Chapter 1: Primer Contacto
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El vasto firmamento se extendía infinito sobre los restos de lo que antes fue un reloj galáctico enloquecido. Las estrellas recuperaban su curso, los sistemas volvían a estabilizarse y la última distorsión temporal se disipaba como un mal sueño.
Ben Tennyson, héroe de incontables mundos, descendía desde una plataforma flotante en el centro del Cuartel Central de los Plomeros. Aún conservaba la adrenalina de la batalla reciente contra Maltruant, pero en su rostro sólo había una mezcla de satisfacción y agotamiento.
—Bueno… —murmuró, mirando su muñeca donde el Omnitrix descansaba sin emitir alerta alguna—. Otra locura más en los libros.
Apenas puso pie en tierra, un viejo conocido se le acercó. Max Tennyson, con su inseparable gorra y esa media sonrisa que siempre llevaba después de una misión peligrosa.
—Buen trabajo, Ben. Sabía que podías manejarlo.
—Sí… aunque, no te voy a mentir, abuelo. —Ben se pasó una mano por el cabello—. A veces siento que el universo se está volviendo una locura. Y eso que lo dice alguien que ha visto al multiverso pelearse consigo mismo. Hay días en los que incluso para mis estándares… nada tiene sentido.
Max soltó una carcajada grave, palmeándole el hombro.
—El universo siempre ha sido un caos, Ben. La diferencia es que ahora tú eres parte de quienes lo contienen.
Ben suspiró, dejándose caer en un asiento metálico al lado de la consola de control. Observó las luces, las transmisiones de diferentes sectores y el silencio que seguía a la batalla ganada.
—¿Y qué se supone que hago ahora? —preguntó, medio en broma, medio en serio—. Hay tanta calma que hasta se siente raro. Y lo peor es que empiezo a preguntarme qué demonios hacer con mi tiempo. No soy bueno para… eh, digamos… vacaciones.
Max sonrió de lado.
—Podrías intentarlo. —Se apoyó en la consola junto a él—. Los Plomeros están tomando más terreno en la galaxia. Reforzando sectores donde antes ni soñábamos tener bases estables. Y gracias a ti, los grandes nombres andan más cautos. No tienes que cargar con todo, Ben.
El joven héroe lo miró con una ceja arqueada.
—Vamos, abuelo. Todos sabemos que si me desconecto una semana, seguro alguna catástrofe cósmica decide hacer check-in en Bellwood.
Max lo fulminó con una mirada severa fingida.
—Ben. Ya hablamos de esto antes.
Ben levantó las manos en señal de rendición y soltó una carcajada ligera.
—Está bien, está bien… supongo que puedo relajarme. Pero… —se recostó un poco en la silla— no sé ni a dónde ir. ¿Alguna recomendación de planeta, sistema o dimensión donde no me quieran arrestar o no haya un monstruo esperando para probar mi resistencia al ácido?
Max negó con la cabeza.
—No es explorar si ya sabes dónde vas. Sal sin mapa, Ben. Que el universo te sorprenda por una vez.
Ben sonrió con cierto cansancio, pero había algo en aquellas palabras que le sonó bien.
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Ben, ya de regreso en Bellwood, había dejado todo listo. Charló con Gwen y Kevin por videollamada, dejó una nota a Rook en la base y ahora salía de casa, cerrando la puerta tras de sí. Sus padres ya sabían que se tomaría un descanso. A nadie le sorprendía que su hijo pudiera desaparecer una temporada.
Caminó por la acera, manos en los bolsillos, su mochila con el dinero universal y ciertas provisiones, y el Omnitrix brillando en su habitual verde tranquilo.
—Un universo para explorar… —murmuró, mirando al cielo despejado—. Ojalá sea en algo que no haya experimentado todavía.
Cerró los ojos por un instante. Tal vez para disfrutar del viento o para pensar en alguna locura pendiente. Pero entonces…
Un aroma distinto.
No a concreto, no a asfalto, no a café barato o comida rápida de la esquina. Sino a hierbas, madera húmeda, tierra batida. Un bullicio de voces desconocidas. No las típicas de Bellwood, no la mezcla de acentos alienígenas de las bases Plomero.
Ben frunció el ceño y abrió los ojos.
Lo que vio no fue su vecindario.
Delante de él se alzaban edificios de madera y piedra, calles de tierra apisonada, mercados improvisados, carretas, hombres con espadas a la cintura y mujeres con vestimentas que parecían salidas de una feria medieval.
El aire estaba impregnado de aromas a especias, a cuero, a frutas fermentadas. El cielo seguía azul, pero era un azul distinto. Y sobre todo… el bullicio era de una lengua que entendía, pero cargada de un tono arcaico.
Ben parpadeó. Miró a su alrededor, a las personas pasar sin prestarle demasiada atención. Notó un par de niños correr con una manzana en la mano, un anciano discutiendo sobre el precio de una raíz medicinal, un soldado de armadura simple montado en lo que parecía un lagarto enorme.
—Muy a la orden, universo… —Ben se frotó la nuca, dejando escapar una sonrisa forzada—. No me hace mucha gracia.
Giró sobre sus talones, buscando alguna anomalía, un portal residual, un rastro de energía interdimensional. Nada. Revisó el Omnitrix. Sin alertas. El dispositivo parecía tranquilo. Como si para él, todo estuviera normal.
—Genial… —murmuró—. Creo que ahora sí te pasaste, universo.
Lo que Ben no sabía…
Era que acababa de poner un pie en Lugnica.
Y aquí, su nombre no tenía eco alguno. Nadie conocía a Ben Tennyson. Nadie había oído del Omnitrix. Y los horrores que lo aguardaban no se parecían a nada que hubiera enfrentado antes.
Ni siquiera Maltruant.
Ni siquiera Vilgax.
Ni siquiera el mismísimo Eon.
Ben avanzaba por las calles, sus pasos resonando en el suelo de tierra. Todo se sentía como una de esas viejas ilustraciones medievales que Gwen le hacía ver para las clases de historia. Hombres con capas, mujeres con cestas llenas de frutas, tabernas de madera, puestos de especias… pero lo que más le llamaba la atención era la gente.
No eran sólo humanos.
Había tipos con orejas largas, otros con colas visibles y más de uno con rasgos animales. Desde su experiencia Plomero, Ben los habría clasificado como semi-humanos o híbridos de especies. Algunos parecían tener sangre felina, lupina, e incluso uno que otro de aspecto reptiliano. Animales antropomórficos caminaban entre los hombres normales como si fuera la cosa más natural del mundo.
Ben silbó para sí.
—Vaya… ¿Bellwood está perdiendo estilo o yo me estoy volviendo difícil de impresionar?
Se detuvo al notar un hombre con aspecto de comerciante discutir con una mujer de orejas puntiagudas por una ¿raíz?.
—Definitivamente este no es mi planeta —murmuró, ajustando su chaqueta y repasando con la mirada las fachadas de madera y los estandartes ondeando con un emblema de león dorado—. Ni rastro de tecnología, nada de holo-pantallas… esto está más atrasado que el último planeta que visité con Rook.
Entonces lo escuchó.
Un grito desesperado y el sonido de pezuñas —no, garras— golpeando contra la tierra.
—¡Cuidado, quítate de allí, niño!
Ben giró de inmediato. A unos metros, un niño pequeño tropezaba y caía en medio de la calle, justo cuando una enorme criatura —algo entre lagarto y bestia de carga— avanzaba sin freno, montado por un hombre que apenas intentaba sujetar las riendas.
Sin pensarlo, Ben se lanzó en carrera.
Sus reflejos, afilados por años enfrentando bestias, robots, alienígenas y cosas que desafiaban la física, lo impulsaron como un resorte. Saltó entre un par de cajas y en cuestión de un parpadeo llegó junto al niño.
Sujetándolo con firmeza, giró sobre sí mismo y rodó hacia un costado.
El lagarto gigante pasó rugiendo a su lado, el jinete soltando una maldición. El polvo se levantó, pero Ben ya estaba de pie, con el niño a salvo en sus brazos.
—¿Estás bien, pequeñín? —le preguntó, sonriendo de lado.
El niño, con ojos grandes y vidriosos, sólo asintió con fuerza.
A su alrededor, la gente había detenido sus quehaceres. Hombres, mujeres y semi-humanos lo miraban con asombro.
—¡Ese tipo salvó al crío!
—¡Lo agarró como si nada!
—¡Es un héroe!
Ben se encogió de hombros, dejando al niño junto a su madre que corrió a abrazarlo.
—Eh… sólo un día más en la oficina —bromeó, sacudiéndose el polvo de los pantalones.
Un par de personas se acercaron para felicitarlo, algunos le ofrecieron frutas o pan, otros simplemente le palmeaban el hombro, estaba algo alegre, es un buen comienzo para un extranjero tener buena imagen entre la gente, aunque incluso sin eso de ventaja lo habria hecho, por que si puedes salvar una vida no hay que perder tiempo. Mientras la gente se disperzaba y el miraba la fruta que le regalaron, era literalmente una manzana.
Notó algo.
Una figura pequeña, veloz, que pasaba entre la multitud, con una mano cerrada en torno a un objeto que brilló fugazmente. Ben frunció el ceño.
—Un ladrón… Vaya, qué clásico. —Le dio un mordisco a la manzana, la tiró al aire y antes de que cayera, ya había echado a correr tras la figura.
Corrio a maxima velocidad, se sorprendio cuando la ladrona que perseguia era mucho mas rapida de lo esperado, y como esquivaba rapidamente a la gente cruzando y evitando a chocar con siquiera alguna hoja flotando. Parece que se dio cuenta que la seguia por que dio una mirada hacia atras y parecio acelerar de forma inhumana su carrera para girar rapidamente a un callejon siendo seguida por Ben.
—Demonios… si que es otro mundo. Uf… ¡y esa velocidad! —resopló, notando cómo hasta las hojas que flotaban en el aire parecían apartarse para no tocarla—. Esto ya parece carrera de Parkour.
Doblando tras ella, se encontró de golpe con tres tipos de mala pinta bloqueándole el paso. Uno de ellos —el más bajito— blandía una daga sucia, mientras los otros dos, grandes y desaliñados, sonreían mostrando dientes chuecos.
—¿Y tú qué…? —empezó a decir uno.
Para Ben solo vio a villanos de octava categoría. Ninguna prioridad.
—Lo lamento, chicos. Hoy no tengo tiempo para fracasados —murmuró, y en un movimiento fluido, se lanzó hacia ellos.
Apoyó un pie en la cabeza del más pequeño, que soltó un quejido cuando Ben usó su cráneo como trampolín. Giró en el aire, pisó el hombro del más alto y al último le propinó una voltereta con ambas manos, empujándose en su cabeza.
El matón se fue de bruces contra el suelo.
Ben aterrizó limpio del otro lado sin detenerse, ni siquiera giró a verlos.
—Demonios! la perdí, tendre que usar el clasico si no quiero llamar la atención. — Dijo finalmente para centrarse en el Omnitrix y girar en el selector rapidamente buscando, sin darse cuenta que los 3 matones estaban acercandose por su espalda con la daga levantada. Pero antes de siquiera poder hacer algo se vio un destello verde.
Fantasmático se giró hacia ellos, sus ojos verdes brillando con malevolencia burlona.
—Uh… ¡BOOO!—exclamó de golpe, dejando que su voz resonara como un eco sobrenatural que reverberó en las paredes de piedra.
Los tres tipos chillaron como niños asustados y salieron corriendo tan rápido que uno se tropezó con una caja y otro derribó a su compañero en la huida. El último, que rodó por el suelo mientras desaparecían al fondo del callejón a una velocidad casi cómica.
—Bien, ahora, ¿a donde fue la mocosa ladrona? — Decia con tono espectral mientras se volvia intangible y flotaba mas alto para divisar mejor el panorama, logro ver a lo lejos un cabello rubio corriendo por los tejados y se dirigio alli a una velocidad prudente para saber a donde ira su objetivo.
La siguio por un rato, hasta una parte de la ciudad donde todo estaba bastante en peor estado que el resto de la ciudad, varias casas se veian en estado deplorable y algunas parecian que estaban a un temblor de caerse. Cuando la vio entrar a una casa mas grande, decidio traspasar por atras y ver si habia algo mas en vez de atacar directamente.
—Si aprendí algo en todo este asunto de cazar ladrones interplanetarios, es que nadie se mete directo al escondite sin revisar primero —se dijo, volviéndose intangible y colándose por la pared trasera de la estructura.
El interior estaba en condiciones aún peores. Trozos de madera y ladrillo en el suelo, vigas torcidas, una vieja lámpara de aceite iluminando apenas con una luz tenue y anaranjada. Los muebles eran poco más que restos destartalados. Pero lo que captó la atención de Ben fue otra cosa.
Voces.
Ben avanzó flotando en silencio, entre las sombras, y se asomó por una abertura en la madera. Desde su posición podía ver una habitación algo más despejada, donde la ladrona —la misma chica de cabello rubio— hablaba con un hombre enorme y expresión severa.
—Si viejo, con este encargo estaré más cerca de salir de aquí —decía la muchacha, su tono cargado de esa confianza descarada de quien vivió toda su vida sobreviviendo con trampas.
Ben alzó una ceja.
—¿Encargo? Bien… esto ya no es un simple hurto.
Justo entonces, se escuchó un golpeteo en la puerta. Un sonido seco, rápido y bien medido.
Tac-tac… tac.
El tipo grande —Rom, aunque Ben aún no sabía su nombre— se tensó de inmediato. Sintió cómo su actitud cambiaba de vigilante relajado a guerrero endurecido.
—Felt —gruñó con gravedad—, ¿la clienta sabe la contraseña?
La chica miró hacia la puerta y sonrió, como si aquello fuera normal.
—No, pero seguro es ella —respondió con alegría, caminando hacia la entrada.
Ben observó cómo Rom dejó el jarro a un lado y, con la naturalidad de quien había hecho esto muchas veces, se acercó a una pared donde descansaba un garrote descomunal, prácticamente un tronco.
—Demonios… ese tipo sí que es grande… —murmuró con su voz espectral—. Creo que en su mejor momento hasta podría pelearse con dos brazos de Cuatrobrazos sin sudar… y eso ya es decir mucho.
Mientras tanto Felt, confiada, giró el pestillo.
Ben sintió cómo el ambiente se volvía denso. Esa clase de calma antes de la tormenta. Lo había sentido antes en planetas hostiles, y siempre significaba que algo estaba a punto de estallar.
La puerta se abrió despacio.
Y entonces…
Una figura se deslizó con elegancia dentro de la habitación. Una mujer alta, de cabello negro y ojos afilados. Su sonrisa, pequeña y encantadora, ocultaba algo retorcido. Cada movimiento suyo era como el de un depredador que sabía exactamente cuándo atacar, Ben tambien notó algo más.
—Maldición, ¿Por que la mayoria de villanas se ven tan bien, acaso la maldad te hace mas atractivo? — pensó Ben al ver a la mujer desconocida, que evocaba nerviosismo por que era obvio que era peligrosa.
—Si actua, tengo que proteger a estos dos, por lo que veo no son tan malos, solo su situación no les dejo de otra.— pensó Ben, ya que esta situación era algo que pasaba con alien inmigrantes en la tierra
La mujer de presencia peligrosa miraba a los lados, como si buscara a alguien más a simple vista, esta acción llamó la atencion de Felt y la puso algo alerta, entonces ladeó un poco la cabeza, forzando una sonrisa burlona para cubrir el nerviosismo que le empezaba a trepar por la espalda.
—Oye —soltó con tono despreocupado—, ¿qué andas husmeando? El trato es simple: insignia por monedas, sin tanto paseo de ojos. Aunque… —su tono cambió a uno más oportunista— no me vendría mal vender algo más de por aquí. Aunque sólo haya basura… capaz algo te quieras llevar y pagar un extra.
—Oh no es nada, solo pensaba si nadie te siguió. Pero bueno, trato es un trato; aqui tienes las monedas con un extra por tu buen trabajo y fiabilidad — Dijo con un tono enigmatico mientras sonreia , una sonrisa que mas que alivio daba escalofrios, pero su mano extendia el pago o lo que se supone es, por que solo entrego una bolsa — Cuentalos bien.
— Eh... si.. esta bien, tomala— Finalmente dijo Felt, cuando extendio la insignia guardada en uno de sus bolsillos esta brillaba, tomo un poco de sorpresa a la mujer. Mientras la rubia tomaba la bolsa en su mano.
Parecia que todo iria bien, la mujer se iria ya que estaba dirigiendose tranquilamente a la puerta, pero Ben sintio algo terrible por que empezaba a entender que tipo de calaña era la mujer de aspecto indecente, se puso alerta por que sabe que este tipo de personas no se van tan facil sin hacer algo.
—Sabes pequeña, es una pena, recorde que mi cliente tambien pidio que... no dejara testigos — Mientras giraba rapidamente lanzando un arma que tenia oculta.
El tiempo parecia realentizarse, el arma se dirigia a una estupefacta Felt, parecia que esto seria su final. Si no fuese por su rapida reacción que logro esquivarlo, pero cayendo de un tropiezo al suelo.
—Tsk… molestia. —murmuró la Cazadora, relamiéndose los labios al saborear la inminencia del asesinato.
Ben, aún invisible y suspendido entre las sombras como una figura espectral, lo sintió: esa sensación helada que reconocía en toda clase de seres despreciables con los que se había enfrentado antes. Esa ansia de matar sin razón, sin humanidad. Su instinto de héroe se encendió como una alarma ensordecedora.
«No puedo dejar que pase.»
En un segundo, abandonó la cobertura, deslizándose como un borrón casi intangible hacia la mujer. Los escombros y el polvo se agitaron con su rápido desplazamiento, aunque en aquel instante nadie reparó en ese detalle.
La asesina alzó la mano para rematar a Felt, pero antes de que su muñeca pudiera completar el movimiento, una fuerza invisible la golpeó brutalmente en el pecho, lanzándola hacia atrás como una muñeca de trapo. La mujer chocó contra una de las paredes de madera, resquebrajando algunas tablas.
—¡Ugh…! —gruñó, sorprendida.
Los instintos de la asesina se agudizaron esquivando un siguiente ataque que dejo una marca en el suelo, mientras trataba de analizar quien era el agresor que interferia, miro al gigante que se acercaba con el garrote a por ella mientras veia a Felt sacar una daga. Seria facil cortarlos rapidamente y derramar sus entrañas por el suelo, quiere divertirse pero cuando estaba por esquivar el primer ataque de sintio esa presencia denuevo y con una de sus armas apuñalo a donde solo parecia haber aire.
—Que buenos reflejos... pero no atacas a lo que no puedes tocar— Dijo una voz en su oido, mientras sentian que la mantenia firme en el sitio para ser atacada con un golpe de lado de parte del gigante mandandola a volar aun muro mientras de paso se estrellaba con mesas y sillas del camino haciendose varias heridas, y rompiendose algunas costillas.
—No sabia que tenian a un tercero, no es justo hacerse una trampa a un cliente... no?
Ahora la mujer esquivaba todo como si jugara con ellos, pero cada vez que estaba a punto de asestar un golpe letal, una fuerza invisible intervenía. Ben la sujetaba por la muñeca, desviaba su ataque, la empujaba justo a tiempo. Para la asesina, aquello empezaba a ser tan irritante como excitante.
En un descuido de parte de Ben, la asesina logro hacerse un gran corte al gigante, no fue letal pero lo hizo retroceder y perder la concentración a la pequeña que casi la parten a la mitad si no fuera por fantasmatico que la movio a ultimo momento.
—Me toca ser mas activo — gruño con vos fantasmal y se hacia visible, tenia que hacer que la mujer se centrara en él por que si no mataria a los otros dos.
—Que tenemos aqui, al invitado no deseado.... un espectro.. es mi primera vez—mientras se relamia los labios y mostraba una sonrisa grande pero torcida — me pregunto si tendras algo dentro que pueda ver, no le daras a esta linda dama el placer de abrirte?.
—Lo siento lunatica, soy un hombre codiciado y tendras que hacer fila — mientras se lanzaba al ataque con fuerza pero la mujer lo esquivaba, sabia que sin el factor sorpresa la mujer loca era mucho mas rapida y de rapida reacción que él.
A pesar de que Ben se lo esperaba, no tenia el alien correcto para luchar contra alguien así, tal vez podria intentar cambiar a Cuatrobrazos, Humongosaurio o Hawks, pero no se veia siendo tan rapido o tan resistente para aguantar esos cortes mortales.
Parecia un poco un punto muerto mientras el atacaba y ella esquiva, o cuando ella trata de asestarle un corte el de vuelve intangible. En una de esas usa un movimiento que recordo de un antiguo villano que es util en esto, de su cuerpo espectral surgieron tentaculos fuertes que se aferraron al cuerpo de la mujer, sorprendiendola y mirandolo con una mirada extasiada.
—Mi primera vez y tan rudo, aunque no soy fan de este tipo de juego previo.. ugh.. —Decia de tono provocador mientras trataba de liberarse del fuerte agarre de los tentaculos, que la sorprendieron por que eran mas fuetes de lo que creia, que le impedian atacarlo con su arma.
—¿Puedes decir algo más family-friendly? Hay una niña presente, no vayas a manchar su pureza —soltó con sarcasmo, echando una fugaz mirada hacia Felt, que no sabía si estar horrorizada o impresionada.
Elsa soltó una carcajada.
—¿Pur... qué? Esto es Lugnica. Aquí los niños ven morir antes de aprender a leer.
Ben ignoró la provocación. Sabía que no podía mantenerla atrapada mucho tiempo; Elsa estaba forcejeando con una fuerza y resistencia que no correspondían a una humana normal.
Del centro de donde surgian los tentáculos que la sujetaban comenzó a brillar con un resplandor verdoso. Elsa lo notó y su sonrisa se tornó en una mueca de curiosidad malsana.
—¿Y eso qué es…? —alcanzó a decir antes de sentir un dolor punzante recorrer su torso.
Desde donde nacían los tentáculos, un destello se acumuló y disparó un rayo ectoplásmico de color verde brillante que impactó de lleno en el pecho de la asesina. Un chisporroteo sordo resonó en la habitación. Elsa jadeó, sintiendo cómo la carne se quemaba y el olor a piel chamuscada impregnaba el aire.
Por primera vez, la mujer mostró una expresión de dolor genuino, sus dientes apretándose en una mueca mientras su cuerpo se tensaba para luego ser golpeada mandandola a volar a un muro.
Felt miraba boquiabierta. Rom, recargado contra una pared, sonrió de lado, a pesar del dolor.
Elsa, desde entre los escombros, se incorporó con dificultad. Parte de su vestimenta estaba quemada y ennegrecida, su piel mostraba heridas visibles… pero su sonrisa permanecía.
Ben se mantuvo flotando, tenso, viendo cómo las heridas en el torso de Elsa se cerraban, la carne regenerándose como si el daño nunca hubiera existido. El olor a quemado seguía impregnando la sala, pero la mujer se puso de pie como si nada, relamiéndose la sangre de los labios, la respiración entrecortada y sus ojos brillando de pura euforia.
—Heh… eso… dolió —murmuró, su voz recuperando firmeza, antes de soltar una carcajada rota—. ¡Me encanta!
Ben se mantuvo flotando, tenso, vio como ella se regeneraba de las heridas que tenia, sabia que no seria una lucha facil pero no esperaba esto.
—Esa mujer es un maldito monstruo… pero soy bueno lidiando con monstruos—murmuró para sí mismo para luego dirigir su mano al pecho rapidamente.
¡CHAK!
Una luz verde intensa estalló en el centro de la sala, obligando a Elsa, Rom y Felt a cubrirse los ojos.
De entre la bruma y la energía emergió una figura imponente: una armadura metálica, blindada, que irradiaba un calor abrasador. La máscara cerrada de NRG destellaba con el símbolo del Omnitrix en el pecho. La temperatura en la habitación se elevó bruscamente, y el sonido de un leve crujir en la madera vieja resonó.
NRG avanzó lentamente, sus pesadas pisadas haciendo temblar el suelo.
Elsa lo miró… y por primera vez, la sonrisa se borró de su rostro, por un solo y breve momento su mente vago a una persona que tenia algo similar, una cambiaformas que la miro con locura una vez, cap- mamá y antes de que dijera algo un golpe pesado de metal la hizo rebotar del muro al centro.
Elsa cayó al centro de la sala, rodando como una muñeca rota, tosiendo sangre. En su torso, donde NRG la había golpeado, sentía una quemazón insoportable. El dolor se extendía como brasas bajo su piel.
Al ponerse de pie llevó una mano a la zona quemada, esperando —como siempre— sentir la carne cerrarse, regenerarse, recomponerse como si nada. Pero la piel seguía negra, agrietada, la carne burbujeando bajo la quemadura. Se curaba pero demasiado lento.
—Curación a nivel celular, conoce a la radiación — Decia bien con el tono metalizado de NRG que se acercaba para darle otro golpe cargado. Pero Elsa lo esquivo rapidamente y usando otra de sus armas escondidas trato de cortar la armadura, que aunque gruesa, pensaba que con su fuerza podria atravezarla y sacar la carne dentro.
Elsa centrandose en su objetivo que ahora era lento se movia de lado a lado cortando tratando de pasar la armadura, pero no veia ni un rasguño, se sentia extasiada pero tambien frustrada no le gustaban los oponentes que fuesen tan ignorantes hacia el daño. En una de esas a gran velocidad clavo su Kukri a las rendijas de la cabeza esperando ver sangre, algun sonido de dolor o algo pero solo vio como un brillo naranja emanaba alli, antes de reaccionar un rayo de radiación la atraveso quemandola y mandandola a volar dejando su Kukri incrustado en la rendija.
—Eso hubiera sido efectivo, si no fuera que no hay cuerpo que herir — Mientras Ben decia eso emano calor por la rendija hasta que el arma de Elsa brillaba rojo vivo antes de doblarse y caer al suelo, Ben tomo la decision de ir mas ligero para atacar.
Para sopresa de todos la armadura se abrio y revelaba una figura que para ellos podria ser descrita como un espiritu de fuego, emanaba calor y tenia una extraña ropa.
Antes de seguir siquiera con el enfrentamiento la puerta se abrio revelando, a una chica de cabello plateado y un gato flotante. Todos se quedaron en silencio mientras le dirigian la mirada.
—Vine por mi... — Estaba por decir la chica si no fuera por extraña escena que se presentaba ante ella que era de lo mas surrealista
—Vinimos en mal momento...o en el mejor... Lia — decia el gato flotante mirando a todos en la sala
Todos los presentes se quedaron callados, para Emilia veia a todos quietos mirandola, a un lado estaba un gigante herido y a la ladrona que le robo la insignia atendiendolo. Al centro estaba viendo a una mujer destartalada con heridas y partes quemadas viendo a lo que ella describiria como un golem. Pero lo que estaba flotando sobre este le llamo más la atencion era la primera vez que veia algo asi y su mente lo asocio con lo mas parecido posible.
—Acaso eso es un espiritu....?
Chapter 2: Monstruo contra Monstruo
Notes:
Capítulo 2 tan rápido, me pregunto si ando más inspirado podría sacar 1 cada uno o dos días.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
—Tenemos público… ¿y eso acaso es un gato flotante? —gruñó NRG, su voz grave reverberando como un eco cálido y amenazante.
El alienígena humanoide brillaba como un cuerpo vivo de energía radiactiva pura, su piel roja incandescente y luminosa despedía ondas de calor visibles que deformaban el aire a su alrededor. Sus ojos ardían como carbones encendidos.
Emilia se quedó paralizada, sin comprender qué era aquella criatura que parecía un espíritu de fuego… pero no era magia, ni criatura conocida. Puck frunció el ceño con evidente incomodidad, flotando en posición defensiva.
Elsa aprovechó ese instante para lanzarse una vez más. La hoja cruzó el aire con destreza letal, buscando las zonas más vulnerables… pero como antes, apenas tocaron la superficie ardiente de NRG, se vieron repelidas por la intensidad del calor y la radiación.
Ben respondió sin piedad. Levantó su brazo y disparó un rayo de energía radiactiva roja desde su mano abierta. El impacto alcanzó de lleno a la cazadora, enviándola a volar y estrellarse contra lo que quedaba de una alacena de madera, reduciéndola a astillas carbonizadas.
Elsa se reincorporó con dificultad, jadeando y sonriendo de forma perturbada.
—Ya me está cansando ese truquito tuyo… —gruñó, dejando de lado su tono juguetón—. Te voy a abrir en canal, arrancarte cada trozo de entraña radiante que tengas y regarla por toda la maldita calle.
Ben dejó escapar una carcajada ronca, su silueta vibrando por la intensidad del calor que despedía.
—Vaya… al fin dices algo sin sonar como una acosadora enferma —se burló, antes de girarse un segundo hacia Emilia y Puck—. Y ustedes… la chica plateada y el gato volador… no sé qué demonios hacen aquí, pero este sitio no es seguro. Esa tipa está completamente demente.
Puck flotó un poco más cerca de Emilia, que aún estaba atónita por la escena.
Elsa se limpió un hilo de sangre de la comisura de sus labios, soltando una risa cortante.
—Qué falta de educación… —musitó con sarcasmo Elsa, mientras lamía un hilo de sangre que caía por la comisura de su boca—. Apenas noto que no me presenté. Incluso ante un adversario tan molesto. Elsa Granhiert, Cazadora de Entrañas. Y tú, mi brillante compañero de danza…?
Ben la observó con el ceño fruncido, considerando por un instante si valía la pena decir su nombre o no. Al final, esbozó una ligera sonrisa de costado.
—Ben Tennyson, portador del Omnitrix —respondió, la voz firme.
—No me suena... —replicó Elsa con un tono cantarín, su expresión sádica curvándose nuevamente en una sonrisa filosa mientras las heridas en su cuerpo seguían cerrándose, aunque más despacio que antes—. Un extranjero que no es de estos barrios, metido en una pelea contra mí… Me aseguraré de que nunca más sea escuchado.
Ben iba a soltar una de sus clásicas frases punzantes, pero se detuvo en seco al ver cómo varios cristales de hielo volaban hacia Elsa, forzándola a girar y esquivarlos con una agilidad antinatural. Ambos dirigieron la mirada hacia el origen del ataque: una joven de cabello plateado y ojos amatista, de pie junto a un pequeño gato flotante que le acompañaba.
—Ayuda extra, eso es bueno —murmuró Ben, activando un par de ráfagas de energía desde sus manos para dispararlas hacia Elsa y mantenerla en movimiento—. Pero me podría haber encargado yo…
—Te ayudaré a librarte de ella, después discutimos sobre la insignia que me robaron y que me la van a devolver —espetó la muchacha, sin apartar la vista de la cazadora.
—Sobre eso —gruñó Ben entre dientes, descargando otra ráfaga de energía que Elsa apenas logró esquivar—, la loca lo tiene. Así que tendremos que dejarla fuera de combate para recuperarla.
Elsa sonrió, dando una voltereta hacia atrás para evitar otro proyectil de hielo.
—Ah… qué noche tan entretenida. Me gusta cuando mis juguetes se resisten —entonó, relamiéndose los labios mientras se relamía la sangre del labio—. ¡Vamos, bailen para mí!
Ben y Emilia intercambiaron una rápida mirada. No hacía falta decir nada más. Ambos se lanzaron al mismo tiempo: él disparando ráfagas de energía desde sus manos y ella proyectiles de hielo con un movimiento elegante, mientras el pequeño espíritu flotante a su lado soltaba descargas heladas desde el aire.
—Oye, viejo —gritó Ben hacia Rom, que yacía malherido contra una pared—, lamento lo de tu casa por lo que voy a hacer.
Sin perder tiempo, Ben descendió con ambas manos al suelo. Sus manos brillaron intensamente mientras canalizaba energía térmica pura, sobrecalentando la tierra y las rocas bajo sus pies. El suelo comenzó a agrietarse y tornarse incandescente, hasta que una ráfaga de magma denso y rojo anaranjado brotó, deslizándose con lentitud hacia Elsa.
La cazadora notó el cambio de temperatura y dio un salto ágil, escapando por poco de la oleada de roca fundida… solo para ser interceptada en el aire por varios proyectiles de hielo disparados por Emilia y ráfagas heladas conjuradas por el pequeño espíritu. Los fragmentos la impactaron, empujándola hacia abajo.
—¡Tsk! —chasqueó Elsa, cayendo de pie justo sobre el piso fundido que comenzaba a enfriarse por las ráfagas gélidas.
El impacto fue inmediato. La carne de sus pies y piernas chisporroteó al contacto con la superficie aún incandescente, liberando un siseo brutal mientras el calor devoraba su piel. Elsa soltó un alarido feroz, por primera vez, con un deje de pánico real en su voz.
—¡Grrrraaaaah! —gritó, trastabillando mientras intentaba apartarse, pero el piso pegajoso y el dolor retardaban sus movimientos.
Rápida de reflejos, utilizó varios fragmentos de hielo dispersos por el suelo, congelando apresuradamente la superficie alrededor de sus pies para aliviar el ardor y quebrar la roca solidificándose. Con un brusco movimiento, se impulsó hacia atrás, separándose de la zona letal. Respiraba con dificultad, su piel abrasada en algunos puntos y un brillo salvaje en su mirada.
—No esperaba eso… huff… huff… —decía Elsa con una sonrisa aún desquiciada, aunque su respiración entrecortada y el temblor en sus manos delataban su estado—. Pero no podrán hacer nada… mientras todavía… huff… tenga est—
Iba a alzar la mano para mostrar de forma burlona la insignia robada, sacándola entre sus dedos como quien exhibe un trofeo ante los condenados. Sin embargo, antes de que el gesto se completara, un destello plateado cruzó el aire.
¡Shunk!
La daga se incrustó limpiamente a través de su muñeca, atravesando tendones y hueso con un chasquido seco. La insignia cayó, girando en el aire antes de impactar contra el suelo polvoriento con un débil tintineo metálico.
—¡Tsk! —Elsa dejó escapar un gruñido de dolor al ver su mano perforada.
Ben y Emilia giraron la cabeza al mismo tiempo hacia el origen del disparo, encontrando a Felt, agachada tras un montón de cajas rotas, la respiración agitada y el brazo extendido tras haber lanzado su daga.
—No iba a dejar que esa loca se quedara con eso —espetó Felt, más desafiante que asustada, aunque el leve temblor en sus piernas traicionaba el esfuerzo de mantenerse firme.
Ben no dejó pasar la oportunidad. Sin perder un segundo, se impulsó hacia adelante, esquivando con agilidad el intento desesperado de Elsa por clavarle su daga sana. La tomó de un brazo, giró tras ella y, en un movimiento limpio y brutal, la sujetó por la cintura con ambos brazos, apretándola con fuerza.
El contacto empezó a quemarla al instante.
La asesina soltó un grito ahogado cuando la energía térmica del alienígena comenzó a devorarle la piel al contacto directo.
—¿Qué… qué demonios…? ¿No es muy atrevido de tu parte tomar a una dama así? —escupió, intentando liberarse, pero estaba agotandose, y el agarre de Ben era de acero.
Sin darle oportunidad, Ben se propulsó hacia arriba,emitiendo una llamarada al elevarse a toda velocidad. El atardecer bañaba el cielo en tonos rojos y púrpuras, ya casi era de noche.
—Bonita vista, ¿no? —murmuró Ben junto a su oído, apretando con más fuerza mientras el aire les silbaba alrededor—. Disfrútala… porque ya perdiste, Cazadora de Entrañas. Te metiste con el oponente equivocado.
Elsa soltó un gruñido de dolor, su cuerpo quemándose por el contacto, pero aun así mantuvo esa sonrisa torcida que la caracterizaba, incluso en ese momento.
—Arg… solo me tomaste desprevenida… —escupió entre dientes, la voz ronca pero burlona—. La próxima vez… no será tan fácil… querido.
Y con eso, giró en el aire para impulsarse de lleno en picado hacia el suelo. A unos metros de caer al suelo la soltó para que ella se estrellara. La asesina en su último pensamiento, con un poco de rubor en su rostro.
—Sí que fue una bonita vista, la próxima vez Ben, no te lo dejaré tan fácil, veré tus entrañas, seguro que serán hermosas heh-
¡BOOOOM!
El impacto fue brutal, la tierra se levantó en una explosión de polvo y fragmentos. La onda expansiva sacudió los cimientos aledaños, nadie que fuera consciente de eso salió, saben en qué no meterse, y por primera vez, la risa de Elsa se apagó.
Ben se estaba dirigiendo a donde estaban los otros cuando, entonces, el aire se tensó de forma antinatural. Una presencia superior, aplastante, como una montaña sobre sus hombros.
Ben alzó la mirada, justo a tiempo para ver a Reinhard van Astrea aparecer frente a él como una ráfaga, su expresión relajada, pero con un toque serio, su aura resplandeciendo como una estrella en la penumbra.
—¿Ahora quién es? —pensó Ben, frunciendo el ceño mientras su mirada se clavaba en el recién llegado. Un pelirrojo impecable, con aura tan densa que casi parecía hacer vibrar el aire mismo a su alrededor. Algo en su interior le decía que ese tipo era diferente a cualquier otro con el que se había cruzado esa noche.
He estado usando el Omnitrix muy seguido en esto… reflexionó, su mirada alerta.
—Me presentó soy Reinhard van Astrea, cuando llegue aqui por el disturbio, Lady Emilia me informó sobre que la Cazadora de entrañas estaba aqui, podrias identificarte.. tu... lo que seas? —Decia con un tono cortez pero mostrando la seriedad de la situacion tratandose de una asesina.
—¿Te refieres a esa loca de allá atrás? —dijo con tono relajado, aunque su cuerpo seguía en tensión—. Espera… ¿Emilia? Ah… debe ser esa chica del gato volador parlante —pensó para sí mismo, encajando piezas mentalmente.
Reinhard sonrió apenas, inclinando la cabeza en un gesto de respeto.
—Me alegra que te hayas encargado de ella. Eso facilitará bastante las cosas. ¿Me concederías tu nombre? Pocos podrían enfrentarse a una amenaza como esa y reducirla de tal manera.
Ben ladeó la cabeza, percibiendo cómo la actitud de Reinhard cambiaba con naturalidad de precaución a un respeto genuino.
"Hmph… cambia rápido de actitud, pero tiene esa aura de ‘buen chico’, de los que salvarían a un perrito aunque eso los mate… creo que puedo bajar un poco la guardia", pensó.
—Me llamo Ben Tennyson. Y espera… ¿disturbio? ¿Te refieres a mi llegada o a la pelea? Y por cierto, ¿cómo es que no me miras como si fuera un monstruo como los otros?
Reinhard se permitió una ligera risa.
—Es difícil ignorar una estela de color naranja subiendo al cielo y luego bajando como una estrella fugaz. En cuanto a lo segundo… llamémoslo intuición. Tengo el presentimiento de que no eres una mala persona.
Lo que Ben no sabía era que Reinhard había activado una habilidad apenas al verlo, y aunque no lograba comprender qué clase de existencia era aquel ser, no percibía en él malicia ni oscuridad.
Antes de que pudieran continuar, Emilia llegó al lugar, acompañada de Felt y el viejo Rom, quien, contra todo pronóstico, se encontraba de pie y mucho mejor de salud.
Reinhard dio un paso adelante, su porte impecable incluso en medio de aquella escena.
—Señorita Emilia, está a salvo ahora. Esta asesina no volverá a ponerle una mano encima a usted ni a nadie aquí. —Su mirada se desvió entonces hacia Ben, con una expresión que intentaba descifrarlo—. Y también debe agradecerse a este individuo.
Felt bufó, cruzándose de brazos.
—¿Individuo dice…? Más bien parece algún tipo de bicho raro… pero, eh… —murmuró apartando la mirada— gracias. Evitaste que mataran al viejo Rom… y a mí también.
Ben sonrió de lado, todavía en su forma alienígena.
—Así es como funciona esto, ¿no? Un héroe siempre aparece cuando se le necesita. —No se dio cuenta de la ligera mueca que hizo Reinhard al escuchar esa palabra. Entonces, Ben presionó el Omnitrix, volviendo a su forma humana en un destello verde—. Y sobre lo de bicho raro… como ves, soy tan humano como cualquiera, enana.
—¡¿Oye, qué dijiste?! —Felt chasqueó la lengua, mirándolo con fastidio—. Para que sepas, tengo quince, imbécil.
Ben se encogió de hombros, sin perder la sonrisa.
—Y yo dieciséis… así que eso no te quita lo mocosa.
Felt frunció el ceño, pero desvió la vista con un resoplido, murmurando algo entre dientes. Reinhard soltó una pequeña exhalación divertida, como si la ligera riña entre los dos lograra, por fin, romper la tensión mortal que había impregnado el lugar. Emilia, que todavía se recuperaba del impacto de ver a Elsa derrotada y a un desconocido alienígena defendiendo sus vidas, esbozó una tenue sonrisa.
—Parece que ustedes dos se entienden a su manera… —comentó la semielfa, aliviada de ver que no todo se había vuelto sombrío aquella noche.
—Hmp… no creas que porque nos salvaste te ganaste el derecho de molestarme, ¿eh? Además, ¿qué clase de persona se convierte en un… lo que sea que eras hace un momento? ¿Un golem? ¿Un espíritu? ¿Un experimento raro?
Ben se encogió de hombros, manteniendo su sonrisa ladeada y relajada.
—Digamos que soy… especial. Y no, no es magia, ni espíritu, ni nada de eso. Larga historia interdimensional, y sinceramente dudo que quieras el resumen.
Los demás no terminaban de entender del todo a qué se refería Ben con eso de ser un "héroe" y convertirse en esas criaturas, pero el comentario despertó un ligero deje de curiosidad en todos. Emilia, en particular, sentía en el fondo una duda casi infantil que la carcomía: quería saber cómo era posible aquello, qué era realmente Ben… y si algún momento podrían escuchar ese "resumen" que parecía prometer. Decidió, sin embargo, esperar a que la situación se calmara para preguntar.
Pero antes de que alguien pudiera abrir la boca, un sonido cortante y repentino atravesó el ambiente.
Todo pareció ir en cámara lenta. Elsa, la cazadora de entrañas, aún con la mirada desquiciada y un hilo de sangre escurriéndole por la comisura de los labios, se había reincorporado de alguna forma. Con una rapidez sobrenatural, había recuperado la daga que Felt le había enterrado minutos antes y se lanzó como una sombra letal hacia el blanco más descuidado: Emilia.
La semielfa apenas alcanzó a reaccionar, alzando la mano para intentar defenderse. Un destello plateado cruzó el aire. La hoja logró hacerle un corte superficial en el costado antes de que una brutal patada de Reinhard impactara de lleno en Elsa, enviándola volando contra los restos carbonizados de lo que alguna vez fue la casa del botín. El golpe resonó con un sonido metálico de choque, levantando una nube de polvo.
Emilia soltó un leve quejido de dolor y llevó una mano temblorosa a su costado. La tela de su vestido se manchó con un hilo de sangre, no demasiada, pero la suficiente para hacerla doblarse un poco y tensar los labios.
Ben no perdió ni un segundo. Sin pensarlo, activó de nuevo el Omnitrix.
Un brillo verde iluminó su figura mientras se transformaba en Fuego Pantanoso. Sus largos brazos vegetales se extendieron de inmediato hacia Emilia, envolviendo con cuidado su abdomen. De sus dedos brotaron enredaderas suaves y flexibles que se ajustaron como un vendaje improvisado. Entonces, usando su control sobre las plantas, alteró parte de sus propiedades, dándoles efectos analgésicos para calmar el dolor y detener el sangrado.
—Perdona si no lo cura del todo —dijo Ben con voz grave desde la forma de Fuego Pantanoso—. Solo es para detener el sangrado y aliviar el dolor, Emilia.
La semielfa lo miró, respirando con dificultad, pero con una débil sonrisa de gratitud en el rostro.
—E-eh… gracias. De verdad… ay… no es tan grave como parece. Solo… necesito un poco de tiempo para sanar.
Felt observó la escena con una mezcla de asombro y desconcierto, murmurando por lo bajo.
—Vaya bicho raro… pero útil. *snif* ay pero a que huele!. —termino de decir mientras sacaba la lengua ante el hedor
Reinhard se limitó a asentir, la mirada aún fija en la nube de polvo donde Elsa había desaparecido. Una punzada de culpa le recorrió el pecho al ver cómo, por su descuido, Emilia había resultado herida. Apretó los labios, preparándose para disculparse.
—Lamento mi descuid—…
Pero Ben lo interrumpió con naturalidad, su tono sereno pero firme.
—No te culpes por algo que nadie podía prever, amigo. Ni siquiera yo pensé que se volvería a levantar después de ese golpe… pero actuaste rápido antes de que convirtieran a Emilia en un KitKat.
Reinhard ladeó ligeramente la cabeza, sin comprender del todo la referencia, pero entendió la intención por el tono. Asintió con leve respeto, agradeciendo en silencio las palabras.
Se disponía a buscar a Elsa cuando un destello en la periferia de su visión captó su atención. Felt, la rubia que había llamado su atención antes, sostenía entre las manos la insignia robada… y esta brillaba con una intensidad inusual.
—Tch… Ten —gruñó Felt, acercándose a Emilia con gesto a medias avergonzado—. Solo me ha traído problemas desde que la agarré… Perdona, hermana mayor. Pe—
Antes de que pudiera terminar, una mano férrea la sujetó por el brazo con una fuerza que la hizo chistar de dolor.
—¡Ay! ¡Suéltame, idiota! ¿Qué demonios te pasa?
Era Reinhard. Sus ojos estaban muy abiertos, y su expresión, antes serena, se había tornado severa.
—Lo siento, pero tendrás que venir conmigo. Hay… asuntos importantes que atender —dijo en tono firme, sin agresividad pero con una determinación inquebrantable.
Rom, que se había mantenido en silencio hasta ese momento, se adelantó de inmediato con un tono amenazante, empuñando su garrote.
—Oye, Santo de la espada, ¿para qué diablos te llevas a Felt? Si piensas ponerle una mano encima, vas a tener que pasar sobre mí primero.
Ben, que observaba la escena sin terminar de entender, frunció el ceño.
—Eh… sí, ¿qué rayos pasa? No estás dando buena imagen de caballero secuestrando niñas, Santo de la Espada o no.
Reinhard suspiró, sabiendo que no podía evitar la explicación.
—¿Es familiar suyo? —preguntó a Rom, manteniendo el agarre en Felt, aunque más suavizado.
—La crie desde que era una mocosa. Si te la llevas, yo voy.
Reinhard asintió.
—Entonces vendrá también. No planeo hacerles daño, pero esto… no es algo que pueda ignorarse.
Ben cruzó los brazos, su expresión de sospecha intacta.
—Bien. Pero después tú y yo vamos a tener unas palabras, y sobre como actuar con tacto.
En lo que ellos se iban, volvió su atención a Emilia, que aún se sostenía el costado, aunque el dolor parecía casi atenuado. La semielfa le dedicó una pequeña sonrisa cansada por el efecto analgésico.
—Puedes confiar en Reinhard… —dijo Emilia con suavidad, esforzándose por mantenerse erguida—. Es… una buena persona. No haría nada que no fuera justo.
Ben, que seguía en su forma de Fuego Pantanoso, ladeó la cabeza y soltó un leve bufido antes de pulsar el Omnitrix. Un destello verde lo envolvió, regresándolo a su forma humana.
—Oh… eh, cierto. Emilia, ¿verdad? —dijo, rascándose la nuca—. Te ayudaré a regresar. Dudo que puedas caminar sola con esa herida… Espera… ¿y el gato flotante?
—Ah… —Emilia sonrió débilmente— Puck tuvo que descansar. Siempre se retira pasadas las cinco.
Ben alzó una ceja, sin evitar murmurar por lo bajo:
—Gato asalariado…
—¿Eh? —Emilia parpadeó, sin entender.
—Nada, nada. Solo hablaba conmigo mismo —respondió Ben, disimulando con una sonrisa.
Sin que ambos se percataran, entre las ruinas y la confusión del momento, una figura ensangrentada y malherida se arrastraba entre los escombros. Elsa, con la respiración agitada y la expresión desfigurada por una mezcla de dolor y emocion, logró escapar, ocultándose entre las sombras de un callejón adyacente.
Se sujetó el costado herido, rechinando los dientes, su ropa hecha jirones y su cadera quejándose por cada movimiento. Pero en sus ojos seguía ardiendo esa chispa peligrosa.
—Nos volveremos a ver… Ben… —susurró, una sonrisa torcida cruzándole los labios manchados de sangre—. Esto… no ha acabado…
Se tambaleó hacia la oscuridad, apretando una mano sobre su costado.
—Ay… mi cadera… pero te juro que veré esas entrañas tuyas, héroe entrometido… tarde o temprano.
Y desapareció entre las sombras, jurando regresar más fuerte.
Notes:
Posdata: Para ir viendo las habilidades de los Aliens tuve que revisar en la wiki, re-ver escenas y reddit.
Según ustedes, qué personaje actuaria con desconfianza total a Ben.
Chapter 3: Una Mansión fuera de lo común
Notes:
Perdonar la demora, hubo complicaciones y no sabía si cumplo un buen estándar con el capítulo de hoy.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Ben se acomodó el brazo de Emilia sobre sus hombros, ayudándola a caminar con cuidado mientras la semielfa le indicaba el camino con voz algo fatigada, pero aún serena.
La noche seguía cayendo sobre los callejones, y el aroma a humedad y piedra vieja impregnaba el aire.
—Es… por aquí. Un poco más adelante… —susurró Emilia, señalando una bocacalle.
Ben echó una rápida mirada a los alrededores, atento a cualquier movimiento sospechoso. Aunque el Omnitrix reposaba tranquilo en su muñeca, estaba alerta, por si las cosas se complicaban de nuevo.
—Y yo que pensaba que iba a cenar tranquilo… —murmuró para sí—. ¿Espera... los Taydenita siquiera tendrán valor aquí? Demonios, estoy en la ruina —pensó angustiado.
Apenas doblaron la esquina, una figura familiar apareció de golpe, con los brazos cruzados y expresión severa. Una luz cercana permitió ver los ojos rojos de Ram, que destellaron al verlos.
—Señorita Emilia. —La voz de Ram sonó como un chasquido afilado, para luego tomar un tono más ligero—. ¿Qué hace usted en ese estado? ¿Qué fue lo que ocurrió?
Ben dio un leve respingo ante la mirada perforante de la sirvienta, pero no soltó a Emilia.
—Ram… lo siento —murmuró Emilia, haciendo un esfuerzo por mantenerse erguida—. Hubo un incidente… y este joven me ayudó.
Ram frunció el ceño, acercándose de inmediato para examinar la herida. Entonces, sin previo aviso, le dedicó una fulminante mirada a Ben, como si su sola existencia fuera un crimen capital.
—¿Qué le hizo a la señorita Emilia, extranjero? —espetó, con tono cortante.
Ben levantó ambas manos en gesto de inocencia, sin soltar a Emilia, pero con su típico humor al rescate.
—¡Eh, tranquila, cejas rosas! Yo solo soy el tipo que la rescató, no el que le hizo esto. —Esbozó una media sonrisa—. ¿Ves esta cara? No es la de un villano.
