Chapter Text
El 14 de febrero, Shin repartió chocolates hechos a mano entre sus compañeros de clase para celebrar el Día de San Valentín. Todo comenzó porque él y sus amigos habían acordado compartir ese día entre ellos.
Inicialmente, Shin pensó en comprar una bolsa de chocolates para repartir. Sin embargo, sus compañeros insistieron en hacerlos por sí mismos, y animaron a los demás a preparar chocolates caseros también.
El día anterior, Shin y su mejor amiga, Lu, aprovecharon el día libre para aprender a hacer chocolate artesanal, siguiendo tutoriales en video y guías en redes sociales. Por suerte, Shin tuvo éxito en su primer intento.
Usando esa misma receta, preparó una buena cantidad de chocolates. Aunque la decoración no fue del todo ordenada, se las arregló para que quedaran bonitos.
Al atardecer, 31 paquetes de chocolate ya estaban listos en la cocina. Shin colocó 29 de ellos en una bolsa de papel, destinados a sus compañeros. ¿Y los dos restantes? Eran, sin duda, los mejores chocolates que había logrado hacer, decorados con especial cuidado... pero aún no sabía a quién regalarlos.
¿Debería dárselos a Sakamoto-san? ¿Y si no los aceptaba? A pesar de tener una relación cercana con él, Shin dudaba. Sakamoto era muy popular, seguramente había recibido muchos chocolates ese día. No quería que los suyos, hechos con tanto esfuerzo, terminaran en la basura.
Mientras observaba los dos paquetes restantes, se le ocurrió una idea: si Sakamoto tenía novia -como muchos decían-, podría darles el chocolate a ambos. Así se aseguraría de que no se desperdiciaran. ¡Sí, esa era una buena solución!
Llegó el Día de San Valentín. Como esperaba, Shin repartió sus 29 chocolates entre sus compañeros y, para su sorpresa, recibió 29 chocolates distintos a cambio.
Entonces, llegó el momento importante. Tras una agotadora sesión de entrenamiento de artes marciales, Shin se acercó a Sakamoto y le entregó los dos paquetes de chocolate casero. Inesperadamente, Sakamoto los aceptó sin pensarlo demasiado. Pero cuando Shin mencionó a su "novia", el rostro de Sakamoto se puso rojo de inmediato. El chico alto guardó uno de los paquetes en su mochila, visiblemente nervioso.
Le agradeció a Shin, y luego lo invitó a salir del salón para hablar un poco sobre su "pareja".
Mientras caminaban y charlaban animadamente, no se dieron cuenta de que dos figuras altas corrían hacia ellos entre risas... hasta que fue demasiado tarde.
Ambos terminaron cayendo sobre Shin, mientras Sakamoto lograba esquivarlos justo a tiempo. Tal vez ya estuviera acostumbrado. Pero Shin no. El impacto lo dejó en shock y, tras caer, soltó un grito de dolor.
El grito hizo reír a las dos personas que lo habían derribado. Uno de ellos miró hacia Sakamoto y se sorprendió al verlo aún de pie.
-Oye, ¿por qué estás ahí parado? -dijo la persona de cabello azul, deteniendo su risa. Se levantó rápido y tiró del otro chico, claramente más alto que Shin-. ¿Quién es él? ¡Qué ternura! ¡Es tan pequeño!
Sakamoto ayudó a Shin a sentarse, mientras este miraba a los dos extraños con desconfianza.
-Eh, ¡lo siento! -dijo la chica de cabello azul, arrodillándose junto a él-. ¿Estás bien?
Shin parpadeó, todavía algo aturdido, y negó con la cabeza lentamente.
-¿Qué... está pasando?
Sakamoto resopló, claramente irritado, y agarró por el cuello a sus dos amigos.
-Nagumo, Rion... si van a hacer eso, por lo menos fíjense primero.
Rion, la peliazul, solo sonrió. Mientras tanto, el atractivo Nagumo miraba fijamente a Shin con expresión curiosa, señalando su rostro con el dedo.
