi no desafiaba las órdenes de su superior, a menos que fuera una situación de vida o muerte y su terquedad lo pusiera en peligro a él u a quienes debían proteger. 

La falta de descanso tenía una explicación completamente lógica. El mundo estaba apestado de injusticias y ellos eran la mano que debía corregirlas. Mientras ella estuviera paseando por el pueblo, ¿cuántos piratas estarían causando daños irreparables y cuántos marines mirarían para otro lado ignorando su ruin hacer? Tashigi no era inocente, era muy consciente de que la maldad no era inherente a un solo bando. La Marina tenía un gusano podrido en el interior y tanto ella, como Smoker corrían una carrera contrarreloj para evitar que la podredumbre destruyera por completo su núcleo. Tomarse el día libre implicaba darle un día de ventaja al germen contra el que luchaba fervientemente por erradicar, pero una orden era una orden, y Smoker no había dejado margen para que la cuestionara.

El puerto estaba abarrotado. Los marineros ocupándose de sus barcos, los pescadores descargando el remanente de la carga matutina y las gaviotas luchando por los restos de pescados en la arena formaban una sinfonía bulliciosa que no parecía impactar en la concentración de Tashigi. La capitana del G-5 cuidaba sus pasos mientras debatía internamente la manera apropiada de pasar el día que tenía por delante, pero sin importar lo que se le ocurriera, sus pensamientos la regresaban a la discusión de la mañana. 

—...Yo puedo manejar mi adicción al trabajo, Tashigi, vos no. No quiero volver a verte hasta la noche. Bajá del barco, recorré el pueblo, tirate en la playa. No me interesa lo que hagas para pasar el día, solo hazlo, hoy no estás de servicio…

—Pero Smoker-san… —trató de interrumpirlo en vano, con los ojos cargados de agua.

—No estás de servicio, ¿queda claro?—repitió mirándola fijamente, desafiándola a contradecirlo —. Disfruta de tu día libre ¡Es una orden, Capitana!

Una ráfaga de brisa marina la tomó desprevenida y la devolvió a la realidad. Inconsciente, sujetó el cuello del saco y lo mantuvo cerrado hasta que se aclimató. Era lo más similar que había encontrado a su sobretodo de capitana que Smoker había prohibido terminantemente que usara durante su día libre. No se parecían en nada más que en el largo. Su sobretodo habitual era pesado, de gabardina rosa, pero el que vestía era amarillo claro, de hilo, mucho más adecuado para el clima primaveral de la isla y, por supuesto, sin ningún distintivo que la identificara como capitana de la marina. Aun así, se sentía como un pez fuera del agua. Tashigi alineó sus anteojos para apreciar con claridad el arco que se erigía frente a ella y descansó la mano sobre la empuñadura de Shigure mientras decidía qué hacer. Por suerte, Smoker se había apiadado y no la había obligado a dejar la espada en el barco. Su vicealmirante tenía muy presente que dejarla sin Shigure era como dejarla andar sin sus anteojos; solo traería problemas.

En lo alto del gigante de piedra rezaba tallada la palabra: “BIENVENIDOS”. El monumento estaba enteramente cubierto por una enredadera de hojas verdes brillantes y florecillas pequeñas de varios pétalos y colores vibrantes. Del otro lado se extendía una plaza con un amplio mercado de tiendas de madera y lona, bastante atareado, recibiendo a los nuevos visitantes. Como señal de cortesía a la isla Tashigi decidió cruzar el arco, pero en lugar de dirigirse a la feria como la mayor parte de los que la rodeaban, se encaminó a la pasarela que bordeaba la interminable playa. 

La separaban escasos minutos del mediodía, y el fantasma del hambre le propuso almorzar algo liviano y fresco en algún bar mientras se dejaba mimar por la brisa marina  y se amigaba con la idea de que ese día no debía trabajar. Seguramente cuando pudiera hacer paz con su situación, y se disipara el malestar en el estómago que la discusión de la mañana le había dejado, podría decidir qué visitar primero: el Gran Vivero o presentar sus respetos en la tumba de Yuya Sando, la Emperatriz Estratega. No hacía mucho, Tashigi había leído que la difunta gobernante forjaba espadas como pasatiempo. La meitou que el Caesius, el héroe de la isla, había empuñado durante la liberación de su pueblo había sido forjada por ella y descansaba junto a sus restos. En otra circunstancia su fascinación por las espadas sobrepasaría cualquier cosa, pero el Gran Vivero no era solo un lugar para ver plantas, era la joya de la ciudad, un museo donde la historia de la isla crecía a la par de su flora. 

Los nenúfares de mar salpicaban la superficie. En la zona portuaria había visto pocos, y muy desperdigados, pero ahí donde el mar se extendía al horizonte sin intrusos, más que algún otro niño jugueteando, el cuadro era bellísimo. El suave movimiento de las olas acunaba a los nenúfares y la blancura de sus pétalos redondos se volvía una con la espuma en las rompientes, dejando al descubierto, por escasos segundos, las hojas verdes en punta que los cargaban. La brisa volvió a arremeter contra Tashigi pero a diferencia de la última vez, cerró los ojos y se dejó abrazar por el viento. La frescura alivió el calor acumulado en su piel debido a la constante exposición al sol y la sal de su esencia desempolvó una sensación enterrada en lo profundo de su corazón que no era capaz de reconocer por completo. 

La felicidad que se reflejaba en el rostro de las personas que disfrutaban el día de playa era contagiosa, la tentó a bajar, a unirse ¿Hacía cuánto tiempo no se tiraba sobre la arena de cara al sol o probaba la frescura del agua con los pies? Consideró sacarse las botas, bajar a la playa y caminar hasta donde sea que fuera a almorzar, sintiendo el mar escabullirse entre sus dedos. Su cuerpo se movió bajo esa idea. Su torso inclinado alcanzó su mano hasta el cierre de la bota izquierda y sus dedos amagaron con deslizarlo. La detuvo su mente. La imagen de una mujer llorando se le atravesó en la memoria oscureciendo la alegría de los bañistas. Ella no tenía derecho de bajar a la playa y disfrutar como si fuera una más. No importaba que estuviera en su día libre. La felicidad de los civiles dependía enteramente de su trabajo. Era su responsabilidad. 

Tashigi se golpeó las mejillas dos veces con ambas palmas. No tenía sentido perder el día naufragando entre lo que sentía que debía hacer y lo que le habían ordenado. Una de sus mejores cualidades como marina era su profundo respeto por la cadena de comando. Acatar órdenes era parte fundamental en su trabajo, y por más que le hubiera gustado desafiar la última de su vicealmirante, tenía que enfocarse en cumplirla. Smoker era la persona que más la conocía y en la que más confiaba. Si la había obligado a dejar el barco para que despejara la mente tenía que tener un buen motivo aunque ella no pudiera verlo.

La pasarela se llenó sin que se diera cuenta. Muchos la cruzaban para bajar a la playa, otros paseaban, como ella, y otros pocos aprovechaban su longitud para trotar. Algunos artesanos habían colocado sus mantas a los extremos para exhibir sus artesanías, mientras que algunos vendedores se movían entre los caminantes ofreciendo bocadillos. De ambos lados de la pasarela los bares tenían más mesas dispuestas al exterior que al interior y rápidamente se habían empezado a ocupar. No hacían falta las campanadas de un reloj para advertir la llegada del mediodía. 

El aroma a frituras colmó las fosas nasales de Tashigi y animaron el gruñido hambriento en su estómago. Como un acto reflejo, escondió su mirada avergonzada en el suelo, lo que la hizo tropezar con una camarera. La joven, hábil en su trabajo, logró controlar la bandeja cargada de camarones hechos en varias cocciones y tres porrones enormes rebalsando de cerveza. Amablemente aceptó las exageradas disculpas de la capitana y siguió camino. La cerveza y los camarones evocaron viejos recuerdos. Esa combinación había sido fundamental en su alimentación cuando era cadete. Tashigi sonrió al acordarse de las riñas entre sus compañeros que preferían los camarones salteados por sobre los cocidos al vapor, o cuando la burlaban porque separaba los empanados en su plato para comerlos últimos porque le gustaban más que el resto; lo mucho que le costaba llevar sobre su hombro, sin hacer ruido, a su compañera de cuarto, que era bajita y pequeña, cuando se pasaba con las cervezas. La vida solía ser fácil cuando solo distinguía entre blanco y negro.

El destino había resuelto su almuerzo. Sin mucha dificultad, divisó entre los carteles el nombre del bar escrito en el delantal de la camarera, y fue hasta allí. Había una parte de ella que la instaba a no tomar alcohol, un deseo profundo de que sucediera algo que la obligara a retornar inevitablemente a su puesto y por lo cual debía estar al cien por ciento. Sin embargo, como bebedora casual que era, sabía que un porrón no era suficiente para marearla siquiera, solo daría a su garganta el golpe amargo y frío que le exigía. Escogió una mesa apartada con una linda vista al mar. No tenía mantel pero la decoraba una botella de vidrio de la que colgaba una solitaria margarita. Sus dedos no habían llegado a cerrarse sobre el respaldo de madera de la silla, cuando lo escuchó. No era una voz que pudiera confundir fácilmente. Tenía pesadillas con ella y con todo lo que implicaba. Pero si le había quedado alguna duda, el siguiente grito se encargó de borrarla. 

Más de una persona le había advertido que tuviera cuidado con lo que deseaba, en particular si el deseo venía de lo profundo de su alma. Siempre confiada en que su destino lo forjaba ella con sus acciones, nunca se había detenido a considerar la advertencia, pero en ese momento se estaba arrepintiendo. Dio un par de pasos alejándose de la mesa y volvió al centro de la pasarela. Su mano ya estaba sobre la empuñadura de Shigure cuando divisó su cabello verde en la distancia. Sobresalía por su altura, además de la forma grotesca en la que se movía. Las personas que pasaban cerca de él, se aseguraban de dejar un espacio para no ser contagiados por su comportamiento de chimpancé. De todo lo que podía suceder, tenía que sucederle él. Los pies de Tashigi se movieron solos, aún sin definir, si debía mandar al diablo la orden de Smoker y atrapar al famoso cazador de piratas o hacer todo lo contrario y darse la vuelta e ignorar que ese arrogante espadachín estaba bailando como poseído a pocos metros.

