Actions

Work Header

Rating:
Archive Warning:
Category:
Fandom:
Relationships:
Characters:
Additional Tags:
Language:
Español
Stats:
Published:
2019-02-04
Updated:
2025-11-20
Words:
63,155
Chapters:
16/?
Comments:
2
Kudos:
4
Hits:
59

Octopath Traveler: Una Aventura, Ocho Historias

Summary:

La novelización del juego de Octopath Traveler.

El juego es muy bueno, PERO tiene una enorme carencia: cuando un personaje está atravesando uno de los capítulos de su historia, los demás personajes que hayas reclutado desaparecen, y no interactúan entre ellos (a excepción de las Charlas de Viaje). Es una lástima, pero obviamente, no todos los juegos pueden ser Baldur's Gate 3.

Pero yo voy a cambiar eso.

Esta historia es un reto personal para llenar ese vacío. Mi objetivo es que podáis seguir el viaje de los personajes mientras todos interactúan entre todos, y además, ver cómo evolucionan a lo largo del viaje.

Con esto, quiero que los que no han podido jugar al juego puedan ver de primera mano los distintos y diferentes caminos que puedes tomar. Y, para los que han jugado: seguro que tenéis curiosidad para saber de qué hablarían los ocho personajes si fueran reales, ¿verdad?

Gracias por leer todo esto, y espero que disfrutes de mi historia.

—Habrá algunas relaciones románticas entre los personajes, pero no son el foco principal de la historia. Aunque tendrán sus momentos dedicados para que se desarrollen satisfactoriamente.

Notes:

No os creáis que voy a calcar el juego, como puede que hayáis imaginado. Solo quiero solucionar una de las mayores carencias del juego, y que muchos jugadores hemos echado en falta.

Sabéis a cuál me refiero, ¿no? La falta de interacción entre los personajes.

En el juego, puedes ver en el mapa dónde están los demás personajes que te faltan por reclutar y quiénes son. Lo único que necesitas hacer es ir a esa ciudad, hablar con ellos, pasarte el primer capítulo de su historia y ya. Eso es todo. Ya tenéis toda la confianza necesaria para realizar juntos el largo viaje que os espera.

Esto no lo puedo poner en una novela, quedaría muy mal. No hay desarrollo de relaciones alguno, y cuando estás completando el capítulo de uno de los personajes, los demás aparecen únicamente en los combates, sin tener ningún peso, relevancia o presencia en el propio desarrollo de la historia de ese personaje. Es como si no existieran.

Sí, existen las “charlas de viaje”, las cuales se agradecen muchísimo y me encantan. Pero yo me refiero a que los personajes tengan relevancia también en las propias cinemáticas, en los diálogos y, básicamente, en la propia historia de cada personaje.

Eso nos ha dejado un mal sabor de boca en la mayoría (por no decir seguramente todos) los jugadores. Aunque se entiende: se ha hecho así ya que no es obligatorio reclutar a todos los personajes para comenzar a avanzar en las historias de los que ya tienes y, por lo tanto, los desarrolladores hubieran tenido que planificar todas las situaciones y diálogos que habría dependiendo de cuántos personajes tengas en el equipo. Y no todos los juegos son Baldur’s Gate 3.

Así que, para llenar ese vacío, haré exactamente eso: me imaginaré los motivos por los que, por lo que sea, van a esa ciudad, y también por lo que sea, entablan amistad con el protagonista, de una forma orgánica y creíble. Luego, también ir llenando las partes del juego en las que viajan por el mundo con diálogos o momentos interesantes que permitan conocer mejor a los personajes, ver cómo se relacionan entre ellos y fortalecen sus relaciones. Y, por supuesto, incluir los personajes en las historias de todos ellos.

Una vez aclarado esto, pido disculpas por este tostón, pero creo que es necesario para evitar confusiones.

Ahora sí, espero que os guste, pues lo hago con todo el amor que siento por este maravilloso juego.

Sin más dilación, ¡adelante!

Chapter 1: La primera historia: Therion, El Ladrón (I)

Notes:

Publicado el 4 de febrero de 2019.
Reescrito el 3 de marzo de 2025.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

El reino de Orsterra era un reino mágico de la edad medieval. En él, vivían tanto humanos como todas las criaturas mágicas que os podáis imaginar.

Pero hay ocho personas que sus destinos quedaron entrelazados para siempre, ocho personas con unos trabajos que les conducirán hacia una aventura que jamás habrían imaginado. Un destino con que jamás habrían podido ni soñar. Se tuvieron que ayudar los unos a los otros para cumplir con su cometido, "pues la noche es oscura y alberga horrores".

Comenzaremos la historia en el pequeño pueblo de Rocaudaz. Era un pueblo tranquilo, en la cima de unas montañas, en el centro del desierto. A simple vista, nadie diría que en ese lugar hubiera nadie especial: solo gente normal y mercaderes errantes, como en todos los pueblos.

Pero se equivocaban.

Ahí vivía un chico. Se llamaba Therion, y era un ladrón. Aunque su pasado era un secreto bien guardado, sus hazañas se conocían en todo el mundo. La sola mención de sus extravagantes robos infundía temor al corazón de los pudientes.

Tenía el pelo blanco como la nieve que le tapa la mitad de la cara, y vestía harapos que había ido robando al largo de su vida: una bufanda violeta que rozaba el negro y le tapaba la mitad de la cara, un poncho de color violeta, debajo de este una camiseta negra con pantalones del mismo color y zapatos de piel, todo preparado para poder pasar desapercibido a plena luz del día y ser rápido y silencioso. Nadie nunca le había visto la cara, ni sabían su nombre, pero le temían.

Su historia empieza en la taberna de Rocaudaz. Therion era un conocido del tabernero, y pidió lo mismo de siempre. El camarero le sirvió lo que había pedido.

—Como a ti te gusta —añadió.

Mientras Therion bebía, oyó una conversación entre dos ladrones que estaban sentados en una mesa cerca de él.

—Ese ladrón ha vuelto a las andadas —dijo el primero.

—¿Qué ha hecho esta vez? —preguntó el segundo. Therion sabía que estaban hablando de él.

—Ha dejado seco a un mercader nada más salir del orfebre. No le llegaría con dejar seca aquella mansión del otro día. Con la de guardias que había, aun no entiendo cómo lo hizo. Cuanto más tenga, mejor para él.

«No eran guardias reales, sino elementos decorativos», pensó Therion, riendo bajo la nariz. Era un truco convincente… hasta que te acercabas lo suficiente, claro.

—En fin —continuó el segundo—. ¡No tiene sentido asombrarnos por el trabajo de otro! Algún día, seremos unos ladrones igual de grandes. ¡Todo el mundo hablará de nosotros!

—¡Eso! ¡Bien dicho, compañero! —Y brindaron por ellos entre ruidosas carcajadas.

Therion cerró los ojos. Esas palabras le trajeron recuerdos a la mente.

«Compañeros de fechorías, ¿eh?», pensó.

 


 

Hace ya diez años…

Nuestros caminos se cruzaron en una prisión especialmente sucia.

Recuerdo bien aquel encuentro…

Después de todo, fue de vital importancia en mi "carrera".

Therion, ya de pequeño, comenzó su "carrera" como ladrón. Hacía pequeños robos: manzanas, puestos ambulantes, borrachos que estaban durmiendo la mona…

Pero en uno de esos intentos, le atraparon, y lo condujeron a la prisión ya mencionada.

—¡Adentro! —gritó el guardia, una vez ya había abierto la puerta de la celda.

—¿Sin un por favor ni nada? —preguntó Therion, en tono burlón.

El guardia se mosqueó más de lo que ya estaba.

—Con esa actitud, no vas a sobrevivir mucho tiempo aquí dentro —le advirtió.

Therion se acercó a él hasta que su nariz estaba a pocos centímetros de su barbilla.

—Pues la tuya es peor y aquí sigues.

El guardia le propinó un puñetazo en toda la cara que derribó a Therion. Este se levantó con esfuerzo y entró en la celda sin decir nada más, y el guardia la cerró de un portazo.

—¡Mocoso insensato! Aprenderás modales por las malas, igual que todos.

El guardia se alejó caminando, y Therion se quedó pensando delante de la puerta.

—Vaya, veo que tu bienvenida ha sido tan cálida como la mía —dijo una voz desconocida.

Therion se giró hacia la voz. El chico tenía pelo largo y anaranjado, y vestía una camisa verde con pantalones y botas negras.

—¿Y tú quién eres? —preguntó Therion.

—Un caco al que pillaron con las manos en la masa. Igual que tú.

—¿Igual que yo, dices? Pues tienes mucho peor aspecto —remarcó Therion, pasando sus ojos rápidamente por encima de ese ladrón tan "simpático".

—Je. Pues acostúmbrate a las vistas porque mi belleza no va a aumentar en un futuro próximo. Esos guardias se creen que pueden cambiarnos la actitud a tortas. Nos dan mucha caña a todos los que estamos aquí. Sobre todo, a los cacos.

—Suena prometedor —dijo Therion, en tono sarcástico.

—Dime, ¿estás preparado para ser un buen chico y ser majo con los guardias?

—¿Y tú?

El ladrón se levantó del suelo, se acercó a la puerta y se arrodilló ante la cerradura.

—No —respondió—. Y no pretendo quedarme aquí hasta que me hagan cambiar de opinión. Mira, tengo una horquilla para abrir la puerta.

El ladrón metió la horquilla en la cerradura y comenzó a hacerla girar sobre sí misma.

—Oye… —dijo Therion.

—Estoy un pelín ocupado.

—Prueba con esto, mejor.

El ladrón se giró, algo contrariado, y casi se cae al suelo de la impresión.

—¿La llave? —exclamó—. ¡¿De dónde la has sacado?!

—Se la quité al guardia cuando se puso en llamas —respondió Therion como si no fuera gran cosa.

El ladrón comenzó a reír, asombrado al mismo tiempo.

—Ja, ja. ¡Míralo, y parecía tonto el chaval!

El ladrón metió la llave en la cerradura y abrió la puerta. Los dos salieron al pasillo, iluminado solamente por la luz de unas antorchas moribundas.

—Venga, salgamos de aquí, chaval. Me llamo Darius.

—Therion.

—Pues Therion, ahora somos compañeros de fechorías.

 


 

«Que buenos recuerdos», pensó Therion, aun en las nubes. Cuando dejó de recordar, se giró y llamó al camarero, enseñándole el vaso vacío—. Llénalo.

El camarero asintió.

—A mandar.

Therion recibió el vaso y comenzó a beber, despreocupado.

El camarero se lo quedó mirando un rato. Therion se dio cuenta, pero lo ignoró, expectante de ver qué decidía hacer el camarero. Este cedió al cabo de poco.

—Perdona, pero ¿pretendes hacerte con el tesoro de Ravus? —preguntó.

Therion no sabía si responder a esa pregunta. El camarero giró la cabeza a ambos lados, vigilando que nadie escuchara la conversación y continuó.

—De ser así, te sugiero que te lo replantees. Según dicen, ayer mismo metieron a otro cazafortunas en las mazmorras.

—¿Cuántos van ya? —preguntó Therion.

—Una veintena, quizás más. La casa Ravus no destaca por ser amable con quienes codician sus riquezas. Y, aun así, los pobres ladrones acuden a esa mansión como polillas a una llama. Supongo que lo hacen por todos esos rumores sobre sus riquezas. Hay quien dice que podrían comprar todo el pueblo, ¡y les sobraría dinero!

—¿Solo un pueblo? ¿Y los alrededores?

—No te sabría decir. Nadie nunca ha visto ese tesoro. Ni siquiera ese maestro ladrón del que todos hablan conseguiría llevárselo todo.

—Sería una gran historia para la taberna —murmuró Therion, aunque su tono de vez insinuaba ciertas intenciones.

—Cuando llevas mucho tiempo en el negocio, reconoces las cosas a simple vista —explicó el camarero—. Eres un joven inteligente y muy hábil, puede que tengas una gran carrera por delante, así que te lo repetiré por última vez: no te acerques a esa mansión.

—Gracias por el consejo —y dejó unas monedas en la barra como paga por las bebidas. «La próxima vez, tendré yo una historia que contar», pensó mientras se dirigía hacia la puerta.

Notes:

¡Y así empieza esta historia!

Si os preguntáis porqué he decidido empezar con Therion, es muy simple: es mi personaje favorito. No he podido evitarlo 😅

Me gusta la idea de poder añadir detalle a los sucesos que acontecen en el juego, tanto los flashbacks como la historia principal, así que pasaré un buen rato con ello.

¡Espero que os guste lo que salga de aquí!

Chapter 2: La primera historia: Therion, El Ladrón (II)

Notes:

Publicado el 6 de febrero de 2019.
Reescrito el 3 de marzo de 2025.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Therion salió de la taberna, y se acercó sigilosamente a la mansión Ravus.

La mansión se situaba en lo alto de la montaña más alta de Rocaudaz. Una mansión gigante, con altas murallas de piedra gris que culpaban al paso del tiempo, lanzas oxidadas en la parte superior para asustar a los que se quisieran colar y puertas imponentes que te hacían sentir pequeño, fuera de lugar, como que no merecías estar ahí.

Therion, al llegar, se escondió detrás de unos arbustos que había en la pequeña plaza delante de las puertas, para poder buscar lugares por donde entrar.

«No veía tantos guardias desde que estaba en el trullo», pensó. Y era verdad: mirara donde mirara, siempre había al menos una persona ataviada con una armadura y una lanza.

Justo en ese momento, llegó un grupo de guardias a la entrada de la mansión.

—¡Cambio de puesto! —gritó el que iba en cabeza.

El capitán, que iba en otro grupo, se acerca a ese guardia.

—¡Eh, tú! —le gritó enfadado.

El guardia se dio la vuelta, asustado.

—¿Sí, señor? —dijo con evidente miedo en la voz.

—¡Deja de arrastrar los pies! —le regañó el capitán—. ¡Camina con ganas!

El guardia dio un paso hacia atrás, presa del miedo, y asintió.

—¡Sí, señor!

—¡Nos pagan una fortuna por este trabajo! —exclamó enfadado el capitán—. ¡Muestra algo de orgullo!

El soldado asintió otra vez. El capitán y el segundo grupo, en perfecta coordinación, se pusieron en fila a un lado para que el primer grupo pudiera pasar. Cuando lo hubieron hecho, el segundo grupo volvió a una perfecta formación cuadrada y prosiguieron su camino.

—Ni que fuese un ejército —murmuró Therion, sorprendido—. ¿Qué clase de lugar es este?

Se oyó el gruñido de un animal. Therion sacó un poco la cabeza del arbusto y vio a tres perros guardianes caminar arriba y abajo por la derecha de la gran puerta de la mansión. Los perros iban y venían siguiendo al pie de la letra las ordenes de un guardia.

—Incluso tienen perros guardianes —No hacía viento y estaban demasiado lejos como para captar el olor de Therion, así que no se preocupó. Volvió a esconder la cabeza y empezó a barajar las posibilidades—: La parte de atrás está cableada…

Therion podía ver como un fino cable casi invisible resplandecía débilmente a la luz del sol. Había que tener especial cuidado localizando esos trastos.

—Intentar pasar por encima del muro no parece demasiado viable, un movimiento en falso y ese cable hará sonar la alarma…

Mientras Therion pensaba en otras formas de entrar en esa fortaleza impenetrable, algo le llamó la atención. Justo delante de la puerta principal, un hombre con una enorme mochila cargada en las espaldas hablaba con los guardias que custodiaban la puerta de entrada.

—¿Qué parte de "Prohibido el paso" no entiendes? —estaba diciendo el primer guardia.

—La casa Ravus no acepta visitas —dijo el segundo.

—¡Será rápido, se lo juro! —imploró el visitante—. Soy un simple mercader que…

—¿Un mercader, dices? —le interrumpió el primer guardia—. Demuéstralo.

El mercader se extrañó.

—¡¿Demostrar el qué?! —exclamó—. ¡Vengo a mostrar unas joyas a la señora de la casa!

—¿Y tenemos que fiarnos de tu palabra, así sin más? —preguntó el segundo guardia.

El primer guardia se interpuso entre el mercader y la puerta.

—Si no puedes demostrarlo, te recomiendo que te marches.

—Pero yo…

Los guardias lo fulminaron con la mirada, indicándole que la discusión ha terminado. Eso asustó al mercader y empezó su lenta retirada. A medio irse, dio un último vistazo a la imponente puerta dorada, cabizbajo y derrotado, y siguió su camino.

—Quién iba a decir que la forma más fácil de entrar sería por la puerta principal. Habrá que “demostrar” cosas —dijo Therion mientras sonreía satisfecho, y se fue tan rápido como había venido.

Bajó de la colina y regresó al pueblo. Empezó a pasear con calma, buscando al mercader. No podía haber ido muy lejos. Y en efecto, no tardó en ubicarlo: estaba en una pequeña plaza, hablando con un compañero suyo. Therion se acercó sigilosamente y escuchó como atención.

—¡Esto es una afrenta! ¡Esperaba más de la casa Ravus! —estaba diciendo nuestro mercader.

—¿Te patearon en la puerta? —preguntó su compañero.

—¿Como lo sabes?

El compañero puso los ojos en blanco.

—Nos lo hacen a todos. Se rumorea que están protegiendo el gran tesoro que hay dentro.

—¡Pero yo no quiero su tesoro! —se defendió el mercader—. ¡Yo solo quería mostrarle mi mercancía a la señora! Y me dijeron que tenía que demostrarles que era mercader.

—En efecto —confirmó el compañero—. Necesitas una carta de presentación para entrar.

Nuestro mercader se acercó un poco a su compañero.

—¿Una carta de qué?

—Mira, la casa Ravus solo hace negocios con los mercaderes más importantes —explicó el compañero—. Esa carta demuestra que eres un mercader digno de confianza.

Los ojos del mercader brillaron con intriga.

—¿Y cómo se consigue una carta de esas?

Su compañero negó rápidamente con la cabeza.

—No es algo que se consiga así como así —dijo—. Tendrás que hacerte un nombre en el pueblo, aunque se podrían contar con los dedos de una mano la gente que ha conseguido una.

El brillo de los ojos del mercader se esfumó al instante.

—Buf, parece ser mucho trabajo. ¿Seguro que no hay otro modo de entrar?

«Se me ocurre otra, claro», pensó Therion, sonriendo. «Robando una carta, como un buen ladrón».

Así que necesitaba "agenciarse" con una carta que demostrase que era digno de confianza. Eso era perfecto. No en vano, robar se le daba de lujo. Era un gran experto en el tema, incluso se podría afirmar que era el mejor. Tendría que robar a todos los mercaderes que viese hasta encontrar una carta de esas, pero no le importaba. Vivía de robar, por lo que no sentía ningún tipo de remordimiento por ello.

Primero decidió calentar por sus dos amigos los mercaderes. Therion poseía además la asombrosa habilidad de no llamar nunca la atención, lo que le daba una enorme ventaja, ya que podía acercarse a personas que no tuvieran a nadie cerca y robarles libremente sus pertenencias.

Se acercó a sus dos futuras víctimas como quien daba un paseo matutino. Pasó por detrás de uno. Estuvo unos segundos quieto y sin llamar su atención. Se acercó al segundo, y esa vez estuvo menos tiempo. Al cabo de nada, se largó de ahí, satisfecho.

Y así de fácil y sin saberlo, a uno de esos mercaderes le habían desaparecido unas piedras de alma de fuego, hielo, viento y oscuridad, y al otro, un collar. Therion era un maestro.

Siguió caminando por Rocaudaz buscando más mercaderes, cuando de pronto se detuvo. Suspiró.

—Sé que tengo un tipazo espectacular, pero dejad de seguirme —soltó en voz alta.

De detrás de una casa salieron dos ladrones. Eran los mismos que estaban conversado esa mañana en la taberna.

—Te has dado cuenta… —dijo uno con una cinta roja en la cabeza.

Therion se giró. Los dos ladrones se acercaron un poco.

—No sois unos ladrones muy discretos —afirmó Therion.

—Tienes muy buen ojo, amigo mío —dijo el otro, este con una cinta verde.

—Pero nosotros también. Es evidente que buscas la fortuna de Ravus.

—A juzgar por el ejército que rodea la mansión, yo diría que no merece la pena el esfuerzo —afirmó Verde.

—Pero ¿habéis llegado a ver el tesoro? —preguntó Therion.

—¡No hace falta verlo! ¡Mira como lo protegen! —exclamó Rojo, y Verde añadió—: Vigías, perros, trampas… Tienen de todo.

—¿Y habéis venido hasta aquí para avisarme? Qué majos —replicó Therion sarcásticamente.

Los dos ladrones se miraron entre sí, y luego Verde asintió.

—Tenemos una propuesta que hacerte… —comenzó Rojo.

—Y yo tengo una respuesta: no —le cortó Therion, y les dio la espalda.

Los dos ladrones se acercaron más.

—Escucha, compañero. Podemos ayudarnos mutuamente —insistió Rojo.

—Mi compañero ha estado dentro. Ha visto de cerca las trampas que hay. Es más, ¡casi cae de lleno en una! —confesó Verde entre risas.

Rojo se giró hacia él y lo fulminó con la mirada.

—¡C-Cállate! ¡Prometiste que no se lo contarías a nadie! —Intentó relajarse y se volvió hacia Therion—. En fin, el asunto es que salí de ahí y aquí estoy, contigo. ¿Qué dices? No te va a ser fácil cargar con el tesoro tú solo, te ofrecemos nuestra ayuda.

—Ya tengo dos manos, no necesito nada más —concluyó Therion.

Verde se puso justo tras de Therion y le señaló.

—Anda, ¿acaso te crees demasiado bueno para nosotros? —exclamó, ofendido. Los ladrones se acostumbran a molestar mucho cuando te metes con su forma de "trabajar".

Therion se encogió de hombros.

—Soy un ladrón, no una niñera.

—Eres una alimaña miserable, eso es lo que eres —continuó Rojo, también cabreado.

—A ver, payasos, no tengo tiempo que perder con vosotros —soltó Therion mientras empezaba a irse—. Tengo cosas que hacer.

Verde dio un paso al frente.

—No vas a ir a ninguna parte.

Este intentó coger a Therion del brazo, pero en el instante en que le rozó la ropa, recibió la caricia de la daga que Therion siempre tenía escondida debajo del poncho y que este ya había desenfundado disimuladamente por precaución.

—¡Agh! —gritó Verde. Dio unos pasos hacia atrás y se arrodilló en el suelo del dolor. Un corte horizontal en su cadera dejaba escapar unas cuantas lágrimas de sangre. Therion aún sostenía la daga ensangrentada en su mano derecha.

—Fuera de mi vista —amenazó.

Rojo se arrodilló junto a su amigo y le sujetó de los hombros, ignorando completamente a Therion.

—Eh, colega, ¿me oyes? ¡Háblame!

Verde se levantó en silencio y se apoyó en su compañero para poder aguantarse de pie, mientras que con la otra mano presionaba sobre la herida. Therion se los quedó mirando en silencio y con la mirada perdida.

«¿Colega?», pensó. Esa palabra le trajo recuerdos a la mente…

 


 

Era de noche. Therion y Darius corrían por las calles sombrías de una ciudad de la cual no sabían el nombre, envueltos en una niebla que convertía el paisaje en un laberinto de oscuridad. Solo unas antorchas colgadas a la intemperie ofrecían un poco de luz a nuestros pequeños transeúntes.

—¡Ladrones! —gritó un guardia.

—¡No escaparéis! —gritó otro.

Therion y Darius se detuvieron.

—¡Eso os pensáis vosotros! —exclamó este último. No le importaba si le habían oído o no, solamente podía pensar en la emoción que sentía en ese momento.

Therion vio unas escaleras que descendían perpendicularmente al camino en el que ellos estaban, que llevaban a un muelle.

—¡Darius, por aquí! —le indicó Therion.

—¡Vale! —Darius ya había captado la idea.

Los dos bajaron las escaleras, se pegaron a la pared y guardaron silencio. Un grupo de guardias apareció justo donde habían estado ellos hacía unos meros segundos.

—¡Maldición! ¡Los hemos perdido! —dijo uno.

—No pueden estar muy lejos. ¡Seguid buscando! —gritó el jefe del grupo.

Todos asintieron y siguieron rectos por el camino. Cuando desaparecieron en la niebla, los dos jóvenes ladrones se quedaron envueltos en silencio.

—Se han ido. Deberíamos estar a salvo por ahora —Therion fue el primero en hablar.

—Ha salido mejor de lo que esperaba —dijo Darius, optimista.

Therion seguía respirando aceleradamente por la adrenalina.

—Ojalá hubiesen visto la cara que han puesto —dijo con una sonrisa.

—¡Ja, ja! Se lo merecían, por tratarnos como cacos —rio Darius.

—Puede que seamos pequeños, ¡pero somos más inteligentes que ellos!

—¡Y tanto! Si juntamos nuestros cerebros, ¡nadie podrá detenernos! Échale un vistazo a todo nuestro gran botín.

Therion se metió emocionado las manos en los bolsillos y sacó unas monedas de plata y oro que se le cayeron de sus pequeñas manos.

—Sí… Está muy bien, la verdad —murmuró. La emoción empezaba a desinflarse, y se preocupó de si aquello había sido demasiado. ¿No habían llamado demasiado la atención?

Darius, por el contrario, seguía igual de animado. No parecía estar preguntándose nada de eso.

—¡Muestra un poco más de entusiasmo! —exclamó—. ¡Que es todo nuestro!

Therion no pudo evitar sonreír de nuevo. El optimismo de Darius era contagioso.

—Sí… Sabíamos lo que queríamos y lo cogimos con nuestras manos —admitió.

—¡Ese es el espíritu! ¡Nos haremos con todos los tesoros del mundo!

—Si tú lo dices… —Therion miró a Darius a los ojos—. Compañero.

—¡Pues sí! —sonrió Darius, enseñando todos los dientes—. Entérate, ¡vamos a ser los mejores mangantes que el mundo haya visto!

 


 

Therion regresó al planeta Tierra y vio a los dos ladrones, que seguían delante de el. Mientras estaba reviviendo viejas aventuras, Rojo se había arrancado un trozo de su ropa para vendar la herida de Verde y evitar que se infectara. Una vez arreglado, Rojo comprobó que Verde podía sostenerse de pie y miraron a Therion. Este ya no tenía la mirada perdida, sino que les estaba observando en silencio. Dio un paso al frente, y los dos ladrones escaparon corriendo. Ya habían entendido que no podían hacer nada contra Therion, y no quisieron insistir en su oferta de colaboración.

«Darius…», pensó Therion, cabizbajo.

No le duró mucho la nostalgia y volvió a erguirse como el ladrón orgulloso que era.

—En fin, no es momento de sentimentalismos —dijo para librarse de esos viejos pensamientos, y escondió todas esas emociones bajo su clásica mascara de frialdad—. Debo hacerme con una de esas cartas.

Notes:

¡Uy! Empiezan las complicaciones.

El capítulo en general no ha costado mucho de redactar, la gran mayoría ha sido narrar lo que sucedía en el juego de forma novelística. Pero ha habido dos diálogos que se me han resistido.

Claro, yo intento ser tan fiel como puedo al juego. Pero hay algunas secuencias de acción/diálogo que pueden quedar un pelín mal cuando las calcas tal cual en una narración. Esos momentos han sido el diálogo entre los dos mercaderes (el cual no ha sido mi peor pesadilla, pero me ha dado problemas) y el diálogo entre Therion y los dos ladrones.

QUIZÁ ES COSA MÍA, pero no me quedaban del todo natural, o al menos a mí no me gustaba como me quedaban. Me quedé un poco atascado allí, aunque logré llegar a un consenso con la narrativa.

Espero que estos momentos sean pocos, porque me veo venir que no serán los únicos 😔

Chapter 3: La primera historia: Therion, El Ladrón (III)

Notes:

Publicado el 13 de febrero de 2019.
Reescrito el 4 de marzo de 2025.

Chapter Text

Therion se había paseado por todo Rocaudaz, robando a mercaderes, abuelos, niños, mujeres y hombres. Y no había conseguido ninguna carta de presentación. Tampoco esperaba encontrar una el mismo día que se enteraba de su existencia, pero no dejaba de ser… decepcionante.

Se le había cruzado por la cabeza falsificar una, pero ¿qué pondría en ella? No sabía qué aspecto tenía o si había alguna marca o distintivo que las diferenciase de las falsificaciones. Y solo tenía una oportunidad de entrar por la puerta principal: si la pifiaba, no podría volver a enseñar su cara a nadie de la mansión sin delatarse al instante.

Al final solo le quedó una zona donde mirar: la zona baja de Rocaudaz. El barrio pobre. El barrio marginado. El barrio de los ladrones.

Therion bajó por las escaleras de madera hasta llegar a la entrada. Ahí solo había dos casas, la taberna y la armería. Casi todas las viviendas y el mercado estaban en la zona media de la ciudad, y en la zona superior, como no, descansa la mansión Ravus, imponente y solitaria. Therion era un conocido de la zona baja, por lo que su presencia no levantó ninguna sospecha. No esperaba encontrar nada ahí, pero no perdía nada por mirar.

Y justo cuando pasaba por delante de la taberna, vio a dos comerciantes hablando a unos metros de él. Uno era nuestro viejo conocido, pero el otro tenía un aspecto algo inusual: tela de primera calidad, bolsa rebosante de objetos valiosos, vestimenta cara, anillos, collares y demás baratijas… Un mercader normal no llevaría todo eso; por lo tanto, tenía que ser un mercader adinerado.

Y los mercaderes adinerados eran los favoritos de los Ravus.

Therion se acercó y escuchó atentamente la conversación entre esos dos.

—Cuando llevas en el negocio tanto tiempo como yo, ¡hasta los Ravus te suplican que los visites! ¡Es todo cuestión de experiencia! ¡Ja, ja, ja! —rio el mercader adinerado, guardándose la carta de presentación en la bolsa después de enseñársela a nuestro pobre mercader.

«Por suerte para mí, no tienes experiencia siendo humilde», pensó Therion, contento.

Hay gente que debería ser más discreta. Por suerte, ese tipo no era una de esas personas.

Nuestro ladrón favorito se acercó al mercader caminando tranquilamente. Pasó por su derecha. Se puso detrás de él. Miró el paisaje un rato. Y al cabo de unos pocos segundos, se volvió por donde ha venido, pero con la diferencia de que ese mercader ahora tenía menos peso en su enorme bolsa.

«Con esto debería poder entrar», pensó satisfecho, con la carta en la mano. Había sido muchísimo más fácil de lo que había imaginado.

Era la hora de la verdad. ¿Habrían valido la pena todos sus esfuerzos y podría entrar? ¿O le echarían a patadas, como muchos otros ante que él? Solo había un modo de saberlo, y como dicen por ahí: "Los cobardes nunca escriben la historia". Y él juró tener una historia que contar.

Therion se dirigió a la mansión Ravus. Las calles de la zona media habían cobrado vida, y ahora estaban llenas de gente y voces hablando, comprando, riendo, paseando… pero él no tenía tiempo para esas cosas.

Al llegar al patio de la entrada de la mansión, se escondió en el mismo arbusto de la última vez.

«Dos guardias en la parte delantera», pensó Therion. Había tenido suerte. «Si consigo engañarlos, podré entrar. Es hora de hacerse el mercader».

Y se preparó para hacer bien su papel. Una de las cualidades que ha de tener un ladrón es saber mentir e improvisar con la misma naturalidad que al respirar o parpadear. Por fin Therion podría saber si era tan buen actor como le gustaba pensar.

Una vez se hubo mentalizado, salió del arbusto y se dirigió hacia la puerta.

El espectáculo acababa de comenzar.

—Disculpen, caballeros —dijo Therion, intentando aparentar ser un mercader de alta cuna—. He venido a ver a la familia Ravus. ¿Serían tan amables de anunciar mi llegada? 

El primer guardia no parecía haberse levantado con el pie derecho.

—¡No, hoy no van a ver a nadie, así que márchate! —gritó enfadado.

«Je, parece que tenemos un perro ladrador poco mordedor», pensó Therion, riendo para sus adentros—. Permitan que me presente: soy un humilde mercader…

—¿Tú, un mercader? —le cortó el guardia—. ¡No me hagas reír! —Pasó sus ojos rápidamente por la ropa de Therion. Era verdad, no tenía pinta de mercader. Quizá este debería haber hecho algo al respecto. Maldijo para sí mismo, pero no perdió la compostura. Era demasiado tarde para echarse atrás.

—No se debería juzgar a un hombre por su ropa —improvisó Therion, intentando sonar humilde como el mercader de alta cuna que "era"—. De hecho, me ha hecho llamar la propia familia Ravus. Y como se enteren de que me han echado, dudo que ustedes sigan trabajando aquí mucho tiempo.

El primer guardia se sorprendió.

—¿Que te han llamado? ¿Los Ravus?

Therion asintió con la cabeza, y entonces el segundo guardia decidió unirse a la conversación.

—¿De verdad crees que nos vamos a tragar esta patochada? —dijo mientras levantaba una ceja.

El primer guardia soltó una sonora carcajada.

—Si nos diesen una hoja por cada ladrón que nos cuenta esta historia, ¡seríamos tan ricos como los Ravus!

—Pero no es así —añadió el segundo—, por lo que nuestro deber es proteger sus tesoros de maleantes como tú.

—¿Acaso te creías que nos ibas a engañar?

—La próxima vez que te "llamen", acuérdate de traerte la cartita —Y señaló hacia las escaleras que bajaban de la montaña.

Therion sonrió. La oportunidad acababa de llamar a la puerta.

—Ah, cierto, ¿se refieren a esta carta? —Sacó la carta de presentación robada y se la enseñó al segundo guardia, que se le cambió la cara al instante. Luego se giró y se la enseñó al primero.

—¿De dónde has sacado eso? ¡Tiene que ser falsa! —exclamó este.

Therion frunció el ceño. Si no hacía nada, con carta o sin, le echarían a patadas. Estos guardias no estaban para historias.

Respiró hondo y volvió a centrarse en su papel. Si querían drama, tendrían drama.

—Si aun así no están convencidos, no hay mucho más que pueda hacer —Y se alejó unos metros de la puerta—. Me marcharé, pero haré saber a la familia Ravus lo que ha acontecido hoy aquí. Me pregunto qué harán para compensar la afrenta que he sufrido…

Las alarmas de los dos guardias saltaron nada más oír esas palabras y corrieron a coger a Therion para que no se fuera.

—¡E-Espere, señor! ¡Tan solo hacemos nuestro trabajo! —se disculpó el primer guardia.

—Sí… —confirmó el segundo. Con tanto miedo, no sabía qué más decir.

El primer guardia respiró hondo y pronunció las palabras deseadas:

—Puede pasar.

Therion sonrió. Las gigantescas puertas doradas cobraron vida y, entre quejidos metálicos se abrieron lentamente para dejar paso al mayor ladrón que Orsterra había visto jamás.

—Muchas gracias —les agradeció Therion, y cuando por fin hubo cruzado las puertas, una sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro.

«Empieza la diversión».

Estaba delante del acceso principal de la mansión. Ante él, se alzabas unas gigantescas puertas de madera que parecían tan solidas como una piedra, decoradas de grabados que las hacían aún más majestuosas e imponentes. Therion no podía llamar y esperar a que le abrieran, pues preguntarían a los Ravus si de verdad habían llamado a un mercader. Tenía que encontrar otra forma de entrar sin ser visto.

Y no le costó nada dar con ella: una ventana a su derecha estaba abierta en su totalidad, invitando a Therion a entrar por ella. La suerte seguía de su lado.

Entró por la ventana con una agilidad felina y miró a su alrededor. La mansión era mucho más grande vista desde dentro que desde fuera, así que se lo tomó con tranquilidad y exploró todas las estancias, una por una.

La mansión estaba oscura, iluminada únicamente por la luz que entraba por las gigantescas ventanas que había por todas las paredes. Además, estaba muy vacía, sin casi ninguna alma caminando por allí (a excepción de algunos guardias que Therion tuvo que callar para que no le delataran). Eso le extrañó, pero no se quedó mucho pensando en ello. Al final, el tesoro se robaría mucho mejor si no había mucha gente vigilándolo. Con tanta seguridad, irónicamente, era normal bajar la guardia.

Dando vueltas y vueltas, finalmente llegó a una sala innecesariamente amplia e iluminada. En el fondo, cuatro mesas reposaban envueltas en mantelería blanca. En una de ellas, una gema azul como el mar resplandecía impoluta mientras descansa en un inmaculado soporte dorado. La gema era perfectamente redonda y parecía haber sido pulida cada día.

—Así que este es el gran "tesoro" del que todo el mundo habla —dijo Therion. Se acercó y la miró un rato. Dio un vistazo rápido a los otros soportes, vacíos—. Pues a mí me parece una gema normal y corriente. No parece tener un gran valor.

—La joya que tienes ante ti vale mucho más de lo que podrías imaginar.

Therion se asustó y miró hacia la entrada de la sala. Desde allí le observaba un hombre de pelo blanco recogido en una coleta y una pequeña barba que le otorgaba un aire de sabio. Llevaba una camisa blanca debajo de un uniforme de color marrón con bordes dorados, confeccionado todo con tela de primera calidad y a conjunto con unas mallas blancas y una espada que le colgaba de la parte izquierda de la cintura. Parecía un noble. ¿Sería uno de los Ravus?

El hombre se acercó a Therion y se quedó a una distancia prudencial.

—Tu incapacidad para saber reconocerlo es desconcertante, como mínimo —prosiguió el hombre.

Therion se alejó de la gema y se situó delante del hombre misterioso.

—¿Y tú quien narices eres? —preguntó, desconcertado—. Muy pocos pueden acercárseme sin que me entere.

—Debería ser yo quien hiciese esa pregunta —replicó el hombre—. No en vano, muy pocos logran adentrarse tanto en esta mansión.

—No obtendrás respuestas azuzando mi ego —respondió Therion con sequedad.

—Al revés, pretendía ser un halago sincero —Las palabras de ese hombre parecían sinceras de verdad, lo que sorprendió a Therion. ¿Quizá ese hombre era muy buen actor?—. Permíteme que te felicite. Eres el primer ladrón que llega hasta aquí.

Therion levantó una ceja.

—Lo dices como si estuvieses deseando que esto pasase.

—Efectivamente. Por eso mismo doblamos la seguridad. Supusimos que todo ladrón que se precie sería incapaz de ignorar semejante desafío.

—Continúa… —Therion tenía curiosidad por ver que más tenía que decir ese hombre.

—Por eso mismo, incluso le pedimos ayuda al tabernero —prosiguió este—. Su trabajo: encontrar a ladrones prometedores y difundir historias sobre la mansión.

—En otras palabras —resumió Therion—: engañasteis a ladrones para que robasen este lugar.

—Yo diría más bien, que "apelamos a su naturaleza interior"—. El hombre se puso teatral—. ¡El gran tesoro de la mansión Ravus, protegido por todo un ejército! ¿Qué ladrón renunciaría a semejante gloria y riquezas? Teníamos muchas esperanzas, pero nos llevamos mil decepciones —se volvió hacia Therion y lo observó como si fuera un premio—. Pero por fin, uno de ellos ha demostrado su valía.

Therion agachó la cabeza.

—Debería haberlo visto venir…

—Pero no lo hiciste. Y doy gracias por tus nulas dotes para la previsión.

—¿Y cuál es tu objetivo?

El hombre misterioso soltó unas carcajadas que retumbaron por toda la sala.

—No tengo porqué contarte nada. Permíteme que me presente: me llamo Heathcote. Soy un mayordomo al servicio de la casa Ravus.

Therion se sorprendió aún más.

—¿Esperas que me crea que un simple mayordomo me cogió desprevenido?

Pero ya sabía lo que tenía que hacer a continuación. Se colocó en posición de ataque y preparó su daga.

—En fin, en cuanto salga de aquí me dará igual quién seas. Si me disculpas…

Se abalanzó sobre el mayordomo con una velocidad increíble, pero este sacó su espada y no solo bloqueó el ataque, sino que además lanzó a Therion hacia atrás con una fuerza que no era propia para un hombre de su edad. Si antes Therion estaba desconcertado, no era nada comparado con lo que lo estaba ahora.

—Aunque temo decepcionarte, no puedo dejarte ir.

Heathcote dio dos palmadas y un guardia apareció por la puerta con la espada desenvainada. Therion no sabía qué decir, pero su instinto de ladrón no le dejaría rendirse así como así. Si tenía que luchar para poder huir de esa jaula en forma de mansión, lo haría.

El guardia se lanzó sobre Therion con furia, pero este fue más rápido y esquivó el ataque. Le intentó cortar con la daga, pero el guardia bloqueó el ataque con el escudo. Therion esquivaba y esquivaba, buscando un punto débil en el que atacar, pero el guardia sabía cómo usar la espada, por lo que Therion tuvo de recurrir a sus otras habilidades de ladrón.

Se alejó unos metros de su oponente. Relajó los músculos, se centra en él, vació la mente, abrió su mano y gritó:

—¡Fuego salvaje!

El suelo debajo del guardia empezó a iluminarse, y un segundo más tarde emergió una columna de fuego que lo cogió por sorpresa. El hechizo duró tres segundos, pero fueron suficientes para convertir a su oponente en cenizas. Solo quedaron la espada, el escudo y la armadura, que cayeron al suelo.

—Así que los ladrones pueden hacer magia… —dijo Heathcote—. Felicidades. No es algo fácil de dominar.

—Ya te he dicho que azuzar mi ego no te lo pondrá más fácil —replicó Therion—. Pero ahora podemos luchar en igualdad de condiciones.

Therion agarró la espada y la levantó en señal de ataque.

—Que sea un ladrón no significa que no sepa usar una espada.

—Pues voy a comprobarlo, si me lo permite…

Heathcote asestó un espadazo que Therion bloqueó con su espada nueva y una postura sólida. Se movían como bailarines en un escenario, moviendo los pies y los brazos al ritmo de los sonoros golpes de las espadas, chocando entre ellas una y otra vez en perfecta armonía. Therion no tenía tanta fuerza como Heathcote, pero lo compensaba con su velocidad y reflejos.

Después de luchar durante un rato, Heathcote se alejó de Therion de un salto.

—¡Acabemos con esto de una vez!

Therion sabía a qué se refería. Prepararon sus armas y corrieron a encontrarse. Los dos oponentes se cruzaron y las espadas chillaron al chocar.

Un segundo después, ambos oponentes se detuvieron, a espaldas uno del otro. Therion aún sostenía su espada en la mano, pero Heathcote se arrodilló, soltando su espada y agarrándose el brazo. Una herida brotaba sangre entre sus dedos pálidos.

—Vaya, tampoco se te da mal pelear… —admitió Heathcote—. Me temo que te he subestimado.

—Lo mismo digo. ¿Eso entraba en tu formación como "mayordomo"?

—Veo que todavía albergas dudas sobre mi auténtica profesión.

Heathcote se levantó e intentó disimular el dolor de su brazo para hablar con Therion.

—Pero me temo que mi victoria no aporta verosimilitud a mis palabras.

Therion levantó una ceja.

—¿Tu victoria?

Heathcote señaló la muñeca de Therion y este se sorprendió. Una pulsera de metal con un eslabón de cadena estaba pegada en su muñeca. Era de hierro pulido y se pegaba a la piel de Therion tanto que ni siquiera podía moverla. ¿Cuándo se la había colocado? Debía haber sido cuando se cruzaron.

—Pero… ¡¿qué?!

—Todo ladrón que se precie debería reconocer ese brazalete: la marca de un convicto —explicó Heathcote—. Hay quien la llama "el brazalete del idiota". Es la señal inequívoca de la estupidez de un ladrón.

Por supuesto, Therion conocía ese brazalete.

—¡Quítame esto! —gritó enfadado.

—Mucho me temo que no puedo —respondió Heathcote con serenidad. Parecía haber olvidado del dolor de su brazo—. Te lo he puesto en el brazo por un motivo: todo el que lo vea sabrá que has fracasado hoy aquí.

—¡Serás…! —Therion estaba cabreado. MUY cabreado.

—Sin embargo —prosiguió Heathcote—, tu orgullo no te permitirá que nadie lo vea, y eso me ofrece la ventaja perfecta para negociar.

Therion frunció el ceño.

—¿Negociar?

Heathcote asintió. Miró hacia la entrada de la sala y Therion hizo lo mismo. Una mujer había hecho acto de presencia. No debía llegar a los dieciocho años. Llevaba un vestido escarlata de mujer millonaria con buen gusto, el pelo corto hasta las orejas y rubio como hilos de oro.

—Puede que se haya colado en mi casa —dijo ella nada más entrar—, pero por ahora voy a ignorar sus transgresiones

Therion se acercó a la mujer misteriosa, analizándola. Iba desarmada y tenía unos brazos tan delgados que no podían sostener ni una espada, pero su mirada ardía.

—Genial. Más compañía —soltó él.

—Perdón por presentarme tan tarde —se disculpó la mujer—. Me llamo Cordelia Ravus y soy la señora de esta casa.

—Felicite al decorador de mi parte —replicó Therion—, sabe mucho sobre trampas —Miró de reojo a Heathcote con rencor.

—Se lo voy a explicar —prosiguió Cordelia—. El tesoro que busca es una reliquia familiar conocida como piedras dracónicas. Llevan generaciones en mi familia.

—¿Piedras dracónicas? Yo solo veo una —remarcó Therion, señalando los demás soportes vacíos.

—Sí, antaño había más, pero fueron robadas durante el caos que se produjo al morir mis padres. Por suerte, Heathcote pudo recuperar la piedra dracónica de zafiro.

—Que devoción más entrañable —Therion se puso burlón—. ¿Es ahora cuando hay que llorar?

—Tal vez, cuando haya comprendido su lugar en esta historia —intervino Heathcote—. Si consigue recuperar las tres piedras que faltan, le quitaremos ese brazalete.

—Así que ese era vuestro objetivo —Therion ahora entendía por qué querían que vivieran a robar la mansión: el que consiguiera entrar, sería el candidato perfecto para recuperar las demás piedras.

—Sí, pero ha de entender que no tenía otra opción —se disculpó Cordelia.

—Vaya, que listos. Enviar a un ladrón a por otro ladrón —acusó Therion.

—¿No suelen decir los ladrones que "si te atrapan, es solo por tu culpa"? —preguntó Heathcote.

—Sí, así es —respondió Therion, resignado—. Para ser un mayordomo, sabes mucho de ladrones, anciano.

—No quiero aburrirte con mis historias, sobre todo cuando hay asuntos más apremiantes —Heathcote se puso serio—. ¿Aceptarás la misión de la señorita Ravus, joven ladrón? De no ser así…

Therion se alejó un poco y barajó sus opciones. Podría irse de esa mansión sin aceptar el trato, pero tendría una marca en la muñeca que debería que esconder para siempre para que no le marcaran de ladrón si la veían y de ladrón inútil si la veía uno de los suyos. Su reputación se vería destrozada, y era algo muy útil y valioso para él. Su única opción era aceptar el trato. Una vez hecho, podría volver a robar tranquilamente.

—Lo haré —respondió finalmente.

Heathcote se frotó las manos, satisfecho.

—Excelente. Pues rezo para que tu viaje sea un éxito.

 


 

Therion entró en la taberna. Estaba vacía, con la excepción del tabernero, que limpiaba unos platos con aire aburrido. Levantó la vista y vio a Therion venir hacia él.

—Anda, has vuelto —dijo el tabernero, sonriendo.

—Sí, y con una buena historia —Therion se apoyó en la barra—. Te la cambio por una copa.

—Lo siento, pero no aceptamos ese tipo de moneda por aquí.

—Vengo de la mansión Ravus —Therion le dedicó una mirada de complicidad—. He tenido una charlita encantadora con un tipo llamado Heathcote. Puede que lo conozcas.

El camarero, lejos de sentirse intimidado, se limitó a encogerse de hombros.

—Te advertí que no fueses allí —se defendió—. ¿Has encontrado lo que esperabas encontrar?

Therion sonrió.

—He encontrado eso y mucho más, pero vengo sediento. Puede que necesite un par de copas para quitarme este mal sabor de boca.

El camarero le sonrió de vuelta.

—Y las tendrás —dijo el tabernero, abriendo una botella aún por estrenar.

 


 

Después de beber las copas que se ganó con su historia, Therion se dirigió hacia la salida norte de Rocaudaz, como un esclavo que caminaba hacia su destino con cadenas que le ataban a este. La única diferencia entre los esclavos y Therion era que la cadena que tenía este último era imaginaria, y ninguna herramienta o persona en el mundo podría romperla jamás.

Justo antes de salir de la ciudad, fue interceptado por Cordelia y Heathcote.

—¡Señor Therion! ¡Señor Therion, espere! —gritaba Cordelia.

Therion se giró y vio a los dos a pocos metros de él.

—¿Y ahora qué? —preguntó, fastidiado.

—He venido a despedirme antes de que parta. No en vano, parte usted por imposición mía —se disculpó Cordelia.

—Tan solo voy a cumplir mi parte del trato, ni más ni menos —respondió Therion con frialdad.

—Eso lo comprendo, pero…

—Tiene razón, mi señora —interrumpió Heathcote—. Esto no es más que un acuerdo entre nosotros y un ladrón hábil, pero… corto de miras.

—… Correcto —afirmó Therion, mientras se tragaba su orgullo para admitir eso.

—Hay algo que debe saber antes de partir —continuó Heathcote—. Como ya ha visto, he recuperado una piedra azul. Es la piedra dracónica de zafiro. Las demás son las piedras dracónicas de rubí, esmeralda y oro. El nombre responde a su apariencia.

—Y si las devuelvo todas, me quitará este brazalete.

Therion sacó su brazalete de color metálico a la luz antes de esconderlo rápidamente. No quería tenerlo a la vista más de lo necesario.

—Tiene usted mi palabra —afirmó Heathcote.

—¿Su palabra? Vaya, eso suena muy convincente —dijo con sarcasmo—. ¿Alguna idea de dónde empezar a buscar?

—Dicen que hay un erudito en Nobiliaria que está investigando la piedra dracónica de rubí.

—¿Nobiliaria? —Therion situó Nobiliaria en un mapa imaginario—. Voy para allá.

Therion reanudó la marcha.

—¡Señor Therion! —exclamó Cordelia de pronto.

Therion se giró de nuevo, aún más fastidiado.

—¿Qué pasa ahora?

Cordelia se encogió un poco.

—Por favor… —pidió—. Tenga cuidado.

Therion se quedó un momento ahí, observando a la mujer que se había convertido en su llave de la libertad. Luego, miró por el precipicio que había a su lado hacia ningún lugar en concreto. 

—Je —soltó con una media sonrisa.

—¿Acaso he dicho algo malo? —preguntó Cordelia, frunciendo el ceño.

Therion negó con la cabeza.

—Nunca pensé que un hombre con tantos talentos como yo acabaría trabajando para… —Therion no sabía cómo acabar la frase de una forma digna—. Bah, no es nada. Tendrá sus piedras de vuelta muy pronto, yo me ocupo de esto de robar.

Y así, sin ninguna mirada ni palabra más, Therion se puso en marcha.

Su misión, la cual había aceptado a regañadientes, era recuperar las tres piedras dracónicas de la casa Ravus para librarse de la marca de la vergüenza de su brazo.

No sospechaba del destino que le aguardaba…

Chapter 4: La segunda historia: H'aanit, La Cazadora (I)

Summary:

El punto de partida: Libertad.

Notes:

Publicado el 12 de marzo de 2019.
Reescrito el 10 de marzo de 2025.

Chapter Text

Therion salió de Rocaudaz por primera vez en mucho, mucho tiempo.

La entrada estaba señalada por un arco hecho de troncos de madera, sujetos con cuerdas que parecían tan viejas como las rocas que decoraban las altas paredes de los altos acantilados que casi llegaban hasta las nubes, con picos tan afilados como una flecha. Algunos hierbajos que crecían entre las piedras y en las grietas del camino eran la única compañía de Therion, un ladrón al que su propia habilidad le condujo a una trampa preparada con astucia, y que le ató una promesa de metal a la muñeca. Una promesa que lo convertía en un ladrón de tres al cuarto ante los ojos del mundo, y él no estaba dispuesto a aceptar eso.

Empezó a andar bajo el potente sol del oeste, y no dio más que un puñado de pasos cuando alguien llamó su atención.

—Ayúdame, por favor —rogó una voz.

Therion caminó hasta su procedencia y encontró a un hombre apoyado en un poste de madera, sujetándose una pierna herida que teñía la ropa y el suelo de rojo. En cuando vio a Therion, sus ojos empezaron a brillar.

—Buen hombre, ¿puedes ayudarme, por favor? —suplicaba el hombre. Era joven, aunque no más que Therion.

—Supongo. ¿Qué te ha pasado? —preguntó este.

—Un monstruo salió de la nada y me hirió una pierna. Me fastidia preguntártelo, pero… ¿tienes alguna uva curativa que puedas darme? —rogó el hombre.

