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Emparejamiento Inesperado

Summary:

Paul detesta a Ash. Ash representa todo lo que Paul se enorgullece de no ser: torpe, sentimental, aferrado a sus instintos. Pero un día, después de su combate contra Ash en el Lago Agudeza, algo en el aire, algo allí, cambió el rumbo de su vida, y la de Ash, para siempre.

O: El universo castiga a Paul de la peor manera posible y ahora su vida gira en torno a Ash.

Notes:

Escribí esta fanficción hace mucho tiempo, pero nunca la publiqué porque no estaba muy seguro de ella. Hace poco, un amigo la leyó y le gustó, ¡así que decidí empezar a editarla y publicarla!

Chapter 1: Choque de Almas

Chapter Text

Era la peor derrota de su vida. Ni siquiera su derrota en la Liga Añil se comparaba con esto.

El viento frío que azotaba desde el Lago Agudeza apenas lograba enfriar la frustración que sentía Ash Ketchum. Había perdido estrepitosamente. Paul no solo lo había vencido; había desmantelado a su equipo, sus estrategias, su filosofía y, al hacerlo, parecía haber desmantelado su ánimo. Pikachu, trepado en su hombro, le acarició la mejilla con el hocico, un consuelo silencioso que Ash necesitaba. No sabía cuánto tiempo llevaba aquí, atónito después de la derrota, y las palabras de sus amigos apenas entraban en sus oídos.

Dawn seguía intentando animarlo con todas sus fuerzas, su ánimo habitual ligeramente apagado.

—No te preocupes, Ash. ¡Lo conseguirás la próxima vez! ¡Solo tenemos que entrenar más duro!

Brock, siempre pragmático, asintió.

—Paul es fuerte, Ash. Lleva a sus Pokémon a su límite absoluto. Es un estilo diferente, pero efectivo.

Al fin, fueron esas palabras las que se filtraron en la mente de Ash.

—¿Efectivo? ¡Es cruel! —estalló finalmente Ash, un filo de ira genuina, raro en él, en su voz. Pensaba en Chimchar, en la mirada atormentada en sus ojos cuando Paul lo había liberado. Ahora, como su Monferno, luchaba con un fuego desesperado, pero las cicatrices permanecían—. ¡Los Pokémon no son solo herramientas!

Después de todo esto, ¿cómo pudo perder contra Paul?

Una voz fría y familiar cortó el aire.

—¿Sigues soltando esas tonterías sentimentales, Ketchum?

Paul apareció a poca distancia, con los brazos cruzados, su expresión una máscara de aburrido desdén. Su Electabuzz caminaba a su lado, reflejando la postura de su entrenador.

Ash se giró bruscamente. Pensó que se había ido. ¿Por qué regresó?

—¡Paul! ¿Qué quieres?

—Decidí ir al Centro Pokémon y no pude evitar oírte —dijo Paul, su mirada recorriendo a Ash con crítica indisimulada—. Tus métodos son tu perdición. Todos esos mimos, esa «amistad»… los vuelve débiles y predecibles.

—¡Mis Pokémon son mis amigos! —replicó Ash, acercándose, apretando los puños. Las mejillas de Pikachu soltaron chispas como advertencia—. ¡Luchamos juntos! ¡Esa es nuestra fuerza!

—¿Fuerza? —se mofó Paul, una sonrisa desdeñosa formándose en sus labios—. Hoy no vi ninguna fuerza. Solo un patrón predecible de toma de decisiones emocionales que te costó el combate. Confías demasiado en un concepto nebuloso de «corazón» y no lo suficiente en el poder bruto y la estrategia. —Dio un paso adelante, invadiendo el espacio personal de Ash, sus ojos violetas clavados en los castaños de Ash—. Acéptalo, Ketchum. Simplemente no estás hecho para…

Paul se detuvo a media frase. A media burla.

Sucedió en un instante, un cataclismo silencioso que alteró el mismísimo aire entre ellos. Pareció como si el mundo se le reduciera al chico frente a él. De repente, el aroma fresco, casi estéril que siempre había asociado vagamente con Paul, algo así como a ropa limpia y pino, se intensificó, volviéndose más rico y complejo. Un toque dulce se mezclo en el aire, un olor singularmente de Paul, y era inexplicable y abrumadoramente atractivo. Un extraño palpitar resonó en lo profundo de su pecho, un impulso primario de proteger, de resguardar, de… ¿qué? No lo entendía, pero la animosidad que había estado ardiendo en él momentos antes se esfumó, reemplazada por una confusa oleada de posesividad … y de algo más que Ash no comprendía del todo. Se encontró notando el ligero temblor en las manos habitualmente firmes de Paul, la forma en que su nuez de Adán subía y bajaba al tragar.

Ash observaba a Paul, y en sus ojos y su rostro podía ver el reflejo de su misma reacción. Ash entendió: ambos estaban pasando por lo mismo.

Para Paul, fue como si le hubieran arrancado el suelo bajo los pies. Un momento estaba ofreciendo una crítica bien merecida, y al siguiente, Ash Ketchum, el epítome de todo lo que encontraba irritante e ineficiente, era la única cosa sólida en un mundo que de repente se inclinaba y lo mareaba. Todo le infundía un impulso de aferrarse a Ash.

¿Cómo lo sabía Ash? No estaba seguro, pero lo veía claramente y su propio corazón lo confirmaba. Veía cómo una vulnerabilidad se apoderaba del corazón de Paul y un calor hacía que sus orejas le ardieran, casi podía sentir cómo se le aceleraba la respiración a Paul. Sus instintos parecían afinarse y sincronizarse con el estado actual de Paul. Y luego, sucedió: los ojos violetas de Paul cambiaron, abiertos de par en par. Ya no era la misma mirada fría y desdeñosa de siempre: había una súplica, un deseo de … ¿consuelo? Una inseguridad que Ash jamás había visto en él. Sus labios temblaban aun más que sus manos; Paul parecía como si quisiera gritarle algo a Ash, pero al mismo tiempo era incapaz de hacerlo, y con cada segundo que pasaba, su rostro se teñía de un carmesí intenso, no de ira, sino de mortificación.

—¿Paul? —La voz de Dawn sonó distante, preocupada—. ¿Estás bien? Pareces un poco pálido.

Paul parecía como si se le hubiese cortado la respiración. Intentó formular una respuesta mordaz, recuperar el control, pero las palabras no salían. Todo lo que pudo articular fue un tembloroso:

—Estoy… bien.

Pero su voz era más débil de lo habitual, despojada de su arrogancia acostumbrada. Parecía como un Pidgey asustado y buscando desesperadamente una salida, se veía completamente horrorizado y desorientado.

Ash, aún recuperándose de esas sensaciones desconcertantes, se encontró dando medio paso más cerca, un instinto que no podía nombrar lo empujaba a acercarse. Miró a Paul a los ojos y sentía un impulso de … ¿protegerlo? ¿Cuidarlo? ¿Al chico ligeramente más alto que él, que siempre se burlaba de él y lo criticaba? ¿Pero qué?

—¿Estás seguro? —preguntó Ash, su voz más suave de lo que pretendía, teñida de una emoción nueva e inidentificable. Vio un destello de algo parecido al pánico en los ojos de Paul antes de que estos se desviaran.

—Déjame en paz, Ketchum —logró decir Paul, con voz tensa pero apenas audible. Se dio una vuelta, casi tropezando con sus propios pies, y se marchó con paso decidido, su ritmo habitualmente firme y seguro reemplazado por una prisa inusual. Electabuzz, sintiendo la angustia de su entrenador, lanzó un gruñido bajo hacia Ash antes de seguirlo.

Ash lo vio marcharse, un ceño fruncido marcando su frente. La ira se había desaparecido, reemplazada por una profunda confusión y un extraño dolor protector en el pecho. Todavía podía oler ese intrigante aroma en el viento, y eso hizo que algo en lo profundo de su ser se agitara.

—¿A qué vino todo eso? —se preguntó Dawn en voz alta, mirando a la figura de Paul que se alejaba y de nuevo hacia Ash.

Brock entrecerró los ojos, observando a Ash.

—No estoy seguro —dijo lentamente, su mirada pensativa—. Pero algo definitivamente acaba de pasar.

Ash no respondió. Estaba demasiado ocupado tratando de entender por qué la imagen del rostro sonrojado de Paul y sus ojos abiertos y asustados de repente se había grabado en su mente, y por qué, a pesar de todo, tenía el impulso más fuerte e inexplicable de ir tras él.

Ash se quedó mirando el lugar donde Paul había desaparecido, el aire agudo y frío no hacía nada para despejar el caos en su cabeza. El rastro persistente de aquel extraño y cautivador aroma de pino y ropa limpia, ahora con esa dulzura subyacente, se desvaneció con el viento, y una extraña sensación de pérdida le hundía el corazón. Era un sentimiento estúpido. ¿Por qué sentiría una pérdida relacionada con Paul?

Pikachu, todavía en su hombro, soltó un suave «¿Pika?» y le rozó la oreja, su carita arrugada por la preocupación. Ash le acarició la cabeza distraídamente, con la mirada aún perdida.

—Bueno —dijo Dawn, rompiendo el silencio, su voz un poco vacilante—. Eso fue… raro. Incluso para Paul. —Se estremeció, aunque Ash no estaba seguro si era por el frío o por el encuentro—. Parecía como si hubiera visto un fantasma.

Brock asintió lentamente, sus ojos fijos en Ash con una expresión indescifrable.

—Definitivamente no era él mismo. Que Paul se interrumpiera así y saliera corriendo… algo… algo lo asustó.

Ash finalmente se giró, frotándose la nuca.

—Sí… supongo. —Intentó invocar su ira anterior, la justa indignación por Chimchar, por la crueldad de Paul. Pero se sentía… apagada. Superpuesta por esta nueva y desconcertante sensación. Se sentía… ¿preocupado? ¿Por Paul? Eso no podía ser. Paul era su rival, el tipo que lo volvía loco con su actitud desagradable y sus duros métodos de entrenamiento.

—¿Estás bien, Ash? —preguntó Brock, su voz suave pero inquisitiva—. Pareces un poco… preocupado.

—¿Yo? ¡Estoy bien! —dijo Ash, quizás un poco demasiado rápido. Forzó una sonrisa—. Solo sorprendido, supongo. Nunca había visto a Paul actuar así. —Pateó una piedra suelta—. ¡Probablemente se dio cuenta de lo increíble que será mi equipo la próxima vez!

Fue un débil intento de su habitual bravuconería, e incluso él pudo notarlo. La verdad era que su mente no estaba en el próximo combate. Estaba atascada en la imagen de los ojos violetas de Paul, abiertos y casi asustados, el sonrojo inusual en su pálida piel, el ligero temblor que Ash había notado. Se había visto… vulnerable. Y el recuerdo, en lugar de hacer que Ash se sintiera triunfante, avivó de nuevo ese extraño dolor protector en su pecho. Era como se sentía cuando uno de sus Pokémon estaba herido o asustado: un impulso inmediato e innegable de intervenir, de arreglarlo. Pero este era Paul. No tenía sentido.

—Claro —dijo Dawn, aunque no sonó convencida. Miró a Ash y una vez más a la dirección en la que Paul había huido—. Bueno, de cualquier manera, me alegro de que se haya ido. Siempre pone las cosas tan tensas.

—Sí, es verdad —asintió Ash, pero las palabras parecieron automáticas. Se encontró preguntándose si Paul habría llegado bien a dondequiera que se estuviera quedando. ¿Seguiría estando pálido? El pensamiento era intrusivo, no deseado, pero obstinadamente presente.


Mientras comenzaban a caminar de regreso hacia el Centro Pokémon, Ash se quedó en silencio, perdido en sus pensamientos. Intentó concentrarse en estrategias de entrenamiento, en cómo contrarrestar a los poderosos Pokémon de Paul, pero su mente seguía divagando. Había repetido su breve e intenso enfrentamiento innumerables veces, y no precisamente el combate de Pokémon, sino ese acontecimiento extraño cerca del lago. La forma en que Paul había invadido su espacio, el habitual brillo arrogante en sus ojos… y luego el cambio repentino y drástico. Ash recordó el momento exacto en que la voz de Paul había amainado, la forma en la que sus ojos se llenaron de ese pánico inesperado, la forma en que aquel aroma parecía haber florecido en el aire, atrayendo algo profundo dentro de Ash.

Olfateó el aire inconscientemente, como si intentara capturar ese aroma de nuevo. Nada. Solo el aire frío y fresco del Lago Agudeza.

—Sabes, Ash —dijo Brock en voz baja, poniéndose a su lado mientras Dawn caminaba un poco más adelante, parloteando con Piplup—. A veces, las rivalidades pueden volverse… intensas. Más intensas de lo que te das cuenta. Especialmente con alguien como Paul, que es tan centrado y frío. Paul… no es como Gary. Gary y tú teníais una rivalidad, sí, pero siempre era relativamente superficial, no estaba cargada de tantas emociones intensas como con Paul. Eso seguro os afecta a ambos.

Siguieron caminando lado a lado, Ash reflexionando sobre lo que había pasado.

—A veces hay que tomar las cosas un poco más despacio, o tomar un paso hacia tras —añadió Brock después de una pequeña pausa.

Ash miró a Brock, agradecido por el intento de explicación, aunque no encajara del todo con la rareza de lo que sentía. Esto había dejado de ser normal. Esto parecía diferente.

—Sí, quizás —murmuró Ash—. Es solo que… nunca me había sentido… así después de una discusión con él. Fue raro.

«Así» era una mezcla confusa de molestia residual, una extraña fascinación por un aroma y un impulso aún más extraño de asegurarse de que Paul estuviera… ¿bien? ¿Sano y salvo? ¿Seguro? Sonaba ridículo incluso en su propia cabeza.

—Quizás hoy simplemente fue diferente —supuso Brock, dedicándole una sonrisa tranquilizadora—. Ambos os presionasteis bastante.

Ash asintió, tratando de aceptar la explicación más simple. Quizás Brock tenía razón. Quizás la derrota, combinada con que Paul fuera incluso más imbécil de lo habitual, simplemente le había hecho un cortocircuito en el cerebro por un minuto.

Pero cuando llegaron al calor del Centro Pokémon, y la Enfermera Joy los saludó con su habitual sonrisa alegre, Ash no pudo evitar la sensación de que algo fundamental había cambiado. Se miró las manos. Se sentían normal, pero recordó esa repentina y feroz posesividad, el impulso de proteger. No era enojo o indignación, no como antes. Era otra cosa, algo más profundo, algo que zumbaba bajo su piel con una resonancia desconocida.

Vio un destello violeta en su mente, la mirada asustada de Paul, y el calor desconcertante se extendió de nuevo por su pecho. Tenía la sensación de que su rivalidad con Paul acababa de volverse mucho más complicada. Y por alguna razón, el pensamiento no lo llenó de su emoción habitual previa al combate, sino de una preocupación confusa, casi tierna. Rápidamente desechó el pensamiento. ¿Tierna preocupación por Paul? De ninguna manera. Absolutamente no.

Solo necesitaba algo de comer. Y luego una buena y dura sesión de entrenamiento. Eso arreglaría lo que fuera que fuese esta extraña sensación. Definitivamente.

Chapter 2: Dolor

Chapter Text

A la mañana siguiente, Ash estaba inusualmente callado en la mesa del desayuno del Centro Pokémon. Picoteaba sus tortitas con bayas aranja, con el apetito extrañamente disminuido. Pikachu, que mordisqueaba un trozo de Pokocho que Dawn le había ofrecido, no dejaba de mirarlo de reojo, con sus pequeñas orejas crispándose por la preocupación.

—¿Sigues pensando en el combate de ayer, Ash? —preguntó Dawn con dulzura y un poco de preocupación, removiendo su jugo—. No dejes que te deprima. ¡Ya se nos ocurrirá una nueva estrategia!

—Sí —murmuró Ash, sin escucharla realmente. Su mente no estaba en las tácticas de combate, ni siquiera en el escozor de la derrota. Estaba reviviendo aquel extraño encuentro con Paul junto al lago. El repentino cambio en el aire, el rostro pálido y asustado de Paul, y aquella extraña e insistente atracción que Ash había sentido hacia él. Y el aroma. No podía olvidar el aroma. Era como una fragancia fantasma que su olfato seguía intentando encontrar, una mezcla de pino intenso y ropa limpia, con aquella nota subyacente, inesperadamente dulce, que le hacía sentir el pecho… lleno.

Brock observaba a Ash por encima del borde de su taza de café, sus ojos entrecerrados con una expresión pensativa.

—Pareces un poco raro hoy, Ash. ¿No has dormido bien?

Antes de que Ash pudiera responder, las puertas automáticas del Centro Pokémon se abrieron y Paul entró.

La cabeza de Ash se irguió de golpe como si tiraran de ella con un hilo invisible. Allí estaba. E instantáneamente, aquel extraño zumbido resonó de nuevo en el interior de Ash, un sordo palpitar de consciencia que se centró únicamente en el entrenador de pelo morado. Sus sentidos se agudizaron inmediatamente, y el poco sueño matutino que aun sentía se esfumó.

 Paul vestía su habitual atuendo oscuro y práctico, pero Ash notó, con una claridad que le sorprendió, las tenues sombras bajo sus ojos, la ligera tensión en sus hombros. Parecía… agotado. Y mientras Paul avanzaba por el Centro, Ash captó de nuevo el más leve susurro de aquel aroma, y algo en su interior se calmó, a pesar de que su confusión se intensificaba. Era como encontrar un punto de referencia familiar en un sueño confuso.

Paul parecía decidido a ser invisible. Tenía la mirada fija al frente, su paso era rápido y decidido mientras se dirigía hacia los videoteléfonos públicos del rincón, claramente intentando evitar la zona de la cafetería donde estaban ellos. Aunque probablemente ni siquiera los había visto todavía.

—Oh, mira quién es —dijo Dawn en voz alta, con esa molestia familiar asomándose en ella, el tono que ya solía tener siempre que hablaba con Paul. Piplup, en su regazo, hinchó el pecho con un desafiante «¡Pip-lup!».

La cabeza de Paul se giró ligeramente al sonido de su voz. Sus ojos, aquellos intensos iris violetas, casi negros, se dirigieron fugazmente hacia su mesa. Durante una fracción de segundo, se encontraron con los de Ash. Y en esa fracción de instante, Ash lo vio de nuevo: aquel destello de algo sobresaltado, casi vulnerable, antes de que la expresión de Paul se cerrara de golpe, volviéndose aún más reservada de lo habitual.

No se detuvo, no dio indicio de reconocerlos más allá de aquella fugaz mirada. Simplemente continuó hacia los teléfonos.

—Hmph. Sigue tan encantador como siempre —murmuró Dawn, volviendo a su desayuno.

Pero Ash no podía apartar la mirada. Observaba a Paul, con el ceño fruncido. Paul parecía… raro. Más que su habitual distanciamiento. Parecía casi… atormentado. El dolor protector del día anterior resurgió, más fuerte esta vez. Sin pensar, Ash empezó a apartar su silla.

—¿Ash? —preguntó Brock, alzando una ceja.

—Parece… —empezó Ash, luego vaciló, inseguro de cómo expresar la extraña preocupación que se retorcía en sus entrañas. Se conformó con: —Parece muy cansado. No durmió anoche.

La afirmación quedó flotando en el aire. Dawn parpadeó, confundida.

—¿Cansado? Bueno, quizá estuvo toda la noche celebrando su victoria barata —dijo, aunque su voz carecía de su convicción habitual. Incluso ella parecía percibir algo diferente.

Paul, que al parecer había terminado su llamada muy rápido o había decidido no hacerla, caminaba ahora de vuelta hacia la salida. Su ruta lo llevaría directamente a pasar por delante de su mesa. Mantenía la mirada desviada, fija en las puertas, con la postura rígida.

Cuando se acercó, Ash, impulsado por un instinto que no entendía ni podía controlar, lo llamó:

—Oye, Paul, espera.

Paul se encogió. Fue un movimiento diminuto, casi imperceptible, pero Ash lo vio. Se detuvo en seco, todavía mayormente de espaldas a ellos. Hubo un silencio que pareció durar casi un minuto en el que nadie dijo ni hizo nada. Entonces, lentamente, a regañadientes, Paul giró la cabeza lo suficiente para mirar a Ash por encima del hombro. Su expresión estaba rígidamente controlada, pero Ash pudo ver la tensión alrededor de sus ojos, la forma en que apretaba la mandíbula. Parecía como si se hubiese detenido contra su propia voluntad.

—¿Qué quieres, Ketchum? —la voz de Paul era baja, seca, pero carecía del habitual sarcasmo mordaz. Sonaba… tensa. Apagada. Casi… reacia.

Ash sintió una extraña punzada. Solo… ¿solo quería saludar? No, no era eso. Quería… ¿qué? ¿Ver si estaba bien? Era ridículo.

—Eh —tartamudeó Ash, sintiéndose de repente incómodo bajo la intensa y reservada mirada de Paul—. Solo… parecías no haber dormido mucho.

Un músculo tembló en la mandíbula de Paul. Un ligero rubor le subió por el cuello, visible incluso con la luz artificial del Centro Pokémon. Sus ojos se apartaron de los de Ash, fijándose en algún punto por encima del hombro de Ash, sus manos estaban temblando y su expresión era severa. Era casi lo más enojado que Ash había visto a Paul, y eso era un logro de por sí. ¿Estaba enojado? Por un momento, Ash pensó que Paul iba a estallar, a soltar una de sus características pullas, o a gritarle que lo dejara en paz. Se preparó para ello, instintivamente se encogió.

Pero Paul solo dijo, muy bajo y casi inaudible:

—Estoy bien.

No sonaba bien. Sonaba como alguien que se esforzaba mucho por convencerse de ello. Luego, sin decir nada más, se dio la vuelta y prácticamente huyó del Centro Pokémon, las puertas cerrándose tras él con un siseo.

El silencio se apoderó de su mesa.

Dawn miró fijamente las puertas, luego a Ash, con la boca ligeramente abierta.

—Vale —dijo lentamente—. Oficialmente, esa ha sido la vez que más raro he visto actuar a Paul. ¡Ni siquiera te ha insultado!

Ash sintió una extraña mezcla de alivio y… ¿decepción? No sabía qué había esperado. Se enderezó en su silla una vez más y volvió a picotear sus tortitas ya frías. La preocupación por Paul no había disminuido; si acaso, se había intensificado. Parecía cansado, sonaba tenso y actuaba de forma completamente atípica en él.

Brock observaba a Ash con una expresión muy pensativa.

—¿Sabes, Ash? —dijo, con voz cuidadosamente neutral—. Eso ha sido… bastante atento de tu parte. Notar que parecía cansado, quiero decir. No me había dado cuenta hasta que lo mencionaste.

Ash se encogió de hombros, sintiendo que sus propias mejillas se calentaban un poco.

—No lo sé. Simplemente… lo parecía. —No podía explicar el nudo en el estómago, o la forma en que el breve y tenso reconocimiento de Paul le había parecido de algún modo más significativo que cualquiera de sus anteriores discusiones a gritos.

Pikachu saltó de la mesa al regazo de Ash y le acarició la mano con el hocico, soltando un suave e interrogante «¿Chaa?».

Ash acarició la cabeza de su compañero.

—Estoy bien, amigo —murmuró, aunque no estaba seguro de estarlo. Algo estaba pasando, definitivamente, y hasta Pikachu se había percatado de ello. Y fuera lo que fuera, tenía todo que ver con Paul. Y, de forma perturbadora, hacía que Ash sintiera menos ganas de pelear con él y más ganas de… bueno, no estaba seguro de qué le apetecía hacer. Pero definitivamente ya no era simple.


El resto del día transcurrió para Ash en una bruma de inquietud. Entrenó mecánicamente con Pikachu, Monferno y los demás, pero no ponía el corazón en ello. De vez en cuando, la imagen del rostro pálido y tenso de Paul aparecía en su mente, acompañada de aquel aroma fantasma que le oprimía el pecho de una forma que no podía articular. Y ese impulso. Ese impulso extraño de … ¿de qué? ¿De asegurarse de que Paul esté bien? Ese impulso seguía regresando, y lo estaba abrumando y confundiendo.

—Te tiene muy preocupado, ¿verdad? —observó Dawn más tarde esa tarde, mientras estaban sentados junto a un pequeño arroyo, dejando jugar a sus Pokémon. Llevaba diez minutos observando a Ash divagar, con un bocadillo a medio comer olvidado en la mano.

Ash suspiró, lanzando un guijarro al agua, las ondas perturbando su propio reflejo atribulado.

—No lo sé, Dawn. Es solo que… no estaba siendo el chico borde de siempre. Parecía… genuinamente afectado. Y cuando se marchó así del Centro Pokémon…

Brock, que había estado puliendo una Poké Ball en silencio, levantó la vista. Él, también, parecía haber estado meditando sobre esto por un tiempo.

—Paul siempre ha sido intensamente reservado, Ash. Más que nade que yo haya conocido. Sea lo que sea que le esté pasando, no es probable que lo comparta, y menos con nosotros. —Hizo una pausa, luego añadió, mirando directamente a Ash, con la mirada seria—: Y a veces, la gente realmente necesita espacio para resolver sus cosas por su propia cuenta.

Ash sabía que Brock tenía razón. Lógicamente, lo sabía. Paul era el rey de alejar a la gente. Pero la parte ilógica e instintiva de él, la parte que se había encendido junto al Lago Agudeza, cálida e insistente, sentía una preocupación persistente y fastidiosa. Era como un picor que no podía rascar, algo bajo su piel que le decía que algo iba fundamentalmente mal.

—Sí, supongo —concedió Ash, aunque no sonaba convencido. Se levantó bruscamente, sacudiéndose las migas de los pantalones—. Creo que voy a dar un paseo. A despejarme.

—¿Quieres compañía? —ofreció Dawn, empezando ya a recoger sus cosas. Piplup pió su aprobación.

—No, gracias. Estaré bien —dijo Ash, esbozando una sonrisa débil. Pikachu hizo ademán de seguirlo, pero Ash le acarició suavemente la cabeza—. Quédate aquí con Dawn y Brock, amigo. No tardaré.

Pikachu pareció inseguro, con las orejas ligeramente caídas, pero obedeció, volviendo a acomodarse con un suave y preocupado «Pika».

Ash se alejó del arroyo, sus pies guiándolo sin dirección consciente. Se dijo a sí mismo que solo estaba estirando las piernas, tomando un poco de aire fresco. Pero una parte más profunda y no reconocida de él escrutaba el paisaje, sus ojos buscando, buscando un familiar destello de pelo morado entre los verdes y marrones de la naturaleza de Sinnoh.

Lo encontró cerca de un grupo de rocas en las afueras del pueblo, un lugar apartado que parecía haber presenciado una buena cantidad de entrenamiento intenso. Paul estaba allí, de espaldas a Ash, su Electabuzz desatando una furiosa serie de Puños Trueno contra una roca enorme. El aire vibraba con electricidad y la fuerza bruta de los ataques.

Incluso desde la distancia, Ash podía sentir la intensidad que irradiaban Paul y su Pokémon. Era más que un simple entrenamiento riguroso; era… frenético. Casi desesperado. Electabuzz, normalmente devastadoramente preciso bajo las órdenes de Paul, parecía reflejar la agitación de su entrenador, sus movimientos casi salvajes, menos precisos de lo habitual.

Ash vaciló. Las palabras de Brock sobre darle espacio a Paul resonaban en su mente. No debía interferir. Paul lo odiaría. Pero entonces vio a Paul tropezar con una raíz de un árbol tras dar una orden particularmente iracunda, llevándose la mano a la sien por un breve instante antes de enderezarse, con los hombros rígidos mientras bramaba otra orden.

El instinto protector surgió, ardiente como el día anterior, anulando la cautela y el sentido común. Ash empezó a caminar hacia él.

A medida que se acercaba, pudo oír la voz tensa de Paul llevada por el viento.

—¡Más fuerte, Electabuzz! ¡No te contengas! Si ni siquiera romper esta roca, ¿cómo esperas ganar contra algo que valga la pena?

El aroma golpeó a Ash entonces, más fuerte de lo que había estado en el Centro Pokémon. Pino y ropa limpia, sí, pero ahora el matiz dulce era más agudo, casi dolorosamente, mezclado con algo parecido a la angustia, como fruta magullada. Hizo que el estómago de Ash se encogiera con una ansiedad desconocida.

—¿Paul? —llamó Ash, su voz más suave de lo que pretendía, casi amable.

Paul se quedó helado a media sílaba. Electabuzz, a medio puñetazo, también se detuvo, su puño brillante flotando a centímetros de la roca marcada. Lenta, rígidamente, Paul se giró.

Su rostro estaba pálido, casi fantasmal a la luz de la tarde, crudamente iluminado por las chispas residuales que aún danzaban alrededor de Electabuzz. Tenía ojeras oscuras bajo los ojos, más pronunciadas que esta mañana, y un brillo de sudor en la frente a pesar de la brisa fresca. Cuando vio a Ash, sus ojos violetas se abrieron casi imperceptiblemente, y un destello de algo ilegible (¿era miedo? ¿Resentimiento? ¿O algo completamente distinto?) cruzó sus facciones antes de que su habitual máscara de desdén encajara en su sitio. Pero parecía… frágil. Como si pudiera resquebrajarse ante la más mínima presión.

—¿Qué quieres ahora, Ketchum? —espetó Paul. Las palabras eran afiladas, claramente destinadas a herir, pero Ash notó un ligero temblor en su voz, una falta de su habitual mueca de desprecio. También notó que Paul cambiaba sutilmente el peso de un pie a otro, como si estuviera inseguro.

—Yo… solo estaba preocupado —admitió Ash, sintiendo sus mejillas calentarse ligeramente bajo la intensa mirada de Paul. Era la verdad, por extraño que sonara, incluso para sí mismo—. Parecías… muy raro, cansado, en el Centro. Y sigues pareciéndolo. —Hizo un gesto vago hacia Electabuzz y la roca golpeada—. Esto no es como tu entrenamiento habitual. Es… duro. Incluso para ti.

La mandíbula de Paul se tensó, un músculo crispándose bajo su pálida piel. Apartó la mirada, sus ojos cayendo sobre Electabuzz, evitando los de Ash.

—Mis métodos de entrenamiento no son de tu incumbencia. Como de costumbre, no lo entenderías. —Intentó inyectar su habitual desprecio en las palabras, pero sonó… hueco. Forzado. Ash casi podía sentir el esfuerzo que le costaba, y una extraña punzada resonó en su propio pecho al oírlo.

Entonces, sucedió algo peculiar. Paul dio un pequeño paso atrás, casi involuntario, mientras Ash se mantenía firme, como si la mera presencia de Ash, su mirada inquebrantable, fuera una presión física. Parecía… nervioso. Acorralado. El aire a su alrededor parecía vibrar con una tensión tácita y agitada. Ash vio su mano apretarse y aflojarse a su costado, los dedos clavándose en ella.

—Quizá no lo entienda todo —dijo Ash, dando un tentativo paso más cerca, un instinto extraño y nuevo zumbando bajo su piel, instándole a calmar, a proteger, a aplacar la visible tormenta que se desataba en el interior de Paul—. Pero sé cuándo alguien se está exigiendo demasiado. Y a sus Pokémon también. —Miró significativamente a Electabuzz, que pareció relajarse visiblemente una fracción ahora que la orden inmediata de atacar había desaparecido, su aura eléctrica atenuándose ligeramente.

A Paul se le cortó la respiración. Se erizó visiblemente, su boca abriéndose como para soltar una réplica mordaz, pero entonces sus ojos se encontraron de nuevo con los de Ash. Ash mantuvo su mirada firme, seria, intentando transmitir su genuina preocupación, no agresión, no un desafío. Durante un largo y tenso momento, Paul simplemente miró fijamente, su expresión un torbellino de emociones contradictorias. Ash vio la ira, el desdén arraigado luchando con algo más… un profundo agotamiento, una confusión muy arraigada, y aquella misma inquietante vulnerabilidad que había vislumbrado antes.

Entonces el rostro de Paul se contrajo, solo por un segundo, como si un dolor agudo lo hubiera atravesado. Se tambaleó ligeramente, y su mano libre salió disparada para apoyarse en la misma roca que Electabuzz había estado atacando, sus nudillos blancos contra la piedra gris.

—¡Paul! —exclamó Ash, moviéndose instintivamente hacia adelante, con las manos extendidas, listo para atraparlo si se caía.

—¡No te acerques! —espetó Paul, pero su voz se quebró, toda la ferocidad desaparecida, reemplazada por un crudo filo de desesperación. Presionó la frente contra la piedra fría, con los hombros encorvados, la respiración agitada—. Solo… déjame en paz, Ketchum. Por favor.

El «por favor» fue apenas un susurro, tan impropio, tan absolutamente diferente a Paul, que le dio una sacudida a Ash, deteniéndolo en seco. No era una exigencia; era una súplica, despojada de toda arrogancia, de toda defensa.

Ese olor que Ash comenzaba a asociar con Paul de repente se hizo abrumador, casi sofocante. Ese olor dulce a pino y ropa limpia era extraño. Era simplemente Paul, innegablemente afectado, innegablemente necesitando… algo. Y Ash sintió un impulso casi irresistible, desgarrador, de acortar la distancia, de ofrecer consuelo, de protegerlo de lo que fuera que estuviera causando esa profunda angustia.

Pero la súplica de Paul, aquel suave y quebrado «por favor», lo mantuvo clavado en el sitio. Era un límite claro, pronunciado en un momento de absoluta debilidad, y resonó con más fuerza que cualquiera de los habituales y duros rechazos de Paul.

Paul respiró entrecortadamente unas cuantas veces, todavía apoyado pesadamente en la roca. No miró a Ash.

—Estoy bien —murmuró, las palabras más para sí mismo que para Ash, un intento desesperado de tranquilizarse—. Solo… cansado.

—Eso dijiste esta mañana —dijo Ash, su voz teñida de preocupación—. Paul, si algo va mal… puedes contármelo. —La oferta le sorprendió incluso a él mismo, pero le pareció correcta.

Paul se apartó de la roca, aunque todavía parecía profundamente inestable. Mantuvo el rostro apartado, su flequillo morado ensombreciendo sus ojos.

—No pasa nada que te concierna. —Su voz era más fuerte ahora, pero todavía quebradiza, como hielo fino amenazando con romperse. Regresó a Electabuzz a su Poké Ball con un movimiento brusco y seco. Luego, sin mirar atrás, sin decir otra palabra, se alejó, su paso rápido pero notablemente menos firme, menos confiado de lo habitual. Casi tropezó una vez, recuperándose rápidamente.

Ash lo vio marcharse, su corazón latiendo con un ritmo pesado y atribulado contra sus costillas. Quería seguirlo, asegurarse de que Paul llegara bien a dondequiera que se estuviera quedando, pero aquel «por favor» susurrado aún resonaba en sus oídos, una frágil barrera que se sentía obligado a respetar. Se sentía dividido. Ese instinto nuevo en él recién despertado le gritaba que lo persiguiera, que garantizara la seguridad de Paul. Pero Ash sentía que debía honrar la cruda y vulnerable petición de Paul. Y … después de todo, Paul y él solo eran rivales, ¿verdad? Ni siquiera eran amigos. Ni siquiera se caían bien. De hecho, Ash estaba seguro de que Paul lo detestaba.

Así que se quedó allí mucho tiempo, mirando la roca maltratada, el persistente aroma a pino, lino y dulzura desvaneciéndose lentamente con la brisa, dejando un dolor a su paso. Esto ya no era solo una rivalidad. Era algo completamente distinto, algo confuso y poderoso y profundamente inquietante. Y Paul, su rival arrogante, estaba de algún modo en el centro de todo, con aspecto de estar a punto de desmoronarse. Ash apretó los puños, una determinación feroz endureciendo su mirada. No sabía qué estaba pasando, no realmente, pero sabía una cosa con absoluta certeza: no podía quedarse de brazos cruzados viendo a Paul sufrir así, incluso si el propio Paul hacía todo lo posible por alejarlo.


Ash no podía quitarse de la cabeza la imagen de Paul alejándose a trompicones de las rocas, aquel «por favor» susurrado aferrado a sus pensamientos y atormentándolo. Apenas había dormido, reviviendo la escena una y otra vez. Aquel aroma también, el pino dulce intenso y la ropa limpia, ahora tan profundamente entrelazados con el inquietante aroma de la angustia, era como si sus sentidos estuvieran recién sintonizados con Paul de una manera que resultaba a la vez desconcertante y profundamente perturbadora.

Al día siguiente, el ambiente en su mesa de la cafetería del Centro Pokémon estaba apagado. Ash removía la comida en su plato, su habitual energía bulliciosa reemplazada por una contemplación silenciosa que hacía que Dawn y Brock intercambiaran miradas preocupadas.

—Ash, apenas has tocado el desayuno —dijo Dawn, con voz suave—. ¿Sigues pensando en…? bueno, ya sabes. —Evitó con tacto mencionar a Paul por su nombre, pero todos sabían a quién se refería.

—Es que parecía tan… —Ash se interrumpió, buscando las palabras adecuadas—. Diferente. Como si no pudiera ser él mismo…

Pikachu, en su regazo, volvió a empujarle la mano con el hocico, una silenciosa ofrenda de consuelo. Ash le acarició distraídamente el pelaje.

Justo entonces, las puertas que dirigían hacia las habitaciones del Centro Pokémon se abrieron y Paul entró a la sala principal. Si era posible, parecía incluso peor que el día anterior. Su habitual postura precisa, casi militar, estaba ligeramente encorvada, sus movimientos eran menos seguros. Las sombras bajo sus ojos eran más oscuras, marcadas contra su pálida piel, y había una tensión visible alrededor de su boca y mandíbula, como si estuviera apretando los dientes contra alguna molestia constante. Llevaba un pequeño recipiente sellado con el símbolo del Centro Pokémon, Ash supuso que probablemente era medicina que había comprado en algún momento, y se dirigía directamente a la salida, con la mirada fija en las puertas, claramente decidido a evitar cualquier interacción.

Casi lo consigue.

—Vaya, mira quién ha decidido honrarnos de nuevo con su presencia —no pudo evitar comentar Dawn, aunque su voz tenía menos de su chispa habitual y más una especie de exasperación desconcertada—. Pensé que ayer te habías matado entrenando, Paul.

Paul se quedó helado, con la mano a medio camino del panel de la puerta. Se encogió, un movimiento pequeño y brusco, como si las palabras de ella lo hubieran golpeado físicamente. Se giró bruscamente hacia Dawn. Sus ojos violetas, cuando finalmente Ash los logró ver, estaban nublados, más apagados de lo habitual, y mostraban una profunda y cansada actitud defensiva. Parecía completamente agotado, y algo en el pecho de Ash se oprimió dolorosamente al verlo.

—¿Y a ti qué te importa mi régimen de entrenamiento? La opinión de una entrenadora de pacotilla con un Piplup que nunca evolucionará es solo una pérdida de mi tiempo—empezó Paul, con voz rasposa por claramente no haber dormido bien, pero su típico tono despectivo era evidente. Trató de enfocar su mirada en Dawn, pero sus ojos seguían desviándose, casi involuntariamente, hacia Ash. Tragó saliva, y Ash vio cómo su nuez subía y bajaba convulsivamente, la ira que intentaba lanzar ayer pareció resurgir al volverse hacia Ash—. ¡Y tú, Ketchum! ¡Quizá deberías centrarte en tus propias flagrantes…

Se detuvo bruscamente. Pareció que se le cortó la respiración, y un sonido ahogado, casi un jadeo, se le escapó. Su mano libre se disparó para presionar contra su pecho, sus dedos aferrándose a la tela de su camisa. Una oleada de dolor, crudo e innegable, recorrió su rostro, contorsionando sus facciones. El color desapareció de sus ya pálidas mejillas, dejándolo con un aspecto fantasmal. Era como si el intento de crueldad, el ataque contra Ash, hubiese vuelto contra él, causándole una agonía física visible. Se tambaleó, y por un segundo horrible, Ash pensó que iba a desplomarse.

—¡Paul! —Ash se puso de pie en un instante, su silla raspando ruidosamente contra el suelo. No pensó; simplemente se movió, impulsado por aquella instintiva oleada de preocupación, aquella abrumadora necesidad de ayudar. Estaba a medio camino de Paul antes siquiera de registrar el grito ahogado de sorpresa de Dawn o la exclamación de asombro de Brock.

Paul retrocedió cuando Ash se acercó, sus ojos desorbitados y llenos de pánico, como un animal asustado.

—¡No! —exclamó con voz ahogada, débil y tensa. Dio un paso atrás temblorosamente, chocando con el marco de la puerta, su mano todavía presionada contra su pecho. Miró a Ash, y por un instante fugaz, todas las defensas cayeron. Ash vio dolor crudo, confusión y una mirada desesperada y acosada que le retorció algo muy dentro.

—Estás herido —afirmó Ash, con voz áspera por la preocupación. Se detuvo a unos metros de distancia, sintiendo el pánico de Paul, pero sus manos seguían ligeramente extendidas, listas—. ¿Qué pasa? Necesitas ver a la Enfermera Joy. —El impulso de extender la mano, de sujetar a Paul, de absorber de alguna manera el dolor que claramente sentía, era casi abrumador. Aquel aroma dulce y angustiante era más fuerte ahora, haciendo que la cabeza de Ash diera vueltas con una confusa mezcla de posesividad y un extraño, casi tierno, dolor.

Paul negó con la cabeza, su respiración superficial y rápida.

—Estoy… bien —jadeó, la mentira dolorosamente obvia. Se apartó del marco de la puerta, sus movimientos bruscos y descoordinados. No volvió a mirar a Ash a los ojos—. Solo… déjame… en paz. —Cada palabra parecía un esfuerzo monumental.

Manipuló torpemente el panel de la puerta, su mano temblando tanto que necesitó dos intentos para activarlo. Luego, se había ido, las puertas cerrándose tras él con un siseo, dejando un silencio atónito a su paso.

Ash miró fijamente las puertas cerradas, su corazón martilleando. Sintió una profunda sensación de impotencia mezclada con un feroz deseo de proteger. Ver a Paul con un dolor tan obvio, especialmente un dolor que parecía desencadenarse en la presencia de él… era profundamente perturbador. No era solo que Paul fuera intenso; esto era algo más, algo serio.

—Vale —suspiró Dawn, con los ojos desorbitados—. Eso… eso no ha sido normal. Parecía que iba a desmayarse. Y cuando intentó insultarte, Ash… fue como si le doliera a él.

Brock fruncía profundamente el ceño, con la mirada fija en las puertas.

—Definitivamente no está bien —dijo lentamente—. Y se está esforzando demasiado, tratando de ocultarlo. Sea lo que sea, ese tipo de tensión… es peligrosa. —Miró a Ash, con expresión seria—. Tenías razón al preocuparte, Ash. Necesita ayuda, lo admita o no.

Ash asintió, con la mandíbula apretada. Recordó el «por favor» susurrado por Paul el día anterior, la súplica de espacio. Pero verlo así, con tanto dolor… lo anulaba todo. No podía quedarse de brazos cruzados. No sabía qué estaba pasando, pero aquella mirada desesperada y dolorida en los ojos de Paul estaba grabada en su memoria. El instinto arraigado de proteger, de resguardar, era ahora un fuego rugiente en su pecho.

—Tengo que hacer algo —dijo Ash, con voz baja y decidida. No sabía qué, todavía no. Pero sabía, con una certeza que se asentó profundamente en sus huesos, que no podía dejar que Paul afrontara esto solo. Ya no.

Ash caminaba de un lado a otro por el vestíbulo del Centro Pokémon, una energía inquieta vibrando en él. Pikachu reflejaba su agitación, trotando de un lado a otro sobre el suelo pulido a su lado. Dawn y Brock lo observaban, sus expresiones una mezcla de preocupación e impotencia.

—Ash, vas a hacer un surco en el suelo —dijo Dawn, intentando ponerle un poco de humor a la situación—. Quizá Paul solo… necesita algo de tiempo. Como dijo Brock.

—¿Tiempo? —Ash se detuvo, girándose para enfrentarlos, sus ojos brillando con un fuego frustrado—. ¡Dawn, parecía que iba a caerse! ¡Y cuando intentó… ser él mismo, hablarme, le dolió! ¡Lo visteis! ¡Eso no es solo necesitar tiempo, es que algo va realmente mal!

Brock asintió lentamente, con los brazos cruzados.

—Estoy de acuerdo, Ash. Lo que vimos fue… alarmante. Especialmente la forma en que reaccionó cuando intentó atacarte verbalmente. No es una respuesta normal, ni siquiera para alguien bajo un estrés severo. —Miró a Ash intensamente—. Y tu reacción hacia él, Ash… también es bastante fuerte. Más que la típica preocupación entre rivales.

Ash se pasó una mano por su ya desordenado cabello. Sintió un calentón surgir por su cuello cuando Brock mencionó directamente que él también estaba actuando extraño. ¿Era extraño? Él siempre se ha preocupado intensamente por sus amigos. Claro… Paul no era su amigo.

—¡No sé qué es, Brock! Solo sé que no puedo quedarme de brazos cruzados viéndolo así. Se siente… mal. Como si se supusiera que debo hacer algo. —Miró hacia las puertas, con la mirada decidida—. Voy a encontrarlo.

—¡Ash, espera! —protestó Dawn, pero había resignación en su voz. Conocía esa mirada en el rostro de Ash—. ¿Y si no quiere que lo encuentren? ¿Y si solo se enfada más?

—Entonces que se enfade —dijo Ash, con la mandíbula apretada—. Pero no voy a dejar que se desplome solo en algún sitio porque es demasiado terco para pedir ayuda. —Se giró hacia Pikachu—. Vamos, amigo.

—¡Pika! —Pikachu saltó a su hombro, sus mejillas chispeando con resolución.

Brock se apartó de la pared contra la que había estado apoyado.

—De acuerdo, Ash. Pero ten cuidado. E intenta no presionarlo demasiado si se resiste. A veces, presionar demasiado empeora las cosas. —Sus ojos tenían una expresión peculiar y pensativa mientras observaba a Ash. A Ash no le gustó esa mirada que le daba. Era una mirada inquisitiva y perspicaz que había visto en Brock en situaciones complejas, como si estuviese percatándose de algo que Ash aun no sospechaba.

Ash asintió, aunque su atención ya estaba en la tarea que tenía por delante.

—Lo intentaré.

Salió, escudriñando el pueblo, tratando de pensar como Paul. ¿Adónde iría si se sintiera mal y quisiera estar solo? No de vuelta a las rocas donde Ash lo había encontrado entrenando ayer; eso sería demasiado obvio. Algún lugar tranquilo, apartado…

Su búsqueda lo llevó al borde del bosque que limitaba con el pueblo, una zona menos transitada con densa maleza. Se abrió paso entre unos arbustos, las orejas de Pikachu girando, alerta a cualquier sonido. Caminó por casi media hora, alerta a cualquier sonido, pero sin estar muy consciente de la dirección en la que se dirigía, como si sus piernas sabían a donde ir. Y entonces lo vio.

Paul estaba desplomado en la base de un árbol grande y de aspecto antiguo, con la cabeza gacha, sus hombros temblando casi imperceptiblemente. El pequeño recipiente sellado que había traído del Centro Pokémon yacía desechado a su lado. Parecía completamente derrotado, más pequeño de lo que Ash lo había visto nunca. El aroma a pino y lino era tenue, casi ahogado por aquella dulzura aguda y dolorosa de la angustia que ahora le resultaba dolorosamente familiar a Ash.

Mientras Ash se acercaba en silencio, Paul pareció percatarse de su presencia. Levantó la cabeza de golpe, sus ojos violetas desorbitados y llenos de un pánico crudo y acorralado. Intentó ponerse en pie a trompicones, poner distancia entre ellos, pero un temblor visible lo recorrió, y tropezó, agarrándose al tronco del árbol con un ahogado jadeo de dolor.

—Paul —dijo Ash, con voz suave, manteniendo la distancia por ahora, con las manos abiertas en un gesto no amenazante—. Está bien. No voy a… Solo quiero asegurarme de que estás bien.

—Vete, Ketchum —graznó Paul, su voz apenas un susurro. Estaba pálido, el sudor perlaba su frente a pesar de la fresca sombra del bosque. Se agarró de nuevo el pecho, con los nudillos blancos—. Te dije… que me dejaras en paz. —El esfuerzo por hablar, por proyectar cualquier tipo de desafío, pareció agotar la poca fuerza que le quedaba.

—No puedo —dijo Ash simplemente, dando un paso lento y deliberado más cerca—. No cuando estás así. Estás enfermo, Paul. Necesitas ayuda.

—No necesito tu… lástima —espetó Paul, pero las palabras carecían de veneno. Eran quebradizas, frágiles. Intentó enderezarse, fulminar a Ash con la mirada, pero su cuerpo lo traicionó. Otra oleada de dolor pareció golpearlo, su respiración se atascó en su garganta, y sus ojos se cerraron con fuerza. Se desplomó contra el árbol, todo su cuerpo temblando.

Esta vez, Ash no vaciló. Acortó la distancia en unas pocas zancadas rápidas y se arrodilló junto a Paul.

—Pikachu, mira si puedes encontrar algunas bayas que puedan ayudar —murmuró, y Pikachu, tras una mirada preocupada a Paul, se lanzó a la maleza.

—No… me toques —logró decir Paul, con voz tensa, aunque no hizo ningún movimiento para apartar a Ash cuando la mano de este fue instintivamente a su hombro, sujetándolo. De hecho, por un instante fugaz, casi imperceptible, Paul pareció inclinarse hacia el contacto, solo ligeramente, antes de volver a tensarse, como sorprendido por su propia reacción.

—No voy a hacerte daño —dijo Ash, su voz baja y firme, tratando de proyectar una calma que no sentía del todo. El aroma de la angustia de Paul era potente de cerca, haciendo que su propio pecho doliera por simpatía—. Solo déjame ayudarte. ¿Dime, qué te dio la Enfermera Joy? —Hizo un gesto hacia el recipiente desechado.

Paul negó con la cabeza, sus ojos aún cerrados. Ash no esperaba que respondiera, ya sabía cómo era Paul. Pero entonces, vio cómo el rostro de Paul se ruborizó, y abrió la boca, pareció hablar a regañadientes:

—Medicina para el dolor de cabeza, pero no ayuda.

Ash tomó esto como una señal de progreso.

—¿Quizá necesita más tiempo para tomar efecto? —Ash extendió la mano hacia el recipiente, pero la mano de Paul salió disparada, sorprendentemente rápida, y se aferró a la muñeca de Ash. Su agarre era débil, tembloroso, pero desesperado.

—No —susurró Paul, sus ojos abriéndose de golpe. Estaban llenos de una confusa mezcla de miedo y algo más… una angustia profunda e innombrable—. No lo entiendes.

—Entonces ayúdame a entender, Paul —dijo Ash, manteniendo su voz suave, su mirada fija en la de Paul. No intentó apartar la muñeca—. ¿Dime, qué está pasando?