Encontrar su propia justicia era un proceso que todavía transitaba. Aunque no quisiera aceptarlo, en el fondo presentía el por qué la habían obligado a tomarse el día libre. Roronoa no estaba haciendo algo ilegal frente a ella, más que ser depositario de una orden de captura. Él ni siquiera se había percatado de su presencia y ella no sabía qué sentir, si admiración u horror. Ese hombre no estaba haciendo nada peligroso, de hecho se estaba comportando como un bufón, y aún así el aura amenazante que emanaba era sofocante.

Roronoa Zoro no sabía qué había hecho para merecer lo que le estaba pasando. El único motivo por el cual había bajado del Sunny era ir por un trago. Encontrar un lugar tranquilo, alejarse por un rato del ruido provocado por sus compañeros, beber en un sitio lúgubre, oscuro, en compañía de la soledad. Siguió las indicaciones de un mendigo que apestaba a alcohol pero le había hecho un comentario afilado sobre sus katanas que le había merecido atención. Antes de desaparecer en la lejanía, le agradeció tirándole un par de berries que el borracho atrapó haciendo gala de una elegante torpeza. Como le había indicado dobló a la izquierda tres veces consecutivas, pero cuando lo iba hacer una cuarta una ráfaga que cargaba olor a pescado y sal lo hizo cambiar de rumbo. El mendigo había dicho que el lugar que buscaba estaba en el centro de la ciudad, en dirección opuesta a la playa. Zoro retomó la caminata dejando atrás un mercado de alimentos que tenía un particular puesto de pescado fresco con un pequeño ventilador adelante como incentivo para atraer clientes.

Los mocosos aparecieron un rato después. No había sido difícil darse cuenta que lo estaban siguiendo, sus cabecitas de cabellos verde azulados sobresalían por cualquier lugar que elegían para ocultarse. Al principio le parecieron graciosos, aunque no podía imaginar qué podían llegar a querer de él esos dos enanos, pero no demoraron en volverse una molestia. Cuando Zoro pasó por sexta vez por la misma glorieta con su ridícula estatua de mujer árbol cubierta de flores que parecía mofarse de él, decidió que los mocosos tenían la culpa de haberlo hecho perder el rumbo que le había indicado el borracho. Zoro, que en una primera instancia había decidido ignorarlos, prefirió confrontarlos para liberar tensiones dándoles un buen puñetazo en la cabeza. Esos dos, que se creían lo suficiente valientes y astutos como para discutir sobre su inteligencia a escasos metros de él, convencidos de que sus vocecitas chillonas no se escuchaban, aprenderían una valiosa lección. Sin embargo, lejos de que su plan fuera un éxito, terminó salvándolos de una avalancha de cajones de madera que habían desencadenado con su peleita. Desde ese momento los niños asumieron que no tenían más razón para ocultarse y lo siguieron, presionando con esfuerzo sus piernitas cortas para no perderle el ritmo. No importaba las veces que Zoro les gritara que se perdieran o insistiera en que no los había rescatado intencionalmente, qué había sido un error, los chiquillos no se daban por vencidos. 

Su tolerómetro estalló cuando se dio cuenta que contra todo pronóstico había terminado en la playa. Atravesó la pasarela corriendo, los chiquillos siguiéndole el paso, se semi colgó de la baranda de madera y miró el mar atónito. Los hermanos, incapaces de leer el verdadero sentimiento plasmado en el rostro del espadachín, lo imitaron como si fuera un juego, asomaron sus cabecitas para ver mejor y suspiraron maravillados ante el mar prístino y sus nenúfares meciéndose. Zoro interpretó la fascinación de sus no deseados compañeros como una burla y recargó contra ellos, echándoles culpas por haberse equivocado de camino y tener que soportarlos cuando él lo único que quería era estar tranquilo. Los niños lejos de retroceder, redoblaron su deseo por permanecer con él.

Zoro se sacudía tratando de que el chiquillo aferrado a su pierna lo soltara cuando escuchó la risa. Nada que otras personas pudieran haber dicho sobre lo que hacía y el espectáculo que estaba montando —y muchos lo habían hecho— había atravesado el muro de su concentración, pero esa risa lo había hecho tambalear sin esfuerzo. No era un sonido al que estuviera acostumbrado, aún así tenía algo poco menos que familiar pero conocido al fin. La risa parecía haber explotado desde las entrañas de su emisora. Era suave, aterciopelada pero no tenía la finura que podía tener la de una mujer delicada. De vez en cuando el aire se le apiñaba en la nariz y cuando escapaba sonaba como un cerdito. Era una risa auténtica, por sobre todo sincera, y compartía escalas con un tono de voz que estaba seguro había escuchado más de una vez.

Las manos de Tashigi pasaron de reposar en la empuñadura de Shigure a sujetarse la panza. Todas esas dudas que la habían asaltado segundos atrás sobre qué hacer con él se habían esfumado, dejándola en blanco, capturada por una incontrolable carcajada. El peligroso cazador de piratas, el temible espadachín, arrinconado por dos niños. 

El que parecía ser el más pequeño, un niño de cabellera verdiazul y anteojos redondos, abrazaba tan aguerrido la pierna del pirata que daba ternura. La otra, su hermana, supuso, con el rostro cubierto por una melena ondulada del mismo color, lo vitoreaba y lo animaba a sostener su hazaña. A Tashigi no se le ocurría una idea convincente que pudiera explicar la situación, pero además no podía parar de reír, ni siquiera cuando la mirada de ambos finalmente se cruzó.

—Ya te divertiste suficiente ¿no, cuatro ojos? ¿Por qué no haces tu maldito trabajo y me sacás estas sanguijuelas de encima?

Su voz barítona la sobresaltó. No esperaba que el pirata fuera a dirigirse a ella tan de inmediato. Los separaban más que un par de pasos, aún así se había formado un pasillo invisible entre los dos que el resto de las personas parecía evadir. Tashigi se limpió las lágrimas de la risa con el reverso del meñique pero no se perdió de la expresión peculiar que le dedicó el espadachín. Se miró el cuerpo para comprobar que no tenía nada raro y reparó en que no estaba vestida exactamente como de costumbre. No se trataba únicamente de la falta de su sobretodo rosa, se había vestido con unos shorts que dejaban al descubierto sus largas piernas y la camisa lila salpicada de flores blancas era un poco más corta que las habituales. Con un leve rubor en las mejillas se cerró el saco pero cuando sus ojos volvieron a Zoro, él la miraba como de costumbre, erguido, altanero, serio, y con el niño aún abrazado a su pierna.

Tashigi había deseado que sucediera algo que la obligara a poner en pausa su día libre, y aunque por supuesto, lo que tenía enfrente no estaba ni cerca de lo que hubiera pedido, no podía quejarse. Eso sí, aprendida la lección, la próxima vez sería más clara con sus deseos. Involucrarse con los hermanitos y Roronoa la ponían en una zona gris. Ayudar niños lo haría tanto como capitana de la marina, como ciudadana de a pie, y evitar que rondaran cerca de un hombre peligroso era lo que debería hacer cualquier adulto sensato. Tan solo esperaba que Smoker hiciera el mismo razonamiento que ella porque ya no había vuelta atrás.

—Tenés suerte de que sea una mujer responsable, Roronoa, porque hoy no estoy en servicio —dijo mientras avanzaba por el puente invisible que había entre los dos.

—No me importa, hacé algo con este abrojo —dijo extendiendo la pierna con el niño colgado para que pudiera apreciarlo bien.

Ante la sorpresa del movimiento brusco, el niño creyó perder el equilibrio pero logró sostenerse a último momento presionándose aún más contra la pierna del pirata.

—Si no te importa, entonces, puedo irme a otro lado… —lo provocó irritada ante su mal talante. Siempre era lo mismo con ese hombre, no tardaba ni un minuto en ponerla de mal humor.

—Si te vas lo tiro al mar y después tiro a la otra —el pirata redobló la apuesta cruzándose de brazos, mirando de reojo a la niña de cabellos enmarañados.

—¿Por qué te creería? No los tiraste hasta ahora ¿y se te ocurre justo cuando me ves a mí? —respondió mientras amagaba a darse vuelta. Tenía que mantenerse firme aunque sea un poco más, no podía dejarse vencer tan fácil.

—Cuatro ojos… —gruñó fulminándola con la mira.

—¿Con quién crees que hablas? —exclamó Tashigi ofuscada volviéndose a él —. Obvio que no voy a dejar a esos niños con vos —agregó un poco más serena abreviando a zancadas la distancia que los separaba. No podía dejar que Roronoa sugestionara su humor, tenía que enfocarse en los niños que eran más importante.

Los hermanitos la intrigaban. Aún cuando el terror les había capturado la expresión no se habían alejado ni soltado al pirata. ¿Qué era lo que podían querer de él? A simple vista,  ninguno parecía desnutrido o lastimado. Sus cabellos, aunque despeinados, eran brillosos, señal de cuidado, y las arrugas que tenían en la ropa no eran más que por el andar. Al verlos mejor notó, no por el diseño sino por la tela de confección, que vestían pijamas. La niña un camisón y unas calzas en la gama del rosa y el niño un conjunto de camisa y bermudas anaranjado. Lo único que desentonaba era el calzado, habían salido de urgencia, pero no habían olvidado ponerse zapatos que les protegieran adecuadamente los pies.

Tashigi se acuclilló junto a Zoro, para quedar a la altura del niño. El pirata la estudió tratando de determinar cuánto podría sostener la postura antes de que su torpeza la hiciera caer. 

