Chapter Text
En el territorio vollachiano avanzaba una caravana de carruajes escoltada por el propio Vincent Vollachia, alguien terco, pero a ojos de Subaru, sorprendentemente confiable.
Dentro de uno de ellos viajaba él mismo. ¿Su destino? Regresar a Lugunica después de haber pasado demasiado tiempo lejos. Si le preguntaran cuál de los dos lugares prefería, respondería sin dudar que Lugunica. Los sucesos que vivieron allí lo habían marcado… sin embargo, lo que atravesó en este imperio fue una auténtica tortura, tanto para el hombre como para el niño que aún llevaba dentro.
Por eso volver era, de cierto modo, un consuelo. Y aún así, mentiría si dijera que no echaría de menos a las personas que conoció, los lazos que formó y, sobre todo, a esa persona —o más bien, ese torbellino viviente— de la cual había terminado enamorándose.
Al principio, lidiar con semejante calamidad ambulante no fue tarea sencilla. Su manera de demostrar cariño podía resultar sofocante, aunque con el tiempo ambos lograron adaptarse el uno al otro.
Su relación era más cercana. Cualquiera, incluso a kilómetros de distancia, la describiría como empalagosa: la chica escorpión y el chico demasiado permisivo. Todo lo que habían atravesado juntos había moldeado ese vínculo, la dependencia de Subaru hacia la sabia y el cariño persistente —casi obstinado— de ella misma. Era el resultado inevitable de todas sus hazañas y de los traumas que el pobre niño había soportado.
Dentro del carruaje, Beatrice discutía con su contratista. Era algo simple, una interacción típica entre ellos, aunque un tercero no lo veía de esa manera.
—¡De hecho, ese sitio le pertenece a Betty! —reclamó, refunfuñando.
Beatrice lo observaba con un ojo creciente, mientras Subaru solo atinaba a mirarla y acariciarle la cabeza para calmarla.
—El regazo del maestro solo le pertenece a Shaula —intervino ella, con absoluta seguridad.
Con una sonrisa llena de superioridad, Shaula miró a la pequeña y, acto seguido, le sacó la lengua de forma juguetona, regodeándose ante la reacción del espíritu, que frunció el ceño en respuesta.
Frente a ellos, observando aquella curiosa interacción, se encontró con Emilia, incapaz de decidir cómo reaccionar ante el enorme cambio que había ocurrido en tan solo unos meses. Antes, Subaru solo tenía ojos para ella. Aunque sabía que él quería a Rem, lo aceptaba; en aquel entonces, el dolor en su pecho —cuyo origen aún desconocía— se calmaba cuando notaba la tristeza en los ojos del chico cada vez que hablaba de la chica de cabello azul. Era evidente que la extrañaba.
Pero ahora las cosas eran distintas. Y, aunque no fuese consciente del todo, el ceño fruncido de Emilia delataba la incomodidad que la recorría, una sensación extraña que comprimía todos sus sentimientos y la dejaba desconcertada. De todo aquello solo pudo comprender una cosa: no le gustaba que Subaru estuviera cerca de Shaula. Estaban cerca… demasiado cerca.
Shaula dejó de burlarse de Beatrice cuando percibió una clara hostilidad dentro del carruaje. Buscando el origen, sus ojos se encontraron con la medio elfa sentada frente a ella.
Ambas se miraron de manera muy distinta: una mostrando abiertamente su molestia, y la otra irradiando una superioridad arrogante ante alguien que consideraba inferior.
Notando la tensión entre las dos, Subaru, con la mano libre —la otra seguía acariciando a su Beako—, tomó por la cintura a Shaula con la intención de bajarla.
Al darse cuenta, Shaula solo amplió su sonrisa, deleitándose con la mirada penetrante que Emilia le dirigió al presenciar aquella escena.
Para el pobre chico, intentar mover a Shaula era como tratar de desplazar un edificio entero; la abismal diferencia de fuerza le pasaba factura.
Shaula comenzó a moverse ligeramente la cadera, haciendo que Subaru abandonara su intento mientras él se retorcía bajo ella. Emilia soltó un bufido, claramente irritada. Desvió la mirada de Shaula y la clavó directamente en su caballero.
—¡Lo estás incomodando!
Emilia se levantó para intentar apartar a Shaula, pero tampoco lo consiguió. Al cesar su esfuerzo por separarla de Subaru, solo pudo maldecir mentalmente.
—El maestro es tan cómodo~ —canturreó Shaula, encantada de su posición.
La molestia de Emilia había alcanzado niveles peligrosamente altos; un fino rastro de hielo comenzaba a formarse a sus pies, señal clara de que su paciencia estaba por romperse. Al menos esperaba que Subaru reparara en ella, que la mirara como solía hacerlo. Pero ver que sus ojos no se despegaban de Shaula, junto al sonrojo evidente en su rostro, hizo que su ya lastimado corazón se oprimiera aún más.
—¡Subaru! —ej.
Él se giró para verla.
Y, en el instante en que sus miradas se encontraron, Emilia dejó salir toda su frustración.
—¡Eres un mal caballero! ¡Tontó!