Sí, Therion tenía uvas curativas: veintiuna, para ser exactos. Sabía que su trayecto sería largo y fue a comprar (y a robar) provisiones y armas antes del viaje.

Las uvas curativas eran la medicina más básica que existía en Orsterra: curaban heridas leves al instante, reducían las hemorragias y se usaban en infinidad de ungüentos curativos. Therion se lo pensó unos instantes, y al poco rato ya suspiraba mientras abría la bolsa y sacaba una de sus uvas curativas. «Una cosa es ser un ladrón, y otra muy distinta es ser un canalla».

El viajero se la tragó casi sin masticar y la herida se cicatrizó lo justo para que dejara de sangrar.

—Gracias, amigo —le agradeció el viajero mientras se ponía de pie—. Me llamo Kit. Quizás debería practicar un poco más con la espada en la siguiente posada…

—Y también comprar más medicinas antes de salir de casa —recriminó Therion.

—Sí, la verdad es que me fui un poco con prisas —respondió esto con una sonrisa culpable—. Voy en busca de mi padre, que marchó cuando yo era un niño. Pero no quisiera aburrirte con mi historia, así que gracias otra vez. Puede que nuestros caminos se vuelvan a encontrar pronto —y tal como dijo eso se fue, justo en dirección contraria de donde debía dirigirse Therion.

Nuestro protagonista, ignorando lo trascendental que sería esa interacción, siguió caminando tranquilamente entre los vientos de las montañas áridas de la región del Acantilado, hasta llegar a un arco de piedra natural que marca la frontera entre el Acantilado y el Bosque. Una de las características de ese bosque gigante era que estaba formado por un conjunto de bosques más pequeños, como Forestanegra o Bosquesusurro, de ahí su nombre.

Su objetivo era llegar a la ciudad de Nobiliaria. Para llegar, tendría que pasar por la región del Bosque y de las Tierras Nevadas hasta llegar a las Llanuras, donde estaba su objetivo. Entonces, primero entraría en el Bosque por la Senda occidental de S'warkii y saldría de este por la Senda septentrional de S'warkii. Y, decidido y aún frustrado por los eventos de ese mismo día, se adentró en el espeso paisaje que tenía enfrente.

Era como si hubiera viajado a un nuevo mundo.

La tierra estaba húmeda y el verde predominaba hasta donde alcanzaba la vista, no como en el Acantilado, con sus colores rojizos y amarillentos y montones de matojos secos por doquier. Agujas de luz conseguían atravesar las gruesas ramas de los árboles que tapaban el cielo y lo llenaban todo de sombra. El aire era fresco y las flores brotaban por doquier, pero Therion no se entretenía con esas cosas. No quería hacerlo. Solo le preocupaba su libertad. Luego se permitiría disfrutar de las pequeñas cosas.

No hacía mucho que había entrado en el Bosque cuando una flecha le rozó la punta de la nariz. Se paró en seco y miró en la dirección de donde procedía el disparo: tres ratas del bosque salieron de entre los arbustos, todas armadas con arcos.

«Lo que me faltaba: más incordios. Como si no tuviera suficientes ya.»

En Orsterra, los animales también habían evolucionado, aunque a su manera. No estaban tan avanzados tecnológicamente como los humanos, pero algunos llegaban a vivir en tribus, vestían hojas y pieles que hacían ellos mismos y cazaban con flechas, lanzas y espadas, entre otros. Pero seguían manteniendo un claro instinto animal del que los humanos se habían deshecho hacía mucho tiempo.

Therion se vio rodeado de repente, con las tres ratas apuntándole con flechas de piedra. Este trataba de analizar la situación, pero aún no se había recuperado del susto y eso le impedía concentrarse. Agarró la empuñadura de su espada, lo que provocó que las ratas tensasen más los arcos. Una de ellas se acercó a Therion y este arroja su espada a sus pies en señal de rendición, pero mientras ellas se fijaban en la espada cayendo al suelo, Therion sacó su daga y se la clavó a la rata en el cuello.

Las otras dos se asustaron y dispararon a Therion, pero este lo había previsto y se agachó para esquivar las flechas. Se giró sobre sí mismo y clavó sus ojos en las ratas del bosque, negras como el carbón, qué ya estaban recargando sus arcos. Therion recogió su espada y corrió a por la más lenta y le abrió las tripas de un tajo lateral. La última rata se sobresaltó y disparó sin querer, hiriendo el hombro de Therion. Este soltó un quejido de dolor. La flecha no se había clavado en él, pero le había hecho un tajo profundo. Miró a la rata con dolor y rabia en sus ojos y esta comenzó a temblar, intentando coger otra flecha, pero se le resbaló entre sus zarpas. Therion aprovechó para abalanzarse sobre ella y le clavó la daga en el pecho.

El combate había finalizado.

Therion respiraba aceleradamente mientras intentaba recobrar la calma. Tragó saliva y empezó a limpiar sus armas en la ropa de las ratas antes de guardarlas, pero al hacerlo, su herida se hizo notar como mil agujas en su piel. Puso la mano encima y esta se tiñó de rojo.

«Genial, un recuerdo del Bosque. Como deje cicatriz…», pensó mientras abría su bolsa. Se comió cinco uvas curativas, lo que solo provocó que dejase de sangrar, porque aún dolía bastante.

Terminó de limpiar rápidamente las armas y siguió andando, esperando no tener más sorpresas desagradables. Estaba seguro de que su humor no podía empeorar, pero esas ratas (nunca mejor dicho) estaban decididas a demostrarle cuán equivocado estaba.

Eventualmente llegó a la Senda septentrional de S'warkii, donde se encontró con un naturalista ambulante que observaba los árboles. El instinto de Therion hizo que este se fijara en la bolsa de ese pobre hombre.

—Disculpe, buen señor —dijo Therion, intentando disimular el dolor de la herida tanto como podía—. ¿Me podría indicar donde hay una posada?

—Sí, lo sé —respondió el naturalista—. Más adelante encontrará un poste con indicaciones. Allí tuerza a la derecha, siga recto y llegará a S'warkii. Seguro que encontrará una posada.

—Muy amable, gracias. ¿Por cierto, qué está haciendo en un lugar como este?

—Estudiando los hábitos de las criaturas salvajes. Hay muchos especímenes en esta zona, por lo que es un entorno muy estimulante.

—Vaya, que interesante —mintió Therion, y señaló a una criatura que se arrastraba por la corteza de un árbol cercano—. ¿Qué animal es ese? ¿Una salamandra?

El hombre se giró y observó la criatura, e instantes después miró a Therion con el ceño fruncido.

—Eso es un lagarto vulgar. No sabe usted mucho de animales, ¿verdad?

—Nunca me han atraído especialmente —admitió Therion. Al menos eso sí era verdad—. Gracias por su tiempo.

—A usted.

Lo que no sabía el naturalista es que, cuando se giró para observar el lagarto, le desaparecieron varias medicinas de su bolso. Therion no sabía cómo se tenían que aplicar, eso era cosa de los boticarios, y él, desgraciadamente, no era uno de ellos.

Siguiendo las indicaciones del naturalista, llegó sin más problemas a la pequeña aldea de S'warkii, el hogar de los cazadores en Forestanegra. Era una aldea enana, más aún que Rocaudaz, pero muy agradable a la vista. Sus casas estaban hechas con piedras, troncos y pieles de animales, y sus gentes vestían algunas de esas pieles, como buenos cazadores que eran. S'warkii era famoso, pues todos los cazadores que se habían hecho un nombre en Orsterra procedían de allí.

Un dato interesante del lugar: como el nombre de la aldea, los nombres de sus habitantes también tenían todos una apostrofe después de la primera letra de su nombre. Muchos cazadores de Orsterra se ponían apodos con esa característica ortográfica para honrar ese lugar, procedieran o no de allí. Para ellos, era un terreno casi sagrado.

Therion se comió otras ocho uvas curativas nada más llegar, pues la herida lo estaba matando. La dejó casi cicatrizada, pero aún se hacía notar. Gruñó un poco, contrariado.

Entró en la posada y pidió rápidamente una cama y que alguien le cosiera el agujero que tenía su ropa en el hombro. Con todo lo que había pasado, el Sol casi había desaparecido tras el horizonte, y Therion no estaba de humor para más aventuras.

 


 

Al día siguiente, Therion salió de la posada con un agujero enmendado y una herida mucho menos molesta, por lo que decidió dar una vuelta por el pueblo. «Ciudad nueva, mercancía nueva»; ese era uno de sus lemas, y esperaba levantar así un poco su moral.

Robó la mayoría de las posesiones de los aldeanos que paseaban por ahí, como uvas, cerezas… Incluso alguna hacha. No sabía para qué la querría, pero seguro que sacaba algo de ella en alguna herrería.

Se dirigió hacia la casa más grande que había para echar un vistazo, pero algo le llamó especialmente la atención. Más concretamente, alguien. Una chica de cabello castaño claro trenzado y con los ojos verdes estaba parada en medio de la calle, observando hipnotizada el frondoso bosque que tenía delante. Llevaba la piel de una bestia alrededor de su cuello a modo de bufanda, con un vestido hecho también de piel de animal, pantalones negros, abrigo gris y guantes marrones. De sus orejas colgaban unos sencillos pendientes de plumas y en la cintura se ajustaba un cinturón de cuero del cual colgaba su carcaj. Estaba murmurando frases en voz baja, y Therion, empujado por la curiosidad, se acercó a escuchar.

—No lo entiendo… ¿Por qué motivo iba a venir semejante bestia a nuestros bosques? ¿Será esto el aviso de que se avecina algo mucho peor? —murmuraba la chica.

Normalmente Therion ignoraría esa situación, pues ya tenía bastante con lo suyo, pero la intriga seguía ahí por algún motivo. Empujado por esta, preguntó a un aldeano cercano.

—Perdone —empezó Therion—. No quisiera ser maleducado, pero… ¿qué le sucede a esa chica? —preguntó mientras la señalaba con la barbilla.

El aldeano miró a la chica y su expresión se entristeció un poco.

—Esa chica se llama H'aanit, y es una cazadora —explicó—. La pobre está así desde que su maestro, Z'aanta, abandonó la aldea hace un año para partir en una peligrosa cacería de la que todavía no ha vuelto. Pero no solo eso: al no haber su maestro, el noble de la zona le ha pedido a ella que dé caza a una violenta bestia que asola los bosques cercanos.

»Claro, la chica tiene renombre, ¿sabes? Es la última descendiente de un antiguo y orgulloso clan de cazadores. Esta mañana se ha estado preparando para ir a Bosquesusurro a cumplir el encargo con su compañera, Linde, una leoparda de las nieves.

»Pero entre tú y yo, en mi modesta opinión, necesita aliados feroces para recorrer el camino que ha elegido.

Therion le agradeció la explicación y se alejó para pensar un poco. El camino que él debía hacer también estaba lleno de peligros, y no creía ser capaz de aguantar mucho tiempo solo. Es decir, un simple trío de ratas del bosque ya lo habían dejado con un hombro herido. ¿Qué más peligros le aguardaban más adelante? Si ayudaba a la tal H'aanit, quizá ella también le ayudaría en su viaje. Además, tener a alguien que supiera manejarse contra criaturas salvajes sería un gran punto a favor.

Así que, sin saber con seguridad cómo saldrían las cosas, se dirigió hacia la cazadora.

—Buenas —saludó Therion.

Pareció que Therion había sacado a H'aanit de sus pensamientos, pues esta se sobresaltó levemente al oír su voz.

—B-buenas, extranjero —respondió H'aanit, intentando camuflar el rubor de la vergüenza de que la hubieran pillado con la guardia baja—. ¿Qué requieres de mí? Porque te aviso de que probablemente no pueda atender tu petición.

—¿Por qué sospechas que quiero algo de ti?

—¿Por qué otro motivo un visitante de tierras lejanas que acaba de llegar querría hablar con alguien que no es ni mercader, armera o posadera?

Therion se sorprendió. No sabía qué esperar de H'aanit, pero esa aura fría y directa… no era algo que hubiera visto venir. Además, hablaba muy elaboradamente, más de lo que Therion estaba acostumbrado a oír.

Se sacudió esos pensamientos. Debía centrarse.

—Se que tienes entre manos un encargo difícil de realizar —explicó—, así que te ofrezco mis servicios humildemente.

H'aanit frunció el ceño.

—¿Por qué harías algo así? —preguntó—. No te conozco ni sé nada sobre ti.

—Yo de ti tampoco —replicó él—, pero he pensado que podemos ayudarnos mutuamente. Por lo que me han dicho, los dos tenemos un objetivo similar, y he pensado en ofrecerte un trato. Si yo te ayudo con ese monstruo que has de cazar, tú me puedes ayudar con un encargo que he de hacer en un pueblo lejos de aquí. Es justo y los dos salimos ganando.

H'aanit se lo quedó mirando unos instantes, juzgándole. ¿Quizá Therion había sido demasiado directo? Era normal recelar de un desconocido que se presentaba ante ti de golpe y te ofrecía su ayuda.

—La oferta es generosa, pero el camino está repleto de peligros —concluyó H'aanit—. No creo que sea apropiado para alguien como tú.

Una leoparda de piel blanca con manchas negras salió de detrás de H'aanit, lo que alarmó levemente a Therion, pero se contuvo. «Linde, seguramente», pensó al recordar lo que le había dicho el aldeano.

Linde, pero, se acercó a Therion y empezó a olisquearlo, lo que tensó a este. Un bicho así podría hacerle mucho daño, y quizá no podría reaccionar a tiempo. H'aanit no intervino, y se quedó mirando lo que hacía su compañera. Pero Linde se limitó a dar unas cuantas vueltas alrededor de él, restregándose en sus piernas mientras ronroneaba plácidamente, e incluso le llegó a lamerle la mano.

—Qué curioso… —observó H'aanit—. Linde te ha considerado una persona digna. No es habitual que se muestre amable con los desconocidos —Se quedó un momento pensativa.—. Aceptaré tu oferta, entonces.

Therion se sorprendió.

—¿En serio? —preguntó.

—Sí —afirmó H'aanit—. Los animales son capaces de ver el corazón de las personas. Son mucho más fiables que los seres humanos, y sinceros. Así que confiaré en el criterio de Linde, y dejaré que me acompañes.

—¡Oh! Pues… perfecto, gracias —agradeció Therion con una leve sonrisa—. Una pregunta más, si no es indiscreción: ¿por qué marchó tu maestro?

Therion ya sabía la respuesta, pero quería conocer la historia de primera mano. Ya que iban a ser compañeros de viaje, como mínimo debía saber cómo ella había llegado hasta ahí.

H'aanit se lo pensó un momento, y luego soltó un leve suspiro. De repente, parecía abatida.

—Verás… —comenzó ella.

 


 

Hace un año…

—Bien. Todavía no os habéis ido —dijo H'aanit.

—Me retrasó el sentimentalismo, pequeña —respondió Z'aanta—. Sería de mala educación por mi parte partir sin despedirme de mi aprendiz favorita.

H'aanit puso los ojos en blanco.

—Es broma, como siempre. ¿Será muy largo vuestro viaje, maestro?

—Ah… Es una buena pregunta. Me reclaman los mismísimos Caballeros Ardante. La cacería nos llevará a tierras lejanas y la bestia que perseguimos es un ser terrible.

—… Entiendo.

—¡Ja, ja, ja! ¡No pongas esa cara, pequeña! No soy un novato incapaz de disparar sin dejarse un moratón —Le puso la mano sobre el hombro—. Haré mi trabajo y regresaré antes de que hayan pasado dos lunas.

H'aanit no reaccionó. Z'aanta frunció el ceño.

—Vaya, sigues sin sonreír. ¿Qué pasa?

—No es la cacería lo que me preocupa —dijo ella al fin—. ¿Vais a hacer alguna parada por el camino?

Un silencio incómodo invadió el lugar.

—… Puede que alguna —admitió Z'aanta, despacio—. ¿Por qué lo preguntas?

—Puesto que lo olvidasteis o fingís ignorancia, os lo recordaré —H'aanit estaba algo molesta—: en la última cacería, apostasteis todo vuestro dinero y volvisteis siendo más pobre que al partir.

—Más pobre en dinero, como mucho —se defendió este mientras se ponía rojo de vergüenza—. Sí, hice alguna que otra apuesta en la arena del Bastión del Vencedor, y aprendí que se me da muy bien estimar la fuerza de las bestias, pero soy nefasto valorando a los hombres. ¡Una valiosa lección a un precio muy barato!

—No tan barato —replicó H'aanit—. Eliza tuvo que pagar vuestras deudas y vos no acabasteis de devolvérselo hasta esta última luna —Su cara reflejaba preocupación—. Maestro, prometedme que no apostaréis.

—¡Jo, jo, jo! Los viejos cazadores tienen un dicho: «Si la primera flecha falla, ¡prepara la segunda y vuelve a intentarlo!»

H'aanit frunció el ceño.

—Os lo acabáis de inventar.

Z'aanta se volvió a poner rojo, lo que le delató.

—¡Venga, pequeña! Eres muy joven y ya pareces agotada por la vida. ¿Por qué ha de ser tan sombría nuestra despedida?

H'aanit ignoró a Z'aanta y acarició a Hägen, el lobo compañero de Z'aanta.

—… Hablaré contigo, Hägen. Cuida del maestro, ya que él es incapaz de cuidar de sí mismo.

Hägen asintió y aulló al cielo, mostrando su aprobación. Z'aanta dio un paso atrás, sorprendido.

—¿Hasta tú te pones de su lado, viejo amigo?

—Reconoce la sensatez al oírla.

Hägen asintió y dedicó un leve gruñido a Z’aanta.

—¡Eh! ¡Nada de gruñirme, chaquetero!

Una mujer salió de la posada. Llevaba ropas de pieles, como los cazadores, pero su cara permitía ver que no era de ahí.

—Saludos, H’aanit. ¿Has venido a despedirnos?

—He venido a advertir al maestro de que no se aparte del buen camino.

La mujer asintió.

—Te lo agradezco. No tengo dinero suficiente como para volver a pagar una deuda como aquella.

Z'aanta se volvió de espaldas y gritó al cielo, enfadado.

—¡¿Acaso no tengo aliados en esta aldea infernal?!

La mujer se acercó a Z’aanta.

—Soy tu amiga, pero también formo parte de los Caballeros Ardante… y soy tu cliente. Más te vale no olvidarlo.

Z'aanta se giró hacia ella y se irguió un poco.

—Ni por un momento, honorable lady Eliza, de los Caballeros Ardante —respondió con tono firme.

Eliza soltó una buena carcajada.

—Mucho mejor —Estaba sonriendo. Ella y Z'aanta eran buenos amigos, y ya se tenían calados el uno al otro.

Eliza se volvió hacia H’aanit.

—No temas —le aseguró—. Lo mantendré fuera de todo peligro. Haré que se pase las noches escribiendo las aventuras que vivamos con todo lujo de detalles.

H'aanit asintió.

—Tened cuidado. Y que vuestras flechas acierten siempre. Cuidaré del bosque hasta el día en que regreséis.

—Gracias, pequeña. Adiós —se despidió Z'aanta. Hägen se puso a su lado y, junto a Eliza, los tres se adentraron en el bosque con la mirada de H'aanit y Linde observándolos hasta que se perdieron entre la espesura de los árboles.

Chapter 5: La segunda historia: H'aanit, La Cazadora (II)

Notes:

Publicado el 19 de marzo de 2019.
Reescrito el 11 de marzo de 2025.

Chapter Text

Ya pasó un año desde entonces.

En todo ese tiempo, el maestro tan solo me envió una mísera carta.

 

“¡H'aanit! Soy yo, tu adorado maestro. ¿Me echas de menos? No te aburriré con detalles sobre el clima o las estaciones. No en vano, ¿quién sabe cuándo te llegará esta carta?

Llevo tres meses siguiendo el rastro de la bestia que buscan los Caballeros Ardante. Una bestia llamada "Ojos Rojos". Al menos, es así como la llaman. No sé cuál será su nombre real… O si tendrá nombre real. Pero juro por el arco de mi padre que esta es la presa más irritante que jamás haya cazado. Elude todas mis trampas y, aunque pienses que estoy loco por decir esto… ¡te juro que puede presentir todos mis movimientos!

No sé si es inteligencia humana o puro instinto animal… pero, en cualquier caso, se niega a ser atrapada. Pese a todo, parece que la hemos molestado lo suficiente como para que se traslade a otra zona. A juzgar por su comportamiento, creo que pretende dirigirse hacia la zona de Petrófico.

Voy a ser franco contigo, pequeña, puesto que siempre has sido capaz de ver a través de mis excusas: La persecución va a ser dura y la cacería va a ser larga. Pero no temas, que acabaremos triunfando. ¿Has visto fracasar a tu maestro alguna vez?

Por tanto, mi querida aprendiz, tengo que pedirte que cuides de la aldea hasta mi regreso. Ah, y no te pongas en modo pesimista. Tu amigo y maestro, Z'aanta.”

 

H'aanit se puso pensativa.

—El maestro nunca había admitido que una cacería sería difícil. O bien "Ojos Rojos" es la bestia más formidable del mundo… o pretende visitar todas las casas de apuestas de aquí a Petrófico.

H'aanit negó con la cabeza.

—Pero no… Al maestro le gusta hacer el idiota, pero cuando se trata de cazar… —suspiró—. Si dijo que atraparía a su presa, es que lo hará.

Linde comenzó a ronronear, y H'aanit le acarició la cabeza.

—Sí, Linde. Lo sé. El maestro me confió la protección de la aldea, y ahora me debo a sus habitantes. Venga, vayamos a ver al anciano, puede que alguien necesite mi arco.

H'aanit se dirigió a la casa del anciano del pueblo, la más apartada y grande. Este se encontraba fuera, tomando el fresco, y H'aanit no se anduvo con formalismos cuando llegó.

—Jefe, ¿en qué podría ser de ayuda mi arco?

El anciano sonrió.

—Vienes cada día en busca de trabajo. ¡A veces me pregunto si eres de verdad la aprendiz de tu maestro! —bromeó—. Ahora en serio… No, no hay cacerías para hoy.

H'aanit asintió.

—¿Y alguna otra cosa que pueda hacer?

—Bueno… Nunca está de más dar una lección a los jóvenes —propuso el anciano—. Podrías llevártelos y que practiquen la búsqueda de rastros y el uso del arco. El clan de los Forestanegra poseía el conocimiento de bestias y árboles… pero hoy, solo Z'aanta y tú podéis usar dicho conocimiento —Levantó la vista al cielo—. Cuando yo no era más que un chaval…

—Sí, sí, ya he oído esas historias antes —le interrumpió H'aanit—. Y ya sé lo largas que son.

—Je, je. La palabrería es el mayor vicio de un anciano, disculpa. Pero te estaría muy agradecido si te llevaras a los jóvenes de cacería. He visto a dos esperando en la plaza. Podrías empezar con ellos ya que parecían muy animados.

H'aanit asintió de nuevo.

—Eso haré —y se puso de camino hacia la plaza.

Se llevó a los dos chicos de cacería, los cuales la siguieron entusiasmados. Les enseñó a luchar cuerpo a cuerpo, a distinguir las huellas secas de las huellas recientes, a predecir movimientos y a disparar con el arco. No lo aprendieron todo de golpe, obviamente, pero se fueron mentalizando poco a poco, y se iban sintonizando con la naturaleza cada vez más.

Volvieron más o menos hacia el mediodía. H'aanit estaba fresca como una lechuga, pero los chicos estaban destrozados y cansados.

—Buen trabajo —dijo ella—. Habéis mejorado bastante en el combate, pero aún os falta mucho por aprender. ¿A que ahora os sentís más en sintonía con el entorno?

—S-Sí, cazadora H'aanit… —respondieron con un hilo de voz.

Regresaron a sus casas casi arrastrándose por el suelo, pero satisfechos. H'aanit estaba a punto de hacer lo mismo, pero una niña pequeña la detuvo.

—¡Cazadora H'aanit! —exclamó, sobresaltándola.

—¿Qué pasa?

—¡El anciano quiere verte! —dijo la niña—. ¡Debe hablar contigo cuanto antes!

—Me daré prisa, pues —respondió H'aanit—. ¿Está en casa?

—¡Sí! —y la niña se fue corriendo por donde había venido.

«¿Será alguna cacería urgente?», pensó H'aanit mientras iba corriendo a la casa del anciano. Este estaba fuera, como antes, pero esa vez esperaba a H'aanit.

—Oh, H'aanit, que alegría que hayas podido venir tan apresuradamente. Nos ha llegado una petición de la hacienda de Lord Ciaran. Por lo visto, una bestia se ha adentrado en el bosque de su provincia.

—Y quiere librarse de ella —adivinó ella.

—Eso es. Ha pedido especialmente a nuestro mejor cazador, y como Z'aanta está fuera, la mejor pasas a ser tú.

—Entiendo.

—Contamos contigo, H'aanit. Recuerda: antaño, esta fue una aldea de grandes cazadores —El anciano volvió a poner la vista al cielo—. Sí, a lo largo y ancho de Forestanegra, nuestro hogar…

—"Los bardos cantaban nuestras hazañas y todo el reino laureaba a nuestra humilde villa como el hogar del auténtico cazador…" —continuó H'aanit con una sonrisa—. ¿Era algo así?

El anciano se ruborizó un poco.

—Jo, jo… ¿Tantas veces te lo he contado ya? La palabrería, pequeña…

—Es el mayor vicio de un anciano, sí —terminó H'aanit por él—. En cuanto a la cacería, estoy preparada.

—Excelente. El mensajero de lord Ciaran te espera dentro. Él te contará lo que necesitas saber.

—Hablaré con el ahora mismo.

—H'aanit… —El anciano la detuvo un momento—. No hagas nada nada que el maestro Z'aanta no querría que hicieses.

H'aanit asintió.

—Por supuesto.

H'aanit entró en la casa del anciano junto a Linde. Un hombre les esperaba dentro, sentado en una mesa. Vestía una chaqueta marrón encima de una camisa blanca, una gorra de cuero y unos pantalones de piel negros, la típica vestimenta de los mensajeros.

—Mis disculpas por la urgencia de este asunto —se disculpó el hombre—, pero los monstruos no prestan atención a los buenos modales.

—Mi trabajo es ayudar —dijo H'aanit mientras se sentaba en el otro lado de la mesa—. Cuéntame lo que sepas de esa bestia.

—La bestia es una criatura salvaje que ha estado vagando por Bosquesusurro. Esta misma mañana, llegaron a la ciudad un mercader y su compañero herido. Según este buen hombre, su caravana había sido atacada por la bestia. Enviamos un equipo de búsqueda, pero estos dos hombres fueron los únicos supervivientes.

H'aanit parpadeó sorprendida.

—¿Y cómo sabéis que esa criatura es la responsable?

—Lord Ciaran reunió a sus eruditos para investigar el asunto. A partir del testimonio del mercader y de las pruebas recabadas, concluyeron que fueron atacados por nada menos que una ghisarma.

H'aanit se quedó pensativa. Una gisharma por estos lares… Que extraño.

—Huelga decir que una bestia como esa no pinta nada en los apacibles claros de los dominios de lord Ciaran.

—Mi señor ansia proteger a los habitantes de su reino. Desea la ayuda del cazador más hábil de toda la aldea, así que, ante la ausencia del maestro Z'aanta, acudimos a vos. ¿Libraréis a nuestra provincia de esta amenaza?

H'aanit asintió sin dudar.

—Dile a tu señor que no le fallaré.

El hombre soltó una risita.

—… Je, je. Tenéis una dignidad de la que carece Z'aanta… pero veo que compartís su amor por la profesión. Espero que hayáis heredado todas sus buenas cualidades y nos libréis de este… ¿llamémoslo problemilla?

—El maestro es un buen mentor —le aseguró H'aanit—. Predica con el ejemplo sobre lo que debe y lo que no debe hacer un cazador.

—¡Jaaa, ja, ja! ¡Bien dicho! Parece que estamos en buenas manos, sí señor.

—… Así es.

 


 

—… Y por ello debo cumplir con mi deber y cazar a la bestia.

H'aanit concluyó con la explicación y miró a Therion. Este estaba escuchándola y observándola con atención.

—Muy noble, tu causa —comentó él—. Ayudar a quienes lo necesitan, aunque solo lo hagas por qué no tienes nada mejor que hacer.

—Si el maestro Z'aanta hubiera estado aquí, se habría encargado él —le respondió H'aanit—, pero al estar ausente, esta responsabilidad recae sobre mí. Y lo habría hecho igualmente, aunque tuviera un trabajo entre manos.

—Bueno, cada uno con su tema —dijo él, encogiéndose de hombros.

—¿Y cuál es el tuyo?

—¿Perdona?

—¿Por qué estás haciendo este viaje? —preguntó ella—. ¿Por qué necesitas mi ayuda? ¿Cuál es tu objetivo?

Therion dudó. No quería contarle su profesión y objetivo a H'aanit, pues probablemente no se lo iba a tomar bien. Que la persona a la que acabas de conocer te confiese a la cara que es un ladrón… bueno, digamos que no es el mejor precedente para que de allí florezca una relación sana y cercana.

Pero… el felino ese había convencido a H'aanit de que él era de fiar. ¿Quizá ella pudiera tolerar la verdad? Era una posibilidad remota a los ojos de Therion, aunque no muy descabellada. Además, mantener una mentira durante Dios sabe el tiempo que estarían juntos sería demasiado complicado.

No, había que probar suerte. Era el mejor modo, aunque no fuera el más fiable.

—Bueno… —Therion respiró hondo—. Para empezar, me llamo Therion.

—H'aanit, aunque ya lo sabias.

—… y soy un ladrón.

H'aanit se detuvo de repente y se giró hacia él, consternada. No se esperaba esa respuesta para nada.

—¿Perdón? ¿Qué acabas de decir?

—Soy un ladrón —prosiguió él mientras se detenía a su lado—. No voy a andarme con rodeos, y seré franco contigo. Hago este viaje porqué entré a robar en la casa equivocada, donde me tendieron una trampa, y me devolverán algo muy importante para mí a cambio de recuperar tres piedras valiosas que les robaron en el pasado. No es que sea lo más agradable de escuchar, lo sé, pero no quiero tener que mentirte. Es natural que pienses que no soy de fiar, y lo entiendo, pero… ser un ladrón no significa que sea un canalla. Y te puedo dar mi palabra de que me limitaré a ser lo primero, pues nunca he llegado a ser lo segundo, y pienso seguir de ese modo.

Una sensación de confusión y desconfianza invadió a H'aanit. ¿Por qué le había dicho que era un ladrón, así por las buenas? ¿Podría realmente confiar en alguien como él? ¿Era de verdad un compañero recomendable para su aventura? No podía saberlo. Su cabeza estaba llena de prejuicios. Sus palabras hablaban de bondad y sinceridad, pero no podía saber si era así a ciencia cierta.

… pero Linde había olido que era noble y de confianza. Los animales podían ver el corazón de las personas y las mentiras no funcionaban con ellos. Al menos, eso era lo que le había dicho antes a Therion. ¿Se atrevía H'aanit a confiar en sus propias palabras?

H'aanit suspiró levemente.

—De acuerdo —dijo al fin—. Debo admitir que no es algo que me haya gustado oír, pero aceptaré pus palabras. He dicho que confiaré en ti, y así lo haré hasta que me demuestres lo contrario.

Therion se la quedó mirando un instante, y luego este también soltó un leve suspiro.

—Te agradezco el voto de fe, de veras… Admitiré algo contigo: no tenía muchas esperanzas de encontrar comprensión en alguien al decirle eso. En cualquiera, en realidad.

—Es una realidad dura con la que convivir. Pero ambos hemos elegido este camino, así que ambos cargaremos con las consecuencias de nuestros actos. Si dichas consecuencias merecen la pena o no, eso está por ver.

Linde empezó a mover la cola, señal de que también estaba de acuerdo con la decisión de H'aanit, lo que la relajó un poco.

Ambos prosiguieron con su marcha. En un momento dado, cuando H'aanit creía que Therion no estaba mirando, aprovechó para palparse el cuerpo y comprobar que no le hubiese desaparecido nada, y fue así: sus pertenencias permanecían intactas. Aún era pronto para juzgarle.

Después de caminar un buen rato, llegaron a Bosquesusurro. Los árboles de ese bosque eran los más espesos de todo el Bosque y la luz, en consecuencia, escaseaba más, lo que le daba un aspecto más tétrico. Parecía que, en ese lugar, siempre estaba a punto de hacerse de noche, si es que no lo era ya.

Bosquesusurro era el hogar de las criaturas más horribles del Bosque y era muy peligroso ir por esa zona, a no ser que fueras un cazador experimentado o un pobre despistado. Por ello, H'aanit, Therion y Linde agudizaron sus sentidos y se pusieron alerta a todo sonido que se generase a su alrededor. Therion agarraba la empuñadura de su espada y H'aanit acariciaba el mango de su hacha mientras Linde escrutaba entre la espesura del bosque con ojos penetrantes y su olfato.

No tardaron mucho a descubrir algo muy desagradable: en medio del camino, cuerpos de guardias muertos y de perros yacían bañándose en sus propios charcos de sangre. H'aanit estaba atónita, y se acercó a ellos con precaución.

—… Qué los espíritus se apiaden de nosotros —murmuró H'aanit.

—Si que es peligrosa, la ghisarma esa. Y hambrienta, también —comentó Therion.

—Esto no ha sido un acto de supervivencia —rebatió ella—. La ghisarma no buscaba comida. Buscaba divertirse… y quería sangre. Mató a estos hombres y bestias sin otro motivo que demostrar su temible poder.

De unos arbustos salieron unos lobos de piel negra. Eran los lobos que habían sobrevivido al ataque de la ghisarma y que habían permanecido escondidos todo ese tiempo. H'aanit se acercó, y uno de ellos retrocedió un paso.

—Estás temblando, criaturita… —dijo H'aanit, hablando con el lobo—. Tu corazón está inundado por el miedo. Habéis sido testigos de lo que ha hecho esa bestia. Os obligó a verlo —se acercó a uno de los cadáveres y se arrodilló a su lado—. Paciencia. Regresaré y atenderé a los caídos, pero primero debo vengarlos.

Uno de los lobos se acercó a H'aanit y esta le acarició el pelo.

—Amigo mío, ¿los protegerás hasta mi regreso?

El lobo asintió con la cabeza.

—… Gracias. Vamos, Therion.

Therion la seguía en silencio. Este tenía el suficiente sentido común como para saber que aquel no era el momento de hablar.

Caminando entre los cadáveres y adentrándose cada vez más en Bosquesusurro, H'aanit se perdió en sus pensamientos.

«Comer, ser comidos… Tal es el destino, y el privilegio, de todas las bestias del bosque. Una vida por una vida. Así ha sido desde los albores de los tiempos, pero matar por deporte, por placer o por codicia… Eso es traicionar las leyes de la naturaleza. Cada vez que una criatura toma más de lo que necesita, muere una parte del bosque. No cazo solo para mantener a salvo a la gente de lord Ciaran, se trata de salvar al propio bosque.»

Los tres siguieron caminando entre la espesura del bosque. A veces se encontraban alguna marmota salvaje o una rata del bosque, pero gracias a H'aanit, no tenían problemas para acabar con las bestias. Con cada combate que ganaban, aprendían un poco y ganaban experiencia, volviéndose cada vez más fuertes.

Pero a medida que iban adentrándose más en el bosque, más notaban un aura maléfica que les observa desde las sombras, como si estuviera… expectante.

Estaban llegando a los límites del bosque cuando Linde se paró de repente. Comenzó a oler algo y gruñó.

—Está cerca —advirtió H'aanit.

Comenzaron a caminar más despacio y al poco llegaron a la entrada a un claro rodeado de un muro de piedra natural. Se pegaron a la roca y H'aanit sacó un poco la cabeza para ver.

Unos lobos estaban de espaldas a ellos, en el centro del claro, mirando algo que había encima del muro. Ella levantó la vista, y entonces la vio: una cosa enorme y negra, muy parecida a una rata, pero mucho, mucho peor. Tenía la cara pálida y llena de cicatrices, con los ojos enormes y desorbitados, y una boca que sonreía maléficamente mientras inundaba el suelo de saliva. Tenía cuatro patas desnudas y musculosas con dedos como troncos y extremidades como árboles. Una cola negra se balancea de un lado a otro mientras se relamía los labios con los lobos que tenía delante. Se preparó para saltar y atacar, pero una flecha se clavó justo delante de ella, lo que la detuvo a instante.

—Es suficiente —exclamó H'aanit, con la cuerda del arco aún vibrante.

Se guardó su arma y se puso delante de los lobos, con Therion a su lado. Esta vio el cadáver de dos lobos que estaban bajo la ghisarma, y luego se giró hacia uno de los lobos vivos: estaba aterrado, y todo su cuerpo temblaba como un flan. Dedicó a H'aanit un aullido triste y flojo, refiriéndose a sus amigos muertos. La ghisarma gritó de impaciencia y los lobos escaparon del claro, desapareciendo entre la espesura.

—No te tengo miedo, bestia —afirmó H'aanit, con una voz fría que demostraba su enorme sangre fría. Miró a los ojos descolocados de la ghisarma e intentó ver a través de ellos, ver su alma, intentar entender por qué había hecho todas esas atrocidades.

—Es eso, ¿verdad? —continuó hablando—. Tuviste que abandonar tu hogar. Te venció una bestia más poderosa y llegaste hasta aquí en tu huida. Pero volcar tu ira y tu dolor en los débiles… ese es un pecado de hombres. Tu deber era adaptarte al bosque y permitir que encontrase tu lugar, pero en vez de eso, te arrancaste el corazón y lo reclamaste como propio.

H'aanit había acertado en todo. La ghisarma rugió de rabia y miró a los dos intrusos con odio y con hambre, preparándose para atacar.

—No has respetado los límites, bestia. ¡Seremos el instrumento que hará cumplir la sentencia del bosque! —y H'aanit sacó a relucir su hacha de combate mientras Therion desenvainaba su espada.

La ghisarma saltó y cayó con fuerza en el suelo, pero los dos héroes la esquivaron a tiempo. La bestia lanzaba arañazos pesados, pero lentos, por lo que Therion los esquivaba con facilidad mientras H'aanit hacía volar sus flechas desde una distancia prudencial.

Therion vio que la ghisarma alzaba las dos manos para intentar aplastarlo, pero él dio una voltereta hacia adelante y se puso justo detrás de donde impactaron las manos. Realizó un tajo lateral que hirió los brazos de la ghisarma y está los apartó rápidamente. Gritaba de dolor mientras gotas de sangre manchaban el suelo de un carmesí oscuro. Bajó la cabeza y se pudieron apreciar sus ojos rojos inyectados en ira. Con un rápido movimiento, Therion recibió un poderoso e inesperado impacto con la cola, lo que lo envió volando unos pocos metros y cayó al suelo, inconsciente.

—¡Therion! —gritó H'aanit, pero no era momento de despistarse.

La ghisarma dio una patada lateral a H'aanit que esta consiguió esquivar saltando, pero en el aire no pudo evitar la cola que antes había derribado a Therion y que la envió volando con él. Los dos están confundidos, doloridos y acorralados por la ghisarma, que se disponía a acabar con ellos, sacando unas garras negras que contrastan con la luz del sol. H'aanit intentaba moverse para llegar a la bolsa de Therion y coger una uva curativa, pero la costilla donde recibió el golpe se hizo notar y se queda quieta, impotente, esperando el golpe final.

«¿Qué diría Z'aanta?», pensó H'aanit. «¿Que su mejor aprendiz ha sido derrotada por un monstruo que está fuera de su territorio? ¿Que murió sin poder hacerle casi ninguna herida?».

Sus pensamientos fueron interrumpidos por un rugido diferente al de la ghisarma. H'aanit abrió los ojos, y Linde se interponía entre ella y el monstruo.

—¿L-Linde? —preguntó H'aanit, aunque sólo fuera porqué seguía confundida por el golpe. Linde miró de reojo a H'aanit. Sus ojos ardían. Eso es lo que tienen los animales: si eres su amigo, nunca, nunca te traicionarán, sea cual sea el peligro.

Y haciendo honor a aquella afirmación, Linde se abalanzó sobre la ghisarma y comenzó a atacar, apartándola de Therion y H'aanit. Esta aprovechó e intentó llegar una vez más a la bolsa de Therion, que seguía inconsciente, pero su costilla se lo impedía, por lo que solo podía mirar la feroz batalla entre su amiga y su enemigo. Este último contaba con un poder superior al de Linde, pero ella no desistía. Intentaba dar zarpazos mientras esquivaba los feroces ataques de su rival, que ahora se movía más rápido que antes. H'aanit sabía que Linde estaba en clara desventaja y que no podría ganar, pero su orgullo no le permitía dejar a su mejor amiga sola en batalla. Tenía que ayudarle, y en esa posición no podía hacer nada.

Pensando en su mejor amiga en peligro mortal, encontró unas fuerzas que no sabía que tenía e intentó una vez más agarrar la bolsa, con su costilla haciendo acto de presencia de nuevo. Pero apretó los dientes y, con un último estirón, consiguió meter la mano en la bolsa y agarrar un puñado de uvas curativas. Se las metió en la boca y las masticó todas a la vez, intentando que no se le cayeran al suelo. El dolor comenzó a desaparecer y entonces respiró, aliviada. Se levantó y cogió corriendo una aceituna de la vida de la bolsa de Therion y se la hizo tragar.

La aceituna de la vida era una fruta ideal para despertar a la gente inconsciente. Después de unos segundos, Therion se despertó gimiendo por el golpe que había recibido.

—Uh… ¿Qué ha pasado? —preguntó con un hilo de voz.

—Pues que la ghisarma casi nos mata a los dos —respondió H'aanit. Ella siempre había sabido mantener la sangre fría ante las situaciones difíciles. Era algo que aprendió de Z'aanta.

—Vaya, qué noticias tan alegres… ¿Hay alguna otra, como que S'warkii ha sido destruida y todos sus habitantes han muerto entre terrible sufrimiento? —comentó él.

—Esa no, aún. A menos que nos encarguemos de esa rata gigante.

—¿Quién se está encargando de ella ahora, por cierto?

—Linde, pero no creo que pueda mucho más. Hemos subestimado a esa cosa. Necesitamos un plan.

—¿Y se te ocurre alguno?

—Ahora mismo, ningu…

Un grito espantoso cortó la conversación, un grito lleno de dolor y angustia. H'aanit giró la cabeza y vio a Linde en el suelo, con un zarpazo en el lomo que teñía su pelo de rojo y dibujó en su rostro una mueca arrugada por el dolor. La ghisarma respiraba aceleradamente, con las uñas de la pata derecha mojadas en sangre.

A H'aanit se le quedó la mente en blanco. Lo único que podía ver era a Linde intentando moverse inútilmente, atada por el dolor, lo que empezó a generar un sentimiento de rabia dentro de la cazadora que hervía con violencia. Sus manos se cerraron en puños y su respiración se aceleró. Tenía la mirada fija en el monstruo que había herido a su mejor amiga, y nada más le importaba.

Gritó al cielo con fuerza y saca su hacha de batalla mientras corría rápidamente hacia su enemigo. La ghisarma alzó los brazos para intentar aplastarla, pero H'aanit saltó hacia atrás un segundo antes y de un hachazo cortó dos de los dedos de una pata de la ghisarma. Esta aparta rápidamente la mano y dejó escapar un chillido agudo que destrozó los tímpanos de Therion. Mientras, H'aanit sacó su arco y su cuerda estaba tan tensada que perfectamente podía romperse, pero se centró y gritó:

—¡Ave del trueno!

Disparó una fecha que silbó en el aire e impactó en el tórax de la ghisarma. Esta reanudó su chillido, pero más fuerte, tanto que los pájaros de todo el Bosque salieron volando de sus nidos.

Y un rayo con forma de águila cayó encima del monstruo, haciéndolo temblar como si estuviera sufriendo un terremoto por todo su cuerpo.

El tamaño de la gisharma era demasiado grande como para que esa descarga acabara con ella, pero de repente tenía miedo. Mucho miedo. ¿Quién…? No, ¿qué era aquella criatura? Los humanos no podían ser capaces de tanto, no. Era imposible.

Dio media vuelta y se dirigía otra vez hacia la cuesta de la que había salido, pero alzó la vista y Therion estaba en la cima con una espada en mano.

—¿A dónde te crees que vas? —le preguntó con una ceja alzada.

La ghisarma estaba aterrada y confundida. ¿Una chica que antes no le había hecho nada saca unas fuerzas de la nada, le corta dos dedos, la electrocuta con una flecha y la acorralan en segundos?

No. Era demasiado orgullosa y tenía demasiada rabia acumulada. Ya la habían echado de su casa, ¿y ahora la iban a echar también de ahí?

No. Se giró hacia H'aanit y, con los ojos clavados en ella, sacó sus últimas fuerzas y saltó, preparada para aplastarla, aunque eso fuese lo último que hiciera. H'aanit sacó una flecha a la velocidad del rayo y apuntó hacia la ghisarma.

—¡Sal de ahí! —le gritó Therion. 

Ella no escuchaba. Alzó el arco hacia la ghisarma y, con la mano firme como el hierro, disparó.

La ghisarma dejó de gritar. H'aanit se quedó quieta en su sitio con el arco en mano, viendo como la ghisarma se desplomaba en el suelo y se deslizaba hasta frenar justo a sus pies, con la mirada perdida. Al cabo de unos segundos, H'aanit se arrodilló despacio y le tomó el pulso. Estaba muerta.

Inmediatamente después de eso, soltó el arco y corrió a por Linde, que respiraba con pesadez.

—¡Linde, aguanta, soy yo! No pasa nada, ya ha acabado, ya estoy aquí —levantó la vista hacia Therion—. ¡Therion, las uvas! ¡Ya!

Este bajó la cuesta tan rápido como pudo y corrió hacia Linde. Sacó las últimas uvas que le quedaban y H'aanit las puso en la boca de su compañera. Linde se las tragó con dificultad. Mientras, H'aanit estaba pendiente de cualquier reacción que pudiera tener Linde, pero no pasó nada. Las heridas no cicatrizaban, y Linde se apagaba cada vez más rápido.

—¡¿Qué pasa?! —exclamó ella, estresada.

—Esas uvas no parecían ser suficientes para curar una herida tan grande —respondió Therion con pesar.

—¡No, me niego! ¡Seguro que hay otra forma! ¡No voy a abandonarla!

Therion veía como H'aanit abrazaba a Linde mientras esta luchaba por respirar. Una cazadora llorando por su mejor amiga. La incapacidad le destrozaba por dentro, y no podía hacer otra cosa que susurrarle cosas esperanzadoras al oído y esperar el momento inevitable, que le desgarraba el alma de maneras que ninguna herida física podría imitar. Therion pensó y, en un momento de iluminación, buscó en su bolsillo y sacó una uva, la cual tenía un aspecto diferente a las de la bolsa: era un poco más grande y morada que las demás. Se la metió en la boca a Linde y se la hizo tragar, cosa que H'aanit no impidió, pero que sí observó, expectante y con la cara inundada de lágrimas.

A los pocos segundos, por arte de magia, la herida se cicatrizó y Linde respiró con normalidad. H'aanit levantó la cabeza y observó atónita el milagro que acababa de ocurrir.

—Pero… —Estaba atónita. Genuinamente, no sabía qué decir.

—Era una uva curativa M —explicó Therion mientras relajaba su postura y se sentaba en el suelo—. Se la robé a un boticario fanfarrón que no paraba de alardear de sus medicinas. Estas son menos comunes que las uvas curativas normales, pero la diferencia de curación es astronómica. La guardaba para casos de emergencia. No esperaba usarla tan temprano, pero evidentemente, ella la necesitaba más que yo.

Linde se levantó y se lanzó encima de Therion a una velocidad fulminante, y comenzó a darle lametazos en la cara como si fuera una chuleta recién cocinada. Era consciente de lo que acababa de hacer Therion, y necesitaba agradecérselo.

—¡Ya vale, Linde! ¡Ya es suficiente! —exclamó Therion, intentando inútilmente apartar a Linde de encima suyo.

H'aanit logró bajar a Linde y empezó a acariciarla, besarla y abrazarla como si la viera por primera vez en mucho tiempo.

—¡Amiga mía! ¡Qué alegría que estés bien! —miró a Therion sin dejar de acariciar a la loba, y con rastros de lágrimas aun surcando sus mejillas—. No tienes ni idea de lo que acabas de hacer. Mi agradecimiento… no tengo palabras para definirlo. Gracias. Gracias de todo corazón.

Therion se sonrojó un poco, pero rápidamente apartó la mirada.

—… no es nada —musitó.

Empezó a levantarse, pero algo destelló en su mano, llamando la atención de H'aanit. Esta se fijó, y vio una pulsera metálica que colgaba de la muñeca derecha de Therion, el cual se apresuró a tapar bajo el poncho. El rubor había desaparecido de su rostro, y ahora era solo una máscara fría que intentaba desesperadamente ocultar sus emociones. Pero H'aanit había podido ver a través de ella durante un breve segundo.

—Therion… —preguntó, despacio—. ¿Qué es eso que llevas en el brazo?

Therion tardó un rato en contestar, y seguía sin mirar a H'aanit.

—… ¿Te acuerdas de que antes te he dicho que me quitaron algo muy importante en la casa en la que entré a robar?

—Sí.

—Pues me quitaron mi libertad —respondió, aun eludiendo el contacto visual—. Y esta pulsera es la marca de ello. A los ojos de cualquiera de mi gremio, soy una vergüenza, y solo me libraré de esta lacra cuando haya recuperado esas dichosas piedras de las narices.

H'aanit no respondió ni asintió, pues sabía que ninguna promesa vaga de esperanza aliviaría la carga de Therion. En vez de eso, se limpió la cara con el dorso de la mano, se acercó al ladrón, le puso una mano en el hombro y le dijo:

—Therion, te prometo que te ayudaré a salir de esta. Tienes mi palabra, por el honor del clan de los Forestanegra. Te ayudaré a completar tu viaje, cueste lo que cueste.

Therion al fin devolvió la mirada a H'aanit, y la máscara de frialdad se resquebrajó levemente, dejando ver unos ojos agradecidos y una media sonrisa que duraron apenas unos segundos.

—Gracias —murmuró este, volviendo a apartar la mirada.

H'aanit asintió, sonriente, y luego dirigió su mirada hacia el cadáver de la ghisarma. Se levantó y se acercó a esta.

—Tu sacrificio no será en vano —recitó en voz alta—, puesto que alimentará a otros. Formas parte del bosque, y en el bosque, nada se desaprovecha.

Se giró y caminó hacia la salida del claro.

—¡Venid, amigos míos! ¡Esta vida os pertenece!

De detrás de los árboles asomaron los lobos que la gisharma casi se comía antes. Al verla muerta, se acercaron, y cada vez más lobos salieron para comérsela.

—Nuestro trabajo ha acabado, Therion —sentenció H'aanit—. Vayámonos.

Therion se levantó y se secó la cara con el poncho. Siguió a H'aanit y tomaron el camino de vuelta a S'warkii.

—… ¿Después de todo lo que ha pasado, esos lobos se van a comer a esa cosa? ¿Como si nada hubiera pasado? —preguntó Therion.

—Los animales que comen hierba son el alimento de los animales que comen carne, y los comedores de carne son el alimento de los más fuertes —explicó H'aanit—. Y cuando el más fuerte muere, su vida regresa al bosque. Su sangre alimenta el suelo y la hierba, su sangre se vuelve sabia y sus huesos madera. Se convierte en comida para los comedores de plantas, y así, el círculo se reinicia. Vidas entrelazadas, un tapiz que se vuelve a tejer cada día. Cada hilo forma parte del todo. Eso me enseñó mi maestro Z'aanta. Pero ahora la cacería se ha acabado, es hora de atender a los caídos.

Se quedaron callados todo el trayecto de vuelta. Ambos aventureros tenían demasiadas emociones que procesar, y no necesitaban palabras en esos instantes. Y así aguantaron hasta que regresaron con los cadáveres de los mercaderes y de los lobos. Ahí les espera el heraldo de lord Ciaran, el hombre con el que había hablado H'aanit en la casa del anciano.

—¿Qué tal ha ido la cacería? —pregunta el heraldo.

—La bestia no volverá a ser un problema. ¿Y esas tumbas? —preguntó H'aanit

—Las excavé mientras aguardaba tu regreso. He metido a los guardias dentro.

—Te lo agradezco, pero tengo una petición: deja a los animales —H'aanit los señaló—. Deja que el bosque los recicle. Es el mejor funeral para ellos.

El heraldo asintió.

—Como desees —y le dedicó con una leve reverencia.

Therion, H'aanit y Linde regresaron inmediatamente a S'warkii. Nada más llegar, un lobo de piel gris corrió directamente hacia ellos. H'aanit lo reconoció al instante.

—¡Hägen! —exclamó esta—. ¡Has vuelto!

Hägen, pero, se detuvo ante H'aanit y comenzó a ladrar enloquecido. Esta se quedó confusa. ¿Por qué estaba Hägen tan alterado? ¿Qué le intentaba decir? Levantó la vista, y se dio cuenta de que no veía a Z'aanta por ningún lado.