Ram entrecerró los ojos, ignorando deliberadamente la broma.
Emilia suspiró, aunque una pequeña sonrisa escapó de sus labios al ver que la preocupación de Ram no se disimulaba detrás de su actitud.
—Es verdad Ram, lo que ocurrió fue que me encontré con... una asesina… Puck justo se había retirado y me descuidé.
Ram pareció contener un improperio, y sin perder más tiempo tomó con cuidado el otro brazo de Emilia, quitándosela casi de las manos a Ben.
—No debería estar caminando en ese estado, señora —espetó, aunque su tono bajó apenas, mostrando la preocupación detrás de su fachada de severidad.
Ben se encogió de hombros.
—Vaya, qué carácter… —masculló.
—¿Dijo algo, extranjero? —lo cortó Ram, sin mirarlo siquiera.
Ben se apresuró a poner su mejor sonrisa.
—Nada, nada. Solo me preguntaba si el gato flotante también tiene ese genio.
Emilia soltó una risa, sacudiendo ligeramente la cabeza.
—No… Puck es mucho más… relajado.
—Bueno, esto supongo es un adiós, vayan con cuidado. Y díganle a ese pelirrojo luminoso que tenemos una charla pendiente cuando todo esto se calme.
Emilia, apoyada ya en Ram, mantuvo el paso, pero su mirada se desvió un instante hacia Ben. La tenue luz captó un leve brillo en sus ojos, como si algo hubiese hecho clic en su mente.
—Ah… —murmuró, casi para sí—. Espera… tú… tú me salvaste.
Ben alzó una ceja, ladeando la cabeza con una leve sonrisa burlona.
—Sí, bueno… no iba a dejar que una chica bonita fuera picadillo, ¿sabes? No es mi estilo.
Ram chasqueó la lengua, como si la frase misma le pareciera una ofensa al aire.
—Dejando de lado tu escaso sentido de lo adecuado —intervino la sirvienta, sin mirarlo—, la señorita Emilia no necesita de las atenciones de un desconocido de lengua suelta.
—Oye, tampoco es como que me ofrecí a ser su niñera —respingó Ben, cruzando los brazos—. Solo pasó que… bueno, apareció alguien queriendo ensartarla y, ¿qué te digo?, soy un héroe. Vicio viejo.
Emilia, a pesar del intercambio, sonrió con suavidad y negó con la cabeza.
—No, Ram… —dijo con serenidad cansada—. Lo cierto es que, sin él, tal vez no estaría aquí ahora… y además… —hizo una ligera pausa, apretando un poco los labios antes de hablar—, le debo algo. Me ayudó sin dudarlo y… quiero recompensarlo.
Ram suspiró como si el mundo conspirara en su contra y no supiera por qué presentía que este tipo le daría futuros dolores de cabeza.
—¿Pretende traer a este sujeto con nosotros, señorita Emilia? ¿De verdad confía en alguien tan… bocazas y descarado?
Ben arqueó una ceja, mirándola con sorna.
—¿Me estás describiendo o confesando que te caigo bien? Porque parece lo segundo.
Ram le fulminó con la mirada, como si pudiera borrarlo con la intensidad.
—Solo dejo constancia de lo evidente. No necesito simpatizar con basura para saber que apesta.
Ben se le quedó viendo, luego ladeó la cabeza hacia Emilia.
—¿Siempre es así, o está de buen humor?
Emilia soltó una risita muy tenue, casi avergonzada por la tensión, pero sin dejar de lucir agradecida.
—Ram puede parecer dura… pero es una buena persona —aseguró con sinceridad, luego respiró hondo—. Y… pensaba que quizá… podrías acompañarnos. Así podré agradecerte debidamente.
Ben entrecerró los ojos, evaluando la oferta. Por un lado, la sirvienta de pelo rosado le daba una mala espina, y ya podía imaginarse las puyas continuas. Por otro… no tenía idea de dónde diablos estaba, qué clase de moneda usaban y mucho menos dónde podría dormir sin que se le apareciera otra "Elsa" pero no con intenciones de cantar.
—Hmm… —se pasó una mano por el cabello, meditando—. Bueno… supongo que no tengo nada mejor que hacer. Además —dirigió una media sonrisa a Emilia—, aún quiero escuchar más de ese gato flotante del que hablas.
Emilia sonrió, más relajada.
—Gracias… ¿Ben, verdad?
—Ben Tennyson. Salvavidas ocasional, comedor profesional de papas con chile y, por lo visto, nuevo compañero de aventuras.
Ram bufó, aunque en el fondo pensó —¿papas con chile? ¿Qué?—
—Compórtese, Tennyson. Y manténgase lejos de la señorita Emilia, ¿me entendió?
Ben se llevó la mano al pecho, fingiendo inocencia.
—Te lo juro, cejas rosas, soy todo un caballero.
Emilia solo negó con la cabeza, entre divertida y resignada, pero con cierto alivio. Al menos esta noche ya no tendría que preocuparse tanto.
El carruaje se balanceaba suavemente mientras avanzaba por el camino adoquinado, que poco a poco se transformaba en tierra apisonada.
El lugar que recientemente había descubierto como la capital —gracias a fragmentos de la conversación entre Emilia y la criada— ya había quedado atrás. Las murallas y tejados amontonados se habían desvanecido en la oscuridad de la noche, y ahora solo quedaban los árboles altos que bordeaban el sendero, marcando la ruta en la penumbra.
El aire allí era más limpio. Frío, con ese aroma húmedo de hierba nocturna y tierra mojada. El sonido de las ruedas sobre la tierra suelta se mezclaba con el resoplido constante de los dragones de tierra que tiraban del vehículo.
Ben estaba sentado junto a una de las ventanas, con el codo apoyado en el marco de madera y la barbilla descansando en la mano. Observaba el exterior, donde los árboles pasaban como un desfile oscuro, sus copas meciéndose suavemente con la brisa.
—Bueno… me preocupa la cantidad de similitudes entre la época medieval de la Tierra y esta Era de aquí. Bueno, podría aprovecharlo como unas vacaciones... Siempre puedo intentar regresar usando la señal del Omnitrix… o salir del planeta —pensó Ben.
El Omnitrix, quieto en su muñeca, brillaba débilmente con su luz verdosa cada vez que se movía, aunque no emitía ninguna señal de error. Todo indicaba que funcionaba correctamente, aunque hasta ahora no le había dado pistas de cómo había llegado allí.
Ben suspiró y desvió la mirada hacia la chica a la que había salvado. Parecía estar mejor. No sabía cómo, pero se había recuperado con sorprendente rapidez. ¿Sería otra especie? Aunque se veía muy humana… No parecía una buena idea intentar escanearla.
Emilia parecía tener más energía que cuando estuvo al borde de ser ejecutada. Aun así, se notaba absorta, tan metida en sus pensamientos que no advirtió la mirada de él posándose sobre ella.
Estaba perdida, la vista fija en un punto indeterminado más allá de la ventana.
Ben ladeó la cabeza, observando el ambiente con más atención.
—Creo que sería buena idea intentar iniciar una conversación. Este viaje en carruaje va para largo —pensó finalmente.
Hizo un intento por llamar su atención, pero ella no respondió.
Y es que Emilia, en efecto, tenía la mente ocupada en otra cosa.
Desde que subieron al carruaje y dejaron la ciudad atrás, no había dejado de pensar en la misma escena: ese instante en que, contra todo sentido, aquel ser de energía —que inicialmente creyó un espíritu extraño— se transformó en el chico que ahora la acompañaba.
Apenas la vio, pareció velar por su seguridad sin dudar.
—¿Cómo logró transformarse? No sentí que fuera magia… ¿Será algún tipo nuevo de especie? ¿O un semihumano extraño? No… espera, primero se convirtió en ese espíritu que parecía de fuego… y luego en una planta…
No podía dejar de preguntarse qué se ocultaba detrás de ese extraño brazalete que él llevaba. Notó que, al ayudarla a caminar, siempre estaba pendiente de él… y también que aquellas formas en las que se transformaba llevaban el mismo símbolo. ¿Acaso estaban conectados? ¿Sería algún tipo de dispositivo mágico capaz de convertirlo en diferentes seres a voluntad?
—Tal vez… —murmuró para sí— por eso quise traerlo. No fue solo gratitud… Es curiosidad.
Y esa idea la incomodaba un poco. Siempre había procurado no dejar que la curiosidad —menos aún un deseo egoísta— guiara sus decisiones, especialmente cuando estaba en juego el bienestar de otros.
Pero con Ben… había algo distinto. Algo que necesitaba comprender.
Le lanzó una mirada rápida, solo para encontrarse con la de él. Parecía aliviado.
El repentino contacto visual la sobresaltó.
—Me alegra que por fin respondieras. Pensé que te habías desmayado o algo.
Emilia parpadeó un par de veces, sorprendida al notar que lo había estado observando sin darse cuenta de su entorno. La voz de Ben la sacó de su maraña de pensamientos, y aunque al principio se sintió algo torpe, terminó esbozando una leve sonrisa.
—Lo siento… estaba… pensando —admitió, llevando una mano a su pecho, como si intentara ordenar las ideas que aún flotaban sin rumbo.
Ben sonrió con suavidad, apoyando mejor la espalda contra la pared del carruaje, sin apartar la vista de ella.
—Sí, lo noté. Parecías a punto de resolver la fórmula para dividir por cero —bromeó, alzando una ceja. —¿Y lo conseguiste sin que el mundo se rompa?
—¿Por qué se rompería el mundo por dividir entre cero?
—Eh... no importa. Y ¿qué te tenía tan concentrada?
Emilia soltó una breve risa, cansada pero genuina, y negó con la cabeza.
—Solo… pensaba en todo lo que pasó hoy. Fue un día… complicado.
—Eso lo puedo entender —asintió Ben—. Aunque para serte sincero, dudo que fuera lo que esperabas cuando saliste de tu casa esta mañana.
—No. No era lo que esperaba —confesó—. Y menos… encontrarme con alguien como tú.
Ben alzó una ceja, ladeando la cabeza.
—¿Cómo yo? ¿Qué significa eso? ¿Guapo, valiente, increíblemente sorprendente? ¿O…?
—Simplemente molesto —dijo la voz de la criada desde fuera.
Emilia rio de nuevo, llevándose una mano a los labios para disimular, aunque su mirada se suavizó al observarlo.
—No. Me refería a… alguien con tu poder. Lo que hiciste antes… no era magia. Y no se parece a nada que haya visto.
Ben mantuvo la sonrisa, pero sus ojos se entornaron ligeramente. Se lo había imaginado. Tarde o temprano iba a salir ese tema. Aun así, prefirió mantener el tono relajado.
—Bueno… —se encogió de hombros—. Digamos que soy… especial... o mejor dicho Espacial.
Emilia no desvió la mirada, solo lo miro confundida, no captando el sentido de la broma que dijo Ben
—Eres de un lugar lejano, ¿verdad?
—Algo así. No soy exactamente de por aquí. De un lugar tan lejano que probablemente no hayas escuchado
Ben se recostó un poco más contra la pared del carruaje, acomodando mejor el brazo sobre la ventana, mientras mantenía la sonrisa ladeada.
—Digamos que… si te pusieras a caminar en línea recta toda tu vida, y luego saltaras al cielo, y siguieras caminando otras mil vidas… seguirías sin llegar.
Emilia parpadeó, procesando sus palabras, y aunque su expresión mantenía serenidad, la confusión era evidente.
—Eso… suena como algo imposible.— murmuró la chica, antes de volver a tomar uno de sus pensamientos que la tenia en duda
—Quisiera saber tambien… ¿por qué me ayudaste? Era una desconocida, podrias haberme dejado, pero te tomaste la molestia de incluso darme apoyo para regresar.
Ben la miró un momento, encogiéndose de hombros con naturalidad.
—Por que es lo correcto, si puedo actuar y ayudar a alguien no lo pensare dos veces. Ademas solo estaba en el lugar equivocado en el momento justo. Y qué te digo… —sonrió—, es mi costumbre. No dejo que la gente buena termine mal cuando puedo evitarlo.
Emilia desvió la mirada, algo apenada, pero agradecida.
—Gracias.
El carruaje siguió avanzando, el sonido de las ruedas sobre la tierra y el suave resoplido de los dragones de tierra marcaban un ritmo constante. La noche se había asentado por completo, y el cielo estrellado cubría el bosque con su manto silencioso.
Ben rompió ese silencio alzando la voz con tono casual.
—Y bien… ¿qué tan lejos está nuestro destino?
Desde su asiento al frente, Ram respondió sin girarse.
—Al menos tres horas más.
Ben soltó un suspiro, echándose hacia atrás en su asiento.
—Si que son lentos… o es que estamos exageradamente lejos.
Ram no tardó en replicar, el filo en su voz inconfundible incluso a través de la cortina de cuero que separaba su puesto.
—O es que no eres muy paciente.
Ben sonrió de lado, apoyando de nuevo el codo en la ventana.
—Tienes respuesta para todo, ¿eh? De haber sabido que el viaje iba para tanto, hubiera traído mi teléfono… —se detuvo un segundo, frunciendo el ceño y llevándose una mano a la frente—. ¡Demonios!
Emilia, que había empezado a relajarse, giró la cabeza hacia él con una mezcla de sorpresa y preocupación.
—¿Qué pasa, Ben?
Ben gruñó entre dientes y se llevó las dos manos al rostro.
—Mi mochila… la olvidé. Debe haberseme caído en alguno de esos malditos callejones cuando perseguia a Felt o cuando me lancé contra esa loca. Por eso sentía que me faltaba algo colgando todo este rato. ¡Argh!
Ram soltó una risa breve y seca desde su asiento.
—Ya será botín de quien la haya encontrado. Aunque dudo que le sirva a alguien si lleva más de tus… extrañas baratijas.
Ben se pasó una mano por el cabello con resignación.
—Genial… ahí tenía cosas importantes. La insignia de plomero que me volvi a encontrar de hace 1 año, y mis snacks de larga duración, y parte de los Taydens. Qué horror.
Emilia sonrió con cierta ternura, a pesar de todo.
—Lo siento, Ben… seguro alguien la recogerá.
—Oh, no lo dudo… —repitió con resignación—. La cosa es qué harán con lo que encuentren. Si logran aunque sea replicar un mínimo circuito de ahí… no sé qué rayos podría pasar.
Ram, desde su puesto al frente, soltó un resoplido breve.
—Con suerte, nada. La mayoría de esa zona no sabría ni cómo desarmar una trampa para ratas, menos aún un objeto extranjero… aunque, quién sabe. Siempre hay idiotas que meten las manos donde no deben.
Ben bufó una risa, mirando el techo del carruaje mientras su mente hilaba ideas, y de pronto algo le hizo clic.
—Cierto… las insignias de los Plomeros emiten su propia señal —murmuró para sí, medio emocionado—. Solo tengo que…
Sin perder tiempo, empezó a juguetear con el Omnitrix, tocando con rapidez algunos de los botones ocultos en el borde del anillo exterior. El dispositivo soltó un leve zumbido, y los anillos internos giraron en sentido inverso, mostrando símbolos que Emilia jamás había visto.
La semielfa, que había estado observando todo desde su asiento con leve curiosidad, se inclinó un poco hacia él, con expresión cautelosa.
—¿Ben? ¿Qué estás haciendo…?
Entonces, una luz verde surgió repentinamente del Omnitrix, haciendo que Emilia se sobresaltara y se echara un poco hacia atrás, llevándose la mano al pecho. Del brazalete emergió una proyección de luz, una especie de mapa plano suspendido en el aire delante de ellos.
En el mapa flotante, un punto rojo parpadeaba con insistencia.
—¡Ja! Todavía me acuerdo cómo usar el rastreador —dijo Ben con una sonrisa orgullosa—. Ahí está… mi mochila. Míralo, esperándome como un cachorro extraviado.
Emilia parpadeó varias veces, completamente absorta por la imagen flotante. Nunca había visto algo así. Ningún espíritu ni artefacto mágico de su mundo emitía una proyección tan precisa ni con ese tipo de energía. No era magia. No era espíritu. Era… otra cosa.
—Eso… ¿qué… qué es? —preguntó en voz baja, incapaz de apartar los ojos del mapa flotante.
Ben desactivó la proyección con un toque, haciendo que la luz se replegara en el Omnitrix como si nunca hubiera estado allí.
—Localizador de insignias de los Plomeros —explicó, con tono casual—. Digamos que es… un sistema para no perder cosas importantes. Y como mi mochila tiene una placa de identificación galáctica, puedo localizarla cuando quiera.
Ram, que había oído todo desde su asiento al frente, dejó escapar un leve gruñido., mientras que a Emilia parecia tratar de comprenderlo, a Ben por un segundo parecio ver salir humo de los costados de su cabeza, seguro fue su imaginación.
Emilia, aún impresionada, respiró hondo y sonrió levemente.
—Cada vez entiendo menos de ti, Ben Tennyson.
—Y eso que apenas es el primer día —replicó él, recostándose otra vez en su asiento—. Cuando te cuente de mi amigo que habla en hexadecimales, ahí sí te vuelas la cabeza.
—Hexa- que?
El resto del viaje transcurrió en relativo silencio. Emilia se quedó contemplando las estrellas que se asomaban tímidamente entre las ramas, mientras Ben jugueteaba distraídamente con el Omnitrix, apagando y encendiendo su luz de forma casi mecánica. Ram, fiel a su costumbre, se mantenía seria al frente, como si nada de lo anterior hubiera ocurrido.
—¿Qué diablos…? —masculló, y luego, alzando la voz lo suficiente para que Emilia lo oyera—. No sabía que eras asquerosamente millonaria, Emilia.
Emilia, que se había acomodado mejor y ahora miraba también hacia el exterior, se sobresaltó un poco ante el comentario y luego sonrió con cierta timidez.
—Eh… no, no es mío —aclaró rápidamente, negando con la cabeza—. Es de mi patrocinador… es él quien te brindará la recompensa, no yo.
Ben arqueó una ceja, recostándose de nuevo en su asiento.
—¿Patrocinador? ¿De esos que te pagan por llevar su logo en la capa o…?
Ram soltó un bufido desde su asiento en la parte delantera.
—El señor Roswaal es mucho más que eso, extranjero. Y sería prudente que midiera sus palabras en su presencia.
Ben hizo un gesto de ‘ya, ya’ con la mano.
—Tranquila, cejas rosas, solo estoy preguntando. Solo digo… si va a pagarme, mínimo quiero saber quién es.
Emilia rio muy bajo, sacudiendo la cabeza.
—Te lo explicaré después. Solo… intenta comportarte, ¿sí? No es mala persona, pero… es un poco peculiar.
Ben alzó ambas manos en gesto de inocencia.
—Soy pura educación.
Ram soltó otro resoplido como única respuesta.
El carruaje se detuvo del todo y las puertas de la mansión se abrieron. De su interior salió una joven de cabellos azul celeste y expresión serena, de rasgos casi idénticos a Ram, aunque con una actitud visiblemente más suave.
Rem descendió las escaleras con pasos medidos y se detuvo ante Emilia.
—Señorita Emilia —saludó, inclinando levemente la cabeza—. Me alegra verla de regreso.
Luego salio Ben y estiró los brazos al salir del carruaje, soltando un gruñido de alivio al desperezarse.
—Por fin… creí que me iba a convertir en momia sentado ahí —masculló, antes de mirar de nuevo la mansión frente a él—. Y sigue viéndose ridículamente enorme.
El Omnitrix brilló un instante en su muñeca de Ben y Rem entrecerró ligeramente los ojos al mirar aquel extraño artilugio, distinta a cualquier cosa convencional. No era una amenaza, pero tampoco algo familiar.
—¿Y él? —preguntó la sirvienta con educación, aunque el matiz de cautela era evidente.
Antes de que Ben pudiera decir algo, Ram descendió del carruaje con la misma expresión de fastidio perpetuo.
—Un extranjero entrometido —anunció secamente—. Pero, por petición de la señorita Emilia, estará bajo nuestra hospitalidad… por ahora.
Ben puso los ojos en blanco.
—Eh, ¿podrías tatuarte agradecida en la frente? Solo una sugerencia.
Ram lo fulminó con la mirada, pero Rem la ignoró y se centró en su hermana.
—Entendido. Le prepararé una habitación para él —dijo sin perder la compostura, y entonces miró de nuevo a Ben—. Le agradezco que haya ayudado a la señorita Emilia.
Ben sonrió de medio lado, cruzándose de brazos.
—Bueno, no soy de los que ignoran a las damas en apuros. Ya sabes, héroe a medio tiempo, humorista a tiempo completo.
Rem ladeó la cabeza, aunque aún no terminaba de comprenderlo, percibió que al menos, en lo esencial, no parecía un sujeto malintencionado.
—Ya veo, le prepararé un lugar para descansar —dijo finalmente—. Por favor, acompáñenme.
Emilia respiró hondo, aliviada al ver que Ben siguio a la criada.
—Señorita Emilia, creo que seria mejor idea dejar de fingir, no le hara bien esforzarse tanto, mi hermana no insistio en preguntar sobre su aditivo en su costado, y según se puede ver necesita revisar la gravedad de la lesión.
—Perdón Ram.
Con eso, la pequeña comitiva se adentró por los amplios corredores de la mansión Roswaal, iluminados por lámparas de aceite y con el eco de sus pasos resonando en la inmensidad del lugar.
Ben miraba de reojo cada rincón.
—Demonios… esto es más grande de lo necesario. Seguro que hay más habitaciones vacías que gente viva aquí —murmuró.
Rem, caminando a la cabeza con su paso sereno, giró apenas el rostro hacia él, sin perder la compostura.
—La mansión cuenta con más de veinte habitaciones para invitados, además de alas reservadas para sirvientes y uso privado del señor Roswaal. Es normal en una residencia de su categoría.
Ben alzó ambas cejas.
—Claro, normal… veinte cuartos vacíos y seguro un sótano espeluznante con cosas que no deberían respirar.
Finalmente, se detuvieron frente a una gran puerta doble de madera tallada.
Rem la abrió y mostró una habitación amplia, con una cama cómoda, un armario, una pequeña mesa y una ventana que daba al patio trasero.
—Esta será su habitación durante su estancia
Ben asintió, soltando un largo suspiro mientras observaba el cuarto.
—Nada mal… pensé que me iban a tirar a un establo o algo.
—Lo consideré —respondió Rem con naturalidad, dándose media vuelta—. Descanse bien, señor Tennyson.
Y con esa última frase, se retiró, cerrando la puerta con suavidad.
Ben quedó solo.
—Bueno… eso fue raro. Al parecer, las cejas rosas vienen por lote. Aunque sean un par bastante disparejo, resulta interesante. ¿Y ahora qué hago? Supongo que mañana podría pedir asilo temporal aquí, al menos hasta encontrar una forma de regresar rápido… —murmuró, rascándose la nuca mientras caminaba hacia la cama—. Aunque primero debería buscar a Felt. Todavía me incomoda lo fácil que fue para ese chico pelirrojo llevársela después de noquearla. Digo, por más que parezca buen tipo, eso rompería como cinco leyes mínimo si lo hiciera en la Tierra.
Suspiró, dejándose caer en el colchón. Luego de un momento de silencio, se incorporó y echó un vistazo a la puerta.
—Por si acaso… —añadió en voz baja, antes de acercarse y deslizar el cerrojo con un suave clic.
No es que esperara que un psicópata con hacha apareciera a mitad de la noche… pero después de lo que había visto con Elsa, y considerando que todos en esa mansión parecían tener su propio nivel de rareza, más valía prevenir.
Se dejó caer pesadamente sobre la cama, con los brazos extendidos y los ojos clavados en el techo de madera tallada.
—Definitivamente no es el peor lugar donde he dormido —refunfuñó, recordando esa vez en el Nido de los Necrofriggianos… brrr—. Al menos aquí no hay bichos de hielo.
El Omnitrix parpadeó suavemente en su muñeca, y Ben dejó que el silencio se asentara por unos minutos. Afuera, el ulular de un búho lejano y el ocasional roce de las ramas contra los ventanales eran los únicos sonidos.
Pero a pesar del cansancio, su mente no dejaba de dar vueltas.
Ben soltó un resoplido, cerrando los ojos, aunque sabía que no dormiría enseguida.
—Lo peor es que estoy seguro de que esta mansión guarda más secretos de los que aparenta… y seguro uno de esos me va a venir a morder el trasero antes de que amanezca.
Giró sobre la cama, clavando la mirada en la puerta.
—Si alguien intenta entrar… —murmuró, y activó una pequeña pantalla holográfica desde el Omnitrix, colocando una alerta de proximidad baja para la habitación.
El dispositivo emitió un leve bip de confirmación.
—Ahí está… sistema de seguridad medieval-edición espacial activado.
Ben dejó escapar una risa corta y cerró los ojos al fin.
Una corriente fría se colaba por las rendijas de la ventana mientras la tenue luz lunar dibujaba formas inciertas sobre el suelo de madera. Ben abrió los ojos lentamente, sin saber exactamente por qué se había despertado.
Se incorporó con cuidado, sus pies descalzos tocando el suelo frío, y caminó hacia la puerta. Quitó el pestillo con un leve clic, echando un vistazo al pasillo apenas iluminado por la luz de unas velas lejanas. El aire olía a cera derretida y madera antigua.
Camino un poco, pero tras unos minutos notó que el camino se repetia ya que seguia viendo las mismas imperfecciones y el mismo cuadro.
Con pasos lentos, casi arrastrados, comenzó a recorrer el corredor.
Probó abrir la primera puerta a su derecha. Cerrada. La segunda, del lado opuesto, tampoco cedió.
La tercera puerta se abrió con un leve chirrido, revelando una habitación completamente a oscuras. No había ventanas, ni una fuente de luz visible. Solo un vacío negro y denso que parecía observarlo de vuelta, salvo por una pequeña figura en el suelo, era amarillento, menos de 30cm pero parecia temblar antes de girarse hacia donde estoy. Cerró la puerta sin decir palabra.
—Que demonios... muy de pelicula de terror.
Siguió caminando.
La cuarta puerta se abrió con suavidad. El interior, en contraste con la anterior, estaba iluminado por una lámpara colocada justo encima de una simple silla de madera, colocada en medio del cuarto. Sobre ella, un muñeco de trapo, viejo, con botones por ojos, lo observaba fijamente.
Parpadeó.
El muñeco ya no estaba.
Ben se quedó inmóvil unos segundos. Luego retrocedió lentamente, cerrando la puerta con firmeza, asegurándose de escuchar el clic del picaporte.
—Vale… eso sí fue raro —murmuró.
Redirigio su andar hasta llegar a la siguiente puerta.
La abrió.
Sentada en el centro de la habitación había una niña pequeña. Su cabello largo caía como una cascada translúcida, de un tono blanco platino que parecía brillar bajo la tenue luz. Tenía los ojos de un azul oscuro, profundos y quietos, y unas pestañas largas.
—Hola —dijo con suavidad, sin moverse.
Antes de que Ben pudiera siquiera articular una palabra, la puerta se cerró de golpe entre él y la chica.
—¡Espera! —intentó abrirla de nuevo, pero esta vez no se movía. Cerrada. Como si nunca hubiera estado abierta.
Aun más extrañado que antes se alejó lentamente y llegó a la última puerta del pasillo.
Dudó por un momento… y luego la empujó.
La habitación se abrió revelando a una chica de cabello dorado, brillante como el sol, vestida con un llamativo atuendo rosa. Su estilo era tan peculiar como llamativo, especialmente por las coletas largas y rizadas que caían a los costados de su cabeza.
Ben no pudo evitar pensar, con una chispa de confusión:
"¿Son… taladros?"
La chica también lo miró, con sorpresa contenida. Ninguno de los dos dijo nada.
—....
—....
Notes:
Un juego de puertas extraño, hay 2 cosas ocultas que se mencionaron allí, ¿qué será?
Chapter 4: Una Biblioteca y su residente
Notes:
A pesar de saber usar HTML el sitio me deformo algo bastante lo que escribí, espero que les guste el capítulo
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Apenas se vieron, la chica cambió rápidamente su sorpresa por una mirada de aburrimiento calculado, como si abrir la puerta de esa habitación no fuera más inesperado que el zumbido de una mosca.
—Un intruso en la biblioteca de Betty a esta hora… en verdad, qué molestia tan innecesaria, supongo —dijo la pequeña figura, sin moverse un ápice desde su lugar, un libro cerrado en el regazo.
Ben parpadeó, pensando para sí:
"¿En serio cree que no noté su sorpresa? Sigámosle el juego a ver a dónde lleva esto."
—Uh… hola. No esperaba encontrar una biblioteca personal en esta mansión —dijo, lanzando una mirada rápida al mar de estanterías—. ¿Tú vives aquí o algo?
—Eso es correcto —respondió ella, cerrando su libro con un clac suave—. Esta es mi biblioteca, que también cumple como dormitorio… y otros propósitos que no necesitas conocer, supongo.
Ben ladeó la cabeza con una sonrisa ladina.
—Vaya, multifuncional. ¿También sirve de cocina o sala de tortura?
Beatrice lo miró con desdén absoluto, sus cejas finas fruncidas con la precisión de quien ha perfeccionado el arte del juicio silencioso.
—Si viniste buscando humor, podrías haber tomado una silla. Así al menos parecería que planeas quedarte sentado… y en silencio, en verdad.
—Touché —murmuró Ben, alzando las manos con media sonrisa.
Cerró parcialmente la puerta, pero no del todo. Algo en esa pequeña figura —tan fuera de lugar como todo lo demás en ese mundo— le despertaba un vago interés. No el tipo de interés típico, sino ese que sentía cuando encontraba tecnología alienígena camuflada como tostadora.
Beatrice, por su parte, notó su persistencia. Sus ojos, intensos y brillantes, lo estudiaban con una calma que no encajaba con su apariencia infantil.
—¿Y bien? —preguntó, sin molestarse en disimular el tedio—. ¿Acaso te perdiste, viajero? ¿O estás buscando una excusa para entrometerte donde no te llaman?
Ben sonrió, sin moverse aún.
—Un poco de ambas. Digo, si de verdad no querías visitas, podrías haberle puesto un letrero a la puerta que dijera: “Pequeña biblioteca con sarcasmo agresivo adentro”. Habría funcionado. Y bueno… tu pequeño truco de afuera fue bastante interesante. Inquietante también. ¿De dónde sacaste a la chica para la escena de la puerta?
Beatrice alzó una ceja con marcada lentitud.
—¿Qué chica? —repitió, como si pronunciara las palabras solo por cortesía. Pero el sutil cambio en su tono —la pérdida momentánea de desdén— sugería que había escuchado con más atención de la que mostraba.
Ben frunció el ceño, más serio.
—Cuando toqué la puerta, no se abrió de inmediato. Primero apareció una chica de cabello blanco. Abrió apenas, me miró con una expresión vacía y luego cerró. Después llegué a tu puerta.
Beatrice no respondió al instante. Sus ojos se entornaron, no por fastidio, sino como si sus pensamientos giraran más rápido de lo que deseaba mostrar.
—A estas horas no hay nadie más que yo —dijo finalmente, en voz plana, casi como si repitiera una frase aprendida—. Si viste algo, quizás fue una ilusión de tu torpe imaginación, supongo.
Ben cruzó los brazos.
—¿Ilusión? No parecía mágica. No me sentí raro ni mareado, y créeme, tengo experiencia con ilusiones. Esa chica parecía... real.
Beatrice apretó el lomo del libro aún cerrado. No lo miraba, pero tampoco miraba a ningún lado. Solo al vacío.
—Si hubiese algún intruso en la mansión, seguramente esas criadas se habrían encargado o lo habrían notado al instante, supongo.
Ben ladeó la cabeza con una media sonrisa, persistente como siempre.
—Bueno, te creo. Así que, "Betty", ya que estoy aquí, ¿qué tal si charlamos un poco? ¿Algún ritual raro que deba conocer? ¿Qué come la gente por aquí? Ya sabes, preguntas básicas para no morir en mi primera semana.
Beatrice entrecerró los ojos al oír cómo él usaba su apodo sin permiso. Ese “Betty” resonó como una nota discordante en la sinfonía cuidadosamente ensayada de su desprecio.
—No te he dado permiso de llamarme así, en verdad… —replicó con frialdad—. Es Beatrice. Un gran espíritu, supongo. Solo ciertos individuos muy específicos tienen derecho a usar ese apodo, y tú no estás entre ellos, humano entrometido. Deberías mostrar el respeto adecuado.
Ben alzó las manos como si se rindiera.
—Vale, vale. Beatrice. Con respeto. ¿Contenta? Solo intentaba tantear las aguas
La biblioteca permaneció en silencio por un segundo, salvo por el crujir apenas audible del cuero del libro entre sus dedos. Luego, ella habló sin alzar la vista.
—Si quieres “tantear las aguas”, te sugeriría no molestar a las criadas ni husmear más de la cuenta. No todos en esta mansión son tan indulgentes. Incluso yo estoy haciendo una excepción contigo, supongo.
Ben sonrió de lado.
—¿Indulgente? ¿Así le llamas a lanzar miradas de “desearía poder desmaterializarte con solo parpadear”?
Beatrice no respondió. Aunque la falta de réplica fue casi una aceptación. O una advertencia.
—Y sobre lo que se come… lo que se sirva. Pan, sopas, carne. Lo usual. Aunque si tienes alguna dieta especial, supongo que te morirás pronto. Nadie tiene tiempo para caprichos de forasteros en medio de sus tragedias personales, en verdad.
Ben levantó una ceja ante esa última frase, notando un dejo de... ¿amargura? No era fácil leerla, pero su forma de decirlo sonaba demasiado afilada para ser simple sarcasmo.
Pero no presionó.
—Por cierto —añadió, con tono más relajado—, me llamo Ben Tennyson. Pero puedes llamarme Ben, nada más. Olvidé presentarme.
Beatrice no cambió de expresión, pero sus ojos se movieron hacia él de forma breve. Como quien confirma un dato que ya tenía archivado.
—Ya lo sabía. La semielfa vino a pedirme un favor respecto a cierto problema... y me habló de ti —dijo, con un tono que no dejaba claro si eso era un halago o una advertencia—. Como alguien que puede transformarse en dos criaturas... sin magia de por medio. Eso, al menos, despertó una leve curiosidad.
Ben ladeó la cabeza.
—¿Leve curiosidad? ¿Eso es lo más cerca que llegas a decir “wow, eso suena increíble”?
Beatrice hizo un sonido apenas audible, entre un resoplido y un suspiro frustrado.
—Que algo sea interesante no significa que deba sobrevalorarse con expresiones ridículas. Y si de verdad puedes hacer eso… no explica que sea sin magia.
—¿Quieres ver una transformación?
Beatrice parpadeó, y por un instante, su compostura se vio ligeramente interrumpida. No era sorpresa, sino algo más difícil de precisar: una mezcla entre recelo y genuina evaluación. Como si la propuesta hubiera cruzado una línea invisible entre lo absurdo y lo potencialmente relevante.
—¿Mostrarlo… aquí? —preguntó con un deje de incredulidad disimulada—. Dentro de mi biblioteca, rodeado de grimorios, textos raros y muebles con más años que tú… En verdad, no tienes sentido de lugar, supongo.
Ben sonrió con esa confianza despreocupada que parecía formar parte de su ADN.
—No haré un desastre, lo prometo. Puedo escoger algo pequeño. Algo que no cause incendios, ni grite, ni atraviese paredes.
Beatrice se cruzó de brazos lentamente mientras su ceño se fruncía solo un poco.
—Tendrás que disculparme si no confío de inmediato en alguien que afirma poder transformarse en cosas que “potencialmente no gritan” —murmuró—. El margen de error que manejas es más amplio que el ego de Roswaal, supongo.
Ben se encogió de hombros.
—He aprendido a ser selectivo. Al menos cuando estoy en bibliotecas que podrían lanzarme rayos si respiro demasiado fuerte.
—Eso suena más a instinto de supervivencia que a verdadera sabiduría, supongo —dijo Beatrice, sin apartar la vista de él—. Aun así, me intriga cuántas… “cosas” puedes invocar desde ese artefacto. ¿Cinco? ¿Diez?
Ben sonrió y levantó el brazo, mostrando el Omnitrix. El núcleo verde emitía un suave resplandor.
—Más de las que puedo contar con los dedos. Incluso con los dedos de formas que tienen más dedos que los humanos.
Antes de que Beatrice pudiera responder, Ben giró rápidamente el dial y presionó el botón. Un destello verde iluminó la estancia, obligándola a entrecerrar los ojos.
Cuando la luz se desvaneció, en su lugar había una figura pequeña, de cuerpo liso y uniforme, con un traje dividido en tonos verdes, blancos y negros.
—¡Ditto! —declaró la criatura con voz chillona y entusiasta.
Beatrice lo observó con una mezcla de incredulidad y juicio calculado.
—...Ditto —repitió lentamente, ladeando apenas la cabeza—. Qué nombre tan… ridículo, en verdad.
El pequeño alien levantó los brazos con energía. De pronto, con un pop seco, se duplicó. Luego otro. Y otro más. En cuestión de segundos, la alfombra de la biblioteca estaba ocupada por cinco pequeños seres idénticos, todos mirándola con la misma expresión neutral.
Beatrice frunció el ceño, bajándose de la silla. Dejó su libro sobre el cojín y se acercó unos pasos, observando con atención la criatura más cercana.
—¿Multiplicación corporal…? ¿Como magia de clonación? —murmuró—. No me creo que exista algo que se duplique así, sin coste, sin núcleo, sin maná…
—Es porque no soy de este mundo, Betty —respondió uno de los Ditto.
—Te dije que no me llam—... Espera. ¿Cómo que no eres de este mundo? Eso es ridículo… A menos que afirmes venir de más allá de la Gran Cascada.
—Lo mismo dijo Emilia —respondió Ben con una risita—. Pero no sé… quizás los conceptos solo no coincidan. Tal vez su mundo solo es tan peculiar como para tener cascadas por todos lados.
—En todas las direcciones —corrigió Beatrice sin dudar.
—¿Qué?
—Que si caminas más allá de los límites de este mundo —dijo, entrecerrando los ojos— verás una parte de la Gran Cascada. No importa hacia dónde vayas.
Hubo una pausa breve.
—Oh… ya veo… —Ditto parpadeó—. Espera. ¿Tu mundo es plano?
Beatrice cruzó los brazos con gesto paciente, como si ya hubiese tenido esta conversación con algún otro idiota antes.
—"Plano" es una forma limitada de comprenderlo. Es un mundo con extremos físicos definidos. Más allá de los reinos conocidos, se encuentra la Gran Cascada. Y más allá de eso… nada. O algo peor que nada.
Uno de los Dittos alzó la mano como si estuviera en clase.
—Eso no tiene sentido. ¿Cómo saben cuándo pasa un día? ¿O por qué exactamente dura 24 horas, igual que en mi mundo? ¿Cómo funciona su gravedad, o el sol y la luna? ¿Saben siquiera si están en un planeta?
Beatrice parpadeó con lentitud. Su ceño se frunció, más por desconcierto que por molestia.
—...¿Gravedad? ¿Planeta? —repitió, como si le estuvieran hablando en un dialecto que solo usaban los tontos.
—Sí —intervino el Ditto original, dando un par de saltitos sobre sus pies—. ¿No sabes si este lugar es un planeta? Ya sabes, una esfera flotando en el espacio, girando alrededor de una estrella gigante, mientras la luna da vueltas...
Beatrice entrecerró los ojos, como si acabara de escuchar una teoría particularmente hereje.
—Qué sarta de tonterías estás diciendo, supongo… Nadie "flota" en el vacío alrededor de bolas de fuego. El mundo es como es. Tiene suelo, cielo, estaciones, y un flujo de maná que lo atraviesa todo. El sol y la luna cumplen sus ciclos, porque así se les ordenó desde el principio.
Ben, aún en forma de Ditto, se cruzó de brazos con expresión perpleja.
—¿Entonces no tienen idea de cómo funciona el mundo físicamente? ¿Solo aceptan que "es así"?
—Aceptar lo que no puedes cambiar es parte de la sabiduría, mocoso —replicó Beatrice con una mirada afilada—. Y no confundas tu ignorancia disfrazada de curiosidad con verdadera comprensión. Si buscas que este mundo funcione con las reglas de otro… estás más perdido de lo que pareces.
Uno de los otros Dittos susurró:
—Creo que acabamos de insultar la cosmología mágica sin querer...
Beatrice se volvió hacia él con una mirada glacial, y el Ditto inmediatamente dio un saltito hacia atrás.
—Tsk. Al menos tienen instinto de preservación, supongo.
El Ditto principal se rascó la cabeza con su mano regordeta.
—Bueno… tampoco es como si el mío tenga mucho sentido. Solo que suena más... comprobable. Con telescopios y todo eso...
Beatrice soltó un bufido, volviendo a cruzar los brazos.
—Tal vez, pero... ¿no te da curiosidad? Podría contarte lo que sé. Y si te interesa, podrías contarme tú también. Intercambio de conocimientos. Expando horizontes... como lo llamaría Rook: “intercambio cultural”. Yo explico mi mundo, tú el tuyo. Preguntas, respuestas… suena útil, ¿no?
Beatrice lo observó por varios segundos. El silencio que siguió fue denso, casi tenso, como si evaluara la oferta no por lo que era, sino por lo que podía implicar.
—Tch… Qué molesto, supongo —murmuró, dándose media vuelta con un giro brusco del vestido.
Parecía rechazarlo… hasta que habló de nuevo, caminando hacia un pequeño escritorio.
—Cinco preguntas cada uno. Ni una más. No me interesa la charla interminable ni perder mi tiempo con fábulas espaciales, en verdad. Pero si insistes, al menos que tenga estructura.
Ben parpadeó —o al menos eso parecía, dado su rostro simplificado— y luego asintió, entusiasmado.
—Por supuesto que no. Esta fue tu idea, así que yo pregunto primero —replicó con tono seco—. Primera pregunta: si no usas maná ni espíritus, ¿cómo exactamente funciona tu transformación?
Ben se acomodó, alzando su pequeño brazo con el Omnitrix visible.
—Eh… respuesta resumida: una de las mayores mentes en cinco galaxias, Azmuth, creó su mejor invención: el Omnitrix. —Golpeó suavemente el núcleo verde con un dedo—. Su propósito es escanear el ADN de especies alienígenas para preservarlas y fomentar el entendimiento entre civilizaciones.
Beatrice lo miró de reojo con una ceja apenas levantada.
—Y pensar que me preocupaba que fueras incapaz de hablar —murmuró mientras comenzaba a anotar con la pluma sin detenerse—. Aunque ya veo que hablas… demasiado.
Ben soltó una risita.
—Hey, no dije que fuera modesto. ¿Ahora me toca?
—Te concedo el turno, supongo. Pero si es una pregunta estúpida, me saltaré la tuya y haré dos seguidas.
—Vaya trato. Bueno… —Ditto juntó los dedos con gesto pensativo— ¿Qué tan común es que alguien tenga un contrato espiritual como tú?
Beatrice dejó de escribir un momento, como si evaluara cuánta paciencia le quedaba.
—No es común. La mayoría de los espíritus menores no establecen contratos duraderos, y los grandes espíritus somos aún más selectivos. En el caso de los humanos, apenas unos pocos por generación podrían sostener uno. Se requiere compatibilidad, equilibrio… y algo más que no pienso explicarte, supongo.
—Misteriosa como siempre Betty —bromeó Ben.
—Segunda pregunta —interrumpió Beatrice, ignorando el apodo mientras alzaba la pluma—. ¿Cuántas formas distintas puedes adoptar con ese dispositivo?
Ben sonrió con una mezcla de orgullo y picardía.
—Mejor que te lo diga el propio reloj. Hey, Omnitrix, ¿cuántas muestras tienes actualmente?
Una luz verde parpadeó en el núcleo del dispositivo, y una voz robótica, neutra pero clara, respondió:
—Número de muestras almacenadas: 1 millón, 912.
Beatrice parpadeó. Su expresión habitual, tan cuidadosamente construida entre hastío y desdén, se quebró por un segundo. Sus ojos se abrieron más de lo normal, y el pergamino bajo su pluma quedó olvidado.
—Eso no puede ser… —musitó—. ¿Tantos seres distintos? ¿Realmente llevas en ese objeto la información de más de un millón de especies? No… —frunció el ceño, como obligándose a recuperar la compostura—. No me estarás mintiendo, ¿verdad?
Ben se encogió de hombros con tranquilidad.
—¿Mentir? Después de convertirme en un alien saltarín y clonarme cinco veces frente a ti… sería un pésimo momento para inventar cifras, ¿no crees?
Beatrice no respondió, pero su silencio fue elocuente. Sus ojos seguían fijos en el Omnitrix, como si estuviera intentando comprender algo imposible de encajar en los esquemas del mundo que conocía.
Ben bajó el brazo con una media sonrisa.
—Te lo puedo demostrar después, si quieres. El Omnitrix tiene una función de escaneo. Puedo intentar usarla más tarde, y mostrarte cómo analiza nuevas especies. Tal vez hasta encuentre algo interesante por aquí.
Beatrice entrecerró los ojos, aún procesando la cantidad que acababa de escuchar, pero asintió con un leve movimiento de cabeza. No parecía convencida, pero sí lo bastante intrigada como para permitirle seguir.
—Bien —dijo Ben, bajando el brazo—. Mi turno de preguntar: ¿los espíritus pueden decidir su forma? ¿O solo se quedan con una?
Beatrice apoyó la pluma contra su mentón por un segundo.
—Depende mucho del espíritu. Los grandes espíritus —como yo— tendemos a mantener una sola forma, en parte por estabilidad, en parte por orgullo, supongo. Pero hay casos… excepciones, donde se pueden transformar si las condiciones lo permiten o si el contrato lo requiere.
—Sirve —respondió Ben, satisfecho—. Ahora tu turno.
Beatrice no dudó.
—¿Qué te trajo a nuestro mundo?
Ben hizo una mueca pensativa.
—Buena pregunta. La verdad, ni yo lo sé con certeza. Si me baso en mi historial, probablemente vine para ayudar a alguien o, conociendo mi suerte, salvar el mundo de algo catastrófico. Pero por voluntad propia no fue. Así que mientras tanto… planeo aprovechar mi estadía para tomar unas pequeñas vacaciones.
Beatrice bufó con incredulidad.
—Vacaciones en Lugunica… qué concepto más delirante.
—Eh, si no me están disparando rayos láser o lanzando tanques por la cabeza, yo lo llamo descanso.
Beatrice pasó por alto el comentario y levantó la pluma de nuevo.
—Tu turno.
—¿Hay alguna organización malvada que deba tener en cuenta? No quiero toparme con los Caballeros Eternos del Caos o algo así sin estar preparado.
Beatrice detuvo la pluma a medio trazo y lo miró con gravedad.
—El Culto de la Bruja.
Solo esas palabras bastaron para cambiar el tono de la conversación.
—Son un grupo de adoradores fanáticos que rinden culto a las Brujas del Pecado. Actúan en las sombras, provocando tragedias, caos y muerte. Algunos son tan devotos que harían cualquier cosa… y cuando digo "cualquier cosa", lo digo en serio. Evítalos. Si te topas con ellos… —hizo una pausa, bajando la mirada por un instante—. Lo entenderás demasiado tarde.
Ben asintió, la sonrisa habitual desaparecida por un segundo.
—Anotado. Nada de cultos sombríos con nombres crípticos. Entendido.
—Tu turno otra vez —dijo Beatrice, recuperando su tono.
—Claro. ¿Quieres que sea una pregunta tonta o algo profundo?
Beatrice lo miró como si ya supiera la respuesta, y la desaprobara.
—Teniendo en cuenta tus estándares hasta ahora… no albergues muchas esperanzas, supongo. Pero adelante.
Ben, aún en su forma de Ditto, alzó un dedo con teatralidad.
—Entonces ahí va. ¿Quieres... no .. considerarias ser mi amiga?
Beatrice se quedó en silencio.
No porque no tuviera una respuesta. Sino porque la pregunta en sí fue tan absurda… tan repentinamente directa… tan fuera del guion cuidadosamente armado de sarcasmo e indiferencia que manejaban ambos… que su mente tardó más de lo habitual en procesarla.
—¿Qué… dijiste? —preguntó finalmente, con un tono plano. Pero no frío. No molesto. Solo… neutral. Cauteloso.
Ben, en forma de Ditto, bajó el brazo con una sonrisa pequeña, menos burlona, más honesta.
—Lo dije en serio. No es una trampa ni un truco raro. Solo pensé… sería genial tener una amiga como tú. Aunque me hables como si cada palabra mía te costara tres años de vida.
Beatrice lo miró durante varios segundos sin decir nada. En otra situación, habría lanzado una réplica cortante, una burla elegante o una evasiva. Pero esta vez, no lo hizo.
Finalmente, se giró hacia su pergamino.
—Qué petición más infantil… —murmuró.
Hizo un trazo más, dejando un punto final en la última línea que había escrito. Luego, sin mirarlo directamente, habló en voz baja:
—No le ofrezco amistad a cualquiera, supongo. Y no tengo razones para ofrecértela a ti… al menos no todavía.
El Ditto asintió con una sonrisa que no necesitaba respuesta afirmativa.
—Eso suena a un “todavía es posible”. Me sirve.
Beatrice lo miró de reojo, pero no respondió. En su lugar, formuló su siguiente pregunta, la quinta y última del trato:
—¿Puedes quitarte ese Omnitrix?
Ben bajó la mirada hacia su muñeca.
—A diferencia del inicio, sí, puedo. Pero si alguien trata de sacarlo a la fuerza… bueno, digamos que lo pasaría mal. Muy mal.
—Así que tiene métodos de seguridad incorporados… —anotó Beatrice, murmurando para sí con un deje de genuino interés—. Inteligente. Supongo que tu creador no era un completo idiota.
—Claro. Es para evitar que algún loco lo use para… ya sabes, reformar el planeta o destruir civilizaciones. Lo básico.
Beatrice no lo contradijo, lo cual era casi una señal de aprobación.
Ben se cruzó de brazos, ya más cómodo con la dinámica.
—Bien, mi quinta pregunta. Y prometo que es la última… —se inclinó un poco hacia ella— ¿Por qué estás tan sola aquí en esta biblioteca?
Beatrice pareció haberse congelado por un instante. Su rostro, que solía mantenerse en una máscara de fastidio o indiferencia, se tensó sutilmente. Su mano apretó el borde del pergamino.
La tensión en el aire se volvió densa.
—Hey… em… si te molesta puedes no responderla —dijo Ben, dando un paso atrás, más serio ahora—. No te sientas forzada. Y si fue ofensiva… lo lamento.
Beatrice bajó lentamente la mirada, dejando la pluma sobre la mesa con gesto controlado.
—Queda invalidada —dijo al fin, en un tono que intentaba ser neutral pero tenía una rigidez clara en sus bordes—. Hm.
Ben asintió, sin insistir.
—Está bien. No hay problema.
—Entonces, ya que invalidaste tu quinta pregunta —dijo Beatrice alzando una ceja, recuperando parte de su actitud habitual—. Yo haré una última.
—¿No que eran cinco? —sonrió Ben, aunque sin mucho empuje.
—Has roto la estructura, así que ahora hay espacio para un ajuste. Así funcionan los contratos, ¿no es así?
