Chapter Text
Desde que tengo memoria, no tengo memoria.
Mis recuerdos antes de los dos años son sombras rotas, fragmentos sin rostro. Tal vez hubo una madre. Tal vez un padre. Tal vez fui feliz. Pero eso murió en cuanto un grupo de hombres irrumpió en mi hogar en medio de la noche, me envolvió en una manta, y me entregó a los pasillos metálicos de la Habitación Roja.
Ahí empezó mi vida real.
O lo que ellos llamaban vida.
La Habitación Roja no es un lugar, es una jaula construida con control psicológico, drogas, entrenamiento militar y dolor constante. Cuando otros niños aprenden a caminar, yo aprendía a no llorar cuando me dislocaban los dedos. Mientras otros iban al preescolar, yo era forzado a memorizar planos de armas, a recitar órdenes en ruso, chino, alemán, francés, español e italiano. Cuando cumplí cinco, me dijeron que había "graduado": ya era un asesino.
Fui el más joven en completar la Operación Veta Roja: eliminación triple en Berlín sin dejar rastro. A esa edad, mi pulso no temblaba cuando enterraba un cuchillo en una garganta.
"William Clockwell" no existe. Es un nombre que me dieron para infiltrarme, para vivir como una sombra en un mundo que no era mío. Hasta que me dieron la misión más extraña de todas: espiar a un adolescente americano llamado Mark Grayson.
El hijo del mismísimo Omni-Man.
Al principio pensé que sería otra eliminación, otra vigilancia de rutina. Pero el gobierno ruso tenía otros planes. Querían el ADN de Mark. Querían replicar el poder viltrumita, crear un ejército invencible. Y yo, como uno de sus mejores agentes, debía estar cerca. Ganarme su confianza. Convertirme en su amigo. Sacar muestras de ADN regularmente: saliva, sangre, piel, cabello… lo que fuera útil.
Lo que no sabían era que me darían libertad para elegir mis métodos. Me dieron espacio para actuar como un adolescente más, para "adaptarme". Fue un error.
Porque Mark Grayson fue el primer error que cometí.
---
La primera vez que lo vi, pensé que era un tonto. Con esa cara de niño que aún cree que todo va a salir bien, esos gestos torpes, y ese corazón ingenuo que lo impulsa a meterse donde no debe. Me invitó a sentarme con él en clase sin conocerme. Me sonrió como si no le importara que yo no supiera reír.
Fue incómodo. Fue nuevo.
Fue el primer recuerdo que me pertenecía.
Desde entonces, cada mes cumplía mi rutina. Enviaba informes detallados: "Interacción social exitosa. Grayson muestra altos niveles de empatía, ingenuidad peligrosa. Fuerte desarrollo físico. Posibles signos de poderes emergentes. Muestra de ADN obtenida mediante cepillo dental". Lo hacía sin pensar. Cumplía la misión.
Pero cada día que pasaba, las líneas se borraban más.
Me empezó a importar.
No por la misión.
No por el deber.
Por él.
Mark me escuchaba, aunque no supiera la verdad. Me hablaba de sus problemas familiares, de cómo su padre era un héroe difícil de entender, de cómo no sabía si alguna vez podría estar a su altura. Me hablaba de cómics, de películas estúpidas, de sus sueños de ser alguien que hiciera el bien.
Y por primera vez, no quería ser William el espía.
Quería ser William, su amigo. Su confidente.
Su… algo más.
---
—¿Vamos al cine esta noche? —me preguntó esa tarde con su sonrisa fácil—. Están pasando “Aliens vs Perros del Espacio 3”. Suena tan mala que seguro será buena.
Yo estaba sentado en las gradas, fingiendo hacer tarea. Siempre finjo.
—¿Esa no la odiamos?
—¡Por eso! Vamos a burlarnos de ella en voz baja como ancianos cínicos. Vamos, Clockwell. Necesito un amigo que me recuerde que no todo es tan serio.
Mi corazón, esa cosa que creía oxidada, dio un latido extraño.
—Está bien —le dije.
---
En el cine, Mark compró demasiadas palomitas y una soda que sabía a jarabe para la tos. Se rió como si no existiera mañana, y yo me encontré riendo con él. No por la película, que era un desastre, sino porque su risa era contagiosa. Cada vez que el perro espacial hablaba con acento británico, él me golpeaba el hombro con el codo.
No me molestaba.
Quería que no se acabara nunca.
Durante un momento, quise olvidar.
Quise dejar de ser la máquina que observa, que calcula.
Quise tomar su mano.
No lo hice.
---
Cuando salimos del cine, el aire nocturno estaba fresco. Caminamos por un atajo hacia su casa, una calle lateral poco iluminada. Mark hablaba sobre teorías locas de aliens reales que vivían disfrazados de mascotas.
Fue entonces cuando lo escuché.
Un grito.
Una mujer.
Corrí antes de pensar. Mark me siguió.
Un callejón. Un hombre corpulento. Cuchillo en mano. Una mujer encogida protegiendo con su cuerpo a su hijo pequeño.
—¡Hey! —gritó Mark.
Estúpido. Pobre Mark. Pensaba que gritar bastaba. El agresor se giró, levantando el cuchillo. La hoja brilló bajo la luz débil.
Y entonces, mi programación se activó.
Mis pies se movieron sin que lo decidiera. Me deslicé entre Mark y el atacante, atrapando su muñeca antes de que pudiera reaccionar. Giré su brazo, quebrándolo con un chasquido seco. El cuchillo cayó. Lo pateé lejos.
El hombre intentó contraatacar. Error.
Con dos golpes precisos, le fracturé la nariz y lo tiré al suelo. Luego lo inmovilicé con una llave al cuello. No lo maté. Apreté lo justo para dejarlo inconsciente.
Todo eso pasó en seis segundos.
La mujer salió corriendo con su hijo. Mark se quedó mirándome como si nunca me hubiera visto antes.
—¿William… qué demonios fue eso?
Tenía que mentir. Debía mentir.
Pero no podía.
—Solo reaccioné —dije. Mi voz sonó hueca.
—¿Reaccionaste? ¡Parecías un maldito ninja del ejército! ¿Desde cuándo sabes hacer eso?
—Desde siempre.
---
Volvimos a caminar, en silencio. Él estaba procesando. Yo también.
Mi respiración estaba medida. No por el esfuerzo, sino por el miedo de haber mostrado demasiado. De haberle mostrado quién era, al menos un poco.
Mark rompió el silencio:
—¿Me estás ocultando algo?
"Sí", quise decir. "Soy un arma entrenada desde niño. Mi vida entera es una mentira. Estoy aquí para traicionarte. Para destruir tu confianza y entregarte a un país que no se preocupa por tu humanidad".
Pero dije:
—Todos tenemos cosas que preferimos no contar.
Mark asintió. Bajó la mirada.
—Gracias por salvarlos.
Esa frase. Esa maldita frase.
Nadie me lo había dicho antes.
“Gracias por salvarlos”.
No por matar. No por cumplir una orden.
Por salvar.
---
Esa noche, cuando llegué a casa, deslicé la muestra de saliva que Mark había dejado en la botella de soda en el pequeño vial. Activé el canal encriptado y envié el reporte mensual.
Pero esta vez, escribí menos.
Mentí más.
“Mark Grayson continúa sin mostrar signos anormales. Físicamente saludable. Conducta estable. Sin manifestaciones viltrumitas activas. Vínculo social mantenido.”
Guardé la jeringa, pero no envié el resto de las muestras.
Me quedé mirándola.
Lo que contenía era valioso. Vital. Un paso más hacia la creación de monstruos con fuerza viltrumita.
Y sin embargo…
Quería destruirla.
---
Soy William.
No sé si ese es mi verdadero nombre.
Pero sé que cuando estoy con él, no quiero volver a ser nadie más.
Chapter Text
Meses después
Desde que tengo memoria, he sido un arma.
Mi primer recuerdo es una habitación blanca. Olor a hierro a sangre. Frío. Silencio. Después, gritos. Luego, golpes. Me enseñaron a matar antes de que pudiera sumar.
A los diez, me dijeron algo que nunca esperé escuchar en la Habitación Roja:
—Tienes libertad de elección. Siempre que cumplas tu objetivo.
Irónico, ¿no? Libertad... condicional.
Y fue entonces que empecé a construir a *William Clockwell*, ese tipo simpático, torpe, gracioso, adorable. El mejor amigo del chico más poderoso del planeta.
Mark.
Cuando lo vi sonreír cuando le hice una broma estúpida, algo en mí... cambió. No sabía qué era. Solo sabía que dolía y al mismo tiempo calentaba el pecho.
Yo no sabía cómo se sentía la humanidad. Mark fue mi primer contacto real con ella.
Y es por eso que esta noche, mientras salto por los techos de Washington con mi traje negro con detalles rojos ajustado al cuerpo y la máscara reforzada cubriendo mi rostro, no puedo evitar pensar en él.
Estoy por traicionar su confianza.
Pero también lo estoy protegiendo.
Cecil ha estado desarrollando un suero. Un suero que puede alterar la estructura genética viltrumita. No tengo claro qué pretende con eso, pero si hay una remota posibilidad de que lo use contra Mark, necesito saberlo.
Por eso me dieron la orden desde Moscú: infiltrarme en la GDA y obtener los archivos. El resto... corre por mi cuenta.
---
Entro por un ducto de ventilación secundario a las 02:37 de la madrugada. Las cámaras están hackeadas, los sensores térmicos inutilizados con una microdescarga EMP temporal.
La GDA tiene seguridad de élite. Pero yo soy lo que sus agentes desean ser. Un fantasma.
Caigo sin hacer ruido en un pasillo oscuro. El suelo brilla bajo mis botas. Consulto el plano mental que memoricé esta mañana: cuarto nivel subterráneo, sala 3B.
Voy en silencio. Cada paso medido. Cada respiración controlada. No llevo armas: están prohibidas. Pero mis puños, mis codos, mis piernas... lo son todo.
Al llegar a la puerta del servidor, ya estoy sudando ligeramente. No por esfuerzo. Por presión.
Inserto una llave cifrada en el panel lateral. Los sistemas chirrían, protestan. Durante cuatro segundos eternos, no sé si funcionará.
Y entonces… *clic*.
Adentro.
Me muevo rápido. Enchufo el USB modificado en la consola. Los datos comienzan a transferirse. 23%. 46%. 71%...
—¿Quién está ahí?
La voz es femenina. No reconozco a la agente. No importa.
Corro hacia ella antes de que presione el comunicador. Un giro. Una llave. La dejo inconsciente sin matarla. Solo dormirá quince minutos.
Termina la descarga.
Salgo por el mismo ducto, dejando atrás un sistema de seguridad entero que ahora está patas arriba. Las alarmas no se activaron. Nadie sabe que estuve aquí.
Excepto Cecil, claro.
Él sabrá. Pronto.
---
Llego a casa antes del amanecer. Me quito el traje, lo guardo en una maleta con código de acceso biométrico, y me meto a la ducha. El agua está caliente.
A las 8:00 a. m., ya estoy frente al casillero de la universidad. Sonrío. El mismo gesto de siempre.
William el tonto. William el mejor amigo. William el bufón.
Mark se acerca corriendo. Siempre llega con prisa, con la mochila mal cerrada y el cabello alborotado como si acabara de pelear con un huracán.
—¡Will! —me saluda con una sonrisa que me destruye por dentro.
—¿Otra vez tarde, Invencible? —le guiño—. ¿Qué pasó? ¿Un gatito atrapado en un árbol? ¿Una señora con problemas para abrir un frasco?
—Un terremoto menor en Japón —responde mientras se rasca la nuca—. No fue gran cosa.
—Claro. Para ti, mover montañas es como rascarse una pierna.
Se ríe. Me mira. Y por una fracción de segundo, noto algo extraño en su expresión.
Una duda. Una pausa.
—¿Estás bien? —le pregunto sin pensar.
—¿Eh? Sí. Sí, solo… no dormí bien —dice, desviando la mirada.
Eso también es raro.
Mark nunca me evita la mirada.
---
Durante el almuerzo, las cosas no mejoran. Estamos en nuestra mesa habitual. Él frente a mí. Yo haciendo chistes como siempre. Pero cada tanto, lo noto.
Me mira.
Rápidamente. Como si no quisiera que lo note. Y cuando nuestras miradas se cruzan, se sonroja y finge que está distraído.
Mark nunca se sonroja.
Hasta que, finalmente, lo enfrento.
—Oye, ¿seguro que estás bien?
—Ya te dije que sí.
—Mark.
Se muerde el labio. Suspira. Deja el tenedor a un lado.
—Es solo… últimamente me siento raro contigo.
Mi corazón da un vuelco.
—¿Raro cómo? —pregunto, fingiendo ignorancia.
—No lo sé —responde, frustrado—. Es estúpido. Eres mi mejor amigo. Desde que tengo memoria. Pero ahora, cuando te veo… no sé. Mi corazón se acelera. A veces no puedo mirarte porque siento que… estoy enfermo o algo.
Finge una risa, pero no le sale bien. Está avergonzado. Confundido.
Y yo… quiero abrazarlo. Quiero decirle que no está enfermo.
Pero no puedo.
No debo.
Porque yo también lo estoy.
Y eso me hace débil.
Una debilidad que podría costarme la misión. Costarme la vida.
Costarle a él.
—Mark… —digo en voz baja—. No estás enfermo.
Levanta la cabeza, sorprendido.
—¿Entonces qué me pasa?
Sonrío. Un poco. Amargo.
—Tal vez… estás empezando a ver las cosas de otra manera.
No digo más.
Y él no pregunta.
Pero desde ese día, algo cambia.
---
Esa noche, recibo un mensaje encriptado desde Moscú.
> **MISIÓN EXITOSA. DATOS ADQUIRIDOS. INSTRUCCIONES PENDIENTES.**
>
> **PRIORIDAD SECUNDARIA: CONTINUAR OBSERVACIÓN DE SUJETO MARCADO (CODIGO: 45633#46_66).**
>
> **NO INICIAR VÍNCULOS AFECTIVOS.**
Muy tarde para eso.
Apago la pantalla. Me dejo caer en la cama, mirando el techo.
Y por primera vez en mucho tiempo, siento miedo.
No por morir.
Sino por perderlo.
---
Dos días después, Cecil nos cita en su despacho. A Mark, a Eve… y a mí.
—¿Y yo por qué? —bromeo mientras nos sientan—. Solo soy el amigo gracioso. El sidekick sin poderes.
Cecil no ríe.
—Alguien irrumpió en nuestras instalaciones hace tres noches —dice, mirando directamente a Mark—. Robaron archivos ultra secretos. Incluyendo algo sobre un suero que estábamos… evaluando. Protocolo de emergencia por si algún día tú, Mark, te volvieras hostil.
Mark se queda helado.
—¿Crees que fui yo?
—No. Pero quiero que estén atentos. Esto fue obra de un profesional.
Yo mantengo mi cara de póker. Miro a Mark. Me aseguro de que él no sospeche.
Y él… no lo hace.
Nunca me ha gustado la mirada de Cecil Stedman. Tiene esos ojos de cadáver que ya ha visto demasiadas cosas. Cosas que otros ni imaginarían.
Cuando íbamos saliendo de su oficina, luego de la charla con Mark y Eve sobre los archivos robados, Cecil dijo mi nombre.
—William.
Me detuve. Mark y Eve siguieron caminando unos pasos antes de notar que no los seguía.
—Dame un minuto —les dije con una sonrisa rápida.
Cecil cerró la puerta. La habitación quedó en silencio. Sus dedos entrelazados, su espalda recta como un militar. Como un cuervo juzgando desde su percha.
—Eres un chico curioso, William —dijo. No era un cumplido.
—¿Yo? Si me pagaran por ser ordinario, sería millonario.
—Curioso que no tengamos ningún archivo tuyo anterior a los siete años.
Mi pulso no se aceleró. Entrené para esto.
—Mi casa sufrió un incendio cuando era niño. Muchos registros se perdieron.
Cecil no respondió enseguida. Tomó una carpeta de su escritorio. Me la mostró. Dentro, fotos: yo, Mark, el colegio… todo normal. Excepto por algo.
—En cada imagen, estás solo. No hay padres. Ni hermanos. Ni visitas. Y aún así tienes una casa propia, pagos al día, asistencia perfecta y calificaciones decentes. Todo demasiado limpio.
No dije nada.
—Y eres el mejor amigo del hijo de Omni-Man —añadió.
Silencio.
Entonces sonrió. No de alegría. De amenaza disfrazada.
—No te estoy acusando de nada, William. Solo digo que… es muy probable que si alguien tuviera acceso a los archivos robados, esa persona también sabría lo que es Mark.
Lo miré. Directamente.
—Mark está a salvo. Nadie va a tocarlo.
—Eso espero —dijo él—. Por tu bien.
En el camino hacia el boliche, me reí de las bromas de Mark. Fingí que no me había dejado helado la amenaza implícita de Cecil. Pero algo dentro de mí estaba más alerta. Más tenso.
Cecil sabe.
O al menos sospecha.
Y si sabe, mi fachada peligra. Y si mi fachada peligra, él podría usarlo contra mí… o peor, contra Mark.
Mark, que se muere de ganas de saber qué me pasa pero no se atreve a preguntar de nuevo.
Mark, que me mira cuando cree que no lo veo.
Mark, que me sonríe como si no existiera nada más importante.
Al llegar a la bolera, me aseguré de mantener el papel: el chico divertido, competitivo, chillón.
—Prepárense para ser humillados por un maestro del bowling —declaré levantando los brazos.
—¿Qué tan bueno puedes ser? —preguntó Eve, riendo.
—Lo suficiente como para hacer que se arrepientan de haber nacido.
Y así fue.
Les gané en la primera ronda. Luego en la segunda. Después les di ventaja. Me hice el tonto. Igual gané.
Mark se tiró al suelo bromeando:
—¡¿Cómo demonios haces eso?! ¡Nadie es tan bueno en los bolos!
—Es mi única habilidad inútil. Soy un asesino… de pinos.
Eve rió. Se acercó mientras Mark iba a pedir otra ronda de sodas.
—¿Sabes algo gracioso, Will?
—¿Más gracioso que tu cara cuando hice el tercer strike?
—Ja-ja. No. Digo… ¿sabías que soy Atom Eve?
Fingí sorpresa. Muy bien, por cierto.
—¿Qué? ¿La misma Atom Eve que puede manipular materia a nivel atómico y vuela en traje rosa? ¿La Eve que estudia conmigo matemáticas aburridas?
—Esa misma.
Silbé como si estuviera impresionado.
—Eso explica lo de llegar siempre tarde a clase con excusas ridículas. Me preguntaba cómo rayos un ser humano puede tener tanto “tráfico” a las siete de la mañana.
—¡Era eso o decir “salvé a un pueblo de ser arrasado por un tsunami”! —dijo entre risas.
—No me sorprende, la verdad. Si eres amiga de Mark, algo debías tener.
La sonrisa se desdibujó un poco. Me miró con más seriedad.
—Tú también eres especial, ¿no?
La pregunta me tensó. Pero fingí ignorancia.
—Por supuesto. Soy especial en derrotarlos en bolos.
—No, hablo en serio.
No respondí. Pero le devolví la mirada.
Ella lo entendió. No dijo más.
Salimos del boliche riendo como si el mundo fuera simple.
La noche estaba fresca. Mark iba entre nosotros dos, balanceando los brazos como un niño feliz. Por un momento, deseé que el tiempo se detuviera allí. Justo ahí.
Y entonces, todo ocurrió en un segundo.
Un ruido de motor. Una luz. Un grito.
¡WILLIAM!
El coche venía directo hacia mí. El conductor iba distraído. No me dio tiempo a reaccionar. O más bien, no quise reaccionar.
Quería saber cuánto había olvidado sentir el dolor humano.
El impacto fue brutal. Mi cuerpo rodó por el asfalto. Mark y Eve corrieron hacia mí, horrorizados.
—¡WILL! —Mark me levantó entre sus brazos—. ¡Dios, Will! ¿Estás bien?
Abrí los ojos.
—¿Ese era… un Toyota?
—¿QUÉ?
—Solo digo, para denunciarlo correctamente —sonreí. Me dolía el costado, pero nada grave. Mis huesos estaban reforzados desde los ocho años. Mis órganos, resistentes a presión, frío y ruptura. La Habitación Roja no escatima en modificaciones.
El conductor bajó, pálido.
—¡Lo siento! ¡No lo vi! ¡Dios mío, te atropellé! ¿Estás bien? ¿Quieres ir a un hospital?
—Nah, tranquilo —dije, incorporándome—. Solo un pequeño golpecito.
Mark no lo toleró.
—¡¿Golpecito?! ¡Te lanzó por el aire! ¡Vamos al hospital ya!
—No es necesario.
—¡William! —intervino Eve—. Puede que tengas hemorragia interna y no lo sientas aún. ¡No puedes bromear con eso!
Maldita sea.
No podía negarme sin levantar sospechas. Así que, a regañadientes, acepté.
—Está bien. Pero si me muero, me deben una pizza.
La sala de urgencias del hospital era gris y fría. Me hacían una serie de preguntas mientras Mark esperaba afuera. Me tomaron presión, temperatura, reflejos.
Y entonces el médico dijo algo que heló mi sangre:
—Vamos a hacer una tomografía para descartar fracturas internas.
No.
No podían ver mi estructura ósea.
Las placas mostrarían metal. Refuerzos. Falsas inserciones. Implantes. Modificaciones imposibles para un civil.
—Doctor —dije con una sonrisa—, la verdad es que no tengo seguro. Y no quiero endeudarme por un pequeño susto.
—No se preocupe. Esto lo cubre el programa estatal.
—Aun así, prefiero irme. Me siento bien.
—No lo recomiendo.
—Insisto.
Lo miré. Con esa mirada que aprendí a usar cuando no quería que alguien siguiera insistiendo. Esa mirada que dice “no sabes con quién estás tratando”.
El doctor tragó saliva.
—Como quiera. Pero firme aquí, por favor.
Salí al pasillo donde Mark me esperaba, claramente estresado.
—¿Qué te dijeron?
—Nada roto. Solo un poco de suerte.
Mark me miró de nuevo como esa vez en el almuerzo.
Como si no pudiera entender por qué yo, un chico común, estaba tan bien después de que un auto me embistiera a 60 km/h.