—¿Dónde está el maestro? —le preguntó a Hägen—. ¡¿Le ha pasado algo?!

Hägen aullaba con fuerza y no paraba de ladrar de un lado a otro. H'aanit le miró a los ojos.

—Está confundido… y asustado —advirtió H'aanit—. Has venido corriendo, ¿verdad? Y el maestro… ¿necesita mi ayuda?

Hägen seguía aullando y ladrando, sin conseguir relajarse. H'aanit se le acercó y le acarició con suavidad.

—No pasa nada… Tranquilo, chico.

Hägen consiguió relajarse al cabo de poco y se queda quieto, jadeando por el esfuerzo.

—Eso es, eso es. Buen chico.

—Tu maestro tiene problemas, es evidente —comentó Therion.

—Debo encontrarlo cuanto antes —dijo H'aanit—. Si le pasara algo… —Miró al lobo a los ojos—. Hägen, ¿podrías llevarnos hasta él?

Este asintió, cansado.

—No sé qué le habrá pasado, Hägen, pero iremos a rescatarle. ¿Te parece bien, Therion?

Este asintió con la cabeza. Antes, pero, se detuvieron en la tienda a comprar uvas curativas a mansalva y decidieron partir al día siguiente. Therion pasó la noche en la posada mientras H'aanit descansaba en su casa, sin pegar ojo.

Un lobo que volvía sin su amo era siempre una mala señal, se mirara como se mirara. Y las miles de posibilidades no cesaron en acechar su mente, la cual aún tenía las emociones de lo que había sucedido durante el combate de la ghisarma a flor de piel.

Therion tampoco durmió esa noche.

Al amanecer, desayunaron en casa de H'aanit un conejo del día anterior y se dirigían hacia la salida de S'warkii con todo listo para el viaje, cuando una voz les detuvo.

—¿Así que vais en busca de Z'aanta?

H'aanit y Therion se giraron y vieron al anciano del pueblo caminaba hacia ellos, acompañado de un cazador veterano y de la niña que avisó a H'aanit de que el anciano la había llamado.

—Hägen ha vuelto buscando ayuda —explicó H'aanit—. En su carta, decía que se dirigía a Petrófico, así que podemos comenzar por ahí la búsqueda.

—Esperemos que todo se reduzca a que no pudo pagarle al posadero por culpa de una mala apuesta —dijo el cazador—. Pero si Hägen ha venido hasta aquí desde tan lejos… No puedo evitar pensar en lo peor.

H'aanit asintió. Pensaba lo mismo.

—Ten cuidado, cazadora H'aanit —le pidió la niña.

—Lo tendré —contestó ella con una sonrisa

El anciano levantó un dedo.

—Y recuerda: nada de tonterías. Haz lo que dice Z'aanta, pero no lo que hace.

—Gracias, no hace falta que os preocupéis por nosotros —les aseguró H'aanit.

Y así, la cazadora, junto con un ladrón y dos lobos como compañía, inició su viaje.

Su maestro había desaparecido durante la cacería del malvado Ojos Rojos. Ahora le tocaba a ella encontrarlo y llevarlo de vuelta a casa.

¿Qué le depararía el destino a lo largo de su viaje?

Solo los dioses lo sabían…

Chapter 6: La tercera historia: Ophilia, La Clériga (I)

Summary:

El punto de partida: Por el maestro.

Notes:

Publicado el 10 de abril de 2019.
Reescrito el 17 de marzo de 2025.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

H'aanit y Therion salieron de S'warkii y comenzaron su viaje juntos. Se habían preparado a conciencia, sabiendo que el camino no sería fácil y que tendrían que afrontar muchos peligros. Therion era un maestro ladrón, y H'aanit una maestra cazadora. No eran el dúo más prometedor, pero era mucho mejor que ir solos por el mundo.

Tomaron la derecha en la Senda septentrional de S'warkii y se dirigieron a la salida oriental del Bosque, en dirección a las Llanuras occidentales de Sacrolumia, en la región de las Tierras Nevadas. El nombre era muy representativo de su aspecto, algo que Therion no tardó en confirmar nada más salió del Bosque:

Se le quedó la boca completamente abierta nada más ver la enorme capa de nueve que cubría el paisaje y más allá de lo que la vista le permitía apreciar. Todo relucía de blanco, incluso los modestos copos que caía perpetuamente del cielo y llenaba la tierra de una belleza única y pura.

Therion se giró hacia H'aanit, y esta también estaba boquiabierta. Vivía al lado de las Tierras Nevadas, así que no era la primera vez que veía la nieve, pero no la tenía lo suficientemente familiarizada como para no maravillarse cada vez que la veía.

Parecían haber entrado en un mundo nuevo… lo cual también implicaba nuevos peligros. Therion no tardó a subirse la bufanda hasta la nariz y escondió los brazos dentro del poncho. H'aanit, desgraciadamente, no había cogido ropa de abrigo adecuada para esas temperaturas, por lo que cruzó los brazos e intentó abrigarse con la bufanda de piel de su cuello. Linde, por su parte, era un leopardo de las nieves, por lo que estar rodeado de nieve era como volver a casa para él. Hägen disfrutaba jugando con Linde mientras Therion y H'aanit se pelaban de frío.

—¡Qué frío, maldición! —exclamó H'aanit.

—Si sabías que teníamos que pasar por aquí, ¿por qué no has cogido un abrigo? —preguntó Therion.

—Yo te podría hacer la misma pregunta.

Therion se encogió de hombros.

—Yo no me quejo, por lo menos. Si tienes frío, coge una piedra de alma de fuego y póntela dentro de la ropa.

—Me quemaré si la tengo encima mucho tiempo.

—¿Prefieres eso o coger una hipotermia?

H'aanit no respondió. Cogió una piedra de alma de fuego y se la metió debajo de su camisa de piel. Notó el cambio de temperatura casi al instante, al igual que lo incómoda que era. Era un objeto irregular, a veces incluso puntiagudo. Y no solo eso, la dichosa ardía de narices, por lo que tenía que ir cambiándola de posición para poco rato para evitar quemaduras o lesiones.

Ambos viajeros caminaban por el sendero a penas visible por la capa de nieve que cubría el suelo, pero podía seguirse gracias a las indicaciones que se iban encontrando. Se detenían cada cierto tiempo para resguardarse, durante el cual apenas hablaban. H'aanit se creía estoica hasta cierto punto, pero lo de Therion le parecía pasarse: el tío apenas reaccionaba al frío más allá de temblar, mantenía siempre una cierta distancia con ella y no parecía estar dispuesto a charlar de nada. H'aanit entendía que podía ser desconfiado (era un ladrón, al fin y al cabo), y había notado durante su cacería en Bosquesusurro que no hablaba a menos que H'aanit le diera conversación… pero ella pensaba que, justamente luego de lo que habían vivido y de que este le confiara el motivo de su viaje, este se abriría un poco más.

Aunque se adjudicó una pequeña victoria cuando lo descubrió poniéndose una piedra de alma de fuego bajo la ropa, en un momento que este pensaba que H'aanit no miraba. Ella sonrió para sus adentros.

Al cabo de unas horas, consiguieron llegar a las Llanuras septentrionales de Sacrolumia. Algunos podrían alegrarse por ese progreso, pero para Therion y H'aanit era difícil hacerlo cuando estaban medio congelado; las piedras se les habían gastado hacía poco rato, y no les quedaban más. Ahora tenían más frío que al principio, y tendrían que soportarlo hasta llegar a la ciudad. Era demasiado tarde para dar vuelta atrás, probablemente morirían.

H'aanit levantó la vista y observó el cielo.

—Se acerca una tormenta… —musitó en voz baja, sintiendo los labios doloridos y cortados.

—¿Queda mucho para Sacrolumia? —preguntó Therion con evidente prisa en el tono.

—No lo sé. Hemos dejado las indicaciones atrás hace bastante. Sospecho que estamos a medio camino, pero no puedo asegurar nada.

Therion se quedó callado y apretó el paso, lo que H'aanit imitó. El viento les daba de cara, la nieve se acumulaba encima de su ropa y les entraba por todos los agujeros que encontraba, entorpeciéndolos cada vez más. Era un infierno para ellos. Un infierno helado.

Siguieron caminando, pero ninguno de los dos lo hacía hacia ningún lugar en concreto. Simplemente seguían los pocos postes ocasionales que marcaban el camino a seguir, reduciendo sus pensamientos a seguir adelante y no quedarse dormidos, pues sabían que, si lo hacían, nunca más volverían a despertarse. Linde y Hägen, lejos de estar cansados, ponían atención a cualquier sonido que pudiera producirse a su alrededor.

Siguieron caminando, con la cabeza acachada y el brazo a modo de escudo para la nieve que volaba directa hacia ellos. H'aanit no podía pensar en nada más que en lo que ansiaba un poco de calor, pero un pensamiento atravesó su mente de pronto, como una iluminación divina.

Hacía mucho que no se topaban con monstruos. De hecho, no se habían encontrado ninguno desde que habían llegado aquí.

Un frío mucho más poderoso que el del eterno invierno le hizo tiritar el alma. El frío del genuino terror.

De pronto, el viento se detuvo en seco. Nuestros dos viajeros se detuvieron también y levantaron la vista por encima del brazo. Los copos de nieve ahora descendían suavemente en vertical, y no directos hacia su cara helada y sus labios cortados como pinchos endemoniados. Se miraron el uno al otro. Therion estaba demasiado cansado y congelado como para mostrar alegría alguna, pero tuvo la suficiente para fruncir el ceño ante la cara de preocupación de H'aanit.

Linde y Hägen se enderezaron de golpe y levantaron las orejas. Algo había llamado su atención. Volvieron la cabeza hacia atrás y nuestros héroes, lentamente, los imitaron.

Un muro gigante y opaco de viento helado se dirigía como una ola rabiosa directa hacia ellos, levantando nieve y piedras a su paso. Era como si la Muerte hubiese levantado un ejército de hielo para que acabara con ellos.

H'aanit volvió la cabeza hacia Therion.

¡Corre!

Therion no se lo pensó dos veces. Ambos comenzaron a correr como si la vida le fuera en ello. Bueno, en ese caso, era literal. Linde cabalgaba recto como una flecha junto a Hägen, marcando el camino a seguir mientras iban mirando hacia atrás de vez en cuando. H'aanit y Therion corrían desesperados, con el aire helado cortando su cuello y sus piernas entumecidas por el frío. El cansancio les ralentizaba, pero echar la vista atrás era suficiente estímulo para que volvieran a acelerar.

Sus objetivos, el porqué del viaje, sus recuerdos, su mente… Todo estaba en blanco y su corazón, presa del terror, les obligaba a no desfallecer, aunque cada paso que dieran se sintiese como una losa de plomo que caía sobre ellos. Estaban tan agotados que, si se detenían por el motivo que fuera, sabían que no podrían escapar de su fin. Serían completamente incapaces de retomar el ritmo que llevaban en ese momento… aunque tampoco tendrían tiempo de comprobarlo.

Therion, que tenía la vista fija en el frente para evitar perder la concentración, vio algo en la lejanía. Al principio pensó que era el reflejo de la luz del sol, pero rápidamente se definió como una antorcha que brillaba a lo lejos.

—¡Ahí! —gritó, aunque al hacerlo sintió que mil cuchillos bajaban por su garganta, directos hacia sus pulmones. Apretó los dientes para soportar el dolor y se maldijo a sí mismo.

Llegaron a la antorcha, y un camino de piedra apareció ante ellos como caído del cielo. Lo cogieron sin dudarlo, con la Muerte más cerca que nunca. El camino rápidamente culminó en unas escaleras también de piedra custodiadas por muchas más antorchas que se alzaban hacia la cima de la colina. En realidad eran muy pocas, pero para ellos, era un mundo.

Sin atreverse a volver la vista atrás por temor a morir, empezaron a subirlas de dos en dos a la máxima velocidad que les permitían sus doloridos músculos. Podían sentir el gélido aliento de la Muerte en sus cogotes, lo que les obligó a dar un último esfuerzo que acompañaron de un grito tan puro y salvaje que podría haberse confundido perfectamente con el de un animal. 

Al llegar a la cima, como un ángel salvador, una mujer les observaba desde una puerta abierta.

—¡Entrad! —les gritó, haciendo gestos con la mano para que se dieran prisa.

Con Linde y Hägen por delante y sin detenerse en ningún momento, se lanzaron hacia la mujer con un ansia desesperada. Como si se fuera a escapar. Se acercaron lo suficiente y saltaron hacia la luz.

La mujer la cerró un instante después, justo cuando el viento la golpeó con tanta fuerza que la mujer temió por un segundo que fuera a arrancarla. Casi parecía… como si estuviera enfadado, como un animal salvaje al que le arrebatan la presa. ¿Qué clase de tormenta era esa?

La mujer suspiró y se giró hacia los recién llegados.

—¿Estáis bien? —preguntó—. ¿En qué estabais…

Se calló. No la oían; se habían desmayado nada más tocar el suelo. Los lobos gemían de preocupación mientras les daban lametones y los empujaban con el morro y las patas.

 


 

Therion se despertó con una sacudida. Se incorporó de pronto, lo que le provocó un poderoso dolor de cabeza que casi lo tumbó y le arrancó un grito leve pero fuerte. Resistió. Soltó un débil gemido de incordio y sacó la mano de debajo de la sábana para apoyarse la frente con ella.

De repente, se dio cuenta: estaba tapado con una sábana.

Estaba agarrotado, confundido y dolorido, por lo que no se había dado cuenta al instante, pero estaba dentro de una cama mullida y pequeña, con un pequeño farol en la mesita de noche que teñía la habitación con la cálida y débil luz de una pequeña llama. Fuera era noche cerrada, aunque la calle estaba iluminada por antorchas.

A medida que se iba despertando, empezó a recordar: su carrera por la nieve, la persecución contra la Muerte, el aire frío cortando sus pulmones, el cansancio, el sentimiento de no desfallecer… 

Se quedó temblando en la cama, aunque ya no hacía casi nada de frío.

Al cabo de poco, una mujer mayor entró por la puerta de la habitación.

—Buenos días —saludó esta con una dulce sonrisa—. ¿Qué tal estás?

Therion se quedó mirando a la desconocida, analizando si suponía una amenaza o no: era una señora de sesenta años más o menos, con un largo camisón azul celeste con bordados blancos, el pelo dorado y corto con unas pocas canas y sin ningún tipo de joyería. Su cara ya tenía algunas arrugas típicas de la edad, pero su sonrisa era enormemente dulce y amable. Therion se relajó.

Espera. ¿Cómo estaba? No había pensado en eso aún. Se palpó el pecho y las piernas, las cuales seguían bajo las sábanas. Aparte del dolor de cabeza y la molestia general de su cuerpo… no parecía que tuviera nada roto.

—Bueno… bien. O eso creo —respondió, con la voz algo áspera. Sí, el frío le había hecho daño en el cuello.

La mujer asintió sin perder la sonrisa.

—Has estado durmiendo durante más de doce horas —le informó—. Si no llega a ser por el grito que hicisteis, seguramente habrías muerto en las calles de Sacrolumia.

Therion se sorprendió.

—¿Estamos en Sacrolumia?

—Sí, en mi posada —confirmó la mujer—. Tenéis suerte, eso seguro, y una resistencia a prueba de hielo. Muchos habrían muerto en vuestro lugar.

El pensamiento atravesó la mente de Therion como un rayo fugaz.

—¿Y H'aanit? —preguntó de sopetón.

—Tranquilo, ella también está bien —le tranquilizó la posadera—. Sigue dormida, pero respira. Los lobos que trajisteis con vosotros llevan vigilando su puerta toda la noche. Ven a comer algo, debes de estar hambriento.

De repente, Therion sintió un hambre atroz que le atravesó el estómago como si fuera una lanza. Se intentó levantar, pero se dio cuenta de que estaba desnudo bajo las mantas. Y fuera de ellas. Las subió de inmediato.

—¿Y mi ropa? —preguntó a la posadera, intentando disimular la cara colorada.

—En una silla a tu izquierda —respondió esta, señalándola—. Te la he quitado para lavar, estaban empapadas. Si quieres, te puedo decir dónde comprar ropa nueva; eso solo son harapos viejos y desgastados.

—Me valen así, muchas gracias.

La mujer se encogió de hombros y cerró la puerta despacio. Therion esperó a que se hiciera el silencio, y al cabo de unos instantes, suspiró y empezó a levantarse lentamente de la cama, lo que le encendió varios puntos de dolor por todo su cuerpo, más de los que esperaba. Apretó los dientes, obligándose a moverse. El ambiente era frío, pero ni por asomo se acercaba a lo que sintió de camino hacia ahí, lo que agradeció. Probó a poner los pies en el suelo; los notó torpes y doloridos, así que luego de mentalizarse, avanzó hacia la silla apoyándose en los muebles y en las paredes.

Se vistió con calma, no corría prisa; tampoco podía darse mucha, aunque al menos sus brazos estaban mejor que sus piernas. Pero al tener de vuelta su ropa, limpia y seca y sin rastro de nieve o hielo, le inundó una sensación de calidez y comodidad que abrazó en silencio.

Salió de la habitación poco después y se dirigió hacia un pequeño comedor, donde la señora le esperaba con una taza de sopa caliente y un trozo de carne. Therion se sentó con calma, pero no tardó en comenzar a devorar los alimentos como un lobo salvaje. Acabó con la comida en menos de diez minutos y soltó un largo suspiro mientras se agarraba la barriga con una mano. 

Tenía los músculos doloridos y rígidos por la exposición prolongada al frío, escalofríos, agotamiento general por el esfuerzo de toda la caminata y la carrera posterior, los labios cortados y una sensación de ardor en la cara y las extremidades… pero al menos su barriga estaba contenta.

—¿Qué te ha traído aquí? —preguntó la mujer, que había permanecido en silencio hasta entonces.

—No morir congelado —respondió él, aun disfrutando de tener el estómago satisfecho.

—Me refiero al porqué de tu viaje —insistió la mujer—. ¿Por qué habéis atravesado toda la región de las Tierras Nevadas a pie? ¿Qué objetivo tenéis en el horizonte?

Therion se lo pensó. Por supuesto, decirle que era un ladrón que iba a robar una piedra robada no era una opción viable. Decidió usar una excusa más o menos creíble, sin entrar demasiado en detalles.

—Somos hermanos —improvisó—. Viajamos a Sacrolumia para ver a nuestros padres después de estar unos años en S'warkii, aprendiendo a cazar. Mi hermana desarrolló sus habilidades sin problemas, pero yo no estoy hecho para cazar, por lo que me quedé ahí para hacerle compañía.

La señora se lo quedó mirando con atención, lo que incomodó a Therion. Sus ojos eran inexpresivos y estaban clavados en él, lo que le ponía nervioso, e intentó aguantarle la mirada de forma inexpresiva.

La señora esbozó una sonrisa de compasión.

—Vaya, no lo sabía —dijo al fin—. Es una pena que viniera esa tormenta justo cuando vosotros os encaminabais hasta aquí —Levantó la vista de pronto—. ¿Qué les pasa a vuestras mascotas?

Therion se giró y descubrió a Linde y a Hägen arañando la puerta de la habitación de H'aanit.

—Tu hermana ya habrá despertado —adivinó la posadera, y caminó hacia la puerta. La abrió para dejar pasar a los lobos, los cuales saltaron encima de la cama y comenzaron a lamer a H'aanit, que aún seguía estirada bajo las mantas.

—¡Hola, Linde! ¡Hägen! —exclamó mientras sacaba los brazos de debajo de las sábanas para acariciar a los lobos. Su voz también sonaba algo áspera, como la de Therion—. ¡Estáis bien!

Se giró hacia la puerta y vio a la posadera junto a Therion, el cual acababa de aparecer.

—¿Dónde estamos? —preguntó H'aanit.

—En la posada de Sacrolumia —respondió la posadera—. ¿Te encuentras bien?

—Sí… eso creo…

—Perfecto. Come primero y luego te explicamos todo —y volvió hacia la cocina. Therion se quedó allí, mirándola desde la puerta.

—¿Estás bien? —preguntó.

H'aanit frunció el ceño.

—La señora me acaba de preguntar lo mismo —respondió ella.

Therion se tensó un poco.

—Bueno… es lo que se ha de decir por educación en estos casos, ¿no? —replicó él.

Un breve momento de silencio.

—Espera… ¿estás intentando ocultar que te has preocupado por mí? —preguntó H'aanit.

—¿Y qué pasaría si fuera así?

—Pues que te lo agradecería.

—De nada.

H'aanit no pudo reprimir una leve sonrisa. Giró la cabeza, y localizó la silla sobre la que descansaba su ropa.

—¿Te importaría? —preguntó—. He de vestirme.

—¿Mm? —Therion esbozó una leve sonrisita pícara—. Oh, ¿acaso quieres que te ayude?

H'aanit se puso toda roja de golpe.

—¡No! ¡Me refiero a si puedes irte!

—Ah, eso también puedo hacerlo —contestó Therion mientras mantenía la sonrisita—. Bueno, si me necesitas, llámame.

Y se fue, cerrando la puerta lentamente tras de sí.

H'aanit esperó un momento para procesar aquello último. Luego, apartó a los lobos de encima suyo, levantó las sábanas y se miró el cuerpo para comprobar que no tenía alguna herida, pero solo encontró cansancio, agarrotamiento, dolor y sueño. Suspiró, se levantó poco a poco, sin prisas y con cuidado, y comenzó a vestirse.

Mientras, le vino a la cabeza el comentario de Therion. ¿Lo había dicho en serio, o solo fue para esconder el hecho que se había preocupado por ella?

«Je».

Al acabar, se colgó el arco y el carcaj de flechas, se puso el hacha en la cintura y salió de la habitación directa al comedor. Ahí vio a Therion y a la señora hablando entre ellos, con un bol de sopa y un trozo de carne esperándola encima de la mesa, lo que le despertó un hambre descomunal. Devoró la comida incluso más rápida que Therion, y soltó un suspiro de satisfacción al acabar.

—Bueno, ¿y donde viven vuestros padres? —preguntó la señora.

H'aanit se quedó confundida. Estaba a punto de responder, pero Therion le puso la mano en el muslo. H'aanit se giró hacia él y este le miró fijamente a los ojos. Lo entendió casi de inmediato.

—Ah, bueno… pues… —se comenzó a poner muy nerviosa y a tocarse las trenzas con "técnicamente" disimulo—. Unas casas más adelante…

La señora asintió, y tardó un poco en responder.

—Claro… ¿y cómo se llaman?

H'aanit se puso aún más nerviosa. Hablar nunca se le había dado bien, y menos aún mentir.

—Pues… Maira y Guzmán. Tienen 41 y 39, respectivamente.

—Vale… ¿Y cómo son? —insistió la señora.

H'aanit estaba a punto de venirse abajo. Miró a Therion, buscando con la mirada algún tipo de salvación, pero solo vio unos ojos fríos y fijos en ella. No tenía otra opción, debía seguir.

—Pues… Guz… o sea, padre, tiene el pelo negro y corto, cara ovalada, ojos azules… y una cicatriz en la… mejilla derecha. Madre tiene el pelo rubio y largo, ojos marrones y la cara un poco…

H'aanit se calló, intimidada por la señora de la posada, que no apartaba la vista de ella, con esos ojos abiertos y que parecía que le penetraban hasta el alma. La cazadora estaba comenzando a sudar, con Therion aun conservando su cara de póquer.

Al final, sin apartar la vista, la posadera dijo:

—Escuchadme bien. Tengo sesenta y seis años y conozco a todos los habitantes de este pueblo. ¿De verdad pensabais que una mentira como esa colaría conmigo?

H'aanit se inclinó hacia atrás, sorprendida, mientras Therion abría los ojos como platos.

—Tranquilos —dijo la señora mientras levantaba la mano—, no os voy a hacer nada ni voy a contar esto a nadie. La Llama Sagrada sabrá los motivos por los que me habéis mentido, pero a mí no me incumben. Además, sé que sois buenos de corazón.

Therion frunció el ceño.

—¿Como está tan segura? —preguntó. H'aanit le dedicó una mirada acusativa; no se pregunta eso a alguien que te está perdonando de haberle mentido a la cara.

La señora, pero, no se inmutó.

—La experiencia, hijo —respondió—. He acogido en esta posada a miles de personas y he oído el triple de historias. Tarde o temprano, acabas sabiendo diferenciar las que son falsas de las verdaderas, y a notar a los impuros de corazón de los puros. Y ahora, debéis continuar con vuestro viaje.

Therion y H'aanit, atónitos y sorprendidos, se levantaron y dieron las gracias a la señora. H'aanit se empeñó en pagar por la estancia, pero la posadera rechazó el dinero. Les dijo donde conseguir ropa de abrigo y se despidió mientras les abría la puerta al exterior.

Ambos salieron a las calles nocturnas de Sacrolumia.

—Adiós, y que la luz de la Llama Sagrada os ilumine —les bendijo la señora antes de cerrarla con delicadeza.

—… qué señora más amable… —comentó H'aanit.

 —Bueno, viniendo de un habitante de un pueblo tan religioso como Sacrolumia, es lógico que nos haya tratado tan bien —respondió Therion.

—Puede ser. Pero vayamos a por ropa de abrigo, rápido. El frío ya no me gusta.

—¿Es que antes te gustaba?

—Antes pensaba que, si hacía frío, había nieve, y que eso solo podía ser bueno. Ahora sé que no.

Ambos anduvieron despacio hacia la tienda más cercana, que por suerte estaba allí al lado. Aún sentían el cuerpo castigado, pero no sentían ni la mitad del frío que sufrieron el día anterior.

Luego de un rato, salieron con un par de abrigos de piel por un buen precio. H'aanit sabía de animales, pieles y sus cualidades, por lo que eligieron las que de verdad abrigaban más, y no las que les recomendaba el dependiente, que casualmente, eran las más caras. Con sus nuevos abrigos y sin prisa alguna por proseguir su viaje, recorrieron las animadas calles de Sacrolumia, llenas de gente, nieve, antorchas y un ambiente tan optimista como calmado. Admiraron las casas de las diferentes calles por las que pasaban, con las luces encendidas y recubiertas de blanco, lo que les daba un cálido aspecto navideño. Desde un cruce, al final de la calle, se podía divisar la Catedral de Sacrolumia, una de las iglesias más grandes e importantes de toda Orsterra. Los dos la observaban impresionados.

—Increíble —murmuró H'aanit—. ¿Como puede el hombre haber construido algo tan grande y maravilloso?

—… la verdad, te lo voy a conceder —comentó Therion—. Es espectacular.

H'aanit le miró de reojo.

—Solo te conozco de hace dos días, pero no te creía tan hablador como lo estás siendo hoy.

Therion le devolvió la mirada.

—No te acostumbres.

Unos pasos rápidos que se dirigían hacia ellos los alertaron. Giraron la cabeza y vieron a una chica corriendo desesperadamente. Era alta, rubia, con el pelo largo hasta los hombros y un vestido blanco con detalles dorados que le llegaba hasta los tobillos, dejando a la vista unas largas botas negras. Tras de sí, ondeaba una capa blanca con capucha que se sujetaba a su cuello con una pequeña baratija dorada, y tenía las manos protegidas con unos guantes marrones, igual que sus ojos. El pelo se le revolvía mientras corría y se le pegaba a la cara, pero no parecía importarle. Al pasar cerca de nuestros protagonistas, gritó:

—¡Lianna, espera! Yo… ¡Yo llevaré a cabo el Prendimiento por ti!

Siguió hacia el final de la calle y giró a la izquierda para entrar en un camino de tierra, donde desapareció de sus vistas.

—¿Qué le pasará a esa chica? —preguntó Therion.

—Se llama Ophilia, y es clériga —respondió una voz detrás de ellos.

Therion y H'aanit se giraron, sorprendidos. El hombre que les había hablado era alto, de dos metros de altura. Llevaba una enorme sotana blanca con enormes grabados dorados, digna de un arzobispo o un cardenal, que fregaba contra el suelo de lo larga que era. Tenía el pelo de un color rosa pálido y largo hasta la cintura, ondeando plácidamente a un viento que solo parecía que le afectara a él. Una extraña corona le tapaba los ojos, y con la mano derecha se apoyaba en un bastón negro como la noche mientras que con la izquierda sujetaba un candil apagado.

—Esa chica dedica su vida al servicio de la Llama, en el interior de los gruesos muros de la catedral de Sacrolumia —prosiguió el hombre. Por la voz, no debía pasar de los cuarenta años, y hablaba con la calma de alguien que sabe muchas cosas—. Ha estado ayudando a su hermana, Lianna, a prepararse para el Prendimiento, un peregrinaje sagrado que se lleva a cabo una vez cada veinte años.

—¿Y usted quién demonios es? —preguntó Therion. No le había oído acercarse, igual que con Heathcote en la mansión Ravus—. ¿De dónde ha salido?

—Digamos que la iglesia y yo estamos asociados —respondió—, y, por lo tanto, estoy al corriente de todo lo que ocurre ahí.

—¿Y por qué nos habla de la chica? —preguntó H'aanit.

El hombre alzó la cabeza en dirección a la cima de la colina a la que se dirigía Ophilia.

—El día antes de que Lianna debía partir, ocurre una tragedia, y Ophilia se ofrece a encargarse del peregrinaje. Rompe las tradiciones de su fe para mantener unida a su familia.

—No nos ha respondido —replicó Therion—. ¿Por qué nos cuenta esto? ¿Qué pintamos nosotros en esto?

El hombre les devolvió la mirada, aunque era complicado con esa "corona" tapándole los ojos. No parecía que le molestara.

—Porque sé que vosotros podríais ayudarla, y ella a vosotros —se limitó a responder—. Necesitará aliados valerosos para recorrer el camino que ha elegido. Y vosotros, hijos míos, sois los candidatos ideales.

Therion y H'aanit no supieron qué responder. Ambos estaban barajando la posibilidad de que ese hombre fuera el mayor demente que Orsterra hubiera conocido jamás, pero escucharon pasos que se acercaban hacia ellos por el lateral.

Era una chica que bajaba de la colina por la que había subido Ophilia. Iba vestida igual que ella, pero esta tenía el pelo largo y castaño recogido en una trenza, y los ojos azul oscuro. Debía ser Lianna, su hermana.

H'aanit levantó una mano para llamar su atención.

—Disculpa, pero ¿conoces a este ho…

Lianna la atravesó como si fuera humo.

H'aanit se llevó ambas manos al pecho, consternada. Se le aceleró la respiración. Qué… ¿qué acababa de pasar? Miró a Therion, el cual parecía estar en la misma situación. Lianna también lo había atravesado, y se dirigía hacia el hombre con paso tranquilo, como si ninguno de ellos existiera. También pasó a través de este, pero el hombre no se inmutó.

—Perdonad que no os lo haya dicho —se disculpó—, pero me he asegurado de que nadie pudiera interrumpir nuestra conversación. Espero que no os importen los… detalles menores.

Ninguno de los dos supo qué responder. ¿Quién era ese hombre? ¿Cómo había hecho eso? Había muchos magos en Orsterra, y aunque H'aanit y Therion no fueran magos, eran capaces de obrar un poco de magia. No era nada fuera de lo normal.

Pero eso… no era algo que Therion y H'aanit hubieran visto u oído jamás.

—No os asustéis, no es mi intención haceros daño —dijo el hombre—. Solamente he bajado aquí a ofreceros mi sincera ayuda y consejo.

—¿Y por qué? —preguntó Therion, con los nervios a flor de piel—. ¿Por qué haces esto? ¿Qué te importamos? ¿Por qué, según tú, merecemos tanto la pena? ¿Qué nos diferencia de cualquier otro habitante de esta ciudad, o de Orsterra entera?

El hombre, sin moverse un ápice, se quedó allí de pie con aire pensativo.

—He visto lo que habéis sufrido para llegar hasta aquí —explicó al cabo de unos momentos—, y los peligros que se os han presentado. Necesitáis camaradas que os permitan tratar con las demás personas de este mundo, y que os muestren la luz cuando la oscuridad os haga creer que no hay escapatoria. El destino que os depara es uno que ningún relato ni canción podrá hacerle justicia jamás, y necesitaréis toda la ayuda posible… tanto vosotros como quienes están por llegar. Aceptad la compañía de Ophilia, y vuestro viaje será mucho más llevadero y próspero.

Las palabras del hombre abrazaron a H'aanit y a Therion, pero estos seguían reticentes. Evidentemente, ese no era un hombre normal, los tenía completamente a su merced. Pero, al final, ¿lo había hecho solo para hablarles de bondad y compañerismo? No estaban entendiendo nada. Nada de nada.

Aunque… su experiencia con la posadera había dejado mucho que desear. ¿Acaso se refería a aquello ese hombre? ¿Que vendrían más momentos como aquél? ¿Y qué quería decir con todo aquello de "mostrar la luz en la oscuridad"?

El hombre, de pronto, se dio la vuelta y empezó a andar en dirección a la plaza central de la ciudad. Pero antes de que H'aanit o Therion pudieran decir nada, se giró hacia ellos.

—Ah, una última cosa —dijo—. Ophilia bajará de la colina en unos instantes, no hace falta que vayáis a buscarla. La decisión es vuestra, al final. Que la Llama Sagrada guíe vuestra senda.

H'aanit y Therion se giraron al oír unos pasos. Ophilia estaba empezando a bajar. Se volvieron de nuevo hacia el hombre.

Había desaparecido.

—Pero… ¿dónde…? —preguntó H'aanit.

—Qué… —vaciló Therion—. Qué… Oh, qué dolor de cabeza.

—Therion, ¿crees que…? ¿Qué crees que ha sido eso?

—Algo que no creo que vayamos a entender —respondió—. Pero sinceramente, ha habido algo… convincente en las palabras de ese hombre, ¿no crees?

H'aanit asintió. Había sentido lo mismo.

—Sí, era como… como que sabía lo que debíamos oír. Qué extraño.

Pero ambos pensaban en la escena de la posada. Quizá les convenía una luz que guiara sus caminos. No podían ir por el mundo a tientas, esperando que todo saliera bien. Lo de la posadera había sido pura suerte, pero no todo el mundo sería tan comprensivo. Ambos eran orgullosos y no lo iban a admitir en voz alta, pero… alguien que tuviera buena mano en el trato con las demás personas, sería conveniente.

Ophilia había descendido ya la colina, y se acercaba hacia ellos con paso lento y marcado. Los dos, aún con cierta reticencia en el corazón, se dirigieron hacia ella. H'aanit dio un último vistazo a la calle por donde había desaparecido el hombre, que lucía completamente vacía.

—Buenas noches —saludó Therion.

Ophilia se detuvo, y se notó como forzaba una leve sonrisa.

—Buenas noches —dijo esta—. ¿Acaso necesitáis mi ayuda?

—Solo tu atención —respondió Therion.

Ophilia se intrigó.

—Oh, vaya. ¿De qué se trata?

—Verás… alguien nos ha contado que has de hacer el Prendimiento en lugar de tu hermana por un problema que ha surgido de repente, así que hemos venido a ofrecerte nuestros servicios para realizarlo.

Ophilia dio un paso hacia atrás, consternada.

—Cómo… ¡¿cómo sabéis eso?!

—Lo has gritado en voz alta antes, cuando has pasado por aquí—intervino H'aanit—, y hemos pensado que podrías necesitar nuestra ayuda.

Ophilia tardó un momento a recuperarse de la sorpresa. Se encogió un poco y se sonrojó, avergonzada.

—Hacer el Prendimiento es el camino que he elegido —se excusó mientras recuperaba la compostura—. Debo ir sola: será peligroso.

—Sabemos que será peligroso —insistió H'aanit—, por eso queremos acompañarte. Ya estamos acostumbrados a los peligros.

Ophilia parpadeó, sorprendida.

—Así que… aun sabiendo las consecuencias de ayudarme, ¿seguís queriendo hacerlo? —Ophilia juntó las manos frente a su pecho.

—Pues… sí, supongo —respondió Therion.

—Encantada —añadió H'aanit.

Ophilia se agitó de alegría.

—¡Os doy las gracias por vuestra amabilidad! —exclamó mientras les daba una mano a cada uno—. Sin duda, la Llama de Aelfric os ha guiado hasta mí.

H'aanit cayó en la cuenta. Miró de reojo la calle donde había aparecido el hombre misterioso. Se le había cruzado una idea durante unos instantes, pero… No. ¿Cómo podría ser eso posible?

—Bueno… ¿Quieres explicarnos tu historia, Ophilia? —preguntó Therion.

—Claro —respondió esta—. Vamos a la taberna, ahí estaremos más cómodos.

Los tres se dirigieron a la taberna de la ciudad. Era tarde ya, por lo que no había casi nadie. Se sentaron en una mesa apartada para poder hablar más tranquilamente y pidieron una cerveza cada uno, a excepción de Ophilia, que pidió un vaso de agua.

—Bueno —dijo ella, con la mirada fija en la mesa y una leve mueca de vergüenza—. Mi historia comienza así…

Notes:

La escena final, en la que Aelfric se aparece para incentivar a Therion y a H'aanit a que hablen con Ophilia, ha sido la más difícil de hilar del capítulo.

La escena en sí me gustó, me pareció ingeniosa: uso la escena de la posadera a mi favor para que los dos Viajeros reflexionen sobre cómo no podrán tratar con la misma facilidad con todos los habitantes de Orsterra, y les conviene tener a alguien que sí que sepa hablar con la gente y que sea visiblemente amable y abierta; es decir, una persona que entre por los ojos y de primeras, como Ophilia.
Además, como me parecía muy forzado que Therion y H'aanit se fueran a preocupar por una señora cualquiera que gritaba por las calles de Sacrolumia (otros Viajeros lo harían, pero ellos dos me parecía poco probable), el hecho de que interviniera Aelfric me parecía acertado, pues además encajaba con el hecho de que Ophilia es clériga.

El problema fue el diálogo en sí.
No quería que Aelfric amenazara a Therion y a H'aanit, pues generaría interacciones y dinámicas poco sanas y bastante tóxicas que, aunque a futuro podría solventar, provocaría un mal rollo con el que no quería tratar.
Pero no podía dejar a Aelfric solo hablando y ya, pues Therion y H'aanit no se lo tomarían en serio. Creo que lo de hacerlos intangibles fue lo acertado, pues así podía atarlo con el hecho de que Lianna bajaba antes de Ophilia y los Viajeros no interactuaban con ella, pues debían interactuar primero con Ophilia.
Pero luego de eso, cuando Therion y H'aanit se tomaban a Aelfric en serio, no quería que accedieran por miedo (como he dicho antes): Aelfric debía exponer puntos consistentes, que hicieran que los dos Viajeros se plantearan la situación más por dichos argumentos que por el miedo que les diera Aelfric (cosa que es algo inevitable).

Así ha quedado la situación. No sé cómo hacerlo de otra forma, y aunque no estoy satisfecho al 100%, me sigue gustando bastante <3

Ah, y en mi cabeza, H'aanit es una persona que, si debe mentir o hay mal rollo en la conversación (como por ejemplo, confesar una cosa delicada o hablar con alguien que está de mal humor), se pone muy nerviosa y no sabe qué decir. Aunque si está cabreada o concentrada, puede evadir eso. No sé de dónde me viene este headcanon, pero pienso que le pega bien.

Chapter 7: La tercera historia: Ophilia, La Clériga (II)

Notes:

Publicado el 20 de abril de 2019.
Reescrito el 24 de marzo de 2025.

Chapter Text

El sol justo acababa de esconderse tras el horizonte, e imitando al cielo estrellado, la catedral de Sacrolumia brillaba como un faro para todo aquel que posara sus ojos en ella.

Ophilia estaba sola en su habitación. No podía ver el paisaje nevado a través de las altas ventanas de la pared, pero sí los copos de nieve que caían plácidamente. En contraste con lo que podía parecer, un ambiente cálido reinaba en esa estancia, acompañado de la tenue luz de una vela que hacía danzar su fuego en silencio.

Así eran los días y las noches en la eterna catedral de Sacrolumia, y no parecía que fueran a cambiar. Desde que Ophilia tenía uso de razón, una rutina estricta y constante gobernaba su vida. No era algo que le molestara lo más mínimo, y tampoco se había planteado que dejara de ser así

¿Para qué, si las cosas siempre habían ido tan bien?

Alguien llamó a la puerta.

—Adelante —dijo Ophilia.

Una chica de pelo moreno entró en la estancia: Lianna. Sin decir nada, se acercó a su hermana con paso tranquilo y solemne, y se detuvo a su lado.

—Que la luz de la Llama Sagrada os ilumine la senda en este día —dijo al fin Lianna, juntando las palmas de las manos.

Ophilia imitó el gesto.

—Y que siempre disfrutes de su calor —concluyó.

Las dos se quedaron un momento en silencio, con los ojos cerrados y las manos juntas bajo la barbilla. Pocos instantes después, ninguna de las dos podía seguir conteniendo la risa.

—¿Cuántas veces habremos pronunciado esas palabras? —preguntó Ophilia, divertida—. Y parece que ahora adquieren un nuevo significado.

Lianna asintió.

—Cada día que pasa es un día menos para mi marcha. Te seré sincera, puede que esté más nerviosa de lo que creía… —La sonrisa se borró de su rostro y pareció que se perdía en sus pensamientos.

Ese silencio… Ophilia lo había visto otras veces. Era el de alguien que llevaba una pesada carga. Y ambas conocían esa carga perfectamente.

—¿Lianna? —preguntó.

Lianna recuperó la sonrisa rápidamente para tranquilizarla. Sabía lo fácil que era preocupar a Ophilia.

—No te preocupes por mí —le aseguró—. Nací para hacer este peregrinaje. Mi padre hizo lo mismo hace veinte años. Como su hija, no puedo decepcionarle.

Ophilia se la quedó mirando unos instantes, y no pudo reprimir el tono de asombro.

—Eres una persona increíble, Lianna. No sé cómo lo haces.

Lianna inclinó un poco la cabeza a un lado, extrañada.

—¿El qué?…

—Como hija única del arzobispo Josef —se explicó Ophilia—, todo el mundo espera siempre mucho de ti, y pese a todo, nunca les fallas. Cada sermón que haces es más inspirador que el anterior. Y ahora, el Peregrinaje… Llevas mucha carga sobre tus hombros.

La admiración y la preocupación danzaban en los ojos y las palabras de Ophilia. Lianna reforzó su sonrisa y se acercó a su hermana.

—¡No seas tonta! —exclamó—. No estoy sola. ¿Acaso no te tengo a ti? Y a todos los de la catedral… Fuiste tú la que me ayudó a pensar en un tema para el último sermón, Ophilia. ¡La de noches que pasamos en vela para escribirlo!

Ophilia negó con la cabeza.

—Todo lo que pude hacer fue escucharte y ofrecerte unas pocas palabras de alabanza… —se excusó con genuina humildad—. Me hubiera gustado poder ayudar de verdad.

Lianna sacudió la cabeza, desechando esas palabras.

—Bah, déjate de tonterías y ven conmigo, hermana. Padre nos espera en la capilla.

Las dos necesitaban el apoyo de la otra, a su manera, y lo sabían perfectamente. Ophilia era la única persona con la que Lianna podía quitarse el velo de hija predilecta y elegida, y mostrarse vulnerable por un rato; y Lianna era la voz que más reafirmaba los actos de Ophilia, y la que mejor la guiaba para no preocuparse más de lo que merecía la situación. Habían caminado juntas desde que eran muy pequeñas, y no se podían imaginar la vida sin la otra.

Salieron de la habitación y, por un corto pasillo, llegaron al salón principal de la catedral, donde se impartían los sermones. Rebosaba de bancos de madera, gastados y moldeados por los millones de creyentes que venían a reforzar su fe, aunque en ese momento resguardaban vacíos. Había muchos preparativos que terminar antes de la sesión de esa noche.

Avanzaron por el pasillo central y llegaron a una alargada mesa de mármol con una manta roja encima que sostenía dos velas danzarinas, más animadas. Más allá de esa mesa, se alzaba un monumento de piedra cuadrado, con diferentes grabados intrincados que lo rodeaban, situado en la zona más al norte de la iglesia. Encima de dicho monumento, una enorme llama azul brillaba, solitaria e imponente, desprendiendo majestuosidad por todos lados.

Las hermanas se situaron frente a la mesa, a una distancia prudencial de la llama. Apoyaron los codos en la mesa y juntaron las manos otra vez.

—¿Recuerdas la historia de la Llama Sagrada, Ophilia? —le preguntó Lianna con los ojos cerrados.

—Como olvidarla —respondió esta, y comenzó a relatarla, casi como si aquello fuera una plegaria:

»En el comienzo, los trece dioses crearon la tierra. Dieron forma a las montañas, llenaron los mares y dieron vida a majestuosos árboles y a infinidad de bestias… Entonces, crearon al hombre, quien se alzaría como señor de la tierra.

»Pero el dios Galdera era demasiado codicioso y no quería compartir sus creaciones. Las doce deidades del bien se vieron obligadas a participar en un combate desesperado contra el cruel Galdera, señor de la magia más temible que se conoce.

»En el último momento, fue Aelfric quien puso fin al conflicto. Era el primer portador de la Llama, el señor de todo lo sagrado. Hizo caer una lluvia de fuego sobre Galdera, debilitándolo y sellándolo en el más allá. Entonces dejó en la tierra una llama sagrada para perseguir a las sombras…

»Esta es la Llama Sagrada que brilla en la tierra de Orsterra, que aporta calidez a su gente y la guía.«

—Aquí están mis chicas —dijo una voz detrás de ellas.

Ambas se giraron y vieron al arzobispo Josef caminando hacia ellas. Ophilia se giró e hizo una leve reverencia.

—Su Excelencia —dijo—. Que la luz de la Llama Sagrada os ilumine la senda.

Aún después de tantos años, seguía siendo tan formal hacia su padre adoptivo. Tanto este como Lianna le habían dicho que no hacía falta comportarse así, pero Ophilia no cesaba en ello; el respeto y aprecio que sentía por ese hombre le impedía referirse a él de cualquier otra manera.

—¿Necesitáis nuestra ayuda, padre? —preguntó Lianna.

—Tan solo deseaba veros —respondió el arzobispo con una sonrisa en el rostro—. Continuad con vuestras obligaciones.

—Como deseéis, Su Excelencia —concluyó Ophilia, y se volvió para seguir rezando un poco más a la Llama Sagrada.

Pero pasaron los minutos, y ambas se dieron cuenta de que el arzobispo no se movía del sitio. Al final, este rompió el silencio.

—En un abrir y cerrar de ojos, os habéis convertido en mujeres hechas y derechas —dijo con cariño—. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde tu llegada, Ophilia?

—Unos quince años, Su Excelencia. Más o menos —contestó ella, sin apartar la mirada de la Llama. Llegó a las puertas de la catedral con solo cinco años, así que ahora tenía veinte.

—Quince años… —el arzobispo asintió—. Supongo que es normal que hayas crecido tanto.

Ophilia se giró hacia este.

—No era más que una huérfana, Su Excelencia. Tenía hambre y estaba enferma. No hubiese sobrevivido hasta hoy de no ser porque me acogisteis —Volvió a agachar la cabeza en señal de respeto—. Puede que no lo haya dicho lo suficiente, pero mi corazón está lleno de gratitud por todo cuanto me habéis dado.

—No son necesarias esas palabras, hija mía —dijo este agitando levemente la mano—. Todos seguimos la senda que la Llama Sagrada nos ilumina.

Lianna se acercó a Ophilia.

—Venga, Phili… ¡Somos familia! Tú, Padre y yo. No hace falta ponerse tan formales —Le puso una mano encima del hombro—. ¿Por qué nos ibas a agradecer que estuviésemos a tu lado? ¡Para esto está la familia!

Ophilia levantó la vista del suelo. Se sonrojó levemente. ¿Quizá se estaba pasando de veras?

—Claro… Tienes razón, Lianna.

Esta comenzó a reír.

—Además, puede que Padre sea un gran arzobispo aquí —prosiguió Lianna—, pero ambas sabemos que es un viejo holgazán en casa. ¿No es verdad, padre?

El arzobispo se hizo el ofendido.

—¡Ja, ja, ja! ¿Un viejo holgazán? ¡Eso me ha dolido!

Pero Lianna no siguió con la broma. En cambio, miró a su padre con seriedad.

—Padre, sé que sus obligaciones en la catedral lo mantienen ocupado, pero… ¡No mueve ni un dedo para ayudar en las tareas del hogar! —se acercó a él y cruzó los brazos—. No se moriría por preparar la comida alguna vez o limpiar el polvo de una estantería.

El arzobispo dio un paso hacia atrás. Lianna no estaba bromeando.

—Oh, vaya… Así dicho, supongo que es verdad que soy un poco inútil —admitió este, apartando la mirada.

Ophilia no pudo evitar soltar una leve risita.

—Así que incluso el gran y querido arzobispo está por debajo de las expectativas de su hija —comentó, tapándose la boca con la mano.

El arzobispo agachó un poco la cabeza.

—Eso parece, Ophilia. Eso parece.

Lianna soltó una buena risa, una de verdad. Fue digna de oírse.

—Dime, Lianna… —preguntó rápidamente el arzobispo, intentando cambiar de tema—. ¿Estás preparada para tu viaje a la Cueva del Origen?

Lianna le permitió dejar la conversación para más tarde y asintió sin dudarlo.

—Por supuesto, Padre. Estoy preparada.

El arzobispo se giró hacia la Llama Sagrada, y sus dos hijas hicieron lo mismo.

—En el recoveco más profundo de esa cueva, encontrarás la Primera Llama —explicó el hombre—. Llevarás la ascua a las iglesias de todo el reino, donde servirá para prender los fuegos sagrados que calientan y protegen todas las tierras. Así se desarrolla el Prendimiento, el ritual consagrado que se ha celebrado una vez cada veinte años desde la antigüedad —Su expresión se volvió seria—. Tu viaje no será fácil. En cuanto pongas el pie en la naturaleza, te encontrarás con villanos despiadados y bestias salvajes. A lo largo de la historia fueron muchos los siervos que hicieron este viaje, pero algunos… no regresaron —Miró a Lianna—. Pero sé que puedes hacerlo, hija mía. Todo el mundo tiene fe en ti.

Lianna asintió de nuevo, con decisión en los ojos.

—Tenéis mi palabra, Padre. No os decepcionaré… —Miró también a Ophilia—. A ninguno —Devolvió la mirada a su padre—. Completaré el ritual, igual que vos hicisteis hace veinte años.

El arzobispo sonrió, con orgullo esta vez.

Algo dentro de Ophilia despertó, una mezcla de varias emociones a la vez. Logró reconocer la alegría, el agradecimiento de poder formar parte de aquella familia, pero… también había otras, algunas de las cuales no le gustaban, aunque no tardó en esconderlas en lo profundo de su corazón. Ya sabía cuáles eran. Aquellas que tanto el arzobispo como Lianna tantas veces le habían asegurado y jurado que eran infundadas.

La sensación de que no hacía lo suficiente. La sensación de que no era lo suficiente. De que nunca podría compensar a la familia Clement por todo lo que habían hecho por ella. La constante presión de que podría hacer más se formaba en su pecho, y era muy difícil de ignorar, por muchas palabras de reafirmación que recibiera.

Lianna iba a hacer el Prendimiento, el ritual más sagrado de la historia de Orsterra. Y Ophilia pudo relajarse, pues la envidia no era una de las emociones que la atosigaban. No, ese derecho era de la hija legítima del líder de aquella catedral, y no iba a arrebatarle eso, ni disfrutaría haciéndolo.

Pero entonces… ¿qué podía hacer ella? ¿Qué podría lograr para demostrar no solo que merecía estar donde estaba, sino también el eterno agradecimiento que profesaba hacia los Clement? ¿Qué podría estar a la altura de tales aspiraciones?

Un sonido ronco y sonoro la sacó de su ensimismamiento. El arzobispo había empezado a toser con violencia.

—¿Padre? —preguntó Lianna

—¿Estáis bien, Su Excelencia? —preguntó también Ophilia.

El arzobispo logró tragar saliva y contener el resto de la tos. Se había llegado a encorvar hacia delante y a agarrarse la barriga de lo fuerte que había tosido.

—No es nada por lo que debáis preocuparos… —logró musitar con voz agarrotada—. Solo es el peso de los años que se hace notar.

—Ay, ¡Excelencia, no seáis tan pesimista! —exclamó Ophilia—. ¡Todavía nos quedan muchas cosas por aprender de vos antes de que comencemos a llamarle arzobispo emérito!

—¡Ophilia tiene razón, Padre! Como siempre —la apoyó Lianna—. Debéis retiraros por hoy, para que vuestro cuerpo se recupere. Nosotras nos ocuparemos de todo.

—Sí. Ya avisaremos al obispo de que estáis descansando en vuestros aposentos, no os preocupéis por nada.

El arzobispo hizo otra mirada de orgullo. Pero esta no iba solo a Lianna.

—¿Qué derecho tiene este anciano a negarles nada a sus dos hijas? —dijo este—. Dejaré en vuestras manos los preparativos para el servicio de hoy.

