Chapter Text
Lo último que supo de sus muchachos fue que estaban en la embarcación voladora alejándose hacia el atardecer, perseguido por una horda de depredadores ansiosos por cazarlos.
—¡NOOO!— gritó Ursa con rabia, forzando contra los yautjas que la inmovilizaban.
Después de declarar la nueva casería, el rey Grendel se volteo a verla de reojo.
—Tu sacrificio fue en vano , mujer— . resonó la voz mecánica del collar que le pusieron otra vez en su cuello.
Exhausta, bajó la cabeza, los nudillos blancos de tanto aprietan los puños, pensando en un nuevo plan. No podía terminar así, ella no morirá si antes de dar pelea. Lucharía hasta el final, aunque solo fuera para ganarse un lugar en el Valhalla junto a su hijo y su pueblo.
Los yautjas la levantaron del suelo y Ursa comenzó a forcejear nuevamente, y pateo a uno en el estómago con su rodilla, pero al instante la inmovilizaron y otro más la noqueó con un solo golpe dejándola inconsciente.
El rey soltó ruidos guturales como risas al ver tal escena. Así no es como suelen terminar estos duelos. Se supone que los humanos mueren rápido y espontáneamente, proporcionando una breve diversión antes de la siguiente ronda de gladiadores.
Entendía que los humanos eran sociables por naturaleza y uniendo fuerzas para sobrevivir, no como otras criaturas que eran solitarias y capaces de subsistir por si solas, pero en la arena, es más común que los humanos terminen matándose entre si, si eso dependía sus vidas, o aliarse para matar a otros y luego traicionarce.
En cambio, en esta ocasión, han presenciado algo poco común. El sacrificio de uno por otros.
Una acción completamente innecesaria, por que el destino de los otros dos humanos ya fue sellado.
Está acción le recordo a los clanes que seguían el código de honor, cosa que le irritaba vastante.
El rey Grendel se dirigió a una nueva nave para unirse a la casería, no sin antes mandar a sus soldados a llevar a la mujer humana a criogenización, sería un desperdicio matar a una guerra feroz.
¿Vemos asta donde puede llegar?
Seguro darán entretenidas batallas para su gente en un futuro cercano.
***
Ursa dormia entre pieles de osos y telas coloridas, sintió una molestia familiar en su vientre, abrió los ojos, instintivamente llevo su mano a su vientre enorme, sintió que pronto vendría su hijo, pudo sentir como se movía en su interior, de seguro será un gran guerrero al crecer.
—Buenos días mi reina— la voz de su esposo llenó la tienda, era un hombre formido y grande, pero con un rostro relajado, con una gran barba y cabello azabache recogido en una cola.
—Odin nos bendice con un día soleado para nuestro regreso a casa, después de la gran victoria que hemos tenido en las tierras del norte— Clamo con entusiasmo mientras le daba un plato de comida a su esposa.
—Así parece— dijo Ursa, aceptando el desayuno con una sonrisa ligera.
Avían conquistado unos clanes del norte hace unas semanas, a pesar de su embarazo Ursa insistió en ir, no para participar en la batalla, eso podría hacerlo cuando ya naciera su bebé, sino como estratega, estando en un lugar alejado, su esposo no dudo de sus capacidades, ni su gente.
Era un momento acogedor, no podría cambiarlo por nada .
***
Ursa despertó y se levantó de golpe, mirando a su alrededor, estaba otra vez en ese lugar. No estaba muerta, se maldijo a sí misma
¿por qué no la mataron?
Se levantó de la extraña cama flotante, inspeccionó su alrededor, no era la misma habitación en la que la dejaron la anterior vez. Era más oscuras y pequeña, sin luces rojas, ni ventanas, solo avía una losa de metal pulida, que podría ser para sentarse o dormir.
Ella volteo inmediatamente al escuchar que alguien entraba, era otra vez esos monstruos, pero solo uno entró con una bandeja de metal, que llevaba lo que parece ser carne, un engrudo grisáceo y lo que parece ser agua. Sin más, la bestia pronunció unas palabras en su propio idioma.
—Comer—le tradujo el collar que aún llevaba en su cuello, y la bestia salió de la habitación junto con la cama flotante, dejándolo sola otra vez.
Con que así serían las cosas ahora, ¿no? ¿Ser prisionera por el resto de su vida?
Examino la extraña alimento que estaba a su lado, no avía comido desde que llegó a este extraño mundo y solo Odin sabrá cuánto tiempo paso después de que la secuestraron, necesita alimentarse.
Aún podía sentir su cuerpo magullado y juraba que tenía huesos rotos provocados por la lucha y el intento de escape, aunque no le dio importancia por la adrenalina del momento, pero le extraño que no le dolieran más después del sueño.
¿Será que esa cama tiene propiedades mágicas que pueden curar asta las heridas más graves?
Palmeo con cuidado su costado, sintió que todos sus huesos estaban en su lugar, no estaban rotos, pero aún Haci se sintió agotada.
Tomo la comida, la carne estaba cruda y dura, tenía un sabor extraño, no podía distinguir de que animal era, aunque si este lugar ya no es Mibgard, su mundo, de seguro es de alguna criatura que jamás abra visto antes, probó en engrudo grisáceo y no le gusto el sabor, pero no podría quejarse, era esto o nada, por último, el agua, o lo que sea que fuera, esperaba que por Odin si fuera agua, tenía tanta sed.
Al probarlo se relajó, estaba fresca y tenía un sabor que le recordaba a una infución de plantas medicinales de su tierra.
Su tierra... su gente... Su hijo.
Al terminar de comer, se recostó en la loza de metal, pensando, ¿Qué abra pasado con sus muchachos? ¿Se abran escapado? ¿O los abran capturados y ahora estaban muertos?
probablemente paso lo segundo.
Apenas los avía conocido, no interactuaron cuando estaban solos, y en el campo de batalla, ella intentaba matarlos para sobrevivir, o tener una muerte digna.
Pero después de enfrentarse juntos a la vestía gigante y ver al joven muchacho que le recordó a su hijo, se unieron para enfrentarse al Rey Grendel y pudo sentir alivio al estar en la embarcación y poder escapar, les agarro cariño a ambos jóvenes, eran buenos. La ayudaron a recuperar la cordura, por así decirlo, abría sido un gran error matarlos, ellos no les dió ningún motivo para asesinarlos, enves de eso, la ayudaron a enfocar su rabia a sus captores, al Rey de esos monstruos.
Pero todo eso ya no importa. Ya no importa nada, ahora ellos están en el Valhalla y ella aquí.
Se acostó en un lado en la loza de piedra, suspirando con resignación, por lo menos trataría de descansar por esta vez.
***Flacbask***
La fortaleza de los krivich había sido destruida por completo; cadáveres y sangre manchaban todo el suelo elado. En el interior del castillo yacía un cuerpo sin cabeza, era Zoran, el último líder de la tribu de los Krivich.
Los guerreros que habían masacrado a todo un pueblo se alejaban en sus barcos, hacia mar abierto, felices y eufóricos.
¿Y por qué no estarlo?
Habían cobrado venganza. Los Krivich habían invadido su clan hace años, matando a sus familiares ya su líder, dejándolos en la ruina cuando Ursa era una niña.
Pero ahora la balanza se había equilibrado, llevándose todo lo de valor: armas, especias, alimentos y animales para su clan.
Al llegar a tierra firme, instalaron su campamento y celebraron entre cantos, bebidas y bailes alrededor de hogueras.
Ursa se mantenía al margen, lejos del resplandor rojizo, bañada solo por la luz fantasmal de la luna. De pie, cerca del acantilado, el viento agitaba su gran capa de piel blanca mientras contemplaba las montañas nevadas en el horizonte. Su hijo, Anders, decidió acompañarla en su silenciosa meditación.
—Anders.
—¿Sí, madre?
Ella movió la cabeza, indicándole que se acercara. Él obedeció, y Ursa extendió su abrigo para cubrirlo a él también.
—No quiero que te resfríes en un momento como este—dijo con una leve sonrisa. Anders correspondió con una risa suave.
Ursa se sintió en paz. Su padre, por fin, podría descansar, y Anders… su pequeño se había convertido en un gran guerrero teniendo solo 14 años. En su momento de vulnerabilidad, él había acabado con el enemigo. Estaba orgullosa de él.
Sin embargo, algo la perturbaba, un chirrido grabado en su memoria y unos ojos rojizos que acechaban en la distancia. Sacudió la cabeza, intentando ahuyentar el recuerdo.
—Hijo, ¿sabes por qué luchamos?
—Porque nuestro enemigo sigue con vida—respondió desconcertado. Esa frase era como un mantra para su gente, para su familia, como un juramento.
—Ambos pudimos vengar la muerte de tu abuelo, pero…—volteó a mirarlo—Desde pequeño, siempre me has preguntado por tu padre.
Anders la vigila atentamente, conteniendo el aliento. Su madre rara vez hablaba de él; solo sabía que fue asesinado y murió como guerrero, protegiéndolos a los dos.
—Anders… lo que mató a tu padre no fue un hombre, ni un animal.
Ursa apretó los puños, clavando la mirada en las sombras del pasado. El viento aullaba entre los riscos, como si los mismos dioses intentaran llamar su dolor.
***
Había vuelto de un enfrentamiento con otro clan, cruzando un sendero por las montañas, Ursa y su esposo estaban al frente, ella era la única que estaba en un caballo, por su embarazo, tenía que hacer el menor esfuerzo, mientras que el resto de sus oficiales, hombres y mujeres de confianza estaban detrás de los demás soldados, para proteger los vienes obtenidos de las tierras del noroeste, estaban alrededor de 30 hombres y mujeres. Estaba cayendo la noche, y poco a poco la nieve también, pronto tendríam que preparar para instalar un campamento y soportar la tormenta.
Entonces… lo oímos.
Un chirrido metálico, como el grito de un demonio forjado en acero, a lo lejos se veía unas chispas que se quemaban en el aire. De pronto esas Chispas rebelaron una figura humanoide gigante que se abalanzo sobre ellos.
Los caballos relinchaban, pateando enloquecidos antes de huir, provocando de Ursa caer de espalda sobre la nieve.
Los gritos comenzaron. Uno a uno, los guerreros lucharon con la criatura gigante, pero en cuestión de segundos estos caían grotescamente.
Su esposo la levanto y empujó hacia atrás, gritándole que corriera, pero ella ya había visto al monstruo dirigiéndose hacia él, con un grito, Ursa lanzó su escudo evitando que el grendel los mate, pero el impacto de la criatura en el suelo los lanzó a los dos en direcciones separadas, chocando contra las paredes de piedras.
Ursa estaba en el suelo, sintió que el impacto la lastimo de alguna manera, instintivamente se agarró su vientre rogando por los dioses que su bebé estubiera bien, levantó la mirada solo para darce cuenta que estaba acorralada contra la pared rocosa y el grendel frente a ella.
Era más alto que dos hombres, con piel grisácea y una máscara de metal que dejaba ver sus mandíbulas retorcidas, lo que lo hacía más aterrador.
Por un momento, la criatura la observó, como si estuviera evaluando su estado, luego, con desinterés, se volvió hacia los guerreros restantes.
Su esposo corrió hacia ella, intentando levantarla, pero nuevamente escuchando los rugidos del monstruo, ambos voltearon solo para ver qué este ya había acabado con todos sus soldados, que solo se redujeron a cadáveres inreconocibles, incluso algunos sin cabeza.
—¡Huye!—rugió él, blandiendo su espada antes de lanzarse al ataque.
Fue inútil, la bestia lo atrapó en el aire como si fuera un juguete. Ursa, aterrorizada, se levantó como pudo y tomó la espada del suelo, y cortó la mano gigante que sostenía la garganta de su marido. El Grendel la lanzó lejos con un rugido feroz.
Por suerte, esta vez callo en la nieve, pero le costó levantarse, su vientre le dolía bastante, estaba asustada, por su bebé, por ella, por su esposo, nadie más podría ayudarlos, no podía creer que en pocos minutos el monstruo avía matado a todos.
Al acercarse lo suficiente donde estaban antes, pudo ver como su esposo estaba luchando contra la bestia sin miedo, haciéndole algunas heridas profundas, pero no mortales, hasta que la criatura lo sometió al suelo, él intento zafarse de su agarre, hasta que lo levanto nuevamente, y con un solo presionado...
Ursa vio cómo la luz se apagaba en sus ojos, cómo su cuerpo permanecía inerte. Y entonces, con un movimiento brutal, la criatura le arrancó la cabeza dejando caer el resto de su cuerpo.
—¡NOOOOO!— Grito desesperadamente entre lágrimas, horrorizada por lo que acababa de ver.
El Grendel volteo a verla, solo para desaparecer entre destellos de fuego.
Ursa se quedó sola, llorando entre la nieve, con el vientre ardiendo de dolor y el cadáver de su esposo a unos pasos.
La guerrera avanzó a duras penas, con lágrimas y la garganta dolorida por el frío, no sabía en qué momento exacto se le había roto la fuente, pero no avía marcha atrás.
Tambaleándose entre la nieve hasta encontrar refugio en una cueva. Con manos entumecidas, tomo una de las antorchas que seguía encendida.
Se acomodo como pudo, tratando de entrar en calor. El parto en sí ya es un proceso intenso, pero en condiciones de frío extremo, su cuerpo tenía que lidiar con la hipotermia, lo que podría debilitar sus contracciones o hacer que el trabajo de parto sea más lento y peligroso.
Se tuvo que prepararse mentalmente y básicamente para dar a luz en ese momento, pero era difícil, al no tener a nadie cerca, afuera solo estaba el viento gelido cubriendo los cuerpos de sus compañeros de armas y esposo, estaba completamente sola.
Una contracción brutal, como un cuchillo clavado en sus entrañas, el miedo le nublaba la mente, llorando y gritando por el dolor, pero un instinto más profundo que el pánico la obligó a quitarse la chaqueta y extenderla sobre el suelo helado.
Otro espasmo. Un grito desgarrador se expandió en toda la cueva, pero se perdió en la tormenta de nieve. Sintió la presión, el ardor, la necesidad irremediable de pujar. Se apoyó contra unas rocas, las piernas temblorosas, y empujó con todas las fuerzas que le quedaban.
Entre jadeos y lágrimas descontroladas, el llanto de su hijo hiso que abriera los ojos y volviera a respirar. Con manos torpes, lo levantó contra su pecho, y trató de limpiarlo con los pocos harapos secos que tenía.
El cordón umbilical era un problema. Sin tijeras, sin hilo, no tuvo más remedio que usar los dientes para separarlo, escupiendo el sabor a hierro.
Se quedó un rato mirándolo, era tan pequeño y frágil, gritando insistentemente por calor, ella no quería que esto sucediera de esta manera, ella esperaba tenerlo en sus tierras, con su clan, y su esposo a su lado.
Pero todos fueron asesinados frente a sus ojos, al menos, gracias a los dioses no le quitaron a su hijo.
Lloro desconsoladamente y envolvió a su bebé entre su ropaje, apretándolo contra su piel para darle calor, y amamantarlo, después de unos momentos su bebé se tranquilizó. Todo el esfuerzo la dejo exhausta, bañada en sudor, con los músculos adoloridos.
Cuando el sol alumbro toda la montaña, casi no parecía que ocurriera una masacre. El parto la dejo completamente sudada y la nieve derretida en su ropa, la madre no tuvo más opción, con movimientos lentos, tomo algunas pieles y abrigos que aún seguían secos y sin sangre de sus compañeros caídos y marido, le daba pena hacerlo y no darles una digna sepultura, pero era por un bien mayor, la vida de ella y su hijo.
Se vistió ya su pequeño con lo que pudo, y con todas sus fuerzas siguió caminando, al menos tenía algo de todos ellos, para protegerlos del frío.
Al anochecer, la guerrera caminó como una sonámbula, arrastrando los pies sobre la nieve, mareada por la pérdida de sangre y la falta de alimento. Hasta que, por fin, vio el humo a lo lejos, eso le dio más fuerza, para seguir, y llegar a su clan.