El grito de Emilia resonó dentro del carruaje como un golpe seco. Shaula parpadeó, sorprendida por un instante, y hasta Beatrice dejó de refunfuñar para observar a la medio elfa. Subaru, aturdido por la explosión repentina, abrió la boca sin saber qué decir.
—¿E-Emilia-tan…? —balbuceó, intentando incorporarse pese al peso inmóvil de Shaula sobre su regazo.
La medio elfa apretó los puños con fuerza, la respiración temblorosa y una mezcla de placer y tristeza reflejada en sus ojos amatistas.
El hielo a sus pies se expande otro par de centímetros, agrietando la madera.
—¡Eres un mal caballero… porque… porque…!—intentó continuar, pero su voz se quebró.
Shaula ladeó la cabeza, como si finalmente hubiera comprendido algo.
-¿Oh? ¿La medio elfa está celosa? —preguntó con una sonrisa que solo empeoró las cosas.
—¡N-No lo estoy! —respondió Emilia de inmediato, aunque su reacción decía exactamente lo contrario.
Beatriz suspiro con cansancio, cruzándose de brazos.
—En este caso, Betty cree que la medio elfa debería admitirlo, supongo —murmuró en voz baja, aunque lo suficientemente alto como para que todos la escuchen.
Subaru entró en pánico.
—¡E-Espera, espera, esperen un segundo! ¡Emilia-tan, no estés molestando! ¡Shaula, por favor bájate un momento! ¡Y Beako, no avives el fuego así…!
Shaula, en lugar de moverse, se inclinó hacia Subaru con descaro.
—Pero maestro, ¿no estabas cómodo conmigo?
—¡N-No digas cosas raras! —respondió él, rojo como un tomate.
Emilia frunció más el ceño, tratando de mantener la dignidad mientras su corazón ardía y se congelaba al mismo tiempo. —
—Subaru… yo… —comenzó, dando un paso hacia él.
Pero justo entonces, el carruaje se sacudió violentamente, obligando a todos a agarrarse de lo que pudiera.
El repentino tambaleo cortó la tensión como un cuchillo.
—P-¿Qué fue eso? —preguntó Subaru con alarma.
La brusca sacudida del carruaje hizo que todos quedaran tensos por un segundo… pero, en realidad, no había nada afuera. Solo un silencio incómodo y un chirrido suave.
De pronto, la pequeña ventana que conectaba el interior con la parte delantera se abrió de golpe.
—¡L-Lo siento muchísimo! ¡Fue mi culpa! —exclamó Otto, asomando medio cuerpo con expresión pálida—.
—¡Me enredé con las riendas del dragón terrestre y… y me tropecé! ¡No fue ningún ataque, lo juro!
Subaru se dejó caer hacia atrás, agotado.
—¿En serio, Otto? ¡Casi nos da un infarto colectivo!
Shaula lo señaló con una risita.
—Miren al humano torpe. Hasta su alma tropieza, ¿eh?
—¡¿Q-Qué se supone que significa eso?! —se quejó Otto, ofendido de inmediato.
Pero no pudo protestar más: una gran mano lo apartó de un empujón.
—Oi, muévete, Brotto —gruñó Garfiel mientras lo desplazaba sin esfuerzo—. Si vas a metro la pata, mínimo acéptalo.
Otto quedó aplastado contra un rincón de la ventana.
—¡Garfiel! ¡Eso dolio! ¡No empujes a la gente como si fueran sacos de appas!
Garfiel se asomó como si nada, mostrando los colmillos en una sonrisa confiada.
—Solo vine a ver qué pasó con el ruido. Pensé que alguien había aplastado a mi capitán.
Subaru levantó la mano bajo Shaula irónicamente.
—Estoy… estoy bien. Solo emocionalmente herido, gracias por preguntar.
Emilia, que aún tenía las mejillas ligeramente rosadas por el arranque anterior, carraspeó.
—Otto, ¿estás seguro de que no pasó nada más?
—¡Nada, nada en absoluto! —respondió Otto con rapidez—. Todo está bajo control, totalmente bajo control. Una excepción de mi dignidad, quizás…
Shaula rió por lo bajo.
—Tu dignidad nunca estuvo bajo control, humano.
—¡¿Por qué todos me atacan hoy?! —se lamentó Otto.
Garfiel, ignorándolo por completo, desvió la mirada hacia el interior del carruaje, arqueando una ceja al notar la posición de Shaula sobre Subaru.
—…¿Capitán?
Subaru sintió que un sudor frío le bajaba por la espalda.
—No fue… o sea… yo no… ¡Garfiel, no saques conclusiones raras!
—Demasiado tarde —añadió Beatrice, suspirando mientras trataba de acomodarse cerca de su contratista nuevamente.
Emilia evitó mirar a Shaula directamente.
Shaula solo sonriendo, victoriosa.
El ambiente volvió a llenarse de la misma tensión de antes… solo que ahora, con Otto aplastado en una esquina y Garfiel juzgando a todos con la mirada.
Mientras tanto en otro carruaje se desarrollaba una conversación desentrañante.
—Entonces Julius...¿Cómo es que Natsuki-kun terminó con Shaula-sama...?
Anastacia miro a su caballero esperando respuestas, su mente codiciosa ya estaba ideando aviones para ambos, sin embargo al ser de otro campamento y peor aún rivales para la corona lo hacía "complicado" si es que la palabra podía abastecer a lo que significa de verdad.