Ben levantó ambas manos como si se rindiera con una sonrisa tranquila.
—Tienes razón. Dispara.
Beatrice lo observó fijamente, como si evaluara si aún valía la pena la pregunta.
—¿Desde cuándo usas ese reloj?
El Ditto se encogió de hombros, su expresión suavizada por la sinceridad.
—Desde que tenía diez años. Fue un accidente… cayó del cielo, literalmente. Lo usé para salvar gente, meterme en problemas, enfrentar villanos… y crecer. He pasado por muchas cosas con este reloj.
Beatrice bajó la mirada un momento, como si sopesara esa respuesta con el resto de lo que había aprendido.
—Ya veo… es suficiente. Puedes retirarte, supongo.
Ben no se movió de inmediato. En cambio, sonrió con suavidad y dijo:
—Gracias, Beatrice.
Ella entrecerró los ojos, confundida.
—¿Por qué gracias?
—Por no atacarme al entrar… y por ser buena compañía para hablar.
Beatrice lo miró unos segundos en silencio. Su expresión osciló entre el escepticismo y algo más tenue, más difícil de clasificar. Luego desvió la mirada, cerrando su pergamino con un gesto pausado y deliberado.
—Supongo que tener un intruso que no intenta robar libros antiguos ni reordenar los libros por colores o querer excederse de confianza no es lo peor que me ha pasado, en verdad.
Ben sonrió con una chispa divertida en los ojos.
—Lo tomaré como un “vuelve cuando quieras”.
—No exageres —replicó ella, aunque con menos filo que de costumbre—. Pero si te pierdes otra vez… es preferible que termines aquí y no arruinando la cocina, supongo.
—Tomo nota —dijo Ben, levantando la mano a modo de despedida informal—. Hasta luego, Beatrice.
—Hasta luego… y procura que tu siguiente transformación no implique fuego… ni baba, en verdad.
Ben soltó una carcajada mientras se alejaba por el pasillo, dejando atrás la biblioteca… y a una Beatrice que, aunque jamás lo admitiría en voz alta, ya tenía su pluma lista para registrar cada fragmento de lo que acababa de descubrir.
Mientras caminaba por los corredores silenciosos, Ben seguía en su forma de Ditto. No porque no supiera cómo volver, sino porque simplemente… se le olvidó y tambien notó que interior no estaba tan oscuro, aunque no diferenciaba por las cortinas, le parece raro que todavia esten cerradas.
“Ah… cierto. Sigo así.”
Justo cuando doblaba una esquina, escuchó pasos apresurados. Luego una exclamación:
—¡Ben!
Se giró de inmediato, y allí estaba Emilia, con expresión de sorpresa. Llevaba una capa ligera sobre su vestido de dormir, claramente salida a toda prisa.
—No sabía que podías transformarte en algo tan adorable —dijo, con una sonrisa cálida, aunque todavía algo agitada.
Ben se detuvo en seco, pestañeó con su carita de Ditto y levantó los brazos en un gesto automático de saludo.
—Uh… hola.
Emilia se acercó al trote, con el alboroto de su capa ligera ondeando a su paso. Iba vestida con ropa de día, aunque sencilla, y su expresión era una mezcla de alivio y leve fastidio.
—¡Ahí estabas! —exclamó—. Te hemos estado buscando. ¿Estás bien?
Ben parpadeó.
—¿Buscándome?
Emilia asintió, respirando más calmada.
—Rem fue a tu habitación al amanecer para despertarte. Se suponía que íbamos a reunirnos en el desayuno dentro de una hora… y nadie sabía dónde estabas.
—Oh… —Ben bajó un poco la cabeza, con voz más suave—. Lo siento. Me desperté antes de que saliera el sol y empecé a explorar. Encontré una puerta extraña… y bueno, terminé metiéndome donde no debía.
—¿La biblioteca? —preguntó Emilia, con una mezcla de resignación y curiosidad.
Ben asintió, haciendo que sus pequeñas antenas se sacudieran levemente.
—Sí. Conocí a Beatrice. Fue… interesante. No me lanzó por la ventana, así que lo consideraré una victoria.
Emilia suspiró, aliviada, aunque aún le quedaba algo de la tensión que traía consigo.
—Entonces estás bien… eso es lo importante. Aunque la próxima vez, deja una nota o avísale a alguien. Ram ya estaba convencida de que te habías escapado o peor.
Sus ojos se suavizaron al observar su forma actual.
—¿Vas a quedarte así por un rato más? No voy a mentir… esta versión tuya es adorable.
Ben levantó una mano como si estuviera sopesando la idea con solemnidad.
—Hmm… tentador… pero me temo que mi reputación peligra si me encariño demasiado con esto.
Con un destello verde, el Ditto desapareció, dejando en su lugar al Ben original, ya vestido con su ropa habitual. El Omnitrix brillaba tenuemente sobre su muñeca mientras él sonreía con su típico aire despreocupado.
—Pero gracias por venir a buscarme.
Mientras tanto, en otro lado…
—Me pregunto, que cambiarias en el mundo con tu presencia.
Notes:
Psdata: Si no se siente tan natural los diálogos aceptaría algunas recomendaciones
Chapter Text
—Ah, cierto… ¿qué es eso de una reunión?
Emilia parpadeó, como si de pronto recordara el motivo por el que había ido a buscarlo.
—Ah, cierto. —Se llevó una mano al pecho, algo avergonzada—. El señor Roswaal pidió que vinieras lo antes posible. Dijo que quería conocer personalmente al invitado que… bueno, que me salvó.
Ben arqueó una ceja, entre curioso y divertido.
—¿"Invitado"? Podría acostumbrarme a eso.
—No es solo cortesía —replicó Emilia con una leve sonrisa—. Está realmente agradecido… y un poco intrigado, creo.
—Intrigado, agradecido… o planeando algo raro. —Ben se encogió de hombros—. Bueno, supongo que lo descubrire pronto.
Al llegar a la hora acordada —después de que Ben comprobara que el mundo “medieval” en el que se encontraba tenía sus puntos malos, en especial el baño y su sistema de agua—, Emilia lo guió hasta el salón donde lo esperaba el anfitrión.
Un hombre de vestimenta extravagante, sonrisa ladeada y mirada enigmatica lo observaba como si ya llevara un buen rato formándose una opinión sobre él.
—No sabía que Zoomboso tenía un primo… aunque este sí parece el que busca niños —murmuró Ben en voz baja, apenas audible, al ver el conjunto.
—Ooh… así que este es el famoso salvador de la señorita Emilia~ —entonó Roswaal, alargando las sílabas con un tono musical—. Un placer conocerte, Ben Tennyson. Soy Roswaal L. Mathers, señor de esta mansión.
Ben arqueó una ceja y se dejó caer en la silla frente a él.
—Supongo que Emilia te contó bastante… y quizá no encaje del todo con la imagen que te hizo.
—Hmm… no exactamente —respondió Roswaal, apoyando los codos sobre la mesa y entrelazando los dedos—. Digamos que esperaba a alguien distinto. Pero me gusta sorprenderme~.
Ben no replicó; se limitó a observarlo, intentando medir cuánto de esa sonrisa era cortesía y cuánto cálculo.
—Verás, joven Ben… —prosiguió Roswaal—. El reino atraviesa un momento particular: la corona está vacante y varios candidatos aspiran a ocuparla. Y cuando aparece alguien nuevo, con habilidades poco comunes, costumbres extrañas y una forma de hablar que no es de aquí… bueno, es inevitable querer conocerlo cuanto antes.
—Así que sospechas de mí… ¿y qué pasará ahora? —preguntó Ben con un deje irónico—. ¿Intentarás eliminarme porque soy una variable nueva?
—… Hohoho~ No, no, joven Ben. Esta situación es de conocimiento público. Lo único que me llama la atención es que, por su apariencia, parece nuevo en Lugunica… y, aun así, se haya relacionado tan rápido con alguien como la señorita Emilia.
—Oh… ¿y Emilia ocupa algún puesto importante? ¿Es funcionaria de algún lado? —dijo, lanzando una rápida mirada a la joven, que parecía algo incómoda—. Aunque… —pensó para sí— es más imprudente meterse en un lugar que ya de por sí despierta sospechas.
—Ben, verás… yo soy una de las candidatas al trono del reino de Lugunica —intervino Emilia, respondiendo antes que Roswaal—, y, como podrás imaginar, el marqués me apoya. ¿Recuerdas la insignia que me ayudaste a recuperar? Es un requisito para ser elegible y, con ella, participo en la selección para decidir si soy digna de reinar.
—… Ya me suponía que algo tenía que pasar. Siempre termino envuelto en algo así… primero dos bandos, rojo y azul, y ahora en medio de tensión política… —hizo una pausa y la miró con incredulidad—. Espera… ¿dejaste que te robaran algo tan importante? ¡Y lo peor es que casi te rebanan!
—Ah… —desvió la mirada, visiblemente avergonzada.
—Si no puedes proteger algo así, supongo que no tendrás apoyo de nadie.
—Tu suposición no está del todo equivocada… pero es peor —intervino Roswaal con una media sonrisa—. Si no puede proteger una simple insignia, mucho menos podrá proteger un reino. En ese caso, quedaría automáticamente fuera de la candidatura.
—Supongo que… de nada por ayudarte, Emilia —dijo Ben—. Parece que ayer no fue tu día: apenas la pierdes y, horas después, ya hay gente que quiere eliminarte.
—Sí… muchas gracias de nuevo, Ben —respondió Emilia con una pequeña sonrisa—. Aunque sigo con curiosidad sobre qué más puedes hacer…
—Lamento interrumpir, señorita Emilia —entró Roswaal, acomodándose en su asiento—, pero también debemos llegar a la parte en que se le recompense por haberle salvado la vida. Y dime, Ben… ¿qué podría ofrecerte el señor de estas tierras?
Ben se quedó pensativo unos segundos.
—Bueno… nada demasiado complicado —dijo al final—. Con que me dejen quedarme aquí como residente por un tiempo, me basta. Digamos que… vine accidentalmente de vacaciones como “héroe” y me vendría bien un lugar donde asentarme mientras pienso qué hacer.
Roswaal arqueó una ceja, curioso.
—¿Y qué más necesitarías?
—Quizá… —Ben se encogió de hombros— conseguir algún trabajo a medio tiempo para hacerme con algo de dinero. No tengo ni idea si mi moneda vale aquí o si sirve para algo… y sería un poco incómodo tener que salvar el día y, al mismo tiempo, pedir prestado para comer.
Mientras hablaba, anotó mentalmente: Tengo que ir a la capital a recuperar mi mochila…
—Hmm… creo que puedo ofrecerte algo —dijo Roswaal con su sonrisa ladeada—. No será como mayordomo, pero podrías ayudar a las criadas con sus tareas diarias. Un apoyo extra para Rem y Ram siempre es útil.
Ben giró la cabeza y, por primera vez, notó a las dos chicas paradas a un lado en silencio absoluto. Rem mantenía su expresión neutral, mientras que Ram… bueno, Ram no se molestaba en disimular que lo estaba evaluando desde hacía rato. Al oír la propuesta, su ceño se frunció apenas, transmitiendo cierta incomodidad.
—¿Ayudar en las tareas? —repitió Ben, mirando de reojo a Emilia con media sonrisa—. Bueno… supongo que podría intentarlo. No me veo puliendo plata todos los días, pero algo se me ocurrirá.
Ram no dijo nada, pero su mirada se volvió más afilada. Rem, en cambio, inclinó ligeramente la cabeza, como si estuviera considerando algo, y antes de que su hermana pudiera decir una palabra, la puerta se abrió lentamente.
Beatrice apareció en el umbral con una expresión tranquila pero decidida.
—Oh~ —entonó Roswaal, ladeando la cabeza—, parece que alguien ha decidido unirse a nosotros… un poquito más tarde de lo esperado.
—Estaba buscando algo, ¿vale? —replicó Beatrice con un gesto de mano, cortándolo antes de que pudiera seguir—. No es asunto tuyo, Roswaal.
Sin prestarle más atención, sus pasos se dirigieron directamente a Ben. Lo miró fijamente, como si evaluara si recordaba lo que habían hablado antes.
—Dijiste que me mostrarías eso que prometiste hace un rato.
—Correcto, te lo dije. Pero ahora tendría que explicarles también a ellos sobre el acuerdo… y que necesito a alguien que no sea humano para escanear —respondió Ben.
—Hum… me sorprende que no notes que las sirvientas son onis, y la de pelo blanco, una semielfa —comentó Beatrice con tono seco.
—Espera… ¿de verdad es semielfa? ¿Cómo los elfos de verdad? Pensé que era una broma por las similitudes. Espera… ¿onis? ¿No son esos los que tienen cuernos y…? —echó una rápida mirada a las gemelas— Bueno, ser bastante altos, con un aura imponente y todo eso… —Aunque la de cejas rosas sí parece, con esa actitud… pensó Ben.
Al oírlo, las orejas de Emilia parecieron caer un instante, mientras escuchaba el intercambio con cierta curiosidad por aquello del “escaneo”.
—Betty empieza a reconsiderar eso que dijo de que no eras tan molesto… no tomaste en serio lo que te dije —bufó Beatrice.
—Bien, bien… —Ben alzó las manos en señal de paz.
—Ehm… Ben, ¿de qué están hablando Beatrice y tú? —preguntó Emilia, confundida.
—Sí, Ben —añadió Roswaal, con su sonrisa ladeada habitual—, no sabía que te habías amistado tan rápido con la bibliotecaria de la mansión, lo cual es… una sorpresa.
Ben soltó un suspiro y, viendo las miradas expectantes, se recostó en la silla.
—Bien… lo explicaré rápido. Esto —señaló el reloj verde en su muñeca— es el Omnitrix. Me permite adoptar temporalmente la forma de otras especies… con sus habilidades incluidas.
Rem ladeó la cabeza.
—¿Es algún tipo de magia de transformación?
—Algo parecido… pero no es magia —respondió Ben, evitando entrar en detalles—. Emilia ya me vio hacerlo: cambié de NRG a mi forma normal… y luego a otra que llamo Fuego Pantanoso.
Emilia asintió.
—Qué nombres más ridículos les pones a tus formas… Y yo vi a la que llamaste “Ditto” —comentó Beatrice, recordando el encuentro en la biblioteca.
—En el mundo todos son críticos… —resopló Ben, encogiéndose de hombros—. Bien, ahora te mostraré el escaneo. Cuando el Omnitrix detecta una especie que no tiene registrada, obtiene una muestra para añadirla a su base de datos.
Ben giró la vista hacia Emilia.
—Emilia, ¿me permites? No es invasivo, solo una luz pasará encima de ti.
—¿Eh…? —parpadeó, insegura, llevándose una mano al pecho.
Ram, que hasta ese momento había guardado silencio, lo observó con el ceño apenas fruncido y una media sonrisa afilada.
—Así que nuestro invitado tiene intenciones extrañas… al menos según las palabras que eligió —dijo con voz suave pero cargada de malicia, como si midiera cada sílaba para incomodarlo.
—No tergiverses lo que digo —replicó Ben, sin alterarse—. Pero si Emilia no puede, ¿alguna de ustedes se ofrece como candidata para intentarlo?
—Espera, Ben —intervino Emilia antes de que Ram respondiera—. No me negué… solo me sorprendió un poco. Claro, si solo es una luz…
Apenas dio su aprobación, Ben activó rápidamente el Omnitrix. El anillo verde proyectó un haz que comenzó a recorrerla de arriba abajo. A mitad del escaneo, un pitido breve resonó, seguido de una voz mecánica:
Especie detectada: alto porcentaje de genética humana. Registro posible, transformación no disponible.
Ben frunció apenas el ceño, desactivando la función antes de añadir nada más.
—Bueno… esto es inesperado. Parece que solo escaneó, pero no registró una nueva forma. Supongo que tiene sentido… las hibridaciones no encajarían del todo en la base de datos. En fin… —hizo una breve pausa y miró al resto— entonces…
—Prueba con las sirvientas —sugirió Beatrice con tono seco—. Si no se pudo con la semielfa, tal vez con ellas.
Ben giró la vista hacia Rem y Ram.
—¿Alguna de ustedes se ofrece?
Las dos se miraron entre sí, como midiendo si responder o no. Antes de que cualquiera hablara, Roswaal alzó una mano, manteniendo su sonrisa ladeada.
—Hohoho~ Creo que no hay problema… —dijo con tono despreocupado—. Ram, ¿serías tan amable de colaborar con nuestro invitado?
Ram cerró los ojos un instante, soltó un leve suspiro y luego los entrecerró hacia Ben.
—Que sea rápido…
Ben activó el Omnitrix y este proyectó de nuevo un haz verde que recorrió a Ram de pies a cabeza. Esta vez, el dispositivo emitió una serie de pitidos más prolongados y luego una voz mecánica anunció:
Especie detectada. Coincidencia parcial con registro existente. Solicite nombre de la especie.
—Oni —respondió Ben, mirando de reojo a Ram.
Advertencia: denominación excesivamente simple. Se asignará nombre alternativo: Oni sapiens fortis. Registro completado. Forma disponible en lista de selección.
El Omnitrix brilló un segundo antes de apagarse, confirmando la adición.
Ben sonrió levemente.
—Bueno… parece que contigo sí funcionó.
Ram lo observó con una ceja arqueada.
—Procura no hacer nada estúpido con eso —dijo, dándose media vuelta con un movimiento elegante pero cargado de advertencia.
Roswaal, por su parte, mantenía su expresión relajada, aunque sus ojos bicolores brillaban con un interés aún más calculador.
—Ahora… es hora de ser héroe —dijo Ben, golpeando el dial que había seleccionado su nueva forma.
Un destello verde envolvió la sala y, al desvanecerse, reveló a Ben con una presencia más robusta, la piel ligeramente más cálida y los rasgos faciales más marcados. Su ropa se había adaptado a la nueva silueta, adoptando un estilo más resistente y acorde al entorno, con guanteletes de sutiles tonos metálicos y unos lentes oscuros sobre el rostro. A diferencia de otras transformaciones, su vestimenta no había cambiado de forma tan drástica.
—Bueno, no hubo mucho cambio —comentó, con un timbre de voz ligeramente distinto al suyo—. Solo soy un poco más alto… no parece tan diferente como pensaba.
Las reacciones no fueron uniformes. Emilia y Beatrice apenas se inmutaron, como si la escena no fuera nada fuera de lo común para ellas. El resto mostró una leve sorpresa; las gemelas, en cambio, mantenían los ojos ligeramente más abiertos, observando con atención cada detalle de aquella nueva forma.
Roswaal ladeó la cabeza, su sonrisa oblicua intacta. —Hmm… peculiar. Un cambio sutil, pero con una presencia distinta. Es casi más interesante por lo que oculta que por lo que muestra, ¿no crees, Ben?
—Si lo dices así, suena como que planeas algo —replicó Ben, medio desconfiado.
—Planeo… observar —respondió Roswaal, con tono juguetón, aunque sus ojos parecían medirlo todo con cuidado.
En ese momento, una voz familiar se dejó oír detrás de Ben.
—Pues yo le doy un siete de diez. No está mal, pero le falta un poco de brillo.
Ben se giró, sorprendido, para ver a Puck flotando en el aire, sonriendo con esa calma habitual.
—¿¡Puck!? —exclamó Emilia—. ¡No te sentí en ningún momento!
Beatrice lo miró con un puchero —¿Y cuánto tiempo más pensabas quedarte ahí escondido, espíritu entrometido? Te estaba buscando.
—Oh, solo un rato —respondió Puck con tono despreocupado—. Quería ver por mí mismo al que salvó a Lia… y agradecerte por evitar que ocurriera algo peor para todos.
Ben parpadeó, algo confundido. No conocía todos los detalles, pero esas últimas palabras resonaron raro en su cabeza, como si llevaran un peso oculto. Tanto el gato flotante como el hombre de sonrisa pintada le encendían pequeñas alarmas en el instinto, banderas rojas que no sabía si interpretar como advertencia o simple paranoia.
Más entrada la tarde, Ben recordó —con un ligero sobresalto— que, como ayudante, tendría que vestirse de manera “adecuada”.
La idea le arrancó una mueca. Si hago todo rápido, no necesito ponerme ningún traje ridículo… además, ¿siquiera tendrán algo de mi talla?
—Oye, Ram… ¿tienes una lista de las cosas en las que tengo que ayudar? —preguntó, con la esperanza de organizarse antes de que alguien intentara encasquetarle un uniforme.
La sonrisa de Ram se ensanchó apenas. En lo que pareció un parpadeo, apareció frente a él con una lista tan larga que tocaba el piso y se enrollaba sobre sí misma.
—¿Pero qué…? ¡Se supone que soy ayudante, no esclavo! —exclamó Ben.
Ram, con calma cortante, le puso la lista en las manos —Perfecto. Empieza ahora mismo. Y ven rápido: todavía tenemos que buscarte un atuendo acorde.
—¿Atuendo? Espera, espera… —empezó a decir, pero Ram ya lo empujaba suavemente hacia una habitación lateral.
Dentro, había varias prendas preparadas… ninguna encajaba con su complexión —Ajá… así que por eso querían “tomarme medidas” —murmuró, retrocediendo un paso—. ¿Y si les digo que me gusta la ropa holgada?
—Qué coincidencia… a mí me gusta ver a los ayudantes obedeciendo —replicó Ram, cruzándose de brazos.
Antes de que pudiera escapar, Rem apareció a su lado con una cinta métrica en mano. Entre la presión de una y la persistencia de la otra, lo acorralaron en segundos.
—Vale, vale… ¡pero no me toquen más de lo necesario! —protestó.
Rem lo midió con precisión, sin alterarse ni un momento —Relájese, señor Ben. Terminaré pronto —dijo, y así fue.
Pasó un rato antes de que le entregaran finalmente el uniforme adaptado a su talla.
Ben se lo puso a regañadientes, mirándose en el espejo con una mezcla de resignación y fastidio —Genial… ahora sí parezco parte del staff —bufó.
Ram no perdió tiempo y lo guio por un recorrido rápido por la mansión. Señalaba habitaciones, explicaba tareas y advertía qué a veces la biblioteca aparecia al abrir una de las puertas.
Al terminar el tour, Ram lo llevó de nuevo al salón principal, donde la interminable lista esperaba sobre la mesa —Ahora que sabes dónde está cada cosa, puedes empezar.
Ben observó la lista, luego a Ram, y sonrió con un aire retador. —Dime algo… si termino todo antes de que acabe el día, ¿tendría el resto libre?
Ram arqueó una ceja —Podría considerarse… aunque dudo que lo logres.
—Eso suena como un reto —dijo Ben, girando el dial del Omnitrix.
Un destello verde lo envolvió y, en un parpadeo, XLR8 se plantó frente a Ram. —¡XLR8! Prepárate para sorprenderte.
Sin darle tiempo a responder, desapareció en una ráfaga de viento.
—Ah...tonto, al menos me libre de casi todas las labores...
En cuestión de segundos, la mansión se convirtió en un circuito improvisado. Colocaba cubiertos, sacudía alfombras, transportaba ropa limpia, lavaba otra, barría, fregaba, recortaba el jardín, recogía hojas, quitaba el polvo… cada tarea tachaba una línea más de la interminable lista.
En una de esas vueltas equivocadas, cruzó una puerta y apareció en la biblioteca. Beatrice, que hojeaba un libro, dio un respingo. —¡¿Otra vez tú, insecto con patas largas?! —exclamó, llevándose una mano al pecho.
—¡Perdón, perdón! —retrocedió Ben—. ¡Me equivoqué de pasillo!
—¡Ojalá te equivoques hacia un precipicio! —le gritó ella mientras él desaparecía en un borrón azul.
Minutos después, XLR8 frenó en seco y se destransformo frente a Ram. Ella lo esperaba con los brazos cruzados y una sonrisa que mezclaba satisfacción y burla.—Vaya… sorprendente. Has hecho casi todo.
—¿Casi? —repitió Ben, desconcertado—. ¡La lista está prácticamente vacía!
Ram tomó la hoja, la revisó lentamente y asintió.—Así es. Solo queda una última tarea: ayudar en la cocina. Y esta… será con nosotras dos.
—¿Qué? El trato era que si terminaba antes, tendría libre el resto del día —protestó Ben.
Ram se acercó lo suficiente como para que su voz sonara aún más dulce… y venenosa.—El trato fue “todas las tareas”, y la cocina es parte de ellas. Además… —lo miró de arriba abajo—, no te quitarás el traje hasta que acabemos Rem y yo.
Ben la observó con incredulidad, comprendiendo la jugada.—…Yo mismo caí, ¿verdad?
—Exacto —admitió Ram con una sonrisa apenas visible, dándose media vuelta—. Ahora, solo espera o ayuda a Rem.
—Estaré en el jardín, tomando aire fresco.
—Como desees —respondió Ram, sin girarse.
—Claro cejas rosas
— ...
Ben salió al jardín, estirando los brazos como si fuera a relajarse… pero en cuanto estuvo fuera de su vista, una sonrisa astuta le cruzó el rostro. —Si ella cree que voy a quedarme aquí esperando, está muy equivocada…—
Todavía faltaba bastante para que Rem y Ram terminaran en la cocina, así que se giró el dial del Omnitrix.
—Hora de aprovechar —susurró.
Un destello verde lo envolvió y, en un parpadeo, XLR8 salió disparado, cruzando la mansión en un borrón azul. La capital no quedaba precisamente cerca… pero a esa velocidad, ir a buscar su mochila perdida sería solo un paseo rápido, aparte su instinto le dice que algo interesante va a pasar.
Mientras tanto …
—Este chico no es parte del plan ¿Qué me quieres decir? ¿Por que no esta él?
Notes:
Lamento la lentitud, hubo problemas tecnicos (Aparte que al formatearse el texto se volvia loco)
Aparecio el buen de XRL8 y la nueva adquision de ADN, en el siguente cap apareceran algunos más.
Chapter 6: Un encuentro inesperado
Summary:
Tuve que reescribir varias veces este cap, ya que de aqui se iba a decidir que rumbo de acontecimientos al estilo dominó se desencadenarian a futuro.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Mientras se deslizaba a gran velocidad con XLR8 por los caminos accidentados, Ben se vio obligado a frenar cada cierto tramo, esquivando raíces y hundiéndose en huellas profundas. No era la mejor idea. Si llegaba a la capital así, terminaría entrando con un espectáculo que no quería dar.
Con un movimiento rápido, giró el Omnitrix y, en un destello verde, se convirtió en Jetray. El ascenso fue inmediato, y desde las alturas la vista se abrió de golpe. A lo lejos, la silueta de la capital se distinguía con claridad: murallas firmes y torres elevadas que dominaban el horizonte.
Giró la cabeza hacia atrás y notó lo lejos que había quedado la mansión. En ese repaso, un detalle nuevo le llamó la atención: cerca de la residencia, casi escondido por el bosque, se levantaba un pequeño pueblo.
—Uh, no me había dado cuenta de eso… —murmuró—. La próxima me doy una vuelta. Primero la capital. No quiero levantar tanto alboroto… aunque seguro ya anda corriendo la historia de Fantasmático por esos tres ladrones que espanté.
Aleteó con fuerza, inclinándose hacia adelante. El aire lo impulsaba directo hacia su objetivo, hasta que, en su campo de visión, se cruzó una caravana que avanzaba lentamente por el camino. Ben apenas iba a pasar de largo cuando, de pronto, una pequeña silueta salió de entre los carruajes y se internó hacia el bosque.
—¿Qué demonios? Eso parece un ni… —frunció el ceño—. Bah, la mochila puede esperar. No es seguro que un mocoso se meta en un bosque donde quién sabe qué cosas podrían almorzarlo.
Se desvió en picada, siguiendo a la figura que se movía con sorprendente rapidez entre los árboles. Dudó un instante: aparecer de golpe podría asustarla, pero dejarla sola era peor.
—Más vale un susto que una muerte prematura… —decidió, apretando el vuelo.
Descendió de golpe y, con las patas traseras, sujetó por los brazos a la pequeña. El grito que soltó casi le perfora los oídos, y no ayudaba que, desde su perspectiva, lo que la levantaba del suelo era una criatura alienígena.
Ben bufó.
—Tranquila, tranquilízate… ¡No te voy a cenar!
El bosque no le dio tiempo a explicaciones. De entre la maleza, una bestia enorme emergió con los colmillos descubiertos y los ojos brillando de furia, lanzándose hacia él como si lo hubiera estado esperando.
—Genial… justo lo que me faltaba. —Ben rodó los ojos mientras esquivaba un zarpazo—. ¿Acaso aquí las excursiones escolares incluyen traer tu propio monstruo de compañía?
La niña forcejeaba, gritando más fuerte, aunque había algo extraño en su mirada: no era puro terror. Más bien parecía… fastidiada. Como si las cosas no estuvieran saliendo como esperaba.
Ben lo notó, pero no tuvo tiempo de pensarlo demasiado. La bestia rugió con fuerza, y tras ella comenzaron a resonar más pasos pesados abriéndose camino entre la maleza.
—Perfecto… ya empezamos con la procesión. —apretó los dientes, sosteniéndose en el aire—. ¿Qué demonios pasa con este bosque?
Ben entrecerró los ojos y un par de destellos verdes cruzaron el aire. Los rayos de Jetray impactaron contra las criaturas, dejando marcas de quemaduras en su piel y obligándolas a retroceder. No estaba usando toda la potencia; solo buscaba asustarlas, mantenerlas a raya. Además, con la niña colgando de sus patas, no podía arriesgarse a disparar con la cola.
—¿Qué se supone que comen estos bichos, almas? —gruñó, desviándose de un zarpazo y lanzando otro rayo—. Parecen cosas que Charmcaster habría traído solo para arruinarnos el día a Gwen y a mí.
Las bestias no se dispersaban, y al contrario, más sombras se movían entre la espesura. Ben torció el gesto. Aquello no era un encuentro aislado.
Mientras volaba en círculos para mantener la distancia, la idea le cayó como un balde de agua fría: si tantas se aglomeraban aquí, nada impedía que se dirigieran al pueblo cercano… o peor, a la mansión.
—Genial… justo lo que faltaba. —Bufó, esquivando otra embestida—. Espero que ese payaso me dé un bono por exterminio.
Con un resoplido cansado, dejó de contenerse. La potencia de sus rayos aumentó de golpe, y los disparos verdes ya no solo chamuscaban, sino que cortaban en línea recta, derribando y dejando fuera de combate a las bestias que se arrojaban sobre él. Cada impacto iluminaba la maleza, arrancando chillidos desgarrados que hacían vibrar el aire.
Ben apretó más el vuelo, manteniendo a la niña asegurada mientras su vista rastreaba la siguiente amenaza.
—Si quieren seguir viniendo, que se formen —murmuró, con un brillo decidido en los ojos.
Se movía de lado a lado disparando, sin notar que su pasajera estaba siendo sacudida como un saco de patatas. Entre giros bruscos y embestidas esquivadas, la pequeña apenas alcanzó a susurrar:
—Creo que voy a vomi…
—¿Hm? No temas, pequeña, yo me encargo de esto.
En ese momento, Ben la lanzó hacia arriba con precisión y aprovechó la fracción de segundo para accionar el Omnitrix. Un destello verde lo envolvió.
—¡Insectoide!
Volvió a atrapar a la niña con sus brazos insectoides antes de que tocara el suelo, y sin perder el ritmo comenzó a disparar grandes masas de baba pegajosa hacia las bestias. El adhesivo salpicaba de árbol en árbol, atrapando a varias criaturas y obligándolas a chocar entre sí, cada vez más agrupadas en un espacio reducido.
—Eso es, júntense todos… traguen baba, tontos. —Ben apretó la mandíbula, preparando la siguiente jugada—. Y ahora, un cambio más.
El Omnitrix volvió a brillar, y en lugar de retomar a Jetray, la silueta cristalina de Diamante emergió del resplandor.
Con la niña en brazos, cayó en picada. El impacto contra el suelo levantó un estruendo, pero Ben amortiguó la fuerza desplegando un manto de cristales bajo sus pies. Aseguró a la pequeña, revisándola rápido.
El cabello estaba revuelto, su ropa sucia, y su rostro mostraba señales claras de que había perdido la batalla contra su estómago. Para empeorar, permanecía con los ojos entreabiertos, respirando entrecortado.
Ben suspiró, aliviado de que no pareciera tener heridas.
—Genial… primera vez que hago de niñero y ya me dejan al paquete medio noqueado.
Antes de poder decir algo más, Ben escuchó los gruñidos a su alrededor. Las bestias, lejos de huir, lo observaban con un odio palpable en los ojos. Poco a poco empezaron a cerrarle el cerco.
—Omnitrix, no te golpeé tan fuerte para que me cambiaras a Diamante… pero al menos me diste esto y no a Upgrade, que sería completamente inútil aquí.
Extendió los brazos y lanzó fragmentos de cristal afilado para mantener a raya a los monstruos, mientras moldeaba rápidamente una cúpula sólida con sus cristales. Dentro dejó a la niña, asegurándose de que al menos estuviera protegida.
Con el terreno preparado, se lanzó de frente. Uno de los bichos trató de abalanzarse con todo su peso, pero Ben lo recibió de lleno y lo estampó contra un árbol. Otro intentó morderle el brazo, solo para encontrarse con una púa afilada que le desgarró el paladar.
—No muerdas más de lo que puedes masticar, perrito… y mucho menos si yo no estoy en tu menú.
Lo remató con un golpe brutal que lo mandó volando contra el resto de la manada.
Ben miró el Omnitrix y gruñó.
—Vamos, dame algo más… sé que te estoy usando mucho, pero necesito algo que los saque del camino de una vez.
El siguiente destello lo envolvió, y el suelo bajo sus pies se incineró al instante, dejando marcas negras mientras una risa se le escapaba.
—Heatblast… el combo clásico está de vuelta. A ver, bestias… ¿alguna vez se enfrentaron a una buena explosión?
Con un gesto, encendió el fuego que fluía por sus manos y lo lanzó hacia los monstruos aún atrapados por la baba endurecida de Insectoide. El calor hizo combustionar la sustancia, y en segundos una explosión sacudió el lugar, iluminando el bosque con un estallido que derribó árboles y dispersó lo que quedaba de la horda.
Ben apenas alcanzó a cubrir el capullo cristalino que había dejado para la niña. Cuando la onda expansiva se disipó, lo abrio con un movimiento para luego volvió a su forma humana, jadeando y limpiándose el sudor de la frente.
—Uff… parece que estas cosas son una plaga. —miró hacia el cristal, preocupado—. Ahora, ¿qué hago contigo, niña? Se supone que debía ir a la capital y recuperar mi mochila, pero… ¿uh?
No alcanzó a terminar la frase. La pequeña se abalanzó sobre él con una daga en la mano, los ojos aunque agotados mostraban un fuego.
—¡Tú! Tú fuiste quien dejó a mi hermana en ese estado. Ella dijo que fue un cambiaformas… ¡y me dejaste sin mis mabestias!
Ben retrocedió con sorpresa, inclinando el torso para esquivar el filo.
—¿Wua, wua, qué? ¿Hermana? Mira, yo no le he hecho nada a nadie… bueno, a nadie que no lo mereciera. Espera… ¿de dónde sacaste eso? ¿Y cómo demonios no se te cayó con todo lo que nos movimos?
La niña no respondió; solo avanzaba con la daga en mano. Su respiración era irregular, los pasos torpes, pero cada embestida era más insistente. Ben se movía rápido, ladeando el cuerpo de un lado a otro. En un descuido, un corte alcanzó a rozarle el traje.
—¡Oye! —protestó, mirando la tela rasgada—. ¡Recién me dieron este uniforme hoy! Primer día y ya me lo arruina una niña loca con complejo de ninja. ¡Al menos dime qué demonios te pasa!
Mientras hablaba, deslizó el dedo con sutileza sobre el Omnitrix, como si solo lo ajustara. La pequeña apretó los dientes, su mirada cargada de rabia. Cada palabra salía entrecortada, pero con un fuego que no dejaba dudas.
—¡Tú interferiste con mi hermana! Era un trabajo fácil… ¡y tú tuviste que aparecer y dejarla en ese estado! Ella estaría aquí conmigo, y entre las dos ya te habríamos rebanado en pedazos.
Ben arqueó las cejas. El Omnitrix parpadeaba con una luz.
—Ajá… un “trabajo fácil”, ¿eh? Y “rebanarme en pedazos”. Vaya plan familiar el suyo… cena de domingo con machete incluido.
Entonces le cayó la ficha. Esa forma de hablar, la obsesión por una “hermana herida”, la violencia en cada palabra… No pudo evitar recordar a la mujer que había enfrentado en la mansión: pasos silenciosos, mirada que quería atravesarlo, y cuchillos que parecían brotarle de la nada.
—Espera… —murmuró, entornando los ojos—. Tu hermana… no me digas que hablas de Elsa. Sí, la pervertida esa que disfruta rebanar gente como si fueran filetes.
La reacción fue instantánea. La niña apretó la daga con más fuerza y gritó con una rabia que desbordaba sus fuerzas:
—¡No pronuncies su nombre!
Ben dejó escapar un silbido bajo, incrédulo. —Genial… lo que me faltaba. La psycho de los cuchillos tiene familia, y ahora me las estoy ganando en combo. Aunque, siendo sincero… ¿son medias hermanas, o cada una salió de un psiquiátrico distinto?
Ella no respondió, solo apretó los dientes con más fuerza, aunque sus pasos tambaleantes delataban el cansancio. —Bien es hora que de duermas pequeña, me haz dejado mucho que pensar y necesito llevarte a la mansión para que el payaso ese te interrogue es mas asunto de todos
Un destello verde iluminó el lugar y, de pronto, todo se volvió negro.
Cuando abrió los ojos, notó que se movía a gran velocidad. El paisaje cambiaba como un borrón constante, y al girar la cabeza para ver quién la cargaba, se encontró con algo inesperado: no era el chico, sino una criatura azul de complexión felina, cubierta de pelaje, con un antifaz natural que enmarcaba sus ojos brillantes.
—Despertaste antes —dijo la voz inconfundible de Ben, aunque salía de aquella bestia alienígena—. Ya casi llegamos. Así que… sé sincera, y capaz no termines en prisión hasta la mayoria de edad o hasta que te jubiles.
La niña lo miró con una mueca casi burlona.
—¿Tú en serio crees que te van a hacer caso? Mírate: cargando a una niña que encontraste de la nada, sin pruebas, y directo a un interrogatorio. ¿Qué crees que pensará la gente? Yo puedo actuar como una inocente… pero tú… dijiste que era tu primer día, ¿no? Nadie va a creerte.
Ben ladeó una oreja, curioso. —Ajá… ¿y por qué tanta seguridad?
Ella apretó los labios, pero terminó escupiéndolo con veneno en la voz:
—Porque fui enviada. Y aunque me captures, no voy a decir nada. Da igual. Al final todos creerán que tú secuestraste a una niña.
Ben se quedó en silencio unos segundos, y luego sonrió con sorna.—¿Ah, sí?
El Omnitrix emitió un pitido y, acto seguido, reprodujo con fidelidad metálica su voz chillona:
"Porque fui enviada. Y aunque me captures, no voy a decir nada."
Fasttrack frenó de golpe en un claro, soltandola por un momento. Cruzó los brazos, inclinando la cabeza con gesto triunfante. —Ups… mira qué coincidencia. El supuesto “secuestrador” vino con grabadora incluida.
—Ay....
El pasillo de la mansión se iluminó con un destello verde, y de inmediato apareció Ben, aún algo agitado, cargando a la niña en brazos. Apenas dio unos pasos, se encontró con Ram, que lo observaba como un verdugo esperando excusa.
—… —sus ojos se posaron en el traje rasgado y en la “carga” que llevaba—. Me ausento un momento, y regresas en ese estado… con una niña. Explica.
Ben levantó las manos, ofendido. —¡Hey, no es lo que parece!
Ram entrecerró los ojos, sin moverse.—…Todo lo que se me ocurre es lo que parece.
—¡Tsk! ¿En serio? —gruñó Ben—. Salgo un rato, me topo con una mocosa, que iba a salvar y resulta que era de los malos que intentó convertirme en sushi humano, y ahora resulta que yo soy el tipo raro que trae niñas inconscientes a la mansión. ¡Genial!
Antes de que pudiera decir más, una carcajada nasal resonó desde el pasillo contiguo. Roswaal apareció, caminando despacio, apoyando la barbilla sobre sus dedos enguantados.
—Vaya, vaya, vaya… —entonó con un canturreo suave, pero sus ojos no se apartaron de la escena—. Te pedí discreción, Ben… y regresas de una “salida secreta” con ropa dañada y una niña desconocida en brazos. Hmm~ ¿Sabes cómo se ve eso?
Ben chasqueó la lengua.
—Sí, sí, ya lo sé: como si hubiera perdido el juicio. Pero no me juzgues tan rápido— —pulsó el Omnitrix, que pitó y reprodujo la voz chillona:
"¡Tú interferiste con mi hermana! Era un trabajo fácil… ¡y tú tuviste que aparecer y dejarla en ese estado!"
—Y tengo más de lo que dijo, asi que con eso quedo libre de dudas.
El silencio se hizo denso. Roswaal arqueó una ceja, intrigado, y Ram lo miró con gesto todavía incrédulo.
—Ohh… —murmuró Roswaal, acercándose un poco—. Entonces no la recogiste por capricho… sino que alguien la envió. Quéee interesante.
Ben soltó un bufido, dejándola sobre un sillón con cuidado.—Exacto. No soy un secuestrador, soy el tipo al que querían apuñalar. Y por cierto… ¿acaso esperabas algo así? Porque parece que no te sorprende demasiado.
La sonrisa ladeada de Roswaal fue la única respuesta inmediata, lo cual no ayudaba en nada la percepción que tenia Ben sobre él.
—Vaya… primer día siguiendo la nueva rutina y ya me topo con otro de los malos —murmuró Ben, frotándose la nuca mientras caminaba por el pasillo—. Lo único bueno es que solo me dijeron que me tomara el día por capturar a esa niña sospechosa. Por lo menos puedo cambiarme de ropa a mi gusto… aunque con lo que me pasó hoy, el uniforme está hecho un desastre. Pff… ahora, ¿qué hago?
Si vuelvo a la capital, seguro me topo con algún fenómeno aún más raro… y no me refiero a los villanos normales. Podría acercarme al pueblo que vi cerca de la mansión… pero, ¿cómo tratarían a un extraño como yo? Podrían pensar que soy un secuestrador o un ladrón… o peor.
—Ah, sería demasiado pedir un poco de orientación, ¿no? —murmuró para sí mismo—. Tal vez aparezca alguien fuera de lo común… ya saben, alguien tipo Profesor Paradox, soltando datos raros sobre el tiempo y el espacio, o diciendo algo completamente absurdo para explicarme por qué caí aquí.
Miró a su alrededor. Solo pasillos y habitaciones. Nada. Silencio absoluto.
Se encogió de hombros y rodó los ojos. —Bueno, supongo que tendré que resolver esto a mi manera. Nada de atajos cómicos, ningún científico excéntrico para darme pistas, solo yo… y un montón de libros de Beatrice, Brainstorm y un poco de sentido común. Sí, eso va a tener que bastar.
—Aunque, vamos… un Paradox apareciendo justo ahora habría sido épico —murmuró, con una sonrisa divertida—. Pero bueno, supongo que los milagros temporales no siempre están disponibles cuando los necesitas.
Caminó hacia la puerta de la habitación que suponía suya y la abrió. Para su sorpresa, se topó con una cara conocida… y un cabello imposible de confundir.
—Hablando del rey de Roma —dijo Ben, con una mezcla de sorpresa y diversión—. No esperaba encontrarme contigo aquí.
Beatrice alzó una ceja, con ese aire entre curiosidad y reproche. —Al menos no causaste un alboroto al entrar, como antes, supongo.
—Sí, eh… perdón por eso de nuevo —respondió Ben, rascándose la nuca—. Justo quería preguntarte algo.
—¿Tiene que ver con tu escapada… y que trajiste a una niña, secuestrador? —la sonrisa de Beatrice era apenas perceptible, pero cargada de ironía.
—¡Oye! Tú también… espera, ¿cómo sabes eso? Y no, no lo soy. —Ben levantó las manos, como para mostrar inocencia.
—He —dijo Beatrice, cruzándose de brazos—, te lo tienes merecido por cómo irrumpiste antes con esa forma… Bien, dime, ¿por qué me buscabas? Cuando dije que volvieses, no esperaba que aparecieras así de pronto con esa forma.
—XLR8.
—¿Ex-el-ar-qué? —frunció el ceño—. Qué nombres más tontos le pones a tus “aliens”.
—¡Oye! Ese era bueno, era un juego de palabras.
—Ve al grano.
—Bueno… es que, como antes no lo mencioné, no puedo leer su idioma ni escribirlo, así que…
—¿Quieres que te enseñe? —dijo Beatrice con una sonrisa ladeada—. Sabes que cosas le pides a un gran espíritu.
—No, no… solo si tienes algunos libros enfocados en eso. Creo que tengo un truco para aprenderlo rápido.
—¿Así? —arqueó una ceja, interesada—. Me gustaría verlo, aunque nada se compararía a aprender directamente con alguien como yo.
—Bien, pásame un libro, Betty. —Ben extendió las manos con gesto expectante.
—¡Hm! —Beatrice hizo un movimiento rápido y, sin querer, el libro cayó desde arriba.
—¡Ay! —exclamó Ben, llevándose la mano a la cabeza mientras sostenía el libro que le había golpeado—. ¿Por qué me cayó un libro desde arriba?
—Me lo pediste, pero no especificaste cómo —respondió Beatrice con esa mezcla de leve malicia y diversión.
—No vas a dejar pasar lo de más temprano, ¿verdad? —dijo Ben, encogiéndose de hombros—. Bien, aquí te muestro mi carta de triunfo.
Con un rápido golpe al Omnitrix, Ben se transformó en Brainstorm. Primero pensó en Materia Gris, pero necesitaba tamaño y fuerza para sujetar el libro sin que se le cayera… aunque no pudo evitar preguntarse qué pensaría Beatrice si lo viera así: pequeño y algo vulnerable.
—¿Por qué hueles a sal? —preguntó Beatrice, ladeando la cabeza con curiosidad.
—¿Sal? —musitó Brainstorm, su voz profunda y analítica—. No había notado eso antes… Pero más interesante aún —sus ojos verdes brillaron mientras se inclinaba hacia el libro—: estos textos presentan patrones de lenguaje complejos. Si aplico análisis secuencial, podría deducir estructuras sintácticas y morfológicas en segundos.
—¿Tu forma de hablar también cambia con la transformación? —inquirió Beatrice, arqueando una ceja.
—Correcto, señorita constructo de energía de esta realidad. Algunas formas influyen en mi comportamiento. Permítame demostrar la capacidad de un cerebrocrustáceo.
—Y el ego también cambia —murmuró Beatrice, frunciendo levemente el ceño.
Brainstorm ignoró el comentario mientras sus pinzas recorrían las páginas con precisión quirúrgica. Fórmulas, símbolos y conexiones lingüísticas aparecían como hologramas sobre su mente, procesando cada letra y patrón con rapidez.
—Patrón recurrente detectado —anunció—. Estructura base: sujeto-verbo-objeto, con morfología modificada por inflexiones contextuales. Traducción tentativa en progreso…
Mientras sus pinzas continuaban su análisis, Brainstorm murmuraba casi para sí:
—Entonces… entonces ella le preguntó si… —su voz se interrumpió y fijó una mirada intensa en Beatrice.
De pronto, el libro que sostenía desapareció sin que lo tocara.
—Ya decía yo que este libro no me parecía familiar —murmuró, inclinando la cabeza—. No sé cómo llegó aquí, pero después decidiré qué hacer con él.
—Ah… correcto, señorita Beatrice —continuó Brainstorm—. Curiosidad: ¿cómo supiste que salí a escondidas?
—No fuiste discreto que digamos —respondió Beatrice, cruzando los brazos, como si la respuesta fuera obvia. —Y ¿Qué tanto aprendiste del lenguaje? —preguntó con duda evidente.
—Alrededor del 35% —contestó él, moviendo sus pinzas con delicadeza—. Aunque ya detecté estructuras y símbolos que sugieren que aquí existen normativas de escritura distintas, con subclases y categorías específicas.
—Impresionante —dijo Beatrice, arqueando una ceja con leve asombro—. Menos de dos minutos y ya dedujiste todo eso.
—Para devolverte el favor… puedo enseñarte mi lenguaje —ofreció Ben, con un gesto de orgullo.
—Interesante —respondió Beatrice, ladeando la cabeza—, pero ahora no es el momento. La semielfa te está buscando.
—Ah… espero no haber hecho nada malo —musitó Ben, mezcla de curiosidad y ligera preocupación.
De repente, un destello esmeralda lo envolvió y Ben volvió a su forma humana, obligando al espíritu a desviar la mirada.
—Ah, parece que al Omnitrix no le gustó que cambiara tanto de aliens —comentó, frotándose la muñeca mientras miraba a Beatrice—. Bien, no queremos errores en el futuro. Hasta luego, Beatrice.
Notes:
Iba a añadir algun dibujo pero no me convencio ninguno.
Pregunta, en el 2do round que creen que haria Elsa?
Chapter Text
—Bien, Emilia —dijo Ben con su tono despreocupado, los brazos cruzados detrás de la cabeza—, ¿para qué me querías? ¿Acaso ya te arrepentiste de tenerme cerca?
—¿Qué?! No, no, no es eso, solo…
—Calma, solo bromeo.
Emilia soltó un suspiro ligero. —Eres un tonto. —Se acercó un poco, la luz reflejándose en sus ojos violetas—. Solo quería hablar contigo. Me gustaría que me contaras más… cómo fue que te enteraste o la encontraste a esa niña.
Ben se encogió de hombros. —Pues, verás, iba a ir a la capital en busca de la mochila. Un viaje rápido con Jetray —dijo, levantando la muñeca para señalar el Omnitrix—. Pero después de pensarlo, me di cuenta de que usar a XLR8 sería un dolor de cabeza… y bueno, tampoco me sé el camino.
Emilia arqueó una ceja. —¿“yeef-ray”? ¿“Ex-el-er-eit”? ¿Eso son nombres? —preguntó con una sonrisa contenida, tratando de repetirlos sin éxito.
Ben asintió como si no hubiera nada raro. —Ajá, son buenos nombres. No son difíciles, ¿no?
—Son… algo extraños —admitió Emilia, mirándolo con curiosidad—. Pero si te gustan…
—Me encantan. Son ingeniosos. XLR8 es por como suena a "Acelerar" —Ben acompañó la explicación con un gesto, como si imitara el deslizamiento del alien.
Emilia lo observó, divertida pero con una ligera confusión en la mirada. —¿Y “Jeffrey”? —preguntó, esforzándose por repetir el sonido. —¿Está basado en eso también?
Ben parpadeó. —¿Qué? No, es Jetray. No Jeffrey —dijo, riendo sin entender cómo había llegado a eso.
—Ah… claro —respondió Emilia, esbozando una sonrisa que intentaba disimular lo perpleja que estaba—. Jet… ray.
