Chapter Text
Miguel Rivera tamborileaba los dedos ansiosamente sobre el pequeño bloc de notas que tenía en el regazo, siguiendo el ritmo de una canción en la cabeza. Se revisó en el espejo, asegurándose de que se viera presentable, aunque ya lo había hecho unas tres veces en los últimos cinco minutos. Peinó de nuevo algunos cabellos rebeldes y volvió al tamborileo rítmico.
Necesitaba que esa entrevista saliera bien. Necesitaba el trabajo.
Había emigrado, como muchos, desde México hasta San Fransokyo en busca del aclamado sueño americano. Este Era su último intento antes de tener que volver a Santa Cecilia con las manos vacías. Ya no quedaban más becas, ni más oportunidades. Solo ese puesto de asistente en uno de los laboratorios creativos de Hamada Innovations
No era su campo. No del todo. Pero tenía buen oído, buena memoria, y sabía cómo leer entre líneas y ser eficiente. Marco De la Cruz, un amigo de la infancia que también emigró a San Fransokyo, lo había recomendado. Le había dicho que el jefe de la empresa era amigo de su esposo, y requería con urgencia un nuevo asistente. El último, al parecer, no había aguantado el ritmo, igual que el anterior, y el anterior. Al parecer, Hiro Hamada, el CEO, tenía cierta reputación.
Un genio, brillante, e insoportable.
—Pero es buena gente —le había dicho Marco mientras bebia un frappuccino carísimo con aire casual— Nomás... no le digas que tienes alma sensible. Y ten cuidado con sus robots, uno casi me atropella.
Así que llegó 10 minutos antes a la entrevista; "Si llegas a la hora en punto, ya estás tarde" solía decirle su abuela. Cuando comentó que iba para asistente de Hiro Hamada, a alguien se le escapó una risita.
—Dios te ampare—Murmuró otra persona, pero Lo hicieron subir hasta el piso 49 y pasar a una enorme oficina, dónde le dijeron que esperara
—El señor Hamada vendrá en 5 minutos. Sea breve. Está de mal humor. Como siempre.
"Excelente", pensó Miguel mientras tragaba saliva y cruzaba la gran puerta de vidrio esmerilado, entrando a la oficina más desordenada y tecnológicamente sobrecargada que había visto en su vida. Pantallas flotantes, esquemas holográficos y tazas de café abandonadas sobre planos de ingeniería. Tomó asiento frente al escritorio, junto a un enorme ventanal que dejaba ver todo San Fransokyo desde las alturas.
Llevaba 25 minutos esperando, con los dedos tamborileando sobre sus bloc de notas, alisando su camisa y acomodándose el cabello.
—Deja de hacer eso—Una voz con un deje de cansancio y fastidio sonó detrás de él. Antes de reaccionar, una mano los sostuvo firmemente por la muñeca, deteniendo el tamborileo de sus dedos—Me pones ansioso.
Miguel dio un brinco del susto y Chocó contra el enorme ventanal detrás de él. Si no fuese de vidrio templado, probablemente se habría desplomado los 49 pisos bajo él.
—¡Puta madre!—Gritó, llevándose la mano al pecho—¡¿Estás loco?!
—Técnicamente, no. Ya me evaluaron. —La voz venía de un joven asiático, de complexión delgada, rostro afilado y cabello negro alborotado. Vestía una sudadera gris con capucha y unos audífonos colgándole del cuello—¿Te asusté?
Levantó las cejas, con un tono divertido
—¡Sí! ¡No puedes aparecer así de la nada! ¡Y no me toques sin avisar!
—Estás en mi oficina —respondió la voz con misma calma, como si fuese obvio— Yo toco lo que quiero.
Miguel lo miró, procesando esas palabras
—Tú eres... ¿Hiro Hamada?
El otro asintió. Ahí estaba Hiro Hamada. En carne y hueso
Miguel tragó saliva. El tipo era... joven. Demasiado joven para ser CEO. Cómo mucho, era apenas unos 3 años mayor que él. Pero había algo en su presencia, en su mirada afilada y su actitud de "estoy resolviendo cinco cosas más importantes que tú", que imponía. Como si tuviera la energía de una tormenta eléctrica contenida en un cuerpo flaco de veinteañero
—¿Tú quien eres?—preguntó Hiro, soltándole la muñeca y caminando hacia su escritorio, empujando a un dron fuera del camino con el pie.
—Yo soy...—Miguel carraspeó, recuperando la compostura y seriedad—Soy Miguel Rivera.