—No lo sé mi señora..
Julius estaba igual de abatido, su era friki que salía cuando se trataba de historia se encontraba en desacuerdo por la relación tan irreal, su compañero o amigo cómo le gustaba llamarlo se había hecho pareja del gran sabio Shaula aunque ella negaba serlo, años o décadas de historia ahora estaban en manos de su amigo de forma literal. Verlos tan cerca cuando seguían en la gran ciudad del imperio Vollachia peleando contra los no muertos o zombies cómo lo llamaba Subaru hizo que Julius se sintiera al menos un poco celoso. ¿Acaso Subaru podría lograr cualquier cosa a su antojo?
Garfiel seguía asomado por la ventana, olfateando el ambiente como un animal salvaje.
—Todo este alboroto para nada —gruñó, girando el cuello—. Y todo porque el Capitán dejó que esa loca se le suba encima.
—¡¿Por qué siempre terminan culpándome a mí?! —se quedó Subaru, aún rojo por la situación.
Shaula, orgullosamente instalada a su lado —aunque ya no encima—, ladeó la cabeza con tono cantarín.
—Pero maestro no me detuvo~. Eso significa que me quiere cerquita, ¿no?
—¡N-No significa eso! ¡Deja de malinterpretar todo! —Subaru agitó las manos desesperado.
Emilia, sentada justo enfrente, seguía mirando la escena con una mezcla de decepción y terquedad suave. Su expresión era tranquila… demasiado tranquila. Un peligro silencioso.
Beatrice, acurrucada en el regazo de Subaru, suspir profundamente.
—Betty cree que la medio elfa debería decir lo que quiere decir, en lugar de fruncir el ceño, supongo.
—¡No estoy frunciendo el ceño! —replicó Emilia, aunque sus cejas estaban claramente hundidas hacia el centro.
Otto, aún aplastado en la ventana, intentó añadir algo.
—Si… si me permiten opinar… creo que todos estamos algo sensibles—
Otto soltó un lamento ahogado.
Shaula volvió a enfocarse en Emilia con una sonrisa llena de desafío.
—La medio elfa está molesta porque Maestro es mío.
—¡No soy de nadie! —gritó Subaru, desesperado por recuperar el control de su vida.
Pero Emilia apretó las manos contra su regazo, respirando muy hondo.
—Shaula —comenzó con tono firme—. Subaru es mi caballero.
Emilia continuó, con un leve temblor en la voz.
—Y… y quiero que siga siéndolo. Así que… no lo molestas tanto. N-No me gusta verlo así.
Un silencio espeso llenó el carruaje.
Shaula inclinó la cabeza, su expresión cambiando levemente, como si estuviera midiendo algo que no comprendía del todo.
Luego, lentamente,.
—Ohh… ya veo~. La medio elfa sí está celosa.
—¡N-No estoy celosa! —insistió Emilia, las orejas rojas, la voz temblorosa—. ¡Solo… solo me preocupa Subaru!
Subaru quiso decir algo, pero las palabras simplemente no salieron.
Shaula, orgullosa, se apoyó en el hombro de Subaru.
—Entonces compitamos, ¿sí? A ver quién es más importante para Maestro.
—¡¿C-Cómo puedes decir algo así tan tranquilamente?! —exclamó Subaru, horrorizado.
Emilia se puso de pie de golpe.
—Si… si eso es lo que quieres… ento–
—¡¡NO ACEPTAS, EMILIA-TAN!!
El grito desesperado de Subaru sacudió todo el carruaje.
Garfiel estalló riéndose.
Beatrice se llevó una mano a la cara.
Otto decidió que era mejor fingir que estaba muerto.
Y el carruaje siguió su camino, lleno de tensión, sonrojo, caos… y un Subaru al borde de la implosión.
La discusión entre Shaula y Emilia parecía haberse calmado por un instante, pero solo porque la tensión había alcanzado un nivel tan alto que cualquier palabra podía hacer estallar el carruaje de nuevo. Subaru estaba rígido, como si un simple movimiento pudiera desencadenar otra guerra emocional.
Shaula, sin embargo, no tenía ninguna intención de guardar silencio.
—De todos modos —dijo con voz ligera, como quien comenta el clima—, no entiendo por qué se molestan tanto. Yo soy la pareja del maestro, después de todo.
El carruaje se congeló.
Emilia parpadeó una vez.
Dos.
Tres.
—…¿Pareja? —preguntó con un hilo de voz.
Beatrice levantó la vista, sorprendida hasta olvidar su molestia.
Otto abrió la boca como un pez sin agua.
Garfiel dejó de reír instantáneamente.
Shaula, orgullosa, apareciendo con una sonrisa luminosa.
—Ajá~. Soy la pareja del maestro. Él me eligió a mí.
Emilia sintió cómo algo en su pecho se desplomaba.
Se giró hacia Subaru con una expresión que jamás había usado con él: incredulidad, herida… miedo.
—S-Subaru… ¿es eso… verdad?
Subaru tragó saliva. Luego otra vez. Y otra.
—E-Emilia-tan… yo… —Su voz temblaba, incapaz de encontrar una salida—. Es… complicado… pero… sí.