—Will…
—Estoy bien, Mark. De verdad.
No dijo nada.
Pero me abrazó.
Y yo…
Yo lo abracé de vuelta. Cerrando los ojos.
Queriendo quedarme ahí.
Sin deberle nada a nadie.
Sin mentir.
Sin miedo. Te quiero.
Chapter 3
Notes:
Me ayudarían con un comentario para saber si seguir con la historia gracias 🫂
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Nos alejábamos del hospital, y aunque ella intentaba no hacerlo evidente, sus miradas laterales hablaban por sí solas.
Me escaneaba. Como si buscara una costura rota, una pista de que yo no era tan “normal” como todos creían.
—Gracias por llevarnos —le dije, solo para romper el hielo.
—No es nada. Mark estaba demasiado alterado como para manejar. Y tú… bueno, estás recién atropellado, así que creo que era mi turno de jugar a la adulta responsable.
—Me ofendes. Puedo manejar con una pierna rota si hace falta.
—¿Sí? Porque eso sería aún más sospechoso.
Tiro directo.
La miré. Ella no se rió. Solo siguió mirando el camino.
Suspiré.
—¿Vas a decirlo o vas a seguir mirándome como si fuera un puzzle de mil piezas?
—¿Cómo carajos saliste caminando después de que un auto te lanzó como a cinco metros?
Le sonreí.
—Tal vez soy de goma.
—William.
No lo dijo como amiga. Lo dijo como alguien que sabe que estás mintiendo y te está dando la oportunidad de rendirte.
—¿Qué crees que soy, Eve?
—No sé. Y eso me asusta. Porque a veces pienso que eres solo un chico sarcástico con suerte. Y otras… otras veces siento que hay algo detrás. Algo que no estamos viendo.
Silencio.
—¿Y eso te molesta?
—Me preocupa. Porque Mark confía en ti con los ojos cerrados. Haría lo que sea por ti.
Sentí una punzada en el estómago.
No culpa. Ni siquiera miedo.
Dolor.
Porque ella tenía razón.
Y yo era un mentiroso.
—No te preocupes por Mark —dije con voz neutra—. Nunca dejaría que le pasara algo.
—Ese es el problema, William. No confío en la gente que dice cosas como esa con tanta facilidad.
---
Cuando llegamos a mi casa, ya era de madrugada. El barrio estaba dormido. El cielo, cubierto de nubes.
Mi casa estaba como siempre: perfecta. El césped recortado, las ventanas limpias, las luces externas reguladas por sensores.
Demasiado perfecta.
Eva se quedó en la puerta del auto, observando.
—¿Vives solo aquí? —preguntó.
—Desde los diecisiete —respondí mientras digitaba el código de entrada—. Mis tíos viven fuera del país. Me dejaron la propiedad.
—¿Y nunca tienes miedo?
—¿De qué?
—De estar solo.
La puerta se abrió con un suave *clic*. No respondí. Entramos.
—¿Te importa si tomo un vaso de agua?
—Claro. Cocina a la derecha.
Mientras ella caminaba, activé un comando silencioso en mi celular: desactivar cámaras internas. No podía permitir que nadie descubriera la red de vigilancia que tenía incrustada hasta en los enchufes.
Mi casa no era una casa.
Era una fortaleza.
—Todo muy ordenado —comentó mientras bebía—. Demasiado ordenado para alguien que “vive solo”.
Sonreí desde el sofá.
—Te sorprendería lo meticuloso que puede ser un chico aburrido.
—¿Y ese cuarto? —señaló al fondo.
—Oficina. Juegos. Tareas. Pornografía ocasional.
—¿Y el código de 16 dígitos para entrar?
La miré.
—Estás husmeando demasiado.
—Y tú ocultas demasiado.
—Eve…
Ella dejó el vaso. Me encaró.
—Solo dime una cosa: ¿estás aquí para proteger a Mark… o para hacerle daño?
El mundo se detuvo.
Pero la miré.
Y, por una vez, respondí con la verdad.
—Estoy aquí por él. Solo por él. Y si alguien lo lastima… me los voy a llevar por delante. Aunque sea el gobierno. Aunque seas tú. Aunque sea yo mismo.
Ella no parpadeó.
—Entonces dime la verdad. ¿Quién eres?
—Soy William.
—Eso no es una respuesta.
—Es la única que puedo darte… por ahora.
Silencio. Largo. Duro.
Luego asintió.
—No le hagas daño. Ni a él ni a ti mismo.
Y se fue.
---
Cuando la puerta se cerró, solté el aire que no sabía que estaba conteniendo.
Me dirigí a la habitación más protegida de la casa. Paneles de seguridad. Doble código. Reconocimiento ocular.
Adentro: pantallas. Una para cada ángulo de la casa de Mark.
Cámaras escondidas en cables de luz, en arbustos, incluso en una ave plástica decorativa que su madre plantó en el jardín.
Sé cada hora que se despierta.
Cada vez que baja por agua.
Sé cuántas veces dice mi nombre cuando está solo.
Hoy… fue la tercera vez.
Me senté frente a las pantallas. Lo vi entrar en su cuarto. Lanzar la mochila. Sentarse en la cama con la cabeza entre las manos.
Sus labios se movieron.
Sin sonido. Pero lo leí.
“William…”
Mi nombre. Como un suspiro. Como una plegaria.
Y me odié.
Por verlo así.
Por no poder estar a su lado… sin mentir.
---
A las 03:22 a. m., un aviso encriptado llegó a mi red privada.
> **NUEVA MISIÓN: DETECTAR ACTIVIDAD ANÓMALA EN LA GDA.**
>
> **SUERO SOLAR-3 FUE CLONADO EN PROYECTO PARALELO. ORDEN DE INTERVENCIÓN INMINENTE.**
> **MARCA: PRIORIDAD 1.**
Mark. Siempre Mark.
Mi pulso volvió a acelerarse.
Esto ya no era una simple misión de vigilancia.
Ahora alguien más… también lo tenía en la mira.
Y yo estaba en el medio.
Entre lo que fui creado para ser…
Desde que tengo memoria, no tengo un nombre. Fui William por elección. Pero para ellos, para la Habitación Roja, siempre fui "Número 25".
—¿Crees que esto es un maldito juego, 25?
Las palabras de la supervisora resonaron por todo el cuarto oscuro, cargadas de decepción y furia contenida. El piso metálico vibraba con cada paso que ella daba en círculos alrededor de mí. Su voz, rota por el cigarrillo eterno en sus labios, raspaba como papel de lija. No me moví. Ya no me movía en ese lugar. Era mejor parecer piedra. Piedra no sangra. Piedra no siente.
—Me pidieron que robara información de la GDA, y eso hice —respondí con calma, sin mirarla—. Nadie mencionó que existía un suero ya sintetizado.
—¡Eso es lo que se espera de ti! —gritó otra voz, esta masculina, un general retirado con más cicatrices que rostro—. Que sepas más de lo que te dicen. ¿No eras nuestro mejor activo? ¿Nuestro asesino perfecto?
Mi mandíbula se tensó. Lo era. Lo sabía. Pero no lo dije.
La supervisora se acercó y tomó mi barbilla con fuerza, obligándome a alzar la mirada. Sus ojos eran de un azul helado, como cuchillas congeladas.
—Cometiste tres errores, 25. Uno: robaste información incompleta. Dos: dejaste viva a la mujer del laboratorio. Tres: permitiste que te detectaran. No puedes permitirte un solo error. ¿Te acuerdas por qué?
No respondí. El silencio era mi armadura.
—Porque tú no eres libre. Esa libertad que presumes es solo un préstamo. Si vuelves a fallar, volverás a ser nuestro experimento. Te inyectaremos el control neurológico como a los más jóvenes. ¿Quieres volver a ser una marioneta?
Tragué saliva. No por miedo. Sino por rabia. Porque en el fondo, lo que me envenenaba era que aún podían hacerlo. Que seguía siendo suyo.
—Lo entiendo —dije, finalmente—. No volverá a suceder.
Ella sonrió. Fría. Vacía.
—Eso espero, 25. Porque no eres William. Nunca lo fuiste. Eres nuestra arma.
---
Volví a mi habitación en la sede principal de la Habitación Roja. Paredes grises, cama sin sábanas, espejo sin reflejo. Afuera, podía oír los gritos de los entrenadores: niñas de doce años desarmando a soldados adultos; niños disparando sin pestañear. Era una sinfonía infernal. Mi cuna.
Y sin embargo, algo en mí ya no encajaba. Desde que conocí a Mark. Desde que aprendí a reír. A mentir con una sonrisa. A amar en silencio.
Ese pensamiento me dolía más que cualquier herida.
---
Tres días después, era el día de la graduación. Todos estaban emocionados, nerviosos, bien vestidos. Mark llegué tarde, corriendo, cubierto de tierra y con un par de rasguños visibles.
—¡¿Dónde estabas?! —preguntó Eve, acomodándose su vestido rojo.
—Ya sabes, cosas de último minuto. —Sonrie y le guiñé un ojo—. Detuve a un tipo que creía que podía controlar la corteza terrestre. Literalmente levantó una montaña en medio de la ciudad.
Eva rió.
—Nunca estás donde deberías, ¿eh?
Lo miré. Sus ojos brillaban. Pero los bajó rápidamente. Estaba actuando raro últimamente. Me evitaba la mirada. Y cuando me la sostenía, se ponía rojo. Tal vez… no. No podía ser.
Nos sentamos. El director subió al escenario. Palabras vacías, diplomas, aplausos. Todo normal. Hasta que no lo fue.
Un estruendo. Gritos. Explosiones. Cuatro sujetos con máscaras negras entraron al auditorio con rifles de asalto. La multitud se dispersó en pánico.
—¡Nadie se mueva! —gritó uno de ellos—. Esto es un mensaje para el mundo: los héroes no pueden proteger a sus hijos. ¡Ni siquiera a sus aprendices!
Iban a disparar. Me moví antes que cualquiera.
Me deslicé por el suelo, pateé el arma del primero, lancé una silla al tercero y me enfrenté al cuarto cuerpo a cuerpo. Rápido. Letal. Como me enseñaron.
Uno de ellos, me miró. Sus ojos se abrieron como platos tras la máscara rota.
—Tú… tú eres… No… No puede ser… ¡No sabíamos que estabas aquí!
—¿Disculpa?
—Nosotros… no vinimos a morir… ¡Nos vamos!
Y huyeron. Dejaron todo. Ni siquiera intentaron matar a nadie más. Solo desaparecieron.
Todos se quedaron en silencio. Mark me miró como si no me conociera.
—¿Qué… fue eso? —murmuró.
Me encogí de hombros.
—Supongo que mi cara da miedo.
Sonreí. Pero por dentro, no podía dejar de pensar en lo que ese terrorista dijo. Sabían quién era. Sabían lo que podía hacer. Y eso significaba que no estaba tan escondido como creía.
---
La fiesta de graduación fue incómoda. Todos me miraban con admiración… o sospecha. Las chicas se me acercaban con sonrisas nerviosas. Los chicos me preguntaban cómo había hecho eso.
Pero Mark… se mantenía a cierta distancia. A veces nuestras miradas se cruzaban y él las esquivaba con rapidez. Como si tocarme con los ojos lo quemara.
En un momento, me acerqué. Estaba solo, junto a las bebidas.
—¿Estás bien?
Asintió.
—Sí… solo… fue un día intenso, ¿no?
—Lo fue. —Tomé una soda. La abrí—. Oye… últimamente estás extraño conmigo. ¿Pasa algo?
Su rostro se sonrojó. Apartó la mirada.
—No. Solo… es mucho.
Silencio.
—¿Soy un problema para ti?
Me miró de golpe.
—¡No! No, no… solo que… —bajó la voz—. No sé lo que me pasa cuando estás cerca, ¿ok? Me confunde. Me molesta. Me hace pensar cosas raras. Y no sé si estoy enfermo, loco o solo… jodido.
Sentí que mi estómago se contraía. Porque en ese momento, lo supe. Lo que él no quería admitir, lo que yo había sospechado. Estaba enamorado de mí. Como yo de él.
Pero no podía decirlo. No ahora. No aquí. No mientras seguía siendo "Número 25".
—No estás loco —le dije, suavemente—. Solo estás creciendo. A veces los sentimientos no se comportan como deberían.
Mark no respondió. Solo se quedó mirándome… y luego sonrió, apenas. Pequeño. Real. Doloroso.
—A veces desearía que fueras solo un chico normal.
Yo también, pensé. Pero no lo soy.
---
Esa noche, cuando todos se fueron, y el alcohol se había secado en los vasos, me quedé solo en el patio. Mirando el cielo. Fingiendo que las estrellas no eran cámaras. Que mi mundo no era una prisión.
Mi teléfono vibró.
**Mensaje recibido. Instrucción: vigilar cercanía con Grayson. Actividad anómala emocional detectada. Recordatorio: eres propiedad de la Habitación Roja. Fin del mensaje.**
Lo borré. Cerré los ojos. Respiré hondo.
No soy suyo. No soy un número. No soy un arma.
Soy William. Al menos cuando estoy con él.
Y algún día, romperé estas cadenas. Aunque me cueste la vida.
Notes:
Me ayudarían con un comentario para saber si seguir con la historia gracias 🫂
Chapter Text
Desde que empezó la universidad, mis días parecen más largos, más vacíos. Las aulas son demasiado claras, demasiado tranquilas para alguien como yo. Me siento fuera de lugar entre los chicos que se quejan de tareas, fiestas y exámenes. Si tan solo supieran lo que hay al otro lado del mundo... si tan solo supieran cuántas veces he matado para seguir respirando.
La fachada de chico simpático, algo sarcástico y despistado, sigue funcionando. Mark todavía se ríe de mis chistes, todavía cree que soy solo su mejor amigo. Ojalá pudiera seguir creyéndolo yo también. Pero la verdad es otra. En mi teléfono seguro, con línea directa a la Habitación Roja, recibí la nueva orden esa madrugada:
> “Tokio. Sede científica Alfa. Proyecto K-9-A con falla sistémica. Asistir a la Dra. Kira. Evaluar viabilidad. Y recuerda quién eres, Número 25.”
Ni siquiera firmaron con nombres esta vez.
Empaqué solo lo necesario. Mi equipo especial: el traje rojo y negro, las armas camufladas, dos jeringas con estimulantes por si todo se salía de control. Le dejé un mensaje a Mark fingiendo estar enfermo. "Fiebre, amigo. Nada grave. Me pondré al día cuando vuelva. Prometido."
Mentira. Como casi todo lo que sale de mi boca.
---
Tokio.
El laboratorio de la sede Alfa no parecía un centro clandestino a primera vista. Estaba enterrado debajo de un hospital privado. Desde que entré, todo olía a desinfectante, metal quemado y algo más... algo muerto.
—William. Llegas tarde —dijo Kira sin siquiera mirarme.
Alta, delgada, con gafas negras que le cubrían casi todo el rostro. Su bata tenía manchas de sangre seca. Esa era la primera advertencia.
—Mi vuelo se retrasó —respondí. Mentira. Solo necesitaba unos minutos más para convencerme de que no iba a vomitar antes de entrar.
—Los sujetos de prueba están... inestables —continuó mientras caminábamos por un pasillo de vidrio. Debajo, una sala de pruebas: cinco cuerpos conectados a tubos. Cuatro de ellos estaban inmóviles. Uno se sacudía como si estuviera electrocutado.
—¿Cuántos han muerto?
—Ocho. El suero no está funcionando como debería. Su cuerpo lo rechaza.
—¿Y qué querías que hiciera? ¿Rezarles? —pregunté, con más dureza de la que planeaba usar.
Kira se detuvo en seco. Me miró con una frialdad que helaría hasta al más fuerte.
—Tú robaste los datos de Grayson. Tú nos diste la estructura genética. ¿Qué esperabas que hiciéramos con ella? ¿Curar el cáncer?
No respondí. Porque no tenía cómo defenderme.
Uno de los científicos corrió hacia nosotros. Gritaba en japonés. Kira tradujo sin siquiera fruncir el ceño:
—El sujeto 9 está entrando en estado de colapso. Ritmo cardíaco 300 ppm. Sistema nervioso colapsando.
Miré hacia abajo. El joven se arqueó tan fuerte que escuchamos cómo se le quebraban las vértebras. Luego dejó de moverse. Silencio absoluto.
Otro fracaso.
—¿Y quieres seguir intentándolo? —pregunté en voz baja.
—Por supuesto. Cada error nos acerca al éxito. —Kira sonrió apenas—. Aunque no sé si el próximo serás tú, William. Sería interesante probar con un sujeto entrenado desde la infancia.
Me giré, harto.
—¿Algo más?
—Sí. Moscú.
Me congelé.
—¿Qué?
—Código negro. Prioridad uno. Vas con dos compañeros. Hay que eliminar a un ministro que bloquea la Ley Alfa. Tienen autorización total. Vuelo en 3 horas.
---
**Moscú. Tres días después.**
El frío muerde más fuerte cuando sabes que estás por matar a alguien.
Nos encontramos en una bodega abandonada al sur de la ciudad. Allí estaban mis dos compañeros para esta misión:
**Nikolai**: enorme, piel pálida, ojos vacíos. Un producto clásico de la Habitación Roja. Apenas hablaba, pero era una bestia en combate cuerpo a cuerpo.
**Lena**: pequeña, veloz, tan letal como un bisturí. Confiaba en ella... lo justo. Era una de las pocas que sabía que yo tenía permiso especial de libertad. Y me odiaba por ello.
—Número 25. —Lena me saludó sin emoción.
—Número 12. —Respondí del mismo modo.
Nikolai solo gruñó. Su forma de decir hola.
—El objetivo es el Ministro Pavlichenko. Está en contra de legalizar el uso de tecnología genética en defensa nacional. Quiere hablar con la ONU. Si habla… perdemos todo.
—¿Dónde está ahora? —pregunté.
—Hotel Kronsky. Piso 17. Reunión con diplomáticos a medianoche.
—¿Plan?
—Entramos por la azotea. Tres minutos. Sin testigos. Todo limpio. Lo de siempre.
—Perfecto —respondí. Aunque no lo sentía así.
Casi no hablamos durante el trayecto. El helicóptero sin señales sobrevoló la ciudad nevada como un espectro.
---
**00:03 AM. Piso 17.**
Tres guardias. Uno en la puerta, dos patrullando. Movimiento clásico. Táctica básica: Nikolai los distrae, Lena elimina. Yo entro.
Lo hicimos en menos de 20 segundos. Silencioso. Limpio. Como un susurro mortal.
Pavlichenko estaba dentro, leyendo documentos con su copa de vodka a medio vaciar.
—¡¿Quién...?! —se puso de pie, pero ya tenía mi arma apuntándole al corazón.
—Ministro Pavlichenko. —Mi voz sonó mecánica. Como debía ser—. Por traición al proyecto Alfa, se dicta su sentencia.
—¿Tienen idea de lo que hacen? ¡Esto cambiará la humanidad! ¡La ONU sabrá!
—No lo sabrán. —Lena le disparó a la pierna. Solo para hacerlo gritar.
—¡Esto no es justicia! ¡Esto es barbarie!
Me acerqué y le agarre la garganta para romper, pero algo me detuvo sus ojos. Podía ver el miedo en sus ojos. La desesperación. La humanidad. Lo solté.
Y recordé a los sujetos de prueba. Recordé sus cuerpos rotos. Recordé a Kira y su sonrisa mientras todo colapsaba.
—William —dijo Lena—. ¿Lo haces tú?
La pistola pesaba más que nunca.
—Sí.
Apunté. Al pecho. Una bala. Silenciosa. Eficiente.
Cayó hacia atrás, como un muñeco sin hilos.
Misión cumplida.
---
De regreso al escondite, ninguno habló. En el helicóptero, Lena me observaba de reojo.
—Te tardaste.
—Quería ver sus ojos. —Respondí.
—¿Remordimiento?
—Curiosidad.
Silencio.
---
De vuelta en mi habitación universitaria, todo me pareció irreal. El póster torcido de *Star Wars*, la ropa sucia, los apuntes de clases que no recordaba haber escrito. Me quité el traje, lo guardé en el fondo falso del armario, y me miré al espejo.
¿Quién demonios soy ahora?
Número 25.
William.
Estudiante.
Asesino.
Amigo de Mark.
Mentiroso.
Mi teléfono vibró. Mensaje de Mark:
> “Brooo, ¿ya estás mejor? Tuvimos clase de filosofía y una vieja se durmió mientras hablaba del alma. Te perdiste de oro 😂”
Sonreí.
Una sonrisa que no tocó mis ojos.
> “Sí. Mejorando. Mañana te alcanzo. Tengo cosas que contarte.”
Mentira.
Como siempre.
La mañana huele a café y a sangre seca, aunque nadie más lo note.
Yo sí.
Me despierto con el sonido de los pájaros y las ruedas de una bicicleta vieja chirriando frente a mi ventana. El sol entra con una calidez irónica a través de las cortinas. No parece justo que la luz me toque así después de lo que hice anoche. Pero así es el mundo: impasible.
—Vamos William —me digo al espejo—. Hoy eres un universitario cualquiera. Un tipo simpático. El mejor amigo del superhéroe más popular del mundo. Y nadie tiene que saber que anoche estrangulaste a un ministro en un hotel de Moscú y lo mataste.
Me pongo la chaqueta, esa azul con cuello de lana falsa que a Mark le gusta. Sonrío como si no pesara nada sobre mí. Camino como si no supiera que tengo el número de celular de cuatro senadores y un botón que desactiva las cámaras del campus si lo mantengo presionado tres segundos.
En la universidad todos me saludan como si fuera una especie de celebridad informal. “¡William!” “¿Vienes a clase hoy?” “¡Tú sí que sabes caer bien!”
Si supieran. Si supieran que les he leído los expedientes, que sé que la chica de primer año con pecas en realidad está medicada por paranoia, o que el chico que estudia cine tiene un padre acusado por tráfico de armas.
Yo no los juzgo. Solo necesito saber.
A lo lejos, Mark habla con Amber.
No suelen hablar mucho últimamente, lo cual hace que su conversación me intrigue. Me acerco con mi sonrisa intacta, como si llevara semanas sin matar a nadie.
Amber me saluda con entusiasmo.
—¡Tú eres William, verdad? El héroe de la graduación.