***
—Esa noche lo perdí todo... otra vez. Pero al menos te tenía a ti— La voz de Ursa se quebró, presionó la nuca de su hijo. —Fuiste mi luz en la oscuridad, Anders. Y la única razón por la que aun no me atreví a buscar al monstruo que mato a tu padre.
El joven guerrero permanecía en silencio, procesando todo lo que le había contado a su madre, era imposible... y sin embargo, todo encajaba. Las desapariciones de soldados en los bosques del norte, los relatos de cazadores que hablaban de "demonios con máscaras de metal que desaparecían de la nada"
—Por eso— Ursa se separó lo justo para clavar sus ojos en los de él, —mañana al amanecer, iremos a cazar al asesino de tu padre, ya estás listo.
—Sí, madre— acercándose decidido.
Ursa lo abrazó con sus frentes unidos, como si sellaran un pacto con la sangre que compartían.
—Y si yo caigo…véngame—declaro ursa.
Toda su vida siempre estuvo ella a su lado, y le enseño todo lo que sabe, el deseaba enorgullecerla y demostrarle de lo que él era capaz por su tribu, por su familia. No podía soportar la idea de que su madre ya no este con él, no quería, ese solo pensamiento le afligía. Con la mirada fija en su madre declaró.
—Lo prometo, madre.
Las chispas de la fogata danzaban hacia el cielo nocturno... sólo para estrellarse contra algo invisible. Algo que los observaba.
Notes:
Desde que ví el tráiler, me obsesione con la historia que mostrarian, en especial con la de Ursa, y por los diálogos que aparecían, ya me estaba armando teorías de como sería su historia, al principio pence que ella ya había enfrentado al yautja, por eso iban tras el, en una historia de venganza junto a su hijo, y que al final ella iba a morir y su Anders la vengaria, que weno que no pasó haci, pero que triste por su hijo, jejje.
Se que estos yautjas son mala sangre y que no están atados al codigo de honor, pero yo creo que consideran como una especie de guía, no reglas, por qué sino perdería la gracia de cazar.
Por eso hice que este yautja la dejé viva por qué estaba embarazada, pero al final volvió por su cabeza, porque lo poco que vio demostró que ella era una digna presa.
Espero que se entienda, porque después de eso, la historia no cambia mucho, al final el yautjas los enfrentan y mata a todos, Ursa lo mata a el y su hijo muere en sus brazos.
Chapter 2: Propósito
Chapter Text
Ursa despertó sobresaltada. Al mirar alrededor, vio junto a sí una bandeja de comida que aún humeaba levemente.
—No, no, no— se maldijo en su mente al notar que se la habían dejado mientras dormía.
No podía permitirse bajar la guardia de esa manera, no en este lugar. Apenas terminó de comer, escuchó los pasos característicos de sus captores acercándose, abrió la puerta, ella se levantó y salió sin titubear, sabia exactamente a que venían, era obvio.
Con el ceño fruncido y paso decidido, siguió el camino hasta la gran puerta metálica, tuvo otra oportunidad de pelear, sintió como la adrenalina comenzaba a recorrer sus venas. Mataría a quien se interpusiera entre ella y el Rey Grendel, le arrancaría aquellos huesos colgantes de su armadura y los convertiría en armas.
Se Imagino clavarle una de sus propias mandíbulas en ambos ojos, dejándolo ciego y desorientado, para luego terminar degollándolo repetidamente con el filo de su escudo. A ella no le importaba que el fuera más grande y más fuerte, ya avía matado a hombres que la superaban en lo físico, pero ella los superaba en velocidad y astucia. Vengaría a sus muchachos, a su gente, que fue mascarada por la suya, ya su hijo Anders. O moriría.
Al estar en el centro de la arena, el rugido de la multitud de bestias resonaba a su alrededor, pero su mirada no se apartaba de él, que estaba encima del monstruoso cráneo, rodeado de colmillos, y delante de otras tres naves, con una postura estoica pero imponente, acariciando un pequeño cráneo entre sus garras.
—" Se te ha perdonado la vida, mujer, solo para demostrar que eres una asesina de asesinos" — retumbó su voz mecánica.
Ante ella, con un sonido metálico, apareció su arma favorita, un escudo mucho más grande pero ligero, con los bordes filosos, Ursa esbozó una sonrisa salvaje al tomarlo, golpeándolo contra su pecho mientras lanzaba un grito de guerra que electrizó a la multitud alienígena.
El Rey estaba satisfecho. Esperaba resistencia, miedo, que estuviera reacia a pelear como los otros patéticos humanos, no está ferocidad implacable. Presionó un botón y una puerta se abrió con un chirrido metálico, revelando una criatura cuadrúpeda con exoesqueleto oscuro, ojos negros como pozos y extremidades delgadas como lanzas.
Al detectar a Ursa, que iba tras ella, la criatura se lanzó como un proyectil viviente hacia su dirección, con intención de embestirla, pero Ursa aprovecho esa acción para sujetarse por las orillas unguladas de su cabeza y usando el impulso para montar su cuello.
El escudo se convirtió en una hoja mortífera, hundiéndose una y otra vez mientras su grito de batalla se mezclaba con el chasquido de la quitina rompiéndose. La sangre alienígena roja mancho sus brazos y salpico su rostro.
La cabeza calló abruptamente, y poco después el cuerpo, Ursa saltó ante que le afecte el impacto, se paró rápidamente mientras que el público de yautjas gritaba por su victoria. Sus manos temblaban levemente por la adrenalina, al examinar la sangre que las cubría. Al levantar la vista, sus ojos se encontraron con los del Grendel a través del campo de batalla.
"¡Véngame!"
la voz de su padre muerto resonó en su mente como un trueno.
La venganza le había robado todo: su hogar, su clan, el pequeño cuerpo de Anders frío en sus brazos... Ya no quedaba nada. Solo esta tormenta de nieve interior, y en su centro, una llama que crecía alimentada por pura furia.
Como gesto ritual, untó la sangre en su rostro, trazando líneas desde la sien hasta su cuello. Respiro hondo, saboreando el metal y la promesa de muerte.
Si la venganza era todo lo que le quedaba, se aferraría a ella como un ahogado al último soplo de aire.
Esta acción provoca más rugidos de los Yautjas, eufóricos por más. El rey Grendel soltó unas carcajadas guturales, reconociendo que tal acción avía excitado a sus súbditos, presionar otro botón para liberar a otras criaturas. No sería tan fácil.
Criaturas masivas con pelaje marrón erizado, cuernos curvos como hoces de la muerte, múltiples ojos que reflejaban el hambre. Les recordaron a los mamíferos de su tierra, pero retorcidas como en las pesadillas. Ursa apretó los dientes. No era el combate final que esperaba. Pero si necesitaba bañar la arena en más sangre antes de llegar al Rey, así sería.
Las bestias peludas comenzaron a rodearla, sus múltiples ojos brillando con ferocidad. De pronto, se embistieron entre sí, con un crujido que resonó en todo el coliseo, ignorando por completo a la guerra humana. Ursa rodó hacia un lado justo cuando sus masivos cuerpos chocaban donde ella estuvo segundos antes.
Noto que ambas criaturas estaban más dispuestas a matarse entre sí, que hacerle caso, era lógico, ambos son de la misma especie, probablemente machos, con actitudes territoriales. Esto era un regalo de los dioses. Aprovechando la distracción, cargó con su escudo como un ariete, girando en el último momento para cercenar el tendón de la pata trasera de la bestia más cercana.
El monstruo rugió de dolor y se desplomó cojeando, giro furioso hacia ella. Pero antes de que pudiera atacarla, su rival lo empaló con un cuerno en el costado, arrancándole un grito gutural.
La vikinga no desperdició el momento y trepó como un felino por el lomo de la otra bestia, clavando el borde afilado de su escudo una y otra vez en el punto donde el cuello se unía a la columna vertebral. La criatura se convulsionó, se movió bruscamente para sacar a la mujer de encima.
Ella bajo torpemente de la bestia, que le costaba moverse por el daño en su columna vertebral, y fue embestir a por su rival. Ambos ya estaban debilitados y con múltiples heridas, pero al final uno cayó muerto, el impacto provocó que el suelo temblara, mientras la otra bestia, aún de pie, centró su atención en Ursa, que se puso en posición de batalla y soltó un grito de guerra.
La criatura ahora moribunda pero aún letal corrió hacia ella, Ursa se deslizó bajo su vientre como una sombra, abriéndola de arriba abajo con un movimiento perfecto de su escudo. Tripas calientes y oscuras se derramaron sobre la arena.
La bestia se desplomó con un quejido lastimero. Para terminar su sufrimiento Ursa hizo un corte limpio en la yugular. El silencio duró un segundo... hasta que el estadio explotó en gruñidos de aprobación.
Entonces lo sintió. Un impacto que hizo temblar la tierra. No necesitaba mirar para saber que el Rey Grendel había entrado al escenario. Ella volteó en su dirección decidida, con firmeza en la arena ensangrentada. Su mirada de acero se clavó en los de él. Sus ojos eran tan intensos como la sangre. El rey respondió con un movimiento calculado, dejando caer su manto de huesos que resonaron como campanas fúnebres al chocar contra el suelo.
Él conocía el verdadero propósito de estos juegos sangrientos: Llevaba décadas capturando a los seres que lograron matar un yautja. Hacerlos pelear entre ellos, donde los débiles perecían rápidamente, los fuertes avanzaban... solo para caer finalmente bajo sus propias garras.
Era un ritual sagrado, una demostración para sus subditos de su supremacía. Y que nunca será vencido. Que ningún ser vivo se compara a él en el arte de matar.
Pero esta mujer... Había desafiado todas sus expectativas. Muy pocas hembras humanas habían llegado tan lejos en los juegos. Menos aún habían logrado lo imposible: derrotar bestias de cacería con solo un escudo y pura ferocidad.
Era formidable. Era excepcional. Por primera vez en siglos, algo se agitó dentro de él... algo que casi podía reconocerse como respeto. Qué lástima, pensó mientras sus garras se extendían con un chasquido feroz, que nunca lo sabrá.
Grendel se lanzó como un torbellino de muerte, sus garras extendidas brillando bajo la luz del sol.
Ursa, en lugar de retroceder, se dejó caer hacia atrás con precisión calculada, usando su escudo como rampa para deslizarse entre las piernas del coloso y clavar el filo en su tendón de Aquiles. Un chorro de sangre verde espesa salpicó la arena. al levantarse salto para apuñalarlo en la espalda, pero el rey la arrojó como si fuera un muñeco de trapo.
El impacto le provocó una lección en su brazo izquierdo, no sabía que tan grave era, pero no podía desconcentrarse ahora. Con movimientos rápidos, arrancó un hueso de la capa desechada del rey y lo partió contra el borde de su escudo, creando una daga improvisada.
El contraataque de Grendel fue brutal. La aplastó contra el suelo con una mano, pero Ursa reaccionó con la ferocidad como una loba herida, clavó el hueso afilado en la articulación del codo yautja, haciendo que el monstruo soltara un gruñido inhumano.
La multitud enloqueció. Pero la victoria fue efímera. Grendel, enfurecido, la levantó y estrelló contra el muro de huesos con fuerza suficiente para hacer crujir sus costillas. Ursa gritó de dolor, mientras el predador disfrutaba de su agonía.
Podía sentir su respiración alterada en la palma de su mano, sus ojos azules, casi glaciales en su intensidad, pero llenos de ira contenida, contrastando con los rojizos del rey.
Ella serró los ojos, estaba esperando el golpe final.
¿Eso era? Eso no es divertido, quería verla seguir sufriendo, llevarla al límite, gritar, al borde de la locura, quería verla quebrarse por completo.
Comenzó a reír sobriamente ante la idea. Ursa vio esto, furiosa, mordió con todas sus fuerzas la mano que la sostenía para provocarlo. El yautja la lanzó hacia el otro lado de la arena, vio su mano, y estaba con una pequeña abertura, con sangre verde fluyendo, volvió a ver a la mujer, ella estaba sonriendo maliciosamente, con su sangre en sus labios, y lo labio.
— "Tendrás que hacer algo más para llegar a algún lado, mujer" —dijo el rey, examinando la herida con curiosidad casi científica. Luego, dirigiéndose a su pueblo.
— "¿Quieren que la mujer viva?" — El griterío fue ensordecedor. Habían encontrado su gladiador perfecto.
— "Entonces vivirá... hasta que yo lo decida" — sentenció el rey.
—"¡No!" — Ursa intentó levantarse, su hombro dislocado colgando grotescamente, y con dolor en su torso, pero dos yautjas la sometieron con facilidad. Mientras la arrastraban fuera de la arena, su mirada no dejó de desafiar al rey ni por un segundo, gritando de ira.
Chapter Text
No sabía cuánto tiempo avía pasado, el aire en su prisión era pesado, cargado con el olor a sudor rancio, sangre seca y metal oxidado. Ursa yacía en posición fetal sobre la loza de metal, su cuerpo marcado por cicatrices recientes y antiguas.
Había deducido que la bebida que le daban sus captores hacía más que adormecerla sino que aceleraba su curación: heridas abiertas que cicatrizaban en días, huesos rotos que soldaban en semanas. Solo para que estuviera lista... para otra pelea.
Así habían transcurrido las últimas semanas, o tal vez meses, perdiendo la noción del tiempo en aquel infierno. Había ganado incontables batallas, pero ninguna contra el maldito Rey de todos esos Grendels. No soportaba el clima de este mundo, el calor asfixiante del lugar empeoraba todo.
No era el frío seco o húmedo de las tierras del norte, sino una humedad pegajosa y sucia que se le adhería a la piel como una maldición. Había desgarrado su ropa para no sofocarse: los brazos al descubierto, los pantalones cortados, el cabello, ahora más largo, estaba recogido en una trenza áspera.
***
Los gritos de la multitud se fundían en un rugido animal, indistinguible, hambrientos de violencia. Era su tercer combate del día, y el aire apestaba a sudor, arena y sangre fundidos por el sol abrasador.
Ursa se paró en el centro del círculo, sus escudos y brazos manchados de sangre hasta los codos, el rostro sudado con cicatrices frescas de su última batalla. No había descansado. No quería hacerlo. Estaba entumecida por la adrenalina, que no la dejaba sentir el dolor con claridad.
Del otro lado, había una criatura humanoide poco más grande que ella. No lo observaba con detalle, no le importaba estudiarlo para su enfrentamiento. Solo lo vio con esa mirada vacía, lo que hace que incluso los más bravos con conciencia duden, antes de acercarse.
La pelea empezó como todas. Un primer golpe con el escudo, una esquiva, pero una patada en su abdomen la arrojó contra el suelo como si fuera un trapo sucio. Al levantarse, todo se movía más lento, como si la escena ocurriera bajo el agua.
Escuchaba los gritos distorsionados. Sentía los golpes y rasguños como si estuvieran de lejos. Como si no le pasaran a ella.
***
En otros combates, la valkiria medía cada movimiento, evitaba herirse de gravedad, trataba de conservar las suficientes energías para él, por qué si no, El muy maldito no bajaba de su trono de huesos, ni para dar el golpe de gracia.
Pero cuando lo hacía, parecía que estaba jugando con ella, burlándose, esquivando sus ataques con una facilidad humillante, Ursa siempre trataba de provocarlo para que pelee enserio, lograba herirlo con un corte con el hacha en su costado, un hueso decorativo clavado en su muslo, aprendiendo de sus errores y calculando sus movimientos.
Cada vez que ocasionaba que el rey rugiera de dolor por uno de sus ataques, una sensación casi adictiva que no quería dar nombre, invadía todo su cuerpo, era otra cosa más aparte de la adrenalina y euforia, que la motivaba a por más, para matarlo. pero ninguno de sus ataques era suficientemente mortales.
Cuando él notaba que se le acababa las energías, perdía por completo el interés, y la dejaba en la arena. Sus soldados se la llevaban, algunas veces necesitaban una especie de curandero que le cosía sus heridas de manera dolorosa, o le acomodaba los huesos de un tirón, cuando estaba rotos o dislocados, después la dejaban en su prisión oscura para que termine de sanar.
Hace tiempo la habían trasladado a otra prisión, más grande y cómoda que la anterior, y notaba que después de cada batalla, al lado de la puerta avían cráneos de distintas criaturas desconocidas alineadas, pero no le importaba, ni el motivo del por que estaban hay en primer lugar.
