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Español
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Published:
2025-09-22
Updated:
2025-09-28
Words:
11,578
Chapters:
2/?
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103

Buscando el Arcoíris

Summary:

Ceder no era un concepto que existiera en el vocabulario de Merlina Addams. Permitir que Enid Sinclair se perdiera para siempre en su propia piel de lobo sería una mancha imperdonable en su expediente, un error tan grotesco como los colores vibrantes que su ex-compañera de habitación solía vestir. Guiada por descubrimientos a través del diario de Ophelia, los comentarios desquiciados del Tío Lucas y los golpes ansiosos de Dedos como banda sonora, Merlina se negaba a considerar siquiera la posibilidad de fallar. Algunas cazas terminaban con la presa disecada; esta solo terminaría con Enid de vuelta en su jaula de colores.

Notes:

¡Capítulo 1 ya está en el mundo! Los próximos capítulos serán más largos. Si estás leyendo esto, quiero que sepas que no estoy pasando por mi mejor momento, así que tus palabras significarían muchísimo para mí.

Chapter 1: Capítulo I: Negación a la Luz de la Luna

Chapter Text

El aire húmedo de la tarde acariciaba con indiferencia los confines de Nevermore cuando la motocicleta del Tío Lucas irrumpió en el silencio con un ronroneo metálico que era música para sus oídos sordos. La máquina era una extensión oscura de su propio ser: negra como un ataúd pulido, con destellos cobrizos en el depósito y un asiento de cuero rojo intenso, del color de la sangre arterial recién oxigenada. En el sidecar, un sarcófago sobre ruedas forrado en el mismo cuero carmesí, aguardaba para recibir a Merlina y su maleta.

Ella se instaló con la rigidez de una gárgola, su mirada yacía inexpresiva, fija en un punto entre el horizonte. En ese preciso instante, la limusina alargada y funeraria de sus padres se deslizó junto a ellos. A través de la ventana tintada, la silueta de Morticia agitaba una mano etérea, mientras que la de Gómez se abalanzaba hacia el cristal con adoración desmedida. El ruido ahogado de su "¡Pequeño escorpión!" y el graznido lastimero de Pericles fueron rápidamente devorados por la distancia y el motor. Merlina no se inmutó. No hubo un adiós con la mano, ni una sonrisa forzada. Solo el perfil pálido de una joven que reclamaba el volante de su propio destino, devolviendo su atención al camino que tenía por delante.

El colegio Nunca Más junto a sus padres se desvaneció a sus espaldas. Solo entonces, Merlina desabrochó su bolsillo. De entre los pliegues de ropa oscura, extrajo el volumen que su madre le había entregado esa misma mañana. El diario de Ophelia era un objeto pesado, encuadernado en cuero desgastado que olía a polvo de tumba y lavanda vieja. Una punzada de escepticismo recorrió la mente de Merlina. ¿Aquella reliquia era un óbolo de confianza genuina, un reconocimiento de su madurez? ¿O era el acto de desesperación silente?

Sus dedos, pálidos y fríos, abrieron el libro con la precisión de un cirujano que practica una autopsia. Las páginas crujieron con un suspiro de protesta. Al pasar una hoja, su ojo captó, por una fracción de segundo, un rápido esbozo de tinta: la silueta de perfil de un cuervo, y junto a él, un símbolo que parecía fusionar una espada vertical con un círculo perfecto que se entrelazaba en su empuñadura. La imagen fue apenas un parpadeo, un susurro gráfico antes de perderse en la sucesión de páginas.

Merlina continuó pasando las impecables páginas con determinación serena, hasta que su movimiento se detuvo bruscamente. Allí, desplegado en toda una página, un dibujo capturó por completo su atención. Un trazo de tinta china, representaba lo que parecía una puerta de roble macizo, grotescamente ornamentada. No era una puerta cualquiera; la superficie a su alrededor estaba tallada con una profusión de cráneos humanos entrelazados, sus cuencas vacías mirando fijamente al observador.
Al pasar a la siguiente página, su mirada se posó en una ilustración que helaba la sangre. A la izquierda, emergiendo de la oscuridad del papel levemente amarillento, se encontraba el rostro demacrado de una mujer. Su boca, abierta en un grito silencioso, de sus sombras profundas surgían lo que parecían ser dos largos colmillos afilados, grotescos y punzantes. Su expresión era una mueca de puro terror, con las cejas arqueadas en una angustia infinita y los ojos, dos pozos de desesperación, derramando lágrimas de un negro intenso y familiar, idénticas a las que Merlina misma solía segregar en sus episodios de falla psíquica.

En la página opuesta, a la derecha, otra mujer gemía en una agonía espejo. Su rostro, aunque desprovisto de los colmillos que afeaban a la primera, compartía la misma expresión de un horror primordial, como si ambas estuvieran contemplando el mismo abismo insondable.

Y en el centro, donde el lomo del libro unía ambas hojas, un solo ojo estaba dibujado con meticuloso detalle. De su córnea, tan negra como la tinta que la delineaba, brotaban lágrimas perfectas y obscuras, uniendo visualmente el sufrimiento de las dos figuras en un solo torrente de dolor.

Al fondo de ambas páginas, escrito con una caligrafía febril y obsesiva que repetía una y otra vez la frase: 'lágrimas negras' 'lágrimas negras' 'lágrimas negras'

La página siguiente le deparaba otro dibujo. Allí, una de las mujeres la miraba fijamente, su rostro desprovisto de los grandes caninos filosos de la anterior, pero transfigurado por una expresión de puro terror primal. Sin embargo, lo más interesante no era su miedo, sino lo que brotaba de sus ojos: donde Merlina esperaba ver las familiares lágrimas negras, sangre escarlata y espesa surcaba sus mejillas, trazando caminos oscuros y húmedos sobre la piel pálida del dibujo.

Impulsada por una macabra fascinación, Merlina rozó la página, sus yemas de dedos palpando la textura áspera del papel y la mancha de tinta que representaba la sangre.

Fue entonces cuando ocurrió.

Un espasmo violento e involuntario le retorció el cuello, catapultándola hacia atrás contra el asiento del sidecar como si una mano invisible la hubiera jalado. Su mundo visual se desvaneció, reemplazado por una visión instantánea y abrasadora:

Un cuarto oscuro, impregnado con el olor a polvo de tumba y flores marchitas. Una mujer de cabello tan platinado que parecía absorber la poca luz available, lucía una corona elaborada con pétalos secos y retorcidos como de rosas muertas. Le daba la espalda.

Y entonces, en un movimiento espejo y grotescamente familiar, el cuello de la mujer se retorció hacia atrás con un ángulo antinatural, girando sobre sí mismo hasta revelar un rostro pálido y unos ojos vacíos que, supo Merlina en lo más profundo de su ser, se clavaron directamente en ella.

La visión se quebró tan bruscamente como había llegado.

El sonido del motor del Tío Lucas y la sensación del viento azotando su rostro regresaron de golpe. Merlina parpadeó, recuperando el aliento que no supo que había estado conteniendo.

Tía Ophelia, pensó, y el nombre resonó en su mente una y otra vez.

Cerró el diario de golpe, como si contuviera una serpiente venenosa. Una sensación extraña y gélida se agitó brevemente en su pecho. Sus dedos se posaron sobre la cubierta de cuero, donde el título grabado en letras doradas rezaba: Ophelia Frump. Justo al lado, igualmente estampado en un dorado antiguo, estaba la silueta estilizada de un cuervo.

"Estúpidos pájaros funestos" pensó con un desdén familiar.

Como hablando de cuervos, su mirada captó un movimiento en la lejanía. Un cuervo negro y lustroso volaba, trazando un arco oscuro contra el cielo plomizo, no demasiado lejos de su ruta.

Antes de que pudiera ponderar más sobre el ominoso ave, el Tío Lucas rompió el silencio con su característico tono jovial y macabro.

—Así que... tu amiga es un Alfa, ¿eh? —preguntó, y Merlina podía escuchar la amplia sonrisa desdentada en su voz incluso sin volverse a mirarlo.— ¡Vaya, vaya! ¡Qué delicia de criatura! Debemos encontrarla antes de que se aburra y decida empezar a filetear transeúntes por pura diversión. ¡Sería una lástima perderse el espectáculo!

Merlina dejó escapar un suspiro tan profundo que pareció helar el aire alrededor.

—La redundancia es un vicio tedioso, Tío Lucas.—respondió con una voz plana, cargada de una paciencia exasperada.— Como ya te informé durante el éxtasis de tu última y apestosa aparición en descomposición minutos atrás, sí, Enid es una Alfa. Reiterarlo no hará que sus colmillos sean más filosos. Nuestra misión es rectificar su condición y asegurar que ese lobo exasperantemente colorido sea reintegrado a su hábitat natural.—declaró Merlina echando un rápido vistazo al cielo.— Para, acto seguido, proceder a localizar la solución definitiva para restaurar su forma humana.

El Tío Lucas le lanzó una mirada rápida de reojo y soltó una risa aguda.— ¡Eso sí que se va a poner bueno!—Su ceño se frunció de repente, como si acabara de recordar un detalle crucial.— ¡Espera un momento, pequeña mortecina! ¿Dijiste 'localizar la solución'? ¿Quieres decir que... aún no tienes la respuesta de cómo volverla humana?

Volteó a ver a su sobrina, quien no dijo nada. Merlina mantenía la mirada fija en el camino, su rostro era un máscara de impasibilidad perfecta.