El silencio cayó como una pérdida.
Emilia sintió el golpe directamente en su corazón. Le dolio. Mucho más de lo que esperaba… o de lo que debería.
Apoyó una mano en su pecho, como si intentara detener la presión que crecía allí.
—Cómo… ¿cómo pasó? —logró preguntar, con la voz quebrada.
Subaru bajó la mirada.
—Después de todo lo que ocurrió en el Imperio… ya sabes… lo de los zombies, la ciudad, la torre… —Su voz era un murmullo lleno de cansancio—. Hubo momentos en los que pensé que iba a romperme por completo. Y… y Shaula estuvo ahí. Todo el tiempo. Ella nunca se alejó.
Shaula lo miró con orgullo y ternura, como una bestia fiel a su dueño.
Emilia sintió un pinchazo más profundo al ver esa mirada.
Subaru:
—No fue algo que… buscara. Solo... pasó.
Las manos de Emilia temblaban.
¿Por qué?
¿Por qué dolía tanto?
Ella no le había dado una respuesta en… dos años.
Desde aquella vez en el santuario… cuando Subaru le dijo que la amaba.
Dos años.
Dos años en los que él esperaba.
Y ella nunca dijo nada.
Nunca tomó una decisión.
Nunca avanzó.
—… debería estar feliz por ti —murmuró Emilia, sin mirarlo—. Tú... siempre has sido sincero conmigo. Siempre… siempre estuviste ahí. Y… yo… yo soy la que te dejó esperando.
Subaru la observó, sorprendida por sus palabras.
Beatrice también bajó la cabeza, como si entendiera demasiado bien lo que Emilia estaba sintiendo.
—Entonces… ¿por qué…? —la voz de Emilia temblaba más con cada palabra—. ¿Por qué me duele tanto…?
Sus ojos amatistas brillaron con una emoción que no sabía nombrar.
No sabía si era tristeza.
Si era celoso.
Si era arrepentimiento.
O si era otra cosa mucho más profunda… algo que había ignorado durante demasiado tiempo.
Y Subaru… no sabía dónde esconder su propio corazón que latía con culpa, miedo y la certeza de que, haría lo que hiciera, alguien iba a salir herido.
Las siguientes horas en el carruaje transcurrieron entre conversaciones leves, casi frágiles. Otto intentaba mantener el ambiente estable con anécdotas inútiles; Garfiel miraba por la ventana, fingiendo no escuchar; Beatrice descansaba con la cabeza apoyada en el hombro de Subaru, y Shaula… bueno, Shaula seguía siendo Shaula.
—¡Maestro, mira, mira! ¡Ese árbol parece un dragón triste! —comentaba ella por quinta vez, señalando cualquier cosa que atrapara su atención.
Subaru sonrió débilmente, respondiéndole con un “Sí, sí, Shaula, muy impresionante”, pero no tenía la energía habitual. Su mirada, aunque intentara ocultarlo, se desviaba cada tanto hacia Emilia.
Y cada vez que lo hacía, un pinchazo de culpa le atravesaba el pecho.
Él sabía que la había herido.
Sabía que su explicación no borraba el golpe.
Y aun así… aún la amaba.
No como un recuerdo.
No como algo del pasado.
Sino como un sentimiento que seguía latiendo allí, terco y vivo.
Su corazón… seguía siendo de Emilia.
Solo que ahora no era completamente suyo.
Una parte —una gran parte— pertenecía también a Shaula.
La mujer que lo acompañó en ese tiempo interminable más allá de la torre.
La mujer que lo sostuvo cuando él mismo quería desmoronarse.
La mujer que nunca lo dejó solo, ni siquiera un segundo.
Ella se había aferrado a él con una devoción tan pura, tan visceral, que incluso ahora seguía sentada a su lado, su cola invisible moviéndose con emoción cada vez que Subaru le dirigía una palabra.
Y Subaru… no podía ignorar eso.
No podía ignorar todo lo que ella había hecho por él.
Lo mucho que la necesitó, lo mucho que la quiso y lo mucho que terminó amándola.
Pero su amor por Emilia nunca se había marchado.
Solo se había… dividido.
Y él no se perdonaba que fuera precisamente Emilia quien recibiera el golpe.
Shaula, atenta al torbellino emocional , se estiró como un gato y apoyó la cabeza en el hombro de Subaru, acercándose sin malicia pero con derecho propio.
—Maestro, huele rico —murmuró, totalmente cómoda.
Subaru le despeinó el cabello suavemente.
No como un gesto coqueto.
Su mente, sin embargo, volvió una vez más a Emilia.
Ella iba sentada frente a él, mirando por la ventana.
A primera vista parecía tranquila, pero Subaru conocía demasiado bien sus silencios.
Sus manos estaban entrelazadas con fuerza sobre su regazo.
Su respiración era más profunda de lo usual.
Y cada cierto tiempo, sus ojos brillaban como si estuviera pensando demasiado.
“Lo arruiné, ¿cierto…?” pensó Subaru, mordiéndose el labio.
Quería hablarle.
Quería disculparse otra vez.
Quería decirle que la seguía amando, que ella nunca dejó de ser alguien importante en su corazón.
Pero no sabía si eso la sanaría… o la heriría más.