-Tiene una cara graciosa, ¿no? ¡Como un hámster sorprendido! -dijo, riéndose por lo bajo.
Shin sintió una vena hinchándose en su frente. El susto desapareció al instante, reemplazado por una creciente molestia. Cerró los ojos, respiró hondo, intentando mantenerse sereno. Pero lo que Nagumo dijo después acabó con su paciencia:
-¡Y suena como una comadreja!
-¡Si no me hubieran caído encima, mi cara y mi voz no sonarían así!
Shin no lo pensó dos veces y empujó a Nagumo con fuerza, liberándose del agarre de Sakamoto. El chico cayó de espaldas, ensuciando su uniforme de gimnasia.
Sakamoto y Rion se quedaron congelados, sorprendidos.
Rion soltó una carcajada al ver a Nagumo en el suelo. Se soltó del agarre de Sakamoto y fue detrás de Shin, dándole una palmada en el hombro.
-¡Vamos! ¡Te ayudo a darle su merecido! -dijo Rion, sonriendo ampliamente, hermosa y amenazante al mismo tiempo. Su puño, ya levantado frente al pecho, lograba intimidar a cualquiera.
Shin, ahora respaldado, solo se sintió más avergonzado. Su rostro se tiñó de un rojo intenso, llamando aún más la atención de Rion y Nagumo.
Nagumo, lejos de amedrentarse, soltó una risa fuerte, señalando nuevamente a Shin:
-¡Tu cara parece la de un uakari!
Ahí fue cuando Shin perdió completamente el control.
-Este tipo definitivamente necesita una lección -dijo Rion, negando con la cabeza antes de seguir a Shin, que ya se había abalanzado sobre Nagumo.
Recemos por la seguridad de Nagumo, que acabó recibiendo una buena paliza cortesía de Shin y Rion.
Y Nagumo bueno....
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El 13 de marzo, Shin, como presidente de la clase, se paró al frente del aula y pidió atención:
-Mañana es el Día Blanco, ¿intercambiamos regalos otra vez, de acuerdo?
Los demás chicos asintieron, aceptando la propuesta.
-¡Ya no quiero hacer chocolates! ¡Mejor los compramos! -gritó Lu desde su asiento, recibiendo la aprobación de varios compañeros.
Shin reflexionó por un momento. Si no eran chocolates, no importaba. ¡Podía ser cualquier otra cosa!
-¿Está bien si doy malvaviscos?
-¿Qué tal una pinza para el cabello? ¿Está bien?
-Entonces, yo daré...
Y así, se lanzaron varias ideas al aire.
Esa misma tarde, Shin caminaba rumbo a casa, pensando en qué comprar para devolver el gesto a sus compañeros.
¿Qué sería lo mejor? ¿Una cinta para el cabello? ¿Snacks? ¿Pastelitos? ¿Dulces?
Se detuvo frente al supermercado, pensativo.
Entró y se dirigió directamente a la sección de snacks. Estaba tan concentrado mirando los productos, que no notó que alguien se cruzaba en su camino... hasta que chocó con él.
-¡Ah! Pense que el poste estaba más lejos... -murmuró Shin, frotándose el brazo mientras miraba hacia el "poste".
-¡Oye, Shin!
Shin frunció el ceño y levantó la mirada. Al ver el rostro familiar, su boca se abrió ligeramente, sorprendido.
-¿Sempai-Nagumo? -exclamó sin pensar, cubriéndose la boca de inmediato y mirando a su alrededor, preocupado de haber llamado la atención.
Nagumo, en cambio, parecía totalmente relajado. Sonrió con los ojos entrecerrados.
-Shin, ¿qué haces aquí?
-Estoy buscando snacks para compartir con mis amigos mañana -respondió Shin con sinceridad.
Nagumo asintió con un "oh", mientras Shin notaba el carrito de compras del otro chico lleno de cajas de Pocky y otros bocadillos.