—Bueno— continuó el Tío Lucas, encogiéndose de hombros.— Sirve encontrarla primero, supongo. ¡Más emoción así! ¿O quizá...?— Su tono se volvió juguetón y conspirativo— ¿Quieres hacer algunos experimentos previos? ¡Podríamos probar si la sangre de un Alfa en su estado puro puede teñir la lana de forma permanente! ¡O ver si sus gruñidos pueden hacer vibrar el cristal hasta hacerlo estallar! ¡O... o intentar domesticarla con golosinas! ¡A lo mejor responde al olor de los chicharrones bañados en azufre!

Merlina permaneció en silencio por unos momentos más, hasta que finalmente, sin apartar la vista del camino, pronunció con una calma absoluta:

—La metodología se revelará. La incompetencia no es un rasgo familiar. Localizarla es el primer paso lógico.

El Tío Lucas rió aún más fuerte, dando un golpe alegre al manubrio de la moto que hizo zigzear el vehículo por un momento.— ¡O quizá solo estás preocupada de que tu amiga tenga que usar un charco de lodo como manta para dormir! ¡O que deba alimentarse de plantas podridas porque no sabe cazar! ¡O que le dé vergüenza estornudar y que salgan pulgas!—Soltó una carcajada estruendosa.— ¡Imposible! ¡Tú primero harías que la lluvia ácida cayera hacia arriba y que los gusanos aprendieran a cantar ópera antes de preocuparte por algo tan trivial como la comodidad de un lobo!

Merlina no respondió, pero una casi imperceptible tensión en su mandíbula delataba que, por una vez, las absurdas palabras de su tío no estaban tan lejos de la verdad.

El Tío Lucas observó ese minúsculo detalle en la mandíbula de su sobrina, y justo cuando abrió la boca para profundizar en su teoría con deleite, Merlina lo interrumpió rápidamente con voz cortante.

—¡Dedos!

Su pequeño compañero que había estado escalando con dificultad la lona de la maleta detrás de ella intensificó sus esfuerzos. El aire azotaba con fuerza, haciendo que sus cinco dedos se aferraran con desesperación. Merlina, sin apartar la vista del camino, alargó el brazo, tomó a dedos que seguía debatiéndose contra el viento y, con firmeza pero sin brusquedad, lo colocó en un lugar más seguro: la parte frontal del sidecar, donde el pequeño pasajero podría aferrarse.

—Aferrate ahí. La aerodinámica es menos traicionera en esa posición.—ordenó, y luego, su tono ahora cargado de una fría urgencia calculadora.— Enid, a juzgar por el análisis de las últimas horas de su desaparición y la data recolectada, se dirige hacia el norte. La foto trampa que Agnes dio fue captada a las 04:17 de la madrugada en el kilómetro 14 de la ruta forestal norte. Considerando la velocidad promedio de desplazamiento de un cánido de su masa y potencia en terreno agreste, incluso con posibles paradas para descanso o... alimentación, y sumando la variable de la densificación de la taiga...

Hizo una pausa, sus ojos haciendo casi imperceptibles cálculos invisibles en el aire.

—...su radio de desplazamiento no puede superar los 120 kilómetros desde el punto de origen. Eso nos sitúa la búsqueda en un perímetro al sureste del lago Duskbane, peligrosamente cerca de la frontera canadiense. Es la única coordenada lógica. Ahora, acelera. Cada minuto de conversación ociosa reduce nuestras probabilidades de éxito en un 2.7 por ciento.

Una sonrisa con pura y grotesca alegría, le despegó los labios al Tío Lucas.

—¡Allá vamos, entonces!—exclamó, su voz un cascabeleo de entusiasmo fúnebre.— ¡A perseguir a la loba color algodón de azúcar hacia las fauces heladas del norte! ¡Que los mapaches se aparten y los alces se hagan a un lado, que los Addams vamos de paseo! ¡Y ojalá encontremos algún motel abandonado con un dueño con... habilidades para disimular homicidios! ¡Los mejores siempre tienen una pala en la bañera!

Apretó el acelerador y la moto rugió, lanzándose como un proyectil hacia la carretera que se perdía en la espesura, devorando kilómetros con la determinación de una fiera que olfatea la presa.

Desde su nuevo y seguro puesto en el guardabarros, Dedos se alzó, contrayendo y extendiendo sus dedos con movimientos rápidos y angustiados.

¿Enid estará a salvo? ¿La encontraremos pronto?

Merlina apartó la vista de la carretera serpenteante, pero su voz cortó el viento con una certeza inquebrantable, dirigida a su inquieto compañero de viaje.

—Tranquiliza tus falanges, Dedos. No perseguimos a una presa cualquiera.—declaró, su tono tan frío y afilado como el filo de un cuchillo.— Esta será la caza más importante de todas, y su éxito está garantizado.

Dedos se quedó quieto por un momento, como procesando la fría certeza de sus palabras. Luego, golpeó suavemente el guardabarros una vez, en un gesto de asentimiento. Si Merlina lo decía, era una verdad tan inmutable como la muerte misma.

Y en ese instante, una quietud sobrenatural cayó sobre ella. No era paz. Era la calma voraz que precede al huracán. Sus ojos, negros como abismos, se alzaron hacia el sol inclemente de la mañana, desafiando la luz diurna que parecía burlarse de su urgencia. Detestaba su brillo alegre, su calor insistente. Ansiaba con cada fibra de su ser que ese astro diurno se apresurara a morir en el horizonte. Anhelaba la llegada de la noche con una sed casi vampírica, no para honrar a la luna, sino para enfrentarla, para retarla personalmente en su propio reino de sombras.

Que la luna se atreviera a creer que sus designios eran ley. Que la fisiología lobuna osara erguirse como un muro infranqueable entre Enid y ella. Un error de cálculo del universo, nada más. Y ella estaba allí para corregirlo.

Nada, nada, arruinaría la caza más importante de su vida. Desgarraría el velo plateado del cielo nocturno con sus propias manos si era necesario. Reconfiguraría la misma biología de Enid, hueso por hueso, instinto por instinto, hasta extraer a la humana de las fauces de la bestia. Desafiaría a la naturaleza, a la luna, y a cualquier dios o monstruo que se interpusiera.

Esa loba, regresaría a donde pertenecía. No por un milagro, ni por piedad, sino porque Merlina Addams así lo había decretado.

Chapter 2: Capítulo II: No Era un Mapache

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

El continuo rugido atronador de la motocicleta negra martilleaba constantemente los huesos de sus pasajeros y resonaba en el vacío de las cavidades más profundas de sus pechos.

El viento, un azote gélido e incansable, fustigaba a los tres jinetes de esta pesadilla mecánica, arremetiendo con saña puritana contra Merlina Addams y su tío Lucas, quien horas atrás, en un arranque de éxtasis masoquista, se había despojado del casco y los guantes, abandonando incluso sus lentes oscuros en el bolsillo de su saco. "¡Este sol mustio y pálido debe quemar mi cráneo con la constancia de un hierro candente! ¡Y este viento ha de secarme hasta la última gota de humedad ocular, para que el dolor de no pestañear me una al sufrimiento silente de mi querida sobrina!", había proclamado con júbilo macabro, dejando que el aire le azotara el rostro demarcado y jugara con los faldones de su saco. Sus ojos, desnudos y desprotegidos, se clavaban en el horizonte sin parpadear, como dos pozos negros dispuestos a beberse todo el dolor del camino, emulando la inmutabilidad de Merlina.

Anteriormente el sol de la mañana, inicialmente una cuchillada dorada en la niebla, había cedido su intensidad a una luz plomiza y difusa, más amable con la palidez addamsiana de sus ocupantes, pero no menos mortecina.
Fue Dedos quien rompió el hechizo de silencio. Como siempre, se las arregló para hacer su presencia conocida sin decir una sola palabra. Se incorporó con dificultad junto al volante de la moto, señalando con titubeante precisión a su compañero de viaje, Tío Lucas. Hizo una serie de señas rápidas y teatrales, como si dirigiera una ópera muda. Primero se tapó los "ojos" (o lo que sería el rostro, si tuviera uno) y luego apuntó con insistencia hacia la calva resplandeciente del Tío Lucas, antes de llevar dos dedos al "cuerpo", girándolos como si se rostizara sobre un asador.—Siento el aroma de tus folículos capilares asándose, Tío Lucas... —decían sus gestos con dramática precisión.— Otro par de kilómetros y podré freírme sobre tu coronilla como si fueras una sartén. ¿Podríamos parar en la próxima gasolinera? No por mí, claro—mintió.

Tío Lucas soltó una carcajada breve y deliciosamente lúgubre. Giró apenas el rostro, y una sonrisa se dibujó en sus labios.

—Ah, mi entrañable extremidad parlante —dijo con afecto.—Estás viendo la transformación en vivo de mi brillante altar craneal: los rayos solares están esculpiendo en ella un fresco ardiente, un recordatorio cruel de la fugacidad del cuerpo... ¡Una obra efímera en carne viva!—Soltó un suspiro casi melancólico.—Y aunque sabes que el dolor me seduce más que el canto de las sirenas del abismo... debo admitir, con una honestidad que hasta a mí me sorprende, que incluso yo estoy empezando a percibir mi propio aroma y no, desde luego, con agrado. No es como la agradable sensación que me llena cuando el fuerte aroma de la necrosis incontrolada llega a mis fosas nasales, sino más bien... se siente más como el tipo de resignación gris con la que un condenado acepta su destino final entre las fauces de ratas hambrientas. El sudor, el polvo de la carretera y la esencia misma de la descomposición se han fusionado en una sinfonía olfativa... deplorable. Así que sí... quizás un breve desvío no estaría mal. Cinco horas de viaje son suficientes para que hasta un cadáver ansíe estirar sus miembros y buscar provisiones en alguna gasolinera de dudoso aspecto.