Recordó su último combate con él, una de las más intensas, donde al final él la sometió en el suelo y el tiempo se volvió más lento. En ese instante se quedó viéndolo a los ojos, sin resistencia, sin miedo, solo resignación, esperando...
Ursa no sabía porque no la asesina en ese momento, ¿Porque no lo hacia cuando tenía la oportunidad? y así acabar con su sufrimiento.
Él no la mató.
Se limitó a soltarla, como si ya ni siquiera valiera la pena darle el golpe de gracia, como si no fuera digna de su misericordia.
¿Acaso no se merecía una muerte honorable?
¿No se merecía el Valhala?
***
Ursa se siente tan sola, no tiene nada en su vida…
Solo estaba en su prisión, encerrada, mirando el techo, sanándose de sus heridas y después se enfrentaba a muerte con monstruos que solo podía imaginar cuando ella era tan inocente y frágil. Solo para volver a su celda más herida y vacía que antes, pensando en las cosas horribles que a echo como para que los dioses la condenen a esto.
Se a intentado embriagar con la bebida medicinal, pero no era suficiente. Por las noches despertaba abruptamente por los gritos y lamentos en sus recuerdos, hubo veces en que fantaseó con no despertar, con dejar caer sus escudos y dejar que las bestias terminaran el trabajo.
Pero su ferviente voluntad de tener una muerte digna de un guerrero y unirse con su familia, con su hijo, eso la mantenía aferrada a seguir peleando. No aceptaría otro destino.
" Si aún respiras, aún puedes luchar "
Concejo que había dicho su padre cuando era pequeña.
Su celda se convirtió en su agujero negro, donde lloraba sin que nadie la viera. La arena, en su único consuelo, donde descargaba toda su furia, su dolor e impotencia por el destino que la a condenado los dioses.
***
Disociar. Era automático, ya no podía distinguir los recuerdos con la realidad, aparecían cuando las emociones eran demasiado, su mente simplemente... se desconectaba de todo.
Sintió que la agarraron del cuello, el humanoide la levantó del suelo. Pero Ursa no reaccionó al principio. Su mirada se perdió en algún punto del cielo, esperaba una luz que la llame con canticos celestiales.
Entonces los fantasmas vinieron...
La caricia suave de Anders, sus pequeñas manos cálidas contra su mejilla ensangrentada.
La risa del asesino de su padre, resonando como un eco en su cráneo.
Su esposo, destrozado en el aire frente a ella.
Su padre, muerto en la nieve.
Su hijo, pronunciando sus últimas palabras antes de que el mundo se desmoronara.
Un zumbido agudo la devolvió a la realidad.
Estaba en el aire, cayendo. El impacto contra el suelo provocó un crujido sordo, escupió sangre, el sabor a cobre llenando su boca.
Eso necesitaba.
Se volteo con un grito de lucha, hacia la bestia que se enfrentaba en ese momento. Con un salto se abalanzó hacia la criatura y golpe tras golpe con su escudo, su cuerpo se movía con una rabia descontrolada.
Al final, la criatura cayó. No se movía. Ella sí, tambaleando, con el cuerpo adolorido y la respiración hecha trizas.
A veces los recuerdos de su pasado…de las personas que más amaba. Aparecían, cómo fantasmas que la acechaban, pero el que más aparecía y le dolía era de su Anders, desde su versión más pequeña y frágil, acurrucado en su pecho mientras Ursa iba de dormir, con sus heridas sanándose, dentro de su prisión, hasta la última imagen de él, cuando lo perdió.
Está ves lo vio... tirado en el suelo en el lugar de la criatura que acababa de matar. Su sangre cubría la arena y todo su cuerpo, sus ojos azules seguían abiertos, pero vacíos, sin alma.
—¡No, no, no...! —Su voz se quebró, las lágrimas cayendo sobre el rostro pálido de su hijo—. Mi bebé, no... tú no...
Anders solo era un niño...era tan pequeño.
Ella lo impulso a seguir su camino de venganza, condenándolo a este destino. Tomo el cuerpo de su hijo, lo abrazó contra su pecho, meciéndolo como cuando era un recién nacido, sus gritos desgarradores inundaban el aire. Ella lo había matado.
Pero no era Anders. Solo el cadáver de la bestia, deformado por su locura.
***
El Rey de los Yautja observaba desde arriba, un clic metálico resonó en su máscara cuando activó el zoom, su termografía captaba cada detalle: el calor del cuerpo de la mujer fluctuando entre la adrenalina y el agotamiento, los latidos irregulares de su corazón.
No era como antes...
El Rey recordó el momento en que decidió enviarla a la arena por primera vez. Los humanos del norte de la tierra eran…"vikingos", así lo llamaban sus enemigos. Guerreros formidables, exploradores y conquistadores en su propio planeta, todo su sistema de creencias se centraba en la guerra, buscando la gloria en la batalla y que la mayoría no se conformaba con una vida sedentaria y rutinaria.
Cuando vio las grabaciones del yautja que ella enfrento por primera vez, en las montañas, la mujer lo desafió estando embarazada, dispuesta a luchar, aun en su estado, tuvo suerte de que el yautja de ese momento la ignorara por su condición.
No había satisfacción matar a alguien que no estaba al cien por ciento de sus capacidades, y habría sido un desperdicio que tal hembra no engendrara guerreros formidables como ella.
Los mala sangre se caracterizaban por ser más sanguinarios y sádicos que cualquier otro clan, el código de honor solo era una guía, que cualquiera podía seguir o no. Lo importante era cuántos han cazado, no importa el método ni las condiciones, por eso muchos otros yautjas mala sangre, por elección, que eran de otros clanes, se unían a su imperio, por esa libertad de cazar sin restricciones.
Cuando el yautja volvió, esta vez por ella como presa, registro todas sus hazañas, desde comandar guerreros en la batalla, y luchaba cuerpo a cuerpo con sus enemigos, llevando a su hijo al combate, para que se convirtiera en un verdadero guerrero aprendiendo de su madre, lástima que muriera tan joven.
Le parecía curioso que ella usara el escudo como su arma predilecta, en vez de usar otras armas mucho más letales y eficientes.
Sin duda un gran ejemplar de su especie, y más que digno para una cacería y un valioso trofeo, esta mujer tenía el espíritu de un verdadero yautja, ferros, despiadada y estratégica en el combate cuerpo a cuerpo.
Él quería verla en acción, quería verla con sus propios ojos como se desenvolvía en la arena. Y no lo decepciono, al tomar con determinación el hacha, y enfrentarse a los dos machos al mismo tiempo y matar a la bestia gigante.
Y cuando los tres humanos se unieron y amotinaron, él no tenía ningún problema en matar a los otros dos machos, era un desperdicio…pero ella.
Tenía que reservarla, para una batalla digna.
En su primer enfrentamiento formal, le pareció curioso verla tan decidida, él infundía terror tanto para sus enemigos como para su propia gente, pero ella no le tenía miedo, siempre lo veía con esa mirada desafiante.
Después de cada una de sus victorias. Él podía haberla matado fácilmente en cualquier momento, pero ¿para qué? Luchar contra ella era más que entretenido: era fascinante. Ella innovaba, aprendía, se adaptaba. Cada encuentro era una coreografía salvaje en la que ella siempre encontraba la manera de sorprenderlo, por alguna razón ella siempre lo provocaba, de la manera más provocativa posible, estaba claro que ella no entendía como eran las insinuaciones de su especie, pero si quería una lucha más intensa, se la daría, pero no usaba todas sus fuerzas.
Aun que estaba tentado en matarla de una vez por todas y tenerla como uno de sus valiosos trofeos, pero también tenía que aceptar que la deseaba como algo más…como desearía a otra hembra de su especie.
Ese pensamiento resonaba en su mente cada vez que la veía en acción, tenía todas las cualidades que le gustaban, tenía todo para ser una reina yautja.
Pero, de todos modos, tenía que demostrar a sus súbditos quién era el verdadero vencedor en cada batalla.
Recordó su último combate, fue el más largo, el más brutal, el más agotador, en la que ella dio una gran lucha, pero al final la sometió contra el suelo.
Pudo sentir como su respiración irregular se relajaba, su cuerpo resignado por el cansancio y su mirada. Esos mismos ojos ardiendo de furia fría, ahora solo reflejaban una tristeza profunda.
Todas las veces que la dejaba con vida no era por un acto de misericordia, eso se lo dejaba en claro a sus subditos ya la mujer, la mantenía viva solo por entretenimiento y curiosidad que poco a poco se volvió fascinación.
La piedad era un concepto casi inexistente para los Yautja, incluso entre los clanes más honorables. Mostrar compasión era sinónimo de debilidad, y una falta de respeto a tu oponente.
Podría haberle concedido una muerte rápida, un último gesto de respeto… Pero solo se limitó a soltarla y retirarse sin mirar atrás.
Sin embargo, ahora estaba aquí, con otra victoria. Le parecía extraño, teniendo todas sus necesidades básicas cubiertas, tenía un mejor lugar para descansar, no le faltaba comida, ni agua, su cuerpo era sano por sus medicinas y por uno de sus mejores curanderos.
Hasta mandaba los cráneos de todos los contrincantes que derrotó, como trofeos, pero eso no parecía ser suficiente para mantenerla con la misma actitud.
Tal vez era por la muerte de su cría y la monotonía de solo curarse y pelear no le era suficiente para vivir. Esa podría ser la razón por la que, en sus últimos combates, ella caía más rápido en la desesperación. Ya no luchaba con movimientos calculados, solo con pura memoria muscular, impulsada por una rabia descontrolada, que poco a poco se apagaba.
El rey descendió al escenario con un salto que resonó como un trueno, haciendo temblar la tierra bajo sus pies.
Ella se volteó, pero no con la ferocidad de antes. Su mirada estaba perdida, su rostro manchado no solo con sangre seca, sino con el rastro brillante de lágrimas recientes. Su respiración era agitada, irregular, como si cada inhalación le costara más que el golpe de una espada.
El inclina la cabeza hacia un lado, con curiosidad.
Pero entonces… lo reconocí. Sus ojos, antes de apagarse, de pronto se clavaron en él con una intensidad enfermiza. Con un gruñido ronco, la vikinga intentó levantarse, los músculos tensos, los nudillos blancos por la fuerza con la que se aferraba a su arma.
Pero sus piernas la traicionaron… Y cayó inconsciente.
Notes:
Este capítulo me resultó un poco difícil por parte de ambos personajes, pero más el de Ursa.
Si les recordó a Vi (Arcane) en su face emo, fue por qué me inspiré en ella, siento que Ursa lidiaria su duelo por su hijo de este modo😩🙈
Chapter Text
—¡Mamá! ¡Mamá!
Los llantos de Anders rompieron el silencio del campamento. Ursa levantó la vista justo a tiempo para ver a su hijo de cinco años corriendo hacia ella, las mejillas empapadas de lágrimas, aferrándose a su capa de piel blanca.
—¿Anders? ¿Qué paso hijo? — lo carga entre sus brazos, el trato de calmarse, controlar su respiración como ella le había enseñado.
—Eran unos cuervos... Yo no quise lastimarlos —El niño sollozó, enterrando la cara en su hombro— Solo quería verlos de cerca, pero me caí... y ahora están... allí .
Señaló con un dedo tembloroso hacia las afueras del campamento. Ursa lo bajó con cuidado, dejando que la guiara de la mano hasta un rincón del bosque donde tres aves yacían sobre la nieve teñida de rojo.
Eran jóvenes, demasiado jóvenes. El plumaje aún esponjoso delataba su edad. Uno de ellos, con un ala torcida en un ángulo antinatural, mientras emitía graznidos débiles e intentaba alejarse. Los otros dos ya no se movían en absoluto, sus cuerpecitos estaban inertes aplastados por el peso accidental del niño. Ya estaban muertos, eso hizo que su bebé de cinco años llorara más fuerte y desconsolado, lleno de arrepentimiento.
Ursa se arrodillo a su lado para abrasarlo .
—ya mi niño, no llores- murmuro envolviéndolo en su capa, mientras lo consolaba- así es la naturaleza.
Tomo a la cría sobreviviente, y lo revisó, notando que una de sus alas estaba rota y la cría graznaba de dolor.
—Mami ¿qué va a pasar con él?
—Probablemente nunca vuele, y está sufriendo— Dijo con suavidad, sacando el cuchillo del cinturón— Lo mejor será matarlo para que ya no sufra más...
—¡Nooo ! — grito su hijo— No, por favor mami, no quiero.
— Pero no es lo que tú quieres Anders, es lo más piadoso que se puede hacer.
—¡No! —gritó Anders, interponiéndose entre ella y el ave-. ¡Por favor, mami! ¡Yo lo cuidaré! ¡No lo compañeros!
Ursa se quedó quieta. La determinación en los ojos de su hijo, esos ojos que eran un reflejo de los de su padre, la paralizó. No era el miedo a un castigo lo que lo impulsaba, sino algo más profundo: la obstinada compasión de un niño que se negaba a aceptar la crueldad del mundo.
—Está bien— cedió al fin, guardando el cuchillo- Pero será tu responsabilidad. Aprenderás lo que cuesta mantener con vida a alguien.
Colocó el cuervo herido en las pequeñas manos de Anders. El polluelo graznó, débil, y el niño lo apretó contra su pecho como un tesoro.
Paso el tiempo
Ursa observaba desde la puerta de su cabaña mientras Anders, ahora de nueve años, lanzaba risas al viento. A su lado, un cuervo adulto, negro como la medianoche, volaba hacia la palma de su mano, picoteando migajas que tenía su hijo.
—¡Loki, busca! -El niño arrojó un trozo de carne seca. El ave voló para atraparlo en el aire antes de regresar a posarse en su hombro, graznando orgulloso.
Ursa sonrió.
Había estado seguro de que el cuervo moriría tarde o temprano. Que sería una lección dura pero necesaria para Anders: la vida es frágil, la muerte, inevitable.
Pero el destino -y la terquedad de su hijo- habían escrito otro final.
Loki no solo sobrevivió. Se convirtió en un aliado. Aprendí a detectar lobos en los bosques, a alertar con graznidos agudos cuando extraños se acercaban al pueblo, incluso a robar objetos brillantes para Anders (mucho para el disgusto de los aldeanos).
Ella lo escucha reírse y jugar con aquella ave, y también sonriendo de ternura mientras se adentraba a la cabaña para seguir reparando su escudo.
***
Un zumbido tenue en su cráneo la arrastró de vuelta a la conciencia, aunque cada fibra de su cuerpo anhelaba seguir hundida en la inconsciencia. Con un gemido áspero, intentó cambiar de posición, pero sus músculos protestaron, entumecidos por horas de inmovilidad. A veces dormía doce horas seguidas; otras, ninguna. Su cuerpo, magullado por heridas cicatrizadas y el calor insoportable de ese mundo, seguía rebelándose, el sudor le corría por las sienes como si intentara expulsar toda su angustia y dolor.
Entonces lo oyó.
Risitas. Pasos pequeños y rápidos que resonaban, distorsionados, en el fondo.
Ursa abrió los ojos pesadamente, forzando la vista para enfocar. A duras penas distinguió la silueta borrosa de su niño: cabello rojizo anaranjado despeinado, pies descalzos golpeando las tablas de la antigua casa mientras se escondía tras un muro, jugando.
—¿Anders?
Pero al parpadear, la visión se desvaneció.
No había nadie.
Solo las paredes lisas de su nueva prisión, un lugar mucho más grande que el anterior, iluminado por una luz cálida. No sabía si provenía del exterior o de algún artefacto mágico incrustado en el techo. Al otro lado, una habitación aparte conducía a una sala con una fuente de agua rodeada de plantas, bañada por esa misma luz suave que iluminaba delicadamente el espacio. Nada que ver con el sol abrasador de afuera.
Ursa se volvió rápidamente en posición defensiva al escuchar la puerta abriéndose al otro lado. Era otra de esas bestias.
—''Ropa'' —fue lo único que dijo el ser, dejando unas prendas junto a la puerta antes de retirarse.