—No diría héroe —respondo con falsa modestia—. Solo fue una coincidencia con puños.
Ella ríe. Se presenta como estudiante de filosofía. Es cálida, segura. Y no deja de mirarme como si le cayera muy bien… demasiado bien.
—Si eres amigo de Mark —dice—, entonces automáticamente eres amigo mío.
—Qué suerte la mía —respondo.
Claro que sé quién es Amber. Sé su talla de zapatos, que fue activista en el colegio, que su madre trabaja en salud pública y que sufre de insomnio ligero. Sé todo de ella, como de cada persona en este campus. La Habitación Roja me entrenó para memorizar 3000 perfiles en menos de tres días. Este entorno es un teatro. Y yo soy el actor principal.
Mark se tensa ligeramente, aunque finge sonreír.
Amber propone ir al cine en grupo. Mark acepta sin entusiasmo. Yo asiento, y luego sugiero que también invitemos a Eva. “Que venga la superheroína más explosiva del campus”, digo. Mark se ríe. Amber acepta.
La película es una comedia sobre espías. Padres secretos. Hijos confundidos. El tipo de película que se burla de cosas que son más reales de lo que deberían ser.
—¿Cómo no se dieron cuenta de que sus padres eran espías? —dice Amber riendo.
—Tal vez no podían decirlo —dice Mark—. Tal vez mentían para protegerlos.
Me quedo en silencio. Siento los ojos clavados en la pantalla, pero ya no veo la película. Escucho mis latidos en las orejas. Porque Mark no sabe cuánta razón tiene.
Después de la función, Eva se despide volando. Amber se despide con un abrazo largo. Mark y yo vamos en su viejo coche.
La tensión se instala en el aire como neblina. Es cómodo, pero incómodo. Silencio, pero vibrante. De pronto, el coche se detiene con un quejido seco.
—¡Ah, genial! —gruñe Mark, saliendo del carro.
Yo le sigo, fingiendo que no noto cómo tiembla la luz en su rostro bajo el farol de la calle.
—¿Tú crees que los espías realmente pueden ocultar quiénes son así de bien? —pregunta Mark, inclinado sobre el capó.
—A veces… —respondo, apoyándome al auto—. A veces mienten todos los días. Porque si dicen la verdad, podrían perder a las personas que aman.
Mark se queda congelado.
—Eso suena… personal.
Me río, suave.
—Solo estoy jugando. Ya sabes, el tonto de siempre. William, tu amigo. El chico que te hace reír, el que estará a tu lado siempre.
Mark me mira. Hay algo en su mirada que no había visto antes. Algo más suave. Algo… confundido.
—¿Y si tu amiga… —dice de pronto— empieza a sentir cosas por ti? ¿Más que amistad?
Mi corazón se acelera. Pero mi rostro permanece neutral.
—¿Hipotéticamente?
Él asiente.
—Hipotéticamente.
—Entonces esa amiga debería arriesgarse —respondo, mirando al cielo—. Porque uno nunca sabe cuánto tiempo tiene.
Mark se queda callado. No dice nada. Solo asiente con una mínima sonrisa. Pero lo conozco. Sé cuándo algo lo remueve por dentro.
Regresamos al coche. Lo arreglamos. Y él me deja en casa.
Número 12 está en la sala. Sentada, como una sombra.
—¿Todo bien? —me pregunta.
—Claro —respondo, como un acto reflejo—. Solo… una salida con amigos.
Pero él me observa con la misma intensidad que usaría contra un enemigo en batalla.
—Te ves… distinto.
—Debe ser la luz.
Subo a mi habitación. Me quito la chaqueta. Me siento en la cama. Miro mis manos. Las mismas que apretaron una garganta anoche, ahora tiemblan por una conversación con un chico que no debería importarme tanto.
Pero me importa.
Y eso… es un problema
Desde la primera vez que los vi, supe que iban a morir. Era esos héroes que desde pequeño querían ser los niños sabía que su muertes cambia el mundo.
No era un presentimiento. Era información. Una verdad que se me susurró días antes, en los pasillos metálicos y fríos de la base secreta de la Habitación Roja.
"Omni-Man los eliminará a todos. No interfieras."
No puedes hacer nada
La orden fue tan seca como el aire en la celda donde me lo dijeron. No había espacio para preguntas. Solo un archivo clasificado, sellado con la marca de máxima confidencialidad, y una mirada de advertencia del superior que me lo entregó. Me dijeron que no lo cuestionara. Que las piezas ya estaban en movimiento.
Yo no era un héroe. Era un arma con instrucciones.
---
La transmisión llegó directo a mis gafas tácticas, camufladas como unas simples de lectura para clase. Estaba en la biblioteca fingiendo leer un libro sobre política internacional, cuando la alerta apareció en la esquina de mi visión.
**"Operación Iniciado. Punto de no retorno activado. Guardianes: Eliminados."**
Una parte de mí esperaba que fuera una mentira.
Pero no lo fue.
Cerré el libro y salí a paso firme. Marcar fingió que me llamaban para ir al baño. Me encerré en uno de los cubículos del campus y revisé la grabación en tiempo real filtrada por nuestros satélites privados.
Vi a Omni-Man. Flotando. En silencio. Observándolos.
Y luego, el infierno.
Aquel dios vestido de rojo y blanco se lanzó sobre ellos como una plaga. No hubo palabras. No hubo razones. Solo golpes, huesos quebrándose, gritos que apenas duraron unos segundos antes de convertirse en silencios mortales. The Immortal fue el que más resistió, claro. Pero hasta él terminó con la cabeza y su cuerpo partidos en dos. Y los demás muertos.
Me quedé mirando la pantalla mientras todo mi cuerpo temblaba. Esa gente era inocente, lo sabía. Pero no merecían ese fin. Y lo peor…
Lo supe. Lo permití. Me lo advirtieron. Y callé.
---
—¿Sabías que esto iba a pasar? —le grité a mi superior apenas crucé las puertas de la sede de la Habitación Roja en Chicago.
Él me miró desde la sombra, sentado detrás de un escritorio iluminado por un solo foco colgante.
—Lo sabías —repetí, esta vez más bajo, con los puños apretados—. Pudimos haberlos salvado. Teníamos los recursos. Teníamos el tiempo. ¡Podíamos haber enviado un equipo! ¡Un mensaje anónimo!
Él suspiró, como si mi reacción fuera una molestia.
—No estamos aquí para salvar el mundo, 25. Estamos aquí para adaptarnos a sus tragedias... y sacar provecho de ellas.
Me congelé.
—¿Provecho?
—¿Tienes idea de cuánto vale una guerra? ¿Cuánto se puede lucrar cuando la gente teme? La humanidad está entrando en una era de incertidumbre. Si este viltrumita decide invadir o traer a los suyos... la Tierra estará desesperada por protección. Por soluciones. Por poder.
Se levantó. Caminó hacia mí.
—¿Sabes cuánto pagaría un país entero por un súper soldado que pueda enfrentarse a alguien como él? ¿Cuánto daría un millonario por asegurar que su familia nunca sufra una masacre como esa? ¿Sabes lo que vale tener el monopolio del miedo?
Lo entendí todo. Y al mismo tiempo, no quería entenderlo.
—Por eso desarrollamos el suero —dijo, deteniéndose a mi lado—. Por eso invertimos en armas biológicas, químicas, mecánicas. Por eso Kira está trabajando día y noche en Japón para perfeccionarlo. Pero ya no podemos perder más tiempo. Las pruebas en civiles han fracasado. Sus cuerpos colapsan. Sus mentes se rompen. Así que...
Me miró directamente a los ojos.
—Vamos a probarlo con ustedes.
Sentí un escalofrío.
—¿Con nosotros?
—Proyecto Alfa. A partir de hoy, tú y todos los agentes élite serán el siguiente paso. Se les inyectará el compuesto cada tres semanas. Monitorearemos reacciones, adaptaciones, mutaciones... y si alguno muere, será un daño colateral aceptable.
—No… —dije, retrocediendo.
Pero antes de que pudiera reaccionar más, una figura femenina se acercó. Alta. Pálida. Con el uniforme de supervisora. Su voz era más fría que el acero quirúrgico.
—No olvides quién eres, 25. Tú no eres William. Tú eres un recurso. Un producto. No tienes voz. No tienes voto.
---
La inyección llegó esa misma noche.
Nos formaron en fila. Hombres y mujeres que, como yo, fueron entrenados desde niños para resistir el dolor, la muerte, la traición. A algunos los conocía desde que tenía cinco años. A otros, nunca les había escuchado la voz.
—Procedimiento activado —dijo una voz desde los altavoces—. Proyecto Alfa, Fase Uno.
Sentí la aguja clavarse en la base de mi cuello.
Y luego... el fuego.
No una sensación. No una metáfora.
FUEGO.
Como si me hubieran prendido por dentro. Como si mis células lucharan por rebelarse. Mi piel ardía. Mis huesos crujían. Caí de rodillas mientras la visión se tornaba borrosa.
A mi lado, uno de los soldados, Raskov, empezó a gritar.
—¡AHHH! ¡MI CABEZA! ¡NO... NO...!
Sus ojos se pusieron en blanco y comenzó a golpear el suelo con fuerza. Lo sujetaron entre cuatro. Uno de ellos tuvo que romperle el cuello.
Otro cayó vomitando sangre.
Una mujer —Ayla, creo que se llamaba— simplemente se desmayó y no volvió a despertar.
Yo... resistí.
No porque fuera más fuerte. Sino porque me aferré a algo.
A él.
A Mark.
La imagen de su sonrisa. De su voz bromeando mientras caminábamos juntos al campus. De su risa estúpida cuando le decía que el café con leche era para cobardes. De la única razón por la que seguía fingiendo ser humano.
Él me ancló.
El dolor no se fue. Pero me mantuve de pie.
---
Al día siguiente, solo doce de los cincuenta seis seguíamos con vida. Eso solo eran los agentes de Chicago. Los demás en todo el mundo no tenía idea si sobrevieron pero nosotros somos desechables se puede hacer más soldados, se puede destruir a más niños inocentes sin familia o con familia son facil de eliminar o desaparecer.
—Los sujetos Alfa han sido seleccionados —anunció la doctora Kira desde una transmisión—. El Compuesto Z23 ha sido aceptado en su mayoría. Las mutaciones comenzarán a desarrollarse en las próximas semanas. Fuerza aumentada, resistencia, regeneración... y, con suerte, inmunidad a los viltrumitas.
—¿Y si no funciona? —preguntó uno de los sobrevivientes.
La pantalla se apagó.
---
Ahora, mientras camino por el campus, fingiendo que nada ha cambiado, me duele cada parte del cuerpo. No de forma evidente. Es más sutil. Como si algo debajo de mi piel se estuviera acomodando. Transformando.
Mis reflejos están mejorando. Ayer, sin querer, atrapé un cuchillo al vuelo durante el entrenamiento sin siquiera pensar. Mi visión ha mejorado. Escucho sonidos que antes no podía. Mi corazón late más lento, pero con más fuerza.
Y aún así... no siento orgullo. Ni emoción.
Siento miedo. Que soy ahora.
Porque si el precio de sobrevivir a este mundo es convertirme en una bestia como Omni-Man... no sé cuánto tiempo más podré mantener mi fachada.
Mark no sospecha nada.
Aún.
Pero la Habitación Roja tiene planes para él. Y para mí.
Notes:
No olvides de dejarme un comentario porfa 😃
Chapter Text
El mundo se detuvo el día que me inyectaron el Compuesto Alfa. Mi cuerpo y mente se hacían más frías sin emociones sin debilidad.
Lo recuerdo todo: el frío acero entrando en mi piel, el ardor recorriendo mis venas, y luego… el silencio. Mi corazón latía como un tambor de guerra. No grité. No podía. La Habitación Roja no tolera debilidad. Pero dentro de mí, algo se rompió y algo más… algo imposible, nació.
Día tras día, los cambios se hicieron evidentes. Podía moverme más rápido que antes, ver con una claridad que cortaba como bisturí, sanar heridas en segundos. No tardaron en celebrarlo. Decían que yo era “el único con los tres marcadores”, “el elegido entre el lodo”, “el Número 25”. Una etiqueta, una marca de propiedad.
—Tu misión con el Viltrumita ha concluido —dijeron.
Palabras frías, definitivas. Ya no necesitaban que me acercara a Mark. Ya no era necesario seguir actuando. Habían recolectado suficiente ADN gracias a mí. Ya podían replicar lo que antes sólo existía en él… usando mi cuerpo.
—Desde ahora, vivirás como lo que eres —dijo el Supervisor Volkov, con su voz cortante—. Un arma.
---
Me retiraron de la universidad sin explicaciones públicas. A mis amigos se les dijo que había recibido una beca en Europa. A Mark… a Mark no le dije nada. Lo último que vio de mí fue una sonrisa falsa y un mensaje sin respuesta. No podía permitir que supiera la verdad.
Ya no era William.
Ahora era el Número 25.
Encabezaba un escuadrón de élite. Todos llevábamos el logo de la Habitación Roja en el pecho, trajes negros con refuerzos rojos. Rostros cubiertos, identidades borradas. Seis soldados con habilidades distintas, todos potenciados por variantes del suero. Yo era el único con éxito completo. El único con conciencia intacta. O eso decían.
Durante días entrenamos en silencio. Filo, sangre, precisión. Nos convirtieron en cazadores.
Y entonces, vino la segunda invasión Flaxana.
---
Chicago otra vez. La ciudad apenas se recuperaba de la anterior invasión cuando abrieron un nuevo portal dimensional. Esta vez eran más. Más grandes, más organizados.
La GDA no tenía suficientes héroes disponibles.
Nos enviaron a nosotros.
Aterrizamos en formación triangular, entre escombros y gritos. Los Flaxanos disparaban armas de energía desde las azoteas, derribaban helicópteros, pisoteaban a civiles.
—Recuerden el protocolo —dije en voz baja por el comunicador—. Formación Sigma. Matar rápido. Sin dudas.
—Sí, Número 25 —respondieron al unísono.
Me lancé primero. Un Flaxano me disparó con un cañón de plasma; lo evadí con una ráfaga de súper velocidad, dejé una estela roja tras de mí. Salté, atravesé su cuello con una daga vibratoria y aterricé sobre otro, aplastándole el cráneo con mis botas.
No pensé. Solo actué.
Mis compañeros combatían con precisión quirúrgica. Uno lanzaba proyectiles de energía; otro, con fuerza bruta, partía huesos de los invasores. Éramos una sinfonía de destrucción.
Pero algo cambió cuando uno de los Flaxanos activó un detonador sónico. Una onda de choque nos barrió. El sonido agudo me hizo caer de rodillas. Entonces lo sentí: un golpe brutal contra el rostro.
Mi máscara crujió.
Y se rompió.
El metal cayó al suelo en dos pedazos. Mi rostro quedó expuesto al mundo… y a quienes nunca debieron reconocerme.
—¡William…! —gritó una voz familiar entre la multitud.
Me giré. Mark flotaba sobre los escombros. Detrás de él, Eva con su traje rosa y mirada horrorizada.
No respondí. Solo los observé, mi expresión neutral. Fría.
Mark descendió, pasos torpes, como si su mente no pudiera aceptar lo que sus ojos veían.
—¿Eres tú? ¿Qué… qué estás haciendo aquí? ¡Pensamos que estabas en Europa!
Eva cubrió su boca.
—¿Por qué estás con ellos? ¿Por qué mataste a esos Flaxanos como si nada?
—Porque es lo que soy ahora —dije, sin un ápice de emoción.
Mark dio un paso hacia mí.
—¡No! ¡Tú no eres así! Tú… tú eras mi mejor amigo. ¡No puedes hacer esto!
—Ya no soy tu amigo —respondí fríamente—. No soy William. Soy el Número 25.
Eva bajó la vista, temblando.
—¿Qué te hicieron…?
—Me convirtieron en lo que ustedes no pudieron: una solución. Mientras ustedes dudaban, yo entrenaba. Mientras ustedes lloraban, yo erradicaba amenazas. Los Flaxanos habrían destruido otra ciudad si no fuera por nosotros.
—¡¿A ese costo?! —gritó Mark—. ¡Eso no te da derecho a actuar como un monstruo!
Lo miré directamente a los ojos.
—¿Y qué te hace pensar que alguna vez fui otra cosa?
El silencio se hizo denso entre los tres. Detrás de mí, mis soldados esperaban órdenes.
Eva intentó tocar mi brazo.
—William, por favor… vuelve. Todavía puedes—
Aparté su mano con frialdad.
—No. Pertenezco a la Habitación Roja. Ustedes ya no son parte de mi vida.
Mark apretó los puños.
—¿Qué demonios te hicieron?
—Me hicieron útil. Algo que tú nunca serás si sigues atado a tu debilidad.
Me giré, dejando atrás sus miradas dolidas, traicionadas. No podía quedarme más. Si flaqueaba, los superiores me lo quitarían todo.
Mientras caminaba hacia el helicóptero que nos evacuaba, escuché a Mark gritar mi nombre… pero no me detuve.
El Número 25 no tiene amigos.
Solo órdenes.
Y en este mundo, los soldados como yo no tienen derecho a recordar quiénes fueron.
Mi nombre ya no importa.
Soy el Número 25. Una herramienta. Un producto. Un símbolo del éxito del Experimento Alfa. Mis recuerdos ya no son anclas, sino cuchillas oxidadas, rozando mi carne mental cada vez que cierro los ojos.
Y sin embargo, lo peor no es el dolor. No es la transformación. No es la pérdida.
Es lo que vi en los ojos de Mark.
Era como si lo hubiera matado. No con mis manos, sino con la verdad.
---
Horas después del enfrentamiento con los Flaxanos, donde mi rostro fue expuesto ante el mundo entero, la base de la Habitación Roja parecía más helada de lo habitual. Ni los gritos, ni el sudor, ni el olor a metal podían disimular la tensión que se respiraba. Todos los soldados me miraban. Algunos con respeto. Otros, con rencor. Y algunos... con lástima. La lástima es peligrosa. Abre puertas que deberían permanecer cerradas.
Me llamaron a la sala de comando. Allí estaban tres de mis superiores. El General Sokolov. La Dra. Gisela Kramer. Y el silencioso coronel que nunca dice su nombre, solo observa y juzga con ojos como cuchillas.
—Número 25, has cometido un error —gruñó Sokolov, golpeando la mesa—. ¡Tu rostro ha sido transmitido a todo el mundo! ¡Eres ahora una figura pública!
—Lo siento —dije con voz neutral, pero mi pulso se aceleró. Sabía lo que podía pasar.
—¿Sabes lo que esto significa? —intervino el coronel—. Has comprometido la seguridad de toda la operación. De todos nosotros. Quizás sea hora de inyectarte el inhibidor neurológico.
Mis músculos se tensaron. La mención de ese químico... es una sentencia de muerte emocional. Convertirse en un cascarón obediente, sin voluntad. Un títere de carne.
—¡Espera! —interrumpió Gisela, con una calma extrañamente calculada—. Tal vez esto no sea una maldición. Tal vez podamos usarlo a nuestro favor.
Los otros dos la miraron como si hubiera perdido la cabeza.
—¿Cómo? —preguntó Sokolov.
—¿Y si... hacemos que el mundo los vea como lo que son? Personas. Humanos mejorados. Armas conscientes que protegen al planeta. No máquinas. Seres con rostro, con historia. Que los vean. Que los acepten. Que nos acepten.
Hubo un silencio largo.
—Podría funcionar —murmuró el coronel finalmente.
Gisela se giró hacia mí. Sus ojos brillaban.
—Te presentarás como eres. Número 25. Pero sin máscara. Y no estarás solo. Quiero a los otros principales en esta campaña. Los cinco soldados del Alfa. Los que, como tú, pueden igualar a un viltrumita.
—¿Quiénes? —pregunté.
—Número 16. Número 17. Número 18. Número 20. Ellos están aquí desde esta mañana. Preséntate con ellos. Apréndanse. Hablen entre ustedes. Mañana tendrán una rueda de prensa internacional. Serán el rostro de la nueva fuerza de defensa global.
---
Los conocí en la sala de entrenamiento avanzada. Cinco figuras imponentes. Con trajes ajustados y de diseño táctico, cada uno con su número bordado en el pecho.
—Número 25 —dije con un gesto seco. Ellos asintieron.
Número 16 era alto, de piel oscura y con una mirada afilada como una espada. Me habló en inglés, pero su acento era francés.
—Pensé que serías más... robótico —dijo con una media sonrisa.
—Lo soy cuando debo —respondí.
Número 17 era rusa, como yo. Pelo blanco, mirada vacía. Nos entendimos sin palabras.
—Los sentimientos son un lujo —dijo ella en voz baja en nuestro idioma natal.
Número 18 era alemán. Corpulento. Perfectamente erguido. Cuando le saludé, le hablé en alemán.
—Du sprichst Deutsch? —preguntó, sorprendido.
—Fließend —respondí. Hablo fluidamente.
—Eso no es común —agregó—. La mayoría de nosotros no... aprendimos más allá de matar.
—Yo tenía motivos —respondí con una sombra en los labios.
Número 20 no hablaba mucho. Era brasileño, y aunque entendía inglés, prefería comunicarse con gestos. Fuerte. Silencioso. Pero en su mirada había algo de humanidad.
Juntos entrenamos durante una hora. Conocimos nuestras debilidades, nuestros puntos fuertes, nuestras técnicas. No éramos compañeros. Éramos engranajes de una máquina mayor.
---
Mientras tanto, al otro lado del mundo, Mark estaba destrozado.
Me lo imaginaba viendo las noticias, repitiendo una y otra vez la grabación donde se me ve sin máscara. Donde me ve. Donde me reconoce. Donde entiende.
Que le mentí.
Que ya no soy su amigo.
Que nunca lo fui... al menos, no del todo.
---
*Desde una cámara de seguridad captada en la sede de la GDA.*
—¿¡Dónde diablos está William!? —gritó Mark, golpeando la mesa.
—Ya no se llama William —dijo Cecil, cruzado de brazos—. Ahora es el Número 25.
—¿Qué demonios significa eso? ¿De dónde salió? ¿Qué es la Habitación Roja?
Cecil suspiró.
—No lo sabemos todo. Nadie lo sabe. Esa organización se infiltra, se oculta, muta. Pero sabemos esto: brindan "apoyo" a gobiernos que lo solicitan. No piden permiso. No muestran rostro. Solo ofrecen resultados. Y ahora... tienen un ejército de súper soldados.