—Eso. El clásico —replicó Ben, sin notar la extrañeza en su tono.
Durante un instante, Emilia lo miró como quien observa una pintura que no entiende del todo, pero que le resulta fascinante. Cada palabra suya sonaba natural, fluida… y sin embargo, había algo en la forma en que pronunciaba esos nombres que no se parecía a nada de lo que ha conocido.
Ella sonrió, ligera. —Tus nombres son raros… pero suenan divertidos.
Ben se encogió de hombros, satisfecho. —Lo tomaré como un cumplido.
—Para mí suenan algo tontos —dijo una voz distinta, ligera y burlona.
Ben alzó la vista, frunciendo el ceño. —¿Eh? ¿Quién dijo eso?
—Puck, no tienes que ser grosero —dijo Emilia con una sonrisa paciente, mientras una pequeña figura grisácea aparecía flotando a su lado.
El espíritu bostezó, estirándose como si recién despertara. —Pero Lia, admítelo, son raros. ¿Quién se llamaría Xexe le reight o como se llame? —murmuró con su tono juguetón.
Ben lo miró con los brazos cruzados. —Ah, eras tú, gato mágico. Ya decía yo que faltaba alguien con comentarios sarcásticos en la conversación. Por cierto, ¿qué fue eso de ayer? Desapareciste.
Puck giró en el aire y le guiñó un ojo. —Heh, sabes que soy Puck, no tan olvidable como parezco. Y además, vine a agradecerte de nuevo por traer a mi Lia en una pieza.
Ben alzó una ceja. —Sí, sí, no fue nada… pero no has respondido mi pregunta.
—Exigente, ¿eh? —replicó el espíritu, dándole una vuelta juguetona—. Tengo un contrato, creo que lo hablaste con Beatrice sobre como funcionan, segun esta estipulado solo puedo estar algun tiempo fuera durante el dia.
Ben lo miró con una media sonrisa. —¿O sea que tienes horario fijo? Suena a trabajo de oficina.
Puck parpadeó. —No sé qué es eso, pero puedes pensar que sí.
—Entonces, en resumen, eres un asalariado mágico —dijo Ben con una risa baja.
—Lo que digas. Bueno, chico —dijo Puck flotando cerca del Omnitrix, sus ojos brillando con picardía—, yo también tengo curiosidad. ¿Qué más puedes ser con ese objeto tuyo? Quiero ver otra forma. Y seguro que Lia también, ¿no? Por algo mas te estaba buscando.
—P-Puck, yo… —Emilia intentó interrumpirlo, algo apenada.
Ben sonrió, girando el dial del Omnitrix con entusiasmo. —Solo tenías que preguntar. Ya conociste a Oni —que aún no tiene nombre oficial, pero ya se me ocurrirá algo—, Fuego Pantanoso y NRG. Ahora te presentaré a…
Ben presionó el Omnitrix con decisión. —¡Humongosaurio!
El reloj emitió su característico destello verde… pero en lugar de un rugido grave y un cuerpo de gran tamaño, el resplandor se disipó revelando una figura pequeña, amarilla y verde, con antenas cortas, ojos grandes y una cola diminuta.
—…¿Eh? —dijo Ben, mirando sus diminutas patas con voz aguda—. ¡¿Qué demonios?! ¡Esto no es Humongosaurio!
Puck se llevó una pata al hocico, conteniendo la risa. —Oh, no puedo con esto. ¡Es adorable! ¡Mira Lia, parece una fruta con patas!
Emilia se cubrió la boca, intentando mantener la compostura, aunque sus hombros temblaban. —B-Ben… te ves… diferente. ¿Con que ese es Humonosaur?
—Humongosaurio —corrigió Ben, su voz ahora más aguda y burbujeante—. Y este no es él. Este es Ball Weevil. Más pequeño, sí, pero no dejes que el tamaño te engañe.
—Apenas y le llegas a la rodilla a Lia —rió Puck, revoloteando alrededor de él—. ¿Tu poder es la ternura? Porque si es así, tampoco es que seas tan lindo.
Ben entrecerró los ojos —o lo que parecían sus ojos enormes y brillantes—, sin molestarse demasiado. Luego escupió una sustancia verde y viscosa que cayó al suelo y empezó a condensarse, adoptando forma esférica y emitiendo una luz pulsante, como si latiera.
Puck retrocedió un poco, curioso. —¿Qué se supone que es eso? ¿Tu almuerzo?
—No, mi munición. —Ben dio un paso atrás, levantó una de sus patas y con una patada limpia lanzó la esfera hacia un árbol cercano. Al chocar, la bola se expandió súbitamente, envolviendo el tronco antes de estallar en verde, dejando solo la mitad del árbol en pie.
El espíritu parpadeó, sorprendido. —...Eso fue inesperado.
Emilia, aún con los ojos abiertos de asombro, se inclinó ligeramente. —A-ah, yo no me esperaba algo así. Es como si fuese magia… que algo tan pequeño pueda causar tanto daño.
Ben miró el resultado, curioso, con una sonrisa pensativa. —Magia, ¿eh? Supongo que eso es lo que más me intriga de este lugar. ¿Funciona igual que en mi mundo… o son cosas distintas?
Puck ladeó la cabeza, flotando a su alrededor. —Depende de lo que llames “magia”. Aquí viene del maná, la energía que llena el aire, la tierra, el agua… y a veces incluso más. Es lo que yo uso para existir. Lia lo canaliza, yo lo respiro. Todo en Lugnica vive gracias a eso.
Ben asintió despacio. —Entonces es como… energía ambiental. En mi mundo, Gwen, que es mi prima, usa algo parecido. Controla y usa magia. No lo entiendo del todo, pero ella siempre tuvo talento con eso, y cuando supo de su herencia las cosas cambiaron bastante.
—¿Tu prima? —repitió Emilia con cierta curiosidad, ladeando la cabeza—. Dijiste que su poder venía de su… herencia, ¿verdad? ¿A qué te refieres?
Ben se rascó la nuca, algo incómodo. —Ah, eso… digamos que viene del lado de mi abuela. Es un poco complicado. No sé todos los detalles, tampoco quiero saberlos, pero Gwen heredó ese talento, y yo… bueno, yo tengo mi propio reloj verde. —Mientras volvia a su forma humana y levantaba donde estaba el Omnitrix—
Puck sonrió con picardía. —Ya veo, magia de linaje. Interesante. ¿Y qué puede hacer tu Gwen?
Ben pareció animarse. —Bastante. Puede crear escudos de energía, caminar por el aire con plataformas que ella misma forma, lanzar rayos que derriten metal o usarlos como látigos. Y si se concentra, puede flotar y controlar la energía como si fuera parte de su cuerpo, rastrear y hasta teletransportarse. Es impresionante verla pelear.
El espíritu soltó un silbido agudo. —Eso suena más a magia Yang.
Ben parpadeó. —¿Yang? ¿Qué es eso?
Puck dio una vuelta perezosa en el aire, con esa expresión de quien disfruta explicando algo que el otro no entenderá del todo. —En este mundo, el maná se divide en seis elementos: fuego, agua, viento, tierra, yin y yang. Los primeros cuatro son simples, los otros dos… son selectivos. El yin se asocia con el espacio, las sombras y el debilitamiento a objetivos. Pero el Yang representa la luz, energia, el poder fortalecer y el calor, aunque no en el mismo sentido que el fuego.
El espíritu flotó un poco más cerca, moviendo la cola con interés. —Tu prima suena como alguien que canaliza el yang sin siquiera saberlo. Lo que describes —volar, moldear energía, alternar entre ataque y defensa— no es cosa de principiantes. Y eso último que dijiste, el teletransporte, es algo impensable incluso para muchos magos. Tal vez tenga más de una afinidad.
Puck sonrió con un brillo burlón en los ojos. —Qué lástima que no haya sido ella la que cayó en Lugnica… aunque, bueno, tenerte a ti no está tan mal.
Ben lo miró con una ceja alzada. —Dices eso como si el Omnitrix no fuera impresionante.
—Lo es —admitió el espíritu, girando una vez en el aire—, pero no es magia. Es algo que usas, no algo que fluye dentro de ti. Dime, chico verde… ¿tu pequeño dispositivo puede protegerte de algo que no entiendes?
Ben alzó la cabeza con una media sonrisa. —Claro que sí. Si supieras a lo que me he enfrentado, no dudarías de lo que soy capaz.
Puck soltó una risita breve y se acercó flotando hasta su altura. —El chico verde tiene más agallas de lo que parece. —Le dio un golpecito en la cabeza con una de sus patas, ligero pero burlón—. Pasaste. Así que te respeto… un poco.
Ben lo miró, incrédulo. —¿Eh? ¿Pasé qué cosa?
—Una pequeña prueba, por supuesto —respondió el espíritu con tono travieso, girando en el aire como si fuera lo más obvio del mundo—. Solo quería ver si escondías alguna intención maliciosa. Salvaste a mi Lia, sí, pero como su padre —entonó la palabra con un orgullo fingido— siempre debo mantener un ojo en quien se le acerca.
Ben ladeó la cabeza. —¿Por qué alguien querría acercarse a Emilia con malas intenciones? No es como si fuera público que es una candidata, ¿no? Así que… malas intenciones, ¿de qué tipo?
—Vaya que no lo sabes —murmuró Puck, echándole una mirada de reojo a Emilia, casi buscando permiso para hablar.
Ella bajó la vista un instante, incómoda. —Ah… Ben… la razón por la que Puck suele ser tan protector es por mi apariencia. O más bien… por a quién me parezco.
Ben la observó, confundido por un momento, y luego sonrió con su natural despreocupación. —Pero, Emilia, no eres fea. Te pondría un ocho de diez. —Dijo en tono ligero, intentando quitarle peso al ambiente que se había tensado.
Un pequeño golpe un poco mas fuerte pero inofensivo en la cabeza lo interrumpió. —¿Y eso?
Puck lo miró con sus ojos brillando en un tono juguetón, aunque había algo de advertencia detrás. —Sigue siendo mi hija. Así que ella merece un diez de diez. Y más vale que no estés pensando nada más.
Ben levantó las manos, medio riendo. —Tranquilo, tranquilo, era solo un cumplido.
—Más te vale —replicó el espíritu, aún con una sonrisa felina.
Emilia se llevó una mano a la frente, suspirando con una mezcla de vergüenza y ternura. —Ejem… bueno, como te decía, Ben…
Su voz titubeó apenas. —La razón… es porque me parezco a ella. A la bruja. La que el Culto de la Bruja venera.
Hizo una pausa breve, como si las palabras le pesaran al salir. —Ese parecido… me ha traído muchas dificultades. La gente me teme, me evita… algunos incluso me desprecian.
El silencio que siguió fue casi físico. Puck, por una vez, no dijo nada; solo flotó cerca de su Lia, con la cola bajando lentamente.
Ben la observó, su expresión perdiendo toda la ligereza de antes. —Vaya… —murmuró, buscando con cuidado las palabras—. Bea me habló sobre el Culto y las brujas, pero no pensé que… bueno, que te parecieras a una de ellas.
Emilia lo miró, algo confundida. —¿“Una de ellas”?
Ben parpadeó. —Sí, Beatrice dijo que existieron varias… o al menos, eso entendí. Pero no me explicó mucho más.
Emilia negó suavemente, apartando la mirada. —No sé si hubo otras, solo… conozco a una. A la que todos temen.
Ben frunció el ceño. —¿Y quién sería?
Emilia tomó aire, y su voz bajó hasta casi un susurro.
—La Bruja de la Envidia. Satella.
El silencio que siguió fue espeso, casi tangible. Ni el viento se atrevía a pasar entre ellos.
Ben no entendía el peso exacto de ese nombre, pero lo veía reflejado en el rostro de Emilia: el leve temblor en sus labios, la forma en que bajaba la mirada como si el mundo entero la observara con desconfianza.
—Satella… —repitió, con cautela—. Suena a alguien de quien no querrías parecerte.
Emilia asintió apenas, sus ojos aún fijos en el suelo.
—Por eso la gente me teme. No por lo que soy, sino por lo que ven. A veces… pienso que ni siquiera me ven a mí.
Por un momento, Ben no dijo nada. Luego soltó un suspiro y se rascó la nuca, con una seriedad inusual.
—No sé qué clase de monstruos haya tenido ese nombre, pero tú no eres ella. —Su tono era simple, sin adornos, casi torpe de tan honesto—. No se necesita entender toda una historia para ver que alguien no tiene maldad en la mirada.
Emilia lo miró, sorprendida por lo directo de sus palabras.
—Si los demás no pueden verlo, entonces son ellos los que están ciegos —añadió Ben, encogiéndose de hombros, antes de soltar una sonrisa breve, más cálida que burlona—. Y si me equivoco, pues... no sería la primera vez. Pero hasta ahora, no veo a una bruja. Solo a Emilia.
—B-Ben… —la voz de Emilia tembló y con sus ojos abiertos en sorpresa, apenas un hilo—. Yo… yo no sabria como responderte, es algo que no habia escuchado de alguien antes…
Ben soltó una risa suave, buscando romper la tensión. —Entonces empieza con un “gracias”. Y ya que estamos, ¿qué tal si me acompañas mañana al pueblo cercano?
—¿Eh? —parpadeó Emilia, desconcertada por el cambio repentino.
—Piensa en eso —dijo él, cruzándose de brazos con una sonrisa confiada—. Ser candidata real debe ser parecido a las elecciones en mi mundo. Si quieres el apoyo del pueblo, lo mejor es empezar cerca. Conseguir votos… o como lo llamen aquí.
Puck soltó una risita, recuperando su tono burlón. —Vaya, chico, ¿piensas convertirte en su asesor ahora?
—Nah —respondió Ben con un guiño—. Solo soy bueno detectando problemas… y oportunidades. Aunque la mayoría de las veces, esas oportunidades me persiguen o tratan de morderme.
Puck lo miró, fingiendo alarma. —Eso no me relaja en lo más mínimo, chico. Y además, mañana sigues de escl—digo, de ayudante.
Ben chasqueó los dedos. —Cierto… pero no dice que no pueda, no sé, ir a recoger suministros. Y justo podrías acompañarme, en vez de dejarme con la paleta de arándanos o de fresa que tengo por superiores.
—¿Paleta…? —repitió Emilia, desconcertada. Luego negó suavemente—. No, no podría de todos modos. Mañana tengo que estudiar. Si quiero ser candidata, debo ponerme al nivel necesario.
—Los libros no siempre ayudan, Emilia —replicó Ben con calma, pero sin perder su tono animado—. A veces necesitas verlo con tus propios ojos. Si me hubiera quedado solo investigando el Omnitrix, nunca habría aprendido a usarlo bien o rápido cuando la situación lo exige. Se encogió de hombros. —Y si cometes errores, mientras no sean graves, sirven para aprender y mejorar. Además… conocer a la gente siempre es bueno.
Emilia lo miró en silencio, pensativa. Las palabras quedaron flotando en su mente como una chispa difícil de ignorar.
A la mañana siguiente, después del desayuno, el aire en la mansión se sentía algo más tranquilo… aunque Ben no tardó en descubrir que su predicción se había cumplido.
—Así que necesitaban a alguien que trajera los suministros —dijo con una sonrisa satisfecha, con las manos detrás de la cabeza—. Lo sabía, mi instinto nunca falla.
Ram lo observaba con su expresión habitual—Sí, efectivamente, necesitábamos a alguien. Y resulta que ese alguien eres tú —respondió con tono seco—. Acompañarás a Rem al pueblo. Llevarás las cosas y harás lo que ella te diga.
Ben arqueó una ceja. —¿O sea que básicamente soy el carguero del día?
—Qué perspicaz —replicó Ram sin cambiar de expresión—.
Ben suspiró, aunque su sonrisa no desapareció. —No hay problema. Con cuatro brazos puedo cargar hasta una casa entera.
Ram entrecerró los ojos. —Sin transformaciones —dijo con un dejo de advertencia en la voz—. No queremos que el pueblo entre en pánico ni empiece a inventar rumores extraños.
Ben levantó las manos en rendición. —Está bien, está bien, sin aliens gigantes ni gritos de asombro. Haré las cosas a la manera “normal”.
Ram asintió, satisfecha. —Perfecto. Entonces, prepárate. Rem ya te está esperando afuera.
Se disponía a salir cuando escuchó una voz suave detrás de él.
—Espera, Ben —dijo Emilia, poniéndose de pie.
Él se giró, sorprendido. —¿Sí?
—Iré con ustedes —anunció con una sonrisa decidida.
Ram la miró de reojo. —¿También, señorita Emilia? ¿No iba a dedicarse a estudiar hoy?
—Lo haré después —respondió con firmeza—. Pero si voy a representar al pueblo algún día, quiero conocerlo mejor. Además… —miró de reojo a Ben, con una leve sonrisa— creo que no estará de más asegurarme de que no se meta en problemas.
—Me hieres con esa suposición, aunque probablemente Rook, Gwen y hasta Kevin estarian deacuerdo en que me supervises
Ram arqueó una ceja. —Entonces es un hecho. —Se giró hacia Ben, con su tono habitual—. Traten de no causar alboroto, y recuerda: sin transformaciones. No queremos que el pueblo piense que trajimos un monstruo nuevo a la región.
—Sí, sí, entendido —resopló Ben, levantando las manos en señal de rendición—. Me portaré bien. Además, ¿qué tan problemático podría ser un paseo al pueblo?
—Contigo, cualquiera podría escribir un libro con esa frase —murmuró Ram, saliendo del cuarto.
Emilia dejó escapar una pequeña risa, apenas contenida, mientras lo seguía hacia la puerta. —¿Siempre te metes en problemas, Ben?
—Diría que los problemas tienen un imán conmigo… —contestó él con una media sonrisa—, pero al menos soy bueno para salir de ellos.
Mientras tanto en otro lado hace... %%%
Julius no estaba precisamente libre de asuntos, pero al leer el informe de Reinhard sobre lo ocurrido en el barrio pobre decidió investigar personalmente. No dudaba de las palabras del Santo de la Espada, pero algo en el reporte le parecía ambiguo: un alboroto que involucraba a la Cazadora de Entrañas, al propio Reinhard y a un tercero desconocido, con daños y rastros de fuego que confirmaban que algo extraordinario había pasado. Ese tercero parecía el responsable principal de los destrozos, y Julius quería comprobarlo de primera mano.
Mientras se internaba en los callejones previos al distrito, algo llamó su atención. Allí, entre las sombras de unas cajas abandonadas, había una extraña bolsa con cierres. Su forma era curiosamente detallada y sus colores brillantes contrastaban con el gris y polvo de los alrededores.
Intrigado, Julius se agachó para inspeccionarla. Al abrirla, descubrió envoltorios de colores extraños y símbolos que no reconocía. Su curiosidad se impuso, y acercó uno de los paquetes a la nariz. Un aroma dulce y distinto, que no lograba identificar, se filtró entre sus sentidos.
Con cuidado, deshizo el envoltorio. Dentro había algo que parecía un caramelo. Dudó un instante, evaluando el riesgo: podría estar envenenado o manipulado. Miró discretamente a su alrededor y, tras unos segundos de vacilación, decidió probarlo. Sus ojos se abrieron con sorpresa ante el sabor: dulce, extraño, pero inofensivo. Rápidamente empezó a saborearlo, aliviado de que no sucediera nada inesperado.
—¿De qué serán? —murmuró para sí mismo, pensando que esto debía mantenerse como una prueba no relacionada.
Animado por la ausencia de peligro inmediato, decidió hurgar un poco más en el interior de la bolsa. Notó varias cosas que no reconocía bien: una extraña insignia de color rojo con una forma que no podía identificar, unos dispositivos rectangulares, verdes y con lo que parecía vidrio, algunas piedras que parecían valiosas pero cuyo tipo o mineral no lograba distinguir, y al final, lo que parecía ser una prenda blanca cuidadosamente doblada.
Julius examinó cada objeto con cuidado, registrando mentalmente cada detalle. Ninguno de ellos parecía ordinario, pero al mismo tiempo no podía relacionarlos con nada que conociera de inmediato.
—¿Serán Metias de algún tipo? —murmuró, evaluando los dispositivos y las piedras—. No las reconozco, pero podrían ser de interés también para la señorita.
Tomó nota mental de cada pieza, consciente de que incluso lo que parecía trivial podía tener valor o utilidad en manos adecuadas. La bolsa, aparentemente sencilla, podía ser mucho más importante de lo que su exterior sugería.
Pensó al final, antes de volverse a meter otro dulce a la boca
Notes:
Un poco más corto, trate de hacerlo mas normal. Aunque el mundo ya cambio.
¿Que podria ser lo peor que podria pasar?
Mientras no hubiera alborotos mayores, menos ojos notarían lo que ocurría. Pero para Ben, “normalidad” rara vez significaba que todo estuviera bien.
Chapter 8: Cosas extrañas
Notes:
No me siento tan bien por este capitulo en el fondo siento que le falta pulir, pero también estaba emocionado, espero les guste. Vemos otro punto de vista
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Era un lugar sobrio, pero elegante: cortinas azul pálido, una alfombra que amortiguaba los pasos y una mesa de madera fina donde reposaban una serie de objetos extraños.
El aire olía a té recién servido, aunque ninguno parecía tener intención de probarlo.
Frente a la mesa, Julius mantenía la postura recta y serena que lo caracterizaba, mientras Anastasia Hoshin, con el mentón apoyado sobre una mano, observaba cada pieza con sus ojos turquesa brillando de interés.
—Así que esto es lo que hallaste, Julius —rompió ella el silencio con tono suave, cargado de curiosidad— No negaré que es la colección más peculiar que he visto en mucho tiempo.
Julius asintió, sin perder su compostura. —Fue en los callejones, algo alejado del lugar donde Reinhard había reportado el altercado con la Cazadora de Entrañas. Ningún rastro de su dueño, ni indicios de maná… aunque todo apunta a que hay una relación. Un desconocido y la aparición de estos objetos al mismo tiempo no parece una simple coincidencia.
Anastasia tomó uno de los objetos rectangulares con bordes verdes y lo giró entre los dedos. El vidrio reflejó su rostro por un instante.
—No hay grabados, ni núcleo mágico, ni siquiera una ranura para insertar cristales de energía —murmuró—. Si esto es una metia, es de una clase que nunca se ha visto, ni en Kararagi ni en ningún otro lugar.
Depositó el objeto sobre la mesa con cuidado y tomó la mochila que yacía junto a él. —Y esto… ¿dijiste que dentro había envoltorios con dulces? —levantó uno, examinándolo con curiosidad—. Es raro verlos presentados así. Ningún confitero de la capital trabaja con sellos tan precisos.
—Así es —confirmó Julius, con tono neutro—. Conservan su aroma intacto al clima. Ninguna traza de magia de preservación.
Anastasia arqueó una ceja. —Curioso… parece más una manufactura de precisión que un trabajo artesanal o mágico.
Guardó silencio unos segundos, el envoltorio aún entre sus dedos, antes de hablar con voz más baja —El dueño debió perderlo durante el altercado. Si ese forastero se cruzó con la Cazadora, quizás no fue un encuentro casual.
Julius la miró de reojo. —¿Sugiere que la buscaba deliberadamente?
—No lo descarto —respondió ella, cerrando los ojos por un momento—. La Cazadora no es alguien fácil de encontrar. Si alguien la provocó, debía tener motivos muy personales… o una fuerza lo bastante grande como para creer que podía hacerlo.
Abrió los ojos, su mirada afilada como una hoja bajo la luz. —Altercados previos, cuentas pendientes… quizá el dueño de estos objetos tenía historia con ella.
Julius entrelazó las manos, pensativo. —Si es así, la naturaleza de los objetos cobra aún más importancia. Ninguno muestra rastro de maná, pero que alguien capaz de blandir un poder semejante ande suelto… podría ser preocupante.
—Algo que se rige por métodos que desconocemos —concordó Anastasia, apoyándose en el respaldo de su silla—. Una fuerza distinta… y una ficha nueva en el tablero.
El silencio volvió a llenar la habitación.
Anastasia deslizó la yema de los dedos por la superficie lisa de la bolsa, casi con reverencia.
—Un poder que no nace del maná… ni de lo que nuestra mente pueda concebir —susurró—. Si existe alguien capaz de manejar algo así, bien podría alterar el equilibrio del reino.
Julius la observó, con el ceño apenas fruncido. —¿Desea que informe a los Sabios?
—Aún no —replicó ella, sonriendo con frialdad—. No hasta entender qué tan valioso o peligroso es lo que tenemos entre manos. Su mirada se volvió cortante, calculadora. —Por ahora, será un secreto entre tú y yo. Si resulta ser una fortuna, la aprovecharemos. Si es una amenaza… al menos sabremos antes que nadie de dónde vino.
Julius inclinó la cabeza en señal de respeto. —Como desee.
Ella volvió a tomar el objeto rectangular y lo sostuvo contra la luz, observando cómo el brillo jugaba en su superficie. —Quién diría que algo tan pequeño podría ocultar tanto ruido detrás del silencio.
El reflejo de sus ojos se perdió en el vidrio, mientras Julius, en silencio, comprendía que aquel hallazgo —tan inerte y silencioso— podía ser el inicio de algo que ni siquiera los sabios del reino estarían preparados para comprender.
Después de decir eso, presionó su mano por el borde del rectángulo. El vidrio se encendió de pronto con un brillo blanco azulado. Anastasia abrió los ojos con sorpresa, casi dejando caer el dispositivo.
—¡Oh! —exclamó, recuperando el agarre con ambas manos. En la superficie del artefacto aparecieron símbolos desconocidos, y una cuadrilla de nueve cuadros marcados con números.
—¿Qué es esto? —murmuró fascinada, tocando uno de ellos con cuidado.
El artefacto emitió un leve sonido. Ella tocó otro, y luego otro más, hasta formar una secuencia.
Un breve destello respondió. La pantalla cambió, mostrando una imagen más compleja, con figuras y números que no podía comprender, salvo uno: “3:00”.
—Eso sí lo entiendo… —dijo, arqueando una ceja, divertida—. Pero todo lo demás…
Julius se acercó con cautela, inclinándose para observar mejor. —Es como si contuviera vida en su interior.
—O reflejos de otro lugar —replicó Anastasia, sus dedos ya jugando con la superficie.
De pronto, la imagen cambió. El vidrio mostró el rostro de Julius, nítido, moviéndose dentro del objeto.
—Oh! Julius te puedo ver a través del Metía!
—¿Qué…? —Julius parpadeó, un tanto desconcertado—. ¿Por qué puedo verme ahí?
Anastasia ladeó la cabeza, fascinada. —… puedo verte aunque no haya podido antes.
Tocó el borde con curiosidad. Un nuevo sonido, un clic leve, y un destello blanco inundó la habitación.
—¡Ah! —soltó ella, parpadeando por el resplandor.
Julius se acerco con un paso. —¿Está bien?
Ella asintió lentamente, volviendo la vista a la pantalla… donde ahora aparecía una imagen fija de Julius, con el ceño fruncido y la mano aún levantada.
Anastasia la observó unos segundos antes de sonreír con una risa ligera. —Oh… esto es magnífico. Ha capturado tu persona. ¡Como si atrapara un momento dentro de sí!
—Inquietante, pero impresionante —respondió Julius, recuperando su serenidad—. Un espejo que recuerda.
—No, Julius. —sus ojos brillaron con una chispa casi infantil—. Una ventana que ve y guarda lo que ve.
Volvió a mirar el artefacto, una sonrisa astuta formándose en sus labios. —Si este objeto puede registrar momentos, quizás no sea una simple metia… sino el invento de un genio.
Julius cruzó los brazos, asintiendo con mesura. —O de un insensato con acceso a algo que el mundo aún no está preparado para comprender.
—Sea cual sea el caso —dijo Anastasia, guardando con cuidado el dispositivo—, esto acaba de volverse mucho más interesante que cualquier reunión de comercio.
Sus ojos se entrecerraron con brillo calculador. —Y mientras nadie más sepa de su existencia… será nuestra pequeña ventaja.
Anastasia observó un momento más la imagen fija en el artefacto antes de suspirar suavemente.
—Qué curioso… captura la forma. —Dio un pequeño golpecito con el dedo índice sobre el vidrio y este volvió a oscurecerse, como si la luz en su interior se extinguiera.
—Parece haberse desactivado —comentó Julius.
—Desactivado… me gusta cómo suena —dijo ella, con un aire distraído, dejando el objeto sobre la mesa con delicadeza—. No sé qué palabra lo desactiva, pero basta con no tocarlo para que se calme.
Su atención se desvió entonces hacia otro de los objetos.
Era un rectángulo algo más grueso que el anterior, de tonos blancos y verdes, con una textura metálica en los bordes. Lo levantó con ambas manos, girándolo lentamente.
—Tiene un diseño muy refinado. No parece algo hecho a mano… —comentó, admirando las uniones pulidas—. Ni siquiera parece tener grietas o tornillos.
Pasó los dedos por la superficie hasta que notó un relieve. Una pequeña parte sobresalía apenas perceptible.
—Hm… esto se siente diferente. —Con la curiosidad que le era propia, lo empujó con cuidado.
El mecanismo respondió con un suave desliz. Una tapa se corrió hacia un lado, revelando un botón rojo brillante.
Julius frunció el ceño de inmediato. —Señorita Anastasia, recomiendo prudencia.
—Oh, por favor, Julius —dijo ella con una sonrisa ladeada—. ¿Y si resulta peligroso? Bueno, Julius, siempre es útil saber qué tan cerca está el riesgo de volverse rentable.
Y antes de que él pudiera replicar, presionó el botón.
Un chasquido seco resonó, seguido de un destello breve de luz verdosa. La superficie del rectángulo se abrió como si se desplegara desde adentro, emitiendo un tenue vapor.
De su interior, se materializaron lentamente dos objetos, tomando forma sobre la mesa:
un par de guantes negros con blanco, un casco blanco con una franja verde que recorría su centro, y una visera de un verde translúcido unida.
Los dos quedaron en silencio.
Anastasia alzó una ceja, entre fascinada y divertida. —No esperaba eso.
Julius la observó con asombro contenido, sin dejar de lado su compostura. —¿Aparecieron… de la nada?
—Más bien, estaban dentro —respondió ella, inclinándose para examinar los objetos recién surgidos—. Un espacio sellado que almacena materia… pero sin usar magia.
Tomó uno de los guantes con cuidado, apretando los dedos contra la superficie. —Ligero, pero resistente. Y este casco… —pasó la mano sobre la visera—. Verde y claro, muy difícil lograr esto, además de que esta bastante refinado sin impurezas.
Julius observó el casco con atención. —No percibo maná.
—Entonces no es magia —dijo Anastasia, con los ojos brillando de curiosidad genuina—. Lo que significa que el dueño de esto no solo tenía recursos… sino una información y métodos que no comprendemos.
Anastasia tomó el casco entre sus manos, observando su curvatura con detenimiento. —No parece metal, ni cuero trabajado… —murmuró, deslizando los dedos por la superficie lisa—. Es demasiado uniforme. Ni un remache, ni una costura.
—¿Tiene intención de ponérselo? —preguntó Julius, con una nota de duda apenas perceptible.
Ella le lanzó una sonrisa divertida. —Por supuesto. ¿De qué sirve estudiar algo sin entender cómo se siente?
Antes de que él pudiera replicar, se colocó primero los guantes, estirando los dedos para probar su flexibilidad. El material se ajustó con sorprendente precisión, como si se amoldara a su tamaño.
—Vaya… esto sí que es curioso —comentó, moviendo las manos con elegancia—. No son rígidos, pero la superficie exterior es firme. Se sienten bastante cómodos y parecen tener inteligencia.
Julius ladeó la cabeza, intrigado. —¿Inteligentes?
—Me entiendes, Julius —replicó ella con una sonrisa astuta—. Es como si se adaptaran a quien los lleva.
Acto seguido, alzó el casco y lo examinó bajo la luz que se filtraba entre las cortinas azul pálido. —Verde y claro… sin impurezas, sin distorsión. Lograr un vidrio de limpio es bastante complicado los materiales parecen ser de primera, incluso en Kararagi. —Se lo acercó lentamente a la cabeza—. Veamos qué tan pesado resulta.
Al colocárselo, el interior emitió un suave sonido mecánico, casi imperceptible, como un cierre automático.
Anastasia se quedó quieta unos segundos, parpadeando tras la visera.
—Sorprendente —dijo con un tono apagado por el casco, moviendo la cabeza ligeramente—. No pesa casi nada. Y la visibilidad es buena, aunque el color lo vuelve todo un poco… verde.
Julius, con el ceño levemente fruncido, se cruzó de brazos. —Admitiré que le sienta mejor de lo esperado. Aunque me preocupa que algo desconocido pueda tener efectos secundarios.
Ella soltó una breve risa, alzando una mano enguantada. —Un riesgo pequeño por una posible fortuna. Así que no tienes que preocuparte.
Julius suspiró con paciencia. —Su audacia siempre me inspira, señorita… aunque no necesariamente en el mejor sentido.
—Mira esto… —añadió ella, bajando la cabeza y rozando la visera con los dedos—. Tiene un mecanismo, pero sin resortes visibles. Solo basta con tocar aquí…
Con un suave clic, la visera se deslizó hacia arriba, mostrando su rostro parcialmente iluminado por el reflejo verdoso.
—No puedo negar que es una pieza de arte. Aunque dudo que su creador pensara en moda cuando la diseñó.
—Parecen implementos prácticos —comentó Julius—. Para velocidad o protección.
Anastasia asintió, quitándose lentamente el casco. —Diría lo mismo. Pero si todo esto pertenece al mismo dueño, entonces esa persona no es simplemente hábil… es alguien que entiende cómo combinar comodidad, funcionalidad y algo que ni siquiera puedo nombrar.
Dejó el casco sobre la mesa, junto a los guantes, y los observó en silencio.
—Julius, ¿alguna vez has tenido la sensación de que algo no debería existir… y aun así está frente a ti?
Él la miró con serenidad. —Más veces de las que preferiría admitir.
Aún con los guantes puestos, Anastasia se inclinó hacia la mesa, donde quedaban algunos objetos más.
Entre ellos, un pequeño estuche metálico contenía una docena de piezas relucientes. Todas eran de un solo color, un verde intenso con reflejos sutiles, como si guardaran una luz en su interior.
—Mmm… esto sí que es nuevo —murmuró, tomando una entre los dedos. La pieza tenía forma de prisma irregular, con cinco lados y bordes tan limpios que parecían cortados por magia. —No es cristal, ni gema refinada… tampoco responde a maná —comentó, ladeando la cabeza con curiosidad—. Y sin embargo parece tan extraña.
Julius se acercó, examinando con atención. —¿Quizá una variante? Aunque su color no coincide con ninguna catalogada.
—No… —negó Anastasia, girando la pieza en su mano enguantada—. No siento resonancia alguna. Es pura, sin energía. Pero al mismo tiempo… imposible de clasificar.
Dejó ese prisma a un lado y tomó otro, más pequeño, redondo, casi como una moneda de superficie perfecta. —Y estas otras parecen hechas del mismo material. Ni una imperfección ni una grieta, ni siquiera rastro de tallado.
Su expresión cambió de curiosa a fascinada. —Julius, hazme un favor.
Él arqueó una ceja. —¿Uno peligroso o uno educativo?
Ella sonrió, lanzándole el prisma pentagonal. —Dependerá del resultado.
Julius lo atrapó con elegancia, aunque con visible cautela. —¿Qué desea que haga con esto?
—Ponlo a prueba. Usa tu espada. Con suavidad, eso sí —dijo Anastasia con tono divertido—. No quiero que destruyas lo que podría ser la próxima fortuna de la compañía.
El caballero suspiró, desenvainando su espada. La hoja, pulida y perfecta, reflejaba la luz sobre las cortinas azul pálido.
Apoyó la punta del prisma contra el filo, aplicando apenas presión… y lo deslizó lentamente.
Un sonido seco, casi metálico, llenó la habitación.
Julius detuvo el movimiento y miró la hoja. Donde había pasado el prisma, una línea delgada y profunda marcaba el acero. El mineral, en cambio, permanecía intacto.
—…Imposible —susurró Julius, apenas audible.
Anastasia se acercó, observando el daño en la espada con los ojos muy abiertos. Luego sonrió con esa mezcla suya de asombro y codicia. —Oh, esto es incluso mejor de lo que pensaba.
Julius giró el prisma entre sus dedos, todavía analizando incrédulo de lo que veía. —Apenas usé fuerza. Ni siquiera un mineral mágico podría marcar el acero así de fácil y sin esfuerzo, esto pone en duda de lo conocido.
Anastasia cruzó los brazos, pensativa. —Y si pertenece al mismo dueño que los demás objetos… —su sonrisa se ensanchó con un brillo— …entonces no solo encontramos un misterio. Encontramos una ventaja.
Julius guardó silencio, aunque su expresión denotaba una preocupación sutil. —Una ventaja… o una amenaza.
—Ambas —respondió Anastasia con serenidad, mientras guardaba el prisma en la bolsa—. Lo importante es quién sepa usarla primero.
—Parece que sí —respondió Anastasia, tomando la chaqueta entre las manos.
La sostuvo frente a sí, observando cómo el blanco puro reflejaba la luz de la habitación. —La tela es de buena calidad, y el diseño… curioso. —Giró la prenda con un gesto evaluador—. Aunque el verde es demasiado dominante. Un poco de lila aquí y allá y quedaría perfecto.
Julius ladeó la cabeza apenas. —¿Cree que el color es lo importante, señorita?
Ella le lanzó una mirada divertida. —Cuando se trata de impresionar a la competencia, Julius, todo importa.
Mientras la inspeccionaba, algo en el pecho de la chaqueta captó su atención. —¿Un número? —susurró, acercándola—. Un “10” bordado… o directamente plasmado, no lo sé. No es un símbolo de gremio ni de casa noble. —Rozó el emblema con la yema de los dedos—. Qué peculiar.
La alzó un poco más, midiendo su tamaño con la mirada. —Hmmm… esto era para alguien más alto. —Estiró la prenda hacia su torso—. Me va a quedar como una capa corta.
Su tono sonó entre curioso y divertido, más propio de una comerciante intrigada que de una dama preocupada.
—¿Piensa probársela? —preguntó Julius, manteniendo su habitual serenidad.
—¿Y dejar pasar la oportunidad de saber qué tan cómoda es? —replicó ella, con una ceja levantada.
Con algo de dificultad se la puso, ajustando el cuello y dejando que las mangas le cubrieran casi las manos por completo.
El tejido se amoldó apenas al contacto, cayendo con suavidad sobre su figura esbelta, sin sentirse pesado.
—Mmm… demasiado grande —murmuró, mirando su reflejo en el cristal de la ventana—, pero no incómodo. Y el material… —presionó la tela con los dedos— es cálido sin ser grueso. No se siente como lana, ni como lino, ni cuero.
Julius la observó con atención. —Le sienta bien. Aunque diría que fue hecha para alguien con… una contextura distinta.
Ella lo miró. —Eso es una forma elegante de decir que el dueño era más alto y más ancho, ¿verdad?
—No me atrevería a expresarlo de ese modo, señorita Anastasia—respondió Julius.
Anastasia giró sobre sí misma, dejando que la chaqueta ondeara apenas. —Pues el dueño tenía buen gusto, aunque dudo que supiera combinar colores. —Su tono, entre broma y meditabundo, no lograba ocultar el brillo de fascinación en su mirada—. Me pregunto quién la llevaba… y por qué tenía objetos tan imposibles abandonados en un callejón donde cualquiera podría robarlos.
Anastasia dejó escapar un suspiro, ya más relajada tras revisar los demás objetos, pero su curiosidad no se apagaba. En el fondo de la mesa, algo rojo atrajo su atención: una pequeña insignia metálica, pulida, con forma de circular y unos semejantes a un escudo.
—Hmmm… —la tomó entre los dedos—. No parece joyería. Y tampoco un broche por que es más grande.
Le dio la vuelta entre los dedos, presionando suavemente distintos puntos, hasta que uno de los bordes cedió con un clic.
De inmediato, un leve zumbido llenó el aire y una luz roja se encendió en el centro del escudo.
—Ah… —Anastasia se sobresaltó, sosteniendo el objeto con ambas manos—. No esperaba eso.
—¿Debo retirarlo? —preguntó Julius, dando un paso adelante con la mano en la empuñadura.
—No… aún no. —Ella acercó la insignia a la altura de sus ojos.
Entonces, el sonido cambió: un estallido de estática, seguido de un destello breve.
—…zzzt… sistema… transmisión fallida… señal cercana detectada, enviando solicitud de conexión zzzt…
Anastasia abrió los ojos con sorpresa. —¿Habla?
Notes:
Ahora, la placa envió una señal y estamos centrados a esta perspectiva, que pasara ahora con Ben, o mejor dicho cuando llego eso
Chapter Text
Rem iba al frente, sosteniendo una cesta; Ben la seguía con las manos en los bolsillos, observando todo con la curiosidad de quien ve el mundo por primera vez; y detrás de ambos, Emilia avanzaba en silencio, cubierta.
Gracias al hechizo que envolvía la prenda, las miradas de los aldeanos pasaban de largo, logrando que no se destacase tanto lo que estaba debajo.
Ben con su actitud relajada y el aire extraño que lo rodeaba captaron la atención al instante. Un grupo de niños que jugaba con una pelota improvisada detuvo el partido para observarlo, fascinado.
Uno de ellos murmuró:
—¿Quién es ese?
—No lo sé —respondió otro, más bajo—, pero mira lo que lleva en la mano… brilla.
Una niña de cabello castaño claro y ojos color cyan fue la primera en acercarse. No podía contener la curiosidad.
—Hola —dijo, con una sonrisa radiante—. ¿Eres amigo de la señorita de la mansión?
Ben parpadeó, un poco sorprendido.
—Sí, algo así, aunque más bien sería mi “superior”. Me llamo Ben —respondió, inclinándose levemente para quedar a su altura.
La niña señaló su muñeca con el dedo.
—¿Qué es eso? —preguntó con total naturalidad.
Ben bajó la vista al Omnitrix. El núcleo verde reflejaba el sol con un destello suave. Sonrió, buscando la forma más simple de responder sin meterse en líos.
—Esto… es un dispositivo que emite luz —dijo, moviendo el brazo para que el brillo resaltara—. Sirve para ver en la oscuridad.
Los ojos de los niños se agrandaron.
—¿En serio? —preguntó uno.
—¿Y también brilla así de día? —añadió otro.
Ben asintió, con una sonrisa cómplice.
—Sí, y además me avisa si hay peligro cerca. Emite una luz especial. —Bajó la voz, en tono de secreto—. Pero solo cuando cree que alguien lo necesita, aunque a veces es inoportuno.
Los pequeños se miraron entre sí, fascinados.
—¡Entonces es mágico! —gritó uno.
—Debe ser muy caro —añadió otro.
Ben se rió. —Nah, no tanto. Solo hay que saber cómo usarlo.
Rem lo observaba desde unos pasos más adelante, negando apenas con la cabeza, aunque una sonrisa se escapó al verlo tan cómodo con los niños.
—Ben —lo llamó—, no olvides que tenemos trabajo que hacer.
—Lo sé, lo sé —respondió él, enderezándose—. Pero no podía ignorar tanta curiosidad. Me recuerda a cuando viajaba en el camper, antes de que todo se pusiera patas arriba.
Luego miró a los niños y añadió con tono juguetón:
—Ya que son tan simpáticos, quiero presentarles a una amiga.
—¿Una amiga? —preguntó la niña de ojos cyan.
Ben giró y señaló hacia atrás con una sonrisa traviesa.
—Sí. Ella está justo allí… la que parece que quiere mimetizarse con el entorno.
Emilia, que los observaba en silencio, se sobresaltó. Su cuerpo se tensó bajo la capa, y su primer impulso fue apartarse, pero ya era tarde. Las miradas de los niños siguieron el gesto de Ben y se detuvieron en ella.
Durante un instante, el hechizo de la túnica los confundió. Veían a una figura alta, envuelta en blanco, elegante y silenciosa, pero sus rasgos se desdibujaban ante sus ojos, como si la luz jugara en su contra. Aun así, la curiosidad pudo más.
—¡Hola! —saludó uno, levantando la mano con una sonrisa.
—¡Hola! —repitieron los demás, riendo.
Emilia se quedó quieta, sorprendida por el simple hecho de que le hablaran sin miedo, no como la niña que quiso ayudar en la capital. Titubeó, y al final levantó la mano también, devolviendo el saludo.
Fue en ese instante cuando el viento sopló.
Una ráfaga fuerte descendió, levantando polvo y hojas secas. La capucha blanca se agitó, y antes de que Emilia pudiera sostenerla, el viento la arrancó hacia atrás.
Su cabello plateado brilló bajo el sol; sus ojos, grandes y temerosos, se encontraron con los de los aldeanos. Una vista hermosa para quien no supiera a quién recordaba.
El silencio fue inmediato.
Las risas cesaron.
Las manos que sostenían una fruta de un niño bajaron lentamente. Incluso los adultos más cercanos, que hasta ese momento no habían prestado atención, se giraron.
Emilia permaneció inmóvil, con la mano aún levantada a medias. El brillo en sus ojos se tensó, como si esperara que el mundo se desmoronara sobre ella una vez más.
Ben fue el primero en reaccionar. Dio un paso al frente, cruzando los brazos con naturalidad, y habló con su tono más despreocupado:
—Bueno… eso sí que fue una entrada dramática. —Sonrió, mirando a todos—. No la miren tanto, que podría encogerse. Vamos, saluden a Emilia.
El silencio se mantuvo, espeso, como si de pronto el aire pesara más. La tensión crecía con cada mirada, con cada susurro entre los adultos.
El valor que Emilia había reunido para ese viaje empezó a tambalearse. Sentía nervios. No esperaba que el viento la traicionara tan de golpe, revelándola ante todos sin aviso.
—Hola… —dijo la niña de ojos cyan, avanzando un paso sin dudar—. Me llamo Petra.
Sus palabras resonaron suaves, pero firmes, y su sonrisa no tembló. Emilia la miró con sorpresa, sin saber si debía responder o no.
Petra inclinó la cabeza apenas, sujeta aún a esa inocencia que el miedo de los mayores no había tocado.
—Usted tiene un cabello bonito —añadió—. Brilla como la nieve.
El comentario, simple y sincero, desarmó a Emilia. La tensión en su pecho cedió un poco; una pequeña sonrisa temblorosa le nació sin permiso.
—G-gracias… —susurró—. Y tú eres… muy amable, Petra.
La niña asintió satisfecha, y giró hacia los otros niños.
—¿Ven? No da miedo —dijo, casi con tono de reto—. Solo es un poco tímida.
Los pequeños se miraron entre sí, indecisos, pero ninguno retrocedió. Uno incluso dio un paso al frente, movido por la misma curiosidad que antes los había atraído hacia Ben.
Emilia bajó la vista, mordiéndose el labio, mientras el corazón le latía rápido. No recordaba la última vez que alguien la había mirado así… sin juicio. Solo con curiosidad genuina, en cambio, en la capital notaba que algunos parecían mirarla igual pero en el fondo se notaba que no la querían cerca.
Detrás de la escena, Ben se mantenía tranquilo, los brazos cruzados, sin intervenir. Entendía que no podía forzar la comprensión; la confianza no se gana a golpes ni discursos. Pero al ver a Petra tomar la iniciativa, su expresión se suavizó. Había esperanza en gestos tan simples.
Y justo cuando pensaba en eso, sintió algo en su brazo.
Una manita pequeña, torpe, curiosa. Ben apenas alcanzó a bajar la mirada antes de que el niño tocara el Omnitrix. Un leve clic y un destello verde lo envolvieron por completo.
—¡Esper—!
Demasiado tarde. La luz se expandió como una explosión silenciosa, y en un parpadeo, donde antes estaba Ben Tennyson, ahora había un ser enorme, hecho de bloques de colores brillantes, con ojos amarillos y un gesto confundido.
El silencio fue total. Ni el viento se atrevió a moverse.
Los niños, que un segundo antes se debatían entre la curiosidad y el miedo, quedaron con la boca abierta. Uno dejó caer una manzana. Petra, la más cercana, retrocedió un paso, llevándose ambas manos a la boca.
Emilia no se movió. Sus labios se entreabrieron, pero ninguna palabra salió. Ya había visto antes al muchacho transformarse, incluso aquella extraña forma de oni, pero hacerlo ahí, frente a todos los aldeanos, era otra historia.
Bloxx levantó las manos, como si se rindiera. Su voz resonó grave pero amable:
—¡Tranquilos! No es… no es lo que parece. Bueno, sí es lo que parece, pero no es peligroso.
El niño que había causado el accidente seguía mirándolo con fascinación pura, sin pizca de miedo.
—¿Eres… de juguete? —preguntó con la inocencia más demoledora posible.
Bloxx parpadeó, sus ojos cuadrados se sorprendieron.
—Digamos que soy… una especie de mago de construcción. ¡Versátil, colorido y con articulaciones de lujo!
Las risas nerviosas no tardaron en aparecer entre los más pequeños. Los adultos, sin embargo, no se veían tan convencidos. Algunos retrocedían, murmurando, otros se persignaban discretamente.
Rem, desde un lado, fruncía el ceño y soltaba un suspiro. —Perfecto— pensó. —Nuestro intento de mantener un perfil bajo, arruinado por un niño curioso.—
Ben o más bien, Bloxx giró lentamente hacia ella, incómodo.
—…Supongo que esto cuenta como una metida de pata.
Rem cruzó los brazos y solo negó con la cabeza.
Emilia, aún con el corazón acelerado, finalmente dio un paso adelante. La gente la observó, pero su voz, aunque temblorosa, salió firme:
—E-Está bien… él… no es un monstruo. Solo… un poco torpe y algo tonto.
Bloxx alzó un pulgar de bloques.
—¡Gracias por la defensa, Su Señoría del Sentido Común!
La tensión se quebró un poco. Un par de niños soltaron risitas, y uno de ellos —el más valiente, o el más inconsciente— se acercó de nuevo.
—¿Puedes… desarmarte?
Bloxx se encogió de hombros.
—Bueno si puedo, mira.
Y lo hizo. Con un sonido de piezas encajando, su brazo se transformó en una especie de escalera, y luego su espalda se deslizó formando una rampa. Los niños gritaron fascinados.
En cuestión de segundos, el terror se había convertido en juego. Bloxx se volvió una estructura viva, cambiando su forma para que los pequeños treparan, bajaran o se deslizaran. Cada tanto, dejaba escapar un comentario teatral:
—¡Cuidado con la torre! ¡Esa se cae fácil!
Incluso los adultos, al ver a los niños reír, relajaron los hombros. El miedo se disipaba, reemplazado por esa clase de curiosidad que solo la risa puede permitir.
Emilia observaba la escena con una mezcla de alivio y desconcierto. No esperaba que todo terminara así. Tal vez… ese caos improvisado era justo lo que necesitaban.
Bloxx, mientras tanto, se inclinó hacia Petra, que seguía mirando la estructura con asombro.
—¿Qué opinas? —preguntó él, con voz juguetona—. ¿Aprobado por la ingeniera Petra?
Petra sonrió tímidamente.
—Creo que sí… aunque eres un poco raro.