Paul lo miró fijamente, sus labios cerrados firmemente como si no quisiera hablar. Pero en solo unos segundos, sus manos empezaron a temblar aun más, y la lucha pareció abandonarlo, reemplazada por un profundo agotamiento. Su agarre en la muñeca de Ash se aflojó, su mano cayendo lánguidamente a su costado. Echó la cabeza hacia atrás contra el tronco del árbol, su respiración aún superficial e irregular, pero el temblor violento había disminuido ligeramente.

—Solo… duele —murmuró finalmente Paul, su voz apenas audible, su mirada desenfocada, fija en el dosel de arriba—. Todo… duele.

El corazón de Ash se encogió. No sabía qué significaba «todo», pero podía ver la verdad en el cuerpo agotado de Paul, en las sombras bajo sus ojos, en el persistente aroma a dolor. Permaneció arrodillado a su lado, una presencia silenciosa, pero sin saber exactamente qué hacer o decir. 

Pikachu regresó, dejando caer unas cuantas Bayas Zidra en el regazo de Ash con un preocupado «Pika-pi».

—Toma —dijo Ash en voz baja, cogiendo una—. Intenta comer esto. Podría ayudar un poco.

Paul miró la baya, luego a Ash, un destello de su antigua sospecha en sus ojos. Pero fue rápidamente eclipsado por el puro agotamiento. Vacilantemente, extendió la mano y tomó la baya. Sus dedos rozaron los de Ash, y una extraña chispita, como electricidad estática, pareció pasar entre ellos, haciendo que a Ash se le cortara la respiración. Paul se encogió casi imperceptiblemente ante el contacto, pero no se apartó completamente.

Comió la baya lentamente, mecánicamente. El silencio se extendió entre ellos, roto solo por el susurro de las hojas y las lejanas llamadas de los Pokémon salvajes. Paul no intentó apartar a Ash de nuevo. Simplemente se quedó allí, apoyado contra el árbol, con un aspecto completamente agotado, mientras Ash lo vigilaba, un calor feroz y protector extendiéndose por su pecho, un deseo silencioso formándose en su corazón de averiguar qué estaba mal y, de alguna manera, arreglarlo.

Permanecieron en silencio durante mucho tiempo después de que Paul terminara la Baya Zidra. El bosque ofrecía un santuario tranquilo, la luz del sol moteada filtrándose a través de las hojas creando una sensación de calma que contrastaba crudamente con la agitación que Ash sentía bullir en su interior, y el sufrimiento visible del chico a su lado. Paul permaneció desplomado contra el árbol, con los ojos cerrados, su respiración todavía un poco demasiado superficial pero más regular que antes. El agudo filo de su aroma a angustia se había suavizado, aunque la dulzura subyacente seguía presente.

Ash no lo presionó para que hablara. Simplemente se quedó, un centinela silencioso. Pikachu se había acurrucado en su regazo, mirando ocasionalmente a Paul con ojos preocupados. El recipiente de medicina desechado yacía olvidado. Ash sintió, instintivamente, que fuera lo que fuera que aquejaba a Paul, no era algo que una simple poción pudiera arreglar.

Finalmente, Paul se movió. Abrió los ojos, parpadeando lentamente como si se ajustara a la luz, aunque estaban a la sombra. Miró a Ash, su expresión ilegible, despojada de su habitual arrogancia y actitud defensiva. Simplemente parecía… cansado. Imposiblemente cansado.

—¿Por qué sigues aquí, Ketchum? —preguntó, su voz un murmullo bajo, desprovisto de su mordacidad habitual. Era una pregunta genuina, teñida de una cansada confusión.

Ash sostuvo su mirada.

—Porque no estás bien —dijo simplemente—. Y estoy preocupado por ti.

Un ceño leve, casi imperceptible, surcó la frente de Paul. Pareció considerar esto, sus ojos violetas escrutando el rostro de Ash como si buscara algún motivo oculto, algún truco. Pero todo lo que encontró fue la preocupación firme y sincera de Ash.

—No deberías estarlo —dijo Paul, su voz apenas más alta que un susurro. Apartó la mirada, fijándola en algún punto distante del bosque—. No es… tu problema.

—Quizá no —concedió Ash—. Pero quiero que lo sea. Los amigos se ayudan, ¿verdad? —La palabra «amigos» se sintió extraña en su lengua en este contexto, aplicada a Paul, su rival más feroz. Pero en este momento, con Paul tan vulnerable, se sintió… correcta.

Paul dejó escapar un sonido corto y seco que podría haber sido una risa si hubiera tenido energía para ello.

—No somos amigos, Ketchum. —La afirmación fue directa, una recitación de una creencia largamente sostenida, pero carecía de su convicción habitual.

—¿No lo somos? —preguntó Ash en voz baja. Se movió ligeramente, girándose más hacia Paul—. Sé que peleamos mucho. Y a veces me vuelves loco. —Ofreció una sonrisa pequeña y vacilante—. Y estoy bastante seguro de que yo también te vuelvo loco a ti. Pero… verte así, Paul… no se siente como algo de rivalidad. Simplemente se siente… mal. No quiero que estés sufriendo. Anda… cuéntame.

Paul permaneció en silencio durante un largo momento, su mirada aún distante. Ash podía ver un músculo crispándose en su mandíbula. Cuando finalmente habló, su voz era tan baja que Ash tuvo que esforzarse para oírlo.

—Empezó… después del combate. En el Lago Agudeza.

A Ash se le cortó la respiración. Aquel momento. El momento en que el aire había cambiado, el momento en que el aroma de Paul había cambiado, el momento en que Ash había sentido aquella extraña atracción protectora.

—¿Qué empezó? —le instó con suavidad.

Paul negó con la cabeza, un destello de su antigua frustración regresando, pero fue rápidamente extinguido por el cansancio.

—No lo sé. Simplemente… me sentí mal. Enfermo. Y luego… cuando intento… cuando intento ser… normal… contigo… —Hizo un gesto vago, su mano cayendo de nuevo a su regazo—. Empeora. Como si algo me estuviera… desgarrando por dentro. —Se presionó de nuevo una mano contra el pecho, frunciendo el ceño por el dolor.

El corazón de Ash dolió ante la confesión entrecortada y dolorida de Paul.

—¿Cuando intentas ser cruel conmigo? —adivinó Ash, con voz débil. Era lo único que tenía sentido. «Normal» para Paul era … bueno… eso.

Paul asintió, un movimiento apenas perceptible. Seguía sin mirar a Ash.

—Es como si… mi propio cuerpo luchara contra mí. Es… humillante. —La última palabra fue ahogada, cruda por una vergüenza que hizo que los instintos protectores de Ash se encendieran aún más.

Ash extendió la mano, vaciló, luego colocó suavemente su mano en el brazo de Paul. Paul se encogió, pero no se apartó. Su piel estaba fría al tacto.

—No es humillante, Paul —dijo Ash, su voz firme pero amable—. Algo raro está pasando, sí. Pero no es culpa tuya. Y definitivamente no es algo de lo que avergonzarse.

Paul finalmente giró la cabeza, sus ojos violetas, nublados por el dolor y la confusión, encontrándose con los de Ash.

—No lo entiendes —susurró—. Nadie lo entendería. No tiene sentido. —Había una profunda soledad en su voz que golpeó a Ash hasta la médula.

—Entonces ayúdame a entender —repitió Ash su súplica anterior—. Quiero entender, Paul. Quiero ayudarte.

Paul miró fijamente a Ash, un torbellino de emociones luchando en sus ojos. La oferta de Ash, su sincera preocupación, su suave contacto… todo era tan absolutamente ajeno a su dinámica habitual. Y sin embargo… había una parte de Paul, una parte profundamente enterrada y aterrorizada, que lo anhelaba. Que anhelaba el ancla que Ash parecía ofrecer en esta repentina y desconcertante tormenta que lo había envuelto.

Pero la mortificación era algo ardiente y sofocante. Ash Ketchum. El entrenador torpe, excesivamente sentimental, exasperantemente persistente que encarnaba todo aquello de lo que Paul se enorgullecía de no ser. Que Paul sintiera esta… esta debilidad nauseabunda, esta humillante incapacidad de siquiera reunir su desdén habitual sin sentir que sus entrañas se desgarraban… era una crueldad inimaginable. ¿Qué demonios le sucedió aquel día en el lago?

Paul apartó el brazo del contacto de Ash como si se hubiera quemado, retrocediendo unos centímetros a trompicones, apretándose más contra el árbol. El movimiento le costó caro; un agudo jadeo se le escapó, y se encorvó ligeramente, agarrándose el pecho.

—¡No! —siseó, su voz rasposa pero recuperando una pizca de su antiguo veneno, alimentado por pura y desesperada negación—. No finjas que te importa. Esto es solo otro de tus… tus actos sentimentales. Crees que soy débil, ¿verdad? ¿Patético? —Las palabras estaban destinadas a herir, a alejar a Ash, pero incluso mientras las pronunciaba, sintió aquel retroceso agonizante, aquella sensación de desgarro interior, aunque atenuada un poco por la abrumadora oleada de náuseas y mareos que le provocó su arrebato.

Ash retrocedió ligeramente, no por las palabras en sí, sino por el dolor crudo grabado en el rostro de Paul mientras las pronunciaba, el miedo en sus ojos y en su rostro. En su mente flotó la imagen de un Chimchar aterrorizado y atormentado.

—¡No, Paul! ¡No es eso en absoluto! —insistió, su voz teñida de frustración y genuino dolor de que Paul pensara eso de él—. ¡No creo que seas débil! ¡Creo que algo va seriamente mal, y estás tratando de fingir que no es así! ¿Por qué no puedes simplemente dejar que alguien te ayude?

—¿Ayudarme? —espetó Paul, aunque el esfuerzo le hizo hacer una mueca. Se obligó a encontrar la mirada de Ash, sus ojos violetas brillando con una furia desesperada y acorralada—. ¿Quieres ayudarme? Tú, Ketchum, el que… el que siempre… —Se interrumpió, su respiración entrecortándose, las palabras fallándole mientras otra oleada de aquella agonía interna lo invadía. No podía expresarlo. No podía admitir, ni siquiera para sí mismo, la verdadera naturaleza de este tormento. Admitir que Ash, su polo opuesto, el chico al que había menospreciado implacablemente, ahora parecía tener este poder inexplicable y profundo sobre él… era impensable.

Apretó los dientes, luchando contra el mareo, la vergüenza, el impulso abrumador de simplemente… rendirse al dolor y al agotamiento. Pero su orgullo, su terquedad arraigada, no se lo permitían. No delante de Ash.

—No necesito tu ayuda —consiguió decir Paul, cada palabra una lucha—. No necesito la ayuda de nadie. Estoy bien. Solo… me excedí con el entrenamiento. Eso es todo. —Era una excusa endeble, incluso para sus propios oídos, pero era todo lo que tenía. Intentó ponerse en pie, proyectar una imagen de fuerza, de control, pero sus piernas parecían de gelatina, y el mundo se inclinó precariamente.

Ash lo observó, su expresión una mezcla de preocupación y exasperación.

—¡Paul, apenas puedes mantenerte en pie! ¿Cómo puedes decir que estás bien? —Extendió la mano de nuevo, instintivamente, para sujetarlo, pero Paul se encogió.

—¡Aléjate de mí! —espetó Paul, su voz quebrándose. Dio un paso atrás tembloroso y tambaleante, luego otro, sus ojos sin apartarse nunca de los de Ash, desorbitados y a la defensiva—. Solo… déjame en paz. Puedo apañármelas solo.

Se giró, con la intención de huir, de escapar de esta sofocante proximidad a Ash, de escapar de la insoportable situación. Pero su cuerpo, ya llevado más allá de sus límites, finalmente lo traicionó. Su visión se nubló, sus piernas cedieron, y con un suave suspiro de desesperación, Paul se desplomó en el suelo del bosque, inconsciente antes incluso de tocar el suelo.

—¡Paul! —gritó Ash, lanzándose hacia adelante, logrando atraparlo justo antes de que su cabeza golpeara una raíz gruesa de un gran árbol. Tomó la forma inerte de Paul en sus brazos, su corazón latiendo con una mezcla de miedo y un deseo feroz e innegable de proteger. Paul estaba aterradoramente quieto, su rostro pálido, su respiración superficial. El aroma a angustia era agudo, conmovedor, aferrándose a él como un sudario.

Pikachu corrió a su lado, con las orejas pegadas a la cabeza, soltando un preocupado «¡Pipipí!».

Ash apartó suavemente unos mechones de flequillo morado de la frente de Paul. Era tan ligero, tan frágil en los brazos de Ash. Toda la animosidad, toda la rivalidad, se evaporó, reemplazada por una preocupación cruda y dolorosa. Fuera lo que fuera que estuviera pasando, fuera cual fuera esta horrible y mortificante aflicción que Paul intentaba ocultar, claramente lo estaba destruyendo.

—Está bien, Paul —murmuró Ash, más para sí mismo que para el chico inconsciente—. Te tengo. No voy a dejarte.

Miró alrededor del claro aislado del bosque, luego de nuevo a Paul. Tenía que conseguirle ayuda. Ayuda de verdad. Y de alguna manera, tenía que averiguar qué estaba causando esto, antes de que fuera demasiado tarde. La imagen del rostro dolorido de Paul cuando intentaba ser cruel, el recuerdo de su confesión susurrada de un desgarro interno… todo apuntaba a algo mucho más allá de una simple enfermedad o un exceso de esfuerzo.

Y en el fondo, un pensamiento nuevo e inquietante comenzó a formarse en la mente de Ash: fuera lo que fuera esto, estaba de alguna manera intrínsecamente ligado a él.

Chapter 3: Emparejamiento de Almas

Notes:

Aviso: A pesar de los términos utilizados en el texto de este capítulo, esta historia no es de «omegaverse» (por eso no hay tag de omegaverse). Los términos se utilizan aquí, pero con un significado diferente (solo es una dinámica de poder).

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

El pánico le infundió fuerzas a Ash. Cogió a Paul en sus brazos con cuidado, se sentía alarmantemente ligero, una sorprendente falta de sustancia bajo su ropa oscura. Pikachu saltó al hombro de Ash, su pequeño cuerpo tenso por la preocupación, dándole de vez en cuando un codazo en la mejilla como para ofrecerle consuelo.

—¡Tenemos que llevarlo con la Enfermera Joy, rápido! —murmuró Ash, comenzando ya a moverse tan rápido como se atrevía a través de la maleza, acunando a Paul con cuidado. El bosque, momentos antes un santuario tranquilo, ahora parecía un laberinto, cada árbol un obstáculo.

Cuando finalmente salió de la línea de árboles y entró en el sendero de regreso al pequeño pueblo, Dawn y Brock estaban allí, sus rostros marcados por la ansiedad. Claramente habían estado buscándolo, incapaces de quedarse quietos.

—¡Ash! ¿Qué pasó? —gritó Dawn, corriendo hacia adelante, con Piplup corriendo frenéticamente detrás de ella. Sus ojos se abrieron de golpe al ver a Paul inconsciente en los brazos de Ash—. Oh, cielos, ¿está…?

—Se desmayó —dijo Ash con gravedad, con la respiración agitada por el esfuerzo y el miedo—. Intentaba decirme… que algo iba mal desde el Lago Agudeza. Le duele cuando él… cuando intenta ser… bueno, vosotros sabéis… cuando intenta ser grosero.

Ash no sabía de qué otra forma explicarlo, las palabras sonaban inadecuadas incluso para sus propios oídos. Iba a decir «grosero conmigo» pero eso sonaba ridículo. Lo peor fue que Dawn lo dijo por él:

—¡Grosero contigo! Hace un rato en el Centro Pokémon no tuvo problemas en ser grosero conmigo. Fue cuando te miró a ti que… que pareció ver un fantasma —dijo Dawn, completamente absorta en el asunto, como si quisiera resolver un misterio muy jugoso.

La expresión de Brock se volvió aún más seria. Se acercó, su mirada cayendo sobre el rostro pálido de Paul.

—Llevémoslo al Centro Pokémon, vamos.


Corrieron en dirección al centro Pokémon lo más rápido que podían. A Ash le dolían los brazos, pero apenas lo notó, su atención completamente centrada en el chico inconsciente que llevaba; algo dentro de él le gritaba que lo cuidara y lo protegiera. Podía sentir el débil y superficial subir y bajar del pecho de Paul, la frialdad de su piel. El aroma a pino y lino seguía allí, fugazmente, ya que ahora estaba cubierto por una dulzura casi desgarradoramente fuerte, el aroma que algún instinto desconocido de Ash le decía que era de vulnerabilidad absoluta.

Cuando llegaron al Centro Pokémon, la Enfermera Joy estaba en el mostrador, su habitual sonrisa alegre vacilando al contemplar la escena.

—¡Por Arceus! ¿Qué sucedió? —exclamó, moviéndose ya para guiarlos hacia una sala de examen.

—Se… se desmayó en el bosque… —explicó Ash de nuevo, dejando a Paul con cuidado sobre la camilla de examen—. Ha estado muy agotado pero intentaba ocultarlo.

La Enfermera Joy comenzó inmediatamente su trabajo, su Chansey ayudando con enérgica eficiencia. Comprobó el estado actual de Paul, su expresión cada vez más preocupada.

—Tiene el pulso débil y la temperatura por debajo de lo normal. Está gravemente agotado y parece estar bajo un inmenso estrés interno.

Se giró hacia Ash, su mirada amable pero firme.

—Gracias por traerlo, Ash. Necesito hacer algunas pruebas e intentar estabilizarlo. Sería mejor si esperaseis fuera por ahora. Os avisaré en cuanto tenga noticias.

Ash vaciló, su mirada fija en la figura inmóvil de Paul. El impulso de quedarse, de velar por él, era abrumador, y él ni siquiera lo comprendía. ¿Desde cuándo le preocupaba tanto Paul?

—Pero…

—Ash —dijo Brock con suavidad, colocando una mano en su hombro—. La Enfermera Joy sabe lo que hace. Déjala trabajar. Esperaremos aquí mismo.

A regañadientes, Ash permitió que Brock lo guiara fuera de la sala de examen. La puerta se cerró con un suave clic, separándolo de Paul, y una extraña sensación de inquietud se apoderó de él. Se sentía… a la deriva, ahora que Paul estaba fuera de su cuidado inmediato.

Se dejó caer en un banco de la sala de espera, Pikachu saltó inmediatamente a su regazo, acariciándole la mano. Dawn se sentó a su lado, con aspecto preocupado.

—Se va a poner bien, ¿verdad? —preguntó Dawn, con voz débil—. La Enfermera Joy puede arreglar cualquier cosa.

—Eso espero —murmuró Ash, mirando fijamente la puerta cerrada. Repasó la confesión dolorida de Paul, sus intentos desesperados de alejarlo, la agonía en su rostro cuando había intentado ser cruel. Le duele cuando intenta ser como antes cerca de mí. ¿Qué significaba eso siquiera? No tenía sentido.

El silencio en la sala de espera era pesado. Ash seguía repasando la sensación de Paul en sus brazos, tan frágil, tan diferente al rival duro y arrogante que conocía. No podía quitarse la sensación de que esto era de alguna manera… culpa suya. O al menos, que él era una parte crucial de lo que fuera que estuviera sucediendo.

Para romper la tensión, Dawn rebuscó en su bolso y sacó un recipiente de Pokochos de colores vivos.

—Toma —dijo, ofreciéndole uno a Ash y luego a Brock—. Comer por estrés es totalmente válido. Y estos son los favoritos de Buneary, extra dulces. —Se metió uno en la boca—. Mmm. ¿Veis? Levantador de ánimo instantáneo.

Ash logró esbozar una sonrisa débil, tomando un Pokocho. Era dulce, casi demasiado dulce, pero la textura familiar era reconfortante. Pikachu aceptó con entusiasmo un trozo pequeño.

—Recordad aquella vez —continuó Dawn, claramente tratando de distraerlos, su voz recuperando un poco de su brío habitual—, cuando Piplup intentó «ayudar» a Buneary a hornear Pokochos y acabó cubriendo toda la cocina de jugo de baya. ¿Y luego Pachirisu patinó por él y dejó pequeñas huellas azules por todas partes?

Brock se rio entre dientes.

—Y pasaste las siguientes dos horas intentando explicarle al Profesor Serbal por qué el suelo de su laboratorio de repente estaba teñido como un arcoíris.

Ash incluso logró soltar una pequeña risa. Dawn, sintiendo que su preocupación amainaba un poco, continuó:

—¿O qué tal cuando Ash intentó enseñarle a Aipom a usar un nuevo movimiento y acabó atando accidentalmente todos nuestras sábanas mientras dormíamos? ¡Nos despertamos ante un nudo gigante!

—¡Eh! ¡Eso fue culpa de Aipom, no mía! —protestó Ash, aunque una sonrisa genuina se formó en su rostro. Las bromas despreocupadas, los recuerdos compartidos, ayudaron a aliviar el nudo de ansiedad en su pecho, aunque solo fuera un poco. Durante unos momentos, fueron solo Ash, Dawn y Brock, amigos compartiendo historias tontas, el pesado peso de la misteriosa enfermedad de Paul momentáneamente aliviado.

Pikachu dijo algo alegremente, frotándose contra la mejilla de Ash, disfrutando del breve regreso del comportamiento más familiar de su entrenador.

Dawn sonrió radiantemente, complacida de haber devuelto un poco de ligereza.

—¿Veis? ¡La risa es la mejor medicina! Bueno, la segunda mejor. La Enfermera Joy es probablemente la mejor medicina de verdad. —Hizo una pausa, su sonrisa suavizándose un poco—. Se pondrá bien, Ash. Paul es fuerte y… bueno, demasiado terco como para dejar que esto le afecte. Y tú lo trajiste hasta aquí.

Ash asintió, apreciando su esfuerzo.

—Gracias, Dawn. —La distracción había sido bienvenida. Pero a medida que la risa se desvanecía, su mirada se desvió de nuevo hacia la puerta cerrada de la sala de examen. La preocupación, aunque temporalmente contenida, regresó. Paul era fuerte. Pero Ash había visto, o más bien sentido, las grietas en esa capa exterior, la cruda vulnerabilidad debajo de la fachada. Y sabía, con una certeza que le dio un escalofrío, que esto era algo más allá de lo que conocían.

Solo esperaba que la Enfermera Joy pudiera resolverlo, porque él estaba completamente perdido. Y la sensación de que él era de alguna manera fundamental para el sufrimiento de Paul, y quizá para su recuperación, no lo abandonaba.


Una hora pasó muy lentamente, cada minuto extendiéndose hasta la eternidad. Ash prácticamente había hecho un pequeño surco en el suelo de la sala de espera, a pesar de los intentos de Dawn de involucrarlo en un juego de «avistar Pokémon inusuales» por la ventana. Brock permaneció en silencio, su mirada a menudo desviándose hacia Ash, luego hacia la puerta cerrada de la sala de examen, con un ceño pensativo, casi preocupado, en su rostro.

Finalmente, la puerta se abrió y la Enfermera Joy salió. Su expresión era seria, pero no de pánico, lo que Ash tomó como una señal tentativamente buena. Él, Dawn y Brock se pusieron de pie al instante.

—¿Cómo está? —preguntó Ash inmediatamente, su voz tensa por la aprensión.

La Enfermera Joy ofreció una pequeña sonrisa tranquilizadora.

—Está estable por ahora. Hemos logrado que su temperatura vuelva a la normalidad y su pulso es más fuerte. Está durmiendo, que es lo mejor para él en este momento. Sufría agotamiento severo y lo que parece ser una reacción de estrés muy severa.

—¿Estrés? —repitió Dawn—. ¿Por qué? ¿Por entrenar demasiado duro?

La Enfermera Joy vaciló, su mirada dirigiéndose a Ash por un momento antes de volver a Dawn.

—El sobreesfuerzo es definitivamente un factor. Su cuerpo está llevado a su límite absoluto, parece que no ha dormido en días. Pero… parece haber algo más complejo en juego aquí. Sus respuestas fisiológicas son… atípicas. Especialmente —hizo una pausa, eligiendo sus palabras con cuidado—, sus reacciones a ciertos… estímulos emocionales. —Miró directamente a Ash de nuevo—. Se agitó bastante, se angustió físicamente, incluso dormido, cuando mencioné tu nombre, Ash.

Ash sintió que un nudo frío se le formaba en el estómago.

—¿Mi nombre? ¿Por qué?

La Enfermera Joy negó con la cabeza.

—No lo sé con certeza. Pero fue una reacción muy pronunciada. Casi como si… como si la mera idea de ti le causara dolor, o al menos un recuerdo relacionado a ti. Y sin embargo —añadió, con expresión perpleja—, cuando su angustia llegó al máximo, sus murmullos inconscientes también incluían tu nombre, pero en un contexto diferente. Casi como… una petición de ayuda.

Ash la miró fijamente, su mente dando vueltas. Dolor y una petición de ayuda, ambos vinculados a él. No tenía sentido. Todo esto era aterrador para Ash, él nunca había visto a un amigo enfermo de esta manera, y eso lo angustiaba. Un amigo. ¿Desde cuándo Paul era su amigo? Era increíble cómo todo parecía haber cambiado tan rápido.

—¿Va… va a estar bien? —preguntó Ash, su voz apenas un susurro.

—Con suficiente descanso, él debería recuperarse físicamente —dijo la Enfermera Joy—. Pero este problema subyacente… no estoy segura de que la medicina tradicional pueda curarlo por completo. Parece ser algo… más profundo, y desafortunadamente aquí no tenemos los recursos para eso. —Suspiró, un atisbo de frustración en su calma profesional—. Le he dado un sedante suave para asegurar que descanse profundamente. No debería ser molestado durante varias horas.

—¿Podemos… puedo verlo? —preguntó Ash, necesitando ver por sí mismo que Paul estaba realmente descansando, que la mirada dolorida y atormentada había desaparecido de su rostro.

La Enfermera Joy lo consideró por un momento.

—Un minuto. Pero en silencio. Necesita calma absoluta.

Joy llevó a Ash de regreso a la pequeña habitación. Paul yacía inmóvil en la cama, con las sábanas hasta el pecho. Su rostro, a la suave luz de la habitación, estaba pálido pero relajado, las líneas de dolor y tensión suavizadas por el sueño. Su respiración era regular, pacífica. El tenue aroma a pino y lino estaba allí, más suave ahora, la aguda y angustiante dulzura afortunadamente ausente. Parecía… joven. Más joven de lo que Ash lo había visto nunca, despojado de su habitual armadura desafiante.

Ash se quedó junto a la cama, observándolo. La feroz sensación protectora que sentía era casi abrumadora. Extendió la mano, vacilante, y apartó con delicadeza un mechón rebelde de pelo morado de la frente de Paul, su tacto ligero como una pluma. Paul no se movió.

—Gracias, Enfermera Joy —murmuró Ash, sin apartar la vista de Paul.

—Solo intenta asegurar que no se esfuerce demasiado de nuevo cuando despierte, Ash —dijo la Enfermera Joy en voz baja desde la puerta—. Y… quizá algo de distancia podría serle beneficioso, al menos al principio, dadas sus reacciones.

Ash asintió, aunque la idea de poner distancia entre él y Paul, especialmente ahora, le parecía incorrecta, contraria a los extraños impulsos que sentía. Pero si era lo que Paul necesitaba…

Se quedó un minuto más, solo observando dormir a Paul, una promesa silenciosa solidificándose en su corazón. Lo resolvería. Tenía que hacerlo. Por el bien de Paul.


Más tarde, cuando Ash regresó a la sala de espera, Brock lo miraba con una mirada muy particular, inquisitiva.

Ash se reunió con él y Dawn, su expresión sombría. La imagen de Paul, tranquilo en su sueño pero tan absolutamente vulnerable, estaba grabada en su mente. Todo esto se sentía tan extraño. Necesitaba que alguien le explicara claramente qué estaba pasando, si eso era posible.

—Parece… estar bien por ahora —informó Ash, hundiéndose en el banco. Pikachu inmediatamente retomó su lugar en su regazo, su calidez altamente reconfortante para Ash.

—Eso es bueno —dijo Dawn, el alivio evidente en su voz. Piplup también pió en asentimiento—. Solo necesita mucho descanso, supongo.

Brock, sin embargo, no parecía aliviado. Miraba a Ash, con el ceño fruncido en profunda reflexión, su mirada aguda y analítica.

—Ash —comenzó Brock lentamente, su voz sonaba desenfadada—. Dijiste que Paul mencionó que esto empezó después de vuestro combate en el Lago Agudeza. ¿No te dijo nada más, nada que pueda ayudarnos a entender esto?

Ash asintió y tragó saliva. Ese momento

—Sí, empezó después del combate… en el lago. Pero no dijo nada más que lo que ya os mencioné. Dijo que se sintió raro después y que… empeora cuando intenta ser… bueno, normal conmigo.

—¿Normal cómo? —insistió Brock, su voz ahora un poco más seria—. ¿Qué estaba haciendo o diciendo exactamente cuando tuvo estas… reacciones dolorosas?

Ash pensó en aquel momento extraño en el Centro Pokémon esa mañana, y el intento de Paul de insultarlo. Y el día anterior junto a las rocas.

—Es como ya os dije en el bosque… Estaba… bueno, estaba siendo Paul. Ya sabes, intentando buscar pelea, diciéndome que mis métodos son erróneos, que no estoy hecho para esto… —Se interrumpió, recordando la repentina y aguda inhalación, la forma en que Paul se había agarrado el pecho—. Era como si las propias palabras le estuvieran haciendo daño.

Los ojos de Brock se entrecerraron ligeramente.

—¿Específicamente cuando estaba siendo duro contigo?

Ash asintió de nuevo.

—Eso parece. Dawn, tú también lo dijiste, ¿recuerdas? ¿Esta mañana? Cuando intentó insultarme, parecía que era él quien sentía dolor. Y solo conmigo… no cuando te insultó a ti.

Dawn se estremeció.

—Sí. Fue superraro. Como el karma, pero instantáneo y muy doloroso. Como si tuvieras una habilidad Pokémon de reflejar daño… o algo. ¿No eres un Wobbuffet, verdad?

Brock ignoró a Dawn, centrando toda su atención en Ash, con una expresión de como si estuviese conectando unos datos.

—Y en el Lago Agudeza… estabais discutiendo, la tensión era alta. Paul estaba a mitad de decirte algo cuando él… cuando empezó. ¿Qué pasó exactamente en ese momento, Ash? ¿Dijiste o hiciste algo particularmente… inusual? Tú … tú no lo hiciste nada, ¿verdad? —vaciló Brock.

—¡No, yo no le hice nada! —dijo Ash de golpe, un poco indignado. Sabía que Brock solo quería aclarar este asunto extremadamente raro, pero la idea de él hacerle daño a Paul … sonaba terrible y hacía que su estómago se revolcara.

Ash se calmó, frunció el ceño y trató de recordar la secuencia exacta.

—Solo estábamos… gritando, como siempre. Me estaba diciendo que no estaba hecho para ser un entrenador… y entonces él simplemente… se detuvo. —Hizo una pausa, su mente reproduciendo aquel extraño suceso—. La verdad es que yo también sentí algo extraño en ese momento. El aire se sintió… diferente, por un segundo. Y Paul… simplemente me miró fijamente. Parecía… —Ash buscó la palabra—. Sobresaltado. Y luego ese aroma… —Se detuvo, sintiendo que se le calentaban las mejillas. No le había mencionado el aroma a nadie. Parecía demasiado personal, demasiado raro.

—¿Aroma? —insistió Brock, su voz baja pero insistente. Su mirada se agudizó. Esta era información nueva.

Ash se removió incómodo.

—Probablemente no sea nada. Pero… Paul normalmente solo huele como… pues, a ropa limpia, ¿supongo? Es casi imperceptible, ¿verdad? Algún aroma en su ropa o algo así. Pero entonces, por un momento, fue… diferente. Mucho más fuerte. Ahora lo podía oler incluso al aire libre en un día ventoso. ¿Y también… se hizo más dulce? No lo sé, suena estúpido. —Bajó la cabeza, avergonzado.

Brock no dijo que sonara estúpido. En lugar de eso, una extraña luz parpadeó en sus ojos. Parecía como si estuviera entendiendo algo que para Ash no hacía nada de sentido, pero al mismo tiempo se veía aun más confundido.

—¿Y tú, Ash? —continuó Brock, intentando mantener su voz calmada, aunque no lo lograba—. Cuando esto pasó en el lago… ¿sentiste algo inusual? ¿Algo en absoluto?

Ash vaciló. Esto era más difícil de explicar. Había sentido esa extraña posesividad, ese repentino impulso de proteger a Paul, aunque momentos antes había estado furioso con él.

—Yo… supongo que de repente me sentí muy… protector… así como lo soy con Pikachu. Lo cual fue raro, porque Paul estaba siendo un idiota. ¡Y es Paul! Pero en ese momento Paul parecía tan… perdido. Y quise… no sé… ¿protegerlo? —Se encogió de hombros, sintiéndose increíblemente incómodo al tratar de poner en palabras estos sentimientos confusos y contradictorios—. Y simplemente… me gustó mucho cómo olía, en ese momento. Lo que es superraro, ¿verdad?

Dawn miraba de uno a otro, su expresión desconcertada.

—Entonces… ¿tuvisteis un concurso de miradas superintenso, Paul olía diferente y Ash de repente quiso ser su guardaespaldas? Estoy muy confundida.

Pikachu y Piplup sin embargo, se quedaron mirando a Ash con una mirada curiosa, ladeando la cabeza.

Brock ignoró la interjección de Dawn, su atención completamente en Ash. Ash notó que abrió los ojos de par en par cuando Ash explicó cómo él se sintió, y parecía estar intentando sopesar qué decir ahora. Vaciló por un tiempo largo, los tres en silencio, cuando por fin habló otra vez.

—Ash —dijo Brock, su voz cuidadosamente neutral, pero con un trasfondo de urgencia—. ¿Dijo Paul algo más? ¿Sobre lo que cree que le está pasando? ¿Usó… alguna palabra en particular para describirlo? ¿O mencionó si alguien en su familia había experimentado alguna vez algo similar? —Era claro que Brock estaba pensando en el hermano mayor de Paul, Reggie, que era un tipo sensato y bien informado. Si alguien sabía sobre esto, podría ser él.

Ash negó con la cabeza.

—No. Solo dijo que duele, como si algo lo estuviera «desgarrando por dentro». Y no paraba de decir que yo no lo entendería. —Miró a Brock, sus ojos suplicando algún tipo de respuesta—. Brock, ¿tú… tienes alguna idea de lo que podría estar pasando? Sabes mucho sobre Pokémon, y… bueno, simplemente un montón de cosas.

Brock sostuvo la mirada de Ash, pero esa confianza que parecía haber tenido hace unos momentos pareció esfumarse por completo, y suspiró hondo.

—No lo sé con seguridad, Ash —admitió Brock honestamente—. Pero está claro que esto no es un simple agotamiento o una enfermedad normal. Hay una dinámica poderosa en juego entre tú y Paul, algo que está teniendo un efecto profundo y físico en él. —Hizo una pausa, eligiendo sus siguientes palabras con extremo cuidado—. Creo… creo que podríamos necesitar hablar con alguien que sepa más sobre… condiciones muy raras. O quizá, intentar ponernos en contacto con el hermano de Paul, Reggie. Si esto es algo familiar, él podría tener algunas respuestas. Además, Reggie es un adulto inteligente que también es criador Pokémon con muchos años de experiencia, seguro ha leído de todo, y sabe qué podría estar pasando. 

La mención de Reggie tuvo sentido para Ash.

—¡Sí, Reggie podría saberlo! Paul lo admira mucho, y es su hermano.

Dawn asintió:

—Suena como una buena idea. Es su hermano, seguro querrá saber que su hermanito está enfermo. Y pensar que estaba aquí hace solo una semana. Es una lástima que tuvo que irse antes de vuestra batalla, pero seguro no está muy lejos.

Brock asintió también.

—Sí, es algo que debemos considerar. Pero, por ahora, dejad que Paul descanse. Y Ash —añadió, su mirada seria—, intenta ser… consciente de tus interacciones con él cuando despierte. Sea cual sea esta conexión, está claro que es muy sensible en este momento.

Ash asintió, aunque no estaba seguro de lo que implicaba ser «consciente» en esta extraña situación. Todo lo que sabía era que el chico que dormía a pocas habitaciones de distancia estaba de alguna manera atado a él, y ese lazo, fuera cual fuera su naturaleza, le estaba causando a Paul un sufrimiento inmenso. Y Brock, a pesar de toda su calma, parecía estar mirando a Ash con una nueva, casi asombrada, y ligeramente aprensiva, curiosidad. Ash no pudo evitar pensar que Brock ya sospechaba qué estaba pasando, y simplemente no se atrevía a decirlo.


El resto de la tarde pasó en un estado de limbo. Ash no podía calmarse, sus pensamientos un torbellino de preocupación por Paul y confusión sobre las crípticas palabras de Brock. Dawn hizo lo posible por mantener el ánimo, sugiriendo que combatieran o exploraran, pero Ash no estaba de ánimo para eso. Brock permaneció inusualmente callado, a menudo mirando a Ash con esa misma intensidad pensativa, casi preocupada.

Finalmente, al acercarse la noche, Brock habló.

—Ash, aunque estoy seguro de que a Paul no le gustaría que hagamos esto sin su permiso, creo que deberíamos intentar llamar a Reggie y contarle lo que ha sucedido. Es la mejor opción, y como Dawn dijo, él querría saber lo que está pasando. Si alguien puede aclarar lo que podría estar pasando con Paul, o si esto ha sucedido antes en su familia, es él.

Ash asintió inmediatamente.

—Tienes razón. Paul escucha a Reggie. Quizá Reggie pueda convencerlo de que acepte ayuda, o al menos decirnos qué le pasa.

Dawn intervino:

—Y si Reggie no lo sabe, siempre podemos llamar al Profesor Oak, ¿verdad? ¡Él lo sabe todo!

—Paso a paso —dijo Brock, aunque reconoció el punto de Dawn con una pequeña sonrisa—. Intentemos primero con Reggie. La familia de Paul tiene derecho a saber que no está bien.

Se dirigieron a los videoteléfonos del Centro Pokémon. Brock hizo la llamada, ya que generalmente era el más sereno y elocuente en situaciones delicadas. Después de unos cuantos tonos, el rostro familiar y amigable de Reggie apareció en la pantalla. Parecía sorprendido de verlos.

—¡Brock! ¡Ash, Dawn, hola! ¿Qué tal? ¿Está Paul con vosotros? Esperaba que se pusiera en contacto hace un par de días para contarme cómo le fue en vuestra batalla pero no lo ha hecho.

La expresión de Brock se volvió grave.

—Reggie, en realidad por eso llamamos. Paul está aquí todavía, en el Centro Pokémon del Lago Agudeza. Este… él no está bien.

La sonrisa de Reggie desapareció al instante, reemplazada por una mirada de profunda preocupación.

—¿Que no está bien? ¿Qué le pasó? ¿Está herido?

Brock relató los acontecimientos de los últimos días: el comportamiento inusual de Paul, su creciente debilidad, y las extrañas y dolorosas reacciones que había tenido que culminaron en su colapso. Describió la insistencia de Paul en que todo comenzó después de su combate con Ash en el Lago Agudeza, y la evaluación de la Enfermera Joy de agotamiento severo y una reacción de estrés atípica. Para el alivio de Ash, omitió con cuidado las observaciones de Ash sobre el aroma y sus propios impulsos protectores repentinos, y la reacción dolorosa de Paul al intentar ser cruel específicamente con Ash; esos detalles parecían demasiado personales, demasiado extraños para compartirlos por videoteléfono sin comprenderlos mejor.

Reggie escuchó atentamente, con el ceño fruncido, su expresión volviéndose más preocupada con cada detalle. Cuando Brock terminó, Reggie permaneció en silencio durante un largo momento, su mirada distante.

—Esto… es muy preocupante —dijo Reggie finalmente, su voz tensa—. Paul se esfuerza mucho, sí, pero nunca se ha desmayado así. Y esta extraña reacción que mencionaste, el dolor… eso no es propio de él en absoluto. —Miró directamente a la pantalla, sus ojos inquisitivos—. ¿La Enfermera Joy dijo que empezó después de su combate con Ash?

—Eso es lo que Paul me dijo —intervino Ash, acercándose a la pantalla—. Dijo que se sintió «raro» después, y que empeora cuando intenta… ser como suele ser, conmigo.

—¿Contigo? —preguntó Reggie, confundido.

Ash respiró hondo. No quería decir cómo le afectaba a él, se sentía muy raro verbalizarlo, pero al mismo tiempo, algún instinto que jamás había sentido antes de estos días le gritaba que si había cualquier cosa que él podía hacer que podría ayudar a Paul, entonces debería hacerla. Y si querían que Reggie viera la seriedad del asunto… tenía que contarle todo. Contarle cómo esto lo afectaba a él también.

—No es solo Paul, Reggie —añadió Ash, sintiendo un calor subir por su cuello, pero continuando con su habitual valentía—. Aunque no me está pasando lo mismo que a Paul… algo también cambió en mí después de aquella batalla en el lago.

Y Ash le contó todo: el aroma intensificado, su nuevo instinto de querer proteger a Paul, un sentimiento de como si hubiera una extraña conexión entre ellos, y también mencionó que Paul parecía sentir un dolor intenso cuando intentaba … ser grosero con él, o herirlo de alguna manera.

La mirada de Reggie se fijó en Ash, una expresión extraña e indescifrable cruzando su rostro. No era acusación, sino un escrutinio profundo y reflexivo, similar al de Brock antes. Estuvo en silencio otro largo momento.

—¿Reggie? —insistió Brock con suavidad—. ¿Algo de esto… te suena familiar? ¿Le ha pasado algo así a Paul antes, o a alguien de tu familia? ¿Has oído algo similar… quizá … en historias antiguas?

Ash no pudo evitar notar que Brock mencionó eso como si él supiera exactamente lo que estaba pensando Reggie.

Reggie se pasó una mano por el pelo, con aspecto preocupado.

—¿En mi familia? No, nada exactamente como esto. Que yo recuerde. —Hizo una pausa, luego continuó, su voz vacilante, como si caminara con cuidado—. Pero sí… hay viejas historias. Teorías, en realidad. Sobre… conexiones profundas. Cualquier criador Pokémon aprende sobre ellas, ya que se han observado en Pokémon a veces. Son lazos que se forman de repente, con manifestaciones físicas y emocionales inesperadas, a veces… abrumadoras. Especialmente si una de las partes involucradas es… resistente, o si la dinámica es particularmente… intensa.

Ash, Dawn e incluso Brock se inclinaron más hacia la pantalla, sintiendo que estaba a punto de decir algo importante.

Reggie miró de Ash a Brock y de nuevo a Ash, pareció sopesar sus palabras, luego respiró hondo antes de continuar:

No solo sucede con Pokémon. Hace un año Cintia me prestó un libro fascinante que contenía unas historias de la antigua Ciudad Jubileo donde se relataban parejas humanas que habían pasado por lo mismo. Estas historias a menudo relataban… un cambio en la percepción. Sentidos agudizados. Instintos poderosos, casi primarios, activándose. Una persona podría sentirse inexplicablemente atraída, protectora, mientras que la otra podría experimentar… confusión, angustia, incluso dolor físico si se resiste a la conexión, especialmente si intenta actuar en contra de su naturaleza inherente. —Respiró hondo—. Las historias de Ciudad Jubileo lo llamaban… un «Emparejamiento de Almas». Un lazo destinado.

Todos se sumieron en un pesado silencio alrededor del videoteléfono. Ash miró fijamente a Reggie, su mente luchando por asimilar las palabras. ¿Emparejamiento de Almas? ¿Lazo destinado? Sonaba como algo sacado de una leyenda, no algo que pudiera pasarle a él y… a Paul.

Dawn parecía completamente desconcertada.

—¿Emparejamiento de Almas? ¿Qué significa eso?

Reggie se centró en Ash, su expresión increíblemente seria.

—Ash… estas viejas historias a menudo hablaban de dos roles distintos en tal lazo. En realidad es igual que lo que a veces observamos hoy en día con parejas Pokémon. Uno es dominante y el otro es sumiso por naturaleza. En los Pokémon, solemos llamar estos roles el «Alfa» y el «Omega». El Alfa se caracteriza típicamente por instintos protectores, una conciencia agudizada hacia el Omega y un fuerte sentido de la responsabilidad. El Omega, a su vez, puede volverse muy… sensible a la presencia y las emociones del Alfa, y puede experimentar una angustia severa, incluso dolor físico, si intenta rechazar el lazo, o actuar con crueldad hacia su Alfa.

Ash sintió que la sangre se le iba del rostro. Instintos protectores… conciencia agudizada… responsabilidad… Eso era exactamente lo que había estado sintiendo hacia Paul. Y Paul… sintiendo dolor cuando intentaba ser cruel con él. Las piezas encajaron con un chasquido horrible e innegable.

Brock, de pie junto a Ash, inspiró de forma brusca y audible. Sus ojos se abrieron como platos mientras miraba a Ash, luego de nuevo a la pantalla, parecía incapaz de formar una palabra.

—Entonces… estás diciendo… —comenzó Ash, su voz apenas un susurro, su corazón golpeando contra sus costillas como un pájaro atrapado—, …que Paul y yo… ¿estamos… emparejados? ¿Y uno de nosotros es un… un Alfa, y el otro es un Omega? —Las palabras sonaban extrañas, irreales, en su lengua.

Reggie asintió con gravedad.

—Creo que históricamente no se suele usar esos términos en humanos, aunque quizá sea preferible a términos más… despectivos y crudos como «dominante» y «sumiso». Pero aun así, los síntomas que has descrito, especialmente las reacciones físicas extremas de Paul al intentar ser antagónico contigo, Ash, y tus propios impulsos protectores descritos… concuerdan de forma alarmantemente precisa con esas viejas descripciones. —Miró a Ash con una mezcla de preocupación y algo parecido a la compasión—. Y dada la naturaleza ferozmente independiente, a menudo abrasiva de Paul, y su… complicada relación contigo, Ash… si él es el sumiso en este lazo, y tú el dominante… el conflicto interno que debe estar experimentando sería… inmenso. Devastador, incluso.

La implicación flotó pesadamente en el aire. Paul, su orgulloso, arrogante y ferozmente independiente rival, era… ¿sumiso? ¿Y él, Ash Ketchum, era un tal «alfa», «dominante»? Ash sintió que se mareaba. Era demasiado. Era imposible. Era… aterradoramente, innegablemente, la única explicación que daba sentido a la locura de los últimos días, pero era igual de ridícula.

Ash miró fijamente la imagen de Reggie en la pantalla, su mente dando vueltas. ¿Alfa? ¿Omega? ¿Emparejamiento de Almas? Sonaba como algo sacado de una novela de fantasía, no de la vida real. No de su vida real. Y definitivamente no de la de Paul.

—Espera un momento —logró decir Ash finalmente, sacudiendo la cabeza como para aclararla—. ¿Alfa? ¿Omega? ¿Emparejamiento de almas? Yo… nunca he oído nada parecido. O sea, no con personas. ¿Es esto… es esto realmente algo que existe en personas, Reggie? ¿Estás seguro?

Dawn, con aspecto igualmente atónito y confundido, intervino:

—¡Sí, Reggie! Suena… como algo sacado de una vieja leyenda. ¿Es superraro? ¿Como, raro de la historia antigua? 

Ash también se preguntaba lo mismo. Si era tan raro, explicaría por qué nunca habían oído hablar de ello.

Reggie esbozó una pequeña y apesadumbrada sonrisa.

—No es algo que salga en «primera plana del periódico», Dawn, pero no, me atrevería a decir que tampoco es increíblemente raro. Quizá… «poco común» sea una palabra más adecuada. Es un fenómeno conocido, aunque no siempre se discute abiertamente, quizá debido a la… intensidad y la naturaleza profundamente personal del mismo. No creo que Ash y Paul querrían ir por la calle contándole esto a todo el mundo, ¿verdad? Supongo que hay muchas otras parejas así en el mundo que lo mantienen callado, o quizá incluso nunca se dan cuenta. Vosotros os disteis cuenta inmediatamente porque… bueno, es un cambio muy drástico con la dinámica anterior que llevabais. Pero me atrevería a decir que en la mayoría de los casos, las parejas no se dan cuenta. Al menos, en las historias de Ciudad Jubileo a menudo ese era el caso.

Se inclinó más hacia la pantalla, su expresión seria.

—Como Criador Pokémon, estudio todo tipo de lazos, Ash. No solo entre humanos y Pokémon, sino entre los propios Pokémon, y sí, incluso entre humanos. Hay textos antiguos, trabajos de investigación, incluso algunos estudios psicológicos modernos que mencionan estas… dinámicas inherentes. No siempre son tan dramáticas como lo que Paul parece estar experimentando, pero los principios subyacentes están ahí. A veces se le llama «Lazo Primario» o «Sintonía Álmica», o mi término preferido, «Almas Gemelas». La terminología de «Dominante y Sumiso» o «Alfa y Omega» es más antigua, más folclórica, y específica a los Pokémon, pero describe la dinámica de poder central con bastante acierto.

Reggie hizo una pausa, reuniendo sus pensamientos.

—Por lo que he leído, estos emparejamientos… ocurren cuando dos individuos comparten una conexión particularmente potente. No tiene por qué ser romántica, no inicialmente. A veces es una rivalidad intensa, una profunda afinidad intelectual, incluso una profunda animosidad, si la resonancia subyacente entre sus… almas, a falta de una palabra mejor, es lo suficientemente fuerte. Parece ser en gran medida aleatorio, el destino jugando sus cartas cuando dos individuos compatibles interactúan en un punto de alta intensidad emocional o espiritual.

Miró directamente a Ash.

—Tu rivalidad con Paul, Ash… es legendaria por su intensidad. Ambos os lleváis a vuestros límites absolutos. Estáis constantemente en la órbita del otro, desafiándoos, afectándoos profundamente. Es… terreno fértil para que tal lazo surja, por inesperado que parezca el emparejamiento en la superficie.

—Entonces… ¿puede ocurrir entre dos chicos? —preguntó Ash, todavía tratando de asimilarlo—. ¿Incluso… incluso chicos como nosotros?

—Absolutamente —confirmó Reggie—. El género no tiene nada que ver, ni tampoco la edad, aunque a menudo se manifiesta durante períodos de desarrollo personal significativo o estados emocionales intensos, como la adolescencia o una competición intensa. El núcleo de ello es una dinámica de poder intrínseca, una compatibilidad fundamental que, una vez activada, une a dos personas a un nivel que… bueno, es muy profundo.

Brock, que había estado escuchando con suma atención, finalmente habló, su voz asombrada. Pero era claro por su mirada, pensó Ash, que mucho de esto no era completamente nuevo para él.

—Así que todas esas viejas historias que mi padre solía contar… sobre parejas destinadas, sobre personas que podían sentir el dolor del otro, o que se sentían inexplicablemente atraídas a protegerse mutuamente… ¿no eran solo historias?

Reggie asintió.