Shaula, que hasta el momento estaba tratando de quitarle la mirada desolada a su maestro decidió ser directa.
—Maestro, ¿estás triste?
Subaru parpadeó.
—¿Eh? No, solo estoy… cansado.
Shaula lo observó un instante más, ladeando la cabeza. Finalmente se acurrucó aún más a su costado.
—No estés triste. Shaula está aquí. Siempre.
Esas palabras, tan simples, resonaron dolorosamente en él.
Porque eran verdad.
Ella siempre estuvo allí.
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Tardaron unos días más en regresar a la mansión, sin nada realmente destacable durante el viaje de vuelta.
Los primeros días al llegar fueron desgastadores para Subaru. Su reencuentro con Rem estuvo lejos de ser lo que había imaginado. Nadie le había advertido que ella no conservaba sus recuerdos y, aunque esa posibilidad había rondado su mente durante mucho tiempo, el dolor lo atravesó igual, sin suavizarse ni un poco pese a haber preparado.
El golpe en la mejilla tampoco ayudó. Una cachetada bien puesta por parte de la sirvienta lo dejó con el rostro ardiendo durante horas. Que un desconocido te abrace sería raro para cualquiera, después de todo... y peor aún fue que lo tildara de cultista por su peculiar olor.
Y ahí no terminó todo. El aislamiento al que fue confinado tras su regreso empezaba a frustrarlo más de lo que quería admitir. Entendía que se preocuparan por él, pero ¿no dejarlo salir con la excusa de que "se metería en problemas"? Aceptó esos días a regañadientes... pero ahora era otro cuento.
Además del encierro, la distancia que todos mantenían con él también lo hería. Emilia lo evitaba. Otto estaba ocupado -y podía entenderlo-; Garfiel, igual que Otto. Ram y Rem lo aborrecían... aunque sabía que esa era simplemente la forma de ser de Ram: dura por fuera, dulce por dentro. El resto del personal solo cumplía su rol de sirvientes, y cada vez que él ofrecía ayuda solo obtenía como respuesta una cortés pero firme negativa.
El único lado verdaderamente positivo de todo esto era el tiempo que podía pasar con Shaula y con Beatrice, además de con Meili, su nueva loli adoptiva. Quería mostrarle a Shaula toda Lugunica, enseñarle los lugares hermosos que se había perdido por haber estado encerrada en aquella torre. Y aunque no lo admitiera del todo frente a ella...también deseaba poder estar simplemente a su lado.
Otra mañana más en la mansión.
Subaru abrió los ojos lentamente, dejando que la luz tenue que se filtraba por las cortinas llenando el cuarto. Su cuerpo estaba pesado, no por cansancio físico, sino por la misma mezcla de rutina y agotamiento emocional que venía acumulando desde su regreso. Tardó unos segundos en procesar dónde estaba, hasta que algo tibio y mullido rozó su costado izquierdo.
-...B-Beako... -murmuró, con una resignación que ya se había vuelto parte de su despertar.
Beatrice estaba abrazada a su brazo como si fuera un soporte de vida. Su respiración era tranquila, los mechones rubios esparcidos por la almohada y una expresión serena, completamente distinta a la de cuando estaba despierta y consciente de su orgullo. La suave fricción de su manita sobre su manga le produjo una sonrisa diminuta y fatigada. Incluso en su peor momento, Beatrice seguía siendo Beatrice.
Del otro lado sintió un tirón sutil. Shaula estaba acurrucada contra él, literalmente enroscada como un gato gigante, con la cola -inexistente, pero mentalmente presente- entre los brazos, murmurando cosas incomprensibles mientras apretaba más su cuerpo contra el de Subaru.
-¿Por qué duermen así...? -susurró, tratando de estirar las piernas sin despertar a ninguna de las dos.
Shaula abrió un ojo, apenas un poco.
-Hm... Maestro... no se mueva tanto... hace frío sin usted... -farfulló antes de volver a sumergirse en un sueño profundo.
Beatrice respondió con un gruñido dormido, como si hubiera escuchado a Shaula y quisiese reclamar más espacio. Subaru quedó atrapado entre ambas sin posibilidad de escapar sin arriesgar su vida. Una situación normal para él en las últimas semanas.
Suspiré, hundiendo la cara en la almohada.
-Otra mañana en la mansión del caos... ¿qué más da? -se dijo a sí mismo.
Pasaron varios minutos hasta que logró liberarse con una operación de sigilo comparable a desactivar una trampa mortal. Beatrice protestó a medio dormir, pero no se despertó del todo. Shaula simplemente rodó y quedó boca abajo, extendida como una estrella de mar.
Subaru se vistió en silencio, moviéndose como un fantasma para no llamar la atención de la casa ni de sus pensamientos. Bajó a desayunar con un ritmo casi automático, como quien repite una coreografía ya memorizada.
En el comedor, el ambiente era el mismo de siempre: silencioso, ordenado y con un aire extraño, como si todos estuvieran cuidando sus palabras o pasos alrededor de él. Subaru se sentó, tomó sus cubiertos y comenzó a comer mecánicamente. Pan, un poco de sopa, té. Mover el tenedor, llevarlo a la boca, tragar. Repetir.