—Raro, pero funcional. —Se golpeó el pecho de bloques, haciendo un ruido hueco—. ¡Y eso ya es más de lo que pueden decir algunos adultos!
Petra soltó una carcajada, y los demás niños la siguieron. Emilia no pudo evitar sonreír, aunque con cierta timidez.
Desde la distancia, Rem suspiró.
—Mi hermana no va a estar contenta cuando se entere.
Bloxx, sin dejar de sostener una escalera con tres niños encima, murmuró resignado:
—Lo sé. Y lo peor es que no puedo correr en esta forma.
Emilia soltó una pequeña risa, apenas audible, pero genuina. Por un instante, se permitió dejar que la preocupación se desvaneciera. Los niños no la miraban con miedo… y Ben, de algún modo, había conseguido eso sin palabras, solo siendo él mismo.
Aunque todavía dudaba de sí misma, ese pequeño momento le hizo pensar que tal vez… solo tal vez, no todos la verían siempre con recelo. Y asi paso algo mas de tiempo de lo esperado.
Emilia se le acerco a Ben que ahora los niños se iban alejando llamados por sus padres.
—Trataré de abogar por ti, Ben, si es posible.
—Gracias, en serio, pero no creo que Ram te escuche cuando me esté desarmando pieza a pieza y repartiéndome por el jardín —bromeó, alzando un brazo que se desacomodó y volvió a encajar con un clack.
Petra lo miró con los ojos muy abiertos. —¿Estará bien, señor Ben…?
Bloxx se agachó un poco hasta quedar a su altura, sus ojos verdes brillando con suavidad.
—No te preocupes, Petra —dijo con tono más cálido—, es una forma de decir que Ram me regañará. Mucho.
La niña soltó una risita, aliviada. —Ah… pensé que de verdad lo haría.
—No lo descartes del todo —murmuró Rem
Bloxx se giró un poco, con una sonrisa que parecía incómoda incluso en su rostro cuadrado.
—Lo decía en broma, Rem. No des ideas, ¿sí?
Ella solo suspiró y siguió caminando, fingiendo indiferencia, aunque el ligero movimiento en la comisura de sus labios delataba cierta diversión reprimida; y Ben golpeando el dial para destransformarse.
Emilia en su mente pensó—Fue mejor de lo que pensé... por un momento me arrepenti y pense que lo habia arruinado, pero no fue tan mal... fue divertido
Pip. Pip. Pip.
El sonido cortó el aire, seco y urgente. Ben se detuvo, frunciendo el ceño.
—No puede ser…
El símbolo verde comenzó a parpadear. Emilia se giró, preocupada.
—¿Es algo malo?
—No. Esto es algo distinto —murmuró Ben, bajando la vista al reloj—. Este es un canal de comunicación… pero no debería funcionar aquí.
El reloj pitó una vez más, y una voz metálica resonó con nitidez:
—“Solicitud de mensaje detectado. Tipo de señal: Plomeros. ¿Desea responder a la solicitud?”
Ben se quedó helado.
—¿Plomeros? —se interrumpió, bajando el tono—. Maldición… pensé que tardarían más en encontrar la mochila.
Rem lo observó con leve curiosidad. —¿Eso es bueno o malo?
—Depende. Si la encontraron personas normales, esto puede ponerse raro… pero hay que averiguarlo. Omnitrix, responde a la señal. Activa comunicación abierta y en altavoz.
El núcleo proyectó una luz tenue. Por un instante solo se oyó estática, hasta que una voz femenina, entrecortada, surgió del aire:
—Julius, se detuvo… ahora está en silencio. Te dije que era solo moverlo un poco más.
—Señorita, no es recomendable seguir manipulando estos Metia —replicó una voz masculina, firme pero tensa.
—¡Hey! ¿Quién tiene mi insignia de plomero? —interrumpió Ben, sorprendido.
—Nos acaba de responder… ¿ahora qué hacemos, señorita Anastasia?
Emilia se congeló. Ese nombre le resultó demasiado familiar. Recordó perfectamente el rostro sereno, la sonrisa encantadora y la mirada que nunca dejaba ver lo que pensaba. Anastasia Hoshin.
Su respiración se contuvo por instinto. No podía decir nada, no mientras la otra pudiera escuchar. Rem notó el súbito silencio de Emilia, pero no dijo nada.
—No tenías que decir mi nombre, ahora ya sabe quiénes somos —suspiró la mujer.
Ben entrecerró los ojos.
—No den tantas vueltas. ¿Cómo lograron activar la insignia?
La voz femenina se recompuso enseguida, retomando un tono amable, casi encantador.
—¿Tú eres el dueño de estos magníficos Metia? Como ya escuchaste, soy Anastasia Hoshin. Estoy interesada en saber cómo lograste crear este tipo de maravillas sin usar magia. Incluso podríamos colaborar.
Ben bufó.
—Claro… claro que no te lo voy a decir. Quién sabe qué podrían hacer si descubren cómo replicarlo. Y colaborar, ¿eh? Suena como lo que alguien dice justo antes de intentar quedarse con todo.
Del otro lado hubo un breve silencio antes de que Anastasia hablara de nuevo, más pausada.
—No me malinterpretes. Solo pienso que el conocimiento debería compartirse… entre mentes capaces.
—Sí, claro. “Compartirse”. Igualito que cuando “compartiste” mi mochila —replicó Ben, con media sonrisa—. Dime algo: ¿qué estaban buscando dentro?
Julius carraspeó al fondo.
—Solo intentábamos identificar el origen de los Metia. Muchos parecían… ajenos.
Ben alzó una ceja y una leve sonrisa —Ajeno es una palabra suave. Digamos que serían como de otro mundo.
—No te vanaglories tanto. Son impresionantes, sí, pero afirmar que son de otro mundo suena excesivo —respondió Anastasia con calma.
Emilia, que seguía en silencio, apartó la mirada, incómoda. “Otro mundo”… sonaba demasiado literal viniendo de Ben, pero verlo en acción había hecho que esa frase ya no pareciera absurda. Aun así, mantuvo los labios sellados: no podía arriesgarse a que Anastasia la reconociera por la voz.
—Bien, bien, señorita Ana —dijo Ben, relajando un poco el tono—. ¿Qué tal si me dice qué tanto interés tiene y cuál sería su oferta?
—No eres tonto —replicó ella, ligera pero firme—, pero esos detalles se hablan a puerta cerrada. Lo mejor sería tener una reunión privada, ¿no? Nadie quiere entrometidos en sus negocios.
Emilia sintió un escalofrío recorrerle la espalda, y Rem frunció el ceño, notando su tensión. La sirvienta entendió, sin palabras, decidio no insistir.
—No seas tan estirada, “Ana”. ¿Qué tal si me las devuelves y fin del problema? Voy, las recojo, y fingimos que nada de esto pasó. Tú no me robas, yo no te doy nada de mis cosas.
—No lo llamaría ser “estirada”, lo que signifique —replicó Anastasia, con la calma de quien sopesa cada palabra—. Lo llamaría aprovechar una oportunidad. Tienes piezas que podrían valer muchísimo; yo tengo contactos, recursos y plataformas. Tú pones la idea, yo pongo la infraestructura —pausó con una sonrisa medida—. Ganancias para ambos, y tu nombre respaldado por quienes hacen ruido en el mercado.
Ben entrecerró los ojos, esa mezcla divertida de recelo y curiosidad que lo caracterizaba.
—Suena bonito cuando lo dices así: “nombre”, “plataformas”, “ruido en el mercado”… ¿y la parte de no perder el crédito? Porque a mí no me va bien la gente que se apropia de cosas ajenas. En especial cuando no deberían tener acceso a ellas.
—Exacto por eso lo mejor sería una reunión privada —contestó Anastasia, suave—. Hablamos con calma, revisamos tus condiciones y—si todo cuadra—te ofrezco apoyo para escalarlo. No quiero competir; quiero colaborar. Consideralo, si dices que si, te digo donde actualmente nos encontramos. Si no tendre que usar mis propios metodos para descubrir como funcionan
—He, parece que cometiste un error, Ana
—¿oh? y cual seria ,posible colaborador que no me dice su nombre.
—Yo ya se donde estan, desde... desde que comenzaron llamando —Mintio Ben para que piensen que solo apagar la insignia haria que los pierda—
—...Vaya, eso es un problema, ¿no?
Entonces Ben corto repentinamente la llamada y solto un suspiro resignado
—Ah, genial… justo lo que faltaba —murmuró con una sonrisa cansada—. La primera persona que encuentra mis cosas tenía que ser alguien con agenda de negocios.
Rem lo observó con el ceño fruncido.
—Esa mujer… su tono era demasiado calculado. No sonaba como una ladrona común. Más bien alguien que sabe lo que hace.
Ben asintió.
—Sí. Y ese tipo de gente suele ser más peligrosa que los que apuntan con un arma. Al menos esos te dicen lo que quieren de frente.
Emilia seguía en silencio, con los dedos entrelazados. La conocía: sabía exactamente lo peligrosa que podía ser, lo envolvente que resultaban sus palabras. Pero no podía decirlo sin levantar sospechas.
Rem lo notó, pero no insistió.
—¿Entonces qué vas a hacer? —preguntó Emilia finalmente, sin mirar a nadie—. Podría intentar usarlas… o esconderlas.
Ben se cruzó de brazos, mirando hacia la ventana.
—Por ahora, nada impulsivo. Si algo aprendí con el Omnitrix es que correr directo al problema solo lo hace más grande. Primero quiero hablar con el dueño de la mansión —se volvió hacia ellas—. Si Roswaal ve que desaparezco sin aviso, va a pensar que me escapé o que estoy tramando algo. Y no me apetece discutir con un tipo que sonríe y parece primo de zombozo.
Rem asintió con firmeza.
—Es lo más sensato. El señor Roswaal debe saberlo. Tal vez pueda ofrecer una forma más segura de contactar a esa mujer, o al menos vigilar la situación… espera, ¿quién es Zombozo?
—No importa, y Exacto —replicó Ben—. No quiero que piense que vine aquí a causar líos… o que ando escondiendo más “Metia” debajo de la cama.
Emilia intentó sonreír, aunque su voz salió un poco tensa.
—Me alegra que no vayas solo. Si esa tal Anastasia tiene tus cosas, podría intentar manipularte para que aceptes algo peligroso.
Ben ladeó la cabeza, en ese tono mitad broma, mitad resignación.
—Tranquila, Emilia. Si intentan manipularme, al menos tendré la cortesía de fingir que no me doy cuenta.
Rem suspiró suavemente.
—No lo tomes a la ligera. Ella podría estar reuniendo información mientras hablamos.
—Lo sé. Pero también sé cómo suenan los que creen tener la ventaja —respondió Ben, encogiéndose de hombros—. Y lo que más les molesta es que no reacciones como esperan.
Ram estaba allí, inmóvil, mirando al cielo como si esperara que algo descendiera de las nubes. Solo cuando oyó los pasos acercarse, bajó la vista.
Rem se adelantó un poco, con una sonrisa que se quebró apenas notó la expresión de su hermana.
—¿Qué ocurre, hermana?
Ram parpadeó una vez, despacio, como quien vuelve de un pensamiento lejano.
—El señor Roswaal ha salido —respondió al fin, con su habitual calma medida—. Dijo que surgió un asunto urgente que necesitaba su presencia y que no debía ser interrumpido.
Emilia inclinó la cabeza, confundida.
—¿Tan pronto? Apenas regresamos…
Ram asintió.
—Así es. Y pidió que se quedaran en la mansión hasta su regreso. No debería demorar… aunque —bajó un poco el tono, solo para Rem— lo noté algo tenso antes de irse. Como si algo le molestase.
Ben se detuvo, arqueando una ceja.
—¿Tenso, dices? —repitió, y por un momento, una sospecha cruzó su mente. Era demasiada coincidencia que Roswaal se marchara justo ahora. Pero tras unos segundos, resopló y sacudió la cabeza—. No, seguro es casualidad.
Emilia lo miró con curiosidad.
—¿Casualidad?
—Justo necesitábamos informarle que debo ir a recuperar mi mochila. Ya la encontraron… y, a diferencia de lo que dijiste, lograron activar la insignia.
Ram frunció levemente el ceño, observándolo con atención.
—Curioso. El señor Roswaal mencionó tu nombre antes de irse. Dijo que si aparecían tus pertenencias, eras libre de ir a recuperarlas. Pero pidió que regresaras lo antes posible si salías.
Ben parpadeó, algo sorprendido.
—Eso… es conveniente —murmuró, con un deje de ironía—. Casi parece que sabía lo que iba a pasar.
Rem lo miró con cierta preocupación.
—¿Vas a ir entonces?
Ben respiró hondo, ajustándose la chaqueta.
—Sí. Cuanto antes las recupere, mejor. No quiero que sigan trasteando con lo que no entienden.
Emilia dio un paso adelante, sus manos apretando el borde de su capa.
—Entonces… ¿vas a ir solo? —preguntó con un dejo de inquietud—. Tal vez podría acompañarte, solo para asegurarme de que todo salga bien.
Ben la miró, y por un segundo su expresión se suavizó.
—Agradezco la intención, pero no quiero meterte en esto. Si ese par empieza con sus juegos de negocios, lo mejor es que no te vean como parte del trato.
Antes de que Emilia pudiera responder, una brisa fría recorrió el pasillo y pequeñas motas de hielo se arremolinaron frente a ella. Puck apareció flotando, con su característico gesto burlón y un bostezo perezoso.
—No, no, no, mi querida Lia —dijo el espíritu, moviendo un diminuto dedo en el aire—. El chico verde sabe cómo meterse en problemas y, por lo visto, también cómo salir de ellos. Además, tienes cosas más importantes que hacer.
Emilia lo miró, confundida.
—¿Más importantes?
—Claro. Estudiar. Repasar lo de esta mañana. —El espíritu giró en el aire y la observó con aire de maestro exigente antes de sonreírle con picardía—. Todavía hay unas cuantas páginas que dejaste “para después”, ¿o me equivoco?
Emilia se sonrojó un poco, esquivando la mirada.
—No era “para después”. Solo… necesitaba aire fresco.
Puck cruzó sus diminutos brazos, exagerando una mueca de desaprobación.
—Ajá, y ahora lo tienes. Aire fresco, conversación improvisada, y una excusa menos para evitar los libros.
Ben arqueó una ceja, divertido.
—Vaya, tienes un espíritu que te sermonea por no estudiar. Eso sí que es nuevo.
—Lo hace más seguido de lo que quisiera —murmuró Emilia, suspirando.
Puck dio una última vuelta en el aire antes de asentir con una sonrisa traviesa.
—Así que nada de acompañarlo, Lia. El chico verde se las arreglará. Y tú, a repasar lo que dejaste pendiente.
Mientras con Anastasia.
—Claro que no. Pero tampoco debemos actuar como si ya estuviéramos en guerra, querido Julius. —Su voz era dulce, casi despreocupada, aunque el leve tamborileo de sus dedos en el brazo del sillón delataba cierta tensión contenida—. Después de todo, lo tenemos a ti, ¿no es así? El mejor caballero del reino. Dime, Julius… ¿perderías?.
Julius levantó la mirada, un destello contenida en sus ojos.
—Si llega a ser una amenaza… —respondió con calma— no te preocupes. Yo ganaría.
Por primera vez, Anastasia dejó que su sonrisa se ensanchara apenas, una chispa divertida rompiendo su serenidad.
—Me alegra oírlo. Porque, sinceramente, no tengo intención de perder una buena oportunidad de negocios… ni a mi mejor carta defensiva.
Notes:
Dato curioso:
Originalmente la historia seria de que Albedo llegase en vez de Ben, pero seria mucho abuso en el tema tecnologico el podria en menos de 2 meses hacerse con muchas cosas y re hacer otras.Pregunta nueva:
¿Que pensaria el culto si se enterase de Ben y su "habilidad"?
Chapter 10: Confrontación...?
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Ben sentía el aire frío golpearle el rostro o lo que equivalía a un rostro en esa forma mientras la capital de Lugunica se insinuaba a lo lejos, con su forma de Jetray esta vez si pudo avanzar sin encontrarse con inconvenientes u otra niña loca que lo quisiera apuñalar.
—Vale… ahí está la capital —murmuró, ajustando la trayectoria con un leve giro de las alas—. Debería usar más seguido a este tipo. Astrodactyl es genial, pero esos tics raros en la voz son un fastidio.
Durante unos segundos se permitió disfrutar del vuelo, planeando sobre un paisaje que parecía pintado, campos extendiéndose hasta perderse de vista, y, al fondo, la capital.
—Ahora el problema... —suspiró— ¿Cómo entro sin que medio mundo levante la vista y empiece a gritar “¡monstruo volador!”? Si aterrizo fuera, tendré que explicar por qué un tipo con un reloj verde aparece caminando desde el bosque… —torció el gesto, pensativo—. O me cuelo...
La idea le arrancó una sonrisa.
—Claro. Me cuelo.
Tocó el Omnitrix. El dispositivo respondió con un clic seco y un destello esmeralda. En un parpadeo, el cuerpo aerodinámico de Jetray se disolvió en energía y dio paso a la figura espectral de Big Chill.
El aire se volvió más denso, helado. Su cuerpo azul oscuro se fundía con el crepúsculo.
—Intangibilidad, vuelo silencioso, cero gritos de pánico… la entrada VIP del fantasma de hielo favorito de todos.
Con un batir de alas, atravesó la muralla como si fuera niebla sólida, dejando tras de sí solo un rastro de escarcha.
Al otro lado, descendió sobre un tejado y el reloj volvió a brillar.
—No quiero que piensen que se les apareció el hombre polilla.
Detransformadose en su lugar quedó un joven, al menos antes de irse se cambio a su clásica ropa. No quiere usar algo que delate de donde viene.
—Perfecto. Nadie vio nada, nadie gritó, y sigo entero. Y apenas destacaré.
La capital se extendía bajo él, sonidos y movimiento. Era hora de encontrar a Anastasia Hoshin… y recuperar lo que le pertenecía.
Mientras observaba a los alrededores, notaba tantas cosas interesantes, considerando de que seria bueno tomarse el tiempo para investigar más sobre como es la capital a fondo y sin tener que enfrentarse a una asesina.
—Me gastaría darme un paseo más dedicado, como un turista, si Puck la deja, podría hacer que Emilia me haga un tour. Tal vez mirar como hacen su magia aquí, cierto... , si puedo al menos usarlo después.
Se dirigió lentamente a un callejón, irónico por que el primer día siguió a la enana rubia y la persiguió tras colarse en uno.
—Si me cruzo con el pelirrojo debería preguntarle que paso con ella, espero que nada malo.
—Bueno, hora de trabajar un poco —dijo en voz baja, levantando el brazo—. Omnitrix, es hora.
El núcleo del reloj giró y proyectó un fino haz de luz verde que barrió el entorno con un pitido suave, casi imperceptible. Por un instante, no ocurrió nada… hasta que una serie de indicadores flotantes comenzaron a parpadear marcando la dirección.
—Perfecto, justo como lo esperaba. No está lejos. —Ben frunció el ceño, analizando el mapa holográfico
Presionó un par de veces el costado del Omnitrix para reajustar la dirección. Las calles pasaban una tras otra: algunas amplias y adornadas, otras más humildes, hasta que el marcador verde se detuvo frente a un edificio de aspecto distinguido.
No era una fortaleza, pero su elegancia lo delataba: muros claros, molduras pulidas, y un aire de esos lugares donde la gente importante discutía asuntos aún más importantes.
Ben se detuvo frente a la puerta, respirando hondo. El núcleo del Omnitrix seguía apuntando directo al interior.
—Sí… justo aquí. —Alzó la vista, evaluando el lugar con una mezcla de duda y resignación—. Bueno, si esto no grita “lo suficientemente elegante para que no levante sospechas”, no sé qué lo hace.
Se pasó una mano por el cabello, tomó aire y golpeó la puerta con los nudillos.
Tres toques secos.
Silencio.
Luego, el sonido de pasos firmes acercándose desde dentro. La cerradura giró con un clic, y la puerta se abrió apenas lo suficiente para revelar a un hombre alto, de porte impecable, cabello violeta y una mirada que mezclaba cortesía con desconfianza.
—No esperábamos visitas… —dijo el hombre, su voz firme, pero con una educación casi ensayada.
Ben alzó una ceja.
—Tú voz, eres el del mensaje —murmuró, cruzándose de brazos con una sonrisa ladeada—. Julius, ¿verdad? El que no quería que su jefa tocara mis cosas.
El caballero parpadeó apenas, sorprendido un segundo antes de recuperar la compostura.
—Así que tú eres el propietario de esos Metia —respondió con calma medida—, y es Julius Juukulius. No esperaba que llegaras tan rápido.
Ben inclinó la cabeza con un gesto burlón.
—Sí, bueno, cuando descubres que alguien anda hurgando entre tus pertenencias, tiendes a acelerar el paso.
El aire entre ambos se volvió ligeramente tenso. Julius, sin perder su porte, ladeó la cabeza apenas.
—Comprendo tu molestia. Pero te agradecería que moderaras tu tono mientras estés aquí.
—Tranquilo, “Sir protocolo” —replicó Ben, alzando una mano en aparente paz—. Solo quiero hablar y recuperar lo mío. Si nadie intenta quedarse con nada, todos felices.
Julius lo observó unos segundos más, como midiendo si debía insistir o apartarse. Finalmente asintió, dando un paso atrás y abriendo del todo la puerta.
—En ese caso, pasa. La señorita esperaba que llegases, aunque no tan pronto. Pero te advierto —añadió, con un tono apenas más bajo—, si intentas algo, no dudaré en actuar.
Ben sonrió y levanto una ceja.
—Por qué tan agresivo, Sir Juukulius. No busco pelea… solo mis cosas. Y apuesto a que tu jefa tampoco quiere un alboroto frente a su elegante casa, además no parece algo extraño un caballero justamente aquí, no es muy personal tu guardia?
Julius no respondió, pero sus ojos siguieron cada paso de Ben cuando cruzó el umbral.
Detrás de un escritorio cubierto de documentos y tazas de porcelana, una joven los esperaba. Tenía el cabello largo y ondulado, de un tono violeta claro, que caía sobre un abrigo blanco con ribetes plateados. Sus ojos azul verdosos lo estudiaban incluso antes de que él hablara.
—Así que tú eres el chico de los Metia —dijo con una sonrisa educada, sosteniendo una taza entre los dedos enguantados—. No puedo negar que son piezas interesantes.
Ben cruzó los brazos, apoyando un hombro contra el marco de la puerta.
—Y tampoco puedes negar que no eran tuyas —replicó, con un tono tranquilo pero firme.
Anastasia dejó la taza sobre el plato con un leve clic.
—Supongo que eso sería cierto. Pero dejarlas tiradas en un callejón tan concurrido… no fue una decisión muy brillante.
—Sí, bueno, no fue exactamente mi momento más sabio —admitió Ben, esbozando una sonrisa ladeada—. Pero entiendo tu punto.
Julius, de pie a un costado, lo observaba en silencio; su expresión era serena, aunque su atención rozaba la vigilancia.
—No vine a causar problemas —dijo Ben, enderezándose con calma—. Solo quiero mis cosas de vuelta.
Anastasia entrelazó los dedos sobre el escritorio.
—Y yo quiero entender qué son exactamente tus cosas. No todos los días aparece un chico con Metia tan peculiares. —Tomó uno de los objetos y lo sostuvo a contraluz—. Este, por ejemplo, permite capturar un momento; guarda la luz en un trozo de cristal. Fascinante. ¿Tú?
—Ben —respondió, alzando una ceja—. Me llamo Ben. Además… ¿ya usaste mi teléfono? Tenía contraseña.
—¿Tel... fón? —repitió ella con curiosidad genuina—. Tell-phone. Suena casi elegante.
Ben suspiró, notando como simplemente ignoró la parte de la contraseña.
—Ya estoy acostumbrado a como la gente es tan distinta a casa.
Anastasia sonrió, divertida, dejando el aparato sobre la mesa y tomando otra bolsa.
—¿Y esto de aquí…?
Ben la reconoció al instante.
—Ah, esos son mis… espera. ¿Se los han estado comiendo?
—¿Ah? —Anastasia parpadeó, fingiendo sorpresa y trato de no mirar a Julius—. No he tomado nada; ni siquiera sabía que eran dulces.
Ben negó con una risa suave.
—Igualmente te delataste no dije dulces.. uf perfecto. Robo, invasión de privacidad y robo de caramelos. Vas sumando puntos, Ana.
—Lo tomaremos como compensación por el entretenimiento que me estás dando, visitante misterioso.
—Sí, claro. Y yo que pensé que las comerciantes solo robaban con contratos.
—Vaya, no estás tan equivocado —dijo Anastasia, apoyando la barbilla en su mano—. Pero los contratos, al menos, dejan constancia. Los malentendidos como este… dependen de cuán convincente sea quien los cuente.
Ben arqueó una ceja.
—¿Y yo tengo pinta de mentiroso?
—No. Pero pareces alguien que oculta más de lo que dice —replicó ella, con un tono más analítico—. Y eso me intriga.
El ambiente en la habitación cambió apenas un grado. Julius cruzó los brazos; el cuero de sus guantes crujió con sutileza.
—La señorita solo quiere entender. No todos los días aparece un hombre con artefactos sin maná fuera de usual.
Ben lo miró de reojo.
—Tú otra vez. No pensé que además de portero también fueras su vocero, un caballero multi-tarea
El gesto de Julius fue mínimo, pero su mandíbula se tensó.
—Solo cumplo mi deber.
—Debe ser un trabajo pesado —añadió Ben, con un tono demasiado casual—. Sobre todo cuando tu jefa tiene más curiosidad que paciencia.
—Mide tus palabras —intervino Julius, parecía algo irritado—. No es sabio ser tan ligero frente a alguien de su posición como una de—
Anastasia giró el rostro hacia él antes de que terminara la frase.
—Julius.
Su voz no subió, pero bastó para que el silencio cayera. El caballero inclinó ligeramente la cabeza, controlando su expresión.
Ben, sin embargo, ya había captado suficiente.
—“Posición”, ¿eh? —repitió, mirando alrededor—. No parece una noble cualquiera… con el caballero de pie, el abrigo caro y esta oficina, empiezo a sospechar que el título de comerciante es solo uno de tantos.
—Cuidado con las conclusiones apresuradas —replicó Anastasia, recomponiendo su sonrisa—. No todo lo que brilla en la corte es oro.
—No, claro —dijo Ben, encogiéndose de hombros—. Pero es rojo, ¿no?
Ella frunció el ceño apenas.
—¿Rojo?
—La otra persona que conocí decía que las candidatas al trono debían llevar una insignia roja. Y que si la perdían… bueno, no había repuestos.
El aire se detuvo. Julius apretó la mandíbula y Anastasia le dirigió una mirada rápida y algo molesta que valía más que mil órdenes.
Ben sonrió.
—Entonces supongo que ya resolvimos el misterio, señorita candidata. No te preocupes, no pienso contarlo por ahí… aunque si mis cosas no vuelven conmigo, quién sabe lo que uno podría llegar a mencionar sin querer.
Anastasia permitió que la tensión flotara unos segundos más, como quien mide la temperatura antes de tocar una superficie caliente. Su sonrisa regresó, pero más contenida; ahora era la sonrisa de alguien que sabe jugar a largo plazo.
—Interesante deducción —dijo con voz suave—. Y peligrosa si se comparte sin cuidado.
No fue una amenaza; fue una constatación fría. Sus manos se entrelazaron sobre la mesa y, por un momento, pareció sopesar cada palabra antes de hablar.
—Verás, Ben —continuó—, no soy una comerciante cualquiera. Trabajo con información, redes y oportunidades. Que aparezcas con objetos que funcionan sin maná y además puedas reconocer cosas que no deberías conocer... eso me coloca en una situación curiosa. —Sus ojos lo analizaron con un brillo que mezclaba cálculo y cautela—. En este mundo, saber demasiado sobre las personas adecuadas suele otorgar... ventajas. Y sería una lástima que alguien más las tuviera antes que yo.
Julius desvió la mirada apenas un instante, comprendiendo el subtexto. Anastasia, en cambio, mantuvo el tono ligero, casi divertido, como si hablara de un simple negocio.
Ben arqueó una ceja, midiendo la frase.
—Suena como si temieras quedarte atrás en algo.
—Digamos que no me gusta empezar una partida sin conocer las reglas —replicó Anastasia con una sonrisa impecable—. Y tú pareces alguien que ya ha visto parte del tablero. —Hizo una pausa breve antes de inclinarse apenas hacia adelante—. Además, lo más probable es que ya hayan comprado tus servicios… así que ofertar para superar a mi rival sería lo óptimo, ¿no?
Ben soltó una leve risa, cruzándose de brazos.
—¿Así que esto ya se volvió una subasta?
—Prefiero llamarlo negociación, eliges al que te convenga más —respondió ella con elegancia—. No todos los días aparece un recurso tan versátil.
—No soy un recurso, Ana —replicó Ben, tranquilo.
Anastasia no se inmutó; al contrario, su sonrisa se volvió más diplomática.
—Tampoco lo es un tesoro hasta que alguien reconoce su valor, es un elogio —Tomó la taza vacía y giró el plato con un leve sonido de porcelana—. Si esos Metia son tuyos, ya tienes algo que el resto no puede hacer. Y si estás dispuesto a usarlos… entonces lo que ofrezco es simple: respaldo, acceso, influencia. Puedo hacer que tus pasos sean más ligeros en este reino.
Ben la observó, la cabeza ligeramente ladeada.
—¿Y a cambio?
—A cambio —dijo ella con voz suave—, obtengo algo mucho más valioso que un contrato: un aliado que mis competidoras no puedan comprar. —Dejó caer la última palabra con sutileza, como si fuera accidental.
—Suena más a que quieres quitarle una pieza al enemigo —replicó Ben, entre divertido y vigilante.
Anastasia entrecerró los ojos, sin borrar su sonrisa.
—¿Y no es eso lo que hacen todos los buenos jugadores? —repuso—. Anticiparse. Moverse antes de que el otro siquiera note que empezó la partida.
—No juego para nadie —dijo él, encogiéndose de hombros—. Ya tengo suficiente con mis propios problemas.
—Entonces te vendría bien alguien que sepa convertir los problemas en oportunidades —replicó Anastasia, su sonrisa inmutable—. Tenerte de mi lado no sería solo un alivio… sería una inversión brillante. Y, si me permites la franqueza, con ganancias muy jugosas para ambos.
—¿Y si me niego? —preguntó Ben, ladeando la cabeza—. Suena tentador, pero los temas políticos suelen ser el peor tipo de lío.
—Ay, Ben —suspiró Anastasia con un tono casi compasivo—, en este mundo nadie puede mantenerse al margen. El que no elige un bando termina con todos en su contra. —Sus ojos azules brillaron con un fulgor calculador—. Te ofrezco algo que muchos desearían toda su vida, y tú… simplemente lo rechazas. ¿Qué te motiva entonces? No puedes marcharte como si nada después de que mi rival y yo sepamos lo que sabes.
—Soy un héroe, Anastasia —respondió sin titubear—. Ayudaré a quien lo necesite sin tomar partido. La política suele dejar a demasiados atrás solo para llenar los bolsillos de unos pocos. No conozco más allá de tu ambición de superar a tus rivales, pero tampoco quiero juzgarte tan rápido.
—¿Héroe…? —repitió Anastasia, ladeando la cabeza con una curiosidad genuina—. Qué palabra tan extraña. No recuerdo haber escuchado de ninguno con tu descripción.
El silencio se estiró un instante. Julius, que había permanecido tras ella, frunció apenas el ceño. Desde que oyó aquella declaración, algo en su porte se tensó.
Un hombre que se autoproclamaba “héroe” mientras hablaba con tanta informalidad… le resultaba difícil de tolerar. Para él, aquello no era humildad, sino una falta de respeto hacia el peso de las palabras.
—Digamos que estoy fuera de sus escalas —dijo Ben con una sonrisa ligera, girándose hacia él—. Y Julius, para ser un caballero, ¿no estás siendo un poco parcial? Se supone que yo soy la víctima del robo, ¿no?
—Cuida tus palabras —advirtió Julius, su voz baja y firme.
—Tranquilo —respondió Ben, alzando una mano, sin perder la serenidad—. No busco ofenderte. Solo digo que esperaba un trato más justo del mejor de los caballeros. Desde el inicio parece que algo en mí te incomoda.
Los ojos de Julius se afilaron.
—Me molesta que uses el término “héroe”. No pareces conocer la historia de este reino ni lo que ese título significa. No eres la imagen de aquellos que lo llevaron con honor. No mereces pronunciarlo. Solo eres un chico con la lengua demasiado suelta.
Ben sostuvo su mirada, sin desafiarlo, pero tampoco cediendo.
—Tal vez —dijo con calma—, pero ser un héroe no va de títulos ni de historias antiguas, va de acciones. Va de ayudar cuando nadie más lo hace. Eso es todo lo que necesito saber.
Julius avanzó un paso, su sombra proyectándose entre ambos.
—Entonces demuéstralo —dijo, sin alzar la voz.
Anastasia se enderezó en su asiento, aunque en su voz había algo de molestia contenida.
—Julius —interrumpió con una sonrisa diplomática—, no es necesario convertir esta reunión en un duelo. No estamos en una arena ni en una corte.
—Con todo respeto, señorita Anastasia—respondió el caballero, sin apartar la vista de Ben—, algunos hombres solo entienden el valor de sus palabras cuando deben sostenerlas con hechos.
Ben soltó un suspiro corto, apenas divertido.
—No te preocupes, Anastasia. Si hay un problema, es entre tu caballero y yo. No contigo.
Ella arqueó una ceja, evaluando la situación.
—¿Y qué propones exactamente?
—Algo justo —replicó Ben—. Si logro bajarle los humos al “caballero de caballeros”, tú y él harán como si nada de esto hubiera pasado, y me deberán un favor a cambio. Yo me iré con lo que vine a buscar, y nada de lo que paso aquí, realmente paso.
Anastasia lo miró en silencio, midiendo cada palabra.
—Y si pierdes…
—Si pierdo —dijo él, sin vacilar—, no pondré objeciones. Aceptaré tus términos. Puedes tomarme como quieras dentro de tu red. No me quejaré. Incluso te daré algo más, información que podría interesarte.
El aire en la habitación se volvió denso. Julius entrecerró los ojos, más sorprendido por la seguridad del muchacho que por la propuesta. Anastasia, en cambio, dejó que una sonrisa lenta curvara sus labios, como quien acaba de encontrar una nueva veta de oro.
—Eres consciente de lo que acabas de decir, ¿cierto? —preguntó, con un brillo casi encantado—. Me estás ofreciendo una apuesta.
—Lo llamo trato —corrigió Ben, sereno—. Uno limpio.
Ella soltó un pequeño suspiro, divertida, apoyando el mentón sobre los dedos entrelazados.
—Trato aceptado. Pero que quede claro, no quiero un destrozo en mi oficina. Julius, si vas a darle una lección, hazlo fuera.
—Por supuesto —respondió el caballero, haciendo una leve reverencia—. Bastará con un toque de disciplina.
Ben lo siguió con una media sonrisa.
—Eso habrá que verlo. Veamos cuánto dura tu confianza.
—Eso debería decirlo yo —replicó Julius con frialdad.
Las miradas se cruzaron una última vez antes de que los tres abandonaran el despacho.
Pocos minutos después, se encontraban en un área amplia y apartada del edificio, un espacio despejado. No había guardias ni sirvientes; solo el murmullo del viento y la expectación contenida de Anastasia, observando desde una distancia prudente.
—Sabía que tenías dinero, pero no tanto —comentó Ben, mirando alrededor—. ¿Cómo conseguiste un lugar así?
—Fue una adquisición improvisada —respondió Anastasia con naturalidad—. No tenía previsto quedarme en la capital, pero ciertas circunstancias me obligaron a acelerar algunos planes. Este sitio estaba disponible… aunque fue más caro de lo que habría querido.
—Lo dices como si nada.
—El costo deja de importar cuando se trata de mantener las piezas bajo control —replicó, cruzándose de brazos con una leve sonrisa—. Y tú podrías ser una pieza interesante.
Ben soltó una breve risa.
—No cantes victoria antes de tiempo, Anastasia. Todavía no sabes si vas a ganar algo hoy.
Ella ladeó la cabeza, divertida.
—Eso está por verse.
A unos pasos de distancia, Julius desenvainó lentamente su espada. El sonido del metal cortando el aire borró toda ligereza del ambiente.
—¿Una espada de práctica? —murmuró Ben, con media sonrisa—. Pensé que ibas a usar la verdadera.
—Mi propósito no es ejecutarte —respondió Julius con voz serena—. Es darte una lección.
—¿Y para mí no hay ninguna? —replicó Ben.
—Un “héroe”, como te autodenominas, debería saber trabajar con lo que tiene a mano —dijo Julius, alzando la espada—. Así que prepárate.
—Bueno, si así quieres.
Ben bajó la vista al reloj en su muñeca. El Omnitrix emitió un suave zumbido al activarse, su dial digital girando sobre sí mismo con un resplandor verde. El aire vibró cuando eligió la silueta adecuada y presionó el núcleo.
Un estallido esmeralda iluminó el área. Las líneas de energía recorrieron su cuerpo, sustituyendo piel por un exoesqueleto rojo oscuro, con manchas negras que trepaban por hombros y piernas. Espinas grises brotaron detrás de los brazos y los muslos. De su casco brotaron cuatro ojos verdes, fijos, sin pupilas, y una boca inmóvil como una máscara de metal. En las palmas, dos orificios circulares pulsaban con luz azulada, condensando humedad del aire.
Cuando la luz se disipó, el héroe que había estado allí ya no existía: en su lugar, un ser de apariencia marina, mitad armadura, mitad organismo vivo.
—Water Hazard —dijo con voz grave y metálica, que no provenía de su boca sino de algún punto interno del casco.
Anastasia observó desde la distancia, con una mezcla de sorpresa y fascinación reflejada en sus ojos azules.
—Por todos los espíritus… —susurró apenas audible—. Julius, no te atrevas a perder. Creo que acabamos de encontrar algo… muy interesante.
Julius apretó la empuñadura de su espada.
El aire entre ambos se volvió pesado, cargado de tensión y humedad.
—El primer duelo entre el caballero de caballeros y una criatura de otro mundo estaba por comenzar.
—Lo lamento por la paliza de antemano, Julius. No es personal —dijo Water Hazard, cruzando los brazos. Sus válvulas brillaron con un pulso azul intenso, dejando escapar un silbido de presión—. Aunque me sorprende que no dudes en cambiar de arma… esa espada se romperá en el primer golpe.
—Es más que suficiente —replicó Julius, con una serenidad que contrastaba con la densidad del ambiente—. Pero si tú también vas a mostrarte en serio…
El caballero bajó levemente la mirada, y el aire se llenó de un murmullo apenas perceptible, como un canto distante.
Seis destellos surgieron a su alrededor, orbitando con precisión. Eran puntos de luz pura, cada uno de un color distinto —rojo, azul, verde, amarillo, blanco y violeta—, representando a los seis elementos.
Sus brillos se desplazaban al ritmo de su respiración, dejando estelas tenues que se entrelazaban entre sí, formando un círculo armónico.
La humedad del ambiente se disipó lentamente, reemplazada por una sensación de equilibrio perfecto. Julius alzó su espada, y las luces respondieron, vibrando al unísono.
—Permíteme presentarte a mis compañeros —dijo con solemnidad—. Espíritus de fuego, agua, viento, tierra, ying y yang. Juntos, formamos un solo flujo.
Ben inclinó la cabeza, y sus cuatro ojos brillaron con una chispa de admiración burlona.
—Nada mal… aunque me pregunto si tus “amigos” resistirán un baño de verdad, además pareces un personaje de videojuego.
Sin mediar más palabras, Julius tomó la iniciativa. Su espada se movió con precisión quirúrgica, buscando los flancos de Ben con una velocidad que apenas dejaba espacio para reaccionar.
Water Hazard giró el torso y rodó por el suelo, esquivando por centímetros el golpe inicial. Desde su posición, extendió una mano y liberó un chorro de agua a presión, que silbó como una lanza líquida al cortar el aire.
Pero Julius ya estaba preparado. Un gesto breve, y el espíritu del viento respondió; una ráfaga invisible desvió el ataque, moviendo la trayectoria.
El caballero no perdió tiempo. Su siguiente movimiento fue una ofensiva elemental combinada: avanzó de frente con una velocidad explosiva, mientras los espíritus de fuego y tierra se entrelazaban a su alrededor, mientras hacia movimiento de su espada y el impulso de sus pasos. Cada golpe venía acompañado por una vibración que remarcaba una fuerza sorprendente, para luego recibir ataques de fuego y tierra respectivamente.
Ben cruzó los brazos, recibiendo de lleno el impacto de las llamas. Su armadura natural chispeó al contacto, pero el fuego se extinguió casi al instante, dejando tras de sí una nube de vapor que onduló entre ambos.
—¿Eso era todo? —gruñó con tono burlón, su voz resonando más grave en aquella forma alienígena—. Apaguemos las velas.
Alzó una mano y disparó un chorro de agua a presión directo hacia el espíritu de fuego. Pero, con un movimiento preciso, Julius desvió el ataque, girando la espada de práctica con elegancia. El torrente fue redirigido al cielo, elevándose como una columna líquida que desapareció entre las nubes y Ben lo siguió con la mirada, antes de darse cuenta a Ben le estallo una explosión de vapor.
El golpe de calor y presión empujó a Ben hacia atrás, obligándolo a cubrirse el rostro.
—Vienes con muchos trucos, Julius —gruñó, volviendo a la ofensiva.
—Y tú eres más duro de lo que aparentas —replicó el caballero con voz serena, avanzando sin dudar.
El suelo tembló bajo sus pasos cuando ambos se lanzaron de nuevo. Ben se impulsó hacia adelante, usando chorros de agua de sus manos para aumentar la velocidad, y giró sobre sí mismo para lanzar una patada lateral, la pierna describiendo un arco azulado por el impulso del líquido.
Julius esquivó con precisión, inclinándose apenas lo necesario, y respondió con un tajo que obligó a Ben a retroceder. Aprovechando el desequilibrio, giró sobre su propio eje y lanzó una patada de barrido que hizo que el alienígena perdiera estabilidad por un instante.
En ese momento, dos espíritus se manifestaron: el del viento lanzó una ráfaga cortante que zumbó como una cuchilla invisible, mientras el de la luz disparó destellos concentrados que trazaron líneas incandescentes en el aire.
Ben apenas alcanzó a cubrirse. La ráfaga lo golpeó de costado y lo arrojó varios metros, dejando marcas de vapor en el suelo donde aterrizó.
Con un gruñido, se incorporó, y sin perder un segundo levantó ambos brazos, disparando chorros de agua en rápida sucesión.
Julius se movía entre ellos con fluidez impecable: cada chorro que no esquivaba era desviado con un golpe de su espada o disipado por el espíritu del viento. Su figura parecía moverse al compás de una danza precisa, imperturbable ante el ímpetu salvaje de su oponente.
—Hasta para esquivar presumes. Bien, cambiemos de táctica.
Ben giró el dial del Omnitrix con un golpe seco. El dispositivo proyectó un brillo verde digital, y el característico zumbido resonó como un pulso de energía viva.
El símbolo del reloj giró, la silueta de Water Hazard se distorsionó, y una nueva forma empezó a expandirse con un estallido de luz.
El aire vibró, las ondas de energía hicieron que la arena se levantara a su alrededor.
Cuando el resplandor se disipó, una sombra colosal se alzaba frente a Julius. Piel marrón con placas de armadura natural, un cuerpo tan ancho como un carro de guerra, músculos que parecían esculpidos en roca viva. Su cola se arqueó detrás como un látigo prehistórico.
El emblema del Omnitrix brillaba en el centro de su pecho.
—¡Humongosaurio! —rugió, su voz atronando por todo el recinto.
Anastasia dio un paso atrás, el viento del cambio de forma alborotándole el cabello.
—Por el amor de Lugnica… —murmuró, entre asombro y deleite—. Cada vez es más interesante. —Mientras se metía a la boca algunos dulces que discretamente se llevo, estaban demasiado buenos para ser verdad.
Julius, en cambio, apretó la empuñadura de su espada con ambas manos, sin retroceder ni un centímetro. Los seis espíritus flotaban alrededor suyo, aumentando su resplandor como respuesta al nuevo poder que enfrentaban.
El suelo crujió bajo los pasos de Humongosaurio cuando avanzó, cada pisada dejando una huella profunda.
—Veamos si sigues bailando con esto.
El terreno tembló bajo el peso de Humongosaurio, que se abalanzó hacia Julius con una velocidad que desafiaba toda lógica para su tamaño. Su sombra se extendió sobre el caballero, y cada movimiento hacía vibrar el aire.
Julius reaccionó de inmediato, invocando a sus espíritus; corrientes de viento lo impulsaron hacia los costados mientras su espada destellaba con energía mágica. Sus ataques eran precisos, apuntando a los puntos de articulación y los huecos entre las placas del alienígena, pero los golpes apenas dejaban una marca superficial.
Las escamas de Humongosaurio resistían como piedra viva.
—Impresionante… —murmuró Julius , retrocediendo un paso.
Ben sonrió con colmillos expuestos.
—Y aún no has visto lo mejor.
Julius aprovechó un instante para saltar, buscando un ataque descendente directo a la cabeza del gigante. Pero Humongosaurio chocó las palmas con una fuerza ensordecedora.
El estallido de aire resultante fue como un trueno, una onda expansiva que barrió polvo y piedras por todo el campo, obligando a Julius a retroceder a duras penas mientras se deslizaba sobre el suelo agrietado.
Cuando el caballero trató de recuperar la ofensiva, un temblor leve recorrió el suelo.
Antes de que pudiera interpretarlo, un enorme bloque de tierra, grava y polvo se elevó del suelo, impulsado por la pura fuerza de Ben, y salió disparado hacia él.
Julius alzó la mano. —¡Aro!—
El torbellino conjurado disipó los restos en una nube de polvo, pero en su concentración no notó que el titán había desaparecido de su vista.
Una fracción de segundo después, una sombra se alzó a su espalda.
El coletazo de Humongosaurio impactó con un estruendo seco, enviándolo por los aires. Julius cruzó los brazos para amortiguar el golpe, pero el impacto lo estrelló contra un muro de piedra, que se resquebrajó al contacto.
—Es grande, como se movió tan rápido a mi lado?! —Pensó Julius sorprendido.
Julius se puso de pie entre los restos del muro, la capa rasgada y la espada temblando levemente en su mano. El polvo aún flotaba en el aire, y frente a él, la figura de Humongosaurio se alzaba como una montaña viva, inmóvil, observándolo.
El caballero exhaló lentamente.
—Así que fuerza y velocidad que no encaja… en el mismo cuerpo. Interesante.
Una esfera azulada se posó sobre su hombro. Era el espíritu del agua, que comenzó a irradiar una luz suave, envolviéndolo en un velo translúcido. Las heridas menores y la presión en sus brazos se aliviaron poco a poco.
—Gracias, Kua… —susurró Julius con calma, sintiendo cómo el suave brillo del espíritu de agua disipaba el ardor de sus heridas. Se incorporó, su respiración volviendo al ritmo controlado de un duelista experimentado—. Sí que eres sorprendente, Ben.
—Puedo decir lo mismo —replicó el gigante, con una sonrisa grave que resonó como un trueno—. Lo único malo es tu actitud.
Una sombra de ironía cruzó los ojos de Julius.
—Puedo decir exactamente lo mismo de ti.
Ben bajó la vista al Omnitrix, girando el dial con un movimiento veloz. El símbolo giró y un haz verde se encendió, bañando el entorno con un resplandor que hizo vibrar hasta el aire.
La figura masiva de Humongosaurio comenzó a brillar desde dentro, fragmentándose en líneas de luz que se comprimieron hasta adoptar una nueva forma. Cuando la energía se disipó, en su lugar se alzaba una silueta esbelta, cristalina, de tonos púrpuras y azulados, con un brillo interior que palpitaba como un corazón de energía pura.
Las facetas de su cuerpo refractaban la luz como un prisma vivo, y en su pecho, el símbolo del Omnitrix relucía grabado sobre una superficie de piedra translúcida.
—¡Chromastone! —anunció, su voz reverberando como un eco cristalino.
Los espíritus alrededor de Julius reaccionaron de inmediato al cambio. La energía mágica del entorno se agitó, como si el propio aire temiera la presencia de aquella nueva forma.
Julius alzó su espada, el ceño fruncido.
—No importa cuántas transformaciones tengas. Eso no cambiará que voy a derrotarte.
Ben sonrió, su tono tranquilo, casi confiado.
—Huh… Julius, desde el momento en que decidiste enfrentarte a mí, ya perdiste.
Un resplandor comenzó a emanar del cuerpo de Chromastone, absorbiendo la energía ambiental, los rastros del fuego, del viento e incluso el brillo etéreo de los espíritus, que parpadearon como si se debilitaran. Cada partícula mágica parecía fundirse con su piel cristalina, intensificando la luz interior que recorría su cuerpo.
—El ambiente sí que está cargado, Julius —dijo Ben con media sonrisa—. Mejor para mí.
—¿Qué estás haciendo...? —preguntó el caballero, con la voz tensa.
—Digamos que… redirigiendo el ambiente hacia ti.
Ben extendió los brazos y, en un instante, disparó un rayo multicolor con velocidad cegadora. El impacto alcanzó de lleno a Julius, que apenas logró cubrirse. Sus espíritus contraatacaron, lanzando fuego, luz y viento en ofensiva, pero toda esa energía fue absorbida sin esfuerzo por el cuerpo cristalino del alienígena.
—Buen intento, pequeños —bromeó Ben, mientras las luces danzaban sobre su pecho—. Pero soy el peor tipo de enemigo que podrían te—
El sonido seco de un golpe interrumpió su frase. Julius, aprovechando la distracción, había cerrado distancia y lo atacó con una patada directa al torso. Chromastone retrocedió varios pasos, más por la sorpresa que por el daño.
—En serio… ¿de qué están hechas estas cosas? —gruñó Ben, mirando la espada de práctica que, increíblemente, seguía intacta tras todo ese castigo.
Julius no respondió. Avanzó con una serie de ataques rápidos, una combinación precisa de estocadas, giros y golpes directos, sus movimientos sincronizados con el brillo de sus espíritus, que canalizaban un ataque mayor tras él.
—Sí que eres insistente… —dijo Ben, bloqueando un tajo con el antebrazo y empujándolo hacia atrás—. Veamos cómo te va en el aire.
De un movimiento fluido, Ben aprovechó un impulso y lanzó a Julius por los aires, elevándose junto a él. Esta vez no olvidó que Chromastone podía volar, y aprovechando la sorpresa lo tomó del brazo para estrellarlo con fuerza contra el suelo.
De inmediato, un ataque coordinado de los espíritus impactó, envolviendo el área en una explosión luminosa que levantó polvo y energía mágica en todas direcciones.
Anastasia dio un paso al frente, la mano alzada, a punto de detener el duelo antes de que la situación pasara a mayores. Pero antes de que dijera algo, el viento disipó la nube y una silueta se recortó entre los restos del choque: Chromastone seguía de pie.
