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Capítulo 1: Choque de Mundos**
Dean Winchester estaba en medio de una cacería particularmente rara. Sam insistía en que el poltergeist que perseguían no era normal; había símbolos que Dean jamás había visto, ni siquiera en los antiguos manuscritos de los Hombres de Letras. Y eso era decir mucho.
Lo último que Dean esperaba era que, en medio de una biblioteca abandonada, apareciera una mujer con una varita y un acento británico demasiado elegante para Kansas.
—¡Expelliarmus! —gritó la chica, y la escopeta de Dean salió disparada de sus manos.
—¡Oye! —Dean alzó las manos y de pura reacción apretó el gatillo de su pistola secundaria, la bala silbó cerca de la intrusa.
Un destello brillante lo cegó por un instante: el proyectil rebotó contra una barrera invisible a centímetros de la cara de la muchacha.
Ante él apareció una joven de rizos castaños desordenados, varita firme, respiración agitada como si hubiera corrido desde el mismísimo infierno. Su acento británico era tan pulido que sonaba casi ridículo en medio de Kansas.
—¿Qué clase de mago anda cargando armas muggles? —lo regañó Hermione Granger, arqueando una ceja con esa autoridad que hacía parecer que estaba a punto de ponerle tarea.
Dean soltó una risa seca.
—El tipo de “mago” que dispara sal gruesa y no se deja morder por vampiros.
Parpadeó, confundido, y añadió con tono burlón:
—Y qué demonios es un “Muggle”.
Hermione bajó apenas la varita, como si estuviera explicándole a un niño:
—La magia no es un truco, ni un pacto. Es una fuerza natural, un tejido que atraviesa todo. Algunos nacemos con un núcleo mágico dentro de nosotros, como un corazón extra que late poder. Eso nos convierte en magos o brujas de verdad.
Dean entrecerró los ojos, no muy convencido. Sacó un pequeño frasco de agua bendita y, sin previo aviso, se lo arrojó directo a la cara.
Hermione bufó indignada mientras el agua resbalaba sin efecto alguno.
—¿¡Pero qué demonios te pasa!?
—Aja… —Dean murmuró con una sonrisa torcida—. Sabía que eras una zorra demoníaca.
La muchacha lo fulminó con la mirada.
—No soy un demonio, idiota. Las que hacen tratos, esas “brujas” que conoces, no son más que prestatarias: humanos que venden su alma a cambio de poder. Nosotras —dio un toque con la varita contra el suelo y un chispazo azul iluminó la biblioteca— nacemos con magia. Es parte de quienes somos, no un contrato.
Hubo un segundo de silencio, cargado de electricidad. Ninguno lo dijo en voz alta, pero en ese choque de mundos —entre la lógica implacable de Hermione y la irreverencia salvaje de Dean— había comenzado algo imposible de ignorar.
Una alianza improbable. Una guerra de egos.
—¿Se van a besar o a matarse? —interrumpió Sam desde el umbral de la biblioteca, cargando la mochila de sal y mirando la escena con la calma de quien ya está acostumbrado a los desastres.
Dean volteó de inmediato.
—¡Sammy! Esa cosa —señaló a Hermione con el dedo acusador— me quitó la escopeta, se cubrió como un demonio de alto rango y encima habla raro.
—Se llama acento británico —replicó Hermione con fastidio, sacudiéndose aún un par de gotas de agua bendita de la cara—. Y no soy una “cosa”. Soy bruja. De verdad.
Sam la observó con el ceño fruncido, como si estuviera repasando mentalmente todos los libros de los Hombres de Letras.
—Espera… los símbolos que seguimos —dijo despacio, mirando a Dean—. Puede que estén relacionados con lo que ella menciona. Magia innata, no invocada.
Hermione arqueó una ceja, casi aliviada de que alguien tuviera más de dos neuronas en la sala.
—Exacto. Por fin alguien que escucha.
—Dean… —dijo despacio—. Los grabados que seguimos no son demoníacos. Son… distintos. Tal vez lo que ella dice tenga sentido.
—¿Sentido? —Dean lo interrumpió, indignado—. Sammy, nos encontramos con la prima británica de Sabrina, que me desarma con una ramita brillante, se ríe del agua bendita y ahora viene a dar cátedra de magia. ¡Claro, suena legítimo!
Hermione apretó los labios, la varita aún firme.
—No necesito que me crean. Solo que no me estorben.
Antes de que Dean pudiera responder con otra broma venenosa, un alarido sacudió la biblioteca. El aire se volvió gélido, y los estantes comenzaron a temblar como si una fuerza invisible los azotara.
—Genial… justo lo que faltaba —gruñó Dean, cargando de nuevo su escopeta.
Del fondo del pasillo, una sombra translúcida emergió con furia, los ojos blancos y la boca desencajada. El poltergeist lanzó varios libros como proyectiles.
Dean disparó sal gruesa; el espíritu se desvaneció un segundo, pero volvió a recomponerse, chillando con rabia.
—¡No basta con eso! —gritó Hermione, moviendo la varita en un arco preciso—. ¡Protego!
Una barrera luminosa apareció frente a los tres, bloqueando los proyectiles. Sam la miró fascinado.
—Dean… ¿viste eso? No es un demonio.
Dean chasqueó la lengua.
—Sí, bueno, tampoco es la Virgen María.
El poltergeist embistió de nuevo, esta vez directo hacia Sam. Dean se lanzó al suelo para cubrirlo, mientras Hermione murmuraba un hechizo rápido. Una ráfaga de luz azul atravesó al espíritu, que chilló con un eco ensordecedor antes de disiparse por completo.
El silencio regresó. Solo el crepitar de algunas maderas caídas llenaba el aire.
Hermione bajó la varita, exhausta pero victoriosa.
—De nada.
Dean resopló.
—Genial, ahora el fantasma está muerto y todavía no me convences de que no seas Satán con rizos.
Sam, sin apartar la vista de los símbolos en el suelo, murmuró:
—Sea lo que sea… creo que vamos a necesitarla.
Dean le lanzó una mirada fulminante, pero no respondió.
Allí, entre el polvo de la biblioteca y la desconfianza aún ardiente, había nacido una alianza incomoda.