Llevaba demasiado tiempo sin cambiarse y tener un baño decente desde que llegó allí, Ursa se las ingeniaba para asearse con trapos mojados que le proporcionaban. En cuanto a la ropa, daba gracias a los dioses por haber llevado varias capas bajo su abrigo; las intercalaba mientras las otras secaban en un rincón de su prisión. Tomó las prendas para examinarlas.
—... No voy a usar esta mierda -gruñó, arrojándolas al suelo .
Eran una especie de falda larga con taparrabo y un top ajustado para cubrirse los pechos. No las usaría. Ella había crecido en climas helados, acostumbrada a envolverse en pieles y telas gruesas para soportar las temperaturas extremas. En sus viajes al sur, donde el calor era más intenso, había visto a mujeres vestirse así, aunque para ellas y su pueblo era normal, para Ursa era impensable, no era su estilo.
Y no lo usaría en un mundo donde, a lo que pudo observar, estaba plagado de machos grendels.
Una pregunta fugaz cruzó su mente
¿Dónde están las hembras? ¿Acaso existían aquí? ¿O talvez no había diferencia entre machos y hembras en esta especie?
Se dirigió a la fuente de agua y se desvistió. El agua estaba fresca, y dejó que su cuerpo adolorido se relajara de verdad después de tanto tiempo. Se lavó con cuidado, sacando toda la mugre y tierra, y aprovechó para lavar también su ropa, dejándola secar donde daba el sol directamente.
Después se dedicó a inspeccionar sus heridas, cicatrices viejas y recientes en todo su cuerpo.
Cada enfrentamiento la había llevado al límite, especialmente aquellos contra el Rey. El solo recuerdo de su risa gutural burlona la hizo hervir de rabia. Intentó apartar el pensamiento de su mente.
No entendía por qué la habían enviado a esa nueva prisión. Lo último que recordaba era haber ganado otra batalla contra un monstruo, una pelea que la dejó agotada y delirando, reviviendo el recuerdo de su hijo tendido en el suelo, bañado en sangre. Había creído que lo había matado, y esa imagen era mucho más dolorosa que el recuerdo de lo que en realidad pasó.
Luego, en un parpadeo, apareció el Rey Grendel, acercándose a ella, ursa se levantó para enfrentarlo, forzando su cuerpo destrozado a prepararse para otra lucha, pero entonces todo se volvió negro.
Y despertó allí.
Esa incertidumbre la inquietaba más que el encierro. ¿Por qué no estaba pudriéndose en su celda habitual? Respiró hondo, preocúpate ahora no cambiaría nada. Se recostó contra el borde de la fuente, cerró los ojos y se entregó al silencio, se relajó y despejar su mente, lo necesitaba.
***
Se volvió a poner la ropa que llevaba antes, ahora limpia, aunque aún ligeramente húmeda al no haberse secado del todo. Peinó su cabello, reconociéndolo en una trenza que comenzaba en la coronilla y dejando el resto suelto.
Tuvo tiempo para inspeccionar el lugar con más detenimiento. Lo que más llamó su atención fue la fila de cráneos colgados en una de las paredes, no los observaba detalladamente en su momento, pero pudo notar que eran los mismos que tenía en su prisión.
Un zumbido electrónico cortó el aire.
Sabía que era uno de ellos,
Ursa tensó los músculos, evaluando la posibilidad de matarlo y escapar. Lo miró fijamente mientras se acercaba, pero antes de que pudiera reaccionar, otro yautja, que no había notado, la agarró por detrás, inmovilizándole los brazos. Le colocaron unos horribles brazaletes en las muñecas, que al instante se unieron con un destello de luz rojiza.
—¡Malditos! —rugió, intentando separarlos con todas sus fuerzas, pero era inútil.
El mismo yautja la empujó hacia adelante para que avancé, Ursa le lanzó una mirada asesina con un gruñido. Pero al final ocurrió.
Enserio los detestaba, a los dos, eran los mismos que vigilaban su prisión, le traía comida y la devolvían a su celda después de cada batalla. Los pudo reconocer por sus máscaras, armaduras y algunas cicatrices que ella misma les había dejado en sus intentos de escapar.
Avanzaron por un pasillo interminable, iluminado por haces de luz exterior que se filtraban a través de extrañas estructuras. La arquitectura del lugar era una mezcla inquietante: muros de piedra tallada se fundían con aleaciones metálicas y huesos colosales, incrustados en columnas y arcos. Las mismas plantas del manantial trepaban por las esquinas, su verde vibrante contrastando con los tonos ocres, grises y anaranjados que dominaban el lugar.
Se detuvo frente a una puerta gigante. Uno de ellos presionó una secuencia de botones en un panel y, al abrirse, ambos se arrodillaron enfrente de Ursa, indicándole que entrara.
Esa acción la alertó, siempre lo hacían como muestra de respeto, antes de que ella libre otra batalla.
Dando una idea de lo que le esperaba en el otro lado de la puerta.
Al entrar, inmediatamente se cerró la puerta, rápidamente escudriñó el lugar, se relajó un poco a darse cuenta de que estaba sola.
El espacio era vasto, abrumadoramente grande, con un techo sostenido por lo que era una caja torácica gigante, las costillas llegaban hasta el suelo, simulando columnas de soporte, fácilmente de treinta metros de largo.
Con ese tamaño fácilmente podría ser de algún monstruo ancestral.
Retrocedió distraídamente chocando con algo punzante, al voltear había una pared cubierta de cráneos monstruosos de distintos tamaños y formas, al principio ella pensaba que era parte de la arquitectura, pero en realidad todos estaban puestos de manera estratégica para no dejar ningún espacio libre, cubriendo casi hasta el techo.
El sonido eléctrico de la puerta abriendo la paralizó, hacía tiempo que nada la asustaba hasta tal punto.
Los pasos retumbaban, pesados, inevitables, soltando unos chasquidos amenazadores.
Ella intentó controlar su respiración, hasta que sintió el calor de su presencia a centímetros de su nuca.
El rey ladeó la cabeza, estudiándola con curiosidad, quería ver que haría esta vez, extendiendo su mano hacia ella.
Y Ursa reaccionó.
En menos de un segundo ella tomo uno de sus trofeos (que tenía tres cuernos) y con una vuelta rápida lo apuñalo en su pierna, para luego agarrar uno de los huesos que tenía en su hombro e intento clavarlos en su espalda. Pero el rey la atrapó por el cuello, levantándola del suelo sin esfuerzo.
Esta vez, no le gustó su insolencia. La había sacado de su celda, le había ofrecido un lugar más decente, incluso la había invitado a su sala de trofeos.
¿Y así era como le pagaba?
Él pudo sentir como intentaba zafarse de su agarre, forcejeando, sentía como los latidos de su corazón latía más rápido, su garganta buscando desesperadamente aire, y sus ojos reflejaban genuino miedo hacia él. Entonces la soltó.
Cayó al piso como un peso muerto, tosiendo, escupiendo maldiciones entre jadeos.
—¡¿Por qué?! —gritó con dificultad, sin atreverse a mirarlo— ¡¿Por qué no me matas, maldita sea?! —Protesto a duras penas, mientras aún estaba en el suelo, con una mano en su garganta, tratando de pronunciar las palabras—¡Dime!
El rey se arrodilló, reduciendo su altura monumental, pero aún así la eclipsaba. Inclinó la cabeza, como si contemplara un animal fascinante.
— ¿Te gusta mi colección? —Su voz profunda resonaba con tranquilidad, mientras señalaba la pared de cráneos. Ella siguió su gesto con la mirada.
—¿Qué...? —La confusión le nubló el rostro.
La mujer por fin dirigió su mirada hacia él, buscando más respuestas. Pero un silencio pesado cayó entre ellos.
—¿Por qué me trajiste aquí? —escupió mientras se levantaba para alejarse de él —. ¿Para intimidarme? ¿Para presumir tus trofeos como un niño con juguetes?
El gigante se levantó, su sombra cubriéndola por completo.
— No exactamente, es más una tradición, muestra tus trofeos a la hembra que te interesa.
—¡Qué! —soltó sorprendida, dando varios pasos atrás —De qué estás mierda hablando.
— Puedes dejar de ser una esclava y convertirte en mi reina — declaró con simpleza, sin apartar sus ojos demoniacos de ella.
La vikinga no podía creerlo, su rostro lo reflejaba, esto era una especie de broma, y si no, entonces debe tener algunas intenciones ocultas.
Nunca nadie en su vida le avía dado una propuesta tan descarada, inclusive a sus peores enemigos.
—Jah, Jamás me casaría con un monstro— Rugió, soltando cada palabra como un veneno.
Comenzó a caminar en círculos y el rey también le siguió el paso, como si fueran dos lobos asechándose mutuamente.
—Que irónico que lo digas, siendo reina de una tribu guerrera que dirigió varias batallas, provocando genocidio y robando todo lo importante de tus enemigos, solo por poder y venganza, lo llevas en la sangre, apuesto a que lo llevas arrastrando desde tu nacimiento, y lo disfrutas tanto como yo, no somos tan diferentes— Pronuncio las ultimas oraciones como un susurro, como si fuera un secreto tan íntimo, que la hizo helar la sangre.
No dejó que sus palabras le afectará, después de todo ella nació en un mundo cruel, en tierras pocos fértiles y con pocos recursos, caza si no quieres ser cazado, así fue el estilo de vida de su gente, por muchas generaciones, hasta convertirse en uno de los clanes más temidos en el hemisferio norte.
Pero aún no lo entendía.
¿Por qué ofrecerle un trono? Ella no tenía nada que ofrecerle a él. En el pasado, quizás: tierras fértiles, manadas de caballos, guerreros leales... Pero ahora solo era una prisionera. Nada comparado con un ejército de monstruos, con esa magia oscura, o -odiaba admitirlo- con un rey cuyo poder resonaba en cada piedra de aquel lugar.
A menos que...
Un bufido escapó de sus labios ante el pensamiento. ¿Estaría este demonio obsesionado con ella? ¿Tan cautivado por una humana que arriesgaría su propio clan por un capricho tan banal? Era ridículo. Esa clase de decisiones condenaba reinos enteros.
Pero aún así ¿Por qué no tomarla como esclava sexual o concubina, en vez de reina? Eso es lo que esperaría de la mayoría de los reyes humanos y mucho más en un monstruo despiadado y sádicos como él, que disfrutaba del destripamientos de sus víctimas.
Muy probablemente terminaría muerta y destrozada en su cama, trató de apartar esa imagen de su mente.
—¿Por qué no tomarme como concuvina, como el monstruo que eres ¿Por qué quieres que sea tu reina? ¿Que no tienen mujeres en este mundo? — preguntó.
—La mayoria de las hembras de este planeta son mis hijas y solo permito que machos fuertes y capaces estén con ellas—Respondió—En cuanto a ti, es porque el fuego no perdona, pero tampoco desperdicia. Vi todas tus hazañas, cómo comandabas batallas, como despedazabas a tus enemigos cuerpo a cuerpo siendo ellos más grandes y fuertes. Pocos humanos han llegado tan lejos como tú, y quise ver hasta donde podrías llegar, y no me decepcionaste, eres feroz y sanguinaria, aprovechas cada oportunidad para matar, y eso me excita, tienes el espíritu de una verdadera yautja.
¿Yautja? La palabra le sonó ajena. Pero volvió a centrarse en él, no podía darse el lujo de distraerse.
—Podrías dirigir mi reino, es joven, no más de quinientos años llegamos a este planeta, aún nos queda mucho por conquistar y no olvidemos los conflictos con otros clanes— le propuso como si nada.
Cómo se atrevía a decir todo eso con tanta naturalidad, cómo si hace minutos atrás él no la estaba estrangulando. La mujer apretó más sus puños y su seño.
—¡A mí qué me importa!, mi único objetivo es matarte, nada cambiara eso— declaro decidida.
El rey cesó su círculo de depredador y avanzó hacia ella. Ursa retrocedió, su espalda chocando contra los cráneos fríos que crujieron. Maldijo en silencio, y él se inclinó para estar centímetros de ella.
—Si eso es lo que tanto deseas, entonces...hazlo— La desafió, con un susurro malicioso.
Con un clic electrónico los brazaletes cayeron al suelo.
Ursa no lo pensó. Agarró el primer hueso afilado que encontró -una costilla fracturada, puntiaguda como un puñal- y lo clavó en el cuello del rey con toda su fuerza.
El rey rugió ferozmente, apoyándose en la pared de huesos, pero no se apartó, la sangre verde brillante chorreando por su mano, y por el cuello del rey, bajando hasta salpicar el suelo, pero sus ojos... ardían de anticipación.
Ella tampoco se movió, la herida que le hizo no fue tan profunda, como para ser mortal. Su mano dudó, temblando ante tal escenario, pero la tentación la impuso a seguir profundizando la herida.
Los chasquidos guturales siguieron, constantes, no era de dolor, sino de excitación, ella sintió como su propio cuerpo se tensaba ante la vibración y chasquidos del enorme cuerpo del rey, y de su respiración caliente que comenzaba a intensificarse, si no paraba ahora pasaría algo que no podría controlar.
Ursa retrocedió rápidamente para estar a metros de él.
—Ah... Así no es cómo funciona— Jadeó furiosa, repentinamente consciente de su error—Te tengo que matar en batalla—Se escusó.
Apartó la mirada, mordiéndose el labio inferior, se arriesgó a darle la espalda para que no vea el rubor que le escalaba las mejillas, ni cómo le temblaban sus manos. No por miedo ni adrenalina, era algo peor, se esforzó en mantenerse seria.
El rey río detrás de ella, un sonido que resonó como trueno en una caverna. Ella lo escuchó presionar algo contra su herida, un dispositivo metálico, y el sonido de carne quemándose llenó el aire. Un gruñido de dolor escapó de sus fauces, pero cuando volteó, ya estaba sellado.
Ursa recordó que ese objeto, lo usaban en ella, para sellar sus heridas más grandes tras cada combate. Para ella eso era otro método de tortura, pero eficiente.
—¿Miedo a mancharte las manos, pequeña reina? —preguntó, mostrando los colmillos en una sonrisa torcida— O... ¿miedo a disfrutarlo?
Ursa volteo con una mirada asesina ante sus palabras.
—E visto todo lo que eres capaz, y sí —añadió, su garra rozándole la mejilla como una amenaza y una promesa.
—Me atraes. Pero no por tu cuerpo —Su mirada cayó a sus manos, callosas y marcadas por cicatrices—. Sino por esto. Por lo que arde dentro de ti.
— ¿Y si me niego? —pregunto desafiante levantando su mirada.
— Entonces puedes volver a tu prisión, con los mismos tratos y la misma comida, seguirás siendo esclava, peleando para nuestro entretenimiento asta envejecer. Vi como ese estilo de vida te desgasta, consume todo tu ser, te veías tan patético — sus palabras se sintieron como cuchillos.
Ursa se quedó callada por unos segundos con la mirada a un lado, tanto por la vergüenza como por la impotencia al recordar todo lo que avía pasado.
— O... también puedo matarte ahora como tanto deseas, usando esto-sus garras pasaron por el collar acariciando ligeramente su cuello
Ursa apretó los puños. La decisión está en sus manos, aunque no quería, su mejor opción era estar lo más cerca de él, si aceptaba, tendría acceso a sus armas y magia oscura, sus secretos, su confianza. Podría estudiar cada grieta en su armadura, deshacerse de su collar, y tener la suficiente libertad y oportunidad de matarlo, en la prisión no tendría ninguna.
Respiro profundo, resignada, y se irguió antes de devolverle su mirada, que la seguía observando pacientemente.
—Bien. —Alzó la barbilla, forzando cada palabra como si escupiera vidrios—Seré tu reina.
El rey siseo, los colmillos se movieron en señal de sonrisa.
—Excelente.
Una sensación pesada callo en sus hombros, esperando ahora cualquier acción, avía entregado no solo su vida si no su cuerpo a este monstruo solo para tener una oportunidad para matarlo, no sabía cómo eran sus tradiciones maritales o si acaso lo tenían, no le sorprendería si ahora mismo la tomará.
Sus músculos se tensaron instintivamente, preparándose para lo peor, cerraron los ojos un instante, imaginando las manos de ese monstruo sobre su piel, y sintieron que el estómago se le retorcía. Pero cuando los abrieron, la silueta del rey se alejaba.
