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Encadenado por la oscuridad, atado por la luz

Summary:

—Me besaste.

La sonrisa desapareció del rostro de Crowley y una máscara de indiferencia la reemplazó.

—Soy un demonio. Mis mentiras no son solo audibles.

El dolor, diferente a todo lo que Aziraphale había sentido alguna vez, se disparó a través de él, sobresaltándolo más que si fuera a ser descorporeizado de nuevo.

—Yo… —jadeó, luchando por superarlo. —No te creo.

Crowley inclinó la cabeza hacia un lado, casi burlándose pero no del todo.

—No me importa si me crees, Aziraphale. Ya no.

Notes:

Work Text:

—¿Crowley?

Observó cómo la figura alta, ágil y dolorosamente familiar se congelaba a la mitad de su vuelo, sus grandes alas negras revoloteando ligeramente.

Aziraphale trazó ansiosamente cada centímetro de él que podía ver. La parte de atrás de su cabeza, sus feroces mechones de cabello, su largo cuello, sus hombros estrechos pero fuertes, sus esbeltas caderas que siempre se pavoneaban de manera que lo distraían cuando…

—Ejem… —se aclaró la garganta, arrastrando la mirada lejos de su amigo. Antiguo amigo ¿Ex-amigo? —¿Q-Qué estás haciendo? —preguntó, casi haciendo una mueca por el temblor en su voz.

Había pasado más de un año desde la última vez que se habían visto. Una gota en el océano del tiempo para un ser celestial, pero de alguna manera, a diferencia de las ausencias de tiempos anteriores, se había sentido como una eternidad.

—Nada que te preocupe.

Su pecho se apretó ante la frialdad en el tono de Crowley. Nunca lo había oído dirigido a él. Ni una vez en más de seis mil años.

Hasta ahora.

Pero se lo merecía.

Más ahora que nunca.

—¿Qué estás haciendo tu aquí?

Esa frialdad rezumaba como melaza de Crowley, su espalda aun obstinadamente vuelta, sus alas negras arqueadas y con aspecto de enfado mientras cortaban el aire como cuchillas.

Aziraphale se retorció las manos, mirándolas en busca de algo menos tentador para mirar. El fantasma de los labios de Crowley todavía lo perseguía. Su boca había vuelto a hormiguear como lo había hecho los segundos después de su bes…

—Aquí es donde nos conocimos por primera vez —interrumpió sus propios pensamientos, incapaz y sin ganas de revivir ese precioso, agonizante y frágil momento donde sus labios se unieron. —Yo… yo pensé que quizá aquí era donde deberíamos… deberíamos…

—¿Ver cómo termina todo?

El estómago de Aziraphale se revolvió, las náuseas lo impregnaban.

Todo había sido en vano, como pueden ver. Todo lo que había pensado que podía lograr en el Cielo, no sirvió. Metatrón lo había engañado. Le mintió. Lo usó. Y la segunda venida había resultado ser el segundo intento del Armagedón. Solo que esta vez, no tenía a un joven inteligente y a un demonio maravilloso a su lado para detenerlo.

—Lo siento —se atragantó, las lágrimas le quemaban los ojos. —Tenías razón. Y yo estaba… estaba equivocado.

Eso hizo que Crowley girara, aunque solo un poco, el lado de su cara, donde aún estaba su tatuaje, ahora visible.

Aziraphale se tragó el nudo que tenía en la garganta.

—Yo… yo puedo hacer el baile… ¿si quieres?

Varios latidos de silencio absoluto que solo el espacio permitía siguieron después de eso, antes de que finalmente…

—No tiene sentido ahora.

Fue como un puñetazo para su alma. Trauma de fuerza contundente en su propio ser.

Aziraphale respiró hondo y miró el hermoso tono púrpura que rodeaba la cabeza de Crowley como un halo, reuniendo todo su coraje para preguntar por última vez…

—¿Por qué estás aquí, Crowley?

Observó cómo su gran ala negra imitaba un encogimiento de hombros poco entusiasta.