A su lado, Beatrice llegó arrastrando los pies, aún con las mejillas infladas por el sueño, y se dejó caer en su asiento. Shaula entró segundos después, radiante como si no se hubiera levantado recién.
Todo era parte del nuevo ciclo diario.
Hasta que Petra se acercó.
-!¡Subaru! Petra se acerco radiante brotando alegría mientras extendía un sobre con sus pequeñas manos.
Subaru levantó la mirada. Petra estaba justo frente a él, sosteniendo una carta sellada. Su expresión era de una joven alegre.
-Esto... llegó hace unos minutos. Está dirigido a usted -dijo mientras extendía el sobre.
La mesa parecía volverse más tranquila. Beatrice dejó de mover la cuchara. Shaula inclinó la cabeza con curiosidad. Subaru parpadeó, sorprendió, y tomó la carta con la mano ligeramente.
El sello no era de la mansión. Tampoco de ningún noble que Subaru recordara. El papel tenía una rigidez elegante, demasiado pulcra, demasiado formal, como si alguien hubiera querido dejar claro que aquello no era un simple mensaje.
-¿Quién la trajo? -preguntó Subaru, su voz más baja de lo normal.
-Un mensajero externo -respondió Petra, sosteniendo las manos tras la espalda-. Dijo específicamente que debía dártelo solo a ti.
-Ya veo... gracias, Petra -dijo Subaru, para inmediatamente usar su arma secreta: un par de palmaditas suaves en la cabeza.
Petra se ruborizó, haciendo un pequeño puchero encantado. Mientras tanto, Beatrice se acercó a Subaru.
-El Subaru de Betty debería esperar para leer eso, supongo -advirtió.
Subaru soltó una respiración leve y se agitó.
-Tienes razón, Beako. Me emocioné un poco al ver algo distinto entre tanta rutina... Lo leemos cuando lleguemos a la habitación, ¿sí?
Beatrice ladeó la cabeza, pero no discutió. Shaula, desde el otro lado de la mesa, observaba con los ojos entrecerrados.
Y justo en ese momento, una voz suave se escuchó detrás de Subaru.
-Subaru... ¿qué es ese sobre?
Emilia estaba de pie en la entrada del comedor, con una bandeja en las manos y una expresión que mezclaba duda y... algo más. Quizás preocupación. Quizás una de esas miradas que Subaru ya no quería interpretar.
Él se tensó de inmediato.
-No es nada de lo que tengas que preocuparte Emilia-tan.
Emilia se detuvo y lo miró unos segundos más para poder desifrarlo.
-Pero si es algo importante... puedo ayudarte.
-No, Emilia-tan no te preocupes. -Subaru levantó la mirada, la cual tenía una firmeza cortante-.
Emilia solo asintio, herida, sin saber qué más decir. Shaula la observar con una ceja levantada, como juzgando si debía intervenir. Beatrice solo se cruzó de brazos, emitiendo un chasquido molesto.
Emilia decidió retroceder. Camino hacia su asiento sin insistir.
Más tarde, ya en la habitación, Subaru cerró la puerta con seguro mientras Beatrice y Shaula se sentaban en la cama. Ambas estaban atentas a su contratista/maestro.
Subaru sostuvo el sobre unos segundos más, como si se preparara mentalmente para lo que allí pudiera decirse.
-Bueno... vamos a ver.
Rompió el sello con cuidado y desplegó la carta. Sus ojos se deslizaron por las líneas con rapidez, luego más lentamente. Su expresión primero fue de confusión, luego de incredulidad... y finalmente de molestia.
Beatrice ladeó la cabeza.
-¿Qué dice exactamente, en realidad?
Subaru tragó saliva y leyó en voz alta:
-"Por orden del Consejo de Sabios de Lugunica, se convoca formalmente a Natsuki Subaru -ya la entidad conocida como Shaula- a presentarse en la Corte Real en un plazo máximo de tres días. El Consejo requiere audiencia inmediata para tratar asuntos relacionados con los sucesos recientes concernientes a su persona.
Shaula parpadeó varias veces.
-¿M-maestro? ¿Qué hice yo ahora?
Subaru dejó caer la carta sobre el escritorio, dejando escapar un bufido frustrado.
-Parece que quieren respuestas... o problemas. Probablemente ambas cosas.
Beatriz cruzó los brazos, preocupada.
-El Consejo no llama sin motivos de peso. Esto no será simple, supongo.
Subaru cerró los ojos un momento.
Por fin pasaba algo fuera de la maldita rutina.
Pero no podía evitar sentir esa opresión familiar en el pecho: el miedo de que lo arrastraran, una vez más, a los engranajes de gente que no veía al chico detrás del "héroe".
-Shaula -dijo Subaru, abriendo los ojos-. Parece que iremos juntos al palacio.
Shaula lo vio preocupada... pero con esa mezcla de lealtad absurda y entusiasmo que solo ella podía transmitir.
-Si es con usted, maestro... Shaula va donde sea. Aunque sea a comer nobles -respondió con una sonrisa peligrosa.
Subaru suspiró.
-Eso espero no tener que hacerlo, de verdad...