—¿El nuevo?—Hiro se sentó en su silla giratoria, cruzando los pies sobre ella y tomando un destornillador para empezar a reparar algo, sin mirarlo directamente—Bueno, el candidato. Marco me dijo que eras rápido, pero no que hacías percusión con los dedos y llegabas excesivamente temprano.
Miguel tardó un segundo en responder.
—Pensé que llegar con tiempo era una virtud profesional.
—También lo es no romperle los nervios al jefe en los primeros cinco minutos —replicó Hiro—¿Sabes seguir instrucciones absurdas sin cuestionarlas?
—Depende. ¿Absurdas cómo?
—Como pedirme siete cafés distintos, revisar correos a nombre de un gato que registré por error en mi sistema, o cancelar citas con inversores porque olvidé que tenía un torneo de robótica ilegal.
Miguel parpadeó.
—¿El gato tiene nombre?
—Sí. Mochi II. El original murió, lo cloné. Fue un experimento.
Miguel decidió no preguntar más. Simplemente sacó su libreta, la abrió en una página nueva y anotó: Recordar: Mochi II = importante.
—No voy a preguntarte por tu currículum —dijo Hiro mientras tomaba una tableta de la mesa y la desbloqueaba— Ya lo leí. Me interesa saber por qué tú quieres estar aquí, en un lugar donde hacemos cosas... que no tienen mucho que ver con música.
Miguel apretó la libreta entre las manos. Tenía la respuesta preparada, una respuesta sensata, lógica, bien ensayada. Pero Hiro lo miraba con una mezcla extraña de curiosidad y algo más difícil de definir. Como si ya supiera que había más que lo evidente.
Respiró hondo. No la riegues. Sonríe. Habla claro. No digas que amas los bolígrafos en gel. No digas que amas los bolígrafos en gel.
—Porque de verdad necesito el dinero—Soltó. Se arrepintió al instante. Esa no era la respuesta que planeó. Debió haber dicho algo como "oportunidades laborales", "obtener experiencia", "explorar nuevos horizontes". No hablar de la paga.
Hiro alzó una ceja. Miguel ya se estaba preparando para ponerse de pie e irse
Pero Hiro no lo despidió. No lo echó a patadas. Ni siquiera frunció el ceño.
En lugar de eso, sonrió. Apenas una curva en la comisura de los labios, fugaz, pero real.
—Respuesta honesta. Me gusta eso. Odio a los lamebotas
—¿Qué?
—La mayoría me suelta un discurso barato sobre "querer aprender de los mejores" o "mi sueño es ser parte de Hamada Innovations". Tú no. Tú dices que necesitas el dinero. Eso quiere decir que vas a trabajar duro porque te urge no quedarte sin empleo —Hiro apenas levantó la vista mientras hablaba, sin dejar de revisar datos en su tablet—Con que sepas inglés además del español me basta. Aunque sería conveniente que aprendieras japonés también. A veces me pongo a hablar en otro idioma sin darme cuenta y odio estar repitiendo las cosas.
Miguel anotó rápidamente descargarse Duolingo otra vez.
—Tambien Tengo buena memoria, sé priorizar tareas, me adapto rápido. No tengo experiencia específica en ingeniería, pero soy organizado y multitask. Y también hago muy buen café —agregó Miguel con una sonrisa incómoda, intentando destacar un poco.
Hiro lo miró, y por un momento pareció que iba a reír. No lo hizo.
—¿Y lloras fácil?
—¿Perdón?
—Pregunto en serio. ¿Lloras fácil? ¿Te tomas todo personal? ¿Tienes necesidad constante de validación o de que te agradezcan por existir?
—No... —Miguel frunció el ceño, un poco ofendido, pero se obligó a no demostrarlo—. Solo necesito que me digan qué hay que hacer y lo haré. Sin dramas.
Hiro lo observó en silencio unos segundos más. Miguel se obligó a no tamborilear con los dedos de nuevo. No respirar demasiado fuerte. No pestañear muy rápido.
—Bien —dijo el CEO al fin, como si hubiese llegado a una conclusión que solo él entendía—Tienes el trabajo.
—¿Ya? ¿Sin referencias ni prueba ni nada?
—¿Quieres que te haga un examen? Porque no tengo tiempo para eso —dijo Hiro, dejando de lado la tablet y tomando un pequeño aparatito de la mesa, cuyo cableado comenzó a revisar— Además, si Marco te recomendó, ya tengo suficiente. Lo que no tengo es paciencia. Si algún robot te escanea o te pregunta porqué estás aquí, di que eres mío.