—Hola, mi nombre es Tashigi y él es Z… Roronoa ¿Ustedes? —El corazón de Tashigi se saltó un latido. Había logrado contener a tiempo el nombre del pirata que había intentado rodar por fuera de sus labios con una naturalidad que le preocupó. ¿En qué momento la distancia entre ellos se había acortado como para que pudiera sentirse cómoda diciendo su nombre de pila? Una cosa era hacer alianzas cuando un objetivo altruista los ponía del mismo lado, pero no podía olvidar que él era un pirata y ella era de la marina. Además, era importante que frente a los niños mantuvieran las distancias. Todavía no sabía por qué estaban tan interesado en Roronoa, pero no era correcto que fraternizaran por demás. Ya había tenido la experiencia de estar con niños que idolatraban a los Mugiwara y fue difícil hacerles entender que casi ningún pirata era como ellos.

El pequeño dejó escapar un grito aguerrido luchando por sostenerse en la pierna musculosa del pirata. Tashigi le sonrió con compasión. Sus dientes apretados y su expresión de concentración le recordaron a Koby durante sus primeras prácticas de esgrima hacía tanto tiempo atrás. 

—No se te ve muy cómodo ¿no preferís soltarlo y bajar? —le sugirió no tanto para que dejara en sí a Roronoa, sino porque le dolía lo mucho que el pequeño padecía. 

Cautivado por la sonrisa de Tashigi, el niño fue capaz de relajar la tensión en su rostro por un brevísimo instante. Sin embargo, se volvió a su hermana para pedir consejo. La niña cerró el cuaderno que tenía en manos y se acercó dando pasos tranquilos, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Cuando se detuvo cerca de Tashigi, su hermano y la pierna de Zoro, se sujetó la falda de su vestido e hizo una leve inclinación.

—Mi nombre es Eleni y él es mi hermano Nikos, mucho gusto.

La forma en la que Eleni contestó sorprendió a Tashigi. Después de haberla visto intentar correrse el pelo de la cara a soplidos no esperó que fuera a expresarse con tanta formalidad. Esos niños bien educados, ¿qué era lo que querían de Roronoa? ¿Protección? Podría ser que lo qué los que hubiera hecho dejar su hogar con tanta premura los había asustado tanto como para buscar refugio en el primer desconocido que encontraron. Y aunque Tashigi no lo admitiría a viva voz, si la primera persona que se habían cruzado había sido él, habían hecho lo correcto al no dejarlo ir. Roronoa podía tener muchas cosas malas pero nunca lastimaría a un par de niños.

—¿Están perdidos? ¿Necesitan ayuda para volver con sus padres? —inquirió con cuidado. Por el momento, los niños no parecían desconfiar de ella pero no quería arriesgarse a decir algo que los pudiera alejar.

—Papá está trabajando, nosotros vinimos de vacaciones con mamá...—respondió Nikos casi con un hálito, sus fuerzas estaban cerca de abandonarlo.

—No estamos perdidos, señorita —lo interrumpió su hermana. Esta vez había sujetado un gran mechón de cabello y lo había movido de su rostro para poder ver directo a los ojos de Tashigi —. Pero todavía no podemos volver.

—¿Y yo qué tengo que ver? ¡Soltame mocoso! ¿Por qué no la molestan a ella? Es de la marina, está para hacer lo que quieran —arremetió Zoro sacudiendo la pierna otra vez para tirar al niño.

Tashigi logró sostener el equilibrio a pesar de la brusquedad del movimiento y lo miró furiosa —¿Podés ser menos bruto? ¡Son nenes!

—Eleni...—rogó Nikos a su hermana. La única razón por la que todavía seguía agarrado era que no quería decepcionarla pero no duraría mucho más.

La niña se mordió el labio inferior, titubeaba debatiendo consigo misma cómo continuar. Podía sentir en su cuerpo el sufrimiento de su hermanito y le daba culpa, aún así no parecía dispuesta a perder a Roronoa. 

—Si les prometo que Roronoa no va a irse a ningún lado ¿pueden soltarlo y contarme por qué no pueden volver? —intentó, usando a su favor esa extraña fijación que tenían con el pirata. Sí Roronoa los hacía sentir seguros, lo mantendría con ellos un rato más mientras intentaba dar con la verdadera causa detrás de todo.

—Si nos prometés que no se va a ir, Nikos lo puede soltar —negoció la pequeña sin alejar la mirada del espadachín.

—¿Qué carajo, cuatro ojos? ¡No podés prometer eso! —se quejó Zoro viendo como desaparecía de sus planes ese bar oscuro donde pretendía tomar hasta caer inconsciente.

—¡Roronoa! —lo reprendió Tashigi. Nunca iba a dejar de asombrarla lo bruto que podía llegar a ser —. Puedo prometer lo que quiera porque te vas a quedar con nosotros, a menos que prefieras que de alerta a Smoker-san y al resto del G-5 que vos y el resto de tu tripulación están en la isla, ¿qué elegís?

Tashigi miró a Zoro como si tuviera la mano ganada pero internamente sabía que jugaba con fuego. Sin importar la decisión que él tomara era ella la que salía perdiendo, por faltar a su código de honor al fraternizar con él o por no seguir la orden que su vicealmirante le había dado. Por su parte, Zoro, sosteniendole la mirada con ferocidad porque nunca cedería ante un duelo no importaba el tipo, subió sus opciones a la balanza ¿Cuál de los dos caminos lo dejaría más cerca de su deseo de emborracharse y estar en paz? Smoker y al G-5 persiguiéndolo a él y a sus nakamas se le hacía mucho más problemático e interminable. Tan solo imaginar la persecución le daba dolor de cabeza, descontando que tendría que escuchar los gritos de la bruja de Nami que le había pedido explícitamente que no se metiera en problemas porque quería tomarse su tiempo para disfrutar de la isla. No era que le tuviera miedo pero cuando se hacían a la mar no había muchos escondites en el Sunny donde escapar de sus quejas insensatas, además no quería darle motivo para que le invente otro impuesto a su deuda. En cambio, en los mocosos ¿cuánto más podría durar su entusiasmo? ¿Una hora? ¿Una hora y media? Zoro sabía que tenía la fuerza para aguantar ese tiempo, más temprano que tarde esos dos iban a encontrar otra cosa con la que entretenerse, la mujer marina, por ejemplo, y lo dejarían en paz, como solía hacer Luffy.

—Ya lo decidí —respondió llevando la vista al mar y cruzándose de brazos —. Me quedo.

Eleni pareció satisfecha y dio permiso a su hermano para bajar del pirata. Nikos se dejó caer al suelo, se sentó con las piernas abiertas sosteniendo el peso del cuerpo con las manos mientras su hermana le removía el cabello con cariño y lo felicitaba.

La sonrisa de Tashigi se ensanchó ante la ternura de la escena. Sin pensarlo chocó sus palmas convocando la atención de los niños —¿Qué les parece si vamos a buscar algo de comer?

—¡Si!— gritaron al unísono, festejando con los puños hacia el cielo. Hasta ese momento ninguno de los dos se había dado cuenta del hambre que tenían.

—Vamos, entonces, no hay tiempo que perder —decretó la capitana intentando ponerse de pie, sin considerar que sus piernas, débiles por la posición prolongada en la que habían estado, le iban a fallar.

Aunque en el fondo sabía que era en vano, Tashigi movió los brazos en busca de equilibrio para evitar la caída, más por la humillación que por el golpe en sí. Sin embargo, antes de que su cuerpo tocara el suelo, un mano grande y callosa la sujetó por la muñeca y la puso de pie de un tirón. Tashigi tardó unos segundos en comprender lo que había pasado, en percatarse de que la calidez que encerraba su brazo tenía dueño. Era tan extraño, esa mano desmesurada aferrada a su muñeca fina, y de alguna manera encastraban perfectamente. La seguridad con la que el pirata la plantó en el suelo le aceleró el corazón y al ser consciente de la intensidad de sus latidos, sus mejillas ardieron rosadas. La mirada de Tashigi recorrió el camino desde esa mano ajena que aseguraba su muñeca hasta el ojo del dueño que la observaba con una expresión enigmática y que no creía haber visto otra vez en él. Sus miradas, que antes habían conectado en una lucha de poder, estaban atrapadas por un hechizo desconocido y que ninguno de los dos parecía capaz de quebrar. Ambos sabían qué significaba ser el primero en apartar el semblante en una contienda de fuerza pero ¿cuál sería el significado de hacerlo bajo ese extraño conjuro?

—Señorita Tashigi, ¿podemos comer hamburguesa de pescado? —preguntó Nikos con timidez, sacudiendo el borde del saco, obligándola a desviar su atención.

Como si le hubiera explotado un globo en el oído, Zoro soltó con brusquedad el brazo de Tashigi. Escondió las manos en los bolsillos y les dio la espalda sin emitir sonido, pero esperando que empezaran a caminar. No sabía qué demonios había pasado ni tenía ganas de ponerse a pensar al respecto, aunque sabía que la culpa era de ella. Cada vez que la veía le pasaban cosas extrañas.  

—Claro que sí,  podemos comer lo que tengan ganas —respondió Tashigi intentando dibujar una sonrisa para esconder la confusión que sentía. Por suerte Roronoa ya no la miraba. 

Nikos la sujetó de la mano y empezaron a caminar —Hermana, no te quedes atrás. —le advirtió dándose vuelta.

—¡Ya voy! —respondió ella garabateando en su cuaderno el punto final de un signo de pregunta después de la palabra “Caballero”.

Chapter 2

Notes:

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Chapter Text

El restaurante estaba lleno. Las conversaciones de los comensales formaban una nube de murmullo que solo se disipaba cuando el Den Den M ushi altavoz pronunciaba el número de orden llamando a su dueño. El mostrador estaba dividido en dos, una zona para hacer el pedido y otra para retirarlo. Tres filas medianamente ordenadas delimitaban la primera parte, la segunda era un amontonamiento de gente que fingía orden. Tashigi era una de esas, moviéndose de un lado a otro cuando alguien quería pasar a buscar o salir con su pedido, adelantándose o no cuando le era conveniente. Cada vez que escuchaba el número que anunciaba el altavoz modulaba el suyo sin emitir sonido. “3-3-3”. Todavía faltaban siete órdenes para su turno, y si bien la velocidad de entrega de pedidos era más que aceptable, considerando lo repleto del lugar, no se sentía tranquila habiendo dejado a Roronoa solo con los niños. Lo último que necesitaba era que el pirata rompiese su acuerdo y se fuera, con los hermanitos detrás, para terminar todos perdidos en la ciudad. 