Mark retrocedió. Como si cada palabra lo apuñalara.
—¿Desde cuándo? ¿Desde cuándo él...? ¿Me mintió siempre?
—No lo sé. Pero yo ya sospechaba que no era un chico común. Era demasiado perfecto.
Mark bajó la cabeza. Se llevó las manos al rostro.
—¿Y yo...? ¿Signifiqué algo para él? ¿O solo era una misión más...?
—Eso no te lo puedo responder.
En ese momento, Nolan llegó a la sala como un huracán.
—¿Qué demonios está pasando? —gruñó—. Acabo de ver la transmisión. ¡¿William es uno de ellos?!
—Sí —dijo Mark con voz quebrada.
—¿Y tú lo sabías?
—¡No! ¡Nunca me dijo nada!
Nolan frunció el ceño.
—Eso es lo que hacen los humanos. Mienten. Se ocultan. Se traicionan. Por eso deben ser guiados, dominados. Porque por sí solos, solo se destruyen.
Mark lo miró con rabia.
—¡No metas tu odio viltrumita aquí, papá! ¡William no es solo un humano! ¡Es... era... mi amigo!
Nolan suspiró.
—A veces, lo que crees amar, nunca existió. Solo fue una sombra. Una máscara. Una ilusión.
Mark se giró.
—Voy a encontrar la Habitación Roja. Sea como sea. Aunque tenga que buscar por cielo y tierra... los encontraré. Y a él también.
---
*Regreso a mi perspectiva.*
En mi habitación, bajo la luz fría de los reflectores, mis pensamientos eran una tormenta. Me había quitado la máscara. El mundo había visto mi rostro. El rostro que solía sonreírle a Mark. El rostro que alguna vez lloró por él. ¿Y ahora? Solo quedaba vacío.
Toqué la cicatriz que el suero dejó en mi cuello. Me recordaba que no era libre.
Gisela me llamó al panel de prensa. Había cámaras. Luces. Periodistas de todo el mundo. Frente a mí, los otros cuatro números estaban alineados.
La doctora habló primero.
—Hoy presentamos una nueva era de protección global. Estos cinco soldados, producto de la más avanzada ciencia y sacrificio, estarán a disposición del mundo entero. Son humanos. Son héroes. Son fuerza.
Caminé al frente. El micrófono me esperaba.
—Mi nombre ya no importa. Soy el Número 25. Estoy aquí... para protegerlos.
Mientras hablaba, pensé en Mark.
En sus ojos.
En su dolor.
Y supe que, por dentro, aún no estaba muerto.
Solo... encadenado.
Al día siguiente
Cómo los 5 mejores soldados no podían estar en solo lado fueron llevando a otros países para proteger y yo tenía algunos chicos extra para para proteger Estados unidos. Número 17 de enviado a tu Rusia, número 16 a china, número 18 a Reino Unido y número 20 fue enviado a Alemania. Luego comenzamos las entrevistas.
El escenario parecía sacado de una distopía cuidadosamente orquestada: luces blancas, cámaras, presentadores uniformados con una sonrisa nerviosa. Una tarima elevada esperaba a uno de los cinco mejores soldados del Proyecto Alfa. Entre ellos, yo. Número 25. William.
Los reflectores ardían sobre nuestras armaduras negras y rojas, los cascos relucían con el brillo artificial que ocultaba nuestras identidades, aunque para mí ya no servía de mucho. Algunos ya habían visto mi rostro entre los escombros durante el ataque de los Flaxanos. Y aunque me esforzaba por mantener el silencio, sabía que esta conferencia cambiaría el rumbo de lo que éramos para el mundo.
"—En cinco, cuatro..." —murmuró una productora, haciendo señales con los dedos—. "¡Ya estamos en vivo!"
La pantalla gigante detrás de nosotros mostraba las palabras: *"Nueva Esperanza: Los Protectores del Futuro"*.
Uno a uno, fuimos llamados por nuestro número. Número 13, una mujer alta de Senegal, avanzó primero, quitándose el casco con un gesto firme.
—Soy Número 13. Mi nombre anterior ya no importa. Nací en Dakar, pero ahora soy parte de algo más grande. Soy una humana modificada genéticamente para proteger a los inocentes. Estamos aquí por ustedes. Porque ustedes lo merecen.
Las cámaras giraron hacia Número 27, un hombre robusto de Brasil con un tatuaje de serpiente sobresaliendo de su cuello.
—Soy Número 27. Antes fui soldado, ahora soy la evolución. No somos armas. Somos guardianes. Estamos aquí para salvar a quienes no pueden salvarse a sí mismos.
El turno siguió con Número 06, una japonesa menuda, su voz fue firme a pesar de sus suaves gestos:
—Me llamo Número 06. No escogí este destino, pero lo acepto. Y si debo usar este cuerpo para proteger al mundo de su propio caos, entonces que así sea.
Número 21, de Alemania, habló con frialdad calculada:
—Número 21. No pregunten por mi pasado. Estamos aquí para impedir que el futuro se destruya a sí mismo. No somos héroes. Somos la única respuesta.
Finalmente, fue mi turno. Di un paso al frente. Sentí el latido acelerado. Las palabras se agolpaban. Mark estaba viendo esto. Lo sabía. Eva también. Tal vez incluso Nolan.
Quité el casco lentamente, dejando que las cámaras captaran mi rostro. La cicatriz reciente bajo mi mandíbula ardía ya no estaba. Había sanado, pero el recuerdo del impacto seguía ahí.
—Soy Número 25. Pero también fui William. Estudiante. Amigo. Humano. Me ofrecí a este proyecto porque sabía lo que vendría. No basta con tener fuerza, se necesita visión. Nosotros somos esa visión. Modificados para sanar más rápido, pensar mejor, resistir más. No para dominar, sino para proteger.
Una lluvia de flashes nos envolvió. En los grandes monitores, nuestra imagen ya recorría el mundo. Desde las redacciones en Moscú hasta los barrios bajos de Río. Desde los suburbios de México hasta las estaciones subterráneas en Tokio.
Un periodista se adelantó.
—¿De dónde vienen? ¿Quién los hizo? ¿Tienen familia?
Tragué saliva. No podía decir la verdad. No podía hablar de la Habitación Roja. No podía hablar de Mark.
—Éramos voluntarios —dije, sin pestañear—. Personas que lo perdieron todo y decidieron dar sentido a su existencia. Ya no tenemos familias. Nos convertimos en algo más. Más humanos que nunca. Porque elegimos darlo todo.
Una mujer desde CNN América Latina intervino:
—¿Están seguros de que siguen siendo humanos? ¿O ya son armas?
Respondí antes que cualquiera:
—¿Qué define a un humano? ¿El ADN? ¿El dolor? ¿La elección? Elegimos proteger, cuando podríamos destruir. Eso nos hace humanos. Y si eso no basta... entonces ojalá el mundo pueda aceptar a los monstruos que velan por ellos desde las sombras.
Hubo un silencio incómodo. Pero fue interrumpido por una petición esperada:
—¿Pueden hacer una demostración de sus habilidades?
Mis compañeros intercambiaron miradas. Asentí, y di un paso atrás mientras activaban la simulación de prueba.
Desde un costado del escenario, surgieron drones blindados. Diez, quince, veinte. Cada uno equipado con armamento no letal, diseñado para pruebas. Se elevaron en espiral, apuntando con sensores térmicos y sonares.
Número 13 golpeó el suelo con un puño y una onda de choque los hizo tambalear. Número 27 saltó a una altura absurda, rompiendo uno de los drones con una sola patada giratoria. Número 06 manipuló la velocidad con tal precisión que parecía desaparecer y reaparecer entre los enemigos. Número 21 se dejó golpear para demostrar su resistencia; el metal se dobló contra su piel sin dejar marca.
Yo esperé. Cuando me tocó, todos los drones me rodearon. Sonreí apenas. Corrí hacia el primero, lo desmonté en segundos con una precisión quirúrgica. El siguiente cayó ante mi visión térmica y reacción milimétrica. Me moví con velocidad sobrehumana, esquivando proyectiles, atrapándolos, devolviéndolos con tal fuerza que reventaban a sus emisores. En menos de un minuto, el campo estaba limpio.
Un periodista de Japón susurró:
—Él... es diferente. ¿Qué tan lejos puede llegar Número 25?
La respuesta nadie la dijo. Porque ni yo lo sabía. Y eso era lo que más miedo me daba.
Luego vino la parte más difícil: las preguntas personales.
—Número 25, ¿qué opina de las relaciones humanas? ¿Usted... aún siente?
Mi boca se secó.
—Sí —dije. Fue lo único real que dije esa tarde—. Siento. Pero a veces, sentir no es un lujo que podamos permitirnos.
Las transmisiones continuaron durante horas. Y yo solo podía pensar en una cosa: Mark estaba viendo esto. Estaba viendo lo que me convertí. Y yo... ya no sabía si era el monstruo de la historia o su último defensor.
La Habitación Roja me había pedido dar una buena imagen. Lo logré. Pero al costo de otra mentira.
Porque en el fondo... todavía quería volver. Pero ya no sabía si podía.
Notes:
No sé olviden de su comentario de apoyo 😸
Chapter 6
Notes:
Me ayudas mucho con un comentario para saber si lo estoy haciendo bien
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Desde que tengo memoria, no tengo un nombre. Tengo un número. El **25**.
Dicen que mi nombre era William, que alguna vez alguien me llamó *Will*, tal vez una mujer con voz suave o un hombre con olor a tabaco y café por las mañanas. Pero esas imágenes son sombras rotas, como fotografías quemadas al borde de la memoria. Yo era un niño, apenas dos años y medio, cuando la Habitación Roja entró a mi vida como un monstruo sin rostro.
Recuerdo ese día sólo como una mezcla difusa de gritos y crujidos. Alguien irrumpió en la casa. Ruidos. Algo se rompió. Una explosión sorda. Después, silencio.
Y cuando abrí los ojos, ya estaba en un lugar distinto.
Todo era metal. Frío. Sin ventanas.
Un hombre alto de traje negro me sostenía en brazos, hablando en ruso con alguien más.
—Número confirmado. Masculino. Genética compatible. Asignación: **Cohorte de Novatos Serie B**, subcategoría “Inteligencia adaptable”.
Otra voz, femenina, respondió:
—Etiquétenlo como **25**. Aún responde por "Will". Desensibilización emocional comienza en 4 semanas.
—Desde ahora eres el Número Veinticinco. No pienses. Obedece. Sobrevivirás si lo haces bien. —recuerdo esa voz, fría como el acero.
Apenas entendía lo que decían. Me aferraba a una mantita azul con una jirafa tejida que aún tenía en las manos. Luego alguien la quitó bruscamente. Lloré. Me golpearon.
—No más llanto —dijo una voz áspera, mientras algo metálico me tocaba la frente—. Aquí no hay mamá. ( Si era arma 😱)
---
Los niños estaban organizados en filas. Yo era uno más entre muchos. Del **01** al **115**, todos teníamos edades distintas. Algunos apenas caminaban, otros ya hablaban tres idiomas.
—¡Formación! —rugió la instructora Irina, una mujer delgada de rostro severo—. Si puedes hablar, responde. Si no puedes caminar, observa.
El número **3**, un niño de piel oscura con la cabeza rapada, me miró. Su mirada era dura, entrenada. No parecía tener más de seis años.
—¿Nuevo? —me preguntó.
No supe qué responder.
—Eres 25 ahora. Nada más.
Fui colocado con otros cuarenta y cinco niños en un grupo llamado Alfa Primario. A veces llorábamos. A veces solo mirábamos el techo. Nadie respondía a nuestras preguntas.
El primer rostro que vi allí fue de una niña con ojos grandes que parecía tener siempre hambre. Su número era 12. Nunca supe su nombre.
---
A los cuatro años ya podía desarmar un fusil AK-47 con los ojos vendados.Pequeñas, diseñadas para nuestras manos diminutas.Entrenadores vestidos de negro nos enseñaban a desarmarlas y volverlas a armar en segundos.
—Cada error cuesta una vida. —decía el Instrúctor Zaitsev, mientras caminaba entre nosotros con una vara de metal.
El niño 71 falló un ensamblaje. La bala le explotó en el cargador. Le volaron tres dedos. No lo volvimos a ver.
—No lo entierren. No se entierra a los errores. —dijo otro instructor.
—¿Qué les dije sobre el miedo? —bramó Zaitsev—. El miedo es útil para obedecer, pero inútil para sobrevivir.
A los cinco, aprendí seis idiomas. Ruso, inglés, español, árabe, alemán y chino.
“Las palabras abren puertas que las balas cierran”, decía un cartel colgado en la pared del aula de simulación.
A los cinco años y ocho meses, me dieron mi primera misión simulada: infiltración nocturna, eliminación de objetivo, salida limpia.
—Tu objetivo es un traidor —dijo el coronel Makarov, mirando fijamente mis ojos—. ¿Qué haces si llora?
—Lo elimino.
—¿Y si es una mujer?
—Lo elimino.
—¿Y si se parece a tu madre?
Callé.
—No tienes madre —añadió con frialdad.
---
**Mi primera sangre real fue en Brasil.**
Objetivo: un traficante de armas que había traicionado a la red de contactos de la Habitación Roja. Mis coordenadas fueron cargadas en un chip detrás de mi oreja. Nombre de la misión: “Corte limpio”.
Recuerdo ese calor húmedo. Las luces rojas del prostíbulo. El arma se sentía pesada, aunque tenía solo silenciador. Un hombre sudoroso, ebrio, se rió cuando me vio entrar.
—¿Qué hace un niño aquí, por Dios?
Le disparé en el cuello. Cayó como una marioneta sin hilos.
**No sentí nada.** Solo un zumbido en los oídos. Era mi graduación.
—Buen trabajo, Veinticinco. —me dijo un agente encubierto mientras recogía la sangre en un frasco.
A esa edad, ya dormía con un cuchillo debajo de la almohada.
Si llorabas, te castigaban. Si dudabas, te encerraban en “la caja”: una celda sin luz, sin sonido, por días.
Los instructores decían que eso fortalecía el carácter. Que nos moldeaba como armas.
Yo no sabía lo que era el amor.
Nunca recibí un abrazo, una caricia, una sonrisa sincera. Solo palmadas en la cabeza si asesinabas bien. A veces, me preguntaba si era humano.
---
Durante los años siguientes, fui utilizado como un bisturí: limpio, rápido, invisible. Mientras los otros niños perdían sus mentes, yo desarrollaba la mía. Algunos hablaban dormidos. Otros se orinaban. Algunos desaparecían y no regresaban jamás.
El **Número 42** fue ejecutado por fallar una misión. El **Número 7** se suicidó con un tenedor.
—La compasión es debilidad. La emoción es un virus —repetía el instructor Arkady, mientras nos hacía entrenar bajo lluvia helada, con los nudillos rotos—. Sólo el objetivo importa.
Yo creía en eso. Hasta que lo conocí a él.
---
**Mark Grayson.**
Mi rutina cambió cuando me asignaron a una misión de largo plazo: infiltrar la vida de un joven viltrumita híbrido: Mark Grayson.
Tenía que actuar como su amigo. Recolectar datos. Reportar.
Durante meses, fingí. Pero lo que empezo como una fachada… se volvió algo más.
Mark me trataba diferente. Me preguntaba cómo me sentía. Se reía conmigo. A veces, incluso me miraba como si… le importara.
Yo no entendía. ¿Por qué mi pecho se apretaba cuando sonreía? ¿Por qué soñaba con él? ¿Por qué me dolía la idea de traicionarlo?
Era todo lo que yo no era. Inseguro, humano, inocente. Su risa era real. Su dolor, genuino. Él no mentía con los ojos.
Cuando me acerqué a él, era por orden de mis superiores. *"Establece vínculo. Analiza comportamiento Viltrumita. Gánate su confianza. Extrae información genética, patrón conductual, vulnerabilidades."*
Pero… **no contaron con que yo también tenía vulnerabilidades.**
Mark no sabía que su mejor amigo era una herramienta. Que tras mi sonrisa, había noches donde me sumergía en sangre. Que a veces, después de las clases, era llevado en helicóptero a misiones secretas.
Me volví bueno fingiendo. Lo hacía tan bien, que hasta yo a veces me creía normal.
—¿Sabes? —me dijo una vez Mark, tirados en el pasto— Eres la única persona que me trata como si yo no fuera un extraterrestre.
Reí. Falsamente. Aunque por dentro sentí algo raro. Una punzada. ¿Culpa?
No lo entendía. La culpa no era útil. La culpa no completaba misiones.
Secundaria edad 16 años
—Número 25 —decía Irina, años después, en los pasillos de la base secreta—. Tu vínculo con el Viltrumita te hace débil y esos amigos nuevos no necesarios. Vas a fallar.
—No fallaré —respondí.
—Entonces prueba tu lealtad. Mata a la chica. La pelirroja. Eve.
—No.
Un silencio mortal.
—¿Estás negando una orden?
—Estoy eligiendo el momento correcto. Eliminarla ahora levantaría sospechas. Necesitamos a Mark vulnerable, no furioso.
Irina no me creyó. Pero me dejaron vivir. Por ahora.
---
**Mis misiones siguieron. Mi fachada también.**
Era divertido, gracioso, tierno… un chico común. Mientras tanto, seguía matando en nombre de un sistema que me crió sin amor, sin nombre, sin alma.
Pero por las noches, en la cama, me preguntaba:
**¿Quién soy? ¿William? ¿Número 25? ¿O algo entre ambos?**
Un día escuché a Mark hablar con su madre.
—¿Tú crees que William es feliz?
—Pero siempre sonríe. Mamá por qué William no sería feliz.
- No se su expresiones son alegres y felices, pero sus ojos son otra historia.
Quizás sí. Quizás lo intentaba.
---
**Ahora, en el presente**, me paro en un podio junto a otros cinco súper soldados como yo. Nuestras caras cubiertas. Nuestra humanidad, negada. Nos llaman “nuevos héroes”, pero el público nos teme.
Una mujer grita:
—¡Eso no es un humano! ¡Es un arma! ¡Miren sus ojos, no tienen vida!
Otro:
—¡No tienen nombres, son monstruos fabricados por un gobierno sin ética!
Me duele. No debería, pero me duele. Porque no debería importar lo que dicen. Nadie nos ve como personas solo como armas. Ni que somos víctimas de una organización. Nadie quería esto. Mmm víctima eso es nuevo. Nunca lo pensé así.
Porque **yo quería ser alguien. No algo.**
Y cuando me doy cuenta de que la Habitación Roja nos utilizó como espectáculo, me siento vacío.
Ya no soy William.
**Pero tampoco quiero ser el Número 25.**
Quiero... algo más.
Quiero poder mirar a Mark y decirle que aún queda una parte de mí que no está rota.
La Habitación Roja no ignoraba esos cambios.
Una noche, mientras pensaba en cómo sería una vida lejos de ellos, una alerta interna —un microchip cerebral que nunca supe si existía o no— se activó.
—Alerta psicoemocional detectada en el Agente 25.
—Pensamientos no autorizados.
—Solicitud de reseteo parcial: Aprobada.
Vinieron por mí al amanecer.
—¿Qué estás haciendo, Veinticinco? —me preguntó la Doctora Volkov—. ¿Estás pensando en escapar?
—Yo… sólo quiero entender lo que siento.
—Tú no sientes. Sientes lo que te permitimos sentir. Y eso... termina hoy.
Me inyectaron un compuesto químico.
Dolía. Quema desde adentro. Algunas memorias desaparecieron. Pero no todas. Deje de sentir amor o amabilidad solo tenía odio y una rabia de no saber a quien culpar por mi vida.
Y lo peor… dejaron aquellas que me dolían más.
Las que me recordaban que nunca sería libre.
Pasaron semanas. Y luego, todo estalló.
La GDA comenzó a perder poder. La Habitación Roja sabía que algo venía.
Omni-Man —Nolan Grayson— no era lo que parecía.
Nos lo dijeron antes que nadie:
—Prepárense. El padre del objetivo viltrumita traicionará la Tierra.
—No interfieran. Solo observen. Documenten. Aprovecharemos el caos.
Cientos de microcámaras invisibles fueron desplegadas. Drones disfrazados de insectos. Satélites redirigidos para grabar la transmisión global.
Y entonces ocurrió.
Nolan asesinó brutalmente a Immortal en vivo.
Las cadenas de televisión no supieron censurarlo a tiempo. La sangre. La furia.
Mark, su hijo, llegó a enfrentarlo. No entendía nada. Le gritaba, le pedía explicaciones. Nolan solo le hablaba de conquista.
Nos quedamos quietos. Solo protegimos a los países que aceptaron nuestra protección como Japón, China, México, Perú, Francia, España, etc.
Yo sabía que era la decisión correcta. Según el protocolo, no podíamos intervenir en conflictos que se desarrollaran en territorios que no aceptaran formalmente la protección de los súper soldados. Pero ver las imágenes de Chicago siendo reducida a escombros por Omni-Man mientras Mark trataba de resistirlo… me desgarraba algo que ya no sabía si tenía: el alma.
“Objetivo fuera de jurisdicción”, murmuró Lyudmila, a mi izquierda. Su visor proyectaba estadísticas, conteos de muertos, rutas de evacuación. Pero no movía un músculo.
“Fucking protocolo”, escupió Noah, el soldado estadounidense del escuadrón Alfa-98. Aunque era americano, su país también había rechazado nuestra intervención.
—¿Estás bien, Número 25? —preguntó Ela, mi superiora directa, su tono frío como siempre, como si el mundo no se estuviera incendiando allá afuera.
Asentí. Me tragué el nudo en la garganta.
No podía hacer nada.
Estados Unidos, Reino Unido y Rusia decidieron no aceptar la protección de la Habitación Roja. Dijeron que no necesitaban intervención extranjera. Que nuestros métodos eran dudosos. Que nuestros orígenes eran turbios.
Y ahora… ahora su arrogancia costaba miles de vidas.
En los monitores del cuartel se transmitía en tiempo real la pelea entre padre e hijo. Mark sangraba. Lo golpeaban sin piedad. Omni-Man lo arrojaba contra edificios como si fuera un juguete roto. Y nosotros solo… observábamos
—¡¿Por qué hiciste esto?! ¡Mataste a los Guardianes! ¡Nos traicionaste!