El carruaje tirado por dragones avanzaba con su vaivén rítmico, lo suficientemente suave como para no sacudirlos demasiado, pero constante como para recordarles que llevaban horas en movimiento. El interior estaba acolchado, aunque Subaru sospechaba que, con dos espíritus pegados a él, podría haber estado sentado sobre una roca y no habría notado la diferencia.
Beatrice estaba completamente apoyada contra su brazo izquierdo, con su manta favorita bien sujeta, mientras refunfuñaba cada vez que un bache interrumpía su lectura. Shaula, por el otro lado, aferrada al brazo derecho de Subaru como si fuera una extensión natural de su cuerpo, movía la cola con un ritmo feliz que golpeaba ocasionalmente la pared del carruaje.
Shaula apoyó la cabeza en su hombro con un suspiro exagerado.
-Maaestrooo, ¿ya falta mucho para llegar~? Si seguimos así, voy a aburrirme y si me aburro, voy a morder algo. Y si muerdo algo, probablemente no sea la ventana, ¿síii?
Subaru la miró de reojo, resignado.
-Por favor no muerdas nada. Ni a nadie. Especialmente nadie.
Shaula alarmante, esa sonrisa traviesa e infantil que no escondía la intensidad peligrosa detrás de sus ojos.
-Ay, pero si solo es a usted, maestro, no cuentaaa. A mí me gusta morderlo solo un poquito.
Beatrice giró la cabeza con el ceño fruncido.
-No empieces con tus tonterías absurdas, en realidad. Subaru no es un juguete ni un masticable, supongo.
-Pero es tiernito -susurró Shaula, acercándose más-. Calientito. Y huele bonito. Para mí sí es un masticable.
-¡Basta! -Beatrice lo abrazó del otro lado, como si eso impidiera básicamente que Shaula hiciera algo más-. Subaru es de Betty, te gusta o no, supongo.
-Eso no es muy justo~ -respondió Shaula inflando las mejillas-. ¡Somos tres! ¡Comparte es cariño!
-¡Deja de decir tonterías! -Estalló Beatrice, apretándolo más.
Subaru suspir profundamente.
-No sé cuál de las dos me va a matar primero. Siéntanse orgullosos.
Shaula soltó una risita encantada.
-Si el maestro muere, yo también muero, así que no me conviene matarlo. Peeeroo sí me conviene tenerlo cerca. Muy cerca. Así cerquita como ahorita.
Beatrice parpadeó, luego se acomodó aún más contra Subaru.
-Pues Betty también estará pegada a Subaru. No voy a dejarle espacio para tus rarezas, supongo.
Shaula sacó la lengua.
-Pero yo tengo más superficie corporal para abrazarlo, ¿sabías?
-Eso no importa en absoluto, ¡inútil!
El dragón del lado derecho soltó un bufido, como si también estuviera harto de la pelea constante dentro del carruaje.
Subaru cerró los ojos un instante, intentando no reír. Era agotador, sí... pero era su agotador.
El paisaje empezó a cambiar. Las colinas suaves dieron paso a caminos más estructurados, comerciantes con carretas cargadas se sumaron a la ruta, y algunas patrullas de guardias pasaban a caballo custodiando el tránsito.
Shaula pegó la nariz a la ventana, moviendo la cola como un perro gigante.
-¡Waaaah! ¡Hace tiempo que no veníamos aquí! ¡Muchos humanos! ¡Muchos olores! ¡Muchas cosas para ver! ¡Y quizás para comer! ¿Podemos comer algo cuando lleguemos, maestro? ¿Podemos, podemos, podemos?
-Si no te viene a nadie, sí -respondió Subaru.
-Mmm... trato justo.
Beatrice se acomodó mejor su moño, mirándose en el reflejo del vidrio.
-No puedo creer que tengamos que venir por una simple carta, supongo. Ese Consejo siempre tiene el don de arruinar cualquier semana tranquila.
-No iba a ser tranquilo para mí de todos modos -contestó Subaru-. De todas formas, gracias por venir conmigo.
Beatrice se escondió medio rostro en su manta, avergonzada.
-Betty no está aquí por el Consejo... sino por Subaru, en realidad.
Shaula, no queriendo quedarse atrás, se aferró más al brazo derecho del chico.
-¡Yo también vine por usted! Siempre voy a ir con usted, maestro. A donde mar. Aunque sea a lugares feos, aburridos y llenos de viejos gruñones.
-Shaula, eso incluye el palacio.
-¡Exacto! -respondió orgullosa.
El carruaje dobló un tramo y, finalmente, la muralla de la capital se alzó ante sus ojos. Era enorme, solemne, con guardias apostados en cada torre vigilando el tránsito.
Subaru sintió un pequeño nudo en el estómago.
El Consejo de Sabios.
Un lugar que preferiría evitar si pudiera.
Pero con Shaula apretándole el brazo como si fuera un cojín, y Beatrice apoyada con calma en su hombro, ese nudo se volvió un poco más tolerable.
-Bueno... -murmuró Subaru mientras las puertas de la capital comenzaban a acercarse-. Ya estamos aquí.
Shaula apretó su brazo.
-No se preocupe, maestro. Si esos tipos intentan molestarlo, yo los muerdo.
Béatrice suspiró.
-Betty no va a detenerla si decide hacerlo, supongo.
-¡No me animen a eso! -exclamó Subaru.
Pero ambas ya estaban sonriendo.