Los buscó con la mirada, como lo había hecho dos minutos atrás, y al igual que las otras cinco veces encontró la misma escena. El pirata estaba de espaldas, su cabello verde se movía de lado a lado, dibujando una negación constante. Los niños, sentados enfrente, sonreían animados, ajenos por completo a su falta de interés. La mesa que habían elegido tenía vista directa al muelle y a la gran noria que lo coronaba, estrella principal de la kermes que se estaba desarrollando. Nikos la había sorprendido preguntándole, en secreto, si más tarde podían ir. Tashigi sabía que necesitaba generar un ambiente donde los niños se sintieran seguros para que pudieran bajar la guardia y contarle por qué no podía volver con su mamá. Había pensado utilizar el almuerzo pero si no era suficiente, la kermes le pareció un buen sitio para un segundo intento.

A pesar de que durante el trayecto había dividido su atención entre los niños y corrigiendo los cambios de dirección arbitrarios de Roronoa, le había sobrado algo de tiempo para pensar la situación que tenía entre manos. El paradero de la madre era la gran incógnita. ¿Esa mujer estaba buscando a sus hijos? Por la ropa, los zapatos y la forma de hablar de los niños, Tashigi podía asegurar que había alguien que se ocupaba de ellos. Además, ninguno de los dos se habían opuesto a regresar con ella, solamente habían dicho que no había llegado el momento, como si estuvieran esperando algo. La manera sencilla de resolver el misterio sería acercarse a alguna autoridad de la isla, sin embargo, no confiaba lo suficiente en Roronoa como para dejarlo solo con Eleni y Nikos. Y más allá de que ella no podía permitir que un oficial la viera fraternizando con un pirata, estaba convencida de que con ese movimiento solo lograría alejar a los hermanitos. Lo que Tashigi necesitaba era que otra persona se hiciera cargo de esa tarea. Alguien en quién confiara, aunque podría significar meterlo en aprietos. Si Smoker se enteraba que estaba “trabajando” —aunque ella no considerara que ayudar a dos niños perdidos fuera “trabajo”— el castigo no sería leve, pero menos lo sería para un subordinado que la ayudara a violar su orden. Si otra fuera la situación podría confiar que a Smoker no le duraría mucho el enojo pero todavía le ardía en el semblante la manera en que la había mirado durante la discusión de la mañana.

El llamado del siguiente número de orden impulsó su decisión. Su sentido de responsabilidad caló más hondo. Metió la mano en el bolso y rebuscó hasta sacar un Den Den Mushi tan pequeño que cabía en la palma de su mano. Dio un último vistazo a la mesa para confirmar que ninguno la estuviera mirando y marcó.

—Carta, ¿estás ahí?—susurró Tashigi.

—¿Capitana? —vaciló la voz del otro lado.

—Si, soy yo. Necesito que hablemos un minuto. Buscá un lugar donde estés sola, que nadie te escuche —le ordenó. —Rápido.

—Enseguida.

Ingresar al G5 era entrar al trastero de la Marina. Nadie en su sano juicio, que quisiera escalar niveles o llenar de honor el buen nombre de su familia la elegiría. Solo lunáticos o quienes perseguían objetivos más liberales que iban más allá de un puesto, como Smoker, se le animaban. El resto era una mezcla de castigados por los más variopintos motivos o cadetes recién egresados sin futuro, que serían una carga para las divisiones más prominentes. La mayoría de los que integraban las filas del G5 eran inadaptados e ingobernables, y lo único que parecía alinearlos con la Marina era su desprecio por los piratas. Algo bastante llamativo, ya que el comportamiento de casi su totalidad era más similar al de los piratas que a lo que la Marina deseaba reflejar. 

Las primeras semanas, Smoker y Tashigi, las habían pasado observando con atención el océano caótico que era la cubierta de su nuevo galeón. Los dejaban hacer, interviniendo lo justo y necesario, buscando a aquellos oficiales que sobresalían por sobre el resto. Tashigi no tardó en reparar en Carta. Era una mujer joven, apenas unos años más grande que ella, silenciosa y solitaria, siempre concentrada en sus tareas, con un único problema: parecía tener una relación complicada con la autoridad. Carta hacía lo posible por ignorar los llamados de Smoker o los de ella. Se presentaba antes ellos solo cuando era estrictamente necesario, y más de una vez había enviado reemplazos. De todos modos, de alguna manera, siempre lograba cumplir con su trabajo eficientemente. Ganarse la confianza de Carta fue un proceso sinuoso y difícil pero Tashigi no era de las que se rendían. 

Satisfecha con los primeros pasos del vínculo florecido entre las dos, la capitana empezó a cuestionar la pertenencia de la alférez dentro de la primera división del G5. No era porque no la quisiera allí, sino porque no le encontraba sentido a que alguien como ella estuviera ahí, a menos que fuera voluntariamente. Los oficiales serenos, disciplinados y respetuosos con su trabajo se podían contar con los dedos de la mano. Era imposible que nadie, antes que ella y Smoker, hubiera notado lo diligente que era Carta. Tras bastante insistencia, Tashigi consiguió hacerse con un par de respuestas que la dejaron insatisfecha, además de leer algunos informes que la dejaron de igual manera o peor, y la enfrentaron a un callejón sin salida. Smoker le pidió que mantuviera el perfil bajo, que no agitara el avispero durante los primeros meses, impidiendo que saciara su curiosidad. Sin embargo, el vicealmirante deslizó el nombre de Carta frente a Tsuru como una suerte de reparación. La vicealmirante Tsuru no le habló de hechos, sino de lo valiosa que era Carta como oficial de la marina y como persona, lo que hizo que Tashigi confirmara que no se había equivocado al ir tras ella. Después de dos años de trabajar y crecer juntas, consolidaron su relación y Carta no solo se convirtió en teniente y en una leal subordinada de Tashigi, se convirtió en una querida compañera. 

 —Capitana, ¿sigue ahí? ¿Cómo la puedo ayudar? — La voz de Carta, suave y aguda, salió del Den Den mushi con cierto resquemor. 

El caracol en la palma de Tashigi había desarrollado cabello color gris de corte carré, pestañas muy curvadas y labios finos laqueados con un brillo perlado. 

—¿Estás sola, no? —insistió Tashigi con urgencia, no podía permitir que Smoker las descubriera. Su atención estaba dividida entre la conversación y los llamados del mostrador. Solo faltaban dos números para que sea su turno, tenía que ir al grano.

—Si, como me solicitó. ¿Pasó algo? —preguntó Carta con un hilo de voz. Estaba preocupada, en otras circunstancias Tashigi ya le hubiera exigido que terminara con las formalidades.  

—No, no es nada grave. Es solo que tengo que pedirte un favor, uno chiquito. Verás, encontré a unos hermanitos perdidos que no saben como volver con su mamá. Necesito que bajes a la isla a entrevistarte con las autoridades locales y la encuentres, y le hagas saber que sus hijos están bien. Debe estar muerta de preocupación.

—Pero…Tashigi… El vicealmirante dijo… y nos ordenó y a usted… —empezó a balbucear. Ella sabía que la capitana era incapaz de permanecer un día sin trabajar. No tendría que haberse dejado convencer de que era la indicada para sugerirle a Smoker que la hiciera tomarse un día libre. Era cierto que debido a los últimos sucesos, la capitana había alcanzado un umbral de adicción al trabajo exagerado hasta para sus propios parámetros y que los estaba volviendo locos a todos como nunca antes, pero tendría que haber pensado en una idea diferente. Con la necesidad que tenía Tashigi de hacer el bien era claro que estaba más que dispuesta a atraer necesitados —. Capitana, piense un momento. Si el Vicealmirante se entera… Esta mañana creo que fue más que claro… —aludió con culpa. No quería abrir una herida que no estaba cerrada, pocas veces había visto tan rota a Tashigi como cuando salió del despacho de Smoker, pero sentía que debía intentar que cumpliera la orden por su bien. —¿Por qué no…? 

—No Carta —la interrumpió con dureza —. Los niños me necesitan, ellos… —su voz se afinó y las palabras se le enredaron en la garganta. 

“332” gritó el Den Den Mushi altavoz.

 —¿Puedo contar con vos? —le demandó con un tono que escondía por lo bajo un halo de ruego.

Carta inspiró profundamente. Era consciente de que Tashigi necesitaba más que nada en el mundo lograr esa reunión por sus propios medios, verla con sus propios ojos, y si ella podía hacer más sencilla su tarea, haría todo lo que esté a su alcance. —Claro que puede contar conmigo, Capitana. Nunca lo dude, por favor —respondió con cuidado de no quebrar sus palabras. Últimamente se ponía muy sentimental cuando hablaba con Tashigi.

—Gracias, Carta. Muchas gracias. Estamos en contacto —susurró aliviada antes de cortar. Con la mano estirada y la palma abierta hizo señas al mostrador, avisando que iba a retirar el pedido.

Frente a un muchacho, por poco adolescente, de cabellos enmarañados y pecas, la esperaban dos bandejas desbordadas de comida. Eran cinco cajas de hamburguesas, dos de nuggets de pollo, siete paquetes enormes de papas fritas, dos jarras grandes, dos jarras pequeñas, más dos paquetes con sorpresa. Tashigi las estudió tratando de hallar una estrategía en donde pudiera llevar las dos sin que se le cayera nada en el camino mientras que el joven detrás del mostrador la observaba con compasión. No había manera de que alguien cargara con eso y no terminara todo en el suelo. La capitana trató de calcular la distancia, llevando, ida y vuelta, su mirada desde el punto donde estaba hasta la mesa pero terminó de convencerse de que tendría que hacer dos viajes con suerte. 

—¿Quiere que pidamos por el altavoz que se acerque su novio para ayudarla? —preguntó el muchacho con una expresión agradable llevando la mirada hacía Zoro, que la miraba con una mueca burlona.