Miguel Tardó un segundo en procesar la última frase.
—¿"Mío", como empleado suyo...?
—Sí, sí —murmuró Hiro mientras ya volvía a perderse entre cables— ¿Qué otra cosa iba a querer con un asistente? No seas tan literal, Rivera.
Miguel asintió, algo desconcertado.
—Entendido, señor Hamada.
—¿"Señor"? —Hiro frunció el ceño, ofendido—. ¿Cuántos años crees que tengo? No me digas "señor". Me da urticaria.
—Eh... ¿Hiro, entonces?
—Eso está mejor
Hiro se levantó de golpe y empezó a caminar por la oficina como si Miguel ya trabajara ahí desde hace años.
—Tu principal tarea será que mantengas mi caos en orden, me prepares el café, tomes mis notas, recuerdes las citas que yo olvido, te asegures de que no me salte las comidas, duerma lo suficiente para no desmayarme del cansancio y, si es necesario, que mientas elegantemente por mí cuando esté atrapado en una lluvia de ideas y no quiera atender a inversores aburridos. Entre otras cosas, ¿Te parece?
"Básicamente, quiere una niñera", pensó Miguel. Pero solo asintió
—Necesito eficiencia —dijo Hiro, girando para estirarle una tablet—El asistente anterior duró tres semanas. Me agendaba juntas a las nueve de la mañana. Nadie debería existir a las nueve de la mañana.
—¿Prefiere que las agende a mediodía?
—Prefiero que las agendes cuando sepas que estoy de humor.
Hiro le mostró un circuito de pantallas en el pasillo, le dio una clave de acceso con más dígitos que sentido, y lo dejó en su escritorio con una orden:
—Necesito que me saques copia de estos correos, clasifiques lo urgente de lo absurdo, canceles las juntas que coincidan con los torneos en mi calendario, y mandes flores a la mamá de Fred. Sin tarjeta. Él sabrá por qué.
—¿Y si no sé qué cosas son absurdas?
—Te vas a dar cuenta —dijo Hiro, ya alejándose—Todo lo que tenga emojis en el asunto, probablemente lo sea. Y si te lo manda alguien que firmó como "estrella visionaria de las finanzas", mándalo al spam.
Miguel se sentó. Sus dedos tamborilearon sobre el borde de la mesa antes de que pudiera evitarlo, y luego se detuvieron. No quería provocar otra intervención física inesperada.
Pasaron las horas entre listas absurdas, correos confusos y grabaciones de voz donde Hiro dictaba notas en medio de bocados de ramen. Miguel no entendía ni la mitad de lo que hablaban esos correos, pero clasificaba con eficiencia, intuición y buena memoria. A mediodía, un robot con patas de araña le preguntó quién era y él dijo que "era de Hiro", le trajo un café. No preguntó.
Cinco minutos después, Hiro apareció por detrás y, sin pedir permiso, tomó el café y le dio un sorbo. Hizo una mueca.
—Esto tiene demasiada azúcar. El azúcar embota el pensamiento. No quiero que mi asistente piense lento.
—Lo tendré en cuenta —respondió Miguel con calma fingida, sin dejar de escribir. Y lo anotaré junto a la lista de cosas que te hacen actuar como una diva de laboratorio, pensó, mientras Hiro se seguía bebiendo el café.
Hiro dejó caer sobre el escritorio un documento pesado.
—Traduce esto al chino. Científico. Formal. Nada de traducciones de Google.
—¿Todo este texto? Yo ni siquiera sé chino. Dijiste que solo aprendiera Japonés—Miguel revisó el documento. Estaba en inglés, pero con tantos tecnicismos que ni en español hubiese entendido.
—Bueno, te convendría aprender chino también. Pero mientras tanto, Alguien del departamento debe saber.
—¿y esa persona es...?
—¿Yo que sé? Investiga. No tengo tiempo para saberme el nombre de toda mi plantilla laboral. Necesito el borrador en quince minutos, ¿O lo haces tú mismo para que sea más lento?
Miguel inspiró hondo.
—No, quince está bien.
—Bien—Hiro se levantó de nuevo—. Mientras haces eso, necesito que Mandes un correo a la oficina de patentes y los convenzas de que la pieza 42—Delta no infringe ninguna propiedad intelectual de KreiTech, aunque sí lo hace, pero no pueden probarlo.
—¿Tienes idea de cuántos correos tengo pendientes?