Ophilia asintió, emocionada. La presión de su pecho se alivió un poco.

—Nosotras nos ocuparemos de todo, Su Excelencia —le aseguró esta.

—Acompañaré a Padre a sus aposentos —se ofreció Lianna

—Gracias, Lianna. Yo me ocuparé de todo por aquí.

Lianna apoyó sus brazos en los hombros del arzobispo y se lo llevó hacia su cámara. Una vez Ophilia estuvo sola, se perdió de nuevo en sus pensamientos. La salud de su padre adoptivo le preocupaba, y nunca había tosido con tanta violencia. Pero se obligó a dejar que emparanoiarse; solo sus plegarias ayudarían a su mejoría. Además, acaba de prometer encargarse sola de los preparativos del próximo servicio, lo cual no iba a ser tan sencillo.

—Supongo que lo mejor será que empiece ya… —murmuró.

Aunque los dioses parecían tener otros planes, pues no dio ni cuatro pasos cuando un niño entró en la iglesia, solo y mirando a su alrededor. Giraba la cabeza a un lado y a otro, como si buscara algo. Ophilia se intrigó.

«Oh, vaya… ¿Qué estará haciendo aquí este niño?»

Se acercó a este. Iba bien vestido, con un abrigo de piel marrón y un sombrero de lana, apto para el clima tan agresivamente bajo de esos lares.

—¿Qué te pasa, pequeño? —preguntó Ophilia cuando llegó a su lado.

Este se giró, y Ophilia al fin pudo ver con detalle su cara. Estaba conteniendo las lágrimas a duras penas.

—¡Es mi mamá! —respondió, gritando—. ¡Se ha ido y no la encuentro por ninguna parte! —Se derrumbó inmediatamente entre lágrimas—. ¡Vuelve, mamá! ¡No me dejes aquí solo!

Ophilia, al contrario que otros en su lugar, no perdió la compostura ni dejó que los nervios la dominaran. En vez de eso, le puso la mano en la cabeza, se agachó y le sonrió con dulzura.

—Ya pasó, ya pasó —le reconfortó con una voz igual de dulce—. Seca esas lágrimas. ¿Por qué no te ayudo a encontrar a tu madre?

El niño dejó de gritar.

—Snifff… ¿En serio puede encontrarla? —preguntó con un hilo de voz.

—Por supuesto, pequeño. La Llama Sagrada nos mostrará el camino.

«Aunque yo debería estar preparando el siguiente servicio…», pensó. Pero descartó esos pensamientos rápidamente. «No… no puedo abandonar a este pobre niño. Si me doy prisa en volver, podré acabar los preparativos a tiempo».

Ophilia, tomando al niño de la mano, salió de la iglesia en dirección a la plaza de Sacrolumia. Pero afortunadamente, nada más bajar los primeros peldaños de la catedral, una mujer comenzó a correr hacia ellos.

—¡Mamá! —gritó el niño al verla, y Ophilia lo soltó.

—¡Ahí estás! —gritó la madre, y abrazó al niño con euforia. Entonces, levantó la vista—. ¡Hermana Ophilia! ¿Cómo puedo agradecerle que haya cuidado de este diablillo mío? —Se giró hacia su hijo—. ¡Y tú! ¿Cuántas veces he de decirte que no te pongas a merodear solo?

Ophilia se acercó, manteniendo la expresión tan dulce de antes.

—Por favor, no riña al pobre muchacho —pidió—. Se ha portado bien y ha sido muy valiente.

—Es usted demasiado amable, hermana Ophilia —le agradeció la madre—. Sé lo ocupada que está con sus labores en la capilla. Gracias por ayudarme a pesar de todo. No me sorprende que el arzobispo esté tan orgulloso de sus dos hijas.

Ophilia abrió los ojos con evidente sorpresa.

—¿Dos… hijas? —murmuró.

La madre asintió.

—¡Claro! ¿Acaso no sabe que siempre está presumiendo de usted y de su hermana Lianna?

Ophilia se sorprendió aún más, y durante un segundo, la boca se le quedó medio abierta.

—Ah… ¿Eso dice? —preguntó mientras recobraba la compostura, pero sin poder evitar ruborizarse.

—¡Por supuesto! ¡Casi siempre que hablo con él! —afirmó la madre como si fuera algo obvio. Se giró hacia su hijo—. Venga, diablillo. Dale las gracias a la hermana Ophilia y vayámonos a casa.

El chico se acercó a Ophilia.

—Gracias, hermana Ophilia.

—Ha sido un placer, pequeño —respondió esta, acariciándole la cabeza—. Pero, en el futuro, no te alejes de tu madre, ¿vale?

El chico asintió y él y su madre volvieron al pueblo, cogidos de la mano. Ophilia, por otro lado, se quedó allí de pie, incapaz de quitarse de la cabeza las palabras de esa mujer: de cómo había dicho que el arzobispo hablaba de ella, como si fuera su hija de sangre y no su hija adoptada.

¿Qué había hecho ella para merecerse tales alabanzas?

«Su Excelencia… —juntó las manos ante su pecho y dirigió sus pensamientos a los cielos—. Haré todo lo que pueda para ser la hija que vos queríais que fuera».

El arzobispo veía grandes cosas en Ophilia. Esta no sabía cuáles, pero no iba a decepcionarle.

Regresó con paso acelerado a la iglesia, dispuesta a retomar los preparativos que había dejado a medias con energías renovadas, pero una voz la detuvo nada más cruzar el portón.

—¿Tiene un momento, hermana?

Ophilia se giró. A su lado había un hombre adulto de pelo castaño con un abrigo y pantalones negros y una capucha marrón que la llamaba desde la entrada.

—¿Sí? —respondió esta—. ¿En qué puedo ayudarle, buen señor?

—¿Sabe usted dónde podría encontrar a Su Excelencia el arzobispo? —pidió este sin rodeos.

Ophilia se sorprendió. No se esperaba tal petición, y frunció el ceño para sus adentros.

—… ¿Podría preguntar quién lo requiere? —preguntó esta, algo escéptica.

—¡Ah! Disculpe usted mis malos modales —exclamó el hombre con tono jovial—. Me llamo Mattias. Soy mercader del Consorcio Leoniano. El arzobispo ha sido tan generoso como para llevar a cabo una transacción con nosotros.

Ophilia se obligó a relajarse. Era una petición normal y corriente. ¿Por qué había sentido aquella reticencia de hacía unos instantes? Ese hombre no parecía una amenaza de modo alguno.

—¿Un mercader? Vaya —Procuró disimular la duda que había sentido segundos antes—. Es un honor conocerle, señor. Soy la hermana Ophilia.

—¡Vaya, usted es la hermana Ophilia! —exclamó de nuevo Mattias con grata sorpresa mientras se acercaba a ella—. He oído hablar mucho de usted. Cuando el arzobispo se puso en contacto conmigo para que le prestase mis servicios, me habló mucho de sus hijas. He oído que la hermana Lianna será la próxima Portadora de la Llama. El reino tiene suerte de contar con tan fieles sirvientes. De hecho, el arzobispo me ha hecho llamar, precisamente, para equipar adecuadamente a su hermana de cara a su inminente viaje.

Ophilia sonrió de vuelta.

—¿Ah, sí? Pues le agradecemos mucho su ayuda —dijo con sinceridad.

—¡No es nada, mi buena hermana! —descartó este como si no fuera gran cosa y con un gesto exagerado de su mano—. Debemos servir a la iglesia, del mismo modo que la iglesia nos sirve a nosotros constantemente.

El grito de una mujer cortó la conversación por lo sano.

—¡H-Hermana Ophilia! ¡Venga ahora mismo! —gritaba la voz.

Ophilia se giró rápidamente, y vio una clériga corriendo alarmada hacia ella.

—¿Qué sucede? —preguntó, inquieta.

—Ay, hermana Ophilia, es el arzobispo… —La clériga estaba histérica—. ¡Su Excelencia se ha desmayado!

Ophilia dio un respingo.

—¡¿Qué!? ¡A-Ahora mismo voy! —se giró hacia Mattias—. Maestro Mattias, discúlpeme por abandonarle pese a haber hecho tan largo viaje, pero…

Mattias negó con la cabeza inmediatamente.

—Ni se le ocurra preocuparse por mí, hermana. Le ruego que vaya a ver al arzobispo cuanto antes.

—Le agradezco mucho su compresión, señor. ¡Discúlpeme! —y luego de decirle una rápida reverencia, se fue corriendo con la clériga, directas hacia la habitación del arzobispo.

Mientras, Mattias se quedó mirándolas, en silencio. En cuando estas se encerraron en la habitación, y solo quedó el silencio para velar por él, se giró hacia la puerta y se fue tranquilamente.

Chapter 8: La tercera historia: Ophilia, La Clériga (III)

Notes:

Publicado el 22 de abril de 2019.
Reescrito el 24 de marzo de 2025.

Chapter Text

Ophilia llegó a la habitación del arzobispo casi sin aliento, seguida de la clériga que la avisó. Al entrar, vio a su hermana y a otra clériga delante de una cama. En ella, reposaba el arzobispo, con los ojos cerrados y la cara pálida.

—¡Su Excelencia! —gritó al verlo.

—¡Ophilia, por favor…! —exclamó su hermana en voz baja—. Respira hondo antes de nada.

Ophilia se obligó a relajarse, pero su cuerpo y alma no cesaban en temblar. Aún con ello, se acercó al arzobispo.

—Perdóname, Lianna. Pero Su Excelencia…

La clériga se aclaró la voz.

—Lo que Su Excelencia necesita ahora es descansar. Le ruego que no lo altere.

Ophilia agachó la cabeza, avergonzada. Nunca perdía el control de esa manera, nunca. Pero…

—Por supuesto… —dijo al final—. Perdóneme…

El arzobispo despertó en una tormenta de tos, lo que sobresaltó a todo el mundo. Por suerte, logró controlarla al cabo de pocos segundos. Luego, giró la cabeza hacia Lianna, con los ojos entrecerrados.

—¿Li… anna? —preguntó, con un hilo de voz.

—¿Sí, Padre? —respondió esta con ansia.

Su padre le tomó la mano con debilidad.

—El Peregrinaje… La Llama Sagrada…

Lianna lo interrumpió y le apretó la mano con fuerza. No quería que hablara y gastara energía de forma innecesaria.

—No os preocupéis, Padre. Llevaré a cabo el ritual y no fallaré. Tal y como me enseñasteis.

El obispo logró formar una leve sonrisa curvando solo las puntas de sus labios.

—Me alegra oír eso… —y soltando el aire que tenía en los pulmones, cerró los ojos y dejó su mano flácida.

—¿Padre? ¡Padre! —exclamó Lianna, agarrándole la mano con fuerza, como si se le fuera a escapar.

—Calma, hermana Lianna… —la tranquilizó la clériga—. Tan solo está descansando.

Lianna se quedó mirando a su padre unos instantes más, antes de forzarse a inspirar hondo y a erguirse. Recobró medianamente la compostura y dejó la mano del arzobispo delicadamente sobre la cama. Inspiró de nuevo, pero su cara dejaba ver que estaba de todo excepto tranquila.

—Hermana Lianna —preguntó la clériga—, ¿está bien?

—Estoy… Estoy bien —se apresuró a formular, y luego se apartó de la cama—. Creo… que necesito un poco de aire.

Nadie dijo nada, y el silencio la acompañó hasta la puerta de la habitación. Antes de que se fuera, Ophilia pudo atisbar que tenía la mirada perdida y los hombros abatidos.

—Lianna… —murmuró, preocupada. Ella también salió de la habitación en un intento de seguirla, pero Lianna ya había desaparecido. Suspiró.

«Sé que ante los demás se hace la fuerte, pero me preocupa. Debería estar a su lado en un momento como este», pensó. Y con determinación, se dirigió a un lugar en concreto.

Caminó por las silenciosas calles de Sacrolumia, con el cielo pintado de negro y decorado de estrellas. La nieve caía lentamente, llenando todo de su blanco radiante a la luz de la luna. No había prisas en su danza, no había apremio en su descenso. Sin obligaciones, sin presión, la nieve caía cómo, cuándo y dónde quería. Ophilia no pudo evitar sentir una leve punzada de envidia en su alma, pero la descartó con rapidez.

Esos pensamientos impíos no ayudaban. La Llama Sagrada ponía a todo el mundo en ese mundo por algún motivo, y el momento de cumplir ese cometido llegaría tarde o temprano.

Subió por un camino de tierra, llegó a la cima de una colina, y como había imaginado, ahí estaba Lianna, en silencio, mirando en dirección hacia la enorme catedral, pero sin mirarla.

—Lianna… —murmuró Ophilia—. ¿Cómo te encuentras?

—¿Ophilia? —respondió ella, sorprendida. Se giró y se le acercó lentamente. Iba a decir algo, pero no pudo pronunciar palabra. Se derrumbó en el suelo y comenzó a llorar con fuerza. Ophilia corrió a arrodillarse a su lado y apoyó una mano en su espalda.

—¡¿L-Lianna?!

—¡¿Qué voy a hacer, Ophilia?! —exclamó esta entre lágrimas—. Padre… Mi padre… Me aterra pensar en lo que podría ocurrir. Me invade tal ira que… es como si el corazón me fuera a estallar

Logró contener los lloros y remitirlos a sollozos, pero le costaba hablar fluidamente y seguía soltando lágrimas que surcaban su cara enrojecida.

—… pero si me vengo abajo ahora —prosiguió—, la gente perderá la esperanza. Debo ser fuerte…

Apretó las manos y se obligó a dejar de llorar del todo. Cerró los ojos con fuerza y se secó la cara con la manga de la túnica.

—He de partir pronto en mi peregrinaje. No se puede retrasar más el ritual… Debemos cumplir con tantos siglos de tradición… —Unas últimas lágrimas se escaparon de sus ojos—. Pero… abandonar a mi padre así, sin saber siquiera si… si volveré… a verlo…

Ophilia se acercó más y apoyó la cabeza de Lianna entre sus brazos.

—Tranquila, Lianna —Fue lo único que pudo decir—. Estamos juntas en esto. Lo arreglaremos.

Lianna gimoteó un poco. Seguía reteniendo visiblemente los lloros, pero respiraba cada vez con más calma y control.

—Ophilia…

 


 

»Habían pasado quince años desde que el arzobispo Josef la acogió.

»Perdió a su familia en la guerra.

»No tenía nada. Nadie cuidaba de ella…

Estaban los tres en la habitación del arzobispo. Ophilia tenía la mirada fija en el suelo y Lianna la observaba con curiosidad. Las dos solo tenían cinco años cuando se conocieron.

—Tranquila, Ophilia —le dijo el arzobispo Josef—. A partir de hoy, nosotros seremos tu familia. Esta es Lianna, mi hija. O tu nueva hermana.

Ophilia se quedó en silencio. Lianna se le acercó, pero ella retrocedió, asustada.

—Me llamo Lianna —se presentó—. Pero puedes llamarme Anna, si lo prefieres…

Ophilia, en respuesta, corrió a esconderse detrás del arzobispo.

—¿Qué le pasa? —preguntó Lianna, extrañada y sin quitarle el ojo de encima.

—… me temo que Ophilia ha afrontado una situación muy triste —se limitó a responder el arzobispo—. Veamos si podemos ayudarla a recuperar la alegría una vez más. Juntos, a la luz de la Llama, encontraremos la felicidad.

Lianna sonrió emocionada.

—¡Sí, Padre! ¡Seré la mejor hermana del mundo, Ophilia! —exclamó con una sonrisa.

Ophilia se apretujó aún más detrás de la túnica del arzobispo. No se sentía más alegre, ni por asomo.

Y así siguió durante las primeras semanas que estuvo en su nueva casa. Desde el amanecer hasta el anochecer, permanecía encerrada en su habitación sin hablar con nadie, aparte de algunos gestos y expresiones leves que dedicaba al arzobispo cuando este le preguntaba algo. En el momento en el que entraba Lianna o cualquier otro miembro de la iglesia, y no estaba el arzobispo para escudarse en él, se escondía entre las sábanas, en un rincón de la habitación o simplemente se quedaba congelado como un témpano.

Fue Lianna quien consiguió sacarla de su corazón.

Lianna, su mejor amiga. Su hermana.

—¡Hola, Phili! ¿No quieres salir un rato? —preguntó Lianna, que acababa de entrar en la habitación. Ya hacía anochecido, y Ophilia había cenado en su habitación, sola y en silencio, como hacía siempre. En ese momento estaba en el suelo, sentada frente a unos juguetes de madera, y rehuyó la mirada de su nueva hermana.

Pero esta, lejos de amedrentarse, decidió que eso debía parar de una vez. Era una imagen demasiado triste, y ya llevaba muchos días molesta por ello. Así que se acercó a Ophilia y, para sorpresa de esta, le puso la mano en el hombro. Se sobresaltó, pero Lianna no la soltó.

—¡Hay un lugar al que tengo que llevarte! —dijo esta, y sin esperar respuesta, tiró de ella para levantarla y luego la agarró bien fuerte la mano.

—¡¿Q-Qué?!… —exclamó Ophilia. No entendía nada, pero Lianna no la soltaba.

Salieron y corrieron por las calles de Sacrolumia, esquivando la muchedumbre. Ophilia no se atrevía a intentar soltarse, pero tampoco tenía claro qué iba a hacer Lianna ni a dónde. El miedo le impedía pensar en nada más que en lo que quería volver a su cuarto y envolverse en el silencio y la quietud de la piedra que la rodeaba.

Pero el reconfortante aire frío del exterior le hizo callar momentáneamente las quejas que tuviera. La sensación agradable del exterior la envolvió, y no pudo replicar en contra.

Al final, llegaron a los pies de una pequeña elevación que se situaba al oeste del pueblo. Lianna señaló un pequeño camino medio oculto que permitía subirla.

—¡Por aquí! ¡Es aquí arriba! —anunció Lianna.

—¿Adónde… Adónde vamos? —preguntó Ophilia, asustada.

Lianna no respondió. Soltó a Ophilia y salió corriendo hacia el camino. Ophilia casi no dudó en seguirla, aunque solo fuera para no quedarse sola en medio de las calles de la ciudad.

—¡Ya falta poco! ¡Vamos! ¡Casi hemos llegado! —exclamaba Lianna, y finalmente, llegaron a la cima. Una superficie pequeña, lisa y salpicada de nieve, con algunas flores violetas danzando al son de la brisa y la enorme catedral de Sacrolumia alzándose ante ellas en todo su esplendor.

—¿Qué es este sitio? —preguntó Ophilia, medio confusa y maravillada.

—¡Es mi lugar favorito de todo el mundo! —exclamó Lianna con una expresión de orgullo y satisfacción—. También podría ser tu lugar favorito, si quieres.

Ophilia se quedó en silencio, con la mirada de Lianna clavada en ella, esperando alguna reacción. Finalmente, Ophilia avanzo unos pasos y observó la catedral, con sus ventanas encendidas y con la nieve decorando el tejado. Ciertamente, parecía una estrella más del firmamento.

—Es… hermoso…

—¿A que sí? ¡Por eso me gusta tanto! —Lianna se dirigió a un montón de flores, cogió una y se la entregó a Ophilia—. Toma, Phili. ¡Esto es para ti!

Ophilia cogió la flor y la observó durante unos instantes. Era de un violeta oscuro que Ophilia jamás había visto en una flor. No era intrincada ni elaborada, y solo tenía cuatro pétalos que aleteaban al son de la brisa de la noche.

Pero por algún motivo, no podía quitarle los ojos de encima.

—Entonces… ¿Quieres jugar ya conmigo? —le preguntó Lianna con un leve tono de insistencia. No sabía qué más hacer si aquello no ayudaba a Ophilia.

Esta no respondió. Se quedó en silencio, otra vez, mirando la flor y luego a Lianna con los ojos bien abiertos. Lianna suspiró.

—¿Todavía no?

Ophilia, pero, comenzó a gimotear.

—Phili, ¿estás llorando? —preguntó Lianna.

Ophilia negó con la cabeza y se contuvo mientras se secaba las lágrimas con la manga del abrigo.

—No… no estoy llorando —Aunque por poco.

—¡Me alegra oír eso! —exclamó Lianna, ajena a la obvia mentira que era aquella respuesta—. Vamos a ser las mejores hermanas del mundo, Phili. ¡Lo sé!

Ophilia esbozó al fin una sonrisa. Una genuina sonrisa, la primera que hacía desde que la acogieron.

—Me… me encantaría… Lianna…

—¡Arreglado, pues! —celebró esta—. ¡La próxima vez, te enseñaré mi juego favorito! Y después…

Las dos se quedaron en esa colina. Lianna siguió hablando y proponiendo todas las cosas divertidas que quería hacer junto a Ophilia, mientras esta se limitaba a sonreír y a asentir con genuino cariño. En todo el tiempo que hacía que estaba allí, esa era la primera vez que se sentía acogida de verdad. Y allí siguieron, hasta que la noche avanzó lo suficiente como para que tuvieran que volver a la catedral.

»Tras perder a su familia, Ophilia estaba segura de que su destino sería estar triste y sola durante el resto de su vida, pues, aunque el arzobispo le había dado un nuevo hogar, ella no lo consideraba como tal. Lo sentía como un lugar ajeno en el que aceptaba quedarse para evitar el frío inhóspito del exterior.

»Pero Lianna puso fin a toda su negatividad y le dio fuerzas para empezar a vivir de nuevo.

»Una nueva llama se encendía en el camino de Ophilia.

 


 

Luego de permanecer en silencio un rato que a ambas se les hizo eterno, Lianna logró recuperar el control de sí misma. Ophilia habría seguido allí el tiempo que hiciera falta, pero su hermana empezó a incorporarse poco a poco, y ella le ayudó a ponerse de pie.

—Lamento tener que irme así… —se disculpó Lianna—. Volveré a la vera de Padre y me quedaré con él tanto tiempo como pueda.

—Te ruego que lo hagas, Lianna —le rogó Ophilia—. Descansará mucho mejor si sabe que estás con él.

Y así hizo. Se secó los rastros de lágrimas secas que le quedaban en la cara y, con evidente pesar, volvió por donde había venido. Mientras, Ophilia se quedó un rato más en la colina.

La realidad de la situación de Lianna le había golpeado con fuerza, y no había visto hasta ese momento el verdadero peso de la carga que ostentaba su hermana. Y acaba de descubrir que, como guinda del pastel, debía ocultar lo mucho que le afectaba la enfermedad del arzobispo, pues aun siendo su hija y, por ende, la persona más afectada por su situación… debía cumplir el Peregrinaje, un cometido sagrado que solo ella podía cumplir que la alejaría de su familia. De sus únicos apoyos en este mundo.

Ophilia podía observar a Lianna volviendo a la catedral desde la colina. Caminaba lentamente y con la cabeza baja.

«Mañana partirá en busca de la ascua de la Cueva del Origen». Ophilia lo lamentaba mucho. Tan poco tiempo para estar con su padre y cuidarlo. Y todo porque debía irse a cumplir esa tradición.

La solución la atravesó como un rayo.

«Pero… si yo pudiese recoger la ascua en su lugar… Lianna podría quedarse junto a su padre».

Ophilia sentía como la presión de su pecho aparecía de nuevo. «Obviamente, a mí tampoco me hace mucha gracia irme, y si otra persona pudiese recoger la ascua, esa misma persona tendría que llevar a cabo el peregrinaje y completar el ritual, por no hablar de adentrarse en esa cueva sin la bendición de la iglesia. Dudo que mi castigo se limitase a un sermoncito».

Rebuscó en su alma, preocupada por hacer aquello con la intención enmascarada de demostrar su agradecimiento a la familia Clement por acogerla cuando era una niña. No quería mentirse a si misma y luego hacer más daño que bien, empujada por su egoísmo y falta de autoestima.

Así que pensó en lo que acababa de decir su hermana, en las revelaciones tan vulnerables y personales que había expuesto a Ophilia. Esa presión cedió un poco.

Ahí, ahí tuvo la confirmación. Hacía aquello por su hermana, no por sí misma. Que se preocupara la Ophilia del futuro de las consecuencias de sus actos, no iba a darle más vueltas al asunto. Aún estaba a tiempo de darle demasiadas vueltas al asunto, y quería evitar eso.

La decisión estaba tomada.

Chapter 9: La tercera historia: Ophilia, La Clériga (IV)

Notes:

Publicado el 8 de mayo de 2019.
Reescrito el 16 de abril de 2025.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

—… Y por ello debo reunir las ascuas y realizar el Prendimiento en lugar de mi hermana —concluyó Ophilia.

Procedió a dar varios tragos largos del vaso de agua que había pedido hasta casi terminarlo, pues notaba la garganta algo atragantada. Le pareció curioso, pues teniendo en cuenta que vivía en la región más fría de Orsterra y que impartía sermones casi semanales en la catedral, creía tener el cuello a prueba de hierro.

Theron y H'aanit, por su parte, habían estado escuchando todo el rato la historia, tan absortos que casi no habían tocado la cerveza.

—Vaya, menuda historia —admiró H'aanit—. Debes querer mucho a tu hermana para hacer lo que estás haciendo.

—No me esperaba ver a una clériga tan decidida a romper las normas de la iglesia —comentó Therion, dando por fin un sorbo a su jarra de cerveza—. Aunque sí, puedo entender que lo hagas por Lianna.

—Fue ella quién me ayudó a abrirme otra vez —Ophilia apretó el vaso de agua con fuerza entre sus manos—. Siempre estaré en deuda con ella.

—¿Y no te meterá en problemas, esto? —replicó el ladrón—. Tú misma has dicho que no esperas que tu castigo se limite a un sermoncito.

Ophilia agachó levemente la cabeza.

—La verdad es que procuro no pensar en ello —reconoció en voz baja—. Quiero hacer esto por Lianna, y la única forma de lograr que se quede es tomando su lugar. Si se lo pido, lo más probable es que se trague sus emociones de nuevo e insista en hacer el Peregrinaje. Así es ella… y por ese motivo, quiero que aguarde junto al arzobispo para que este pueda descansar con calma.

H'aanit estiró una mano y la puso encima de una de las de Ophilia, y le miró fijamente a los ojos.

—Eres una persona maravillosa, Ophilia —afirmó con convicción—, y tu familia es afortunada de tenerte a su lado. Nunca lo dudes. Este corazón tuyo es tu mayor virtud, y algo que muchos envidiarían.

Y como si quisiera reforzar las palabras de H'aanit, Linde se acercó a Ophilia y se restregó entre sus piernas con cariño, maullando suavemente.

Ophilia respiró hondo, procurando relajarse. «Esto lo haces por Lianna, no por ti».

—Muchas gracias por escucharme —dijo—. La verdad es que no era consciente de lo que necesitaba contar esto a alguien hasta que lo he hecho. Me siento… más ligera.

—Bueno, no quiero ser el que estropee esa sensación —intervino Therion—, pero creo que hay una cueva a la que entrar.

H'aanit miró de reojo a Therion con dureza. ¿Quizá se había pasado un poco? Aunque para su sorpresa, la primera reacción de Ophilia fue asentir con decisión.

—Sí, tienes razón —respondió esta—. Ya no podemos demorarnos más. Si mal no recuerdo, la Cueva del Origen se encuentra en la falda de la montaña al este de aquí.

—Pues vamos allá —dijo H'aanit. Esta y Therion apuraron rápidamente sus cervezas y se prepararon para marchar.

Los tres salieron a las calles de Sacrolumia, sintiendo como el frío calaba de nuevo en sus huesos en el mismo instante que pusieron un pie fuera de la taberna. Aún abrigados, Therion y Ophilia empezaron a temblar por el repentino cambio de temperatura, pero Ophilia ni se inmutó.

—Oye, ¿no tienes frío, con solo eso encima? —preguntó Therion.

Ophilia se detuvo y se miró la túnica.

—Esto abriga más de lo que aparenta —respondió—. Además, estoy acostumbrada a este clima. No olvides que vivo aquí desde pequeña.

—Ah, vaya… Claro, yo yendo con este abrigo y sintiendo el frío hasta en la médula, y tú allí tan tranquila aún con la mitad de las capas que llevamos nosotros…

Ophilia sonrió con dulzura.

—Tranquilo, ya te acostumbrarás.

—Espero que no —descartó Therion con un gesto de su mano—. Eso significaría quedarse aquí más tiempo, y eso sí que no estoy dispuesto a hacerlo.

Decidieron reponer sus suministros antes de partir, así que se dirigieron hacia la tienda de la ciudad, donde compraron unas cuantas uvas curativas y ciruelas vigorizantes que parecían tener buena pinta, además de hierbas para combatir el veneno u otras alteraciones de estado nocivas.

Luego, decidieron pasan por la armería y renovar su equipo. Therion pudo cambiar su espada por una de un acero bastante más nuevo, y sintió el cambio incluso en el peso del arma, lo que le hizo sonreír de satisfacción. H'aanit estuvo más tiempo, probando varios arcos y hachas para ver cuál le sentaba mejor. Aprovechando que esta tenía toda la atención del dependiente, Therion decidió renovar también su daga por otra que parecía bastante mejor y algo más pequeña, perfecta para esconderla con mayor eficacia. «El mejor descuento es el del cien por cien», pensó mientras disimulaba otra sonrisa.

Ophilia se había quedado cerca de la puerta de entrada, pues no le interesa nada de la tienda, y tampoco se fijó en el cambiazo de Therion, por lo que salieron de allí sin mucha tardanza, y se fueron por la salida de Sacrolumia que llevaba rumbo a la Cueva del Origen.

Volvieron a adentrarse en el ambiente montañoso, solitario y desigual que rodeaba toda Sacrolumia. La única diferencia, pero, eran las antorchas que guiaban a nuestros Viajeros, esparcidas de forma bastante equitativa, procurando que casi no hubiera tramos de sendero sin iluminar. Therion y H'aanit soltaron un suspiro de calma, agradecidos de no tener que arriesgarse a soportar otra vez el infierno del día anterior.

—Espero que no os incomode la pregunta —dijo Ophilia de pronto, en un intento de romper el hielo—, pero ¿cómo os ganáis la vida?

Los dos Viajeros cruzaron sus miradas; ambos sabían cuál era el problema.

¿Era buena idea responder sinceramente que Therion es un ladrón? Ophilia era una clériga devota a su iglesia, y quizá no aceptase ayuda de un ladrón. Además, eso podría salpicar a H'aanit, al ser ambos compañeros de viaje.

—¿Y bien? —insistió Ophilia.

La cazadora, recordando la última vez que estuvieron en una situación parecida, tragó saliva y tomó la iniciativa.

—Yo me llamo H'aanit, y soy una cazadora del pueblo de S'warkii, en la región del Bosque.

¿Había sido muy brusco? ¿Muy breve? H'aanit se puso muy intranquila, pero la reacción de Ophilia no se hizo esperar.

—¡Ah, vaya! —exclamó esta con admiración, lo que relajó a H'aanit—. Casi no vienen cazadores a este pueblo. He oído que la mayoría prefieren adentrarse en la zona norte de las Tierras Nevadas donde, según dicen, hay mejores presas. ¿Y esas son tus mascotas?

H'aanit miró hacia los dos lobos que seguían a poca distancia.

—Se llaman Linde y Hägen —explicó— pero Linde es una leoparda de las nieves, no una loba. Y no son mis mascotas, son mis amigos.

Ophilia asintió, comprendiendo.

—Pues son una preciosidad, ¿a que sí que lo sois? —dijo mientras se detenía a rascar debajo de sus barbillas. Los animales se dejaron hacer, sorprendiendo a H'aanit. Con Therion tampoco tuvieron ningún problema a la hora de relacionarse, aun siendo unos desconocidos.

Sin dejar de darles mimos, Ophilia giró la cabeza hacia Therion.

—¿Y tú? —preguntó.

Este se quedó unos instantes, pensativo, y luego respiró hondo.

—Bueno… Esto va a ser un poco raro —respondió.

Ophilia dejó de acariciar a los animales e inclinó levemente la cabeza, intrigada.

—¿Algún problema?

—Bueno… antes de decirlo, quiero que quede una cosa clara: no saques conclusiones precipitadas, ¿vale? Espera a que acabe de explicar, es lo único que te pido.

—… Está bien —aceptó ella, algo reticente.

—De acuerdo, allá va —Therion hizo una larga inspiración—. Soy un ladrón.

Se hizo el silencio. La cara de Ophilia no mostraba ninguna emoción, señal de que estaba haciendo caso a Therion.

—Vengo de Rocaudaz —prosiguió—, y he de robar unas piedras muy especiales que robaron hace tiempo a una persona. Digamos que voy a robar a un ladrón para una buena causa. Me… bueno, me ataron un brazalete de la vergüenza para asegurarse que cumplía el trato —H'aanit notó que Therion hacía un ademán para mostrarlo, pero finalmente desistió—. Y puedo entenderlo: ¿quién iba, en su sano juicio, a fiarse de un ladrón? Es como una norma no escrita.

Ophilia se tomó su tiempo antes de responder, uno que Therion y H'aanit cada vez interpretaban como algo malo cuanto más se alargaba. Pero al cabo de poco, la clériga negó con la cabeza.

—Pues yo soy la excepción que confirma la norma —sentenció—. Yo confío en ti.

Tanto H'aanit como Therion se sorprendieron visiblemente.

—¿Perdón? —preguntó este último—. ¿He oído bien? Me ha parecido escuchar las palabras "confío", "en" y "ti" en la misma frase sin ningún "no" al inicio.

—Has oído bien —reafirmó Ophilia mientras se ponía de pie. Tenía una mirada dura, una que ninguno de los otros dos se imaginaba que verían en ella.

H'aanit intervino, algo confundida.

—No quiero parecer maleducada —se excusó—, pero aunque nos encanta tu respuesta… em… a ver cómo digo esto… —Resistió el impulso de ponerse a jugar con su trenza—. No era lo que esperábamos oír… Sin ofender, claro.

Ophilia notó el leve temblor en las manos de la cazadora. Le pareció curioso: suponía que estaban acostumbrados a mantener la calma.

«Supongo que esta no es una situación común, precisamente», pensó.

—A ver, ya sé que cualquiera con dos dedos de frente nunca se fiaría de un ladrón —se explicó—, pero estoy segura de que la Llama Sagrada os ha guiado hasta mi para ayudarme, y nunca me mandaría a personas con mal corazón. Y no solo por eso: yo misma creo que los dos sois buenos y que me ayudaréis en el camino.

Therion alzó una ceja.

—¿Y esa confianza? No es algo que se acostumbre a ver todos los días.

—Es que yo prefiero confiar en las personas antes que desconfiar de ellas.

—Eso puede ser malo —intervino H'aanit—. Cualquiera con malas intenciones puede engañarte fácilmente.

—Lo sé. Pero es un riesgo que estoy dispuesta a asumir.

Ninguno de los dos Viajeros supo cómo responder a esa inocencia tan pura que rozaba la ingenuidad. Ophilia era consciente de eso, y no era la primera vez que recibía miradas juzgantes como aquellas. Sin embargo, era algo en lo que estaba decidida a creer, pasara lo que pasara.

—¿Seguimos? —dijo, viendo que la situación se había atascado—. Debo conseguir el candil de Aelfric antes de que alguien se pregunte dónde he estado todo este rato.

Los tres siguieron caminando, en silencio. Poco después, H'aanit tiró de la ropa de Therion para que este dejase adelantar a Ophilia y ambos pudieran hablar en privado.

—¿Por qué has sido tan directo con ella? —le recriminó en voz baja—. Podrías haberla mentido perfectamente. Tú eres el único que es bueno con las palabras bajo presión.

Therion la fulmino con la mirada y tiró de su poncho para que H'aanit lo soltara, molesto.

—He pensado que, si la señora de la posada había sido tan comprensiva, una clériga no iba a ser menos —respondió, también en un susurro—. Es un riesgo que he asumido. Mira, creo que ya hemos llegado.

Esa excusa no le valió a H'aanit, pero ya no había tiempo para discusiones. Estaban bajando unas pocas escaleras que dieron paso a la Cueva del Origen, una gruta situada en la cima de la montaña cuya entrada estaba custodiada por dos miembros de los Caballeros Ardante, los cuales vigilaban que nadie pusiera un pie en ese suelo sagrado sin el permiso de la iglesia.

Los tres Viajeros se acercaron a la entrada y uno de los caballeros los quiso detener, pero vaciló al reconocer a Ophilia.

—Hermana, ¿qué hacéis aquí y quiénes son estas personas?

—Son mis compañeros de viaje —dijo esta, apartándose para que el caballero los viera bien—. Voy a por la Primera Llama en lugar de Lianna.

El hombre se mostró sorprendido.

—¿Y este repentino cambio de planes? No se nos ha avisado.

—El arzobispo está muy enfermo. Yo voy a hacer el Peregrinaje en vez de mi hermana, para que así ella pueda cuidar de Su Excelencia.

El caballero se quedó un momento pensativo. Luego miró a su compañero, que asintió.

—De acuerdo, allá vos —dijo finalmente—. Seguro que ya lo sabéis, pero debo advertiros igualmente: este lugar es muy peligroso. Por favor, prepárese muy bien antes de entrar.

Ophilia irguió un poco la cabeza.

—Estoy preparada.

—Pues adelante.

Y así, entraron al fin en la Cueva del Origen.

Era un lugar… sorprendentemente bien iluminado, aunque lleno de caminos que llevaban a los lugares más recónditos de la misma, donde podías perderte y ser pasto de los seres que vivían ahí. Debido a eso, aún amparados por la luz de las antorchas, avanzaron con cautela, intentando no llamar mucho la atención de los monstruos. Therion y H'aanit se encargaron de acabar con algunos de ellos, e incluso Ophilia contribuyó atacando con su báculo. Eso sorprendió gratamente a los dos Viajeros, pues no tenían claro si la clériga tenía alguna aptitud para la lucha o no.

Al cabo de poco más de un cuarto de hora, lograron llegar al final de la cueva. Iluminadas por un haz de luz que entraba por una apertura del techo, se reflejaban unas escaleras de piedra imponentes que subían hasta una plataforma en la que, encima de un bloque con grabados antiguos, descansaba una llama azul. Era idéntica a la de la catedral, pero el pedestal era más bajo y ancho, lo que hacía más fácil llegar hasta el fuego. Justo al pie de este, había un pequeño candil de hierro apagado.

Ophilia debía encender el candil con la Primera Llama y hacer el Prendimiento con él, sin separarse ni un instante.

A la que pusieron el pie en el primer escalón, una voz reverberó por toda la cueva.

—A vos que os adentráis en estos corredores, os cuestiono —anunció—. ¿Sois digna de prender las llamas y mostrar la senda a toda la humanidad?

Todos miraron a su alrededor, asustados, pero no veían más que la llama ardiente delante de ellos.

—Esa voz… —murmura Ophilia, pero se interrumpió cuando unos temblores comenzaron a sacudir el lugar.

—Soy quien protege la Primera Llama —prosiguió la voz—. Si queréis haceros llamar Portadora de la Llama… ¡Tendréis que demostrar vuestra valía!

Un gigante de piedra cayó delante de ellos desde un escondrijo en el techo de la cueva, pulverizando el suelo bajo sus pies. Se levantó una potente nube de polvo que obligó a los Viajeros a retroceder a toda prisa. El gigante dio un paso al frente, atravesando el polvo, y dejando a la vista las líneas luminosas que le recorrían el cuerpo, brillando con el mismo color que la Primera Llama. Medía más de siete metros de altura, sostenía un escudo casi tan alto como él en el brazo izquierdo y una espada que era como la mitad de él en el brazo derecho.

—¡Dios santo! —gritó Ophilia, horrorizada.

—¿Qué clase de artificio es ese? —A H'aanit le costaba aceptar lo que veían sus ojos—. Nunca había visto nada igual.

El Guardián comenzó a moverse hacia nuestros héroes mientras levantaba la espada con la intención de atacar.

—¡Cuidado! —exclamó Therion.

Los tres Viajeros se apartaron a tiempo, evitando el ataque. Pero el golpe pulverizó el suelo, haciéndolo temblar con fuerza.

—¡Es muy fuerte! —exclamó H'aanit—. ¡Hay que intentar acabar con él desde la distancia!

—¿Tienes alguna idea? —preguntó Therion.

Antes de que pudiera responder, Linde y Hägen saltaron por encima de Therion y corrieron hacia el monstruo.

—¡Linde, Hägen! ¡No vayáis! —gritó H'aanit, pero era demasiado tarde.

El monstruo vio a los animales y alzó de nuevo su espada para atacar a la vez que estos se acercaban en línea recta hacia él. Pero salido de la nada, un báculo voló directo hacia Linde y le golpeó en el lomo, empujándolo hacia un lado y llevándose consigo a Hägen, apartándolos de la trayectoria de la enorme espada, que abrió un boquete enorme en el lugar donde habían estado los animales hacía solo unos instantes. Todos miran de donde procedía el báculo y se encontraron con Ophilia, que se había apartado del combate nada más había empezado.

El gigante ignoró a los demás y se dirigió hacia ella.

—¡Ophilia, cuidado! —gritó H'aanit, pero Ophilia no se movió. Se quedó quieta, viendo como el gigante de piedra avanzaba hacia ella amenazante. Cerró los ojos, respiró hondo y extendió las palmas de las manos hacia delante.

—¡Deja de rezar y apártate! —gritó Therion.

Pero ella no hizo caso. Cuando el gigante levantó de nuevo la espada, Ophilia abrió de repente los ojos y gritó:

—¡Luz sagrada!

Justo delante del gigante, una columna de luz blanca enorme descendió del techo de la cueva y golpeó al gigante en la cabeza. Este dejó caer su espada con un estruendo y perdió momentáneamente el equilibrio.

—¡Ahora, atacad! —exclamó Ophilia.

Therion y H'aanit no dudaron ni un segundo. H'aanit sacó su arco y cargó una flecha que apuntaba hacia la cabeza del gigante mientras Therion corría hacia los pies de este, aunque se detuvo a medio camino.

—¿Pero qué haces? ¡Ataca! —ordenó H'aanit.

—¿Por dónde? —replicó Therion—. ¡Es de piedra, ¿lo recuerdas?!

El gigante recobró el equilibrio y empezó a girar la cabeza de un lado a otro, buscando su espada.

—¡Rápido, haz algo! —ordenó H'aanit.

—¡A la mierda! —exclamó Therion, y empezó a golpear los pies del gigante con su espada. Atacaba una y otra vez mientras H'aanit disparaba flechas con precisión absoluta, pero el gigante no parece inmutarse. Las armas chocaban una y otra vez contra su cuerpo, sin arañarlo siquiera. Este decidió que Therion ya le había incordiado demasiado, así que movió el pie hacia el lado y le golpeó de frente, enviándolo rodando a él y a su espada contra unas piedras.

—¡Therion! —gritaron las dos chicas.

—¡Estoy bien! Uh… —se agarró el estómago con la mano—. Suerte que es lento y no me ha dolido tanto como creía…

Pero no tenía tiempo de lamentarse. El gigante, con su arma en mano, decidió acabar con Therion de una vez por todas y la alzó de nuevo, preparado para aplastarlo como una hormiga.

—¡Sal de ahí! —gritó Ophilia, pero el gigante no cargó tanto el ataque como las anteriores veces para darle menos tiempo a Therion para esquivar. Este gritó de terror y se intentó incorporar, pero unos escombros le hicieron tropezar. Las chicas miraron horrorizadas la escena, intentando idear fútilmente alguna manera de salvar a Therion mientras este se giraba para ver su final precipitándose a una velocidad inusitada.

Linde, pero, pasó por la derecha de H'aanit como una exhalación, y se lanzó hacia los tobillos del gigante seguida de Hägen.

¡No! —H'aanit estaba desesperada, y vio como los animales le hincaban las garras y los colmillos en la fría piedra.

De repente, el gigante se detuvo.

H'aanit y Ophilia tardaron en comprender lo que acababa de pasar, al igual que Therion, que hiperventilaba en el suelo con los ojos fijos en la espada que se había detenido milagrosamente a medio metro de él. Al cabo de unos pocos segundos, el gigante aulló de dolor, lo que ahuyentó a Linde y a Hägen. Las líneas luminosas que recorrían su pierna brillaban con más intensidad, sobre todo la zona en la que había recibido los ataques.

—¡Las líneas luminosas! —gritó H'aanit—. ¡Ese es su punto débil!

Ophilia reaccionó rápidamente corriendo hacia Therion y arrodillándose frente a él.

—Tranquilo, acabaré enseguida —dijo mientras ponía las manos encima del torso de este y una luz blanca las envolvía.

Therion notó como el dolor del golpe empezaba a desaparecer rápidamente, pero estaba más preocupado por el enorme gigante de piedra que seguía frente a él que por sus heridas. Aunque afortunadamente, H'aanit llamó la atención del Guardián clavando una flecha en las líneas luminosas de su cuello, donde era más amplias. El proyectil perforó la franja azul, haciendo que un haz de luz azul emergiera de allí y el gigante se girara hacia la cazadora con ansia.

Esta cargó una flecha imbuida en energía eléctrica, pero el Guardián alzó su escudo para bloquear el ataque y avanzó con paso rápido y la espada apuntando hacia su futura víctima. H'aanit pudo esquivar la estocada con relativa facilidad, y aunque el gigante siguió atosigándola, ella lograba esquivar con agilidad los lentos pero potentes ataques de su oponente, lo cual era lógico, siendo ella una cazadora.

Eso le dio tiempo suficiente a Ophilia para sanar del todo las heridas de Therion, el cual se levantó de pronto a la que sintió que el dolor desaparecía por completo.

—¡Vamos! Tenemos que ir a ayudarla —dijo con apremio mientras recogía su arma del suelo.

—¿Cómo? —preguntó Ophilia.

Se incorporó a toda prisa y corrió junto a Therion hacia el gigante. El ladrón aferró fuertemente su espada y miró a Ophilia a los ojos.

—Sinceramente, con todo lo que podamos —respondió—. Usa ese báculo como nunca lo has usado, y reza para que sirva de algo.

Nada más se dijo eso, se lanzó hacia la zona de la pierna del gigante que Linde y Hägen habían herido, y hundió la hoja de su espada todo lo que pudo.

El gigante aulló de dolor como no lo había hecho antes. Pero esta vez, Therion se apartó de la pierna para evitar recibir otro golpe, y logró exactamente eso. El gigante se giró hacia él.

«Ya no tengo espada», maldijo. Sacó a relucir su nueva y recién adquirida daga. «Esto tendrá que servir, supongo».

Ojalá Aether, dios y príncipe de los ladrones, permitiera que su arma hiciera su función como era debido.

El Guardián atacó con un barrido lateral que Therion pudo evadir saltando. H'aanit podía ser muy ágil gracias a sus años de caza, pero Therion no se había quedado nada atrás, siempre que se considerara “robar” como un sinónimo algo forzado de “cazar”.

H'aanit sacó su hacha y se preparó para atacar al gigante por la espalda, pero este logró reaccionar a tiempo y bloquear el ataque plantando el escudo en el suelo frente a ella. Pero con lo que no contaba H'aanit es que el gigante procediera a empujar el escudo hacia delante, haciendo que esta recibiera el impacto de lleno, provocando que rodara con violencia por el suelo y su hacha saliera volando lejos de ella.

—¡H'aanit! —exclamó Therion, pero el gigante no se dejó distraer. Levantó el pie que tenía herido y se preparó para aplastar a H'aanit como si fuera una hormiga.

Pero el pie no llegó ni al pináculo de su trayectoria cuando el gigante aulló de nuevo de dolor. Fue entonces cuando Therion se fijó en que Ophilia tenía la punta inferior de su báculo clavada con fuerza en una de las líneas luminosas de la otra pierna del gigante.

—Vosotros no sois quienes deberíais estar haciendo esta prueba —gruñó mientras empujaba el báculo más adentro en la piedra—. Si alguien debe mostrarse digna de empuñar el candil de Aelfric, ¡seré yo!

El gigante aulló de nuevo mientras ponía su otra pierna de vuelta en el suelo, olvidando por completo a H'aanit. Pero Ophilia empujó una última vez el báculo dentro del monstruo, dejándolo casi todo dentro de la línea luminosa.

La pierna se separó del cuerpo del gigante con un breve pero intenso estallido de luz azul.

El Guardián, al ver aquello, corrió a clavar su espada en el suelo para mantener el equilibrio, lo cual logró por los pelos. Fue ese el momento en el que Therion decidió que era buena idea terminar el trabajo que había empezado en la pierna que faltaba, pero grata fue su sorpresa al mirar hacia su espada medio hundida y encontrarse a H'aanit aferrándola con fuerza. Esta, aún con un rastro de sangre cruzándole la cara, asintió con fuerza.

—No volverá a suceder como con la gisharma —le aseguró—. ¡No volverá a suceder!

Y empujó la espada hasta que solo la empuñadura sobresalía del tobillo de piedra, separándolo con otro estallido de luz.

El gigante, teniendo solo un soporte, no pudo mantener más el equilibrio y empezó a caer en medio de un aullido ensordecedor. Therion pudo apartarse por pura fortuna y una velocidad que solo él podía tener, y el cuerpo del gigante impactó con un potente estruendo contra el suelo, soltando su espada.

Therion se quedó mirando a su oponente con atención y desde una buena distancia. Este aún se movía levemente, y palpaba a su alrededor en busca de su arma mientras gemía y rugía moderadamente.

Ophilia empezó a acercarse con paso cauto.

—Ophilia… —empezó a decir Therion, pero esta levantó la mano para que se detuviera.

—Os agradezco mucho lo que habéis hecho —dijo—. Pero esta es mi misión y mi viaje. Sería injusto cargaros a vosotros con un peso que solo yo debo soportar.

El gigante, alertado por lo próxima que sonaba la voz de Ophilia, alzó su brazo en un intento de aplastarla con la mano, pero la clériga se apresuró a juntar sus manos de nuevo.

—¡Luz sagrada!

Una columna resplandeciente impactó justo en la articulación del brazo, haciendo que este fuera empujado hacia el suelo inmediatamente. La mano cayó peligrosamente cerca de Ophilia, lo que la hizo chillar y pegar un brinco por el susto.

El gigante, ya solo con el brazo en el que tenía el escudo, lo alzó hacia la apertura del techo por la que entraba la luz de la luna, y soltó un grito de agonía mientras parecía que… intentaba alcanzarlo.

Entonces la luz de su empezó a parpadear, y se derrumbó como una marioneta inerte. Las líneas luminosas se apagaron paulatinamente hasta que solo quedó una estatua inerte en medio de una cueva oscura.

El Guardián había sido derrotado.

Therion, luego de esperar unos momentos para cerciorarse de que el gigante ya no se movía, se dejó caer en el suelo de golpe. Estaba agotado, sudando y con el corazón a mil por hora. ¿Desde cuándo la iglesia sometía a sus peregrinos a una prueba así? Claro que había algunos que nunca volvían: estaba seguro de que muchos de ellos no salían ni de allí.

«Aunque debo admitir, esto no tiene mucha pinta de mano humana», pensó. Había visitado muchas localidades religiosas con los años, y nunca había visto nada parecido a aquello.

H'aanit, por su lado, no se sentó en el suelo. Aun visiblemente dolorida, corrió a comprobar el estado de Linde y Hägen, los cuales salieron de detrás de unas rocas.

—Menuda batallita… —suspiró H'aanit, al comprobar que los dos estaban bien.

—Sí —respondió Ophilia, que se acercó a los Viajeros una vez hubo recuperado su báculo y la espada de Therion—. Nunca me hubiera imaginado que una bestia de tal calibre vigilaría la Primera Llama. Me pregunto qué habría sido de mí si no llega a ser por vuestra ayuda.

Therion no respondió a los elogios y evitó el contacto visual cuando Ophilia le devolvió la espada, lo que la intrigó, pero H'aanit asintió a modo de agradecimiento.

La voz volvió a retumbar por la caverna.

—Ophilia, habéis sido juzgada digna de portar la Llama Sagrada —anunció—. Extended vuestra mano y aferrad el Candil de Aelfric.

Ophilia avanzó, con paso solemne, hacia la plataforma en la que reposaba la Primera Llama. Al lado de esta, también esperando pacientemente, estaba el candil apagado.

—Supongo que debe de ser este —dijo Ophilia. Lo agarró con cuidado, lo acercó a la llama, y casi sin haberla tocado, una pequeña ascua azulada apareció dentro del candil, lo que la asustó un poco. Observó la pequeña ascua, danzando con modestia.

—Lianna… Perdóname —murmuró.

Descendió de la plataforma y se dirigió hacia sus compañeros. Estos sintieron un leve déjà vu cuando miraron el candil, pero no lograron ubicarlo.

—Debemos apresurarnos —dijo Ophilia mientras se guardaba el candil dentro de la túnica—. Debo avisar a Su Excelencia de que yo haré el Peregrinaje en vez de Lianna.

Therion y H'aanit ya se encontraban lo suficientemente bien como para salir de allí con buen pie, y esta había curado la mayoría de sus heridas gracias a varias de las uvas curativas que habían comprado hacía unas horas, así que accedieron.