-¿Te gusta el Pocky, sempai? -preguntó Shin.
Nagumo siguió su mirada y sonrió.
-Sí. Por eso compro distintos sabores.
Shin hizo un pequeño sonido de sorpresa. Esta vez, su expresión mostraba un claro interés. Al notar ese gesto, Nagumo se animó aún más.
-Aunque me gustan varios, el de chocolate es mi favorito -admitió, antes de preguntar-. ¿Y tú, Shin? ¿Cuál te gusta?
Shin se quedó paralizado. La pregunta era sencilla, pero lo dejó desconcertado. No estaba acostumbrado a que le preguntaran esas cosas. Normalmente respondía con frases como: "Me gustan muchas cosas. Nada en particular. Puedo comer cualquier cosa, aunque la carne no me entusiasma."
Pero esta vez... esa respuesta no le parecía adecuada. Era la clase de cosas que le decía a sus padres, no a alguien como Nagumo.
-¿Shin? -llamó Nagumo al notar su silencio.
-Ah... lo siento. Me gusta el algodón de azúcar -respondió finalmente, en voz baja.
Al darse cuenta de su elección, Shin apretó los labios, sintiendo cómo se le encendían las mejillas. Siempre le habían dicho que el algodón de azúcar era cosa de niños.
Nagumo soltó una carcajada. Su dedo índice tocó la mejilla de Shin.
-¿Ves? ¡Te pareces a un uakari!
El tímido rubor de Shin se volvió rojo vivo. Su enojo crecía. ¡Otra vez con lo mismo!
-¡Nagumo-sempai! -exclamó, con los puños apretados a los costados-. ¡Si vuelves a decir que me parezco a un uakari, te pateo y grito para que venga seguridad!
Nagumo quitó el dedo rápidamente y puso una expresión de falso miedo. Shin lo sabía. Esa actuación era más falsa que un billete de juguete.
-Como Nagu...
-Shin parece un gatito, ¿verdad? Muy lindo -interrumpió Nagumo, sonriendo. Sin avisar, le revolvió el cabello con la mano.
-¡Aaah! -gritó Shin, apartando la pesada mano de su cabeza-. ¡No hagas eso! ¡Aún estoy enojado!
Nagumo rió con suavidad.
-Vamos, lo siento. No sabía que te enfadarías tanto.
-Shin resopló. Se acercó con intención de darle un golpe, pero se detuvo-. Está bien.
-¿Todavía quieres seguir comprando? -preguntó Nagumo con tono amable.
-Mmm -asintió Shin-. ¿Tú ya terminaste?
Nagumo miró su carrito, que ya estaba medio lleno.
-Aún no. ¿Quieres que compremos juntos?
Shin lo pensó un segundo y aceptó:
-Está bien.
Así, recorrieron el supermercado juntos, buscando los artículos que necesitaban. Todo salió bien, aunque hubo algunas discusiones provocadas, por supuesto, por las bromas de Nagumo y el mal genio de Shin.
-¿Quieres hacer un pastel? -preguntó Nagumo mientras hacían fila para pagar.
Shin asintió.
-Sí. Desde que hice chocolates, me interesó probar otras recetas.
Nagumo inclinó la cabeza.
-¿Hiciste chocolates?
-Sí, el mes pasado. Preparé treinta paquetes para regalar. Los hice todos yo -respondió con orgullo.
Nagumo parpadeó, visiblemente impresionado.
-¿Para San Valentín?
Shin asintió otra vez.
-Mis amigos dijeron que estaban buenos, así que me dio curiosidad. Esta vez quiero hacer galletas.
-¿No probaste los chocolates tú mismo? -preguntó Nagumo, curioso.
-No tuve tiempo. El resto de la mezcla se la comieron mi tío y mi amigo. Por eso aún tengo curiosidad por el sabor.
Nagumo asintió, comprendiendo. Luego, como si recordara algo, lo miró con sus grandes ojos brillantes.