—Probablemente no, Brock. Exageradas con el tiempo, quizá, como suelen ser los cuentos, pero arraigadas en un fenómeno genuino. La parte de «sentir el dolor del otro»… eso a menudo se manifiesta si se resiste el lazo, particularmente por parte del Sumiso, o si uno intenta actuar en contra de la naturaleza fundamental de su conexión con su alma gemela. Es como si su propio ser se rebelara contra la desarmonía.

Ash sintió un escalofrío recorrerle la espina dorsal. Le duele cuando intenta ser cruel conmigo. Ash recordó lo que Paul había dicho. Como si algo se le estuviera desgarrando por dentro. La conexión era tan clara, tan horriblemente clara ahora que Ash se sentía mareado.

—Entonces… si Paul es el… Sumiso —Ash dijo con dificultad, era una palabra que le costaba asociar con Paul, pero la otra, Omega, era aun más extraña a sus oídos—, y ha estado intentando… ser malo conmigo, como suele hacer… ¿por eso ha estado sufriendo tanto?

—Encajaría con el patrón, Ash —dijo Reggie con gravedad—. Su inclinación natural, su comportamiento establecido hacia ti, está ahora en conflicto directo con este nuevo y profundamente arraigado lazo. Es probable que su propia alma esté estremeciéndose ante la idea de causarle angustia a su… bueno, a ti. El conflicto interno resultante se está manifestando físicamente.

El peso sofocante de ello se asentó sobre Ash. Ya no era solo el rival de Paul. Era… otra cosa. Algo que tenía un poder inconsciente sobre Paul, un poder que actualmente le estaba causando a su rival un sufrimiento inmenso. El pensamiento era insoportable. No quería esto. ¡No quería causarle daño ni sufrimiento a Paul! Incluso en sus momentos más frustrados, cuando estuvo más enojado con Paul… solo quería hacerlo ver su perspectiva, hacerlo entender que a los Pokémon hay que tratarlos como compañeros, no como soldados.

Tenía que arreglar las cosas.

—¿Qué… qué hacemos? —preguntó Ash, su voz apenas un susurro. Miró a Reggie, luego a Brock, sus ojos suplicando guía—. ¿Cómo lo ayudamos?

Reggie suspiró, su expresión llena de preocupación.

—Esa, Ash, es una pregunta increíblemente difícil de contestar. El lazo en sí no es una enfermedad que haya que curar. Es una parte fundamental de quiénes sois ahora. La prioridad inmediata es la salud física de Paul y aliviar su angustia actual. Necesita descanso, y necesita entender lo que le está pasando. Intentar luchar contra ello, negarlo, solo prolongará su sufrimiento. —Hizo una pausa, su mirada encontrándose con la de Ash con un nuevo nivel de intensidad—. Y Ash… tú también tendrás un papel que desempeñar, eventualmente. Uno muy importante.

Ash tragó saliva con dificultad, las palabras de Reggie resonando por un momento en el aire.

—¿Yo? ¿Qué puedo hacer? —Sintió una confusa mezcla de impotencia y una incipiente sensación de inmensa responsabilidad. Si esto era real, si él era el «dominante» en este… Emparejamiento de Almas, entonces el sufrimiento de Paul estaba, de una manera terrible, ligado a él, y él tenía que hacer cualquier cosa para ayudarlo.

La expresión de Reggie de repente vaciló, como si no estuviese seguro de cómo responder a esto.

—Bueno, tampoco es fácil saberlo con certeza, no es un tema en el que soy un experto, al menos en cuanto a humanos. Este fenómeno es mucho más común en Pokémon. Pero, Ash, por ahora, supongo que tú presencia, tu aceptación del lazo, tu… reafirmación, podría ser increíblemente estabilizadora para Paul, especialmente durante las etapas iniciales, a menudo turbulentas, de un emparejamiento. Cuando el Sumiso está angustiado, particularmente por el propio lazo o por intentar luchar contra él, la proximidad de su alma gemela y un… un comportamiento tranquilo y firme pueden ayudar a calmarlo, a disminuir el conflicto interno. Al menos, en teoría.

—Entonces… ¿solo necesito estar cerca de él? —preguntó Ash, una chispa de esperanza encendiéndose en su interior—. ¿Y estar… tranquilo? —Eso parecía demasiado simple para algo que sonaba tan cataclísmico.

—Es más complicado que simplemente «estar allí», Ash —explicó Reggie con paciencia—. Se trata de tu intención, tu energía. Si estás ansioso, o enfadado, o confundido, es probable que él lo sienta, y eso podría aumentar inadvertidamente su angustia. Pero si puedes proyectar una sensación de… aceptación, de tranquilidad, de seguridad… podría ayudarlo a encontrar algo de equilibrio. —Hizo una pausa—. Recuerdo también haber leído en uno de los relatos que, al menos entre los Pokémon, un Alfa a veces puede… inconscientemente, o conscientemente con entendimiento… proyectar una especie de influencia calmante sobre su Omega. No control, sino… consuelo.

Ash pensó en cómo se había sentido instintivamente atraído hacia Paul, queriendo consolarlo, protegerlo. ¿Había sido ese… instinto Alfa del que hablaba Reggie?

—Pero —continuó Reggie, una nota de cautela en su voz—, todo esto es increíblemente nuevo para ambos. Y Paul… es ferozmente orgulloso e independiente. No va a reaccionar bien a que le digan que es un «Omega» o que es «sumiso» y que necesita ser «calmado», especialmente por ti, Ash, dada vuestra historia. Esta revelación probablemente será… profundamente difícil de aceptar para él.

Ash hizo una mueca. Eso era quedarse corto. La subestimación de la historia. Ya podía imaginar la reacción de Paul: incredulidad, indignación, luego un esfuerzo monumental por negarlo con cada fibra de su ser. No, incluso todo eso se quedaba corto también.

—Entonces, ¿qué le decimos? —preguntó Dawn, con el ceño fruncido por la preocupación—. No podemos simplemente entrar y decir: «¡Eh, Paul, sorpresa! ¡Eres un Omega y Ash es tu Alfa, acostúmbrate!».

Reggie logró una leve sonrisa ante la franqueza de Dawn.

—No, definitivamente no así. Primero necesita entender lo que está sucediendo médicamente. Dijisteis que la Enfermera Joy ya le ha explicado sobre el estrés atípico, eso es un buen comienzo. Quizá podamos tomar ese camino, al menos por ahora. El concepto de un «lazo raro» o una «conexión fisiológica profunda» podría ser más fácil de asimilar inicialmente para él que los términos más… folclóricos.

Brock intervino, su mente claramente preocupada por las implicaciones.

—Reggie, si este lazo es tan poderoso como dices, y Paul está sufriendo porque está luchando contra él… ¿bastará simplemente con aceptarlo? ¿O requiere… más?

La expresión de Reggie se ensombreció, y sus ojos se giraron hacia Ash por un instante. Ash no entendía a qué se refería Brock.

—Eventualmente… sí. Un verdadero Emparejamiento de Almas no está destinado a ser resistido indefinidamente. Implica una alineación fundamental, una asociación. Pero eso es… un largo camino por recorrer. Ahora mismo, el enfoque tiene que estar en aliviar el sufrimiento inmediato de Paul y ayudarlo a entender, aunque sea un poco, lo que está sucediendo. La parte de la aceptación… eso tendrá que venir de él, a su debido tiempo. Y probablemente será un viaje largo y difícil para ambos.

Ash escucho a Reggie hablar pero simplemente se quedó igual de confundido. Habían pasado de hablar del dolor inmediato de Paul a algo más abstracto que no entendía. Reggie miró a Ash, su mirada profundamente empática. 

—Esto no es fácil, Ash. Ni para ti ni para él. Os habéis visto envueltos en una situación que ninguno de los dos eligió, con dinámicas que apenas empezáis a comprender. No hay un manual para esto.

Ash asintió con un suspiro, sintiendo el peso del futuro desconocido presionándolo. Pero en medio del miedo y la confusión, también había una obstinada chispa de determinación. Paul estaba sufriendo. Y si Ash, de alguna manera, tenía la llave para aliviar ese sufrimiento, haría lo que fuera necesario. Incluso si eso significaba navegar por esta nueva realidad extraña y aterradora.

—Entiendo, Reggie —dijo Ash, su voz más firme de lo que se sentía—. Intentaré… intentaré estar tranquilo. Y estaré ahí para él. Para lo que necesite.

—Eso es todo lo que se puede pedir, Ash —dijo Reggie, una nota de calidez en su voz—. Regresaré al Lago Agudeza tan pronto como pueda. Por suerte aun estoy cerca. Probablemente estaré allí para mañana por la tarde. Mientras tanto, dejad que Paul descanse. Cuando despierte, la Enfermera Joy y quizá Brock, para poner una cara familiar, podrían ser los más indicados para explicarle con delicadeza que no está enfermo, intentar tranquilizarlo, y decirle que yo estoy de camino. Eso será suficiente, al menos hasta que yo llegue mañana para contarle todo. Ash, que estés allí justo cuando se despierte… podría ser demasiado para él de golpe.

Ash sintió una punzada de decepción por no ser él quien estuviera allí inmediatamente, pero lo entendió.

—Lo haremos, Reggie —afirmó Brock—. Tendremos cuidado.

—Gracias —dijo Reggie, suspirando de alivio—. Llamadme si algo cambia. Y Ash… —Hizo una pausa, su mirada seria pero alentadora—. Ten paciencia. Con él, y contigo mismo.

Notes:

Gracias por haber leído hasta este punto. Para aclarar, aunque a veces utilizo los términos «alfa» y «omega», no tienen nada que ver con los utilizados en el omegaverse. Aquí solo indican la dinámica de poder por naturaleza, quién es el dominante, y quién es el sumiso. No hay celo, no hay diferencias en anatomía, no hay feromonas (lo del olor dulce es simplemente un instinto intensificado), no hay marcas, etc...

Pongo este aviso porque no quería que tengáis expectativas sobre la historia que no se cumplirán.

Chapter 4: Enlazados

Chapter Text

La llamada terminó, dejándolos a los tres en un silencio pesado y contemplativo. Dawn parecía que su cerebro iba a explotar. Brock estaba pensativo. Y Ash… Ash se sentía como si estuviera al borde de un acantilado, el suelo desmoronándose bajo sus pies, con solo un instinto extraño para guiarlo. Miró hacia el pasillo que conducía a la habitación de Paul, una nueva comprensión desarrollándose sobre los hilos invisibles y poderosos que ahora lo unían a su rival.

El peso de la revelación de Reggie se asentó pesadamente sobre Ash. Volvió al banco de la sala de espera, dejándose caer con un suspiro. Pikachu, sintiendo su agitación, le dio un codazo en la mano con la cabeza, intentando demostrarle su apoyo a su entrenador.

—Alfa… Omega… Emparejamiento de Almas… Almas gemelas —murmuró Dawn, sacudiendo la cabeza lentamente—. Todavía no puedo creer que esto sea real. Suena como algo sacado de una de esas novelas románticas épicas que lee mi madre, solo que… contigo y Paul. Lo cual es… guau. —Miró a Ash, una mezcla de asombro y absoluto desconcierto en su rostro—. Entonces, ¿eres como… su héroe destinado, Ash?

Ash se sonrojó.

—¡No es así, Dawn! Reggie dijo que se trata de… una dinámica. No… no de romance. —La idea de un romance con Paul estaba tan fuera de su capacidad de comprensión que pudiera haber sido una broma graciosa si la situación no fuera tan seria. Ridículo—. Y definitivamente no soy un héroe. Paul simplemente está sufriendo.

—Pero puedes ayudarlo —insistió Dawn, sus ojos brillando con una repentina seriedad, su voz llena de emoción—. Reggie dijo que tu presencia, estar tranquilo… puede calmarlo. Eso es bastante heroico, si me preguntas.

Ash no se sentía heroico. Se sentía… responsable. Y asustado. Asustado de hacer lo incorrecto, de empeorar inadvertidamente el sufrimiento de Paul. Él … no había pedido esta responsabilidad … ¿o sí?

Brock, que había estado observando a Ash en silencio, habló con voz reflexiva.

—Reggie tiene razón. Esta noticia será mucho para Paul. No me puedo imaginar la presión que Reggie debe estar sintiendo, pensando en cómo explicárselo mañana a Paul. Quizá la Enfermera Joy pueda explicar primero la parte puramente médica, la «reacción de estrés atípica» que mencionó, cómo su cuerpo está bajo una tensión inmensa. Pero luego, aun está todo este asunto.

—¿Y quién le cuenta la parte del… del Alfa y Omega? —preguntó Ash con un poco de aprensión. Esas palabras aun sonaban muy extrañas en su boca, muy antiguas, pero la otra palabra … asociar a Paul con sumiso, eso era demasiado inverosímil, demasiado fuera de lugar. Ash solo había escuchado esa palabra usada por la Pokédex para referirse a Pokémon como Pidgey o Swablu.

Brock y Dawn hicieron una mueca. Los tres lo estaban pensando, aun con Reggie aquí, eso era una bomba apunto de estallar. 

Brock miró a Ash, su expresión seria pero amable.

—Bueno, Ash, si este es un lazo entre vosotros dos, en mi opinión yo creo que él necesita entender tu papel en él y seguro Reggie querrá que estés ahí. Cuando llegue el momento… cuando Reggie esté aquí, podemos discutir cómo se lo vamos a contar. Reggie sabe más sobre esto que cualquiera de nosotros, y Paul confía en él implícitamente.

Ash asintió con un suspiro profundo. Aun no entendía cómo pudo quedar en medio de todo este asunto. Y si él no estaba muy contento de estar atado a Paul de esta manera, sea lo que sea este «lazo», sabía con certeza que a Paul no le haría ninguna gracia.


Cayeron en un silencio más tranquilo y contemplativo. Ash descubrió que su mente repasaba cada interacción que había tenido con Paul, buscando pistas, señales que había pasado por alto. ¿Había estado este… lazo allí todo el tiempo, latente, esperando ese momento en el Lago Agudeza para encenderse? Pensó en la intensidad de sus combates, la forma en que siempre parecían empujarse mutuamente más allá de lo que nadie más podía. ¿Había sido ese el «terreno fértil» del que hablaba Reggie? ¿Y por qué precisamente en el Lago Agudeza? ¿Había algo en especial de este lugar que los impulsó? Ash nunca había escuchado de estas historias en Kanto… pero Reggie habló de ellas como si fueran una parte integral de la cultura de Sinnoh.

Luego Ash pensó en el aroma. Ese extraño y atractivo aroma a pino y lino limpio, a veces con ese matiz dulce y vulnerable. Reggie había mencionado sentidos agudizados. Ash se encontró intentando inconscientemente captar un rastro de él en el aire estéril del Centro Pokémon, pero era inútil.

—Entonces —dijo Dawn, rompiendo el silencio después de un rato, su voz un poco vacilante—. Si eres un Alfa, Ash… ¿eso significa que, o sea… tienes superfuerza o algo así? ¿O los ojos brillantes? —Solo estaba bromeando a medias, su imaginación claramente desbocada.

Ash no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa.

—No lo creo, Dawn. Reggie solo dijo que se trataba de… instintos. Protección. Responsabilidad. —Flexionó las manos, mirándolas como si de alguna manera fueran diferentes ahora. Se sentían igual. Él se sentía igual. Mayormente. Excepto por ese zumbido profundo y resonante en su pecho cada vez que pensaba en Paul, esa atracción insistente. Pero aparte de eso, nada había cambiado en él o su cuerpo. Paul tampoco había mencionado nada al respecto, y parecía igual que siempre… solo … más angustiado.

—Es una dinámica de poder arraigada en su propia alma —reflexionó Brock, más para sí mismo que para ellos, su mirada distante—. No se trata de transformaciones físicas como la evolución de un Pokémon. Es… más profundo. Más fundamental para quiénes son. —Miró a Ash—. Significa que tienes una influencia inherente sobre Paul, Ash. Y con eso, viene una gran responsabilidad de usarla sabiamente, especialmente ahora, cuando Paul es tan vulnerable.

El peso de esa responsabilidad se asentó de nuevo sobre Ash.

—Simplemente… no quiero que sufra más —dijo, su voz baja, seria—. Si estar tranquilo, ser… comprensivo… puede ayudarlo, entonces eso es lo que haré.

—¡Así se habla, Ash! —dijo Dawn, dedicándole una sonrisa alentadora—. ¡Eres Ash Ketchum! ¡Si alguien puede manejar un destino loco e inesperado, eres tú!

Ash apreció su fe inquebrantable, incluso si él no la compartía del todo. Solo era un chico de Pueblo Paleta que amaba a los Pokémon y quería ser un Maestro Pokémon. No estaba preparado para… esto. Para almas y lazos inesperados y leyendas de Sinnoh. Pero tampoco había estado preparado para muchas cosas en su viaje, y siempre había encontrado la manera de superarlas, generalmente con la ayuda de sus amigos y sus Pokémon.

Pikachu, como si sintiera su resolución, soltó un decidido «¡Pika-chu!» y le frotó la mejilla. Ash le acarició la cabeza, una pequeña sonrisa volviendo a su rostro.

—Tienes razón, amigo. Lo resolveremos.


Más tarde esa noche, la Enfermera Joy les informó que Paul se estaba despertando. El corazón de Ash dio un vuelco. Este era el momento. El momento de la verdad. O, al menos, el comienzo.

—Recuerda, Ash —dijo Brock con suavidad, mientras la Enfermera Joy, Brock y Dawn se preparaban para entrar en la habitación de Paul, dejando a Ash en la sala de espera como había aconsejado Reggie—. Pasos pequeños. Dejaremos que la Enfermera Joy, y Reggie, cuando llegue, se encarguen de la parte difícil de las explicaciones. Tu papel, por ahora, es ser una presencia firme y no amenazante cuando sea el momento adecuado.

Ash asintió, con los puños apretados a los costados. Odiaba sentirse inútil, esperando al margen, especialmente ahora que tenía ese impulso dentro de él gritándole que proteja a Paul. Pero sabía que Brock tenía razón. Respiró hondo, tratando de encontrar ese centro tranquilo y firme del que había hablado Reggie. Se centró en un único pensamiento: Paul necesita mejorar. Y si quedarse aquí un poco más era parte de eso, entonces eso es lo que haría. Solo esperaba, con cada fibra de su ser, que Paul estuviera bien. Y que de alguna manera, pudieran navegar juntos por esta nueva realidad imposible, para que las cosas vuelvan a una normalidad que ya parecía lejana.

Ash caminaba de un lado a otro por la sala de espera como un Growlithe enjaulado. Cada crujido del suelo del Centro Pokémon, cada murmullo distante de conversación, lo hacía saltar. Pikachu, encaramado en una silla cercana, lo observaba con ojos preocupados, sus orejas crispándose. Aguzó el oído para captar cualquier sonido de la habitación de Paul, pero las paredes eran gruesas y la puerta estaba firmemente cerrada.


Pareció una eternidad, pero probablemente solo fueron veinte minutos, antes de que la puerta se abriera y salieran la Enfermera Joy, Brock y Dawn. Ash corrió hacia ellos.

—¿Cómo está? ¿Qué ha dicho? ¿Está… bien? —Las preguntas brotaron casi sin poder contenerse.

La Enfermera Joy ofreció una sonrisa cansada pero tranquilizadora.

—Está despierto, y sorprendentemente lúcido, aunque muy débil. Por ahora no nos hemos complicado. Le he explicado que sufre agotamiento severo y una respuesta fisiológica de estrés inusual, y que su cuerpo está reaccionando negativamente al conflicto emocional intenso.

—¿Le… le mencionasteis? —preguntó Ash, con voz vacilante.

Brock asintió.

—La Enfermera Joy le explicó con cuidado que su estrés parece ser particularmente agudo cuando implica… roces interpersonales contigo, Ash. Lo planteó como si su sistema estuviera hipersensible en este momento.

—¿Y cómo se lo tomó? —Ash contuvo el aliento.

—Estaba… callado —dijo Dawn, con el ceño fruncido—. Muy callado. Lo cual, para Paul, es bastante ensordecedor, ¿sabéis? No lo negó. No estalló. Simplemente como que… lo asimiló. Parecía… muy cansado, Ash. Y un poco perdido.

—Preguntó si la sensación de… de «desgarro interno» era parte de ello —añadió Brock, con voz aun un poco tensa—. La Enfermera Joy confirmó que tales sensaciones pueden ocurrir con estrés interno extremo cuando la mente y el cuerpo están en grave conflicto. Por ahora solo sabe que tiene que intentar descansar.

Ash sintió una punzada de culpabilidad, aunque sabía que no era culpa suya. Pero saber que el dolor de Paul estaba tan directamente ligado a sus interacciones… era una pesada carga.

—No preguntó por ti, Ash —dijo la Enfermera Joy en voz baja—. Pero no… no se opuso cuando mencioné que estabas aquí y preocupado. Simplemente cerró los ojos por un minuto. Creo que está asimilando mucho. Ha accedido a quedarse quieto y descansar, lo cual parece ser un paso significativo para él.

—Entonces, ¿ninguna mención de Alfas u Omegas todavía, verdad? —aclaró Ash, sintiendo una mezcla de alivio y aprensión.

—Correcto —confirmó Brock—. Reggie llegará mañana. Esa conversación necesita su presencia, y Paul necesita estar más fuerte antes de que añadamos otra capa de… complejidad a esto.

Ash asintió, comprendiendo. Aun así, sintió un fuerte impulso de ver a Paul, aunque solo fuera por un momento. Era ese mismo instinto que lo había estado atormentando los últimos días, y antes de poder contenerse, preguntó:

—¿Puedo… puedo solo echarle un vistazo? ¿Solo un segundo? No diré nada si está dormido.

La Enfermera Joy vaciló, luego asintió.

—De acuerdo, Ash. Pero solo por un momento, y solo si está descansando. Si parece agitado, tienes que irte inmediatamente. No podemos arriesgarnos a retrasar su recuperación.

Con el corazón latiéndole con fuerza, Ash se acercó de puntillas a la puerta de Paul, con Pikachu en el hombro. La entreabrió una rendija, mirando dentro. La habitación estaba en penumbra, con solo una suave luz de noche encendida. Paul estaba acostado de lado, de espaldas a la puerta, su respiración lenta y regular. Parecía estar dormido. El aroma a pino y lino era muy tenue, tranquilo.

El alivio invadió a Ash. Paul estaba mejorándose, y con la ayuda de Reggie seguro podrán hacer que todo vuelva a como era antes, pensó Ash.

Observó a Paul dormir tranquilo por casi un minuto, y luego, sus instintos satisfechos, cerró la puerta lo más silenciosamente que pudo, con el corazón doliéndole con una extraña mezcla de protección, confusión y una ternura incipiente que no podía nombrar.

—Está dormido —informó Ash al regresar, con la voz apagada.

—Bien —dijo Brock—. Dormir es lo que más necesita ahora mismo. Y tú también necesitas un poco, Ash. Has pasado por mucho hoy.

Ash sabía que Brock tenía razón, pero la idea de dormir parecía imposible. Su mente estaba demasiado activa, repasándolo todo, tratando de encontrarle sentido a lo incomprensible.

Encontraron un rincón tranquilo en la zona común del Centro Pokémon. Dawn, bendita sea, intentó iniciar una partida de cartas relajada, pero ni siquiera su entusiasmo habitual pudo penetrar por completo el estado de preocupación de Ash. Seguía mirando hacia el pasillo donde estaba la habitación de Paul, como si un hilo invisible los conectara.

Más tarde, mientras Dawn y Brock se dirigían a sus propias habitaciones para pasar la noche, Ash se quedó un rato más.

—Creo que… creo que me quedaré aquí un poco más —dijo—. Por si acaso.

Brock le dedicó una mirada comprensiva.

—De acuerdo, Ash. Pero intenta descansar un poco al final. No puedes ayudar a Paul si tú también estás agotado.

Pikachu se acurrucó en el banco junto a Ash, una presencia cálida y familiar. Ash echó la cabeza hacia atrás, mirando al techo. Las palabras «Alfa», «Omega», «dominante» y «sumiso» daban vueltas en su mente. Él y Paul. ¿Enlazados? No, todo esto era tan difícil de creer. Intentó imaginar el rostro de Paul cuando finalmente supiera la verdad. El pensamiento lo llenó de un profundo temor, no por él mismo, sino por Paul. Por el dolor y la confusión que inevitablemente le causaría.

Un suave crujido lo hizo incorporarse. Chansey llevaba un pequeño carrito fuera de la habitación de Paul, presumiblemente después de una revisión. Le ofreció a Ash un asentimiento  cortés y un suave «¡Chansey!» antes de continuar su camino.

La puerta de la habitación de Paul no estaba bien cerrada.

Una idea, impulsiva y probablemente imprudente, surgió en la mente de Ash. Miró a su alrededor. La zona común estaba desierta. Sus instintos casi se lo ordenaban. Se puso de pie, Pikachu mirándolo confundido.

—Solo un minuto, amigo —susurró Ash—. Solo… necesito…

Se deslizó sigilosamente hasta la puerta de Paul, la empujó silenciosamente y entró. La habitación seguía en penumbra. Paul seguía dormido, su respiración regular. Ash se acercó de puntillas a la cama, con el corazón latiéndole con fuerza. Solo quería… estar cerca. Sentir esa extraña conexión, ver por sí mismo que Paul estaba realmente descansando, que la mirada atormentada había desaparecido.

Se quedó junto a la cama durante un momento, solo observando. El impulso de extender la mano, de tocar el brazo de Paul, su pelo, era increíblemente fuerte, pero se resistió. No quería arriesgarse a despertarlo, a perturbar la frágil paz.

Simplemente se quedó allí, en una vigilia silenciosa, y se concentró en proyectar toda la calma, toda la reafirmación que pudo reunir, como Reggie había sugerido vagamente que él podía hacer. No sabía si estaba funcionando, si Paul podía sentirlo a algún nivel, pero hizo que Ash sintiera que estaba haciendo algo, por pequeño que fuera.

Podía oler claramente ese tenue y limpio aroma a pino y lino, la sutil dulzura que Ash había asociado con el estrés de Paul había casi desaparecido por completo. Verlo así tan en paz y seguro era reconfortante, e hizo que algo en el pecho de Ash doliera con una emoción desconocida que se parecía mucho a… la ternura.

Se quedó quizá cinco minutos, una eternidad en la tranquila habitación, luego, con una última y prolongada mirada al rostro pacífico de Paul, salió tan silenciosamente como había entrado, con el corazón un poco más ligero, su determinación un poco más fuerte. Mañana vendría Reggie. Mañana, se enfrentarían a esta nueva realidad. Pero esta noche, Paul estaba descansando. Y por ahora, eso era suficiente.

Ash no durmió mucho. Dormitó inquietamente en el banco de la sala de espera, con Pikachu acurrucado protectoramente a su lado. Cada vez que se quedaba dormido, imágenes de Paul, pálido y desplomándose, con los ojos desorbitados y aterrorizado, o sorprendentemente pacífico en su sueño, aparecían en su mente, despertándolo bruscamente. El peso de su nueva y extraña conexión se asentó sobre él como una presión tangible en su pecho.


Llegó la mañana, y con ella, una renovada sensación de ansiosa anticipación. La Enfermera Joy les dio una actualización: Paul había dormido toda la noche sin incidentes, aunque seguía un poco débil. Había tomado un pequeño desayuno, pero sobre todo permaneció callado y retraído. Le había aconsejado que se quedara en la cama.

—Reggie llamó mientras estabais desayunando —informó Brock a Ash cuando regresó de la cafetería—. Está de camino, debería llegar a última hora de la mañana o a primera hora de la tarde.

Ash asintió, una vez más sintiendo esa aprensión sobre lo que estaba por ocurrir. La llegada de Reggie parecía tanto un salvavidas como el preludio de una conversación muy difícil.

La mañana se hizo eterna. Dawn intentó involucrar a Ash en un ligero entrenamiento con sus Pokémon afuera, esperando que la actividad familiar lo distrajera. Ayudó un poco, las simples rutinas de la práctica de combate siempre surtían efecto en Ash, y por unos momentos fugaces hasta logró centrarse y pensar en su próxima medalla de gimnasio. Pero aun así, la mirada de Ash seguía desviándose hacia el Centro Pokémon, sus pensamientos nunca lejos del chico que descansaba dentro. Se encontró hiperconsciente de sus propias emociones, intentando constantemente proyectar esa sensación de calma de la que había hablado Reggie, aunque le parecía como intentar sostener agua en las manos.

Alrededor del mediodía, un coche elegante se detuvo frente al Centro Pokémon. Reggie salió, su expresión cansada pero decidida. Los saludó con un breve y cálido apretón de manos.

—¿Cómo está? —preguntó Reggie inmediatamente, sus ojos escrutando los de ellos.

—Durmió toda la noche —informó Brock—. Pero sigue un poco débil, callado. La Enfermera Joy dice que está físicamente estable, pero el problema subyacente…

Reggie asintió con gravedad.

—Me lo esperaba. ¿Ha… preguntado por mí?

—No específicamente —dijo Brock—, pero la Enfermera Joy le dijo que vendrías. No reaccionó mucho, solo… escuchó.

—De acuerdo —dijo Reggie, respirando hondo—. No retrasemos más esto. Es mejor que lo oiga de mí. Ash, Brock, ¿vendréis conmigo? Dawn, ¿quizá podrías esperar aquí un rato? Podría ser abrumador para él tener a demasiada gente a la vez para esta conversación.

Dawn accedió de inmediato, comprendiendo.

—¡Por supuesto! Buena suerte, chicos. ¡Y decidle a Paul que espero que se mejore pronto!

El corazón de Ash comenzó a latir con fuerza mientras caminaban hacia la habitación de Paul. Este era el momento. El momento que había estado temiendo y, de una extraña manera, esperando. El momento en que Paul descubriría la verdad.

Reggie llamó suavemente a la puerta antes de entrar. Paul estaba ligeramente incorporado en la cama, mirando por la ventana, su perfil afilado y pálido contra la almohada. Volvió la cabeza lentamente cuando entraron, sus ojos violetas, aunque todavía ensombrecidos por la fatiga, estaban claros y alerta. Cuando vio a Reggie, un destello de alivio cruzó su rostro, rápidamente enmascarado por su habitual expresión reservada. Su mirada luego se desvió hacia Ash, se detuvo un instante más de lo necesario y luego se apartó. Ash sintió esa familiar y sutil vibración en su propio pecho, una consciencia que ahora estaba innegablemente ligada a Paul.

—Reggie —dijo Paul, su voz tranquila, un poco ronca—. Viniste.

—Por supuesto que sí, hermanito —dijo Reggie, su voz cálida y amable. Acercó una silla junto a la cama de Paul. Brock y Ash permanecieron de pie cerca de la puerta, intentando parecer lo menos amenazantes posible—. ¿Cómo te encuentras?

Paul se encogió de hombros, un gesto apenas visible.

—Todavía un poco cansado. La Enfermera Joy dice que me esforcé demasiado. —Sus ojos se desviaron de nuevo hacia Ash, luego de vuelta a su hermano, un toque de su antigua rebeldía en sus profundidades—. Como si ellos entendieran mis métodos de entrenamiento.

Reggie sonrió levemente.

—Quizá. Pero esta vez, Paul, parece ser algo más que un simple exceso de esfuerzo. ¿La Enfermera Joy te explicó lo de las… inusuales reacciones de estrés que has estado teniendo?

Paul asintió, bajando la mirada hacia sus manos, que estaban entrelazadas sin fuerza sobre la manta.

—Dijo que era… una respuesta fisiológica atípica. Especialmente cuando… —Vaciló, y Ash supo que estaba pensando en sus interacciones—. Especialmente con respecto a… conflictos.

—Sí —dijo Reggie en voz baja—. Paul, de lo que tenemos que hablar es… complejo. Y podría ser difícil de oír, de aceptar. Pero es importante que entiendas lo que está pasando, por tu propio bienestar. —Hizo una pausa, reuniendo sus palabras. Ash contuvo el aliento.

—Paul —comenzó Reggie, su voz calmada y firme—. Existe un fenómeno, una condición humana muy real, aunque poco común. A veces, cuando dos personas comparten una conexión particularmente intensa, se puede formar un lazo poderoso e intrínseco entre ellas. No es algo elegido; es más como… el destino. Una conexión predestinada que altera sus propios seres a un nivel fundamental.

Paul escuchaba, su expresión ilegible, su mirada aún fija en sus manos. Ash podía ver la tensión en sus hombros, cómo su mandíbula se apretaba sutilmente.

—Estos lazos —continuó Reggie—, han sido documentados durante siglos, en textos antiguos, historias familiares. Tuve una conversación por teléfono con Cintia para confirmar algunas cosas, y me he dado cuenta de que quizá son más comunes de lo que pensamos, aunque aun así son… infrecuentes. Estos relatos a menudo hablan de una dinámica de poder dentro de tal emparejamiento. No tenemos un término neutro bueno, ya que este tipo de dinámica es más común en Pokémon que en humanos, pero suelen conocerse como «Alfa y Omega» o «Dominante y Sumiso» en términos más modernos.

Al hablar hasta ese punto, Reggie pareció hacer una pequeña mueca, como si hubiese preferido no tener que usar la palabra «sumiso», pero también sabía que las palabras «alfa» y «omega» eran demasiado abstractas y raras para usarlas sin explicación. Ash, por su parte, estaba conteniendo la respiración, como si esperara que una bomba estallara en cualquier momento.

Reggie se obligó a continuar rápido, claramente pretendiendo terminar con esto ya que había comenzado: 

—El alfa típicamente siente un fuerte instinto de proteger y guiar, mientras que el Omega se vuelve profundamente sintonizado, muy sensible, al Alfa. Esta sensibilidad puede ser tan profunda que actuar en contra de la armonía natural del lazo, especialmente si el Omega, intenta infligir angustia emocional a su Alfa, puede causar un conflicto interno severo, manifestándose como dolor físico, agotamiento, el tipo de síntomas que has estado experimentando.

Un silencio denso y pesado se apoderó de la habitación. Ash podía oír los latidos de su propio corazón retumbando en sus oídos. Observó a Paul, su pecho doliéndole con una mezcla de temor y empatía.

La cabeza de Paul se levantó lentamente. Sus ojos violetas, cuando se encontraron con los de Reggie, estaban muy abiertos, pero no de conmoción. Era una mirada diferente, una comprensión incipiente y absolutamente horrorizada. Como si algo que había descartado durante los últimos días, algo que sabía en el fondo pero se había negado a reconocer, ahora estuviera siendo expuesto.

¡No! —susurró Paul, su voz apenas audible, cruda de incredulidad y una escalofriante comprensión. Ya no miraba a Reggie. Su mirada estaba fija en Ash, ardiendo con una intensidad que le cortó la respiración a Ash—. Me estás diciendo… que él… —La voz de Paul se quebró, incapaz de terminar la frase, sus ojos reflejando una vorágine de conmoción, negación y una profunda mortificación que le calaba hasta el alma. Lo sabía. En ese instante, Ash supo que Paul entendía exactamente lo que Reggie estaba insinuando sobre él y Ash.

El aroma a pino y lino en la habitación de repente fue consumido por esa nota demasiado familiar de angustia aguda, una dulzura que era casi dolorosa. La mano de Paul voló a su pecho, sus nudillos blancos mientras agarraba su camisa, un jadeo ahogado escapándose de su garganta. La revelación, la innegable verdad de su conexión con Ash Ketchum, su Alfa, fue como un golpe físico.

La habitación pareció contraerse a su alrededor, el aire crepitando con la repentina y aguda angustia de Paul. Ash instintivamente dio un paso adelante, ese abrumador impulso de proteger, de calmar, recorriéndolo.

—¡Paul!

—¡No te acerques, Ash! —ordenó Reggie, su voz cortante pero controlada, levantando una mano para detener a Ash. Se volvió hacia su hermano, su propio rostro lleno de preocupación—. Paul, respira. Solo respira. Mírame.

Pero Paul no miraba a Reggie. Sus ojos desorbitados y horrorizados seguían clavados en Ash, llenos de un potente cóctel de incredulidad, furia y una mortificación desgarradora. Temblaba visiblemente, su respiración entrecortada y superficial.

—Esto… esto no es real —logró decir Paul con voz ahogada, tensa por el pánico. Intentó empujarse más hacia atrás contra las almohadas, como si intentara distanciarse físicamente de la verdad insoportable, de Ash—. Es un error. Alguna… historia ridícula. —Pero su propio cuerpo lo estaba traicionando. El dolor en su pecho claramente se intensificaba, su mano libre apretándose y aflojándose.

—Paul, escúchame —le instó Reggie, su voz firme pero amable—. Sé que esto es un shock. Uno monumental. Pero la evidencia, tus síntomas, lo que has estado experimentando… todo apunta a esto. Ignorarlo, luchar contra ello, solo te está haciendo más daño.

—¿Haciéndome daño? —La voz de Paul se elevó, quebrándose con una energía desesperada y salvaje—. ¿Crees que eso es lo que me está haciendo daño? ¿¡Cuando la alternativa es estar atado a él!? —Escupió la última palabra como si fuera veneno, su mirada llena de un orgullo crudo y herido. Pero incluso mientras intentaba atacar verbalmente, un sollozo ahogado se le atascó en la garganta, y su rostro se contorsionó de dolor. Se encorvó ligeramente, su mano presionada con fuerza contra su esternón.

Ash sintió cada jadeo dolorido, cada temblor, como si fuera suyo. El aroma dulce ahora era abrumador, haciendo que le doliera el pecho y la cabeza le diera vueltas. Quería correr al lado de Paul, hacer algo, pero la advertencia anterior de Reggie, y la cruda agonía en los ojos de Paul cada vez que miraba a Ash, lo mantuvieron clavado en el sitio.

—No se trata de estar «atado» de forma negativa, Paul —intervino Brock en voz baja desde su posición cerca de la puerta, su voz calmada y firme en medio de la creciente tensión—. Es una conexión. Una profunda. No menoscaba quién eres.

—¿No me menoscaba? —La risa de Paul fue áspera, quebrada—. ¡Me convierte en… esto! ¡Débil! ¡Patético! Incapaz siquiera de… de ser yo mismo cerca de él sin… —No pudo terminar, otra oleada de dolor lo interrumpió. Cerró los ojos con fuerza, su respiración agitada.

—No eres débil, Paul —dijo Reggie, su voz resonando con convicción. Extendió la mano y suavemente colocó una mano en el hombro tembloroso de Paul. Paul se encogió, pero no se apartó—. Eres fuerte. Lo que estás experimentando es un testimonio del poder de este lazo, y de cuán intensamente tu espíritu está luchando contra una verdad fundamental de tu ser en este momento. No es un fracaso.

Lenta y dolorosamente, Paul se obligó a enderezarse ligeramente, aunque su mano permaneció presionada contra su pecho. Su mirada, cuando finalmente abrió los ojos, seguía atormentada, pero el pánico salvaje había comenzado a retroceder, reemplazado por un horror cansado e incipiente. Miró a Ash de nuevo, y esta vez, Ash vio no solo ira, sino una profunda y desesperada confusión.

—Entonces… ¿soy… soy el Omega? ¿Sumiso?—Paul susurró la palabra como si fuera una maldición, una profanación contra su orgullo. La identidad cuidadosamente construida que se había forjado, fuerte, independiente, apático, superior, se estaba desmoronando a su alrededor. Ser un Omega… estar intrínsecamente ligado, sumiso de alguna manera fundamental, a Ash Ketchum… era un destino peor que cualquier derrota en combate.

—Y tú, Ketchum… —La mirada de Paul contenía una nueva, casi temerosa, comprensión—. Eres el… Alfa.

Ash solo pudo asentir, con la garganta apretada. Vio la profunda mortificación en los ojos de Paul, el destrozo de su orgullo, y le dolió el corazón por él. Esto era mucho peor de lo que podría haber imaginado.

—Sí, Paul —confirmó Reggie con amabilidad—. Esa parece ser la naturaleza de este lazo. Pero eso no quiere decir que seas débil … es solo una parte de un lazo que los une.

Paul permaneció en silencio durante un largo y angustioso momento. Simplemente miró fijamente a Ash, su expresión un campo de batalla de emociones encontradas. Ash casi podía verlo luchando por asimilarlo, por reconciliar esta verdad increíble y horrorosa con todo lo que sabía, todo lo que creía ser.

Entonces, un escalofrío lo recorrió. Cerró los ojos, y cuando los abrió de nuevo, algo en él parecía haberse… roto. La lucha, la furia, parecieron desvanecerse, dejando tras de sí un vacío escalofriante. Parecía… vacío por dentro.

—Fuera —dijo Paul, su voz firme y fría, desprovista de emoción. No miraba a ninguno de ellos, su mirada fija en un punto de la pared opuesta—. Todos vosotros. Simplemente… fuera. Dejadme solo.

—Paul… —comenzó Reggie, la preocupación tiñendo su tono.

—Ahora —repitió Paul, su voz aún fría, pero con un temblor subyacente que denotaba un esfuerzo inmenso. Volvió el rostro hacia la ventana, dándoles la espalda en un rechazo inequívoco.

Ash sintió una punzada de desesperación. Esto era exactamente lo que había temido. Paul se estaba bloqueando, retrayéndose en sí mismo.

Ash observó a Paul dar la espalda, con los hombros rígidos, ese tono frío y vacío en su voz. Ese instinto nuevo en Ash gritó en protesta. Paul no solo se estaba bloqueando; se estaba haciendo añicos. El aroma de su angustia, aunque ahora amortiguado por una escalofriante desesperación, seguía arañando a Ash, una alarma silenciosa que no podía ignorar. Las palabras anteriores de Reggie sobre la presencia de un Alfa siendo estabilizadora, sobre su capacidad para calmar, resonaron en su mente, no como una sugerencia, sino como un imperativo primordial.

Antes de que Reggie o Brock pudieran reaccionar, antes de que su propia mente consciente pudiera asimilar por completo la impulsiva decisión, Ash se movió. Ignoró el sobresaltado «¡Ash, espera!» de Reggie, ignoró el admonitorio «¡No lo hagas!» de Brock, y cruzó la habitación en tres rápidas zancadas.

Paul se encogió violentamente cuando Ash llegó junto a la cama, su cabeza girando bruscamente, sus ojos muy abiertos con una mezcla de alarma y su anterior desesperación.

—¡Dije que…!

Pero Ash no lo dejó terminar. No dijo una palabra. Simplemente… actuó. Se inclinó y, tan suavemente como pudo, rodeó con sus brazos los hombros tensos e inflexibles de Paul, atrayéndolo hacia un abrazo.

Fue torpe. Paul estaba rígido como una tabla, claramente sin preparación para el contacto, su cuerpo irradiando una conmoción desconcertada. Retrocedió al instante, sus manos subiendo para apartar a Ash de un empujón, una protesta ya formándose en sus labios.

—Ketchum, ¿qué te crees que estás…?

Y entonces, Paul inspiró.

Tal y como los sentidos de Ash se habían intensificado en cuanto a Paul, también se habían intensificado los sentidos de Paul con respecto a Ash. Algo en el aire cambió, algo intenso y reconfortante invadió a Paul.

Las manos que habían estado listas para apartar a Ash de un empujón vacilaron, luego cayeron flácidamente a sus costados. La furiosa protesta murió en su garganta. Su postura rígida, la que había mantenido como un escudo durante días, comenzó a… ablandarse, solo una pizca. El desgarro interno, el nudo agonizante en el pecho que había sido un compañero constante, no desapareció por completo, pero se alivió. Los bordes afilados se suavizaron, la presión incesante disminuyó. Fue como encontrar refugio en una tormenta que lo estaba ahogando.

La mente de Paul seguía congelada, estaba mortificado y furioso por la audacia de Ash, por su propia respuesta involuntaria. Paul quería estar enfadado. Quería apartar a Ash de un empujón, gritarle, retirarse de nuevo a su caparazón de desdén. Pero no podía. El consuelo puro, sin adulterar, que irradiaba Ash era un bálsamo físico, anulando su orgullo, su ira, su desesperación.

En lugar de furia, una sensación diferente, igualmente horrorosa, lo invadió: un rubor profundo y mortificante que comenzó en las puntas de sus orejas y se extendió como la pólvora por su cuello y por todo su rostro. Su corazón, que había estado martilleando con dolor y pánico, ahora latía con un nuevo ritmo azorado. Estaba… apoyándose en Ash. Solo ligeramente. Su cabeza estaba cerca del hombro de Ash, y podía sentir el latido sorprendentemente constante del corazón de Ash contra el suyo que se aceleraba rápidamente. Era… estabilizador. Era… humillante. Era… innegable, abrumadoramente, reconfortante.

Ash, por su parte, estaba igual de sorprendido. Había esperado resistencia, un empujón, quizá incluso un puñetazo. No había esperado que Paul… se dejara caer contra él, solo un poco. No había esperado el cambio sutil en el aroma de Paul, el borde afilado de la angustia suavizándose aún más, reemplazado por algo… más cálido, casi… ¿dócil? Abrazó a Paul, su propio corazón una mezcla caótica de miedo, alivio y una extraña y tierna calidez que floreció en su pecho. Podía sentir los ligeros temblores que aún recorrían el cuerpo de Paul, pero eran menos violentos ahora.

—Ash —la voz de Reggie llegó, amable pero firme, rompiendo el hechizo después de un largo y cargado momento—. De acuerdo, Ash. Creo que es suficiente por ahora. Déjalo respirar.

A regañadientes, Ash aflojó su abrazo, aunque no se apartó de inmediato. Miró a Paul, cuyo rostro seguía presionado contra su hombro, oculto a la vista. Podía sentir el calor que irradiaba la piel de Paul.

Lentamente, Paul levantó la cabeza. Su rostro era de un intenso y brillante tono carmesí. Sus ojos violetas, muy abiertos y luminosos, estaban fijos en los de Ash, una vorágine de vergüenza, confusión y una comprensión horrorizada de cuán profundamente lo había afectado la presencia de Ash. Parecía completamente deshecho, pero no de la manera rota y desesperada de antes. Esto era… diferente. Más vivo. Más… azorado.

—Yo… —comenzó Paul, su voz un susurro ahogado. Parecía estar luchando por encontrar palabras, por su habitual compostura mordaz, pero se le escapaba. Simplemente miró fijamente a Ash, su rubor intensificándose, si eso era siquiera posible. Parecía desear que la tierra se lo tragase.

Brock dio un paso adelante, su expresión una mezcla de asombro y amable preocupación.

—¿Paul? ¿Te… te sientes un poco más tranquilo ahora?

Paul no respondió. No podía apartar la mirada de Ash, como si Ash fuera un espectáculo mortificante. Tragó saliva con dificultad, su nuez subiendo y bajando. La tensión en sus hombros se había aliviado considerablemente, su postura menos rígida, casi… flexible.

Ash, al ver el intenso rubor de Paul y su absoluta incapacidad de hablar, sintió que sus propias mejillas se calentaban. No había tenido la intención de… bueno, no estaba seguro de qué había querido hacer, más allá de evitar que Paul se rompiera por completo. Pero esto… esto era inesperado. Sintió una extraña oleada protectora, mezclada con un innegable aleteo de… algo más. Algo que le hacía querer sonreír, incluso en medio de esta situación de locos.

—Vale, Ash —dijo Reggie de nuevo, un toque de diversión ahora detectable en su tono, aunque sus ojos seguían vigilantes—. Démosle un poco de espacio. Has… has demostrado tu punto muy claramente, creo.

Ash finalmente, con suavidad, se echó hacia atrás, sus manos deteniéndose un momento en los brazos de Paul antes de caer a sus costados. Paul no retrocedió más de inmediato. Simplemente se quedó allí, sonrojado y mirando fijamente una pared, con aspecto de haber corrido un maratón y al mismo tiempo olvidado su propio nombre. Pero el dolor agudo, la desesperación que había sido tan obvia momentos antes, había disminuido innegablemente, reemplazada por esta abrumadora, mortificante… calma.

La habitación resonaba con un silencio atónito y cargado después de que Ash retrocediera. Paul permaneció congelado, su rostro aún apoderado por un furioso rubor, sus ojos violetas muy abiertos y fijos en Ash con una expresión de absoluta e incrédula estupefacción. Parecía un Deerling asustado atrapado por los faros de un camión muy inesperado.

Reggie, sabiamente, dejó que el silencio se prolongara un momento, permitiendo que Paul asimilara las secuelas inmediatas de la intervención poco ortodoxa de Ash. Intercambió una rápida y significativa mirada con Brock, quien parecía igualmente asombrado y un poco aliviado. Ash, mientras tanto, simplemente se quedó allí, sintiendo una extraña mezcla de incomodidad, preocupación y una pequeña chispa espontánea de… algo que se sentía sospechosamente como satisfacción. No sabía qué esperar, pero ver a Paul aturdido y sin palabras era definitivamente preferible a que estuviera sufriendo.

Finalmente, Paul parpadeó. Una, dos veces. Tragó saliva con dificultad, su mirada desviándose hacia sus manos, luego de nuevo hacia Ash, como confirmando que Ash seguía allí, que el abrazo realmente había sucedido.

—Tú… —comenzó Paul, su voz rasposa, una mera sombra de su habitual tono confiado. Parecía estar buscando palabras, cualquier palabra, para articular el torbellino de emociones que lo atravesaba. La ira seguía allí, en alguna parte, enterrada bajo capas de conmoción, vergüenza y el profundamente perturbador consuelo que había sentido en los brazos de Ash—. Tú… Ketchum… tú simplemente… me abrazaste. —Lo dijo como si fuera la cosa más extravagante que hubiera sucedido en la historia del mundo.

—Eh, sí —murmuró Ash, frotándose la nuca, sintiéndose de repente un poco avergonzado bajo la intensa y desconcertada mirada de Paul—. Parecías… necesitarlo.

—¿Necesitarlo? —repitió Paul, su rubor intensificándose de algún modo. Abrió la boca, luego la cerró de nuevo, aparentemente perdido por completo. La lucha, los comentarios hirientes, el desdén… todas sus armas habituales eran inútiles, no estaban disponibles. Era como si el aroma de Ash, el contacto de Ash, lo hubiera desarmado temporalmente a un nivel fundamental.

Reggie dio un paso adelante, poniéndose en frente a Paul como para quitarle a Ash de la mente por un momento, su voz amable pero firme.

—Paul, sé que esto es… mucho que asimilar. Es demasiado. Pero, ¿cómo te sientes ahora? ¿Físicamente? —Miró claramente el pecho de Paul.

Paul automáticamente se llevó una mano al pecho, luego pareció darse cuenta de lo que estaba haciendo y la dejó caer. Frunció el ceño, una expresión de confusa sorpresa en su rostro.

—Ya… ya no duele tanto —admitió, su voz apenas un susurro. Miró a Ash de nuevo, un destello de algo ilegible (¿era sospecha? ¿reconocimiento a regañadientes?) en sus ojos—. No desde que… desde que él… —No pudo obligarse a decir «me abrazó». Las palabras obviamente era demasiado mortificantes.

—La proximidad del Alfa, y su influencia deliberada y calmante, pueden tener un efecto tranquilizador significativo en su enlazado, Paul. Es un tema común en cuanto a estas relaciones —explicó Reggie en voz baja—. Ash… actuó por instinto. Un instinto Alfa de proteger y consolar a su Omega enlazado.