—Encendí la luz. Parecía apropiado que fuera yo quien la apagara de nuevo.

Soltó una risita sin humor.

—Que se haga la oscuridad.

No pasó nada. El universo, con todos sus vastos colores y maravillas, siguió brillando a su alrededor.

—Bueno —se encogió de hombros de nuevo. —No voy a hacerlo ahora, ¿verdad? Tengo que esperar y ver cómo se desarrolla todo.

Con los puños cerrados, Aziraphale voló suavemente más cerca para estar al lado de su más antiguo amigo en toda la existencia. Crowley, para su asombro, apenas reconoció el movimiento y no se movió ni una pulgada.

El silencio se extendió entre ellos.

Vieron cómo las estrellas y los protoplanetas continuaban horneándose, aún en su infancia después de todos estos años.

Con una respiración temblorosa, Aziraphale se permitió mirar a su izquierda mientras decía las tres sílabas por las que había agonizado durante meses.

—…Rafael.

En medio parpadeo, Crowley se abalanzó sobre él, su rostro contraído por la ira cuando sus narices se rozaron, sus labios tan dolorosamente cerca y sin embargo no lo suficientemente.

—¿Cómo acabas de llamarme?

Miró hacia esos grandes, hermosos y dorados ojos sin los que había estado durante demasiado tiempo.

—E… Era tu nombre —dijo tan tranquilamente como pudo, a pesar de que su corazón amenazaba con salirse de su pecho. —Tu nombre original. Antes de la caí…

—No puedes llamarme así —escupió Crowley con más veneno del que Aziraphale le había escuchado en todos sus seis milenios. —Nadie puede llamarme así. Nunca más.

Antes de que pudiera decir otra palabra, probablemente condenatoria, Crowley se lanzó hacia abajo con furioso vigor, a toda velocidad hacia la Tierra.

—¡Crowley, espera! —Aziraphale gritó, volando tras él, batiendo sus alas rápidamente. —¡Lo lamento! ¡Por favor regresa! ¡¿Adónde vas?!

Chocaron a través de la atmósfera, como un cometa persiguiendo a otro, aterrizando con atronadores golpes gemelos en una calle londinense anormalmente vacía justo en frente de Az. Fell & Co.

Su corazón dio un vuelco al ver su amada librería antes de recordar a su primer y más importante amor, de pie a unos metros de él, mirando el cielo turbio y gris.

Segundos de silencio total y absoluto que rivalizaban con el vacío del espacio. Sin el ajetreo y el bullicio de la vida de la ciudad o el canto de los ruiseñores en cualquier lugar.

Aziraphale se mordió el labio pero no pudo evitar que las palabras salieran de su boca aunque su vida dependiera de ello. Y, a juzgar por el ceño fruncido de Crowley, tal vez lo hacía.

—Fuiste uno de los primeros —dijo con voz áspera en voz baja. —Un verdadero arcángel. Uno de los seres más poderosos que existieron. Y tú… tú… Vi los informes, Crowley. Sé lo que te hicieron. Y por qué.

Crowley se burló, finalmente arrastrando su mirada desde los cielos pero no alcanzando la cara de Aziraphale.

—¿Oh? Y eso te hizo despertar, ¿cierto?

—Entre otras cosas. Sí.

Una arruga se formó entre las cejas de Crowley.

—Bueno… me alegro de poder ser tu historia de advertencia.

Aziraphale se tragó el sollozo que le subía por la garganta. Siempre había sabido que había más en la historia de la caída de Crowley de lo que había dejado entrever pero Aziraphale no había sido lo suficientemente valiente como para preguntar. Leer esos informes, que Muriel le había encomendado, y ver los verdaderos colores de Metatron, había sido la gota que derramó el vaso. La llamada de atención que necesitaba para finalmente irse. Para alejarse del Cielo, del Infierno y todos sus tratos y buscar a la única persona, la única persona que le hacía sentir que todo sería mejor una vez que estuviera cerca de él.

Y eso era.