—¡Espera! ¿Adónde vas? —la pregunta salió más aguda de lo que pretendía—. ¿No vas a... tomarme como esposa o qué?
El rey se detuvo. Volteó su cabeza justo lo suficiente para que la luz anaranjada le iluminara un perfil.
— No te desesperes querida — río suavemente, pero profundo.
Se inclinó y extendió una garra hacia su rostro. Ursa intentó esquivarla, pero él solo le quitó una gota de sangre de su mejilla, sangre de él, y la frotó entre sus dedos.
— Primero ... —murmuró, frotando ese líquido vital entre sus dedos — Tendrás que ganarte el título, debes aprender a pelear como nosotros, para comenzar tu prueba de iniciación.
—¿Mi qué? — dijo confundida en un susurro.
Pero el rey se enderezó y se dirigió hacia la puerta.
—Mañana comenzamos.
Notes:
Perdon por actualizar tarde pero cada capitulo estoy tratando de que sean más largos.
Chapter Text
Ganar el título…
Sus palabras cobraron más sentido ahora. La vida fuera de la prisión y el coliseo era un infierno diferente.
La primera vez que la llevaron a los campos de entrenamiento, el aire mismo pareció volverse más denso, cargado de hostilidad y curiosidad malsana.
Era un espacio abierto, delimitado por muros de piedra rojiza y huesos gigantes en cada esquina, con techos abiertos que dejaban entrar una luz anaranjada y polvorienta, como si el sol estuviera perpetuamente a punto de ocultarse.
Los yautjas, cómo Haci se referían a ellos, estaban por todas partes.
El aire vibraba con el sonido de las armas y garras chocando con un estruendo metálico que se mezclaba con los rugidos guturales de los guerreros.
En el fondo, dos de ellos se destrozaban mutuamente, el más robusto tomo a su oponente y con un movimiento le arranco un brazo, posteriormente, para humillarlo más, el vencedor cortó lo que parecía ser sus rastas con una navaja y alzó su trofeo sangrante, emitiendo un rugido profundo que fue imitado por su audiencia.
Sin embargo, El silencio cayó como un mazo cuando notaron su presencia, pero que poco a poco se llenaban de chirridos, clics y voces en un lenguaje que aún no conocía.
Su cuerpo se tensó al sentir todas las miradas sobre ella, miradas de confusión, superioridad, curiosidad y lascivas.
"¿Qué hace esta humana aquí?"
"No pertenece a este lugar"
"¿Cuánto durará antes de romperse?"
"Sería divertida ver cómo grita"
Fueron las oraciones que apenas lograron traducir su collar en ese momento.
El simple hecho de saber lo que decían de ella le hacía hervir la sangre de coraje y asco, cada vez odiaba más a estos monstruos.
Con paso firme, tomó todos esos sentimientos como impulso para adentrarse a la sala, su postura erguida, hombros atrás y la cabeza en alto, mientras sus guardias la seguían, cubriendo su espalda, su mirada fría como el hielo, pasaba por cada uno de ellos, como una advertencia.
En ningún momento dejó que un ápice de miedo o duda la dominaran. Porque ella era una reina, la valquiria de los yeguas del norte y escudera de las tormentas, no se dejaría intimidar por una horda de monstruos bastardos, no importaba que ya no estubiera en midgard, no importaba que estuviera en Muspelheim.
Los yautjas se apartaron con chasquidos, otros movieron sus armas de formas amenazadoras, pero ninguno se atrevió a cruzar la línea invisible que sus guardias marcaban con su presencia.
Al llegar a una de las plataformas, poco a poco los gigantes siguieron con sus propios asuntos. Uno de sus guardias le dió una armadura básica, que le protegía sus hombros, torso y muslos, mientras otro le daba una máscara de metal.
Ursa recibió instrucciones de ellos sobre el uso de cada una de sus armas, aunque ya poseía un conocimiento básico de las mismas. La mayoría de estas armas eran variaciones de otras utilizadas en diferentes partes del mundo, pero con mecanismos innovadores que las hacían más letales y fáciles de transportar.
Pero luego estaban las herramientas más complejas como los brazaletes que cumplían distintas funciones, como desplegables de cuchillas, magia que proyectaba una manta de invisibilidad, desplegamiento de una roja que se contraía y cortaba cualquier objeto, también tenía un pequeño sector donde se guardaban distintas herramientas para tratar heridas, y otro donde guardaba explosiones, y por último…
"Sivk'va-tai" gruñó su guardia.
La pistola de plasma que se podía controlar con la máscara, cobraba vida con un zumbido electrónico, su núcleo naranja brillo con una energía contenida. Para una demostración, disparó, lanzando una explosión de luz cegadora que impactó contra un blanco de entrenamiento, reduciéndolo a escombros humeantes. Dejando a Ursa impresionada.
Los siguientes días fueron un tormento de humillación y esfuerzo. Ursa dominaba rápidamente las armas tradicionales: Las garras retráctiles que silbaban al extenderse, los lanza discos cuyo filo vibraba con energía mortal, la lanza retráctil Combistick.
Bajo su guía, Ursa perfeccionó sus habilidades y aprendió a aprovechar al máximo de ellas.
Pero la tecnología impulsada por magia desconocida era su dolor de cabeza. La pistola de plasma, controlada mediante los sensores del casco, respondía a sus movimientos con retraso o exceso de fuerza. En un ejercicio particularmente frustrante, dejó de funcionar, hasta cierto punto que se hartó y se quitó la máscara. La inexperiencia con esa tecnología la hacía sentir estúpida, como cuando empezó a entrenar cuando apenas tenía 14 años.
A lo lejos resonaban rugidos y chasquidos de burlas, sabía que eran hacia ella. Venían de un grupo de yautjas que, por su complexión más delgada, rastas más cortas y actitud arrogante, eran más jóvenes que el resto. Uno hasta se atrevió a imitar sus movimientos, exagerando cada error con pantomimas grotescas mientras que sus compañeros aprobaban con diversión.
Sabía que ellos no le tenían ningún respeto por ser humano, a pesar de que ella se había enfrentado a otras criaturas más grandes que todos en esa sala, todos lo sabían, pero para ellos solo era entretenimiento.
Intuía que ninguno de ellos sabía sobre la propuesta que le dio su líder a Ursa, pero si sospechaba que sus guardias lo sabían, ya que habían suavizado su trato, demostrando cautela y respeto cuando la instruían.
Pero el resto… el resto no tenía idea de que su líder la consideraba algo más que una esclava.
Y prefería mantener así, en secreto, porque tal información, que una mujer humana pueda ser considerada futura reina de su clan, y que por eso la están entrenando, provocaría más que furia e indignación en sus súbditos y sin duda la intentaría matar.
Él no era ninguna idiota, sabia sobre los riesgos de convertirla como si nada en reina, la opción más sensata era integrarla como una más de los suyos, era la única forma de ganarse su respeto, desde abajo. Y que Ursa aprenda todo sobre su cultura, su comportamiento, jerarquía y tecnología.
Un arma de doble filo, porque también usaría todo ese conocimiento para matarlo, ese pensamiento la hizo esbozar una sonrisa fugaz.
No lo había vuelto a ver desde aquella propuesta en la sala de trofeos. No sabía si eso era bueno o malo, pero decidió no pensarlo demaciado.
Por ahora tenía que encargarse de una vez por todo el grupito de payasos que tenía en frente, y sin ningún titubeo arrojó su lanza con firmeza.
El arma atravesó el espacio entre ellos y se clavó en el suelo, vibrando peligrosamente a centímetros de sus pies escamosos. El silencio cayó como un mazo.
Lo que acababa de hacer era más que una provocación, era una invitación a un combate.
El yautja que hizo la broma ganó el reto, retiró la lanza del suelo con un movimiento fluido y con un salto ágil, se plantó frente a ella en la plataforma de entrenamiento, su expresión corporal y chasquidos desafiantes demostraba emoción por la pelea y confianza de sí mismo, como si ya estuviera celebrando una victoria que ni siquiera había comenzado.
El resto de los guerreros se acercaron para ver el enfrentamiento, formando un círculo alrededor de ellos. sus gruñidos y chasquidos formando un coro de anticipación. Algunos golpeaban la plataforma con sus puños, marcando el ritmo de un combate que prometía sangre.
Ursa no se inmutó, eso no era suficiente para intimidarla, tomo su escudo con firmeza.
Sus guardias no intervinieron. En lugar de eso, uno de ellos le entregó su propia lanza, para sorpresa de ella. Con un giro rápido, hizo silbar el arma en el aire, demostrando una destreza que hizo vacilar por un instante la confianza del joven.
El yautja atacó primero, un golpe lateral rápido pero predecible. Ursa lo esquivó con facilidad, dejando que la inercia lo llevara más allá de ella.
— ¿Eso es todo? —murmuró en su lengua nórdica, sabiendo que el collar traduciría sus palabras.
El insulto surtió efecto. El joven cargó de nuevo, esta vez con una serie de estocadas más agresivas, provocando que las chispas saltaran con cada choque metálico. Ursa las bloqueó con su escudo, sintiendo el impacto vibrar en sus brazos, pero no retrocedió.
En un arrebato de furia, el yautja levantó la lanza por encima de su cabeza, exponiendo el torso.
Ella no lo dejó escapar, con un movimiento rápido como un relámpago, golpeando el costado de su rodilla con el extremo de su lanza, haciendo perder el equilibrio. Antes de que pudiera reaccionar, le arrancó el arma de las manos con un giro certero y lo derribó con un golpe en el pecho.
El joven yautja cayó de espaldas, el impacto sacudiendo la plataforma.
Ursa lo inmovilizó, colocando el filo de la lanza contra su garganta. Un movimiento más, y lo decapitaría.
A lo fondo se oía a la audiencia rugir, reclamar por sangre.
El joven yautja contuvo el aliento, sus ojos brillando con una mezcla de furia y sorpresa. Esperaba la muerte. Todos lo esperaban.
Pero Ursa no bajó el arma.
—Patético —escupió, su voz cargada de desprecio. —Ni siquiera vales la pena.
Retiró la lanza de su cuello y le dio una patada en el costado, haciendo rodar lejos de ella.
Los espectadores emitieron una oleada de gruñidos y chasquidos de desaprobación, exigiendo más violencia.
El joven yautja se incorporó lentamente, avergonzado pero vivo.
Ursa ya se había dado la vuelta, ignorándolo por completo, hasta que oyó unas zancadas pesadas y furiosas.
El yautja se lanzó hacia ella, con sus garras extendidas como dagas.
Ursa reaccionó en un instante, bloqueando el ataque con su escudo, pero la fuerza del impacto los hizo caer. Rodaron por el suelo. Pero Ursa activó sus cuchillas, perforando el costado del guerrero.
Un rugido de dolor llenó la sala, la guerrilla no se detuvo, jalo sus rastas para apuñalar su rostro, y liberarse de su agarre.
Recuperó su escudo y, con un movimiento preciso, clavó su lanza en el pie, justo entre medio de los huesos y tendones, giró el filo de la lanza para despedazar más su pie y para que ya no se atreva a levantarse.
El joven se retorció con rugidos de dolor, pero fue opacado por la multitud enloquecida. Algunos incluso golpearon sus puños contra el pecho, un gesto que Ursa reconocía como aprobación.
Ella jadeó, el sudor resbalando por su rostro mientras los rugidos de los espectadores se apaciguaban.
Pero justo cuando se disponía a abandonar la sala, un estruendo sonoro llamo su atención, se dirigió su vista hacia arriba del acantilado y hay él.
El Rey Grendel o…Surtr, su imponente silueta era inconfundible incluso a esa distancia, sus ojos estaban fijos en ella.
¿Había estado observándola todo este tiempo?
No esperaba tener respuestas, ya que en pocos segundos después él se dirigió a su nave, que despego hacia el cielo, seguido por un estruendo ensordecedor que sacudió los cimientos del lugar. Una tras otra, más naves ascendían y despegaban junto a él, eclipsando el cielo anaranjado de Muspelheim y desapareciendo como si nada.
Sospecchaba que esas naves no solo estaban hechas para transporte, por el tipo de estructura y tamaño, cargando varios cañones que se asemejaban a la pistola de plasma. Estaban hechos para un enfrentamiento, una guerra.
Su corazón palpitó más fuerte, cuando un pensamiento cruzó su mente, una posibilidad aterradora.
¿Estarán invadiendo Midgard?
***
En los días siguientes, notó una gran disminución de los yautjas, porque la mayoría se fueron con el rey.
Antes no podía ni contar cuantos estaban en la sala de entrenamiento, ahora calculaba que estaban alrededor de trescientos, pero no era exacto, sabía que habían más, en otros puestos o escondidos por ahí.
Para su desgracia, los que paraba más tiempo en la sala de entrenamiento, eran los más jóvenes, que no la dejaban entrenar en paz, se arrepintió de haber iniciado aquel enfrentamiento con ellos. Ahora la veían como un reto, un trofeo por conquistar. Y eso la ponía en peligro.
Ellos se le acercaban, deseando probarse contra la "campeona humana" aunque también por su comportamiento reflejaba que estaban ansiosos de aprender y no solo destrozar.
Algunos más mayores, grandes, corpulentos y estoicos, venían de ves en cuando, para entrenar y observar, evaluando cada uno de sus movimientos.
Y luego estaban los otros.
Un grupo aparte, silencioso como sombras, que se mantenían apartados del resto, supuso que eran los marginados, los que perdieron tantas batallas que casi todos llevaban prótesis robóticas, brazos mecánicos, piernas reforzadas con hidráulica y lo que más resaltaba por su ausencia, sus rastas, ya había presenciado un combate en donde les cortaba esos miembros como castigo y humillación, condenándolos a estar en lo más bajo de la jerarquía.
Ursa sintió un escalofrío al notar cómo la observaban sin pestañear, como si ya estuvieran planeando cómo matarla.
Incluso sus guardias parecían más tensos, como si esperaran que en cualquier momento la manada se volviera contra ella.
En esos momentos agradecía que sus guardias intervinieran en cualquier tipo de interacción que no fuera un combate que ella aceptara, por suerte la mayoría aún mantenía su distancia y prefería que se mantuviera a así.
A veces para practicar y aplicar lo que había aprendido. Ursa aceptaba el combate con uno de los chicos, que ya no se demostraban arrogantes y confiados, sino entusiastas de aprender, a cambio ella no los mataba, pero tampoco los humillaba demasiado, ya no veía necesario mutilarlos de alguna manera para que ellos aceptaran que perdieron ante ella, cada combate terminaba con ellos demostrándoles el respeto que merece.
Inclusive algunos de los veteranos se ofrecían para pelear en lo que parecía una pelea amistosa, y ellos si eran un verdadero desafío, usaban tácticas que la obligaban a pensar tres pasos adelante.
Ellos no subestimaban su tamaño, no se contenían, ni eran suabes con ella, Ursa tampoco, sabía que estos enfrentamientos eran más importantes, valían más su victoria contra ellos, que con otros.
El yautja derrotado se inclinaba levemente, reconocimiento. Ella respondió con una breve inclinación de cabeza.
Y cuando ella perdía, ellos por lo menos no la mutilaban, como había visto hacer con sus contrincantes, sino le devolvía el mismo gesto.
Una cosa era enfrentar a bestias que no tenían pensamiento, que solo luchaban por defensa o supervivencia, y otra cosa era enfrentar a seres racionales que planificaban sus ataques.
Pero no todo había cambiado.
El grupo de yautjas modificados seguía al margen, observando con esa frialdad mecánica que la ponía en alerta.
Uno de ellos, el que llevaba prótesis tanto en el brazo como en la pierna, y claro, con las rastas cortadas. Finalmente dio un paso adelante, retumbando con un ritmo mecánico antinatural. Cada movimiento emitía un zumbido siniestro de motores hidráulicos y articulaciones reforzadas.
Ursa sabía a qué venía, para un combate.
No los había visto pelear antes, la única ves que se enfrentó a uno parecido a ellos, fue el que mató a su marido y posteriormente a su gente e hijo, pero él solo llevaba un arma que lazaban ondas capaces de destrozar barcos, la vikinga apenas y pudo descifrar como funcionaba, observandolo a detalle, en ese momento, ella tenía la ventaja de que estaba en su zona, y saco todo el provecho posible para usar su arma en su contra.