Paul se encogió ante las palabras «Omega» y «enlazado», su rubor regresando con creces. Miró furioso a Ash, o lo intentó. Pero a la mirada le faltaba su habitual mordacidad gélida. Era más… aturdida, confusa, como un Snubbull intentando parecer feroz mientras menea la cola sin control.

—Entonces, ¿se supone que debo simplemente… qué? ¿Dejar que me… manosee cada vez que estoy disgustado? —El sarcasmo estaba ahí, pero era débil, amortiguado por la innegable evidencia del efecto de Ash sobre él.

Ash se irritó ligeramente.

—¡No estaba «manoseándote»! ¡Estaba intentando ayudar!

—Basta, vosotros dos —intervino Reggie con suavidad antes de que pudiera estallar una discusión, por muy unilateral y aturdida que fuera por parte de Paul—. Paul, nadie está diciendo que tengas que «dejar» que nadie haga nada. Pero entender este lazo, entender tus reacciones, y las de Ash… es crucial para evitar que te hagas daño a ti mismo otra vez. Lo que Ash hizo, por poco ortodoxo que fuera, parece haber tenido un efecto físico positivo. Eso es algo que no podemos ignorar.

Paul se sumió en un silencio avergonzado, con la mirada fija en la manta. Estaba claramente mortificado más allá de las palabras, pero el hecho innegable permanecía: el dolor opresivo en su pecho había disminuido significativamente. Se sentía… agotado, sí, y completamente desconcertado, pero el agonizante desgarro interno se había calmado hasta hacerse casi imperceptible. Y a pesar de sus mejores esfuerzos por sentirse enfurecido, una extraña y traicionera sensación de… calma, casi como la quietud tras una tormenta violenta, se había asentado sobre él. Todo porque Ash Ketchum, su exasperante y torpe rival, lo había abrazado. Lo absurdo de la situación era casi insoportable.

—No esperamos que entiendas o aceptes todo esto de la noche a la mañana, Paul —dijo Brock amablemente—. Esta es una revelación enorme. Pero Reggie está aquí, todos estamos aquí. Solo queremos que te mejores.

Paul no respondió, pero tampoco apartó la mirada. Parecía estar perdido en sus propios pensamientos turbulentos.

Reggie dejó que el silencio se asentara otro momento, luego dijo:

—Quizá sea mejor que te dejemos descansar un rato más, Paul. Para… asimilar todo esto. La Enfermera Joy vendrá a verte, y yo estaré justo afuera si necesitas algo. —Le dio un apretón tranquilizador en el hombro a su hermano.

Paul solo asintió con rigidez, todavía negándose a mirar a nadie directamente a los ojos.

Reggie, Brock y Ash comenzaron a moverse hacia la puerta. Ash vaciló, mirando hacia atrás a Paul. Vio la terquedad en la mandíbula de Paul, el rubor persistente en sus mejillas, la forma en que sus dedos jugueteaban con un hilo suelto de la manta. Parecía increíblemente vulnerable y completamente abrumado. A pesar de ser un poco más alto y mayor que Ash, ahora parecía más joven en ese estado tan vulnerable.

Impulsivamente, Ash habló, su voz suave.

—¿Paul?

La cabeza de Paul se crispó, una señal de que había oído, aunque no se giró.

—Yo… lo que dije es en serio. Solo quiero que te sientas mejor.

Paul no respondió. Pero Ash creyó ver que sus hombros se relajaban, solo una pizca, antes de que él, Reggie y Brock salieran silenciosamente de la habitación, dejando a Paul solo con la verdad trascendental, mortificante e innegablemente real de su lazo.

Chapter 5: Bajando la Temperatura

Chapter Text

Una vez fuera de la habitación de Paul y la puerta estaba cerrada, Reggie dejó escapar un largo y silencioso suspiro.

—Bueno —dijo con alivio y cansancio en su voz—. Eso ha sido… movidito. Más de lo que esperaba, al menos. —Miró a Ash, una leve sonrisa formándose en sus labios—. Tus instintos son ciertamente… proactivos, Ash. Eso fue ciertamente inesperado.

Ash sintió que sus mejillas se calentaban de nuevo. Abrazar a Paul no fue algo que hizo con toda consciencia. Él nunca había abrazado a Paul. Abrazaba a sus amigos, sí, pero Paul y él nunca antes habían sido amigos.

—Simplemente… no podía soportar verlo así. Me parecía mal simplemente… no hacer nada, pero no sabía qué hacer … solo… actué.

—Y funcionó —intervino Brock, el asombro aún evidente en su tono—. Nunca había visto a Paul… reaccionar así. Tan… aturdido. Y parece que el dolor realmente disminuyó. Es increíble, de verdad.

—El lazo es poderoso —afirmó Reggie—. Ash, tus acciones, por impulsivas que fueran, claramente resonaron con Paul a un nivel que no podía controlar conscientemente, a pesar de su orgullo. Ese abrazo… probablemente fue el primer contacto contigo, directo y afirmativo, que ha experimentado desde el emparejamiento. Eludió sus defensas mentales.

Ash pensó en cuando levantó y cargó a Paul de regreso al Centro Pokémon, pero supuso que eso no contaba, ya que Paul estaba inconsciente en aquel momento.

Dawn, que los había estado esperando ansiosamente, corrió hacia ellos.

—¿Qué pasó? ¿Está bien? ¿Se volvió loco? ¿Cómo es eso que Ash tuvo que usar sus nuevos superpoderes de abrazo? —Sus ojos estaban muy abiertos, y aunque se veía genuinamente preocupada, el entusiasmo que sentía por saber qué había pasado era evidente, especialmente  al haber escuchado parte de su conversación.

Brock se rio entre dientes, e incluso Reggie logró una sonrisa más amplia.

—Algo así, Dawn —dijo Brock—. Digamos que Paul está… asimilando todo. Y los «superpoderes de abrazo» de Ash, como tú los llamas, parecieron tener un efecto sorprendentemente positivo, a pesar del… shock inicial de Paul.

Le contaron a Dawn lo más destacado: el horror inicial de Paul, su negación dolorida, el abrazo impulsivo de Ash, y la posterior reacción aturdida y sin palabras de Paul y la reducción de su dolor.

¿Se sonrojó? —jadeó Dawn, sus ojos brillando—. ¿Paul? ¿De verdad se sonrojó porque Ash lo abrazó? ¡Oh, esto es increíble! ¡Ojalá hubiera podido verlo! —Se rio tontamente, luego se tapó la boca con una mano, mirando a Ash con aire de disculpa—. Lo siento, Ash. Sé que es serio. Pero aun así… qué adorable.

Ash sintió que su propio rubor se intensificaba.

—No fue adorable, Dawn. Estaba muy disgustado. Y luego simplemente… confundido. —Pero no podía negar la pequeña y cálida sensación que se extendió por su pecho al recordar el rostro aturdido y ligeramente indignado de Paul, la forma en que sus rígidas defensas se habían desmoronado, aunque fuera momentáneamente. Era una grieta en la armadura, una señal de que quizá, solo quizá, podrían superar esto.

—Lo más importante es que su malestar físico disminuyó —dijo Reggie, devolviéndolos al problema central—. Eso nos da una base desde la que trabajar. Pero va a necesitar tiempo. Mucho tiempo. Esto pone patas arriba todo lo que creía saber sobre sí mismo, y sobre su rivalidad contigo, Ash.

Encontraron un lugar tranquilo en el salón del Centro Pokémon. Reggie comenzó a explicar más sobre la dinámica de un emparejamiento de almas, basándose en su conocimiento de textos de criadores. Enfatizó que no se trataba de sumisión o dominio de una manera simplista, sino de un equilibrio complementario, un sistema de comprensión y apoyo profundo, a menudo subconsciente, entre dos individuos predestinados.

—Un Omega no es inherentemente más débil, Ash —aclaró Reggie, notando el ceño pensativo de Ash—. En muchos sentidos, su sensibilidad, su sintonía, es una fortaleza. Sienten las cosas profundamente, conectan profundamente. Es solo que su lazo con su Alfa es tan central para su bienestar que cualquier desarmonía, especialmente la resistencia interna, puede causar una angustia significativa. Y un Alfa, a su vez, es impulsado por poderosos instintos protectores y de apoyo hacia su Omega. Es una relación simbiótica, en su esencia.

—Entonces… ¿que yo quiera proteger a Paul, incluso cuando está siendo un imbécil… es normal? ¿Para un Alfa? —preguntó Ash, tratando de encajarlo todo.

—Muy normal —confirmó Reggie—. No siempre es lógico; es instintivo. Tu propio ser está ahora programado para garantizar su seguridad y bienestar.

«Menos mal que el lazo es mutuo y Paul ya no parece poder ser borde conmigo» pensó Ash instintivamente. La idea de que él sienta estos impulsos de cuidar y proteger a Paul mientras Paul continúe actuando como un imbécil y siendo borde con Ash como hacía antes sonaba completamente aterradora. Pero ahora, sabiendo claramente que el lazo es mutuo, ese sentido protector se sentía bien. Ash pensó en todas las veces que había sentido ese impulso inexplicable de proteger a Paul después de lo que ocurrió en el Lago Agudeza. No se sentía mal, se sentía contento sobre ello. Le gustaba sentirse así ahora.

—Y que Paul necesite… necesite consuelo de mí —continuó Ash, todavía encontrando difícil decirlo en voz alta—, incluso si lo odia… ¿eso es normal para un Omega?

—Especialmente uno que es nuevo en el lazo y está experimentando angustia —afirmó Reggie—. El Alfa es, en esencia, su puerto seguro, su punto de anclaje. Incluso si su mente consciente grita en protesta, sus instintos más profundos, su alma misma, buscarán esa reafirmación en ti.

Dawn escuchaba atentamente, su diversión anterior dando paso a una comprensión más seria.

—Guau. Esto es… mucho más profundo de lo que pensaba. Entonces, básicamente, el orgullo de Paul está teniendo una gran pelea con su alma, ¿y Ash está atrapado en medio, sosteniendo los Pokochos de apoyo emocional?

Reggie se rio entre dientes.

—Eso es… un resumen sorprendentemente preciso, aunque colorido, Dawn.

—¿Y ahora qué? —preguntó Ash—. Nos pidió que lo dejáramos solo. ¿Simplemente… esperamos?

—Por un ratito, sí —aconsejó Reggie—. Dejémosle que tenga algo de tiempo para sí mismo, para que el shock inicial disminuya. Sabe que estamos aquí. Sabe que estás aquí, Ash. Sabe que tú… te preocupas. —Sonrió levemente—. Y sabe que tus abrazos son aparentemente bastante efectivos, incluso si son mortificantes para él.

Ash sintió de nuevo esa calidez en el pecho. El recuerdo de Paul, sonrojado y sin palabras, con sus defensas bajas, era inesperadamente entrañable. No se alegraba de que Paul estuviera sufriendo, en absoluto. Pero ese momento de vulnerabilidad desprotegida, de conexión, por confuso y abrumador que fuera para Paul, se sintió… significativo. Como un pequeño brote abriéndose paso a través del hormigón duro.


Estuvieron todos sentados juntos, hablando sobre este tema que para Ash parecía muy ajeno a su conocimiento del mundo, y para Dawn aparentemente parecía el chisme más divertido de su vida entera. Almorzaron juntos (todos menos Reggie, que había ido con la Enfermera Joy a darle la comida a Paul), y luego continuaron todos hablando otra vez.

Más tarde esa tarde, la Enfermera Joy vino a buscarlos.

—Paul está despierto y ha pedido ver a Reggie —dijo—. Y… —hizo una pausa, mirando a Ash con una mirada pensativa—, dijo específicamente que Ketchum también puede ir… si quiere. Y si promete no… volver a «manosearlo». —Dijo la última parte con un ligero, casi imperceptible tic de sus labios.

El corazón de Ash dio un vuelco. ¿Paul quería que estuviera allí? ¿Incluso con la advertencia gruñona?

—Sigue muy reservado —continuó la Enfermera Joy—, pero parece… más tranquilo. Menos agitado que esta mañana. El dolor parece haber disminuido casi completamente. El rubor intenso, sin embargo —añadió, un toque de diversión profesional en su voz—, tiende a reaparecer cada vez que se menciona tu nombre, Ash.

Una oleada de alivio y nerviosismo mezclados invadió a Ash. Sintió que su propio rostro se sonrojaba, pero aun así una amplia sonrisa se extendió por su rostro. La situación claramente estaba mejorando. Paul se estaba mejorando. Que Paul preguntara por él, incluso con una condición refunfuñada adjunta, parecía una importante rama de olivo, o al menos, una ramita muy pequeña y espinosa.

—Lo prometo —dijo Ash rápidamente, quizá con demasiada avidez, ganándose una sonrisa cómplice de Dawn y una ceja levantada de Brock—. Nada de manoseos. Solo… apoyo moral.

Mientras caminaban de regreso a la habitación de Paul, Reggie le dio a Ash un asentimiento alentador.

—Recuerda, Ash. Calma, firmeza, tranquilidad. Deja que él marque el ritmo. Esto es un gran paso para él.

Cuando entraron, Paul estaba sentado un poco más erguido en la cama, aunque todavía parecía pálido y un poco cansado. Evitaba mirar a la puerta deliberadamente, su atención aparentemente fija en un hilo suelto de su manta, sus dedos jugueteando con él. Las puntas de sus orejas, sin embargo, eran de un revelador tono rosado. Ash sintió esa familiar y suave vibración en su pecho, un silencioso reconocimiento de su conexión.

—¿Paul? —dijo Reggie en voz baja—. ¿Preguntaste por nosotros?

La cabeza de Paul se crispó, y finalmente, a regañadientes, levantó la mirada. Se desvió hacia Reggie, luego hacia Brock, y luego, con un esfuerzo visible, hacia Ash. Su rubor se intensificó al instante, un leve sonrojo subiéndole por el cuello. Apartó la mirada de nuevo, rápidamente.

—La Enfermera Joy dijo… que teníais más que contarme —murmuró Paul, su voz baja, todavía ligeramente ronca. Dirigió el comentario a Reggie, pero Ash sintió el peso de su consciencia, su presencia en la habitación como algo tangible—. Sobre esta… afección. 

Era obvio que Paul todavía no podía obligarse a usar los términos Alfa u Omega, y Ash no lo culpaba, para él también sonaban muy extraños. Y los términos que Ash sí entendía, dominante y sumiso, sonaban aun más escandalosos. 

—Así es —dijo Reggie, acercando la silla de nuevo. Brock y Ash permanecieron de pie otra vez, dándole espacio a Paul—. Pero primero, ¿cómo te sientes ahora? ¿Físicamente?

Paul vaciló, su mirada aún desviada.

—Mejor —admitió, la palabra pareciendo serle arrancada—. El… dolor casi ha desaparecido. Solo estoy… un poco cansado. —Arriesgó una fugaz mirada de reojo a Ash, su rubor intensificándose de nuevo, antes de volver rápidamente la vista a su manta. Estaba claro, aunque no se dijera, por qué el dolor casi había desaparecido.

—Me alegra oír eso —dijo Reggie amablemente—. El descanso es importante. Ahora, sobre este… lazo. —Procedió a explicar con delicadeza y paciencia más sobre la dinámica, repitiendo lo que les había contado antes a Ash, Dawn y Brock. Enfatizó la naturaleza predestinada de ello, la profunda compatibilidad, las fortalezas complementarias, evitando cuidadosamente un lenguaje que pudiera sonar degradante o excesivamente controlador. Habló de ello como una conexión rara y profunda, una colaboración en su esencia. Al fin y al cabo, era una relación simbiótica.

Paul escuchó en silencio, su expresión cuidadosamente neutral, aunque Ash podía ver la tensión en sus manos mientras seguían retorciendo el hilo suelto de la manta. No interrumpió, no estalló, no negó. Simplemente… lo asimiló. O lo intentó.

Cuando Reggie terminó, un largo silencio llenó la habitación. Ash se encontró conteniendo la respiración de nuevo.

Finalmente, Paul habló, su voz tranquila, mesurada, casi inquietantemente calmada, aunque su rubor permanecía.

—Entonces, este… lazo. ¿Es permanente?

—Sí, Paul —confirmó Reggie con amabilidad—. Por todo lo que entendemos, una vez formado, es una conexión para toda la vida.

Otro silencio. Ash casi podía oír los engranajes girando en la mente de Paul mientras asimilaba esta monumental pieza de información. Para toda la vida. Con Ash. Aunque ya Ash sabía esta parte, a él también le costaba asimilarla. «Para toda la vida» es algo muy difícil de imaginar cuando solo eres un adolescente. 

—Y esta… influencia sobre mí —continuó Paul, todavía sin mirar directamente a Ash, pero la pregunta estaba claramente dirigida a él—. Y el… efecto aquel. ¿Eso… siempre va a pasar? —Sonaba menos como si estuviera haciendo una pregunta y más como si se estuviera preparando para una realidad no deseada e inevitable, una sentencia de vida.

Ash sintió que se sonrojaba. No estaba exactamente seguro de qué se refería Paul. ¿Aun estaba hablando sobre el abrazo y ese efecto calmante? ¿O su inhabilidad de ser borde con Ash como lo era antes? ¿O quizá el lazo está teniendo otras influencias sobre Paul que Ash no sabe? Ash, también curioso, miró hacia Reggie.

—No sabemos si siempre pasará, pero es probable —dijo Reggie después de vacilar unos momentos.

El rubor de Paul se intensificó aún más, si eso era siquiera posible. Dejó escapar un pequeño y frustrado suspiro.

—Esto es… absurdo. —No lo dijo con ira, sin embargo, más bien con una sensación de resignación cansada y desconcertada.

—Es mucho que aceptar, Paul —intervino Brock en voz baja—. Nadie espera que estés bien con ello inmediatamente. Pero entenderlo es el primer paso para… manejarlo. Y para sentirte mejor.

Paul finalmente levantó la vista, su mirada recorriendo a Reggie, luego a Brock, y finalmente posándose, con inmensa reticencia, en Ash. Sus ojos violetas seguían ensombrecidos, pero el dolor crudo y la desesperación de antes habían desaparecido, reemplazados por una profunda y agotada confusión y una profunda y mortificante consciencia.

—Entonces… ¿y ahora qué? —preguntó Paul, su voz apenas un susurro. Parecía increíblemente vulnerable, como un entrenador a cuyo entero equipo Pokémon había sido reemplazado inesperadamente por un equipo de Magikarp. Estaba completamente perdido—. ¿Se supone que debo… ser este… omega… cerca de él… para siempre? —La forma en que dijo «omega» y «él» todavía estaba cargada de una incomodidad tan profunda que era casi palpable.

—No se trata de «ser» algo que no eres, Paul —dijo Reggie con paciencia—. Se trata de integrar este nuevo aspecto de ti mismo, este lazo, en quien ya eres. Ahora forma parte de ti, igual que forma parte de Ash. No borra tus fortalezas, tu determinación, tu identidad. Le… añade otra capa.

—Una capa que no pedí —murmuró Paul, pero ahora había menos lucha en su tono, más una especie de cansancio desconcertado. Volvió a mirar a Ash, un destello de algo nuevo en sus ojos. No ira, no miedo, sino… una curiosidad tentativa, pero aprensiva. Como si, con más que le molestara, estuviera viendo a Ash por primera vez, no como su torpe rival, sino como… algo más. Algo inexplicable, fundamentalmente conectado a él.

—Yo tampoco lo pedí, Paul —dijo Ash en voz baja, encontrando su mirada. Y era verdad. Esto era tan abrumador e inesperado para él como para Paul—. Pero… supongo que estamos juntos en esto. Así que… tendremos que resolverlo juntos…

Paul simplemente lo miró fijamente, sin palabras de nuevo, aquel rubor exasperante y mortificante subiéndole de nuevo por el cuello. La idea de resolver cualquier cosa «juntos» con Ash Ketchum, especialmente algo tan… tan monumentalmente personal y vergonzoso, seguía siendo un concepto ajeno, casi repulsivo.

Y, sin embargo… la sinceridad tranquila y seria de Ash, su mirada inquebrantable, el leve y reconfortante aroma que parecía emanar de él incluso desde el otro lado de la pequeña habitación… no era del todo repulsivo para Paul. Era aterradoramente un poco tranquilizador. Y eso, más que nada, era la parte más mortificante de todas.


El silencio que siguió a la tranquila declaración de Ash de «tendremos que resolverlo juntos» estaba cargado de emociones tácitas. Paul continuó mirándolo fijamente, su rubor como un faro ardiente de su confusión interna. Parecía que quería discutir, negar, teletransportarse a otra dimensión, todo al mismo tiempo.

Después de unos momentos, Reggie pareció decidir que era necesario un cambio de tema, o al menos un ligero cambio de enfoque.

—Bueno, Paul —dijo, con un tono un poco más ligero—, lo más importante ahora mismo es que sigas descansando y recuperándote. La Enfermera Joy quiere que te lo tomes con calma durante al menos unos días más. Nada de entrenamiento intenso. —Le lanzó una mirada firme a su hermano, que se encogió casi imperceptiblemente.

—¿Con calma? —se mofó Paul, aunque le faltaba su mordacidad habitual. Era más bien un reflejo automático y arraigado—. Mis Pokémon necesitan…

—Tus Pokémon necesitan que su entrenador esté sano —interrumpió Reggie con suavidad pero con firmeza—. Y tú también. Considera esto unas vacaciones forzadas.

Paul refunfuñó algo ininteligible entre dientes, pero no discutió más. La lucha parecía habérsele agotado de verdad, dejándolo en aquel extraño estado de sonrojada aquiescencia.

Ash, al ver a Paul juguetear de nuevo con la manta, sintió una vez más ese nuevo instinto protector dentro de él comenzar a intensificarse, y a infundirle una sorprendente oleada de… ¿afecto? Era raro. Este era Paul, el tipo que le hacía hervir la sangre la mitad del tiempo. Pero verlo tan… desarmado, tan aturdido, tan innegablemente afectado por su lazo (y por el propio Ash), era… entrañable. De una manera completamente desconcertante.

—Oye, Paul —dijo Ash casi sin poder contenerse. Se detuvo un momento, pensando qué pretendía decir, y luego continuó, un poco avergonzado por el instinto impulsivo—: Ya que estás atrapado aquí de todos modos… quizá podríamos… no sé… ¿jugar a las damas o algo? Brock es muy bueno. O Dawn tiene este nuevo juego de cartas que ha estado intentando enseñarnos. —Ofreció una sonrisa vacilante pero esperanzada.

La cabeza de Paul se irguió de golpe. Miró a Ash como si este acabara de sugerir que participaran juntos en un Concurso Pokémon, vestidos de bailarinas a juego. Su rubor, que había comenzado a remitir ligeramente, volvió a encenderse.

—¿Jugar… a las damas? ¿Contigo? —La incredulidad en su voz era inmensa.

—Bueno, sí —dijo Ash, sintiéndose un poco amedrentado—. O, ya sabes, otra cosa. Solo… para pasar el rato. Para que no te aburras. Será divertido. —Ash realmente no estaba seguro de dónde había salido esa sugerencia, él ni siquiera recuerda la última vez que había jugado a las damas. Pero, aun así, ahora que lo había mencionado, estaba contento de haberlo hecho. Sonaba divertido.

Reggie ocultó una sonrisa tras la mano. Brock tosió, un sonido sospechosamente parecido a una risa contenida.

Paul miró a Ash, luego a su hermano, después a Brock y de nuevo a Ash, su expresión una hilarante mezcla de horror, incredulidad y una sospecha incipiente.

—¿Es esto… es esto otro de tus… instintos nuevos? —preguntó, con voz tensa—. ¿Voy a ser sometido a… «actividades divertidas» forzadas ahora?

Las propias mejillas de Ash se calentaron.

—¡No! Solo pensé… ya sabes… —Se interrumpió, dándose cuenta de cómo debía haber sonado. Solo intentaba ser amable, ofrecer algo de compañía.

—Creo —intervino Reggie, con los ojos brillantes—, que Ash simplemente intentaba ser amistoso, Paul. Un concepto novedoso en vuestra dinámica, quizá, pero no necesariamente un síntoma de su… nuevo papel. Jugar juegos cuando se está aburrido es algo que los amigos hacen. —Le guiñó un ojo casi imperceptiblemente a Ash.

Paul dejó escapar un suspiro de enfado y exasperación que para Ash sonó mucho como «No somos amigos». Paul parecía completamente agobiado.

—Esto es ridículo. Mi vida es ridícula. —Paul se pasó una mano por su ya alborotado pelo morado, un gesto de profundo cansancio.

—Quizá un poco ridícula —intervino la alegre voz de Dawn desde la puerta. Claramente había estado rondando, incapaz de resistirse más, y había asomado la cabeza. Piplup estaba posado en su hombro, con aspecto igualmente curioso—. Pero bueno, al menos ya no es aburrida, ¿verdad, Paul? —Sonrió con picardía.

Paul le lanzó una mirada fulminante que definitivamente igualaba a su antigua forma, pero vaciló y se apagó cuando su mirada rozó inadvertidamente la de Ash. Su rubor regresó el mismo instante en el que sus ojos se conectaron con los de Ash. Murmuró algo entre dientes que sonó sospechosamente a:

—Discutible.

—Entonces, ¿jugamos a las damas? —insistió Ash, una sonrisa esperanzada extendiéndose por su rostro. Tenía la sensación de que esto podría ser… divertido, y también podría ayudar a Paul a recuperarse. De una manera extraña, nueva, del tipo «Ash-es-el-alfa-de-Paul-y-Paul-está-mortificado-pero-secretamente-más-tranquilo».

Paul gimió dramáticamente, echando la cabeza hacia atrás contra las almohadas.

—Ketchum, vas a ser mi perdición absoluta. —Pero no había veneno real en su voz. Solo una profunda resignación azorada. Y, quizá, oculta profundamente bajo capas de mortificación, Ash creyó detectar la más leve, diminuta chispa de… algo que no se oponía del todo a la idea de no estar completamente solo con su ridícula nueva realidad.

Quizá un juego de damas no era tan mala idea después de todo.

Y así, comenzó una partida de damas muy extraña y forzada en la habitación del Centro Pokémon de Paul. Ash había conseguido un juego de viaje ligeramente maltrecho de la reserva de ocio del Centro Pokémon. Paul, después de mucho refunfuñar y muchos suspiros exasperados, todo ello resaltado por su persistente rubor cada vez que Ash se acercaba demasiado o decía algo demasiado serio, finalmente, a regañadientes, había aceptado. Principalmente, sospechaba Ash, porque Reggie le había lanzado una mirada que claramente decía: «Solo síguele la corriente, por el bien de ambos».

El ambiente era… único. Paul jugaba con su habitual intensidad concentrada, con el ceño fruncido por la concentración, pero de vez en cuando su mirada se desviaba hacia Ash, se detenía un momento más de la cuenta, y el revelador tono rosado le subía por el cuello. Ash, por su parte, intentaba con todas sus fuerzas ser esa presencia tranquila de la que Reggie había hablado, pero sobre todo intentaba no mirar demasiado fijamente el rubor de Paul, o la forma en que los dedos de Paul, sorprendentemente largos y delgados, movían las fichas con chasquidos precisos y deliberados. Era… desconcertante. ¿En el buen sentido? ¿Quizá?

Dawn actuaba como una comentarista entusiasta, aunque a veces poco útil, desde los pies de la cama, con Piplup intentando ocasionalmente «ayudar» picoteando el tablero. Brock y Reggie observaban desde la pared, la diversión clara en sus rostros, ofreciendo ocasionalmente consejos estratégicos (y a veces deliberadamente inútiles, en el caso de Reggie).

—¡Oh, Paul, te tiene acorralado ahí! —exclamaba Dawn. Paul fruncía el ceño, su rubor intensificándose, especialmente si Ash ofrecía un compasivo:

—Vaya, mala suerte, Paul.

—Soy perfectamente capaz de discernir el estado del tablero, Dawn —replicaba Paul con rigidez, evitando la mirada de Ash. Pero no estallaba, no soltaba sus habituales comentarios hirientes. La lucha seguía notablemente ausente.

Ash, sorprendentemente, se encontró ganando. No era un jugador de damas terrible, pero había esperado que Paul fuese agudo y despiadadamente eficiente. Pero no, al menos en este juego, Paul parecía… distraído. Su concentración flaqueaba, sus ojos se desviaban hacia Ash con aquella extraña expresión de asombro, y entonces hacía un movimiento subóptimo. Ash casi se sentía mal por quitarle fichas. Casi.

—¡Dama! —declaró Ash triunfalmente, deslizando una de sus fichas a la última fila de Paul.

Paul miró fijamente a la nueva dama como si esta hubiera insultado personalmente a todo su linaje. Dejó escapar un suspiro frustrado.

—Esto es… un ejercicio de futilidad.

—Oye, solo estoy jugando —dijo Ash con una alegre sonrisa. Se inclinó ligeramente hacia delante—. ¿Estás bien, Paul? Pareces un poco… desconcentrado. —Lo preguntaba de verdad, con un hilo de preocupación en la voz.

Los ojos de Paul se abrieron casi imperceptiblemente ante la proximidad de Ash, su rubor encendiéndose. Retrocedió físicamente un poquito, apretándose más contra las almohadas.

—Estoy perfectamente bien, Ketchum. Tu… incesante alegría simplemente… está saboteando mi concentración.

—¡Oh! Perdona —dijo Ash, reclinándose un poco, aunque no pudo reprimir del todo su sonrisa. Empezaba a encontrar la aturdida actitud defensiva de Paul bastante… entrañable. Todo esto de la conexión era raro, pero ver este nuevo lado vulnerable y propenso a sonrojarse de Paul era… no del todo desagradable.

Reggie se aclaró la garganta, una sonrisa formándose en sus labios.

—Quizá deberíamos tomar un descanso. Paul, todavía necesitas descansar. Y Ash, creo que has demostrado tus… formidables habilidades con las damas suficientemente por una tarde.

Paul pareció inmensamente aliviado ante la sugerencia de un fin al juego. Ash, aunque ligeramente decepcionado de que la partida terminara (¡se estaba divirtiendo!), sabía que Reggie tenía razón.

Mientras recogían el tablero, se hizo un silencio incómodo. Paul evitaba meticulosamente mirar a nadie, particularmente a Ash, su atención centrada en alisar su ya perfectamente lisa manta.

—Entonces —comenzó Ash, intentando llenar el silencio—, mañana… si te sientes con ánimos… ¿quizá podríamos ver algunos combates Pokémon en la tele? O, no sé, podría contarte mi última idea de entrenamiento para Monferno. ¡Es bastante alucinante! —Estaba parloteando, lo sabía, pero no quería que la tentativa y frágil conexión que habían encontrado sobre el tablero de damas simplemente… se evaporara.

Paul se tensó. Lentamente levantó la cabeza, sus ojos violetas encontrándose con los de Ash. Su expresión era ilegible, pero su rubor, predeciblemente, había vuelto con toda su fuerza. Parecía atrapado entre querer correr una milla y querer… bueno, Ash no estaba seguro de cuál era la otra opción, pero implicaba mucho conflicto interno.

—¿Ver… combates? —repitió Paul, su voz un poco entrecortada—. ¿Con… contigo?

—¡Sí! —dijo Ash, regresando su sonrisa esperanzada—. ¡Sería divertido! Podríamos analizar sus estrategias. Eres muy bueno en eso. —Lo decía en serio. Paul, a pesar de toda su dureza, tenía una mente táctica aguda.

Paul simplemente lo miró fijamente, con la boca ligeramente abierta. Por un momento, Ash pensó que se iba a negar, a retirarse de nuevo a su caparazón de helado desdén. Pero entonces, para el absoluto asombro de Ash, Paul hizo un pequeño, casi imperceptible asentimiento. Un asentimiento tan pequeño que Ash podría habérselo perdido si no hubiera estado observando tan atentamente.

—Quizá —murmuró Paul, su mirada cayendo inmediatamente de nuevo a su manta—. Si no estoy… ocupado de otra manera. Con… descansar. —El rubor era ahora tan intenso que Ash temió que Paul pudiera entrar en combustión espontánea.

Una amplia sonrisa radiante se extendió por el rostro de Ash. Intercambió una mirada triunfante, aunque desconcertada, con Dawn y Brock. ¿Paul accediendo a pasar tiempo voluntariamente con él, haciendo algo normal? ¿Incluso con las advertencias malhumoradas y el sonrojo furioso? Esto era monumental.

—¡Alucinante! —exclamó Ash—. ¡Entonces es un plan!

Paul dejó escapar un largo suspiro de resignación y se cubrió el rostro con las manos. Estaba tan rojo como una baya tamate ahora, pero se veía bien, se estaba recuperando, y ese aroma dulce que Ash ahora asociaba con la angustia de Paul no había regresado.

Quizá, solo quizá, esto del lazo, por aterrador y confuso que fuera, no sería completamente terrible después de todo. Definitivamente sería incómodo. Y lleno de sonrojos. Pero quizá, solo quizá, también podría ser… algo agradable. ¿Quizá incluso podrían verdaderamente lograr a ser amigos?


Más tarde esa noche, después de que Reggie se hubiera marchado a buscar su propio alojamiento para pasar la noche (prometiendo volver a pasarse por la mañana), y Paul supuestamente estuviera descansando (aunque Ash sospechaba que principalmente estaba repasando mentalmente cada momento mortificante del día), Ash se encontró acorralado por Dawn y Brock en la sala común del Centro Pokémon.

Dawn tenía un brillo travieso en los ojos, y Brock miraba a Ash con una expresión que era a partes iguales diversión y una nueva y pensativa curiosidad.

—Así que, Ash —comenzó Dawn, inclinándose hacia delante con aire conspirador—, campeón de damas e inductor personal de sonrojos de Paul. Un día bastante ocupado para ti, ¿eh? —Sonrió, dándole un codazo.

Ash sintió que sus propias mejillas se calentaban.

—¡No es que esté intentando hacerlo sonrojar, Dawn! ¡Simplemente… sucede!

—Oh, lo sabemos —se rio Brock entre dientes—. Pero es… bastante fascinante de observar. Después de toda la animosidad, toda la intensa rivalidad… ver a Paul convertirse en un desastre tartamudo y rojo como un Cherubi cada vez que siquiera respiras en su dirección… Es todo un giro del destino.

—Simplemente… no está acostumbrado a que la gente sea amable con él, ¿quizá? —ofreció Ash, aunque incluso él sabía que era más que eso. Estaba claramente ligado a su nuevo y extraño lazo—. Y todo esto de alfas y omegas es mucho que asimilar para él. Y para mí también, honestamente. Es muy… confuso.

—Cierto —concedió Dawn—, pero no puedes negar que es un poco divertido, Ash. De una manera dulce, del tipo «oh, cielos, mi rival súper-serio es en realidad un bonachonzote secreto cerca de mí». —Movió las cejas—. ¡Incluso accedió a ver combates contigo mañana! ¡Eso es prácticamente una cita, en idioma Paul!

—¡No es una cita! —farfulló Ash, su rostro enrojeciendo aún más—. ¡Solo vamos a… pasar el rato! ¡Porque está atrapado en la cama! ¡Y… y por lo del… lo del lazo! ¡Es… ese impulso de alfa, o lo que sea!

Brock observó la reacción alterada de Ash con interés.

—Impulso de alfa, ¿eh? —Lo dijo a la ligera, pero su mirada era inquisitiva—. Sabes, Ash —continuó, su tono cambiando a algo un poco más serio, aunque todavía amistoso—, toda esta situación… es bastante intensa. Y definitivamente es territorio nuevo para ti. ¿Alguna vez… alguna vez has pensado mucho en… ya sabes… quién te gusta? ¿O qué tipo de conexiones podrías sentir hacia la gente?

Ash parpadeó, sorprendido por el repentino cambio de tema.

—¿Eh? ¿Qué quieres decir? ¡Me gustan todos mis amigos! ¡Y los Pokémon, por supuesto!

Brock sonrió amablemente.

—Sé que sí, Ash. Tienes un corazón enorme. Pero este… este lazo con Paul… es diferente. Reggie lo llamó un «Emparejamiento de Almas» o almas gemelas. Esa es una conexión bastante profunda, independientemente de cómo la etiquetes. Y las reacciones de Paul hacia ti, y las tuyas hacia él, son… específicas. —Hizo una pausa, eligiendo sus palabras con cuidado—. Me ha hecho preguntarme, ya sabes, ya que es entre dos chicos… si eso es algo que alguna vez has considerado. ¿Para ti mismo?

Ash miró fijamente a Brock, su mente intentando asimilar la pregunta. Sus experiencias con el romance eran… bueno, prácticamente inexistentes. Había estado tan centrado en los Pokémon, en convertirse en Maestro Pokémon, que cosas como los flechazos y las citas siempre le habían parecido un concepto lejano y abstracto, algo que hacían otras personas. Había visto a Misty azorarse cerca de chicos a veces, y a May también, y Dawn hablaba de coordinadores que admiraba. Y Brock, por supuesto, se volvía loco por cada Enfermera Joy y Agente Mara que conocía. ¿Pero Ash?

—Yo… no lo sé —admitió Ash, honestamente. Bajó la mirada hacia sus manos—. Nunca realmente… lo he pensado así. Simplemente… me gusta quien me gusta. Como amigos. —Levantó la vista hacia Brock, con un ceño confuso en el rostro. Esto era diferente. Paul era un chico. Como él—. ¿Importa si es un chico o una chica para esto del lazo?

—No en lo absoluto, según Reggie —dijo Brock—. Dijo que el género no tiene nada que ver. Se trata de la conexión de las almas. —Le dio una sonrisa cálida que ayudó a que Ash se tranquilizara—. No hay una forma correcta o incorrecta de sentirse, Ash. Y todavía eres joven. No tienes que tener todas las respuestas ahora mismo. Solo tenía… curiosidad. Porque este lazo con Paul… ha traído una nueva dinámica a tu vida. Y está bien explorar lo que eso significa, para ti.

Dawn, que había estado escuchando con sorprendente seriedad, asintió.

—¡Sí, Ash! No te preocupes por todas esas leyendas e historias de Reggie. Simplemente… sé tú. Y si resulta que «tú» eres el Alfa que hace que el tipo más frío de Sinnoh se derrita en un charco de sonrojos con un abrazo… bueno, ¡eso es bastante genial, la verdad! —Sonrió.

Ash no pudo evitar sonreír, a pesar de la confusión persistente. Sus amigos… eran los mejores.

—Gracias, chicos. —Se sintió un poco más ligero. Todo esto seguía siendo abrumador, pero hablar de ello, incluso de las partes incómodas, ayudaba.

—Entonces —dijo Dawn, regresando su brillo travieso—, sobre esos análisis de combates de mañana… ¿Crees que Paul podrá concentrarse con su alfa sentado tan cerca? —Volvió a darle un codazo.

Ash gimió, pero esta vez fue de buen humor.

—¡Oh, vamos, Dawn! ¡Déjalo ya!

—¡Nunca! —se rio Dawn—. ¡Esto es demasiado bueno! ¡El gran Paul, doblegado por… una partida de damas y un abrazo!

Ash simplemente negó con la cabeza, una sonrisa amplia, ligeramente exasperada, pero innegablemente feliz en su rostro. Mañana sería… interesante. Y probablemente muy lleno de sonrojos. Pero por primera vez desde que comenzó toda esta locura, sintió una genuina sensación de optimismo. Quizá, solo quizá, podrían resolverlo juntos. Incomodidad, sonrojos y todo lo demás.


Ash a la mañana siguiente amaneció con una especie de energía nerviosa. Se encontró poniéndose un esmero especial al arreglarse, incluso pasándose un peine por su pelo perpetuamente alborotado, un gesto que no pasó desapercibido para Pikachu, que lo observaba con ojos grandes y curiosos, y preguntó un curioso «¿Pikaa-pi?». Él y Paul estaban «enlazados» y hoy volvería a verlo. La palabra todavía le sonaba extraña, como un disfraz al que no estaba completamente acostumbrado, pero bajo la falta de familiaridad, había un zumbido de anticipación y un deseo sorprendentemente potente de volver a ver a Paul.

Cuando Ash, acompañado por un Brock discretamente divertido y una Dawn prácticamente vibrante, llegó a la habitación de Paul, lo encontraron ya despierto, recostado contra las almohadas, evitando mirar deliberadamente hacia la puerta. Las puntas de sus orejas, sin embargo, ya estaban rosadas. Parecía que la mera anticipación de la llegada de Ash era suficiente para activar su sonrojómetro.

—¡Buenos días, Paul! —dijo Ash, intentando sonar despreocupado, como si esto fuera lo más normal del mundo: él, a punto de ver combates Pokémon con su fiero rival que también era su alma gemela destinada—. ¿Listo para un análisis de combates alucinante?

Paul se encogió, sus hombros tensándose. Murmuró algo que sonó vagamente a:

«Si insistes en someterme a tu… comentario». 

Pero todavía no miraba directamente a Ash.

Dawn, incapaz de contenerse, intervino:

—¡Oh, no te preocupes, Paul, Ash prometió nada de «manoseos» hoy! ¡Solo pura y dura charla de estrategia Pokémon! —Le guiñó un ojo a Ash, quien le lanzó una mirada fulminante poco entusiasta.

El rubor de Paul se intensificó, ahora con un matiz genuina de exasperación.

—Nadie —dijo firmemente, lanzándole una mirada fulminante a Dawn—, va a volver a usar la palabra «manosear» nunca más. ¿Entendido?

—¡Clarísimo! —gorjeó Dawn, impasible.

Ash acercó con cuidado una silla junto a la cama de Paul, no demasiado cerca, se recordó, pero lo suficientemente cerca. Lo suficientemente cerca como para poder captar aquel leve y limpio aroma a pino y lino, ahora con un matiz casi imperceptible de algo… más suave, menos reservado. Lo suficientemente cerca como para poder ver cómo las pestañas de Paul proyectaban sombras sobre sus pálidas mejillas cuando finalmente, a regañadientes, echó un vistazo al pequeño televisor que la Enfermera Joy les había proporcionado.

El combate que sintonizaron era un encuentro de liga de alto nivel, lleno de Pokémon impresionantes y movimientos llamativos. Al principio, el silencio de Paul era ensordecedor. Observaba atentamente, con expresión crítica, pero no ofrecía ningún comentario. Ash, sintiéndose un poco incómodo, empezó a señalar cosas él mismo.

—¡Guau, ese Garchomp es rápido! ¿Viste ese combo de Carga Dragón?

Paul gruñó, un sonido evasivo.

Ash intentó de nuevo.

—Uuh, movimiento arriesgado, usar Hiperrayo así. Lo deja muy expuesto.

Otro gruñido. Seguido de un pequeño suspiro casi involuntario. Paul se movió incómodo, sus dedos jugueteando de nuevo con la manta. Ash notó que la tensión volvía a sus hombros. Casi podía sentir la lucha interna de Paul, el esfuerzo que le estaba costando permanecer distante, resistirse a… lo que fuera que se estuviera resistiendo. Conociéndolo bien, probablemente resistiendo el impulso de insultar a Ash, porque sabía que le causaría más dolor físico.

La preocupación punzó a Ash. No intentaba ser molesto; genuinamente quería compartir esto con Paul. Recordó las palabras de Reggie sobre proyectar calma. Ash inspiró lenta y deliberadamente, intentando acallar el parloteo ansioso en su propia cabeza. Se centró en el combate, en su interés genuino, y simplemente… dejó que su presencia calmante se proyectara… o lo que sea.

Tras un contraataque particularmente impresionante de un ágil Sceptile, Ash dejó escapar un apreciativo:

—¡Guau! ¡Buen juego de pies! El entrenador de ese Sceptile realmente sabe lo que hace.

A su lado, Paul emitió un pequeño sonido. No un gruñido esta vez. Fue… más cercano a un reticente murmullo de acuerdo. Ash lo miró. Paul seguía concentrado en la pantalla, pero la línea de su mandíbula parecía un poco menos tensa.

Animado, Ash continuó:

—¿Ves cómo anticipó el Envite Ígneo del Blaziken? Lo atrajo y luego usó su velocidad para esquivarlo y conectar una Lluevehojas crítica. Inteligente.

Esta vez, Paul habló de verdad.

—El entrenador del Blaziken fue demasiado confiado —dijo, su voz baja, casi un murmullo, todavía dirigida a la pantalla—. Confió demasiado en la fuerza bruta, no lo suficiente en la adaptabilidad. Un error común.

El corazón de Ash dio un pequeño salto. ¡Paul estaba… participando! ¡Se estaba involucrando!

—¡Sí, tienes razón! —asintió Ash con entusiasmo—. ¡Hay que estar listo para cambiar las cosas, especialmente contra un oponente rápido como Sceptile!

Un patrón cómodo (para Ash, al menos) comenzó a surgir. Ash señalaba un movimiento o estrategia, y Paul, tras un momento de vacilación, y a menudo con un preludio de un pequeño y azorado ajuste de sus almohadas o manta, ofrecía una réplica concisa, perspicaz y generalmente crítica. Su rubor seguía siendo un compañero constante, encendiéndose un poco más cada vez que Ash estaba de acuerdo con él con demasiada avidez o se inclinaba un poco más en su entusiasmo.

Durante un intercambio particularmente intenso en la pantalla, Ash se entusiasmó tanto que gesticuló animadamente, su mano rozando accidentalmente el brazo de Paul. Ambos se quedaron helados. Paul se puso rígido como un palo, sus ojos agrandándose, su rostro enrojeciendo instantáneamente de un brillante y mortificado carmesí. Ash retiró la mano como si se hubiera quemado.

—¡P-perdón! —tartamudeó Ash, su propio rostro calentándose—. ¡Culpa mía! Me dejé llevar un poco.

Paul simplemente miró fijamente su brazo donde Ash lo había tocado, luego a Ash, luego de nuevo a su brazo, con aspecto completamente escandalizado y totalmente abrumado. Abrió la boca, luego la cerró, y luego la abrió de nuevo.

—Tú… tú… tienes la conciencia espacial de un Tauros desbocado, Ketchum —logró decir finalmente, su voz un chillido ahogado.

Ash, a pesar de su vergüenza, no pudo evitar sonreír. ¡Paul estaba tan abrumado que de hecho había hecho una (especie de) broma! Eso ya no era como los insultos de antes.

—¡Eh! ¡Mi conciencia espacial suele ser bastante buena! ¡Excepto cuando estoy muy metido en un combate!

Paul dejó escapar un sonido de enfado y deliberadamente se apartó unos centímetros más en la cama, creando una cómica distancia entre ellos. Se cruzó de brazos con fuerza sobre el pecho, su rubor todavía encendido, pero Ash notó, con una creciente sensación de calidez, que la comisura de la boca de Paul temblaba, esforzándose mucho por no curvarse hacia arriba.

El resto del análisis de combates continuó en esta línea: las observaciones entusiastas de Ash, las adiciones a regañadientes perspicaces (y cada vez menos críticas) de Paul, salpicadas por momentos de proximidad accidental que enviaban a Paul a sonrojos nivel Baya Tamate y a azoradas declaraciones sobre la incompetencia general de Ash en cuestiones de espacio personal.

Cuando terminó el programa, Ash se sintió… feliz. Genuina y sorprendentemente feliz. Había sido incómodo, sí, y Paul había sido la encarnación andante de la mortificación, pero se habían… conectado. Habían compartido algo, por pequeño y forzado que fuera.

—Entonces —dijo Ash, mientras apagaba el televisor—. Eso ha sido… bastante genial, ¿verdad?

Paul, que finalmente había logrado recuperar una apariencia de compostura (y un rubor simplemente rosado brillante en lugar de un carmesí intenso), miró a Ash, sus ojos violetas mostrando una nueva y vacilante suavidad bajo las capas de vergüenza persistente.

—Fue… tolerable —concedió Paul, desviando la mirada—. Tu análisis, sin embargo, requiere un refinamiento significativo.

Ash simplemente sonrió.

—Seguiré practicando entonces. —Hizo una pausa, luego, envalentonado por el frágil progreso de la tarde, añadió—: ¿Quizá… podamos hacer esto de nuevo mañana? ¿Si te apetece?

El rubor de Paul regresó instantáneamente con toda su fuerza. Miró fijamente a Ash, con aspecto completamente horrorizado, y sin embargo… no completamente disgustado. Abrió la boca, luego la cerró, y finalmente murmuró, tan bajo que Ash casi no lo oyó:

—Ya veremos.

Y para Ash, aquel «ya veremos» se sintió como una victoria incluso más dulce que ganar una partida de damas.


Pasaron unos días más de forma similar. Cada mañana, Ash sugería tentativamente una actividad, y Paul, después de la cantidad requerida de refunfuños, sonrojos y declaraciones sobre la absurdidad general de Ash, aceptaba a regañadientes. Analizaron más combates, Ash contó historias de sus pasados desafíos de gimnasio (Paul escuchó con sorprendente atención, ofreciendo críticas que eran, para él, casi amables), e incluso intentaron otra partida de damas, que terminó en empate después de que Paul, en un momento de extrema y azorada distracción cuando Ash se inclinó demasiado para señalar algo en el tablero, perdiera la concentración por completo y metiera la pata en la siguiente movida.

Reggie se pasaba a diario, ofreciendo apoyo tranquilo y observaciones. Brock y Dawn proporcionaban una muy necesaria fuente de bromas amistosas y normalidad. La Enfermera Joy, complacida con la recuperación física de Paul (sus niveles de energía estaban volviendo, y el dolor parecía haber remitido por completo siempre que no intentara activamente ser cruel con Ash, cosa que ya no hacía por su propio bien), finalmente lo declaró lo suficientemente bien como para darle el alta del cuidado directo del Centro Pokémon, aunque le aconsejó encarecidamente que siguiera descansando y evitara situaciones estresantes.

—Situaciones estresantes —había murmurado Paul, mirando deliberadamente a Ash, quien simplemente sonrió con buen humor, haciendo que las orejas de Paul se pusieran rosadas de nuevo.

El día en que Paul fue oficialmente «dado de alta» (aunque todavía bajo estrictas órdenes de Reggie y la Enfermera Joy de tomárselo con calma), descendió un nuevo tipo de incomodidad. Paul ya no estaba confinado a su cama, ya no era un paciente al que Ash estuviera «apoyando». Era… simplemente Paul. Aunque un Paul que ahora sabía que estaba vinculado a Ash, y que se ponía de veinte tonos de carmesí cada vez que Ash estaba en un radio de metro y medio.

Estaban todos reunidos en el vestíbulo del Centro Pokémon. Paul, vestido con su habitual atuendo oscuro, parecía casi haber vuelto a ser el de antes físicamente, si uno ignoraba la manera en que parecía evitar mirar directamente a Ash, y la manera en la que sus orejas empezaban a sonrojarse cuando Ash se acercaba demasiado.

—Entonces —dijo Dawn, rompiendo el silencio ligeramente tenso—. ¿Cuál es el plan, chicos? ¿Vamos todos juntos al próximo pueblo? ¿O…? —Miró de Paul a Ash, con expresión curiosa.