—No entiendes, Mark. Este planeta es insignificante. Tú y yo... somos dioses aquí.
—¡Yo no quiero ser un dios! ¡Quiero salvar a las personas! ¡ Este es mi gente este es mi mundo! ¡No voy a traicionaría por unos extraterrestres que ni conozco, me importa una mierda viltrum!
La pelea fue brutal.
La ciudad quedó en ruinas.
Mark fue arrastrado por edificios. Nolan le golpeó hasta dejarlo inconsciente. Le rompió costillas, dientes, casi el alma.
—¿Qué te quedará en 500 años, Mark? ¡Todos estarán muertos! ¡Luchas por planeta que no quedará nada al final, estás solo al final que tendrás al final!¡ Veras a las personas que te importa morir!
—¡Te tendré a ti ...... papá! —murmuro casi al borde de la muerte Mark, cubierto en sangre.
Yo vi todo. Desde un centro de control subterráneo.
Y por primera vez en años, lloré.
Luego nolan huyó. Y dejo a mark solo en la tierra destrozada y a los demás.
La opinión pública fue un caos.
La traición de Omni-Man desató protestas mundiales, no sólo contra los viltrumitas… sino contra todos los “metahumanos”. Aunque había dos bandos uno que no nos veían ni como humanos si no como mounstro y otro que se preocupaba por nuestro bienestar.
Y especialmente contra nosotros: los “súper soldados” de la Habitación Roja.
En entrevistas, la gente decía cosas como:
—No se mueven como humanos.
—Sus ojos están vacíos.
—Parecen ensayados.
—¿Por qué no tienen nombre? ¿Por qué no hablan?
—No son personas. Son experimentos.
Países como Alemania, Canadá y Perú exigieron la liberación de los súper soldados. Estaban preocupados por los súper soldados.
Querían que pudiéramos declarar nuestras opiniones. Que se nos tratara como personas, no como armas.
Pero la Habitación Roja respondió con propaganda:
—Los soldados como el Número 25 son héroes silenciosos.
—Protegen sin pedir reconocimiento.
—Son más humanos que muchos humanos.
Mentiras.
En esos días, mi vida era una contradicción.
Yo tenía el rostro. La imagen.
Fui mostrado al mundo como “el más avanzado” de los soldados.
Me vistieron con un traje rojo y negro. Me hicieron grabar un spot sonriendo. Inventaron una historia sobre mis “padres héroes” que nunca existieron.
Por dentro, yo moría.
Cada vez que cerraba los ojos, recordaba el arma en mi mano cuando tenía cinco años.
Recordaba la voz de Zaitsev.
Recordaba la mirada vacía de los niños que fallaban y no volvían.
Y luego recordaba a Mark.
A Mark, que me trató como algo más que una herramienta.
A Mark, que sangró por la humanidad… cuando yo no había sangrado ni por mí mismo.
Y me pregunté:
¿Quién soy?
¿Una marioneta?
¿Un arma?
¿O… alguien que alguna vez tuvo nombre?
Al día siguiente, después de que Omni-Man desapareciera en el cielo dejando un planeta lleno de muertos y ruinas, me enviaron a hablar con la prensa.
Me coloqué el uniforme rojo y negro. Sin máscara. Dejé que vieran mi rostro. La humanidad necesitaba un enemigo que entendiera. O un aliado que les diera esperanza.
Las cámaras apuntaban como cañones. Las luces me cegaban. Pero mis palabras fueron claras.
—Podríamos haber intervenido. Podríamos haber detenido a Omni-Man. Pero los tratados de soberanía internacional nos lo impiden. Protegemos a los países que aceptaron formalmente la defensa de nuestros soldados. Si nos hubieran permitido actuar en todo el mundo, hoy muchos seguirían vivos. Esto no fue una derrota. Fue una elección. No nuestra. De ustedes.
Silencio absoluto. Incluso los periodistas no sabían cómo responder. Algunos bajaron la mirada. Otros apretaron los labios con rabia.
Perfecto.
Eso necesitábamos. Sembrar la culpa. Crear dependencia.
Y funcionó.
Esa misma noche, **35 países más firmaron tratados de protección total con la Habitación Roja**, incluyendo Estados Unidos y Reino unido. El miedo es un catalizador más efectivo que cualquier discurso.
---
Tres semanas después, el planeta aún no sanaba. Mark tampoco.
Lo vi varias veces en los reportes de inteligencia. Callado. Sin traje. Caminando por calles vacías mientras la gente murmuraba a sus espaldas. Lo comparaban con su padre. Lo llamaban “la semilla del asesino”. Solo sus amigos más cercanos seguían a su lado: Atom Eve, Rex, Dupli-Kate, Monster Girl.
Quise hablar con él. Decirle que yo… que yo sabía lo que se sentía estar atrapado en un cuerpo lleno de expectativas y cargas que uno no eligió. Pero no podía.
No ahora.
Y entonces llegó **Anissa**.
Una viltrumita.
Había aterrizado sin aviso en las ruinas de Denver, ahora una zona muerta. Su mensaje fue claro: “Este planeta debe someterse. Pronto llegarán más.”
Mark fue a enfrentarla. Solo.
Yo observaba todo desde los satélites de la Habitación Roja. Era obvio que no tenía oportunidad. Anissa era más fuerte, más rápida, más letal.
Ella jugaba con él.
—¿De verdad crees que puedes ganar? —decía mientras lo estampaba contra los restos de un estadio—. Tu padre me dijo que eras débil, y veo que no mentía.
Mark gritó. Sus puños temblaban. Pero no por miedo. Por impotencia. Le había fallado al mundo una vez. No podía hacerlo otra vez.
Hasta que **ella casi lo mata**.
Fue entonces cuando **intervine**.
Caí del cielo como una sombra. La onda de impacto abrió un cráter bajo mis pies. Mi armadura crujió, cargada con energía cinética. Me puse entre Mark y Anissa.
—¿Quién demonios eres tú? —preguntó ella, alzando una ceja.
—Alguien que está harto de ver viltrumitas jugar con nuestras vidas.
Me lancé.
La pelea fue brutal. No era tan fuerte como ella. Pero tenía tecnología, estrategia… y rabia contenida.
Anissa recibió una descarga sónica directo al oído, perdió equilibrio, y le quebré la clavícula con un puño revestido en acero de tungsteno. Ella respondió con un golpe que me hizo volar varios metros. Sangré por la boca. Cada costilla me dolía. Pero me mantuve en pie.
—¿Qué clase de humano eres…? —susurró, jadeando.
—Uno que no quiere ser esclavo nunca más.
La vencí.
No por fuerza. Por preparación. El traje tenía un protocolo de restricción muscular que paralizó temporalmente su sistema nervioso. Cayó de rodillas, convulsionando.
Mark se arrastraba. Su rostro estaba hinchado, cubierto de sangre.
Me acerqué.
Y fue entonces cuando le dije lo que llevaba guardando dentro desde hacía semanas. Algo pasó mi boca hablaba solo como un rabia contenida.
—¿Qué te hace pensar que eres diferente a tu padre, Mark?
Él me miró, herido. No físicamente. En lo más profundo.
—¿Qué…?
—Actúas sin pensar. Crees que todo se resuelve con fuerza bruta. Si yo no hubiera intervenido, ¿te habrías unido a ella?
—¡Nunca! —gritó, con lágrimas en los ojos.
Me agaché frente a él, sin emoción en el rostro.
—Si algún día decides conquistar este planeta, te mataré. A ti y a cualquier viltrumita que lo intente. Ya no somos amigos, Mark. Eres un riesgo. Y los riesgos… se eliminan.
Me alejé sin esperar respuesta.
No me atreví a mirar atrás. No podía.
---
**Anissa fue llevada a las instalaciones subterráneas de la Habitación Roja.** La transportamos en una cápsula reforzada, sujeta con nanocadenas vibrantes, como un animal peligroso. Aunque inconsciente, de era peligrosa.
Los científicos nos esperaban.
—¿Alguna instrucción? —me preguntó uno de los técnicos.
Miré a la viltrumita con una mezcla de odio y compasión. Ella era una amenaza, sí. Pero también era… como yo. Usada. Entrenada. Manipulada por un imperio.
—No la maten. No todavía. Descubran que la hace tan especial tan fuerte cómo romperla desde adentro.
Los monitores se encendieron. El quirófano estaba listo. Herramientas diseñadas específicamente para su fisiología: bisturís de antimateria, taladros sónicos, escáneres hiperdérmicos.
Yo me quedé del otro lado del cristal, observando.
Ella gritó cuando el primer rayo le atravesó el brazo.
No miré hacia otro lado.
No podía.
Notes:
Que les pareció que pasará ahora. No olvides tu comentario para saber si seguimos cv o la historia 😘.
Chapter Text
Desde que tengo memoria, he vivido en una jaula. Pero no fue hasta que comencé a recordar lo que me habían quitado que comprendí la magnitud del infierno en el que estaba atrapado.
La Habitación Roja no solo entrenaba asesinos. No. Experimentaba con nosotros. Modificaba nuestros cuerpos, nuestras mentes, nuestra historia. Pero nos cambiaron. Nos reconstruyeron genéticamente para ser más letales, porque según ellos, así éramos más útiles, más fuertes, más fáciles de moldear. Nos borraron la memoria, nos dieron nombres que no nos pertenecían y nos convirtieron en herramientas. Soldados. Marionetas.
Fui moldeado, cortado, reconfigurado… hasta que lo que alguna vez fui dejó de importar. Me dieron un número: 25. Me quitaron el resto.
Pero nunca fuimos completamente suyos.
Pero incluso en medio del acero, las órdenes, los químicos y la obediencia forzada, había algo que no pudieron borrar: la voluntad. Y no estaba solo.
No fui el único. Éramos cinco. Números 16, 17, 18, 20… y yo: Número 25. Desde los doce años, quizás antes, compartíamos miradas que decían más que cualquier palabra. Supimos que algo estaba mal. Muy mal. Pero también sabíamos que no podíamos hacer nada… todavía.
Nos tomó años. Fingimos obediencia. Fingimos indiferencia. Fingimos no sentir nada cuando alguien más desaparecía por haber fallado una orden. Pero por dentro, el odio crecía. El deseo de libertad crecía. Nos prometimos a nosotros mismos que, algún día, pondríamos a arder el trono de sangre donde se sentaban nuestros carceleros.
Así que fingimos.
Nos volvimos pasivos. Sumisos. Letárgicos. Les dimos la ilusión de que nos habían quebrado. Nos reímos de sus bromas enfermas, ejecutamos órdenes sin vacilar, y cuando nos pedían matar, lo hacíamos. Solo para que creyeran que aún nos controlaban.
Pero cada noche, cuando el silencio cubría los pasillos de acero, nos encontrábamos en sombras. Planeábamos. Soñábamos. Con libertad. Con venganza. Con justicia.
Mi parte en el plan fue la más complicada: acceder al químico neurológico que usaban para controlar a los soldados. Era una sustancia inyectada desde los cinco años, repetidamente, que suprimía la voluntad, incrementaba la obediencia y borraba la identidad. Tenía que estudiarlo. Tenía que encontrar una forma de neutralizarlo sin que notaran nada.
Había logrado infiltrarme en los laboratorios con ayuda del Número 20, un genio con las redes y los sistemas internos. Cada noche nos jugábamos la vida para robar pedazos de información. El químico de control neurológico, ese que se inyectaba en los soldados para doblegar su voluntad, fue nuestro objetivo principal. Necesitábamos conocer su estructura, sus efectos, su antídoto.
Me tomó años. Robé archivos, documentos, muestras. Hice experimentos con dosis mínimas. Fallé. Volví a intentar. Todo mientras mantenía una fachada perfecta.
Incluso en mi vida fuera de la Habitación Roja, debía actuar. Cuando trabajaba vendiendo hamburguesas con Mark, fingía que todo estaba bien. Que era el chico divertido, algo distraído, pero buena persona. Incluso ahora fingí frialdad hacia él. Lo traté con apatía, a veces con rabia… porque no podía permitir que la Habitación Roja supiera lo importante que era para mí. Ni que sospecharan que planeaba traicionarlos.
Pero no solo era ciencia. Necesitábamos dinero.
Y no teníamos a quién acudir.
Comenzamos a tomar contratos secretos. Matar a cambio de algo más que sangre: billetes. Información. Rutas de escape. Con cada muerte, construíamos nuestro futuro. 16, experto en tecnología, hackeaba cuentas de millonarios corruptos para desviar fondos. 20, que tenía contactos con desertores, nos consiguió armas y un lugar seguro donde desarrollar la cura.
Número 17 y 18 hacían entregas secretas de nuestras investigaciones a contactos en el mercado negro. Con eso conseguimos reactivos, partes de laboratorio, herramientas de hackeo. Cada centavo lo conseguimos matando. Sí… a sueldo. Sicarios de noche, esclavos de día.
Yo… robé. Maté. Y ahorré. Incluso con mi miserable sueldo en el local de comida rápida, cada centavo servía. Cada dólar me recordaba por qué estaba luchando.
Cuando por fin logré crear un antídoto para el químico neurológico, lo primero que hicimos fue probarlo en nosotros mismos. Fue como despertar de una pesadilla de la que nunca supimos que estábamos dormidos. Los recuerdos comenzaron a volver, poco a poco. Algunos... demasiado dolorosos.
Yo… recordé que no siempre fui 25. Recordé el frío de un quirófano. La sensación de que algo me faltaba. Voces que decían: “No es útil así. Hazlo mejor”. Recordé la ira. El vacío. El abandono.
Luego di el antídoto a otro soldados pocos para ver cómo reaccionaban.
Muchos no lo resistieron.
Algunos, al recordar lo que habían hecho… se quitaron la vida. Se sentían como mounstro sin alma al saber todo lo horrible que les obligaron hacer. Cubrimos todas esa muerte con que habían fallado en las misiones.
Pero nosotros no. Nosotros nos levantamos.
La noche elegida llegó sin anuncio. Teníamos solo una oportunidad. Una brecha.
Era un martes, 3:17 AM. Las cámaras del ala este del complejo principal fueron desactivadas durante exactamente 14 segundos, gracias a Número 20. Lo suficiente para que 17, 18 y yo nos infiltráramos hasta el laboratorio central.
Los científicos no esperaban nada. No sospechaban que los cinco soldados más “obedientes” estaban a punto de destruir todo por lo que habían trabajado durante décadas.
—Número 25… ¿qué haces aquí? —dijo uno de los soldados al verme entrar.
—Vine a devolverte el favor —respondí, antes de clavarle una jeringa con el antídoto al cuello. Su cuerpo convulsionó. Su mente, liberada por la fuerza, colapsó ante la verdad.
Gases neurotóxicos comenzaron a inundar el laboratorio. Número 16, desde los conductos de ventilación, había lanzado una bomba de dispersión. Los ingenieros, científicos y supervisores cayeron en confusión. Algunos intentaron activar los sistemas de seguridad. Pero Número 20 ya los había deshabilitado.
En un ataque perfectamente sincronizado, quemamos las instalaciones principales. Liberamos a los más jóvenes. Destruimos las bases de datos. Cada rincón donde guardaban nuestras historias, nuestras vergüenzas, nuestros números… ardió.
La Habitación Roja, aquello que me destruyó, fue aniquilada por quienes alguna vez fueron considerados sus creaciones perfectas.
A los soldados bajo control neurológico les administramos el antídoto. Algunos colapsaron al recuperar su conciencia. Otros lloraban. Algunos se lanzaron contra nosotros con rabia, hasta que comprendían que también eran víctimas. Otros… simplemente murieron. Su mente no soportó el trauma.
Número 17 cargó en brazos a un chico de apenas trece años que no podía dejar de gritar. Había matado a su hermano durante una prueba de fidelidad sin siquiera saberlo. Número 48 cayó de rodillas, vomitando, tras ver el cuerpo sin vida de su antiguo compañero, Número 56.
¿Fue fácil? No. Estuvimos a punto de morir decenas de veces. Vimos a nuestros hermanos y hermanas caer. Traicionar. Rendir. Yo mismo estuve a punto de rendirme cuando vi lo que le hicieron a Mark, cuando me vi obligado a alejarme para no ponerlo en peligro.
Pero no podíamos dejar que este infierno continuara.
No luchamos solo por nosotros. Luchamos por cada vida quebrada. Por cada niño al que robaron su identidad. Por cada persona que aún vive con una mentira implantada en la piel.
La Habitación Roja ardía. Cada piso. Cada módulo. Cada recuerdo.
Pero lo más importante era que habíamos sobrevivido.
El mundo estaba conmocionados ya que nos tacharon de traidores por eliminar a la habitación roja, que se promocionaban como la única esperanza para derrotar a los viltrumitas. Algunas personas no odian sin saber la verdad, así que al diablo todo diremos la verdad.
Dimos la cara al mundo. No por venganza. Sino por justicia. Mostramos los documentos. Los videos. Las pruebas de experimentos genéticos, del cambio forzado en niños, de mutilaciones psicológicas, de control neurológico con químicos experimentales.
Desde que decidí hablar, no hubo vuelta atrás.
Estaba de pie frente a cientos de cámaras, con las luces blancas apuntándome como bisturís. Vestía el uniforme de combate número 25, pero esta vez sin máscara. No más sombras, no más silencios. Solo la verdad.
—Me llamo William Clockwell —dije, con la voz seca—. Pero durante años, fui un experimento. Una arma. Un número.
Guardé silencio por un segundo. Escuché cómo el público contenía la respiración en la transmisión en vivo. Todos los satélites apuntaban hacia nosotros. No había lugar del mundo donde no se escuchara esta confesión.
Algunas personas del público nos insultaron por traidores, asesinos y mentirosos. Estaban tan ciegos a la verdad tan horrible que preferían creer que era falsa que él gobierno había fábricado.
Algunos me odiaron por lo que conté. Otros me tenían lastima y miedo porque era muy poderoso. Pero no me importó.
Seguí hablando la verdad, ya no importa solo los hechos.
—La Habitación Roja no era solo una instalación secreta de entrenamiento. Era una fábrica de control. De mutilación. De exterminio emocional. Con el proposito de conquistar al mundo a través de las sombras, mediante la fuerza y control de los súper soldados—Levanté el cuello del traje, mostrándoles la cicatriz detrás de mi nuca—. Todos los que pasamos por ahí tenemos esto. Un número, grabado con láser, justo en la médula. Para recordar que no somos personas. Que fuimos propiedad.
Respiré hondo. Esto era lo difícil.
—Algunos de nosotros nacimos con cuerpos diferentes. Y la Habitación Roja nos transformó quirúrgicamente. Químicamente. Mentalmente. Para volvernos soldados más “eficientes”, más “obedientes”. Nos despojaron de cualquier identidad previa, de cualquier elección. Y si alguna vez mostrábamos una pizca de emoción… éramos castigados o reprogramados.
Mi voz se quebró.
—A mí… me borraron la memoria. Que nací para esto. Pero los fragmentos volvieron. Los sueños. Las pesadillas. El dolor. Y entonces entendí que esa identidad forzada era parte de su plan: anularnos por completo. Convertirnos en herramientas perfectas.
Se escucharon murmullos. Gente llorando. Periodistas dejando de tomar notas, con los ojos abiertos como platos. No se lo esperaban. Nadie estaba listo para esta verdad.
—Con el tiempo, muchos de nosotros comenzamos a recordar. Y otros… no soportaron. Se quitaron la vida
En nuestras celdas. Porque la idea de que nunca habían sido libres, de que ni siquiera su cuerpo les pertenecía… los destruyó.
Miré a la cámara directamente.
—No más. Por eso destruimos la Habitación Roja. No dejaré que nadie conquiste la tierra..
**. . .**
Con lo poco que quedó de las instalaciones, reconstruimos.
La llamamos la *Habitación Blanca*.
No era una base militar, ni una cárcel. Era un refugio. Un lugar donde todos los que alguna vez fueron armas pudieran empezar de nuevo.
Yo lo dirigía. No como líder supremo, sino como alguien que les debía algo. Muchos de ellos no sabían cómo vivir. No sabían amar. No sabían leer un libro sin miedo a que les explotara una trampa mental en el cerebro.
Algunos me odiaban. Otros me seguían como un símbolo.
—¿Por qué tú tienes voz? —me dijo una chica llamada Kara, antes Número 42—. ¿Por qué tú sí puedes hablar ante las cámaras, y yo no puedo ni verme al espejo sin pensar que no soy real?
La abracé.
—Porque yo también me siento igual. Solo que... aprendí a usar esta rabia para protegerlos.
Un día, Cecil vino a verme.
—¿William? —entró sin permiso, como siempre. Llevaba sus clásicos trajes y esa expresión de “sé más de lo que tú crees”—. El mundo entero está tratando de asimilar lo que revelaste. Y quiero que sepas algo.
—¿Vas a decirme que fue un error?
—No. Voy a decirte que fue valiente. Pero peligroso. Muy peligroso.
Me crucé de brazos.
—¿Para quién?
—Para los que no quieren que el mundo sepa que esto pasó. Hay presidentes, magnates y líderes de organizaciones que financiaron la Habitación Roja. Y ahora están nerviosos.
—Que se jodan.
—Solo... cuídate, William. No eres invencible.
—Tú tampoco, Cecil.
Nos miramos. Por primera vez, me pareció que me respetaba. No como herramienta, sino como humano.
**. . .**
Y finalmente… Eva y Mark vinieron.
Los esperé en la azotea de la Habitación Blanca. A mi lado, se alzaba la estatua de los soldados caídos. En especial de los que no lograron llegar hasta este punto.
Eva me abrazó primero. Con fuerza.
—¿Por qué no dijiste nada antes? —susurró.
—Porque si lo hacía… ustedes estarían en peligro.
Mark estaba más distante. Me miraba como si no me reconociera.
—¿Cuánto tiempo llevas fingiendo?
—Desde que tenía cinco años. Desde que me enseñaron a matar antes que hablar.
Mark apretó los puños.
—¡Maldita sea, Will! ¡Nosotros éramos tus amigos! ¡Te habríamos ayudado!
—¿Cómo? ¿Iban a pelear contra un imperio mundial de esclavitud infantil? ¿Iban a entrar a bases secretas con acceso solo por códigos neuronales?
—¡Al menos habríamos estado ahí para ti!