-Los chocolates estaban deliciosos. Tu amigo no mintió.
Shin frunció el ceño.
-Como si tú los hubieras probado...
Nagumo soltó una risa nerviosa, sabiendo que lo habían pillado.
Finalmente, llegó su turno para pagar.
-Yo invito -susurró Nagumo.
-Tengo dinero, ¿sabes? -respondió Shin, seco.
Pero cuando fue a sacar su billetera, notó que no estaba en su bolsillo. Miró al cajero con torpeza.
-Un momento...
El cajero, que había observado todo, desvió la atención hacia el alto que acompañaba a Shin. Él le sonrió.
-Yo pagaré -dijo.
- Nagu- -intentó protestar Shin, pero la enorme palma de Nagumo le cubrió casi todo el rostro.
-Antes de que te metan en problemas. Hay mucha gente esperando -dijo Nagumo, con tono tranquilo.
Ante eso, Shin se rindió. Bajó la cabeza, resignado.
-Te devolveré el dinero mañana...
Nagumo solo tarareó en respuesta y pagó las compras de ambos.
Ya fuera del supermercado, Shin se rascó la nuca.
-Sempai... lo siento. Quiero decir... gracias. No fui cuidadoso, debí revisar antes mi billetera..."
-¡Shhh! -Nagumo puso su dedo índice sobre los labios de Shin-. ¡Menos mal que estoy aquí! Considéralo un día de suerte.
Shin desvió la mirada con resignación y bajó la cabeza, cansado. Aun así, no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa hacia Nagumo.
-Sí... muchas gracias.
-¡Está bien, vamos a casa! -lo invitó Nagumo, animado.
-Espera... ¿nuestras casas están en la misma dirección? -preguntó Shin, claramente confundido.
Nagumo parpadeó y apuntó con el pulgar hacia atrás.
-¿No vamos a la estación?
-Mi casa está por aquí... -respondió Shin en voz baja.
-Oh -Nagumo se rascó la nariz, aunque no le picaba-. Pensé que íbamos para el mismo lado.
Shin negó con la cabeza. Luego se aclaró la garganta suavemente antes de proponer, con cierta timidez:
-Disculpa, pero... ¿quieres que te acompañe a la estación?
Nagumo abrió la boca, sin saber qué decir. Sus grandes ojos parpadearon, un poco perplejo.
-¿Eh?
-No puedo devolverte el dinero ahora, pero... tal vez acompañarte a la estación es una forma de agradecerte -dijo Shin, con las mejillas cada vez más rojas-. Solo si tú estás de acuerdo, claro.
Sin que Shin se diera cuenta, las puntas de las orejas de Nagumo también se tiñeron de rojo. El chico más alto se quedó en silencio por un momento, observando a Shin con una ternura poco común.
"Shin es lindo", pensó.
-S-sí... ¡Vamos a la estación!
Fue una caminata inesperadamente tranquila. Ninguno de los dos dijo nada en todo el camino. Solo se escuchaba el suave tarareo de Nagumo, mientras Shin trataba de adivinar mentalmente qué canción era la que estaba canturreando.
-Shin -dijo de repente Nagumo, ya cerca de la estación.
-¿Qué? -Shin levantó las cejas, un poco sorprendido por el repentino llamado.
Nagumo sonrió ampliamente y negó con la cabeza, como si ocultara algo. Luego sacó un objeto marrón del bolsillo del pantalón.
-Atrapa.
Lo lanzó sin previo aviso, y por suerte Shin logró atraparlo a tiempo.
-¿Ha Qué es esto...?
-¡Adiós, Shin! ¡Nos vemos mañana!
Shin alzó la vista justo a tiempo para ver a Nagumo bajando corriendo las escaleras de la estación. Miró el objeto en su mano con curiosidad... y en cuanto lo reconoció, las venas de su frente se marcaron con fuerza.
-¿¡¿¡¿Jah?!?!!?