Incluso si Crowley lo odiaba ahora.

Incluso si él lo odiaba.

Porque Dios no perdonó a los ángeles cuando pecaron, sino que los envió al infierno, colocándolos en cadenas de oscuridad para ser juzgados —citó, con la tristeza tiñendo su alma antes de volver a mirarlo. —Y tú fuiste el primero, ¿no?

Crowley asintió por un minuto.

—Esas cadenas no eran metafóricas.

Una aguda punzada de dolor atravesó todo el cuerpo de Aziraphale.

—Yo… lo siento, Crowley. A pesar de que me has presentado montones de pruebas a lo largo de los años que prueban que… aun he seguido llamándote el chico malo. Tal vez incluso traté de convencerme de ello una o dos veces para que encajara con lo que me habían enseñado a creer. Pero sé desde hace mucho tiempo que no lo eres. Nunca lo fuiste. Pero yo sí. Fui realmente horrible contigo, no fui digno de un ángel en absoluto. Y… ahora me doy cuenta de que así como hay muchos ángeles que no son del todo buenos, también debe haber demonios que tampoco son del todo malos. Pero tú especialmente. Tu castigo no se ajustaba a tu crimen.

Crowley tomó aliento.

—Cuidado, Aziraphale. No quiero arriesgarme a ser atraído de nuevo.

—Ya no me importa.

Sus ojos dorados parpadearon con rapidez, claramente atónitos por la admisión. Si no fuera por las circunstancias, Aziraphale se habría pavoneado por el hecho de que después de todos esos años, todavía lograba sorprenderlo.

—Ángeles, Demonios, Cielo, Infierno, ya no quiero tener nada que ver con nada de eso —dijo con firmeza, aunque perdiendo un poco los nervios y rompiendo el contacto visual, mirando por encima del hombro de Crowley. —No me tomó mucho tiempo darme cuenta de que… nada de eso importaba. Yo… no podría haber hecho una diferencia, incluso si la oferta de Metatron hubiera sido legítima. Cosa que no fue.

Armándose de valor, tomó una última y profunda respiración que sabía que no necesitaba, pero sentía que lo hacía al mismo tiempo.

—Pero sobre todo, nada de eso importaba porque no te tenía a mi lado.

Por el rabillo del ojo, vio a Crowley ponerse rígido, todo su cuerpo tenso como la cuerda de un arco. Odiando que él fuera la causa, una vez más, se apresuró a continuar.

—Te extrañé, Crowley. Mucho. Cada segundo de cada día. Intenté… decirme a mí mismo que era lo mejor. Que estaba haciendo lo correcto. Que volverías y volveríamos a estar juntos, pero… tú eras el que tenía razón. Me mentí a mí mismo sobre tantas cosas. Fui un estúpido. Un idiota. Estaba… cegado por la luz. Atado por sus promesas vacías. Pero tu viste al Cielo por lo que realmente era desde hace mucho tiempo. La otra cara de la moneda del infierno. Su espejo, gemelo. Envases diferentes pero con el mismo objetivo. Solo buscando poder y control, pero disfrazándolo como “el bien mayor”. Lamento que me haya tomado seis mil años finalmente ver eso.

Cuando se arriesgó a mirar a su viejo “mucho-más-que-solo-amigo”, se veía… estupefacto. Sus ya grandes ojos prácticamente se salían de sus órbitas como si no pudiera creer lo que estaba escuchando.

Finalmente, cuando Aziraphale no pudo soportarlo más, Crowley habló:

— … ¿Me extrañaste, ángel?

Su estómago se revolvió ante el sonido del apodo cariñoso que escuchaba una y otra vez en el fondo de su mente en los días tranquilos.

—¿Eso es todo lo que escuchaste?

—Bueno —Crowley se encogió de hombros, agitando una mano. —Quiero decir, entendí la esencia: el cielo, el infierno, ambos malos de maneras diferentes y similares, bla, bla, bla.