Frente a él, Julius yacía en el suelo, su espada caída a un lado.
—Realmente eres impresionante, Julius —dijo Ben con tono genuino—. Eres más adaptativo que cualquiera con quien me haya enfrentado antes. Improvisas bien.
Julius respiró con dificultad, apoyándose en una rodilla.
—Pero no gané… Lo lamento, señorita Anastasia.
—Ah, Julius… —suspiró ella, relajando el gesto—. No me agrada perder, pero me alegra que estés bien.
Ben desactivó el Omnitrix; el brillo verde del dial se desvaneció y su forma humana regresó poco a poco.
—Fue increíble. Aprovechaste el último ataque para lanzarlo de lleno, lograste voltearme para que yo lo recibiera… pero no consideraste algo.
Julius alzó la vista.
—Que redirigirías el ataque hacia mí… —dijo con una leve sonrisa cansada—. Fue un movimiento arriesgado.
Ben extendió la mano y lo ayudó a incorporarse.
—A veces ese tipo de riesgos son los que nos dan la victoria, Julius. Es bueno que los tomes en cuenta, pero al final… yo era el objetivo. Te desenvolviste mejor que nadie enfrentando algo que no comprendías del todo.
Julius asintió con un dejo de orgullo.
—Gracias, supongo. Te respeto por eso. No te jactaste ni buscaste humillarme pese a la ventaja.
Ben sonrió de medio lado.
—Me sentí tentado —dijo con un tono entre serio y burlón—. Y bueno, Ana, ya sabes que tienes que cumplir, ¿no? Gané.
Anastasia mantuvo la sonrisa unos segundos… antes de dejarla caer con resignación elegante.
—Así que te devolveré todo y fingiré que nada de esto ocurrió. Aprovechaste bien la oportunidad, Ben. Ah… qué pérdida tan conveniente para ti.
—Y también —añadió él, cruzándose de brazos— que me deberías un favor. Sin importar cuál sea.
Ella ladeó la cabeza, intrigada.
—Bien. Pide lo que necesites, mientras no sea algo absurdo.
Ben meditó un instante antes de responder, con una seriedad poco habitual en su tono.
—Quiero apoyo si alguna vez lo necesito. Como dije, soy un héroe, pero no puedo estar en dos lugares a la vez.
Anastasia arqueó una ceja.
—¿Estás pidiendo… que te ayude?
—Exacto. Que tú —o Julius— me respalden si llega el momento. Es mejor tener un aliado sin tener que pagar precios.
Un suspiro se escapó de sus labios, mezcla de fastidio y curiosidad.
—Qué tonto… —murmuró, aunque sus ojos brillaron con un matiz de respeto—. Bien, no es mucho. Considera que has ganado más de lo que crees.
Ben sonrió, esta vez sin burla.
—Eso suelo hacer… Y ahora, ¿cómo explicamos el alboroto?
—¿Perdón?
—Bueno —dijo, mirando alrededor—, el lugar no está precisamente en sus mejores condiciones.
Anastasia observó los daños con resignación.
—Eso se arregla fácilmente. Diremos que era un entrenamiento de Julius. Nadie lo cuestionará.
—Perfecto —asintió Ben, ajustando el Omnitrix—. Entonces recogeré mis cosas y me iré. Aunque… —hizo una pausa y sonrió con un dejo de picardía—, Anastasia, durante el combate lo pensé mejor. Quédate por ahora con la insignia de plomero.
—¿Plomero? —repitió, arqueando una ceja—. Espera, ¿así se llama? Entonces el duelo fue por nada.
—Como dije, lo reconsideré. Además, será útil poder contactarte cuando necesite cobrar el favor.
Ella entrecerró los ojos, divertida.
—Eres un dolor de cabeza, Ben.
—Me lo dicen siempre —replicó con una sonrisa ligera, caminando de regreso a tomar sus cosas.
—Hey, Ana, antes de irme.
—¿Qué necesitas ahora?
¡Clic!
—¿Por qué fue eso?!
—Bueno, Julius se tomó una foto con mi teléfono… así que tomé otra. Ahora tengo registro de mis dos aliados.
Y entonces simplemente se fue.
—...Idiota.
—Nya... que calor, desearía regresar rápido y tomar un baño refrescante.
Justo al terminar esas palabras miro al cielo y le cayo un chorro de agua particularmente grande.
!Splash!
Notes:
Hubo recortes de presupuesto (broma) y por eso no fue mas extenso esta confrontación.
Tonto Ben, tanto alboroto para terminar dándoselo por ahora.
Chapter 11: Pequeño desvió
Chapter Text
Había decidido tomarse un descanso. Después de todo, ganar un duelo contra un caballero con espíritus elementales y salir con una sonrisa de una candidata al trono no era un mal día.
—Podría darme el lujo de ser turista por un rato —murmuró, observando las torres y las plazas repletas de banderines.
El Omnitrix descansaba en silencio sobre su muñeca. No tenía intención de usarlo; prefería caminar, sentir el suelo, oír los sonidos reales del mundo que ahora pisaba.
A cada paso, Ben se sentía menos intruso y más espectador.
Al menos hasta que notó algo: una presencia constante detrás de él.
No era imaginación. Alguien lo seguía.
Apretó el paso sin volverse, fingiendo interés por los puestos. Uno de ellos ofrecía frutas; otro, piezas de telas y otras cosas raras. Notó que a veces, cuando decían los nombres, el traductor del Omnitrix tenía un extraño salto.
Se acercó a uno donde un hombre de cabello verde, con rostro cansado, vendía su mercancía.
—¿Cuánto por alguno de esos? —preguntó, señalando la fruta.
—…monedas de cobre, forastero —respondió el hombre. Luego, al verlo más de cerca, arqueó una ceja—. No pareces de por aquí.
—He escuchado eso más de una vez —dijo Ben, sonriendo mientras dejaba las monedas—. Digamos que vengo de lejos.
—Entonces un consejo, gratis: si eres de Kararagi o de cualquier otro sitio, evita destacar demasiado. A algunos no les gustan los que parecen… diferentes.
Ben asintió.
—Agradezco el aviso. Aunque eso ya lo he aprendido por las malas.
Mientras comía, una niña apareció. Tenía el cabello verde y ojos azules. Lo miró con fascinación y tiró suavemente de su chaqueta.
—¿Tu brazalete brilla? —preguntó con ojos grandes.
—A veces, cuando se aburre —respondió Ben con una sonrisa—. No lo despiertes o se pone de mal humor.
La niña soltó una risita antes de correr hacia su padre. El panadero negó con un gesto cansado.
—Perdónala. Es curiosa, igual que su madre lo era.
—Está bien. Es bueno ver que la curiosidad no está extinta.
Se despidió del hombre y siguió su camino, comiendo mientras observaba la vida pasar. Pero la sensación persistía: esa presión en la nuca, ese eco de pasos que coincidían con los suyos.
Dobló en un callejón lateral. Los pasos también doblaron.
Pasó junto a un grupo de personas y fingió revisar su reloj, y de reojo captó un destello metálico entre las sombras. Alguien estaba allí, observando.
Ben decidió no reaccionar. En su mundo, había aprendido que a veces lo mejor no era enfrentarse de inmediato, sino esperar a que el otro se mostrara.
La presencia desapareció, lo cual era extraño, pero al intentar regresar por donde vino para ver si reaparecía, notó a varias personas reunidas alrededor de algo que olía bastante mal.
Entonces lo vio. Un charco espeso, rojizo, salpicado con fragmentos que parecían bilis y algo más difícil de identificar. No era una herida, no había cuerpo. Solo el rastro de alguien que tal vez había estado muy enfermo… o de algo que no debía estar ahí.
—¿Qué demonios es eso? —murmuró un hombre.
—¿Deberíamos avisar a los guardias? Vi a una mujer vomitar eso—preguntó otro, incómodo.
—Pues claro que si, idiota!
Ben observó en silencio. Para él, aquello podía significar muchas cosas: una víctima, una señal, o simplemente una coincidencia desagradable. Pero su mirada se detuvo en algo más, unos metros más allá, entre la basura y las cajas apiladas: un peluche pequeño, sucio, pero parecía haber sido cocido por manos hábiles.
Tenía el mismo rostro de la niña que casi lo había apuñalado. La viva imagen de la pequeña lunática, la hermana de Elsa.
—Parece que alguien volvió a los negocios… ¿no, Elsa? —murmuró, enderezándose—. Pero no es momento de jugar al gato y al ratón. Con caballeros como Julius dando vueltas, cuando este bien, puedo estar tranquilo… creo.
Siguió caminando, no sin antes llevarse el muñeco; serviría para investigar si alguien más estaba involucrado además de Elsa.
—Ahora que lo pienso… —susurró entre dientes—. Si ella está libre, y sabe con quién ando, ¿quién dice que no podría estar ya en camino?
Su expresión cambió. La idea lo golpeó con fuerza.
—Demonios.
Aceleró el paso, luego empezó a correr, abriéndose camino entre la multitud. Buscaba un callejón, un sitio apartado donde pudiera transformarse sin llamar la atención.
A mitad del trayecto, voló sobre Astrodactyl. Lo había elegido a pesar de que preferiría Jetray; algo en ese momento pedía eficiencia sobre estilo.
—A veces me das lo que necesito, pero no entiendo por qué —murmuró, ajustando su agarre—. Ni siquiera te golpeé fuerte para activar el modo aleatorio.
Suspiró, mirando hacia el horizonte.
—Espero no cruzarme con otra niña loca. Tenemos un punto bueno por Petra, amable. Punto malo: la hermana de Elsa.
El viento azotaba su rostro, despejando un poco la tensión, pero no lo suficiente para que olvidara el peluche bajo su chaqueta. La pequeña muñeca era la viva imagen de la hermana de Elsa, y no podía quitarse de la cabeza la idea de que alguien más podría estar detrás de esto.
—Bien… solo mantener la cabeza fría y el vuelo estable. Que nadie me sorprenda por atrás.
De pronto, un estallido de luz rojiza surgió entre los árboles del bosque cercano. Ben lo esquivó a duras penas, el calor del ataque rozando sus alas mientras giraba en el aire.
—¡¿Qué rayos…?! —gruñó, ajustando el rumbo y aumentando la velocidad.
El proyectil no había sido aleatorio. Venía de algún escondite entre la espesura del bosque, y su intensidad dejó un rastro humeante sobre las copas de los árboles.
Ben planeó un instante, evaluando la situación: alguien lo había visto, y decidió atacarlo. Sus garras cortaban el aire mientras tomaba altura, listo para esquivar un segundo ataque si fuera necesario.
—Parece que esto no va a parar —murmuró, preparado para reaccionar.
Esquivaba los ataques del grupo de cultistas que lo había emboscado. Eran pocos, claramente un grupo de reconocimiento, pero suficientes para ponerlo a prueba. Quiso interrogarlos, descubrir quiénes eran y qué buscaban, pero cada intento se veía interrumpido por ráfagas de fuego y energía mágica.
—Vamos… ¡déjenme hablar! —gritó, aunque los cultistas solo lanzaban nuevos ataques, obligándolo a moverse sin pausa.
Intentó usar sus látigos de energía, cuando un golpe potente lo alcanzó por la espalda. El impacto lo hizo destransformarse, cayendo en medio del aire y preguntándose qué había sido eso.
—Perfecto… no es mi mejor día —murmuró, activando de inmediato el Omnitrix y cambiando a PeskyDust.
—Genial, justo lo que necesitaba… Este tipo no es bueno para combate cercano—se quejó, viendo cómo su forma los dejo algo desconcertados a los cultistas—. No es precisamente lo mío, pero habrá que ingeniárselas.
Desde su nueva perspectiva, vio al cultista que había lanzado el ataque más potente. Era distinto a los demás: agotado, con respiración entrecortada, arrojando fuego sin pausa pero con un evidente desgaste. Ben esquivó ráfaga tras ráfaga, analizando sus movimientos.
—Bueno… chicos, hora de dormir —dijo, activando el polvo de PeskyDust—. Que tengan… ¡dulces sueños!
Una nube de polvo se expandió desde él, envolviendo a los cinco cultistas de la emboscada. Sus cuerpos empezaron a relajarse, sus ojos cerrándose lentamente mientras el efecto los dominaba.
Ben suspiró, flotando entre ellos, con los brazos cruzados.
—Perfecto. Ahora, a ver por qué estos chicos estaban tan interesados en mí… tal vez meterme en sus sueños me dé algunas respuestas.
Y asi decidio usar la habilidad de PeskyDust:
Ben abrió los ojos… aunque no del todo. Se encontró flotando en un espacio extraño, indefinido, como si caminara sobre un lienzo negro que se extendía infinitamente. Fragmentos de luz iluminaban escenas dispersas: recuerdos de los cultistas que lo habían emboscado.
No se sentía cómodo. A pesar de que podía moverse, observar, incluso influir ligeramente en lo que veía, algo invisible tiraba de él, como si una mano oscura intentara arrastrarlo fuera del sueño. Cada paso que daba provocaba una resistencia silenciosa, un leve tirón que lo obligaba a reajustar su posición, perturbando su control.
—Vrr... No estaria mal hacer unas Vrr reformas aqui dentro
Vio fragmentos de conversaciones y nombres que no entendía del todo: “Pereza…”, “asegurar al chico”, “cuántas personas”. Gente desconocida revisaba mapas, daba instrucciones precisas y alguien muy feo.
Algo lo hizo detenerse. Unas palabras flotaron en los recuerdos:
—Ballena... bloqueo... semi-elfa
No sabía quién decía eso, ni cómo, ni para qué. Solo sabía que era importante y lo almacenó, consciente de que cualquier otro detalle quedaba fuera de su alcance.
—Ballena? Vrr Como las que hay en el mar, o es un acronimo raro, Vrr porque traer a un animal asi, acuatico, a tierra es...
Y entonces lo sintió con fuerza: un tirón constante, invisible, pero decidido. Una mano negra, intangible, lo jalaba de la espalda, empujándolo hacia afuera. Ben luchó, intentando mantenerse dentro del flujo de recuerdos, pero no podía; la fuerza lo separaba del sueño de los cultistas.
—¡Hey! ¡Hey! ¡Hey! vrrr ¿quién vrrr me está tirando?!
Salió disparado de la mente de los cultistas y despertó con un jadeo. Su respiración era entrecortada, el pulso acelerado. La cabeza le latía con un dolor punzante, como si algo hubiera intentado arrancarle información de la mente o bloquearla. A su alrededor, el bosque volvía a ser real.
—Maldita sea… —murmuró, llevándose una mano a la frente—. Alguien no quiere que vea demasiado. Pero eso de la ballena… es información que no puedo ignorar, aunque suene tonto.
Inspiró hondo, tratando de estabilizar su respiración mientras el brillo verde del Omnitrix se apagaba. Volvió a su forma humana, cansado, con la sensación de que algo o alguien lo observaba incluso fuera del sueño.
—Ahora que hago con estos tipos… —masculló, mirando a los cultistas dormidos—. Llevarlos sería un fastidio.
No alcanzó a terminar la frase cuando notó movimiento. Uno de los cultistas, temblando, apenas consciente, abrió los ojos. Un brillo rojizo cubrió su cuerpo, y Ben lo comprendió un segundo antes de que ocurriera.
—¡No! ¡Espera!—
El hombre se inmoló. La explosión fue tan súbita que no tuvo tiempo de cubrirse. El Omnitrix reaccionó por instinto, transformándolo en el momento exacto.
El aire se llenó de fuego, humo y fragmentos de tierra. Cuando la onda expansiva lo alcanzó, su cuerpo se disolvió en una masa viscosa verde: Goop. La presión lo esparció por los alrededores como una ola gelatinosa, y su proyector antigravedad salió despedido, chocando contra un árbol.
—Ugh… —gruñó, reuniéndose lentamente hasta recuperar su forma—. Odio cuando pasa eso…
Cuando por fin logró estabilizarse, el olor metálico y el calor aún flotaban en el aire. Solo quedaban restos carbonizados, irreconocibles. La visión lo obligó a mirar hacia otro lado.
—Locos enfermos… —murmuró con asco, la voz distorsionada por la vibración líquida de su cuerpo—. Prefieren suicidarse antes que hablar, gente que no aprecia su vida.
Se quedó en silencio unos segundos, el proyector antigravedad empezo a volar recuperando la masa verde del alrededor hasta ponerse de pie nuevamente.
—Bien… parece que la visita terminó. Pero si esos tipos sabían algo sobre esa ballena… alguien más también lo sabrá. Por ahora hay que regresar.
Y sin decir más, se deslizó entre los árboles, dejando atrás el humo y la tierra quemada.
En la mansión
—¿Y por qué no le dijiste nada? Sobre… ya sabes "Ana"—preguntó Puck, frunciendo el ceño.
—¡Ah! Bueno… no lo vi necesario —respondió Lia, moviendo las manos nerviosa—. No quería ponerle presión y…
—Es bueno ocultar información, querida Lia, pero si lo haces así, desconfiarán —dijo Puck, con una sonrisa ladeada—. Aunque con este tonto… capaz ni le importe demasiado.
—¿Y si le pasa algo? —replicó Emilia, con un hilo de preocupación en la voz.
—¿Viste que se enfrentó a la mujer loca esa? —respondió Puck, encogiéndose de hombros—. Creo que hay pocos, de los que conocemos, que puedan darle problemas, ¿no?
—Sí… Dime, Puck, ¿crees que él podría ayudarme?
—¿Te refieres a como caballero? Emilia, si él te aceptó sin importar si eres o no semielfa, eso ya dice mucho. Pero es apresurado… además, dijo que estaría solo temporalmente. Puede irse mañana… o dentro de cinco meses —añadió en voz baja—. Tampoco es como si quisiera tenerlo cerca siempre…
—¿Dijiste algo? —preguntó Emilia, alzando una ceja.
—Oh, sería bueno tenerlo cerca. No siempre puedes contar con un arma con pies como lo es el Chico Verde —respondió Puck, divertido.
—¡No lo trates así, Puck! —recriminó Emilia, con una mezcla de molestia y diversión.
—Solo no hagas problemas, Lia —dijo Puck, bostezando—. No se conocen mucho, pero parece que ya te está influenciando.
Se estiró perezosamente. —Bueno, iré a ver a Betty. Y espero que termines esos tres libros que has estado saltando estos días.
Mientras se alejaba, Puck reflexionaba en silencio. —Realmente no me agradas, Ben… Ni ha pasado una semana y ya has traído un montón de problemas. Mientras no le pase nada a Emilia, no te pasará nada a ti…—
—Espero que no haya pasado nada malo con Ben, sin problemas, sin peleas, y quisiera saber más de donde viene, si el puede hacer eso que más podra haber entre las estrellas. Ademas quiero volver a ver a ese pequeñin que adorable —Dijo Emilia para si misma
Biblioteca:
Desde que llegó, algo en la mansión se siente fuera de lugar.
Al principio, fue solo una sensación: cuando pasó cerca de la tercera habitación, por un instante, su presencia se desvaneció. No fue como cuando un mago esconde su rastro, ni como el silencio de las puertas. Fue… como si el mundo hubiera decidido ignorarlo por un momento.
Pensé que era un error de mi percepción, pero entonces llegó a mi puerta.
Las primeras veces que hablé con él, lo observé con detenimiento. El mana a su alrededor no responde igual que con nadie más. No lo toma del aire, no lo usa como hacen los humanos con sus gates, ni lo devuelve al entorno.
Recuerdo cómo, al principio, no le creí nada de lo que dijo sobre transformaciones y poderes. De haber sido cualquier otro, lo habría tachado de mentiroso y lo habría dejado hablando solo.
Pero ese artefacto suyo, el reloj verde, me mostró lo contrario. Lo vi cambiar de forma sin esfuerzo, alterar su cuerpo y, aun así, el mana no parecia cambiar, o deformarse.
—Podria ser... NO, no, y no. No tendria sentido.
Mi mente repasa:
Sus bromas torpes, su manera de invadir la biblioteca, las preguntas absurdas sobre magia, y sobre todo, ese momento en que lo perdí por un segundo al acercarse a la puerta.
Nada de eso debería ser posible. Y sin embargo… es real.
En algún momento, sin que me dé cuenta, empiezo a preguntarme si el universo simplemente dejó de seguir reglas.
—Y tan descarado como para preguntar sobre...
Justo cuando mi paciencia llega al límite, la puerta se abre de golpe, haciéndome pegar un brinco de la sorpresa.
Ben está allí, sonriendo con ese aire relajado que solo él tiene.
—¡Hey, Betty! ¿Tienes un minuto? Necesito preguntarte unas cosas… acabo de descubrir algo raro y seguro tú eres la única que podría entenderlo.
—¡¿Supongo que no sabes tocar la puerta?!
En un lugar alejado.
Elsa estaba apoyada contra la pared, con la apariencia maltrecha y los ojos levemente cansados, observando al otro lado de la casa donde se había colado para descansar temporalmente. Las cosas no habían salido como había previsto. Su empleador, a través de intermediarios, le había indicado que se preparara para las próximas semanas: había tareas que debía cumplir.
Podría haberlo rechazado, pero le habían dicho que Meili había sido llevada. El cambio de planes era inevitable. Cada paso le resultaba doloroso; su cuerpo y huesos le ardían de manera intensa, y todavía no entendía del todo por qué sentía esa debilidad. Aun así, no podía permitirse detenerse.
—Espero que estés listo para nuestro próximo baile,… espero con ansias poder partirte en dos… gr… grr… buagh… mier… ah, otra vez… —murmuró entre dientes, con un hilo de rabia y frustración.
Mirando de nuevo al suelo, un vómito de sangre escapó de su boca. La sensación la hizo estremecerse; no comprendía del todo lo que le ocurría. ¿Envenenada? pensó, aunque algo en su interior le decía que había algo extraño en ello.
—Primero necesito estar en condiciones… —susurró para sí misma—. Esto es… algo que no me había pasado antes.
Se escuchó un golpe en la puerta.
—¡Hey! Hay alguien… —la voz era de un hombre, acompañado de un caballero—. ¿Alguien necesita ayuda?, escuché ruidos extraños hace un rato y un ciudadano mencionó ver entrar a una mujer con sangre… me preocupé... buen primer dia tonto.
Elsa sonrió por un instante; qué mejor forma de probar sus límites que esta. Sin dar tiempo a más palabras, desapareció en un instante.
Lo último que vio el caballero fue una sombra abalanzándose a gran velocidad, y todo estaba negro.
Chapter 12: Información y confianza
Notes:
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Chapter Text
—¡¿Supongo que no sabes tocar la puerta?! —dijo Beatrice, más sobresaltada que molesta.
Ben se encogió de hombros, sonriendo con naturalidad.
—Toqué. Lo que pasa es que la puerta no me respondió, así que asumí que me daba permiso.
—Las puertas no dan permiso, se les pide —replicó ella, rodando los ojos—. Eres imposible a veces. Bien, dime, ¿para qué me buscabas?
Ben se apoyó en el marco, relajado.
—Me topé con unos tipos de túnicas, cultistas. Los neutralicé y, con una de mis formas —Pesky Dust —, entré en sus sueños para averiguar por qué me atacaron. Mencionaban una ballena, la mansión y a Emilia —decían “semielfa”—. Antes de que pudiera profundizar más, algo me expulsó del sueño con fuerza… y cuando intenté hablarles, esos locos se inmolaron.
Beatrice lo observó un largo momento. Su expresión, que al principio rozaba la incredulidad, se tornó en una mezcla de interés y cautela.
—Ya veo… con lo de la ballena han… espera. —Entrecerró los ojos—. Dijiste que “entraste en sus sueños”. ¿Cómo exactamente? ¿Te conectaste a su mente?
—Eh… sí —admitió Ben, algo incómodo—. Me transformé en Pesky Dust , usé su habilidad para inducir sueños y moverme dentro de ellos. Fue... un impulso del momento.
Beatrice asintió despacio, pensativa.
—Eso no es algo que se deba hacer sin preparación. Entrar en la mente de otro puede ser peligroso, más aún si el sujeto está contaminado.
—Bueno… pero sigo aquí, entero, ¿no? —Ben levantó los brazos con una sonrisa.
Ella lo miró en silencio, caminó un poco a su alrededor, observándolo con la curiosidad de quien examina un fenómeno nuevo.
—Y eso es lo extraño. No hay residuos, ni rastros. Ni siquiera una fluctuación. —Chasqueó la lengua, más intrigada que preocupada—. No hay lógica en eso.
—Supongo que me gusta romper esquemas —respondió él, medio en broma.
Beatrice suspiró apenas.
—Raro, definitivamente raro… pero funcional, al menos. —Cruzó los brazos, sin dejar de mirarlo—. No encajas con nada que conozca.
Ben rió entre dientes.
—Supongo que me quedo con “raro pero funcional”.
Ella giró los ojos, pero su voz sonó menos cortante de lo habitual.
—Hmph. No te acostumbres a que te dé la razón, supongo.
Ben levantó una ceja divertida.
—¿Eso fue darte por vencida?
—Eso fue ignorarte —replicó, con un ligero deje de ironía antes de volver al tema—. La ballena… si los cultistas la mencionaban, es probable que se refirieran a la Gran Bestia creada por la Bruja. Una criatura que cubre el cielo, la cual no ha sido abatida y cada que lo intentan termina en muertes. Y si hablaban de la semielfa… su objetivo era ella. —Hizo una breve pausa—. Deberías informar a los demás.
—Ellos se inmolaron… —repitió Ben, aún incómodo con el recuerdo. — Espera como que una ballena voladora. —Pensó
—Y eso solo confirma que obtuviste información que no debías, supongo. —Beatrice cerró el libro con suavidad—. Habla con Roswaal. No me concierne más allá de eso.
Ben suspiró, aunque seguía sonriendo.
—Claro, claro. No es tu problema, Betty. Pero gracias por responderme.
Ella parpadeó, un poco sorprendida por el tono sincero.
—No tienes por qué agradecerme… solo no sean tan imprudente, si te contaminas con algo de eso dudo que te puedan ayudar.
Ben levantó una mano.
—Haré lo posible.
—Tsk… haces que sea difícil leer tranquila —murmuró, dándole la espalda.
Ben ya se disponía a salir cuando la escuchó decir:
—Espera.
Se giró. Ella seguía junto al escritorio, el libro cerrado, los ojos fijos en el vacío.
—Dijiste que te transformaste en esa forma… Pesky Dust, ¿no? —Su voz sonó neutra, pero cargada de curiosidad contenida—. Muéstramela.
—¿Aquí? —Ben arqueó una ceja, sorprendido.
—No exageres, supongo. —Se cruzó de brazos, cerrando los ojos—. Solo quiero ver cómo funciona.
Ben se rascó la nuca, avergonzado.
—Bueno… pero no te rías. Esta forma es algo... peculiar.
El Omnitrix emitió un zumbido familiar, y el resplandor verde llenó la habitación.
Cuando la luz se disipó, Beatrice lo miró con una ceja arqueada.
—Que poco agraciado ser, aunque es bastante curioso.
Ben miró su cuerpo, notando como solo su apariencia desentona totalmente.
—Ups… este no era el que quería. —Suspiró—. Esto es Upgrade. No era la que buscaba mostrarte —dijo Ben, agitando una mano negra y líquida que brillaba con líneas verdes—. Esto es... algo incómodo.
—Tsk. Pues apresúrate, supongo. No tengo todo el día —replicó Beatrice, aunque la intriga le ganó y se inclinó levemente hacia adelante.
Ben pulsó nuevamente el Omnitrix. El círculo verde del dispositivo giró y emitió un zumbido distinto, más agudo.
El resplandor lo envolvió otra vez, y su silueta metálica se disolvió en un remolino de partículas doradas.
El aire cambió: flotaban motas de luz como polvo suspendido.
Cuando la figura terminó de formarse, Beatrice se quedó quieta, observando.
Frente a ella estaba un ser pequeño, delgado y etéreo, con alas translúcidas que desprendían un brillo violeta. Su piel era de un tono azul grisáceo, y sus ojos, enormes y amarillos, parecían contener un leve parpadeo de sueños.
Ben habló, con una voz más aguda y un leve zumbido al final de cada palabra.
—Y aquí está… Pesky Dust, vrr. —Se miró las manos delgadas con resignación—. No es mi look favorito, vrr.
Beatrice lo observó un largo momento, sin saber exactamente qué decir.
—…Eso es… extraño. —Su tono fue plano, pero su expresión la traicionó por un instante: un leve brillo de diversión en los ojos—. Tsk.
Pesky Dust ladeó la cabeza.
—¿Eso fue un “wow”, vrr?
—Fue un “no tengo idea de qué estoy viendo” —replicó ella, cruzándose de brazos, aunque la comisura de sus labios tembló apenas—. No parece de este mundo.
—Vrr, literalmente, no lo soy.
Beatrice soltó un respiro corto, sin apartar la vista.
—colorido y ruidoso. Una combinación irritante.
Pesky Dust voló un poco más cerca, divertido.
—Ruidoso pero adorable, vrr. Es parte del paquete.
Ella soltó un tsk más audible esta vez.
—No lo empeores.
El diminuto alien giró lentamente en el aire, observando cómo la luz jugaba con las motas doradas que lo rodeaban.
— ¿Sabes, vrr? Esperaba más gritos o un hechizo exorcista.
Beatrice lo miró de reojo.
—No desperdiciaría energía en algo que claramente no sé cómo clasificar.
Pesky Dust sonrió, divertido por la honestidad.
—Eso suena a cumplido, vrr.
—No lo era. —Beatrice entrecerró los ojos, evaluándolo—. Y dime, ¿cómo induces el sueño en otros? ¿Lanzas algún tipo de hechizo?
—No sé usar magia, vrr. —Ben flotó un poco más alto, moviendo las alas—. Es… más natural - biológico creo, para esta forma. Libero un polvo especial, vrr. En cuanto alguien lo inhala, se duerme casi de inmediato.
Beatrice parpadeó, sorprendida por lo simple que sonaba.
—¿Polvo?
—Sí, vrr. Es como una sustancia hipnótica. Entra en sus pulmones, afecta el cerebro y… bam, dulces sueños, vrr.
Beatrice lo observó con una mezcla de asombro y escepticismo.
—Eso suena más a veneno paralizante.
Pesky Dust se encogió de hombros.
—Depende de cómo lo uses, vrr. No hace daño como tal, solo los duerme. Y cuando duermen… puedo entrar en sus sueños.
Beatrice alzó una ceja, intrigada.
—No canalizas, no moldeas maná, y sin embargo alteras la conciencia ajena… definitivamente una anomalía.
Pesky Dust cruzó los brazos , su brillo titilando suavemente.
—No, vrr. Nunca he podido usar magia. Pero con otros aliens puedo manipular energía. —Hizo una pausa, pensativo—. Y en mi familia sí hay quien puede, pero no yo.
—¿Familia? —repitió Beatrice, con un interés más agudo.
—Mi prima y mi abuela, vrr. Ellas sí usan magia. O algo muy parecido a eso. —Ben rió un poco, su voz aguda reverberando en la sala—. A ellas les sale natural.
Beatrice lo observó con ese tipo de mirada que disecciona más que juzga.
—¿Y por qué tú no? ¿Deficiencia, falta de afinidad, o simple pereza?
—Vrr, probablemente las tres. —Ben sonrió, rascándose la nuca—. Pero más que nada… que no nací con eso.
Beatrice entrecerró los ojos, apoyando el mentón sobre una mano.
—Entonces lo que te mueve no es maná, sino… otra estructura energética. Algo ajeno a este mundo.
—Supongo que sí, vrr. Aunque no estoy seguro de si eso cambia algo aquí. —Ben flotó un poco más cerca, bajando el tono—. Puede que la magia de este lugar ni siquiera funcione conmigo.
Beatrice ladeó la cabeza, pensativa.
—¿Y lo has intentado?
—No, vrr. —Ben negó despacio—. Pero… podría hacerlo.
Ella alzó una ceja, cauta.
—Eso suena a un mal comienzo para una frase.
—Heh… —Ben sonrió—. Como ya sabes, escaneé a Ram. Si tengo el ADN de un local, ¿no significa que podría usar lo mismo que ellos?
Beatrice permaneció en silencio un instante, su mirada fija en él.
—¿Acceso, dices? —repitió lentamente—. Dudo que tu dispositivo pueda replicar algo así. El maná no es materia que se copie, es flujo; y si lo hace, quien lo creó debe ser una mente prodigiosa… —Desvió la mirada un segundo—. Pero, en teoría, no deberías poder usar magia.
—Entonces no funcionaría, vrr.
—No necesariamente. —Beatrice giró un mechón de su cabello entre los dedos, pensativa—. Existen criaturas cuyo cuerpo está adaptado a canalizar maná de forma natural, como los Oni con sus cuernos.
—¿Las Onis, vrr? —preguntó Pesky Dust, curioso.
—Exactamente. —Beatrice levantó un dedo, adoptando su tono de lección—. Nacen con una afinidad mágica inusual; sus cuernos son órganos de absorción de maná, capaces de tomar energía del entorno y reforzar su cuerpo.
Pesky Dust parpadeó, intrigado.
—Vrr… entonces, ¿esa fuerza extra que tienen viene de ahí? ¿De los cuernos?
—En efecto. —Beatrice lo observó con atención—. Cuando los activan, su fuerza y maná se ven reforzados. Por eso tus criadas pueden hacer lo que hacen. Aunque dudo que, aun transformándote en uno, sepas canalizarlo correctamente.
Pesky Dust giró en el aire, dejando un rastro dorado.
—Entonces podría pedir que me enseñen...
—Sería preferible, supongo. No deberías manipular maná sin entender cómo fluye. Un mal control y tu cuerpo podría romperse antes de adaptarse.
Pesky Dust ladeó la cabeza, travieso.
—O podría pedir que me enseñes tú. No eres un Oni, pero eres un espíritu. El maná corre por ti, ¿no? Como una Anodita, vrr.
Beatrice lo miró, visiblemente confundida por el término.
—¿Anodita? No tengo idea de qué disparate es ese, supongo. —Frunció el ceño—. Y espero que no sea una comparación insultante.
Pesky Dust dio una pequeña vuelta en el aire.
—Porque eres la que más sabe de maná, ¿no?, vrr. Y porque creo que a Ram le haga mucha gracia, y con Rem no lo se, creo que estaría muy ocupada, aunque ahora que lo pienso no habla mucho, debería conversar más con ella.
Beatrice parpadeó, sorprendida pese a sí misma.
Durante un segundo, sus labios se movieron, pero ninguna palabra salió. Al final, se cruzó de brazos con más fuerza de la necesaria.
—Hmph… —murmuró, fingiendo desinterés—. Elegir a un espíritu como tutora práctica es un error lógico, supongo. Ni siquiera sabes si tienes alguna afinidad. Aunque… —añadió en voz más baja, desviando la mirada—. No es que esté negándome del todo.
Pesky Dust ladeó la cabeza, esbozando una sonrisa leve.
—Entonces volveré después, vrr. Tengo que hablar con Emilia sobre algo que descubrí, antes de mencionarle al Payaso de los cultistas. —Y sobre las Anoditas —añadió con un tono más relajado—, era un halago. Las que he conocido manejan el maná con una habilidad absurda.
Beatrice arqueó una ceja.
—“Payaso”, dice… —murmuró con un leve bufido—. No es que discrepe, supongo, al menos espera a que no te oiga la criada.
—Tendré cuidado, vrr. No quiero que Ram tenga mas razones de enterrarme en el Jardín —Ben, todavía transformado voló hacia la puerta, dándole un gesto de despedida—. Nos vemos luego, Betty. No estudies demasiado.
Beatrice abrió la boca para replicar, pero solo salió un suspiro. Hasta que Ben se fue.
—Así que Anoditas, ¿eh? —murmuró para sí, bajando la mirada al libro que ya no leía—. Si realmente existen criaturas que controlan el maná así de fácil… Tsk… no es sorprendente que vinieras de un mundo igual de absurdo, supongo.
Volando tras cerrar la puerta, Ben sintió un pequeño déjà vu. Giró la cabeza por instinto, como si esperara que alguien lo siguiera.
—Qué raro… ¿no viví esto hace poco? —murmuró, frotándose la nuca—. Ah, cierto. Debería destransformarme, no quiero que me vean así. Con lo de Ditto y Emilia fue suficiente, diría.
—No hace falta, Tennyson.
La voz vino desde el pasillo, fría y cortante.
Ben se tensó. Lentamente giró, y la vio allí: Ram, de brazos cruzados, con una expresión tan neutra que resultaba peor que una amenaza abierta.
—Digamos que ya te vi —dijo con calma, avanzando unos pasos—. Mi hermana me contó lo que pasó en el pueblo.
Ben parpadeó, flotando un poco más alto, incómodo.
—Ah… ¿sí? Bueno, todo está bajo control, vrr. Más o menos.
Ram entrecerró los ojos.
—Eso lo decidirá el señor Roswaal. Ven conmigo.
Ben tragó saliva.
—Ups…
—No me hagas repetirlo—respondió ella con un deje frio—. No hagas más dramatico la situación.
—Bien.
A su lado, Rem permanecía de pie, impecable; y Emilia, sentada cerca, alzó los ojos con un gesto de desconcierto inmediato.
El silencio duró unos segundos. La escena era tan absurda que ni siquiera Roswaal habló primero.
Fue Ram quien rompió el hielo, con un tono gélido:
—Señor Roswaal, traje al responsable del “incidente” en el pueblo —dijo con toda la calma del mundo.
Pesky Dust agitó una mano, incómodo.
—Eh… hola, vrr. Antes de que pregunten, esto es otra de mis formas, vrr.
Roswaal ladeó la cabeza, y la sonrisa perezosa en su rostro se ensanchó.
—Oooh~… fascinante. Diría que es un hada, pero jamás vi una tan… única.
Ben se estremecio al escuchar eso y se volvio a ser humano. Emilia por su lado parpadeó, intentando procesar lo que veía.
—¿…Tienes más formas así? —preguntó, con mezcla de curiosidad y sorpresa.
Ben se rascó la nuca.
—Huh… algo así, vrr. Bueno, unas cuantas más. Cada una sirve para cosas distintas.
—¿“Unas cuantas”? —repitió Ram, arqueando una ceja—. Cuántas exactamente.
—Eh… bastantes para llenar un libro de rarezas —respondió Ben, forzando una sonrisa—. Pero no se preocupen, ninguna muerde. Bueno, casi ninguna.
Roswaal soltó una risa suave, con ese tono ambiguo que nunca se sabía si era humor o análisis.
—Cuánto más te observo, más claro veo que eres… una colección de misterios, Ben Tennyson~.
—Sí, me lo han dicho —replicó, resignado—. Pero al menos entretengo, ¿no?
Rem, que hasta entonces había permanecido en silencio, intervino con voz tranquila:
—Mientras no vuelva a convertir la plaza en un campo de juegos, no veo motivo para alarmarse.
Emilia asintió, aún sin apartar la vista del pequeño ser que flotaba frente a ellos.
—Sí… los niños todavía estaban riendo cuando nos fuimos. Incluso Petra.
La mención del nombre hizo que Ben sonriera.
—Petra… esa niña tiene más valor que muchos adultos que conozco. Si no fuera por ella, todo habría acabado en silencio incómodo y caras largas.
Roswaal apoyó el mentón en una mano, estudiándolo con interés renovado.
—Así que incluso los aldeanos terminaron riendo, hmm… qué inesperado desenlace. A veces el caos, bien dosificado, suaviza el miedo.
—Entonces fue un éxito —dijo Ben, con media sonrisa.
Roswaal soltó una risa suave.
—No exactamente, Ben. Debido a tus declaraciones sobre ser un “mago de construcción”, algunos rumores corren rápido. Es probable que lleguen a la capital antes de lo esperado, y con tu apariencia tan... peculiar, no tardarán en expandirse. —Sus ojos brillaron con picardía—. Claro que no todo rumor es malo. Podría ser una forma sutil de que la señorita Emilia gane influencia entre la gente, aunque… es un método arriesgado. Podrías atraer atención no deseada.
Hizo una breve pausa, ladeando la cabeza.
—Aunque, parece que ya la atrajiste, ¿no? Anastasia Hoshin fue quien encontró tus pertenencias. Imagino que intentó tentarte con alguno de sus tratos, pero viendo que estás aquí, y con tus cosas intactas, diría que no le salió tan bien~. Hohoho. El hecho de que otra candidata ya sepa de ti complica las cosas, diría yo.
Ben se enderezó de golpe, incrédulo.
—¡Espera, sabían quién era?! ¿Y por qué nadie me lo dijo?
Roswaal levantó un dedo con aire teatral.
—Pensé que la señorita Emilia te lo había contado. Hubo una reunión hace un tiempo… las cuatro candidatas oficiales, aunque aún falte una por presentarse. Entre ellas ya se conocen.
Ben giró hacia Emilia, con expresión de alarma.
—¿Emilia… lo sabías y no me dijiste nada? ¡Ay no, qué tontería he hecho!
Emilia se encogió ligeramente en su asiento, apretando las manos sobre las rodillas.
—Bueno… es que… no tengo excusa —admitió con voz baja. Luego alzó la vista, preocupada—. Espera, ¿qué hiciste, Ben?
—Algo prudente, lo dudo —intervino Ram con absoluta sequedad.
Roswaal chasqueó la lengua, divertido.
—Hmm~… supongo que mostraste más de lo que debías, ¿no?
Ben se llevó una mano al cuello, incómodo.
—Bueno… digamos que Julius no estará en condiciones de dar discursos por un par de horas…
El silencio cayó como una piedra. La mirada de Emilia se volvió vacía, entre incredulidad y consternación.
—¿Te… enfrentaste a Julius? ¿El caballero de Anastasia? ¿Uno de los mejores del reino? ¿Estás bien?
Ben sonrió con nerviosismo. —Eso sería más para él. Le gané.
Roswaal no parpadeó; sus labios se curvaron en una sonrisa amplia, lenta, que no era precisamente de aprobación.
—Qué interesante… —murmuró, casi con deleite—. Un visitante de otro mundo que derrota al caballero más talentoso del reino, y encima logra que una candidata lo invite a “colaborar”. Cuanto más hablas, más… fascinante te vuelves, Ben Tennyson.
—Bueno, prefiero “complicado” a “fascinante”, gracias —replicó Ben, cruzándose de brazos.
Ram suspiró.
—Definitivamente “complicado” es más acertado.
Rem, que había permanecido callada, se adelantó un paso.
—Señor Roswaal, ¿cree que Anastasia tomará represalias?
Roswaal entrelazó los dedos, dejando que una sonrisa ladeada se formara lentamente.
—Lo más probable, pero tal vez nuestro joven invitado haya hecho algo que suavice la situación… ¿no es así, Ben?
Ben ladeó la cabeza, con una media sonrisa nerviosa.
—Hmm, lo dices como si la hubiera amenazado con usar a Blitzwolfer para comermela o algo así. Aunque digamos que el enfrentamiento terminó con una pequeña apuesta. Y ahora me deben una.
Por un segundo, nadie respondió.
Ram parpadeó.
—¿Una apuesta?
Rem lo miró con una mezcla de incredulidad y ligera preocupación.
—¿Qué clase de apuesta, exactamente?
Ben levantó ambas manos.
—Nada extremo, creo. Si Julius me vencía, respondería a sus preguntas sobre las cosas y bueno... colaboraria un poco con ellos. Y en caso el perdiese bueno, me tienen aqui y me deben una. —Soltando una verdad a medias.
Roswaal soltó una risa baja, entre divertida y asombrada.
—Hohoho~… increíble. Lograr que Anastasia Hoshin acepte una apuesta así… y además hacer pierda.
Emilia lo miró con una mezcla de sorpresa y temor. —¿Y ella… aceptó sin más?
Ben sonrió con una mueca que no inspiraba precisamente confianza.
—Detalles, Emilia, detalles. Pero diría que estamos en buenos términos. Creo. Espero. Quiero creerlo…
Emilia suspiró, llevándose una mano a la frente.
—Eso no me da ninguna seguridad, Ben.
—Es que también estaban usando mis cosas. Tenía una foto de Julius en mi teléfono, lo desbloquearon y, bueno… se hicieron selfies. ¡Mira! —dijo, sacando el dispositivo de su chaqueta.
El brillo azulado de la pantalla iluminó la sala. Emilia parpadeó, desconcertada; Rem se inclinó ligeramente, curiosa; Ram apenas arqueó una ceja, como si intentara entender qué tipo de “Metia” era eso.
—Aquí está Julius —dijo Ben, mostrándoles la foto—. Con una mano al frente, medio cegado por el flash. Y esta otra… —deslizó el dedo y mostró la siguiente image
—. Se la tomé a Ana antes de irme. Fue una foto sorpresa. Mira su cara de incredulidad, vale oro. Al menos con esto me desquité un poco.
Emilia lo observó en silencio unos segundos, como si su mente se negara a procesar la escena.
—No puedo creer que estés mostrando eso tan tranquilo…
Ram soltó un suspiro, cubriéndose la cara con una mano.
—Increíble. Primero reta a un caballero, luego provoca a una candidata… y ahora presume los retratos como si fueran trofeos.
Roswaal, mientras tanto, se inclinó un poco hacia adelante, intrigado por el objeto que Ben sostenía.
—Hohoho~… qué curiosa “Metia”. Proyecta imágenes con una nitidez admirable. Podria echarle un vistazo mas de cerca?
Ben sostuvo el teléfono con una sonrisa incómoda y lo alejó un poco.
—Eh… no por ahora, gracias. De hecho, tengo que cargarlo. Está en veinte por ciento.
—¿“Cargarlo”? —repitió Emilia, ladeando la cabeza.
—Sí, recargar su energía —explicó Ben, agitando el aparato con naturalidad—. Funciona con electricidad, no con magia. Si se queda sin carga, básicamente se duerme hasta que lo conecto a algo que le dé energía.
Roswaal entrecerró los ojos, divertido.
—Y podrías mostrarnos cómo…
Ben levantó una mano con gesto firme.
—Eh, no. Eso entra en la categoría de “cosas que prefiero mantener bajo llave”. Darles conocimiento sobre cómo crear tecnología como esta, cuando ni siquiera han rozado lo básico, está contra las leyes de los Plomeros.
Hizo una pausa breve, bajando el tono con cierta incomodidad.
—Aunque, admito que ya medio violé esa regla al mostrarles el Omnitrix… pero la situación lo ameritaba, y bueno, ya me conocen.
Roswaal sonrió, esa sonrisa sutil que se extendía sin llegar a los ojos.
—Hohoho~… claro, todo por la causa justa, ¿no?
Ben respondió con un encogimiento de hombros.
—Exacto. Digamos que es mejor no correr el riesgo de que terminen inventando no se, una bomba de bolsillo que derrita todo alrededor.
En su mente, mientras tanto, otro pensamiento lo cruzó como un destello:
“Y al haberle dado esa insignia de Plomero para comunicarme, dudo que Anastasia se separe de ella. Así sabré cuándo y dónde está. Ventajas, Ben… eres un genio.”
Roswaal entrecerró los ojos, su sonrisa ensanchándose apenas.
—Mencionas seguido a esos Plomeros, Ben. —Moviendo su mano levemente, con gesto de gato curioso que fingía distracción—. ¿Quiénes son exactamente? ¿Una organización…? ¿Una orden? ¿Por qué limitarían el conocimiento?
La pregunta sonó amable, pero algo en su tono tenía filo. No era simple curiosidad académica; era la mirada de alguien que ocultaba algo.
Ben guardó el teléfono con calma, aunque su mirada se endureció un poco.
—Podría decirse que son una organización, sí. En mi mundo, los Plomeros son algo así como una mezcla entre caballeros y vigilantes… pero sin castillos ni tronos. —Cruzó los brazos, buscando palabras que Roswaal entendiera—. Se encargan de mantener el equilibrio entre diferentes razas, mundos y especies.
Roswaal ladeó la cabeza, fascinado.
—Caballeros pero de tantos mundos, entonces. Qué poético~. Pero si protegen el equilibrio, ¿por qué prohibir compartir conocimiento?
Ben soltó una risa corta, sin humor.
—Porque el conocimiento sin contexto es peligroso. No es cuestión de prohibir… es cuestión de proteger. —Levantó el teléfono y lo giró entre los dedos—. Si este aparato, que apenas sirve para comunicarse y tomar fotos, cayera en manos equivocadas aquí, ¿quién sabe qué podrían intentar hacer con él? Imaginen cuando se trata de tecnología capaz de destruir planetas, este mundo no llega ni a nivel de tecnologia 2. Tal vez en algun momento les cuente sobre los caballeros eternos, esos tipos eran un dolor de cabeza.
Rem lo miró con una mezcla de respeto y desconcierto.
—Entonces… ¿los Plomeros existen para evitar guerras?
—En parte —respondió Ben—. Pero también para asegurarse de que la gente no juegue con cosas que no entiende. No porque seamos “dueños” del conocimiento, sino porque ya hemos visto lo que pasa cuando alguien lo usa mal. Y, créeme, las consecuencias no se quedan solo en un país o un continente.
Roswaal no apartó la mirada, su sonrisa seguía siendo la misma, pero el aire a su alrededor se volvió más pesado, casi expectante.
—Qué noble propósito… aunque suena tan conveniente como peligroso. Controlar la curiosidad del mundo entero.
Ben lo observó con una calma que contrastaba con el brillo desafiante en sus ojos.
—No se controla la curiosidad, Roswaal. Solo se guía. A veces hay que poner límites hasta que alguien esté listo para cruzarlos sin destruir lo que toca.
El silencio que siguió se sintió espeso, casi eléctrico.
Roswaal fue el primero en romperlo, riendo suavemente.
—Hohoho~… qué interesante forma de verlo. Caballeros que vigilan mundos, guardianes del conocimiento… sí, puedo ver por qué prefieres mantener tus secretos, Ben Tennyson.
—Y espero mantenerlos así por un buen tiempo —replicó Ben, con una media sonrisa—. Me agrada este mundo, pero no quiero que termine aprendiendo las lecciones difíciles de otros.
Ram bufó desde un lado.
—Y aún así, andas mostrando imagenes de candidatos reales a todo el mundo.
Ben suspiró.
—Bueno… nadie es perfecto. Ademas admitelo la cara de Ana en la foto no tiene precio.
—No responderé a eso.
—Hay algo más que necesito contarles —dijo, con los brazos cruzados y la mirada fija en el suelo—. En el bosque, de camino de regreso, tuve un… encuentro.
Roswaal, que había estado jugueteando con una pluma entre los dedos, levantó la vista.
—¿Un encuentro?
—Con un grupo pequeño. Encapuchados, organizados. Cultistas —respondió Ben con un deje de cansancio—. Iban armados con magia de fuego. Atacaron sin decir palabra. Intenté detenerlos, pero… bueno, digamos que no les gusta hablar.
A su lado, Rem se tensó de inmediato. Su expresión, normalmente serena, se volvió rígida; sus dedos se cerraron inconscientemente sobre la falda.
Ben siguió, midiendo sus palabras:
—Alcancé a neutralizarlos, pero cuando traté de interrogarlos más, algo pasó. Antes de que dijeran demasiado, se… —hizo una pausa breve— se inmolaron. Volaron por los aires sin dejar nada.