Una sonrisa amplia y ligeramente demente pero simpática nuevamente se dibujó en su rostro. Había captado el mensaje de Dedos y su deseo por un descanso. Con un leve arqueo de ceja y una inclinación apenas perceptible del rostro, le devolvió la señal cómplice.
La promesa de una parada cercana, de una tienda polvorienta y tal vez incluso de un refrigerio cuestionable, brilló en su mirada.

Ambos giraron la vista hacia Merlina, sus expectativas cargadas de una esperanza frágil que buscaba, si no aprobación, al menos una pizca de compasión taciturna en los fríos ojos de la joven. Pero no obtuvieron nada. Absolutamente nada.

Ella permanecía inmóvil en el sidecar, tan estática que parecía fundirse con la estructura misma del vehículo. Sobre sus rodillas, descansaba un tomo imponente y ancestral. Sus tapas de cuero agrietado, curtido por el tiempo y la sombra, exhibían letras medio borradas:

"LICÁNTROPOS: HISTORIA OCULTA, FISIOLOGÍA DEL HORROR Y CICLOS DE LA LUNA MALDITA".

Sus dedos, pálidos y delgados, yacían inmóviles sobre una página abierta que mostraba un diagrama anatómico de una transformación intermedia. La ilustración, detallada con precisión macabra, desglosaba la redistribución muscular y el colapso esquelético durante la metamorfosis, con notas al margen escritas en una tinta oscura.

Sus ojos, negros como abismos, estaban clavados en ese mapa de agonía biológica. No había pronunciado palabra en más de dos horas. No había emitido un suspiro, ni un quejido, ni siquiera un parpadeo que delatara cansancio.

Ni una ceja se alzó ante la sugerencia de su tío.
Ni un músculo de su rostro se movió ante el drama corpóreo que sus dos acompañantes representaban.
Era una estatua de hueso pulido y concentración absoluta, tan ajena al mundo de los vivos, a sus necesidades triviales, a sus olores mundanos, a su desesperación por descansar, como si estuviera encerrada en el silencioso refugio de un ataúd, lejos de toda distracción terrenal.

Lucas lanzó una mirada furtiva hacia su sobrina, un movimiento lateral y calculado nacido de la cautela reverente que se otorga a una fuerza natural en su estado más puro: un depredador absorto en la cacería. Frente a él, Dedos se había quedado completamente quieto, sus dedos contraídos en una pose congelada que simulaba la rigidez de una araña petrificada.

El viento cortante de la carretera jugueteaba con el flequillo de Merlina, moviendo los mechones negros como lúgubres cortinas que apenas rozaban sus cejas. Pero detrás de ese vaivén hipnótico, sus ojos permanecían fijos, vacíos de todo brillo; espejos sin reflejo que absorbían la luz pero no la devolvían. No había en ellos rastro de pensamiento discernible, solo una concentración absoluta.

Lucas carraspeó levemente, un sonido áspero que se perdió en el rugido del motor y el silbido del viento. No era un carraspeo de incomodidad, sino más bien el sonido cauteloso para existir dentro del espacio sagrado de otro, consciente que en ese instante, ella habitaba un plano de existencia muy distante al suyo.

—Sobrina, aunque la búsqueda de nuestra lobezna color algodón de azúcar es tan emocionante como un picnic en un pantano— comenzó Lucas, su tono juguetón pero cuidadoso.— incluso las bestias mecánicas más leales necesitan su néctar de hidrocarburos. Nuestra fiel carroña metálica clama por elixir... Un alto en el próximo antro de combustibles fósiles se vuelve, digamos, mortíferamente inevitable.

Merlina no levantó la vista.

Sus dedos, largos y pálidos pasaron la página del tomo con pesadez. Los músculos de su cuello se contrajeron de repente.
No era un movimiento violento, era una reacción contenida, el eco físico de una irritación que hervía en sus entrañas. La frivolidad con la que su tío se refería a la búsqueda de Enid; esa criatura solar que se había convertido en la única incógnita que valía la pena resolver, le resultaba tan insultante. ¿Acaso no entendía? Esto no era un divertimento macabro, no era un pasatiempo familiar. Era una ecuación de vida o muerte, una urgencia tallada en sus huesos. Cada segundo de demora era una blasfemia contra la lógica pura, y él lo reducía a una parada para "néctar de hidrocarburos y emocionante como un picnic en un pantano". El desprecio silencioso le quemaba la garganta, pero las palabras, como siempre, le eran instrumentos demasiado cortos e inútiles para expresar la magnitud de cada hecho.

Cuando habló, su voz fue fría y cortante:

—Cada minuto que desperdiciamos en trivialidades es una eternidad que Enid pasa atrapada en su propia piel. No volveré a repetirlo.

Una pausa breve, helada, se extendió como una losa de hielo entre ellos, tan densa que pareció absorber hasta el sonido del viento constante.

—El tanque principal tiene una capacidad de dieciocho litros— declaró Merlina, su voz tan clara e impersonal como un informe forense, sin levantar la vista del libro.— A esta velocidad constante y con la carga actual, el motor consume cinco litros por hora. Hemos viajado cinco horas y doce minutos. Eso arroja un consumo estimado de veinticinco coma seis litros.

Hizo una pausa milimétrica, un silencio tan preciso que sonó como el click de un ábaco en una mente invisible.

—Cargaste veintiocho litros al inicio— continuó, sus dedos inmóviles sobre un diagrama de la fisiología linfática de los licántropos— La reserva se activa cuando restan tres litros. El motor no ha titubeado. No hemos alcanzado ese umbral. Por lo tanto, aún tenemos autonomía suficiente. La parada que propones es, en este momento, estadísticamente innecesaria.

Sus ojos, vacíos y fijos en las páginas, nuevamente no se alzaron ni un milímetro. La lógica era su arma, y la había esgrimido con frialdad.

—No estamos en posición de detenernos para que los dos se llenen de basura industrial envuelta en plástico fosforescente.— Su voz tan cortante como el filo de una hoja de afeitar, mientras sus dedos acariciaban discretamente la página del libro.

El Tío Lucas con una sonrisa comprensiva, pero teñida de esa sabiduría macabra que solo décadas de perseguir lo grotesco pueden otorgar, se dibujó en sus labios.

—Ah, querida sobrina, recuerdo la vez que perseguí a un vampiro polaco a través de los Cárpatos durante setenta y dos horas seguidas— comenzó, su tono ahora más reflexivo, casi pedagógico.— El monstruo olía a tierra mojada y desesperación, y yo... yo olía a pura victoria sudada. Pero incluso entonces, cuando la presa estaba tan cerca que casi podía saborear su miedo, me detuve. ¿Sabes por qué?— Hizo una pausa dramática, cargada de expectativa, esperando al menos un parpadeo de interés, un mínimo rictus de curiosidad en el rostro de su sobrina. Pero Merlina no movió ni un músculo facial.— ...Porque hasta en la más frenética cacería de no-muertos, uno debe detenerse a afilar las estacas y remojar las galletas en la sangre del enemigo. No es derrota, es... logística existencial. Y, admitámoslo, también es el disfrute sádico de alargar el proceso, de saborear cada momento como si fuera el último bocado de un pastel envenenado.

Ajustó el manillar con una suavidad inusual, su mirada perdida en la carretera como si estuviera viendo fantasmas de cacerías pasadas.

—Parar no es rendirse, mi pequeña mortífera— continuó, su voz bajando a un murmuro.— Es cargar fuerzas para la siguiente embestida. Es permitir que los sentidos se agudicen, que el odio se fermente... Hasta la mismísima Muerte hace una pausa para afilar su guadaña, ¿sabes? Y créeme, ella no lo hace por impaciencia. Lo hace porque hasta el vacío necesita preparación. Nuestra lobezna colorida no merece menos. Merece que estemos en nuestro mejor momento... nuestro momento más hambriento, más despiadado. Y para eso, a veces, hace falta llenar el tanque... y el estómago.

Merlina alzó la cabeza de golpe.

Por primera vez en horas, su mirada se despegó de las páginas del libro y se clavó en su tío. El viento jugaba con su flequillo, pero sus ojos... esos dos pozos de oscuridad no parpadearon.

—El "disfrute sádico"— dijo, esto último con una notable molestia— es un lujo para quienes cazan por placer. No por necesidad.

Hizo una pausa breve, pero cargada de un peso que no había estado allí antes. Parecía estar eligiendo sus palabras con una precisión dolorosa, como si cada una tuviera que ser extraída de un lugar profundamente enterrado.

—Cada minuto de demora no alarga el proceso. Lo degrada. —Su voz era baja, pero tan clara que cortaba el ruido del motor— La eficiencia disminuye en un 3.2% por cada hora fuera del plazo óptimo. Las variables se multiplican. Los riesgos se acumulan. El éxito de la misión no se saborea... se garantiza.

Miró hacia el camino de nuevo, pero esta vez no para perderse en los diagramas de su libro. Sus dedos se apretaron sobre el borde del sidecar, los nudillos blanqueando.