Pero este yautja era diferente, seguro también lo eran sus tácticas de pelea y por su mirada, él no estaba dispuesto a perder.
Era un riesgo, sí, pero tendría que aprender todo de ellos.
Con un leve sentimiento, ella aceptó.
El cyborg atacó primero, un golpe brutal de su brazo metálico que Ursa apenas logró esquivar. El impacto contra el suelo dejó un cráter.
Con un giro, estampó su escudo en el costado de su oponente, entre las costillas, provocando un rugido de dolor del yautja, pero él contraatacó con una patada de su pierna mecánica. El golpe la lanzó tres metros atrás.
El dolor le quemó el costado, pero Ursa se incorporó antes de que su cuerpo tocara el suelo, las cuchillas de sus muñequeras desplegándose con un clic metálico, podrían deshacerse de las prótesis.
Salto hacia él, como un halcón clavándose en su presa. su plan era atacarlo entre medio de su brazo mecánico y su cuerpo, dónde sabía que aún era pura carne y huesos, pero él la atrapó en el aire, sus dedos metálicos se cerraron alrededor de su torso, apretando hasta hacer crujir su armadura. Pero Ursa ya había clavado sus cuchillas en su hombro, hundiéndolas hasta el hueso.
Y entonces, hizo su movimiento con un giro brutal, llevó las piernas entre el brazo mecánico y el cuerpo del cyborg, usando su propio peso como palanca.
Empujando sus cuchillas con todas sus fuerzas hacia arriba, El brazo se desprendió en una lluvia de chispas y sangre verde espesa.
El grito del cyborg fue ensordecedor, una mezcla de furia y agonía que resonó en toda la sala. La multitud enloqueció, rugiendo en una cacofonía de aprobación y shock.
La Osa no se reunió.
Se limitó a retroceder, las cuchillas aun goteando fluido vital, y observará cómo su oponente se tambaleaba. El yautja no estaba acabado, aún podía luchar, él tomo su brazo desmembrado y lo incorpora otra vez a su hombro con un movimiento brusco, soltando un chirrido de dolor, luego movió sus garras metálicas con fluidés, señal de que sigue funcionando perfectamente.
Ursa lo observó sorprendida, pero no retrocedió, no podía dejarse vencer por él, sino perdería todo el prestigio que apenas había ganado.
Con un grito de guerra se dispuso a atacarlo, pero con un movimiento rápido, la arrojó contra el suelo, haciéndole perder el aire. Antes de que pudiera recuperarse, él ya estaba encima, su peso robótico inmovilizándola.
Su mano natural sostenía sus muñecas, mientras, con un solo movimiento, quitó su armadura con sus garras metálicas, y desgarró el tejido de su blusa como si fuera papel, dejando al descubierto su torso vendado. Su abdomen marcado, comenzaba a sangrar por la herida reciente.
Ursa rugió furiosa, activando sus muñequeras, el despliegue de sus cuchillas cortas la mano que la sostenían, y rápidamente introduciendo el otro par, desde su garganta hasta atravesar el cráneo del yautja.
Pero la guerra no se detuvo.
Se incorporó como pudo, arrancando las cuchillas hacia arriba con tanta fuerza que partió sus mandíbulas en dos.
Y luego, comenzó el verdadero castigo.
Golpe tras golpe, con la respiración desenfrenada, hundió las cuchillas en lo que quedaba del cráneo, la carne desgarrada, metal magullado y sangre verde espesa salpicando su rostro y el suelo, no importaba si ya estaba muerto, que le sirva de ejemplo para el resto.
Tal acto fue visto por todos en la sala de entrenamiento que siguió rugiendo por su victoria.
Ursa respiró con fuerza, tapó su torso como pudo cubriendo sus heridas y piel expuesta, con un último vistazo al cadáver mutilado a sus pies, escupió sobre él y entonces, se marchó.
Seguida de sus guardias, que también mantenían su distancia. Ella solo le importaba irse de ese maldito lugar.
Al llegar a su habitación, Se desvistió con movimientos bruscos, arrojando los restos de su blusa ensangrentada al suelo. Cada herida que limpiaba ardía como el recuerdo de las garras del cyborg en su piel.
—"Maldito. Malditos todos. "
No podía quedarse quieta, recordó la última vez que alguien intentó abusar de ella de esa manera, cuando Ursa aún era joven y un bando enemigo la habían capturado, pero al final ella salió intacta.
Gritó furiosa tomando uno de los cráneos que tenía y lo lanzado contra la pared.
Ni siquiera el rey Surtr se atrevió a hacerlo cuando tuvo la oportunidad.
Pasó la noche entrenando, golpes contra el muro hasta que sus nudillos sangraran, patadas al aire, cuchillas desenvainadas una y otra vez. Hasta que el amanecer tiñó el suelo de rojo y sus brazos cedieron al agotamiento.
Se desplomó en la cama, decidió dormir todo el día.
El sonido del plegamiento de la puerta la despertó de golpe.
" Los guardias con la comida "
Pensó, sin abrir los ojos, pero nadie entró, en su lugar, unos chasquidos agudos, como de huesos pequeños rozándose, no eran sus guardias, Ursa se incorporó de un salto, alerta.
Se giró para ver quienes se atrevían a entrar, pero apenas pudo visualizar una pequeña figura que se escabulló fuera de su vista, el sonido de varios pasos apresurados la hizo reaccionar.
Saltó de la cama y corrió tras ellos, sus pies descalzos golpeando el suelo frío.
Atrapó al pequeño por el brazo, pero este se giró y le clavó los dientes en la muñeca.
—¡Agh!—
Lo soltó por instinto, y la criatura huyó hacia el pasillo, donde una figura más alta la esperaba.
La Vikinga tomó una postura de combate, con las cuchillas extendidas, alerta, pero abrió sus ojos de asombro al distinguir lo que estaba frente a ella.
Era una yautja hembra.
Esbelta, musculosa, con un torso cubierto por una armadura ligera que no ocultaba sus curvas. Llevaba un collar de huesos tallados y cicatrices rituales en los brazos y una máscara de cráneo con cuernos.
La cría se refugió en sus piernas, mientras que las otras dos, se escondían de tras de ella.
La hembra emitió un gruñido grave, una advertencia que hacía temblar el aire. Ursa no se movió en absoluto, pero al final guardo su arma en la muñeca.
La yautja no esperaba otra respuesta. Dio media vuelta y se adentró en el pasillo, arrastrando con ella a las crías, que miraban a Ursa con ojos curiosos.
—Espera— llamó, sin pensarlo era tras ella.
El camino serpenteaba hacia zonas de la fortaleza que Ursa nunca había visto, túneles más estrechos, pero no era un impedimento para la hembra y mucho menos para Ursa.
De pronto, el corredor se abrió a una cámara circular, ella entró lo más antes posible antes de que la puerta se cerrara automáticamente.
***
Encontrar un sector poblado exclusivamente por hembras yautja y sus crías fue una verdadera sorpresa, como descubrir un mundo dentro de otro.
El lugar era un cráter natural escondido en las entrañas de la fortaleza, un ecosistema autónomo donde la humedad se condensaba en las paredes y la vegetación trepaba por las paredes rocosas y las estructuras de metal oxidado. En un costado, una cascada de agua cristalina caía en una laguna, cuyos canales serpenteaban hacia túneles subterráneos. El aire era fresco.
Las paredes del cráter estaban talladas con runas ancestrales que narraban ciclos de caza, partos y rituales de sangre. Columnas de hierro forjado sostenían chozas construidas con pieles de bestias, paja seca y huesos pulidos, conectadas entre sí por puentes colgantes que crujían con el viento.
Todo el lugar era una fortaleza vertical, desde arriba aún se podía distinguir que recién estaba amaneciendo, reconociendo estructuras de metal que se asemejaban a murallas y torres de vigilancia, donde había más hembras, observando desde la distancia.
Mientras que la superficie era lo suficientemente grande como para tener varias plataformas de entrenamiento, donde pudo distinguir a qué algunas estaban entrenando.
Era como una sociedad secreta, completamente aparte de otros sectores.
Pero, en cuanto su presencia fue detectada por una de las guardianas, la echaron de inmediato, por obvias razones. para ellas, la mujer humana no era más que una simple extraña que se atrevió a invadir un espacio que, por lo visto, era un lugar sagrado.
Al estar de regreso a su habitación, notó a sus guardias volver a sus puestos, como si nada hubiera pasado.
¿Dónde estaban? ¿Porque abandonó su posición?
Ella los observa fijamente a los dos, de frente, esperando una reacción, un movimiento de duda, o un ataque.
Se estaban ganando su confianza, pero parece que ambos están tramando algo, sino por que abandonan sus posiciones de vigilancia.
Por esa razón, las crías entraron con facilidad a su habitación, pero ¿ talvez ellos planeaban que alguien más entrará?
—¿Dónde estaban los diablos?—exigió
Pero no recibió ninguna respuesta, solo vio que uno traía una bandeja de metal con comida, y lo levantó hacia ella como excusa, Ursa la tomó con desdén, más que molestaba, introdujo la clave para abrir la puerta ella misma, ya se sabía su combinación, y se adentró a su habitación.
Quedaba claro que no podía bajar la guardia en ningún momento, ni con nadie.
Notes:
Perdón por publicar tan tarde 😭
Pero me tarde por qué me puse a planear como sería está sociedad de mala sangre, porque quise que se parezcan un poco a como son los otros clanes, de acuerdo al canon, pero tambien quise diferenciarlos un poco por qué...son mala sangre, en teoría hacen lo que se les de en gana, pero toda sociedad es rígida aunque sea por reglas invisibles regidas por el miedo, para tener un poco de control en eso.
Y también incluí a los yautjas con protección, que tendrán más importantes en el futuro (no es odio al que apareció en la película de killer of killers, él tiene ojos bonitos 😩✨).
Chapter 6: Levantamiento
Summary:
Aquí si vuelve el rey.
Chapter Text
Ese mismo día Ursa se dispuso a volver a la sala de entrenamiento de los machos, no dejaría que ellos pensaran que se a vuelto vulnerable por el patético intento de abuso del yautja marginado y la tacharan de cobarde.
Aún que si estaba molestando con todos y no confiaba en nadie, eso no era impedimento para que siguiera entrenando.
Ninguno lo mencionado ocurrió y era de esperarse, para ellos las mutilaciones, heridas de gravedad y humillaciones para demostrar su supremacía ante todos eran normales, para ella era supervivencia. Pero ahora que ya no la veían como una humana débil, si no como otro más, ya no veía necesario mutilar a sus oponentes, o humillarlos demaciado.
Algunos ya hasta se habían acostumbrado a su presencia y la pasaban por alto, otros inclinaban la cabeza en forma de un saludo breve.
Y seguí entrenando con normalidad con sus guardias y otros yautjas, manteniendo un margen en todas sus interacciones.
Ya no vió a ninguno de los yautjas con prótesis y eso le pareció extraño.
Se atrevió a cruzar palabras con uno de los veteranos, con los que tenían cierto respeto por ella como para tener una conversación civilizada.
El veterano se refería a los yautjas con prótesis cómo cyborg, era los más marginados entre todos los guerreros, considerados casi como exclavos, aunque si tenían un papel muy importante en el mantenimiento de las máquinas, armas y naves, solo muy pocos podían salir de las profundidades de la base y llegar a ser un guerrero o un piloto.
El mismo rey los veía inferiores a todos, casi como escoria, solo si le llegabas a sorprender, él le podia dar una oportunidad para dejar de ser esclavos.
— hmm — ese último le trajo recuerdos.
Pero eso no le garantizaba tener oportunidad con las hembras.
Esa información despertó su curiosidad.
Las mujeres yautjas escogían con quienes reproducirse, y para tener una oportunidad con una de ellas, tenía que impresionarla con la cantidad y calidad de los trofeos que habían ganado, pero también era muy importante la apariencia de yautja, por sus genes, que se reflejaba especialmente en los rastas o lo que Ursa conocía como rastas.
Eso explicaba porque no escojian a los cyborts, para las hembras, ellos eran muy pocos atractivos y patéticos, al perder tantas partes de su cuerpo demostrando que no eran guerreros fuertes, ni siquiera dignos de su presencia.
Así que el corte de las rastas no solo era una forma de humillación, sino también una castración social y poca virilidad ante los ojos de la sociedad yautja.
Eso explicaría por qué uno de ellos intentó violarla, seguro que la mayoría estaban frustrados sexualmente, y pensaban que ella sería una presa fácil de dominar. Ese error le costó su vida, patética y deshonrosa.
***
Los días avanzaron y los entrenamientos se le volvieron monótonos, no tanto como su tiempo en su prisión, donde sintió que el tiempo era abrumadoramente confuso, al beses pasaba semanas en tan solo una sola noche o también lo contrario, cuando el tiempo avanzaba muy lento.
Calculó que pasaron solo 3 semanas desde que el rey se marchó, pero ella lo sintió como meses.
¿ Dónde estará ?
Mientras luchaba con uno de los jóvenes, notó a otro que estaba cerca, detuvo la batalla por un momento.
—Dos contra uno —propuso al joven, señalando con un gesto de cabeza.
Ursa quería probarse a si misma, ya sabia manejar a uno, pero algo le decía que tendría que prepararse para enfrentar a varios yautjas.
Los jóvenes intercambiaron miradas. Aceptaron.
***
Cuando caía la noche, ella se mantenía despierta, en silencio, esperando atenta el sonido de los pasos de sus guardias, ver si abandonaban sus posiciones otra vez, o si alguien más se acercaba.
Esa practica la perjudicaba mucho, al no descansar apropiadamente, pero también ella no podía bajar la guardia ante cualquier amenaza.
Entonces ellos se fueron…
Ursa escuchó atentamente como sus pasos se alejaban hasta casi desaparecer, activó su capa de invisibilidad, sintiendo cómo la energía recorría su piel como un susurro frío y salió de su habitación.
Camino por los pasillos sin producir ningún sonido, tratando de no perder los pasos de sus guardias, necesitaba saber la verdad.
Ellos se detuvieron frente a una de las barrias puertas que había. La mujer se ocultó tras un pilar, conteniendo la respiración, a pesar de que tenía la capa de invisibilidad, eso no la hacia pasar completamente desapercibida, sabía que los cascos también podían detectar la temperatura corporal.
Pero entonces... ocurrió lo inesperado.
En cuanto bajaron la guardia, uno de ellos acarició el brazo del otro, el gesto fue tierno, casi humano. Su compañero respondió abrazando su cintura y entraron juntos, serrando la puerta.
Ursa volteo, esbozó una sonrisa mientras apoyaba la cabeza a la pared. El universo tenía un sentido del humor muy irónico.
Al parecer sus guardias se escabullian una que otra noche como un par de adolescentes.
En su cultura, tales relaciones no eran tabú, aunque lo primero que tenía que hacer los jóvenes eran casarse, tener descendencia y ejercer un rol en el clan, ya sea como guerrero, granjero o líder. Después podías divorciarte y estar con quien quisieras. Pero las parejas de hombres no se demostraban gestos de cariño entre ellos, ya que eso los categorizarian de Ergi, un insulto, pero no por su orientación sexual, sino por ser afeminados o sumisos.
Y ver esos gestos de cariños en los yautjas, guerreros feroces y sádicos, era muy poco creíble.
Recordó una vez, cuando tenía 13 años, encontró a una pareja de hombres de su pueblo, en el medio del bosque, pero antes que pudiera ver más fue atrapada por su tía, quien la regañó y se la llevó lejos del lugar.
Ese recuerdo le trajo un ápice de felicidad pero se desvaneció rápidamente. Bajo la mirada respirando profundo, sentía nostalgia por una vida que nunca volvería a vivir.
Se dispuso a volver a su habitación, no tenía razones para quedarse, ya había despejado sus sospechas con sus guardias.
Pero en el camino, escuchó más pasos, zancadas pesadas, ella se ocultó rápidamente contra la pared, sin producir ningún ruido.
Podía reconocer esos pasos retumbantes en cualquier parte, con un ritmo mecánico, emitiendo un zumbido con cada movimiento.
