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La mañana siguiente presentaba ante él un nuevo y más claro panorama.
Su ánimo había mejorado considerablemente respecto a la noche anterior. Los claroscuros de su mente habían adquirido ahora uniformidad. Las habitaciones, también, parecían más acogedoras y mucho menos aterradoras.
Él mismo se sentía más ligero, y mucho menos ansioso.
Entonces, a las diez con siete minutos de la mañana, ante el Sol cálido y la ligera brisa fresca, Tony se permitió bajar la guardia, respirar profundo, y remover la fina capa de miedo que cubría su razón.
Una evidencia, igualmente clara, de la mejoría en sus emociones era el rugir de su estómago, el cual se retorcía a causa del hambre.
Con aquel buen humor, se dirigió a la cocina, en busca de cualquier tipo de alimento. Su recorrido por el pasillo fue tranquilo, silencioso e iluminado lo suficiente.
Así como estaba, con los pantalones holgados tintineando sobre sus tobillos y los pies descalzos, llegó a la cocina. Extendió sus brazos levemente, sobre su cabeza, para alcanzar un bowl.
Dio media vuelta, en dirección a la pequeña sala de estar, al mismo tiempo que su improvisado desayunado crujía entre sus dientes.
La luz y la temperatura se mezclaban, entretejido una atmósfera agradable. Muy agradable. Éste parecía un lugar completamente distinto a la sala agobiante y profunda que se formaba en la noche.
Sus ojos se movían nerviosos, todavía, inspeccionado la habitación frente a él: Todo estaba en orden. Los sillones acojinados y suaves, como de costumbre; las cortinas, balanceándose en la sintonía del viento.
Bajo control.
Las paredes de tamaño normal, y tan limpias, siendo limitadas por el techo. Bien, también. El punto oscuro, en medio de la pared del centro, que parecía tener profundidad, correcto. Su estancia seguía tan bonita y pacífica....
Giró su cuello a tal velocidad que sus pensamientos fueron interrumpidos. Retrocedió por la línea de sus ideas, mientras sus orbes volvían a examinar, con mucho detenimiento, la habitación; centrando toda su atención en aquella mancha.
Objetivamente, era una imperfección diminuta, comparada con toda la blancura del muro que la rodeaba. Sin embargo, debido a la oscuridad que la componía, resultaba bastante llamativa a la vista de Tony.
Abandonó el plato, que contenía menos de la mitad de su desayuno, y se acercó con decididos pasos hacia el punto negro. Éste se encontraba aproximadamente en una altura de dos metros, posicionado exactamente en el centro de la superficie.
Elevó su ceja derecha en cuanto se encontró todo lo cerca posible del diminuto círculo. El paso se veía obstaculizando por un mueblecito de madera en conjunto a la ancha y delgada televisión.
A fin de lograr un análisis satisfactorio su cuello se encontraba extendido; al mismo tiempo, su mente trabajaba muy rápido, haciendo sus pensamientos como hilos, que se entrelazaban para formar una hipótesis decente y llegar, más adelante a una buena conclusión.
Los grandes ojos del joven Stark enfocaban con interés al punto, y pudo determinar, casi con seguridad, que tenía profundidad.
Extraño, pensó.
Los puntos no tienen profundidad.
Muy a pesar de las dudas que le surgían mantuvo su reversa con respecto a la irregularidad de la pared.
Se sentía mucho mejor que la noche previa; pero aún, tenía una sombra de ansiedad que no lo dejaba.
Giró de nueva cuenta, y regresó a por su tazón. Con los ojos entrecerrados en el punto,
Saldría para recuperarse de aquella curiosa situación; llamaría a la amable señora que limpia el apartamento; y en la noche, se reiría de esto, cuando la mancha se hubiese ido. Asintió para sí, y comenzó a ejecutar su improvisado plan.
Anthony salió de su casa en cuanto la mujer de cabello entrecano y rostro gentil cruzó el umbral, preparada para cumplir con el trabajo de limpieza solicitando; el chico le sonrió y se despidió, dejándola en confianza y plenitud de la casa.
Pasaron un par de horas hasta que Tony decidió volver a casa. Había estado paseado por el centro, comprando una serie de artículos electrónicos que necesitaba para continuar su obra de ingeniería, e incluso, se sintió merecedor de un helado de yogurt.
Ingresó al departamento, refrescándose al instante con el aire acondicionado que circulaba dentro.
El primer pensamiento que cruzó su mente, una vez en el interior, fue ir a inspeccionar el punto. Sin embargo, se detuvo, no quería lucir (más) desesperado e incrementar su ansiedad; en su lugar, se dio un tiempo, para ordenar sus compras y terminar con su pequeño postre.
Finalmente, se desplomó encima del más largo sofá, paseando su vista por todo el living, en parte para tratar de aplazar la inspección, y por otra, para preparar a su mente de lo que pudiera encontrarse.
La posición en la que se encontraba no resulta, siquiera, cómoda: sentando justo al borde del mueble; con los músculos de las piernas en tensión, listo para salir corriendo; y los índices repiqueteando sobre las rodillas.
Sus ojos comenzaron a recorrer la pared, desde extremo inferior hasta el sitio del medio; para aquel momento su respiración se había vuelto mecánica.
Seguía ahí. El punto seguía ahí. Y podría jurará que se había vuelto más grande.
Si antes, la circunferencia medía dos centímetros de radio, ahora había aumentando al doble. Y su tonalidad oscura parecía repeler la luminosidad del entorno.
Parecía que una parte de su memoria se aferraba a los terribles recueros de la noche pasada, recreándolos y trayéndolos hasta el momento. Como reacción inmediata de los nervios su piel se erizaba, y un escalofrío lo recorría por la espalda.
Anthony no tenia idea alguna de lo que estaba ocurriendo.
Y eso no le agradaba. En lo absoluto. A nadie le gustaba sentirse ignorante e indefenso.
La temperatura descendió, pero su cuerpo parecía ajeno a este cambio.
Repentinamente se sentía demasiado cansado, por lo que se obligó a detener la maquinación de ideas. Esta vez no iba a ceder ante su ingeniosa mente, pero tampoco, dejaría el asunto olvidado.
No por ahora.