—No es...— Trago seco, casi imperceptible— No es cuestión de disfrute. Es cuestión de...— Una tensión recorrió su mandíbula, luchando contra la simpleza de una verdad que le quemaba por dentro.— Mientras más tardemos... más... se pierde.

Y entonces, en un susurro tan áspero que sonó como una confesión arrancada a la fuerza, añadió:

—No quiero que el objetivo esté solo una noche más.

El aire se quedó quieto, cargado con el peso de esas diez palabras, tan simples y tan devastadoras como un hechizo maldito.

El Tío Lucas nuevamente la observó de reojo, solo por un segundo, el tiempo justo para no invadir su espacio pero suficiente para captar la rareza absoluta del momento. Sus ojos, usualmente llenos de chispas de locura divertida, se abrieron ligeramente, atónitos. Rápidamente devolvió la vista al camino.

Cielos.—pensó, su mente usualmente tan ruidosa, de repente inusualmente quieta.— No es solo la caza. No es solo un "objetivo".

Una oleada de comprensión lo recorrió, tan novedosa como extraña. Después de todo, ¿no era Enid su primera... amiga? La palabra sonó extraña y dulce en su mente, como un caramelo encontrado en el bolsillo de un cadaver. La primera que había logrado traspasar la fortaleza de hielo de su sobrina no con fuerza, sino con... ¿colores? Recordó los comentarios de Homero y Morticia cuando Merlina llegó a Nevermore, su hermano, había comentado que la joven parecía "un unicornio delirante, arrancado de un cuento para niños y obligado a danzar en medio de una procesión fúnebre". Morticia, en cambio, dejó entrever su inquietud: "¿era Nevermore la respuesta que buscaban o solo una ilusión? si Merlina no hallaba acomodo ni siquiera en Nevermore, ¿dónde entonces? ¿Y qué colisión tan devastadora podría surgir de la unión imposible entre la oscuridad de Merlina y el arcoíris desatado de su compañera de cuarto?"

Ahora lo entendía. Las preocupaciones de Morticia, aunque bien intencionadas, habían sido infundadas.
Lejos de ser una colisión catastrófica, aquel contraste entre la oscuridad absoluta de Merlina y el arcoíris viviente de Enid había resultado ser... algo aparentemente bueno.

Esbozó una sonrisa que se amplió al notar que Dedos parecía observarlo fijamente. Exageró una mueca de sorpresa, chasqueó la lengua y le guiñó un ojo en señal de aprobación con dramatismo a su pequeño cómplice.

—Al final resultó ser bueno ese cambio de aires de escuelas normies— comentó el Tío Lucas, con una risa corta.

—No tienes idea —señaló Dedos.

Y sí, el Tío Lucas no tenía idea. Ni siquiera los propios padres de la joven podían comprenderlo por completo. Era Dedos, el fiel y silencioso compañero de los Addams, quien estaba quizás mejor posicionado para atestiguar la verdadera naturaleza y desarrollo de aquella convivencia. Él había sido testigo de cómo, entre aquellas cuatro paredes, nunca surgió una lucha de opuestos, sino una simbiosis inesperada y perfecta, tan natural como la noche y las estrellas: una necesitaba de la otra no para existir, para brillar en toda su intensidad. La oscuridad de Merlina daba profundidad al color de Enid, y el color de Enid revelaba matices inesperados en la oscuridad de Merlina. Dedos lo había visto. Él lo sabía.

Era irónico, pensó, que la única persona que jamás había intentado "arreglar" a Merlina fuera justo la que más había logrado aceptarla. No intentando apagar su oscuridad, sino iluminándola desde dentro al igual que la llama de una vela dentro de una calabaza hueca.

Por eso ahora Merlina los guiaba hacia el norte con ferocidad. No para cazar a un monstruo, sino para rescatar a su contraparte.

. . .

 

Pasaron aproximadamente treinta minutos antes de que la tan ansiada gasolinera apareciera a lo lejos, y luego quedara atrás, reducida a un punto en el espejo retrovisor. Dedos, acomodado ahora en la curva del manillar no paraba de gesticular con frenesí, sus dedos tejiendo historias en el aire. El Tío Lucas, con las manos firmes en el manubrio, desviaba la mirada por momentos fugaces hacia la carretera, solo para regresarla inmediatamente a las señas elocuentes de su pequeño compañero, traduciendo cada movimiento en palabras.

El traqueteo del motor se mezclaba con el golpeteo constante que Dedos provocaba, señalando con efusividad mientras le contaba al tío Lucas cada detalle macabro e interesante de lo que habían vivido en Nevermore durante aquel y el pasado año escolar. Desde el baile que terminó arruinado por una lluvia de sangre falsa, hasta el descubrimiento de que la maestra de Merlina había resultado ser la villana, la sorpresa de todos al ver de donde proviene Dedos, e incluso contándole chismes adolescentes de cada estudiante del colegio.

Lucas reía con ganas ante las anécdotas que Dedos le compartía.

¡Increíble! —exclamó Lucas cuando Dedos terminó un episodio particularmente caótico.— Pero nada tan increíble como el hecho de que tú, mi fiel y pentadáctilo amigo, hayas sido parte de Isaac, el que fuera ex mejor amigo de Homero... ¡el mismo que intentó asesinarlo!— Su tono era jovial, como si recordara una anécdota divertida.— La vida da vueltas más retorcidas que un intestino en descomposición. ¡Quién iba a decir que la mano que empuñó el arma acabaría siendo la misma que le pasa la mermelada de lombrices a Homero en las mañanas! ¡La ironía es tan deliciosa que casi sabe a veneno rancio!

Dedos comenzó a hacer señas con más ímpetu.— ... menos mal que cortamos él y yo.

Lucas sonrió de medio lado.— Literalmente... y mira que no todos sobreviven a una relación tan... desarmante.— Soltó entonces una corta carcajada.

—Vaya decepción enterarme de quién fui parte...— señaló Dedos.

—Él fue parte de ti— corrigió Lucas.— No me imagino a Isaac siendo el cerebro, el que tomaba las decisiones. Seguramente fuiste quien lo mantuvo con vida todos esos años... o quizás simplemente eras la parte menos podrida. Siempre hay una parte menos podrida.

Lucas continuó con su amplia sonrisa y añadió, como si fuera la conclusión más obvia:

—¡Y para nada! ¿De dónde más iba a salir un villano homicida? Tenía que ser de ti. Por eso encajas tan bien en la familia.

Dedos se incorporó apenas y formó la mitad de un corazón con el índice y el pulgar. El Tío Lucas, sin perder su sonrisa, levantó la vista hacia la carretera para asegurarse de que el camino estuviera despejado. Entonces bajó los ojos hacia su pequeño cómplice y, con gesto solemne, completó el corazón con su propia mano.

Ante esto, la moto zigzagueó un instante y, a unos metros, un policía les gritó un "¡Hey!" para que prestaran atención al camino.

—Ahhh...— suspiró Lucas con deleite— Me encanta el olor a neumáticos fosilizados tras un buen accidente de tránsito.— dijo mientras observaba, al lado de la patrulla, una ambulancia y, más al fondo, una grúa intentando arrastrar una de esas enormes camionetas familiares convertidas en casas rodantes, con cortinas floreadas y parrillas llenas de bicicletas.

Siguió avanzando, absorto en su propio deleite, sin percatarse de que su sobrina no había desviado la mirada del accidente de tránsito que ahora quedaba atrás de ellos.

—Detente. Ahora mismo— ordenó Merlina sin variar el gesto, pero su voz tan autoritaria que revelaba la urgencia.

Lucas frenó de golpe, haciendo que Dedos se aferrara con fuerza y que todos se inclinaran un instante hacia delante.

Merlina bajó de la moto con rapidez, sin soltar el libro de licántropos, y comenzó a avanzar con urgencia hacia el lugar del accidente. Lucas se bajó tras ella, estirándose a cada paso, intentando seguir el ritmo vertiginoso de su sobrina con Dedos acomodado sobre su hombro.

—Uff...— masculló Lucas, crujéndose los hombros mientras caminaba.— Estoy más entumecido que un cadáver en reposo...

Se inclinó un poco hacia Merlina, intentando no quedarse atrás.

—Dime, mi pequeña y ambulante enigma... ¿qué fue lo que viste? ¿Y por qué esa prisa tan sabrosa? ¿Nos hiciste frenar de golpe esperando encontrar vísceras esparcidas en la carretera? Porque, siendo honestos, con la urgencia de hallar a tu amiga, no creo que quieras perderte en el arte de un buen accidente sangriento.

Merlina continuó avanzando con pasos rápidos y precisos, acercándose cada vez más al accidente. Sus ojos recorrían la escena con meticulosidad.

—Esto no tiene sentido— murmuró, como hablando más consigo misma que con Lucas.— No hay curvas peligrosas, el camino está recto y correctamente pavimentado; a simple vista no veo razón de que un camión de este tamaño y peso se volcara así. Además...— dijo, sin apartar la vista de la carretera— minutos atrás, en la gasolinera, vi a unos niños normies. Lloraban, aterrorizados, como si hubieran presenciado algo que los había aterrorizado profundamente. Esperé, porque sospechaba que tarde o temprano aparecería la razón de su trauma.

Observo rápidamente el libro de licántropos que llevaba en manos.

—Si estos niños están asustados de esa manera, dudo que la causa sea la colisión.

—Déjame adivinar...— dijo Lucas con una sonrisa torcida, sus ojos brillando de emoción.—¿Sospechas que el colorido lobo de tu amiga atacó a esta familia?