Deshicieron el camino y regresaron al pueblo con paso lento. Estaban cansados, pero conservaron la cabeza alta durante todo el trayecto; no por nada, acababan de vencer a un gigante animado de piedra y habían vivido para contarlo. Mientras meditaban sobre lo que acababan de suceder, y en silencio, cruzaron las silenciosas calles de Sacrolumia y llegaron a la catedral. No hicieron falta palabras ni conversaciones vacías para llenar el camino de vuelta; los tres tenían la cabeza llena de cosas.

Siguiendo a Ophilia, llegaron a la habitación del arzobispo.

—Esto es privado —dijo la clériga cuando estuvo frente a la puerta—. Por favor, quedaos cerca, pero no podéis entrar conmigo.

Therion y H'aanit asintieron y se fueron a los bancos de la sala central a esperar. Cuando estuvo sola, Ophilia respiró hondo, palpó el lugar en el que tenía guardado el candil de Aelfric (que sorprendentemente, no quemaba ni sofocaba aun estando plenamente encendido), y abrió la puerta.

Vio a Lianna sentada al lado de la cama donde dormía el arzobispo, sin nadie más en la habitación.

—¡Lianna! —exclamó Ophilia nada más entrar—. ¿Cómo está Su Excelencia?

—Sigue durmiendo, pero parece que está más tranquilo que antes —Se levantó y se acercó a su hermana—. ¿Dónde has estado? Todo el mundo estaba preocupado.

Ophilia intentó disimular los nervios, pero el corazón le latía tan fuerte que temía que Lianna fuera capaz de escucharlo desde donde estaba.

—Lianna… Hay algo que debo decirte…

La tos del arzobispo interrumpió a Ophilia.

—Mis… Mis hijas…

Las dos se sobresaltaron y corrieron a su lado, preocupadas.

—¡Padre! —exclamó Lianna.

—¡Su Excelencia! —exclamó Ophilia.

—Perdonadme, hijas mías… Por haberos preocupado —Hablaba tan débil que las dos tenían que acercarse a la cabecera para oír el hilo que era su voz. Tan cerca una de la otra, Ophilia pudo ver la tristeza brillando en los ojos de su hermana, pero conociéndola, seguramente estaba reprimiendo mucha más de la que veía.

Incluso el arzobispo se dio cuenta.

—No me mires con semejante tristeza, Lianna. No tardaré a estar… ¡cof, cof…!

—¡Padre! —exclamó de nuevo Lianna, cogiendo a su padre de la mano.

El arzobispo se obligó a aguantar la tos.

—No tardaré en estar bien… Pero no es momento de semejantes preocupaciones. El ritual…

A Lianna se le empezaron a escapar las lágrimas, pero apretó su cara en un fútil esfuerzo para retenerlas. Debía parecer fuerte, aunque su padre estuviese en su lecho de muerte y eso le supusiera una carga incluso más enorme que el propio Prendimiento. Realizarlo la apartaría de su padre durante mucho tiempo, y aunque se obligara a no pensar en ello, incluso podía ser que no le volviera a ver jamás.

Ophilia no solo veía todo aquello a través de los ojos de Lianna; lo sabía. Ella misma se lo había contado. No podía esperar más, debía decírselo cuanto antes. Así que cogió aire, suspiró muy lentamente, y se irguió.

Dioses, nunca había estado tan nerviosa en su vida.

—Su Excelencia, debo hablar con vos.

El arzobispo y Lianna se giraron hacia ella, confundidos.

—¿De qué se trata, Ophilia? —preguntó este en voz baja

Ophilia hizo otra inspiración rápida, y con un nudo enorme en el estómago, sacó el candil de Aelfric.

—… Debo partir en peregrinaje y realizar el Prendimiento en lugar de Lianna.

Los ojos del arzobispo y de Lianna se abrieron tanto que Ophilia pensó que sus ojos iban a salir disparados de sus cuencas.

—Eso es… ¡¿el Candil de Aelfric!? ¡Ophilia, has…! —Lianna no pudo ni acabar la frase, y se llevó ambas manos a la boca.

—¿Ophilia? —El arzobispo no supo si lo que estaba viendo era una ilusión o la realidad—. ¿Eres consciente del pecado que supone adentrarse en la Cueva del Origen sin el permiso de la iglesia?

—… Lo soy, Su Excelencia —respondió, con la mirada fija en el suelo. Había pecado. Era la primera vez que se saltaba las normas de la iglesia, y peor aún, lo hizo siendo consciente de ello.

Lianna no sabía ni cómo reaccionar. Era lo último que esperaba que hiciera su hermana. Y en su defensa, esta pensaba igual.

—Ophilia… Pero… ¿Por qué?

—Lianna, déjanos un momento —pidió el arzobispo—. Quiero hablar con Ophilia a solas.

Lianna se asustó visiblemente.

—¡Pero… Padre!

—Tranquila, no voy a castigar a tu hermana, pero debemos debatir unos asuntos.

Lianna, preocupada de todas formas, asintió levemente.

—De acuerdo, Padre… Pero no seáis muy duro con ella, por favor —y procedió a marchar, cabizbaja, y cerrando la puerta lentamente tras de sí. Ophilia se la quedó mirando, dolida, y dudando de su había obrado bien aún con sus buenas intenciones.

El arzobispo giró la cabeza y observó a su hija adoptiva con ojos cansados y cristalinos.

—Parece que has salido ilesa del viaje tan poco recomendable que has hecho.

—Así es, Su Excelencia —Dioses, no podía parar de temblar.

—Y supongo que no te habías preparado para esto. Dada tu solemnidad…

—Lo lamento, Su Excelencia.

El arzobispo cerró los ojos y se quedó un momento meditando, en silencio.

—Ay, Ophilia… Tan solo espero que esa bondad tuya no sea tu perdición —Suspiró.

Ophilia frunció el ceño. Eso no se parecía al sermoncito que estaba esperando.

—¿Su Excelencia?

—Has viajado hasta la Cueva del Origen solo para que Lianna se pueda quedar aquí conmigo, ¿verdad? —adivinó.

Ophilia asintió con la cabeza. Y para su sorpresa, el arzobispo sonrió.

—Informaré al obispo de que hubo un cambio de planes y que te encargarás tú de llevar a cabo el Prendimiento, en lugar de Lianna. Habla con tu hermana y aprende lo que ella ha aprendido durante estos meses. Tu instrucción será más breve, pero sé que estarás a la altura.

Ahora fue Ophilia quien abrió los ojos hasta casi desencajárselos.

—Su Excelencia…

—Tu bondad aporta luz y calor a todos cuanto te rodean, Ophilia, igual que la Llama Sagrada.

Con movimientos lentos, movió la mano para indicar a Ophilia que se acercara, lo que ella obedeció con curiosidad.

—Te contaré algo que no he contado a nadie: cuando te traje aquí, tuve un sueño. Un sueño en el que llevabas la Llama Sagrada a todo el mundo. Ahora que lo pienso, creo que es una profecía de lo que iba a ocurrir.

Ophilia frunció el ceño. ¿El arzobispo había soñado con el día de hoy? ¿Estaba escrito que eso sucediera?

—Lianna es una buena hija —prosiguió—, mi orgullo y alegría. Ha superado mis expectativas sirviendo como hija de la iglesia, pero sé que no le ha sido nada fácil. Ha renunciado a gran parte de su personalidad para ser quien debía ser en la iglesia. Todavía no se lo he dicho a Lianna, pero creo que me queda poco en este mundo.

—¡Pero Su Excelencia! —Ophilia se arrodilló delante del arzobispo—. Los médicos dicen…

—Creo que conozco mi cuerpo mejor que nadie.

Ophilia se quedó como si le acabaran de rasgar el corazón.

—Su Excelencia…

—Ay, Ophilia… Estoy tan orgulloso de Lianna y de ti… —dijo él cogiéndola de la mano—. Prométeme que siempre os querréis la una a la otra…

—Su Excelencia… yo… —El arzobispo comenzó a cerrar los ojos lentamente—. ¡Padre! ¡No nos abandone!

—Gracias, Ophilia.

 


 

—Ha llegado la hora de irme. Cuídate mucho…

Ophilia estaba con Lianna ante las puertas de la catedral de Sacrolumia. Su aprendizaje había sido muy breve, pero tanto ella como Lianna creían que estaba preparada para el arduo viaje que le esperaba.

Therion y H'aanit estaban esperando a los pies de la escalinata. Ophilia ya le había contado sobre ellos a su hermana, y esta no podía hacer más que agradecer a la Llama Sagrada por la ayuda que les había enviado. Los dos Viajeros, además, tuvieron la amabilidad de esperar en la posada el tiempo que Ophilia tardó en completar el aprendizaje de Lianna, asegurando que tenían buenos motivos para quedarse… aunque no concretaran cuales.

—Ten mucho cuidado —le pidió Lianna—. Creo que Padre tenía mucho mejor aspecto hoy, ¿tú no? Casi hemos tenido que atarle a la cama, también deseaba estar aquí.

Ophilia sonrió. Eso era muy propio del arzobispo. Se aferró a ese pensamiento para así evitar pensar en lo que le dijo cuando estaban a solas en su habitación.

«Todavía no se lo he dicho a Lianna, pero creo que me queda poco en este mundo».

—Lo cierto es que da gusto saber que vuelve a ser él mismo —respondió con una sonrisa forzada.

Lianna bajó la cabeza, con expresión culpable.

—Ophilia… Creo que te debo una disculpa.

Esta frunció el ceño.

—¿Por qué, Lianna?

—Porqué cuando me enteré de que harías el Peregrinaje en vez de mí… lo cierto es que sentí un gran alivio —Lianna fijó la mirada en sus pies y empezó a jugar con sus uñas, nerviosa—. Pensar que puedo quedarme aquí, con mi padre, en vez de preocuparme del Prendimiento… Sabía que te arriesgabas a afrontar grandes peligros… pero, aun así, yo estaba contenta —Alzó la vista para encontrar los ojos de su hermana—. ¿Podrás perdonarme, Ophilia?

—¡Por favor, soy yo quien debería disculparse! —se apresuró a decir esta—. No tengo ningún derecho a estar aquí, pero aquí estoy.

—Sé que tan solo deseabas ayudarme, y nada me hace más feliz que saber que serás tú quien me sustituirá en el ritual.

Ophilia sonrió. Y esta vez, sí que fue una sonrisa sincera.

—Gracias, Lianna.

Las dos hermanas se dieron un largo y emotivo abrazo, en el que aprovecharon para memorizar la sensación tan cálida que sentían en su pecho. Tardarían mucho a volver a sentirla de nuevo, y no querían ni pensar en la posibilidad de que esa fuera la última vez.

Quizá no eran hermanas de sangre, pero sí que lo eran de puro corazón. Y eso no podría cambiarlo nadie.

Después de un buen rato, se separaron, emocionadas y tristes a la vez.

—Iré a Puente Santo, Doradia, y finalmente, volveré a Sacrolumia —explicó Ophilia, aunque si lo dijo en voz alta fue más para convencerse a sí misma de que aquello estaba sucediendo de verdad—. Encenderé las llamas de cada ciudad y llevaré a cabo el Prendimiento, igual que hicieron mis antecesores. Estaré fuera mucho tiempo, pero si tú o Padre me necesitáis para lo que sea, no dudéis en llamarme.

—Gracias, Ophilia, de verdad —Lianna juntó ambas manos frente a su pecho—. Ten mucho cuidado, ¿vale?

—Te lo prometo. A ver cómo se me dan las cosas en Puente Santo, en la Riviera. Y hasta que nos volvamos a ver —Ophilia levantó también ambas manos en la misma postura—, ¡que la luz de la Llama Sagrada ilumine tu senda!

—¡Y que siempre disfrutes de su calor!

Las dos se sostuvieron la mirada unos últimos instantes, y entonces Ophilia emprendió la marcha hacia Puente Santo, acompañada de unos compañeros de viaje tan inesperados como el propio viaje. Mientras, Lianna se quedó quieta, mirando a su hermana alejarse y perdiéndose por las silenciosas y bellas calles del pueblo donde habían crecido y jugado juntas tantas veces.

Y la clériga partió en un viaje que no era el suyo.

Debía completar el Prendimiento, un rito sagrado celebrado cada veinte años, para poder volver con su familia, a la que deseaba proteger.

¿Adónde le llevaría ese inesperado viaje?

Solo los dioses lo sabían…

Notes:

Wow, este capítulo ha sido largo y duro.

Aquí hay muchas charlas entre los personajes, las cuales no costaron mucho de imaginar. Aunque algunos momentos clave, como cuando Therion debe contarle a Ophilia que es un ladrón, me costó bastante redactar una conversación que me convenciera. Es una situación muy concreta en la que dudaba mucho de qué haría Therion, pero estoy satisfecho con lo que ha resultado.

El combate también costó de tejer, aunque era obvio. Quería darle protagonismo a todos los personajes, y que Ophilia aprovechara para afianzar su determinación en que ese era el camino que quería tomar. Igual que en los anteriores combates, no he hecho referencia a las debilidades que tiene el Guardián de la Llama en el juego, porque creo que, en una narrativa, limitan artificialmente el combate, y me parecía raro jugar con eso. Así que saqué la idea de que las líneas azules eran su punto débil.

«Qué mal diseño de Guardián, ¿no?», os oigo preguntar. «Exponer así su punto débil, por todo el cuerpo».

Exacto. Esa es la idea. En mi cabeza, Aelfric querría que el Guardián fuera derrotado, igual que el jefe de un videojuego (la ironía). No quería evitar que la gente accediera a la llama bajo ningún concepto, quería que aquel que viniera a buscar la llama demostrara su valía, y por ende, el Guardián debía poder ser derrotado, aunque no fácilmente.

Chapter 10: La cuarta historia: Cyrus, El Erudito (I)

Summary:

El punto de partida: El Prendimiento.

Notes:

Publicado el 14 de agosto de 2019.
Reeditado el 5 de mayo de 2025.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

En el momento en el que nuestros tres Viajeros salieron de Sacrolumia, Ophilia inició su viaje, con la Primera Llama en sus manos, un amor incondicional hacia su familia y la inesperada compañía de Therion, un ladrón, y H’aanit, una cazadora.

Luego de la emotiva despedida que tuvo con Lianna, ella y sus nuevos aliados marcharon de la ciudad por el sendero oeste, el cual permitiría rodearla por arriba y así llegar a las Llanuras. Therion y H’aanit habían dicho que sus destinos eran Nobiliaria y Petrófico, por lo que ese camino era el que más les favorecía. Ophilia habría preferido elegir el que los llevaría de vuelta al Bosque, pues así llegarían antes a Puente Santo, pero sabía que su misión no era la única que importaba, y cedió encantada.

A la que llegaron a la escalinata de piedra que marcaba la entrada a la ciudad, Therion gruñó.

—Vaya, que recuerdos —murmuró con el tono cargado de sarcasmo. Miraba con ojos recelosos el blanco paisaje que tenían delante, y H’aanit igual. Recordaban vivamente el tormento que sufrieron de camino hacia allí, y aunque H’aanit había dicho que el clima parecía favorable, ninguno de los dos estaba tranquilo.

Estuvieron demasiado cerca de morir, y eso no se olvida fácilmente. La perturbación en sus expresiones y cuerpo fue tal que Ophilia se dio cuenta.

—¿Qué sucede? —preguntó, con toda la inocencia que la caracterizaba.

H’aanit soltó un suspiro.

—Nosotros llegamos el día que hubo esa tormenta tan violenta, hace ya varias semanas. Y casi acaba con nosotros. Pudimos salvarnos solo porque la posadera nos escuchó llegar, y en el último segundo logramos refugiarnos en su posada.

—¡Oh! —Ophilia se llevó una mano a la boca, horrorizada—. Siento haber preguntado eso. No quería…

—No has de sentir nada —la interrumpió H'aanit—. A menos que fueras tú la que provocara la tormenta.

—Igualmente, estuvisteis a punto de morir. Me siento mal por vosotros.

—Te agradezco tu preocupación, pero no fue la primera vez que estuve cara a cara con la Muerte. Y sinceramente, tampoco creo que sea la última.

—Pues no —intervino Therion—, sabiendo que ahora nos dirigimos a Nobiliaria con intención de robar a un erudito. Por experiencia propia, os puedo asegurar que la gente no se toma muy bien que les arrebates lo que consideran suyo, y más si son personas expertas en conocimientos mágicos y arcanos.

Ophilia se removió un poco, incómoda. Estaba a punto de participar en un hurto, un acto de pecado. Sabía que había jurado ayudar a aquellos Viajeros, pero no sabía cómo se tomarían los dioses que la encargada del Prendimiento se manchara el alma cometiendo aquellos delitos.

Pero H’aanit, ya fuera por fortuna o por milagro, habló.

—Sinceramente, Therion, lo he estado pensando, y creo que lo mejor es pasar momentáneamente de largo el desvío a Nobiliaria e ir antes a Átlasdam. Al ser ciudades vecinas, quizá podemos investigar primero allí si alguien sabe algo de la piedra esa, y así iremos a Nobiliaria sin estar tan cegados.

—Se puede recabar perfectamente información en el mismo lugar que vas a robar —explicó Therion—. Lo he hecho muchas veces, y no levantas sospechas si se hace correctamente.

—Ya, pero nosotras no somos ladronas. No creo que podamos serte de mucha ayuda si vamos directamente a la cacería, ya que no tenemos tu experiencia. Creo que, por esta vez, deberíamos tomarnos las cosas con más calma. Tu brazalete no irá a ningún lado por esperar un día más, ¿no?

La mirada de Therion se endureció de pronto, y apartó rápidamente la vista a un lado. Que H’aanit mencionara el brazalete le había dolido más de lo que esperaba, y solo por eso ya quería ir a Nobiliaria inmediatamente a…

No. Debía tranquilizarse. Si llevaba ese brazalete, era justamente porque no había pensado lo suficiente en lo que estaba haciendo. Las palabras de Heathcote de que era “un ladrón hábil, pero corto de miras” resonaron en su cabeza, atormentándole. Su orgullo seguía herido, pero cometer dos veces el mismo error no era lo que hacía un buen ladrón; era lo que hacía un aspirante a cadáver.

Tragó salivo, respiró hondo y respondió con sequedad.

—Vale. Vayamos a Átlasdam.

Y empezó a andar sin esperar a las chicas, las cuales reaccionaron poco después. Ophilia se quedó con ganas de saber más de ese brazalete, pero el aura de rencor que envolvía a Therion le hizo pensar que no era buena idea preguntar en ese momento.

Siguieron un camino marcado por unos postes que servían para guiar a los viajeros por si la nieve llegaba a ocultar el camino, algo muy habitual ahí. Luego de algunos encontronazos con monstruos y animales salvajes que lograron solventar sin muchos problemas (sería muy vergonzoso que fuera así luego de acabar con un gigante de piedra), llegaron a las Llanuras septentrionales de Átlasdam.

Y fue como si entraran a un mundo nuevo.

Las fronteras territoriales de Orsterra las delimitaba la propia naturaleza, y las que separaban las Tierras Nevadas de las Llanuras estaba marcada por una repentina desaparición de la nieve, seguida de una explosión de praderas verdes y anchas hasta donde alcanzaba la vista, rebosantes de vida y paz. El paisaje estaba salpicado de flores silvestres, y el Sol acariciaba la piel con delicadeza.

Los tres Viajeros se quedaron maravillados por las amplias extensiones de hierba, que danzaban al son de la suave brisa de la zona. Cualquiera diría que allí siempre era primavera.

—Que paisaje más hermoso… —murmuró Ophilia, genuinamente maravillada.

—Algo así no se ve todos los días —añadió H'aanit—, pero yo pensaba que tú habrías venido alguna vez aquí, sabiendo que las Tierras Nevadas y las Llanuras son áreas vecinas.

—Nunca he salido de las Tierras Nevadas —admitió Ophilia—. Siempre me he preguntado qué había más allá del manto nevado de las montañas, pero nunca tuve la oportunidad. Mis tareas en la iglesia ocupan la gran mayoría de mi tiempo, y el resto lo dedico a estar con mi familia.

H’aanit asintió, comprendiendo. Dio un vistazo atrás, y vio como Linde y Hägen se revolcaban en unos matojos de hierba para secarse de la nieve y el hielo que tenían encima.

—Es un calor diferente al de Rocaudaz —comentó Therion de la nada—. Brilla el Sol, pero no predomina. También sopla un airecito de vez en cuando que se agradece bastante. Es más agradable que el Acantilado, menos angosto que el Bosque y lo contrario de las Tierras Nevadas.

—Ah —H’aanit se giró hacia él—. ¿Es que tú has pasado por aquí alguna vez?

—No sería un ladrón de renombre si solo me limitara a robar lo que me pilla cerca —respondió, inflando levemente el pecho de orgullo—. Viajar por Orsterra no solo me da un abanico de objetivos más diverso, también me da experiencia y me ayuda a pulir mis… talentos en diferentes contextos. Es vital, como buen ladrón, saber adaptarte a cualquier entorno que se te ponga delante. Además de que moverte mucho evita que la gente se familiarice contigo, y luego es más fácil regresar si te has dejado algo por robar.

Ophilia no pudo evitar una leve sonrisa, algo que Therion percibió. Alzó una ceja.

—Vaya, creía que habías dicho que no eras fan de los ladrones.

Ophilia negó con la cabeza, intentando reprimir un leve sonrojo.

—No, no es eso. Es que… oírte hablar tan apasionadamente de tu… bueno, especialidad… no estoy de acuerdo con lo que haces, pero he podido sentir como esas palabras han salido de tu corazón. Si el tuyo fuera un trabajo honrado, respetaría dicha dedicación sin miramientos.

Therion se cruzó de brazos.

—¿Así que no me respetas? ¿Luego de lo que hemos pasado hace varias semanas?

—¡Oh, no me malinterpretes! —exclamó Ophilia—. Sigo creyendo que eres una buena persona, y tu ayuda durante la prueba de la Primera Llama solo afianzó esa creencia. Lo único que me chirría… bueno, es que tu trabajo consista en pecar robando al prójimo.

Therion se encogió de hombros.

—No todos tenemos la suerte de que nos acoja un arzobispo desde bien pequeños y nos enseñe el camino de la luz. A mí me acogieron entre barrotes y calles estrechas. No es el camino que habría preferido, pero es el que me da de comer, así que mejor hacerlo lo mejor que puedo y seguir adelante.

Eso marcó el fin de la conversación, y los Viajeros siguieron su camino en un silencio respetuoso (aunque algo incómodo).

Durante ese rato, Therion no pudo quitarse de la cabeza que, aunque había terminado diciendo que robaba por obligación, no había admitido la emoción y la jovialidad que le embaucaba cada vez que planeaba un nuevo “trabajo”, y lo que luego disfrutaba llevándolo a cabo. Quizá era un placer adquirido, pero también era su placer culpable, aunque no lo dijera. Y una clériga no tenía por qué saber tanto de él, teniendo en cuenta que solo se conocían desde hacía unas semanas y que viajaban juntos por conveniencia.

Ya le habían juzgado suficiente en el pasado. No necesitaba escuchar un sermón que ya tenía casi memorizado de lo mucho que se lo habían repetido.

Los tres siguieron caminando tranquilamente por los verdes prados de la zona, e intentaron centrarse en eso. Era una hermosa mañana, al fin y al cabo: los pájaros cantaban, las flores brotaban… en días como esos, las nubes volaban lentamente sobre sus cabezas, las ovejas pastaban tranquilamente a su lado y la dulce brisa de la primavera acariciaba sus rostros.

Después de unas horas, ya pasado el mediodía, llegaron a un solar que a su derecha descubría una pasarela con banderas rojas que lucían un león dorado bordado en el centro. La pasarela llevaba a un enorme recinto amurallado, que era tan viejo como imponente, y que, con la puerta bajada, invitaba a todo el mundo a entrar en él.

—Impresionante —dijo Ophilia—. ¿Y todo esto es Átlasdam? A parte de la catedral de Sacrolumia, nunca había visto una edificación tan majestuosa en mi vida.

—Eso es porque no has visto la mansión Ravus —respondió Therion.

—Sea como sea, creo que nos iría bien dar por terminado el día de hoy —propuso H’aanit mientras alzaba la vista al cielo—. Empieza a atardecer y no hemos probado bocado desde Sacrolumia. Podemos entrar, comer y descansar en su posada, e irnos al día siguiente.

Todo el mundo estuvo de acuerdo, y entraron en el recinto.

El interior de este era un pequeño pueblo lleno de pequeñas casas de tejados azules y floridas por doquier. Había anchos caminos de piedra que llevaban todos a pequeña plaza donde correteaban unos niños que hacían oídos sordos a los avisos de sus padres, esperando así poder estirar su juego un poco más. Algo más arriba, en un sendero amplio que avanzaba hacia el norte, se levantaba un imponente castillo. Era una ciudad en la que se respiraba riqueza y comodidad, un entorno algo distinto de lo que estaban acostumbrados nuestros tres Viajeros.

Pero por encima de todo, emanaba un aire de conocimiento sin igual.

Al poco de entrar, un guardia que custodiaba la entrada les detuvo.

—Deteneos —ordenó con un tono amargo.

Los tres viajeros se giraron, aunque Therion puso los ojos en blanco antes de hacerlo. No esperaba que se le notara tanto las pintas de ladrón, pero…

—¿Esos animales son vuestros? —preguntó el guardia.

Therion contuvo su sorpresa y asintió para sus adentros. Sí, eso desde luego llamaba mucho más la atención.

H’aanit respondió.

—Sí, me acompañan a mí —Entrecerró un poco los ojos, escéptica—. ¿Es que acaso hay un problema?

—¿Es usted una cazadora? —la interrogó el guardia—. ¿Y de dónde procede?

—De la región del Bosque —Su tono se volvió más grave y firme, y le sostuvo fuertemente la mirada—. No entiendo qué relevancia tiene eso.

El guardia dio un paso atrás.

—¡Oh, discúlpeme si la estoy ofendiendo! No era mi intención, se lo aseguro. Solo quería pedirle… que no se paseara con sus animales por Átlasdam. No es que no confíe en su capacidad como cazadora para mantenerlo a raya, pero… los habitantes de este lugar no están acostumbrados a ver bestias salvajes en su día a día, y no querría que cundiera un pánico innecesario.

El guardia señaló al edificio que tenían a su derecha.

—Esta es la posada. Puede dejarlos ahí dentro durante su estancia aquí. Aunque si rompen algo, se verá obligada a pagar por los desperfectos.

H’aanit se quedó mirando el edificio un momento, en silencio, y con una expresión de pura seriedad, le devolvió la mirada y asintió.

—Gracias por el aviso. Lo tendré en cuenta.

—Gracias a usted —se apresuró a decir el hombre—. Y perdone de nuevo por el malentendido. Sería mi último deseo ofender a una cazadora tan bella y capaz como se ve usted.

H’aanit asintió de nuevo, y se dirigió hacia la posada a reservar ya su habitación para poder dejar a Linde y a Hägen dentro. Ophilia y Therion la siguieron, y aprovecharon para reservar también las suyas propias.

—Je —soltó Therion mientras se dirigían a sus habitaciones, una vez ya hubieron pagado—. Ha sido divertido verte enfrentada a ese guardia. El pobre no tuvo ninguna oportunidad.

H’aanit se detuvo y frunció el ceño. Ophilia siguió andando un poco más antes de darse cuenta de que ya no la seguían.

—¿De qué estás hablando? —preguntó la cazadora.

—El tipo que nos ha detenido antes —concretó Therion—. Te has puesto delante de él, y con una simple mirada, ya lo tenías a tus pies. Te ha condecorado de perdones y elogios, y te ha dejado pasar aun sabiendo que, si pasa algo con Linde y Hägen, se va a meter en un marrón que no va a querer dos.

—No veo que tiene eso de especial —respondió ella, algo extrañada—. Soy una cazadora experimentada, y no ha tenido problema alguno en reconocerlo. Además, se le veía más un perro ladrador, poco mordedor. A esos, con una buena mirada y un tono firme, los puedes domar más fácilmente de lo que crees.

Therion se sorprendió por esa respuesta, pero rápidamente cambió su expresión por una sonrisa maliciosa.

—Vaya, veo que sabes poner a la gente en su sitio. Es como un talento natural, ¿no? Te sale solo, incluso.

H’aanit, completamente ajena a lo que estaba haciendo Therion, respondió sin tapujos.

—Sí, podríamos decir que sí. Tantos años cazando y domando criaturas, acabas por cogerle el truco. Se trata de saber imponerte y dejar claro quién manda. Hay que demostrar a los demás que no se pueden poner por encima de ti así por las buenas, e igual que con los perros, a veces hay que pegar un buen tirón de correa para ponerlos en su sitio. Si lo intentas lo suficiente, como tú has dicho, tendrás a quien quieras a tus pies.

Therion no pudo aguantar más, y empezó a carcajearse a viva voz, dejando a H’aanit y a Ophilia completamente confundidas.

—¡Ay! Gracias, H’aanit. Esta charla ha sido algo que atesoraré toda la vida.

Esta frunció el ceño de nuevo.

—De… ¿nada?

Therion seguía riendo mientras avanzaba hacia su puerta, pero H’aanit se quedó un momento de pie, pensando en lo que acababa de pasar. Pero por más que lo intentó, no supo decir qué había dicho para que Therion reaccionara de esa forma.

Ophilia se le acercó.

—H’aanit, perdona que pregunte, pero… ¿tú has entendido lo que acaba de pasar?

—Sinceramente… no. Pero tengo el presentimiento de que no nos lo contará aunque se lo preguntemos, y dudo que sea algo tan importante como para perder más tiempo con ello. Yo de ti iría a mi habitación y descansaría, pues yo quiero hacer lo mismo. En nada nos tocará ir a cenar, y luego a dormir. Mañana deberemos caminar bastante.

 


 

Amaneció un nuevo día, y los tres Viajeros despertaron con energías renovadas. Siguiendo el plan de H’aanit, en vez de ir a Nobiliaria, se quedarían ese día en Átlasdam a recabar información sobre la piedra dracónica de rubí antes de partir. Y, obedeciendo al guardia, Linde y Hägen se quedaron en la habitación de H’aanit, para así no asustar a los pueblerinos.

El pueblo entero era imponente y maravilloso al mismo tiempo. Altas murallas de piedra que lo rodeaban te hacían sentir seguro del mundo exterior, y docenas de eruditos caminaban arriba y abajo con sus libros y tareas, dándole vida y movimiento. Parecía que el pueblo siempre estaba en constante movimiento, y el ambiente se sentía culto y rico.

El grupo llegó a la taberna, donde decidieron aprovechar para desayunar. Los tres pidieron una pata de conejo y, mientras esperaban los platos, Ophilia preguntó:

—Y… ¿cómo se hace eso de recabar información? —Intentaba ocultar la incomodidad por educación, pero no le salió bien.

—Bueno, para empezar, te fijas en tu alrededor —Therion se inclinó hacia delante y bajó la voz—. Nunca sabes quién sabrá qué, y no es bueno juzgar por el aspecto. Es verdad que investigamos a un erudito, pero este podría ser… me lo invento, mejor amigo del hijo del panadero, los cuales se cuentan todo entre ellos, mientras que sus compañeros de estudio casi ni le ven el pelo. Es un caso algo extremo, pero creo que pilláis la idea. Debemos escuchar lo que dice la gente, sea quien sea, y si alguien suelta algo de nuestro interés, entonces nos acercamos e intentamos meternos en la conversación.

—Pero con tanto ruido, no sé si seré capaz de entender lo que se dice ni quién lo dice.

—Bueno, queríais venir aquí a tomaros esto con calma, ¿no? Pues esto es lo que hay. Ahora, a escuchar.

Llegaron las patas de conejo, y mientras comían, las chicas se concentraron en hacer lo que les había dicho Therion. Ophilia estaba muy perdida, y no solo no sabía exactamente en qué fijarse, sino que le incomodaba estar escuchando conversaciones ajenas; era de muy mala educación, al fin y al cabo. H’aanit, por su parte, tenía suerte de haber afinado su oído durante sus años de cacería, pero normalmente operaba en entornos silenciosos y calmados en los que había pocos sonidos. Aquella taberna era un bullicio de estímulos, y tampoco le estaba pillando el truco. Quizá debería haberlo pensado mejor antes de proponer esa idea.

—Therion, esto es más complicado de lo que creía —dijo al cabo de unos minutos—. No sé yo sí…

Se calló. Therion tenía la mirada fija hacia delante, y casi no había catado la pata de conejo. H’aanit frunció el ceño.

—¿Ocurre algo?

—Los tres hombres de la mesa a mi espalda no han dejado de mirarnos desde que hemos entrado —murmuró este en voz baja.

—¿En serio? ¿Quiénes? —preguntó Ophilia. Echó una mirada nada disimulada, y vio a tres hombres fuertes como mulas que les observaban fijamente desde una mesa apartada, antes de que Therion le tirara de un brazo.

—Ophilia, no vuelvas a hacer eso —le ordenó Therion, alzando la voz, pero sin dejar de murmurar—. Ahora saben que sabemos que nos vigilan.

Ophilia se puso roja de vergüenza, y sus mejillas empezaron a arder como si el conejo que se estaba comiendo estuviera ardiendo.

—¿Qué problema tendrán? —H’aanit, al igual que Therion, evitó mirarlos directamente.

—No lo sé —respondió Therion—, pero si lo que buscan es pelea, la tendrán.

—¿Acaso no podemos buscar una solución pacífica? —pidió Ophilia, intentando sacarse de encima el bochorno—. Hablando, la gente se entiende.

—La gente de esa calaña no atienden a razones —replicó Therion—. Prefieren usar los puños a las palabras. No hay remedio.

Los tres hombres se levantaron de sus sitios y se dirigieron a la mesa de nuestro grupo, separándose y colocándose uno detrás de cada uno de los Viajeros.

—Veo que lo de disimular no es lo vuestro —dijo el tipo que tenía más músculo y que estaba detrás de Therion—. Escúchame, rata: puede que hayas engañado a todos los imbéciles de esta taberna, pero de mí no te escapas… ladronzuelo.

Therion, sin apartar la vista de enfrente, respondió con tranquilidad.

—¿Acaso te he molestado? —preguntó—. No recuerdo haber visto tu careto antes. Y eso de lo que me acusas es muy grave. Yo llegué ayer aquí. Si no, pregúntale al guardia de la entrada de la ciudad.

—Me da completamente igual el tiempo que lleves aquí —replicó el hombre con sequedad—. Tengo un talento especial para reconocer a los de tu calaña, y tu sola presencia ya me perturba lo suficiente como para amargarme todo el día entero —Puso sus manos sobre el respaldo de la silla de Therion—. No soporto a los cacos ni a otras ratas similares como tú. Pero hay algo que me intriga más de lo que me molestas: ¿qué hace un ladronzuelo en un lugar donde solo hay libros y piedras secas acompañado de dos mujeres tan hermosas?

Los otros dos hombres sonrieron entre ellos y se pegaron aún más al respaldo de las sillas de Ophilia y H'aanit.

—¿Acaso un hombre acompañado de dos mujeres hermosas no puede venir a un pueblo a descansar tranquilamente? —preguntó Therion, verificando con disimulo que podía alcanzar su daga.

—Las ratas como tú no os merecéis ni el aire que respiráis —El hombre hablaba con una calma muy controlada, por lo que Therion sospechó que estaba reprimiendo una rabia inmensa—. Pero hoy estoy de buen humor, así que te voy a dar dos opciones: puedes largarte ahora con vida y sin las chicas, o puedes largarte más tarde con todos los huesos rotos y sin las chicas —Alzó la mirada hacia ellas—. No os preocupéis, ahora estáis en buenas manos.

Los otros dos hombres apoyaron sus manos encima de los hombros de estas. Ophilia se quedó petrificada por el miedo, mientras que H'aanit miraba de reojo la cara del tipo que tenía detrás, decidiendo dónde le clavaría su hacha si se atrevía a intentar algo más.

—Creo que te olvidas de la tercera opción, amigo mío —dijo Therion mientras se levantaba lentamente de la silla y se colocaba cara a cara con el hombre.

—¿Sí? ¿Y cuál es?

Sin que ninguno de los seis se hubiera enterado, la taberna había callado completamente, y todos observaban la discusión entre Therion y el hombre.

—Esa opción contiene lo siguiente —Escondiendo su brazo bajo el poncho, Therion acarició la empuñadura de su daga—. Tú te quedarás aquí, en el suelo, derramando sangre debido a un tajo en el cuello. El hombre a mi izquierda acabará igual que tú, pero por una herida producida por una herramienta más contundente, y el hombre a mi derecha acabará con la cabeza aplastada en el mostrador. Luego, agarraré vuestros sacos de monedas y se los lanzaré a la tabernera, por las molestias. Entonces, nosotros tres saldremos tranquilamente por la puerta principal y nos largaremos de este pueblo. Así, ni nosotros ni nadie tendrá que oler nunca más tu aliento de perro.

—¿Pero qué…? —Los ojos del hombre se inyectaron en sangre—. ¡Prepárate para tragarte tus palabras, bastardo miserable!

Alzó el brazo en señal de ataque, pero Therion ya estaba desenfundando su reluciente daga en dirección al cuello del tipo. Si era lo suficientemente rápido…

Un grito les detuvo.

¡Deteneos!

Todos los de la taberna se giraron hacia su procedencia. Había sido un hombre alto, de pelo negro, corto y revuelto, con una túnica negra y un libro bajo un brazo el que había gritado. Tenía levantada la mano derecha en señal de stop.

—Federic —continuó el hombre misterioso.

—Cyrus —respondió Federic, el hombre al que Therion había estado a punto de matar.

—Ya es tu segundo aviso este mes —El tal Cyrus hablaba con calma, pero al contrario que la de Federic, era la de alguien que tiene la situación bajo control—. ¿Acaso quieres volver a las mazmorras del castillo, a ver si mejora tu comportamiento?

Federic bajó el brazo, pero seguía con el puño cerrado y miraba a Cyrus con la cara arrugada de rabia.

—No pienso volver ahí jamás, y no voy a permitir que un erudito estirado como tu ose decirme lo que tengo que hacer. Ahora vete, tengo un asunto entre manos.

—Federic, relájate. Te lo estoy pidiendo por favor.

—¡Y yo te pido que te largues de aquí y dejes de meter las narices en los asuntos de los demás! —bramó Federic, escupiendo sin querer rastros de saliva—. ¿Acaso los eruditos tenéis el derecho de meteros siempre donde no os llaman?

—Federic, eres el único aquí que está gritando —Cyrus mantuvo el tono de calma y no alzó la voz—. Vete ahora y deja a esta pobre gente disfrutar de su desayuno tranquilamente.

—¡Cállate! ¡Cállate de una maldita vez!

Federic se lanzó como una estampida hacia Cyrus mientras gritaba y cargaba un puñetazo directo hacia su rostro. Pero de la nada, un destello lo cegó y lo arrojó al suelo.

—Federic, no quiero recurrir a esto. Vete, por favor.

El destello redujo su intensidad y cuando se pudo ver su procedencia, todo el mundo se quedó petrificado. Encima de la palma de la mano de Cyrus, una llama de fuego flotaba en el aire, danzando con energía. Federic miró aterrorizado la magia de Cyrus y pasó de golpe de ser una mula furiosa a un cachorro asustado. Se levantó con torpeza y llamó a sus compañeros con un gesto de su mano.

—¡Esto no quedará así, Cyrus! ¡Ya nos veremos las caras!

Junto a sus compinches, salió corriendo de la taberna. A la que se fueron los tres, todas las miradas se posaron en Cyrus. Este extinguió la llama con un elegante movimiento y sonrió ampliamente.

—Vamos, aquí no ha pasado nada —anunció con júbilo—. Sigan con lo suyo, sigan.

La gente tardó unos instantes a reaccionar, pero al cabo de nada, la gente ya lo estaba vitoreando y alabando, y muchos incluso se levantaron para aplaudirle. Cyrus hizo elegantes reverencias en respuesta, y se dirigió hacia la mesa de nuestros Viajeros.

—¿Ustedes están bien? —preguntó—. Les pido disculpas en nombre del pueblo de Átlasdam. Este hombre tiene un historial de tomarse la justifica demasiado por su mano, pero no tardarán en detenerle cuando esto se comunique a las autoridades. Espero que este incidente no les haya causado mucho malestar.

—Oh, por favor —dijo Ophilia con genuina alegría—. Si la situación se ha solucionado sin mayor escalado ha sido gracias a usted. Le agradecemos enormemente habernos ayudarnos con esos hombres.

—No me han de agradecer nada. Solo he hecho lo que haría cualquiera en mi lugar.

—No cualquiera se habría enfrentado a esa mula enorme sin miedo y sin dudar como lo ha hecho usted —elogió H'aanit.

—En verdad he pasado miedo, dulce dama —explicó Cyrus—. Pero el valor consiste en, aun teniendo miedo, atreverse a actuar.

—Es usted muy sabio, señor —elogió Ophilia.

—Por favor, no me llamen señor. Soy Cyrus, profesor en la Real Academia de Átlasdam. Llámenme por mi nombre.

—Claro, claro. Siéntese con nosotros, por favor.

Cyrus se lo pensó un poco, pero al final decidió unirse a ellos. Agarró una silla sin dueño de otra mesa y se sentó entre Therion y Ophilia.

—Nunca habría imaginado que un profesor pudiera usar la magia —comentó Therion.

—La magia es una de las cosas que enseño en la academia. Hay gente que disiente sobre este tema, pero en mi opinión, el conocimiento se ha de transmitir a tanta gente como sea posible, y nunca quedárselo para uno.

Los tres Viajeros no pudieron evitar fijarse en que un leve brillo de preocupación cruzaba los ojos de Cyrus al pronunciar esas palabras, y su expresión se ensombreció un poco.

—Perdone, profesor —dijo H'aanit.

—¿Sí? —respondió Cyrus, recuperando la jovialidad de su rostro.

—No quiero meterme en asuntos ajenos a los míos, pero no puedo evitar fijarme en que hay algo que le inquieta…

—Oh, no se preocupe, no es nada —descartó este con un gesto de la mano—. Es solo que tengo un tema que resolver. Unas damas tan bellas como ustedes no deberían preocuparse por los asuntos de un erudito como yo.

Ophilia se ruborizó de golpe, pero H'aanit mantuvo la cara de póquer. Therion, por otro lado, intentaba adivinar si Cyrus se estaba pasando de educado o si intentaba ligar con las chicas.

—Quizá nosotros podríamos ayudarle, profesor —dijo Ophilia, aún con la cara roja—. Los problemas se resuelven antes si dispones de ayuda. En mi caso, así fue, y todo gracias a la ayuda de H'aanit y Therion.

—Y en el mío también fue gracias a él —remarcó H'aanit.

Una sonrisa de orgullo se dibujó en la cara de Therion. Cyrus, por su parte, asintió.

—No veo por qué no. Aunque no estoy en mi derecho de pedirles ayuda. Ni siquiera les conozco.

—Por favor, no nos produce ninguna molestia —le aseguró Ophilia—. Considérelo como un acto de agradecimiento por su ayuda hace unos instantes.

—Yo estaré encantada de prestar mi arco y mi hacha a su servicio —dijo H'aanit.

—Bueno, sí, mejor esto que quedarse en deuda —suspiró Therion—. Acepto también, profe.

Cyrus sonrió, satisfecho. No se esperaba esta resolución, pero no iba a quejarse. Una alegría genuina le infló el alma.

—Gracias por su ayuda, de verdad. Pues bien, esta es mi historia…

Notes:

¡Y así conocen al autista de Cyrus!

Debo reconocer que me siento orgulloso de la escena que he podido idear de cómo le conocen. Es verdad que las escenas de cómo nos encontramos a H'aanit y a Ophilia están basadas en la posición real del mapa en la que, en el juego, vemos a los personajes. Pero con Cyrus tuve un rayo de inspiración y pensé "wow, eso en realidad es muchísimo más chulo que cualquier otra cosa que pudiera idear fuera de la taberna".

También: cuando estaba reescribiendo el capítulo, la versión original me ocupaba 6 páginas en un Word (2.341 palabras), y ahora ha crecido hasta 11 (4.915 palabras). He añadido mucho contenido, y también me siento muy orgulloso por ello <3

Una parte de este contenido adicional es el motivo por el que deciden ir a Átlasdam antes que a Nobiliaria, aunque no me siento del todo cómodo con el resultado.

  • En mi escrito de hace 4 años, lo planeé de modo que reclutaban primero a Cyrus, y luego iban a Nobiliaria, pero… no se justificaba de ninguna forma. Simplemente, omitían mencionar que el desvío a Nobiliaria les pillaba antes que Átlasdam, y lo ignoraban por completo. Y si era así, fue porque no me di cuenta de que el desvío aparecía antes que Átlasdam.
  • Claro, cuando empecé a reescribir el capítulo en 2025, me di cuenta de ello, y aunque podría haber reescrito los capítulos para que fueran primero a Nobiliaria, preferí incluir antes a Cyrus en el grupo. Añadiría más dinámicas al ser cuatro personajes y no tres, y así los capítulos en Nobiliaria serían más interesantes.
  • Pero necesitaba justificar por qué decidirían no ir. Primero pensé en inventarme que el desvío estaba cortado, pero me parecía una razón un poco pobre. Luego se me ocurrió que fueran a Átlasdam a investigar, pero eso también me generaba conflicto: Therion puede pasar desapercibido en la misma ciudad que quiere ir a robar, y recabar información sin llamar la atención, pero H'aanit y Ophilia no tienen ese talento. Logré relacionar la decisión con el comentario de que Heathcote llamara a Therion "corto de miras", ya que fue ese el motivo por el que Therion cayó en la trampa.
  • Therion es un ladrón orgulloso, pero no lo es tanto como para no aprender de sus errores ni reconocerlos; si no fuera así, nunca habría llegado a ser tan buen ladrón. Así que decidí usar esa dinámica como justificación.
  • A título personal, me parece un pelín forzado, pero creo que es la mejor decisión que podía tomar. No sé qué pensáis, la verdad.

Y por último, lo de que H'aanit suelte comentarios de dominatrix sin enterarse… la verdad es que me surgió mientras estaba escribiendo esos diálogos, fue todo completamente improvisado, pero me hizo mucha gracia y decidí explorar esa idea. Y luego de ver el resultado, debo decir que (al menos en mi cabeza), al personaje le pega actuar así. Es un headcanon, pero uno que considero bastante fidedigno.

Chapter 11: La cuarta historia: Cyrus, El Erudito (II)

Notes:

Publicado el 13 de abril de 2020.
Reeditado el 24 de mayo de 2025.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Me llamo Cyrus, y soy un erudito. Esto es Átlasdam, en las fértiles Llanuras. Es el hogar de la Academia Real, donde los eruditos estudiamos día y noche para aportar la luz del conocimiento a la familia real y a todo el reino.

Yo me paso los días en la biblioteca, devorando los volúmenes hasta la saciedad. En esa misma biblioteca descubrí que se había producido un terrible robo, y tengo la certeza de que ha sido uno de mis compañeros eruditos. Había decidido enfrentarme a ese hombre en solitario, en su estudio subterráneo, pero me gracias a vuestro ofrecimiento, tendré aliados sabios para recorrer el camino que he elegido.

 


 

Esa misma mañana, Cyrus se movía arriba y abajo frente a la enorme pizarra que colgaba de la pared norte de su clase, una estancia amplia e iluminada, aunque solo amueblada con un puñado de jarrones, bancos y dos únicos pupitres sobre una alfombra verde. Esos pupitres indicaban la cantidad de alumnos que tenía. Exactamente: solo dos.

Aunque era entendible, pues aunque una de sus alumnas era una noble de alta cuna llamada Therese, la segunda era la mismísima princesa Mary, apodada cariñosamente como “el Sol de las Llanuras”. Al ver que la princesa quería proseguir con su educación a medida que crecía, y para garantizar su seguridad, la familia real había pedido reducir el número de alumnos que Cyrus podía tener para garantizar la seguridad de la princesa. Fue una petición que Cyrus aceptó a regañadientes, pero no podía decir que no a la realeza de la ciudad en la que impartía clase.

Y ese día, justamente, tocaba la historia de Átlasdam.

—… y así fue como se fundó, hace ya dos siglos —estaba diciendo el profesor mientras contemplaba el enorme mapa que había colgado en la pizarra—. Así es, nuestra ciudad es una de las más antiguas de todo el continente de Orsterra. También hubo otra ciudad estado, con una historia tan larga y maravillosa como la nuestra… pero vivió su trágico final hace ya ocho años. ¿Alguien sabe cómo se llamaba esa ciudad? —Se fijó en una de sus alumnas—. ¿Lo sabes tú, Therese?

Esta se sentaba en el pupitre de la izquierda. Vestía un vestido gris que conjuntaba con su pelo largo y plateado, con el que jugaba cuando Cyrus le lanzó la pregunta. Eso la pilló por sorpresa, y se inclinó vacilante hacia delante, con la mente en blanco debido al pánico.

—Er… Creo que era… —Su voz temblaba, indecisa.

Cyrus actuó rápidamente.

—Tranquila, no hay motivo para ponerse nerviosos —la calmó con voz suave—. No pasa nada por conocer la respuesta a una pregunta, siempre que se conserve el deseo de aprender. La respuesta está en tu libro de texto. Búscala.

Therese asintió, cabizbaja.

—Sí, profe…

Ojeó el libro de texto, sintiéndose estúpida, observada y con las mejillas ardiendo por la vergüenza. Afortunadamente, no tardó en encontrar la respuesta.

—Creo que era… Cuernoburgo.

Cyrus sonrió, satisfecho.

—¡Correcto! Cuernoburgo estaba gobernada por una familia real que, según se comentaba, descendía de los sacerdotes de una antigua religión ya olvidada. En cambio, nuestra querida Átlasdam fue fundada por uno de los clanes originales que poblaron las Llanuras. ¿Quién sabría decirme cuántos clanes poblaron por aquel entonces las Llanuras? —Su mirada pasó a su segunda alumna—. ¿Alteza?

La hija del rey asintió. Su pelo era dorado y pálido, llegándole hasta la parte baja de la espalda, y con dos mechones colgando delante de sus orejas. Su vestido era dorado con detalles blancos, y con una sonrisa dulce como la miel, respondió a la pregunta sin pensárselo dos veces.

—Se cuenta que eran ocho los clanes que vivían en las Llanuras por aquel entonces.

Cyrus asintió de vuelta, satisfecho y orgulloso.

—Muy bien, alteza —alabó. Ni este ni la princesa se dieron cuenta, pero Therese evitó mirar al frente lo que quedaba de clase, por miedo a que se viera el sonrojo de la vergüenza de su rostro—. Era una época de muchos conflictos en las Llanuras, con los ocho clanes sumidos en una cruenta guerra. Después, hace dos siglos, los ejércitos de Puertogrande invadieron estas tierras. Por aquel entonces, los gobernantes de Puertogrande quisieron ejercer su influencia sobre el continente.

En ese momento, un hombre de pelo canoso con una túnica roja entró en la sala. Era el profesor que debía impartir clase en esa aula a esa hora. Se quedó allí de pie, en silencio, esperando a que Cyrus diera por terminada su sesión.

—Irónicamente —prosiguió Cyrus, sin darse cuenta del recién llegado—. Esto sirvió para que las tribus dejaran de lado sus diferencias y se uniesen contra el enemigo común.

Los dioses quisieron que Cyrus notara la presencia del hombre, lo que lo sobresaltó.

—… Anda, pero ¡qué tarde es! —se excusó—. Seguiremos donde lo dejamos en la próxima clase.

Cyrus asintió al hombre y este abandonó la sala con un suspiro. Luego se giró hacia sus alumnas—. No os olvidéis de leer los capítulos tres y cuatro antes de la próxima clase y venid preparadas, que os haré preguntas sobre dichos capítulos.

—Sí, profe —respondió Therese tan dignamente como pudo.

No era la primera vez que Cyrus se iba por las nubes y alargaba las clases sin darse cuenta, pero era ya una costumbre instaurada en la academia que los demás docentes aceptaban. Entraban al aula, lo veían impartiendo clase tan apasionadamente, y genuinamente, les daba pena detenerle. Evidentemente, esto no sucedería si Cyrus no fuera tan amable como para terminar la clase a la que veía al docente en la puerta, esperando.

Las dos alumnas se levantaron de las mesas y Cyrus empezó a irse, pasando entre los pupitres de ambas, y mientras pasaba, la princesa Mary le alabó.

—Gracias por otra lección tan estimulante, profesor Albright —dijo con la misma sonrisa de antes.

Cyrus le agradeció el comentario asintiendo con la cabeza y se fue rápidamente de la clase, pues no quería hacer esperar más al profesor que le tocara hora allí, seguido de sus alumnas. Todavía no se había dado cuenta de que Therese estaba cabizbaja, y no iba a notarlo ya.

Al salir, un guardia le detuvo.

—¡Profesor Albright! Un mensaje para usted de la Biblioteca Real —anunció este, mientras Therese y la princesa Mary se iban por su cuenta—. Dice que le han otorgado permiso para entrar en los archivos especiales.