Era su billetera. La misma que había creído perder antes de entrar al supermercado. Ahora todo tenía sentido... ¡Nagumo la había tomado en algún momento, de alguna manera!
Shin resopló, furioso, y abrió la billetera. Todo estaba en su sitio, excepto por el dinero: faltaba exactamente la cantidad equivalente al total de las compras que habían hecho.
Shin apretó los labios, molesto, mientras su rabia aumentaba lentamente.
-¡Ese idiota de Nagumo!
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El 14 de marzo, Shin tenía un fuerte dolor de cabeza. No entendía qué le había pasado la noche anterior. De alguna manera, había terminado haciendo más galletas que todos sus amigos, sacrificando por completo su tiempo de descanso. No sabía si fue por la rabia contenida al recordar cómo Nagumo le había quitado la billetera sin que se diera cuenta, obligándolo a pasar por situaciones embarazosas... o por el simple hecho de que Nagumo lo había acompañado al supermercado. Quizás era culpa suya, quizás de Nagumo, o quizás solo pensó demasiado.
Pero pensar demasiado no le sentaba bien. El resultado de esa noche caótica fueron dos bandejas llenas de galletas, feas y deformes. No podía meterlas en paquetes bonitos para regalarlas; sería una falta de respeto.
Shin suspiró. Su tío no se las iba a comer, y él tampoco. Eran demasiadas para una sola noche. ¿Y mañana? Tal vez podía llevarlas a la escuela...
-Deberías haberme llamado ayer -dijo Lu, sentándose cerca de él y tomando una galleta del frasco que Shin había traído-. ¡Están tan buenas que me las tragaría de un solo bocado!
Shin soltó un suspiro largo.
-Es tarde, Lu. Quizás podría comérmelas, pero anoche creo que me pasé con el azúcar.
-¡¿Cómo ibas a comértelas todas tú solo?! -exclamó Lu, negando con la cabeza-. ¡Esto es un frasco entero! ¿Qué te pasa? ¿Acaso pensabas venderlas? ¿O creíste que el Día Blanco era una ocasión romántica?
Shin se frotó la frente, frustrado.
-¡No es eso! ¡Estaba confundido! ¡Tal vez calculé mal! O... o tal vez estuve pensando demasiado en mi molesto superior que, lamentablemente, es guapo...
Suspiraron al mismo tiempo. Shin desvió la vista hacia su bolsa de papel, ahora repleta con dulces y regalos de sus compañeros.
-¡Shin! ¡Alguien te está buscando!
Uno de sus compañeros apareció frente a su escritorio, agarrando una galleta del frasco mientras decía:
-Guarda lo que te di para mi hermano, ¿vale?
-Sí, sí, lo que sea -dijo Shin con un gesto distraído mientras dirigía la mirada a la puerta. Frunció el ceño al no ver la figura familiar que esperaba. Miró entonces a su compañero, que aún masticaba galletas-. Oye, Seba, ¿quién me está buscando?
-No sé. Tal vez uno de tus mayores del club. Es alto... y a las chicas les encanta mirarlo -respondió Natsuki con indiferencia.
Al escuchar "muy alto", Shin pensó enseguida en Sakamoto. ¿Le habría traído algo en respuesta al chocolate del mes pasado?
Se levantó rápidamente, tomó el frasco de galletas -sin pedir permiso a Natsuki ni a Lu-, provocando sus quejas, pero los ignoró y corrió hacia la puerta, esperando encontrar a Sakamoto.
Su sonrisa se borró al instante.
-¿¡Nagumo!?
-¡Oh, Shin! ¡Cuánto tiempo! -dijo Nagumo, apoyado en el marco de la puerta. Su nariz se arrugó al percibir el dulce aroma que desprendía Shin-. ¡Hueles delicioso! Seguro te perfumaste solo para mí. ¡Wao, Shin! ¿Estás sintiendo algo por mí?
Shin se sonrojó un poco, pero eso no le impidió molestarse.