Sonreí. Por primera vez en días. Una sonrisa triste, sí, pero real.
—Estoy aquí ahora. Y ya no estoy fingiendo.
Mark acarició mi rostro. Tenía lágrimas en los ojos.
—¿Qué vas a hacer ahora?
—Vamos a cazar a los que siguen libres. Los que dirigieron esto. Uno por uno. Vamos a hacer justicia. Y luego… quizás podamos descansar.
Mark me miró. No como a un monstruo, ni como a un traidor.
Como a su amigo.
—No estás solo —me dijo.
Y esas palabras… fueron más curativas que cualquier antídoto.
Chapter Text
Luego de unos días lo que causó el discurso fue vital todas la gente del mundo lo veía, como lo última noticia.
El silencio que precedió a mi discurso fue casi insoportable. La gente del mundo me miraba con incredulidad a través de las pantallas. Sus ojos, millones de ellos, juzgaban cada palabra, cada movimiento de mi cuerpo. Yo, William, el chico divertido y normal para algunos, pero también el Número 25: el asesino perfecto moldeado en la oscuridad de la Habitación Roja.
—La verdad… —dije, con la voz modulada y fría de Número 25, esa que usaba cuando debía enterrar mis emociones—. No somos héroes fabricados. Somos niños robados, torturados y manipulados para servir a un propósito que nunca elegimos: conquistar el mundo desde las sombras.
Mostré la cicatriz en mi nuca, el número tatuado que era imposible borrar. Las cámaras hicieron zoom. Escuché los murmullos de repulsión, de miedo. Pero también vi un destello de compasión en algunos rostros.
—Nos convirtieron en armas vivientes. Nos modificaron genéticamente, nos entrenaron para no sentir. Querían que fuéramos la herramienta definitiva contra cualquier amenaza, incluso contra los viltrumitas. Pero nosotros decidimos otra cosa: elegimos ser humanos.
Detrás de mí estaban los otros números: 16, 17, 18 y 20. Hermanos en sangre derramada, en cicatrices invisibles. Ellos habían esperado años para este momento.
—Desde hoy —continué—, la Habitación Roja deja de existir. No somos sus perros. No somos sus monstruos. Desde hoy… somos la **Habitación Blanca**. Y con nuestra fuerza, construiremos un mundo donde no haya trata de personas, ni drogas, ni guerras invisibles. Un mundo que no repita los pecados de nuestros creadores.
Un rugido de voces divididas llenó la transmisión. Algunos celebraban. Otros gritaban que éramos una amenaza. Yo no pestañeé. Tenía que ser Número 25 frente al mundo: imperturbable, inhumano, frío.
Pero por dentro… roto.
---
#### La Habitación Blanca
Las semanas siguientes fueron un infierno. Los soldados liberados de los químicos de control estaban rotos. Muchos vagaban sin propósito, con las manos temblorosas, como animales liberados de una jaula después de una vida entera. Algunos intentaron suicidarse. Otros simplemente se sentaban en silencio, incapaces de adaptarse a la idea de ser libres.
Yo me paraba frente a ellos, con el rostro serio, y les hablaba como Número 25:
—Escúchenme. La marca en sus nucas no define quiénes son. La fuerza que tienen no es para destruir. Es para proteger.
Un joven de apenas 18 años, con el número 48 tatuado, me gritó entre lágrimas:
—¡Nos entrenaron para matar, no sabemos otra cosa! ¿Qué se supone que hagamos?
Lo miré fijo. Por dentro me partía en mil pedazos. Pero tenía que mostrar el rostro que ellos necesitaban: firme, inflexible.
—Entonces mataremos la oscuridad que nos creó. Eliminaremos las cadenas que aún quedan en este mundo. Y protegeremos a quienes no pueden protegerse. Ese será nuestro propósito.
Muchos me odiaron por esas palabras. Otros me siguieron. Con el tiempo, esa semilla creció. La **Habitación Blanca** no era un refugio. Era un ejército… pero un ejército para salvar.
---
#### Los fantasmas del pasado
Yo sabía que no bastaba con revelar la verdad. Los arquitectos de la Habitación Roja aún estaban ahí afuera, escondidos, ricos, protegidos por gobiernos corruptos y ejércitos privados.
Por eso, Número 25 se convirtió en su verdugo.
Noche tras noche, rastreaba, cazaba y eliminaba. A algunos los entregaba a la justicia, a otros los enterraba en silencio. No era venganza. Era limpieza. Era cortar las raíces podridas para que nunca más creciera el mismo árbol.
Los demás números me miraban con mezcla de miedo y respeto. Para ellos, yo era el equilibrio entre William, el amigo que les sonreía, y Número 25, el monstruo que se aseguraba de que nadie volviera a esclavizarnos.
---
#### Cecil
Cecil fue uno de los primeros en buscarme. Nos vimos en una sala blindada de la GDA. Él me observó detrás de sus gafas oscuras.
—Nunca pensé que diría esto, chico, pero… lo que hiciste fue jodidamente valiente. Aunque también es un riesgo enorme.
—No fue valentía —respondí con frialdad—. Fue necesidad.
—¿Y qué planeas hacer con tu… “Habitación Blanca”?
Lo miré sin pestañear.
—Lo mismo que tú, pero sin tus cadenas políticas. Proteger la Tierra. Cueste lo que cueste.
Cecil sonrió apenas, como quien mira un arma demasiado peligrosa que no puede soltar.
—Sabes que eso te pondrá en mi radar, ¿verdad?
—Lo sé —dije—. Y también sabes que no puedes detenerme.
El silencio fue suficiente respuesta.
.
---
#### Rex y Monster Girl
El encuentro con ellos fue más áspero. Rex, siempre impulsivo, me apuntó con un dedo en el pecho.
—Así que eras un maldito asesino todo este tiempo, ¿eh? ¿Y ahora esperas que confiemos en ti?
Número 25 emergió. Mi voz se volvió fría.
—No espero tu confianza. Espero tu obediencia si quieres sobrevivir.
Monster Girl frunció el ceño.
—¿Y qué pasa si no aceptamos tus reglas, 25?
La miré fijo.
—Entonces eres libre de irte. Pero allá afuera, sin alguien que entienda cómo funcionan las verdaderas amenazas, no durarás mucho.
El silencio cayó sobre el grupo. Finalmente, Rex resopló.
—Eres un idiota… pero al menos eres nuestro idiota.
William sonrió por dentro. Número 25 no lo mostró.
La revelación de la Habitación Roja había sacudido al mundo. William, con su rostro descubierto, miró directo a las cámaras aquella vez cuando declaró que ya no sería una herramienta de destrucción ni de manipulación estatal. “De hoy en adelante, la Habitación Blanca se encargará de proteger la Tierra de cualquier amenaza. No importa de qué bando venga, ni si se esconde bajo un traje de villano, un escritorio político o un uniforme de policía corrupto.”
Esa declaración había sido como un terremoto. Muchos lo aplaudieron. Otros lo condenaron. Pero nadie pudo ignorarlo.
---
## **La purga silenciosa**
Las primeras operaciones fueron quirúrgicas. Número 17, 18 y 16 coordinaban con William como si hubieran nacido conectados. Una red de trata de personas en Europa del Este desapareció en tres noches. Los soldados irrumpieron en los almacenes, liberaron a niños y mujeres, y redujeron a los líderes a polvo. Algunos fueron entregados a las autoridades, pero los cabecillas… nadie volvió a verlos.
En México, William personalmente lideró una misión contra un cártel que inundaba barrios con drogas sintéticas. Los hombres que usaban a niños como mulas amanecieron colgados en puentes, mientras las rutas de distribución ardían en llamas.
Cuando la noticia llegó a la GDA, Cecil golpeó la mesa.
—¡Maldita sea, William! Esto no es “justicia”, es una guerra abierta.
William, con el uniforme negro y rojo de Número 25, respondió con su voz helada:
—La justicia es ineficiente. Nosotros hacemos lo que ustedes nunca pudieron.
Cecil apretó los dientes.
—Lo que haces es decidir quién vive y quién muere, ¿y qué pasa cuando decidas que uno de los tuyos es “una amenaza”?
William inclinó apenas la cabeza.
—Entonces dejará de existir.
## **Choque con los héroes**
La primera confrontación con los héroes no tardó. Los Guardianes Globales, junto con Invencible, se interpusieron en una redada en Filipinas. William y sus soldados estaban extrayendo a un ministro que financiaba campos de esclavitud infantil.
Mark se puso frente a él en el aire, con el puño cerrado.
—¡Basta, William! —le gritó—. No puedes seguir así.
Número 25 lo miró con sus ojos fríos tras la máscara.
—Quítate de mi camino, Mark.
—¡No! —respondió Mark, temblando de rabia—. Esto no es justicia, es asesinato. ¡No eres un juez, ni un dios!
William se acercó volando, tan cerca que Mark pudo ver el brillo metálico en la máscara rota de la última batalla.
—Yo soy el verdugo de quienes creen que la humanidad es un mercado. Y no necesito tu aprobación.
Eva intervino, creando un muro de energía púrpura entre ambos.
—¡William, detente! Si sigues así, vas a convertirte en lo mismo que juraste destruir.
Por un instante, el silencio lo dominó todo. Y ahí, debajo de la máscara, William dudó. Su fachada fría se resquebrajó… y apareció el William humano, el amigo que había reído en los cines, el que había guardado secretos imposibles.
—Eva… Mark… —murmuró con voz apenas audible, pero enseguida volvió a erguirse, endurecido—. Ustedes no entienden. Yo ya no puedo volver atrás.
Con una seña de mano, los soldados 17 y 18 terminaron la operación, y William desapareció entre las sombras, dejando a Mark y Eva con un vacío en el pecho.
---
De regreso en la base de la Habitación Blanca, William caminaba solo por el pasillo metálico. El eco de los pasos era su única compañía hasta que Julián, uno de los más antiguos, lo detuvo.
—Te estás hundiendo, hermano —dijo en ruso, apoyándose contra la pared—. Los superiores ya no están, pero tú mismo te pusiste la cadena al cuello.
William lo miró de reojo.
—Yo elijo esta cadena.
—¿De verdad? —Julián sonrió con amargura—. Porque desde que miras a Invencible y a su niñita de energía púrpura, te desmoronas.
William lo empujó contra la pared, apretándole el cuello.
—No vuelvas a hablar de ellos.
Pero Julián no se inmutó, incluso sonrió más.
—Entonces admítelo: no luchas solo por el mundo… luchas porque estás celoso.
William lo soltó, dando un paso atrás, con los puños temblando.
—…Cállate.
--
Los rumores eran ciertos. Mark y Eva habían comenzado a salir. Y cuando William los vio juntos por primera vez, caminando de la mano tras una misión, sintió como si todo lo que había construido se quebrara.
Esa noche, frente al espejo, se quitó la máscara. Se miró a sí mismo. El rostro endurecido, marcado por noches sin dormir. Detrás de él, siempre, la sombra del número tatuado en su nuca.
—Soy un buen actor —susurró con voz rota—. Demasiado bueno.
En la Habitación Blanca, frente a sus soldados, volvió a ser Número 25:
—Escuchen. No somos humanos comunes. Nunca lo seremos. La sociedad nunca nos aceptará. Pero podemos ser algo más: la espada que limpia este mundo podrido.
Los soldados aplaudieron, algunos con fervor, otros con duda. Pero todos sabían que William no iba a detenerse.
---
Una semana después, William fue convocado a una reunión privada con Cecil.
Cecil lo miró a través del vidrio blindado, con su eterno cigarro entre los dedos.
—Sabes, Número 25… en cierto modo, me recuerdas a Nolan. Creen que son los únicos capaces de salvar el mundo.
William no apartó la mirada.
—La diferencia es que yo no busco conquistarlo. Solo destruir la podredumbre.
—¿Y qué pasa cuando la podredumbre esté en ti? —preguntó Cecil, entrecerrando los ojos.
William se levantó.
—Ese día… 16 terminará el trabajo por mí.
Cecil suspiró.
—Maldita sea… no sé si eres el héroe que necesitamos o la peor amenaza que jamás enfrentaremos.
---
Más tarde, William decidió hablar con ellos sin máscara, como el viejo William.
Se presentó en la azotea de la universidad, donde Mark y Eva solían reunirse.
—Hola —dijo con su tono despreocupado, como si nada hubiera pasado.
Mark se tensó, Eva también.
—William… —comenzó Mark—. ¿Qué demonios te está pasando?
William sonrió, esa sonrisa cálida que tanto había practicado.
—Lo de siempre. Soy un buen actor, ¿recuerdan? Pero esta vez quiero hablar en serio. Perdón… por todo lo que hice, por cómo los alejé.
Eva frunció el ceño.
—¿Perdón? ¡William, estás asesinando gente!
Él bajó la mirada.
—Lo sé. Y lo seguiré haciendo. Pero… ustedes tienen que entender. Si no lo hago yo, nadie lo hará.
Mark apretó los puños.
—¡Eso no es cierto! Hay otra forma, siempre hay otra forma.
William levantó la cabeza, con lágrimas contenidas en los ojos.
—Ojalá pudieras tener razón.
---
La Habitación Blanca siguió creciendo. Misiones en África, en Medio Oriente, en América del Sur. Cada vez más redes criminales caían. Cada vez más gobiernos protestaban. Los héroes estaban divididos: ¿eran William y sus soldados aliados o dictadores con licencia para matar?
Pero en el fondo, William sabía que lo que realmente lo destruía no era el mundo… era ver a Mark y Eva juntos, y darse cuenta de que, pese a todo, seguía siendo aquel joven que solo quería una vida normal.
Y esa parte de él… algún día terminaría enfrentándose con Número 25.
---
Chapter Text
La primera vez que ocurrió pensé que era un error. Un desliz de mi mente cansada, un mal recuerdo disfrazado de pesadilla.
Pero no lo era.
Era un sueño húmedo. Y Mark estaba en él.
Desperté en medio de la noche con el corazón golpeando contra mis costillas como si quisiera salir. La sábana pegada a mi piel sudorosa, mi respiración agitada, y esa sensación amarga de haber deseado algo que nunca debería. Me llevé una mano al rostro, cubriendo mis ojos como si pudiera borrar lo que había pasado en mi cabeza.
—Soy Número 25… no soy William —susurré, casi rogando que mi mente obedeciera.
Pero lo recordaba con demasiada claridad. La sonrisa de Mark, la forma en que me llamaba "idiota" entre risas, el roce accidental de nuestras manos en el cine aquella vez… Y luego, en el sueño, esa inocencia se quebraba. Él me besaba con una intensidad que no era real, que jamás había ocurrido. Su boca contra la mía, sus manos aferradas a mi camiseta. Yo respondiendo con desesperación. Y lo peor era que lo había disfrutado.
Cerré los ojos. El eco de ese placer prohibido aún vibraba en mi cuerpo.
---
Con la Habitación Blanca no había lugar para dudas. Éramos soldados, no humanos. Nuestro propósito: proteger la Tierra a cualquier costo. Y yo era el rostro de esa misión. “El arma más perfecta”, decían. El líder que no temblaba, que no titubeaba al eliminar amenazas: políticos corruptos, mafiosos, traficantes, explotadores de niños.
Pero por dentro… William seguía vivo. Esa parte mía que se reía con chistes malos, que acompañaba a Mark a comer hamburguesas, que se sentía feliz con solo verlo sonreír.
Y era esa parte la que me estaba matando lentamente.
---
—Estás distraído, Número 25 —dijo Julián una noche después de una operación en Bogotá. La sangre de un capo de trata de blancas aún manchaba mis guantes.
Lo miré de reojo, fríamente. —Cumplimos la misión. Eso es lo único que importa.
—No me mientas —respondió él, con esa calma suya que siempre irritaba. —Tus golpes fueron demasiado personales. No eran para el enemigo. Eran para ti.
No respondí.
Porque tenía razón.
Cada puño que descargué esa noche lo hice pensando en Mark. En cómo lo había visto abrazar a Eve. En cómo ella apoyaba la cabeza en su hombro mientras reían de algo que yo jamás escucharía.
Mi mandíbula se tensó. Me repetí que era ridículo. Que el amor era un lujo que no me pertenecía. Pero el veneno ya estaba en mi pecho.
---
Volví a soñar.
Esta vez más vívido, más cruel.
Mark estaba frente a mí, con los labios entreabiertos, respirando con esa inocencia suya que me volvía débil. Se acercaba lentamente, tan cerca que podía sentir su aliento cálido contra mi piel. Mis manos se alzaban por instinto, tocando su rostro.
—William… —murmuró mi nombre, como si me perteneciera.
Y lo besé.
Lo besé con hambre, con necesidad. Me tomo de la cintura, me acerco hasta que no hubo espacio entre nosotros. Mis gemidos apagados contra su boca fueron como fuego líquido recorriendo mis venas. Y yo lo quería más. Mucho más.
Desperté jadeando, con el cuerpo temblando y un dolor insoportable de deseo reprimido. Me odié en silencio. Golpeé la pared hasta que mis nudillos se partieron. La sangre corrió, pero ni siquiera eso fue suficiente para arrancarme esa sensación.
“Un soldado no ama. Un soldado no desea. Un soldado no sueña.”
Pero yo no era solo un soldado. Y esa contradicción me estaba rompiendo.
---
Días después, me crucé con él en el cuartel de la GDA. Había venido a discutir con Cecil sobre las operaciones de la Habitación Blanca. Lo vi desde el pasillo: estaba molesto, su ceño fruncido, pero aún así irradiaba esa fuerza que me había atraído desde siempre.
—¡William! —me llamó cuando me vio.
Sentí cómo mi corazón traidor se aceleró. Me obligué a poner la máscara, a ser frío.
—Número 25 —lo corregí, con voz firme.
Mark frunció el ceño. —Eres William para mí. No importa lo que digas.
Quise gritarle que se callara, que no lo complicara más. Pero cuando me tocó el hombro, el mundo se detuvo. La calidez de su mano contra mí fue suficiente para encender cada recuerdo, cada sueño. Cerré los ojos por un instante, conteniendo el impulso de girarme y besarlo allí mismo.
Pero abrí los ojos y recordé quién era.
Número 25. El arma. El protector de la Tierra.
—Aléjate, Mark —le dije, helado. —Tu cercanía me distrae.
Su expresión se quebró como si le hubiera clavado un cuchillo.
---
Esa noche, en el dormitorio asignado de la base, la pesadilla volvió.
O tal vez no era pesadilla. Tal vez era el único lugar donde podía ser libre.
Mark estaba en mi cama, mirándome con los ojos brillantes, vulnerables.
—Dime la verdad, William… ¿me deseas? —susurró.
Mis labios temblaron. Y lo besé otra vez. Esta vez más profundo, más urgente. El calor de su cuerpo contra el mío, su respiración acelerada, mi nombre escapando de sus labios como un secreto.
Desperté con lágrimas en los ojos y las sábanas húmedas pegadas a mi piel.
—Maldita sea… —murmuré, golpeando la cama con rabia.
No podía seguir así.
---
Los días pasaron y cada vez era más difícil ocultar mis emociones. En las misiones, me volvía más violento, más letal. Julián y los demás empezaron a mirarme con recelo.
Mark, por su parte, intentaba acercarse. Hablarme. Y cada palabra suya era una daga.
Lo peor fue cuando lo vi besar a Eve frente a todos. Ella lo tomó del rostro y él respondió sin dudar. Yo sonreí, fingí indiferencia. Pero por dentro, algo en mí se quebró en mil pedazos.
Esa noche, no soñé.
No.
---
Un día, mientras limpiaba mi cuchillo, Julián se me acercó.
—Deja de torturarte —dijo, directo. —No eres el único que ha amado a alguien imposible.
—Yo no amo —respondí automáticamente.
Él me miró, serio. —Mientes incluso peor de lo que matas. Y eso ya es mucho decir.
No supe qué responder. Porque en el fondo, él tenía razón.
---
Ahora vivo dividido entre dos caras.
William, el joven que ríe con Mark, que se derrite en silencio por él.
Y Número 25, el soldado que no siente, que mata sin temblar.
Pero las noches siguen llegando.
Y con ellas, los sueños húmedos.
Y con cada uno, la línea entre William y 25 se vuelve más delgada.
Porque por más que intente negarlo…
Lo amo.
Lo amo tanto que duele.
Que estupidez un bicho raro se acero a mark a pedirle ayuda que su planeta está en peligro. Pero sospechaba que era mentira y acompañe a mark, deje a número 15 a cargo ella sabrá que hacer aunque últimamente dice que le llame karo.
Llegada a Thraxa**
El salto dimensional terminó con un estremecimiento que casi me hizo perder el equilibrio. No estaba acostumbrado a viajar de esta manera. El aire olía metálico, cargado de electricidad estática y polvo extraterrestre. Mark estaba a mi lado, con la expresión seria, aunque podía notar la ansiedad en sus ojos. Ese chico intentaba mantener la calma, pero la tensión en su mandíbula decía lo contrario.
—William… ¿seguro que quieres estar aquí? —preguntó en voz baja.
—No sería tu amigo si te dejara ir solo —le respondí, manteniendo mi tono relajado, la máscara de la fachada cálida que había construido durante años—. Además, suena divertido. ¿Una civilización alienígena pidiendo ayuda? ¿Qué podría salir mal?
Pero por dentro, el William que era Número 25 calculaba escenarios: posibles emboscadas, trampas, incluso la posibilidad de que la misión fuera una mentira. Había aprendido a confiar en mi instinto y, en este momento, me gritaba que algo no encajaba.
El palacio de Thraxa se erguía al horizonte como una estructura orgánica, hecha de un material que parecía piedra viva. Nos recibieron soldados insectoides, su idioma un chirrido metálico que solo entendí gracias a un implante de traducción.
Pero nada nos había preparado para la escena que nos esperaba dentro.
—No puede ser… —Mark susurró.
Allí estaba **Nolan**, vivo, erguido, con la misma presencia imponente que recordaba… pero diferente. A su lado, una mujer Thraxana y en sus brazos un bebé con rasgos humanos. **Oliver.**
Mi primera reacción fue evaluar amenazas: ¿emboscada? ¿Guardias ocultos? ¿Nolan fingiendo ser aliado? Pero luego vi la expresión en su rostro. Era… ¿remordimiento? ¿Orgullo? ¿Miedo? No supe identificarlo.