—No. Porque si supiera, tendría que preocuparme. Y no te contraté para preocuparme —respondió Hiro con una sonrisa que no llegaba a sus ojos—Lo hice para que me traigas un café. Sin azúcar, ya sabes.
Miguel lo observó salir de la oficina como una tormenta con zapatillas deportivas. Cuando la puerta se cerró, soltó un largo suspiro, estiró el cuello y murmuró para sí:
—"Nomás no le digas que tienes alma sensible"... No, si ya ni alma me queda
Su día terminó pasadas las 8 de la noche. Había preparado 4 cafés, los primeros dos porque a Hiro no le gustó como quedaron. Un tercero y cuarto porque solo les dio un sorbo, los dejó tirados por ahí y se le enfriaron. También tuvo que recorrer tres pisos buscando a la persona que sabía chino.
Y Cuando por fin logró enviar el correo a la oficina de patentes, redactar una respuesta cordial a un inversionista pasivo-agresivo, y enviar las flores a la madre de Fred (quien respondió con un "(:" y un sticker de Godzilla, sin más contexto), Le dolía la espalda, tenía el estómago vacío, y su libreta estaba llena de notas como "Hiro odia los lunes", "Baymax tiene preferencia de paso en los pasillos", y "jamás, JAMÁS mencionar a KreiTech cuando él esté comiendo".
Estaba tirado en su cama. Solo se había quitado los zapatos y aflojado la corbata cuando una videollamada sonó en su celular. Era Marco.
Miguel contestó, aún recostado. La imagen de Marco apareció del otro lado de la pantalla, con una mascarilla de aguacate, o alguna cosa verde, en la cara.
—¿Y bien? ¿Qué tal tu primer día con Hiro?—Preguntó Marco, con esa sonrisa ladina de gato.
—Ese wey es la persona más pinche insoportable que he conocido—Gruñó Miguel—Y mira que te conozco a ti desde chiquito
Marco soltó una carcajada, demasiado alto para la hora que era.
—Te lo dije—dijo, ampliando aún más su sonrisa—Pero tú, "no, que yo me adapto rápido, que soy multitask, que con buena paga lo aguanto todo"
Miguel se restregó la cara con ambas manos.
—Pues no me pagan lo suficiente para esto.
—Pudiste aceptar que te prestara dinero mientras conseguías trabajo
—Ya te dije que no. No sé cuánto iba a pasar antes de poder conseguirme otro y no iba a vivir a cuestas de tu dinero—Miguel soltó un suspiro.
—Ay, como si para mí el dinero fuese una preocupación—Marco dio un sorbo de una copa de vino con dramatismo
—Sí, sí. Ya sé que te sirvió el truquito de conseguirte un esposo ricachón —Miguel soltó un gruñido
—A ver, para que quede claro —Marco lo señaló con un dedo —no me enteré que los Takachiho eran principales inversores de las empresas Hamada hasta que me case con Kyle. Hizo toda esa cursilería de esconderlo para ver si me casaba con él por amor y no por su dinero
—¿Y sí fue por amor? —preguntó Miguel, alzando una ceja.
—Obvio, sino estaría cómo la amargada de mi cuñada... aunque bueno, en su mayoría fue por amor, pero también porque me cocinaba todas las mañanas y el sexo con él es increíble —Marco sonrió con descaro— Aunque si me hubiera dicho antes que era uno de los herederos de medio San Fransokyo, igual me casaba más rápido.
Marco se acomodó la banda para el cabello con una elegancia innecesaria, mientras el brillo verdoso de su mascarilla lo hacía parecer una diva intergaláctica.
Miguel soltó una carcajada seca.
—Me lleva la chingada... yo acá comiéndome mis Maruchan entre descansos y tú bañándote en vino italiano con una mascarilla de aguacate.
—Es de matcha, inculto. Y es orgánico.
—Y cuesta más que mis zapatos.
Marco se encogió de hombros.
—Tú escogiste sobrevivir a Hiro Hamada. Yo escogí a Kyle Takachiho con pectorales y una tarjeta black.
—¿Y yo por qué acepté esto?
—Porque te pagarán lo suficiente como para mudarte solo, mantener tu independencia, y porque eres demasiado orgulloso para aceptar ayuda de tu amigo rico.
—Técnicamente, tú no eres rico. Tu esposo lo es. No iba a aceptar su dinero.
—Te recuerdo que yo también trabajo—Marco lo miró con molestia —Pero Kyle tiene tanto dinero que no notaría si tomo unos cuantos cientos de su cuenta para dártelos. Y si lo nota, le diré que era para darme un gustito, le daré una buena mamada y probablemente me de otros cientos por si me hizo falta.