—¿Bla, bla, bla? —Aziraphale repitió, queriendo sonar exasperado pero sonando demasiado cariñoso. —¿Eso es lo que entendiste de mi crisis de fe? ¿Mi queja de todo en lo que me enseñaron a creer y mi probabilidad de ser rápidamente enviado abajo por eso?

—Síp —Crowley hizo estallar la “p” en voz alta, antes de que una pequeña pero definida sonrisa comenzara a dibujarse en su rostro.

El calor se acumuló en el estómago de Aziraphale ante la vista, su mirada atrapando esos labios en los que definitivamente no había pasado los últimos 13 meses, 2 semanas, 4 días, 47 minutos y… 15 segundos soñando despierto.

Dieciséis…

Diecisiete…

Dieciocho…

—Me besaste.

La sonrisa desapareció del rostro de Crowley y una máscara de indiferencia la reemplazó.

—Soy un demonio. Mis mentiras no son solo audibles.

El dolor, diferente a todo lo que Aziraphale había sentido alguna vez, se disparó a través de él, sobresaltándolo más que si fuera a ser descorporeizado de nuevo.

—Yo… —jadeó, luchando por superarlo. —No te creo.

Crowley inclinó la cabeza hacia un lado, casi burlándose pero no del todo.

—No me importa si me crees, Aziraphale. Ya no.

Con eso, se alejó, destrozando el corazón de Aziraphale por segunda vez.

—¡No, espera, Crowley, por favor! No puedo dejarlo así. Lo siento…

—Te perdono.

Las palabras sonaron huecas desde encima del hombro de Crowley mientras continuaba avanzando por la carretera, pasando “Give Me Coffee… or Give Me Death” hacia su siempre confiable Bentley.

Desesperado y presa del pánico, Aziraphale gritó:

—¡Estoy enamorado de ti, lo he estado desde que puedo recordar, pero solo me di cuenta de lo que significaba una vez que me besaste y te fuiste!

Todo salió de él en un gran respiro. La confesión que había guardado durante 13 meses, 2 semanas, 4 días, 48 minutos y 27 segundos.

Veintiocho…

Veintinueve…

Trein…

—Uh… —comenzó Crowley, girando sobre sus talones, con el ceño fruncido. —¿Quieres intentarlo de nuevo con más espacio entre las palabras?

Oh, jodido hijo de…

Tomando el aliento más profundo, más tembloroso y más necesario de su larga, larga vida, Aziraphale se obligó a mirar esos ojos que amaba tanto y decir lo que sospechaba que había sido verdad durante milenios.

—Estoy enamorado de ti, Crowley… —dio un paso hacia él, dos, tres. —Lo he estado desde… bueno, desde siempre, apostaría. Pero solo me di cuenta realmente de lo que eso significaba cuando me besaste. Y nos separamos. Y tuve que vivir sin ti, sabiendo que estabas molesto conmigo y que nunca tendríamos la oportunidad de…

—Detente

El miedo atravesó todo su ser cuando se detuvo, apenas a un pie de Crowley.

Sintió que algo golpeaba su mejilla, pero sus lágrimas aún no habían caído.

No. Estaba empezando a llover.

Observó cómo Crowley buscaba en su rostro, y en su propio rostro, que Aziraphale una vez encontró más fácil de leer que cualquier libro en su tienda, ahora indescifrable.

—No puedo… hmm… —un gemido ahogado, una mirada hacia otro lado. —Por favor, ángel, no puedo soportarlo. No puedo permitir que digas… digas… eso… y no… no quieras decirlo…

—Lo digo en serio —intervino, sus manos se estiraron para acunar su rostro, sus ojos se encontraron por fin. —Nunca he querido decir algo más que esto en toda mi vida. Ningún pensamiento, prosa u oración se ha acercado jamás a describir cuán profundamente, cuán inmensamente siento por ti. No es suficiente. Ningún poema o novela de Jane Austen, o la misma Palabra de Dios será suficiente, pero… Te amo, Crowley. Estoy enamorado de ti. Todo lo demás es bastante… inefable, me temo.