Tashigi tardó unos segundos en procesar lo que le estaban diciendo y se quedó prendida de una única cosa —¿nnn…nnovio? ¿NOVIO? —su rostro se encendió del mentón a la frente. Las mejillas le ardían. —. El no es… No no, te equivocas… él y yo… no… —las palabras se le trabaron una detrás de otra y sentía que se estaba hiperventilando. ¿Cómo iba a pensar que él y ella eran eso? Tenía que explicarse, no podía permitir que creyera algo así. 

—Señorita Tashigi, ¿puedo ayudar? —ofreció una vocecita. Tashigi descendió la mirada y su rostro colorado se encontró con el de Nikos. El niño sonreía animado de ofrecer su ayuda pero lo inquietó verla tan roja —¿Estás enferma? ¿Te sentís mal?—preguntó preocupado —. Mejor voy a buscar a… 

—No, no. No es necesario. Estoy bien —lo interrumpió antes de que dijera el nombre del pirata en frente de todos. —. Me vendría muy bien tu ayuda, que caballero —agregó con una sonrisa que alivió al pequeño.

Regresaron a la mesa unos segundos más tarde. Nikos lideraba la marcha cargando únicamente con las papas fritas y los juguetes, mientras que Tashigi lo seguía de cerca, recordandole que tuviera cuidado con sus pasos y que no había necesidad de apurarse.

—Ey, Rarita, esto no es cerveza. Ni pensés que me podés engañar —ladró Zoro cruzándose de brazos. Frente a él estaban sus dos hamburguesas de varios pisos, los nuggets, las tres porciones de papas fritas y uno de los jarros grandes.

—Como si me fuera a esforzar para engañarte. No vas a tomar alcohol delante de menores, Roronoa —le respondió Tashigi mientras que con disimulo corría la silla un par de centímetros lejos de él, para marcar más distancia entre los dos. Los niños habían decidido sentarse del mismo lado, dejándola a ella a merced del pirata. —. Tomá lo que te compré que va a estar bien.

—Meh —se quejó y miró de reojo a Tashigi en el momento exacto en que se terminaba de acomodar. Su rostro se encendió con malicia —. Mira que no muerdo —advirtió y con un rápido movimiento, sujetó la silla por debajo y la desplazó a donde estaba antes.

—¡Roronoa! —exclamó e instintivamente le pegó en la espalda con la mano abierta. Avergonzada de su reacción, respiró hondo —. ¿Será que podremos comer en paz?

Zoro abrió la boca mostrándole la comida a medio masticar. Tashigi revoleó los ojos y se volvió hacia los niños. Nikos le había dado el primer bocado a la hamburguesa de pescado y jugueteaba con el paquete sorpresa tratando de abrirlo. La capitana iba a ofrecer su ayuda pero notó que Eleni tenía una necesidad más urgente. Cada vez que la niña iba a dar un bocado tenía que sostenerse el cabello para que no se interpusiera en su camino. La cabellera de Eleni era preciosa pero despeinada como estaba dejaba al descubierto su infinita rebeldía, y al parecer la niña todavía no sabía cómo arreglarla sola. Tashigi le sonrió con ternura. Eleni le había recordado la enorme cantidad de sesiones de peinado que había tenido que pasar para poder lograr hacerse algo decente en el cabello cuando rondaba su edad.

—Eleni, ¿querés que te ayude con el pelo? Puedo trenzarlo si te animás —ofreció Tashigi y le dio un bocado a una papa frita.

—¿De verdad? —preguntó tímidamente —. No te quiero molestar…

Tashigi se sorprendió del cambio de actitud en la niña que hasta ese momento se había visto muy segura de sí misma —No me molesta para nada, al contrario me parece divertido. Me recuerda cuando tenía tu edad —le confió buscando animarla —. Nikos, ¿cambiamos?

Con la hamburguesa en una mano y el juguete que todavía no había podido sacar del paquete en la otra, Nikos intercambió lugares con Tashigi que lo esperó para ayudarlo a acomodarse. Una vez en su nuevo lugar, Tashigi apartó la silla de la mesa lo suficiente para que Eleni pudiera pararse con comodidad y rebuscó en el bolso los elementos apropiados. Sacó un cepillo amarfilado redondo y pequeño, un espejo de tamaño similar, que le prestó a la niña para que fuera viendo la evolución del peinado, y le dió a elegir entre tres gomitas de pelo. Dos eran lisas, una rosa chicle y la otra azul marino. Sin embargo, la tercera, anaranjada, estaba decorada con una hoja de arce delicadamente tallada en madera. 

El cabello de Eleni era tupido, una cascada de rulos verdeazulada mientras que el flequillo parecía tener vida propia. Tashigi los unió con delicadeza tratando de descifrar que tipo de peinado los haría vibrar en la misma sintonía. El cepillo se deslizó por el cabello con una facilidad que la capitana no había esperado. Se detuvo, un par de veces, en pequeños nudos pero no eran nada comparado con lo que se había imaginado a primera vista. El cabello de la niña tenía huellas de haber sido cepillado la noche anterior por alguien meticuloso, que se preocupaba por hacerlo de la manera adecuada. Una prueba más para la teoría de Tashigi. 

La niña parecía disfrutar de la atención que le dedicaban. Jugaba orientando el espejo para hacerle caras y regalarle sonrisas a Tashigi y un poco se olvidaba de sus modales mientras comía —Me peinas parecido a mi mamá. ¿Tu mamá también te peinaba? ¿Ella te enseñó? —le preguntó mientras trataba de enfocar el espejo para apreciar el vaivén de los dedos que empezaban a tejer las hebras de su cabello.

—No exactamente —respondió Tashigi frunciendo los labios al pensar cómo formular su respuesta sin que Eleni pudiera sentirse mal. No tener madre era algo con lo que había hecho las paces hacía mucho pero no sabía cómo lo podía tomar la niña —. Tuve la suerte de crecer en un templo lleno de niñas. Las que eran más grandes estaban encargadas del aseo y apariencia de las más pequeñas, y eso incluía ocuparse de nuestros cabellos y enseñarnos la manera adecuada de arreglarlos. Recuerdo, que hacíamos una fila larguísima, una detrás de la otra, y peinamos el cabello de la de adelante para practicar mientras cantábamos. Era muy divertido. Cuando crecí, llegaron nuevas hermanitas y enseñarles se convirtió en mi tarea.

Una sonrisa enorme floreció en los labios de Tashigi. Hacía mucho tiempo que no pensaba en su infancia y lo afortunada que había sido al ser acogida por el templo. Sus dedos se movían al compás del recuerdo latente, entrelazando los mechones de Eleni, como habían hecho con tantos otros cuando no tenían callos ni los cubrían con guantes. La melodía, que había cantado antaño, se apretujó en la cavidad de su boca, haciéndose cada vez más grande, presionando para salir.

Tratando de ignorar la falta de alcohol en su bebida, Zoro dio un trago rápido. Lo amargo que había percibido en la superficie burbujeante no lo terminaba de convencer pero la sed le ganó, y sabía que Tashigi no daría el brazo a torcer. Si quería tomar alcohol iba tener que procurar conseguirlo por él mismo y cuando esa mujer no lo estuviera viendo. Sin embargo, el ardor que centelleó al fondo de su paladar cuando el trago se asentó lo sorprendió. Aunque la bebida no era amarga como hubiera preferido, a pesar del toque cítrico que mantenía a raya la dulzura, el picante era un ingrediente que no había advertido para nada y le había gustado. Complacido, el espadachín fijó su ojo en Tashigi. El porrón cubría la mitad del rostro oscureciendo la media sonrisa que le había nacido al adelantar, internamente, uno de sus típicos comentarios mordaces que en realidad buscaban ser un intento de reconocimiento para ella. Sin embargo, cualquier cosa que hubiera estado pensado desapareció de su cabeza al detenerse en ella. 

De todas las veces que se habían cruzado, ¿alguna vez la había visto sonreír de esa forma, dejando tan al desnudo el placer que le generaba lo que hacía? Peleando contra Monet, pensó, pero, sin embargo, no era el mismo tipo de sonrisa. ¿Durante el festejo con los niños en Punk Hazard? Podría ser. Era una expresión similar, aunque recordaba su semblante ensombrecido porque la vergüenza de saber que la Marina había permitido que lastimaran a esos inocentes no se la podría quitar. No, decidió. Nunca la había visto así pero porque ella jamás lo hubiera permitido. La niña había logrado quebrar la impostura con la que Tashigi se presentaba ante el mundo. ¿Y qué era esa voz? Escucharla siempre le había dado dolor de cabeza ¿A dónde había dejado su tono autoritario y molesto? Ni siquiera cantaba palabras, solo recorría la melodía con la letra m. ¿De dónde había salido esa dulzura? ¿Y por qué sentía la necesidad descrifrarla? Zoro sintió una molestia en el pecho, como si algo lo apretujara por dentro. Pudo haberlo confundido con acidez pero se conocía mejor, y no era débil como para engañarse y no enfrentar lo que sea que le sucediera. Lo que necesitaba en ese momento era enterrarse la mano en el pecho y arrancarse el corazón para que no molestara más. 

La melodía había terminado pero él seguía aturdido. El ruido de su pecho tapaba todo el bullicio a su alrededor y cuanto más se ofuscaba, más fuerte se volvía el martilleo. Zoro canalizaba su impaciencia en la fuerza que empleaba en sujetar el porrón, los nudillos alrededor del asa estaban casi blancos, no tardaría mucho más en partirlo. En el fondo sabía que era inevitable que Tashigi lo atrapara mirándola y por mucho que no le importara lo que pensara de él, tampoco quería que lo asemejara a alguien como el cocinero pervertido. Para el exterior, Zoro era un hombre estoico que sujetaba un poco fuerte su bebida y que observaba curiosamente a la compañera que tenía enfrente, pero en el interior de Zoro ardía una batalla contra lo desconocido.