Mark dio un paso al frente, la ira y la confusión estallando en su voz:
—¿Cómo pudiste? ¡Dejaste la Tierra, me dejaste a mí… y formaste otra familia!
Nolan intentó acercarse.
—Mark… esto no es lo que parece.
Yo, Número 25, me interpuse entre ambos por instinto, sin dejar de observar a Nolan.
—Un paso más y lo consideraré amenaza. Nolan eres el criminal en la tierra. No nos veas con recelo tu te los buscaste.
Él me miró… y por un instante sentí que podía leer mi alma. Como si supiera que no era solo un amigo de Mark. Como si supiera lo que realmente era.
La conversación fue tensa. Nolan explicó que había huido tras fracasar en conquistar la Tierra. Que los Viltrumitas lo perseguían. Que Thraxa había sido su refugio… y su condena.
Pero mientras hablaba, mi mente analizaba cada palabra, cada pausa. Algo en su tono decía que ocultaba detalles. Quizás no sobre su nueva familia, sino sobre **lo que venía después**.
—¿Por qué nos pediste ayuda? —pregunté directamente.
Nolan me miró y luego a Mark, antes de responder:
—Porque vienen… y no solo a mí. Vendrán por la Tierra.
Mi estómago se hundió. Viltrumitas. Una amenaza que ni siquiera mi entrenamiento extremo garantizaba enfrentar.
---
No hubo tiempo para seguir discutiendo. Un rugido metálico sacudió el cielo de Thraxa. Yo ya estaba en posición de combate antes de que Mark se diera cuenta.
—¡Están aquí! —gritó Nolan.
Viltrumitas. Tres. Sus armaduras manchadas de sangre seca. Sonreían como depredadores que acaban de encontrar una nueva presa.
—Mark, cuida a tu hermano y a la madre —dije, sacando las cuchillas retráctiles de mis guantes—. Yo me encargo de mantenerlos ocupados.
- Pero William....., eres un humano- lo interrumpir rápido ya no quedaba tiempo.
- No Mark hace tiempo que deje de ser eso, solo soy un soldado y una arma- dije, fríamente.
Mark me miró como si no me reconociera. Quizás, en ese momento, estaba viendo más a Número 25 que a William.
Los Viltrumitas atacaron con la velocidad de un relámpago. Yo esquivé el primer golpe y clavé mi cuchilla en el abdomen de uno de ellos, usando su propio impulso para lanzarlo contra una columna. La estructura explotó, pero él seguía vivo.
Mark se lanzó contra otro, pero fue arrojado fuera del palacio, atravesando varias paredes. Yo aproveché para interceptar el tercero antes de que alcanzara a Nolan y su nueva familia.
—Que raro, que un humano sea tan fuerte—murmuró el Viltrumita, casi divertido—. Casi como un viltrumitas, pero no aún jajaja.
—Quédate con esa idea. —Giré la muñeca y activé la descarga eléctrica de mis cuchillas.
El combate fue brutal. No podía igualar su fuerza bruta, pero mi entrenamiento me permitía anticipar patrones, usar el entorno, golpear en puntos clave. Aun así, recibí golpes que fracturaron mis costillas y desangraron mis manos.
Mark regresó, cubierto de polvo y con la mirada decidida. Luchamos juntos, espalda con espalda, como si hubiéramos entrenado así toda la vida. Y por un instante, olvidé que tenía que mantener mi fachada.
Tras una pelea que dejó ruinas y sangre por todo el salón, Nolan logró negociar una retirada temporal. Los Viltrumitas se marcharon… por ahora.
Mientras Mark cargaba a su hermano, yo cubría la retaguardia. Pero por dentro, una duda me carcomía:
> ¿Podría Mark convertirse algún día en lo que los Viltrumitas temen?
> ¿Tendría yo que detenerlo… como Número 25?
Esa noche, mientras descansábamos en los restos del palacio, lo miré dormir, agotado pero vivo. Y me descubrí pensando que, si llegaba el día… no podría hacerlo. No podría eliminarlo.
*
--Regreso a la tierra
El aire de la Tierra nunca había olido tan pesado. No era por la polución ni por la humedad típica de la ciudad, sino por el peso de lo que cargábamos. Mark descendió primero, aún con la expresión vacía de alguien que había visto demasiado en muy poco tiempo. Yo lo seguí, con Oliver en mis brazos, envuelto en una manta improvisada que aún conservaba el aroma extraño de Thraxa.
Oliver.
El hijo de Nolan.
El hermano de Mark.
No tenía sentido seguir fingiendo que nada había cambiado. Todo había cambiado.
Debbie nos esperaba en la sala de su casa. Cuando vio la silueta de Mark, corrió hacia él. No se fijó en mí al principio… hasta que notó al bebé.
—¿Qué… qué es eso? —preguntó, con un nudo en la garganta.
Mark tragó saliva, pero no dijo nada. No podía. Su madre dio un paso hacia mí, como si el simple hecho de sostener a Oliver fuera una acusación silenciosa.
—Es… —empecé, sabiendo que esta verdad iba a romperla—. Es tu hijo, Debbie. Pero también… es el hijo de Nolan.
Debbie se tambaleó hacia atrás, buscando apoyo en el sofá. Mark intentó explicarse, pero apenas podía pronunciar palabra. El dolor en su rostro era suficiente para comprenderlo todo.
—¿Nolan… tiene otra familia? —susurró Debbie, casi sin aire.
—Sí —respondí. Mi tono fue frío. El de Número 25. Pero mi mirada era de William, intentando no quebrarse.
Silencio. Un silencio que podía aplastarnos.
Debbie se levantó lentamente y se acercó a Oliver. El pequeño abrió los ojos, ajeno a la tensión que lo rodeaba. Debbie lo miró como si pudiera leer su origen en esos rasgos diminutos.
—Se parece a Mark… —murmuró, acariciando suavemente la mejilla del bebé—. Y a Nolan. Maldito seas, Nolan…
Mark apretó los puños. Yo lo observé, temiendo que en cualquier momento explotara. Pero en lugar de gritar, simplemente dijo:
—No sé qué pensar, mamá. No sé si debo odiarlo… o si debo alegrarme de que esté vivo.
Debbie lo abrazó. Y a mí, con Oliver en brazos, me dio una mirada de comprensión y tristeza. Como si supiera que yo era parte de esta nueva guerra silenciosa.
Mientras Mark y Debbie intentaban dormir, yo permanecí en la habitación de huéspedes. Oliver descansaba en una cuna improvisada, y yo lo vigilaba. Pero no solo lo hacía como William, sino como Número 25.
La Habitación Blanca (la evolución de la Habitación Roja) habían dejado claras sus órdenes: **proteger la Tierra y, por extensión, proteger a Oliver y Mark, ellos eran la esperanza de la tierra.**
Sin embargo, había algo más. Un presentimiento. Como si las piezas de un rompecabezas mayor empezaran a encajar.
Fue entonces cuando lo sentí. Un leve temblor en la realidad. Un destello, como si el aire se rasgara.
Me levanté, llevando la mano a la máscara que reposaba en mi cinturón. Mi instinto me decía que aquello no era natural. Y no lo era.
Una figura emergió de la distorsión. Una silueta alta, delgada, cubierta de cicatrices. Un hombre con múltiples prótesis metálicas que vibraban como si fueran parte de la misma energía que había abierto esa brecha.
—Mark Grayson… —su voz resonó con una calma inquietante—. Y tú… Número 25.
—¿Quién eres? —pregunté, interponiéndome entre él y la puerta del pasillo donde Mark dormía.
El hombre sonrió, pero no había alegría en su gesto. Solo furia contenida.
—Soy Angstrom Levy. Y he venido a corregir todos los errores que se han cometido en este mundo… empezando por ustedes.
Mark apareció al instante, todavía medio dormido pero con el traje puesto, como si su cuerpo supiera antes que su mente que había peligro. Debbie bajó las escaleras, alarmada por el ruido.
—¿Qué está pasando? —preguntó.
—Llévate a Oliver —le ordené, sin mirarla—. Ahora.
Ella no dudó. Tomó al bebé y subió al piso superior.
Mark me observó con desconfianza, como si quisiera preguntar cómo había reaccionado tan rápido. Pero no hubo tiempo. Levy extendió la mano y el aire volvió a fracturarse.
Un portal. No hacia otro lugar. Hacia **miles de lugares a la vez.**
—¿Qué demonios…? —susurró Mark.
—Está usando una tecnología interdimensional… —dije, con voz baja, como si pensar en voz alta pudiera ayudarme a anticipar su siguiente movimiento.
Levy rió.
—Tecnología no. Poder. Cada versión de mí en el multiverso… cada vida, cada muerte… están dentro de mi mente. Y todas me dicen lo mismo: invencible es el origen de la destrucción.
Mark atacó primero, impulsándose hacia Levy, pero el villano abrió otro portal, desviando el golpe hacia una dimensión desértica. Mark desapareció.
Yo apenas tuve tiempo de activar mi traje de combate. La energía carmesí y negra se cerró sobre mi cuerpo, cubriéndome de pies a cabeza. Ahora era Número 25.
—No dejaré que lo lastimes —dije, avanzando hacia él.
—¿Y tú qué eres? ¿Un humano con aspiraciones de dios? —se burló Levy.
No respondí. Solo ataqué. Mis movimientos eran precisos, fríos, calculados. Cada golpe estaba destinado a forzar a Levy a cerrar sus portales, pero él era demasiado rápido.
Por un instante, logré sujetar su brazo. Su piel vibró con energía. Y entonces… vi imágenes. Universos enteros. Miles de versiones de Mark conquistando mundos, matando héroes, incluso a mí.
—¿Lo viste? —preguntó Levy, con una sonrisa macabra—. ¿Lo viste convertir la Tierra en cenizas?
No puede ser.
No respondí. Pero mis manos temblaron.
Un destello azul sacudió la sala. Mark volvió, empapado en arena y polvo de otra dimensión.
—¡¿Qué rayos fue eso?! —gritó.
Levy rió. Y entonces, como si hubiera probado lo suficiente, retrocedió hacia su propio portal.
—Pronto lo entenderán —dijo antes de desaparecer—. Y cuando llegue ese momento, ninguno de ustedes tendrá escapatoria. Al final tendrás que matarlo.
El portal se cerró. La sala quedó en silencio, rota, con grietas en las paredes y polvo flotando en el aire.
Debbie bajó con Oliver en brazos. Sus ojos buscaban respuestas, pero Mark y yo no teníamos ninguna.
—Mamá… —empezó Mark, sin saber qué decir—. Esto… apenas comienza.
Yo lo miré. Por primera vez, sin la máscara. Solo como William.
—No sé qué trama ese hombre… —dije—. Pero si dice la verdad… tendremos que elegir qué clase de personas queremos ser.
Chapter Text
Mi mente está desacuerdo, otra vez esas imágenes. El contacto con Angstrom Levy fue como abrir la puerta a un océano infinito de realidades.
Un instante… y todo cambió.
*"No… esto no puede ser real… ¿por qué veo… tantos mundos… tantos Mark…?"*
Las imágenes invadieron mi mente como agujas candentes. Miles de versiones de Mark, pero no el Mark que yo conocía.
Algunos eran héroes, otros monstruos. En demasiados, él se unía a Nolan, arrasando con la Tierra, sometiendo a la humanidad bajo su puño viltrumita. En otros, yo mismo estaba muerto… o peor, era su cómplice.
Una ola de vértigo me sacudió. Caí de rodillas, tratando de arrancar esas imágenes de mi mente.
— ¡William! ¡Oye! ¿Qué te hizo ese tipo?
—N… nada —mentí, obligándome a ponerme de pie, aunque mi respiración estaba entrecortada—. Solo… fue un mareo.
Pero no era cierto.
Algo se había roto dentro de mí. Por primera vez, dudé de él.
El villano logró escapar después de abrir portales a medio mundo. La casa quedó destrozada, y yo apenas podía concentrarme mientras mi mente estaba divagando.
*"No podía quitarme de la cabeza las imágenes. Mark y Nolan conquistando ciudades, matando héroes, sonriendo mientras ardía todo. ¿Era posible que esta fuera la línea de tiempo correcta? ¿O estábamos destinados a repetir esas tragedias?"*
Más tarde, en la base improvisada de la GDA, Mark intentó hablar conmigo.
— Oye, lo de hoy… estuvo muy cerca. Si no hubieras reaccionado tan rápido, ese portal nos habría tragado. Gracias.
— Claro… para eso estoy —dije, con una sonrisa que no sentía—. Pero tenemos que hablar.
— ¿Sobre qué?
— Sobre lo que viste… lo que crees que eres capaz de hacer.
Mark frunció el ceño.
— ¿Qué estás insinuando?
— Nada… solo que… me pregunto hasta dónde podrías llegar si las cosas se ponen feas.
Él me miró con una mezcla de confusión y molestia, pero no insistió.
---
### Angstrom Regresa – La Gran Pelea
Pasaron semanas. Angstrom no había sido visto desde entonces, pero sabíamos que estaba tramando algo mayor. La GDA nos mantuvo en alerta… hasta que el día llegó.
Una explosión de portales sacudió la ciudad. Angstrom, con su cuerpo retorcido y cicatrices que brillaban con energía, se alzó en medio del caos.
— ¡Múltiples realidades! ¡Múltiples finales! ¡Pero todos tienen un origen: Mark Grayson! ¡Hoy acabo contigo y con tu mundo!
Mark dio un paso al frente, listo para pelear. Yo no podía quitarle los ojos de encima.
Parte de mí quería creer en él. Otra parte… no estaba segura.
Angstrom abrió un portal debajo de nuestros pies. Caímos juntos, Mark y yo, pero no en la misma ciudad destruida… sino en un mundo diferente.
*"El cielo era verde. La Tierra, partida en continentes flotantes. Y cadáveres… demasiados cadáveres humanos."*
Mark se giró hacia mí.
— Debemos encontrarlo. No dejaré que siga jugando con nosotros.
Yo no respondí. Solo seguí corriendo, observando todo… preguntándome si él era la causa.
El portal volvió a abrirse, lanzándonos a otra realidad. En esta, Mark y Nolan gobernaban como emperadores, rodeados de esclavos humanos.
Ñ
— ¡Esto no soy yo! ¡No haría esto!
Yo quería creerle. Pero las visiones… las visiones seguían allí. Y ahora las podía ver este mundo.
---
Angstrom nos llevó a otras cinco dimensiones antes de enfrentarnos finalmente en un terreno vacío, una especie de limbo entre mundos. La energía de los portales lo alimentaba, pero también lo consumía.
— ¡Ustedes no entienden! ¡He visto lo que harán! ¡La destrucción que traerán! ¡Voy a detenerlos antes de que pase!
— ¡Entonces estás juzgando a la persona equivocada!
Me lancé contra él primero, activando mis mejoras de súper soldado. Mi velocidad me permitió esquivar sus primeros portales y golpearlo directo en la mandíbula, haciéndolo retroceder.
Mark llegó detrás, con fuerza viltrumita pura, impactando su pecho y enviándolo a través de tres portales abiertos.
Pero en medio de la pelea, Angstrom me miró… y sonrió.
— Ya lo viste, ¿verdad? Las posibilidades… lo que puede llegar a ser tu amigo. ¿Realmente confías en él?
Su risa me heló la sangre. No respondí. No podía.
Mark, sin embargo, lo escuchó todo.
— ¡William! ¡Yo no soy ellos!
Yo quería gritar que lo sabía. Pero las imágenes… seguían ahí.
El combate escaló. Mark lo agarró del cuello, atravesando portales y rompiendo edificios de mundos alternos. Yo seguía el rastro, golpeando desde flancos, usando mis reflejos mejorados para cerrar portales antes de que se tragaran a alguno de nosotros.
Finalmente, Mark se desató.
No había visto esa furia en él antes. Lo golpeó una y otra vez, hasta que la cabeza de Angstrom se hundió en el suelo con un crujido nauseabundo.
Silencio.
*"¿Acabo de ver a mi mejor amigo matar a alguien… o salvarnos a todos?"*
El olor metálico de la sangre impregnaba el aire. La arena del páramo desértico aún vibraba por el impacto del golpe final. Levi yacía en el suelo, irreconocible, mientras Mark—Invencible—respiraba con dificultad, las manos temblando, los ojos fijos en el cadáver que había dejado atrás.
Yo… no podía moverme.
Mi cuerpo estaba paralizado, pero no por el miedo. Era la confusión. La visión que Angstrom me había mostrado segundos antes seguía grabada en mi mente: **Mark conquistando la Tierra al lado de su padre, Nolan. Mark siendo un tirano. Mark… matando sin dudar.**
Pero ahora no era una visión. Acababa de verlo hacerlo.
**Mark había matado a Levi.**
No porque fuera imposible detenerlo… sino porque, en un instante de furia, decidió que era la única opción.
—Mark… —mi voz salió temblorosa, apenas audible, como si hablara a través de una pared de vidrio—. ¿Qué… qué acabas de hacer?
Él se giró, el rostro cubierto de polvo y sangre. Su respiración seguía acelerada, y por un segundo pensé que no iba a responderme. Hasta que murmuró:
—No tuve elección, William… No había otra manera.
Pero en mi mente la visión de Angstrom se mezclaba con esta realidad. Viéndolo ahí, con las manos manchadas, no podía diferenciar si este era el Mark que conocía o el que vi en esas dimensiones conquistando mundos.
Algo se rompió en mí.
### **Perspectiva Interna de William – Número 25**
“Controla tu respiración. Calcula tu entorno. Evalúa las amenazas.”
La voz fría y metódica de mi entrenamiento resonaba en mi cabeza. Número 25 sabía qué hacer. Pero William, el amigo… estaba en shock.
Me arrodillé. Sentí un mareo repentino, como si mi conciencia se dividiera en dos:
* **Número 25**, el soldado, entendía que eliminar amenazas era un acto necesario.
* **William**, el amigo, no podía aceptar que Mark cruzara esa línea.
—¿Estuvo bien, verdad? Fue lo correcto.—pregunté con un hilo de voz, casi como si necesitara su aprobación.
Mark me miró, confundido. —¿Qué cosa?
—Matarlo… —mis palabras temblaron—. Estuvo bien… ¿no?
Mark frunció el ceño, dando un paso hacia mí. —¿Qué estás diciendo, William?
Mi visión se nubló. Sentí como si mi mente colapsara sobre sí misma, las imágenes de mundos alternos multiplicándose: **Mark destruyendo ciudades. Mark ejecutando héroes. Mark… sonriendo mientras la Tierra ardía.**
—No… —murmuré—. No… estuvo mal. ¿Cómo… cómo pudiste hacerlo?
Mark retrocedió, herido, como si mis palabras lo hubieran golpeado más fuerte que cualquier villano. Pero yo ya no podía seguir. Mi cuerpo se tambaleó y caí de rodillas. Luego, oscuridad.
No sé cuánto tiempo estuve inconsciente. Tal vez minutos, tal vez horas. Pero cuando abrí los ojos, la primera imagen que vi fue una luz azulada flotando sobre mí.
—¡Está despertando! —escuché la voz de Rex, nerviosa pero aliviada.
Me incorporé apenas, sintiendo que mis músculos no respondían del todo. La arena desértica había sido reemplazada por un brillo extraño, casi irreal. Y entonces lo entendí: **no estábamos en nuestra realidad.**
Eva se acercó y colocó una mano en mi hombro. —William, ¿puedes oírme?
Asentí lentamente. Mi voz salió ronca: —¿Dónde… dónde estamos? Porque te vez tan vieja, estoy enloquecieron.
—En ninguna parte —respondió Robot, su tono neutral pero firme—. Angstrom los dejó atrapados entre capas dimensionales. Tuvimos que usar coordenadas cuánticas para encontrarlos somos del futuro, uno donde invencible y tu desaparecieron.
—¿Mark? —pregunté de inmediato.
—Está allí —dijo Rex, señalando unos metros más adelante.
Mark estaba sentado, cabizbajo, las manos aún manchadas. No dijo una palabra. Ni siquiera cuando nos encontraron. Era como si estuviera encerrado en su propio silencio.
La transición de regreso fue un destello blanco que casi nos quemó la vista. Cuando por fin desperté en suelo sólido, estábamos en la Habitación Blanca. Todo olía a desinfectante y acero.
Soldados y médicos se movían rápidamente, conectando cables y monitores a mi cuerpo. Podía oír murmullos:
—Es la primera vez que Número 25 entra en un estado de colapso psíquico.- dice número 16
—¿Crees que… despierte como William?
—O… ¿que solo quede Número 25?
Mis párpados pesaban. No podía moverme, pero escuchaba. Y eso me aterrorizaba más que cualquier herida.
A través del vidrio de observación, pude verlos: **Eva, Rex, Robot y Mark**. No podían verme, pero escuchaba todo a través de los altavoces internos.
Eva habló primero, su voz llena de preocupación: —¿Qué le pasó? Nunca había visto a William… así.
—No fue solo William —respondió Robot, siempre analítico—. Fue Número 25. Su mente está dividida.
Rex soltó un resoplido: —¿Dividida? ¿Quieres decir que tiene… dos personalidades?
—Más complejo que eso —dijo Robot—. William es la fachada emocional. Número 25 es el soldado frío. Pero después de lo que vio… esas dos partes están en guerra.
Eva cruzó los brazos, lanzando una mirada dura a Mark. —¿Y qué fue exactamente lo que vio?
Mark no respondió de inmediato. Su silencio fue tan pesado que se podía sentir en la sala. Finalmente, dijo en voz baja:
—Me vio… matando a alguien.
Rex lo miró incrédulo. —¿Cómo que matando a alguien? ¡Eres un héroe, no…!
—¡Lo sé! —Mark lo interrumpió, con un tono que no sonaba a justificación, sino a desesperación—. Pero no había otra manera.
Eva bajó la mirada, pero no dijo nada más.
Mientras ellos discutían, yo estaba atrapado en un espacio oscuro… dentro de mi propia mente. Frente a mí, dos figuras:
* **William**, tembloroso, humano, herido emocionalmente.
* **Número 25**, frío, calculador, de pie con postura marcial.
—No podemos seguir así —dijo Número 25—. Si dudas, moriremos.
—No quiero perderlo —replicó William—. No quiero perder a Mark…no quiero perderme.
El soldado me miró con una calma escalofriante. —Entonces tendremos que decidir… quién de los dos seguirá existiendo.