Paul se tensó y miró a Dawn como si acabara de sugerir que se vistieran todos de Mr. Mime y formaran un grupo de artistas callejeros. La idea de viajar voluntariamente con Ash Ketchum, en circunstancias normales, era… horrorosa. Su orgullo, aunque maltrecho, todavía se erizaba ante la idea.

Reggie, quizá sintiendo la inminente crisis interna, intervino con suavidad.

—Creo que Paul se quedará conmigo un poco más. Solo para asegurar que está completamente recuperado y para… ayudarlo a seguir adaptándose. Probablemente regresemos hacia Ciudad Rocavelo a un ritmo más lento.

Ash sintió una sorprendente punzada de decepción. Se había acostumbrado a su extraña nueva rutina, a la azorada presencia de Paul. Pero lo entendía. Paul necesitaba espacio, y Reggie era la mejor persona para proporcionárselo en ese momento.

—Oh —dijo Ash, intentando que la decepción no se notara en su voz—. Claro. Sí, tiene sentido.

Paul se relajó visiblemente ante el anuncio de Reggie, aunque seguía sin mirar directamente a los ojos de Ash.

—¡Bueno, os echaremos de menos! —dijo Dawn alegremente, aunque ella también parecía un poco triste. Su extraña pequeña dinámica de grupo había sido… interesante.

Mientras Reggie y Paul se preparaban para marcharse, Ash se encontró de pie torpemente cerca de la salida con Paul. Brock y Dawn se despedían de Reggie a poca distancia.

—Entonces —comenzó Ash, frotándose la nuca—. Supongo que… esto es un hasta luego, entonces.

Paul asintió, su mirada fija en un punto justo detrás del hombro de Ash. Sus orejas estaban rosadas.

—Eso parece, Ketchum.

El silencio se alargó, lleno de pensamientos no dichos. Ash quería decir algo, reconocer el enorme cambio que se había producido entre ellos, pero las palabras no salían. Este era Paul. Hablar de sentimientos con Paul era como intentar enseñar a nadar a un Geodude.

Entonces, sorprendentemente, Paul habló, su voz baja, casi vacilante.

—Ketchum… gracias.

Ash parpadeó, atónito.

—¿Eh? ¿Por qué?

La mirada de Paul finalmente, fugazmente, se encontró con la suya. Su rubor se intensificó.

—Por… por los juegos. Y el… análisis. Y por… no ser un completo idiota con… todo esto. —Era lo más cerca que Paul había estado nunca de expresar gratitud, y claramente le estaba costando un esfuerzo monumental.

Una cálida sensación se extendió por el pecho de Ash.

—De nada, Paul. —Sonrió, una sonrisa genuina y sincera—. Y sabes… fue… algo divertido.

Paul de hecho se mofó, pero no había malicia en ello.

—Tu definición de «divertido» sigue siendo… desconcertante. —Pero entonces, casi imperceptiblemente, la comisura de su boca volvió a curvarse hacia arriba, solo por un segundo, casi como un tic.

Reggie se unió a ellos entonces, con su bolsa colgada al hombro.

—¿Listo para irnos, Paul?

Paul asintió, echando una última, rápida e ilegible mirada a Ash antes de volverse para seguir a su hermano.

Ash los vio alejarse, sintiendo una extraña mezcla de emociones arremolinándose en su interior. Tristeza por su partida, alivio de que Paul estuviera mejor y una profunda e innegable conciencia del hilo invisible que ahora los conectaba, sin importar lo lejos que estuvieran.

—Bueno —dijo Dawn, acercándose a su lado, con Piplup en el hombro—. Eso ha sido… casi dulce. De una manera muy Paul-y-Ash.

Brock asintió.

—Ha progresado mucho en solo unos días. Y tú también, Ash.

Ash miró a sus amigos, luego de nuevo a la puerta por donde Paul y Reggie habían desaparecido. Todavía no entendía del todo esto del emparejamiento, para nada. No sabía qué le deparaba el futuro a él y a Paul. Todo lo que sabía era que algo fundamental había cambiado. Su rival más fiero, el chico que siempre había parecido tan distante y frío, ahora estaba unido a él de una manera más profunda, más honda, que cualquier rivalidad.

—Sí —dijo Ash, una pequeña sonrisa formándose en sus labios—. Supongo que sí. —Pensó en los asentimientos reticentes de Paul, sus sonrojos furiosos, sus gracias murmuradas. Era un comienzo. Un comienzo muy incómodo, muy confuso, pero definitivo. Y por alguna razón, eso lo llenó de una emoción esperanzada, aunque ligeramente aterradora, por lo que viniera después. El viaje que tenía por delante de repente se sentía mucho más… interesante.

Chapter 6: Ciudad Corazón

Notes:

Ciudad Corazón en inglés es Hearthome City.

Chapter Text

Los días se convirtieron en semanas, y el Centro Pokémon del Lago Agudeza se convirtió en un recuerdo mientras Ash, Brock y Dawn continuaban su viaje. El ritmo de sus viajes se reanudó, entrenamiento, encuentro con nuevos Pokémon, alguno que otro combate amistoso, pero para Ash, algo se sentía sutilmente diferente. Había un persistente zumbido bajo la superficie de su conciencia, un suave tirón en la dirección general de Paul, como la aguja de una brújula temblando débilmente.

No sentía dolor, no como Paul lo había sentido en el lago. Pero había una… inquietud. Una vaga sensación de estar incompleto, como si faltara un Pokémon familiar en su equipo. Se encontraba pensando en Paul en momentos extraños: preguntándose qué estaría haciendo, si estaría entrenando duro (sin duda lo estaba), si su rubor todavía se encendía cada vez que Reggie mencionaba algo remotamente relacionado con Ash. El pensamiento a menudo le provocaba una pequeña sonrisa involuntaria.

Brock y Dawn eran demasiado astutos, y fácilmente notaron los ocasionales silencios preocupados y las miradas lejanas de Ash.

—¿Echando de menos a tu «omega», Ash? —bromeaba Dawn, con los ojos brillantes, durante una pausa para comer.

Ash se sonrojaba.

—¡No lo estoy echando de menos! ¡Solo me… pregunto si está bien! ¡Solo me preocupo como un amigo!

—Claaaro —arrastraba Brock las palabras, removiendo su estofado con una sonrisa de complicidad—. Preocupación amistosa que te hace suspirar dramáticamente cada vez que ves un ataque mal ejecutado durante una batalla Pokémon, murmurando sobre cómo «Paul seguro estaría criticando el torpe Puño Trueno de ese Electabuzz».

—¡No suspiro dramáticamente! —protestó Ash, aunque sabía que probablemente sí lo hacía. Las críticas brutalmente honestas, aunque a menudo duras, de Paul se habían convertido en una parte extrañamente familiar de su propio análisis interno de combates desde aquellos días viendo combates juntos en la televisión.

—Y recuerda ayer —añadió Dawn alegremente—, cuando aquel entrenador presumía de la fuerza bruta de su Ursaring, y Ash murmuró algo como: «Paul diría que eso es solo una compensación ineficiente por falta de estrategia». ¡Casi me atraganto con mi Pokocho!

Ash gimió, cubriéndose el rostro con las manos.

—¡Vale, vale, quizá pienso en sus opiniones a veces! Es un entrenador fuerte, ¿de acuerdo? ¡Es bueno considerar diferentes perspectivas! —Pero incluso él sabía que era más que eso. Echaba de menos sus conversaciones forzadas, la inesperada vulnerabilidad bajo el espinoso exterior de Paul, incluso los sonrojos furiosos. Echaba de menos… a Paul. La comprensión fue tan sorprendente como innegable. Paul había sido su rival más feroz, no parecía que jamás habría lugar para una amistad, especialmente con lo atroz que había sido con Chimchar, pero ahora todos esos sentimientos estaban mezclados con las imágenes del Lago Agudeza: Paul desmayándose, Paul exhausto, Paul sonrojándose, Paul jugando damas y viendo televisión con él.

Una noche, mientras montaban el campamento cerca de un denso bosque, llegó un mensaje al Pokégear de Ash. Era de Reggie.

—Hola, Ash —la voz de Reggie crepitó ligeramente—. Espero que estéis bien. Escucha, Paul y yo vamos a pasar por Ciudad Corazón en un par de días. Se celebrará allí una pequeña exhibición de combates informal, y Paul… bueno, ha expresado interés en observar, ya que estamos en el área. Pensé que quizá querríais saberlo, por si vuestros caminos se alineaban.

El corazón de Ash dio un salto sorprendente. ¡Ciudad Corazón! Ellos también se dirigían hacia allí, con el objetivo de visitar el Auditorio de Concursos para Dawn.

—¿Ciudad Corazón? —exclamó Ash, su voz más brillante de lo que había estado en todo el día—. ¡Reggie, eso es genial! ¡De hecho, nosotros también vamos hacia Ciudad Corazón!

Hubo una breve pausa al otro lado de la línea de Reggie.

—Oh. ¿De verdad? Bueno, qué… coincidencia. —Había una clara nota de diversión en la voz de Reggie que Ash no captó del todo, demasiado absorto en la emoción.

Cuando terminó la llamada, Dawn le dedicó a Ash un guiño cómplice y exagerado.

—Una «coincidencia», ¿eh? Claaaro, Reggie. Seguro lo planeó todo. Sabía que pasaríamos cerca de Ciudad Corazón en camino de regreso de Lago Agudeza. ¡Reggie sabe que estás desesperadito por ver a Paul otra vez!

—¡Oh, vamos, Dawn! —protestó Ash, aunque no pudo reprimir la sonrisa esperanzada que se extendía por su rostro. La inquietud que había estado sintiendo pareció disminuir, reemplazada por una vibrante anticipación. Iba a volver a ver a Paul.


El viaje a Ciudad Corazón de repente parecía estar infundido de una nueva energía. Ash entrenó a sus Pokémon con renovado vigor, las mejillas de Pikachu chispeando con la emoción de su entrenador. Incluso sus habituales monólogos de combate durante el entrenamiento adquirieron un matiz analítico ligeramente más centrado, casi al estilo de Paul, para gran diversión de Brock y Dawn, que parecían constantemente intercambiar miradas significativas y sonrisas traviesas.

Cuando finalmente llegaron a Ciudad Corazón, la ciudad bullía de actividad. La exhibición no era un torneo importante, pero había atraído a una multitud decente de entrenadores ansiosos por mostrar sus habilidades. También parecía que había otros eventos porque había más turistas caminando por la ciudad que la última vez que habían estado aquí. Ash, Brock y Dawn se dirigieron directo hacia la pequeña arena al aire libre donde se celebraba el pequeño torneo que Reggie había mencionado.

Y entonces Ash lo vio.

Paul estaba de pie cerca del borde de la zona de espectadores, ligeramente apartado de la multitud principal, con los brazos cruzados, su mirada fija atentamente en un combate que se desarrollaba en la arena. Parecía… Paul. Vestido con su habitual atuendo oscuro, un aire de distante intensidad rodeándolo. Era casi desconcertador verlo así. El ceño profundamente fruncido; la mirada afilada que le lanzaba a los entrenadores que combatían era su típica mirada crítica con una subyacente corriente de desdén ante los errores que cometían. Este ya no era el Paul exhausto del Centro Pokémon. Este era el Paul de siempre.

Por un momento, Ash casi se amedrentó. ¿Y si Paul había vuelto a su antigua manera de actuar? ¿Y si esos últimos días en el Centro Pokémon de Lago Agudeza eran simplemente una aberración causada por el cansancio de Paul que jamás se repetirá? Casi se detiene en seco, pero sus instintos lo empujaron a continuar sin vacilar.

Reggie estaba al lado de Paul, y los vio primero, ofreciendo una cálida sonrisa y un sutil asentimiento hacia Ash.

Como si sintiera la aproximación de Ash, o quizá captando aquel invisible latido del lazo que ahora los unía, la cabeza de Paul se giró. Sus ojos violetas se encontraron con los de Ash a través de la bulliciosa multitud.

Ash se detuvo cuando sus miradas se cruzaron.

Por un momento, ninguno de los dos se movió. Los sonidos de la exhibición, los vítores de la multitud, parecieron desvanecerse. El corazón de Ash martilleaba en su pecho. Los ojos de Paul se agrandaron casi imperceptiblemente. Y entonces, inevitablemente, gloriosamente, comenzó el rubor.

Comenzó en las puntas de sus orejas, un leve tono rosado que rápidamente se extendió por su cuello y floreció en sus mejillas, un marcado y vibrante contraste con su pálida piel. Parecía absoluta, adorablemente, mortificado. También parecía… más sano. Más centrado que la última vez que Ash lo había visto.

Ash no pudo evitar la amplia y radiante sonrisa que se extendió por su rostro. Esto era una buena señal. El lazo sí había sobrevivido a la distancia, incluso para Paul. Comenzó a caminar hacia Paul, una fuerza imparable atraída por un tirón innegable.

Paul, al ver a Ash acercarse con aquella familiar y seria sonrisa, pareció sufrir un cortocircuito interno. Se encogió, pareció que iba a salir corriendo, luego apretó los dientes visiblemente, luchando claramente una batalla perdida contra sus propias reacciones azoradas. Desvió la mirada, fijándola firmemente en un trozo de tierra particularmente poco interesante, pero el furioso rubor permaneció, un faro de su caos interno.

—¡Qué casualidad encontrarte aquí, Paul! —dijo Ash alegremente, deteniéndose a una distancia cómoda y aprobada por sus nuevos instintos. Ahora podía olerlo: aquel limpio aroma a pino y lino, y estaba otra vez una subyacente nota dulce que era tan singularmente de Paul, pero que esta vez estaba afortunadamente libre de aquel matiz de angustia de antes. Era simplemente… Paul.

Paul murmuró algo ininteligible, todavía mirando al suelo. Reggie, sin embargo, dio un paso adelante con una sonrisa de bienvenida.

—¡Ash, Brock, Dawn! Me alegro de que hayáis llegado. —Miró a su hermano, todavía ruborizado—. Paul solo estaba… observando el talento local.

—Claro —gorjeó Dawn, incapaz de resistirse—. Y esforzándose mucho por no entrar en combustión espontánea al ver a Ash de nuevo, por lo que parece.

Paul le lanzó una mirada que podría haber puesto un Togepi a llorar, pero perdió toda su potencia cuando sus ojos se encontraron accidentalmente con los de Ash de nuevo, y rápidamente apartó la mirada, su rubor intensificándose de algún modo.

—Me alegro de verte, Paul —dijo Ash, su voz más suave ahora, más sincera. Y era verdad. Realmente, realmente lo era. La vaga inquietud que había estado sintiendo durante semanas finalmente se alivió, reemplazada por una cálida y asentada sensación en su pecho.

Paul se aclaró la garganta, todavía evitando el contacto visual directo con Ash.

—Ketchum —logró decir, su voz un poco tensa—. Tú… sigues siendo… predecible. —Pero no había verdadera mordacidad en sus palabras. Solo una gruesa e innegable capa de mortificación.

Y Ash simplemente sonrió, con el corazón ligero. Predecible o no, él estaba aquí. Y Paul estaba aquí. Y a pesar de toda la incomodidad, todos los sonrojos, todas las persistentes incertidumbres de su nuevo y extraño lazo, se sentía… innegable, maravillosamente… correcto. Paul lo sentía también. Quizá estaba mortificado por todo esto, pero Ash sabía que él también, quizá muy adentro, sentía ese alivio y esa tranquilidad cuando estaban cerca.


La exhibición de combates estaba en pleno apogeo. Tras el reencuentro inicial, lleno de sonrojos, un acuerdo tácito pareció establecerlos en un patrón familiar, aunque sutilmente alterado. Ash y Paul se encontraron de pie, uno al lado del otro, un poco apartados del grupo principal de Dawn, Brock y Reggie, su atención aparentemente centrada en los combates que se desarrollaban ante ellos.

Aparentemente.

Para Ash, una parte significativa de su atención estaba innegablemente en Paul. Era muy consciente del chico a su lado: la forma en que el ceño de Paul se fruncía por la concentración al analizar una estrategia particularmente compleja, el ligero, casi imperceptible, apretar de su mandíbula cuando un entrenador cometía un error tonto, la forma en que su rubor se reavivaba tercamente cada vez que Ash hacía un comentario demasiado entusiasta o rozaba accidentalmente su brazo. Aquel instinto nuevo de Ash, aquel silencioso zumbido de conciencia y preocupación protectora, era una presencia constante en el pecho de Ash. Se sentía… bien. Y cálido. Como regresar a casa en Pueblo Paleta.

Paul, por su parte, estaba inmerso en una lucha interna monumental. Le interesaban los combates, su mente analítica desmenuzando cada movimiento. Pero la proximidad de Ash Ketchum era una distracción constante y abrumadora. Cada movimiento de Ash, cada exclamación, cada leve bocanada de aquel aroma que ya asociaba con Ash y que resultaba tan inexplicablemente reconfortante, ponía sus sentidos y su rubor en alerta máxima. Se esforzaba mucho por proyectar un aire de fría indiferencia, pero sospechaba que estaba fracasando estrepitosamente, especialmente porque a veces casi podía sentir la mirada de Ash sobre él.

Durante un combate particularmente aburrido entre un Machoke de aspecto cansado y un Luxio excesivamente cauteloso, Ash descubrió que su atención se desviaba. Su mirada se posó en las manos de Paul, que estaban apretadas con fuerza delante de él, con los nudillos blancos. Paul tamborileaba un dedo inquieto contra su pulgar, una pequeña señal de la tensión que estaba sintiendo.

Sin pensarlo conscientemente, sin ningún plan premeditado, la mano de Ash se movió. Fue aquel mismo impulso instintivo que lo había llevado a abrazar a Paul en el Centro Pokémon: un impulso primario de calmar, de conectar, de ofrecer algún tipo de reafirmación tranquilizadora. No pensó si era demasiado, o si acaso era correcto hacer esto, o si Paul retrocedería, o qué diría Dawn si lo viera. Sus instintos nuevos simplemente… estaban actuando.

Sus dedos rozaron los de Paul.

Paul se encogió como si un Shinx lo hubiera electrocutado. Su cabeza se giró bruscamente hacia Ash, sus ojos violetas muy abiertos por la sorpresa, su boca entreabriéndose ligeramente. El rubor que había amainado casi por completo volvió a la vida al instante, consumiendo su rostro en una oleada de carmesí.

—¡K-Ketchum! ¿Qué te crees…?

Pero antes de que Paul pudiera articular su protesta indignada y mortificada, antes de que pudiera retirar la mano, los dedos de Ash, actuando con una sorprendente delicadeza y certeza, se cerraron alrededor de los suyos. No un agarre fuerte, no exigente, solo… un simple y cálido abrazo.

El efecto en Paul fue instantáneo y profundo. Las palabras indignadas murieron en su garganta. El impulso de apartarse, de gruñir, de afirmar su independencia, luchó violentamente con una repentina y abrumadora oleada de… calma. Una pura y profundamente mortificante calma. La mano de Ash era cálida, ligeramente callosa por innumerables aventuras, y sorprendentemente firme. Y el contacto, por muy inoportuno que su mente consciente insistiera en que era, envió un temblor tranquilizador a través de su agitado sistema, acallando el frenético palpitar en su propio pecho, calmándole los nervios como nunca nada lo había hecho en su vida.

Su propia mano, que había estado tan apretada, se relajó ligeramente en la de Ash. Podía sentir el pulso débil pero constante en la muñeca de Ash. Podía oler aquel reconfortante aroma de Ash aún más claramente ahora, un aroma cálido y terroso que pareció calmar algo en lo profundo de su ser.

Se quedó mirando sus manos entrelazadas como si pertenecieran a dos personas completamente diferentes. Ash Ketchum sujetándole la mano. En público. Mientras veían combates Pokémon mediocres. La mortificación era de escala cósmica. Debería estar furioso. Debería estar apartando la mano bruscamente. Debería estar…

Debería estar haciendo muchas cosas que físicamente no podía obligarse a hacer.

En lugar de eso, su mirada se desvió hacia el rostro de Ash. Ash también estaba mirando sus manos, una expresión ligeramente sorprendida, casi aturdida, en su propio rostro, como si tampoco hubiera tenido la intención de hacerlo. Un ligero rubor tiñó las mejillas del propio Ash ahora. Cuando los ojos de Ash se encontraron con los suyos, Ash ofreció una sonrisa pequeña, vacilante e increíblemente adorable.

Y Paul… el cerebro de Paul simplemente hizo cortocircuito. No podía formar un pensamiento coherente, y mucho menos una réplica mordaz. Todo lo que pudo hacer fue mirar fijamente, con el corazón tamborileando frenéticamente contra sus costillas, su rubor tan intenso que sentía como si estuviera irradiando calor. Se sintió… completamente expuesto, completamente vulnerable, y sin embargo… extraña y aterradoramente… seguro.

Ninguno de los dos habló. Simplemente se quedaron allí, uno al lado del otro, en medio del ruido y el ajetreo de la exhibición, con las manos entrelazadas, la corriente silenciosa y poderosa de su lazo fluyendo entre ellos. El combate aburrido en el campo quedó completamente olvidado.

Después de lo que pareció una eternidad (pero probablemente solo fue un minuto), Ash, pareciendo registrar finalmente lo que había hecho, y el subsiguiente estado de shock catatónico y la cara carmesí de Paul, carraspeó nerviosamente un poco.

—Eh —comenzó, su voz un poco entrecortada—. Mi… mi mano estaba… fría. —Era la excusa más tonta de la historia de las excusas, especialmente porque era un día perfectamente templado. Pero él tampoco entendía completamente por qué sus instintos lo habían impulsado a hacer esto.

Paul parpadeó, su cerebro reiniciándose lentamente. La mano de Ash no estaba fría. Estaba cálida. Reconfortante. Exasperantemente reconfortante. Pero Paul se encontró incapaz de refutar la ridícula afirmación. Simplemente… asintió en silencio, con la mirada aún fija en sus manos entrelazadas, su rubor negándose a desaparecer.

—Sí —continuó Ash, claramente azorado él también ahora—. Solo… calentándola. Eso es todo. —Muy suavemente apretó la mano de Paul una vez, antes de, con visible reticencia, comenzar a aflojar el agarre.

Pero antes de que Ash pudiera apartarse por completo, los dedos de Paul, actuando con una voluntad completamente independiente de su cerebro mortificado, se apretaron muy ligeramente alrededor de los de Ash. No fue un agarre fuerte, apenas un tic, pero estaba allí. Una diminuta, inconsciente, casi desesperada señal de que no lo soltara todavía.

Ash se quedó helado, sus ojos agrandándose ligeramente al sentir aquella sutil presión. Miró a Paul, que ahora miraba con determinación el horizonte lejano, su perfil el epítome de estoicismo avergonzado, sus orejas prácticamente brillando.

Y Ash… Ash lo entendió. O al menos, sus instintos lo hicieron. No apartó la mano. Simplemente… la dejó descansar allí, entrelazada con la de Paul, como un ancla silenciosa y firme en el mar abrumador de su nueva realidad. La incomodidad era inmensa. La mortificación por parte de Paul era probablemente astronómica. Pero debajo de todo ello, había algo más. Algo tranquilo, algo frágil, algo increíblemente… tierno. Y durante un rato más, mientras los combates continuaban sin que se dieran cuenta a su alrededor, simplemente se quedaron allí, cogidos de la mano.

El tomarse de las manos continuó durante un período sorprendentemente largo, completamente silencioso y profundamente incómodo (para Paul), aunque extrañamente reconfortante (para ambos, en algún nivel). Ash, una vez que el shock inicial de su propia audacia desapareció, encontró una especie de tranquila satisfacción en el simple contacto. Paul, mientras tanto, oscilaba entre desear que la tierra se abriera y se lo tragara entero, y una parte traicionera de él que se sentía… calmada. Humillantemente calmada por la cálida y firme presencia de la mano de Ash en la suya. Estaba bastante seguro de que nunca volvería a sonrojarse tanto en el resto de su vida, porque su cara simplemente no podía ponerse más roja.


Finalmente, cuando el combate que supuestamente estaban viendo concluyó con una victoria decisiva, aunque poco interesante, Ash, sintiendo un cambio en el ambiente, y también vislumbrando a Dawn esforzándose mucho (y fracasando) por no mirarlos con los ojos como platos, aflojó suavemente el agarre. Ash no quería que ese momento terminara, se sentía tan cómodo así, pero se había amedrentado demasiado pensando en las miradas de los demás.

Esta vez, Paul lo dejó, y soltó su mano. Aunque un diminuto, casi imperceptible ceño fruncido surcó sus labios antes de que recompusiera su rostro en una apariencia de estoica indiferencia. El furioso rubor que aun persistía como un terco atardecer lo delataba, sin embargo. Una vez Ash retiró la mano por completo, Paul inmediatamente se metió las manos en los bolsillos, como para evitar que protagonizaran más rebeliones.

—Bueno —dijo Ash, aclarándose la garganta, intentando poner un tono desenfadado, como si tomarse de la mano con su rival en público fuera algo cotidiano—. Ese ha sido… un combate interesante.

Mediocre, como mucho —refunfuñó Paul, su voz todavía un poco ronca. Resueltamente no miró a Ash—. El entrenador del Luxio no tiene concepto de presión ofensiva. —Pero a su crítica le faltaba su habitual mordacidad, como si hubiese dicho lo primero que le llegó a la cabeza. Era obvio que Paul no se había recuperado del incidente de sus manos entrelazadas. Ash no pudo evitar preguntarse si esto en realidad era uno de sus nuevos «superpoderes» como Dawn había mencionado.

Como si fuera una señal, la exhibición anunció un breve descanso. Reggie, Brock y Dawn se acercaron, sus expresiones cuidadosamente neutrales, aunque Ash detectó un definido brillo en los ojos de Reggie y una sonrisa de suficiencia apenas reprimida en el rostro de Dawn.

—¿Disfrutando de los combates, vosotros dos? —preguntó Reggie, su tono impecablemente inocente.

—Son… adecuados —replicó Paul con rigidez, su mirada aún fija en algún punto distante.

—Ash parecía particularmente… absorto en ese último —comentó Dawn, su voz rebosante de falsa sinceridad. Le dio a Ash una mirada directa y traviesa. Piplup, en su hombro, pió e hinchó el pecho, como si estuviera al tanto de la broma.

Ash sintió que sus propias mejillas se calentaban considerablemente.

—¡Fue… interesante! —se defendió, un poco demasiado alto. Arriesgó una rápida mirada a Paul, que parecía querer teletransportarse a la cima del Monte Corona.

Brock añadió, con un tono vacilón que no lograba ocultar más que Dawn:

—Ambos parecíais muy… concentrados. Casi como si no quisierais romper vuestra concentración, ni por un momento. —Sus ojos se desviaron significativamente hacia sus manos previamente entrelazadas, luego de nuevo al rostro de Ash.

Paul emitió un sonido ahogado y se giró bruscamente, aparentemente para examinar el expositor de piedras evolutivas de un vendedor cercano, aunque Ash dudaba que realmente estuviera viendo alguna de ellas. Sus orejas estaban prácticamente incandescentes.

—Bien, bueno —dijo Reggie con suavidad, sintiendo que Paul estaba a unos dos segundos de una crisis de mortificación a gran escala—. Creo que Paul y yo podríamos comprar algo de beber. Toda esta… observación intensa puede ser bastante agotadora. Ash, Brock, Dawn, ¿queréis acompañarnos?

La invitación tácita a distender la situación fue clara. Ash, un poco azorado él mismo, asintió con gratitud.


Más tarde, mientras estaban todos sentados en una mesa de pícnic, bebiendo Leche Mu-mu (Paul había optado por agua, consumida con un aire de dignidad atribulada), las bromas, como Ash había temido en secreto (y quizá, solo un poquito, esperado), comenzaron en serio, aunque siempre vigilando cuidadosamente las reacciones de Paul.

—Así que, Ash —comenzó Dawn, inclinándose hacia delante con una sonrisa conspiradora después de que Paul se hubiera excusado brevemente para «comprobar el estado de Electabuzz» (una excusa transparente para escapar del creciente escrutinio juguetón)—. Sobre eso de tomarse de las manos…

Ash casi se atragantó con su Leche Mu-mu.

—¡Solo estábamos… Tenía la mano fría! —insistió débilmente, sabiendo que era una causa perdida.

Reggie se rio entre dientes, pero parecía verdaderamente alegre por alguna razón, y Ash no tenía ni idea de qué era.

—Hace un día sorprendentemente cálido para «manos frías», Ash. Pero debo decir que tu… técnica de «calentamiento de manos» pareció notablemente eficaz. Paul se ve mucho más relajado, o al menos lo estaba antes de que os interrumpiéramos. —Guiñó un ojo.

—¡Fue… uno de esos ridículos instintos alfa! —declaró Ash, aferrándose a la excusa de ese supuesto cambio que ahora los afectaba a él y a Paul—. ¡Para… eh… reafirmación… táctil!

—Ah, sí, «reafirmación táctil» —reflexionó Brock, una sonrisa formándose en sus labios—. ¿Es ese el término oficial en el manual de los alfas, Ash? Debo haberme saltado ese capítulo. —Miró a Ash, sus ojos amables pero llenos de diversión—. Sabes, Ash, para alguien que afirmaba no haber pensado nunca realmente en… conexiones como esta… pareces estar adquiriendo estos «instintos alfa» notablemente rápido.

Ash gimió, escondiendo el rostro entre las manos.

—¡No es así! ¡Simplemente… sucedió! ¡No lo planeé!

—Los mejores instintos rara vez se planean, Ash —dijo Reggie sabiamente, aunque el brillo en sus ojos permaneció—. Pero diré que fue… bastante conmovedor de presenciar. Después de todo, ver una conexión tan clara y positiva formándose, incluso en medio de la… considerable incomodidad… —Sonrió—. Da esperanzas.

Dawn le dio una palmada comprensiva en el brazo a Ash, aunque claramente todavía intentaba no reírse.

—No te preocupes, Ash. Creemos que es dulce. De una manera del tipo «mi rival superduro es secretamente arcilla en mis manos de alfa».

—¡NO es arcilla! —protestó Ash y miró en la dirección en la que se fue Paul para asegurarse de que Paul no haya escuchado eso. Aun así, incluso él tuvo que admitir que Paul había estado… notablemente dócil, si bien completamente mortificado, durante el incidente de tomarse de las manos. Había esperado que Paul le gritara algo o al menos se separara de él, pero no lo hizo…

Cuando Paul regresó, con un aspecto ligeramente menos como si quisiera entrar en combustión espontánea, las bromas directas disminuyeron, reemplazadas por una serie de miradas de complicidad, sonrisas sutiles y comentarios deliberadamente inocentes de Dawn y Reggie que invariablemente hacían que las orejas de Paul se pusieran rosadas y el rostro de Ash se sonrojara.

—¿Viste ese Tauros antes, Paul? —decía Dawn—. Tenía una forma tan tierna de acariciar a su entrenador con el hocico. Casi como un… abrazo muy reconfortante, ¿no dirías? —Paul le lanzaba una mirada fulminante y luego la ignoraba deliberadamente.

O Reggie podría reflexionar en voz alta:

—Es notable cómo ciertos entornos, o cierta compañía, pueden tener un efecto tan calmante en el estado de ánimo —decía antes de lanzar una mirada significativa entre Ash y Paul.

Ash, atrapado entre la vergüenza y una extraña sensación de calidez, se encontró sonriendo más, un poco azorado y abrumado. Era… nuevo. Todo. Las bromas, las reacciones azoradas de Paul, la innegable y tangible conexión que sentía con su antiguo rival. Era abrumador, confuso y un poco aterrador. Pero también era… algo así como maravilloso.

Y mientras observaba a Paul sutilmente, casi inconscientemente, y se acercaba un poco más a él en la mesa de pícnic, sus brazos sin llegar a tocarse pero a una distancia cómoda y tranquilizadora, Ash no pudo evitar sentir un destello de emoción esperanzada por cualesquiera otros momentos juntos incómodos pero memorables que el futuro les deparara.


El resto de la tarde en la exhibición de Ciudad Corazón transcurrió en un estado similar de interacciones llenas de sonrojos. Ash a menudo se sorprendía de la manera en la que Paul actuaba cerca de él ahora. Paul había tenido la oportunidad de alejarse de él y poner a Reggie, Dawn, y Brock entre medio de ellos, pero no lo hizo. Al contrario, estaba casi pegado a él, como si ese lazo invisible que los unía también los atraía magnéticamente. Ash no dejaba de sorprender a Paul mirándolo, y no con su típica mirada crítica, sino con una expresión indescifrable que hacía que Ash se sintiera un poco aturdido. Entre las miradas y los sonrojos de Paul, era todo un poco extraño para Ash, ya que él nunca había interactuado con otro chico que se comportara así en su presencia, y Ash no sabía qué pensar al respecto.

Pero eso no era todo lo extraño y novedoso.

Cuando Ash se rio de un entrenador que casi se tropieza con su propio Bidoof mientras le daba una orden, juraría que vio la comisura de los labios de Paul temblar, como si estuviera luchando por no sonreír. Más tarde, cuando Ash se emocionó al ver un Snover usar un Rayo Hielo de una manera increíble, Ash se giró hacia Paul, esperando un comentario cínico. En su lugar, Paul solo murmuró, después de una larga pausa:

—…No carecía de mérito.

Y cada vez que Ash, entusiasmado por las batallas más interesantes, se inclinaba un poco más para compartir un pensamiento, o su brazo rozaba el de Paul, el termostato interno de Paul parecía estropearse, enviando su sonrojo a toda marcha. Ash podía sentir la mortificación de Paul ante sus propias reacciones involuntarias, pero al mismo tiempo estaba seguro de que a una parte dentro de Paul, muy muy adentro, no le desagradaba todo esto.

Al mismo tiempo, Ash poco a poco comenzaba a navegar esta nueva dinámica con una delicadeza que lo sorprendía a él mismo. Estaba aprendiendo las señales de Paul: la ligera tensión alrededor de sus ojos cuando se sentía abrumado, la forma en que comenzaba a pellizcar una mota invisible en sus pantalones cuando sus niveles de vergüenza subían a niveles críticos. Y Ash, impulsado por aquel persistente instinto nuevo, se ajustaría sutilmente. Bajaría la voz, o crearía un poco más de espacio, o cambiaría de tema a algo menos… cargado personalmente. No entendía muy bien por qué lo hacía; simplemente se sentía correcto, como saber instintivamente cuándo uno de sus Pokémon necesitaba una caricia suave versus un grito de ánimo.

Durante otra pausa en los combates de la exhibición, Ash se encontró mirando los diversos puestos de comida, su estómago rogándole por algo de comer.

—¡Eh, chicos, me muero de hambre! —anunció—. ¿Alguien quiere una Galleta Lava? ¿O quizá unos Porcehelados? Vi un puesto por allí.

Dawn y Brock parecían estar pensando lo mismo, e inmediatamente empezaron a debatir a cuál puesto ir. Reggie también parecía estar contemplando en silencio dónde comer. Ash instintivamente se volvió hacia Paul, y preguntó:

—¿Quieres comer algo?

Paul, que había estado estudiando meticulosamente un trozo de hierba marchita cerca de sus pies, se tensó visiblemente. Era obvio por la expresión escandalizada que puso en su rostro que la idea de comer juntos no le gustaba para nada, al menos esa parecía ser su reacción por defecto. Pero entonces, sus ojos se fijaron en Ash por un instante, Ash le dio una sonrisa emocionada, y el sonrojo de Paul empezó a regresar.

—Supongo… que el sustento es una necesidad biológica —masculló Paul, intentando sonar distante y científico al respecto. Sus orejas, sin embargo, ya lo estaban delatando, adquiriendo un delicado tono rosado.

Ash sonrió, sus ojos brillantes.

—¡Genial! ¿Qué te apetece, Paul? ¡Invito yo! —Lo dijo casualmente, impulsado por ese instinto subyacente de proveer, de cuidar. Ya ni siquiera importaba lo que él mismo quería, irían al puesto que Paul quiera ir.

Paul se quedó helado. Parecía estar luchando con sentimientos encontrados, y su rubor se encendió violentamente.

—Eso es… completamente innecesario, Ketchum. Soy perfectamente capaz de conseguir mi propia comida. —Sonaba como si estuviera intentando convencerse a sí mismo más que a Ash.

—Ya sé que sí —dijo Ash con naturalidad, mirándolo con una cálida sonrisa—. Pero quiero hacerlo. No es gran cosa. ¿Vamos? —Y le hizo un gesto a Paul para que lo siguiera.

Paul vaciló por unos momentos, pero al final asintió y siguió a Ash junto con los demás. Cuando se acercaron a los puestos, Dawn y Brock fueron a uno un poco lejos que vendía curry. Reggie se dirigió hacia uno que vendía fideos. Paul … no se decidía. Ash lo miraba con curiosidad, ¿qué tan difícil era escoger algo de comer?, pero eso parecía solo hacer que Paul se ponga más … ¿nervioso? Ash no estaba seguro de qué le estaba pasando por la mente.

—Tú elige, cualquier cosa —dijo Paul al final, incapaz de decidirse.

Ash asintió entusiasmado, sin pensar más, y lo llevó hacia el puesto de Porcehelados. ¿Los famosos helados de la Ciudad Porcelana, aquí en Sinnoh? Ash no iba a perder esta oportunidad de probarlos. Ash prácticamente vibraba de emoción cuando se acercaron y vieron todos los diferentes sabores que tenían.

—¡Tienen una pinta increíble! ¿Qué sabor quieres, Paul?

Paul miró la variedad de coloridos helados como si fueran complejas ecuaciones algebraicas.  Era claro por su expresión que había esperado algo diferente para comer.

—Yo… no suelo…

—¡Tienes que probar uno! —insistió Ash, su entusiasmo contagioso—. ¡El remolino de Baya Perasi parece estupendo! ¿O quizá el clásico de Baya Aranja? ¡Oh! ¡Tienen una onda de Baya Meloc de edición limitada! ¡Eso suena bien! —Prácticamente daba saltitos sobre las puntas de los pies.

Paul, sin embargo, miró todas las opciones como si lo hubiesen ofendido en alguna vida pasada. Después de vacilar por unos momentos, simplemente masculló:

—El que sea. Da igual.

Ash, tomando esto como una señal de indecisión en lugar de indiferencia (lo cual era en parte cierto, ya que el cerebro de Paul estaba actualmente demasiado sobrecargado por la cercanía de Ash para tomar una elección racional de sabor), sonrió radiante.

—¡Vale! ¡Un remolino de Baya Perasi para mí, y… vamos a darle a Paul la onda de Baya Meloc! Hay que vivir un poco, ¿verdad? —Le guiñó un ojo a un Paul ruborizado que se esforzaba por no mirar ni a Ash ni a los helados.

Unos momentos más tarde, la señora de los Porcehelados le entregó a Ash su helado amarillo en forma de remolino, y a Paul un imponente helado rosa con trocitos de bayas. 

Ash estaba devorando felizmente su helado mientras caminaban en busca de un lugar para sentarse, pero apenas podía concentrarse en la búsqueda, porque seguía mirando a Paul de reojo con curiosidad. Paul simplemente lo seguía, sin probar el helado, mirando el helado como si fuera la primera vez en su vida que veía tantos colores en un solo lugar.

—¿Está bien, Paul? —preguntó Ash, notando que Paul aun ni siquiera parecía haberlo probado—. ¿No te gusta? ¿Querías otra cosa? Puedo conseguirte otra cosa. —Aquella preocupación instintiva estaba de vuelta, suave y genuina.

Paul se encogió un poco, pero negó con la cabeza.

—Es… adecuado —logró decir, luego, sintiendo el peso de la mirada expectante y preocupada de Ash, tomó con vacilación un pequeño y tentativo lametón del helado.

Sus ojos se agrandaron ligeramente, y Ash supo en ese instante que le encantaba. Paul no dijo nada, simplemente tomó otro bocado, ligeramente más grande, y Ash juraba haber escuchado un ligero gemido.

Ash intentó no sonreír con demasiada suficiencia mientras decía:

—¿Ves? Bastante bueno, ¿verdad?

Paul simplemente gruñó de forma evasiva, pero continuó comiendo, un leve rubor rosado aún tiñendo sus mejillas.

Satisfecho de que a Paul le gustara el helado, Ash se volvió a centrar en buscarles asientos. Pero todos los bancos estaban llenos. Había demasiada gente aquí, incluso mucho más que al medio día cuando buscaban algo de beber. Ya ni siquiera sabía dónde estaban los demás. Después de caminar unos minutos, Ash por fin encontró un pequeño banco libre. Estaba claramente diseñado para una sola persona, pero ambos eran lo suficientemente delgados que podrían compartirlo sin problemas.

Ash se sentó y se echó hacia un lado para dejarle suficiente espacio a Paul para sentarse junto a él. Pikachu, que había estado caminando a sus pies con un pequeño cono de Porcehelado, pareció entender que ese pequeño espacio era para Paul y se quedó en el suelo.

Pero Paul simplemente caminó hasta el banco y se quedó de pie frente a él. Al ver la mirada expectativa de Ash, Paul preguntó:

—¿Qué? —Luego, sus ojos se abrieron de par en par, antes de fruncir el ceño, claramente entendiendo lo que quería Ash. Inmediatamente empezó a mirar de lado a lado, desesperadamente buscando un banco vacío para sentarse, y al no encontrarlo, simplemente dijo—: Estoy bien de pie.

—Anda, Paul, siéntate —dijo Ash con un ligero puchero en la voz.

Ash había esperado que Paul se negara tercamente y siguiera comiendo de pie. Pero lo que sucedió fue tan inverosímil que hasta Pikachu ladeó la cabeza con curiosidad. Tan pronto Ash dijo esa última palabra, Paul se sentó. No hubo vacilación, no hubo demora, simplemente se sentó en el banco pequeño justo al lado de Ash. Fue tan repentino, y tan automático, que la mente de Ash inmediatamente pensó en cuando le da órdenes a sus Pokémon durante un combate.

En solo segundos, la expresión de Paul pasó de un ligero aturdimiento a una de profunda mortificación. Se veía completamente escandalizado. Inmediatamente, se sonrojó más que una Baya Tamate. Giró la cabeza, como si estuviera apunto de gritarle algo a Ash, pero pareció cambiar de opinión y volvió a su Porcehelado, enfocándose en comerse su helado sin decir nada.

Ash, por su parte, estaba un poco aturdido por lo que acababa de pasar, pero supuso que simplemente era Paul actuando extraño como solía hacerlo desde aquel día en el Lago Agudeza. No podía oler ese aroma increíblemente dulce y angustioso de aquellos primeros días, y sus instintos le decían que Paul estaba bien, así que simplemente decidió no decir nada tampoco.

Se quedaron ahí sentados mientras se comían los helados, y Ash notó que el rubor de Paul se redujo bastante, y supo que había hecho lo correcto con mantenerse callado y no mencionar aquel incidente. 

Pero después de que ambos terminaran el helado, Ash ya no podía contenerse más, había estado en silencio por demasiado tiempo, así que preguntó:

—¿Te gustó el helado?

Paul suspiró hondo, mirando hacia la multitud que iba y venía.

—No estaba mal —dijo, su voz apenas audible.

Ash sonrió radiantemente.


Mientras el sol de la tarde comenzaba a hundirse hacia el horizonte, proyectando largas sombras sobre Ciudad Corazón, la exhibición de combates empezó a llegar a su fin. Los entrenadores comenzaron a dispersarse, y una sensación de calma se asentó sobre la zona previamente bulliciosa.

Para Ash, Paul y sus compañeros, el inevitable momento de la despedida se cernía.

Reggie fue el primero en mencionarlo.

—Bueno, ha sido un… día memorable —dijo, una tierna sonrisa formándose en sus labios mientras miraba entre su hermano todavía ligeramente sonrojado y un Ash algo apagado—. Pero Paul y yo deberíamos probablemente pensar en buscar alojamiento para esta noche si queremos dirigirnos hacia Ciudad Rocavelo mañana a una hora razonable.

La atmósfera, que había sido sorprendentemente ligera y llena de momentos incómodos pero adorables, de repente se volvió un poco más pesada. Ash sintió aquella familiar punzada de decepción, más aguda esta vez. Acababa de recuperar a Paul, en cierto modo, y ahora se separaban de nuevo. Aquel tenue y persistente zumbido de estar incompleto, que se había acallado en presencia de Paul, amenazaba con regresar.

Paul, que hacía unos momentos había estado sorprendentemente metido en una conversación (mayormente unilateral por parte de Ash) con Ash sobre los méritos de diferentes Pokémon de tipo Agua (provocada por el último combate que vieron, cuando un Floatzel bastante talentoso logró derrotar a un Roserade a pesar de la desventaja de tipo), se tensó ante las palabras de su hermano. Su mirada, que había estado casi relajada mientras se centraba en los gestos animados de Ash, ahora se desvió rápidamente hacia Reggie, luego de nuevo hacia Ash, un destello de algo ilegible en sus ojos violetas.

—Cierto —dijo Paul, su voz demasiado rápida, demasiado cortante. Se puso de pie, quitándose polvo inexistente de los pantalones—. Ciudad Rocavelo. Por supuesto. —Evitó mirar directamente a Ash.

—Y nosotros también deberíamos ir al Centro Pokémon —dijo Brock, sintiendo el cambio de humor—. Dawn todavía necesita prepararse para el Concurso de Ciudad Corazón de mañana.

Dawn asintió, aunque su brío habitual estaba ligeramente apagado.

—Sí. ¡Ha sido divertido pasar el rato hoy, de todas formas! Aunque Paul todavía parezca que va a entrar en combustión espontánea cada cinco minutos. —Le guiñó un ojo a Paul, quien respondió con una mirada fulminante con toda su intensidad gélida, pero vaciló ligeramente cuando su mirada rozó la de Ash.

Las despedidas fueron incómodas, incluso más que en el Lago Agudeza. Allá, el shock de su nuevo lazo había sido demasiado crudo, demasiado abrumador. Ahora, había una comprensión vacilante, se había formado una conexión frágil, y la perspectiva de cortarla de nuevo, incluso temporalmente, se sentía… más pesada.

Ash se encontró cara a cara con Paul, los bulliciosos sonidos de la ciudad desvaneciéndose a su alrededor.

—Entonces… —comenzó Ash, inseguro de qué decir—. Ciudad Rocavelo, ¿eh? Eso está… bastante lejos.

Paul asintió, su mirada fija en algún punto alrededor del hombro de Ash. Sus orejas eran de un rosa vibrante.

—Es la progresión lógica para mi régimen de entrenamiento. —Las palabras sonaban ensayadas, como si estuviera tratando de convencerse a sí mismo.

—Cierto. Lógica. —Ash no pudo evitar la pequeña y triste sonrisa que se formó en sus labios. Sintió aquel instinto de nuevo, un poderoso impulso de… ¿qué? ¿Pedirle a Paul que se quedara? ¿Que fuera con ellos? La idea era aterradoramente audaz, completamente ridícula. Y sin embargo…

Vio a Paul tragar saliva, su nuez subiendo y bajando. Las manos de Paul se apretaban y aflojaban a sus costados. Parecía… dividido. Absoluta, profundamente dividido. Por un momento, Ash pensó que Paul iba a decir algo, algo más que una simple y seca despedida. Vio los labios de Paul entreabrirse ligeramente, su mirada desviarse hacia abajo para encontrarse con la de Ash, una vorágine de conflicto y un anhelo inidentificable arremolinándose en sus profundidades.

Era la mirada de un chico cuyos instintos le gritaban que no se separara de su chico enlazado, Ash, incluso mientras su orgullo y su independencia cuidadosamente construida lo arañaban para que corriera en la dirección opuesta.

La batalla interna era palpable. Paul parecía casi… dolorido por ella, con el ceño fruncido, la respiración superficial. Dio medio paso, casi como si fuera a seguir a Ash, Dawn y Brock, luego vaciló, su pie flotando una fracción de segundo antes de plantarlo firmemente de nuevo junto al otro. La lucha era tan clara, tan cruda, que a Ash le dolió el pecho ligeramente.

Reggie pareció percatarse de la situación y colocó una mano amable en el hombro de Paul.

—Deberíamos irnos, Paul. Podemos concretar nuestra ruta durante la cena. —Su voz era amable, pero firme, ofreciéndole a Paul una salida, una decisión ya tomada.

Paul se encogió ligeramente al contacto de su hermano, pero luego se desinfló visiblemente, la tensión drenándose de él como si le hubieran quitado la decisión de las manos, aliviándolo de la elección imposible. Asintió con rigidez, todavía sin mirar a Ash.

—Sí. Por supuesto.

Reggie les ofreció a Ash, Brock y Dawn una cálida sonrisa de disculpa.

—Cuidaos mucho, los tres. Y Ash… —Su mirada se suavizó con comprensión—. Buen viaje.

—Vosotros también, Reggie. Tú también, Paul —dijo Ash, su voz un poco más áspera de lo que pretendía.

Paul hizo un asentimiento, casi imperceptible, en la dirección general de Ash, luego se dio la vuelta y se alejó con Reggie, sus hombros notablemente caídos, su paso menos seguro de lo habitual. No miró hacia atrás.

Ash lo vio marcharse, una sensación de vacío instalándose en su pecho. Esta vez, la separación se sintió… más dura. Más profunda. Aquel hilo invisible que los conectaba pareció tensarse, casi dolorosamente. Tuvo un repentino y poderoso impulso de gritarle, de correr tras él, de simplemente… no dejarlo marchar.

Pikachu se trepó en su hombro y le acarició la mejilla con el hocico, soltando un suave y preocupado «¿Pika?».

Ash acarició distraídamente la cabeza de su compañero.

—Estoy bien, amigo —murmuró, aunque no se sentía bien. Se sentía… desolado.

—Guau —dijo Dawn suavemente a su lado, su habitual tono burlón completamente desaparecido, reemplazado por una tierna compasión—. Él… realmente no quería irse, ¿verdad? O sea, sé que es Paul y al mismo tiempo probablemente estaba desesperado por irse, pero… parecía que estaba verdaderamente triste, o algo así.

Brock asintió lentamente, su expresión pensativa.

—Supongo que es una señal de que el lazo se está fortaleciendo. Para ambos. Separarse seguro va en contra de un instinto muy poderoso.

Ash simplemente miró fijamente el lugar por donde Paul había desaparecido, los animados sonidos de Ciudad Corazón de repente se sintieron apagados, un poco menos brillantes. Sabía, lógicamente, que Paul necesitaba este tiempo con Reggie, necesitaba asimilarlo todo a su propio ritmo. Pero sus instintos nuevos, y una parte sorprendentemente grande de su propio corazón, protestaban contra la distancia con una intensidad feroz y dolorosa. Este viaje, se dio cuenta con un presentimiento funesto, iba a ser mucho más solitario sin la presencia reticente y sonrojada de Paul cerca.

Chapter 7: Reuniones

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Los días que siguieron a su partida de Ciudad Corazón poco a poco se convirtieron en semanas, cada una llevando un eco tenue y persistente de la ausencia de Paul. Ash se lanzó al entrenamiento con una intensidad renovada, empujándose a sí mismo y a sus Pokémon a nuevas alturas. Tenía metas que alcanzar, una Liga Pokémon que conquistar, y centrarse en eso era la única forma de acallar el dolor persistente y de baja intensidad en su pecho, la constante y palpitante conciencia de aquella correa invisible que se extendía, siempre apuntando vagamente en dirección a Paul.