Tras una voltereta que terminó en una pequeña reverencia de agradecimiento, Eleni regresó a su asiento. La trenza no solo le había despejado el rostro sino que había permitido que saliera su yo más risueño. Tashigi la animó a comer lo último que le quedaba, y decidió hacer lo mismo, pues estaba empezando a sentir la falta de alimento. Mientras se acomodaba, elevó la vista y atrapó el ojo de Zoro, fijo en ella. Sus miradas quedaron prendidas de la otra una vez más. La intriga en el semblante de  Zoro era respondida por la confusión en el brillo de los ojos de Tashigi. Nunca nadie la había mirado con tanta intensidad, sentía como si la estuviera tratando de desnudar. Sus mejillas ardieron rosadas y en su boca se enredaron intentos de palabras que debían salir para romper esa peligrosa conexión que había resurgido pero…

—¡Dame acá, nene! —rugió de la nada el pirata, arrancando de la mano de Nikos el paquete que todavía no había logrado abrir. 

Tashigi sintió como si le hubieran tirado un balde de agua fría encima. ¿Por qué ser observada por ese mandril le hacía latir el corazón con tanta fuerza? 

Zoro arrancó con los dientes la parte superior del plástico, la escupió sobre su bandeja y vació el contenido del paquete frente a Nikos. Sobre la mesa cayó un muñeco de unos siete o diez centímetros. El personaje que representaba vestía un traje negro y una gran capa con fondo rojo, pero lo que más destacaba era su cabello rubio peinado ridiculamente hacía arriba. La carcajada que escapó de Zoro atrajo la atención de las mesas de alrededor. No podía creer su suerte, habían hecho un muñeco del cocinero pervertido.

El rosado de las mejillas de Tashigi no tardó en convertirse en  un rojo furioso. Ese pirata era un asqueroso, y un grosero, y un mal ejemplo para los niños, y sin embargo, tanto Eleni como Nikos se habían contagiado tanto de su risa que ahora reían los tres al unísono. Tashigi cerró los ojos pidiéndole a dios un poco de fuerza para poder llevar adelante ese día hasta el final y dió, por fin, el primer mordisco a su hamburguesa. Estaba helada y no sabía cómo iba a caerle pero la necesitaba. ¿En qué se había metido? ¿Había hecho lo correcto en obligar a Roronoa a seguirle la corriente? 

Eleni la sacó de sus pensamientos. Sus enormes ojos grises, salpicados con el resabio de la carcajada, brillaban con entusiasmo al enseñarle la muñeca que le había tocado. Esta tenía un traje rosado y una capa violeta como alas de mariposa. La capitana suspiró y ahogó su amargura en lo que le quedaba de papas fritas. Stealth Black y Poison Pink del Germa 66 eran villanos ¿Por qué todos parecían preferir a los chicos malos?

Notes:

Tashigi, Tashigi... a vos también te gustan los chicos malos (?

Al fin pude subir el nuevo capitulo. Espero no tardar tanto con el siguiente, ojala me ayuden las vacaciones del estudio que estoy teniendo.
Bueno, no tengo mucho más para decir que estoy amando Wano (si, no la terminé) pero lo que ya saben me pone mal u.u

¡Gracias por pasar!

Chapter 3

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

—¿Está vez vas en serio, eh, Anteojos? —se burló Zoro, con una sonrisa de costado, viendo como Tashigi se ajustaba el broche de pelo.

—Siempre voy en serio, Roronoa —replicó ella. El fuego de la determinación le ardía en la mirada.

Zoro, Tashigi, Nikos y Eleni estaban parados frente al último puesto de una larga fila. Al otro lado, un hombre regordete, de bigote fino y puntas curvadas hacía arriba, les explicaba los pormenores del juego que comandaba, completamente ajeno a la tensión que se respiraba entre el pirata y la marina. 

Los juegos de la feria habían sido su primera parada después del almuerzo. Tashigi quería esperar un rato antes de las atracciones mecánicas para evitar que la comida les cayera mal a los hermanitos. Sin embargo, lo que había empezado, en las primeras postas, como una simple ayuda a Nikos o un consejo a Eleni, se terminó por convertir en una competencia entre Zoro y Tashigi. Ni a Nikos ni a Eleni les molestó que los hubieran desplazado del lugar de jugador. Al contrario, cada niño tomó partido por su adulto favorito, Eleni por Tashigi y Nikos por Zoro, y se dedicaron a vitorear, disfrutar y aprovecharse del botín. Hasta el momento Eleni había conseguido un sombrero pescador de jean con margaritas bordadas, un resorte mágico con los colores del arcoiris que llevaba en la muñeca como pulsera, una mochila de peluche con diseño de carpincho y caramelos, mientras que Nikos, una gorra verde con visera, una riñonera que imitaba las fauces de un rey del mar, un collar con un diente de un tiburón-tortuga y más golosinas.     

 —Entonces, ¿el que consiga tumbar el trébol de siete hojas, que es ese de ahí, super super super chiquitito, gana el premio especial? —preguntó Eleni señalando el aparato de blancos móviles en pausa que estaba a unos metros de ellos.

—Así es, pequeñita —le respondió el feriante —, pero hasta ahora nadie lo ha logrado —agregó guiñandole un ojo con complicidad.

—Seguro que Tashigi nee-sama lo logra. Es la mejor.

—No estés tan segura, mocosa —masculló Zoro mientras probaba la mira del rifle.

—¡Roronoa!

—¿Qué? 

Tashigi inspiró hondo para mantener la compostura. Sin importar las veces que le dijera al pirata que sea más suave con los niños, él parecía incapaz de asimilarlo.

—Va a ganar Zoro onii-chan, Eleni —aseguró el niño —. No es que no crea en usted,  Tashigi-sama —sumó preocupado por no ofenderla —, pero Zoro onii-chan lleva ventaja. Él sabe mejor que nadie manejarse con un solo ojo —declaró Nikos, enseñándole al pirata los pulgares hacía arriba con orgullo.

—No me defiendas tanto, pulga —murmuró Zoro bajándole la visera e ignorando la risita que Eleni y Tashigi escondían detrás de sus manos.

—¿Están listos? — preguntó el hombre devolviendolos a la realidad. Sus dedos rechonchos envolvían el mango de una palanca.

La respuesta de Zoro y Tashigi fue la misma, tomaron los rifles y se prepararon, concentrando la atención en el objetivo. Los dos emanaban un aura similar, ardiente por la competencia. Este último juego era un todo o nada.

—Ya puedo saborear la cerveza —la provocó Zoro con el ojo puesto en la mira.

—Pobrecito, estás delirando… —contestó Tashigi acomodando el rifle.

—Recuerden: son tres disparos en noventa segundos. Si se termina el tiempo y no tiraron no acepto reclamos —advirtió el feriante y jaló la palanca. 

El mecanismo empezó a moverse al mismo tiempo que sonó una melodía monofónica y metalizada que ponía los pelos de punta. El escenario propuesto era una suerte de bosque con tres tablones de madera, uno sobre el otro, representando diferentes ecosistemas. El primer tablón, el de más abajo, lo recorrían una llamativa variedad de flores de distintos tamaños pegadas a unos soportes de madera. En el del medio había una selección variopinta de animales del bosque vestidos de campesinos, y el tercero presentaba personajes frecuentes de una corte medieval, como una reina, un bufón y varios caballeros. Sin embargo, lo más extraño de todo era el trébol de siete hojas, detenido antes junto a una osa con vestido y capelina, que había empezado a saltar entre los pisos al descompás de la música. Cómo el juego lograba tal movilidad en el trébol, ninguno de los dos estaba muy seguro. Lo que sí sabían era que derribarlo era la única manera de ganar que aceptarían.

Los rifles perdieron el seguro al mismo tiempo. Zoro se relamió los labios, saboreando el premio. Para hacer más entretenida la competencia había propuesto una apuesta. Si él ganaba, Tashigi tendría que permitirle tomar alcohol. Solo una cerveza cedió la espadachina, y Zoro supo que era lo máximo que conseguiría. Por su parte, la capitana se vio tentada a pedirle que se batieran a duelo, un duelo serio donde ninguno se contuviera, pero con los hermanitos alrededor no le pareció apropiado. La verdad es que ella quedaría conforme con que su habilidad quedara demostrada ante Roronoa pero para no ser una aguafiesta le dijo que si ella ganaba él tendría que comprar helados para los cuatro. Con todo el dinero que llevaba gastado Tashigi hasta el momento, mucho más de lo que había imaginado, y con el tacaño pirata aprovechándose sin soltar ni un solo berry, le pareció más que justo.

Una campanada les indicó el arranque del contador de tiempo. Los noventa segundos empezaron a correr. El espadachín tomó la delantera haciendo el primer disparo. Podría parecer un movimiento apresurado pero el pirata tenía sus motivos. Esa primera acción le permitiría aprender de su arma, comprobar el tipo de velocidad del proyectil, como el viento podría intervenir en su trayectoria y hasta como su propia respiración podría interferir al momento de gatillar. El rifle era liviano y de material bastante precario, diseñado para que tanto adultos como niños lo pudieran usar. Sin embargo, el espadachín lo manipulaba con la precisión con la que sujetaba sus espadas. El perdigón color rojo que había abandonado su rifle, voló con potencia y pasó muy cerca del trébol saltarin, aunque terminó golpeando una de las flores de la primera fila, que cayó hacía atrás.

—50 puntos —cantó el feriante.

 Después de haber pasado por todos esos juego de tiro al blanco había podido apreciar la habilidad de Usopp desde otro ángulo. No era que antes no respetaba la aptitud de su compañero pero, tal vez si se acordaba, le daría una palmada de aprobación cuando volviera a verlo. Zoro trabó el aire de sus pulmones preparándose para el nuevo disparo. Había reducido sus sentidos entre la mira y el trébol, que iba y venía como si tuviera vida propia. La melodía era lo único que amenazaba con desconcentrarlo hasta que creyó descubrir algo. La música, pensó. A pesar de ser un eco de lo que alguna vez había sido, había un motivo por el cual no habían decidido deshacerse de ella. Los ojos del espadachín brillaron con arrogancia.

—120 puntos —marcó el hombre, y de inmediato añadió —. 40 puntos más, señorita.

—Mierda —soltó Tashigi frustrada sin detenerse a pensar en la grosería frente a los niños. Competir con Roronoa estaba exponiendo una parte de ella que no conocía o que prefería mantener a raya. 