Cyrus casi salta de la alegría al oír esas palabras, y empezó a sonreír igual que un niño con un juguete nuevo.

—¡Espléndido! Al fin puedo iniciar mi investigación —exclamó con entusiasmo.

El guardia se retiró a su puesto y Cyrus quiso correr raudo hacia la Biblioteca Real, pero se obligó a contenerse. Estaba en el Palacio Real de Átlasdam, y ostentaba un cargo de erudito y profesor; los modales iban por delante de la ilusión, por mucho que le doliera. La Biblioteca Real estaba justo enfrente, así que se centró en pensar que eso no le ralentizaría.

Aunque justo en la planta baja del palacio, Therese estaba a un lado de la escalera por la que bajaría Cyrus en unos instantes. La manera en la que había acabado la clase le dejó un sabor de boca bastante amargo, y quería aclarar las cosas con el profesor para asegurarse de que estaban en buenos términos.

Tenía una presión en el pecho de la que necesitaba deshacerse, y solo Cyrus podía hacerlo.

Cuando este estaba ya en los últimos escalones, Therese se armó de valor.

—¡Profesor! —le llamó. Empezó a salir de dónde estaba, pues Cyrus aún no podía verla, y…

Unos pasos acelerados comenzaron a resonar por la escalera.

—¡Profesor Albright! —gritó una voz femenina.

Therese entró en pánico. Era la princesa Mary. Por instinto, dio unos pasos atrás y se recolocó donde estaba, bien pegada a la pared para que no la vieran. Cyrus se había quedado en el rellano, y el grito de la princesa impidió que este avanzara los pocos pasos que le quedaban para que viera a Therese.

—¡Profesor Albright! —exclamó la princesa de nuevo mientras llegaba donde estaba él—. Buf, menos mal que sigue aquí. Creía que se habría ido.

Cyrus disimuló sus prisas para irse, y cortésmente, saludó a la princesa con una reverencia.

—¿Qué puedo hacer por vos, alteza?

—Si tiene tiempo, quisiera hacerle una pregunta sobre lo que hemos aprendido hoy.

Eso no gustó a Cyrus. Justamente hoy que tenía motivos para irse más temprano de lo normal…

—Por supuesto, alteza. Será un honor responderos a cuanto necesitéis. No en vano, mi trabajo como tutor es tan importante como cualquier investigación —Dio un vistazo fugaz a la puerta de entrada del palacio—. Por desgracia, no dispongo de demasiado tiempo. ¿Se trata de una pregunta rápida?

—Sí, profesor —le aseguró la princesa—. Es algo sencillo: tengo curiosidad por saber más sobre la antigua religión de Cuernoburgo. Dígame, ¿a qué adoraban?

A Cyrus se le iluminó la cara. Hacía muy poco que había estado investigando al respecto, e inconscientemente, sintió que ya no tenía tantas prisas para irse.

—Ah, es una pregunta muy inteligente, alteza… —Frunció un poco el ceño—. Pero mucho me temo que la práctica totalidad de los textos que detallaban dicha religión quedaron reducidos a cenizas al caer Cuernoburgo.

—Entiendo —La princesa apartó la mirada, decepcionada—. Qué pena.

Eso alertó a Cyrus; no quería que la conversación terminara tan rápido.

—Eso sí, tengo una teoría al respecto —se apresuró a decir—. Creo que la familia real de Cuernoburgo era la guardiana de un antiguo poder —La princesa le miró de nuevo con curiosidad renovada—. Pero ojo, que esto no son simples especulaciones. Mi teoría se basa en el hecho de que…

Y Cyrus se perdió de nuevo en su nube de palabras y conocimiento, respondiendo a las preguntas que la princesa Mary le iba haciendo y olvidándose por completo de aquello que antes le apremiaba tanto. Y mientras tanto, Therese se vio obligada a quedarse donde estaba, en silencio, escuchando como ambos hablaban tan abiertamente, tan cercanamente… se centró en pensar en cualquier otra cosa, lo que fuera, por tal de no oír una palabra más de aquellos dos.

Al cabo de un buen rato, fue la princesa quien terminó con la charla.

—Disculpe por las molestias, profesor. Ya seguiremos hablando en otro momento.

—Será un placer, alteza —Cyrus hizo otra reverencia—. Que se os ocurran semejantes preguntas indica que poseéis una mente curiosa.

—Sus lecciones sobre la historia del reino me resultan realmente fascinantes —sonrió la muchacha—. Es fundamental conocer el pasado para liderar a mi pueblo hacia un futuro brillante.

—Una filosofía admirable, alteza. La gente de estas tierras es muy afortunada por tener a una líder tan amable y sabia, del mismo modo que yo soy afortunado por tener la oportunidad de serviros.

Eso no fue un cumplido en vano. Cyrus creía genuinamente eso.

—Es usted demasiado amable, profesor Albright —Mary ensanchó su sonrisa—. Es para mí un honor ser su alumna.

Y como si los dioses velaran especialmente por Cyrus ese día, su mente se iluminó: los archivos especiales a los que por fin le habían dado permiso revisar le esperaban, y las prisas invadieron su cuerpo como una tormenta.

—… Oh, cielos, ¡se me hace tarde! No os olvidéis de vuestros deberes, alteza.

—Por supuesto que no, profesor —y con paso elegante, volvió escaleras arriba con paso risueño.

Cyrus emprendió de nuevo la marcha hacia la Biblioteca Real, pero no dio ni dos pasos hacia la puerta y notó que había alguien al lado de la escalera. Se giró y descubrió a Therese, de espaldas a él, completamente inmersa en sus pensamientos.

—Anda. Hola, Therese —la saludó—. ¿Tú también quieres preguntarme algo?

Eso la asustó tanto que casi pega un brinco y un chillido que pudo contener de milagro. Se giró hacia Cyrus, paranoica y alarmada, sin saber qué decir. ¿Ahora, aparte de mala estudiante, se creería que le gustaba escuchar conversaciones a escondidas?

—Yo… No… —masculló a duras penas—. Que tenga un buen día, profesor…

Y sin decir nada más, salió corriendo por la puerta principal.

Cyrus se quedó algo confundido por el extraño comportamiento de Therese, pero descartó rápidamente el pensamiento. “Cosas de la juventud”, supuso.

Y genuinamente, no le dio ninguna importancia más.

Salió de la Academia Real y su corazón ardía con un único deseo: llegar a la Biblioteca Real, a la que entró con evidente prisa.

Una vez dentro, se acercó al mostrador y se alegró: no había cola. Nadie demoraría más su sed de conocimiento.

—Buenos días —dijo a la bibliotecaria, la cual ordenaba papeleo tras el mostrador—. Me llamo Albright, Cyrus Albright, y querría echar un vistazo a los archivos especiales.

La bibliotecaria, Mercedes, levantó la vista y sonrió.

—Anda, profesor Albright. Hoy le noto especialmente entusiasta.

Esas formalidades sobraban, a ese punto: había gente que apostaría que Mercedes había recibido más visitas de Cyrus que de su propia familia. Había veces que hasta se quedaba dormido sobre el libro abierto, y Mercedes, en vez de despertarle para que se fuera, le tapaba con una manta para que no cogiera frío. Si no fuera porque Cyrus era… bueno, Cyrus, los rumores que eso provocaría estarían en la boca de toda Átlasdam, a esas alturas.

—Me han dicho que acaban de donar una copia de Historia completa de la iglesia de la Llama Sagrada —Cyrus se frotó las manos—. Tenía que ser el primero en leerla.

Mercedes sonrió. Por supuesto que lo sabía.

—Está usted mejor informado sobre nuestros libros que los propios bibliotecarios —Agarró un formulario de un montón y se lo dio—. Firme aquí…

—Por supuesto —y con una caligrafía impecable, estampó su firma en el papel. Aunque cuando se lo devolvió, Cyrus se percató de que Mercedes no dejaba de mirarle—. ¿Eh? ¿Ocurre algo?

Mercedes negó rápidamente con la cabeza.

—Para estar considerado como la mente más brillante de la Academia Real, a la hora de hablar de libros es usted como un niño pequeño.

Cyrus no pudo evitar reaccionar con una buena carcajada, lo que le ganó un par de miradas juzgantes del resto de la gente que había allí.

—¡Ja, ja, ja! Nadie me había dicho algo así —reconoció, divertido—. Pero sí, supongo que soy como un niño con zapatos nuevos… Me emociona la perspectiva de obtener nuevos conocimientos.

—Es evidente. La expresión de su rostro vale más que mil palabras.

Mercedes dio un vistazo rápido al formulario y asintió.

—En fin, todo parece en orden. Disfrute de su búsqueda de conocimientos, profesor.

—Muchísimas gracias. Le aseguro que lo haré —y con una sonrisa en su rostro, se dirigió a la puerta situada en la pared de detrás de Mercedes.

Cyrus bajó las escaleras hacia un pequeño sótano donde había solo ocho estanterías, reservadas a los libros más valiosos que los eruditos de Átlasdam habían conseguido. Se trataba de documentos antiguos que provenían de todas partes de Orsterra, con conocimiento arcano de mucho antes de la fundación de la mitad del reino. Algunas personas habían afirmado en el pasado que algunos de esos relatos no estaban escritos por un humano, aunque no concluyeran en qué podría haberlos escrito, pues.

Fuera como fuera, muy pocas personas conseguían acceso a esos archivos, así que quizá nunca se podría confirmar la veracidad de aquellas historias.

Cyrus llegó al sótano y comenzó a buscar el libro. Los libros estaban ordenados de una forma determinada, y él sabía cuál gracias a Mercedes, así que fue directamente a donde sabía que encontraría en libro.

Pero para su sorpresa, no lo encontró.

«Qué extraño», pensó. Miró en las otras estanterías, pero el libro no aparecía. «¿Lo habrán dejado en la estantería equivocada?».

Dio una vuelta a todo el sótano, pero no encontró ni rastro.

«Estos archivos están custodiados de forma férrea. ¿Dónde se habrá metido?»

No llevaba ni cinco minutos buscando el libro cuando Mercedes le interrumpió.

—Profesor Albright —dijo la bibliotecaria luego de bajar las escaleras—. El director desea verle ahora mismo.

Cyrus se quedó indignado. Eso ya parecía una broma de mal gusto.

—Oh, por el amor de… —Se frotó la nariz, contrariado—. Uf. Mercedes, ¿podría pedirle un favor?

—Por supuesto. ¿Qué necesita?

—No soy capaz de encontrar el libro del cual hemos hablado antes. ¿Podría buscarlo?

Mercedes frunció el ceño.

—¿No lo encuentra? Vaya. Me pondré a ello ahora mismo.

—Muchísimas gracias, amiga mía.

Mercedes asintió y comenzó a buscar mientras Cyrus salía del sótano y, a regañadientes, ponía rumbo a la Academia Real. Entró y subió al piso superior, donde una enorme puerta de madera con dibujos dorados marcaba la entrada del despacho el director. Cyrus llamó dos veces.

—Cyrus Albright —dijo—. Me ha hecho llamar, señor.

—Pase —dijo una voz desde el interior.

Cyrus entró. Era una habitación enorme, blanca, con varias estanterías repletas de libros, un puñado de jarrones con margaritas, una mesa de caoba fina encima de una alfombra de terciopelo rojo con diferentes grabados y el director Yvon, que miraba a la pared de detrás de su escritorio con las manos en la espalda y ataviado en su uniforme de erudito. A su lado estaba su ayudante, una erudita de pelo oscuro con un vestido violeta debajo de un uniforme igual que el del director.

—Lamento mucho haberle hecho llamar con tanta urgencia —se disculpó el director.

Cyrus se acercó un poco a la mesa. «Espero que esto no vaya para largo».

—¿En qué puedo ayudarle, director?

—El tratado sobre estudios arcanos que ha publicado… —Yvon no se giró, y su voz parecía extrañamente templada—. ¿En qué narices estaba usted pensando?

—¿Disculpe? —Cyrus se extrañó—. Señor, creo que mi hipótesis estaba bastante clara.

—¡No le pregunto por su hipótesis! —exclamó Yvon, dándose la vuelta de golpe y alzando la voz. Estaba enfadado, muy enfadado, son sus característicos ojos rojos fulminando a Cyrus—. Se ha pasado de la raya al citar uno de los textos de nuestros archivos especiales. El conocimiento que albergan esos libros es el mayor tesoro de la Academia Real. No se puede divulgar al público así como así —Levantó su dedo amenazante hacia el profesor—. ¡Y mucho menos publicarlo en uno de sus estúpidos artículos!

Cyrus se ofendió enormemente, pero mantuvo la calma y se acercó hasta estar justo delante de la mesa.

—Señor director —explicó Cyrus—. Soy plenamente consciente del valor de esos tomos. Es por eso que deseo compartir dicho conocimiento con mis compañeros…

—¡No se debe compartir nada! —le interrumpió Yvon, gritando—. ¡Ese conocimiento es exclusivo de la academia!

—Pero eso va en contra de todo…

—¡BASTA, CYRUS!

Cyrus quiso replicar, pero se calló y bajó la mirada. «No va a escuchar ninguna justificación, por buena que sea», pensó. «El director ve el conocimiento como una medalla valiosa. Algo que debe ser apreciado y disfrutado únicamente por su dueño. El conocimiento es poder, y cuanto más poder, mejor. Una actitud deleznable…»

Respiró hondo, y reprimiendo todos los argumentos que quería lanzar a la cara del directo, decidió hacer lo más inteligente:

—Mis más sinceras disculpas, señor —mintió—. No volverá a ocurrir. ¿Necesita algo más de mí?

El director respiró hondo y se relajó al fin.

—Eso es todo. Puede irse.

Cyrus se giró para hacer exactamente.

—No, espere… Me olvidaba de una cosa —le detuvo el director.

—¿Señor? —Cyrus giró la cabeza.

—Me parece que hoy van a cerrar pronto los archivos especiales —le advirtió Yvon con una media sonrisa—. Si quiere ir a investigar, le recomiendo ir a hacerlo rápido —y soltó una carcajada satisfactoria.

Cyrus volvió a bajar la mirada.

«Por todos los dioses. Es como si disfrutase haciéndome sufrir», pensó. Al final, decidió responder tan cortésmente como pudo—. Gracias por su preocupación, director. En ese caso, me voy ya.

Y por fin pudo retirarse, con el día ya amargado, pero con una pequeña brizna de esperanza de que Mercedes hubiera podido localizar el libro. Fue derechito de vuelta a la biblioteca, y llegó allí en tiempo récord, casi resollando. No permitiría ninguna interrupción más, así que avanzó decidido hacia el mostrador, donde la esperaba la bibliotecaria.

—Ah, profesor Cyrus —dijo esta al verlo entrar.

—¿Has tenido suerte localizando ese libro? —preguntó este con los dedos cruzados.

La expresión de Mercedes se tornó triste.

—Me temo que no…

Cyrus soltó un suspiro. No, no iba a poder leer ese libro hoy.

—Menudo inconveniente —Pero más que enfadarse, se extrañó—. Uno podría pensar que ha sido robado.

—Profesor, esos documentos son solo de referencia, no se pueden retirar —replicó Mercedes—. Llevamos un registro de entrada y el acceso está restringido. Es muy improbable que nos hayan robado nada.

Cyrus apartó la mirada y comenzó a murmurar para sí mismo, como acostumbraba a hacer cuando pensaba.

—Una fortaleza inexpugnable… un libro desaparecido… Me parece que tenemos un gran misterio entre manos. ¡Y todos los misterios del mundo están para ser resueltos!, o esa es mi opinión, como erudito —Miró a Mercedes—. ¿Usted qué opina?

Ella pensó detenidamente en la respuesta.

—Si lo hubieran robado… yo diría que es un trabajo para la guardia del palacio… —Negó con la cabeza—. Pero veo que no pasará página hasta que haya “resuelto el caso”.

Cyrus asintió, divertido.

—¡Ja, ja, ja! Se podría decir que sí. Es un mal hábito que tengo. Cuando tengo un enigma ante mí, no puedo descansar hasta encontrar la solución.

Mercedes sonrió.

—Pues no seré yo quien se interponga en su camino. Qué dura debe ser la vida del genio.

—Ya me han dicho eso antes, ¡y no pienso negarlo! Tranquila, encontraré el libro en un abrir y cerra de ojos. Aunque, para empezar, me gustaría saber cuántas personas tiene acceso a la llave del archivo de la biblioteca.

—Mmm… Pues solo el director y el guardia apostado fuera deberían tener la llave del archivo de la biblioteca.

Cyrus se frotó la barbilla con los dedos de la mano, en la postura más estereotipada posible.

—Qué intrigante… Puede que el guardia de la puerta principal sepa quien ha estado frecuentando la biblioteca últimamente. Es posible que mis compañeros eruditos también lo sepan. Y por último, le haré una visita al director…

Salió de su ensimismamiento, pensando en cuál debía ser su siguiente paso, y como caído del cielo, descubrió a Russell, uno de sus compañeros eruditos. Estaba ojeando libros en una estantería justo delante de él.

«¡Perfecto!», pensó. «Un compañero a quien preguntar»—. Gracias por tu tiempo, Mercedes.

—A usted —respondió ella, y volvió a su trabajo.

Una de las características de Cyrus era la capacidad de sonsacar casi cualquier información de cualquier persona, por lo que no había secreto que se le escapase. El problema era que a veces podía llegar a importunar a la gente debido a su personalidad o a que la información que quería obtener era demasiado delicada. En cualquier caso, en Átlasdam era conocido por la gran mayoría de sus habitantes, por lo que podía escrutar sin problema y sin temor a posibles represalias.

Con confianza, se acercó a Russell. Él no se dio cuenta de la presencia de Cyrus hasta que este no le tocó la espalda para llamar su atención. Levantó la vista del libro y lo cerró con un dedo marcando la página en la que estaba.

—Buenos días, profesor Albright —saludó Russell—. Dígame, ¿qué puedo hacer por usted?

—Tengo una duda, Russell, y necesito que me ayude —Cyrus podría haber sido un poco más formal, pero ese era un asunto serio, así que decidió ir directo al grano—. ¿Tiene algún tipo de acceso a la llave del archivo?

—¿La llave del archivo? —Russell frunció el ceño—. No, no la tengo. Pero si la han robado no me sorprendería que la hubieran aprovechado para robar un libro, si te soy sincero. Teniendo en cuenta lo que valen… —Bajó la voz y susurró—. Yo tengo mis deudas de juego, sin ir más lejos, así que entiendo bien que se siente la tentación…

«Qué intrigante. Russell parece conocer el valor de los ejemplares y, además, le abruman las deudas», pensó Cyrus—. Gracias por su ayuda, Russell.

—A usted —respondió—. Ya nos veremos.

Cyrus se retiró y caminó hacia la puerta cuando de un golpe levantó su capa con la mano como si la ondeara el viento, orgulloso. Sentía la adrenalina de la aventura recorriendo sus venas.

—… ¡Y el juego está en marcha! —exclamó, con la sonrisa de un niño pequeño en el rostro.

Notes:

¡Y al fin he publicado este capítulo!

Solamente he tardado casi un año entero en publicarlo, pero es que… simplemente, no tenía la chispa para seguir escribiendo. Quizá me he quemado mucho, quién sabe.

Si os fijáis, los eventos del final del capítulo no acontecen en el mismo orden del juego. Eso es porque, tal y como suceden en el juego, no tienen mucho sentido, y no podía pasarlos a la historia tal cual. Así que he tenido que redistribuir algunos de esos eventos y cambiarlos según fuera necesario para que pegaran bien con el transcurso de la historia.

Por ejemplo, podéis ver que Therese aún no ha ido a hablar con el director Yvon sobre Cyrus, porque no tendría sentido que lo hiciera, luego viniera Cyrus e Yvon no comentara nada del asunto, teniendo en cuenta lo delicado que es.

Otro ejemplo: en el juego, Cyrus usa la frase con la que termina el capítulo ANTES de empezar a interrogar a nadie, sale de la biblioteca, hace el razonamiento de que debe interrogar a Mercedes, a Russell, al guardia y a Yvon, y entonces el juego te devuelve el control. En la historia no tendría sentido que hiciera eso, sabiendo que tiene a Mercedes y a Russell delante. ¿Por qué saldría de la biblioteca para luego entrar? Es más lógico que haga el razonamiento allí dentro, interrogue a Mercedes y a Russell, y entonces salga de la biblioteca.

Aunque, debido a esa redistribución, no sabía cuándo cortar el capítulo: si con solo alguno de esos interrogatorios, sin haber hecho ninguno o luego de completarlos todos. Pero creo que la opción que he elegido (la primera) ha sido la más adecuada.

Chapter 12: La cuarta historia: Cyrus, El Erudito (III)

Notes:

Publicado el 17 de abril de 2020.
Reeditado el 09 de julio de 2025.

Chapter Text

Cyrus salió de la biblioteca con los engranajes de su cabeza girando como locos, pensando en el enorme misterio que había caído en sus manos de manera tan repentina.

—Sigamos con el guardia —decidió, y suerte tuvo que lo tenía literalmente a su lado, vigilando la entrada a la biblioteca. Justo donde debía estar.

—Perdone —dijo Cyrus—. ¿Guardia? ¿Puedo hablar con usted?

El guardia no respondió. Estaba apoyado en la pared con los brazos cruzados y con el casco tapándole los ojos por completo. Parecía estar roncando…

—Señor… —insistió Cyrus, sacudiéndolo un poco.

El guardia pegó un respingo y abrió los ojos de repente, volviéndolos a cerrar al segundo debido a la luz del sol, que le cegó al despertarse.

—¡Sí, sí! ¿Qué ocurre? ¡No estaba durmiendo, no! —exclamó. Se puso bien el casco y descubrió al fin a Cyrus, observándole.

—¿Señor guardia? —preguntó Cyrus—. Quisiera preguntarle algo: ¿tiene usted la llave del archivo bajo control?

El guardia aún se estaba despertando, pero se apresuró a responder.

—Por supuesto que tengo la llave del archivo. Y no, no estaba durmiendo —El guardia estaba visiblemente alarmado, y respondió con brusquedad—. Tan solo estaba descansando la vista. Y aunque estuviese dormido, ¿qué más da? ¿Quién sería tan idiota como para robar un libro que no tiene valor alguno?

El guardia no era muy culto, que digamos. Aunque tenía la llave, poco sabía del valor de los libros que custodiaba.

—Qué intrigante… —murmuró Cyrus.

Terminado con el guardia, emprendió su camino en dirección al despacho del director Yvon. Era el último que faltaba para interrogar, así que voló raudo hacia la Academia Real y subió flechado las escaleras. Llegó hasta la puerta y llamó.

—Director, soy Cyrus otra vez. Quisiera hacerle unas preguntas —dijo.

—Puede pasar —contestó el director.

Cyrus entró. El director estaba concentrado escribiendo en un libro con una pluma de ave. Ni siquiera levantó la vista para recibir a Cyrus.

—¿Qué quiere ahora? Estoy ocupado.

—Solo quisiera preguntarle si tiene usted alguna copia de la llave del archivo o si se la ha dejado a alguien que pudiera tener malas intenciones —preguntó Cyrus, como si fuera una pregunta corriente y moliente.

—Usted sabe perfectamente que tengo una llave del archivo especial, y que nunca sería tan idiota como para permitir que cayese en malas manos —respondió Yvon de mala manera. Estaba de mal humor y ni siquiera paró a fijarse en la pregunta en sí—. En cualquier caso, hace ya bastante tiempo que no tengo necesidad alguna de usar esos libros.

Cyrus inspeccionó la mesa con la mirada. La llave estaba encima de un platillo de cerámica con una fina capa de polvo encima.

«Cierto. Tiene una llave, y el polvo acumulado confirma que no la ha usado recientemente», pensó Cyrus—. Gracias por su tiempo, director.

—De nada. Ahora, lárguese. Tengo asuntos de los que ocuparme —concluyó con sequedad.

—No lo dudo —murmuró Cyrus para sí mismo, y se fue del despacho sin soltar una palabra más.

Con la información recogida, comenzó a hacer funcionar de nuevo su cerebro para sacar alguna conclusión de todo ese embrollo. Estaba tan embobado en sus pensamientos que ni se dio cuenta que había salido de la Academia Real y estaba en medio de la calle.

—Esta es toda la información necesaria para resolver el caso —Y empezó a monologar—. Solo el director y el guardia tienen copias de las llaves de los archivos. El director tiene la suya en su oficina. Es más, no ha entrado en los archivos en todo el día. En cambio, el guardia lleva una temporada actuando de manera sospechosa. Incluso se duerme en el trabajo. Si alguien obtuviese esa información, le sería muy sencillo quitarle la llave al guardia —Dio un vistazo al guardia, el cual había vuelto a “descansar la vista” —. Pero… ¿y si el guardia fuese nuestro hombre? —Sacudió la cabeza inmediatamente—. No, no tiene ningún motivo. Tiene que ser alguien que conozca el auténtico valor de los libros que hay ahí dentro. En otras palabras: el culpable es un erudito, sin duda. Y lo más seguro es que sea un erudito con importantes deudas en apuestas.

Y sabiendo quién encajaba con esas características, se fue directo a la taberna a celebrar su pequeña victoria intelectual.

 


 

—En otras palabras, el tal Russell es el culpable. ¿Me equivoco? —dedujo H'aanit.

—Exactamente —corroboró Cyrus—. Y por ello he asumido el deber de investigarlo… —Tragó saliva, nervioso—. Y, aún luego de saber todo esto, ¿seguís queriendo acompañarme? Yo iré de todas formas a confrontar a Russell, por supuesto, pues los misterios existen para ser resueltos. Es de vital importancia recordarlo… ¡Ay! ¡Ya estoy otra vez! No os sintáis en la obligación de ayudarme, de verdad… —Bajó la mirada al suelo, con la cara levemente sonrojada—. Aunque me gustaría que lo hicieseis.

—Queremos ayudarle, profesor. Todos tenemos un motivo para realizar el viaje que estamos recorriendo, y entendemos lo que siente usted ahora —le aseguró Ophilia, sonriente.

—Los criminales deben pagar por sus transgresiones, e ignorar lo que sabemos nos convertiría en cómplices —dijo H'aanit. Lo cual era irónico, sabiendo que viajaba junto a un ladrón.

Hablando del mismo, todos se giraron hacia Therion a ver qué decía.

Estaba roncando con la cabeza apoyada encima de la mesa y los brazos caídos al lado de su cuerpo.

—¿Therion? —H’aanit lo agarró del hombro y empezó a sacudirlo—. ¡Therion, despierta!

Este gruñó y se removió en su silla, pero al poco se incorporó con los ojos aún cerrados, somnoliento.

—¿Qué? ¿Qué pasa? —preguntó con desgana—. ¿Nos vamos ya?

—¡Esto es increíble! —exclamó H'aanit—. ¿Te has dormido con la explicación del profesor?

—No sé cómo vosotras no lo habéis hecho. Su voz era como si te pusieran anestesia constantemente dentro de las orejas —Se frotó los ojos y, al abrirlos, se encontró con la expresión neutra de Cyrus justo frente  a él. De repente, se le hizo un nudo en el estómago—. Perdone, profe. Olvide lo que acabo de decir.

—No tiene importancia —mintió—. No es la primera vez que alguien se duerme durante una de mis explicaciones.

—¿Y dónde podemos encontrar a ese tal Russell? —preguntó Ophilia, en un intento de cambiar de tema.

Cyrus se aclaró la voz.

—Dicen que hoy en día se dedica a sus investigaciones de forma clandestina en una cueva bajo las instalaciones de la Academia Real. Sin duda, lo encontraremos allí abajo.

—Pues vayámonos, entonces —concluyó H'aanit.

Todos se levantaron de la mesa y Cyrus tuvo la caballerosidad de pagar la cuenta a la tabernera en nombre del grupo. Mientras, a sus espaldas, H’aanit le pellizcó el brazo a Therion, a lo que este reaccionó con un gritito y una mirada fulminante que la cazadora le sostuvo hasta que Cyrus llegó hasta ellos.

Salieron de la taberna y se dirigieron hacia la Academia Real, pero en vez de subir los escalones, Cyrus los guio por un sendero que se abría a la derecha, y que llevaba a la entrada de una gruta que descendía por debajo de los cimientos de la academia. La entrada estaba recubierta con enredaderas que crecían y coronaban el marco de madera podrida. Ciertamente, este lugar se asumía abandonado por cualquiera que le dedicara un simple vistazo.

Aunque evidentemente, eso era lo que Russell quería.

Entraron todos. Pero a la que se adentraron lo suficiente, empezaron a localizar hileras de faroles colgando del techo de la cueva que, junto con las varias antorchas encendidas que se repartían por la extensa cueva, inmediatamente daban qué pensar.

—Pues tenías razón, profe. Este lugar está habitado —reconoció Therion.

—Debemos tener cuidado —advirtió Cyrus—. Hay criaturas escondidas en las sobras. Tiempo atrás, obligaron a los responsables a detener la excavación del lugar debido a su agresividad. Puede que se hayan acostumbrado a la presencia de Russell, pero para ellas, nosotros somos invasores. Hay que andar con pies de plomo.

Siguiendo su consejo, los cuatro avanzaron por las entrañas de la cueva, siempre vigilando sus espaldas y frentes con atención. El metal de los faroles y las antorchas parecía viejo, por lo que Russell debía llevar bastante tiempo usando ese sitio como su escondrijo personal.

«Si viene aquí tan a menudo, quizá las criaturas que habitan allí no sean para tanto», pensó Cyrus.

Pero justo al llegar a un cruce, una de esas criaturas saltó de entre las sombras con movimientos agresivos, a lo que todo el grupo reaccionó dando varios pasos atrás.

Se trataba de un candil, dentro del cual brillaba una llama azul y agitaba con fuerza unas hachas que tenía incrustadas en los lados.

—¡Cuidado! —exclamó Cyrus—. Es un centinela de hielo. Puede usar magia del elemento que se ha asignado y atacar cuerpo a cuerpo con sus hachas laterales. Suele encontrarse en cuevas donde ha habido anteriormente presencia de magia. También puede haber sido invocado a propósito para vigilar tesoros o lugares secretos.

Le siguió el silencio absoluto. Cyrus se giró, intrigado, y vio que el resto del grupo le miraba con unos ojos como platos. Se sonrojó tanto que la poca luz que les llegaba era suficiente para ver el rojo tomate que le coloreaba la cara.

—¿Qué? —murmuró, incomodo—. No puedo evitarlo. Me sale solo.

—Ya conozco estas criaturas —lo despachó Therion, avanzando hacia el centinela—. La mansión Ravus estaba a reventar de estos bichos.

Ahora fue Cyrus a quien se le quedaron los ojos como platos.

—¿La mansión Ravus? —preguntó—. ¿Dices que has estado ahí? ¿Acaso eres un miembro de su familia?

—¿Yo? ¡No me venga con esas, profe! —respondió Therion con indignación y sin dejar de andar—. ¿Acaso tengo pinta de noble estirado con anillos y colgantes de oro macizo?

Cyrus iba a responder, pero entonces se dio cuenta de que era una pregunta retórica.

 Y al instante después, recordó las palabras que Federic dijo en la taberna cuando este estaba a punto de pelearse con Therion:

«No soporto a los cacos ni a otras ratas similares como tú.»

Un peso frío e incómodo se alojó en su corazón, y su cabeza se llenó de preguntas y alarmas. ¿Sería verdad lo que Federic había dicho? ¿Estaría Cyrus colaborando con un ladrón? Pero Therion había accedido a ayudarle sin pedirle nada a cambio. ¿Sería una estrategia para luego traicionarle o tendría de verdad buen corazón? ¿Qué interés podía tener Therion en un profesor como él? ¿Acaso todo aquello era una artimaña mucho mayor? ¿O quizá…

Notó como una mano se apoyaba en su hombro, y se giró para ver quién era.

—Tranquilo, profesor —dijo H’aanit con confianza y calma—. A mí me pasó lo mismo no hace muchos días. Es de fiar. Se lo digo por propia experiencia.

Era como si H'aanit hubiese leído su mente. ¿Tanto se le había notado la perturbación a Cyrus? El peso se alivió en gran parte, pero seguía algo intranquilo. Giró la cabeza y vio como Therion estaba casi delante del centinela de hielo, acercándose con paso tranquilo.

—¡Therion, vuelve aquí! —exclamó Cyrus—. Debo ser yo quién acabe con esa cosa. ¡Podrías resultar herido!

—Tranqui, profe. Has dicho que esa cosa es de hielo, ¿no? —Therion se crujió los dedos de las manos—. No he estudiado ninguno de los libros polvorientos que seguro te sabes de memoria, pero creo que esto le va a sentar fatal.

Situado frente al centinela, que vacilaba ante la tranquilidad, de Therion, extendió la mano al frente. Relajó los músculos, fijó su objetivo, respiró profundamente y exclamó:

—¡Fuego salvaje!

Una columna de fuego se formó justo a los pies del centinela y lo envolvió con violencia en un solo instante. Después de los tres segundos que podía durar el hechizo, este desapareció, dejando a la vista una vieja carcasa de hierro que golpeó el suelo como si fuera un peso muerto.

—Listo, podemos seguir —dijo Therion, mientras se soplaba las manos.

Ophilia, H'aanit y Cyrus estaban con la boca abierta de par en par. Nunca habían visto a un ladrón realizando una magia tan bien ejecutada. En su defensa, tampoco es que hubieran visto muchos ladrones a la largo de su vida.

Therion echó la vista atrás y vio que todos le miraban fijamente.

—Hey, ya podréis admirar mi encanto natural otro día, ahora tenemos prisa —dijo, y empezó a andar.

Los tres se vieron obligados a apretar el paso para alcanzarlo. Cuando ya estaban casi al lado de él, Cyrus tropezó con algo y se cayó al suelo de morros.

—¡Ay! —exclamó—. ¿Pero qué…?

Se giró para ver con que había tropezado.

Una mano esquelética había emergido del suelo y le agarraba fuertemente el tobillo.

Cyrus se quedó mudo. Estaba horrorizado, viendo como detrás de la mano salía otra mano, un cráneo seguido de unas costillas, una columna vertebral… Hasta que el esqueleto había sacado medio cuerpo del suelo, apretando sus dedos en el tobillo de Cyrus como si este fuera lo único que pudiera sacarlo del agujero del que estaba emergiendo. Una calavera sin ojos se acercaba lentamente hacia el rostro del profesor mientras emitía un ruido vago y débil.

Cyrus estaba petrificado por el miedo. Nunca antes se había encontrado con esqueletos revividos, aunque había leído sobre ellos en la biblioteca. Sin lugar a dudas, jamás se habría imaginado que tendría uno de ellos trepando por su cuerpo.

Algo atravesó el cráneo del monstruo. El profesor se quedó quieto en el sitio, mirando fijamente como astillas de huesos caían encima suyo mientras el esqueleto se derrumbaba como… bueno, como un muerto. Cyrus giró la cabeza. La cuerda del arco de H'aanit aún vibraba debido al disparo.

Ophilia fue corriendo a socorrerlo.

—¡Profesor Cyrus! ¿Está usted bien?

Cyrus se dio cuenta de que estaba balbuceando sin decir nada coherente, y logró corregirse a tiempo.

—Sí, bueno… algo asustado, pero… —En ese instante notó los pinchazos de las heridas que el esqueleto le había causado en el tobillo, y se lo agarró con fuerza. Ophilia actuó rápidamente y comenzó a arremangarle la pernera del pantalón.

—Hermana… ¿qué está haciendo? —preguntó Cyrus.

—He de cerrar la herida antes de que se infecte —contestó ella mientras le apartaba las manos y le subía la pernera.

Juntó las palmas de las manos unos segundos encima de las heridas, que ya estaba dejando ir rastros de sangre, y luego abrió las palmas. Una luz blanca y brillante emergió de ellas y envolvió delicadamente la piel del profesor. Cyrus observaba maravillado el poder de la magia de sanación de los clérigos, pues unos pocos instantes después, las heridas habían desaparecido por completo.

—Ya está —dijo Ophilia—. Debería ser capaz de caminar ahora.

Cyrus probó de ponerse en pie. El dolor se había disipado en su totalidad.

—Parece que sí… Gracias, hermana Ophilia.

—Llámeme solo Ophilia, profesor —contestó ella con una dulce sonrisa.

Vista tan de cerca, Cyrus pensó que era la sonrisa más hermosa que había visto jamás. Eso lo ruborizó un poco, y apartó rápidamente la mirada por vergüenza.

—Venga —dijo Therion, bajando a Cyrus de su nube de sopetón—. Debemos seguir.

H'aanit guardó su arco y siguió a Therion con Ophilia detrás y Cyrus el último, cabizbajo.

Durante todo el tiempo, él había creído ser, inconscientemente, perfectamente capaz de enfrentarse a monstruos y demás seres peligrosos gracias a su magia y conocimiento de estos. Al final, pensaba que todo se reducía a tener cabeza y pensar fríamente.

Pero después de haber sufrido dos encuentros con ellos por primera vez en su vida, se dio cuenta de que no sabía nada del mundo exterior, y que la mente fría no le había servido de nada (ni siquiera había tenido tiempo de aplicarla, maldita sea). Se sentía un inútil. Sabía que habría muerto si no llegaban a estar Therion, H'aanit u Ophilia con él para ayudarle. Su autoestima estaba por los suelos, haciéndole compañía al esqueleto y a los restos del centinela de hielo.

Después de caminar durante un buen rato, Therion escuchó el sonido de dos objetos de cristal chocando delicadamente entre ellos. Se giró hacia el grupo y les indicó con el índice que guardaran silencio y que se agacharan. Todos a ras de suelo, casi gateando, sacaron la cabeza de las rocas para observar.

Era una especie de remanso de paz construido al final de la cueva. Rayos de luz atravesaban el techo e iluminaban lo que parecía ser un laboratorio clandestino. Un hombre estaba mezclando diferentes líquidos en un escritorio de madera. Una estantería llena de tarros de diferentes colores y formas llenaban todo el lado izquierdo de la mesa mientras que a la derecha del hombre ardía una chimenea que alumbraba diferentes jarrones, tarros y platos que cogían polvo en la parte derecha de la estancia.

—Veo a alguien —murmuró Therion—. Debe ser el tal Russell.

Cyrus avanzó y se colocó al lado de Therion.

—Sí, sin duda es él.

—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Ophilia.

—Deberíamos atacarle por sorpresa aprovechando que está con la guardia baja —propuso H'aanit.

—H'aanit, sabe usted que no es ningún conejo, ¿verdad? —Cyrus se giró hacia ella—. No podemos hacerle eso. Es un ser humano. Además, atacar a alguien que está con la guardia baja… es muy… poco ético.

Therion puso los ojos en blanco.

—¿Y qué pretendes hacer, profe?

—Iré a hablar con él —respondió Cyrus—. Somos colegas. Seguro que podemos llegar a un acuerdo. Hablando, la gente se entiende, ¿me equivoco?

Ophilia sonrió. Esa frase era muy similar a la que había dicho ella en la taberna.

—Como tu creas —Therion se encogió de hombros—. Nosotros te cubriremos las espaldas.

—Ve tranquilo —le aseguró H'aanit—. A la menor señal de peligro, saldremos en tu rescate.

Cyrus asintió, se levantó lentamente y salió de entre las rocas. Lo había ocultado al resto del grupo, pero se sentía como si fuera un niño pequeño. Había demostrado ser un patán en el combate y en la exploración, y ahora todos creían que era como un infante al que tenían que vigilar constantemente.

Pensar eso lo encendió por dentro. Cerró los puños y levantó la mirada. Había un destello de fuego en sus ojos. «Os demostraré que yo también puedo ser útil», pensó. Así que, con determinación y la cabeza alta, subió las escaleras.

Al llegar a la cima, Russell se giró, alertado por el sonido de unos pasos que no eran los suyos, y casi salta del susto al ver a Cyrus allí de pie frente a él.

—¡¿Profesor Albright?! —exclamó, sus ojos abiertos como platos—. ¡¿A qué viene esa mala manía que tiene de colarse en las oficinas de sus compañeros mientras trabajan?! ¡No aceptaré este insulto!

Cyrus suspiró y caminó tranquilamente hasta estar cara a cara con Russell.

—Mis disculpas. Debería haber llamado, pero… no vi ninguna puerta.

Miró alrededor de la estancia con calma, simulando desinterés en general. Como si eso fuera de verdad una simple visita formal.

—Por un casual, ¿se ha enterado usted de lo del libro que han robado de los archivos?

Russell dio un paso atrás, desconcertado.

—¿Qué libro? No tengo ni la más remota idea de qué me está contando.

Cyrus negó con la cabeza.

—Vamos, compañero. Hacerse el tonto solo le va a servir para retrasar todo el asunto. Vale, vayamos directos al grano: eres un ladrón y puedo demostrarlo.

La cara de Russell estaba roja de ira.

—¡¿Q-Qué estupidez está diciendo?!

Cyrus sonreía disimuladamente para sus adentros. Estaba funcionando. Sintió que se relajaba poco a poco, mientras ganaba más control de la situación.

—Por desgracia para usted —explicó este—. En el preciso instante en el que intentaba colarse con la llave, su amigo el guardia se despertó de su siestecita.

—¡P-Pero es imposible! Estaba durmiendo, estoy seguro… —Se tapó la boca de pronto, deseando no haber dicho lo que acababa de decir.

—Vaya —Cyrus dibujó una leve sonrisita en su rostro—. ¿Acaso os dedicáis a observar el sueño de nuestro amigo, majadero? —Estaba empezando a disfrutar de todo aquello.

—¡H-Ha sido una pequeña ida de olla! —intentó recular Russell—. ¡Le aseguro que no sé nada sobre ese libro robado!

—Sabía que diría eso. Entonces, supongo que no le importará acompañarme a la Academia. Para demostrar su inocencia, claro.

Los ojos de Russell se inundaron de terror. Si salía de esa cueva con Cyrus, su vida y su futuro estarían arruinados de por vida. Y además, no podría pagar las deudas que tenía y le embargarían todas sus posesiones. Acabaría en la calle, como un mendigo.

—¡M-Maldición! ¡Maldita sea! —Russell ya no estaba nervioso. Estaba furioso—. ¡Era un plan perfecto! Si no se hubiese entrometido, ¡lo hubiese conseguido!

Russell agarró dos tarros de su mesa y los lanzó a suelo, rompiéndolos. De entre los restos salió una niebla azulada que tomó la forma de dos pequeñas nubes que no paraban de soltar pequeñas pompas que estallaban nada más formarse.

—Yo las llamo Volutas de Agua —explicó Russell—. Parecen inofensivas, pero pueden usar los elementos del agua y del hielo a su antojo según mis órdenes, que seguirán ciegamente. No podrá detenerme usted solo, Cyrus. Va a acabar usted como los esqueletos errantes que pululan las entrañas de esta cueva para el resto de la eternidad.

—Me parece que estás equivocado, mi buen amigo —replicó Cyrus—. ¿Quién ha dicho que he venido solo?

De entre las rocas emergieron Therion con la espada ya desenvainada, H'aanit con su arco preparado y Ophilia armada con su fiel báculo. Los tres se colocaron al lado de Cyrus, preparados para la batalla.

—Un buen espectáculo, profe —le elogió Therion—. Esta vez has logrado no dormirme.

—¿Me he de tomar eso como un cumplido?

—Yo lo tomaría más como un modelo a seguir.

Russell analizó con la mirada a los tres invitados que acababan de irrumpir en su estancia.

—Tres contra cuatro… —murmuró Russell—. Me parece algo desigualado, pero que se le va a hacer… Al final, han venido hasta aquí, ¿y todo para qué? Para acabar igual que este profesor de tres al cuarto que mete sus narices donde no le llaman.

—No llames al mal tiempo, que al final te vas a comer tus palabras —advirtió H'aanit con el arco cargado. Apuntó a una de las Volutas de Agua y disparó, pero la flecha la atravesó como si fuera aire y se estrelló contra una roca, perdiéndose en la oscuridad.

—¿Pero qué…?

—¡Tonta! —la insultó Russell—. ¡Son agua animada con magia! ¿De verdad creía que una estúpida flecha iba a funcionar? Volutas de Agua, ¡atacad!

Las volutas comenzaron a fabricar más burbujas cada vez más rápido, hasta que llegó un momento que comenzaron a crecer cristales de hielo a su alrededor. Cuando se hubieron formado los suficientes, estas los enviaron directos hacia nuestros protagonistas. Pero de la nada, apareció un muro de fuego que evaporó todos los cristales de hielo nada más lo tocaban.

Russell sonrió.

—Claro, debería haberlo imaginado… ¿No podía estarse quietecito, Cyrus?

El muro de fuego comenzó a separarse y a esparcirse por el aire para así volverse a concentrar en la palma de la mano de Cyrus.

—Ha intentado herir a mis amigos, Russell. Esto ya es personal.

Cyrus apuntó hacia Russell y le lanzó una enorme bola de fuego concentrado. Este respondió creando otra bola de fuego del mismo tamaño y lanzándola al encuentro con la de Cyrus. Al chocar, las dos crearon tal explosión que hizo temblar toda la caverna y provocó que todos los monstruos que ahí se ocultaban saliesen por piernas (o patas) de la cueva, aterrorizados.

—Veo de lo que es usted capaz, Cyrus —elogió Russell—. Pero… ¿qué será de sus amigos…?

Russell puso las dos manos en el suelo y de este emergieron enormes estalagmitas de hielo que avanzaban peligrosamente hacia el grupo. Cyrus creó un segundo muro de fuego, más ardiente que el anterior, que provocaba que el hielo de Russell se evaporara nada más intentaba cruzarlo.

—¿No ha aprendido nada, Russell? Estamos empatados en lo que concierne a poderes mágicos —dijo Cyrus, confiado.

—Puede ser. Pero en lo que concierne a estrategias, parece que yo le llevo la delantera.

Las Volutas de Agua comenzaron a flotar hacia el techo, donde se estaba concentrando todo el vapor de agua que Cyrus estaba generando al derretir el hielo de Russell. Estas comenzaron a brillar y a temblar en el aire. Cyrus no entendía qué era lo que estaba pasando hasta que vio que el vapor de agua se estaba convirtiendo en estalactitas.

Estalactitas que apuntaban directamente hacia ellos.

—Cyrus, me he olvidado de acabar mi frase anterior —avisó Russell—. ¿Qué será de sus amigos… cuando no pueda protegerlos de usted mismo?

Este estaba en blanco. Si detenía el muro de fuego y lo redirigía hacia las estalactitas, el hielo de Russell los atravesaría como si fueran pinchos de carne humana. Si decidía mantener el muro, no podría detener el hielo que se precipitaría encima de ellos y acabarían de igual forma. Estaban atrapados.

—Tranqui, profe —le dijo Therion, adivinando su preocupación—. Sé que intentas protegernos, pero nosotros también sabemos cuidarnos solos.

Therion hurgó en su bolsa y sacó dos piedras elementales de fuego que sujetó una con cada mano.

—¡H'aanit! ¡Aquí! —exclamó.

Esta no tardó nada en reaccionar y cogió dos flechas de su carcaj. Therion lanzó las piedras al aire, lo más alto que pudo, y cuando se acercaban a su punto máximo, H'aanit lanzó las dos flechas a la vez y cada una impactó en su objetivo.

La explosión de fuego evaporó de nuevo todas las estalactitas que se habían formado. Solo quedaron las Volutas de Agua que estaban más arriba, fuera del alcance de la explosión.

—De esas cosas me encargo yo —dijo Ophilia. Clavó su báculo en el suelo con fuerza, levantó la mirada y exclamó—: ¡Luminiscencia!

Dos rayos de luz emergieron del techo de la cueva y acertaron de lleno en las volutas, que explotaron en un montón de gotas de agua que empaparon todo lo que había en la estancia.

—¡No, mis Volutas! —exclamó Russell, pero no podía perder la concentración. Si lo hacía, quedaría expuesto a cualquier ataque por parte de Cyrus o de sus molestos amigos.

Justo en ese momento, vio un objeto verde que pasó por encima del muro de fuego y se clavó encima de las estalactitas de hielo. Nada más hacerlo, una corriente de viento se desató por todo el escenario, obligando a Russell y a Cyrus a dejar de usar magia para tener los brazos libres y mantener el equilibrio.

—¡¿Una piedra elemental de viento?! ¿Acaso os habéis dado cuenta ya de que sois demasiado débiles para luchar contra mí? —exclamó Russell, tapándose la cara con los brazos para protegerse de las corrientes de aire.

El hechizo cesó rápidamente, y cuando Russell levantó la cabeza, vio a Cyrus delante de él, solo. Iba a decir algo, pero una daga que apareció súbitamente en su cuello le hizo morderse la lengua.

—Se acabó, Russell. Has perdido —sentenció Therion, apretando la daga por el lado que no estaba afilado.

Russell se asustó e intentó liberarse, pero H'aanit se situó delante de él y le apuntó a la cabeza con una flecha. Con la inteligencia de la que se mofaba hacía unos instantes, soltó un suspiro de resignación.

El combate había finalizado.

—Nunca pretendí… Necesitaba… el dinero… —empezó a murmurar Russell, pidiendo piedad con la mirada.

—Ese libro le aportaría una pequeña fortuna, eso es cierto —dijo Cyrus mientras se acercaba—. Y pese a todo, ¿no se ha parado a pensar en las consecuencias?

Russell bajó la mirada, avergonzado. Cyrus hizo un gesto a Therion y a H'aanit para que bajaran sus armas. Estos así hicieron, pero vigilando de cerca cualquier movimiento por parte del erudito. Cyrus se acercó a él.

—Al robar ese tomo —prosiguió—, les roba a nuestros alumnos algo mucho más valioso que el dinero. El crimen es grave, independientemente de quien lo cometa. Pero es todavía más imperdonable cuando lo comete alguien que se hace llamar erudito.

Cyrus hizo otro gesto a Therion y este levantó a Russell del suelo y, agarrándole del brazo, se dirigió con H'aanit y Ophilia hacia la salida.

—Llevadle con el director. Su despacho está en la Academia Real, segundo piso, puerta del centro —dijo Cyrus a sus compañeros—. Ahora os alcanzaré. Debo encontrar el libro que ha robado.

Estos asintieron y prosiguieron su camino. Mientras, el profesor fue hacia la mesa del laboratorio y miró entre los varios documentos que había, y no tardó en encontrar el tomo que buscaba. Lo cogió y empezó a dirigirse hacia la salida.

Pero se detuvo. Dándose cuenta de que estaba solo, decidió curiosear un poco más…

 


 

Alguien llamó a la puerta del despacho de Yvon.

—Pase —contestó él.

La puerta del despacho se abrió lenta y tímidamente.

—Disculpe, director.

—¿Sí? ¿Qué pasa, Therese? —preguntó este.

Therese, que volvía a jugar con su pelo por los nervios, entró en la sala. Le estaba costando arrancar, pero finalmente avanzó hacia delante de la mesa, con la mirada esquiva y la voz vacilante.

—Es… Es sobre el profesor Albright, señor…

Chapter 13: La cuarta historia: Cyrus, El Erudito (IV)

Notes:

Publicado el 20 de abril de 2020.
Reeditado el 11 de julio de 2025.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Cyrus entró en la biblioteca con aire triunfal. Mercedes se giró y lo vio sosteniendo un libro que identificó al instante. Al llegar al mostrador, lo recibió con una sonrisa.

—Me alegro de que haya encontrado el libro sano y salvo —le agradeció.

—Y, pese a todo, mucho me temo que no ha sido el único libro que ha hurtado nuestro amigo —dijo él.

Mercedes asintió.

—Russell ya ha confesado sus crímenes y delatado a sus compradores. Tan solo tendremos que seguir el rastro y recuperar los libros. Hablaré con los guardias, a ver si podemos doblar la seguridad de los archivos privados.

Cyrus asintió. Iba a entregar el libro robado cuando una hoja se deslizó entre las páginas de este y cayó al suelo. La recogió y la leyó con curiosidad. En ella, había escrito un montón de palabras, pero las que más le llamaron la atención fueron las que figuraban en el centro, escritas en una letra más grande.

—¿Qué es esto? —preguntó—. ¿Acaso nuestro erudito granujilla también ha robado este libro?

Mercedes cogió la nota y la leyó en voz alta.

De los lejanos confines del infierno —Mercedes frunció el ceño—. No, le aseguro que este no lo ha robado. Lleva desaparecido unos quince años. Los “prestamos” de Russell solo se remontan a hace dos años.

—Entiendo… —dijo Cyrus—. Así que este libro se perdió o fue robado mucho antes.

—Eso es, profesor.

—Por favor, hábleme sobre De los lejanos confines del infierno —Ese extraño libro había despertado su curiosidad.

Mercedes analizó un momento el contenido de la nota. Todo era información respecto al libro en cuestión.

—A juzgar por el índice, parece ser un compendio de ritos antiguos y magias olvidadas. Si no me equivoco, era el volumen más antiguo de nuestros archivos. Huelga decir que fue una pérdida terrible.