Dawn también estaba en racha de victorias, sus actuaciones en los concursos se volvían más deslumbrantes con cada cinta que ganaba. Ash, por supuesto, la animaba con entusiasmo genuino, pero incluso en medio de la emoción, una pequeña parte de su mente se preguntaba invariablemente qué crítica mordaz, pero sorprendentemente astuta, podría haber ofrecido Paul.

Brock, por su parte, continuó guiándolos y apoyándolos, sus habilidades culinarias manteniendo sus espíritus (y estómagos) llenos. Observaba a Ash con una mirada tranquila y comprensiva, ofreciendo ocasionalmente palabras amables de aliento cuando Ash parecía particularmente perdido en sus pensamientos o cuando el tirón hacia Paul parecía distraerlo más de lo habitual.

Se enfrentaron a desafíos significativos. Los planes malvados del Equipo Galaxia se intensificaron, y Ash y sus amigos se encontraron, como siempre, en el meollo de la lucha, haciendo retroceder la oscuridad que amenazaba a Sinnoh. Durante una batalla particularmente intensa, el Monferno de Ash, llevado a su límite absoluto, finalmente evolucionó a un magnífico Infernape, su espíritu ardiente un espejo de la propia voluntad indomable de Ash. La victoria fue duramente ganada, y mientras Ash abrazaba a su Pokémon recién evolucionado, un pensamiento fugaz cruzó su mente: Paul debería ver esto. Estaría… impresionado. El pensamiento trajo una sorprendente calidez, rápidamente seguida de una familiar punzada de anhelo.

A pesar de todo, el lazo permaneció. Una sutil presión constante en los sentidos de Ash, un silencioso zumbido bajo su piel. A veces, especialmente cuando estaba cansado o tenía la guardia baja, casi podía sentir a Paul, no de una forma telepática clara, sino como una presencia distintiva, un punto en su brújula interna. Era más fuerte cuando miraba hacia el este, hacia Ciudad Rocavelo, y más tarde, a medida que las noticias de los movimientos de Paul se filtraban ocasionalmente a través de la red de entrenadores (Reggie se aseguraba de enviar breves y tranquilizadoras actualizaciones), hacia Ciudad Puntaneva. Ash sabía, con un instinto que desafiaba la lógica, aproximadamente dónde estaba Paul, y que Paul estaba… bien. Pero «bien» no era lo mismo que «aquí».

Intentó ignorarlo. Tenía que hacerlo. Dawn tenía sus concursos, él tenía sus medallas de gimnasio. Sus caminos eran, por ahora, divergentes. Pero la sensación persistente, la sensación de que algo, alguien, faltaba, siempre estaba allí, un contrapunto silencioso a sus triunfos y desafíos.

Había momentos, tarde en la noche, después de un largo día de entrenamiento o viaje, en los que Ash yacía despierto, mirando las estrellas, y simplemente… se concentraba en aquel tirón distante. Intentaba enviar una sensación de calma, de reafirmación, como Reggie había sugerido que un alfa podía hacer. No sabía si Paul podía sentirlo, si hacía alguna diferencia en absoluto a través de los kilómetros, pero era todo lo que podía hacer, y le traía una pequeña medida de consuelo.

Pikachu a menudo parecía percatarse de estos momentos. Su compañero leal se acurrucaba a su lado, acariciándole la mano con el hocico. Era su compañero constante, su amigo más leal que entendía, quizá mejor que nadie, las complejidades del corazón de Ash.

Finalmente, después de semanas de esfuerzo incesante, después de innumerables combates y situaciones increíbles, Ash se plantó ante Lectro, el Líder de Gimnasio de Ciudad Marina. El combate fue electrizante, una verdadera prueba de habilidad y espíritu. Infernape, ahora la estrella del equipo de Ash, luchó con una furia controlada, una brillantez estratégica que Ash sabía, en el fondo, que había sido pulida por aquellos análisis de combate sorprendentemente perspicaces (aunque llenos de sonrojos) con Paul.

Cuando Infernape asestó el golpe final y decisivo, asegurando la octava y última medalla de gimnasio de Ash, una oleada de euforia lo invadió. ¡Lo había conseguido! ¡Se dirigía a la Liga de Sinnoh! Abrazó a Infernape con fuerza, riendo con alegría pura y sin adulterar.

Pero incluso en aquel momento de triunfo, mientras Brock y Dawn vitoreaban y Pikachu soltaba chispas alegremente en su hombro, Ash lo sintió. Aquel tirón familiar, más fuerte ahora, más insistente. Era como una llamada silenciosa y urgente. Paul.

La Liga de Sinnoh se celebraba en la Isla Lirio del Valle. Y Ash sabía, con una certeza que resonaba en lo profundo de su alma, que Paul también estaría allí. Sus caminos, que habían divergido durante tanto tiempo, estaban a punto de converger de nuevo. Y esta vez, Ash tenía la sensación de que simplemente decir adiós y marcharse no sería una opción, para ninguno de los dos. Al menos, inconscientemente intentaba hundir cualquier pensamiento sobre otra separación.

El viaje a la Isla Lirio del Valle estuvo lleno de una excitación nerviosa. La Liga de Sinnoh… era por lo que Ash había estado trabajando durante tanto tiempo. Entrenó a sus Pokémon implacablemente, elaborando estrategias, llevándose a sí mismo y a su equipo a sus límites.

En algún momento del camino, en medio del torbellino de preparación y viaje, pasó un hito silencioso. Ash celebró su decimocuarto cumpleaños. Fue una celebración sencilla: un pequeño pastel que Brock logró hornear en una fogata, un coro de «Cumpleaños Feliz» de Dawn, Pikachu y sus otros Pokémon, y un puñado de regalos considerados, aunque modestos. Fue un recordatorio de que el tiempo pasaba, de que estaba creciendo, cambiando. Y mientras soplaba las velas improvisadas, un deseo silencioso se formó en su mente, un deseo que tenía menos que ver con ganar la Liga y más con cierto rival de pelo morado y perpetuamente sonrojado alrededor de Ash.

Por fin, después de tanto viajar, llegaron a la Isla Lirio del Valle. La isla en sí era un centro de actividad, una convergencia vibrante de entrenadores de todo Sinnoh, cada uno soñando con la victoria. El aire crepitaba de expectación. Ash también lo sentía, la emoción de la competición, pero debajo de ella, aquel tirón familiar e insistente hacia Paul se había intensificado, una constante vibración en sus sentidos. Sabía que Paul estaba aquí. En alguna parte.

Intentó concentrarse en inscribirse en la Liga, en instalarse, pero sus ojos seguían escudriñando las multitudes, buscando una figura familiar, un destello de pelo morado oscuro, un ceño fruncido revelador que indudablemente se transformaría en un furioso sonrojo al verlo.

Dawn y Brock notaron su inquietud, su aire distraído.

—¿Buscando a alguien, Ash? —bromeaba Dawn, aunque su tono era más suave de lo habitual, teñido de comprensión.

—¡Solo… admirando el paisaje! —replicaba Ash, un poco demasiado rápido, su mirada recorriendo un grupo de entrenadores antes de regresar inevitablemente a su búsqueda.


El día antes de que comenzara oficialmente la Liga, Ash deambulaba por uno de los extensos parques de la isla, una zona de entrenamiento designada. Pikachu estaba posado en su hombro, sus orejas girando, compartiendo la conciencia agudizada de su entrenador. Supuestamente, Ash estaba explorando posibles lugares de entrenamiento, pero un instinto más profundo guiaba sus pasos, atrayéndolo en una dirección específica.

Y entonces lo vio.

Paul estaba de pie, solo, en el borde de un claro, de espaldas a Ash, observando a su nuevo Electivire desatar una poderosa serie de Puños Trueno contra un muñeco de práctica. El poder bruto era innegable, el entrenamiento de Paul tan intenso como siempre. Parecía más alto, pensó Ash, quizá un poco más ancho de hombros. Las semanas separados habían traído cambios sutiles.

El corazón de Ash dio un familiar y brusco salto. El tirón, que había sido un compañero constante, ahora resonaba con una intensidad casi dolorosa, un acorde profundo y palpitante que vibraba por todo su ser. Estaba aquí. Paul estaba aquí.

Pikachu soltó un suave «¡Pika!» de reconocimiento, dándole un codacito en la mejilla a Ash.

Ash comenzó a caminar hacia Paul, sus pasos sorprendentemente firmes a pesar del repentino subidón de adrenalina y una confusa oleada de emociones: excitación, nerviosismo, y una alegría abrumadora.

Como si sintiera su aproximación, quizá gracias a aquella conexión profunda del alma alertándolo, Paul se detuvo en sus órdenes. Electivire, a medio puñetazo, se detuvo, sus puños crepitantes suspendidos en el aire. Lenta, deliberadamente, Paul se giró.

Sus ojos violetas, agudos e intensos como siempre, se encontraron con los de Ash. Durante una fracción de segundo, la sorpresa estaba clara en su rostro, rápidamente seguida de una familiar y defensiva cautela. Parecía… reservado. Pero también, notó Ash con una oleada de calidez, innegablemente sano. Parecía fuerte, concentrado, listo, incluso aun más que cuando estaba en Ciudad Corazón.

Y entonces, a medida que Ash se acercaba, a medida que su proximidad borraba la distancia de semanas y kilómetros, sucedió lo inevitable. El sonrojo.

Comenzó sutilmente, un ligero rubor tiñéndole los pómulos, luego se extendió con una velocidad casi cómica, consumiendo su rostro, sus orejas, incluso bajándole por el cuello. Parecía absoluta, maravillosamente, mortificantemente azorado. Era como una pancarta de bienvenida a casa, pensó Ash con una sonrisa interna, una terca bandera carmesí de su innegable y extraño lazo.

Los brazos de Paul, que habían estado a sus costados, se cruzaron instintivamente sobre el pecho, una postura defensiva que Ash ahora reconocía como el movimiento predilecto de Paul cuando se sentía particularmente abrumado por la proximidad de Ash.

—Ketchum —dijo Paul, su voz un poco más áspera, un poco más profunda de lo que Ash recordaba. Intentaba mantener su habitual tono distante, pero estaba minado por el furioso sonrojo y el ligero, casi imperceptible temblor en su voz—. Debería haber sabido que aparecerías por aquí, haciendo escándalo.

Ash no pudo evitar la amplia y genuina sonrisa que se extendió por su rostro. La pulla burlona, el sonrojo, los brazos cruzados… era tan… Paul. Y sin embargo, mucho más ahora.

—Hola, Paul —dijo, su voz cálida, llena de un placer indisimulado que hizo que el sonrojo de Paul se intensificara de algún modo—. ¡Qué casualidad encontrarte aquí! ¿Haciendo algo de entrenamiento de última hora para la Liga? Veo que tu Electabuzz ya evolucionó.

Paul gruñó, su mirada desviándose rápidamente de la de Ash, aterrizando en algún lugar del hombro de Electivire.

—Uno siempre debe estar preparado. A diferencia de algunos, que probablemente confían en… arrebatos espontáneos de… instintos.

Ash se rio, un sonido brillante y despreocupado. Las bromas familiares, incluso con la tensión del lazo subyacente, se sentían… bien. Reconfortantes. Como volver a casa.

—¡Eh, mis arrebatos espontáneos me han hecho ganar muchos combates! —replicó con buen humor.

Dio otro paso más cerca, sus instintos zumbando satisfechos, aquella sensación de estar incompleto que había estado llevando finalmente, dichosamente, retrocediendo. El aire entre ellos se sentía cargado, vivo, lleno de cosas no dichas, con el recuerdo de partidas de damas y helado compartido y, sí, incluso un incidente «accidental» de tomarse de las manos.

Paul se tensó visiblemente cuando Ash acortó la distancia, su sonrojo alcanzando nuevas y épicas proporciones. Parecía dividido entre salir corriendo, soltar una crítica de la mismísima existencia de Ash, o entrar en combustión espontánea por el puro y abrumador azoramiento inducido por la mera presencia de Ash.

—Es… es bueno verte, Paul —dijo Ash, su voz más suave ahora, más sincera. Y mientras lo decía, se dio cuenta de cuán profundamente lo sentía. La Liga, los combates, el sueño de convertirse en Maestro… todo se sentía un poco más brillante, un poco más real, ahora que Paul estaba aquí, sonrojándose furiosamente y esforzándose mucho por no parecer complacido de verlo.

Paul se quedó rígido, una estatua tallada en pura y absoluta mortificación, mientras Ash se acercaba. Cada fibra de su ser le gritaba que mantuviera la compostura, que proyectara aquel aire de indiferencia gélida que había cultivado durante años. Pero la cercanía de Ash, su cálida y abierta sonrisa, el leve y familiar aroma de él que hablaba de cielos abiertos y aventura y… consuelo… todo conspiró para hacer añicos las defensas cuidadosamente construidas de Paul. El sonrojo era un fuego descontrolado, su corazón un Pidgey atrapado contra sus costillas.

Lo había echado de menos. Nunca, jamás lo admitiría, ni siquiera bajo la amenaza de una Rodar de Miltank, pero la inquietud persistente que había sentido durante su separación había sido un compañero constante y no deseado. Aquel sutil y persistente tirón hacia Ash había sido un tormento, un recordatorio de este lazo absurdo y humillante. Había intentado ignorarlo, enterrarlo bajo agotadoras sesiones de entrenamiento y meticulosa planificación de estrategias. Pero siempre había estado allí, un silencioso zumbido bajo la superficie de sus pensamientos. Ver a Ash ahora, tan cerca, tan innegablemente Ash, fue como si una presa reventara. El alivio luchaba con el horror, un extraño anhelo mezclado con puro y absoluto pánico.

Ash, al ver el sonrojo de nivel épico de Paul y la forma en que prácticamente vibraba de conflicto interno, sintió aquella ahora familiar oleada de instinto alfa. No fue un pensamiento consciente, ni un movimiento estratégico. Era simplemente… una necesidad. Una necesidad de cortar la distancia restante, de ofrecer consuelo, de anclar a Paul, que claramente estaba azorado.

—Sabes, Paul —dijo Ash, su voz suave, su sonrisa tierna—, pareces necesitar un abrazo.

Los ojos de Paul se abrieron hasta proporciones cómicas.

—Ketchum, si siquiera se te ocurre

Demasiado tarde.

Ash cerró el último espacio y, tal como había hecho en la habitación del Centro Pokémon que parecía haber sido en otra vida, rodeó a Paul con los brazos. Esta vez, fue menos torpe, más practicado, casi. Ash ya no estaba sorprendido por su propia audacia, y Paul… Paul seguía mortificado, seguía orgullosamente resistente, pero el shock fue quizá una fracción menos debilitante.

Aun así se puso rígido, su cuerpo tieso como un palo. Sus manos aun así subieron, como para apartar a Ash. Pero esta vez, la resistencia fue… más débil. Más simbólica. Porque en el momento en que los brazos de Ash lo rodearon, en el momento en que aquel aroma familiar y reconfortante lo envolvió, aquella bendita y exasperante oleada de calma comenzó a invadirlo. La palpitación frenética en su pecho se alivió. Las alarmas internas se acallaron. Sus músculos, que habían estado enrollados como un resorte, comenzaron a destensarse, solo un poco.

—¿Sigues pensando… que voy a ser tu perdición? —murmuró Ash, su barbilla apoyada ligeramente en el hombro de Paul, su voz cálida y un poco burlona. Ahora que estaban así de cerca, Ash se percató de que Paul había crecido más que él, y ahora era ligeramente más alto aun que antes, aunque la diferencia tampoco era tan notable.

Paul dejó escapar un sonido ahogado que sonaba a algo entre un gemido de absoluta desesperación y un suspiro reticente de… algo que podría haber sido satisfacción si no hubiera estado tan decididamente horrorizado por ello.

—Tu… presunción… es asombrosa, Ketchum.

No devolvió el abrazo a Ash, en realidad no. Eso sería ir demasiado lejos para su orgullo hecho trizas. Pero tampoco lo apartó, a pesar de que ahora no había duda de que podría apartarlo. Ya no era el Paul inmensamente débil y cansado del Centro Pokémon. Este era Paul con toda su energía… Y simplemente… se quedó allí, rígido y sonrojándose furiosamente, dejando que Ash lo abrazara, una concesión silenciosa y monumental a la innegable realidad de su lazo. Podía sentir el firme latido del corazón de Ash, un ritmo que lo anclaba contra el suyo que aún se aceleraba. No era… del todo terrible. Lo cual era, en sí mismo, aterrador.

Después de un momento que se alargó, lleno de emociones tácitas y el débil crepitar de la energía impaciente de Electivire cerca, Ash aflojó el abrazo, aunque no retrocedió de inmediato. Miró a Paul, cuyo rostro seguía siendo de un carmesí brillante, sus ojos violetas grandes y luminosos, llenos de una mezcla de profunda vergüenza y una aceptación a regañadientes.

—Entonces —dijo Ash, una sonrisa juguetona extendiéndose por su rostro—. ¿Ya no te molesta que… que te «manosee»? —Ash aun encontraba la palabra graciosa. Después de todo, era solo un abrazo. Dawn se había reído tanto de ello que Paul había terminado prohibiéndoles que siguieran usando la palabra.

Paul lo miró fijamente, escandalizado. Entonces, para absoluto shock y deleite de Ash, se le escapó una pequeña risa ahogada. Fue un sonido oxidado, sin usar, más un ladrido sobresaltado que una risa genuina, pero estaba allí. Paul realmente se rio. O, al menos, hizo un sonido adyacente a la risa. Se tapó la boca con la mano al instante, como horrorizado por su propia reacción involuntaria, su sonrojo logrando de algún modo alcanzar un tono aún más incandescente.

—No… no vayas a… decirle a… —logró decir Paul, su voz amortiguada por su mano, aunque sus ojos se arrugaban en las comisuras de una manera que sugería una casi-sonrisa.

La sonrisa de Ash se ensanchó. Esto era… asombroso. Paul, riéndose. Sonrojándose. Sin intentar activamente incinerarlo con la mirada. Era como descubrir un Pokémon raro y mítico.

—Tu secreto está a salvo conmigo —dijo Ash, guiñándole un ojo. Estaba seguro de que si Dawn se enterase de que Paul es capaz de reírse, y que Ash lo hizo reír, lo vacilaría por el resto de la eternidad. 

Finalmente dio un pequeño paso atrás, dándole a Paul un muy necesario espacio personal, aunque sus instintos todavía querían mantenerlo cerca.

Paul bajó lentamente la mano, tomando una respiración profunda y temblorosa. Todavía parecía como si acabara de correr un maratón en un sauna mientras resolvía simultáneamente complejos problemas de física teórica, pero el pánico crudo definitivamente había disminuido. Arriesgó una rápida, casi tímida mirada a Ash.

—La Liga —dijo Paul, su voz recuperando una apariencia de su compostura habitual, aunque todavía teñida de azoramiento—. ¿Estás… adecuadamente preparado? ¿O has estado confiando únicamente en esos… espontáneos instintos para salir adelante? —Había un toque de su antiguo tono desafiante, pero estaba suavizado, atemperado por la innegable calidez de su reencuentro. Su mordacidad ya ni siquiera llegaba al nivel de Gary. Era casi amistoso.

Ash le dio una sonrisa radiante. Esta era su nueva normalidad. Incómoda, llena de sonrojos, un poco burlona, pero innegable, maravillosamente… ellos.

—¡Siempre estoy preparado, Paul! —declaró—. ¡Y tengo algunas estrategias nuevas que te dejarán boquiabierto!

—Ya veremos eso, Ketchum —replicó Paul, y esta vez, había una sonrisa definida, aunque diminuta, formándose en sus labios, una sonrisa que llegó a sus ojos violetas e hizo que el corazón de Ash se sintiera extraña y maravillosamente lleno.

La Liga de Sinnoh estaba a punto de comenzar. Y por primera vez, Ash no solo se enfrentaba a ella con sus Pokémon y sus amigos. Se enfrentaba a ella con su rival, su… Paul. Y pasara lo que pasara en los combates venideros, Ash tenía la sensación de que la verdadera victoria ya se había ganado.

El aire en el claro de entrenamiento todavía vibraba con las secuelas del abrazo de Ash y el subsiguiente sonido casi cataclísmico y adyacente a la risa de Paul. Electivire, habiendo esperado pacientemente el momento de interacción peculiar de su entrenador, dejó escapar un gruñido bajo, un sutil recordatorio de que, de hecho, había una Liga Pokémon para la que prepararse.

Paul, pareciendo aferrarse a la señal de Electivire como a un salvavidas de vuelta a la normalidad, se aclaró la garganta.

—Cierto. Entrenamiento —dijo, un poco demasiado enérgicamente. Se giró hacia su Pokémon, sin mirar a Ash deliberadamente, aunque las puntas de sus orejas seguían siendo de un revelador tono carmesí—. Tenemos estrategias que refinar.

—¡Sí, yo también! —dijo Ash, igualando el repentino (y muy transparente) giro de Paul de vuelta a los asuntos Pokémon. Pikachu, desde su puesto en el hombro de Ash, soltó un decidido «¡Pika-chu!».

Durante unos minutos más, permanecieron en un silencio sociable, aunque todavía ligeramente cargado, cada uno observando a los Pokémon del otro realizar algunas rutinas. Ash notó que las órdenes de Paul a Electivire eran nítidas y precisas, pero carecían del filo duro, casi quebradizo, que a veces tenía. Y Paul, Ash estaba bastante seguro, seguía echando miraditas a Pikachu, que en ese momento demostraba un Ataque Rápido impresionantemente veloz.

Finalmente, Ash, sabiendo que no debía forzar su suerte (o la capacidad de sonrojo de Paul) demasiado en su primer día juntos de nuevo, dijo:

—Bueno, probablemente debería encontrar a Dawn y Brock. Teníamos que reunirnos.

Paul asintió con rigidez, todavía sin hacer contacto visual directo.

—Presumiblemente. Tu… séquito tiende a seguirte.

Ash sonrió.

—No lo querría de otra manera. —Hizo una pausa, luego, incapaz de resistirse, añadió—: Fue bueno verte, Paul. Realmente bueno.

Ante eso, la cabeza de Paul sí se irguió de golpe, sus ojos violetas encontrándose con los de Ash por un momento fugaz y desprotegido. Había sorpresa allí, y aquel familiar y profundo sonrojo, pero también… algo más. Algo suave, algo casi… agradecido. Masculló algo ininteligible que podría haber sido un acuerdo a regañadientes, antes de volverse rápidamente hacia Electivire, soltando una orden con un poco más de fuerza de la necesaria.

Ash le dio una sonrisa dentuda, una sensación cálida y feliz burbujeándole en el pecho. Hizo un pequeño saludo con la mano, que Paul ignoró decididamente (aunque Ash estaba bastante seguro de haber visto sus hombros tensarse ligeramente), y luego, con Pikachu parloteando alegremente en su hombro, se dirigió a buscar a sus amigos.


Encontró a Dawn y a Brock cerca de una de las pintorescas fuentes de la isla, con aspecto de estar esperando pacientemente. En el momento en que vieron acercarse a Ash, sus rostros se iluminaron con sonrisas idénticas y de complicidad.

—Bueno… —empezó Dawn, prácticamente dando saltitos sobre las puntas de los pies cuando Ash los alcanzó—. ¿Qué tal tu pequeña… «sesión de refinamiento de estrategia» con Paul? —Arqueó las cejas de forma sugerente.

Ash sintió que sus propias mejillas se calentaban ligeramente.

—¡Estuvo bien! Hablamos de la Liga, y de entrenamiento… ya sabéis, cosas normales.

—¿Cosas normales que quizá incluyeron otro «abracito de alfa»? —intervino Brock, con los ojos brillantes—. Porque desde nuestra posición privilegiada junto a aquellos arbustos —hizo un gesto vago hacia unos arbustos cerca de donde estaba el claro donde entrenaba Paul—, parecía que estabais teniendo una reunión muy… apasionada.

A Ash se le desencajó la mandíbula.

—¿Nos estabais espiando?

—Espiar es una palabra muy fea, Ash —dijo Dawn con desenvoltura—. Preferimos «observar a nuestro amigo desenvolverse en una dinámica interpersonal compleja y adorable». Y sí, vimos el abrazo perfectamente. Y la reacción de Paul. ¡Fue épica! —Dio una palmada—. ¿De verdad se rio? No pudimos distinguirlo bien desde esa distancia, ¡pero pareció que hizo un ruido que no fue un gemido de pura agonía por una vez!

Ash gimió, frotándose la cara.

—Vale, sí, lo abracé. Y quizá… hizo una especie de sonido parecido a una risa, pero fue un accidente, él no se rio. ¡Y no es para tanto! ¡Es solo… ya sabéis… el lazo!

—¿El lazo que hace que Paul se derrita como un Vanillite bajo el sol de verano cada vez que estás cerca? —bromeó Brock, con una amplia sonrisa en el rostro—. Sí, Ash, ya estamos muy familiarizados con «el lazo». —Se rio entre dientes—. Ahora en serio, Ash, me alegró verlo. Parecía… más tranquilo. Después de tanto tiempo que habéis estado separados, parece que estaba contento de verte… A su manera, por supuesto.

—Sí —admitió Ash, volviendo a sonreír con sinceridad—. Lo estaba. Incluso estuvo de acuerdo en que fue «bueno verme», más o menos. Como dices, a su manera, la de Paul.

Dawn jadeó de forma dramática, subiendo una mano hacia su boca

—¿Lo admitió? ¡No puede ser! ¡Ash, estás obrando milagros! ¡Lo próximo será que lo convenzas para que se ponga un traje de animador del «Equipo Ash»!

—Vale, ahora estás siendo ridícula —se rio Ash, aunque la imagen de Paul con un traje de animador era tan absurdamente atípica en él que en realidad era bastante graciosa. Paul probablemente se autodestruiría de pura mortificación.

—¿Pero sí que parecía más relajado, verdad? —dijo Brock, su tono volviéndose más serio—. Incluso más relajado que cuando os separasteis después de Ciudad Corazón. Esa distancia… claramente os pasó factura a ambos, aunque intentaras no demostrarlo, Ash.

La sonrisa de Ash se suavizó.

—Sí. Se… se siente mejor ahora que está aquí. Como si algo que faltaba hubiera vuelto. —Bajó la mirada, un poco avergonzado por la confesión—. La Liga va a ser dura, pero… saber que está cerca… ayuda.

—¡Oh, Ash! —arrulló Dawn, con los ojos brillantes—. ¡Qué tierno! ¿Ves? ¡Tus instintos nuevos de alfa no son solo para dar abrazos y hacer sonrojar a Paul; también son una conexión genuina!

—Definitivamente es una conexión poderosa —asintió Brock, mirando a Ash con un respeto renovado—. Y parece estar evolucionando. Para ambos. Que Paul busque conversar contigo, por muy a regañadientes que sea… es un gran paso para él.

Ash asintió, una calidez extendiéndose por su interior. Era un gran paso. Este viaje con Paul, esta revelación del Emparejamiento de Almas, había sido una montaña rusa de confusión, preocupación y una incomodidad abrumadora. Pero momentos como el de hoy, ver a Paul reírse (casi), ver esa suavidad reservada en sus ojos, hacía que toda la locura pareciera… merecer la pena.

—Entonces —dijo Dawn, su sonrisa traviesa volviendo con toda su fuerza—. ¿Vais a coordinar vuestros trajes de combate para la Liga? ¿Conjuntos alfa-omega a juego? Sería adorable.

Ash solo gimió y levantó las manos en señal de rendición fingida, pero se estaba riendo. Las bromas eran incesantes, pero cariñosas, de apoyo. Y mientras caminaba con sus amigos hacia el centro principal de la Isla Lirio del Valle, no pudo evitar que la sonrisa esperanzada y feliz se extendiera por su rostro. La Liga de Sinnoh acababa de empezar, y con Paul cerca, sonrojado e innegablemente ligado a él, Ash sentía que podía enfrentarse al mundo.


Al día siguiente, el bullicio de la Isla Lirio del Valle era contagioso. Dondequiera que Ash miraba, los entrenadores preparaban a sus Pokémon, elaboraban estrategias, sus rostros iluminados de determinación y esperanza. Ash sentía ese mismo fuego en su propio estómago, intensificado por la cómoda presencia de Paul en algún lugar de la misma isla. Era como si el lazo, a esta distancia tan corta, lo mantuviera al tanto de cómo se estaba sintiendo Paul y en dónde estaba en cada momento.

Como era de esperar, Ash pronto se encontró con algunas caras conocidas. Nando, el entrenador de inclinaciones musicales con su mezcla de destreza en Concursos y combates, saludó a Ash con una sonrisa serena y un verso lírico. Barry, un torbellino de energía impaciente, prácticamente se lanzó como una bala de cañón contra Ash, lleno de declaraciones sobre multar a Ash por ser demasiado lento y alardes sobre su propia e inminente victoria en la Liga.

—¡Eh, Ash! ¡Ya era hora de que llegaras! ¡Voy a destrozaros a todos, tú incluido! ¡Multa de cinco millones si se te ocurre perder antes de enfrentarte a mí! —proclamó Barry, moviéndose como un rayo en círculos hiperactivos alrededor de Ash.

Ash solo se rio, acostumbrado al particular tipo de amistad de alta velocidad de Barry.

—¡Me alegro de verte también, Barry! ¡Y no pienso perder!

A través de estos encuentros, Ash se encontró buscando sutilmente a Paul. No lo vio, pero aquel persistente latido le decía que Paul estaba cerca y más o menos en qué dirección. Y que estaba ocupado, centrado. Probablemente todavía entrenando con su habitual concentración implacable, afortunadamente fuera del alcance de los oídos de las proclamaciones de Barry, que Paul indudablemente habría encontrado insufribles.

Comenzaron las rondas preliminares de la Liga de Sinnoh, y la isla se convirtió en un hervidero de feroz competición. Ash, con su equipo en plena forma, se abrió paso a través de sus primeros combates con habilidad y su característico e impredecible estilo. Derrotó a Nando en un emocionante combate que mezcló gracia y poder, ganándose la respetuosa reverencia de Nando y un poema bellamente compuesto sobre sus espíritus enfrentados. Luego se enfrentó a Conway, cuyos Pokémon astutos y estratégicos llevaron a Ash a sus límites, pero la adaptabilidad de Ash y el puro lazo que compartía con sus Pokémon lo sacaron adelante.

A lo largo de estos primeros combates, Ash vislumbraba ocasionalmente a Paul en las gradas, siempre situado un poco apartado de la multitud principal, con los brazos cruzados, sus ojos violetas fijos atentamente en los combates, especialmente en los de Ash. Nunca animaba, nunca ofrecía ninguna señal externa de apoyo (ni de desdén como antes), pero su presencia era una fuerza silenciosa e innegable. Y cada vez que los ojos de Ash se encontraban con los suyos, incluso desde la distancia, veía aquel revelador tono rosado empezar a subirle por el cuello a Paul, y Paul apartaba inmediatamente la mirada, fingiendo un intenso interés en una nube particularmente ordinaria o en un Starly cualquiera que volaba por encima. Era una rutina familiar y extrañamente reconfortante. Ash siempre se aseguraba de enviar una pequeña, casi imperceptible sonrisa en dirección a Paul, lo que generalmente resultaba en que Paul se tensara ligeramente y mirara aún más atentamente en otra dirección.

Dawn y Brock eran los animadores constantes de Ash, su apoyo inquebrantable. También se habían vuelto expertos en señalar sutilmente la presencia de Paul.

—¡Mira, Ash, tu fan número uno está aquí de nuevo! —susurraba Dawn, dándole un codazo—. No querrás decepcionar a tu «observador omega», ¿verdad?

Ash simplemente ponía los ojos en blanco, una sonrisa cariñosa formándose en sus labios.

Después de cada una de sus victorias, Ash sentía aquella brújula interna, aquel instinto nuevo, vibrar con una silenciosa satisfacción, casi como si Paul, dondequiera que estuviera, estuviera reconociendo el progreso de Ash, por muy a regañadientes que fuera. La distancia entre ellos, aunque todavía físicamente presente la mayor parte del tiempo, se sentía menos como un abismo y más como un… espacio cargado, lleno de comprensión tácita.

Y entonces, se anunciaron los emparejamientos de cuartos de final. La pantalla del vestíbulo principal parpadeó, los nombres cambiaron y se asentaron. Ash miró fijamente, conteniendo la respiración. Allí, iluminado en letras claras y grandes, decía: ASH vs. PAUL.

Una oleada de emoción, de expectación, recorrió a todas las caras que estaban aquí por Ash o por Paul. Dawn y Brock soltaron unos suspiros cargados de emoción y se acercaron más a Ash para animarlo (aunque Ash apenas podía escuchar lo que estaban diciendo bajo el zumbido que había comenzado en sus oídos).

El corazón de Ash martilleaba contra sus costillas. Paul. Iba a combatir contra Paul. De verdad, esta vez. Aquí, en la Liga, con todo en juego. Una emoción, feroz y estimulante, lo recorrió. Este no era un combate cualquiera; este era el combate.

Instintivamente miró a su alrededor, buscando a Paul en el abarrotado vestíbulo. Lo encontró de pie cerca del borde, con Reggie a su lado. Paul ya estaba mirando la pantalla, su expresión indescifrable, una máscara de fría compostura. Pero Ash lo sabía. Podía sentirlo. Bajo aquel exterior cuidadosamente construido, Paul también lo sentía: la misma expectación electrizante, la misma sensación de destinos convergiendo.

Sus miradas se encontraron a través de la sala. Esta vez, Paul no apartó la vista inmediatamente. Sostuvo la mirada de Ash durante un momento largo y cargado. No hubo sonrojo, esta vez no. Solo un reconocimiento compartido y silencioso del monumental enfrentamiento que se avecinaba. El aire entre ellos crepitaba con desafíos tácitos, con el peso de su historia, y con el lazo innegable e irrompible que ahora los conectaba a un nivel más profundo de lo que ninguno de los dos había anticipado jamás.

Reggie colocó una mano en el hombro de Paul, diciendo algo que Ash no pudo oír. Paul asintió una vez, secamente, y luego finalmente rompió el contacto visual con Ash, volviendo su atención a la pantalla, aunque Ash sintió que su conciencia de él seguía siendo tan aguda como siempre.

—Bueno, Ash —dijo Brock, dándole una palmada en la espalda, su voz llena de una mezcla de emoción y orgullo—. Todos nos imaginábamos que este día llegaría. Es el combate para el que ambos habéis estado trabajando.

Dawn seguía dando saltitos sobre las puntas de los pies, con los ojos brillantes.

—¡Puedes hacerlo, Ash! ¡Sé que puedes! ¡Demuéstrale todo lo que has aprendido! ¡Demuéstrale el poder de la amistad… y quizá algunos de esos increíbles instintos de combate alfa!

Ash sonrió, una luz feroz y decidida en sus ojos.

—Lo haré —dijo, su voz resonando con convicción. Volvió a mirar a Paul, que ahora salía del vestíbulo, con la postura recta, sus movimientos precisos, la viva imagen de la intensidad concentrada.

Esto era más que un simple combate por un puesto en las semifinales. Se trataba de todo. Del respeto. Del crecimiento. De su rivalidad. Y de este extraño, poderoso e innegable lazo que lo había cambiado todo. Ash contra Paul. Rival contra… bueno, seguía siendo rival, pero también mucho más.

Ash estaba impaciente.

Chapter 8: La Liga Sinnoh

Chapter Text

El día del combate de cuartos de final amaneció con un cielo completamente despejado y un sol brillante, pero una tensión flotaba en el aire de la Isla Lirio del Valle. Las gradas estaban abarrotadas, un mar de rostros expectantes. Este no era solo otro combate de la Liga para Ash; esta vez era contra Paul, un enfrentamiento que llevaba meses preparándose.

Había llegado la hora del combate. Probablemente la batalla más importante de su vida. Ash sentía una mezcla de nervios y euforia. Pikachu prácticamente vibraba en su hombro, sintiendo el estado alterado de su entrenador. Al otro lado del campo de batalla, Paul permanecía con su característica postura distante, con los brazos cruzados, su expresión era una máscara de indiferencia. Pero Ash podía ver las señales sutiles: el ligero apretar de su mandíbula, la forma en que sus ojos, cuando parpadeaban hacia Ash, mostraban una intensidad aguda, casi feral. Paul parecía estar más centrado que nunca, incluso que cuando combatieron en el Lago Agudeza. El lazo vibraba entre ellos, una conexión llena de expectación compartida y apuestas profundamente personales.

El combate comenzó, y desde el principio fue tan increíble como la multitud había esperado. Era un combate completo de seis contra seis, un enfrentamiento implacable, estratégico y cargado de emociones no solo entre Pokémon, sino también entre los ideales de sus entrenadores.

La batalla empezó llena de sorpresas para Ash. Paul inesperadamente había cambiado su equipo, y eso había dejado a Ash desconcertado, no porque le había arruinado alguna estrategia, sino porque no podía evitar pensar si era el resultado de alguna estrategia nueva por parte de Paul ahora que lo conocía más que nunca. La batalla empezó con Aggron contra Pikachu, pero Ash muy pronto se vio obligado a cambiarlo por Buizel.

Ash no pudo evitar notar que cualquiera que sea la estrategia que había tenido Paul al principio, cambió de opinión casi de inmediato. Buizel apenas logró asestar un golpe cuando Paul regresó a Aggron y lo cambió por su Drapion.

Fue una batalla feroz contra Drapion. Parecía una muralla impenetrable, pero eso no era lo peor. Lo peor era que Paul parecía haber captado algo sobre el plan de Ash, y estaba empezando a desmantelar su equipo de una manera fría y calculada. Estaba usando una estrategia de Púas Tóxicas y luego cambiando a su Aggron y su Gastrodon para mantener la presión ofensiva al máximo y mantener a Ash a la defensiva.

Ash, por supuesto, se negó a retroceder. Se adaptó, improvisó, confió en sus Pokémon y en su lazo compartido. Su Buizel luchó con feroz tenacidad y logró derrotar al Aggron antes de caer también por el daño de las Púas Tóxicas, su Staraptor surcó los cielos con audaz coraje evitando los ataques de Drapion antes de ser derribado por un ataque inesperado, y Gliscor, antes torpe, ahora se movía con sorprendente gracia y poder, evidenciando los frutos del paciente entrenamiento de Ash.

La multitud rugía con cada choque, cada casi impacto, cada impresionante demostración de destreza Pokémon.

Entre los cambios de Pokémon, aun estando en extremos opuestos del campo, sus miradas se encontraban. La expresión de Paul permanecía en gran medida indescifrable, pero Ash podía ver la intensa concentración, el deseo casi desesperado de ganar. Y debajo de ello, aquel constante y latente sonrojo que se intensificaba cada vez que Ash lograba asestar un golpe particularmente sorprendente o efectivo.

—No está mal, Ketchum —gritó Paul, con voz tensa, después de que el Pikachu de Ash lograra superar a su formidable Drapion en una deslumbrante demostración de velocidad y tácticas poco ortodoxas—. Pero tu falta de una estrategia es notable, y puede llegar a ser tu perdición. —Las palabras eran afiladas, pero las decía sin su antiguo veneno. Había casi un… respeto a regañadientes oculto bajo la crítica.

—¡Ya veremos eso, Paul! —replicaba Ash, con una sonrisa plantada en el rostro a pesar de la intensidad del combate—. ¡Mis Pokémon y yo luchamos con el corazón! ¡Esa es nuestra fuerza! —Sintió el zumbido de sus nuevos instintos en su interior, no solo un impulso protector, sino ahora un feroz deseo de demostrar su valía, de mostrarle a Paul la validez de sus propios métodos.

La caída de Drapion alivió mucho la presión que estaba sintiendo Ash por haber perdido a Staraptor, Buizel, y Gliscor. Después de unas batallas extremadamente reñidas, Pikachu y Torterra lograron derrotar a Ninjask y Froslass.

Al final, después de que Gastrodon fuera eliminado, ambos habían quedado con solo un Pokémon cada uno.

Ash envió a Infernape. Era el leal compañero ígneo de Ash, evolucionado del Chimchar que Paul había abandonado una vez, ahora se erigía como la encarnación de la filosofía de Ash: un Pokémon alimentado por la confianza mutua, impulsado por un lazo inquebrantable, su habilidad Mar Llamas encendida no solo por la desesperación, sino por una ardiente voluntad de luchar por su entrenador.

El enfrentamiento final fue Infernape contra el Electivire de Paul, el mismo Pokémon que había atormentado a Chimchar en el pasado. El simbolismo no pasó desapercibido para nadie, y menos aún para Ash. El combate fue un feroz espectáculo de fuego y electricidad, un duelo elemental en bruto.

Paul llevó a Electivire a sus límites absolutos con órdenes precisas y calculadas. Ash, a su vez, confió en Infernape por completo, su conexión casi telepática. Hubo momentos en que Ash casi podía sentir la frustración de Paul, su ardiente deseo de superar a este oponente en particular, este testimonio vivo de los métodos de entrenamiento que una vez había despreciado. Podía ver el ceño fruncido en el rostro de Paul intensificarse con cada poderoso Envite Ígneo, cada rugido desafiante de Infernape.

Al final, después de un choque cataclísmico que dejó el campo chamuscado y a la multitud sin aliento, Infernape, maltrecho pero erguido, se alzó victorioso. Electivire yacía derrotado.

Silencio. Luego, una erupción de vítores.

Ash corrió al campo, abrazando a Infernape, lágrimas de alegría y alivio surcándole el rostro.

—¡Lo hiciste, Infernape! ¡Estuviste increíble!

Al otro lado del campo, Paul retiró a Electivire, su expresión indescifrable. Durante un largo momento, simplemente se quedó allí, mirando a Ash e Infernape.

Observó a Ash, celebrar con el Pokémon que una vez había desechado. El rugido de la multitud era un zumbido sordo en sus oídos. Había perdido. Contra Ash. Contra Infernape. El escozor de la derrota era agudo. Pero no solo había amargura. Había… algo más. Un respeto a regañadientes, quizá. Un reconocimiento del innegable poder del lazo de Ash con sus Pokémon. Y debajo de todo ello, aquel extraño, persistente y mortificante tirón de su propia conexión.

Sus instintos, aquellos contra los que había estado luchando durante tanto tiempo, estaban extrañamente… tranquilos. No hubo una oleada de dolor por la derrota, ningún desgarro interno al presenciar el triunfo de Ash. En cambio, había una peculiar, casi… calmada aceptación.

Ash, calmándose finalmente, miró a Paul al otro lado del campo. Sus miradas se encontraron. Ash ofreció una sonrisa vacilante y agotada.

Los labios de Paul se afinaron. Hizo un único y seco asentimiento, un reconocimiento casi imperceptible del resultado del combate. Luego, se dio la vuelta para abandonar la arena.

Ash, todavía sin aliento por el subidón emocional de su victoria y la intensidad del combate, observó a Paul alejarse. Una punzada de algo, ¿decepción? ¿una renovada sensación de aquel tirón del lazo que los unía?, lo atravesó. Paul seguro pretendía irse y regresar a Ciudad Rocavelo. Pero Ash no podía simplemente dejar que Paul se fuera así, no después de todo. Esto no era solo una victoria en la Liga; era una victoria sobre Paul, una victoria que se sentía como un punto de inflexión monumental en toda su relación.

—¡Paul, espera! —gritó Ash, su voz resonando por la arena ahora más silenciosa.

Paul se quedó helado al borde del campo, cerca de la salida, todavía de espaldas a Ash. No se giró. Ash casi podía sentir el conflicto interno que irradiaba de él, el orgullo luchando con aquel innegable instinto.

Ash trotó hacia él, con Infernape siguiéndolo fielmente a su lado, Pikachu todavía encaramado en su hombro, sus orejas crispándose con una mezcla de triunfo y preocupación.

—Ese fue… un combate increíble, Paul —dijo Ash, deteniéndose a unos metros detrás de él—. Tus Pokémon estuvieron asombrosos. Tú… realmente nos llevaste a nuestros límites. —Lo decía de verdad. Paul era, sin duda, uno de los entrenadores más fuertes a los que se había enfrentado en su vida.

Paul permaneció en silencio durante un largo momento, con los hombros rígidos. Ash podía ver el leve temblor en sus manos, apretadas con fuerza a su espalda.

Finalmente, Paul habló, su voz baja, casi áspera, sin girarse todavía.

—Ganaste, Ketchum. Eso es todo lo que importa en un combate. —Las palabras fueron planas, pero Ash detectó un trasfondo, no de amargura, sino de… algo más. Cansancio, quizá. Y un respeto tácito.

—No se trata solo de ganar —dijo Ash en voz baja—. Se trata de… cómo combates. Y tú, Paul, eres un combatiente increíble. Yo… aprendí mucho de ti. Hoy, y… todas las otras veces. —Esto era cierto. La implacable búsqueda de fuerza de Paul, su aguda mente estratégica, por muy diferente que fuera del propio enfoque de Ash, indudablemente lo habían empujado a convertirse en un mejor entrenador.

Paul finalmente, lentamente, se giró para mirarlo. Su expresión era una fachada convincente de fría distancia, pero cuando sus ojos se encontraron con los de Ash, estaban llenos de un complejo torbellino de emociones: agotamiento, frustración persistente por la derrota, pero también… aquella ahora familiar vulnerabilidad teñida de sonrojo que la presencia de Ash siempre parecía evocar. El sol de la tarde captó el leve tono rosado que aún se aferraba a sus orejas y cuello.

—Me voy —declaró Paul, su voz plana, evitando la mirada de Ash—. No hay razón para que me quede.

Ash sintió surgir aquel instinto alfa, no podía dejar que se vaya así sin más.

—¿Ninguna razón? —repitió Ash, su voz amable pero firme. Dio un pequeño paso más cerca—. Paul… yo sigo en la Liga. Tengo más combates que luchar. —Miró directamente a Paul, su mirada seria, inquebrantable—. ¿No… quieres ver cómo terminan?

Paul se encogió casi imperceptiblemente ante la franqueza de Ash, su sonrojo intensificándose. Abrió la boca, claramente a punto de soltar su habitual y tajante negativa. Debería irse. Su orgullo lo exigía. Su mente lógica le decía que no había ninguna ventaja estratégica en quedarse. Tenía su propio entrenamiento en el que centrarse, su propio camino. Quedarse para ver a Ash Ketchum continuar su sentimental viaje por la Liga… era absurdo. Era…

Era exactamente lo que una parte traicionera e impulsada por sus instintos deseaba desesperadamente hacer.

Vio la mirada esperanzada y expectante de Ash, el leve y cálido aroma de él extendiéndose a través del pequeño espacio entre ellos, una invitación silenciosa, un ancla reconfortante. La batalla interna era feroz.

—Yo… —empezó Paul, con voz tensa. Quería decir que no. Necesitaba decir que no. Pero la palabra no se formaba. Sintió aquella familiar e incómoda opresión en el pecho, una señal de advertencia de sus propios instintos rebeldes de que rechazar a Ash tan directamente, especialmente en un momento en el que Ash claramente necesitaría su apoyo, solo los heriría a ambos.

Ash, al ver el conflicto en el rostro de Paul, la forma en que sus manos se apretaban y aflojaban, sintió una oleada de empatía. No quería causarle más dolor a Paul. Pero tampoco quería que Paul se fuera. No así.

—Mira —dijo Ash, su voz más suave, más comprensiva—. Sé que tienes tus propios planes. Pero… si te quedaras… solo un rato… me harías feliz. Sería… bueno tenerte observando. —Ofreció una sonrisa pequeña y vacilante—. Tus críticas… suelen ser bastante útiles. Incluso cuando son crueles.

Paul lo miró fijamente, sus ojos muy abiertos con una mezcla de incredulidad y horror incipiente. Era claro que los niveles de mortificación estaban por las nubes, porque su sonrojo era ahora tan intenso que Ash prácticamente podía sentir el calor irradiando del rostro de Paul.

—¿Tú… quieres que… critique tus… victorias sentimentales basadas en la suerte? —farfulló Paul, medio horrorizado. Pero incluso mientras lo decía, hubo un diminuto tic en la comisura de su boca, y parecía estar reprimiendo una sonrisa.

—¡Sí! —dijo Ash, su sonrisa ensanchándose, tomando la reacción azorada de Paul como una señal de vacilación en lugar de un rechazo rotundo—. ¡Sería genial! ¡Como en los viejos tiempos! Pero, ya sabes, con menos… dolor físico real para ti. —Hizo una mueca leve, recordando cómo se había sentido Paul en aquellos días en Lago Agudeza.

Paul simplemente lo miró fijamente, sin palabras. El rubor en su rostro parecía haberse intensificado aun más, si eso era posible. Ash al principio no estaba seguro de por qué esto era tan difícil para Paul, después de todo, se habían llevado relativamente bien en Ciudad Corazón y antes de la batalla de hoy, pero luego Ash entendió que hasta ahora, siempre era Ash quien buscaba excusas para que pasaran tiempo junto. Siempre era Ash quien ponía el esfuerzo de ir a buscar a Paul para que estuvieran juntos. Ahora Paul había quedado eliminado mientras que Ash aun tenía batallas por delante, y la decisión de quedarse o no, de pasar tiempo con Ash o no, caía en Paul.

Paul vaciló por casi un minuto, y luego respiró hondo y con dificultad.

—Esto es… completamente ilógico —logró decir finalmente, su voz apenas un susurro. Seguía evitando el contacto visual directo, su mirada fija en Pikachu, que los observaba a ambos con una mirada sabia y conocedora.

—¿Y qué? —dijo Ash, su sonrisa intacta—. ¿Desde cuándo ha sido lógico todo entre nosotros, Paul?

Paul no tuvo respuesta para eso. Suspiró, un sonido largo y cansado de derrota resignada, aunque era una derrota de su orgullo, no de su espíritu. Se pasó una mano por el pelo, un gesto de profunda exasperación y total desconcierto.

—Bien —murmuró Paul, tan bajo que Ash casi no lo oyó—. Quizá… quizá observar unas cuantas rondas más… podría proporcionar… algunos datos marginalmente útiles. —La excusa era endeble, incluso para sus propios oídos. Pero fue suficiente.

El corazón de Ash dio un salto triunfal. ¡Paul se quedaba! ¡De verdad, voluntariamente, se quedaba! ¡Había escogido pasar más tiempo con Ash!

—¡Gracias, Paul! —exclamó Ash, su sonrisa tan amplia que casi le dolía. Tuvo el repentino e irresistible impulso de volver a abrazar a Paul, pero logró contenerse, recordando la aversión de Paul a ser «manoseado» y no querer aprovecharse de su buena suerte.

Paul, sin embargo, pareció anticipar el abrazo de todos modos, porque se encogió y dio un pequeño e inconsciente paso atrás, su sonrojo regresando con creces.

—No… tomes esto como un respaldo a tus… métodos, Ketchum —advirtió, su voz tensa por la mortificación—. Simplemente estoy… cumpliendo un objetivo de… recopilación de datos.