Los perdigones de Tashigi eran azules. El segundo se le había escapado sin siquiera poder medir el disparo. La marina se mordió el labio al ver de refilón la mueca soberbia de su contrincante pero fue lo que necesitó para regresar la cabeza al juego. No todo estaba perdido y ella estaba decidida a no dejarse vencer por el pirata.

Por su parte, Zoro creyó que, tras haberse hecho una idea de la utilidad de la melodía, su segundo disparo marcaría su victoria. Sin embargo, a pesar de que el perdigón había alcanzado a rozar uno de los bordes del trébol, no había sido suficientemente fuerte como para tirarlo. De todos modos, el pirata no tenía motivo para desesperar. El disparo le había confirmado su teoría, el movimiento del trébol estaba supeditado al tempo de la música. No cabía duda de que haber descifrado el patrón lo haría ganar con su siguiente y último lanzamiento.

 —15 segundos.

La falta de tiempo amenazó con desestabilizar a Tashigi pero los festejos de Eleni la mantuvieron en carrera. El rifle no era un arma con la que la espadachina se sintiera cómoda particularmente, pero aprender a usarlo había sido un requisito de su entrenamiento como cadete. Como en la mayoría de las disciplinas en la academia, su actuación en las prácticas de tiro con rifle había sido sobresaliente y había compartido clases con personas verdaderamente excepcionales. Tanto así, que por lejos de lo que alguna vez se hubiera imaginado siendo la amante de las espadas que era, más de una vez se había quedado después de las prácticas a observar las proezas de uno de sus compañeros. El hombre probaba disparos de lo más alocados, manipulando la colisión de los perdigones al margen de lo imposible. Si ella pudiera lograr en ese momento algo remotamente similar, sabía que no había duda que la victoria sería de ella.

El rifle de Zoro vibró con su último disparo. El pirata había lanzado la moneda. Nikos se apoyó sobre la mesa tirando el cuerpo hacia adelante como si ello lo ayudara a seguir más de cerca el camino del perdigón. Sus ojos grises brillaban ilusionados y su cuerpito pequeño temblaba de excitación. Tashigi respondió una milésima de segundo después. Había esperado específicamente por el disparo de Roronoa, siguiendo una corazonada que le brotó en ese último momento.

Anticipando el festejo, el espadachín dejó caer el rifle y levantó sus puños hacia el cielo. El perdigón rojo estaba ya casi sobre el blanco, el golpe de gracia era inminente. Varias personas se habían acercado al puesto para observar el desenlace de la competencia que los vitoreos de los niños seguían anunciado. La escena se desarrollaba ante todos en cámara lenta: el perdigón rojo parecía estar a punto de llegar y nunca llegaba. La expresión de Zoro se empezó a desfigurar al darse cuenta de que, en el momento exacto en que su perdigón debía golpear el trébol, esté, burlando su análisis, hizo un movimiento errático y saltó fuera de la melodía, arrebatándole la victoria con la misma facilidad con la que se le saca un dulce a un niño. Sin embargo, su rostro alcanzó la máxima perplejidad al ver al perdigón azul, el perdigón de esa nerd de katanas, que volaba tras la cola del rojo, no solo alcanzarlo sino usarlo de trampolín para tomar propulsión y cambiar la dirección, directo al trébol.

Tashigi deseaba fervorosamente lograr algo remotamente parecido a las hazañas de su antiguo colega y por supuesto que al disparar había deseado lo que estaba sucediendo. Pero verlo y lograrlo no era lo mismo que desearlo. Era como si el espíritu de su compañero la hubiera poseído y transferido su habilidad por un mínimo instante. Lo recordaba riendo y divirtiéndose durante sus prácticas después de clases, buscando romper sus límites pero sin frustrarse cuando no lo lograba, yendo siempre hacia adelante. Tashigi se alegraba de que su yo joven supiera distinguir a un buen guerrero y, sin importarle su preferencia por los rifles, le haya dedicado tiempo a estudiarlo. Su empeño en aprender de otros estaba pagando con creces.

El estallido estridente de la sirena marcó el final del juego. Las personas de los alrededores fueron atraídas por su llamada y los gritos que se replicaban. Hacía años que esa sirena no se escuchaba. Las manos de Tashigi temblaban de emoción. Todavía sostenía el rifle pero lo había movido a unos escasos centímetros de su rostro para no perder de vista el perdigón. Su mirada caoba estaba vestida de sorpresa. En su mente retumbaba la frase: “lo hice, lo hice, lo hice” pero aún así no podía salir de su ensimismamiento. El perdigón rojo había golpeado la cola del perdigón azul, cambiado la dirección y logrado derribar el trébol. ¿Lo había hecho? ¿Quién lo hubiera creído? ¿Quién hubiera advertido que su anhelo por ganar podría haber hecho realidad su convicción? El corazón le golpeaba tan fuerte que parecía querer salírsele del pecho, Tashigi necesitaba… Se dio vuelta hacia su derecha para ver a su contrincante. Él no la engañaría como lo podrían estar haciendo sus sentidos, su expresión le diría si lo que estaba percibiendo era real o un juego de su imaginación. Sin embargo, no encontró en él una sonrisa altiva o una mueca infantil de irritación. Roronoa la observaba fijamente, parecía atónito y a la vez embelesado, su semblante brillaba confundido, entre el desconcierto y la maravilla, como si estuviera frente a algo de otro mundo. La sonrisa nació sin que Tashigi se diera cuenta y se extendió enorme iluminándole el rostro. El pecho le bullía de emoción, gota a gota, sus sentidos asimilaban la realidad de su proeza. Ella había… 

Un impulsó la hizo correr y tirarse a los brazos de su contrincante. Al mismo tiempo que los brazos de Tashigi se cerraron alrededor del cuello de Zoro, él, guiado por el instinto la capturó, sujetándola por la cintura con firmeza, eliminando la distancia entre sus cuerpos. La risa brotó como cantó de sirena y el espadachín se contagió de su felicidad sin siquiera procesar bien lo que sucedía.

—¡Lo hice! ¡Oh dios, no lo puedo creer! Pero tengo que porque lo logré, lo hice ¿Lo viste, Roronoa? —festejó rebosante de alegría. Por fin su mente se ponía en sintonía con sus sentidos y podía expresar todo eso burbujeante que se le había acumulado en el pecho.

Zoro la estrechó con fuerza. Las miradas de ambos quedaron atrapadas en la del otro pero, contrario a las anteriores veces, sus mentes estaban en una dimensión aparte, lejos de análisis, permitiendo rienda suelta a lo que sentían. El espadachín bajó la cabeza y apoyó su frente en la de Tashigi. Sus rostros nunca habían estado tan cerca. Zoro podía sentir el dulce aliento de Tashigi, producto de los caramelos que le habían ofrecido los hermanitos.

—¡Mierda! Te lo tenías bien guardado —soltó impresionado. Nunca había puesto en duda que Tashigi supiera usar el rifle, después de todo era de la marina pero esa última actuación había sido… —. Sos de otro mundo… —confesó con honestidad suavizando el tono.

A Tashigi se le encogió el pecho. Roronoa la estaba reconociendo. No le importó que fuera por su habilidad con el rifle, lo único que pesaba era que él la había visto, lo estaba haciendo, y la seriedad con la que la miraba, respaldaba la autenticidad de sus palabras. Roronoa nunca le diría algo que no creía en verdad, lo conocía lo suficiente como para saber eso.

“¡Tashigi nee-sama! ¡Tashigi-sama!” gritaron los hermanitos segundos antes de tirarse contra sus pantorrillas para abrazarla. El inesperado movimiento la jaló hacía abajo pero el pirata fue lo suficientemente rápido como para sostenerla, evitando que perdiera el equilibrio, aunque su boca se acercó peligrosamente a la frente de ella.

La ilusión y la exaltación de Eleni y Nikos se llevó toda la atención. Con ayuda de Zoro, Tashigi se puso a la altura de los dos para poder abrazarlos y festejar su triunfo con ellos. Nada de este día estaba saliendo como se lo había imaginado pero la sensación de intranquilidad que había sentido al decidirse a compartir el día con el pirata se había disipado sin aviso. Compartir el almuerzo y los juegos de feria con los hermanitos la había liberado del peso que siempre cargaba en sus hombros. Hacía cuánto no reía tan libremente.

El feriante expuso los premios sobre la mesa. Eran tres peluches enormes, de dos o tres veces la altura de los niños. Apenas los vio, Tashigi supo que ella cargaría con el elegido de acá para allá. A Nikos se le encendió el rostro al ver el Kung-Fu Dugong gigante entre las opciones, era su animal preferido, pero Eleni ya se había decidido y caminaba hacia el Zorro de las Nubes. La decepción cruzó el rostro del niño y quiso esconderla de su hermana aunque, como de costumbre, no pudo. Nunca podía, era demasiado transparente para ella. Eleni se tomaba muy en serio su papel de hermana mayor por lo que siempre estaba pendiente de la felicidad de su hermano. Si él no estaba bien, ella tampoco lo estaría. Eleni dudó. Tal vez debería elegir al Kung-Fu Dugong que le gustaba a su hermano pero a la vez el Zorro era tan hermoso. La indecisión la empezó a poner nerviosa. Sin embargo, antes de que tuviera que decidir, Zoro levantó al niño por la cintura y lo subió a sus hombros sin mediar palabra.

—Los verdaderos hombres aceptan cuando pierden —decretó mirando el horizonte —. Así que nosotros mejor que nos pongamos en marcha a cumplir con nuestra parte. ¿Ya pensaste qué helado vas a querer? —y empezó a caminar en la dirección que supuso era la indicada.

La sonrisa de Tashigi creció genuina viendo el detrás de la acción del pirata. No había momento en que no la desconcertara, ¿desde cuando era tan bueno con los niños? Viendo a Roronoa avanzar entre el mar de gente, Tashigi cayó en cuenta de que si no se apuraba ese hombre iba a perderse. Rápidamente se volteó para llamar a Eleni y la encontró ofreciéndole el peluche enorme. Necesitaba que lo sostuviera un segundo mientras escribía algo en el cuaderno. Algo que, podía presentir Tashigi, tenía que ver con la actuación del pirata. La marina suspiró resignada y permitió a Eleni hacer lo que necesitaba, sin sacarle un ojo a Roronoa. Por suerte, el pirata era alto y con el niño arriba sobresalía de la media de las personas.