Dio un pequeño vistazo hacia donde los escuchaban, pero no había nadie, en tonces activó la visión térmica, y si, estaba ahí, eran dos, pero no se estaba dirigiendo hacia su habitación, o hacia sus guardias, en vez de eso ambos se alejaban de los pasillos, hacia unos escalones que los llevaban hacia las profundidades de la base.
Ella los siguió en silencio, sabía que, si ella los podía ver con la visión térmica, ellos también podían hacerlo.
Avanzaron hasta llegar a una puerta metálica, Ursa grabó el código de seguridad, esperó unos segundos para entrar, y siguió bajando las escaleras, trepó por los soportes de metal en la entrada, donde no llegaba la luz y podía pasar más desapercibida, se arrepintió de no traer su escudo o lanza.
El lugar se asemejaba a un taller de herrería, con maquinarias y armas de distintos tamaños, el lugar estaba repleto de yautjas cybers, algunas prótesis pasaban más desapercibidos y otras distorsionaban más sus cuerpos haciendo ver grotescos.
El lugar estaba iluminado apenas por el resplandor rojizo de hologramas y las chispas de herramientas de plasma, pero algo que le llamo mucho su atención fue una proyección que se expandió sobre toda la mesa.
Su casco tradujo las palabras del líder, un cyborg con la mitad del rostro reemplazada por una placa metálica.
—Todas las naves están listas y redes eléctricas también. Solo faltarían las presas para irnos del planeta.
El plano se amplió, revelando el cráter sagrado de las hembras, marcado con runas de ataque.
—Las tomaremos al amanecer —continuó otro, ajustando una garra mecánica—. El rey no regresará a tiempo y no nos podrá encontrar.
Planeaban secuestrar a algunas mujeres, probablemente a las más jóvenes que aún no podían defenderse o que estaba en formación, las tomarían y huirían de este mundo, aprovechando que el rey no estaba.
Una sensación de ira y repulsión la hizo fruncir el ceño, esta actividad le recordaba a los saqueos de algunas tribus, que no solo se robaban todo lo que tenía un pueblo, sino también a personas para venderlas como exclavos, los líderes a veces permitían que sus hombres secuestren a mujeres y niñas para violarlas. Pero en su clan, y bajo su mando, nunca.
Ursa no le debían nada las mujeres yautjas, ellas no hicieron nada por ella, apenas si habían interactuado y no de la mejor manera, pero, aún así, no se quedaría de manos cruzadas.
Con un último vistazo al taller, Ursa comenzó a retroceder.
Necesitaba armas. Necesitaba aliados, un plan.
Y, sobre todo, necesitaba llegar antes del amanecer.
***
Introdujo el código de seguridad para salir, pero al abrirse no esperaba ver a otro yautja en la entrada, era más pequeño que los demás, pero con ojos de lente rojo que brillaban en la oscuridad.
Sus cuchillas se clavaron en el costado del cyborg, perforando placas de metal y carne. Antes de que pudiera reaccionar, la segunda estocada le reventó los ojos, hundiéndose hasta el cerebro, pero los rugidos distorsionados de este resonaron demasiado fuerte como para llamar la atención de los demás.
El camuflaje se desactivó, Ursa corrió por los pasillos en busca de sus guardias, no importaba el sigilo ahora, solo la velocidad.
—¡Rápido, no hay tiempo! —Gritó al abrir la puerta, ignorando cualquier intimidad interrumpida. — ¡Llamen al resto de los guardias que hay en la base! ¡Los cyborts se levantan!
Escuchó a lo lejos como se aproximaban, sus guardias se movieron sin protestar, uno le dio su escudo y otro su lanza, antes de separarse.
—¡Reúnan a todos en el cráter de las hembras! ¡Es su objetivo! —gritó Ursa antes de ir por el sentido contrario.
Corrió lo más rápido que pudo, las noches sin dormir recién la estaban afectados, convirtiendo los pasillos en manchas borrosas, forzó a su mente recordad la ruta en donde era la entrada del cráter, aun con el camuflaje ella se sintió observada, y los chasquidos metálicos resonaban detrás de ella, retumbaban cada vez más cerca, como si estuviera en una pesadilla.
Un disparo de plasma le rozó el brazo, quemando la piel a través del traje, no estaba en una pesadilla, era su realidad y podía morir en esta. El dolor era suficiente como para despertarla por completo.
Hay estaba el camino, se adentró rápido a los estrechos pasillos, los cyborts intentaron alcanzarla, pero por sus prótesis se quedaron atrapados, el chirrido del metal raspó las paredes soltando chispas.
—¡Abran la puerta! ¡Tengo que advertirles! ¡Vienen por ustedes! —vociferó, con una voz que rasgó su garganta, rogando que eso sea lo suficientemente fuerte como para que alguien del otro lado la escuchara.
Mas disparos de plasma impactaron en su escudo, haciéndola retroceder, sus rugidos guturales retumbaban cada vez más cerca. Los cyborgs estaban dispuestos a matarla, sus prótesis estaban destrozando las paredes al forcejear por el espacio estrecho.
Los continuos disparos hacían que su escudo brillara al rojo vivo, pronto no aguantaría más las quemaduras.
Cuando pesaba que nadie iba a abrir, y se quedaría acorralada, la puerta se abrió por un instante, una mano gigante la arrastró dentro mientras otras guerreras eliminaban a los perseguidores.
El último sonido que escuchó antes de que la puerta se cerrara fue el silbido de lanzas y disparos atravesando carne y metal, seguido de los gritos de los cyborgs muriendo.
—Habla , humana. ¿Por qué traes la guerra a nuestro santuario? — rugió la yautjas, era la misma que vio por primera vez.
Ursa, aún jadeando, señaló hacia el cielo.
—¡NO! ¡Vienen por ustedes! ¡Quieren llevarlas en las naves!—
Las guerreras no necesitaron más explicaciones, Con señales rápidas de sus garras, la más grande de todas ordeno a las demás a las cuatro torres.
Entre las murallas, se empezaron a desplegar placas de metal gigantes que comenzaban a cubrir el cráter, como un escudo gigante.
De pronto una nave se materializó en el cielo, con sus cañones disparó a las torres de vigilancias, pero estas lograron hacer mas daño a la nave invasora, que se estrelló sobre la torre del norte, el choque lo destruyó por completo evitando que una de las placas cubra todo el cráter.
Otras naves aparecieron, sus cañones sónicos destrozaron las últimas torres. El impacto redujo las estructuras a escombros llameantes, y las naves se adentraron en el cráter como unos buitres sobre su presa.
Las mujeres yautjas no perdieron el tiempo, se movilizaron rápido, cargando unas armas de plasma tan largas como lanzas y el aire se llenó de rayos rojos que perforaban los cascos de las naves.
Tanto las jóvenes y crías fueron empujadas hacia el interior del santuario, protegidas por las guerreras más grandes, cuyos cuerpos formaron un muro viviente, Ursa se unió a ellas, tomando una de las armas de las caídas, y disparó a las naves que se acercaban.
Pero entonces, desde los flancos de las naves, dispararon las redes.
No eran simples cables, eran jaulas eléctricas, que se cerraron sobre las hembras como serpientes de acero. Las descargas las paralizaron, convirtiendo sus músculos en traición. Ursa vio cómo caían una a una, sus rugidos convertidos en gemidos de furia impotente.
—¡No!— gritó, descargando su arma contra los yautja modificados que descendían de las naves.
Eran demasiados.
Los cyborgs arrastraban a las madres y jóvenes hacia las naves, mientras las crías las ponían en jaulas de energía.
Ursa logró matar a algunos, pero una red la atrapó a ella también, junto con las mas grandes, La red quemaba como un látigo de fuego contra su piel. Ursa intentó moverse, pero cada músculo de su cuerpo se negaba a obedecer, paralizado por las descargas. A través de la malla brillante, vio cómo los yautjas modificados se acercaban, sus brazos robóticos transformándose en cuchillas gemelas que rechinaban con sed de sangre.
—Mueran... —gruñó uno, alzando su garra metálica.
El golpe nunca llegó.
El pasillo de entrada estalló en llamas, y de la cortina de humo emergieron sus guardias, seguidos por una horda de yautja jóvenes y veteranos. Sus rugidos sacudieron los cimientos del cráter y se lanzaron a la batalla como una estampida.
Sus guardias fueron primero para liberar a ella, Ursa tragó aire como si fuera la primera vez que respiraba. A su lado, la yautja con casco de cuernos se levantó a duras penas despues de ser liberada, con un gruñido, sus garras desgarró el cuello de uno de los cyborg.
—¡Liberen a las demás! —ordenó la guardiana.
Ursa no lo pensó dos veces, agarró su escudo y siguió a una de las guerreras hacia las naves estacionadas, cubriéndole la espalda mientras ella liberaba a sus hermanas de armas y a las crías. La vikinga se encargó del yautja que aún estaba dentro de la embarcación.
Al salir con los rehenes, ellas vieron a lo lejos otras naves queriendo despegar con más, la yautja guardiana le señaló con sus garras a Ursa y luego a la nave, el mensaje era claro.
Y ella corrió, con un movimiento rápido y letal lanzó su combistick hacia el piloto, empalandolo por completo, salpicando sangre verde en el cristal del panel. El yautja calló sobre los controles con un golpe seco y su lanza sobresalía sobre su espalda, pero ya sabía que aún había más cyborgs en la nave.
Ella irrumpió en la rampa en un salto, con sus cuchillas extendidas en una mano y su escudo en otra, la luz roja de la embarcación resaltaban más sus ojos azules, que ardían con una ira contenida que pronto se desataría sobre ellos.
El primer yautja la atacó con sus garras retractiles, ella se giro en el aire, dejando que el golpe pasara rozando su costado, mientras su escudo se estrellaba contra su rostro destrozando sus prótesis y sus cuchillas se clavaron en su pecho.
El segundo cybort disparó a quemarropa, pero Ursa se protegió con el cuerpo del otro, que lo terminó matando.
Y con todas sus fuerzas lo lanzó sobre él, una distracción que aprovechó para destruir su plasmakaste con un golpe certero del escudo, pero él no se rindió, su brazo metálico se clavó en el hombro de la mujer, haciéndola gritar, sintiendo como sus garras frías se adentraba a sus músculos mientras la sangre brotaba.
Alzó su escudo y lo estrelló contra el cráneo del cyborg, una y otra vez, hasta que el metal cedió y el cerebro verde salpicó sus rostros. Se libero como pudo de sus garras que aún seguían firmes en su brazo.
Ursa se dejó caer por unos segundos con la respiración descontrolada, pero se levantó rápido para liberar al resto de mujeres y crías, apenas y pudo distinguir las expresiones de terror y asombro de ellos.
Se tomó un momento para cerrar sus heridas, soltando un gruñido, el proceso era doloroso pero ya se estaba acostumbrando.
Lo bueno es que al momento de salir de la embarcación, notó más cyborgs caídos, estaban ganando la pelea, pero lo que más le preocupaba era las naves que ya estaba lo suficientemente lejos como para dispararlos con las armas que tenían, no sabía si había mujeres y niños en esas naves.
Por el grito de uno de los veteranos, entendió que los cyborgs se apoderaron de las ultimas naves que tenían, no podían hacer más para detenerlos, mas que mirar como se alejaban al amanecer.
Hasta que... un destello segador partió el cielo en dos.
La flota del rey cayó como un martillo sobre el cielo. La nave principal, más grande que las otras, parecía una bestia demoniaca, abrió las compuertas como si fueran las fauces de un dragón, tragando las naves que intentaron escapar.
***
Ursa caminó entre los escombros humeantes, sus botas hundiéndose en el lodo manchado de sangre verde. El amanecer rojizo, alzaba la cortina de humo para revelar el precio de la victoria.
El santuario ya no era un refugio, sino un campo de batalla, donde ocurrió una masacre, casi todas las casas estaban destruidas.
Ella se abrió paso entre los cuerpos de los gigantes. Yautjas con prótesis desmembrados, guerreras caídas, aun aferradas a sus armas y …crías demasiado pequeñas.
Los yautjas tomaron los cuerpos de sus compañeras y compañeros caidos, formando montículos bajo mantas de piel. Las crías, demasiado jóvenes para entender, chillaban junto a los cadáveres de sus madres. Algunas jaulas de energía seguían cerradas, con pequeños cuerpos dentro.
Tal escenario la llevó a sus recuerdos, la vez que los Krivichs saquearon su aldea, masacrando a su gente y a su padre.
Ese evento la llevó a replicar el mismo escenario por supervivencia, por venganza, por poder.
Todo eso la hizo forjar un temple de acero, perdiendo la empatía por los caídos y las personas que sufrían por sus pérdidas, todo se había vuelto ruido de fondo, murmullos lejanos.
Incluso dejó de importarle la muerte de sus soldados solo para ganar otra guerra y estar más cerca de su enemigo.
"No importa", se decía mientras caminaba entre los cadáveres. "Si mueren con honor, los veré en el Valhalla."
Pero todo eso cambio, cuando los dioses decidieron arrancarle a su preciado hijo de sus brazos.
Salió de sus recuerdos.
Ursa vio a lo lejos a la yautja con cuernos cubierta de quemaduras de plasma, arrancando las redes de los cadáveres de sus hermanas. Pero algo mas llamo su atención, las naves del rey aterrizaron, los motores hacían que las arenas y las cenizas se volviera a levantar.
Y allí, entre el humo y los escombros, él apareció.
En ese momento, el hangar estaba en silencio, solo el crepitar de los motores enfriándose rompían el aire cargado de humo.
El Rey avanzó, su armadura marcada por las batallas recientes, su capa de huesos crujía al arrastrarse, el peso de su presencia hacia retroceder incluso a los veteranos.
Se dirigió hacia Ursa, cuya sangre roja en su frente se mezclaba con el polvo del cráter.
La guerrera humana estaba herida y cansada, sus músculos ardían de fatiga, pero firmé. Su respiración era profunda y controlada, su rostro permaneció estoico, al ver al rey acercarse.
Pero cuando lo tubo al frente, ella no sabía que decirle, o que hacer en ese momento, esperaba que el le dirigiera la palabra primero.
El Rey giró lentamente hacia su séquito, su voz resonando como un trueno lejano.
— Recojan a los traidores. Y preparen el coliseo —Las palabras cayeron como una sentencia.
Entonces, volvió su atención a Ursa. Su garra, enorme y afilada, se cerró alrededor de su hombro. No con la fuerza para herir, pero sí con la firmeza para marcar.
— Vendrás conmigo.
Chapter Text
Quién diría que cazar a un par de humanos fugitivos desencadenaría lo que tarde o temprano estaba destinado a ocurrir.
Sus naves de caza, ágiles como avispas, se lanzaron en persecución. El Rey observará con diversión cómo los humanos esquivaban los asteroides y desechos espaciales con una torpeza casi patética. Pero entonces, desde la oscuridad del espacio profundo, surgió una sombra que no esperaba.
Una nave nodriza, masiva y antigua, cuyo casco estaba marcado con runas que no había visto en siglos.
La tribu perdida .
Se interpuso entre sus cazas y la presa, atrapando la nave de los humanos y arrastrándola hacia el hangar interno.
Un nuevo giro, eso lo emocionaba, sus naves eran suficientes como para derrotarlos en ese mismo instante, y se lanzaron listos para la nueva batalla, sin embargo, lo que no esperaba era que la embarcación activara sus motores, para desaparecer en un abrir y cerrar de ojos, dejando solo un vacío silencioso y el sabor amargo de la derrota.
El Rey no gritó. No maldijo. Durante todos estos siglos han secuestrado a los honorables de distintos planetas para su colección privada, todo esto sin que los demás clanes se dieran cuenta. Pero ahora… lo sabía la tribu perdida. Y si ellos lo sabían, pronto Yautja primer lo haría.
— Regresen — ordeno con una voz tan tranquila pero profunda.
***
De vuelta en su fortaleza, él se dedicó a planificar una nueva estrategia, mientras sus soldados seguían buscando las rutas que normalmente usaba la tribu perdida. Pero la otra parte de su tiempo se la dedicaba a ella.