Ash simplemente se rio, un sonido brillante y feliz que resonó alrededor.

—Lo que tú digas, Paul. —Él lo sabía. Y Paul sabía que él lo sabía. Y por ahora, eso era más que suficiente. La Liga de Sinnoh estaba lejos de terminar, pero para Ash, la victoria más importante del día ya se había ganado. Paul eligió quedarse.

Con el acuerdo lleno de sonrojos de Paul de quedarse, una nueva energía, casi vertiginosa, llenó a Ash. Todavía tenía una Liga que luchar, pero saber que Paul estaría allí, observando, criticando, de alguna manera hacía la perspectiva aún más emocionante.

—¡Esto es genial! —dijo Ash, radiante—. Primero lo primero, mis Pokémon necesitan ir al Centro Pokémon. Han luchado increíblemente hoy. —Miró a Infernape, que todavía irradiaba un aura orgullosa, aunque cansada. Pikachu pió en señal de acuerdo desde su hombro.

Paul asintió, su mirada deteniéndose brevemente en Infernape con una expresión indescifrable.

—Prudente. La recuperación es primordial después de un esfuerzo significativo. —Sonaba como si estuviera citando un manual de entrenamiento, pero Ash detectó un sutil trasfondo de… algo. No exactamente preocupación, sino un reconocimiento profesional de los esfuerzos de los Pokémon de Ash.


Mientras se dirigían hacia la salida de la arena, se encontraron con una Dawn extasiada y un Brock radiante. Reggie también estaba allí, con una sonrisa cálida en el rostro. 

—¡Ash, eso fue increíble! ¡Estuviste asombroso! —Dawn se lanzó sobre Ash para un rápido abrazo de felicitación, que él devolvió con entusiasmo.

—Realmente demostraste tu fuerza ahí afuera, Ash —dijo Brock, dándole una palmada en la espalda—. Tu lazo con tus Pokémon… es verdaderamente algo especial.

Reggie dio un paso adelante, extendiéndole una mano a Ash.

—Felicidades, Ash. Una victoria bien merecida. —Luego, su mirada se desvió hacia su hermano, que estaba de pie ligeramente detrás de Ash, con aspecto profundamente incómodo y todavía sonrojándose ferozmente—. Y Paul —añadió Reggie, su voz amable—, tú también luchaste brillantemente. Fue un combate digno de la Liga de Sinnoh.

Paul solo hizo un seco y casi imperceptible asentimiento, con la mirada fija en el suelo. Los elogios, especialmente delante de Ash, eran claramente todavía una fuente de aguda vergüenza para él.

—Entonces, Paul —dijo Dawn, volviéndose hacia él con un brillo travieso en los ojos—. ¿Piensas quedarte para ver a Ash? Seguro Ash apreciaría mucho que te quedes y animes a tu alfa.

El sonrojo de Paul se encendió de nuevo, mientras que Ash simplemente les dio a todos una sonrisa radiante, anunciando:

—¡Paul se va a quedar!

Brock y Reggie parecían un poco sorprendidos ante la noticia. Dawn, mientras tanto, parecía estar apunto de hacer otra broma, pero se amedrentó ante la mirada fulminante que Paul le lanzó. Reggie, quizá más consciente que nadie de lo difícil que debió ser esa decisión para Paul, especialmente después de haber perdido en la liga, decidió apresurarlos:

—Vamos, los Pokémon de Ash y Paul necesitan descansar cuanto antes —Los instó a caminar hacia el Centro Pokémon.

Más tarde, después de que los Pokémon de Ash y Paul estuvieran cómodamente instalados en el Centro Pokémon bajo el cuidado de la Enfermera Joy, el grupo se encontró en una de las bulliciosas zonas comunitarias al aire libre de la isla. El ambiente era de celebración para el equipo de Ash, aunque un poco más apagado y reflexivo para Paul y Reggie.

Encontraron una mesa grande, y mientras se pedía y distribuía la comida, una camaradería familiar, aunque todavía ocasionalmente incómoda, se instaló entre ellos. Paul, fiel a su estilo, inicialmente picoteó su comida con aire crítico, pero Ash notó que comía con más constancia que en Ciudad Corazón y parecía más cómodo con la idea de comer junto a él. Incluso, para el silencioso deleite de Ash, aceptó una segunda ración de fideos cuando Brock se la ofreció, aunque intentó que pareciera que simplemente se aseguraba de que no se desperdiciara comida.

La conversación, naturalmente, derivó hacia los próximos combates. Los emparejamientos de semifinales no se anunciarían hasta la mañana siguiente, pero la especulación era abundante.

—Quienquiera que se enfrente a ti después, Ash, lo va a tener difícil —dijo Brock con confianza—. Tu equipo está en plena forma.

—¡Sí! —asintió Dawn—. ¡Con Infernape así, y los nuevos movimientos de Pikachu, eres imparable!

Ash sonrió, pero una pizca de ansiedad atemperó su emoción.

—Eso espero. Todos los entrenadores aquí son fuertes. No puedo bajar la guardia.

Su mirada se desvió hacia Paul, que había estado inusualmente callado, observando la conversación con su habitual e intenso escrutinio.

—¿Qué piensas, Paul? —preguntó Ash, genuinamente curioso por su opinión—. ¿Tienes algún consejo que pueda ayudarme? —Ofreció una sonrisa pequeña y esperanzada.

Paul levantó la vista, sorprendido de que se dirigieran a él directamente. Su sonrojo se intensificó ligeramente. Se aclaró la garganta.

—Tu dependencia de… tácticas improvisadas sigue siendo una variable significativa, Ketchum —comenzó, su tono analítico, casi como sus sesiones de análisis de combate—. Puede ser una fortaleza, pillar a los oponentes con la guardia baja. Pero también puede llevar a aperturas explotables si no tienes cuidado. Era obvio que no pudiste formular una estrategia a nivel de tu equipo para contrarrestar las Púas Tóxicas de Drapion. Eso te costó mucho durante nuestra batalla, y fue quizá tu más grande desventaja durante la batalla.

Ash escuchó atentamente, asintiendo. Este era Paul en su elemento: criticando, analizando. Y Ash, sorprendentemente, descubrió que no le importaba. Valoraba la perspectiva aguda y objetiva de Paul, incluso si a veces se la transmitía con una franqueza que rayaba en la dureza.

—La habilidad Mar Llamas de tu Infernape —continuó Paul, su mirada desviándose hacia Ash, y luego apartándose de nuevo—, aunque innegablemente poderosa, es un arma de doble filo. Hoy lo llevaste a su límite. Contra un oponente más orientado a la defensa, o uno hábil en estados alterados, ese tipo de alto rendimiento sostenido podría llevar a una fatiga rápida o dejarlo vulnerable.

—Tiene razón, Ash —intervino Reggie con amabilidad—. Infernape estuvo magnífico, pero tendrás que tener en cuenta su resistencia en combates consecutivos.

—Lo sé —dijo Ash, tomando en serio sus consejos—. Trabajaremos en ello.

Entonces, Paul hizo algo que sorprendió a todos, especialmente a Ash. Miró directamente a Ash, sus ojos violetas oscuros, casi negros, mostrando una rara e intensa franqueza.

—El entrenador al que te enfrentarás mañana… no se parecerá a ninguno que hayas encontrado.

Ash parpadeó.

—¿Mañana? Pero los emparejamientos aún no se han anunciado.

—No es necesario —dijo Paul, su voz baja, casi sombría—. Vi los cuadros. Solo hay un entrenador en esta Liga que comanda el tipo de poder que podría asegurar estadísticamente la progresión a la final desde el cuadro opuesto. —Su mirada era inquebrantable—. Se llama Tobias. Y combate con un Darkrai. 

Un silencio atónito se apoderó de la mesa. Darkrai. Un Pokémon Legendario.

Ash había oído rumores, susurros entre los otros entrenadores sobre un entrenador misterioso e increíblemente poderoso que estaba diezmando a sus oponentes con un solo Pokémon sombrío. No les había prestado mucha atención, descartándolos como cotilleos de la Liga. Pero Paul… Paul rara vez se ocupaba de rumores infundados. Si Paul lo decía, él lo creía.

—¿Darkrai? —susurró Dawn, con los ojos muy abiertos—. ¿Un Pokémon Legendario?

—Efectivamente —confirmó Reggie, su expresión seria—. Observamos uno de sus combates anteriores. Los informes son precisos. Y es probable que Tobias tenga otros Pokémon poderosos, aunque hasta ahora no ha necesitado usarlos. Sabemos que tiene un equipo completo, y dudo que sus otros Pokémon sean mucho más débiles que ese Darkrai.

Ash sintió un nudo frío de aprensión formársele en el estómago. Un entrenador con un Darkrai. Eso era… un nivel de desafío completamente diferente. Pero entonces, un fuego familiar se encendió en su interior, la emoción de un obstáculo insuperable, la llamada a estar a la altura de las circunstancias.

Miró a Paul, a la expresión seria, casi preocupada, en sus ojos habitualmente reservados. Paul no solo estaba declarando un hecho; lo estaba… advirtiendo. Ofreciéndole una pieza de inteligencia estratégica crucial, aunque abrumadora.

—Entonces —continuó Paul, su voz recuperando su filo analítico, aunque la preocupación subyacente seguía allí—. Contra tal oponente, Ketchum, tus tácticas habituales de… confiar solamente en tus instintos e ideas de último minuto… probablemente no serán suficientes. Necesitarás una estrategia. Una meticulosa. Darkrai no es un Pokémon que deba subestimarse, ni tampoco su entrenador.

Era el mayor consejo que Paul le había ofrecido jamás a Ash, transmitido con una franqueza y una seriedad que trascendían su rivalidad habitual, que hablaban de la conexión más profunda, el lazo de sus almas que ahora sustentaba sutilmente sus interacciones. Paul, a su manera, intentaba ayudarlo. Intentaba prepararlo.

Ash se encontró con la mirada de Paul, un nuevo entendimiento formándose en su mente. No era solo su rival o su «enlazado». También era… un compañero. En esto, al menos. Un compañero con una mente brutalmente honesta y estratégicamente brillante.

—Gracias, Paul —dijo Ash, su voz tranquila. Ofreció una sonrisa pequeña y decidida—. Entiendo. Pensaré… pensaré en lo que dijiste. No dejaré que Darkrai me venza.

Paul solo asintió, su sonrojo regresando levemente mientras apartaba rápidamente la mirada, como avergonzado por su propia demostración de preocupación y ayuda estratégica. Pero el apoyo tácito, la comprensión compartida, flotaban en el aire, un testimonio silencioso de lo lejos que habían llegado. El combate contra Tobias sería un desafío increíble, quizá el más duro de Ash hasta ahora. Pero saber que tenía a Paul, a su manera única, llena de sonrojos y críticamente analítica, cubriéndole las espaldas… hacía que Ash sintiera que podía enfrentarse a cualquier cosa.


Más tarde esa tarde, los emparejamientos oficiales de semifinales aparecieron en las grandes pantallas de la plaza de la Liga Pokémon. Ash, Brock y Dawn estaban entre la multitud de entrenadores, un nudo de expectación apretándose en el estómago de Ash. Y allí estaba, tal como Paul había predicho:

ASH vs. TOBIAS

Un jadeo colectivo recorrió a la multitud. Muchos entrenadores conocían a Tobias y a su invicto Darkrai. Los murmullos crecieron, una mezcla de asombro por Tobias y aprensión compasiva por Ash.

Ash miró fijamente la pantalla, su expresión sombría pero resuelta. Darkrai. La advertencia de Paul resonaba en su mente. Esto iba a ser increíblemente duro. Pero el desafío solo aumentó su determinación.

—Bueno —dijo Dawn, su voz un poco temblorosa pero de apoyo—, al menos sabes a qué te enfrentas, Ash. Gracias a la información de Paul.

—Sí —asintió Ash, una pequeña sonrisa agradecida formándose en su rostro. La advertencia de Paul le había dado una ventaja crucial en la planificación—. Un Darkrai… Este va a ser mi combate más duro.

—Pero si alguien puede hacerlo, Ash, eres tú —dijo Brock, dándole una palmada en el hombro con inquebrantable confianza—. Tú y tus Pokémon os habéis enfrentado a leyendas antes. No te des por vencido.

Ash asintió, con la mirada fija en la pantalla. No se daría por vencido. Lucharía con todo lo que tenía.

Esa noche, de vuelta en el Centro Pokémon, el ambiente estaba más tranquilo. Ash estaba sentado en una mesa de la zona común, rodeado de impresiones de la Pokédex y notas de estrategia, tratando de formular un plan para contrarrestar a un Pokémon Legendario. Pikachu estaba a su lado, con aspecto igualmente pensativo, ofreciendo ocasionalmente un pequeño «Pika» de sugerencia. Dawn y Brock estaban cerca, ofreciendo un ánimo discreto y una presencia tranquilizadora, sabiendo que Ash necesitaba concentrarse.

El ambiente era tranquilo, aunque el Centro Pokémon estaba lleno con otros entrenadores relajándose o preparándose para sus propios combates. Ash estaba sumido en sus pensamientos, esbozando posibles combinaciones de equipo, cuando una sombra familiar cayó sobre su mesa.

Levantó la vista, sorprendido.

Era Paul.

Estaba allí de pie, con los brazos cruzados, con aspecto tan distante e imperioso como siempre. Pero su sonrojo, presente cada vez que se acercaba demasiado a Ash, era de un suave tono rosa, y sus ojos violetas, cuando se encontraron con los de Ash, mostraban una curiosidad vacilante, casi tímida. No estaba con Reggie. Estaba solo. Había buscado a Ash. Voluntariamente.

El corazón de Ash dio un pequeño brinco de sorpresa.

—¡Paul! Hola.

Dawn y Brock intercambiaron una rápida y significativa mirada, era claro que esto era nuevo.

—Ketchum —dijo Paul, con voz baja. Hizo un ademán hacia el desorden de papeles en la mesa de Ash—. Entonces. Tobias. ¿Has… formulado alguna estrategia coherente? ¿O sigues pensando en confiar en… «arrebatos espontáneos»? —Había un atisbo de su antiguo tono desafiante, pero era más suave ahora, carente de su habitual mordacidad, casi como una broma entre amigos. Y bajo toda la fachada, Ash podía sentir claramente un hilo de preocupación genuina, aunque celosamente ocultada.

Ash no pudo evitar la pequeña sonrisa que se extendió por su rostro. Paul, viniendo voluntariamente a comprobar su estrategia de combate. ¿Y sonando realmente… preocupado? Todo este asunto de alfas y omegas estaba verdaderamente lleno de sorpresas, aun a pesar de todo lo que ya ha presenciado desde el emparejamiento de almas, seguían habiendo momentos inverosímiles como este.

—Estoy en ello —dijo Ash, señalando sus notas—. No es fácil planificar contra un Darkrai. Son… ridículamente fuertes. Y ese movimiento Brecha Negra suena como… bueno, como una pesadilla.

Paul descruzó los brazos, un pequeño gesto de participación casi inconsciente. Dio un paso vacilante más cerca de la mesa, su mirada recorriendo las notas dispersas de Ash.

—Brecha Negra es, efectivamente, su arma más potente. Induce al sueño, es de amplio alcance. Evitarlo es primordial. Pero Tobias es hábil creando oportunidades para ello.

—Sí, eso me imaginaba —dijo Ash, pasándose una mano por el pelo—. Estaba pensando que quizá un Pokémon rápido y ágil para intentar esquivarlo. ¿Como Sceptile? ¿O quizá uno con una habilidad para contrarrestar el sueño?

Paul frunció el ceño, considerándolo.

—La velocidad de Sceptile es una ventaja, pero Darkrai es engañosamente rápido. Y confiar únicamente en una habilidad para contrarrestar Brecha Negra es arriesgado. Tobias seguro lo anticipará. —Hizo una pausa, luego, con un leve, casi imperceptible sonrojo, añadió—: Tu Infernape… su velocidad y poder, especialmente con Mar Llamas activo, podrían potencialmente romper las defensas de Darkrai. Pero necesitarías encontrar una forma de asestar un golpe limpio, y rápido, antes de que Brecha Negra haga efecto. Podría ser efectivo, pero al mismo tiempo sería una jugada extremadamente arriesgada, un pequeño error y podrías perder la estrella de tu equipo.

Ash escuchó atentamente, su mente acelerada. Paul no solo estaba criticando; estaba… elaborando estrategias con él. Ofreciendo ideas concretas. Ayudándolo. La comprensión envió una cálida sensación que se extendió por el pecho de Ash.

Ash se obligó a pensar en el combate y la estrategia. Sí, arriesgarse con Mar Llamas en el primer encuentro sonaba muy peligroso incluso para Ash. Pero la idea de tomar un riesgo grande para derrotar a Darkrai parecía tener sentido.

—¿Qué tal… una jugada de sacrificio? —reflexionó Ash en voz alta, mirando a Paul para ver su reacción—. ¿Enviar un Pokémon sabiendo que probablemente será alcanzado por Brecha Negra, para provocarlo y crear una apertura para el siguiente?

Los ojos de Paul se entrecerraron ligeramente.

—Una maniobra de alto riesgo y potencialmente alta recompensa —concedió—. Pero te quedarías con un Pokémon menos inmediatamente. Y no hay garantía de que Tobias no cambie a Darkrai después de neutralizar a tu primer Pokémon. —Hizo una pausa, luego, con una mirada de reojo a Ash, añadió—: Tu Gible… sus movimientos poco convencionales y su impredecible Cometa Draco… podrían potencialmente alterar la concentración de Darkrai. Crear una apertura para un atacante más poderoso como Infernape o Sceptile, si Gible puede resistir siquiera un golpe, si puede sobrevivir lo suficiente para lanzar su Cometa Draco.

Era una observación astuta. Gible, aunque todavía algo errático, era impredecible.

—Esa es… una idea realmente buena, Paul —dijo Ash, una admiración genuina en su voz—. Gracias. —Le ofreció a Paul una sonrisa amplia y agradecida.

El sonrojo de Paul se intensificó al instante ante el elogio y la sonrisa. Apartó rápidamente la mirada, aclarándose la garganta.

—Simplemente estoy exponiendo… posibilidades tácticas objetivas, Ketchum. No lo malinterpretes como… un respaldo a tu ejecución inevitablemente defectuosa.

Ash solo se rio entre dientes. Las familiares negativas refunfuñonas no podían ocultar el hecho de que Paul lo estaba ayudando activamente, mostrando un nivel de preocupación y espíritu colaborativo que habría sido impensable hacía solo unas semanas.

—Entonces —dijo Paul, su voz un poco áspera, todavía evitando el contacto visual directo—, ¿de verdad estás… considerando un plan esta vez? ¿En lugar de simplemente… lanzarte de cabeza?

—¡Ey! ¡Yo hago planes! —protestó Ash, aunque sabía que Paul tenía razón sobre su estilo de combate habitual—. Pero sí. Contra un Darkrai… necesito más que solo instintos y suerte. Necesito… todo. Incluyendo algunas ideas inteligentes. —Miró a Paul, su mirada suave y sincera—. Y las tuyas son… realmente inteligentes, Paul.

Paul solo gruñó, sus orejas tornándose de un vibrante tono rosa. Murmuró algo sobre «la competencia táctica básica es un requisito mínimo» y luego, con un seco, casi tímido asentimiento, se dio la vuelta y se marchó, dejando a Ash, Dawn y Brock mirándolo, una mezcla de sorpresa y cariño en sus rostros.

—Bueno —dijo Dawn, rompiendo el silencio, una amplia sonrisa extendiéndose por su rostro—. Creo que eso es lo más que Paul ha ayudado voluntariamente a alguien con algo. Nunca. En la historia del universo. Especialmente a ti, Ash.

—Está preocupado por ti —añadió Brock con una sonrisa de complicidad en su rostro—. Puede que lo oculte bajo capas de refunfuños y críticas, pero eso fue preocupación genuina. Y un consejo estratégico bastante sólido.

Ash no pudo evitar que la cálida y feliz sensación se extendiera por él. Paul, su rival, lo había buscado, le había ofrecido ayuda, había mostrado una preocupación innegable, aunque cuidadosamente oculta, por su próximo combate. Este lazo, por muy confuso y abrumador que fuera a veces, también era… algo así como asombroso. Miró sus notas, una nueva sensación de determinación llenándolo. Tenía un Darkrai al que enfrentarse. Pero no se enfrentaba a él solo. Tenía a sus Pokémon, a sus amigos, y, a su manera única, llena de sonrojos y críticamente analítica, también tenía a Paul. Y de alguna manera, eso marcaba toda la diferencia.


La mañana del combate de semifinales llegó con un nivel de expectación casi sofocante. El estadio estaba abarrotado, el rugido de la multitud una ola ensordecedora. Ash estaba en un lado del campo de batalla, Pikachu una presencia firme y chispeante en su hombro, su corazón latiendo con una mezcla de nervios y feroz determinación. Frente a él estaba Tobias, una figura enigmática que exudaba un aura de poder tranquilo, casi desconcertante. Y junto a Tobias, su forma sombría materializándose bajo la brillante luz del estadio, estaba Darkrai.

Ash respiró hondo. Las palabras de Paul, las estrategias de Paul, resonaban en su mente. Tenía un plan. Arriesgado, quizá, pero un plan al fin y al cabo.

En las gradas, Ash podía sentir el peso de las miradas expectantes. Sabía que Dawn y Brock estaban allí, animándolo con todas sus fuerzas. Y en algún lugar, sabía que Paul también estaba observando, sus ojos violetas diseccionando cada movimiento, su lazo de almas una conexión vibrante a través de la arena. Ash casi podía sentir la concentración crítica, aunque innegablemente preocupada, de Paul.

El combate comenzó.

—¡Darkrai, Brecha Negra! —ordenó Tobias, su voz tranquila, autoritaria.

Tal como Paul había predicho, el ataque sombrío se extendió hacia fuera. Pero Ash estaba listo.

—¡Gible, rápido, Cometa Draco!

Gible, pequeño pero sorprendentemente ágil, ya parecía saber el plan de Ash, y apenas Ash había terminado de dar la orden, ya estaba cargando su ataque. Fue quizá medio segundo antes de que la Brecha Negra de Darkrai lo alcanzara cuando desató un Cometa Draco sorprendentemente potente, no dirigido directamente a Darkrai, ya que Gible aun no era muy capaz de controlarlo, sino ligeramente descentrado, tal como Paul había sugerido: una alteración, un elemento impredecible.

Darkrai, sorprendido por la velocidad del pequeño dragón y la inusual trayectoria de su ataque que había estallado en el cielo y se esparcía por todo el estadio, se vio obligado a desviar momentáneamente su atención para intentar esquivar el ataque que parecía venir por todas las direcciones de forma caótica. No fue mucho, pero fue la apertura que Ash necesitaba.

Gible se había quedado dormido por la Brecha Negra, pero Ash estaba preparado, lo hizo regresar inmediatamente y desencadenó la próxima parte de su plan:

—¡Sceptile, te elijo a ti! ¡Hoja Aguda, ahora!

Sceptile salió de su Poké Ball, un borrón verde de velocidad. Aprovechó la distracción momentánea de Darkrai, sus Hojas Agudas brillando con poder mientras se lanzaba hacia el Pokémon Legendario. Tobias, impasible, contraatacó con Pulso Umbrío, pero Sceptile, impulsado por la fe inquebrantable de Ash y la desesperada urgencia de la situación, presionó su ataque. El choque fue brutal, un torbellino de energía sombría y hojas afiladas como cuchillas. Sceptile recibió mucho daño, pero en una impresionante demostración de tenacidad y posicionamiento estratégico (de nuevo, haciendo eco del consejo de Paul sobre explotar incluso las aperturas menores), asestó un golpe crítico.

Darkrai se tambaleó. La multitud jadeó. Y entonces, para asombro de todos, el poderoso Darkrai, que había arrasado en la Liga invicto, parpadeó y se debilitó, herido no solo parcialmente por el Cometa Draco sino también por un crítico Hoja Aguda.

Un rugido se elevó de las gradas, una ola de pura e incrédula euforia. ¡Ash lo había conseguido! ¡Había derrotado a Darkrai! Sintió una oleada de triunfo, y un pulso distintivo y poderoso de su lazo con Paul: un destello de lo que pareció un orgullo conmocionado, casi a regañadientes.

Tobias, aunque claramente sorprendido, permaneció desconcertantemente tranquilo. Retiró a Darkrai, y luego envió a su siguiente Pokémon: un Latios. Otro Legendario. La emoción de la multitud se tiñó de una nueva oleada de asombro y temor.

El combate continuó, un choque épico de poder y estrategia. Sceptile, aunque debilitado, luchó valientemente antes de caer ante el Resplandor de Latios. Ash envió entonces a Pikachu, su leal compañero, quien, con una combinación de increíble velocidad, poder eléctrico y las clásicas tácticas impredecibles de Ash, y tras un combate tenso que duró quince minutos, logró derrotar al poderoso Latios en otra sorprendente victoria inesperada.

Dos Legendarios menos. La multitud estaba extasiada. Ash estaba agotado pero eufórico. Podía sentir la mirada de Paul sobre él, una concentración intensa e inquebrantable, el sonrojo probablemente en niveles críticos dondequiera que estuviera sentado.

Pero Tobias estaba lejos de haber terminado. Uno por uno, reveló la verdadera profundidad de su asombroso equipo.  Un Cresselia, su brillo lunar llenando la arena con una presencia serena pero poderosa. Un Registeel, su forma metálica una fortaleza inquebrantable. Y luego, una Latias, un espejo de su Latios, igual de veloz y formidable.

Ash luchó con todo lo que tenía. Sus Pokémon, inspirados por el espíritu inquebrantable de su entrenador y el rugiente apoyo de la multitud, superaron sus propios límites. Su Heracross asestó golpes cruciales a Cresselia antes de ser derrotado, pero le abrió la ventana a su Swellow, que con su maestría aérea, se enfrentó a Cresselia en una impresionante batalla celestial y logró derrotarlo. Su Torkoal resistió los poderosos asaltos de Registeel con increíble aguante. Y su recién evolucionado y ferozmente leal Infernape, combatió contra la elegante Latias con un poder puro e indómito.

Uno por uno, Ash logró derrotarlos. Cada victoria fue duramente ganada, un testimonio de su crecimiento como entrenador, su profundo lazo con sus Pokémon, y, aunque no se daría cuenta del todo hasta más tarde, la influencia sutil pero significativa de las ideas estratégicas de Paul que habían agudizado su propio pensamiento. Podía sentir aquella conexión de sus almas vibrar: una mezcla del shock de Paul, su admiración a regañadientes, e indudablemente, su profunda y continua mortificación de que Ash Ketchum estuviera logrando esto y él se sintiera impulsado a vitorearlo.

Finalmente, solo le quedaba un Pokémon a Tobias. Miró a Ash al otro lado del campo, un atisbo de respeto genuino ahora en sus ojos.

—Has combatido excepcionalmente, Ash Ketchum. Pero aquí es donde termina tu viaje. —Lanzó su última Poké Ball.

Con un magnífico grito y un estallido de llamas, apareció un Moltres, sus alas de fuego llenando la arena con un calor abrasador.

Otro Legendario. Tobias tenía un equipo compuesto enteramente por Pokémon Legendarios.

Un asombro silencioso se apoderó del estadio. Ash miró fijamente al majestuoso Pokémon tipo Fuego y Volador, una oleada de cansancio invadiéndolo, pero su espíritu aún ardía brillante. Le quedaba un solo Pokémon. Su compañero leal de Sinnoh, aquel cuyo viaje estaba tan profundamente entrelazado con el suyo propio, y con el de Paul.

—¡Infernape, confío en ti!

La multitud estalló. Infernape contra Moltres. Un combate de fuego contra fuego, de pura voluntad contra poder legendario.

La lucha fue un espectáculo de furia pura e indómita. Infernape, aunque bastante debilitado por su combate anterior contra Latias, luchó con un corazón ardiente, su habilidad Mar Llamas encendiéndose en un infierno espectacular. Esquivó los Ataques Aéreos de Moltres, contraatacó sus Lanzallamas con los suyos propios, se esforzó más allá de todo límite concebible. Ash vertió toda su esperanza, toda su fe, en su Pokémon. Podía sentir la presencia de Paul en las gradas como un peso físico, un ancla de intensidad compartida.

Pero Moltres era un Legendario. Su poder era inmenso, su resistencia vasta, y había entrado a la batalla con toda su vitalidad y energía. A pesar de la increíble valentía de Infernape y las desesperadas estrategias de Ash, los implacables asaltos de Moltres comenzaron a pasar factura. Infernape, maltrecho y agotado, se tropezó, herido.

—¡Infernape, no! —gritó Ash, con la voz rota.

Con un último y potente Lanzallamas, Moltres selló la victoria. Infernape, a pesar de sus valientes esfuerzos, finalmente se desplomó, incapaz de continuar.

Silencio. Luego, una oleada de aplausos, no solo para Tobias, sino para Ash, por el increíble combate que había librado, por el corazón que había demostrado.

Ash corrió al lado de Infernape, acunando a su Pokémon caído. Había perdido. Pero había luchado con todo lo que tenía. Había derrotado a cinco de los Pokémon Legendarios de Tobias. Nadie más en la Liga se había acercado.

Levantó la vista, al otro lado del campo, hacia las gradas donde sabía que Paul estaba observando. No podía ver claramente el rostro de Paul desde esa distancia, pero lo sintió: aquel lazo, vibrando con una compleja mezcla de emociones. No había triunfo allí, ningún «te lo dije». Solo… una conciencia tranquila e intensa. Una experiencia compartida, incluso en la derrota.

Aunque Ash había perdido el combate, y su viaje en la Liga de Sinnoh había terminado, una extraña sensación de paz se apoderó de él mientras retiraba suavemente a Infernape. Lo había dado todo. Y de alguna manera, sabía que incluso Paul, a su manera crítica y llena de sonrojos, tendría que admitir… que había sido un combate digno de ver.

Los aplausos en el estadio finalmente disminuyeron, reemplazados por un murmullo respetuoso mientras Ash salía del campo con Pikachu en su hombro, exhaustos. Estaba decepcionado, por supuesto. Perder siempre dolía. Pero bajo el escozor, había un orgullo tranquilo. Se había enfrentado a un oponente de un poder casi inimaginable y le había dado la batalla de su vida.

Se dirigió directamente al Centro Pokémon, su principal preocupación el bienestar de su equipo. Mientras esperaba el informe de la Enfermera Joy, Brock y Dawn lo encontraron, sus rostros marcados por una mezcla de simpatía y asombro.

—Ash, eso fue… increíble —dijo Dawn, su voz todavía un poco temblorosa—. ¡Un equipo completo de Legendarios! ¡Nadie podría haber predicho eso! ¡Pero tú… estuviste increíble!

—Casi lo tenías, Ash —añadió Brock, su voz llena de orgullo—. ¿Derrotar a cinco de ellos? Eso es un logro en sí mismo. Deberías estar increíblemente orgulloso. Me sorprende que la Liga Sinnoh siquiera permita que los entrenadores usen Pokémon legendarios. En Kanto eso no está permitido.

Ash logró una sonrisa cansada.

—Gracias, chicos. Mis Pokémon fueron los verdaderos héroes. Lo dieron todo. —Hizo una pausa, una expresión pensativa en su rostro—. Paul tenía razón. Tobias estaba en otro nivel. Ese Moltres era… no puedo creerlo…

Justo entonces, las puertas automáticas del Centro Pokémon se abrieron con un siseo y Paul entró, con Reggie un paso detrás de él. La expresión de Paul era, como de costumbre, una fachada de neutralidad distante, pero sus ojos, cuando se encontraron con los de Ash, mostraban una profundidad que Ash comenzaba a reconocer. Una vez sus miradas conectaron, el ya familiar rubor comenzó a asomarse desde las puntas de las orejas de Paul. Era de un suave rosa oscuro, como las secuelas de una puesta de sol ardiente.

El corazón de Ash dio un pequeño, casi involuntario, aleteo. No había esperado que Paul lo buscara tan pronto después del combate.

Paul se detuvo a unos metros de distancia, con los brazos cruzados, pero la postura parecía menos defensiva ahora, más… contemplativa. Examinó a Ash, su mirada deteniéndose por un momento en Pikachu, luego en el rostro cansado pero resuelto de Ash.

—Ash —dijo Paul, usando su nombre de pila. Ash abrió los ojos. No recuerda haber escuchado a Paul llamarlo simplemente «Ash» antes. Su voz estaba tranquila y desprovista de su habitual agudeza. Parecía casi genuinamente triste—. Tu derrota era… estadísticamente probable, dado el equipo inverosímil del oponente.

Ash soltó una pequeña risa irónica.

—Sí, supongo que sí. «Estadísticamente probable» es una buena forma de decirlo.

—Sin embargo —continuó Paul, y Ash vio a Reggie levantar una ceja sorprendida—, tu… actuación… superó las proyecciones iniciales. —Hizo una pausa, y su sonrojo se intensificó casi imperceptiblemente—. Derrotar a cinco de sus Pokémon… particularmente a Darkrai y Cresselia… eso fue… sorprendente de presenciar.

Era lo más cerca que Paul había estado jamás de hacerle a Ash un cumplido directo y sin reservas sobre un combate, y golpeó a Ash con sorprendente fuerza. Una cálida sensación se extendió por su pecho, ahuyentando parte del persistente escozor de su derrota.

—Gracias, Paul —dijo Ash, su voz sincera—. Tu consejo… sobre Gible, sobre ser agresivo con Infernape… realmente ayudó. No habría llegado tan lejos sin él.

El sonrojo de Paul se encendió un poco más. Apartó rápidamente la mirada, aclarándose la garganta.

—Simplemente proporcioné… puntos de datos objetivos. Tu ejecución defectuosa, y los sorprendentes momentos de competencia, fueron tuyos. —Aun hablando así, era claro que no había verdadera mordacidad en sus palabras. Ash entendía que esto era simplemente un mecanismo de defensa de Paul.

—Bueno —intervino Dawn, incapaz de resistirse, una sonrisa traviesa formándose en sus labios—, ¡para ser una «ejecución defectuosa», Ash lo hizo bastante increíble! ¡Apuesto a que tus instintos están secretamente rebosantes de orgullo por tu alfa ahora mismo, Paul!

Paul le lanzó una mirada que podría haber marchitado a un Sunflora, pero fue, como de costumbre últimamente, completamente ineficaz, porque Dawn inmediatamente se acercó a Ash, a propósito, para que los ojos de Paul se conectaran con los de Ash y le indujera un sonrojo aun más intenso.

—Mis evaluaciones internas no están sujetas a discusión pública, Dawn —dijo, intentando mirar en otra dirección.

Reggie se rio entre dientes suavemente.

—Lo que Dawn quiere decir, Paul, es que todos estábamos increíblemente impresionados con Ash. Y Paul —se giró hacia su hermano, su expresión amable pero conocedora—, estuviste al borde de tu asiento durante todo ese combate. No intentes negarlo.

Paul pareció absolutamente escandalizado por esta traición de su propio hermano. Farfulló:

—¡Simplemente estaba observando con… la debida atención!

Ash no pudo evitar reírse, un sonido genuino y feliz a pesar de su reciente derrota. Esto… esto era maravilloso, a pesar de la derrota. Estar rodeado de sus amigos, y también con Paul cerca de él … siendo, bueno, Paul.

—Bueno —dijo Ash, su sonrisa suavizándose mientras miraba a Paul—, me alegro de que estuvieras… «observando atentamente». Significó… mucho. —Lo dijo en voz baja, sinceramente, y vio algo parpadear en los ojos violetas de Paul: sorpresa, comprensión y una emoción recíproca profunda, aunque rápidamente enmascarada.

Paul solo gruñó, metiéndose las manos en los bolsillos y girándose para mirar fijamente una planta en una maceta, sus orejas prácticamente brillando. Pero Ash lo sabía. El lazo entre ellos vibraba, una reafirmación tranquila y constante. Había perdido el combate, sí. Pero en el gran esquema de las cosas, en el contexto de esta extraña y poderosa conexión que había tejido inexplicablemente sus vidas, sintió que había ganado algo mucho más significativo. Había ganado… a Paul. En toda su gloria crítica, propensa al sonrojo y sorprendentemente solidaria. Y eso, se dio cuenta Ash, era una victoria en sí misma.


La Liga de Sinnoh concluyó al día siguiente, con Tobias y su equipo de Pokémon Legendarios reclamando previsiblemente el campeonato. Ash vio el combate final con una mezcla de asombro y una determinación renovada. Se había acercado. La próxima vez, juró, sería aún más fuerte. Paul, notó Ash, también había visto la final con una expresión fría y calculadora. Ash podía sentir su mente analítica trabajando, asimilando, aprendiendo.

Con la Liga terminada, una sensación de cierre, y la inevitable amargura agridulce de la despedida, comenzó a asentarse sobre la Isla Lirio del Valle. Ash, Brock y Dawn se reunieron en el vestíbulo del Centro Pokémon, con las maletas hechas y los billetes del ferry en la mano.

—Entonces —dijo Dawn, con un tono un poco melancólico—, a Pueblo Hojaverde. Mamá probablemente ya esté horneando como una loca. —Sonrió, pero sus ojos tenían un atisbo de melancolía—. Y después os vais… Va a ser raro no teneros cerca todos los días.

—También te echaremos de menos, Dawn —dijo Ash sinceramente. Su viaje por Sinnoh había sido increíble, y Dawn se había convertido como en una hermana para él.

—Sí, ha sido una gran aventura —añadió Brock, su habitual alegría un poco apagada—. Pero Kanto espera. Necesito averiguar mis próximos pasos para convertirme en Médico Pokémon.

Ash asintió. Kanto. Hogar. Parecía que había pasado una vida entera. Y, sin embargo, la idea de regresar también trajo una punzada de… algo más. Una sensación de dejar una parte de sí mismo atrás, una parte que estaba inextricablemente ligada a Sinnoh, a este extraño y poderoso lazo.

La realidad de sus caminos divergentes comenzó a calar de verdad. Dawn se quedaba en Sinnoh. Él y Brock regresaban a Kanto. Y Paul… Paul, presumiblemente, continuaría su propio viaje de entrenamiento, dondequiera que eso lo llevara. El pensamiento dejó un dolor sorprendentemente hueco en el pecho de Ash. Aquella proximidad cómoda, aunque a menudo inductora de sonrojos, que habían restablecido durante la Liga desaparecería. Las bromas fáciles, los análisis de combate compartidos, la conexión silenciosa y vibrante de su lazo… todo se tensaría de nuevo por la distancia.

Estaba dándole vueltas a esto, una inquietud familiar comenzando a agitarse en su interior, cuando las puertas del Centro Pokémon se abrieron con un siseo.

Y Paul entró. Solo.

El corazón de Ash dio un pequeño brinco de sorpresa. Esperaba tener que ir a buscar a Paul para despedirse, utilizar ese vínculo que los ata como una brújula para encontrarlo. Pero Paul se le había adelantado.

Paul los vio, su mirada deteniéndose en Ash una fracción de segundo antes de desviarse. Su sonrojo habitual, aunque más tenue ahora, como una brasa persistente, le empolvaba las mejillas. Se acercó a ellos, con la postura recta, las manos en los bolsillos.

—Ketchum —dijo, su voz baja, su habitual distanciamiento teñido de una vacilación poco característica—. Reggie me informó de que… os marchabais los tres.

—Sí —dijo Ash, intentando sonar desenfadado, aunque su corazón latía un poco más rápido—. El ferry sale en un par de horas. Primero voy a Hojaverde con Dawn, y luego Brock y yo nos vamos a Kanto.

Paul asintió, con la mirada fija en un punto justo detrás de la oreja de Ash.

—Ya veo.

Un silencio incómodo descendió. Dawn y Brock intercambiaron miradas de complicidad. Esto era… inesperado. ¿Paul, buscándolos activamente para despedirse? Era prácticamente inaudito.

—Entonces —comenzó Ash, sintiendo aquel familiar impulso Alfa de llenar el silencio, de aliviar la tensión—. ¿Cuáles son tus planes? ¿De vuelta a Rocavelo?

Paul negó con la cabeza.

—No inmediatamente. Reggie y yo… vamos a realizar un entrenamiento especializado en las montañas al norte de Ciudad Puntaneva. Hay… desafíos únicos allí y Reggie quiere hacer unas investigaciones para su trabajo como criador de Pokémon. —No dio más detalles, pero Ash sintió una nueva resolución en él, una tranquila determinación.

—Guau, las montañas de Puntaneva —dijo Dawn, impresionada—. ¡Eso suena intenso! Buena suerte, Paul.

—Gracias, Dawn —respondió Paul, su voz sorprendentemente cortés.

Otro silencio, este aún más cargado. Ash podía sentirlo: aquel hilo invisible entre ellos, tensándose, una protesta silenciosa contra la inminente separación. Vio a Paul tragar saliva, su nuez subiendo y bajando. La mirada de Paul parpadeó hacia Ash, y luego se apartó rápidamente de nuevo, su sonrojo intensificándose solo una fracción. Parecía que quería decir algo, pero las palabras se le habían atascado en la garganta.

—Bueno, Paul —dijo Brock, su voz cálida y amable, sintiendo lo tácito—. Fue… verdaderamente… bueno, emocionante, veros combatir a ti y a Ash. Ambos habéis crecido increíblemente como entrenadores.

Paul finalmente levantó la vista, sus ojos violetas encontrándose con los de Brock, luego con los de Ash.

—Tus consejos ocasionales han sido… adecuados, Brock —dijo, lo cual, viniendo de Paul, era un gran elogio. Luego, miró a Ash, su expresión una compleja mezcla de su habitual reserva, un respeto naciente y aquella ahora familiar vulnerabilidad teñida de sonrojo. —Ketchum. —Hizo una pausa, y por un momento, Ash pensó que iba a ofrecer otra crítica de su estilo de combate.

Pero en lugar de eso, Paul dijo, su voz tranquila, casi un susurro:

—Tu viaje… indudablemente continuará siendo… poco convencional. —Vaciló, y luego añadió, tan bajo que Ash casi no lo oyó—: No… te vuelvas complaciente.

No fue una despedida, en realidad no. Fue… una amonestación al estilo Paul. Un desafío. Un recordatorio. Y entretejido en ello, Ash sintió algo más, algo más profundo. Reconocimiento. Conexión. Y quizá, solo quizá, una esperanza silenciosa y ferozmente guardada de que sus caminos volvieran a cruzarse.

Ash sintió un nudo formársele en la garganta.

—No lo haré, Paul —dijo, su voz igualmente tranquila—. Lo prometo. —Ofreció una sonrisa pequeña y sincera—. Y tú… tú también sigue entrenando duro. Estaré esperando nuestro próximo combate.

Un destello de algo que Ash no pudo identificar cruzó el rostro de Paul. Su sonrojo se intensificó, y apartó rápidamente la mirada, asintiendo secamente.

—Naturalmente.

Con eso, se dio la vuelta, con los hombros rectos, y salió del Centro Pokémon, desapareciendo entre las bulliciosas multitudes de la Isla Lirio del Valle sin mirar atrás. Pero Ash sabía, con una certeza que resonaba profundamente en su alma, que esto no era realmente un adiós. Era solo… hasta la próxima.

Observó las puertas cerrarse con un siseo, una profunda sensación de anhelo, y una igualmente profunda sensación de esperanza, instalándose en su corazón. La separación sería dura, lo sabía. Aquel familiar dolor de estar incompleto regresaría. Pero el lazo, ahora reconocido, ahora probado, ahora innegable y asombrosamente real, permanecería. Y eso, se dio cuenta Ash, era algo a lo que aferrarse. Algo precioso. Algo por lo que valía la pena esperar.

El viaje en ferry de regreso al continente de Sinnoh fue más tranquilo de lo habitual. Dawn, normalmente un torbellino de historias de concursos y parloteo alegre, estaba un poco apagada. Ash se encontró mirando la interminable extensión de agua, sus pensamientos derivando de nuevo hacia cierto entrenador de pelo morado con un sonrojo que podría rivalizar con una puesta de sol.

Cuando finalmente llegaron a Pueblo Hojaverde, Johanna, la madre de Dawn, los recibió con su calidez habitual y una mesa repleta de comida deliciosa. La acogedora familiaridad de la casa de Dawn fue un consuelo bienvenido, pero incluso entre las risas y las historias compartidas de sus aventuras en Sinnoh, había un trasfondo de despedidas inminentes.

La mañana en que Ash y Brock debían marcharse, Dawn los acompañó hasta las afueras del pueblo, con Piplup a sus pies con aspecto tan triste como su entrenadora.

Pikachu también se bajó al suelo para despedirse de Piplup, ambos con lágrimas en los ojos.

—Realmente os voy a echar de menos, chicos —dijo Dawn, con la voz un poco ahogada. Abrazó a Brock con fuerza, y luego se giró hacia Ash, sus ojos sospechosamente brillantes—. Ha sido el mejor viaje de todos, Ash. Gracias por todo.

—Tú también, Dawn —dijo Ash, devolviéndole el abrazo—. Te convertiste en una coordinadora increíble. Y en una amiga aún más increíble.

Al separarse, Dawn miró a Ash, una sonrisa traviesa, pero sincera, formándose en sus labios.

—Y Ash —dijo, bajando la voz en tono conspirador—, buena suerte. Ya sabes… con Paul. —Le guiñó un ojo—. Tengo la sensación de que vuestro viaje poco convencional juntos acaba de empezar. No lo estropees, ¿vale? Ese sonrojo suyo es un tesoro nacional.

Ash sintió que sus propias mejillas se calentaban, pero no pudo evitar la pequeña sonrisa esperanzada que tocó sus labios.

—Gracias, Dawn. Intentaré… intentaré no estropearlo.

Con un último saludo, Ash y Brock se giraron y comenzaron su camino hacia el puerto, dejando atrás a una Dawn y un Piplup llorosos pero sonrientes.

El viaje de regreso a Kanto estuvo lleno de una cómoda nostalgia. Rememoraron sus aventuras en Sinnoh, los combates ganados y perdidos, los amigos hechos. Brock habló con renovada determinación sobre su sueño de convertirse en Médico Pokémon, y Ash, aunque emocionado por ver a su madre y a sus Pokémon en el laboratorio del Profesor Oak, sentía aquella inquietud familiar, aquel silencioso tirón hacia el este, donde Paul entrenaba en las montañas nevadas.

Un par de días después, se encontraron en un cruce de caminos familiar en las afueras de Ciudad Verde. Un camino llevaba hacia Ciudad Plateada, el hogar de Brock. El otro llevaba hacia Pueblo Paleta, el de Ash. Ya estaba. Otra encrucijada, otra despedida.

—Bueno, Ash —dijo Brock, su habitual sonrisa alegre teñida de una tristeza familiar—. Parece que aquí es donde nos separamos. De nuevo.

Ash asintió, un nudo formándosele en la garganta. Brock había estado con él durante gran parte de su viaje, una presencia firme, sabia e increíblemente paciente.

—Sí. Va a ser… raro sin ti, Brock. Nadie cocina como tú. Y Pikachu extrañará los Pokochos.

Brock se rio, una sonrisa alegre en su rostro.

—Te enviaré la receta. Y recuerda, si alguna vez necesitas algo, un consejo, un hombro en el que llorar, o simplemente alguien que te diga que estás siendo un idiota, ya sabes dónde encontrarme. —Le dio una palmada en el hombro a Ash, su mirada cálida y llena de afecto.

—Gracias, Brock. Por todo —dijo Ash, con la voz un poco ronca. Extendió la mano.

Brock la estrechó con firmeza.

—Cuídate, Ash. Y cuida de… bueno, ya sabes. —Le dedicó a Ash una mirada de complicidad, un reconocimiento silencioso del lazo de almas que Ash ahora llevaba—. Es una conexión especial la que tenéis vosotros dos. No la dejes escapar.

Ash asintió, comprendiendo.

—No lo haré.

Pikachu saltó del hombro de Ash al de Brock, acariciándole la mejilla con un cariñoso «¡Pika-chuu!».

—Tú también, Pikachu —dijo Brock, rascando a Pikachu detrás de las orejas—. Mantén a Ash alejado de demasiados problemas, ¿de acuerdo?

Con una última y sentida despedida, Brock se giró y comenzó a bajar por el camino hacia Ciudad Plateada. Ash lo vio marcharse, un familiar dolor de despedida instalándose en su pecho. Se había despedido de tantos amigos en su viaje, pero nunca se hacía más fácil.

Permaneció allí un largo momento, Pikachu de nuevo en su hombro, el peso familiar una presencia reconfortante. El camino a Pueblo Paleta se extendía ante él, soleado y acogedor. Hogar. Su madre. El Profesor Oak. Sus Pokémon.

Pero al dar su primer paso hacia casa, lo sintió de nuevo: aquel tirón sutil y persistente hacia el este. Parecía más fuerte ahora sin la presencia inmediata de Brock y Dawn para distraerlo. Paul estaba allá fuera, entrenando en las montañas nevadas, enfrentándose a sus propios desafíos, probablemente sonrojándose furiosamente ante alguna imaginaria ofensa de Ash.

Una sonrisa pequeña se formó en el rostro de Ash. Su viaje en Sinnoh podría haber terminado. Pero su viaje con Paul, su omega, su rival, su… algo más… eso solo estaba comenzando. Y mientras caminaba hacia Pueblo Paleta, una nueva sensación de propósito, una tranquila determinación, se instaló en su corazón. No sabía cuándo ni cómo volverían a cruzarse sus caminos. Pero sabía, con una inquebrantable certeza, que lo harían. Y él estaría preparado.

Chapter 9: Patrones de Migración

Chapter Text

Un mes. Había pasado un mes entero desde la Liga de Sinnoh, desde la última vez que Ash había visto el sonrojo furioso y adorable de Paul, desde que aquel reconocimiento silencioso y tácito había pasado entre ellos. Un mes de estar de vuelta en Pueblo Paleta, y Ash se sentía… a la deriva. Como un barco sin timón, o quizá solo un Pidgey que había olvidado hacia dónde estaba el sur.

Había hecho todas las cosas habituales de Pueblo Paleta. Había pasado horas en el laboratorio del Profesor Oak, reuniéndose con sus Pokémon, cada abrazo y alegre grito era como música para su alma, pero sin llegar a llenar el extraño y persistente dolor en su pecho. Incluso había tenido algunas conversaciones sorprendentemente civilizadas con Gary, que ahora era un investigador en ciernes, lleno de palabrotas y sonrisas socarronas ligeramente menos arrogantes. Era agradable. Normal.

Pero lo normal se sentía… pues, mal.

Sinnoh. Su mente, su propia alma, seguía susurrándolo, a veces rogando, que volviera. De vuelta al aire fresco, a los paisajes familiares, de vuelta hacia… Paul. El tirón era un zumbido constante y grave bajo su piel, una aguja de brújula invisible que ahora apuntaba obstinadamente al norte. Intentaba quitárselo de encima, decirse que era una tontería. Paul estaba entrenando en unas montañas remotas y nevadas, había dicho Reggie. Puede que ya ni siquiera estuviera en Sinnoh. ¿Y qué haría Ash si fuera? ¿Aparecer y decir: «Oye, Paul, mis instintos se están volviendo locos, así que pensé en… merodear cerca»? El pensamiento hizo que sus propias mejillas se calentaran con una vergüenza ajena que se estaba volviendo demasiado familiar.