Cyrus levantó la mirada. Volvía a tener ese brillo en sus ojos.

—¡Vaya! Parece que tenemos otro misterio… —exclamó emocionado.

La emoción de Cyrus fue cortada por la brusca interrupción de la ayudante del director, que entró de golpe en la biblioteca sin saludar ni dirigir una sola mirada a nadie excepto al profesor. Cyrus se la quedó mirando, y como un mal presentimiento empezaba a crecer dentro de él.

—Profesor Albright, el director desea hablar con usted —dijo ella con frialdad.

—¿Otra vez? —exclamó él, molesto—. ¿Qué pasa ahora?

La ayudante ignoró las preguntas del profesor y se largó por donde había venido, sin añadir nada más.

—Tal vez quiera felicitarle por su labor atrapando al ladrón de libros —dijo Mercedes.

—No me interesan demasiado los elogios —respondió Cyrus, negando con la cabeza—. Pero, si insiste…

Cyrus salió de la biblioteca, algo molesto por la citación tan repentina del director. Ahí se encontró a los demás, esperándole.

—¿Tanto rato para devolver un libro, profe? —preguntó Therion—. Ni que se hubiera parado a leerlo todo antes de entregarlo.

—No es eso —respondió él—. El director me llama por algún motivo. He de ir ahora mismo a verme con él.

—Seguro que quiere elogiarle, profesor. No ha de preocuparse por nada —dijo Ophilia—. Nosotros le esperamos aquí. Vaya tranquilo.

Cyrus asintió. La voz de Ophilia le transmitió tranquilidad suficiente como para dejar de estar molesto con Yvon por citarle con tanto misterio.

Entró en la Academia Real y subió las escaleras. Fuera del despacho esperaba la ayudante del director, quieta como una estatua de hielo. Al verle llegar, se giró y llamó a la puerta.

—Señor, le traigo al profesor Albright —dijo ella. Su voz era como un témpano.

—Bien. Pase —dijo el director desde el interior.

Los dos entraron. El director estaba delante de la mesa, de espaldas. A Cyrus le invadió una sensación de inquietud.

—Gracias, Lucía —agradeció Yvon.

—Dígame, director. ¿Qué puedo hacer por usted? —preguntó Cyrus.

Yvon se quedó callado unos instantes. «Algo me dice que esto no va de elogios y premios», pensó Cyrus. Su inquietud aumentó bastante.

—… Profesor Albright… —habló por fin el director—. Ha llegado a mis oídos un informe… preocupante.

—¿Un informe, señor? —Cyrus sentía como la inquietud empezaba a crecer hasta ser una bola pesada que ocupaba su estómago, fría y punzante, agrandándose poco a poco.

El director se giró y se puso cara a cara con el profesor. Su mirada transmitía preocupación y decepción, y dejó caer la siguiente frase con la fuerza que lo haría un yunque.

—Una fuente anónima asegura que usted ha abusado de su posición de prestigio para tener una relación ilícita con su alteza la princesa.

Cyrus se contuvo, resistiendo el impacto como un campeón. No pensaba estallar en llamas ni a chillar por esa acusación. Si lo hacía, solo parecería culpable. Debía confiar en que el director creyera en él.

—¿Y usted ha creído dicho informe, señor? —preguntó con voz neutra.

—Si no es cierto, dígalo.

Cyrus asintió.

—Es un informe infundado, una impresionante sarta de sandeces —respondió con confianza.

Yvon se dirigió hacia una ventana y miró a través de ella con las manos en la espalda.

—Sandeces, ¿eh?… Me encantaría creer sus palabras, profesor, pero me temo que la situación no es tan sencilla. Un rumor que involucra a la familia real, por mucho que sea tan infundado como este, se expande como la pólvora. Como no actuemos con presteza, el buen nombre de la princesa Mary podría quedar mancillado, y eso es algo que debemos evitar, cueste lo que cueste —Se giró hacia Cyrus—. Espero que lo entienda.

—Y entonces, ¿qué piensa hacer conmigo, señor? —preguntó este. Sabía que, viniendo de Yvon, no le iba a gustar la respuesta.

—No es una decisión nada sencilla —respondió Yvon—. No puedo anunciar su despido así sin más. Sería como admitir la culpa.

Cyrus se lo esperaba. No reaccionó de ninguna forma, solo dejó que las palabras calaran hondo dentro de él, como ya había previsto. Irónicamente, eso templó su inquietud. Sabía ya cuál sería su destino. No la redujo, pero la dejó estática.

—¿Y qué tal un año sabático, director? —sugirió Lucía.

Cyrus e Yvon se giraron hacia ella.

—El profesor Albright se tomará un largo descanso y los registros oficiales indicarán que está efectuando trabajo de campo en tierras lejanas —explicó ella—. Así no tendrá que anunciar su despido y al final todo esté tema será olvidado con el paso del tiempo.

Yvon dio una fuerte palmada de entusiasmo.

—¡Es brillante, Lucía! —elogió—. ¿Qué me dice, Cyrus? De ese modo, tanto la reputación de la academia como la suya propia saldrán indemnes.

—Mi reputación… —murmuró Cyrus.

—… ¿Hay algún problema, profesor?

Cyrus se giró hacia él.

—En absoluto, director. Al contrario, esta podría ser una oportunidad de oro —Cyrus no pudo camuflar la sonrisa que se había dibujado en su rostro.

—¿Una oportunidad? ¿Para qué? —preguntó Yvon.

—Hay un asuntillo que me ha llamado la atención últimamente, y me estaba preguntando cuándo tendría tiempo de poder hacer una pequeña investigación de campo. Creo que partiré de viaje… Un viaje en busca del libro desaparecido hace quince años… Además, si no se me permite compartir mis descubrimientos con mis compañeros y con el público, no tiene mucho sentido que siga investigando aquí…

—Ah, ¿sí? —Yvon parecía genuinamente intrigado—. Dígame, profesor: ¿qué es lo que pretende investigar?

—Un libro en concreto. Y ahora, si me disculpa, debo prepararme para el viaje. Que tenga un buen día, director —Y se fue, sin esperar a que el director le diera permiso para irse. Ya no era su director, al fin y al cabo.

Cuando Cyrus ya se había marchado, Yvon sacudió la cabeza de lado a lado.

—Tan enigmático como siempre…  —murmuró este. Mientras, Lucía, su ayudante, se quedó callada mientras sopesaba las palabras que acababa de decir el profesor.

 


 

Nada más Cyrus bajó el último peldaño de las escaleras, fue asaltado por Therese, su alumna.

—¡Profesor! —exclamó ella nada más verle.

—Hola, Therese —preguntó Cyrus, extrañado—. ¿Qué te pasa?

—He… He oído que abandona usted la academia —dijo ella con voz triste.

—Has oído bien —Cyrus había salido del despacho de Yvon hacía dos monitos. Dos. Minutos. ¿Cómo podía haberse enterado ya el pueblo entero?

Therese dio un paso atrás, sorprendida por la noticia. Echó la vista al suelo y cerró los ojos.

—P-Profesor, lo… ¡Lo siento! —exclamó.

Cyrus no reaccionó al principio. Pero luego de pensar un momento en lo que acababa de oír, se acercó a ella y le puso una mano en el hombro.

—Entiendo… Tú has sido la que inició el rumor —dijo con voz tranquila.

—Lo… ¿Lo sabía? —preguntó ella. No se esperaba una reacción tan calmada por parte de Cyrus.

—No hasta este momento, cuando te has disculpado —Quitó la mano de su hombro y la miró fijamente a los ojos—. Pese a todo, no puedo imaginarme tus motivos. ¿A qué ha venido semejante mentira?

Therese se dio la vuelta y se alejó unos pasos de Cyrus. No tenía estómago para mirarle a la cara.

—Es que siempre está ayudando a su alteza. Le contesta a todas sus preguntas… — Su voz temblaba, manchada de culpabilidad y sentimiento—. Tan solo quería que… me hiciese más caso a mí…

—¿Y por eso fuiste a hablar con el director?

—S-Sí… Pero… Tan solo quería molestarle un poco… Nunca pensé que llegarían a… Lo siento, profesor —Se giró hacia él, los ojos y la cara rojos—. ¿Podría llegar a perdonarme?

Cyrus se apresuró a actuar.

—No temas, pequeña —la reconfortó—. Resulta que necesitaba una buena excusa para poder emprender un viaje.

Therese se secó unas pocas lágrimas que se le habían escapado.

—Ah, ¿sí?…

—Llevo ya tiempo queriendo viajar por el reino y ver qué se puede aprender más allá de estos pasillos —explicó este—. Casi diría que esto ha pasado en el mejor momento. Verás, resulta que hay un asuntillo que estoy comenzando a investigar, así que no temas. Al contrario, me has hecho un favor —Hizo una pequeña pausa—. Además, tengo parte de culpa en todo este asunto. No puedo negar que, efectivamente, no te hice caso como debería. De haberme dado cuenta antes de tus intenciones, no estaría en este problema.

Therese se acercó un poco. Empezó a sentir unas mariposas revoloteando en su estómago.

—Profesor… ¿Q-Qué es lo que…?

—¡Discúlpame, pequeña! ¡Ojalá me hubiese percatado antes de cuánto amas estudiar!

Therese parpadeó, completamente desubicada, las mariposas muriendo todas al mismo tiempo. Tardó varios segundos en procesar lo que acababa de decir Cyrus.

—Mis… estudios…

—Siempre he intentado tratar igual a todos mis alumnos —prosiguió este—. Y pese a todo, su alteza me asaltaba con mil preguntas y yo me volcaba en contestarlas todas… Con ese pequeño gesto, es posible que haya dado la impresión de que la anteponía a los demás. Esa no era mi intención, pero no por ello deja de ser culpa mía —Cyrus se puso teatral—. ¡Ay, ojalá hubiese visto la ardiente y devota erudita que llevas en tu interior!

Silencio incómodo. Therese miraba a Cyrus como si a este le hubiera salido una segunda cabeza.

—Esto, ¿profesor…? Igual no es usted tan avispado como creía…

—¿Sí? —preguntó él, sin entender.

Therese suspiró, frustrada.

—Nada, da igual.

Cyrus, genuinamente, se encogió de hombros. «Cosas de la juventud», supuso.

—En ese caso, debo irme —dijo—. ¡No descuides tus estudios!

—Sí, profesor —Un pequeño brillo asomó en los ojos de Therese—. Volveré… ¿Volveré a verle?

—No veo por qué no… ¡siempre que sigamos ambos con vida! —contestó este.

Therese intentó responder a eso, pero se rindió. Sabía que era imposible. Una vez se le metía algo en la cabeza, era capaz de ser más terco que una mula. Así que se fue caminando, dándole vueltas a la conversación que acababa de tener con Cyrus.

Este se quedó mirando como se iba su alumna. Aunque debía agradecerle la situación en la que se encontraba, en parte le resentía que ella hubiera tenido que llegar a ese extremo. Pero lo entendía: no haber visto lo descuidado que estaba siendo con Therese… Había sido un error imperdonable como su profesor. Esas mentes jóvenes eran el futuro de la sociedad, y su negligencia por haber descuidado un cerebro tan sediento de conocimiento como el suyo lo había conducido a eso. Al final, lo mirara como lo mirara, Cyrus asumía que la mayor parte de la culpa era suya.

Se giró hacia la entrada de la biblioteca, donde le estaban esperando sus nuevos compañeros de viaje.

Los tres estaban mirándole con la misma cara que había puesto Therese hacía unos breves instantes.

—Oh, ¿siguen ahí? —preguntó Cyrus—. ¿Han oído toda la conversación?

Ninguno de los tres respondió. Ophilia tenía la cara roja como un tomate, y H’aanit y Therion tenían la boca abierta de par en par, igual que sus ojos.

—¿Qué sucede? —preguntó Cyrus, confundido. Miró a su espalda un momento, no fuera que habían visto algo fuera de lo común detrás de él, pero no parecía el caso—. ¿Acaso he sido demasiado brusco con ella? Creía haber dejado claro que no le guardo resentimiento alguno.

Therion fue el primero en salir de su ensimismamiento, avanzó hacia él y se lo quedó mirando.

—Cyrus —Era la primera vez que Therion se refería al profesor por su nombre—. ¿De verdad que no has entendido lo que acaba de pasar?

Este iba a responder que sí, pero si Therion le estaba preguntando eso, era evidente que se le había pasado algo por algo. Le dio unas cuantas vueltas, pero no pudo ver dónde había errado.

—Creía haber sido lo suficientemente amable con ella —respondió al cabo de poco—. ¿En qué crees que he fallado?

Therion le sostuvo la mirada fuertemente, como si no creyera lo que sus ojos estaban viendo. Pero a los pocos instantes, suspiró y apartó la mirada.

—En todo, profe. En todo. Venga, vámonos ya. Si acampamos por el camino, llegaremos a Nobiliaria mañana por la mañana.

Y empezó a andar en dirección a la plaza del pueblo.

Cyrus se quedó ahí de pie, con la cabeza ardiendo de conjeturas. ¿Qué había querido decir Therion? Por mucho que analizara la conversación que había tenido con Therese, no le encontraba el fallo. Ella misma había dicho que él no parecía tan avispado como ella creía, pero había asumido que era alguna cosa de la juventud que no tendría mucha importancia.

Sintió que alguien le agarraba del brazo. Era H’aanit.

—Vámonos, profesor —le dijo—. No le de más vueltas. Todo está bien, de verdad.

—Pero…

H’aanit negó con la cabeza, y Cyrus calló. Vio que no iba a obtener más respuestas, así que se resignó y empezó a andar con ella.

Se fijó, pero, en que Ophilia les seguía un poco por detrás, y el rubor de su cara aún no se había ido.

Atraparon a Therion al cabo de poco, que les esperaba en la plaza del pueblo. Mientras, Cyrus se dedicó a admirar la belleza de la ciudad de Átlasdam, como si la estuviera viendo por última vez. Iba a pasar mucho tiempo fuerza, y procuró memorizar cada detalle de ella para echarla un poquito menos en falta durante su “trabajo de campo”.

Una vez se juntaron todos, se encaminaron directos hacia el portón de salida, despidiéndose de la ciudad del conocimiento, una que Cyrus conocía mejor que la palma de su mano. Respiró una última bocanada de su aire, y se fue con sus nuevos compañeros.

… aunque seguidos por una figura encapuchada y vestida de negro, que les observó desde la distancia hasta que salieron de la ciudad.

Y así, Cyrus y compañía marcharon de la academia, en busca del libro perdido.

De los lejanos confines del infierno… ¿Qué oscuros secretos ocultarían sus páginas?

Solo los dioses lo sabían…

Notes:

¡Y con esto terminamos con Cyrus, el erudito!

Ha sido divertido narrar este capítulo, que además ha sido más corto de lo normal. Siempre escribiendo capítulos de 3.000-4.000 palabras de media, este solo me ha ocupado 7 páginas en el Word, así que ha sido muy agradable.

Mi parte favorita es cuando Cyrus malinterpreta completamente lo que Therese intentaba decirle. Lo comenté con mi pareja, preguntándole “¿De verdad crees que este señor es capaz de tener una relación ilícita con QUIEN SEA usando su posición de profesor?”, y evidentemente, su negativa fue absoluta.

Cyrus es un sol de persona, se merece más amor.

Y HABLANDO DE (en realidad no sé cómo enlazar el siguiente punto con lo último que he escrito), el fanfic. La verdad es que las actualizaciones no serán tan frecuentes, pues hay otras cosas en mi vida que han surgido (nada malo, intereses y estudios), así que esto se quedará bastante relegado. Me duele decirlo, pero no puedo seguir el fanfic ahora mismo.

AUNQUE NO LO ABANDONARÉ, LO PROMETO. He empezado este viaje, y al igual que nuestros Viajeros, lo acabaré. Palabra de Honor.

Así que, gracias por leer hasta aquí, y os agradezco mucho el amor y la atención. Me encanta escribir, y me encanta este juego. Así que esto está lejos de terminar.

Adiós, y nos vemos en las páginas.

Recuento de palabras ANTES y DESPUÉS de la reescritura de la obra:

La primera historia: Therion, El Ladrón (I)
[2019] 1.218
[2025] 1.281 {+63}

La primera historia: Therion, El Ladrón (II)
[2019] 2.134
[2025] 2.247 {+113}

La primera historia: Therion, El Ladrón (III)
[2019] 3.516
[2025] 3.822 {+306}

La segunda historia: H’aanit, La Cazadora (I)
[2019] 2.611
[2025] 3.366 {+755}

La segunda historia: H'aanit, La Cazadora (II)
[2019] 4.839
[2025] 6.035 {+1.196}

La tercera historia: Ophilia, La Clériga (I)
[2019] 3.533
[2025] 5.523 {+1.990}

La tercera historia: Ophilia, La Clériga (II)
[2019] 2.273
[2025] 3.509 {+1.236}

La tercera historia: Ophilia, La Clériga (III)
[2019] 1.365
[2025] 2.450 {+1.085}

La tercera historia: Ophilia, La Clériga (IV)
[2019] 3.950
[2025] 6.636 {+2.686}

La cuarta historia: Cyrus, El Erudito (I)
[2019] 2.226
[2025] 4.915 {+2.689}

La cuarta historia: Cyrus, El Erudito (II)
[2020] 2.767
[2025] 4.114 {+1.347}

La cuarta historia: Cyrus, El Erudito (III)
[2020] 4.710
[2025] 4.889 {+179}

La cuarta historia: Cyrus, El Erudito (IV)
[2020] 2.132
[2025] 2.651 {+519}


TOTAL:
[2019-2020] 37.274
[2025] 44.594 {+7.320}

Chapter 14: Interludio (I): Erudito

Summary:

El punto de partida: La búsqueda de la verdad.
Referencia a Fullmetal Alchemist. No tengo pruebas, pero tampoco dudas.

Notes:

Publicado el 13 de julio de 2025.
Si queréis saber qué he estado haciendo todo este tiempo y por qué he vuelto, mirad las notas al final del capítulo.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Los cuatro Viajeros andaban por las vastas praderas de las Llanuras. Conformaban un grupo muy variopinto, inusual y curioso: un ladrón de los Acantilados, una cazadora del Bosque, una clériga de las Tierras Nevadas y un erudito de las Llanuras. No solo vivían en regiones muy distintas entre ellas, sino que además sus profesiones y personalidades diferían de formas que mucha gente los consideraría incompatibles del todo. ¿Y cómo no pensarlo?, solamente leed lo que acabo de escribir.

Pero también habéis leído todos los capítulos previos a este. Sabéis por lo que han pasado los cuatro, y los distintos eventos que han creado las amistades que los unen y juntado los caminos que deben recorrer. Algunas relaciones eran ya fuertes, mientras que otras estaban recién establecidas. Pero al final daba igual. Sabían que podían confiar entre ellos, y que el futuro se vería más cercano si cooperaban para alcanzarlo.

—… así que por eso me han despedido —estaba diciendo Cyrus. Ya llevaban más de medio día caminando, pues habían salido de Átlasdam más o menos que quedaban unas pocas horas para la hora de comer. Podrían haberse quedado, pero Therion insistía en ir rápidamente a Nobiliaria y acabar su “trabajo” cuanto antes, así que H’aanit se encargó de cazar y preparar una comida adecuada para los cuatro a medio camino.

Ya hacía varias horas de aquello, y el atardecer empezaba a apagarse cada vez más, y las primeras estrellas empezaban a hacerse visibles en el cielo.

—Conozco a tigres con mejor corazón que ese director tuyo —espetó H'aanit.

—No querría hablar mal de un compañero —prosiguió Cyrus—, pero en mi opinión, es cierto que Yvon tiene una mente demasiado cerrada para ser el director de una institución tan importante como es la Academia Real. Aunque, como he dicho, eso me ha venido de perlas. Este lugar está lleno de censura y quiero ver como es el mundo fuera de estos muros y de sus libros.

»Además, ¿os acordáis de que Russell robó un libro? Pues resulta que también estaba investigando otro que lleva desaparecido quince años, y su contenido parece muy prometedor. Ahora, mi objetivo es descubrir todo cuanto pueda sobre De los lejanos confines del infierno.

—Bonito nombre —observó Therion—. Supongo que si te interesa tanto no debe contener cuentos de hadas, precisamente.

—¿Y sabe dónde empezar a buscar? —preguntó Ophilia, que caminaba a la derecha de Cyrus.

—Tengo una amiga llamada Oddete. Es la persona que más sabe sobre estudios arcanos que conozco. Lo último que supe de ella fue que estaba en Cumbrecantal. Deberíamos empezar por ahí… bueno, luego de hacer lo que sea que Therion deba hacer en Nobiliaria.

Cyrus evitó conscientemente mencionar que iban a robar a alguien, y a un erudito nada menos. Normalmente habría rechazado realizar un acto criminal como aquel, pero luego de lo que Therion había hecho por él durante el combate contra Russell, se sentía en deuda.

Por lo que ese era el dilema: ¿era fiel a su honor, y saldaba la deuda? ¿O era fiel a sus principios, y rechazaba esa aventura? No sabía qué habría elegido solo, porque H’aanit y Ophilia le aseguraron que era alguien de fiar, y eso le relajó un poco. No mucho, pero algo.

—No te preocupes, profe —le dijo Therion—. Al final soy yo el que debe hacer el hurto. No espero que ninguno de vosotros robéis nada, no querría cargar ese peso sobre vuestros respetables hombros. Además, no soy la niñera de nadie, así que seguramente estaréis al margen durante toda la acción.

H’aanit abrió la boca para protestar, pero se detuvo al sentir una presión anormal que le aplastaba la cabeza. Se la agarró, gruñendo de dolor. No era horrible, pero era repentino e incómodo. Linde se acercó a ella y le tocó la pierna con el morro, preocupada por la reacción de H’aanit.

La cazadora alzó la mirada, y vio que los otros tres estaban igual que ella, con la cabeza entre las manos y muecas de dolor arrugando sus caras. ¿Qué…?

Una voz sonó de pronto.

SALUDOS, VIAJEROS. NO TEMÁIS, PUES NO ES MI DESEO HACEROS DAÑO ALGUNO.

Sentían como si la voz proviniera directamente de su cerebro, reverberando luego por todo su cuerpo. Eso solo empeoró la sensación. H’aanit sentía que le estaban viniendo náuseas.

SOY ALEPHAN, EL REY ERUDITO, siguió diciendo la voz. SE ME HA HECHO CONOCEDOR DE LA EMPRESA QUE OS OCUPA, JUNTAMENTE CON UNA PETICIÓN PARA BRINDAROS AYUDA EN LA ARDUA TAREA QUE COMPORTA. VENID, PUES, A MI ENCUENTRO. SEGUID EL RASTRO DEL VIENTO, Y HALLARÉIS LA CUEVA EN LA QUE RESIDE MI ALMA.

La presión que los atosigaba desapareció de pronto, y todos empezaron a respirar aceleradamente, liberados al fin de aquella horrenda experiencia. Podían sentir como su cabeza palpitaba, aún dolorida.

—¿Qué…? —Therion fue el primero a hablar una vez recuperó el aliento—. ¿Qué demonios… ha sido… eso?

—Alephan… —murmuró Ophilia—. Es uno de los trece dioses de Orsterra —Sus ojos se iluminaron con una mezcla de miedo y reverencia, y fijó la vista al Sol, que estaba a medio camino de ocultarse en el horizonte—. ¿Acaso…? ¿Acaso hemos sido bendecidos de verdad con su atención?

—Por favor, llamo a la calma —intervino Cyrus—. Debemos ser cautos. No sabemos qué acaba de suceder, y lo último que deberíamos hacer es saltar a conclusiones precipitadas.

H’aanit fue la única que no habló. No sabía qué sentía aún, y todo aquello era un borrón en su cabeza que le impedía pensar con claridad.

—Hemos oído la voz de una deidad, profesor —replicó Ophilia—. Creo que, por lo menos, deberíamos investigar al respecto.

—No hay ninguna certeza de que esa voz que hemos escuchado sea la de un dios, querida Ophilia —respondió Cyrus—. Podría ser alguien que intenta manipularnos a través de la magia, posiblemente para tendernos una trampa. Fíjese a su alrededor: ni siquiera está soplando una mísera brisa de vie-

De pronto, un viento poderoso empezó a soplar desde el oeste, como si fuera una respuesta a lo que estaba diciendo Cyrus. Todos se tambalearon, golpeados por ese repentino muro de aire que había aparecido de la nada, y casi todos estuvieron a punto de besar el suelo a excepción de Ophilia, que se apoyó en su báculo para evitar perder el equilibrio.

—¡Hey, profe! —exclamó Therion con los brazos alzados para protegerse—. ¿Esto también es parte de esa manipulación o qué?

—¡No lo sé! —dijo Cyrus mientras se agarraba el abrigo largo y negro para evitar que aleteara—. ¡Esto no es normal! ¡No-

—¡Debemos resguardarnos! —interrumpió H’aanit. Sintió como el viento le despejaba la mente y le dejaba pensar con algo de claridad—. ¡Sea lo que sea que haya sido eso, no podemos quedarnos aquí! ¡Cyrus, ¿conoce algún sitio cerca en el que podamos protegernos?!

—¡Hay una cueva cerca de aquí! ¡Al este, siguiendo…! —Se calló un momento—. Siguiendo el viento…

Nadie dijo nada más, y tampoco discutieron lo que eso implicaba. Empezaron a andar siguiendo a Cyrus, a favor de la corriente de aire, por lo que debían ir con extremo cuidado. El viento no se los iba a llevar volando, pero sería muy fácil que los tirara al suelo.

No tardaron en llegar a la cueva, oculta en la cima de una colina. Con paso rápido pero con pies de plomo, lograron llegar al umbral con frío y completamente removidos.

El viento cesó de pronto.

Esa calma repentina les caló hondo en el alma, junto con un escalofrío siniestro. Cyrus intentó decir algo, pero no era capaz de formular ninguna palabra. Demasiadas “casualidades” para que eso se clasificara como una.

Todos tenían el pelo completamente revuelto y la ropa arrugada. Las corrientes de aire no habían sido amables. Pero eso no era lo que les preocupaba ahora mismo.

La entrada de la cueva estaba completamente a oscuras.

Cierto que era casi de noche, sí, pero esa oscuridad no era igual. Si les hubiéramos preguntado, los Viajeros lo habrían descrito como “un manto oscuro tendido a pocos metros pasada la entrada de la cueva, uno tan oscuro que daba la impresión de que la oscuridad era sólida, aunque supieras que eso era imposible.”

H’aanit tragó saliva. Esa misma oscuridad la estaba incomodando, pero no sintió mucha diferencia de cuando era pequeña e iba a cazar a una zona nueva del bosque. La sensación era bastante parecida, así que se abrazó a eso. Había superado esa inquietud en el pasado, podía hacerlo de nuevo.

—Avanzaré un poco —dijo. Era la que menos había sufrido por el pelo, pues lo tenía muy bien trenzado. Se lo alisó un poco mientras empezaba a andar, y sacó su arco y una flecha, con Linde y Hägen a su lado—. Otearé el terreno, y vendré a informaros.

Ninguno le dijo que no fuera. Aunque tampoco le dijeron que fuera.

—Que la luz de la Llama Sagrada ilumine tu senda —rezó Ophilia, con las manos juntas frente a ella. Fue la única que habló.

H’aanit asintió, y se adentró en la oscuridad.

El silencio se impuso entre los tres Viajeros. Casi les costaba mirarse entre ellos, incluso. Esa situación les incomodaba a todos, de una forma u otra.

—Hablando de llamas sagradas —dijo Therion mientras se apoyaba en una roca—, podrías haberle dejado ese candil tuyo. Así habría podido verse mejor entre…

Se limitó a señalar la masa negra que tenían enfrente. Esa oscuridad le incomodaba tanto que incluso evitaba mencionarla.

Ophilia se llevó una mano a la boca.

—¡Tienes razón! Le habría venido de mucha ayuda —Al instante, bajó la mirada—. Bueno… en realidad… yo debo ser la única portadora de la Primera Llama. En ese caso, debería haber ido con ella.

Therion se la quedó mirando. Ophilia se ruborizó, sintiéndose avergonzada y juzgada.

«Pero no se me había ocurrido que podía ayudar», pensó. «Esto no es mi culpa.»

Pero, ¿y si ese era el problema? ¿Y si debería habérsele ocurrido ayudar? ¿Y si debería haber sido más valiente, y haberse ofrecido a adentrarse en lo desconocido? Su estómago se torció de culpabilidad.

Oyeron unos pasos, y todos se giraron alarmados. Eran H’aanit, Linde y Hägen.

—No puedo ver nada —dijo H’aanit. No apareció así de pronto, simplemente tardó mucho en que la luz la alcanzara. Y luego, pasó de completamente oculta a completamente visible en un segundo—. La negrura es absoluta, y no puedo decir lo larga que es la cueva, pues no puedo ver ni lo que tengo delante de la cara.

Nadie supo cómo responder a esa información. Therion, pero, reaccionó incorporándose.

—Tengo mucho sueño, y muchas ganas de acabar con esto —dijo—. Saquemos el candil de Ophilia y que nos ilumine el camino. No me hace ninguna gracia hacer caso a una voz misteriosa ni entrar a una cueva más oscura que la noche misma, pero no siempre se debe entrar en los sitios que uno quiere, ¿no?

—¿Es eso una alegoría a tu trabajo como ladrón? —preguntó Cyrus.

Therion le devolvió una mirada que Cyrus no supo interpretar.

Ophilia sacó el candil de dentro de la túnica con timidez. No le había incomodado en todo el viaje, y tampoco le había quemado. Eso sí que era magia, desde luego. Se lo quedó mirando, pensando en si Aelfric la estaría juzgando ahora misma por su cobardía.

—Ophilia —dijo Therion. Ella lo miró; este tenía el ceño fruncido—. Acerca el candil a la entrada de la cueva.

Ophilia obedeció, confundida, y dio un par de pasos hacia delante.

La oscuridad retrocedió.

Todos abrieron los ojos como platos.

—Profesor —dijo H’aanit—. ¿Conoce alguna magia que permita hacer… eso?

—… me temo que no —contestó ese, con la voz temblorosa.

Hicieron pasar a Ophilia al frente, aunque todos se pegaron a ella como lapas. Sabían que debían entrar ahí, aunque todo eso les resultara incómodo y anormal. La oscuridad desaparecía en un pequeño radio a su alrededor, como si se apartara ante la luz azulada del candil, y dejaba ver cómo era la cueva realmente. Nadie había pisado ese sitio en mucho, mucho, mucho tiempo.

La cueva no era tan larga como creía H’aanit, y no dieron ni cien pasos hasta que llegaron al final de la gruta, abriéndose esta de pronto para dar paso a una enorme estancia de piedra… tallada en la propia piedra.

Era una sala irregular, larga y algo estrecha, pero perfectamente iluminada por un haz de luz que venía del techo. Las paredes no estaban pulidas, y tenían una forma muy natural. Pero ante ellos se abría un corto pasillo de losas con barandillas a los lados y unas escaleras al final que ascendían a una pequeña plataforma, en la cual se alzaba un pequeño pedestal. Todo aquello parecía haber sido excavado en la propia piedra de la cueva, pues esta no tenía aspecto de haber sido excavada.

Además, en esa estancia no había oscuridad que apartar. Miraron todos atrás, y vieron que esta terminaba a pocos metros del umbral de la sala.

«La oscuridad se limita al pasaje que comunica el exterior y esta sala», pensó Cyrus. «He estudiado mucho sobre magia, pero nunca me habría imaginado que eso fuera remotamente posible. No creo que haya humano capaz de obrar semejante conjuro, y muchos menos que prevalezca durante tanto tiempo como este parece que se ha mantenido.»

Evitó pensar en la pregunta obvia que venía después, la evolución lógica de su duda: si un humano no podía ser capaz de aquello… ¿qué podía serlo?

Ya sabía la respuesta. Se le había presentado dentro de su mente hacía menos de una hora. Pero como había dicho también, evitaría sacar conclusiones precipitadas al respecto.

Todo el grupo avanzó despacio por la estancia, y llegaron con recelo ante el altar de piedra. Encima se alzaba un pequeño atril de metal, el cual sujetaba lo que parecía ser un libro abierto, un libro de verdad. Las páginas eran blancas como la nieve, impolutas y sin una sola arruga, y estaban escritas por una letra que ninguno de los Viajeros pudo identificar. Pero, aún así, la ortografía era bella y estilizada.

Therion se acercó al atril.

—Therion, ¿qué haces? —murmuró H’aanit. Instintivamente, sintió que no debía alzar la voz en ese lugar.

—Esto es muy curioso —respondió él susurrando—. Déjame que mire a ver qué…

Nada más lo tocó, este empezó a irradiar una poderosa luz blanca. Therion se alejó rápidamente y se refugió junto a sus compañeros mientras la luz cubría el atril y el libro.

BIENVENIDOS A MI REFUGIO, dijo la voz de antes, esta vez proveniente del libro. YO, ALEPHAN, EL SABIO, BENDIGO VUESTRO SERVICIO EN ESTE TIEMPO TAN ACIAGO QUE SE APROXIMA.

Ninguno de los Viajeros reacción, a excepción de Ophilia, que se arrodilló rápidamente y se inclinó hasta apoyar la frente en el suelo.

—Oh, Alephan, el primero de los dioses, el más anciano, maestro de todo el conocimiento de este mundo —alabó Ophilia, las manos juntas encima de la cabeza—. Su presencia es la bendición, no la nuestra.

Los otros tres dudaron, pero al poco empezaron a arrodillarse también.

NO SON NECESARIAS ESTAS FORMALIDADES, continuó Alephan, haciendo que se detuvieran, aunque Ophilia mantuvo la postura. ES MÁS, DEBERÍA SER YO QUIEN DEBERÍA ESTAR POSTRADO EN EL SUELO. AL FIN Y AL CABO, ESTÁIS A PUNTO DE OBRAR UN COMETIDO QUE NOS CORRESPONDERÍA A NOSOTROS, LOS DIOSES, PERO QUE NOS VEMOS OBLIGADOS A LEGAROS CON SUMA URGENCIA.

Ophilia levantó la cabeza poco a poco, aún dubitativa.

—Un… ¿un cometido? —preguntó, con un hilo de voz—. ¿De qué estáis hablando?

AELFRIC ME HA HECHO SABER QUE CADA UNO DE VOSOTROS ESTÁIS REALIZANDO UN VIAJE QUE, EN MAYOR O MENOR MEDIDA, SE OS HA IMPUESTO A LA FUERZA DEBIDO A DISTINTAS CIRCUNSTANCIAS. La voz era firme y grave, aunque se oía muy anciana. NO QUERRÍA COLOCAR OTRA LOSA SOBRE VUESTROS HOMBROS, PERO EN NOMBRE DE LOS DEMÁS DIOSES, ME VEO EN LA OBLIGACIÓN DE SUPLICAROS QUE LA ACEPTÉIS. EL DESTINO DE ORSTERRA ESTÁ PENDIENDO DE UN HILO.

—¿A qué os referís? —preguntó H’aanit. Linde y Hägen estaban detrás de ella, encogidos sobre sí mismos, temblando de miedo.

COMO BIEN SABRÉIS ALGUNOS DE VOSOTROS, LA HISTORIA DE ESTA TIERRA SE REMONTA A CUANDO ÉRAMOS TRECE LOS DIOSES QUE GOBERNÁBAMOS ESTA TIERRA. HOY EN DÍA, SOLO DOCE DE NOSOTROS PERMANECEMOS DE ALGUNA FORMA PRESENTES EN ESTE MUNDO. EL DECIMOTERCERO, CONOCIDO COMO GALDERA, FUE ENCERRADO TRAS LA PUERTA DE FINIS, EL ÚNICO ACCESO FÍSICO AL INFIERNO. SU ANSIA DE PODER Y AVARICIA ERAN ILIMITADAS, HASTA EL PUNTO DE MATAR A NUESTRA MADRE NADA MÁS NACER… HACIÉNDOLA ARDER HASTA MORIR.

Hubo un momento de silencio.

NO QUERÍA A NADIE NI NADA POR ENCIMA DE ÉL, prosiguió al cabo de poco. DESEABA TODA LA TIERRA Y TODA LA MAGIA PARA SÍ MISMO, SOLO SUYAS, Y ASÍ OBRAR CON ELLAS COMO QUISIERA. LUEGO DE UN ARDUO COMBATE, GALDERA FUE SELLADO POR AELFRIC USANDO SU FUEGO SAGRADO, EL ÚNICO PODER QUE ES COMPLETAMENTE CONTRARIO A LA LLAMA OSCURA DE GALDERA, Y QUEDÓ ENCERRADO DETRÁS DE LA PUERTA DE FINIS.

Cyrus recordó haber leído sobre esa puerta, ubicada en un reino ahora desaparecido de la faz de la tierra. No hacía ni dos días que había estado hablado del tema en clase, casualmente.

PERO GALDERA NO PERMANECIÓ POR SIEMPRE ALLÍ ENCERRADO. UN ERUDITO LLAMADO SALOMÓN INVESTIGÓ ACERCA DE LA PUERTA, Y SU REY LE OBLIGÓ A ABRIRLA, HACIENDO QUE TANTO EL REINO DEL REY Y EL REINO VECINO FUERAN COMPLETAMENTE ARRASADOS.

»LA APERTURA FUE LO SUFICIENTEMENTE AMPLIA PARA QUE PARTE DE GALDERA PUDIERA FILTRARSE A ESTE MUNDO. AFORTUNADAMENTE, GRACIAS A ODÍN CROSSFORD, LA PUERTA PUDO SER SELLADA DE NUEVO. DE ESO HARÁ YA 217 AÑOS, DURANTE LOS CUALES LA PARTE DE GALDERA QUE PUDO ESCAPAR HA ESTADO CAMPANDO A SUS ANCHAS, SEMBRANDO LA SEMILLA DE LA LLAMA OSCURA POR TODOS LOS RINCONES DEL CONTINENTE, PREPARÁNDOSE PARA LA SEGUNDA LLEGADA DEL DIOS OSCURO.

»VUESTRO COMETIDO, PUES, ES EVITAR ESO. EL MUNDO SOLO ESTARÁ A SALVO SI GALDERA PERMANECE ETERNAMENTE TRAS LA PUERTA DE FINIS, Y TODO RASTRO DE ÉL EN ESTE MUNDO DESAPARECE PARA SIEMPRE. O, EN EL MEJOR DE LOS CASOS, SI SE LOGRA SU COMPLETA DESTRUCCIÓN. TANTO ÉL COMO NOSOTROS HEMOS QUEDADO DEBILITADOS POR LA GUERRA EN LA QUE NOS ENFRENTAMOS, ASÍ QUE LOS TRECE SOLO SOMOS UNA SOMBRA DE LO QUE ANTES FUIMOS. AÚN ASÍ, OS PIDO QUE NO SUBESTIMÉIS LO QUE ES CAPAZ DE HACER, Y LAS ARTIMAÑAS QUE SIN DUDA SE PRESENTARÁN EN VUESTROS CAMINOS.

Los cuatro Viajeros habían estado escuchando el relato sin interrumpir ni un momento. Suficiente tenían ya con procesar la avalancha de información que les había caído encima, menos aún comentarla.

ENTIENDO QUE ESTO AHORA MISMO OS PAREZCA DEMASIADO, dijo Alephan mientras la luz que emanaba del atril y del libro iba desvaneciéndose poco a poco. PERO LOS DEMÁS DIOSES, LOS DOCE, OS BRINDAREMOS APOYO EN LA MEDIDA QUE PODAMOS. VISITAD LOS DEMÁS SANTUARIOS. OS ESTAREMOS AYUDANDO…

Los objetos descendieron poco a poco, y volvieron a posarse encima del altar de piedra al mismo tiempo que dejaban de brillar. Cuando se posaron, volvían a parecer objetos mundanos, corrientes y molientes.

—Así que —empezó a murmurar Therion—, el señor al que vimos en Sacrolumia… —Miró a H’aanit—, fue…

Esta cayó en la cuenta al momento.

—No… es decir… oh… —Se tapó la boca con la mano—. Dios mío…

—¿Qué? —preguntó Ophilia a la vez que se levantaba—. ¿A quién visteis en Sacrolumia?

—Pues… —A H’aanit se le trababan las palabras—. A un hombre, de pelo largo, corona extraña, una enorme túnica, y… —Señaló a Ophilia—. Ese mismo candil en la mano.

Ophilia abrió los ojos como platos.

—Es más —prosiguió H’aanit—, fue él quien nos dijo que fuéramos a hablar contigo, como si supiera… que nos ibas a necesitar. Que nos íbamos a necesitar.

—Así que —intervino Cyrus—, ¿decís que ya habéis conocido a un dios? ¿Y que fue nada más y nada menos que Aelfric, el Portador de la Llama?

Therion alzó una ceja.

—Profe, te atreverás a decirnos que, luego de lo que acabamos de vivir, pondrás en duda nuestra historia.

Cyrus abrió la boca para hacerlo, pero no le salieron las palabras.

Otro momento de silencio caló entre el grupo. Era la situación más inusual y difícil de digerir en la que habían estado nunca.

Therion, por suerte, pudo romperlo.

—Sinceramente, yo diría de acampar por aquí —dijo mientras daba una ojeada a la pequeña sala en la que estaban—. Estamos arreciados de la noche, y dudo mucho que alguien entre a esta cueva mientras dormimos. No estamos muy lejos de Nobiliaria, ¿no, profe?

Cyrus tardó un poco en reaccionar, pero asintió.

—Llegaremos bastante antes del mediodía.

—Bien —H’aanit estaba acariciando a Linde y a Hägen para que se tranquilizaran—. Nos quedaremos aquí, pues. Al menos, como dice Therion, estaremos seguros.

Todos se movieron con movimientos forzados e incómodos, y en silencio, montaron un pequeño campamento en el que poder dormir con calma, con paso lento pero constante. No hablaron, no lo comentaron. No sentían que eso fuera a servir de mucho, y tampoco tenían muchas más fuerzas para afrontarlo, al menos no aquella noche.

Evidentemente, ninguno de ellos pudo pegar ojo. Acababan de ser arrastrados a algo que era mucho más grande que ellos mismos, algo de lo cual les era imposible concebir las dimensiones que ocupaba. La cabeza les daba vueltas, atormentada por todas las palabras que les acababa de comunicar uno de los trece dioses de los que hablaban las leyendas.

Y el silencio de todos hablaba por ellos: no tenían ni idea de si serían capaces de llevar aquella hazaña a cabo, fuera lo que fuera que implicara hacer.

Notes:

OKEY, WOW. HA PASADO MUCHO TIEMPO, SÍ. CINCO AÑOS, DOS MESES Y 23 DÍAS, PARA SER EXACTOS.

Veréis, no tenía claro cuándo iba a volver. Me quemé haciendo el fanfic, y a eso se le sumó que la chispa de interés que sentía por el juego se apagó (duró mucho más de lo que yo esperaba). Así que, simplemente, no seguí escribiendo.

Y en realidad me alegro. Me alegro mucho.

Durante estos 5 años, la idea del fanfic seguía bailando en mi cabeza, incansable y constante. Era ese proyecto enorme que casi no había tenido la oportunidad de acelerar luego de arrancar. Pero después pensaba en lo que implicaría organizar TODAS las historias de los 8 protagonistas, ordenarlas y narrarlas en base al orden que elegí mientras jugaba al juego, pues esa era la idea que quería seguir, y lo evitaba aposta. No era tan buen escritor como para afrontar ese desafío.

Afortunadamente, la descarté cuando volví a trabajar en el fanfic, este 2025, con mucha más experiencia y pasión renovada.

Sucedió el 1 de marzo de 2025, cuando un amigo vino a mi casa y tuvo la mala suerte de preguntarme por el fondo de pantalla de Octopath Traveler de mi ordenador. Así que, luego del infodump de más de media hora, esa chispa en mi alma se volvió a encender. Recordé las más de 200 horas que le metí al juego y añoré muchísimo sus personajes, sus historias, su mundo y todos los ratos que estuve en clase mirando la cuenta de @konpeitopanic, disfrutando de los minicómics y arte tan increíbles que sigue haciendo del juego a día de hoy.

Por lo que decidí acabar lo que empecé, porque sus personajes, su mundo y su narrativa me gustan más allá del propio juego en el que malgastéinvertí tantísimas horas. Es una de mis mayores hiperobsesiones, a la par con Hollow Knight, UNDERTALE, Sherlock (BBC), El Señor de los Anillos y el Cosmere. Es un podio MUY selecto, y quiero darle al Octopath la justicia que se merece.

Primero, reescribí los capítulos ya publicados para igualarlos a mi nivel de escritura actual. Eso no fue mucho problema, lo verdaderamente duro fue: ¿cómo recontranarices estructurar la(s) historia(s)? Porque son OCHO, y los personajes no solo se pasean por todo Orsterra siguiendo un orden MUY INCÓMODO (junto con enormes agujeros de guion, como cuando reclutas a los demás personajes), sino que cada historia tiene un peso distinto.
Un ejemplo: Alfyn se dedica a recorrer Orsterra sin rumbo alguno, curando a quien se encuentra. Y, en cambio, Ophilia no solo tiene un itinerario marcado, sino que su último capítulo se construye sobre las prisas urgentes e inaplazables de ir a la OTRA PUNTA DEL CONTINENTE a evitar que su hermana use la Primera Llama con fines nefastos.
Estoy seguro de que Alfyn puede esperar a llegar a los pueblos donde avanzará su historia, PERO OPHILIA NO.

Por lo que estuve tres tardes enteras trazando los distintos rumbos que debía seguir cada personaje para determinar qué orden seguían y cuánto iban a joderme, para luego darles sentido en la historia y aprovecharlos para llevar a otros personajes a completar sus historias de pasada:

Eso fue doloroso, pero me dio una base que no tenía hace 5 años, cuando mi única referencia era seguir ciegamente la ruta que yo hice cuando jugué al juego. Por eso estoy contento de no haber seguido escribiendo en ese momento: porque el producto final habría sido mucho peor de lo que podría haber sido.

Luego, decidí continuar la historia donde la había dejado, siendo el grupo de 4 personas. Agarré ese momento como punto de partida y me dije: “vale, si siguen con esta ruta, ¿con qué personaje se encontrarán próximamente, y qué capítulos de los personajes que ya tengo puedo ir completando de camino a allí? Y cuando tenga a los ocho personajes, deberán seguir un orden que priorice su cercanía con los destinos más próximos para completar el capítulo siguiente del personaje que toque, pero que también respete la urgencia que pueda tener la historia de cada personaje.”

Eso fueron otras cuatro tardes para establecer la sinopsis de cada capítulo según ese criterio, y luego he ido puliendo y detallando ese orden y las ideas extra que quería incluir. Eso lo he hecho cuando podía (hice todo esto durante época de estudios), por lo que ha sido mucho, pero no puedo decir con exactitud.

Así que… eso es todo. Espero que se entienda, y os agradezco MUCHÍSIMO vuestro interés en esta historia. Le tengo un cariño enorme, y será el mayor proyecto que habré escrito a día de hoy. Otra vez, y con todo mi corazón: gracias.

Nos vemos en las páginas 💖

P.S.: Feliz 7.º aniversario de Octopath Traveler 😊✨

Chapter 15: La primera historia: Therion, El Ladrón (IV)

Summary:

—La historia hasta ahora—

Tras infiltrarse con éxito en la mansión Ravus, Therion tuvo un encuentro con el mayordomo, Heathcote, quien le colocó el brazalete del idiota.

A regañadientes, y por orden de la dama Cordelia, tiene que encontrar las tres piedras dracónicas, tesoros perdidos de la casa Ravus, para librarse de la marca de la vergüenza de su brazo.

Y, así, llega a esta aldea, donde se encuentra la piedra dracónica de rubí.

Aunque nadie sabe quién la tiene.

De esta forma, comienza la búsqueda de Therion…

Notes:

Publicado el 26 de julio de 2025.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Esa mañana fue complicada.

Ninguno de los cuatro Viajeros había podido conciliar bien el sueño. ¿Cómo hacerlo, luego de que un dios en persona les encargara una misión sagrada para salvar el mundo de una fuerza oscura que amenazaba con hacerlo arder hasta las cenizas? Todos ellos recordaban la experiencia con temor, confusión y angustia, y temían que eso pudiera superarles.

Cuando más o menos calcularon que ya había amanecido, poco a poco empezaron a desmontar el campamento con la lentitud de aquellos que tienen demasiadas cosas en la cabeza. De vez en cuando alguien se atrevía a soltar algún comentario, pero solamente recibía el silencio como respuesta, o un simple monosílabo. Era interesante ver cómo, sin importar sus distintas personalidades, los cuatro respondían de la misma manera a ese suceso tan anormal. Aunque dudo que ellos pudieran ver eso como algo “interesante”, a decir verdad.

Abandonaron la cueva usando el candil de Ophilia para abrirse paso a través de la oscuridad, y el sol recién nacido les dio una modesta bienvenida, estando parte del cielo aún a oscuras. Era demasiado por la mañana. Si retomaban su camino de nuevo, llegarían a Nobiliaria antes de las ocho, quizá siete de la mañana.

—Ugh… de las peores noches que he pasado —murmuró Therion mientras se cubría sus ojos cansados con un brazo. Incluso la luz delicada que les llegaba era suficiente para molestarle. Respiró hondo, y dejó que el aire fresco de la noche que aún recorría las praderas lo llenara—. Nunca pensé que hacerle favores a un dios podía sentarle tan mal a alguien.

—Debemos sentirnos alagados, Therion —comentó Ophilia con una media sonrisa. Avanzó hasta su lado, pero esta parecía… ¿obligarse a mirar el sol?—. Alephan nos ha encomendado una misión muy importante. Uno de los dioses de Orsterra nos ha pedido nuestra ayuda personalmente. Creo que eso es motivo de júbilo.

Therion la miró con una ceja alzada y juzgante.

—No parecías tan “jubilosa” mientras recogíamos el campamento —replicó con sequedad—. ¿Qué mosca te ha picado?

Ophilia vaciló y se giró hacia él.

—¡No, no eso! Es… solamente he necesitado procesarlo. Estoy convencida de que esto solo puede ser algo bueno. Tener el favor de los dioses no es algo de lo que nadie pueda presumir, y como clériga que soy, esto me llena tanto como tener el honor de realizar el Prendimiento —Y reforzó su sonrisa. Aunque Therion estaba tan somnoliento que dudaba de si era una sonrisa forzada o no.

—No me gusta que me digan lo que debo hacer —intervino H’aanit mientras se ponía al otro lado de Therion y contemplaba el amanecer. Bostezó largo y tendido antes de seguir hablando—. Si me encargan una cacería, debo saber que servirá para un propósito, como alimentar a un poblado o eliminar a un depredador que pueda poner en peligro la fauna o la vida humana. Y siento que esa voz… Alephan… No puedo evitar pensar que nos ha puesto en una tesitura de la que no podemos salir cuando queramos. Nos lo ha impuesto. Nos ha obligado.

—Aquí, avispada amiga, creo que debo intervenir —dijo Cyrus mientras terminaba de estirarse y alisarse la túnica. Se puso al lado de H’aanit, y también se quedó mirando el amanecer—. Aunque es cierto que también creo que no podemos negarnos, y —Miró a Ophilia—, sin ánimo de ofender a la iglesia de la Llama, creo que había súplica en la voz del dios. Creo que puede ser cierto que se quedaron muy debilitados luego de la cruenta guerra que libraron contra Galdera, el Caído. Y si eso es cierto… quizá Orsterra ya no tiene ningún guardián que la proteja. Quizá estamos, realmente, enfrentándonos a algo que puede poner en riesgo el mundo entero.

—… que palabras tan bonitas para acabar de despertarnos de buena gana, profe —replicó Therion, arisco—. Así da gusto empezar el día.

Este empezó a andar colina abajo, en dirección al camino de tierra, sin esperar a la reacción de Cyrus.

—Basta de cháchara —dijo en voz alta—. Tengo una piedra que robar, y quiero hacerlo antes de que acabe el día. Vámonos.

El resto se apresuraron a atraparle. Therion iba dando zancadas mientras bajaba de la colina, con una obvia aura de mal humor envolviéndole, y avanzaba con paso rápido.

—Pero, Therion… —Ophilia se puso a su lado mientras intentaba igualarle el ritmo—. ¿Esto no hay que pensarlo un poco? ¿Darle vueltas, recolectar información, preguntar por ahí? Es lo que nos dijiste a H’aanit y a mí en la taberna de Átlasdam.

—Soy capaz de hacer todo eso en un solo día —respondió este sin mirarla—. Mientras os quedéis al margen y no estorbéis, todo irá bien.

—Therion —La voz grave de H’aanit resonó con fuerza—. Para.

Therion no supo por qué, pero se detuvo, aunque no se giró. Escuchó los pasos calmados de H’aanit mientras esta se acercaba por detrás. Algo en su tono de voz había activado una reacción instintiva en el ladrón, y le había dicho que era conveniente hacerle caso.

«Wow, sí que sabe poner a los demás en su sitio», pensó. Su sonrisa duró un solo segundo, antes de que H’aanit se pusiera a su lado.