Rem ahora tenia una expresión curiosamente neutral. Roswaal notó el cambio, pero no comentó nada. Solo volvió la atención hacia Ben.
—Hmm… ¿y lograste obtener algo antes de que… terminaran así?
—Poco —admitió Ben, cruzando los brazos—. Alcancé a oír algunas palabras sueltas. Mencionaron a la Ballena Blanca. También… algo sobre Emilia. Que era su objetivo.
Emilia se estremeció, con los ojos muy abiertos.
—¿Yo… objetivo? ¿Por qué yo?
Ben la miró un momento, luego bajó la vista.
—Creo que ya te haces una idea del porqué, Emilia.
El silencio que siguió pesó en el aire. Emilia bajó un poco la cabeza, mientras Roswaal mantenía la misma sonrisa, aunque sus ojos mostraron por un segundo una chispa de irritación. Una molestia breve, tan fugaz que cualquiera habría pensado que la imaginó.
Roswaal recobró su tono habitual enseguida.
—Ya veo. Así que los cultistas de la bruja se mueven otra vez. Qué desagradable noticia. Pero no te preocupes, Ben —dijo con voz tranquila, casi dulce—. Dejaré ciertos preparativos en marcha~. No dejaré que nada perturbe a la señorita Emilia
Ben lo observó con leve desconfianza.
—No planeo dejarte toda la carga, Roswaal. Si se están moviendo cerca del pueblo, la gente corre peligro también. Eso también me concierne.
Roswaal entrelazó los dedos, sonriendo de nuevo con esa calma ensayada.
—Precisamente por eso debes dejarlo en mis manos. Soy el señor de estas tierras, después de todo~. Es mi deber encargarme de esas amenazas.
Rem levantó la mirada.
—Si los cultistas están actuando otra vez, debemos reforzar la seguridad —dijo Rem, con la voz firme.
Roswaal asintió sin dudar, aunque su gesto fue más calculado que sincero.
—Por supuesto, querida Rem. Cuento contigo para eso~.
Ben los observó en silencio. Había algo en toda esa serenidad que no encajaba. Roswaal no parecía sorprendido, ni preocupado. Solo… irritado de que alguien se hubiera enterado antes de tiempo.
El mago mantuvo su sonrisa, entrecerrando los ojos con una calma artificial.
—Pero por ahora, basta de sustos. Retírate y descansa, Ben. Mañana hablaremos con más calma de lo ocurrido… especialmente sobre Anastasia. —Su tono se volvió más suave, casi un susurro—. No queremos más… cosas inesperadas, ¿verdad~?
El silencio que siguió se sintió largo, como si las palabras de Roswaal hubieran dejado una sombra flotando en el aire.
Ben sostuvo su mirada unos segundos, intentando descifrarlo. Luego simplemente asintió.
—Claro. Mañana.
—Bubby, ¿a qué te refieres con eso, supongo? —preguntó sin levantar la vista—. Estás actuando distinto, me parece.
—De todos, no me lo esperaba de ti, Betty —respondió Puck, girando sobre sí mismo mientras motas heladas danzaban a su alrededor—. Eres buena midiendo a la gente… pero últimamente pareces más interesada de lo habitual.
—No exageres, Bubby. Solo estoy observando algo fuera de lo común, supongo.
—¿“Algo”? —repitió él, ladeando la cabeza—. Suena más a alguien.
—Su existencia no encaja con este mundo. Su energía es distinta al mana No responde al entorno que tenemos… solo está ahí, constante, autosuficiente. Pero no es hostil.
—Eso suena más peligroso de lo que crees.
—No veo por qué debería preocuparme. Lo estoy observando, nada más, supongo.
—Solo recuerda lo que pasa cuando te acercas demasiado a lo que no entiendes —murmuró Puck, bajando la voz—. Te cambia, aunque no lo notes.
—No soy tan imprudente como ella, supongo.
—Hay cosas, Betty, que no deberían mezclarse con otras. A veces basta con mirar algo mucho tiempo para que empiece a mirarte también. —Mientras le guiñaba el ojo.
—Supongo que no entiendo tu desconfianza.
—Y yo no entiendo por qué no desconfías más —respondió imitando su tono antes de sonreír—. Parece un buen chico, pero… no me termina de agradar.
Retornado...
Solo el crujido del cuerpo del guardia al caer rompía la quietud, esparciendo su interior por el suelo. Elsa se quedó allí, observándolo con una serenidad perturbadora. Aún podía sentir el peso de la daga en su mano, aunque su filo ya no tenía el mismo brillo.
—Tsk… qué desperdicio —murmuró, limpiando la hoja con la tela del uniforme del guardia—. Ni siquiera gritó.
El olor metálico de la sangre llenó la habitación. Elsa apoyó la espalda contra la pared, intentando recuperar el ritmo de su respiración. Cada movimiento le pesaba más de lo que admitía. Notaba un retardo en su cuerpo, una fricción entre lo que pensaba y lo que sus músculos obedecían.
Se miró la palma: un pequeño temblor.
—Más lenta. —frunció el ceño, molesta—. Y también algo menos de fuerza.
Caminó hasta una mesa rota y se inclinó para revisar las armas que había dejado allí. Los cuchillos estaban mellados, el metal opaco. Eran herramientas que había tenido que robar ya que sus principales estaban arruinados.
—Debería buscar nuevos juguetes. Estos ya no cortan ni el aire. —Hizo girar una de las hojas entre los dedos, pero el movimiento perdió elegancia al segundo intento.
Dejó escapar una risa seca.
—Y pensar que hace poco no pensaba estar así. Qué irónico.
Sus ojos se desviaron de nuevo hacia el cadáver. El cuerpo del guardia seguía en la misma posición, con la expresión congelada de sorpresa. Elsa lo miró unos segundos más, pero algo dentro de ella se revolvió.
Un sabor metálico volvió a subirle por la garganta.
—No otra vez…
La sangre se filtró entre sus labios, oscura y espesa. Se inclinó sobre un costado, escupiendo con fuerza. Esta vez fue menos. No tanto como antes.
Se limpió con el dorso de la mano, respirando hondo.
—Parece que mejora —susurró, casi con alivio—. Un poco más de tiempo y estaré lista. Primero me tengo que largar de aquí, vendrán a buscar a su compañero.
Notes:
Nota: Se hizo una pequeña corrección en el capitulo de Contacto Imprevisto, sobre el conocimiento de Emilia sobre Anastasia, revise el "KING SELECTION First Contact". El cambio es leve para no reescribir todo.
Posdata: Gracias por aclarármelo, no estaba enterado de esa side storie
Chapter 13: Un respiro
Chapter Text
Se suponía que esta mañana tendría que seguir hablando con Roswaal. Era el plan. O lo que yo creí que era el plan.
Pero el payaso desapareció antes del amanecer. Nadie sabe a dónde fue, nadie sabe por qué, y según Ram “no es asunto mío, ni el tuyo”.
Esa fue la primera señal de que hoy sería… diferente.
La segunda señal llegó cuando Ram decidió, con esa cara de superioridad que solo ella puede hacer, que como castigo por transformarme en el pueblo, causar “un espectáculo innecesario” y de paso pelearme con Julius, me tendría “ocupado todo el día como corresponde a alguien tan… libre”.
Eso fue una forma elegante de decir: “te voy a explotar hasta que te arrepientas de existir”.
Realmente me divierte cómo actúa. Un poco.
Me recuerda a cuando Gwen y yo peleábamos todo el tiempo. Solo que Gwen no intentaba enterrarme vivo bajo una montaña de tareas domésticas. Al menos no literalmente.
Y ahora, aquí estoy. De todos los trabajos posibles, me asignaron ayudar únicamente a Rem.
Eso no me molesta. De hecho, quería hablar un poco con ella. Si es mi “superior”, debería comunicarme más seguido con ella, entender cómo funciona este lugar, dejar de meter la pata cada vez que hago algo que aquí parece normal pero no lo es.
Sé que no le caigo mal como a su hermana.
Pero… Rem es bastante reservada al parecer.
Da la impresión de que se guarda muchas cosas.
Dentro de los pasillos
—Aquí… debemos quitar el polvo, Ben—explicó Rem, entregándole una escoba que él sostuvo como un arma alienígena perdida—. Todo este pasillo, desde la entrada hasta el ala este.
Ben vio los metros y metros de piso encerado.
Rem lo miró, ladeando la cabeza.
—¿Algo… mal?
—Nop. Solo pensando en… eficiencia.
Antes de que Rem pudiera preguntar, el Omnitrix brilló.
—XLR8.
Un instante después, Rem solo vio un borrón azul:
XLR8 corrió limpiando no solo ese pasillo, sino tres más que no estaban en la lista.
El polvo salió disparado, las alfombras quedaron alineadas milimétricamente, y hasta los candelabros vibraron por la corriente de aire.
Cuando volvió a su forma humana, Ben se apoyó casualmente en la escoba.
—Listo.
Rem parpadeó.
Luego sonrió, con esa sonrisa suave de satisfacción sincera.
—Tu eficiencia es… admirable, Ben-san. Lo hiciste igual que la primera vez que estuviste aquí.
Pero su tono, aunque amable, tenía un pequeño hilo de cansancio… o tristeza.
Apenas perceptible.
Ella siguió barriendo su propia esquina, como si su ritmo normal fuera inevitable.
Ben la observó por un segundo.
Algo en su postura… estaba más caída de lo normal.
Pero Rem notó su mirada y volvió a sonreír, como si nada pasara.
—¿Continuamos?
Jardines
—Podar esto siempre toma tiempo… —dijo con una voz suave—. Si fueran un poco más altos podría darles mejor forma, y así taparían la zona donde un animal se coló esa vez y se comió parte de las flores.
Ben ladeó la cabeza.
—¿Quieres que crezcan más?
Rem estuvo a punto de decir “no”, por educación… pero se quedó mirando la planta, dudando.
—Sería útil. Pero...
Ben ya había activado el Omnitrix.
—Swampfire.
El olor a metano llenó el aire en menos de un segundo. Rem retrocedió un paso con los ojos muy abiertos, llevándose la mano a la nariz sin poder evitarlo.
—¿Qué… es ese olor? —preguntó entre sorprendida y preocupada, intentando no sonar descortés.
Swampfire levantó las manos como quien dice “no juzgues mi perfume”.
—Es natural —gruñó—. Eh… parte del paquete.
Luego apoyó las manos sobre el suelo.
En segundos, raíces se retorcieron bajo la tierra, los arbustos se expandieron, las hojas se abrieron como si respiraran por primera vez en semanas. Crecieron un metro entero en cuestión de segundos. y de repente tomaron formas distintas, en una hizo una del símbolo "la paz".
Rem se quedó paralizada.
—Ben… —susurró, sonriendo sin poder evitarlo—. Son perfectos.
Pero mientras Swampfire terminaba de moldear las ramas, Rem observó sus propias tijeras de podar, que aún sostenía con ambas manos.
Su reflejo se veía débil en el metal.
—Yo habría tardado un par de horas en esto—murmuró tan bajo que ni ella misma estaba segura de haberlo dicho.
Swampfire la miró, confundido.
—¿Qué dijiste?
Rem levantó la cabeza, con la sonrisa perfectamente restaurada.
—Nada. Gracias… de verdad. Esto quedará hermoso.
Ben, orgulloso, le hizo una reverencia torpe con su cuerpo vegetal.
—Para eso estamos.
Rem siguió caminando a su lado, con esa sonrisa amable de siempre… pero su mano apretaba un poco más fuerte las tijeras.
En el almacén.
El almacén daba la sensación de ser más grande por dentro que por fuera. Cada vez que Rem abría un baúl, parecía haber otro más profundo abajo. Cada vez que movía una cortina, aparecía otra detrás.
Y el polvo… el polvo estaba en todas partes, como si se reprodujera por obra de magia.
—No entiendo cómo aquí se llena tan rápido de polvo o telarañas —dijo Rem, examinando una esquina donde ya había una telaraña reciente—. Se limpia una vez a la semana… pero siempre vuelve a estar igual.
Ben silbó bajo.
—Esto necesita mano de obra multiplicada.
Rem giró hacia él, intentando adivinar qué estaba tramando.
Ben ya estaba tocando el Omnitrix.
—Tengo justo la forma. Y además… es adorable y no huele a nada, así que no tendras que taparte la nariz.
En un destello verde, su cuerpo se encogió.
Donde antes estaba Ben, ahora había una criatura blanca, pequeña, con ojos enormes y verdes, sin nariz, con manos redondas y dos dedos y un pulgar. Tenía la altura de un niño, y la piel parecía hecha de goma suave.
—Ditto —dijo con una voz algo aguda, cruzándose de brazos con orgullo.
Rem parpadeó. Y luego, sin quererlo, dejó escapar una pequeña sonrisa sorprendida.
—Eres… tan distinto. Pareces… un niño.
—Sí, pero un niño que puede hacer esto.
Ditto se dio la mano a sí mismo. Tiró.
Y salió otro.
Y otro.
Y otro.
En segundos, diez Ditto llenaban el almacén en todas direcciones.
Uno limpiaba estantes. Otro barría el polvo. Dos peleaban con una telaraña como si fuera una red de lucha libre.
Tres intentaban mover cajas grandes… y fallaban miserablemente.
Rem se acercó a esos tres.
—Debiste usar una forma más fuerte —dijo suave, inclinándose.
Tomó la caja ella sola, levantándola con sorprendente facilidad.
Los Ditto se quedaron estáticos, impresionados.
—¿Ves? A veces basta un “tú” bien colocado —dijo Rem con una pequeña risa.
Uno de los Ditto murmuró:
—Betty tenía razón de que eran fuertes.
—¿Oh? ¿El gran espíritu habló de mí?
—Habló bien de ti.
—…Eso también me sorprende.
Mientras los Ditto corrían por todas partes, la sonrisa de Rem se suavizó.
Pero al verlos trabajar tan rápido… tan felices… tan eficaces…
Su expresión bajó apenas un milímetro.
—Yo habría tardado por que era limpiar, ordenar, quitar telarañas escondidas, verificar que no haya plagas… —susurró, casi inaudible.
Un Ditto la escuchó.
El original apareció a su lado.
—¿Todo bien?
Rem levantó la cabeza.
Su sonrisa volvió a ponerse en su sitio.
—Todo bien. Solo me sorprende lo rápido que haces todo.
—Beneficio de ser muchos.
Rem asintió, empujando otra caja.
En...
Rem observaba el claro con la serenidad habitual.
—Tenemos poca leña esta semana —dijo con calma—. Será algo más pesado, pero no es problema.
—No te preocupes —respondió Ben, levantando el Omnitrix—. Para esto pensaba usar a Cuatrobrazos.
—Ah… —Rem ladeó la cabeza—. Es un extraño nombre, pero entiendo el propósito. Sería buena idea.
Ben presionó el reloj.
Un destello verde cubrió los árboles.
Cuando la luz se disipó, Cuatrobrazos no estaba.
En su lugar, una torre de músculo reptiliano, placas óseas y cola, se alzaba ocupando medio claro.
Rem dio dos pasos hacia atrás, más por reflejo que por miedo. Le tomó un instante procesarlo.
Humungousaurio miró sus propias manos gigantescas y resopló.
—…Ah. No era el que quería. Pero cuando quiero usar a este, ni de chiste quiere aparecer —dijo Ben, su voz grave pero calmada, completamente él.
Rem inclinó la cabeza hacia arriba, lentamente, como si su mente estuviera midiendo la escala de lo que veía.
Su respiración tembló apenas antes de recuperarse; luego carraspeó para acomodar el tono.
—Es… —tragó saliva suavemente—. Bastante grande.
Dices que tienes una variedad de formas, Ben… demasiado útiles o convenientes.
Parece que estuvieras preparado para todo.
Humungousaurio, enorme y algo incómodo, se frotó la cabeza con una mano del tamaño de una mesa.
—Bueno… es más suerte que otra cosa. Podría haberme convertido en Walkatrout y solo sería un salmón inútil.
Rem soltó una exhalación mínima, casi una risa contenida.
—Siempre siendo util... con solo estar aqui parece que puedes hacer de todo — Dijo en voz baja hablando para si misma
—¿Dijiste algo?
—Oh no, nada, solo que deberiamos apresurarnos no es bueno estar tanto tiempo afuera.
Dijo eso a pesar de que su mirada parecia algo apagada, y miraba el hacha que estaba cerca, para volverla a recoger y avanzar.
Cocina
La cocina de la mansión tenía ese aroma tibio y constante de verduras recién cortadas.
Rem trabajaba con precisión, como un metrónomo azul moviéndose entre tablas, ollas y sartenes.
Ben observaba el despliegue de ingredientes con una mezcla de respeto y ligera inseguridad.
—Admito que esto no es mi fuerte —dijo, acomodándose las mangas—. Cocino, pero no cosas tan… elaboradas. Todo con tal de sobrevivir a la comida del abuelo Max.
Rem lo miró de reojo, esperando, quizá, que activara el Omnitrix como en las otras tareas.
Pero Ben se quedó ahí.
Solo él.
Ese detalle le suavizó la expresión.
—Ya veo —respondió con una ligera sonrisa.
Ben dejó los cuchillos ordenados y secó sus manos con un paño.
Rem comenzaba a preparar otra bandeja de ingredientes cuando, de manera muy natural, retomó lo que él había dicho antes.
—Mencionaste a tu abuelo —dijo con suavidad—. ¿Cómo es él?
Ben sonrió, esa sonrisa que parecía salirle sola cuando hablaba de algo que realmente conocía.
—Ah… el abuelo Max es alguien noble. Es una de las personas, si no la más valiente que conozco. Fue… bueno, sigue siendo un plomero, uno de los mejores. Gracias a él entendí lo que es ser un héroe, tomar responsabilidad y dejar de lado la arrogancia cuando es necesario. Aprendí tanto de él.
Lo único que no me alegra haber aprendido es su gusto sobre la comida.
—¿Cocina mal?
—O sea… a estándares humanos, no debería ser consumible. Pero para extraterrestres, según Rook, es un manjar todo lo que prepara.
Rem asintió despacio, procesándolo.
—¿Tienes más familia?
—Sí. Mi prima Gwen. Ella es… bueno, es Gwen. Inteligente, rápida, demasiado directa. Mi mamá es más tranquila, y mi papá… bueno, él intenta seguirnos el ritmo cuando puede. Pero se nota que es un Tennyson. Recuerdo cuando me ayudó una vez con esa arma del ático. Realmente ese fue uno de los momentos únicos.
Rem lo escuchaba sin parpadear, como si fuera información valiosa sobre un fenómeno extraño y familiar al mismo tiempo.
Ben siguió:
—Y también cuento a Kevin y a Rook, aunque no son parientes. Kevin es… eh… el novio de Gwen. Cuando no intenta ser gruñón, es un buen tipo, mientras no te metas con su auto. Rook… es más serio, pero es como un hermano mayor que nunca tuve.
Rem lo observó un poco más de cerca.
—Hablas de ellos con… confianza. ¿No te preocupa estar lejos?
Ben apoyó ambas manos contra la mesa, pensativo.
—Es la primera vez que estoy tanto tiempo lejos. —Hizo una mueca ligera.— A veces me pregunto qué estarán haciendo. Pero… están bien. Son fuertes. Pueden con cualquier lío, incluso sin mí.
Rem bajó la vista por un momento, moviendo unas verduras.
—Debe ser agradable —murmuró—. Tener gente así.
Ben la miró de reojo.
—Tienes a Ram, ¿no? Puede ser gruñona conmigo, pero se ve que te aprecia bastante. Alégrate de tenerla. Y ella de tenerte.
Rem apretó un poco más el cuchillo, aunque su expresión no se endureció; solo se volvió más… contenida.
—Ram es… Ram —respondió con un tono suave, casi automático, como si esas palabras fueran suficientes y, al mismo tiempo, no quisieran decir nada más.
Un silencio pequeño quedó entre los dos.
Rem lo rompió enseguida, desviando la conversación con la misma naturalidad con la que cambiaba de olla.
—Entonces… si no te molesta, ¿puedo preguntarte algo más?
Ben levantó una ceja.
—¿Qué cosa?
—Ese… artefacto —dijo ella, señalando con el mango de la cuchara el Omnitrix—. ¿Cómo fue… bueno, la primera vez?
Ben lo pensó un segundo, recordando el día en que todo cambió. Una sonrisa se mostró y, con un tono alegre, dijo:
—Digamos que causé un incendio. Pero es comprensible: era un niño y no sabía en qué me metía.
—¿Un incendio?
—Mi primer alien fue Heatblast. No lo viste todavía, pero imagínalo como una persona hecha de roca y fuego.
—¿Así que lo causaste solo por tu presencia?
—Me… bueno… me puse nervioso. Imagina que, de un momento a otro, pasas de ser tú a algo hecho de fuego. Dime, Rem, ¿cuál sería tu primer instinto al verte en llamas?
—Asustada… y correría —dijo ella. Había algo extraño en el fondo de su tono, una pequeña sombra, pero Ben lo ignoró.
—Pues así fue —rió—. Allí mi abuelo me enseñó que debía combatir fuego con fuego. Literalmente, para apagar las llamas.
—¿Cómo así?
—Hacer un incendio sobre el otro para que ambos se consuman.
Entre cortar verduras, lavar utensilios, seguir instrucciones y conversar sin darse cuenta, el tiempo habia pasado envuelto en el olor a caldo y el vapor tibio que subía de las ollas.
Cuando por fin salieron de la cocina, Rem se fue a entregar una lista de lo que faltaba para la despensa. Y Ben, con las manos aún oliendo a especias que no sabía nombrar, decidió que necesitaba aire.
Cruzó el patio trasero, caminando sin rumbo. El sol estaba alli todavia. El aire tenía ese frío liviano que picaba un poco en la nariz. Nada que él no hubiera sentido antes en planetas distintos, pero… aquí tenía otro peso. Le gustaba este lugar. Le gustaba más de lo que admitía.
Se sentó en una baranda de piedra, mirando hacia el bosque, escuchando el sonido del viento.
— Tenias razón abuelo, al final si me sorprendió, extrañaba esta "normalidad", me gusta ser héroe, pero ser Ben es también bueno.
—Ser Ben es también bueno —repitió en voz baja, esta vez más para convencerse a sí mismo.
Su vida estaba hecha de alarmas, persecuciones, villanos, planetas en guerra, razas en extinción, decisiones que nadie de su edad debería tomar. Ser héroe era parte de él, lo sabía, pero ahora sentía otra cosa. Una pausa que casi había olvidado que podía existir. Miró sus manos, aún rojizas por cortar papas y cebollas.
Era gracioso. Había luchado contra seres que podían romper montañas, mundos y amenazaban el universo, y aun así lo que más lo hacía pensar ese día era haber picado verduras al ritmo de Rem. Ben soltó una risa leve.
—Si Gwen me viera así, ya estaría tomando fotos para chantajearme todo el año y Kevin se estaría burlando.
Ram no estaba allí por casualidad. Nunca lo estaba.
Ram entrecerró los ojos, analizando cada palabra sin querer admitir que lo hacía. El viento movía su cabello rosado, pero su rostro permanecía tan firme como siempre.
Una parte de ella, pequeña, irritada, casi simbólica, quería resoplar.
Se dio la vuelta y a pasos silenciosos se fue.
—Ridículo— pensó Ram.
Con Emilia después del Almuerzo, Roswaal no ha regresado.
Emilia revisaba las notas que Roswaal había dejado sobre la mesa, aunque no parecía realmente concentrada. Puck flotaba a su lado, cuidando el ambiente con esa mezcla de calma y alerta que solo él dominaba.
Ben se asomó por la puerta, ajustándose la mochila que había recuperado el día anterior. Venía comentando pequeñas cosas que había visto en la mansión ,cortinas que parecían moverse solas, habitaciones que lo ignoraban, detalles que aún trataba de comprender de ese mundo, Emilia pensó que bromeaba, mientras abría la mochila para acomodar unas cuantas cosas. Fue entonces cuando vio los envoltorios.
Los miró un segundo, sin sorpresa, solo decidiendo si serían útiles hoy.
—Emilia —la llamó, sacando uno—. Tengo dulces de mi mundo. ¿Quieres probar uno?
Puck giró de inmediato.
—¿Comida rara del otro lado?
—Más o menos —respondió Ben, divertido—. Pero estos sí son simples. Nada peligroso, lo juro.
Emilia se acercó con una curiosidad tranquila.
—¿Es algo que comen normalmente allá?
—Sí. Pensé que te gustaría saber cómo sabe algo de mi mundo.
Ella tomó el dulce con cuidado, examinándolo como si fuera una pieza de museo más que una golosina.
—Gracias. Me gustaría probarlo.
Lo abrió, dudó apenas un instante y luego lo llevó a la boca. Su expresión cambió apenas: un gesto breve, sincero, de sorpresa agradable.
—Es muy diferente… pero está rico, bastante... —comentó, analizando el sabor.
Puck se inclinó hacia adelante.
—A ver eso.
Ben le tendió otro, sin pensarlo.
Puck lo probó, asintiendo como quien evalúa una nueva especie de nieve.
—Dulce, pero no empalagoso. Esta bastante sabroso de hecho, y parece mejorar mientras más lo tienes en la boca
Ben cerró la mochila.
—Tengo algunos más, por si quieren comparar sabores después.
Se instaló un pequeño momento de calma, una convivencia sencilla sin nada extraño.
Hasta que Emilia levantó la mirada, como recordando algo que quería preguntar desde antes.
—Ben, sobre tus transformaciones… ¿tienes alguna que use hielo? ¿O algo que controle el frío o hielo?
Él parpadeó, sorprendido por lo específico de la pregunta.
—Lo pregunto por Puck —aclaró Emilia—. Él maneja hielo, así que sería útil saber si puedes hacer algo parecido. Como cada forma tuya tiene una habilidad distinta…
—Algunos sí, otros no. Pero hielo tengo dos: Big Chill y Arctiguana.
Puck entrecerró los ojos.
—Qué nombres… peculiares. —Dijo Emilia mientras seguía saboreando.
—Chico, tienes un gusto llamativo para nombrar cosas. Sufrirán tus futuros hijos. —Comento en broma Puck.
—Oye, son creativos.
—Sí, sí, lo que digas —replicó Puck, dándose aires.
Emilia sonrió apenas.
—¿Podrías usar a alguno?
—Va. Usaré a Big Chill. Si conocen o existe aquí la historia del hombre polilla, les dará esas vibras.
—¿Vibras? —murmuró Emilia—. Pensé que era hielo.
—Es una expresión. Ya verán.
Ben levantó el brazo y presionó el Omnitrix. Un clic profundo resonó, seguido de un destello verde.
Cuando la luz se disipó, ya no estaba Ben.
Frente a ellos había una figura oscura y azulada, como un fragmento de noche con forma. Alas plegadas, ojos verdes brillando desde dentro, un cuerpo que parecia humano. Big Chill era más alto de lo esperado, y su mera presencia hacía que el aire se sintiera un poco más pesado.
Puck lo rodeó con cautela.
—Vaya… esta vez sí iba en serio con lo de “hombre polilla”. Intimidante, pero elegante.
—Es bastante única tu forma —admitió Emilia—. ¿Y cómo usas el hielo?
La voz de Big Chill salió con un eco hueco, casi fantasmal.
—Mira.
Inhaló y exhaló un aliento helado hacia un vaso cercano. En un parpadeo, quedó cubierto por una gruesa capa de hielo.
—Y también puedo hacer esto.
Posó su mano sobre la mesa. A la vista de Emilia, su brazo se volvió intangible y atravesó la madera sin resistencia.
Luego retiró la mano, esta vez dejando que el frío se extendiera desde adentro. La mesa entera se cubrió de hielo, como si hubiese sido mordida por un invierno súbito.
Emilia dio un respingo.
Puck abrió los ojos, sorprendido de verdad.
—Eso sí es nuevo. Intangible y congelante a la vez. No sabía que podías activar ambas cosas tan rápido.
Big Chill inclinó la cabeza, flotando con un movimiento suave y antinatural.
—Es una habilidad que mezcla mi intangibilidad con la de congelar. Atravieso un objeto y lo congelo desde dentro.
Emilia tocó con la punta de los dedos el borde helado. Tembló al sentir la profundidad del frío.
—Esto es… distinto a mi magia. Lo tuyo parece… vacío y sinceramente da algo de miedo.
—Este cuerpo está hecho para esto. Para mí, el frío es como respirar.
Puck se cruzó de brazos, evaluándolo como quien analiza un nuevo tipo de espíritu.
—Si puedes ignorar la materia así… ¿qué hay de ataques que no son físicos? ¿Magia, energía, u otras?
Big Chill dejó escapar un sonido que podía ser una risa.
—Depende. Si es físico, lo atravieso. Si es pura energía, puedo disipar parte. Si es magia… ahí depende no se si las cosas de aquí me afecten siendo intangible.
Emilia lo observó como si analizara un fenómeno natural imposible.
—Eres como un espíritu… pero más silencioso. Y un poco más intimidante.
Big Chill bajó la mirada, como si se divirtiese con tales palabras.
—Me han dicho peores cosas.
Locación A.
—Señorita Crusch, en serio no descubrieron nada? —preguntó Ferris, con esa mezcla de dramatismo y fastidio.
Crusch mantuvo los brazos cruzados, con una expresión amable y tranquila.
—Lamentablemente no —respondió con la calma—. Parece que fue más una casualidad que un ataque a tu persona.
Ferris abrió los ojos, ofendido.
—¡Una casualidad no se concentra exactamente encima de mi cabeza y cae como una cascada! Lo peor que mojo los documentos, reemplazarlos tomara mucho.
—Ya veremos como tratamos con ese problema. Por ahora debemos concentrarnos en nuestro objetivo.
—Tienes razón, cuando descubra quien fue tendrá unas palabras de mi parte.
Locación B.
—¿Así que una estela en medio de la noche? —preguntó la mujer, con un brillo travieso en los ojos—. ¡Debe ser una señal! ¡El mundo me habla! Parece que está de mi lado.
—Hmm —respondió la figura a su lado, sin perder la compostura.
Ella lo miró de reojo.
—¿Qué opinas?
—Que es cierto, princesa —replicó él, con absoluta sinceridad.
Locación C.
—¡Aléjate! ¡Aléjate y aléjate! ¡No quiero! —Felt retrocedió, moviendo las manos como si pudiera empujar el aire mismo.
—Pero señorita Felt… No avanzaremos a este paso —insistió la voz del hombre, tratando de sonar conciliador.
—¡Cállate!
—Felt, deberías acostumbrarte. Parece que… no se puede salir de esta situación. —Dijo la voz de alguien mayor.
Felt chasqueó la lengua, frustrada, mirando hacia todos lados, como si buscara una ventana, un agujero, una grieta. Cualquier escape.
Locación D.
—Julius, ¿crees que podamos replicar el sabor? —preguntó Anastasia, girando el envoltorio vacío entre los dedos como si ya estuviera calculando el precio de un nuevo producto—. Aunque no tenemos muestras, ¿verdad?
Julius, siempre elegante, inclinó la cabeza.
—Yo no diría eso, señorita Anastasia.
Sin perder su compostura, metió la mano en uno de sus bolsillos interiores y sacó tres dulces, perfectamente intactos, como si los hubiera estado guardando para una ocasión exacta.
Anastasia abrió los ojos con un destello comercial que casi iluminó la habitación.
—¿Así que sí teníamos muestras? Jú, qué previsivo eres, Julius.
Él sonrió apenas, lo justo para acompañar el gesto sin romper su porte.
—Los guardé en caso de que usted quisiera estudiarlos. Su origen extranjero podría ser valioso… de una u otra forma.
—Te adoro, Julius. Con esto sacamos algo bueno.
En algún lugar, ubicación desconocida.
Las letras del libro frente a la figura se ondularon, vibrando como si reconocieran sus palabras.
—Y yo, pensando que sería…
Un crujido seco cortó la frase.
La figura levantó la vista justo cuando la puerta se astilló desde afuera, doblándose sobre sí misma como papel mojado antes de volar en pedazos. La llama de la vela se apagó por el viento que acompañó la irrupción.
En el umbral, una silueta.
La figura retrocedió un paso, algo que no hacía desde… mucho tiempo.
—No… no, no, no —su voz tembló, quebrada—. ¿Cómo sabes dónde estaba? ¿Cómo…?
El intruso avanzó sin prisa, como si hubiera seguido un rastro que solo él podía percibir.
—No puedes escapar de mí.
La figura trastabilló contra la mesa. Por un instante, el poder que llenaba la sala hace apenas segundos desapareció como si jamás hubiese existido.
—Pensaste —continuó la voz del intruso, firme, casi decepcionada— que no te buscaría.
Una mano se elevó, y le apunto con un dedo.
—Solo desaparece.
La llama de aquella vela mostrando que el lugar estaba tazado de bastantes papeles, remarcando dibujos extraños y siluetas inhumanas.
—No mereces más que esas palabras.
La figura intentó decir algo más, quizá una súplica o una maldición, pero su voz se apagó antes de formarse.
—No me gusta que se metan en mi camino. Ahora debo encargarme de los huecos que se dejaron.
Chapter 14: Aviso. - Cerrado -
Chapter Text
Aviso
Lamento molestarles si esperaban un capítulo nuevo, pero necesito compartir algo importante. No suelo pedir comentarios, sin embargo en esta ocasión realmente necesito sus opiniones y enfoques.
Como algunos saben re-publique la historia en Wattpad para darle un poco más de visibilidad y saber si sigue resultando interesante. Aquí en AO3, la forma de votar y comentar es distinta, así que me apoyaría mucho que compartan sus dudas o impresiones sobre el rumbo de la historia. Responderé dentro de lo posible sin hacer spoilers sobre mis tramas planeadas.
Dejaré unos 3–4 días de margen para que puedan comentar con calma. Me encantará leer lo que piensan, mis queridos lectores.
Se retrasara el capitulo que se tenia planeado para publicarse en 2 horas.
Opciones sobre un rumbo importante —2—
Opción A: Acelerar el ritmo y mostrar las interacciones de forma más resumida para avanzar rápido hasta el punto clave: un día antes de la Selección Real.
Opción B: Tomarse más tiempo para desarrollar cómo los personajes interpretan y piensan sobre Ben, mostrando eventos previos con más detalle y algunos POV adicionales.
Sus comentarios ayudarán muchísimo para decidir la dirección. Gracias por leer. Si son en otros idiomas no hay problema veré lo máximo para responderles de manera entendible
Se cerro antes de tiempo viendo la mayoría de votos a favor por la segunda opción. Muchas gracias por sus comentarios.

Chapter 15: Capitulo 14: Un vistazo, y magia.
Notes:
Escrito por mi con algunos dolores de cabeza, y sobre la encuesta anterior dije que serian 3-4 dias pero no podia evitar seguir escribiendo. Aunque por Mayoria de votos ganó la opcion B. Tanto Wattpad como Ao3 se vio la mayoria.
Chapter Text
Elsa avanzaba con pasos medidos, exactos, no porque buscara sigilo, sino porque su cuerpo era un estorbo. Cada zancada pesaba más que la anterior, como si alguien hubiera rellenado sus huesos con metal.
La capucha mantenía su rostro fuera de vista: pálido, ojeroso, con ese brillo enfermo que no pensaba compartir con ningún curioso. El bolso al hombro tintineaba con sus “adquisiciones”: polvos, cuerdas, frascos con olores agresivos, aceite, anzuelos… y más al fondo, lo realmente útil. Cosas que no le correspondían a nadie más.
La vista volvió a fallarle. Un parpadeo largo, otro más lento. Cerró un ojo, estabilizó la imagen.
—Adelante… —murmuró, entre dientes, como si diera la orden a su propio cuerpo.
Sintió un hilo cálido bajarle del labio. Se detuvo. Pasó el pulgar y lo vio teñido de rojo. Por un instante, el mundo tomó un tono carmesí, un filtro hermoso en su crueldad. Algo en su pecho vibró, una mezcla de aprecio y rabia.
—Si fuera la sangre correcta… me alegraría más.
Un calambre la atravesó desde la cadera y subió por la espalda sin pedir permiso. Las rodillas cedieron. Cayó al suelo sin ruido, apoyándose con una mano.
No vio a nadie cerca. Mejor. Le molestaba más la compasión que el dolor.
Se quedó allí, respirando como si su cuerpo necesitara recordarle cómo hacerlo.
Cuando logró levantarse, usó un tronco para impulsarse. Un gruñido bajo escapó —no de dolor, sino de irritación.
—No voy a caer por esto. No hoy.
Dio un paso. Otro. El ardor en la médula no cedía; quemaba como una burla interna. Eso la enfurecía más que la debilidad misma.
Tropezó con una roca y casi cayó, pero se sostuvo con un movimiento rápido, casi mecánico.
—Parecen atenuarse… pero siguen molestando —murmuró, con un filo de impaciencia.
Entonces escuchó algo.
Una voz.
—¿Necesitas ayuda?
Giró tan rápido que la columna crujió. La daga apareció en su mano antes de que su mente procesara el sonido.
El camino estaba desprovisto de otros seres.
—¿Ya empiezo con alucinaciones? —escupió, irritada.
Se llevó una mano a la frente: fría. Respiración irregular. Zumbido en los oídos.
—Si descubro qué provoca esto… tal vez pueda usarlo.
Escupió sangre espesa, casi negra.
Siguió caminando. La voz volvió… o lo creyó. Se negó a reaccionar. No iba a darle importancia a un síntoma que no podía cortar o quemar.
En la noche
El campamento improvisado era poco más que una manta, una fogata discreta y una hoja mediocre que afilaba por inercia. Había sido una mala idea sentarse: apenas su columna tocó la manta, un crujido le recorrió la espalda como si las vértebras protestaran en cadena.
Apretó los dientes. No ofreció ningún sonido.
—Dame un respiro —masculló, frotándose el costado. El ardor entre las costillas era profundo, como fuego atrapado.
El sudor frío le empapaba la piel. Las piernas se sentían vacías. La cadera tiró con un dolor breve y agudo al intentar moverse. El silencio se volvió extraño. Pesado. La fogata iluminaba sin emitir un solo chasquido.
Algo se movió entre los arbustos.
Un animal pequeño, flaco. No representaba amenaza. Apenas comida.
Elsa lo miró con la precisión fría de un oficio aprendido a golpes. La mano actuó sola. La daga voló. El filo cortó el aire con exactitud perfecta.
La hoja se clavó en la tierra.
El sonido volvió al bosque como si alguien lo hubiera soltado de golpe.
No había cadáver.
—Tch. Mierda...
No fue a recoger la daga enseguida. No le gustaba la sensación en el estómago. No le gustaba haber vacilado. Ni un segundo.
Se tocó el rostro. Demasiado caliente. Los dedos le temblaban.
—Cansancio —dijo, sin creerlo del todo.
Se rindió al sueño, no porque quisiera, sino porque el cuerpo le quitó la opción.
En la mañana
Despertó con los ojos abiertos de golpe, estaba en el suelo.
—…¿En serio?
No grito. No sobresalto. Solo fastidio puro, seco.
Un animal hambriento estaba prendido a su pierna, mordiendo con desesperación torpe.
Movió el muslo. El bicho gruñó, pero sus dientes poco pudieron hacer. Su piel, aunque debilitada, seguía siendo demasiado.
—Mala elección —murmuró, casi divertida.
Buscó la daga por inercia. No estaba. Recordó dónde la había lanzado.
Así que fue por el kukri.
Un movimiento. Un corte limpio. El animal cayó en dos mitades húmedas.
El silencio volvió.
—Molesto —dijo, limpiando el kukri en la hierba.
Se incorporó. Notó el cambio. Su respiración se estabilizó. El ardor cedió. Los huesos ya no dolían como antes.
Una mejoría repentina.
El patrón repetido.
—Otra vez… —chasqueó la lengua. —Ridículo —sentenció, guardando el arma.
Siguió caminando.
Elsa Granhiert no duda.
Pero incluso ella tenía pensamientos que prefería enterrar bajo capas de indiferencia y sangre. Y allí, al fondo, donde jamás permitiría que nadie mirara, había uno que ardía más que la radiación en sus venas:
Llegar demasiado tarde.
Llegar y encontrar a Meili quieta, silenciosa, incapaz de responderle ni siquiera con una risa malintencionada.
Llegar y descubrir que alguien más había decidido el destino de la niña sin su permiso.
La idea le crispó los dedos. No de miedo. De irritación pura.
—Eso sí que no —murmuró, con un tono que no le pertenecía.
Por suerte, no había nadie cerca para escucharlo.
Siguió caminando, porque detenerse no era una opción.
Porque si Meili estaba viva, la recuperaría. Completaría el trabajo y se iría.
Y si alguien le había hecho daño…
Elsa sonrió. Una sonrisa pequeña, afilada. Profesional.
—Tendré que abrirlo lentamente —susurró, como comentando el clima—. Hasta que toda la mansión quede bien decorada.
Sin saberlo apenas termino de decir eso su visión se oscureció.
En la mansión.
Sus ojos se movían sin parar.
A la pared → a la alfombra → a la puerta → al jarrón → a las escaleras → a una mota que no existía → de nuevo a la pared.
Era como un perro de pastoreo buscando ovejas imaginarias.
—No hay polvo… —susurró, desconcertada.
Se inclinó, revisó el borde de una mesa. Nada.
Se enderezó de nuevo. Miró el techo. Tampoco.
Abrió un armario solo para estar segura, y todo estaba ordenado, doblado, alineado.
Rem respiró hondo, como si ese pensamiento la presionara.
—Entonces… ¿qué… hago ahora?
Biblioteca.
—Toqué. Creo. Por dentro de mi cabeza. Eso debería contar, ¿no crees?
Beatrice inspiró muy, muy despacio.
—No.
Ben dejó la bolsa sobre el escritorio, frente al libro que ella tenía abierto.
—Traje dulces.
Eso sí la hizo mirar. No como quien recibe un regalo, sino como quien evalúa si hay veneno oculto en camino.
—¿Dulces? —repitió, con la misma neutralidad que usaría para decir “¿cadáver?”
Ben abrió la bolsa y extrajo uno, envuelto en un papel brillante.
—Rem aceptó uno. Ram también, aunque lo hizo con esa cara de que pensaba que le daba veneno. Emilia probó tres. Puck se comió uno entero y dijo que “mejoraba mientras más lo mantenía en la boca”. Pensé que sería raro no traerte a ti también.
Beatrice lo miró como si acabara de cometer una transgresión difícil de clasificar.
—¿Y por qué… “raro”? —preguntó finalmente, con cierto filo suave.
Ben se encogió de hombros.
—Porque no quiero que pienses que tengo favoritos.
Un silencio flotó entre los dos. Beatrice tomó el dulce con dos dedos, como si evaluara el peso de un objeto desconocido.
No lo abrió. Solo lo sostuvo.
—¿Qué clase de dulce es este? No lo reconozco, supongo.
—Es de mi mundo —dijo Ben, sin grandilocuencia.
Eso cambió algo.
Un parpadeo. Un detalle leve. Su postura no se tensó, pero sí se hizo más atenta. Beatrice apoyó el dulce sobre la mesa, sin despegarle la vista.
—De tu mundo, dices. —Sus ojos se estrecharon un milímetro—. No sabía que tus costumbres incluían… obsequios.
—No es costumbre —Ben sonrió—. Solo quería compartir algo que me recuerda a casa.
Beatrice, que había girado la mirada hacia su libro, se detuvo.
Muy despacio, como si una página invisible se hubiese colado entre las suyas.
—Casa… —repitió en voz baja, apenas audible.
Luego volvió a su tono habitual.
—Tsk. No esperaba sentimentalismos, supongo.
Ben rio entre dientes.
—No es sentimentalismo. Solo… pensé que quizá te gustaría.
Beatrice volvió a tomar el dulce. Lo miró un segundo más y lo abrió con una delicadeza sorprendente.
Lo probó.
Apenas.
Un brillo minúsculo, inesperado, que solo alguien que la conociera un poco habría notado.
—Es… aceptable —dijo, demasiado rápido como para ser completamente sincera.
Ben sonrió.
—¿Aceptable como “no está mal” o aceptable como “quiero otro pero no pienso pedirlo”?
—No te atrevas a sacar conclusiones precipitadas, supongo —replicó Beatrice, girando el rostro.
Ben dejó otro dulce sobre la mesa. Ella lo miró de reojo.
—Eso no significa que voy a comerlo —murmuró, cruzándose de brazos.
—Ni que tengas que hacerlo —dijo Ben—. Solo quería saber si te gustaba.
Beatrice se quedó pensando, mirando hacia el marco; recordó las palabras de Puck.
—Seré directa: ¿no te preocupa que tu amabilidad se vea con sospecha?
Ben se apoyó en el marco.
—¿Sospecha? —repitió, arqueando una ceja—. ¿Por darte un dulce?
Beatrice chasqueó la lengua, pero no lo miró directamente.
—Por comportarte como si conocieras a la gente, supongo. Como si entraras y salieras sin… reservas. Este mundo no está hecho para confiar en desconocidos tan rápido.
—¿Tú me ves así? ¿Como un desconocido?
Él lo preguntó sin retar, solo curioso y algo dramático.
Beatrice cerró el libro con suavidad, sin brusquedad. Un gesto que en alguien más sería normal; en ella significaba que estaba pensando más de lo usual.
—Te veo como alguien que no encaja. Y lo que no encaja suele ser un problema… o una solución, rara vez. Pero nunca algo neutro, supongo.
Ben sonrió de medio lado.
—Y aun así aceptaste el dulce.
—Acepté evaluarlo —corrigió ella con rapidez, casi defensiva—. No confundas cortesía con afecto.
—Jamás lo haría.
Se quedaron en silencio un momento. Él esperando. Ella fingiendo leer líneas que ya no estaba siguiendo.
Beatrice suspiró apenas, un soplo que quizá no quería dejar escapar.
—Eres demasiado amable para tu propio bien, supongo.
Ben ladeó un poco la cabeza, sin perder la calma.
—Ser amable no es un crimen, Betty.
Beatrice apretó los labios un instante.
—Lo sé. Es frustrante. Pero las personas se aprovecharán de eso y te usarán como una herramienta.
Ben soltó un suspiro suave, sin dramatismo.
—No vine a que me vean así.
—Y aun así lo harán —respondió ella con una frialdad que, esta vez, sonaba más a certeza que a advertencia—. No porque seas ingenuo… sino porque eres nuevo. Diferente. Y demasiado dispuesto a dar.
Ben sonrió, apenas.
—¿Eso te molesta?
Beatrice abrió la boca… y la cerró.
Era casi imperceptible, como si el aire hubiera cambiado de dirección sin avisar.
—No me molesta —dijo al fin, retomando ese tono cortante—. Solo me incomoda tener que repetirlo.
Ben inclinó la cabeza, cómplice sin querer.
—¿Repetir qué?
Beatrice lo miró con esos ojos que siempre parecían estar midiendo algo.
—Que el mundo no funciona como crees, supongo.
Ben se encogió de hombros.
—Tal vez. Pero mientras esté aquí, intentaré que funcione un poco más parecido a como creo.
Beatrice soltó un tsk, casi resignado.
—Haces demasiado ruido en esta biblioteca… —murmuró—. Y aun así no te vas.
—Tenía curiosidad si al final lo consideraste —dijo Ben.
—Con que por eso, hipócrita.
—No lo soy. Traje los dulces por amabilidad, no porque fueran una forma de hacerte sentir obligada —volvió a responder.
—Incluso así no lo haría. Pero, si tanto quieres aprender, primero quiero evaluar tu afinidad, como Ben y como Oni, para comprobar la posibilidad.
Entorno más abierto.
—Antes de que digas algo —empezó—, Puck ya me habló de los elementos. Más o menos.
Beatrice ladeó apenas la cabeza.
—¿Qué te dijo exactamente, supongo?
Ben se rascó la nuca.
—Que aquí todo viene del maná. Que está en el aire, la tierra, el agua… eso. Y que se divide en seis elementos: fuego, agua, viento, tierra, yin y yang. Dijo que mi prima, Gwen, probablemente sería Yang por cómo usa la energía.
Beatrice no retiró el cristal, pero su mirada se afiló.
—¿Yang, dices?
—Sí. Le conté que Gwen puede hacer cosas como crear escudos, lanzar rayos, moverse por el aire, controlar energía a su alrededor… y Puck dijo que eso sonaba a Yang. Tal vez con más de una afinidad.
Beatrice solto un suspiro.
—Al menos te dijo lo básico —murmuró—. Pero es inútil si no sabes a qué tienes afinidad… o a cuántas. Aunque es raro que no te mencionara cómo funciona la conversión del maná ambiental mediante la Gate.
Ben ladeó la cabeza.
—¿O sea cómo?
Beatrice lo miró como quien descubre que un alumno aprobó un examen sin saber sumar.
—Tsk. Escucha bien. El maná está en el aire, la tierra, el agua… en todo. Pero no puedes usarlo “así nomás”. Simplificando en términos que entiendas es como un "órgano" llamado Gate. Es lo que convierte el maná ambiental en energía mágica utilizable y almacenable en tu Od.
Ben parpadeó.
—Oh como lo que hago con Chromastone o en su defecto Feedback? Aunque no es exactamente lo mismo.
—Al menos tienes referencias, después cuestionare la naturaleza de esas formas tuyas. Lo importante es que ya sabes como de forma practica funciona. Sabrás que si no fuerzas, no habrá peligro de morir.
Ben abrió un poco más los ojos.
—¿Morir?
—Sí —respondió Beatrice sin suavizar nada—. Si fuerzas el maná, quema desde dentro. Y si lo expulsas sin control, sobre tensas, o rompes tu Gate. Eso causa diversos efectos en el cuerpo, y con el tiempo la muerte, una esperanza de vida extremadamente corta, aunque hay casos donde los defectos vienen de nacimiento.
—Ya veo, y sobre la afinidad.
—De eso me encargo yo. Acércate y extiende tu mano, supongo.
Ben obedeció sin pensarlo demasiado. Alzó la mano, abierta, esperando que hiciera… algo visual.
Pero Beatrice simplemente dio un paso adelante.
—No te muevas.
Alzó su propia mano y la apoyó con suavidad sobre el dorso de la mano de Ben.
Solo un silencio denso, Beatrice cerró los ojos y los volvió a abrir. Lo miró con una expresión difícil de descifrar en ella:
entre sorpresa contenida… y la sensación de “esto era lo más probable, supongo”.
—Hmph… ya lo entiendo, supongo.
Ben frunció el ceño.
—¿Qué entendiste?
Beatrice miró su propia mano por unos segundos, como si todavía sintiera la textura de lo que había tocado.
—Tu “mana”… —comenzó, pronunciando la palabra con un leve filo de duda— …si es que puedo llamarlo así, es abismalmente distinto al de aquí.
Ben se quedó quieto, atento.
—No se rige por las normas de este mundo. No fluye, no se estructura, no busca afinidad. Se siente… extraño. Como si intentara imitar al mana real, pero sin tener su naturaleza, supongo.
Alzó un dedo hacia él, acusador pero sin hostilidad.
—Y esa es la razón por la cual el mundo reacciona de forma extraña contigo. No eres parte de su lógica. No absorbes el mana ambiental, porque no hay nada que lo procese. Nada que lo convierta.