  —Gracias Tashigi nee-sama —dijo Eleni volviendo a tomar en brazos el muñeco. Por el momento estaba dispuesta a llevarlo por ella misma pero Tashigi le insistió en que se lo diera si en algún momento lo consideraba muy incómodo para caminar.

Las dos se apuraron hasta alcanzar una distancia de Roronoa en la que Tashigi se sintió más segura de que no iba a perderlo. El pirata había pasado por dos puestos de helados sin siquiera darse cuenta, un poco la intrigaba a Tashigi ver hasta dónde eran capaces de llevarlo sus pies. 

El corazón de la Capitana se encogió un poco al notar la mueca de ilusión con la que Eleni miraba a Zoro. La espadachina todavía no sabía cómo decirle a la niña que el hombre que buscaba no era él. Del listado de cualidades y descripción que tenía en el cuaderno, Roronoa sólo cumplía con dos: pelo verde y espadachín. Tal vez, también competitivo, pero ¿caballero? ¿noble? ¿amable? ¿de buen cor…? No. Tashigi negó con la cabeza. No quería volver ahondar ahí.

Entre el final del almuerzo y el comienzo de su expedición a la feria, Tashigi había conseguido que Eleni se sincerara un poco. Los hermanos estaban en la búsqueda de un hombre que hiciera feliz a su mamá. El amor de los niños por su madre enterneció a Tashigi. Sin embargo, no pudo evitar sentir un amargo pinchazo en lo profundo del pecho al darse cuenta de que el hombre que habían elegido era Roronoa. Eleni le enseñó su cuaderno de notas, lleno de palabras sueltas, cruces, tildes de aprobación o signos de interrogación. Era como si los niños hubieran estado imaginando al hombre perfecto para su madre desde hacía mucho tiempo. Tashigi se sintió perdida. No sabía qué papel le tocaría interpretar al final de ese día y su imaginación empezó a construir escenarios que la apartaron de la realidad y le nublaron el semblante. No podía dejar de imaginarse como espectadora de una reunión entre el pirata y una mujer de una belleza desbordante, con una sonrisa cautivadora y una dulzura sin igual; como en las escenas de los libros que leía en secreto cuando era joven y tenía tiempo para soñar con enamorarse. No quería saber por qué le dolía tanto la idea de verlo en los brazos de otra mujer cuando no eran más que rivales, cuando sabía que él era su enemigo y atraparlo para llevarlo ante la justicia era su deber, sin importar cuántas buenas acciones cargara en la espalda. Un pirata es un pirata, y los piratas se roban y enamoran doncellas hermosas e inocentes, una oficial de la Marina no encajaba en esa ecuación. Sin querer Tashigi descubrió que el deseo de ser vista, de que él la reconociera, había evolucionado y adquirido un significado mucho más profundo que el que alguna vez había tenido cuando se conocieron en Loguetown.

La voz de Eleni llegó como una salvación que le impidió seguir profundizando en sus sentimientos y le permitió cerrar de inmediato todo lo que se había movilizado en su corazón. Tashigi se rió de sí misma: los niños buscaban a su tío, el hermano de su madre. La Capitana se sentía muy tonta por haberse imaginado una película romántica de tal magnitud, sobre todo porque los niños ya habían mencionado a su padre y ella lo había olvidado por completo. El tiempo libre estaba haciendo estragos en ella. 

La niña no se había dado cuenta de que Tashigi se había quedado atascada en sus pensamientos y había continuado con su explicación. Su tío era un aventurero por eso nunca lo habían visto y el motivo del viaje era que pudieran conocerse. Sin embargo, a pesar de que habían llegado hacía tres días, no habían conseguido encontrarse. La noche anterior, su madre estaba tan triste por el desencuentro que Niko y Elenis decidieron tomar al toro por las astas. Anotaron en el cuaderno todo lo que sabían y recordaban de su tío, y a la mañana siguiente salieron a buscarlo. Los niños se emocionaron tanto al cruzarse con Zoro: tenía el pelo verde y llevaba espadas; además, su expresión de extraviado hizo que pensaran que estaba en las nubes, cosa que su madre solía decir sobre su tío. Lo siguieron para observarlo, y confirmar que fuera él, aunque ya habían decidido que sí.

Frente a esta nueva información y sin noticias de Carta, Tashigi decidió seguirles la corriente un rato más. Cuando los niños estaban concentrados en uno de los juegos de feria, se acercó al pirata y le preguntó disimuladamente si tenía algún parentesco con ellos; después de todo, con ese hombre podía ser cualquier cosa. Roronoa se rió, pero al notar la expresión seria de la Capitana, se apresuró a asegurarle que no tenía idea de quiénes eran, que no tenía una hermana y que nunca se había golpeado la cabeza tan fuerte como para olvidar algo así. No obstante, Tashigi dudaba acerca del golpe. Zoro se perdía todo el tiempo; algo debía de haberle pasado.

Con el misterio develado, el espadachín vio su gran oportunidad, por fin era libre, podía regresar a su plan de emborracharse en soledad. Sin embargo, Tashigi lo volvió a amenazar con Smoker para mantenerlo a raya. A la Capitana le rompía el corazón la idea de quebrar la ilusión de los niños; si tenía que hacerlo, prefería que fuera cuando estuvieran con la mamá. Mantendrían la farsa hasta saber de Carta y ese era el fin de la historia.

—¿Llegué, Zoro onii-sama? —preguntó Nikos apretando los dientes.

El niño estaba de espaldas contra una placa de madera pintada de negro con centímetros marcados en blanco a lo largo y decorada con telarañas y murciélagos. Su cuerpo estaba lo más recto que podía y los puños apretados a los costados concentraban la fuerza que hacía para estirarse hasta lo imposible.

—Sí, enano —respondió Zoro riéndose entre dientes. Tenía la mano apoyada en la cabeza del niño; el meñique le quedaba justo al lado de una marca roja que señalaba la altura esperada.

—¡Yo también quiero! —anunció Eleni.

—Despacio, con cuidado —advirtió Tashigi viéndola correr hasta su hermano y el pirata sin soltar al muñeco gigante que le bloqueaba la visión.

Mientras los niños comprobaban su altura en el medidor y en los asientos del juego, Tashigi observó la gran mansión tétrica que los invitaba a entrar. Si desde fuera parecía amenazante, no quería imaginar cómo sería por dentro. La Capitana no estaba segura de que fuera una buena idea entrar en esa atracción. Eleni no le preocupaba tanto como Nikos. Además de ser el más pequeño, también parecía más introvertido. Al principio se había mostrado tímido, y aunque ahora se lo viera más suelto, no estaba segura de que estuviera preparado para ese tipo de sustos. Además, por más que Roronoa lo hubiera pasado por alto, ella lo había visto en puntillas. Las normas estaban para algo. Sobre todo en ese tipo de atracciones. Tendría que armarse de valor y ser una aguafiestas por esa vez.

—No te quedés atrás, Capitana Anteojos —se burló Zoro, aunque un poco fastidiado. Los niños le tironeaban de las manos para que apurara el paso hacia el juego.

—No creo que sea buena idea, Roronoa —suspiró Tashigi intuyendo que nada de lo que dijera sería tomado en cuenta. Negó con la cabeza mirando el suelo y fue hasta el peluche enorme que había quedado al lado del medidor de alturas. —. Además, Nikos no…

—No sabía que eras de las que le asustaban los fantasmas, Anteojos —la interrumpió Zoro intentando meterse bajo su piel. Ya se había soltado de los chiquillos y los había instado a que buscaran un lugar en la fila.

La espadachina sabía que estaba frente a una batalla perdida pero tenía que intentarlo. —Tengo un nombre ¿sabés? ¡Ey! Niños no corran solos —dijo también apurando el paso — ¡Roronoa! —le gritó para que estuviera atento a las corridas de los menores. 

—¿Qué? ¿Dijiste algo? No te puedo tomar en serio con el zorro delante de la cara.

—Como si alguna vez lo hicieras —respondió a regañadientes, moviendo el peluche para poder verlo bien —. De verdad, es peligroso, vi a Nikos… 

—No te preocupes tanto, yo me encargo. 

La seguridad detrás de sus palabras la impactó. Esa era su rara manera de decirle qué podía confiar en él. Tashigi no supo bien cómo debía corresponderle porque confiarle un menor a un pirata iba contra todo lo que creía, pero lo cierto era que sabía que Roronoa era diferente, sabía que podía contar con él. El esbozo de una sonrisa se le asomó en el rostro.

—¿O es qué hacés tanto problema por qué sos vos la que tiene miedo? —agregó el espadachín cruzándose de brazos —. No sabía que eras una gallina… TA-SHI-GI —se mofó mirándola por encima del hombro.

Los ojos de la Capitana se elevaron hasta el cielo y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no revolearle el peluche. ¿Ella, gallina? Sí, claro. Si tan solo supiera... Sin embargo, aunque quiso, no pudo mantenerse ofendida. La cadencia con la que Roronoa había pronunciado su nombre seguía resonándole en el oído y le produjo un cosquilleo en el pecho. La Capitana escondió su rostro sonrojado detrás del peluche y lo abrazó con fuerza al darse cuenta de lo mucho que deseaba volver a oírlo.

Notes:

Me permití un pequeño guiño a la película animada de Robin Hood, espero que lo encuentren.

Notes:

Finalmente me animé a compartir el primer capitulo de mi nuevo fic. Ultimamente me estuve debatiendo si era un poco ñoño pero decidí que es probable y es lo que me gusta escribir.
La historia va a tener como mucho cuatro o cinco capitulos y es un desafío porque hasta ahora venía escribiendo one-shots.
Espero que lo hayan disfrutado y tengan ganas de leer como va evolucionando la aventura de estos dos cabezas huecas que amo tanto.
Muchas gracias.

PD: Estoy en el arco de Wano y la estoy pasando un poco mal (se que seguro me entienden) así que estoy pensando en un one-shot para exorcizarme de ese sentimiento también.