—No vamos a quedarnos en la estacada —dijo esta—. Somos un equipo. Hemos superado varias penurias juntos, tú y yo los que más. ¿De verdad piensas que dejarnos de lado será beneficioso para ti?

—La última vez que intentasteis ser útiles, Ophilia casi nos obliga a matar a tres hombres en medio de una taberna.

Esta se encogió sobre sí misma avergonzada, apretando su báculo con fuerza y fijando la mirada en el suelo.

—No te pases —ordenó H’aanit con contundencia—. Somos inexpertas, tanto nosotras como Cyrus. Ya es bastante que te ayudemos a cometer un crimen, así que aprende a aceptar nuestra gratitud.

Therion seguía sin mirarla. Quizá tuviera razón, pero este no se encontraba lo suficientemente bien como para pensar con claridad, y quería dejar el tema ya.

—Oye, escucha —empezó a decir—, sé lo que me hago, así que…

“… un ladrón hábil, pero… corto de miras”. Las palabras de Heathcote resonaron otra vez en su cabeza. Apretó los dientes. ¿Cuánto más iban a torturarle?

Pero inmediatamente recordó que ya había escuchado esa frase ahí, en una pradera similar, poco después de que salieran de las Tierras Nevadas, no hacía ni tres días. Y su conclusión fue que “cometer dos veces el mismo error no era lo que hacía un buen ladrón; era lo que hacía un aspirante a cadáver”.

Tragó saliva, sintiendo como la rabia le hacía hervir la sangre. ¿Qué valía más: su orgullo, o su futuro?

Bufó a un lado.

—Está bien —dijo, sin dejar de mirar al frente—. Seguidme si queréis. Pero no seré vuestra niñera.

Y sin esperar una respuesta, reprendió la marcha… aunque un poco más lenta que antes.

 

 

Efectivamente, llegaron a Nobiliaria cuando el pueblo apenas acababa de despertar. El resto del trayecto lo habían recorrido con un silencio incómodo entre todos y con Therion a la delantera, dejando a los demás a sus espaldas. Estaba intentando ser racional en un momento en el que el sueño y la rabia le impulsaban a empezar a correr y hacer el trabajo solo y por su cuenta.

Pero no lo hacía. Porque eso es lo que haría un ladrón novato, como él mismo fue una vez.

Y ya no lo era. Era el ladrón más conocido de Orsterra, y por un buen motivo. Ese pensamiento le llenó el pecho de orgullo renovado, y volvió a inspirar profundamente.

«Saldrá bien, Therion», pensó para sí mismo. «Este será el primer escalón a tu libertad».

Se acarició el brazalete del idiota con cuidado, sintiendo el metal frío en la punta de sus dedos.

«… esta injusticia durará menos de lo que crees».

Entraron todos en el pueblo. Esta tenía cierto encanto característico: estaba amurallada como Átlasdam, pero la propia muralla estaba envuelta en casas y establecimientos varios, dotándola de más vida y naturalidad. Esa mezcla de campo y nobleza dotaba la localidad de un aire que Therion no sabía si debía repugnarle o maravillarle. Sacudió la cabeza inmediatamente.

—Okey, centrémonos —anunció mientras de detenía y se giraba hacia sus compañeros, los cuales también pararon en seco. Estaba en la entrada de la plaza del pueblo, luego de subir unas cortas escaleras de piedra gris, y había poca gente a la vista. Podían hablar sin problemas—. Buscamos un erudito con una piedra roja. Lo cual es gracioso, porque aquí hay docenas de eruditos. Así que vuestro primer trabajo es el siguiente: escuchar a ver qué dice la gente. ¿Recordáis la teoría que os expliqué en la taberna de Átlasdam? —Therion no pudo evitar cruzar una mirada fugaz con Ophilia, la cual se encogió un poco de nuevo—. Bien, pues es exactamente lo mismo. Explicadle a Cyrus cómo hacerlo. Pasead, mirad las tiendas, observad las casas… lo que sea. Pero con los oídos bien abiertos —Se paró un momento a pensar—. Nos veremos aquí en media hora, no sea que os estreséis y os perdáis.

H’aanit puso los ojos en blanco, e indicó a Cyrus que siguieran andando. Quizá Therion debería haber sido quien explicara a Cyrus como escuchar, pero Therion no estaba dispuesto a dar lecciones en medio de la calle tan temprano por la mañana. A los pocos segundos, el silencio volvió a reinar a su alrededor, pero al fin era un silencio que solo compartía consigo mismo. Respiró hondo de nuevo.

El espectáculo acababa de comenzar.

Pensando en tantear un poco el terreno, se paró a inspeccionar una pequeña tienda ambulante que había allí mismo, y empezó a mirar los distintos objetos con ojo atento. Pero el comercio era lo que menos le importaba en ese momento, pues en realidad estaba pendiente de cualquier brisa de aire que pudiera rozarle por la espalda, atento a toda voz que pudiera llegarle, aunque fuera por mera casualidad.

Sí, al fin había despertado del todo. Sonrió un poco, confiado.

Y como si Alephan mismo se lo regalara, dos vecinos del pueblo pasaron paseando a una distancia convenientemente corta de Therion, y hablaban con la jovialidad de quien no tiene de qué preocuparse de nada. Therion había olvidado lo que era eso.

—… Me alegra que esté en las afueras. Yo las evito siempre —decía un aldeano con un sombrero del que colgaba una pluma de faisán. Quizá un poeta itinerante.

—Dicen que hay alguien viviendo ahí —respondió el segundo aldeano, este con pinta de ser granjero, mientras señalaba en dirección noroeste, hacia una casa que quedaba algo apartada.

—¿Quién viviría allí?

—Un hombre llamado Orlick. Dicen que es un erudito o algo así.

Therion agudizó el oído, aunque reprimió el impulso de mirar atrás. El mercader de la tienda que fingía estudiar estaba mirándole, y debía mantener el papel.

—¿Qué narices hará un erudito viviendo allí? —preguntó el poeta.

—Investigar —respondió el granjero—. Por lo visto, está siempre encerrado en el laboratorio, estudiando una piedra roja brillante.

Therion se relamió los labios mientras olía las especias que había en un pequeño tarro de arcilla. ¿Se lo estaban cantando todo los primeros tipos a los que espiaba? Podía contar con los dedos de media mano las ocasiones en las que algo así había pasado.

—Los guardias no dejan pasar a nadie —continuó el granjero.

—Pues a mí me parece que está ocultando algo —replicó el poeta con tono acusador.

—Podría ser, sí —El granjero se encogió de hombros—, pero no me importa que no comparta sus secretos.

Los aldeanos prosiguieron con su charla mientras caminaban hacia donde fuera que debían ir. Mientras, Therion sonreía. Le acababan de solucionar el día entero, y este solo acababa de empezar. Empezaba a pensar que la frase de “A quien madruga, Dios le ayuda” quizá podía ser más cierta de lo que creía.

—Disculpe —dijo el mercader de forma algo aprensiva—, ¿va usted a comprar algo?

Therion se acordó de lo que estaba fingiendo hacer.

—No, de momento —respondió mientras dejaba el tarro donde estaba—. Voy a ver qué más hay por ahí.

El comerciante asintió, aunque solo fuera por decoro. No podía perder a un cliente potencial así como así.

Therion se fijó en el camino que conducía hacia donde había señalado el aldeano, y empezó a caminar hacia allí. Y no tardó ni cinco minutos en encontrar la casa de la que hablaba, levemente oculta entre algunos árboles, ancha y amplia, y evidentemente construida para estar apartada del pueblo y que nadie pasara por allí por casualidad.

El umbral de la casa era una elevación de piedra a la que se accedía subiendo varis escalones. En realidad, toda la casa estaba construida sobre una plataforma de piedra. Al pie de los escalones había dos soldados con mirada aburrida, pero ataviados en una cota de malla y una espada corta colgándoles del cinturón.

Algo se movió entre los árboles que ocultaban el umbral de la casa, y Therion corrí a esconderse tras unas rocas. Un hombre con armadura, casco y una barba corta y negra como el carbón bajó por las escaleras y dio un vistazo rápido al pequeño sendero en el que Therion había estado hacía unos instantes. Si ese hombre hubiera tenido la intención de hacer bien su aburrido y rutinario trabajo, habría avanzado por este y quizá hubiera podido detectar las huellas que el ladrón había dejado en la tierra con las prisas. Pero no; se contentó con no ver a nadie allí, se aseguró de que los guardias estaban bien y volvió por donde había venido, pero esa vez se quedó de pie justo enfrente de la puerta de entrada.

«Qué tiempos vivimos, que incluso los eruditos tienen guardianes…», pensó Therion mientras sacudía la cabeza en protesta. Asegurándose que nadie le viera, salió de su escondite, retrocedió varios pasos y se introdujo en la arboleda que rodeaba la casa. Manteniendo una distancia prudencial, se deslizó entre el follaje, estudiando el edificio.

«Tampoco hay puerta trasera, y las ventanas están demasiado altas como para llegar discretamente». La plataforma de piedra sobre la que estaba la casa la elevaba metro y medio por encima del suelo, haciéndolo todo más alto de lo normal. Chasqueó los dientes. «Hoy en día no te ponen nada fácil el entrar en ningún sitio».

Suspirando, regresó al inicio del sendero que llevaba a la mansión.

«Me pasaré por la taberna. Seguro que hay alguien que sabe algo más». Y si no, podría aprovechar y beber algo decente.

La taberna resultó estar dentro de la sección amurallada de Nobiliaria, así que se dirigió allí. En esa nueva zona vio más movimiento que afuera, y pudo percibir un ambiente parecido al de Átlasdam, aunque no había tanta gente bien vestida paseando por las calles.

Pero no estaba allí para juzgar (mucho) el estatus de los pueblos a los que iba. Se acercó a la puerta de la taberna, el primer edificio que había nada más pasar la muralla, y la abrió.

Una voz le gritó de pronto.

—¡Therion! —A este se le heló la sangre, y se giró de golpe hacia su procedencia.

Cyrus estaba sentado en una mesa bebiendo cerveza junto con dos aldeanos como si fueran amigos de toda la vida, y le saludaba alzando la jarra con una mano.

La sangre de Therion empezó a hervir de pronto, en completo contraste a hacía dos segundos. Aunque mantuvo la cara neutral, tuvo que cerrar los puños y aguantarse el torcer la expresión. ¿Es que las chicas no le habían explicado nada a ese hombre sobre ser discreto? ¿Qué les habría preguntado a esos desconocidos? ¿Y qué habría dicho? Podría perfectamente estar poniendo en riesgo toda la operación.

 «Respira. No te embales», se obligó a pensar. «Quizá aún puedes salvar la situación. No sabes cuánto la ha cagado. Veamos primero cómo está el panorama».

Fingió una sonrisa amigable, se acercó a la mesa en la que estaban todos y se sentó agarrando una silla de una mesa cercana.

—Os presento a Therion —dijo Cyrus, jarra en mano y alegre como si le pagaran por ello—. Es uno de los amigos de los que he estado hablando.

Therion tuvo que contenerse de estrangularlo. Demasiados testigos. Mantuvo la sonrisa y asintió.

—Este no tiene pinta de erudito, profesor —dijo uno de los dos aldeanos. Era joven, con el pelo rubio y la cara afilada.

—Bueno, no todos mis amigos son eruditos —respondió Cyrus luego de dar un sorbo—. Este de aquí es…

Y se quedó en silencio, la boca abierta a medio responder y con cara de tonto. Therion apretó los dientes con fuerza, pero aprovechó para improvisar y le pegó un puñetazo “amistoso” en el brazo mientras sonreía.

—¡No hace falta que digas a todo el mundo que me han echado de la taberna, Cyrus! —dijo fingiendo un tono jovial—. No hay necesidad de que toda Orsterra se entere.

Los aldeanos lo miraron con preocupación mientras Cyrus se fregaba el lugar en el que Therion le había pegado.

—¡Oh, discúlpanos! —saltó el segundo aldeano. Era un poco más mayor, la cara algo redonda y coronado con una boina marrón a conjunto con su chaleco—. No queríamos meternos donde no nos llaman.

—Oh, no os preocupéis —descartó Therion con un gesto de su mano—. Al final me alegro. Mi jefe era un capullo, así que quizá estoy mejor ahora que antes.

Los aldeanos asintieron, entendiendo que era mejor no hablar más del tema.

—Deja que te invitemos a un trago, amigo —dijo Rubio, y dio una seña al tabernero para que trajera una jarra de cerveza.

—Os lo agradezco —dijo Therion. Ese agradecimiento era lo único sincero que había dicho hasta el momento—. Ser tabernero no estaba mal. Al menos era mucho mejor que ser erudito —Y miró de reojo a Cyrus, el cual sonrió de forma incómoda mientras daba otro sorbo de su jarra.

Los aldeanos asintieron con decisión.

—Ciertamente, no los entiendo —dijo Boina—. Se encierran en el laboratorio y se rodean de guardias…

—Es extraño, ¿no os parece? —comentó Rubio—. Sospechoso como mínimo. Realmente te hace preguntarte qué estará haciendo Orlick ahí dentro.

Los ojos de Therion brillaron. No creía estar teniendo tanta suerte como para haberse encontrado tan rápido con personas que le estuvieran diciendo exactamente lo que quería averiguar. Bueno, Cyrus se las había encontrado, más bien. Pero no creía que el hombre hubiera sabido manejar tan bien la situación como él.

—Debo decir, si me permiten —intervino este—, que no es nada común entre los eruditos contratar guardias para vigilar sus estudios. La gran mayoría de nosotros vivimos y estudiamos como lo haría cualquier otra persona, sin florituras ni personal adicional.

—Supongo que tienes razón —respondió Rubio—, pero eso solo hace a Orlick aún más sospechoso de lo que ya lo es.

—Normal que se haya convertido en la comidilla del pueblo entero —dijo Boina mientras sacudía la cabeza.

El ánimo de Therion se desinfló de golpe. ¿Toda Nobiliaria hablaba de él? ¿Así que no había tenido tanta suerte? ¿Cualquiera le habría dicho lo que había descubierto en la plaza? ¿No había sido fruto de ninguna coincidencia milagrosa? De repente le costó mantener la sonrisa. Se sentía agradecido, pues su trabajo habría sido así de fácil sin importar con quién hubiera hablado ni dónde, pero…

«Bueno, culpa mía por hacerme ilusiones», se resignó.

—Es un erudito —prosiguió Rubio—, y me atrevería a decir que se le ha ido la olla. Se ha encerrado en el edificio ese de las afueras. Dicen que está investigando algo y que no ha salido desde entonces.

—Yo he oído que está investigando una piedra —comentó Boina—, pero nadie sabe por qué.

Therion reforzó su sonrisa, ya no tan forzada. No podía amargarse, viendo lo fácil que estaba siendo todo eso. Se giró y agradeció la jarra que le acababa de brindar el tabernero.

—Pues sí que parece que ha perdido algún que otro tornillo, sí —dijo mientras daba un trago largo y lento, dándose tiempo para saborear el licor.

Los aldeanos rieron a carcajada limpia.

—¡Completamente! —soltó Rubio mientras también daba un sorbo de su jarra—. No creo que sea recomendable relacionarse con él.

Cyrus se limitó a seguir sonriendo incómodamente. Le pegaba demasiado cerca de casa que se estuvieran mofando de un compañero de profesión. A Therion no pudo importarle menos.

—Aunque… —Rubio frunció el ceño mientras bajaba la jarra—. ¿No tenía un compañero investigador?

—Sí —confirmó Boina—. Dicen que era otro tío muy excéntrico. Creo que todavía está investigando en el pueblo.

Therion al fin sonrió con sinceridad. Sentía el ánimo completamente renovado, y esa cerveza le estaba sentando de maravilla.

—¿Y cómo se llama? —preguntó.

Boina empezó a rumiar unos instantes.

—… ¿Barnram? —murmuró—. ¿Barhand? ¿Barham? ¡Sí, eso es! —exclamó mientras casqueaba los dedos—. Trabajaba en ese laboratorio con Orlick, pero discutieron y sus sendas se separaron.

La sonrisa de Therion se tornó maliciosa, aunque seguía siendo sincera.

—Debían de ser ambos tan pesados que no pudieron soportarse —dijo.

Eso despertó otra ronda de carcajadas en la mesa, una a la que Therion se unió de buena gana. Cyrus, por su lado, se quedó mirando su jarra con expresión mustia.

—Eso parece —concluyó Boina, y se levantó de la mesa—. Bueno, ya nos toca irnos. Gracias por la buena charla, señor Therion, y que le vaya bien en su vida.

—Sí, a ver si encuentra otro trabajo en un sitio lejos de esos frikis estudiosos —bromeó Rubio.

—Gracias a vosotros por el buen rato —Alzó la jarra—. Atesoraré este gesto con mucho cariño. Hasta más ver.

Los aldeanos asintieron, se despidieron y salieron de la taberna luego de pagar su consumición. Entonces, Therion bebió lo que le quedaba de la jarra, y soltó un largo suspiro.

—Bueno, eso ha ido mucho mejor de lo que esperaba —Se giró hacia Cyrus, y se inclinó hacia delante—. Oye, te he visto muy callado esta última parte. Espero que no te haya afectado esta conversación. No iba de ti, al fin y al cabo.

—… Bueno… —Cyrus apartó la jarra. Aún le quedaba un culo de cerveza, pero no se la bebió—. No ha sido la charla que esperaba tener. Sí, sé que ninguno de los insultos iba dirigido hacia mí, pero…

—Vamos, profe, era por el teatro —replicó Therion—. Entiendo que esto te pille cerca, pero la mejor manera de sonsacarle información a la gente es cayéndoles bien. Esos tipos estaban mosca con el erudito raro que vive en su pueblo, así que les he seguido el rollo. No te lo tomes personal.

—No, no, debo darte la razón en eso. Aunque… —Miró a Therion con ojos abatidos—. No he podido sino notar la facilidad con la que decías todas esas cosas. Ser actor no es parte de mis talentos, sino de los tuyos, pero… ¿hasta qué punto has sido realmente sincero con lo que decías, Therion?

Este se lo quedó mirando, y sintió como una leve incomodidad crecía en su pecho. Por algún motivo, le estaba costando encontrar las palabras para responderle. Hacía unos instantes no le importaba lo que sintiera Cyrus, pero ahora… ¿le preocupaba herir sus sentimientos?

Hace tiempo, se había preocupado así con alguien. Y eso no acabó bien. Debía recordarlo. Pero la angustia de su pecho no se iba…

Cyrus alzó la cabeza de pronto.

—Oh, pero si son las chicas —dijo.

Therion se giró hacia la ventana por la que estaba mirando Cyrus. H’aanit y Ophilia estaban paseando por la calle, observando sus alrededores.

—Deben estar buscándonos —dijo Cyrus—. Vayamos con ellas. Quizá han averiguado más cosas sobre ese tal Barham.

Therion sintió de pronto la necesidad imperiosa de decir algo, lo que fuera. Abrió la boca para articular alguna frase, pero… no se le ocurrió nada. Tenía la mente en blanco. ¿Mentía descaradamente a Cyrus? Sus instintos le decían que no se lo merecía, y no estaba seguro de que este fuera a creerle, tampoco. ¿Le decía la verdad? Eso solo le heriría aún más.

Así que esta vez, fue él quien se quedó en silencio, la boca abierta sin responder y con la cara de tonto mientras Cyrus se levantaba y salía de la taberna, dejándolo solo.

Therion suspiró. Estaba agotado de nuevo.

«Vaya mierda», pensó, y se levantó para seguir al profesor. Había vuelto al mismo humor que tenía cuando llegó a Nobiliaria.

Se encontró a Cyrus allí delante, conversando jovialmente con las chicas, y se acercó a ellos, visiblemente mustio. Ellas no notaron la diferencia de cuando se habían separado antes, así que no dijeron nada al respecto.

—Buenas, Therion —saludó respetuosamente Ophilia—. Justo estábamos comentándole a Cyrus que hemos encontrado el paradero del compañero de Orlick, Barham.

Therion abrió los ojos con genuina sorpresa.

—¿En serio?

—Pues sí —intervino H’aanit—. Esos dos están en boca de todos. Ha sido bastante sencillo ver a quién nos interesaba investigar en realidad, y luego recopilar información sobre él.

—Nos han dicho que Barham se retiró a una choza cerca del estudio de Orlick, en la zona exterior del pueblo —comentó Ophilia—. Dicen que la reconoceremos rápido, pues es, según los aldeanos, “la más cochambrosa de todas ellas”.

«Que explícitos», pensó Therion. «Normal que todo el mundo esté interesado en esos dos. Son unos raritos de cuidado».

No pudo evitar echar un vistazo tímido a Cyrus, el cual parecía contento, pero Therion pudo observar que su sonrisa no era tan amplia como podría haber sido. Este se dio cuenta de que le miraba, y Therion apartó rápidamente la mirada.

«No vale la pena», se dijo. «Por eso es mejor estar solo. No puedes herir a nadie, y tampoco pueden herirte a ti. Acabemos con esto rápido, y podrás seguir con tu camino por tu cuenta, sin nadie de quien preocuparse».

—Pues vamos a por Barham —dijo con sequedad—. A ver qué tiene que decir sobre la popularidad de su excompañero de trabajo.

Y sin esperar a ver si le seguían, emprendió la marcha hacia su choza, con paso demasiado rápido…

Notes:

Y AL FIN EMPEZAMOS CON EL PRIMER CAPÍTULO 2 DE UN PERSONAJE!!!! WOOOOOOOO 😆😆😆😆

Tenía muchas ganas de empezar esto, porque tengo a cuatro personajes con los que explorar dinámicas e interacciones entre ellos, y al fin todos ellos tienen sus historias arrancadas. He estado SOÑANDO con esto. Y me lo he pasado de miedo, sobre todo en la charla de la taberna entre Therion y Cyrus. No han interactuado mucho entre ellos porque había los dos aldeanos de por medio, pero me ha encantado escribir las reacciones tan nerviosas e inmaduras de Therion. Ha sido un gozo absoluto.

Por otro lado, advierto de una cosa que os puede interesar: incluiré las charlas de viaje del juego en los relatos y en las notas de los capítulos.

Lo digo porque, en este primer capítulo de su Capítulo 2, Therion tiene charlas de viaje con Tressa, Olberic y Primrose, en ese mismo orden. Pero como el grupo aún no ha reclutado a esos personajes… claro.

No quería dejar las charlas sin usar, así que las dejaré aquí abajo. En el siguiente capítulo que escriba, también dejaré la charla de Alfyn en las notas de abajo, pues tampoco la podrá tener por la ausencia clara y terrible del boticario 😔

Aunque para el resto de capítulos, en los que sí que habrá charlas de viaje de Therion con H'aanit, Cyrus y Ophilia, las incluiré de forma natural en la historia ✨

Capítulo 2: Therion & Tressa

Nobiliaria — Luego de la cinemática “A la búsqueda de la piedra dracónica de rubí”

TRESSA:
Dime, Therion. ¿De verdad crees que encontraremos aquí la piedra dracónica?

THERION:
Esa se ha convertido en la pregunta del millón, ¿eh? No lo sabremos hasta que indaguemos.

TRESSA:
Supongo que, en tu idioma, eso implica ir a la taberna a ver si te llega algún rumor y cosas así…

TRESSA:
Personalmente, creo que es mejor hablar con la gente. De ese modo, obtienes respuestas más sinceras.

TRESSA:
En mi trabajo no te puedes permitir el seguir a ciegas todo rumor alocado que te llegue. Tienes que encontrar a gente de confianza.

THERION:
… Oye. Si visitas suficientes tabernas, aprendes a separar el trigo de la paja.

THERION:
Y en mi trabajo, no es muy sensato hacer demasiados amigos. No suelen durarte demasiado.

TRESSA:
… Entiendo.

TRESSA:
Supongo que eso significa que ambos estamos hechos para nuestro trabajo.

THERION:
Je… Supongo que sí.

Capítulo 2: Therion & Olberic

Nobiliaria — Luego de la cinemática “El laboratorio de Orlick”

THERION:
Y dime, ¿cómo entrarías en este edificio?

OLBERIC:
Una pregunta interesante…

OLBERIC:
De ser un campo de batalla, buscaría el flanco más débil para atacar. Así tendría el elemento sorpresa.

THERION:
Anda. Te imaginaba más optando por un ataque frontal.

OLBERIC:
De ser necesario, también me plantearía esa opción, claro.

OLBERIC:
En cualquier caso, no sería sencillo llegar al centro del edificio.

THERION:
La fuerza atiene sus limitaciones, ¿eh?

OLBERIC:
En efecto. La ruta más directa no siempre es la más rápida o la más certera.

OLBERIC:
Por tanto, es mejor dejar esto en tus manos. Estoy deseando verte en acción.

THERION:
Je… No pretendo hacer un espectáculo, precisamente…

Capítulo 2: Therion & Primrose

Nobiliaria — Luego de la cinemática “Charla en la taberna”

PRIMROSE:
… Está mal que yo lo diga, pero qué buen público.

THERION:
… ¿Mmm?

PRIMROSE:
Obviamente, la taberna en la que solía trabajar tenía mucha más vida.

PRIMROSE:
Aunque claro, es difícil estimular a la multitud sin un pequeño… entretenimiento.

THERION:
A mí me gusta la tranquilidad. Sobre todo, si tengo que hablar con la gente.

PRIMROSE:
¿Ah, sí?…

PRIMROSE:
Pese a todo, podría hacer un bailecito que animase un poco a la gente…

THERION:

PRIMROSE:
¡Oye! ¡¿Adónde te crees que vas?

THERION:
… Tenemos que pasar desapercibidos.

PRIMROSE:
… Jums. ¿Es que una chica ya no puede ni divertirse?

Chapter 16: La primera historia: Therion, El Ladrón (V)

Notes:

Publicado el 20 de noviembre de 2025.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

El grupo se apresuró a atrapar a Therion, y Ophilia y H’aanit lo guiaron a él y a Cyrus hacia donde los aldeanos les habían dicho que estaba la casa de Barham. Aunque las chicas y Cyrus intentaron generar una conversación grupal para tratar de lo que habían descubierto, Therion se mantuvo al margen, caminando detrás de ellos y con un aura de mal humor envolviéndole. Rápidamente entendieron que no iban a sacarle palabra alguna, y lo dejaron estar.

Cyrus les explicó cómo habían interrogado a un par de aldeanos en la taberna. Therion se tensó, pero el erudito no mencionó la mala actitud de este, ni la conversación que tuvieron a solas después, lo que le sorprendió. Cyrus disimulaba muy bien el malestar que aquello le había causado, aunque Therion podía notarlo en pequeños detalles de sus gestos y su tono de voz.

«Quizá lo usa más adelante para aislarme y apartarme del grupo, haciéndome quedar como el malo», pensó Therion, pero ese pensamiento le chirrió. Conocía a Cyrus desde hacía muy poco, pero le costaba de creer que ese hombre, un trozo de pan tan listo, ingenuo y amable, fuera capaz de maquinar algo así para beneficiarse de algún modo.

Igualmente, no descartó esa posibilidad. En su oficio, cuanto menos confiaras, mejor. Lo sabía por propia experiencia.

Finalmente, y luego de preguntar a una granjera por direcciones, ubicaron la casa de Barham. Era, genuinamente, la más apartada de la zona exterior del pueblo, y haciendo honor a la descripción de los aldeanos, la más cochambrosa que habían visto hasta el momento: la piedra de la fachada exterior estaba agrietada, con varias enredaderas y plantas colgando de esas aperturas. Las puertas exteriores de las ventanas del piso inferior colgaban de una sola bisagra, y las ventanas superiores estaban tapadas con varios tablones de madera mal clavados, además de que al tejado le faltaban tejas en varios sitios. A simple vista, cualquiera diría que esa casa estaba abandonada.

—¿Creéis que es aquí? —preguntó Ophilia—. No parece que viva nadie en este… lugar.

Therion se avanzó al grupo, y sin mediar palabra, llamó a la puerta.

—¡Therion! —exclamó H’aanit—. ¿Qué te crees que estás haciendo?

—Llamar —respondió este como si fuera obvio—. La mejor forma de saber si alguien vive en algún sitio es golpear la puerta y esperar a que alguien abra.

A H’aanit no le dio tiempo a replicar, pues para sorpresa de todos, la puerta se abrió.

Barham no era como Therion se lo había imaginado. Aun viviendo en un antro tan hecho polvo como era aquella casa, el hombre iba decentemente limpio y acicalado. Vestía una bata blanca con algunas manchas secas salpicadas por ella, una capa roja cubriéndole los hombros y lucía un pelo negro, corto y algo revuelto. Ese señor tenía pinta de lavarse lo mínimo indispensable para poder salir a la calle si lo necesitaba, pero era obvio que la higiene no era su prioridad absoluta.

—¿Quién anda ahí? —preguntó. Contuvo el tono de voz para camuflar un evidente incordio. No esperaba visitas, ni las deseaba.

—Alguien que busca a Barham —respondió Therion con calma. No iba a dejarse intimidar por un erudito marginado.

—Yo soy Barham —respondió este con brusquedad. Repasó a Therion con los ojos de arriba abajo, y luego miró a las otras tres personas que lo acompañaban—. ¿Qué es lo que quieren de mí?

—Dicen que antes trabajaba en la investigación de Orlick —preguntó Therion—. ¿Es cierto?

Barham se encogió un poco al oír ese nombre, y negó con la cabeza.

—Eso fue… hace mucho tiempo. Ya no recuerdo nada de aquella época —Su tono se apagó un poco, pero rápidamente recuperó el recelo—. Si solo han venido por eso, ya pueden ustedes dar media vuelta. ¡Adiós!

Se apresuró a intentar cerrar la puerta, pero Therion la sostuvo a tiempo mientras la calzaba con un pie.

—Escúcheme —dijo Therion con firmeza. Barham frunció el ceño—. Necesito algo de Orlick.

El erudito se quedó inmóvil unos instantes, mirando fijamente a Therion, estudiándolo de nuevo con ojos analíticos y recelosos.

—¿De qué se trata? —preguntó con sequedad, más como una orden que como una petición.

—Puede que le suene. Se trata del objeto a investigar.

Barham abrió levemente los ojos.

—… La piedra dracónica de rubí.

—La misma.

Barham apartó un momento la mirada, pensativo.

—Pretende arrebatársela, ¿verdad? —preguntó sin mirar a Therion. Este no respondió—. Y sobreentiendo que quiere mi ayuda.

Therion asintió. Notó como Barham relajaba la presión que ejercía sobre la puerta.

—Así que quieren preguntarme cómo entrar en las instalaciones —dedujo el erudito.

—Vaya, los eruditos sois muy inteligentes —bromeó Therion. Se fijó en que la mirada de Barham había cambiado, reemplazando el recelo por algo que no pudo identificar.

Los demás estaban observando, expectantes, aunque listos para actuar si era necesario. H’aanit estaba ya acariciando su arco, pero se sorprendió, al igual que todos, cuando Barham abrió la puerta del todo.

—No veo por qué no ayudarles —anunció el erudito, relajándose de cuerpo entero—. Necesitarán una contraseña para entrar.

—¿Y la contraseña es…? —preguntó Therion, retirando el pie y la mano de la puerta, pero atento a por si debía ponerlo de nuevo.

Barham, para mayor sorpresa del grupo, sonrió.

—Vaya, ¡qué presuntuosos somos! —exclamó, divertido—. Os la diré con una condición.

Ahora fue Therion quien habló con recelo.

—Díganosla…

—Tendremos un trato si me consigue lo que necesito para mis experimentos.

—Me parece justo —aceptó Therion. No lo había hablado con sus compañeros, pero no le importó. Eso no era una negociación, y no iba a dar tiempo extra a Barham para que se aprovechara más de ellos—. ¿Qué necesita?

—Agua pura, filtrada por las arenas del desierto —explicó el erudito—. De esa que solo se encuentra en oasis muy prístinos.

Therion soltó un suspiro cansado.

—… Qué tonto he sido —dijo—. Pensaba que me iba a hacer una petición razonable.

Barham borró su sonrisa.

—Lo es, idiota —le recriminó—. Suele venir por aquí un mercader del desierto. Siempre trae esa agua. Sin embargo, no es barata al ser tan rara.

—Ajá. «Bueno, el precio es lo de menos». En ese caso, cuente con ella.

Barham asintió, y cerró la puerta con normalidad. Therion se destensó y se acercó al grupo.

—Bueno, ya sabemos lo que buscamos. Vayamos a por ello cuanto antes.

Sin esperar a que los demás reaccionaran, emprendió el camino de vuelta. Los otros tres le atraparon en seguida, caminando todos a un ritmo tranquilo.

—Oye —dijo H’aanit—, ¿y cómo sugieres sacarle el agua de oasis a ese mercader?

Therion se giró hacia ella y alzo una ceja.

—¿En serio tienes que preguntarlo? Ya sabes cómo me gano la vida.

—Robando.

Therion sonrió.

—No lo apruebas, ¿eh?

—Sinceramente, no.

El ladrón se encogió de hombros.

—Me parece bien. Quiero decir, es cierto que no puedo jurar por la Llama que mi trabajo sea noble, pero…

—No hace falta que te defiendas —le cortó la cazadora—. Somos compañeros. Puedo aparcar mis prejuicios personales.

Therion se quedó callado unos instantes. Otras personas podrían pensar que este no se esperaba una respuesta así por parte de alguien, pero este había sido golpeado por un concepto diferente. Más pequeño, aunque potente para él.

Su mirada se perdió un momento en el cielo.

—Compañeros, ¿eh? —murmuró.

H’aanit frunció el ceño.

—¿He dicho algo malo?

—No. Da igual…

Viendo que Therion no parecía querer mediar más palabra, H’aanit decidió respetó su silencio, aunque no se olvidó del deje nostálgico que había captado su voz.

Los Viajeros llegaron a la plaza donde se habían separado al principio, y para su sorpresa, se encontraron una pequeña multitud congregada alrededor de un mercader que promocionaba su mercancía a viva voz.

—¡Venid! ¡Venid todos! Os presento el recurso más valioso y refrescante que se haya visto:

Se giró hacia el pequeño puesto que tenía montado a sus espaldas y levantó una botella de agua del tamaño de un puño.

—¡Agua de oasis! —proclamó el mercader—. ¡Natural y libre de impurezas!

—¿Agua de oasis? —preguntó un aldeano—. ¿En qué se diferencia del agua normal?

El mercader sonrió.

—Se trata de una refrescante agua poco común, filtrada por las arenas del desierto —Estiró las manos hacia delante, para que el público pudiera ver mejor la botella—. Solo con beberla, sientes cómo rejuveneces, y la alegría despierta en ti como una flor regada en plena primavera. No hay nada igual. ¡Bastará con dar un sorbo para notar la diferencia!

Un niño que estaba en primera fila tiró del vestido de su madre.

—¡Hey, mamá, a ti le encanta coleccionar cosas raras! ¿Por qué no la pruebas?

La madre se ruborizó de pronte y sacudió un poco a su hijo, recriminándole que dijera tales cosas en voz alta. Pero el mercader no pasó aquello por alto, y les señaló.

—¡Ah, así que hay ojos experimentados en este tipo de rarezas! —exclamó—. ¡Venid, venid! ¿Queréis probarla?

Cyrus sonrió, satisfecho.

—Bueno, parece que ya hemos encontrado a nuestro mercader.

—Sí… —murmuró Therion.

Ophilia se extrañó. Su tono era grave y preocupado.

—¿Sucede algo? —preguntó.

—Ese hombre… —Therion apartó la mirada del mercader—. Cuando nos dividimos, me quedé escuchando en esta plaza, fingiendo que cotilleaba su mercancía.

—Oh —entendió H’aanit—. Ya te tiene fichado.

Therion asintió.

—Ya no puedo pasar desapercibido ante él. Esto va a ser un problema gordo.

—Mmmm… quizá —murmuró Cyrus.

Todos se giraron hacia él.

—¿Se le ha ocurrido algo, profesor? —preguntó Ophilia.

—Es solo una idea —dijo este—, pero estaba pensando… ¿y si aprovechamos eso? ¿Y si Therion actúa como distracción mientras nosotros robamos el agua de algún modo?

H’aanit sopesó la propuesta.

—No es mala idea, no —opinó—. Creo que podría funcionar.

Therion no dijo nada, con la mirada fija en el profesor. Antes había pensado que Cyrus no intentaría aislarlo del grupo, pero por muy bienintencionada y lógica que pudiera parecer esa propuesta, no pudo evitar sospechar de ella. Sintió como se tensaba por dentro, una angustia fría creciendo en su estómago. ¿Quizá era una venganza por lo de la taberna?

—Pero… —empezó a decir Ophilia—, ¿no se os ha ocurrido que podemos, simplemente… comprar el agua? No hay necesidad de rebajarnos y realizar estas prácticas tan nefastas.

—Gracias por el cumplido —soltó Therion.

Ophilia se quedó con la expresión de alguien a quien han pillado en el momento que rompía un plato sin querer.

—¡No, yo…! O sea, yo quería… —Se puso roja como un tomate y miró a Therion, suplicante—. Es decir…

—Probablemente el agua sea de lo más caro que tiene el mercader —intervino H’aanit para salvar la situación—. Por mucho que no nos guste, y soy la primera en admitir eso, quizá la solución a nuestro problema sea el hurto.

Ophilia calló y se encogió un poco sobre sí misma, apretando el báculo con fuerza. Therion agradeció en silencio a H’aanit; no quería tener otro debate moral sobre su manera de ganarse el pan.

Cyrus carraspeó, incómodo.

—Entonces —dijo—, ¿estamos todos de acuerdo? ¿Ponemos a prueba mi idea?

—Si nadie más tiene una mejor… —H’aanit miró a Ophilia y a Therion, pero la clériga tenía la mandíbula tensa y la boca cerrada a presión, y el ladrón se había puesto su máscara de estoicismo de la que asomaba una pizca de orgullo mal disimulado.

La cazadora asintió.

—Vamos con ello, pues —Se fijó en Therion—. Ve allí al frente y atrae la atención del mercader tanto como puedas. Mientras, nosotros tres buscaremos el momento oportuno para robar el agua.

Therion le sostuvo firmemente la mirada, dejando clara su desaprobación, pero H’aanit también sabía jugar a ese juego, y le devolvió una expresión fría y autoritaria. Ambos se quedaron así unos instantes, batallando en silencio con los ojos fijos en los del otro.

Al cabo de un rato, Therion bufó a un lado y se internó en la multitud sin mediar más palabra.

«Malditos cretinos», pensó. «Todos ellos. Capullos engreídos… ¿Se creen mejores que yo o qué?»

Le daba igual la ocurrencia de Cyrus. Iba a robar esa agua, y lo haría sin ayuda, como había hecho siempre. Les demostraría que no los necesitaba.

Se situó delante de toda la gente que pululaba alrededor del puesto. Muchos de ellos curioseaban, aún sin saber si iban a comprar algo o no. El mercader estaba en medio de todos ellos, en un espacio abierto y vacío, atendiendo a la madre de antes, pero no intentaba venderle el agua de oasis, sino un collar de rubíes.

—¡De las profundidades de las minas de la región del Acantilado! —estaba diciendo el hombre—. Si las gemas son tan rojas y brillantes, es debido a la sangre de los mineros que lucharon por arrancarlas de la corteza de la madre tierra, y del sudor de los artesanos que perdieron incontables horas de sueño en pulirlas y cuidarlas hasta obtener esta forma que ve usted ahora, única y resplandeciente. ¡Mire cómo reflejan la luz del sol! Con el ángulo adecuado, sería capaz de dejar ciego a alguien. ¿No son una maravilla?

Therion se fijó en que la mujer, más que maravillada, estaba horrorizada por el relato. Aún así, logró componer una sonrisa educada y respondió:

—No, gracias, no estoy interesada… —Tomó de la mano a su hijo y se giró—. Quizá otro día, sí…

Y antes de que el mercader pudiera coger aire para responder, la mujer se apresuró a irse con paso presto, dejando al hombre con la frase en la boca y nadie a quien decirla.

—Oh…

Se recompuso rápidamente y miró a un lado, estableciendo contacto visual con Therion.

—¡Oh, es usted! —exclamó con una sonrisa—. ¿Se ha decidido ya? ¿O desea echar otra ojeada? ¡Dese prisa, que con tantas manos queriendo quedarse con mi mercancía, se va a quedar con las suyas vacías!

Therion bufó, pero mantuvo las apariencias. No quería que se notara su malestar.

—Me interesan sus joyas —improvisó mientras se acercaba al mercader—. Pero no algo tan ostentoso como ese collar, algo más simple. ¿De qué dispone?

—¡Oooh, caballero! —Los ojos del mercader se iluminaron—. Veo que tiene usted buen gusto. Mire, deje que le muestre…

El mercader fue un momento a buscar entre sus productos, y Therion aprovechó para echar una ojeada rápidamente a su alrededor. No pudo encontrar a ninguno de sus compañeros, lo que le puso tenso. ¿Qué estarían haciendo?

Se le ocurrió que se preparaban para hacer el mayor ridículo de la historia, lo que provocaría que les echaran de Nobiliaria y arruinando la misión para siempre. Debía robar rápidamente el agua de oasis, o todo se echaría a perder.

El mercader regresó con una pequeña caja de madera oscura y manteniendo la sonrisa de antes. ¿No se cansaba?

—Déjeme obsequiarle la vista con algunas de las muestras de joyería más finas de este lado del continente.

El hombre abrió la tapa. Therion se esforzó en reprimir la risa.

Las “joyas” de esa caja eran trozos de bisutería que, todos juntos, no valían mucho más que la propia caja. La mayoría brillaban, adornados con diversas gemas cristalinas de varios colores, pero Therion no era cualquiera; sus años de ladrón habían afinado su juicio, y tenía muy buen ojo para esas cosas. No en vano, había robado más chatarra de la que podía contar.

Lo que contenía la caja eran pedazos de hierro pequeños muy pulidos y pintados para darles brillo y color, quizá incluso bañándolos en alguna sustancia que potenciaba el reflejo de la luz, y los habían adornado con piedras o cristales de colores, intentando replicar el aspecto de anillos, pendientes y brazaletes caros. Al ojo inexperto, serían unas imitaciones decentes, pero para Therion, aquello era un insulto a su inteligencia.

Fingió inspeccionar la caja con atención, pero realmente no había nada que valiera la pena. Para darse un poco más de veracidad, incluso removió un poco el contenido con la mano para sacar las piezas que estaban al fondo. Eso era…

¿Qué era eso?

Una cadenita que se escondía en una esquina llamó su atención, y la tomó entre sus dedos. Era pequeña y alargada, pero el material estaba bañado en oro de verdad, y de varios eslabones colgaban esmeraldas con forma de gota de agua tan pequeñas como la misma cadena. El engarce, además, permitía llevarla como pendiente, pero también engancharla a la ropa y llevarla colgando de donde uno quisiera. Eso que era un trabajo artesanal de calidad. ¿Cómo había llegado a las manos mugrientas de ese timador? ¿Y qué juicio tan pobre debía tener para haberla depositado en aquella caja de miseria?

Quizá el mercader no tenía ojo para las joyas, pero sí para los clientes, porque en seguido notó el asombro de Therion, y no dudó en aprovecharlo.

—Aaah, sabía que usted no era como los demás —exclamó—. No ha tardado nada en ubicar una de las mejores piezas de orfebrería que dispongo. Mucha gente la despreciaría por su sencillez y tamaño, pero usted y yo sabemos que eso es lo de menos, ¿verdad? Sí, puedo verlo en sus ojos… Sabe exactamente lo que está viendo, y qué lo hace tan especial. Y también sabe que lo quiere, así que… negociemos.

Therion se estaba aguantando las ganas de decirle a ese estafador que se metiera su palabrería barata por el recto, pues valía menos que la morralla que le estaba enseñando. Pero debía mantener la compostura.

Tuvo la intención de soltar la cadenita y abandonarla entre el polvo de esa caja, pero su instinto le detuvo. Se extrañó. ¿Qué le estaba pasando?

Algo en su interior le decía que se quedara con ella, lo que le hizo fruncir el ceño. Examinó de nuevo la cadena, y vio lo mismo que antes: una pieza pequeña de acero bañada en oro y adornada con esmeraldas de casi la misma anchura. El conjunto era de un tamaño olvidable, y no resaltaba por sí sola; dependiendo de dónde se colocara, incluso podía pasar perfectamente desapercibida a las miradas menos atentas.

Era, literalmente, una joya cualquiera.

Pero una parte de él le decía que la consiguiera. No estaba entendiendo nada, pero decidió hacerle caso.

—De acuerdo —respondió Therion—, dígame…

Una luz lo cegó de pronto.

El pánico invadió la plaza al instante que un poderoso resplandor blanco que había salido de la nada inundaba todo. Therion tuvo que protegerse los ojos con ambos brazos y bajar la cabeza al suelo. Su entorno se llenó de movimiento, gritos confusos y pisadas apresuradas. La gente no sabía si quedarse o huir, porque nadie podía ver nada. ¿Qué…?

Alguien le tomó de un brazo.

—Vamos, sígueme —le ordenó la voz de H’aanit.

Therion se alegró de oírla, y dejó que tirara de él. Atravesaron la marea movediza de muchedumbre, aunque el ladrón seguía tapándose los ojos con el brazo que tenía libre y apretando los párpados con fuerza. El mundo le empujaba, se golpeaba y le estrujaban, pero al poco todo eso quedó atrás.

—¡Cuidado con las escaleras! —exclamó H’aanit.

Therion reaccionó justo a tiempo, y apartó su brazo lo justo para ver bajo sus pies. La luz aun le cegaba aunque la tuviera a su espalda, pero pudo divisar los escalones de piedra que habían aparecido de repente ante él, y los bajó con prisa pero bien. Se asombró de no haberse tropezado ni una sola vez.

H’aanit lo llevó a un rincón de algún sitio en el que la luz ambiental se había reducido mucho, y percibió verde alrededor, árboles altos y briznas de hierba a sus pies.

—Bien —indicó la cazadora—, siéntate aquí. Ya puedes destaparte los ojos.

Therion así hizo, aunque tardaron un poco en acostumbrarse. Estaba al lado oeste de la casa de Barham, bajo unos árboles. No había ni rastro del destello cegador.

Apoyó las manos a sus lados, y se dio cuenta de que tenía algo en una de ellas, que estaba cerrada con fuerza. Identificó la forma de la cadena de oro, y se apresuró a guardarla con disimulo.

—Pero… —murmuró Therion mientras se frotaba los ojos llorosos con la otra mano—, ¿qué ha sido eso?

—Nuestro plan de hurto —respondió H’aanit. Acarició a Linde, que había salido de entre la espesura del bosque, acompañada de Hägen—. Los he tenido que dejar aquí, pues la luz les habría hecho más daño que a todas esas personas de la plaza.

—Ah —Therion al fin entendió—. Así que lo de la luz es cosa vuestra.

—Exacto. Tu actuación ha sido muy beneficiosa, y nos ha permitido elaborar un plan bastante simple pero efectivo.

—La próxima vez —replicó Therion con tono molesto—, deberíamos dejar claras estas cosas antes de que uno de nosotros vaya a servir de cebo, ¿no crees? Casi se me derriten los ojos.

H’aanit le dedicó una mirada severa y se cruzó de brazos.

—Si alguien no estuviera tan antipático últimamente —respondió esta con dureza—, quizá esta clase de conversaciones saldrían más fácil y de forma natural, ¿no crees? Estamos haciendo esto por ti, al fin y al cabo.

Therion chasqueó la lengua y apartó la mirada. No iba a discutir eso con H’aanit, no en ese momento. Aún estaba resentido por todo lo que había pasado desde que habían llegado a Nobiliaria.

Pero sí que esas palabras le hicieron mella. Sentía que estaba perdiendo sus facultades, volviendo a ser un ladrón inexperto e impulsivo. ¿Aquella era la madurez del ladrón más famoso de Orsterra? Eso hizo que su orgullo le doliera aún más, y se cerró en banda.

Por suerte, H’aanit no intentó seguir hablando, y ambos se quedaron inmersos en un silencio incómodo que, también por fortuna…

—¡Buenas! —exclamó Cyrus, seguido de Ophilia.

… no duró mucho.

H’aanit se giró hacia ellos.

—Buenas —saludó—, ¿estáis bien?

—Yo sí —respondió el profesor con una sonrisa—. Sé que robar está mal, y mi opinión no ha cambiado al respecto, pero debo admitir, en favor de la verdad… que ha sido muy estimulante. ¡Hacía años que no me sentía tan vivo!

Therion se sorprendió de escuchar eso. Se imaginaba a Cyrus más remilgado, incapaz de romper una sola norma sin sufrir un ataque al corazón.

Y en contraste, tras tanta emoción, se encontraba Ophilia, encogida sobre sí misma, con el báculo entres sus manos, musitando una plegaria.

—Gran Aelfric, Portador de la Primera Llama, por favor, perdona mis pecados, pues mancillan mi vida y la de los demás. Busca en mi corazón, halla mi verdadera motivación, absuélveme de…

«Una clériga ladrona no iba a acabar bien», pensó Therion. «Solo espero que no dé mucho la lata a raíz de esto.»

—Ophilia —la cortó H’aanit—, esto seguro de que Aelfric sabe perfectamente que no tenías mala intención —Le puso una mano reconfortante en el hombre—. Puedes estar tranquila, tu alma no irá al infierno.

—Quizá no, pero así no es como debería actuar la Portadora de la Llama —respondió esta, visiblemente angustiada—. Estoy realizando el Prendimiento, y debo dar un ejemplo. ¿Qué clase de persona soy si mi moral cambia dependiendo de lo que conviene hacerse? Si algo está mal, debo denunciarlo y evitar reproducirlo, no taparme los ojos y fingir que no lo he visto.

—Ophilia —intervino Cyrus—, Alephan nos habló ayer mismo, y bendijo nuestro viaje, además de encomendarnos un importante cometido. Si su opinión al respecto de lo que debemos hacer y cómo fuera negativa, nos lo habría hecho saber. Y si aún albergas dudas, sabemos dónde encontrarle. Tranquilízate, no todo es blanco o negro. Hay un gran abanico de matices grises de por medio.

Eso hizo que Ophilia aflojara la presa que ejercía en el báculo, y realizó una respiración profunda y larga.

—Quizá tiene razón… —Fijó la vista en el suelo—. Aunque esto no cambia lo que siento respecto a la moralidad tan volátil de la naturaleza de esta misión.

Therion puso los ojos en blanco, pero no dijo nada. Se contentaba con que no molestara, aunque si de él dependiera, la devolvería a Sacrolumia y pediría que la vigilaran día y noche. Esa chica no estaba lista para el mundo real.

Pero no pudo evitar fijarse en las miradas de apoyo que le estaban dedicando Cyrus y H’aanit. Entre ellos se conocían desde hacía menos tiempo de lo que habían conocido a Therion, y aún así, ya parecían incluso amigos. Quizá no era solo Cyrus quien planeaba aislarle del grupo; quizá eran todos quienes conspiraban contra él.

¿Y cómo no hacerlo? Él era un ladrón inmaduro y cascarrabias, sentado a un lado, solo e ignorado, que se lamentaba demasiado de sí mismo como para ser capaz de entablar una conversación normal. Creía que estaba por encima de lo que creyeran los demás, pero descubrió que no, y eso le daba aún más rabia. Se había prometido a sí mismo no volver a caer en la trampa de la confianza y los “compañeros”, pero parecía que una parte de él aún ansiaba volver a sufrir por ella.

Parecía que no iba a aprender nunca.

«Así es como te buscas la muerte. Si dependes solo de ti, nadie puede traicionarte.»

Se puso de pie de golpe y carraspeó con fuerza.

—¿Tenéis el agua, por lo menos? —preguntó con sequedad.

Los tres Viajeros se giraron hacia él, y Cyrus asintió.

—Aquí mismo —respondió, y sacó una botellita de agua de uno de los bolsillos internos de su túnica.

Therion la tomó con cuidado. El agua era tan transparente que parecía falsa, si es que eso era posible. El frasco, además, estaba lleno casi hasta el tapón.

—Bien —dijo Therion—, vamos a darle esto a Barham, y luego vayamos a buscar la dichosa piedra dracónica de las narices. Cuanto antes terminemos, mejor.

«Y cuanto antes nos separemos, mejor.»

Notes:

DIOS, CUÁNTO HE TARDADO EN PUBLICAR

He tenido otras historias entre julio y noviembre que me llamaban más la atención, y he estado todo octubre escribiendo para el Cosmere Writober 2025, ¡pero al fin tenemos aquí el siguiente capítulo!

En mi cabeza, lo de ir a buscar los ingredientes que pide Barham iba a realizarse en uno o dos capítulos, pero he ido añadiendo interacciones, detalles… y al final ha salido esto. LO QUE ME HA ENCANTADO, NO PENSÉIS LO CONTRARIO.

Estaremos en Nobiliaria unos cuantos capítulos, pero no faltará contenido, eso os lo aseguro ✨