¡Ese tipo era increíblemente ruidoso! Varias alumnas que pasaban se giraron a mirar, algunas con expresión de celos. ¡Nagumo era simplemente molesto!
-¡No uso perfume! -protestó Shin, levantando su frasco de galletas-. ¡Debe ser esto lo que huele!
-Vaya, pero ayer pagué la harina y las chispas de chocolate, ¿no? -respondió Nagumo con una sonrisa pícara.
-¡Usaste mi dinero para pagarlo! -se quejó Shin, bajando el frasco-. ¡Ah, olvídalo! ¿Qué haces aquí? ¿Dónde está Sakamoto?
-¿Sakamoto? Supongo que en una cita -dijo Nagumo, encogiéndose de hombros.
Al oír eso, los hombros de Shin se hundieron. Su decepción era evidente. Apretó el frasco con más fuerza, frustrado.
-Ah, ya veo... -susurró.
-¿Qué pasa, Shin? ¿Esperabas tener una cita con Sakamoto? -preguntó Nagumo, inclinándose un poco hacia él.
Shin levantó la cabeza con una débil sonrisa. Pero Nagumo la conocía bien: esa sonrisa era solo una máscara.
-No, nada... Solo tenía un poco de esperanza. Ayer le di a él y a su novia el mejor chocolate que hice...
-¿Eh...? ¿El mejor? -preguntó Nagumo, sorprendido.
Shin se quedó desconcertado por el tono.
-Sí... el mejor. ¿Por qué?
-Nada... Solo preguntaba. ¿Los ingredientes eran distintos?
-En realidad eran los mismos, pero les puse relleno y una decoración especial -dijo Shin, frunciendo el ceño-. ¿Por qué lo preguntas?
Nagumo no respondió directamente. Se puso a tararear mientras miraba el frasco de galletas.
-Solo curiosidad -dijo finalmente.
Shin le ofreció el frasco, abriéndolo.
-Toma una.
-¡Mmm! ¡Están buenísimas! -Nagumo elogió tras morder una-. Podría comérmelas todas. Me encanta el pastel.
Las mejillas de Shin se tiñeron de rosa.
-No te pregunté.
Nagumo rió y le arrojó una bolsa de papel.
-Toma, para ti.
-¿Qué es esto? -preguntó Shin, sospechando.
-Solo acéptalo. Es mi regalo -dijo Nagumo, guiñándole un ojo.
Shin tomó la bolsa, notando que pesaba ligeramente. Frunció el ceño.
-¿Es en serio? ¿Me estás dando un regalo?
-Sí, claro. Revísalo.
Shin le pasó el frasco a Nagumo y abrió la bolsa. Dentro encontró un enorme paquete de algodón de azúcar rosa, decorado con pegatinas, pinzas para el cabello, adornos para el celular... ¡y una caja de Pocky!
Shin se quedó boquiabierto. Lo miró con los ojos bien abiertos, sin poder creerlo.
-¿Me estás dando todo esto? ¿Estás seguro de que no te equivocaste de persona?
Nagumo, mientras masticaba otra galleta, asintió.
-¡Mhm! Ayer dijiste que te gustaba el algodón de azúcar, ¿no?
La cara de Shin se volvió escarlata. Tartamudeó, abrumado:
-¡P-pero esto no es solo algodón de azúcar!
-También hay una carta, ¿verdad? -dijo Nagumo.
-¿Eh? -Shin se congeló-. ¿Qué?
-Hay una carta -repitió Nagumo, metiéndose otra galleta en la boca-. Léela, ¿vale?
Shin asintió con rigidez. Volvió a mirar dentro de la bolsa de regalo que Nagumo le había dado, buscando la carta que este mencionó. En cuanto la encontró, la tomó rápidamente.