Observó ansiosamente cómo Crowley tomaba siete respiraciones superficiales, antes de…

—Eso sonó bastante “efable” para…

Aziraphale se inclinó y presionó sus labios juntos, tragándose el final de la oración. La boca de Crowley estaba tan cálida como recordaba pero preocupantemente igual de tensa. Con un pequeño gemido de preocupación, Aziraphale pasó su pulgar por la mejilla de Crowley, aliviado cuando comenzó a relajarse bajo su toque.

Lentamente, suavemente, abrió la boca un poco más, reuniendo toda su valentía para pasar la lengua por su labio inferior, con la ligereza de una pluma.

Eso pareció despertar algo en Crowley, quien gruñó en su boca, levantando las manos para agarrarse con fuerza a sus caderas de una manera que hizo que el estómago de Aziraphale se contrajera cuando los acercó aún más, la culminación de seis mil años de anhelo entre ellos.

—Es… estoy de nuestro lado —jadeó en el espacio entre sus bocas cuando el beso finalmente se rompió. —Un equipo. Un grupo de dos. Un nosotros. Juntos. Así que ninguno de nosotros tiene que estar solo nunca más. Por… por el tiempo que nos quede.

Crowley lo miró boquiabierto, sus hermosos ojos brillando intensamente, justo cuando los cielos se abrieron y la lluvia empezó a caer a cántaros del cielo.

—Oh, Dios mío —se rió entre dientes cuando fueron empapados rápidamente por un aguacero repentino y torrencial. —De verdad está lloviendo, ¿no?

—Hmm, de hecho —Aziraphale sonrió antes de arrastrarlo obedientemente bajo el toldo de la cafetería de Nina y mirarlo profundamente a los ojos, según el guion de este tipo de cosas.

Instintivamente, sus alas se envolvieron alrededor del otro, un refugio de plumas blanco y negro.

—¿Qué fue lo que dijiste, querido? ¿“Vavoom”?

Crowley frotó círculos muy molestos en su espalda baja.

—Bueno sí. Pero también está el asunto de un fabuloso beso.

Aziraphale inclinó la cabeza, su pulgar se alzó para rozar el borde de su boca.

—Mmm. Pero pensé que ya lo habíamos hecho. ¿Es “un fabuloso beso” el límite? ¿O son dos? Tal vez tre…

Crowley tiró de él por las solapas y apretó los labios mucho más suavemente que la última vez, pero con la misma pasión.

Se sentía celestial. No… terrenal. Real. Más maravilloso y divino que cualquier milagro.

—Aww. Un ángel y un demonio enamorados.

—Que original.

Se separaron con un salto, sobresaltados, solo para ver a Beelzebub y Gabriel, mirándolos a los dos.

—Nosotros lo hicimos primero —argumentó Crowley, sonando sin aliento. —Milenos antes que ustedes dos imitadores, en realidad.

Beelzebub puso los ojos en blanco cuando Gabriel miró a Aziraphale, pensativo.

—Huh. Supongo que amar a un demonio realmente no es una ofensa falible entonces.

Aziraphale se sonrojó, sintiendo la intensa mirada de Crowley en un lado de su rostro.

—Supongo que no —respondió. —¿Qué están haciendo ustedes dos aquí?

—¡Oh!

Crowley apretó su hombro, girándolo hacia él.

—Con toda la emoción —movió las cejas. —Me olvidé de contarte. Tengo un plan para salvar el mundo.

Dios, cómo amaba a Anthony J. Crowley.

El calor se acumuló en el estómago de Aziraphale cuando extendió la mano y entrelazó sus manos.

—Confío en ti, querido. Lidera el camino.

Y así, fueron a salvar a la humanidad por segunda vez.

Ya no encadenados por la oscuridad ni atados por la luz, sino algo completamente diferente. Donde eran solo… ellos. Libres. Un nosotros. Tan compleja y colorida como cualquier nebulosa, y más extraordinario y poderoso que cualquier milagro jamás realizado.

Tal vez incluso por Dios mismo.

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