El carruaje se detuvo finalmente frente al palacio. Los guardias reales, con sus armaduras relucientes y lanzas pulidas, se acercaron apenas los dragones se calmaron. El aire allí era distinto: rígido, formal, demasiado limpio para su gusto.
Subaru bajó primero, seguido de Beatrice que se aferró a su brazo con la naturalidad de quien declara territorio. Shaula saltó del carruaje como si fuera un niño emocionado en un viaje escolar, mirando a todos lados con curiosidad descarada, la cola moviéndose detrás de ella con ese ritmo inquietante que hacía tensarse a cualquiera.
Uno de los guardias casi dio un paso atrás al verla.
-Natsuki Subaru-dono -saludó el capitán con un leve gesto-. El Consejo de Sabios lo está esperando. Sin embargo... -sus ojos se movieron hacia Shaula como quien observa una bomba con patas- ...de acuerdo a los reportes enviados desde la Atalaya y posteriores observaciones, la entidad conocida como Shaula debe permanecer fuera del recinto.
Shaula parpadeó.
-¿Ah? ¿Qué? ¿Qué están diciendo? ¿Que no puedo entrar con mi maestro?
-Es por la seguridad del palacio -continuó el guardia, claramente sudando-. Usted está clasificado como... extremadamente impredecible y potencialmente letal incluso en condiciones normales.
Shaula llamando con una dulzura inquietante.
-Aww, ¡me describieron bien! ¡Qué detallados hijo! Pero igual quiero entrar.
Subaru dio un paso adelante.
-Shaula viene conmigo. Fue mencionado específicamente en la carta. No voy a dejarla afuera como si fuera una bestia salvaje.
-Pero lo es... -susurró un guardia al fondo.
Shaula inclinó la cabeza, la sonrisa intacta.
-Yo escuché eso~.
El guardia casi soltó la lanza.
Beatrice infló las mejillas, irritada.
-Deja de atemorizar humanos inútiles, te lo pido, en realidad. No son rivales para ti, pero tampoco para Subaru, supongo.
Shaula subió los brazos como si celebrara.
-¡Ves! Beako me defiende. Eso significa que me quieren aquí~.
-!Solo el contratista de Betty puede llamarme Beako de hecho...! Y Betty no dijo eso -refunfuñó Beatrice-. Dije que te comportas.
El capitán carraspeó, recuperando un poco de compostura.
-Natsuki Subaru-dono, la carta menciona su presencia, sí... pero no autoriza el ingreso de la entidad. El Consejo insiste en que ingrese solo bajo supervisión estricta o no ingrese en absoluto.
Shaula dio un paso adelante, demasiado cerca del guardia.
-¿Y quién sería mi supervisor~? ¿Tú? ¿Ese de allá? ¿O ese que casi se hace pis encima? ¿Quién de ustedes cree que puede detenerme si quiero moverme?
Los guardias retrocedieron dos pasos sincronizados.
Subaru se llevó la mano al rostro.
-Shaula, por favor...
Ella lo miró, y la intensidad desapareció. Su expresión se suavizó inmediatamente, como una bestia distraída que solo reconoce a su dueño.
-Yo solo quiero estar con usted, maestro. No me gusta cuando me dejan sola. Yo aburro. Y si me aburro... -miró a los guardias con ojos brillantes- pasan cosas.
-Sí, lo sabemos -murmuró el capitán.
Beatrice presionó más el brazo de Subaru.
-No es justo que quieran separarla, pero tampoco podemos permitir que Betty tenga que reconstruir el palacio después de un ataque... supongo.
Subaru exhaló profundamente.
-Bien. ¿Qué opción ofrece el Consejo?
El capitán parecía aliviado de poder explicar algo que no implicaba morir.
-Shaula-sama puede ingresar únicamente si porta un sello inhibidor de movilidad y magia de área... y si permanece dentro de una distancia limitada respecto a usted. No es para restringirla completamente, sino para... mantener la estabilidad del entorno.
Shaula arrugó la nariz.
-¿Sello? ¿Como una correa? ¿Quieres ponerme una correa? ¡Solo Subaru puede ponerme una correa!
Los guardias casi se atragantaron con su propio aire.
Subaru se atragantó también, pero por motivos muy diferentes.
-¡Shaula, no digas esas cosas en público!
Beatrice lo miró con medio rostro rojo y el otro lleno de indignación.
-Eres un desastre, en realidad...
Shaula lo abrazó por detrás, deslizando los brazos por su pecho con posesividad.
-Yo solo digo la verdad, maestro. Si es por usted, acepte cualquier cosa. Mientras vaya con usted, está bien~.
El capitán tragó saliva.
- Entonces... ¿acepta usar el sello?
Shaula apoyó la mejilla en la espalda de Subaru, rodeándola como una sombra cariñosa.
-Si Subaru lo pone... sí. Si otro me lo toca... los muerto.
Subaru levantó una mano, agotada.
-Bien, bien. Yo lo pongo. Tráiganlo.
Un guardia salió corriendo-literalmente corriendo-para traer el sello.
Béatrice suspiró.
-Esto va a ser un desastre, supongo.
Subaru miró hacia el palacio, respiró hondo y murmuró:
-Como siempre.

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