En esa ocasión, Ursa luchaba contra un oponente tres veces su tamaño, una bestia con piel de reptil y colmillos gigantes.
No usaba armadura, solo un hacha y ese escudo abollado que nunca soltaba.
El Rey observaba, sobrio y analítico, mientras ella esquivaba, giraba y contraatacaba.
No era solo fuerza, era coreografía. Cada movimiento calculado para ocasionar más daño mientras minimizaba el riesgo. La multitud rugió cuando el hacha encontró el cuello de la bestia, decapitándola con un golpe limpio.
La mujer humana se irguió en la arena, empapada en la sangre de su enemigo, y alzó la mirada hacia él.
Desde su palco de hueso detectó esa pequeña y desafiante sonrisa en sus labios, lo estaba esperando para otra pelea.
Un recordatorio de que incluso en lo más bajo de la jerarquía, ella no se doblegaba.
Él sintió una punzada de anticipación, esa seguridad, esa ferocidad contenida en su cuerpo tonificado, era demasiado tentadora.
Podía hacer lo que quería y si la quería a ella, la tomaría, pero ganársela era mucho más emocionante. Pero eso requería paciencia, estrategia... y ahora no era el momento, después tendría tiempo para ella. Por eso, antes de partir, le había propuesto ser su reina sin más.
***
Al encontrar las naves de su enemigo, él junto con toda su flota desplegada, cayó sobre la Tribu Perdida como un huracán de acero y no los dejaría escapar tan fácilmente.
Sus cazas destrozaron dos cruceros menores con facilidad, pero la nave nodriza era un hueso duro de roer.
Sus escudos se regeneraban casi tan rápido como se desgarraban, y sus cañones destrozaban sus naves de caza, reduciendolas a escombros que solo obstruían su avance.
La batalla fue breve y brutal.
El Rey no esperaba. Aprovechó los microsegundos en que los escudos se regeneraban para esquivar los disparos con fluidez y adentrarse en el hangar de la nave nodriza. Tras él, sus guerreros invadieron la embarcación como una estampida.
Cada pasillo, cada sala de control, fue tomada por los mala sangre, pero sus órdenes eran claras, y sus soldados tomaron a los yautjas y los reunidos en la estación de despegue.
Solo unos pocos lograron escapar de la nave, gracias al Elder y líder de la tribu, tonto y noble, se enfrentó a él para ganar más tiempo a su gente.
El Rey no rechazaba ningún desafío y mucho menos si se lo ofrecía un Elder.
La batalla fue breve. El anciano era hábil, pero él era más fuerte, y frente a sus propios soldados, lo sometió rápido, con un solo gesto fluido, le arrancó la cabeza y la columna vertebral, alzando el trofeo sangrante mientras el cuerpo del Elder aún se desplomaba.
Era un mensaje claro para los yautjas honorables que observaban. Su sacrificio había sido en vano. No había escapado ni esperanza para quienes se interpusieran en su camino.
Pero el Rey se mostró un soberano piadoso.
Les ofrecemos unirse a su clan y ser dueños de su propio destino, sin limitaciones, ni reglas, solo las suyas pero apenas cinco se levantaron para aceptar su oferta. La gran mayoría permaneció en un silencio sepulcral, sus ojos fijos en el suelo o en el cuerpo de su líder decapitado.
El Rey no dudó.
Con su hacha de hueso en mano, se acercó a los que se negaron, y con un solo giro, destrozó los cuerpos de la primera fila, luego de la segunda, y así sucesivamente, hasta que no quedó ninguno con vida, dejando solo cuerpos desfigurados y bañados en su propia sangre.
Tan pronto como consolidó su trofeo y sus nuevos soldados, reanudó la cacería de las naves restantes. Se tomó su tiempo, disfrutando de cada persecución, de cada captura, como un gato jugando con su presa.
Pero entonces llegó la señal.
Una palabra que resonó en todos los comunicadores, nítida y urgente:
Rebelión .
La palabra traspasó su mente como una daga de hielo. Se había demorado demasiado en su búsqueda.
Dio un último vistazo a las naves enemigas que huían, los dejaría escapar por ahora, ya se había encargado de los que conocían la ubicación de su planeta, manteniéndola invisible de los demás clanes.
—Aborten la persecución — ordenó, su voz fue como un rugido que retumbó en los comunicadores—. Regresemos ahora.
***
Al aterrizar, abordó personalmente las naves de los cyborgs rebeldes, impidiendo su huida con una eficiencia brutal. Pero al llegar al corazón del cráter, el silencio fue más elocuente que cualquier grito.
Las torres de vigilancia yacían derrumbadas, las chozas de hueso y pieles reducidas a cenizas. Los cuerpos de hembras yautja y guerreros muertos.
El Rey no pronunció ninguna palabra.
Entonces, entre el humo y la destrucción, apareció ella.
Su postura era inquebrantable a pesar de las heridas, se abría paso en el campo de batalla, su cabello plateado estaba manchado por la sangre y ceniza, fluía con el viento árido, y su armadura, abollada y teñida de verde y rojo brillaba bajo el sol, sus ojos azules, fríos y afilados, contrastaban con el desastre que la rodeaba.
— Tu vendrás conmigo — cerró su garra alrededor de su brazo, no con fuerza para dañar, pero con la firmeza de quien no acepta negativas.
Ella no se resiste. Aún no.
Atravesaron el campo de batalla, entre los restos de naves destrozadas y los cuerpos de cyborgs mutilados.
Los guerreros yautja, sangrantes pero victoriosos, se apartaban a su paso, inclinando la cabeza no por respeto a Ursa, sino por temor al titán que la guiaba.
Los lamentos de los heridos cesaban a su paso. Ni siquiera la muerte se atrevía a hacer ruido delante de él.
No subieron a una nave. En cambio, se dirigieron hacia las estructuras rocosas que se elevaban sobre el cráter. Desde allí, se veía el santuario devastado, las naves humeantes y las filas de soldados llevándose a los cyborts encadenados.
Él se detuvo. Sus ojos, como carbones encendidos, se clavaron en ella.
— ¿Qué pasó? —su voz era un rugido bajo, cargada de una ira que amenazaba con desbordarse.
Ursa mantuvo la mirada firme, aunque por dentro de cada latido era un martillazo en sus sienes.
—Tú qué crees? —escupió, con un desdén que no intentó disimular
—Tu glorioso reino estuvo a punto de desmoronarse en tu ausencia. Tu propia gente se rebeló en cuanto tuvo la oportunidad. Te llevaste a los mejores guerreros, dejando solo guardias, ancianos, mujeres y niños... junto a un grupo marginado que tenía acceso a tus armas y naves.
Hizo una pausa, dejando que cada palabra se clavera como un cuchillo.
— ¿Dónde estaba su rey cuando su pueblo lo necesitaba? ¿Qué era tan importante como para ausentarte tantos días?
Él no se inmutó ante su reclamo, solo se limitó a soltar unos chasquidos secos que resonaron bajo su máscara.
— Un rey no está para sostener cada piedra de su fortaleza —respondió
— Está para decidir qué piedras merecen ser reemplazadas . — Señaló con la cabeza hacia los prisioneros encadenados
— La debilidad se purga con fuego. La traición, con sangre. Y hoy, este reino se ha fortalecido.
—¿Fortalecido? —Ursa no pudo contener su molestia—. He visto niños mutilados y guerreras enterradas bajo escombros.
El Rey se inclinó hasta que su máscara estuvo a centímetros de su rostro.
— Y sin embargo, aquí sigue. ¿Por qué? ¿Lealtad? ¿Honor? Tuviste la oportunidad de escapar… o de unirte a ellos.
Ella sostuvo su mirada, desafiando el fuego que ardía tras esos ojos de depredador.
—Ja. No lo hice por ti, si es a eso a lo que te refieres —Escupió, clavando la vista en el santuario destruido—. Y nunca me uniría a esos pobres bastardos.
Se acercó más hacia él, desafiante, invadiendo su espacio como él había invadido el suyo.
—Me ofreciste ser tu reina, ¿no? Bueno, no pienso ser un simple adorno a tu lado, ni un trofeo. Y no gobernare un reino lleno de escombros y muertos—Declaró como si fuera una promesa.
El Rey soltó unos chasquidos guturales, que ella interpretaba como risas.
-Bien . Porque la comodidad es un lujo que no te permitiré… aún.
Señaló hacia el coliseo, donde los gritos de los traidores comenzaban a elevarse como un coro de condenados.
— Hoy verás cómo se sella una grieta en un imperio.
***
El sol golpeaba la arena del coliseo como un martillo sobre un yunque, mientras los rugidos de la multitud se mezclaban. Los cyborgs estaban de rodillas, atados de brazos y piernas, siendo azotados con látigos de metal. Desde su palco, el Rey estaba de pie observando el espectáculo y junto a él, Ursa permanecía erguida, su silueta era como una pequeña pero resistente estatua en medio del caos.
Él giró lentamente la cabeza hacia ella. Su voz, un rumor profundo que cortaba el estruendo.
— Dime, ¿cuál sería la mejor manera de hacer sufrir a los traidores?
Ursa no apartó la vista de la arena, donde los prisioneros cyborgs eran arrastrados con cadenas.
—Deja que las mujeres los maten —respondió, su voz clara y firme.
El Rey emitió un chasquido leve, interesado.
—¿Por qué debería?
— Ellas cumplirían su venganza, por sus crias y hermanas caídas, así apaciguarías su ira—explicó Ursa, volviéndose para mirarlo directamente—. Y tú demostrarás ser un rey dominante que otorga poder, no solo órdenes. Un gesto así... se recordaría más que cualquier ejecución.
El líder guardó silencio por un momento. Luego, señaló una vez, con la solemnidad de quien firma una sentencia.
—Que así sea.
Una orden suya bastó para que las puertas del coliseo se abrieran de nuevo, pero esta vez no entraron bestias o guerreros. Si no ellas.
Las mujeres yautja, las sobrevivientes del santuario, avanzaron con paso firme hacia la arena.
Vraka, la guardiana de mascara con cuernos, lideraba el grupo, los cyborgs estaban atados en fila, uno de ellos se retorció, intentando levantarse, pero ella no le dio tiempo, con un movimiento limpio y brutal, le abrió la garganta de oreja a oreja, cada ataque fue dirigido por la rabia descontrolada.
Mientras la sangre verde brotó como un manantial oscuro. Otra mujer se acercó al segundo prisionero, arrancándole los implantes de los ojos con sus propias garras y así siguió a los demás.
Cada una de ellas se dedicó a torturar a sus prisioneros, lenta y metódicamente, asegurándose de que permanecieran conscientes para sentir cada apuñalamiento, cada desmembramiento, cada instante de agonía. Era justicia poética, convertida en espectáculo.
El Rey observaba, impasible pero atento, como un escultor evaluando su obra maestra de horror. Junto a él, Ursa respiraba de manera profunda y controlada, sus ojos vidriosos pero secos, fijos en la carnicería que se desarrollaba abajo.
Sentía su corazón latir con fuerza, un tambor de guerra resonó en sus oídos, mezclándose con los gritos de los cyborgs y los rugidos de la multitud.
Entendía ese sentimiento mejor que nadie.
Esa necesidad visceral de venganza, de hacer que el enemigo pague con cada gota de sangre. Pero ella aún no había consumado la suya, su verdadero propósito, seguía pendiente. Un sentimiento de impotencia y frustración comenzó a crecer en su pecho, enroscándose como una serpiente alrededor de su corazón.
Miró de reojo al causante de todas sus desgracias.
Lo tenía justo a su lado, distraído, ella tenía sus cuchillas y su escudo en la mano. Solo bastaría un movimiento rápido y certero hacia su pecho expuesto…
¿Y después?
Sus ojos recorrieron el palco de hueso. Decenas de guerreros yautja custodiaban cada entrada, cada escalera. Incluso si lo lograba, nunca saldría viva de allí.
Miró la nave real estacionada detrás de ellos, podría escapar, pero no sabía pilotarla. Sería una rata atrapada en una jaula de acero.
Tendría que ser paciente y planificar bien su plan.
Instintivamente presionó su puño con rabia, pero una punzada aguda en el hombro la hizo contraerse levemente. La herida que el cyborg le infligió ardía como si aún tuviera la garra incrustada. Por más que quisiera matarlo, no podía hacerlo en ese momento.
Había llevado su cuerpo dolido al límite, por las noches sin dormir y las heridas de la batalla reciente, en especial esa punzada aguda en el hombro por una mala cicatrización, le recordaba que no estaba en su mejor momento para pelear.
Volvió a verlo por el rabillo del ojo, notando está vez, un cráneo entre sus garras, supuso que era de la misma especie, un yautja, por las múltiples mandíbulas y las cuencas vacías alrededor del cráneo.
Él detectó su mirada pero la valkiria no aparte su vista desafiante y llena de sentimientos revueltos.
El rugido de la multitud seguía a pesar de que la seda de venganza había sido saciada y ya no quedaba ningún traidor con vida, pero entonces, el Rey levantó su mano, provocando un silencio obediente.
— Preparen todo para esta noche, para celebrar —su voz, profunda pero con un temple sereno—. Por un reino fortalecido y por la guerra que ganamos.
La multitud estalló en un grito unánime de alegría salvaje, un sonido que pareció hacer temblar los cimientos del coliseo. Pero para ella, ese júbilo era solo un eco lejano, ahogado por el zumbido de sus propios pensamientos.
Aquel cráneo seguía girando entre las garras del monarca, marcando el ritmo de sus pensamientos. Ursa no podía apartar la vista del objeto.
Él siguió su mirada y sonriendo detrás de su máscara.
— ¿Te gusta? —preguntó, su voz un zumbido bajo—. Es el cráneo de un anciano. El líder de la tribu perdida, Uno de los pocos que se atrevió a desafiarme a pesar de que tenía todo en contra.
Lo lanzó hacia ella, que lo atrapó instintivamente, era más grande que la de un ser humano promedio, estaba bien pulido y fresco, lo que significaba que era reciente.
¿Era un regalo? o un recordatorio de la brutalidad que era capaz y de la fragilidad de su propio cuerpo, presionó el cráneo con fuerza, sintiendo cómo los bordes afilados le mordían la palma de la mano.
Notes:
Perdón por la tardanza, queria que es cap fuera más largo, pero no pude jajaja, lo bueno que abran "cositas" en el próximo cap

Maça (Guest) on Chapter 3 Fri 25 Jul 2025 11:30PM UTC
Comment Actions
papitafrit133 on Chapter 3 Sat 26 Jul 2025 12:15PM UTC
Comment Actions
Maçã (Guest) on Chapter 3 Sun 27 Jul 2025 07:10PM UTC
Comment Actions
Liquid_Yautjamorph on Chapter 3 Wed 30 Jul 2025 04:00PM UTC
Comment Actions
papitafrit133 on Chapter 3 Wed 30 Jul 2025 06:10PM UTC
Comment Actions
Time_traveler_gyoza on Chapter 5 Fri 08 Aug 2025 07:04PM UTC
Comment Actions
PattyRedgrave03 on Chapter 6 Tue 19 Aug 2025 02:12PM UTC
Comment Actions
papitafrit133 on Chapter 6 Mon 25 Aug 2025 01:46AM UTC
Comment Actions
Time_traveler_gyoza on Chapter 6 Tue 19 Aug 2025 04:55PM UTC
Comment Actions
Yasmin (Guest) on Chapter 6 Mon 25 Aug 2025 12:46AM UTC
Comment Actions
Liquid_Yautjamorph on Chapter 6 Thu 28 Aug 2025 02:15AM UTC
Comment Actions
Time_traveler_gyoza on Chapter 7 Sat 06 Sep 2025 11:24PM UTC
Last Edited Sat 06 Sep 2025 11:29PM UTC
Comment Actions
papitafrit133 on Chapter 7 Sun 07 Sep 2025 12:10AM UTC
Comment Actions
QuillWisp93 on Chapter 7 Thu 11 Sep 2025 04:19PM UTC
Comment Actions
papitafrit133 on Chapter 7 Thu 11 Sep 2025 09:31PM UTC
Comment Actions
Maça (Guest) on Chapter 7 Sun 14 Sep 2025 04:24AM UTC
Comment Actions