—No atacó.— Merlina negó de inmediato, su voz seca y rápida, sin dejar espacio a la especulación.

—¡Exacto!— exclamó Lucas, repitiendo en voz alta lo que Dedos señalaba desde su hombro.— ¿Y si el conductor iba hasta las chanclas de licor? Suena prometedor.

—¿En una camioneta familiar?— preguntó la joven entre dientes sin disimular su poca paciencia.

—Hay familias con una ética bastante... flexible— replicó Lucas, encogiéndose de hombros con deleite.

—Por eso iremos a comprobar si se trata de algo que valga nuestro interés— concluyó Merlina, tajante, sin apartar la vista del camino.

Llegaron al lugar del accidente. El policía que los había regañado antes los miró con impaciencia.

—No es momento para indicaciones— dijo, cruzando los brazos.— En unos kilómetros encontrarán a alguien menos ocupado que pueda ayudarlos.

Merlina lo ignoró y continuó avanzando con pasos firmes, aún sin apartar la mirada de la escena del accidente.

En ese instante, Dedos se deslizó con agilidad del hombro de Lucas, cayendo al suelo sin hacer ruido. Corrió veloz entre las botas del oficial y, en un arranque de descaro, le dio un fuerte tirón al borde del pantalón.

—¡¿Pero qué demonios...?! —exclamó el policía, sacudiéndose y mirando alrededor con desconcierto, sin comprender de dónde venía el ataque.

. . .

 

Pasaron cerca de la ambulancia, donde un hombre estaba sentado, claramente exhausto, con raspones en brazos y rostro. Enfermeras le medían la presión mientras intentaban tranquilizarlo.

El hombre en la ambulancia levantó la vista, y antes de que Merlina pudiera abrir la boca, una enfermera se acercó rápidamente.

—Señorita— dijo con firmeza.— Claramente le están tomando la presión y necesita tranquilidad. Si quieren chismear, vayan a otro lado. Y, por favor, cierren la puerta de la ambulancia.

Merlina se dio la vuelta con su habitual indiferencia, ignorando por completo la petición de la enfermera.

—Ah, veo que su presión está en ciento ochenta sobre ciento veinte— comentó Lucas con dramatismo. Hizo una pausa breve, inclinándose hacia la enfermera con una sonrisa traviesa y, sin esperar respuesta, se dirigió hacia Merlina con pasos silenciosos pero felices, como si todo aquello fuera un pequeño juego divertido.

A unos metros, dos adolescentes con raspones en los brazos y la ropa manchada de tierra intentaban ayudar a los trabajadores. Se les veía tensos y confundidos intentando atar dos cuerdas alrededor del parachoques delantero de la camioneta.

Era evidente que todo aquello era una farsa: la cuerda apenas sostenía nada, la camioneta no se movía ni un centímetro por sus tirones y los obreros, sonrientes y discretamente entretenidos, les dedicaban breves vistazos como si contemplaran una obra de teatro improvisada.

Dedos, escondido entre la maleza como una araña entre hojas, lanzó una piedrita minúscula que aterrizó con un clic sobre el hombro del tío Lucas. Este, sin alterar su sonrisa desdentada pero cómplice, se agachó, deslizó la mano entre la maleza, atrapó a Dedos con suavidad y lo escondió dentro de su saco, como si fuera un pequeño tesoro secreto.

Mientras, Merlina se aproximó al trabajador de casi 1.90 metros que dirigía las operaciones. El hombre, de espalda ancha y rostro curtido por el sol, gritaba órdenes con voz cansada pero firme. Cada gesto suyo era una corrección impaciente: "¡No, idiota! El gancho va más atrás!" o "¿Quieren que se nos rompa el cable? ¡A la derecha!". Merlina se detuvo a su lado, su silueta negra contrastando con el chaleco fluorescente del hombre. Él ni siquiera la vio hasta que ella habló:

—¿Qué ocurrió aquí exactamente?— preguntó, y el hombre se giró, sorprendido por la presencia repentina y la frialdad de su tono. Sus ojos barrieron a la joven de arriba abajo, desconcertado por su seriedad precoz.— Detalleme los eventos secuenciales. ¿Qué acciones específicas o negligencias condujeron a que este vehículo adoptara una posición tan antinatural?

Ni "por favor" ni "disculpe". El capataz parpadeó, desconcertado ante la chica que lo interrogaba como si él fuera un testigo en su corte personal.
Con un gesto impaciente apartó a uno de sus subordinados que forcejeaba inútilmente con el ancla de la grúa.

—Déjame.— masculló, tomando la pesada herramienta con manos expertas.— Esto se hace con sentimiento, no a lo bruto.

Con un movimiento preciso y contundente, encajó el gancho en el chasis de la camioneta volcada. Solo entonces, secándose el sudor de la frente con el antebrazo, se dirigió por completo a Merlina, estudiando con curiosidad su rostro impasible.

—Fue un accidente anoche, en la madrugada— explicó, señalando las marcas de derrape en el asfalto.— Probablemente iban con exceso de velocidad, se desviaron, se salieron del camino... y el vehículo dio dos vueltas antes de quedar como lo ves. Pero no se preocupe, señorita,— agregó con una risa breve y áspera— la familia está un poco... loca, ¿sabe? No les haga mucho caso. Especialmente a esos dos— añadió, señalando con un movimiento de cabeza a los dos adolescentes que, a lo lejos, seguían inútilmente trabajando.

Lucas se acercó inclinándose ligeramente como si compartiera un secreto y con curiosidad preguntó:

—¿"Especialmente" a ellos, dice? ¡Qué intriga más deliciosa! ¿Acaso guardan un oscuro secreto familiar?

—¡Ah, es que si entablan conversación con ellos— explicó el empleado, bajando la voz— no hay quien los calle! Se pasaron toda la mañana contando unas historias inventadas de esta noche en el accidente.— Hizo un gesto de fastidio, frotándose la nuca.— Por eso los mandé a... lo que sea que estén haciendo...

Merlina frunció levemente el ceño, seria e impaciente, y preguntó:

—Enumere las narrativas específicas que relataron sobre el incidente nocturno.

El empleado rió con suavidad, sacudiendo la cabeza como si intentara alejar una mosca persistente.

—No les haga caso, señorita— dijo, volviéndose hacia la grúa.— Solo son inventos de adolescentes. Nada de lo que digan tiene sentido...

—Dígame.— La voz de Merlina no subió de volumen, pero adquirió una cualidad más autoritaria y amenazante.

El hombre suspiró, exhausto, y comenzó a dar media vuelta reanudando sus actividades mientras decía:
—Mire, no estoy aquí para contar cuentos de fantasía, como ve, estamos muy ocupados—...— pero al regresar su vista hacia Merlina, sus palabras se murieron en los labios.

Merlina y Lucas ya no estaban frente a él.

El empleado parpadeó, confundido, y barrió el área con la mirada hasta encontrarlos a lo lejos, caminando con determinación hacia los dos adolescentes inmersos en sus labores.

Uno de los jóvenes, un chico rubio, de estatura elevada y complexión delgada, los observó con los ojos dilatados por una mezcla de asombro y esperanza. Su mirada saltó del Tío Lucas a Merlina, y luego se clavó en el libro que ella sostenía contra su pecho. De pronto, soltó la cuerda y el cerrojo que sostenía como si le quemaran las manos, y se acercó a ellos con pasos rápidos y torpes, casi tropezando con sus propios pies en su prisa.

—¡¿PERIODISTAS?!—gritó con un entusiasmo que parecía desbordar su cuerpo.— ¡Jeremy! ¡Te lo dije, te dije que vendrían!— señaló con un dedo acusador al otro joven, de cabello castaño desordenado y expresión claramente confundida, quien sostenía el otro extremo de la cuerda con gesto incrédulo.

—¿Periodistas?— repitió el Tío Lucas, arqueando una ceja con divertida perplexidad.

—¡Sí!— volvió a gritar el rubio, antes de frenar en seco, como si un interruptor mental se activara.— ¡Oh! ¡Oh, esperen, debería llamarlos... 'Los Informantes del Abismo'! —exclamó, guiñándoles un ojo con complicidad.

Lucas inclinó ligeramente la cabeza hacia su abrigo, donde Dedos se ocultaba, y murmuró con una media sonrisa torcida:

—Ese chico está bien loco... y eso que lo dice alguien de mi familia.

Dedos se agitó divertido desde el abrigo, mientras, Merlina con sus ojos oscuros y carentes de expresividad estudiaban al joven como un entomólogo observa un espécimen raro, analizando cada tic, cada espasmo de entusiasmo, buscando el patrón oculto en su comportamiento caótico.

Merlina lo observó en silencio durante varios segundos y con voz plana y cortante, ordenó:

—Explícate.

El chico, sobresaltado por la frialdad de su tono, tragó saliva y retomó la compostura como pudo, enderezándose con un esfuerzo visible.

—En mi blog, llamado No Era un Mapache, les escribí para que vinieran a investigar el suceso paranormal de esta misma noche— declaró con orgullo. Sus ojos brillaron con fervor desmedido antes de añadir, exaltado:— ¡Estuve esperando desde la fundación de mi blog, en 2021, que algo tan traumático y terrorífico me sucediera!— Saltó en su lugar y aplaudió con entusiasmo, como si hubiera ganado un premio en un concurso de desgracias.

Lucas no pudo contenerse. Una risa ronca y llena de diversión escapó de sus labios mientras interrumpía, divertido y genuinamente confundido:

—¿Estuviste esperando activamente que un suceso terrorífico te pasara... para publicarlo en tu blog silvestre?