Ben respiró hondo.
—¿Entonces…?
Beatrice soltó un tsk cargado de frustración.
—Entonces eres diferente. Una verdadera anomalía. No hay mana absorbido porque no lo absorbes. Y lo peor…
Hizo una pausa, mirándolo directamente a los ojos.
—…tú no cuentas con una Gate.
La palabra cayó como una piedra.
Ben abrió los ojos, sorprendido.
—Pero… si tengo algo de mana dentro, ¿cómo…?
Beatrice lo interrumpió antes de que terminara la pregunta.
—Porque no lo tomas del entorno —dijo con absoluta seguridad—. Tú lo generas.
Ben parpadeó.
—¿oh?
Beatrice frunció el ceño, como si incluso para ella la explicación fuese incómoda.
—Tu cuerpo produce esa energía por sí mismo. No viene del mundo. No es maná ambiental. No pasa por una Gate. Es una energía interna, propia… hasta cierto límite. Y por lo que puedo sentir… —sus ojos se afilaron un milímetro— …eres autosuficiente.
Ben abrió la boca lentamente.
—¿Eso es… algo normal?
Beatrice lo miró con una seriedad que podía haber congelado el aire.
—Normal, no. Es imposible. Los seres de este mundo no generan maná. Lo toman, lo convierten y lo moldean mediante la Gate. Todos los seres vivos dependen del flujo del mundo. Pero tú… —lo señaló con un dedo rector, preciso— …no dependes de nada externo.
Un pensamiento fugaz cruzó la mente de Beatrice.
Irritante, sincero, involuntario.
El sueño de muchos, ¿no? Ser autosuficiente. No necesitar nada del flujo. No depender de nadie.
—No dependes de nada —repitió Beatrice, más bajo, como si necesitara escucharlo ella misma para asimilarlo—. No estás sujeto al flujo del maná, ni a sus caprichos, ni a sus límites.
Ben respiró despacio, procesando.
—¿Eso te afecta a ti… de alguna manera?
Beatrice tensó la mandíbula.
Su primera reacción fue natural en ella: negarlo. Pero no podía permitirse eso ante tal descubrimiento.
—Por supuesto que me afecta, supongo —admitió al fin, con un filo áspero—. Tienes algo que muchos desearían tener. Cero dependencia del maná ambiental.
Ben bajó un poco la mirada, más apenado que orgulloso.
—Ya veo… espero que no te incomode enseñarle a una anomalía como yo.
Beatrice soltó un tsk inmediato, como si la palabra “incomodar” fuera una ofensa personal.
—No me incomodas tú —corrigió, con un tono seco, firme—. Me incomoda lo que representas para la lógica de este mundo. Eres una contradicción con piernas… pero eso no cambia nada.
Ben levantó una ceja.
—¿Entonces sí me enseñarás?
—Por supuesto que sí, supongo —respondió Beatrice sin dudar—. Aunque seas anómalo, eres estable. Y puedo trabajar con eso.
Sus ojos se entrecerraron un instante, como calibrando un pensamiento que prefería no decir.
—Lo único que cambiará es que… —hizo una mueca leve— …probablemente te conviertas en una fuente muy interesante para ciertos espíritus. Quizá demasiado. Pero la mayoría no querría acercarse.
—Pfff… tendré que decirle adiós a usar magia de aquí. No quiero convertirme en “barra libre” para espíritus desconocidos. Mejor veamos qué tal va con Rampage.
Beatrice abrió mucho los ojos.
Le lanzó una mirada tan clara que decía: ¿de verdad te atreviste?
—¿Qué es ese estúpido nombre? ¿Por qué?
Ben sonrió de medio lado, orgulloso de su creatividad dudosa.
—Pues… ya sabes. Escaneé a Ram… y necesitaba un juego de palabras. Así que quedó como Ram-page. ¿Lo pillas?
Beatrice parpadeó una vez. Muy lento.
—Una palabra que… sabes qué, no importa. Como ella reaccione es problema tuyo —dijo, girando el rostro con un suspiro resignado.
Ben levantó el Omnitrix con una sonrisa nerviosa.
—Bueno… ya estoy metido en esto. No puedo retroceder ahora.
Le da particularmente fuerte al Omnitrix, y el destello verde se hace presente.
Cuando se disipa, lo que se presenta no es lo esperado:
Lo que flotaba frente a Beatrice era una figura alta, esbelta, sin piernas, con un cuerpo envuelto en tonos verdosos pálidos y líneas oscuras recorriéndolo como grietas.
Brazos largos y delgados, rematados en garras con un cuello y muñecas atados por grilletes verdes unidos por cadenas cortas.
Ojos estrechos, brillantes, con un fulgor casi felino y una cola fantasmal ondulando en el aire.
Beatrice se quedó completamente quieta.
Por un segundo.
Luego cerró los ojos.
Lo siguiente que supo Ben, es que gracias a su intangibilidad se salvo de no ser perforado por los Minya lanzados por Beatrice.
Ella estaba cinco pasos atrás, postura firme, brazo extendido, dedo aún apuntando, mechones ligeramente levantados por el retroceso mágico.
—Tsk. No vuelvas a materializarte así de cerca de mí, supongo —dijo con calma afilada, como si lanzar proyectiles letales hubiera sido tan rutinario como pasar una página—. Especialmente con esa forma tan desagradable.
Fantasmático miró los Minyas en la pared, luego miró a Beatrice.
—Yo… no fue intencional… —su voz reverberó con eco distorsionado—. No esperaba que lo primero que me saliera fuera Fantasmático. Yo… eh… ¿te incomoda? Por que bueno, casi me vuelves un colador.
Beatrice abrió apenas un ojo, lenta, con la misma paciencia que tendría una bibliotecaria que acaba de encontrar moho en su libro favorito.
—¿Incomodarme…? Claro que me incomoda. —Su mirada subió y bajó por la figura gaseosa de Fantasmático—. Te convertiste en un ser desagradable a mi vista, supongo.
Fantasmático se encogió un poco en el aire, flotando más bajo por puro instinto.
Beatrice continuó, sin piedad pero también sin un rastro de emoción.
—No esperaba que dentro de ese artefacto tuyo viniera incluida esta "cosa". —Inclinó la cabeza, evaluándolo como quien revisa un error en un libro raro—. Cadenas, grilletes, esa forma, energía fluctuante… es como si alguien hubiese decidido mezclar un cadáver incompleto.
Fantasmático alzó las manos encadenadas, ofendido y triste al mismo tiempo.
—Bueno… eso es un poco cruel… Aunque no te culpo. Tuve problemas con este tipo antes.
Beatrice entrecerró los ojos.
—¿Problemas?
Fantasmático hizo un gesto vago con las garras, chocando las puntas de ambos índices y tímidamente dijo.
—Bueno… digamos que… se escapó del Omnitrix una vez. Y causó unos “pequeños estragos”. Ya sabes, posesión accidental, caos, gritos… lo normal.
Los ojos de Beatrice parpadearon una sola vez.
—Cambia de forma. Ahora.
—Pero...
—Solo hazlo —ordenó.
—Okay… okay… ya voy…no tienes que mirarme así. Aunque ya esta bajo control.
Ahora si con este cambio Ben se transformo en la forma Oni.
Ya transformado y después del análisis.
—Así que Agua, Yin y Yang. Una combinación de lo más… curiosa —murmuró Beatrice, con ese tono plano que nunca revelaba si estaba impresionada o molesta.
Ben ladeó ligeramente la cabeza en su forma Oni.
—¿Es malo?
Beatrice negó apenas, un gesto mínimo.
—No. —Hizo una pausa—. Sino que es extremadamente raro, supongo.
El Oni parpadeó, confundido.
—¿Raro cómo… “peligroso”? ¿O raro cómo “genial”?
Beatrice entrecerró los ojos.
—Raro como que deberías dejarme terminar.
Ben se calló al instante.
Una explicación después (larga, técnica, y llena de palabras), él asintió muy convencido.
—En pocas palabras, soy versátil. Y justamente con algo que siempre necesité.
Beatrice ladeó ligeramente la cabeza.
—¿Necesitaste?
El Oni bajó la mirada un segundo, serio.
—Poder curar. Verías lo importante que es en mi dia a dia cuando me enfrento a los malos.
Beatrice lo observó un momento más, quizá intentando leer qué había debajo de esa frase. Pero no dijo nada sobre ello.
Solo retomó su tono habitual.
—Eso depende de tu manejo y control. Tener una afinidad no te vuelve automáticamente maestro en ese elemento, supongo.
Ben se encogió de hombros.
—Incluso si solo pudiera curar raspones, ya es algo. Y con los otros dos… dijiste que uno mejora y otro debilita, ¿no?
Beatrice frunció el ceño.
—Me molesta cómo simplificas mi explicación en pocas palabras.
—Bueno, o sea, si por ejemplo digo: ¡Bang! —dijo Ben, formando una “pistola” con los dedos y apuntando hacia afuera.
Lo que ninguno esperaba sucedió.
Un destello blanco-amarillento explotó desde la punta de su dedo. Un rayo de luz comprimida salió disparado como una bala silenciosa…
—¡PFFSH!—…atravesando la pared del exterior con un agujero perfectamente quemado.
Beatrice se quedó en silencio.
Ben también.
Los dos observaron el pequeño agujero humeante.
—…
—…
Ben tragó saliva.
—Ups…
Beatrice aspiró una gran cantidad de aire antes de exhalar, lenta, profundamente, como si estuviera intentando impedir que una migraña la matará.
Su ojo tembló un poco. Solo un poco.
—No vuelvas a hacer eso, al menos, no aquí dentro.
—No pensé que funcionaria.
Agua.
Beatrice señaló el espacio frente a Ben.
—Huma. Una barrera para bloquear proyectiles. Forma una lámina estable. No la empujes. Usa tus dos manos y concéntrate.
Ben asintió y juntó las manos. El agua comenzó a reunirse, temblorosa pero obediente.
—Bien… mantenla —murmuró Beatrice.
Ben sonrió.
—Creo que sale.
La lámina se tensó un instante.
¡FWOOOSH!
La “barrera” salió disparada hacia adelante como un filo líquido, atravesando el aire y cortando un árbol a la mitad.
Beatrice lo observó con incredulidad profesional.
—Convertiste un hechizo cúpula-defensivo en un proyectil-lamina cortante… —dijo finalmente, intentando comprender cómo era posible.
Yin.
Beatrice señaló el suelo frente a él.
—Yin. El hechizo más básico es Shamak. Solo oscurece la visión. Una neblina. Nada más. Si no puedes, no lo fuerces.
Ben levantó la mano.
—Oscurecer. Fácil.
Beatrice entrecerró los ojos.
—No lances nada. Solo deja que la sombra se forme.
—Bien, aquí va—
La sombra salió disparada en cuanto apareció.
Otro proyectil.
Chocó contra una roca cercana y, al impactar, liberó un estallido de sombras que se deslizó por el suelo como tinta viva.
Beatrice se llevó una mano a la sien, una vena marcándose con claridad.
—¿Cómo es que lo vuelves un proyectil?
Ben alzó las manos, nervioso.
—Fue sin querer. No pensé que pasaría nuevamente.
Beatrice cerró los ojos, respiró hondo y dijo:
—Aquí paramos. Es suficiente. Prefiero evitar ver cómo mancillas lo más básico convirtiéndolo en proyectiles. Al menos no dañaste la Gate de esa forma con esa tontería.
—Pero no lo hice a propósito.
—Eso es lo que me molesta.
Chapter 16: Capitulo 15: Otro punto de vista.
Chapter Text
Hace un tiempo.
—¿Quién es ese?
Petra levantó la vista. Allí estaba Rem, caminando como siempre: seria, tranquila, con una cesta. Detrás, un chico que no había visto nunca. Tenía las manos en los bolsillos y caminaba como si todo le diera curiosidad. Y brillaba. O, bueno, algo en su muñeca brillaba.
El destello verde llamó su atención más que cualquier otra cosa. Los demás niños también lo vieron.
—No lo sé —respondió otro niño, bajito—, pero mira lo que lleva en la mano… brilla.
Petra sintió cómo se le encendía la curiosidad. Ni siquiera pensó en si debía acercarse o no. Lo hizo. Simplemente caminó hacia él.
—Hola —dijo con una sonrisa—. ¿Eres amigo de la señorita de la mansión?
El chico parpadeó, sorprendido.
—Sí, algo así, aunque más bien sería mi “superior”. Me llamo Ben.
Se inclinó un poco, como si quisiera quedar a su altura. Petra no pudo evitar seguir mirando la cosa verde.
—¿Qué es eso?
Ben bajó la vista al Omnitrix, y el brillo volvió a saltar como un reflejo.
—Esto… es un dispositivo que emite luz —dijo, moviendo el brazo para que brillara más—. Sirve para ver en la oscuridad.
Los niños abrieron los ojos. Petra también. Nunca había visto algo así.
—¿En serio? —preguntó uno.
—¿Y también brilla así de día? —añadió otro.
Ben sonrió.
—Sí, y además me avisa si hay peligro cerca. Emite una luz especial. —Bajó la voz—. Pero solo cuando cree que alguien lo necesita, aunque a veces es inoportuno.
Los niños murmuraron:
—¡Entonces es mágico!
—Debe ser muy caro.
Ben se rió.
—Nah, no tanto. Solo hay que saber cómo usarlo.
A Petra le gustaba cómo hablaba. Sonaba como alguien que no tenía miedo de nada… o que fingía que no lo tenía.
Rem lo llamó desde adelante:
—Ben, no olvides que tenemos trabajo que hacer.
—Lo sé, lo sé —dijo él—. Pero no podía ignorar tanta curiosidad. Me recuerda a cuando viajaba en el camper, antes de que todo se pusiera patas arriba.
Petra no entendió qué era “camper”, pero sonaba divertido.
Ben los miró y dijo:
—Ya que son tan simpáticos, quiero presentarles a una amiga.
Petra inclinó la cabeza.
—¿Una amiga?
Ben señaló hacia atrás.
—Sí. Ella está justo allí… la que parece que quiere mimetizarse con el entorno.
Petra miró. Vio la figura cubierta en blanco, quieta, silenciosa. No podía ver su cara. La magia de la prenda hacía que se viera como una sombra rara.
Los niños saludaron:
—¡Hola!
—¡Hola!
Y la figura respondió también, tímida. Petra pensó que tenía una voz bonita.
Pero entonces el viento sopló fuerte. Tan fuerte que arrancó la capucha.
El cabello plateado cayó como un brillo de nieve. Los ojos violetas eran hermosos. Petra lo pensó de inmediato. Pero los adultos no lo vieron igual. Notó cómo se tensaban. Cómo callaban.
Emilia quedó quieta, con la mano a medio levantar. Parecía asustada.
Petra sintió un pinchazo en el pecho. No le gustaba ver a alguien así, sobre todo cuando nadie había hecho nada malo.
Dio un paso.
—Hola… —dijo ella, con voz clara—. Me llamo Petra.
Emilia la miró como si no esperara eso.
Petra sonrió más.
—Usted tiene un cabello bonito. Brilla como la nieve.
Emilia respiró, como si algo dentro de ella se aflojara.
—G-gracias… —susurró—. Y tú eres… muy amable, Petra.
Petra asintió. Quería que los otros niños también lo vieran.
—¿Ven? No da miedo —dijo, retándolos un poco—. Solo es un poco tímida.
Los otros se acercaron. Lentamente, pero lo hicieron. El ambiente empezó a calmarse.
Hasta que el niño al lado suyo estiró la mano.
Petra apenas vio su dedo tocar el objeto verde de Ben.
Un clic.
Un destello.
Demasiado verde.
Petra retrocedió, tapándose la cara.
Cuando abrió los ojos, Ben había desaparecido. En su lugar había un ser enorme hecho de bloques de colores.
Los niños se quedaron mudos. Petra también.
El ser—¿Ben?—levantó las manos.
—¡Tranquilos! No es… no es lo que parece. Bueno, sí es lo que parece, pero no es peligroso.
El niño que lo había tocado murmuró:
—¿Eres… de juguete?
Petra tragó saliva. No sabía si reír o gritar.
El bloque-ser respondió:
—Digamos que soy… una especie de mago de construcción. ¡Versátil, colorido y con articulaciones de lujo!
Algunos niños rieron. Petra también. Era imposible no hacerlo.
Los adultos seguían asustados, pero los niños no tardaron en acercarse. Y cuando Bloxx —así lo estaba llamando en su cabeza— convirtió su brazo en una escalera, Petra abrió los ojos más que nunca.
Los niños treparon. Se deslizaron. Lo tocaban como si fuera una atracción. Petra no se subió, pero sí apoyó la mano en su espalda para sentir cómo eran esos bloques. Era cálido. No esperaba eso.
—¿Qué opinas? —le preguntó él inclinándose—. ¿Aprobado por la ingeniera Petra?
Ella se rió.
—Creo que sí… aunque eres un poco raro.
—Raro, pero funcional.
Los niños rieron. Petra también.
Al final, cuando los padres llamaron a los pequeños, Petra se acercó a él, ya transformado de vuelta en Ben; y preguntó:
—¿Estará bien, señor Ben…?
Ben sonrió y se agachó a su altura.
—No te preocupes, Petra —dijo—, es una forma de decir que Ram me regañará. Mucho.
Petra suspiró, aliviada.
—Ah… pensé que de verdad lo haría.
—No lo descartes del todo —murmuró Rem desde atrás.
Ben se puso rígido.
—Lo decía en broma, Rem. No des ideas, ¿sí?
Petra rio por lo bajo, aunque tenia una leve preocupación.
Cuando empezó a alejarse con los demás niños, pensó que nunca había visto algo tan raro en su vida.
Raro… pero divertido y lindo, a pesar de lo imponente era vistoso esa forma de colores.
Me pregunto, si se puede convertir en algo más, no soy una niña tonta para creerme eso, hmmp!
Mas tarde...
Uno levantó las manos, todavía emocionado.
—¡Yo digo que se puede convertir en algo más!
Petra frunció el ceño apenas. Ese era el niño que había tocado el brazo de Ben sin permiso. Claro que él era el más emocionado.
La niña a su lado apuntó un dedo acusador.
—¡Pero fue tu culpa, tú sin permiso lo tocaste!
El niño infló el pecho.
—Vamos, si no fuera por eso no nos habríamos divertido.
Otro intervino, con ese tono orgulloso que a Petra le daba risa y fastidio a la vez.
—Espero que vuelva, es divertido tener algo fuera de lo común.
Petra escuchaba en silencio. Le gustaba oírlos, pero también sabía que todos estaban hablando como si Ben fuera un objeto mágico y no una persona. O varias personas… dependiendo de cómo se viera.
Una niña más pequeña murmuró:
—Mi madre dijo que no debería acercarme tanto, le agradece al señor Roswaal, pero no se fía mucho de Ben.
Petra bajó la mirada. Eso sí lo había escuchado antes: madres que no se fían de lo raro, es normal. Aunque ella pensaba que si Ben fuera peligroso… no se habría puesto a jugar con ellos.
Otra niña soltó, soñador:
—Qué bonito era.
A Petra casi se le escapó una risa. Sí, quizá, si a uno le gustaban los juguetes gigantes.
Pero entonces uno de los chicos mayores canturreó:
—Te gusta! te gusta! te gusta!.
La niña se puso roja hasta las orejas.
—¡Cállate!
El grupo explotó en risas, como siempre que alguien se avergonzaba.
Petra no se metió. Caminaba un poquito detrás, escuchando todo sin intervenir.
La verdad es que estaba pensando otra cosa.
Ben había sido amable. Muy amable. Y si hubiera sido otra persona, otra que no riera, no explicara, no intentara tranquilizar a todos, tocar algo sin permiso podría haber salido muy mal.
Petra suspiró por dentro.
—Si hubieras tocado así a alguien que no fuera Ben… seguro te habrían regañado muy fuerte.—Pensó
Miró al niño responsable. Él reía, como si nada.
Petra se prometió que, si lo volvía a hacer, ella misma lo iba a regañar.
Porque no era que Ben fuera peligroso.
Era que no todos los desconocidos reaccionaban amables, meterse en problemas no es bueno.
Y, en el fondo, aunque se estaba divirtiendo igual que los demás…
Ella esperaba que Ben regresara.
Al presente.
—¡Es él!
Petra levantó la cabeza tan rápido que casi botó la caja de zanahorias.
Todos miraban hacia la entrada del pueblo.
Y ahí estaba.
Caminando igual que la primera vez, con las manos en los bolsillos, como si estar allí fuera una excursión divertida y no algo importante. No venía acompañado de Rem ni de la señorita Emilia. Venía solo.
Petra sintió una alegría pequeña y cálida.
Al parecer no le dimos tan mala impresión.
—¡Ben había regresado! —dijo un niño con voz de héroe de cuento.
—¡Yo sabía que volvería! —añadió otro, lleno de orgullo.
—¡Pregúntale si puede convertirse de nuevo en… en… en lo que sea que era! —gritó uno, moviendo los brazos tan fuerte que parecía querer despegar.
—¡No seas tonto, no lo molestes! —lo reprendió una niña… mientras también corría hacia él.
No corrió, pero sus pies iban solos, como si quisieran ganarle al resto
Pero caminó rápido. Muy rápido.
Su madre la miró, pero no dijo nada. Quizá porque ella también quería ver qué pasaba.
Cuando llegó al borde del grupo, todos gritaron al mismo tiempo:
—¡BEN!
Ben se detuvo. Miró la estampida de niños como si no esperara ninguno.
Después sonrió.
Una sonrisa de esas que relajaban el ambiente entero.
Incluso algunos adultos cerca bajaron los hombros sin darse cuenta.
Petra sintió que sonreía también, sin poder evitarlo. Era agradable verlo allí.
Ben levantó las manos un poco.
—Bueno, bueno chicos, lo haré, está bien, pero primero pregúntenles a sus padres. No queremos malentendidos, me alegra divertirme también.
Un murmullo general siguió a eso. Algunos niños corrieron a pedir permiso. Otros regresaron con cara de victoria. Otros… con cara larga. Sus padres eran más cautelosos.
Aun así, Ben pareció contento.
—Ahora verán a Bloxx.
El destello verde llenó todo. Petra ya no se asustó como la primera vez… pero sí se quedó muy atenta.
Solo que esta vez…
No apareció el gigante de bloques.
Era más pequeño. Blanco con verde. Casi de su altura. Como un muñeco vivo.
—Ditto?! Omnitrix… no ahora… —dijo Ben, o Ditto, en un susurro.
Pero Petra lo escuchó igual.
Omnitrix… con que así se llama.
Los niños no pudieron contenerse.
Lo rodearon.
Lo levantaron.
Era como un juguete viviente, y en ese instante a ninguno le importó comportarse como niños educados.
Hasta que, entre varios, tiraron de él en dos direcciones opuestas.
—¡Se supone que es un juego, no tortura medieval! ¡Petra, ayúdame!
Petra trató de jalar uno de los brazos de Ditto hacia ella, pero no podía.
Estaban demasiado emocionados.
Demasiado fuertes.
Demasiado niños.
Y entonces pasó algo que dejó a Petra completamente quieta.
Ben… o Ditto… se dividió en dos. Dos.
Exactamente iguales.
Los niños soltaron un grito de sorpresa.
Los dos Dittos se miraron, sonrieron de forma pícara y dijeron:
—¡Venganza!
Y de pronto Ben explotó en una lluvia de copias.
Diez y todas las copias empezaron a perseguirlos a ellos.
Los niños chillaron y corrieron en todas direcciones, atrapados entre el caos y la diversión.
Petra también corrió, aunque se reía mientras lo hacía.
Un Ditto la perseguía con los brazos levantados, exagerando como un monstruo torpe.
Petra no podía dejar de reír.
Y era aún más raro que antes.
Pero también más divertido.
Sin saberlo, en el fondo se escucho un gruñido
En la mansión
—Me alegra que haya regresado, señor Roswaal.
Roswaal ladeó ligeramente la cabeza y la risa nasal escapó como una nota familiar.
—Queriiiida Raaam~, me alegra escucharlo. Espero que hayas cumplido mi petición en lo que no estaba.
Ram enderezó la espalda.
La seguridad era impecable, pero en su ceja tembló un gesto diminuto. Irritación.
Nunca miedo.
—Claro que sí, señor. Sobre Tennyson verá…
Roswaal entrecerró los ojos con una sonrisa que parecía tranquila, pero no lo era.
Había detalles que no estaban encajando en su tablero, y Ben Tennyson tenía la mala costumbre de actuar sin previo aviso.
—Mm~… estoy escuchando.
La música alegre no tapaba la tensión debajo.
Ram juntó las manos.
—Primero, Tennyson… mostró afinidad por la magia. Y parece estar tomando cercanía con el Gran Espíritu de la biblioteca.
Ese punto logró que Roswaal abriera un ojo más.
No sorprendido. Interesado.
—Vaaaaya~. ¿No es algo inesperado, que nuestro invitado reciente esté formando lazos tan rápido?
Ram suspiró suavemente. No por cansancio.
Por la molestia de tener que admitir lo siguiente.
—Sí. Aunque mi hermana parece tener ya una buena opinión de él. Al parecer no guarda segundas intenciones… solo parece ser tonto.
Roswaal soltó una risita más profunda.
—Querida Ram. —Su tono bajó, más serio, aunque envuelto en su teatralidad habitual. —No solo confirmar eso… sino pensar. Es bueno tenerlo de nuestro lado, pero también descubrir qué ventaja se puede tomar. — Sus ojos se afilaron con elegancia peligrosa. —Dejarlo libre es dejar una ventaja para las rivales de la señorita Emilia.
Ram inclinó la cabeza, impecable.
—Lo entiendo, señor.
—¡Sigue con tu buen trabajo! Esperemos que nada malo ocurra.
Decía con una voz que denotaba normalidad y preocupación, pero en el fondo estaba pensando
Solo esperemos, que este chico sea el correcto. Después de todo, atrapo lo que no debía en el momento incorrecto.
Un lugar alejado
La figura inclinó el rostro con una serenidad inhumana.
—Y dime, ¿Estás de acuerdo con nuestro trato?
El otro ser no respondió.
Apenas un temblor recorrió su forma debilitada.
El sonido que salió de su garganta fue apenas un intento fallido de palabra, como si la voz le hubiera sido arrancada mucho antes.
La figura sonrió con dulzura.
—…
—Cierto. No puedes hablar todavía.
Su voz era suave, casi cariñosa, pero completamente vacía de emoción real.
—Pero sí escuchar.
Extendió una mano enguantada, lenta y tranquila, como si estuviera ofreciendo consuelo bajo un sol inexistente.
—Así que yo tiendo mi mano… y tú la tuya. Mi plan te beneficiará. Después de todo, tienes asuntos pendientes.
El ser tembló.
Sus dedos, quebrados por naturaleza o por destino, se movieron hacia ella.
Forzó un sonido.
Un murmullo áspero, un suspiro roto.
—S… i…
Un consentimiento diminuto.
Débil. Pero suficiente.
La figura sonrió de nuevo, esta vez con satisfacción pulida.
Como quien encaja una ficha más en un tablero que nadie más puede ver.
—Perfecto. Después de todo, en este arte… es bueno saber cuándo tender una mano aliada.
El gesto amable se mantuvo un segundo más.
Solo uno. Luego, la sonrisa se volvió fría.
No en expresión, sino en pensamiento.
En este arte, reflexionó, una pizca de manipulación es inevitable.
Porque para mi objetivo… no hay nada que no pueda sacrificarse. Incluso tú, que intentaste pasarte de listo.
Notes:
Mejoro bastante el dolor, y me dejo escribir esto. Los niños son complicados de escribir xd
Chapter 17: Capitulo 16: Defensa
Notes:
No se por que me sentí incomodo al escribir esto. Espero y sea de su agrado.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Sin saberlo, en el fondo se escucho un gruñido
Ditto seguía jugando con los niños, correteándolos entre risas mientras los clones saltaban de un lado a otro. Una de las copias, decidió caminar un poco mas cerca del bosque, parecía haber notado algo antes de separarse de los demás.
Se alejó solo unos pasos más y entonces pasó. Se le vio regresar corriendo un poco y lo último que se oyó fue su voz chillona, rápida:
—¡Una ayuda aquí, hay m-!
El grito se apagó de golpe.
No fue un silencio normal. Fue un silencio tragado.
La copia desapareció entre unas fauces enormes que cayeron sobre ella como una trampa. Un destello verde... y luego nada.
La conmoción fue inmediata. Lo que un segundo antes era un momento de diversión infantil se quebró como vidrio. Allí, justo en el borde del pueblo donde todos se creían seguros, un monstruo estaba devorando a una de las alegres copias que hacía unos instantes los hacía reír.
El aire entero cambió.
Los niños dejaron de correr.
Los adultos palidecieron.
Prioridad número 1, mantén a salvo a la gente.
—¡Todos atrás! ¡Nadie cerca del bosque! —su voz salió firme, sin titubeos.
La frase salió como un latigazo. No era súplica. Era orden. Una que los adultos obedecieron sin pensarlo.
Los Ditto se movieron antes que él. Ya multiplicados, cargaron a niños pequeños, empujaron a otros hacia el centro, con ayuda de algunos adultos, se movieron rapido para llevarlos a salvo. Otros decidieron tomar el papel de carnada para que no se centren en las personas.
Funcionó por un momento.
Surgieron más. Demasiados.
Ditto sintió un nudo en la garganta. Las copias hacían lo posible para distraerlos y desaparecían explotando en destellos verdes que iluminaban las sombras de las bestias, le alegraba ya no tener las sensaciones compartidas con sus copias, sino estaría completamente inmóvil del dolor. Al menos ya mayoría de las personas parecían estar en un punto seguro.
Pero eso dejó de importarle cuando vio a Petra.
La copia encargada de alejarla había sido arrancada del suelo. Petra se quedó sola, en el suelo temblando, incapaz de correr mientras una de esas cosas se acercaba con pasos lentos y pesados.
Ben no pensó. Actuó.
—¡Armadrillo!
Corrió. El piso tembló. Levantó a Petra en un solo movimiento, pegándola contra su pecho blindado. Apenas tuvo tiempo de cubrirle los ojos antes de que esa cosa chocara contra su brazo-taladro girando como un torbellino. Lo que salió de ese encuentro no fue bonito: el enemigo fue convertido en una neblina roja por ser triturado.
Ben sintió la respiración de Petra contra su armadura. Un temblor pequeño, asustado.
—Tranquila, ya te tengo —murmuró él, bajando el taladro para cubrirla.
Al llegar junto a los aldeanos, varios retrocedieron instintivamente al ver a Armadrillo.
—Soy yo —dijo Ben, serio—. Reúnanse. Todos juntos. Ahora.
Cuando todos se agruparon, entregó a Petra a la mujer que parecía ser su madre. La niña seguía muda, con los dedos agarrados al aire.
Otro destello.
Diamante tomó su lugar.
Sin esperar preguntas, extendió los brazos y una semi-cúpula cristalina creció alrededor de todos, bloqueando justamente a uno de los monstruos que fueron a atacar.
—Bueno, ya no hay menú infantil. Ahora el plato fuerte soy yo.
Corrió y golpeó al primero con un puñetazo seco. La criatura rodó varios metros, aturdida. Diamante levantó una ceja inexistente.
—Sí que te hiciste más feo. Tranquilo, aquí te doy para que te reflejes.
Un abanico de fragmentos cristalinos salió disparado de sus brazos, golpeando a los que intentaban rodearlo. Otros trataron de saltar desde los costados, pero Diamante clavó el pie y levantó un campo de púas que los detuvo al instante, perforándolos.
Pero entonces la sintió.
Una sombra más grande.
Diamante ladeó la cabeza.
—Así que ahí está su líder. Dejen que mi amigo lo salude.
Otro destello verde.
El olor cambió primero: fuerte, húmedo, como pantano. Luego la forma terminó de fijarse, más alta que Ben humano, más flexible que Diamante, con ese cuerpo vegetal en tonos verdes, amarillos y rojos.
—Swampfire. Bien, perros rabiosos... ¿les gustan las brasas?
Las enredaderas brotaron del suelo, atrapando patas y cuellos. Ben disparó fuego calculado, cuidando no quemar casas.
El alfa fijó sus ojos en la cúpula cristalina. Se preparó para cargar.
Swampfire corrió y le dio un golpe que lo desvió, haciéndolo chocar contra un árbol que se partió como si fuera cartón húmedo.
El chorro de llamas envolvió a dos que estaban atrapadas por las raíces, carbonizándolas en segundos. Evitó disparar hacia casas, puertas o techos; pero era inevitable que los caminos quedaran chamuscados y algunas cercas quemadas.
—Hey, grandote —gruñó Swampfire—. Ven a por mí y deja de mirarme. ¿O tienes miedo? Si es así, yo mismo voy.
El líder retrocedió un paso, midiendo distancia, calculando instinto. Ben avanzó sin dudar, lanzando bolas de fuego que explotaban en chispas ardientes en su pelaje. El monstruo esquivó dos, bloqueó una con la pata, se apartó de otra... esperando el hueco perfecto para embestirlo.
Raíces gruesas, vivas, lo atraparon desde abajo. Se tensaron como manos gigantes, frenándolo, clavándose en su piel.
El alfa miró hacia abajo.
Mala decisión.
Swampfire ya estaba encima. Un puñetazo descendente hundió parte del cráneo del monstruo hacia un lado, con un sonido bastan crudo. El mabestias trató de morderlo, pero las raíces lo inmovilizaban.
Ben respiró hondo, algo frustrado por la insistencia del monstruo.
—Insistente. Solo... quémate.
Reunió fuego en ambas manos. Esta vez no era un chorro. Era un rugido contenido, un anaranjado que vibró antes de soltarlo.
Una columna de fuego directo a la cara del alfa, a quemarropa, sin permitirle levantar la cabeza. La bestia sacudió las patas, se arqueó, intentó levantarse una vez más.
Swampfire se concentró con la potencia, hacia abajo para asegurarse de que no se levantara más.
Y finalmente quedó quieta, convertida en un montón de carne calcinada y raíces humeantes, los restantes decidieron irse rápidamente.
—Esto no tiene sentido. Se suponía que el área estaba limpia —refunfuñó—. O alguien los trajo... o algo peor los empujó hacia aquí.
Chasqueó la lengua, frustrado, dejando escapar humo por la boca como si suspirara fuego.
—Las cosas nunca son fáciles —murmuró—. Ahora me tendré que quedar aquí por un rato...
—Me toca ayudar a limpiar... y a explicar esto —murmuró—. Gran combinación.
Miró la cúpula de Diamante aún intacta, brillando en contraste con el caos.
—Hmpf. Qué coincidencia que atacaran justo cuando estaba aquí... aunque no quiero imaginar cómo habría terminado todo sin alguien para detenerlos. Uf... Ni modo. Si el mundo insiste en ponerme aquí, haré lo que tenga que hacer.
La amenaza había pasado, o eso se cree.
Prioridad número 2, evita que sigan en pánico.
—Todo bien... ya pasó —dijo, modulando la voz para que sonara más estable de lo que realmente estaba—. No hay más monstruos. Lo prometo.
Los aldeanos lo rodearon con una mezcla incómoda de gratitud y desconfianza. Aún podían ver, en su memoria reciente, las formas que había adoptado. Y ahora solo veían a un chico con tratando de calmarlos.
Un hombre se adelantó con la mandíbula tensa.
—¿Cómo llegaron tan cerca? ¡Tú estabas aquí! ¿No viste nada?
Otro lo jaló del brazo, furioso por su falta de tacto.
—¡Basta! ¡Nos salvó! ¿Quieres atacarlo también?
La mujer con una niña en brazos lanzó la pregunta que todos temían formular:
—¿Y si... los trajo él?... ¿no habia una barrera? —Lo ultimo dijo en voz baja
Ben parpadeó, sin escuchar lo último, tragándose un suspiro.
—Primero calmémonos, ¿sí? —pidió—. Yo tampoco entiendo por qué aparecieron. Si lo supiera, ya habría hecho algo antes.
Respiró profundamente.
—Las criaturas llegaron sin aviso. No había manera de detectarlas. Incluso para mí fue raro. Pero... lo peor ya pasó. Nadie aquí resultó herido.
Un aldeano murmuró desde atrás:
—Eso no es cierto... esos otros en los que te convertiste fueron devorados...
Ben apretó la mandíbula un momento. Luego decidió ser directo.
—Eso no es importante, no estan como tal "vivos" —Mintió, solo que no queria dar muchas explicaciones
—¿Entonces... no hubo bajas?
—No. Ninguno. Perdonen si los asusté —dijo, algo apagado—. Solo intenté... evitar que pasara algo peor.
Un silencio breve siguió a sus palabras. Pero era un silencio distinto: menos afilado, menos lleno de miedo.
La tensión del pueblo empezaba, poco a poco, a desinflarse.
¿Prioridad número 3? Limpieza
Ben terminó de acomodar otro pedazo de madera quemada en el montón. Todavía quedaba olor a tierra removida y a troncos chamuscados, pero el aire ya no era pesado. Al menos, el miedo había empezado a disiparse.
Había retomado la forma de Armadrillo solo para romper con cuidado la cúpula de Diamante—un golpe seco, calculado—y después volvió a su forma humana para no poner más nerviosos a los aldeanos. Aun así, algunos lo miraban como quien observa algo útil pero difícil de entender. Con el paso de los minutos, esa mirada fue cambiando; verlo levantar escombros, barrer ceniza y ayudar con cosas.
Los niños, en cambio, habían sido enviados a sus casas. Después de lo que habían visto, era lo lógico.
Por eso Ben se sorprendió cuando escuchó pasos pequeños detrás de él.
Se giró.
Petra estaba allí.
Caminaba como si temiera romper el silencio. A unos metros, en la entrada de una casa, un hombre que debía de ser su padre la observaba, preocupado pero sin detenerla.
La niña se plantó frente a él, mirándole los zapatos antes que el rostro.
—...Gracias —susurró.
Ben tardó medio segundo en procesarlo.
—¿Eh? —parpadeó—. Ah... no tienes que agradecerme. Cualquiera ayudaría cuando alguien lo necesita.
Petra asintió de inmediato, un gesto pequeño y nervioso.
—Y... perdón —dijo—. Por... ya sabes.
Ben soltó una risa leve, cansada pero sincera.
—No pasa nada —respondió—. Solo es cansado para mí, pero estoy bien. Todos están bien, esa es mi prioridad. Además, no podías haber hecho nada en ese momento. A tu edad yo también me habría quedado congelado, si no hubiera tenido nada a la mano.
Ben señaló las tablas rotas y los montones de ceniza. Se alegraba de que lo destruido fueran vallas y suelo, no una casa completa.
—Anda. Ve con tu familia —dijo con suavidad—. Me falta un montón de desastre por arreglar... del que fui mitad culpa y mitad solución.
Petra no entendió del todo el chiste, pero captó el tono.
Asintió, dio media vuelta y comenzó a regresar. En el camino, algo llamó su atención: un pequeño fragmento cristalino, uno de los que Diamante había esparcido al pelear. Lo levantó con cuidado.
Lo observó un segundo.
Recordó el ruido, el brillo, el miedo... y también cómo él había corrido a salvarla sin pensarlo.
Sin dudas, guardó el fragmento entre sus manos y siguió caminando hacia su padre.
No eres una mala persona, no mientes, ayudaste a todos cuando no era tu obligación. ¿Podría yo... también ayudar a los demás? Un héroe?
Mas tarde.
Ben había decidido quedarse. No porque lo necesitaran físicamente, sino porque sentía, con esa corazonada terca tan suya, que si se iba demasiado pronto algo podía volver a pasar.
Fue entonces cuando notó una sombra descendiendo desde el cielo.
Ben miró hacia el cielo.
Roswaal flotaba, bajando con calma absoluta, como si aterrizar desde el aire fuese algo rutinario. Los aldeanos se quedaron quietos al verlo; él, en cambio, parecía tranquilamente consciente de todo.
—Qué coincidencia tan oportunaa~ encontrarme contigo aquí —dijo al tocar el suelo, sonrisa impecable—. Vine a buscarte.
Ben parpadeó.
—¿Venir a buscarme? ¿Por qué vendrías solo? ¿Y dónde están los demás?
Roswaal entrelazó los dedos detrás de la espalda, con esa postura suya que parecía pensada para ocultar lo que realmente sabía.
—Rem y Ram se quedaron atendiendo asuntos... delicados en la mansión. Cosas que no podía dejar sin supervisión competente —explicó—. Así que decidí venir yo personalmente. Tenía la impresión de que tardabas más de lo normal.
Ben no respondió. Lo observó con algo entre sospecha y resignación.
Roswaal dejó que ese silencio flotara solo un instante antes de continuar:
—Lo que no esperaba... es que ocurriera un ataque así —añadió, mirando los restos quemados y los surcos en la tierra—. Menos en un lugar que debería estar protegido.
—¿Protegido? —Ben frunció el ceño.
Roswaal se giró hacia él, sorprendido solo en apariencia.
—Había una barrera.
Ben parpadeó otra vez, más fuerte.
—...¿Una barrera? —repitió—. ¿Qué barrera? Porque yo no vi ninguna.
Roswaal sonrió, pero sus ojos no sonrieron.
—Hmm~... precisamente por eso es extraño. Esa barrera no debería fallar. Cualquier criatura menor tendría que haber sido repelida. Pero se anuló. O... la anularon.
—¿Y por qué no sabía nada de esa barrera?
Roswaal inclinó la cabeza apenas, manteniendo su expresión amable.
—Porque, querido Ben, no es una barrera para que tú la uses o la vigiles. Es una protección del pueblo. No tenías por qué conocerla.
Ben lo sostuvo con la mirada.
—Ya. Muy conveniente.
—Diría más bien... muy preocupante —rectificó Roswaal, desviando la vista hacia el borde del bosque—. Que algo así falle sugiere que alguien intervino o simplemente fue un suceso incalculable.
—Igual quiero saber qué pasó. No pienso ignorarlo.
Roswaal ladeó la cabeza, apreciando la determinación como quien observa una pieza de ajedrez interesante.
—Y me alegra escucharlo —respondió con suavidad—. Pero déjame manejar los detalles de este incidente. Tú ya hiciste bastante hoy.
—¿De verdad viniste porque "te preocupaba que tardara"? —preguntó.
Roswaal soltó una risita suave, demasiado actuada.
—Por supuesto. Un anfitrión responsable debe velar por sus invitados. ¿No te parece?
Ben soltó un suspiro resignado. Sabía que seguir insistiendo solo lo haría tropezar con más evasivas y sonrisas que no respondían nada.
—Regresa —dijo Roswaal, con un gesto elegante de la mano—. Al menos ya conoces el camino y puedes cuidarte solo en el trayecto.
Ben se encogió de hombros.
—Sí. Y para que sepas... no eres el único que puede volar.
—¿Oh? —Roswaal arqueó una ceja, interesado.
Ben ya tenía la mano sobre el Omnitrix. Un destello verde.
El aire estalló en un chirrido sónico cuando Jetray apareció en su lugar, alas extendidas, postura lista.
—Nos vemos allá —dijo, antes de lanzarse al cielo como un rayo rojo.
En un abrir y cerrar de ojos, desapareció entre las nubes, dejando detrás una línea vibrante de velocidad.
Roswaal observó la estela con una sonrisa difícil de interpretar.
—Bien... Ben Tennyson —murmuró, el tono suave, casi encantado—. Sigue mostrando lo que puedes hacer.
Sus ojos se deslizaron hacia la tierra marcada, hacia los restos de la pelea, hacia un fragmento de cristal incrustado en el suelo.
—Mi interés en ti empezó mucho antes de este incidente —Lo recogió y miro directamente, parecía ser un material bastante duro — No eras parte, pero ya te involucraste. No los abandonaras.
En un punto algo alejado.
Ya no le dolía el cuerpo como antes; la sensación punzante se había vuelto un hormigueo irritante, como una molestia detrás del ojo. Seguía herida, sí... pero nada que ella considerara incapacitante.
Lo que sí la tenía harta era otra cosa:
Un grupo de mabestias había decidido, sin consulta previa, que era el día perfecto para morir intentando comérsela.
—¡Ya déjenme! —soltó, con un tono más fastidiado que alarmado.
Frente a ella había tres cuerpos tirados en posturas nada elegantes: uno partido del pecho hacia abajo, otro decapitado de forma casi artística... y otro al que le faltaba una pierna que seguía temblando por reflejo.
Pero quedaban más.
Desgraciadamente.
Una mabestias salió del arbusto con un gruñido húmedo, con la mandíbula arrancada por la mitad... y aun así avanzando.
Elsa rodó los ojos.
—...¿De verdad? —murmuró—. Ni siquiera tienes las piezas necesarias para comerme. Qué insistencia tan patética.
Apretó el kukri, giró la muñeca con precisión o con lo que debería haber sido precisión y golpeó a la bestia directamente en la frente con la base del arma.
¡CRACK!
Por un segundo, Elsa sonrió pensando que había roto el cráneo del mabestias .
La bestia quedó aturdida.
Elsa observó su muñeca colgando como si fuera una broma de mal gusto.
—...¿En serio? —repitió, con voz plana.
Sacudió la mano y la extremidad osciló como si no fuera parte de su cuerpo.
—Irresponsable. Muy irresponsable de mi parte.
La mabestias , aún aturdida con media frente hundida, dio un paso torpe hacia ella, goteando baba mezclada con sangre.
Elsa ladeó la cabeza, molesta por la insistencia.
—Detesto cuando las cosas siguen moviéndose después de que deberían estar muertas... —murmuró—. Empieza a sentirse personal.
Pero decidió que seguir peleando en este estado era una pérdida de tiempo.
Con Meili cerca, nada de esto estaría pasando.
Elsa flexionó las piernas, ignorando que una estaba ligeramente más rígida que la otra, y saltó con la intención de alcanzar la copa del árbol.
Aterrizó en la rama.
CRACK.
—No. No te atrevas —susurró Elsa, mirando la madera bajo sus pies con la amenaza más fría que podía ofrecerle a una planta.
Su pierna izquierda cedió primero.
La derecha trató de compensar.
La rama no estaba interesada en participar en ese esfuerzo.
¡CRAACK!
La rama entera se quebró debajo de ella y Elsa cayó con toda la dignidad de un costal de trigo.
—Me estoy empezando a molestar... —dijo, sin gritar, sin alterarse
Las mabestias restantes, tontas pero insistentes, aprovecharon el momento.
Saltaron sobre ella con todo su entusiasmo irracional.
Y ahí terminó su paciencia.
Lo que siguió no fue una pelea.
Fue una masacre unilateral.
Una escena tan rápida y asimétrica que parecía una obra de arte moderna hecha con huesos.
Elsa giró sobre sí misma como una sombra mal iluminada y hundió el kukri en el cuello del primero sin siquiera mirar. La bestia chilló mientras un arco de sangre le pintaba la cara de rojo.
El segundo intentó morderle la rodilla mala.
Esa fue la peor idea posible.
Elsa levantó la pierna como si fuera perfectamente estable y la estrelló contra la mandíbula del animal. La mandíbula se hundió con un chasquido que sonó muy real, como si hubiese roto más ella que el bicho.
—Molesto —susurró mientras torcía el arma para liberar el cuerpo del tercero, cortándolo casi por la mitad.
Cada movimiento era efectivo... pero torpe.
Aun así, cada mabestias caía al suelo. Y cada una dejaba una contusión nueva en Elsa, como si los golpes fueran una colaboración entre enemigos y cuerpo propio.
Cuando quedó la última, un pobre animalito que apenas entendía lo que estaba pasando, Elsa solo la miró.
El bicho retrocedió, temblando.
Ella lo atravesó de un tajo.
Finalmente, cuando ya no quedaba nada vivo más que el sonido lejano del viento, Elsa se apoyó contra un árbol. Su muñeca seguía torcida
Suspiró.
—El mundo parece estar en mi contra últimamente, ¿no? —dijo al cielo, como si esperara una respuesta razonable del universo.
Elsa bajó la mirada hacia su brazo. Un hilo de sangre se deslizaba desde su muñeca floja... pero el borde de la herida empezaba a cerrarse.
—Al menos... se está regenerando —murmuró, con la voz más plana del mundo—. Y no tan lento como antes, parece que incluso más rápido.
Para comprobarlo, levantó su brazo torcido. El hueso hizo un clac leve acomodándose.
Flexionó los dedos. El pulgar respondió. El índice también. El medio se dobló hacia el lado contrario, completamente fuera de lugar.
Elsa lo observó.
—…
Con un movimiento rápido y nada delicado, se tomó el dedo y lo acomodó manualmente.
Elsa se acomodó el cabello con la mano buena, ignorando que un mechón estaba pegado con sangre seca, y dio un paso hacia adelante.
Luego otro.
Luego otro.
—Si alguno de ustedes sigue vivo —dijo hacia los cadáveres desperdigados—. Deberían quedarse así. No estoy con humor para segundas rondas, al menos no con ustedes.
Con Anastasia.
—Bien —dijo Anastasia, acomodándose el flequillo detrás de la oreja—. El objetivo es sencillo: recrear el sabor. No debería ser tan complicado.
Julius permaneció en silencio.
Para Anastasia, ese silencio era el equivalente a un lamento dramático.
—A ver, probemos este paso —continuó, mezclando varios ingredientes con una precisión curiosamente metódica, como si estuviera reconstruyendo el sabor a partir de un recuerdo. Vertió la mezcla en un pequeño cuenco. Esta empezó a burbujear a pesar de no recibir calor directo, emitiendo más vida de la aconsejable.
Julius entrecerró los ojos.
—Perdone mi franqueza —dijo con la cortesía de quien pesa cada palabra—, pero aún no comprendo por qué decidió asumir personalmente esta tarea. ¿No sería más prudente dejarla en manos de alguien especializado?
—Sería más cómodo, sí —admitió Anastasia con una sonrisa ligera—. Pero también más arriesgado. Nuestro recurso es limitado… aunque ya contacté a un experto.
Julius ladeó la cabeza apenas, intrigado.
—¿Y dónde se encuentra ese experto?
—En camino. —Agitó la mano, quitándole importancia—. Es un poco testarudo, así que aprovecharé para avanzar mientras llega. Ten, prueba.
Julius dio un paso atrás sin perder la elegancia.
—Señorita Anastasia… lo que sostiene en esa cuchara está moviéndose.
Ella alzó la cuchara hasta la altura de los ojos. La mezcla burbujeaba con determinación, como si intentara escapar por su cuenta.
—Eso solo significa que está fresco. No es buena idea desperdiciar. Además, no puede estar tan malo; elegí ingredientes frescos y los que más se acercaban al sabor —comentó Anastasia, como si dijera algo perfectamente sensato.
—No puedo probarlo —respondió Julius, cortés pero firme.
La sonrisa de Anastasia se afinó apenas.
Antes de que Julius pudiera intervenir, llevó la cuchara a sus labios con una calma impecable, la clase de serenidad que emplearía al evaluar una mercancía costosa.
Probó. Se quedó quieta.
Parpadeó una vez. Un tic le tembló en el ojo.
—…Hmm. Al final, tenías razón. Será mejor esperar al experto.
Notes:
El siguiente capitulo podría tardar un poco más.

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