Y en ese instante… todo se volvió negro.
Chapter 11
Notes:
Me ayudarían con un comentario para saber si seguir con la historia gracias 🫂
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
El silencio era absoluto.
No había suelo, ni techo, ni paredes. Solo un espacio blanco infinito, iluminado por una luz sin fuente, demasiado perfecta, demasiado irreal.
—¿Dónde… estoy? —mi voz resonó, multiplicándose como un eco interminable.
Un paso sonó detrás de mí. Pesado, firme. Me giré y lo vi. **Yo mismo**, pero no yo. El traje negro y rojo, la máscara opaca, la postura militar. **Número 25**.
—Por fin despiertas —dijo con mi voz, pero más grave, sin emociones—. Tardaste demasiado.
Tragué saliva, aunque no había humedad. —¿Qué está pasando? ¿Por qué… estoy aquí?
Número 25 inclinó la cabeza, como si yo fuese el niño y él el adulto. —Porque finalmente se rompió la ilusión. Viste lo que Mark hizo. Lo viste matar. Y algo dentro de ti… se quebró.
Recordé la arena teñida de sangre. Recordé a Levi desplomándose tras el golpe final de Mark. Recordé mi corazón apretándose al darme cuenta de que la línea que separa héroe de asesino era tan frágil.
—Eso no le define —dije con firmeza—. Fue un error. ¡Mark sigue siendo un héroe!
Número 25 rió. Era un sonido seco, hueco. —¿Estás seguro? Yo vi lo mismo que tú. Y tú… en tu interior… lo aprobaste. Aunque ahora intentes negarlo.
—¡Yo no lo aprobé!
—¿Ah, no? —dijo acercándose, su máscara a centímetros de mi rostro—. Entonces, ¿por qué sentiste alivio cuando cayó? ¿Por qué pensaste que la amenaza había terminado? ¡Porque yo, William, soy tú… el verdadero.
—No voy a dejar que tomes control —digo—. Yo… soy William. El verdadero.
—El verdadero William es débil —responde sin un gramo de emoción—. Tiene miedo, duda, se derrumba al ver sangre. ¿Quieres que te recuerde lo que pasó allá afuera? Mark decidió, y tú colapsaste.
Aprieto los puños.
—¡Porque no era correcto! ¡Un héroe no mata!
—¿Seguro? —me lanza una mirada que parece perforar mi mente—. Vi lo que viste en esas visiones de Angstrom. Mundos donde Mark y Nolan gobiernan la Tierra. Mundos donde millones mueren porque él dudó en hacer lo necesario a tiempo. ¿Quieres arriesgarlo todo porque tienes miedo de aceptar la verdad?
—No… no es así…
—Sí lo es. —Su tono se endurece—. El mundo no necesita a un chico simpático que cuente chistes y oculte sus miedos. Necesita a alguien como yo. Frío. Calculador. Implacable.
Siento cómo su presencia crece en esta oscuridad, como si las sombras mismas se inclinaran hacia él.
—¿Y qué pasa con Mark? —le pregunto—. Él… aún puede elegir ser mejor.
—¿Mejor? —Número 25 deja escapar algo que parece un suspiro burlón—. ¿No viste cómo dudó después de matar a Levi? Está al borde de romperse. ¿Sabes qué necesita? Un amigo que no dude en guiarlo. Un líder. Un estratega. Yo.
—Él necesita a William —le replico—. No a un soldado sin alma.
—No puedes protegerlo. Ni a él ni a ti mismo. —Da un paso hacia mí—. Por eso voy a quedarme.
—No lo permitiré —susurro.
—Entonces pelea —responde con frialdad—. No con fuerza. Con argumentos. Demuéstrame que mereces existir.
La oscuridad se transforma. Columnas de luz emergen, proyectando recuerdos felices: momentos de mi vida. La primera vez que conocí a Mark. Nuestras bromas. Nuestras salidas al cine. Aquella noche en el callejón donde protegimos a esa madre y su hijo.
Número 25 observa impasible.
—Bonito escaparate de emociones —dice—. Pero dime, ¿de qué sirvieron cuando la Habitación Roja te convirtió en un arma?
—Me mantuvieron vivo —le digo—. ¿Sabes por qué? Porque cada risa, cada broma, cada instante con él me recordaba que aún había algo humano en mí.
—¿Humano? —susurra con desprecio—. ¿Qué tan humano te sientes ahora, encerrado en tu propia mente, esperando a que yo tome control total?
—¡No entiendes! —grito—. Si te quedas, solo serás otra máquina siguiendo órdenes. ¿Qué pasará cuando la Habitación blanca te obligue a matar a Mark?
Por primera vez, su mirada vacila. Apenas un instante. Pero lo noto.
—No lo haría —responde al fin, aunque menos seguro—. Lo protegería.
—¿De verdad? ¿O lo sacrificarías si las probabilidades lo exigen?
Silencio.
Las columnas de luz empiezan a apagarse. Mis recuerdos se desvanecen.
—Estás perdiendo —dice Número 25—. Tu mente no soporta esta discusión. Cada segundo que pasa, yo me fortalezco.
—No… —digo, arrodillándome—. No me… voy a rendir…
Pero siento cómo algo me arrastra hacia abajo. Un abismo sin fin.
—Descansa, William —susurra Número 25, casi con compasión—. Dejaré que una parte de ti viva en mí. Pero yo seré el que camine.
Todo se oscurece.
Despierto… pero no soy yo. No todo. No completo Soy él.
Soy Número 25.
Abro los ojos en la Sala Blanca, rodeado por soldados y médicos de la Habitación Roja. Número 16 está allí, su rostro serio pero nervioso.
—¿Cómo te sientes? —pregunta.
—Eficiente —respondo sin titubear.
En mi interior… apenas un susurro de William intenta hablar, pero la voz se pierde.
Horas después, los Jóvenes Héroes se reúnen. Mark está sentado, los codos apoyados en las rodillas, temblando.
Eve rompe el silencio:
—¿Entonces… William ya no está?
—No —responde Rex—. Ese… cosa que lo reemplazó… no tiene nada que ver con él.
Robot interviene:
—No deberíamos subestimarlo. Si Número 25 ha tomado control, su capacidad táctica y física podría superar a cualquier héroe aquí presente.
—¡No me importa! —grita Mark, golpeando la mesa—. ¡Quiero a William de vuelta!
Eve coloca una mano en su hombro, intentando calmarlo.
—Mark… tal vez… tal vez ya no se pueda.
Mark la mira con rabia y tristeza.
—Entonces buscaré la forma. Así tenga que recorrer mil dimensiones.
El eco metálico del pasillo resonaba como un latido frío. Mis botas golpeaban el piso de la Habitación Blanca mientras recibía mi próximo objetivo. Ya no había duda en mi andar; no había vacilación. La mente de William, ese chico que alguna vez sonrió y bromeó, seguía atrapada en una celda de recuerdos. Yo, Número 25, había tomado el control. Y lo peor de todo… es que me empezaba a gustar.
> –Objetivo: Neutralizar a la viltrumita fugitiva Anissa –ordenó la oficial, su voz seca, sin emociones–.
> –Condición secundaria: No dejar testigos.
Sabía quién era. Sabía lo que había hecho. Pero también sabía ella había formado una familia en la Tierra. Y eso significaba… inocentes.
La nave descendió en un punto remoto, en la periferia de un pueblo oculto en bosques densos. Con mi traje negro y rojo, con la máscara ajustada, me sentí como una sombra caminando en la superficie de un mundo que ya no me pertenecía.
La encontré. Estaba con un hombre humano y… un niño. El aire me golpeó el pecho. Una parte de mí quiso retroceder. Pero entonces la otra voz, la mía ahora, habló:
*"William no puede manejar esto. Solo yo puedo."*
Me lancé antes de que pudiera pensar. La pelea fue rápida y brutal. Anissa me reconoció al instante.
> –¿Tú? –gruñó, bloqueando mi primer golpe–. No eres humano… no del todo.
> –No. –respondí, sin emoción–. Soy lo necesario para eliminar amenazas.
En segundos, la pelea se convirtió en un borrón de movimientos. Sus reflejos eran impresionantes, pero mis nuevas habilidades superaban lo que cualquier humano podía soñar. Cuando tuve la oportunidad… la ejecuté. Precisa, limpia, sin crueldad, pero sin piedad.
El niño gritó. El hombre también. Pero no había tiempo para dudas. **Eliminar testigos.**
Y ahí, por primera vez en mucho tiempo, escuché la voz de William en mi mente.
*"¡No! ¡Por favor, no lo hagas! Son inocentes. ¡Déjalos!"* Dice William
Mis manos temblaron. Solo por un instante. Pero fue suficiente para decidir: dejé que escaparan. Y eso significaba… desobediencia.
El reporte fue seco. Ellos lo aceptaron, pero en sus ojos vi sospecha. Sabían que Número 25 nunca dudaba. Sabían que William aún estaba ahí, peleando, empujando.
Pero la frialdad seguía. Y las misiones se multiplicaron. Interrogatorios, ejecuciones, infiltraciones. Cada día, la línea entre héroe y arma se borraba un poco más.
Semanas después, ocurrió lo inevitable. Mark vino a buscarme. No como Invencible, sino como mi amigo.
Nos encontramos en la azotea de un edificio destruido por una misión previa. El viento soplaba fuerte.
> –¿Por qué lo hiciste? –preguntó Mark, con los ojos llenos de ira y miedo–. ¡Era una madre, William! ¡Una madre!
> –No soy William –respondí, mi voz metálica por el modulador de la máscara–. Soy Número 25. Y ella era una amenaza.
> –¡Tenía un hijo! ¡Una familia!
> –Y yo tengo órdenes –repliqué–. Órdenes que garantizan que la Tierra siga existiendo.
Mark apretó los puños. Pude ver en su rostro la lucha interna. **Quería creer que su amigo seguía allí.** Pero todo en mi tono, en mi postura, decía lo contrario.
> –¿Sabes qué pienso? –dijo, su voz temblando–. Que William aún está ahí. Que está atrapado. Y que tú… tú no eres suficiente para reemplazarlo.
Hubo un silencio pesado. Yo no lo desmentí. No podía. Porque parte de mí sabía que tenía razón. Pero otra parte, la que dominaba, no podía permitir que William volviera.
Días después, Robot, Rex, Eve y Dupli-Kate discutían el destino de William. No fui invitado, pero escuché la transmisión interceptada por mis sistemas internos.
> **Eve**: "No podemos simplemente aceptarlo. ¡Es William! No es un arma."
> **Rex**: "¿Estás segura? Porque el tipo que vi en la última misión no era mi amigo. Era… algo más."
> **Robot**: "La Habitación Roja ha logrado lo que nadie imaginó: convertirlo en un híbrido entre humano y soldado experimental. Deshacerlo… podría matarlo."
> **Dupli-Kate**: "Entonces… ¿qué hacemos?"
> **Eve**: "Lo traemos de vuelta. Pase lo que pase."
La noche siguiente, mientras dormía en la celda de recuperación, William se presentó ante mí. No en persona, sino en la mente compartida que aún habitábamos.
Estábamos en un vacío blanco, sin paredes ni techo, solo nosotros.
> –¿Vas a seguir con esto? –preguntó William, su expresión cansada pero firme–. ¿Seguir siendo el verdugo?
> –Voy a seguir protegiendo este mundo –respondí–. Con decisiones que tú nunca podrías tomar.
> –¿Como matar a una madre frente a su hijo? ¿Eso es proteger?
> –Eso es evitar que millones mueran después. Tú sientes demasiado. Yo actúo.
Hubo un largo silencio. William se acercó, mirándome directo a los ojos.
> –No voy a desaparecer. No mientras Mark… mientras nuestros amigos sigan creyendo en mí.
> –¿Creer en ti? –solté una risa fría–. Ellos ya ven que eres débil. Que no tienes lo necesario para sobrevivir en este mundo.
> –¿Y tú sí? –me replicó, elevando la voz–. ¡Tú eres solo una sombra de lo que yo era! ¡Un reflejo frío, vacío! No tienes alma.
> –No necesito alma para ganar.
El vacío comenzó a temblar. Nuestra mente se fracturaba. Podía sentir que, si no resolvíamos quién dominaba, ambos podríamos desaparecer.
> –Entonces peleemos –dije–. No me puedes ganar William eres muy débil y inferior. Solo desaparece deja que salvé al mundo.
Notes:
Me ayudarían con un comentario para saber si seguir con la historia gracias 🫂
Chapter Text
La Habitación Blanca estaba en silencio. Solo el zumbido constante de las luces resonaba sobre mí, una sinfonía mecánica que no dejaba espacio para el descanso. Estaba sentado, inmóvil, mirando el reflejo distorsionado de mi rostro en la mesa metálica. O tal vez no era mi rostro. Tal vez ya no era mío.
La puerta se cerró detrás de los médicos. Cecil había dicho que necesitaba tiempo para "recuperar estabilidad". Pero la verdad era otra: tenían miedo de lo que podría salir si intentaban forzarme.
Porque dentro de mi cabeza… ya no estaba solo.
---
### **[Plano mental – Oscuridad absoluta]**
—¿Otra vez aquí? —mi voz resonó en el vacío, pero no era del todo mía.
Número 25 emergió de las sombras, su silueta cubierta por el mismo traje negro y rojo que usaba en el campo de batalla, pero sin máscara. Podía ver mi propio rostro en él, más pálido, sin emociones. Los ojos… fríos. Letales.
—No, William. Esta vez, tú entraste a mi espacio —respondió con calma—. Y lo hiciste porque, aunque no quieras admitirlo, sabes que ya no puedes sostener esta fachada sin mí.
Sentí un escalofrío recorrerme. —Yo… aún puedo. No soy débil. Solo… necesito pensar.
—Pensar no te salvará de lo que viene. ¿Quieres que te recuerde? —Su voz se volvió más dura, como una cuchilla—. Mark. El muchacho que creíste incorruptible. Lo viste matar. Y no fue en defensa propia. Fue porque decidió que era lo correcto.
Las imágenes volvieron. La arena manchada de sangre. El cuerpo de Levy colapsando. Mark… respirando agitado, pero sin remordimiento inmediato.
—¡Él no es así! —dije con fuerza, aunque mi voz temblaba—. Tiene un código. Es un héroe. No… no puede ser solo eso.
Número 25 me observó, serio. —William, deja de aferrarte a la ilusión. Lo viste. Y lo que viste no fue solo una acción, fue el reflejo de lo que puede llegar a ser. ¿Recuerdas las visiones de Angstrom? Universos donde él se convierte en su padre, donde la Tierra arde bajo sus manos.
—No son nuestro universo… —susurré, pero la duda mordía en mi interior.
—Tal vez no —concedió Número 25—. Pero cada decisión nos acerca o aleja de esos futuros. ¿Y si este asesinato fue el primer paso? ¿Estás dispuesto a quedarte de brazos cruzados?
Número 25 caminó a mi alrededor como un depredador.
—Mira lo que soy —dijo, abriendo los brazos—. Precisión. Frialdad. Capacidad de actuar sin que el corazón interfiera. Yo puedo tomar decisiones cuando tú tiembles. Yo puedo proteger a la humanidad… incluso de sí mismo.
Lo miré, sintiendo la verdad en sus palabras… pero también el peligro. —¿Protegerlo? ¿O controlarlo?
—¿Importa? —su respuesta fue inmediata—. Si Mark se convierte en una amenaza, yo seré quien lo detenga. ¿Puedes hacerlo tú?
Silencio.
No tenía respuesta.
Pero entonces respiré hondo y hablé, más seguro: —No. No puedo. Pero tampoco quiero que tú lo hagas sin mí. Tú eres fuerte, sí, pero… careces de algo. Y lo sabes.
—¿Qué?
—Humanidad —respondí, sin titubeos—. Yo soy la conexión. Yo entiendo el peso emocional. Yo sé cuándo detenerme. Tú… solo actúas.
Por un segundo, Número 25 guardó silencio. Luego sonrió, pero sin alegría. —¿Propones… coexistencia?
—Sí —asentí—. Si ambos queremos sobrevivir, necesitamos equilibrio. Tú me haces más fuerte. Yo te hago… menos monstruo.
-No, quiero ver qué te descuenta como es el mundo. Que ser letal es más sencillo y preciso para salvar este mundo. William no tienes opciones o convives conmigo o desaparecer, tu decides. -número 25 sonrió. Es la primera vez que lo veo sonreír.
Un pitido hizo que mis ojos se abrieran, aunque solo a medias. Estaba consciente, pero no del todo. Podía sentir la frialdad clínica de la camilla y las miradas al otro lado del vidrio. Los médicos murmuraban algo, pero sus voces eran lejanas.
En mi mente, Número 25 me extendía la mano.
—¿Acuerdo, entonces? —preguntó.
Lo miré. Aceptar significaba compartir mi cuerpo, mi mente, mi alma. Pero rechazarlo significaba perderlo todo. A Mark. A mi libertad. A mí mismo.
Apreté su mano.
---
### **[Horas después – Sala de estrategia de la GDA]**
Cecil me observaba desde el otro lado de la mesa. —Te ves… diferente.
—Más estable —corrigió Número 25, hablando a través de mí, pero con matices humanos—. Hemos resuelto algunos conflictos internos.
Cecil asintió, aunque sospechaba algo. —Bien. Porque tengo una misión. Nivel Omega.
Una imagen holográfica apareció: **Anissa**. Viltrumita. Fugitiva. Peligro global.
—La capturamos hace meses, pero escapó. Ha formado lazos… una familia en la Tierra. —Cecil hizo una pausa—. La orden es clara: eliminarla si no coopera.
Un silencio pesado se extendió. Dentro de mí, mi yo humano gritó:
*No puede ser… ¿matar a alguien que tiene una familia?*
Pero Número 25 respondió antes de que pudiera intervenir: —Entendido.
---
### **[Misión – Cacería de Anissa]**
El aire de la noche era cortante. Me movía como una sombra entre edificios, siguiendo señales térmicas. La encontré en las afueras de una ciudad, cerca de una pequeña casa iluminada. Adentro, un niño jugaba. Ella lo observaba desde la puerta, ajena a que la cazaban.
Me acerqué en silencio, pero entonces… una voz interna habló:
—*25.... no lo hagas. Por favor.*
Era mi yo humano, luchando por salir.
—No puedo permitir que se quede —respondió Número 25 mentalmente—. Es un riesgo.
—*¡Es una madre!*
Vacilé.
Por primera vez, el disparo no salió de inmediato.
Anissa se giró, notando mi presencia. —¿Tú? —susurró, sorprendida.
No respondí. Pero en mi interior, William… yo… empecé a empujar.
*No. No así.*
--- Será difícil matarla pero con el entrenamiento y mejorar internas..... Se no voy a fallar.
### **[Después de la misión]**
Anissa murió. Fría, rápida, precisa. Pero el niño sobrevivió, oculto en la casa.
Número 25 ejecutó. William lloró. Nadie lo vio, pero dentro de mí, la grieta se hacía más grande.
---
### **[Reunión de héroes – Debate moral]**
En la base, Mark, Eva, Rex, Dupli-Kate y Robot se reunieron. El ambiente era tenso.
Eva fue la primera: —No puedo creerlo… ¿William? ¿Él… la mató?
Mark bajó la mirada. —No sé si fue él… o algo más. Ya no puedo distinguirlos.
Rex, con los puños apretados: —¡Pues que nos lo digan de frente! ¡Nadie mata a sangre fría y se va caminando!
Robot intervino con frialdad: —La amenaza viltrumita amerita medidas extremas. Sin embargo… el factor humano no debe ignorarse. William siempre fue… humano.
Eva miró a Mark. —¿Y tú? ¿Qué piensas?
Mark respondió con un nudo en la garganta: —Que… perdí a mi mejor amigo. No sé quién está ahí ahora. Pero no es William.

Pages Navigation
caffeinated_bastard on Chapter 1 Sun 27 Jul 2025 02:28AM UTC
Comment Actions
BayFuzzball7050 on Chapter 1 Thu 31 Jul 2025 08:56PM UTC
Comment Actions
CreatureofHabitz on Chapter 2 Sun 27 Jul 2025 03:37PM UTC
Comment Actions
angelcorus on Chapter 3 Mon 28 Jul 2025 12:21AM UTC
Comment Actions
sweetturle on Chapter 3 Mon 28 Jul 2025 10:10PM UTC
Comment Actions
Alain60123 on Chapter 3 Wed 30 Jul 2025 01:14AM UTC
Comment Actions
Yin_Zhen on Chapter 3 Wed 30 Jul 2025 01:14AM UTC
Comment Actions
CreatureofHabitz on Chapter 3 Wed 30 Jul 2025 04:51AM UTC
Comment Actions
BayFuzzball7050 on Chapter 3 Fri 08 Aug 2025 10:45AM UTC
Comment Actions
ShinRock on Chapter 4 Wed 30 Jul 2025 01:02AM UTC
Comment Actions
CreatureofHabitz on Chapter 4 Wed 30 Jul 2025 05:01AM UTC
Comment Actions
CreatureofHabitz on Chapter 4 Wed 30 Jul 2025 05:00AM UTC
Comment Actions
BayFuzzball7050 on Chapter 4 Mon 11 Aug 2025 10:59AM UTC
Comment Actions
BayFuzzball7050 on Chapter 4 Mon 11 Aug 2025 11:00AM UTC
Comment Actions
BayFuzzball7050 on Chapter 4 Mon 11 Aug 2025 11:00AM UTC
Comment Actions
Nesix_001 on Chapter 5 Sat 02 Aug 2025 01:40PM UTC
Comment Actions
BayFuzzball7050 on Chapter 5 Mon 11 Aug 2025 12:50PM UTC
Comment Actions
TannukiCat on Chapter 6 Mon 04 Aug 2025 08:50AM UTC
Comment Actions
BayFuzzball7050 on Chapter 6 Wed 13 Aug 2025 12:41PM UTC
Comment Actions
BayFuzzball7050 on Chapter 7 Thu 14 Aug 2025 06:35PM UTC
Comment Actions
BayFuzzball7050 on Chapter 8 Thu 21 Aug 2025 04:28PM UTC
Comment Actions
BayFuzzball7050 on Chapter 9 Thu 02 Oct 2025 04:42PM UTC
Comment Actions
Pages Navigation