—¡No es un blog silvestre!— protestó el rubio, levemente ofendido.— ¡Es un blog paranormal!

—Y entonces ¿por qué...?— comenzó a preguntar Lucas, pero no terminó la frase.

Merlina alzó una mano, un gesto minimalista que cortó la pregunta de Lucas como una guillotina. Sus ojos, negros y penetrantes, se clavaron en el joven bloguero con intensidad.

—No somos "informantes del abismo" —aclaró.— La etiqueta es inexacta y dramática. Somos... cazadores de verdades tangibles. Una distinción significativa.

El chico parpadeó, su entusiasmo momentáneamente eclipsado por la solemnidad de sus palabras.

—Estamos en busca de una criatura específica— continuó Merlina, sin permitirle interrumpir.— Los detalles de su naturaleza no son asunto tuyo. Sin embargo, necesito cada uno de los detalles sensoriales que presenciaste anoche. Olores, sonidos, movimientos precisos. Nada de interpretaciones personales o...— su mirada recorrió al joven con desdén— especulaciones blogueras. Solo datos crudos. Comienza.

Los ojos del joven nuevamente brillaron con emoción, amenazando con consumirlo por completo.

—¡¿BUSCAN UNA CRIATURA?! ¡CARAJO! ¡Esto es increíble!— gritó, saltando en el lugar.— ¿Se escapó de un laboratorio secreto? ¿Es un híbrido genético? ¿Tiene tentáculos? ¿O es más bien una entidad interdimensional?— Las palabras salían de su boca como una avalancha, mientras los guiaba con un gesto con su mano hacia su hermano quien fingía seguir en su labor.— ¿Escupe ácido? ¿Sus ojos brillan en la oscuridad?

El Tío Lucas observaba la escena con diversión, cruzándose de brazos mientras murmuraba para sí:
—Vaya, este chico tiene más imaginación que mi tío Abuelo en sus últimos días de vida.

. . .

 

El chico rubio, quien resultó llamarse Oliver, se acomodó en un tronco caído, mientras su hermano permanecía en un silencio tímido y observador a su lado.

Merlina permanecía de pie frente a ellos, inmóvil como una gárgola. A unos metros, el Tío Lucas se había instalado cómodamente encima de una montaña de hojas secas, que crujían suavemente bajo su peso, observando la escena con una curiosidad abiertamente divertida.

—Nosotros ya estábamos dormidos.— comenzó Oliver, señalando hacia la camioneta accidentada.— Papá y mamá se encontraban despiertos, manejando de regreso a casa después de un viaje de campamento. Patrick, uno de nuestros hermanos menores...

—¿Qué tan menor?— cortó Merlina.

Oliver se tensó ligeramente bajo su mirada gélida.
—N-nueve años— tartamudeó.

Merlina asintió una vez, un movimiento breve y eficiente, haciendo una señal con la mano para que continuara.

—Despertó, se asomó a la ventana del lado derecho, y gritó que había algo corriendo entre los árboles. Yo, esperando un momento como ese toda mi vida—...

—Desde hace 4 años —corrigió Lucas, alzando su dedo índice.

—Corrí rápido a ver por la ventana, no alcancé a ver nada, pero cuando volteé a ver a mi padre para que se acercara un poco y que la luz de la camioneta alumbrara más ese lado... un cuervo entró desde la ventana abierta de él y lo atacó. Perdió el control y la camioneta se volcó.

Merlina se acercó, su mente calculando variables con precisión algorítmica. Velocidad estimada del vehículo: 80 km/h. Ventana abierta: reducción aerodinámica mínima. Probabilidad de ingreso aviar: 0.03%. Horario en un periodo de baja actividad corvina. Comportamiento de cuervos: evasivo, no ofensivo a menos que haya nido o amenaza directa. Los datos colisionaban con el relato. Pero las posibilidades nunca eran cero.

—Es muy difícil que eso pasara,— declaró, sus ojos fijos en Oliver— más no imposible.

—¡Lo sé! Sin embargo... ya con la camioneta volteada, escuchamos pasos pesados acercándose. Yo estaba atorado, casi no podía ver a través de las ventanas rotas, pero... mi madre, hermanitos y... Jeremy— señaló a su hermano, que permanecía callado, temblando.

—Cuenta— ordenó Merlina, girando hacia Jeremy.

Jeremy se encogió de hombros, hundiéndose en su silencio.

La joven se acercó a él, inclinándose ligeramente. Su voz bajó a un tono casi conspirativo, pero reteniendo su frialdad característica.

—Tu información será de valor crucial. No la trivializaremos ni la convertiremos en espectáculo. La usaremos con propósito. Habla.

Fue entonces que Jeremy, sin atreverse aún a mirarla a los ojos, con manos temblorosas, comenzó a hablar en un hilo de voz:

—Se escucharon pasos... aquello rodeó la camioneta y se marchó. Mis hermanos pequeños lloraban, mi mamá trataba de alcanzarlos... y entonces... la cosa regresó. Se agachó y... nos miró. Parecía un lobo, pero no... no era normal. Era como...

—¿Mostraba una postura erguida?— preguntó Merlina, sus ojos analizando cada microexpresión de Jeremy.— ¿Su estructura ósea era más próxima a la de un bípedo que a la de un cuadrúpedo?

Jeremy asintió con fuerza, aún sin levantar la mirada.
—Sí. Se agachó y... una parte de su rostro, se asomó por la ventana rota. Pero aún así su rostro no era el de un lobo cualquiera... sus colmillos eran enormes, como de sable, tan largos que sobresalían incluso con el hocico cerrado. Nos observó uno por uno y luego... simplemente se fue.

—Qué extraño— musitó el Tío Lucas, rascándose la barbilla.— ¿Sin siquiera probar bocado? ¡Vaya modales tan poco tradicionales para una bestia sobrenatural!

—Nunca mostró signos de querer atacarnos— susurró Jeremy, jugando nerviosamente con los agujeros de su playera rasgada.— Era como si... no lo sé...

—¡Como si se hubiera regresado para asegurarse que estuviéramos bien cuando mis hermanos empezaron a llorar!— intervino Oliver, incapaz de contenerse.— ¡O quizá también fue porque olió la sangre y eso le dio curiosidad!— hizo una corta pausa entrecerrando sus ojos.— ¡O... o quizá estaba buscando algo completamente distinto y nosotros solo fuimos... una parada incidental en su camino!

Lucas aplaudió con una emoción casi infantil y, sin contenerse, lanzó unas hojas al aire frente a los dos chicos.— ¡Esto es demasiado divertido!— exclamó, con esa teatralidad desbordante tan propia de él.

Merlina, en cambio, se levantó con calma y comenzó a marcharse sin mirar atrás. Oliver la siguió con la vista, incorporándose torpemente antes de dar un par de pasos tras ella.

—E-espera...— atinó a decir, con la voz cargada de urgencia.

Merlina giró apenas el rostro, su mirada fija e impenetrable.

—La información que me han dado será suficiente para dar con lo que busco— replicó con fría seguridad, antes de volver a encaminarse.

Oliver balbuceó, intentando alcanzarla:

—¡Ni siquiera te hemos dicho hacia dónde se fue!

—Norte, ¿no es así?—dijo Merlina mientras hacía un gesto con la mano para que su tío subiera de inmediato a la moto. Él, entusiasmado, corría tras ella y Oliver, intentando seguirles el paso.

Jeremy, en cambio, permaneció inmóvil en su sitio, observando en silencio cómo se alejaban.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Oliver, incrédulo.

—Llevamos siguiendo a la criatura desde hace horas— respondió Merlina sin siquiera mirarlo.— Más información no es de tu incumbencia

—¡Cielos! ¡Entonces es real! ¡Dios, Dios, Dios!— exclamó Oliver, llevándose las manos a la cabeza mientras observaba cómo Merlina se acomodaba en el sidecar y Lucas encendía la motocicleta.— ¡Esperen!— gritó de pronto.— ¡Necesito algo de evidencia para publicarlo en No era un Mapache!

Lucas soltó una carcajada ronca mientras giraba la llave de su motocicleta.— Así no funcionan las cosas, jovencito. Si más personas se enteran, no harán otra cosa que meter sus narices y poner en peligro a la amiga lobita de mi sobrina.

—¡¿Hembra es?!— Oliver abrió los ojos como platos, casi sin aire.— Un momento... ¿amiga? ¡¿Es una mujer lobo?! ¡Increíble!

Entonces Merlina sacó de su saco la foto tomada por la foto trampa que Agnes le había conseguido de Enid.

—Veela.—dijo, seria, mientras observaba a Oliver brincar de emoción.
—Es todo.— Su mirada se posó en él un instante antes de girarse, subirse a el ruidoso vehículo y guardar la foto en su bolsillo.— Vámonos.

Lucas comenzó a avanzar la moto, pero Oliver se interpuso, levantando su celular.

—'Informantes del Abismo' se quedan cortos frente a ustedes. ¡Los recomendaré en mi blog! ¿Cómo los puedo buscar?

La joven de cabello azabache suspiró— Nuestro blog se llama EnidTheRainbowGirl.—observó a Lucas— Vámonos.

Su tío rodeó a un Oliver todavía confundido y, sin más, siguieron su camino.

—Interesante tu blog, EnidTheRainbowGirl.— molestó Lucas a su sobrina quien nuevamente yacía inmersa en el libro sobre su regazo.