—¡Marco! —Miguel lanzó una almohada al celular, como si eso pudiera detener la imagen— ¡No quiero escuchar detalles de tus dinámicas maritales con el inversionista de mi jefe!
—Ay, ya, no te pongas todo mojigato. ¿Acaso ya se te olvidó cuando tú me contaste que te cogiste al baterista ese en la sala de ensayo del conservatorio?—Marco soltó un bufido—Igual y terminas tú también dándole una mamadita a tu jefe por un aumento
—Jamás pasará eso
—¿Dar una mamada por aumento o solo la mamada?
—¡Ninguna! —Gritó Miguel— Literal me pidió que le tradujera un documento técnico al chino en quince minutos. ¡CHINO! ¡No sé ni cómo se dice "hola" en chino!
—"Nǐ hǎo" —respondió Marco, con una voz chillona y burlona.
Miguel le lanzó una mirada asesina a la pantalla.
—Además, me mandó a decirle a la oficina de patentes que algo que sí infringe no infringe, que convenza a la señora con "palabras bonitas". Y me pidió café cuatro veces, pero solo se lo tomó una. ¿Qué clase de psicópata hace eso?
—Ay, no, si está peor de lo que pensaba. Mira, yo dije que era exigente... pero no pensé que tan mal.
—Es como cuidar un huracán que se distrae con lucecitas y necesita recordatorios para respirar. Tiene veinte ideas por minuto, se olvida de la mitad, y de las otras diez me toca convertirlas en correos, entregas y calendarios.
—Pero tiene buenas piernas, ¿sí o no?
Miguel alzó una ceja, cruzando los brazos.
—No voy a hablar del cuerpo de mi jefe contigo.
—Ay, por favor —Marco soltó una risita maliciosa—admítelo, si Hiro no fuera tu jefe, ya habrías fantaseado con su carita de niño genio y esa vocecita mandona que tiene.
Miguel gruñó.
—No es que sea mi jefe el problema. Es su forma de vivir en una línea temporal donde los días tienen 48 horas. ¿Sabes cuántas veces cambió su agenda hoy? ¡Siete! ¡Siete veces! Y ni siquiera me avisó, solo empezó a caminar en dirección opuesta a todo lo que me había dicho, como si esperara que yo leyera su mente.
—Tal vez deberías instalarle un GPS —bromeó Marco—. O hacerte clarividente. Aunque si me preguntas, suena a que ya estás más obsesionado con él que harto.
—Tan obsesionado que insulté mentalmente todo su árbol genealógico mientras buscaba la extensión correcta de su oficina.
—Sabes que no me engañas—Marco sonrió con triunfo—Con esa cara de mártir, pero bien que te fijas en todo. ¿Ya le viste las piernas? ¿O cuando se pasa la mano por el pelo porque está frustrado? ¿O cuando se quita la sudadera y queda con esa camiseta negra que le queda pegadita...?
—¡MARCO!
—¡Ay, cálmate! Estoy intentando darte perspectiva. Hiro Hamada es un genio millonario excéntrico, y guapo. Es como... Elon Musk si tuviera cara de idol japonés. Aprovecha el viaje, vive la experiencia, y si te cansas, pues te vienes a vivir conmigo y Kyle. Aquí hay una recámara libre, vino gratis y cero jefes neuróticos.
Miguel se tapó los ojos con el antebrazo, suspirando.
—No puedo rendirme. No todavía. Este trabajo... es lo único que me queda si quiero quedarme acá por mis propios medios. Ya no soy un niño. No voy a volver con los brazos cruzados.
Marco asintió, más serio.
—Y no lo harás. Aguanta. Tómale el ritmo. Eventualmente, aprenderás a predecir sus locuras. O a domarlas. O a encontrarle el encanto a su caos.
Miguel bufó con una sonrisa.
—Me voy a dormir. Tengo que estar en la oficina a las siete para que "la energía matutina de Hiro no se pierda en detalles logísticos", lo cual en lenguaje humano significa: hacerle otro pinche café que probablemente no se va a tomar.
—Yo también te dejo. Kyle llega en cualquier momento a casa y yo tengo deberes maritales de esposo mantenido que cumplirle.
—Neta que no necesitaba esa información—Miguel intentó espantar esa imagen mental de su cabeza.
—Descansa, pobre secretaria.
—¡Asistente!
Pero Marco ya había colgado.