Pikachu a menudo le acariciaba la mejilla con el hocico durante estos momentos de contemplación inquieta, su pequeño «¿Pika?» una pregunta y un consuelo todo en uno.

—Estoy bien, amigo —murmuraba Ash, rascándole detrás de las orejas—. Solo… pensaba, ya sabes.

Picoteaba con desgana un cuenco de las deliciosas, normalmente irresistibles, tortitas de su madre una mañana cuando Delia Ketchum se sentó frente a él, con una sonrisa brillante y esperanzada en el rostro.

—¡Ash, cariño, el Profesor Oak acaba de contarme una noticia emocionante! —comenzó, con los ojos brillantes—. ¡Está planeando un viaje de investigación a una lejana región llamada Teselia! ¡Dice que está llena de Pokémon que la mayoría de la gente aquí en Kanto nunca ha visto! ¡Y nos ha invitado a ir con él! Nos iríamos en una semana aproximadamente.

Teselia. Nuevos Pokémon. Normalmente, esas palabras habrían hecho que Ash saltara de la silla de la emoción, su mochila prácticamente haciéndose sola. Sería un torbellino de preguntas, de ansiosa anticipación.

Pero hoy… hoy, las palabras aterrizaron con un golpe sordo en la boca de su estómago. Teselia. Eso estaba… aún más lejos. Aunque Ash no estaba seguro de exactamente dónde estaba Teselia, sí sabía que no era parte del área local como Johto, Hoenn y Sinnoh lo eran. Era un lugar muchísimo más lejos. Estaría aun más lejos de Sinnoh. Más lejos de Paul.

Un frío nudo de ansiedad se apretó en su pecho. ¿Y si Paul lo necesitaba? ¿Y si algo salía mal durante su «entrenamiento especializado» en aquellas montañas nevadas? ¿Y si Paul estaba sufriendo, o asustado, o simplemente… muy, muy sonrojadamente mortificado por algo, y Ash no estaba allí para… para qué? ¿Abrazarlo hasta que se calmara? ¿Ofrecerle un Porcehelado? El pensamiento era a la vez absurdo e irrefrenable, innegablemente necesario. Aquel instinto protector, que se había convertido en una parte sorprendentemente constante de su vida cotidiana, se encendió, feroz e inmediato. Paul, solo, potencialmente angustiado, mientras Ash estaba explorando un continente completamente nuevo… se sentía mal. Irresponsable. Casi como abandonar a uno de sus propios Pokémon cuando más lo necesitaban.

—Teselia, ¿eh? —masculló Ash, dando vueltas a un trozo de tortita en el plato. Intentó invocar su entusiasmo habitual, pero era como intentar encender una fogata húmeda—. Suena… interesante.

La brillante sonrisa de su madre vaciló ligeramente ante su deslucida respuesta.

—¿Solo interesante, cariño? ¡Pensé que estarías encantado! ¡Una región completamente nueva que explorar, nuevos amigos que hacer, nuevos Pokémon que atrapar!

—Sí, los nuevos Pokémon son… geniales —asintió Ash débilmente. Pero su mente ya estaba calculando distancias, imaginando el vasto y vacío océano que separaba Teselia de Sinnoh, de Paul. El pensamiento hizo que aquella aguja de brújula interna girara salvajemente, protestando por la mayor distancia. ¿Podría acaso sentir ese tirón desde Teselia? ¿O sería tan lejos que el lazo simplemente… dejaría de afectarlo por completo? ¿Se daría cuenta Paul de que Ash ya no estaba en este continente?

—Entonces, ¿qué te parece, cariño? —presionó Delia suavemente, con el ceño fruncido por un atisbo de preocupación ante su inusual apatía—. ¿Te gustaría ir?

Ash levantó la vista, tratando de forzar una sonrisa que no llegó del todo a sus ojos. No quería decepcionar a su madre ni al Profesor Oak. Y una pequeña parte aventurera de él, la parte que no estaba actualmente consumida por las ansiedades inducidas por este lazo de almas, estaba innegablemente intrigada por Teselia. Pero la idea de estar tan lejos, de perderse potencialmente alguna llamada tácita e instintiva de Paul… era un pesado contrapeso.

—Eh —vaciló Ash—, ¿puedo… pensármelo, mamá? Es… un viaje largo.

La preocupación de Delia se acentuó, pero asintió.

—Por supuesto, Ash. Tómate tu tiempo. Pero el Profesor Oak necesitará saberlo pronto para hacer los arreglos.

Ash solo asintió, se le había quitado el apetito. Se quedó mirando sus tortitas enfriándose, su mente un campo de batalla de deseos contradictorios. El atractivo de una nueva aventura, la comodidad familiar del hogar, y el tirón insistente e innegable de cierto chico gruñón de pelo morado y propenso a sonrojarse, ahora separado por montañas y valles extensos, pero unido a él por un lazo más profundo que cualquier distancia. Teselia parecía estar en un mundo diferente, lejano y ajeno.


Al día siguiente, Ash se encontraba en el extenso rancho del Profesor Oak. Sus Pokémon eran una buena distracción del dilema de Teselia y el persistente y silencioso dolor por la ausencia de Paul. Estaba rodeado de sus Pokémon: la energía bulliciosa de Charizard, las juguetonas travesuras de Totodile y Squirtle, la cariñosa presencia de Bayleef, el liderazgo de Bulbasaur, y Snorlax roncando felizmente bajo un árbol. Era una sinfonía caótica y reconfortante de gritos familiares y felices caricias. Incluso logró realizar algunos enérgicos combates de entrenamiento, la emoción de la batalla apartando momentáneamente su inquietud.

—¡Muy bien, Sceptile, Hoja Aguda, vamos! —gritó Ash, su voz resonando por el campo abierto. Sceptile, elegante y poderoso, respondió con un destello verde. Por un momento, Ash fue solo Ash, el entrenador, perdido en el ritmo familiar del entrenamiento y la camaradería con sus Pokémon. Era la única manera de mantener la mente en el presente.

Estaba en medio de probar una idea que tenía para un nuevo ataque combinado con Infernape cuando la voz del Profesor Oak lo llamó desde el laboratorio.

—¡Ash! ¿Podrías entrar un momento, muchacho? ¡Hay una videollamada para ti!

Ash se detuvo, sorprendido. ¿Una llamada para él? ¿Aquí? Intercambió una mirada curiosa con Infernape, que ladeó la cabeza, su cresta de fuego parpadeando.

—¡De acuerdo, profesor! ¡Ahora mismo voy!

Corrió hacia el laboratorio, con Pikachu saltando a su hombro mientras avanzaba. Su mente daba vueltas. ¿Quién lo llamaría aquí? ¿Quizá Dawn, con noticias sobre su último concurso? ¿O Brock, con noticias sobre sus estudios de Médico Pokémon?

Entró en la fresca penumbra del laboratorio, parpadeando mientras sus ojos se adaptaban. El Profesor Oak estaba de pie junto a la gran pantalla del videoteléfono, con una sonrisa amable y ligeramente intrigada en el rostro.

—Es alguien de la región de Sinnoh, Ash. Dice que te conoce bastante bien.

¿Sinnoh? El corazón de Ash dio un pequeño brinco. Se acercó, su curiosidad picada. La pantalla parpadeó y luego se iluminó en un rostro familiar y amigable.

—¡Reggie! —exclamó Ash, una amplia y sorprendida sonrisa extendiéndose por su rostro—. ¡Hola! ¿Qué tal? —Era bueno ver al hermano mayor de Paul, aunque eso inmediatamente trajo a Paul a la vanguardia de su mente, junto con aquella familiar vibración de su lazo.

Reggie sonrió, aunque Ash notó un leve cansancio alrededor de sus ojos, una sutil tensión en su comportamiento normalmente relajado.

—Ash, me alegro de haber podido localizarte. Es bueno verte. Y a Pikachu, por supuesto. —Pikachu pió un alegre saludo—. Siento llamar así de improviso, pero… esperaba hablar contigo sobre algo. Sobre Paul.

La sonrisa de Ash vaciló. ¿Sobre Paul? Esos instintos suyos, que habían estado relativamente tranquilos entre las comodidades familiares del hogar, se pusieron alerta, un nudo de preocupación formándose en su estómago.

—¿Paul? ¿Está bien? ¿Algo va mal con su entrenamiento en las montañas? —Inmediatamente imaginó a Paul, herido, solo, negándose obstinadamente a recibir ayuda.

Reggie suspiró, pasándose una mano por el pelo. El cansancio que Ash había notado pareció acentuarse.

—Físicamente, está… bien, Ash. Su entrenamiento progresa, como siempre. Se está exigiendo, como siempre. De alguna manera, está actuando exactamente como siempre —Hizo una pausa, y su expresión se volvió más preocupada—. Pero al mismo tiempo siento que no es él mismo. No realmente. Está… callado. Más retraído de lo habitual, incluso para Paul. Cumple con las rutinas, combate con su habilidad habitual, pero… la chispa no está ahí. Parece… deprimido. Profundamente deprimido. Quizá para otros parecería que no hay nada mal, pero es mi hermano menor, lo conozco, sé que algo anda mal.

Ash escuchó, su preocupación creciendo con cada palabra. ¿Deprimido? ¿Paul? El Paul que conocía era espinoso, arrogante, a menudo exasperante, pero nunca… deprimido. No así. La imagen no encajaba.

—No quiere hablar de ello, por supuesto —continuó Reggie, con un ligero toque de frustración en la voz—. Simplemente se cierra de golpe y me aparta, insiste en que está bien, en que está concentrado. Pero lo conozco, Ash. Y conozco este… lazo que compartís. Ha estado así prácticamente desde que dejamos la Isla Lirio del Valle. Cuanto más tiempo pasa desde… bueno, desde la última vez que estuvisteis juntos… peor parece estar.

Ash sintió una punzada en el pecho, una mezcla de culpa y un dolor feroz y protector. La separación. Estaba afectando a Paul también, más de lo que Ash se había dado cuenta. Esa sensación de estar incompleto que Ash había estado sintiendo… Paul probablemente la estaba experimentando mucho más intensamente, dada la manera en la que el lazo lo solía afectar a él.

—Él… te echa de menos, Ash —dijo Reggie en voz baja, su mirada directa e inquebrantable—. Preferiría enfrentarse a un equipo de Gyarados enfurecidos antes que admitirlo, especialmente a ti, pero para mí es obvio. Está… deprimido. Incluso me ha preguntado, de esa forma tan indirecta y típica de él, sobre noticias de Kanto, sobre lo que podrías estar haciendo. Incluso… volvió a ver la grabación de tu combate de la Liga de Sinnoh contra Tobias. No es algo que creí que jamás haría. Dice que solo quería observar cómo combatían los Pokémon legendarios, pero … a mí no me puede engañar.

Ash miró fijamente la pantalla, su mente dando vueltas. ¿Paul, echándolo de menos? ¿Volviendo a ver su combate? Era casi demasiado para asimilar. La idea de Paul, su orgulloso y ferozmente independiente rival, secretamente languideciendo… era desgarradora. E hizo que aquel impulso alfa de ir hacia él, de consolarlo, de alguna manera hacerlo mejorar, fuera casi insoportable.

—Así que —continuó Reggie, respirando hondo—, tuve una idea. Una idea posiblemente terrible, definitivamente arriesgada, conociendo el orgullo de Paul. Pero no puedo quedarme de brazos cruzados viéndolo así. Necesita… algo. Te necesita a ti, Ash, lo sepa o no.

Ash se inclinó más hacia la pantalla, con el corazón latiéndole a mil.

—¿Qué es, Reggie? ¿Qué puedo hacer?

Reggie vaciló y luego se lanzó.

—Me preguntaba… Ash, ¿dónde está exactamente Pueblo Paleta? Y… ¿estaríais tú y tu madre, quizá, dispuestos a recibir a un par de visitantes inesperados de Sinnoh? Estaba pensando… podría decirle a Paul que necesitamos consultar con el Profesor Oak sobre unos Pokémon raros encontrados en las montañas de Puntaneva. Traerlo a Kanto con falsos pretextos. Y luego… «sorprenderlo» con una visita a tu casa. —Esbozó una sonrisa irónica y ligeramente desesperada—. Es algo arriesgado. Podría explotar de pura mortificación. Seguro armaría tremendo berrinche. Pero… también podría ser exactamente lo que necesita.

La mente de Ash dio un vuelco. ¿Paul… aquí? ¿En Pueblo Paleta? ¿Visitándolo? El pensamiento envió una sacudida de emoción pura y sin diluir a través de él, rápidamente seguida de una oleada de aprensión nerviosa. Una visita sorpresa… Paul estaría, efectivamente, mortificado. Pero Reggie tenía razón. Podría ser exactamente lo que necesitaba. Lo que ambos necesitaban. El viaje a Teselia, la falta de rumbo, el anhelo inquieto… todo se desvaneció de repente, eclipsado por esta única, increíble y aterradora posibilidad.

—Reggie —dijo Ash, su voz un poco entrecortada—. Esa es… esa es una idea descabellada. —Hizo una pausa, una amplia y esperanzada sonrisa extendiéndose por su rostro—. Me encanta.

El rostro de Reggie en la pantalla se relajó visiblemente, una oleada de alivio recorriendo sus facciones.

—¿En serio? Ash, eso es… fantástico. Esperaba a medias que dijeras que estaba loco.

—Bueno, sí lo estás un poco… traer a Paul hasta aquí sin decirle la verdad… —admitió Ash, su sonrisa sin vacilar—. Pero Paul necesita ayuda. Y si verme… si eso lo hace sentir mejor… entonces merece la pena intentarlo, ¿verdad? —La idea de que Paul estuviera deprimido, de que lo echara de menos hasta ese punto, retorció algo doloroso en el pecho de Ash. Esos instintos en él rugieron con la necesidad de arreglarlo, de calmarlo, de ahuyentar cualquier sombra que se aferrara a su emparejado.

El Profesor Oak, que había estado escuchando con gran interés desde detrás de Ash, dio un paso adelante.

—Pueblo Paleta estará encantado de acogeros a ti y a Paul, Reggie. Y yo, por supuesto, estaría genuinamente interesado en oír sobre cualquier Pokémon raro de la región de Puntaneva. Podemos hacer que vuestra «consulta» sea perfectamente legítima. —Guiñó un ojo con una chispa de picardía en su rostro.

—Gracias, profesor —dijo Reggie, su voz llena de gratitud—. Sería de gran ayuda. Cuanto más creíble sea el pretexto, menos probable será que Paul sospeche algo hasta el… momento crítico. —Volvió a mirar a Ash—. Entonces, Ash, ¿qué te parece? Podría intentar arreglar las cosas para que lleguemos en, digamos, ¿tres o cuatro días? Eso me da tiempo para plantar sutilmente la idea de un viaje a Kanto con Paul, y a ti tiempo para… prepararte para las consecuencias. —Sonrió con ironía.

—¿Tres o cuatro días? —repitió Ash, su corazón dando una serie de excitadas volteretas. Parecía a la vez una eternidad y nada de tiempo—. ¡Sí, suena genial! Mamá estará encantada de tener invitados. Y… bueno, me prepararé para la explosión de Paul. —Se rio entre dientes con una mezcla de nerviosismo y ansiosa anticipación en el corazón.

—Excelente —dijo Reggie, una sonrisa genuina finalmente abriéndose paso a través de su preocupada fachada—. Te mantendré informado de nuestro progreso. Y Ash… —Su mirada se suavizó—. Gracias. Esto significa mucho. Para mí, y sé que, en el fondo, también significará mucho para Paul, incluso si lo expresa intentando fulminarte con la mirada.

—Oye, estoy acostumbrado a sus miradas fulminantes, y, además, hace meses que no ha podido lanzarme una —dijo Ash, sonriendo—. Son los sonrojos lo que más me interesa estos días.

Reggie se rio, sonando mucho más relajado ahora.

—Me alegra escucharlo, Ash. Sé que esto será bueno para Paul.


Después de que terminó la llamada, Ash sintió como si caminara sobre las nubes. ¡Paul venía! ¡Aquí! ¡A Pueblo Paleta! La falta de rumbo que lo había atormentado durante un mes desapareció, reemplazada por una energía vibrante y resuelta. Prácticamente salió del laboratorio dando saltos, con Pikachu reflejando su emoción, sus mejillas soltando chispas.

Corrió a casa, irrumpiendo en la cocina donde su madre estaba arreglando flores.

—¡Mamá! ¡Mamá! ¡Adivina qué!

Delia se giró, sorprendida por su repentina efusividad.

—Cielos, Ash, ¿qué pasa? ¿Ha aprendido Bulbasaur un movimiento nuevo?

—¡Aún mejor! —exclamó Ash, tratando de recuperar el aliento—. ¿Recuerdas a Paul? ¿Mi rival de Sinnoh? Bueno, su hermano Reggie acaba de llamar, ¡y vienen de visita! ¡En unos tres o cuatro días! ¿No es genial?

Delia parpadeó, sorprendida.

—¿Paul? ¿Tu rival? ¿Viene aquí? Bueno, eso es… inesperado, cariño —dijo Delia, y parecía tan sorprendida como confundida. Ash le había contado historias sobre Paul, pero había evitado contarle sobre mucho de lo que sucedió después de aquel encuentro en el Lago Agudeza—. Pero si te hace feliz, Ash, entonces por supuesto, ¡son bienvenidos! Tenemos mucho sitio. Será encantador conocerlos.

—¡Genial! —dijo Ash, ya repasando mentalmente una lista de cosas que hacer. Tenía que asegurarse de que su habitación estuviera… presentable. Y quizá abastecerse de algunos aperitivos que Paul pudiera… tolerar. ¿Había incluso algún aperitivo que Paul tolerara, aparte de aquel incidente del Porcehelado? Y definitivamente necesitaba prepararse para la inevitable mortificación de nivel épico de Paul cuando se diera cuenta de que lo habían engañado para una reunión sorpresa. Esto iba a ser… interesante. Y probablemente muy, muy lleno de sonrojos.

Los siguientes días pasaron llenos de una nerviosa anticipación para Ash. Intentó mantenerse ocupado, ayudando a su madre en casa, entrenando con sus Pokémon en casa del Profesor Oak, incluso intentando explicarle el concepto de «sutileza» a Charizard en preparación para la llegada de Paul (un esfuerzo mayormente inútil). Pero sus pensamientos derivaban constantemente hacia Paul. ¿Qué diría? ¿Cómo reaccionaría? ¿Ayudaría realmente la «sorpresa», o Paul simplemente se retiraría aún más a su caparazón de orgullo espinoso? Ash, impulsado por esos instintos del lazo, estaba desesperado por calmar, por consolar, pero también sabía que tenía que andar con cuidado.

También se encontró repasando las palabras de Reggie: «Te echa de menos, Ash». El pensamiento envió un extraño y cálido aleteo a través de su pecho, una sensación que era a la vez estimulante y un poco aterradora. Paul, echándolo de menos. Todavía le costaba asimilarlo.

Decidió no contarle a Dawn ni a Brock sobre la inminente visita. Se sentía demasiado… personal. Demasiado frágil. Esto era algo entre él y Paul, y Reggie, por supuesto. Se lo contaría más tarde, después de que todo haya transcurrido, y con suerte serán buenas noticias.


Al tercer día, justo cuando Ash comenzaba a pensar que podría salírsele el alma del cuerpo por una mezcla de emoción y ansiedad, Oak lo mandó a buscar para decirle que había recibido un mensaje de Reggie:

«Aterrizaje en Kanto exitoso. El pretexto de la «consulta con Oak» ha funcionado. Estimada de llegada a Pueblo Paleta: aproximadamente dentro de dos horas. Preparaos para un posible berrinche. Buena suerte.»

El corazón de Ash dio un vuelco. Dos horas. Paul iba a estar aquí de verdad, en dos horas. Respiró hondo, tratando de canalizar esa presencia tranquila y firme de la que había hablado Reggie. Llegaba la hora, la hora de afrontar las consecuencias. Y el sonrojo. Y con suerte, ayudar a Paul a sentirse un poco menos… perdido.

Las dos horas parecieron dos años. Ash regresó a su casa y caminaba de un lado a otro por su pequeña habitación, luego por el salón, después por el jardín delantero, para gran diversión de Mr. Mime, que barría diligentemente el porche. Pikachu, sintiendo la agitación de Ash, intentó distraerlo con descargas juguetonas, lo que solo puso a Ash más nervioso.

Se había cambiado de camisa tres veces. Había ensayado saludos desenfadados en su cabeza, todos los cuales sonaban ridículamente torpes. («¡Hola, Paul, qué casualidad verte por aquí! ¿Sorprendido? ¡No entres en combustión espontánea!»). Incluso había intentado recoger su habitación una y otra vez, para la sorpresa de Delia, aunque ya no había nada que recoger o limpiar. Ash seguía entrando y saliendo de la casa, un torbellino de nervios y anticipación.

Finalmente, justo cuando Ash estaba contemplando esconderse debajo de la cama hasta que todo pasara, lo oyó. El sonido distante de un vehículo acercándose. Levantó la cabeza de golpe. Su corazón martilleaba contra sus costillas. La hora de la verdad había llegado. Esto podría ir o muy mal … o muy bien.

Corrió a la ventana, mirando a través de las cortinas. Un elegante coche oscuro de alquiler, un tipo raramente visto en el tranquilo Pueblo Paleta, se detenía frente a su casa. Ash pudo ver dos figuras dentro. Una, con un pelo morado oscuro, era Reggie, con aspecto ligeramente estresado pero decidido. El otro… el otro tenía pelo de un morado más claro, estaba actualmente inclinado, como si examinara algo en el suelo del coche con una concentración intensa y crítica.

Las puertas del coche se abrieron. Reggie salió, se estiró y luego abrió la puerta del copiloto. Paul salió, lento y reacio, como un Pokémon cauto al que se saca con cuidado de su Poké Ball. Vestía su habitual atuendo oscuro y práctico, con los brazos ya cruzados, con una expresión que Ash no podía descifrar desde la ventana, aunque parecía … ¿curioso? Miró a su alrededor, contemplando el entorno pintoresco y tranquilo de Pueblo Paleta con un leve, casi imperceptible ceño fruncido. Claramente no tenía ni idea de dónde estaba realmente. No era sorprendente para Ash que esto haya funcionado. El Profesor Oak, y por ende, Pueblo Paleta, eran famosos aquí en Kanto y Johto, pero su experiencia en Hoenn y Sinnoh le había dejado claro que allá muy poca gente sabía qué era Pueblo Paleta o que el gran Profesor Oak vivía aquí. Paul no haría la conexión de Oak a Pueblo Paleta a Ash fácilmente.

Los instintos de Ash se encendieron con una anticipación casi vertiginosa. Estaba aquí. Paul estaba aquí. Justo delante de su casa.

Respiró hondo, tratando de proyectar un aura tranquila, acogedora, tipo «nada que ver por aquí, solo un alfa amistoso del vecindario». Caminó hacia la puerta principal, con Pikachu en el hombro, y la abrió, saliendo al porche justo cuando Reggie y un Paul de aspecto muy desconcertado llegaban a la verja principal.

—¡Reggie! ¡Paul! —gritó Ash, su voz sorprendentemente firme, una amplia y acogedora (y esperaba, no demasiado abrumadoramente emocionada) sonrisa en su rostro—. ¡Qué sorpresa! ¡Bienvenidos a Pueblo Paleta!

Paul se quedó helado a medio paso. Su cabeza se giró bruscamente. Sus ojos violetas, que habían estado escudriñando las casas desconocidas con una mezcla de recelo y desinterés, se posaron completamente en Ash.

Durante cinco segundos completos, Paul simplemente se quedó mirando, su cerebro claramente luchando por asimilar la imagen imposible ante él: Ash Ketchum, de pie en el porche de una casa cualquiera en algún pueblo remoto de Kanto, sonriéndole como si fuera la cosa más normal del mundo.

Luego, la mortificación incipiente. La comprensión. La traición.

Sus ojos se abrieron hasta proporciones cómicas. Se le desencajó la mandíbula. La fachada neutral que mantenía en su rostro se hizo añicos, reemplazada por una expresión de conmoción tan profunda e incrédula y de mortificación de nivel épico que Ash casi sintió lástima por él. Casi.

Y entonces, el sonrojo. Oh, el glorioso y espectacular sonrojo. Era un carmesí furioso e incandescente que estalló en su rostro como una bomba, bajó por su cuello y probablemente hasta los dedos de los pies, por lo que Ash sabía. Parecía que iba a entrar en combustión espontánea, o posiblemente desmayarse, o quizá ambas cosas.

—¡¿K-K-Ketchum?! —tartamudeó Paul, su voz un chillido ahogado. Miró de Ash a Reggie, luego de nuevo a Ash, sus ojos desorbitados por la incredulidad y una creciente y horrorizada comprensión de lo completamente que lo habían engañado—. ¡¿Qué… qué significa esto?! ¡¿Pueblo Paleta?! ¡Tú… dijiste que íbamos a ver al Profesor Oak por… por los patrones de migración de los Mamoswine! —Se encaró con su hermano, su voz quebrándose por la indignación.

Reggie solo ofreció una sonrisa cansada y de disculpa.

—¿Sorpresa? —dijo débilmente.

Ash no pudo evitarlo. Sonrió, una sonrisa amplia y encantada. Paul estaba aquí. Y estaba sonrojado. Y era, muy posiblemente, la mejor sorpresa de todas.

Paul parecía a punto de sufrir un aneurisma. Su rostro, ya de un tono carmesí que pondría celoso a un Cherubi, pareció enrojecer aún más, si eso era posible. Vibraba con una mezcla de furia indignada, profunda mortificación y puro, absoluto pánico. Miró de la exasperante y alegre sonrisa de Ash al rostro compungido y de disculpa de Reggie, y de nuevo hacia atrás, farfullando como un Chatot estresado.

¡¿Patrones… de migración… de los Mamoswine?! —logró finalmente decir Paul, su voz temblando de incredulidad—. ¡¿Me arrastraste medio continente con el pretexto de discutir… hábitos de viaje de Pokémon de hielo… para tenderme una emboscada… con él?! —Gesticuló salvajemente hacia Ash, como si Ash fuera una especie de enfermedad altamente contagiosa e increíblemente vergonzosa.

—Bueno —dijo Ash, tratando de mantener un tono ligero y poco amenazante, aunque los instintos en él prácticamente ronroneaban de placer al tenerlo tan inesperadamente (para Paul, al menos) cerca—. Al Profesor Oak que le interesan mucho los Mamoswine. Y aquí ES donde vive el Profesor Oak también. Así que… técnicamente, ¿Reggie no mintió? —Ofreció una sonrisa esperanzada e inocente que sabía que probablemente solo estaba empeorando las cosas.

Paul parecía estar a segundos de estallar en un berrinche o desmayarse por pura mortificación. La pura audacia de todo ello era claramente demasiado para él: el elaborado engaño, la despreocupada alegría de Ash, el hecho innegable de que estaba de pie en el jardín delantero de la casa de Ash Ketchum en el medio de la nada en Kanto. 

Abrió la boca, sin duda para desatar un torrente de invectivas mordaces y furiosas, pero todo lo que salió fue un sonido ahogado e inarticulado. Tenía las manos tan apretadas a los costados que los nudillos estaban blancos, y Ash pudo ver un fino temblor recorriéndole todo el cuerpo.

Bajo la espectacular muestra de mortificación indignada, los sentidos instintivos de Ash captaban algo más, algo más profundo. Angustia. Un nivel de angustia profundo, casi doloroso, similar al que había sentido en el Lago Agudeza justo antes de que Paul se derrumbara. Pero esta vez, no era dolor físico; era una sobrecarga emocional, la culminación de semanas de separación, de anhelo reprimido, de sus instintos privados de la presencia de Ash, todo cayendo sobre él en esta emboscada repentina y abrumadora. Reggie tenía razón. Paul lo había echado de menos. Terriblemente. Y esta sorpresa, por muy bien intencionada que fuera, acababa de sumirlo en una crisis que ninguno de los dos estaba equipado para manejar.

La sonrisa juguetona desapareció del rostro de Ash, reemplazada por una mirada de genuina preocupación. Ese instinto en él, la parte que estaba intrínseca y ferozmente sintonizada con el bienestar de Paul, hizo sonar todas las alarmas internas. Paul no solo estaba sonrojado; estaba genuinamente luchando. La necesidad de calmar, de anclarlo, de protegerlo, se volvió abrumadora, anulando cualquier pensamiento de burla o broma casual. La cautela, la estrategia, las inevitables protestas de Paul… nada de eso importaba en ese momento.

Antes de que Reggie pudiera intervenir, antes de que Paul pudiera siquiera articular por completo su indignación, Ash se movió. Acortó la distancia en tres rápidas zancadas, tal como había hecho en aquel claro de entrenamiento en la Isla Lirio del Valle, y sin decir palabra, sin un momento de vacilación, rodeó a Paul con los brazos en un abrazo firme y envolvente.

Paul dejó escapar un jadeo ahogado y sobresaltado, su cuerpo poniéndose rígido como un palo por la conmoción.

—¡Ketchum! ¡¿Qué crees que estás—?!

Pero, al igual que las otras dos veces que Ash lo había abrazado, la protesta murió en su garganta tan pronto Ash lo envolvió. Ash sintió cómo Paul respiró hondo, y luego sintió la furiosa tormenta de sus emociones: la furia, la mortificación, el pánico, la alegría abrumadora y aterradora de ver a Ash de nuevo.

Ash sintió cómo los temblores que sacudían el cuerpo de Paul poco a poco disminuyeron, su violento filo suavizándose. La presión aplastante en el corazón de Ash, la que había estado creciendo durante semanas, comenzó a aliviarse, y Ash lo sintió reflejado también en Paul.

Era claro que seguía furioso, seguía mortificado más allá de lo creíble, pero la pura y absoluta comodidad que irradiaba Ash era una realidad física innegable, filtrándose en sus nervios crispados como miel tibia.

Paul seguía rígido como una tabla, pero había un cambio sutil, casi imperceptible en su postura, un ligero hundimiento contra la firme fuerza de Ash. Enterró su rostro ardiente en el hombro de Ash, e inspiró de nuevo, sin decir nada más. Por un momento fugaz, Ash juró sentir las manos de Paul en su espalda, como si fuese a reciprocar el abrazo, pero al instante siguiente se habían caído a sus lados.

Aun así, Ash continuó abrazándolo, frotándole suavemente la espalda en círculos lentos y tranquilizadores, murmurando palabras tranquilizadoras:

—Está bien, Paul. Estás bien. Estoy aquí. No pasa nada. Yo también te extrañé —No sabía si las palabras ayudaban, pero el acto de abrazarlo, de ofrecerle ese consuelo físico, se sentía fundamentalmente necesario. Podía sentir la respiración agitada de Paul comenzando lentamente a calmarse, el martilleo frenético de su corazón disminuyendo gradualmente contra el de Ash. El aroma de la angustia de Paul, esa dulzura aguda y dolorosa, comenzó a suavizarse, reemplazado por la nota más familiar y vulnerable que siempre afloraba cuando sus defensas estaban bajas.

Reggie los observaba, una mezcla de alivio y profunda preocupación en su rostro. Era claro que sabía que esto era una apuesta, sabía que Paul podría reaccionar mal. Pero ahora, mientras observaba a Ash moverse instintivamente para consolar a su hermano, veía a Paul, por muy rígidamente que fuera, aceptar ese consuelo… Reggie se veía mucho más relajado, hasta genuinamente feliz.

El Profesor Oak, que había bajado discretamente hasta la acera de la calle al frente, observó la escena con una sonrisa sabia y conocedora. Ash lo vio intercambiar miradas con Reggie, y luego observar a Ash con curiosidad mientras se acercaba a ellos.

Después de un largo y silencioso momento, puntuado solo por las respiraciones gradualmente estabilizadas de Paul y el distante piar de los Pidgeys, Ash sintió que Paul se movía ligeramente en sus brazos. No se apartaba, todavía no, pero la tensión rígida definitivamente estaba disminuyendo.

—Eres… exasperante, presuntuoso y excesivamente manoseador, Ketchum —masculló Paul en el hombro de Ash, su voz cargada con un potente cóctel de persistente mortificación, agotamiento y una aceptación a regañadientes.

Ash solo sonrió con ternura, su corazón latiendo a mil ahora. Apretó suavemente su abrazo por un momento antes de comenzar a aflojarlo.

—Sí, lo sé —dijo en voz baja—. Pero me echaste de menos de todos modos, ¿verdad? —Lo dijo no como una burla, sino como una simple declaración de hechos, un gentil reconocimiento de la verdad que ambos ahora entendían.

Paul no respondió. Solo dejó escapar un largo y tembloroso suspiro, su cuerpo finalmente, de verdad, relajándose contra el de Ash, una admisión silenciosa y profunda que fue más elocuente que cualquier palabra. Estaba en casa. Y por ahora, eso era todo lo que importaba.

El abrazo se prolongó otro precioso y silencioso momento. Ash podía sentir cómo los últimos temblores violentos se desvanecían del cuerpo de Paul, reemplazados por un profundo cansancio y el latido firme, aunque todavía ligeramente demasiado rápido, de su corazón. Paul no se volvió a mover para reciprocar el abrazo, pero tampoco se apartó. Simplemente… estaba allí. Permitiéndose ser abrazado, ser anclado, una concesión monumental por parte del entrenador ferozmente independiente que Ash conocía.

Finalmente, con un suspiro que pareció llevar el peso de semanas de emoción reprimida, Paul comenzó a liberarse lentamente del abrazo de Ash. Ash lo dejó ir, aunque sus manos se detuvieron un momento en los brazos de Paul, una silenciosa oferta de apoyo continuo.

Paul dio un paso tembloroso hacia atrás, su rostro todavía de un brillante y mortificado carmesí, pero el pánico descontrolado en sus ojos había sido reemplazado por una especie de desconcierto aturdido. No miraba a Ash a los ojos, manteniendo su atención fija firmemente en una grieta en el pavimento. Parecía completamente deshecho.

—Yo… yo requiero… hidratación —masculló Paul, su voz todavía un poco ronca. Era un intento transparente de recuperar cierta apariencia de control, de encontrar una razón mundana y lógica para su actual estado de desorden emocional.

—¡Claro! ¡Por supuesto! ¡Hidratación! ¡Excelente idea! —dijo Ash, un poco demasiado entusiasmado, el alivio lo hacía sentirse ligeramente eufórico. Paul se estaba calmando. No estaba armando un berrinche. No estaba huyendo. Esto era… un progreso—. ¡Mamá! ¿Hay limonada? —llamó hacia la casa, sin apartar los ojos de Paul, que seguía examinando aplicadamente el pavimento como si contuviera los secretos del universo.

Delia Ketchum, que había estado observando desde la puerta, salió con una sonrisa acogedora y una jarra de limonada recién hecha.

—¡Ahora mismo, cariño! Y bienvenidos a Pueblo Paleta, Paul, Reggie. Es un placer conoceros finalmente a los dos como es debido. —Su mirada era cálida y amable, completamente desprovista de cualquier juicio o sorpresa ante el saludo bastante intenso que su hijo acababa de administrar.

Reggie dio un paso adelante, ofreciéndole a la madre de Ash una sonrisa agradecida.

—Gracias, señora Ketchum. Nos disculpamos por la… llegada sin anunciar. Y por el… estado actual de… bueno, por todo. —Lanzó una mirada irónica a su hermano, todavía sonrojado.

Paul se encogió ante la mirada, pero no ofreció réplica. Parecía haber agotado todas sus palabras por el momento. Simplemente se dejó guiar suavemente hacia el columpio del porche por Reggie, hundiéndose en él con un suspiro cansado y un vaso de limonada, todavía evitando el contacto visual con todos, especialmente con Ash.

Ash, mientras tanto, prácticamente rebotaba sobre las puntas de los pies, una amplia y feliz sonrisa dibujada en su rostro. Se sentía… bien. Muy bien. Aquel dolor persistente en el pecho, el que había sido su compañero constante durante todo un mes, había desaparecido, reemplazado por una satisfacción cálida y vibrante. Paul estaba aquí. Estaba nervioso, mortificado y probablemente todavía echando chispas por dentro, pero estaba aquí. Y estaba… más tranquilo.

Mientras Delia servía vasos de limonada a los demás, un silencio cómodo, aunque ligeramente tenso, se instaló en el porche. Ash se sentó en el escalón cerca del columpio, con Pikachu saltando a su regazo, ronroneando satisfecho. Arriesgó una mirada a Paul. Paul miraba fijamente su vaso de limonada como si intentara descifrar qué especie de bebida misteriosa era eso, su sonrojo comenzando lenta y finalmente a remitir de carmesí incandescente a un rosa oscuro más manejable (pero todavía muy notable).

—Entonces —comenzó Ash, tratando de sonar desenfadado—, esos patrones de migración de los Mamoswine… bastante fascinantes, ¿eh? —No pudo resistir una pequeña pulla juguetona, su preocupación anterior dando paso ahora a un afecto más familiar y burlón.

La cabeza de Paul se irguió de golpe, e intentó lanzarle a Ash una mirada fulminante que casi, casi, recuperaba su intensidad de antaño. Casi. Estaba ligeramente socavada por el persistente sonrojo y el hecho de que su mano temblaba solo un poquito al levantar su vaso de limonada.

—No te… burles de mis legítimas investigaciones científicas, Ketchum —masculló, aunque no había verdadera acritud en su voz. Solo una profunda y cansada exasperación.

Reggie se rio entre dientes suavemente, tomando un sorbo de su propia limonada.

—Bueno, Paul, tienes que admitir que la «investigación científica» nos llevó a un… descubrimiento bastante inesperado aquí en Pueblo Paleta. —Le guiñó un ojo a Ash.

Paul solo gimió, hundiéndose un poco más en el columpio, con aspecto de desear que la tierra se abriera y se lo tragara entero. Pero Ash notó, con una oleada de calidez, que no intentó apartarse de Reggie. Parecía estar obteniendo un consuelo silencioso de la firme presencia de su hermano.

Y, se dio cuenta Ash con otra sacudida de aquella conciencia instintiva, también de la ligera vibración esa del lazo. Aunque Paul deliberadamente no lo miraba, Ash podía sentir esa atadura invisible entre ellos, ya no tensa y dolorosa, sino vibrando con una resonancia tranquila, casi contenta. Era como si una pieza perdida de sí mismo finalmente encajara en su sitio.

El sol de la tarde se filtraba a través de las hojas, proyectando sombras moteadas en el porche. Los sonidos de Pueblo Paleta, distantes llamadas de Pokémon, el suave susurro de las hojas, hacían que esta reunión se sintiera mucho más tranquila y pacífica aun. Distaba mucho de los intensos campos de batalla y las bulliciosas ciudades donde los caminos de Ash y Paul se habían cruzado habitualmente. Aquí, en la tranquilidad soñolienta del pueblo natal de Ash, algo nuevo se estaba desarrollando. Algo torpe, algo lleno de sonrojos, algo innegable, maravillosamente… esperanzador.

Y mientras Ash observaba a Paul tomar un tentativo sorbo de limonada, su sonrojo finalmente desvaneciéndose a un rosa suave, casi adorable, no pudo evitar la sonrisa feliz y esperanzada que se extendió por su propio rostro. Paul estaba aquí. Y eso era todo lo que le importaba a Ash. El viaje a Teselia podía esperar. Paul lo necesitaba. Y él estaba más que feliz de complacerlo.


Después de que la atmósfera tensa de la llegada de Paul disminuyera, se desarrolló una tarde sorprendentemente pacífica, aunque Paul todavía parecía mortificado por haber sido engañado. Delia Ketchum, con su calidez y hospitalidad, hizo que tanto Reggie como Paul se sintieran tan bienvenidos como si fueran viejos amigos de la familia. No curioseó, no comentó el sonrojo persistente de Paul ni su tendencia a mirar fijamente objetos inanimados cada vez que Ash le hablaba directamente. Simplemente ofreció más limonada, algunas galletas recién horneadas (que Paul, para silencioso asombro de Ash, realmente aceptó y comió, aunque con una fachada crítica y distante que no ocultaba el hecho de que se las haya comido todas), y entabló una agradable conversación con Reggie sobre las diferencias entre los Pokémon de Sinnoh y Kanto.

El Profesor Oak, después de ver que la situación se había relajado lo suficiente, finalmente dejó de fingir que estaba estudiando unos pequeños Caterpie en el suelo y se acercó tranquilamente, sus ojos brillando con una mezcla de curiosidad científica y diversión como la de un abuelo.

—¡Reggie! Es bueno verte. ¡Y Paul! Bienvenido, bienvenido. ¿Confío en que el viaje os fue bien? Ansío saber más sobre… esos patrones de migración de Mamoswine —dijo con una sonrisa un poco pícara, su mirada cayendo en Paul por un momento.

—Profesor —lo saludó Reggie cálidamente—. Sí, el viaje estuvo… lleno de variables inesperadas. —Miró significativamente a Ash, luego de nuevo al Profesor—. Y tenemos algunos datos bastante interesantes sobre esos Mamoswine de Puntaneva, si tiene un momento para discutir sus inusuales comportamientos de bandada.

Y así de fácil, la «legítima investigación científica» volvió a encarrilarse. El Profesor Oak, genuinamente intrigado (y también, sospechaba Ash, deseoso de darle a Paul una actividad estructurada y no centrada en Ash para ayudarlo a recentrarse), los invitó a todos a su laboratorio.

La transición fue sorprendentemente fluida. Paul, ante un tema del que realmente sabía algo, y en el territorio más neutral del laboratorio del Profesor Oak, pareció recuperar parte de su compostura habitual. Su sonrojo se desvaneció a un tono de color más manejable, prácticamente imperceptible (si no fueras un alfa hipersintonizado con cada sutil cambio de tu omega, como lo estaba Ash). Habló con inteligencia y elocuencia sobre los Mamoswine, ofreciendo observaciones y teorías que claramente impresionaron al Profesor Oak.

Ash, por su parte, escuchó con genuino interés. No entendía toda la jerga científica, pero le encantaba aprender sobre los Pokémon, y ver a Paul en su estado natural (concentrado y apasionado por algo más que solo el poder bruto) era… fascinante. Era un lado de Paul que rara vez veía. Se encontró observando a Paul más que las pantallas de datos, notando la forma en que sus ojos se iluminaban al discutir un punto particularmente interesante, los gestos rápidos y precisos que usaba para ilustrar sus teorías. Ash no podía evitar sentir una mezcla de emociones al ver a Paul así, principalmente admiraba lo inteligente que era. También no pudo evitar pensar que si no fuera por el lazo, jamás hubiera descubierto esta parte de Paul Todo era todavía un poco nuevo y confuso, pero le encantaba.

Por supuesto, todavía había momentos divertidos. Si el Profesor Oak dirigía una pregunta a Paul que requería que mirara a Ash por alguna razón (como cuando compararon la postura defensiva de un Mamoswine con la postura que llevaba el Snorlax de Ash mientras comía), el sonrojo inevitablemente reaparecía, junto con un ligero tartamudeo y un repentino e intenso interés en las baldosas del techo. Ash simplemente ofrecía una pequeña sonrisa alentadora, lo que generalmente empeoraba las cosas (para el sonrojo de Paul) pero también, Ash sentía, de alguna manera las mejoraba (para la ansiedad de Paul sobre el lazo).

Después de un par de horas de charla sobre investigación Pokémon sorprendentemente interesante (incluso Ash aprendió algunas cosas nuevas sobre los Pokémon tipo hielo), el Profesor Oak pareció decidir que era hora de relajarse.

—¡Bueno, esto ha sido de lo más esclarecedor! Gracias, Reggie, Paul. Vuestras ideas son inestimables. ¿Quizá podamos continuar esta discusión durante la cena? Delia nos ha invitado a todos a su casa.

Paul, que en realidad parecía haber estado disfrutando del intercambio intelectual, se tensó ligeramente ante la mención de la cena en casa de Ash. Otro período prolongado de exposición cercana a Ash. Su sonrojo, que se había estado comportando, amenazó con reaparecer.

Pero antes de que pudiera formular una negativa cortés (o, más probablemente, una mascullada y socialmente torpe), Ash intervino, su voz brillante y esperanzada.

—¡Sí, Paul, tienes que quedarte a cenar! ¡Mamá va a hacer sus Bocadillos Volcán de Isla Canela especiales! ¡Son los mejores! —Miró a Paul con una expectación ansiosa, casi de cachorrito, que era increíblemente difícil de resistir, incluso para alguien tan experto en resistirse como Paul.

Paul miró el rostro esperanzado de Ash, luego el sutil asentimiento alentador de Reggie, después la sonrisa curiosa del Profesor Oak, y finalmente sus propios zapatos, que de repente parecieron los objetos más fascinantes de la habitación. Dejó escapar un suspiro diminuto, casi inaudible. Estaba atrapado. Atrapado por completo, de forma total e inductora de sonrojos. Por Ash. Y por los Bocadillos Volcán de Isla Canela.

—Supongo… que… aprender sobre las tradiciones culinarias de Kanto… podría ser… interesante —masculló, sus orejas adquiriendo un vibrante tono rosa.

Ash sonrió radiante.

—¡Genial!

La cena en casa de los Ketchum fue un asunto animado y sorprendentemente relajado. Delia, una anfitriona nata, creó sin esfuerzo una atmósfera cálida y acogedora. Los Bocadillos Volcán de Isla Canela fueron, como se prometió, un gran éxito (incluso Paul, después de un momento de inspección crítica, se comió el suyo con una intensidad tranquila y concentrada que Ash interpretó como un gran elogio).

La conversación continuó sobre la mesa. Reggie y el Profesor Oak discutieron sobre investigación Pokémon. Delia charló con Reggie sobre Sinnoh. Pikachu y Mr. Mime proporcionaron un ligero entretenimiento, intentando ocasionalmente robar trozos extra de bocadillos. Ash, sentado junto a Paul (una disposición de asientos que Delia parecía haber orquestado con una sutil sabiduría maternal, al menos eso pensó Ash), se encontró hablando de sus Pokémon en el laboratorio, relatando algunas de sus aventuras más divertidas. Quería contarle sobre sus más increíbles encuentros con Pokémon legendarios, pero decidió que mantener el tono ligero y con humor era la mejor opción para que Paul se sienta cómodo.

Paul aun no se comportaba como sus otros amigos, parloteando sobre todo tema, pero sí contribuía a la conversación, sí escuchaba a Ash, y sí parecía genuinamente interesado en las historias de Ash. Ash también notó que no estaba tan rígido, tan reservado, como lo hubiera estado antes. El sonrojo todavía hacía apariciones esporádicas, especialmente cuando Ash se inclinaba demasiado sin querer mientras contaba una historia, o cuando Delia le hacía una pregunta directa y amable sobre sus propios Pokémon. Pero aun así parecía estar cómodo, e involucrado, a su manera. Incluso ofreció una media-sonrisa cuando Ash describió el fallido intento de Charizard de «ayudar» a Mr. Mime con la jardinería, lo que resultó en un trozo de petunias muy chamuscadas. Aparte del accidente de la risa mortificante en la Liga Sinnoh, Ash jamás había visto a Paul sonreír así.

A medida que la velada llegaba a su fin, y un letargo cómodo, inducido por la comida, se apoderaba de ellos, Ash se encontró mirando a Paul, que contemplaba pensativamente su plato ahora vacío. El sonrojo había desaparecido, reemplazado por una expresión suave, casi pacífica, que Ash rara vez había visto en él. Parecía… satisfecho. Cansado, sí, y probablemente todavía un poco abrumado por los acontecimientos del día, pero… satisfecho.

Ash sintió una satisfacción profunda y resonante. Paul estaba aquí. Estaba a salvo. Estaba (relativamente) tranquilo. Estaba… bien. Y una parte significativa de eso, Ash lo sabía, era gracias a él, gracias a su lazo, porque Ash, por torpe e impulsivo que hubiera sido, había proporcionado esa presencia estabilizadora y tranquilizadora que Paul había necesitado tan desesperadamente.

Y, quizá más emocionante aun, Ash sentía que él y Paul ahora sí parecían ser amigos. La situación no era como en el Lago Agudiza, cuando Paul claramente quería poner máxima distancia entre ellos, o en Ciudad Corazón cuando cualquier interacción con Ash, no importa lo simple que sea, hacía que Paul se ponga azorado y mortificado. Incluso se sentía aun más tranquilo junto a Ash que cuando estaban en la Liga Sinnoh.

—Gracias por la cena, señora Ketchum —dijo Paul, su voz tranquila pero sincera, mientras Delia comenzaba a recoger la mesa—. Fue… muy eficiente en su balance de energía y sabor.

Delia solo sonrió cálidamente.

—De nada, Paul. Me alegro mucho de que Reggie y tú hayáis podido acompañarnos. —Miró a Ash, luego de nuevo a Paul, una mirada suave y cómplice en sus ojos—. Tenéis que venir más a menudo.

Las orejas de Paul se pusieron rosadas ante la invitación, y rápidamente bajó la mirada, pero Ash creyó ver un asentimiento diminuto, casi imperceptible.

Mientras Reggie y el Profesor Oak hacían arreglos para que Paul y Reggie se quedaran en la casa de huéspedes del Profesor por la noche («Más conveniente para nuestras discusiones sobre los Mamoswine temprano por la mañana, por supuesto», había dicho Oak con un guiño), Ash acompañó a Paul y a Reggie hasta la puerta.

El aire fresco de la noche de Pueblo Paleta los rodeó. Los grillos cantaban, una suave brisa susurraba entre las hojas. Era un final pacífico para un día sorprendentemente tumultuoso, aunque al final bastante reconfortante.

—Entonces —dijo Ash, tratando de sonar desenfadado, aunque sentía el corazón lleno—. Supongo que… ¿os veré mañana? ¿Para más… «datos sobre los Mamoswine»? —Le sonrió a Paul.

Paul levantó la vista, y en la tenue luz del porche, sus ojos violetas se encontraron con los de Ash. El sonrojo era una suave sombra en sus mejillas. No ofreció una réplica ingeniosa, ninguna protesta refunfuñona. Simplemente… miró a Ash. Y por un momento, todas las barreras, todas las defensas, parecieron desvanecerse, dejando solo la tranquila e innegable verdad de su conexión.

—Quizá…, Ash —dijo Paul, una vez más usando el nombre de pila, su voz apenas un susurro—. Quizá…

Y mientras Ash los veía a él y a Reggie cruzar el césped hacia el laboratorio del Profesor Oak, aquel silencioso «quizá» le pareció la palabra más esperanzadora que había oído en todo el día. Y tampoco se le había escapado el hecho de que Paul lo llamara por su nombre. Ash no entendía por qué, pero eso le hacía sentir un calor emanar por todo su pecho.

Quizá esta visita loca e inesperada era exactamente lo que ambos necesitaban.