Dedos, al fin, emergió de su escondite bajo el saco de Lucas. Se estiró con parsimonia antes de dar un salto preciso al brazo de Merlina.

—Claramente no es mío— murmuró ella con ceño fruncido, sin apartar la vista del libro. Dedos avanzó con confianza hasta instalarse sobre las páginas abiertas.

—¿Qué se supone que haces?— preguntó con frialdad, clavando en él una mirada severa, esperando que se justificara antes de devolverle la concentración robada.

—¿Promocionando el blog de tu bestie?— replicó Dedos con gesto burlón.

La amenaza de un castigo inminente se dibujó en los ojos de Merlina, y antes de terminar reducido a proyectil, Dedos corrió a refugiarse tras la figura de Lucas.

. . .

 

La noche ya había caído cuando Merlina, por fin, les concedió un descanso digno. Llegaron a un pequeño pueblo escondido en la espesura del bosque.

Lucas se dirigió a una tienda de conveniencia... o, para ser exactos, a su parte trasera. Su objetivo no era comprar, sino hurgar en los contenedores de basura en busca de algún resto de comida caducada o derrames con un sabor intensificado, algo que solo él consideraría un manjar.

Mientras tanto, Merlina lo esperaba afuera, recargada en la motocicleta. A su lado, una pila de libros de licantropía crecía como si fueran parte de su armamento. Dedos se movía de un tomo a otro, pasándole lo que ella pidiera, siempre atento, aunque cada vez más inquieto. La hora lo comenzaba a poner nervioso, y tampoco le agradaba la idea de que su amiga Enid tuviera que pasar una noche más sola.

La joven pasaba las páginas del libro en sus manos con impaciencia pero aún así metódica, sin perder detalle, aunque cada línea le resultara tan inútil como un epitafio mal escrito. Los gruesos volúmenes que había conseguido de la biblioteca de Nevermore, firmados por supuestos expertos en licántropos, se jactaban de ser serios, fruto de años de observación, y sin embargo, tras horas de lectura, Merlina comprobó que todo se reducía a conjeturas disfrazadas de erudición. Eran deducciones, nada más, afirmaciones que sonaban categóricas pero carecían de sustento.

Los autores insistían en lo evidente: los alfas parecían ejercer un liderazgo natural, provocar obediencia en los demás. Fuera de eso, la información era un desierto. "El alfa representa la cúspide de la jerarquía lupina", repetían con solemnidad. Para Merlina, resultaba tan revelador como leer que la luna no es el sol o que los cadáveres tienden a descomponerse.

Lo más sorprendente fue descubrir que los textos escritos por normies contenían más páginas sobre alfas que los tratados académicos de su colegio. Aunque allí se acumulaban descripciones que rozaban lo absurdo: alfas con temperamentos imposibles, irascibles hasta la locura, siempre al borde de un ataque violento. Merlina, con el libro entre las manos, estuvo a punto de permitir que una risa se le escapara. ¿Enid, agresiva? Jamás. No, a menos que alguien realmente lo mereciera.

Las ridiculeces continuaban: supuestamente, los alfas tenían un olor más fuerte, superando incluso al hedor de la sangre. Merlina dejó el dedo inmóvil sobre la página, como si meditara en silencio. El olor de Enid jamás había sido fuerte. Era dulce. Irremediablemente dulce. Como algodón de azúcar recién derretido, como frambuesas bañadas en miel, o como una taza de chocolate caliente reposando sobre la mesa en una tarde lluviosa. La clase de dulzura que, si uno no tenía cuidado, podía resultar empalagosa... y sin embargo Merlina nunca... olvídenlo.

Otro de aquellos inventos de los normies era la afirmación sobre la mirada de un alfa, la cual era suficiente para doblegar la voluntad de cualquier lobo joven, reduciéndolo a la obediencia. Cerró los ojos apenas un instante, y en lugar de imaginar a Enid sometiendo con la vista, la recordó brillando con una torpeza tan desarmante que lo único que conseguía era provocar arcadas de arcoíris en todos los que la rodeaban.

Pasó la página con un gesto seco. Ni los supuestos expertos licanólogos, o los eruditos freaks, o los supersticiosos normies le ofrecían respuestas reales. Todo eran deducciones huecas, exageraciones que podían entretener a mentes mediocres, pero que para ella no eran más que basura encuadernada. Cerró el cuarto libro con un chasquido que resonó en el silencio de la noche. Se estiró hacia su maleta para tomar otro. Dedos, siempre servicial, se apresuró a abrirla para facilitarle el acceso.

—Tus dientes se reducirán a simples líneas si sigues apretando así la mandíbula— comentó Lucas, acercándose desde atrás con un par de adquisiciones de la tienda de conveniencia: una pequeña pelota antiestrés para Dedos y un café negro amargo para Merlina.

—Y tú, amigo mío,— añadió, dirigiéndose a Dedos— relaja esas falanges o terminarás con un calambre. Aquí, para que descargues la tensión de forma más productiva.

Le lanzó la pelotita que Dedos atrapó al vuelo y comenzó a apretar de inmediato con curiosidad. Al llegar junto a Merlina, Lucas le tendió el vaso de café humeante. Ella, sin pronunciar palabra, negó con un ligero movimiento de cabeza.

—Todo es información inútil— sentenció.—Inútil, estúpida, absurda, ridícula, patética... basura disfrazada de sabiduría— añadió con frialdad, cerrando los ojos con fuerza.

Lucas la observó en silencio. No sabía qué decir ni cómo suavizar la dureza de su sobrina. Estaba convencido de que encontrarían a Enid, pero aquella noche, en ese pueblo diminuto y ya desierto, la posibilidad era casi nula. ¿Cómo podría decírselo sin que sonara a derrota?

—Quizá deberíamos haber secuestrado a un compañero lobito tuyo...— intentó bromear, torciendo una sonrisa.— A decir verdad, su olfato o su información nos habría servido. Dedos dice que tu amiga está saliendo con un...

No terminó su oración debido a la respuesta de Merlina, un violento y repetitivo movimiento de izquierda a derecha con su cabeza, seco, cortante, que sorprendió a sus compañeros. Aunque Dedos, quizá, lo esperaba.

—Inservibles— espetó con rapidez.— Completamente inservibles. Serviría más un perro domesticado, mutilado de sus instintos por culpa de la domesticación.

—Hablando de perros domésticos...— empezó Lucas.— Escuché que los de este pueblo parecen estar en plena rebelión. Desde la noche no paran de ladrar como locos, manteniendo a todos despiertos. Y los gatos, que suelen ser tercos para volver a casa, no han puesto una sola pata fuera desde entonces.

Merlina lo miró con los ojos más abiertos de lo habitual. Se enderezó de inmediato.

—Eso... debiste decirlo mucho antes— gruñó, cerrando el libro de golpe. Hizo una señal a Dedos para que la ayudara con los demás ejemplares.

—¡Oh! ¿Crees que podría tratarse de tu lobita?— comprendió Lucas sonriente.

Merlina no respondió. Se apresuró a guardar los libros, pero eran demasiados. Con impaciencia los dejó amontonados sobre el sidecar y el asiento principal de la motocicleta antes de disponerse a internarse en el bosque. Sin embargo, un zumbido dentro de su maleta la detuvo en seco.

—¿Eso fue... un celular?— preguntó Lucas, frunciendo el ceño ante el sonido inconfundible.

Merlina sacó de la maleta un celular rosado, tan cubierto de stickers coloridos que apenas se veía el color original.

—Es de Enid— dijo, deslizando el dedo para contestar la llamada que llevaba esperando desde la mañana.

—¿Dónde carajos estás?— estalló una voz al otro lado de la línea, fuerte y aguda.— ¿Ya sabes algo de mi hija? Dijiste que tomarías su celular y...

—¿Ya me mandó lo que le pedí? —cortó Merlina, impaciente, mientras comenzaba a internarse en el bosque seguida por Lucas y Dedos.

—¿Qué sabes sobre Enid?— exigió Esther.— ¿¡Y dónde estás!? La policía dice que seguramente está cerca de Nevermore.

—Necesito todos los estudios que le hicieron en Milwaukee y el historial completo de pruebas que le aplicaron los licanólogos a los que la llevaron a lo largo de su vida— demandó Merlina con frialdad.

—¡Tú no deberías tener el celular de mi hija! ¡La policía es la que debe manejar esto! —gritó Esther.— Vas a meterte en problemas legales cuando regreses, ¡yo me encargaré de eso!

—Hasta entonces, llámeme cuando me envíe los estudios— respondió Merlina con sequedad y colgó.

—Vaya, sí que es una mujer difícil— murmuró un agitado Lucas, esforzándose nuevamente por seguirle el paso a su sobrina que revisaba cada rincón con obsesión.— Suerte al novio de Enid con esa suegra.

—Terminaron— soltó Merlina, sin alterar su ritmo.

—¿Lo terminaste tú?— repitió Lucas, en voz alta, traduciendo lo que Dedos acababa de señalar sobre su hombro— ¡Vaya! ¿Es verdad? ¿Tú terminaste la relación de tu amiga?

—Fue durante el intercambio de cuerpos.— aclaró Dedos.

—¡Increíble! ¿Y cuál fue la razón?— preguntó Lucas, curioso y entusiasmado, dirigiéndose a Dedos sin esperar que Merlina respondiera.

—Era un imbécil— sentenció ella con frialdad. Luego, con un tono apenas más bajo, añadió:— Alguien tan pérfido y desleal como él nunca estaría a la altura de Enid.