Pero antes de poder sacarla, su cuerpo se congeló por completo. Su corazón pareció detenerse, como si el tiempo hubiera quedado en pausa. No fue porque Nagumo hubiese puesto una trampa (Nagumo no era tan cruel), ni porque algún compañero de clase se hubiese caído en el pasillo.
Entonces... ¿qué causó semejante reacción?
La respuesta era simple: la suave textura de unos labios presionándose repentinamente contra su mejilla, dejando atrás no solo sorpresa, sino también migas de galleta. ¡Sí! ¡Esa fue la verdadera causa!
Totalmente perplejo, Shin giró lentamente hacia Nagumo. Lo vio sonriendo, con los ojos tan curvados por la felicidad que apenas podía verlos.
La mano de Shin voló instintivamente a su mejilla, tocando la marca que había dejado el beso de Nagumo. Todavía podía oler el aroma de las galletas caseras en él.
-¿Pero qué...? -Shin se limpió la mejilla y se encontró con las migas en la mano. Su cara se volvió roja al instante. ¿Era vergüenza? ¿Ira? Tal vez ambas.
-¡ NAGUMO!
Nagumo, con total descaro, se rascó la oreja.
-¡Ups! Parece que alguien me llama. ¡Hasta luego, Shin!
Antes de que pudiera recibir un golpe, Nagumo puso el frasco de galletas en manos del primer estudiante que pasaba y salió corriendo, dejando atrás a un Shin enfurecido y sin oportunidad de venganza.
Shin se apresuró a ir tras él, pero justo al dar un paso, el chico que había recibido el frasco lo detuvo.
-Lo siento, Shin. Aquí tienes -dijo, devolviéndole las galletas.
-Gracias... -murmuró Shin. De alguna forma, el gesto calmó su ira, y por un momento olvidó que quería perseguir a Nagumo. Dejó el frasco sobre una mesa cercana.
-Oye, ¿ese era Nagumo-san, no? -preguntó otro compañero.
Al oír ese nombre, la furia de Shin regresó.
-¡NAGUMO!
Ignorando la pregunta, se lanzó de nuevo a buscarlo.
-¡Más te vale correr, Nagumo!
Revisó aula por aula, pasillo por pasillo... pero no había rastro del escurridizo Nagumo. Cansado, Shin redujo el paso. Se detuvo al final del pasillo, mirando fijamente las escaleras que conectaban con el edificio donde estaban los estudiantes de tercer año.
-¿Debería mirar en su clase? -murmuró.
-Shin.
Una voz lo llamó por su nombre. Al girarse, encontró a Sakamoto.
-¡Oh! Sakamoto-san -saludó Shin, algo agitado.
Sakamoto murmuró algo ininteligible. Estaba tan cerca que Shin no entendió lo que dijo. El alto lo observó de arriba abajo con una mirada seria.
-¿Por qué corres?
-¿Eh? -Shin parpadeó, todavía recuperando el aliento-. Ah, sí... Sakamoto-san está en la misma clase que Nagumo-san, ¿verdad?
Sakamoto frunció el ceño.
-¿Nagumo? ¿Por qué?
-Él... -Shin se tapó la boca. Las mejillas se le encendieron. Estuvo a punto de decir que Nagumo lo había besado en la mejilla. ¡Por poco!
-¿Qué pasó?
Shin bajó la mirada y se concentró en la cuerda de la bolsa de papel. Estaba avergonzado. Había corrido por todo el edificio con esa bolsa. Ahora todo le parecía ridículo.
-¿Shin?
Sakamoto le tocó el hombro.
-Se escapó... -murmuró Shin, mordiéndose el labio, avergonzado-. Borroso...
-¿Qué estaba haciendo?
La pregunta no ayudó. Shin comenzó a moverse de un lado a otro, queriendo desaparecer.
-Pastel -susurró, cubriéndose los ojos.
-¿Se llevó tu pastel?
Shin asintió, rígido.
-¿Y luego?
Shin no respondió. Simplemente se dejó caer al suelo, ocultando su rostro entre las rodillas. Sakamoto, desconcertado, lo observó sin saber qué decir.