—¿Hubo infidelidad? Eso es casi un rito de paso a esa edad— insistió Lucas.— Además, ¿Bruno, eh? Dedos me dijo que era guapo y popular. Le quitaste a tu amiga la oportunidad de estar con un galanazo. Ahí está mi sobrina, no esperaba menos de tí.— añadió con orgullo.

—Falacias. Enid no perdió nada. Él era nada. Y Enid... es... ¿Estás ayudando a buscar o solo a ejercitar las cuerdas vocales?

Lucas rió— Si es así, con esos estándares tan estratosféricos que manejas, me pregunto... ¿a qué clase de criatura le darías tu bendición para tener el honor de salir con tu amiga? ¿Tendrá que ser un caballero capaz de derrotar a siete dragones antes del desayuno?

—¿Estás ayudando a buscar un maldito perro?— gruñó Merlina, deteniéndose en seco.— Es más, creo que deberíamos separarnos. Tú por ese lado, yo por este.

. . .

 

No habían pasado ni tres minutos desde que se separaron cuando Lucas regresó jadeando, corriendo hacia Merlina y Dedos, que ahora permanecía encaramado en el hombro de la azabache.

—¡Ven! Hay una multitud de perros reunidos en—... —empezó a decir, la voz entrecortada por la carrera.

—Cállate y llévanos— lo interrumpió Merlina sin perder un segundo.

Una cantidad inusual de perros se había congregado alrededor de la base de un árbol alto: algunos estabacados, otros profundamente dormidos, y varios más olfateando la tierra con obsesión. La mayoría lucían el aspecto pulcro de perros domésticos, claramente escapados de sus hogares.

Apenas Merlina se acercó, todos se levantaron al unísono y fueron directo hacia ella, rodeándola y olfateándola con insistencia, ignorando por completo al tío Lucas.

—O traes un filete escondido en la manga,— comentó Lucas, arqueando una ceja— o el aroma de tu amiga alfa anda impregnado en ti como una sanguijuela aferrada.

—Después de aquel intercambio de cuerpos, es lógico que su esencia empalagosa se haya adherido a mi persona.— replicó Merlina, soportando el escrutinio canino como una estatua.

Los perros continuaron olfateándola durante un rato más, hasta que, aburridos, regresaron a sus puestos alrededor del árbol.

Merlina se ajustó el cuello del saco, sintiendo el frío nocturno que se colaba por la tela, consciente del brusco cambio de clima que traía la noche mientras veía a su tío sentarse al lado de los perros.

—¿Qué estás haciendo?— preguntó con genuina confusión.

—No sé hablar canino, ¿y tú?— replicó él, acomodándose.— La estrategia es esperar a que ellos decidan avanzar hacia tu amiga. Tiene que estar cerca, pero la dirección es el misterio. Mi teoría es que se reunieron aquí para darle espacio; deben percibir su estado de ánimo, probablemente una depresión grave, y la manada opta por respetarla.

—Qué deducción tan infantil y carente de lógica— espetó Merlina.— Los canes son asquerosamente sentimentales. Su solución para todo es la cercanía física.

—Sí, algo así,— admitió Lucas, sin inmutarse— pero me atrevería a decir que ni los más empalagosos se acercan a un alfa en ese estado.

Merlina puso los ojos en blanco por un instante y, sin decir palabra, dio media vuelta para adentrarse aún más en la oscuridad del bosque.

—¿A dónde vas?— preguntó Lucas, preocupado.

—Enid está cerca de aquí, pero lógicamente más lejos del pueblo.— respondió.— Iré a buscarla.

Lucas se reincorporó, listo para seguirla.

—No, quédense ambos aquí. Si los perros se mueven, los siguen.

. . .

 

Transcurrieron unos quince minutos de caminata errante entre los árboles, con todos sus sentidos alerta en busca del rastro de su amiga lobo. Ver se había vuelto prácticamente imposible; cuanto más se adentraba en la espesura, más se desvanecían los contornos del mundo. La luz de la maldita luna resultaba tan inútil como las reglas ancestrales que esta misma había impuesto sobre su amiga.

El frío comenzaba a calarse en sus huesos, haciendo que cada extremidad le pesara como plomo. Aunque en otras circunstancias hubiera saboreado aquel dolor punzante, en ese momento la entorpecía, volviéndola lenta e ineficaz para la cacería.

Era plenamente consciente de la vulnerabilidad en la que se encontraba: una presa fácil. A pesar de ser la capitana de la cacería más grande, cualquier depredador al acecho podría arrebatarle la vida de un zarpazo. Una muerte que, en otro tiempo, le habría parecido dolorosamente poética.

Tomó el celular de sus bolsillos e intentó, de alguna manera, alumbrar un poco a su alrededor con la pantalla.

Todo estaba lodoso, húmedo y frío por las constantes lluvias. Era una suerte que en ese momento no lloviera; una ventaja clara para agudizar los sentidos y permanecer alerta ante cualquier sonido.

Frente a ella, Merlina divisó una rama enorme, rota, como si algo grande y pesado la hubiera partido. Se acercó y, con firmeza, apoyó la mano sobre ella. Cerró los ojos y se obligó a forzar la visión. Le costó unos segundos, hasta que finalmente sintió un fuerte y doloroso movimiento en su cuello que empujaba su rostro hacia atrás.

Lo que vio fue un animal grande y pesado, parecido a un oso, caminando lentamente. Pero algo debió asustarlo: dio un brinco, chocando contra la rama y partiéndola. Su visión terminó.

Merlina, desorientada y con un regusto de frustración al comprobar que no era su objetivo, rastreó con la mirada la dirección de donde había provenido el ruido que asustó a la criatura.

Se acercó sigilosamente a un montículo de rocas, tomó una piedra del tamaño de su puño y, con un suspiro resignado que invocaba a la suerte, adoptó de nuevo la incómoda posición para forzar la segunda visión. Esta vez, la criatura que vislumbró era mucho más pequeña, apenas le llegaría a la cintura... definitivamente no era Enid.

La visión terminó abruptamente. Merlina, ahora con un temblor palpable en las manos por el esfuerzo consecutivo, se limpió con impaciencia el familiar y molesto líquido negro que se deslizaba de su ojo izquierdo.

Merlina pensó que, al menos, alguna de todas esas piedras, ramas o cualquier objeto podría haber tocado a su objetivo. Sin pensarlo dos veces, eligió cuatro rocas, cerró los ojos con fuerza y nuevamente ese líquido familiar se hizo presente, ahora de ambos ojos. Su cabeza se echó hacia atrás de un jalón, y otra visión llegó. Esta vez, un animal quizá más pequeño que el anterior.

Molesta, Merlina terminó su visión, arrojó las piedras y, levantándose con fuerza del suelo, perdió un poco el equilibrio, pero logró estabilizarse. Se limpió ambas lágrimas con el saco y dio unos pasos más adentro del bosque, ya sin saber qué más hacer aparte de elegir objetos al azar, jugando a una suerte de lotería. Se negaba a dejar pasar otra noche mal en soledad a quien había sacrificado su humanidad por ella.

Se arrodilló, clavando las manos en el lodo frío, y otra visión la atravesó como un relámpago. Nuevas lágrimas negras surcaron sus mejillas. Ignoraba los graznidos de los repentinos cuervos que, cada vez más numerosos, comenzaban a revolotear a su alrededor; aunque instintivamente se apartaba de su sombra, sabía que nunca anunciaban nada bueno.

Repitió el proceso una y otra vez. Su cabeza palpitaba, su cuerpo era un solo dolor, sus ojos le ardían como si tuviera brasas bajo los párpados, y su rostro estaba completamente empapado de ese líquido espeso y amargo que salía de sus ojos.

Pero no se detuvo. Por más que su cuerpo clamara por rendirse y su mente se quebrara bajo la presión, continuó, visión tras visión, sumergiéndose en algo que realmente desconocía.

Desesperada, en un último acto de agonía, tomó un puñado de hojas secas del suelo, su lógica, consciente del probable peligro que eso conllevaba. Cerró los ojos, contuvo el aliento y se sumergió de lleno... pero esta vez no cayó en una visión, sino que se vio inundada por un torrente de ellas. Un caos de imágenes superpuestas en el que ninguna era Enid.

Una sucesión caótica de animales, insectos... nada era ella. Visión tras visión, lágrima tras lágrima, Merlina sentía su cabeza retraerse cada vez más. Su cuello comenzó a tronar, un dolor infernal que solo terminó cuando unas enormes manos la sacudieron.

Cayó sobre unos brazos igualmente grandes y de una suave calidez. La visión se desvaneció, reemplazada por unos violentos espasmos que sacudieron su cuerpo con la misma fuerza devastadora que después de aquella premonición sobre la muerte de Enid en su segundo año.
Su cuerpo dolía como nunca; incapaz de controlar los temblores, apenas lograba aspirar bocanadas de aire entrecortadas. Las lágrimas negras ya no solo manaban de sus ojos, sino que también obstruían su garganta.

A su lado, una figura grande y peluda aullaba y lloraba con desesperación, protegiendo su cabeza para que no chocara contra las piedras, y dándole suaves cabezazos en el costado, como si intentara reanimarla.

Con gran esfuerzo, Merlina logró volver la cabeza y la vio.
Enid. En su forma de lobo, aullando y llorando, claramente preocupada por ella.

—Enid— alcanzó a decir Merlina con una amplia sonrisa.

Notes:

Gracias por haber leído el segundo capítulo.