Pero entonces, vio el paquete que Shin llevaba. Alzó una ceja. Le resultaba familiar, pero decidió no insistir.
En lugar de eso, se agachó frente a Shin y le tendió otro paquete.
-Esto es de Aoi. Dice que gracias por el chocolate. Estaba delicioso.
Shin levantó la cabeza lentamente. Su cara estaba roja como un tomate.
Sakamoto lo miró en silencio, recordando las palabras que Nagumo le había dicho unos días atrás. En ese momento, comprendió todo.
-Gracias... -dijo Shin, tomando el paquete-. Por favor, dile a Aoi...
-Shin -lo interrumpió Sakamoto, rascándose la nuca-. Lo siento, Nagumo te robó el chocolate. Pero no te preocupes, Aoi me compartió el suyo. Estaba delicioso. Gracias.
Shin abrió los ojos como platos. Su mente repasó rápidamente todas las veces que Nagumo actuó raro cuando hablaban de los chocolates. Ahora todo encajaba. ¡Por eso Nagumo se había sorprendido tanto!
-Regresa a clase. Le diré a Nagumo que lo estás buscando -añadió Sakamoto, poniéndose de pie-. Yo me adelanto. Nos vemos después de clases.
-¡S-sí! ¡Hasta luego! -respondió Shin, inclinándose con torpeza.
Ya solo, regresó a su salón. Mientras caminaba, recordó que aún no había leído la carta de Nagumo. La sacó de la bolsa, con las manos temblorosas, y comenzó a leer.
El contenido de la carta era más o menos el siguiente:
"Hola, Shin:
Espero que te guste mi regalo :D
Ah, sí... Lo siento por haber robado el chocolate especial que hiciste para Sakamoto. ¡Por favor no te enojes! ^^
¡Feliz Día de San Valentín! <3 O... ¿se llama Día Blanco? Sea como sea. Tu chocolate estaba delicioso. Por favor, haz más para mí el próximo San Valentín :3
-Con cariño, Nagumo Y."
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Después de leer la carta, Shin apretó una esquina del papel con fuerza. Su rostro se puso completamente rojo por la vergüenza. Estaba seguro de que, si esto fuera un manga, ahora mismo estaría echando humo por las orejas.
-¡¿Ves lo que te digo?! ¡Tu cara se parece a la de un uakari! -escuchó de repente.
Shin alzó la mirada rápidamente... y allí estaba Nagumo, sonriendo de esa manera tan descarada, tan molesta... y tan encantadora.
Antes de que pudiera decir nada, Nagumo ya había girado sobre sus talones y salió corriendo a la velocidad de la luz.
Shin se quedó paralizado un instante, pero en cuanto el rubor de sus mejillas comenzó a disiparse, una vena en su frente empezó a latir visiblemente. La furia crecía, y sus pies reaccionaron antes que su mente.
-¡¡HAAAA NAGUMO!! ¡¡VEN AQUÍ AHORA!!
Esa tarde, ambos terminaron siendo regañados por hacer escándalo en los pasillos. Para colmo, los regalos que Nagumo y Sakamoto le habían dado a Shin fueron confiscados por haber infringido las reglas del colegio.
-¡Ah, eras tú!
-murmuró Shin más tarde, dándole un codazo a Nagumo con disimulo.
Nagumo sonrió con picardía, se inclinó hacia su oído y susurró:-Te lo volveré a comprar después.
-¡NAGUMO!
Si ese fue el día blanco mas raro que Shin ha tenido.
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Bueno si llegaste hasta aquí....
Gracias por reírte, frustrarte y tal vez gritarles a la pantalla (yo también lo hice mientras lo escribía 😂). Shin y Nagumo son un huracán de azúcar, celos y bromas pesadas, pero al final... ¿no es eso lo que los hace adorables? (O al menos, imposibles de olvidar).
¡Nos leemos en el próximo capítulo! 💙💥